Dos mundos, dos culturas : o de la historia (natural y moral) entre España y el Perù 9783865271297, 3865271294, 9788484891383, 8484891380

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Dos mundos, dos culturas : o de la historia (natural y moral) entre España y el Perù
 9783865271297, 3865271294, 9788484891383, 8484891380

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Fermín del Pino Díaz (coordinador) Dos mundos, dos culturas O de la historia (natural y moral) entre España y el Perú

teci Textos y estudios coloniales y de la Independencia

Editores: Karl Kohut (Universidad Católica de Eichstätt) Sonia V. Rose (Universidad de París-Sorbona) Vol. 11

Fermín del Pino Díaz (coordinador)

Dos mundos, dos culturas O de la historia (natural y moral) entre España y el Perú

Vervuert - Frankfurt • Iberoamericana - Madrid 2004

Bibliographie information published by Die Deutsche Bibliothek Die Deutsche Bibliothek lists this publication in the Deutsche Nationalbibliografie; detailed bibliographic data are available on the Internet at .

Congreso Internacional "Dos mundos, dos culturas: la huella peruana en la ciencia española" (Lima, diciembre 1999), auspiciado por el Ministerio español de Educación y Cultura y el Instituto Riva-Agüero

Reservados todos los derechos © Iberoamericana, 2004 Amor de Dios, 1 - E-28014 Madrid Tel.:+34 91 429 35 22 Fax: +34 91 429 53 97 [email protected] www.ibero-americana.net © Vervuert, 2004 Wielandstrasse. 40 - D-60318 Frankfurt am Main Tel.:+49 69 597 46 17 Fax: 49 69 597 87 43 [email protected] www.ibero-americana.net © Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. Secretaria de Estado de Cultura ISBN 84-8489-138-0 (Iberoamericana) ISBN 3-86527-129-4 (Vervuert) ÑIPO 176-04-132-2

Cubierta: Fernando de la Jara Impreso en España The paper on which this book is printed meets the requirements of ISO 9706

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Indice

Perú y España, paralelismos y encuentros culturales entre dos mundos. Las claves de un congreso Fermín del Pino Díaz

A) Historias naturales La historia indiana del P. Acosta y su ponderación 'científica' del Perú Fermín del Pino Díaz Técnicas indígenas y españolas en el beneficio de la plata en el Perú colonial (siglos XVI-XVII) Carlos Contreras Conocimiento y difusión de la flora peruana en Europa: la intervención de Hipólito Ruiz (1754-1816) y José Pavón (1754-1840) Raúl Rodríguez Nozal & Antonio González Bueno El desarrollo de la navegación española y el conocimiento del Pacifico Manuel Sellés García La presencia española en los orígenes de la ingeniería moderna en el Perú. José Ignacio López Soria Los lectores limeños de la obra peruanista de Jiménez de la Espada:claves de la interrelación entre un autor y algunos de sus lectores Leoncio López-Ocón

B) Historias morales El aimara del Cuzco: evidencias documentales y lingüísticas Rodolfo Cerrón-Palomino

La presencia de Antonio de Nebrija en la gramática y vocabularios de las lenguas indígenas de Hispanoamérica Antonio Quilis

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El siglo de oro de la lingüística amerindia: el caso del quechua Julio Calvo Pérez

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Las vertientes informativas de Guamán Poma y la génesis de la "Nueva crónica y Buen Gobierno" José Alejandro Cárdenas Bunsen

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Imaginar la conquista del Perú. Historia y utopía en la crónica del P. Giovanni Anello Oliva S. J. Carlos M. Gálvez Peña

251

El indigenismo colonialista. El oidor Matías Lagúnez y la reflexión en torno a la explotación laboral indígena en el mundo andino a fines del siglo xvn Ignacio González Casasnovas

279

El antropólogo y escritor José María Arguedas en España: en busca de las raíces de la cultura mestiza peruana Rodrigo Montoya Rojas

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Perú y España, paralelismos y encuentros culturales entre dos mundos. Las claves de un congreso Fermín del Pino Díaz

A Franklin Pease, sus amigos

españoles.

Este libro recoge un ciclo de conferencias dictado por los autores en los primeros días de diciembre de 1999, por invitación del Ministerio español de Educación y Cultura, en la sede del Instituto Riva-Agüero en Lima. Aquél lo incluyó a fin año, como parte científica de una serie semestral variada de actividades culturales, programadas dentro del ciclo de "España en el Perú". Hubo también en esa temporada, por ejemplo, una exposición sobre "Los cuadros de mestizaje del virrey Amat" y otra sobre Minería peruana, en ambos casos con fondos españoles (del Museo Nacional de Antropología y del Archivo General de Indias). Si acaso cabe pensar en alguna peculiaridad dentro del conjunto de tales actividades, este ciclo pretendía enfatizar la presencia científica de España en Perú, al mismo tiempo que la participación peruana en ella. El número de los peruanos que han participado en nuestra historia cultural, tanto en las ciencias naturales y físicas como en las humanas y sociales, así como la parte importante que el mundo físico y cultural del Perú ha cumplido en el destino hispano, nos obligaba a ello. Por eso, invitamos a ocho profesores peruanos y a ocho españoles a estar presentes de modo igualitario en el ciclo 1 . La expedición de ocho profesores españoles dictó su respectiva conferencia en el Instituto Riva-Agüero, como está dicho, pero también participó esa semana

1 Además de los presentes, dictaron una conferencia el profesor sevillano Pablo E. Pérez Mallaina, y los peruanos Teodoro Hampe y Nelson Manrique (cuyos textos no se incluyen). Fueron invitados originalmente también, y aceptaron, los profesores Franklin Pease -cuya memoria estuvo muy presente entre los participantes, por su reciente pérdida y la celebración en Lima de numerosos homenajes- y Guillermo Lohmann, que excusó su presencia por enfermedad. En honor de una promesa realizada públicamente, se dedica este ciclo a la memoria de nuestro colega y amigo Franklin Pease, cuya vida estuvo dedicada al estudio de las fuentes históricas hispanas y al estrechamiento de nuestras relaciones culturales. Dedicamos también un recuerdo especial al profesor Quilis, ilustre lingüista español desaparecido este año, que nos acompañó en aquella exposición peruana y nos dejó un texto. El Dr. Carlos Gálvez, anfitrión del Instituto y presentador de los conferenciantes, aceptó gentilmente participar con un texto propio. Vaya a todos nuestro reconocimiento.

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en actividades programadas para ellos dentro de la Academia Peruana de la Historia, del Instituto Porras, de la Universidad Mayor de S. Marcos y del Instituto de Estudios Peruanos. Asistimos también a diversas radios y redacciones de periódicos para explicar nuestra presencia. Si bien la cultura española -tradicional y académica- forma parte histórica de la sociedad peruana de modo inextricable (así muestran varios casos notables, como el del escritor-etnógrafo José María Arguedas) es un hecho que la creciente presencia actual de España en Perú parece reducirse a determinadas actividades económicas (banca, telefónica, destino de emigración). Tradicionalmente, se ha identificado lo hispano en Perú como la cultura propia de la clase más acomodada, que vive principalmente en la costa. Posiblemente por ello la presencia histórica de España en Perú pueda ser cuestionada en la Sierra o en la selva, los otros dos famosos ecotipos peruanos, y quizá no se la contemple también en la vida cotidiana de las clases populares. Tal vez eso mismo sea producto todavía de estereotipos históricos más bien que de realidades; aunque los estereotipos no dejan de producir efectos reales, especialmente en las relaciones bilaterales. Y los estereotipos culturales especialmente. Sin embargo, un estudio comparado de la historia del encuentro cultural de ambos países muestra que han sido precisamente la sierra y la selva las zonas a las que han dedicado los españoles una mayor atención en el pasado (en campos tan diferentes como la minería, la botánica, la historiografía, la lengua o la etnografía histórica). Por otro lado, los misioneros dedicaron siempre un tiempo y una atención mayor a los habitantes de la sierra y de la selva, que no a la costa: aún hoy la selva peruana es visitada asiduamente por misioneros españoles, desplegando labores evangélicas y sociales. En los años 70 del siglo pasado hubo una "Misión científica española" en el Perú, compuesta por los profesores Ballesteros, Alcina, Esteva, y otros2, y también se dirigió fundamentalmente a la Sierra y a la selva meridional. Lo que sugerimos, sin quitar importancia a las actuales relaciones populares y sociales que se establecen entre España y el Perú - e n este momento crecientes, aunque de tipo fundamentalmente económico, concentradas tanto en el campo empresarial y del sector servicios, en Perú y en España-, es que las relaciones bilaterales entre ambos países necesitan ser contempladas desde un enfoque cultural y desde una perspectiva estructural y longue durée, que es la que nos puede explicar los paralelismos y diferencias entre ambos pueblos, los campos de entendimiento o de disenso que favorecen o dificultan sus relaciones entre ellos.

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A través de la cual se produjo mi primer acercamiento directo al Perú en Madre de Dios, donde he realizado tres campañas de estudio sobre la migración altiplánica, de dos trimestres y un semestre (1971-75).

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Si bien es cierto que ambos países están situados muy lejos uno del otro,geográfica e históricamente, y que mantienen entre sí notables contrastes, creo que no sería difícil recurrir a la historia cultural para probar los notables paralelismos y nexos históricos que les unen. Me atrevería a decir que Perú fue un país particularmente ligado a España, sin el cual no se explicarían algunos elementos profundos de la historia hispana pasada. Naturalmente, esta visión procede de mi propio marco biográfico, puesto que en Perú hice mis primeros trabajos de campo antropológico y todavía continúo dedicando al Perú mi mayor atención como profesional. Pero, que proceda de mi propia cosmovisión, no significa necesariamente que ello carezca de una validez más general. *

*

*

Ya desde el momento mismo de la conquista del esforzado Pizarro, personaje heroico pese a sus carencias personales, la llegada al país estuvo rodeada de las máximas dificultades (vientos en contra, mar dificultoso de cruzar, orografía insular y costera desconocida y complicada, cordilleras inmensas...). El episodio de 'los trece de la fama' en la isla del Gallo ha pasado a la epopeya general de la conquista del Nuevo Mundo, así como el cruento enfrentamiento en Cajamarca entre incas y españoles. No digamos nada de la llegada del fabuloso tesoro de Atahualpa a Europa, en forma de 'quinto real' del mismo, ofrecido al conquistador a cambio de la libertad personal. Algunos personajes bien conocidos - c o m o el propio 'príncipe de los cronistas' Pedro Cieza de León- decidieron su viaje al Nuevo Mundo ante la visión de ese tesoro, y la esperanza de otro igual provocó el descubrimiento posterior de Chile, del Río de la Plata (llamado así por la fama de la plata peruana, de Potosí), del Amazonas, etc. Con el nombre exótico de 'Perú 'se conocía todo el sur occidental del continente americano, en los mapas tempranos del Nuevo Mundo. Se dice por los expertos en historia del arte europeo (creo recordar que lo leí en George Kubler) que no sólo El Escorial sino el propio Vaticano - s u plaza de San Pedro- pudo pagarse con la plata peruana: y no digamos nada del funcionamiento del propio imperio hispano (pago de la Armada Invencible, de los ejércitos de Flandes, de la costosa burocracia del Consejo de Indias...). El Perú era con su solo nombre la medida del valor monetario: "esto vale un Perú", o "un Potosí" era una frase proverbial. Y el nombre de "Jauja", la primera capital del Perú y escenario de la conquista sobre la hueste incaica, también fue símbolo paradigmático - e n España y en toda Europa- de la abundancia ilimitada e inesperada. Por lo que hace a los sucesos luctuosos de la conquista, tal vez no haya habido en España otra reacción legal parecida en el caso de las demás conquistas. Ni la muerte de caciques antillanos ni la del propio Moctezuma y Cuauhtémoc pro-

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vocaron el mismo efecto. Fue a la muerte del inca Atahualpa 3 cuando se suscitan en España dudas morales como para dar lugar a las famosas 'relecciones' indianas del P. Vitoria en Salamanca (1539), así como a que la acción tenaz del P. Las Casas logre del emperador el edicto sorprendente de las Leyes Nuevas de 1542, que ponen en cuestión la propia 'conquista' - c u y o nombre será desterrado del vocabulario oficial por su hijo Felipe- y cuestionan para siempre la institución de la encomienda - o servicio personal- de indios. No por casualidad, el Perú es uno de los virreinatos donde el lascasismo produjo efectos más eficaces entre los conquistadores (que legan parte de sus bienes a los conquistados, en forma de 'restitución' moral). Perú fue también el escenario original del primer tratado misional moderno {Deprocurando Indorum salute..., 1588), así como de una de las historias naturales y morales más fructíferas como modelo descriptivo de las diferencias americanas, naturales y culturales (ambas obras del jesuíta José de Acosta) 4 . Ambos 'constructos' ponían el conocimiento del territorio y la sociedad americanas como base ineludible de su buen gobierno (el título doble - d e historia o crónica y buen gobierno-, fue retenido como eje de su discurso 'etnohistórico' por un indígena de Perú tan famoso como Huamán Poma, cuya obra y paternidad ha dado lugar a debates recientes y al excelente trabajo del Dr. Cárdenas en este libro). Ambas obras peruanistas de Acosta ejercieron una enorme influencia fuera del continente americano, y sirvieron de pauta real de orientación no solamente al virreinato del Perú - p o r cerca de tres siglos, hasta la Independencia- sino también en el otro gran virreinato: de hecho, las actas del III concilio de México fueron consultadas y anotadas por el P. Acosta, a su paso para España (1586-7). A su vez, el conocimiento del Perú es contemporáneo de sucesos íntimamente relacionados con la historia temprana de la ciencia geográfica. La Corona 3 Siempre criticada severamente en España, por atreverse un 'villano' a poner su mano sobre una cabeza real. Luego sería otra vez impopular con Tupac Amara, ejecutado cuarenta años más tarde, aunque fuera esta vez de manos de un virrey noble como Toledo: en la versión del inca Garcilaso, Felipe II habría manifestado a su representante su contrariedad por atreverse a ejecutar sumariamente a un soberano real. Incluso en el caso de Cortés, y pese a las posibles justificaciones de tipo militar, los cronistas se cuidaron de señalar su meticulosidad con el rango real. Tal vez no se ha reflexionado bastante sobre la reiterada conducta española de nombrar incas, aparentemente innecesaria en una sociedad de conquista, o de admitir los rangos de nobleza indígena en su propia legislación hasta finales del siglo xvm, especialmente en el caso peruano. Sorprende, en esta línea, la escasez de atentados reales en un país como España, que goza fama de irreverente hacia la autoridad y, en particular, hacia la nobleza de sangre. 4 El Dr. López Ocón, el Dr. Rafael Chabrán y yo hemos coordinado un simposio sobre este producto -las Historias naturales y morales como género científico original- de origen hispano, en el último congreso Internacional de Historia de la Ciencia, en México (12 julio, 2001).

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necesitaba urgentemente informes fidedignos de un mundo nuevo que se multiplicaba a velocidad vertiginosa, si quería gobernarlo con tino y a distancia. Se vio obligada a establecer la norma de que los visitantes del Nuevo Mundo informasen puntualmente de las novedades halladas, y que lo hiciesen metódicamente de acuerdo a una minuta o esquema de información: a ese modelo de información sobre el terreno - e n el sentido lato de la disciplina- se le llamó relación geográfica o, más arcaicamente, "relación de la tierra", y para promoverlo se hicieron cuestionarios o 'interrogatorios' adecuados. Pues bien, uno de los primeros a quien se pidió formalmente fue al obispo de Panamá Fr. Tomás de Berlanga en 1534, justamente sobre el Perú recién descubierto. De otra parte, son justamente las "Relaciones Geográficas de Perú" las primero conocidas por el mundo gracias a los oficios del naturalista e historiador D. Marcos Jiménez de la Espada (1881) - d e quien se ocupa con familiaridad doctoral Leoncio López Ocón-, y fue ese descubridor quien estableció como axioma la precedencia de las relaciones geográficas indianas sobre las hispanas. Por si fuera poco revelador este dato, fue en 1532 precisamente cuando se estableció el cargo de 'cronista mayor de Indias" en la persona del madrileño Gonzalo Fernández de Oviedo, para que reuniera estas relaciones de la tierra en una 'historia natural y general de las indias", cuya primera entrega se publica en 1535. Perú no solamente fue un lugar pionero para el descubrimiento sistemático de sí mismo, sino para la continuación del proceso. Desde Perú se descubren pronto los orígenes del Amazonas, del Chaco y del Río de la Plata, y desde allí salen numerosas embarcaciones para hallar nuevos pasos marinos por el Estrecho de Magallanes (armada del obispo de Coria en 1567, y de Sarmiento de Gamboa en 1580, que es el primero en probar el paso del Cabo de Hornos que seguirán los ingleses: justamente, el mapa trazado por Gamboa y su relato del viaje inspirará por esta zona al comodoro Byron en el siglo xvm, como se reconoce en su diario publicado por el Almirantazgo. Es por ello que tal diario, y naturalmente los informes de Sarmiento, fueron publicados traducidos por el director del Jardín Botánico, Gómez Ortega, poco antes de hacer lo mismo con los informes conservados del viaje a Nueva España del médico real Francisco Hernández (1790). El siglo ilustrado hispano, para acrecer sus méritos científicos ante Europa, exhibía algunos de los logros americanistas del siglo de oro (tema interesante del que se ocupan en este tomo los profesores Contreras, Rodríguez Nozal-González Bueno y Sellés, además de nosotros mismos). La ciencia tiene un componente honorífico y de competencia internacional que parece imposible de eludir, a pesar de su aparente irracionalidad. Dos de las empresas apologéticas más logradas dentro del contexto europeo del siglo xvii, de parte de la intelligentzia hispana, tienen una relación profunda con el Perú, y son del mismo año. Me refiero al texto Epítome de la Biblioteca oriental y occidental, náutica y geográphica (Madrid, 1629) del abogado de Lima

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Antonio de León Pinelo (1590-1660), y al De indiarum iure disputatione (1629), del abogado de Salamanca Juan de Solórzano y Pereyra. En la primera de ellas se informa de toda la producción hispana sobre las Indias (orientales y occidentales, de mar o interior), con una precisión y riqueza inigualada entonces: se haría en el siglo XVIII una edición ampliada por el académico González de Barcia, y actualmente se han reeditado en las dos formas como "la primera bibliografía del Nuevo Mundo". En la segunda, recién-reeditada críticamente por el CSIC, se contiene una argumentación y defensa de los derechos hispanos a las Indias, que responde directamente a los reiterados interrogantes europeos, especialmente de parte de Holanda. Ambos personajes relevantes estuvieron relacionados entre sí por su estancia simultánea en Perú, por su común adscripción al Consejo de Indias y al programa de recopilación de leyes de Indias, y por sus amistades comunes dentro de un círculo erudito (Palafox y Mendoza, Lope de Vega, Rodrigo Caro, P. Nieremberg...). El primero de ellos, nacido y muerto en España pero largo tiempo residente con su familia en el virreinato peruano (1604-21), consideraba que en el Perú selvático se encontraba nada menos que el Paraíso terrenal. Quizás se conocieron en el siglo XVIII los esfuerzos museísticos del siglo de oro (en particular de los grandes Austrias: Carlos V, Felipe II y luego Felipe IV) menos que otros logros del pasado, pues de otro modo habrían sido 'reivindicados" por los monarcas ilustrados (en particular, por Fernando VI y Carlos III), como hicieron puntillosamente con los palacios, las ediciones, o las expediciones de sus predecesores los Austrias... Los trabajos de excelentes historiadores anglosajones y españoles en el campo del arte, en especial sobre el coleccionismo del siglo de oro (Elliott, Brown, Checa, Morán, etc.), nos permiten comenzar a vislumbrar los competitivos esfuerzos museísticos llevados a cabo en el siglo de oro y la importancia reiterada de los contenidos americanos 5 . No estaría de más, al contrario, que aplicásemos a la historia de la ciencia los conocimientos que se hacen en el campo del arte -con un concepto ampliado de ciencia, y no restringido, como menos anacrónico-, estando el coleccionismo 'austríaco' de rocas, piedras preciosas, ornamentos de pluma y trajes... tan cerca de los estu-

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Coleccionismo privado del rey y los nobles, con una publicidad restringida pero destinada finalmente al uso público, como se hizo en la biblioteca de El Escorial, apud Fernando Bouza. El retiro campestre -entre montañas- de sus fondos estaría pensado para el mejor aprovechamiento de los estudiosos, concentrados en su labor 'lectiva' como monjes cistercienses, o incluso como modernos investigadores protegidos en su aislamiento. Tal vez cabría aplicar, para este proceder tímidamente publicista de los Austrias, el mismo logotipo del despotismo ilustrado referido a la participación popular: "un gran esfuerzo para el pueblo, pero sin el pueblo". Parece que somos más comprensivos con nuestro vecino siglo que con el distante de los Austrias.

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dios de historia natural y etnografía. En todo caso, fueron los virreyes peruanos los funcionarios más activos del coleccionismo real austríaco, como es bien conocido del virrey D. Antonio Mendoza y, sobre todo, de D. Francisco de Toledo. Las mismas órdenes metropolitanas que se darían en la Ilustración de reunir objetos raros del Nuevo Mundo se habían dado previamente con los Austrias, y los relatos de embajadores en el siglo XVII que visitaron el Escorial o el Palacio del Buen Retiro nos informan de estas ricas colecciones el Nuevo Mundo, no conservadas hoy por causa de sucesivos incendios y repartos. Lo mismo volvió a ocurrir en el período ilustrado, por lo que respecta a su aporte peruano, y debe decirse que los dos Museos de historia natural que se crean en Madrid en el siglo XVIII (1752 por Ulloa, y 1776 por F. Dávila) parten de iniciativas directas del virreinato peruano. El virrey Amat activa tempranamente en 1770 el envío de cuadros de mestizaje, y de frutas naturales para el Gabinete de historia natural del Rey, así como expediciones marinas. Y no solamente el virrey y otras autoridades provinciales al servicio real (como el corregidor de Trujillo Feijóo y Souza, amante de las antigüedades), sino el propio Obispo de Trujillo Martínez Compañón envía una colección famosa de 'antigüedades' y producciones naturales y sociales de su obispado, acompañado de unas magníficas 'ilustraciones', únicas que hoy se conservan completas y se publican con lujo de impresión. Naturalmente, las peticiones de informes y reenvíos a distancia de objetos a la sede metropolitana fueron complementados in situ con viajes a las provincias de Ultramar. Y en esto, el virreinato peruano volvió a ser durante el siglo XVIII un pionero del resto del Nuevo Mundo, y aún del orbe conocido. Recuérdese la visita del Ecuador americano en 1735 por parte de la expedición de la Academia de Ciencias de París para medir la 'longitud del arco del grado', simultáneamente a la expedición a Laponia: en aquella destinada al virreinato peruano fueron también agregados dos jóvenes guardiamarinas, Ulloa y Jorge Juan, que a su vuelta fueron nombrados miembros de la Academia de París y de la Royal Society de Londres. De otra parte, ellos solos revolucionaron el panorama científico hispano, encargándose de fundar diversos museos y otras instituciones científicas (Academia 'literaria' de Cádiz, por ejemplo), y de propiciar el fomento de expediciones científicas: Ulloa fue nombrado mentor de su viaje por el marino Malaspina, émulo de Cook, poco antes de morir, y fue él quien probó en el golfo de Cádiz las corbetas Descubierta y Atrevida (en réplica de la Discovery y de la Resolution, de Cook). Como ha explicado suficientemente en su texto el profesor Sellés, muchas de las expediciones españolas al descubrimiento del Pacífico salieron de Perú (Mendaña, Quirós, Haedo, Bonaechea...) en busca de los diversos 'mares del Sur', que no quedaron bien señalados sobre el mapa sino después de mucho tiempo

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(en particular, hasta las tres gloriosas circunnavegaciones del capitán Cook). Se ha conocido bien la conexión del galeón de Manila con México, que se trataba principalmente del viaje de retorno a América y España: pero los frecuentes viajes de ida al Pacífico desde Lima crearon también un poco conocido triángulo comercial entre Lima, Manila y México 6 . De entre los viajes marinos de descubrimiento del Nuevo Mundo relacionados con Lima, tal vez no sea el menor el emprendido por el limeño Bodega y Quadra al establecimiento de una cartografía definitiva de la Costa Noroeste norteamericana, que llevó a estampar su nombre sobre la isla de Vancouver, inscrita originalmente como "Quadra y Vancouver". En este viaje se agregó el naturalista mexicano José Mariano Moziño - o t r o criollo notable al servicio de la administración imperial y de la ciencia, como el limeño Olavide, el guatemalteco Pineda, o el colombiano Z e a - , autor aquél de una de las mejores etnografías ilustradas en América (apud su editor, el Dr. Fernando Monge) 7 . La unión cultural que sentían metrópoli y Ultramar en el caso de las empresas científicas, en el debate internacional con otras potencias europeas acerca de la ciencia española, creo que puede ejemplificarse bien en la actitud de la Universidad de San Marcos y el Ayuntamiento de Lima, cuando proveyeron en 1791 del 44% del coste de la edición de la Flora Americana, que se proponía la Corona española: tema tratado por los profesores Rodríguez y González en este volumen. Este 'gesto' quiero tratarlo ahora como muestra de la voluntad de participar en la empresa científica metropolitana: tal vez, a pesar del resultado finalmente 'parcial' de la edición, sea por esto la Flora peruana y chilena la que más publicaciones y más tempranas ha tenido de todas las empresas científicas metropolitanas en la Ilustración. Este gesto peruano de 'auxilio pecuniario' tuvo un doblete en la generosa aportación a fines de siglo xix de las instituciones peruanas (el Ateneo, el Senado, la presidencia) al mantenimiento de la familia y viuda de D. Marcos Jiménez de la Espada, que tan documentadamente nos ha mostrado el Dr. López-Ocón, en su texto.

6 Estudiado por el historiador hispano-portugués Gonzalo de Reparaz, hijo, de formación catalana y autor de una de las 'guías turísticas' del Perú más inteligentes que yo haya conocido. 7 Su obra sobre los aborígenes de la península de Nutka -frente a la isla de Vancouver- , titulada "Noticias de Nutka", remeda en 1790 claramente el título de Ulloa "Noticias americanas" (1772). Tal vez merezca un día estudiarse en toda su complejidad étnica real el movimiento científico ilustrado hispano-americano como una Common wealth, como el collage plurinacional que fue realmente, sirviendo algunos criollos como piezas claves en la administración imperial: como luego lo harán - a la inversa- otros hispanos en el emergente mundo americano soberano (caso de Mutis en Colombia, de Elhúyar, Cervantes y del Río en México, de Viana en Uruguay...).

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La 'contribución' colonial a la empresa científica metropolitana no se redujo al dinero, sino también incluyó al personal criollo, como se vio antes. De todos ellos, posiblemente el más notable sea el limeño Pablo de Olavide, que da nombre a una universidad actual de Sevilla - d e donde fue autoridad política, e incluso autor de unos nuevos estatutos de su Universidad (en tiempos en que Sevilla se beneficiaba de los servicios de jóvenes funcionarios como Jovellanos o Forner)-. Pero hay una influencia más notable que su propia dedicación personal a la ciencia española de parte del peruano Olavide, que tiene que ver casualmente con su 'libertad de pensamiento': condenado y preso por la Inquisición española, recibió la ayuda necesaria de sus amigos españoles para escaparse al reino vecino de Francia, donde le esperaba su protector el conde de Aranda, embajador español y amigo personal de Voltaire. Pues bien, su proceso y huida volvieron a levantar en la Francia culta una ola de protestas, y fue el caldo de cultivo del famoso artículo de 1782 sobre la España moderna en el tomo sobre "Geografía" de la Enciclopedia Metódica, obra del desconocido Masson de Morviliers, que suscitó la famosa "polémica de la ciencia española" por exhibir ante Europa una hiriente prueba acerca de la poca protección oficial a las ciencias. Tal vez opinen algunos historiadores de la ciencia que tal polémica -estudiada al fin con profundidad por profesores como François López, en su tesis de estado sobre Juan Pablo Forner 8 - es un atentado a la ciencia misma por la pasión de sus participantes: pero, antes de formular ese axioma 'positivista' debería tenerse en cuenta que fue precisamente tal polémica la que suscitó la acelerada y destacada protección a las expediciones científicas del gobierno de Madrid (Humboldt la reconoce como excepcional en Europa): ya he defendido hace tiempo que tal polémica es la razón más probable de la aprobación inusitada de la expedición de Mutis en 1783 (pedida por el autor desde 20 años antes), y de la aprobación inmediata de las famosas expediciones que le siguen: en particular, Sessé en México, 1785, y Malaspina alrededor del mundo en 17899. Así mismo tiene una probable relación con esta polémica hispano-francesa la espléndida construcción del Museo del Prado, iniciado también en 1785 como 'Museo de historia natural', y funcionando con el Botánico y otros gabinetes científicos -químico, mineralógico...- como 'Academia de Ciencias', precisamente bajo la dirección del Abate Cavanilles, 'polemista' anterior contra Masson de Morvilliers. Y, qué duda cabe, finalmente la polémica suscitada por la prisión 8 Juan Pablo Forner (1756-1797) y la crisis de la conciencia española. Salamanca, Junta de Castilla y León. Orig. de 1976. 9 "Por una antropología de la ciencia. Las expediciones ilustradas como 'potlatch' reales", en Número monográfico sobre expediciones ilustradas, coordinado por F. del Pino, Revista de Indias, 180: 533-546 (Madrid, 1987).

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española de Olavide se conecta nada menos que con el inicio en ese mismo año 85 de la creación del Archivo General de Indias bajo la dirección de otro valenciano, Juan Bautista Muñoz, motivado por tal polémica nacionalista. La presencia especial de Perú en la ciencia española no se agota en el período virreinal. Incluso en el siglo xix, tras la plétora de expediciones ilustradas no volvió a haber otra expedición científica al Nuevo Mundo hasta 1862-66, centrándose en el Pacífico sur, y particularmente en el Perú: el más notable de todos los expedicionarios fue el ya citado D. Marcos Jiménez de la Espada, que luego de su expedición naturalista dedicó su vida posterior al Perú, no sólo como estudioso de su fauna y su orografía sino como desempolvador de sus viejas crónicas y relaciones geográficas, dedicado por entero al estudio de sus antigüedades con nuevo método científico. Su dedicación le mereció amistades inolvidables como las de D. Carlos Larrabure y D. Ricardo Palma, nombramientos de parte de sus sociedades científicas y medallas honrosas, y el recuerdo imperecedero de renovador del estudio de las civilizaciones prehispánicas10. Por influencia de D. Marcos, un abogado español tan conocido como Joaquín Costa dedicaría a su vez un apartado especial al Perú en su obra maestra El colectivismo agrario en España. Doctrinas y hechos (Madrid, 1898), recordando los textos magistrales del abogado Polo de Ondegardo sobre la distribución prehispánica de la tierra, obra incaica aleccionadora para los europeos. Tal vez ese hueco especial dedicado al Perú en esta obra, junto con su propio magisterio sociológico, animó al novelista y antropólogo peruano José María Arguedas a seguir la senda de su proyecto comparativo entre España y el Perú. Una comparación sobre la tradición y la modernidad que, como afectaba las entrañas y al futuro de ambos países, puede explicar la íntima conexión entre la generación española del 98 (Costa, Unamuno, Maeztu) y la del centenario (Riva-Agüero, Víctor A. Belaunde, García Calderón)." Otro personaje hispano más cercano a nuestros días que dedicó su vida al Perú fue el poeta surrealista y arqueólogo aficionado Juan Larrea, que abandonó su aburrida profesión de archivero por estos hobbys profundos. Por su estrecha

10 Reconocimientos específicos mantenidos por largo tiempo, perdurando hasta nuestros días: por parte del maestro Raúl Porras, de su discípulo Carlos Araníbar -que le dedicó su tesis doctoral-, y también de los peruanistas extranjeros de renombre, como Murra y Rowe. " François Chevalier, en su participación de 1964 al Congreso internacional de Americanistas (Sevilla), y en forma ampliada en un artículo de la revista Annales E.S.C (1966), se refirió a Arguedas y sus novelas como fuente histórica para el estudio de la expansión reciente de las haciendas al sur del Perú, así como a la influencia de la obra de Costa entre los abogados andinos de comienzos de siglo. Está por estudiar bien la conexión entre la generación del 98 y la del Centenario, como se merece, que no se reduce a la influencia de Unamuno ni al interés americanista en general - y peruanista, en particular- de los regeneracionistas españoles.

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amistad con César Vallejo, ambos residentes en París, viajó en 1932 al Perú con una ilusión surrealista incontenible que le hizo esperar el renacimiento futuro mundial en las ruinas incaicas: lo que fue ocasión de reunir una magnífica colección de antigüedades peruanas y dedicarse por una larga temporada a su estudio. Antes de marcharse al exilio americano en México, regaló a la república española su colección para consolidar la formación del "Museo de las Indias" -luego Museo de América-, donde forma una de sus preciadas joyas. Su amistad con Raúl Porras -destinado por su país a buscar documentos peruanos en bibliotecas europeas- y con Paul Rivet le permitió completar documentalmente sus conocimientos arqueológicos andinos, favoreciendo una exposición arqueológica de su colección en París - e n el Museo de Trocadero- y en Madrid. La amistad entre peruanos y españoles (como Olavide y Aranda, Larrea y Vallejo, Costa y Arguedas, etc.) era compatible con su encuentro en París, lo que muestra su nivel cosmopolita y no simplemente patriótico: justamente quienes habían insistido más a Arguedas en conectar los arcaísmos rurales de España y Perú eran profesores franceses (Bourricaud, Chevalier y el propio estudioso del colectivismo peruano Louis Baudin), y la institución que le pagó sus estudios en España era la UNESCO. Costa fue nombrado miembro del Instituí International de Sociologie, de París, por su obra colectivista. *

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En este libro hemos reunido ejemplos diversos de la actividad científica hispanoperuana, que hemos dividido en dos grandes partes (la historia natural y moral), de acuerdo al esquema científico del P. Acosta, ensayado primeramente sobre materiales peruanos. Dentro de las ramas naturales, hemos insistido en ciencias 'aplicadas' como la minería (Contreras y González Casasnovas), la botánica (Rodríguez-González), la náutica (Sellés) y la ingeniería civil (López Soria), que fueron las más desarrolladas bajo la protección imperial española. En el campo de las ciencias humanas o morales, hemos privilegiado la lingüística (Cerrón, Quilis y Calvo) y la etnografía (del Pino y Montoya), dejando su espacio a la historiografía literaria (López-Ocón, Cárdenas y Gálvez). Por encima de las disciplinas particulares, ciertos temas han logrado ser planteados en varias de las ponencias: por ejemplo, el destino de los modelos latinos o vernaculares en las gramáticas indígenas, y la existencia de escuelas sucesivas (Quilis y Calvo, y también del Pino). En varios de ellos se han cuestionado también antiguas creencias al respecto, en particular sobre el desarrollo del mundo prehispánico (Cerrón y Cárdenas). Este criticismo se ha considerado también en su vertiente histórica, hacia la conquista y sus consecuencias culturales y sociales negativas, considerando la implantación de utopías (Gálvez, Casasnovas y

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del Pino). Con frecuencia se han sucedido las amistades entre peruanos y españoles (López-Ocón) y, por otra parte, se ha considerado la presencia benéfica de otras culturas europeas, del francés (López Soria, Sellés y Rodríguez-González) y del alemán (Contreras). En la mayor parte de ellos se ha mostrado un espíritu autocrítico, sobre los fenómenos estudiados y sobre el proceso de estudio mismo (Casasnovas, Rodríguez-Gonzáles, López-Soria, Gálvez, Cerrón...). Hay otros muchos caracteres en las relaciones científicas hispano-peruanas que necesitan ser replanteados en nuevas oportunidades, pero que afectan al campo de estudio y perspectiva comparada aquí adoptadas. Campos como la historiografía y cronística; la contribución de los abogados al conocimiento etnográfico y al derecho de gentes; la arqueología y museística; la astronomía, la historia natural, o incluso la ciencia política (rebeliones indígenas, política imperial, independencia...) hubieran merecido un tratamiento específico y propio, en el campo de las relaciones bilaterales entre Perú y España. Pero no nos importa ahora quizá en la representación de los temas tratados tanto el ser exhaustivos como haber abierto una posible nueva vía en los estudios histórico-culturales de ambos países, mostrando especialmente las conexiones y posibles paralelismos. Si hay algo en que son más parecidos ambos países es en el espíritu autocrítico con que ven su propia historia cultural: en ambos países la expresión popular 'producto de la tierra" ('español'/'peruano') quiere decir 'producto malo', mal fabricado. Hay la tendencia a criticar lo propio ante la ajeno, queriendo el autor de estos sorprendentes denuestos manifestar su propio espíritu superior y progresista. Somos miembros de países orgullosos, pero vencidos y superados por la presión de los acontecimientos. España se incorporó tarde a la revolución científica en Europa, como Perú se incorporó tarde al proceso de independencia en América. Sin embargo, ambos países participaron en períodos tempranos en descubrimientos científicos o técnicos (la ciencia árabe medieval o la temprana constitución de estado moderno en España se corresponde con la sofisticada tecnología agraria de los incas y de sus predecesores, así como con su precoz complejidad política). Y en los tiempos recientes, ambos países han hecho contribuciones políticas originales, que sorprendieron a sus vecinos y produjeron modelos políticos discutidos (la vía peruana al socialismo, o la transición democrática). Naturalmente, estos ritmos diferentes de España y Perú, respecto a sus vecinos, proceden no de ausencias notables o monstruosidades de su propia manera de ser: más bien se deben tal vez a especificidades culturales que merecen la pena de ser consideradas en sí mismas. Somos miembros de dos 'estados arcaicos' y complejos, que requieren modelos nuevos para ser estudiados. Ambos nacimos pronto, y desarrollamos dentro de nosotros una gran variedad cultural, difícil de articular. Perú admite su diferencia vertebral entre la Sierra y la costa,

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además de la selva. España se compone de naciones y regiones con vocación autonomista (las costas tienden a ser autonómicas, frente al interior mesetario). Estos procesos políticos diferentes respecto del resto de los países vecinos tal vez produzcan necesariamente historias culturales diferentes del resto, y paralelas entre sí. Es importante que los historiadores e intelectuales de ambos países sepan pronto aprovechar tales paralelismos para ofrecer comparaciones y reflexiones novedosas, de utilidad recíproca o genérica.

La historia indiana del P. Acosta y su ponderación 'científica' del Perú Fermín del Pino Díaz Instituto

de la Lengua Española

(CSIC)

Hablar del P. Acosta en L i m a puede parecer una prédica inútil, y más aún en el ámbito del Instituto Riva Agüero donde varios estudiosos han hecho contribuciones particulares a su conocimiento. Pero, a pesar de todo, tal vez tenga un interés novedoso ofrecer aquí puntos de vista generales que resalten el valor de un hombre universal, que hizo del Perú su materia básica de c o m p a r a c i ó n , su punto de a p o y o . Señalar la novedad o valor de un punto de vista científico sobre el hecho americano, más que del hecho mismo, sería además un homenaje genuino a quien se distinguió por ello, y lo quiso hacer notar al lector en el proemio a su Historia de las Indias: Del Nuevo Mundo e Indias Occidentales han escrito muchos autores diversos libros y relaciones, en que dan noticias de las cosas nuevas y extrañas que en aquellas partes se ha descubierto [...] Mas hasta ahora no he visto autor que trate de declarar las causas y razón de tales novedades y extrañezas de naturaleza [...] Así que, aunque el mundo nuevo ya no es nuevo sino viejo, según hay mucho dicho y escrito de él, todavía me parece que en alguna manera se podrá tener esta Historia por nueva, por ser juntamente Historia y en parte Philosophía [la cursiva es mía].1 La historia de Acosta es conocida por ser una obra de síntesis y reflexión, no por sus novedades, mereciendo el calificativo de 'filosofía' - e s decir, de ciencia, no de r e l a t o - que el autor propone. Por ello me gustaría, en esta ocasión, más bien que tratar de enfatizar los méritos de su etnografía andina y de sus conocimientos peruanísticos - e n general muy reconocidos ya en Perú, incluso c o m o revival en estos últimos años, aunque se diga que nadie es profeta en ' s u ' tierra-, tratar por el contrario de mostrar la influencia que su experiencia en Perú ha tenido p a r a el conocimiento y concepción de los demás países americanos, o del m u n d o . Porque

' Esta obra de Acosta dispone de cerca de una docena de ediciones actuales consultables, varias de ellas facsimilares (de la príncipe de 1590, de la ilustrada y la del siglo xix), pero ninguna crítica. Cf. Del Pino Díaz 1999. Adopto ahora un criterio ecdótico propio, de acuerdo a la edición crítica que tengo en preparación. Por eso no citamos edición alguna, sino la procedencia de títulos y capítulos. Reservamos el subrayado en las citas para marcar énfasis nuestros.

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Acosta habla reiteradamente de otros países del N u e v o M u n d o , e incluso de las Indias Orientales - g r a c i a s a las informaciones proveídas por las 'cartas anuas' de los j e s u i t a s , allí d e s t a c a d o s - , y con f r e c u e n c i a casi sistemática trata del Viejo M u n d o conocido por él o descrito por otras fuentes, generalmente clásicas. Nuestro supuesto de partida es que las dificultades que debió superar nuestro autor para comprender las cercanas realidades andinas - y en particular las peruan a s - le sirvieron para poder cuestionar prejuicios en el concepto tradicional del m u n d o y para ofrecer contrastes interesantes, que ayudaban a 'devolver' al resto del m u n d o su diversidad natural. Y ello vale tanto para el caso de los fenómenos físicos c o m o para las cosas h u m a n a s , todos los cuales quedaron sometidos a una m i s m a lógica - o , al m e n o s , a una metalógica, a veces casi una m e t á f o r a - que permitía aprehender cosas de un c a m p o con ayuda del otro. Ya volveremos sobre el asunto. Por el m o m e n t o , baste decir que tal recurso metafórico de Acosta nos ha permitido en esta ocasión limeña reunir a un grupo de profesores expertos en diferentes disciplinas, ensambladas por el c o m ú n denominador de la curiosidad intelectual por el N u e v o M u n d o . Por eso, el título de "historia natural y moral" q u e preside este ciclo viene a u t o r i z a d o por la obra h o m ó n i n a del P. A c o s t a , la Historia Natural y Moral de las Indias (Sevilla, 1590). P a r a el p r o p i o A c o s t a , el c a s o del Perú ya sirvió otras veces antes d e una manera estratégica para posar su mirada sobre una variedad de sociedades, c o m o reconoce en el P r o e m o de su tratado misional, escrito hacia 1582: Cosa harto difícil es tratar con acierto del modo de procurar la salvación de los indios. Porque, en primer lugar, son muy varias las naciones en que están divididos y muy diferentes entre sí, tanto en el clima, habitación y vestidos como en el ingenio y las costumbres; y establecer una norma común para someter al evangelio y educar y regir juntamente a gentes [y cosas] tan diversas, requiere un arte tan elevado y recóndito que nosotros confesamos ingenuamente no haberlo podido alcanzar [...] Y por ser las naciones de indios innumerables, y cada una con sus [costumbres y] ritos propios y necesitar ser instruidas de modo distinto, y no sentirme yo con disposición para tanto por serme desconocidas muchas de ellas; [...] por todo eso he preferido ceñirme principalmente a los indios del Perú, pensando así ser más útil a todos los demás [bárbaros]. Y esto por dos razones: la una por serme a mimas conocidas las gentes del Perú [y por ello puedo hablar con más certeza]; la otra, porque siempre he creído que estos indios ocupan como un lugar [=estadio] intermedio entre los otros, por donde con más facilidad se puede por ello hacer juicio de los demás [extremos] (Acosta, 1954: 390b-391a. La cursiva es mía).2

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Uso la traducción del P. Mateos, que me parece de lenguaje más 'contemporáneo' del autor, y le añado entre corchetes términos suprimidos o peor traducidos del latín original. La

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Justamente este prólogo es el factor que convertirá mejor a un texto misional preparado exclusivamente desde la experiencia peruana en un manual general de misionología, muy usado efectivamente para otras regiones misionales del mundo, y no sólo para las misiones jesuitas. Y la experiencia misional acumulada en él no era la propia fundamentalmente, porque Acosta no llevaba ni cuatro años en el país cuando se redacta (1572-1576), ni propiamente había salido a 'misionar', contando en realidad con la experiencia de otros jesuitas (veteranos, llegados a Perú desde 1568). Habría que subrayar este hecho para explicar algunas diferencias, en cuanto al criterio establecido para valorar sociedades americanas que hay entre el tratado misional y el texto histórico de 1590, ése sí de su exclusiva propiedad (citando cada vez a los autores que le aportan los datos, o las ideas). No es el momento de analizar las tales diferencias, pero cabe adelantar por ahora que la Historia de 1590 es más generosa en sus valoraciones civilizacionales de la cultura peruana y mejicana (que no quedan ya colocadas tan por debajo de China y Japón, sino casi a la par), y mayor su énfasis en la variabilidad cultural americana (distinguiendo entre sociedades salvajes -chichimecas, chiriguan o s . . . - y 'behetrías' o sociedades sin mandos fijos -araucanos y otomíes, por ejemplo-, a caballo con las civilizadas), así como en los criterios de lo que se llamaría el método de 'adaptación cultural' (opuesto al de la tabula rasa, que misionólogos franceses prestigiosos como R. Ricard o H. Bemard-Maitre atribuyen a todos los misioneros hispano/americanos, por oposición al área portuguesa de las Indias orientales). Temas que merecerían seguramente una mayor atención nuestra, aunque algo hemos avanzado (Del Pino Díaz, 1979,1980,1985 y 1993). Lo importante a destacar ahora es que, tanto en la historia de 1590 como en el tratado misional de 1588, Perú es visto dentro de una panoplia cultural de pueblos del Viejo y, sobre todo, del Nuevo Mundo. Es más, algunas de las características diferentes de la naturaleza y sociedad peruanas le inducen a plantear no solamente una 'conciencia de variedad' al interior del macrosmos del Nuevo Mundo, sino algo más importante: llevan a requerir un cuestionamiento - y con frecuencia una respuesta- sobre la naturaleza en general (relación entre altura y temperatura de un territorio, entre climas y vegetación, entre clima y minería, o entre aquélla y ciudades, etc.) o sobre la historia comparada de la sociedad humana. Sin la comparación universal, a que Acosta somete casi todos los asuntos peruanos que trata, no se habría producido la respuesta ingeniosa a muchos inte-

nueva edición bilingüe del equipo dirigido por L. Pereña (1984,1987, 2 tomos) ofrece el texto latino en las páginas pares, sin la censura con que fue editado, y es acompañado de excelentes notas y anexos.

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rrogantes sobre el Nuevo Mundo que tanto amenizan la lectura de este texto afortunado, a juzgar por sus numerosas ediciones antiguas y modernas. Pero tal comparación o perspectiva nueva es suscitada una vez que Perú aparece como anómalo o excepcional, ante la norma general. Anomalía que, como veremos, no conduce a una marginación periférica del caso peruano, sino al contrario: a una elevación a la categoría de modelo, a imitar incluso por los propios cristianos. Es decir, a la categoría utópica, en que tantas veces ha estado presente el caso peruano -como nos hicieron ver antes Tito Flores y Manuel Burga, entre otros-, A nosotros nos interesa personalmente más el efecto de 'perspectiva' cultural que el caso peruano produce, por el tratamiento de sus peculiaridades en manos de Acosta, que el de 'utopía': porque el caso peruano es manejado en esos casos con más realismo histórico, al mismo tiempo que la comparación con otros pueblos deja de estar en términos de superioridad/inferioridad y de modelo ideal homologizante, y se ofrece más bien en forma de alternativa cultural. Lo que es una meta propiamente más 'antropológica'. 1. La biodiversidad natural del Perú en plantas y animales Como es muy conocido, la obra se compone de 7 libros, cada uno de ellos con una veintena larga de capítulos de media, de unas 50 páginas.3 Ante todo, el contenido de los siete libros revela un orden de los temas tratados aparentemente lógico y objetivo, pero que estaba solamente en grado tentativo hasta entonces. Por simplificar, los dos primeros son libros geográficos, los dos segundos tratan de historia natural, y los tres últimos de historia moral: es decir, respectivamente de los aspectos religiosos y políticos (libros V y VI) de los mejicanos y peruanos, quedando el último - V I I - para recoger casi literalmente el códice Tovar, es decir la tradición prehispánica recogida por los famosos frailes de la Nueva España (Sahagún, Motolinía, Landa, Durán, Tovar...). Los temas explícitos pueden concretarse un poco más, para exponer claramente su 'arquitectura' literaria. En el libro I, de 27 capítulos, se discute el poblamiento del Nuevo Mundo a la luz de una refutación de las dudas antiguas (bíbli-

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El promedio de capítulos de cada libro ronda los 28. Si el libro II tiene 16 capítulos, el IV tiene 42, en compensación. Los demás sucesivamente tienen 25, 27, 31, 28 y 28. Como se verá, el destacado orden temático y de tratamiento del autor en esta obra (y en general, pues de trata de un escritor prolífico que llegará a publicar sus numerosos sermones, coloquios, historias y tratados) hace pertinente este asunto de la extensión concedida a cada tema. La extensión de cada capítulo es de aproximadamente dos páginas, destacando un estilo sencillo y conciso, predominantemente descriptivo y taxonómico, no exento de narraciones y confidencias frecuentes incorporadas. Solamente es 'histórico' en su estilo el libro VII.

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cas y clásicas), que cuestionaban la habitabilidad del Nuevo Mundo, y una exposición razonada de teorías propias, sacadas -directa o metafóricamente- de la historia natural y del sentido común. El libro II tiene 14 capítulos - e s el más corto de todos- y tiende a mostrar la inconsistencia de las leyes físicas del Viejo Mundo para la que llama "zona tórrida" americana, equivalente de la Tierra Equinoccial de Humboldt (que le llamó reiteradamente su precursor, cf. Del Pino Díaz, 1999a). Según la teoría climática de las regiones, defendida por el propio Aristóteles -para escándalo de un escolástico humanista como el jesuita Acosta, a quien la experiencia le dicta lo contrarioa la tórrida le tocada ser calurosa y seca, por causa de la cercanía solar. Por ello titula expresivamente algún capítulo, como el 6, "Que la Tórrida tiene gran abundancia de agua y pastos,por más que Aristóteles lo niegue" (la cursiva es mía). En el libro III abandona ese aire refutativo de la tradición -clásica y patrísticaque ha presidido los dos anteriores, para someterse del todo al orden aristotélico y pliniano, que concibe la formación de la vida en la tierra compuesta de cuatro elementos simples (aire, agua, tierra y fuego): según ellos describe sucesiva y encadenadamente los fenómenos correspondientes (vientos, ríos y mares, tierras y volcanes o terremotos). Pero Acosta no obedece del todo al orden cuatripartito pliniano (que siguen fielmente, por ejemplo, Oviedo o López Medel), y desde el libro IV ya describirá los seres de los tres reinos de la naturaleza -los seres complejos, o 'compuestos' de varios elementos primarios- de acuerdo a un nuevo orden evolutivo de complejidad y utilidad, no al de la adscripción por elementos simples, que deja finalmente una clara impresión de organismo 'auto-alimentado': De suerte que la tierra estéril y ruda es como materia y alimento de los metales; la tierra fértil y de más sazón es materia y alimento de plantas; las mismas plantas son alimento de animales, y las plantas y animales alimento de los hombres: sirviendo siempre la naturaleza inferior para sustento de la superior, y la menos perfecta subordinándose a la más perfecta (IV: 1). Acosta es conocido por haber creado un género historiográfico nuevo, el de las 'historias naturales y morales', muy empleado en las historias americanas y que tendrá gran éxito durante la Ilustración para defender sus peculiaridades naturales y culturales (Del Pino Díaz, 2000). Acosta mezcla permanentemente lo natural y lo humano, empleando por ejemplo el uso previo de 'nombres indígenas' de plantas o animales - y no el importado de Europa- para deducir que eran aborígenes tales plantas o animales: por ello podría quizá llamarse este método, de 'zoología literaria'. Otro uso reiteradamente contemplado es el de las 'utilidades y provechos' humanos o animales de los productos naturales, que Acosta siempre está ponderando. Son magníficas, por ejemplo, las páginas dedicadas a

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las utilidades múltiples del maíz, del cazabe y del plátano, o de la llama, el versátil camélido americano. Dentro de esa 'arquitectura' jerárquica y teleológica, de origen aristotélico, Acosta introduce un criterio de variabilidad natural, que primero se produce en el campo de los tres reinos de la naturaleza (minerales, plantas y animales), para pasar a continuación al reino humano. Así, por ejemplo, al hablar del clima del N u e v o Mundo, destaca al Perú otra v e z c o m o caso especial: Y así todo lo más habitado de Indias es del modo que está dicho, y en general toda ella es tierra de mucha yerba y pastos y arboleda, al contrario de lo que Aristóteles y los antiguos pensaron. De suerte que cuando van de Europa a Indias se maravillan de ver tierra tan amena y tan verde y tan llena de frescura, aunque tiene algunas excepciones esta regla; y la principal es de la tierra del Pirú, que es extraña entre todas, de la cual diremos agora. (III: 19). Este pedazo de mundo que se llama Pirú es de más notable consideración, por tener propriedades muy extrañas y ser cuasi excepción de la regla general de tierras de Indias. Porque, lo primero, toda su costa no tiene sino un viento, y ése no es el que suele correr debajo de la Tórrida sino su contrario, que es el Sur y Sudueste. Lo segundo, con ser de su naturaleza este viento el más tempestuoso y más pesado y enfermo de todos, es allí a maravilla suave, sano y regalado: tanto que a él se debe la habitación de aquella costa, que sin él fuera inhabitable, de caliente y congojosa. Lo tercero, en toda aquella costa nunca llueve ni truena ni graniza ni nieva, que es cosa admirable. Lo cuarto, en muy poca distancia junto a la costa llueve y nieva y truena terriblemente. Lo quinto, corriendo dos cordilleras de montes al parejo y en una misma altura de Polo, en la una hay grandísima arboleda y llueve lo más del año, y es muy cálida: la otra, todo lo contrario es toda pelada, muy fría y tiene el año repartido en invierno y verano, en lluvias y serenidad. Para que todo esto se perciba mejor, hase de considerar que el Pirú está dividido en tres como tiras largas y angostas que son llanos, sierras, y Andes. Los llanos son costa de la mar, la sierra es todo cuestas con algunos valles, los Andes son montes espesíssimos. Tienen los llanos de ancho como diez leguas, y en algunas partes menos, en otras algo más; la sierra tendrá veinte; los Andes otras veinte, en partes más y en partes menos. Corren a lo largo del Norte a Sur, lo ancho de Oriente a Poniente. Es, pues, cosa maravillosa que, en tan poca distancia como son cincuenta leguas, distando igualmente de la Línea y Polo haya tan grande diversidad que en la una parte cuasi siempre llueve, y en otra no llueve (III: 20; la cursiva es mía). Pero esta variabilidad climática c o m o característica peruana le lleva, c o m o h e m o s d i c h o , a una ponderación maravillosa y utópica del país. Por ejemplo, cuando se ocupa de la producción vegetal, que depende directamente del clima. Hay v e c e s en que - a l m o d o c o m o hará luego el inca Garcilaso, su discípulo en tantas c o s a s - los párrafos de historia natural devienen poéticos y divertidos:

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Uvas se gozan donde no se puede gozar vino: y es cosa de admirar que en la ciudad del Cuzco se hallaran uvas frescas todo el año. La causa de esto me dijeron ser los valles de aquella comarca, que en diversos meses del año dan fruto: y agora sea por el podar las vides a diversos tiempos, agora por cualidad de la tierra, en efecto todo el año hay diversos valles que dan fruta. Si alguno se maravilla de esto, más se maravillará de lo que diré y quifá no lo creerá. Hay árboles en el Pirú que la una parte del árbol da fruta la mitad del año, y la otra parte la otra mitad. En Mala, trece leguas de la ciudad de los Reyes, la mitad de una higuera que está a la banda del sur da fruta en tiempo del año cuando es verano en la sierra; y la otra mitad, que está hacia los llanos y mar, está verde otro tiempo diferente, cuando es verano en los llanos (IV: 32; la cursiva es mía). Lo mismo ocurre por lo que hace al mundo animal, del que destaca ejemplares peruanos característicos: como el pájaro del guano - q u e Acosta, anómalamente, no le da nombre- o la llama y la vicuña, de los cuales destaca su utilidad prodigiosa: En algunas islas o farellones que están junto a la costa del Pirú se veen de lejos unos cerros todos blancos [...], y son montones de estiércol de pájaros marinos, que van allí [de] contin[u]o a estercolar. [...] y es tan eficaz y tan cómodo que la tierra estercolada con él da grano, y la fruta con grandes ventajas. [...] De manera que de los pájaros no sólo la carne para comer y el canto para deleite, y la pluma para ornato y gala, sino el mismo estiércol es también para el beneficio de la tierra, y todo ordenado del sumo hacedor para servicio del hombre (IV: 37; la cursiva es mía). Por lo que respecta a los auquénidos no es menos entusiasta: Entre las cosas que tienen las Indias del Pirú notables son las vicuñas v carneros que llaman 'de la tierra', que son animales mansos y de mucho provecho [...] Assí que no sé que en otra parte del mundo haya este género de animales sino en el Pirú y Chile, que se continúa con él (IV. 40). Ninguna cosa tiene el Pirú de mayor riqueza y ventaja que es el ganado de la tierra, que los nuestros llaman 'carneros de las Indias' y los indios en lengua general los llaman llama, porque bien mirado es el animal de mayores provechos y de menos gasto de cuantos se conocen. De este ganado sacan comida y vestido, como en Europa del ganado ovejuno; y sacan [ade]más el trajín y acarreto de cuanto han menester [...] Y, por otra parte, no han menester gastar en herraje ni en sillas, o jalmas [DRAE, "aparejo de una caballería"], ni tampoco en cebada sino que de balde sirve a sus amos, contentándose con la yerba que halla en el campo (IV: 41; yo subrayo en adelante, para distinguir mi énfasis del del autor, en cursiva). Entre las utilidades animales, Acosta destaca incluso sus virtudes curativas extraordinarias, destacando el producto rumiante peruano c o m o el mejor del mundo, tras el de la China:

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En todos los animales que hemos dicho ser proprios del Pirú se halla la piedra bezaar, de la cual han escrito libros enteros autores de nuestro tiempo [...] y essotros animales que crían la piedra bezaar, los cuales comen esta yerba y con ella se preservan de la pon?oña de las aguas, y pastos: y de la dicha yerba crían en su buche la piedra, y de allí le proviene toda su virtud contra ponzoña, y essotras operaciones maravillosas [...] El primer grado de estima tienen las piedras bezaares que se traen de la India oriental, que son de color de aceituna; el segundo las del Pirú, el tercero las de Nueva España (IV: 42; la cursiva es mía).

2. La variabilidad y dignidad de la civilización indiana Acosta pasa, como hemos dicho, a hablar en el libro V de la religión, en el VI de las cosas culturales, y en el último, de la historia prehispánica particular de los mejicanos, contada por ellos mismos. En su orden descriptivo, este cambio temático (de la historia natural a la moral) es mínimo, y como pedido por la fuerza objetiva de las cosas: "Habiendo tratado lo que a la historia natural de Indias pertenece [...] la razón dicta seguirse el tratar de los hombres que habitan el Nuevo Orbe", dice al terminar la historia natural y pasar a la moral, en su "Prólogo a los libros siguientes" (previo al libro V). Allí comienza, en el libro V, a manejar en primer lugar el campo de las creencias en dioses, y constata una cosa que todos los clérigos europeos han notado, la "materialidad" ecológica que caracteriza la religión andina: Mas en los indios, especialmente del Pirú, es cosa que saca de juicio la rotura y perdición que hubo en esto [=adorar cosas naturales]; porque adoran los ríos, las fuentes, las quebradas, las peñas o piedras grandes, los cerros, las cumbres de los montes que ellos llaman Apachitas, y lo tienen por cosa de gran devoción; finalmente, cualquiera cosa de naturaleza que les parezca notable y diferente de las demás la adoran, como reconociendo allí alguna particular deidad (V: 5).

Efectivamente, la materialidad religiosa se extendía incluso a la divinización incaica de sus 'dobles' rituales, que se hacían en piedra: " los reyes ingas del Pirú substituyeron [¿instituyeron?] ciertas estatuas de piedra hechas a su semejanza, que les llamaban sus guaoiquies o hermanos, y les hacían dar la misma veneración que a ellos" (V.10). La parte moral de su historia indiana es una comparación sistemática de mejicanos y peruanos, en que unas veces destaca uno y otra otro (Del Pino Díaz, 1978). Pero muchas veces se destaca la teluridad de la cultura incaica, incluso en sus calendarios: En este cómputo de los mejicanos, aunque hay mucha cuenta e ingenio para hombres sin letras, pero paréceme falta de consideración no tener cuenta con las lunas, ni hacer distribución de meses conforme a ellas. En lo cual, sin duda, les hicieron venta-

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ja los del Pirú, porque contaban cabalmente su año de tantos días como nosotros, y partíanle en doce meses. Para tener cierta y cabal la cuenta del año usaban esta habilidad: que en los cerros que están alrededor de la ciudad del Cuzco (que era la corte de los reyes Ingas, y juntamente el mayor santuario de sus reinos y, como si dijéssemos, otra Roma) tenían puestos por su orden doce pilarejos en tal distancia y postura que en cada mes señalaba cada uno dónde salía el sol y dónde se ponía (VI: 3). Ahora bien esta materialidad, que puede producir a veces en Acosta cierta sensación de 'carencia' cultural por comparación con los europeos, no es objeto de desprecio cultural por su parte. A veces, incluso sugiere una 'excusa' de su supuesta carencia. Así, por ejemplo, a propósito de la no contabilidad semanal: Las semanas que contaban los mejicanos no eran propriamente semanas, pues no eran de siete días, ni los Ingas hicieron esta división. Y no es maravilla, pues la cuenta de la semana no es como la del año por curso del sol, ni como la del mes por el curso de la luna: sino en los hebreos por orden de la creación del mundo que refiere Moysén, y en los griegos y latinos por el número de los siete planetas, de cuyos nombres se nombran también los días de la semana. Pero para hombres sin libros ni letras harto es - y aún demasiado- que tuviessen el año y las fiestas y tiempos con tanto concierto y orden como está dicho (VI: 3; la cursiva es mía). Ya se sabe la importancia atribuida por un humanista a las 'letras y libros'. Sin embargo, esta posición parcial de salida no compromete su buena opinión de la inducida civilización del N u e v o M u n d o , para el que encuentra solución en la 'aculturación'; es decir, que el contacto cultural con el exterior podría hacer progresar a Perú o Méjico por encima de los chinos, que sí tenían escritura jeroglífica: Esto es en suma lo que los nuestros refieren de las letras y ejercicios de ellas en la China, que no se puede negar sea de mucho ingenio y habilidad. Pero todo ello es de muy poca sustancia, porque en efecto toda la ciencia de los chinos viene a parar en saber escribir y leer, pues no son letras las suyas que sirvan para palabras, sino figurillas de innumerables cosas que con infinito trabajo y tiempo prolijo se alcan?an. Y al cabo de toda su ciencia sabe más un indio del Pirú, o de Méjico, que ha aprendido a leer y escribir que el más sabio mandarín de ellos: pues el indio, con veinte y cuatro letras que sabe escribir y juntar, escribirá y leerá todos cuantos vocablos hay en el mundo, y el mandarín con sus cien mil letras estará muy dudoso para escribir cualquier nombre proprio (de Martín o Alonso); y mucho menos podrá escribir los nombres de cosas que no conoce, porque en resolución el escribir de la China es un género de pintar, o cifrar (VI: 6). Acosta no cree que la falta de escritura peruana sea falta de los peruanos, sino una simple desigualdad técnica que el i n g e n i o natural de los habitantes sabe resolver. E, incluso, superan en ingenio natural a los europeos:

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De donde se podrá colegir la viveza de los ingenios de estos indios, pues este modo de escribir nuestras oraciones y cosas de la fe ni se lo enseñaron los españoles ni ellos pudieran salir con él, si no hicieran muy particular concepto [comprendieran bien, y asimilaran] de lo que les enseñaban. Por la misma forma de pinturas y caracteres vi en el Pirú escrita la confessión que de todos sus pecados un indio traía para confessarse, pintando cada uno de los diez mandamientos por cierto modo y luego allí haciendo ciertas señales como cifras, que eran los pecados que había hecho contra aquel mandamiento. No tengo duda que, si muchos de los muy estirados españoles les dieran a cargo de hacer memoria de cosas semejantes por vía de imágenes y señales, que en un año no acertara, ni aún qui$á en diez (VI: 7; la cursiva es mía).

Por otro lado, la opinión de Acosta sobre el ingenio personal de los peruanos se extiende a su propio sistema de conservar la memoria. Véase la manera como defiende la capacidad informativa de los quipus: Son quipos unos memoriales o registros hechos de ramales [de cuerdas], en que diversos ñudos y diversas colores significan diversas cosas. Es increíble lo que en este modo alcanzaron, porque cuanto los libros pueden decir de historias y leyes y ceremonias y cuentas de negocios, todo esso suplen los quipos tan puntualmente que admira. Había para tener estos quipos o memoriales oficiales diputados, que se llaman hoy día quipocamayo, los cuales eran obligados a dar cuenta de cada cosa como los escribanos públicos acá, y assí se les había de dar entero crédito. Porque para diversos géneros - c o m o de guerra, de gobierno, de tributos, de ceremonias, de tier r a s - había diversos quipos, o ramales. Y en cada manojo de éstos, tantos ñudos y ñudicos e hilillos atados - u n o s colorados, otros verdes, otros azules, otros blancos- y finalmente tantas diferencias que, assí como nosotros de veinte y cuatro letras guisándolas en diferentes maneras sacamos tanta infinidad de vocablos, assí éstos de sus ñudos y colores sacaban innumerables significaciones de cosas. Es esto de manera que hoy día acaece en el Pirú, a cabo de dos y tres años cuando van a tomar residencia a un corregidor, salir los indios con sus cuentas menudas y averiguadas, pidiendo que en tal pueblo le dieron seis guevos y no los pagó, y en tal casa una gallina, y acullá dos haces de yerba para sus caballos, y no pagó sino tantos tomines y queda debiendo tantos; y para todo esto hecha la averiguación allí, al pie de la obra, con cantidad de ñudos y manojos de cuerdas que dan por testigos y escritura cierta. Yo vi un manojo de estos hilos en que una india traía escrita una confesión general de toda su vida y por ellos se confessaba, como yo lo hiciera por papel escrito, y aún pregunté de algunos hilillos que me parecieron algo diferentes, y eran ciertas circunstancias que requería el pecado para confessarle enteramente. Fuera de estos quipos de hilo tienen otros de pedrezuelas, por donde puntualmente aprenden las palabras que quieren tomar de memoria (VI: 8).

La capacidad extra del sistema incaico suplía la falta de escritura propia -con lo cual no podían comunicar noticias a los ausentes- con un esfuerzo humano de

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los subditos, que comunicaban de viva v o z la noticia a distancia. La 'escritura' suplementaria peruana servía para conservar la m e m o r i a , pero también para comunicarse con los ausentes, c o n ayuda de especialistas de la lectura y de la comunicación rápida: Por acabar lo que toca a esto de escribir, podrá con razón dudar alguno cómo tenían noticia de todos sus reinos - q u e eran tan grandes- los reyes de Méjico y del Pirú, o qué modo de despacho daban a negocios que ocurrían a su Corte, pues no tenían letras ni escribían cartas. A esta duda se satisface con saber que, de palabra y por pintura o memoriales, se les daba muy a menudo razón de todo cuanto se ofrecía. Para este efecto había hombres de grandíssima ligereza, que servían de correos que iban y venían, y desde muchachos los criaban en ejercicio de correr [...] En el Pirú hubo una curiosidad en los correos extraña, porque tenía el Inga en todo su reino puestas postas o correos, que llaman allá chasquis, de los cuales se dirá en su lugar (VI: 10). Pero el aprecio intercultural no se dirige sólo a los 'elementos' eruditos del mundo peruano, sino que se extiende al conjunto de la civilización, a la tecnología privada y colectiva. Así por ejemplo en el campo de la arquitectura, después de alguna constatación de inferioridad técnica, termina por reconocer una superioridad 'funcional' en los casos prácticos a que va destinada. Para todo ello combina una arqueología primaria con una reflexión de su funcionamiento actual: Los edificios y fábricas que los Ingas hicieron en fortalezas, en templos, en caminos, en casas de campo y otras fueron muchos y de excessivo trabajo, como lo manifiestan el día de hoy las ruinas y pedagos que han quedado, como se ven en el Cuzco y en Tiaguanaco y en Tambo y en otras partes, donde hay piedras de inmensa grandeza que no se puede pensar cómo se cortaron y trajeron, y assentaron donde están [...] y no usaban de mezcla, ni tenían hierro ni acero para cortar y labrar las piedras, ni máquinas ni instrumentos para traerlas, y con todo esso están tan pulidamente labradas que en muchas partes apenas se ve la juntura de unas con otras [...] Las puentes que usaban eran de bejucos o juncos tejidos, y con recias maromas asidos a las riberas, porque de piedra ni de madera no hacían sus puentes. El que hoy día hay en el Desaguadero de la gran laguna de Chucuito, en el Collao, pone admiración porque es hondíssimo aquel braso, sin que se pueda echar en él cimiento alguno, y es tan ancho que no es possible haber arco que le tome ni passarse por un ojo, y assí del todo era impossible hacer puente de piedra ni de madera. El ingenio e industria de los indios halló cómo hacer puente muy firme y muy segura, siendo sólo de paja, que parece fábula v es verdad (VI: 14). Lo m i s m o sobre el sistema político, sobre el que también se proyecta una imagen utópica de admiración. Admiración que satisfizo profundamente a los ilustrados c o m o Voltaire, que usaban los informes jesuítas en sus trabajos de his-

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tona exótica y admiraban sus empresas político-misionales (en particular, el sistema misional del Paraguay). Al respecto, Raynal admitía ya que este sistema paraguayo de misiones 'autosuficientes' y dignas se había inspirado de la admiración jesuita al sistema incaico, que ellos trasladaron parcialmente al Chaco y área amazónica guaraní. Asunto sobre el cual debemos seguir investigando, pero para el cual las evidencias del valor modélico de Juli (en el Titicaca) respecto de las misiones en Paraguay permiten pensar en su amplia verosimilitud: Y sin duda era grande la reverencia y afición que esta gente tenía a sus Ingas, sin que se halle jamás haberles hecho ninguno de los suyos traición: porque en su gobierno procedían no sólo con gran poder sino también con mucha rectitud y justicia, no consintiendo que nadie fuesse agraviado [...] en tanto grado que ni emborracharse ni tomar una majorca de maíz de su vecino se atrevían. Tenían por máxima estos Ingas que convenía traer siempre ocupados a los indios, procurando no estuviessen ociosos [...] El castigo por los delitos era riguroso: assí concuerdan los que alcanzaron algo de esto que mejor gobierno para los indios no le puede haber, ni más acertado (VI: 12).

Acosta sigue al abogado Polo de Ondegardo en su admiración de la prudencia política y económica de los incas, pues no se trata solamente de un estado 'policial' o de un paternalismo anulador de la libertad -como pensarán en el siglo xix gentes como Prescott- sino de un sistema de reparto tributario inteligente, respetuoso de la organización civil previa: En todos sus pueblos usaban dos parcialidades, que eran de Hanansaya y Urinsaya, que es como decir 'los de arriba' y 'los de abajo'. Cuando se mandaba hacer algo o traer al Inga, ya estaba declarado cuánta parte de aquello cabía a cada provincia y pueblo y parcialidad: lo cual no era por partes sino por cuotas, conforme a la cualidad y possibilidad de la tierra (VI: 13).

Esta admiración 'práctica' por el sistema tributario incaico terminaba por afectar a las concepciones europeas más íntimas, las relacionadas con la libertad. Recuérdese que los jesuitas eran abanderados del 'libre arbitrio' frente a los dominicos y, sobre todo, frente a los luteranos. Y en nombre de esa defensa, se oponían a la 'tiranía' (dominio sin leyes, del que Acosta acusó al virrey Toledo y a su propio prepósito general el P. Acquaviva, junto con el P. Mariana). Tiene interés cómo el P. Acosta admite que cierta esclavitud civil es tolerable si hay inteligencia política, para dar uso legítimo a la exigencia de prestación laboral. Parece adivinarse, por un lado, una solapada crítica al sistema de imposición español, que no lograba la anuencia de los subditos. Pero, sobre todo, se adivina una identificación total como con el sistema político incaico, que deja a cada uno satisfecho con su parte. Incluso a la parte religiosa:

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Las minas de plata y oro (de que hay en el Pirú maravillosa abundancia) labraban indios que se señalaban para aquello, a los cuales el Inga proveía lo que habían menester para su gasto, y todo cuanto sacaban era para el Inga. Con esto hubo en aquel reino tan grandes tesoros [...] Pero la mayor riqueza de aquellos bárbaros reves era ser sus esclavos todos sus vasallos, de cuyo trabajo gozaban a su contento. Y lo que pone admiración, servíanse de ellos por tal orden y por tal gobierno que no se les hacía servidumbre, sino vida muy dichosa. Para entender el orden de tributos que los indios daban a sus señores es de saber que, en assentando el Inga los pueblos que conquistaba, dividía todas sus tierras en tres partes. Ningún hombre de consideración habrá que no se admire de tan notable y próbido gobierno pues, sin ser religiosos ni christianos, los indios en su manera guardaban aquella tan alta perfección de no tener cosa propria y proveer a todos los necessario, y de sustentar tan copiosamente las cosas de su religión y las de su rey y señor (VI: 15).

Esta providencia del gobernante se corresponde, por otro lado, con una responsabilidad del ciudadano que se declara económicamente autosufíciente en su economía doméstica, casi en grado de 'santidad' personal: [...] que ninguno ha menester a otro para las cosas de su casa y persona, como es calcar y vestir y hacer una casa, y sembrar y coger, y hacer los aparejos y herramientas necessarias para ello. Y cuasi en esto imitan los indios a los institutos de los monjes antiguos, que refieren las Vidas de los Padres (VI: 15).

3. De la utopía a la pluralidad cultural Como decíamos, la aceptación del sistema cultural incaico y mejicano va llevando progresivamente al P. Acosta a la comprensión de las condiciones particulares bajo las cuales puede funcionar 'normalmente' un sistema cultural nuevo. Este tipo de consciencia conduce a la tolerancia cultural, y en algunos casos a la comprensión de la 'lógica' del sistema cultural ajeno, aunque entre en contradicción con el propio. Esto ocurre a varios niveles, desde la vida publica a la moral propiamente dicha, e incluso la religión (como veremos, con salvedades inevitables). Así, a un nivel meramente material, Acosta se permite comparaciones entre peruanos y mejicanos prehispánicos llenas de interés antropológico, a pesar de su rudimentariedad. Los elementos manejados para la descripción son, casi todos, laicos y neutrales: No sabría yo decir fácilmente cuál de éstos haya sido más poderoso reino. Porque en edificios y grandeza de corte excedía el Motefuma a los del Pirú: en tesoros y riqueza, y grandeza de provincias excedían los Ingas a los de Méjico. En antigüedad era más antiguo el reino de los Ingas, aunque no mucho; en hechos de armas y victo-

36 rias paréceme haber sido iguales [... pero] en una eran bien diferentes: que en los mexicanos la sucessión del reino era por elección como el imperio romano, y en los del Pirú era por herencia y sangre como los reinos de España y Francia (VI: 11). A nivel meramente políticológico, c o m o se ve, Acosta se enfrenta de m o d o laico con la superioridad relativa entre pueblos bárbaros y cristianos. Esta 'neutralidad' intercultural persiste con el tema moral de la poligamia incaica, e incluso con el incesto, al que se enfrenta con una frialdad asombrosa. Y lo mismo por lo que respecta a los problemas de herencia y sucesión política: Muerto el Inga que reinaba en el Pirú, sucedía su hijo legítimo: y tenían por tal el que había nacido de la mujer principal del Inga, a la que llamaban Coya - y ésta, desde uno que se llamó Inga Yupangui, era hermana suya, porque los reyes tenían por punto [= de honra] casarse con sus hermanas- [...] Con el difunto [...] guardaban una grandeza - q u e lo es, grande- y es que ningún rey que entraba a reinar de nuevo heredaba cosa alguna de la vajilla y tesoros y haciendas del antecessor, sino que había de poner casa de nuevo y juntar plata y oro y todo lo demás de por sí, sin llegar a lo del defunto. Lo cual todo se dedicaba para su adoratorio o guaca, y para gastos y renta de la familia que dejaba, la cual con su sucessión toda se ocupaba perpetuamente en los sacrificios y ceremonias y culto del rey muerto: porque luego [=enseguida] lo tenían por dios, y había sacrificios y estatuas y lo demás. Por este orden era inmenso el tesoro que en el Pirú había, procurando cada uno de los Ingas aventajar su casa y tesoro al de sus antecessores (VI: 12). También para los subditos se admite que el c ó d i g o penal puede ser bueno, pero no por parecerse al propio sino a pesar de ello. Es admirable la manera c o m o intenta el P. Acosta entender la lógica de la moral sexual incaica, evitando condenaciones personales, Los homicidios y hurtos castigaban con muerte, y los adulterios e incestos con ascendientes y descendientes en recta línea también eran castigados con muerte del delincuente. Pero es bien saber que no tenían por adulterio tener muchas mujeres, o mancebas, ni ellas tenían pena de muerte si las hallaban con otros, sino solamente la que era verdadera mujer con quien contraía matrimonio, porque ésta no era más de una y recibíase con especial solemnidad y ceremonia, que era ir el desposado a su casa o llevarla consigo, y ponerle él una ojota [=sandalia] en el pie (VI: 18). D e b e m o s ahora poner punto final a este repaso textual, posiblemente limitado. M e he ocupado recientemente de su tratamiento 'científico' de las religiones indígenas, a pesar de las dificultades que tuvo para publicar esos temas 'demon í a c o s ' , bajo una c e l o s a Inquisición dominica que impedía publicar en lengua vernácula de asuntos idolátricos, incluidos los bíblicos (Del Pino Díaz, 2 0 0 2 ) .

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Más que conformarse con una obra notable, hoy habría que establecer cotejos de crónicas, e incluso series, para tratar suficientemente este problema de la 'conciencia europea sobre la pluralidad cultural'. Sin embargo, puesto que ya se reúnen ejemplos varios de tal conciencia tolerante en una sola fuente como ésta, y dado el rango de particularidad del P. Acosta (autor influyente de manuales misionales y relatos indianos muy divulgados, y asesor concurrido de virreyes, concilios y reyes en una época en que las 'letras sagradas' tenían relevancia política), no cabe despreciar la 'representatividad' general para su época de su simple caso. Pero no para todo el mundo, actualmente, la personalidad del P. Acosta es abierta hacia las particularidades naturales y morales del Nuevo Mundo. Mucho se ha discutido sobre la cerrazón intelectual de sus convicciones en el libro de la religión (especialmente por lascasistas como Vidal Abril, Gustavo Gutiérrez, J. Lafaye, o D. Brading) y sobre sus compromisos con instituciones inquisitoriales 4 . Pero cada época, como cada edad en un hombre, tiene sus rankings máximos de tolerancia. Admitamos, al menos, que un hombre que se declara convencido de la necesidad de superar prejuicios referidos al Tercer Mundo 5 debe ser oído, y no solamente cuando se refiere a las descripciones etnográficas o naturales en que no tiene intereses personales, o religiosos en su caso. También, para terminar, cuando enumera sus intenciones científicas para escribir su historia resultan simplemente admirables para cualquier lector de hoy, por su apertura intercultural: [Además de] deshacer la falsa opinión que comúnmente se tiene de ellos como de gente bruta, bestial y sin entendimiento [...] el otro fin que puede conseguirse con la noticia de las leyes y costumbres y policía de los indios es ayudarles y regirles por ellas mismas [...] que son como sus leyes municipales. Por cuya ignorancia se han cometido yerros de no poca consideración [...] Que, [a]demás de ser agravio y sinrazón que se les hace, es en gran daño por tenernos aborrecidos [...] (VI: 1).

Bibliografía Acosta, José de (1954): Obras del P..., por el P. Francisco Mateos, S. J., Biblioteca de Autores Españoles. Madrid: Ed. Atlas. Burga, Manuel (1988): El nacimiento de una utopía: muerte y resurrección de los Incas. Lima: Instituto de Apoyo Agrario.

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Para un debate al respecto, ver Del Pino Díaz, 2002. Literalmente, pero no en nuestro sentido contemporáneo, en grados de excelencia económica, sino en orden de conocimiento: el Viejo mundo con Europa, Asia y Africa, como primero; y ambas Indias, el Nuevo Mundo y Oceanía como segundo y tercero. 5

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Del Pino Díaz, Fermín (1978): "Los reinos de Méjico y Cuzco en la obra del Padre Acosta", en Revista de la Universidad Complutense. Madrid, XXVIII, 117,13-43. — (1980): "Contribución del Padre Acosta a la constitución de la Etnología. Su evolucionismo", en Santiago Garma, Actas del Primer Congreso de la Sociedad Española de Historia de las Ciencias, 481-517. Madrid: Publicaciones de la Diputación Provincial. — (1985):"E1 misionero español José de Acosta y la evangelización de las Indias orientales", en Missionalia Hispánica, vol. XLII, 275-298, Madrid. — (1992):"Humanismo renacentista y orígenes de la Etnología: A propósito del P. Acosta, paradigma del humanismo antropológico jesuíta", en B. Ares, J. Bustamante, F. Castilla y F. del Pino: Humanismo y visión del otro en la España moderna. Madrid: CSIC, 379-429. — (1993): "La civilización indiana, como criterio de diferenciación misional para el P. Acosta", Congreso Internacional de Historia. La Compañía de Jesús en América: evangelización y justicia. Siglos xvu y xvm. Actas, 251-259. Córdoba: Imprenta San Pablo, S.L. — (1999): "Hermenéutica y edición crítica de la 'Historia natural y moral de las Indias', del P. Acosta", en Ignacio Arellano y José A. Rodríguez Garrido (Eds.): Edición y anotación de textos coloniales hispanoamericano. Pamplona-Madrid: Ed. de la Universidad de Navarra-Iberoamericana-Vervuert, 503-530. — (1999a): "Humboldt y la polémica de la ciencia española", en Cuadernos Hispanoamericanos, 586,35-43. — (2000): "Las historias naturales y morales de las Indias como género: orden y gestación literaria de la obra de Acosta", en Histórica (Lima), XXIV (2), 295-326. — (2002): "Apología americana y conciencia nacional en las crónicas de Indias: la estela histórica del padre Acosta.", en Catherine Poupeney Hart y Albino Chacón Gutiérrez (coord.): El discurso colonial: construcción de una diferencia americana. Heredia (Costa Rica): Editorial Universidad Nacional, 99-133. — (2002): "Misioneros, inquisidores y demonios americanos", en Demonio, Religión y Sociedad entre España y América, coord. por Fermín del Pino Díaz. Madrid: Biblioteca de Dialectología y Tradiciones Populares, XXXV, CSIC, 139-160. Flores Galindo, Alberto (1988): Buscando un inca: identidad y utopía en los Andes. Lima: Ed. Horizonte. Pereña, Luciano y otros (1984/1987): De procurando Indorum Salute... Madrid: CSIC, Corpus Hispanorum de Pace, XXIII y XXIV.

Técnicas indígenas y españolas en el beneficio de la plata en el Perú colonial (siglos XVI-XVII) Carlos Contreras Pontificia Universidad Católica del Perú

1. Introducción En el Perú la minería, como actividad propiamente económica, nació en el período hispánico de la historia del país ya que, si bien anteriormente hubo extracción y refinación de metales preciosos, ello se hizo con fines más bien religiosos y ceremoniales, por lo que se trató de operaciones de pequeña escala. Existía una tradición metalúrgica indígena prehispánica, pero ideada sobre todo para el trabajo con minerales de muy alta ley. Asentada la conquista española del imperio Inca se inician, en la década de 1540, las operaciones mineras en una dimensión inédita en el país. Lugares como Carabaya, Porco y Potosí fueron los primeros asientos mineros, en torno a los cuales se crearon aldeas y poblaciones. Luego de una etapa inicial, prolongada más o menos hasta 1560, la plata se convirtió en el principal producto minero del país desplazando al oro, que hasta el momento había competido con ella 1 . A partir de la década de 1570 cobraría también importancia la producción de azogue o mercurio, con plaza en Huancavelica. Esta sustancia había sido también explotada por los indígenas, pero asimismo con fines rituales o ceremoniales, más que económicos 2 . Los conquistadores y colonos españoles no eran siempre expertos en el tema minero. Se trataba a veces de encomenderos o de simples "soldados". El interés que tenían en los metales preciosos llevó, sin embargo, a que en la segunda mitad del siglo xvi se trajeran al reino andino varios expertos españoles en la ciencia metalúrgica. La contraparte indígena se dio, tempranamente, en el rubro de la ubicación (o cateo) de los yacimientos. La historia de los primeros asientos mineros, como Potosí, Huancavelica, Castrovirreina, entre otros, contienen siempre la leyenda de que el hallazgo resultó del relato de un indígena a un español acerca de estos tesoros. Estos relatos, en los que se mezcla desde luego la realidad con la ficción, suelen puntualizar asuntos como el azar (alguien que se quedó dormido por

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Sobre la producción minera en el siglo xvi, ver Alvara Jara 1966. Véase sobre el mercurio en Huancavelica, Lohmann 1949.

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casualidad, mientras descansaba en un viaje, o encendió una fogata para calentarse al verse perdido en la noche en el campo) o el premio a un buen comportamiento (el español que fue bueno con el indio, recibe como premio la "revelación" del tesoro), en los que traslucen la influencia de ideas mágicas y cristianas. Pero el intercambio de conocimientos ocurrió también en el campo del beneficio o metalurgia de los metales; es decir, la transformación del mineral bruto desprendido de la mina, en metal puro. Las técnicas indígenas prehispánicas en materia metalúrgica se habían basado en el uso del calor para fundir el metal buscado3. El procedimiento de fundición era también conocido y utilizado en Europa, pero en uno y otro caso variaba el ingrediente usado como combustible en los hornos de fundición, el diseño de estos mismos, así como la preparación de los minerales para posibilitar o mejorar la operación de fundición. La metalurgia, como veremos, fue un terreno fértil para el intercambio de tecnologías. Ya que los europeos (no sólo españoles, sino también portugueses e italianos, llegaron al Perú en el siglo xvi para establecerse en los asientos mineros) dominaban la técnica de la fundición, pero no estaban familiarizados con las materias combustibles existentes en los Andes ni con los materiales refractarios con que pudieran construirse los hornos4 Aunque a la fecha se cuentan por centenares los estudios referentes al mundo de la producción minera en el Perú virreinal, no existe todavía ningún trabajo que compendie, aunque sea de modo general, el arte metalúrgico alcanzado durante dicha época en nuestro país5. Disponemos, ciertamente, de monografías puntuales sobre personajes claves como Enrique Garcés, Alvaro Alonso Barba, Antonio de Ulloa o Federico Mothes6; asientos mineros específicos como Huancavelica, Potosí, Huantajaya o Hualgayoc7; cuadros panorámicos de la minería del país para períodos precisos como los de finales del período virreinal8, o sem-

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Sobre la metalurgia andina prehispánica, véanse los trabajos de Heather Lechtman. Cf. con Soldi 1985. 4 Para la construcción de los hornos debía utilizarse materiales muy resistentes al calor, ya que de lo contrario ellos se fundirían también durante la operación metalúrgica. De otra parte, dichos materiales debían ayudar a concentrar el calor sobre los minerales, en vez de retenerlo o servir de fuga del calor; ésta era su cualidad "refractaria". 5 En un recuento bibliográfico de la historiografía minera sobre el Perú hecho por el autor en 1992, encontré que de 418 referencias, 246 (o sea, más de la mitad) se ocupaban del período colonial. A la fecha, el número debe de haber aumentado. 6 Véase Lohmann 1948, Barnadas 1986, Molina Martínez 1995 y Contreras 1992. 7 Véase Lohmann 1949, Whitaker 1941, Assadourian 1979, Bakewell 1989, Tandeter 1992, Villalobos 1986 y Contreras 1995. 8 Fisher 1977.

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blanzas globales sobre la actividad minera como la del recordado Mario Samamé Boggio 9 ; pero carecemos, reitero, de un balance general sobre el aspecto propiamente metalúrgico. Insustituible y señera sigue siendo en consecuencia la obra del ingeniero químico español Modesto Bargalló, publicada en 1955, y referida a todo el ámbito hispanoamericano, aunque con particular énfasis en México 10 . Dos consecuencias se derivan de esa carencia. De un lado, que con la salvedad de unos cuantos eruditos como los citados en las notas previas, el enfoque predominante sobre la metalurgia peruana colonial siga siendo la elaborada por los viajeros centroeuropeos de finales del siglo xvm y el siglo xix, entre quienes destacan para el área peruana Alejandro de Humboldt y Antonio Raimondi. Estos observadores desdeñaron como arcaicos e inhumanos los procedimientos metalúrgicos operantes en su época, terminando por difundir una visión anacrónica de la tecnología colonial construida desde la Ilustración y el Liberalismo. Cuando en las postrimerías de la época colonial los expertos alemanes trataron de introducir su nueva tecnología tropezaron, sin embargo, con una serie de obstáculos que probablemente los llevaran a revalorar la tecnología que antes despreciaron, en el sentido de que finalmente resultaba la más eficiente en el marco de condiciones que debía enfrentarse". Algo similar ocurrió después de la Independencia con las empresas mineras europeas que se instalaron fugazmente en algunos países latinoamericanos. De otro lado, de aquella carencia de estudios se deriva que en la historiografía sobre la historia económica mundial los aportes de la metalurgia americana no sean considerados en su real magnitud. Llegando a señalarse con todo desparpajo, en un reciente y exitoso manual de historia económica mundial, que los métodos de beneficio de la plata en América fueron llevados por mineros alemanes en el siglo xvi 12 . Las páginas que siguen no pretenden, por supuesto, llenar aquel vacío. Ello tendría que ser el resultado de un proyecto de investigación mucho más prolongado. Su propósito es simplemente llamar la atención sobre tal carencia, así como presentar una cronología básica de la metalurgia peruana de la plata durante los siglos xvi y XVII. Por lo mismo nos basaremos únicamente en la bibliografía disponible, incluyendo la de los cronistas testigos de los acontecimientos. Los episodios principales del proceso de dicha metalurgia podrían ser itemizados como sigue: 9

Samane Bioggio 1979-1986 (14 tomos). El tomo I está dedicado a la Historia. Bargalló 1955. " Ilustrativa fue, por ejemplo, la actitud del logroñés Fausto de Elhuyar, quien dirigió la expedición reformadora en el virreinato de Nueva España. 12 Tal es el juicio de Rondo Cameron en su muy divulgada obra de 1990: 147. 10

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i. Los hornos indígenas de beneficio de los metales preciosos, conocidos como huayras. Tecnología dominante durante las décadas de 1540 a 1570. ii. La adaptación del método de Bartolomé de Medina a la minería peruana, proceso iniciado en 1559 y que alcanzó sucesivos logros en las décadas finales del siglo xvi. iii. La obra de Alvaro Alonso Barba, publicada en 1640, a la vez que continuó el perfeccionamiento del método de Medina, fue la que propuso nuevas técnicas y conocimientos metalúrgicos. Veamos el estado de la cuestión sobre ellos.

2. Los hornos de huayra Los primeros yacimientos argentíferos explotados durante la Colonia contenían minerales de ley muy alta. Eran las piedras conocidas como tacanas o "plata machacada", que ya los indígenas habían explotado en la era prehispánica. El método de beneficio se redujo a un procedimiento de fundición dominado por la población nativa y que es descrito por varios cronistas. Al alcanzar por la acción del fuego el punto de fundición, la plata quedaba separada del resto de escorias o minerales, tal como lo describe el padre Acosta, quien estuvo en el Perú entre 1572 y 1585: El modo de labrar y beneficiar la plata que los indios usaron fue por fundición, que es derritiendo aquella masa de metal al fuego, el cual echa la escoria a una parte y aparta la plata del plomo, y del estaño y del cobre y de la demás mezcla que tiene 13 .

Las materias usadas como combustible eran un tipo de leña, el quinual, y la taquia o estiércol de las llamas. Ambas tenían como inconveniente, sin embargo, generar poco calor, respecto de otros tipos de leña y carbones mineras y vegetales. El quinual, además, se consumía rápidamente y era necesario estar alimentando continuamente el fuego con más ramas. Comenta Pedro Cieza de León, en fecha mucho más temprana (c.1550), que los españoles quisieron mejorar el procedimiento mediante el empleo de fuelles de cuero que avivasen el fuego y lograsen por ende más energía calórica, pero sin conseguir buenos resultados en todos los casos. En la mina de Potosí, que era el principal asiento de plata, sea por "la reciura del metal [...] o algún otro misterio" el mineral no se fundía aplicando viento artificial, sino que sólo aceptaba el

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Acosta 1985: 148.

43 viento natural (el "misterio" tenía que ver con el tipo de combustible). Prosigue entonces Cieza: [...] y al fin, como para todas las cosas puedan hallar los hombres en esta vida remedio, no les faltó para sacar esta plata, con una invención la más estraña del mundo, y es, que antiguamente, como los ingas fuesen tan ingeniosos, en algunas partes que les sacaban plata, debió no querer correr con fuelles, como en ésta de Potosí, y para aprovecharse del metal hacían unas formas de barro, del talle y manera que es un albahaquero [especie de sahumador] en España, teniendo por muchas partes algunos agujeros o respiraderos. En estos tales ponían carbón, y el metal encima; y puestos por los cerros y laderas donde el viento tenía más fuerza, sacaban dél plata, la cual apuraban y afinaban después con sus fuelles pequeños, o cañones con que soplan 14 . El cronista no sólo describe el procedimiento; identifica además claramente la paternidad del método (los Incas), aun cuando sin poder desentrañar el fundamento físico o químico capaz de explicar por qué las menas de plata aceptaban el viento natural y no el de los fuelles. La limitación del m é t o d o indígena era la dependencia de la naturaleza, puesto que en época de p o c o s vientos los hornos no podían operar: Llaman a estas formas guairas, y de noche hay tantas dellas por todos los campos y collados, que parecen luminarias; y en tiempo que hace viento recio se saca plata en cantidad; cuando el viento falta por ninguna manera pueden sacar ninguna" (ibíd.). Luis Capoche, cronista andaluz que viviera en Potosí y ganárase la vida c o m o minero durante las décadas de 1570 y la primera del siglo x v n , ofrece empero una visión mucho menos indigenista de la técnica de la huayra. En su obra fechada en 1585, cuando ya funcionaba el nuevo método de beneficio por amalgama con azogue, critica la falta de uso de fuelles en la técnica indígena, c o m o carencia debida al poco ingenio de los naturales: Como los naturales de este reino y todas las naciones occidentales del Nuevo Mundo de las Indias sean de su natural de poco ingenio y faltos de imaginativa para inventar los instrumentos necesarios y convenientes a las obras que hacían, y así vivían con una grande ignorancia de lo que había en el mundo como si no nacieran en él. Y por no tener uso de fuelles para hacer sus fundiciones, usaban estos indios del Perú de unos cañones de cobre de tres palmos de largo que soplaban con la boca con trabajo. Y a las fundiciones que era menester más fuerza, aprovechábanse del mismo vien-

14

Cieza de León 1553: cap. CIX.

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to, haciendo en el campo, en las partes altas, unos hornillos de piedras sueltas, puestas unas sobre otras sin barro, huecas a manera de unas torrecillas, tan altas como dos palmos. Y ponían el metal con estiércol de sus ganados y alguna leña, por no tener carbón; e hiriendo el viento por las aberturas de las piedras se fundía el metal15.

El discurso de Capoche muestra claramente un prejuicio respecto de la calidad intelectual y tecnológica de los indígenas, actitud muy distinta al espíritu más bien renacentista de un Cieza de León, mucho más abierto a reconocer las virtudes del mundo no europeo. Aunque Capoche era un conocedor de la minería potosina, el criterio de Cieza al reconocer no como limitación, sino en cambio como hábil conocimiento, el no uso de fuelles en la fundición por huayra, tiene como aval que este último cronista estuvo en Potosí en el tiempo de apogeo de la huayra, (c.1550), y pudo enterarse mejor de la razón de las preferencias técnicas 16 . De otra parte, sin embargo, habría que decir en favor de Capoche, que él era un mucho mejor conocedor que Cieza de León, de las técnicas metalúrgicas. La discrepancia entre el testimonio de Cieza y el de Capoche no termina aquí. Mientras aquél indicó la autoría nativa de los hornos de huayra de barro, Capoche la adjudica a un español. Dice éste así: Y el tiempo que es maestro e inventor de las artes, enseñó a hacer de barro, por industria de Juan de Marroquí, natural de (blanco), unas formas de barro de la hechura de esta demostración [no aparece la figura], que llamaron guayrachina o guaira, que hasta hoy conservan y usan, donde funden los metales con facilidad y sin el trabajo de las fundiciones de fuelles, que es muy costosa y no tan provechosa para los metales de aquí como lo es la guaira en el tiempo que corre recio viento, porque no siendo así no es de provecho (ibíd., 110).

