Devorando a lo cubano: Una lectura gastrocrítica de textos relacionados con el siglo XIX y el Período Especial
 9783954870585

Table of contents :
Índice
Agradecimientos
Nota
INTRODUCCIÓN
SIGLO XIX
PERÍODO ESPECIAL
A MODO DE CONCLUSIÓN
Bibliografía y otros recursos
Índice onomástico

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DEVORANDO A LO CUBANO Una aproximación gastrocrítica a textos relacionados con el siglo XIX y el Período Especial Rita De Maeseneer

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Colección Nexos y Diferencias Estudios de la Cultura de América latina 34

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nfrentada a los desafíos de la globalización y a los acelerados procesos de transformación de sus sociedades, pero con una creativa capacidad de asimilación, sincretismo y mestizaje de la que sus múltiples expresiones artísticas son su mejor prueba, los estudios culturales sobre América Latina necesitan de renovadas aproximaciones críticas. Una renovación capaz de superar las tradicionales dicotomías con que se representan los paradigmas del continente: civilización-barbarie, campociudad, centro-periferia y las más recientes que oponen norte-sur y el discurso hegemónico al subordinado. La realidad cultural latinoamericana más compleja, polimorfa, integrada por identidades múltiples en constante mutación e inevitablemente abiertas a los nuevos imaginarios planetarios y a los procesos interculturales que conllevan, invita a proponer nuevos espacios de mediación crítica. Espacios de mediación que, sin olvidar los nexos que histórica y culturalmente han unido las naciones entre sí, tengan en cuenta la diversidad que las diferencian y las que existen en el propio seno de sus sociedades multiculturales y de sus originales reductos identitarios, no siempre debidamente reconocidos y protegidos. La Colección Nexos y Diferencias se propone, a través de la publicación de estudios sobre los aspectos más polémicos y apasionantes de este ineludible debate, contribuir a la apertura de nuevas fronteras críticas en el campo de los estudios culturales latinoamericanos.

Directores Fernando Aínsa Santiago Castro-Gómez Lucia Costigan Luis Duno Gottberg Frauke Gewecke ✝ Margo Glantz Beatriz González Stephan

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Jesús Martín-Barbero Sonia Mattalia Andrea Pagni Mary Louise Pratt Beatriz J. Rizk Friedhelm Schmidt-Welle

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DEVORANDO A LO CUBANO Una aproximación gastrocrítica a textos relacionados con el siglo XIX y el Período Especial

Rita De Maeseneer

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Este libro ha sido publicado gracias a la ayuda financiera del FWO, Fonds voor Wetenschappelijk Onderzoekgracias (Fondo Investigación ca) deFonds Flandes Este libro ha sido publicado a ladeayuda financieraCientífi del FWO, voor Wetenschappelijk Onderzoek (Fondo de Investigación Científica) de Flandes

© De esta edición: Iberoamericana, 2012 Amor de Dios, 1 —Iberoamericana, E-28014 Madrid © De esta edición: 2012 Tel.: +34 91 4291 35 Amor de Dios, — 22 E-28014 Madrid Fax: +34 Tel.: +34 91 91 429 429 53 35 97 22 [email protected] Fax: +34 91 429 53 97 www.ibero-americana.net [email protected] www.ibero-americana.net © De esta edición: Vervuert, 2012 Elisabethenstr. 3-9 — D-60594 Frankfurt am Main © De esta edición: Vervuert, 2012 Tel.: +49 69 597 Elisabethenstr. 3-946—17D-60594 Frankfurt am Main Fax: +49 Tel.: +49 69 69 597 597 87 46 43 17 [email protected] Fax: +49 69 597 87 43 www.ibero-americana.net [email protected] www.ibero-americana.net ISBN 978-84-8489-697-5 (Iberoamericana) 978-3-86527-747-3 (Iberoamericana) (Vervuert) ISBN 978-84-8489-697-5 e-ISBN978-3-86527-747-3 978-3-95487-058-5(Vervuert) ISBN Depósito legal: M-29375-2012 Depósito legal: M-29375-2012 Diseño de cubierta: Carlos Zamora Imagen de de cubierta: cubierta: Carlos AndreaZamora Brizzi, Pig in the street, 1995 Diseño Imagen de cubierta: Andrea Brizzi, Pig in the street, 1995 Diseño de interiores: Carlos del Castillo Diseño de interiores: Carlos del Castillo The paper on which this book is printed meets the requirements of ISO 9706 Este libro está impreso en papel sin cloro of ISO 9706 Th e paper on which thisíntegramente book is printed meetsecológico the requirements Impreso España Este libroenestá impreso íntegramente en papel ecológico sin cloro Impreso en España

Para Huib Billiet Adriaansen A la memoria de Frauke Gewecke

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Índice

Agradecimientos

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Introducción ¿Qué es la gastrocrítica?

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Delimitación del objeto de estudio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Siglo xix Los antecedentes: los primeros cronistas y Espejo de Paciencia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Cecilia Valdés de Cirilo Villaverde: ¿amamantar, celebrar, tragar a lo cubano? Coda areniana. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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La Havane de la condesa de Merlin: Je m’abreuve d’eau de coco à la glace et d’ananas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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En busca de la comida de los esclavos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 123 Las novelas abolicionistas y los relatos de viaje: escasa cosecha . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 123 El Cimarrón de Miguel Barnet, the Real Thing? . . . . . . . . . . . 134

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Período Especial Contextualizaciones magras . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Lezama Lima, Carpentier, Piñera: un botón de muestra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La literatura de la Revolución antes de la época postsoviética . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Padura mete la cuchara en el umbral de los noventa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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El tema culinario en el Período Especial: un exceso de penurias . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 175 La cerdofilia y sus avatares en la obra de Ronaldo Menéndez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 215 A modo de conclusión Las comidas profundas de Antonio José Ponte: “Una mesa en La Habana” . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 243 Bibliografía y otros recursos

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Índice onomástico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 297

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Agradecimientos

Muchas personas me ayudaron a llevar a cabo este libro. Empiezo dando las gracias a mi tríada fundacional, tres profesores (eméritos) que menciono en orden alfabético. Luisa Campuzano (Universidad de La Habana). Es mi world wide web, siempre dispuesta a facilitar referencias y a leer mis esbozos, a proponerme proyectos que me quedan demasiado grandes y a avisarme de crisis proto- o postparanoicas. Patrick Collard (Universiteit Gent), sucesivamente mi profesor, mi director de tesis y mi colega/aliado en proyectos de investigación. Me ‘desvió’ hacia lo caribeño desde mis estudios en la Universidad de Gante. Se embarcó en la aventura culinaria como codirector del proyecto sobre los contextos culinarios en el Caribe y México. Leyó minuciosamente mis primeros balbuceos y siempre me ha hecho observaciones muy pertinentes aportando alguna especificación o algún dato no percibido. Roberto González Echevarría (Yale University). Cuando lo conocí en París, me identificó de la siguiente manera: “Ah, eres la de la comida en Carpentier”. No olvidaré nunca mi miedo cuando me invitó a hablar del Bucán de Bucanes en la Universidad de Yale. Su apoyo al proyecto sobre los contextos culinarios en el Caribe y México, su constante interés y su generosidad al compartir documentos de su fondo personal me emocionaron sobremanera. Sigo con el orden alfabético en mis agradecimientos, porque no puedo ni quiero privilegiar a nadie.

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Efraín Barradas (University of Florida). Me facilitó artículos sobre libros de cocina y participó con entusiasmo en el coloquio sobre saberes y sabores en el Caribe y México. Lieve Behiels (Katholieke Universiteit Leuven-Lessius), mi amiga de siempre, muy generosa y dispuesta a ayudar. Anke Birkenmaier (Indiana University, Bloomington), tan querida y tan inteligente, gran especialista en literatura cubana. Hizo comentarios muy acuciosos en relación con el Período Especial. Anne Brüske (Universität Heidelberg), caribeñista políglota. Me invitó en dos ocasiones para participar en vainas alemanas y, por tanto, muy serias. María Caballero Wangüemert (Universidad de Sevilla), aliada en estudios caribeños. Tuvo la amabilidad de regalarme la correspondencia de la condesa de Merlin y me alentó mucho. Jordi De Beule, uno de mis estudiantes más talentosos, mi hijo por equivocación, mi ‘negro’ que me ayudó a conformar el corpus recopilando datos, lo cual le llevó a invitar a sus amigos a degustar supuestas jutías. Bea De Maeseneer, mi hermana, cuya inteligencia y perspicacia no alcanzaré nunca. Séverine De Ryck, estudiante de máster de la Universidad de Gante. Tuvo el valor de escribir una tesina sobre los contextos culinarios en Cecilia Valdés. Pablo Fornet (Oficina del Historiador, La Habana). La eficacia nórdica de Pablo me sigue sorprendiendo. Frauke Gewecke (Universität Heidelberg). Apoyó el proyecto de investigación y siempre ha creído en mí. El día que envié el manuscrito corregido me enteré de la triste noticia de su fallecimiento. Gustavo Guerrero (Université de Cergy-Pontoise). Me hizo el favor de leer gran parte del manuscrito y formuló unas críticas muy atinadas que solo he logrado subsanar parcialmente. Kim Huyge (Universiteit Antwerpen), mi investigador del proyecto sobre los contextos culinarios en el Caribe y México. Tuvo la osadía y la valentía de hacer una tesis doctoral sobre la comida en Cortés, Díaz del Castillo y Oviedo, de manera que me obligó a sumergirme en el mundo colonial.

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Agradecimientos

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Carolien Jonkers, estudiante de máster en la Universidad de Amberes. Aceptó el reto de presentar una tesina sobre los contextos culinarios en Cimarrón de Barnet. Ilse Logie (Universiteit Gent), mi queridísima colega, la hermanita menor que nunca tuve. Humberto López Cruz (University of Central Florida). Solo conozco a Humberto de manera virtual. Se entusiasmó con el proyecto culinario y me ayudó en mis múltiples búsquedas bibliográficas. Carmen de Mora (Universidad de Sevilla). Su dulzura, inteligencia y amistad son fuera de lo común. Ángeles Mateo del Pino (Universidad de Canarias). Nos conocimos en Leiden gracias a Nanne Timmer. Su edición Tremendo arroz con mango supera con creces mis balbuceos gastrocríticos. Fernando Moreno (Université de Poitiers). Siguió las huellas de los saberes y sabores al organizar una conferencia sobre el tema en la Universidad de Poitiers. Hans Ohldieck (Bergen University). Me invitó a Noruega para hablar de lo culinario en Cecilia Valdés, lo cual provocó que todos los conferenciantes se volcaran sobre un tema gastrónomico en la jornada cubana. Waldo Pérez Cino (Universiteit Antwerpen), mi investigador en el marco del proyecto sobre canon, mi señor barroco e indomesticable. Me facilitó muchas pistas para ampliar mis lecturas sobre la narrativa cubana contemporánea y su escepticismo me obligó a explicitar mis propósitos. Magdalena Perkowska (Cuny) y Salvador Mercado Rodríguez (Denver University), a quienes pongo juntitos excepcionalmente. Faltan palabras para expresar lo que significan para mí. Eduardo San José Vázquez (Universidad de Oviedo). Cuando nos conocimos en Sevilla, su acercamiento a Benítez Rojo me deslumbró y me emocionó. Elzbieta Sklodowska (Washington University at Saint Louis), una de las investigadoras más generosas y serias que he conocido. Su brillante intervención sobre cerditos en el coloquio sobre saberes y sabores en el Caribe y México me inspiró para indagar sobre este animalito al que acabé tomando cariño.

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Juan Manuel Tabío Hernández (Universidad de La Habana), mi señor discreción. Tuve el privilegio de escribir con él la parte dedicada a la cerdofilia y me orientó en el cine cubano durante su estancia de investigación en la Universidad de Amberes entre noviembre de 2011 y enero de 2012, financiada por VLIRUOS (Short stay scholarship). Nanne Timmer (Leiden University), la “doña”. Sus grandes conocimientos sobre la literatura cubana contemporánea y su inmensa solidaridad son sumamente alentadores. An Van Hecke (Katholieke Universiteit Leuven-Lessius), mi brillante ex ayudante. Tuvo la gentileza de invitarme para hablar de comida. Su entusiasmo es tan contagioso que da ganas de continuar investigando. Carmen Vásquez (Université de Picardie Jules Verne, Amiens). Me invitó en varias ocasiones a Amiens para hablar de “aquello” y siempre ha creído en mis locuras. René Vázquez Díaz, escritor cubano residente en Suecia. Me facilitó libros e información imprescindibles en relación con Fredrika Bremer: para él Fredrika vive. Jasper Vervaeke (Universiteit Antwerpen), mi querido ayudante, mi señor sinónimo. Gracias a su energía positiva seguí adelante en tiempos difíciles. No se le escapó nada en su minuciosa relectura de los textos. También estoy muy reconocida a todos mis colegas caribeñistas de ambos lados del océano, mis colegas de la sección de español de la Universidad de Amberes. Doy las gracias a mis estudiantes que no acaban de entender por qué una flaca como yo se interesa por la comida y les embute la gastrocrítica. Dedico un especial agradecimiento a Klaus Vervuert, mi editor preferido, y a su excelente colaboradora, Anne Wigger, por haberme dado la posibilidad de publicar en su editorial y por haber tenido paciencia conmigo. La base financiera que ha permitido llegar a este volumen se la debo al FWO (Fondo de Investigación Científica) de la comunidad flamenca. No solo financió el proyecto de investigación “Los contextos culinarios en el Caribe y México” (2006-2010), sino que me

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concedió un año sabático (2010-2011) para avanzar en mi libro. Quisiera expresar asimismo mi gratitud a la Universidad de Amberes y en particular al rector Alain Verschoren quien siempre me/nos ha apoyado en mi/nuestra convicción de que el hispanismo vive. Mi último agradecimiento muy cariñoso va a mi esposo Paul, gran gourmet y excelente cocinero, mi compañero de vida y de viajes. Rita De Maeseneer Gante-Amberes, julio 2012

Nota Se mencionan a continuación los artículos anteriormente publicados, todos revisados, adaptados y ampliados. Gracias a los comités editoriales por haberme dado la autorización para incorporarlos. “Miguel Barnet’s Cimarrón, the Real Thing? A gastrocritical approach”. Afro-Hispanic Review 30.2: 59-68 (2011). “Je m’abreuve d’eau de coco à la glace et d’ananas: los contextos culinarios en La Havane de la condesa de Merlin”. Revista de estudios hispánicos 45.1 : 45-66 (2011). “Celebrar, tragar, amamantar [a] lo cubano: los contextos culinarios en Cecilia Valdés de Cirilo Villaverde”. Iberoamericana 36: 27-46 (2009). “Los contextos culinarios en Las comidas profundas de Antonio José Ponte”. Revista de estudios hispánicos 41: 441-456 (2007).

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INTRODUCCIÓN

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¿Qué es la gastrocrítica?

No deja de ser curioso que las palabras formadas a partir de la raíz gastr-, proveniente del griego gaster (vientre), apunten a fenómenos médicos, más bien desagradables. Por ejemplo, la gastritis y la gastralgia remiten a enfermedades relacionadas con el estómago, metonimia del vientre. Como excepción menos ‘dolorosa’ se encuentra la palabra gastronomía, cuyo uso data de después de la Revolución francesa, aunque ya fue atestiguada en 1622. Mennell (2005: 239) señala que el poeta Joseph Berchoux tituló hacia 1800 un poema suyo con este término para designar el arte y la ciencia del comer ‘bien’. Este vocablo sería más exitoso que la gastrosofía, la ciencia del vientre/estómago, que usaría Anthelme Brillat-Savarin en su libro fundacional, Physiologie du goût de 1825. Siguiendo las huellas de los hermanos Von Humboldt, Brillat-Savarin intenta presentar en una serie de “Meditaciones” (¿cartesianas?), una taxonomía de los elementos primordiales en lo culinario. Empieza formulando algunos apotegmas, “Aphorismes du professeur pour servir de prolégomènes à son ouvrage et de base éternelle à la science” (Brillat-Savarin 1975: 37). Algunos son celebérrimos, por ejemplo, el cuarto, “Dis-moi ce que tu manges, je te dirai qui tu es”. Luego, habla de los sentidos, de las especialidades culinarias, del apetito, de la sed, de la gula, del sueño, de la obesidad de los llamados gastróforos, grupo en el que se incluye el propio autor. Discurre sobre los temas más variados de manera a veces muy anecdótica. El broche final lo pone la invocación a una musa, bautizada Gasterea. En general, es en las ciencias exactas y sobre todo en la medicina donde las investigaciones ‘gastro-/gastero-’ siempre han ocupado un lugar central. En las ciencias humanas el estudio de este tema es relativamente reciente, aunque ha ido creciendo paulatinamente. Para

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entender lo que significa la gastrocrítica en todo su alcance, cabe presentar primero un repaso de cómo fue surgiendo el interés por la alimentación en las disciplinas ‘humanas’. La verdadera indagación científica proviene del ámbito histórico en los años veinte. La conocida École des Annales revolucionó la visión sobre la historiografía al proponerse ir más allá de la historia militar, política y diplomática, y acercarse a la vida cotidiana y a la llamada cultura material dentro de una historia de las mentalidades. Así eran fomentadas indagaciones sobre la ropa o la nutrición que tuvieran en cuenta también sus implicaciones económicas y sociales. El título de uno de los libros de Fernand Braudel, Civilisation matérielle, économie et capitalisme, XV-XVIII siècle. Les structures du quotidien: le possible et l’impossible (1979), habla por sí mismo. A esto se agregaría el impulso de la investigación de las microhistorias centradas en el examen de las culturas subalternas, la historia desde abajo, que arranca desde El queso y los gusanos ([1976] 1998) de Carlo Ginzburg 1976. Para el caso de Cuba, historiadores como Marrero, Moreno Fraginals, Pérez de la Riva o Sarmiento Ramírez se adhirieron a estas líneas de investigación. Aunque ya en el siglo xix surgen estudios sobre la comida en el ámbito de la antropología, estos se limitaron a destacar su función religiosa. Como indica Goody, “[i]n the nineteenth century anthropological interest in food centred largely upon questions of taboo, totemism, sacrifice and communion, that is, essentially on religious aspects of the process of consumption” (1982: 10). El método del trabajo de campo introducido por Malinowski, entre otros antropólogos funcionalistas de los años veinte y treinta del siglo xx, permitió sacar los ritos culinarios de su contexto únicamente religioso y tener en cuenta también otros aspectos de la comida en un marco social más amplio. No obstante, el tema continuaba relacionándose con una función simbólica, la comida tenía que significar algo. Así, el estructuralista Claude Lévi-Strauss no solo estableció relaciones entre el sistema social y el sustento, sino que lo consideraba una de las manifestaciones de las estructuras profundas de la mente humana, las cuales presentan semejanzas más allá de las diferencias entre las civilizaciones. Otra idea clave de Lévi-Strauss se vincula a la oposición entre naturaleza y cultura. En los diferentes volúmenes de Mythologiques (Le cru et le cuit (1964), Du miel aux cendres (1966),

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¿Qué es la gastrocrítica?

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L’origine des manières de table (1968), L’homme nu (1971)), desempeña un papel central el uso del fuego en la cocina como manifestación de la intervención humana, de la cultura. Inspirándose en Ferdinand de Saussure y Roman Jakobson, Lévi-Strauss analizó las unidades de consumo a partir de binomios, que llamó ‘gustemas’, por ejemplo, endógeno/exógeno (local/exótico) o marcado/no marcado (sabor fuerte/sabor suave). Luego, el antropólogo trasladó el triángulo del sistema vocal a lo culinario, basado en unidades de preparación, los llamados ‘tecnemas’. En su famosa teoría del triángulo culinario publicada por primera vez en 1965 y retomada en parte en el “Petit traité d’ethnologie culinaire” de Mythologiques. L’origine des manières de table (1968: 399-411), el antropólogo resume sus principales ideas. Asocia diferentes modos de preparación (lo crudo, lo cocido, lo podrido/lo asado, lo hervido, lo ahumado) con diferentes niveles de cultura. Reproduzco la esencia de su teoría de lo crudo, lo cocido y lo podrido mediante la siguiente cita extraída de “Une leçon d’anthropologie. Le triangle culinaire”: Revenons, pour finir, au triangle culinaire. A l’intérieur de celui-ci nous avons tracé un autre triangle, qui intéresse les recettes tout au moins les plus élémentaires, puisque nous n’avons considéré ici que trois types de cuisson: le rôti, le bouilli et le fumé. Le fumé et le bouilli s’opposent quant à la nature de l’élément intermédiare entre le feu et la nourriture, qui est soit l’air, soit l’eau. Le fumé et le rôti s’opposent par la place relative, plus ou moins importante de l’élément air; le rôti et le bouilli par la présence ou l’absence de l’eau. La frontière entre la nature et la culture, qu’on imaginera parallèle, soit à l’axe de l’air, soit à celui de l’eau, met, quant aux moyens, le rôti et le fumé du côté de la nature, le bouilli du côté de la culture, ou quant aux résultats, le fumé du côté de la culture, le rôti et le bouilli du côté de la nature: CRU Rôti (-) Air (+) fumé CUIT

(-) Eau (+) bouilli POURRI

(Lévi-Strauss 2009: 17)

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El paso de lo crudo a lo cocido sería una operación cultural, mientras que la transformación de lo crudo y lo cocido en lo podrido se efectuaría de manera natural. En cuanto a los medios, lo asado y lo ahumado se colocan del lado de lo natural, ya que no se requiere ningún utensilio. Al contrario, se necesita un recipiente para lo hervido. Con respecto a los resultados, lo ahumado sería un proceso cultural, puesto que se produce un cambio sustancial en el ingrediente. En cambio, lo hervido y lo asado se calificarían de naturales. El antropólogo analiza asimismo diferentes modos de preparación y de consumo regulados por prohibiciones y normas, tema ya trabajado desde el siglo xix. Demuestra así que las comunidades se reflejan en sus hábitos culinarios. Las tesis lévistraussianas fueron rebatidas por ser demasiado rígidamente bi/trinómicas, por no ser aplicables a cualquier tipo de cocina (la africana, por ejemplo), y por no tener en cuenta algunos factores externos de tipo regional, climatológico o biológico (Delgado Salazar). Estos reparos no menguan la importancia de sus planteamientos, como la dicotomía entre cultura y naturaleza, o, en otras palabras, civilización y barbarie, tropos fundacionales en el contexto latinoamericano y caribeño.1 En la veta sociológica, Pierre Bourdieu en La distinction. Critique sociale du jugement (1979) y Michel de Certeau en L’invention du quotidien (1994) se interesan por los aspectos socioculturales de la alimentación. Bourdieu arguye que la clase social que depende del capital (real y simbólico) determina las preferencias alimentarias, estéticas, vestimentarias, etcétera. De ahí que en el capítulo 3 “L’habitus et l’espace des styles de vie” distinga entre los gustos de lujo (o de libertad) de la clase burguesa y los gustos de necesidad más bien presentes en la clase obrera (1979: 189-248). El sociólogo constata por ello que el franc manger y la abundancia de los platos baratos, típica de las clases populares, se oponen a los modales refinados y a la calidad de los productos consumidos por la clase burguesa. Tras llevar a cabo una serie de encuestas, concluye: “Il est donc clair que le goût en matière 1. A este respecto se pueden traer a colación también los estudios del historiador Norbert Elias, quien observó la paulatina supresión de todas las características ‘animales’ y ‘bárbaras’ en el acto de comer durante el proceso de civilización en The Civilizing Process (1978-1982).

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¿Qué es la gastrocrítica?

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alimentaire ne peut être complètement autonomisé par rapport aux autres dimensions du rapport au monde, aux autres, au corps propre, où s’accomplit la philosophie pratique caractéristique de chaque classe” (ibíd.: 215). A diferencia de la poca atención prestada por Bourdieu a las mujeres que preparan la comida, Michel de Certeau empieza recalcando el papel femenino para comentar luego otras cuestiones, como la relación entre la dieta y las enfermedades o la connotación cultural que posee cierto tipo de comida: “(…) les aliments et les mets s’ordonnent dans chaque région selon un code détaillé de valeurs, de règles et de symboles, autour duquel s’organise le modèle alimentaire d’une aire culturelle dans une période donnée” (1994: 238). Hasta cierto punto, la comida agudiza la conciencia del tiempo como concepto filosófico: “Chaque invention est éphémère, mais la succession des repas et des jours a valeur durable. Dans les cuisines, on se bat contre le temps, le temps de cette vie qui va toujours vers la mort. L’art de nourrir a à voir avec l’art d’aimer, donc aussi avec l’art de mourir” (ibíd.: 239). Los platos del día —foco de interés de este filósofo de lo cotidiano— también entran en diálogo con la historia: nos informan sobre la historia natural, material, económica, social y cultural de una sociedad. Nos hablan de los cultivos, de los materiales usados para recolectarlos y del valor de los productos, el cual determina si los pobres tendrían acceso a ellos o no. El estudioso constata que van desapareciendo la comida regional debido a la “(…) multiplication des emprunts, née de la société du spectacle et du voyage” (ibíd.: 250) y a una falta de tiempo en nuestra sociedad actual, aunque por otra parte se exaltan nostálgicamente determinados platos nacionales. El pensador termina su capítulo centrándose en el cuerpo. Se detiene en fenómenos como la obesidad, la anorexia y la bulimia. Comenta también el paralelismo con las relaciones amorosas, ya que comida y sexo ofrecen placer: “L’amour est habité d’une fantasmatique de dévoration, assimilation cannibale de l’autre à soi-même, nostalgie d’une impossible fusion identificatoire” (ibíd.: 278). Luego cita a Noëlle Châtelet que elabora su Le corps à corps culinaire desde esta perspectiva: “Aimer l’autre, le désirer, c’est s’en repaître et du même coup assouvir sa faim, une faim symbolique à laquelle la faim réelle ou biologique a cédé le pas” (1998: 55).

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Estos acercamientos de índole histórica, antropológica y sociológica son los más importantes en lo que se ha venido llamando desde los ochenta Food Studies.2 En el ámbito cultural se ha prestado atención al tema de los Food Films, a partir de clásicos como La grande bouffe (Marco Ferreri, 1973), Le festin de Babette (Gabriel Axel, 1987), Como agua para chocolate (Alfonso Arau, 1992) y Eat Drink Man Woman (Ang Lee, 1994). En la crítica literaria, un enfoque basado en remisiones culinarias suele ser incorporado a análisis más globales. Para abordarlo los críticos se apoyan a menudo en L’oeuvre de François Rabelais et la culture populaire au Moyen Age et sous la Renaissance de Bakhtine. Son fundacionales sus reflexiones sobre la relación entre comida, abundancia, celebración del trabajo, proyección hacia el futuro, fiesta y alegría, triunfo de la vida, del cuerpo y de la sexualidad sobre la muerte. También son sugerentes las observaciones de Barthes para quien la comida es un sistema de comunicación, un conjunto de usos, situaciones y comportamientos, en otras palabras, ‘significa’. En “Pour une psychosociologie de l’alimentation contemporaine” de 1961 Barthes ilustra esta idea con algunos ejemplos pertinentes: el pan integral implica refinamiento hoy en día, mientras que antes no era el caso. La percepción de una misma cosa varía según la época y la clase social. Los parámetros geográficos también influyen en la valoración o el rechazo de determinados sabores. El pensador francés aboga por efectuar un estudio detallado de estas significaciones: Parce que ce qui nous intéresse, c’est la communication humaine, et que cette communication implique toujours un système de significations, c’est-à-dire un corps de signes discrets, détachés d’une masse insignifiante de matériaux. C’est pourquoi dès qu’elle touche à des “objets” culturels comme le vêtement, la nou2. El auge de los Food Studies queda reflejado en las revistas dedicadas al tema. Véanse para Petits propos culinaires, revista publicada desde 1985 y relacionada con la Universidad de Oxford; para Gastronomica, revista creada en 2001 en el seno de la Universidad de California; para Alimentum. The Literature of Food desde 2006; para Food, Culture and Society de la Association for the Study of Food and Society que existe desde 1985; para Food & History, publicación del Institut Européen d’Histoire et des Cultures de l’Alimentation, con sede en Tours, desde 2009.

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rriture ou plus obscurément le logement, la sociologie ne peut éviter de structurer ces objets avant de chercher ce que la société en fait; car ce que la société en fait, c’est précisément de les structurer pour les user (Barthes 1961: 982-983)

No sorprenderá que Barthes insista en el tema en un ensayo posterior, ya que uno de sus grandes sueños no realizados era redactar una “Encyclopédie de la Nourriture (diététique, histoire, économie, géographie, et surtout symbolique)”. Según George Bauer, que estudia la importancia de la alimentación en el ideario de Barthes en “Eating out with Barthes” (1988: 39-48), el placer del texto en Barthes se asemeja al placer de la mesa, le plaisir de la table, que viene a ser también un placer sensual/erótico. En su introducción a la reedición en 1975 de Physiologie du goût de Brillat-Savarin, Barthes propone una “Lecture de Brillat-Savarin” (1984: 303-326). Un repaso de los títulos de los diferentes apartados nos revela la gran heterogeneidad que engendra su lectura del libro del padre de la gastrosofía: “Degrés; Besoin/désir; Le corps du gastronome; L’antidrogue; Cosmogonies; La recherche de l’essence; Ethique; La langue, Mort; L’obésité; L’osmazôme; Plaisir; Questions; La première heure; Le rêve; Science; Sexe; Socialité; Classes sociales; Topique”. En lo que podríamos considerar una suerte de fragmentos del discurso, se amalgaman las ideas barthesianas sobre la importancia del cuerpo y del deseo con los conceptos de Brillat-Savarin. Barthes disemina asociaciones interesantes en su ensayo, como la relación entre la alimentación y lo materno, comida y erotismo, comer y hablar, la relevancia de las sensaciones y el consiguiente hedonismo, lo líquido frente a lo sólido, la relación entre comida y clase social, la cual a su vez impone connotaciones culturales, una dimensión de convivencia, la “socialité alimentaire” (ibíd.: 321). Queda claro que un enfoque gastrocrítico tiene que tener en cuenta las disciplinas e ideas mencionadas anteriormente. El término ‘gastrocrítica’ fue acuñado en 1990 por Ronald Tobin, un importante estudioso de la literatura francesa del siglo xvii, con motivo de su Tarte à la crème. Comedy and Gastronomy in Molière’s Theater.3 En un ensayo 3. En Food, Poetry, and the Aesthetics of Consumption (2008) Michel Delville habla de gastrocríticos (“gastrocritics”) sin referirse a Tobin. Proponiendo una “gastroaesthetics” o “gastroliterary aesthetics”, Delville se centra en la importancia de

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posterior, titulado “Qu’est-ce que la gastrocritique?”, lo definió de la siguiente manera, como un subgrupo de la sociocrítica: Cette méthode suppose une vaste entreprise de recherche dans les sciences humaines qui explore les liens entre l’alimentation et l’art. Elle appartient et fait appel à l’histoire –histoire culturelle, histoire économique, histoire des mentalités et de la vie quotidienne, et histoire de l’art–, à la sociologie, à la civilité et la galanterie, à l’alimentation et les livres de cuisine, à la médecine, la nutrition et les questions diététiques et de santé, à la critique littéraire et la sémiotique, à la psychanalyse et la philosophie, aux études de la femme et, surtout à l’anthropologie. La gastrocritique est conçue pour mettre en relief le fait que le poète et le cuisinier travaillent tous deux à créer la métamorphose et l’illusion. (2002: 624-625)

Se trata de estudiar la pertinencia para una obra literaria de las múltiples connotaciones del comer y del beber en lo social, racial, geográfico, identitario, histórico, sexual, antropológico, religioso, filosófico, médico, cultural, psicológico, ideológico-político, genérico, lingüístico, etcétera. La última frase de la cita apunta a su funcionalidad metaliteraria y a la construcción del mismo libro, ya que el autor suele recurrir a procedimientos parecidos a los aplicados por los cocineros. Escribir es como cocinar escogiendo diferentes ‘ingredientes’ y sazonar. Recuerdo a García Márquez quien dijo en una entrevista a Rita Guibert: “I know exactly how Leaf Storms went straight from my guts onto the paper. The others also came from my guts but I had served my apprenticeship... I worked on them, I cooked them, I added salt and pepper” (en Guibert 1973: 326; la cursiva es mía). El escritor conforma una poética, elaborada en su “cocina de la escritura” en las palabras de Rosario Ferré (1985). Además, la representación del alimento nos hace asistir a la eterna pugna entre el texto como entidad referencial (la ‘mímesis’) y el texto como entidad autónoma y autorreferencial (la ‘imitatio’). O dicho con dos frases ‘biensonantes’: Les mets ne sont pas les mots (Jeanneret)/The Word is not the World. Huelga decir que esta lectura gastrocrítica entablará un constante diálogo con otros ejes interpretativos de las obras en cuestión. Me doy cuenta de que la presencia de remisiones culinarias como punto de partida implica limitaciolo gustativo (taste) en la intersección entre comida, lenguaje y representación.

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nes en la conformación de un corpus. Sé que la inserción de fragmentos culinarios no es necesaria en un mundo donde los personajes de papel no necesitan probar bocado para poder existir ficticiamente. Pensándolo bien, la gastrocrítica comparte muchos rasgos con lo que Alejo Carpentier llamó los ‘contextos culinarios’ en su ensayo “Problemática de la actual novela latinoamericana” de 1964 [1987]. Junto con los contextos raciales, económicos, burgueses, ideológicos, entre otros, constituyen uno de los ingredientes necesarios de la praxis circundante en la novela. Copio el inicio del apartado: [Los contextos culinarios] Tienen una importancia en cuanto a sus particulares contextos históricos. El ajiaco cubano, por ejemplo, plato nacional de la cocina criolla, reúne, en una misma cazuela, la cocina de los españoles —la que traía Colón en sus naves—, con productos (las “viandas” llaman todavía a eso) de la primera tierra avistada por los descubridores. Después la cocina española se llamó el bucán porque unos aventureros franceses, por ello llamados bucaneros, se dieron a sistematizar en Cuba la industria elemental consistente en solear, ahumar y salar carnes de venado y de cerdos jíbaros (Carpentier 1987: 22)

Carpentier empieza por subrayar una dimensión histórica, enfoque que este gran pintor de frescos históricos curiosamente no desarrolla en un apartado por separado en su ensayo. Agrega una vertiente identitaria mediante el ajiaco que en su caso es mezcla, por lo cual incluye a la vez un componente racial. Al mencionar determinados términos, como ‘viandas’ y ‘bucaneros’, insiste en las implicaciones lingüísticas en la denominación culinaria. En la manera de preparar el venado y los cerdos jíbaros, el autor cubano se hace eco de las tesis lévistraussianas sobre cultura frente a naturaleza. Carpentier entrevió por tanto las posibilidades de explorar la literatura desde el ángulo culinario.4 No cabe duda de que el interés por asuntos gastrocríticos ha ido en aumento en el mundo hispánico durante las dos últimas décadas. Así, una variante bien particular de lo ‘culinario’, el canibalismo, fue uno de los temas estelares en los estudios generados a raíz del Quin4. Para un análisis más completo de las observaciones sobre los contextos culinarios en Carpentier, véase el apartado “2.2 Sobre los contextos culinarios” de mi libro El festín de Alejo Carpentier. Una lectura culinario-intertextual (2003: 48-60).

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to Centenario del Descubrimiento, cuando se produjo una verdadera canibal-/calibanología. El éxito del tema ha sido apabullante en cierta literatura de mujeres, sobre todo a partir de la novela Como agua para chocolate (1989) de Laura Esquivel, obra muy difundida en parte gracias a la película homónima.5 Después, un séquito de escritoras aprovecharon la Kitchen as a Selfempowering Site, refiriéndome al título del libro de Claudia André (2001), o la cocina como un lugar de “contradiscurso y contracultura”, en palabras de Luisa Campuzano (2000: 19). Esta senda pronto degeneraría, debido en parte a la explotación comercial, dando paso a productos con escasa profundidad y literariamente decepcionantes. Pienso en Íntimas suculencias. Tratado filosófico de cocina (2007) de Laura Esquivel o en el bestseller de recetas afrodisíacas, Afrodita (1997) de Isabel Allende. Sobre todo algunas latina writers se han deslizado hacia un uso fácil de una “gastronomic imagery” (Huggan 2001: xi), escribiendo textos aptos para ser consumidos.6 Sus obras hacen un marketing de los márgenes, de la periferia —también en lo culinario—. Representan un “postcolonial exotic” para referirme al título de Huggan, Postcolonial Exotic. Marketing the Margins. Anita Mannur acuñó a este respecto el término de ‘ciudadanía culinaria’ (culinary citizenship), que se basa en una visión nostálgica de prácticas culinarias inmutables para crear así la esencia nacional. Aunque ciertos estudios gastrocríticos amenazan con llevar a callejones sin salida y a análisis light, probaré que pueden dar mucho de sí 5. En “Mimesis and Metaphor: Food Imagery in International Twentieth-Century Women’s Writing” (2004) Harriett Blodgett presenta un repaso general, no solo limitado al ámbito hispánico. Existe una ingente bibliografía sobre Como agua para chocolate que no cesa de inspirar a los críticos. Una de las últimas publicaciones es la edición a cargo de Eric Skipper de 2010: A Recipe for Discourse. Perspectives on ‘Like Water for Chocolate’. 6. Reanuda con lo que Jauss llama arte culinaria, “‘Kulinarische[n]’ oder Unterhaltungskunst” para designar una literatura que plantea pocos problemas al lector (1969: 36). Vendría a ser una suerte de Trivialliteratur, una literatura que “no requiere ningún cambio de horizonte, sino unas expectaciones que son indicadas e incluso cumplidas por una predominante tendencia del gusto, satisfaciendo el deseo de reproducción de lo bello habitual”, según la traducción de Mudrovic, que aplica este concepto a la novela latinoamericana de los ochenta (Mudrovic 1993: 458 nota 13).

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y son menos ‘triviales’ de lo que se puede pensar a primera vista, con tal de que dialoguen en profundidad con la obra estudiada.7 Por esta razón, mi propósito en este libro consiste en averiguar qué resultados podría arrojar esta perspectiva en relación con obras narrativas que tratan de Cuba.

7. Remito a mi coedición con Patrick Collard, Saberes y sabores en México y el Caribe de 2010, en la que presentamos una muestra de estudios gastrocríticos.

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Con el fin de llegar a delimitar el objeto de estudio cuya amplitud no puede ser consignada en un solo libro ni estudiada por una sola investigadora, he optado por concentrarme en dos períodos significativos en el desarrollo de la historia de Cuba. Por un lado, he seleccionado una serie de obras que conciernen al siglo xix. Sabemos que esta designación ampliamente aceptada suele incluir los últimos años del xviii y el inicio del xix. Abarca desde 1792, año del Discurso sobre la Agricultura de La Habana y medios de fomentarla de Francisco Arango y Parreño, hasta 1902, el inicio de la República. Por otro lado, me he enfocado en la narrativa publicada en la época postsoviética de la Revolución cubana que empezó en 19901 y se perpetúa hasta el momento en que escribo estas líneas. He escogido una serie de textos que se relacionan de una u otra forma con lo que se suele designar mediante el Período Especial. Existe un consenso sobre su inicio: enero de 1990, es decir, después de que empezó a ser desmantelado el bloque soviético. Copio parte del discurso de Fidel Castro, publicado en una página oficial del ejército cubano: ¿Qué significa período especial en tiempo de paz? Que los problemas fueran tan serios en el orden económico por las relaciones con los países de Europa Oriental o pudieran por determinados factores o procesos en la Unión Soviética, ser tan graves, que nuestro país tuviera que enfrentar una situación de abastecimiento sumamente difícil. Téngase en cuenta que todo el combustible llega de la URSS, o, y lo que podría ser, por ejemplo que se

1. A veces se habla de post-1990.

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En cuanto al final, encontré varias fechas (1995, 2000, 2005, 2007, ...), pero se suele admitir que la década de los noventa es el período clave.3 Es entonces cuando las severas restricciones de energía, comida y transporte se hicieron notar de una manera muy invasora y que fueron intensificados sistemas alternativos para intentar resolver la situación. Soy consciente de que en ambos casos recurro a un criterio temporal para abordar fenómenos histórico-culturales. No obstante, funcionan estos rótulos en la práctica y en el uso. El xix cubano es un concepto asentado. El término de Período Especial como parte del período postsoviético acaso pueda provocar mayores reparos. Rafael Rojas da la siguiente argumentación para cuestionar el sintagma: Acreditar la frase “período especial” como un nombre de época o como la calificación del último tramo de la historia contemporánea de Cuba no solo significa admitir que esa etapa, así llamada, marca decisivamente la producción cultural de la isla —tal y como lo hicieron, en su momento, la Edad de Plata rusa, la Belle Époque francesa o el American Renaissance— sino algo más grave: fechar excesivamente la producción literaria de la isla, subordinar la dialéctica de la tradición a las caprichosas periodizaciones históricas del Estado (2009a: 126).

2. La reproducción del discurso está extraída de . 3. Como prueba de la confusión en la delimitación, es significativo que Whitfield en su libro Cuban Currency: The Dollar and ‘Special Period’ Fiction englobe de 1990 a 2004 (2008: 3), mientras que en un estudio ulterior de 2011 distingue entre el Período Especial (los noventa) y “post Special Period” para designar la primera década del nuevo milenio. A la vez, Whitfield también discute la dificultad de determinar la fecha post quem del llamado Período Especial.

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A este respecto, señalo que está en boga desde el punto de vista literario la denominación de ‘novísimos’ para los escritores de los noventa residentes en Cuba y de ‘postnovísimos’ para los que dieron a conocer su obra a partir del nuevo milenio. Sin embargo, lo ‘nuevo’ siempre es una calificación relativa y la designación no incluye a los escritores residentes fuera de Cuba. Para evitar más confusión me quedo con el término de Período Especial bastante usual en artículos y libros.4 Más que perderme en disquisiciones terminológicas, considero de mayor importancia subrayar que se trata de dos períodos cruciales en el desarrollo de Cuba, a pesar de que cubren un lapso desigual. Ambos remiten a una época en compás de espera y se caracterizan por su carácter provisional. Es que tanto el siglo xix como el período postsoviético (y el Período Especial en particular) presentan una transición de dependencia a independencia (relativa). Como es sabido, el siglo xix era el gran período de la construcción de las naciones y de la formación de la identidad nacional. En el caso cubano esto desembocó solo al final del siglo en la independencia política de España (en 1898) y luego de Estados Unidos (en 1902). En lo económico se instauró un trato preferencial con el vecino del norte, de manera que surgió una “nación sin autodeterminación” (Pérez 1995: 192). El inicio del período postsoviético significó el recorte de toda la ayuda de la URSS y puso en tela de juicio la idea de la nación cubana tal como se había ido plasmando durante la Revolución, por lo que se puede hablar de una crisis de la identidad. La escasez provocada por la eliminación del trato preferencial con los países del bloque del Este llevó a un gran desconcierto que culminó en la crisis de los balseros el 5 de agosto de 1994, como el punto más álgido del Período Especial. El vacío fue llenado solo muy parcialmente por otras formas de dependencia económica. Me refiero a lo que Benítez Rojo llamaba la “plantación de hoteles” (en San José Vázquez 2006: 98) en manos extranjeras, negocios priva4. Existen bastantes publicaciones (de nivel desigual) que incluyen el sintagma de Período Especial en su título, por ejemplo, el ya mencionado libro de Esther Whitfield, Rompiendo las olas durante el Período Especial de María del Mar LópezCabrales (2008), La caída del Hombre Nuevo. Narrativa cubana del Período Especial (2009) de Sonia Behar o Cuba in the Special Period. Culture and Ideology in the Nineties (2009), editado por Ariana Hernández-Reguant.

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dos, las remesas enviadas por los cubanos residentes en el extranjero, la autorización de vender en los mercados paralelos o el suministro de petróleo por la Venezuela de Hugo Chávez en la última década. La situación de precariedad hizo que fuera creada una doble economía: la que se basaba en pesos cubanos y la que funcionaba con dólares, despenalizados desde el 13 agosto de 1993. En noviembre del 2004, los dólares serían sustituidos por los CUC, los pesos convertibles o ‘chavitos’. En lo político, no sabemos cómo va a evolucionar Cuba cuando fallezcan Fidel Castro y/o Raúl Castro.5 Ignoramos por qué rumbos va a ir la economía, incluso ahora que se permite más propiedad privada y después de que fueran proclamadas medidas drásticas de reducción de la plantilla estatal. Es de prever que la época postsoviética conducirá a un período cuyo inicio es aún imposible de determinar y que por ahora tal vez podemos calificar prudentemente de postrevolucionario. Que sea el xix o el Período Especial, se trata en ambos casos de épocas de grandes convulsiones que quedan reflejadas de una u otra forma en algunas creaciones literarias. Para abordar el siglo xix desde lo culinario en la literatura, resumiré primero algunas ideas clave sobre el tema en la época colonial, ya que determinados clichés asentados entonces seguirán marcando el imaginario decimonónico (y contemporáneo). Acudiré tanto a cronistas (Colón, Mártir de Anglería, Fernández de Oviedo, las Casas) como a recreaciones ulteriores del xvi, más particularmente Doña Guiomar (1916/1917 [1976]) de Emilio Bacardí Moreau y algunos fragmentos ubicados en el siglo xvi de El mar de las lentejas (1979 [1999]) y Paso de los vientos (2000) de Antonio Benítez Rojo. Luego dedicaré un apartado a Cecilia Valdés (1882 [2004 y 1981]) de Cirilo Villaverde, la obra fundacional antiesclavista del siglo xix. Agregaré una suerte de coda sobre la reescritura de este texto en La loma del ángel (1987) por Reinaldo Arenas. Pasaré después a La Havane (1844) de la Condesa de Merlin, la cubanofrancesa que escribió cartas después de su 5. En el congreso del PCC de abril del 2011 se decidió que habría un límite de dos períodos de mandato para todo dirigente. Si empezamos a contar desde 2008, cuando Raúl Castro asumió la presidencia después de dos años de interinidad, significaría que solo podría ejercer su función hasta 2018, dos mandatos de cinco años.

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viaje a La Habana en 1840. Cotejaré mis observaciones sobre ambos textos con relatos de viajeros de la época. Como ni Cecilia Valdés ni La Havane ofrecen una base muy amplia para estudiar la comida de los esclavos, intentaré profundizar este aspecto mediante otros relatos abolicionistas y más libros de viajeros, con especial énfasis en las cartas sobre Cuba publicadas en 1853 [2002] por la sueca Fredrika Bremer. Me detendré asimismo en Cimarrón de Miguel Barnet de 1966 [1998a], ya que el testimonio del negro Esteban Montejo atañe al último tramo del siglo xix. En cuanto al capítulo sobre el Período Especial, a modo de contextualización mínima y magra comentaré muy brevemente un fragmento de tres gigantes de la literatura cubana del siglo xx: Lezama Lima, Carpentier y Piñera. Esbozaré luego la evolución literario-cultural dentro de la Revolución cubana anterior al Período Especial. Ilustraré los cambios a partir de los noventa mediante la tetralogía de Leonardo Padura Fuentes (Pasado Perfecto (1991 [2000]),Vientos de cuaresma (1994 [2007]), Máscaras (1995 [2001]), y Paisaje de otoño (1998 [2006a])) cuyo tiempo de la historia se encuentra en el umbral del Período Especial. Entraré de lleno en el objeto de estudio en el subcapítulo “El tema culinario en el Período Especial: un exceso de penurias”. Me ceñiré a analizar seis obras (de dentro y de fuera) que bregan cada una a su manera con las penurias que caracterizaron dicha época: Te di la vida entera (1996 [1997]) de Zoé Valdés, El hombre, la hembra y el hambre (1998) de Daína Chaviano, El Rey de La Habana (1999) de Pedro Juan Gutiérrez, Silencios (1999 [2008]) de Karla Suárez, La sombra del caminante (2001) de Ena Lucía Portela y Havana Lunar (2009) de Robert Arellano. Pasaré a comentar después una cristalización de la escasez mediante una serie de fragmentos donde los puercos ocupan un papel central y estudiaré la manera como se subvierte esta ‘cerdofilia’ en los textos de Ronaldo Menéndez, en particular en Las bestias (2006). Terminaré concentrándome en un ensayo de Antonio José Ponte, Las comidas profundas (1997). Aunque se originó en el contexto ‘especial’, los comentarios sobre este pequeño texto servirán de conclusión. De la (s)elección propuesta se puede colegir que la narrativa estudiada se ubica a veces en la periferia de la ficción literaria, si pienso en

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algunos relatos de viaje, el testimonio y el ensayo, incluidos en el corpus. Esta posición al margen puede propiciar el análisis desde el ángulo gastrocrítico: cierta mirada a distancia puede contribuir a recalcar lo cotidiano, ámbito en el que lo culinario desempeña un papel clave. Acaso puede sorprender el que me haya aferrado a textos escritos. Sobre todo al abordar el período más reciente, marcado por una cultura altamente visual y auditiva, mi aproximación puede parecer ‘arcaica’. He decidido asomarme a la forma de expresión cultural con la que estoy más familiarizada, aunque no excluyo alguna que otra incursión en otras manifestaciones culturales, como cuadros, películas o canciones.6 Las ilustraciones incluidas para el siglo xix y el paralelismo con películas para el Período Especial constituyen tímidos acercamientos a un terreno por explorar. Quisiera subrayar que no ha sido mi intención comparar ambas épocas ni contrastarlas con períodos, géneros y movimientos no tratados, ya que requeriría una investigación mucho más extensa. Por eso, he decidido no terminar con una conclusión general, aunque retomo y amplío bastantes planteamientos en el último ensayo dedicado a Las comidas profundas de Ponte que hace las veces de remate. En él convergen y se expanden varias capas de interpretación generadas por el enfoque gastrocrítico y sugeridas en las conclusiones parciales de los subcapítulos. Mi objetivo ha sido poner a prueba el análisis gastrocrítico en dos ‘estudios de caso’ de un área que vengo estudiando desde hace mucho tiempo. Lo que presento en este libro es una muestra, que podría ser ampliada, matizada y refutada en estudios futuros. Acepto de antemano la evidente crítica de que he excluido a autores y géneros de sumo interés para el tema. Me resigno a que más de un lector considerará el salto del siglo xix hacia el Período Especial como mortal e imperdonable, puesto que he dejado muchos análisis por el camino. Por ejemplo, estoy convencida de que la siempre olvidada narrativa de los años veinte como Juan Criollo (1927) de Carlos Loveira (1882-1928) arrojaría resultados interesantes sobre la manera como se engaña el hambre perenne con “[a]lmuerzos de boniatos salcochados, o de arroz 6. Para un primer inventario de la comida en las canciones remito al artículo de René Vázquez Díaz , “‘El sabor’ de la música popular cubana” (2009a).

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en blanco, o de harina de maíz al agua pura, o de cualquier otro de esos criollos alimentos, que llenan mucho y nutren poco, arraigados en el país por un negro pasado de esclavitud” (1927: 17). Si rebasáramos el ámbito cubano, también habría que someter a cuestionamiento la idea bastante difundida de que el Caribe (y su diáspora) sería un caldo de cultivo más propicio a este tipo de análisis, tal como lo sugieren los editores del número especial dedicado a la comida en el mundo hispánico de Monographic Review/Revista Monográfica. Advierten en base al cuento “Historia de arroz con habichuelas” de la puertorriqueña Ana Lydia Vega, donde este plato caribeño lo gana del hot dog norteamericano, que lo culinario es una “pragmatic metaphor to facilitate abstract cultural ideals and ideas. In the Caribbean, perhaps to a greater extent than elsewhere, the gastronomical constitutes a primal and fundamental connection between millenial peoples, cultures and races, as exemplified in Ana Lydia Vega’s work” (Pérez J./Pérez G. 2005: 18). Quedan por investigar las convergencias y divergencias en este ajiaco culinario, racial y cultural que es el Caribe. Mi mayor deseo es que mediante esta contribución otros estudiosos se lancen a perderse en la selva gastrocrítica.

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Los antecedentes: los primeros cronistas y Espejo de Paciencia

Antes de enfocar el siglo xix es necesario comentar brevemente algunos textos clave de la época colonial, porque en ellos se sentaron las bases de la manera como se iba a abordar más tarde la comida. Sobre todo los viajeros decimonónicos recurrirán a los cronistas para ir describiendo Cuba. Por poner un ejemplo, Wurdemann, un médico que viajó en la década de 1840, menciona que consultó entre otros documentos, “[v]arious fragments selected from the works of Las Casas, Oviedo, Herrera, and other early writers on Spanish America. Historia de la Isla de Cuba, por D. Antonio J. Valdes. Llave del Nuevo Mundo Antemural de las Indias Occidentales, etc., compuesta por D. Jose Martin Felix de Arrate” (1844: v). Por supuesto, la condición de extranjeros que también caracterizaba a los cronistas propoció esta mirada culinaria, pero esta explicación no es suficiente. El que en los primeros escritos sobre el Nuevo Mundo, y el Caribe en particular, se encuentren bastantes remisiones alimentarias tiene que ver con su función estratégica y pragmática. Basta pensar en dos tropos fundacionales del Descubrimiento: la fertilidad de la tierra y el canibalismo. Marcan desde el inicio las dos vertientes en la construcción simbólica del otro en el discurso colonial. Por un lado, el Nuevo Mundo es visto como la edad primigenia de la humanidad donde crece de todo y también pueden aclimatarse nuevas especies para dar provecho económico. A este locus amoenus se agrega una vertiente utilitaria desde el inicio. La escasez —la contrapartida de la abundancia— queda escamoteada en parte en las primeras evocaciones, ya que los cronistas se esmeraban en presentar una imagen favora-

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ble de las tierras descubiertas.1 Por otro lado, es un mundo nuevo, que queda por civilizar y cristianizar, eliminando las costumbres bárbaras como el canibalismo. De sobras son conocidas las asociaciones entre los caribes y los caníbales. Colón, Pedro Mártir de Anglería o Fernando González de Oviedo, entre otros cronistas, se esforzaron por describir el Nuevo Mundo ‘comestible’. Para el área que nos atañe, las evocaciones más detalladas sobre los cultivos y las costumbres alimentarias se refieren a La Española y no a Cuba. Por ejemplo, Colón (1451-1506) escribe sobre los tubérculos que encuentra en La Española, como la batata, la yuca y los ajes (un tubérculo con sabor a castaña cercano a la batata). Es significativo, porque estas viandas, como se los llamaría más tarde en cubano, se convertirían en una expresión de lo identitario y constituyen un ingrediente importante en lo que se consideraría más tarde el plato nacional, el ajiaco.

Tubérculos, Díaz de Villegas, José L. (2004). Puerto Rico. La gran cocina del Caribe. San Juan: Universidad de Puerto Rico: 18. 1. Para las implicaciones de estos dos tropos, la abundancia y el hambre, véase “The Subject of Abundance” de Julio Ortega (2006: 7-30).

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En todas las evocaciones, la isla de Cuba aparece mencionada pocas veces de manera explícita. Copio las primeras impresiones sobre la Juana/Cuba, recogidas en el diario de Colón, el 28 de octubre de 1492: Dice el Almirante que nunca tan hermosa cosa vido, lleno de árboles todos cercado el río, fermosos y verdes y diversos de nuestros con flores y con su fruto, cada uno de su manera; aves muchas y paxaritos que cantavan muy dulçemente; avía gran cantidad de palmas de otra manera que las de Guinea y de las nuestras, de una estatura mediana y los pies sin aquella camisa y las hojas muy grandes, con las cuales cobijan las casas; la tierra muy llana. Saltó el Almirante en la barca y fue a tierra, y llegó a dos casas que creyó ser de pescadores y que con temor se huyeron, en una de la[s] cuales halló un perro que nunca ladró; y en ambas casas halló redes un hilo de palma y cordeles y anzuelo de cuerno y fisgas de güesso y otros aparejos de pescar y muchos huegos dentro, y creyó que en cada una casa se ayuntan muchas personas. Mandó que no se tocase en cosa de todo ello, y así se hizo. La yerva era grande como en el Andaluzía por Abril y Mayo. Halló verdelagas muchas y bledos. Tornóse a la barca y anduvo por el río arriba un buen rato y era diz que gran plazer ver aquellas verduras y arboledas, y de las aves que no podía dexallas para se bolver. Dize que es aquella isla la más hermosa que ojos ayan visto, llena de muy buenos puertos y ríos hondos, y la mar que pareçía que nunca se devía de alçar, porque la yerva de la playa llegava hasta casi el agua, lo cual no suele llegar adonde la mar es brava (1989: 45-46).

El Descubridor da fe de la abundantia natura en lo cuantitativo y lo cualitativo y nos pinta una imagen edénica de las nuevas tierras. Sus observaciones sobre las herramientas de los aborígenes para pescar sugieren que disponen de ciertos saberes y de cierta civilización que puede ser aprovechada y desarrollada. Su evocación entra completamente en el discurso de la maravilla (Pastor) y de una gente mansa y pacífica con buena disposición a ser civilizada. El canibalismo no es mencionado en relación a Cuba. En Décadas del Nuevo Mundo Pedro Mártir de Anglería (¿1456?1526)2 dirige también su atención principal hacia Haití/La Española en 2. Se discute la fecha de nacimiento de Pedro Mártir cuyo ‘apellido’ Anglería no tendría que llevar acento (Angleria), ya que proviene de Anghiera (Angera), lugar en Lombardía, según Antonio Alatorre (1992: 67).

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sus descripciones del Caribe. Es el centro administrativo, “reina de toda aquella inmensa extensión” (Mártir de Anglería 1989: 420). Al igual que Colón, el lombardo Mártir evoca la flora y la fauna que constituye la base de la dieta de los indígenas. Solo dedica una parte muy breve a Cuba en el tercer libro de la Primera Década. Allí cuenta que los españoles se comen gustosamente los pescados asados al fuego por los indígenas huidos, mientras que no tocan lo que Mártir llama serpientes, equiparadas a cocodrilos y a lagartos, aunque de hecho son iguanas: (…) hallaron puestas al fuego en asadores de madera unas cien libras de pescado, y con el mismo pescado dos serpientes de a ocho pies. Llenos de admiración miran alrededor por si ven algunos indígenas, sin que se divisara nadie en todo lo que se extendía la vista (pues al acercarse se habían refugiado en las montañas los dueños del pescado). Sentáronse y disfrutaron contentos de los peces cogidos con ajeno trabajo, dejando las serpientes, las cuales afirman que en nada absolutamente se diferencian de los cocodrilos de Egipto sino en el tamaño; pues de los cocodrilos dice Plinio que se encontraron algunos de diecicocho codos, pero las mayores de estas serpientes tienen ocho pies3 (1989: 33).

Mártir subraya asimismo las connotaciones sociales de este último manjar, ya que queda reservado a reyes : “pues no hay vianda alguna que estimen tanto como las serpientes aquellas, tanto que los plebeyos no pueden comerlas, como entre nosotros pasa con los faisanes o los pavos ; (…)” (ibíd.: 34). En un fragmento ulterior, situado en La Española, Mártir volverá sobre esta supuesta serpiente. Contará una escena que resume la actitud doble de atracción y rechazo de los españoles, ya que Bartolomé Colón se acerca primero tímidamente a este plato para luego lanzarse a devorarlo con avidez, instigado por Anacaona: 3. La equiparación entre las iguanas y los cocodrilos por parte de Mártir es errónea, tal como lo aclarará más tarde Oviedo en su deseo de enmendar uno de sus grandes intertextos, Las Décadas. La iguana fue clasificada primero como animal acuático y luego terrestre por Oviedo, de manera que su carne originó disputas teológicas y la iguana era comida los viernes por ser considerado pescado. Sobre la confusión entre iguana, serpiente, cocodrilo y lagarto, véase Gerbi (1978: 245-251).