Finalmente Capoche reitera el argumento de Cieza: el uso de fuelles no resulta idóneo para los minerales de Potosí, pero termina adjudicando a un español el diseño de los hornos de huayra, puesto que los indígenas sólo habrían usado los de piedra suelta, a modo de pircas11. Escribiendo en las postrimerías de la década de 1590, Baltasar Ramírez hizo una descripción de los hornos de huayra, que se asemeja bastante al dibujo que, décadas después, ofreciera Alvaro Alonso Barba. Anota Ramírez:

15

Capoche 1959: 109-110. El padre Acosta respalda la opinión de Cieza, al señalar que había minerales que no alcanzaban la fundición con el empleo de fuelles. 17 Juan de Marroquí volvióse rico con su invento. Volvió a España y se casó en Sevilla, refiere Capoche. En el zaguán de su casa hizo grabar un escudo de armas con el dibujo de la 16

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Estos son hornos portátiles, de forma de una caxuela, hecha de barro crudo de un dedo de grueso; tiene una bara o poco mas de alto, y una tercia de ancho en el pie; de allí va ensanchando hasta media vara en lo más alto; está lleno de ojos o bocas por la delantera, por donde recibe el viento con que se enciende y funde, y en los lados y espaldas tiene otros ojos, pocos y pequeños, por donde sale el humo. [•••] al pie del horno tienen puesta una cazuela de barro crudo, donde va goteando el plomo que corre del metal, y allí se haze tejuelos, los quales después refinan de otra manera que tienen de hornos para refinar, donde se haze plata [...]18.

Para el beneficio de la huayra los minerales eran previamente molidos y lavados, para retirar la tierra suelta. A cada dos partes de mineral le añadían una de soroche. Este era un mineral de plomo que contenía también alguna plata, pero de baja ley (dos o tres pesos por quintal), comparada con la que se echaba a la fundición, y que por lo mismo era imposible de ser beneficiada por sí sola con provecho. Incorporaban además residuos de fundiciones pasadas (llamadas crazas o cendradas). Esta mezcla era colocada en el horno, mezclada con agua, a fin de que el viento no se lleve el polvo del mineral; en la parte inferior se emplazaba la leña o estiércol del ganado auquénido (taquia) y dábasele fuego, que el viento avivaba al entrar por las aberturas u ojos del horno. El soroche se fundía primero, por ser más blando y plomizo y ayudaba así a la fundición de la plata, todo lo cual iba destilando al recipiente colocado debajo. Con admiración Capoche comentaba que: [...] los cuatro elementos están ocupados en el beneficio de la plata: la tierra nos da el metal, el fuego lo refina, el agua lo lava y ayuda, el viento lo sopla y hace los fuelles, que parece que están sirviendo y haciendo favor al hombre, socorriéndole con la plata que de allí procede para la necesidad de la vida (Capoche 1959: 110).

La pasta así conseguida contenía todavía mucho plomo, debido al soroche; de modo que era menester volverla a fundir en unos hornillos caseros, en los que el plomo se sublimaba (convertíase en humo) y quedaba finalmente ya la plata refinada. Acosta refiere que por término medio se obtenían entre treinta y cincuenta pesos de plata por quintal (op. cit. [5], 157). Las piezas de mineral muy rico (las tacanas, con ley superior a cincuenta marcos por quintal, o sea más de 400 pesos) no eran metidas dentro del horno,

huayra que había patentado, "[...] y siendo yo muchacho la miraba con otros, que no podíamos atinar qué blasón fuese" (Capoche 1959 [15]: 110). 18 Balthasar Ramírez, Description..., en Maúrtua 1906: 349-350. También Capoche (1959 [15]: 119) ofrece una descripción muy parecida.

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sino en la cazuela al pie del mismo, y se fundían con la pasta que iba destilando del horno. Siempre despectivo con los indígenas, sea porque así fuese cierto o porque a ellos se lo achacaba injustamente, Capoche (1959 [15]: 111) refirió que ellos no esperaban pacientemente el final del proceso. Si no que retiraban el metal antes de que se hubiese evaporado todo el plomo, y aún le añadían mañosamente cobre para disfrazar el entuerto, con la consecuencia de una plata impura, que apenas contenía 800 ó 900 maravedís de ley, en lugar de los 2.230 que debía tener. De esto resultaban perjudicados tanto los comerciantes, que recibían dicha plata a cambio de sus mercaderías, como los propios indios, que al querer pagar sus tributos recibían el rechazo de dicha plata al hacerse el ensaye19. Aunque el sistema de la huayra fue desplazado en la década de 1570 por el de la amalgama con azogue (o método de Medina), no fue abandonado enteramente. Siguió siendo usado para los minerales de alta ley o pacos. Por lo mismo los hornos fueron perfeccionados con el empleo de un sistema de reverberación, descrito por Bernabé Cobo en los mediados del siglo xvn: La fundición por reverberación se hace echando los metales en unos hornos de hechura de los de cocer pan, salvo que la boca por donde se les da fuego está poco más de un codo alta del suelo del homo y hecho en ella un pequeño hornillo atravesado, donde se echa la leña y se da fuego; cuya llama entrando por la boca del horno adentro, baña todo su techo y bóveda, con cuyo calor se derriten los metales, que están en el suelo debajo de la llama. Enfrente desta boca tiene el horno, otra muy pequeña, de la cual comienza la chimenea, que sube algo más alta que el horno; por donde sale el humo. Fuera destas dos bocas, lo demás cerrado por todas partes mientras arde [...] Echanse los metales en este horno así como los sacan de las minas, sin molerlos [...], y suélense echar en cada hornada cincuenta quintales. Dáseles fuego sin cesar por cuarenta horas, poco más o menos 20 .

La ventaja de los nuevos hornos eran varias; consistían en un mejor aprovechamiento del calor y en la prescindencia de fuelles (lo que implicaba menor requerimiento de trabajadores e implementos) y de la necesidad del viento. Asimismo ya no se requería la molienda de los minerales, lo que economizaba tiempo y recursos en ingenios y mano de obra. Su desventaja era que se necesitaba reconstruir los hornos para cada operación.

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Precisamente como remedio a esta situación fue por lo que el virrey Toledo abrió una Casa de Moneda en Potosí en 1572, de modo que dejase de circular la plata en pedazos o "tejos", como hasta entonces. 20 Cobo 1964: vol.I, 144.

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Una vez que la escoria era apartada de la plata, ésta caía derretida y al enfriarse tomaba un color plomizo. Esta materia era conocida como caldo, que en proporción venía a representar de seis a diez quintales de los cincuenta quintales de mineral originales. El resto había sido "ido en humo y escoria". Con cincuenta quintales del caldo se procedía a la segunda fundición: "adulzar el metal crudío", por treinta horas. Seguía luego una tercera de doce horas, para lograr purificar la plata del metal plomoso. Esta se realizaba ya en un horno más pequeño y con la ayuda de fuelles por el lado por donde salía la escoria. De este modo el plomo ya desprendido, y que "anda como espuma nadando sobre la plata", era arrojado por el otro lado en forma de greda, quedando en el pequeño horno, al fin, la plata pura (Cobo 1964: 145). Los hornos de reverbero son ya descritos por Barba en su obra escrita hacia 1637, pero no por Capoche en 1585; por lo que puede deducirse que su invención o introducción en la minería del Alto Perú ocurrió en los inicios del siglo XVII. Dos serias limitaciones enfrentaban, sin embargo, los métodos de fundición. Una era su abundante necesidad de combustible; la segunda, que sólo alcanzaba a beneficiar minerales de ley alta. La carencia de combustible ha sido un hecho reiterado en la historia económica de toda América Latina21. Perú no ha sido la excepción. Los centros mineros andinos se hallaban emplazados en la cresta de elevadas cordilleras, desnudas de vegetación. El único arbusto existente era el queñual, que fue rápidamente depredado por la minería de la huayra, de modo que cada vez había que alejarse más jornadas de camino para procurarse esta leña. Aunque el estiércol seco de las llamas (la taquia) supuso algún remedio, no alcanzó a resolver el problema. A veces se echó mano del pasto seco de la puna, llamado ichu, pero su poder calórico era muy limitado. En las inmediaciones de Potosí y otros centros mineros (excepción sería Cerro de Pasco, y algunas minas en la provincia de Cajatambo) no existían yacimientos de carbón mineral. Esta carencia creó una gran diferencia con las minas inglesas y alemanas, que disponían de carbón mineral y vegetal en las proximidades, lo que explica la preferencia europea por los métodos de fundición. Bernabé Cobo comentó que un beneficiador le había informado que anualmente hacía un gasto de seis mil pesos en procurarse leña, mientras sus beneficios horros eran de apenas cien pesos semanales, que hacían tanto como cinco mil al año (146). Es decir: el gasto de leña superaba las utilidades brutas, con lo que su negocio era inviable. La segunda limitación revelóse en toda su dimensión, una vez que se agotaron los ricos yacimientos de la superficie. La ley de los minerales se redujo y el bene-

21

El historiador británico Desmond Platt llega a señalar la falta de recursos energéticos como uno de los factores principales del subdesarrollo latinoamericano.

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ficio ya no era costeable. La producción de plata en Potosí, que había llegado a rebasar los trescientos mil marcos en el tiempo de Cieza de León (c.1550), bajó a menos de doscientos mil en el año de 1570 y la tendencia era declinante. Luis Capoche alcanzó a presentar un cuadro muy vivo de esta decadencia. Comenta que cuando desembarcó en el virreinato, el virrey Francisco de Toledo (1569): [...] halló en la tierra mucha disminución la potencia de plata que había tenido, por haberse acabado los metales ricos de este cerro [Potosí]. Y con esta falta estaba trocada toda la tierra y república que tan felicísima había sido por sus riquezas, que tan pregonadas estaban en el mundo por los ricos despojos que de aquí habían llevado, con que tantos hombres se habían hecho ricos. [...] La memoria de estas cosas daba gran pena, [...] Los metales ricos para guaira ya no se hallaban; los quintos y derechos reales habían venido a mucha disminución; la plata que andaba ya no tenía más que la mitad de la ley; los indios cada día eran menos, por el poco provecho. Las minas que no tenían metales para guaira, que eran las más, no se labraban; [...] (op. cit., 115-116).

El remedio para semejante estado de cosas fue la adopción del beneficio por azogue, patentado en México por el español Bartolomé de Medina, en 1555.

3. La introducción del beneficio del azogue y sus perfeccionamientos El método de beneficio del oro y la plata mediante el uso del azogue (o mercurio, cual es su nombre moderno) fue descrito por primera vez por el italiano Biringuccio en su obra De la Pirothecnia (1540), aunque hay discrepancia acerca de quién fue su inventor. Biringuccio constató que el azogue tenía la propiedad de absorber el oro o la plata, siempre y cuando el mineral que los contuviese fuera reducido a polvo. De esta manera conseguíase separar estos metales preciosos del resto de sustancias con que se presentaba en estado natural. Lograda esta operación, sólo restaba eliminar o separar el azogue de la pasta resultante, para obtener el oro o la plata puros. Mervyn Lang, historiador escocés del uso del azogue en el virreinato de Nueva España, ha anotado que: "[...] la química de la técnica de patio no ha sido nunca comprendida totalmente, a pesar de que se han hecho varios intentos serios con ese objeto" 2 2 . Pero el artificio funcionaba y Medina logró demostrarlo en escala industrial en el virreinato de México. El método de Medina comprendía los siguientes pasos: 1) Trituración y molienda de los minerales destinados al beneficio, hasta conseguir el estado de harina o polvo. Para ello se molía los minerales en inge-

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Lang 1977: 49.

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nios movidos por fuerza hidráulica o animal y luego se cernía el producto a través de coladores o cedazos. 2) Ensalmorado y Encurtido. Colocación de la harina en el patio o circo de beneficio (que se revestía de piedras lizas, que no retuviesen materia); se le humedecía con agua, se le añadía sal en proporción de un 2,5 ó 3 por ciento y se mezclaba. A veces se añadía además algún magistral y cal. 3) Incorporo y repasos. Que era echar el azogue en proporciones que variaban mucho según la calidad de las menas, pero que promediaba un 0,5 por ciento. Se realizaba la mezcla usando caballos que daban vueltas en el circo, o trabajadores que caminaban en medio de la masa, en un procedimiento parecido al de la trilla en el primer caso, o de la vendimia en el segundo. La operación se repetía durante varios días o semanas, a fin de lograr una completa incorporación de las sustancias. 4) Lavado. Una vez que se consideraba que el azogue ya había absorbido la plata (para averiguar lo cual se procedía a ensayes de pequeña escala; del resultado de éstos, a veces se concluía que era necesario añadir más azogue, o más cieno o sal, etc.), se lavaba y separaba en una tina la pella (mixtura de azogue y plata), exprimiéndolas hasta conseguir la forma y tamaño de una piña. 5) Desazogado. Se eliminaba el azogue de la pella por sublimación, recuperándolo por condensación en unos hornos desazogadores que tenían unas largas cañerías de barro para que por ellas fugara el azogue en estado de vapor. Los extremos finales de estas cañerías eran enfriados con trapos húmedos para facilitar la condensación del azogue. Eliminado todo el azogue, quedaba ya solo la plata en la piña. Se la exprimía con unos cedazos para expulsar los restos de azogue. 6) Fundición. Finalmente se fundía la plata obtenida, a fin de obtenerla más pura23. La mayoría de historiadores adjudican a Pedro (o Pero) Fernández de Velasco, minero español presuntamente traído por Toledo desde México, el mérito de la adaptación del método de Medina en Potosí y finalmente en todo el virreinato peruano. Fue en 1572 que Fernández logró culminar un exitoso experimento en Huamanga en presencia del virrey Toledo. Guillermo Lohmann ha precisado, empero, que fue el portugués Enrique Garcés quien primero trató de introducir el método en el año de 155924. El año anterior Garcés había descubierto minas de

23

Ver Bargalló 1955: 127-128. También pueden verse descripciones en Capoche, Acosta, Solórzano y Vásquez de Espinoza. 24 Lohmann 1948.

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azogue en la localidad de Paras, cerca de Huamanga. Viajó inmediatamente a México, donde cobró conciencia de la importancia de su descubrimiento. Ahí reclutó al minero Pedro de Contreras y regresó a principios de 1559 al Perú, trayendo consigo tres quintales de azogue de Almadén, que era el que se proveía en México. En Guayaquil subió al barco que lo transportaba, otro portugués: Pedro Pinto de Sousa, conocedor de la metalurgia, quien se sumó a la aventura. En 1560 Garcés logró obtener 400 marcos de plata en Huamanga usando el beneficio por azogue y se los mostró al virrey Conde de Nieva. Anota Lohmann que ésa fue la primera operación en escala apreciable del método de Medina, hecha en el Perú. Pero como en esos tiempos el sistema de la huayra se mostrase todavía provechoso y suficiente, nadie recogió la novedad y Garcés se contentó con extraer azogue de sus minas en Huamanga y exportar alguna cantidad a México. Tal parece, además, que el portugués no consiguió dominar el beneficio por azogue al punto de convertirlo en una operación auténticamente rentable25. Llegó a pensarse que los minerales peruanos no eran aptos para el procedimiento (Capoche 1959 [15]: 116). Fernández de Velasco - a diferencia de Garcés- no dejó nada escrito acerca de sus operaciones y la adjudicación que a él se hace de la adaptación, obedece a una Cédula de Francisco de Toledo fechada en Lima en 1580, en la que se le hace acreedor a una pensión de 575 pesos ensayados por dos vidas por haber sido "el inventor" del método del azogue en Potosí y haber transmitido su arte a los mineros de dicho asiento. El original de la Cédula no se ha encontrado y la noticia se debe al cronista Fernando Montesinos, quien no goza de buen crédito entre los historiadores. Montesinos refiere con detalle el suceso: Pedro Fernández viajó de Potosí al Cuzco a fin de encontrarse con el virrey Toledo, quien estaba en Visita General por el reino, y le informó que había dado con la forma de beneficiar la plata por azogue en el famoso Cerro Rico del Alto Perú: "[...] y que era el remedio del mundo y conservación de este Reyno". Desde su llegada al virreinato, Toledo había promovido esfuerzos para lograr la introducción del método de Medina en el país. Teniendo el Perú sus propias minas de mercurio (las de Santa Bárbara, en Huancavelica, descubiertas en 1564) era a todas luces ventajosa la adopción del nuevo método. Montesinos transcribe "la plática" entre Fernández de Velasco y el virrey, la que ha sido reproducida o glosada por varios historiadores (Bargalló, Lohmann). La descripción que ahí se hace de la proeza de Fernández no aclara nada el misterio de cuáles habían sido

25 Añade Lohmann que Garcés resultó con quemaduras y heridas permanentes en los ojos, causa de unos de sus ensayes. a

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los obstáculos que, hasta entonces, postergaron la aplicación del nuevo procedimiento. Fernández simplemente repitió en pequeña escala el método de Medina; esto es: pulverizar el mineral, mezclarlo con azogue y depurar luego el azogue de la pasta resultante, conocida como pella. Al parecer era la altura sobre el nivel del mar de las minas peruanas, con el consiguiente enrarecimiento del oxígeno y el frío del ambiente, lo que había frustrado los intentos anteriores, llegando algunos a pensar que eran las condiciones climáticas la razón del fracaso, probando realizar el experimento en Lima. Despréndese, de las descripciones y los experimentos de Garcés, que el problema principal era el excesivo consumo de azogue en que se incurría, lo que tornaba el método en antieconómico. Fernández, auspiciado por el virrey, hizo el experimento público en Potosí y se logró lo que Toledo llamaría, con razón: "el casamiento de más importancia del mundo entre el Cerro de Potosí y el de Huancavelica [...]" (Montesinos, apud Bargalló 1955 [10]). Para aliviar el problema de la baja temperatura reinante en los asientos mineros peruanos, Fernández de Velasco introdujo el uso de tinas o cajones, en vez de los patios de piedra utilizados en México (por los que el método de Medina era conocido en México como método de patio). Para el efecto el patio, de suelo de piedra (muy escogida y lisa, a fin de no entorpecer el proceso químico), era divido con tablas de madera en varios compartimentos o cajones. En caja cajón debían entrar aproximadamente unos 50 quintales (es decir, unas 2,3 toneladas) de mineral, de donde se derivó la costumbre en el Perú de medir la extracción de minerales por cajones. Debajo de los cajones se daba fuego "manso" a la mezcla de mineral molido con azogue, "que sirviese tasadamente de que el metal tomase algún calor y no consumiera el azogue" 26 . Los cajones eran llamados también buitrones y era común cubrirlos con tablas para que el calor obrase más efecto. Si bien de esta guisa consiguió Fernández que no se perdiese excesivo azogue, creó el problema de la necesidad de combustible para calentar la mezcla. Con lo que el método perdía una de sus principales ventajas: ser enfrío. Refiere García de Llanos en su Diccionario preparado en 1609, que los buitrones ya habían dejado de ser calentados para esa fecha: Esta invención, que se dice buitrón, se ha dejado de usar y se hace ya casi todo el beneficio en descubierto, y conocidamente es mejor, porque le es de mucha más importancia al metal repasarse al sol y gozar de él todo el día, que el fuego que con gasto ordinario se le daba. Y para el frío de la noche [la helada] se cubre con cantidad de pellejos. (García de Llanos 1983: 15).

26

García de Llanos 1983: 15.

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Fueron los hermanos Carlos y Juan Andrea Corzo quienes consiguieron en 1587 mejorar el procedimiento de Fernández de Velasco, logrando prescindir del fuego a los buitrones y reduciendo, adicionalmente, el consumo de azogue. La innovación consistió en añadir limaduras de hierro a la mezcla de los buitrones, para lo cual instalaron un ingenio de piedra que iba limando una plancha de hierro a una velocidad que, en el experimento, alcanzó 24 libras de hierro al día, "lo qual es abundancia" (anotó el notario)27. El virrey Enríquez llegó a preocuparse por el menor consumo de azogue que supondría el invento de los Corzo, con probable daño del monopolio del mismo que la Corona tenía instaurado desde el gobierno de Toledo. En realidad la disminución en la pérdida de azogue no era tan grande, ni se obtenía siempre. La verdadera ventaja de la invención de 1587 radicaba en el ahorro de combustible, al no tener que calentarse los buitrones gracias a la adición del hierro, y en el hecho de que podían beneficiarse minerales de ley aún más baja 28 . La Corona española finalmente aceptó la innovación, una vez que se comprobó que con el aumento de la producción minera, no disminuía el consumo de azogue (el excedente del mercado peruano podía, en todo caso, ser derivado hacia México). Y además por el hecho que, dado que el Perú no producía hierro, el mismo tendría que ser importado de España, haciendo crecer su comercio. Las cifras de producción de plata en Potosí muestran el efecto de los sucesivos perfeccionamientos tecnológicos: Promedio anual de la década 1571-1580 327 mil marcos 1581-1590 761 mil marcos 1591-1600 798 mil marcos 1601-1610 753 mil marcos29 La década de 1590 marcó la cota más alta de producción en la historia colonial de Potosí. Durante el siglo xvn la producción fue declinando paulatinamente; cumplido el primer tercio de dicha centuria el promedio anual rondaba entre los 500 mil y 600 mil marcos. Fue en ese contexto de lenta pero persistente decadencia -cuyos orígenes eran, probablemente, más de tipo político y social que econó27

Bargalló (1955: 148-151) transcribe largamente el informe del notario en Potosí, el 6 de noviembre de 1587. 28 Garcí Sánchez y Enrique Garcés, en 1588 y 1589 respectivamente, perfeccionaron con innovaciones menores el invento de los Corzo. Garcés, por ejemplo, logró reemplazar el hierro traído de España por una "arenilla negra" ferrosa que se encontraba en mucha abundancia en la costa peruana. Véase Lohmann 1948: 469. 29 Cifras basadas en Bakewell 1975.

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mico- que el padre Alvaro Alonso Barba escribió en Charcas la obra cumbre de la metalurgia americana: El arte de los metales, publicada en Madrid en 1640.

4. La obra de Alvaro Alonso Barba El libro de Barba, cura originario de Lepe (Huelva, Andalucía), representa la brillante culminación científica de la larga serie de metalurgistas españoles y americanos que trabajaron en la zona sur peruana, entre 1560 y 1640 30 . Hombres como Fernández de Velasco, Enrique Garcés o los hermanos Corzo eran probablemente tan hábiles y experimentados como el padre Barba, pero carecieron de la formación humanista y, tal vez, el empeño intelectual necesarios para plasmar en un "Tratado" su conocimiento metalúrgico. Alvaro Alonso Barba había llegado a estimar en 800.000 pesos el valor del azogue perdido en Potosí, cada año. Presentó al Presidente de la Audiencia de Charcas una propuesta de un nuevo procedimiento de beneficio sin pérdida de azogue, con la solicitud de una recompensa de uno por ciento de los quintos cobrados a los productores (que luego rebajó a sólo medio por ciento, o sea la mitad). Los Oidores de Charcas pidieron ver el experimento. Luego de ello enviaron ya hacia 1635 el expediente, con su parecer, a Lima o a Sevilla. Es de estos afanes que nace El arte de los metales. En el año 1637 es cuando Barba envía el libro al Consejo de Indias, que será publicado tres años más tarde 31 . El libro de Barba parte de establecer las sustancias de que está formada la tierra: metales, piedras, tierras y jugos. La naturaleza las cría y las entremezcla, en un proceso que no está ya dado sino que continúa perennemente. De ahí nace la idea de que el hombre puede intervenir para separar lo que la naturaleza juntó y fundió, o para acelerar la formación de sustancias como los metales. El calor y el frío resultan para Barba las principales fuerzas capaces de ayudar a la separación de las sustancias. Sólo los metales y los jugos logran derretirse con la acción del fuego; pero mientras los metales vuelven al estado de dureza, una vez que se enfrían, no pasa lo mismo con los jugos. Barba defiende la opinión de los alquimistas en el sentido de que los metales están formados de azufre y azogue. El azufre hace que el fuego los consuma, pero la humedad y resistencia del azogue los defiende de ello, al punto que con el calor se funden, pero no se consumen. En el oro y la plata, el azufre y el azogue se hallan tan compenetrados que nunca llegan a consumirse, tal es su maravilla.

30 Hay varias ediciones del libro de Barba. Hasta terminar el siglo XVIII ya se habían realizado ocho, sólo en castellano. Una de las ediciones más recientes es la boliviana de 1939. Sobre la biografía de Barba y la génesis de su obra, puede verse Barnadas 1986.

31

Ibíd.

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Luego de estas generalidades, la obra se ocupa de los modos de beneficio de los metales partiendo del beneficio de Medina o por azogue, y siguiendo con el de Cocimiento -que es de su invención- y culminando con el de fundición. El quinto "libro" está dedicado a la refinación o "apartado" de los metales. Barba insiste mucho en que la clave de un adecuado beneficio es la preparación previa de los minerales: deben separarse según si son aptos para uno u otro modo de beneficio, y limpiarlos cuidadosamente de las malezas y tierras que los acompañan en estado natural. Recomienda que no todos los metales deben quemarse para esta limpieza, como acostumbraban hacerlo los mineros de Potosí y el Alto Perú. Los betunes, al quemarse, comían luego el azogue impidiendo que abracen satisfactoriamente la plata. Se muestra opuesto a la quema de los minerales en estado de harina, debiendo hacerse la operación "en piedra". Recomienda también hacer ensayes previos, para conocer la cantidad de azogue que debe incorporarse al cajón. Añade una serie de indicaciones para el trabajo químico en el cajón: cómo retirar la sal, cómo construir los cajones, cómo practicar el lavado para no perder mucho azogue, etc. Termina esta parte con recetas para lograr con más seguridad el desazogado de las piñas. En suma, este capítulo sintetiza y perfecciona el método "peruano" de beneficio por azogue, aunque debe anotarse que la puesta en marcha de sus indicaciones exigía una mano de obra muy calificada, que tal vez no abundaba en las villas mineras del país. La novedad principal del libro de Barba es, sin embargo, la presentación de su método de "beneficio de los de oro, plata y cobre por cocimiento", llamado también método de cazo. Confiesa Barba haberlo descubierto en 1609 en Tarabuco, a cuarenta kilómetros de ciudad de La Plata (Sucre, Bolivia), y haberlo practicado entre 1615 y 1617 en Tiahuanaco y Lípez, pueblos del altiplano donde ofició de párroco. La esencia del método consistía en hervir con agua la mezcla de mineral pulverizado, azogue y sal, en un perol de cobre (el cazo). La presencia del cobre provocaba la descomposición del cloruro de plata (formado a su vez por la presencia de la sal) y facilitaba así, junto con el calor del hervor, la absorción de la plata por el mercurio. Se trataba, en síntesis, de un método de amalgamación en caliente. El procedimiento incurría, empero, en el mismo problema de los buitrones, o cajones, de Fernández de Velasco de medio siglo atrás; esto es, que lo que se ganaba en ahorro de mercurio, se perdía en la necesidad de combustible para hacer hervir los peroles. Es cierto que el método de cazo de Barba obtenía un notable rendimiento en lo que era sacar plata de los minerales, pero algunos se preguntaban si habría suficiente cobre en el Perú como para construir los peroles necesarios32. La historia

32 Una de las formas de medir la "eficiencia" de un método de beneficio metalúrgico es establecer qué porcentaje del metal contenido en los minerales logra sacar, y - l o que sería el

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posterior ha demostrado ciertamente, como lo sostenía Barba, que el cobre abundaba en el país33. El método de cazo propuesto por Barba en su libro de 1640 no se popularizó, sin embargo, en el Perú. Cuando a finales del siglo xvm la misión Nordenflicht quiso introducir el método de amalgamación conocido como de barriles, o también método de Born, que en cierta forma era una modificación de aquel del padre Barba, no se tenía ni el recuerdo del procedimiento de Cazo propuesto por éste. Ello, a pesar de que el libro fue varias veces reimpreso durante esos ciento cincuenta años. El nuevo método fue poco aplicado también en el Perú, por la escasez de combustible, y por el hecho de que el gobierno colonial a partir de la segunda mitad del siglo XVII inició una política de subsidio en la venta del mercurio. De este modo, los mineros no estaban muy motivados por conseguir ahorros en su consumo34. Alvaro Alonso Barba viajó a España en 1658, donde permanecerá hasta su muerte, cuatro años después. En el permiso que se le concedió figuró la esperanza de que en la península pudiera desarrollar una labor docente en materia metalúrgica. Barba llegó, incluso, acompañado de otros beneficiadores potosinos, como Agustín Núñez de Zamora y Juan de Figueroa. Pero se tiene pocas noticias de su labor científica en la metrópoli35. Casi todos los que han tratado acerca de la misión mineralógica de Nordenflicht llegó al virreinato peruano en 1790, han señalado que el nuevo método del Barón de Born no era más que una actualización del recomendado por Barba un siglo y medio atrás36. Deteniéndose siempre los autores en la paradoja de que "nadie es profeta en su tierra" y en el hecho grato de reivindicar la figura del metalurgista andaluz y charqueño. Pero ello es sólo parcialmente cierto. La idea ha partido de la propia generosa confesión del Barón de Born, difundida por Fausto de Elhuyar, mineralogista logroñés, acerca de que su inspiración había sido Barba. Barnadas, en su obra ya citada, transcribe el pasaje pertinente de una carta de Elhuyar fechada en 1780: No debo omitir al prevenir a V.E. que el método de Born es en lo esencial el que nuestro insigne Barba descubrió en 1609, y que por desgracia no han seguido después

otro criterio a considerar- a qué costo. Parece que el método de cazo del padre Barba lograba sacar más plata de los minerales y con menor consumo de azogue, pero con mayor consumo de combustible. 33 En el siglo xx el Perú se convirtió en uno de los principales países exportadores de cobre. 34 Véase Contreras 1981. 35 Ver Barnadas 1986: 38-42. 36 Véase, por ejemplo, Fisher 1977: cap. 4.

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nuestros beneficiadores americanos, pues ninguno de los autores modernos da a entender esté en uso actualmente. El Barón de Born lejos de querer usurpar esta gloria a nuestra Nación, hace á Barba la justicia que merece, y nosotros se la debemos a él, en concederle el métiro de haverlo sacado del olvido y desprecio en que por mas de siglo y medio parece haver estado entre los Mineros de América, y de haverlo perfeccionado mucho con el auxilio de los conocimientos que actualmente ilustran a todas las Artes, y no pueden suponerse el tiempo en que vivía Barba. El método del Barón de Born se parecía, en efecto, al de Barba en que recurría al uso del cobre y al calor, así como a la continua agitación de la masa. En vez de los peroles del metalurgista andaluz, Born recurría a unos barriles forrados precisamente con cobre. En vez de agitar la masa con una espátula, manualmente, Born recurría a un movimiento rotatorio conseguido por la acción de máquinas. Pero en lo demás los métodos eran distintos, ya que el procedimiento del Barón austríaco no se basaba en hervir los minerales; apenas se los calentaba un poco, y a veces nada. La esencia del procedimiento de Born era la continua rotación de la masa dentro de un recipiente totalmente cerrado. De cualquier manera, el reconocimiento de Born, aun cuando de una generosidad tal vez paternalista y por lo mismo excesiva, sirve para aquilatar el ingenio volcado en El arte de los metales por su autor.

5. Conclusión La metalurgia de la plata fue un ámbito donde se entrecruzaron las tradiciones técnicas indígenas y españolas. Esta segunda, en todo caso, no consistió en un simple traslado de las técnicas imperantes en la península al territorio andino. El tipo de minerales, de insumos disponibles y de mano de obra creaban un marco distinto, y las técnicas debieron entonces adaptarse a la nueva realidad. La introducción y el posterior perfeccionamiento del método de amalgamación con mercurio fue el logro más importante de dicho proceso de adaptación. Aunque americano en su realización, fueron metalurgistas españoles y portugueses quienes hicieron posible lo que Toledo llamó "el matrimonio más fructífero del mundo": el casamiento de Potosí (mina de plata) con Huancavelica (mina de mercurio). El método de amalgamación se extendió también a la metalurgia del oro, y su uso se prolongó hasta las postrimerías del siglo xix; es decir, más de medio siglo después de la independencia. Hasta hoy es usado por la minería artesanal realizada por los indígenas, en asientos como los de Nazca y Madre de Dios.

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Conocimiento y difusión de la flora peruana en Europa: la intervención de Hipólito Ruiz (1754-1816) y José Pavón (1754-1840) Raúl Rodríguez Nozal Universidad de Alcalá Antonio González Bueno Universidad Complutense

Sobre las bases conceptuales de una Botánica al servicio de la terapéutica1 se sustentó el gran proyecto de las expediciones botánicas ilustradas al Nuevo Mundo, desencadenado a raíz de una propuesta francesa para llevar a cabo una expedición al Virreinato del Perú. La respuesta española ante la solicitud proveniente del país vecino fue la de aceptar esta acción conjunta, si bien la dirección de la empresa quedaría bajo la tutela de la Secretaría de Estado y del Despacho de Indias, regentada por José de Gálvez, y la organización técnica (elección y preparación de los expedicionarios, y elaboración de los textos que deberían servir como guía a estos) sería encomendada a C. Gómez Ortega; el Conde de Floridablanca, desde su omnipotente Primera Secretaría de Estado, avalaría la empresa. Los objetivos de este proyecto, a menudo modificado a lo largo de su existencia, apenas fueron delineados más que en el momento de su nacimiento. En él quedarían patentes intereses muy diversos: relaciones internacionales, implantación en América de nuevas Ciencias, afianzamiento cultural español, reforma sanitaria colonial, reestructuración de los mercados coloniales, creación de nuevas instituciones, etc.2 Un ambicioso y utópico proyecto trazado en torno a móviles personales y donde prevalecieron las aspiraciones de sus gestores sobre los intereses del Estado; se desarrolló en torno a circunstancias coyunturales, no siempre confluyentes y a menudo provocadas por aspiraciones individuales, pero donde es posible apreciar un hilo conductor de índole mercantilista, fundamentado en el monopolio comercial de ciertas plantas medicinales. Esta variopinta serie de objetivos puede ser estructurada en cuatro etapas: inventariado y 1

A este respecto véanse los trabajos de Puerto Sarmiento y González Bueno 1987, González Bueno 1992,1994 y 1995. 2 La política científica de este periodo ha sido estudiada por Puerto Sarmiento 1988 y 1991.

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catalogación de los recursos naturales presentes en las colonias españolas de Ultramar, el proceso expedicionario en sí mismo; elaboración de una gran obra, una "Flora Americana", que mostrase al Mundo nuestras riquezas naturales y que pudiese ser utilizada como punto de partida para posteriores investigaciones de carácter medicinal; investigación farmacológica de aquellas plantas americanas con presumibles virtudes curativas, con el fin de imponerlas en los circuitos habituales de la terapéutica europea; y comercialización a gran escala de estas nuevas drogas, de eficacia probada, en un intento por controlar el mercado internacional de vegetales medicinales3. 1. La Expedición Botánica a los reinos de Perú y Chile La idea de organizar una expedición científica al Virreinato del Perú se incluye dentro de los planes de actuación trazados por el ministro francés A. R. Turgot, empeñado en la búsqueda de plantas útiles, principalmente comestibles, aclimatables en Francia. Por ello, no es de extrañar que entre los miembros que habrían de componer el equipo expedicionario se incluyese un francés, el médico Joseph Dombey4, quien viajaría "en calidad de acompañado de los españoles de la misma profesión": los botánicos Hipólito Ruiz5 (el director de la expedición) y José Pavón6; también le acompañarían los dibujantes José Brúñete e Isidro Gálvez. Los expedicionarios embarcaron en el puerto de Cádiz en octubre de 1777, seis meses más tarde, el 8 de abril de 1778, llegarían a El Callao. Las primeras recolecciones fueron realizadas en las proximidades de Lima, una vez pasada la fiebre de las recepciones públicas y las fiestas, que coparían prácticamente todo el mes de abril. Después herborizarían por la cordillera andina, Tarma y Xauxa, aunque el enclave logístico continuaría estando en Lima, donde volvían periódicamente para ordenar los materiales y preparar los envíos a las dos Cortes europeas. Las primeras remesas de materiales las realizaron en abril de 1779, en el navio El Buen Consejo, se trataba de una colección compuesta por 17 macetas de plantas vivas, 242 dibujos y 11 cajones con pliegos de 300 especies de plantas; desde entonces repetirían estos envíos con asiduidad, aunque no siempre llegaran a su destino.

3

González Bueno & Rodríguez Nozal 1995. De este personaje se han ocupado: Hamy 1905, Álvarez López 1957 y Lang 1985. Sobre la participación francesa en esta expedición, es también interesante el estudio de Clément 1988. 5 Sobre este personaje, los estudios biográficos más representativos son los de Ruiz 1821, González Bueno 1992, Olmedilla Puig 1885 y Croizat 1949. 6 Entre los estudios biográficos dedicados a José Pavón destacamos los de Ron Álvarez 1970,Roldán Guerrero 1955a y Barreiro 1932. 4

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El 25 de abril de 1780 la expedición pone rumbo a Huánuco, en la entrada de la Amazonia, un territorio de especial interés de acuerdo a la Instrucción...1 recibida en España, por cuanto allí deberían encontrar la ansiada quina; además de esta droga, y otras de interés como la coca o el caucho, los expedicionarios se toparon de bruces, a finales de 1780, con el levantamiento de Tupac-Amaru. Posteriormente regresarían a Lima, a fin de preparar la nueva temporada de herborización; a mediados de 1781 volvieron a trabajar a Tarma, aunque sólo irían los españoles. El médico francés permaneció en la capital del Virreinato, ocupado en el estudio del flujo y reflujo del puerto de El Callao, y nunca más volvería a adentrarse en el interior del Perú. A finales de 1781 la Expedición tomaría rumbo a un nuevo destino: Chile, donde serían recibidos y agasajados por el gobernador Ambrosio O'Higgins durante los primeros días del mes de febrero de 1781. Allí, los botánicos y dibujantes españoles herborizaron por los alrededores de Concepción, Santiago de Chile y Valparaíso; por su parte, J. Dombey fue reclamado por el regente de la Audiencia de Chile para informar sobre la viabilidad de las explotaciones mineras del norte del país. En noviembre de 1783 todo el equipo regresó al puerto de El Callao. El francés Dombey zarpó rumbo a Cádiz en abril de 1784 y, a su llegada, se vería sometido a un fuerte y prolongado registro fronterizo dirigido por Casimiro Gómez Ortega. Tras la partida de J. Dombey se producen algunos cambios significativos en el devenir de la Expedición: se agrega un nuevo equipo botánicodibujante (Juan José Tafalla y Francisco Pulgar) y la Expedición queda permanentemente instalada en el interior del Perú, con el propósito de estudiar detenidamente los quinos y la mejor manera de llevar a cabo su explotación comercial. Durante los siguientes años no faltaron las enfermedades (incluso la muerte de uno de los dibujantes, J. Brúñete), las discusiones entre los miembros del equipo expedicionario y hasta un incendio, el del campamento de Macora, sobre el que H. Ruiz dio parte a las autoridades a fin de que se investigase el autor o autores del desastre 8 . El 18 de marzo de 1787 H. Ruiz recibe la real orden de organizar la vuelta a la Península, si bien los agregados J. Tafalla y F. Pulgar, deberían continuar con sus trabajos de herborización en el Perú, situación que se mantuvo hasta 1816; además, en aquella misma real orden, se acordaba el establecimiento de una cátedra de Botánica en Lima, aunque aún no habría de dotarse económicamente. El 31 de marzo de 1788 los expedicionarios supervivientes (H. Ruiz, J. Pavón e I.

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Gómez Ortega 1799. C/.Roldán Guerrero 1955.

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Gálvez) embarcaron rumbo a Cádiz, donde arribarían el 12 de octubre de ese mismo año; con los expedicionarios llegó una gran cantidad de materiales (herbarios, dibujos, colecciones etnográficas, arqueológicas, mineralógicas, etc.), producto de sus exploraciones por tierras americanas9. Estas colecciones fueron incrementándose gracias a los envíos de J. Tafalla y F. Pulgar; desde 1788 hasta 1815-1816 (conclusión del trabajo de los agregados) el grupo de J. J. Tafalla realizó un total de 101 envíos de materiales a la Metrópoli 10 . No obstante, los primeros años en solitario fueron difíciles debido a los escasos medios disponibles y a una grave enfermedad padecida por J. J. Tafalla, que le mantuvo inactivo durante meses. Desde 1791 y hasta 1798, las actividades botánicas se trasladarían a un nuevo centro de operaciones: Huánuco, donde se incrementan progresivamente las actividades, apoyadas infraestructuralmente por la metrópoli. El 10 de junio de 1797, J. J. Tafalla tomó posesión de la Cátedra de Botánica de la Universidad de Lima, después de luchar por ese puesto con el médico criollo José Manuel Dávalos, la persona inicialmente nombrada para el cargo. Pero apenas pudo dedicarse a la enseñanza; a comienzos de 1799 J. J. Tafalla partió rumbo a Guayaquil, donde se mantendría recolectando materiales y trabajando en favor de la "Flora Peruana" hasta 1803. Entre 1804 y 1808 viajaría inicialmente a Quito y posteriormente a Loja, la tierra por excelencia de las quinas; durante su estancia en este territorio, además de herborizar y realizar su trabajo de campo como botánico, llevó a cabo una detenida observación de los procesos de extracción, comercialización y administración de la quina en aquella región. Ya en Lima se le volvería a asignar la docencia botánica, esta vez en el recién creado Colegio de Medicina y Cirugía de San Fernando, y se encargaría de poner en funcionamiento el Jardín Botánico de esta ciudad. En 1809 volvería a dejar su puesto en la Universidad y saldría rumbo a una nueva expedición, esta vez la última; lo hizo en dirección a Chile con la principal misión, encomendada por sus jefes en Madrid, H. Ruiz y J. Pavón, de contribuir a la resolución de la polémica sobre la determinación botánica del "pino de Chile". Tras otro breve paso por la Universidad, moriría en Lima el 1 de octubre de 1811; su labor sería continuada por los botánicos y dibujantes Juan Agustín Manzanilla, Xavier Cortés y José Rivera.

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Sobre la Expedición botánica al Virreinato del Perú pueden consultarse, entre otros, los siguientes textos: Steele 1982, González Bueno 1988 y González Bueno 1995a. 10 Cf. Estrella 1989. De los trabajos de J. J. Tafalla y F. Pulgar en el Perú también se ha ocupado Barreiro 1918.

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2. Nacimiento y muerte de una nueva institución científica: la "Oficina de la Flora Americana" La llegada a la Metrópoli de los materiales procedentes de la Expedición botánica al Perú propiciaría la creación de una nueva institución científica en la Corte, la "Oficina de la Flora Americana" u "Oficina Botánica" 11 , que nacería con el objeto de cobijar los materiales de historia natural procedentes de las expediciones ultramarinas llevadas a cabo por la Corona española durante el último tercio del siglo xviii, y para que a su vez sirviera como centro de trabajo de los botánicos y dibujantes encargados de publicar las "Floras Americanas". El nacimiento de esta institución no está marcado por una iniciativa estatal dirigida a engrandecer el Estado con un nuevo establecimiento científico, sino por motivos únicamente coyunturales, en parte propiciados por los cambios acaecidos en la política científica española durante los últimos años del siglo xvm; la "Oficina Botánica" se convirtió en el centro científico desde donde el primer catedrático del Real Jardín, Casimiro Gómez Ortega, trataría de restablecer su ya renqueante primacía sobre la Botánica española, y en el que refugiarse cuando tuviese que abandonar el Real Jardín12. La "Oficina Botánica" gozaría de sede propia desde el 1 de agosto de 1792. Sin embargo, los trabajos en pro de la publicación de las "Floras Americanas" comenzarían en 1788, tras la vuelta de la Expedición botánica a Perú y Chile; desde ese año, los botánicos (Hipólito Ruiz y José Pavón) y el dibujante (Isidro Gálvez) de esta Expedición ya estaban remunerados con objeto de acometer estas tareas, las cuales llevaron a cabo en sus propios domicilios hasta 1792. En 1793 la plantilla científica de la "Oficina Botánica" se vio incrementada con otro componente, el grabador y dibujante José Rubio, y con un portero. El primer local del que dispuso este centro científico estaba situado en la madrileña calle Don Pedro o Puerta de Moros, número 10, un lugar bien alejado de las pautas características del Madrid científico de la segunda mitad del siglo xvm; su emplazamiento en la zona suroeste de la capital es claramente marginal, en una época en la que las autoridades españolas disponían de un espacio especialmente reservado para las actividades científicas, el flamante Paseo del Prado, el nuevo salón de la Ciencia. Las primeras decisiones importantes en el devenir de este establecimiento estuvieron supeditadas a los intereses del círculo ilustrado en el que estaba integrado C. Gómez Ortega13. La elección de la primera sede

Sobre esta institución versó la tesis doctoral de Rodríguez Nozal 1993. La figura de C. Gómez Ortega ha sido estudiada por Puerto Sarmiento 1987 y 1992. 13 Nombres estrechamente vinculados con el proyecto de publicación de la Flora Peruviana, como Francisco Cerdá y Rico (encargado del proyecto durante el periodo 1792-1795), 11

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o la del impresor encargado de publicar la Flora Peruana son dos ejemplos representativos; en el primer caso, F. Cerdá, Oficial Mayor de la Secretaría de Gracia y Justicia y supervisor de esta institución, logró que la "Oficina Botánica" gozase de una sede en la misma casa donde éste residía; en el segundo caso, Gabriel de Sancha, heredero de la prestigiosa imprenta de su padre Antonio, consiguió hacerse con los derechos de impresión de esta obra, en detrimento de la tipografía estatal, la Imprenta Real, la cual gozaba de un gran auge durante los primeros años de la década de 1790 y con experiencia en temas de carácter científico 14 . A pesar de todos estos aspectos marginales, indicadores importantes de un porvenir poco optimista para los intereses de C. Gómez Ortega y su grupo, la "Oficina de la Flora Americana" disfrutó en esta época (1790-1794) de su mejor momento: se dotó al proyecto expedicionario de una sede propia, se autorizó el inicio de las labores de publicación de la Flora Peruviana y se consiguieron fondos para su financiación, a través de una petición generalizada a todos los estamentos americanos y filipinos con objeto de publicar las "Floras Americanas", asunto del que nos ocuparemos más adelante. A partir de 1794, el gobierno encarnado en Manuel Godoy iniciaría su ataque directo contra el proyecto americano, que comenzaría con la elaboración de un nuevo plan de trabajo, mucho más modesto que el inicial de ver editada la obra en doce tomos y con un gran derroche de material iconográfico, que tendría su continuidad con la pretensión, finalmente fallida, de agrupar a todos los establecimientos de carácter científico bajo la supervisión de la Primera Secretaría de Estado. A partir de este momento el declive de la "Oficina Botánica" adquiriría una dinámica imparable; los acontecimientos posteriores a 1794 (abandono del apoyo de C. Gómez Ortega a los integrantes de esta institución, disminución alarmante de los fondos americanos destinados a esta empresa e incorporación de este capital a la Caja de Amortización, en 1797) acabarían por defenestrar el sueño de ver publicada la Flora Peruviana. Años antes de iniciarse la Guerra de la Independencia las arcas estaban vacías, hasta el extremo de no poder hacer frente a los gastos derivados del grabado e impresión de la obra; la invasión napoleónica dio al traste con las pocas esperanzas que le quedaban a esta empresa 15 .

Eugenio de Llaguno y Amirola (Secretario de Estado y del Despacho Universal de Gracia y Justicia durante 1794-1797) o el propio C. Gómez Ortega, eran habituales de las tertulias que tenían lugar en la "Fonda de San Sebastián" o en casa del impresor Antonio de Sancha. Cf. González Palencia 1925, Cotarelo y Mori 1897 y 1924 y López Serrano 1946 14 Cf. Rodríguez Nozal & González Bueno 2000. 15 Cf. Rodríguez Nozal 1995.

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Con la llegada al trono de Fernando VII, en 1814, la "Oficina Botánica" salió del letargo provocado por los difíciles años de la invasión francesa y la breve experiencia constitucional, si bien la dotación económica que se asignó a este establecimiento fue tan parca que apenas se podía hacer frente con ella a los gastos del alquiler del local donde estaba instalada. Pero aún habría más factores que actuarían de manera negativa en el devenir de esta institución; de un lado, la continua trashumancia de su sede (en total dispuso de siete ubicaciones diferentes a lo largo de su historia), siempre por motivos meramente coyunturales; por otro, la confusión administrativa a la que estaba sometida la "Oficina Botánica" derivada, en gran medida, de su consideración como centro americano y no como establecimiento científico, lo que provocó una supeditación desde su creación, a los organismos ministeriales de Indias, en claro contraste con el resto de las instituciones científicas similares, como el Real Jardín Botánico o el Real Gabinete de Historia Natural, que dependían jerárquicamente de la Primera Secretaría de Estado. El desconcierto administrativo fue acentuándose con los años, debido a los continuos cambios de dependencia ministerial sufridos por este centro, lo que dificultaría incluso las actuaciones más cotidianas, como el pago de los alquileres y los salarios. En 1831, los fondos de historia natural custodiados por la "Oficina Botánica" pasarían definitivamente al Real Jardín de Madrid; en 1835, J. Pavón sería suspendido de empleo y sueldo hasta que aportase nueva luz sobre los objetos desaparecidos pertenecientes a esta institución. Estamos ante el final de la "Oficina de la Flora Americana" 16 . 3. La publicación de la Flora Peruviana et Chilensis Unos meses antes de que se produjese el regreso de los expedicionarios españoles desplazados a tierras peruanas y chilenas, C. Gómez Ortega ya empezó a diseñar el mejor modo de llevar a cabo la publicación de los resultados obtenidos en esta comisión científica. La magnitud del proyecto editorial americano, que empezaría con la impresión de la Flora Peruviana et Chilensis, debería dar cabida a las futuras floras de Nueva España y de Nueva Granada, aprovechando la infraestructura expedicionaria; un ambicioso plan de publicación que nunca llegaría siquiera a ser esbozado salvo, como veremos a continuación, para la Flora Peruviana. El 16 de marzo de 1789, el conde de Floridablanca anuncia a Antonio Porlier, Secretario de Gracia y Justicia de Indias, la decisión del monarca español de que se publique una "Flora Americana" digna de la Corona española. La respuesta de

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Cf. Rodríguez Nozal y González Bueno 1995.

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los expedicionarios del Perú tardó poco más de un mes en producirse; el 24 de abril de 1789 H. Ruiz, J. Pavón e I. Gálvez, dirigieron a A. Porlier un Plan y distribución de los trabajos necesarios para laformacion y publicación de la Flora Peruana, dividido en diecisiete artículos, en los que se señalaban las obligaciones del personal encargado de la edición de la obra botánica, las necesidades materiales y la organización precisa para llevar a buen fin el proyecto17. La idea de publicar una "Flora Americana" con los materiales obtenidos en la Expedición botánica a Perú y Chile (1777-1788), y con aquellos que se obtuviesen en el resto de las expediciones programadas, tenía un evidente problema de financiación que trataría de solventarse a través de la circular, emitida por Carlos IV el 17-IX-1791, en la que se solicitaba ayuda económica a las Colonias de Ultramar. En la circular se recalcaba la gran importancia científica de la obra y la posibilidad de mostrar al mundo las maravillas de las posesiones hispanas, así como el gran costo que supondría tan magna empresa; por ello, se pedía "qualquier auxilio que voluntariamente, y sin el mas leve incómodo, contribuyan para la execucion de la citada obra"18. La circular estaba firmada por Antonio Porlier, marqués de Bajamar, a la sazón Secretario de Estado y del Despacho Universal de Gracia y Justicia de Indias, e iba dirigida a todos los "Arzobispos, Reverendos Obispos, Venerables Deanes, Vireyes, Cabildos Eclesiásticos y seculares y Universidades" de las colonias americanas y de Filipinas. Acompañaba a esta real orden una lista de los organismos a los que debería llegar esta notificación, esto es, autoridades políticas, eclesiásticas, militares y universitarias19. La actitud del Perú hacia la circular fue francamente positiva, respondiendo la práctica totalidad de Gobernaciones e instituciones citadas en la lista adjunta a la circular. Enviaron donación las intendencias de Lima (probablemente se incluyesen las antiguas provincias de Puerto del Callao, Huacanvélica y Huarochiri), Huamanga, Arequipa, la presidencia de Cuzco y el obispado de Cuenca. Dentro del envío de Lima se encontraba la donación del Arzobispo de la ciudad, la del Real Tribunal del Consulado y la de la Universidad de Lima; la aportación de los obispados y los regimientos de Arequipa y Huamanga formó parte del envío con-

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Los planes de trabajo relativos a la publicación de la Flora Peruviana et Chilensis, y un estudio de las relaciones internas entre los profesionales destinados en la "Oficina Botánica", pueden leerse en Rodríguez Nozal 1995a. 18 Circular impresa para la obtención de fondos con objeto de publicar las "Floras Americanas". San Lorenzo, 17-IX-l791. Archivo Museo Nacional de Ciencias Naturales, serie Expediciones, expediente 774. 19 Lista adjunta "Para la Circular fha a 17 de septiembre de 1791 sobre la contribución voluntaria para las publicaciones de las Floras Americanas". Archivo Museo Nacional de Ciencias Naturales, serie Expediciones, expediente 774.

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junto de estas intendencias. En total se recaudaron 19.153 pesos y 3,5 reales de plata (19.068 p. y 0,5 rs. fue lo que se envió a España), el 44% del total recaudado en todas las posesiones españolas de Ultramar; por estamentos, más de la mitad del dinero recaudado en Perú tiene su origen en la burguesía peruana 20 , principalmente limeña; también son destacables las contribuciones de la Universidad de San Marcos y del Ayuntamiento de Lima. Por contra, las aportaciones de religiosos y militares son ciertamente reducidas21. La cifra que finalmente llegaría a la metrópoli, procedente de todas las donaciones americanas y filipinas, ascendió a 828.511 reales de vellón. Cabe entonces hacerse una pregunta, ¿hubiese sido posible la publicación de las "Floras Americanas" con esta suma? A nuestro entender, no; con esa cifra ni siquiera se hubiera podido concluir la Flora Peruviana. Tan sólo la cantidad gastada por la "Oficina Botánica", la institución encargada de publicar las "Floras Americanas", durante el periodo 1789-1808, ya fue de 1.243.342 rs. vn. Por ello, es de esperar que fuese la propia Secretaría de Gracia y Justicia la que sufragase los salarios de los integrantes de este Centro científico (718.438 rs. 17 mr. vn., durante el periodo 17891808), quedando el resto de gastos (alquileres, grabado, impresión, utensilios de trabajo y gastos de mantenimiento) a cargo del citado fondo de donativos. De este modo, apenas se dispondría de 300.000 rs. para finalizar una obra programada en 12 tomos, de los que tan sólo se habrían publicado tres. Si a esta manifiesta carencia de medios económicos añadimos una serie de circunstancias negativas -como la incorporación de estos fondos americanos a la Caja de Amortización en 179722, el estallido de la Guerra de la Independencia en 1808 y la dura crisis económica en la que se encontraba sumida España tras finalizar la invasión napoleónica-, es fácilmente explicable la paralización de las actividades conducentes a la edición de la "Flora Peruana" durante los primeros años del siglo xix. En cualquier caso, conviene recordar que la financiación de esta obra fue netamente americana, y sin la contribución económica de sus territorios americanos quizás España nunca hubiese afrontado un proyecto de esa magnitud.

20 En este grupo incluimos tanto a los "sujetos distinguidos" - y a sea por sus posibilidades económicas o por el hecho de ocupar altos cargos administrativos- como a la nobleza, generalmente de nuevo cuño (cf. el criterio seguido por Clément 1979, en particular la p. 37). 21 Un estudio sobre esta circular, en la que se solicitaba auxilio económico para la publicación de las "Floras Americanas", y la respuesta dada por los diferentes territorios y estamentos americanos, en Rodríguez Nozal y González Bueno 1995a. 22 El propio Hipólito Ruiz se lamentaba de la inclusión de los fondos en la Caja de Amortización; esta adversidad intentó superarla incluso solicitando nuevos donativos al Virrey O'Higgins en torno a 1799 (la carta de Ruiz a O'Higgins está reproducida por Schwab 1947). No tenemos noticias de la contestación del Virrey ante la petición de Ruiz.

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La labor editorial desarrollada por la "Oficina de la Flora Americana" 23 se concreta (en lo que a la flora peruana se refiere) en un Flora Peruvianae et Chilensis, prodromus (1794), un Systema Vegetabilium (1798) y los tres primeros tomos de la Flora Peruviana et Chilensis (1798-1802), una obra inicialmente prevista en 12 tomos. El resto de volúmenes nunca fueron publicados en vida de sus autores (H. Ruiz y J. Pavón), tan sólo el tomo cuarto y, de manera parcial, el quinto vieron la luz entre los años 1954 y 1959, gracias a los esfuerzos editoriales del historiador de la ciencia español Enrique Alvarez López24. El resto de los tomos (volúmenes 5-12 y suplementos 1-5) permanecen inéditos25, aunque algunas de estas descripciones, con sus dibujos correspondientes, han sido publicadas bajo el título de Flora Huayaquilensis..?6. Es probable que para esta Flora Huayaquilensis, o quizás para una de mayor ámbito geográfico que abarcara a todo el territorio peruano, fuera destinado el texto que Hipólito Unanue hizo público en las páginas del Mercurio Peruano, correspondiente a 179127. Esta "Flora del Perú", que J. Tafalla prometió publicar en el periódico que fuera órgano de expresión de la Sociedad de Amantes del País, no vio nunca la luz pública. En cuanto al trabajo calcográfico desarrollado en la "Oficina Botánica", se concreta en 536 láminas de géneros y especies vegetales, pertenecientes al Prodromus y a los primeros cinco tomos de la Flora Peruviana, en las que intervinieron 51 grabadores profesionales, algunos de ellos de reconocida reputación en el ámbito de las Bellas Artes28. El total de los binómenes (género y especie) asignados por H. Ruiz y/o J. Pavón a las plantas estudiadas en el Nuevo Mundo asciende a 3.772 nombres; no todos se corresponden con especies vegetales distintas; algunos son sinónimos, reconocidos como tales por los botánicos españoles en las distintas ocasiones en que trataron de la planta. El nombre asignado al vegetal cambia no sólo por cuestiones taxonómicas, o por una mayor disponibilidad de textos (las descripciones realizadas en América se consideran provisionales por sus autores y necesitadas del posterior trabajo de erudición a realizar en la Corte), sino también por un cierto interés político: la conveniencia de dedicar, a los nuevos vale-

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Un inventario de la producción escrita (impresos y manuscritos) por H. Ruiz y J. Pavón, en González Bueno y Rodríguez Nozal 1996. 24 Los avatares de la publicación de esta obra han sido analizados por González Bueno 1995c. 25 De este asunto se ha ocupado González Bueno 1995b. 26 Tafalla 1989. 27 Unánue 1791. Este trabajo ha sido publicado en una antología de textos de este periódico limeño, seleccionada y anotada por Clément 1998. 28 Cf. Rodríguez Nozal y González Bueno 1995b, Rodríguez Nozal 1995b.

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dores del programa americano, géneros que perpetúen el reconocimiento al apoyo prestado 29 . Una lectura detenida de los nombres dados a los géneros descritos en la Flora Peruviana et Chilensis... permite separar tres grandes momentos en el desarrollo del programa de publicación. En un primer período, anterior a 1794 - f e c h a de aparición del Flora Peruvianae et Chilensis, prodromus...—, los autores, directamente aconsejados por C. Gómez Ortega, realizan un compendio cuidadoso de quiénes fueron los protectores de la Expedición, desde la preparación de ésta en 1776. Un segundo período discurre entre 1798 y 1802, y en él la influencia francesa y el auxilio de Gaspar Melchor de Jovellanos a la empresa quedan destacados. El tercer período se extiende con posterioridad a 1802, pero son pocos los datos que quedan de lo que habrían de ser las nuevas dedicatorias de géneros, sin duda de denominación cambiante en virtud de quien velara por el progreso de la obra. Son escasas las dedicatorias genéricas que permanecieron inéditas, todas en los tomos IV y V de la Flora Peruvianae et Chilense... preparados para la imprenta en 1802, y éstas siguen la tónica general de los tres volúmenes anteriores 30 .

4. Los remedios medicinales peruanos y el comercio Si bien ya durante el último tercio del siglo XVIII el Real Jardín Botánico disponía de los medios para realizar experimentación farmacológica 31 , el foro especializado para la discusión de las nuevas propuestas farmacoterapéuticas fue la Real Academia Médica Matritense. Una institución que, en ausencia de una verdadera Academia de Ciencias en la capital, tomó la responsabilidad no sólo de los saberes médicos sino también de aquellos procedentes de otras ciencias como la Botánica, la Química, la Física, la Farmacia, la Cirugía o la Historia Natural 32 . La investigación farmacológica sobre plantas americanas se redujo a los trabajos de los expedicionarios peruanos, especialmente de H. Ruiz, y en menor medida a los estudios de los botánicos desplazados a Nueva España (Vicente Cervantes, Martín Sessé y Mariano Mociño), si bien muchos de los trabajos realizados por estos últimos no pasaron por la censura científica de la Real Academia Médica Matritense. La consideración puede ir más allá: prácticamente la totalidad de las aportaciones a la botánica medicinal sobre vegetales ultramarinos, presentadas ante esta insti-

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Clément 1987. De este asunto nos hemos ocupado en un par de trabajos: González Bueno et al. 1991; y González Bueno y Rodríguez Nozal 2000. 31 Cf. Valverde y Vidal Casero 1979, Valverde 1982. 32 Respecto a la Historia de la Real Academia de Medicina de Madrid cf. Academia Médica de Madrid 1797, Mariscal García 1935, Matilla 1984 y 1992. 30

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tución durante el periodo 1793-1816, fueron defendidas por Hipólito Ruiz, quien de esta forma se convirtió en la gran figura española de la investigación farmacológica durante el último tercio del siglo xvm y los primeros años del xix 3 3 , al menos en lo relativo a vegetales americanos de acción medicinal. Las investigaciones farmacológicas de H. Ruiz, concretadas en sus memorias sobre las quinas, la ratania, la calaguala, la canchalagua, la china peruana, el bejuco de la estrella y el yalhoy, amén de abordar todos los aspectos imprescindibles en cualquier obra de materia médica de la época (descripción botánica, hábitat, recolección, desecación, encajonamiento y transporte, virtudes y usos medicinales, farmacotecnia, química y ensayos clínicos), hacen especial hincapié en la explotación comercial de esta drogas 34 . Sus trabajos sobre la canchalagua, la china peruana o el bejuco de la estrella responden a un mismo hilo conductor: el fomento de la investigación farmacológica y del uso en terapéutica de aquellas drogas presentes en las colonias españolas del otro lado del Atlántico, con el fin de deshancar a otros remedios vegetales controlados por las principales potencias europeas. En definitiva, la utilización de los saberes científicos en provecho de una economía nacional que, en opinión de H. Ruiz, podría verse enormemente beneficiada si se consiguiese el monopolio comercial de ciertos productos vegetales imprescindibles en el tratamiento de algunas enfermedades 35 . De entre todos los estudios farmacológicos llevados a cabo por H. Ruiz destacan los que este autor dedicara a las quinas y a la ratania, un antihemorrágico éste estudiado por el farmacéutico español con el que trataría de imitar las mismas iniciativas de explotación comercial ya propuestas para la quina; llegaría a solicitar la creación de un monopolio, fundamentado en la elaboración de su extracto en tierras americanas, que asegurase la correcta comercialización de esta planta. Su pretensión era clara, elaborar el producto en el Virreinato del Perú y comercializarlo después a toda Europa 36 . Pero la gran estrella fue la quina. Precisamente una Quinologia31, escrita por H. Ruiz, fue el primer resultado científico de la Expedición botánica al Virreinato del Perú; tenía como principal objetivo la diferenciación taxonómica de las distintas especies de Cinchona, con el propósito de evitar fraudes y falsificaciones originados por la adulteración o sustitución de quinas de elevada virtud febrí33

González Bueno y Rodríguez Nozal 1995a. El análisis interno de estos textos en Rodríguez Nozal 1992 y 1993. 35 Cf. Clément y Rodríguez Nozal 1996. 36 Cf. Ruiz 1797. La segunda edición de esta obra llevaba por título Disertación sobre la raíz de la ratánhia, específico singular contra los fluxos de sangre,... (Madrid, 1799). 37 Ruiz 1792. 34

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fuga por otras de ínfima calidad terapéutica. En este trabajo, el primero de su serie sobre la quina38, ya se ponían de manifiesto los peligros que entrañaba el corte indiscriminado de este vegetal. El farmacéutico español abunda en este tema haciendo especial hincapié en el proceso de recolección, imprescindible para poder llevar a cabo de manera ecológicamente satisfactoria la obtención de corteza de quina en cantidades comercialmente interesantes. Por ello, aboga por el establecimiento de haciendas de 'cascarillos' debidamente organizadas, para evitar así la muerte de estos árboles, en aquellas zonas geográficas idóneas para que creciesen las quinas de mayor calidad terapéutica. El interés de H. Ruiz por monopolizar el comercio de quina a nivel internacional mediante el establecimiento de 'estancos' en determinadas zonas del Virreinato del Perú, ya fuera a través de la comercialización de la droga seca o de sus extractos, pasaba además por el reconocimiento previo de que tan sólo las cascarillas peruanas eran las que tenían una acción verdaderamente drástica para tratar las fiebres intermitentes. Esta actitud monopolística de H. Ruiz no sería del agrado de José Celestino Mutis39, quien desde Nueva Granada trataba de establecer un estanco de quina como réplica al creado en el Virreinato del Perú, con el fin de comercializar las quinas novogranadinas; a pesar de los esfuerzos del médico gaditano, este estanco se suspendió en 179040. J.C. Mutis y sus colaboradores, Francisco Antonio Zea quizás sea el más representativo41, mostrarían su disconformidad con los planteamientos de los peruanos, siempre contrarios a la comercialización de las cascarillas novogranadinas como remedios de eficacia similar a las Cinchona peruanas42. El ansia de los expedicionarios españoles por localizar nuevos tesoros con los que enriquecer el arsenal terapéutico europeo les llevó a fijar su mirada en una serie de drogas, que habrían de gozar de gran popularidad a partir de la segunda mitad del siglo xix; entre ellas es obligado destacar por su gran alcance comercial al caucho, estudiado por algunos de los expedicionarios a Nueva España43, y sobre todo la coca, de la que H. Ruiz habría de decir que era "un remedio medi-

38 Además de la Quinología, fueron publicados los siguientes trabajos: Ruiz 1800 y 1992, Ruiz y Pavón 1801. 39 La figura de J. C. Mutis ha sido estudiada, entre otros, por Gredilla 1911, Amaya 1999, y Frías Núñez, 1994. 40 Sobre los estancos de quina en Perú y Nueva Granada cf. Andrés Turrión 1989 y 1988; Puig-Samper 1991. 41 Sobre este personaje cf. Soto Arango 1995. 42 Sobre la polémica de la quina entre el grupo de Gómez Ortega y el de Mutis, cf. Clément y Rodríguez Nozal 1996 y González Bueno y Rodríguez Nozal 2000. 43 Cervantes 1794 y Mociño 1804.

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cinal, bastante comprobado, pues cura las cámaras disentéricas, ataja las diarreas, promueve la menstruación detenida en las que paren, tomada su substancia en cocimiento o infusión; administrada en polvo con azúcar corrige las acedías y fortifica la dentadura" 44 . Los propios ilustrados peruanos abundaban en las bondades de esta droga, utilizada desde tiempo inmemorial por los nativos como estimulante, medicamento y hasta como moneda de cambio, y de la que creían debería ser comercializada a todo el Mundo para mayor gloria y provecho de España y de la "Nación peruana" 45 . La pretensión de utilizar los vegetales medicinales de origen americano como instrumento de poder, gracias a su comercialización a modo de monopolio, no quedó más que en los deseos de C. Gómez Ortega y en las buenas intenciones de algunos de sus más allegados colaboradores, en particular H. Ruiz. Las razones de este fracaso son múltiples y complejas, y están especialmente influenciadas por la propia originalidad del plan y por los avatares políticos acontecidos en España a finales del siglo XVIII. Si bien es cierto que España estaba en sintonía, respecto de los países europeos más desarrollados, en todo aquello relacionado con la política de expediciones botánicas enfocadas hacia la mejora del comercio metrópoli-colonia, nuestro país eligió el camino de la Farmacología para establecer su poder comercial, sin duda una apuesta atrevida y excesivamente dependiente de los intereses y del particular modo de entender la Ciencia de sus responsables científicos. Todo ello llevaría a que el primigenio proyecto de publicación de las "Floras Americanas" quedara reducido, en vida de sus autores, a la edición de los tres primeros tomos de la Flora Peruviana. Sin el necesario inventariado previo de los vegetales existentes en suelo americano se hacía muy difícil proseguir con la investigación farmacológica de estas plantas. Quizás por ello tan sólo dos drogas, la raíz de ratania y la raíz de ágave, fueron incluidas como nuevos remedios en nuestra Farmacopea, aunque esta última prácticamente no tendría repercusión 46 . Por contra, la ratania fue incluida a partir de 1817 en todas las Farmacopeas españolas y en buena parte de los Códigos europeos y americanos redactados durante este periodo; de ahí que podamos considerar la investigación sobre esta planta como la más importante aportación directa de las expediciones botánicas ilustradas a la Farmacología mundial, sin olvidar los trabajos conducentes a un mejor conocimiento de las distintas especies de quina presentes en suelo americano, una labor que sin duda hay que calificarla también como de especial relevan-

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Ruiz 1952; la cita en el tomo I,p. 171. Unánue 1794. Un estudio exhaustivo de este texto en Clément 1986. Gozález Bueno, Rodríguez Nozal y Sánchez Sánchez 1991.

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cia 47 . No obstante, la lista podría haber sido mayor si las autoridades científicas españolas del primer tercio del siglo xix hubiesen tenido en cuenta los estudios sobre algunas drogas, como la coca o el caucho, introducidas en las Farmacopeas por científicos europeos durante la segunda mitad del siglo xix, más de cincuenta años después de la propuesta española 48 .

5. Las colecciones peruanas en Europa: dispersión de los fondos de historia natural procedentes de la Expedición botánica al Virreinato del Perú Tras la muerte de H. Ruiz en 1816, J. Pavón iniciaría la venta parcial de las colecciones peruano-chilenas depositadas en la "Oficina Botánica" a una serie de botánicos europeos, como A. B. Lambert, P. B. Webb, A. P. de Candolle y, quizás, J. C. Hoffmansegg 49 . En la actualidad, las colecciones vendidas por J. Pavón se encuentran distribuidas por todo el mundo; la razón de esta dispersión hay que buscarla en la subasta del Herbario Lambert, efectuada tras la muerte de éste como consecuencia de la bancarrota sufrida por el botánico inglés, que implicaba la necesidad inmediata de liquidez económica para afrontar sus deudas. W. Hooker, el encargado de vender las propiedades de A. B. Lambert tras su defunción, ofreció el herbario de éste al Museo Británico a cambio de dos mil quinientas libras esterlinas, el gobierno británico no accedió por lo que W. Hooker se vio obligado a celebrar la subasta 50 . El herbario procedente de la Expedición a los reinos de Perú y Chile fue dividido en dos lotes, uno fue comprado por R. Brown y el otro por W. Pamplin. Tras la muerte de R. Brown, su herbario pasó a J. J. Bennett, quien lo depositó en el Museo Británico de Historia Natural de Londres, donde actualmente se custodia; existen copias de estas colecciones en el Herbario del Jardín Botánico de Missouri y en el Herbario del Jardín Botánico de Nueva York. El lote comprado por W. Pamplin tuvo una mayor difusión; fue dividido en dos partes, una pasó a poder de H. B. Fielding y la otra fue readquirida por J. F. Klotzsch; el primero legó sus colecciones a la Universidad de Oxford, donde actualmente se conservan, exceptuando algunos pliegos que llegaron en 1861 al Museo Británico de Londres y los ejemplares enviados por H. B. Fielding a F. E. Fischer, que actualmente se custodian en la ciudad rusa de San Petesburgo.

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Rodríguez Nozal, Francés Causapé, González Bueno y Sánchez Sánchez, 1991. Un verdadero mecanismo de ida y vuelta. Cf.González Bueno y Rodríguez Nozal 1992. 49 De la venta y posterior dispersión de las colecciones de historia natural, procedentes de las expediciones a Perú y a Nueva España, nos hemos ocupado en Rodríguez Nozal 1994. 50 Sobre la subasta del Herbario Lambert cf. Miller 1970. 48

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La mayor parte de las colecciones adquiridas por J. F. Klotzsch fueron a parar a Berlín donde, en gran número, fueron destruidas durante la II Guerra Mundial; otra parte llegó a la Universidad de Greifswald, de donde salieron algunos pliegos hacia Berlín y Washington, unos cuantos ejemplares llegaron al Herbario de la Universidad alemana de Halle, y es probable que aún hubiese más particiones de esta colección destinadas a otros herbarios como los de Ginebra, París, Chicago, Cambridge, Madrid o Bruselas. El Museo de Berlín-Dahlem conserva en la actualidad pliegos procedentes de la Expedición española al Perú, llegados a esta institución a través de cuatro vías: la ya citada de J. F. Klotzsch; la cesión realizada por C. S. Kunth en 1850; a través de la compra efectuada por E. Wenderman en 1931 y los procedentes del Herbario Willdenow, incorporado a este Centro en 1818. De las colecciones que llegaron a Berlín, vía C. S. Kunth, se conservan duplicados en el Natural History Museum de Chicago y en la Smithsonian Institution de Washington. En 1931, E. Wenderman adquirió del Real Jardín Botánico de Madrid trescientos cincuenta ejemplares del Herbario de H. Ruiz y J. Pavón, de indudable valor taxonómico, que fueron utilizados por diversos autores de la primera mitad del siglo xx para la elaboración de sus Floras americanas. Las colecciones de K. L. Willdenow llegaron a Berlín en 1818, y en parte se destruyeron durante la II Guerra Mundial, aunque la mayoría se conserva en el Museo de Berlín-Dahlem; no sabemos con seguridad cómo pudieron llegar materiales de H. Ruiz y J. Pavón a manos de K. L. Willdenow, aunque bien pudiera ser a través del botánico alemán J. C. Hoffmansegg, cuyo Herbario se encuentra en parte incluido en el Herbario Willdenow (con quien, al parecer, J. Pavón mantuvo correspondencia). Los cuatro mil novecientos noventa y cuatro especímenes (aproximadamente la mitad, procedentes de la expedición peruano-chilena) adquiridos por P. B. Webb, directamente de J. Pavón, se conservan actualmente en el Herbario del Museo Botánico de la Universidad de Florencia51, aunque no son éstas las únicas colecciones americanas distribuidas por J. Pavón que se encuentran depositadas en esta institución; a estos pliegos habría que sumar más de dos mil procedentes de la compra de G. Gardner, presumiblemente en la subasta de las colecciones Lambert. Evidentemente, la dispersión de las colecciones botánicas vendidas por J. Pavón tiene una magnitud verdaderamente importante; como hemos visto hasta ahora, una buena parte de los principales herbarios y centros científicos europeos y norteamericanos se han podido beneficiar de estos materiales. No obstante, nosotros creemos que la distribución es aún más amplia que la mostrada hasta ahora;

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Picchi-Sermolli 1950.

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algunas instituciones a las que llegaron herbarios, manuscritos etc. se comportaron como auténticos focos emisores de colecciones botánicas americanas, dispuestos en dirección a otros establecimientos científicos de prestigio, es el caso de los materiales adquiridos por W. Pamplin en la subasta de las colecciones Lambert, y distribuidos por J. F. Klotzsch entre algunas instituciones científicas alemanas. Por otra parte, hay que tener en cuenta el posible intercambio de pliegos, ya en época más reciente, entre los herbarios a los que llegaron las colecciones americanas vendidas por J. Pavón y otras instituciones botánicas de prestigio, y las colecciones regaladas en vida por A. B. Lambert o por D. Don a otros botánicos coetáneos suyos como A. P. de Candolle, T. Nuttall, C. F. Martius, J. J. Labillardiére, R. Pulteney, A. Gray, W. Hooker, etc. La venta de colecciones de historia natural tendría su continuación tras la muerte de J. Pavón, en 1840, con la salida de nuevos materiales americanos merced a la intervención de algunas personalidades de prestigio de la Historia Natural de la segunda mitad del siglo xix, como Miguel Colmeiro, y a la venta de las colecciones particulares de H. Ruiz y J. Pavón por parte de sus herederos. Estas colecciones naturalistas se conservan actualmente en centros como el Museo Británico de Historia Natural de Londres, el Herbario del Jardín Botánico de Ginebra, la Real Academia de Medicina de Madrid, el Museo Arqueológico Nacional o el Museo Nacional de Ciencias Naturales. Los materiales procedentes de la Expedición botánica al Virreinato del Perú se encuentran en la actualidad repartidos por todo el Mundo, principalmente por Europa y Estados Unidos. Al estudio de estas colecciones han acudido los botánicos que han acometido el estudio sistemático de la flora peruana. Sin ánimo de exhaustividad, podemos hacer referencia a los trabajos de Edward Friedrich Poeppig (1798-1868) 52 , Hugh Algernon Weddell (1819-1877) 53 , August Weberbauer (1871-1948) 54 y, de manera especial, al magno proyecto proyecto, iniciado en 1936 y aún en fase de realización, liderado por James Francis Macbride (1892-1976) bajo los auspicios del Field Museum of Natural History de Chica-

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Poeppig & Endlicher 1835-1845. A Poeppig se debe también un relato con sus impresiones por las tierras del Perú, 1834-1836. 53 A él se deben unas Additions 1850; y, en especial, su famosa Chloris Andina... 18551857, realizada sobre los materiales conservados en el Jardín des Plantes de París. 54 A. Weberbauer estudió en 1901, por encargo de A. Engler y de O. Drude, la vegetación de los Andes peruanos con destino al ambicioso proyecto Der Erdre; su volumen se publicó en 1911. Weberbauer llevó a cabo nuevas exploraciones, en parte costeadas por el gobierno peruano, entre 1902 y 1920; en 1924 firmó un contrato con el Field Museum de Chicago para proseguir esta labor herborizadora. Sus recolecciones son de consulta obligada para quien estudie la flora de los territorios peruanos.

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go 5 5 ; sirvan las palabras introductorias a la Flora of Peru, del propio J. F. Macbride, c o m o justificativas del reconocimiento internacional a la labor realizada por Hipólito Ruiz y José Pavón: In 1798 the first volume of Ruiz and Pavon's Flora Peruviana et Chilensis appeared, and in 1802 volume III was distributed -the last text of pioneer work which has become a classic in botanical literature. It listed a few hundred species as compared with about 20000 names, and probably half as many species, to be accounted for in the flora of Peru as it is know today 56 .

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Macbride, 1936. Este autor herborizó en Perú en 1922 (junto a W. Featherstone) y en 1933 (en colaboración con G. S. Bryan); no fueron éstos los únicos norteamericanos que trabajaron en Perú durante los primeros años de este siglo, es preciso recordar también las expediciones de F. W. Pennel (Academy of Natural Sciences de Filadelfia), durante 1925; las de L. Williams (Field Museum of Natural History de Chicago), realizadas entre 1929 y 1930 por la Amazonia peruana; o las de E. P. Killip y A. C. Smith (Smithsonian Institution de Washington), por los Departamentos de Junin y Loreto entre abril y octubre de 1925. Han sido muchos los botánicos peruanos que han estudiado su territorio nacional, no podemos por menos que citar a los pioneros: Fortunato L. Herrera, Ramón Ferreyra y César Vargas. 56 Macbride 1936; la cita -en página 9 - procede de la "Introduction", fechada en Chicago en enero de 1936.

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El desarrollo de la navegación española y el conocimiento del Pacífico Manuel Sellés García Universidad Nacional de Educación a Distancia (Madrid)

A partir del tráfico marítimo realizado desde la antigüedad por el Mediterráneo y por las costas occidentales europeas, la navegación conoció dos grandes etapas de desarrollo. La primera, protagonizada sucesivamente por portugueses y españoles, tuvo como escenario el Atlántico, y culminó en el siglo xvi en lo que se llama el "arte de navegar" ibérico. La segunda tuvo como protagonistas a las nuevas potencias marítimas del siglo xvm, Francia e Inglaterra, culminando con la puesta a punto de dos métodos para la determinación de la longitud en el mar hacia mediados del siglo XVIII. Su escenario fue el Pacífico. En consonancia con lo anterior, el Pacífico conoció dos grandes etapas de exploración. La primera se abrió en la década de los 1510, con la penetración de los portugueses en Indonesia y la circunnavegación de Magallanes y Elcano. Se extendió hasta la década de los 1640, finalizando con los viajes del holandés Abel Tasman. Sucedió luego un intervalo de unos 120 años en el que el pulso explorador disminuyó considerablemente, contabilizándose sólo cuatro expediciones equipadas y destinadas específicamente para la exploración: la del inglés Dampier, las dos del danés Vitus Bering y del holandés Jacob Roggeveen. Finalmente, en la década de los 1760 los viajes de Bougainville y Cook abren una etapa intensa que conducirá, hacia 1800, a que estén bien establecidos los principales perfiles del Pacífico 1 . Al margen de las razones políticas y económicas diversas que abonan esta periodización, se constata que concuerda bien con las dos etapas de desarrollo de la navegación mencionadas. Ambas coinciden, asimismo, con dos momentos culminantes de la navegación española, separadas entre sí por lo que los historiadores califican de una etapa de decadencia de la monarquía española durante el siglo XVII. El primero de estos momentos en el siglo xvi, de desarrollo de nuevas técnicas; el otro, durante la segunda mitad del siglo xvm, de recuperación y actualización de conocimientos y, en su tramo final, de nuevas aportaciones a la ciencia náutica.

1

Sigo la periodización propuesta por Baugh 1990: 1-55.

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En los párrafos que siguen me propongo mostrar el desafío que supuso el Pacífico, y particularmente su mitad meridional, para los procedimientos del arte de navegar del siglo xvi. Estos procedimientos, si alcanzaban a ser suficientes para las navegaciones atlánticas, se quedaban cortos ante la inmensidad y características de las tierras emergidas del Pacífico, con su abundancia de islas. Esto, unido a razones de otra índole, contribuiría a explicar este decaimiento del esfuerzo explorador. Sólo gracias a la posibilidad de determinar la longitud en el mar se podría, en la última etapa, realizar una adecuada cartografía del Pacífico y eliminar las incertidumbres que habían sido inherentes a las navegaciones desde el siglo xvi.

1. Desarrollo y limitaciones de la navegación en el siglo xvi Cuando en el siglo xv las navegaciones portuguesas se extendieron hacia el sur, a lo largo de las costas africanas en busca de la ruta marítima oriental al comercio de las especias, contaban inicialmente con las técnicas de navegación desarrolladas en el Mediterráneo. El Mediterráneo es un mar pequeño y relativamente tranquilo. Abarca unos 3 millones de kilómetros cuadrados, frente a los 86 del Atlántico o los 166 del Pacífico. Su forma es alargada en la dirección este-oeste, y tiene bastantes islas en su mitad norte. De modo que se puede atravesar, casi en cualquier dirección, sin que transcurran muchos días sin divisar la tierra; pasar una semana fuera de la vista de la costa era un hecho excepcional. Las navegaciones, realizadas fundamentalmente en verano, aprovechaban el régimen de vientos favorable para los viajes hacia el sur y el este. El regreso utilizaba las corrientes costeras, que forman una circulación general en sentido contrario a las agujas del reloj. En este contexto, con la introducción de la brújula o aguja náutica en el siglo XII, se desarrolló un sistema de navegación basado en el rumbo y en la distancia recorrida por él. Las cartas basadas en este sistema se denominan cartas portulano. Se caracterizan por hallarse surcadas por una urdimbre de líneas que, partiendo de una o varias rosas de los vientos, corresponden a sus distintos rumbos. Este sistema, que se conocería como "navegación a estima", implicaba asimismo la resolución de problemas matemáticos elementales. Lo más usual es que no se pueda mantener al barco en un rumbo constante, y que los vientos tiendan a encaminarlo en direcciones distintas a la deseada. De forma que el rumbo a seguir sólo se puede recorrer de una manera aproximada, cruzándolo y volviéndolo a cruzar, con lo cual resulta necesario saber en cada momento cuánto se ha apartado el barco de su ruta, y qué distancia y por qué rumbo se debería recorrer para volver a ella. Por esto era preciso estimar la distancia recorrida en cada una

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de las distintas direcciones por las que se navega. Esto se conseguía a partir de la estimación de la velocidad del barco, que dependía de la experiencia del piloto y del tiempo transcurrido, que se medía con relojes de arena denominados "ampolletas". Sabido esto, el problema se limitaba a la resolución de un triángulo rectángulo, tanto en el caso de que se desease saber la distancia que el barco se había separado del rumbo a seguir, como la distancia a recorrer por la dirección que favoreciesen los vientos para retornar a él. El álgebra y la trigonometría facilitan que estos problemas se puedan resolver hoy de una forma muy sencilla. Pero en la época esto resultaba bastante más complicado para unos pilotos que, por lo general, debían mucho más a la experiencia que a la formación teórica. Así, se empleaban tablas y procedimientos geométricos que, en la mayoría de los casos, se debieron aplicar sin un adecuado conocimiento de sus fundamentos. Las navegaciones hacia el sur, a lo largo de la costa de África, se hacían a la vista de tierra y con corrientes favorables. En tales circunstancias, lo decisivo era un buen conocimiento de los perfiles costeros y de la profundidad: las exploraciones debían hacerse siempre con la sonda en la mano. Sin embargo, las mismas corrientes que circulando junto a la costa facilitaban el viaje de ida, lo obstaculizaban a la vuelta. Por ello era preciso internarse en el océano en busca de condiciones más favorables. Así, se perdía de vista la tierra y toda la orientación pendía de la aguja náutica. En estos recorridos, mucho más largos que los efectuados por el Mediterráneo, la estimación del camino recorrido se tornaba muy incierta. De este modo se recurrió a la determinación de la latitud para conocer la altura a la que se encontraba el buque y determinar cuándo se debía efectuar el cambio de rumbo que lo llevase a las costas portuguesas. Por entonces la cosmografía estaba lo suficientemente desarrollada como para ofrecer inmediatamente a la navegación un par de métodos de determinación de la latitud. Uno, nocturno, se basaba en la determinación de la altura del polo por la estrella Polar en el hemisferio norte, y por la Cruz del Sur en el hemisferio sur. El otro se basaba en la observación de la altura del Sol sobre el horizonte al mediodía. Estos procedimientos, aparentemente sencillos, no lo eran tanto: pues la estrella Polar no coincide exactamente con el polo, y por ello era preciso determinar cuánto se hallaba apartada del meridiano en el momento de la observación; por su parte, era preciso conocer la declinación del Sol - s u altura sobre el ecuador-, pues ésta varía diariamente, para sumarla o restarla a su altura, según los casos. Estas correcciones se recogieron en sendos conjuntos de reglas que se denominaron, respectivamente, "regimientos del Norte" y "del Sol". Ambos se difundieron a principios del siglo xvi. En cuanto a los instrumentos para medir la altura, también se adaptaron, simplificándolos, de los empleados en cosmografía y astronomía: fueron el cuadrante y el astrolabio náuticos.

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Este fue, en términos generales, el conjunto de técnicas de las que dispuso Colón en sus viajes, y que emplearon asimismo los primeros navegantes europeos del Pacífico 2 . No eran las más idóneas, pues en los viajes a América o en las travesías del Pacífico se seguía en general la dirección este-oeste, y para un adecuado conocimiento del progreso del buque por el paralelo que seguía era necesario poder determinar su longitud geográfica. Felipe II ofreció un importante premio a quien pudiese dar un método para determinarla, al que concursó el mismo Galileo. Pero no se pudo solucionar de un modo práctico hasta el siglo XVIII. En tierra había mejores oportunidades para determinar la longitud, y gracias a ellas se desarrolló la cartografía. Como se sabe, para determinar la diferencia de longitud entre dos lugares hay que conocer en cada uno de ellos la hora local y, comparadas ambas, determinar la diferencia horaria que, convertida en grados - a razón de 360° cada 24 horas-, da inmediatamente la diferencia en longitud. Para comparar las horas se necesita un suceso simultáneo que se pueda observar desde los dos lugares: para ello se emplearon acontecimientos celestes significativos, como los eclipses de Sol o de Luna. La aportación de Galileo, que fue muy apreciada para determinar diferencias de longitud en tierra, fue el empleo de las ocultaciones y emersiones de los satélites de Júpiter detrás del cuerpo del planeta, que podían observarse gracias al telescopio que él mismo desarrolló. En el mar, sin embargo, dados los movimientos del buque, era imposible emplear un telescopio para observar estos sucesos. La misma determinación de la latitud, un proceso al que se le denominaba "pesar" el Sol, o "pesar" las estrellas correspondientes, era problemático: pues el instrumento de observación permanecía suspendido, manteniendo la vertical, mientras que el observador, en la cubierta, sufría los vaivenes del barco. Con estos procedimientos, los cosmógrafos situados en territorios americanos y europeos pudieron ir determinando la posición de algunas ciudades y enclaves geográficos significativos, lo que ayudó a ir emplazando correctamente en los mapas y cartas de navegación las tierras exploradas. No fue, sin embargo, un proceso rápido. A principios del siglo xvm, Delisle sólo pudo contar para el planisferio que trazó con un centenar de determinaciones astronómicas de posición; y, en 1761, el geógrafo d'Anville apenas disponía del doble para su mapa del mundo 3 . Cuando en 1787-88 R. Bonne y N. Desmarets elaboraron el Atlas Encyclopédique, contaron con 1540 puntos, de los cuales sólo 416 eran determi-

2 Sobre estos métodos y su posterior refinamiento a lo largo del siglo xvi, véase López Pinero 1979. 3 Broc 1974: 32.

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naciones astronómicas. De entre ellas, 17 en la América meridional, 13 en las Antillas, 39 en la América septentrional, y una en Filipinas 4 . Por su parte, en el océano los marinos tuvieron que ceñirse al conocimiento de la latitud, el rumbo y la siempre incierta estimación de la distancia. Hubo de hecho un fenómeno, constatado por Colón, que hizo pensar en la posibilidad de resolver el problema de la determinación de la longitud, o del "punto fijo", como entonces se lo llamaba. Se trata de la declinación magnética -la desviación de la aguja del polo-, debido a que los polos magnéticos y geográficos no coinciden. En general, esta desviación varía en los distintos lugares y, lo que entonces no se sabía, también varía con el tiempo, por lo que su empleo con tal fin resulta imposible. Los pilotos precisaban conocer la cantidad de esta desviación a fin de corregir adecuadamente el rumbo, y para ello determinaban la dirección del meridiano, bien por la sombra arrojada por el sol al mediodía, bien por la línea señalada por su orto y su ocaso. Lo que se separaba la aguja de esta dirección era lo que "nordesteaba" o "noroesteaba" 5 . 2. El arte de navegar en la exploración del Pacífico En los viajes a América, donde la ruta de la flota de galeones estaba bien trazada, el desconocimiento de la longitud no suponía un problema excesivamente grave. Colón, en su viaje ciertamente rápido, recorrió unos 5.000 km en cinco semanas, tras las cuales llegó a las Antillas. Y ese fue más o menos el tiempo que los buques emplearon posteriormente en llegar, partiendo de las Canarias para aprovechar los alisios favorables; el retorno se realizaba más al norte, surcando la banda de vientos favorables del oeste, hasta alcanzar la latitud de las Azores. Naturalmente, la andadura de las flotas era más lenta, pues debía ajustarse a la del barco menos veloz. Así, por ejemplo, de los últimos viajes efectuados en el siglo xvm, el tiempo osciló entre los 68 días de la flota de 1760 y los notoriamente excesivos 122 días de la flota de 1757. Por su parte, la principal ruta del Pacífico, la del galeón de Manila, tardó algo más en establecerse. Se contabilizan cinco intentos frustrados de retorno a las costas americanas desde las Molucas hasta que, finalmente, la expedición de Legazpi y Urdaneta abrió el tornaviaje en 1565. El esquema era similar al de los viajes atlánticos: se aprovechaban los alisios a la ida, pero a la vuelta se buscaba

4

Capel 1982: 223-230. Entre 1698 y 1701, el astrónomo Edmond Halley embarcó en el Paramare y realizó un mapa de la variación de la aguja en los distintos lugares, que fue publicado en 1702. Pero no pasó del Atlántico sur, dejando completamente en blanco al Pacífico. Sobre el desarrollo de la aguja náutica, se puede consultar Martínez-Hidalgo 1946. 5

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evitarlos ascendiendo a latitudes más altas aprovechando la corriente del Kuroshivo y los vientos del oeste. La travesía de Urdaneta duró 130 días. Pero nótese que hay casi 17.000 km entre las Filipinas y Panamá. El esquema de todos estos viajes -excepción hecha, naturalmente, de los realizados a lo largo de las costas- es siempre el mismo: situarse en la latitud de destino y navegar en lo posible por un paralelo, tomando constantes determinaciones de la latitud y estimando el camino que se iba recorriendo, por uno u otro rumbo al compás de los vientos, hasta arribar a la costa; lo que prolongaba la duración de los viajes, ya de por sí peligrosos. Normalmente nunca se llegaba directamente al puerto de destino, debido a los errores inevitables de la navegación combinados con la incidencia de los vientos. Cuando se trataba de navegar hacia una costa extensa, como la americana, no había posibilidad de pérdida: antes o después se llegaba a ella, si bien, como se ha dicho, no por lo general en la latitud deseada. Así, por ejemplo, lo manifiesta el piloto mayor de la expedición de Pedro Fernández de Quirós, quien señalaba la diferencia de la ruta emprendida en este viaje con aquélla con la que estaba familiarizado; decía que aquélla no era la navegación que él solía hacer y se hace de Panamá, o de Acapulco al Callao costa a costa, y cuando se apartan della, es poco, y aunque sea mucho es grande y conocida la tierra que van a buscar, la cual, si no se halla en un día, vese en otro, y si no se da adonde se pretende, dase a donde se conoce y se hallan los puertos buscados 6 .

El problema que se planteaba a las navegaciones por el litoral occidental americano era fundamentalmente la corriente del Perú, que fluye hacia el ecuador a lo largo de la costa favoreciendo el viaje hacia el norte, pero obstaculizándolo hacia el sur. El régimen de vientos también era desfavorable hacia el sur la mayor parte del año, y particularmente entre abril y septiembre. La situación se resolvió de una manera análoga al caso de las navegaciones portuguesas en las costas africanas: internándose en el océano 7 . El reconocimiento de la costa a la que se arribaba pendía de la experiencia del piloto, quien tenía a mano una carta y podía señalar en ella la latitud, ayudándose además por lo general con dibujos de la costa en los que figuraban los acci-

Fernández de Quirós 1 9 8 6 : 2 3 4 . Existieron dos rutas, una denominada de ' navegación por el meridiano', y otra de ' navegación por el paralelo'. En términos generales, la primera transcurría a lo largo de la costa. En la segunda el barco se adentraba en el Pacífico hasta los 20 ó 30 grados de latitud sur, hasta la longitud de la isla de Juan Fernández o más, para remontar luego la costa hacia el norte. Bernabeu 1992: 64-66. 6 7

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dentes geográficos más notables reconocibles desde el mar. Esto convenía a costas como las de las fachadas americanas al Atlántico o al Pacífico, o a archipiélagos grandes y bien situados, como las Filipinas. Pero cuando se trataba de una isla o de un archipiélago de menor entidad, los errores inherentes a la navegación, y particularmente a la estima, originaban con frecuencia que no se encontrase. Un ejemplo destacado lo ofrecen las expediciones de exploración de Alvaro de Mendaña y Pedro Fernández de Quirós en relación con las islas Salomón y la isla de Santa Cruz. En la primera expedición de Alvaro de Mendaña, en 1567-68, se navegó al norte y luego al oeste descubriéndose la isla Nui, del grupo de las Ellice, a la que se bautizó como Nombre de Jesús, avistándose más tarde unos bajos que denominaron de la Candelaria, y que se han identificado con el conjunto de arrecifes denominado Roncador 8 . Poco después encontraron el grupo de las islas Salomón, que exploraron. En el breve resumen que dio el piloto mayor Hemán Gallego se dice que la isla de Jesús "está en altura de seis grados y tres cuartas partes, a mil cuatrocientas y cincuenta leguas de Lima" 9 . De los bajos de la Candelaria, dice que "está su medio en altura de seis grados y un cuarto; pusiéronse diez y siete días en llegar desde la primera isla a ellos, con contrastes de vientos". Y la localización de la isla de Santa Isabel, en las Salomón, se refiere a los anteriores: el puerto de arribada "córrese [...] con los bajos de la Candelaria, Norte-Sur cuarta de Norueste-Sudeste, distancia veinte y seis leguas" 10 . Cuando en 1595 Mendaña emprende su segunda expedición, con el objetivo de fundar una colonia permanente en las islas Salomón, mandó hacer cartas para los pilotos al piloto mayor, y que no mostrase más tierras en ellas, que la costa que hay en el Perú del puerto de Arica al de Paita y dos puntos Norte Sur, u n o c o n otro; el uno en siete y el otro en d o c e grados y mil quinientas l e g u a s al P o n i e n t e de L i m a , q u e dijo ser lo e x t r e m o , según latitud, de las Islas que iba a buscar, cuya longitud era mil cuatrocientas y cincuenta leguas; y que hacía poner m á s las c i n c u e n t a , por ser mejor llegar antes que después [ . . . ] n .

8

La confusión de descubrimientos y redescubrimientos, con la diversidad de toponimias, hace muchas veces difícil de precisar cuáles fueron las islas que los navegantes iban encontrando. En este sentido, es muy útil la consulta de la obra de Landín Carrasco 1984, de donde se han tomado estos datos. 9 Fernández de Quirós 1986: 47. 10 Ibíd., 48. 11 Ibíd., 68.

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Mil cuatrocientas cincuenta leguas era, sin embargo, la distancia que Hernán Gallego daba a la isla de Nui. ¿Cómo podía ser menor a las Salomón? El viaje de retorno partió de la isla de San Cristóbal, una de las Salomón, que Hernán Gallego estimó encontrarse casi en el mismo meridiano que la isla de Nui anteriormente descubierta. El resultado es que Mendaña no encontró las Salomón, por hallarse bastante más alejadas de lo que suponía. Encontró en cambio, entre otras, la isla de Santa Cruz. El piloto mayor de la segunda expedición de Mendaña, Fernández de Quirós, emprendió una nueva expedición en 1605, buscando con rumbo sudoeste el supuesto continente austral. Dado que sólo bajó hasta los 20° de latitud, no lo encontró, y a los tres meses de navegación fue en busca de la isla de Santa Cruz, que tampoco halló. Ante esta circunstancia, el 25 de marzo se convocó junta de pilotos. El piloto mayor, Johan Ochoa de Bilbao, estimaba hallarse a 2.300 leguas de Lima; el capitán Pedro Bernal Cermeño, todavía más adelante; Quirós, a 2.00012. Si aceptamos un valor de 17,5 leguas por grado, el usual de los españoles en la época, obtenemos para la legua el valor de 6.350 metros13, de donde las 300 leguas de error supondrían nada menos que unos 1.900 km en un recorrido de, digamos, dos mil leguas, o 12.700 km. El error puede parecer muy abultado a primera vista, pero otros testimonios indican que no dejaba de ser muy posible. Todavía en la segunda mitad del siglo xvm, la estima daba errores de 50 a 60 leguas en dos meses14; aun cuando fuesen leguas de a 20 el grado, las 50 suponían un error de casi trescientos kilómetros. Y ello, como se verá en breve, a pesar de los refinamientos en la navegación. En cuanto a la latitud, Quirós insistía en que la había determinado, en la isla de Santa Cruz, en 10 grados y un tercio15. La determinación actual es de 10°50'S., de modo que habría cometido un error de sólo medio grado, o de unos 50 km. Esta medida de Quirós era buena, habida cuenta de que la escala de los instrumentos de que debió disponer sólo tenía una sensibilidad de un grado, y aun habría que suponer que dicha escala estuviese correctamente dividida. De hecho, éste era el margen de precisión de las determinaciones de latitud de la época. De modo que el arte de navegar, tal como se hallaba configurado a comienzos del siglo XVII, apenas alcanzaba para la exploración del Pacífico. Ciertamente, 12

lbíd., 233. Según González Cabrera 1970: 67, las leguas españolas y portuguesas son de 17,5 el grado, la holandesa y flamenca de 15 leguas, y la inglesa y francesa de 20. Sobre las diferentes medidas de la legua, véase García Franco 1957. Si se le diese al grado el valor de 16 2/3 leguas, empleado por ejemplo por Magallanes, el error sería todavía mayor. 14 L e B o t 1983: 19. 15 Fernández de Quirós 1986: 234. 13

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más expediciones y más mediciones por la estima de la distancia a los diversos lugares hubiesen podido ofrecer un panorama general esencialmente correcto dentro de las perspectivas de la época. Pero esto no parecía entrar dentro de los objetivos políticos del momento. La práctica, pues, de la navegación efectuada por entonces se puede resumir en las instrucciones que dio el propio Quirós a los pilotos para este último viaje: Tendrá cuidado todos los días de pesar el sol y de noche el crucero, o al menos las veces que diere lugar el tiempo, para saber su altura y para señalar punto en la carta, dando los resguardos del abatimiento de la nao por viento, o por corrientes, y por la aguja dará el resguardo de cuarto, o grado que tuviese de variación al Nordeste; y para mejor saberlo cuidará de mascarla por el sol y por las estrellas conocidas, cuando estuvieren en el meridiano. Y asimismo irá haciendo derrotero de las leguas que cada día anduviere su navio, de los vientos y mudanzas dellos [...] 16 .

3. El perfeccionamiento del arte de navegar Los procedimientos de navegación que se han ejemplificado en el caso de Quirós se habían refinado mucho hacia mediados del siglo xvm. En primer lugar, se resolvió el problema de las cartas. Como es sabido, una porción de la superficie terrestre, que es una esfera, sufre deformaciones al dibujarse sobre la superficie plana de la carta náutica. En la proyección de Mercator las líneas de rumbo constante son rectas, y la deformación de los territorios, y por tanto la escala de distancias a utilizar, se puede conocer con exactitud gracias al empleo de logaritmos. También mejoraron, y notablemente, los instrumentos empleados para medir la altura de los astros. A los astrolabios y cuadrantes suplió la ballestilla, después el cuadrante de Davis y, finalmente, el ociante de Hadley, precedente del moderno sextante. Se adaptaron métodos más finos de división, primero la llamada 'división por transversales' o diagonales, luego 'la división de Vernier', muchas veces conocida impropiamente como 'nonius'. A su vez, el perfeccionamiento en estos instrumentos llevó a refinar las medidas, corrigiéndolas del efecto de la refracción atmosférica. Si a principios del siglo xvi -como se ha visto- la precisión de las medidas realizadas con el astrolabio rondaba el medio grado, a mediados del siglo xvm con el octante de Hadley ésta había alcanzado los 2 ó 3 minutos de arco, reduciéndose hasta el orden del minuto o aún menos con el perfeccionamiento de los sextantes17.

16 17

Ibíd., 202-203.

Las historias de la navegación, que no escasean, recogen esta evolución. En castellano, la obra clásica -y todavía imprescindible- es la de García Franco 1947. Para un panorama más breve, con especial atención a los instrumentos empleados, véase Sellés 1994.

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Los procedimientos de navegación configurados en el siglo xvi, y difundidos en importantes tratados -como los de Martín Cortés, Pedro de Medina y otros-, subsistieron prácticamente sin cambios hasta fines del siglo XVII. Cabría decir que en términos generales la formación de los pilotos decayó, en lugar de perfeccionarse. Ya en 1599 Thomas Wright publicó en Inglaterra su Certaine errors in navigation, denunciando los errores cometidos por los pilotos y difundiendo la proyección de Mercator. En 1634 el almirante Pedro Porter y Casanate, en su Reparo a errores de la navegación española, denunciaba asimismo la mala calidad de los instrumentos, incluyendo entre ellos las cartas, y la falta de preparación teórica de los pilotos. Según escribía, llevando toda una Armada un m i s m o viento, una misma derrota, experimentamos cada día, quando hallándose cerca de tierra el Piloto mayor pide los puntos, ve en ellos tanta diferencia, que unos están cien leguas atras, qual con la misma tierra, y tan poco firmes, y seguros en sus puntos, que con grande facilidad los truecan á qualquiera razón, ó opinion de otro; y con esta desconfianza que de si tienen, se hallan llenos de errores 18 .

El problema de fondo era que los pilotos se servían de instrumentos, reglas y tablas anticuadas. Particularmente, su escasa formación en matemáticas les vedaba el acceso a los perfeccionamientos introducidos por las cartas esféricas y los métodos de determinar la posición en la carta basados en el empleo de trigonometría y logaritmos. Con el advenimiento de la nueva dinastía borbónica y sus planes de renovación, la situación de la navegación española fue mejorando a lo largo de la primera mitad del siglo xvm. En 1681 ya se había establecido el Colegio de San Telmo de Sevilla para la formación de pilotos. En 1717 se fundó en Cádiz la Academia de Guardias Marinas para la formación de oficiales. Y, ya mediado el siglo, la Armada instituyó un cuerpo de pilotos propio estableciendo Academias en Cádiz, Ferrol y Cartagena19. En términos generales cabe decir que la recuperación de saberes en el seno de estas Academias fue modesta. El espíritu imperante en sus enseñanzas correspondía todavía a la etapa anterior. Se buscaba que oficiales y pilotos pudiesen ejercer una buena práctica náutica, pero sin llevar demasiado lejos su formación en los fundamentos de la navegación y en las disciplinas relacionadas, como la

18

Porter y Casanate 1634: 7. Sobre el autor, véase Bernabeu Albert 1988. Sobre los planes de estudios de los pilotos, véase Sellés y. Lafuente 1985: 149-191. Las vicisitudes de la Academia y Observatorio de Guardias Marinas a lo largo del siglo se estudian en Lafuente y Sellés 1988. 19

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astronomía o la cartografía. El verdadero tránsito a una navegación moderna se produjo hacia mediados del siglo, como consecuencia de la participación de dos oficiales, Jorge Juan y Antonio de Ulloa, en la expedición geodésica que midió un grado de meridiano en tierras del Virreinato del Perú para determinar la verdadera figura de la Tierra. Sus trabajos les confirieron una preparación científica de primera clase, y a su retorno a España Juan renovó los estudios de marina. Allá donde antes se había procurado que el navegante, memorizándolas, aplicase correctamente las reglas matemáticas, Juan buscaba que conociese los fundamentos mismos de estos métodos, con el fin de que en cada caso pudiese aplicarlos directamente y con completa propiedad. En su Compendio de Navegación de 1757, escribía que el pilotaje realizado fuera de la vista de la costa, se pudiera dividir en dos; uno que tiene sus reglas limitadas, y le siguen servilmente la mayor parte de los que le practican; y otro, que prescribe documentos para la mayor perfección, valiéndose de las ciencias que, como base, producen el modo de establecerlos 20 .

Como resultado de los trabajos realizados en el Virreinato del Perú, pues, entraba en la ciencia española en general y en la náutica en particular el nuevo espíritu científico de la Ilustración. Cuando finalizó la Guerra de los Siete Años, en 1763, se abrió la nueva etapa de exploración del Pacífico. En ese momento, Inglaterra y Francia constituían las nuevas potencias marítimas, habiendo desplazado a portugueses, holandeses y españoles. Hasta la fecha las incursiones de corsarios y flotas habían buscado amenazar a las flotas de Indias o, en el caso del Pacífico, al galeón de Manila y a los buques que transportaban la plata de Perú a Panamá. La presencia de estos buques en el Pacífico era, pues, circunstancial. Lo que se buscaba ahora era una intervención con carácter permanente, el dominio sostenido del océano y de su comercio. Se trataba tanto de buscar nuevos asentamientos como de controlar las rutas de navegación: por ello se realizó un considerable esfuerzo por abrir rutas de penetración en el Pacífico. El acceso por el norte de Australia estaba controlado por los holandeses, y el del sur, descubierto por Tasman, no reunía condiciones favorables para el viaje de retorno. Por el otro extremo, las difíciles condiciones de navegación por el cabo de Hornos, y las aún más penosas por el estrecho de Magallanes, hacía aconsejable el establecimiento de una base de aprovisionamiento próxima. De ahí el interés de Francia y, sobre todo, Inglaterra, por las islas Malvinas. Como última posibilidad, un supuesto paso por el

20

Juan y Santacilia 1757: 3.

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noroeste podría permitir un acceso mucho más rápido y seguro. Junto al proclamado interés del desarrollo de la geografía y del conocimiento humano, la agenda secreta de los nuevos viajes de exploración recogía en términos generales estos objetivos. Dejando aparte el viaje del comodoro Anson, que puede considerarse una expedición militar, antes de los conocidos viajes de Cook se contabilizan los de Byron (1764-1766), Wallis y Carteret (1766-1769) y Bougainville (1766-1769). Si se consideran en conjunto, todos ellos siguen rutas muy similares: una vez en el Pacífico cruzando el extremo meridional del continente americano, viran hacia el norte, y casi parece que eluden las regiones del oeste, en donde los lugares en blanco de los mapas apuntan la posibilidad de hacer los descubrimientos más importantes. Se localizan algunas islas: así, Wallis encuentra Tahití y Carteret encuentra las Salomón, redescubriendo sin saberlo la isla de Santa Cruz, a la que bautiza como Gower. En conjunto, estos viajes aportan resultados para la geografía, pero no son sistemáticos. Para una exploración más concienzuda del Pacífico hay que esperar a los tres viajes del capitán Cook. 4. La resolución del problema de la longitud Entretanto, se han puesto a punto dos métodos practicables para determinar la longitud geográfica del buque en el mar. Uno, el transporte de un cronómetro con la hora del meridiano de partida, se ha posibilitado por el desarrollo de la mecánica de precisión, que por otra parte ha renovado la calidad y exactitud de los instrumentos náuticos, geodésicos y astronómicos. El otro, conocido como 'método de las distancias lunares', ha sido finalmente posible gracias al desarrollo de la astronomía, a su vez potenciado por estos instrumentos, y a los progresos de la mecánica celeste. El método de las distancias lunares se valía del movimiento de la Luna sobre el trasfondo de las estrellas fijas. La Luna retrocede un medio grado por hora respecto del movimiento diurno general del cielo de este a oeste. De modo que se comporta como una especie de saeta de reloj que va recorriendo las estrellas del zodíaco. Cuando se conoce el movimiento lunar -bastante irregular- con la suficiente precisión, se puede predeterminar para un meridiano de origen cuándo su borde estará a una determinada distancia del Sol o de una estrella. Observado en otro lugar, basta con conocer la hora local y buscar en las efemérides dicha distancia para obtener la diferencia en longitud. Estos dos procedimientos, aparentemente sencillos, ocultan ciertas complejidades. En primer lugar, la determinación de la hora local con la necesaria exactitud se torna de la mayor importancia, con lo que el recurso a los viejos relojes de arena queda descartado. Es preciso hacer observaciones frecuentes del paso del

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Sol por el meridiano para determinar el mediodía y compararlas con el cronómetro, o conservarlas con un reloj medianamente fiable en el caso de emplear el método de las distancias lunares. Por otra parte, este último método demanda la realización de tres observaciones simultáneas - l a distancia angular entre la Luna y el Sol o estrella, y sus alturas sobre el horizonte- a partir de las cuales habrá que efectuar una serie de operaciones para obtener la distancia verdadera corrigiéndola de efectos como la refracción o la paralaje lunar. A este procedimiento se le denominaba "despejar la distancia". Así que, de un modo u otro, el empleo de estos procedimientos demandaba del marino una formación matemática superior a la que había sido habitual. El método de las distancias lunares estuvo disponible a partir de 1767, momento en que comenzó la publicación del Nautical Almanac inglés, elaborado por el astrónomo real Nevil Maskelyne. Por su parte, el primer cronómetro marino capaz de suministrar resultados prácticos fue construido por John Harrison en 1735, al que siguieron otros tres sucesivamente mejorados. En Francia, los primeros cronómetros más o menos aceptables fueron construidos por Pierre le Roy en 1763 y 1765, y simultáneamente Ferdinand Berthoud comenzaría la construcción de otra serie de cronómetros. A comienzos de la década de los 1770, los cronómetros estuvieron a punto para su uso en el mar y, a partir de entonces, los avances fueron rápidos. Si bien durante el resto del siglo siguieron constituyendo máquinas relativamente escasas y costosas, de modo que su empleo no se generalizó hasta el siglo xix. Desde España, la Armada siguió con atención los progresos de estos nuevos métodos, incorporándolos desde fechas muy tempranas. El método de las distancias lunares fue probado por primera vez en el Pacífico, donde la atención renovada de franceses e ingleses había despertado recelos, dando paso a una etapa de nuevos reconocimientos. Dentro de ésta se buscó abrir la navegación a Filipinas a través del cabo de Buena Esperanza, realizándose varios viajes. Uno de ellos fue el de Juan de Lángara y José de Mazarredo a bordo de la fragata Venus entre 1771 y 1773. El viaje es significativo porque durante el mismo ambos marinos pusieron en práctica diversos procedimientos de astronomía náutica. Así, Mazarredo probó un método para la determinación de la latitud por la observación de la altura del Sol fuera del meridiano. También, habiendo tenido noticia de la publicación de las tablas inglesas que facilitaban el método de las distancias lunares, se embarcó un reloj y se ensayó el procedimiento. Realmente, las tablas no se consiguieron, por lo que el método se probó a partir de efemérides astronómicas que supusieron cálculos sólo al alcance de matemáticos expertos. Así, por ejemplo, el 11 de marzo de 1772 se realizó una observación en los alrededores del cabo de Buena Esperanza, comprobándose que la fragata se hallaba a 70 leguas al oeste

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de su posición determinada por la estima. Más adelante pudieron conseguir y probar las tablas inglesas21. Por otra parte, se adquirieron prestamente en Francia a Ferdinand Berthoud algunos de sus primeros cronómetros de longitud: cuatro en 1774 y otros cuatro en 1776. Y finalmente en 1792 los marinos españoles pudieron disponer de un Almanaque Náutico que, elaborado en el Observatorio de Marina de Cádiz, recogía tablas ajustadas al meridiano español22. La aparición de estos métodos de determinación de la longitud había sido estimulada por la oferta que en 1714 realizó el Parlamento inglés de conceder un importante precio en metálico a quien pusiese a punto un procedimiento capaz de dar la longitud del buque con medio grado de error, esto es, con menos de 9 leguas españolas, unos 55 km. Esta era más o menos la precisión que podía obtenerse con el método de las distancias. Los cronómetros podían operar com márgenes de error mucho más pequeños; pero siempre que funcionasen bien. Por ello su empleo era recomendable en distancias cortas, siendo conveniente, en recorridos más largos, recurrir a la observación de distancias lunares para ir contrastando su marcha. De hecho, tal como señalaría José de Mazarredo en sus Lecciones de navegación de 1790, el margen de error del método de las distancias, és de ninguna importancia para los usos de la navegación, pues la vista misma dá medio grado, y aun uno y más de descubierta á la recalada, y corrige el error como ceñido a los límites del alcance 23 .

La introducción de estos métodos en España coincidió con los primeros anuncios de una nueva etapa de renovación. En su gestación convergieron diversos factores. Por una parte, se despertó la inquietud por los viajes al Pacífico de ingleses y franceses. En consecuencia, desde Perú se realizaron una serie de expediciones y exploraciones costeras hacia el sur. Destacan cuatro. En 1770, la expedición al mando de Felipe González de Haedo encontró la isla de Pascua, que pudo haber sido descubierta en la segunda mitad del siglo xvi por el piloto Juan Fernández, y que fuese avistada posteriormente, en 1687, por el corsario inglés Edward Davis y más tarde por Roggeween en 1722. Las otras tres, entre 1772 y 1775, se encaminaron a Tahití, descubriendo por el camino algunas nuevas islas.

21

Bernabeu Albert 1987: 463 Para un panorama general de los estudios de navegación en la España del siglo xvm, y en particular de la introducción en España de los métodos de determinación de la longitud por relojes y distancias lunares, véase además del ya citado Lafuente y Sellés 1988, a Sellés 2000, donde se analizan los procedimientos empleados y las aportaciones españolas al desarrollo de los mismos. 23 Mazarredo 1790: 132. 22

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A la urgencia por controlar los posibles asentamientos extranjeros en aguas del Pacífico se unió la necesidad de un mayor control de las rutas españolas, abiertas gracias al Reglamento de Libre Comercio y a la extinción del sistema de flotas. Lo cual también planteaba la importancia de asegurar la calidad de la formación de los pilotos civiles y de las enseñanzas que se impartirían en las diversas escuelas de náutica. Para esto era necesario que la Armada pudiese disponer de oficiales con capacitación superior. En palabras de Gabriel Ciscar, entonces a cargo de estas enseñanzas en la Academia de Guardias Marinas de Cartagena, se trataba de formar: Algunos Oficiales teóricos capaces de juzgar el mérito de un nuevo descubrimiento, examinar los errores de que pueden ser susceptibles las prácticas establecidas, estudiar en el mejor modo de facilitarlas y enmendarlas, y en una palabra que den el tono a que deben ajustarse los demás, a quienes les basta tener unos conocimientos generales de las cosas 24 .

Esta etapa de renovación sólo comenzará una andadura decisiva en 1783, momento en que finalizan las hostilidades con Inglaterra originadas por la participación de España en la guerra de independencia norteamericana. En ese año se instituyó el llamado Curso de Estudios Mayores para oficiales voluntarios y seleccionados, y se reglamentaron los exámenes de pilotos. Pero el tiempo acuciaba. Ese mismo año de 1783, los oficiales destinados a seguir estos estudios en el Observatorio astronómico anexo a la Academia de Guardias Marinas de Cádiz acompañaron a su Director Vicente Tofiño en un programa cartográfico de trazado de las costas peninsulares. E inmediatamente después estos planes se extendieron a todos los territorios españoles. Cuatro años después, en la "Instrucción reservada para dirección de la Junta de Estado", se encargaba a ésta, que así como de mi orden se ha pasado ahora a reconocer todo el estrecho de Magallanes, se hagan también progresivamente reconocimientos de todas las costas de mis vastos dominios en las cuatro partes del mundo, y las posibles experiencias para descubrir los rumbos más cortos y más seguros de navegación a los países más distantes y menos frecuentados, ejecutándose, a lo menos en cada año, uno de estos proyectos [...] 25 .

Esta etapa renovadora se extendió, fundamentalmente, entre 1783 y 1795. En este último año se inició un declive sin posibilidades de recuperación más o menos inmediatas, marcado por el abandono del ministerio de Marina de Antonio Valdés

24 25

Ciscar 1785. Recogida en Muriel 1959: vol. 115, 352.

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o el encarcelamiento de Alejandro Malaspina. Fueron también años de guerra, primero contra la Convención francesa, luego, cambiadas las alianzas, contra Inglaterra. Entretanto las expediciones hidrográficas se superpusieron, protagonizadas por los oficiales adiestrados en el nuevo curso de estudios superiores: además del ya citado cartografiado de las costas peninsulares ibéricas, los dos reconocimientos del estrecho de Magallanes entre 1785 y 1789, el atlas marítimo de la América septentrional iniciado en 1792, y la expedición de Malaspina entre 1789 y 1794. 5. Del descubrimiento planeado al reconocimiento sistemático Los viajes de Cook constituyeron lo que cabe denominar como un descubrimiento planeado de las regiones todavía en blanco en las cartas del Pacífico. A diferencia de la convergencia arriba mencionada en los trayectos de los viajes de exploración previos, el trazado de las rutas de Cook muestra una planificación metódica que, gracias a los nuevos métodos de determinación de la longitud empleados en sus viajes, llenó pronto estos vacíos con perfiles muy parecidos a los de las cartas contemporáneas. De hecho, las cartas con las que se podía contar en esta época tenían todavía bastantes errores; los más graves se presentaban en las longitudes geográficas. Por su parte, las posiciones marcadas en ellas por los navegantes podían desviarse de las verdaderas longitudes entre 5 y 10°. Antes de los cronómetros y de las distancias lunares, estos errores sólo podían minimizarse en los aterrajes por medio de observaciones astronómicas que determinaran la verdadera posición en ese momento, corrigiendo así la estima a partir del mismo. Cook, en su primer viaje, destinado a observar el tránsito de Venus de 1769, contó con la colaboración del astrónomo Charles Greeen y el recién aparecido método de las distancias lunares. En el segundo contó con la colaboración de los astrónomos William Wales y William Baily, tres cronómetros experimentales de Arnold, y una copia realizada por Larcum Kendall del cronómetro n° 4 de Harrison, con el que ganara el premio ofrecido por el Parlamento inglés. Los relojes de Arnold no superaron la prueba, pero el de Kendall mostró una excelente tasa de marcha. Con estos y otros procedimientos se pudo afinar mucho en la determinación de longitudes. Así, refiriéndose a las observaciones efectuadas por Wales en un lugar del Canal de la Reina Carlota, en el Estrecho de Cook que separa las dos islas de Nueva Zelanda, escribe en su segundo viaje: En la carta marina que preparé en mi anterior viaje, este lugar está situado a 184° 54' 30" o 175° 5' 30" E. Por consiguiente, el error de la carta es de 0 o 40' más al este en la susodicha carta. Saco a colación estos errores, no porque crea que vayan a influir mucho en la náutica o la geografía sino porque no dudo de su realidad: por la multitud de observaciones de Wales, pocas partes del mundo tendrán su posición mejor determinada que el Canal de la Reina Carlota 26 .

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Frente al descubrimiento planeado que supusieron los viajes de Cook, las campañas hidrográficas emprendidas en diversas partes del territorio español cabe calificarlas de reconocimientos sistemáticos. Se trata de costas conocidas, situadas en las cartas con mejor o peor acierto, de las que se busca su descripción y posicionamiento más perfectos dentro de un proyecto integrado. El método seguido fue, en esencia, el bien conocido de la triangulación geodésica, pero aplicado desde el mar. Los dos buques se situaban de modo que formasen la base de un triángulo, con el otro vértice en la costa. Determinada constantemente la alineación de la base, las visuales tendidas desde los barcos hasta el otro vértice del triángulo determinaban las marcaciones de los puntos significativos. Diariamente se obtenía la latitud, se precisaba la hora local para determinar la longitud con los relojes, y se observaban distancias lunares con frecuencia para contrastar la marcha de estas máquinas. Periódicamente, se desembarcaba para instalar un observatorio en tierra y determinar astronómicamente la posición mediante ocultaciones de estrellas por la Luna, distancias lunares y eclipses de los satélites de Júpiter: esto se hizo en 16 puntos de las costas americanas 27 . Las observaciones de distancias lunares fueron, no ya frecuentes, sino masivamente llevadas a cabo. Así, en 62 meses de actividad, unos 1850 días, realizaron 1.539 cálculos de este tipo; aunque probablemente fueron todavía más. 28 Naturalmente, estos métodos tenían sus límites y, como es usual en todo tipo de observaciones cuantitativas, sus discrepancias. Pero los márgenes de error en las longitudes eran de tan sólo algunos minutos de arco. Por ejemplo, de la longitud de la Bahía de Arica, se dice que fue: deducida del reloj número 10 sobre muchas series de horarios uniformes y con una marcha ratificada sobre alturas absolutas. Las distancias lunares discrepan en esta ocasión quince minutos al Este de los relojes marinos. Se aparta en 46' en el mismo sentido la longitud del Padre Feuillée deducida de la emersión de un primer satélite comparada con los Sres. Maraldi y Cassini en París 29 .

A la arribada a Lima, se realizaron observaciones astronómicas y se contrastó la diferencia de longitud así obtenida respecto de Arica con la señalada por los relojes. Se comprobó que éstos llegaron con un error muy escaso, que no obstante se tuvo en cuenta para introducir correcciones.

26 27 28 29

Pnce 1985: 237. Orte Lledó 1991. Higueras 1994: 116. lbíd., 157.

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Estas disparidades eran pequeñas, pero inevitables. De hecho, aunque reputadas como más fiables, las observaciones astronómicas no dejaban de carecer de sus márgenes de error. Así, según estimó el astrónomo Delambre, una determinación de longitud por el primer satélite de Júpiter podía suponer en la época un error medio de medio minuto de tiempo, es decir, alrededor de siete minutos de arco; que además se combinaría con los errores de las tablas. La observación de los eclipses de Luna, dada la incertidumbre entre el paso de la penumbra a la sombra, así como por los diferentes aumentos de los instrumentos empleados y la vista de los observadores, podían dar errores de un minuto de tiempo, o un cuarto de grado en longitud, y las ocultaciones de estrellas por la Luna, susceptibles de mayor exactitud, no podían librarse de errores de varios minutos de arco. En suma, se habían alcanzado tanto en tierra como en mar los límites de precisión posibles, sólo superados por las observaciones realizadas en algunas de las instituciones astronómicas europeas mejor dotadas de grandes instrumentos. Si desde el punto de vista de la cosmografía era deseable seguir persiguiendo la última cifra decimal, desde el de la navegación se había alcanzado un techo relativo: bastaba que la imprecisión no sobrepasase el alcance de la vista. 6. Conclusión Con las exploraciones sistemáticas de la segunda mitad del siglo xvm en el Pacífico llegó prácticamente a su fin la etapa de expansión marítima europea que abrió Portugal al comenzar a adentrarse, tras las conquista de Ceuta, por las costas africanas. Los principales perfiles costeros de las regiones navegables de nuestro planeta estaban finalmente bien situados, y el perfeccionamiento de los procedimientos de navegación gestados en el siglo xv llegaba a un término. La náutica dejaba de ser lo que en la época se consideraba una ciencia, para comenzar a incluirse en el ramo de las técnicas. Allá donde los geógrafos y los astrónomos seguían su interminable camino en pos de la última cifra decimal, los navegantes cerraban un ya largo camino y, tras una etapa de fecunda colaboración, se abría un divorcio de los objetivos que, por un tiempo, habían convertido a los mejores navegantes en más que preparados cosmógrafos. Tal como escribiría Gabriel Ciscar, Los sabios que quieran prescribir reglas en las cosas de la mar, sin conocer a fondo la situación y carácter de los navegantes, se exponen a que los marinos teóricoprácticos oigan tal vez sus amonestaciones como Aníbal oyó la elegante arenga del filósofo Tormion sobre el arte de la guerra. Todo tiene límites [...]30.

30

Ciscar 1806: VI.

101

Con el conocimiento de sus principales costas y la mayor seguridad de sus navegaciones, el Pacífico -problema y estímulo- cerraba toda una etapa en el desarrollo de los saberes asociados a la cosmografía y a la náutica. El tablero estaba, así, dibujado: la economía y la política podrían ahora disponer en él sus fichas con seguridad para proseguir con el juego de la historia. Bibliografía Baugh, Daniel A. (1990): "Seapower and science: the motives for Pacific Exploration", en D. Howse (éd.): Background to Discovery. Pacific Exploration from Dampier to Cook. Los Angeles: Univ. of California Press. Bernabeu Albert, S. (1988): "El Almirante Pedro Porter y los errores de la navegación en el siglo xvn", en M. Esteban Piñeiro y otros (eds.): Estudios sobre historia de la ciencia y de la técnica. IV Congreso de la SEHCT. Valladolid: Junta de Castilla y León, 2 vols., vol. 2 o , 651-663. — (1987): "Ciencia ilustrada y nuevas rutas: las expediciones de Juan de Lángara al Pacífico (1765-1773)", en Revista de Indias, XLVII (Monográfico sobre expediciones ilustradas, coordinado por F. Del Pino Díaz), 447-467. — (1992): El Pacífico ilustrado: del lago español a las grandes expediciones. Madrid, Mapfre. Broc, N. (1974 2 ): La géographie des philosophes. Géographes et voyageurs français au XVIIIe siècle. Paris: Eds. O p h r y s .

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La presencia española en los orígenes de la ingeniería moderna en el Perú José Ignacio López Soria Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Lima)*

Aclaración inicial El presente trabajo más que resultado de una investigación es una propuesta para el desarrollo de futuras investigaciones sobre la presencia española en el surgimiento de la ingeniería moderna en el Perú. Interesa, por tanto, señalar pistas a partir de los escasos datos hasta ahora conocidos sobre el tema. La presencia española en la ingeniería peruana de la época republicana no ha sido todavía objeto de un estudio sistemático. Lo que, para abrir el tema, hacemos aquí es sólo dar cuenta de algunas señales de esa presencia que hemos ido encontrando a lo largo de nuestros estudios sobre historia de la ingeniería y la arquitectura en el Perú. Como muestran nuestras publicaciones, estos estudios se centran en la historia de la formación técnica, en el proceso de la institucionalización del ejercicio profesional y en la biografía de ingenieros ilustres. No es raro, por tanto, que las pistas que aportamos aquí tengan que ver con estos temas específicos de la historia de la ingeniería y la arquitectura, más que con las obras de ingenieros y arquitectos. Tengo que aclarar finalmente que los trabajos sobre la presencia francesa y polaca en el surgimiento y primeros pasos de la ingeniería y la arquitectura en el Perú han sido ya fruto de estudio por nuestra parte 1 . Me remito a los trabajos citados en la nota para una presentación pormenorizada de las influencias francesa y polaca en el desarrollo de la ingeniería peruana moderna. 1. De la Colonia a la República La ingeniería, durante la época colonial, estaba preferentemente relacionada con la construcción de embarcaciones y la navegación, el armamento y las construccio* Universidad Naciona de Ingenieros (Lima). Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Lima). 1 Ver a este respecto: López Soria 1999 y 1998, Cazorla Moquillaza y López Soria 1999, Rodríguez Valencia 2001.

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nes para la defensa, y los trabajos de minería (exploración, explotación, beneficio de metales y transporte). Al final de la época se sabe de algunos esfuerzos por desarrollar estudios de minería, pilotaje, naútica y botánica2. Particularmente importantes fueron los esfuerzos de la misión Nordenflicht por crear una escuela de minería a partir del laboratorio de mineralogía que montó el propio Nordenflicht. La ingeniería de la época estaba regulada por las ordenanzas de 1803, que se referían a las atribuciones del "cuerpo de ingenieros". Estas ordenanzas serán completadas y perfeccionadas por San Martín, quien, en su condición de "Protector del Perú", emite un decreto en septiembre de 1822 para normar el ejercicio de la ingeniería militar, que, por entonces, se ocupaba de "todas las obras de cualquier género de arquitectura militar, civil o hidráulica que hayan de emprenderse en el territorio del estado" 3 . Después de definir las funciones de este cuerpo en relación con las edificaciones militares y asuntos de defensa, se establece que "También serán del cargo e inspección del ramo de ingenieros todas las obras civiles y edificios públicos, cuyos costos se hagan de los fondos municipales o del estado, como son la dirección de los caminos, zanjas, cercas, vallados, terraplenes y explanadas, la construcción o reparo de los puentes públicos, las cañerías, fuentes, etc.". Es, por tanto, obligación del comandante general de ingenieros no sólo informar al gobierno sobre asuntos de fortificación y defensa sino proponer "cuanto conduzca a hermosear los pueblos, consultando su utilidad y conveniencia". Corresponde igualmente al cuerpo de ingenieros militares levantar planos de todas las obras y edificios públicos, y conservarlos en el depósito general del ramo. A pesar de que desde el final de la Colonia se advertía una tendencia hacia el surgimiento y desarrollo de la ingeniería en tres áreas fundamentales, la minería, la defensa y la agricultura, al comienzo de la época republicana, con la decadencia de las explotaciones mineras y el predominio de lo militar, la ingeniería queda en gran parte reducida a ingeniería militar. Los pocos peruanos, como Mariano de Rivero y Ustáriz, formados en otra visión de las cosas no tuvieron éxito contra el predominio de lo militar en ingeniería. Esta situación, por lo demás, no era privativa del Perú. La ingeniería militar ocupaba entonces en Europa los espacios que ocupará después la "ingeniería civil". Para descubrir la influencia española en la ingeniería de las tres primeras décadas del siglo xix habría que hacer el seguimiento de la creación de las escuelas de formación técnica que hemos indicado, aunque se sabe que la influencia polaca, alemana y, en general, centroeuropea en la minería, y la francesa en la

2 Vargas Ugarte 1981. Sobre colegio de minería, 116,119,121; jardín botánico, 93; escuela de pilotaje, 93; escuela naútica, 125. 3 Oviedo 1862: Tomo XIV, núm. 805,232-234 (cita en 232).

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agricultura comenzaron a dejarse sentir ya desde entonces a través de las misiones de expertos procedentes de esos países. Por otro lado, hay que hacer también el seguimiento de la organización por excelencia de los ingenieros, el "cuerpo de ingenieros", para determinar si esta forma de organización llega al Perú directamente de Francia o de España. Los "cuerpos de ingenieros" son la expresión organizativa de la concepción europea de la ingeniería como servicio al estado para el planeamiento, diseño y conducción de las obras públicas. Los cuerpos de ingenieros que fueron constituyéndose en el Perú, exactamente desde la llegada en 1852 de dos ingenieros franceses y un polaco, siguen el modelo francés de organización del ejercicio profesional de la ingeniería. Habría que investigar, sin embargo, si el cuerpo de ingenieros del final de la época colonial había sido constituido a partir de instituciones semejantes existentes en España.

2. La acreditación de conocimientos Con el paso de los años pierde importancia la ingeniería militar y comienzan a desarrollarse obras civiles de ingeniería con la presencia cada vez más significativa de profesionales no militares, a los que los documentos de la época se refieren como "artistas" y profesionales de "artes liberales" Se hace necesaria, por tanto, una instancia, ajena a la esfera militar, que acredite a las personas que dicen poseer competencias para el ejercicio profesional. Lo que importaba entonces no era tanto brindar formación de ingeniería cuanto dar testimonio valedero y confiable de la competencia de alguien para actuar como ingeniero o arquitecto, sometiéndole a examen y revalidando sus títulos. Esta es la labor que cumplen el "cosmógrafo mayor" en Lima y , por su encargo, sus "tenientes" en las capitales de departamento. El 6 de agosto de 1840, El Peruano, órgano oficial del estado peruano, publica una resolución ministerial que, ante la pregunta de un prefecto, declara "que la función de examinar y aprobar a los alarifes, arquitectos y albañiles para que puedan ejercer su profesión corresponde al cosmógrafo mayor, y por la comisión de éste, a sus tenientes en los departamentos. En consecuencia, podrá proceder [...] a revalidar los títulos de los que actualmente existen en esta capital, y a examinar a los que no lo tuvieren" 4 . En 1851 se siguen aprobando decretos para prohibir que dirijan trabajos de construcción y medición los individuos que no hayan presentado previamente los respectivos exámenes y obtenido el título correspondiente de manos del cosmógrafo mayor 5 . Sólo en los lugares donde no es posible contar con peritos acre4 5

Oviedo: Tomo IX, núm. 416, 88. Oviedo: Tomo VI, núm. 2485, 283.

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ditados pueden los jueces recurrir a "empíricos" para hacer mediciones y tasaciones de predios 6 . Basten estos breves datos para dejar indicada la importancia del cosmografiato en la historia de la ingeniería y la arquitectura en el Perú. La institución del cosmografiato viene de la Colonia y consiguientemente es razonable suponer que se trata de una institución peninsular trasladada a América. Habría que estudiar qué transformaciones sufre esta institución en América hasta su desaparición a mediados del siglo xix. Lo que es cierto, a tenor de las investigaciones que estamos desarrollando sobre la historia de la ingeniería y la arquitectura en el Perú, es que el cosmografiato, durante los primeros decenios de la República, se constituye en la instancia normativa y reguladora del ejercicio profesional de ingenieros, arquitectos, alarifes y técnicos en general. El cosmografiato actúa a través de la acreditación que otorga a quien se presenta como candidato para obtener una licencia que le permita ser conocido como profesional técnico y trabajar como tal. Comienza, pues, a establecerse una distinción entre el profesional y el "empírico". El cosmógrafo mayor y sus tenientes en provincias son precisamente los encargados de acreditar el paso de la mera experiencia a la profesionalidad. Esto significa que existe ya un cierto consenso social acerca, primero, del conjunto de competencias cuya posesión determina que alguien pueda y tenga el derecho a ser considerado ingeniero o arquitecto, y segundo, de las características de las obras que tienen que ser diseñadas y conducidas por estos profesionales y no por meros empíricos. Se van perfilando, así, los campos específicos del ejercicio profesional de la ingeniería y la arquitectura modernas y el "corpus" de conocimientos y destrezas necesario para intervenir en ellos con garantías científico-técnicas de éxito. De la mera acreditación de títulos y competencias a la formación reglada hay un paso largo que en el Perú se va dando desde 1852 hasta 1876. En nuestras investigaciones sobre este período no nos hemos encontrado todavía con indicios de que haya habido algún tipo de contacto e intercambio entre la ingeniería peruana y la española. Tengo que aclarar, sin embargo, que este tema no ha sido objeto específico de búsqueda de mi parte ni de parte de quienes constituyen el equipo de investigadores del Proyecto Historia UNI.

3. La Escuela de Ingenieros de Lima y las escuelas españolas Después del impulso dado a la ingeniería y la arquitectura durante el gobierno de José Balta (1868-1872), fue durante el gobierno civilista de Manuel Pardo (1872-

6

Oviedo: Tomo VI, núm. 2486,283.

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1876) cuando la formación de ingenieros y arquitectos y la institucionalización del trabajo de estos profesionales dieron pasos definitivos en su desarrollo. En septiembre de 1872, Manuel Pardo nombra por decreto 7 una comisión para reformar el "Reglamento del Cuerpo de Ingenieros y Arquitectos del Estado", que databa de 1860. El objetivo era asegurar al gobierno el concurso de un cuerpo competente para ilustrarlo en sus decisiones y especialmente para darle a conocer las aptitudes de los que pretendieran ingresar al Cuerpo de Ingenieros y Arquitectos, "punto en el que no se puede tener demasiado esmero porque de él depende toda la eficacia de este Cuerpo y al que no se puede atender debidamente si el consejo que examina los títulos y conocimientos de estos individuos no es compuesto de personas que han hecho estudios profesionales" 8 . El 21 de octubre de 1872, Pardo aprueba el reglamento para el "Cuerpo de Ingenieros y Arquitectos del Estado" 9 . El Cuerpo tiene por objeto proyectar, ejecutar y vigilar las obras públicas de interés general, estudiar el territorio y reconocer las riquezas minerales. Para ello cuentan con ingenieros de I a a 4 a clase, ayudantes de ingenieros de I a a 3 a clase, arquitectos de I a y 2a clase, y ayudantes de arquitectos de I a y 2a clase. Dirige los destinos del Cuerpo una Junta Central que organiza los trabajos en cinco secciones: obras hidráulicas, vías de comunicación, edificios públicos y arquitectura, minas y manufacturas, y geografía. Además de conducir los trabajos públicos de ingeniería y arquitectura, la Junta Central examina los títulos y conocimientos de los que pretendan pertenecer al Cuerpo de Ingenieros y Arquitectos del Estado y de los que, sin pertenecer al Cuerpo, quieran someterse a las pruebas pertinentes para obtener un certificado que acredite su capacidad ante el público y las municipalidades. Para ello elabora un catálogo de conocimientos y destrezas necesarios para ser reconocido como ingeniero o arquitecto. Esta propuesta es aprobada por Pardo a través de decretos que aparecen entre el 5 de enero y del 28 de marzo de 1873 10 . Queda así constituido el primer cuerpo de competencias (conocimientos y destrezas) que los candidatos deben mostrar poseer para aspirar a ser admitidos como ayudantes e ingenieros y arquitectos del estado o para ser reconocidos oficialmente como ingenieros y arquitectos civiles o como agrimensores jurados. Preocupado como estaba por el desarrollo de la ingeniería y la arquitectura, el gobierno de Pardo no tardó mucho en encargar a un ingeniero polaco formado en

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Decreto por el que se nombra una comisión de ingenieros para reformar el Reglamento del Cuerpo. In: Anales del Cuerpo de Ingenieros del Perú, vol. 2, 5. 8 Señor ministro de Estado en el Despacho de Gobierno, Policía y Obras Públicas. Lima, setiembre 30 de 1872. Reglamento del Cuerpo. Ibíd., 7-8. 9 Decreto por el que se da un Reglamento para el Cuerpo de Ingenieros y Arquitectos. Ibíd, 8-14. 10 Ibíd., 15-39.

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Francia, Eduardo de Habich, la creación de la Escuela de Ingenieros. Después de meses de preparación, que incluyen el viaje de Habich a Francia para buscar profesores, materiales educativos y equipos de gabinetes y laboratorios, se crea la Escuela de Construcciones Civiles y de Minas por ley del 18 de marzo de 1876. Por decreto del 9 de mayo de 1876 se nombra al primer director, Eduardo de Habich, y a los primeros profesores: los peruanos Francisco Paz Soldán y José Sebastián Barranca, los polacos Francisco Xavier Wakulski y Ladislao Kruger, el francés Pedro Jacobo Blanc y el español Eduardo de Bragada. Los profesores percibían entonces un haber de 1200 soles anuales que se añadían a los 3600 soles anuales que percibían como ingenieros del estado cuando, como solía ser el caso, pertenecían al Cuerpo de Ingenieros y Arquitectos del Estado. Bragada estaba precisamente en este caso 11 . Dos meses después de iniciadas las clases, Eduardo de Brugada, profesor de conferencias de arquitectura y dibujo, se dirige al Ministro del ramo y al director de la Escuela para decirles que "El número e importancia de las comisiones y obras de que hoy estoy encargado me impiden en adelante cumplir, como lo desearía, con los deberes de ese honroso cargo" 12 . La renuncia de Brugada fue analizada por el Consejo Directivo de la Escuela, que acepta la renuncia y encarga el curso a un adjunto hasta que el 28 de noviembre de 1786 es nombrado Teodoro Elmore para sustituir definitivamente a Brugada. Después de los estudios que hemos realizado, no cabe duda de que esta Escuela, alma mater de la ingeniería peruana, se constituye a imagen y semejanza de las escuelas francesas, especialmente de l'École des Ponts et Chaussées y l'École des Mines de París 13 . Puede entenderse, consiguientemente, que los profesores de los "años fundacionales" fuesen mayoritariamente franceses y polacos y peruanos formados en Francia. Esto no obstante, hubo una cierta presencia española en los inicios mismos de la Escuela. No deja de llamar a atención la semejanza que se advierte entre la Escuela de Ingenieros de Lima y la Escuela Especial de Ingenieros de Minas de Madrid, con

" López Soria 1 9 9 9 : 5 6 . 12 De Eduardo de Brugada al director de la Escuela. Lima, 14 set. 1876. En: Archivo de la Escuela de Ingenieros, "Diferentes comunicaciones de autoridades y particulares". Sin foliar. 13 Habich, el fundador de la Escuela de Ingenieros, procedía de L'École des ponts et chaussées, en la cual había estudiado también otro eminente ingeniero polaco, Ernest Malinowski, que trabajaba igualmente para el gobierno peruano y era asesor principal del presidente de la época, Manuel Pardo, para todos los asuntos relacionados con la ingeniería. Fue, al parecer, Malinowski quien sugirió a Pardo que enviase a Habich a París a buscar allí inspiración, profesores, bibliografía y equipos para crear la Escuela de Ingenieros. Ver a este respecto los trabajos citados en nota 1.

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la cual la primera mantuvo relación desde su creación. En el reglamento de la Escuela de Lima se insiste, con términos muy semejantes a los que se utilizan en el reglamento de la de Madrid, en la necesidad de la enseñanza teórico-práctica y de las prácticas vacacionales. Por otra parte, el establecimiento madrileño coincide con el de Lima en la estructura de gobierno, en el régimen de las materias de enseñanza, en las formas de nominación de los profesores, en el reglamento para el alumnado y en la estructura integral de la Escuela 14 . La Escuela de Minas de Madrid había nacido con el mismo ideal que la Escuela de Ingenieros de Lima: "[...] cumplir una misión de transcendental importancia, como lo es indudablemente la propagación de los conocimientos que reclama el ejercicio de una industria de primer orden en nuestro país [...]'" 5 También en la Escuela de Madrid hay publicaciones muy parecidas a los Anales y al Boletín que publica la Escuela de Lima, y con el mismo propósito de recoger los trabajos y estudios del ramo y dar a conocer la riqueza minera del suelo español. En la lista de instituciones a las que se envían desde el comienzo, 1880, los Anales de Construcciones Civiles y de Minas del Perú, que publica la Escuela de Ingenieros de Lima, figura la Escuela Especial de Ingenieros de Minas de Madrid 16 . Años más tarde, en 1885, la Escuela de Lima comienza a publicar el Boletín de Minas, Industrias y Construcciones, en un formato que se inspira en la Revista Minera17 de Madrid. En 1889, de los 131 ejemplares que se distribuían en el extranjero de esta revista, 11 eran distribuidos entre diversas instituciones españolas 18 . La guerra peruano-chilena de 1879-80 y la subsiguiente ocupación del territorio peruano por el ejército chileno supusieron para la Escuela de Ingenieros un muy serio revés. El local de la Escuela fue convertido en cuartel y las pertenencias de la institución -biblioteca, laboratorios, gabinetes, etc.- llevadas a Chile. Para volver a equipar la Escuela, Habich recurre a instituciones amigas del exterior a las que les propone canje de publicaciones. Entre estas instituciones está, una vez más, la Escuela Especial de Ingenieros de Minas de Madrid 19 . La Escuela de Ingenieros de Lima, desde su propia creación, insiste ante el gobierno en su pedido de que se le autorice legalmente a exigir a los alumnos el

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Decreto del 24 de octubre de 1870 aprobando el Reglamento de la Escuela Especial de Ingenieros de Minas. In: Anuario de la Escuela Especial de Ingenieros de Minas. Primer año, 1878, 258-280. Ver otras similitudes en 182,185-211 y 323 y ss. 15 Introducción. In: Anuario..., 6. 16 López Soria,1999: 288. 17 Ibíd., 293. 18 Ibíd., 299. 19 Archivo de la Escuela de Ingenieros. Correspondencia exterior. 1881-1888.

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paso por los estudios de preparatoria antes de acceder a los cursos de ingeniería. Esta norma se inspira en lo que era entonces costumbre en muchas escuela de ingeniería. En la memoria anual de 1911, dice el director de la Escuela de Ingenieros de Lima, para justificar esta norma, que las escuelas que toman a los jóvenes al salir de la secundaria lo hacen para encauzarlos hacia la enseñanza profesional o práctica, reduciendo el estudio de las ciencias puras, "que pertenecen a las universidades" 20 , a los límites indispensables para estudiar las ciencias aplicadas. Entre las escuelas organizadas de esta manera, el director recuerda aquellas que por su "reconocida superioridad" han sido consultadas sobre el tema: 7 francesas, 1 alemana, 1 suiza, 3 de estadounidenses, 2 italianas, 2 españolas y 1 argentina. Las españolas son la Escuela Especial de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos de Madrid y la Escuela Especial de Ingenieros Industriales de Bilbao 21 .

4. Eduardo de Brugada Como acabamos de ver en el parágrafo anterior, Eduardo de Brugada estuvo ligado a la Escuela de Ingenieros de Lima desde el inicio mismo de esta institución, aunque es cierto que permaneció en ella como profesor de arquitectura y dibujo sólo un par de meses. En una nota necrológica 2 2 , aparecida en el Boletín de Minas, Industrias y Construcciones de la Escuela de Ingenieros de Lima en marzo de 1897, se da a conocer que el arquitecto español Eduardo de Brugada, hijo de Antonio de Brugada, pintor de cámara de la reina Isabel II, se estableció en el Perú en 1873 y comenzó trabajando en la ciudad de Arequipa, en donde proyectó y construyó los hermosos portales que hasta hoy adornan la Playa Mayor o Plaza de Armas. Brugada tenía apenas 34 años. Poco después, en 1875, se incorpora al Cuerpo de Ingenieros y Arquitectos del Estado, que era el organismo profesional que reunía a los ingenieros, arquitectos y ayudantes que trabajaban al servicio del estado. En calidad de arquitecto del estado peruano, Eduardo de Brugada desarrolla varios estudios para la Escuela de Agricultura y diseña el nuevo local de las Cámaras Legislativas que iba a estar emplazado en el Parque de la Exposición. Después formula el proyecto de Palacio de Gobierno y el del edificio de la Casa de Correos. Además de estos trabajos para el estado, Brugada hizo otros para particulares en lugares veraniegos y balnearios cercanos a Lima. Proyectó igual-

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Escuela Especial de Construcciones Civiles y de Minas: Memoria anual..., 1911: V. lbíd, VI. Ver también Cazorla Moquillaza 1999: T. II, 23. 22 Eduardo de B R U G A D A . Boletín de Minas, Industrias y Construcciones. Lima, Escuela de Ingenieros, año XIII, núm. III, mar. 1897, p. 18. 21

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mente iglesias y capillas por encargo de la jerarquía eclesiástica de la época. El autor de la nota necrológica pone de relieve "la fecunda concepción e infatigable labor" del arquitecto español, anotando que "en cuanto a su talento artístico, la opinión pública es unánime" (Ibíd., 19). El jurado de arquitectura de la Exposición Nacional que tuvo lugar en 1892, al conmemorarse los 400 años de la llegada de Colón a América, otorgó a Brugada una distinción honrosa por los dibujos que expuso en el aquel certamen. El cronista recuerda finalmente que el "artista" Brugada 2 3 estuvo ligado desde el inicio a la Escuela de Ingenieros en calidad de profesor de arquitectura y trabajos gráficos, pero también desempeñando otras tareas como el diseño de las refacciones y nuevas instalaciones que hubo que hacerse en el claustro de la Casona de San Marcos para poder albergar a la naciente Escuela de Ingenieros. No es aventurado pensar que el arquitecto español fuera inicialmente el hombre de confianza de Habich para la refacción y acomodamiento de la parte del antiguo Convictorio Carolino que fue destinada a local de la Escuela. Con la renuncia de Brugada será Teodoro Elmore quien lo sustituya no sólo en las clases sino en el encargo de mejoramiento del local. En 1878, sin embargo, según la información aportada por el autor de la nota necrológica, Habich encarga a Brugada la formulación de un proyecto completo para refaccionar el mencionado local. La obra no llegó a ejecutarse pero el proyecto lo "guardará siempre" la Escuela como "prenda de inestimable recuerdo: proyecto que, por sí sólo, da una alta idea del elevado carácter artístico del finado arquitecto" 24 . Probablemente la falta de recursos y especialmente la guerra en la que el Perú se vería envuelto desde 1879 impidieron que el proyecto Brugada de refacción completa del local fuese llevado a cabo. En su lugar se fueron practicando, antes y después de la guerra, diversas intervenciones parciales que nunca lograron satisfacer las necesidades de la Escuela. Esta finalmente se trasladó a la calle Espíritu Santo en 1889-90. A Eduardo de Brugada le sorprendió la muerte a los 58 años, cuando el edificio de correos que él diseñara estaba construyéndose a escasos metros de la Plaza de Armas.

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La distinción entre artista y arquitecto no se había todavía establecido, como tampoco estaba clara la distinción entre arquitecto e ingeniero civil. Buena parte de los arquitectos de entonces, y hasta bien entrado el siglo xx, estudian en las escuelas de "beaux arts", o de bellas artes. 24 Brugada 1897: 19. Sabemos, en efecto, que en 1878 se hicieron modificaciones y ampliaciones en el local por administración directa, realizando los trabajos el contratista Heyne. Ver López Soria 1999: 235.

112

Eduardo de Brugada es, hasta donde sabemos, el segundo profesional español de la ingeniería o la arquitectura modernas que se establece en el Perú y contribuye al desarrollo de estas disciplinas a través de su labor docente y de su ejercicio profesional. Una exploración más detallada en su biografía y en su obra permitirá muy probablemente identificar nuevas pistas para seguir enriqueciendo los conocimientos sobre las relaciones Perú-España en las áreas de la ingeniería y la arquitectura. 5. Juan M. Villa Antes que Brugada se había establecido en el Perú Juan Manuel Villa, un arquitecto español que llega a Lima en 1851, contratado especialmente para enseñar matemáticas en el Colegio Militar. Villa revalida su título profesional en el Cosmografiato ante un jurado compuesto por el cosmógrafo mismo (un capitán de navio), un coronel de ingenieros y un alarife. Se le da el diploma de agrimensor. En 1860 asciende a arquitecto, dando examen en la Dirección de Obras Públicas ante dos ingenieros y un arquitecto. El arquitecto Villa sobresale como profesor de matemáticas, tarea que desempeñó en dos prestigiosos colegios de la segunda mitad del siglo xix: el Colegio Militar y, especialmente, el Colegio de Guadalupe. Este último colegio, bajo la conducción del pedagogo español Sebastián Lorente, se distinguió no sólo por la buena formación que impartía sino por ser el centro del pensamiento liberal de la segunda mitad del siglo xix, en clara y manifiesta oposición al Colegio de San Carlos, centro del pensamiento conservador y ultramontano, que dirigió Bartolomé Herrera. Además de dedicarse a la docencia, Villa escribió varios textos de matemáticas que sirvieron de manual en el Guadalupe y probablemente, dado el prestigio de este colegio, en otros centros de estudios secundarios. Como arquitecto, se sabe que diseñó y condujo la construcción de algunas obras en Lima y Callao y en los entonces balnearios de Lima: Chorrillos y Miraflores. Fue, además, inspector de obras de la Municipalidad de Lima. Villa murió en Lima en 1899, a los 70 años, después de haber vivido 48 años en el Perú, país en el que formó una familia peruana y al que entregó lo mejor de sus capacidades de maestro y de arquitecto. 6. Sociedad de Ingenieros En 1898 un grupo de ingenieros, inspirándose en lo que se hacía en otros países, decide crear la Sociedad de Ingenieros del Perú como "centro de ilustración" o instancia de intercambio de conocimientos e informaciones. Legados importantes de esta Sociedad, que todavía existe, son su conocida revista Informaciones y memorias, su voluminosa biblioteca y su hemeroteca. Entre las revistas que reci-

113

be la Sociedad figura, ya en 1899, la Revista de Obras Públicas25 de España, y entre los 17 libros que se reciben en agosto del mismo año figuran Tratado de arquitectura,

de M . Toussaint de Saes (Madrid, 1881) y Agrimensura

y

arquitec-

tura legal, M. de la Cámara (Valladolid, 1871)26. Estoy seguro de que nuestra actual investigación sobre la Sociedad de Ingenieros del Perú nos permitirá descubrir otros aspectos de la presencia española en el desarrollo de las ingenierías y la arquitectura en el Perú. Coda Al terminar de dar cuenta de los rastros que hemos detectado de las conexiones entre Perú y España en cuanto a la obra de arquitectos e ingenieros, queremos subrayar que nuestra pretensión no ha sido otra que abrir una trocha que se anuncia promisora y que no ha sido todavía recorrida por la historiografía. Nos hemos esforzado por dejar bien precisas nuestras fuentes de información como una invitación a seguir la huella para explorar un territorio en el que las conexiones son acaso más profundas y transcendentales de lo que el "sentido común", construido por la historiografía, suele considerar.

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25

Informaciones y memorias de la Sociedad de Ingenieros del Perú. Lima, año I, núm. 3, jul. 1899. 26 I.M.,1,4.

114

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Los lectores limeños de la obra peruanista de Jiménez de la Espada: claves de la interrelación entre un autor y algunos de sus lectores Leoncio López-Ocón Instituto de Historia (CSIC)*

I

En enero de 1900 culminaba un curioso acto de cooperación entre el Perú y España. La viuda de Marcos Jiménez de la Espada agradecía entonces las casi doce mil pesetas que se habían recaudado en una campaña de solidaridad nacional e internacional con la familia de ese científico 1 , iniciada en octubre de 1898 cuando falleció el naturalista e historiador Jiménez de la Espada, casi septuagenario, pues había nacido en la Cartagena peninsular en 1831. A pesar de su larga carrera de servicios a la administración del Estado Espada terminó sus días como modesto ayudante del Museo de Ciencias Naturales, sin haber podido tomar posesión de su Cátedra de Anatomía Comparada de la Facultad de Ciencias de la Universidad Central, que se le había concedido a principios de ese año de 1898. Así pues, tras su desaparición, su familia quedaba en una difícil situación económica, como se comentó en la prensa madrileña de aquellos días 2 . En el reciente homenaje que se organizó en el Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid en torno a la figura y obra de ese sabio ochocentista -celebrado el 1 de diciembre de 1998- ya se explicó que aquellas casi doce mil pesetas de hace un siglo no eran una cantidad baladí, teniendo en cuenta por ejemplo

* Este texto se inscribe en el marco de los proyectos DGES PB97-1125, TEL 98-0845 y 06/115/1999 de la Comunidad de Madrid. Una versión preliminar se leyó por el Dr. D. Fermín del Pino, quien ha hecho una serie de observaciones que el autor agradece. 1 Ver Carta de Ana León al director de la Real Academia de la Historia, fechada en Alcalá de Henares el 28 de marzo de 1900. En expediente de Marcos Jiménez de la Espada. Archivo de la Real Academia de la Historia. Madrid. 2 Ver por ejemplo El Globo. [Diario Liberal ilustrado] Año XXIV. n° 8.346. Martes 4 de octubre 1898, p. 3, col. 2; La Epoca. Martes 4 de octubre Año L, p.3, col.l; El Correo. Madrid, 5 octubre 1898, I a p„ 3a col; El Heraldo de Madrid [ Año IX n.° 2885] Martes 4 de octubre de 1898. Edición de la noche, p.2; El Liberal 4 octubre 1898, 3a p., 4 a col y, sobre todo, El Liberal 5 octubre 1898, Ia p., 3a col.

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que un médico rural ganaba mil pesetas anuales. Y se señalaba que entre el medio millar largo de personas que participaron en esa campaña solidaria se hallaba un conjunto heterogéneo de gentes: europeos y latinoamericanos, españoles del interior y de la periferia, monárquicos y republicanos, artistas y científicos de primera línea junto a ciudadanos del común 3 . Los principales promotores de aquella campaña de solidaridad de hace un siglo habían sido diversas corporaciones científicas españolas -como la Real Academia de la Historia, la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, y la Sociedad Geográfica de Madrid-, y sobre todo sus amigos y colegas de la Institución Libre de Enseñanza 4 . En cierta medida los institucionistas usaron la figura de Jiménez de la Espada como estandarte de las iniciativas que emprendieron en pro del cultivo de la ciencia para sacar a España del marasmo en el que se encontraba, tras el desastre del 98 producido por su derrota militar ante los Estados Unidos en aguas del Caribe. Según diversos observadores, la aniquilación de la flota española en aguas cubanas se había producido por la inferioridad científico-técnica de los españoles. Basándose en esa constatación se suscitó entonces un movimiento intelectual a favor de elaborar una "cultura de la precisión". Con ella se pretendía mejorar el diagnóstico de los "males de la patria" y elaborar los remedios que facilitasen la regeneración de su tejido social y productivo. En ese contexto, la figura de Jiménez de la Espada fue presentada como un temprano ejemplo a seguir por sus colegas institucionistas gracias a haber construido una sólida obra mediante el cultivo del rigor experimental y el trabajo metódico, perseverante y paciente. En esta ocasión quisiera responder al siguiente interrogante: ¿por qué procedía de la capital peruana una cuarta parte de la cantidad económica que recibió la familia de Jiménez de la Espada? Desde Lima, en efecto, se remitieron a Madrid 2.763 ptas 5 , cantidad muy superior a las 600 ptas que se recaudaron entre los contribuyentes europeos, -franceses e italianos particularmente-, o las mil pesetas que aportó el diplomático colombiano Julio Betancourt, que fue la otra gran contribución latinoamericana a ese homenaje. ¿Qué significaba ese gesto de solidaridad de un grupo de peruanos hacia un sabio español? ¿Qué había detrás de ese acto de reconocimiento generado en Lima, a orillas del Pacífico, hacia alguien que había fallecido en tierras lejanas,

3

Ver al respecto López-Ocón 2000. Así se aprecia en la documentación sobre esa suscripción pública, en el mencionado expediente de Jiménez de la Espada del archivo de la Real Academia de la Historia. 5 Ricardo Palma hizo una aportación inicial de 40 pts. que llegaron el 23 de marzo. Luego, las 2.000 pts. remitidas por el Gobierno de la República del Perú llegaron a Madrid el 5 de abril de 1899. Finalmente las 723 pts. recaudadas en la Sociedad Geográfica de Lima estuvieron en su destino madrileño el 11 de julio de ese año. 4

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en el interior de la meseta castellana? ¿Por qué el principal actor peruano de esa campaña de solidaridad fue Ricardo Palma - c o m o se podrá apreciar en el anexo documental que se adjunta a este texto- quien, además de mediar ante el gobierno de Piérola gracias en cierta medida a su condición de senador, logró interesar a más de una treintena de integrantes de la élite cultural limeña, agrupados en torno a la Sociedad Geográfica de Lima 6 , la principal institución científica peruana en el tránsito del siglo xix al siglo xx? 7 La respuesta a tales interrogantes sería la siguiente, a mi modo de ver. Cabe ver ese gesto y acto solidario como el colofón de una larga cadena de reconocimientos hechos en el Perú a uno de los más notables peruanistas del siglo xix. Y esa sucesión de reconocimientos se fue produciendo por la convergencia entre dos miradas entusiastas sobre la historia y la geografía del Perú: la que se desplegó en tierras andinas durante la segunda mitad del siglo xix gracias a la labor de una pléyade de naturalistas, geógrafos e historiadores entre los que destacó Raimondi; y la que desenvolvió en Europa Jiménez de la Espada. Esta mirada de un europeo sobre el mundo andino se forjó en las observaciones que Espada hizo sobre el terreno durante el periplo que emprendió como profesor naturalista de la Comisión Científica del Pacífico, expedición que recorrió tierras americanas entre setiembre de 1862, cuando sus integrantes desembarcaron en la ciudad brasileña de Bahía, y finales de 1865, momento en el que los cuatro supervivientes del grupo inicial de ocho expedicionarios abandonaron el continente americano en el puerto también brasileño de Recife, antiguamente Pernambuco 8 . Pero luego, durante más de treinta años, la mirada de Espada se reorientó. Se hizo retrospectiva y se dedicó con ahínco a reconstruir una antigua

6

Los integrantes de la Sociedad Geográfica de Lima que participaron en la suscripción "Jiménez de la Espada" fueron, según se hace constar en el expediente mencionado en nota 1, los siguientes socios: Enrique Barreda y Osma, Javier Prado y Ugarteche, Olivo Chiarella, capitán de navio Camilo N. Carrillo, Carlos Amézaga, Felipe Barreda y Osma, José Antonio Miró Quesada, Emilio Bonifaz, Alberto Ulloa, Lorenzo Delsude, Ricardo Palma, Luis N. Bryce, Ricardo Rossel, Eleodoro Romero, Manuel Candamo, Miguel G. Delgado, Arístides Vázquez de Velasco, Mariano Y. Prado y Ugarteche, Manuel Panizo y Zárate, Francisco García Calderón, Juan Pardo y Barreda, José Pardo y Barreda, Leonardo Villar, Joaquín Capelo, Agustín B. Leguía, José Vicente Oyagüe y Soyer, capitán de navio M. Melitón Carvajal, Manuel Irigoyen, Leonardo Phflucker y Rico, Pablo Patrón, y Juan Manuel Iturregui y González. 7 Aproximaciones a la dinámica de esa institución en Cueto 1992 y López-Ocón 1995. Ver también Díaz Marín 1988. 8 Ver sobre esa expedición las obras de Barreiro 1926, Miller 1983 y Puig-Samper 1988. Así como el servidor construido gracias al proyecto de investigación TEL98-0845, financiado por la CICYT [Comisión Interministerial de Ciencia y Tecnología] del Gobierno español.

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tradición científica de estudiosos de la naturaleza y de las culturas andinas y amazónicas, en la que él procuró insertarse 9 . Pero, antes de profundizar en las características de la mirada peruanista de Jiménez de la Espada, presentaré previamente algunos de los reconocimientos que suscitó su obra entre la elite cultural limeña, a fines del siglo xix. En efecto, previamente a ese homenaje post-mortem del que he dado cuenta hubo dos momentos en los que se aprecia que existía una complicidad entre el autor Jiménez de la Espada y sus lectores peruanos; particularmente con Eugenio Larrabure y Unanue, con quien se forjó una amistad en la biblioteca madrileña de la Academia de la Historia entre 1875 y 1880, aproximadamente 10 . Así el 12 de noviembre de 1887 el presidente y el pro-secretario del Ateneo de Lima - E u g e n i o Larrabure y Unánue y Genaro Herrera-, respectivamente notificaban a Jiménez de la Espada que esa sociedad le nombraba miembro honorario por los "eminentes servicios prestados", centrados en "sus interesantes investigaciones bibliográficas, sus admirables trabajos acerca de la historia americana, en especial del Perú, y el espíritu de verdad y justicia que guía su pluma". Y seguían estos intelectuales limeños enumerando los méritos de su colega: "Ud. ha proyectado abundante luz sobre muchos puntos, dudosos unos y oscuros otros; ha sacado del olvido preciosos manuscritos, fomentando con incansable actividad el estudio de los tiempos primitivos de América y ha desvanecido así no pocos errores y preocupaciones que impedían ver la obra del descubrimiento y de la colonización con todos sus sacrificios y su grandeza" 11 . El mismo Larrabure, años después, siendo ministro de Relaciones Exteriores dio marchamo oficial a ese reconocimiento social cuando se movilizó para que el 5 de diciembre de 1892 su gobierno dictase un decreto por el que se concedía "una medalla de honor de oro al sr. D. Marcos Jiménez de la Espada por sus importantes trabajos históricos y geográficos relativos al Perú" en el marco de una política del gobierno peruano de fomento de los estudios relativos al Perú y de aprecio de la labor hecha por los peruanistas en el extranjero que tuviesen "verdadera importancia" 12 .

9

Sobre esta cuestión ver las contribuciones de Bustamante 2000 y Del Pino Díaz 2000. Carta de Eugenio Larrabure y Unanue a Cesáreo Fernández Duro, secretario de la Real Academia de la Historia, Lima 12 marzo 1899. Ver documento n° 12 del Anexo documental. " Ver comunicación a Jiménez de la Espada en la que se le notifica su elección como miembro honorario del Ateneo de Lima, fechada en Lima 12 de noviembre de 1887. En Archivo Jiménez de la Espada, de la Biblioteca General de Humanidades del CSIC. Procede de una donación de su nieta Da Ana Jiménez de la Espada. El catálogo informatizado de ese archivo se puede consultar a través de la siguiente dirección URL . 10

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Y semanas después José M. Jiménez, del Ministerio de Relaciones Exteriores de la República del Perú, al enviar la condecoración a España daba detalles de los porqués de ese premio y ofrecía indicios de qué obras publicadas en Madrid por Espada habían encontrado mejor acogida en esta ciudad, en carta fechada en Lima el 21 de agosto de 1893: Señor: Por resolución suprema del 5 de diciembre de 1892, el Gobierno del Perú tuvo a bien decretar a V. la adjunta medalla de honor, ya como homenaje a sus talentos históricos y geográficos, ya como una retribución, aunque pequeña, significativa y amistosa, de los servicios que a la Historia del Perú tienen prestadas las varias publicaciones hechas por V. sobre el insigne cronista Cieza de León, así como sus "Relaciones Geográficas de Indias" y sus "Disquisiciones sobre el Descubrimiento de América y la época colonial".

Dados estos antecedentes, no ha de extrañar la movilización que se produjo en Lima a lo largo de los primeros meses de 1899 para responder a la llamada que se hizo desde Madrid, canalizada a través de la Real Academia de la Historia, para que hubiese una participación peruana en la recaudación de fondos que los amigos de Jiménez de la Espada habían organizado para apoyar económicamente a su familia. Pero ahora no fue el diplomático e historiador Larrabure y Unánue, que había trabajado en Madrid - como ya hemos indicado- en los primeros años de la década de 1880 codo con codo en Espada en la biblioteca de la Academia de la Historia 13 , quien lideró esa campaña de solidaridad limeña. Fue más bien Ricardo Palma, el cual tenía al parecer una notable influencia sobre el presidente Piérola 14 , lo que explica que el gobierno peruano contribuyese oficialmente a esa campaña con una importante aportación de dos mil pesetas 15 . Las dotes de recaudador de Ricardo Palma fueron eficaces, ya que consiguió implicar en la campaña a un selecto grupo de la elite cultural y científica limeña 16 .

12

Se reproduce, entre otros lugares, en Boletín de la Sociedad Geográfica de Madrid, vol. XXV, 2 o semestre 1893, extracto de Actas. Sesión de la junta directiva del 19 diciembre de 1893,362-363. 13 Cf. nota 10. 14 Cartas de Ricardo Palma a Cesáreo Fernández Duro, fechadas en Lima 14, 25 y 26 de febrero de 1899. Ver documentos n° 1 , 2 y 3 del Anexo documental. 15 Resolución de la Presidencia de la República de 18 de febrero de 1899, y carta del Ministro de Relaciones Exteriores de la República del Perú M J. Porras al encargado de Negocios de España, fechada en Lima en 23 de febrero de 1899. Ver documentos n° 9 y 8 del Anexo documental 16 Ver carta del librero Femando Fe a Cesáreo Fernández Duro fechada en Madrid a 14 de mayo de 1899; carta del presidente de la Sociedad Geográfica de Lima Carlos B. Cisneros al director de la Real Academia de la Historia marqués de la Vega de Armijo, fechada en Lima 2 de

120

Pero junto a las maniobras de pasillo ante las instancias de poder, que debía conocer bien como senador , Palma tomó la pluma y en las páginas de El Comercio17 trazó una serie de reminiscencias de su colega en las que se entreve la simpatía mutua que se profesaron esos dos eruditos liberales y polígrafos ochocentistas. Ambos compartieron gustos y aficiones sobre el conocimiento del pasado peruano -interesándose los dos por ejemplo sobre los quipusls-, y ambos tuvieron preocupaciones lexicográficas sobre el uso de americanismos en la lengua castellana19, tarea a la que Palma dedicó esfuerzos en su viaje a España en 189220, encontrándose con una cierta cerrazón de los integrantes de la Real Academia Española, reacios en un primer momento a integrar en su Diccionario las propuestas de Ricardo Palma21, aunque gracias a la batalla de éste finalizaron por aceptar pocos años después parte de las voces sugeridas por el literato y académico limeño22. II Y son precisamente esas reminiscencias de Marcos Jiménez de la Espada evocadas por la pluma de Ricardo Palma las que nos van a servir de pretexto para tra-

junio 1899; y tarjeta de Ricardo Palma a Cesáreo Fernández Duro, fechada en Lima 3 de junio 1899. Ver documentos 10,11 y 5 del Anexo documental. Ver también la nota 5 líneas arriba. 17 Ese artículo lo publicó en 1899. Fue reproducido en el diario madrileño La Época el domingo 16 de julio de ese año, en su primera página. Se reproduce en López-Ocón y PérezMontes 2000: 370-374. 18 Ver por ejemplo el breve trabajo de Palma 1892 y las notas de trabajo de Jiménez de la Espada, que existen en su archivo de la Biblioteca General de Humanidades (BGH) del CSIC, sobre la comunicación que presentó en el Congreso Internacional de Americanistas de Turin en 1886, que tituló "Los Quippos". 19 El interés de ambos por las cuestiones lingüísticas y por un uso correcto y flexible de la lengua castellana fue, al parecer, otro de los fundamentos de su amistad y colaboración intelectual. Ver al respecto los documentos 14 y 15 del Apéndice documental, en los que Espada acusa recibo de haber recibido el folleto de Palma sobre Neologismos y americanismos. Sin embargo, como consta en el documento n° 15, sus observaciones a ese texto no se atrevió a hacérselas llegar a su amigo limeño. 20 Una aproximación a ese viaje en Bernabeu Albert 1987, quien usa como fuente la obra de Palma, Recuerdos de España, publicada originariamente en 1897. Las crónicas que envió Palma al diario El Comercio y las Reminiscencias de ese viaje, que publicó ese diario limeño entre 1892 y 1895 han sido editadas. Ver López Martínez 1991. 21 Sobre esta polémica de los americanismos ver Miró Quesada "Introducción" a op. cit. [20], 22 Así lo reconoce el propio Palma [1903], donde en las pp. III y IV expone que de las quinientas voces que había propuesto incorporar al Diccionario, en su opúsculo de 1895 Neologismos y Americanismos, la decimotercera edición del Diccionario había aceptado casi una tercera parte de sus propuestas.

121

zar, a partir de dos cuadros extraídos de esa nota biográfica, algunos de los rasgos del proceso de conocimiento de Jiménez de la Espada, y cómo en ese proceso ocupó una posición central el estudio de la historia y geografía peruanas: hasta el punto de que su discurso de ingreso en la Real Academia de la Historia, que no llegó a pronunciar, iba a versar sobre Las primeras limeñas23. Acerquémonos al primer cuadro. Es el momento en el que esos dos intelectuales coetáneos se saludaron por vez primera. Palma y Espada se conocieron en Lima allá por 1863, cuando los seis naturalistas y los dos ayudantes - u n taxidermista y un dibujante fotógrafo- que integraban la Comisión Científica del Pacífico desembarcaron por primera vez en esa ciudad, junto a los marinos de la flotilla que les había llevado a tierras americanas. El encuentro, según evocara Palma, se produjo en la redacción del diario El Mercurio que dirigía Manuel Atanasio Fuentes, conocido en los ambientes literarios y periodísticos de aquel entonces por su seudónimo de "El Murciélago". Así nos cuenta Palma aquel encuentro fugaz: Era una noche de invierno cuando entró en la redacción El Murciélago acompañado de un joven, que llevaba con mucha gallardía la elegante capa española. Por entonces estábamos todavía los peruanos a partir un confite con el almirante Pinzón y los oficiales de la Numancia, que se pasaban horas y horas en la tertulia nocturna de la redacción, agasajados con una taza de magnífico te y una copa de Jerez legítimo. Fuentes nos presentó al bizarro joven de la capa, que era D. Marcos Jiménez de la Espada.

Espada llegaba, en efecto, a Lima en el seno de la Comisión Científica del Pacífico, donde tenía asignadas las funciones de segundo ayudante naturalista, encargado de la recolección de aves, mamíferos y batracios. Esa expedición, la principal empresa científica ultramarina de la España isabelina, se había preparado precipitadamente en Madrid en la primavera de 1862. En el marco de una ofensiva americanista de la burguesía española, y como una expresión más de un complejo movimiento político-cultural panhispanista 2 4 , los responsables del Ministerio de Fomento decidieron agregar un grupo de naturalistas a una escuadrilla naval que se enviaba a aguas del Pacífico para restablecer la presencia española, en un área geográfica que se revalorizaba estratégica y económicamen-

23

Sobre esta cuestión ver Paredes Vera 1998. Sobre esta cuestión ver Van Aken 1959 y López-Ocón 1987: 77 y ss. Sobre el nacionalismo "integral" de ciertas elites de la España isabelina, ver López-Ocón 1985, y López-Ocón y Puig-Samper 1988. Un reciente análisis de las razones por las que se organizó esa empresa científica que tenía rasgos "neocoloniales", en López-Ocón 2001b. 24

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te tras los hallazgos auríferos de California y Australia a mediados del siglo xix, y en el momento en el que los Estados Unidos estaban enzarzados en la Guerra de Secesión. Esa coexistencia entre marinos de guerra y naturalistas fue luego fuente de sinsabores para unos y otros, máxime cuando los marinos se vieron implicados en una serie de conflictos con las repúblicas del Pacífico americano. Esas tensiones se produjeron como consecuencia de diversos malentendidos que se fueron sucediendo y que culminaron con los desastrosos bombardeos de Valparaiso y del Callao el 2 de mayo de 1866, derivados del "nacionalismo integral" de ciertas elites de la España isabelinas 25 . Pero en 1863, tal y como recordara Ricardo Palma, las relaciones entre peruanos y españoles eran fluidas, y nadie podía prever los funestos sucesos posteriores. Los integrantes de la Comisión 26 -según atestigua el diario del zoólogo Martínez y Sáez 27 , y las crónicas que remitió el fotógrafo-dibujante Castro y Ordóñez a la revista madrileña ilustrada El Museo Universal28- hicieron excursiones por los alrededores de la ciudad, entablaron contactos con colegas como el naturalista de origen italiano Antonio Raimondi 29 , callejearon apreciando sus bellezas arquitectónicas y el donaire de las "tapadas" limeñas -que tanto impresionaron a los costumbristas románticos-, se divirtieron en teatros y tertulias, tomaron u obtuvieron fotografías - d e las que actualmente se conservan 36, entre el archivo del Museo Nacional de Ciencias Naturales y el fondo Jiménez de la Espada de la Biblioteca General de Humanidades del CSIC 3 0 -, y visitaron los gabinetes de historia natural y de antigüedades que había en la ciudad, como el del director de Instrucción Pública Ferreirós. Ahí, en ese gabinete, Castro y Ordóñez tuvo opor-

25 De la bibliografía sobre ese conflicto bélico cabe destacar Novo y Colson 1882, Davis 1950 y García Barrón 1979. La última aportación es la obra de Rodríguez González 1999. Un comentario de esta obra por López-Ocón en "Reseñas literarias" del n° 1 del Boletín de información de la Biblioteca General de Humanidades del CSIC, en la dirección URL . 26 Una visión general de la experiencia peruana de la Comisión Científica del Pacífico en Cueto 1995. 27 Calatayud 1994. 28 González Pizarra 1989. 29 Cueto 1995: 454-455. 30 La colección de las fotografías hechas por Castro y Ordóñez, y otras que obtuvieron los expedicionarios durante su viaje americano, se pueden consultar además de en el portal de Internet sobre la Comisión Científica del Pacífico, ya mencionado, dirección URL , también en un CD-ROM. Ver Juana Molina, C. M" Pérez-Montes y L. López-Ocón 2000. Aquí no está incluida otra pequeña colección que se conserva en el Museo Nacional de Antropología (sede C/ Alfonso XII).

123

tunidad de hacer dibujos de algunas de sus piezas, que reaparecieron sorpresivamente en 1995 en la mencionada Biblioteca General de Humanidades del CSIC, junto a otro valioso material iconográfico acumulado a lo largo de su vida por Jiménez de la Espada 31 . Un año después, la situación había cambiado radicalmente. La flotilla española se apoderó de los depósitos de guano de las islas Chincha para reclamar el pago de supuestas deudas atrasadas, y su propia situación a lo largo del litoral del Pacífico se hizo insostenible. Los integrantes de la Comisión Científica del Pacífico, que se encontraban en aquel momento en Valparaíso, recibieron la orden de regresar inmediatamente a Europa. Pero entonces se produjo una rebelión de esos científicos ante las órdenes de los políticos y militares, y solicitaron hacer su regreso recorriendo el continente sudamericano por los 4 o grados de latitud sur. Querían llevar a cabo su "gran viaje", atravesando los Andes ecuatoriales y la cuenca amazónica, para hacer contribuciones significativas a la ciencia. Y en 1864 los protagonistas de esa aventura - y a sólo cuatro de los ocho integrantes iniciales de la Comisión: los zoólogos Martínez y Espada, el botánico Isern y el antropólogo Almagro- pasaron de largo por Lima camino de Guayaquil, base de sus preparativos para su epopeya tropical. Entonces no dejaron a Espada descargar sus equipajes, y los agasajos de meses atrás se habían transformado en recelos y desconfianza, siendo acusados esos científicos de "espías del gobierno español" y recibiendo por doquier, sobre todo en Chile, insultos de "godos coludos" 32 . Meses más tarde, a principios de 1865 - e l 28 de enero- estando ya en Quito, anota Espada en su Diario que el general peruano Farfán le había comentado que las negociaciones diplomáticas entabladas entre los gobiernos de Perú y España parecían encaminarse a buen puerto 33 (hecho que no se produciría), y con esa impresión -que se revelaría falsa con el transcurso del tiempo- abandonó la capital ecuatoriana rumbo al alto Amazonas, siguiendo la ruta de Orellana. Tras un viaje titánico, en el que los cuatro supervivientes de la Comisión hicieron frente a un sinfín de desafíos y pasaron mil penalidades en su descenso por el piedemonte andino y en sus navegaciones por la cuenca amazónica, llegaron Espada y Martínez a Madrid a principios de 1866 con un moribundo Isern,

31 Un análisis de esa colección iconográfica, formada por medio millar de fotografías y más de un centenar de dibujos y láminas, en Badía, Pérez-Montes y López-Ocón 2000. En la figura 47 del álbum que acompaña a esa galería aparecen algunos de los dibujos que hizo Castro de los objetos de la colección limeña de Ferreirós. 32 Jiménez de la Espada 1965: vol. III, 188n. 33 Barreiro 1928: 155.

124

que fallecería días después. Almagro, entretanto, se había dirigido a su Cuba natal, desde Recife - e l antiguo Pernambuco. En los meses siguientes Espada trabajaría con denuedo en la organización de una exposición en el Real Jardín Botánico, en la que se mostró al público madrileño una parte representativa de los más de 80 mil objetos recolectados por los integrantes de la Comisión, pertenecientes tanto a los tres reinos de la naturaleza americana como a significativos artefactos culturales, de diversos grupos étnicos amerindios con los que habían convivido los naturalistas. Y, mientras se producía ese evento científico - l a exposición de la inauguración tuvo lugar en el Jardín Botánico el 15 de mayo de 1866-, llegaban a Madrid las noticias del ataque de Méndez Núñez a las baterías del Callao, que llenó de luto y dolor a familias limeñas. Esas veleidades ultramarinas contribuyeron a acelerar la crisis de la monarquía isabelina, como lo reveló la insurrección del 22 de junio en las barracas de San Gil de Madrid, protagonizada por un grupo de sargentos e incitada por los demócratas. Fue el principio del fin del reinado de Isabel II, al alentar la voluntad revolucionaria de demócratas y progresistas 34 . III El ataque a las baterías del Callao ordenado por Méndez Núñez dio lugar a una fase de distanciamiento entre peruanos y españoles. La normalización de relaciones sólo se produciría a partir de 1879, cuando se firmó un tratado de paz y amistad entre ambos países y la opinión pública se decantó a favor del Perú, en su conflicto con Chile 35 . Entre tanto Jiménez de la Espada, que era ayudante del Museo de Ciencias Naturales, empezó a frecuentar archivos, bibliotecas y museos, y desde esos "lugares de la memoria" inició la construcción de una original obra como naturalista-historiador, marcada por un afecto y simpatía a las tierras y gentes del Perú que se había generado en su experiencia limeña de 1863. Así, en su primer trabajo historiográfico publicado en 1868 y titulado "Un bochinche de frailes" - q u e en cierta medida parece influido por las tradiciones peruanas de Ricardo Palma, pues comparte con alguna de ellas una visión irónica de la época colonial 3 6 -,

34

Durán de la Rúa 1979: 322-329. Ver al respecto la exposición que hizo el demócrata Perillán y Buxó en el Casino Democrático-Progresista acerca del conflicto entre las repúblicas del Perú, Bolivia y Chile, comentada por el periodista M. de Pérez Ruano: "España y las repúblicas hispanoamericanas. Importante conferencia", La América, 8 setiembre 1882, tomo XXIII, n° 17, 5. Sobre el papel que desempeñó esa revista en el diálogo iberoamericano que promovieron los liberales españoles entre 1857 y 1886, ver López-Ocón 1987. 35

36

Ver al respecto Tanner 1993.

125

declaraba ya esa simpatía por el Perú que le impulsó a iniciar el estudio de cronistas del Perú como Fernando de Montesinos 37 . Pero será en los primeros años de la década de 1870, tras fracasar en la consecución de su autonomía profesional como zoólogo - p u e s conviene recordar que la cátedra de Anatomía comparada, de la Facultad de Ciencias de la Universidad Central de Madrid, sólo la obtuvo meses antes de fallecer-, el período en el que orientó decididamente su mirada de científico hacia el pasado. Comenzó entonces a desempolvar papeles viejos escudriñándolos, comparando, depurando materiales, siguiendo los criterios de la bonne méthode de los positivistas, método al que se adhirió con fervor. Esa adhesión le resultó fácil. Trasladó sus métodos de trabajo de naturalista, con los que estudió los anfibios y mamíferos sudamericanos siguiendo los presupuestos de la anatomía comparada, al análisis material de documentos y monumentos que daban cuenta y razón del pasado. Su misma práctica de naturalista -como le sucedió a muchos colegas de otras partes del m u n d o - le impulsó al conocimiento histórico, ya que formó parte de una corriente internacional, derivada en cierta medida de la ciencia humboldtiana, que apostó por crear una práctica textual caracterizada por un discurso híbrido, entre el conocimiento de la naturaleza y el saber histórico 38 . Pero, además, ese aterrizaje en un nuevo campo de conocimiento lo llevó a cabo orientado por su experiencia viajera. De manera que se puede plantear que "el viaje a través del tiempo" que llevó a cabo entre 1868 y 1898 le permitió prolongar el primer desplazamiento espacial que realizó entre 1862 y 1865 39 . Buscó, en cierta medida, en testimonios del pasado una prolongación de la experiencia cosmopolita que le formó como científico y ser humano. Durante su viaje Espada desarrolló una mirada comprensiva, globalizadora y totalizadora de la naturaleza y de las culturas americanas, en la mejor tradición humboldtiana. Al igual que Humboldt durante su peregrinación científica, Espada a lo largo de su viaje se esforzó por integrar diversos conocimientos, estudiando la influencia de la naturaleza física sobre el hombre y enlazando el estudio de la naturaleza física con el de la naturaleza moral. Esa visión de la naturaleza en ambos viajeros, siempre pendiente de lo "general", no abandona nunca la interpretación comparativa. Pero, junto a esa mirada panorámica de cuño humboldtiano, el ojo de Espada era amante de captar el detalle y de profundizar en el campo de visión, resaltando todos los aspectos del objeto contemplado. Así, quien se aproxime a su diario de viaje o lea las cartas en las que da cuenta de

37 38 39

Más detalles en López-Ocón 2000a. Fan 2000. Esta cuestión está desarrollada más ampliamente en López-Ocón 2001b.

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algunas de sus experiencias viajeras podrá comprobar cómo procuró descubrir un mundo tangible y aprehensible por la experiencia, exuberante en sus detalles. De ahí que, como ya observó Lily Litvak40, registrase con mimo animales, plantas, hombres, costumbres, mitos, folklore, vocabularios, arquitectura, mezclando en su información narración y análisis. Procuró en suma ser un fiel testigo de lo que veía, verificando y calificando continuamente la información que recogía. Pero, sobre todo, ese viaje quiso prolongarlo en el tiempo porque se convirtió para él en una experiencia educativa integral, que le ofreció múltiples medios para autoperfeccionarse como ser humano: le dio amplitud de horizontes, le permitió sentir la naturaleza, amar el territorio, adquirir serenidad, libertad, y el dominio de sí mismo, el vigor físico y moral que brotan del esfuerzo realizado, del obstáculo vencido, de la contrariedad sufrida, del lance y la aventura inesperados. En esos elementos formativos de cualquier experiencia viajera insistirían los pedagogos de la Institución Libre de Enseñanza41. En sus manos pondría D. Marcos la educación de su hijo Gonzalo, que con el tiempo también sería un notable educador. De manera que las líneas de trabajo desarrolladas como historiador por Jiménez de la Espada, entre 1868 y 1898, tuvieron su punto de arranque en el cúmulo de sus experiencias viajeras. En su desplazamiento por tierras americanas como naturalista se encuentran, pues, las raíces de su programa de investigaciones historiográficas, en general, y peruanistas en particular. Hace unos años el historiador Pierre Nora instó a una serie de colegas suyos, entre los que se encontraban casi todos los clásicos de la reciente historiografía francesa, a que hiciesen su "ego-historia"; es decir que explicitasen, usando los métodos y el discurso del historiador, los vínculos entre las investigaciones históricas que habían realizado y el proceso histórico que había configurado su quehacer 42 . En cierta medida Espada usó también ese método. Explícitamente en algunas ocasiones, e implícitamente en general, establece una relación íntima entre la historia que le hizo y las investigaciones históricas que efectuó. Su experiencia viajera aparece intermitentemente en sus escritos como el manantial de conocimientos e influencias del que brotó su obra histórica. Su viaje por el tiempo, es decir su labor de historiador, se hace también inteligible si consideramos que uno de sus afanes fue encontrar en el pasado pruebas de las actividades de quienes él consideró "sus predecesores" en sus investigaciones, tanto de la naturaleza como de las culturas americanas.

40 41 42

Litvak 1987. Ortega 1984 y Martínez de Pisón 1984. Nora 1987.

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Ese componente ego-histórico de su producción historiográfíca subyace, por ejemplo, en su redescubrimiento y revalorización de la obra de Pedro Cieza de León, autor de una monumental Crónica del Perú, de la que en tiempos de Espada sólo se conocía la primera parte: terminaría encargándose él de editar en 1877 La guerra de Quito, libro de la cuarta parte de la Crónica, y en 1880 Del Señorío de los Incas, segunda parte de tal Crónica. Es cierto que sus trabajos sobre Cieza le produjeron disgustos, pues se vio envuelto con González de la Rosa en una áspera polémica43 sobre la prioridad del hallazgo del manuscrito de Del señorío de los Incas, pero también le produjo íntimas satisfacciones el contacto con quien le introdujo de lleno en el complejo mundo de las primeras décadas de la vida colonial peruana, y para quien logró acuñar el título imperecedero de "príncipe de los cronistas". Cieza, por sus dotes y talentos de historiador y geógrafo, por su mirada globalizadora sobre todo el mundo andino, fue visto por Jiménez de la Espada como un alter ego. Su fascinación ante el admirable programa de investigaciones que efectuó ese soldado conquistador y joven viajero en el área andina, durante las primeras décadas de la invasión europea, queda patente en el siguiente texto que me permito citar en extenso. En él se muestra cómo Espada consideraba el plan de trabajo de Cieza análogo al que él mismo procuró realizar a una menor escala, por un parecido escenario geográfico, tres siglos después: Pedro de Cieza de León reconoció en persona el país, teatro de la historia que proyectaba, desde el puerto de Panamá a la costa de Arica y desde las salvajes y boscosas montañas de Abibe a los desnudos y argentíferos cerros de los Charcas [...] demarcando como experto geógrafo la variedad de sus regiones y climas; situando las fundaciones españolas y los pueblos indianos; observando como naturalista las especies más útiles y curiosas, bravias o domésticas, de animales y plantas; describiendo como etnógrafo o investigando como anticuario la raza, gesto, trajes, armas, alimentos, costumbres, creencias, industria, artes, gobierno, tradiciones y monumentos de las gentes indígenas; gozándose en pintar a grandes rasgos la fisonomía de la tierra y del cielo, en la magnificencia de los nevados y volcanes, la grandeza y multitud de los ríos, la espesura y misterio de las gigantes selvas y la yerma soledad de las xallcas y punas; en el humbroso y risueño frescor de los valles marítimos, y en la aridez de los quemados arenales que con ellos alternan a lo largo de la extensa comarca de los yuncas. Ni se olvidó de indicar las relaciones sociales, políticas y religiosas que se trabaron entre conquistadores y conquistados [...] Y comprendiendo que las instituciones y poderío de unos soberanos, cuyo genio y cuya fortuna dieron la unidad a un imperio vastísi-

43

Jiménez de la Espada 1896. Un análisis de esa controversia en Hampe Martínez 1991. Como se aprecia en los documentos n° 14 y 15 del Anexo documental, Espada propuso a Palma en ese año de 1896 que le defendiese en esa polémica ante sus colegas limeños.

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mo, importaba que fuesen conocidos puntualmente, no sólo a la más clara inteligencia de los hechos de la conquista y posteriores [...] pero también por ser materia de suyo en alto grado interesante y nueva; sin arredrarse ante la infinidad de inconvenientes que el trabajo ofrecía, ayudado de los mejores lenguaraces del idioma quichua y vaquéanos del reino, acudió a interrogar la memoria y los quipus de los más viejos orejones, servidores, deudos o descendientes de los últimos incas Tupac-Yupanqui y Huaina-Cápac; y antes que Juan de Betanzos, y el padre Blas Valera, y Polo de Ondegardo, y Santillán, y Cabello Balboa y Garcilaso, entresacó de una maraña inestricable de fábulas y absurdas tradiciones, el origen, linaje, descendencia, política, leyes y religión de los autócratas cuzqueños y sus fastos hazañosos y legendarios44.

Dado su nacionalismo liberal y su laicismo, según he explicado en otras ocasiones 45 , Jiménez de la Espada no pudo entender del todo el proyecto historiográfico de Cieza, que es ininteligible sin el concurso del movimiento lascasiano que actuaba en España y el Perú en las décadas centrales del siglo xvi. A mi modo de ver, la elaboración final de la Crónica del Perú estuvo muy influida por la amistad que Cieza desarrolló con prominentes lascasianos como el quechuista Domingo de Santo Tomás, líder del partido de los indios que tan influyente fue en el Perú durante la labor pacificadora de La Gasea: justo cuando Cieza llevó a cabo el grueso de su obra, en el gozne de las décadas de 1540 y 155046. Pero ahora me interesa subrayar que los estudios sobre Cieza son los que llevan a Espada a avanzar en su plan de investigaciones sobre el mundo andino en la década de 1870. Y que ese plan se despliega conforme él consolida su presencia en un movimiento internacional, de "savants" o eruditos dedicados al estudio de la historia de la América precolombina, que se constituye en Europa en esa década. Así, al incorporarse a esa incipiente comunidad científica, llevó al Tercer Congreso Internacional de Americanistas- celebrado en Bruselas en 1879, el primero en el que él participó, su magnífica edición de Tres Relaciones de Antigüedades Peruanas. La obra estaba precedida de un conciso estudio introductorio que -aunque esté impregnado de un cierto nacionalismo- es, no obstante, un trabajo modélico de depuración de fuentes y de crítica historiográfica, como reconocieron lectores coetáneos 47 . En él logra establecer un canon heurístico de cuáles fueron, a lo largo de las primeras décadas de vida colonial, los observadores más perspicaces y sistemáticos de la realidad andina, que en términos generales parece haber sido aceptado por la historiografía posterior.

44 45 46 47

Jiménez de la Espada 1877: XXXVII a XXXIX. Ver por ejemplo López-Ocón 1989, especialmente p. 141. Ver al respecto López-Ocón 1992 y 1992a. Stor 1880.