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El Adelantado [Bartolomé Colón], inducido por el gracejo de la hermana del cacique [Anacaona], determinó catarlas [serpientes=iguanas] poco a poco; pero apenas el sabor de aquella carne comenzó a gustar al paladar y garganta parecía que las deseaba a boca llena. Después ya no las probaba con la punta de los dientes o aplicando apenas los labios, sino que, habiéndose hecho todos glotones, [los españoles] de nada hablaban ya sino del grato sabor de las serpientes y de que tales viandas eran más exquisitas que entre nosotros las de pavo, faisán y perdiz (ibíd.: 52).

Sabemos que la iguana seguirá repugnando a ciertas personas como Bartolomé de las Casas quien confiesa que “dicen los nuestros que [las iguanas] exceden a faisanes; pero nunca pudieron conmigo que las probase” (1994 V: 1850). Como sugerí en un artículo sobre las Décadas (De Maeseneer 2010) Mártir —aun siendo testigo de oídas, gran admirador de la Antigüedad clásica y defensor de los intereses coloniales— se esfuerza por acercarse hacia el otro, no concebido en términos únicamente negativos. Procura entender algo de los sabores y saberes de ese nuevo mundo. En cuanto a Gonzalo Fernández de Oviedo (1478-1557), la información que atañe a las Antillas se encuentra en los capítulos I a VIII del Sumario de la natural historia de las Indias (1526 [1996]) y es retomada y ampliada en la primera parte de su Historia general y natural de las Indias, que se publicó en una primera versión en 1535. En el Sumario la isla de Cuba solo es descrita en el octavo capítulo. Oviedo empieza diciendo: “De la isla de Cuba y de otras, que son San Juan y Jamaica, todas estas cosas que se han dicho de la gente y otras particularidades de la isla Española, se pueden decir, aunque no tan copiosamente, porque son menores; (…)” (1992 I: 101). Luego hace mención de unas perdices pequeñas y sabrosas en Cuba, información retomada en su Historia general. Como sabemos, gran parte de este magnum opus fue (re)escrita en La Española, desde su posición de testigo de vista. En esta isla Oviedo vino a afincarse en 1532 después de muchas peripecias por el Nuevo Mundo y allí encontraría la muerte. La Española es el “cañamazo sobre el cual se teje toda la Primera Parte” y retiene en este volumen el 80% de la atención particular, según un cálculo de Vaquero (1987: 12). Con el fin de ir ensanchando el alcance de sus observaciones, Oviedo recurre a fórmulas del tipo “en esta

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isla Española e otras islas” o “en esta isla Española como en otras muchas deste golfo e en la Tierra Firme”. Es el procedimiento que aplica a dos grupos constitutivos de la futura dieta cubana: los tubérculos, (yuca, aje, batata) y las frutas (piña, caimito, guayaba), que los europeos consideramos exóticas. Reproduzco uno de los pocos ejemplos donde Cuba es mencionada explícitamente por Oviedo, entre otras islas, en el capítulo XXVIII del libro VIII del primer tomo: Estos cardos o tunas llevan unos muy donosos higos (que es su fructa), largos e verdes, e algo, en partes, colorado por defuera el cuero dellos, e tienen unas coronillas hundidas, como las níspolas de Castilla. E de dentro son coloradas mucho, que tiran a rosado, llenas de granillos como los verdaderos higos, e así es la corteza de aquesta fructa como la del higo, o poco más gruesa. Son de buen gusto e de buena digestión, e véndenlos en la plaza desta cibdad, continuamente, por buena fructa. (...). En las otras islas de Sanct Joan, e Cuba, e Jamaica, he visto asimismo estas tunas o cardos, y en otras islas, y es cosa común en estas Indias. Las hojas son verdes, e las espinas pardas, e la fructa cual tengo dicho. Cuando la comen, tornan los labios e las manos, en todo lo que alcanza el zumo dellas, como lo suelen dejar las moras de Castilla, e tarda tanto en se quitar aquella color de donde se ha pegado, e aún mucho más, que la tinta de las moras. Esta fructa, y aun el cardo en que nasce, se llama comoho en la provincia de Venezuela, e es, mondándola, como una mora. Tiene buen sabor, e en aquella tierra los indios hacen vino desta fructa de estas tunas; pero este comoho es más sabroso mucho que las tunas, y, como es dicho, es linaje de tunas, sino que son menores que las desta isla, e mejor sabor. Y el vino que es dicho, es tinto, de la color de vino tinto de uvas (1992 I: 265; 267).

El ejemplo ilustra muy bien los rasgos principales de las descripciones culinarias en Oviedo: indecisión en la denominación, orden fijo en la descripción (aspecto visual, lo gustativo, uso y propiedades médicas), asimilación, insistencia en las diferencias lingüísticas y en la diversificación geográfica, transposición de sabores conocidos (en este caso, el vino).4 Todo ello viene a ilustrar la dificultad del decir y del describir, problema con el que se topaba Oviedo y que va a ser una 4. Para las diferentes estrategias (asimilar, deleitar y exotizar, informar sobre las propiedades médicas, probar por experiencia propia) y los objetivos comerciales y morales usados en las remisiones culinarias, véase Kim Huyge (2010: 126-183).

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Piña de Fernando González de Oviedo. Mayorga, Esteban. (2009). “Gonzalo Fernández de Oviedo: la piña, la iguana y su representación en prototipos” Ciberletras 21 (July) .

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constante en la descripción culinaria: no es fácil hablar de formas (y aún menos de olores y sabores). De ahí que la reproducción de la flora y la fauna represente casi la mitad de las ilustraciones de su obra.5 A este respecto recuerdo que a pesar de la antológica descripción de la piña, Oviedo encuentra necesario completarla con un dibujo, por lo que sugiere la deficiencia de las palabras. En el libro XVII, capítulo IV de la Primera Parte de la Historia general, uno de los pocos dedicados a Cuba, Oviedo describe la isla sobre todo en función de su papel en la conquista de Nueva España y es bastante sucinta la información que concierne al sustento: De los ganados que hay en Cuba e se trujeron de España, hay muchos e hácense muy bien. Y de los árboles de España e hortaliza digo lo mismo; e así hay aquellos árboles e plantas e hierbas naturales de la tierra que tengo apuntado e particularmente dicho desta isla Española; pero hay más, en Cuba, mucha cantidad, de rubia, que es naturalmente producida e de aquella isla, e muy buena. Hay todos los pescados e animales insectos o ceñidos, e todas las otras cosas de Haití o de la isla Española, excepto en lo de los azúcares, porque aunque se han hecho muy bien las cañas e se haría el azúcar como acá, no se han dado a ello, a causa de estar cerca, el fin de aquella isla, de la Nueva España (1992 II: 115).

Aquí también el punto de referencia es La Española y el énfasis está en la transcultivación, la posibilidad de cultivar plantas y de criar animales, provenientes de Europa, en el Nuevo Mundo. Tal vez no sea una casualidad que Cuba signifique en arahuaco tierra cultivada (Arrom). Tampoco debe sorprender que Oviedo insista en la presencia de ciertos animales, como el guabiniquinax, una especie de jutía de mangle, sustituto posible de la carne tan anhelada: E hobo los animales mismos que en la Española, de cuatro pies; pero también hay al presente otros que son mayores que conejos, e tienen los pies de la misma manera, salvo que la cola es como de un ratón, larga, y el pelo 5. Hay 23 ilustraciones de flora y 12 de fauna, sobre un total de 76 (Myers 2007: 70). Para una reflexión sobre la epistemología visual remito al capítulo 4 “Eyewitness to America’s Wonders. Illustrating a Natural History of the Indies (bk.7, chap.14)” del libro de Myers (ibíd.: 63-81).

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más derecho, como tejón, el cual les quitan e quedan blancos e buenos de comer. Estos se toman en los mangles que están en la mar, durmiendo en lo alto; e meten la canoa debajo del árbol, y meneando el árbol, caen en el agua, e saltan los indios de la canoa y en breve se toman muchos dellos. Este animal se llama guabiniquinax; son como zorros e del tamaño de una liebre, de color pardo mixto con bermejo. La cola poblada e la cabeza como de hurón, e hay muchos dellos en la costa de la isla Fernandina, de quien aquí se tracta. Y también hay otro animal que llaman aire, tamaño como un conejo, de color entre pardo y bermejo, y es muy duro de comer; pero no los dejan por eso de llevar a la olla o al asador (ibíd.: 116).

Estas pocas calas en la narrativa de los cronistas nos enseñan una presentación indiferenciada del Caribe. La diversificación culinaria entre una isla descubierta y otra es mínima hasta inexistente, lo cual se ha corroborado mediante las excavaciones precolombinas. Esta idea de la comunidad caribeña sigue perviviendo hasta hoy en día en ciertos platos: el ajiaco es el sancocho dominicano, el arroz con habichuelas de Puerto Rico son los moros y cristianos de Cuba, el plátano majado es fufú en Cuba, mofongo en Puerto Rico, mangú en la República Dominicana. En cuanto a Cuba, por lo general la isla es vista bajo una perspectiva positiva. No solo es tierra fértil que puede procurar beneficios comerciales por la abundancia de su flora y fauna, sino que presenta la posibilidad de criar y cultivar productos importados de España. En las descripciones destaca desde los albores la importancia de las frutas ‘exóticas’ y de los tubérculos, dos grupos que seguirán marcando la dieta cubana. Además, sobre todo la fauna importada —y, como veremos a continuación, el cerdo en particular— es imprescindible al paladar de los carnívoros españoles. Sabemos que el puerco seguirá ocupando un lugar privilegiado en la comida cubana, incluso si en el siglo xvii se hará mucho más caro que la carne de vaca (Marrero 1984 IV: 169; 258). El deseo de comer carne es incluso tan apremiante que los españoles transgreden fronteras y se comen carnes nuevas, como la iguana, la jutía o la tortuga. De la misma manera, tienen que conformarse con el casabe como sustituto del pan de trigo para poder aplacar el hambre. El casabe continuará en su papel de sustituto —recordemos el dicho “A falta de pan, casabe”— aunque más tarde, en el

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siglo xix, el plátano, de más fácil cultivo, hará las veces de pan popular.6 Guillermo Jiménez Soler advierte con razón que en lo alimentario se suele proceder por sustitución en tiempos de carencia de ciertos ingredientes: “El vestigio más remoto y primero en nuestra historia de estas añagazas gastronómicas es el casabe, hecho con la yuca, que los primeros colonizadores tuvieron que tragarse en contra de su voluntad, en sustitución del pan de trigo que no tenían a mano para engañar al hambre en la Isla o en Tierra Firme o en sus naves” (1986 : 36). Volveremos a encontrar estas estrategias de sustitución en épocas posteriores, por ejemplo, en el cimarronaje decimonónico y en el Período Especial. Con todo, pervive un fuerte apego a la dieta española y el recurso a productos locales se efectúa únicamente en casos de inevitabilidad absoluta, situación más frecuente de lo que se deseaba. Estas constataciones se ven confirmadas en las recreaciones ficticias que se ubican en la Cuba del siglo xvi. A título de ejemplo comentaré brevemente una obra de Emilio Bacardí (1844-1922) y algunos fragmentos de Antonio Benítez Rojo (1931-2005). En Doña Guiomar. Tiempos de la conquista (1536-1548) de Emilio Bacardí Moreau, un volumen en dos tomos, publicado en 1916/1917, el personaje central es una española, doña Guiomar, que defiende a los indígenas y a la raza negra en contra de la Iglesia y las autoridades en Santiago de Cuba. Conocemos el interés de Bacardí por la historia de su ciudad natal, que recopiló en los diez volúmenes de Crónicas de Santiago de Cuba. Para Doña Guiomar parece que Bacardí echó una salsa ficticia muy espesa sobre los acontecimientos históricos, “no siempre dados con rigurosa exactitud”, como observa Cira Romero en la introducción a la edición (1976 I: 14). En “El discurso populista en Doña Guiomar de Emilio Bacardí Moreau” Joan Torres-Pou explica que en esta obra de dudosa calidad literaria e histórica, aunque no desprovista de interés, el propósito de Bacardí no consistía en dar a conocer el pasado santiaguero, sino que querría presentar a Cuba como un país con hondas raíces españolas —en el sentido de una España democrática 6. Escribe el viajero Morelet acerca del plátano en 1857: “Les ressources qu’il fournit à l’alimentation le placent au premier rang parmi les productions de l’île; cueilli lorsqu’il est encore vert, et rôti sur le feu, il remplace le pain dans la campagne” (1857: 62-63).

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y popular— y africanas. La unión viene concretada al final del libro, cuando van a convivir el sobrino de doña Guiomar y Lola, fruto de la relación sexual entre el cantinero andaluz Juan y su cocinera/lavandera negra Dolores. A pesar de lo fantasioso que es el libro en los datos históricos, su imagen culinaria nos permite atisbar algo de la época. Se pueden indicar los siguientes rasgos en el resultado ‘novelesco’. Se destaca una clara diferenciación de clases. Los españoles pertenecientes al círculo de doña Guiomar toman anisado y vino de Málaga dulzón, a veces en vasos de vidrio, “cosas de gran lujo” (ibíd.: 31), mientras que los soldados y la gente de clase aún más baja toman un vino muy oscuro en porrones de vidrio y un aguardiente anisado en escudillas de barro en la cantina de Juan. La comida que se sirve en esta cantina-tienda-pocilga es lo más española posible. Así se describe detalladamente la manera como el cantinero aprovecha todas las partes del cerdo y sirve asimismo sardina con ayolí. A la vez, hay una ineludible transculturación: la carne de cerdo es acompañada del pan de casabe, y se condimenta no solo con ajo, sino también con ají. Hasta se menciona un gazpacho de casabí y como merienda se esparce el aceite “verdoso, semirrancio” sobre un “pedazo de casabí restregado con un diente de ajo” (ibíd.: 48). Es llamativo que no se especifique el tipo de aceite, probablemente no será el de oliva, una grasa cara a lo largo de los siglos por ser importada. En la obra en su totalidad se recalca, por tanto, la fuerte impronta de los gustos españoles y su apego a sabores de su tierra natal, combinados con productos indígenas, que es lo que se ‘alcanza’, cuando no queda más remedio. En toda la evocación pormenorizada de la cantina-tienda-pocilga llama la atención la suciedad. Abundan los adjetivos que se refieren a lo abyecto: los chicharrones están “mosqueados”, reina una “atmósfera mefítica y nauseabunda” (ibíd.: 47; 49). Aunque son conocidas las miserables condiciones higiénicas de la alimentación en el siglo xvi, la siguiente descripción de las butifarras hace pensar más bien en textos decimonónicos influidos por discursos naturalistas, una corriente que marcó a Bacardí:7 7. Incluso hubiera podido basarse en las tabernas de su época. En Cimarrón, el testimonio de la vida de Esteban Montejo situada en la segunda mitad del siglo xix, leemos: “Las tabernas eran apestosas. Sacaban un olor fuerte, por las colgaderas

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Rita De Maeseneer Siempre había, colgadas de las alfaldas, algunas butifarras confeccionadas por el mismo Juan y su negra. Con las carnes de cerdo sobrantes de las ventas, mal picadas con un cuchillón, agregándoles trozos de cecina y pedacitos del ají indio, rojo y picante, se rellenaban las tripas del cerdo beneficiado. Eran aquellos embutidos una roñosa porquería, pues, además de la mala manipulación en cubos asquerosos, las tripas del cerdo estaban faltas de aseo. Mal lavadas, colgadas al sol para secarlas, se cuajaban de moscas, atraídas por el hedor que despedían con creces, y las cuales, a su vez, las convertían en viveros de sus gérmenes y parásitos (ibíd.: 47).

Con todo, Bacardí incorpora con alguna licencia lo consignado en las crónicas de la época. El predominio del cerdo, del ají como condimento y del casabe, entre otras raíces comestibles, se encuentra repetidas veces en la Historia general de las Indias de Bartolomé de Las Casas, aunque en relación a La Española. El gran defensor de los indígenas describe, por ejemplo, que los mineros celebran el hallazgo de oro con un lechón (1994 IV: 1300). Señala que “[l]as granjerías de entonces no eran sino de criar puercos y hacer labranzas de las del pan cazabí e las otras raíces comestibles, que son los ajes y las batatas” (ibíd.: 1313). Las Casas explica de manera detallada que a los indígenas se les alimenta con casabe, mientras que la carne de cerdo queda reservada casi exclusivamente a los españoles: Así que su comida [de los indígenas] era de aquel pan cazabí; e mataba el minero un puerco cada semana; comíase él los dos cuartos y más y, para treinta y cuarenta indios, echaba de los otros dos cuartos cada día a cocer un pedazo, y repartía entre los indios a cada uno una tajadilla que sería como una nuez; y con aquélla, gastándola toda empringando el cazabí, e con sopear en el caldo, se pasaban. Y es verdad que, estando el minero comiendo, estaban los indios debaxo [de] la mesa —como suelen estar los perros y los gatos— para, en cayéndose el güeso, arrebatallo; el cual chupaban primero, y después de bien chupado, entre dos piedras lo majaban, y lo que dél podían gozar con el cazabí lo comían, y así de todo el güeso no perdían nada (ibíd.: 1351-1352).

que hacían en el techo de salchichones, jamones para curar y mortadela roja” (Barnet 1998a: 33).

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Antonio Benítez Rojo también había leído con mucho cuidado la obra lascasiana, tal como se desprende de su ensayo “Bartolomé de las Casas: entre el infierno y la ficción” recogido en La isla que se repite (1998: 110-140). Esta y muchas otras fuentes han nutrido más de un fragmento de El mar de las lentejas8 de 1979 y Paso de los vientos de 2000. En El mar de las lentejas se entreveran las historias de cuatro personajes que juntos vienen a cubrir todo el siglo xvi, pero ninguno de los relatos tiene como escenario a Cuba. Para mi propósito culinario interesa más la historia de Antonio Babtista, un soldado de a pie quien se criollizó después de llegar en 1493 a La Española. Se trata de un personaje sin escrúpulos, “motivado por la codicia y la lujuria”, que se aprovecha de los indígenas quienes lo creen un dios, pero a la vez es burlado, es “opresor oprimido” (Cuervo Hewitt 1996: 467). La metáfora de la explotación y de su carácter parasitario se concreta en la comparación con un cerdo: “Engordaste como un cerdo en ceba, Antón, criaste una dulce entrepiel de grasa y echaste enjundias y tocinos patriarcales que mecías en la bondad de la hamaca, Antón lechón, Antón gordiflón, Antón panzón, que hasta la nariz te rezumaba manteca” (Benítez Rojo 1999: 198). En cuanto al sustento se corresponde con lo descrito por los cronistas. Una vez consumido lo traído de España, Babtista se alimenta con los frutos de la tierra. Al igual que en muchos cronistas, alterna el discurso de la abundancia con el de la carencia, del hambre. En este último caso Babtista se ve obligado a aculturarse (más que transculturarse) nutriéndose con alimentos como el casabe, la jutía, la batata, el aje. Al probarlos por primera vez solo es capaz de describir determinados productos por perífrasis, muy al estilo de los cronistas, por ejemplo, al hablar de la jutía y el aje: “Allí, te atiborraste de casabe con carne de aquellos enjundiosos conejos rabilargos que se asoleaban en los árboles; comiste las gordas raíces que asadas sabían a castañas, probaste con cierto recelo un huevo de iguana, (…)”. Rápidamente se hará suyas estas palabras sonoras que desflora “con derecho de pernada” (ibíd.: 107). 8. Para un análisis en diálogo con las fuentes históricas remito a Cuervo Hewitt (1996).

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Benítez Rojo continúa sus fabulaciones en Paso de los vientos donde evoca a curas hipócritas, contrabandistas, frailes que conspiran, corsarios famosos, todos personajes que operan en el xvi y xvii en las tierras descubiertas. En ciertos cuentos aparecen las obsesiones culinarias ya descritas. En “La isla de tabaco”, referencia a San Cristóbal, la actual isla de Saint Kitts, se describe el bucán que preparan los caribes, aparentemente ya disgustados de comer la carne de hombres blancos: “Los grandes lagartos y roedores que mataban, los ahumaban en unas parrillas de madera dura que llamaban bucán. La carne así curada podía durar muchos días sin podrirse, y aunque a algunos de sus hombres les repugnaba comerla, él [d’Esnambuc, aventurero francés] la había probado y sabía muy bien” (Benítez Rojo 2000: 148). El lagarto grande bien podría ser la iguana, cuya apreciación variable ya destacó las Casas, y el roedor probablemente es la jutía. Paso de los vientos rebosa de remisiones a la comida. Evoca la vida de un jesuita cobarde e hipócrita que es mandado a la parte norte de los contrabandistas de La Española para informarles de su excomunión y de la orden de destrucción de sus poblaciones.9 El cura no se deja perturbar por nada y se acomoda a lo que más le permite sobrevivir, poniéndose la máscara que convenga. Se las apaña como puede, así el casabe sirve para “hacer cinco docenas de ostias [sic]” (ibíd.: 118), mientras que sabemos que la Iglesia solo admitía hostias de trigo para simbolizar el cuerpo de Cristo. Desobedeciendo las órdenes del gobernador, el cura se coloca del lado de los habitantes del norte equiparados a un ajiaco de razas, muy en consonancia con las ideas que formularía mucho más tarde Ortiz: “negros, blancos, mulatos, mestizos, zambos, todos los colores imaginables revueltos como las carnes y vegetales de una olla podrida, de un ajiaco, como dicen en estas islas” (ibíd.: 126). El jesuita se da cuenta de que en este contexto es difícil imponer la voluntad del blanco y prefiere salvar su propio pellejo (y su propio estómago). Muy simbólicamente el cuento termina enfocando al jesuita que se come un ajiaco sabroso, que viene a representar el pacto con el ajiaco racial. De ahí que comente: “El ajiaco sabe cojonudamente bien” (ibíd.: 138). 9. Es una alusión a las Devastaciones, la despoblación del norte de La Española que fue ordenada al inicio del siglo xvii (1605-1606) para erradicar el contrabando.

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“Alta política”, el único cuento que se ubica en la Cuba colonial del inicio del siglo xvii, tiene como protagonista a Pedro de Valdés. Este recuerda las conversaciones mantenidas con don Francisco de Lerma en España antes de su salida a Cuba. Para que el duque de Lerma no delatara nada de sus acciones pasadas no siempre muy honestas en la Armada española, la propuesta consistía en que Lerma haría a Pedro de Valdés gobernador y capitán de Cuba para acabar con el tráfico de esclavos en manos de los habitantes e instaurar un comercio negrero que beneficiara al rey. El cuento se inicia con la salida de Andalucía y termina con el regreso después de seis años de intentos fracasados de eliminar el contrabando entre el pueblo.10 Con el fin de subrayar la circularidad, se repiten casi exactamente las palabras del inicio que abren el último párrafo del cuento.11 Reproduzco este comienzo junto con los cambios del final del cuento indicando las sustituciones mediante barras y las adiciones u omisiones entre paréntesis con + o - respectivamente: Tal vez don Pedro de Valdés, acodado hasta ahora /a/ en la borda de popa/de su nuevo galeón/ del galeón San Pelayo, decidirá bajar a la (-acogedora) penumbra de su cámara. Tal vez lo hará para cobijar del (+ardiente) sol del mediodía/algún proyecto delicado/la fiebre biliosa que lo aqueja/, o a lo mejor solo para /exigir un almuerzo/probar dos o tres bocados de un suculento almuerzo/que podría estar compuesto de/angulas cocidas, legumbres frescas, lengua de buey, cuajadas y pan de flor, todo adquirido en los muelles esa misma mañana/sopa de tortuga, pargo asado, costillar de puerco, verduras y frescas guayabas y guanábanas, todo comprado al amanecer en los muelles de La Habana (ibíd.: 95; 114). 10. El personaje histórico que está a la base de esta recreación ficticia intentó poner orden en Cuba de 1602 a 1608 a pesar de mucha resistencia. En aquel entonces Cuba era el punto de mira de varios piratas. Señalo que en 1604 se produjo el secuestro del obispo Juan de las Cabezas, evocado en Espejo de Paciencia, texto que voy a tratar a continuación. 11. Benítez Rojo recurre a este procedimiento, inspirándose tal vez en “El camino de Santiago” de Carpentier, cuento que estudia en su bellísimo ensayo “‘El Camino de Santiago’ de Alejo Carpentier y el Canon Perpetuus, de Juan Sebastian Bach: paralelismo estructural” (1983). Varios críticos han comentado la fuerte impronta carpenteriana en Benítez Rojo (Collard [2003], Corticelli [2006], San José Vázquez [2006]).

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La esperanza del inicio se convierte en degradación física y decepción al final. Como único punto positivo se mantiene la abundancia culinaria. Muy al modo carpenteriano, todavía12 contrastan los productos de acá con los de allá del final. El único puente entre los dos mundos lo constituye el inevitable puerco en la enumeración de los productos del muelle de La Habana. En este texto vuelve a aparecer asimismo el ajiaco como símbolo de la mezcla indomesticable, la transculturación de Ortiz. Pedro de Valdés se da cuenta de que no puede con “aquella olla podrida de blancos, pardos y negros, todos de alma cimarrona, que aprestaban el machete o la daga tan pronto como la guitarra o la cuarteta” (ibíd.: 115). Los pocos fragmentos estudiados de las recreaciones literarias ulteriores del siglo xvi recalcan algunas obsesiones culinarias que imperan hasta hoy en día en Cuba: la carne, las viandas, las frutas, el ajiaco. A la vez, se percibe una constante tensión entre atracción y rechazo, lo ajeno y lo propio, el acá y el allá. Bacardí y Benítez Rojo proyectan ideas coetáneas sobre sus evocaciones del pasado, respectivamente el naturalismo y la transculturación. La abundancia de frutas se encuentra asimismo en lo que se considera la obra fundacional de la literatura cubana. Al salir momentáneamente de la narrativa, me refiero por supuesto a Espejo de Paciencia de 1608, de Silvestre de Balboa Troya y Quesada (1563-¿1647?). Ha sido recalcada hasta la saciedad como prueba de lo protocubano la presencia de las frutas en la cornucopia ofrecida al obispo Juan de las Cabezas Altamirano, cuando este fue salvado de las manos de los piratas franceses bajo el mando de Gilberto Girón gracias al pago del rescate en 1604. Este secuestro vergonzoso fue castigado después por un grupo de bayameses. Recuerdo algunos de los versos más famosos del poema con su típico estilo enumerativo: Salíanle a recibir con regocijo De aquellos montes por allí cercanos, Todos los semicapros del cortijo, Los sátiros, los faunos y silvanos. 12. Benítez Rojo irá más allá del “ritmo binario” carpenteriano “para introducir una multiplicación de ese ritmo, donde definitivamente entra lo africano” (García Ramos 1996: 99).

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(…) Le ofrecen frutas con graciosos ritos, Guanábanas, gegiras y caimitos (en Lezama Lima 2002 I: 62).

Le traen también “Mameyes, piñas, tunas y aguacates/Plátanos y mamones y tomates”. Luego las hamadriades bajan “con frutas de siguapas y macaguas/y muchas pitajayas olorosas”. Completan la cornucopia los pescados como el “jaguará, dajao, lisa, camarones, biajacas y guabinas”. En cuanto a carne se le trae “de aquellas jicoteas de Masabo/Que no las tengo y siempre las alabo” (en ibíd.: 63), al lado de jutías, iguanas y patos, y animales de caza. Como es sabido, en el siglo xix, José Antonio Echeverría, del grupo antiesclavista de del Monte descubrió una copia del poema en el manuscrito inédito Historia de la isla y catedral de Cuba de 1760 del obispo Agustín Morell de Santa Cruz. Ramón de Palma hizo una reescritura ficticia en un cuento publicado en 1837 en el Aguinaldo Habanero. El mismo Echeverría comentó el hallazgo en la revista El Plantel en 1838 insistiendo en lo autóctono, un tema muy acorde con los propósitos del grupo delmontino. La recuperación nacionalista de la obra ha proseguido en el siglo xx. Pienso, por ejemplo, en la primera edición crítica al cuidado de Felipe Pichardo Moya en 1942 y en la edición facsimilar de 1960 de la mano de Cintio Vitier. Ha sido muy enardecida la discusión sobre la supuesta cubanidad del poema, tal como la resume muy bien Duanel Díaz (2005: 310321). En la argumentación a favor ocuparían un papel importante las “dieciséis palabras autóctonas”, sobre todo denominaciones de frutas (Moreno Fraginals 1990: 3, citado en Díaz 2005: 311). Para unos, como Pichardo Moya, Vitier o Lezama, estas palabras exóticas serían la prueba de modos y maneras cubanas. Para otros, como González Echevarría (1993) o Moreno Fraginals (1990), el uso de neologismos exóticos sería un recurso literario. Para el primero sería una manifestación de lo extraño del barroco americano y sería una moda renacentista para el segundo. Por tanto, no probaría ninguna protocubanidad.13 En toda esta polémica se ha llegado a dudar de la autenticidad 13. En toda la discusión ha incidido asimismo la vertiente pragmática de este texto, a nivel del autor y a nivel de los bayameses. Enrique del Risco arguye que Silves-

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del documento, ya que faltaba el manuscrito original. Se llegó a conjeturar que fue manipulado, incluso redactado, por el grupo alrededor de Domingo del Monte. Por ejemplo, la inclusión del negro Salvador, quien mató al corsario Gilberto Girón, sería una adición del círculo delmontino, interesado en promover una idea de convivencia entre blancos y negros (Duno Gottberg 2003: 45-51). Esta suposición fue refutada convincentemente por los documentos encontrados por Mercedes Rivas ([1992], en Marrero-Fente 2010: 289). He mencionado estas discusiones para subrayar que la caracterización de la obra depende de las intenciones ideológicas de los lectores. Lo importante en el contexto culinario es la relación establecida entre las frutas y la cubanidad y la fuerza con la que este tópico, considerado como fundacional, continuaría marcando la cultura cubana en su totalidad. Pienso en el frutismo de la poesía decimonónica, en autores como Zequeira y Arango (“Oda a la piña”), Rubalcava (“Silva cubana”) o Plácido (“La flor de piña”). Ya antes, en la obra histórica de Arrate, Llave del Nuevo Mundo de 1827, encontramos los mismos peces, las mismas frutas, las mismas plantas que en los cronistas y en Espejo de Paciencia. Y al referirnos a Arrate nos encontramos ya en el umbral del primer período enfocado, el siglo xix. Para el siglo en cuestión, el tema culinario, en sentido amplio, aún no ha dado lugar a muchos estudios en la literatura, con alguna que otra excepción como el volumen dedicado al azúcar, Le sucre dans l’espace caraïbe hispanophone au XIXe et XXe siècles, reunido por Guicharnaud-Tollis (1998). Al contrario, en el ámbito histórico, el interés por la vida cotidiana ha resultado en importantes contribuciones.14 Sabetre de Balboa lo compuso para demostrar sus habilidades como escritor, ya que fue amenazado de ser destituido de su puesto de escribano en Bayamo, lo cual se produjo efectivamente. Raúl Marrero-Fente revela las rivalidades entre diferentes grupos de contrabandistas bayameses en los que estaba también implicado el obispo y subraya la importancia de este entramado social para entender el poema. El texto, encargado por el obispo, serviría para transformar una pelea comercial en una resistencia heroica al servicio del rey y de la Iglesia. 14. Moreno Fraginals, Pérez de la Riva, Marrero y sobre todo Ismael Sarmiento Ramírez han aportado mucho a la cultura material del siglo xix. También Shannon Lee Dawdy hizo una contribución muy interesante en “La comida mambisa: Food, Farming, and Cuban Identity, 1839-1999” (2002). Para otros campos he

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mos que la narrativa cubana del siglo xix está dominada por las novelas abolicionistas. Autobiografía de un esclavo, Sab, Francisco y Cecilia Valdés han sido estudiados en el contexto de la difícil formación de la nación cubana cuyas implicaciones raciales constituyen el meollo de muchos problemas. Teniendo en cuenta los puntos álgidos ya ampliamente discutidos, pasemos a averiguar qué nos sugieren las remisiones culinarias en la obra emblemática del xix cubano, Cecilia Valdés.

encontrado menos información. Por ejemplo, que yo sepa, no se han efectuado rastreos ni interpretaciones de columnas gastronómicas en revistas y periódicos de La Habana en el xix.

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Cecilia Valdés de Cirilo Villaverde: ¿amamantar, celebrar, tragar a lo cubano? Coda areniana

La evocación de la Cuba esclavista del primer tercio del xix entretejida con la historia del amor incestuoso entre el blanco Leonardo Gamboa y la mulata Cecilia Valdés ha sido una fuente inagotable de análisis y de interpretaciones. Entre los acercamientos más tratados se encuentran la ubicación dentro de corrientes realistas, costumbristas y románticas y la dimensión histórica de la novela, por ejemplo, en su evocación de la esclavitud. Otro enfoque muy trabajado ha sido el mestizaje fundacional y la búsqueda de la identidad junto con el abolicionismo y el problema racial. Han retenido la atención el papel de las mujeres y las voces y los silencios en el discurso. Las diferentes etapas en la conformación del texto de Villaverde (1812-1894) también intrigaron a varios estudiosos. Las reformulaciones en los ámbitos literario (La loma del ángel de Arenas, de 1987),1 fílmico (Cecilia de Humberto Solás de 1981) y musical (la zarzuela Cecilia Valdés de Gonzalo Roig de 1932) han inspirado asimismo más de un ensayo. La novela entera se gestó a partir de un cuento costumbrista publicado en la revista literaria, La Siempreviva, lo que se suele designar como la “versión primitiva” (Villaverde 1964a). Un amigo de Cirilo 1. Volveré sobre el libro de Arenas al final de este apartado como una especie de coda.

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Villaverde, Manuel del Portillo, le había pedido que escribiera un artículo de costumbres cuyo asunto fuese las ferias del ángel. Luego existe la novela de 1839 (Villaverde 1839), conocida como la “primera parte” cuyo carácter sumamente costumbrista y moralizador siempre se ha destacado y que incluye el cuento en los dos primeros capítulos. Villaverde intentó continuar su novela en 1859, y luego en 1868, pero solo fue capaz de concluirla hacia 1879 dándole un sesgo marcadamente abolicionista. En su prólogo a la edición publicada en Nueva York en 1882, Villaverde dijo que se había propuesto escribir “la fiel pintura de su existencia [de la patria] bajo el triple punto de vista físico, moral y social” (en Villaverde 1981: 5).2 En lo “físico” llaman la atención la gran cantidad de referencias precisas a sucesos ‘cotidianos’, en el mismo sentido de Michel de Certeau en su L’invention du quotidien. A este respecto, el lector pensará casi inevitablemente en las minuciosas descripciones de la ropa inspiradas en los artículos publicados en revistas de moda.3 El ejemplo más destacado es el capítulo III de la segunda parte que evoca la fiesta de los blancos en la Sociedad Filarmónica cuyos atuendos son evocados con todo lujo de detalles. El autor indicó en una nota que casi había retomado al pie de la letra un artículo publicado en La Moda o Recreo Semanal del Bello Sexo (Cecilia Valdés 222 n. 20), fuente sobre la que volveré. En cuanto a la comida, Antón Arrufat es el único en haber reflexionado sobre el tema en su artículo “El menú de los personajes”, pero solo se basa en algunos relatos de Villaverde. Dice Arrufat: “La comida cumplía en sus relatos —al igual que en su maestro Balzac, quien a su vez estructuraba su material novelesco con el procedimien2. Como no existe una edición crítica ‘definitiva’ he consultado varias, sobre todo la de Schulman de 1981 y la de Lamore. Casi siempre citaré por la edición crítica preparada por Jean Lamore en Cátedra que consulté en la tercera edición de 2004. Solo indicaré la página y el título (cuando corresponda) para remitirme a ella. 3. Existe una tesis doctoral Fashion and the Performance of Cubanness: Rewritings of Cirilo Villaverde’s “Cecilia Valdes” de Patricia Catoira (The University of New Mexico, 2004), que no he podido consultar. En su artículo “Fashion and the Performance of Cubanness in Cirilo’s Villaverde’s Cecilia Valdés” (2005), Catoira señala las implicaciones raciales, sociales e identitarias de la ropa. Agradezco a la autora el envío del texto.

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to enumerado— cumplía [sic] con una finalidad caracterizadora: definir la posición social del personaje. No comen los señores igual que los esclavos, aunque la comida criolla esté influida por ellos, cocineros de muchas casas ricas” (2002a: s.p.).Veremos que hay más que una mera aplicación del precepto de Brillat-Savarin, “Dime lo que comes y te diré quién eres”. Antes de pasar al análisis, hay que aclarar que en Cecilia Valdés no aparece una mención gastronómica en cada página. En los artículos de costumbres —modelo importante para el autor— tampoco ha desempeñado un papel estelar este tema, no hay “páginas deslumbrantes sobre la cocina cubana (...). No las hay en las estampas de Victoriano Betancourt, en las de Anselmo Suárez y Romero ni en las del Lugareño” (Otero, en Bianchi Ross s.f.: s.p.). Otra razón que podría explicar la reducida frecuencia de las observaciones culinarias es que Cirilo Villaverde proviene de la misma isla y por tanto no le llaman la atención estas menudencias, mientras que los viajeros suelen incluir más información gastronómica a causa de su mirada desde fuera. Sin embargo, también muchos intelectuales de la isla escribieron desde la lejanía para acercarse a lo cubano (parafraseando al Cintio Vitier de Lo cubano en la poesía). Villaverde publicó su obra, empezada en Cuba en la década de los treinta, en 1882 cuando se encontraba en Nueva York, de manera que se produjo un alejamiento en el espacio y en el tiempo, presuntamente más propicio a fijarse en estos detalles.4 Por último, interviene una cuestión de género: al hombre Cirilo Villaverde probablemente no le interesaron mucho esas trivialidades, mayoritariamente en manos de mujeres, negras y mulatas libertas o domésticas. Por otro lado estos pormenores hubieran podido cautivar a las cubanas (¿blancas?) a las que dedica su novela, tal vez para alegrar un poco las “tristes páginas” (Villaverde 1981: 3). Formuladas estas observaciones, miremos lo que nos aporta el corpus encontrado. Seguiré la subdivisión propuesta por el antropólogo Goody (1982: 37) quien distingue cuatro fases en relación a la comida: producción-distribución-preparación-consumo. Con el fin de 4. En su introducción, Schulman maneja también el concepto de la lejanía de Vitier: en lugar de un alejamiento espacial señala un alejamiento sociocultural, ya que en Estados Unidos Villaverde vive en una “sociedad tecnológicamente más avanzada y políticamente libre” (en Villaverde 1981: xix).

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ilustrar mis observaciones reproduciré algunas litografías de la época, sobre todo de marquillas. Para ello me inspiro en y continúo desde otro ángulo los paralelismos entre ciertas cromolitografías (sobre todo “Vida y muerte de la mulata”, “La Charanga de Villergas”) y Cecilia Valdés comentados por Vera Kutzinski en el capítulo 2 “Caramel Candy for Sale” de Sugar’s Secrets (1993: 43-80). En la primera fase, lo más destacado es la evocación detallada de la manera como se consigue el producto de exportación por excelencia, el azúcar, al igual que nos enteramos de las diferentes etapas en la producción del café. Las descripciones no difieren mucho de lo que se puede leer en bastantes relatos de viaje. El ingenio es uno de los tropos inevitables, hasta tal punto que al visitarlo Dana apunta en To Cuba and Back: “I now begin to feel that I am in Cuba; in the tropical, rich, sugar-growing, slave-tilled Cuba” (1860: 107-108). 5 En Villaverde la descripción minuciosa sirve el propósito del libro: la denuncia de la brutalidad y de la esclavitud, generadas por el cultivo de la caña. El mismo autor había conocido de cerca la situación, ya que hasta los once años vivió con su padre, Lucas Villaverde, en el ingenio ‘Santiago’ donde este ejercía su profesión de médico. Investigadores como Moreno Fraginals u Ortiz se apoyaron en parte en el texto de Villaverde para poder describir este proceso de producción. Así, la mención de la casa “de batir el barro para la purificación del azúcar” (Cecilia Valdés 438), es decir, una casa de purga, en el ingenio ‘La Tinaja’ nos revela el procedimiento usado para blanquear el azúcar mediante capas de barro. Por tanto, interesa más el proceso de elaboración de este producto comercial que su uso en alimentos. La descripción de la producción del café sirve esencialmente para realzar un marcado contraste entre el ingenio y el cafetal. El simbolismo de los nombres no puede ser más claro: ‘La Tinaja’, lo cerrado y lo oscuro, frente a ‘La Luz’, que irradia por todas partes. Las evocaciones edénicas de las frutas en el cafetal sintonizan con el frutismo de la poesía decimonónica cuyos fines nacionalistas ya he señalado. En el cafetal ‘La Luz’ todo contribuye a crear un paraíso lleno de simbologías apropiadas.6 El que sean los naranjos los que hacen brotar el amor 5. Véanse también Guicharnaud-Tollis (1996), Pérez (1992) o Cartas desde Cuba (2002: 91-93) de Bremer. 6. A raíz de su análisis de Otro golpe de dados (1993) de Pablo Armando Fernández,

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Los ingenios, de Eduardo Laplante. Anónimo. (2008). Cuba. Art and History from 1868 to today. Montreal: Prestel, The Montreal Museum of Fine Arts: 55.

Naranja de china buena. Núñez Jiménez, Antonio. (1989). Marquillas cigarreras cubanas. La Habana: Tabapress: 85.

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entre Isabel y Leonardo podría ser más que el fiel reflejo de la realidad del cafetal, lleno de árboles que dan sombra a las plantas del café. Podría sugerir la esperada fertilidad en la pareja. Sabemos que las naranjas serán traspasadas a Cecilia: María de Regla se las ofrece a la mulata durante su encierro en la casa de las Recogidas por encargo de Leonardo, cuando efectivamente crece un fruto en su vientre fértil. Además, la naranja es lo dulce, metonimia de Cecilia, una asociación que también se desprende de la marquilla “Naranja de china buena”, que se refiere tanto a la fruta como a la mulata a quien seduce el vendedor. En el edén cafetalero reina una armoniosa convivencia de animales y hombres que asegura el autoabastecimiento. A diferencia de la casa de la abuela de Cecilia, señá Josefa, donde las gallinas se encuentran subidas en las sillas —muestra de la invasión del campo/de la barbarie en la ciudad— los animales del cafetal se encuentran apartados en corrales, chiqueros y palomares. Hasta la manera de matar, en este caso las gallinas de Guinea, está desprovista lo más posible de violencia. Cito parte de la escena en la que Isabel da comida a estas aves de procedencia africana después de que han intentado huir primero: Mas conocida la voracidad de esas aves [gallinas de Guinea], bastaron a tranquilizarlas y contenerlas unos granos de maíz que Isabel sacó de la cestita que llevaba al brazo y que tuvo cuidado de arrojarlos en un punto dado, cerca de sí. La banda en masa se echó sobre el alimento, depuesta la vigilancia, olvidado el peligro, y sólo ocupada de engullir granos o pedrezuelas. De esta circunstancia se aprovechó una de las esclavas, a una señal de su señorita, para arrastrarse por el suelo y pillar dos, sin que lo echaran de ver las otras. Muy gustosa es la carne de estas aves, tan gustosa como la de la perdiz, razón por qué Isabel se propuso obsequiar a sus huéspedes con un par de ellas, asadas, en el almuerzo (Cecilia Valdés 410-411).

Es casi la única vez que se inserta una apreciación culinaria, bastante general por cierto (“gustosa”), en una especie de estilo indirecto libre por parte de Isabel, la más sensible, aunque no la más sensual. novela histórica ubicada en el siglo xix, Sklodowska (2009: 201-204) comenta asismismo esta visión edénica del cafetal, retomada por historiadores, aunque no siempre conforme con la realidad.

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Todo respira, por tanto, un aire idílico que tiene que servir de contraste al terror horrible y la violencia de la esclavitud. Los epígrafes que encabezan respectivamente el capítulo II y III de la tercera parte subrayan la oposición entre cafetal e ingenio. A una evocación llena de sensaciones perceptivas, “Y en los bellos cafetales/todo es frescura y olores,/besadas sus blancas flores/por las brisas tropicales” (407) de Padrínez, se oponen los versos del conocido “Himno del desterrado” de Heredia como introducción a la llegada al ingenio: “¡Dulce Cuba! En tu seno se miran/en el grado más alto y profundo/las bellezas del físico mundo/los horrores del mundo moral” (421).7 Las “bellezas del físico mundo” se concretan en las frutas que comen las hijas de los Gamboa a la espera de la llegada de los invitados para celebrar la Nochebuena: “[...], unas comían dulces cañas de la tierra, otras naranjas de China y guayabas del Perú, etc., productos éstos de la estancia del ingenio” (439).8 En cuanto a la segunda fase, la distribución y los modos de adquisición de los alimentos, las remisiones subrayan las diferencias socioraciales que estructuraban la sociedad de aquel entonces. Así, son los negros quienes se ocupan de comprar las provisiones, mientras que los vendedores son negros e isleños (canarios). Encontramos una breve mención de las compras mañaneras en el mercado de la Plaza Vieja por parte del cocinero negro, Dionisio, hacia el inicio de la novela y las inevitables disputas con doña Rosa sobre la calidad y el precio de la mercancía. Conforme con el principio de desdoblamiento, recurrente en la novela en muchos niveles, hay otra incursión en el mercado casi al final de la obra, cuando María de Regla, harta de pedir trabajo, va en busca de su esposo, Dionisio: 7. La viajera sueca, Fredrika Bremer, hará una variación sobre el mismo tema: “¡Ay! Que esta dulzura se extraiga bajo tal amargura y que los goces de los hombres cuesten tantos sufrimientos humanos!” (2002: 93-94). Méndez Rodenas cree que a diferencia de Heredia la escritora sueca ve una posibilidad de redención y de liberación del negro (2000: 208-209). Volveré sobre el relato de Bremer más adelante. 8. El “etcétera” demuestra el poco interés que tiene el narrador en las mismas frutas. La enumeración recalca la abundancia y el alto rendimiento del ingenio que se puede autoabastecer e incorporar al ‘mundo entero’.

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Rita De Maeseneer Al pie de uno de los pilares de aquéllos se apoyó María de Regla y se estuvo largo rato contemplando en melancólico silencio el abigarrado y revuelto cuadro del mercado. Todo allí era nuevo para ella. En el centro se alzaba una fuente de piedra, compuesta de un tazón y cuatro delfines que vertían con intermitencias chorros de agua turbia y gruesa que, sin embargo, recogían afanosos los aguadores negros en barriles para venderla por la ciudad a razón de medio real de plata uno. De ese centro partían radios o senderos, nada rectos por cierto, en varias direcciones, marcados por los puestos de los placeros, al ras del piso, en la apariencia sin orden ni clasificación ninguna, pues al lado de uno donde se vendían verduras u hortalizas, había otro de aves vivas, o de frutas, o de caza, o de raíces comestibles, o de pájaros de jaula, o de legumbres, o de pescados de río y de mar, todavía en la cesta o nasa del bote pescador; o de carnes frescas servidas en tablas ordinarias montadas por sus cabezas en barriles o en tijeras movibles; y todo respirando humedad; sembrado de hojas, cáscaras de fruta y de maíz verde, plumas y barro; sin un cobertizo ni un toldo, ni una cara decente; campesinos y negros, mal vestidos unos, casi desnudos otros; vaharadas de varios olores por todas partes; un guirigay chillón y desapacible, y encima el cielo azul, visto como a través de una claraboya, en que aparecía uno que otro volador celaje, imitando, ya transparente cendal, ora las alas de ángeles invisibles (569-570).

Villaverde insiste poco en los productos. No intenta dar a conocer lo típicamente cubano: solo se usan hiperónimos de productos comunes a muchos mercados, salvo las muy cubanas “raíces comestibles”, aunque no designadas mediante el cubanismo “viandas”, ya en boga en aquel entonces según Pichardo. La isotopía dominante en la descripción es el desorden y la suciedad, sugeridos por las sensaciones tactiles, olfativas, auditivas y visuales muy denigrantes. Se corresponde con la realidad de aquel entonces. El historiador Sarmiento Ramírez (2002: 231) comenta que en el mercado de la Plaza Vieja, faltaba la higiene, situación remediada después de 1837. El viajero Massé ofrece el siguiente comentario: “J’allai à la Plaza Vieja. Là m’attendaient et des objets non moins hideux et une infection non moins horrible. Le tasajo, le tosino, toute cette chair de bœuf ou de porc, à moitié séchée, à moitié salée, à moitié corrompue, est aussi dégoûtante à voir qu’à sentir. De vieilles négresses, marchandes d’œufs ou de viande, m’étonnèrent par leur obésité excessive, par des jambes et des bras tels que de ma vie je n’avais

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rien vu de pareil” (1825: 70-71). De hecho, para toda la ciudad la insalubridad y la pestilencia es un tópico de muchos viajeros desde Humboldt (Guicharnaud-Tollis 1996: 35-38). En la litografía de Garneray, “Vista de la Plaza Vieja de La Habana” de 1825, la visión parece un tanto más embellecida. En el detalle que reproduczco aparecen también criollos (militares, caballeros, sacerdotes). Algunas negras están sentadas en sillas y no reina tanto desorden como lo sugiere la descripción de Villaverde.

Detalle Vista de la Plaza Vieja de Hipólito Garneray. Anónimo. (1950). La pintura colonial en Cuba. Exposición en el Capitolio Nacional, Corporación Nacional de Turismo. Guy Pérez Cisneros, prólogo. La Habana: Úcar y García: 13.

Al adoptar una perspectiva casi fílmica el narrador hace elevar la mirada a María de Regla a modo de contraste. El cielo aparece como símbolo de pureza angelical, como escape de la inmundicia y del materialismo del mercado. A primera vista desconcierta este desdén por parte de María de Regla a quien el narrador ha trasladado la focalización. Si es cierto que Cirilo Villaverde comparte sus iniciales con Ce-

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cilia Valdés y ha dejado huellas autobiográficas en la novela, no deja de ser una identificación bastante tenue (Santí). El autor se proyecta en y se esconde tal vez más tras María de Regla que tras Cecilia (Méndez Rodenas 2002: 66-70). Es como si fuera la otra cara (negra) del narrador (blanco). Recordemos que María de Regla es nodriza, de por sí mediadora y transgresora de clases. Habla de manera más cuidada, ‘letrada’, que muchos otros negros. El narrador le permite adentrarse en el lugar de la intimidad de las hermanas Gamboa, el dormitorio, para contar su historia sentimental y triste y revelar la verdad sobre el incesto, lo que nunca llega a explicitar el narrador. Además, María de Regla sintetiza la idea utópica de Villaverde de la convivencia de las tres razas, ya que da leche a la mulata Cecilia, la blanca Adela, y a su hija negra Dolores, punto sobre el que volveré más adelante. De ahí que en ciertos momentos, como en el caso del mercado, no sea tan sorprendente que sustituya al ojo del narrador. A pesar del upgrading de María de Regla dentro de la narración, persiste un problema. Julio Ramos (1993: 236 n. 16) comentó que en la década de 1830 muchos pensadores cubanos, como Saco, estaban instaurando en sus discursos una tropología de la pureza. En esos estudios, que influyeron en Villaverde, la nodriza aparecía como figura clave de la contaminación no solo física, sino también psicológica y moral hasta lingüística. Por tanto, el mensaje implícito que defiende la higiene y la pureza se encuentra focalizado por la impura por excelencia. La nodriza negra María de Regla, como focalizadora, sigue siendo almost the same but not quite, almost the same but not white, recurriendo a las conocidas palabras de Homi Bhabha. De esta manera una descripción culinaria nos permite ver las ambigüedades respecto a los no blancos: están y no están, hablan y no hablan, nunca pueden ser puros y ‘blancos’. Si vamos más allá del ojo que mira este ‘cuadro’ del mercado de la Plaza Vieja, no es un lindo bodegón que exalte la abundancia y el colorido, un cliché mucho más usual para estos lugares. Pienso en la riqueza deslumbrante del mercado de Tenochtitlan, alabado por Cortés o Bernal Díaz del Castillo, o en la descripción de “les verts délicats des salades, le corail rose des carottes, l’ivoire mat des navets” del mercado de Les Halles en Le ventre de París de Zola (1957: 25). El hedor del mercado de la Plaza Vieja contrasta asimismo con las bonitas evocaciones

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ofrecidas por bastantes viajeros del Mercado del Pescado de La Habana que a causa de la mercancía vendida debería de provocar más olores desagradables. Lo visual se impone en las descripciones de Wurdemann (1844: 35-36), Jay (1871: 61-62), Bremer (2002: 55) o Morelet (1857: 60). Vista la semejanza en las descripciones de estos viajeros, me limito a copiar a este último: “Je ne me lassais pas d’admirer la beauté des poissons que l’on y voyait exposés et la diversité de leurs couleurs; il y en avait de noirs, de bleus, de verts et de marbrés; d’autres, roses ou lilas avec un treillis d’or; quelques-uns d’un jaune vif relevé d’amarante, ou d’un rouge écarlate parsemé de points d’azur; en un mot, toutes les nuances du prisme, tout l’éclat des métaux étincelaient sur la robe de ces habitants de l’océan tropical” (Morelet 1857: 60). La venta al por mayor en el mercado pone en marcha todo un sistema de reventa al detalle. Los vendedores —isleños y negros— se ocupan de hacer llegar los productos básicos (leche, manteca, huevos, pan, fruta, agua) directamente al hogar yendo de puerta en puerta. Al final de la novela, María de Regla decide incorporarse a este sistema por ser lucrativo. Villaverde despoja esta actividad de su dimensión costumbrista, ya que elimina casi por completo los pregones —base de tantas canciones cubanas— que acompañan este tipo de venta, al igual que caracterizan el ambiente de los puestos informales en la calle, sobre todo con motivo de fiestas.9 Al igual que el mercado, los puestos en la calle son vistos con aire de superioridad: en la feria de San Rafael “se vendía, no ciertamente artículo alguno de industria o comercio del país, ni producto del suelo, caza, ave ni ganado, sino meramente baratijas de escasísimo valor, confituras de varias clases, tortas, obra de masa, avellanas, alcorza [pastel glaseado], agua de Loja [bebida refrescante hecha con azúcar o miel, canela, clavo], ponche de leche” (Cecilia Valdés 91).10 Esta feria es el único momento en que el narrador se detiene en describir el modo de preparación: 9. Aparecen pregones de ponche de leche, avellanas de Tarragona y turrón de Alicante en la feria evocada en la “primera parte” (Villaverde 1839: 102). En Un artista en Cuba Goodman incluye lo que él llama “gritos” en la descripción de los vendedores que retrató (1965: 49-51). 10. En su artículo costumbrista “Jesús María y José” Villaverde menciona en parte las mismas provisiones en su evocación de la feria de Jesús María (Villaverde 1964b: 210).

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Rita De Maeseneer Las que se hallaban arrimadas a una u otra pared de la calle eran por lo común negras de África, pues las criollas desdeñaban la ocupación, sentadas en sillas enanas de cuero, con una mesita por delante y el burén en el brasero a un lado. En la tal losa de piedra oscura tendían con una cuchara de madera la porción de harina de maíz mojada que constituía una torta de tres o cuatro onzas de peso, y cuando estaba doradita con el calor del burén, le exparcían por encima un poco de manteca de vacas, y así calientita y jugosa, la ofrecían de venta al transeúnte a razón de medio de plata el par. Muchas señoritas no tenían a menos parar el carruaje y comprar las tortillas de San Rafael, según las denominaban, calientes todavía del indiano burén, pues por lo que parecía, era como sabían mejor (153).

Al reproducir en la nota 83 parte del artículo de costumbres de José Victoriano Betancourt, “Las tortillas de San Rafael”, el editor Lamore nos da la pista.11 El fragmento es un vestigio de uno de los pocos artículos centrados en una costumbre culinaria de los años 20 del xix. En comparación con Betancourt, Villaverde especifica más las circunstancias: nombra el recipiente, el peso, los ingredientes. Además, elabora la anécdota de las travesuras de los muchachos. Para subrayar el carácter caprichoso y arbitrario de Leonardo le hace arrebatar a una negra una tortilla con unas consecuencias desastrosas para ella: “Hizo la tortillera una exclamación de angustia, y al enderezarse en el enano asiento, como era tan gorda y pesada, echó a rodar la mesita que tenía delante, donde había otras tortillas ya cocidas, con lo cual se aumentó 11. Reproduczo el fragmento de José Victoriano Betancourt a título de comparación: “Veíanse en las esquinas próximas al Ángel las bolleras, con su fogoncillo, y su freidera y su tablerito, lleno de butifarras y salchichas, bollos y tortillas, y por todas partes, vendedores pregonando tortillitas calienticas, que los transeúntes se apresuraban a comprar y que la estudiantina arrebataba, formándose con tal motivo molotes y carreras, en las cuales se perdía más de un zapato, se rompía más de un túnico (...). En la época a que me contraigo y hasta el año 34, era tal el consumo de tortillas, que las tortilleras de fama se pasaban la noche preparando, y no daban abasto a los pedidos, siendo necesario que se acudiese desde el amanecer a proveerse de ellas, y era tal el número de compradores que afluía, que formaban cola, y, a veces, necesitábase de dos horas para lograr el turno. ¡Verdad es que las confeccionaban de tan exquisito sabor, que merecía la pena de la espera, en cambio del gustazo que proporcionaban!” (s.f.: s.p.). La fiesta de San Rafael es también evocada en Una feria de la Caridad en 183... de José Ramón Betancourt.

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su disgusto y se menudearon sus gritos. Todos se rieron (...)” (158).12 Villaverde se ha ‘comido’ el texto de Betancourt para acercarse a esta realidad ya relegada al pasado. Además, la violencia contenida en la escena entre los blancos y la negra contrasta con las connotaciones que implican las tortillas. José Victoriano Betancourt califica el maíz de “sabroso comistrajo, emblema del fusionamiento de los descubiertos con los descubridores” (s.f.: s.p.) y evoca a la multitud abigarrada. Villaverde agrega de manera más clara el componente negro en cuyas manos se confecciona la tortilla. La comida al igual que los bailes de origen africano en la procesión, que no retoma Villaverde, subraya la criollización de la cultura española. Por esta razón Cécile Leclercq (2004: 437439) comenta “Las tortillas de San Rafael” de Betancourt como un ejemplo de “mixofilia”. Retengamos ya este elemento de mezcla, también presente en la comida, como antídoto de una sociedad jerarquizada y violenta. Como ya he dicho esta escena es la única vez que el narrador se detiene en la preparación del alimento. En la novela no entramos en ninguna cocina. No nos asomamos nunca a una olla en la humilde casa de señá Josefa, donde la cocina no es una dependencia separada, sino que se reduce a un fogón que se encuentra en el patio bajo un cobertizo, muy al modo del campo caribeño. Tampoco nos adentramos nunca en la cocina de los Gamboa, territorio de los criados negros y del “excelente cocinero” Dionisio que no nos revela ningún secreto culinario, aunque otros, concernientes al origen de Cecilia, sí... Finalmente, llegamos a lo que más relacionamos con la comida, los placeres de la mesa. El consumo casi siempre se ubica en un contexto de fiesta, que constituye uno de los motores estructurantes de la trama (González Echevarría 2010: 60-76). En este contexto también se producen desdoblamientos y escenas contrastivas, de manera que a la fiesta en la Sociedad Filarmónica y la cena navideña se oponen el baile de cuna y el baile de etiqueta de los mulatos y negros. En el baile de etiqueta, celebrado el 23 de diciembre de 1830, no sabemos en qué consiste el ambigú, que en nota es explicado como 12. Este fragmento se parece a una escena de la “primera parte” de 1839, el enfado de una negra vendedora de ponche cuando se le ha caído un vaso a Paulita, un miembro del grupo en el que se encuentra Leonardo (Villaverde 1839: 199-202).