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A partir de entonces empieza a ocupar una posición preeminente en el campo científico de los estudios americanistas, que se hace más evidente cuando se convierte en el motor del Cuarto Congreso Internacional de Americanistas celebrado en Madrid en 1881, sobre el que me detendré porque significó un parteaguas en el proceso de conocimiento de nuestro autor. De la intensa participación de Espada en esa asamblea científica quisiera destacar tres hechos. Primero. Su permanente aprovechamiento de las observaciones arqueológicas y etnográficas sobre el terreno que hizo en la República del Ecuador, pues en ese congreso americanista de 1881 presentó sendas comunicaciones sobre el palacio del Callo, una construcción incaica de un lugar próximo a Quito que había visitado el 5 de diciembre de 1865, y sobre los yaravíes quiteños, un conjunto de melodías cantadas por los campesinos norandinos 48 . Segundo. Su descubrimiento de nuevos materiales documentales al organizar una Exposición sobre antigüedades americanas, como sucedió con su hallazgo de partes de la Historia del Nuevo Mundo del padre Cobo, que daría a conocer más tarde entre 1890 y 189549, o con su descubrimiento en el Archivo de Indias de Sevilla de las Informaciones del virrey Toledo acerca de los Incas, que editó al año siguiente, en 188250. Tercero. El desarrollo de ese congreso estuvo íntimamente vinculado a una de sus grandes obras: la edición del primer volumen de las Relaciones Geográficas de Indias, inicio de un vasto programa historiográfico que no culminaría hasta 1897, cuando tuvo la oportunidad de editar los volúmenes tercero y cuarto de tales relaciones. Ese primer volumen de 519 páginas se dividía en tres secciones: Antecedentes, Relaciones, Apéndices, y estaba acompañado de dos mapas de las provincias de los Yauyos y de los Quijos, reproducidos en facsímil. Las relaciones que editó eran doce. Unas abarcaban la totalidad del territorio del Perú, mientras que otras eran relaciones de determinadas provincias o distritos o de la jurisdicción de Lima, cuando era capital virreinal. De cada una de ellas, Espada describió el manuscrito original, daba noticias biográficas de los autores conocidos e ilustraba el texto con abundantes notas, algunas muy extensas, con observaciones históricas o de historia natural. Entre esas notas destacan, por ejemplo, las que resumían la historia de las minas de Guancavelica y Tunsu11a o Hatunsulla, o las de carácter filológico sobre términos quechuas. Pero son las ciento cincuenta páginas de Antecedentes - a las que añadió un diccionario bibliográfico de cuatrocientas noventa y nueve relaciones geográfi-

48 49

Jiménez de la Espada 1881.

Jiménez de la Espada 1890-1895 (4 vols.). Ver las reflexiones sobre esta edición de Luis Millones Figueroa (2000). 50 Jiménez de la Espada 1882.

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cas de Indias relativas a todo el continente americano, y ubicadas en diversos archivos y bibliotecas- las que dotaron de gran originalidad a esa obra, transformada con el paso del tiempo en un clásico de la historiografía americanista. En ese estudio Espada puso el énfasis en destacar la importancia que tuvieron los estímulos americanos para el horizonte cognoscitivo de quienes se dejaron fascinar por las realidades de un mundo nuevo. Y así subrayó que "las descripciones de la tierra americana nacieron al influjo de su atractiva y soberana hermosura, de lo variado, rico y peregrino de sus producciones y de la extrañeza de sus gentes", de manera que "hombres entusiastas e instruidos que pasaron a ella de su grado o con alguna autoridad u oficio" ocuparon "su ingenio y sus ratos de ocio en ir trazando, a los principios separadamente, y en conjunto más tarde y a la sazón debida, un físico retrato, una pintura cabal, armoniosa y verdadera del cielo, suelo, mares, plantas y animales que admiraban, y de la vida activa, exuberante y nueva que iba desarrollándose y prosperando en aquellas sociedades y pueblos engendrados del contacto y mezcla de razas tan diferentes como la castellana y las indígenas"51. Ahora bien, después de esa activa participación en el Congreso Americanista de Madrid de 1881 y de haber adquirido en él un amplio prestigio nacional e internacional, Espada pareció sumirse en una etapa de desencanto vital, relacionada en gran medida con la complejidad de las tareas que asumió al integrarse en una comisión asesora de Alfonso XII - y , al fallecimiento de éste, de la reina Regente María Cristina- para el dictamen de un laudo arbitral sobre un conflicto de límites que afectaba a Colombia y Venezuela, sometido al arbitraje de la monarquía española por ambas repúblicas americanas .Y así, a finales de la década de 1880, en una carta que escribiera a su amigo y colega el gran historiador mexicano Joaquín García Icazbalceta, se quejaba de su vida "poco dulce"52. Y en efecto, cuando llegó la conmmemoración del IV centenario de la empresa colombina, Espada estaba desplazado de los círculos de poder conservadores y vivía al margen del "establishment" académico. No obstante, su productividad en el trienio 1890-1892 fue otra vez asombrosa. Ya sexagenario, edita en 1892 dos magníficas fuentes para el conocimiento del Perú precolombino, como fueron la información que hiciesen los quipucamayocs a Vaca de Castro 53 , o los materiales peruanistas de la Apologética historia sumaria de fray Bartolomé de

51

Jiménez de la Espada 1965:, vol. I, 11. Desarrollo esta cuestión con más amplitud en López-Ocón 2001a. 52 Borrador de carta de Marcos Jiménez de la Espada a Joaquín García Icazbalceta, transcrito en López-Ocón, Bustamante y Ruiz Macarro 2000:162. 53 Jiménez de la Espada 1892.

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las Casas 54 , y termina de publicar las Noticias auténticas del famoso río Marañón de Maroni 55 . Publica también diversos artículos de divulgación en los que entremezcla sus conocimientos arqueológicos, geográficos e históricos, como se comprueba en los textos de esos años relativos a su análisis del cumpi-uncu hallado en Pachacamac, que le permite mostrar sus amplios conocimientos sobre el arte textil de los hombres andinos 56 ; da a conocer sus estudios sobre las exploraciones geográficas de incas y españoles por aguas del Pacífico 57 , o al país de los Quijos en el área amazónica 58 ; da a conocer el mapa del Padre Samuel Fritz 59 o se aproxima a las figuras de Francisco Pizarro y de Orellana 6 0 . Pero además, dado que era un polemista inveterado, sostuvo un animado debate en la Sociedad Española de Historia Natural sobre botánica histórica peruana con Blas Lázaro e Ibiza acerca de si el plátano era autóctono de América o llegó a ese continente importado de otras tierras 61 . IV

Fue en medio de esa fiebre publicística cuando se produjo el reencuentro de dos de los protagonistas de este relato. Nuevamente tiene la palabra Ricardo Palma: En 1892, a los pocos días de mi llegada a Madrid, tuve que concurrir una mañana a una cita que el exministro de Hacienda D. Juan Navarro Reverter diera a los diplomáticos y delegados de las Repúblicas americanas, para tratar de algunos detalles relacionados con la Exposición colombina, próxima a efectuarse [...] Cumplido el deber de cortesía para con mi ministro, me encaminé a otro grupo de amigos, al que un minuto después se unió el doctor Solar. Entonces le pregunté: -¿Quién es el caballero con quien hablaba usted, S.D. Pedro? -¿Cómo? ¿No le conoce usted? Es D. Marcos Jiménez de la Espada [...] Sin preámbulos me acerqué a D. Marcos, que conversaba con mi amigo Riva Palacio, y le dije: -Sólo las montañas no se encuentran, Sr. Jiménez de la Espada. Después de veintiocho años, vuelvo a tener la satisfacción de saludarle. -¿Con quién tengo el gusto de hablar?

54 55 56 57 58 59 60 61

Jiménez de la Espada Jiménez de la Espada Jiménez de la Espada Jiménez de la Espada Jiménez de la Espada Jiménez de la Espada Jiménez de la Espada Jiménez de la Espada

1892a. 1892b. 1892g. 1892d. 1892e. 1892c. 1892-94 1891.

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- C o n un peruano, con Ricardo Palma -interrumpió D. Vicente, haciendo la presentación. Jiménez de la Espada no me tendió la mano, sino me estrechó entre sus brazos, y dimos comienzo a expansiva charla, que duró las dos horas de junta, y nos despedimos con el compromiso de ir yo a verle en la mañana del día siguiente. Habitaba D. Marcos en el segundo piso de una modesta casa de la calle de Claudio Coello; creo que era la asignada con el número 26. Una de sus niñas, bastante agraciada, me acompañó al cuarto de estudio del papá, que en esos momentos se ocupaba en la corrección de pruebas de su obra Relaciones de Indias. Adivinábase, por la pobreza del mobiliario del saloncito y por lo raido de sus alfombras, que la situación económica del sabio historiador distaba mucho de ser holgada. En su cuarto de estudio no había ninguno de aquellos refinamientos del arte que había yo admirado en esos semi-templos donde escriben sus libros los Núñez de Arce, Campoamor, Balaguer o Echegaray. Los estantes y la mesa-escritorio de D. Marcos eran una desdicha 62 . Esta estampa explicaría una de las razones por las que Palma se movilizó en 1899 para solidarizarse con la familia de su amigo. Otra podría ser que quería hacer un acto de reciprocidad con los descendientes de un colega, que al parecer había cooperado con el Perú cuando respondió a una solicitud de Ricardo Palma por la que éste, c o m o director de la Biblioteca Nacional de Lima, le pidió que enviase publicaciones para reconstruir la biblioteca, que había quedado muy dañada tras la guerra con Chile 6 3 . Y la última, y más importante quizás, podría radicar en el hecho de que Ricardo Palma consideraba que la mirada de Jiménez de la Espada había realizado importantes contribuciones al autoconocimiento por parte de los peruanos de su propia historia. D e hecho, ambos se tenían gran respeto, y se intercambiaban informaciones y favores. Y así Espada solicitó, de una manera muy diplomática, a Ricardo Palma que hiciese de defensor suyo en la polémica que tuvo con González de la Rosa, aunque no se animó en esa carta a criticar en detalle su obra Neologismos y americanismos, que el reputado escritor limeño le había enviado 6 4 . D e todas maneras esa estrecha relación que se trabó entre esos dos intelectuales se tradujo en que Palma hizo de intermediario en la recaudación de fondos

62

Palma 1899. Carta de Ricardo Palma a Marcos Jiménez de la Espada. Lima 20 de noviembre 1883. Fondo Marcos Jiménez de la Espada de la Biblioteca General de Humanidades del CSIC (Fondo MJE en BGH). Documento n° 13 del Anexo documental. 64 Carta de Marcos Jiménez de la Espada a Ricardo Palma, Madrid 14 de agosto de 1896. Fondo MJE en BGH. En Anexo documental -documentos 14 y 15- se reproduce esa carta y el interesante borrador que Espada escribió y no llegó a remitir a su colega y amigo. 63

133

destinados a la familia de Jiménez de la Espada ante sus colegas de la Sociedad Geográfica de Lima. Estos conocían bien al homenajeado pues desde 1891 habían puesto en marcha un programa de investigaciones coincidente con algunas de las preocupaciones científicas de Espada, como sucedía con las labores que llevaba a cabo la comisión dedicada al estudio de las Razas, Etnografía, Arqueología y Geografía histórica del Perú. V El interés por la obra peruanista de Jiménez de la Espada, en Lima y fuera de Lima, no se circunscribió a aquella coyuntura finisecular del siglo xix, sino que pervive hasta nuestros días. Todos los grandes historiadores del mundo andino en las últimas décadas se han confrontado con materiales históricos que dio a conocer ese americanista ochocentista, y han reconocido la originalidad de su proceso de conocimiento y la contundencia de su obra. Pero creo que para uno de ellos el diálogo con la obra de Espada fue especialmente fecundo, puesto que las crónicas y los documentos que editó ese naturalista-historiador positivista le permitieron, décadas más tarde - e n la soledad de la Biblioteca Pública de Nueva York, cuando era un perseguido por el macartismo- realizar también sustanciales contribuciones al conocimiento del mundo andino. Me refiero a John V. Murra, quien en uno de sus estudios reconocía su deuda con Espada de esta manera: El siglo xix fue el gran período de descubrimiento de las primeras descripciones sobre el mundo andino. Uno de los eruditos más importantes en este campo del conocimiento de las civilizaciones precolombinas sudamericanas fue Marcos Jiménez de la Espada, quien publicó fuentes que Prescott usó en su forma manuscrita y otras que ese historiador norteamericano nunca vio 65 .

En suma, al condensar mi atención sobre el pasado, concentrándome en el seguimiento de las actividades peruanistas de Jiménez de la Espada, simplemente he pretendido llamar la atención acerca de cómo un hecho que en un principio cabe ser visto como una manifestación de una acción científica imperialista - l a ida a tierras andinas de la Comisión Científica del Pacífico, en el contexto de una política panhispanista- se transformó luego, gracias al peculiar "árbol del conocimiento" que hizo fructificar Jiménez de la Espada, en el germen de una ciencia federativa en la que peruanos y españoles compartieron conocimientos y practicaron la "ayuda mutua", tal vez en recuerdo del ayni de la tradición andina.

65

Murra 1984: 59.

134

Anexo documental Nota: Los d o c u m e n t o s del n° 1 al 12 proceden del expediente Jiménez de la Espada conservado en el Archivo de la Real Academia de la Historia. Los originales de los otros tres (del n° 12 al n° 15) se encuentran en el Fondo Jiménez de la Espada, de la Biblioteca General de Humanidades del CSIC. Criterios de transcripción: Se ha respetado la ortografía original (aunque se ha actualizado ligeramente la puntuación y, por completo, el sistema de acentos). Las palabras ininteligibles se han dejado en blanco como puntos suspensivos. El fin de una hoja se indica con el signo // Las tachaduras se indican entre corchetes y los subrayados originales se mantienen.

I. La participación peruana en la campaña de suscripción para la familia de Jiménez de la Espada

CARTAS DE RICARDO

PALMA A CESÁREO

FERNÁNDEZ

DURO

[documento n° 1], Lima, febrero 14/ 899 Sr. D. Cesáreo Fernández Duro, Secretario de la Real Academia de la Historia. Madrid Mi distinguido amigo y compañero: Por el vapor de ayer recibí la circular y los dos folletos relacionados con el fallecimiento de mi buen amigo Don Marcos Jiménez de la Espada. Desde mayo de 1893, en que salí de Madrid, he sabido con íntima tristeza la desaparición de muchos amigos literarios a quienes debí muchas atenciones. Barbieri, Barrantes, Tamayo, Madrazo, Vidart, Coello, Cánovas, etc, etc,!!! Para los viejos la memoria es un cementerio en el que, a manera de lápidas, están los nombres queridos. Fatalmente no soy rico. Mi renta se aproxima a mil seiscientas pesetas al mes; y eso en mi tierra es pobreza, sobre todo cuando la familia es larga. Escribo hoy a Femando Fe (el librero) para que entregue a Ud. cuarenta pesetas como suscripción mía. Pero creo posible conseguir del Gobierno que favorezca con dos mil o tres mil pesetas a la familia de mi amigo Don Marcos. Me propongo ir mañana, en la noche, a la tertulia palaciega, de la cual vivo siempre alejado, y hablar del asunto con el Presidente de la república. Reserve U. este anuncio mío, pues no me gustaría que la familia se forjase ilu-

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siones. Si mi pretensión tiene éxito feliz, como lo espero, escribiré a Ud. por // el Vapor de la semana próxima autorizándolo para hacer la revelación. Creáme U. siempre suyo amigo y apreciador q.b.s.m. Ricardo Palma Dígnese remitirme otro ejemplar de los dos folletos, pues los que U. tuvo la amabilidad de enviarme voy a regalarlos al señor Piérola mañana. Mándeme también el Anuario de la Academia de la Historia que, hace años, no recibo.

[documento n° 2] Lima, febrero 25/ 99 Sr. D. Cesáreo Fernández Duro. Madrid Mi distinguido amigo y compañero: Anuncié a U. en mi anterior que me proponía hablar con el Presidente de la república a favor de la familia de nuestro excelente compañero D. Marcos Jiménez de la Espada. Hoy me es grato decirle que mi gestión fue muy bien acogida por el señor de Piérola, y entiendo que, en la quincena próxima, se expedirá un decreto por el Ministerio de Relaciones Exteriores, poniendo a disposición de la Academia de la Historia dos o tres mil pesetas. A propósito de la Academia creo que haría ella bien en corresponder al Presidente con un diploma nombrándolo miembro honorario o correspondiente. El señor D. Nicolás de Piérola es caballero muy ilustre, de gran talento, y escritor de forma muy literaria. Es doctor, en la Universidad de Lima, desde hace más de treinta años, en las Facultades de Jurisprudencia y de Filosofía y Letras. La distinción que la Academia le acordase, entiendo que sería, para él, una agradable sorpresa. En Septiembre cesará en el ejercicio del gobierno, para volver a la vida privada. Deseando a U. mucha ventura le estrecha la mano. Su amigo afmo. Ricardo Palma

[documento n° 3] Febrero 26 En momentos de enviar esta al correo recibo una esquelita del Presidente en la que me dice que por el vapor que zarpa hoy para Panamá, y por intermedio de la Legación Española en Lima, se remite un giro por dos mil pesetas a la orden del señor Director de la Academia de la Historia. Por teléfono he conversado con el Oficial Mayor de Relaciones Exteriores, preguntándole si no fue posible destinar siquiera tres mil pesetas, y me ha dicho que esa fue la mente del gobierno; pero, fatalmente la ley prohibe al Presidente decretar, por sí y ante sí,

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gasto mayor de dos mil pesetas. Quizá se ha evitado algún entorpecimiento por la manera como se ha procedido, // y sobre todo no se ha perdido tiempo. El 28 de Julio se reunirá el congreso. Sondearé el terreno para ver si me es posible obtener algo más. No me inspiran temor por el éxito mis compañeros del Senado, sino la Cámara de Diputados que, desde la Legislatura pasada, está rebelde para votar todo gasto que signifique una concesión de gracia. Si no encuentro gran resistencia que vencer, presentaré y defenderé en el Senado la proposición, pero me abstendré si los diputados vienen animados del mismo espíritu de economías que en el año anterior, pues no me gustaría ir a derrota segura. Esto es reservado para entre los dos. Muy cordialmente suyo Palma [documento n° 4] Lima, mayo 4/ 899 Sr. D. Cesáreo Fernández Duro Madrid Queridísimo compañero y amigo: Recibida su muy grata del 31 de Marzo. Ni la Academia ni la familia de don Marcos tienen nada que agradecer a quien no ha hecho más que llenar el deber que el afecto y el compañerismo me imponían. No sé todavía si por el vapor que zarpa mañana podrá la Sociedad Geográfica remitir lo colectado por suscripción de los socios. Ayer supe que el Tesorero tenía ya más de quinientas pesetas; pero el Conserje, encargado de presentar la lista a los socios y colectar el donativo, es un grandísimo pasma. Le fal//taba todavía ver a más de veinte socios. Dudo que los vea entre hoy y mañana. De Colombia, aunque se empeñe Bethencourt, hay que esperar muy poco. En cambio si consiguieran ustedes que, en Buenos Aires un historiador como D. Bartolomé Mitre u otra personalidad prominente, quisiera manejar el asunto, bien podría obtenerse sin gran fatiga una suma de 5.000 pesetas. Ese país está hoy en riqueza muy arriba, amén de que la colonia española es numerosa, abundando en ella los acaudalados. Ha tres semanas que publiqué en El Comercio, decano de los diarios de Lima, el articulejo que, en copia de prensa, le acompaño. Si fuere del agrado de Ud. publíquelo en Madrid o regale la copia a las niñas de Don Marcos. ¡Pobrecitas! La que conocí me fue muy simpática.// A juzgar por los cablegramas, el cielo de España sigue cubierto de nubarrones. ¿Cuándo doblarán ustedes el cabo de las tormentas para entrar en mar llana? Sabe U. de antiguo que soy muy suyo su apreciador y amigo afmo. Ricardo Palma Recibí doble ejemplar de los dos folletos, y he dado una de las colecciones a la Biblioteca de la Sociedad Geográfica.

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También recibí el Anuario. Entre los correspondientes del Perú figura mi inolvidable amigo José Antonio Lavalle, que falleció hace cinco años, y que fue también correspondiente de la Española. Han muerto también D. Luis Domínguez (de la Argentina), D. Casimiro del Collado (de México) y D. Lorenzo Montúfar (de Guatemala). Doy a Ud. estas fúnebres noticias por si conviene la corrección en el Anuario de 1900. ¡Qué chambonada la de Dios en no habernos hecho inmortales!

[documento n° 5] Tarjeta Ricardo Palma Saluda a su amigo y compañero Fernández Duro, y le avisa que, por el vapor de hoy, la Sociedad Geográfica de Lima remite, en carta certificada, al señor marqués de la Vega de Armijo un giro por 24 libras esterlinas con destino a la familia de Don Marcos Lima, Junio 3/899

COMUNICACIONES OFICIALES DEL GOBIERNO DEL PERÚ [documento n° 6] Real Academia de la Historia Sesión 7 abril 1899 El Señor Subsecretario del Ministerio de Estado, en despacho dél, transcribe el que le ha dirigido el Encargado de negocios de España en Lima, trasladando la resolución suprema dictada por el presidente de aquella República disponiendo que aquel Gobierno contribuya con la suma de 2.000 pesetas a la suscripción abierta a favor de la familia del Sr. Jiménez de la Espada.

[documento n° 7] M° de Estado. Sección de Subsecretaría Sr. Director de la Real Academia de la Historia Excmo. Sr: El Encargado de Negocios de España en Lima dice a este Ministerio lo siguiente: "Tengo la honra de poner en conocimiento de V.E. que este Gobierno, inspirándose en nobles sentimientos y queriendo dar una muestra de veneración y deferencia a la memoria del eminente historiador D. Marcos Jiménez de la Espada, así como de sus bien probadas simpatías por España, ha resuelto concurrir a la suscripción iniciada por la Real

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Academia de la Historia a favor de la Viuda e hijos de aquel eximio escritor con la cantidad de 2.000 pesetas. Adjunto remito a V.E. una primera de cambio por la expresada cantidad a la orden de la Real Academia de la Historia y cargo del "Credit Lyonnais" de Madrid, que hoy mismo me ha sido enviada por este Sr. Ministro de Relaciones Exteriores// con Nota cuya copia incluyo, así como la de la resolución suprema dictada por el Sr. Oficial Mayor de Relaciones Exteriores. Me he apresurado a dar las más expresivas gracias a este Gobierno por su generoso donativo, tanto más de agradecer, a mi juicio, cuanto que esta Legación no había hecho la más mínima indicación al respecto y que, dadas las muchas cargas que pesan sobre esta Administración, el don además de ser valioso resulta más de apreciar por la delicada manera como se ofrece" De Real Orden, comunicada por el Señor Ministro de Estado, lo traslado a V.E. para su conocimiento y efecto correspondientes, con inclusión de los documentos que se citan, rogándole se sirvan acusarme el recibo de la mencionada cantidad. Dios guarde a V.E. muchos años Palacio I o de abril de 1899 El Subsecretario Arcos

[documento n° 8] Legación de España en Lima. Anexos al Despacho n° 31 Copia. El Ministro de Relaciones Exteriores al Encargado de Negocios de España Lima 23 de febrero de 1899 Señor Encargado de Negocios. Puesta en conocimiento del Gobierno la invitación que la Real Academia de la Historia y otras sociedades científicas y literarias de España han hecho a las Repúblicas de este Continente para que concurran a la suscripción iniciada a favor de la viuda e hijos del eminente historiador Don Marcos Jiménez de la Espada: Su Excelencia el Sr. Presidente de la República ha tenido a bien expedir con fecha 18 de este mes la suprema resolución, que en copia autentificada me es particularmente grato enviar a vuestra Señoría. Por ella ejercitando un deber tanto de justicia como de reconocimiento a la memoria de aquel notable historiador que, inspirado en fraternales y nobles sentimientos dedicó // gran parte de sus esfuerzos al adelanto de la historia y geografía peruanas; se dispone que el Gobierno contribuya a aquella suscripción con la suma de 2.000 pesetas, la misma que, en una letra de cambio a la orden de la ya mencionada Academia de la historia, me es grato acompañar también a Vuestra Señoría, en triple ejemplar. Ruego a Vuestra Señoría se digne hacer llegar dicha letra a su destino, expresando los móviles que han inspirado al gobierno peruano en esta oportunidad, y aprovecho la ocasión para reiterar a vuestra señoría las seguridades de mi especial deferencia. Firmado M. J. Porrras

139 [documento n° 9] Ministerio de Relaciones Exteriores Oficialía Mayor. Copia Lima, febrero 18 de 18999 Siendo notorios los servicios que a la historia y a la literatura peruana prestó durante su vida el eminente sabio español don Marcos Jiménez de la Espada, expresados a mayor abundamiento en la lista de obras y publicaciones adjunta a la comunicación que precede; y constituyendo deber clarísimo del Estado expresar en alguna forma el reconocimiento que debe a tales servicios: Se dispone: Acéptase la invitación que hace al Gobierno la Real Academia de la Historia para concurrir a la suscrición levantada a favor de la viuda e hijos de don Marcos Jiménez de la Espada, y enviése a la orden de aquella Academia la suma de dos mil pesetas (Ptas. 2.000), que es la que el Gobierno destina a aquel fin. En consecuencia, gírese un libramiento por la suma indicada o su equivalente en moneda nacional, aplicándose el egreso a la partida n° 3030 del Presupuesto vigente.Regístrese y comuniqúese Rúbrica de S.E. Porras Es conforme. Lima, febrero 24 de 1899 El Oficial Mayor de Relaciones Exteriores Alberto Ulloa

LOS APOYOS DE LA SOCIEDAD GEOGRAFICA DE LIMA [documento n° 10] Carta del librero Fernando Fe a Cesáreo Fernández Duro Librería de Fernando Fe Apartado 33. Carrera de San Jerónimo, n° 2. Tlfno 981 Madrid 14 de mayo de 1899 Sr. D. Cesáreo Fernández Duro. Madrid Muy Sr. Mío: El amigo don Ricardo Palma de Lima, en carta 5 Abril, que recibí ayer, me dice comunique a V. la grata noticia, que reunida la Sociedad Geográfica// propuso y aceptaron una suscripción a favor de la familia del Sr. Jiménez de la Espada, y que a fines de abril, remitirán a la academia de la Historia de 500 a 600 pesetas. De V. attmo. S.S. Q.B.S.M.

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[documento n° 11] Sello de la Sociedad Geográfica de Lima Lima, junio 2 de 1899 Excmo. Sr. Marqués de la Vega de Armijo Director de la Real Academia de la Historia. Madrid La Junta Directiva de esta misma Sociedad Geográfica, que reconoce y admira los merecimientos que, para con la América, y para con el Perú en especial, conquistó el muy ilustre escritor Don Marcos Jiménez de la Espada, ha iniciado, entre sus miembros, una suscrición, que ha ascendido a la suma de seiscientos francos (=723 ptas.); suma que, con la lista de los erogantes, tengo a honra acompañar a V.E. en un giro, sintiendo solo la pequeñez del donativo. Quiera a V.E. aceptar las seguridades de respeto y estima, con que soy muy atento s.s. q.b.s.m. Por el Presidente Carlos B. Cisneros

LA SOLIDARIDAD DE EUGENIO LARRABURE Y UNANUE

[documento n° 12] Lima, Marzo 12 de 1899 Excmo. Señor: Tengo la honra de acusar recibo a V.E. de su atenta comunicación de 12 de Diciembre último. Me asocio con vivo interés a la invitación hecha por esa Real Academia, de acuerdo con la de Ciencias y la de Historia Natural, la Sociedad Geográfica y otras corporaciones de Madrid, a fin de auxiliar, con el producto de una suscrición voluntaria, a la familia del insigne americanista señor Marcos Jiménez de la Espada. En ocasión diversa y ciñéndome a las fórmulas oficiales, me limitaría a ofrecer a V.E. mi decidida cooperación y a comunicarle, oportunamente, el resultado; pero tratándose de un sabio como Jiménez de la Espada, que tanto cariño manifestó al Perú, debo agregar mi más sentida expresión de condolencia por la enorme pérdida que acaba de sufrir nuestra Academia de la Historia, y con ella España y cuantos se interesan por el progreso de la Geografía y de la Historia del Nuevo Mundo. La misma afición y los mismos gustos nos acercaron y reunieron en 1875. Infatigable para el trabajo, pude verle casi diariamente, desde 1880, en // los archivos de nuestra Corporación, examinando los papeles relativos a América, y en especial los que se referían al Perú. Cuando en el exterior se desataban con estrépito las luchas políticas, su labor patrió-

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tica era tranquila e inalterable en el fondo de las bibliotecas, en los archivos y los museos; su atención y su pluma no descansaban, hasta llegar a nutrir su poderoso cerebro de tal suerte con las cosas de estos paises, respecto de las épocas precolombina, del descubrimiento y de la conquista, que puedo asegurar, llegó a familiarizarse con los últimos representantes del Imperio de los Incas, con los compañeros de Cristóbal Colón, con Francisco Pizarro y sus famosos soldados de la isla de Gallo y con los hombres y los sucesos más notables de los siglos xv, xvi y xvn. Así que hoy, al historiar de nuevo aquellos tiempos, sería falta de cordura, prescindir de las interesantes disquisiciones que ha dejado tan solícito e ilustrado escritor. Porque desempolvar cartas, relaciones poco menos que indescifrables y manuscritos; clasificar las fuentes históricas que sirvieron a don Antonio de Herrera y a don Juan Bautista Muñoz, a Robertson, Prescott y Bancroft; hacer resaltar los errores de algunos literatos y de malos copistas; volver a examinar con sano e imparcial criterio los más ricos materiales que tienen// que servir para rehacer en todo su esplendor el edificio histórico de América es obra útilísima, aunque no esté terminada, digna de admiración y que honra la memoria del desgraciado compañero e inolvidable amigo que acabamos de perder. Motivo tengo, pues, para asociarme con interés a la obra iniciada, obra de reparación justa y necesaria. Sírvase V.E. manifestar estos sentimientos a la Academia, y aceptar los de distinguida consideración de su atento servidor. Eugenio Larrabure y Unanue Excmo. Señor D. Cesáreo Fernández Duro, secretario de la Real Academia de la Historia. Madrid

II. Cartas entre dos amigos: Ricardo Palma y Marcos Jiménez de la Espada [documento n° 13] Escudo de la República Peruana Dirección de la Biblioteca y Archivo Nacional Lima, Noviembre 20 1883 Señor Don Márcos Jimenez de la Espada Madrid Muy Señor mió: La antigua Biblioteca del Perú fue, como tendrá U noticia, riquísima en Cronistas de Indias y obras de Historia Americana. Hoy, el Gobierno del Perú ha decretado la fundación de una nueva Biblioteca, que se inaugurará solemnemente el 28 de Julio próximo, honrándome con la Dirección de ella. Me propongo dar preferente atención al ramo de

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Historia, y para ello cuento con que me acordará U su mas eficaz apoyo. Le pido, pues, la limosna de sus libros, y de los que pueda obtener de sus amigos para la Biblioteca de mi pobre patria. Ruego a V igualmente me consiga un ejemplar de las Cartas de Indias, publicadas por disposición del Ministerio de Fomento y de todo lo relativo a América. Quizá la Academia de la Historia tenga una colección sobrante de los Documentos de Mendoza, obra que estimo de suma importancia. Quiera U Señor Jiménez, prestarme su ilustrada cooperación y acepte los sentimientos de cordial aprecio de este su sincero admirador Ricardo Palma correspondiente de la R.A.E. El librero D. Leocadio Ló//pez, Carmen 13, Madrid está encargado para remitirme, en Marzo próximo, los libros con que los escritores españoles quieran favorecer al Perú. Se ruega que cada obra traiga, en la primera página, una dedicatoria, autógrafa, del donante a la Biblioteca de Lima.

[documento n° 14] Sr. D. Ricardo Palma Lima Mi ilustre compañero y buen amigo: Por este mismo correo dirijo á V un paquete con diez ejemplares de un artículo o carta que me ha hecho escribir el presbítero Sr. González de la Rosa, a quien V debe conocer . Van nueve en blanco, las cuales suplico a V se sirva distribuir como mejor le parezca. No añadiré aquí una sola palabra a las del opusculejo porque confío en que me dispensará V la atención de dedicar unos cuantos minutos a su lectura; pero quizá no esté de más que le advierta que he tenido que contenerme mas de dos y tres veces para no salpicar al imprudente eclesiástico con la bilis herética que su conducta ha removido en mis entrañas, y ceñirme a una prudente y sosegada defensa de la distinguida y honrosísima reputación que VV. los peruanos se dignaron crearme con el extraordinario aunque inmerecido premio del cuarto centenario del descubrimiento de América. Bien es verdad que aun sin esto hubiera tratado de defenderme. Confieso que uno de los juicios favorables a mi defensa (caso de merecerlos)// que más me halagaría sería el de V., mas no me atrevo a pedírselo ni a comprometerle á ello con instancias de ninguna clase por respeto a consideraciones de patriotismo o de amistad que pudieran interponerse. Recibí sus "Neologismos y americanismos", y le doy mil gracias por su recuerdo y agradezco la mención en que me favorece... como que en efecto me tengo por tan eminente escritor como mi difunto amigo el Sr. Zaragoza... Sobre ellos me han ocurrido

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varias cosas con que pensaba prolongar no sé hasta donde esta carta. Después me ha parecido mejor consejo dejarlas en borrador y no exponerme a que tome V mis espontaneidades íntimas por atrevimiento de pedante que se mete donde no le llaman. Le deseo mucha salud para sí y para los suyos: la mía cada año es peor. No olvide V en sus oraciones (de molde) a su amigo afectísimo y servidor q.b.s.m. Marcos Jiménez de la Espada Madrid 14 de agosto de 1896 Calle de Serrano, 35 Para mi tranquilidad desearía que me acusara V el recibo del paquete.

[documento n° 15].- Es borrador amplio de la carta anterior Sr. D. Ricardo Palma Mi ilustre .. .y buen amigo y compañero Por este mismo correo dirijo a V un paquete de ejemplares de unos articulejos que me ha hecho escribir, bien a pesar mío, el presbítero D. M. T. de la Rosa, a quien V debe conocer, y me tomo la libertad de rogarle se sirva distribuir los nueve que van en blanco a las personas que mejor le parezca.. No diré una palabra sobre su asunto, porque confío en que V me dispense la atención de dedicarle unos cuantos minutos a su lectura; le advertiré tan solo que he tenido que contenerme mas de dos y tres veces para no salpicar al imprudente presbítero con la bilis herética que ha removido en mis entrañas, y ceñirme a una prudente y rácana defensa (que no sé si realmente necesitaba), de la honrosa y distinguida reputación que VV los peruanos se dignaron crearme con el extraordinario aunque inmerecido premio del año de 1892. Bien es verdad que aun sin esto hubiera tratado de defenderme. Confieso ingenuamente que uno de los juicios favorables acerca de mi defensa que más me halagaría sería el de V. Mas ni me atrevo a pedírselo ni a rogárselo, por respeto a consideraciones de patriotismo o de amistad que pudieran interponerse. Recibí su folleto de V sobre Neologismos y americanismos. ¡Ojalá recibiera todo lo que VV publican! En algunas cosas estoy con V, en otras no. Estoy con V en que son completamente inútiles, diplomacias, dependencias, reciprocidades, transigencias y concordias académicas. Cada una de las repúblicas centro y sur-americanas, tiende por impulso instintivo, si no es también por otras causas, a crearse un idioma tan independiente como su estado político, que sea además auxiliar poderoso de su independencia. Para llegar a tal fin//cuidan VV poco o nada (hablo en general) de fonéticas y etimologías, ni de la propiedad y más frecuente uso de las voces, de las sintaxis, giros y modismos genuinamente castellanos, y en cambio dan pasaporte franco a todo linaje de galicismos, britanismos e italianismos, y acogen con especial cariño como deudos cercanos los voca-

144 blos indígenas; aunque en esto último no hay motivo si no es de alabanza, pues con ellos prestan originalidad, y sabor y color nacionales a la creciente lengua.. [Y claro es que en esto último, como en lo otro hacen V.V perfectamente y nadie dudará que están en su perfectísimo derecho al hacerse una lengua a su gusto y conveniencia]. Claro es que tanto de esto último como de todo lo demás nadie podrá decir sino su alma en su palma, ni dudará que están VV en su perfectísimo derecho al hacerse una lengua a su gusto y conveniencia. Pero de aquí el conflicto entre la experta madre y sus lozanos retoños. Nuestro idioma castellano de hoy se encuentra en muy distinto caso que los que se van formando en el mundo de VV. Lo que a estos nutre y fortifica, debilita y daña al muestro. La academia de acá tiene además de obligación necesidad de defenderlo de las influencias del regionalismo, del telégrafo, de las manías y caprichos de los gacetilleros; de las extravagancias castelarinas y balaguerinas, y las invasiones y/1 atropellos de los vocabularios de la clerecía y gran mundo a la francesa y a la inglesa, que amenazan convertir el habla castellana en un espacio de algarabía o lengua franca europea. Y aunque la Academia española sabe que estas fuerzas aunadas son con el tiempo en su ayuda invisibles, lucha prudentemente, sin embargo, y a mas no poder porque la transformación sea evolutiva, no revolucionaria ni precipitada. La evolución evita las reacciones, siempre perniciosas. Algún tanto escrupulosa y reacia se muestra, es verdad, en dicha evolución, principalmente en lo que atañe a los vocablos o términos de oficios, industrias, artes industriales y ciencias, pero en otros que van contra la índole y atacan la estructura yo creo que hace bien en resistir, aunque mañana la derroten. ¿A qué viene, qué falta hace el verbo presupuestar? ¿No tenemos el de presuponer que llena cumplidamente el objeto con que aquel se inventó y es puro castizo y propio? Si se abre ese portillo por él se colarán o tendrán derecho a colarse todos los participios sustantivados, activos y pasivos, regulares e irregulares; y nadie podría criticarme el antojo (si me diera) de hacer con exponente el verbo exponentear de bárbara catadura. Yo admitiría sin el menor inconveniente, antes con mil amores, en nuestro diccionario toda palabra criolla, [oa dooir laa originarias do un idioma indígena modifioadaa a la oapa ñola o las castollanaa modificada;« por cualquiera do diohoa idiomaa].. Por el // contrario, salvo contadas excepciones, la cerraría a las indígenas puras, como no entrasen en nuestras tierras de la manera que lo ha hecho la palabra cancha, en la acepción de lugar acotado para el juego de pelota. En este particular yo creo que la Academia española ha abierto demasiado la mano al componer su ultimo léxico, que si continua por ese camino tomará el carácter de una miscelánea de voces quichuas, aimaras, guaranies, araucanas, mexicanas, yucatecas, antillanas, etc. etc.; y miscelánea además desordenada y confusa si descuida, como lo ha hecho, sus etimologías, las cuales son necesarias para demostrar que se conoce el valor y calidad del caudal adquirido. Y sobre este punto, (autorizado en cierto modo por la nota final de su folleto) pido á V con toda cortesía licencia para hacer las breves observaciones que me sugieren su vocabulario de neologismos y americanismos. ¿Porque (sic) no expresa V que Baquiano viene del antillano baquia. viejo, experto, etc.? que cachimbo y carineba. como cachimba (pipa) y marimba son voces de origen africano? Que curaca es exclusivamente quichua?

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Oro de chafalonia llaman nuestros descubridores y conquistadores al oro bajo o con mucha liga de cobre; quizás por semejanza en valor intrínseco al que encontraron en la toma y saco de Cefalonia, Chefalonia o Cefalú. Chaquira no es quechua, sino de la lengua antillana y de Tierra Firme; en quechua se dice muvu o mullu. Jaba o Haba es vocablo también de Tierra Firme y significa cesta, petaca. Maraca es guaraní o tupí puro y significa sonaja o sonajero. Si extraña V que la Academia escriba mazacote y //no masacote (de masa) ¿ porque (sic) admite V mazamorra en equivalencia de masato o mazato (con z italiana) como yo le [he] oido nombrar en el Ecuador?. El tocuyo lleva el nombre de la población venezolana donde primero se fabricó. De los restantes términos de su vocabulario pocos son los que yo no aceptaría, contando entre otros a chicana y chicanero. esclavatura y finanzas por su descaro francés, ni solucionar ni gurrupier. disfraz mal pergeñado de croupier. Mil gracias por el piropo; pero sepa V que siempre me he tenido y todavía me tengo por escritor tan eminente como mi difunto amigo el Sr. Zaragoza, si no es más abajo. Pero el galante chicoleo no ha caido en saco roto, porque desde ahora le prometo renunciar al adjetivo inqueño (el incano jamas lo pronuncié ni escribí que yo me acuerde, menos aún el anglico incarial) por no parecer que presumo de llamar las cosas como nadie las llama, aunque me amparase con los aguileños, cenceños, cermeños, berroqueños y otros infinitos semejantes ... Me quedaré con el incásico exclusivamente y prescindiré del incaico, porque me sería muy difícil aplicar a la mayoría de los casos la sutil distinción que V entre uno y otro establece. Confio en que su discreta tolerancia apreciará en //lo que realmente valen estas íntimas espontaneidades, desahogos más bien de la franqueza que inoportunos atrevimientos de criticastro, con que, en buena hora lo diga, jamás me ha tentado el Demonio. No se olvide V de mi en sus oraciones de molde, y cuénteme siempre entre sus mejores amigos y mas devoto servidor M J de la E Madrid de agosto de 1896 Calle de Serrano, 35 Le agradeceré a V se sirva acusarme recibo de mi paquete

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El aimara del Cuzco: evidencias documentales y lingüísticas R o d o l f o Cerrón-Palomino Pontificia

Universidad

Católica

del Perú

[...] cada prouin£Ía por sí tenía lenguas diferentes, y la de los señores e orexones hera la más escura de todas [...]. Pedro Pizarra ([1575] 1978: XIII, 75)

1. Visión tradicional D e acuerdo con la postura tradicional, vigente aún en los textos de divulgación e incluso en los tratados más serios sobre la génesis y el desarrollo de la civilización prehispánica andina, el origen y la d i f u s i ó n del q u e c h u a aparecen e s t r e c h a m e n t e ligados a la historia de los incas. Dicha visión es heredera de la tradición historiográfica peruana divulgada por el Inca Garcilaso, quien había hecho suya la postura que al respecto elaborara nada menos que otro gran mestizo: el padre Blas Valera. D e c í a , en e f e c t o , el jesuíta c h a c h a p o y a n o en u n o d e los capítulos d e su Historia rescatados por el historiador c u z q u e ñ o , y a propósito de la " l e n g u a g e n e r a l " , q u e los Reyes Incas, dende su antigüedad, luego que sujetaran cualquiera reino o provincia, entre otras cosas que para la utilidad de los vassallos se les ordenava, era mandarles que aprendiessen la lengua cortesana del Cozco, que la enseñassen a sus hijos (c/. Garcilaso [1609] 1943: VII, 111,91)'.

1 En verdad esta ordenanza, atribuida a Huaina Capac, la recoge ya el cronista contador Agustín de Zárate, quien señala que "pareciéndole [al inca] que era poco acatamiento de sus vassallos, especialmente de los caciques y gente principal que más ordinario con él trataua, auer de negociar por intérprete, mandó que todos los caciques de la tierra y sus hermanos y parientes embiassen sus hijos a seruirle en su Corte, so color que aprendiessen la lengua, aunque principalmente su intento era assegurar la tierra de todos los principales con tenerles sus hijos en rehenes. Como quier que sea, por esta forma acabó que toda la gente noble de su Reyno supiesse y hablasse la lengua de su Corte, de la manera que en Flandes se introduxo que los caualleros y nobles hablen la lengua francesa [...]" (c/. Zárate [1555] 1995: cap. VI, 39).

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De esta manera la "receta" estaba dada, y más tarde un historiador como Markham (1864: 1-2) la afianzará, en términos tan rotundos como inmejorables, al señalar que la lengua quechua tuvo como cuna los distritos aledaños a la antigua ciudad del Cuzco; y, como es bien sabido, una de las medidas políticas de los Incas fue su imposición en cada uno de los pueblos que conquistaban: de este modo, su uso se extendió gradualmente sobre la vasta región que abarca desde Quito hasta los confines de Chile y Tucumán, territorio que comprendió el Imperio de los Incas.

Ahora bien, dicha hipótesis - q u e en la historiografía peruana se conoce con el nombre del "quechuismo primitivo" y cuyo campeón fue José de la Riva Agüero ( c f . Cerrón-Palomino 1998a)- logró una suerte de consenso, no obstante que algunas fuentes, incluyendo la del propio Garcilaso, dejaban entrever una interpretación diferente de los hechos. Así, para mencionar sólo tres de ellas diferentes a las proporcionadas por el Inca, y aun más tempranas, podríamos citar las de Cieza de León, Cristóbal de Albornoz y Luis Capoche. En cuanto al "príncipe" de los cronistas, al tratar sobre la anexión de la "nación" quechua al imperio en expansión, refiere que "algunos de los orejones del Cuzco afirman que la lengua general que se usó por todas las provincias, [...] fue la que usavan y hablavan estos quichoas" (cf. Cieza [1551] 1985: XXXV, 104). Por su parte, el famoso extirpador de idolatrías refiere, al enumerar los santuarios de la provincia de los quichuas, que ésta fue "de donde tomó el Inga la lengua general" (cf. Albornoz [1581] 1989: 181). Capoche, a su turno, en su descripción de la Villa Imperial de Potosí, al referirse a la lengua general sostiene que "es la que llaman quichua (por decirse así el pueblo principal donde se habla y usaban de ella los incas del Cuzco, que era la cabeza del reino como hoy es, aunque no era la materna que la tierra tenía)" (cf. Capoche [1585] 1959: II, 170; énfasis añadido). Aún más, el propio cronista mestizo es una de las pocas fuentes que atribuyen a los incas el uso exclusivo, en el seno de su corte, de un "lenguaje particular", diferente del quechua (cf. Garcilaso [1609] 1943: VII, I, 88), pero los historiadores posteriores o no le dieron crédito o, en todo caso, quisieron ver en dicho arcano idiomàtico un quechua "primitivo" (cf. Cerrón-Palomino 1998b). A despecho, pues, de tales indicios que podían poner en entredicho la versión valera-garcilasiana del origen y expansión del quechua, ella logró consolidarse, creemos en buena parte, gracias a la labor normalizadora y codificadora del Tercer Concilio Limense (1582-1583), cuyos mentores -entre quienes los jesuitas liderados por el padre Acosta tuvieron un rol decisivo- estuvieron fuertemente imbuidos de ideas renacentistas en boga respecto del carácter genuino y modélico de las lenguas habladas en el seno de las cortes. Según ellas, las variedades de

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las metrópolis cortesanas (Atenas, Roma, Toledo, París) serían no solamente el arquetipo de la pureza y corrección idiomáticas sino también la cuna de su origen y desarrollo ( c f . Bahner 1966). De esta manera, en el caso andino el Cuzco será considerado como 'otra Roma', en metáfora tan cara al Inca Garcilaso, y la variedad quechua hablada en él será tomada como una suerte de latín indiano. Nos lo dirá expresamente el criollo franciscano Jerónimo de Oré, colega de Valera en la traducción de los textos conciliares al quechua y al aimara y amigo del Inca Garcilaso, señalando que de la lengua Quichua, general en todo este reyno, la ciudad del Cuzco es el Athenas, que en ella se habla en todo el rigor y elegancia que se puede ymaginar, como la Iónica en Athenas, la Latina en Roma, el romance Castellano en Toledo, y assi es la legua Quichua en el Cuzco: pero en las demás prouincias, quato mas dist{a desta ciudad, ay mas corrupción y menos elegancia en la pronunciación guttural y periphrasis proprios que tiene esta lengua, no bien entendidos de algunos que se precian de hablarla (cf. Oré [1598] 1992: fol. 33v).

2. La otra lengua general En la sección precedente se habrá advertido el empleo, en las fuentes citadas, de la expresión de "lengua general" como sinónima de quechua. Sin embargo, la verdad es que hubo al menos tres lenguas generales en el mundo andino, reconocidas como tales por el propio virrey Toledo en una ordenanza emitida el 10 de setiembre de 1575, en la ciudad de Arequipa. Tales lenguas eran el quechua, el aimara y el puquina, en ese orden (cf. Toledo [1575-1580] 1989: II, 97-100). De todas ellas, no obstante, la lengua quechua era considerada como la "absolutamente general" (cf. Cobo [1653] 1956: libro XIV, cap. II, 235) por su omnipresencia en todo el espacio del territorio andino; de allí que podía aludirse a ella como la "lengua general" por antonomasia. Habrá que reconocer, sin embargo, que la supremacía del quechua no corría pareja a lo largo de dicho espacio: ocurría que, a medida que uno se desplazara de norte a sur, su rivalidad con el aimara iba en aumento, por lo menos desde el actual departamento de Ayacucho en dirección sureste. De hecho, todavía a fines del siglo xvi el clérigo Balthazar Ramírez declarará, en abierta disputa con quienes asumían lo contrario, que "la lengua aymará es la más general de todas, y corre desde Guamanga, principio del obispado del Cuzco, hasta casi Chile o Tucumán" (cf. Ramírez [1597] 1906: 297). No obstante la notoria presencia del aimara al oeste del Cuzco, en abierta contradicción con el territorio que habitualmente se le asignaba a esta lengua, asociándosela con la región altiplánica exclusivamente, la interpretación histórica tradicional se inclinó en favor de la tesis mitmaica para explicar dicha solución de continuidad geográfica, interrumpida por el quechua del área cuzqueña a

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consecuencia de la quiebra de una originaria unidad territorial. De esta manera, las hablas aimaras aludidas en la documentación colonial fueron consideradas como producto de la preservación de la lengua de los mitmas altiplánicos trasplantados por los incas ( c f . Cerrón-Palomino 1999). La misma explicación se proporcionará para dar cuenta no sólo de la presencia de variedades aimaras en plena serranía limeña, sino también de la toponimia, adscribible a la lengua, que conecta el Altiplano con tales islotes idiomáticos. Tal es, en suma, la interpretación del fenómeno a la luz de la corriente que propugnaba la tesis del "quechuismo primitivo". Contra ella surgirá una nueva corriente de opinión, esta vez liderada por el filólogo germano Ernst Middendorf, la misma que será afianzada más tarde por su compatriota, el arqueólogo Max Uhle. 3. La tesis del "aimarismo primitivo" Según esta alternativa de interpretación, la presencia del aimara al oeste del Cuzco e incluso en plena sierra centroperuana, atestiguada por la documentación colonial, la toponimia local y la existencia de relictos de la lengua en la provincia limeña de Yauyos, no puede ser explicada satisfactoriamente como resultado de la política de conquista y colonización de los incas mediante el recurso de los mitmas; y, en cambio, sólo puede entenderse como la evidencia de una antigua ocupación preincaica panandina de pueblos aimarófonos, desde la sierra norte peruana hasta el altiplano boliviano (cf. Middendorf [1891] 1959). En efecto, el examen de la documentación colonial, en especial las "Relaciones Geográficas" dadas a conocer por Jiménez de la Espada ([1881-1897] 1965), permitía descubrir la vigencia del aimara en pleno siglo xvi en los territorios localizados al oeste del Cuzco, por lo menos hasta Huamanga. El análisis de los nombres de lugar, de otro lado, exigía una interpretación en favor del aimara de un considerable número de designaciones, no sólo dentro del ámbito cuzqueño sino a lo largo de la sierra centro-norteña peruana. El registro de tales topónimos, observa Middendorf - y con razón-, no puede achacarse a la imposición de una minoría de mitmas que, por lo demás, no poblaban lugares vacíos. Del mismo modo, la presencia de hablas aimaras en las serranías de Lima sólo puede estar atestiguando, cual relicto, la supervivencia de una ocupación muy antigua, aislada luego por la intrusión posterior del quechua. Para el filólogo germano, en fin, el recorrido de la lengua habría sido de norte a sur, en la misma dirección en que lo haría el quechua después, quebrando precisamente la unidad panaimara previa de los Andes centro-sureños (cf. Middendorf [1891] 1959: 78-79). De otro lado, el mismo Middendorf, en relación con el "lenguaje particular" de los incas - d e cuya existencia nos habla Garcilaso, en más de una oportunidad ( c f , por ejemplo, Garcilaso [1609] 1943: VII, 1,88), y otras fuentes más confiables (cf.

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Cantos de Andrada [1586] 1965: 307, Cobo [1653] 1956: XII, III, 64)-, tras el análisis de parte de la toponimia atribuida por el Inca a dicho idioma "secreto", llega a sostener que éste debió haber sido una variedad aimara {cf. Middendorf [1891] 1959: 85-86). Así pues, de acuerdo con su interpretación, los incas míticos provenientes del Titicaca, territorio de habla aimara, una vez asentados en el valle del Cuzco, habrían preservado su lengua en calidad de instrumento hierático, luego de su quechuización. Lo que el filólogo viajero no aclara del todo es, sin embargo, la presencia del quechua en el territorio cuzqueño, que puede suponerse que formaba parte de un continuum aimara, tal como lo postula el propio estudioso. La tesis de Middendorf, como se adelantó, fue adoptada con leves reajustes por su compatriota Uhle, quien se constituyó en el portavoz de la hipótesis del "aimarismo primitivo" de las sociedades andinas {cf. Uhle [1910] 1969), siendo combatido duramente por el adalid de la posición contraria, el historiador peruano Riva Agüero ([1931] 1966a, [1937] 1966b). Por lo demás, no hace falta señalar que dicho debate estuvo impregnado de un tufillo de aire nacionalista al asociarse el quechua con el territorio peruano, y el aimara con el país boliviano, tras un velo presentista y al margen de toda profundidad histórica. En la arena estrictamente lingüística, habrá que reconocer que los partidarios del aimarismo primigenio estaban mejor equipados que sus contendientes, en la medida en que tanto Middendorf como Uhle poseían un conocimiento más amplio y profundo de ambas lenguas, requisito fundamental para comprender la historia cultural de éstas, cosa que los científicos sociales del área aún no alcanzan a entender, muchos de los cuales (sin contar a los historiadores cuzqueños de campanario) se siguen adhiriendo a la vieja hipótesis garcilasiana.

4. Estudios dialectológicos y comparatísticos La década del sesenta constituye el punto culminante en el que los estudios quechuísticos y aimarísticos, especialmente dialectológicos y comparatísticos, alcanzan plena madurez. Conforme lo hemos reseñado en otros lugares {cf., por ejemplo, Cerrón-Palomino 1985, 1994a) por lo que respecta al quechua, fue en dicho período que se iniciaron los estudios dialectológicos en vasta escala, sentándose las bases para la reconstrucción de la protolengua {cf. Parker 1963, Torero 1964); y, por el lado del aimara, se acometió con el análisis e interpretación de sus hablas supérstites de la serranía limeña (el jacaru y el cauqui) para, luego de ello, probar su filiación no como entidad derivada de la rama altiplánica sino como una lengua congénere a ésta {cf. Hardman [1966] 1975). Paralelamente a dichos avances se ensayaron cuadros de interpretación histórica que sirvieran de marco sociocultural, dentro del cual podían entenderse los procesos de desarrollo y expansión de las mencionadas lenguas generales {cf. Torero [1970] 1972). De acuerdo con ello

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se proponía un panorama radicalmente distinto al conocido dentro de la historiografía tradicional, de inspiración garcilasiana, conforme se recalcó. Así pues, en relación con el quechua se llegó a cuestionar no sólo el carácter primigenio de la variedad cuzqueña sino también su misma procedencia: los estudios comparatísticos demostraban que ella era más bien una variedad evolucionada, a partir de una de las ramas desprendidas, de un protoquechua cuyo foco originario de expansión debió estar localizado en los Andes centro-norteños, y no en la región cuzqueña. En consonancia con ello, muchos de los dialectos -en especial los centro/norteños- que se consideraban derivados (por "corrupción") de la variante cuzqueña, luego de su imposición por los incas resultaban siendo más arcaizantes; de modo que su explicación a partir de aquélla era no sólo contraproducente sino que, cambiando los roles, era la variante cuzqueña la que podía comprenderse mejor sobre la base del carácter testimonial de aquéllos. Lejos de ser originaria del mítico Tamputoco, la lengua tendría un carácter más bien intruso en el área 2 . Esta región, a su turno, habría estado cubierta por el aimara, que habría precedido al quechua en su expansión en dirección del sureste andino, como posible vehículo de la antigua civilización huari. Después de todo, del mismo modo en que la variedad quechua del Cuzco podía explicarse de manera más coherente a partir de los dialectos centrales, así también el aimara altiplánico resultaba más comprensible a la luz de los testimonios ofrecidos por los dialectos remanentes de la serranía limeña, y no al revés. De esta manera cobraba vigencia la tesis del aimarismo primitivo, esta vez respaldada por los trabajos dialectológicos y comparatísticos del quechua primeramente, y del aimara después (cf. Cerrón-Palomino 2000: cap. VII). Tras el vuelco radical en la interpretación de los eventos histórico-lingüísticos del mundo andino, quedaría en pie aún la dilucidación de la 'lengua secreta' de los incas: descartado el quechua, ¿sería aquélla una variedad aimara? Pero además quedaba por demostrar, más allá de ciertos indicios muy sugerentes, la presencia efectiva del aimara en el corazón mismo del Cuzco. Nuestro paso siguiente estará destinado a afianzar dicha posibilidad. 5. El aimara cuzqueño Antes que nada, conviene hacer una aclaración respecto del empleo del adjetivo "cuzqueño". Así, por aimara cuzqueño entenderemos en el presente trabajo no

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Lo dicho, sin embargo, no quita que los incas, luego de oficializar el quechua, no lo afianzaran en regiones débilmente quechuizadas (como el Ecuador) e incluso lo propagaran hacia zonas totalmente ajenas al área de expansión original de la lengua (como Bolivia y el noroeste argentino).

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las hablas de esta lengua comprendidas dentro del área que entonces abarcaba el obispado del Cuzco hacia fines del siglo xvi, y que por el noroeste cubría hasta Huamanga, sino la variedad que se hablaba en el mismo valle del Cuzco, y que fuera adoptada por los incas mucho antes de su quechuización. De acuerdo con la primera acepción, mucho más abarcante, el adjetivo cuzqueño responde a criterios jurisdiccionales de orden eclesiástico; en virtud de la significación que aquí queremos darle, el calificativo tiene una motivación más bien históricolocal. En tales términos, si bien la alusión a un aimara cuzqueño está bastante bien documentada de manera directa o sugerida, en el sentido amplio de la expresión, no lo está sin embargo en la acepción específica y local que intentamos otorgarle. Conviene precisar entonces que, cuando los traductores del Tercer Concilio Límense nos hablan de los "aymaraes del Cuzco" (c/. "Annotaciones", fol. 79v), se están refiriendo a los hablantes de la lengua de los pueblos al oeste de la capital episcopal, los mismos que fueron reportados como tales por las "Relaciones Geográficas" (c/. Cerrón-Palomino 1999), según se adelantó. Para el asunto que nos interesa, no obstante que - a diferencia del caso anterior- no hay referencias documentales explícitas sobre el aimara cuzqueño local, puesto que para entonces éste ya había desaparecido, creemos encontrar indicios suficientes como para postular no sólo su existencia virtual sino incluso algunas de sus características propiamente lingüístico-documentales. Es más, gracias a uno de los hallazgos bibliográficos trascendentales de las dos últimas décadas, las evidencias de carácter lingüístico son inclusive en el presente caso más contundentes, como se verá. 5.1. Indicios sobre el aimara cuzqueño Entre las pistas que apuntan hacia la presencia del aimara en el valle del Huatanay, así como a su empleo como lengua oficial por parte de los incas por lo menos hasta el siglo xv, debemos señalar por un lado las de naturaleza estrictamente documental, y por el otro las de orden lingüístico propiamente dicho; entre ellas las de carácter léxico, gramatical y toponímico. 5 . 1 . 1 . REGISTRO DOCUMENTAL

Las referencias documentales a las que aludimos son las proporcionadas, fundamentalmente, por las "Relaciones Geográficas", pero también por el cronista fray Martín de Murúa. En efecto, en la información ofrecida por Francisco de Acuña, corregidor de Condesuyos y Chumbivilcas, al dar cuenta de los nombres de los pueblos de Velille y Chamaca, "los cuales hablan la lengua chunbivilca y algunos la general del inga", se dice que "Belille se dice ansí, por se lo haber puesto los ingas, y quiere decir en lengua del inga 'buen temple'; y el pueblo de Chamaca

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ansí mismo se lo pusieron los ingas antiguos, y quiere decir en la lengua que los dichos indios hablan, 'escuridad'" (Acuña [1586] 1965: 322). Como puede apreciarse, el pasaje alude al hecho de que los nombres de lugar mencionados habrían sido puestos por los "ingas antiguos", lo cual en sí mismo no parece entrañar ninguna novedad; pero el caso es que los términos y sus significados son de cuño aimara y no quechua, como lo hemos señalado en otro lugar ( c f . Cerrón-Palomino 1999). El cronista Murúa, por su parte, recoge el dato según el cual Huaina Cápac, el penúltimo inca, habría "mandado en toda la tierra se hablase la lengua de Chinchay Suyo, que agora comúnmente se dice la Quichua general, o del Cuzco"', y ello por razones al parecer sentimentales, ya que habría tenido una "madre Yunga, natural de Chincha, aunque lo más cierto es haber sido su madre mama Ocllo, mujer de Tupa Ynga Yupanqui su padre, y esta orden de que la lengua de Chinchay Suyo se hablase generalmente haber sido, por tener él una mujer muy querida, natural de Chincha" (Murúa [1613] 1986:1, XXXVII, 136). Cualquiera que haya sido el móvil, y al margen de la anécdota, el pasaje es bastante claro en implicar que, antes de la medida de oficialización mencionada, se hacía uso de otro idioma, y que en adelante la nueva lengua adoptada reemplazaba a aquél incluso en el propio Cuzco. Obviamente, la lengua desplazada de su estatuto oficial no podía ser sino la aimara, como nos lo sugería el documento anterior. 5.1.2.

INDICIOS LINGÜÍSTICOS

En cuanto a los indicios de carácter léxico-gramatical y toponímico, debemos observar que todavía está por hacerse un escrutinio minucioso de los repositorios léxicos, así como de los materiales dispersos que ofrece la abundante literatura cronística y administrativa (civil y religiosa) de la colonia. Algo de ello se ha ido avanzando, sin embargo, en los últimos años (cf., por ejemplo, Cerrón-Palomino 1998b). Por lo que toca a la supervivencia de la impronta aimara en el cuzqueño actual puede verse, como muestra, la amplia reseña que le dedicamos al Diccionario de la academia cuzqueña de la lengua (cf. Cerrón-Palomino 1997b: 181, nota 18). En esta oportunidad ofreceremos algunos datos más en apoyo de la tesis que vamos defendiendo. 5.1.2.1. Desde el punto de vista léxico, un examen somero del Vocabvlario de Gon9ález Holguín ([1608] 1951) nos depara algunas voces, hoy día casi obsoletas, de indudable procedencia aimara; asimismo, el análisis de algunos lexemas derivados nos permite encontrar restos del empleo de sufijos propios de la variedad collavina. En efecto, palabras tomadas del aimara son el verbo "esforzarse en el trabajo", empleado como sinónimo de su correspondiente quechua (I, 93), y derivado de la raíz nominal

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'fuerza' (Bertonio [1612] 1984: II, 75), es decir /c'ama/; el adjetivo 'grande' en la expresión chacha cusillu> "mono grande" (1,72), que en aimara es /hac'a/; la voz "el garañón que cuida su ganado", que contiene el radical /haynu/ (cf. Bertonio, op. cit., II, 127: : "marido legitimo, y también amancebado"); el término , proveniente del aimara /hiwa-/ 'morir', previa nominalización quechua con la marca infinitiva -y, y con soporte vocálico final (según la conocida epítesis aimara): González Holguín consigna las expresiones "piedra pesada" y "el duro de juizio o inobediente" (I, 159), con claro valor metafórico; adjetivo aimara es igualmente , definida como "claridad de la luna ñublada" o "lo hermoso resplandeciente, como el alma, Angeles o santos", y sus usos frasales como en "la luna clara sin rayos", etc. (I, 271), voz recurrente en otros documentos también (cf Cerrón-Palomino 1998b: § 5, nota 28), y que tiene todos los visos de ser una forma armonizada de *paqsi 'luna' (cf. Bertonio: , II, 254). Voces de origen aimara son también "el que esta tendido de espaldas" (1,149) y "la harina adobada para comer de camino" (I, 291), registradas por Bertonio como "tender algo en el suelo" (II, 119) y "reboluer cal o harina" (II, 267), provenientes del protoaimara *hanc'a- y *picu, respectivamente, donde el cambio */c/> /t/ sólo se explica por el aimara sureño (cf. Cerrón-Palomino 2000: cap. V, § 1.2.1). Términos más especializados, si bien importantes dentro de la religión incaica, eran mara 'año' y urna 'agua', que aparecen documentados en las crónicas, en los compuestos híbridos (mejor aún ) y , que designaban los meses de octubre y noviembre, respectivamente (cf., por ejemplo, Ramos Gavilán [1621] 1988: I, XXIV, 156-157); y también ichuri 'confesor', derivación aimara a partir de /icu-ya-ri/ 'el que hace que otro se confíese' (cf. Bertonio, op. cit., II, 172: ) 3 . 5.1.2.2. Desde el punto de vista gramatical, hemos podido detectar por lo menos tres sufijos aimaras en el léxico del jesuita cacereño: nos referimos a los morfe-

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González Holguín (op cit., I, 366) consigna el verbo quechua derivado "confessarse con los hechizeros", donde se echa mano del causativo -chi, correlato del aimara -ya. No recoge, sin embargo, el derivado */ichu-ci-q/, que vendría a ser el equivalente de /ichuy-ri/. Nótese que en ambos casos se parte de la raíz /ichu/ 'heno, esparto'. La ligazón de este objeto con el acto de la confesión es explicada por Arriaga ([1612] 1999: cap. V, 58), en los siguientes términos: "[...) para verificar [si la confesión había sido buena o mala] toman un manojillo de hicho, de adonde se derivó el nombre de Ichuri, que es el que coge pajas, y lo divide el confesor en dos partes y va sacando una paja de una parte y otra de otra, hasta ver si quedan pares, que entonces es buena la confesión, y si nones, mala".

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mas -tHa 'ablativo', -tata 'propagativo' (cf. Cerrón-Palomino 1994: cap. 4, § 1.37; cap. 5, § 2.1.1.8) y -ta 'participial' (ver cap. 4, § 2.2.4). El primero ocurre en las expresiones "todo un dia en peso sin cesar" y "todos los dias enteros" (I, 140), donde la -t final no es sino la forma apocopada, y por regla general del aimara, del ablativo -Pa, cuya forma quechua es -manta. El propagativo -tata aparece perfectamente ilustrado en las formas derivadas y "esforzarse en el trabajo" (cf. supra), donde, en la segunda, aparece modificando a una raíz de origen quechua, desvirtuando la posibilidad de interpretarlo como adherido exclusivamente a una raíz aimara, y por consiguiente como una forma relexificada. El participial, finalmente, aparte de registrarse en el término generalizado de apachita (< apa-chita), se da en la forma "alcova, retrete, apartamiento", o mejor aún en "casa atajada, que tiene muchos atajos, o diuissiones, o celdas en vn quarto de casa" (I, 289), en las que la derivación se hace a partir de "quebrar". Finalmente, González Holguín desliza la siguiente expresión, que vale la pena notar en el presente contexto: "como juez fingido me prendes" (1,31), donde la construcción , que es traducida como "me prendes", parece portar la marca de transición '3> 1' del aimara, que es -itu, en lugar de la forma correcta -ita: no sería raro que aquí estemos ante una muestra de un híbrido quechua-aimara, como resultado del largo proceso de bilingüismo que culminaría en monolingüismo quechua. Ahora bien, con tales muestras, cobra pleno sentido lo señalado por los traductores del concilio toribiano, cuando nos dicen que "algunos del Cuzco, y su comarca vsan de vocablos, y modos de dezir tan exquisitos, y obscuros, que salen de los limites del lenguaje, que propriamente se llama Quichua, introduziendo vocablos que por vétura se vsauan antiguamente, y agora no, o aprouechandose de los que vsauan los Ingas, y señores, o tomándolos de otras naciones con quien tratan" (cf. "Annotaciones, fol [74]). Obviamente, muchos de esos términos oscuros y "exquisitos" tendrían un origen aimara local (cf también con lo señalado por Pizarro en nuestro motto inicial, donde se hace alusión al carácter "escuro" de la lengua de los "señores e orexones")4.

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Así parecía intuirlo ya María Rostworowski (1983: cap. 6,134) en sus intentos, no siempre acertados, por descifrar los significados de los antropónimos míticos incaicos, a propósito de la etimología del nombre de la coya Mama Huaco. En este caso, en efecto, el significado de /waqu/ sólo puede entenderse a partir del aimara: así lo consigna Bertonio (op. cit., II, 142: "muger varonil, la que no haze caso del frío, ni del trabajo, y es libre en hablar, sin genero de encogimiento"), precisamente tal como es caracterizada aquélla por los cronistas.

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5.1.2.3. En relación con la toponimia, como lo indicáramos en otro sitio ( c f . Cerrón-Palomino 1997b: § 5.2), buena parte de los nombres de lugar del área cuzqueña puede explicarse únicamente a partir del aimara. Ello es evidente no sólo para dar con el étimo del nombre de un adoratorio tan importante como el de Vilcanota (devenido en nombre de río, provincia de Acomayo), cuyo étimo, según Bertonio, remonta a /wiXka-na uta/ 'casa del sol' (II, 386), sino también de algunos de los santuarios del Cuzco que integraban la red de ceques o líneas imaginarias que, partiendo del Coricancha, se dirigían a las cuatro regiones o suyos del imperio. Así, de la lista de ceques y templos ofrecidos por el historiador Cobo (cf. [1653] 1956: II, XIII, 169-174), podemos mencionar los adoratorios (172-173) y (174), para el Chinchaysuyo; (176), para el Antisuyo; (179), para el Collasuyo; y (184), (184) y (185), para el Contisuyo. Ciertamente, no todos los elementos de tales nombres, compuestos en su totalidad, son de origen aimara: algunos son de cuño quechua. Así, de origen aimara son urna 'agua' (en /uma-n amaru/ 'serpiente de agua', donde la -n es el genitivo puquina; ver § l),yawira 'rio', forma alternante de hawira (en /apu yawira/ 'río principal'), chuqui 'oro' y marka 'pueblo' (en /cuqi-marka/ 'pueblo del oro'), qullu 'cerro' (en /qu>oi kaX.a/ 'quebrada del cerro'), suti 'originario' (en /sut'i marka/ 'pueblo original') y cota 'laguna' (en /quta quta pampa/ 'llanura de lagunas'). En , de otro lado, estamos ante una derivación aimara: /paqcha-chi-ri/ 'el que hace cascadas', donde el causativo -cha armoniza su vocal /a/ con la /i/ del agentivo - n , de acuerdo con la regla aimara de armonía aún vigente. Lo que la composición de tales nombres indica es que, al tiempo en que éstos fueron acuñados, existía un bilingüismo generalizado aimara-quechua en la zona. Es más, en abono de la presencia anterior del aimara en la región podemos ahora citar el nombre mismo de la ciudad del Cuzco. Como lo adelantáramos en otro lugar (cf. Cerrón-Palomino 1997b), no parece haber duda de que el topónimo es de cuño aimara por excelencia. Recordemos, a este respecto, que el Inca Garcilaso, atribuyéndolo al "idioma particular de los incas", como lo hace a menudo cuando se topa con términos que desconoce, le da el significado de "ombligo" o "centro" (cf. Garcilaso [1609] 1943:1, XVII, 46), recurriendo a una vieja retórica de origen renacentista (también la ciudad de México será considerada "ombligo y corazón del mundo"). Por lo demás, por la época en que escribía el Inca - y en verdad desde mucho antes- el nombre sólo aludía a la ciudad, prestándose a especulaciones como las que menciona Murúa cuando señala que "otros difieren diciendo que, por ser consagrada al Sol, la llamaron Cuzco, porque este nombre significa cosa resplandeciente en la lengua quechua" (cf. Murúa [1613] 1986:1, III, 499500). Tal significado, sin embargo, está completamente ausente en los repositorios léxicos coloniales y no parece ser sino una muestra más de etimología popular.

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Quien, sin embargo, parece darnos la clave para la interpretación del topónimo es el cronista Sarmiento de Gamboa, que tiene la virtud de constituir una de las fuentes tempranas de la historiografía peruana. En efecto, el historiador toledano, que recoge su información de labios de los descendientes directos de los distintos linajes incaicos, ofrece una de las versiones más completas de la saga de la fundación del Cuzco. Así, pues, según sus informadores, Manco Cápac divisa cerca de donde luego se edificará el Coricancha o templo del sol "un mojón de piedra" y ordena que su hermano Ayar Auca, a quien "le habían nascido unas alas", tomase posesión de la tierra, asentándose en el mojón. Ayar Auca fue volando hacia el promontorio indicado, "y sentándose allí luego se convirtió en piedra y quedó hecho mojón de posesión, que en la lengua antigua de este valle se llama cozco, de donde le quedó el nombre del Cuzco al tal sitio hasta hoy [:] de aquí tienen los ingas un proverbio que dice: Ayar Auca cuzco guanea, como si dijese "Ayar Auca, mojón de piedra mármol" (cf. Sarmiento [1572] 1965: 217) 5 . Dos cosas son dignas de notarse en el pasaje citado: (a) que el nombre Cozco pertenece a la "lengua antigua" del valle; y (b) que significa "piedra mármol". Lo último es cierto, efectivamente, pues /wanka/ se traduce como 'pedrón', aunque lo de "mármol" parece libre rendición del cronista. De manera que, en todo caso, /qusqu wanka/ significaría simplemente 'pedrón del Cuzco'. De hecho, el mismo dato nos lo proporciona, tal vez haciéndose eco de Sarmiento, el cronista indio Santa Cruz Pachacuti, quien da otros dos equivalentes de la misma expresión: (cf. Santa Cruz Pachacuti [1613] 1993: fol 8), donde /q'asa/ es 'cerro' y /rumi/ 'piedra'. En ambos casos, como se ve, permanece enigmático el término mismo de /qusqu/. Ahora bien, descartado el quechua como lengua de la cual provendría el término, una alternativa inmediata sería buscarlo en el aimara. Sin embargo, ningu-

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Como quiera que los hermanos Ayar llegan a un lugar ocupado por diferentes grupos étnicos, según refieren las crónicas, es lógico suponer que aquél tendría un nombre oriundo. En efecto, eso es lo que nos dice Murúa: "Refieren los indios que, antes que Manco Capac entrase en ella [en la ciudad] y la poblase, se llamaba Acamama, y que tenía moradores naturales, los cuales se jactan de su antigüedad y nobleza. Después que Manco Capac fundó en ella el principio de su monarquía, la puso por nombre Cuzco" (cf. Murúa [1613] 1986: III, X, 499). El cronista lucaneño, evidenciando intercambio de informaciones con el historiador mencionado, es la otra única fuente que refiere lo mismo:"[...] la ciudad del cuzco primero fue llamado acamama despues fue llamado cuzco [...]" (cf. Guarnan Poma [1615] 1936: 84). Aunque es tentador ver en un compuesto formado por y (que cierto historiador panfletario interpreta como "madre chicha"!), el hecho es que los componentes sugeridos no evocan significados coherentes, ni en quechua ni en aimara. Aún más, María Rostworowski llama la atención sobre la posible forma originaria del topónimo que, según una documentación del siglo xvi, habría sido (1983: 131, nota 24).

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no de los diccionarios lo registran, tanto coloniales como modernos, salvo con el significado derivado del nombre de la ciudad. Recordemos, no obstante, que casi todos los repositorios léxicos aimaras, desde la colonia, han recogido materiales propios de dos polos del bastión collavino: las ciudades de Puno y La Paz, y sólo en un caso - e l de Torres Rubio- consigna el habla metropolitana de Potosí (cf. Cerrón-Palomino 1997a: § 3). De hecho, que sepamos, una variedad tan importante como la de Oruro nunca fue registrada hasta la fecha. Conversando precisamente al respecto con un hablante de la zona, fuimos gratamente sorprendidos al enterarnos que en dicho dialecto /qusqu/ era una palabra de uso corriente, y que significaba 'lechuza' (Fernando Condori, com. pers.). El dato resultaba interesante; pero, como ocurre en tales casos, había que guardar cautelosa reserva, pues bien podíamos estar ante un ejemplo típico de etimología popular. Afortunadamente, las cosas sucedieron de otro modo. No sólo pudimos constatar que el término aparece registrado en el magro léxico que disponemos para el cunza o atacameño, bajo la forma "lechuza" (cf. Lehnert 1987), como uno de los varios préstamos que esta lengua registra del aimara, debido a su fuerte contacto prehispánico con la variedad orureña de aquél. También aparece consignado ahora en el reciente vocabulario del aimara chileno de Salas y Poblete (1997: 110): /qusqu/ "chuncho, un tipo de buho pequeño". Es más, la palabra es de uso corriente igualmente entre los chipayas del mismo departamento de Oruro, en cuya lengua se da la variante /qusqa/ con valor equivalente, pero con un dato más: se trataría de una voz onomatopéyica que precisamente recuerda el canto fúnebre del rapaz nocturno. En efecto, Acosta (1998: 12), en su estudio sobre la muerte entre los chipayas, refiere que "cuando la lechuza (quzqa) se posa encima de la vivienda y emite sonidos con el pico: "... qusquu... qusquu.." es señal de muerte para algún miembro de [la] familia". Como podrá observarse, la palabra tiene plena vitalidad en el aimara de la región y ella fue tomada, en calidad de préstamo, tanto por el atacameño como por la variante uru del chipaya. Pero es más: incluso en el quechua, esta vez el ecuatoriano, encontramos registrada la palabra y su variante , con el significado de 'buho', tal como la recogen Cordero ([1895] 1992: 21), Grimm ([1896] 1989: 10) y Guzmán ([1920] 1989: 26). Fuera de la terminación -ngu, la forma /kusku/ se explica regularmente en virtud del cambio */q/> ñd, que tipifica dicha variedad. Finalmente, todavía en la zona de Azángaro (Puno), de fuerte sustrato aimara hasta por lo menos el siglo xvn, se conoce con el nombre de /qusquy/ unas estatuillas de lechuza que los campesinos quechuas emplean en sus ceremonias de fertilidad del ganado y de la tierra (Rufino Chuquimamani, com. pers.). La terminación -y, en el presente caso, evoca el canto agorero del ave, de la misma manera en que lo hace en /pukuy/, la avecilla (/puku/), más conocida como pucupucu, aunque esta vez anunciándole al campesino la llegada del alba.

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Volviendo ahora al mito fundacional del Cuzco, según la narración de Sarmiento, producto de su averiguación "entre ingas y naturales", la etimología del nombre parece aclararse: /qusqu wanka/ (o /qusqu q'asa/, o incluso /qusqu rumi/) significaría simple y llanamente 'el pedrón de la lechuza', o mejor, 'el pedrón en el que se posó la lechuza'. Esta, a su turno, habría sido nada menos que Ayar Auca, cuya ornitomorfosis es sugerida por el mito, pues según éste, como se vio, a dicho héroe cultural "le habían nascido unas alas", y, sólo posteriormente, se produce la litomorfosis, fundiéndose el ave mitológica con el peñón en el que fue a posarse, dando lugar también a que el significado original de /qusqu/ fuera absorbido por el de 'pedrón': la metonimia estaba consumada. En este caso, el modificador absorbió, vía nuclearización, el significado del elemento modificado: qusqu *- 'pedrón' (/wanka/). Señalemos, de paso, que Sarmiento recoge también otro posible significado de la palabra, que sería "triste y fértil" (cf. [1572] 1965: 217), pero que él rechaza. Sin embargo, creemos que lo de "triste" no es incompatible con la etimología que proponemos, pues el adjetivo puede estar aludiendo justamente al canto fúnebre de la lechuza. De esta manera, el "antiguo lenguaje" al que se hace referencia no sería sino el aimara, por entonces obliterado por los propios descendientes de los incas, ya quechuizados. El mismo término, que pasó a designar a la ciudad imperial, habría caído en desuso para designar al ave, que en quechua es /tuku/. De su empleo generalizado en un tiempo quedará, sin embargo, la antigua designación en las zonas periféricas del quechua (Ecuador) y del aimara (Oruro y norte chileno), como suele ocurrir en estos casos: el propio aimara collavino, en su área nuclear, incorporará la designación quechua, en su variante /huku/. Pero quedará todavía, refugiado en el léxico ritual, en la región de Azángaro, antiguo territorio aimara hoy plenamente quechuizado. 5.2. Evidencia lingüística El hallazgo de los capítulos faltantes de la Suma y narración de los incas del temprano cronista Betanzos, realizado por la historiadora española María del Carmen Martín Rubio en la biblioteca de la Fundación Bartolomé March de Palma de Mallorca, ha tenido, además de su valor histórico intrínseco, importantes revelaciones de carácter lingüístico, por tratarse de una obra redactada por una persona conocedora del quechua, además de vinculada por razones familiares a la nobleza incaica por la rama de Atahualpa. En efecto, del material novedoso dado a conocer en la edición completa de la obra (cf. Betanzos [1551] 1987), resulta particularmente revelador el capítulo XIX (precisamente el primero del texto hasta entonces desconocido), por registrar un pasaje en lengua índica que, a simple vista, no parece quechua. El tramo al que nos referimos es el texto de un cantar triunfal mandado componer por el Inca Túpac Yupanqui para celebrar su victoria sobre los soras, un grupo

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étnico importante que habitaba en las cabeceras del río Pampas (Ayacucho). Si bien se tenía noticias de la composición de dicho himno (c/., por ejemplo, Murúa [1613] 1986:1, XIX, 76), la singularidad del asunto estriba en que Betanzos lo registra, proporcionándonos también su versión castellana (cf. Betanzos [1551] 1987: XIX, 93). Ahora bien, en un trabajo reciente (cf. Cerrón-Palomino 1998b), nos hemos ocupado de los aspectos filológico-lingüísticos del texto que, en la edición mencionada, aparece deficientemente paleografiado 6 . El mismo texto fue abordado previamente por el historiador polaco Ian Szeminski (1990, 1998) y nuestro colega peruano Alfredo Torero (1994), con cuyas versiones, salvo algunas coincidencias, discrepamos tanto desde el punto de vista del análisis formal-semántico ofrecido como también respecto de su ulterior filiación lingüística. En esta ocasión, nos limitaremos a presentar la versión que postulamos en el trabajo mencionado para luego, a partir de ella, intentar demostrar que allí tenemos la mejor prueba del uso del aimara como lengua oficial de los incas del siglo xv. Para mayores detalles sobre el pasaje, especialmente sobre los fenómenos lingüísticos no pertinentes a la presente discusión, nos remitimos al trabajo mencionado previamente. 5 . 2 . 1 . E L TEXTO DEL CANTAR

Seguidamente ofrecemos el texto restituido del himno entonado por las damas de la corte cuzqueña, en ocasión de los actos celebratorios del triunfo de Túpac Inca Yupanqui sobre los soras. En la primera columna (A) aparece la forma subyacente del cantar, en la segunda (B) su versión normalizada, y en la tercera (C) la traducción registrada por Betanzos, con ligeros reajustes: A. Texto subyacente

B. Texto normalizado

1. Inqa Yupanki, 2. inti-na y u q a .

Y n g a Yupangui indin yuca. Sulay malea chimbulayi, sulay malea axculayi. ¡Ha, w a y a , w a y a ; ha, w a y a , w a y a !

3. Suraya m a r k a 4. chimpu-ra-ya-i, 5. suraya m a r k a 6. aqsu-ra-ya-i. 7. H a , way, way; 8. ha, way, w a y !

C. Traducción Inca Yupanqui, hijo del sol. A los soras les p u s o borlas; a los soras les p u s o sayas. ¡Tararara, tararara! 7

6 En esta ocasión citaremos la versión más cuidadosa del texto, tal como éste f u e restituido por Ronald Hamilton en la edición inglesa de la obra. Dice el pasaje: < Y n g a yupangue yndin yocasola ymalca chinboleisola ymalca axcoley haguaya guaya haguaya g u a y a > (cf. Betanzos [1551] 1996:1, XIX, 87). 7 Agradecemos a Paul Firbas (com. pers.) por llamarnos la atención sobre la correcta lectura de la expresión , que todos leíamos como , expresión comprensible-

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Conforme lo adelantamos, la lengua subyacente al texto no es quechua sino aimara; y si el cronista lo da sin siquiera sugerir deslindes lingüísticos es porque, seguramente, su pericia en el quechua, reclamada por el propio autor (cf op. cit., "Al Rey"), no era óptima. Después de todo, podemos decir en descargo suyo que ambas lenguas, más allá de los vocablos compartidos, tienen estructuras muy afines (cf. Cerrón-Palomino 1994b). Hecha la aclaración respectiva, pasemos ahora a señalar el carácter aimara del texto, incidiendo en sus aspectos léxicos, fonológicos y morfosintácticos. 5.2.2. Fonológicamente, el texto delata el fenómeno de lateralización de la vibrante simple en contextos inesperados para todo hablante de aimara moderno. Ello porque dicho proceso, muy antiguo en la lengua, sólo operó en posición inicial de palabra (de hecho, como nos lo demuestran los vocabularios coloniales, éstos no consignan una sección para ). El texto, sin embargo, muestra dos palabras y un morfema que registran la mutación en posición intervocálica y ante consonante: el etnónimo (es decir [sula]), el morfema multiplicador , y la voz (o sea [malka]). Gracias a la evidencia de otras variedades aimaras y del quechua mismo, tales formas provienen de *sura, *-ra y *marka, respectivamente. Conforme lo señalamos en nuestro estudio de la evolución del aimara, la variedad lupaca, descrita por Bertonio y colindante con el área cuzqueña, parece registrar ya la propagación del fenómeno en contextos similares a los ofrecidos por el texto del cantar, aunque en forma abortada, puesto que la versión actual del mencionado dialecto lo ignora, quedando como huella de su operación en los pocos ejemplos que el ilustre jesuita italiano recoge (cf. CerrónPalomino 2000: cap. V, § 1.6). Ahora bien, la razón por la cual las formas en discusión aparecen con /r/ y no con /l/ en el texto subyacente propuesto obedece a que estamos asumiendo que el fenómeno de lateralización en tales contextos estaba probablemente en su incepción: de todas maneras, el texto B, que normaliza la versión ofrecida por el cronista, lo consigna como un hecho de habla. De otro lado, el texto también ilustra el fenómeno de elisión vocálica, tan consustancial al aimara: ésta se da en la secuencia -ya 'causativo' más -i 'tercera persona agente'. De acuerdo con las reglas morfofonémicas de la lengua, este último

mente no registrada en la documentación española de la época, no obstante que Betanzos da a entender que se trata de un "sonsonete" muy usado: la lectura de por en el manuscrito dio lugar a su interpretación errática. En efecto, esto lo pudimos verificar finalmente gracias a que pudimos acceder al manuscrito de Palma de Mallorca, cuya copia nos fue alcanzada generosamente por Lydia Fossa, que a su vez se la extendió Ronald Hamilton. Observando el manuscrito, efectivamente, la primera "ere" de tiene casi el mismo trazo que el de las dos últimas (cf. fol. 45v).

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sufijo, de naturaleza "fuerte", exige la caída de la vocal temática precedente, es decir tenemos el proceso -ya-i> -yi, tal como se aprecia en B (versos 4 y 6). Otros dos fenómenos, de orden más bien superficial, se advierten también en el texto. Nos referimos, por un lado, a la absorción fonética de la vocal final por la yod homorgánica en la secuencia -la-y-i> -la-y, y, por el otro, al adelantamiento de la vocal /a/ en sílaba trabada y ante yod, resultando finalmente en -ley, tal como se puede apreciar en los versos 4 y 6. Este último fenómeno, por lo demás, se encuentra documentado en la obra del eximio aimarista italiano ( c f . Bertonio 1612:11,93, 191,210). 5.2.3. Sintácticamente, es de advertirse que el texto ilustra la construcción típica de la frase objetiva aimara, que por la época estaba en vías de perder su marca abierta, que era *-ha (cf Cerrón-Palomino 1997a: § 5.3.1.3): así, la expresión de los versos 3 y 5, en forma repetida, es el OD de los verbos contenidos 'poner borlas' y 'poner sayas', respectivamente, y no porta aparentemente marca alguna. Decimos que ello ocurre en apariencia toda vez que la vocal del núcleo de la FN-objeto, que en el presente caso es , pudo haber llevado el alargamiento vocálico que, como consecuencia de la pérdida de la /h/ del morfema involucrado y de la consiguiente contracción de sus vocales encontradas, se empleaba aún como marca acusativa hacia fines del siglo xvi: no sería de extrañar que la duración de la vocal final haya sido pasada por alto por el cronista, nada acostumbrado a percibir fenómenos de naturaleza cuantitativa. De todas maneras, dicho alargamiento se irá perdiendo, y en adelante la marca de objeto adquirirá un carácter más bien sintáctico (el orden preverbal casi fijo) e incluso se la reinterpretará como una supresión del elemento vocálico final del núcleo, como ocurre en el aimara sureño moderno. Ya fuera con vocal alargada o corta, el hecho es que el texto revela una construcción objetiva típica de la lengua. 6. El aimara cuzqueño: ¿lengua o dialecto? Tras nuestro intento en la probanza lingüística y documental del uso de una variedad aimara en pleno territorio cuzqueño, empleada por los propios incas antes de su quechuización, conviene preguntarse sobre el estatuto de dicha entidad en términos de su relación con las demás hablas aimaras pertenecientes a la rama sureña. ¿Se trataba de una entidad suficientemente diferenciada del resto de sus congéneres sureños, o no pasaba de ser sino un dialecto más, muy cercano a aquéllos? Obviamente, para dar una respuesta concluyente al respecto, hace falta contar con mayores datos de carácter lingüístico propiamente dicho, cosa que, conforme se vio, resulta remota, al menos por el momento.

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Con todo, en especial gracias al texto del cantar, es posible esbozar la hipótesis según la cual la variedad referida no sería sino un dialecto muy cercano a los hablados al sur del Cuzco, y, en general, a los del altiplano. Sus rasgos singulares consistirían en algunas particularidades de índole fonética, por lo general superficiales y compartidas, como se sugirió, a los cuales deben añadirse, como es natural, ciertas peculiaridades de orden léxico. Algunas de tales características pueden achacarse también a su condición de lengua en vías de desplazamiento por el quechua así como al influjo de antiguas lenguas de sustrato, entre las cuales estaría la puquina. Gramaticalmente, en cambio, y el texto betancino lo ilustra a cabalidad, existe la certeza de estar ante una misma lengua, diferente de la rama central, pero regida por los procesos morfofonémicos compartidos por todos los miembros de la familia lingüística. Ahora bien, al tiempo en que se recordaban los versos del cantar en forma ritualizada, y seguramente fragmentarios ya, tomándoselos como si fueran quechua, todavía existían variedades aimaras habladas al sur y al oeste del territorio cuzqueño. Como se dijo, la documentación colonial es particularmente generosa en proporcionarnos informaciones al respecto, en especial las "Relaciones Geográficas", según lo subrayamos. Estas, lo dijimos ya, no sólo hacen referencia a variedades aimaras de procedencia altiplánica a través de la reubicación de colonos sino, de manera mucho más interesante, a la presencia de hablas locales aimaras nativas. En efecto, unas veces se las indica como variantes "corruptas" {cf. Carbajal [1586] 1965: 214), otras se las señala como hahuasimi 'lengua fuera de la general' {cf. Monzón [1586] 1965: 239), y en un caso reciben nombre propio, como cuando se nos habla de la "lengua chunbivilca" {cf. Acuña [1586] 1965: 320-324). Conforme lo hemos sugerido en otro lugar {cf. Cerrón-Palomino 1999), sobre la base de la evidencia toponímica proporcionada en tales documentos y en relación con tales "lenguas", podemos sostener que dichas designaciones responden a descripciones impresionistas de los informadores, que muchas veces desconocían el aimara o, cuando tenían algún conocimiento de la variedad modélica usada en el altiplano, estaban proclives a juzgar las variedades observadas, muy quechuizadas ya por entonces, como entidades diferentes a aquélla. De allí que, por ejemplo, tomar la "lengua chunbivilca" como aimara diferente de la altiplánica nos parece exagerado. Lo más lógico es suponer que se trataría de un dialecto con las mismas características que las atribuidas al aimara cuzqueño, sobre todo teniendo en cuenta su proximidad territorial8.

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Incidentalmente, nótese que en la "Relación de Potosí y su descubrimiento", ordenada levantar por el virrey Toledo, se dice que el intérprete Jerónimo Hernández se vale del aimara para hablar con don Diego Huallpa, el chumbivilcano que descubrió la mina (cf. De la Fuente Sanct Angel y Hernández [1572] 1965: 357-358).

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7. La lengua secreta de los incas Conforme se adelantó en § 1, Garcilaso refiere que el soberano cuzqueño y su corte hacían uso de una lengua particular, de carácter secreto. El mismo dato lo consignan otras fuentes, entre ellas, y de modo más fidedigno, las "Relaciones Geográficas" (c/. Cantos de Andrada [1586] 1965: 307); pero también el mercedario Murúa ([1613] 1986: II, XII, 377) y el jesuita Cobo ([1653] 1956: II XII, 64). Dicho idioma ha sido atribuido por los estudiosos, sucesivamente, a versiones arcaicas del quechua, del aimara y del puquina. El problema de filiación obedecía al hecho de que, hasta hace poco, el material aducido en función de ello se limitaba a los pocos términos (básicamente antropónimos y topónimos) que el historiador mestizo, incapaz de explicarlos a partir de sus conocimientos más bien limitados de la realidad lingüística del área cuzqueña, juzgaba pertenecientes a la lengua arcana de cuya existencia se tenía memoria. Algunos de tales términos podían, sin embargo, interpretarse ya sea a partir del quechua o del aimara, manteniéndose la disyuntiva de filiación en una especie de callejón sin salida. De pronto, el texto del cantar coloca al estudioso, por primera vez, ante un valioso documento que puede, en parte al menos, sacarlo del entrampamiento en que se hallaba sumido. Así parecen haberlo entendido Szeminski, Torero y el que escribe. En cuanto a nuestra posición, en el trabajo varias veces aludido discutimos ampliamente el problema y postulamos el puquina como el posible idioma arcano de los incas míticos: hecho que sin embargo, a simple vista, podría contradecirse a la luz del examen efectuado sobre el texto comentado. Según nuestro análisis, como se recordará, la gramática subyacente al texto mencionado no puede ser sino aimara. No obstante, si ésta fuera la "lengua particular" de los incas, de uso secreto y exclusivo, ¿dónde radicaría el carácter 'hierático' que se le atribuía si se la hablaba precisamente no sólo en el valle del Cuzco sino en los territorios comarcanos a él? A menos que se piense en una lengua aimara radicalmente diferenciada de sus congéneres vecinas, la identificación de esta entidad como el "lenguaje particular" de la nobleza imperial cuzqueña no parece tener sustento, como lo barruntaba ya el propio Murúa 9 , y como lo demuestra el análisis practicado en el texto. Ahora bien, la tesis del puquina como idioma secreto se sustenta, hasta el momento, sólo en indicios de carácter mítico y lingüístico. Así, desde el punto de vista legendario, los incas primordiales habrían tenido como cuna de origen la

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Dice, en efecto, el mencionado cronista que los pupilos de la nobleza cortesana tenían, entre sus maestros, uno que les "enseñaba al principio la lengua del Ynga, que era la particular que él hablaba, diferente de la quichua y de la aymara, que son las dos lenguas generales de este reino" (cf. Murúa [1613] 1986: II, XII, 377; énfasis provisto).

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región del Titicaca, desde donde habrían emprendido su marcha hacia el valle del Cuzco. Lingüísticamente, la lengua más importante del territorio lacustre era la puquina, antes de su desplazamiento gradual por el aimara primeramente y por el quechua después, idiomas ambos de procedencia norteña. Una vez llegados al Cuzco los fundadores del futuro imperio, como grupo minoritario que eran, se vieron en la necesidad de aprender la lengua más difundida de la región, que por entonces sería la aimara10. Sin posibilidades de retroalimentación y encerrados dentro de un territorio de habla aimara, los incas míticos habrían ido perdiendo los mecanismos de transmisión intergeneracional de su idioma a medida que sus descendientes se aimarizaban, en virtud de las alianzas matrimoniales e interétnicas inevitables de las que nos hablan las crónicas. Una vez plenamente amarizados, la lengua originaria, completamente anquilosada, habría sobrevivido a través de algunas palabras y giros expresivos asimilados dentro del idioma adquirido. Cuando a su vez, siglos más tarde, el aimara era absorbido por el quechua luego de la conquista de los territorios del Chinchaisuyo, dicha lengua habría corrido una suerte semejante a la del puquina, siendo reinterpretada en la memoria de los orejones, como si hubiera sido el idioma originario de los incas míticos. De esta manera, la lengua secreta de la cual se guardaba el recuerdo habría sido una variedad puquina, transfigurada en aimara: es decir, en términos lingüísticos, estaríamos frente a un aimara de sustrato puquina. De hecho, el texto del cantar se presta a dicha interpretación. En efecto, el segundo verso -—, que es una aposición respecto del primero, parece mostrar una construcción puquina de naturaleza genitiva donde el posesor 'sol' está flexionado con la marca -n del puquina sin que el elemento poseído 'hijo' porte el sufijo posesivo respectivo (en este caso de tercera persona), como lo exigen el aimara y el quechua. De esta manera, /indi-n yuqa/ 'hijo del sol' preservaría una estructura puquina dentro de un texto por lo demás aimara. Después de todo, la misma forma frasal se repite en la toponimia cuzqueña referida a los nombres míticos de los santuarios, comenzando por aquel de Vilcanota, es decir /wiXka-n uta/ 'casa del sol' (ver § 5.12: ), o mejor aún en vista de , o sea /puqi-n kanca/ 'aposento de los puquinas' (cf. Cerrón-Palomino 1997b: § 5.2.4). 10

Refiere Cabello Valboa que, al tiempo en que Manco Cápac llega al Cuzco, el valle estaba "muy poblado de naturales, y muy frecuentado de extrangeros de tres y quatro leguas á la redonda (que en aquel tiempo no se disponían los ánimos a muy largas peregrinaciones) a causa de las muchas, y muy diferentes lenguas y costumbres que a cada legua se yban hallando" (cf. Cabello Valboa [1586] 1951: III, X, 269; énfasis agregado). La situación plurilingüe descrita, que no parece haber sido simple conjetura, habría ido homogeneizándose en favor del aimara procedente de los Andes Centrales.

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Finalmente, es de suponer que quedarían también vocablos de la lengua, para cuya interpretación e t i m o l ó g i c a no bastan ya el aimara ni el quechua. Una de tales palabras bien podría ser , que Gon§ález Holguín da c o m o s i n ó m i m o de < c c u y c h i > "arco del cielo", aunque en su variante {op. cit., 1 , 7 3 ) y Santa Cruz Pachacuti c o m o equivalente de aquélla y de su forma chinchaisuya , si bien también proporciona otra variante {op. cit., fol 7 v ) . El término, ya d e s c o n o c i d o , que luego pasó a designar al santuario f a m o s o cerca del cual M a n c o Cápac divisó el arcoiris, fue objeto de distintas "lecturas" formales, al no ajustarse al quechua ni al aimara, e incluso de una etimología popular sugerida por el mismo Santa Cruz que, no obstante ser él m i s m o de extracción aimara, prefiere interpretarlo c o m o significando la expresión quechua 'cuando era y o joven', atribuida a Manco Cápac, el fundador del Cuzco {cf. op. cit., fol 7v: acotación al margen).

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La presencia de Antonio de Nebrija en las gramáticas y vocabularios de las lenguas indígenas de Hispanoamérica Antonio Quilis Universidad Nacional de Educación a Distancia/CSIC

1. El pensamiento y la obra de Antonio de Nebrija han alumbrado durante siglos, la escena de la filología española, tanto por la novedad de su doctrina, y por las innovaciones que introduce en lo ya sabido, como por su forma de enfocar y solucionar los problemas. Cuando contaba diecinueve años 1 , se trasladó a Bolonia, en cuya Universidad estudió y adquirió su formación humanista. De su experiencia italiana retiene dos ideas fundamentales que serán los hilos conductores de su quehacer lingüístico. Una es la necesidad de renovar los estudios clásicos en España: la enseñanza de la baja Edad Media había desvirtuado tanto el concepto de lo que es la ciencia como la didáctica de las diferentes disciplinas, y ello afectó además directamente al latín, que era la lengua utilizada en las disquisiciones al uso, empobreciéndolo y especializándolo en una jerga incomprensible y artificiosa. La otra, y quizá de mayor trascendencia, es la preocupación por las llamadas "lenguas vulgares", lenguas que para Nebrija, lo mismo que para sus coetáneos italianos, eran tan dignas como la latina. En estas dos direcciones paralelas - l a didáctica, primero del latín y luego del español, y la descriptiva del español- se desarrollará su labor principal, que es la que a nosotros también más nos interesa; porque no debemos olvidar que Nebrija, humanista integral, está lleno de inquietudes por todos los aspectos del saber, y que tanto el derecho como la medicina, la botánica, la astronomía, la cosmografía, la historia, etc., ocuparon en la atención en su fecunda vida. Cuando en 1476 llega a su cátedra de Salamanca se encuentra con que ninguna gramática se ajustaba a las necesidades del momento. Por eso se dedica en aquellos años a escribir sus Introductiones latinae, que imprime por primera vez en Salamanca en 1481. Es una obra de inspiración pedagógica para la enseñanza del latín a los jóvenes, pero no por ello está exenta de todo el rigor científico que

1 Para más detalles sobre todo el contenido de las líneas que siguen, véase Antonio Quilis, en Nebrija [1492] 1990: 9-19.

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se podía exigir en la época: sus fuentes 2 fueron los gramáticos latinos clásicos, sobre todo Donato y Prisciano, las gramáticas medievales y las obras del Renacimiento3. El resultado fue una gramática precisa, clara y útil. Hacia 1488 el obispo de Avila fray Hernando de Talavera, que tanto ayudó en su carrera a Nebrija, le expone el deseo de la reina Isabel de que editase las Introductiones con una traducción en español: fueron sus Introduciones latinas, contrapuesto el romance al latín, publicadas alrededor de 1488. Como confiesa en el mismo "Prólogo", cuando comenzó a hacer esta traducción no me pareció materia en que io pudiesse ganar mucha honra, por ser nuestra lengua tan pobre de palabras, que por ventura no podría representar todo lo que contiene el artificio del latín. Mas después que comencé a poner en hilo el mandamiento de Vuestra Alteza, contentóme tanto aquel discurso, que ya me pesaua auer publicado por dos uezes una mesma obra en diuerso estilo 4 , & no auer acertado desdel comien50 en esta forma de enseñar, mayor mente los ombres de nuestra lengua (Nebrija [¿1488?] 1996: 6).

Piensa que el sistema bilingüe de las Introduciones puede ser útil alos que saben & alos que quieren saber, alos que enseñan & deprenden, alos que han oluidado lo que en algún tiempo supieron & alos que de nueuo quieren deprender, & a todos essos no con mucha conuersación de maestros (Ibíd.).

Estas Introduciones bilingües fueron un eslabón importante para redactar la Gramática castellana. Según parece, esta obra tuvo poca repercusión5 o, a lo menos, pocos comentarios hay sobre ella, pero evidentemente sí se conoció y se tuvo en cuenta. Valga sólo un ejemplo americano: cuando Fray Alonso de Molina estudia el verbo en su Arte de la lengua mexicana y castellana ([1571] 1945: 26 v. y ss.), utiliza la misma terminología de los modos de la edición bilingüe y dice: Y conjúgase el verbo de la voz actiua desta manera. Indicatiuo modo. En la manera de demostrar. Tempore praesenti. En el tiempo presente. [...] Pretérito imperfecto.

2

Estudiadas principalmente por Codoñer 1983, Bonmatí Sánchez 1988 y Casa 1992 y 1994. Sobre todo, de dos personas: Lorenzo Valla, autor de la obra De linguae latinae elegantia, y Perottus, autor de los Rudimenta grammatices. 4 El texto latino de las Introduciones pertenece a la segunda edición de las Introductiones latinae. 5 Las Introduciones latinas se reimprimieron en Zamora en 1494 ó 1492, y en 1773 en Madrid, por Bartolomé de Ulloa. 3

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En el tiempo passado y no cumplido. [...] Pretérito perfecto. En el tiempo passado y ya cumplido. [...] Pretérito plusquamperfecto. En el tiempo passado y más que cumplido. Futuro imperfecto. En el tiempo que está por venir y no cumplido 6 . [...] Imperatiuo modo. En la manera de mandar. [...] Optatiuo modo. En la manera de dessear. [...] Subiuntiuo modo. En la manera de ayuntar 7 . La Gramática de la lengua castellana aparece el 18 de agosto de 1492, quince días después de que Colón partiera para su aventura americana, y aproximadamente cuatro años después de publicadas las Introduciones latinas. Esta Gramática e s p a ñ o l a e s la primera de una lengua romance c o m p u e s t a según los principios humanistas 8 , y su publicación marca un hito importante en la historia del humanismo al ser el primer logro de uno de sus hombres. Hay en ella, además de otros fines 9 , dos claros objetivos: uno, describir el español, fijar su uso para estabilizar la lengua vulgar de España, que "hasta nuestra edad anduvo suelta y fuera de regla"; el otro es didáctico. C o m o dice en el prólogo del Libro V 1 0 , para tres géneros de ombres se compuso el arte del castellano primeramente para los que quieren reduzir en artificio y razón la lengua que por luengo uso desde niños deprendieron; después, para aquellos que por la lengua castellana querrán venir al conocimiento de la latina. Y, por último, para aquellos "ombres, los cuales de alguna lengua peregrina querrán venir al conocimiento de la nuestra".

6

Al añadir el Futuro perfecto, se ve obligado a modificar la terminología del imper-

fecto. 7

Se aparta algo en el "Infinitiuo modo. En la indeterminada manera". Las citas corresponden a las págs. 26 v.-29 y 30 v. Para su influencia en una gramática totonaca del siglo XVIII, véase Alvar 1994. 8 Como es sabido, la Gramática nebrisense se adelanta treinta y siete años a la primera gramática italiana de Trissino (1529), cuarenta y cuatro años a la Grammatica da Linguagem portuguesa de Fernando Oliveira (1536), cincuenta y ocho a la primera gramática francesa de Louis Meigret (1550), ochenta y uno a la alemana de Albert Oelinger (1573), y noventa y cuatro a la inglesa de William Bullokar (1586). 9 Que se pueden leer en el mencionado "Prólogo": La lengua está al servicio de la unidad de la nación, la lengua debe ser el vehículo fiel de transmisión a la posteridad de las hazañas y glorias culturales presentes: "Siempre la lengua fue compañera del Imperio". Para las fuentes sobre este axioma y otros, como la correlación ya mencionada entre lengua y estado, la regularidad de la lengua vernácula y la ascendencia latina de las lenguas romances, entre ellas el castellano, véase Mazzocco (1994). 10 Nebrija [1492] 1990: 239.

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Nebrija11 ve en el español una lengua totalmente independiente de la latina, y de la misma categoría. Si sus detractores le achacaron en los años posteriores que estaba demasiado apegado a la tradición latina12, ello puede justificarse porque, en primer lugar, la Gramatica castellana es la primera que se escribe de una lengua vulgar y la escribe precisamente un gran latinista, autor de otra gran gramática latina. De este modo, es muy difícil despegarse completamente de los moldes de la latina para escribir la española; pero es que, además, Nebrija pensaba que la Gramática castellana debía ser útil para los que quisieran estudiar la gramática latina, ya que el conocimiento exacto de la lengua materna es una gran ayuda para la adquisición del latín, como segunda lengua13. En segundo lugar, para convencer a los demás de las excelencias de la lengua vulgar era preciso mostrar que ésta se hallaba muy próxima de la latina, con la que se podía parangonar en suma de artificiosidades14. Y lo mismo se reflejará después en las gramáticas de las lenguas amerindias. Es en este mismo sentido bien clara la afirmación de fray Andrés de Olmos, cuando al hablar de su Arte de la lengua mexicana (1993: 123; [1547], fol. 50 r, s.n.]), dice que en muchas cosas "lleva la traça de la gramáticca latina, assí porque se vea el artificio de la lengua no ser tan bárbara como algunos dicen". En el mismo año de 1492 publica el Diccionario latino-español, y años más tarde, alrededor de 1495, el Vocabulario español-latino. También en esta vertiente lexicográfica es un pionero al abrir el camino a la lexicografía moderna15. 11

Vid. Quilis.en Nebrija [1492] 1990: 92. Por ejemplo, Villalón ([1558] 1971: 6) escribe: "Antonio de Nebrixa traduxo a la lengua castellana el arte que hizo de la lengua latina. Y por tratar allí muchas cosas muy impertinentes dexa de ser arte para lengua castellana y tienesse por tradufión de la Latina; por lo qual queda nuestra lengua según opinión en su prístina barbaridad, pues con el arte se consiguiera la muestra de su perfe^ión". 13 De la misma opinión es Ridruejo (1994: 497) cuando afirma que "La utilidad que señala Antonio en el prólogo, según la cual su obra sirve como manual previo para la enseñanza del latín, supone escindir los estudios de la gramática y los de la gramática latina, y ello es algo notablemente innovador en el panorama renacentista de los estudios filológicos. Quizá este supuesto puede explicar ese más rico contenido teórico de la obra vulgar, pero también la escasa utilidad que los contemporáneos de Nebrija, apegados a la didáctica tradicional del latín, encontraron en la Gramática castellana". 14 Es por eso por lo que un tan buen observador del lenguaje ejemplifica continuamente con Mena, el más latinizante de todos los escritores que podía utilizar el gramático sevillano: si observa, por ejemplo, que gelo es poco usual, pero tolerable, no se le puede escapar el latín subyacente en las Trescientas. Recientemente, López García (1995: 247) ha escrito "que la Gramática de Nebrija es menos latinizante de lo que parece, pues su tratamiento de los distintos problemas lingüísticos supone un notable distanciamiento del patrón latino y una perspectiva más "general" - m á s tipológica, si se quiere-". 15 El Universal vocabulario en latín y en romance de Alonso de Palencia, publicado en 1490, está todavía anclado en la tradición medieval, como indican Colón y Soberanas, en Nebrija 1492a: 24. 12

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Todas las obras gramaticales de Nebrija demuestran un sólido conocimiento de los gramáticos latinos 16 , y de ahí deriva también su propia concepción de la teoría y de la estructura de la lengua, al elegir en cada caso la solución más conveniente, tanto tomada de las fuentes existentes como acuñada para el caso en cuestión. Como dice Piccardo (1949: 92), Nebrija, al incorporarse, según vimos, a la corriente de la mejor tradición latina, se aparta de la actitud escolástica. Y si bien por un lado paga tributo a la autoridad de los viejos libros, por otro aprende a escrutar la realidad del idioma y a cimentar su trabajo en principios científicos. Él opera sobre un material inexplorado y ello lo obliga de continuo a tener delante ese material. La realidad idiomàtica se le ofrece virgen para el descubrimiento, y nada de insólito, pues, que éste lo atraiga más que los sistemas. Faltará en su obra - y yo pienso que no es de lamentar- la anhelada simetría que buscaron los escolásticos, pero se palpará siempre la aguda observación de los hechos, que es el elemento esencial para el valor y la perdurabilidad de un libro de los de su clase.

En lo que se refiere a la Lengua española Nebrija parte del sólido andamiaje teórico de sus Introductiones latinae y de su traducción -las Introduciones latinas-, pero cuando redacta la gramática española todo es nuevo en ella. Y decir todo no es una hipérbole, porque incluso lo que hoy nos parece más corriente tuvo nuestro gramático que analizarlo, estudiarlo y engarzarlo en aquel nuevo Arte que estaba elaborando. Y en ella hay muchas, muchísimas cosas que nos llaman la atención. Citemos algunas: por oposición al diminutivo Nebrija acuña el término aumentativo, y señala su valor afectivo; la amplia relación de sufijos con sus distintas funciones y significaciones; el género; el artículo; claramente dice que "Declinación del nombre no tiene la lengua castellana" 17 . Esto, en 1492. Nebrija es el primer gramático de la Romania que señala la formación del futuro (iamaré) y del potencial simple (amaría), sobre la base del infinitivo del verbo que se conjuga, más el auxiliar haber, amar+e > amaré; amar+ia > amaría. La consideración puramente formal de una parte del discurso cuando dice, por ejemplo, que si amar no fuera nombre en el amar es dulce tormento "no pudiera recibir este artículo el, y menos podría juntarse con un nombre adjetivo, diciendo el mucho amar es dulce tormento". Y podríamos seguir enumerando: la formación del plural, los relativos de cantidad discreta frente a los relativos de cantidad continua, la elaboración del paradigma completo de la conjugación española, la transitividad e intransitividad, la formación de la impersonalidad y de la pasividad con el se común a ambas, etc.

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Y también muy buenos conocimientos de las lenguas semíticas y del griego. Nebrija 1492: 188.

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2. ¿Qué supusieron estas gramáticas nebrisenses, y luego otras europeas, en el Renacimiento 1 8 ? a) En primer lugar, un cambio fundamental en la metodología de la enseñanza del latín, considerado c o m o segunda lengua, y el inicio de la enseñanza del español c o m o lengua materna y, también, c o m o segunda lengua. b) En segundo lugar, la consideración de la gramática c o m o disciplina autónoma, no c o m o medio para la exégesis de los textos o c o m o sierva de la filosofía o de la teología. El mismo Nebrija fue el más vivo ejemplo del uso de la Gramática también c o m o arma bélica. C o m o se recordará, él había aparejado una "gran contención" o contienda contra los bárbaros, según decía en la dedicatoria a la Reina Católica en las Introduciones latinas: I por que en breve tengo de publicar una obra de vocablos en latin & romance, en que provoco & desafío a todos los nuestros que tienen hábito & professión de letras, no digo más en esta parte, sino que desde agora les denuncio guerra a fuego & a sangre, por que entre tanto se aperciban de razones y argumentos contra mí. Su lucha fue implacable desde el primer momento. Al principio, no hacían c a s o de un pobre gramático aquellos s a p i e n t í s i m o s maestros de T e o l o g í a , de Derecho Civil y Pontificio, de Filosofía, de Medicina. C o m o dice Félix G. Olmedo 1942: 39-40: Mas cuando vieron que el gramático se metía por todas partes, no como tránsfuga, sino como explorador y centinela, para ver lo que hacía cada uno en su facultad, diciendo que la suya, aunque ínfima, tenía jurisdicción sobre todas las demás en lo tocante a la lengua, que es el instrumento de todas; cuando vieron que, efectivamente, sin salir de su profesión, probaba que los juristas no entendían sus Códigos y Digestos, que los teólogos interpretaban a su antojo algunos pasajes de la Escritura y que los médicos no podían manejar las obras de Plinio y Cornelio Celso, no pudieron menos que reconocer que la Gramática era un arma terrible en manos de aquel hombre, y procuraron, ya que Nebrija había declarado la guerra a todos los maestros, que saliesen contra él primero los de Gramática [...]. Vencidos los gramáticos, arremetió Nebrija contra los teólogos; pero el inquisidor Deza le detuvo, y le hizo entregar los cincuenta lugares de Sagrada Escritura que tenía preparados contra ellos. Contra los juristas disparó el Lexicón luris ciuilis; contra los médicos, el de medicina; contra los historiadores, los cinco libros de las Antigüedades de España.

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Vid. también Buescu 1988.

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c) En tercer lugar, frente a la tradicional analogía que proclamaba que una lengua -clásica, claro- era regular y lógica, surgía de nuevo la vieja e imprevisible anomalía de la escuela de Pérgamo cuando se comienzan a describir las lenguas románicas, o lenguas vulgares, que ya Dante consagró al considerarlas también nobles: nobilior est vulgaris. d) Por otra parte, en esta época Portugal y luego, principalmente España, fueron países que ampliaron el reducido Occidente de entonces a territorios desconocidos de África, Asia y, sobre todo, América. Por los motivos que todos conocemos, surge la necesidad de estudiar, y la mayoría de las veces también de describir, las nuevas lenguas que se encuentran. Hubiese sido muy difícil -casi imposible me atrevería a decir- que en el dominio portugués, sin las gramáticas de Fernáo Oliveira 19 y, sobre todo, de Joáo de Barros 20 , José de Anchieta ([1595] 1999) hubiese escrito la gramática del tupí, publicada en Coimbra en 1595, o Joáo Rodrigues la del japonés, publicada en Nagasaki en 1604; y, en el dominio español, sin las obras de Nebrija hubiese pasado lo mismo: careceríamos de tantas valiosas gramáticas y vocabularios de las lenguas amerindias y filipinas. 3. En América es todo nuevo para los conquistadores; y para los misioneros, sobre todo, las lenguas que tenían que reducir a Artes; y en este ejercicio el gramático español les servirá de guía y de respaldo autorizado. De guía, porque aquellos primeros lingüistas misioneros se percataron bien pronto de que las nuevas estructuras lingüísticas que tenían ante sí eran bien diferentes de las indoeuropeas que conocían; de respaldo, porque se iban a embarcar en una aventura semejante a la de Nebrija con el castellano. La difusión de las obras de Nebrija en América es notoria, principalmente de las Introductiones latinae. La fama del filólogo sevillano, como dijo José Manuel Rivas Sacconi (1949: 143), "se extendió por América casi a partir del descubrimiento: Nebrija, con sus Artes y Diccionarios, fue el autor español más difundido en las Indias. En todas las colonias se siguieron las doctrinas del maestro español". Su influencia se realizó directamente a través de sus obras o, indirectamente, por medio de compendios en los que se adecuaba la doctrina nebrisense a las peculiares situaciones didácticas de cada centro de enseñanza. Las obras de Nebrija se imprimían principalmente en España y, desde aquí, se llevaban a América donde también se editaron, que sepamos, las Introductiones'. en Bogotá, por ejemplo, se conocen dos reimpresiones 21 fechadas en 1816 y

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Grammatica da Linguagemportuguesa (1536), Lisboa, 1971. Gramatica da lingua portuguesa (1540), Lisboa, 1971. Vid. Rivas Saconi 1949: 153-154.

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185922. La reciente bibliografía nebrisense de Esparza y Niederehe (1999) señalan ediciones del "Libro cuarto" de las Introductiones, en la ciudad de Méjico en 1636, 1650, 1664, 1690, 1708, 1717, 1722 y 176423; del "Libro quinto", en la misma ciudad en 1640,1652,1710,1739 y 175424; de este mismo libro, en Buenos Aires en 183925, y en Puebla de los Angeles, de ambos libros, en 168526. Ediciones de la obra que trata de la construcción y explicación de las reglas del género y de los pretéritos, siguiendo a nuestro autor, se encuentran en la ciudad de Méjico en 1660, 1685,1708,1713, 1715, en el Colegio de Santo Tomás de la Universidad de Manila en 1815 y 1819; del "Libro cuarto", en el mismo centro filipino, en 181927. Torre Revello (1973 [1964], 207) dice que entre los primeros envíos a Hispanoamérica "figura un vocabulario de Antonio de Nebrija, y es conveniente hacer constar ahora que sus gramáticas se llevaron en gran escala para América, no sólo en el siglo xvi, sino también en los subsiguientes, con envíos de 100 ejemplares en más de una ocasión. Podría decirse que en casi todas las partidas de libros figuran sus obras, destacándose de esta manera como el autor español más difundido en la colonia"28. Entre esas gramáticas está la Gramática de la Lengua castellana, que también pasó a aquellas nuevas tierras: en 1513 se embarcaron veinte ejemplares con destino a La Española; en el siglo xvi se enviaron a Méjico trescientos cuarenta y siete ejemplares de la misma obra, y sólo cinco ejemplares de su Vocabulario español-latino29, etc. 22

Bermúdez de Plata (1946) publicó una Real Cédula de 1554 por la que se autorizaba a los descendientes de Nebrija a vender las obras de su predecesor en "nuestras Yndias, yslas y tierra firme del mar océano". Fija el precio de ocho maravedís el pliego para la venta en el "nuevo rreyno de Granada". Otra Real Cédula de 1564 fija los precios de las Introductiones en la ciudad de Santo Domingo, en la Isla Española, y en las otras islas, en el Nuevo Reyno de Granada, en la Nueva España y en las provincias del Perú. 23 Entradas n° 4 5 5 , 4 6 8 , 4 8 3 , 5 0 6 , 526,533,537 y 594, respectivamente. 24 Entradas n° 459,471,528, 551 y 580. 25 Entrada n° 691. 26 Entrada n° 509. 27 Entradas n° 4 8 0 , 5 0 4 , 5 2 6 , 5 2 9 , 5 3 1 , 6 6 6 , 6 7 2 y 673, respectivamente. 28 En otro pasaje de la citada obra ([1964] 1973: 228), comenta: "El escritor español que tuvo más lectores en la colonia fue, como ya hemos dicho, Antonio de Nebrija, principalmente con su Arte de la lengua castellana y sus Introducciones in latinam grammaticam". Hay que tener en cuenta, como se puede ver por ejemplo en esta cita, que el término Arte se aplicaba en la época, y aún se sigue aplicando con frecuencia, tanto a la Gramática castellana como castellana. a las Introductiones latinae'. Alvar 1992, por ejemplo, llama Arte a la Gramática 29 Vid. Torre Revello 1960: 215. El mismo autor en [1964] 1973 incluye, en un apéndice, distintas relaciones de envíos de libros, donde aparecen obras de Nebrija; por ejemplo: "Trein-

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También Leonard 1979 registra el paso de varias gramáticas castellanas 30 y latinas de Nebrija a América. Refiriéndose a las primeras, dice: Otra obra de gran consulta que gozaba de gran prestigio durante el período colonial era el Arte de la lengua castellana de Antonio de Nebrija, cuya primera edición salió a la luz en 1492. Un estudio de todos los documentos de embarque, pólizas marítimas e inventarios probaría seguramente que llegaron a las Indias Españolas más ejemplares de esta obra que de ninguna otra; la lista que examinamos, por ejemplo, solicita cincuenta ejemplares de ella. A todas luces, este famoso trabajo del gramático Nebrija contribuía a la difusión del castellano en el Nuevo Mundo y servía para contrarrestar las peculiaridades sintácticas y los americanismos que se filtraban con paulatina fuerza en la lengua madre a través de todo el hemisferio occidental 31 .

4. En líneas generales, aunque aún es pronto, ya se va viendo hasta dónde llegó la influencia de las obras filológicas de Nebrija en las descripciones de las lenguas americanas o filipinas. 4.1. Comprobar su presencia en los vocabularios de aquellas lenguas es más fácil, dada la estructuración de éstos. Por ejemplo, Esther Hernández (1996: 23), después de cotejar minuciosamente el Vocabulario en lengua castellana y mexicana y en lengua mexicana y castellana (México, 1571) de fray Alonso de Molina con el Vocabulario español-latino de Nebrija, comprobó que éste es su fuente directa: "hay artículos que son calcados del repertorio de Nebrija, otros se inspiran claramente en él pero están adaptados a las características de la lengua azteca, y el resto son incorporaciones del lexicógrafo que interpretamos como originales". Fray Domingo de Santo Tomás ([1560] 1994: fol. iii v.) lo expresa bien claro en su Lexicón (fol. iii v.): "este vocabulario va por el mismo orden que el del Antonio de Nebrissa por el alphabeto". Y, añadimos, por las mismas entradas 32 . Y, aunque sin mención expresa, el Vocabulario español-latino subyace fielmente en el de la lengua aymara de Ludovico Bertonio ([1612] 1984). Su mención nos da pie para señalar la prioridad que, lógicamente, en este tipo de obras tiene el léxico relacionado con la evangelización: ta artes de gramática de Lebrixa" (208), "8 Artes de Antonio a dos Reales" (LXII), "2 Artes del Antonio 8 o Vadana" (LXIX), "3 Artes del Antonio 8 o Vadana" (LXX), "Arte de Antonio" (en XXXIV, CIX, CXI), "Vocabulario de Antonio" (CVII), "Bocabulario de Antonio" (en CX, CXXVI, CXXXVI, CXLV); también "1 Laurencio Vaia" (XXXIV), etc. 30 Ejemplares de la Gramática castellana, durante los siglos xvi y xvii, cita en las pp. 199,205 y 263. 31 Vid. Leonard 1979: 214-215. 32 Vid. Moreno Fernández 1994.

186 para quitar de sus entendimientos las tinieblas de ignorancia en las cosas de su salvación, y enseñarles los misterios de nuestra cathólica religión. Y teniendo esto por fin deste mi trabajo, parecióme cosa escusada tomar por asumpto juntar en este libro todos los vocablos que las dos lenguas Española y Aymara tienen: lo uno porque son tantos que en muchos años no pudieran agotarse; lo otro, porque no es necessario saverlos todos para enseñar nuestros sagrados misterios, y para que se tenga satisfación de que aquí no faltarán los que para esto se requieren.

Pero, además, sigue diciendo en la carta-prólogo inicial: "no contento con esto, que podía ser bastantíssimo para lo que se pretende, junté otra gran multitud de vocablos que sirven para diversos géneros de cosas"33. 4.2. Descubrir la presencia del gramático en los diferentes Artes de la Nueva Romania y, sobre todo, en qué medida aparecen sus obras gramaticales es ya otro cantar. Cuando se admite se duda del peso de la Gramática castellana, y ni se mencionan las Introduciones latinas. Ángel López García (1995) puso de relieve cómo varios fenómenos que aparecen señalados por primera vez para el español en la nebrisense Gramática castellana ayudaron a aquellos misioneros gramáticos a describir las lenguas amerindias, y están presentes, de un modo u otro en sus descripciones: a) la ausencia de flexión casual en la mayoría de estas lenguas; b) la oposición "inclusivo/exclusivo" en el pronombre de pimera persona del plural; c) la ausencia de género; d) la distinción entre nombre y verbo; e) la descripción de los paradigmas del verbo; f) el reconocimiento de dos tipos de verbos: los transitivos (activos) y los intransitivos (absolutos). Martínez (1993) y Konrad Koerner (1994), aseguraron que no hubo influencia de la Gramática castellana. Afirma este último (1994: 19) contundentemen-

33 También expone cómo recogió los materiales: hizo que algunos indios que en Juli "desde su niñez se han criado con la leche de la dotrina christiana", y "han alcançado a entender muy bien todo lo que puede pedirse a un fiel y cathólico Christiano [...] escriviessen en su lengua Aymara, con la mayor propriedad que fuese posible, los principales misterios de la vida de Christo, grande copia de Exemplos y vidas de Santos, muchos sermones de diversas materias, varias comparaciones tocantes a vicios y virtudes", etc. Teniendo ya todo este material, que serían los "auctores imitandos" de Nebrija, "comencé a rebolver todo lo escrito desta lengua, y a sacar cada vocablo que en cada renglón topava, y todas las phrasis, y modos de hablar elegantes, con que cada cosa se explicava, y después de averiguada la significación, assí délos vocablos como de las phrasis, con mucho trabajo me puse a ordenar por sus letras el presente vocabulario con la mejor traça que supe, y como quiera que los vocablos y phrasis se han sacado de tantas y tan diversas materias, no puede entenderse otra cosa, sino que se hallarán en el vocabulario todos los vocablos que son menester para que un cura no sólo bastante, sino abundantemente pueda enseñar, predicar y hablar todo lo que quiera a los indios sus feligreses".

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te: "la Gramática de la lengua castellana de Nebrija no tuvo ningún efecto (como yo había supuesto) sobre el estudio de las lenguas de las Américas". Al mismo tiempo, Calvo Pérez (1994: 65) afirmaba que "La fidelidad a la GLC de Nebrija y especialmente a las Introduciones latinas es importante" en Domingo de Santo Tomás, Antonio Ricardo, Diego Torres Rubio y Diego González Holguín 34 . Ascensión H[ernández]. de León Portilla ve claramente la huella de la Gramática en el Arte de la lengua mexicana, escrita por el mestizo Antonio Del Rincón ([1595] 1885), y también en el Arte de la lengua mexicana del jesuíta Horacio Carochi ([1645] 1983): en éste se hace evidente en la definición del "nombre verbal" (fol. 43v.), en su concepto de sintaxis, en el modo de tratar la morfología, etc. Según Ascensión y Miguel León Portilla, fray Andrés de Olmos ([1547] 1993: XLVII) "que tuvo acceso tanto a las Introductiones como a la Gramática adoptó de ellas, incluso en lo que llamó "el orden" de trabajo, lo que le pareció más congruo con una lengua que, como el náhuatl, reconoció él bien pronto tenía grandes diferencias respecto del latín y del romance". El mencionado Olmos ([1547] 1993: 15) declara que En el arte de la lengua latina creo que la mejor manera y orden que se ha tenido es la que Antonio de Lebrixa sigue en la suya; pero, porque en esta lengua [la mejicana] no se guardará la orden que él [Nebrija] lleva por faltar muchas cosas de las que en el arte de gramática se hace gran caudal c o m o son declinaciones, supinos [...] y otras materias que en esta lengua no se tocan, por tanto no seré reprehensible si en todo no siguiere el arte de Antonio.

Pesan más en Olmos las Introductiones, pero la Gramatica aparece allí en muchas ocasiones como, por ejemplo, en la pronunciación de la x, al hablar de la declinación - q u e dice que no existe en la lengua mejicana, como Nebrija declaró en la Gramática que tampoco existe en la castellana-, del número, de la ausencia de artículos y su relación con el género, de los prefijos que denotan la idea de persona, que denomina "pronombres", de la derivación del nombre y de la definición del verbo, etc. Y no se puede dejar de mencionar el Arte de la lengua mexicana y castellana de Alonso de Molina ([1571] 1945), insuperable lingüista, donde las tres gramáticas nebrisenses constituyen su sólido armazón teórico. Hemos hecho mención más arriba a que la terminología verbal del Arte mejicano está tomada de las Introduciones latinas, pero hay muchas más cosas de las que mencionaremos

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Poco después, Masson (1997: 341) señaló que había "que tomar en consideración también la Gramática de la lengua castellana [...], aunque su gramática latina parece haber tenido más repercusión en los lingüistas-misioneros tempranos de lenguas amerindias".

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sólo algunas. Que tiene como modelo las Introductiones latirme el mismo Molina ([1571] 1945: 5 v.) lo declara en el "Argumento", situado inmediadamente después del "Prólogo": Es de advertir que no ponemos aquí las significaciones de muchas dictiones de la lengua mexicana, ymitando en esto a Antonio de Lebrixa en su arte de latín: el qual dexó a sabiendas y de industria por declarar las significaciones de muchas dictiones, para que con más facilidad se entendiese la dicha arte de latín, lo qual hazemos aquí nosotros para que este arte de la lengua Mexicana sea más breve.

Y es patente en muchos otros pasajes como, por ejemplo, en las ocho partes de la oración. Pero la Gramática castellana está muy presente en este Arte, empezando por algo tan importante como la "declinación". De ella, Antonio de Nebrija (1492: 188) dijo claramente que "Declinación del nombre no tiene la lengua castellana, salvo del número de uno al número de muchos; pero la significación de los casos distingue por preposiciones". Y Molina ([1571] 1945: 6 v.-7 r.): En esta lengua ningún nombre se varía ni declina por casos, así como la latina [...]. Empero es de notar que ay algunos nombres que [...] significan cosas animadas y bivas [que] tienen singular, los quales tienen dos terminaciones, la una en el número singular y la otra en el plural.

Para Molina ([1571] 1945: 11 v.), los nombres verbales "se derivan de los verbos y significan la acción de los verbos de los que les descienden", y para Nebrija (1492: 185 y 186), "Verbales se llaman aquellos nombres que manifiesta mente vienen de algunos verbos [...], los cuales tan bien significan ación". En Molina ([1571] 1945: 71 r.), el adverbio quiere decir "quasi añadidura, o cosa añadida al verbo. Por quanto determina la significación de dicho verbo", y para Nebrija (1492: 209), añadido "al verbo, hinche, o mengua, o muda la significación de aquél", y comúnmente "se junta y arrima al verbo, para determinar alguna cualidad en él"; la terminología que emplea en la clasificación de la mencionada parte del discurso es idéntica 35 : de tiempo, de lugar, para negar, para afirmar, para demostrar, para dessear, para contar o poner en orden (para ordenar), para preguntar, dubitatiuos (para dudar), para llamar, congregatiuos (para aiuntar), para jurar, etc. La conjunción es en Molina ([1571] 1945: 80 v.) "la que ayunta y ordena la sentencia", y en Nebrija (1492: 211), "la cual aiunta y ordena alguna sentencia". Molina ([1571] 1945: 81 v.) dice que la interjección es "La que significa el affecto y desseo del alma, por alguna boz confusa", y

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Cuando no coincide exactamente, damos el término de Nebrija entre paréntesis.

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para Nebrija (1492: 210) - q u e en la Gramática castellana no la considera como parte de la oración, como hizo en las Introductiones latinae (fol. 25 r.), sino integrada en el adverbio- "significa alguna passión del ánima, con boz indeterminada". También la Gramática está presente en los diminutivos y aumentativos del Arte (15 v.-16 v.), en el pronombre (21), en la comparación (17 v.-18), en el verbo, etc. Antonio Ruiz de Montoya ([1640] 1994) sigue en su Arte del guaraní las Introductiones de Nebrija, y en el Vocabulario, de lejos, el español-latino del nebrisense: han pasado 145 años y lo ha adaptado a las necesidades del guaraní. El Nebrija latino está presente, según Luis Jaime Cisneros (1951) y luego Carmen Hoyos (1994), en la Grammàtica o arte de la lengua general de los indios de los reynos del Perú, de Fray Domingo de Santo Tomás, llamado con toda razón el 'Nebrija indiano'. Pero que el dominico conocía también la Gramática castellana se evidencia desde el mismo inicio de su obra cuando comenta ([1560] 1994: 27) que no da las definiciones de las partes de la oración porque "esta arte principalmente se haze y ordena para personas ecclesiásticas y latinas, que se presupone que ya de la grammàtica del Antonio de Nebrixa y de la lengua latina saben la diffinición y declaración de cada una de las dichas ocho partes". Se refiere a las dos obras nebrisenses: la "grammàtica" que es la castellana, y con "la lengua latina" alude a las Introductiones latinae, y en multitud de ocasiones compara fenómenos de la lengua peruana con el latín y con el español, que así llama además a nuestra lengua. Sigue muy de cerca la Gramática castellana en muchos fenómenos: a) en las propiedades del nombre: calidad (nombre común y propio), especies (primitivos y derivativos), género (que no tiene esta lengua), número ("singular, que habla de uno, y plural, que habla de muchos"), figura (nombres simples y compuestos) y, b) como última propiedad, la declinación, de la que dice Santo Thomas ([1560] 1994: 30-31), inspirándose en Nebrija: es de notar que no ay en esta lengua declinación ninguna sino que todos los nombres son indeclinables en sí, como es nuestra lengua española, en la qual ningún nombre se declina: y de una misma manera se haze en todos los casos [...]; pero conoscemos ser la significación del nominativo, o genitivo, o dativo, no en la variación dél, que ninguna ay como está claro, sino en los artículos que se añaden a los casos. [...] por las partículas que les añadimos entendemos ser éstos o aquellos casos. Assi, acá en esta lengua general de los indios todos los nombres en sí son invariables, y no ay en ellos variación alguna, sino que por ciertas partículas o artículos que se añaden a los casos se conoscen si es nominativo o genitivo. Y aunque esto sea assi verdad, que el nombre en sí sea indeclinable, pero porque los artículos que se le añaden paresce que se hazen un mismo término con él, [...] me paresce se puede y debe dezir que todos los

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nombres y demás partes de la oración declinables tengan una declinación, no por parte dellos, sino por razón de la diversidad de los artículos 36 .

Al hablar de los pronombres, Nebrija señala en su Gramática castellana (192-193) la existencia de tres personas: los pronombres de "la primera, que habla de sí", son io para el singular y nos para el plural; los de "la segunda, a la cual habla la primera", son tú para el singular y vos para el plural. De estas dos personas "no ai sino un pronombre" para cada una 37 , pero al hablar del "emphasi" griego, dice que "por esta figura dezimos nos otros, vos otros", y un poco más adelante, reitera: De donde se convence el error de los que, apartándose de la común y propria manera de hablar, dizen: suplico a la merced de vos otros, en lugar de dezir suplico a vuestra merced', por que diziendo suplico a la merced de vos otros, quiero dezir que suplico a la misericordia que otros tienen de vos, lo cual es contrario de lo que ellos sienten; mas diziendo suplico a vuestra merced, dirían lo que quieren, que es: suplico a la misericordia de que acostumbráis a usar [...].

Según Menéndez Pidal (1958: 251), en el español antiguo sólo hay en el plural una forma de nominativo-acusativo: nos (< n o s), vos (< v o s): "usuales en lo antiguo; pero que al fin de la Edad Media se reemplazaron por nos-otros, vosotros, antes empleados enfáticamente para poner la primera o segunda persona en contraste con otra, y luego usados en todo caso como formas únicas". Gili Gaya (1946: 111) demostró cómo hasta el siglo xv 38 nos39 era "inclusivo" y nosotros "exclusivo", y "que el empleo primitivo de los plurales reforzados con otros tenía carácter enfático" para poner de relieve el contraste con otras personas, que es lo que dice Nebrija en la cita anterior 40 . Creemos con Angel López que esta distinción existente en el español hasta el siglo xvi, y recordada por Nebrija, facilitaría a nuestros primeros lingüistas amerindios el reconocimiento de los pronombres personales inclusivos y exclusivos.

36

En la Gramática castellana, pp. 176-177,179-181,187,188,187 y 188, respectivamente; en el Arte, pp. 27-31. 37 Se entiende una para el singular y otra para el plural. 38 Hasta el xvi, según Keniston (1937: 41). 39 En las penúltimas versiones del Padre nuestro y de la Salve se conservaba el nos arcaico: "ruega por nos Santa Madre de Dios", "venga a nos el tu reino", según referencia de Gili Gaya. 40 Lapesa (1981: 259), refiriéndose a las formas simples [nos, vos] frente a las compuestas [«OÍ otros, vos otros] dice que "en un principio, las formas compuestas ponían de relieve el contraste con otra persona o pluralidad".

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El primero que l l a m ó la atención sobre el f e n ó m e n o fue el P. Santo Tomás ([1560] 1994: 35) cuando definió el pronombre quechua, y describió por primera v e z la diferencia entre pronombre inclusivo y e x c l u s i v o de la primera persona del plural: aunque ñocánchic y ñocáyco significan 'nosotros', el ñocánchic significa 'nosotros', connotando & incluyendo en sí la persona con quien hablamos: como hablando con indios, si quisiéssemos dar a entender que también entran ellos y se incluyen en el habla que hablamos con este pronombre nosotros, como diziendo: a nosotros nos crió Dios, usaríamos de este pronombre ñocánchic, esto es 'nosotros incluyendo también los indios'. Pero si los quisiéssemos excluir a ellos [...], y que solamente nos entendiéssemos los españoles, lo qual en la lengua española declararíamos con un nombre adjectivo, diziendo 'nosotros los españoles', o en la latina nos hispani, en esta lengua (por ser más abundante) no ay necessidad de añadir determinación alguna sino solamente usar deste pronombre ñocáyco, que quiere dezir 'nosotros', connotando que se excluye de aquella pluralidad la persona o personas con quien hablamos. Por manera que el ñocánchic incluye la compañía de las personas con quien hablamos y el ñocáyco la excluye; y ambos significan 'nosotros' con la diferencia dicha. Para el tupí, esta distinción se encuentra después 4 1 en el jesuíta canario José de Anchieta 4 2 ([1595] 1999: fol. 12 r.): Oré, yandé so tambem adiectiuos, noster, a, um; diferem nisto, assaber que Oré exclue a segunda pessoa c que falamos da quelle acto, de que se trata, ut oré oroqó, nos irnos, & tu no, orémbaé, nossas cousas & no tuas, porem,yandé, inclue a segunda pessoa ut yandéyagó, nos irnos, & tu tambem, yandémbaé, nossas cousas & tuas tambem. E assi fazem no verbo duas pessoas pluraes, ut oro(ó, yafó. Y al otro lado del Pacífico, aparecerá en el Arte que para el tagalo escribió el dominico Blancas de San José ([1610] 1997: 8-14). La influencia de la Gramática castellana en la quechua de fray D o m i n g o se percibe también en la definición del verbo, en los tiempos y m o d o s , en la voz pasiva, en el participio, en la d e f i n i c i ó n del adverbio y su clasificación, en el superlativo y el diminutivo 4 3 , etc.

41 González Luis (1994: 102) afirma que Anchieta compuso el primer esbozo de su Arte en 1556. 42 González Luis (1994: 106,108,111) piensa que Anchieta conoció también la Gramática castellana de Nebrija. 43 Arte, pp. 43-44,62-63, 87,97-99, respectivamente.

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4.3. Otra cuestión importante, tratada ya por los gramáticos latinos, es la del modelo de lengua que se debe tomar como autoridad para la norma. Nebrija, siguiendo la tradición latina, opina que la norma que debe aplicarse deriva por una parte de los mismos hablantes y, por otra, de los módulos que utilizan los hombres cultos y los conocedores de la lengua 44 . Esta idea se transmite a las gramáticas de las lenguas indígenas americanas y se hace constar en muchas de ellas. Así, por ejemplo, escribe Molina ([1571] 1945: 34v.-35r.): Es de advertir que assí como en todas las lenguas vulgares ay dos maneras de pronunciación, la una perfecta y verdadera, y la otra imperfecta y mal pronunciada, que es lo mismo en esta lengua mexicana, lo qual se prueua porque en las cortes de los reyes y príncipes y entre personas y Ilustres, se habla la lengua materna con más curiosidad y policía, que entre gente labradora y de baxa suerte. De manera que estos hablan la misma lengua vulgar y materna, tan imperfetamente y con tantas incongruidades que las más vezes no se dexan entender de la gente noble. Pero es cosa marauillosa que pronunciando las dichas lenguas maternas y proprias congrua y perfectamente, se dexan entender assí de los unos como de los otros; y prosupuesto que en todas las lenguas acaezca esto, ni más ni menos se a de tener entendido que acaece en esta lengua mexicana, la qual no es menos curiosa y delicada que qualquiera de las otras, en la qual no con poco trabajo e yo compuesto este arte, conforme a las reglas verdaderas y perfectas, con que los más sabios de los mexicanos la pronuncian. Y casi un siglo después, Horacio Carochi, refiriéndose a su Arte, dice ([1645] 1983: 9r.): pero este último libro fuera de ser muy prouechoso por los muchos exemplos, y excelentes frases de muy buenos Auctores, que con mi larga experiencia he recogido, y que qui?á en ninguna otra parte se hallaran, es tal, que el que lo quisiere podrá saber con perfección la lengua45. 4.4. De momento, son necesarios más estudios y ediciones de estas obras, e indagar con más cuidado la influencia del gramático sevillano, y no dejarse llevar sólo por meras coincidencias o discrepancias externas. Mas, a pesar de todo, por lo que

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Es la idea plasmada en algunos gramáticos latinos cuando hablan de la "latinidad". Por ejemplo, en los Excerpta (322), leemos: "Latinitas quid est? Observatio incorrupte loquendi secundum Romanam linguam. Quot modis constat latinitas? Tribus. Quibus? Ratione, auctoritate, consuetudine. Ratione quatenus? Secundum artium traditores. Quid auctoritate? Veterum scilicet lectionum. Quid consuetudine? Eorum quae e medio loquendi usu placita adsumptaque sunt". Los mismos principios pueden encontrarse en Diomedis (439). 45 Vid. también la anterior nota 35.

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se va viendo 46 , nuestro filólogo está mucho más presente de lo que se pensaba en los Artes y vocabularios que se elaboraron en la Nueva Romanía y en Filipinas. 5. Hay, por lo tanto, durante mucho tiempo, tres estadios de influencia de estas gramáticas renacentistas47: a) por un lado, el latín clásico que queda como arquetipo del que derivan las lenguas vulgares; aquí las Introductiones latirme representan el modelo de la lengua áulica, y tanto más excelente será la lengua que se describe cuanto más se acerque a ella. Cerrón Palomino, en el magnífico estudio que acompaña a la edición de la obra de Santo Thomás 48 , comenta: tanto Nebrija como fray Domingo instauraban, a su turno, las bases de los estudios del castellano y del quechua, respectivamente. Y si bien, en el primer caso, existía una larga tradición gramatical de corte grecolatino, la verdadera audacia del nebrisense radica en haber codificado una lengua tenida hasta entonces por vulgar, del mismo modo que el dominico "pone en orden" un idioma considerado como "bárbaro": en ambos casos, como se sabe, el modelo de la perfección gramatical era indisputablemente el latín, contra el cual se contrastaban las demás lenguas, que devenían más o menos "congruas" en la medida en que se acercaban o apartaban del arquetipo. De este modo la mayoría de las gramáticas de las nuevas lenguas, que se escriben tanto en América como en Filipinas, van acompañadas de unas palabras que declaran sus excelencias y la posibilidad de parangón con la latina. Un buen ejemplo es el del mismo fray Domingo de Santo Thomás ([1560] 1994: 14), cuando en el "Prólogo" de su obra dice al rey Felipe II que claramente verá por este arte la policía que esta lengua tiene, la abundancia de vocablos, la conveniencia que tienen con las cosas que significan, las maneras diversas y curiosas de hablar, el suave y buen sonido al oído de la pronunciación della, la facilidad para escrivirse con nuestros caracteres y letras; quán fácil y dulce sea a la pronunciación de nuestra lengua el estar ordenada y adornada con propriedad de declinación, y demás propriedades del nombre, modos, tiempos, y personas del verbo. Y, brevemente, en muchas cosas y maneras de hablar tan conforme a la latina y española; y, en el arte y artificio della, que no paresce sino que fue un pronóstico que españoles la avían de poseer. Lengua pues, S. M., tan polida y abundante, regulada y encerrada debaxo de reglas y

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Por ejemplo, Alvar 1992, H[ernández] de León Portilla 1993, Martínez 1993, Moreno de Alba 1992, etc. Vid. Quilis 1998. 47 Vid. también Buescu 1988. 48 En Santo Thomás [1560] 1994: XIII.

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preceptos de la latina como es esta (como consta por este arte) no bárbara, [...], sino muy polida y delicada se puede llamar.

b) En segundo lugar, la aplicación, tremendamente flexible, de los conceptos de la gramática clásica a la Gramática castellana: es el reflejo de cómo se puede hacer el estudio de una lengua que no es la latina y que, la mayoría de las veces, tampoco es la materna del autor; c) en tercer lugar, esta experiencia sirve de modelo para describir cualquier tipo de lenguas, cuyas estructuras gramaticales nada tienen que ver con las conocidas hasta entonces. En ellas sus autores tienen que hacer un gran esfuerzo para describir sus gramáticas y sus correspondencias léxicas con el español, y hacer un fino análisis auditivo para fijar su sistema fónico con el fin de dotarlas de un alfabeto coherente, o de establecer las correspondencias entre su alfabeto originario y el latino: como en el caso del náhuatl, del quechua, del japonés, del tagalo y de tantas otras lenguas. Con razón escribía Domingo de Santo Thomás ([1560] 1994: 19) que "una de las cosas más difficultosas que en esta vida humana se halla es el componer y ordenar arte de hablar perfecta y congruamente alguna lengua, aunque sea muy entendida y usada". Como dice Asunción H[ernández], de León Portilla (1993: 212): "Así como Nebrija partió del latín para cimentar la gramática del romance, los misioneros lingüistas partieron de Nebrija para cimentar el estudio de las lenguas amerindias. No pudieron elegir mejor modelo que los escritos de Antonio quien había abierto la primera y mejor senda en los estudios gramaticales" 49 . Además de este aspecto puramente lingüístico, es importante destacar, como afirma Ángel López García (1995: 249), que: el que Nebrija fuese el primer gramático europeo que se atrevió a aplicar los principios de la gramática a una lengua viva encierra sobre todo un significado cultural. La sociedad hispánica era, en efecto, la única entre las europeas occidentales que estaba preparada para afrontar la descripción de lo lingüísticamente diferente: así lo había hecho a propósito del árabe y del hebreo, y así lo iba a hacer enseguida en relación con las lenguas indígenas de América 50 .

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Asunción y Miguel León Portilla escriben también que "Seguir el esquema de Nebrija tenía una doble intención. Por una parte se obraba así porque él había puesto ya el ejemplo de una aplicación de la gramática latina a una lengua romance. Por otra, se percibía que, adoptando una parecida estructura, se tendrían puntos de referencia claros y firmes al ir describiendo las diversas partes de la oración en el caso del idioma indígena" (Vid. Olmos [1574] 1993: L). 50 Algunas veces se ha dicho, a nuestro juicio infundadamente, que Nebrija fue un obstáculo para el desarrollo de la lingüística amerindia. Creemos que las cosas no son así. Gracias a él,

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En este punto, me permito transcribir de nuevo las palabras de Asunción Hernández], de León Portilla (1993: 222): Pensemos pues en Elio Antonio como en el humanista que ahondó en las raíces de su propia cultura a través de la palabra del Mundo Antiguo y que, sin saberlo, facilitó la pervivencía de las raíces de muchas culturas del Mundo Nuevo. Si él hubiera intuido el futuro, si hubiera imaginado que sus ideas lingüísticas servirían de puente de comprensión entre las lenguas amerindias y el español, quizá hubiera escrito en su famoso prólogo no ya sólo que la lengua, sino que "las lenguas serían compañeras del imperio".

Nebrija fue un hombre consecuente con su época y consigo mismo: movido por la inquietud de un saber universal, interesado por todo lo que le rodeaba, hizo en todo momento lo que creyó que debía hacer y luchó por ello con todas sus fuerzas, aunque sus "contenciones" fuesen muchas veces con molinos de viento. Pero fue, ante todo, un hombre con una vocación sin límites por el estudio de sus dos lenguas, a las que dedicó lo mejor de sus horas, y yo diría que también de su corazón: a la latina como buen humanista, y a la española, que tan finamente conoció y que de pronto, como diría Unamuno, se le estremeció y se le arredró en sus manos. En 1514, con setenta años de intenso trabajo sobre sus espaldas, le es concedida por el cardenal Cisneros la cátedra de Retórica de la nueva Universidad de Alcalá de Henares, con el privilegio de que "leyese lo que él quisiese, y si no quisiese leer, que no leyese; y que esto no lo mandaba dar porque trabajasse, sino por pagarle lo que le debía España". Por pagarle lo que le debía España, decía Cisneros, pero ¿cómo podremos pagarle todos lo mucho que aún le debemos? Bibliografía Alvar, Manuel (1992): "Nebrija y tres gramáticas de lenguas americanas (náhuatl, quechua y chibcha)", en Estudios nebrisenses. Madrid: Instituto de Cooperación Iberoamericana, 331-332.

y al ejemplo de su quehacer, se escribieron modélicas gramáticas de las lenguas autóctonas de América y Filipinas; muchas de esas obras son, aún hoy, la única descripción que tuvieron. Luego, cuando la evangelización no necesitó nuevos vehículos lingüísticos, disminuyó y casi desapareció aquella actividad. Pero todo ese ingente material gramatical y lexicográfico pasó, a través principalmente de Hervás y Panduro, a abrir nuevos caminos en la lingüística general. Por otra parte, desde Nebrija han pasado cientos de años, y, pese a que llevamos más de un siglo de moderna lingüística, muchas lenguas siguen teniendo sólo aquella originaria descripción de los siglos xvi y XVII, y muy pocas descripciones nuevas se han realizado desde entonces.

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El siglo de oro de la lingüística amerindia: el caso del quechua Julio Calvo Pérez Universität de Valencia

1. Generalidades La llegada de los españoles al Perú, como a otras zonas de la América poco antes descubierta, supuso una ruptura traumática tanto para los habitantes de estos predios como para los recién llegados. La curiosidad se mezclaba con la incredulidad y el desconocimiento era mutuo. Ciertamente que los conquistadores eran los portadores de la illapa (el arcabuz) y el caballo y que sembraban el terror, pero eran también los portadores de una civilización más avanzada a la que todos, más bien pronto que tarde, quisieron tener acceso. A su vez los conquistados invitaban, con su amplia panoplia de diversidades, al estudio de sus formas, a la comprensión de sus lenguas y a la adquisición de sus culturas. La necesidad de convergencia era mutua. En este contexto, la existencia de una lengua vehicular como el quechua, una lengua general que permitía entenderse de norte a sur desde Nueva Granada a la Araucania a lo largo de la espina dorsal andina era un regalo añadido que, bien aprovechado, podría satisfacer los deseos de comunicación, las ansias de explicar la doctrina y la búsqueda de componendas con los curacas de la zona para establecer lo más pronto posible una red de comunicaciones que facilitaran sus empresas. Desde muy pronto se tiene noticia de intentos de escribir la gramática de la lengua quechua. Entonces, como ahora, se pensaba que una lengua sin gramática era un lengua imperfecta, no fijada; también se pensaba que la gramática era el procedimiento más rápido de aprender el manejo de una lengua. Pedro Aparicio, cuya obra -si es que alguna vez se escribió- se ha perdido, pudo ser el primero en hacerlo 1 . Otros autores con más dedicación y mejor suerte lo hicieron realmente. En el Siglo de Oro lingüístico, como llamamos al rico período gramatical y lexicográfico que va desde 1560, fecha de la primera gramática y vocabulario publicados, hasta 1648 en que se extingue aquella fiebre generadora de textos

1 Se trata del Arte, vocabulario, encontrado.

sermones...

en lengua quichua. Lima, 1540, ms. no

202

técnico-gramaticales, se produjeron una serie de obras que pronto hicieron del quechua la lengua mejor descrita de su tiempo. Cuando Domingo de Santo Tomás (DST), el dominico que inicia los estudios gramaticales quechuas, sacó de las prensas de Valladolid su obra, muchas lenguas de Europa -algunas de vasta cultura- no tenían aún una gramática, aunque la lengua española había pasado ya por la impronta, de efectos decisivos, de que un temprano Nebrija escribiera la suya en 1492. Del mismo modo, las lenguas modernas del viejo continente han tenido muy tarde sus cátedras de la lengua correspondiente, mientras que el quechua contó con ella ya en el siglo xvi. La importancia de esta lengua, que con el paso del tiempo ha dejado en la nuestra más palabras que el portugués o el italiano y ha generado un dialecto -el español andino- cargado de sustratos suyos, ya era reconocida. Los misioneros tenían que saberla antes de predicar y tenían que estudiarla ya en su viaje a las colonias, con lo que el estudio del latín de la ritualidad cristiana iba muchas veces parejo con la asimilación de una lengua que desde hacía siglos habían impuesto a su administración los incas. Ciertamente que esto mismo pasó con el guaraní y con el aimara, cuyas gramáticas se escribieron pronto también, así como con otras lenguas de interés temprano para la conquista o la predicación2. Había que establecer un puente. Las lenguas amerindias, con ser tan importantes, eran lenguas orales: apenas unos incipientes sistemas de simbolización, como los quipos andinos, eran insuficientes para sentar una tradición descriptiva. Ni siquiera algo diferente sucedía con el maya, lengua mexicana que se apoyaba en más de un sistema de escritura. Los misioneros contaban, en cambio, con los conocimientos latinos que aprendían de las gramáticas clásicas, del Donato y el Prisciano. Estas, con las apreciables novedades introducidas por Elio Antonio de Nebrija en sus Introductiones latinae (1481, 1486) y la recopilación léxica del primer diccionario español (ca. 1495), eran las herramientas con que los citados contaban. El modelo descriptivo era el que aparecía como instrumento operativo para su confección: el análisis de la morfología, la distribución de ésta a lo largo de las ocho categorías, la apreciación del orden de las palabras y la concordancia sujeto-verbo; la división, en fin, del contenido en prosodia, ortografía, etimología y sintaxis. Con ese paradigma había que trabajar en datos extraños, ajenos a

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Tenemos entre ellas gramáticas para el aimara (Ludovico Bertonio 1603 y Diego de Torres Rubio 1616), el puquina (Luis Gerónimo de Oré 1607) o el yunga (Fernando de la Carrera y Daza 1644). Igualmente para la lengua chilena o mapuche (Luis de Valdivia 1606), la brasileña o guaraní (Joseph de Anchieta 1595, Antonio Ruiz de Montoya 1640) y la colombiana o muisca (Bernardo de Lugo 1619). Obsérvese que todas ellas caen en el período áureo que estamos evocando aquí.

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cualquier tradición gramatical, lo que suponía un esfuerzo sobreañadido y unos resultados, si no exiguos, sí al menos discutibles. DST lo dice con exactitud: [...] entre las cosas más difficultosas y más variables en la variación humana es dar arte y modo de hablar en qualquier lengua. Y si esto es assí en todas, aun en las muy sabidas, entendidas y usadas, y de que ay artes hechas por varones de grande erudictión, ¿quánto más lo será en esta lengua del Perú, tan estraña, tan nueva, tan incógnita, y tan peregrina a nosotros, y tan nunca hasta agora redduzida a arte ni puesta debaxo de preceptos dél? (Prólogo, en transcripción de Cerrón-Palomino 1994: 19-20).

Y así, a modo de programa operativo de inicio, necesitado de ser ampliado y perfeccionado, señala en el mismo lugar: Bien tengo entendido, christiano lector, que este arte no irá tan acabada, que no se le pueda añadir o quitar muchas cosas [...] Porque, como el Antonio de Nebrissa, varón eruditíssimo y de gran ingenio, dize en el prólogo del suyo que de la lengua latina hizo, emendándolo la tercera vez, nada al prinzipio se haze tan perfecto que el tiempo inventor de todas las cosas no descubra qué añadir o quitar.

Después, como si DST quisiera señalar cuáles son sus interlocutores, los destinatarios de su gramática, comenta: "Y porque, como se ha tocado, este arte se haze para ecclesiásticos que tienen noticia de la lengua latina, va conforme a la arte della". Con esto tenemos que los autores de gramáticas y diccionarios parten de un mismo esquema y tienen los mismos receptores: aquéllos que como ellos mismos han aprendido las artes de las lenguas clásicas. ¿Qué varía entonces? Justamente el objeto descrito: en cada obra podría tratarse de una lengua diferente, la cual había de ajustarse por un lado a las mismas exigencias y expectativas, también a los conocimientos y moldes conocidos, pero por otro suponía una aventura hacia un mundo cultural y estructural ignoto. Todas las gramáticas de todas las lenguas del período se parecen en el modelo; todas la gramáticas se diferencian in caeteris partibus hasta constituir en cada caso un mundo autosuficiente en sí mismo 3 . Como falta tradición, la tradición hay que crearla y los pio-

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Precisando más: "Los misioneros se vieron a veces aislados, en la jungla o en la selva, pero eso no implica olvido de su existencia. Eran como signos activos para los demás, pese a vivir una época en que las comunicaciones eran aún muy pobres. La iglesia los conjuntaba, elaboraba colectivamente los planes que todos seguían y el diseño general de la actuación evangelizadora no se improvisaba: de ahí surge el aire familiar de todas las gramáticas, la existencia de patrones claros de análisis y la eficacia del método utilizado. No nos extraña que cualquiera no hiciera una gramática, sino aquellos que habían descollado antes en el análisis clarividente de las lenguas de estudio" (Calvo 2000: 182).

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ñeros así lo hacen; pasado ese primer obstáculo, la gramática es utilizada mientras no exista otra mejor, más completa o perfecta, en el mismo panorama. Fue el caso de muchas lenguas de las que sólo se escribió una inicial gramática. En el ámbito quechua no fue así: a la de DST siguió todo un cúmulo de gramáticas cuyo corpus, hasta Iván Roxo Mexía y Ocón 1648 (IRMO) está compuesto por los siguientes títulos: Antonio Ricardo 1586 (AR), Diego González Holguín 1607 (DGH), Alonso de Huerta 1616 (AH) y Diego de Torres Rubio 1603, 1619 (DTR). Otras referencias menores son las del Inca Garcilaso (IG) o el Catecismo de la Doctrina Christiana del Tercer Concilio Límense ( C D C ) . Es de suponer que estos gramáticos pudieron ordenar mejor, precisar más exactamente, la descripción de DST -como él mismo pedía-, sin salirse de los cánones establecidos por la tradición. El resultado será uno de los itinerarios más emocionantes de la teoría gramatical de todos los tiempos, al cual voy a dedicar la páginas que siguen. DST construye una gramática ejemplar. Al no publicarse este trabajo en una edición para lingüistas, no quiero detenerme en demasiados tecnicismos, pero ello no será óbice para consignar algunas de sus exactísimas observaciones, muchas de las cuales -como era de prever- se salen de los esquemas nebrisenses: cada lengua es un mundo y cada descripción gramatical también, por lo que aquello que se encierra en moldes tradicionales no hace sino rebalsar espléndidamente, saliéndose felizmente de la madre que lo contiene y tornando feraz el campo contiguo. Además, lo que es un denominador común para todos los misioneros gramáticos -o mejor gramáticos que eran misioneros en casi todos los casos- es el tener que habérselas con lenguas de familias lingüísticas alejadas. Zwartjes (1994) ha venido a decir que cuanto más ajena es una lengua, más creatividad lingüística se necesita a la hora de construir su gramática y más puede alejarse de los esquemas establecidos por la tradición anterior. Estoy de acuerdo con ello, por lo que considero que la gramática de DST es uno de los hitos más importantes del pensamiento del siglo xvi. Nebrija, cuando tuvo que componer la gramática del español, dejó a un lado los esquemas latinos que él mismo había trazado y se enhebró en una creatividad extraordinaria, que dio como fruto su Gramática de la lengua Castellana de 1492, la cual por razones obvias no fue utilizada apenas por los misioneros 4 . Los misioneros buscaron el esquema gene-

4 Así lo ha señalado, entre otros, A. Quilis, en cuya edición de 1980 se lee: "Su estructura difiere de la de las Introductiones latinae\ no es un mera traducción, como algunos comentaristas posteriores le achacaron, sino algo muy diferente, primero por su concepción, pues no hay paralelismo con las Introductiones, y luego por su contenido y estructura: la Gramática castellana está pensada desde la misma lengua vulgar y no desde el latín. No contradice esta

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ral, las líneas maestras que les proporcionaba el modelo latino, pero para nada querían los corsés aplicados a una lengua particular, que, incluso en el caso del español, se colocaba a la misma altura que las lenguas que ellos mismos, por la necesidad antedicha, tenían que describir. Misioneros y Nebrija coincidían en la novedad de su objetivo, pero los primeros tenían un hándicap en relación con el segundo: las lenguas que describían no eran su lengua materna, como en el caso de Nebrija; en compensación, éste tenía algo en cierta forma coartante: su lengua, hija de la latina, estaba demasiado cerca para poder "ver" con independencia los fenómenos nuevos que contenía. Y aún así lo consiguió, pero el verdadero vuelo de creatividad hay que otorgárselo a los nuevos creadores, los cuales contaban para su ventaja con el método impecable de Nebrija. Este entrecruzamiento ha sido el más productivo para la lingüística hasta entrado el siglo xix. Antes de proceder al análisis particular de cada uno de los autores citados y de sus aportaciones, antes de indagar en qué se parecen y en qué se diferencian, el porqué hicieron sus obras y en base a qué nuevos contenidos o ideas, conviene que trate algunos aspectos a nivel general. La gramática como ciencia, o la gramática aplicada como arte que se ha de utilizar para el aprendizaje de lenguas, se hacía eco de una doble preocupación en el Renacimiento: por un lado requería el modelo formal, casi siempre morfológico, de la descripción del griego y el latín (léase Donato y Prisciano, de la mano de Dionisio de Tracia; después Nebrija, en quien todos bebieron) y, por otro, el modelo estilístico (léase Quintiliano, o Valdés en España, cuya influencia fue desgraciadamente muy posterior). Era un debate, o un maridaje si se quiere, entre lo que hoy es respectivamente la gramática y la pragmática, la morfosintaxis y la lingüística del texto, la lingüística y la retórica. A ese enfrentamiento, así como a la discusión teórica de si las lenguas son analógicas (es decir, regulares) o anómalas -lo que difundieron en su tiempo las escuelas de Alejandría y de Pergamo respectivamente- es a lo que se acogen los gramáticos amerindios. Sus discursos, no exentos de novedades, prefieren centrarse, sin embargo, en algo que está a caballo entre un conjunto y otro de disciplinas, la semántica. Porque el significado es la razón de ser de las interpretaciones de uno y otro tipo. Los misioneros no tenían tiempo que perder en especulaciones teóricas, pero sus aportaciones prácticas no podían diluirse en un maremágnum de novedades injustificadas: había que darles una razón de inclusión, lo que significaran para los hablantes que habían de platicar en ellas. Por eso los tratadistas quechuas hacen siempre referencia a la semántica.

afirmación el hecho de que utilizase los conceptos lingüísticos que los gramáticos latinos acuñaron sobre su propia lengua, pues eran las únicas fuentes a las que se podía acudir" (83).

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Ni que decir tiene que en ocasiones buscaron otros procedimientos para hacerse entender. En concreto, en este pasaje de DST se constata la pluralidad metodológica a que el autor sevillano sometía su corpus: Las quales son todas las partículas dichas en la declinación del nombre; porque todas ellas de tal manera son artículos de aquellos casos, que son juntamente preposiciones dellos (conuiene a saber), el (pa) es preposición de genitiuo [...] Porque si solamente fueran artículos no tuuieran la significación que vemos que tienen de preposiciones, y assi son preposiciones. Y aunque lo son en la significación [criterio semántico] y officio [criterio funcional]; pero en el sitio son postposiciones que siempre se postponen a los tales casos [...] [criterio posicional] (ff. 50-51). [...] pues quando el tal infinitiuo se declina, ya se entiende que no es verbo infinitiuo propriamente [criterio morfológico] sino en sola la voz, y se pone por nombre [criterio funcional] (f. 47v).

Los criterios observados, puestos entre corchetes, nos indican que el significado no suele quedar desatendido, siendo uno de los parámetros que evalúan el valor de cualquier palabra, o partecilla de ella. A su lado, cuando se habla de "officio" se está pensando en la función que tales elementos cumplen en la oración (nivel sintáctico) y, sobre todo, en la palabra (nivel morfológico), sin abandonar el hueco que rellenan o la posición que ocupan en la cadena hablada. Este plural criterio no es exclusivo de DST: todos los demás autores también se sirvieron de él. Por eso, se llega a veces a gran sofisticación, como cuando se analiza la larga sucesión de morfemas aglutinados a la raíz quechua. Véase el siguiente ejemplo de AR: Todas las veces que se vinieren al verbo estas partículas ikacha, chi, pu, mu, lia, se ha de componer el verbo con todas estas, comenzando por su orden como están compuestas, como mikhuykachachipullaway; este verbo es de la segunda persona de imperativo, quiere decir por amor de mí que vayas y me las hagas comer muchas veces (p. 55). [...] se advierte que cuando vinieren al verbo estas partículas naku, rqaya, rqari, rku, que no pueden venir juntas todas estas, sino cada una de por sí, tras cada una de estas se pone en segundo lugar la partícula chi y en tercero ku y luego mu y finalmente lia, como khuyanakuchipumullaway, por amor de mí que vayas y me los hagas amigos [...] (ibíd.).

Sin lugar a duda, los mejores cerebros del elenco misional español - y especialmente los jesuitas, que sustituyeron desde 1568 a los dominicos en esta tarease habían puesto al servicio de la descripción de la lengua. El Antonio Ricardo (AR) de la cita anterior responde, bajo el nombre del editor limeño, al colectivo

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jesuita que asumió la puesta en común de los acuerdos lingüísticos del Tercer Concilio Limense: Alonso de Barzana, Blas Valera, Bartolomé de Santiago y quien ejercía de secretario y corrector oficial de castellano, el padre José de Acosta. La lengua, las gramáticas y diccionarios de cada lengua eran la segunda biblia de los colectivos misionales, junto a los libros de oraciones y los sermonarios. Como estas mismas prácticas se hacían, con objetivos y consultas comunes, en otras comunidades de América (y del mundo, pues también en Filipinas por ejemplo cuajó una buena colección de estudios sobre las lenguas malayo-polinésicas), el resultado fue parejo. Podríamos decir que existió un metalenguaje común descriptivo. Como asegura Calvo (2000: 128-129): Disciplinados así, cualquier misionero mexicano podía entender la gramática de otro misionero, de su orden o no, en este mismo territorio u otro territorio alejado del suyo como podría ser el del quechua o el guaraní. Lo anterior era tanto más necesario cuanto más dispersión había y hay que reconocer que ésta era mucha. El territorio era muy extenso y de límites aún desconocidos, la variedad de lenguas era formidable y la "distancia" entre la lengua materna y la lengua de reflexión (castellana y latina), por un lado, y cada lengua de indios, por otro, era extraordinaria. Se exigía, pues, el aludido rigor para no fracasar en la empresa evangelizadora.

Ello no quiere decir, insisto en la idea, que la uniformidad fuera el objetivo primario de los gramáticos amerindios. Inmediatamente debajo (p. 129) se lee: Hay que reconocer, sin embargo, que la necesidad de aprender las lenguas de los indios, con los que habían de convivir, hacía perentorio el instrumento y que éste, convertido en artes y vocabularios, tenía que hacerse generalmente al margen de prejuicios occidentales. Por otro lado, es bien sabido que la interferencia lingüística se produce de modo muy sutil entre lenguas vecinas y no entre lenguas tipológicamente alejadas; es decir, que los misioneros, una vez sabían "hablar" correctamente con los indios en su lengua, podría decirse que habían adquirido una experiencia contrastiva amplia y sabían valorar cada lengua en lo que daba de sí. Los prejuicios lingüísticos europeos allí no existían, aunque el molde latino siguiera imponiendo, a veces implacablemente, su esquema.

Así se combina la fuerza de la exo-gramatización (la imposición del molde latino externo) con la de la inmanencia lingüística, predicada muchos siglos después por Saussure. Los misioneros tenían un objetivo común, que se refleja nítidamente en sus gramáticas: la enseñanza de la doctrina a los indios, ya a un nivel elemental (como el que ofrece la gramática menor del aimara de Bertonio 1603), ya superior, como es pretensión de DGH: "[...] que he tenido intento de entrega-

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ros Arte no tanto para saber algo de la lengua para confessar, que essa ya la auia, sino para formar predicadores" (Prólogo del autor al pío lector). De ahí que se requiera junto al metalenguaje universal con que se rasan todas las gramáticas, los aportes personales según las idiosincrasias de las lenguas, algo que se debe no a un afán de improvisación, sino al hecho esencial de su calidad "de auténticos especialistas, de expertos que a veces dedicaron toda su vida a la descripción de una lengua y a la recogida de su léxico en inapreciables, riquísimos diccionarios" (Calvo 2000: 131) Y en este punto es donde la creatividad alcanza límites sobresalientes. Algunos ejemplos de otras áreas lingüísticas nos servirán para entenderlo: - Se describen las interposiciones (Bravo de Lagunas en su Arte de la lengua michuacana - o tarasca- de 1574 o AR en su Gramática quechua de 1586). Quiere decir que hay posibilidad de encontrar términos interfijados, como si se dice que -ad- lo es cuando tenemos enlodar y enlod-az-ar. - Se crea el término compulsivo (hoy llamado causativo o factitivo) en el nahuatl según la descripción de la tempranísima gramática de Olmos (Arte de la lengua mexicana 1547) o el de verbo aplicativo, rotulado para esta misma lengua por Rincón (Arte mexicana 1595) y, más originalmente todavía, del verbo referencial o el imperativo vetativo que tan perfectamente describió Carochi para el nahuatl en 1645. Son tipos de verbo con función especial, distinta de la de las lenguas europeas. - Se asumen como elementos semánticos generales los llamados clasificadores (vmba, tacú, para, yra o quira, echu, ycha, descritos en la gramática michoacana de Bravo de Lagunas 1574). En esta lengua existen tales "partículas" que, ubicadas en cierto sitio de la frase, encasillan los significados de cosa amontonada, cosa plegada, recipientes pequeños, cosas redondas, cosas anchas, cosas largas... - Ruiz de Montoya (1640) se ve obligado a hablar de incorporación, porque en la lengua que describe el verbo transitivo capta al objeto a su interior, al tiempo que se hace neutro (se intransitiviza). Es como si dijéramos: perniquebrar, introduciendo la palabra pierna en el ámbito del verbo quebrar, que pasa a intransitivo: me he perniquebrado - me he quebrado la pierna. Lo mismo vale para las lenguas del área estudiada, algunos de cuyos "inventos lingüísticos" son los que siguen: - Se descubren las transiciones (palabra que documentada ya para el quechua en el CDC, en 1584, y usada por AR en 1586, aparece en la descripción del mapuche hecha por Valdivia en 1606 o en la aimara de Bertonio en 1603). La transición es el paso del sujeto al objeto en el interior del verbo, el cual concuer-

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da con ambos: pay ñuqata maqa-wa-n "él a mí me-pega", donde -n es 3 a pers. sujeto y -wa- I a pers. objeto". En ninguna lengua europea, salvo el vasco, las lenguas actuaban así. - Se comentan las posposiciones (DST e igual que él Ruiz de Montoya para el guaraní). Una posposición es una especie de preposición o nexo pospuesto. Como en latín el esporádico malorum causa "la causa de los males". En quechua Piru-manta "Perú-desde". - Se transfiere desde el español hablado, ya que nadie lo había descrito aún en la gramática, el concepto de inclusivo / exclusivo (igualmente en los autores anteriores o en la descripción de la lengua brasileña hecha por Anchieta en 1595). En español antiguo decir nos implicaba suponer que el receptor también estaba inmerso en el comentario; decir nos-otros suponía, por su parte, aceptar que el destinatario formaba parte de otro grupo de personas. En quechua, si yo digo Yaya-yku "Padre Nuestro" no te incluyo a Ti como padre de Ti mismo: es la persona exclusiva. Si yo digo wawa-nchis "nosotros, los hijos", es que estoy hablando con mi hermano y lo incluyo a él en la oración. Véase la diferente terminación personal. Así es como por la vía del descubrimiento teórico o de la adaptación práctica se introdujeron en la teoría lingüística muchos términos nuevos. Y ello se hizo porque se evaluó el significado y se aisló el significante, porque se revisó la forma y se descubrió la función, pero sobre todo porque se jugó experimentalmente con la posición de las unidades en el seno de otras unidades mayores: es el método de "quita y pon", que en nuestra época -por supuesto, muy perfeccionado y a - ha gozado del máximo predicamento para los lingüistas estructurales. Hombres que tuvieron tan fina sensibilidad para describir las lenguas no podían ser unos patanes para planificar sus políticas lingüísticas. Centrados de nuevo en el ámbito andino, voy a revisar algunos conceptos sobre la dialectología o la ortografía del quechua y a demostrar el cuidado sumo que pusieron los misioneros en que no se tergiversara el proyecto de lengua general ni se fragmentara la lengua. DST, el primer gramático, sentó las bases de la dialectología quechua. Era consciente de que su obligación consistía en describir la lengua que empleaba todo un imperio para su administración interna, la cual no podía desatenderse de los dialectos menos divergentes en que ella se formulaba. A la vista de que su actividad se decantó hacia el área costeña, fue ése el dialecto que describió, dado además que presentaba importantes concomitancias con la lengua general. No obstante, para conservar cierta pluralidad y no pecar de uniformismo, aportó pares léxicos en conceptos en que la oferta era divergente. Así tenemos cori o ccaya "oro, metal conocido", sina o hiña "assi, aduerbio", cara o manca "cascara, como de hueuo", sin que el autor se incline por alguna preferencia en particular y siendo

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consciente de que una diferencia léxica regional no era suficiente para considerar que se las tenía que haber con lenguas radicalmente distintas. Es más, sin romper con la unidad de lengua, básica para la evangelización, señala entonces en los capítulos 1 y 24 oposiciones básicas dialectales como las que siguen: - x- por h- (xamuy / hamuy "venir"), g- por h- (gara / hara "maíz"), x- por s(xullull / sullull "verdad") y 0- por h- (orna / homa "cabeza"). - r por l (pori /poli "andar'). - wa por ma (macauay / macamay "hiéreme"). - o por u ye por i (fenómeno al que se ha llamado motosidad: miconi / micuni "como", titi / tite "estaño"). - b por p (gabra / gapra "barba"). Más tarde, y basándose sin duda en DST, el CDC de 1584 describe la misma circunstancia de di versificación dialectal, pero se decanta, por razones de centralismo político, por el cuzqueño, aunque reniegue tanto del estilo purista central como del corrupto de algunas provincias. Por eso se elige un dialecto 'koinético' también universal y a la vez menos periférico que el de DST. Añade diferencias muy importantes como: - i por a en pañi /pana "hermana". - Cambio del acento variable (el que describe DST para su dialecto) por el acento en la penúltima sílaba (usual en Cuzco, etc.). - Introducción de fonemas que tienen que ver sólo con el cuzqueño, y separación de las obstruyentes en tres tipos: la simple, la marcada o glotalizada y la rebajada o aspirada (coya es "reina", "mina" o "heno a manera de esparto", según la pronunciación; caca significa "tío", "pena", "vaso" o "tributo" en el orden dado). Más tarde AH, de dialecto materno chinchaysuyano publica una gramática en que no deja de aludir a las marcadas diferencias entre la lengua unificada o koiné y la que el mamó en el seno de su madre, pero no por eso pide un cambio de lengua sino un simple reconocimiento de las diferencias dialectales existentes. Algunas de esas diferencias son: - El locativo es -chau en vez de -pi. - El acusativo nunca es -cta. - Los números (f. 5v.) uno (huc / suc), tres (quimga / quimha), cuatro (tahua / chusco), cinco (pichca / pusi), seis (gocta / hocta), ocho (pugac / puhac) y un cuento (huno / uno) son distintos, quedando el primer miembro como el generalmente aceptado (lengua general).

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- Los pronombres (f. 8v.), en el mismo orden de lengua general / lengua chinchaysuyo, se distinguen entre ñocanchic-ñocaycu, formas del "nosotros" inclusivo y exclusivo / ñocacuna "nosotros" para ambos. Igualmente difiere el pronombre objeto de primera persona (hua- / ma-: cuyahuanqui / cuyamanqui "tú me amas") (f. 15r.). - Hay entradas léxicas distintas (paran / tamian "llueve"). - La terminación verbal sufre alteraciones (capuarca / capuarcan "yo tuve") (f. 32 v.)5 En nuestro siglo, tras las aportaciones de Parker (1963) y sucesores, se incidió mucho más en el análisis de las diferencias intralingüísticas del quechua, dándose pasos fundamentales, sobre todo gracias a la ingente labor de Cerrón Palomino (1987) en la reconstrucción de la protolengua. Después, al oficializarse el quechua con Velasco en 1976, se comenzaron a escribir gramáticas de todos los dialectos importantes -en realidad, lenguas- del ámbito quechua. El peligro, empero, es que las discrepancias habidas sobre el establecimiento de una nueva koiné están llevando al quechua a una división interna preocupante. En cambio, nuestros antepasados misioneros, si bien oscilaron entre la hiperlengua costeña y la cuzqueña, supieron mantener la necesaria unidad de los dialectos, pese a que ya conocían a fondo las divisiones que han parecido descubrir ex nihilo los dialectólogos de este siglo. No cabe, pues, hablar de inadvertencia misional del fenómeno diferencial, sino más bien de prudente ponderación en la política lingüística. El segundo problema, bastante arduo por cierto, es el de la ortografía. DST escribió el quechua a la española, o a la latina, si se prefiere. Utilizó, como ha sido habitual, el alfabeto existente en las lenguas románicas, el mismo que otros misioneros utilizaron para escribir las demás lenguas amerindias. Desde DST a IRMO, igualmente, el comentario es casi idéntico: en el quechua faltan ciertas letras de la lengua española, tales como B-D-G-F-X-Z-J. Eso quiere decir que en quechua no existen consonantes sonoras ni sus correlatos fricativos. En cambio, el quechua ofrecía otras consonantes que los citados autores no consideraron; sobre todo el quechua cuzqueño, que posee una tripleta de posibilidades oclusivas: p simple (/p/), p glotal (/p'/) y p aspirada (/ph/) y, así, en los demás puntos de articulación: t, ch, k y q. En conjunto las consonantes del cuzqueño serían: /p/, /p7, /ph/, /tí, /t'/, /th/, /ch/, /ch'/, /chh/, /k/, /k'/, /tía/, /q/, /q'/, /qh/, además de tres nasales /m1, /n/, /ñ/, tres fricativas /s/, /sh/ y /h/ y tres líquidas /!/, /II/, Ir/. En el

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Sólo el último ejemplo citado, que tiene una zonificación diferente, está marcado por la imprecisión.

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dialecto costeño faltarían las glotales y aspiradas, con lo que DST fue, en este sentido, mucho más exacto en la transcripción de la lengua. Más sorprendente resulta el tratamiento que sufrieron las vocales; el quechua cuenta solamente con tres: /a/, /i/ /u/, la primera baja y las dos segundas altas, una anterior y otra posterior. No obstante, los gramáticos antiguos no fueron conscientes de esta minoración y emplearon las cinco vocales consabidas, produciéndose un problema ajeno a su voluntad y todavía no resuelto hoy: hay quien prefiere seguir utilizando estas cinco vocales, aunque con las tres citadas se sepa que la escritura quechua resulta perfectamente coherente. No se explica entonces, salvo por la existencia de otra tantas vocales en el alfabeto español, por qué sucedió esto, si lo que pretendían nuestros autores era no recurrir a nuevos grafemas ni a signos diacríticos raros y reducir cualquier complicación que entorpeciera la imprenta. Así lo decidiría el CDC que, pese a los debates abiertos sobre el tema, mantuvo la ortografía española, por no poder atender "tanta diuersidad para que conforme a los caracteres se pronuncie", f. 75r). La razón está en que no se trata sólo de una decisión ponderada para no dificultar el proceso, sino del desconocimiento parcial de cómo funcionaban realmente los fonemas de la lengua. AH reconoce (f. 2r), al igual que los demás autores, los trueques frecuentes entre [e] / [i] y entre [o] / [u], pero no logra encontrar la clave fónica. A partir de aquí, todos los gramáticos describirán el nuevo dialecto de base, el cuzqueño, y, aunque reconozcan las diferencias de registros existentes, procurarán obviarlas para evitar la división. De hecho, las grandes diferencias gramaticales y fónicas se dejarán, en lo posible, como variedades de uso que los misioneros practicarán en sus respectivos destinos. Por eso, la pragmática de los usos es algo que no se gramaticaliza, sino que se aprende en conviviencia, intimando socialmente. Mantengo lo dicho en Calvo (2000: 171-172): Ninguno de los gramáticos referidos hablará de escisión del quechua, sino de lengua única a la que conviene preservar políticamente para que siga siendo lenguapuente, vehiculadora de la administración de un imperio y canal unificador para las creencias religiosas importadas. Se trata de una decisión prudente, preservadora de la lengua y basada en los hechos reales de su expansión: las preocupaciones por apreciar las isoglosas de la lengua, que solían llevar en otros casos a la desautorización del vecino diferente, son ahora variantes en equilibrio explotadas en beneficio del reconocimiento, pero bajo la rúbrica de una única lengua sustentada en criterios de distribución, estabilidad, interiorización y el peso específico de cada dialecto.

2. Análisis particulares Así, como hemos visto arriba, es como procedían los gramáticos indianos del Siglo de Oro. Seguían las directrices latinas e innovaban en base a la diversidad

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de las lenguas descritas; tenían un método uniforme, pero cada gramática resultó ser un mundo; cuando encontraban un rasgo muy divergente, lo describían en sí mismo, a petición del significado propio de la lengua; cuando encontraban rasgos convergentes hacían lingüística contrativa (latín, español y la lengua implicada generalmente) y así posibilitaban que el fenómeno fuera entendido mejor: si así ocurría, el problema estaba resuelto, pero si no, se aplicaba un 'calzador' gramatical que coartaba la lengua descrita. Esto último sucedió sobre todo en la comprensión de los tiempos verbales, en la exigencia de una pasiva quechua o en las etiquetas morfológicas de género, número y caso. Analicemos brevemente el primer supuesto: el quechua funciona de modo diferente en las organización verbal, cosa que no comprendía DST, quien creía que los indios se equivocaban o "hablando entre si, no guardan todo el rigor" por utilizar el presente micuni para decir "he comido" o el pluscuamperfecto ña micurcani para la misma significación (f. 26r). La cuestión es que micuni es un presente acabado "he comido" o un presente habitual "suelo comer", ya que para el presente durativo los hablantes recurrían a micuchkani "estoy comiendo". Y así sucesivamente. Dicho esto, voy a proceder a analizar algunos rasgos generales de las gramáticas antedichas. a. Domingo de Santo Tomás 1560 (DST) Es, como se dijo, el primer gramático quechua conocido. De él cabe alabar la fina sensibilidad desplegada para describir una lengua por primera vez, con un rigor y elección tan atinada de problemas, que produce emoción en aumento la sucesiva revisión de su gramática. De seguro que tal perfección en el análisis requiere, de su parte, conocimientos previos: aunque no se conozca ningún gramático quechua anterior, debió de haber tertulias o reuniones en que se iría contrastando el elenco de problemas gramaticales del quechua. Tampoco deja indiferente su evaluación del vocabulario, en que sigue de cerca a Nebrija y en que destaca la precisión de las correspondencias léxicas. Por ser tan temprano, aún no recoge ni préstamos al español ni tampoco del español (salvo la palabra caballo, que es la primera en entrar en la lengua de los incas y poco más). Volviendo a la gramática, analiza tanto la estructura de la palabra como la de unidades menores e intuye el funcionamiento de la articulación fónica. Utiliza un método plural, insistimos en ello, en que no deja desatendida ni la función ni el significado. Tampoco elude hacer comentarios sobre el registro pragmático de las unidades, como se aprecia en los siguientes ejemplos: Acerca desta partícula (lia) es de notar que aunque como esta dicho de suyo nada significa, pero es ornato y haze al nombre o verbo a que se añade termino mas effeminado y mugeril (f. 65r).

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No curan de muchas cerimonias, ni hablar en plural por singular, como vos, por tu &c. Sino que llanamente se tractan preguntando, y respondiendo con toda sinceridad y vrbanidad" (f. 69 v).

Referente a la pronunciación sabemos que la hace reductiva (subfonémica) y, en cuanto a la diversidad de dialectos, macrodialectaliza la lengua para que pueda cumplir con su función de lengua-puente. A DST no le interesa tanto el significante como el significado, pues prefiere sentir la lengua como un utensilio de comunicación más que como un obsesivo objeto de estudio. Es gramático por imposición ética tanto como por vocación, incide en lo que la lengua quiere decir más que en lo que parece decir realmente y se ve en la necesidad de remitir al uso, al contacto con los hablantes para perfeccionar sus registros. Ello no quiere decir que abandone la descripción, al contrario: la gramática es el vehículo para acceder al conocimiento y como tal un instrumento que es necesario manejar con soltura. Entre sus aportaciones se halla la del reconocimiento del cero funcional (por ejemplo, que la tercera persona del presente de kay "ser" no se manifieste a veces). También la de la fuerza estilística del significante (que se presente, por ejemplo, una partícula de ornato sin significado aparente: -mi). Descubre que hay fenómenos concomitantes con el latín, como el del doble acusativo; pero otros divergentes, como el que el quechua carezca de género. Aporta los pilares básicos de la descripción pronominal al interpretar adecuadamente la diferencia entre inclusivo y exclusivo y, sobre todo, la verbal al comprender la enjundia de las cuatro transiciones o "maneras de hablar particulares": qu-yki"yo te doy" qu-wa-n "el me da"

1>2 3>1

qu-wa-tiki "tú me das" qu-su-nki "él te da

2>1 3>2

Es de ver que no hay transición a la tercera persona (1>3, 2>3, 3>3), ajena a la comunicación. Estos y otros descubrimientos, así como el tono general y la delicadeza con que mima la lengua, con comentarios como el siguiente: "[...] lo qual en la lengua española no tiene aquella gracia ni se dize tan congruamente" (ff. 43-44), "Si alguno dixere, que algunos destos romances aqui dichos no son de infinitiuo propriamente, respondo que si en la lengua latina, y española no lo son, sonlo en esta [...] y esto baste para el proposito" (f. 47v),

hacen de él un verdadero humanista, labor que completó hasta la saciedad con su defensa del indio. Una breve cita, tomada del prólogo de su Arte, bastará para corroborarlo:

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Mi intención, pues, principal, S.M., [al] ofresceros este artezillo ha sido, para que por él veáis muy clara y manifiestamente quán falso es lo que muchos os han querido persuadir ser los naturales de los reynos del Perú bárbaros & indignos de ser tractados con la suavidad y libertad que los demás vassallos vuestros lo son.

La gramática de DST no está exenta de errores: su propuesta puede parecernos más taxonómica que sintagmática en contra de sus propios objetivos; pero los indiscutibles hallazgos, la dignificación de la lengua y de sus usuarios -siendo renuente a considerar que la lengua sea más imperfecta que la latina o presente huecos-, el esfuerzo contrastivo que hace por que se le entienda, le hacen justamente merecedor del cariñoso epíteto con el que se le conoce habitualmente: el de "Nebrija indiano". b. Antonio Ricardo 1584 (AR) Tras la labor lingüística del Catecismo, redactado tras el III Concilio Límense (1584), la obra que da cartas de oficialía al quechua normativizado para la evangelización es la del editor Antonio Ricardo, de autor desconocido, pero que fue, con toda seguridad, uno de los componentes del equipo de redacción y de las notas técnicas sobre quechua y aimara que hay en aquella obra (ff. 74-77 y 78-84) (Calvo 2000: 141).

Con estas palabras podemos empezar a comentar tanto la obra gramatical como léxica de AR. Los componentes de la redacción del Catecismo hicieron una labor ingente: adaptar técnicamente el quechua para que pudiera expresar las excelencias y sublimidades de la religión llevada a América. Se trata de una labor sólo comparable a la de Alfonso X el Sabio en el Toledo del siglo XIII para hacer del español una lengua apta para expresar la ciencia. De la misma manera, el consenso en explicar la gramática de cierto modo, sujetándose aún más si cabe a Nebrija, presidió también la tarea de los redactores, escogiendo un corpus léxico suficiente y preciso y clarificando las reglas gramaticales para que cualquier nuevo estudioso las pudiera captar sin error y aprender en un tiempo mínimo. Con este trabajo, DST queda ya relegado. En principio se trata de labor de jesuitas -aquél era dominico-; después éstos, con más altitud de miras, se centran en el dialecto cuzqueño -DST lo había hecho en el costeño-, suponiendo con razón que los incas usaban de él como forma vehicular absoluta, llevando a la capital del imperio a todos aquellos que luego habían de hacer de 'truchimanes', o habían de dar a conocer y aplicar las directrices emanadas de Cuzco. No obstante, siguen de cerca al genial gramático sevillano y, siempre que pueden, lo complementan. Por ejemplo, cuando describen el obviativo. Un obviativo es una forma que indica que el sujeto de la oración principal y el de la subordinada no coinciden; en español el infinitivo indica que las personas son las mismas ([yo]

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quiero [yo] ir) y el subjuntivo subordinado que son distintas (quiero que vayas / quiero que vayáis). En quechua, la forma de gerundio con -spa indica esa coincidencia; la gerundiva con -qti, indica la discrepancia. Otros fenómenos descritos como nuevos son los del asistivo -ysi (llank'ay "trabajar" / llank'aysiy "ayudar a trabajar, colaborar") o los del obstinativo -rqari (phanchiy "abrirse una flor" / phanchirqariy "eclosionar el campo con flores"), los de la indiferencia de número (ñawi "ojo" o "los dos ojos") y muchos más que no es necesario comentar aquí. En cambio, errores como el de la pasiva -inexistente en quechua- seguirán manteniéndose. El balance final es bastante positivo: la redacción es sintética y calibrada, y como obra consensuada tiene la virtud de centrarse en los datos, tal y como habían sido dispuestos por el grupo, de forma un tanto fragmentaria. Los autores consiguen una gramática pedagógica en general aséptica: es decir que se limita a ofrecer los datos en su pureza, sin interpretación gramatical. El autor material de la redacción fue tal vez Alonso de Barzana, quien no puso su nombre en ella por una razón fundamental: la obra era colectiva, impersonal, adjudicable únicamente en calidad de "autores varios" a la llamada Escuela de Lima. c. Diego de Torres Rubio [1603] 1619 (DTR) Torres es el autor de una gramática quechua y otra aimara, la primera de las cuales ha sido reeditada muchas más veces que ninguna otra del corpus de referencia. La razón está en su sencillez y en su extrema claridad, conjugándose la didáctica enumerativa de AR con la luminosidad racional de DST. Ejemplo de acierto puede ser el siguiente: [...] para este segundo romance, he amado, vsamos del tiempo presente, por el Pretérito; en especial quando ha poco tiempo, que la cosa pasó; ó ponemos este adverbio ya, como: has venido ya? hamunquiñachu? Resp. hamuniñam, ya he venido. O solo sin ya, ni ña, v.g. has venido? hamunquichu? Responde: hamuni, venido he (ff. 22), en que por primera vez se explica con exactitud la función del presente quechua. Otra faceta de DTR es la originalidad, ya que deja de lado la distribución conocida para hacer otra más peculiar: primero se trata el nombre, pronombre, verbo, las distintas partículas y sus funciones, la disposición de los elementos, para terminar con las partes invariables de la oración, a saber: preposición, adverbio, interjección y conjunción. Con ello respeta la tradición aristotélica de distribuir las categorías en el ónoma (nombre y partes de la oración allegadas), el rhema (el verbo y otros elementos nexuales y de predicación) y el syndesmos (otras partículas).

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DTR se limita a descubrir errores o a mejorar aspectos mal tratados por sus antecesores, siendo en el fondo un epígono suyo pues, como he dicho en otro lugar, (Calvo 2000: 145): Con una tradición muy fuerte a sus espaldas y el apasionamiento ejemplar de sus propios compañeros de misión por la lengua de los incas, DTR se limita en gran parte de su obra a reproducir los hallazgos anteriores.