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“una cena fría en la que se servían a la vez carnes y postres juntos” (Cecilia Valdés 377 n. 102).13 Más importan el altercado con Dionisio, desairado por Cecilia, y el enfrentamiento sangriento entre Pimienta y Dionisio. También en la fiesta de Nochebuena en ‘La Tinaja’ la atención se dirige hacia las conversaciones y la violencia. Del banquete ofrecido se recalcan la ostentación del lujo por la vajilla y la numerosa servidumbre (ocho esclavos para dieciséis personas) al igual que la importancia y la urbanidad de los comensales. No nos enteramos de si comen lechón o guanajo (pavo), comida típica navideña tal como se ilustra en la marquilla dedicada al mes de diciembre con el subtítulo “Pasarán trabajos comiendo guanajos”.

Pasarán trabajos comiendo guanajos. Núñez Jiménez, Antonio. (1989). Marquillas cigarreras cubanas. La Habana: Tabapress: 108.

Como es un día especial no se ve mal que los hombres beban alcohol —preferentemente de origen extranjero como muestra de ri13. En su descripción de un baile en la Sociedad Filarmónica, Goodman explica la palabra ambigú como “comidillas ligeras frías y calientes” (1965: 160).

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queza— durante la comida entera: “Circuló entre éstos libremente la copa del vino desde el principio hasta el fin de la comida, terminada la cual se levantaron los manteles para servir los postres sobre la tabla desnuda, de bruñida caoba. Trájose enseguida el café puro en tasas de trasluciente China, la espumosa champaña, el coñac francés y el rom de Jamaica” (442-443).14 Al igual que en el baile de etiqueta la atención se dirige hacia las conversaciones de sobremesa. Los hombres no discurren sobre temas navideños de paz en el mundo, sino sobre los cimarrones. Los jóvenes también se ven enfrentados con la violencia, ya que la alegría de su reunión es rota por el anuncio del estado crítico del cimarrón Pedro Brichi. Ambas celebraciones no llegan a esconder el trasfondo violento que fundamenta esta sociedad. El baile de cuna tiene lugar el 24 de septiembre de 1830 en honor a Nuestra Señora de las Mercedes y a la anfitriona mulata Mercedes Ayala. Se sirven “algunos refrescos y manjares, agua de Loja, limonada, vinos dulces, confituras, panetelas cubiertas, suspiros, merengues, un jamón adornado con lazos de cintas y papel picado, y un gran pescado, nadando casi en una salsa espesa de fuerte condimento” (94). Al lector le queda por identificar estos hiperónimos: ¿será jamón de Westfalia? ¿El pescado es pargo, cherna, aguja? Y, ¿qué condimento contendrá esta salsa? El narrador va añadiendo y quitando platos en las sucesivas evocaciones. Más adelante vemos a uno de los invitados, Cantalapiedra, roer una “pierna de pavo”, plato ausente en la primera enumeración. Importa el “efecto de lista” (Hamon) para sugerir la copiosidad. En el baile de los blancos en la Sociedad Filarmónica, que se organiza el 27 de octubre de 1830 para celebrar San Rafael, hay sorbetes y refrescos y lo que también se tilda de ambigú: “La cena se principió entre doce y una de la madrugada, y consistía en pavo fiambre, jamón de Westfalia, queso, gigote excelente, ropa-vieja, dulces secos, conservas, vinos de España y extranjeros, chocolate suculento, café y frutas 14. Parece extraño que el ron provenga de Jamaica. Leví Marrero explica que los españoles intentaron prohibir la destilación de ron de caña durante mucho tiempo para proteger el aguardiente de uva y privilegiar la exportación de materia prima. A la vez fomentaron la importación de ron de Jamaica que gozaba de mucho prestigio en Cuba (Marrero 1984 X: 257-262).

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de todos los países en comercio con la isla de Cuba” (224). Más adelante leemos sobre la misma cena: “Señoras y caballeros tomaron gigote de pechuga de pavo, fiambre de esta ave, con rico jamón de Westfalia, algunos arroz y frijoles negros, ninguno vinos ni espíritus, todos café con leche para terminación de cena” (256). La base referencial es el baile que se celebró “el 21 de febrero de 1830, ofrecido por la Sociedad Filarmónica a sus socios e invitados como parte de los festejos por el matrimonio de Fernando VII y María Cristina de Borbón” (Beato Núñez 1973: 47 n. 54). Existe una crónica publicada en La Moda, el 27 de febrero de 1830, sobre esta festividad. Villaverde copió literalmente determinados fragmentos, detallismo que irritó a muchos críticos decimonónicos. En la parte culinaria, Villaverde se esfuerza por ser un poco más preciso, ya que en el periódico solo se habla de “manjares delicados de todas las estaciones, frutas de diversas provincias y países, vinos generosos nacionales y extranjeros, dulces de todas clases” (ibíd.: 49 n. 54), lo que el autor del artículo no desea elaborar, porque teme ocupar todo el periódico. En cuanto a la valoración de la comida, el narrador se queda en generalidades: se limita a agregar unos adjetivos poco específicos como “excelente” y “suculento”, variantes de “delicados” y “generosos” del artículo periodístico. El baile de cuna es una mimicry de la fiesta de los blancos que a su vez remedan las fiestas europeas. Comparte el jamón, el pavo, los dulces, pero para la fiesta de los blancos se hace más hincapié en el carácter internacional de los platos y en los contactos comerciales con el extranjero, señal de la posición más elevada en la escala social. No obstante, en ambas enumeraciones se encuentran unas variantes cubanas, o por lo menos caribeñas. En el baile de cuna hay panetela y agua de Loja. En la fiesta de la Sociedad Filarmónica se sirve gigote y ropa vieja. Respecto al gigote, desde mi contexto europeo pensaría en el gigot francés, pero resulta ser una sopa, plato originario de Camagüey, frecuentemente servido en fiestas. Por eso Wurdemann en sus Notes on Cuba encuentra necesario dar una explicación: “a soup made of turkey, minced and boiled with spices” (1844: 87), información también facilitada por el británico Walter Goodman, un pintor británico que residió en Santiago de Cuba en 1846 (1965: 160). En cuanto a la ropa vieja, esta preparación hecha con carne de res (vaca o ternera) deshila-

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chada es un plato antiguo castellano y canario. Se conoce en México, pero es sobre todo muy caribeño y se encuentra en muchos libros de cocina cubana del siglo xix. El narrador no explica en qué consisten estos alimentos identitarios, ni siquiera siempre aclarados en notas por los editores. A este respecto cabe plantear cuál es la procedencia del lector ideal que tiene en mente el escritor (o si pensamos en su dedicatoria podrían ser lectoras ideales). El narrador se dirige por un lado a un lector definido por la complicidad a nivel narratológico (el discreto lector/ curioso lector cervantino y picaresco)15 y por otro lado a un lector caracterizado por su pertenencia geográfica (el lector habanero). La ausencia de explicaciones de los platos sugiere que el libro va dirigido a un lector que conoce la situación de la isla. Recordemos que el narrador advierte que se requiere un “ojo conocedor” para detectar la mulatez de Cecilia. Gema R. Guevara comenta: “Therefore, Villaverde in the prologue and the narrator in the text are dependent upon the ‘knowledgeable eye’ of the Cuban reader to recognize and supplement the aesthetics of race and class in this text of the emerging Cuban nation” (2005: 113). Agregaría que se necesita asimismo un “ojo conocedor” para identificar los platos. Villaverde menciona dos veces explícitamente al lector “habanero” (Cecilia Valdés 138; 168),16 aún no “cubano”, como un primer paso hacia la conciencia de una diferencia. Percibimos una tenue complicidad ‘nacionalista’ en ciernes en este pacto de lectura. Los brotes de lo identitario propician asimismo más distanciamiento respecto a España. De “vinos generosos nacionales y extranjeros” del artículo (Beato Núñez 1973: 49 n.54) pasamos en la novela a “vinos generosos de España y extranjeros” (224). Por tanto, la Madre Patria no es concebida como totalmente ajena, aunque ya no está asociada estrechamente a la misma isla. Recordemos asimismo que la 15. La complicidad entre los lectores blancos y el narrador, que hace que se esconda deliberadamente cierta información frente a los negros que “saben”, es comentada por Doris Sommer (1993). 16. Sánchez dice respecto a habanero: “Se decía ‘habanero’, como se hubiera dicho ‘gaditano’ o ‘valenciano’, es decir, usando un gentilicio que connota una región, no un país o una nación” (1971: 125).

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ofendida criolla doña Rosa identifica la España culinaria de manera negativa y estereotipada. Acusa a su esposo de querer enviar a Leonardo al país donde se comen “cebollas y garbanzos” (356). Reduce la Madre Patria de Cándido Gamboa a platos pobres que probablemente nunca tendría que comer Leonardo en el caso de que residiera en la tierra de su padre. Doña Rosa quiere destacar la riqueza de su cocina criolla, pero sobre todo le interesa herir a su cónyuge peninsular. La mayor diferencia entre la fiesta de cuna y el baile en la Filarmónica estriba en los modales. Los blancos se abstienen de tomar bebidas alcohólicas con exceso, todo respira moderación. Bien distinta es la manera como los comensales mulatos y algunos blancos se abalanzan sobre la comida en el baile de cuna, lo que en la novela se formula de la siguiente manera irónica: “No cabe duda sino que el ejercicio del baile había aguzado el apetito de los comensales de ambos sexos, porque apoderándose los unos del jamón, los otros del pescado, aceitunas y demás manjares en algunos minutos, todos comían y habían aliviado la mesa de una buena porción de su peso” (115). La falta de urbanidad, hasta la suciedad y lo abyecto, se reflejan en varios detalles culinarios y arrastran a los asistentes blancos en la decadencia. Así el comisario blanco Cantalapiedra, muy dado a la bebida y a la “canela” (las mulatas), dice sin chistar que aún no se ha remojado la garganta y va vaciando todas las copas que le ofrecen los demás comensales. También se mezclan salivas cuando las mujeres brindan comida a Cantalapiedra para halagarlo después de que ha pronunciado su ‘poema’ en honor a la anfitriona Mercedes: “(...), de ésta recibió una aceituna ensartada en el mismo tenedor con que acababa de llevarse el alimento a la boca, de esotra una tajada de jamón, de la de más allá un pedazo de pavo, de aquélla un caramelo, de su vecina una yema azucarada, (...)” (116). Remedan de manera torpe una costumbre que advierte el viajero Henry Tudor entre la aristocracia en 1832: (...) es la costumbre que prevalece en las mesas españolas en La Habana de las damas y caballeros enviándose con los criados pequeños delicados morceaux [pedazos] de cualquier cosa que tengan en sus platos, graciosamente pinchados en la punta del tenedor. Esto es estimado como un cumplido; como lo es también para los caballeros, la graciosa condescendencia de las damas de sorber un poquito del vino de éstos antes de ofrecerle la copa, (...). (en Sarmiento Ramírez 2004: 214)

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Luego Cantalapiedra se provoca el vómito —otro líquido como manifestación de lo abyecto— metiéndose dos dedos en la boca, un “remedio eficaz” (117) para poder seguir zampando y bebiendo. Parece una grotesca imitación malograda que Cantalapiedra recurra a un acto conocido entre la aristocracia romana, muestra de un despilfarro enorme.17 Fiel al sistema de desdoblamientos, la provocación del vómito anuncia otra escena —esta vez mucho más trágica— en la que alguien también “se andaba en la boca con los dedos” (489). Se trata del negro cimarrón Pedro que no quiere devolver (expulsar líquido), sino que quiere ahogarse (privarse de aire y de la vida). Pues no se produce ninguna ‘digestión’, tema significativamente ausente en esta novela. Volviendo a la francachela del baile de cuna, más que lo comido importa el juicio de valor. Con razón advierte Daniel García-Donoso sobre el comportamiento de los comensales: “No precisa, pues, el autor de introducir valoraciones subjetivas sobre lo que ocurre, ya que lo vulgar de la escena descalifica de por sí al personaje [de Cantalapiedra]” (2007: 69). En otras palabras, la comida en el baile de cuna sirve un propósito recriminatorio. De manera análoga, se ilustra lo falso y la mimicry, lo imitativo del baile de cuna que no llega al nivel de una fiesta de la alta sociedad en la marquilla “Aquí se vende gato por 17. También Clarín introduce escenas parecidas en La Regenta con la misma connotación de lo abyecto y lo vulgar. La viuda Obdulia le mete en la boca del cocinero Pedro “la misma cucharilla [con dulce de melocotón] que ella acababa de tocar con sus labios de rubí (lo de rubí es del cocinero)” (Clarín 1991: 323). Al final del capítulo XXI se sugiere otra transgresión entre la criada Teresina y el Magistral Fermín de Pas, aunque más conforme con el esquema de dominación patriarcal que se impone a la mujer fragmentando su cara. En el desayuno “ [Fermín de Pas] mojaba un bizcocho de chocolate; Teresa acercaba el rostro al amo, separando el cuerpo de la mesa; abría la boca de labios finos y muy rojos, con gesto cómico sacaba más de lo preciso la lengua, húmeda y colorada; en ella depositaba el bizcocho don Fermín, con dientes de perlas lo partía la criada, y el señorito se comía la otra mitad. Y así todas las mañanas” (ibíd.: 481). En el almuerzo ‘informal’ del capítulo XIII de La Regenta, el marqués de Vegallana embute una serie de sardinas que casi inmediatemente después devuelve. Esta coincidencia (aunque no influencia) viene a sugerir que ciertas imágenes de transgresión circulaban en el xix. Para lo abyecto me inspiré en parte en las observaciones de Civantos sobre la leche y la sangre en la novela y en las observaciones de Kristeva.

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liebre”, donde se ridiculiza el deseo del hombre blanco y de la mujer mulata en el baile.18

Aquí se vende gato por liebre. Núñez Jiménez, Antonio. (1989). Marquillas cigarreras cubanas. La Habana: Tabapress: 86.

Los esclavos negros, tanto los domésticos como los de los ingenios, no son dignos de ser evocados en sus hábitos alimenticios. Ya observó Moreno Fraginals sobre los esclavos de los ingenios: “El esclavo que, desde el punto de vista productivo, era considerado un equipo, desde el punto de vista nutricional fue igualmente estimado un mecanismo ingesta-secreta” (2001: 310). Solo sabemos que un grupo de negros intimidados por la presencia del mayoral dice a doña Rosa estar satisfechos de la cantidad de comida que les dan, mientras que uno de los negros huidos, Isidoro, recalca la escasez (Cecilia Valdés 476-477). En un arranque de humanidad doña Rosa promete más comida (sin especificar) para resolver el problema de las fugas de los negros y les concede más posibilidades para engordar cerdos y cultivar sus conucos.19 18. Remito a las observaciones de Fraunhar (2008: 470-471). 19. Sarmiento Ramírez señala: “A partir de 1840 fue cuando más se permitió a los esclavos trabajar los conucos para el aprovechamiento individual, incluida la venta

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En su propósito abolicionista le interesaba a Villaverde insistir en la crueldad de los de arriba. Ni siquiera en el cafetal de Isabel, que aplica una esclavitud más humanitaria y paternalista, vamos más allá de la vaga mención de una “frugal cena” (403) de los esclavos. En su artículo muy ideologizado, César Leante se inventa la cena al referirse a esta forma de esclavitud supuestamente más benigna: “(...) esta otra cara de la esclavitud [en el cafetal] (...) no deja de ocasionar una laceración cuando se sabe que aquellos esclavos cafetaleros habitan en miserables chozas, que andan prácticamente desnudos y se alimentan de un sancocho de viandas que ellos mismos tienen que cocerse al concluir su fatigosa labor diaria; (...)” (1975: 22). La alimentación del negro solo es tomada en consideración cuando se ve en peligro de muerte a causa de los castigos infligidos. Al cimarrón mordido por los perros, Pedro Brichi, María de Regla le da sambumbia, una mezcla de agua con zumo de caña fermentada. Isabel manda preparar para los negros enfermos “jícaras de infusión de corteza de naranja, endulzada con azúcar de raspaduras” (Cecilia Valdés 417). Además, el negro solo viene a confirmar estereotipos: es víctima del alcohol, sinécdoque de degeneración. El viejo Caimán, guardián de ‘La Tinaja’, tira una botella antes de acercarse a los visitantes. El herrador del pueblo (probablemente negro) puede preparar rápido los caballos: “Si no se ha emborrachao, estamos bien” (416), dice el calesero. El calesero, cuyo color de piel no difiere de la del herrador si pensamos en las representaciones de Miahle y Landaluze, en presencia de su ama Isabel demuestra haber incorporado los estigmas usuales. En otro fragmento los caleseros son identificados como personas a los que les gusta empinar el codo: “Mientras [el calesero negro] esperaba por el dueño, o dormía, o tenía en la mollera más aguardiente del necesario, porque le costaba trabajo mantener la cabeza exacta y alta, antes daba a veces con la frente en el pescuezo del caballo, que por su inmovilidad parecía de piedra” (335). El alcoholismo, el vicio por excelencia que obsesionó también al religioso Abbot en la carta XXXIX sobre su viaje a Cuba, se encuentra del lado no blanco. En todas las reproducciones libre de los productos obtenidos” (2009: 134). Aunque el tiempo de la historia de Cecilia Valdés se ubica entre 1812 y 1831, hay remisiones a una época más amplia.

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Calesero, de Federico Miahle. VV.AA. (1881). Tipos y costumbres de la isla de Cuba. La Habana: Miguel de Villa: 104. .

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del xix es así, por ejemplo en la litografía dedicada al mes de julio que representa el ardiente sol tropical y la borrachera de una pareja mulata: “Chicharrón te volverás”.

Chicharrón te volverás. Núñez Jiménez, Antonio. (1989). Marquillas cigarreras cubanas. La Habana: Tabapress: 45.

Sólo en el baile de cuna, que reúne a mulatos y gente de peor calaña y al que acuden algunos hombres blancos, muchos, inclusive Leonardo, han bebido más de la cuenta. El alcohol de por sí es una gran lacra de la sociedad, lo cual lleva a decir a doña Rosa el disparate de que prefiere la importación de esclavos de Guinea antes que la de vinos desde España: “Pues hallo más humanitario traer salvajes para convertirlos en cristianos y hombres que vinos y esas cosas que sólo sirven para satisfacer la gula y los vicios” (270). Aparte de las fiestas se nos describe una sola comida ‘normal’ de los blancos: el almuerzo en casa de los Gamboa. La escena se ubica bastante al inicio de la novela, como parte de la fase presentativa, característica de muchas novelas decimonónicas de sesgo realista. La disposi-

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ción en la mesa de los comensales es muy elocuente: el hijo y la madre de un lado, las hijas del otro lado, el padre a la cabeza y el mayordomo del otro lado. La presencia del ‘negrito’ Tirso, que sirve a los hombres, y de la negra Dolores, que atiende a las mujeres, la actitud agresiva y altanera de Cándido Gamboa reflejan en este ámbito familiar la jerarquía muy estricta en la sociedad cubana a nivel social, racial, genérico y familiar. Por eso, no hay convivialidad ni ambiente festivo en el sentido de Bakhtine. Reina un silencio sepulcral que solo se rompe cuando el padre se ha retirado. Será precisamente esta autoridad del padre, la estructura patriarcal, la que se va a ver atacada y socavada a lo largo de la novela. Casi se derrumbará al final de la obra, ya que Cándido Gamboa no será capaz de imponer su voluntad a Leonardo, constantemente ayudado por su madre. Solo mediante un escrito jurídico concedido por el alcalde “por la paz y la felicidad de la familia” (603), don Cándido logrará alejar a Cecilia de su hijo y restablecer el no/nombre del padre (le non/nom du père).20 Miremos ahora lo que se ostenta en la mesa: La abundancia de las viandas corría parejas con la variedad de los platos. Además de la carne de vaca y de puerco frita, guisada y estofada, había picadillo de ternera, servido en una torta de casabe mojado, pollo asado relumbrante con la manteca y los ajos, huevos fritos casi anegados en una salsa de tomates, arroz cocido, plátano maduro también frito, en luengas y melosas tajadas, y ensalada de berros y de lechuga (172-173).

Todo concluye con un café con leche servido por Dionisio. Lo que más se destaca es la opulencia que casi iguala la de las fiestas. Parece un banquete casi improbable para un almuerzo corriente, aunque viajeros como Goodman (1965: 24) o Eliza McHatton-Ripley (1889: 129), entre otros testigos, también mencionan con frecuencia mesas rebosantes de platos. A título de comparación copio una cita de 20. Adriana Méndez Rodenas también recurre al concepto lacaniano en su análisis. Lo usa en relación al no cumplimiento de la prohibición del incesto y la carencia de paternidad, la ausencia del nombre del padre. Se produce una “tachadura del Nombre-del-Padre que, según Lacan, implica la transgresión a la Ley y al sistema simbólico imperante” (2002: 54).

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Goodman. Los ingredientes son muy semejantes a los del fragmento de Villaverde, solo que el ojo es menos conocedor y por tanto más explicativo o más general: A las once se almuerza tan copiosamente que tal parecen haberse reunido desayuno, almuerzo y comida. Cada plato es presentado separadamente por lo que a veces hay más de catorce fuentes en la mesa. Primero nos sirven huevos y plátanos fritos en mantequilla; después una combinación de arroz cocido y “bacalao” sazonado con salsa de tomate. A esto sigue serensé21 de congrí, plato criollo cuyos ingredientes son maíz, arroz y frijoles colorados. Como vegetales nativos preparados en apetitosas y variadas formas nos ofrecen sambumbia, anís y quimbombó. Por si faltara poco le llega el turno a una “olla podrida” de boniato, calabaza, habas, tocino, chorizo y coles, y por último pescado, carne o aves con distintos aderezos. Este suntuoso banquete se riega con clarete catalán, se endulza con frutas antillanas frescas o en conserva y se finaliza repartiendo los indispensables tabacos y el delicioso café-noir (1965: 24).

La copiosidad de la comida cubana ha sido relacionada con la presencia de huéspedes mimados por los anfitriones. Reynaldo González agrega un toque identitario: “El criollo no quería dejar detalle sin que se evidenciara la diferencia con el peninsular, y el más sobresaliente, a los ojos de los visitantes era la opulencia” (1992: 292). Hace tal vez eco a Arrate quien observa en su Llave del Nuevo Mundo la “abundancia de los manjares, licores y dulces en los convites, visitas y funciones públicas, en que se solicita con emulación lo más exquisito y costoso” (1949: 94). No obstante, Mercedes Rivas señala que a la clase criolla le gusta derrochar siempre (1990: 74).22 De hecho, en el almuerzo de los Gamboa no hay invitados ante los cuales procede lucirse. La abundancia no implica siempre lujo y platos rebuscados. Algunos de los ingredientes de este almuerzo cotidiano son poco sofisticados. Los ajos y los huevos fritos delatan la impronta española, pero a la vez se podría presentar uno de los menús más cubanos: lechuga, arroz con pollo y plátanos. Y al considerar el origen de lo ofrecido en el al21. ‘Serensé’ es la palabra oriental para funche. 22. Sarmiento Ramírez no está de acuerdo con este mito de la abundancia en las mesas cubanas (2004: 220).

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muerzo intervienen productos europeos (cerdo), indígenas (casabe) y relacionados con lo africano (plátano). Contradicen la estricta separación de los componentes de la sociedad de aquel entonces y ejemplifican la “mixofilia” en términos de Leclercq (2004: 237-239). La mezcla que rebasa las diferencias raciales es la quintaesencia de Cuba que poco a poco se va forjando y no puede hacer abstracción de substratos africanos ni indígenas. También en el mero nivel lingüístico notamos una mixtura oscilante. Para “viandas” Villaverde curiosamente usa aún la acepción española de ‘comida’ y no de ‘raíces comestibles’. Advierte Dawdy: “(...); he [Villaverde] describes the dishes at lunch, but cannot name them. He identifies the elements of Cuban cuisine, but he does not yet share with his readers a vocabulary that can capture it. Yet Villaverde’s effort to describe something essentially “Cuban” marks the beginnings of a national folk cuisine” (2002: 57). Lo identitario se presenta por tanto de manera embrionaria, poco consolidada. Pero incluso en sus balbuceos y denominaciones poco matizadas de la comida despunta lo cubano, que inevitablemente es mezcla. Cabe agregar que esta gestación de lo cubano se desprende también de la aparición de los primeros libros de cocina hacia mediados del siglo xix. El primer libro de cocina ‘cubano’, el Manual del cocinero cubano del español Eugenio Coloma y Garcés, es de 1856. Va seguido de cerca por libros como Nuevo manual del cocinero cubano y español (1857) del francés Legran, Nuevo manual de la cocinera catalana y cubana (1858) del catalán Cabrisas, El cocinero de enfermos, convalecientes y desganados (1862), un libro anónimo. Estudiosos como Barradas, Calvo Peña y Folch han recalcado que en la formación de las comunidades imaginadas (Anderson 1991) también desempeñan un papel los libros de cocina al lado de novelas fundacionales como capital cultural. Respecto a la gastronomía, advierte Calvo Peña: “(...) ya para mediados del siglo xix había una tradición de cocina bien asentada, y [que] ciertos platos ya eran identificados como auténticos y propios de la Isla” (2005: 78). Por muy contradictorio que parezca y por muy poco ‘cubanos’ que eran los autores de los libros de cocina, en Cuba las manifestaciones de una conciencia nacional plasmada en platos y libros de cocina precedieron a la verdadera independencia política.

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Portada. El cocinero Puerto - Riqueño.

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Después de hacer el recorrido por las cuatro fases de la cadena alimenticia, está claro que el narrador no se regodea en describir platos en todos sus sabores y olores, sino que muchas veces se pueden deducir usos simbólicos y metafóricos. Para ilustrarlo aún más quisiera terminar comentando cinco ejemplos de remisiones culinarias colocadas estratégicamente en la novela en los que no se come verdaderamente, sino que se sugiere un simbolismo. Miremos la primera referencia alimentaria en Cecilia Valdés. Cuando Cándido Gamboa constata el estado crítico de Charito Alarcón, la madre de Cecilia, aconseja que le den éter y alimento, más particularmente caldo, el remedio fortalecedor por excelencia. Casi al final de la historia, Cecilia menciona que Pimienta le hacía caldos a la abuela enferma, Josefa Alarcón, como un detalle más entre los cuidados que le dedicaba. Por el caldo retrocedemos una generación, pero por otra parte sabemos que Cecilia va a dar a luz a una niña remedando a su madre, Charito. La estructura doble y circular, el callejón sin salida que representa la fusión de las razas, el estancamiento de la sociedad cubana, la ‘enfermedad’ de la sociedad exteriorizada en la mulatez son insinuados por este detalle culinario. A la vez, me parece una feliz coincidencia que casi todos los libros de recetas de la época inicien su relación de recetas con la de un caldo, “sustancias para enfermos” como dice El Cocinero de los enfermos, convalecientes y desganados. Vázquez Montalbán comenta, por lo demás, que los caldos serían uno de los primeros platos humanos (2005: 27). Inconscientemente Villaverde remeda el inicio de un género en vías de desarrollo, los libros de cocina. Unas páginas más adelante, entra en escena Cecilia. Copio el fragmento que ya se encuentra casi textualmente en la “versión primitiva” y la “primera parte” de 1839: Entre tanto la chica crecía gallarda y lozana, sin cuidarse de las investigaciones y murmuraciones de que era objeto, y sin caer en la cuenta de que su vida callejera, que a ella le parecía muy natural, inspiraba sospechas y temores, si no compasión a algunas viejas; que sus gracias nacientes y el descuido y libertad con que vivía, alimentaban esperanzas de bastardo linaje en mancebos corazones, que latían al verla atravesar la plazuela del Cristo cuando a la carrerita y con la sutileza de la zorra hurtaba un bollo o un chicharrón a

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Rita De Maeseneer las negras que de parte de noche allí se ponen a freírlos; o cuando al descuido metía la pequeña mano en los cajones de pasas de los almacenes de víveres, en las esquinas de las calles; o cuando levantaba el plátano maduro, el mango o la guayaba del tablero de la frutera; o cuando enredaba el perro del ciego en el cañón de la esquina, o lo encaminaba para San Juan de Dios si iba para Santa Clara: que todas estas eran travesuras dignas de celebración en una niña de su edad y parecer (74).

La alimentación simbólica de los corazones de los jóvenes da paso a la manera concreta como Cecilia consigue parte de su comida. Es significativo que Cecilia se nutra en la calle, en los puestos de venta del mercado de Cristo. Como lo ha visto muy bien Juan Gelpí, para Villaverde, en esto fiel seguidor de las ideas de José Antonio Saco, la calle es peligrosa, es el “lugar de encuentros, choques y conmociones, tanto físicos como verbales. Son también un espacio asociado con las pasiones incontrolables” (Gelpí 1991: 49). La calle es el espacio de los enfrentamientos, de lo ilegal, de la falta de protección, donde las mujeres blancas nunca ponen los pies. En esta jungla sobrevive Cecilia. El sintagma “la sutileza de la zorra” no deja de ser negativo, incluso si la animalización y la eventual asociación zorra/puta son menguadas por el sustantivo “sutileza”, más suave que la astucia y la seducción diabólica tradicionalmente relacionadas con este animal. El verbo “hurtaba” puede ser interpretado como un gesto más de sus “travesuras” picarescas a la manera de la Preciosa de La Gitanilla, texto al que se alude ya en el epígrafe de la “primera parte” (González Echevarría 2007: 271). Pero “hurtar” tiene también connotación jurídico-moral. Cecilia trasgrede las leyes, está fuera de ellas, de hecho ya desde su concepción.23 A diferencia de los otros no blancos, Cecilia no participa del ciclo de producción/distribución/preparación. Se sustenta robando o dependiendo de otros, no llegará a nada más que a la reproducción. En cuanto al tipo de comida, obtiene bollos de frijoles y chicharrones. Junta lo frito —lo típicamente cubano— y lo barato, de acuerdo con la clase social en que se desenvuelve. También consigue las frutas 23. Para los diferentes círculos de ilegalidad en la novela (la relación entre España y Cuba, la esclavitud, el incesto, y el mundo del hampa) véase González Echevarría (2007).

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de Cuba: plátanos, mangos (que eran mameyes en las versiones anteriores) y guayabas. Son un “elemento esencial en la imaginación de la comunidad cubana” (Calvo Peña 2005: 80), ya desde los primeros escritos sobre la isla, como hemos visto. Se colocan del lado de lo dulce, asociado con Cecilia. Claro está que lo dulce es un “gendered food” de por sí (Lupton). Pero en el caso de Cecilia se enfatiza: es dulce como la miel, las hermanas Gamboa le dan dulces, y Pimienta le dedica Caramelo vendo, una contradanza.24 Y su abuela no sabe cómo ahuyentar “a los caballeritos blancos que la persiguen como moscas a la miel” (Cecilia Valdés 339). Todo aquello propicia su identificación con la Virgen de la Caridad del Cobre, la patrona nacional de Cuba sincretizada con Ochún, la diosa de las cosas dulces, del amor, de la miel (Cámara 1999, 2000). Otro valor sumamente simbólico de la comida lo encontramos en la leche que da la nodriza María de Regla a Dolores, Cecilia y Adela. Como es negra, María de Regla representa a la Virgen de Regla sincretizada con Yemayá. Amamanta a las tres razas en un intento frustrado e imposible de juntar las tres variantes importantes en la sociedad cubana decimonónica (Luis 1988: 192; Méndez Rodenas 2002: 60; Williams 1993). El mismo narrador insiste reiteradamente en la (con)fusión de las tres mujeres. Dolores es identificada varias veces con Adela, es como su sombra: “(...) como en realidad mamaran una misma leche, no obstante su opuesta condición y raza, se amaron con amor de hermanas” (Cecilia Valdés 303). Adela y Cecilia son como “jimaguas”, palabra usada por María de Regla al final del libro (631). Son los ibeyes de la santería, de manera que también se fusionan. No obstante, a Cecilia le da leche por oro (mediante pago), Dolores y Adela se pelean por la leche, y la leche también se relaciona con la sangre que al final mana del pecho de Leonardo, de modo que se interrelacionan leche, sangre y oro (Civantos 2005). Se desvanece el sueño de convivencia armoniosa, María de Regla no puede ser un “espacio de conciliación nacional” (Gelpí 1991: 53). Al final del libro, las estratificaciones jerárquicas parecen restablecidas. Con la reclusión de Cecilia todo pare24. En la “primera parte” es Cecilia quien toca el arpa y canta “el volero del soberano y el caramelo vende” (Villaverde 1839: 245). Por supuesto hay un doble sentido en este caramelo algo pegajoso...

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ce haber vuelto a su cauce. Sin embargo, quedamos en la ambigüedad, y el mismo narrador no sale de sus contradicciones. Sigue habiendo otras piedras que pueden molestar en el zapato: no sabemos qué será de la hija de Cecilia Valdés ni de Pimienta cuyo crimen no ha sido castigado. La dimensión simbólica se manifiesta aún más en los momentos en que las mismas remisiones culinarias se usan de manera figurada y en refranes. Nada más mirar el primer epígrafe de la primera parte, se nos da la pista, ya que se alude al “fruto de la culpa” (Cecilia Valdés 61), obvia referencia a Eva/Cecilia que muerde la manzana y es el origen del mal. Otro epígrafe “Tarde venientibus ossa” (197), que encabeza el primer capítulo de la segunda parte, es citado de nuevo en una “sazonada conversación” (208) entre el maestro Uribe y Pimienta. El mulato Uribe expresa de manera metafórica las relaciones de poder: “Los blancos vinieron primero y se comen las mejores tajadas; nosotros, los de color vinimos después y gracias que roemos los huesos. Deja correr, chinito, que alguna vez nos ha de tocar a nosotros” (205). Si bien las relaciones de poder quedan claras e inamovibles, Uribe se muestra algo esperanzador, lo que es más probable en su situación de mulato acomodado. A pesar de esta “resignación pacienzuda” (Schulman, en Villaverde: 1981: xxvi), sabemos que sus sueños se verán frustrados en lo histórico: el personaje real Uribe cuya sastrería establecida en 1833 se introduce de manera anacrónica en la novela, será matado en la conspiración de la Escalera de 1844 (Luis 1990: 112). A la vez, Uribe advierte premonitoriamente que Pimienta “va a tragar” (205) mucha sangre aún. Tampoco hay que perder de vista que la imagen (roer los huesos) surge a raíz de la rivalidad entre Pimienta y Leonardo respecto a Cecilia, la “tajada” en cuestión. La mujer queda reducida a un trozo suculento, cosificación estereotipada al que aparentemente recurren los seres masculinos, de cualquier color o clase que sean. De la misma manera, Nemesia, que ha interiorizado los clichés, no quiere ser “plato de segunda mesa” (362) para Leonardo. Dicho sea de paso, el gran acervo de refranes basados en la comida inspira sobre todo el lenguaje sugerente de los negros, por ejemplo, en la pregunta al Dionisio sangriento de parte de Malanga (como Pimienta, un sobrenombre inspirado en lo comestible, en este caso de origen africano): “¿se le

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ha subío el aseite a la chola?” (538), una manera plástica para indicar la borrachera.25 El ejemplo más doloroso de comida simbólica es, por supuesto, el hecho de que el negro cimarrón Pedro Brichi, un Carabalí, se traga la lengua para suicidarse, expresión del “vulgo” para indicar la “asfixia por causa mecánica” (485) en el lenguaje rebuscado y frío del médico Mateu. Es cierto que la tasa de suicidios entre los esclavos de los ingenios era elevada: solían ahogarse en el agua o ahorcarse, preferentemente debajo de una guásima, considerada como un árbol mágico que les devolvería a áfrica (Pérez 2005: 33-42). El gesto de Pedro es una subversión de la Pasión y no de la Natividad, ya que este Cristo de ébano se crucifica a sí mismo como inversión del mensaje navideño del nacimiento (Sánchez-Eppler 1994: 520). El suicidio es interpretado como la imagen por excelencia del silenciamiento de los subalternos que no pueden hablar ni dar testimonio, ya que resultan privados del órgano vital para expresarse. Julio Ramos advierte con perspicacia que Pedro Carabalí es “una figuración de las tensiones irreductibles confrontadas por el proyecto novelístico ‘fundacional’” (1993: 234). Después de recorrer las diferentes fases en el ciclo nutritivo es claro que un análisis gastrocrítico pone de relieve las ambigüedades que contiene la novela. La dependencia entre negros y blancos entra en conflicto con la separación jerárquica. Hemos visto que el negro desempeña un papel central en todos los eslabones, como fuente de ingresos, suministrador, distribuidor, en la preparación y en el servicio. En los mismos platos no se puede negar la presencia africana tampoco. El mestizaje, el sueño de una convivencia de razas y la heterogeneidad incesante pugnan con la subdivisión estricta y generan prejuicios estereotipados y violencia que ni siquiera se puede ocultar en ambientes festivos. En el marco identitario, comprobamos una pujanza aún balbuceante y un alejamiento de la Madre Patria. La comida (al 25. El refranero entre los negros se refiere a la variante del español popular (andaluz) y no integra expresiones de origen africano (González 1992: 200), observación que también se aplica al nivel fonético y morfológico (Catoira 2007). Los dichos con base culinaria inspiran muchas marquillas, por ejemplo, la escena de una mulata prostituta provocadora quien pide plata al cliente con el subtítulo “Depué que comité la papa salá”.

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igual que el baile) vehicula una serie de mensajes implícitos, subvierte y confirma las estructuras jerarquizadas en lo social, racial y genérico. A diferencia de las descripciones en los relatos de viajeros que he usado a veces como punto de comparación, Villaverde no se queda en lo anecdótico. Hace un uso más significativo de las fiestas, al oponerlas en estructuras binarias y al dotarlas de connotaciones suplementarias, y de la comida, al conferirle usos simbólicos. Matiza, por tanto, el realismo y el costumbrismo de la novela. Concuerdo con críticas como Aedo o Álvarez-Amell: por muy realistas que sean muchas escenas, no siempre prevalece lo mimético de por sí. La realidad a veces se convierte en “una particular construcción de ficción y se evidencia como una elaboración ideológica y simbólica” (Aedo 1995: 21). Si Villaverde ha integrado en su versión definitiva menos observaciones sobre la educación y los modales que en la versión “primitiva” y en la “primera parte” de 1839, ha logrado transmitir este mensaje de manera más oblicua. Una de las estrategias ha consistido en volcarlo en remisiones gastrononómicas de clara implicación moralizadora.26 Por minoritarias que sean las remisiones culinarias creo haber demostrado que tocan varios puntos clave y nos revelan más de una contradicción en esta obra fundacional de la literatura cubana. A manera de coda y de transición hacia el subcapítulo sobre La Havane de la condesa de Merlin, quisiera comentar la recreación grotesca y carnavalesca de Cecilia Valdés, titulada La loma del ángel de 1987 de la mano de Reinaldo Arenas (1943-1990). El mismo Arenas advirtió en su introducción que solo había retomado “ciertas ideas generales, ciertas anécdotas, ciertas metáforas, dando rienda suelta a la imaginación” (1987: 10). La reescritura de la obra fundacional de la literatura cubana pasa efectivamente por la selección de ciertos datos, también en lo culinario. Si seguimos la subdivisión que propuse para Cecilia Valdés, constatamos que el consumo es lo que más elabora. 26. Es de esta manera como interpreto la conclusión de Guicharnaud-Tollis en su análisis de la “versión primitiva”: “Même si, ultérieurement, il a été légèrement infléchi et réorienté vers le social, il est probable que ce message initial, éminemment moral, peut aider à lire le roman définitif de 1882, Cecilia Valdés o La Loma del Angel, réputé le plus grand roman antiesclavagiste cubain du xixe siècle” (1994: 517).

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Arenas solo menciona muy sucintamente el mercado y la preparación de tortillas en el burén en relación a Cecilia y su pasión por la calle. Pero estas breves observaciones no permiten deducir las mismas sugerencias a nivel racial, moral y social que en el caso de la novela de Villaverde. La muerte de Brichi es incorporada como un dato científico por la eficaz y doctoral Isabel, imagen opuesta a la compasiva Isabel de Cecilia Valdés, durante su paseo con Leonardo por el palmar de La Tinaja. La caminata que debería ser muy romántica es desmitificada por el encuentro con cadáveres pestilentes de negros que fueron catapultados por la nueva máquina de vapor del ingenio. Con el fin de ponerla a funcionar los negros se subieron a ella con entusiasmo a causa de su creencia de que volverían de ese modo a África, por lo que se ridiculizan simultáneamente la modernidad y la ingenuidad de los negros. Como dije, es en la fase del consumo de la comida donde Arenas exhibe más los procedimientos que conforman todo su texto. Me refiero a recursos como la hipérbole, la inversión, la carnavalización, la amplificación y el humor situacional, por lo que toda la intriga se convierte casi en un cómic, lleno de persecuciones hilarantes y deformaciones grotescas. En el “almuerzo familiar” solo nos enteramos de que el postre consiste en yemas azucaradas, la especialidad del cocinero Dionisios, de las que Leonardo se come cinco, “nadando en aceite español y aguardiente criollo” (Arenas 1987: 34), como metonimias de la Madre Patria y Cuba aquí unidas culinariamente. En el baile de cuna en casa de Mercedes Ayala, se nos informa únicamente de que los dulces, de la mano del liberto Francisco Manzano (¡!), pueden ser “saboreados en la larga mesa del corredor junto con todo tipo de comidas y bebidas” (Arenas 1987: 40). Es en este baile de cuna, y no en el baile de etiqueta, donde se produce la pelea entre Pimienta y Dionisios. En la versión de Arenas son padre e hijo, ya que doña Rosa le había obligado a Dionisios preñarla y engendrar a Pimienta para vengarse así de su esposo adúltero. La violencia de la pelea es mitigada por la escapada de un cerdo de leche, que Dionisios se había llevado de la casa de los Gamboa en su huida. Leonardo equipara a Dionisios con Lucifer, porque le atribuye unos gruñidos que de hecho vienen del cerdo, y Cecilia confunde a Pimienta con el cerdo: “¿Te han herido? —le gritó Cecilia Valdés al cerdo (que pasó precisamente por de-

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bajo de sus piernas), pensando que se trataba de José Dolores” (Arenas 1987: 57). La escena de mayor interés para nuestro tema es el capítulo 28, titulado “La cena pascual” en la Tinaja. La cantidad y la variedad enorme de los platos cuya enumeración ocupa dos páginas la convierte en una comilona rabelaisiana, a la que se pueden aplicar todos los rasgos observados por Bakhtine de celebración del cuerpo y de la vida. Copio unas líneas de esta delirante descripción: “El frangollo de Bejucal se confundía con el champán francés, los polvorones de Morón con la jijona española, la frutabomba se comía enrollada con el jamón de Westfalia, las guayabas en almíbar eran engullidas junto con los buñuelos y los esturiones se mezclaban con el arroz con leche... Cayeron sobre la mesa yemas dobles preparadas por el mismísimo Florencio García Cisneros, tortillas de maíz, tortas de casabe, sesos de chimpancé nadando en melado caliente, (...)” (Arenas 1987: 127). 27 Convertidos en bolas esféricas de tanta francachela, varios comensales empiezan a rodar hasta petrificarse y dar nacimiento a los famosos mogotes de Viñales y al Pan de Azúcar de Matanzas. En la fiesta de la Sociedad Filarmónica, celebrada en Nochevieja en la versión de Arenas, se apunta de manera general que los invitados consumen también “toneladas de comida y muchos barriles de vino” (1987: 141) sin especificar ni ahondar en todos los platos, ya que la repetición del mismo recurso estilístico perdería su efecto humorístico. Advierte el narrador que como “nueva y salvadora costumbre” (Arenas 1987: 142) los comensales vomitan en un pozo del patio para evitar que vuelva a ocurrir el desastre de la Tinaja y explica así la presencia de pozos en los patios de las casas habaneras. Arenas despoja el vómito de Cantalapiedra de sus connotaciones abyectas y reinstaura su función que tenía en los tiempos de los romanos. Todos los críticos (Ette, Olivares, Mastache, Manzari) coinciden en que la exageración en la evocación de la comida contribuye a ridi27. Mastache (2008: 39 n. 15) dice que este banquete recordaría El reino de este mundo de Carpentier y Paradiso de Lezama Lima. Supongo que quiere referirse a El recurso del método, ya que El reino de este mundo carece de cualquier descripción de festines. En cuanto a la cena lezamiana en Paradiso, opino que el estilo barroco difiere mucho de la enumeración que caracteriza la comilona areniana.

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culizar el realismo del texto fundacional, objetivo sugerido por el mismo Arenas en su introducción. Como dije en el apartado anterior, en lo culinario habría que matizar este realismo de Cecilia Valdés, ya que en más de una ocasión se agrega una dimensión simbólica. Pero no cabe duda de que la incorporación de platos fantasiosos por Arenas constituye una manera de oponerse a la escritura mimética, también impuesta en Cuba en los años setenta. A la vez, se socava cualquier afán de subrayar intenciones identitarias o tensiones entre lo local y lo internacional: todo se junta y se mezcla. Significativamente, lo cubano será asociado a lo rebelde al final del libro, ya que el cocinero Dionisios terminará su vida en un palenque preparando unos suculentos ajiacos. De una manera más amplia, la reflexión generada a partir de la obra fundacional por excelencia, permite cuestionar la constitución del canon y/en la literatura cubana. Coincido con Ette (1994: 102105) quien afirma que Arenas escribió este texto en una época en la que el realismo social había ido cobrando unas formas muy dogmáticas dentro de la isla. Por eso es significativo que las yemas dobles, uno de los “manjares predilectos de Lezama Lima”, sean preparadas por un crítico de arte cubano en el exilio, Florencio García Cisneros (19241999) (Ette 1994: 95). Tampoco es una casualidad que integre a Lezama como poeta esclavo (¿un nuevo Manzano?) y mencione muy de paso al padre Gaztelu y a Lydia Cabrera, todos autores proscritos del panteón oficial, ya que en los años setenta y ochenta se profesaba el culto al realismo socialista en Cuba. Arenas quiere homenajear a estos escritores e inscribirse en la nómina de autores cubanos que crearon desde el exilio o el insilio una literatura cubana distinta. Dentro de la misma línea de reflexión sobre el canon explico la introducción del nombre de un caballo de los Gamboa, Karmen Valcels (Arenas 1987: 36). Esta ligera deformación del nombre de la agente literaria de Barcelona, Carmen Balcells, que desempeñó un papel clave en la promoción de los escritores del boom, remite a una época que Arenas evocó como de dicha literaria en varios ensayos suyos, por ejemplo “Los dichosos 60” (1989). Esta brega con el canon podría ser asimismo una de las explicaciones de la inserción del capítulo 16, “El paseo del Prado”, una evoca-

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ción comiquísima de la condesa de Merlin. La condesa termina volándose hacia Francia tras perseguir a la negra Dolores Santa Cruz quien le robó la peineta y le arrancó la cabellera durante su paseo. La presencia de la condesa de Merlin en el pandemonium cubano fue muy discutida por ser mujer cubano-francesa y por haber escrito una obra en francés, La Havane (1844), hasta 1981 solo conocida por las diez cartas traducidas en Viaje a la Habana (1844). Arenas contribuyó a su recuperación. Usa el nombre de Merlin como uno de sus múltiples seudónimos (Olivares 1994: 175 n. 4). Evoca de manera irreverente a la condesa en su novela póstuma El color del verano, entre otras obras. La imagina de vuelta a Cuba, donde se ocupa en cantar en su antigua casa habanera, convertida en un gran urinario, para distraer a los hombres que se juntan allí. Su fascinación con la autora va tan lejos que Viaje a La Habana es el título de un libro que incluye tres cuentos escritos en 1990, poco antes de su muerte. El cuento que da el título al libro describe un viaje de regreso (imaginario) a La Habana, al igual que el texto de Merlin.28 La incorporación de la escena rocambolesca con la condesa como protagonista es tanto más curiosa en cuanto que el capítulo areniano no se apoya en ninguna parte de su gran hipotexto, Cecilia Valdés. La condesa solo es mencionada una vez por Villaverde en relación a Dionisio, en el capítulo 6 de la segunda parte: “[Dionisio] conoció a la después Condesa de Merlin, a varios Capitanes generales, al primer conde de Barreto y a otras notabilidades de Cuba, de España y del extranjero, por ejemplo, a Luis Felipe de Orleans, después rey de los franceses” (Cecilia Valdés 265-266). Aunque el objeto del robo hace pensar en un cuento de Villaverde, “La peineta calada”, la calvicie no es un dato que provenga del escritor cubano, sino de una carta de Prosper Mérimée dirgida a la condesa de Montijo, en la que el escritor francés da una imagen poco favorable de Merlin. Leemos en la carta del sábado 18 de marzo de 1843: “J’ai vu Mme. Merlin l’autre jour fort rajeunie. Elle n’a plus cette grande raie sans cheveux que Lablanche appelait la rue de la Paix. Si ce n’est pas la pommade du lion qui 28. Para una interpretación remito a Olivares (2000: 293-296), para quien Arenas y Merlin compartirían su condición de exiliados y una búsqueda del padre. Véase también el análisis de Loss (2005: 55-61).

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a fait cette merveille, je parierai qu’elle s’est fait faire une perruque. Elle écrit plus que jamais, dit-on, aussi je me tiens à l’écart” (Mérimée 1945: 136-137). De todas formas, la escena areniana recuerda más el paseo evocado por la condesa de Merlin en la carta XXX de su libro La Havane o la carta X de la traducción parcial en español, Viaje a La Habana. Es precisamente esta obra que retendrá mi atención desde el ángulo culinario en el siguiente subcapítulo.

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La Havane de la condesa de Merlin. Je m’abreuve d’eau de coco à la glace et d’ananas

María de las Mercedes Santa Cruz y Montalvo (1789-1852) pasó sus primeros años en Cuba, en gran parte bajo la tutela de su bisabuela, su ‘mamita’.1 Luego fue recluida en un convento habanero hasta 1802 cuando se trasladó a España. En 1809 la casaron con el general francés Merlin y adquirió la nacionalidad francesa. Desde 1814 la belle créole vivió en París, donde tuvo otros tres hijos. Como su marido había sido fiel a Napoleón, no les fue bien con la Restauración. Merlin empezaba a codearse con la alta sociedad parisina gracias a su participación como soprano en conciertos benéficos. En la década de 1830, su situación mejoró. La condesa llevaba una vida mundana de relaciones, fiestas, conciertos y viajes hasta el fallecimiento de su esposo en 1839. Hizo un viaje a La Habana de mayo a finales de julio de 1840, por motivos familiares —de reencuentro— y económicos, —la recuperación de la herencia de su padre—. Sus últimos años en París eran bastante revueltos, en parte a causa de su relación emotiva con el bibliotecario y colaborador en sus textos, Philarète Chasles. Todos estos desplazamientos hicieron de la condesa una persona transatlántica e in-between, caracterizada por un life-on-the hyphen, 1. En un artículo de 2003 publicado en La Habana Elegante Jorge Yviricu pone en duda la validez del título de condesa. En cuanto a su plétora de nombres como Mercedes Santa Cruz y Montalvo, la condesa de Merlin, Mercedes Merlin, véanse Díaz (1996) y Méndez Rodenas (1998: 7).

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mucho antes de que entraran en boga estos términos (Díaz 2002: 99). En lo cultural era conocida por su voz de soprano antes que por su pluma. Escribió obras de índole (auto)biográfica como Histoire de Soeur Inès (1832), Souvenirs et mémoires de madame la Comtesse Merlin. Souvenirs d’une créole (1836), Les lionnes de Paris (1845), Le duc d’Athènes (1852), entre otras. Un texto que va más allá de esta línea (auto)biográfica es La Havane, terminado en noviembre de 1842 y publicado en 1844. Las 36 cartas son más que unas meras impresiones personales de su viaje de Bristol a Nueva York y luego a La Habana. Incluyen reflexiones sobre historia, economía, geografía, política, costumbres de Cuba y hasta el espinoso problema de la esclavitud. Este último tema fue también tratado en algunos anexos a la obra, de la mano del abolicionista Turnbull y de algunos cubanos influyentes. La Havane es a la vez crónica, relato de viaje, memorial y ensayo. Diez de las cartas fueron traducidas al español y publicadas en 1844 bajo el título de Viaje a La Habana, con prólogo de Gertrudis Gómez de Avellaneda. Son estas las que más han sido difundidas y reproducidas.2 Aunque la condesa ya fue reivindicada desde el xix por algunas escritoras como iniciadora en el canon literario cubano, es en las últimas décadas cuando la condesa ha sido propugnada con mayor fuerza como primera autora. Mirta Yáñez y Marilyn Bobes abrieron su volumen Estatuas de sal, una antología de escritoras cubanas de 1996, con un texto suyo. Su carta XXV sobre las mujeres de La Habana dirigida a George Sand fue reproducida como primer texto cubano del volumen de 2007, Mujeres ensayistas del Caribe hispano. Hilvanando el silencio (Freire Ashbaugh 2007: 19-27). Este enfoque basado en el 2. En las últimas décadas se han hecho esfuerzos notables por hacer más accesibles los textos de la condesa. Carmen Vásquez, autora de numerosos artículos sobre la Merlin, prologó una nueva edición de La Havane en 1998. En 2006 la editorial Verbum puso en circulación una edición de las diez cartas en español con una introducción sustanciosa de María Caballero Wangüemert. En 2008 Adriana Méndez Rodenas editó también las diez cartas en la editorial Stockcero. He manejado la edición francesa en cinco volúmenes publicada en Bruselas por la Société Typographique Belge. La citaré mediante la indicación del volumen y la página. También he consultado la edición de Caballero Wangüemert de las diez cartas en español, ya que muchos de los fragmentos que analizaré con más detalle son retomados en esta selección, a veces con ligeros cambios.

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gender ha marcado y limitado (al decir de McCabe) el libro bien documentado de Adriana Méndez Rodenas, Gender and Nationalism in Colonial Cuba. The Travels of Santa Cruz y Montalvo, Condesa de Merlin de 1998, la única monografía existente hasta la fecha. Importa este enfoque al estudiar las remisiones a la comida en La Havane. Pensando de manera estereotipada, podría postular que la condesa reúne una serie de características propensas a citar lo culinario. En primer lugar, es una mujer, supuestamente más interesada en la cotidianidad. Luego, en la obra quiere ensalzar su patria, lo cual se puede manifestar en los platos típicos. Por último, escribe un texto que en parte es un relato de viajes, género en el que la atención se dirige frecuentemente hacia las diferencias y novedades culinarias. Con el fin de comprobar hasta qué punto se confirman o se contradicen estos clichés es imprescindible ubicarlos en el contexto de dos problemas fundamentales en la obra de la condesa: la cuestión identitaria y la fabricación del texto. Comentaré primero estos dos puntos clave en La Havane que constituirán el marco para estudiar luego las remisiones gastronómicas. Se ha discutido con frecuencia la cuestión identitaria a partir de la obra de la condesa: ¿es cubana, francesa, cubano-francesa o franco-cubana? ¿Qué papel desempeña España en sus textos? ¿Y cómo definir lo cubano en esta isla aún no independizada? Las dos dedicatorias de La Havane, no reproducidas en Viaje a La Habana, reflejan una posición oscilante, ya que van dirigidas respectivamente al español O’Donnell y a sus “compatriotas”, de Cuba se entiende. En la primera dedicatoria Merlin defiende su patriotismo ante el gobernador general de la isla, O’Donnell, representante de la metrópoli y posterior represor de la Conspiración de la Escalera de 1844. La dedicatoria empieza así: “Permettez, géneral, que je place sous votre égide protectrice cette oeuvre conçue par le sentiment patriotique d’une femme; le désir ardent de voir mon pays heureux me l’a seul inspirée” (I, 5). La segunda dedicatoria dirigida a sus “compatriotas” es una alabanza de su país, la isla materna, frente a su madre adoptiva Francia: “Je vous dédie ce livre, ou plutôt je vous le restitue, mes chers compatriotes. Il est imprégné de votre souvenir, il est consacré à notre mère commune. (...). La France, ma mère adoptive, n’a rien changé, n’a rien diminué de cette ardente affection pour mon pays” (I, 9). Francia, España y Cuba se

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enfrentan constantemente en este texto. En su viaje de Estados Unidos a Cuba, por ejemplo, Merlin contesta a una norteamericana que ella es francesa (I, 128). Sobre todo cuando recuerda la civilización y la cultura europeas, Francia resulta ser el modelo, mientras que España es más bien el antagonista en asuntos político-históricos. En cuanto a la manera de designar la isla recurre con frecuencia a las palabras ‘país’, a veces combinado con ‘natal’, y ‘patria’. Cuando adopta la perspectiva española mantiene la denominación de colonia. Para Merlin su isla aún está formando su comunidad imaginada, una unidad basada en el paisaje, la lengua, las creencias ancestrales y una serie de características subjetivas. Prudentemente proyecta esta idea de nación en el futuro: “Je n’ai rien déguisé, [...], ni de ce qui peut manquer à nous, Havanais, pour être une des plus puissantes et surtout des plus heureuses nations du globe” (I, 9; el énfasis es mío). En un imposible ejercicio de equilibrio, Merlin intenta compaginar la situación colonial y su patriotismo rogándole al peninsular O’Donnell que sea habanero: “Gouverneur général de la Havane, soyez Havanais, général; réformez les lois, obtenez une représentation nationale pour l’île” (I, 5-6). En las dos últimas citas vemos que la isla se reduce a La Habana, lugar que también da el título al libro. Aunque Merlin menciona de vez en cuando Cuba, por ejemplo, para ubicar su carta XX sobre la esclavitud al antiabolicionista Charles Dupin, nunca designa a sus habitantes por el término de cubanos. Como mucho habla de criollos, por ejemplo, en su carta sobre la educación de los “jeunes créoles” (III, 7), con lo que se refiere a los blancos y descendientes de españoles en Cuba. Sabemos que en la primera mitad del xix se empezaba a forjar el concepto de lo cubano, pero que su introducción era lenta.3 Todo ello lleva a una inestabilidad total en lo que se refiere a lo identitario. De ahí que los posesivos cambien constantemente de referentes, 3. Según Marrero, el término cubano ya fue usado para designar a los habitantes de Cuba en el Discurso sobre la agricultura de La Habana y medio de fomentarla de 1792 de Arango (Marrero 1984 X: 25), mientras que Benítez Rojo (1988) sitúa este concepto en la década de 1830. Marrero agrega en una nota que ‘cubano’ designaba primero a los santiagueros y que más importaban las patrias locales (X: 57 n. 90), estructura en parte propiciada por los ingenios. Para la lenta introducción del gentilicio ‘cubano’ véase Núñez Jiménez (1982: 433-42).