Entre las novedades se hallan tres muy significativas: la primera es la explicación de pacha con el significado de "lugar" y "tiempo"; la segunda, el descubrimiento de un aspecto sintáctico de gran envergadura, consistente en que en quechua el verbo concuerda siempre con la persona que padece; la tercera, la existencia de una forma narrativa en -sqa (llank'asqa "había trabajado = trabajó, según se dice") empleada para contar historias míticas, aquellos hechos que el hablante no ha vivido ni visto con sus propios ojos. Por sus características técnicas me referiré sólo a pacha: en la lengua andina, el espacio y el tiempo están en la misma órbita y son, en lo posible, reversibles; el devenir incide en el hombre, es verdad, pero éste es dueño de ir al encuentro del tiempo, de emplearse en la vuelta de los mundos, de considerar, en fin, que el universo es un envoltorio de espacio-tiempo con premoniciones einsteinianas. Recogiendo lo mejor de DST, DTR aplica un método plural en que sin dejar de describir el mundo de los accidentes de la palabra (criterio morfológico) se preocupa de la rección y la función, amalgamando las tres perspectivas con el recurso al significado. En tres palabras podríamos resumir los valores que encierra esta gramática: transición (paso de la escuela de Lima a la de Juli), equilibrio (en metodología y contraste) y compleción (de los temas dejados de lado por sus antecesores). Es la de DTR una gramática escrita tal vez antes (1603) o, tal vez después (1619), de la que que comentaré acto seguido, la obra de DGH, que constituye la culminación de la lingüística y la lexicografía quechua del período. d. Diego González Holguín 1607 (DGH) El cacereño DGH publicó en Lima, en la célebre editorial de Francisco del Canto, su monumental gramática, la cual fue coronada al año siguiente por su vocabulario bilingüe, otra obra clásica de la lingüística quechua. La estructura de la gramática es a modo de catecismo: una colección de cuatro libros dialogados en que se van desgranando dudas y comentarios sabrosísimos sobre todos los aspectos posibles del quechua, de una manera exhaustiva. Son más de ochenta materias gramaticales, recopiladas junto con el diccionario a lo largo de un cuarto de siglo.

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Pese a que los excesos en que incurre DGH son evidentes (por ejemplo, describir el género allí donde no existe y aun siendo consciente de su inexistencia; el desarrollo de un paradigma completísimo de la conjugación a la latina, pese a la relativa sencillez del verbo quechua, etc.), el rigor, la sistematicidad y la profundidad del tratamiento es tal, que ya no habrá ningún tema nuevo sobre el quechua hasta las gramáticas del presente siglo. Esa exhaustividad está acompañada también de una gran originalidad: las dos primeras partes de la gramática están tratadas en el orden clásico acostumbrado, pero las dos siguientes son totalmente creativas, novedosas y originales. El tratamiento del orden de los sufijos y su distribución en la palabra, la sucesión de múltiples perífrasis verbales comentadas sin error, el tratamiento de la deíxis y la potenciación de la primera y segunda personas sobre la tercera o la sobredeclinación son algunos de los temas en que la minuciosidad sería desesperante, si no fuera porque DGH nos sorprende a cada paso con hallazgos que superan la teoría lingüística de su tiempo - solamente de la interjección se tratan veintisiete tipos- y con ejemplos tan finamente buscados que no dudamos en que eligió siempre los mejores informantes 6 . En el aspecto fónico DGH se preocupa por dar una solución gráfica a algunos fonemas del quechua. Para ello, más que proponer, acepta una fórmula desechada por el CDC, la cual perdurará durante siglos: la de redoblar la consonante para expresar la glotal (ccari "varón") y añadirle h para expresar la aspirada {khapac "rico"), porque "ccari no se pronuncia tan ásperamente como khapac, hiriendo el ayre desde el medio de la boca hazia afuera. Y khapac desde el gaznate hazia afuera" (f. 2). Sin embargo se produce un error, ya que tanto la una como la otra responden al mismo fonema inicial y en el mismo entorno de a: qhari / qhapaq\ luego en el diccionario hay una vacilación (kapac), lo que demuestra que la fonología del quechua no había hecho más que empezar y que los deseos, loables, de claridad, morían a la hora de la praxis. DGH trataba la derivación nominal y verbal en términos lógicos, de modo que cada partícula era para él un operador incidente sobre la raíz acompañada de las partículas precedentes (método de Unidad y Orden). Con todo, esa no es la mayor originalidad de su método: consciente de la jerarquización sintáctica de las categorías, leemos en su obra razonamientos como éste, de gran modernidad Disci[pulo]. Que cosa es substantiuo y adiectiuo? Maest[ro], Nombre substantiuo es, el que esta por si en la oracion, y no por otro nombre, y el que recibe las partículas

6

El mismo DGH asegura que el mérito no es suyo, sino de los indios a quienes ha oído hablar "que esso es mi intento, que es sacaros a luz todos los modos que vsan los Indios de suplir quantos romances ay possibles" (f. 49r).

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de los casos, porque se pone al fin de los que se declinan. El adiectiuo no esta por si, sino por el substantiuo, y en la significación el substantiuo dize alguna cosa natural o artificial, y el adjectiuo dize el modo o qualidades de la cosa (f. 3r).

Parecería que tenemos la doctrina psicomecánica en las manos, heredera en este siglo de las preocupaciones de los modistas medievales, autores en que se asientan algunos de los pilares de la lógica lingüística. O este comentario, en que considera con excelente criterio tesnieriano que el verbo - n o el nombre- es el núcleo de la oración: Disci. Que es el intento deste libro Segundo, y de que materias se trata en el? Maest. El principal intento es tratar del verbo que es principal parte de la oracion [...] yten es muy principal parte deste libro dar moticia y enseñar de nueuo el sintaxi desta lengua, o la construcción y regimen del verbo y otras partes de la oracion para componerla, y dar reglas para ello (f. 25r).

No por esos tratamientos tan nuevos se esquivan, sin embargo, los consabidos criterios semántico (al referirse a la cualidad), pragmático (al aludir a la referencia), sintáctico (por la colocación del adjetivo seguido del sustantivo) y, por supuesto, morfológico (por la presencia del caso). Nunca en esta época se había tenido tan claramente en el pensamiento la idea de la multidimensionalidad del lenguaje. En otras muchas ocasiones, DGH se desvía de la doctrina directa de Nebrija para penetrar en otros autores clásicos, a los que conocía al parecer muy bien. Por ejemplo, la doctrina del pronombre como categoría estilística que aparece en la siguiente cita se debe a Sergio, comentarista de Donato: Discípulo. Que cosa es pronombres, y para que son. Maest. Los pronombres llamamos a todos aquellos que se ponen por nombres, o en lugar de qualesquier nombres que han entrado en la oracion, y por no repertirlos tantas vezes como suele ser necessario, y con la repetición no causar enfado se hallaron los pronombres en su lugar (f. 10).

Hay dos maneras de entender la pronominalización: como endofórica o referida a nombres ya citados en el discurso (Se ha caído el niño. Levántalo) o como exofórica, que es la que recupera las cosas del entorno, en la situación de habla (Míralo. Ya sabes a quien). Las dos están comentadas aquí por DGH. Y es que el tratamiento de cada categoría está hecho en profundidad, valorando en ella la "posición, rección, función, concordancia, capacidad de independencia, significación léxica, régimen y distribución" (Calvo 2000: 154).

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La obra es meramente taxonómica, pero no deja de ser consistente en sí misma, ya que el autor no duda en buscar las concomitancias comunes, ordenando el material con criterios internos en que predomina, por encima de todo, el significado: el causativo -chi no indica sólo acción, sino también dejación (wañuchi-sqayki "te mataré" y también "te dejaré morir"); el objeto está junto al verbo -el quechua es lengua SOV (sujeto, objeto, verbo), como el latín- porque es más determinado, es decir, está más cerca de la órbita de la acción verbal, etc. Los objetivos del autor cacereño eran "formar predicadores", no simples confesores, al igual que sucedía con su amigo y compañero de misiones jesuíticas, el italiano Bertonio, autor en esta época, como DGH, de una gramática y de un diccionario aimaras de extraordinaria valía. Así culminaba la Escuela de Juli7. e. Alonso de Huerta 1616 (AH) Publicada por la misma editorial limeña que la gramática de DGH, la de AH llega con cierta calma y alguna dosis de modestia, tras los altos vuelos de la anterior. La principal característica del estudio es su periferización a otros dialectos del quechua, aunque sea manteniendo un equilibrio académico: el autor era de León de Huánuco y, como tal, pensaba en términos de hablante del quechua chinchaysuyano. Es el primer antecedente de un desplazamiento que no se repitió hasta que Juan de Figueredo reeditó el Arte de la lengua Quechua de DTR en los albores del siglo xvm. Pero el huanuqueño no describe las diferencias sino en el seno de la variante vehicular ortodoxa y lo hace de modo didáctico y claro, como correspondía al puesto que desempeñaba: el de catedrático de la lengua del inca en la catedral de Lima. La aportación de AH sería prescindible, fuera de los apositos en dialecto propio, de existir por entonces ejemplares de DTR: la obra está llena de didactismo, sin disquisiciones técnicas y en forma de lecciones pertinentes. Puede que DTR hubiera escrito una gramática muy corta (la de 1603, hoy perdida) y qué esta no fuera la que hoy se conoce, la de 1619, publicada tres años después que la de AH. Éste señala la conveniencia de su Arte con las siguientes palabras: aunque ay otros dos impresos el vno es tan corto, que le faltan muchas cosas que en este van añadidas, y la claridad y distinction que este tiene; y el otro es tan abundoso y amplio, que no es para principiantes [...] (Introd., f. 1 v).

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Respecto a los diccionarios compuestos por estos dos autores, hay que decir que, frente al purismo hallado en DST, se aportan ya muchos préstamos del español a las lenguas andinas y se procura por todos los medios hallar las palabras que puedan explicar la doctrina, objetivo ya claramente buscado por AR.

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El arte grande es sin duda el de DGH, pero el corto - e n comparación con el suyo, es evidente- ni puede ser el DTR, ni el de AR o el de DST. ¿Cuál es entonces? Pese a la prescindibilidad de AH, hay al menos un aspecto que no quiero dejar en la estacada: la insistencia del autor en coordinar los aspectos gramaticales con los léxicos, criterio que hoy es preferente entre los tratadistas gramaticales, pero que no lo era en una época en que diccionarios y gramáticas iban por separado. Un ejemplo, para terminar, nos dará la razón, ya que él hace una sistematización léxico-semántica en que se roza el concepto antónimo de contable / no contable en el seno de una oposición más amplia entre cantidad y calidad: "Huchuy sirue a cosas animadas, como huchuy churi, hijo pequeño. Tacsa sime a cosas inanimadas, como tacsa puncu, puerta pequeña. Huaica y asila, siruen a cosas liquidas y significan poco, como huaica api, poca mazamorra, asila yacu, poca agua" (f. 7r) / "[...] ancha sirue a cosas de calidad, como ancha yachac, muy sauio; achca sirue a cosas de cantidad, como achca runa, muchas personas" (f. 7v).

/ . Iván Roxo Mexía y Ocón 1648 (IRMO) Tras un goteo de tres décadas aparece esta gramática. La siguiente, un breve manuscrito de Juan de Aguilar no llegaría hasta finales del siglo XVII (1690). El manantial de la inspiración, y también el de la necesidad, habían quedado exhaustos. La situación de evangelización se había estabilizado y cada orden religiosa tenía trazados sus objetivos a largo plazo. Los indios se habían hecho ya hacía generaciones a la idea de la colonización y el estudio lingüístico y gramatical dejaría paso a las grandes obras literarias en lengua quechua. Quedaba en el magín de algunos la idea de traducir la Biblia a las lenguas indígenas y no existía un modelo consolidado para hacerlo. IRMO ocupa ese paréntesis teóricopráctico. Cuando Jorge López de Herrera decide publicar la gramática de referencia, no lo hace porque crea en la curiosidad invocada en el prólogo, tampoco en la naturalidad de la expresión o en la novedad teórica sobre la descripción del quechua. IRMO pierde la naturalidad con que otros autores habían escrito sus gramáticas y llena la expresión de frases propagandísticas y grandilocuentes: el equilibrio había dejado paso a la autocomplacencia y "la descomposición religiosa y social, tras quedar asentada la conquista, parecía un hecho" (Calvo 2000: 165). Dejemos que hable un ejemplo: He aquí reducido a breuissimo § el escollo para los principiantes, inexpugnable, pues con solo tomarle bien de memoria, no se herrará ninguna Oracio de Transitiuo. Gracias a Dios, y a la Serenissima Reyna de los Angeles MARIA Santissima, concebida sin pecado original, que eligieron mi rudeza. Para echar este coco de las Escuelas (f. 62r).

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Si IRMO, pese a todo, pudo imprimir su gramática, tampoco fue por las aportaciones fonológicas que hay en su obra - q u e las hizo, como la de la distinción entre las dos sibilantes apical y dorsal del quechua-. Fue, porque hay en su tratado toda una teoría de la traducción y un método de hacerla que parece novedoso, al lado de un constante cotejo de contrastividad trilingüe. Para IRMO - y es otra de las virtudes de la obra- la insistencia en la búsqueda del significado es obsesiva, como se deduce del título del § VI del lib. I, trat. I: "explicase la significación de las partículas de caso y vso", con lo que culmina el proceso semántico que de manera decidida defendió DST. Por eso, IRMO parece insistir en la traducción palabra a palabra y va marcando con números cada parte traducida: Monuit, vir suus, ut peteret, á Patre suo agrum. 1 Amonestóle 2 su 3 marido, 4 que pidiese 5 el 6 campo, 7 a su 8 Padre. 3 Ccoga 2 n 1 cunarccan 8 Yaya 7 yquimanta 6 haylla 5 cta 4 mañay 9 ñispa. Y en la Frasse del Indio, haze este sentido (que es muy genuino.) La oracion. 1 Amonestóle 2 su 3 marido, 9 diziendo 4 pide 5 el 6 campo 7 a tu 8 Padre (f. 20r),

pero una observación más detallada nos permite deducir que, desde la perspectiva semántica que pide, ese enfoque sería una falacia. De hecho, se observa que: a) su pretensión es la búsqueda de unidades traductológicas (a veces rebasa y a veces no alcanza la unidad palabra), b) tiende a pensar en huecos estructurales que hay que rellenar con un orden propio y c), lo más importante, los elementos nunca están aislados, sino en un contexto funcional apropiado. En tal caso, como se deduce en seguida, lo que priva es la idea, aunque se parafrasee la lengua; la metáfora ha de traducirse con otra metáfora y dos negaciones pueden equivaler o no a una afirmación. El CDC hizo traducciones, pero IRMO las sustenta con una teoría razonada, cuyo punto lingüístico más importante es la idea de traslación, como se descubre en este ejemplo: Llamóse Quasi Adjectiuo. Porque en rigor de Adjectiuo, no tiene ninguno esta Lengua, como carece de Artículos, y Terminaciones. Y porque no significan Substancia, sino Calidad, no pueden ser substantiuos. v.g. ginchi. Cosa Fuerte. Ñucñu. Cosa Suaue [...] Quando los Substantiuos se adjectiuan con estos, assi la Partícula del Caso, como la del Plural, Cuna, se han de posponer al nombre ultimo. V.g. Coraron de Hombre Fuerte, ginchi runap soncco [...] También puede anteceder el Substantiuo al Quasi Adjectiuo. runa ginchip soncco [...] (f. 26v).

Esta idea, como la mayoría de las del texto de IRMO, se hallaba ya en otro texto anterior, el de DGH para quien llamccac runa es homo laborans, con participio de presente en función de adjetivo, frente a ruracquey, "mi hacedor" en

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que el citado participio funciona como sustantivo (f. 34v). El paradigma se había agotado. 3. Balance Cuando se llega al final de este interesante recorrido, queda una sensación de exhaustividad en el tratamiento de los problemas quechuas. Cada autor, partiendo del alto nivel impuesto por DST8, va modificando aquello que considera erróneo o falto en sus antecesores, desarrollando de manera evolutivamente natural el metalenguaje descriptivo. Lo fónico va perfilándose y lo semántico también. Lo morfosintáctico alcanza pronto niveles de perfección, salvo en dos confusiones persistentes: la aceptación de una inexistente pasiva quechua y la igualación de kan "es" -del verbo kay "ser"- con -m(i) "en verdad que", enclítico de aserción directa o evidencial. Por todo ello, cuando en la península IG pretende dejar huellas gramaticales en su obra, sus resultados quedan pobres o no son nada creativos para el cúmulo de perfecciones ya alcanzado. Las gramáticas ofrecen una continuidad importante, por lo que ninguna de ellas es eliminable, ya que lo más dispar de sus enfoques parece estar también en armonía. Cuando se escribía un nuevo tratado, se hacía generalmente por necesidad y con intención de mejora, mérito al que no son acreedores muchos de los gramáticos actuales, y suponía un paso más en el mestizaje de lenguas: las de los indios y la española terminarán acoplándose cada vez mejor y haciéndose más correlacionares, conservando sin embargo cada uno de aquellos autores su personal identidad y manera de afrontar los temas9. En el contexto general, la única ruptura, injusta y en parte incomprensible, se halla en que DST quedará pronto marginado, dado que según mi criterio la rivalidad de las escuelas, es decir, de las órdenes religiosas, vino a ser apenas una anécdota de los prólogos, y no constituyó una manera rotundamente diferente de hacer lingüística aplicada a la evangelización (Calvo 2000: 182).

Los autores estudiados se movían a mitad de camino entre la especulación abstracta de la Grammatica y el conocimiento meramente práctico, confeccio-

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La calidad de los trabajos de DST es indiscutible, pese a los detractores que injustamente ha tenido, como Luis J. Cisneros (1951-1952), quien hubiera querido hacer de él un gramático del siglo xx. 9 Ello es una prueba de que, pese al normativismo que cundió en las gramáticas y al centralismo cultural de la América conquistada, la "plural cultura [de los indios] también reconquistó a los que abandonaron a la vieja Europa para instalarse en su seno". (Calvo 2000: 184)

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nando Artes que respondían técnicamente a una prioridad: la de comprender, reducir a reglas, aprender y enseñar la lengua quechua. Esa centralidad práctica de su quehacer se percibe también en la teoría adoptada: la del molde latino, con las debidas excepciones. A nivel filosófico esa medianidad - q u e no mediocridad- se materializaba en no discutir si la lengua se originaba en un dador universal platónico o nacía de la pura convencionalidad: al misionero le intereresaba entrar directamente en la realidad lingüística del habla 10 . Por tanto, eran conscientes de que unos hablantes introdujeron los términos, otros los obedecen y la lengua evoluciona o se corrompe con cambios, incluso generacionales, que hay que respetar. El ideal quintiliáneo de los que escriben con pureza se adapta al ideal valdesiano de "los más sabios" o "los que son grandes lenguas", cuyo modelo se ha de seguir para normativizar la lengua, a mitad de camino entre la relativa pobreza de las especulaciones gramaticales y la abundancia inacabable del uso. Esa normadvización, impregnada del más acendrado humanismo, tuvo dos principales momentos: el de la fijación gramatical de DST y el de la fijación terminológica de AR, culminando ambas en la pormenorizada obra de DGH, obra ingente en que se recoge el espíritu sintético de Donato (siglo IV) y la profundidad explicativa de Prisciano. Es una lingüística que experimenta con la novedad, al modo de Nebrija, pero que crea un corpus teórico nuevo en que la ciencia del Siglo de Oro se muestra en todo su esplendor y se vierte creativamente hacia las innovaciones que han de presidir sus logros futuros. Como he dicho en otro lugar: "nuestros autores son los eslabones de continuidad, con nuevos y trascendentales descubrimientos en lenguas aún vírgenes: ellos son los griegos y los latinos de la lingüística amerindia y hay que tenerlos por tales" (Calvo 2000: 177). ¡Y pensar que esta riquísima tradición nunca fue asumida como se debe por la historia de la ciencia española!... Bibliografía AA.VV. (1985): Doctrina Christiana, y Catecismo para instruvccion Antonio Ricardo, 1584. Edición facsimilar. Madrid: CS1C.

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de los Indios. Lima,

Les interesaba porque ése era el vehículo concreto que necesitaban y porque, como Aldrete para el español (Del origen y principio de la lengua castellana o romance que oi se usa en España, 1606), opinaban que el hablar culto y el vulgar convivían en las lenguas de los indios, de donde se podía extraer el término medio comparativo (el uso más delicado o "galano") que constituyera la garantía del buen hablar. Ni querían el registro demasiado "exquisito" u "obscuro" ni tampoco el "tosco y corrupto" de algunos hablantes, como asegura el CDC ("Anotaciones o escolios sobre la traducción de la Doctrina Christiana y Catecismo en las lenguas Quichua y Aymara", f. 83).

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Las vertientes informativas de Guarnan Poma y la génesis de la "Nueva Crónica y Buen Gobierno" José Alejandro Cárdenas Bunsen Pontificia Universidad Católica del Perú

Introducción La Nueva Crónica y Buen Gobierno (NCBG) sobrevive en una única versión descubierta por Richard Pietschmann el año de 1908 y redactada hacia 1615, según lo indican algunas evidencias internas - c o m o la serie final de enmiendasy otras pruebas externas -como la carta de envío que se expidió dicho año y que encontró el historiador Guillermo Lohmann en el Archivo de Indias 1 . Al interior del libro se puede distinguir un conjunto de adiciones y cambios finales ejecutados por el autor; pero aún no se han explorado suficientemente las laboriosas fases preliminares de tanteos, esbozos y borradores, principalmente por la escasez de materiales. Actualmente las condiciones se han tornado favorables para emprender una exploración de esa naturaleza en tanto que el corpus documental relativo al cronista indio se ha felizmente incrementado con la publicación completa del expediente Prado-Tello y con la ubicación del manuscrito primitivo de la Historia del padre Martín de Murúa 2 . Estas herramientas documentales y la ordenación jerárquica de las fuentes citadas en la NCBG. permiten reconstruir la génesis textual

1 Según Lohmann Villena, la carta se encuentra en el Archivo de Indias dentro del legajo 145 de la Audiencia de Lima. Cf. Lohmann 1945. También se reproduce la carta en Porras (1948). 2 Cuando Pietschmann encontró el códice de Guarnan Poma, no se conocían documentos de época relacionados con la persona histórica del cronista. Años después Rodolfo Salazar publicó un amparo perteneciente a los hijos de don Pedro Suyro, que presenta como testigos a Amador Balde Peña y a don Felipe Guarnan Poma (1938: 26). Se conoce también un documento en que se hace constar su condición de intérprete: "don Phelipe Guarnan Poma lengua de esta visita". Sobre la carta de expedición del libro, véase la nota anterior. El expediente Prado-Tello ha sido editado por monseñor Elias Prado-Tello y Alfredo Prado Prado en 1991. Merecen consultarse la introducción de Pablo Macera (1991: 25-79) y el ensayo de Rolena Adomo (1995), que contiene abundante bibliografía sobre éstos y otros documentos. Por último, la versión de Murúa conservada en Irlanda y ubicada por Juan Ossio se describe con detalle en Ossio (1998).

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y restaurar las líneas maestras del proceso de elaboración de esta crónica del temprano siglo xvn. Aunque sabemos que la crítica genética no logra retratar a cabalidad la compleja red que constituye el real proceso creador, nuestro trabajo pretende introducir una pauta cronológica en el interior de este vasto entramado textual, sobre la base del establecimiento de las vertientes informativas del libro y de su reflejo en el corpus documental conocido. En consecuencia, con el apoyo de dicha documentación, pretendemos probar la siguiente hipótesis de trabajo que enunciamos enseguida: la primera sección del libro, la Nueva crónica, precede en términos de la concepción global del conjunto a la segunda, el Buen gobierno. Sin embargo, en el momento de la unificación final del manuscrito, esta última sección condiciona el tenor de las presentaciones preliminares, de los 19 prólogos regados a lo largo del libro. Y tiñe, además, la copia de la sección primera al punto que numerosos párrafos concebidos originalmente como noticias etnográficas, o como meros recuentos históricos, aparecen en la versión final transformados en una continuada lección de buen gobierno. Esta propuesta se fundamenta básicamente en que los reflejos más antiguos del manuscrito corresponden a la sección de la Nueva Crónica y que los más modernos - o simplemente los ausentes de los testimonios más antiguos- remiten a la sección del Buen Gobierno. Se refuerza, además, por el diferente comportamiento interno de las ilustraciones, de las variantes internas y del tratamiento temático de las materias. 1. Las vertientes informativas Como premisa inicial presumiremos que en el título elegido por el cronista, Nueva Crónica y Buen Gobierno, se encierra una importante indicación para comprender la estructura de la obra. Por lo tanto, denominaremos Nueva Crónica a la porción textual comprendida entre el principio y la página /435[437]/; y Buen Gobierno al resto, vale decir, desde la página /436[438]/ hasta el final. Ahora bien, Guarnan Poma escribió en varios lugares que había pasado varios años entregado a la escritura de su crónica: "yo te digo que me a costado treynta anos de trauajo ci yo no me engano, pero a la buena rrazón beynte años de trauajo y pobresa" /701[715]/. De ser cierta esta afirmación, su demostración racional tropieza con que no conocemos en detalle las verosímiles marchas y contramarchas del proceso de composición, ni tampoco han quedado huellas tangibles del material recogido y redactado en el curso de tan dilatado lapso de tiempo, con la excepción de dos escasas alusiones a otros escritos suyos que el cronista refundió en su versión final: como lo tengo declarado en otros escritos, que no ay quién defienda ciño el rrey (Guarnan Poma 1987: /904[918]/).

229 aunque falta por poner todos los pueblos que lo tengo en el oreginal escrita (Guarnan Poma 1987: /1074[1084]/).

De ambas alusiones se desprenden razonablemente dos conjeturas: a) la posibilidad de que existan otros escritos desconocidos del cronista, si no fueron incorporados en otras zonas del libro; y b) el hecho de que los borradores contuvieran versiones algo distintas -completas en algunos casos, incompletas en otros- de la redacción actualmente conocida. Si unimos esta última conjetura al comportamiento de las enmiendas y rectificaciones finales, así como al cuidadoso proceso seguido para dotar al códice con el formato de un libro (Adorno, 1989: 64), concluiremos que la versión de Copenhague representa el estado final del trabajo dentro del que se unifican materiales dispersos en un todo divisible en las secciones de la Nueva Crónica y del Buen Gobierno. Sin embargo, es lícito proponerse la siguiente pregunta: ¿fue este diseño final el que siempre tuvo en mente Guarnan Poma? Como expondremos más adelante, una serie de indicios internos nos induce a creer que esta forma terminal es tardía y que, al ejecutarlo entre 1613 y 1615, Guarnan Poma unifica una masa diversa y heterogénea de materiales que devienen en capítulos o historias del conjunto final. A modo de ilustración de los cambios que se pueden distinguir dentro del libro, esgrimiremos las distintas variantes del título que Guarnan Poma regó en ciertas paginas: que, de paso, nos aclaran algunos aspectos concernientes a la distribución de la obra y también, quizá, definen los alcances exactos de su noción de buen gobierno. Así, en la presentación general del libro, el amanuense bajo dictado del cronista había escrito "primer corónica deste rreyno"/4[4]/. Sin embargo, al repasar sobre esas páginas, el propio autor marginó la redacción original y dejó en definitiva: "primer corónica y buen uiuir deste rreyno" /4[4]/. Páginas más adelante, el autor se referirá nuevamente a su libro y ofrecerá una nueva alternativa ilustrativa: "esta corónica y bien de los naturales, serbicio de Dios y de su Magestad" /697[711]/. Como podemos apreciar, el nombre de "primera crónica de este reino" se complementa después con los sintagmas "buen vivir y bien de los naturales, serbicio de Dios y de su Magestad", los cuales explican, amplían y matizan la idea de "buen gobierno" 3 . 2. La Nueva Crónica y la Historia del padre Murúa La sección de la Nueva Crónica se distingue de la sección complementaria por contener las referencias anteriores al año de 1600 (Porras Barrenechea 1948:9),

3

He tratado más ampliamente estos asuntos sobre la ejecución final del manuscrito de Copenhague y sobre la idea de buen gobierno en Cárdenas (1998).

230

y también por guardar las correspondencias más significativas - e n términos textuales y formales- con la Historia General del Perú, de fray Martín de Murúa. A este respecto conviene anotar aquí que a lo largo de sus 1179 páginas Guarnan Poma mencionó a Murúa en cinco ocasiones, en ninguna de las cuales le hizo favor alguno. Pero, si por un lado la 'comunidad' informativa de ambas obras acusa una estrecha relación mantenida por sus autores, por otro lado, el gran rencor que destila Guarnan Poma en sus inventivas contra Murúa nos conduce a imaginar una fractura profunda del antiguo vínculo que uniera a ambos cronistas. Interesa, especialmente, llamar la atención sobre el juicio tan negativo que Guarnan Poma pronuncia sobre el trabajo histórico del mercedario, enderezado a criticar su desacuerdo en torno a la versión del origen de los indios, y a sus ofensivas referencias contra éstos: Y escribió otro libro fray Martín de Morúa de la horden de Nuestra Señora de las Merzedes de rredención de Cautibos; escriuió de la historia de los Yngas. Comensó a escriuir y no acabó para mejor dezir ni comensó ni acabó porque no deglara de dónde prosedió el Ynga, ni cómo, ni de qué manera, ni por dónde, ni declara ci le benía el derecho y de cómo se acabó todo su linage. Ni escriuió de los rreys antigos, ni de los señores grandes, ni de otras cosas, ciño todo contra yndios gentiles y de sus rretos y de sus herronías (Guarnan Poma 1987: /1080[1090]/).

Muy distinta es la actitud del mercedario: quien, al no mencionar directamente a su rival, quiso tal vez condenarlo al anonimato. No obstante, su política de silencio se quebró por la indirecta referencia que se desliza en las palabras escritas debajo de un escudo del manuscrito Wellington, versión definitiva de su obra, y que alude a Capac Apo Guarnan Chahua: Estas quatro armas fueron las armas de los quatro Reys antigos de los quatro partes destos rreynos del Pirú. El primero gran señor sobre los tres fue apo guarnan Chaua yarobilca allauca guanoco del pueblo de guanoco el biejo 4 .

Por la NCBG sabemos que el personaje aludido, Apo Guarnan Chaua, es el abuelo del cronista Guarnan Poma, que según su nieto era la segunda persona del inca. Además, a pesar de las rencillas de Guarnan Poma y del silencio del mercedario, resultan muy elocuentes las numerosas huellas internas que emparientan sus obras, y que remontan la filiación de sus noticias hasta una vertiente común y singular, en medio de la jungla de cronistas.

4

Las láminas del manuscrito definitivo de Murúa han sido reproducidas en Ossio (1985: XXIX), de donde las tomo.

231

Desde el punto de vista del contenido, solamente Murúa y Guarnan Poma nos informan sobre la distribución de la población nativa en 10 calles, que se ordenan según edades y sexo; discurren sobre una clase de autoridad indígena a la que llaman "los capitanes"; ambos dividen a las aellas en cinco categorías, comparten la misma nómina de incas primitivos, afirman que el antiguo nombre del Cuzco era Acamama y atribuyen a Topa Inga Yupanqui un conjunto muy similar de ordenanzas. Desde el punto de vista formal, solo ambos ejecutan el proyecto enunciado oficialmente durante el decenio toledano de ilustrar su obra con profusión y esmero. En este punto, resulta oportuno el intento por precisar la dirección de la vertiente informativa; en otras palabras, se trata de determinar si Guarnan Poma informa a Murúa o si, a la inversa, es Murúa quien proporciona noticias a Guarnan Poma. Por el comportamiento informativo y textual, nuestra respuesta se inclina a postular que el intercambio de informaciones sostenido por ambos autores tuvo un carácter de mutua reciprocidad. En algunos puntos, Guarnan Poma maneja la tradición y guía a Murúa; en otros, a la inversa, Murúa informa y guía a Guarnan Poma. Se explica, de esta manera, que haya detalles que parecen provenir de Guarnan Poma, ya que es la NCBG la que exhibe abundante información desarrollada con copia de detalles y de datos concretos, en notorio contraste con el tratamiento mucho más escueto y superficial que Murúa otorga a los asuntos paralelos. En confirmación de esta aseveración sírvannos de ejemplo las supradichas ordenanzas de Topa Inga Yupanqui, cuyo cotejo muestra claramente el grado de detalle que despliega Guarnan Poma frente a la brevedad de Murúa. Además, las corruptelas añadidas en el texto de Murúa simultáneamente denuncian una incomprensión del texto por la alteración de su sentido original e instauran a Guarnan Poma como informante o -al menos- como el que maneja la fuente común que los provee de los datos aprovechados en estos fragmentos. Dentro de este patrón se inscribe la ordenanza de Topa Inca Yupanqui que en la NCBG reza "los perezosos y sucios puercos", y que en el testimonio de Murúa se transforma en "los leprosos y que de suyo eran puercos": yten mandamos que a los peresosos y sucios puercos les penava que la suciadad de la chacara o de la casa o de los platos con que comen o de la cavesa y de las manos o pies les lauauauan y se las davan a beber de fuerza en un mate, por la pena y castigo en todo el rreyno (Guarnan Poma 1987: /189[ 191]/).

Se transmite a la historia de Murúa (1946: 354)en la siguiente versión: "Los leprosos y aquellos que de suyo eran puercos que les echasen del pueblo". Como se puede apreciar, la sistemática simplificación que opera Murúa provoca en su versión una corruptela -la conversión de perezosos en leprosos- y la consiguiente alteración del sentido original.

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También se encuentran noticias cuyo tratamiento en la obra de Murúa parece situar al mercedario en el papel de transmisor original de la información. Esta afirmación requiere de unas precisiones previas. Luego de haber terminado un primer borrador de su trabajo -el manuscrito irlandés-, y antes de emprender la elaboración de su versión definitiva, Martín de Murúa agregó en el primero una serie de comentarios de distinta índole temática. Una de ellas alude al terremoto ocurrido en Arequipa el 18 de febrero del año 1600, que Murúa narra con lujo de detalles por su condición de testigo presencial. ¿Acaso este extenso comentario sirviera a Guarnan Poma para lanzar su admonición sobre la erupción del volcán de Arequipa? (Guarnan Poma 1987: /1054[1062]/). No obstante, para andar con pies más seguros, convendrá exhibir cómo Guarnan Poma emplea las ilustraciones que conoció - y en parte quizá ejecutara- para el mercedario. Confróntese, a modo de ejemplo, el retrato de Inca Roca en la Historia General del Perú con su paralelo en la Nueva crónica y buen gobierno. Si bien saltan a la vista algunas variantes que atañen a la posición del inca -en el dibujo de Murúa, éste coge a su vástago con la mano izquierda, mientras en la Nueva crónica lo hace con la derecha-, resaltan sin embargo las coincidencias con mayor nitidez. En ambos casos se retrata al soberano en compañía de su hijo y, a pesar de que Guarnan Poma se limita a trazar una silueta en blanco y negro, la descripción que incluye en la página contigua revela que mira el dibujo del mercedario: Este dicho ynga tenía su llauto encarnado y su pluma de quitasol, mascapaycha. Con la derecha mano tenía su hijo y con la ysquierda tenía su cunga cuchuna y su uallcanca. Y se llamaua el hijo se llamaua Guarnan Capac Ynga: Era muy querido hijo y ací no le dejaba de la mano porque era muy niño y menor, con su manta de rrozado, camegeta de negro y dos betas de tocapo y su llauto de colorado. Y la manta del dicho su padre fue verde claro y lo de abajo azul escuro y tres betas de tocapo y lo de auajo amarillo y azul y quatro ataderos de los pies (Guarnan Poma 1987: /103[103]/).

En consecuencia, en estos fragmentos parece ser Murúa el informante de Guarnan Poma. Desde el punto de vista histórico, es altamente verosímil que esta recíproca relación entre Guarnan Poma y Murúa haya tenido como escenario el pueblo de Yanaca situado en la provincia de Aymaraes, actual departamento de Apurímac, donde Murúa se desempeñó como párroco (Ossio 1985: VIII). En términos cronológicos, el contacto entre los dos ha de haberse producido a lo largo de la década de 1590, pues la versión irlandesa primitiva sin las enmiendas hológrafas de Murúa lleva esa fecha 5 ; además, en el reverso del escudo que trae la 5

Siguiendo la opinión de Bayle, Porras Barrenechea concluyó que la obra de Murúa en la versión Loyola se había terminado en 1600 (1986: 548), pero la compulsa que Juan Ossio y yo

233

versión definitiva del mercedario aparece una carta reproducida en la NCBG cuya identidad confirma una vez más la cercanía de ambos autores y los sitúa en el tiempo, ya que tiene por fecha el año de 1596: Fray Martin de Murúa

Nueva crónica y buen gobierno

Carta de los prinfipales curacas [...] yndios de la gran 9¡udad del Cuzco caue?a destos Reynos e Prouincias del Pirú a la rreal magestad del Rey don Phelipe Nuestro Señor

Carta de don Martín Guarnan Mallqui de Ayala, hijo y nieto de los grandes señores y reyes que fueron antiguamente y capitán general y señor del reino y capac apo, ques príncipe, y señor de la provincia de los Lucanas, Andamarcas y Circamarca y Soras y de la ciudad de Guamanga y de su juridición de Sancta Catalina de Chupas, príncipe de los Chinchay Suyos y segunda persona del Ynga deste rreyno del Pirú, a la rreal magestad del rey don Felipe nuestro señor el ssegundo. Dize ací: SCRM

SCRM Entre las cosas que esta gran ciudad, topa cusco, a produ?ido útiles e prouechosas al serui^o de vuestra Magestad nos a parescido hazer estima del yngenio e curiosidad de el padre fray Martín de Morúa, religioso del orden de Nuestra Señora de las Mercedes redemp^ión de captivos, el qual abrá ?inco años que a escrito una historia de nuestros antepassados los rreyes yngas de este reino de el Pirú y de su gouierno, con otras muchas curiosidades por relación que de ello tomó de los viejos antiguos deste dicho reino y de nosotros.

Entre las cosas que esta gran provincia ha procedido útiles y provechosas al servicio de Dios y de vuestra magestad, me a parecido hacer estima del ingenio y curiucidad por la gran auilidad del dicho mi hijo lexítimo don Felipe Guarnan Poma de Ayala, capac, ques préncipe, y gobernador mayor de los yndios y demás caciques y prencipales y señor de ellos y administrador de todas las dichas comonidades y sapci y tiniente general del corregidor de la dicha buestra prouincia de los Lucanas, rreynos del Pirú, el cual abrá como ueynte años poco a más o menos que a escrito unas historias de nuestros antepasados agüelos y mis padres y señores rreys que fueron antes del Y n g a y después que fue desde Uari Uiracocha Runa y Uari Runa y Purun Runa, Auca Runa, Yncap Runa y de

hemos realizado al original de la versión irlandesa revela que las alusiones al año 1600 como la del terremoto de Arequipa, son adiciones posteriores hechas por el propio Murúa.

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los dichos doze yngas y de sus señoras coyas y nustas, pallas, capac uarme, auquiconas y de los caciques prencipales capac apocona, curacacona, allicaccona, camachicoccuna, chinchicona y de todo el gobierno de los ingas hasta su fin y acabamiento. Y la dicha conquista de estos buestros rreynos y después cómo se alsaron contra vuestra corona real y de todas las dichas ciudades y uillas, aldeas y provincias y corregimientos y pueblos y las dichas buestras minas y la vida de buestros corregidores y de los dichos padres y curas de las dichas dotrinas y de buestros comenderos de los yndios y de españoles y de los dichos tanbos y puentes y caminos y de los dichos mineros y de los dichos caciques principales y de yndios particulares y de sus rretos que uzauan antiguamente y de su cristiandad y pulicía y otras curiucidades destos rreynos, por rrelaciones y testigos de uista que se tomó de los quatro partes destos rreynos, de los dichos yndios muy biejos de edad de ciento y cincuenta años y de cada parte quatro yndios testigos de vista. Y que el estilo es fácil, elocuente, grave y sustancial y la istoria muy verdadera como combiene al subjeto e personas de quien trata.

Y que el estilo es fázil y graue y sustancial y prouechoso a la santa fe católica y la dicha historia es muy uerdadera como conbiene al supgeto y personas de quien trata.

Y que demás del serui?io de Vuestra Magestad que resultará de imprimirse la dicha ystoria comen?ándose a selebrar e hazer inmortal la memoria e nombre de los grandes señores como lo merescieron sus hazañas, deseando que todo esto se consiga, vmillmente suplicamos a Vuestra Magestad sea servido de favorecer e hazer merced al dicho padre fray Martín de Morúa para que su pretencion baia adelan-

Y que demás del seruicio de vuestra Magestad que rrezultará ymprimirse la dicha historia comensándose a selebrar y hazer ynmortal la memoria y nombre de los grandes señores antepasados nuestros agüelos como lo merecieron sus hazañas, deseando que todo esto se conciga, umilmente suplico a vuestra Magestad sea seruido de faboreser y hazer merced al dicho mi hijo don Felipe de Ayala y para

235

te, que es lo que esta 9¡udad pretende de

todos mis nietos, para que su pretención

que resciua de vuestra Magestad grande e

baya adelante, que es lo que pretendo de

particular magestad cuya sacra católica

que vuestra Magestad nuestro señor guar-

real magestad nuestro señor guarde y pros-

de y prospere por muchos y muy filiéis

pere por muchos e muy felices años con

años con acresentamiento de más rreynos

acrecentamiento de más reinos y señoríos,

y señoríos, como su menor y humilde

como sus menores y umildes vasallos

vasallo deseo.

deseamos. Cosco a quinze de maio de mili y quinientos e noventa y seis.

De la Concipción de Guaylla Pampa de Apeara, prouincia de los Lucanas y Soras, juridición de la ciudad de Guamanga a quince del mes de mayo de mil quinientos ochenta y siete años.

Sacra Católica Real Magestad, besan

Sacra Católica Real Magestad, beso

los reales pies y manos a vuestra Mages-

los reales pies y manos a vuestra Mages-

tad sus umildes vasallos.

tad, su umilde bazallo, don Martín de Ayala (Guarnan Poma

1987: /7[7]/). Como se puede apreciar, la afinidad de fraseo entre ambas cartas no se explica únicamente por las convenciones de la retórica epistolar, porque incluso la fecha en ambas cartas es la misma 15 de mayo, aunque de años diferentes. Desde el ángulo formal, debemos señalar también la correspondencia que se halla en el plan general de ambas obras que en idéntica sucesión ordenan las biografías de incas, coyas, capitanes, aellas. Comparten, además, un similar criterio de ilustración al acompañar cada página por un dibujo, lo cual trae como consecuencia, en el caso de Guarnan Poma, que en esta sección de la Nueva Crónica el texto verbal se subordine a la ilustración, como hemos visto en el caso del retrato del inca. 3. El eslabón intermedio: los litigios de tierras de Felipe Guarnan Poma de Ayala. El expediente Prado-Tello proporciona informaciones muy valiosas sobre los litigios que Guarnan Poma, su familia y sus aliados los Tingo sostuvieron ante las autoridades españolas para defender sus propiedades y terrenos ubicados en la zona de Chupas. El núcleo del expediente más estrechamente vinculado a las pretensiones de Guarnan Poma remite al segmento temporal comprendido entre

236

1597 hasta 1600; en otras palabras, enlaza el año siguiente a la carta que se halla al reverso del escudo incluido en la Historia de Murúa y alcanza hasta el año en que se inicia la redacción del buen gobierno. Sin embargo, la causa parece haberse ventilado durante toda la década de 1590. Así se aprecia en un traslado de las peticiones de Guarnan Poma dentro del que se incluye un retrato probanza de su padre y del jefe del clan aliado, don Juan Tingo, y que al final hace constar la fecha y el lugar de su presentación "en los Reyes a sinco días del mes de septiembre de mil y quinientos e nobenta y siete años (Prado-Tello 1991: 162). No nos ocuparemos en detalle del curso de estas batallas legales, nos limitaremos únicamente a espigar algunas fechas que reflejan el estado composicional del entonces futuro libro 6 . Importa, por lo tanto, señalar que la sentencia que dirimió el pleito se pronunció tres años más tarde, en 1600; y que fue enteramente adversa a Humán Poma, ya que lo condenó a recibir 200 azotes y a la pena del destierro (Zorrilla 1977). Como hemos adelantado, creemos que el examen de algunas zonas de este conjunto legal puede aclarar el origen de ciertos párrafos y de ciertas estrategias arguméntales de la NCBG que se ligan con los avatares legales reseñados en este expediente. Es evidente, por ejemplo, que la lista de tierras que figura en el expediente Prado-Tello se copia en la Nueva crónica y buen gobierno, tanto que conserva el orden de la enumeración de los linderos y mojones: Expediente Prado-Tello

NCBG

todos estos declarados arriba están dentro de los dichos mis mojones siguientes y saiguas que puso los yngas declarados en los títulos y provizión y merced de su Magestad que es esta los dichos mojones siguientes: Caxa Cancha Ureo, Pomayoc Guaico, Guaraco Ureo, Queca Machaipata, Guamanin Incap, Alpa Chaca yllaguasi, Ucucha puiyu [sic], Achapampa, Challgua mayo, yana piruru, Acó conca, Achaclla Ureo, Molle pampa pata, uchuc orco pucara caxa, guaira cocha pampa atunpata, caxa cancha orcoñan (Prado Tello 1991: 171)

los mojones y sayuas puesto de Topa Ynga Yupanqui y todas las tierras y chacaras y alizales que ay dentro de los mojones ciguientes sayuas caxa cancha urco, pomayoc uayco, uaraco urco, Quecama Chaypata, Guamanin Yncap, Alpa Chaca Ylla Uaci, Ucucha Puyco, Hacha Pampa, Challua Mayo, Yanana Piruro, Acoconca, Achaclla Urco, Mulli Pampa, Pata, Uchuc Urco Pocara Caxa, Uira Cocha Pampa, Hatun Pata, Caxa Cancha Cuzconan. Estos dichos son los mojones y otras chacaras y estancias. (Guarnan Poma 1987: /904[918]/).

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Remitimos al excelente ensayo de Rolena Adorno (1995) donde se muestra la perfecta y profunda articulación que existe entre el expediente Prado-Tello, la Compulsa Ayacucho y la Nueva Crónica y Buen Gobierno.

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En otros segmentos del m i s m o expediente aparecen también algunos párrafos que revelan estadios informativos del cronista que, comparados con sus correspondientes pasajes en la versión final de la N u e v a crónica y buen gobierno, se revelan en una condición de borradores o tanteos preliminares redactados por el cronista. A este respecto, consideramos muy elocuente el retrato-probanza del padre de Guarnan P o m a que aparece en la página 159 de la versión édita del expediente Prado Tello (Prado Tello 1991) y que posteriormente se refunde en las páginas / 1 5 [ 1 5 ] / y / 1 6 [ 1 6 ] / de la N u e v a crónica (Guarnan Poma 1987). El texto Prado-Tello e x p o n e en entero desorden c r o n o l ó g i c o las batallas y otros acontecimientos de las guerras civiles; mientras que en el capítulo de la Conquista, luego de haber leído las crónicas de Zárate y del Palentino, la secuencia de batallas se enmienda completamente. Expediente Prado-Tello

Nueva Crónica y Buen Gobierno

Dn Martín de Ayala Señor y Gobernador fue primer conquistador y poblador de la ciudad de Guamanga y fue hijos y nietos de los mayores señores de estos reinos y señor del valle de Chupas y de los primeros que recibió la nuestra santa fe católica y primero que se bautizó y se casó y recibió el cuerpo del señor a cincuenta anos y primer hermano en la cofradía y hermano de la limpia concepción y sirvió a su magestad en las guerras cuando se rebeló contra la corona real de su magestad Gerónimo Pizarro con don Diego Centeno en Guacina [sic] Pampa en el Collao la batalla de Francisco Hernández Girón con los oidores en Pucara en el Collao la batalla de Hernando Pizarro con don Diego de Almagro el viejo en Jaxaguana la batalla de Franfisco Hernandes con el mariscal don Alonso de Alvarado en Chuquinga. La batalla de Vaca de Castro con don Diego de Almagro el mestiso a servido en todas estas guerras que están declaradas a su magestad. Y sirvió y fue por capitán general a la entrada de Vilcabamba conquista de los yngas por mandado del señor don francisco de Toledo Visorrey de

el dicho don Martín Guarnan Malque de ayala fue uno de los prencipales yndios y señor y cauallero deste rreyno, muy gran seruidor de su magestad, segunda persona del mismo Ynga de todo este dicho rreyno. Y ací, como señor, fue al enbaxador del enperador don carlos, al dicho don Francisco Pizarro y a don Diego de Almagro, y a bezar las manos y a darze pas y amistad con su magestad y al seruicio y lo rrecibió en el puerto de Tunbes, en la ciudad de Caxamarca. Don Martín de Ayala, segunda persona, fue por parte de Guascar Ynga, rrey lexítimo, se fue en su lugar y tiniente birrey deste rreyno y pareció ante los cristianos. Y ancí se bolbió a su prouincia este dicho don martín de ayala y a seruido en todas las guerras y batallas, alsamientos de la corona rreal de su Magestad como hombre poderoso. Y estando en esto fue serbiendo a un cauallero, capitán general, muy gran seruidor de su Magestad, llamado capitán Luys de Avalos de Ayala, padre de dicho santo hermitaño Martín de Ayala, mestizo, de quien se haze mención. Estando en la ba-

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estos reynos y después sirbió a Dios nuestro señor en su santa cassa más de treinta años sin el ynteres en el hospital de los naturales y murió en su santo servicio de hedad de ochenta años y se enterró en la ygle?ia de san Francisco adonde fue hermano y dejó por señor y heredero lexítimo a su hijo lexítimo don Phelipe Guarnan Poma de Aiala y a don Diego de Aiala y a todos sus nietos yndios hijos de don Phelipe Guarnan Poma (Prado Tello 1991: 159).

talla, rreniendo en el Collao, en Uarina Pampa, peleando en el seruicio de su Magestad, en el encuentro cayó del caua11o de una lansada al suelo el padre de este santo hombre, Luys de Aualos de Ayala, contrando con el dicho traydor Gonzalo Pizarro. Y de su capitán defendió y le saibó de la muerte y le mató al dicho traydor Martín de Olmos contrario, le xarretó y le mató el dho don Martín de Ayala. Y ancí se saibó el dicho Luys de Aualos de Ayala y se leuantó y dio bozes diziendo "¡O señor deste rreyno, don Martín de Ayala, seruidor de dios y de nuestro muy alto enperador don Carlos de la gloriosa memoria ! Aunque a yndio, tendrá cuy dado de dalle su encomienda su Magestad". Y ací, por este dicho seruicio, ganó onrra y mérito como señor y cauallero del rreyno y se llamó Ayala, segunda del enperador en este rreyno, don Martín Ayala. (Guarnan Poma 1987: /15 [15]/ - /16[16]/).

Por lo tanto, los estridentes errores del retrato inserto en el expediente reflejan que su redacción y c o m p o s i c i ó n anteceden al párrafo g e m e l o incorporado dentro del capítulo de la conquista 7 . Si v o l v e m o s nuevamente a examinar las correspondencias con Murúa, notaremos que algunas secciones del capítulo de la conquista se reclaman mutuamente en ambos testimonios, lo cual es índice de la antigüedad de su factura. Ahora bien, si la derrota legal empuja al autor a concebir una exaltación narrativa de su linaje paterno y un ataque cerrado contra sus rivales chachapoyas, entonces se deduce que el estado al que había l l e g a d o la redacción de la Nueva Crónica se remodeló para acomodarse a estos nuevos propósitos. Estos c a m b i o s se traducen en la c o n c e p c i ó n de la s e c c i ó n del B u e n

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En el contexto actual de los artificiales debates sobre la autoría de la Nueva crónica y buen gobierno cabe subrayar que la coincidencia entre los intereses del hombre Guarnan Poma y los del autor Guarnan Poma es absoluta, tanto que la aversión contra los chachapoyas y la exaltación de los méritos de su padre, entre otros detalles, vertebran íntimamente la trama argumental de la Nueva crónica y buen gobierno y no son partes prescindibles ni aditamentos postizos en el desarrollo del libro. Para una refutación completa de las imposturas napolitanas véase Adorno 1999.

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Gobierno y en el engarce de la Nueva Crónica primitiva dentro de este nuevo diseño textual. 4. El Buen Gobierno y el Símbolo Católico Indiano de Luis Gerónimo de Oré La sección del Buen Gobierno, como hemos señalado, contiene las alusiones a los hechos ocurridos a partir del año de 1600. Esta observación cronológica nos servirá como punto de partida para sugerir que la concepción de esta segunda gran sección de la obra es posterior, en términos de la cronología relativa de la composición. Además, hallamos un soporte adicional para validar esta afirmación en dos características que imprimen al Buen Gobierno un perfil propio y singular: la vertiente informativa y la distribución de las ilustraciones. En cuanto a la jerarquía de fuentes, el Buen Gobierno depende básicamente de la vertiente informativa establecida por el "Símbolo católico indiano", de Luis Gerónimo de Oré. Del cotejo efectuado entre este libro y la NCBG salta a la vista, en primer lugar, el influjo que el Símbolo Católico ha ejercido en el modo de vertebrar el segmento titulado "Coránicas Pasadas". Guarnan Poma ciñe su redacción a los párrafos publicados por Oré en el folio del Símbolo, aunque añada algunas obras que no menciona el franciscano en ese párrafo: como fray Domingo de Santo Tomás, Juan Ochoa de la Sal y al mismo Martín de Murúa. Aunque no hemos encontrado ningún otro segmento de la NCBG idéntico al texto publicado por Oré, se pueden rastrear afinidades muy cercanas. Sírvanos de ilustración la misma presentación del libro: Símbolo Católico Indiano

Nueva Crónica y Buen Gobierno

Symbolo Catholico indiano, en el qual se ponen algunas consideraciones, y discursos de los principales mysterios de la fe. Assi mismo se pone el orden y modo que deben guardar los religiosos y sacerdotes curas de indios en dotrinarlos, y administrarles los sanctos sacramentos (Oré 1598: 1)

NUEUA CORONICA y buen gobierno deste rreyno. El dicho libro conpuesto y entitulado por don Phelipe Guarnan Poma de Ayala. La dicha corónica es muy útil y prouechoso y es bueno para emienda de uida para los cristianos y enfieles y para sauer confesarlos a los dichos yndios los dichos saserdotes (Guarnan Poma 1987: /1[1]/).

Así ocurre también con un sinfín de detalles adicionales que se pierden en la vastedad de la Nueva Crónica y Buen Gobierno. De entre los cuales quisiera destacar, por ejemplo, el comentario benévolo con que Guarnan Poma elogia a la

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orden franciscana - a la que pertenecía Oré- y a la Compañía de Jesús, a diferencia de las otras ordenes, que le merecen el más duro repudio. De modo idéntico, se pronuncia Oré en el encomio de las mismas órdenes religiosas (1598: 46). También debemos resaltar las encarecidas menciones en la Nueva Crónica de algunos miembros de la familia Oré 8 . Inclusive el Símbolo Católico Indiano se escapa de la postura polémica y crítica que regularmente adopta Guarnan Poma frente a los libros y obras que consulta y rebate, ya que el libro del franciscano nunca es discutido, sino, al contrario, observado e incorporado adpedem litterae. No obstante la importancia de estas coincidencias y similaridades, creemos descubrir una función más honda y capital ejercida por el libro de Oré sobre el trabajo de Guarnan Poma. Se trata de su rol como guía bibliográfica del cronista indio. ¿Es casual que Guarnan Poma suscriba exactamente las mismas opiniones que Oré sobre los cronistas? Nos parece que la respuesta a esta pregunta es negativa, y esta negación se funda en que el Símbolo Católico contiene referencias bibliográficas sobre Zárate, el Palentino, el padre José de Acosta, Fray Luis de Granada, la Doctrina Cristiana y el Tercero Catecismo; es decir, el mismo elenco de fuentes bibliográficas que Guarnan Poma consulta y aprovecha a discreción. Esta conjetura se confirma además, porque algunas fuentes usadas por Guarnan Poma, pero no mencionadas explícitamente, sí aparecen en cambio citadas en el Símbolo Católico. Es el caso de la "Cronografía o Reportorio de los Tiempos", de Gerónimo de Chávez, ampliamente aprovechada por Guarnan Poma en la redacción de su capítulo sobre las edades del mundo, en el catálogo de los papas y en el capítulo sobre los meses del año, pero nunca mencionada en las 1179 páginas de que consta el manuscrito. A diferencia del indio, Oré la emplea para confirmar su opinión sobre la naturaleza de las Indias: "Lo qual notaron bien el doctíssimo Titelman en la Consideración de las Cosas Naturales, y Chaues, y £amorano en sus reportorios" (Oré 1598: 22v). En consecuencia, si ambos libros emplean el mismo elenco de fuentes, tanto las que mencionan como las que callan, creemos que esta coincidencia trasluce la función del Símbolo como guía bibliográfica. En espera de ulteriores confirmaciones, arriesgamos la hipótesis de que Guarnan Poma haya accedido a la misma biblioteca del padre Oré o a la de su convento huamanguino. Con estos elementos concluimos, entonces, que ésta es la fuente principal que vertebra y organiza la sección del Buen Gobierno. En términos formales, siguiendo la impronta de la sección primera que acompaña cada página con una ilustración, el Buen Gobierno respetó el mismo crite-

8 "el mismo cristianícimo geronimo dure y sus ermanos y todos los yndios yndias estubieron muy contentos con el dicho padre [Martín de Ayala]" (Guarnan Poma 1987: /20[20]/).

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rio: como lo indican los capítulos iniciales, la lista de los virreyes, el capítulo de los sacramentos, y la enumeración de las autoridades eclesiásticas. Como en el Buen gobierno se refunden algunas secciones concebidas anteriormente, se vuelve en ciertas ocasiones al patrón primitivo de acompañar cada página con un dibujo. Es el caso del capítulo de las Villas y ciudades, tal vez concebido como una tercera sección del libro en un diseño primitivo del conjunto, sobre todo si nos atenemos al modelo de Murúa; pero que se incorpora finalmente al Buen gobierno, aunque conserve el plan gráfico primitivo. Sin embargo, progresivamente fue disminuyendo la cantidad de material gráfico, fue escaseando su distribución hasta llegar a incluir sólo un dibujo por capítulo como en el caso del capítulo final, de corte autobiográfico, Camina el Autor.

5. El proceso genético de la Nueva Crónica y Buen Gobierno La Nueva Crónica precede al Buen Gobierno en su concepción y redacción, como lo prueban sus reflejos en la Historia del padre Murúa. Ahora bien, la inicial unidad informativa se torna rasgo diferencial al contrastar el tratamiento temático que cada autor otorga a los asuntos coincidentes; diferencias que permiten deducir el criterio con que Guarnan Poma vertebra sus páginas. Así, como hemos señalado, ambos autores son los únicos cronistas que se detienen en la figura de los capitanes. Sobre estas autoridades Murúa discurre con diferente extensión y criterio, al punto que en la versión definitiva de su libro no les dedicará, como lo había hecho al principio, un capítulo independiente a cada uno sino que reducirá el conjunto a dos breves capítulos incluidos en el libro tercero de su historia. En cambio, Guarnan Poma se esfuerza por hacer calzar los doce primeros capitanes que menciona con cada uno de los doce incas con el propósito de que, cuando le toque el turno de aparición a su abuelo Capac Apoma Guarnan Chahua, reciba éste la condición de segunda persona del Inca. Otro contraste que denuncia el criterio ordenador de Guarnan Poma es la sucesión de las clases de aellas. Murúa las divide en cinco casas de recogimiento, la primera de las cuales guardaba a las más hermosas que se consagraban al inca y, en las provincias, a los curacas principales. Guarnan Poma también las divide en cinco clases, pero, empeñado como está en subrayar la idolatría de los incas, afirmará que las aellas del primer grupo estaban consagradas al sol, con lo que reitera el carácter idolátrico de los incas. Hasta aquí entonces podemos deducir, al menos en sus líneas generales, los criterios particulares de redacción y ordenamiento de las materias comunes. Hemos visto que la sección del Buen Gobierno sigue a la sección de la Nueva Crónica. Su concepción y ejecución tardía ejerce un profundo influjo en el momento de la unificación final sobre la sección primitiva de la Nueva Crónica,

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para lo cual conviene observar la estrategia sistemática y tangible que se opera en la sección de las calles que conforman la visita general. Como ha observado acertadamente Rolena Adorno (1991: 52n), todas las adiciones restan peso a la información original sobre la edad y la función de los pobladores de cada calle, y cargan las tintas hacia la constitución de una clase de buen gobierno. Proyectando esta tendencia argumental al tenor de los preliminares del libro y a los 19 prólogos que cierran los capítulos del libro, nos inclinamos a pensar que el conjunto de estas piezas son de concepción y elaboración bastante tardía, pues todas insisten en los temas fundamentales del Buen Gobierno. A partir de esta sistemática intención por convertir el conjunto en una lección de Buen Gobierno, interpretaremos numerosos remates de páginas, párrafos y capítulos como adiciones finales, al servicio de esta misma intención. Por ejemplo, el cronista hace que la página dedicada a reseñar las actividades de los amojonadores del inca culmine con un elogio que rompe el tenor original del conjunto: "no lo podía hazello mejor cin cohecho y buena justicia derecha en este reino" (Guarnan Poma 1987: /353[355]/). De modo análogo, la descripción de los puentes de crisnejas del tiempo del inca acaba con una recomendación sobre la conveniencia de construir puentes de cal y canto: "fuera muy gran merced a los pobres de los yndios haziéndose los puentes de cal y canto" (Guarnan Poma 1987: /357[359]/). Como hemos visto que el texto fue creciendo y cambiando en el curso de su elaboración dentro del marco de estos dos grandes segmentos textuales, nos parece que en su interior se refunden e interpolan los materiales que el cronista fue recogiendo durante su labor como intérprete y asistente de funcionarios civiles y eclesiásticos. De ser cierta esta conjetura, entonces el capítulo de los pontífices y hechiceros remontaría a la época de las campañas de extirpación de idolatrías de Cristóbal de Albornoz (1565); y la insistente enemiga contra los soberanos cuzqueños acaso se conciba durante el decenio toledano, y se aproveche después como recurso legitimador de los derechos señoriales de su estirpe paterna. Además, sólo aceptando la posibilidad de que en la NCBG se refundan materiales de diversa época habría forma de explicar los numerosos cambios de opinión que expresa el cronista sobre determinados personajes o acciones. Así, por ejemplo, el elogio al virrey Toledo por su acuciosa averiguación de las ordenanzas incaicas /193[195]/9 es anterior a su crítica, por haberse ensoberbecido al ejecutar a

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Guarnan Poma elogia al virrey por haber emprendido acusiosamente una averiguación sobre las ordenanzas de los incas "estas dichas hordenansas el señor don Francisco de Toledo bizorrey destos rreynos se enformó esta ley y hordenansas antiguas sacando de ellas las mejores (Guarnan Poma 1987: /193/).

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Tupac Amaru I, contenida en /450[452]/ 10 . Igualmente su discípulo Cristóbal de León es el modelo de cristiano en el capítulo de los corregimientos /494[498]/ n , pero es un mal indio que de tributario se había hecho falsamente principal, insólito cambio de carácter que se registra en el capítulo final Camina el Autor12. Más aún: sólo de esta manera -vale decir admitiendo que Guarnan Poma unifica ingentes cantidades de información recogida durante un gran lapso de tiempo- se explicarían las constantes repeticiones de segmentos casi idénticos en su redacción y en su contenido en distintas zonas del libro que parecen revelar que primitivamente, antes de integrar el conjunto de la obra, fueron concebidos como textos independientes; quizá al modo de las copias que estaba acostumbrado a manejar. Al incorporarse en un proyecto libresco unificado y pasar a integrar los capítulos interiores, sus repeticiones y afinidades hacen que el autor pierda la perspectiva del todo. Quedan, sin embargo, como huellas tangibles del largo proceso de redacción. Como botón de muestra, básteme señalar la reiteración, dentro de la historia de los corregidores, del tema de las alianzas celebradas entre corregidores y caciques en desmedro de los indios: Como los dichos corregidores andan al trato y grangería y otras muy muchas cosas. Y para ello sacan la plata de las caxas y lo del tributo o piden prestado a los saserdotes de los pueblos. Y de ello no le defiende los caciques prencipales porque se hazen con ellos y se hazen conpadres. A éste le alaua el padre, el corregidor: "¡O qué buen cacique prencipal don Pedro!" En este rreyno son amigos. Y otros, por tenelle miedo porque no les maltratase o porque no les quite la gouernación que le dio Dios y su Magestad o porque no proseda falsa enformación, y ancí con ello calla y dicimula los prencipales (Guarnan Poma 1987: /489[493]/).

Dos páginas más adelante se ventilará el mismo tema, aunque en una redacción más concisa: Cómo tienen amistad los dichos corregidores con los caciques prencipales, y por qué causa lo tiene y rrazones, y se hazen conpadres entre ellos. Y ací pasan mucho

10 La mordaz crítica de Guarnan Poma se cierra con una admonición para no seguir el ejemplo del virrey: "o cristiano soberbioso que aves hecho perder la hazienda de su magestad de los millones que daua la ciudad y los tesoros escondidos de sus antepasados y de todas las minas y rrequiesas a perdido su magestad por quererse hazerse más señor y rrey - don Francisco de Toledo no seays como él (Guarnan Poma 1987: /450/). 11 "Otro corregidor le amolestia a don Cristóbal de León otra ues por que le rrespondió en fabor de los yndios" (Guarnan Poma 1987: /496/). 12 "Pésole de la llegada del dicho autor a don Diego Suyca y a don Cristóbal de León y a los demás principales que se hazían de yndios tributarios" (Guarnan Poma 1987: /1097/).

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trauajo los yndios pobres porque todo quanto puede cargar a los yndios lo carga en este rreyno. Y no ay rremedio (Guarnan Poma 1987: /492[496]/).

Estas repeticiones revelan tal vez algunos borradores que el cronista tendría duplicados, o fragmentos que Guarnan Poma volvía a copiar en diferentes ocasiones; huelga repetir que obedecen a una concepción próxima a las numerosas copias manuscritas que estaría acostumbrado a manejar13.

6. El Capítulo Camina el Autor y las adiciones finales Como se desprende de la adversa sentencia final de 1600, Guarnan Poma fue desterrado y, aunque en la NCBG guarda un comprensible silencio sobre todos estos asuntos, acaso haya dejado una alusión velada al señalar que emprendió un largo viaje por el país que terminó cuando cumplió ochenta años. Al regresar a su provincia, dice haber encontrado muchos trastornos que habían puesto el mundo al revés, tanto que su pueblo estaba destruido y sus hijos se estaban al servicio de pecheros (Guarnan Poma 1987: /1094[ 1104]/). Persiguiendo la narración de Guarnan Poma, el lector se enterará también de que esta humillante situación lo determinó a viajar a Lima: Estando en dicho estado, pretendió el dicho autor de yrse a presentarse a su Magestad (/1098[1108]/) [...] y ací se bino para la Ciudad de los Reys de Lima a presentarse a su Magestad. (Guarnan Poma 1987: /1100[1110]/).

Acaso ocurrió este desplazamiento en 1614 (Guarnan Poma 1987: /1104 [1114]/); a lo largo del camino, aunque encontró a veces personas que lo ayudaron, el autor perdió dos muías por el frío de la sierra, fue abandonado por su hijo mayor don Francisco de Ayala, se enteró de las andanzas del extirpador Francisco de Avila, hasta que entró en Lima acompañado por Diego de Aguayo. Al llegar no hallaron posada ninguna, se fueron al Cercado y durmieron en el zaguán de una casa. Fiel a su devoción, Guarnan Poma se dirigió al convento de Santa Clara para honrar a Santa María de la Peña de Francia. Alquiló posteriormente 13

Asimismo esta hipótesis encuentra asidero en las designaciones con que el propio autor hace referencia a su libro, en particular en aquellos casos en los que resulta muy difícil -si no imposible- saber si usa capítulos con el sentido de fracciones integrantes de un libro, o si más bien emplea capítulos con el sentido de 'textos' o 'alegatos de protesta': "el cristiano letor estará marauillado y espantado de leer este libro y coránica y capítulos" (Guarnan Poma 1987: /701[715]/). "vuestra señoría mande becitar a los dichos becitadores con estos capítulos y horden" (Guarnan Poma 1987: /660[674]/).

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una casa por la que pagó veinte reales por mes. Aunque aquí se interrumpe su biografía, el propio cronista nos ofrece un resumen de su viaje en las iluminaciones superiores del capítulo: DEL MVNDO BUELBE EL AVTOR CAMINA EL AVTOR POR LA CIERA CON MUCHA NIEVE I PASA POR CASTROVIREINA CHOCLEO COCHA GVANCABILCA VALLE DE XAVXA I PROVINCIA DE VAROCHIRI EL DICHO AVTOR AIALA SERVINDO A SU MAGESTAD TREINTA AÑOS DEIANDO SVS HIJOS I PERDER MVCHA HAZIENDA SÓLO EN SERVICIO DE DIOS I DE SVMAGESTAD E FABOR DE LOS POBRES DE IESVCRISTO ANDVBO EN EL MVNDO LLORANDO EN TODO EL CAMINO HASTA PRESENTARSE EN LOS REIS DE LIMA ANTE SV MAGESTAD I SV REAL AVDIENCIA DE PRESENTARSE I CVMPLIL CON LA DICHA CORONICA DESTE REINO CONPVESTO POR DON FELIPE GVAMAN POMA DE AIALA

Los alcances de este viaje son sumamente hondos en el libro. No solamente alimentó la redacción del capítulo Camina el Autor, sino que también le dio tiempo para enmendar todo el libro. Aunque Porras Barrenechea ha recomendado proceder en la formulación de juicios con una prudente duda metódica, las referencias concretas suyas a la ciudad de Lima, a sus alrededores y a sus monumentos nos hacen creer que efectivamente el cronista llegó a la Ciudad de los Reyes. Desconocemos documentación externa sobre lo ocurrido, pero sí podemos afirmar que tuvo acceso a algunas fuentes de información. Además se operó en él un cambio de estrategia ideológica de grandes consecuencias: el texto acusa el acceso a nuevas fuentes de información que obligaron a corregir la secuencia ordinal de los virreyes, al añadir al virrey Femando de Torres que originalmente había sido omitido; y de otra parte, las correcciones delatan un cambio de actitud frente a su estirpe materna incaica. Si en el texto redactado en 1613 denostaba duramente la tiranía e idolatría de los incas para ensalzar su estirpe yarovilca, en 1615 concibió varios pasajes reivindicatoríos de su linaje materno y limó algunos pasajes contra los incas. Reclamó para sí mismo el título de príncipe que, según él, le otorgaba el derecho de dirigirse a su magestad: aci se atreuió como su bazallo de so corona rreal y su cauallero deste rreyno de las yndias del Mundo Nuebo que es príncipe, quiere dezir auqui, de este rreyno, nieto del rrey décimo, Topa ynga Yupanqui, hijo lexítimo de doña Juana Curi Ocllo, coya, quiere dezir colla, rreyna del Pirú (/1128[1138]/).

Este pasaje, sin ninguna enmienda, ilustra por sí solo la intención del autor por rescatar y aprovechar el prestigio de su línea materna, emparentada en este momento redaccional con los incas. Este propósito le hizo cambiar y ampliar

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algunos aspectos de la versión de 1613 (Adorno: 1980). Por ejemplo, la página /II [11]/ (Guarnan Poma 1987) leía en la redacción del amanuense: "don ^ guarnan Poma de ayala s o r y casique principal". La enmienda de manos de Guarnan Poma sobrescribe con letra voladiza: don f 6 guarnan poma de ayala S o r y capac apo ques préncipes" (Curvivas nuestras). Idéntico comportamiento muestra la autopresentación de su padre en la carta que dirige al rey. La lección primera del amanuense era: "don martín guarnan mallq de ayala hijo y nieto de los grandes señores y rreys q fueron antiguamente y capitan general y Sor del rreyno y cacique principal" (Guarnan Poma 1987: /5[5]/). Sobre esta redacción rectifica Guarnan Poma: "don martín guarnan mallque de ayala hijo y nieto de los grandes señores y rreys que fueron antiguamente y capitán general y S o r del rreyno y capac apo ques préncipe" (curvivas nuestras). Más significativo es el cambio de nombre de la madre, quien en la primera redacción se llama, como en el expediente Prado Tello, doña Juana Aua, y que Guarnan Poma transforma en Juana Curi Ocllo (Guarnan Poma 1987: /15[ 15]/ nota de los editores). En este esfuerzo por reivindicar su ascendencia inca fácilmente se puede entender que Guarnan Poma tachase varias líneas de la página /82[82]/ (Guarnan Poma 1987) que en 1613 eran demasiado ásperas contra los señores del Cuzco: Versión de 1613

Versión corregida en 1615

que el dicho ynga no tubo tierra ni pueblo que aya parecido ni auer parecido padre ni casta. Dizen que la madre fue mundana y encantadora la primera que comenso a servir y tratar a los demonios y ací que como puede hazer hijo el sol y la luna de traze grados de cielo que está en lo más alto del cielo es mentira y no le venía por derecho de dios ni de la justicia el ser rrey el rreyno y dize que es amaro serpiente y demonio no le biene el derecho de ser señor y rrey como lo escriuen lo primero -porque no tubo tierra ni casa antiquicima para ser rrey lo segundo fue hijo del demonio enemigo de dios y de los hombres mala serpiente amaro- lo tercero de dezir que es hijo del sol y de la luna es mentira lo quarto de nazer cin padre y la madre fue mundana primer hichesera la mayor y

que el dicho ynga no tubo tierra ni pueblo que aya parecido ni auer parecido padre ni casta. Dizen que la madre fue mundana y encantadora la primera que comenso a servir y tratar a los demonios y ací que como puede hazer hijo el sol y la luna de traze grados de cielo que está en lo más alto del cielo es mentira y no lo venía por dorooho do dioa ni do la juatioia ol aor rrey ol rroyno y dize que es amaro serpiente y demonio no lo biono ol dorooho do aor aoñor y rroy como lo escriuen lo primero -porque no tubo tierra ni casa antiquicima para aor rroy lo segundo fue hijo del domo nio cnomigo do dioa y do loa hombrea mala serpiente amaro- lo tercero de dezir que es hijo del sol y de la luna es mentira lo quarto de nazer cin padre y la madre fue mundana primor hichoooro la mayor y

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maystra criada de los demonios no le uenía casta ni onrra ni se puede pintar por hombre de todas las generaciones del mundo no se halla aunque sea saluage animal ser hijo del demonio que es amaro serpiente.

maystra criada de los domonioo no lo uonía oaota ni onrra ni oo puodo pintar por hombro do todas lao gonoraoionoo del mundo no no halla aunque ooo oaluago ani mal oor hijo dol demonio que ca amaro aor

A pesar de que el fragmento no requiere de ningún comentario, subrayaremos que los pasajes tachados son justamente aquellos que atacaban la legitimidad del gobierno inca y subrayaban su origen demoniaco. En suma, hasta aquí hemos querido subrayar que Guarnan Poma, hombre que litigaba por sus propiedades y que servía de indio lengua a la administración colonial, había elaborado parte de sus argumentos por lo menos veinte años antes de la redacción conocida de su libro. Asimismo la época de la primera redacción puede fijarse entre 1612 y 1613, y se corresponde con una postura de Guarnan Poma contraria al régimen incaico y favorable a los caciques regionales. Entre 1614 y 1615 se opera un cambio en la estrategia ideológica del autor que lo llevó a considerar la legitimidad inca, a insertar un capítulo y a corregir toda la versión anterior en consonancia con este criterio. Apreciación Final Guarnan Poma de Ayala gastó aproximadamente treinta años de su vida en la escritura de esta gigantesca empresa textual que es la Nueva Crónica y Buen Gobierno. Sus correspondencias de fondo y forma con otros documentos dejan entrever un proceso genético, que se inicia con la concepción de sección llamada Nueva Crónica inscrita en una vertiente informativa similar a la de la versión primitiva de la Historia General del Perú de Fray Martín de Murúa, y formalmente marcada por la subordinación del texto verbal a los dibujos. Tras los fracasos legales de Guarnan Poma se concibe y ejecuta la sección del Buen Gobierno, que muy posiblemente abreva sus fuentes en las páginas del Símbolo Católico Indiano, de fray Luis Gerónimo de Oré, y que formalmente se caracteriza por una reducción del material gráfico y por un predominio del texto verbal. La impronta temática e ideológica de esta sección tiñe la unificación final que hará el cronista cuando dicte la Nueva Crónica a sus amanuenses indígenas, tanto que creemos ver una voluntad por convertir sendos párrafos de la Nueva Crónica en una lección de buen gobierno. En este momento redaccional situamos también la ejecución de las presentaciones preliminares del libro y los 19 prólogos que cierran los capítulos. Dentro de este cuadro, se engarzan las informaciones que fue recogiendo cuando anduvo al servicio de

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Cristóbal de Albornoz o las disposiciones gubernativas del decenio toledano, o sus "otros escritos" que acaso se hayan incorporado al libro y se nos presenten ahora, en realidad, en un único libro llamado a ser las obras completas de Guarnan Poma. Por último se concibe y ejecuta el capítulo Camina el Autor, cuya ausencia del índice del libro prueba su redacción tardía, y se enmienda sistemáticamente el manuscrito con 129 intervenciones, acaso hológrafas del cronista indio, que representan el último momento de su creación. La N C B G encierra una sucesión de estados redaccionales íntima e indisolublemente ligados a la personalidad histórica de su autor, el cronista indio Felipe Guarnan Poma de Ayala. Bibliografía Adorno, Rolena (1980): "La redacción y enmendación del autógrafo de la Nueva coránica y buen Gobierno", en J. V. Murra y R. Adorno (eds.): El Primer Nueva Coránica y Buen Gobierno. México: Siglo XXI, XXXII-XLVI. — (1989): Cronista y Príncipe. La obra de don Felipe Guarnan Poma de Ayala. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú. — (1991): Guarnan Poma. Literatura de resistencia en el Perú Colonial. México: Siglo XXI. — (1995): "La génesis de la Nueva coránica y buen gobierno de Felipe Guarnan Poma de Ayala", en Taller de Letras, 23,9-45. — (1999): "Criterios de comprobación: un misterioso manuscrito de Nápoles y las crónicas de la conquista del Perú", en I. Arellano y J. A. Rodríguez Garrido: Edición y anotación de textos coloniales hispanoamericanos. Madrid: Vervuert. Cárdenas Bunsen, José A. (1998): "La redacción de la Nueva coránica y buen gobierno", Tesis de licenciatura. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú. Guarnan Poma de Ayala, Felipe (1987): El Primer Nueva Coránica y Buen Gobierno, Edición de John V. Murra, Rolena Adorno y Jorge L. Urioste. Madrid: Historia 16. Lohmann Villena, Guillermo (1945): "Una carta inédita de Guarnan Poma de Ayala", en Revista de Indias, VI, 20,325-327. Macera, Pablo (1991): "Introducción", en E. Prado Tello y Prado Prado, A (eds.): Y no ay remedio. Lima: Centro de investigación y promoción amazónica, 25-80. Murúa, Fray Martín de (1946): Historia del origen y genealogía de los reyes incas del Perú. Edición de Constantino Bayle. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Oré, Fr. Luis Gerónimo de (1598): Symbolo Catholico Indiano. Lima. Ossio, Juan Martín (1985): Los retratos de los incas en la crónica de fray Martín de Murúa. Lima: Cofide. — (1998): "El original del manuscrito Loyola de fray Martín de Murúa", en Colonial Latin American Review, 1 (2), 271-278.

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Porras Barrenechea, Raúl (1948): El cronista indio Felipe Guarnan Poma de Ayala. Lima: Lumen. — (1986): Los cronistas del Perú (1528-1560) y otros ensayos. G. Y. Franklin Pease (ed.). Lima: Banco de Crédito del Perú. Prado Tello, E, y Prado Prado, A. (eds.) (1991): Y no ay remedio. Lima: Centro de Investigación y Promoción Amazónica. Zorrilla, Juan (1977): "La posesión de Chiara por los indios chachapoyas", en Wari, I, 49-64.

Imaginar la conquista del Perú: historia y utopía en la crónica del P. Oliva, S.J. Carlos M. Gálvez Peña Pontificia Universidad Católica del Perú Instituto Riva-Agüero1

I. ¿Cronista de convento o historiador? En la ciudad de Los Reyes, en el mes de mayo de 1630, el P. Giovanni Anello Oliva de la Compañía de Jesús puso fin a la historia que había redactado por algo más de un año. Advertía al lector en la introducción que su intención era tan sólo escribir la vida de los ilustres jesuítas que habían hecho posible la gloria de la Compañía, manifiesta ya por entonces en los reinos de Indias - y en particular en los Andes- en virtud de un excepcional modelo misional. Y en efecto, como claramente señalaba el título original de la obra -Historia del reino y provincias del Perú y vida de los varones insignes de la Compañía de Jesús- el objetivo inicial del autor no era otro que la apología de su Orden; iniciativa que además se hallaba inscrita en la política de promover la redacción de la historia de las distintas provincias, tendencia característica de la primera mitad del siglo xvn 2 y a la que la provincia peruana no fue ajena. El P. Oliva diría, en la advertencia a su crónica, que la iniciativa primera para emprender su trabajo correspondió al pedido hecho por el propio visitador P. Gonzalo de Lira, S.J., quien lo exhortó a la redacción de la crónica. El autor señaló también que fueron las Cartas Annuas su principal fuente de inspiración e información (Oliva 1998: 10), con lo que indirectamente estaría confirmando que, al menos en un principio, la crónica por él escrita no tenía la intención de apartarse de un esquema ya concebido para el tipo de obra al que responde, por ejemplo, la mencionada Crónica Anónima.

1 Deseo expresar mi agradecimiento a Fermín del Pino Díaz, por incluir este trabajo en las actas del coloquio "Dos mundos, dos culturas. La huella peruana en la ciencia española(natural y moral)", llevado a cabo en Lima en el mes de noviembre de 1999. 2 De esta serie de crónicas, la Crónica Anónima jesuíta de 1600 sería el ejemplo más clarificador de una obra eminentemente apologética y, por ende, descriptiva. No hubiera sido raro que clérigos como Oliva participaran en la redacción de este tipo de obra general. Ver la introducción del editor de la obra, F. Mateos 1944.

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Sin embargo, el buen P. Oliva no se sometió necesariamente a un esquema existente para la redacción de su obra y, aunque tres libros de la obra original -compuesta de cuatro- respondieran al arreglo de un menologio3, el primer libro se apartó radicalmente del modelo apologético e institucional, constituyendo formalmente una obra histórica y determinando el significado último de los tres restantes. La intención de este trabajo es acercarse al desempeño del P. Oliva como historiador, y a partir de ello entender la selección y la crítica que de cierta información histórica hizo en su obra: para poder, a su vez, entenderlo como vocero de una línea de interpretación de la historia peruana de la conquista, destinada a un lector que en el siglo xvn pertenecía tanto a la familia jesuita (en la provincia peruana como en España) como a la comunidad laica. El cronista P. Oliva enmarcó una obra histórica de acentuado mensaje político - p o r los contenidos que revisaremos más adelante- en el formato de una obra diseñada, aparentemente, para la información general de la tarea institucional de una orden religiosa 4 . Empero la difusión escrita de la tarea misional jesuita, vista en su momento como acción de la Providencia, no era suficiente motivo para pretender una crítica a la coyuntura política de la época; y así, el P. Oliva se valdrá entonces de la historia andina como arma intelectual - y moral- con la que se combate por un nuevo orden americano, acorde con una visión más integradora de las Indias, como sin duda quería el proyecto misional de la Compañía. Una primera consideración de su obra nos llevaría a pensar que, para lograr su cometido, el P. Oliva se apartó del proceder de un historiador, tal como entendemos este quehacer hoy en día. No obstante, Oliva escribirá sobre historia peruana y rebasará los límites de las crónicas jesuítas basadas en las Cartas Annuas, tanto en periodo de tiempo como en temática. Esto último ya fue advertido por Manuel Marzal (1992: tomo I, 23 y 209) al decir que el P. Oliva no es un cronista misionero de la provincia peruana, sino un historiador. Al tratar de aclarar nuestra idea de qué se entiende por historia en el siglo XVII, tenemos que concluir en primer lugar que el siglo no es el que le impone determinadas características a la obra histórica sino que nos enfrentamos más bien a un periodo mayor, que es el del barroco y el de la naciente historiografía de la Edad Moderna, aún en búsqueda de constituirse en una ciencia. Así, la historiografía virreinal del siglo XVII no se hallaba mayormente lejana a los esque-

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O conjunto de breves biografías de religiosos de comportamiento ejemplar: según el Diccionario de la lengua de la RAE., "martirologio de los cristianos griegos ordenado por meses", 4 Al respecto remitimos a nuestro estudio introductorio de la crónica del P. Oliva 1998: XXI y ss.

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mas que han sido tradicionalmente reconocidos como propios del oficio de historiar para la obra cronística del xvi. Berchanski, Oliver y Piuzzi, en un trabajo ya clásico sobre las concepciones vigentes en la obra histórica escrita del xvi, han señalado una serie de aspectos que me parece relevante recordar aquí, a propósito de la obra del P. Oliva. Acaso las notas más saltantes que podemos encontrar en la mayoría de las crónicas peruanas, y que están también presentes en nuestra crónica, sean: a) la concepción teológica de la historia, que en el caso de la conquista de América es entendida como una forma de mesianismo5; b) la formación humanista del cronista, que apela reiteradamente a las autoridades clásicas y bíblicas para fundamentar los juicios históricos que elabora; c) el rol activo de las grandes personalidades en la historia -en este caso los "varones insignes"-, y finalmente, d) el concebir la historia como una pugna de intencionalidades. Aspecto que nuestro autor manejará diestramente para presentar en el discurso histórico las posturas políticas de dos grupos enfrentados entre sí6 y que, en este caso, atenderían a básicamente a las de los misioneros/la comunidad y el Estado colonial. Es el P. Oliva un humanista de sólida formación y un religioso convencido de su objetivo: "La primera regla que dieron todos los antiguos y buenos historiadores en sus Historias es la Verdad" (Oliva 1998: 11), dirá al inicio de su obra; y debemos aceptar que "su verdad" se basa en un discurso histórico que atiende a los tres supuestos antes señalados para la historiografía de inicios de la Edad Moderna. En primer lugar, veamos el problema de la concepción teológica de la historia, lo que no necesariamente tiene relación con el hábito que viste el P. Oliva. Bien ha señalado Bennedict Anderson (1994: 89) que los hombres que escribían historia, por entonces, no distinguían entre cosmología e historia. Por tanto, descubrir el pasado no era algo muy distinto de descubrir el proyecto divino para el hombre. Además, recordemos con Anthony Pagden, desde San Agustín la fuerza heurística no radicaba sólo en los hechos históricos mismos, sino en el carácter converso y pío del testigo que narra los hechos históricos. Para Pagden (1993: 72) - l o que será útil recordar después- ésta es la característica principal, por ejemplo, de la obra del P. Las Casas como historiador en el siglo xvi. Por esta primera razón no hay objetividad crítica en la obra histórica de la época, porque lo importante es la relevancia del mensaje providencialista.

5 Otros autores denominan a esta concepción como "providencialismo". Es el caso de Ana de Zaballa (1992), quien propone entender la conquista como una misión amparada por la Providencia: el artículo se refiere exclusivamente a los cronistas de la Nueva España.

Juan Carlos Berchanski, Jaime Luis Oliver y Oswaldo Juan Piuzzi.1980. Por su vigencia para el siglo xvn tomamos este esquema como válido aún para el análisis de crónicas de época posterior. 6

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En segundo lugar, la filiación humanista de Oliva como historiador se prueba de manera suficiente con la mención que hace en su obra de 27 autores de la Antigüedad clásica, de los que sólo 18 corresponden a historiadores y el resto se divide en gramáticos, poetas y hasta legisladores 7 . Si bien es cierto que los modelos clásicos nutrieron de legitimidad a la nueva historiografía humanista, no sólo se trataba de tomar modelos de retórica - c o m o los discursos de las Décadas de Tito Livio- sino de hacer alarde de erudición; lo que no era mero ejercicio compilatorio, como podríamos fácilmente pensar. Pero esta información clásica se acopiaba y se sistematizaba, y ello -como señala Carlos R a m a - fue característica del trabajo de las órdenes religiosas que emprendieron en el siglo xvn grandes colecciones documentales, y la Compañía de Jesús lo hizo con colecciones de vidas de santos 8 . De otro lado, un sacerdote de sólida formación teológica tampoco podía dejar de reconocer la fuerza de las fuentes eclesiásticas -Padres de la Iglesia y hagiografías- y, en este aspecto de recopilar y pretender condensar mucha información ya conocida de este talante, respondería también nuestro autor a los esquemas tradicionales de las crónicas conventuales del xvn 9 . Pero, si bien Oliva menciona 29 fuentes de filiación religiosa, de ellas sólo 16 corresponden a escritos teológicos y místicos; el resto son meras alusiones a vidas ejemplares de eremitas, mártires y santos de vida ejemplar 10 , manejados de manera eficiente en su argumentación. Pues, al ser Oliva también un "misionero", entiende la redacción de su historia como una cruzada y un arma política para la reivindicación de la obra evangelizadora en los Andes a cargo de la Compañía de Jesús, principal-

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Valdría la pena recordar que a más de historiadores como Heródoto, Apiano y Plutarco -verdaderas piedras fundacionales- se añaden aquellos historiadores romanos especializados, por así decirlo, en las biografías de personalidades romanas: como Julio Capitolino, Aurelio Teodosio Macrobio, Cayo Plinio Secundo, Salustio, Cayo Suetonio Tranquilo, Cornelio Tácito y -naturalmente- Tito Livio. 8 Rama 1989: 28 y 33 y ss., menciona el caso de la asociación de jesuítas seguidores del P. Bolland, interesados en las recopilaciones críticas de hagiografías. Esta filiación a un canon clásico le otorgaba autoridad a la obra histórica, como sugiere también Pagden 1993: 54. 9 En su reconocida tesis sobre la historiografía peruana, José de la Riva-Agüero y Osma (1965: 262-263) describió a la historia del P. Oliva como "[...] claro ejemplo del criterio ambicioso e invasor, como de enciclopedia histórica del país, que domina en todas o casi todas las crónicas conventuales de nuestro siglo xvii [...]". Y en efecto lo es, pues para el autor el fin justificaba los medios. 10 Acaso los más notables autores religiosos de Oliva son los padres de la Iglesia: San Agustín, Santo Tomás, San Buenaventura y San Jerónimo. Pero sorprenden referencias a San Bernardo, Beda, San Gregorio Magno y San León Papa. Los místicos están representados por Santa Teresa y Santa Catalina de Siena, principalmente.

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mente; y por ello usa el argumento moral contenido en las obras religiosas, que son las vidas y modelos de santidad y perfección moral. Es más, algunas veces elabora discursos moralizantes y los pone en boca de santos, como ocurre con Santa Brígida, antes de proceder a citar nada menos que al P. Las Casas. Con este manejo, se probaría el tercer aspecto señalado por Berchanski, Oliver y Piuzzi, que es el del rol ejemplificador como cursor de la historia. Claro que, para Oliva, esto de alguna manera queda implícito en las referencias y ejemplos; digamos, entre líneas 11 . En ese aspecto original redefine su rol de misionero y, también, de historiador. Pero bien podríamos preguntarnos sobre la necesidad que un historiador del siglo XVII tiene para 'forzar' el discurso histórico, y sobre todo sus fuentes, a fin de construir un discurso con intencionalidad determinada. Al respecto, ha señalado Franklin Pease (1995: 219-220) que el manejo político del discurso histórico y el uso de la historia pasada como "espejo seguro para confrontar las calidades que se esperaban del presente y sus hombres", fueron características también de la historiografía a partir del siglo xvi. Cuando el P. Oliva apela al pasado en el Perú - l o s tiempos de la conquista- lo hace para fundamentar su exhortación moral, sin cuestionarse mayormente respecto de la veracidad de los hechos sobre los que escribe pues acepta sin dudar sus fuentes, lo que es precisamente el problema al que nos referiremos a partir de los dos ejemplos analizados. Pero vale la pena tener en cuenta que - a l analizar la obra de un contemporáneo e inspirador del P. Oliva, cual fue Garcilaso- Bernard Lavallé (1982: tomo I, 138) nos ha recordado la necesidad de tener siempre presente que la crónica peruana del siglo xvii vale por su contenido y por su sentido, y que debemos juzgarla en función de "la mentalidad que la imaginó y de las intenciones con que [se] realizó". Asimismo, es importante entender formalmente la construcción local del discurso histórico, que está destinado -agregaríamos- a un publico peruano y español, el cual espera encontrarse no en el contenido sino en la argumentación. Esta rigurosidad formal, en opinión de Lavallé, se expresaría por ejemplo en las clasificaciones, las divisiones temporales y la cronología ordenadora de los relatos.

" N o pretende el P. Oliva ser del todo original y hasta se podría decir no es del todo, consciente de que en realidad está siguiendo la postura del P. José de Acosta, quien - c o m o bien señala el P. Manuel Marzal en reciente trabajo- elabora en su obra intelectual una crítica del orden social y al m i s m o tiempo diseña, desde el plano pastoral, la mediatización de los efectos negativos del primero: y ello, por cierto, se lograría con la construcción del modelo misional a través de la reducción. L o que Marzal ha denominado la construcción de la "Utopía jesuita", ver Marzal 1999: 4 9 2 . Sobre la importancia de la misión c o m o proyecto social para la Compañía de Jesús, ver también Marzal 1992: 19 y 191. A s í se entiende por qué la orden prefería ese m o d e l o de evangelización, y también el caso exitosísimo de Juli en el Alto Perú.

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Estas denominadas "argollas técnicas", unidas a las "estructuras mentales", han sido sin embargo entendidas como distorsiones de la verdad, dado que nuestro concepto de verdad científica hoy en día es en extremo riguroso, y bastante alejado de aquel del siglo xvn. De regreso al caso de Garcilaso, el uso de una cronología imprecisa e imperativa, propia de la época precientífica, correspondería al deseo de otorgarle, a la vez, nitidez y orden al conocimiento expuesto ante el lector (Lavallé 1982: 138). Y, aunque este método de trabajo parezca en principio contradictorio, fue el usado entonces y el trabajo de Giovanni Anello Oliva S J . responde a esa concepción del trabajo de historiar. Por ende, ni por el método de trabajo ni por lo que se pueda entender por "científicamente verdadero" en una crónica histórica son muy rigurosos estos trabajos, principalmente porque cuando se refieren a la verdad de sus relatos han entendido los cronistas que el discurso historiográfico no está basado en lo "verdadero" del dato sino en su manejo (Mignolo 1982: 99). Además, no estamos aún en la obra histórica que use de crítica interna, no se ha traspasado el umbral de la especulación filosófica que llegará con el siglo xvm (Pagden 1993: 83 y 86). Hecha esta precisión respecto de los límites del ejercicio de historiar en el siglo xvn, habría que recordar nuevamente que nuestro buen cronista es miembro de una orden religiosa, y en particular de la Compañía de Jesús. Si escapa a la categoría de cronista misional, hay que considerar que su intención es otra. Al no ser el relato histórico sobre el Perú el de mayor extensión al interior de su obra, cabe preguntarse sobre el real destinatario de una colección de biografías que lleva como introducción una narración histórica, y la respuesta parece ser obvia: la propia comunidad jesuita. Esta verdad de perogrullo, sin embargo, nuevamente nos lleva a fijarnos en el formato de la exposición, pues si el destinatario de la obra es un religioso -sacerdote o estudiante- y la preocupación respecto del contenido es que sea eminentemente formativo, debemos inscribir su concepción en el ámbito del escrito retórico-teológico, es decir en el campo de la prédica. Para el caso mexicano del siglo xvn, el valioso estudio de Perla Chinchilla aporta interesantes sugerencias que podemos aplicar a cierto tipo de obra jesuita, como la del P. Oliva. Y es jesuita y no de otra orden religiosa porque, como señala la autora, fue la Compañía de Jesús la institución religiosa "más perceptiva" de la sociedad urbana barroca, a la que llegó de manera exitosa mediante el desarrollo de una elaborada oratoria sagrada (Chinchilla 1996: 93 y 99). De otro lado, en al menos un aspecto de esta oratoria, la Compañía de Jesús sólo siguió una tendencia de la época, cual era la "psicologización" y, por tanto, la valorización de lo que la autora mexicana denomina "retórica pasional". Características de este tipo de retórica serían, principalmente, la amplificación -Oliva es todo menos discreto en su narración- y el uso recurrente de las metáforas (113 y 117), de las que nuestra crónica está plagada, y algunas de ellas son

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francamente notables en su elaboración. De hecho, las dos escenas que comentaremos más adelante responden plenamente a este tipo. La particular mixtura entre historia y sermón, será clave para entender la intencionalidad y el ejercicio del P. Oliva como cronista. Empero, tampoco debemos olvidar que en una época en que no existen espacios de expresión del sentir "público" una crónica -en principio destinada a una comunidad religiosa- podía tener el mismo efecto multiplicador que tendrían, cien años más tarde, otros medios de expresión ideológica como los diarios y la literatura científica. Una crónica podía servir para la formación de misioneros y predicadores, para la formación de los hijos de los criollos al interior de los colegios mayores y seminarios y, por cierto, para difundir una imagen de la historia "comunitaria", fuera del ámbito de gestación de los hechos históricos narrados y de su concepción como tales. Para Bennedict Anderson, en sociedades donde la organización social giraba alrededor y -al mismo tiempo- se hallaba debajo de monarquías centralizadoras-como la virreinal peruana-, los principios de reconocimiento comunitario -lejano antecedente de un sentimiento nacional imaginado- se basaban en el compartir el acceso a escritos en una lengua común, lo que definía a la comunidad de lectores, la individualizaba y sobre todo la secularizaba 12 . De allí, la utilidad de preguntarse por qué la mayoría de esas crónicas conventuales del siglo XVII no fueron escritas en latín, lengua que Oliva manejaba con soltura y que hubiera podido ser leída con facilidad por sus hermanos de religión: nos acercaremos, aún más, a la intencionalidad del P. Oliva al ver su tratamiento del tema de la conquista. Visitada entonces la celda del autor, aproximémonos a los orígenes de sus planteamientos. II. Moral e historia. El P. Las Casas, la denuncia anticolonial y la Compañía de Jesús El mensaje político de la crónica del P. Oliva, aunque original en sí mismo, no se halla aislado de la historia de las relaciones entre la Corona de España y la Compañía de Jesús a lo largo de la época virreinal, y de hecho tendemos a recordar sólo el dramático final de la expulsión de la Orden en 1767. Pero algo que no podemos olvidar es que la crítica al orden colonial mismo, necesariamente, tuvo

12 Anderson 1994: 89 y 94. Para Peter Bakewell (1998: 252), el intento de incorporar en la historiografía criolla americana del siglo xvii los relatos históricos de América prehispánica, fundidos con los momentos fundacionales de la conquista española, respondió a la clara intención de forjar una identidad protonacional. En México el caso más señalado sería el de Francisco de Torquemada con su obra Monarchía Indiana (1615). En el caso de Oliva no podemos aún ser tan enfáticos en sus reales objetivos, pero anduvo cerca de esa tendencia.