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como advierte Díaz para Cuba y Francia: “the meaning of ‘nos’ or ‘notre’ [our] shifts constantly to refer to one or the other country” (1996: 108). Merlin adopta una mirada a la vez de dentro y de fuera (Huberman 2008). Su lucha con la identidad se concreta en el olvido de su pasaporte, que será probablemente francés, aunque no lo explicita. A diferencia de otros viajeros como Turnbull que insisten en la importancia de credenciales y documentos oficiales para poder entrar a la isla, esto no parece preocuparle a Merlin: “Je ne suis nullement inquiète; il me semble qu’en arrivant dans mon pays j’arrive chez moi. Quel droit plus sacré que de vivre sur le sol natal? La seule propriété incontestable de l’homme doit être celle-là” (II, 33). Reivindica por tanto una pertenencia no basada en documentos, sino en el ius soli. Estas complicaciones de identidad también son ilustradas por el uso del francés salpicado de alguna que otra palabra española, hasta cubana, en La Havane. Repercutieron asimismo sobre la recepción de la obra que quedó fuera de los cánones francés, español y cubano. De todas formas, está claro que Merlin intenta reconciliar lo incompatible: Cuba, Francia y España, aunque es innegable su amor preferencial por La Habana, metonimia de Cuba. Huelga decir que todas estas ambigüedades influirán también en su mirada culinaria. El segundo enfoque exitoso en los estudios sobre la condesa (Méndez Rodenas 1998; Molloy 1996; Ianes 1997) es su alta dimensión intertextual, recurso de por sí frecuente en los relatos de viajes. Apoyándose en las ideas de Michel de Certeau en Heterologies sobre la library navigation, Ianes indica tres áreas de influencia: Ausente de Cuba desde sus años de infancia, la composición del Viaje a La Habana de la condesa de Merlin queda en deuda con los relatos de viajeros (reales), las largas epístolas de sus amigos en la isla y los textos de costumbristas cubanos. (...). Se trata por lo tanto de seleccionar referentes que crearán, en definitiva, la ilusión del viaje real a partir de un conjunto de textos, un inventario o repositorio del referente americano (1997: 214).

De esta manera el texto confirma la hipótesis de González Echevarría en Myth and Archive quien ha sostenido que el trasfondo de muchos textos decimonónicos eran los relatos de viajeros, en particular los de índole científica, como discurso hegemónico que podía legitimar su texto.

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Sobre todo en la parte dedicada a Cuba (cartas XII-XXXVI) ha convergido un aluvión de fuentes. Instigada por los miembros del grupo de intelectuales reformistas bajo la dirección de Domingo del Monte, la condesa de Merlin dio un giro claramente instructivo a su libro. Al igual que otros viajeros, como los británicos abolicionistas Turnbull o Madden, hace un repaso de los problemas candentes en la colonia. Las cartas sobre el sistema jurídico, la esclavitud, las finanzas o la agricultura se apoyan en una sólida base documental facilitada por los integrantes del grupo de del Monte. Para aumentar su credibilidad busca al destinatario más idóneo, por ejemplo, el antiabolicionista Dupin para su tan controvertida carta sobre la esclavitud4 o el barón de Rothschild cuando habla de finanzas. Alguna que otra carta va introducida mediante la fórmula “vous me demandez”. La XXVI del 10 de julio sobre la agricultura, una especie de carta por mandato, responde a una supuesta solicitud por parte de su yerno, su “cher planteur” (III, 138). También la aplicación fantasiosa de las fechas delata el carácter construido de las cartas. La carta XXVII sobre el tabaco lleva como fecha el 15 de julio, mientras que la XXVIII del 9 de julio discurre sobre educación y temas afines. Ambas cartas, presentadas en una cronología invertida, contienen muchísima información que no hubiera podido ser reunida en cinco días ni en su breve estancia de unos dos meses. Entre el fin del viaje, julio de 1840, y la entrega para publicación en 1842 mediaron dos años que la condesa aprovechó para ir recopilando material e ir publicando algunos capítulos como adelantos. Limitándome a las cartas que atañen a la parte cubana de La Havane (y que indico con asterisco para las cartas incluidas en Viaje a La Habana), he conformado un cuadro para las fuentes descubiertas por los críticos o mencionadas en el mismo texto:

4. Para una contextualización de la carta sobre la esclavitud remito a Luisa Campuzano. Véase el capítulo titulado “1841: dos cubanas en Europa escriben sobre la esclavitud” (2004: 30-45).

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LA HAVANE de la condesa de Merlin Carta

Destinatario

Contenido

XII*

Bahamas

XIII*

A Madame Gentien de Dissay A la même

XIV* XV* XVI* XVII

A la même A la même A la même A M. Le Comte de Tracy

XVIII

A M. Le Comte de Saint Aulaire

Llegada (Matanzas, El Morro) Llegada (puerto) Casa del tío Cultura, teatro Monumentos, Templete Cortés, Velázquez, Arango

XIX*

A Madame Sophie Gay

Guajiro

XX

A M. Le Baron Charles Dupin A M. Le Marquis de Custine

Esclavitud

XXI*

Muerte, cementerio, Catedral

XXII*

A Madame La Vicomtesse El velorio, velar de Walsh el mondongo

XXIII

A M. Berryer

Sistema jurídico

XXIV

A M. De Golbéry

Gobierno

XXV

A George Sand

XXVI

A M. Gentien de Dissay

Mujeres habaneras Agricultura

Tabaco A M. Le Vicomte Siméon, directeur général des tabacs XXVIII A M. Le Duc Decazes Educación

XXVII

XXIX*

A Madame****

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Una Pascua en San Marcos



Fuente

artículos de El Album (Bueno 1977: 46) Herrera y crónicas, artículos en El Plantel (Méndez Rodenas 1998: 56-57) Villaverde, “Amoríos y contratiempos de un guajiro” (Merlin 2006: 33) (Méndez Rodenas 1998: 120) Varios textos de Saco (Méndez Rodenas 1998: 152-162) artículos de El Album (Bueno 1977: 46) Betancourt, “Velar el mondongo”, “El velorio” (Méndez Rodenas 1998: 109-120) Grupo de del Monte (Méndez Rodenas 1998: 96-103) Grupo de del Monte (Méndez Rodenas 1998: 96-103)

informe de la Sociedad Patriótica de La Habana (III, 111), Humboldt (III, 134), Mártir, Jean de Léry, Jean de Laet, Torquemada (III, 132), grupo de del Monte... Las Casas, Oviedo (III, 145), informes,... Grupo de del Monte (Méndez Rodenas 1998: 96-103) Ramón de Palma, “Una Pascua en San Marcos” (Méndez Rodenas 1998: 128-139)

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Carta

Destinatario

Contenido

XXX*

Au Colonel Georges Damer, membre de la chambre des communes A M. Le Baron de Rotschild A M. Le Vicomte de Chateaubriand

Volanta, calles de La Habana

XXXI XXXII

Comercio Bartolomé de las Casas

XXXIII A Don Francisco Martínez de la Rosa XXXIV A M. Henri Ellis

Relaciones colonia-metrópoli Indígenas

XXXV

Vuelta abajo

A S.A.R. Le Prince Frédéric de Prusse

XXXVI A Mme Gentien de Dissay

Fuente

Grupo de del Monte (Méndez Rodenas 1998: 96-103) Remesal (IV, 153), Quintana (IV, 115), Bartolomé de Las Casas (IV, 123; 127), ... Grupo de del Monte (Méndez Rodenas 1998: 96-103) Herrera (V, 8), Humboldt (V, 11), cronistas,… Villaverde, Excursión a Vuelta abajo, primera parte (Méndez Rodenas 1998: 120-128 ), cronistas

Despedida

Como no existe una edición crítica, es obvio que solo he presentado la punta del iceberg y que se me puede haber escapado más de un dato. Además, ciertas descripciones, por ejemplo, de los paseos en volantas y quitrines, casi constituyen un ejercicio de estilo obligatorio de todos los relatos de viaje sobre la Cuba decimonónica. Xavier Marmier les dedica dos páginas en sus Lettres sur l’Amérique de 1851. El mismo Turnbull se detiene a describirlas en sus Travels in the West de 1840. Otra observación importante es que no sabemos si la condesa ha querido ocultar adrede sus fuentes, sobre todo las literarias de sus cartas costumbristas, curiosamente siempre dirigidas a mujeres (¿por ser más amenas?). De su correspondencia con Chasles se desprende que hubiera querido mencionar a los autores: “No olvides citar a Ramón de (¿la?) Palma y a Cirilo Villaverde como escritores y poetas encantadores en el cuerpo de la obra; luego en nota, al primero, como habiéndole copiado algunos detalles acerca de costumbres, y el segundo, detalles descriptivos, etc.” (Merlin, en Bueno 1977: 44). Y hace aparecer como personaje al mismo Villaverde en la carta XXXV (V, 73), copia de parte de Excursión a Vuelta abajo. La reproducción casi textual de “Una Pascua en San Marcos” (carta XXIX), un texto costumbrista de Palma, ya de por sí muy discutido por los coetáneos desde el punto de vista moral, provocó la acusación de plagio por Félix Tanco y de Bosmeniel en su Refutación al folleto intitulado Viage a La Habana de

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1844 (Méndez Rodenas 1998: 128-137). Esta inculpación era una de las estrategias para denigrar a la condesa por parte de este miembro del círculo delmontino que la había apoyado antes. No obstante, la práctica de hacer variaciones sobre textos de otros autores era usual en aquel tiempo. Por ejemplo, en el subcapítulo anterior he comentado que Villaverde incluyó en Cecilia Valdés parte del artículo costumbrista de Betancourt sobre las tortillas de San Rafael sin mencionar su fuente. Según Méndez Rodenas el rechazo se debe a la no admisión de una mujer en el grupo delmontino y su poética paródica frente a la estética realista en boga. Sin entrar en toda la discusión sobre el tema, la insinuación de plagio puede ser una coartada para esconder otras razones de más peso. No cabe duda de que hay que tener en cuenta el carácter controvertido del mismo texto donde se atacan las costumbres licenciosas de un joven sacarócrata y donde sale cornudo un capitán español. En el repudio de la condesa que había escrito sobre temas candentes como la esclavitud influyó asimismo el complicadísimo contexto histórico-político-militar que desembocaría en la Conspiración de la Escalera de 1844 y en la disolución del grupo delmontino. Con todo, esta poética intertextual —la comida de textos— y los temas ‘serios’ resultan a primera vista poco aptos para integrar observaciones sobre lo culinario. Antes de estudiar estas cartas sumamente intertextuales, miremos brevemente las primeras que describen vivencias aparentemente más ‘directas’. En la parte dedicada al viaje entre Bristol y Nueva York (cartas I a III), son raras las menciones gastronómicas. La condesa insiste en la abundancia de las cinco comidas por día que induce a algunos pasajeros a escoger regularmente este trayecto, “avalant d’énormes tranches de boeuf et s’abreuvant de vin de Madère, d’eau-de-vie et de grosses plaisanteries!” (I, 28). En las cartas dedicadas al paso por Estados Unidos (IV a XII) Merlin alterna información documental con experiencias propias, por ejemplo, su encuentro con el presidente de Estados Unidos, Van Buren. A raíz de su visita a las cárceles de Filadelfia incluye, por ejemplo, una relación de la comida de los prisioneros con cuantificaciones por cada ingrediente.5 5. Sus observaciones no están exentas de errores. Para ello remito a una larga e interesantísima reseña publicada en 1845 en Southern Quarterly Review por un autor anónimo, muy al tanto de la situación en la isla, sobre la obra de “this elegant but exceedingly inaccurate writer” (186).

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La comida estadounidense no parece ser digna del interés de la condesa. únicamente el agua de coco y piña, traída de La Habana a Filadelfia, provoca un efecto proustiano: “Tout en écrivant ces lignes, je m’abreuve d’eau de coco à la glace et d’ananas arrivés hier soir de la Havane; —ce qui ne manque pas de faire battre mon coeur, comme l’étreinte d’un ami après une absence de longues années” (I, 110). En esta primera referencia culinaria a Cuba se concentran muchas connotaciones recurrentes en la obra. Las frutas tropicales como el coco y la piña, tantas veces descritas por los viajeros decimonónicos,6 implican cierta mirada exoticista. A la vez retrotraen a la condesa al pasado. La condesa es de dentro y de fuera. Otra constante será la importancia de lo dulce en la comida cubana, que se revelará ser un reflejo de un pueblo dulce. Por último, la presencia de estas frutas en Estados Unidos destaca el potencial económico de los productos comestibles de Cuba. La llegada a La Habana (carta XIV) provoca precisamente una observación sobre la actividad económica, ya que describe el trajín frenético de una masa colorida de negros y mulatos que se ocupan en transportar los productos agrícolas, actividad tan típica en el puerto habanero que eternizó también Miahle, por ejemplo en “Aduana de La Habana” en Isla de Cuba pintoresca. Apunta la condesa: “De tous côtés on lit café, sucre, cacao, vanille, camphre ou indigo, et les braves gens de nègres toujours de chanter et de crier à vous fendre la tête; car ils ne savent travailler qu’au son de leurs bruyants éclats fortement cadencés” (II, 32). De paso, llamo la atención sobre su evaluación de los cantos de los negros, enfatizados también por otros viajeros como John Hawkes ou John Howison (en Guicharnaud-Tollis 1996: 173). La soprano Merlin tiene el oído muy agudo y por eso subraya los sonidos que la rodean, por supuesto, desde sus criterios occidentales de la música clásica. Luego, en un fragmento de la carta XV, cuando Merlin se encuentra en casa de su tío, comenta los hábitos culinarios de los habaneros. Empieza haciendo hincapié en la opulencia, el lujo, la presencia de un cocinero francés, el aire festivo, observaciones conformes con los estudios históricos (Mercedes Rivas 1990), y continúa: 6. Véase “Une flore luxuriante” en Guicharnaud-Tollis (1996: 67-71).

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Aduana de La Habana, de Federico Miahle Les Havanais mangent peu à la fois, comme les oiseaux: on les trouve, à toute heure du jour, avec un fruit ou une sucrerie à la bouche. Du reste, ils préfèrent les légumes, les fruits et surtout le riz. La viande est une nourriture peu convenable au climat. Ils sont friands plutôt que gourmands.7 Les grands seigneurs, malgré le luxe européen de leur table, réservent leur véritable sympathie pour le plat créole: ils goûtent les autres mets, ils se nourissent de celui-ci: les uns sont le luxe de l’opulence qui sert à régaler à l’étranger, l’autre est comme ces meubles d’affection et d’habitude, souvent décolorés par l’usage, mais qui conservent fidèlement les plis du corps, sur lesquels on 7. La traducción española difiere totalmente: “(...); son sobrios más bien que gastrónomos” (Merlin 2006: 74).

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aime à se retrouver, et dont on préfère la vieille étoffe aux cachemires et aux brocarts d’or. Moi-même, après de si longues années, je ne saurais te dire avec quel délice je savoure ces caimitos veloutés, ces zapotillos [sic] suaves et d’un goût sauvage, ces mameyes, nourritures des âmes bienheureuses dans les vallées sacrées de l’autre monde, selon la croyance haïtienne, et enfin le mamon cette crème exquise dont le goût, composé des plus délicats parfums, est un nectar digne de l’éden. Et lorsque ma tante m’offrit un suprême de volaille, moi, joyeuse et béate en face d’un simple agiaco [sic], je lui répondis avec un ton de dédain: “Je méprise le suprême de volaille; je ne suis venue ici que pour manger des plats créoles” (II, 40).

La condesa quiere destacar a ultranza la vertiente dulce como rasgo característico de la dieta cubana con el fin de corroborar su tesis de ‘gente dulce, comida dulce’, variación sobre el nexo estereotipado ya existente desde el Descubrimiento, “clima dulce, gente dulce”.8 Crea una imagen exoticista y edénica de Cuba que solo cubre la realidad en parte y se incorpora a ella desde una perspectiva personal de nostalgia. Repite esta idea también en sus cartas ‘serias’, por ejemplo, cuando habla de la esclavitud (carta XX), según ella más benigna en Cuba a causa de su gente ‘dulce’ que adopta una actitud paternalista hacia sus esclavos. También en su adición introductoria a la historia de “La Pascua de San Marcos” de Palma (carta XXIX), que consiste en la evocación de un banquete festivo en un decorado campesino, hace hincapié en los mismos clichés de lo lujoso, lo dulce y sensual. Advierte que los comensales se alejan un momento9 para que se pueda preparar la mesa para el postre que son: 8. Fredrika Bremer sigue usando esta asociación, inspirada por ideas lascasianas: “Pertenece a las cosas curiosas de Cuba el que sus indígenas hayan sido dulces como su clima, y todavía hoy en día este último ejerce su fuerza dulcificadora sobre los habitantes. Los criollos resultan suaves y bondadosos. No hay en la isla ninguna planta tóxica, ningún animal venenoso. Hasta las abejas de Cuba carecen de veneno en su aguijón. El comportamiento bárbaro de los españoles en la isla no ha conseguido adulterar su naturaleza” (2002: 52-53). Supongo que la sueca nunca probó el jugo de la yuca no tratado, un veneno instantáneo. 9. Esta “forma desordenada de abandonar la mesa” es anotada también por el padre Abbot en una descripción de una “soberbia comida”, antes de que se traiga un “espléndido postre (…) distribuido como en cien platos” (1965: 70; 68; 69). También Ney (Beato Núñez 1973: 51) apunta este dato.

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(...) mille merveilles réunies de cristaux et de porcelaines, de corbeilles de fruits et de confitures variées à l’infini. Et pour couronner tant de friandises, on couvre la table de fleurs: (…)… Vous ne sauriez croire, mon amie, l’effet de cette métamorphose magique, de ces parfums enivrants qu’exhalent nos fruits, mêlés à l’arôme des fleurs. C’est quelque chose de raffiné et bien d’accord avec la vie toute sensuelle de ce pays, que cette élégance, cette fraîcheur qui succèdent immédiatement aux fumées des vins et à l’odeur nauséabonde des restes du diner (IV, 19; el énfasis es mío).

Volviendo al fragmento anterior en casa del tío, sorprende la observación sobre el escaso consumo de carne. Se opone diametralmente a lo que revelan las fuentes tanto históricas como literarias. A título de prueba, vuelvo a copiar el almuerzo ‘normal’ en la familia de los Gamboa en Cecilia Valdés: La abundancia de las viandas corría parejas con la variedad de los platos. Además de la carne de vaca y de puerco frita, guisada y estofada, había picadillo de ternera, servido en una torta de casabe mojado, pollo asado relumbrante con la manteca y los ajos, huevos fritos casi anegados en una salsa de tomates, arroz cocido, plátano maduro también frito, en luengas y melosas tajadas, y ensalada de berros y de lechuga (172-173).

Es tanto más curioso en cuanto que al final Merlin resalta lo identitario mediante el ajiaco, lo “criollo” que sí contiene carne, frente al “suprême de volaille”, relacionado con el refinamiento de la cocina francesa.10 El que el plato fundacional sea mezcla con aportaciones de distintas razas (tal como lo interpretará después Ortiz), no es advertido por Merlin quien no indaga en esta paradoja, más bien la esquiva y la encubre. La comparación de los tejidos viejos frente a los lujosos en los muebles postula una reivindicación de una tradición, algo ya bien asentado en la isla, tal vez más rústico. Por eso no sorprende que el “agiaco” [sic], servido con plátano y viandas (III, 106), sea añadido en la carta xix como comi10. Como la condesa se aloja en casa de familiares, no formula ninguna observación sobre la cocina española, muy presente en los hoteles y aborrecida por muchos viajeros a causa de su insoportable olor y sabor a ají. Además, Francia es el nec plus ultra gastronómico para ella.

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da del guajiro en la reescritura del texto de Villaverde. Al igual que el escritor fundacional, Merlin exalta al guajiro, pobre pero digno, expresión de lo cubano. Se diferencia de la actitud más crítica de autores como Anselmo y Suárez en “Guajiros”. Este advierte entre otras cosas que raras veces comen carne. En cambio, Hazard, entre otros, subraya la presencia de este ingrediente en su descripción de las comidas campesinas (2007: 455456). Parece que todo es cuestión de proyección y de los filtros por los que pasan las evocaciones. Ya lo dijo Said que en la aproximación y en el conocimiento del otro no solo influye lo empírico, sino también “a battery of desires, repressions, investments and projections” (1991: 8). Sea como sea, al ajiaco se le atribuye un papel de unión más allá de las clases, tal como lo ha constatado también el historiador Sarmiento Ramírez (2003) en sus estudios sobre la época colonial. Es lógico que las cartas dedicadas a los asuntos ‘serios’ incorporen pocas observaciones culinarias. La excepción la constituye la carta XXVI sobre los productos del país, “sujets bien effrayants pour une femme” (III, 104). De manera general la condesa enfatiza un aspecto harto conocido respecto a la colonia, es decir, sus posibilidades económicas de exportación de productos agrícolas. Siguiendo la línea de los cronistas, citados profusamente, y de los viajeros decimonónicos norteamericanos, Merlin hace un repaso de todas las posibilidades de explotación en esta tierra escasamente habitada y según ella al amparo de todas las catástrofes naturales, por lo que omite los huracanes que azotan la isla con regularidad. A diferencia de otros relatos de viajeros donde se describe minuciosamente el cultivo del azúcar, el tabaco y el café, Merlin se limita a lamentar el predominio de estos monocultivos, al igual que la importación de ciertos productos básicos para la dieta cubana como el arroz. Muy acorde con los cronistas introduce hipérboles para enaltecer la fertilidad de la tierra que produce abundantes frutas y verduras: Vous ne sauriez vous représenter l’opulence de la nature de ces contrées: la plupart des légumes et des fruits sont d’une grosseur incomparable et d’une variété prodigieuse; la yuca, le buniato, le name [sic], la pomme de terre même, acquièrent un degré de croissance tel, qu’un seul de ces fruits [¿?] suffit à nourrir un homme pendant vingt-quatre heures. En deux jours, le radis devient gros comme une orange (III, 123).

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Incluso la piña, la reina de las frutas que inspiró tantas evocaciones líricas ya desde Gonzalo Fernández de Oviedo, es descrita menos por su sabor particular y su sensualidad que por sus posibilidades económicas: es una fruta para consumo y una fibra para tejidos. Entre los productos ‘mercadeables’ dedica bastantes páginas al plátano, la yuca, el maíz, el cacao. Usa todos los registros estilísticos (oposición, hipérbole, metáfora) para elogiarlos. Veamos el siguiente ejemplo: Un bananier est un véritable mât de cocagne, l’image complète de l’abondance. Figurez-vous, mon cher Gentien, une admirable coupole de feuilles colossales, lustrées et lisses comme du satin, chacune de cinq à six pieds de long et deux à trois de largeur, protégeant majestueusement de leurs riches rameaux une multitude de grappes composées de cinquante à soixante fruits, chacun long d’environ un pied, et tout cela balancé par la brise chaude des tropiques! –Dites si cela ne vaut pas votre belle avenue de châtaigniers, aux petits fruits, aux petites feuilles, le tout châtié par la brise du nord11 (III, 124-125).

Aunque el plátano, la yuca, el maíz, el cacao son ingredientes básicos en la dieta cubana del xix, importa sobre todo su posibilidad de incorporarse a las costumbres alimentarias de los extranjeros. Por eso 11. El autor anónimo de la Southern Quarterly Review hace la siguiente corrección: “We are surprised to find the Countess stating that the banana produces a ‘multitud[e] of bunches’. It is perfectly well known to all, who have ever seen it, that each plant bears only one” (Anónimo 1845: 167). En más de una ocasión la condesa da pruebas de que desconoce la realidad de la isla. Para una extensísima descripción de la planta del plátano en todos sus detalles, remito a Fredrika Bremer (2002: 44-46). La sueca es gran degustadora de plátanos desde el desayuno hasta por la noche. Erige esta fruta en la imagen de lo paradisiaco, ya que es “Musa paradisiaca” en la flora del Trópico de Cáncer, y en símbolo de lo femenino-maternal por su “bella hoja maternal” (ibíd.: 46, 45). Bremer considera que la hoja de la planta protege los plátanos como una gallina a sus polluelitos o una madre a sus hijos. La escritora no repara en que la denominación de Musa paradisiaca se aplica únicamente al plátano para freír, que no le gusta tanto. Aún mucho menos parece asociar la forma fálica de la fruta a lo masculino, lectura propuesta por Vázquez Díaz (1992: 90). Méndez Rodenas no la comparte y replica que “se contrasta la sutileza de la mirada de Bremer con la proyección de un imaginario masculino” (2004: 342).

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Merlin anota que los plátanos se exportan en forma confitada a Estados Unidos. Del maíz evoca toda su trayectoria histórica recurriendo a Humboldt e insiste en sus múltiples usos entre los cuales menciona “funchés (espèce de polenta) qui mériteraient une place sur les tables des gourmets les plus délicats” (III, 135). Por supuesto, la condesa se refiere a la variante dulce y no al funche que se hacía con harina gruesa de maíz (a veces, plátano o boniato) para las dotaciones de esclavos. El cacao nunca es mencionado por Merlin como desayuno, observación casi estándar en muchos relatos de viajeros a Cuba, sino que es “nourriture des hautes classes européennes” (III, 132). Subrepticiamente se deslizan remisiones a lo cubano en sus observaciones. Para los plátanos enumera los diferentes tipos de preparación, aunque no distingue bien entre el plátano verde o macho y el maduro o pinto para freír y el plátano dulce como fruta: “La banane peut se classer entre le fruit et le légume: elle est douce et fondante, c’est la plus saine et la plus agréable nourriture. On la mange crue, cuite, rôtie, dans son germe, dans sa verdeur, dans sa maturité, et toujours sous des formes diverses et avec des goûts différents” (III, 124). También se detiene algo más en la yuca entre los tubérculos o viandas. Retoma el cliché de su jugo venenoso ya presente desde su primera mención en los cronistas. Agrega la condesa: “Cependant le fruit [¿?] tout entier est fort agréable à manger, et s’emploie régulièrement dans de certains mets du pays fort savoureux” (III, 124). Nos puede hacer pensar en platos como mojo de yuca o el ajiaco cuyas recetas serían incluidas en los libros de cocina publicados a partir de la década de 1850. Señala asimismo que tanto el plátano como el pan de casave es comida de negros. De manera muy hipócrita observa: “Parmi nos excellents produits, la banane est un des plus exquis et des plus abondants. Les nègres en sont très-friands, en mangent à discrétion, et la préfèrent au pain de cassave, et même au pain de farine de blé” (III, 124). Por otras fuentes sabemos que el pan de trigo, producto de importación sujeto a impuestos elevados, quedaba reservado a la elite, de modo que no se trata de preferencia alguna. Merlin solo repite la idea también reproducida en su carta XX sobre la esclavitud en la que dice que están bien nutridos los negros. En su descripción de la jornada de

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los negros, “aussi réglé, que celui des journaliers de campagne de France” (III, 164), nos comunica lo siguiente, inspirándose en las leyes al respecto, no siempre cumplidas: A huit heures, on leur porte un déjeuner composé de viandes et de légumes. A onze heures et demie, au son de la cloche, ils se rendent de nouveau au batey; là on leur distribue une ration de viande déjà cuite, pour leur épargner de la peine pendant les deux heures de leur repos. Ils l’emportent dans leur bojio, où ils préparent un ragoût abondant, mêlé de force de bananes et assaisonné d’ajonjoli (2); puis ils ont de la zambumbia (3) à discretion12 (II, 164).

Huelga decir que las valoraciones positivas (“abondant” “force de”) y las buenas intenciones (“pour leur épargner la peine”) escamotean la realidad no siempre tan brillante. Continuando con los negros, Merlin ve precisamente la abundancia de los frutos y la fertilidad de la isla como un peligro para ellos. Estas circunstancias inducirían a la pereza en el caso de que los negros se liberaran. Casa, ropa, comida, todo está al alcance en este paraíso que es Cuba: La paresse a d’autant plus d’empire sur les nègres qu’elle n’est pas combattue par le besoin. A Cuba, la nature suffit avec luxe à tous leurs désirs; le sol offre, sans culture et en profusion, des racines colossales qu’on assaisonne avec des aromates exquis, sans autre peine que celle de se baisser pour les cueillir (II, 179).

En esto los negros se parecen a los indígenas. Estos últimos son presentados sistemáticamente de la misma manera: dóciles y disfrutando de la naturaleza que les brinda fruta y pescado sin que tengan que hacer ningún esfuerzo. La siguiente cita parece un calco de algún cronista: “Les fruits, si j’ose m’exprimer ainsi, leur tombaient dans la bouche, sans qu’ils eussent la peine de les cueillir, et la pêche était un plaisir sensuel pour un peuple dont toutes les jouissances consistaient 12. La misma condesa explica en una nota: “(2) sorte de graine piquante et aromatique qu’ils aiment avec passion. Ajonjolí (sésamo) (3) Jus de la canne fermentée” (III, 164). Nótese que parece desconocer la palabra tasajo. En cuanto a la transcripción de las palabras en español, queda por hacer una investigación sistemática, porque va cambiando en las diferentes cartas.

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dans le repos et dans la contemplation de la nature” (II, 131).13 La misma imagen edénica se repite en su introducción a los guajiros en la carta XXXV de manera que aúna a distintos grupos raciales a lo largo de los siglos. Sirve al propósito de subrayar el potencial de su país que ya desde sus orígenes ha sido sinónimo de fertilidad y ambiente idílico. Solo le falta la mano blanca de Europa para explotarlo. Después de estudiar las cartas de vivencias directas y las cartas sobre asuntos serios, me quedan por comentar sucintamente las cartas basadas en textos costumbristas. Ya dije respecto a Cecilia Valdés que en los artículos de costumbres, género que contribuye a constituir la nación desde lo auténtico, paradójicamente no suelen encontrarse muchas “páginas deslumbrantes sobre la cocina cubana” (Otero, en Bianchi Ross s.f.: s.p.). En Merlin la escena costumbrista más explícita respecto al tema es “Velar el mondongo” que junto con el velorio constituye la carta XXII. “Velar el mondongo” es de la mano del costumbrista cubano José Victoriano Betancourt, mientras que el otro texto sobre el velorio de un muerto, publicado en 1839 en La cartera cubana es anónimo. Méndez Rodenas explica la combinación de los dos temas, porque según ella los dos hipotextos provienen del mismo autor, tratan ambos de una manera de ‘velar’ y compaginan campo y ciudad en un deseo de representar la nación en su totalidad (1998: 109-110).14 Merlin introduce la escena dirigiéndose de la siguiente manera a su destinataria Madame Walsh, una aristócrata que se enriqueció gracias al azúcar: 13. Cuando Fredrika Bremer se encuentra con un hombre manco por haberse triturado el brazo en el trapiche (una suerte de Mackandal) y con su mujer, dice que la pareja representa el paraíso después del infierno del ingenio. El comentario se asemeja a lo evocado por la condesa de Merlin: “¿Quién puede ser más feliz que ellos? El sol les da ropa; la tierra, con muy poco trabajo, les da alimentos abundantes; los árboles dejan caer para ellos sus hermosos frutos, les dan sus hojas para cubrir la vivienda y alimentar a sus animales; todos los días son bellos y tranquilos; cada día tiene su goce: sol, descanso, frutas, vida en un aire cuya sola aspiración trae felicidad; el negro no pide más” (2002: 89). 14. Si se miran los hipotextos con cuidado se ve que Betancourt insiste en que velar el mondongo antes también se hacía en la ciudad, de manera que no funciona al cien por cien la oposición propuesta por Méndez Rodenas con cuya lectura discrepo en varios puntos.

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“venez dans un lieu inconnu et singulier vous mêler par la pensée à des moeurs qui n’ont pas été décrites et qui à peine ont été observées” (III, 25-26). El afán de decir cosas nuevas puede ser una mera fórmula retórica, pero sorprende al conocer la autoría de por lo menos uno de los textos. No obstante, la autora se protege delegando la palabra. Los dos velorios son contados por un pariente suyo, “un esprit distingué et cultivé qui figurerait très-bien dans les salons de Paris et de Londres” (III, 26). ¿Sería descabellado considerar a este pariente digno de figurar en los salones europeos como un reconocimiento velado del verdadero autor, Betancourt?15 Además, se podría interpretar esta frase sobre la novedad de las costumbres en el sentido de que lo cubano merece ser descrito para un público extranjero, porque tiene encanto, novedad y frescura, a pesar de ser un tanto bárbaro, “une grâce sauvage étrangère à notre vie habituelle” (III, 26). Esta propuesta de lectura se ve confirmada por el siguiente comentario de Merlin al final del fragmento sobre el velorio del muerto: “assurément les peintres de moeurs bourgeoises, Charles Dickens, Teniers ou Lesage tireraient bon parti de votre velorio” (III, 54). Merlin se inserta de manera implícita e indirecta (por el pariente) en este elenco compuesto por escritores de la talla de Dickens o Alain-René Lesage, y pintores de escenas populares como David Teniers. Efectivamente, quiere sacar a relucir todos los colores de las escenas costumbristas —“Ici, les couleurs sont fraîches et vives” (III, 26)—, a diferencia de los colores apagados en Europa y a diferencia de Betancourt que más bien pinta “con tosco pincel y apagados colores algunas costumbres” (Betancourt, en Méndez Rodenas 1998:109). Sea como sea la cuestión de la autoría no explicitada, Merlin reescribe con ciertas libertades ambas escenas mediante lo que Méndez Rodenas llama un “radial reading” (1998: 114). Me limito a comentar la escena más culinaria, “velar el mondongo”. Merlin elimina toda la introducción de Betancourt sobre la importancia de las costumbres 15. Méndez Rodenas (1998: 110-11) ve a la destinataria Madame Walsh como un alter ego de Merlin. Opina que Merlin quiere descubrir e inventar como si fuese un nuevo Colón, y que adopta una perspectiva de forastera y autóctona a la vez, a diferencia de Betancourt que es de dentro y que es más moralizador. Méndez Rodenas no interpreta la delegación de la palabra al pariente.

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y la evolución en el velar el mondongo que se fue retirando de la ciudad al campo y fue sustituido en la ciudad por ambigúes y comidas finas como el pavo. Luego, siguiendo a Betancourt, describe la noche en que se preparan el mondongo y un lechón y se espera bailando el zapateado y escuchando al cantante ño Pepe hasta la mañana. En la reescritura el texto es despojado de sus connotaciones vulgares y prosaicas con el fin de ensalzar en lo posible esta escena rústica, bastante repulsiva a los ojos del costumbrista Betancourt. El pariente elimina por completo la limpia sangrienta y la matanza violenta por consideración a la interlocutora Mercedes.16 Desaparecen asimismo calificaciones negativas del tipo “sudando” o “hediondos”. Los comensales se abstienen de gritar para especificar cuál trozo del mondongo prefieren a diferencia de Betancourt: “¡Echenme tripas! —dice uno que no ha podido alcanzar hasta la cazuela. —¡A mí panza! —grita otra” (s.f.: 3). Tampoco “embisten” al lechón como en Betancourt. De ahí el final distinto en Betancourt sobre “[e]sta costumbre, poco conforme a nuestra cultura”: “A pesar de la inocencia de esta diversión, es demasiado sucia, y muy prosaico ver una joven, linda y fresca como madrugada de mayo, en vez de exhalar los perfumes de la rosa despedir los olores del mondongo” (s.f.: 3). En la condesa leemos: “Et de la veillée du mondongo, comme de la veillée du mort, il ne reste plus, chère cousine de mi corazon, que de nouveaux germes de vie, de frais souvenirs, de riantes espérances, des illusions nouvelles, des mariages et des amours” (III, 40). Estas omisiones corroboran la idea central expresada por el pariente: lo poético de estas fiestas que culmina en la descripción del zapateado se impone sobre lo vulgar de la comida. La civilización triunfa sobre la barbarie: “l’avant-scène gastronomique finit, et la portion poétique commence” (III, 36). Y en la versión española se explicita: “El mondongo no es más que un pretexto; el verdadero objeto son el baile, la música, el amor y la libertad” (Merlin 2006: 127). Se llega a “effacer tout à fait le vulgaire prétexte de la fête” y “toutes les idées gastronomiques ont disparu” (III, 38). Parece que lo prosaico del acto de 16. Curiosamente en la versión española se ha vuelto a introducir la descripción sangrienta de la matanza y se hace una breve referencia a la limpia.

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comer no es considerado tema digno de ser incluido como tal.17 En este sentido se pueden explicar también las comparaciones con la cultura occidental. La expresión “riche comme Crésus” (III, 36) se usa para el cantante en lugar de “un guajiro con más cuartos que la Casa de Correos, con más levas que el buey Limón” en Betancourt. Un “repas homérique” (III, 35) sustituye el prosaico “para llenar tantos estómagos” (Betancourt s.f.: 2). Y el cantante ño Pepe es comparado a los hombres y mujeres prominentes en los salones europeos: “No Pepe est un homme aussi important dans le pays que les plus célèbres lions dans les salons de Paris et de Londres” (III, 37). Si consideramos el tipo de comida campestre vemos que reúne lo más cubano, ya que es fusión de por lo menos tres influencias y culturas. La carne de puerco y el mondongo (de cerdo o de ternero) provienen en sus orígenes de Europa. El lechón va acompañado de casabe (lo auténtico indígena), y el mondongo de plátano (asociado con la dieta africana).18 Pero aquí tampoco repara la condesa en esta fusión. Con todo, hay un intento de presentar una imagen favorable de este mundo campestre y de valorar de manera positiva las costumbres del guajiro, imagen de la barbarie y del atraso, pero expresión de lo genuino. Por todo lo observado anteriormente puedo concluir que Merlin ha querido exaltar la dieta cubana y que ha manipulado la realidad en función de una idea determinista de influencia del clima en la gente y en sus costumbres alimentarias. De esta manera se acerca a las visiones exoticistas. Engloba a las diferentes razas y clases en su visión azu17. En el caso de que se incluya lo vulgar del acto de comer es en clave humorística. En la primera parte sobre el velorio del muerto, Merlin se inventa al personaje de don Saturio, ausente en el hipotexto (Méndez Rodenas 1998: 113). Es una suerte de bufón cuya manera de comer apunta a lo bajo, lo abyecto. Demuestra una falta de respeto total de los modales. Saturio es descrito así: “Il fut magnifique. La serviette étendue d’une épaule à l’autre, une fourchette à la main droite et brandissant un couteau de la main gauche, il détruisait un jambon, lançait de bons mots de la plus antique espèce, dépeçait les volailles dont il pouvait s’emparer et en faisait disparaître les meilleures parties dans les profondeurs de son estomac” (III, 32; el énfasis es mío). 18. En Betancourt el pan de casabe acompaña al mondongo y los plátanos al lechón, lo cual parece más plausible.

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carada. Pone su isla a la venta mediante las frutas dulces que la acompañan hasta en su barco de regreso a su patria adoptiva, Francia. A la vez, Merlin se coloca del lado criollo y hay brotes identitarios en esta exaltación de platos muy típicos. El estilo lírico y romántico contribuye a exaltarlo todo en un aura de lo sublime. Merlin es de dentro y de fuera, también en su acercamiento culinario y nos presenta una visión idealizada que borra todas las tensiones raciales.19 De mis observaciones gastrocríticas no se desprende una reivindicación feminista. No estamos aún en tiempos de Kitchen[s] as Self-empowering Site[s] (André), ya que la condesa advierte de paso: “je préfère mon salon à ma cuisine” (II, 22). Se podría alegar que su énfasis en lo dulce podría asociarse con las mujeres como una suerte de gendered food (Lupton). No obstante, la preferencia por lo azucarado no solo se encuentra en relación a las mujeres, sino que se extiende a todos, también a hombres. Las estrategias de Merlin para manifestarse como mujer son otras. Habla de lo público, terreno reservado a los hombres (Martin 1995), al lado de lo privado. Recurre al mismo tiempo a las tretas de las débiles, citando a los hombres y colocándose en su papel de mujer supuestamente inferior. Araújo apunta de manera muy lúcida sobre la posición de Merlin que “[c]olocarse por debajo de la inteligencia es asumir una posición tradicional; apoyarse en atributos que la masculinidad ha hecho sus emblemas es hablar, a los hombres, en un lenguaje reconocible. Estrategia femenina esta de autodevaluarse por convencimiento o por argucia” (1997: 27). Más que el gender importa su clase social en su aproximación a lo gastronómico: elimina cualquier referencia a lo sucio y mejora la dieta de los otros grupos sociales y raciales, como si todos pertenecieran a una sola familia encabezada por la clase alta. En La Havane, Merlin se inscribe en toda una tradición de relatos de viaje donde se multiplican los filtros literarios hasta el infinito. No fue tan grande mi sorpresa al toparme con una evocación de las frutas de La Habana en las Scènes américaines de Charles Ollife, de 1853:

19. La misma idealización se encuentra en otros campos, por ejemplo, en la evocación de la mujer habanaera. Véase a este respecto Vásquez (1986).

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Les invités ont peine à se croire dans la même pièce où ils ont dîné tout-àl’heure: non seulement ils n’y sentent pas la moindre odeur des mets qu’on y avait servis, mais ils aspirent, au contraire les parfums les plus exquis, grâce à la variété infinie de fleurs et de fruits délicieux qui couvrent maintenant la table. Parmi ces fruits, on retrouve toujours la guayava, renommé pour la gelée qui en provient, ainsi que nous l’avons déjà dit; le tuna, de la grosseur d’un petit ananas, qu’on regarde comme extrêmement sain; la zapitalla [sic] suave, espèce de pomme sauvage d’un goût très-agréable; enfin, le mamey, dont la saveur tient tellement de l’ambroisie, que les natifs de Saint-Domingue, où il croît en grande abondance, se figurent que c’est la nourriture des âmes bienheureuses dans l’autre monde (1853: 91-92).

Invito al lector a que reconstruya el patchwork de sintagmas provenientes de Merlin. Definitivamente, en la literatura de viajes decimonónica Cuba sabe a libros.

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Las novelas abolicionistas y los relatos de viaje: escasa cosecha En las dos obras estudiadas hasta ahora, poco hemos aprendido sobre la representación literaria de la comida de los esclavos, ya sean domésticos o trabajen en las plantaciones. Parece que nos tendríamos que contentar con las observaciones generales sobre el Caribe en su totalidad de antropólogos como Sydney Mintz cuyo texto fundacional Sabor a comida, sabor a libertad nos enseña algo sobre las modalidades alimentarias de los esclavos. Con relación a los negros domésticos y su vida cotidiana, sabemos que lo pasaban algo mejor comiendo lo que quedaba de lo servido en la mesa de sus amos: “La comida insustancial era trocada por las sobras del amo, generalmente abundantes en aquel entonces” (Ortiz 1987: 284). Incluso cuando el protagonista de la obra es un esclavo no resulta muy exitoso el rastreo de las remisiones culinarias. Por ejemplo, en Sab (1841) de Gertrudis Gómez de Avellaneda, la concentración en un solo individuo dócil, el mulato Sab, el “buen salvaje”, y toda la orientación romántica no incitan a hablar de asuntos tan poco sublimes. La Autobiografía de Juan Francisco Manzano (1835),1 obra co1. La obra fue terminada por Manzano y corregida por Anselmo y Suárez en 1835 y hasta 1937 solo fue conocida por la traducción en inglés de Richard Madden.

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misionada por el grupo delmontino, se limita a señalar las penurias de manera muy general. El protagonista es el subordinado por excelencia, también en el suministro alimenticio: desde que ha caído en las garras de la tiránica marquesa Prado Ameno, tiene hambre continuamente, vive de sobras, se encuentra debajo de la mesa como un perro2 con el fin de subrayar su posición inferior respecto a su ama cruel. Es por eso que Ellen Brightwell ve el hambre física como un tropo del “lack of self-expression and realization” (2010: 2). Las pocas veces que encuentra abundancia de comida, no la saborea con delicadeza, sino que la engulle. Así lo refiere Manzano: Yo he atribuido la pequeñez de mi estatura y la debilidad de mi naturaleza a la amargosa vida que desde trece a catorce años he traído: siempre flaco extenuado llevaba en mi semblante la palidez de un convaleciente con tamañas ojeras. No es de extrañar que continuo hambriento me comiese cuanto hallaba, por lo que se me miraba como el más glotón: no teniendo hora segura, comía a dos carrillos, tragándome las cosas medio enteras, de donde me provenían frecuentes indigestiones; y yendo a menudo a ciertas necesidades, me hacía acreedor a otros castigos (2007: 88).

Solo le importa la cantidad, lo cual es en consonancia con lo que advierte Bourdieu (1979: 189-248) en relación con la comida de los necesitados. En la cita también se destaca la atención por el cuerpo: las ojeras y la palidez3 debidas a la inanición; las indigestiones y la recatada mención del proceso de expulsión provocado por el atracón. Todo esto resulta congruente con la centralidad del cuerpo como motor de la obra entera. Más de un crítico ha observado que Juan Fran2. Recuerda la descripción de los indígenas realizada por las Casas que ya he citado en la parte introductoria al siglo xix: “Y es verdad que, estando el minero comiendo, estaban los indios debaxo [de] la mesa —como suelen estar los perros y los gatos— para, en cayéndose el güeso, arrebatallo; el cual chupaban primero, y después de bien chupado, entre dos piedras lo majaban, y lo que dél podían gozar con el cazabí lo comían, y así de todo el güeso no perdían nada” (1994 IV: 1352). 3. Es significativo que Manzano hable de palidez. En todo el libro se observa un deseo de diferenciarse del negro, tal como comenta Jerome Branche en su artículo “‘Mulato entre negros’ (y blancos): Writing, Race, The Antislavery Question, and Juan Francisco Manzano’s Autobiografía” (2001).

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cisco Manzano escribe desde el cuerpo, metonimia de su individualidad. Cuenta su vida desde un mapa de cicatrices y de sensaciones que pasan por el cuerpo en un estilo igual de lacerado y descoyuntado y en una estructura también fragmentada. Las escasas remisiones a la alimentación en sus repercusiones corporales completan las recurrentes observaciones sobre la mortificación del cuerpo del esclavo, que por la falta más insignificante es expuesto a azotes, cepo, encierros, grilletes o ayuno, entre otras humillaciones. En Francisco. El ingenio o las delicias del campo (1839 [2007]) de Anselmo Suárez y Romero,4 otra obra escrita por encargo del grupo delmontino, el subtítulo mismo nos indica en qué sentido tenemos que interpretar lo culinario. La ironía no puede ser más cruel, ya que Francisco se ve constantemente privado de las ‘delicias’ más elementales, como dormir o comer, a causa de los castigos que le quitan el apetito y el sueño: enflaquece y tiene dolor. En esta obra con trama romántica sobre el amor fatal entre la mulata Dorotea y el negro Francisco, contrariado por el hijo del ama de la casa, el blanco sádico Ricardo, los personajes son devorados por los sentimientos: celos o sospechas en el caso de Dorotea, enojo en el caso de Ricardo. Francisco se alimenta de lágrimas, muerde tierra cuando se entera de que Dorotea ha cedido ante las presiones de Ricardo y es finalmente picoteado (devorado) por las auras después de haberse colgado de una guásima. González Echevarría (2010: 55-56) observa otro uso simbólico respecto a otro tema romántico muy presente en las novelas abolicionistas, el incesto. Advierte en el libro la insistencia en que Dorotea y Ricardo son hermanos de leche, ya que ambos fueron amamantados por la madre de Dorotea. A esto se suma el torcido amor de la madre por el hijo. Como leche en español vulgar significa semen, el crítico postula que la leche de la nodriza sustituye el semen que habría hecho a Ricardo y Dorotea hermanos carnales y la leche que la madre le negó a su hijo es la que pretende recibir de Ricardo. De esta manera la leche propicia las transgresiones raciales y sexuales. El líquido simbolizaría la sociedad endogámica que es Cuba, un teatro erótico e incestuoso de crueldades, que se aniquila a sí mismo.5 4. La obra fue terminada en 1839 y circulaban algunos fragmentos, pero el libro entero no fue publicado hasta en 1880 en Nueva York. 5. Entronca con mis observaciones sobre la leche de María de Regla en Cecilia Valdés.

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En las pocas ocasiones en que se habla del verdadero sustento de los negros, reducido a funche y tasajo, se recalca la dicotomía inhumanidad y privación desde arriba/solidaridad desde abajo, lo cual viene a subrayar el objetivo del libro, la vehemente denuncia de la situación del esclavo. Durante el descanso a mediodía el tiempo no es suficiente “para asar su ración de tasajo” de manera que “a medio cocer y a veces caminando hacia el campo tienen que engullírsela de carrera, (...)” (Suárez y Romero 2007: 30). Los negros, en cambio, brindan su funche y su tasajo a Francisco como una de las maneras de ayudarlo durante el trabajo duro del corte de la caña. Francisco también regala su comida a los demás, porque la tristeza le impide comer. De la misma manera, Dorotea le lleva las sobras de la mesa a Francisco, postrado en la enfermería sin que cesen los bocabajos. Al igual que en Cecilia Valdés, algunas referencias culinarias atañen esencialmente al uso médico o al estereotipo de la borrachera del negro. El olor del aguardiente hace que Francisco vuelva en sí después de varios desmayos y una curiosa mezcla desinfectante de aguardiente, orines, sal y tabaco es aplicada a las heridas en las nalgas, provocadas por los latigazos.6 En varias ocasiones Francisco es considerado injustamente un borracho como excusa para intensificar los castigos. En resumen, las remisiones a la comida y bebida recalcan el drama ubicado en el contexto horroroso del ingenio. Cabe agregar que tampoco los artículos costumbristas, como los de Anselmo Suárez y Romero (“Bohíos”, “Bohíos al oscurecer”) nos permiten penetrar mucho más en la vida cotidiana del negro. Se nos ofrecen unas visiones muy edulcoradas de los chiqueros y gallineros, de los conucos donde se cultivan quimbombó, ají, plátano, maní, ajonjolí, ají. Se repite lo ya conocido de la comida de los negros de la plantación que consiste en tasajo, bacalao, viandas, plátanos, arroz. A veces se agrega algún que otro detalle más personal, por ejemplo: “El otro encomiaba el trago de aguardiente que, en lloviendo, se les repartía en la mayordomía. (...). El otro sin probar bocado, se había acostado muerto de sueño. El otro salía con una jícara en la mano, camino 6. Para las implicaciones sádicas de esta violencia homoerótica remito a Ellis (1998: 425).

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de la casa de calderas, en busca de un guarapo caliente” (Suárez y Romero 1963: 289). Recurriendo a otro corpus, amplísimo, el de los relatos de viajeros a Cuba, en el que se inscribe en parte el texto de la condesa que acabo de analizar en el subcapítulo anterior, es obvio que la descripción de la comida está en función de los intereses de los viajeros, que representan un abanico muy amplio. A este respecto es muy acertada la observación de Guicharnaud-Tollis: “(...) un énorme fossé sépare le voyageur indépendant en quête d’exotisme, du savant ou du chargé de mission. Et le simple journal écrit à chaud sur place, surtout descriptif, familier, voire intimiste, ne peut être mis sur le même plan que le traité à vocation scientifique ou que l’ouvrage de propagande, abolitionniste, par exemple, écrit à distance, quelques années plus tard” (1996: 27). Continúa diciendo que a pesar de tantas divergencias casi inevitablemente surge el tema de la situación colonial y de la población negra. Y es en estos apartados donde se suele tocar la alimentación. Muchos viajeros individuales parten de una relación cuantitativa conforme con lo estipulado en las reglamentaciones. Wurdemann comenta sobre los esclavos, “in some respects better off than the European peasant”: “They are required to have daily six or eight plantains, or an equivalent in potatoes, yams, yucas, or other edible roots, eight ounces of meat or fish, and four ounces of rice or flour” (1844: 260; 258). Encontramos estas cantidades efectivamente en los reglamentos de Cuba de 1842 que fueron letra muerta en muchos casos (Sarmiento Ramírez 2009: 130-131). Aunque corro el peligro de generalizar, tal como lo advirtió Guicharnaud-Tollis, distingo tres tendencias en la evaluación de la comida de los negros en el corpus de relatos de viajeros que consulté y que en gran parte están ubicados en la primera mitad del siglo xix. Bastantes viajeros, entre otros la condesa de Merlin, encuentran que los negros son bien alimentados, lo cual casi siempre obedece al propósito de presentar la isla de manera idílica. Los abolicionistas Turnbull y Madden, al contrario, esbozan unos cuadros horripilantes de hambre. Este grupo de detractores del tratamiento de los esclavos en los ingenios tampoco es de fiar, ya que no solo actúan por razones éticas y filantrópicas, sino también para promocionar la venta de maquinaria como sustituto de la mano de obra y para fomentar el cultivo en las

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islas bajo dominio británico. Con todo, hay mucha verdad en la indigencia evocada: según Guicharnaud-Tollis (1996: 269) solo en una décima parte de las plantaciones la situación habría sido un poco más humana. También es cierto que a medida de que se iba dificultando la importación de esclavos, se les cuidaba un poco mejor por la falta de ‘piezas de recambio’. Un tercer grupo adopta una actitud matizada. En su obra La reine des Antilles ou situation actuelle de l’Ile de Cuba, el vizconde Gustave d’Hespel D’Harponville, antiguo capitán de caballería al servicio del rey de España, habla de ciertas plantaciones que dan comida suficiente, mientras que en otras la dieta deja mucho que desear, por ejemplo, en lo que describe a continuación: Dans aucune des Antilles et sur aucune habitation, je n’ai jamais vu une population noire dans un état plus déplorable; les nègres étaient faibles, paraissaient souffrants, exténués. Le travail commença avec l’aurore, ils revinrent à midi; on leur distribua des vivres; ils consistaient en quatre onces de tassot (1)7 et une petite mesure de farine de maïs par individu. Ils les portèrent dans un hangar, où était la cuisine et deux négresses chargées de faire cuire le manger dans deux grandes chaudières. Ils reprirent le travail à deux heures et en revinrent à six et demie. Après la prière et un souper aussi frugal que le repas du matin, on les fit travailler jusqu’à onze heures de la nuit à faire du mortier et à construire un hôpital (1850: 273-274).

La misma actitud vacilante se observa aún más en el religioso Abbot quien viajó por Cuba en 1829. Asevera que los negros trabajan más que en Carolina, pero que comen mejor: son servidos y “no se les tasa la ración” (Abbot 1965: 73). Curiosamente especifica a continuación algunas de las cantidades ofrecidas: Vienen a la cocina con sus güiros y se sirven cuanto desean del delicioso plátano; tienen raciones hasta de pescado y tasajo, para variar, corazones y re7. Este viajero, que parece detestar gran parte de la comida de la isla, dice respecto al tasajo en una nota: “(1) Bœuf salé et desséché. Il ressemble avant d’être cuit à du vieux cuir durci qui empeste et, selon notre goût, peut-être davantage après” (D’Hespel D’Harponville 1850: 273). Por supuesto, no menciona que existen diferentes tipos de tasajo: de primera, segunda y tercera clase, esta última hecha con piltrafa.

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siduos de res. Un bacalao de buen tamaño se corta en tres porciones y se le da al trabajador una al día. Una libra de tasajo también es una ración. Además de la comida corriente, tienen sus platos favoritos que ellos mismos cocinan en sus cazuelas propias, en las que ponen malanga, quimbombó y todo cuanto deseen, cosechado en sus propias huertas (ibíd.: 73; el énfasis es mío).

Sobre todo la paradoja del final es llamativa: la comida suministrada no parece ser la de su predilección y el “todo cuanto deseen” queda reducido a los frutos de su propia huerta. Vemos por tanto que muchos relatos nos informan sobre los productos, sin que se nos faciliten muchos detalles sobre la manera de prepararlos o de comerlos, la calidad, su olor o sabor. Aún menos se preocupan por elaborar esas evocaciones estilísticamente: no se agregan adjetivos que pudieran estimular la imaginación y/o la visualización. Las únicas connotaciones obvias son la socio-económica y, en menor medida, la médica. El tasajo, el funche, el bacalao, el arroz, la batata, el boniato son todos productos baratos, muy nutritivos, en resumen, ‘comida de negros’.8 Excepto las viandas, son importados y van destinados a los negros que paradójicamente trabajaban para la exportación. De hecho, se oscilaba constantemente entre la necesidad de proveer de suficientes calorías a estas máquinas humanas y de reducir los gastos: “A los dueños de las plantaciones les interesaba el esclavo como máquina de trabajo, y las calorías que necesitaba esta máquina humana tenían que ser suministradas al menor costo posible” (Villapol 1977: 327). Se cuidaba esencialmente la cantidad, mientras que la calidad y la variedad dejaban mucho que desear. 8. Ismael Sarmiento Ramírez observó que en la Cuba colonial, todos los alimentos básicos (viandas, plátanos, arroz, frijoles, tasajo y bacalao) eran comunes al conjunto de la población. La diferencia estribaba en una “elaboración más cuidada, la incorporación de algunos ingredientes importados y una mejor presentación, (...)” (2003: 200). Esto no impedía ciertas asociaciones racistas. Dawdy advierte que en un periódico de 1865 se apuntaba que el comer demasiadas viandas podría llevar a ennegrecer la raza, a diferencia de la ingestión del pan de trigo que la blanquearía (2002: 53). En su interesante artículo Folch demuestra que las recetas en base a viandas muy presentes en los primeros libros de cocina del xix fueron eliminadas en muchos recetarios prerrevolucionarios del siglo xx con el fin de blanquear la dieta.

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Unas contadas veces, los viajeros van más allá de los secos guarismos. John Glanville Taylor en The United States and Cuba, publicado en 1851, habla del desayuno de los negros: “(…), they chiefly make good use of their minutes by warming up a cup of coffee for themselves, and a cake of maize, or roasting a plantain or two, before encountering the hard morning’s work” (en Pérez 1992: 55). En To Cuba and Back. A Vacation Voyage, Richard Dana, entre otros viajeros, refiere cuál es el mayor remedio para aplacar el hambre en las plantaciones: “As we stop at one station, which seems to be in the middle of a cane-field, the negroes and Coolies9 go to the cane, slash off a piece with their knives, cut off the rind, and chew the stick of soft, saccharine pulp, the juice running out of their mouths as they eat. They seem to enjoy it so highly, that I am tempted to try the taste of it, myself ” (1860: 108). Por supuesto, es la necesidad de calorías junto con la fruición sensorial las que provocan este entusiasmo por la caña de azúcar. Una figura curiosa que ha intentado arriesgarse un poco más en el mundo de los negros, física y sensorialmente, es la sueca Fredrika Bremer (1801-1865). Bremer fue una escritora protofeminista, muy creyente, que abogaba por un socialismo cristiano.10 Es una de las pocas personas en haber viajado por el interior de Cuba cuya naturaleza exalta de modo casi místico, a la vez que se interesa por sus habitantes. Durante varios meses del año de 1851 Bremer residió en casas de propietarios extranjeros de cafetales e ingenios en Cuba. Movida por una gran curiosidad, la que se autodesignaba viajera antillana traspasa el umbral de los barracones y se adentra en las chozas de los negros libres. En su afán de exhaustividad menciona a lo que ella llama los fu9. Me doy cuenta de que he excluido en este análisis a este grupo importante en la segunda mitad del siglo xix (125.000 chinos entre 1847 y 1874). Para una primera aproximación, véanse Pérez de la Riva y Jiménez Pastrana. 10. Para mayor información sobre esta figura remito a “Fredrika Bremer y la Cuba del siglo xix (Testimonio Americano de una novelista sueca)”, de 1992, del escritor cubano residente en Suecia, René Vázquez Díaz, quien también es autor de una novela, Fredrika en el Paraíso (1999). Agradezco a René la ayuda en localizar las palabras culinarias en sueco. Es una lástima que no haya podido consultar los dibujos de Bremer que hubieran podido enriquecer mi lectura.

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gitivos (los cimarrones), que consiguen provisiones de los negros de los barracones. Por eso Méndez Rodenas la califica de “participant-observer” (2000: 205) en el sentido de Clifford: intenta compenetrarse, superar la escisión sujeto/objeto, ser más que una mera visitante. En sus frecuentes incursiones culinarias comprobamos el mismo intento de rebasar las fronteras: Bremer prueba muchos platos y los describe con las palabras a su alcance. No obstante, persisten el peso de sus costumbres y la diferencia de clase, combinados con la inevitable distancia a causa de su desconocimiento del español. Así, dice haber presenciado varias veces la comida en los barracones. Los ingredientes que reconoce son los consabidos: ve que los esclavos comen arroz, pescado salado, cerdo ahumado y plátanos. En el ingenio Ariadna encuentra que los negros por su aspecto dan “claro testimonio de que están bien alimentados y contentos” (Bremer 2002: 81). Pero agrega que al comerse el arroz, “[c]on frecuencia se ayudaban con los dedos” (ibíd.: 80), lo cual implica cierta mirada condescendiente respecto a la falta de modales. Su deseo de inmersión se deduce asimismo del hecho de que en el ingenio más grande de Santa Amelia sugiere que ha intentado probar lo servido: “Aquí no se les alimenta con arroz, sino con una especie de raíz llamada “malanga”, que se dice que les gusta mucho, pero que no me parece muy apetitosa. Es amarilla y muy semejante a las papas, pero insípida y amarga” (ibíd.: 102).11 El sabor de este tubérculo es demasiado ajeno a las papilas de la sueca. Durante su estancia en este ingenio se van envenenando cada vez más sus ensoñaciones románticas sobre los negros, ya que constata mucha más explotación y peor alimentación. Visita también la choza de negros campesinos libres cuya situación precaria es un tanto mitigada por la cría de cerdos y los cultivos en los conucos: En el bosquecillo de bananos había un par de chocitas de ramas y en cada una de ellas vivía un gran cerdo, que en ese momento se desayunaba tran11. Advierte René Vázquez Díaz que “en cuanto al sabor, ella no se expresa tan categóricamente como en la traducción de Mathilde Goulard, sino que dice: ‘Es amarilla y muy semejante a las papas, pero tiene un sabor soso, algo amargo (fadd, något best smak)’” (Correo personal del 4 de marzo 2011).

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quilamente con cáscaras de plátano. Los cerdos son la mayor riqueza de los campesinos negros y aun de los esclavos de las plantaciones. Éstos los ceban sin dificultad con hojas de banano y frutos de la sierra, y los venden a doce o quince dólares cada uno. Más allá del bosquecillo, con sus árboles frutales y sus cerdos, había algunas parcelas cultivadas con tubérculos y maíz, bastante mal cuidadas (ibíd.: 86-87)

La calificación final puede sugerir cierta visión estereotipada de la pereza y falta de productividad del negro. Instigada por su afán de incluir a todos los desamparados, Bremer es una de las pocas en fijarse en los campesinos pobres de origen canario. Aunque su color de piel es distinto y no viven la esclavitud de los ingenios, también lo pasan mal. Cuando Fredrika es acogida por la negra Cecilia en una finca del valle del Yumurí por la solicitud de su ama matancera, asiste a un almuerzo12 de los campesinos canarios: A eso de las diez, mi anfitriona subió a una colina cercana y sopló una caracola (...). Era la señal para que los hombres, que estaban en el valle, se reuniesen a almorzar. (...). Los hombres, viejos y jóvenes, con rostros oscuros y poco alegres, se reunieron para el almuerzo, compuesto de bacalao salado y de ñame, 13 pan de maíz, plátanos fritos (una clase más basta de bananos), cerdo y un tipo de harina, de color amarillo pálido, servida en un gran cuenco cuyo nombre no pude saber, porque Cecilia hablaba un inglés muy defectuoso. El almuerzo era abundante, pero mal preparado y mal servido. En la comida había también carne cocida y frijoles negros con arroz, pero todo tan mal preparado, tan duro y tan poco apetitoso, que yo no pude comer nada del rebosante plato que la bien intencionada campesina me puso delante. Y si Cecilia no hubiese traído consigo un poco de arroz y papas (lo único que quise que lleváramos), que ella misma preparó y que ambas comimos con mantequilla 12. En la versión inglesa se habla de breakfast (por almuerzo) y dinner (por comida). Solía haber dos comidas por día, sobre las diez/once: el desayuno, llamado almuerzo en el fragmento, y a las tres: la comida. Al levantarse se solía tomar únicamente café o chocolate. La confusión en cuanto a la denominación de las comidas es grande en los viajeros. Además, hay variantes según las regiones. 13. René Vázquez Díaz me explicó que Fredrika no conoce la palabra bacalao, sino que pone salt stockfisk, a veces salt fisk o torr fisk (pescado seco) y para ñame usa yamsrot, mientras que mantiene malanga en su texto para distinguirlo de la otra raíz, rot (Correos personales del 3 y 4 de marzo 2011).

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fresca (también procedente de la casa en Matanzas), hubiera tenido que quedarme con hambre todo el día. Pero, tal como sucedieron las cosas, puede [sic] sentirme como la pastora de algún cuento, y terminé mi comida con plátanos y un bizcocho exquisito (ibíd.: 70).

Fredrika se muestra incapaz de tragar la comida de los pobres, compuesta por ingredientes de calidad inferior, y se atiene a lo conocido y lo europeizado. No llega a aprenderse siempre los nombres exactos de los platos: no entiende el nombre del tipo de harina de color amarillo que René Vázquez Díaz identifica como algún plato de gofio, el escaldón, “que se hace revolviendo el gofio con leche o caldo, que luego se deja cocer” (2010: 290). Con todo, Fredrika es la viajera que más se esfuerza por franquear barreras. Por eso no es sorprendente que prefiera platos aún más elementales que el ajiaco, exaltado por la condesa de Merlin. Lo que le encanta a la Bremer son el fufú y la yuca, que acierta a nombrar casi correctamente, ya que escribe foufou y yuga en la versión sueca: Estas islas de los mares del sur, amadas por el sol, abundan en ricas frutas y en especias. La mesa de la señora Carrera es también una de las más exquisitas. Pero ninguno de los platos selectos me ha agradado más que el favorito de los esclavos negros, el “fufú”, una especie de pudding duro, pero muy gustoso, que ellos hacen con bananos o plátanos aplastados y que comen con una salsa de tomates u otras verduras. Es un plato muy bueno y saludable, que hemos comido varias veces en el almuerzo, desde que yo declaré mis preferencias por él. Y después de nuestras papas, que son una rareza en Cuba, no conozco ningún tubérculo tan bueno, tan sabroso ni exquisito como la noble raíz de la “yuca”, que se come —como las papas— con mantequilla fresca y que crece lo mismo en la pobre tierra de los negros que en las ricas plantaciones de los cafetales. Tan buena madre es la naturaleza, que los alimentos más sanos y más sabrosos de la tierra son, en cualquier país, los más asequibles a todos (2002: 184-185).

Tanto el fufú de plátano, que Bremer prefiere en su preparación criolla con tomates, como la yuca, no con la típica salsa de limón con ajo (el famoso mojo), sino con la mantequilla europea, simbolizan comida sencilla y sabrosa. Como ya he observado en el caso de las tor-

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tillas de San Rafael o del ajiaco, los ingredientes africanos e indígenas contribuyen inevitablemente a la cocina cubana, sea de clase alta o baja, aunque Fredrika no recalca esta “mixofilia” (Leclercq). Mirado el paseo culinario de Fredrika en su totalidad, procede matizar su “visión con”: llega hasta donde puede, vistas las circunstancias de la época en la que vivía. No puede ser sino la europea civilizada, influida por ideas coloniales e imperiales, quien se acerca a los indigentes (blancos y negros), inspirada por sus ideas cristianas de bondad.

El Cimarrón de Miguel Barnet, the Real Thing? La última vía para acercarme al mundo culinario del negro la efectuaré desde cierta distancia temporal. Me centraré en Biografía de un cimarrón (1966) de Miguel Barnet, que consulté en la edición de 1998 con el título cambiado, Cimarrón, y con la adición del subtítulo Historia de un esclavo en la página de título.14 Como es sabido, el negro Esteban Montejo cuenta su vida cuyos cuarenta primeros años se desarrollan en el siglo xix: ha sido esclavo, cimarrón, jornalero, soldado en el ejército libertador durante la Guerra de Independencia. La base son una serie de entrevistas realizadas por Miguel Barnet entre 1963 y 1966. En aquel entonces Barnet trabajaba con Argeliers León en el recién creado Instituto de Etnología y Folklore de La Habana y realizó su investigación como parte del trabajo de este instituto. Investigaba la vida en los barracones y las religiones afrocubanas, un interés que cultiva hasta hoy.15 Después de ver mencionado a Esteban Montejo en un artículo periodístico sobre personas de más de cien años, fue a verlo en el Hogar del Veterano de la Guerra de Independencia y grabó una serie de entrevistas. Su interlocutor, un hombre un tanto solitario, mostró al inicio cierta reticencia ante esa máquina. Se fue convirtiendo luego en un narrador muy 14. Me he basado en la edición de Siruela de 1998, Cimarrón. Historia de un esclavo (1998a) que indicaré únicamente con el título (cuando corresponda) y la página. 15. En 1995 Barnet publicó un libro Cultos Afrocubanos. La Regla de Ocha. La Regla de Palo Monte donde Montejo aparece mencionado como fuente.

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Portada. Cimarrón (edición española de Siruela).

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expresivo, en parte gracias a algunos regalitos, como dulce de coco o aguardiente. Casi podría tildárselo de performero, ya que a petición suya algunas de las entrevistas fueron llevadas a cabo en la barbería de la residencia en interacción con los comentarios, bromas y chismes de otros ancianos (Barnet 1998b: 140). Cimarrón es considerado el libro fundacional del género del testimonio cuyos otros grandes representantes son Hasta no verte Jesús mío (1969), transcrito por la mexicana Elena Poniatowska, y Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia (1983), transcrito por la venezolana Elisabeth Burgos. Conforme con lo propuesto por Sklodowska (1992), Beverley (1993) y Gugelberger (1996) el testimonio puede ser definido como una narración en primera persona donde un subalterno relata oralmente la historia de su vida o de una parte significativa de esta, su petite histoire, que es consignada por escrito por un entrevistador-escritor. Se trata por tanto de dar voz a los sin voz (sobre todo a las sin voz) y el individuo representa a un colectivo. Esta definición se acerca a lo que Sklodowska llama un discurso testimonial mediatizado, que consiste en “una transcripción por un gestor (editor) de un discurso oral de otro sujeto (narrador, interlocutor, protagonista)” y que intenta “incorporar el acto ilucotorio de testimoniar —con frecuencia reivindicador y denunciador— dentro de un molde mimético-realista” (1992: 100). El género plantea más de un dilema en lo literario, antropológico e ideológico. Como entrada en la materia, propongo presentar un breve recorrido de los principales avatares del título y de la composición del libro, de algunas de sus traducciones y de los para- y epitextos. Reflejan más de uno de los puntos confictivos que afloraron en relación a este libro y al testimonio en su totalidad y veremos que esto tiene su importancia al abordar el tema culinario. La primera edición de 1966, Biografía de un cimarrón, pretende ser un documento antropológico. La introducción en la que Barnet explica sus intenciones y cuenta cómo escribió el libro incluye una foto de Esteban Montejo y va teñida de un tono claramente revolucionario. Está escrita en la primera persona plural, un ‘nosotros’ típico de textos científicos/académicos. Luego sigue la vida de Montejo, contada por él mismo en primera persona singular. Consta de tres partes: “La esclavitud”; “La abolición de la esclavitud”; “La guerra de inde-

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pendencia”. La intervención explícita de Barnet en esta parte se manifiesta en las notas a pie de página sobre algunas figuras históricas o algunas ceremonias y en la adición de un glosario. Las palabras recogidas en él quedan tipográficamente destacadas en el cuerpo del texto. Paradójicamente, el título contiene la palabra biografía, lo cual puede tener resonancias históricas o literarias. El título se asemeja a la obra del antropólogo mexicano Ricardo Pozas Arciniegas, Juan Pérez Jolote. Biografía de un totzil, de 1952.16 Pozas fue invitado a dar un seminario en Cuba, al que asistió Barnet. Se hicieron amigos y Pozas incluso acompañó a Barnet durante algunas entrevistas. Ya dije que Biografía de un cimarrón fue rebautizado como Cimarrón y como subtítulo Historia de un esclavo para su publicación en Siruela de 1998. Esta edición prescinde de la foto y la introducción de Barnet sobre la gestación fue sustituida por otra titulada: “¿Quién es el cimarrón?” (Cimarrón 9-13), mucho más concisa que la primera, escrita en primera persona singular y casi totalmente centrada en las etapas de la vida de Montejo.Termina con algún llamamiento revolucionario que rebasa el contexto cubano, ya que Barnet alude a la conmemoración de la abolición de la esclavitud en el Brasil, ciento diez años después, y apunta: “La vida de Esteban Montejo es símbolo de esa lucha que cada uno de los seres humanos que habitan este planeta está en el deber de librar, (…)” (13). También las traducciones presentan más de una variación. La primera en inglés de 1968, en la editorial Pantheon Books, lleva como título The Autobiography of a Runaway Slave. En la portada Barnet figura como autor, mientras que en la página de título se encuentra “edited by Miguel Barnet”. En cambio, en una traducción de 1993, publicada por Macmillan, se menciona a dos autores, Esteban Montejo y Miguel Barnet. Verían la luz otras traducciones con el título de Biography of a Runaway Slave, por ejemplo, la de Curbstone Press. La introducción en inglés difiere radicalmente de la primera en español de 1966. Está escrita en primera persona singular, la vida de Montejo es el tema central y no hay proclamas a favor de la Revolución. Anun16. Curiosamente Barnet afirma que puso como subtítulo ‘relato etnográfico’, inspirándose en Pozas, pero no aparece este subtítulo ni en Pozas ni en Barnet (Barnet 1998b: 141).

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cia la introducción para Siruela, sin por ello ser idéntica. En la traducción francesa de Claude Couffon el título es Esclave à Cuba: biographie d’un “cimarron” du colonialisme à l’indépendance (1967) en la colección Gallimard.17 En mi idioma, el neerlandés, la traducción por Ant Sillevis de 1982 tiene en cubierta: Miguel Barnet, Cimarrón: het verhaal van een weggelopen slaaf (“la historia de un esclavo fugitivo”). En cambio, pone en la página de título “opgetekend door” (transcrito por) Miguel Barnet. Las introducciones en francés y en neerlandés se corresponden con la cubana de 1966. Por lo que se refiere a los epitextos y los peritextos, Barnet no ha dejado de dar explicaciones y aclaraciones, tampoco desprovistas de incoherencias, lo cual delata cierta posición incómoda por parte del editor/autor o, en las palabras de Barnet, el gestor. De manera cronólogica podría proponer la siguiente relación de los ‘hitos’ en el intento de circunscribir la obra: la primera introducción de 1966 (que cito por una edición de Siglo XXI [1968a]), la introducción en inglés (1968b), un ensayo de 1969, “La novela-testimonio: socio-literatura”, recogido junto con otros ensayos sobre el tema en La fuente viva (1998b), la introducción de 1998 para la edición en Siruela. También proporcionan información interesante algunas entrevistas con Barnet a las que aludiré igualmente. De este breve repaso podemos deducir una serie de cuestiones, que de hecho son fundamentales en la literatura (latinoamericana) y/o en la antropología. Atañen a la tensión entre realidad y ficción, historia y ficción, transcriptor y narrador-informante, oralidad y escritura, rasgos documentales o literarios, determinación del género, objetivo de la obra. Antonio Vera León, entre muchos otros críticos, resumió de manera acertada estos núcleos problemáticos: En el proceso testimonial la vida del “otro” no es simplemente el referente real aludido por el texto. En la transcripción la vida es reinventada, pensada como una figura cultural en la que el transcriptor lee la resolución de frac17. Agradezco a Kristine Van den Berghe (Université de Liège) la ayuda en la consulta de la traducción al francés. Es curioso que Couffon haya optado por mantener la palabra “cimarron”, ya que en francés existe la deformación de esta palabra hispanoamericana, esclave marron.

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Portada. Cimarrón. Haarlem: In de Kripscheer (edición neerlandesa).

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turas sociales e históricas, mirada que entra en conflicto con el relato de lo particular ofrecido por el narrador-informante. De ahí que el texto testimonial pueda leerse como el lugar de tensiones irresueltas entre los relatos que lo integran, y como el lugar donde se negocia un relato que se documenta la vida del “otro” así como las formas de contarla, que también son formas de imaginarla y de apropiarla para la escritura (1992: 195).

Aunque sé que estos puntos conflictivos ya han sido discutidos ampliamente por los críticos, quisiera recordarlos en relación con el texto de Barnet, ya que veremos que constituyen el contexto imprescindible para el análisis gastrocrítico. En primer lugar, el género provocó acaloradas discusiones sobre la tensión entre el efecto de lo real y lo ficticio y corolariamente entre historia y ficción.18 El historiador Michael Zeuske (1997, 1999, 2002) ha intentado juntar las piezas del puzle sobre la vida de Esteban Montejo que presenta más de un vacío. Ni siquiera ha podido ser comprobada la fecha de nacimiento de este (1860), a pesar de que Barnet dice haber visto la fe de bautismo (1998b: 148). Su visión sobre la guerra de independencia es igualmente muy parcial, ya que exalta adrede la participación de los negros. Zeuske (1997) demostró también que Montejo se convirtió en un pequeño propietario rural protegido por un cacique después de la Guerra de Independencia, de manera que no siempre había sido el héroe indiscutible e intachable. El segundo núcleo de fricción se ubica entre el entrevistador-transcriptor y el narrador-protagonista. Se plantea el problema ontológico compartido por escritores y antropólogos que se podría resumir mediante la siguiente pregunta de Lévi-Strauss en Tristes Tropiques: “¿Cómo puedo llegar yo jamás a conocer al otro sin dejar de ser yo mismo?” (en Barnet 1998b: 34). La distancia entre ambos actantes era muy grande. En una entrevista con Emilio Bejel de 1979 (en Aching 1994: 33), Barnet confesó que sabía muy poco de la cultura africana, ya que había se había educado en colegios norteamericanos en Cuba y había 18. Para Rigoberta Menchú se cristalizó en la polémica sobre sus supuestas invenciones literarias detectadas por David Stoll en Rigoberta Menchú and the Story of All Poor Guatemalans (1999). Remito a The Rigoberta Menchú Controversy (2001) de Arias y a Stoll-Menchú. La invención de la memoria (2001) de Mario Roberto Morales, que recogen las reacciones ante las afirmaciones de Stoll.

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cursado varios años de Escuela Superior en Estados Unidos. Al regresar de allí era como un extranjero en su propia patria que desconocía la cultura de su próximo. Por eso se puso a estudiar etnología. Sin embargo, en el ensayo “La novela-testimonio: socio-literatura”, Barnet afirma que ha llegado a ser el otro, cuando formula la siguiente afirmación ilusoria: “Uno es el otro y solo así podrá pensar como él, hablar como él, sentir entrañablemente los golpes de vida, que le son transmitidos por el informante, sentirlos como suyos” (1998b: 34). Montejo, de su lado, después de haberse soltado, quiere complacer a Barnet y ser un poco Barnet: en parte se adapta a lo que espera y quiere saber el entrevistador. Así Barnet reveló en su primera introducción (1968a: 9) que todo el episodio de la cueva se debe a una pregunta por parte de Antonio Núñez Jiménez, presidente de la Academia de Ciencias de Cuba, quien había leído un primer borrador en el que no figuraba ninguna mención de este habitat típico del cimarrón. Varios críticos han observado que Montejo se mantiene muchas veces a distancia de lo narrado, casi se comporta como un etnólogo-observador, por ejemplo, cuando evoca fiestas o celebraciones. Millay asevera que Montejo, al igual que Pérez Jolote, se encuentra fuera de las culturas que observa y que no habla desde dentro (2005: 129). Además, todo pasa por la criba de la memoria y de saberes ulteriores que se proyectan sobre el pasado, lo que Luis llama en el título de su artículo “Politics of Memory” (1989). Esteban es muy consciente de contar desde los recuerdos, por ejemplo, cuando enumera los instrumentos de música de los guajiros: “Cuando dejé el monte fue cuando me vine a aprender esos nombres, porque de cimarrón estaba en la ignorancia de todo” (Cimarrón 54). En resumen, ambos quieren asumir la posición del otro, una constatación que González Echevarría resumió mediante el juego de palabras Marnet/Montejo (2001: 202). El tercer punto álgido es la cuestión del carácter literario o documental del texto, es decir, la pregunta de cómo el transcriptor/entrevistador puede ser un transmisor neutral y no un generador del texto, un escritor. El escritor tiene que ser un gestor testimonial según lo que plantea Barnet en su ensayo “La novela-testimonio: socio-literatura”: este gestor recopila científicamente el material por medio de entrevistas y recrea lo que se ha contado ordenando, investigando, cotejando. El testimonio debería adquirir un valor práctico, servir para “articular

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la memoria colectiva” (Barnet 1998b: 30). No obstante, vemos que en el resultado concreto el texto sí ostenta rasgos literarios y va más allá del documento científico. El escritor interviene seleccionando, instaurando cierta cronología, crea a un personaje bien particular, casi heroico, recurre a una “lengua hablada decantada” (ibíd.: 30). Incluso se percibe una estructura circular en las tres partes, ya que no cambia sustancialmente la situación del negro. Hay repeticiones, lo cual aumenta el carácter literario del texto (Luis 1989: 476; 479). En su análisis Sklodowska (1992: 121-134) comenta algunas ambigüedades y contradicciones en las afirmaciones de Montejo, por ejemplo, sobre las creencias, de manera que no se puede hacer una lectura unívoca desde un contrato realista homogéneo, y esta constatación contribuye a la literariedad. Otra antinomia conflictiva es la que se ubica entre la voz y la letra, la oralidad y la escritura, un binomio que marca la literatura latinoamericana desde sus orígenes. Todos los estudiosos sobre el particular (Pacheco, Cornejo Polar, Marcone) coinciden en que no se puede llegar sino a una ficción de la oralidad. Millay enumera una serie de características presentes desde el inicio que reza así: “Hay cosas que yo no me explico de la vida. Todo eso tiene que ver con la Naturaleza para mí está muy oscuro, y lo de los dioses más” (Cimarrón 17). Comenta la crítica: “From the opening pages, Montejo is cast as a somewhat crass and opinionated singer of tales. His initial remarks bring to the fore the most pronounced features of oral narration: repetitions, flashbacks, epithets, allusions to multiple variants of myths, false starts, rhetorical questions, digressions, moralistic conclusions, onomatopeic interjections, temporal imprecision, and syntax and punctuation dictated by oral expression rather than grammatical norms” (Millay 2005: 141-142). A nivel de la macroestructura, la oralidad se refleja en la lógica oral, llena de digresiones y repeticiones, como ya ha apuntado Millay. Montejo inserta narraciones sobre lo experimentado, leyendas que provienen del acervo oral. Pienso, por ejemplo, en la historia del sapo y de la jicotea que es matada a causa de su gula, lo cual hace que se duerma y pueda ser envenenada por el sapo.19 En un nivel 19. La leyenda sobre el sapo y la jicotea es incluida en la recopilación de Salvador Bueno, Leyendas cubanas/Cuban Legends (2002: 78-80). En 1971 Lydia Cabrera, influencia importante en Cimarrón, publica una obra de ficción, Ayapá. Cuentos de Jicotea.

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más acotado, veremos en los ejemplos que insertaré más adelante que presentan una sintaxis que remeda el lenguaje hablado, ya que incluye muletillas y anacolutos entre otros recursos. En el léxico, el texto rebosa de palabras coloquiales, arcaicas (como el “yo vide” de este testigo de vista), expresiones idiomáticas explicadas en el glosario, en las que participa el imaginario culinario, como “todo aquello era un arroz con mango” o “cuando la malanga se puso dura” (168; 171). Con el fin de no ‘denigrar’ el habla de Montejo, casi no hay transcripción fonética, salvo en el caso de la cuentera Ma Lucia, para darle un color bien local a la negra de la nación lucumí, ya que dice: “Tú son bueno y callao, yo va contá a ti una cosa” (Cimarrón 156). A todas estas tensiones se agrega la innegable dimensión ideológica del testimonio, a nivel latinoamericano y cubano. Por su forma bien particular, muchos críticos latinoamericanos, simpatizantes de la izquierda o de cierta poscolonialidad ideologizada, quisieron ver el testimonio como un ataque al canon, ya que pretendía reaccionar ante la escritura metaficticia y mágico-realista del boom. Lo exaltaban como una expresión contrahegemónica, una manifestación jubilosa de que el subalterno sí podía hablar. Contribuyó a su prestigio el premio que Casa de las Américas le viene otorgando desde 1970. Esto explica en parte el gran (¿desmesurado?) interés por este género, vista la ingente bibliografía existente. En cuanto a Cuba, la pregunta es cómo este texto sirve a los propósitos de la Revolución. Es significativo que se omita casi toda la vida de Esteban de después de la Guerra de Independencia. La traducción al francés explicita incluso en el mismo título estas limitaciones en el tiempo, du colonialisme à l’indépendance. La narración termina hacia 1902. No sabemos nada de una eventual participación en la Guerrita de los negros de 1912. Wiliam Luis (1989: 488) comenta que esa época estaba muy presente en las grabaciones, pero que no convenía subrayar los conflictos raciales entre cubanos, mientras que era más beneficioso insistir en los enfrentamientos con naciones extranjeras. Esto último encajaba mejor en un discurso teleológico, típico de la Revolución cubana. Tampoco nos enteramos de su vida durante la República (¿qué hizo bajo Machado y Batista?) o durante la misma Revolución. Con motivo del encuentro de unos documentos históricos comentados por Zeuske (1997) que revelan a un Montejo menos combatiente

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a partir de 1900, Miguel Barnet (1997) replicó que existían dos cimarrones, uno heroico, el de los cuarenta primeros años, y otro, víctima de corrupción y de racismo bajo la República, menos interesante de elaborar.20 Es más, es bastante contradictorio ver a Esteban Montejo, este cimarrón solitario y soldado crítico, al servicio del colectivo discurso revolucionario. Lo consignado en la primera introducción de Barnet parece mera retórica política: “Su tradición de revolucionario, cimarrón primero, luego libertador, miembro del Partido Socialista Popular más tarde, se vivifica en nuestros días en su identificación con la Revolución cubana” (1968a: 12). Además, William Luis sugiere que el libro también era provechoso para el mismo Barnet, un tanto apartado del aparato oficial en esa época: Barnet no solo quería escenificar a Esteban Montejo como el modelo de la resistencia heroica y bélica, sino presentarse a sí mismo también como un revolucionario ejemplar. Millay explica que Barnet había publicado un poemario La piedra fina y el pavorreal en 1963, que incluía textos inspirados por la santería, no tan bien vista entonces, y que se había distanciado hacia mediados de los sesenta del grupo poético “El Puente”, considerado sospechoso por el régimen “for neglecting political themes in their writing” (Millay 2005: 124). La veta teleológica es clarísima en Cimarrón. De algunas comparaciones con el presente podemos deducir un deseo de exaltar los logros de la gran gesta revolucionaria, donde se insiste en los tópicos de siempre de los logros revolucionarios: la alfabetización/escolarización, la medicina, la (supuesta) supresión de las barreras raciales.21 Así, de los hijos que tuvo y que nunca reconoció, dice Montejo: “Además, los hijos era un problema grande por aquellos tiempos. No se les podía dar instrucción, porque no había las escuelas que hay hoy” (Cimarrón 105). Después de enumerar algunos ejemplos de curaciones por medicina natural, advierte: “Yo quisiera saber saber por qué los médicos no van al campo a experimentar con las plantas. Para mí que, como ellos son tan 20. Para una reflexión sobre las consecuencias de esta oposición, véase Monika Walter, “Testimonio y melodrama: en torno a un debate actual sobre Biografía de un cimarrón y sus consecuencias posibles” (2000). 21. Sklodowska ya reparó en esta posición ideológica que “relega los conflictos raciales al pasado y concibe el futuro étnico de la isla en términos de un sincretismo armonioso” (1992: 117).

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comerciantes, no quieren salir diciendo que tal o cual hoja cura. Entonces lo engañan a uno con medicinas de pomo, que, total, cuestan muy caras y no curan a nadie. Antiguamente no podía comprar esas medicinas” (106; el énfasis es mío). Critica también la represión del negro después de la Guerra de Independencia en contraste con la situación actual: “Los cubanos de la otra raza [los blancos] se quedaron callados, no hicieron nada y ahí quedó el asunto, hasta hoy en día, que es distinto, porque yo he visto blancos con negras y negros con blancas, que es más delicado, por la calle, en los cafeses, dondequiera” (204; el primer énfasis es mío). Como se deduce de mi énfasis se desliza un pequeño matiz, incluso en este elogio de la Revolución. En otros campos, su actitud es escéptica, hasta cínica, por ejemplo, en relación a la Guerra de Independencia, en la que a veces mandan delincuentes convertidos en jefes o gente como el traidor Tajó, un “cuatrero con traje de libertador” (178). Críticos como Aronna (2008: 170-171) han subrayado esta visión desencantada de la guerra, donde la rebeldía casi se confunde con unas redadas de bandidos. Montejo emite asimismo frases muy cáusticas sobre los curas. Remito a las observaciones de Tardieu (a veces no desprovistas de rasgos racistas) según las cuales Esteban critica sobre todo el aspecto exterior del cristianismo y no tanto la esencia (1984: 44-52). Por lo que acabo de esbozar, se puede deducir que han interesado más las cuestiones hermeneúticas, metaliterarias e ideológicas que suscita este género que su contenido, su estilo o las características intrínsecas del texto. Aún mucho menos han sido estudiados temas concretos como lo culinario.22 Por supuesto, el sustento no siempre es un tema 22. Queda mucho por hacer para el testimonio en general. En el texto de Rigoberta Menchú abundan las remisiones a ceremonias, trabajo en el campo, preparaciones de platos. Solo ha sido comentada la muy citada frase que se encuentra bastante al inicio del libro: “Nosotros no confiamos más que en los que comen lo mismo que nosotros” (Burgos 1998: 13). Se instauran una solidaridad y confianza entre Elisabeth Burgos y Rigoberta Menchú, cuando esta última (¡!) ha preparado tortillas con la harina de maíz y los frijoles negros en la cocina del piso parisino donde se efectúan las entrevistas. Aunque el modo de preparar la tortilla de maíz con frijoles difiere según el país, es comida típica tanto de Venezuela, el país de origen de la transcriptora, como de Guatemala, el país natal de Menchú. Encontré también un artículo de Kushigian que trata el hambre (espiritual) en Hasta no verte Jesús mío de Poniatowska.

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central en el testimonio. En La canción de Rachel, un testimonio ulterior de Barnet que evoca la vida de una rumbera, encontré solo algunas vagas menciones de que la protagonista había pasado hambre. Al contrario, en Cimarrón las fiestas, los ritos religiosos y la manutención conforman una parte sustanciosa del libro. Según comenta Luis (1989: 481) en las entrevistas iniciales la religión era el foco principal, aunque Barnet admite en su primera introducción: “El tema religioso no afloraba fácilmente” (1968a: 8). Después de que Barnet decidiera escribir una biografía, la presencia de determinados temas, como el culinario, puede explicarse en parte por las preguntas del mismo. Dijo en su primera introducción: “También quisimos describir los recursos empleados por el informante para subsistir en medio de la más absoluta soledad de los montes, las técnicas para obtener fuego, para cazar, etc. Así como su relación anímica con los elementos de la naturaleza, plantas y animales, especialmente las aves” (ibíd.: 9; el énfasis es mío).Veamos qué connotaciones suscita la lectura gastrocrítica de Cimarrón teniendo en mente las características del testimonio y los puntos de discusión señalados. Es obvio que el efecto de lo real se consigue mediante la evocación de lo relacionado con el comer y el beber. Puesto que Esteban Montejo trabaja en los ingenios antes y después de la abolición de la esclavitud la producción llama su atención. Sobre la manera de procesar el azúcar coincide a grandes rasgos con lo que se puede encontrar en Cecilia Valdés o en los relatos de viajeros. Esteban Montejo describe todas las etapas de la producción azucarera: desde el trabajo en el campo hasta la manera de secar el bagazo, cocer el guarapo, elaborar los productos finales. No sorprende que mucho más que en Cecilia Valdés subraye la importancia de las máquinas, ya que la narración se ubica en la segunda mitad del siglo xix, caracterizada por la modernización. Fiel a su visión desde abajo, se fija en el rendimiento para los subalternos mediante el uso de residuos para provecho propio, es decir, la alimentación de los cochinos que crían: “Nosotros le llamábamos cachaza a lo que quedaba del guarapo. Venía siendo como una capa dura, muy saludable para los cochinos” (Cimarrón 21). En cuanto al sustento, no varía mucho en las diferentes fases de su vida. Sea esclavo o jornalero se reitera la dieta consabida de viandas y tasajo, por lo que se subraya la estructura circular. Además, el tasajo es la metonimia por excelencia de la opresión, ya que Montejo dice:

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“Ninguno quería verse en los grillos otra vez, ni comiendo tasajo, ni cortando caña por la madrugada. Por eso se iban a la guerra” (Cimarrón 162; el énfasis es mío). La única diferencia estriba en que después de la abolición de la esclavitud la comida es de pago, seis pesos al mes: Daban una ración buena, aunque siempre era lo mismo: arroz con frijoles negros, blancos o de carita y tasajo. En algunos casos mataban a un buey viejo. La carne de res era buena, pero yo prefería y prefiero la de cochino; alimenta más y fortalece. Lo mejor de todo era la vianda: el boniato, la malanga, el ñame. La harina también, pero el que tiene que comer harina a pulso todos los días se llega a aburrir. Allí la harina no faltaba (69-70).

Al igual que en los relatos de viajeros y conforme con los propósitos del testimonio, el estilo es bastante informativo y seco.23 La diferencia estriba por supuesto en el punto de vista: se trata de un yo que narra desde adentro. Asimismo presta mucha atención a los conucos, ya mucho más comunes en la segunda mitad del siglo xix. Es lo que les dio “verdadera alimentación” (29): las viandas cultivadas no solo proporcionan suplementos nutritivos, sino que también sirven para cebar los cerdos, que se pueden vender. La plata generada les permite comprar productos como aguardiente “para mantenerse fortalecidos” (32), pan de agua o dulces en las tabernas, ajonjolí a los chinos ambulantes y leche a los guajiros. El propósito de escribir desde el punto de vista de un subalterno hace que se afine la manera como los esclavos variaban su ali23. He encontrado más florituras estilísticas en una recreación de César Leante, Los guerrilleros negros, una novela ubicada al inicio del siglo xix, donde los cultivos en un palenque son descritos de la siguiente manera bastante carpenteriana: “tablas de yuca de ramaje atrítico, malangas que desplegaban como escudos sus anchas hojas acorazonadas, rastreros boniatos que serpeaban por la tierra grumosa, tallos de espigado maíz a los que se anudaba la bejuquera del astuto frijol, parasitando de su esbeltez, hierbazales de quimbombó y plátanos de frondosa hojarasca” (Leante 1979: 34-35). La influencia de Carpentier se manifiesta asimismo en otras descripciones culinarias, por ejemplo, la preparación de un cochino (ibíd.: 211), que recuerda el bucán de los bucanes de El siglo de las luces de Carpentier. Cito por la primera edición galardonada en 1975 con el Premio UNEAC y no por la edición ‘limpiada’ de 1982, publicada en España, Capitán de cimarrones, cuyo título es menos combatiente.

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mentación entrando poquito a poco en un sistema de intercambio, a veces de trueque, a veces con tintes capitalistas, dentro de un mayor marco de libertad. En el monte, Montejo o bien roba viandas y carne o bien va buscando sustitutos, como suele pasar en situaciones de escasez. Conforme con el deseo de exaltar y embellecer lo más posible esta etapa, “the most atractive” en su vida (Barnet 1968b: 7) y por eso presente desde el título, describe toda su estancia en el monte como una época en la que nunca pasó hambre. Si no puede robar un cochino, se alimenta con jutías24 en lugar de puercos, viandas salvajes en lugar de las cultivadas. La guanina achicharrada sirve de café, y es endulzada con miel y no con azúcar. Este retorno a una dieta más natural que recuerda la de los indígenas provoca la asociación con lo salvaje, lo animal, lo bárbaro, “que desde sus orígenes satura el habitat y el vocablo cimarrón” (Quintero Herencia 2005: 6). Montejo explica: De cimarrón andaba uno medio salvaje. Yo mismo cazaba animales, como la jutía. (…) A mí me gustaba mucho la jutía ahumada. Ahora, yo no sé qué se cree la gente de ese animal, pero nadie lo come. Antes yo cogía una jutía y la ahumaba sin sal y me duraba meses.(...). En el monte hay mucha vianda de esas salvajes. La malanga tiene una hoja grande que se pone a brillar por la noche. Uno la conoce enseguida (Cimarrón 56).

La comida parece participar del salvajismo, pero solo es a medias. Observemos que la jutía es ahumada, un proceso natural en la elaboración, pero cultural en el resultado, si seguimos las tesis lévistraussianas del triángulo culinario. Además al ser capaz de distinguir la hoja 24. La jutía ha constituido el alimento de los mambises y se sigue comiendo hasta hoy en día en ciertas zonas campesinas. En Corazón mestizo. El delirio de Cuba ubicado en 2006 Pedro Juan Gutiérrez relata que comió jutía. Lo encuentra necesario dar toda una explicación: “La jutía es un mamífero del monte cubano. Un roedor, parecido a una rata enorme, pero su carne recuerda al cerdo. Es dura y correosa y hay que hervirla mucho para que se ablande. Solo come vegetales, pero su parecido perfecto con una rata es desalentador. (...). El esposo de la sobrina de la Maga es pescador, evidentemente apenas gana para comer y nada más. La comida es arroz blanco y la jutía en salsa de tomate. Hago un esfuerzo. Me trago un pedazo y elogio el plato” (Gutiérrez 2007: 22).

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de malanga salvaje, da otra prueba de no-animalidad, de no-salvajismo. El cimarrón cuestiona la relación con la animalidad, despliega un saber distinto del que participan los conocimientos culinarios de la flora y la fauna. No solo se las arregla bien en lo nutritivo sino también en lo médico: distingue los valores curativos de las plantas.25 Reivindica este saber otro, que le hace sentir superior al esclavo del ingenio. El cimarrón se encuentra “fuera de los sometimientos o regulaciones de lo humano-animal en la colonia” (Quintero Herencia 2005: 7). Es todo menos un animal, ya que dice más tarde: “Y es que toda esa gente que no se huyó creía que los cimarrones éramos animales. Siempre ha habido gente ignorante en el mundo. Para saber algo hay que estar viviéndolo” (Cimarrón 93). Es como si quisiera dar una lección a Barnet (y a los lectores). Da fe de un saber que no pasa por la cultura letrada, sino que se trata de unos conocimientos aprendidos in situ o transmitidos oralmente. También durante la guerra, dice que obtiene sustento robando comida, por lo que se refuerza la estructura repetitiva y pendular en la obra. Así advierte: Lo más que podía hacer un libertador en Las Villas era robar ganado, recoger malanga, retoños de boniato, bledos, verdolagas, en fin… La harina de mango se hacía cocinando la masa de mango sin la semilla. Se le agregaba limón y ají guaguao. Ésa era la comida de la guerra. Lo demás era bobería. ¡Ah!, mucha agua de curujey.26 La sed era constante. En la guerra el hambre se quita, la sed no (184).

25. También José Martí repara en este aspecto en su diario. Recalca que la hoja del ítamo cura los ojos (Núñez Jiménez 1998: 150), al igual que Montejo (1998: 56-57). 26. El DRAE señala para curujey: “Planta de la familia de las Bromeliáceas, epifita, que vive principalmente sobre las ceibas. Tiene hojas cortantes o punzantes, a manera de espada”. Lydia Cabrera subraya el valor médico de esta planta que se asocia con Elegguá: “limpia y fortalece el cuerpo” (1983: 415). En la traducción al neerlandés se agrega en el mismo texto que curujey es un líquido segregado por una planta parásita de ciertos árboles resinosos y que también la bebían los seguidores de Castro en el monte (“een vloeistof die werd afgescheiden door een groot gezwel aan bepaalde harsige bomen. Castro’s volgelingen dronken het ook in de bergen” (Barnet 1982: 167)). Aparentemente el traductor estaba muy familiarizado con la Revolución castrista. Sería interesante ver hasta qué punto una lectura ideológica y teleológica habría influido en la traducción.

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Oculta más el hambre muy presente y no insiste en las necesarias estrategias de sustitución o las dificultades de conseguir alimentos, anotadas por ejemplo en los fragmentos del diario de Máximo Gómez o de Martí, recopilados en La comida en el monte (Núñez Jiménez 1998:167-197; 141-153).27 El énfasis en el robo acentúa la visión negativa de esta lucha independentista, reducida en ocasiones a escaramuzas entre bandas rivales. En todas las etapas de su vida se destaca su preocupación por el efecto saludable de los alimentos, puesto que piensa desde el cuerpo y desde su individualidad. Miremos estos dos ejemplos: “Yo creo que por eso yo he durado tanto; por la carne de puerco. La comía todos los días y nunca me hacía daño” y “La leche cura las infecciones y limpia. Por eso había que tomarla” (Cimarrón 29; 55). Además, a menudo las evocaciones de la comida incluyen una valoración gustativa, como “rica”, “lo mejor de todo”, “lo que más me gustaba”, “sabía a gloria”. Así se intensifica el efecto de lo real, no es un “ver para creer” sino un “saber (degustar) para creer”. Dentro del escaso surtido que conforma su dieta se muestra selectivo, hasta se da unos aires de gourmet: “El café se tomaba mucho. En las casas de familia no faltaban unas cafeteras grandes y prietas, de hierro, donde se hacía el café. Se tostaba en las casas. El que no tenía molino tenía pilón. El café de pilón es el que más me gusta a mí, porque no pierde el aroma” (149). Otras constantes corroboran las contradicciones típicas del testimonio. Está claro que el texto pretende ser un documento que tenga una función epistemológica y etnográfica: quiere informar y explicar la vida del otro no-occidental. El glosario sería el lugar idóneo para lograrlo. Sin embargo, este incluye sobre todo expresiones idiomáticas de Montejo y constituye una modalidad muy reducida de información. Con mucha frecuencia se incorporan desde perífrasis hasta recetas en la narración misma. La aclaración de ‘agualoja’, esta palabra en desuso en el siglo xx,28 es puesta en boca de Montejo: “Allí gustaba mucho el agualoja. Lo vendían en la calle los agualojeros. Se hacía de agua, azúcar, miel y canela. Sabía a gloria. ¡Yo me daba cada jartada! Las lucumisas viejas 27. Sobre las dificultades encontradas por las tropas mambisas y sus mecanismos de sustitución, véase Jiménez Soler (2006: 42-43). 28. Aparece en Cecilia Valdés donde es explicada en nota por el editor Lamore.

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lo hacían riquísimo. No escatimaban nada. También lo vendían las conguitas” (150). Queda la pregunta de si las adiciones son fruto de las preguntas de Barnet quien a su vez tiene en cuenta a los futuros lectores o si se deben a explicaciones espontáneas por parte de Montejo. Este deseo didáctico es el más explícito en la descripción de las comidas usadas en las celebraciones religiosas. Son bastante precisas las evocaciones de las comidas de los dioses, al igual que la preparación de fetiches (las llamadas prendas o cazuelas) o las descripciones de ritos de adivinación.29 El ochinchín, “que se hacía con berro, acelga, almendras y camarones sancochados”, para Ochún, o la “harina amalá”, comida a base de maíz y de carnero, para Changó (84; 83) se corresponden a grandes rasgos con lo comentado en Orishas del panteón afrocubano de Natalia Bolívar Arióstegui (2008: 176, 233). Esta estudiosa se apoya en El Monte de Lydia Cabrera, intertexto ya señalado por González Echevarría, quien lo considera “la clave imprescindible” para entender el libro de Barnet (2001: 195). Un ejemplo muy obvio es el cheketé. En Lydia Cabrera leemos: “La única bebida litúrgica y tradicional del Santo lucumí y de los fieles, es el cheketé, un compuesto de naranja agria y de maíz, endulzado con melado y azúcar prieta” (1983: 35). En Cimarrón se hace aún más concreto el consumo de esta bebida: “El cheketé era la bebida principal de los santeros. Siempre la daban en las fiestas. Era como decir un chocolate frío. Lo hacían con naranja y vinagre. Los niños lo tomaban mucho” (84). Nos podemos preguntar a quién atribuir este tipo de explicaciones: a Barnet quien leyó a Cabrera y estudió los cultos afrocubanos o a Montejo. De este modo, se complica el juego de confusiones: continuando con el juego de palabras de la mezcla de los actantes podríamos presentar la combinación un tanto disonante de Barnera/Cabrejo/Montet. El afán explicativo va adquiriendo una dimensión de reivindicación racial, cargada de tintes nostálgicos. A pesar de su trayectoria in29. En las visiones e historias sobre brujas, las remisiones culinarias, como la manera de atrapar a una bruja con “ajonjolí y mostaza” o la manera de engendrar un diablillo con un “huevo” (Cimarrón 125; 130), son tal vez el único elemento que refuerza el efecto de realidad en estas historias fantasiosas de las que se distancia a veces el mismo Montejo. Véanse las interesantes observaciones de Sklodowska (1992: 131-133).

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dividual bien particular y su solipsismo, Montejo quiere exaltar lo africano. Sin hacer distingos entre congos, carabalíes, ararás o lucumíes, pretende ser la voz de este conjunto, menguando la importancia de otros grupos dentro de Cuba (chinos, gallegos, gitanos, criollos) que tendrían que juntarse todos en el gran relato revolucionario de igualdad. Por ejemplo, las vendedoras no son consideradas viejas y asquerosas como en el viajero Massé30 ni son un objeto más de un cuadro costumbrista como en Villaverde, sino que son alabadas: Cada vez que un africano hacía algo, lo hacía bien. Traía la receta de su tierra, del África. De lo que a mí más me gustaba, lo mejor eran las frituritas, que ya no vienen por vagancia. Por vagancia y por chapucería. La gente hoy no tiene gusto para hacer eso. Hacen unas comidas sin sal y sin manteca que no valen un comino. Pero antes había que ver el cuidado que ponían, sobre todo las negras viejas, para hacer chucherías. Las frituritas se vendían en la calle, en mesas de madera o en platones grandes que se llevaban en una canasta sobre la cabeza. Uno llamaba a una lucumisa y le decía: “Ma Petrona, Ma Dominga, venga acá”. Ellas venían vestiditas todas de holán de hilo o de rusia, muy limpias, y contestaban: “El medio, hijito”. Uno le daba un medio o dos y a comer frituritas de yuca, de carita, de malanga, buñuelos,… veinte cosas más (Cimarrón 150).

También la africana cuentera Ma Lucía “[h]acía dulces y amalá. Los vendía en las calles o en los bateyes de los ingenios cuando salía de corrida” (156). En este caso ya no explica lo que es amalá, mencionada anteriormente como comida de Changó. Montejo nos brinda igualmente una descripción sumamente detallada del ponche, tal como les gustaba a los africanos: El ponche lo vendían igual en la calle que en la bodega. Más bien en la calle, los días de fiesta. Aquel ponche no se me podía olvidar. No tenía naranja, ni ron, ni nada de eso. Era a base de yemas de huevo puras, azúcar y aguardiente. Con eso bastaba.

30. Vuelvo a copiar la frase muy significativa del viajero Massé: “De vieilles négresses, marchandes d’œufs ou de viande, m’étonnèrent par leur obésité excessive, par des jambes et des bras tels que de ma vie je n’avais rien vu de pareil” (1825: 70-71).

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En busca de la comida de los esclavos

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Se hacía metiendo todos los ingredientes en un depósito de barro o en una lata grande y batiéndolos con una maza de madera en forma de piña, a la que se le daba vueltas con las manos. Se removía bien y se tomaba. No se le podía echar claras, porque lo cortaba. A medio vendían el vaso. ¡Baratísimo! En los bautizos era muy corriente el ponche. Entre los africanos no faltaba nunca. Lo tomaban para alegrarse, aunque la verdad es que los bautizos antiguamente eran alegres de por sí. Se convertían en una fiesta (150-151).

Una consulta de El cocinero Puerto-Riqueño (1859) del español Coloma y Garcés, cuyo contenido viene a corresponderse con El manual del cocinero cubano de 1856 (Barradas ) enseña que el ponche suele tener limón y no naranja, y que se le agrega té. La receta propuesta por Montejo se aproxima al “ponche de huevos”: “Se toman las yemas de huevos muy frescos y se les echan igual cantidad de zumo de limón, tres partes de ron y diez veces más de té hirviendo en el cual se haya hecho hervir de antemano el azúcar. Se mezcla bien todo, añadiéndosele una mitad de claras de huevo, batidas con nieve” (Coloma y Garcés 2004: 244). Aquí también nos podemos preguntar a quién se deben las recetas: ¿a Barnet, a Montejo o, pensando en el aspecto gender de modo tradicional, a alguna mujer de su entorno, representante del acervo oral? Después de hacer el recorrido en busca de la comida del negro, no cabe duda de que es en Cimarrón de Barnet donde se presentan más vertientes. Se nos revelan aspectos a los que los de arriba no suelen tener acceso. Se destacan las connotaciones raciales, médicas, económicas, religiosas, sensoriales y sociales. Sin embargo, lo más interesante es observar que en las remisiones culinarias se exacerban los conflictos que están en la base del testimonio como tal. Han surgido varias preguntas en el análisis: ¿Hasta qué punto la comida contribuye al efecto de lo real? ¿Quién habla? ¿Qué imagen quiere dar el transcriptor del subalterno? ¿Qué imagen prefiere dar de sí mismo el subalterno y cómo representa a su grupo? ¿Qué intertextos se cuelan en el discurso del subalterno? ¿Cómo se manifiestan las fuentes orales en el conjunto? ¿Cómo dar una coherencia teleológica a este texto sin que se perciban fisuras? Aronna concluye su artículo sobre Barnet de la siguiente manera: “In his rejection of naturalized, transparent, or reified ethnographic narrative, Barnet indicates the social, contrived, and ultima-

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tely uncontrollable process of his and all narrative projects to present social, political, and cultural history with absolute totality” (2008: 187). Se podría agregar sin problemas culinary history. Las remisiones culinarias muestran y ocultan, informan y deforman, son y no son the Real Thing. Y así llego al final de mi primer estudio de caso. Aunque las remisiones culinarias son menos abundantes de lo que pensaba, significan. Me doy cuenta de que mis análisis gastrocríticos no han aportado cambios fundamentales a las existentes interpretaciones de las obras. Sin embargo, me han permitido volver sobre ciertas cuestiones clave, como el vínculo con la raza, la clase y el gender, todo ello relacionado con lo identitario. Además, el estudio de las remisiones culinarias me ha llevado a relativizar el realismo de Cecilia Valdés o el protofeminismo de La Havane de la condesa de Merlin. Para los relatos de viaje en su totalidad he subrayado que muchas veces el ojo del visitante, es deformado tanto por los intereses (que sean de índole comercial o ética) como por las publicaciones anteriores: se quiere ver lo que se ha leído. En mi lectura de Cimarrón los contextos culinarios han destacado el difícil equilibrio entre entrevistador y entrevistado y entre fact and fiction. Son todos planteamientos a la base de cualquier expresión escrita: cómo situarse frente a la realidad, cómo proyectar sus deseos en la escritura, cómo posicionarse respecto al corpus existente, qué (po)ética adoptar, en suma, cómo escribir.

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PERÍODO ESPECIAL

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A diferencia de la primera parte, donde comenté una serie de antecedentes que serían recuperados en la narrativa decimonónica (e incluso en la actual), es menos factible aplicar el mismo procedimiento al segundo período elegido. No solo cabe tener en cuenta la producción literaria mucho más amplia en el siglo xx que en los anteriores. Tampoco es tan fácil deslindar tendencias claras y no siempre se pueden percibir influencias directas en los autores de dentro y de fuera que analizaré en los diferentes subcapítulos. A modo de contextualización mínima, comentaré primero sucintamente a tres autores cuyos nombres son barajados invariablemente cuando planteo el tema gastronómico a mis colegas especialistas en literatura cubana: Lezama Lima, Carpentier y en menor medida Piñera.1 Después, esbozaré el contexto cultural-literario entre 1959 y 1990. Como transición hacia el corpus sobre el Período Especial formularé algunas observaciones respecto a una serie de libros de la mano de Padura Fuentes cuya diégesis es 1989, el umbral de los noventa.

Lezama Lima, Carpentier, Piñera: un botón de muestra Abordar toda la obra de tres de los gigantes de la literatura cubana en el marco de un análisis gastrocrítico requeriría años de investigación. Hablo con conocimiento de causa, porque para Carpentier me embarqué en esta aventura que desembocó en El festín de Alejo Carpen1. Se me puede criticar esta reducción drástica que deja fuera a autores como Sarduy, cuya obra es muy tentadora para hincarle el diente gastrocrítico. Para el tema de la relación entre sexo y comida en Maitreya remito a Vadillo (1996: 35-97).

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tier. Una lectura culinario-intertextual. Por esta razón propongo formular unos sucintos comentarios a partir de un fragmento antológico y muy estudiado de cada autor. Para Lezama Lima, la referencia por excelencia es Paradiso (1966) y en particular el capítulo 7 donde se celebra el famoso almuerzo lezamiano.2 Fue dado a conocer internacionalmente por su integración en la película Fresa y chocolate (1993) de Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío Hernández cuyo guión se basa en el cuento de Senel Paz “El bosque, el lobo y el hombre nuevo”. Copio una frase de esta delicia literaria a la que se alude en el cuento y en la película: “Después de este plato [souflé de pescado] de tan lograda apariencia de colores abiertos, semejante a un flamígero muy cerca ya de un barroco, permaneciendo gótico por el horneo de la masa y por las alegorías esbozadas por el langostino, doña Augusta quiso que el ritmo de la comida se remansase con una ensalada de remolacha que recibía el espatulazo amarillo de la mayonesa, cruzada con espárragos de Lubeck” (Lezama Lima 1993: 324). Ada Teja (1992; 1993) ve este banquete como representativo de la poética del autor, que procede mediante analogías, resonancias, símiles, los famosos puentes lezamianos. Todo el fragmento está construido sobre la tensión entre celebración de la vida y presencia de la muerte que va cobrando una dimensión sublime y cósmica. Así, la mezcla del “cremoso ancestral del mantel con el monseñorato de la remolacha” provoca tres manchas, “tres islotes de sangría sobre los rosetones” (Lezama Lima 1993: 324). Remite a la sangre como presagio de la muerte del tío Alberto (sustituto del padre del protagonista José Cemí), que se producirá en un accidente automovilístico al final del capítulo. Teja llega a calificar la escritura barroca de Lezama de bulímica, llena de meandros que siempre incorporan más que la línea recta y, entre otras cosas, reflejan la voracidad del Lezamalector. González Echevarría agrega aún más interpretaciones: Eating in Lezama is like a poetic metabolic process by which matter is transformed into flesh, making of the feast a collective communion whereby, 2. Para un análisis más amplio, el punto de partida lo podría constituir la antología Comer con Lezama publicada en el 2011, una selección de fragmentos culinarios reunida por Alejandro Montesinos Larrosa y Madeleine Vázquez Gálvez.

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in eating the same foods, all become chemically the same. Hence, the eating of fish and fowl, vegetables and fruit, all products of Cuba, makes the dinner guests, more than family, one with the motherland and one in flesh and spirit (when speaking, Lezama always used incorporar instead of comer to mean eating). These products of land and sea must first be killed before being consumed; they have to die to be reborn in those who consume them (2010: 147).

En cuanto a Alejo Carpentier, aliado de Lezama en sus “manjar[es] merovingio[s]” (Campuzano 1997: 31-32), ocurre algo bien particular. Los festines son relativamente escasos: el “Bucán de Bucanes” de El siglo de las luces, el banquete en la casa parisina del ex Primer Magistrado en El recurso del método, el desayuno en la tumba de Stravinsky en Concierto barroco, la aparatosa fiesta inspirada en el París del cambio de siglo en casa de la Tía al comienzo de La consagración de la primavera. A pesar de esta base tenue, las connotaciones son múltiples. Así, el tan mentado “Bucán de Bucanes” del capítulo 25 de El siglo de las luces ilustra muchas claves importantes para leer a Carpentier. Cuando Esteban trabaja de escribano en una nave de corsarios, L’ami du peuple, los piratas se detienen en una isla edénica después de capturar un cargamento de vino a una nave portuguesa. Se pide a los cocineros negros que preparen un cochino salvaje relleno de otros animales menores. Recuerdo el conocido fragmento-bodegón: Después de limpiarlos [los cochinos salvajes] de cerdas y pellejos negros con escamadores de pescado, tendieron los cuerpos sobre parillas llenas de brasas, de lomo al calor, con las entrañas abiertas —tenidas abiertas por finas varas de madera—. Sobre aquellas carnes empezó a llover una tenue lluvia de jugo de limón, naranja amarga, sal, pimienta, orégano y ajo, en tanto que una camada de hojas de guayabo verde, arrojada sobre los rescoldos, llevaba su humo blanco, agitado, oloroso a verde —aspersión de arriba, aspersión de abajo— a las pieles, que iban cobrando un color de carey al tostarse, quebrándose a veces, con chasquido seco, en una larga resquebrajadura que liberaba el unto, promoviendo alborotosos chisporroteos en el fondo de la fosa, cuya misma tierra olía ya a chamusquina de verraco. Y cuando faltó poco para que los cerdos hubiesen llegado a su punto, sus vientres abiertos fueron llenados de codornices, palomas torcaces, gallinetas y otras aves recién desplumadas. Entonces se retiraron las varas que mantenían las entrañas abiertas y los costillares se cerraron sobre la volatería, sirviéndole de hornos flexibles, apretados

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a sus resistencias, consustanciándose el sabor de la carne oscura con el de la carne clara y lardosa, en un bucán que, al decir de Esteban, fue “Bucán de Bucanes”—cantar de cantares (Carpentier 1984: 224-225).

La comilona es identificada como ‘bucán’, esta palabra de origen indígena (tupí) puesta en boga por el vocablo francés boucan, de manera que en el propio término resuena el acá/allá. La misma denominación de “Bucán de Bucanes” presenta amplias resonancias históricas y geográficas, ya que la piratería está inextrincablemente asociada al pasado caribeño. Como calco del “Cantar de los cantares”, se eleva lo ‘terrestre’ de la comida a algo casi sagrado, un procedimiento que Carpentier en su conferencia “Proust y América Latina” (1989) dijo haber copiado del autor francés. La descripción de la preparación se basa en un fragmento que Carpentier halló en Voyage aux Isles del padre Labat. Los escritos del inicio del xviii de este gran gourmand e in-between son fundacionales para el Caribe. Mediante los filtros intertextuales la actividad de preparación natural en el sentido de Lévi-Strauss se convierte en una joya estilística que reúne varias culturas. Al día siguiente se acercan unos negros a la isla en un barco precario para pedir liberté, égalité, fraternité. Se tienen que contentar con los restos royendo los huesos, como una variación sobre Tarde venientibus ossa, que ya comenté respecto a Cecilia Valdés. Además, las mujeres negras sirven de plato apetitoso para satisfacer los deseos sexuales de los tripulantes de L’ami du peuple, de modo que diferentes carnes, la negra y la blanca, se mezclan en un bucán bien particular. A pesar de que Carpentier ha reivindicado la cultura negra en sus primeros escritos y ha exaltado a algunos individuos negros como Filomeno de Concierto barroco o Gaspar Blanco de La consagración de la primavera, sigue adoptando una actitud ambigua hacia esos subalternos, por muchos decretos pluviosos de abolición de la esclavitud que se hubiesen promulgado.3 Se desprende de mis breves observaciones que la escena revela algunos aspectos fundamentales de los temas y la poética carpenterianos: los filtros culturales como simulacro de fundamento, el acá/allá, el negro, el estilo barroco. 3. Remito a mi análisis más detallado en ““El Bucán de Bucanes” y des mangeailles de sauvage” (De Maeseneer 2005).