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que reelaborarse a lo largo del tiempo; y de hecho no será nunca lo mismo hablar del debate sobre los "justos títulos de la conquista", o de la "restitución" del siglo xvi, que del movimiento antifiscal de afirmación criolla del siglo x v m , aunque en ambos fenómenos encontremos rezagos de los debates pasados sobre el dominio hispano y la conquista. Y esto debió suceder también con el discurso americanista al interior de las órdenes religiosas, expresado en sermones y - e n este caso particular- en las crónicas. Centrémonos en el reelaborado discurso lascasiano propuesto por el P. Oliva, hacia mediados del siglo xvn. Uno de los tópicos más apasionantes de la historia colonial hispanoamericana es, a no dudarlo, aquel de la discusión respecto de la legitimidad de la corona española a la conquista de las Indias; y en el estudio de este fenómeno, el dominico obispo de Chiapas Fray Bartolomé de las Casas (1476-1566) es claramente la figura principal, en virtud de una exitosa campaña política e intelectual destinada a reorientar el accionar de la colonización 13 . La polémica que originó Las Casas sería ya de importancia, si es que en su tiempo hubiese solamente contagiado los mismos ideales, la misma postura intelectual, a misioneros y gente de la Iglesia en América. Pero, además de ese primer nivel de influencia conseguido, el a veces excesivamente pesimista ideario lascasiano - s i atendemos tan sólo a lo expuesto en la Brevísima relación de la destrucción de las Indias, la quintaesencia del credo lascasiano- logró el apoyo del regente de España a la muerte del rey Fernando, el cardenal Cisneros; y también nada menos que del propio emperador D. Carlos después, quien inspirado en sus ideas sancionó las Leyes Nuevas de 1542, limitando las encomiendas de indios y reformulando así las condiciones del asentamiento colonial. Acaso haya sido ésta la victoria ideológica más importante del siglo xvi, si bien no pasó de ser eso solamente, pues es sabido que las disposiciones sobre el trato a los indígenas fueron motivo de todo tipo de disturbio, rebelión y protesta a lo largo de los dominios españoles 14 ; siendo su real aplicación pospuesta, cuando no abiertamente obstaculizada. Sin embargo, otro aspecto de la postuma victoria del P. Las Casas fue el cuestionamiento moral de los hechos políticos y las circunstancias económicas de la temprana administración colonial de América Hispana, suscitado al interior de la jerarquía eclesiástica y las órdenes religiosas, y - v a y a triunfo- en los propios conquistadores beneméritos y sus descendientes. En el primer caso, a través de la doctrina de la "restitución" 15 , sus hermanos de hábito, Fray Domingo de Santo 13

Para una visión de conjunto y análisis de la obra de Las Casas, ver la reunión de los trabajos del erudito francés Marcel Bataillon sobre el tema, en William Mejías-López 1999. 14 Respecto de la gestación, aplicación y efectos de las Leyes Nuevas de 1542 en el Perú, ver Rubén Vargas Ugarte 1971: tomo II, 181 y ss. 15 El análisis más completo de la época y la doctrina es el de Lohmann Villena 1966.

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Tomás, Fray Tomás de San Martín y el propio arzobispo de Los Reyes, Fray Gerónimo de Loaysa lograron forjar una conciencia de culpa en los primeros conquistadores y colonos beneficiados con tesoros, tierras y servicio de indios. Así, la presión ejercida por la Iglesia para llevar a cabo la "restitución" se daba a través de la prédica, pero sobre todo en la administración sacramental regulada en los "Avisos o Reglas para confesores", cuyos antecedentes se remontaban a instrucciones de este carácter de mano del propio Las Casas (1552) y posteriores, como las peruanas redactadas por el arzobispo Loaysa en 1560 y sancionadas por el Concilio Límense de 1567 (Vargas Ugarte 1971: 178-179). De los dos primeros niveles de toma de conciencia ya descritos, se desprende un tercer nivel del cuestionamiento lascasiano - l a "restitución" asumida por los propios beneméritos y sus familias 1 6 - que se manifestó en los masivos arrepentimientos a través de testamentos, donativos, obras pías y fundaciones de hospitales a partir de la década de 1560 y que coincidió asimismo con una presencia más fuerte de la Corona en la vida de la colonia peruana, con la definitiva desaparición de los Incas y la aplicación de las reformas toledanas. Empero, si los particulares arrepentidos estaban dispuestos a los desagravios de toda suerte para con los vencidos, no era ésa ya necesariamente la intención del Estado, el cual daba los pasos para el fortalecimiento de una política paternal y autoritaria - a l mismo tiempo- para con los indígenas, pero sin marcha atrás en su intención de cristianizarlos y hacerlos vivir "en policía". Lo que, digamos, era la aplicación moderada del ideario lascasiano original. Para nuestro interés es aún de mayor relevancia, en este ámbito del apego de las voluntades a la prédica del obispo de Chiapas, la aparición y el desarrollo de una historiografía de la "restitución", aquel conjunto de crónicas y trabajos históricos en búsqueda de conciliar la conquista con la incorporación al imperio hispano del antiguo Tawantinsuyu que superó largamente la época de la polémica del P. Las Casas con la Corona y los beneméritos indianos. Podemos tener presentes como exponentes de esta corriente intelectual a los cronistas Pedro de Cieza de León 17 -quien publica en Sevilla en 1553-, al jesuíta José de

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Ibíd., 179-180. El P. Vargas menciona los casos de Nicolás de Ribera y las viudas de los conquistadores encomenderos Francisco Martín de Alcántara y de Ruy Barba Cabeza de Vaca. José de la Puente Brunke ha trabajado también el tema en su libro de 1992: 241 y ss. 17 Sobre la deuda de Cieza con el ideario lascasiano, me remito a lo propuesto por Miguel Maticorena -citado por Pease- al afirmar que Las Casas usó el manuscrito de la primera parte de la Crónica del Perú, impresa en Sevilla en 1553; lo que, como señala Pease, no es prueba concluyente de un "préstamo", pues el informante de ambos en temas andinos fue Fray Domingo de Santo Tomás. Pero la opinión sobre los encomenderos, por parte de Cieza, sí es tributaria del parecer del obispo. Aparentemente se conocieron en Sevilla en 1552 (Franklin

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Acosta18, y tampoco podríamos dejar de mencionar al Inca Garcilaso de la Vega. Ellos intentarán dejar sentado la valía moral de los Incas y sus subditos; primer paso en la refutación teórica de la conquista, reivindicando para la posteridad -los que escriben se hallan ya en la madurez o al final de sus vidas- la civilización conquistada y ya, por entonces, casi desaparecida. El mérito de estos hombres "filolascasianos", es que crearon una imagen histórica de los Andes que sirvió como primer paso para la construcción de una visión nacional de la conquista, que -antes que negarla- la aceptó para construir una identidad mestiza19. En ese contexto de la "restitución" de finales del siglo xvi se produce la llegada de la Compañía de Jesús al Perú, el año de 1568. Los primeros "soldados" de la Compañía venían con el especial encargo de ser en extremo celosos con los encomenderos y su "auxilio espiritual". Los avisos para confesores prescritos por el Concilio de 1567 fueron así su mejor arma para lidiar con el espinoso asunto (Pease 1995a: 178). La última de las órdenes religiosas en llegar a suelo peruano vino premunida del favor de la Corona, que creyó ver en el antiguo duque de Gandía -por entonces Prepósito General, más tarde San Francisco de Borja- el vínculo ideal entre la monarquía, el Papado y las necesidades de la Fe. Así lo creería también el nuevo virrey Don Francisco de Toledo, quien asumió el gobierno del Perú en 1569, y un año más tarde dio inicio a su visita general. Contrariamente a lo que sucedió con las otras órdenes, Toledo invitó al superior jesuita en el Perú Padre Jerónimo Ruiz del Portillo a acompañarlo en la importante jornada -así como también al Padre Luis López-, a quien además nombró su confesor (Pease: tomo II, 186). Aún antes de llegar al Cuzco -simbólico esce-

Pease, en Pedro Cieza de León 1984: XVIII-XIX). Francesca Cantú, por su parte, apoya la tesis de este encuentro y señala la posible influencia que pudo haber ejercido el obispo en Cieza, pues la disposición testamentaria de Cieza de que su obra fuera a manos de Las Casas es indudablemente un tributo a su pensamiento. Francesca Cantú, Introducción a Cieza de León 1989: XXVI. 18 Para el Manuel Marzal, el P. Acosta veía la evangelización como la solución al problema de las Indias, tomando distancia del estado colonial y de los colonos, al mismo tiempo. Es consciente que la evangelización pacífica, a través de una política misional que atienda a la defensa de la población nativa, ya había sido de alguna manera propuesta por Bartolomé de Las Casas, pero aquél lo supera porque no niega la dominación hispana. La acepta y trata de minimizarla, defendiendo al mismo tiempo los derechos de los indios. Marzal 1992: 747-748 y 1999: 490-491. Esto se manifestó en el principio de la "evangelización inculturada" que, a partir de la obra de Acosta, se extiende a toda la Compañía: Marzal 1992: 592-593. 19 Franklin Pease considera que la influencia del P. Las Casas ha sido determinante en la formación de una utopía retrospectiva, tan idealizada cuanto contrastante con la violenta realidad de la conquista española del Perú. La historia de los incas que llegó a las generaciones posteriores de peruanos estuvo, a su vez, determinada por esa utopía. Ver Pease 1995a: 361.

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nano de la polémica en el Perú- ya sintió Toledo la presión por legislar a favor de los indios, y en contra de los colonos. Encontró el virrey Toledo esta postura peligrosa para los intereses del estado español y así se explica que, a instancias suyas, algún prominente miembro de su comitiva recibiera el encargo de escribir una carta-memorial a la corte en la que se "informaba" del estado del Perú antes de la llegada de los españoles. El Anónimo de Yucay no tenía autor cierto, pero sí un claro objetivo: arrojar dudas sobre la postura lascasiana y la información que de los indios manejaban sus seguidores, principalmente los evangelizadores 20 . Era la primera respuesta político-historiográfica a los postulados de Fray Bartolomé y, a partir de entonces, el tema y su correlato teórico-político, se afincaron en el Perú. A partir de la coyuntura toledana ya no pudo nadie en los Andes sustraerse al implícito debate sobre la conquista, menos aún la Compañía de Jesús. No obstante lo anterior, la cercanía de los hijos de Loyola al virrey llevó a pensar incluso a Marcel Bataillon en el P. Ruiz del Portillo, por entonces confesor de Don Francisco, como el autor del alegato toledano (Vargas Ugarte 1971: tomo II, 192). La realidad más bien sería otra, pues no sólo por la personalidad de Toledo sino también por el hecho de que los jesuítas Luis López y Juan de Zúñiga resultaron abiertamente opuestos a su gobierno, la distancia de la Orden con el virrey - a l nivel institucional- empezó a hacerse cada vez más evidente. En efecto, al segundo de los jesuítas mencionados se le acusó de estar implicado en una sedición contra Toledo en la ciudad de La Paz en 1573, y tres años después de este hecho el primero, el P. López, escribió el primer manifiesto jesuíta en el mejor espíritu de la "restitución" (261-262 y 265): los conocidos "Capítulos" que reclamaban la provisión de doctrinas para la Orden como una manera de ejercer la restitución por la Corona, al observar la ley natural de los indios y su derecho al adoctrinamiento por misioneros. No sólo por el contenido sino por el contexto en que se dieron a conocer -la Junta de La Plata de 1576- los escritos del P. López motivaron la furia del virrey Toledo, y éste ordenó el encarcelamiento y condena del jesuíta por la Inquisición en noviembre de 1578 21 . Al informar de este caso a la Corona, sostuvo Toledo:

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El padre Vargas (1971: II, 191-192) sostuvo que el autor bien pudo ser el propio capellán de Toledo, Pedro Gutiérrez o el licenciado Pedro Sarmiento de Gamboa, ambos inequívocos partidarios del virrey. Por su parte el P. Isacio Pérez Hernández (1995: 22) ha señalado recientemente que el autor del documento fue el primo de Toledo, el dominico Fray García de Toledo, lo que parece tener mayor fundamento. Ya Marcel Bataillon advirtió de la batalla escrita iniciada contra Las Casas a partir del Anónimo de Yucay (Mejías López 1999: 84-85). 21 Pérez Hernández 1986: 558 y 563-564. La dramática historia del P. López se completó con la acusación que sufrió por parte de la iluminada María Pizarro, protagonista de un sonado

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"[...] verá V.M. la libertad con que algunos destos tratan las cosas de vuestro real servicio y la soberbia y ambición de que siempre me pareció tener alguna parte este clérigo, con que quieren meter la mano y tratar de vuestros reales derechos y de lo que ni está a su cargo ni deben tratar en meterse [...]"22. El pensamiento lascasiano se abría paso entre los religiosos para disgusto del Estado colonial, pero al mismo tiempo la autoridad del virrey dejaba bien en claro que el tema era de política de estado y, desde esa esfera, había que reprimir su reavivamiento. III. Oliva y la estela lascasiana Con el avance del siglo XVII, la relación entre la Corona y la Compañía de Jesús se fue suavizando hasta el punto de casi pasar desapercibidos los tensos años fundacionales de la Orden en el Perú; lo que se debe sin duda a la precavida voluntad de la jerarquía jesuíta de no incomodar a la Corona. Pero precisamente en salvaguarda de esa lograda pax con el Estado, como sabemos ahora por las recientes investigaciones de René Millar, es que la preocupación del Prepósito General jesuíta respecto de la aparente libertad intelectual que se había desatado al interior de la Orden, por entonces, era mayor aún que la de sus predecesores en el cargo. Así, en la primera mitad del siglo serán varios los casos de escritos jesuitas que escaparon a la censura establecida desde Roma - n o necesariamente fueron éstos de tono lascasiano- y ello es evidencia de una libertad de pensamiento algo reñida con el voto de obediencia al sentir "oficial" de la Compañía. Por ello, la carta al Provincial del Perú de octubre de 1632 es reveladora del malestar que al

escándalo de la época. Tanto López como Portillo habían asumido la tarea de exorcizar a la amante de Fray Francisco de la Cruz. Lejos de obtener algún buen resultado, ambos - l a s acusaciones contra López fueron peores- quedaron registrados como solicitantes y seductores de una mujer que poco tenía de normal. Ver Medina 1956: 64-86. Por su forma de pensar en extremo liberal, el P. López tuvo y causó serios problemas a su Orden. A más de los antes mencionado, el P. López se enfrentó a la Inquisición en defensa de la libertad de conciencia, que en su opinión lo eximía de someterse a la autoridad del Santo Tribunal. Ver también Mendiburu 1931: tomo VII, 85. 22 Vargas Ugarte 1971: 262. El subrayado es nuestro. Otro caso es el mencionado del jesuíta P. Miguel de Fuentes. Ver Ayllón 1997: 469-470. En ese mismo año de 1579 también se dio el proceso contra el P. López, considerado "alumbrado" por el Santo Oficio y procesado junto con Francisco de la Cruz. Ni alumbrado ni propiamente lascasiano sería el calificativo propio de Blas Valera, el jesuíta mestizo condenado por "fornicación" por la Inquisición, pero en verdad remitido a España por sus planteamientos reivindicativos a favor de la cultura inka en el nuevo orden colonial peruano. Bien ha señalado Hyland 1998 la osadía del cronista, al proponer una política evangelizadora fuertemente arraigada en valores culturales prehispánicos, y el malestar que ello supuso para la Orden en la difícil coyuntura que tan rápidamente hemos presentado.

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respecto se producía en la jerarquía de la Orden, pues pedía de manera especial que: "aquellas cosas que pueden ser de ofensión o de alguna queja a los Príncipes, qualesquiera que sean o a sus subditos [...]" 23 , debían ser de estricta revisión por las autoridades a cargo. Al margen de los procedimientos obviados en algunos de los casos que motivaron esa queja, es claro que al Prepósito General, P. Mutio Vitelleschi, le preocupó mucho esta tendencia "librepensadora" y, en ella, particularmente la popularidad de la crónica del P. Giovanni Anello Oliva, joven misionero napolitano que con el apoyo del provincial peruano P. Nicolás Mastrilli Durán y varios otros hermanos en la península, intentó reiteradamente alcanzar la publicación de su trabajo entre 1630 y 1634. En carta del 20 de diciembre de ese último año, reiteró acremente Vitelleschi a Mastrilli el poner orden en el asunto de la mencionada crónica: "[...] porque V. R. sabe bien que tal licencia yo no la he dado, ni convenía hacerlo hasta que se revisasen y me enviasen las censuras" (Millar 1999: 166). No se trataba del hecho de que la Congregación encargada por el Papado para la confección del Indice objetara en general las obras con "milagros y revelaciones" 2 4 , característica de los libros segundo a cuarto de la crónica de Oliva, sino del problema mayor de tratarse la obra de un escrito apegado a la temida doctrina lascasiana, siendo este punto también materia de conflicto. Al respecto reiteró el Superior jesuita su alarma: La licencia que se pide para se estampe el libro que ha dispuesto [el P. Oliva] de los varones Ilustres de esa Provincia, la he negado hasta que se vea en Roma este libro, así por la cualidad de la materia de que trata, como para que se examine si contiene alguna cosa contra lo que Su Santidad tiene prohibido que se imprima 25 .

Pese a que no conocemos en su integridad el contenido del segundo libro de la crónica del P. Oliva, la revisión paralela del manuscrito y la conocida edición 23

Millar 1999 (el subrayado es nuestro). Además del caso de Oliva, los intentos de publicación de las vidas del P. Juan Sebastián, del P. Diego Martínez, el discutido Menologio del P. Messía -censor de Oliva-, y un libro del P. Hernando de Aguilera, fueron algunos de los casos más objetados por el P. General. José Simón Díaz 1983: 27, enfatiza el hecho de que muchos autores jesuítas ocultaran deliberadamente su personalidad, y por cierto no solicitaron el permiso de sus superiores para la impresión de sus obras. 24 lbíd. La crónica del padre Oliva estuvo constituida en gran parte (libros segundo al cuarto) por una exaltada selección biográfica de insignes jesuítas cuyas vidas compuestas en la forma de un menologio eran tanto más pías que las que se pueden encontrar en la páginas de un santoral y, por tanto, contrarias a las normas eclesiásticas de la época; en la que también se advertía un control mayor de la Corona de restringir el acceso a la prensa de diversas obras. Felipe IV había firmado, por ejemplo, en junio de 1627 la ley destinada a reducir estos libros en el Imperio Hispano en general, pues "ya hay demasiada abundancia de ellos" (Simón Díaz 1983: 11). 25 La cita proviene de la obra de Torres Saldamando. En Mateos 1944: 65.

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de 1895 nos permiten sostener que fueron los j u i c i o s críticos inspirados en el pensamiento lascasiano, insertos en el libro primero sobre la historia andina prehispánica y otros temas del primer y crucial m o m e n t o de la conquista, los que determinaron la postergación de la obra del P. Oliva después de 1630 2 6 . Si bien podemos asumir que nuestro autor cita a Fray Bartolomé de las Casas sólo c o m o referencia, para dar a conocer al lector la calamitosa situación de los indios a pocas décadas de la llegada de los colonos españoles, no duda en atribuirle autoridad para informar sobre el delicado tema, y sobre todo en coincidir con él: [...] y porque en materia tan grave no quisiera hablar saccando rabones de mi pobre aljava y más haviendo años, que passó este miserable estado, refieren lo que di?en otros muy fidedignos de aquel tiempo, tan grandes religiosos y peladores de Almas, quanto lo han sido y son siempre las Sagradas Religiones de quien se pre5Íaron mostrarse hijos; y fieles ministros del Sancto Evangelio. Unos destos sea el obispo de Chiapa, D. fray Bartolomé de las Casas o Casau de la Ilustrísima Orden de Predicadores, el qual en la rela?ión que escribió de la destrucción de las Indias, donde avía estado muchos años procurando la conversión de los infieles, con espíritu verdaderamente apostólico, discurriendo de las cosas del Perú y de los agravios grandes que españoles malos christianos habían a los Indios [...] (Oliva 1998: 183. El subrayado es nuestro). Es necesario, sin embargo, señalar que esta referencia tiene para Oliva interés en cuanto Las Casas es un religioso, y Oliva es enfático en señalar precisamente la autoridad moral de los pastores de la Iglesia para críticas de este tipo. Lo que es necesario porque, sostiene Oliva, la causa de los males del Perú del siglo x v i fue la codicia "tal qual nunca he leydo de otras na9Íones". Y podría no importar cuán cierta es la información de Las Casas en La Brevísima relación... u otras de sus obras, ya que Oliva apunta al hecho moral, no a la certeza histórica; y c o m o bien ha dicho el P. Marzal respecto de Acosta, más que profesar en Las Casas

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El índice original del manuscrito del Museo Británico consigna diez biografías de sacerdotes jesuítas para el Libro Segundo. El impreso que conocemos del libro segundo (edición de 1895, de propiedad del profesor John Rowe), lamentablemente incompleto, trae sólo las cinco primeras. Como hemos sostenido antes, no hay relación entre el plan original de Oliva para sus libros segundo a cuarto y el esquema del Catálogo ordenado por la Congregación Provincial de 1630, que extrae indistintamente biografías de Padres y Hermanos en número de 25 (Carlos Gálvez Peña, en Oliva 1998: XXIV). El Catálogo de 1630 -revisado por Oliva- fue materia de "inspiración" para un menologio de parte de uno de los lectores de la crónica, el P. Alonso Messía Venegas. Este último trabajo tiene 26 biografías (agrega al P. Alonso Cortés) y se inspiró en el que está inserto en el ejemplar que hemos trabajado: ver Vargas-Hidalgo 1996.

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hay un retomar a Las Casas, y ello implica ya una cierta reelaboración del mensaje original. Pero nuestro cronista no fue del todo original al citar a Las Casas con tanta libertad pues, como sostiene Sabine Me Cormack, en la ciudad de Lima de principios del siglo XVII el debate académico interdisciplinario -entre historiadores, teólogos y juristas- tenía como tema recurrente aquel de la religión andina, que en el fondo era el de la humanidad del indio. Sin embargo, lo que aparecía ser más bien un debate que no tomaba posiciones claras, luego de la aparición de la obra de Garcilaso - q u e pone el tema nuevamente en el discurso histórico occidental- se torna en un debate orientado a valorar la concepción religiosa andina en la línea de interpretación lascasiana. Esto es, de percibirla como profunda y vitalmente cercana a la verdad teológica cristiana (Mac Cormack 1991: 385386), lo que a su vez era la base del ordenamiento político representado por la Monarquía española en las Indias. Las Casas, entonces, no sólo "regresaría" por entonces al Perú sino que lo haría en tanto que fuente original para ciertos temas y como herramienta de elaboración del discurso histórico. En palabras de Me Cormack, se trataba de usar el escrito lascasiano como modelo del uso de la filosofía y la teología europeas para la producción intelectual indiana, y en particular a partir de la lectura de la Apologética histórica.... (386). Pues, para Las Casas - c o m o señala Pagden- la historia no fue sólo crónica o autobiografía sino sobre todo historia natural y argumentación legal; y la correcta interpretación histórica debía reconciliar el hecho natural y el derecho (Pagden 1993: 54). Escribir sobre temas andinos, en la primera mitad del siglo xvii en el Perú, no sólo supondría la reelaboración del discurso histérico-cronístico del siglo xvi sino su superación mediante la inclusión del debate político-legal respecto del vínculo colonial entre la monarquía hispana y los Andes. Lamentablemente, pese a la "popularidad" y aparente difusión ganada por la obra de Las Casas, el personaje en el cual se apoyaba Oliva para la construcción de su discurso histórico-ético era uno muy impopular, pese a haber transcurrido un siglo de su muerte, cuya secuela de pensamiento había sido vista desde el reinado de Felipe II como atentatoria contra los derechos de la Corona de Castilla a la posesión de las Indias. Veamos el particular uso de la argumentación lascasiana, por Oliva. Del manuscrito original, fueron suprimidos más de diez folios (ff. 152-163) con polémicos contenidos, por los censores asignados a tal efecto por el provincial jesuíta en el Perú. Esta parte de la obra está inserta en el acápite titulado "Del estado miserable (por cierto, esta palabra está tachada) que tenía la christiandad en el Perú desde que se ganó hasta el año de 1568" (llegada de la Compañía). Una larga introducción, citando el libro de las revelaciones de Santa Brígida - u s o de autoridades y de discurso "virtuoso"- prepara al lector para la confrontación con la narración del propio Las Casas. Oliva presenta al lector nada menos que a

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Dios y a la Virgen Santísima, revelando a la santa la protesta de la Corte Celestial por los abusos y los excesos de aquellos que, pretendiendo defender la causa divina, no "procuran otra cosa sino dilattar su soberbia, y aumentar su codicia" (Oliva 1998: 180 y ss). En el discurrir de la narración sobre los abusos en Indias, la orden jesuíta ocuparía el medular rol de receptor de la queja divina y se justificaría así la "corrección" al modelo evangelizador peruano anterior, que estará en parte bajo el control de la orden de 1568 en adelante. A fin de que el lector aprecie el mérito espiritual de los primeros hijos de Loyola, describirá Oliva en los folios señalados el estado de "no christiandad" que existía en el Perú, y cita por cierto como referencias autorizadas en la materia al Padre Las Casas, a Fray Marcos de Niza -supuesto informante del primero- y a un desconocido obispo de Santa Marta, cuyo nombre no menciona y que escribe hacia 1541 una carta de denuncia al Emperador Don Carlos. ¿Los hechos narrados? Una larga lista de muertes, torturas y abusos de toda suerte, ocurridos hacia 1530-1540 en los reinos de la Nueva Granada y el Perú. Hay particular énfasis, sin embargo, en la muerte injusta de los caciques Chamba, Chapera y Copanga de Quito, y Bogotá de la Nueva Granada; es decir, de los principales señores naturales con derecho ancestral al gobierno. Asimismo, hay que tener en cuenta que - a manera de justificación- indica claramente la fuente que usa: [...] discurre muy bien sobre este puncto el Inca Garfilaso de la Vega en sus comentarios (un historiador) porque lastimándose de su tierra y patria como en aquellos años no go?ó de la paz y luz del Sancto Evangelio [...] (Oliva 1998: 191).

Ya antes, en el mejor espíritu de interpretación lascasiana - y en la línea de enfatizar las injusticias para con los señores naturales- había arrojado Oliva nuevas sombras sobre la muerte de Atahualpa y el inicio del dominio colonial en el Perú, al incluir una larga y nutrida narración (fols. 119v.-123v.) sobre la supuesta capitulación acordada entre Francisco de Chaves y Hernando de Haro con el inca Titu Atauchi, hermano del ejecutado último inca, a fin de aceptar el dominio de España y la evangelización de los indígenas. Entrevista que, supuestamente, se produjo durante el avance de Pizarro hacia el Cuzco el mismo año de 1532, y de la que no hay evidencia histórica alguna de que se haya producido 27 . Pasaje que, sospechosamente, no fue suprimido por el censor.

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Ya Raúl Porras Barrenechea dedicó brillantes páginas al análisis de la falsedad de los hechos históricos recogidos en las supuestas relaciones de Fray Marcos de Niza y de Francisco de Chaves, respecto de los primeros años de la conquista española en el Perú. Para Porras se trata de meros inventos, en el primer caso por el propio Fray Marcos, y en el segundo por Blas Valera, de donde pasa a Garcilaso. Ver Porras 1986: 699-715.

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La fuente de esta última ucronía será nada menos que el misterioso Vocabulario del proscrito jesuita mestizo del siglo xvi, P. Blas Valera 28 , por lo que no podía caer muy en gracia la obra del P. Oliva; porque, si asumimos que sus apuntes lascasianos fueron cuando menos vistos por sus hermanos en el Perú como "referencia obligatoria" de una historia sobre la evolución moral del reino anterior a la llegada de la Compañía, en algún otro lado el asunto fue interpretado como una propuesta contestataria de la Orden en temas de política del estado español, ya largamente sancionados. Y, que eran varios los que pensaban en Lima como el P. Oliva, lo prueba el hecho que el censor tachara las referencias explícitas a la "Brevísima Relación...", pero mantuviera la capitulación de Francisco de Chaves, que a la postre tenía el mismo mensaje político.

IV. La "verdad" no necesariamente se asienta en fuentes históricas Interesado por la moral - o , mejor dicho, por una historia moralizadora- y no tanto por la historia, Giovanni Anello Oliva le atribuyó rigor histórico a fuentes que nunca existieron, o que al menos no son fidedignas de los hechos históricos y que, a su vez, recogió de otros autores. Ése es el caso de la carta de Fray Marcos de Niza con la que Las Casas abre el capítulo relativo a "los grandes reinos y grandes provincias del Perú", de su Brevísima relación de la destrucción de las Indias (1953: 89-92). Oliva la copia casi por completo en su crónica de 1630, omitiendo parte del encabezamiento y la conclusión. A nuestro parecer, esa conclusión es ilustrativa respecto de la "identidad real" del franciscano Fray Marcos, quien aseguró - L a s Casas le cree, y Oliva también- haber estado en Cajamarca 29 ; pues aborda el tema del rescate no hallado de Atahualpa, que fue un tópico común entre los conquistadores en 1532, y del que Oliva no dudó. Ello llevaría a pensar, como sostenían Mendiburu y Means, que Fray Marcos estuvo en Cajamarca con el nombre de Juan de Niza, y que dejó el Perú poco después de dicho episodio. Pero ello no es concluyente de su presencia en los sucesos de la conquista, pues "Juan de Niza" es, en opinión de James Lockhart, el más oscuro personaje del reparto y su mención no la recogen cronistas como Cieza y Herrera (Lockhart 1972: 95 y 440-441). Por su parte, Porras sostuvo que Fray Marcos

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Con muy pocas variantes refiere Garcilaso (1919: 254 y ss.) la misma historia y los detalles de la inexistente capitulación, sin mencionar su fuente. La pregunta natural es: ¿Leyó Oliva esta historia en Valera o en Garcilaso? 29 Hasta principios de este siglo se sostenía lo mismo, basándose en estudios críticos decimonónicos sobre las crónicas: ver Means 1928: 415-416. Lo propio sostenía Mendiburu (1931: 119-120), quien además da detalles de su vida en México -donde muere- y del estrecho vínculo que unió a este fraile con Las Casas, alertando asimismo de la fama de "inexacta" que ya en su época tuvo la "Historia del descubrimiento de las siete ciudades de México" que escribió.

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de Niza llegó al Perú sólo en 1534, con la expedición de Pedro de Alvarado y en realidad a Quito, y no a otro lugar; y lo que es peor, lo acusa de inventos graves sobre los hechos de Cajamarca y sobre la historia prehispánica del actual Ecuador. A Niza y a sus fantásticos relatos, los retomará después Las Casas y, en el siglo xvm, el jesuita P. Velasco (Porras: 700-703). Ambas posibilidades, la estancia en el Perú con otra identidad o el conocer los hechos sólo de oídas dos años después de producidos, son factibles teniendo en consideración los azarosos tiempos de la conquista ¿Como sucedió con Las Casas años antes, se trata de la dramática conversión de soldado en Cajamarca a franciscano defensor de los indios, tan apasionado como para inventar lo que no sucedió? Puede ser ése el caso, y también el que como religioso Niza no estuviera en la captura y muerte del inca y, por tanto, nunca fuera como sostuvo "[...] parte para se lo estorvar [...] con quanto prediqué" (Carta de Fray Marcos de Niza, citada en la obra de Las Casas y Oliva). Por el contrario, hasta le habría tocado parte del rescate. Para quienes lo siguieron después, no fue importante el contenido de sus páginas sino la intensidad emocional de las mismas. En este caso, el P. Oliva cita libremente a Las Casas, sin darse cuenta que éste por su conocido apasionamiento incluye información históricamente errada. Podríamos concluir a primera vista que responde Oliva a lo que Francisco Esteve Barba ha denominado las "refundiciones" y "plagios de crónicas", característicos de la historiografía indiana y del barroquismo del siglo xvn. Además, sostiene este autor, por lo general el cronista religioso se "apasiona [...] por los indios y se pone enfrente de los conquistadores". Y para lograr con éxito sobre todo esto último, "no falsean la verdad, la dejan incompleta" (Esteve Barba 1992: 9 y 19). Como hemos sostenido, el cronista Oliva fue menos simple, pues la información -aunque sin comprobación mayor que la de ya estar impresa y en circulación- lo ayuda a relevar una verdad mayor, que es la del ensalzamiento de la acción benéfica de las órdenes religiosas en los Andes, y por ello la selecciona intencionalmente. Dada la distancia temporal de los hechos de la conquista y del conocimiento directo de los que en ellos participaron - a no ser por algún informante indígena, expresamente señalado-, el P. Oliva sólo quiso hacer un balance de fuentes ya conocidas; aunque algunas sean para nosotros hoy un misterio, como el Vocabulario Histórico de Blas Valera. Privilegió, por tanto -como bien ha señalado Rolena Adorno-, la validez del dato en tanto que relacionado con los demás, pues allí es donde se aprecia la coherencia interna de las fuentes que ha escogido30: tal como él concibe la coherencia de las fuentes y de su propio mensaje, sería bueno agregar.

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Adorno 1999: 37. En estos últimos años, ante la noticia de unos manuscritos que comprometen la obra y la personalidad del P. Oliva, así como la de otros cronistas (Garcilaso,

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En su ambición de información "cierta" -moralmente cierta- nuestro cronista transcribió y copió, aunque no supiera con exactitud si lo que se decía en la fuente reseñada era cierto o no, de acuerdo a otra concepción documental de la historia: este mismo paradero [el olvido y la destrucción] avían de tener el día de oy todas aquellas historias con sus authores que en escribirlas se apartaron de la Verdad forjando en ellas monstruosas mentiras. Por eso huiendo dellas no diré cosas inciertas y dudosas sino muy sabidas y averiguadas [...] (Oliva 1998: 11).

Naturalmente, esta cita nos revela la clara intencionalidad del cronista en la elección de los autores, pues todos son decididamente pro-andinos: Cieza, Garcilaso, Zárate, Valera y por cierto, Las Casas. Oliva apunta a su Verdad como misionero y religioso, pues si el libro primero no preparara el camino narrativo de los tres posteriores, ¿cómo entender correctamente la obra de la Providencia, manifiesta en la evangelización jesuíta? Además, no sería justo pedirle una crítica moderna de la información que usa pues, como sabemos, en la historiografía previa al siglo xix no era necesaria la prueba de las afirmaciones contrastadas 31 para que la historia escrita adquiriese categoría científica. Oliva preparó su discurso histórico en una escenografía andina, la de la historia de los Incas (Pease García-Yrigoyen 1995a: 96). Ahora bien, en lo segundo - l a elección de las fuentes y los motivos para esa elección- sí queda clara la postura ideológica del P. Oliva. A este respecto, resulta ilustrativo regresar al tema de la capitulación entre Titu Atauchi y Francisco de Chaves, y sus implicancias para el establecimiento del orden colonial en el Perú. Ya hemos dicho que Oliva toma o retoma el tema originalmente tratado por Valera y Garcilaso, y no creemos lo haya hecho simplemente por copiar información. Es importante entender que, en la secuencia narrativa del P. Oliva, el desarrollo de la supuesta capitulación cierra la parte de

Valera, Huamán Poma de Ayala) es necesaria la mayor cautela y la crítica heurística más precisa. Trabajos como los de la Dra. Adorno son la vía más segura para enfrentarse a viejas y "nuevas" fuentes. 31 Pease 1995a: 214-215. A partir de la preocupación por apreciar a las crónicas y el trabajo crítico de los cronistas - c o m o historiadores modernos- para proveer de información cierta sobre los Andes prehispánicos, se entiende por ejemplo la opinión negativa de Ake Wedin a la obra de Oliva, y en general a los cronistas, que considera meros "transcriptores". Claro está , si buscamos información andina de primera mano, no será Oliva la fuente más indicada -pese a la aludida información del quipocamayo Catari-, pero no reside allí su valor sino en ser expresión de una forma de escribir y entender la historia, tomando distancia de los Andes prehispánicos para aceptar los Andes coloniales. Y ya en ese derrotero se encontraba Valera cuando escribió el supuesto Vocabulario histórico. Wedin 1966: 91 y ss.

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la narración referente a la autonomía andina. Atahualpa es muerto -"murió con grandes lágrimas a manos del tyrano y de su verdugo" (Oliva 1998: 139)- y con ello se inicia propiamente el dominio hispano. A partir de este momento, concluida la narración sobre los hechos políticos de los incas, a Oliva sólo le queda una cosa más por hacer, y es intentar un balance teológico de la religión andina. El inca es simbólicamente un fratricida pecador y, al mismo tiempo, un pecador redimido por su propio arrepentimiento y por la injusta condena a que se le somete; la que no hubiera sido posible si es que su embrionario conocimiento del mensaje redentor del Evangelio no se lo hubiera permitido, al cual obedece también su conversión y bautizo. Con delicadeza, Oliva ahorra al lector un juicio moral sobre Pizarro, y prefiere encontrar en Francisco de Chaves el caso ejemplificador de lo que en el fondo está proponiendo: la conquista puede reorientarse éticamente. La Providencia actúa a través del hombre, incluso a través de un soldado como Chaves. Y finalmente, los indios también están llamados a redimirse del pecado de su idolatría, porque en el fondo de sus conciencias ya conocen a Dios. La misión debía entonces ser conducida por los religiosos. En este interés por las figuras arquetípicas, poco importa quién fue realmente Francisco de Chaves, nombre que fue común a tres conquistadores; ninguno de los cuales pudo haber manifestado tal grandeza de espíritu por algunas razones que conviene recordar, para descubrir si estamos en verdad refiriéndonos al verdadero conquistador de ilustre familia trujillana y favorito de Pizarro (Lockhart 1972: 149). En este caso, la tendenciosa inventiva de Blas Valera -seguida por el P. Oliva- hace aparecer en Cajamarca a un personaje que llegó al Perú después de este trascendental acontecimiento, y, si bien es cierta la preferencia del gobernador por él, se debía esto a los vínculos familiares extremeños y no a la cercanía entre ambos durante el descubrimiento y conquista del Perú 32 , como sostuvo Valera. Usó Valera la verdad histórica de la amistad entre Chaves y Pizarro para darle veracidad al "hecho", moralmente condenable, de haberse supuestamente retractado Pizarro del reconocimiento inicial dado a los acuerdos entre Chaves y Manco Inca, para reconocer a este último como legítimo soberano del Perú. Este incumplimiento motivó el "justo" levantamiento y cerco del Cuzco. Y Oliva suscribe entusiásticamente lo señalado por Valera, al respecto. Pero este Francisco de Chaves conquistador fue, en la realidad histórica del siglo xvi, personaje de gran crueldad con la población indígena; lo que lo descarta también para encarnar el modelo de rectitud propuesto para el personaje de parte de Vale-

32

Ibíd., 152. El beneficio de Chaves fue el de haberle asignado Pizarro una rica encomienda de indios, y el prestigio del que gozó hasta la muerte del marqués conquistador.

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ra, Garcilaso y Oliva 33 . Los otros dos posibles Chaves no estuvieron relacionados a Pizarro y, si bien uno de ellos pudo -también en opinión de Porras- haber estado en Cajamarca, fue más bien hombre de Almagro, e incapaz de una elevación espiritual e intelectual tales como para concebir la supuesta generosa capitulación. El tercero de los posibles Chaves, acaso pariente del primero mencionado, fue bastante más piadoso y amigo de los indios, pero tampoco estuvo en Cajamarca 34 . Este reacomodo de la historia sirvió para darle fuerza a una crítica de las acciones de los primeros españoles, y abrir la puerta a nuevas posibilidades utópicas; si bien es cierto -concluirá Oliva a partir de este relato- que la Providencia permitió obrar a un Pizarro, también hubo un Chaves.

Conclusión: las armas de un historiador del siglo xvn Son estos dos tópicos históricos - e l de las impresiones de Fray Marcos de Niza sobre la conquista y el de los acuerdos entre "Francisco de Chaves" y la dirigencia inca, entre otras varias- claro ejemplo de una retórica destinada a convencer a un lector, indiano y español, de las contradicciones del dominio hispano y arrojar una sombra sobre "el legítimo gobierno" por parte de la Corona; pero también de la providencial intervención de la obra civilizadora y misional española, y naturalmente en particular de la Compañía de Jesús. Como conclusión preliminar, pensamos no es casual que la cita de la obra de Las Casas por el P. Oliva incluya precisamente la famosa relación del franciscano Fray Marcos de Niza -discutida fuente del obispo de Chiapas- y la nunca dada capitulación entre Francisco de Chaves y Manco Inca, copiada de la obra de Valera (¿o tal vez de Garcilaso?). Precisamente es este tema el que encierra la clave del "programa de reorientación" que se buscaba hacer realidad para el dominio hispano del Perú y de los Andes en general, tal como lo entendería la Compañía de Jesús a través de Oliva. Conviene, pues, tener presente las condiciones de las "Capitulaciones" entre Chaves y Titu Atauchi. Son seis los puntos contenidos en los "fantásticos" acuerdos, algunos propios de la mentalidad misional - e l perdón de las ofensas, la amistad entre indios y españoles, la liberación de los indios prisioneros- y otros, los más interesantes desde luego, lo eran por sus implicancias políticas en el rol

33 Ver Porras 1986: 704-707. Para Porras, el origen de la leyenda de Francisco de Chaves está en la supuesta identidad entre Alonso de Chaves, conquistador jerezano de Chachapoyas y amigo del capitán Luis Valera -padre del cronista Valera-, con el conquistador Chaves, amigo de Pizarro. Claro está, el autor de ello es el propio Valera. 34 Los datos biográficos y las carreras "peruleras" de estos hombres también están recogidas y reseñadas en Busto Duthurburu 1986: 417-420.

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de la Orden y la postura del estado en relación a ello. Hay tres, que vale la pena recapitular en detalle: a) el reconocimiento por parte de Pizarra y de la Corona, de Manco Inca como legítimo heredero de la corona imperial, b) el reconocimiento de las leyes incas, si éstas no contradecían los principios morales cristianos c) el reconocimiento de todos los puntos reseñados por parte de la Corona (Oliva 1998: 143-144). ¿No estamos acaso ante un claro y legalista pedido de mantener la autonomía andina, en una suerte de protectorado misional ejercido simbólicamente por la Corona española y ejecutado por la Compañía, y en el que la elite nativa tuviera un rol menos decorativo del asignado? Recordemos que, a lo largo del siglo XVII y del xvm, la orden jesuita pondrá especial dedicación a la construcción de ese modelo tolerante de evangelización que haya sido, acaso, su logro mayor. Esa utopía misional, que tuvo en Juli y en el Paraguay sus mejores exponentes para América del Sur, era en efecto -como bien propone Manuel Marzal S.J.- la vía para relanzar el modelo colonial. Empero, este autor cree que el modelo misional era sólo aplicable a la periferia del virreinato peruano, por propia decisión de la orden (Marzal 1992: 761); y, si ese hubiera sido el caso, ¿por qué reinterpretar la historia en términos tan críticos en las áreas centrales, dejando expuesta también una crítica al poder de la Corona allí? ¿Por qué debía la historia escrita explicar y fundamentar el accionar jesuita, a partir de un relato, que -como dijimos anteriormente- proveía de una tendenciosa escenografía a la nueva propuesta del accionar de las órdenes religiosas y el estado? Ello podría revelar la posición de algún sector en la Compañía de Jesús, digamos "revisionista", respecto de la conquista española, y el inicio de un discurso orientado a la reflexión histórica en el espíritu de la "restitución"', una asimismo, reelaborada cien años después. Este debate "neolascasiano", una centuria después de los hechos de Cajamarca, supuso un nuevo tipo de crítica al orden colonial que no atendía, por cierto, a los problemas del siglo xvi. Ello requiere de nuestra parte un análisis mayor, ¿cuántas otras motivaciones, acaso, ni siquiera sospechamos? No debemos perder de vista el hecho de que se trata de una sociedad premoderna y, sin embargo en el filo de la modernidad misma. Una pista en este sentido nos la da el trabajo de Bernard Lavallé sobre la revitalización de los plantamientos lascasianos en la provincia dominica de Quito, en la primera mitad del siglo X V I I , como clara expresión de un sentimiento nacional criollo, que no sólo se expresaba a través de estos debates sino que revelaba una cada vez mayor complejidad ideológica (Lavallé 1993: 79-101 y 170). Aparentemente esto fue lo que sucedió con la crónica de Oliva, demostrando así estar insertos la obra y su autor en un contexto que -como también ha señalado el P. Jorge Clavijo- era de oposición entre las órdenes religiosas y la política centralizadora de la Corona. Acaso lo que este autor denomina "historias oficiales" de las grandes órdenes religiosas sean

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-debidamente releídas- precisamente las fuentes para conocer más sobre el distanciamiento entre éstas y el Estado (Clavijo 1999: 231,247 y 256), en una época en que las posibilidades de enfrentarse a la Corona eran pocas y riesgosas, y la crítica tenía que hacerse de manera muy sutil. Y es en el terreno de la sutileza argumentativa que la crónica del P. Oliva podría ser también reinterpretada, y arrojar nuevos datos sobre su proceso de creación. En reciente y novedoso estudio, Luis Bacigalupo se ha ocupado de la relación entre escepticismo y catolicismo entre los siglos xvi al XVIII, y el rol de la doctrina del probabilismo al interior de la Compañía de Jesús. El enfrentamiento interno entre el Estado y la ley, del individuo y la libertad en casos de dudosa interpretación moral, devino ya no sólo en una doctrina meramente especulativa sino también en una posición política que enfrentaba a las autoridades civiles y eclesiásticas (Bacigalupo 1999: 259-260). Y la interpretación histórica, por otra parte, bien podía ser sujeto de revisión, análisis y discusión; por ser expresión de determinada postura política. Si, como mero ejercicio, aplicamos las condiciones de la razón probable que propone Bacigalupo (1999: 269) - a saber: estar apoyada en sólido fundamento, que no se siga de ella un absurdo, y que no se oponga a la Escritura, la tradición, a los Padres y/o definiciones de la Iglesia- a las dos escenas históricas sobre la conquista desarrolladas por el P. Oliva en su crónica podemos concluir que el autor no estuvo muy lejano a cierta tendencia de razonamiento conocida como Probabilismo. Con el tiempo se llegó a acusar a la Compañía de difundir una doctrina que era, en sí misma, una invitación a la sedición política; a lo que los probabilistas se opusieron argumentando que, si bien era lícito seguir la ley (ergo, al Estado), lo era en la medida en que el optar por seguir la ley se justificara, si ésta fuera sólidamente probable (Bacigalupo 1999: 276). Lo que, llevado a la reflexión política, podía convertirse en una trampa porque, dependiendo de la información con la que se construyera determinado razonamiento y los juicios de él derivados, la obediencia al Estado podía quedar mal parada, por ser moralmente endeble. Si los fundamentos de un juicio, en este caso histórico, eran sólidos - y lógica y moralmente lo eran, para nuestro autor- los buenos lectores católicos, ante la duda moral, podrían escoger la opinión favorable a la libertad de los indios. ¿Qué lado escogería el lector del siglo xvn, enfrentado a escoger entre los argumentos morales de Francisco Pizarro, y los de Francisco de Chaves o Fray Marcos de Niza? En el caso de la crónica del P. Oliva, el mensaje último no careció así de trasfondo político ni estuvo desligado tampoco del mensaje misional: consumada la conquista de los Andes, la utopía del Evangelio era misión de la Compañía de Jesús y no de la Corona de España; y los jesuítas ya habían asumido el mensaje de conversión pacífica puesto en marcha por Las Casas, y al mismo tiempo se habían opuesto en el concilio de Trento a la necesidad de la jurisdicción episco-

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pal -manifiesta en la estructura parroquial 35 - controlada, por cierto, por el Estado. La misión -nuevamente al decir de Manuel Marzal- fue la vía para superar tanto a la conquista como al propio P. Las Casas. Este debate se enriquece, si tenemos en consideración su correcto contexto. En el siglo xvn, la Europa católica se preparaba para los cambios por venir. La crisis de los poderes del Estado en las monarquías católicas dañó los respectivos sistemas políticos, como sostiene Paul Kleber-Monod; pero más importante aún fue el consiguiente cuestionamiento a la propia mediación real. La progresiva pérdida de confianza en la monarquía trasladó la responsabilidad moral del rey a la comunidad, y así el individuo -religioso o laico- debía manifestar su compromiso con los asuntos del mundo y de la historia. La Gracia ayudaría a la primacía del correcto juicio interno y personal. Para Kleber-Monod, se produjo entonces una reacción "interiorista" contra la laxitud moral 36 . Ese sentimiento llegó a la historiografía y en general al discurso escrito, única vía para expresarlo. En el Perú del siglo XVII, para dejar atrás la "historia" había que reescribirla; y esta nueva y "moderna" historia, anclada en la tradición hispana y andina pero sobre todo cristiana y redentora, debía optar por la libertad y los derechos naturales de los peruanos, y legitimarlos en el pasado. Ese era precisamente el reclamo de mayor autonomía para el fuero de la conciencia personal (Bacigalupo 1999: 300) y, consciente de ese pedido de sus contemporáneos -seguramente con modestia, pero con sincero y riesgoso entusiasmo-, el P. Oliva tomó la pluma 37 y se hizo cronista para decir su Verdad. Bibliografía Adorno, Rolena (1999): "Criterios de comprobación: un misterioso manuscrito de Nápoles y las crónicas de la conquista del Perú". En I. Arellano y J. A . Rodríguez Garrido (eds.): Edición y anotación

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35

Brading 1993: 196 y 207. No en vano le dedica Oliva - l o que también fue materia de censura- un acápite a la salida de los jesuítas de la doctrina de Huarochirí (Oliva: 257 y ss.). 36 Cléber-Monod 1999: 194,196 y 198. 37 "Estas y otras hazañas dexo de escribir, assí porque no son de mi argumento ni professión, como también porque los podrá [leer] el curioso lector en los authores que las traen en sus historias y solamente me quiero contentar de haver echo mención en esta [...]" (Oliva 1998: 154).

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El indigenismo colonialista. El oidor Matías Lagúnez y la reflexión en torno a la explotación laboral indígena en el mundo andino a fines del siglo xvn Ignacio González Casasnovas Fundación Mapfre Tavera (Madrid)

Si la búsqueda y explotación de metales preciosos desempeñó un papel esencial en expansión en los territorios indianos, y más aún en la distribución y forma que adquirió luego el dominio administrativo colonial, en el caso de los territorios andinos del Alto y Bajo Perú la relevancia de la economía minera condicionó de forma esencial la organización inicial y el desarrollo social y económico posterior a lo largo de todo el período colonial. Gracias a los trabajos de Bakewell y, fundamentalmente, de Assadourian conocemos los hitos de un proceso que acaba por imponer, en la década de 1570 y bajo el virreinato de Francisco de Toledo, un modelo económico que, a partir del eje dinamizador de Potosí, determinaba una mercantilización general de las relaciones entre los distintos grupos sociales de la zona 1 . La vinculación del estado a ese proyecto mercantilizador se mostró, obviamente, esencial. Fue el gobierno colonial quien, con su compromiso de abastecer - a través del sistema coactivo de la mita- a la industria potosina de la cantidad suficiente de trabajadores y reservándose el control de la producción y distribución de un insumo fundamental - e l azogue-, impulsó el impresionante cambio tecnologico que experimenta la minería potosina en esos años y que se refleja en los fabulosos rendimientos que se obtienen del cerro hasta, aproximadamente, 1595. Potosí quedaba, de ese modo, intimamente ligado a la lógica del poder colonial, por un lado, y por otro convertido en el centro dinamizador de un vasto espacio económico a través de una clara subordinación, a su desarrollo, tanto del resto de actividades mercantiles de la región como, sobre todo, del mundo indígena, obligado a desplazar periódicamente al yacimiento un significativo porcentaje de sus recursos humanos y economicos.

1 De los trabajos de Carlos Sempat Assadourian, que abrieron el camino a la comprensión del entramado económico en torno a Potosí, y entre su abundante producción destacamos los trabajos de 1979, 1982 y 1994. De la obra de Peter Bakewell, más centrada en las cuestiones tecnológicas, sobresalen los de 1977 y 1984.

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Sin embargo, y desde el mismo instante de su fundación como organizador de la economía altoperuana, la evolución de Potosí y su sistema se caracterizó por una constante disminución en la cantidad de trabajadores forzados que llegaban anualmente al yacimiento. Tales carencias traducían, a su vez, la formación de una confusa red de complicidades materiales entre los distintos sectores de implantación rural (jerarquías indígenas, corregidores, hacendados, doctrineros) para ocultar al Estado, y al subsidio a la economía minera que la mita representaba, la mayor fracción posible de fuerza de trabajo o recursos materiales; con distintos altibajos, el mecanismo había funcionado más o menos correctamente hasta los años cuarenta del siglo xvn, y el propio grupo de los azogueros potosinos lo aceptaba en la medida en que la conversión de la mita en una contribución monetaria ('indios de faltriquera', 'indios de plata') representaba una notable fuente de financiación para los costos de una explotación que generaba altos rendimientos. Toda esta evolución había venido acompañada de un intenso proceso de relocalización de la población indígena, que había terminado por consagrar una nueva categoría social: el 'indio forastero', aquel cuya residencia -temporal o permanente- se emplazaba fuera de su comunidad de origen. La amplitud de los movimientos, y la dificultad de control que implicaban, suscitaron pronto (desde 1620 en adelante) un intermitente pero intenso debate en todo el virreinato, cuya argumentación recurrente giraba en torno a la necesidad de una nueva 'numeración general', como la realizada por el virrey Toledo, para esclarecer la nueva organización demográfica y económica del área surandina. La amplitud y la hondura de esos debates apenas han empezado ahora a ser conocidas en los últimos años. AThierry Saignes debemos la primera - y fundamental- valoración de la extensión y los contenidos de esta discusión (la "cuestión potosina", de acuerdo a su definición) 2 . Todos los estamentos administrativos (virreyes, oidores, oficiales de hacienda, corregidores...), todos los agentes sociales (mineros, hacendados, clero, órdenes religiosas, comunidades indígenas...) intervinieron, en mayor o menor grado y con más o menos intensidad, en el debate en torno a Potosí y su mita. Tal y como todos percibieron, aquella era en realidad una discusión sobre la forma en que el poder colonial se había organizado en el Alto Perú y la necesidad de continuar, reformar o cambiar radicalmente aquel modelo. Como había sintentizado con claridad un virrey, Potosí era "la yedra que a un tiempo come la pared y la sustenta".

2 Su prematura desaparición privó a Saignes de resumir sus esenciales aportaciones en una obra panorámica. De entre las muchas contribuciones dedicadas a estas cuestiones, sobresalen las de 1984 a y b; la mejor visión de conjunto en 1985.

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En conjunto, ese largo debate de "la cuestión potosina" - q u e , de hecho, no debe darse por cerrado hasta la abolición de la mita en las Cortes de Cádiz- fue, en primer término, un debate de carácter económico-administrativo, ya que el objeto principal de atención era la economía minera de Potosí y el funcionamiento del sistema de trabajo coactivo puesto a su servicio. Pero había más aristas: en la medida en que, a la postre, se analizaban y enjuiciaban a la luz del potente foco potosino las relaciones entre las diversas instancias sociales y de cada una de ellas con el poder colonial - y , por tanto, se revisaban las repercusiones del sistema colonial sobre la sociedad surandina-, la polémica se adentraba también en el terreno de la reflexión política y sociológica sobre la organización de la sociedad en el hinterland potosino. Y más aún: una notable dimensión moral y religiosa recorría en lo profundo la discusión: como ya había ocurrido en un contexto bien diferente en el siglo xvi, contemplando la situación de las comunidades indígenas sometidas a la coacción 'mitaria', quedaba una vez más en evidencia el dilema entre la lógica rentabilizadora del mecanismo colonial y el impulso ético (cristianización, civilización) que, desde sus primeros pasos, había presidido el discurso justificador de la empresa americana. Hay, en suma, una notable dimensión reflexiva e intelectual en el conjunto de la llamada "cuestión potosina", tanto por la duración y frecuencia del debate como porque quienes en él se adentraron lo hicieron -casi siempre- desde intereses particulares pero con una mirada de conjunto, guiados por la necesidad de encajar en el "orden colonial" sus aspiraciones individuales o de grupo. Trazar una nómina detallada de sus principales manifestaciones y, sobre todo, adentrarse en la valoración de sus aportaciones como reflexión sociológica, política o moral, debería ser una de las prioridades de la historiografía colonial andina, dejando atrás los reparos a reincidir en unas fuentes (la documentación "oficial") sobre las que pesa demasiado la maldición de haber sido exprimidas por una historiografía prohispanista en el enfoque, limitada a los análisis ético-jurídicos, y apegada lo episódico en la metodología. Unas fuentes, por contra, que muestran cada vez con más claridad su validez para evaluar las alternativas de las políticas estatales respecto a las transformaciones de las sociedades a las que se aplican, y estos cambios - a su v e z - en función de los intereses y preferencias manejados en un momento dado por las máximas instancias del poder político 3 . Las siguientes páginas tratan de

3

E. Tándeter, 1995. Aunque reagrupa textos anteriores, el caso más reciente y brillante de las posibilidades que ofrecen estos planteamientos se encuentra en el conjunto de trabajos de C.S. Assadourian 1994. Ya Barnadas (1973: 299) había adelantado esta línea interpretativa al señalar que "la justificación de un determinado sistema de categoría no puede hacerse fuera de la apreciación concreta del contenido mismo en que se encuadran [...]".

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llamar la atención sobre uno de los momentos más significativos - y también más olvidados- de esa peculiar historia intelectual de la historia surandina4. *

*

*

En el tramo final del siglo xvn (1683-1689) la amplitud de las alteraciones en los patrones ocupacionales y en las relaciones económicas provocadas por el intento frustrado de extender y reforzar el sistema de trabajo coactivo que garantizaba la provisión de mano de obra al centro minero de Potosí habían generado, entre las jerarquías administrativas peruanas, la casi unánime convicción de la necesidad de revisar las medidas políticas desplegadas en la década anterior. La opinión también era compartida -con no menos intensidad- por el propio virrey, el Conde de la Monclova, quien contemplaba los asuntos peruanos desde la experiencia vivida en Nueva España y, en el caso concreto de los problemas mineros, sus propuestas se acercaban así, forzosamente, hacia la preferencia de mecanismos exentos de coacción con los que se garantizaba, en teoría, una mayor capacidad de reproducción de las economías indígenas. Con la certeza de proceder a una minuciosa revisión de la política desplegada por su antecesor, y con una voluntad de acción política ya claramente definida, el virrey Monclova abordará en los últimos meses de 1690 la resolución de la crisis abierta por la retasa y el nuevo repartimiento de mita. El elemento básico de esta proyectada política revisoría será la Junta que, convocada en el mes de diciembre, con la presencia de las principales instancias políticas de la región y durante cerca de quince meses, iba a proceder a la valoración de los procesos sociales y económicos desarrollados en el Alto Perú a partir de 1689, del papel jugado por el sistema de repartimientos mineros en esa realidad y, en definitiva, a arbitrar las medidas necesarias para reequilibrar la situación tras las alteraciones surgidas el año anterior. La pequeña historia de esta Junta, olvidada hasta ahora por la historiografía, encierra a nuestro juicio uno de los episodios más trascendentes de la historia americana durante el período colonial. En sus discusiones puede encontrarse lo que probablemente constituya, tras los debates suscitados por el lascasismo durante el siglo xvi, el testimonio más rico y vibrante del esfuerzo crítico desarrollado por algunos sectores de la sociedad americana, a lo largo de toda la dominación española, para reformar las desviaciones del ordenamiento económico y social que se desplegaba bajo la realidad colonial.

4 Estas páginas resumen nuestra investigación (2000) sobre los problemas potosinos, su importancia y su tratamiento por el aparato administrativo colonial andino.

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Ejemplos similares, y no de escasa talla, habían tenido lugar antes y se encuentran también en años posteriores. Entre ellos, el proyecto abolicionista de la mita de Potosí impulsado por el virrey Lemos ocupa, sin duda, el lugar más destacado. Pero es en los ignorados acontecimientos de 1691-1692 donde es posible identificar la conjunción de algunos factores que nunca antes, desde los turbulentas décadas centrales del xvi, ni con posterioridad volverán a confluir: I o ) la presencia de una intensa coyuntura crítica, ante la gravedad de los procesos disruptores que precipitan las medidas del Duque de la Palata (1681-1689), en una región estratégica dentro de la geografía política de la Monarquía Hispánica; 2 o ) una firme actitud revisionista por parte de la más elevada instancia política de la administración colonial, expresada en la manifiesta repulsión con que el virrey Monclova enjuiciaba la dinámica y los efectos de los repartimientos coactivos de trabajadores indígenas para la explotación minera; y, por último, 3 o ) la formulación de un elaborado discurso, minucioso y revestido de una irreprochable argumentación legal, en el que puntualmente se revisa el desarrollo histórico anterior del área surandina para enunciar la propuesta de un sistema de organización económica y social: lo que supone la reversión del modelo que sustentaba, desde los años setenta del siglo anterior, el dominio colonial sobre el Alto Perú. Si esta triple conjunción se hizo realidad fue, en gran medida, por la presencia en estos procesos de una figura portadora de una sustancial trascendencia histórica: el oidor de la Audiencia de Lima Matías Lagúnez, a quien le correspondió ejercer el oficio de fiscal durante la Junta convocada por el virrey Monclova y cuyo "Informe sobre la mita de Potosí" - e l texto que preparó para sustentar en las reuniones de la Junta la necesidad de replantear la política de repartimientos mineros- esconde una disección de la realidad histórica surandina del siglo XVII de una precisión y lucidez comparables tan sólo a las de la Política Indiana de Solórzano. Cuando en noviembre de 1691 se incorporaba como fiscal a la Junta convocada para examinar las repercusiones de la Numeración, lo hacía avalado por una bien ganada reputación de administrador polémico y estricto gestor durante su permanencia en la Audiencia de Quito, donde había emprendido virulentas campañas contra el absentismo de los doctrineros y, especialmente, contra la intensa explotación laboral de los trabajadores indígenas en los obrajes. El virrey, por su parte, no sólo tenía perfilada la dirección de su proyecto reformista, sino que confiaba plenamente en el instrumento sobre el que planeaba sostener la defensa argumental de aquel, y del que iba además a extraer los medios ejecutivos para llevarlo a la práctica: el informe fiscal de Lagúnez. La compenetración entre ambos había surgido probablemente de inmediato y, de hecho, parece haber sido el propio Monclova - a l percibir la capacidad crítica y la solidez teórica de

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Lagúnez- quien instó a éste a encarar los problemas derivados de los repartimientos con toda la extensión y detenimiento que fuese necesario. Enríquez había acudido a Lima con la famosa "Encuesta" realizada entre los capitanes de mita en marzo de 1690, cuando ya eran palpables la amplitud de los desajustes ocasionados por las disposiciones del año anterior, como argumento principal sobre el que sostener la continuación de la mita. La visión que el documento presentaba de la realidad social y económica de Charcas, aunque deformada, suponía en principio un importante obstáculo para argumentar las dificultades que atravesaban las economías indígenas a la hora de responder a los repartimientos y demás imposiciones externas, y exigía sin duda una respuesta que manifestase toda la complejidad de los procesos de desgaste demográfico y económico en los que estaban inmersas las comunidades surandinas. Lagúnez no pudo satisfacer de forma más completa esta tarea de formular, por vez primera en la historia de la jurisprudencia andina -tal y como él y Monclova se enorgullecían en proclamar-, una "defensa formal" del colectivo indígena. Su 'representación fiscal', dilatada a lo largo de más de mil doscientos folios, constituye en realidad un texto imprescindible para el conocimiento de la articulación económica, política y social de los Andes meridionales en el último tercio del siglo. Por la minuciosa sustentación de sus aseveraciones, el detalle en la presentación de los distintos desarrollos económicos y sociales de la región, la elaborada concatenación de los argumentos y la dimensión de profundización reflexiva y crítica en el desenvolvimiento de la economía colonial que implica, el Discurso de Lagúnez se erige como un documento único cuya valía resulta tan sólo superada por la magna labor de Solórzano en su Política Indiana (1647), una de las principales - s i no la primera- fuentes de las que parte la reflexión de Lagúnez. Su trascendencia y el casi total olvido del que hasta ahora ha sido objeto le hacen merecedor de un análisis tan detallado de sus contenidos que constituiría, por sí solo, obra de dimensiones similares. Aquí nos limitamos a destacar lo más esencial de sus argumentaciones para poder así mostrar la originalidad y, sobre todo, el calado de la reflexión crítica en torno a la cual giraría la discusión sobre el desarrollo del estado indiano en Charcas, y de la que partirán las profundas medidas rectificadoras que se instrumentarán en estos años.

1. El "Discurso sobre la mita de Potosí" Lagúnez arrancaba su representación justificando la orientación correctora de sus propuestas en la intensidad de la crisis que atravesaba el virreinato tras el fracasado intento de reactivar la política de repartimientos mineros: una "revolución y descomposición universal del Reyno" -calificaba-, como ponía de relieve el que "en ningún tiempo ni las quejas de los indios han sido tantas, ni el descon-

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suelo de los pueblos tan grave, ni los achaques tan complicados, ni los remedios tan difíciles" (Lagúnez: f. 3v.). A partir de esta incontestable situación crítica, el texto proseguía con la presentación de los principios sobre los que asentaba el discurso en su conjunto: de un lado, el empeño por la consecución de una práctica pública que diese cabal cumplimiento a la legislación reguladora de la situación laboral de las comunidades indígenas 5 , en la que Lagúnez -minucioso conocedor para entonces de la normativa indiana- encontraba un instrumento político de suficiente firmeza; de otro, y en confluencia con el estado de opinión que enmarcaba las sesiones desde su inicio, una tajante advertencia sobre la necesidad de revertir, hacia las economías campesinas, la atención prioritaria que hasta entonces había prestado la administración a los problemas de la explotación minera. De manera especial, esta última orientación era destacada por Lagúnez como "lo más principal de la materia de la mita y la llave maestra y farol" para interpretar su representación; y se cuidaba sobre todo de enfatizar la continuada presión ejercida de manera permanente por el empresariado minero, y la facilidad con que los políticos peruanos habían cedido tradicionalmente a ellas: [...] estas pretensiones [las del gremio de azogueros] en adelante no sean con tanta fuerza como en lo pasado, como si se pidieran esclavos y se tuviera derecho de compra a ellos. Son libres [los indios] y no se pueden pedir ni conceder con la facilidad que se han pedido y concedido en muchos gobiernos (ff. 75-75v.).

Lagúnez asentaba así lo que constituye una de las aportaciones más trascendentales de su Discurso', una explícita y dura condena de la secular pasividad del gobierno colonial frente a la explotación indígena; actitud respecto de la cual - y como el virrey había ya expresado en anteriores comunicaciones con la metrópol i - la representación fiscal se erigía como hito referencial en la jurisprudencia colonial de carácter filoindigenista, tanto por la prolijidad de sus argumentos como por la gravedad de los sucesos que la provocaban. Así, argumentaba el fiscal, mientras "las opiniones que favorezen la mita están no sólo fundadas, pero supuestas por muy corrientes en los informes a S.Magd. y los señores virreyes", la defensa de los intereses indígenas había carecido siempre de una formulación adecuada. Entre las causas de esta situación, y por lo que se refería de manera específica a los problemas desarrollados en torno a la mita potosina, Lagúnez repara no sólo en el comprensible reflejo de la estructura social y económica de

5 Vid. al respecto las observaciones sobre la calidad e importancia de los contenidos de reales cédulas, leyes y ordenanzas en ff. 65v y 72.

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la colonia sobre la actuación pública 6 , sino que extiende también su crítica a lo que calificaba c o m o una dinámica de dilaciones administrativas, tolerancia y, a lo sumo, tímida injerencia en los asuntos indianos a que había quedado reducida la capacidad política de la metrópoli: La resolución que es preciso corresponda en el R[ea]l y Supremo consejo de las Indias, es pedir más informes sin innovar en las disposiciones antiguas [...] Estas cosas, de hecho, aunque aquí se tengan por notorias y se juzgue superfluo el fundarlas, sin embargo vayan en lo escrito con todas sus razones y fundamentos para que no se necesite de nuevos informes, que cada día, por no ir con la claridad y liquidación que se necesita, hay necesidad de pedirse nuevos informes con que se dilatan [...] Han estado indefensos los indios en estas materias. Es preciso hablar con esta claridad porque una de sus principales defensas consiste en que se sepa no las han tenido con la formalidad que debiera [...] (Ibíd., ff. 108v-109v).

2. La degradación de la sociedad campesina Establecidos así los objetivos y ejes arguméntales, Lagúnez encaraba inmediatamente el asunto esencial de todo el informe: la descripción crítica de las consecuencias que para las unidades indígenas había acarreado el m o d e l o de organización e c o n ó m i c a implantado por el virrey Toledo, en torno a los repartimientos potosinos. C o m o introducción al problema ya había presentado antes una panorámica, general y sintética, del "estado del R e y n o " tras la publicación en 1689 de las nuevas disposiciones sobre tasas mita . Esta primera reflexión, que o c u p a b a toda la "parte primera" de la representación (Ibíd., ff. 23v-65v), destaca de m o d o casi exclusivo la agudización de los movimientos evasivos indígenas en un e n f o que que, significativamente, eludía toda referencia a los m e c a n i s m o s de control étnico y a la evidente existencia de alianzas entre las comunidades y los agentes mercantiles rurales, para ofrecer un panorama del m u n d o indígena d o m i n a d o por una vorágine de f u g a s individuales, cuyo único resultado era una alarmante disminución de la capacidad de r e p r o d u c c i ó n de los individuos q u e p e r m a n e c í a n vinculados a sus núcleos étnicos. Pero era sobre todo más tarde, a partir del "presupuesto cuarto" de la segunda parte y una vez presentadas las consideraciones g e n e r a l e s q u e antes c i t á b a m o s , c u a n d o el f i s c a l a b o r d a b a en p r o f u n d i d a d la exploración de la dinámica que sustentaba el sistema de repartimientos.

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"[...] las [opiniones] que siempre han tenido a su favor los indios se han superado, o por juzgarse de más experiencias las que favorecen a Potosí, o por parecer estar más fundados sus informes que los de los indios, que de ordinario se hallan indefensos" (Ibíd., ff. 108v-109).

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Su análisis arrancaba del planteamiento que, con muy distinto éxito, había orientado desde el primer momento la acción correctora del Estado sobre la realidad americana - y sobre el cual, en definitiva, se sustentaba la reproducción del mismo entramado colonial-: la necesidad de equilibrar la reproducción de las poblaciones nativas con la explotación de que eran objeto tanto por el propio estado como, sobre todo, por los distintos sectores dominantes de la sociedad americana 7 . A partir de esta idea central, Lagúnez centraba luego la explicación en el terreno concreto de la realidad demográfica surandina: con apabullante proliferación de citas y referencias, desmontaba con minuciosidad las interpretaciones de los comportamientos sociales y económicos sobre las que se había justificado la "refundación" del sistema de repartimientos intentada dos años antes; en concreto, la convicción de que la contracción demográfica de las provincias altiplánicas no respondía a un descenso real de las magnitudes humanas del territorio, sino a la sistemática "ocultación" de la población indígena en las zonas declaradas hasta entonces exentas de la mita potosina. En su presentación de los hechos, Lagúnez impugnaba uno a uno los principales hitos arguméntales de esta posición desde los últimos años del siglo xvi, pero concentraba sobre todo sus esfuerzos en una dura respuesta a los mensajes que, a lo largo de la década anterior, el virrey Palata, González de Poveda, arzobispo de Charcas, y el corregidor Enríquez habían hecho llegar a la metrópoli acerca de unas supuestas dimensiones demográficas que abiertamente posibilitaban la intensificación de los repartimientos. De hecho, sus aseveraciones al respecto traducían al papel lo que en las reuniones de la Junta ya había quedado claramente evidenciado: el radical enfrentamiento con el corregidor Enríquez y las posiciones que éste avalaba. Oposición que Lagúnez expresaba, por el momento, con continuas críticas hacia el documento que el corregidor aportaba ante la junta como apoyatura básica de los intereses potosinos: el interrogatorio practicado entre los capitanes de mita para descubrir las prácticas defraudatorias y mecanismos de explotación de los curacas surandinos. Lagúnez no dudaba en calificar la encuesta como "siniestra relación" que se había realizado "con cuatro miserables indios capitanes enteradores, examinados a el efecto de responder a el efecto del señor Conde 8 y demandaba al virrey la repetición de la encuesta en

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Las referencias sobre esta idea son muy numerosas a lo largo de toda la representación y de manera especial en estas primeras páginas. Como muestra, y por su concisión y contundencia, citamos tan sólo la frase con la que casi iniciaba Lagúnez el examen de las repercusiones de los mecanismos coactivos: "Son los indios el cimiento de la gran fábrica de la mita, y es necesario ver a qué se extiende su firmeza para engrosar más o menos el edificio, porque si se levantare más de lo que puede sufrir daremos con toda la obra en tierra" (Ibíd., f. 99v.) 8 Enríquez había recibido en 1686 el título de Conde de Canillas.

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unas condiciones ("fuera de la villa y ante persona que no tenga dependencia en ella") que asegurasen unos resultados objetivos 9 . Pero el corregidor no era el único en manipular la situación de las "provincias de arriba" para acercarla a sus intereses. El propio Lagúnez lo hacía, y de una manera bien notoria. Como en las primeras reflexiones sobre las consecuencias de la numeración, su disertación acerca de la situación demográfica y social surandina continuaba escondiendo toda referencia a las actitudes de integración y/o evasión que desarrollaban las comunidades respecto a los circuitos y prácticas mercantiles: los indios "forasteros" son presentados como un sector emplazado de manera permanente al límite de la subsistencia 10 y cuyo creciente volumen es utilizado por Lagúnez para acabar formulando una valoración general de la situación social y económica del Alto Perú en la que la región se configura como un espacio radicalmente anómalo y adulterado dentro del conjunto colonial, en virtud del grado de explotación que los repartimientos mineros imponían". Centrada así la cuestión en los peligros de una supuesta catástrofe demográfica y social de las poblaciones indígenas, Lagúnez abordaba luego el planteamiento de las acciones políticas a través de las cuales se debía acometer la corrección de esos problemas: en concreto, la ejecución de un riguroso y continuado control estatal de las dimensiones y recursos disponibles de las comunidades indígenas para lograr, de ese modo, un equilibrio entre la reproducción de las economías étnicas y las demandas de bienes y energía laboral que éstas reciben desde el exterior. En este punto situaba Lagúnez "el nervio de toda la materia de la mita y tributo" y, si bien será más adelante cuando describa detalladamente los métodos que debía seguir esta acción pública, el asunto servía ahora para enfati-

9 Ff. \40-\46v, pássim. Ya con anterioridad, en las primeras páginas de la representación, había sugerido abiertamente la ilicitud del testimonio, pues no había constancia alguna de que "tuviese orden el corregidor de Potosí para hazer esta información, ni que hiziésela con citación del fiscal o del protector de indios" (f. 45). 10 "[...] lo cierto es que en saliendo los indios de su naturaleza todo es miseria y desdicha, y se pueden tener por muertos para el punto de la procreación [...]". lbíd., ff. 126-126v. 11 lbíd., ff. 153-158. La comparación, sin dejar de mencionar ninguna de los grandes conjuntos regionales americanos, se centraba sobre todo en la audiencia de Quito y en el virreinato de Nueva España. De modo harto significativo si se tiene en cuenta las actuaciones desarrolladas por Lagúnez en la zona ecuatoriana, la primera es descrita ahora en términos que sugieren una cómoda situación laboral para los indígenas. Respecto al área novohispana, su constante referencia a lo largo de la época colonial como modelo de relaciones laborales 'libres' constituye un interesante ejemplo, todavía inexplorado a pesar de su frecuente formulación, de la reflexión política que sobre el desarrollo colonial ejercieron los políticos y otros sectores de la sociedad americana. En este caso, Lagúnez reconoce haber tomado del virrey Monclova las distintas refrencias que incluye en el Discurso...

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zar la irracionalidad que había guiado el desarrollo, durante más de un siglo, de la política minera d e los gobiernos peruanos. El constante retraso en la realización de un recuento general por los sucesivos gobiernos - y el mantenimiento, en c o n s e c u e n c i a , de los v o l ú m e n e s d e m o g r á f i c o s del censo de Toledo c o m o refer e n c i a s p a r a la r e c a u d a c i ó n f i s c a l y los r e p a r t o s m i n e r o s - era e s g r i m i d o por L a g ú n e z c o m o m u e s t r a de la perversidad de un sistema y la debilidad de unos gobernantes que, con el único objetivo de no lesionar los intereses de la industria m i n e r a , h a b í a p e r m i t i d o u n a p e r m a n e n t e s o b r e e x p l o t a c i ó n d e las e c o n o m í a s comunitarias; sobre todo, había evitado cualquier tentativa de acomodar los límites del m o d e l o de rentabilización e c o n ó m i c a a las transformaciones experimentadas por las sociedades indígenas dentro de la economía colonial: El gremio de Potosí y algunos de sus corregidores pedían, como queda notado, los cuatro mil indios de trabajo continuo [...] y nunca se trató de reconocer si la gruesa [entero total de mitayos] antigua de los ochenta y cuatro mil estaba permanente. ¿Qué mayor injusticia que ésta a los pobres indios? ¿Qué mayor agravio y perjuicio? ¿El principal destruido y los réditos en pié? ¿Tratarse con grande eficacia siempre y pedirse por Potosí el entero de los cuatro mil indios, y no discurrirse en si cabían o no en la gruesa? ¿No haber otro medio para la rebaja de la mita y desagravio de los pobres indios que oprimidos clamaban se reconociese su menoscabo por medio de una numeración y huir todos de ella? [...] 12 . L a g ú n e z , por tanto, d e j a b a claramente asentado que la opción ejecutiva que había representado la Numeración General no sólo no resultaba, en teoría, lesiva para las sociedades indígenas, sino que era en realidad el único sistema correcto para superar la situación crítica de las "provincias de arriba". El problema estrib a b a , en consecuencia, en la intencionalidad política de que ' a posteriori' había sido revestida ("la Numeración estuvo dispuesta a lo bueno y lo malo, y se pudieron y devieron seguir della los buenos efectos que se han referido, en lugar de los malos que se han experimentado") 1 3 , argumento a partir del cual Lagúnez recordaba a los integrantes de la Junta la absoluta necesidad de introducir un cambio radical en la orientación de la política virreinal: Un requisito sólo es necesario para que se consigan estos efectos, mudar de ánimo y variar de celo o sufrir. El que hasta aquí se ha tenido en las disposiciones referidas ha sido dar un millón de aumento a el Rl. patrimonio en los Rs. Tributos y quintos con

12

Ibíd., ff. 217-217v; para más detalles sobre esta argumentación, vid. ff. 220-226v passim y el "Presupuesto sexto": 'Motivos de haberse dilatado tanto tiempo la Numeración Gene-

ral', ff. 227v-267v, pássim. 13

Ibíd., f. 265.

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el aumento de la mita y mayor número de indios a la Numeración General [...] Alaba el fiscal la intención y el celo, pero como ha dicho tiene por conveniente a el alivio y conservación de los indios, y por lo más preciso, por lo universal que influye en todo, se mude de ánimo y celo [...] 14 .

Tras esta extensa arremetida contra el anterior equipo de gobierno, Lagúnez interrumpía la proposición de soluciones para centrar el discurso en la refutación de las propuestas que se manejaban como alternativas a los efectos de las disposiciones de 1689; y que recapitulaban, o bien algunos de los planteamientos que los azogueros, por mediación de Enríquez, aportaban a la junta o, en general, las más señaladas de las innumerables proposiciones vertidas a lo largo de casi cien años de continuado debate sobre la 'cuestión indígena': a) la ecléctica opción de reconducir la situación al "status quo ante' previo a la Numeración General; b) la reducción en la tributación y mita de los forasteros, intentada por el virrey Palata al percibir el fracaso de su programa; c) la concesión de tierras a los forasteros como medio de frenar la dinámica de movimientos desvinculadores; d) el incremento, de la séptima a la quinta parte, de la población sujeta a los repartimientos; e) la completa monetización de la mita ; f) el empleo de vagabundos y delincuentes como mano de obra minera; g) el establecimiento de nuevas poblaciones indígenas en las inmediaciones de Potosí; h) el empleo forzado de los indios residentes en el centro minero y, por último, i) el recurso a esclavos negros para las operaciones mineras15. Dentro de estos problemas, Lagúnez dedicó especial atención a contestar la propuesta de modificar las proporciones de la mita - l a baza que claramente iba a jugar el gremio de azogueros en la junta para asegurar, tras el fracaso de la numeración general, el incremento de la incidencia de la mita que se había intentado a través de las disposiciones de 1689-, y lo hizo insistiendo en la descripción alarmista de la situación originada por el sistema de repartimientos: su aplicación, con la que "sólo se satisfaze a las instancias y quexas de los mineros, poniendo en peor estado las de los indios", provocaría una reacción del colectivo indígena más general y mucho más intensa que la mostrada en 1689 que desembocaría en la total desarticulación del ya debilitado sistema de reducciones 16 . Examinada en conjunto esta refutación, destinada a probar la impracticabilidad de las distintas propuestas, constituye uno de los momentos más vibrantes de toda la 'representación' y una de las más elocuentes confirmaciones del radical criticismo de Lagúnez hacia el mundo colonial: la marginación indígena y la corrupción general del entramado administrativo peruano son mostradas en unas breves pági14 15 16

Ibíd.,ff.265v-266. Ibíd.,ff. 269-333. Ibíd., ff. 286-308, pássim.

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ñas, repletas de ironía y escepticismo, que llegan hasta la denuncia agria, descarnada, en las referencias a los corregidores y demás cargos intermedios de la administración indiana. Si el intento de monetizar la mita y convertir a los trabajadores potosinos en una masa laboral de contratación libre degeneraría - p o r la probada connivencia de las autoridades mineras 17 - en una sucesión de enriquecimientos ilícitos, la intención de alimentar las minas con la población carcelaria era enjuiciada por Lagúnez como una propuesta utópica e irreal que ignoraba la profunda degeneración del elemento administrativo que resultaba indispensable para su ejecución: Los corregidores que pudieran correr con esto, tienen harto que hacer con sus tratos y contratos [...] Los oficios de justicia en las Indias [...] están reducidos a una mera contemplación y a un trato y contrato. Aquello se sigue necesariamente de esto, porque en tratando y contratando los corregidores y demás jueces, es preciso que contemplen [...] 18 .

3. La parálisis del modelo toledano Lagúnez finalizaba así la refutación de los argumentos y posibles alternativas sobre las que planteaba Enríquez y el grupo minero la reivindicación del sistema de repartimientos. En adelante, y a lo largo de cuatrocientos folios, el Discurso abandonaba la reflexión general sobre los problemas del mundo indígena para centrarse en el análisis de la incidencia concreta, sobre éste, de los dos grandes pilares del esquema económico colonial en Charcas: la política tributaria y los repartimientos mineros de Potosí. Con ellos se abre un sesgo nuevo en la representación fiscal de Lagúnez. Llegaba la ocasión de justificar cambios extremos: la discusión combativa y algo acalorada de las páginas anteriores deja paso ahora a la disertación técnica del jurista, a la observación minuciosa, árida en ocasiones por la proliferación de referencias y citas legales, que descubren a quien había examinado la realidad surandina y sus testimonios con la pulcritud y el esmero de un observador científico. Respecto al problema de las tasas, que se extendía a lo largo de la "parte cuarta" del texto 19 , Lagúnez proponía una alteración radical en los fundamentos de la fiscalidad indígena: el establecimiento de un tributo individual en sustitución de

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"Dícese que esto ha de correr la obligación y reconocimiento por los veedores del cerro. Nunca desesperó más el fiscal que al ver a los ejecutores: los veedores son vecinos de aquella villa, y de ordinario familiares y criados de los mineros. ¿Cómo se puede esperar los delaten y les averigüen los fraudes?" (Ibíd., f. 317). 18 Ibíd., ff. 324-325. Vid. también las duras reflexiones sobre la situación de la administración penitenciaria del virreinato (ff. 326v-328v). 19 "Agravios y molestias que padecen los indios con ocasión de las nuevas tasas de tributos, y los remedios sobre ellos" (ff. 333-470).

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la tasación comunitaria 20 ; de ese modo, sustentaba, se evitaría que con el pretexto de completar el monto colectivo de la tasación se exigiese a los indios cantidades tan elevadas como los 20, 30 pesos y más, que en algunas comunidades se veían obligados a pagar. Lagúnez conocía bien los resultados de la presión fiscal que ejercían los corregidores sobre los curacas y éstos, a su vez, sobre los integrantes de las comunidades, así como la incidencia de la retasa dictada en 1689 en los movimientos evasivos y la quiebra de muchas jefaturas étnicas 21 . Pero la alternativa que proponía al problema fiscal constituía, en realidad, una de los argumentos más forzados e impracticables de todo el Discurso: el recurso técnico que ofrecía como instrumento de este cambio - l a sistemática ejecución por parte de los corregidores de registros demográficos ("padroncillos") anuales o cada tres años a lo sumo, en base a los cuales se realizaría el cobro individual del tributo- privaba a los agentes fiscales de uno de sus principales instrumentos de dominio y negociación respecto a las economías campesinas: la fractura que, entre las exigencias administrativas y el desenvolvimiento de las relaciones laborales, introducía el abandono administrativo. Lagúnez era consciente de estas implicaciones y de la imposibilidad de ejercer un control sobre los desplazamientos indígenas, que no se acabarían "mientras ellos tuvieren pies y hubiere corregidores, caciques y mita" 22 . Pero, en su proyecto de reordenación de la economía surandina, los criterios de rentabilidad económica inmediata pasaban a segundo plano. El tributo capitalizado mermaba, en efecto, la capacidad recaudatoria de la administración, aunque reducía el margen de maniobra de los corregidores sobre los núcleos indígenas 23 . Lagúnez tenía también presentes las complicidades entre muchos curacas y corregidores, hacendados, etc. 24 , y era precisamente por el empeño de extinguir los mecanis-

20 La defensa de esta proposición se contiene en el "párrafo primero" de esta sección, y se extiende entre los folios 337-371. 21 "Estas tasas generales y cúmulo de tanta plata es lo que a todos los ha horrorizado, haciendo muchos dejaciones de sus oficios, amedrentando los indios aún más de lo que los tuvieran los corregidores y caciques, poniéndoles delante el crecimiento de las tasas para que clamen, y por este medio se libren ellos de la obligación que tanto sienten y temen de su cobranza" (ff. 353-353v). 22 F. 377. 23 Lagúnez reconocía, por otro lado, que la solución implicaba asegurar una "pronta y eficaz defensa [de los corregidores] contra los oficiales reales que los apremian por el tributo y el corregidor de Potosí por la mita" (f. 387). Como solución proponía algunos mecanismos correctores, como la fiscalización de los padrones por algún representante de la minería potosina (f. 398). 24 Vid., por ejemplo, la invocación de uno de los cargos esgrimidos por el virrey Villar en el juicio de residencia a Toledo, que hace explícita mención de las negociaciones ilícitas entre curacas y encomenderos que abría la tasación comunitaria impuesta por éste (ff. 357v-358).

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mos coactivos de la relación entre sectores coloniales y étnicos 25 por lo que optaba abiertamente por el respeto de las situaciones individuales, ignorando así la cobertura que, para la mayoría de las comunidades, representaban las maniobras de sus jefaturas dentro de la economía mercantil. De hecho, más que en el establecimiento de un nuevo sistema de tributación, la intencionalidad política de la propuesta se encuentra en su sistema de ejecución: una realización masiva y periódica de nuevos padrones en toda la región suponía, de entrada, el reconocimiento del fracaso de la numeración general; y lo que era más importante, el medio de poner fin al desamparo administrativo sobre el cual se había edificado la red de negociaciones y abusos que, por distintos canales (corregidores, oficiales reales, azogueros, curacas), acaban desembocando en el endurecimiento de las condiciones de subsitencia indígena 26 . Este afán por limitar al mínimo posible la explotación individual, por "no dejarles ocasión ni pretexto alguno para el daño" 27 , confluía con lo que constituye una de las principales constantes de los planteamientos jurídico-económicos del letrado: una nada disimulada tolerancia hacia los mecanismos de inserción individual del colectivo indígena en las estructuras de la economía colonial. Tal actitud debe relacionarse con su rechazo, patente ya desde su época de ejercicio en Quito, del predominio de las relaciones coactivas en la apropiación del trabajo indígena, y hubo de ser una de las razones que más contribuyeron a la estrecha relación de Lagúnez con el virrey Monclova. Lagúnez ya había enfatizado estos problemas en páginas anteriores del Discurso28. Pero será sobre todo a partir de ahora, cuando inicia la lenta y minuciosa demostración de los radicales cambios que planeaba proponer, cuando convierta esta línea argumental en uno de los ejes de su reflexión. La evidencia de estas preocupaciones en el texto se realizará de un modo muy claro: la constante atención a la situación de los indios forasteros, tras las medidas de 1689, y la necesidad de arbitrar soluciones que restaurasen su anterior 25

La jerarquía preferencial de Lagúnez quedaba en evidencia cuando, a propósito de "los fraudes que se podrán seguir de los padroncillos", objetaba: "Apenas hay providencia que no encierre en sí inconvenientes contrarios a los que se desean remediar. Débense pesar unos y otros presumiendo con el remedio con los más graves, tolerando los menores que accidentalmente pueden suceder" (f. 396v). 26 La ausencia de controles demográficos hasta la numeración general la calificaba de "perjuicio tan continuado y tan envejecido que tanto grava a los indios" (f. 385v). 27 Previamente, había insistido de nuevo en la desprotección individual del indio con una sugerente imagen: "El mayor trabajo de las cosas de los indios es que para el agravio cualquier resquicio se hace puerta, para el remedio, la mayor puerta es estrecha y se cierra la más franca" (ff. 356-356v.) 28

Vid. supra.

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'status' económico y social. En el caso concreto de las tasas, el Discurso no deja lugar a dudas: la defensa de la realización periódica de los "padroncillos" se asentaba sobre los dañinos efectos de la retasa de 1689 y la necesidad de establecer una tributación proporcional al volumen y recursos de la masa indígena. Para ello, Lagúnez repasa minuciosamente la legislación tributaria desde los años centrales del siglo xvi 29 , pero sólo la referente a los yanaconas, colectivo con el cual identifica a la amplia población forastera de aquel momento y a la que consideraba, por la fragilidad de condiciones, la más perjudicada por las recientes novedades en la tasa y la mita . Reconocía en su argumentación la existencia de los "yanaconas de servicio preciso", pero arrinconaba esta categoría en el tiempo, limitándola a "los primeros primitivos, antes del señor Toledo, y los que introdujo en las chácaras de la provincia de los Charcas". Todos los demás, los que "han conservado el nombre de yanaconas", no eran sino los "indios que se hallaron sin repartimiento, reducción o pueblo, o que se huyeron de ellos agregándose de su voluntad a los españoles y también a los pueblos". La argucia dialéctica estaba servida: Esta calidad y no otra es la de nuestros indios forasteros, conque parece se diferencian sólo en el nombre [...] no es necesaria otra conveniencia que la que se ha notado: ser unos y otros indios ausentes de los pueblos, pobres y sin tierras ni otras haciendas 30 .

Sin duda conscientemente, Lagúnez eludía así - u n a vez m á s - la variedad de situaciones y estrategias individuales, y sobre todo colectivas, que subyacían bajo la caracterización de forasteros. Al 'yanaconizar' a toda la población forastera sin excepciones, la convertía en una masa situada en teoría al margen de los controles étnicos, entregada de modo 'libre', individual, al aprovechamiento de las distintas ofertas del entramado económico de la región; y cuya subsistencia, dados su volumen y la importancia económica que reviste, se convierte en el objetivo prioritario de las actuaciones administrativas. Con este repaso crítico de la práctica tributaria hacia el sector campesino y su concentración en las unidades poblacionales creadas por la administración,

29 El conocimiento y manejo de los precedentes legislativos se ofrece a lo largo de todo el Discurso con un rigor y erudición admirables, que acercan el texto de Lagúnez - c o m o ya observamos con anterioridad- a la altura jurídica de la Política Indiana de Solórzano. En este caso concreto de las tasas, y además de las referencias de páginas anteriores, entre la página 411 y 454 se manejan hasta un total de treinta y nueve referencias jurídicas entre cédulas, ordenanzas virreinales, disposiciones tributarias (provisiones de retasa), correspondencia virreinal, instrucciones a virreyes, citas de Solórzano, etc. 30 Ff. 431v-432,443-443v.

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Lagúnez avanzaba en su demostración del derrumbe experimentado por el edificio normativo erigido por el virrey Toledo. El siguiente objetivo lo constituía, por fuerza, el tercer elemento de aquel: la mita potosina, a la que dedicaba el apartado más extenso de todo el Discurso31. El designio central de esta sección será manifestar el verdadero alcance de las repercusiones de los repartimientos potosinos sobre el modo de vida de la masa indígena. Lo hacía advirtiendo a su auditorio con una dramática interrogante: ¿Resultaba posible, en realidad, conocer la auténtica situación de los indígenas sometidos al trabajo minero en Potosí, determinar "las infinitas heridas que los penetran y las muchas violencias que los despedazan?" 32 . A partir de este recurso retórico, la reflexión en torno a la mita potosina se articulaba después en dos partes: un prolijo recorrido por la legislación particular, para fijar con exactitud las limitaciones bajo las que supuestamente debían desarrollarse los repartimientos mineros, y una descripción, mucho más extensa y detallada, de las condiciones que en la práctica adoptaba su ejecución. El recurso analógico, ejemplarizante, resulta evidente: avanza la justificación de sus posteriores propuestas 33 , y proporciona a esta sección del Discurso una notable fuerza narrativa. A lo largo de cerca de setenta folios 34 , Lagúnez ofreció a los integrantes de la Junta una exhaustiva enumeración de leyes, ordenanzas, provisiones y capítulos de cartas reales que abordaban el problema de los servicios personales y las limitaciones de su aplicación, dedicando especial atención a las polémicas disposiciones de 1601 y 1609. Las citas literales se suceden -muy extensas con frecuen-

31 Se extiende esta "parte quinta" desde el f. 468v hasta el f. 743, y su título completo, que proporciona una cabal idea de los contenidos, era el siguiente: "PARTE QUINTA, en que especialmente se trata de los agravios que los indios padecen con ocasión de la mita; cuan gravoso se ha juzgado siempre a los indios por Rs. Cédulas el servicio personal de las minas, sus antiguas prohibiciones y primera introducción de la mita como debe ser, según Rs. Cédulas y ordenanzas; las calidades y requisitos que la justifican y cúan mal se observan en sus prácticas y ejecución; los gravísimos perjuicios y violencias que los indios padecen al presente y han padecido siempre con su ocasión. Informe notable del Señor Conde de Lemos contra ella; respuesta a él del Conde de Canillas, corregidor de Potosí, y se satisface la respuesta defendiendo el informe". 32

F.471. El propio Lagúnez lo reconocía al inicio de esta parte: "Para que a vista de todo en el espejo de las leyes, cédulas y ordenanzas vea V.Exa. cómo debe ser la mita, cómo ha sido en lo pasado, cómo a el presente y cómo se debe conceder, y si la forma con que oy corre es correspondiente a la escrita por Reales Cédulas, para que ni los medios que después propondrá el fiscal para el desagravio de los indios se extrañen, ni se pueda implorar contraviene en ello a las Rs. disposiciones o atiende menos de lo que debiera a Potosí"' (f. 472-472v). 33

34

Los párrafos primero y segundo de esta parte, desde el f. 468v al 535.