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Virgilio Piñera, cuya parquedad en el comer era legendaria, sería el flaco de la pareja El flaco y el gordo (título de una obra de teatro suya de 1959), ya que es considerado el representante de la vertiente famélica. Me ceñiré a presentar un breve apunte sobre su cuento “La carne”. El título refleja un eje estructurante y omnipresente en la obra de Piñera. Basta con consultar algunos títulos de artículos: “Fleshing Out Virgilio Piñera from the Cuban Closet” en Tropics of Desire de Quiroga (2000) o “Y, en Virgilio, la palabra se hizo carne (y viceversa)” de Françoise Moulin Civil. En “La carne” un pueblo sufre de la falta de dicho alimento. Aunque se proponen alternativas vegetales, los ciudadanos empiezan a comerse a sí mismos después de que el señor Ansaldo dio el ejemplo cortándose un filete de su nalga y comiéndolo con mucho apetito “tras haberlo limpiado” y adobado “con sal y vinagre” (Piñera 1990: 17).4 El cuento no insiste en el dolor, se limita a enfatizar las anomalías resultantes con una ironía despiadada: el bailarín que se comió el dedo gordo del pie crudo ya no puede bailar, las mujeres que se comieron los senos, ya no tienen que llevar sostenes, lo cual provoca una ligera protesta por parte del “sindicato de obreros de ajustadores femeninos” (Piñera 1990: 19). Aunque van desapareciendo cada vez más personas, reina el optimismo y termina el cuento con: “y aquel prudente pueblo estaba muy bien alimentado” (ibíd.: 20). “La carne” plantea una serie de paradojas: se come para vivir, pero la autofagia hace que desemboque en la muerte; se suele comer carne animal, pero aquí es sustituida por carne humana, en un acto de canibalismo bien particular. Con la excepción del dedo del bailarín, la carne es preparada con mucho esmero con el fin de no parecerse a lo natural y lo crudo lévistraussianos, lo cual sería señal de falta de civilización. El relato, escrito en 1944, tampoco carece de dimensión referencial. El mismo Piñera comentó que era una “protesta por el envío de nuestras reses a Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial” (en Llopis 1967: 150), mientras que faltaba la carne en Cuba y él mismo pasaba hambre. En lo identitario, hay un guiño humorístico a la obsesión carnívora de los cubanos, muy poco dados a alimentarse con 4. Según Balderston (1996: 90), la idea le hubiera podido venir del Candide de Voltaire donde un trozo de nalga de la hija del papa es ofrecido al serallo argelino.

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vegetales. Desde el punto de vista social el comer carne implica no pertenecer a las clases más depauperadas. Más que estas connotaciones circunstanciales importan las preguntas ético-religiosas que suscita el relato: ¿Qué es lo que distingue al hombre del animal? ¿Se justifica el canibalismo? ¿Dónde se traza la frontera entre civilización y barbarie? ¿Cómo se relacionan lo natural y lo cultural? ¿Qué pasa cuando el sacrificio religioso es sustituido por un autosacrificio? ¿Esta hambre física oculta un hambre metafísica de una existencia más significativa? Otras lecturas apuntan hacia planteamientos político-económicos: ¿Cuán peligroso es aferrarse a cierto orden por absurdo que sea? ¿Hasta qué punto el hombre está dispuesto a insertarse en un sistema aún transgrediendo lo normal con tal de preservar ciertos privilegios? ¿Qué aporta un sistema de autosuficiencia? Desde un ángulo metaliterario, el texto puede ser interpretado como una imagen del estilo piñeriano: frío, escueto, depurado, despojado de lo superfluo, huesudo.5 Aunque no he hecho justicia a estos tres autores reduciéndolos a tan pocas páginas, quisiera destacar que en los tres casos el recurso culinario se refiere a una poética y determina el estilo, una constatación que retengo para mis análisis ulteriores.

La literatura de la Revolución antes de la época postsoviética Otra contextualización indispensable para abordar la narrativa postsoviética consiste en un breve repaso del desarrollo de la literatura cubana, sobre todo la de dentro, desde la llegada al poder de Castro. En la década de los sesenta se fue conformando un tipo de literatura revolucionaria. Siguiendo el lema del líder cubano, “Dentro de la Revolución, todo, contra la Revolución, nada” de Palabras a los intelectuales de 1961 así como las ideas del Che sobre el Hombre Nuevo y el realismo socialista, recogidas en El socialismo y el hombre en Cuba de 1965, el arte fue evolucionando hacia una expresión al servicio de la socie5. Para formular estas preguntas me he basado en los estudios de Quintero Herencia (2000), Goldman (2008a: 71-88), Morello-Frosch (1996) y Anderson (2006).

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dad revolucionaria con énfasis en lo colectivo. Había que escribir revolucionariamente defendiendo la cubanía, la nación y la Revolución. Fue un proceso paulatino.6 Recuerdo mis observaciones sobre Barnet, quien se apartó del grupo poético “El Puente”, considerado sospechoso por el régimen por no interesarse en temas políticos para comportarse como el revolucionario modelo escribiendo el testimonio Biografía de un cimarrón en 1966. Es que en los sesenta todavía no estaban tan bien delimitados los criterios desde arriba y aún se permitía cierta libertad en lo literario. Existía cierto margen y la oposición entre contrarrevolucionarios y revolucionarios aún no quedaba establecida de manera tan tajante (Lie 1996). Esto no impedía que determinados autores, como Lezama o Piñera, fueran apartados y/o se recluyeran en un insilio. Otros como Guillén o Carpentier, en cambio, fueron erigidos en portavoces del régimen. Después del caso Padilla, en 1971, fueron adaptados en el seno del Primer Congreso Nacional de Educación y de Cultura de ese año unos modelos muy rígidos, inspirados en ejemplos soviéticos de realismo socialista. Fue entonces cuando floreció la novela detectivesca, donde el héroe socialista se oponía al villano capitalista, por ejemplo en La ronda de los rubíes (1973) de Armando Cristóbal Pérez (n.1938) o en El cuarto círculo (1976) de Luis Rogelio Nogueras (n.1944). Esta literatura apologética y didáctica en la que no se consideraba la vida interior de los personajes sino su funcionalidad en el marco de la Revolución llevó a un fracaso literario, que encuentra su expresión en el rótulo de quinquenio gris. Hacia mediados de los ochenta se empezaron a ver grietas en la política cultural, al igual que en el discurso marxista y la dependencia de la URSS. En lo político es el período conocido como la Rectificación, un intento de poner la Revolución en el buen camino enfatizando la autonomía nacional e integrando unas medidas restrictivas para obtenerla. La situación complicada se exacerbó, tanto a causa de la caída del muro como debido a problemas internos de corrupción cuyo caso más sonado es el de Ochoa, el general fusilado en 1989 por estar implicado en el narcotráfico. 6. No entro en las diferentes etapas que propusieron estudiosos como Menton para los sesenta. Para un resumen de las diferentes proposiciones véase Behar (2009: 1-10).

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La década de los noventa significó un cambio radical en la manera de acercarse a la literatura. No solo influyeron la desintegración del Bloque del Este y las difíciles circunstancias económicas, sino que se fueron transformando las poéticas y la manera de abordar la literatura. Todos los estudiosos señalan un giro hacia una escritura postmoderna que hasta cierto punto estaba relacionada con la crisis económica de los noventa. Ya había sido anunciada durante un paréntesis de apertura cultural en los ochenta con un punto culminante hacia 1988-1989, a pesar de que de 1989 a 1991 se volvieron a estrechar los cercos. Desde el punto de vista temático, ya no dominan el Hombre Nuevo y los ideales colectivos, sino que se reduce la existencia al individuo en todas sus complejidades sexuales, raciales y ontológicas y a las preocupaciones cotidianas por la sobrevivencia, que ya no puede ser asegurada por el Estado. La idea de la cubanía y/o de la nación, tan central en la literatura anterior, ha dejado de cumplir el papel de ser un proyecto político compartido. Predomina un sentimiento de desencanto sustentado en “las insuficiencias y contradicciones” (Fornet 2006: 68) de la Revolución cubana. En lo formal, se perciben mucha experimentación con voces narrativas y actitudes iconoclastas y transgresoras en cuanto a lenguaje, todos rasgos típicos de la postmodernidad. Esta reorientación temática y formal corre pareja con un cambio en el canon cubano. Tras la caída del muro se “ha operado el ensanchamiento del canon nacional de las letras” (Rojas 2009b: 190), lo que Duanel Díaz (2009) califica de deshielo tropical. Sobre todo es rescatado el grupo Orígenes en Cuba, en particular Lezama Lima y Piñera (quien en 1957 se apartó del grupo), con el fin de revalorar la vertiente estética que se opone a la doctrina revolucionaria del artista comprometido.7 Otros escritores exitosos entre los jóvenes escritores, como los exiliados Sarduy, Cabrera Infante o Arenas, continúan suscitando más reticencia por parte de las instancias oficiales. Al mismo tiempo, se amplía desde arriba el panorama hacia determinados textos de cubanos residentes en el extran7. El grupo Orígenes fue apropiado en su vertiente nacionalista y endémica por el aparato estatal a finales de los ochenta en un intento de rectificar la política cultural. Remito a El libro perdido de los origenistas (Ponte 2004: 11) y a Basile (2009: 189-195).

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jero y no abiertamente oposicionales. Son acogidos en el seno de la literatura cubana que adquiere de este modo una dimensión diaspórica. Por ejemplo, son incorporadas las historias de familias con una fuerte dosis de realismo mágico y un aderezo feminista, como la de Cristina García en Dreaming in Cuban (1992). Todo esto forma parte de la estrategia del régimen de mostrar una mentalidad más abierta (ma non troppo) negociando con ciertos sectores disconformes con el régimen, lo que según Quiroga “parece más bien ser una compensación, un homenaje tardío, un intento de rectificación” (2005b: 82).8 Además de todos estos cambios en la república de las letras cubanas, muchos autores procuran alejarse de lo nacional incorporando literaturas de otras latitudes, una tendencia general en estos tiempos de globalización. Como consecuencia práctica de la mayor apertura se permitió a los escritores de dentro firmar contratos con editoriales extranjeras desde noviembre de 1993. De esta manera fue subsanado el problema de la falta de papel, al menos para algunos escritores residentes en la isla. En lo que atañe al tema culinario, hasta los noventa no suele desempeñar un protagonismo en las obras, aunque aparece de cuando en cuando en relación con la escasez. Recuerdo que la libreta de abastecimiento fue instaurada el 12 de marzo de 1962 y que no siempre se podía cumplir con las cuotas estipuladas. Así los detectives en El cuarto círculo de Luis Rogelio Nogueras toman café cada vez que pueden, ya que en los setenta el café ya estaba seriamente racionado. A este respecto es interesante señalar que en 2011 fue publicado en Cuba No hay que llorar, un volumen con testimonios de artistas sobre el Período Especial, donde muchas veces menguan su dureza equiparándolo a otras épocas especiales anteriores. Por ejemplo, en “No se escuchaban siquiera las voces en la calle” (Vega Chapú 2011: 56-61), Rolando Ro8. El ejemplo más conocido de apertura de esta época es el filme de 1993, Fresa y Chocolate de Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío Hernández. Remito a los artículos de Paul Julian Smith (1996), José Quiroga (1997), Santí (1998), Gabara, Balutet, Foster, entre otros textos, que discuten las diferencias entre el cuento de Senel Paz y la película, la orientación distinta del cuento y del filme, el tema de la homosexualidad que no se muestra en todas sus vertientes, la manipulación en función de cierta política aperturista y de reconciliación en Cuba.

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dríguez comenta varios períodos especiales sucesivos antes de que llegara el Período Especial con mayúscula. Sobre todo muchos escritores cubano-americanos mencionan el hambre en su reconstrucción de la madre patria de antes del Período Especial y/o de la Cuba prerrevolucionaria, incluso cuando publican en los noventa o en el nuevo milenio. Remiten a épocas que conocieron por sus propias vivencias o por recuerdos de los padres. Virgil Suárez (1962), residente en Estados Unidos desde 1974, integra en Spared Angola. Memories from a Cuban-American Childhood (1997) una serie de viñetas y poemas sobre los problemas de aprovisionamiento en los sesenta. Por ejemplo, “Jicotea/Turtle” gira alrededor de la matanza de treinta tortugas para dar de comer a la familia.9 En Dreaming in Cuban (1992) de la ya mencionada Cristina García (n.1958), que salió de Cuba a los dos años, se alude a las penurias en la Cuba de los setenta. Lourdes, la hija bulímica de Celia y dueña de la Yankee Doodle Bakery, manda fotos a su madre procastrista en Cuba: “Each glistening éclair is a grenade aimed at Celia’s political beliefs, each strawberry shortcake proof —in butter, cream, and eggs— of Lourdes’s success in America, and a reminder of ongoing shortages in Cuba” (García 1992: 117). Posesas en la Habana (2004) de Teresa Dovalpage, nacida en Cuba en 1966 y residente en los Estados Unidos desde 1996, contiene un fragmento sobre una cola larguísima para conseguir un cake en los ochenta. Donde el sustento cobra un papel importante es en la obra de Padura Fuentes quien respondió a la pregunta de Verity Smith sobre las francachelas omnipresentes en su obra que “la comida ha sido una obsesión de los cubanos durante treinta y cinco años, porque conseguirla ha sido un problema cotidiano durante la mayor parte de ese largo período. Entonces ellos [los personajes de sus novelas] hacen estos banquetes imposibles donde comen cantidades pantagruélicas y beben a su gusto. Es un sueño para los cubanos normales como ellos” (en Smith 2001: 73-74). Veamos de más cerca la manera como se enfrenta al tema. 9. Véanse los comentarios sobre viñetas en Álvarez Borland (1998: 75-80 y en particular 78).

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Padura mete la cuchara en el umbral de los noventa Leonardo Padura Fuentes (n. 1955) publicó en los noventa dentro y/o fuera de Cuba una tetralogía detectivesca. Se trata de Pasado Perfecto (1991 [2000]), Vientos de cuaresma (1994 [2007]), Máscaras (1995 [2001]), y Paisaje de otoño (1998 [2006a]). El autor mismo lo llamó el ciclo de las cuatro estaciones. Las cuatro obras están situadas en 1989, el año de la Caída del Muro, justamente antes de la instauración del Período Especial. Su acercamiento al género ilustra con creces los avatares en los noventa que he señalado en el apartado anterior. Así Wilkinson plantea que el protagonista detective Mario Conde “is represented as an individual whose soul is at odds with his surroundings and (...) those surroundings have altered” (2006: 162). Efectivamente, el policía Mario Conde es un personaje marginado, solitario y nostálgico, muy distinto de los tradicionales detectives cubanos. Tiene un carácter problemático. Según Wilkinson adoptaría una actitud sartreana ante la vida, guiada por la libertad de elección, el ser y la nada, el otro como infierno, las apariencias.10 Las novelas continúan siendo sustentadas en una trama policial y sigue en pie la búsqueda del autor del crimen. Sin embargo, ya no se trata de oponer la sociedad cubana al sistema capitalista, sino que se da cuenta de la crisis al enfocar a grupos que cuestionan los ideales de la Revolución: los altos cargos comunistas corruptos en Pasado perfecto, los friquis (adolescentes de comportamiento liberal y amantes de la música rock) y los traficantes de droga en Vientos de Cuaresma, los homosexuales y los proscritos políticos en Máscaras, los exiliados en Paisaje de otoño, por mencionar a los grupos más importantes. Se derriban los tabúes sobre el exilio, la homosexualidad, la droga, la corrupción. A pesar de que son muy frecuentes las observaciones críticas respecto al sistema cubano, no hay ataques directos al Personaje famoso de las Alturas, es decir, Fidel Castro, solo mencionado una vez de esta manera pe10. Lucien estudió también la impronta existencialista (2006: 228-229) a partir de un cuento incluido en Máscaras, La muerte en el alma, título inspirado en La mort dans l’âme de Sartre de 1949.

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rifrástica en las cuatro novelas. Wilkinson repara en una dimensión que rebasa lo cubano. El detective resulta ser un hombre honesto en un mundo deshonesto, de manera que critica la hipocresía de la sociedad en general: “The conflict between the individual (Conde) and his world (Havana in the 1990s) represents a wider conflict between personal freedom and collective coercion” (Wilkinson 2006: 288). La transformación radical en la escritura se nota también en la integración de referencias a autores antes denostados. En Máscaras, por ejemplo, el amigo del asesinado, Alberto Marqués, una figura inspirada en Antón Arrufat y Piñera entre otros ‘parametrados’ o proscritos (Lucien 2006: 148; 211-213), resume la teoría sobre la simulación de Sarduy, llamado El Recio. Marqués estaba preparando una representación de la obra de Piñera, Electra Garrigó. El tema de Electra informa toda la trama, no solo por el hecho de que la víctima fue encontrada disfrazada de esta figura mitológica, sino porque el asesinato del hijo por parte del padre burócrata corrupto se puede leer como una inversión de la estructura entre Edipo y el padre y como una variación sobre el matricidio de Electra, tal como lo demuestra muy convincentemente Lucien (2006: 254-261). No es un azar que la traducción en francés de Máscaras sea Electre à La Havane. Muchos críticos de la obra de Padura coinciden en llamar la atención sobre el hecho de que la intriga ha dejado de centrarse en el discurso revolucionario repleto de ideales poco comestibles, sino en el sobrevivir duro y puro. En casi cada intriga desempeña un papel importante la falta de productos de consumo, aún más apremiante en el caso de Conde quien es muy dado al alcohol y a quien le gusta comer bien. De ahí que Song advierta: “(...) the emphasis on daily life of Cuban society after the end of the Cold War brings into light the author’s criticism of communism as an economic, rather than a political system” (2009: 238). Patrick Collard (2010) indagó en la funcionalidad de lo culinario en seis novelas de Padura que tienen a Conde como protagonista, agregando a la tetralogía Adiós, Hemingway (2001 [2006b]) y La neblina del ayer (2005), cuando Conde ya no es policía sino que se ocupa en buscar libros viejos. Collard comenta las dos vertientes muy frecuentes en las representaciones cu-

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linarias: la carencia y la opulencia.11 La escasez es tratada con ironía y sarcasmo, por ejemplo, en la siguiente cita de Vientos de Cuaresma: [Conde] abrió el refrigerador, y descubrió la dramática soledad de dos huevos posiblemente prehistóricos y un pedazo de pan que bien pudo haber asistido al sitio de Stalingrado. En una manteca con sabor heterdoxo de fritadas excluyentes dejó caer los dos huevos, mientras con la punta del tenedor tostaba sobre la llama las dos rebanadas que logró arrancarle al corazón de acero del pan. Puro realismo socialista, se dijo (Padura 2007: 148).

Como suele ocurrir en Padura, se confunden comida y literatura y se introducen diferentes capas intertextuales. Aquí los dos huevos prehistóricos son ya en sí elocuentes. Según Collard pueden relacionarse con la segunda frase de Cien años de soledad donde las piedras son comparadas a huevos prehistóricos: “Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos” (García Márquez 1982: 9). El realismo mágico se convierte aquí en un realismo crudo. El corazón de acero hace pensar tanto en el telón de acero como en una canción homónima interpretada por muchos cantantes latinoamericanos como José Feliciano (o en una canción de Mar de Copa, según Collard). La descripción del plato es digna de un “fragmento literario hecho según las consignas de la estética estalinista” (Collard 2010: 338). El narrador usa la escasez de comida como metonimia de toda una corriente literaria pobre e insípida, el realismo socialista. Collard advierte que se trata a la vez de la realidad socialista, la cubana del Período Especial. La abundancia se concreta en las comilonas preparadas por la cocinera Jose con ingredientes cuya procedencia, sin duda ilegal, es un 11. En “Imágenes de escasez y abundancia: la función de la comida en la literatura cubana contemporánea”, Torres Caballero da un primer paso para abordar el tema. Comenta brevemente la obra de Padura, al lado de la de Valdés, Gutiérrez y Senel Paz, insistiendo en la nostalgia de la abundancia prerrevolucionaria que encontraría su contraparte literaria en la cena lezamiana. Mi análisis abarca más textos y más interpretaciones.

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misterio para los comensales. Lucien (2006: 198-202) constata un aumento de los banquetes opulentos a medida que va avanzando la tetralogía. Les atribuye una fuerza subversiva que ataca el ascetismo revolucionario, las ve como una celebración del placer individual, “une métaphore du refus du dévouement au bien collectif ” (ibíd.: 202), las considera un remedio contra el desencanto de la generación del Período Especial y una expresión del triunfo del imaginario y de la libertad de creación poética. En su comentario de un fragmento de Máscaras donde Jose explica en una conversación con los comensales su preparación de pavo relleno con congrí, Collard advierte con razón que las escenas dialogadas en las que se comentan las recetas se diferencian del estilo descriptivo típico de los libros de cocina: “Estamos ante una especie de ejercicio de estilo —por cierto muy al estilo de Vázquez Montalbán— como respuesta a la pregunta de cómo incorporar de manera vívida, en una escena que sigue dialogada, una receta, que suele ser un trozo descriptivo con reglas propias. Dicho de otro modo: aunque el trozo contenga una receta, en rigor no lo es ni podría figurar tal cual en un recetario” (2010: 344). Al consultar la receta de pavo relleno con congrí en Cocina criolla de 1954, uno de los libros de cocina de la chef más famosa de Cuba, Nitza Villapol (1923-1998) (s.f.: 104), pude comprobar efectivamente que se produjo un juego de transmutación literaria. Agrego como detalle curioso que ha dejado de aparecer en una versión de Cocina al minuto de 1980, publicada en La Habana, mientras que muchas otras recetas se han mantenido después de suprimir los nombres de marcas gringas. ¿Será que el pavo se asocia demasiado a un plato burgués y exuda nostalgia prerrevolucionaria?12 Aunque la cocinera había tenido programas de televisión y llevaba escritos dos libros de cocina en los cincuenta, Cocina criolla (1954) y Cocina al minuto (1956), es asociada irremediablemente al modo de “inventar” y a la supervivencia en los años posteriores a 1959. En un 12. El que Padura se interesara por los libros de cocina prerrevolucionarios se deduce del hecho de que en Neblina del ayer, situado en 2003, ¿Gusta, usted? publicado en 1956, adquirido por Conde, proporciona inspiración para las comidas opíparas de Jose. Collard (2010) dedica gran parte de su ensayo a comentar la centralidad de esas francachelas en Neblina del ayer.

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fragmento de Y Dios entró en La Habana, reproducido en El País, Vázquez Montalbán da el siguiente comentario sobre esta figura a la vez tan honrada y tan vilipendiada en el imaginario popular cubano de las dos orillas: Para Fidel, una de las principales Marías Auxiliadoras de la revolución era la divulgadora televisiva Nitza Villapol, que ya venía de los tiempos de Batista y que durante el periodo especial en tiempos de paz estuvo dos años dando recetas de cocina en las que no intervenía la carne: patatas asadas, puré de patatas con cebolla o con ajiaco o con grasa de cerdo y zumo de naranja, mayonesa de papa, postre de papas con corteza de naranja y azúcar, platos que Alina [la hija de Castro] recitaba con voz gangosa, asqueada (2008: 46).

Por tanto, Jose es una suerte de contrafigura de Villapol, y su cocina es un espacio de maravilla, el locus amoenus que procura momentos de felicidad y de huida del mundo circundante hacia el pasado, tal vez prerrevolucionario. Además, Jose se asocia a la cultura culinaria que siempre se ha originado desde abajo, desde los hogares de mujeres subalternas que transmiten sus conocimientos oralmente. Lo que me interesa destacar también es que en este análisis de obras ubicadas en los bordes del núcleo más duro del Período Especial ya se integra la vertiente dominante en muchas novelas de esta década: la penuria, a veces contrapuesta a la abundancia. En el cine podemos encontrar un ejemplo paralelo que permite reflexionar de manera aún más diversificada que en Padura sobre las carencias alimentarias que traería consigo el incipiente Período Especial. Me refiero a Alicia en el pueblo de Maravillas, película de 1991 dirigida por el cubano Daniel Díaz Torres. Narra la historia de una instructora de teatro que llega a Maravillas de Noveras, un imaginario pueblo donde han ido a parar personas destituidas de sus cargos (los llamados tronados), y donde el miedo, la desidia y los desmanes burocráticos son comúnmente aceptados por los pobladores. Esta sátira de la sociedad cubana contemporánea tuvo una problemática recepción en la isla.13 Aunque el tema alimentario se manifiesta en detalles, ocupa 13. Remito a “Algunas reflexiones en torno a la película Alicia en el pueblo de Maravillas” de Redruello (2007a) quien pormenoriza el enfrentamiento entre gobierno y

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un lugar interesante dentro de esta visión cáustica. No solo aparece un puerco en el coche de alquiler, algo que presagia la fuerte recurrencia de este animal en la literatura posterior, sobre todo cuando es extraído de su ámbito natural, la cochiquera, e insertado en uno normalmente exclusivo de los humanos. Se manifiesta asimismo en el episodio en que un chofer es seducido por una atractiva mujer y descuida su furgoneta llena de víveres destinados a una cafetería. Mientras tanto le roban los productos, por lo que es responsabilizado del desabastecimiento de la cafetería. De esta manera, se alude humorística e indirectamente a la verdadera causa de la carencia. Otra prefiguración de la escasez se encuentra en los cubiertos encadenados en el restaurante del pueblo que no permiten llegar a los platos. En la misma secuencia aparece un tema que también devendrá un tópico en las artes narrativas de la década: el de la marginación de los nacionales con relación a los turistas. Mientras los cubanos intentan comer con los cubiertos encadenados huevos fritos con spaghetti, a una mesa de extranjeros la camarera lleva una fuente de suculentos manjares. Además de esto, otras remisiones salpican toda la película, por ejemplo, cuando la compra de carne en bolsa negra es presentada como la causa del ‘truene’ de la adúltera madre de Esperancita. Un motivo recurrente es el del agua sulfurosa que se produce en el sanatorio, investida de una connotación diabólica y que, hacia el final, llega a transubstanciarse en excremento. Es una metáfora muy dura en términos políticos: el presunto gran logro del director para el pueblo deviene excretas cuya presencia en las duchas se anuncia parsimoniosamente desde los altavoces. La imbricación de lo culinario y lo político está también presente en la parodia de propaganda socialista: “Maravillas sigue un cauce radiante hacia el futuro”, dice un engolado locutor en relación con esta agua, usando los términos que la propaganda oficial aplicaba en las décadas anteriores al supuesto tránsito al comunismo real que esperaba a Cuba. Por último, resulta interesante reparar en un detalle curioso: un ubicuo estampado de huevos fritos que figura lo mismo en las camisas de mangas largas de los funcionarios del sanatorio que artistas con motivo de la prohibición de la película y a las reflexiones de Chanan (2004: 457-461).

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Fotograma de cubiertos encadenados: Alicia en el pueblo de Maravillas.

Fotograma de estampado de huevos fritos: Alicia en el pueblo de Maravillas.

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en cortinas, toallas, la blusa de una anciana beata con mantilla o un delantal. Podría ser un guiño a una realidad de los setenta y ochenta, cuando se vendía un único diseño de tela de la que se confeccionaban las prendas de ropa necesarias. Es obvio que apunta asimismo a las penurias en el abastecimiento que obligan a la gente a sobrevivir en base a este plato elemental, también presente en Padura. Además, María del Puig Andrés establece en su reseña una relación entre el estampado de huevos y el mal encarnado en el director del sanatorio, llamado Arimán: “Según la mitología persa, Ormuz, el dios del bien creó veinticuatro dioses, a los cuales encerró en un huevo, pero Arimán, en su intento de destruir el mundo, creó igual número de dioses, autores de los males y vicios opuestos, los cuales perforaron el huevo, mezclándose de este modo el bien y el mal” (2003 :177). La escasez frente a la abundancia, la bolsa negra, el cerdo, el mal, lo abyecto, la doble economía cobrarán protagonismo en las recreaciones artísticas de los noventa que iré comentando a continuación. Es sorprendente y significativo que una película ya concebida desde 1988 y filmada en 1990 anunciara de manera tan precoz y perspicaz estos puntos de interés.

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El tema culinario en el Período Especial: un exceso de penurias

Al lado de la corriente policial que toma este sesgo particular en las obras de Padura, aparece a partir de los noventa dentro y fuera de Cuba todo un corpus de novelas centradas en individuos marginados en constante interacción con la crisis económica. Muchos protagonistas se mueven por las costuras de la sociedad cubana. Proliferan gente desencantada, jineteras muertas de hambre, chulos, balseros, apremiados por las dificultades de sobrevivencia. En las manifestaciones culturales en su totalidad se notaba una urgencia de hablar de los problemas, entre los cuales el hambre desempeñaba un papel importante. Así en Fast Food, una performance de 1994 en La Habana, Marianela Boán salió del teatro donde hubiera tenido que ocurrir el evento. Tenía en la mano un plato y una cuchara, ambos vacíos. Empezó a hacer movimientos minimalistas: “And this incandescent body executed at the end the horrendous, impeccable act of eating its own fingers. (...) her performance said: hunger” (Muguercia 2002: 181). Más piñeriana no puede ser la escena. Y Tania Bruguera “comió tierra por un día sentada en un camino de La Habana, delante de una bandera nacional que había hecho con los pelos de miles de ciudadanos” (Wilkinson 2010: 67). En este subcapítulo estudiaré de manera cronológica seis novelas escritas y/o publicadas dentro y/o fuera de Cuba cuya trama dialoga de alguna forma con el Período Especial. La selección se debe al hecho de que las obras son representativas de diferentes modalidades de

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enfrentarse al entorno cubano de los noventa. Este corpus formaría parte de lo que Whitfield en Cuban Currency: The Dollar and ‘Special Period’ Fiction de 2008 llama ficción del Período Especial, aunque no voy tan lejos como para hablar de un boom cubano.1 Implica que caen fuera del estudio novelas como La noche del aguafiestas (2002b) de Antón Arrufat (n.1935), muy apta para un análisis gastrocrítico. En ella se encuentran discusiones sobre los tipos de camarones en torno a una mesa en un restaurante llamado Torre de Marfil. Recuerdan la disputa sobre el quimbombó entre el cocinero chino Juan Izquierdo y la señora Rialta del primer capítulo de Paradiso de Lezama Lima. No obstante, el tiempo de la historia no muy especificado y el contexto más amplio no parecen referirse al Período Especial.2 Asimismo me doy cuenta de que procedo a una discutible limitación al excluir el conjunto muy amplio de cuentos en relación con esta época. Pienso, por ejemplo, en “Lobos en la noche” de Los hijos que nadie quiso (2001) de Ángel Santiesteban (n.1966) sobre un par de matarifes que roban carne para alimentar a su familia. Sobre todo dentro de Cuba se practicaba este género más fácil de publicar por la brevedad: la escasez de papel influyó también en el formato de la producción literaria. Antes de emprender el análisis quisiera subrayar que este subcapítulo presentará una mayor dimensión panorámica y será en ocasiones más descriptivo que mis acercamientos a las obras más consagradas y más conocidas del capítulo sobre el siglo xix. El aparato crítico más reducido y el menor renombre de algunas de las obras incluidas me obligan a proceder de esta manera. Con el fin de corroborar mis propuestas estableceré algunos paralelismos con películas que remiten al período postsoviético (Cosas que dejé en La Habana, Habana Blues, 1. Puede que la denominación sea correcta para España o tal vez Francia, pero en mi país, Bélgica, las novelas del Período Especial no fueron traducidas ni promocionadas de la misma manera invasora e impactante que las obras de los autores del boom de los sesenta. Últimamente se traduce más a latino/a writers, como Cristina García, Cecilia Sanmartín o Ana Menéndez, que suelen explorar más bien el tema del exilio. Para la recepción de la literatura latinoamericana en la parte neerlandófona, véase Els Van der Roost (2006). 2. Véanse algunas observaciones al respecto en “Arrufat y los avatares del canon en la Cuba revolucionaria” (De Maeseneer/De Beule 2011).

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Suite Habana,…) sin entrar por ello en toda la complejidad de este corpus que invita a estudios más pormenorizados no solo centrados en la consabida habanomanía que sugieren los mismos títulos. Whitfield (2008) considera a Zoé Valdés (n.1959) la pionera respecto a la novela sobre el Período Especial. Valdés se exilió definitivamente en Francia en 1995 y, visto su feroz anticastrismo, sus novelas no se consiguen de manera oficial en la isla. La nada cotidiana de 1995, obra aún escrita en Cuba, es desde el título un juego culinario, ya que es una variación sobre la expresión el pan cotidiano (del que los cubanos no siempre disponen). En esta novela evoca la economía de trueque, las maneras de “conseguir”, la añoranza de mamey y ensalada, el recuerdo de productos comestibles en una página llena de frases que empiezan con ¿Te acuerdas de?... los tallarines, las torticas, el queso crema, entre otras cosas (Valdés 1995: 96-97). También recalca la presencia del hambre como parodia de la picaresca que hace que la risa llene los estómagos vacíos (Cámara 2002). Estos procedimientos ya anuncian cómo se va a enfocar el tema en la siguiente novela, Te di la vida entera de 1996. En una mezcla de melodrama y de realismo sucio, combinada con ironía y humor, Valdés procede a exaltar la Cuba prerrevolucionaria frente a los noventa narrando la vida de una mujer, Caridad [Cuca] Martínez, y del mafioso Juan Pérez, el Uan. Este la abandona dejándole una hija, María Regla, una supuesta superrevolucionaria, y un dólar que contiene una clave para un depósito importante en un banco suizo. Cuca lo espera toda su vida de una manera “inquebrantable” (Valdés 1997: 256),3 hasta que Juan regresa para recuperar… el dólar. Lo entrega a su Jefe mafioso de quien se sugiere que está relacionado con Castro. La pareja es detenida y separada: Juan es expulsado y Cuca es enviada a su pueblo natal, Santa Clara. Como personajes secundarios, son muy pintorescas la Mechunga y la Puchunga,4 quienes practican una suerte de jineterismo cuando les conviene. Se embute de manera un poco artificial su historia frustrada de una huida en balsa en 1994 para que el público lector a quien se le explica cada concepto cubano disponga del panorama completo de 3. De ahora en adelante solo citaré el título (cuando sea necesario) y la página. 4. La pareja se inspira claramente en Auxilio y Socorro de De donde son los cantantes de Sarduy.

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los clichés exitosos sobre los noventa en Cuba. El libro es un despiadado ajuste de cuentas con el régimen de Castro, el Comediante5 en Jefe o Talla Super Extra (XXL) en la narración. Constituye igualmente una declaración de amor amargo a La Habana, la noche y su música siguiendo en esta habanomanía a su gran ejemplo, Guillermo Cabrera Infante, a quien Valdés cita varias veces, empezando con el epígrafe de la primera parte. Whitfield (2008) construye su análisis en base al dólar (despenalizado desde 1993) y el dolor que provoca el no tenerlo, tensión que se refleja en el título de la traducción francesa, La douleur du dollar. Volveremos a encontrar este juego paronomásico en Chaviano en una suerte de homenaje explícito a Valdés en El hombre, la hembra y el hambre (1998: 239), novela que comentaré a continuación. Y en Informe contra mí mismo Eliseo Alberto retoma la misma oposición afirmando que la diferencia entre estas dos palabras estriba en “una simple vocal y un acento ortográfico”: “Los de afuera tienen dólares, los de adentro dolores” (2002: 275). Aunque los autores no lo explicitan, esta asociación ya fue establecida en el poema, “Bonsal”, que abre el poemario Tengo (1964) de Nicolás Guillén, quien se convierte así en el blanco metonímico de la crítica al régimen: “Y el águila imperial / Y el dólar y el dolor / Y el mundo occidental / Bonsal. Este Bonsal / es el Embajador” (1985: 67). A este respecto es interesante agregar qué versos del poema “Tengo”, que da título al poemario de Guillén, serán citados in extenso por Chaviano (1998: 289) y por Obejas en Ruins (2009: 91-93) como contraste irónico con la situación cubana del Período Especial. Y en Informe contra mí mismo Alberto Eliseo lo convierte en leitmotiv de su primera parte. También en el ámbito musical se alude de manera juguetona a “Tengo”. La canción “El temba” (1996) del grupo “La Charanga” termina en: “Pa’ que tengas, lo que tenías que tener / un papirriqui, con güaniquiqui”. Los Hermanos de Causa construyen su canción rap “Tengo” (2001) a partir de la repetición obsesiva del verbo, por ejemplo “tengo una raza oscura que está discriminada”.6 5. Remito a las observaciones de Lucien (2006: 115-130) sobre la importancia de la doble moral y la puesta en escena en las novelas de Valdés. 6. Véanse los comentarios de Perna sobre “El temba” (2005: 227). En los cuentos

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Al lado de esta oposición muy explotada entre tener y no tener, la narradora echa mano de recetas, reales o inventadas, como otra estrategia oposicional. Recuerda las delicias de la comida identitaria integrando dos páginas de descripción detallada de recetas de la Cuba de antes con el fin de subrayar la abundancia: la pierna de puerco asado [sic] a la criolla, la masa de puerco frito, arroz blanco, frijoles negros a lo Valdés Fauly (Te di la vida entera 33-35). Son una copia casi textual de los libros de cocina de Nitza Villapol. Las cantidades de los ingredientes para los frijoles negros a lo Valdés Fauly, por ejemplo, son exactamente las mismas que en Cocina criolla en su versión prerrevolucionaria y se mencionan casi en el mismo orden (34-35; Villapol s.f.: 42-43). No he encontrado esta receta que necesita pimientos morrones en la versión ulterior de 1980, mientras que los platos más usuales como la pierna de puerco asada a la criolla y el arroz blanco se mantienen con ligeras variantes en ambas ediciones. A diferencia de su incorporación en Padura que acabo de comentar en el apartado anterior, aquí se conserva el estilo característico de un libro de cocina. Solo hay alguna que otra adaptación al lenguaje menos cuidado de la narradora como forma de desacralizar a la papesa de la cocina, metonimia del régimen de Castro: “Ponga todo esto a cocinar” de Villapol (s.f.: 42) se convierte en “Eche todo este mejunje a cocinar” (Te di la vida entera 35). A la vez, la incorporación de recetas parece una parodia del discurso feminista al estilo de Laura Esquivel y su libro de 1989, Como agua para chocolate, cuyo modelo ‘exitoso’ llevó a un callejón sin salida en el discurso feminista (Campuzano 2000), como ya dije en mi introducción. La narradora termina exclamando: “¡Y cuántas recetas más, cuántos olores! La Habana con sus sabores, mezcla de salado con dulce, arroz con frijoles y plátano maduro frito, y como postre cascos de guayaba con queso crema. ¡Ay, La Habana, tantos goces inefables, del paladar, y… de lo otro!” (Te di la vida entera 35). En cambio, de 1990 en adelante, Cuca está desesperada por no saber qué cocinar. Describe una receta de picadillo de gofio, que resulta “Amos y esclavos” y “Sálvese quien pueda” de Trilogía sucia de La Habana (1999: 208; 218) Pedro Juan Gutiérrez cita la letra de esta canción de salsa en la que el consejo consiste en buscarse a un viejo rico (un temba). Para Hermanos de Causa remito a .

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ser un invento de Villapol en los noventa: “Se coge un paquete de gofio, se humedece con agua primero, luego lo adobas con vinagre, porque el limón está perdido, sal, ajito y cebollita, si puedes irte a Güines y comprárselo a los guajiros, y si no, pues te cagaste en tu madre. Lo sofríes en la sartén, y ya está, la novedosa receta intragable de picadillo habanero” (98). El sistema contrastivo es explicitado durante una fiesta de travestis a la que asiste Cuca. Recuerda el modo de preparación de albóndigas a la milanesa, con carne y queso rallado. Vuelve a ser un calco casi palabra por palabra de la receta prerrevolucionaria de Villapol (s.f.: 51-52). No va recogida en la edición de 1980 que incluye muchos platos de albóndigas, siempre desprovistos de carne (con avena, con papas, con zanahoria,...). Lo que le ofrece a Cuca una de sus compañeras no puede ser más repugnante: albóndigas hechas con suelas de zapatos. Lucien comenta el peso metafórico de este plato asqueroso: “L’écoeurant repas servi, double grotesque de celui rêvé par Cuca, cependant englouti par la protagoniste et les autres affamés présents, tourne en dérision la politique de restriction dictée par la mise en oeuvre de l’utopie. Il est l’inverse de l’objet de jouissance sensuelle fantasmatique et donc métaphore de la laideur de la réalité ambiante” (2006: 203). Se acude otra vez al procedimiento oposicional al incorporar en la penúltima página (Te di la vida entera 359) la receta de chícharos a la inglesa (con lascas de jamón) que no vi recogida en los dos libros de cocina consultados. Por muy humilde que sea el plato, aquí también falta parte de los ingredientes para elaborarlo. De todas formas, no queda otra que reírse de la miseria recurriendo al choteo cubano, por ejemplo, cuando Cuca advierte que su sistema digestivo es “más vacío que un estadio con aguacero” o que tiene el estómago “más vacío que una piscina olímpica en invierno, y fuera de competiciones” (198; 204). El hambre es aún más apremiante por el contraste con la opulencia en los restaurantes con dólares, los llamados ‘paladares’, y en el banquete oficial al que asisten Juan, Cuca y María Regla al final de la novela. Cuando Juan ha vuelto para recoger el dólar, son invitados a una cena en el palacio presidencial en honor a la llamada Nitiza Villainterpol, “la gran dama de la cocina cochina cubana” premiada “en reconocimiento por haber inventado tres millones de recetas culina-

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rias intragables sin la materia prima: los alimentos” (285; 320).7 La mesa ostenta un sinfín de platos identitarios, entre los cuales figuran la masa de puerco y los frijoles negros, descritos tan nostálgicamente al inicio del libro. El festín termina con un helado de Coppelia, “de fresa y chocolate, como era de esperar” (321), obvia remisión a la exitosa película homónima que conoce el público para el que escribe Valdés.8 Vemos por tanto que en Valdés la crítica jocosa y la estrategia oposicional de abundancia frente a penuria corroboran el propósito ideológico de esta novela anticastrista. Además, permean en todo el libro contado en gran parte desde el punto de vista femenino, la ironía y un guiño malicioso a la literatura de mujeres, tan ávida de recuperar su kitchen of one’s own.9 Valdés maneja muy bien los temas exitosos en relación con la supuesta realidad cubana de los noventa que también aparecerán en numerosas películas sobre Cuba. Por ejemplo, en Cosas que dejé en La Habana (1997) del español Manuel Gutiérrez Aragón, álvaro, un cubano recién llegado a Madrid, observa en el bar con asombro que se consigue jamón y cerveza sin problemas, a diferencia de allá. Como una especie de mise en abîme de todo aquello, la obra de teatro montada por un director cubano exiliado en Madrid es cambiada incorporando una serie de estereotipos sobre Cuba: mulatas, balseros, comida dulce como la piña, el coco, la canela, la miel. Provoca la crítica de una de las protagonistas, Nena, también recién salida de la isla. Daína Chaviano (n.1957), afincada en Miami desde 1991, juega en parte con los mismos ‘ingredientes’ que Valdés en El hombre, la 7. Esta ‘magia’ de Villapol ya existía antes de los noventa. Un documental de 1984 Con pura magia satisfechos Constante (Rapi) Diego está hecho con fragmentos filmados de sucesivos programas de Nitza Villapol, en los cuales se ve cómo la cocinera va cambiando, recortando, adaptando las recetas año tras año. 8. Recuerdo la frase dicha por el homosexual Diego respecto al helado en Coppelia: “Es lo único bueno que hacen en este país. Ahorita lo exportan y para nosotros agua con azúcar”. 9. La misma actitud de recuperación nostálgica y distanciamiento irónico, combinada con un sentido del marketing, se puede observar en el uso de los boleros en esta novela. Señalo como dato el que la versión francesa va acompañada de un CD con las canciones incluidas en la novela y la voz de la misma Valdés. Véase “Denzil Romero, Enriquillo Sánchez y Zoé Valdés a ritmo de bolero” (De Maeseneer 2002).

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hembra y el hambre (1998), novela no distribuida en la isla (por lo que he podido averiguar) y ubicada entre 1991 y 1994. Chaviano explica el origen circunstancial de este texto que se aleja parcialmente de sus anteriores relatos fantásticos publicados en Cuba, como Fábulas de una abuela extraterrestre (1988), en los que ya incorporaba referencias gastronómicas: También describí alimentos en otros relatos, incluyendo algunos extraterrestres. No creo que aquellas descripciones fueran una forma de evadir la realidad. Todo lo contrario. Eran la prueba de que reconocía la penuria que me rodeaba. Siempre tenía hambre, a toda hora. Por eso a nadie debería extrañarle que, al salir de la Isla, escribiera El hombre, la hembra y el hambre [sic]. En Cuba, muchas veces me inventaba comidas en los libros porque el hambre me obsesionaba. Solo cuando abandoné mi país pude hablar con libertad de esa carencia (Chaviano 2011: s.p.). 10

La intriga destaca la manera como el contexto económico incide sobre las vidas de los protagonistas. Después de que la echan del trabajo en el museo por haber denunciado el tráfico ilegal de cuadros, Claudia se ve obligada a ganarse la vida como jinetera con el nombre de la Mora para sobrevivir y poder nutrir a su hijo, David. Al final de la novela intenta salir de esto con la ayuda de una amiga monja, úrsula. Rubén, pareja de Claudia durante un tiempo y padre del hijo sin que se entere, se tiene que buscar la vida vendiendo artesanía en lugar de ejercer de profesor de pintura. El economista Gilberto, quien conoce a Claudia bajo su nombre falso, la Mora, trabaja de ayudante de un carnicero lo cual le permite vender carne en la bolsa negra. Al final de la novela se sugiere la posibilidad de que Claudia y su hijo se suban a la balsa donde se encuentran sus dos amores que acaban dándose cuenta de que la Mora/Claudia es una sola persona. Como parte del ciclo de “La Habana Oculta” el libro constituye asimismo una oda al pasado de esta ciudad. Es rescatada en bellos fragmentos gracias a los 10. Cámara opina que Chaviano hubiera podido evitar “la trampa de la inmediatez y de su propio involucramiento como parte de una historia que es la de su generación” (1998: 181). Como se verá más adelante en mi evaluación global comparto enteramente esta idea.

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espíritus, tan característicos de la poética de Chaviano, que se presentan ante Claudia: la negra Muba, el Indio y el mulato Onolorio. La sinopsis incluye por tanto bastantes estereotipos, recuperados también en muchas películas sobre Cuba. Por ejemplo, la venta clandestina de carne está presente en Habana Blues (2005) del español Benito Zambrano. A título de ejemplo, reproduzco la imagen del maletero del carro de los músicos-protagonistas, cuando visitan a un amigo que tiene un paladar: está lleno de víveres, entre otros, un enorme pernil de cerdo.

Fotograma de pernil de cerdo: Habana Blues.

La nostalgia de tiempos mejores rezuma en una larga enumeración de sabores de helado del Coppelia ya no disponibles y en las recetas de cócteles en el hotel Riviera (Chaviano 1998: 92-93; 147).11 Los productos de antaño solo se consiguen con dólares o por la libre. Durante el primer encuentro en casa de Rubén un plato compuesto por productos de las diplotiendas (con pago en dólares) procura una de las 11. De ahora en adelante solo citaré el título (cuando sea necesario) y la página.

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pocas descripciones sensoriales de comida: “Pese a la ausencia de queso, los espaguetis quedaron espléndidos, Claudia comió casi con lujuria, escuchando el crac-crac de los trocitos de ají verde destrozados por sus dientes y acariciando con la lengua la masa suave del jamón” (El hombre, la hembra… 74-75). Sigue la fruición sensorial y corporal cuando una limonada es derramada sobre sus cuerpos ya desnudos y Rubén exprime una naranja sobre Claudia como parte de un juego erótico que da inicio a su relación. La misma sensualidad se observa en otro momento decisivo. En una de sus visiones, Claudia regresa al pasado, un “Día de Reyes del siglo añorado por Carpentier”12 (198) y se entrega a un fantasma, el mulato Onolorio, que le brinda frutos cuyo zumo se le desliza por el cuello. Después de esta visión decide salir del jineterismo para pasar a ganar dólares de una manera menos ‘condenable’: robando y vendiendo queso de la pizzería en la que la contratan. En cambio, la insistencia en las cantidades obtenidas por la libreta señala los fallos del sistema de abastecimiento. Incluso cuando se ha acumulado la comida de un mes apenas alcanza para dos semanas. De ahí la observación irónica: “Ahora tenía bastante mercancía; toda la que se había acumulado en un mes: cinco libras de azúcar, media libra de sal, siete huevos, seis libras de arroz, diez onzas de chícharos, diez onzas de frijoles negros, un jabón y una libra de aceite” (117; el énfasis es mío). Por muy contradictorio que parezca que el sistema de racionamiento fuera instaurado por un principio de igualdad básica social, la enumeración cuantitativa de la libreta no puede sino recordar las cuotas asignadas a los negros esclavos en el siglo xix que comenté en el capítulo anterior. Sonia Behar ve el Hambre como el/la protagonista del libro. Siguiendo la propuesta de la novela en el apartado “Donde la imaginación es el pan del alma” (El hombre, la hembra… 53-55), la crítica distingue un hambre física, afectiva y espiritual. El hambre física 12. La influencia carpenteriana es obvia en las evocaciones sensoriales del pasado, por ejemplo, en la reconstrucción de los edificios a la manera de “Viaje a la semilla”. Chaviano se rodea de un conjunto escritores canónicos, sobre todo cubanos: Lezama, Merlin, Carpentier, Villaverde, Martí, Guillén. Para algunas reflexiones sobre el juego intertextual remito a Romeu (2000: 175-187).

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se concreta en el racionamiento y las colas. Se agregan las estafas, por ejemplo, en la carnicería donde se moja el papel para que la carne pese más y en las denominaciones engañadoras como pollo de dieta o picadillo extendido, todos OCNIS, objetos comestibles no identificados, explicados extensamente al lector (118-119). Se comentan el sistema de robo de queso en la pizzería donde trabaja Claudia al final y la constante búsqueda del alimento, donde muchas veces el trueque consiste en acostarse por comida (un bistec, carne, dos o tres litros de leche,...). Behar plantea que el hambre espiritual se manifiesta en base a la falta de libertad a la cual los personajes tienen la opción de resistir o resignarse. La consecuencia es que se sienten inútiles, abandonados por todos, Dios incluido. Esto no impide que continúe la búsqueda transcendental, como “rechazo del proyecto ateísta historicista de la revolución” (Behar 2009: 80). Aunque el subtexto religioso influye en la escritura y en la temática, no veo tanto una búsqueda basada en algún Dios único, tal como lo sugiere Behar. La terminología católica más bien se aplica a esta otra ‘religión’ de características dogmáticas, la de la Revolución, por ejemplo, mediante la siguiente perífrasis: “En el principio fue el Hambre, y Su Espíritu se deslizó sobre la superficie de los campos devastados, y fue el año treinta y cinco de Su advenimiento” (El hombre, la hembra… 41). Y la monja católica úrsula no convence tanto por su religiosidad, sino por su disposición a contactar con espíritus, su interés por la música mística de la sibila del Rin, Hildegard Von Bingen, y por ser una “bruja moderna” (263). Claudia intenta transcender la realidad recurriendo a manifestaciones que suelen ser negadas por las religiones tradicionales. Se deja llevar por espíritus (Muba, el Indio, Onolorio) que la retrotraen al pasado de La Habana. Las descripciones de la ciudad en diferentes épocas (siglos xvi, xvii, xix) le permiten echar raíces y tener memoria frente al caos del presente y a la inseguridad del futuro. Ya se anuncia este planteamiento en el epígrafe de Kundera: “Para liquidar a las naciones (...), lo primero que se hace es quitarles la memoria. Se destruyen sus libros, su cultura, su historia” (s.p.). Los evidentes juegos intertextuales en las evocaciones de la ciudad con El siglo de las luces de Carpentier o Cecilia Valdés de Villaverde refuerzan este anclaje nostálgico en el pasado cubano.

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Por último, está el hambre afectiva, la más difícil de combatir según Behar: “La entrega afectiva es, (...), una derrota, rendirse al contrario, quedar vulnerable y a merced del ser amado. Por eso, más que una ilusión, ese sentimiento se convierte en motivo de angustia” (2009: 82). Behar plantea que la protagonista adoptaría una actitud sartreana: no quiere dar ni recibir afecto sin reservas, mientras que los hombres viven con nostalgia del amor pasado y aún mantienen la esperanza del amor. El erotismo sería la única forma de saciar el hambre afectiva de manera temporal.13 No concuerdo enteramente con esta visión un tanto simplista y poco argumentada. En esta novela la mujer lleva la voz cantante y es a ella a quien se presta más atención. Hay poca indagación profunda sobre el amor en las conversaciones entre Rubén y Gilberto a quienes se delega la voz en primera persona en contados capítulos. No sobrepasan los clichés afirmaciones como las de Rubén respecto a Claudia: “[e]ra la mujer perfecta: una dama en el salón, una reina en la cocina y una puta en la cama” (El hombre, la hembra… 17). En el apartado “Donde el amor se nutre de cualquier espejismo”, que podemos atribuir a la narradora o a Claudia, se juntan una serie de cavilaciones sobre el engaño de amor incorporando versos de un elenco de poetas hispánicos, de Sor Juana a Mistral, de Neruda y Miguel Hernández a Sabines: Al que ingrato me deja, busco amante; al que amante me sigue, dejo ingrata; constante adoro a quien mi amor maltrata; maltrato a quien mi amor busca constante”. Nadie logra escapar de esta lúcida ceguera que siempre termina por herirnos. Ni remedios ni pociones curan. Una vez atrapados, sólo nos queda rezar. ¿Cómo quedan, Señor, durmiendo los suicidas? El amor es un masoquismo. Puedo escribir los versos más tristes esta noche. El amor es una condena. Estoy convicto, amor, estoy confeso. El amor es una trampa. No es que muera de amor, muero de ti (151).

13. El erotismo y el hambre tienen que ver con la fiesta. En sus Cuban fiestas, González Echevarría observa con razón que el hambre atañe a la “anxiety for the fulfillment of a collective coalescence of national traditions and traits attainable only momentarily in those festive instances in which music, dance, food, and erotic play make it available” (2010: 169).

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Claudia es el personaje más problemático, lleno de dudas sobre el amor y sobre su existencia. Por eso se desdobla varias veces no solo siendo prostituta y madre (La Mora y Claudia), sino también imaginándose ser un personaje de película que puede ir de Schwarzenegger a Greta Garbo. Agregaría que la vida de Claudia no siempre va dominada por preocupaciones de alta filosofía existencial. La duda hamletiana a la que se alude en varios fragmentos y en el título de uno de los capítulos, “La sombra del príncipe danés” (capítulo 3), también se presenta bajo una variante bien llana: “Putear o no putear. He aquí el dilema” (122). En su conclusión Behar otorga al libro una dimensión más general en un claro afán de distanciarlo de la narrativa revolucionaria: “El hombre, la hembra y el hambre [sic] se aparta del tema del ciudadano ejemplar realizado y satisfecho con su labor revolucionaria, para explorar las complejidades y carencias de todo ser humano” (2009: 86). Al igual que en Valdés, la novela da protagonismo a la mujer y está impregnada de un sesgo claramente dicotómico entre un ahora y un antes que solo sobrevive en los lugares para ‘dolartenientes’. Resulta menos sarcástica y más matizada que la novela de Valdés a causa de la indagación en las cuitas personales y en las raíces históricas. El éxito arrollador de la ficción del Período Especial ha sido el escritor y periodista Pedro Juan Gutiérrez (n.1950), “el revolcador de mierda”. Esta perífrasis, muy exitosa entre los críticos, la retomo de uno de sus cuentos de Trilogía sucia de La Habana. Incluye una poética: “Lo mejor es la realidad. Al duro. La tomas tal como está en la calle. La agarras con las dos manos y, si tienes fuerza, la levantas y la dejas caer sobre la página en blanco. Y ya. Es fácil, sin retoques. A veces es tan dura la realidad que la gente no te cree” (1998: 102). Me propongo averiguar en El Rey de La Habana (1999) hasta qué punto se puede observar este pacto con la realidad en la que la (ausencia de) comida desempeña un papel central. Cabe aclarar que esta novela escrita por un escritor que sigue residiendo en la isla fue publicada en España. Solo diez años después (en el 2009) salió una versión cubana en Ediciones Unión.14 14. Hasta hoy en día no se consiguen todas sus novelas de manera oficial en Cuba. Animal tropical de 2001 fue la primera en ser publicada en una versión cubana en 2003. Es significativo que esta novela exalte el triunfo de lo cubano, ya que el pro-

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Las indicaciones espaciales y temporales no dejan lugar a dudas. Desde las primeras páginas nos enteramos de que se trata de La Habana en el Período Especial: va de 1990 a 1998, con énfasis en los dos últimos años. El libro empieza así: “Aquel pedazo de azotea era el más puerco de todo el edificio. Cuando comenzó la crisis de 1990 ella [la madre de Rey] perdió su trabajo de limpiapisos. Entonces hizo como muchos: buscó pollos, un cerdo y unas palomas. (...) Comían unos y vendían otros” (Gutiérrez 1999: 9).15 El protagonista Reynaldo, abreviado en Rey, fue a la escuela en San Lázaro y Beloscaín, por lo que nos ubicamos en el barrio predilecto de Gutiérrez, escenario de todo su ciclo sobre Centro Habana, del que forma parte la novela que discuto. Rápidamente se desvanece el entorno político-histórico concreto. El mismo Gutiérrez es reacio a enfatizarlo. Dijo en una entrevista a Anke Birkenmaier: “Yo trato por todos los medios de eludir todo lo que sea política. A mí me parece que la política es muy coyuntural, es muy circunstancial” (2001: s.p.). No obstante, surge esporádicamente en pequeñas observaciones cuyo impacto crítico no es menos eficaz por ello. Durante un control por la policía, el narrador hace la siguiente observación irónica: “Si encontraban cualquier anormalidad, detenían al ciudadano y se lo llevaban preso. Por “anormalidad” se entendía carne de vaca, huevos, leche en polvo, quesos, atunes, langosta, café, cacao, mantequilla, jabones, en fin, una cantidad de productos que circulaban en bolsa negra a mejor precio que en las tiendas de dólares y que no existían en las de pesos cubanos” (109). Cuando Rey se acerca al mercado Cuatro Caminos, repleto de productos de precio inalcanzable, se delega la voz a un viejo para formular el lazo con el contexto político, y el comentario lacónico que sigue está a cargo del narrador omnisciente: “Algún que otro viejo murmuraba: “Se están haciendo millonarios y el gobierno no hace nada. Es contra el pueblo, todo contra el pueblo”. Nadie le hacía caso. Algunos viejos seguían esperando que el gobierno solucionara algo de tagonista regresa a la isla y a la prostituta Gloria después de vivir en el extranjero con la sueca Agneta. Como ya dije, no es hasta 2009 cuando esta publicación fue seguida por El Rey de La Habana. Remito al sitio web oficial de Pedro Juan Gutiérrez para un repaso de todas las publicaciones y traducciones: . 15. De ahora en adelante solo citaré el título (cuando así se requiera) y la página.

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vez en cuando. Les habían machacado esa idea y la tenían impregnada genéticamente” (El Rey de La Habana 156). La observación anodina de que la gente está “cogiendo su cuota de picadillo de soja [sic]” (170) remite a la medida del gobierno cubano que sustituyó la carne por soya.16 Cuando el marido de la boba Elenita le dice que entre porque “[h]ay un programa buenísimo en el televisor (...) El noticiero” (163), la frase no puede sino provocar risa en alguien que conoce la situación cubana.17 En la novela en su totalidad, Gutiérrez no dialoga mucho con las causas que engendraron la situación de penuria. Rey no quiere ni puede entrar en el sistema. Después de evadirse de la cárcel vive de sobras que le dan, hurga en los latones de basura, se come las ofrendas para los dioses. Ha dejado de ir a la escuela y nunca es un trabajador estatal, no dispone de libreta, su tarjeta de identidad es falsa y la pierde. Solo es de manera indirecta (mediante sus mujeres) cómo se aprovecha de la economía paralela, ya sea en pesos o en dólares: Magda vende cucuruchos de maní y se acuesta con viejos para juntar algunos pesos, Sandra se gana la vida en dólares como travesti, Yunisleidi se prostituye por dólares en Varadero, Daisy reúne los pesos como gitana vidente... Los contados momentos en los que Rey se inserta en la economía paralela, por ejemplo, trabajando de estibador, le interesa más robar los productos que participar en el proceso económico. Y en su bicitaxi transporta solo droga y a unos selectos clientes, el travesti Sandra y su amiga Yamilé. Rey es un individuo que se busca la vida como puede y por eso roza constantemente con la ilegalidad. Cuando no le queda más remedio, mendiga con un santico o roba. 16. El picadillo de soya es un plato incluido en muchos textos. En La nada cotidiana la madre loca pregunta a su hija si se acuerda del “picadillo, el de verdad? No el de soya, fíjate...” (Valdés 1995: 90). En Te di la vida entera se incluye una receta de picadillo de gofio y Chaviano menciona el picadillo extendido. “Picadillo de soya” es el título de una canción de 1994 de NG La Banda, con el estribillo “agua la cazuela que se quema la soya”. La canción no fue muy bien vista por el régimen (y prohibida en la televisión y la radio), porque se burlarían de la introducción en el mercado de la soya como sustitución de ingredientes nutritivos, o como dice la canción: “La soya es un alimento, se usa de mil maneras”: . 17. A título de comparación cito a Valdés, quien se inventa el “NTV (el nadie te ve, es decir, el noticiero nacional de televisión)” (1997: 139).

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Es como si se pasara por alto la propia existencia de los ideales de la Revolución. En su comentario de El Rey de La Habana, Ena Lucía Portela (2003: s.p.) habla de “indiferencia” ante el Gobierno que se ve como algo inamovible, estático. Además, el que tanto la abuela como la madre hayan vivido en la pobreza, implica que no se han producido grandes cambios respecto a esta lacra que la Revolución quiso erradicar. Hasta cierto punto Rey hubiera podido aparecer en un contexto no revolucionario: es un muertodehambre sin más, una expresión con la que le definen varias mujeres.18 Después de que ha huido del correccional de menores, leemos la siguiente reflexión: “El pobre en un país pobre solo puede esperar a que el tiempo pase y le llegue su hora. Y en ese intermedio, desde que nace hasta que muere, lo mejor es tratar de no buscarse problemas” (El Rey de La Habana 39). Por eso, Rey ha adoptado una postura en la que importa el aquí y el ahora, “un puro presente, sin causas y consecuencias”. Hay una “desvinculación de la vida y de los actos de Rey con el antes y el después” (Fornet 2006: 103; 113). Más de un crítico ha destacado la siguiente frase: “Hay quien vive al día. Rey vivía al minuto” (El Rey de La Habana 159).19 Paradójicamente, la novela sigue siendo percibida desde fuera como muy representativa de la Cuba ‘exótica’ de los noventa, porque incluye ciertos temas exitosos, como el sexo, las mulatas, la magia...20 La pobreza de Rey se refleja en el tipo de comida que suele comprar en las pocas ocasiones en las que dispone de un poco de plata: las pizzas y las croquetas con pan son comida barata, siempre obtenida en puestos callejeros. Casi nunca se trata de preparaciones caseras, a excepción de lo que le sirven algunas de las mujeres que lo mantienen y se arrogan el papel de madres sustitutas. Por eso son descritas de ma18. Concuerdo con Ludmer: “Este “rey” que caracteriza el subsuelo humano en La Habana coincide con los mismos excluidos, los cuerpos animalizados y hambrientos que pueden verse en cualquier ciudad latinoamericana” (2004: 366; el énfasis es mío). 19. La insistencia en lo cotidiano y lo inesperado ha sido relacionada con las novelas gaseiformes de Enrique Labrador Ruiz de la década de los treinta por Yánez Delgado (2009) y Portela (2003). 20. Para una discusión sobre la supuesta autenticidad de la novela, remito al capítulo de Whitfield, “Markets in the Margins: The Allure of Centro Habana” (2008: 97126).

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nera un tanto más detallada, aunque en un estilo enumerativo con efecto de lista (Hamon), despojado de adjetivos sensoriales o valoraciones gustativas:21 “Sandra le sirvió: arroz, frijoles negros, picadillo con papas fritas, ensalada de aguacate, agua fría, pan” (97). Sus modales también delatan su procedencia barriobajera: traga, casi se atraganta, se llena la barriga, no está acostumbrado a sentarse a comer en una mesa. Su situación precaria se concreta en las reiteradas observaciones sobre su cuerpo: se le ve cadavérico y flaco, solo cobra un poco más de peso en los momentos en que lo alimentan bien. Lo ‘culinario’ queda reducido a estas observaciones llanas. Lo que más ha llamado la atención es el realismo sucio, caracterizado por un lenguaje descarnado y un ambiente violento donde prevalece el sexo y son transgredidas las normas socio-éticas. La apoteosis de la corporalidad y la apelación a lo obsceno han sido interpretadas como la manera transgresora de responder a la crisis de los noventa y de exacerbar la individualidad (Araújo 2006). Quintero Herencia destaca que “[s]e trata de una Cuba corporalizada por los bajos fondos, metamorfoseada en charcos de agua sucia, pingas, semen, putas muertas de hambre, bollos intercambiables por dólares” (2005: 23). De un cálculo aproximado deduje que la palabra hambre es casi tan frecuente como toda la isotopía sexual. Por lo general el narrador se limita a repetir obsesivamente el vocablo que se encuentra en frases iguales de escuálidas, a modo de reflejo estilístico del mismo. Solo una vez es objeto de una de las raras descripciones metafóricas: “y de repente el hambre rugió como un tigre en el fondo de sus entrañas. Literalmente. Sucede muy pocas veces en la vida. Se siente pavor porque se cree que el tigre puede devorarlo a uno empezando por las tripas y saliendo afuera. Y ese pensamiento altera al más macho de los machos, qué cojones. Hay que buscar algo que comer urgentemente para tranquilizar al tigre” (El Rey de La Habana 114). Por supuesto, la obsesión famélica recuerda la picaresca, con la que se entabla una relación intertextual que ya han señalado estudiosos como Birkenmaier (2001). Cuando Rey (y Magda) consiguen algo de 21. La adjetivación queda reservada a los actos sexuales: “vagina olorosa” (El Rey de La Habana 189), “La pinga más sabrosa de Cuba” (190), “chorros de semen caliente, fértil, abundante” (209).

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dinero pidiendo limosna con un santico, “con cara compungida, musitando cualquier cosa” (122), esta calificación no puede sino hacer pensar en Lazarillo que “con baja y enferma voz e inclinadas [sus] manos en los senos, puesto Dios ante [sus] ojos y la lengua en su nombre, comienz[a] a pedir pan (...)” (Anónimo 1977: 52). Pero en general, ni Rey (ni Magda) se ponen muchas máscaras. Al igual que Lazarillo pasa de un amo a otro, Rey cambia a una mujer por otra, a pesar de que siempre vuelve hacia Magda, la abreviatura de Magdalena, una inversión grotesca de la pecadora bíblica.22 Ambos relatos presentan una estructura itinerante, aunque en el caso de Rey, la guarida de Magda y el contenedor son espacios recurrentes sobre los que volveré. El libro no comparte la estructura narratológica ni la finalidad moralizante de la picaresca: Rey no justifica su causa ante nadie, el Rey viejo no mira al Rey joven en una modalidad pseudobiográfica, nadie lo condena ni lo defiende. Rey es pobre y no se percibe un deseo de mejorar ni de hacer un repaso crítico de las clases sociales que en la Cuba socialista supuestamente no deberían existir. No evoluciona, solo quiere sobrevivir, lo que para él significa vivir al minuto. Por eso lo que mueve a Rey es el estómago. Siempre está en busca de satisfacer esta necesidad básica. El hambre no es metáfora de una búsqueda espiritual y tampoco representa la búsqueda del amo/padre, tal como se podría interpretar para la picaresca. Si no encuentra nada comestible, el ron, la marihuana, el sueño y el sexo desaforado son sustitutos y sedantes para olvidarse del hambre. El deseo de comer es lo que incita a Rey a acercarse a las mujeres en un primer momento. Magda le ofrece maní y le compra pizza, Sandra le brinda tortilla con pan y refresco, la gitana Daisy le prepara una comida “decente”, adjetivo irónico para lo que a Rey le debe parecer un banquete cubano: 22. Irónicamente, en esta novela donde la madre se caga en Dios y Rey niega cualquier existencia suprahumana, lo abyecto necesita de este contexto religioso. Advierte Birkenmaier: “Por su misma intención blasfémica, lo abyecto, al oponerse a lo sagrado, le hace la competencia” (2001: s.p.). Por eso se podría postular que Magda es una María Magdalena por contigüidad. Del mismo modo Rey sería un Rey Mago desplazado: nació el 7 de enero, un día después de la Fiesta de Rey(es), también Día del carnaval de los negros cubanos, cuando se celebra el mundo al revés.

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“arroz, frijoles negros, carne guisada, plátano maduro frito, ensalada de aguacate, habichuelas y piña, agua fría, café” (El Rey de La Habana 176).23 A diferencia de la tradicional imagen de una fiesta gastronómica como preludio al acto sexual, se invierte el orden: el sexo le sirve para obtener comida (a veces combinada con ropa y techo). Rey no paga con dinero, sino con su “pinga de oro”. Por tanto, se establece una relación muy estrecha entre hambre y sexo, como una variación suigéneris sobre doña Cuaresma y don Carnal. En este ambiente se diluye la frontera entre lo humano y lo animal. El propio narrador describe el comportamiento de Rey de la siguiente manera: “Se había excitado oliéndose a sí mismo, como hacen los monos y otros muchos animales” (159). Quintero Herencia (2005) habla de darwinismo tropical, la lucha del más fuerte. Rey parece carecer de sentimientos humanos, por ejemplo, al contemplar escenas de violencia y de muerte. Es capaz de dormir en cualquier momento y circunstancia, incluso al lado del cadáver de Magda. De pequeño vive en un pedazo “puerco”, llega a alimentarse con un sancocho destinado a un cerdo, es como un ave rapaz que se aprovecha de los demás, robando o dejándose mantener. La reducción a un estado animal culmina en la muerte de Rey, después de que ha tasajeado a Magda. Cuando la entierra en el basurero, le muerden y le contagian de rabia unas ratas hambrientas.24 Esto va a provocar su muerte. Rey será comido por las auras tiñosas. El libro termina así: “Su cuerpo ya se podría por las úlceras producidas por las ratas. El cadáver se corrompió en pocas horas. Llegaron las auras tiñosas. Y lo devoraron poco a poco. El festín duró cuatro días. Lo devoraron lentamente. Cuanto más se podría, más les gustaba aquella carroña. Y nadie supo nada jamás” (El Rey de La Habana 218). 23. Este almuerzo es casi idéntico al que le prepara Sandra. Con excepción de Magda, las mujeres (incluido el travesti Sandra) son intercambiables. Se les atribuye la misma actitud dócil, se les aplican las mismas palabras: Rey le dice tanto a Sandra como a Yunisleidi que no sean “empalagosas” (69, 139). La mujer es un objeto de consumo, de usar y tirar, actitud que por supuesto ha provocado reacciones en la crítica feminista (Obejas 2001). 24. En “Ratas de cloaca” de Trilogía sucia de La Habana (Gutiérrez 1998: 244-250) el protagonista Pedro Juan evoca una escena parecida de una rata que le mordió. Se pueden tender muchos puentes entre ambas obras, aunque Rey no es alter ego de Gutiérrez.

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En su análisis desde un punto de vista ontológico-filosófico, Odette Casamayor no comenta El Rey de La Habana, sino Trilogía sucia de La Habana de 1998, Animal tropical de 2001 y Carne de perro de 2003. La crítica arguye que en la primera obra el protagonista esquiva la reflexión y va dominado por la ausencia de ética, la no-ética. Actúa como si fuese un representante de lo demoniaco kierkegaardiano. En sus obras ulteriores el protagonista va evolucionando, ya que el hartazgo es tal que ansía contar con algo perdurable. Lo encontrará en “los espacios naturales abandonados por el hombre (la playa, el campo) o en la depuración total (la infancia)” (Casamayor 2010: 661), por ejemplo, en Carne de perro. Opino que incluso en El Rey de la Habana, perteneciente al grupo de textos que expresan la caída total y la negación de cualquier sentido, se pueden percibir pequeños brotes más positivos, incluso cuando se presentan en la negación. Así llama la atención que en dos ocasiones Rey recuerda de manera explícita las palabras de su mamá que le decía que se olvidara del hambre para burlarla (El Rey de La Habana 87, 113) y se refiere a esta idea de manera implícita en otros fragmentos: “No le hagas caso al hambre polque no hay na’ que comer”. Esa frase de su madre la repetía automáticamente y se le quitaba el hambre. Lo hacía como un reflejo condicionado. Así de simple” (113). La madre es asociada a la ausencia, lo negativo, y no a la imagen consabida de dulzura y protección, que tendría su expresión más clara en la leche materna que recibe el hijo. La leche de la madre es sustituida por la leche de Rey, el semen. No la da para reproducir (salvo al final de la novela cuando se ilusiona con dejar embarazada a Magda), sino para dejar de tener hambre, gozar el momento y a la vez mostrar su dominio masculino. A lo largo de la novela Rey quiere deshacerse de esta atadura con el pasado, concretada en el recuerdo de la frase de la madre sobre el hambre, pero el deseo de quitar el hambre (y la sed) lo dominará hasta el final. Rey rehúye no solo los lazos temporales y familiares, sino también los espaciales. Ir de mujer a mujer implica moverse de un lugar a otro. No obstante, su vida de nómada cuenta con algunos lugares fijos. El regreso al cubículo en la azotea donde se crió, al que solo vuelve dos veces, no lo afecta. La guarida de Magda y el contenedor sí le procuran cierto anclaje. Describe así este último espacio: “El contenedor oxida-

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do y medio podrido lo esperaba. Rey lo miró con amor: “Ah, mi casita, qué felicidad aquí tranquilito”, se dijo a sí mismo. Se sentía bien allí. Muy bien. Y se tiró a dormir encima de unos cartones medio podridos. Estaba como un cachorro en su nido” (102). Ambos espacios que significan un cobijo precario desaparecen. Se derrumba el cubil de Magda durante el ciclón, y al final Rey no vuelve a encontrar el contenedor-útero. Nada ni nadie lo puede contener, y uso este verbo en el sentido de dominar e incluir. La construcción de una casita apoyada contra el viejo autobús al final de la novela es un vano intento de crear un ambiente acogedor donde sueña con usar su semen para dar vida preñando a Magda. La casita solo va a abrigar la muerte, los despojos de Magda. Su “dulce y triste Magda de junco y capulí” (105), adaptación de “la andina y dulce Rita de junco y capulí”, una de las vagas reminiscencias cultas de la escuela, es un “Idilio muerto”, tal como reza el título de César Vallejo. La casita se encuentra cerca del basurero, donde se vierten los deshechos, lo abyecto, los excrementos.25 Los posibles destellos positivos son opacados por el ambiente teñido de negatividad. Se puede deducir de mis observaciones anteriores que el libro es más que un reportaje periodístico/realista sobre los noventa. Es cierto que están presentes algunas figuras y tópicos del Período Especial: jineteras, la fascinación con el sexo y la carne mulata/negra, las manifestaciones de magia, como el espíritu de Daisy (Rosa) y la negra con25. La relación entre hambre, sexo y excrementos ha sido estudiada por De Ferrari en “Abjection and Aesthetic Violence in Pedro Juan Gutiérrez’s Trilogía sucia de la Habana” (2007). Entre otras connotaciones, ve el hambre y el sexo como manifestación de la degradación y del derrumbe del sistema revolucionario. No he aplicado esta interpretación a El Rey de La Habana, ya que considero menos protagónico el peso de la Revolución en esta novela. Coincido en cuanto a sus reflexiones sobre lo que llama la ‘estética excremental’, que nos hace cuestionar la frontera entre lo animal y lo humano. Anke Birkenmaier propone otra lectura del hambre y de la casa: “La otra condición esencial de Rey, aparte de ser parásito, es la de huérfano. Todo su recorrido está marcado por la búsqueda de una nueva “casa”. Esta casa consiste sobre todo en negaciones: el hambre como negación de la comida, el “ser durísimo” es la negación del aprendizaje. (…) Este héroe moderno está solo: no tiene ni familia, ni pasado. Se define por la abyección” (2001: s.p.). A pesar de ser un tanto divergentes, las dos lecturas no son excluyentes.

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ga Tomasa que baja en el cuerpo de Sandra. Gutiérrez ha explotado de una manera hiperbólica esta imagen cliché sobre la Cuba exótica que vende bien. Quintero Herencia lo considera por ello un “intelectual jinetero” (2005: 20). No obstante, la relegación del Período Especial como tal al trasfondo, el entronque con la picaresca, el recurso a la comida en sus dimensiones simbólicas, la confrontación con interrogantes de índole ética a partir del personaje de Rey, hacen que El Rey de La Habana se convierta en una experiencia que sacude al lector más allá de lo factual, lo sexual y lo turístico exótico. En su comentario de la película/documental Suite Habana (2003), Dara Goldman (2008b: 879) la compara brevemente con El Rey de La Habana y Trilogía sucia de La Habana de Gutiérrez. Según Goldman ambos artistas presentan el lado oculto de la cotidianidad habanera, invisible para los turistas, sin machacar en el contexto revolucionario (ni condenándolo ni revindicándolo).26 En Suite Habana, Fernando Pérez (n.1944) reconstruye un día de unos diez habaneros comunes y corrientes, como la manisera Amanda o el albañil Ernesto. Los diferentes momentos de comida estructuran en parte la película y enfatizan cierta rutina. El filme “parece situado en pleno Período Especial” (Serra 2006: 99), aunque la presencia de la estatua de John Lennon en el Vedado, uno de los leitmotive, la ubica después de diciembre de 2000, fecha de su inauguración. Además, hasta cierto punto nos ubicamos en un ambiente atemporal, muy típico de Pérez (Mennell 2008; Tompkins 2011: 35). Para evocar a los personajes el cineasta recurre a la fotografía, la banda sonora, el creativo aprovechamiento de los sonidos de ambiente y el montaje, pero están ausentes los diálogos. Se propone resaltar lo que de paradójicamente poético puede haber en una realidad signada por la precariedad material e indaga mediante un montaje sutil de imágenes en la individualidad de los diferentes personajes. Por tanto, no se aplican los consabidos procedimientos del cine imperfecto, el cine al estado bruto, sin intervenciones y manipulaciones, tal como lo había concebido el teórico de cine cubano, Julio García Espinosa (1976). 26. Bouffartigue subraya también el alejamiento de discursos maniqueos sobre la Revolución (2006: 146).

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Fotograma de la manisera Amanda: Suite Habana.

Incluso los gestos más insignificantes, por ejemplo, los relacionados con la preparación de la comida, son elevados casi a rituales de belleza estética. Se estetizan actos cotidianos como el proceso de escoger el arroz y los frijoles, la cebolla que se corta en lascas, los ajos que se machacan. De modo más pícaro, la imagen del sonido repetitivo de una llave de escape de una olla de presión que retiembla encima del fogón es alternada con primeros planos en caderas de mujeres cuyo meneo al caminar marca el mismo ritmo. En todo caso, estamos muy alejados del realismo sucio y de cualquier énfasis en lo obsceno y lo escatológico. No nos encontramos en la zona limítrofe con lo abyecto, lo violento animal o lo ilegal. No obstante, se pueden tender puentes con la obra de Gutiérrez. Al igual que en la novela, los personajes pertenecen a los estratos humildes de la población, incluso si se perciben algunas diferencias entre ellos. En lo alimentario, la mesa mejor surtida parece ser la de la madre y su hijo que va a emigrar para juntarse con su esposa cubano-americana: la comida consiste en arroz, frijoles, picadillo, una fuente con ensalada de verduras. Se asemeja a lo que Rey come en casa de sus madres sustitutas que también tienen ingresos suplementarios para comprar en tien-

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das con dólares o en la bolsa negra. En cambio, la anciana manisera almuerza solo un bocadillo, mientras que está expuesta a la intemperie.27 Intriga este personaje que comparte una de las maneras de sobrevivir de Magda, aunque por lo demás es totalmente distinto. Dentro de la indagación ontológica sugerida en el filme, la situación de la manisera me parece la más lacerante. Pienso, por ejemplo, en la cena frugal de arroz, frijoles y boniato que su esposo enfermo y ella malcomen despaciosamente. Sobre la mesa cuelga el retrato de su boda, en el que se ven considerablemente más jóvenes y sonrientes, detrás del pastel nupcial a punto de ser picado, recuerdo de tiempos mejores. Para reforzar la nostalgia se escucha la banda sonora de la canción “Mariposas” del gran icono musical de la Revolución, Silvio Rodríguez (Young 2007: 40). Además, la anciana manisera es una de las pocas personas en no ponerse máscaras o cambiar de papel, a diferencia de los demás: el médico, hermano del exiliado, se convierte en payaso para divertir a los niños en sus fiestas de cumpleaños; el albañil Ernesto sigue por la noche clases de bailarín; Iván, quien se ocupa de lavar ropa en la clínica, es transformista…28 Casi todos se evaden en otro mundo acariciando algún que otro sueño, tal como se desprende de su presentación al final de la película, por ejemplo: “Ernesto Díaz. Desde la muerte de su padre, es el sostén económico de su familia. Su sueño es: ‘Arreglar la casa para que mi mamá viva cómoda y ser un gran bailarín’”. Que conste que sus sueños no van alentados por las grandes utopías de la Revolución cubana, sino que se relacionan con su propio futuro, muchas veces de índole artística. Queda desplazada la utopía de las grandes narrativas por las pequeños sueños del ámbito privado, pero sigue en pie el “estereotipo de Cuba como una nación de soñadores” (Serra 2006: 101). Esta idea es sugerida también por la imagen recurrente de la estatua de John Lennon, representante de la contracultura en los sesenta/ setenta, y desde 2000 recuperado como símbolo de la utopía con su canción “Imagine”: “You may say I’m a dreamer, but I’am not the only one”. No obstante, es la imagen distópica de la manisera la que concluye la lista 27. Sobre el escaso papel protagónico de las mujeres en esta película (y en la producción cinematográfica cubana), véase Redruello (2005). 28. Un transformista es “different than a transvestite or transsexual in that he crossdresses only to perform; otherwise he lives a heterosexual life as man” (Young 2007: 42).

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de los personajes presentados. En su caso el texto reza así: “Amanda Gautier. Obrera textil retirada. Vende maní para sobrevivir. Ya no tiene sueños”. Se proyecta junto con la imagen de la manisera que se refugia contra un aguacero tropical, todo en color sepia, eso sí. El pilar en el que se apoya podría simbolizar la (im)posibilidad de cierta trascendencia o verticalidad en su vida.29 A pesar de las divergencias con Gutiérrez, la película se acerca igualmente a la cotidianidad de individuos en su situación desamparada. En este caso, lo hace desde lo poético-trágico presentando los sueños inconclusos de los individuos y planteando cuestiones de índole ontológica y relega al trasfondo el contexto especial cubano. De acuerdo con los preceptos propugnados por el brasileño Glauber Rocha y las ideas del Tercer Cine en general, se podría postular que la película propone una estética del hambre, es decir, un tratamiento ético de la pobreza y de la exclusión. A la vez, la presencia de los sueños en casi cada personaje y el montaje sutilmente lírico de toda la miseria convierten el filme a veces en un discurso casi celebratorio de la penuria. La espectaculariza y la glamouriza, convirtiéndola en objeto consumible, sobre todo para el público extranjero, de manera que presenciamos hasta cierto punto una cosmética del hambre.30 Bien distinto de los libros anteriores es el acercamiento en la novela Silencios de Karla Suárez (n.1969). Fue publicada en 1999 [2008], antes de que la autora saliera del país, y tiene edición tanto cubana como extranjera. Una niña, hija de padre cubano y de madre argentina, evoca su vida desde los seis a los veintiséis años. Este Bildungsroman particular se concentra en un individuo friqui, la Flaca, en los ochenta y al inicio de los noventa (hasta 1994). Desconocemos su verdadero nombre al igual que el de sus amigos solo apodados por denominaciones generales: Dios, el Poeta, Cuatro Ojos, el Merca..., por lo que se enfatiza la problemática ontológica. En la novela se indaga asi29. Basándose en un artículo de Alberto Ramos, Laura Redruello (2005: 192-193) indaga en esta oposición horizontal (monotonía) frente a vertical (sueños) en Suite Habana. 30. Aplico las ideas de Ivana Bentes en relación con la película brasileña Ciudad de Dios. Por supuesto, la violencia que acompaña la pobreza en Ciudad de Dios es una dimensión totalmente ausente en Suite Habana.

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mismo en las modalidades de la expresión: mentir (no decir), callarse, expresarse escribiendo, cantando o pintando, sonreír en lugar de contestar en situaciones molestas. Se trata de una búsqueda del sentido de la vida desde un planteamiento individual: Me pregunto adónde quieren llegar toda esta gente. (...) Andan como un gran rebaño abandonado en la punta de una colina y que ya no sabe que hacer. El problema de las ovejas es que se acostumbran demasiado a que las guíen. Todos son piezas dentro de ese conjunto que llaman “masa”: la familia, el pueblo, la co-lec-ti-vi-dad. Hay que asumir demasiadas máscaras para insertarse en el conjunto, y cuando algo falla entonces viene el caos. Así como en la casa grande (Suárez 2008: 260).

Poco influye el entorno social en esta novela volcada hacia el interior del individuo. Está llena de silencios y mentiras que se concentran en el círculo de su familia: el tío homosexual, el abuelo negro, el padre como militar frustrado en la Guerra de Angola... En las palabras de Amir Valle lo circundante es una “especie de tamiz transparente que los incita, pero no los determina” (2001: s.p.). Al final de la novela, cuando todas sus amistades se han ido, la protagonista se recluye definitivamente en su casa con su gato Frida esperando la nada. Por eso tampoco importan los cambios en el sustento. Con tal de que la adolescente encuentre bebida no le importan mucho los problemas con los que lidia la sociedad cubana: el único cambio que le afecta es que el vodka soviético, el ron y los vinos búlgaros van siendo sustituidos cada vez más por brebajes alcohólicos de dudosa procedencia y calidad. De la misma manera, se limita a constatar sin muchos comentarios la monotonía de los platos de arroz y chícharos, debidos al Período Especial. Y son sus amigos quienes la ponen al tanto de la despenalización del dólar. Cuando se produce el maleconazo de 1994, la salida de los balseros, pasa por allí con los audífonos puestos y no se entera de nada. Ese encierro es su manera de ser libre, ya que no tiene que conformarse con nadie ni con nada. El malestar y el cuestionamiento se ubican en el yo, no en la circunstancia.31 31. Nanne Timmer ve la casa como sinécdoque de la isla y propone una lectura individual-nacional. Concluye Timmer: “El interés por el yo y lo cotidiano se fusiona

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El alejamiento de lo circundante caracteriza asimismo el mediometraje Madagascar, filmado en el crítico año de 1994 por Fernando Pérez. La crisis económica por la que atraviesa el país no está ausente. Queda reflejada de un modo indirecto en los planos generales de una ciudad derruida, en el conflicto de Laura, la madre de la protagonista Laurita, que reside en que ni en los sueños puede escapar a una realidad hostil. También se perfila en la escena en que Laura reprocha a su hija el que haya acogido a diez niños negros que no tienen casa ni qué comer: “Yo no puedo darles el único pan que me dan en la bodega porque entonces la que pasa hambre soy [sic] yo, tú y tu abuela”. Pero el énfasis aquí recae sobre la hipertrofiada espiritualidad del personaje de Laurita. Está obsesionada con viajar a Madagascar, otra isla, pero a la vez la “representación del viaje no geográfico, del viaje al interior” (Pérez, en Rufinelli 2005:13). Es capaz de guardar luto “por la vida y por Julián del Casal”, de sollozar ante una conocida pintura de Fidelio Ponce o de ocuparse únicamente de su pareja de ratones blancos. Su actitud en relación con lo alimentario es muy significativa, en tanto muestra el viraje operado de lo exterior y lo material a lo interior. Cuando a la madre se le quema el pollo, lo que le provoca un agudo estado de ansiedad, Laurita intenta calmarla con la frase: “no siempre hace falta comer”. Tal vez no por gusto hacia el final de la película se nos presente una escena de tintes oníricos en la que una serie de personas (algunos, personajes del argumento) comen, ante una larga mesa llena de coles, de sendos platos de arroz blanco. Es una alegoría de la vida automatizada, volcada exclusivamente sobre lo exterior, de la que Laurita quiere escapar, en vano. Toda la película presenta una manera bien particular de alejarse de los temas consabidos del Período Especial.

aquí con un relato común a muchos que nacieron en los setenta. Es el relato de cómo se vació la casa y se fracturó la familia cubana por los conflictos sociales y políticas identitarias nacionales. Paradójicamente, la casa se ofrece como metáfora de la nación, pero el relato la vacía” (2010: 165). Mis observaciones sobre la subjetividad alienada del mundo que la rodea coinciden asimismo con el análisis de Elena Adell (2010: 55-57) de “Alguien se va lamiendo todo” de Ronaldo Menéndez y Ricardo Arrieta, coetáneos de Suárez.

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Fotograma de comida de arroz (con coles). Madagascar.

Retornando al libro de Suárez, allí se textualiza en una reflexión de la protagonista una toma de conciencia de este distanciamiento respecto a los temas facilitados por el Período Especial, con motivo de las discusiones de sus amistades artísticas sobre la literatura: Me parecía que en Cuba la literatura la escribían los políticos, el resto eran redactores, colocaban signos de puntuación, le daban un título y voilà la littérature. No sé si sería la carencia de un periodismo verdadero, pero se me antojaba que los escritores hacían periodismo. Nadie contaba historias. Todos decían lo que yo podía ver con sólo asomar las narices fuera de mis paredes. Hablaban de gente fugándose en balsa de la isla, jineteras en las noches de La Habana, el dólar que subía y subía, la esperanza que bajaba y bajaba. Resultaba aburrido (Silencios 244).

Esta crítica sobre una narrativa que no hace sino aprovechar el potencial mimético-sensacionalista del Período Especial es compartida por Portela (n.1972), escritora que sigue residiendo en Cuba y publica dentro y fuera. En “Literatura versus lechuguitas, breve esbozo de una

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tendencia” (1999a: 70-79) afirma que no se quiere dejar llevar por los billetes de dinero, las “lechuguitas”, y que se aparta claramente de la tendencia a escribir sobre lo que los editores extranjeros tildan de “realidad cubana”, es decir: “El período especial, los apagones, la miseria, el picadillo de soya, los balseros, las jineteras, la cosa gay, la brujería, la guerra de Angola... tú sabes, esas cosas” (1999a: 73). Su poética y sus intereses van por otros derroteros. Críticos como Mateo Palmer destacan su escritura autorreferencial e intertextual. Sus novelas no se alimentan de la realidad sino de “signos estéticos previamente codificados” (Mateo Palmer 2002: 57). Pero no excluyen totalmente su diálogo con esta época tan difícil de digerir. No es una casualidad que sus tres primeras novelas, El pájaro: pincel y tinta china (1999b), La sombra del caminante (2001), Cien botellas en una pared (2002), se desarollen a los finales de los noventa. La sombra del caminante, el texto que va a retener mi atención, lo podemos situar en La Habana de la llamada Isla Endiablada entre 1998 y 2000. 1998 es la fecha post quem que podemos identificar mediante alusiones como “cuando vino el polaco” [el papa Juan Pablo Segundo] (Portela 2001: 118).32 Las reiteradas remisiones al nuevo milenio que se avecina sumergen todo el texto en un ambiente apocalíptico. Es ilusorio intentar resumir la novela. El/la protagonista llamado/a Gabriela/Lorenzo expresa en cierto momento el deseo de encontrar alguna “sinopsis de la historia donde era protagonista” (La sombra del caminante 157). La intriga mínima podría ser la siguiente: Gabriela Mayo/Lorenzo Lafita, dos denominaciones para un solo personaje que se relevan constantemente en la narración, asesina a una o tal vez dos personas en un campo de instrucción de tiro, acaso por haber sido llamada “blanquita” (en femenino) (16). Este suceso no provoca ninguna búsqueda del autor del crimen y le quita cualquier heroísmo al/a la protagonista, llamado de manera irónica nuestro héroe, siempre en masculino. Está muy preocupado/a por esa falta de persecución. Al final el/la protagonista se encuentra con la jinetera negra Aimée y se suicidan tomando un cóctel de pastillas. Portela desconstruye de este modo los mecanismos del relato policial, género antes muy celebrado por el régimen, como ya vimos. 32. De ahora en adelante solo citaré el título (cuando así se requiera) y la página.

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Sobre todo las complicaciones narratológicas, muy características de la autora, dificultan seguir el hilo de la trama.33 Cambia la voz de Lorenzo a Gabriela, a veces de un párrafo a otro. Se desdoblan los personajes: Perseo es Lorenzo, el amigo Hojo Pinta es también Cassio. Se incorporan fragmentos en cursiva de monólogos interiores y del diario de Emilio U, alter ego de Portela y supuesto autor de La sombra del caminante. Se juntan con ensoñaciones, recuerdos de la infancia de Gabriela y Lorenzo, fusiones entre cine y realidad. Contribuye a la complejidad un narrador heterodiégetico que interviene en primera persona en la primera página en la que confiesa no ser capaz de verlo todo, en el sentido literal y figurado: “Yo soy un desgraciado miope y por eso no aparezco en la historia” (9). Estilísticamente, algunas de las características llamativas son las enumeraciones, las asociaciones azarosas, las adjetivaciones (muchas veces en forma de tríadas valleinclanescas) que acrecentan la proliferación de sentido en este imparable fluir de ideas.34 Desde el primer capítulo se nos enreda todo. Tal vez por eso empieza el libro con “Diablillos de cuello torcido”, uno de los leitmotiv de la novela: todo se tuerce y se vira en evocaciones inconexas. En su análisis sobre las representaciones del mal, Di Dio asocia el libro de Portela a Der Wanderer und sein Schatten de Nietzsche: el caminante representaría el espíritu libre que divaga sin rumbo en sus ideas y en el espacio escritural. La crítica plantea que el mal incide sobre el contexto público, ya que el/la protagonista transgrede los valores oficiales al no comportarse conforme con el ideal del Hombre Nuevo. Tiene asimismo un impacto sobre el ámbito personal, ya que aplica violencia sobre el cuerpo del otro. Siguiendo estos dos niveles, argüiría que el mal a nivel público se expresa sobre todo mediante una crítica mordaz del sistema cubano, aunque no se enfatiza la relación explícita con la isla: “aquel país (así decían) era una calamidad, una ruina, una devastación, un paisaje después de la batalla” (La sombra del caminante 107). La ciudad 33. Véanse los comentarios sobre los complicados juegos narratológicos por parte de Araújo (2001) y de Timmer (2002) en relación con El pájaro: pincel y tinta china. 34. Su estilo se podría tildar de neobarroco en el sentido que le da Sarduy y tal como lo comenta Guerrero en La estrategia neobarroca.

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postbatalla no solo va inspirada en el título de una obra de Juan Goytisolo (autor muy afín a la poética de Portela), sino que es uno de los clichés exitosos sobre La Habana.35 Portela se ensaña en particular con la Universidad, representada por lo que se califica sistemáticamente de nuestra gloriosa Colina. El sintagma ridiculiza la retórica revolucionaria y al mismo tiempo alude irónicamente a Paradiso de Lezama Lima, donde la Universidad de La Habana es llamada Upsalón.36 Otro blanco de su predilección es la literatura, tal como la practican Hojo Pinta en la revista crítica El Bejuco Hirsuto o el escritor Emilio U. La autoironía es asimismo una constante: el huracán que arrasa con todo se llama Ena, imagen de esta escritora ciclonera. Cuestiona y desestabiliza asimismo la igualdad entre las razas, otro supuesto logro de la Revolución, a partir de dos marginados, la negra Aimée y el/la blanquito/a Gabriela/Lorenzo, tal como lo comentó Álvarez Oquendo en “Negro sobre blanco: blanco sobre negro... Las muchas sombras de un solo caminante” (2005). En resumen, la autora no deja títere con cabeza. En el nivel personal, varias escenas exhiben la violencia. No solo sucede el asesinato en el campo de tiro, sino que también domina la agresión en los recuerdos de la escuela. El stink pussy de Gabriela provoca el escarnio de los demás. Una representación escolar de Otelo termina en un fracaso sonante y la descripción/invención de una snuff movie va teñida de violencia y erotismo. Los personajes no se suelen inmutar ante estas escenas fuertes. De este modo no se llega a una definición absoluta del mal, se relativiza, no se lo opone al bien, y tampoco se emiten juicios al respecto. Tal vez los traumas de la infancia 35. En Pasado perfecto Conde piensa que “el aspecto del barrio debía de ser como el suyo: una especie de paisaje después de una batalla casi devastadora” (Padura Fuentes 2000: 18). Eliseo Alberto también incluye esta expresión en Informe contra mí mismo (2002: 145). El ruinólogo Ponte vuelve sobre esta imagen de La Habana como una ciudad en ruinas después de una batalla que no se dio, es decir, La Habana como el Beirut del Caribe. La imagen del Beirut caribeño se encuentra también en Perversiones en el Prado de Miguel Mejides (2009). Véanse los comentarios de Whitfield (2009). 36. Requeriría más análisis la relación con Lezama, presente en citas como “solo somos nuestra risa y además el gravamen de persistir en la fiesta innombrable…” (La sombra del caminante 95).

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podrían facilitar una pista de explicación, pero no se confirma ni se elabora en la novela. El sintagma recurrente de “sangre y chamusquina en los altares”, lleno de resonancias de violencia sacrificial precolombina e inquisitorial (¿y revolucionaria?), podría recordar las teorías de Girard en La violence et le sacré sobre la necesidad de víctimas expiatorias para canalizar la violencia. Las snuff movies acaso recuerdan las tesis de Bataille sobre el lazo entre violencia y erotismo como dos maneras de escapar a prohibiciones. O simplemente podría tratarse de violencia gratuita o del absurdo, tal como sugiere la alusión a Camus en el texto (Di Dio 2008: 425). La poética del mal se caracteriza por la indefinición, se asemeja a un caminante sin rumbo. En este contexto que rehúye lo referencial es de esperar que habrá contadas alusiones al sustento. La misma novela contiene una crítica del realismo, al referirse a una obra del escritor Emilio U: “Sus oyentes habrán de renunciar a la expectativa de asir alguna reconstrucción de los sucesos más o menos realista en sentido tradicional. Deberían conformarse con mitos, fantasmagorías, hilachas, embriones, materiales muertos y protohistorias disecadas” (La sombra del caminante 171). Por eso no está en el punto de mira el Período Especial y nunca se insiste en la escasez como tal. No impide que aparezca de manera alusiva y tangencial. Así el único plato del/de la protagonista y de Hojo Pinta mencionado a lo largo del libro es marpacíficos con cebolla. Ser vegetariano en la Cuba tan dada a degustar carne ya es toda una hazaña y una provocación, que Portela reitera en sus libros: la escritora Linda Roth de Cien botellas en una pared también se nutrirá solo de vegetales. A la vez, apunta de manera indirecta a la falta de víveres. En chanza, se conjetura asimismo que la ingestión de una pizza con sabor a poliéster en el comedor de la Universidad puede haber trastornado al/a la protagonista y haber causado los homicidios. Y cuando Gabriela/Lorenzo se refugia en un cine (obvio guiño a El acoso de Carpentier), la taquillera llama la atención sobre un cartel que pone “sin subtítulos” para anticipar cualquier protesta de los espectadores. Provoca la siguiente asociación: Es preciso deslindar responsabilidades. Así por este fin de milenio —asocia Gabriela en mitad de una sonrisa algo desquiciada—, los administradores

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de algunas panaderías han dado en exhibir, en un sitio de honor bien visible a la manera de los altares de la Virgen de El Cobre con sus tres Juanes en el bote, una ampliación 40 x 40 de la foto del empleado culpable de las flautas y panecillos nuestros de cada día, de su tiempo de cocción, y, sobre todo, de sus ingredientes. De la consistencia veleidosa entre arena y estropajo de aluminio, del sabor a suela de zapato mezclada con alquitrán, algún increíble mazacote de corpúsculos verdes y dos o tres etcéteras. Bajo la faz del envenenador público, otro letrero: Paracelso Martínez, alias el “El Alquimístico”. Sólo falta añadir: “Es vuestro. En cuerpo y alma, todo vuestro. Si no lográis devorar su obra, entonces devoradlo a él” (La sombra del caminante 54-55; el énfasis es mío).

Se desvía la atención del acto de comer de una manera cómica. La misma técnica se ilustra en el comentario sobre la risa de los cubanos como modo de engañar al hambre, como un ejemplo de choteo cubano, cuando se proyectan escenas gastronómicas, como en Fanny y Alexander (1982) de Ingmar Bergman: ¿No se reían del banquete de Navidad —la cámara realizaba un paneo lento sobre el lujoso mantel que servía de fondo a los lujosos manjares, copas y candelabros— en Fanny y Alexander? Uno podría suponer que durante los años más difíciles de la crisis postmuro de Berlín, una crisis de nuevo cuño con el fin de las ideologías y el fin del petróleo y el fin de muchas otras cosas, buenas y malas y regulares y dudosas, entre ellas el milenio, los cinéfilos habaneros se reían de todo lo relacionado con el verbo comer mientras iban buscando algún modo de alcanzar el nirvana de la inapetencia con el secreto propósito de no volverse locos (93-94).

Vemos, por tanto, que Portela se cuida de reiterar los clichés conocidos, aunque no los elude por completo. Pero no exacerba el tema que es tratado en contadas ocasiones de manera oblicua y con mucho humor, el típico choteo cubano. Sus preguntas se ubican en lo ontológico, lo ético, lo racial, lo sexual y lo metaliterario.37 37. Portela aplicará la misma estrategia en Cien botellas en una pared. La protagonista Zeta es bastante gordita, pero aparece poco el tema en primer plano, salvo en alguna comilona de un steak gigantesco.Y cuando se acude a una imagen culinaria, como en el capítulo 4 “De los mangos y de las guayabas”, las frutas son usadas

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En los textos escritos en inglés por cubano-americanos la ubicación en la Cuba de los noventa ha sido más tardía. Ya dije en el apartado anterior que liban en sus recuerdos personales o familiares, muchas veces anteriores a esta década, para ficcionalizarlos. Por lo que he podido averiguar la elaboración de la ficción sobre el Período Especial se hace de una manera bastante uniformizada y estereotipada. Así encontré mecanismos muy parecidos en Ruins (2009) de Achy Obejas (n.1956) y Havana Lunar (2009) de Robert Arellano (n.1969). Por ello me limitaré a comentar el libro de Arellano, un cubano-americano cuyos padres se fueron de Cuba en 1960. La intriga de esta novela negra, ubicada en gran parte en el mes de agosto de 1992 desde el cual se hacen flashbacks, se centra en un médico, Manolo Rodríguez, relegado a un puesto modesto por no cumplir con las expectativas del régimen. Tiene un enorme lunar en la cara, provocado por una hemorragia después de que la madre intentara envenenar a ambos con pastillas mezladas en un cake de chocolate para el cumpleaños de su hijo. Manolo da cobijo a una jinetera y se ve envuelto de manera injusta en el asesinato del chulo que la embaucó invitándola a un helado en Coppelia. El médico casi se muere por inanición cuando los compadres del chulo lo encierran en una cripta del cementerio. A todo esto se agrega la historia de su fracaso matrimonial en parte ligado a una maldición por un palero. Después del huracán Andrés, imagen muy gastada para anunciar una redención y una limpieza, todo se resuelve y se sugiere que el doctor puede empezar de nuevo. La novela se abstiene de hacer proclamas políticas, se restringe a relatar los hechos cuya base parcial sería lo recogido por Arellano en sus conversaciones con un balsero de 1994, completado con sus propias vivencias durante una estancia en 1992. A lo largo de la novela encontramos remisiones al hambre y a los alimentos pobres provenientes de la libreta, como el pan durísimo, arroz y frijoles. Esto alterna con algún destello de supuesto exceso, que va desde un sándwich de jamón y queso, conseguido por la jinetera en el hotel La Habana Libre, hasta una langosta comprada por un para expresar preferencias sexuales, más específicamente heterosexuales versus lesbianas.

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amigo, un lechón en su visita a la familia en Viñales, el chocolate belga, “el mejor del mundo” (Arellano 2009: 92), regalado por el director de la clínica. Las primeras páginas marcan el tono: en la radio se explica cómo cultivar verdura en casa y en la clínica falta la morfina a causa del Período Especial, término presente desde la segunda página. La obsesión por el café, a la vez medio de hidratación y medicina contra el dolor de cabeza para el médico, es un leitmotiv importante, por ejemplo: “There was no coffee, not even tea, but as a psychosomatic tactic I got an empty cup from the kitchen and took imaginary sips” (ibíd.: 23). Copio una meditación sobre la ciudad, uno de los pocos fragmentos que rebasa este inventario seco de las privaciones: She [la ciudad] was sleeping, but it mitigated none of her hunger as she briefly dreamed, sometimes of pollos, lechones, tortas, empanadas, sometimes of adventures in America, sometimes of her own hunger. She would awaken to the same privations, each day collapsing into a heap of unnumbered others of scarcity and emptiness, and there was no practical guess at how many more would have to drop on this pile before she starved to death or otherwise redeemed (ibíd.: 47)

La novela está compuesta por una serie de ingredientes previsibles a los que no se les saca mucho jugo: una intriga policiaca, la magia de Palo Monte, la llegada de un huracán, la jinetera que trueca sexo por comida, a lo cual se agrega un trauma de la infancia de Manolo que se exterioriza en el lunar. No he podido ver comprobadas las expectativas creadas por el anuncio en la contraportada: “Inspired by fifty years of Cuban noir, from the Cold Tales of Virgilio Piñera to Reinaldo Arenas’s Before Night Falls, Arellano’s Havana Lunar intertwines an insider testimony on the collapse of socialist Cuba with a psychological mystery that climaxes in the eye of Hurricane Andrew”. Y de esta manera he llegado al final de mi recorrido. Al mirar el conjunto, se puede destacar que los seis textos estudiados han querido dar en mayor o menor medida un testimonio sobre las penurias del Período Especial, no desde un sujeto enunciador como voz colectiva, sino desde la percepción individual de la realidad, que conlleva una perspectiva crítica. El análisis de un corpus de novelas reducido, pero representativo, me ha llevado a detectar diferentes matices en el enfrentamiento al

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hambre. El abanico de posibilidades resulta ser variado: antinomias sarcásticas en Valdés, reflexiones sobre diferentes modalidades del hambre en Chaviano, repetición obsesiva del vocablo en relación con lo abyecto en Gutiérrez, denegación en Suárez, jocosa relegación al trasfondo en Portela, exacerbación de la escasez en Arellano. He encontrado tanto aproximaciones bastante superficiales y previsibles como reflexiones profundas que atañen a lo animal y lo humano, el mal y lo abyecto, la carencia en un sentido no físico, sino metafísico. En una primera aproximación de conjunto se podría postular que los que se quedaron en el país vivieron de más cerca y de manera más constante los problemas. La proximidad hizo tal vez que los introdujeran de un modo menos protagónico y vistoso y se interesaran por otros enfoques como la repercusión en la psique de la situación de penuria (huida hacia lo interior en Suárez) o reflexiones sobre sus implicaciones éticas (reflexión sobre lo humano y lo animal y las fronteras éticas en Gutiérrez, presencia del mal y de la violencia en Portela). Los que se fueron, en cambio, tenderían a recalcar de manera contrastiva o hiperbólica los fallos más llamativos del sistema, a veces con objetivos denunciatorios.38 Pero esta explicación es demasiado blanquinegra y esencialista. Tampoco se puede aplicar una explicación de género. No funcionaría la propuesta de un recato más grande en el caso de las mujeres respecto a las penurias: Valdés es más soez que Arellano, por ejemplo. Para intentar proponer alguna evaluación opino que intervienen un conjunto de factores: geográficos (de distanciamiento), ideológicos, metaliterarios y comerciales. 38. Aunque requeriría más análisis, algunas constataciones sobre la jinetera o el balsero van en el mismo sentido. Catoira (2010) ya advirtió que en las narraciones de dentro, con la excepción de Pedro Juan Gutiérrez, muchas veces importa más la reacción psicológica dolorosa que las descripciones exhibicionistas del sexo desenfrenado. Efectivamente, en “Los aretes que le faltan a la luna” de Los hijos que nadie quiso (2001) de Ángel Santiesteban, un cuento nada bolerístico a pesar del título, se describe la lucha interior de la jinetera, Xinet, que se enfrenta a muchas dudas en el ejercicio de la prostitución, a pesar de la comprensión y el afecto de su esposo. El cuento termina invirtiendo los roles, ya que el esposo se va de la casa a prostituirse. Tampoco en “Aniversario” de Karla Suárez el énfasis está en las hazañas sexuales, sino en la ingenuidad de la jinetera que disfruta del lujo de un hotel en Santiago de Cuba.

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En “Con hambre y sin dinero”, Ena Lucía Portela explica que muchos escritores de fuera no llegan a conocer los detalles de la vida feroz de los noventa en Cuba: “No dominan el tema, idealizan o condenan, reproducen estereotipos” (2003: s.p.). No obstante, con la excepción de Arellano, quien solo compartió un tiempo limitado con los cubanos durante el Período Especial, todos los autores vivieron los problemas en carne propia durante un período más o menos largo. No cabe duda de que tal vez debido a la distancia se ha ido creando un imaginario culinario que selecciona y da la prioridad a determinadas manifestaciones de esa década. Ha llevado a instaurar una especie de lista obligatoria de clichés y anécdotas, lo cual sería parte de lo que Whitfield llamaría un “special period exotic” (2008: 20). Son sobre todo los autores de fuera quienes explotan los casos más estrambóticos de la época. Uno de los ejemplos más llamativos podría ser el bistec de frazadas que parece haber existido en el Período Especial.39 En Te di la vida entera leemos: “[Cuca] Intenta acordarse de lo que comió ayer. No, no comió. Ingirió tajada de aire y fritura de viento. Hoy puede que se haga un bistecito de la frazada de piso viejo que adobó hace quince días” (178). Daína Chaviano integra una minuciosa descripción de la receta en “Donde se revelan ciertos secretos culinarios” (El hombre, la hembra… 101-103) después de haber relatado la venta de aquel bistecito “bastante difícil de masticar, sobre todo por la cantidad de hilachas que se quedaban entre los dientes; quizás —especularon algunos— porque se trataba de mercancía de cuarta clase, desechada por la granja procesadora” (99).40 En Havana lunar de Arellano la escena de la carne de “toallas” (y no de frazadas) es relatada por el amigo de Manolo quien compró “unas exquisitas chuletas empanizadas”, aún congeladas. Continúa: “When I get them into the kitchen and start frying them up with an old onion rind, something doesn’t smell right. (…) “¡Empanadas de toalla! ¡Ca39. Circula por la red una imitación de la emisión Cocina al minuto de Nitza Villapol, donde se ridiculiza la preparación del bistec de frazadas de piso. Remito a: . 40. La mala calidad de la carne sustitutiva recuerda los diferentes tipos de tasajo en el siglo xix: de primera, segunda y tercera clase, esta última hecha con piltrafa. Irónicamente se agrega aquí una cuarta clase.

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rajo! A hard day’s hustles wasted on a couple of breaded dishtowels!” (Arellano 2009:133).41 Otros tantos ejemplos se podrían poner para el bistec de cáscara de toronja o el picadillo de soya. Los estereotipos y la insistencia en el tema se pueden explicar en parte por el distanciamiento que hace que solo se retengan los casos más llamativos, pero no basta como explicación. Como veremos más adelante, Antonio José Ponte aludirá también al bistec de frazadas, aunque lo resignifica en otro contexto. Interviene además la tan manida polarización de índole ideológico-política. En los casos de Valdés y de Chaviano su posición crítica respecto a la Revolución habrá contribuido a la hiperbolización de la escasez. Pero no se puede aplicar el mismo razonamiento a Arellano quien no se enfrentó al régimen de Castro. Para Gutiérrez y Portela, los dos escritores que aún permanecen en Cuba, y para Suárez, que escribió su libro justo antes de salir y que puede entrar y salir de la isla a su antojo, no creo que su reticencia en cuanto al tema culinario se deba al contexto político. Ni Suárez ni Portela ni Gutiérrez se abstienen de formular críticas respecto al régimen como parte del desencanto general ante el Gran Relato de la Revolución. Los dos que permanecen dentro defienden su libertad de expresión y de publicación, incluso si tienen una posición incómoda en Cuba, y nunca se puede saber si hay alguna que otra autocensura. “Me consideran un fantasma”, dice Gutiérrez (Oxford 2007: 152). Portela tampoco se corta en sus opiniones y no se arredra ante la firma de un documento para exigir la libertad de los prisioneros de conciencia. No tiene pelos en la lengua al hacer declaraciones del tipo: “Cuando ingresé en la UNEAC, en 1998, nadie me preguntó si yo era comunista” (2010a: s.p.). Desde 1993, año en el que se permitió publicar en el extranjero, es menos fácil relegar a los escritores al ostracismo, ya que siguen teniendo su fuente de ingresos, pero se les puede seguir negando, ninguneando. Esta actitud forma parte de la política cultural del régimen de negociación de las voces críticas: se tolera cierta disidencia dentro 41. Ruins (2009) de Achy Obejas, otro libro que acumula los clichés evocando a bisneros, balseros y jineteros, toma el bistec de frazada como leitmotiv a lo largo de esta novela ubicada en el verano de 1994, ya que la esposa del protagonista gana dólares junto con la vecina preparando esta ‘comida’.

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de determinadas limitaciones. Por eso circulan los libros de Portela y de Suárez, y en parte los de Gutiérrez, de manera oficial en Cuba. Las obras de Chaviano y de Valdés posteriores a su salida no son promocionadas por el régimen a causa de su pronunciada actitud anticastrista. Por lo que he podido averiguar, el libro de Arellano tampoco se puede conseguir en la isla. Más peso en el tratamiento diferente de la penuria tienen las preocupaciones de índole comercial y (meta)literaria que entran en pugna en estos escritores, o para decirlo con las ya citadas palabras de Portela: se trata de “literatura versus lechuguita” (1999a). En Valdés y en Chaviano lo referencial gastronómico y los estereotipos culinarios no participan mucho de sus poéticas, que van marcadas por lo feminista para ambas autoras, combinado con lo fantástico (Chaviano) y la sátira (Valdés). A veces los contextos culinarios parecen embutidos de manera un tanto artificial. En un artículo de 2000, con el elocuente título, ““Esta isla se vende”: proyecciones desde el exilio de una generación ¿desilusionada?”, Yvette Sánchez cita esta frase de Chaviano (El hombre, la hembra… 23). Con esta expresión, a la vez una inversión del eslogan “Cuba no se vende”, arremete contra el exceso de lugares comunes en los escritores del exilio cubano que tratan los noventa. Aunque me es difícil calibrar el caso de Arellano a causa del escaso aparato crítico, me parece también más inspirado por un deseo de testimonio combinado con el apoyo del mercado. Los otros tres autores subordinan el tema del hambre a sus respectivos puntos de interés y poéticas: la búsqueda de la interioridad (Suárez), el realismo sucio (Gutiérrez), la reflexión sobre la literatura y la violencia (Portela). Esto no impide recuperaciones por el mercado, como es el caso de Gutiérrez en quien los lectores de fuera han visto confirmados los fantasmas sexuales sobre Cuba. Al fin y al cabo el meollo de la cuestión reside en el problema mayor con que se topa cada escritor que integra el registro culinario: tiene que buscar un difícil equilibrio entre mimesis e imitatio. El recurso a abundantes referencias culinarias puede desembocar en demasiado efecto de lo real. Puede llevar a un exceso de clichés y a un hartazgo de literatura referencial, tal como ya lo advirtieron Suárez y Portela. Quizá no sea una casualidad que en la década posterior bastantes autores cubanos que escriben en español dejen de ubicar sus textos en

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el Período Especial e incluso se vayan distanciando de lo cubano en su totalidad, mientras que el tema surge en autores cubano-americanos de habla inglesa como Arellano y Obejas. En El hombre que amaba a los perros (2009) Padura Fuentes se interesará por Trotsky y su asesino Ramón Mercader. Chaviano y Valdés explotarán vetas aún poco estudiadas de lo cubano que también pueden interesar al mercado. Pensemos en la impronta de los chinos en La isla de los amores infinitos (2006) de la primera o La eternidad del instante (2004) de la segunda. Valdés ubicará sus novelas en Londres y Nueva York en Bailar con vida (2006) o en París en El todo cotidiano (2010), una continuación de La nada cotidiana. Pedro Juan Gutiérrez enfocará a Graham Greene en Nuestro GG en La Habana (2004) y relatará sobre el período antes de los noventa en El nido de la serpiente. Memorias del hijo del heladero (2006). Karla Suárez se alejará de Cuba en La viajera (2005).42 Ena Lucía Portela se enfrascará en la vida de Djuna Barnes en Djuna y Daniel (2008). Es lo que ha constatado también Anke Birkenmaier al referirse a la literatura cubana de la última década: “these texts exhibit much less of an urge to situate one’s identity culturally than the fiction of the 1990’s (...)” (2011: 9). Mutatis mutandis, se ha producido en algunos autores cubanos de dentro el mismo fenómeno de alejamiento del contexto nacional tal como se había manifestado en la generación de McOndo y del grupo del Crack como reacción ante el boom, más orientado a expresar la identidad y lo nacional. Además, esta evolución es sintomática de una tendencia general en nuestro mundo globalizado. Por supuesto, queda por averiguar esta conjetura en el futuro y tampoco excluye acercamientos originales al tema, como veremos a continuación en el caso de Menéndez.

42. En su sitio web Suárez dice que su publicación de 2011 en portugués, Havana Ano Zero, se ubica en 1993, pero no he podido consultar este libro y averiguar hasta qué punto importa el contexto histórico.