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c i a - y conducen, junto a los reiterados comentarios que entre ellas intercala Lagúnez, a la manifestación de un único propósito: las estrictas limitaciones que en materia de cupos, condiciones del desplazamiento, jornadas de trabajo, salarios, asistencia médica, etc. establecía la legislación indiana para tolerar la utilización laboral de los indígenas mediante sistemas coercitivos; aquello que, en definitiva, Lagúnez concentraba en un binomio que servía para avalar su planteamiento del problema en términos de una oposición irrebatible:"[..] la moderación, la templanza y suavidad que se ha de oberservar en su execución; la severidad y castigo con que se debe corregir lo contrario"35. A los requisitos legales de las prácticas coactivas oponía así Lagúnez la realidad del funcionamiento de la mita potosina, su "práctica y execución", bajo unos presupuestos que claramente adelantaban las conclusiones del polémico examen 36 . En este extenso recorrido que efectuaba por las condiciones de ejecución del trabajo forzado se proclamaba definitivamente, frente a la sociedad colonial, como denunciante de la explotación que ésta ejercía contra los sectores más desprotegidos de ella 37 , por cuya intensidad se había alcanzado la situación de crisis social y económica que afrontaba entonces el gobierno virrreinal38. Lagúnez no había abandonado nunca los límites de la capital peruana y, aunque reconocía asentar su informe en los testimonios escritos y orales de conocedores de la realidad minera surandina, su descripción de las características que adoptaba la mita de Potosí 39 recurre al detallismo tremendista de quien ha quedado conmovido

35

F.533v. "Porque si ésta [la práctica de la mita] no fuere muy conveniente a lo que se manda en las Reales decisiones, si por su inobservancia los indios se hallaren muy disminuidos, demasiadamente travajados, agraviados y afligidos pra aniquilarse y consumirse del todo; si sus quejas y clamores fueran justos, el fiscal no tendrá que representar a V.Exa. otras defensas que el que se arregle la mita a tantas Cédulas y leyes, proponiendo medios más eficaces que los que hasta ahora ha habido para que se consiga sin recelo de exceso en sus representaciones [...]" (ff. 534v-535v). 37 "Y aunque se diera tener algún reparo el manifestar a lo público cómo corre en la práctica la mita, los perjuicios y violencias que en ella se cometen contra los pobres indios, habiendo sido públicos los excesos contra estos miserables para su agravio, sin reparo alguno, no fuera justo lo huviese ahora en manifestarlos para su defensa" (ff. 536-536v). 38 "[...] pues en ninguna ocasión hubo tanta precisión de manifestarse esta llaga antigua como ahora; porque en ningún tiempo se ha visto el Reyno tan encancerado con ella por no haber llegado nunca los indios, con cuya duración se mide la del Reyno en la más principal del, a el descaecimiento y aniquilación en que al presente se hallan" (f. 540). 39 Las fuentes testimoniales utilizadas por Lagúnez resultan casi imposibles de descifrar a través del contenido del Discurso. Con frecuencia presenta en tono ejemplarizador la situación de los indios de Juli frente a los repartimientos mineros, de modo que puede suponerse una relación más o menos intensa con miembros de la Compañía. Pero respecto a otros posibles canales de información, si existieron, Lagúnez no va nunca más allá de proporcionar informa36

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por la contemplación de una realidad dramática, tanto en lo referente a los preparativos y desplazamiento de los mitayos ("En los caminos de la mita se hallan muchas sepulturas y huesos de los indios que han perecido en ellos, y si a todos se les pusieran cruces y permanecieran, fuera horror andar por ellos" 40 ), como en el desarrollo de las tareas mineras dentro de la mina: [...] no se puede conocer ni persuadir cuan grave y molesto es a los pobres indios mitayos hallarse en la profundidad de un cerro en poder de sobrestantes, bárbaros e inhumanos, trabajando de día y de noche, sin tener justicia a quien clamar los ojos sino es clamar a Dios 41 . La descripción de Lagúnez extremaba sin duda el relato de los hechos, y a buen seguro con plena consciencia. El Discurso se enlazaba así con la vasta nómina de alegatos que, c o m o los escritos lejanos del jesuíta Agía o los más próximos de Juan de Padilla, habían buscado en la exageración de los defectos de la mita la manera de amortiguar la implicación del gobierno colonial en la explotación minera. Era, en efecto, en esa coexistencia de "una y otra mita: la que se permite y la que se practica" 42 , de donde Lagúnez extraía sus argumentos más efectivos para emplazar a los políticos peruanos a la toma de medidas excepcionales. La flagrante ilegalidad de la mita servía a Lagúnez para plantear al juicio de los integrantes de la Junta una más que incómoda perspectiva: la existencia, en el territorio peruano, de una situación jurídica y política absolutamente desviada de las normas que regían la vida pública en los territorios centrales de la Monarquía Hispánica: ¿Qué admiración no causara en los Reynos de España si un señor se sirviera de sus vasallos, compeliéndoles a ir cincuenta leguas a trabajar en sus haciendas sin pagarles jornal por los días de camino, y dándoles por los del trabajo apenas la tercia parte de lo que se paga en la plaza pública a semejantes jornaleros? ¿Qué escritos no dieran contra él los señores fiscales del Consejo y de las Reales Chancillerías? ¿Con qué severidad se castigará semejante impiedad? 43 ciones difusas, como hace al inicio de esta parte al afirmar haberse informado "así por escrito como de palabra de muchas personas de toda verdad y cristiandad que lo han visto y reconocido por sus ojos" (f. 555v). 40 F. 554. Previamente había escrito: "Causa ternura y compasión ver cómo van los pobres padres y las madres cargadas con los hijos pequeños; llevan a los mayores de la mano y a ratos los ponen en los carneros de la tierra (que son como borricos pequeños), en que llevan su pobre comida" (f. 553). 41 F.562v. 42 F. 570v. E inmediatamente: "Es otro mundo mirar los indios en las Reales Cédulas y verlos en el camino de la mita y en el mineral". 43 F. 574.

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Mediante la denuncia de las condiciones en que se desarrollaban los repartimientos mineros, Lagúnez llegaba así a un cuestionamiento general de los mecanismos de la sociedad colonial peruana y -por extensión- de todos aquellos que, desde la actividad pública, los toleraban. El se emplazaba, desde luego, al margen de tal complicidad, para singularizar así el valor de su crítica de cara a los gobernantes metropolitanos44. Desde este reforzamiento moral, Lagúnez pasaba a desplegar, entre los párrafos cuarto y noveno de la quinta sección del Discurso45, la discusión estrictamente administrativa sobre la mita, la defensa dirigida a validar en el seno de la Junta sus propuestas. Como -más allá de las decisiones que entonces se adoptasen- la resolución última habría de tomarse en Madrid, Lagúnez revestía su oposición a los repartos mineros de una estratégica referencia: el continuismo respecto al debate suscitado veinte años atrás por el virrey Lemos. Las críticas de éste habían quedado teóricamente solventadas tras la resolución adoptada por el Consejo en 1676 de 'reintegrar' la mita potosina. Su impacto en la metrópoli -al venir acompañado de las alteraciones políticas y sociales que recorrieron entonces el virreinato- había sido, sin embargo, notable: y por ello tanto el presidente de la audiencia de Chaarcas, Poveda, como Enríquez habían dedicado sus mejores informes de los años ochenta a rebatir minuciosamente el alegato enviado por el virrey Lemos en 167046. Ahora Lagúnez reabre con habilidad la discusión. Convierte su Discurso en el epígono directo de aquél y al virrey Monclova en la reencarnación política de Lemos47, instando así de forma explícita a los rectores imperiales a la reconsideración de las medidas adoptadas hasta entonces: [...] estando pendiente este punto en el Consejo por la proposición del Señor Conde de Lemos y pedido nuevos informes sobre ello, toca a S.M. la resolución en este punto, y será conveniente vaya todo bien instruido en los hechos, para que no se necesiten nuevos informes para la última determinación 48 .

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"El fiscal en estos reynos debe obrar lo que muy laudablemente executaran los señores fiscales de España, pues no es otra la obligación de los de Indias, ni aquí hay otra ley de Dios ni otras leyes reales" (f. 575). 45 Ff. 575v-743v pássim. 46 Vid. supra. 47 "[...] Dios sabe lo más conveniente. Quitólo [al virrey Lemos] a el mejor tiempo, pero ha querido renovar en V.Exa. su justificado espíritu, su celo ardiente y su pureza firme para que el Reyno y los miserables indios respiren en sus mayores congojos" (Ibíd., f. 621 v). 48 F. 606. Y después estrechaba aún más esta relación al destacar la coincidencia entre los argumentos debatidos entonces por Lemos y los problemas que abordaba la Junta: "[...] los fundamentos y razones con que se intenta desvanecer el del Señor Conde [de Lemos] son los mesmos con poca diferencia que los que a el presente se han representado a favor de Potosí"' (f. 607).

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D e las dos c o n t e s t a c i o n e s q u e el texto d e L e m o s h a b í a r e c i b i d o , L a g ú n e z centrará su exposición en la réplica al i n f o r m e que Enríquez había redactado y remitido a la península en 1682. Este había replicado al virrey incorporando a su i n f o r m e una batería de 'testimonios' legales que desbarataban las denuncias del virrey L e m o s : sobre el volumen de las redenciones en metálico, la extensión de los m o v i m i e n t o s e v a s i v o s , los t u r n o s de t r a b a j o en Potosí, etc. A c a d a u n a de ellas L a g ú n e z oponía de nuevo una defensa que remarcaba la dimensión trágica de la explotación mitayaA9. Pero, más que en la discusión concreta de una u otra cuestión, aprovechaba L a g ú n e z la argucia de Enríquez al incorporar los 'testimon i o s ' m a n i p u l a d o s , para ceñirse de n u e v o a los grandes problemas estructurales de la organización e c o n ó m i c a surandina. L a intención de influir, más allá de los resultados de la Junta, en las decisiones del C o n s e j o de Indias se t o m a así cada vez más patente: Lagúnez presenta su relato c o m o la 'verdadera' descripción de la realidad altoperuana, c o m o el testimonio de un observador excepcional que, por e n c i m a de las informaciones desvirtuadas por intereses particulares, refleja la c o m p l e j i d a d de una situación transmitida siempre de f o r m a adulterada a los rectores metropolitanos. D e entrada, ridiculizaba la fiabilidad de los funcionarios potosinos frente a los informes de los Pinelo, Padilla y L e m o s , en lo que en realidad constituía una nueva andanada contra el corregidor Enríquez: [...] quién se atreva a hacer comparación de la autoridad de tantas personas y de tan primera clase con la de un solo escribano de Potosí, interesado por la duración de sus derechos en la de la mita, y con una información de unos pobres indios hecha en lugar tan sospechoso 50 . Su posterior reflexión sobre la realidad de los repartos mineros partía de una ó p t i c a g e n e r a l , q u e d e s v e l a b a en u n a a d m i r a b l e síntesis las intencionalidades latentes en la diversidad de argumentaciones que confluían en la cuestión indígena, en la competencia por la m a n o de obra campesina: Antes, cuando había muchos, y hoy en Nueva España, donde se conservan tantos, no había competencias porque había para todos. En el Perú, con la disminución a que han llegado, hay para cada indio tres españoles, y se ha reducido el trabajo personal y la mita a un pleito de acreedores. Concurre el chacarero dueño de haciendas de campo; concurre el obrajero, los mineros de todo el Reyno, los azogueros de Huanca-

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A propósito, por ejemplo, de los turnos de trabajo continuo señalaba: "¿Qué señores se han de hallar tan crueles contra sus esclavos que no contentándose con el trabajo de día apetezca su codicia el de la noche, a costa del común reposo que gozan hasta los más brutos animales?" (f. 719). 50 F.614v.

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vélica y los mineros de Potosí, los curas de aquellas parroquias y los demás de las provincias. Concurren también los corregidores y caciques, y aunque no cantan buen derecho, no sacan la peor porción [...]

Y, a partir de ese cuadro general, revertía luego con crudeza esa manipulación de la realidad sobre la polémica tejida en torno a los repartimientos de trabajadores para Potosí: Todos concurren, y como corregidores cada uno procura excluir el derecho que más le perjudica, ensalzando el género de su ocupación. Los chacareros dicen perecen las haciendas del campo y se aniquilan los indios en la mita ; los mineros, que se pierde el Reyno sin plata: los de Potosí, que la de aquel mineral lo mantiene todo y que los hacendados se quedan con sus indios; los azogueros, que sin el azogue no se puede sacar plata; los curas de Potosí, que sólo en sus parroquias saben los indios la doctrina; los de las provincias, que en Potosí la olvidan y vuelven de la mita como bárbaros. Los corregidores no se atreven a impugnar la mita , pero se quedan con los indios [...]

Las citas son si duda largas, pero descubren la dureza con que Lagúnez desnudaba ante los miembros de la Junta la maraña de intereses, antagonismos, complicidades y enmascaramientos en que habían devenido las relaciones entre los sectores mercantiles de Charcas y los núcleos campesinos, a partir del papel central concedido por la administración a la coacción minera. Un panorama confuso, ininteligible casi, en el que, sin embargo, sólo la explotación indígena quedaba al margen de toda duda: "[...] y lo peor es que todos tienen razón en las impugnaciones recíprocas, pero ninguno discurre en el buen tratamiento del pobre indio" 5 1 . Después, el Discurso continuaba con la refutación de las defensas instrumentadas por Enríquez, criticando con severidad los aspectos de los repartimientos y el trabajo minero sobre los que tradicionalmente había gravitado la discusión: la entrega de indios de faltriquera y el cobro de rezagos 52 , las repercusiones sobre la evangelización indígena de los desplazamientos evasivos 53 , las condiciones de trabajo en las minas 54 , y finalizaba su réplica con la invocación de algunos de los argumentos manejados por Solórzano en su Política55. En toda esta discusión, los argumentos manejados por Lagúnez reproducían los tópicos trágicos que enmarcaron estas denuncias a lo largo del siglo, que ya vimos que el propio Lagúnez había empleado anteriormente en el Discurso.

51 52 53 54 55

Ff. 638-639v, para las tres citas. Ff. 647-664v. Ff. 665-702. Ff. 702v-725. Ff. 725v-743.

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Pero, junto a la repetición esporádica de sus aceradas críticas contra los funcionarios potosinos 56 , unas páginas "antropológicas" de esta sección atraen con fuerza la atención del lector. En un momento de la exposición, Lagúnez interrumpía la impugnación de los argumentos de Enríquez para hacerse, a propósito de una observación de éste sobre la "racionalidad" del indio, una pregunta: "¿Pero, qué es un indio?". La respuesta, desgranada a lo largo de seis páginas, constituye una muestra ejemplar del concepto que, avanzado ya siglo y medio de dominio colonial, se había consolidado entre los sectores intelectuales de la 'república de españoles' respecto a la otra sociedad, al conjunto indígena diferenciado étnica, cultural y jurídicamente de aquella. La pintura que Lagúnez realiza de las características culturales del indio es demasiado intensa para comentarla sin caer en una excesiva convocatoria de citas. Por esta razón preferimos reproducirla al final de este trabajo. Pero sí conviene destacar ahora que esa imagen revelaba hasta qué punto quienes asumían, por una u otra causa, la reivindicación del colectivo indígena lo hacían desde posiciones conceptuales radicalmente distintas a las manejadas en el siglo xvi, durante los grandes episodios polémicos sobre la justicia y racionalidad del dominio español en América. En no pocas ocasiones, cierta historiografía anterior ha tendido a unir en un mismo rango todas estas actitudes de defensa étnica. Se trazaba así una línea uniforme que partía de los sermones del padre Montesinos y, con el hito emblemático de Las Casas, llegaba hasta los diputados que en las Cortes de Cádiz postularon la abolición de la mita. Algo hay de cierto en esa continuidad. Existió, a lo largo de toda la colonia, una permanente actitud crítica dentro de la administración y los sectores ilustrados de la sociedad dominante hacia la explotación indiscriminada de las comunidades campesinas. Pero los contenidos de esa defensa estuvieron sometidos a una evolución constante, como el propio desarrollo de las relaciones sociales y económicas entre españoles, criollos, indios y mestizos. Por la presencia de la mita potosina, estímulo permanente para el planteamiento de estas cuestiones, el virreinato peruano representa un espacio privilegiado para la observación de este proceso. En el caso concreto de Lagúnez, cuyo

56

Así, en el párrafo octavo se despachaba contra las complicidades de los diversos funcionarios mineros: "[...] los veedores son por la mayor parte los que han sido mayordomos y criados de los mineros. En este punto ni debe ni puede contenerse el fiscal: es todo una contemplación, suma injusticia y maldad lo que pasa. Los veedores son unos pocos hombres; no sirven de otra cosa más que de una apariencia exterior; ¿qué justicias han ejecutado contra los dueños de minas? Señálenlas. Han sido sus amos aquellos y estos sus compañeros. Habiéndose ejecutado tantas crueldades y violencias de indios, ¿qué dueños de minas han privado de mita? ¿Qué multas han impuesto? [...]" (f. 724v).

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Discurso resume a la perfección los cambios experimentados en el tiempo por esta posición ideológica, es fácil observar la distancia que separa este texto de los postulados lascasistas y, en general, del conjunto de la vindicación indigenista del siglo anterior. Nada hay en el Discurso que haga peligrar los términos del dominio español sobre los territorios americanos, nada cuestiona ahora la existencia de una relación colonial como modelo global de organización política y social del gobierno indiano. Al contrario, el Discurso constituye una firme defensa del régimen virreinal en cuanto que toda su argumentación acaba remitiendo a una exaltación de la legislación indiana -expresión jurídica del dominio político hispánico sobre los territorios americanos- como elemento regulador de las relaciones sociales. A la excelencia legal, opone Lagúnez la pobreza de la realidad. Y es, por tanto, en la actuación concreta de los diversos estamentos sociales donde localiza la raíz de los procesos desvirtuadores de los grandes elementos del orden colonial que, como el sistema de repartimientos mineros, habían sido objeto de una minuciosa y equitativa regulación. Estos cambios se hacían más patentes a propósito de la mencionada consideración ideológica del elemento indígena. Lejos de la óptica igualitaria con que las sociedades nativas habían sido consideradas tiempo atrás, en las referidas páginas sobre la 'definición' del indio encontramos una muestra ejemplar de la consideración paternalista y subordinada que había terminado por definir la relación entre las dos "repúblicas". El indio de Lagúnez es ya - y plenamente- un ser desvalido, asilvestrado, rudo pero dócil, ignorante, de fácil deslumbramiento y mucho más manejable aún para la extrema explotación física 57 . Es el 'miserable' de las leyes indianas 58 ; el escalón ínfimo de la pirámide social americana que sólo en la acción correctora del Derecho puede encontrar asilo frente a las acometidas permanentes de los restantes estamentos sociales. Quizás, como en casi todas sus argumentaciones, Lagúnez cargaba de nuevo las tintas para resaltar los problemas en forma de antagonismos irreductibles. Pero su reflexión sobre la naturaleza indígena, que evoca el amparo paternal de los grandes indigenistas peruanos de ese siglo, como Pinelo y el propio Solórzano, descubre esa profunda transformación operada en el seno de la mentalidad indiófila, al mismo tiempo que abunda en el mensaje último que recorre todo su Discurso: la irreversible reconducción de las estructuras de la organización colonial que, como la mita potosina, habían degenerado en situaciones absolutamente opuestas a los fines que rigieron su establecimiento.

57

D e nuevo remitimos a la lectura del fragmento reproducido al final de estas pá-

ginas. 58

Castañeda Delgado 1971.

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4. La reorganización radical de la economía altoperuana A lo largo de las páginas anteriores del Discurso, Lagúnez ya había insinuado en diversas ocasiones la necesidad de adoptar medidas tan tajantes respecto a la mita que - d e hecho- equivalía a plantear su supresión 59 . Al abordar la sexta y última parte de su alegato, recurrirá a la estructura discursiva ya empleada anteriormente - l a prolija enumeración de las ilegalidades que los repartimientos mineros representan para las poblaciones indígenas- para mostrar, en realidad, que la solución de tales problemas, por su dimensión y arraigo temporal, sólo podía pasar por una reforma radical de las prácticas económicas organizadas en torno a la economía minera. A lo largo de quince párrafos, la sexta parte del Discurso revisa los otros "perjuicios y agravios" en que Lagúnez cifraba las negativas secuelas de la mita potosina. En el primero de ellos (el incumplimiento en los descansos de los turnos septenales de mita ), el texto se detiene de manera especial 60 , revelando lo que también en páginas anteriores se había mostrado con diferente intensidad: que la principal preocupación de Lagúnez en relación a las consecuencias de la mita remitía a las desviaciones y corruptelas que ésta introducía en la relación de los núcleos indígenas con las actividades económicas de implantación rural. El objetivo central de estas imputaciones lo constituían - d e nuevo- los corregidores, motivo que le servía a Lagúnez para descargar otra dura y explícita acusación contra el corregidor Enríquez 61 . Pero lo significativo de esta nueva intervención sobre los descansos de la séptima reside en la explicación del único recurso que para su remedio encuentra: el estricto control de la población desplazada periódicamente a Potosí mediante la confección de registros ("padroncillos") anuales permanentemente actualizados. Lagúnez ya había propuesto esta solución a propósito del control fiscal, para evitar la excesiva demanda de tributos

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La más reciente, a esta altura del texto, en el párrafo noveno de la parte quinta: "[...] su corrección no se ha podido conseguir en ciento y veinte años que ha durado la mita. ¿Podrase acaso V.EXa. quietar en conciencia y en justicia proveyendo a las quejas de los mineros con los propios remedios que cien años ha se ha mandado ejecutar y nunca han tenido cumplimiento ni se espera lo tengan?" (f. 736). 60 Ff. 756-805. 61 Lagúnez reitera la responsabilidad de los corregidores en el incumplimiento de los descansos "por no tocar los indios de los hacendados y obrajeros", insistiendo en que no se trataba de una actitud individual y esporádica, "como quiera uno y otro, en tal qual indio, sino es todos y en quantos ban destos miserables a Potosí"'. En cuanto al corregidor potos i no, señalaba que "no puede alegar los pretextos de apremio que alegan los corregidores inferiores", para preguntarse más tarde "cómo puede [el corregidor de Potosí] permitir esta injusticia a sus ojos, en contra versión tan clara de las Reales Cédulas y Leyes" (ff. 766-771).

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por corregidores y caciques 62 . Ahora la aplica a los enteros de mita en una propuesta que - n o se preocupaba de ocultarlo- apuntaba de nuevo a la arbitrariedad de los corregidores en el manejo y control del trabajo indígena 63 . Pero lo relevante de este nuevo arbitrio estriba en el mecanismo concreto de ejecución que Lagúnez sugería: la realización y actualización anual de las listas de mitayos enviados desde cada comunidad a Potosí recaía directamente sobre las jefaturas étnicas y los doctrineros, correspondiendo a ellos, en caso de que comprobaran irregularidades en los períodos de mita de los indios, la posibilidad de impedir el despacho de esos mitayos "aunque no haya otros en el pueblo" 64 . Si este sistema representaba una inversión radical de la capacidad de los corregidores para controlar y manipular el reparto de mano de obra, y un incremento proporcional en la intervención de las economías eclesiásticas en ese mismo proceso, mucho más revelador se presenta el mecanismo último que arbitra para asegurar la correcta ejecución de los "padroncillos": en realidad el control final acababa recayendo casi de modo exclusivo sobre los jesuítas. Ya que en Juli se juntaban varios de los caminos que recorrían los contingentes mitayos en su desplazamiento al centro minero, sería a ellos a quienes -previa disposición de una copia de todas las listas confeccionadas en las distintas provinciascorrespondería la verificación del cumplimiento de los turnos septenales de descanso. De los grupos de mitayos que no atravesaban Juli, los de Chucuito - p o r su cercanía 65 - quedarían también bajo su jurisdicción; los de Omasuyos, Pacajes, Paria y Sicasica, que atravesaban la serranía de Poopó, serían controlados por los jesuítas del colegio de Oruro 66 ; por último, los despachos de Paria, Chayanta, Carangas y Tarija pasarían a ser controlados, en la misma villa minera, por los miembros del colegio de Potosí 67 . Si hemos descrito con cierta prolijidad esta solución del informe de Lagúnez, es porque no deja de resultar sorprendente una inclinación tan clara a la defensa de unos intereses determinados. El sistema propuesto suponía, sin entrar en consideraciones sobre la oposición que su implantación suscitaría, una complejidad

62

Vid. supra. "[...] especialmente contra los corregidores, quienes no hay duda embarazan muchos indios en sus tragines y grangerías" (f. 782). 64 Ff. 785-787. 65 Las distintas mitas de los pueblos de Chucuito se congregaban en el Desaguadero, a 12 leguas de Juli. 66 Para redondear la estrategia, la propia doctrina de Poopó, en manos de los agustinos, debía ser transferida a los jesuítas, a cambio de una nueva concesión doctrinal a la orden de San Agustín. 67 Ff. 794-805. 63

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burocrática que lo convertía de hecho en impracticable 68 , y a la que Lagúnez no era ajeno a buen seguro. Al margen de posibles conexiones del fiscal con la orden ignaciana, de las que no hemos encontrado indicios en los materiales revisados, podría quizás pensarse que la obstinada preferencia de Lagúnez por implantar esta "aduana tan sagrada", en la que cifraba el único medio seguro de controlar la legalidad de los envíos de mitayos, responde a una imagen que combinaba el conocimiento de la solidez de las empresas y actividades jesuitas con la idealización de las virtualidades de la Compañía como organización implicada en la defensa de los intereses indígenas 69 . En conjunto, el examen de los incumplimientos de los descansos septenales y la solución planteada adelantaba el tono general de los restantes contenidos de esta sexta y última parte de la representación fiscal de Lagúnez: la presentación como irresolubles de los múltiples problemas que generaba la mita y la formulación de soluciones que, por su rigidez y carácter extremo, representaban de hecho - c o m o en el caso anterior- la reducción de la mita a unos términos cuantitativos y a un marco de control impracticable para las demandas laborales de la economía minera potosina. Las páginas siguientes analizaban los problemas suscitados en otros dos aspectos del trabajo mitayo por las regulaciones del nuevo repartimiento de 1689: la supresión de una de las dos semanas de descanso, motivada por los resultados demográficos decrecientes de la numeración - y cuya alteración le sirve a Lagúnez para acentuar de nuevo la injusta preponderancia de los intereses mineros en las medidas del Virrey Palata 7 0 - y, sobre todo, la escasa cuantía de los jornales que recibían los mitayos potosinos. Con este propósito, Lagúnez desen-

68 Dado que no todos los doctrineros resultaban "de igual entereza para resistir a los corregidores", debían ser los obispos y prelados de las diferentes órdenes religiosas quienes proporcionasen una nómina de "los doctrineros que hubiere en cada provincia de más prendas, integridad e independencia con el corregidor, y señaladamente los que se señalaren en la defensa de los indios". De los designados, dos se desplazarían, tres días antes del despacho de mitayos, al pueblo de la provincia donde se agrupasen para proceder allí, en compañía del doctrinero local, a comprobar con detalle la listas. Estas debían quedar registradas anualmente en libros especiales y en poder de los escribanos; una vez realizado el despacho, los originales de las listas se despacharían al contador de retasas en Lima, mientras los curas debían poseer una copia actualizada de las mismas [ff. 787v-790]. 69 "Sólo el pueblo de Juli -explicaba al final de esta propuesta- se ha mantenido contra las tempestades de los corregidores, contra el torbellino de los tenientes y contra la voracidad de la mita" (f. 803v). 70 "El hierro de todo esto consiste en que se hace la cuenta sólo de los indios que Potosí necesita y pide, no de los que se le pueden dar" [f. 811].

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vuelve una larga argumentación71 que encierra otro de los momentos más interesantes de su escrito. Consciente de los reducidos márgenes de beneficio de la industria potosina y de la importancia de unos jornales inferiores a los regulados por el mercado libre de trabajo, Lagúnez abandona en el inicio de esta exposición el ámbito concreto de las condiciones imperantes en el centro minero y las provincias mitayas para apelar a consideraciones morales y políticas que presentan el asunto revestido de una infranqueable condena ética: una extensa reflexión, saturada de referencias bíblicas, sobre la justicia moral de la retribución, dejaba tras de sí la imagen de un Potosí poblado por "densas nubes de codicia infernal" y emplazado por tanto, de forma permanente, al margen de la norma divina. Sólo la lejanía de la metrópoli hacía posible esa situación que en ningún caso era imputable a la cabeza de la Monarquía. Desde esta afirmación, Lagúnez desarrolla luego una completa apología de la misión política que el virrey Monclova estaba llamado a desempeñar. La defensa excede con amplitud a las intercaladas hasta entonces en el Discurso... por la sacralización del poder civil que exhibe y el tono evangélico y misional que Lagúnez confiere a toda acción que el nuevo virrey decida adoptar frente al problema potosino: "[...] A V.Exa envía nuestro cathólico Príncipe. Porque a excesos de injusticia sobras de integridad. Bien puede ya el fiscal (siguiendo el discurso principal) consolar a los afligidos indios y decirles como el apóstol "cesse ya vuestra congoja; no lloréis en lo secreto unos con otros". Bien podéis desahogar en lo público vuestros sentimientos, presentar en los tribunales vuestras quejas y manifestar vuestras aflicciones. De esta vez, hijos, a de quedar remediado todo. Buen juez tenemos. Ya está a la puerta. Ya quiere tomar resolución en vuestras causas. Capitán es valiente y magnánimo. Militando estáis en su gobierno político. Poneos a sus pies; mostradle como a otro Germánico vuestras heridas y miserias; pedidle os haga justicia en la paga de vuestros sueldos; no temáis se corrompa: más pesa su integridad que cuanta plata habéis sacado de ese rico Cerro. Seguros teneis en su parecer vuestros derechos y desagravios. A V. Ex a tienen, y en su justificación y benignidad cuanto pudieran desear en lo justo y piadoso. Dios ha traído a Vuestra Excelencia no sólo por juez de estos miserables, sino es también por testigo de sus desdichas. Así se promete en una de las profecías de Malachías en el capítulo tercero, donde con grande expesialidad para nuestro caso (porque habla también de los pobres jornaleros y contra los que les defraudan su sudor) dice la sabiduría y el poder divino (catorce): "yo vine a hacer juicio por vosotros y seré testigo veloz a los que calumnian el estipendio del jornalero". V.Ex" está en lugar de Dios. V.Exa es el juez prometido a estos pobres. V.Ex" es el testigo veloz de sus calamidades 72 .

71 La discusión de este punto ocupa el párrafo tercero de esta sexta y última parte del Discurso..., entre los folios 821 y 936v. 72 Ff. 830-832v.

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En este razonamiento tan barroco se escondía otra crítica, y no de las más livianas, a la gestión de quien precediera a Monclova en el desempeño del virreinato. El Discurso... se acercaba a su culminación y, en un texto redactado para su exposición pública, tan tajante y profética presentación de la capacidad ejecutiva que recaía sobre los virreyes, alertaba con claridad a la audiencia sobre la firmeza y carácter indiscutible de los nuevos propósitos concebidos. La discusión sobre el asunto de los jornales mitayos discurría luego hacia terrenos más concretos, en los que bajo diferentes argumentos Lagúnez acaba siempre por desembocar en una misma insistencia: el subsidio que, a través de los salarios mitayos, recibía una industria incapaz de subsistir en el caso de afrontar las retribuciones imperantes en el mercado de trabajo libre. El asunto era sobradamente conocido, pero Lagúnez quería dejar bien asentado que la verdadera y única razón del mantenimiento de la coacción minera estribaba en esta dependencia, para lo cual no reparaba en criticar abiertamente el Arancel de salarios publicado bajo el gobierno de Palata, que igualaba los jornales del trabajo voluntario y el forzado, excepto en la minería, en recurrir a los informes del propio Enríquez, o en calcular incluso el monto de la cantidad que el mantenimiento de los bajos salarios mitayos representaba de subsidio para los empresarios mineros; las normas legales -remarcaba- se habían concebido para proporcionar trabajadores a las minas, "no para que se les den los indios baratos" 73 . Este repaso de las posibles soluciones aplicables a los repartimientos potosinos continuaba con idéntico escepticismo y acento crítico por los diferentes elementos esenciales de la organización y funcionamiento de las mitas mineras: el pago de leguajes 74 ; los problemas de la integración en la mita de los forasteros y las provincias exentas hasta entonces, respecto a los cuales destacaba de nuevo sus repercusiones sobre las economías agrarias 75 ; las redenciones en metálico; la

73

Ff. 880-936 passim. Respecto a Enríquez, insertaba citas de su informe en respuesta al Conde de Lemos, donde el corregidor refería explícitamente la imposibilidad que los mineros potosinos tenían de afrontar la explotación con el pago exclusivamente de salarios de trabajadores mingados. En cuanto al cálculo del subsidio, realizado sobre los 1.614 mitayos presentes en la última visita manejada (1690), Lagúnez estimaba en 377.276 pesos la cifra que el empresariado minero ahorraba en el pago de jornales. 74 Lagúnez proponía la remisión de estas cantidades por los mineros a las provincias antes de los despachos de mitayos, si bien reconocía que, en lo relativo a las cantidades del viaje de regreso, era imposible arbitrar un "remedio eficaz". Para destacar el sistemático incumplimiento de esta norma, Lagúnez ironizaba resaltando cómo nunca los empresarios potosinos habían formulado "pretensión alguna ni pleito [...] sobre si han de ser los indios que a cada uno se les señalan de provincias más o menos distantes, por el más o menos costo en la paga de los leguajes" (f. 940). 75 La inclusión de los forasteros únicamente serviría para que las explotaciones agrarias quedasen "perdidas en muy breve tiempo"; de la aplicación de la mita a las provincias no inclui-

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incidencia sobre el equilibrio comunitario de la salida de mitayos, sobre todo en los núcleos más distantes de Potosí76; las imposiciones y exigencias de los mineros sobre los capitanes enteradores y demás responsables en Potosí de los enteros, etc. En esta panorámica de "remedios" para aliviar la explotación implícita en la mita, el Discurso... apela en conjunto a dos conceptos generales: la imposibilidad, reiterada en cada uno de los asuntos examinados, de arbitrar un mecanismo corrector cuya aplicación resulte a la vez posible y efectiva ("[...] los demás arbitrios, quedando en pie estos excesos, no son arbitrios, sino engaños") y, sobre todo, el esfuerzo por extrapolar esa situación de descontrol más allá del estricto problema potosino y plantearla como un problema general de la organización del Estado indiano en los Andes meridionales: así, junto a los asuntos mineros, la cuestión de los corregidores y sus repartos de marcancías quedaba incluida como una más en esta nómina de cuestiones pendientes 77 . 5. Una propuesta casi abolicionista Avanzaba así Lagúnez hacia la culminación de sus argumentos. En el penúltimo capítulo del Discurso..., el dedicado a la valoración definitiva de las posibles soluciones, su solo enunciado prefigura ya el tono de sus conclusiones 78 , y desde las primeras líneas quedaba reforzado el diagnóstico final de la cuestión potosina: "En llegando a agravios de Potosí, tuviera por engaño el discurrir y proponer remedio alguno". A modo de confirmación, Lagúnez repasaba de nuevo las cuestiones esenciales en las que cifraba la ilegalidad de la mita, ante todo la directa relación que existía entre la sobreexplotación del trabajo mitayo y la rentabilidad de las minas potosinas, en una ecuación que asociaba ineludiblemente el futuro de Potosí al mantemimiento de la mita en las condiciones toleradas hasta entonces: Potosí se mantiene lavando a cinco y seis marcos, porque hecha la cuenta de lo que les pagan a los indios apenas le sale al minero a real y medio por un día de trabajo [...] Bajando la ley de los metales de Potosí han ido también creciendo los perjui-

das hasta 1689 hacía observar a propósito de Cochabamba: "[...] que es el granero, por su fertilidad y abundancia de frutos, de las provincias de arriba, y si se destruye esta provincia con la mita, como lo están otras, harán mucha falta sus frutos a las de Charcas y Potosí"' (f. 993). 76 Es lo mismo, identificaba Lagúnez en este asunto, "salir un indio de estas provincias remotas que desnaturallizarse de su patria y pueblo" (f. 1071). 77 Párrafo 6 o , ff. 1140 ss. 78 "Remedios de los agravios de los indios en Potosí por su mineral. Refiérese la imposibilidad de executarse algunos, la pobreza de sus minas y que en caso de poderse corregir los excesos que padecen los indios cesarán las más labores, por mantenerse con ellos" (ff. 1207 ss.).

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cios a los indios. Cuanto más pobres sean aquéllos, tanto más crecidos serán éstos para poderse mantener el minero [...] ¿Quién lo ha de executar [la reforma de la mita], habiendo de resultar del remedio la destrucción de tantas minas e ingenios? 79

De esta "falsa esperanza en el remedio", de la certeza de que sólo con la continuación de los términos en que hasta entonces se había desarrollado podía el sistema de repartimientos resultar de utilidad para la minería potosina, deducía Lagúnez la absoluta ilegalidad de la mita: "Si esto en lo moral es imposible de remediarse, si son precisos los agravios, las injusticias y violencias, consiguientemente se halla la mita sin justificación" 80 . La propuesta quedaba avalada por la compensación que introducían dos de los argumentos que, tanto en el propio Discurso como en el conjunto de las discusiones, se utilizaron para enfrentar la mita: el dinamismo productivo de los restantes yacimientos regionales y la supuesta disponibilidad de una abundante mano de obra para contratar 'libremente' en Potosí 81 . A los primeros, y sobre la base de los cómputos de envíos de metálico a la Península, les atribuía una contribución de más del ochenta por ciento en el total de la plata producida en el virreinato; un cálculo a todas luces desmesurado, pero que servía en todo caso para contestar el supuesto descalabro econónomico que, según alertaban los defensores de la mita, seguiría a la quiebra de Potosí 82 . En cuanto a los supuestos problemas laborales derivados de la supresión de la mita , quedaban invalidados por la comprobada existencia de una permanente oferta de mano de obra 'voluntaria' en Potosí y el propio desarrollo de las restantes empresas de la región, sostenidas sólo con el aporte de trabajadores contratados 83 . La desembocadura de éstos y todos los argumentos planteados a lo largo del Discurso resultaba ser, finalmente, una propuesta algo menos radical y definitiva de la que el tono de los razonamientos anteriores preludiaba: retomando explíci-

79

Ff. 1207-1208 pássim. Y algo más adelante: "[...] el pretender el mineraje con tanto empeño los indios de la mita no es por falta de indios en Potosí, sino es por ser los mitayos más baratos" (f. 1224v). 80 F. 1214v. 81 Ff. 1216-1217. 82 Ff. 1225-1227v. Si bien las cifras que maneja resultan completamente inverosímiles (un millón de pesos como producción de Potosí en cinco años y, para el mismo período, cinco millones para los "restantes minerales"), conviene insistir en el énfasis de Lagúnez sobre las posibilidades de explotación de otros yacimientos tratando de reflejar el complejo entramado de esa "otra minería" surandina, como cuando afirma, entre otros argumentos a favor de su petición, que "[...] la cantidad de plata que dice el gremio de Potosí quintar de aquel mineral es en mucha parte del de los López y otros de aquel distrito [...]" (f. 1227v). 83 Ff. 1228-1229v.

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tamente el análisis de Solórzano, Lagúnez recomendaba que se fuera "estrechando y quitando la mita y sus indios forzados, a el respecto de los m u c h o s voluntarios que hay en Potosí y en todos los minerales del reino, que se aplican libremente y sin apremio a sus labores" 8 4 . La solución final de L a g ú n e z se acogía y moderaba a la sombra de la figura y la obra de Solórzano para evitar probablemente un rechazo abierto a una proposición de carácter radical y temidas consecuencias en el aparato administrativo imperial, c o m o la supresión directa de la mita . En todo c a s o , su análisis d e j a b a s u f i c i e n t e m e n t e claro el criterio f u n d a mental q u e hacía asumible la e l i m i n a c i ó n , p r o g r e s i v a o n o , del sistema d e los repartimientos: la posibilidad de r e f o r m a r t o t a l m e n t e la estructura e c o n ó m i c a d i s e ñ a d a para los A n d e s m e r i d i o n a l e s en el siglo x v i , y r e e m p l a z a r l a p o r u n a normativa que aceptase las nuevas situaciones generadas por el comportamiento d e los g r u p o s e s p a ñ o l e s , criollos e i n d í g e n a s , y f a v o r e c i e s e la c a p a c i d a d d e reproducción de las comunidades étnicas, sobre la base de que el tiempo transcurrido y los cambios introducidos desde la administración, lejos de poner en peligro la rentabilidad de la explotación colonial, garantizaban ya - f r e n t e al contexto en el que se había implantado la mita- una inserción suficientemente estable de los grupos indígenas en los sistemas de explotación mercantil de los minerales y demás recursos de la región: [...] queden libres de la mita y trabajarán con más fruto y saca de plata, y se podrán aplicar sin tantos perjuicios en sus propias provincias a muchos minerales ya descubiertos y más ricos que el de Potosí, y a otros que se descubrirán con la abundancia de indios voluntarios. Ya perdieron estos pobres [indios] en mucha parte su mala naturaleza y ociosidad, en que estaban criados y dio ocasión a la mita: han militado en la escuela de los españoles; ya están enseñados a sus tareas y continuos trabajos. Bien pueden quedar voluntarios, que por libres que queden [...] mientras hubiere españoles y mestizos, no los dejarán holgar85.

84 85

F. 1230. F. 1234.

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Anexo documental: "¿Qué es un indio?" [Extracto de las apreciaciones de Matías Lagúnez en su Discurso sobre la mita de Potosí] Racional es el indio porque [i.612] es hombre, pero muchos con tan limitada luz de la razón, con tan inculta y bárbara rustiquez, que si en ellos no viéramos la forma de hombres juzgáramos eran fieras. Siente y ríe, pero tan a lo irracional que siente sólo como viviente, y ríe como niño con tal ligereza de corazón que con muy leves causas muda su sentimiento en risa y su risa en llanto. Por duro que sea el azote, se olvida luego del con el más ligero son de una guitarra; su imbecilidad de ánimo es rara; su timidez es mucha; su humildad con extremo; qualquiera reconoce por superior; a el más vil esclavo obedece; qualquier negro lo [f.672v] domina; todo es ánimo servil, y con mayor extremo cuanto mayor abatimiento es el de su crianza; desde que abre los ojos a el primer uso de la razón, experimenta tantos dominios como españoles hay en su pueblo [...]. [...] Los materiales de la religión los oye como historia o como curiosidad. Cree, pero tan en lo material, tan sin raíces en su creencia que apenas tiene más motivo interior para creer que el que se lo digan o se lo manden. Para él todo es uno; no se gobierna por razón interior sino es por la mera exterioridad de decírselo o mandárselo. En enseñándole [f.673v] otro lo contrario, lo sigue sin repugnancia ni réplica de lo primero. Cree que hay Dios. Cree todos los misterios de nuestra religión Christiana. Saben algunos las oraciones, pero tan en lo superficial de la memoria, tan sin reflección en los que aprenden, con especulación tan corta que no pasa su creer ni su saber de la primera corteza de las cosas. Creen los indios y saben lo que creen como lo saben y lo creen los niños tiernos. A lo ceremonial se aplican mucho. Sólo en esto tienen vanidad: para llevar un indio un pendón en una fiesta, se empeña [f.674] para todo un año. Celebran mucho con sus danzas (a que son muy inclinados) el día del Corpus y la Semana Santa, con procesiones; dicen no han traído los españoles cosa mejor a los indios que las danzas del Corpus y procesiones de la Semana Santa. Gastan mucho en cascabeles y en máscaras, y suele ser renglón de conveniencia para los corregidores este empleo. Algunos hacen las pagas de los obrajes con estas alhajas. Todo es exterioridad en los indios. Prosiguiendo con las cosas divinas, las comprenden sin [f.674v] más cuidado que a la memoria, sin más discurrir en el entendimiento y sin más atención que a lo liberal [...]

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[...] Son crueles en algunas partes con sus propios naturales, tan sin causa y tan inconsideramente que por quitarse un mal sobrero o una manta muy vieja se quitan bárbaramente la vida. [f.676] No tienen codicia de bienes ni ambición de honras. En sembrando un poco de maíz y un corto pegujar de papas para su año, ni desean más ni echan una cosa menos. Sus convites y fiestas se reducen en lo más principal a una botija de chicha (bebida la más vil y pobre destos Reynos); en teniéndola están contentos, en faltándoles es su mayor aflicción. Su ambición es sólo de la ociosidad y la quietud, si bien en esto están muy enmendados: aplícanse más que antes a el trabajo, o por la necesidad del alimento natural y paga del tributo, o por el apremio del español que no les deja holgar, o por la costumbre en que se han criado. [f.676v] Son sufridores en el trabajo. No les disminuye las fuerzas y la robustez natural la poca inclinación a él y la mucha propensión a el ocio. En las artes mecánicas son grandes imitadores; adelantan poco en lo que les enseñan; no discurren en inventivas nuevas; los precios de sus obras los miden con su necesidad en el alimento, vestido, tributo y que les quede algo para sus fiestas, y siéndoles todo de muy poco costo salen muy baratos porque no tienen codicia de tener ahorrados cinquenta pesos para el día siguiente. Apetecen la soledad. Ponen muchos sus ranchos y fabrican [f. 677] sus chozas en lo más apartado que pueden de los españoles. Oféndeles su vecindad, no por aversión natural sino es por lo accidental del trato, si bien está ya convertida en naturaleza. Oféndeles la vecindad del español por la demasiada dominación, y buscan el remedio en el retiro. ¿Saben por experiencia lo que pondero? Un práctico en este punto, "el vaho del español - d e c í a - consume a los indios". Y aunque bárbaros, miran por su conservación con el instinto que hasta a los brutos concedió próvida la naturaleza. Huyen de tan mal viento que tanto los destruye y aniquila. [f.677v] Fueran todos o los más santos (cesando otras contrariedades), si la suma pobreza en que viven y con que se contentan fuera virtud apetecida por Dios, no naturaleza mal aplicada. Su miseria y cortedad en el trato y habitación es con extremo. Pasmo es entrar en la choza de un indio: fórmase en cuatro palos, cubierta de paja como una estrecha tienda de campaña; allá se encierra toda la familia, aunque sea muy crecida, y el cochinito y la oveja con ellos; su cama es un pellejo, su aderezo de un día para otro es sacarla a el sol para que se seque. El [ilegible] y la [f.678] hediondez de tantas personas y animales juntos en tan corto espacio no tiene más respiración que la puerta. [...]

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El antropólogo y escritor José María Arguedas en España: en busca de las raíces de la cultura mestiza peruana Rodrigo Montoya Rojas Profesor Emérito de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos

En 1959, José María Arguedas viajó a España con una beca de la UNESCO. Fue el primer latino americano que hizo un trabajo de campo en ese país buscando las raíces de la cultura mestiza peruana, y el segundo antropólogo extranjero después de Pit Rivers. Este coloquio ofrece la oportunidad de reflexionar sobre aquel histórico viaje de Arguedas, su formación, sus preocupaciones antropológicas y el sentido de su trabajo de campo en Sayago: La Muga y Bermillo, pueblos de la provincia de Zamora en la comunidad de Castilla y León. En este texto trataré de los seis espacios en la obra arguediana: la antropología y la literatura; los cuatros campos principales de su obra antropológica; el universo político y su militancia intelectual; la metáfora de la cultura mestiza y el indigenismo mexicano como propuesta política y, finalmente, su viaje a España en busca de las raíces de la cultura mestiza peruana. 1. Antropología y Literatura: espacios sin fronteras marcadas ni conflicto alguno Arguedas fue antropólogo, novelista, poeta, profesor, traductor, periodista y un ciudadano con una particular militancia política intelectual, derivada de su amor por el Perú y de su propio sufrimiento personal. Separar estos espacios sólo tiene sentido para analizar su obra porque, en realidad, se dieron uno al lado de los otros sin mayores contradicciones dentro de una unidad de fondo1.

1

En otro texto, he escrito: "La relación de la literatura con la antropología en la obra de Arguedas es muy estrecha y amorosa. Perderíamos el tiempo separando en su obra la antropología de la literatura. Lo perderíamos más aún si tratáramos de señalar cuál es la más importante. Lo central es tener una aproximación global [...] La obra antropológica está hecha por un escritor y por eso las fronteras entre la literatura y la antropología - e n el caso preciso de Arguedas- no son nítidas. Puede serlo con toda claridad si uno compara a dos personas diferentes: un escritor, de un lado y un antropólogo, de otro. Pero cuando una persona es un escritor y un antropólogo, al mismo tiempo, no puede dejar de ser antropólogo cuando escribe literatura ni puede dejar de ser literato cuando hace antropología. Toda separación en este aspecto

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El relato, sobre todo oral, es un espacio común para la antropología y la literatura en general. La idea de Dios y de los dioses, como la ficción más importante producida por la mente humana en todas las culturas del mundo, es el tema central de las religiones, que constituyen uno de los capítulos centrales de la cultura. Por otro lado los relatos míticos, elaborados por autores anónimos a lo largo del tiempo, son esenciales en todas las culturas del mundo para explicar, ofrecer consuelo y esperanzas en el futuro, que son indispensables para vivir. Adán y Eva, por ejemplo, no existieron; fueron inventados para que los cristianos y católicos acepten e interioricen las ideas de la creación del mundo, el pecado original y otras culpas benignas y mortales, la vida humana como un valle de lágrimas, la condena en los infiernos y la salvación en el cielo. Tampoco Mama Occllo y Manco Capac existieron, los imaginaron en los Andes como hijos del Sol y como la primera pareja del mundo. En un antropólogo como Arguedas la magia y la literatura se dan la mano, más allá del carácter racional y científico atribuido a las disciplinas académicas. En la última frase de Puquio, una cultura en proceso de cambio, Arguedas no resiste la tentación de sus creencias y dice: Inkarri vuelve y no podemos menos que sentir temor ante su posible impotencia para ensamblar individualismos quizá irremediablemente desarrollados. Salvo que detenga al sol, amarrándolo de nuevo, con cinchos de hierro, sobre la cima del Osqonta y modifique a los hombres, que todo es posible tratándose de una criatura tan sabia y resistente (Arguedas 1964: 272).

En su célebre texto No soy una aculturado, Arguedas escribió: "El otro principio fue el considerar siempre el Perú como fuente infinita para la creación [...] ¿hasta dónde entendí el socialismo?, no lo sé bien. Pero no mató en mí lo mágico" (Arguedas 1971: 283). Para Arguedas los mitos fueron decisivos, tanto para entender la cultura andina como para defenderla. William Rowe sostiene: Arguedas no utiliza el mito para construir una coartada ahistórica, sino como principio desestructurante en oposición de estructuras sociales contemporáneas. Aceptar el lenguaje, mítico en ese sentido, implica tomar lo nativo como contemporáneo, contra las coartadas etnocéntricas y lineal-'evolucionarias' que lo llaman 'arcaico'. A la vez, el mito puede funcionar como una perpetuación del pasado, como estático, almacenado, realidad a la cual siempre se retorna. En esta categoría se incluye, para Arguedas, la propia niñez (Rowe 1995: 112).

no tendría sentido por razones pedagógicas, para tratar de entender mejor un aspecto. Pero en la vida [de Arguedas} el antropólogo y el escrito fueron uno solo". (Montoya 1995: 166)

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2. Cuatro bloques de su obra antropológica: aportes y debilidades El primero está formado por sus libros mayores, que corresponden a sus tesis universitarias: Puquio una cultura en Proceso de cambio (1962, tesis de lo que en los años sesenta se llamaba en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos "Bachillerato", que corresponde gruesamente a la Licenciatura actual) y Las comunidades de España y del Perú (tesis doctoral, San Marcos 1964) fueron publicados por él. Los libros Formación de una cultura nacional latinoamericana (Siglo XXI Editores), e Indios, mestizos y señores (Editorial Horizonte) reúnen sus artículos académicos y periodísticos, y fueron publicados después de su muerte, ocurrida en diciembre de 1969). El estudio de Puquio es un texto de antropología religiosa, directamente conectado al artículo "Mitos quechuas pre hispánicos" que escribió junto con Alejandro Ortiz, a su artículo "Evolución de las Comunidades Indígenas" y al prólogo a la "Visita de Garci Diez de San Miguel", editada por John Murra. La tesis doctoral fue el fruto del trabajo de campo que Arguedas hizo en España en 1958. El segundo bloque está formado por un conjunto de textos sobre el folklore. Los más destacados son: "Canto quechua", escrito en la cárcel de Lima en 1938, donde estuvo recluido ocho meses por haber asistido a una manifestación de solidaridad con los republicanos de España; "Mitos, leyendas y cuentos peruanos"; "Cuentos mágico-religiosos de Lucanamarca" e "Himnos quechuas católicos cusqueños", que son artículos publicados en diversas revistas; y "Nuestra música popular y sus intérpretes", edición postuma que reúne sus artículos periodísticos. El tercero está formado por un conjunto de textos sobre el arte popular, entre los que destaca "Notas elementales sobre el arte mestizo de Huamanga", publicado en la selección de Ángel Rama (1975). El cuarto y último bloque es una serie de textos sobre la lengua quechua y su producción como traductor. "Dioses y hombres de Huarochirí" fue la primera traducción de textos míticos pre hispánicos reunidos a fines del siglo xvi. Su contribución como antropólogo está fuera de duda. El dominio que tuvo de la lengua y, por eso, de la cultura quechua -logrado en "la vida" y enriquecido por sus estudios de Antropología- le permitió ofrecer un punto de vista nuevo, fresco, desde el interior mismo de esa cultura. Fue uno de los primeros autores que trató de tener una visión de conjunto del país sumando las partes andina y costeña. Lamentablemente, él no tuvo acceso a todo el material recogido hasta entonces sobre la Amazonia. Aprendió el quechua al mismo tiempo que el castellano, y fue un autor bilingüe y bicultural en el sentido preciso de los términos. Fue uno de los primeros autores en señalar la importancia de la educación, tanto para los quechuas peruanos como para todo el país. Al lado de Efraín Morote

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B e s t a b r i ó h o r i z o n t e s p a r a los e s t u d i o s del f o l k l o r . Su t r a b a j o c o m o t r a d u c t o r m e r e c e un r e c o n o c i m i e n t o particular. D e b i e r a relevarse t a m b i é n su o p o s i c i ó n a la antropología aplicada q u e , si bien es cierto f u e s i m p l e m e n t e intuitiva, ilustra bien su mirada crítica d e largo plazo sobre la realidad del P e r ú . En Todas las sangres, título de su penúltima novela, se expresa y r e s u m e toda una tesis política de d e f e n s a d e la diversidad cultural c o m o una riqueza del país. 3. Política y militancia intelectual Arguedas no f u e un militante político en el sentido preciso d e un h o m b r e d e partido. En la d é c a d a de los treinta f u e g a n a d o c o m o simpatizante del Partido C o m u n i s t a P e r u a n o , p e r o e s a e x p e r i e n c i a f u e m u y c o r t a y n o v o l v i ó a r e p e t i r l a . El autoritarismo, el d o g m a t i s m o y la d u r e z a del stalinismo eran i n c o m p a t i b l e s c o n su personalidad. En otro texto, aún inédito, h e escrito: ¿Qué quiso decir aquel valiosísimo antropólogo, novelista y poeta peruano cuando afirmó que el socialismo no mató en él lo mágico? Lamentablemente, él no explicó esa frase y nos corresponde la difícil tarea de tratar de explicarla a partir del conocimiento de su obra y de su propia vida. Veinte años después de su muerte contaré una historia que ocurrió en París, en 1968. Arguedas volvía de Cuba a Lima, luego de haber asistido a un congreso de intelectuales en La Habana. Como entonces la llamada democracia del presidente Belaúnde prohibía a los peruanos y peruanas visitar los países socialistas, Arguedas tuvo que pasar por París. Varios peruanos, ligados entonces al partido Vanguardia Revolucionaria, lo invitamos a almorzar. En las muchas horas que pasamos juntos Arguedas nos vio cocinar, cantar en quechua, en castellano, hablar de política, de música, de literatura. Estuvo muy contento y nos confió una de las razones de su alegría. Recuerdo sus palabras: 'Me alegra muchísimo ver a los jóvenes de la izquierda de hoy con una actitud tan diferente a la que tenían los comunistas en los años treinta. !Qué bien que ustedes tengan esa alegría de vivir! Les contaré de algo muy triste que me pasó en Lima. Yo era miembro de una célula de simpatizantes del Partido comunista. Un día llegaron de Puquio a Lima, un danzante de tijeras, un arpista y un violinista. Estuve feliz de acompañarlos y de guiarlos por Lima. Pasé quince días con ellos, sirviéndoles de traductor. Fui feliz de cantar, bailar y emborracharme con ellos. Mientras estuvieron en Lima no asistí a las reuniones de mi célula. Cuando se fueron, y luego de varios días de descanso, volví donde los compañeros. Me recibieron indignados. El responsable de la célula, uno de los más prominentes dirigentes del partido, me dijo que los comunistas no tenían derecho a la alegría hasta el día de la victoria; que debíamos trabajar día y noche, sin descanso, sin perder nuestro precioso tiempo y, menos, bailando y emborrachándonos con esos indios. Me sentí muy mal, me empequeñecía con ese reproche tan duro. Pedí permiso para ir al baño y no volví nunca más'. Si entendí bien, para Arguedas, el socialismo era el ideal de justicia, libertad y progreso para resolver los problemas del Perú y lo que él nombraba con la palabra

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magia correspondía a la diversidad cultural del Perú. Toda su obra literaria y antropológica ha sido un arma para valorizar a los quechuas en particular y a los indígenas en general, para mostrar su cultura, su saber, su canto, su poesía, como recursos valiosos del Perú y para recordarnos que las soluciones del Perú pasan por las soluciones andinas. Por este hecho, Arguedas es uno de los pilares contemporáneos para la formulación de un proyecto político peruano para el Perú. Si el socialismo niega la diversidad, no servirá para nada" (Rodrigo Montoya 1991: X, 291-292).

Un año después de ocurrido ese encuentro, Arguedas buscaba el modo más efectivo para suicidarse y no fracasar otra vez, como le había ocurrido en 1966. La visita a Cuba en 1968, tres años después de su viaje por Estados Unidos, fue un acontecimiento decisivo en la vida de Arguedas porque significó su reencuentro con el espíritu que él tenía en los años de San Marcos (1931-1937). "Díganme lo que tengo que hacer" pidió a los dirigentes de la izquierda nueva que aparecía en esos años. Ninguno pudo darle un horizonte, y menos tareas concretas, porque todos estaban preocupados en preparar la lucha armada. No quería ser sólo un observador de los hechos, le habría gustado tener una participación activa, pero no fue posible. No siendo un hombre de partido tuvo, no obstante, una clara militancia política intelectual a través de sus temas literarios, sus textos periodísticos, sus trabajos académicos y su cercanía a los hombres y mujeres quechuas en la vida cotidiana. Pedro Tineo García - e l Vaquerito andino, uno de los cantantes de música quechua- me contó que conoció a Arguedas en un tranvía, en las calles de Lima. Hablaron en quechua y media hora después el escritor antropólogo aceptó ir a almorzar a su casa. Bebieron unas copas y cantaron. Desde entonces hasta su muerte el Vaquerito fue un gran amigo y admirador. En cada diciembre él es el primero en organizar una romería para visitar su tumba. No se ha hecho aún un estudio exhaustivo sobre las ideas políticas defendidas por Arguedas. En otro texto, (Montoya 1991: 28-30) he señalado tres. La primera está contenida en su texto "Canto quechua": Tengo la esperanza de que este libro cumplirá su objetivo: demostrar la capaci-

dad de creación artística del pueblo indio y mestizo, haciendo conocer uno de los aspectos de la belleza que hay en el arte popular indio y mestizo, y cómo este arte popular podrá ser el fenómeno, la raíz primaria, de una gran producción nacional en todos los aspectos del arte.

La segunda, es una idea que aparece en su último "diario" de la novela postuma El zorro de arriba y el zorro de abajo que, en cierto modo, es una definición de su célebre frase "Todas las sangres":

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Quizá conmigo comienza a cerrarse un ciclo y comienza a abrirse otro nuevo en el Perú [...] despidan en mí a un tiempo del Perú cuyas raíces estarán siempre chupando el jugo de la tierra para alimentar a los que viven en nuestra patria, en la que cualquier hombre no engrilletado ni embrutecido por el egoísmo, puede vivir feliz, todas las patrias.

La tercera aparece en su discurso "No soy un aculturado": El otro principio fue el de considerar siempre el Perú como una fuente infinita para la creación. Perfeccionar los medios de entender este país infinito mediante el conocimiento de todo cuanto se descubre en otros mundos. No hay país más diverso, más múltiple en variedad terrena y humana, todos los grados de color, de amor, de odio, de urdimbres y sutilezas, de símbolos e inspiradores. No por gusto, como diría la gente llamada común, se formaron aquí Pachacámac y Pachacútec, Guamán Poma, Cieza y el Inca Garcilaso, Túpac Amara y Vallejo, Mariátegui y Eguren, la fiesta de Qoyllur Riti y el Señor de los milagros, los yungas de la Costa y de la Sierra, la agricultura a cuatro mil metros; patos que nadan en los lagos de altura donde todos los insectos de Europa se ahogarían, picaflores que llegan hasta el sol para beber su fuego y llamear sobre las flores del mundo. Imitar desde aquí a alguien resulta algo escandaloso. En técnica nos superarán y dominarán, no sabemos hasta qué tiempos, pero en arte podemos ya obligarlos a que aprendan de nosotros y lo podemos hacer inclusive sin movernos de aquí [...] ¿Hasta donde entendí el socialismo? No lo sé bien. Pero no mató en mí lo mágico.

4. La antropología en América Latina, y la ilusión con el mestizaje cultural como herencia del pasado y tarea para el futuro El primer encuentro importante de Arguedas con la antropología se produjo en el Cusco, a través de los trabajos con sus alumnos de secundaria en el Colegio Pumacahua, de Sicuani; pero también a través de los estudios de folklore realizados por Efraín Morote Best y sus alumnos en la Universidad San Antonio Abad; y del hallazgo de Carmen Taripha, aquella maravillosa mujer cantora y contadora de historias, a través del padre Jorge Lira y su parroquia en la provincia de Calca. El segundo fue su visita a México para participar junto con Luis E. Valcárcel -la figura histórica inicial mayor de la antropología peruana, tanto en el Cusco como en Lima (San Marcos)- en el congreso de Pátzcuaro en que se institucionalizó el indigenismo a través del Instituto Indigenista Interamericano y los institutos indigenistas en Guatemala, Ecuador, Bolivia y Perú. El tercero fue su paso por las aulas de San Marcos para estudiar Antropología, siendo ya un escritor y un profesor de educación secundaria. Cuando Arguedas viajó a España en 1958, tenía la formación sanmarquina de antropólogo que reunía la teoría del culturalismo norteamericano (Boas, Kroe-

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ber), el indigenismo mexicano (Vasconcelos, Aguirre Beltrán), la etnohistoria peruana (Luis E Valcárcel), las ideas de José Carlos Mariátegui y un complemento con la Etnología francesa (Métraux, Lévi-Strauss). El espíritu antropológico de la época estaba profundamente marcado por la metáfora del mestizaje cultural, derivado directamente de la revolución mexicana. Citaré a continuación cuatro textos de Gonzalo Aguirre Beltrán para situar al indigenismo mexicano: En México José Vasconcelos fue el más eminente abogado de ella [la ideología del mestizaje] la fundó en Mendel queriendo inútilmente, salvar las objeciones que le hacen al biologismo. La exaltación del mestizo y su asunción a la categoría de raza cósmica entró a formar parte de la ideología revolucionaria; el mestizo pasó a ser el mexicano, el arquetipo de la nacionalidad. La parte que había en él de indio le impuso la redención de éste, concebida como su elevación a los stándares de economía y cultura que el propio mestizo había alcanzado. La incorporación del indio a la civilización fue la tarea del mestizo y la llevó a cabo con tesonera decisión mediante el programa de la reforma agraria, la campaña de educación rural y algunos proyectos pilotos específicamente indigenistas. El éxito que el mestizo tuvo en su acción indigenista puede medirse por el porcentaje de indios que había por 1910 - q u e Gamio calculó en el 80 % de la población total- y el 8 % que hay en la actualidad. La sacudida que produjo la revolución y la ideología del mestizaje consolidaron la nacionalidad poniendo en elevada estatura los valores culturales indios. La ideología del mestizaje y el movimiento indigenista tuvieron como quehacer eminente la formación nacional" (Aguirre Beltrán, Antología, en Palerm 1976: 94 2 ). En lo que concierne a los cambios estructurales estoy de acuerdo en la ventaja que implica su carácter revolucionario, pero no por eso debemos echar por la borda el efecto acumulativo de las alteraciones que día a día producen los programas de desarrollo. Como es bien sabido, en las regiones interculturales de refugio, estos programas están destinados a transformar una situación de castas -característica de las relaciones coloniales- en una situación de clases, propia de los países de estructura capitalista. Ciertamente pasar de formas arcaicas a formas modernas de explotación no parecería un gran adelanto, pero el simple hecho de que los indios ingresen a la clase proletaria, los coloca en una posición de lucha que ofrece expectativas venturosas" (Palerm 1976: 1053).

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Aguirre Beltrán escribió su artículo "Guatemala: una interpretación histórico social", del que extraje esa cita, en 1973, respondiendo a las críticas que Jean Loup Herber hizo sobre el indigenismo y el mestizaje en el libro del mismo título compartido con Carlos Guzmán Bokler y publicado por Siglo XXI editores. México 1970. 3 Este texto es extraído de un comentario de Aguirre Beltrán al libro "De eso que llaman Antropología mexicana", que Arturo Warman, Guillermo Bonfil, Margarita Nolasco, Mercedes Olivera y Enrique Valencia -discípulos de Ángel Palerm- publicaron en 1970, con una posición muy crítica del indigenismo y de las tesis de Aguirre Beltrán.

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En Europa la mezcla de pueblos nunca dio origen a la categoría social mestizo que en América desempeña una función de cardinal importancia. El mestizo es el factor de unidad por medio del cual los países latinoamericanos pretenden alcanzar la meta que se han propuesto: el estado monoétnico. La destrucción, el mejoramiento o la integración de las comunidades indígenas corporadas ha tenido como propósito declarado el promover por la fuerza, por el convencimiento, o por ambos caminos, la concurrencia de esas comunidades en el proceso de mestizaje biológico y cultural (en Palerm 1976: 56-57). En fin, todos quienes hemos hecho trabajo de campo entre las comunidades indígenas sabemos cuán profundamente el cristianismo penetró en ellas y cómo en ellas se advierte las formas más fanáticas y agresivas del catolicismo. Tal vez podríamos aceptar que en México no hay una forma única de cristianismo; hay un catolicismo nacional más o menos homogéneo en todo ámbito del país, y catolicismos parroquiales entre las comunidades indias que tienen rasgos propios y genio distintivo, pero que de ninguna manera los segregan de la Iglesia. A mayor abundamiento, los datos objetivos que arrojan los censos aseveran que el 99 % de la población mexicana, incluso la india, son cristianos. ¿Dónde está pues el fracaso del integracionismo en su tarea de cristianizar a los indios? El 1% que resta para la centena, por demás está decirlo, no contiene indios. Creo, sin embargo, que en cuanto a cristianización serán los grupos católicos y protestantes, aquí presentes, quienes tendrán mayor peso para confirmar o negar la certeza de mi juicio (en Palerm 1976: 71). José Vasconcelos, intelectual y ministro mexicano viajó por América Latina en los años veinte sembrando las ideas de su libro La raza Cósmica, que sería para él la quinta raza, fruto del mestizaje de las cuatro existentes hasta 1930: la blanca, la amarilla, la negra y la india. La revolución mexicana tuvo un enorme impacto en el continente, fue la primera del siglo xx, anterior a la revolución en Rusia (1917) y China (1949). Vasconcelos figura en primera línea en las bibliografías de los textos más importantes de nuestros indigenistas en América Latina. Dentro de la formación de antropólogos, Aguirre Beltrán fue un autor de primera línea con su propuesta indigenista de la que partió a fines de los años cuarenta la "Antropología Social Aplicada" como instrumento político de cambio social y cultural, compartida por profesores universitarios (norteamericanos y latino americanos) y sus respectivos gobiernos. No resulta difícil imaginar el entusiasmo de Arguedas al conocer la política indigenista del gobierno mexicano. El arte indígena, en particular su iconografía, los rostros de los indios en los grandes murales, convertidos en símbolos de la nación mexicana y del nacionalismo mexicano. Nada de eso ocurría en el Perú y en otros países del continente. La antropología en México, Guatemala y Perú ha sido una hija de indigenismo mexicano, en particular, y de los indigenismos nacionales. No se trataba sólo de

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una disciplina académica, c o m o en Estados Unidos o Europa, sino de un espíritu, de una voluntad para cambiar la realidad, de un estado de ánimo y de una actitud firme de defensa del arte y de las culturas indígenas y de una propuesta política integracionista. C o m o prácticamente todos l o s antropólogos de la primera generación en América Latina, Arguedas adoptó la metáfora del mestizaje cultural tanto c o m o una herencia del pasado c o m o una tarea para el porvenir. Cito, a continuación, algunos textos importantes: El mestizo en el Perú no tiene ni el número, ni el poder, ni la influencia que ejerce en México, donde el territorio no está torturado y dividido por abismos profundos e indomeñables cordilleras como las que quiebran el suelo peruano (Arguedas 1981: 5-6). El creciente resplandor de la personalidad cultural de México es la prueba más cabal del porvenir realmente ilimitado de la cultura mestiza, indoespañola o indolatina, como sea mejor denominarla (Arguedas 1975a: 6). En el Perú, la segregación cultural sigue siendo cruel, esterilizante y anacrónica, aunque se ha progresado algo en los últimos veinte años. El indio aparece todavía como un personaje inmenso, rezagado en siglos a pesar de su infatigable esfuerzo de supervivencia y de adaptación a los grandes cambios -cambios a saltos- que da constantemente la cultura que lo rodea. El indio se diluye en el Perú con una lentitud pavorosa. En México es ya una figura pequeña y pronto se habrá confundido con la gran nacionalidad. El caso del indio se ha convertido en el Perú en un problema de creciente gravedad. El proceso del mestizaje es, como ya dijimos, de una lentitud pavorosa. Se produce en las ciudades y en ciertas aldeas. Pero en las grandes regiones pobladas exclusivamente por indios - c a s i todo el Departamento de Puno, el más denso de la sierra peruana, la mayor parte de los departamentos de Ancash, Huánuco, Ayacucho, Apurímac, Huancavelica y Cuzco- la cultura india permanece íntegra. La miseria económica y la segregación cultural la rodea y aisla como un anillo de hierro (Arguedas 1975a: 8). La idea de disolver a los indios en la nueva categoría de mestizo, para convertirlos en ciudadanos mexicanos, es central. El modelo a seguir era el mexicano. Su trabajo de campo en el Valle del Mantaro fue decisivo para que Arguedas se entusiasmara con los mestizos huancainos, que aparecían ante sus ojos c o m o la encarnación de los mestizos emprendedores, en quienes podría verse el futuro de la cultura peruana: Durante siglos, las culturas europea e india han convivido en un mismo territorio en incesante reacción mutua, influyendo la primera sobre la otra con los crecientes medios que su potente e incomparable dinámica le ofrece; y la india defendiéndose y

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reaccionando gracias a que su ensamblaje interior no ha sido roto, y gracias a que continúa en su medio nativo; en estos siglos, no sólo una ha intervenido sobre la otra, sino que como resultado de la incesante reacción mutua ha aparecido un personaje, un producto humano que está desplegando una actividad poderosísima, cada vez más importante: el mestizo. Hablamos en términos de cultura: no tenemos en cuenta para nada el concepto de raza. Quienquiera puede ver en el Perú indios de raza blanca y sujetos de piel cobriza, occidentales por su conducta (Arguedas 1975a: 2). El estudio del mestizo es uno de los más importantes de los que la antropología está obligada a emprender en el Perú (2). Entonces no podía dudar de una cultura mestiza en el Perú 4 : Existe, sin duda, una cultura mestiza en Huamanga y en el valle del Mantaro. Demuestra esta cultura una excelente capacidad para la asimilación de valores y para 4

Ángel Rama y Fermín del Pino señalaron que Arguedas tuvo más interés en el mestizo que en el indio: "La tercera generación "indigenista" invertirá los términos de la paradoja de sus mayores: disponiendo de un conocimiento mucho más amplio de la cultura indígena y apreciándola con fuerte positividad, aportará sin embargo el descubrimiento del "mestizo" y la descripción de su cultura propia, distinta ya de la "india" de la que provenía. Este último indigenismo, el que hasta la fecha puede estimarse como el más cabal y mejor documentado, ha sabido realzar el papel central que cabe al "mestizo" en la formación de la tantas veces ambicionada "nacionalidad integrada" peruana, siendo sus miembros los que por primera vez han estudiado con atención esa curiosa figura que motivará más rechazos que alabanza" (Rama 1975: XVI-XVII). "Corresponderá a Arguedas descubrir la positividad del estrato social mestizo, será quien cuente con delicadeza su oscura y zigzagueante gesta histórica y mostrará cómo reelabora las tradiciones artísticas que en un nivel de fijeza folklórica custodiaban los indios, introduciéndolas ahora en la demanda nacional" (Rama 1975: XVII). "El asunto fundamental de los ensayos etnológicos de Arguedas será este personaje [el mestizo] y esta clase intersticial: los examinó literaria y sociológicamente, después de haberlos descubierto con esfuerzo. Los atendió más en el ensayo que en la novela (aunque en ésta fue capaz de conferir rasgos mestizos al idealizado Demetrio Rendón Willka de Todas las sangres) transformándose en su lúcido y comprensivo analista" (Rama 1975: XVII). Por su lado, Fermín del Pino afirma "Lleva razón Angel Rama, a lo largo de toda su presentación de textos antropológicos, en sustentar reiteradamente la tesis de que Arguedas no era un defensor del indio puro (como las dos primeras generaciones de indigenistas, alrededor de Tello y de Mariátegui) sino más bien del mestizo, sobre todo en sus textos antropológicos" (Del Pino 1995: 27).

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la convivencia con grupos de cultura distinta y mejor armada que la suya. Ha sido esa su razón de aparición y su hábitat social: permanecer entre dos corrientes, tomar de las dos cuanto podía convenir a su naturaleza bivalente y sin embargo bien integrada. No está esta gente a merced de la avalancha de la cultura industrial moderna, como lo está frecuentemente el indio, y como se ha demostrado que está, y de la manera más inerme, el hombre de las clases señoriales de las antiguas ciudades hispanoindias del Perú (Arguedas 1975d: 170). Se trata de un cabal proceso de fusión de culturas, que no habría sido posible, como no lo es en el sur, si las castas y culturas coetáneas hubieran estado divididas por irreductibles conceptos de superioridad y por la práctica de costumbres sustancialmente diferentes. No existió tal diferencia porque no se implantaron las instituciones de servidumbre que en el sur fundaron un status rígido para castas y culturas. En el sur, el mestizo es producto no de fusión sino de fuga, adolece, por lo mismo, de los trágicos caracteres psicológicos del individuo desajustado, en constante e insoluble búsqueda de patrones de conducta. Este borroso cuadro de la cultura del mestizo del sur hace que estudiosos del mismo personaje sostengan tesis tan contrarias respecto del problema, como las que han planteado los doctores Valcárcel y Uriel García" (Arguedas 1975c: 122). No se arrojan los trajes tradicionales sino cuando se ha producido conflicto entre la cultura a la que corresponden y la del individuo que los usa. Se borraron los signos externos que diferenciaban a indios y mestizos cuando la fusión entre ambas culturas se había precipitado. A la división de castas sobrevivió la rivalidad que se hizo estimulante de barrios y pueblos y las diferencias de clases sociales, determinadas por razones económicas. Del mismo modo que arrojaron los trajes indígenas, aprendieron el castellano y empezaron a olvidar el quechua. Desaparecieron de ese modo los signos de la antigua división de castas y culturas. La comunidad así integrada funciona como un cuerpo social libre de conflictos culturales específicos. No puede darse en ella el caso del mestizo víctima de la "indecisión de patrones" que guíen su conducta ni de un "status no bien definido" que lo haga "actuar alternativamente compartiendo en mayor o menor grado de las normas de ambos grupos (de indios y mestizos); como supone Núñez del Prado; porque tales grupos no existen más como polos opuestos y en conflicto. Se ha unificado la cultura mediante una fusión hecha posible por no haber alcanzado al valle la servidumbre feudal y sus consecuencias socio económicas diversificantes" (Arguedas, 1975c: 123).

Este nuevo sector de mestizos fue considerado por Arguedas como una "clase", con el mismo lenguaje de los autores culturalistas norteamericanos5: 5 Un texto ilustrativo de esta confusión entre grupos y clases sociales se encuentra en el texto de William Manguin, Estratificación social en el callejón de Huaylas (Mangin 1964)

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La clase de los mestizos es la más extensa en la ciudad de Huamanga; la clase señorial ocupa un pequeño sector de la ciudad, ahora semi vacío y frecuentemente poblado de inquilinos mestizos; los indios viven en parcialidades o pueblos próximos [...] Aparentemente, esta fuerte clase mestiza ha cambiado poco en su ya largo y activo contacto con los centros urbanos modernos, como Lima y Huancayo, con los cuales mantiene vínculos comerciales cuantiosos y cada vez mayores. Parece evidente, también en contraste con la clase señorial, que esta clase no ha sufrido graves trastornos en su conducta como consecuencia de este activo intercambio. Porque la clase señorial da muestras de haber perdido su equilibrio, de haberse desintegrado (Arguedas 1975d: 170). Desde esa perspectiva, Arguedas define su noción de integración: Cuando se habla de 'integración' en el Perú se piensa invariablemente en una especie de aculturación del indio tradicional a la cultura occidental [...] [nosotros] concebimos la integración en otros términos o dirección. La consideramos no como una ineludible y hasta inevitable y necesaria aculturación sino como un proceso en el cual ha de ser posible la conservación o intervención triunfante de algunos de los rasgos característicos no ya de la tradición incaica, muy lejana, sino de la viviente hispano-quechua, que conservó muchos rasgos de la incaica (25). Sólo en los últimos diez años de su vida dejó de creer en el mestizaje, luego de su trabajo de campo en España, de publicar su última novela y de su visita a Cuba. Rendón Willka, uno de los personajes principales de su novela Todas las Sangres, no fue un m e s t i z o sino un indio quechua que se n e g ó a mestizarse y luchó por conservar su condición de indio 6 .

5. El viaje a España: en busca de las raices de la cultura mestiza peruana. Buscar una parte principal de las raíces de la cultura mestiza peruana en Castilla - d e donde había partido un contingente grande de conquistadores- e inten-

6 Nelson Manrique advirtió ese cambio en Arguedas: "¿Cuáles fueron las fuentes del radical cambio de Arguedas con relación a las expectativas que tenía con relación a la difusión de la cultura occidental, la desindigenización y la alternativa del mestizaje a principios de los cincuenta? Como hipótesis a trabajar, señalaríamos tres: en primer lugar, la observación de las consecuencias que la difusión de la cultura occidental tenía en las áreas fuertemente indígenas que tan bien conocía. En segundo lugar, la radicalización ideológica propiciada por la revolución cubana (Arguedas dejó el testimonio escrito de la forma cómo lo impresionó la experiencia que vivió en la isla, embarcada en una evolución en páginas muy emotivas), y la oleada de movimientos insurreccionales que ésta inspiró, que le llevaron a recuperar el horizonte socialista [...] En tercer lugar, su condición de creador literario, que le permitió no renunciar a su intuición, su sensibilidad y su afectividad, elementos reñidos con una concepción positivista del "trabajo científico" (Manrique 1995: 78).

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tar una primera aproximación comparativa entre España y el Perú, fueron dos de las razones más importante para el viaje de Arguedas a España. Estos son los interrogantes: ¿hasta qué punto la organización de las comunidades de indios en el Perú durante la colonia fue determinada, en su organización administrativa, por la pugna entre indios y españoles, y los intereses de la Corona con los de los colonizadores arriba expuesta, y hasta qué punto ella subiste o subsistió en la oposición de castas y clases? ¿Qué elementos de la organización de las comunidades de Castilla tomó, principalmente Toledo, en su política de organizar las poblaciones de indios con vistas a su aprovechamiento para la economía real y a evitar que fueran explotados únicamente en beneficio de los encomenderos? ¿Y cómo los encomenderos, a su vez, trataron de hacer frente a esta política y torcieron a su favor las instituciones montadas por la administración real para la explotación de la masa de indios? ¿Y de qué modo la grande y laboriosa población indígena, tan minuciosa y eficazmente administrada por los Incas, mediante instituciones que tenían su raíz en la evolución milenaria de las culturas andinas y costeñas, de qué modo, a pesar de la destrucción física de que fueron víctimas, asimilaron las nuevas formas de gobierno que les fueron impuestas y las convirtieron en instrumento de gobiernos propios? (Arguedas 1987: 30-31). El difícil propósito de la presente tesis es el de realizar un estudio comparativo de las tres comunidades y tomar tal estudio como una fuente de conocimiento para el análisis del proceso histórico y del estudio actual de las comunidades del Perú y de los otros países hispanoamericanos en los cuales, por haberse desarrollado una alta cultura antigua, la población indígena sobrevivió y fue explotada por los conquistadores. Para hacer posible tal explotación, como ya los sabemos, los invasores organizaron y redujeron a la población nativa en comunidades cuyas normas fueron tomadas de los modelos hispánicos en una proporción mucho mayor de lo que hasta el presente se había comprobado, o supuesto, especialmente en lo que se refiere al Perú. Dichas normas alcanzaron a tener vigencia real, vida propia; se aclimataron o retradujeron con variantes en cada país y aún en cada región, según como concordaban y se adecuaban a las normas socioeconómicas indígenas, con las cuales tenían más semejanzas que contradicciones. Fue esta hazaña de organización una prueba de la sabiduría hispánica para explotar y colonizar a los pueblos sojuzgados y del alto grado de integración y desarrollo que habían alcanzado las culturas andinas, mexicanas y mesoamericanas" (Arguedas 1987: 190). L u e g o del trabajo de c a m p o , escribió un texto que fue presentado c o m o su tesis para obtener el doctorado en Antropología en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. En sus páginas se dan la mano la información etnográfica para responder a sus preguntas de investigación y el estilo del escritor que cuenta sus impresiones, describe el paisaje de Sayago, Bermillo y La Muga, y recuer-

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da constantemente las semejanzas y diferencias de esa región de España con el Perú; en particular las comunidades campesinas de Puquio y Lucanas, que él conocía muy bien. En otro texto ya citado (Montoya 1995) me he referido al trabajo de Arguedas en esos pueblos de España, luego de visitarlos, en noviembre de 1993, junto con mis amigos y colegas en la Universidad de Barcelona, los antropólogos Jesús Contreras y Joan Bestard. Los tres seguimos las huellas de Arguedas y hablamos mucho de España y del Perú. De aquel texto reproduzco aquí un fragmento: En 1958, en España, no existía aún la carrera de antropología. Recuerden que España vivía bajo la dictadura franquista, era un país exportador de pobres y de inteligencias. Después de la guerra civil española, después de la derrota de la república, miles de personas salieron. Llegaron también al nuevo mundo, sobre todo a Buenos Aires y México. No había lugar en ese tiempo para una disciplina que se ocupa de los otros, de las creencias de la gente. Un sistema policializado, de extrema seguridad, no permitía que disciplinas como la sociología o la antropología tuvieran alguna presencia. De manera que para los españoles de hoy Arguedas es una especie de sorpresa que el nuevo mundo tiene para ellos. Nosotros les devolvimos un antropólogo que hizo un estudio importante que aún hoy las y los antropólogos empiezan a leer con mucha atención. Estuvo en el olvido mucho tiempo, porque la memoria es muy frágil y hay que mimarla y alimentarla. En uno de los últimos congresos de antropología en el estado español ha habido una presencia de Arguedas con la presentación de la segunda edición del libro "las Comunidades de España y del Perú (Montoya 1995: 168).

Por las limitaciones de una conferencia como ésta no me es posible examinar a fondo la tesis doctoral de Arguedas. Me conformaré con ofrecer, a grandes rasgos, las semejanzas y diferencias más saltantes entre las comunidades de España y de Perú. Son comunes a ambas la gestión comunal de la tierras, la estructura organizativa de las comunidades: cabildos, alcaldes, regidores, alguaciles, campos; la cooperación ampliada en el trabajo conocida como "faena" o "república"; la privatización o "quiñonización" de las tierras comunales; los instrumentos de labranza; el estilo y técnica de construcción de las casas; la religión católica como un instrumento del poder, dos instrumentos musicales prácticamente idénticos (la gaita y el tamboril en España, el roncador y el bombo en Perú) 7 , y las "invenciones" de Castilla y las "impresiones" en Lucanas como un momento de

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Las fotografía de "El último gaitero de La Muga" y del músico que toca el "Pito -roncador- y caja de Cajamarca" son dos imágenes etnográficas extraordinarias (Arguedas 1987: 332-333)

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representación teatral en las fiestas religiosas. Una cita sobre una de las creencias compartidas en ambos mundos puede ilustrar el tratamiento etnográfico y el estilo literario de Arguedas: Ya hemos analizado en el capítulo anterior cómo la administración gubernamental mantiene por la fuerza en la comunidad de Bermillo el predominio de la casta de los señoritos; y su doctrina consiste, por los informes recogidos en ambos bandos, informes que coinciden en lo fundamental, y confirman nuestras deducciones, tal doctrina consiste en la concepción de que Dios hizo al hombre con el destino de que habría de dividirse en dos grupos de individuos, uno superior al otro. Los superiores tienen el deber y el derecho de mandar, de disponer las leyes, de dictar los ordenamientos a los que los inferiores deben someterse para mantener la paz social. Se trata de la resurrección del sistema feudal de organización social y del gobierno. Al clero se le ha encomendado la misión de predicar estos fundamentos y de convencer a la 'clase baja' que, tratándose de una ley divina, los hombres tienen el sagrado deber de acatarla. Existe una identidad notable entre esta doctrina y los procedimientos de que se valen en España para difundirla, fundamentarla y aplicarla con los que rigen aun la vida de las provincias andinas más aisladas del Perú, especialmente en las haciendas de las zonas de cabecera de selva cultivadas desde hace siglos y en los grandes latifundios de los departamentos con densa población india, como Puno, Apurímac, Cusco, Huancavelica y Ayacucho; y también Cajamarca. En cierta gran hacienda de la provincia de Abancay escuchamos, personalmente, predicar, en nuestra adolescencia, a dos frailes franciscanos y proclamar que el patrón dueño de la hacienda, es el representante de Dios y que la voz del terrateniente debía ser escuchada y obedecida como la voz de Dios mismo. Esas prédicas se pronunciaban en quechua, en quechua patético y conmovedor, riquísimo en metáforas y gitros en que los elementos de la naturaleza eran empleados como símbolos de un poder convincente y enternecedor incomparable (Arguedas 1987: 204-205).

En su novela Los ríos profundos, Arguedas presenta a un cura que con su gran elocuencia en quechua dice a los indios rebeldes contra el patrón de la hacienda: - Y o soy tu hermano, humilde como tú, como tú tierno y digno de amor, peón de Patibamba, hermanito. Los poderosos no ven las flores pequeñas que bailan a orilla de los acueductos que riegan la tierra. No las ven pero ellos les dan el sustento. ¿Quién es más fuerte? ¿Quién necesita más mi amor? Tú, hermanito de Patibamba, hermanito, tú solo estás en mis ojos, en los ojos de Dios nuestro Señor. Yo vengo a consolarlos, porque las flores del campo no necesitan consuelo; para ellas el agua, el aire y la tierra les es suficiente. Pero la gente tiene corazón y necesita consuelo. Todos padecemos, hermanos. Pero unos más que otros. Ustedes sufren por los hijos, por el padre y el hermano; el patrón padece por todos ustedes; yo por todo Abancay; y Dios,

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nuestro Padre, por la gente que sufre en el mundo entero. ¡Aquí hemos venido a llorar, a padecer, a sufrir, a que las espinas nos atraviesen el corazón como a nuestra Señora! ¿Quién padeció más que ella? ¿Tú, acaso, peón de Patibamba de corazón hermoso como el del ave que canta sobre el pisonay? ¿Tú padeces más? ¿Tú lloras más...? Comenzó el llanto de las mujeres, el Padre se inclinó y siguió hablando: -¡Llores, llore -gritó-, el mundo es una cuna de llanto para las pobrecitas criaturas, los indios de Patibamba! Se contagiaron todos. El cuerpo del Padre se estremecía. Vi los ojos de los peones. Las lágrimas corrían por sus mejillas sucias, les caían al pecho, sobre las camisas, bajaban al cuello. El mayordomo se arrodilló. Los indios le siguieron; algunos tuvieron que arrodillarse sobre el lodo del canchón. El sol resplandecía ya en las cumbres. Yo no me arrodillé; deseaba huir, aunque no sabía adonde. -¡Arrodíllate! -me ordenó el Padre- ¡Arrodíllate! Atravesé el tabladillo; salté lejos, y caí a los pies de un peón viejo. La voz del padre empezó de nuevo: "El robo es la maldición del alma; el que roba o recibe lo robado en condenado se convierte; en condenado que no encuentra reposo, que arrastra cadenas, cayendo de las cumbres nevadas a los abismos, subiendo como asno maldito de los barrancos a las cordilleras [...] Hijitas, hermanitas de Patibamba, felizmente ustedes devolvieron la sal que las chicheras borrachas robaron de la salinera. Ahora, ahora mismo, recibirán más, más sal, que el patrón ha hecho traer para sus criaturas, sus pobrecitos hijos, los runas de la hacienda [...]" Me levanté para mirarlo. Del oscuro piso bajo del tabladillo, ayudantes del mayordomo principal arrastraban costales repletos. El Padre director impartió la bendición a los colonos. Se persignaron todos. Se buscaban unos a otros. Eran felices. Se arremolinaron murmurando confusamente, como moscardones que horadan madera vieja, dando vueltas, y cantando. Salí del camino. Desde la cima de un muro vi que les repartían la sal. El sol se acercaba al patio; había llegado ya a los penachos de los cañaverales. En ese instante decidí bajar a la carrera hasta el río. El padre me vio y me llamó [...] (Arguedas 1983: tomo III: 102-103). Más allá de la objetiva complicidad de la iglesia católica con el poder, el antropólogo escritor señala una diferencia notable entre los comuneros de España y los del Perú: la irreverencia de aquéllos contrasta con el extraordinario respeto de éstos. Las palabrotas que los españoles tienen a flor de boca sobre Cristo, la Virgen y la hostia, son inimaginables en tierras peruanas. De otra parte, las diferencias entre las comunidades de ambos países señaladas por Arguedas con información etnográfica abundante son muchas y muy importantes. La primera es la ausencia en España de la ayuda mutua que en gran

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parte del Perú andino es uno de los principios estructurales de la organización económica, social, política y cultural. La segunda es la ausencia también en España de la familia extensa, y el rol de la soltería como un recurso estructural para asegurar el relativo equilibrio entre el crecimiento de la población y la escasez de la tierra: Nos hemos referido con bastante frecuencia al status especial del hombre que en Bermillo pasa de los treinta y cinco años sin haberse casado: A pesar de ser bermillano no alcanza nunca, si no se casa, el derecho a la vecindad. No puede recibir las tierras del común; por tanto, llegado a la mayoría de edad es un ciudadano del reino de España pero no adquiere el pleno derecho de vecino de la comunidad, ni sus deberes ni sus obligaciones. Vencidos los treinta y cinco años, y aún antes, deja de pertenecer al grupo de los mozos. En cierta forma es un marginado, pues tampoco es incorporado al grupo de los vecinos. Lo excluyen de las relativas libertades de recreación de que el mozo goza en la comunidad; su situación es en algo semejante al de un renunciante a a la vinculación normal con el grupo de sexo femenino, Debe observar con respecto a las mujeres la conducta de un casado sin ser casado y sin recibir de la comunidad la compensación mayor al 'sacrificio' del matrimonio: las tierras del común. La presión social sobre los solteros para ir al matrimonio es, pues, bastante fuerte y, sin embargo, el porcentaje de solteros es muy alto, entre el 50 y el 60%. Y hay, como ya lo dijimos, muchos solteros ricos, proporcionalmente más que los solteros acomodados y pobres (Arguedas 1987: 158).

Una tercera diferencia tiene que ver con la libertad sexual. El pecado está directamente asociado al sexo en España, en abierto contraste con los Andes peruanos, en los que se le asocia enteramente al placer. El deshonor de la madre soltera española no aparece en las comunidades tradicionales peruanas. Una cuarta, tiene que ver con la música y el canto. Arguedas quedó asombrado que en Bermillo, La Muga y Sayago la gente ya no cantara. En 1958 en Bermillo sólo quedaba un "tamborilero", el hombre que tocaba la gaita y el tamboril (Arguedas 1986: 291). La quinta diferencia es la ausencia del compadrazgo en las comunidades de Castilla. Debería inferirse, en consecuencia, que el compadrazgo en los Andes peruanos sería una creación propia del suelo americano. La sexta es que Arguedas nunca vio un español borracho y dormido en las calles; fenómeno que sí es tan común en las comunidades andinas. La sétima es la constatación de que los pueblos españoles son tranquilos, y no tienen las riñas y conflictos intensos como los que se ven en el Perú. La octava tiene que ver con el trabajo de los niños: en las comunidades de España los niños no trabajan, mientras que en los pueblos andinos sí. La novena es que lo particular de España en tiempos de Franco era el miedo, como la herencia clara de la guerra civil de 1936-39. Finalmente, la décima diferencia es que en España el castellano es lengua única en la

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región de Castilla; de ahí su dominio y riqueza, en abierto contraste con el Perú donde parte de los indios conoce poco y mal el castellano. El listado de diez diferencias que acabo de enunciar revela la aproximación tan fina del antropólogo escritor. Queda un último elemento derivado del paisaje y el clima, que tanto impacto crea en los peruanos que visitamos la región de Castilla. Allí en invierno el sol no calienta, c o m o ocurre en los Andes. Al estudiar de cerca los pueblos de Castilla, Arguedas tomó clara conciencia de las diferencias culturales y de que la metáfora del mestizaje cultural servía mucho menos de lo que la antropología mexicana y peruana suponía. Cito a continuación una de las conclusiones de su estudio: Afirmamos muy rotundamente que el indio nunca llegó a ser católico [...] comprobamos en Puquio, que el indio cree que todos los bienes de que puede disfrutar el hombre, constituyen un don de los Wamanis, Dioses montañas. Ellos producen el agua que convierte en fértil a la tierra; protegen el ganado y aún lo fecundan cuando es indispensable. En cada montaña hay un Wamani, personificado por un cóndor o por una figura humana. Viven también en su interior los niños que murieron; habitan en un palacio deslumbrante donde hay jardines que cuidar y golosinas con las que los infantes se alimentan. El Wamani protege al hombre día y noche y, cuando nace, ya hay uno que está junto a él (Arguedas 1987: 311). La diferencia claramente establecida entre ambas culturas estaba ya contenida en su trabajo sobre Puquio, realizado en 1955. Entonces, estuvo muy cerca de descubrir la inviabilidad de la cultura mestiza y el sincretismo cuando o y ó a medias lo que don Viviano Huamancha, un sacerdote quechua le dijo en Puquio: Don Viviano Huamancha, el sabio ex Awki y cabecilla de Chaupi, anciano de más de ochenta años a quien encontramos participando en la faena de la construcción de la nueva capilla de su barrio, dijo con un tono rotundo de convicción: 'Wamanikunaqa propiopunim, ñawpa siñurpa, Inkarripa churasqan. Propiopunin 8 . Es decir, que realmente existen y que son exclusivos de los naturales [...] "Una separación nítida existe, pues, entre la religión local y la oficial, naturalmente los mistis y mestizos no participan ni conocen en sus fundamentos la religión local; ella es propia de los naturales, propiopunin, como diría un awki, empleando palabras tomadas del español y aplicándolas con justeza válida para ambos idiomas .Las dos religiones cumplen funciones diferentes y, sin embargo, son integrantes de un complejo mayor que abarca a ambas. Los préstamos son mutuos; existe sincretismo en ambos campos" (Arguedas 1964: 268).

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Esta frase quiere decir: "Los Wamanis, los Dioses montaña, existen, sin duda, fueron puestos en el mundo por Inka Ri [Inca Rey], el Señor de antes".

333 El texto es clave para mostrar las profundas limitaciones de la metáfora del mestizaje cultural. Arguedas estuvo muy cerca de descubrir esa fragilidad teórica, pero su identificación con el indigenismo mexicano pudo más. Su trabajo en España le ofreció las evidencias etnográficas para ver la diferencia entre sus comunidades y las del Perú y, sobre todo, para sentir la cultura quechua por debajo de la apariencia del mestizaje. Desafortunadamente, no tuvo tiempo para extraer las conclusiones teóricas de su trabajo. Estuvo agobiado por los múltiples sufrimientos de su vida, pero en esa agonía supo derivar una conclusión fundamental expuesta literariamente: no hace falta en el Perú una cultura mestiza sino un sistema político y social de Todas las sangres, en el que cada cultura sea respetada. Arguedas dejó un texto importante para la antropología española y peruana. El horizonte comparativo está abierto. Cuando la antropología en el Estado español deje de mirar sólo a Europa y a Estados Unidos y vuelva los ojos sobre América Latina será posible volver sobre las huellas dejadas por Arguedas.

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