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La cerdofilia y sus avatares en la obra de Ronaldo Menéndez

El cerdo ha asomado el hocico a lo largo de este libro. Casi en cada apartado me he referido a este epítome de la comida cubana, que sea en los fragmentos de las Casas, Bacardí, Benítez Rojo, Merlin, Barnet, Carpentier... Los puercos viajaron vivos a bordo de las carabelas de Colón en su segundo viaje a las islas y proliferaron en su variante salvaje, ‘jíbara’. Estos animales, que son fáciles de alimentar y se reproducen en abundancia, siempre han sido criados por su grasa y por su carne. En la segunda mitad del xix los negros compraban su libertad al cebar cerdos con el maíz de sus propias huertas. Durante el período republicano la manteca de cerdo sobrante era importada masivamente desde Estados Unidos, de manera que al decir de Nitza Villapol el cubano sin saberlo “contribuía a que sus explotadores pudieran comerse la carne de cerdo y sus derivados como perros calientes, jamón, jamonada, etcétera” (1980: 12). Desde su importación en las islas, el puerco ha constituido el sustento preferido de la población cubana (y caribeña), ya sea de origen español, chino o africano, aunque no siempre estaba al alcance de todas las clases sociales. Su carne ha dado lugar a la creación de numerosos platos de los que el lechón asado para Navidades es el más conocido. Todas las partes del animal son comestibles, desde la cabeza hasta las patas. Esta virtud aparece reflejada en el refrán peninsular, “del cerdo se aprovechan hasta sus andares” con la variante “del cerdo se aprovecha hasta el rabo”. Ante la escasez generalizada de carne, tan indispensable en la dieta cubana, no solo se inventaron en el Período Especial comidas sustitutivas como los ya comentados bistec de frazada o el picadillo de

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soya, sino que los habitantes urbanos empezaron a criar cerdos en sus departamentos. El éxito de la crianza porcina en La Habana se deduce del hecho de que Fidel Castro se vio obligado a intervenir dos veces en 2002 (el 25 de febrero y el 12 de marzo). Exhortó a los ciudadanos a erradicar la cría clandestina e irresponsable de cerdos en zonas urbanas. El líder alegaba razones higiénicas omitiendo mencionar la causa concreta de esta nueva modalidad de aprovisionamiento: el hambre. El cerdo, muchas veces cebado para Navidad, aparece en un corpus considerable de textos contemporáneos, ya que viene a cristalizarse en él toda la penuria de la época, incluso después de que pasaron los años más duros. Ya he citado la lista que dieron unos editores extranjeros a Portela sobre lo que ellos consideraban la realidad cubana. Después de la enumeración, Portela pregunta si también entra en la lista el “cerdo que crían mis vecinos de los bajos en la sala de su casa (…), y, como era de esperarse, se muestran fascinados con el cerdo; sí, él también” (1999a: 73). Para Portela el cerdo criado en un entorno urbano se ha convertido en otro ejemplo del “special period exotic” recordando la expresión de Whitfield (2008: 20). Antes de examinar la manera en que se integra el cerdo como foco de interés en textos sobre el Período Especial y en particular en Menéndez, veamos primero los rasgos universalmente asignados a este animal que ilustraré en base a expresiones artísticas cubanas y no cubanas. Lo que viene inmediatamente a la mente en el contexto culinario es la asociación del puerco con la gula, la omnivoracidad y la consiguiente gordura. Este animal es un estómago ambulante. El cuento emblemático al respecto es “Los gallinazos sin plumas” del peruano José Ramón Ribeyro. Los nietos Efraín y Enrique tienen que ir a buscar desperdicios hurgando en cubos de basura y yendo al muladar para que el marrano Pascual se pueda dar un banquete. Después de que el abuelo, desesperado por la falta de comida, da de comer al perro de Enrique, este acaba empujándolo al chiquero donde el cerdo hambriento se lanza sobre esta ‘delicia’ comestible. Marvin Harris (2007: 82) indica que aun siendo un animal omnívoro, el puerco tiene ciertas preferencias en su dieta. El ganado porcino se cría de forma óptima con raíces, nueces y cereales. En el

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contexto cubano Sarmiento Ramírez (2003: 206) señala que se ceba preferentemente con palmiche (el fruto de la palma real) y maíz para aumentar la cantidad y la calidad de la carne y de la grasa. En el caso de que no tenga otra cosa que comer o que arrecie el hambre, es capaz de sustentarse con desechos o hierbas (al igual que los rumiantes). En situaciones de apremio extremo se come hasta sus propios excrementos, otro cerdo, carne humana, pero la coprofagia y el ‘canibalismo’ no son naturales en este animal. Igualmente, y como consecuencia de lo anterior, el verraco se connota con la suciedad y lo abyecto. Es muchas veces presentado como un animal que no distingue entre lo nutritivo y lo excremental. Ingiere tanto lo líquido como lo sólido que se funden en lo viscoso. La idea de lo abyecto es reforzada por el hecho de que al cerdo le gusta revolcarse en el fango. En Connaissance de l’Est Paul Claudel lo describe de la siguiente manera: Il renifle, il sirote, il déguste, et l’on ne sait s’il boit ou s’il mange; tout rond, avec un petit tressaillement, il s’avance et s’enfonce au gras sein de la boue fraîche; il grogne, il jouit jusque dans le recès de sa triperie, il cligne de l’œil. Amateur profond, bien que l’appareil toujours en action de son odorat ne laisse rien perdre, ses goûts ne vont point aux parfums passagers des fleurs ou de fruits frivoles; en tout il cherche la nourriture: il l’aime riche, puissante, mûrie, et son instinct l’attache à ces deux choses, fondamental: la terre, l’ordure (1993: 67).

Aquí también cabe matizar este deseo ‘natural’ de suciedad. Como es sabido, los puercos tienen la piel muy fina, a veces muy parecida a la humana, y ciertas razas están casi desprovistas de pelo. Para protegerse y refrescarse se tienen que embadurnar. Harris agrega que “prefieren claramente un lodazal limpio y fresco a uno contaminado con heces y orina” (2007: 82). Fabre-Vassas apunta que no es hasta el siglo xix cuando se ha enfatizado esta connotación negativa de lo abyecto en el cerdo. La función religiosa de este animal entraña asimismo una paradoja. Es “an animal at once unclean and sacred” según lo que propone Manabu Waida bajo la entrada “Pig” de la Encyclopedia of Religion. Destaca, entre sus connotaciones religiosas, su afinidad demoniaca,

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algo que determina su uso “as a bait to divert them [the demons] from tormenting humans” tanto como en sacrificios de expiación y purificación. Waida también se refiere a su naturaleza ctónica, de ahí que pueda ser ofrecido en sacrificio a las divinidades del inframundo. Afirma además que, cuando crecen suficientemente, “they asume the lunar symbolism of life or of rebirth after death”. Es el aspecto negativo y fúnebre el que ha sido más fecundo en el arte. Remito, por ejemplo, a una escena de la película La última cena (1976) de Tomás Gutiérrez Alea, en la que el cimarrón Sebastián se coloca una cabeza de cerdo después de relatar el mito de una lucha entre lo bueno y lo malo que trae como resultado que la cabeza de la mentira irá sobre el cuerpo de la verdad.

Fotograma de cabeza de cerdo. La última cena.

Unos críticos plantean que Sebastián es equiparado a este animal, ya que representa la fuerza de trabajo para el amo (Brightwell). Otros opinan que de este modo el cuerpo de la verdad (Sebastián) deshuma-

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niza y provoca a su amo (la cabeza de la mentira) (Hernández 2003: 841). Luego, la cabeza de cerdo podría anunciar la decapitación de once esclavos cuyas cabezas serán enarboladas en altos postes como escarmiento. En el ámbito religioso, cabe mencionar asimismo el papel del cerdo como marca distintiva para el cristianismo. Desde los duelos y quebrantos cervantinos sabemos cómo ha sido explotada su carne para diferenciar a católicos de judíos y árabes. Otro rasgo al que muy frecuentemente se asocia el cerdo es la lujuria. De hecho, la foto del Período Especial en la portada de este libro que representa a un hombre que ‘pasea’ a través de una calle derruida a un cerdo con una soga amarrada al cuello, me recordaba a Pornocrates de 1886, uno de los dibujos más conocidos del artista gráfico belga Félicien Rops (1833-1898).1 La mujer lasciva que tiene los ojos vendados encuentra su doble en el cerdo, al que pasea y que la guía. En el cuento ya comentado, “Paso de los vientos”, Antonio Benítez Rojo explora esta veta decadente que rompe incluso con el tabú de la sexualidad entre un animal y un ser humano. El protagonista, un cura hipócrita, explica la razón por la cual fue mandado al seminario de joven, ya que: “tu padre te había sorprendido no hacía mucho metiéndole la pija a la marrana que había comprado para celebrar Navidad” (Benítez Rojo 2000: 121). Añade lacónicamente que solo quiso remedar al jardinero para comprobar la sensación que provocaba esta cópula. El padre está fuera de sí y exclama furioso que los demonios se valen con frecuencia de las marranas para manifestarse. Como la madrastra, doña Pilar, y la cocinera Frasquita protegen al muchacho contra los golpes del padre, es la marrana la que será matada. Después de hartarse con las sobras del animal, el joven protagonista se refocila con Frasquita quien a su vez es animalizada totalmente, ya que comienza a gruñir y a “hociquear como la marrana” (ibíd.: 124). Como lo negativo bestial parece caracterizar al cerdo, se trasponen estos rasgos a seres humanos, en general marginados o de clase baja, para denigrarlos. En El Rey de La Habana el protagonista y Magda 1. Andrea Brizzi llamó a esta foto “Pig in the street”. Mario Coyula en “Campeando en la ciudad. De cómo se ruraliza el paisaje urbano” acompaña la foto de la siguiente leyenda: “David y Goliat : hombre pastoreando a un verraco por las calles del Cerro” (2005 : 7).

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Pornocrates, de Félicien Rops. Folleto de la exposición Ave Eva, Caermersklooster, Gante, 10 de febrero-1 de abril 2012.

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son comparados con marranos después de una sesión maratoniana de sexo: “Entonces se quedaron dormidos, así, bien puercos, embarrados de sudor y semen y mugre y hollín. Durmieron como dos marranos felices sobre aquel jergón asqueroso” (Gutiérrez 1999: 119). Y la abyección es total en el relato del cubano Ángel Santiesteban, “La puerca”, sobrenombre de un gordito que se disputan dos mandantes en la cárcel. Al revés, este cuadrúpedo puede inspirar sentimientos casi humanos y ser personificado. En la película La rabia (2008) de la cineasta argentina Albertina Carri el cerdo a punto de ser degollado emite unos chillidos escalofriantes casi humanos que aterran a los niños y provocan piedad ante el sufrimiento del animal. La humanización se subraya en “Muere Yorkshire (Cuento navideño)”, de 2007, del cubano en el exilio José Manuel Prieto. El protagonista recuerda el intento de matanza del cerdo, llamado Yorkshire, por el padre cirujano en los setenta. El somnífero suministrado resulta ser poco eficaz y el padre, angustiado por el “alarido terrible”, “un tono casi humano” (Prieto 2007: s.p.), no llega a matarlo y se ve obligado a acudir a un matarife. René Ariza, cubano exiliado en Miami, evoca en el cuento “El Fantasma del Puerco” (1997) a un niño a quien los padres ciegos confunden con este animal, teniendo al puerquito en los brazos y al niño en el chiquero. Para sobrevivir el niño se las arregla aparentando ser un fantasma. Así el cuento remeda una de las manifestaciones literarias más conocidas de la confusión entre cerdo y ser humano que es el Bebé cerdo del capítulo VI de Alicia en el país de las maravillas (1865) de Lewis Caroll. En su artículo “De cerdos y niños” de 2011, un alegato contra el vegetarianismo, el cubano Hernández Busto medita sobre este lado humano del cerdo. Es un animal bastante miedoso y se asusta ante el menor indicio de peligro. Bastantes veces el verraco se convierte en mascota de la casa, hasta le dan un nombre. También se ha probado que el cerdo tiene una notable tendencia al estrés que empeora la calidad de la carne, porque el cerdo estresado produce un ácido que acaba corroyendo el músculo del animal. La ignorancia, reflejada en el refrán de origen bíblico, “no arrojes perlas a los cerdos”, subraya asimismo el carácter humano de este animal domesticable. Aparte de es-

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tos rasgos de comportamiento humano, Harris traza paralelos en lo que respecta a su constitución. Su aparato digestivo y sus necesidades nutritivas guardan muchas semejanzas con los del ser humano. Hasta cierto punto el puerco entra en competencia con él en cuanto a necesidades alimenticias. Las connotaciones del cerdo oscilan por tanto entre lo permitido y lo transgresivo, lo abyecto y lo digno, lo negativo demoniaco y lo regenerativo, humano y lo animal. En suma, el animal, ocupa una posición híbrida. Teniendo en mente este abanico de connotaciones, veamos tres ejemplos breves de textos que atañen a la cría de un cerdo en el Período Especial. En los tres casos se ceba un puerco en un departamento, un ámbito urbano. Se recurre a una suerte de autoabastecimiento precapitalista, criticando de este modo tanto el capitalismo como el sistema de la libreta de racionamiento, insuficiente a todas luces. Ena Lucía Portela cuya reserva sobre el tema he señalado, lo incorpora de manera paródica a su novela Cien botellas en una pared, al inicio del capítulo cuatro, situado en una época “al borde del colapso o ya dentro de él” (Portela 2010b: 74). Acechada por el hambre, la protagonista gorda Zeta decide criar un puerquito, a quien baña y cepilla todos los días, como si fuese su hijo. A este animalito lindo y cariñoso le da nombre y apellido: Gruñi álvarez La Fronde. La alusión a un hecho de la historia francesa del xvii y/o a un periódico feminista del siglo xviii realza la comicidad. El puerquito comparte comida y cama con ella a pesar de las protestas de sus amantes ocasionales. Por suerte, el animal se enferma y muere, “porque yo nunca hubiera reunido el valor suficiente para vender o asesinar a mi mascota” (ibíd.: 75). El verbo “asesinar” en lugar de “matar” enfatiza la humanización. René Vázquez Díaz (n.1952), autor residente en Suecia, da otra salida al dilema entre vida y muerte del cerdo. En “Macho grande en el balcón”, un cuento de El pez sabe que la lombriz oculta un anzuelo, el cirujano Restituto cede ante la presión de sus padres para que le ampute un pernil al cerdo, llamado Macho Grande. Es que después de “un período de reflexión especial” (Vázquez Díaz 2009b: 31) los padres, originarios del campo, decidieron criar un lechoncito en la bañera colocada en la terraza del departamento habanero. Lo mantienen

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muy aseado, lo llaman “hermano” y “amigo”, de manera que “[e]s el puerco más civilizado del Mar de las Antillas” (ibíd.: 34). La frontera humano/no-humano es cuestionada constantemente. Cuando los padres, desesperados por comer carne porcina, proponen amputar al Macho Grande porque no quieren que se muera, Restituto exclama: “¡Pero cómo pueden ser tan bestias!” (ibíd.: 40). Volvemos a encontrar los mismos rasgos en “César”, un cuento de Cerrado por reparación (2002), publicado en Cuba por Nancy Alonso (n.1949), cuyo inicio no deja dudas sobre la relación con el Período Especial: “Era esa la época en que todos criábamos o cultivábamos algo. Cayéndose el Muro de Berlín e inundándose esta isla de jaulas, corrales y cercas fue la misma cosa. Mientras los europeos derrumbaban barreras, acá las levantábamos. Cuestión de subsistencias” (Alonso 2002: 13). Después de considerar varias opciones carnívoras (conejo, pollitos, puerco) una familia cubana decide criar un puerco. A causa de su enfermedad lo miman como si fuese un niño dándole el biberón, instalándolo en el apartamento y adornándolo con un lazo rojo. De “puerquito” el animal pasa a llamarse César. Subrayan la inteligencia del puerco y acaban paseándolo, como si fuera un miembro de la familia. En ninguno de los textos se subraya la lujuria o la abyección. El acento está en lo domesticable de los cerdos que son invariablemente humanizados mediante su nombre propio (Gruñi, Macho Grande, César), de manera que se puede hablar de una verdadera cerdofilia. Se les despoja de toda su hibridez, hasta tal punto que se invierte el binomio: lo humano está del lado del puerco, lo animal se encuentra del lado de los seres humanos. Es como si no se atrevieran a matar a la quintaesencia del ser cubano, metaforizado en el cerdo. Sklodowska, quien comenta entre otras obras sobre el Período Especial “César” y Manteca (1993) de Alberto Pedro Torriente, una obra de teatro cerdofílica, concluye de manera acertada: En su intento de captar lo absurdo de la experiencia colectiva de esta época, los autores y artistas usan la comida como un vehículo tanto satírico como catárctico. El efecto es rotundamente deconstructivo: además de desmontar el clásico triángulo culinario de Lévi-Strauss de lo crudo, lo guisado, lo po-

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drido (lo corrompido), estos textos y actos de performance desestabilizan las fronteras entre lo comestible y lo abyecto y cuestionan la distancia entre lo animal y lo humano en el marco del desolador paisaje de desengaño post-socialista (2010: 312).

Muy distinta de esta cerdofilia es el acercamiento de Ronaldo Menéndez (n.1970), un autor que comienza a publicar en los noventa y reside en Madrid desde 2004. Introduce de manera recurrente el tema de la penuria alimenticia, y en particular la presencia del cerdo, un animal al que considera como (…) una circunstancia esencial que cifra al “ser cubano”. Es el centro y casi la única posibilidad de carne en la isla, es el sacrificio para la fiesta ritual (todavía hay lugares en el campo donde sacrifican un cerdo el 26 de Julio, día “patriótico-revolucionario”), pero el cerdo también se deja criar en una bañera y la convivencia puede alcanzar niveles muy raros y esperpénticos, lo cual sitúa a Kafka en medio de la Isla (en Redruello 2007b: s.p.).

Desde la portada de su libro de cuentos de 2002, De modo que esto es la muerte, se hace hincapié en el tema culinario: se reproduce un cubierto colocado a ambos lados de un conjunto de ojos que conforman una suerte de plato. Tres de los cuatro cuentos incluidos en la primera parte —titulada “Hambre”— presentan formas bien particulares de resolver este tema tan frecuente en la narrativa cubana coetánea. En el cuento titulado “Carne” dos amigos se unen para matar una vaca y son sorprendidos por los “farmers”. Estos, como suelen hacer con los intrusos, los devorarán a ellos. “ABC diario” evoca con mucho humor la manera como se “pesca” a liebres de altura (o sea, gatos) como sustitutos de conejos para alimentar a los abuelos, hartos de sustentarse con zanahorias.2 En la historia de “Cerdos y hombres o El extraño caso de A”, ubicada en 1994, A es la designación de un profesor, filósofo del arte, especialista en civilización romana que empieza a criar un cerdo en un corral. Un negro 2. El escritor Yoss (José Miguel Sánchez) describe en “Conejo de azotea o de cuando me dediqué a la pesca en seco” el mismo tipo de pesca (en Vega Chapú 2011 : 42).

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Portada. De modo que esto es la muerte. Madrid: Lengua de Trapo.

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que intentó robar el cerdo es encerrado por el profesor con el animal. “Lo Negro”, tal como lo denominará el profesor racista, tiene que compartir con el cerdo el sancocho suministrado comedidamente. Empieza una lenta agonía, pero antes de que “Lo Negro” pierda todas sus fuerzas, llega a agarrar la pierna del profesor, cuando se acerca al corral, y atarla a la jaula con un grueso alambre. Después “Lo Negro” empieza a comérsela. Un amigo del profesor, llamado B, lo encuentra muerto, hinchado y medio comido. El cerdo ya se ha comido al negro y se entretiene con “los despojos triturados de unos huesos sin cualidad. B quiso pensar que acaso eran los restos de un gato” (Menéndez 2002: 46). Otro cuento, “Menú insular”, ya publicado en una antología de cuentos caribeños de 2005, Pequeñas resistencias, y retomado en Covers en soledad y compañía, de 2010, es una jocosa evocación de la manera como se soluciona el problema de conseguir carne, comiéndose el avestruz del zoológico, criando un cerdo cuyas cuerdas vocales son extraídas por un veterinario, o preparando estofado de cocodrilo y conejo asado, es decir, el famoso gato de altura, ya presente en “ABC diario”. En un arranque de nostalgia el narrador se imagina en dos páginas un ideal “menú insular”, los platos que ya no se pueden conseguir. En Las bestias (2006), que constituiría la primera parte de una trilogía junto con Río Quibú de 2008 y otra obra aún por publicar, “que quizá termine titulándose ‘Trilogía de la miseria’”,3 encontramos la misma obsesión por la comida y en particular por los asuntos cárnicos. Claudio Cañizares, profesor de filosofía del arte, cría un cerdo en una bañera y, por una mera casualidad, se entera de que dos hombres desconocidos lo persiguen para asesinarlo. Luego se revela que los llamados Bill y Jack pertenecen a la secta Abakuá. A través de una sórdida serie de peripecias, Jack será asesinado por Claudio Cañizares y Bill terminará compartiendo el cuarto de baño en que habita el cerdo, como cautivo de Cañizares, quien espera averiguar la razón por la cual intentaban matarlo. Al final, Bill o “Lo Negro”, tal como lo denomina el profesor, es devorado por el puerco. A su vez, este es matado y comido por Cañizares. El protagonista termina muriendo de sida, enfermedad contraída durante su único 3. Es lo que proclama el autor en su sitio web oficial: .

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contacto con la llamada Rubia del bacarat. El espacio y el tiempo no dejan lugar a dudas: estamos en La Habana (aunque este topónimo nunca aparece), en un barrio que “se parecía a Beirut” (2006: 82),4 comparación ya consabida, y en pleno Período Especial. Como se puede observar, la trama de esta novela presenta bastantes afinidades con la del cuento “Cerdos y hombres”: motivos, personajes y pasajes completos son directa o indirectamente trasvasados. En el capítulo 11 de la novela son copiados también fragmentos de “ABC diario”, más precisamente la pesca de gatos, lo cual es combinado con la parte del “Menú insular” sobre la desaparición del avestruz y del cocodrilo. Esta propia repetición textual nos indica cómo la escasez y la parquedad de medios no poseen meramente una importante presencia temática, sino que se revelan como procedimientos formales relevantes en la narrativa de Menéndez, que acude a la autofagia literaria, o sea a un acto escritural canibalístico. A esto habría que añadir la visible “austeridad de la historia” a la que certeramente se ha referido Pérez Cino, el hecho de que la novela proceda por la sustracción de todo aquello que no se revele como “de estricta pertinencia narrativa” (2006: 308). Se crea por tanto una tensión entre cuento y novela. De la misma manera, los temas de la carne humana troceada y el canibalismo, ya presentes en el cuento “Carne”, constituyen la base de la novela Río Quibú de 2008, en la que un adolescente intenta escapar de la depredación de una tribu que vive en los márgenes de un río habanero y se alimenta de carne humana, además de traficar con ella. Me voy a detener tanto en el cuento “Cerdos y hombres” como en la novela Las bestias. Lo primero que llama la atención, en lo que respecta a la diferencia de tratamiento que se da al cerdo en los relatos antes referidos, es que no se le designe mediante un nombre humano. Más aún, el narrador se vale para ello de la perífrasis “la máquina de devorar todo lo que no sea su propio cuerpo”. El cambio de signo es evidente: de la humanización que otorga el nombre, pasamos aquí a una cosificación. Al cerdo ya no le son atribuidas características de persona ni siquiera de mascota. Incluso mediante esta forma perifrás4. De ahora en adelante solo citaré la página y el título (cuando corresponda) para referirme a Las bestias.

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tica es degradado de la esfera de lo animal a la de las cosas inertes: es una “máquina”. Además, el signo del vínculo establecido entre personajes humanos y cerdo también ofrece un clarísimo contraste con la tendencia vista en las otras narraciones: en Menéndez el criador del puerco odia al animal y, como se pondrá de manifiesto sobre todo al final de Las bestias, también el cerdo responderá con hostilidad. Esto no significa que esté ausente de ambos relatos el planteamiento de una equivalencia entre el cerdo y la especie humana, tan presente en los otros autores: “Era increíble cómo los cerdos se parecían a los hombres. Claudio lo fue notando desde la primera semana en que empezó a criar el suyo. Era un ejemplar negro, sin pelo, de hocico alargado y ojos de murciélago” (Las bestias 45-46).5 Pero muy predominantemente este parentesco irá en la dirección contraria, acentuando lo que de animal hay en los personajes humanos. De hecho, Las bestias (tanto como, antes, “Cerdos y hombres”) ponen en el centro de la atención la frontera borrosa entre ser humano y ser animal. La confusión es constante. Desde el primer capítulo el cuerpo del profesor es tildado de “rosablanco”, y su perfil de “trompudo” (12; 24). Más adelante el narrador lo equipara a un “bípedo implume” (62). Jack “gruñe entre dientes” (33) y el barman contesta la pregunta de Claudio sobre la presencia de la Rubia con un “elocuente gruñido que cualquier otro hubiera reconocido como la negativa de un macho rinoceronte a dejarse hacer el tacto anal, (...)” (50). Bill tiene mucho de “gorila furibundo y rencor de elefante memorioso” después del asesinato de Jack y llega a calificar al profesor de “tiranosaurio rex cruzado con camaleón” (65; 67). Los “eructos cavernosos” (18; 59) son compartidos por el puerco y la viuda de Jack en su entierro. El narrador habla de “lince humano” o “babosa humana” (77; 79; 80) en relación con Jack. Incluso la Rubia del bacarat está “más contaminada que una rata de laboratorio” (116). Esta idea de la animalización llega a su cima en una afirmación del protagonista, para el cual “en el fondo los puercos y los hombres son como dos gotas de una misma cochinada” (103-104). Sobre todo Bill en Las bestias, al igual que el anónimo negro de “Cerdos y Hombres”, transcurren por un proceso de animalización, de ‘cerdificación’. Así, por detenernos apenas en un ejemplo, Claudio 5. Estas frases se encuentran de manera casi idéntica en “Cerdos y hombres”.

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Cañizares dice al veterinario Jose que está implicado en el complot refiriéndose a Bill: “aquí tienes a mi otro puerco, Jose” (103). Al usar el vocablo Las bestias en plural en el título es obvio que este sustantivo no se refiere únicamente al cerdo. Y algo similar podríamos decir sobre el título del cuento, “Cerdos y hombres”, conformado por dos sustantivos relacionados por una cópula. La actitud abyecta, por ejemplo, es colocada del lado del propietario del cerdo cuando aquel le hace beber su orina a este. Y la bestialidad del protagonista se combina, en una medida importante, con el racismo o la negrofobia. Lo Negro, el cautivo, es “el degenerado” por excelencia. Pero igualmente en esto aparece una ambigüedad que impide establecer identificaciones estables: también Claudio Cañizares es calificado con el epíteto de “degenerado” (114) por la Rubia del bacarat, como si todo dependiera de la perspectiva con que un mismo fenómeno es observado, o como si el mal no pudiera restringirse a alguien o a algo en particular. Esta ecuación tiene como consecuencia el hecho de que el cerdo —de nuevo contra la tendencia manifestada en los relatos cerdofílicos— no aparezca despojado de sus características negativas, como el hedor, la suciedad y demás atributos abyectos asociados tradicionalmente a él. No obstante, dichas características aparecen matizadas por un reconocimiento de la especificidad etológica del animal, ya que “dentro de su puercada el animalito tiene su secreto código higiénico que uno debe aprender a respetar” (46). Otro rasgo típico, la gula, es recuperado de manera jocosa y desplazada. En dos ocasiones se combina con la lujuria. Primero, al quedar una aguja quirúrgica enganchada en la lengua del cerdo, “el rostro del veterinario vuelve a ser una fruta en primavera. Profe, dice, su puerco se ha hecho un piercing en la lengua: dicen que es bueno para el sexo oral” (73). Luego, en un pasaje posterior, cuando el mismo veterinario ha cortado las cuerdas vocales a Lo Negro para que deje de gritar, el cerdo se hace un banquete con esta carne rosada: Y el tremendo Jose aprovechó para, al placer de la comida, unir el de la lujuria como si estuviéramos en la antigua Roma, así que mientras la puerca6 tragaba sacó de bajo la manga un tubito largo y metálico cargado de una sus6. El veterinario constató que el puerco es puerca. Parece que no es fácil detectar el sexo de los puercos, ya que hay cierto indeterminismo sexual (Fabre-Vassas 1994: 30).

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tancia oleaginosa (esperma de raza, de lo mejorcito, aclaró) y se lo fue introduciendo al animal ya se sabe dónde (105-106).

A la vez, este último vicio es claramente cuestionado, ya que en este caso el animal no es más que el ente pasivo que se somete al gesto lujurioso de un humano. En su estudio sobre la representación de la ciudad en la obra narrativa de Menéndez, Laura Redruello hace resaltar el hecho de que, en Las bestias, el espacio urbano es lugar de degradación, en virtud de un proceso de deshumanización que le permite remitirse al concepto hobbesiano de non-city. Con este concepto se refiere a un estadio anterior al surgimiento de la polis, entendida como la comunidad organizada racionalmente, mediante la cual el género humano se separa de la naturaleza, de las “normas” irracionales que rigen las relaciones entre los animales. Se trata, en última instancia, de una ciudad “with no history, no myths, no hope…” (2011: 240); es decir, de una ciudad sumida en la barbarie. Precisamente, es posible ver cómo el tema de ambos relatos está instalado dentro del marco de una antinomia muy familiar en la literatura latinoamericana: la de Civilización y Barbarie. Esto se aprecia nítidamente en el caso de “Cerdos y hombres” por la conversación entre A y B, en que los negros, los orientales —los que emigran del oriente cubano a la capital— son considerados como los bárbaros, “la alteridad selvática” (2002: 38). Es la amenaza que desde el Oriente — término que debe entenderse en un sentido más cultural que geográfico— se cierne sobre el Occidente. Creo que este punto ilumina el sentido de parte de la intertextualidad en este cuento, en particular las referencias borgianas. En “Cerdos y hombres”, sobre todo el recurrente motivo de “la Esquina de la Nada Cotidiana” —el ámbito por excelencia de los negros del barrio, que les sirve de metonimia— se puede asociar tanto a la obra de Zoé Valdés, como a “Hombre de la esquina rosada”, cuento paradigmático de la vertiente cuchillera de Jorge Luis Borges. Aquí no hay presencia del culto al valor, ni idealización de lo rústico o lo popular, más bien lo contrario. La intertextualidad con Borges es continuada y ampliada en Las bestias: no solo hay referencias a “Hombre de la esquina rosada”, sino también a “El Sur”. Así

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Claudio Cañizares, convaleciente de una infección —recordemos que también el protagonista de “El Sur” sufre una afección similar—, recuerda “aquel cuento cuyo protagonista se llamaba Dahlmann. Dahlmann empuña con firmeza el cuchillo, que acaso no sabrá manejar, y sale a la llanura” (Las bestias 16). En otro pasaje, después de que Cañizares ha considerado los diversos modos en que podría ser asesinado, se nos dice como conclusión: “el asunto de una puñalada honda, por muy épica y martinfierresca que sonara (o se deslizara, para ser más exactos), era suficiente para aflojarle el estómago todo el día” (31). En el primer caso, la manera transgresora en que el texto de Borges es incorporado a la novela se pondrá de manifiesto según avance el argumento, cuando se haga patente que en lo que sucede a Claudio Cañizares hay un eco irónico del destino de Dahlmann, pues contra todo pronóstico Cañizares será capaz de abatir a sus dos victimarios. Por cierto, no lo hará con un puñal, el arma tópica de la narrativa de corte gauchesco, sino con un revólver, el instrumento por excelencia de los relatos de la serie negra, género sobre el que volveré. En el segundo ejemplo la ironía es manifiesta, ya que se confronta la mirada heroica, “épica” de lo “martinfierresco” con el temor nada sublime del protagonista a ser perforado con un arma blanca (un temor, por cierto, que trae una consecuencia corporal tan poco elevada como el aflojamiento del estómago). Estas y otras alusiones borgianas de la novela encuentran su sentido en la ya mencionada oposición Civilización/Barbarie. Dentro de esta antinomia se puede ubicar el racismo.7 Ahora bien, también la oposición negros/blancos, en el cuento lo mismo que en la novela, se ve radicalmente cuestionada. En un principio hay una delimitación entre A, académico de profesión (junto con su amigo B, traductor de lenguas muertas) y los “proletarios” que parecen mantener 7. La remisión al racismo puede constituir una referencia sutil al Período Especial. Es entonces cuando se recrudecieron las diferencias raciales y el racismo, ya que eran sobre todo los negros quienes sufrieron más la penuria por falta de recursos suplementarios. Advierte West-Durán en su artículo sobre los raperos cubanos que denuncian el racismo: “The Special Period hit Cuba’s lower classes exceptionally hard, affecting the brown and black populations, who, in many cases, did not have family in the U.S. who could help them out” (2004: 18). Este tema ha sido tratado poco en las obras comentadas hasta ahora, con la excepción de Portela.

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la hegemonía en el país. Sobre todo se enfoca a los negros, lo que explica que el elitismo de A se manifieste en gran medida a través de su racismo exacerbado. El contraste entre lo alto y lo bajo también se da a nivel individual en el caso de este personaje. De hecho, su conflicto podría ser formulado como la abdicación de su ideal elitista en favor de la crianza del puerco, a diferencia de B, que no consiente en transar, incluso a riesgo de casi morir de hambre. Pero el resquebrajamiento de este ideal elevado a favor de la innoble tarea de criar un cerdo implicará en última instancia un debilitamiento de la oposición que lo enfrenta a sus vecinos negros e incultos. Es lo que se puede apreciar en la evolución del personaje, cuando deviene “el profe” para los negros, jugadores de dominó de “la esquina”. Irónicamente, el devenir paradójico de este personaje, su irrupción en “la esquina”, en el universo reservado a los negros del barrio que hasta ese momento nunca había sido franqueado por él, se consuma en el momento en que tiene cautivo a Lo Negro. De este modo su intento de humillar, de marcar diferencias respecto de Lo Negro mediante la violencia, no lo conduce sino a un acercamiento a los individuos de esa raza. Así su racismo se revela como absurdo. En Las bestias, la puesta en crisis de la oposición Civilización/Barbarie se lleva a cabo mediante la barbarización —la bestialización— de Claudio Cañizares8 —y de todos los demás personajes, como hemos visto—, mediante esa degradación generalizada por virtud de la cual se hace imposible establecer diferencias jerárquicas por motivos de raza o de educación. Esta degradación también se manifiesta, como ha sabido ver Redruello en su trabajo ya citado, en un escenario urbano más próximo a una “animal community” que a una sociedad humana. La ciudad animalizada está caracterizada además por el silencio, entendido como ausencia de discurso articulado, y no como carencia de ruido, 8. El propio Menéndez caracteriza así al protagonista de la novela: “Claudio, desde luego, es José K., de El Proceso, es un poco Dr. Jeckill [sic] y Mr. Hyde. Pero es también incluso una abstracción como personaje literario: ese personaje inasible y bárbaro que hay en El señor de las moscas. Es un poco Raskolnicov. Creo que humildemente he intentado ahondar en un personaje muy cotidiano en Cuba, pero paradójicamente poco explorado en nuestra literatura: el hombre de las antípodas, el bárbaro culto, la bestia ilustrada” (Corona 2006: s.p.).

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algo que se ve asegurado por los gritos de los animales que pueblan la ciudad. De ahí “the abscence of reflection, of questions and answers define the simple, basic dialogue between the characters” (2011: 241). Esto explica que reine en el relato “the animal-like absence of reflection” (ibíd.: 242). Pero más que una ausencia total de discurso racionalmente articulado, o junto a ella, encontramos la presencia recurrente de elementos eruditos, presentados como absurdos. Por ejemplo, “Cerdos y hombres” empieza evocando las disquisiciones de A sobre un mueble etrusco, presentado como un lugar donde se produce la mixtura del hombre y la bestia: Los antiguos etruscos supieron demonizar sus muebles, (...), pues no sólo los concebían en el ámbito abstracto de sus cosmogonías, sino que sus demonios, animales humanizados o viceversa, poblaron con sus garras y rostros las patas y respaldares de las sillas presidenciales. Ahí tenemos, por poner un caso, ese jabalí de colmillos acerados que se indefine entre el hombre y la bestia, y que simboliza el hambre (2002: 33).

A la erudita digresión sigue el diálogo entre tres negros sobre tipologías porcinas escuchado al azar por A. Después de recomendar que “a los puercos chiquitos hay que darles harina de crecimiento”, la conversación termina con el latinajo “Magister dixit” (ibíd.: 35). El saldo de este contraste parece apuntar hacia una desacreditación de la alta cultura. Así, es sintomático que lo académico sea calificado como excedente cuando A consulta al escolar modo la bibliografía existente en la Biblioteca Nacional referida a crianza de cerdos; o cuando el mismo personaje acude a echar el sancocho con que alimenta al cerdo entre conferencia y conferencia. En el caso de Las bestias, donde encontramos también una digresión sobre un mueble, la aparición más importante de lo erudito estará dada a través de la Tesis Doctoral sobre la Oscuridad de Claudio Cañizares. Se establece una relación genealógica entre lo intelectual y lo corporal, ya que la tesis aparece como una consecuencia de las condiciones de precariedad en que vive su autor. Así se revela cómo “justamente una de esas noches gatunas había concebido el tema de su Tesis Doctoral” (Las bestias 43). Incluso la conclusión última le es revelada por la peripecia final con el cerdo, cuando este obliga al hom-

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bre a vivir en una especie de estado de sitio en su propia habitación, con lo que se consuma su degradación física. Es interesante ver también cómo se acentúa el nihilismo de la tesis, algo que debe relacionarse con el recrudecimiento de la situación material del protagonista y específicamente con la amenaza física que representará para él el cerdo. La Oscuridad pasa de ser una realidad definible negativamente —ausencia de luz, como el mal para San Agustín es ausencia de bien— a una sustancia autónoma: La Oscuridad no es algo que pueda pensarse sin sentir la luz. Es una ausencia, un defecto, una fisura en la vasta luz del universo: eso pensaba. Pero ahora sé que es lo contrario, hay una vastedad, una extensión negra casi infinita, partida por soles esporádicos. Entonces hablar de la luz es abarcarla, ceñirla desde la oscuridad predominante. Lo grave, lo difícil, es que a los hombres solo nos es dado hablar desde la luz, desde la mínima luz donde estamos parados. Lo cual es otra forma de tinieblas (Las bestias 121-122).

Esa tesis sobre el sentido metafísico de la Oscuridad —por muy físico que sea su origen—, nos pone en relación con un tema muy importante en Menéndez, y con el cual el cerdo tiene mucho que ver: el del mal concretado en la violencia.9 Hemos visto que el conflicto y la evolución de los respectivos protagonistas de ambas obras están directamente vinculados a la crianza del cerdo. Igualmente podemos afirmar que la irrupción de este animal en la vida de estos personajes, y en la trama de los relatos, trae consigo una ola de violencia que terminará por envolver incluso al profesor A y a Claudio Cañizares. En el caso de Las bestias, el cerdo tiene un precursor, como catalizador de una pulsión que se materializará mediante la violencia: me refiero al coatí que atacara a Cañizares durante su malograda visita a las cataratas de Foz de Iguazú. Al mirar la cicatriz de la mordida producida por este animal, Cañizares siente “un odio del tamaño de la ciudad” (12). A esta función de catalizar la violencia que cumple el cerdo 9. Pérez Cino ya ha llamado la atención sobre la centralidad de este tema en Las bestias: “como el de otras novelas cubanas de la última década, el tema de fondo de Las bestias (...) es el del Mal. El de la facilidad del mal, el de la trivialidad o la banalidad o la dócil oportunidad del mal...” (2006: 308).

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se alude desde el principio cuando se comparan los sonidos que emite a un “grito de guerra” (17). Acaso tampoco sea una simple casualidad que Cañizares tome la decisión de iniciar su pesquisa doctoral justamente en el momento en que vierte el alimento del cerdo, “odiando en silencio aquella oscura máquina de hocico alargado” (47). Llega a su clímax cuando comienzan los tormentos a los que Cañizares somete a Bill, Lo Negro. Estos irán in crescendo, y el cerdo será el principal instrumento con que la tortura será infligida: Acto seguido le comunica: ¿Sabes lo que hay allá adentro? (señalando al baño). Y sin esperar respuesta: Un puerco, es decir, una máquina de devorar todo lo que no sea su propio cuerpo. Si no me dices lo que quiero saber, tendrás que convivir con él de aquí en adelante. (...). Y lo que es aún más singular, lleva tres días sin alimentarse, o sea que en cuanto te vea entrar decidirá que eres su evidente alimento (87).

Aquí se puede ver otra manifestación de la ironía a la que Menéndez tanto recurre, al entender cómo el cerdo, que comienza a ser criado para satisfacer una necesidad material, paulatinamente variará su función, pasando a ser, de alimento, instrumento de tortura, depredador: Quiero que el degenerado experimente durante largas horas el horror de no ser para el otro siquiera un contrincante, sino simplemente comida. Toda la brutalidad de la loma negra de ojillos encendidos se manifiesta en el hecho elemental de que carece de moral. No es un enemigo en un duelo, no es un toro frente a un torero de capa caída, sino una bola de instinto con el solo objetivo de masticar alguna parte del cautivo (96).

Y esta misma amoralidad sobre la que el personaje reflexiona es la que provoca que, como encarnación del mal, y por otro giro irónico del argumento, el propio Cañizares llegue a sufrir el asedio del cerdo, lo que lo llevará a enclaustrarse en su habitación para escapar de su amenaza. Si el personaje logra sobrevivir al cerdo (y comerlo) es solo para morir poco después de sida, una manifestación moderna del mal. En el citado estudio de Redruello, se dice que la violencia en esta novela es “the only possible form of interrelation in critical situations”

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(2011: 244). Esta afirmación debe ser matizada. Resulta obvia a este respecto la relevancia de las circunstancias de penuria y, como hemos visto, la consecuente deshumanización reinante. Pero aquí la violencia generalizada no es presentada meramente como un imperativo de supervivencia. Hay también, sobre todo por parte del protagonista, presencia de sadismo, de un goce en el ejercicio del mal. Es decir, a partir de la distinción de Georges Bataille en La literatura y el mal entre “comportamiento humanamente lleno de sentido” (o sea, un acto de maldad que posee una finalidad práctica específica) y “comportamiento de sentido odioso” (2010: 198), habría que optar por esta última para calificar la actitud de Cañizares. En él, la violencia, independientemente de cualquier ventaja que se pretenda alcanzar mediante ella, se convierte en un fin en sí mismo. Es cierto que en un principio Cañizares busca averiguar la causa por la que Bill y Jack pretendían asesinarlo; pero es también notorio cómo este motivo progresivamente va perdiendo importancia, algo explícitamente admitido en un monólogo del personaje: Ya nunca me aburro. Un día me sorprendo haciéndome esta pregunta: ¿por qué he dejado de preguntarle al degenerado el motivo por el cual quiere matarme? / El camino es más importante que el fin. Pienso en una frase con la que cerraba aquel filme de un director ruso: De qué sirve el camino, si no conduce al templo. Por fin he hallado la respuesta por mí mismo: no era necesario el templo. Dicho de otro modo: el camino era el templo. Entonces pienso que esta es la mismísima finalidad sin fin de la que tanto hablara el Filósofo (98).

Como se ve, Cañizares, en la misma medida en que olvida el propósito inicial de la tortura a la que somete a Lo Negro, va encontrando un goce en los suplicios que inflige. Son desplazados al terreno de lo estético: son “finalidad sin fin”, de acuerdo con Kant, un espectáculo dirigido contra el aburrimiento del protagonista. También expresiones como “eso me gusta” (96), pronunciadas cuando el cerdo araña al cautivo, o la risa que le provoca la reacción de Bill ante un cuchillo con que lo amenaza, fundamentan esta misma idea. No distinto es el caso de “Cerdos y hombres”, como se puede apreciar por el siguiente pasaje:

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A gozaba echándoles sancocho, e incluso tuvo la sutileza de espaciar a los días impares la recogida de excrementos y el baldeo, pues pensaba que esto se avenía con la naturaleza escatológica de Lo Negro. Aquello le otorgaba la dosis de humor suficiente para integrarlo al mundo (...) (2002: 42).

En el prólogo del libro Historias del mal de Bernard Sichère, Julia Kristeva afirma que, en materia de reflejo literario del mal, la novela policial constituye “la quintaesencia del género, porque explora el sadomasoquismo de la psique del que la novela se constituyó desde sus inicios en reveladora”, ya que “nos pone en presencia de los resortes maléficos del goce” (Sichère 1996: V). Por esto, en Las bestias la intertextualidad genérica es especialmente interesante, en tanto hay un juego deliberado con el género policial. En primer lugar, los personajes de Bill y Jack están caracterizados como gangsters o private eyes al estilo de los de Chandler o Hammett, asumen poses bogartianas, y en un pasaje parodian una conocida escena de Pulp Fiction, de Tarantino. También puede ser visto a través de personajes secundarios como la Rubia del bacarat, que viene a encarnar el tópico de la femme fatale. Tanto es así que acaso la novela pueda ser insertada dentro del género del hard-boiled, si tenemos en cuenta que no se cumple el supuesto de que “una vez cometido el crimen, se desarrolla la búsqueda de la verdad y se restablece la justicia” (Amar Sánchez 2000: 47). La intriga tampoco se asienta en el trinomio crimen, verdad y justicia. Además, como escribe Chandler en The Simple Art of Murder (1950), hay una historia del crimen más que una historia de cómo se resuelve el crimen. Todo esto nos permite hablar de una intertextualidad genérica muy acusada. La relevancia del cerdo para esta trama noir puede ser ejemplificada, entre otros pasajes, por aquel en que Bill, cuando en su asedio a Cañizares percibe cómo este salía diariamente del Instituto cargado con un balde de “sancocho”, saca conclusiones equivocadas. Bill postula que el profesor, como a primera vista podría parecer, no estaba criando, como todos, “un puerquito”, así que “aventuró hipótesis sutiles, como que el lince humano estaba desplegando una extravagante táctica escatológica para despistar su olfato de sabueso” (Las bestias 75). Sin embargo, es imposible suscribir para estos relatos de Ronaldo Menéndez algunas observaciones de Sichère según las cuales en la no-

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vela policial “el mal no tiene la última palabra” (1996: 233). Para Sichère, el mal, por generalizado que parezca, encuentra su límite en tres posibilidades de redención: el coraje, el amor y el arte. Curiosamente, estas tres posibilidades no solo no existen en los textos comentados, sino que son explícitamente anuladas mediante un agudo sarcasmo. No hay en el protagonista rastros de ningún sentimiento que se pudiera tomar por amor; solo aparece el sexo. O bien es presentado como frustración, ya que se nos dice que Cañizares, en sus dos únicas experiencias anteriores, no ha podido consumar el acto. O bien se produce una inversión radical de su función natural, como portador de muerte, ya que el único acto consumado, el que sostiene con la Rubia del bacarat, trae como consecuencia la infección del virus que pone fin a su vida. Ni siquiera entre los personajes secundarios aparecen relaciones amorosas armónicas en el sentido tradicional. Se sugiere en Bill una atracción homoerótica por Jack, inconfesada e inconfesable lo mismo para la ética del detective10 que para la del miembro de la secta Abakuá. En el entierro de Jack, Bill “consolaba con su mano ambas nalgas de la viuda” (Las bestias 60), con lo que se alude a la posibilidad de una relación adúltera (post mortem). El coraje es también sometido a inversión irónica. Cañizares carece totalmente de él, aunque Bill equivocadamente lo describa como “lince humano” o aun como “tiranosaurio rex cruzado con camaleón”, mientras que tanto Jack como Bill, que ciertamente lo poseen,11 terminan reducidos por el endeble profesor de instituto. En lo que se refiere al arte, basta recordar lo que he dicho sobre la manera en que toda cultura queda deslegitimada. No menos que para el cerdo, cualquiera de estas posibilidades de trascender el mal están de antemano clausuradas para el hombre: en esta analogía última podrían resumirse todas las demás. 10. Por lo que he podido averiguar, el detective homosexual Dave Brandstetter de las novelas de Joseph Hansen sería una de las pocas excepciones. Remito a las observaciones de Stevenson (2007) para una primera aproximación. En cambio, la aparición de homosexuales como víctimas o sospechosos es más frecuente. Basta pensar en Máscaras de Leonardo Padura Fuentes. 11. Los respectivos nombres de Bill y Jack son Julio Miguel de Céspedes y Benito Agramonte, como guiño irónico a los héroes de la lucha independentista, estos sí llenos de coraje.

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Aún más que en mis análisis de Gutiérrez o de Portela, se puede apreciar cómo en la obra narrativa de Ronaldo Menéndez los temas de la carencia de alimentos durante el Período Especial, y más particularmente, el de la crianza del cerdo en un ambiente urbano, adquieren nuevas connotaciones que hacen que este autor se aleje de la repetición de tópicos autoexóticos prodigados en la literatura cubana de los noventa. La novedad en el tratamiento de estos temas radica en la atención a problemas que han ocupado universalmente a la literatura,12 tales como el mal, el sadismo, la crueldad, la violencia, el racismo, y en el alejamiento de una descripción llanamente mimética de las circunstancias cubanas de la época. Como se ha visto, esto no significa que esté ausente el reflejo de esas circunstancias en los relatos examinados, sino que se revelan como insuficientes a la hora de explicar cabalmente los oscuros móviles que determinan la acción de los personajes

12. González Echevarría (2011) ya ha comprobado este deseo de reanudar con historias atemporales y de más alcance en su comentario del cuento sobre tres balseros “Las palmeras detrás” del primer libro de cuentos de Menéndez, El derecho al pataleo de los ahorcados.

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A MODO DE CONCLUSIÓN

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Las comidas profundas de Antonio José Ponte: “Una mesa en La Habana”

Como última variación abordaré Las comidas profundas (1997) de Antonio José Ponte (n.1964), poeta, novelista y ensayista, exiliado en Madrid desde 2007. Mis observaciones generadas a partir de este texto de apenas cuarenta páginas servirán de conclusión, porque a mi modo de ver sintetizan y amplían los diferentes enfoques, las distintas capas de lectura y temas que he venido tratando a lo largo de este estudio. Ponte terminó Las comidas profundas en octubre de 1996, cuando aún estaba viviendo en Cuba. La publicación se realizó gracias al esfuerzo del pintor cubano Ramón Alejandro, residente en París, y su editorial Deleatur en Angers. Las comidas profundas se puede leer como una meditación poética, una pequeña antología comentada de textos sobre comida en su vertiente metonímica y metafórica, o un ensayo, como se le cataloga usualmente. El texto ilustra por tanto muy bien eso que Ponte entiende como un “contrabando de fronteras entre géneros” (Rodríguez 2002: 180). Para Ponte el ensayo “te permite libertades, te permite desplazamientos que en otros géneros no están permitidos” (Solana 2005: 130). Ciertamente, el carácter híbrido del género ensayístico, a medio camino entre la objetividad y la imaginación creadora, le ofrece mucha libertad en la exploración del tema culinario. Las comidas profundas empieza enfocando a un yo narrador quien escribe como nuevo artista del hambre en una mesa en La Habana

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Portada. Las comidas profundas. Madrid: Verbum.

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después de haberse comido el único pan de un día hacia finales de año. A diferencia de lo que puede sugerir la portada de la edición en Verbum con las suntuosas frutas tropicales, el texto no ahonda en la abundancia. Arranca desde la carencia. No hay copiosos platos navideños como podría ser el tradicional lechón, tan anhelado en días festivos. En el primer capítulo, desde el presente retrocedemos en el tiempo asistiendo a la descripción de alimentos deseados, pero no comidos. Así se evocan una sensorial y suntuosa piña que no llegó a comer Carlos V y una jicotea traída al obispo en Espejo de Paciencia de Silvestre de Balboa, pero inalcanzable para el cantor épico: “de aquellas hicoteas de Masabo,/Que no las tengo y siempre las alabo” (Ponte 1997: 12).1 El texto comienza de la misma manera que mi libro Devorando a lo cubano, ya que el narrador se remonta a la época colonial, cuando todo “empezó por carencias” (36). El primer capítulo termina con una suerte de invocación a las Musas: “Llamo al espíritu de las viejas comidas, pregunto por sus secretos” (12). El segundo capítulo es una reflexión sobre platos rechazados en la infancia y recuperados después. Luego a partir de una meditación sobre excavaciones arqueológicas en una casa se integran disquisiciones sobre platos no comestibles a primera vista: “incorporarse [comerse] un bosque” (20) en la expresión lezamiana, o comerse un plato de “maderas de la tierra” (24) para referirse a tubérculos como la yuca y el ñame, ofrecidos en una cena cubana en Madrid (capítulo 3).2 La carencia lleva en el capítulo 4 a hablar de comidas sustitutivas, por ejemplo, un zapato de mujer preparado con esmero en una descripción de Apollinaire o un bistec hecho de frazadas en Cuba. La negación del sustento llega a su extremo al final del capítulo 4 cuando el narrador recuerda una comida taoísta: “Sentado a la mesa de comer y de escribir, [el que escribe] recuerda las verdaderas comidas, lo que toman al final de sus vidas los grandes taoístas: un poco de rocío, un pedazo de nube, algún celaje, arcoiris” 1. De ahora en adelante solo citaré el título (cuando corresponda) y la página. 2. Se refiere a la anécdota en relación con la marquesa de Mont-Roig, María de la Concepción Domínguez Cowán, una cubana que vivía en Madrid y buscaba maniáticamente productos cubanos. Uno de los invitados le agradeció por haber servido un “plato de maderas de su tierra”. La historia es incluida en el libro de cocina prerrevolucionario de 1956, ¿Gusta, usted? (Anónimo 1999: 423-424).

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(31). Está compuesta por agua y aire, dos de los cuatro elementos que atraviesan todo el texto y que cobrarán protagonismo en un fragmento védico incluido en el penúltimo capítulo. En el antepenúltimo capítulo se explicita lo que ya se ha venido anunciando desde el inicio respecto a la jicotea en Silvestre de Balboa: “sólo [la] tiene en palabras” (12). Se añaden en el capítulo sexto otros usos derivados de la comida: el narrador recuerda el ajiaco de Ortiz e ilustra el “comerse la tierra” tanto mediante un texto védico como con la transcripción completa del poema del cubano Luis Marré, “Nos comemos la tierra”. El capítulo siete consta de un solo heptasílabo: “Una mesa en La Habana...” (45). Como el perro en el cuadro de Goya,3 este sintagma se encuentra en el vacío, en una página en blanco. Remite al otro heptasílabo que abre el texto: “Un castillo en España”, traducción literal de un château en Espagne, expresión francesa para hablar de quimeras. El mismo narrador ya había establecido la relación: “Mi castillo en España es escribir de comidas” (7). La mesa no es mesa para comer, el castillo no es castillo, sino espejismo, de manera que todas las certidumbres se desvanecen. Vemos por tanto que para hablar del hambre Ponte insiste en la ausencia de comidas tales como fueron evocadas en fragmentos literarios. No sigue el camino de un Lazarillo o de un Rey de La Habana, ya que no que habla obsesivamente del hambre. Es un vocablo que solo encontré dos veces en el texto. La primera vez se refiere a Lezama Lima: “Desde su propia hambre, desde la marginación y la pobreza, 3. Esta imagen mía no es gratuita. La dimensión pictórica de Las comidas profundas se observa en las referencias explícitas a pintores (Klee, Boucher, un grabado japonés, Perugino...). En la edición de Deleatur unos dibujos de frutas tropicales del cubano Ramón Alejandro acompañan el texto, pero no aparecen en ediciones ulteriores, como la de Verbum del 2001 que solo conserva en la portada un fragmento de Los deseos terrenales (1993) de Ramón Alejandro. Las frutas tropicales son un motivo constante en la obra de este artista a quien Ponte dedicó un ensayo en 1999. Ramón Alejandro ilustró la primera edición de Cuentos de todas partes del imperio de Ponte. También había colaborado en la primera edición de Corona de frutas de Sarduy. “Plenitud”, un bodegón de frutas tropicales y una calavera, sirve de portada a Celestina’s Brood, obra del crítico cubano de la Universidad de Yale, Roberto González Echevarría. Yo misma tuve el privilegio de usar “El patio de mi casa” como portada de mi coedición con Patrick Collard, Saberes y sabores en México y el Caribe.

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[Lezama] confió en que el hombre [el individuo, opuesto a la colectividad] era la boca principal” (21). Luego, la menciona otra vez en una frase sobre la que volveré: “No nos suelta el horror al vacío: (el hambre suele ser sinuosa, suele hablar en volutas, no de forma recta, es barroca, no parca)” (36). Ponte tampoco se detiene en describir la búsqueda desesperada de lo comestible y los efectos de la inanición en la psique perturbada como es el caso del protagonista de Hambre de 1890 del noruego Knut Hamsun. No opta por indagar en las sensaciones corporales ni psicológicas que provoca el hambre hasta tal punto que lleva a hablar de espejismos de comidas abundantes y comilonas, como lo hacen Carpentier en El acoso de 1956 o García Márquez en Relato de un náufrago de 1970. En “El silencio del hambre: Figuras de la carencia en Antonio José Ponte”, Álvarez Borland lee las imágenes del hambre como una metonimia del deseo. Mi resumen, donde he destacado el componente intertextual, invita más bien a una reflexión metaliteraria. Antes de profundizar este aspecto, propongo presentar otras lecturas a primera vista menos mediatas y más relacionadas con la historia cubana y en particular el Período Especial en tiempos de Paz en Cuba.4 Esta última ubicación en el tiempo nunca es mencionada como tal, pero se puede deducir de algunas observaciones. Desde la primera página el yo narrador subraya la ausencia de comida real, solo representada en el hule de la mesa donde hay “frutas y carne asada y copas y botellas, todo lo que no tengo” (7). Después de evocar el encuentro entre la piña y el Emperador, Carlos V, demóvoro y omnívoro, el yo narrador escribe que devora el “único pequeño pan del día” (11), lo que implícitamente se refiere a la ración que le corresponde en base a su libreta. La ubicación en Cuba (y más precisamente en La Habana), aunque siempre oscilante entre lo real y lo imaginario, remite a este entorno de penuria en la isla de Castro: son “[d]ías y días marcados por una ración de prisionero” (11). La palabra “prisionero” se inscribe en toda 4. Mi lectura comparte algunos puntos con la de Basile en el apartado “La carestía cultural y el barroco del hambre: las comidas profundas” (2009: 168-180). Distingue entre un nivel concreto, la carestía de los años 90, y otro metafórico, el origen de la escritura. Agrega la erótica del arte, también presente en mis comentarios y en los de Álvarez Borland.

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una isotopía militar que permeará el texto entero y que ya marca el primer sustantivo del texto: “castillo”. Recordemos que Castro acuñó el término mismo de Período Especial aludiendo a las restricciones económicas que presupondría un tiempo de guerra. Las constantes referencias a la “guerra” pueden referirse a lo que los cubanos llaman “la lucha” del día a día para “conseguir” y “resolver”. Ponte hace precisamente una observación sobre el verbo “conseguir”, tan frecuente en la Cuba del Período Especial. Formula el siguiente comentario a raíz de un fragmento del diario de Virginia Woolf durante la Segunda Guerra Mundial: La escasez para ella [Woolf ] no hace otra cosa que convertir alimentos en nombres y potenciar luego esos nombres. Aun los pocos artículos conseguidos (síntoma de economías críticas: el verbo conseguir tiende a usurpar las funciones del verbo comprar, parece existir algo más que la efectividad del dinero) deben pasar por palabras. (La escasez es el paraíso para el nominalismo y el mercado negro). El 8 de marzo de 1941, Virginia Woolf escribe en su diario: “Tengo que preparar la cena. Bacalao ahumado y salchichas. Creo que uno consigue cierto dominio sobre el bacalao y las salchichas si los escribe”5 (34).

En el capítulo 3 otra palabra da lugar a una interpretación que implica una protesta sutil respecto al régimen cubano, aunque ya no en su fase de Período Especial. El narrador hace una suerte de sinopsis que incluye breves citas del discurso de Fronesis del capítulo 3 de Oppiano Licario de Lezama Lima (1989: 225-227). Que el cubano “se incorpora el bosque”, lo que equivale en el habla lezamiana a “se come el bosque”, adquiere una interpretación bien particular en el texto de Ponte. El narrador defiende esta interpretación particular del verbo “incorporar” en Lezama como acto de asimilación de discursos oponiéndolo a su uso recurrente en el discurso político de los años setenta en Cuba como incorporación a un conjunto, al proceso revolucionario: 5. Se trata efectivamente de una cita literal (en traducción) de Woolf: “(...); & must cook dinner. Haddock & sausage meat. I think it is true that one gains a certain hold on sausage & haddock by writing them down” (1984: 358).

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Lezama Lima tenía un modo especial, personal en muchos casos, de tratar con palabras. Incorporar, sinónimo de amar y de comer,6 debió parecer un raro, caprichoso uso lingüístico en los años en que escribía Oppiano Licario, una voluta más de su barroquismo. En la Cuba de los años setenta incorporarse no podía ser otra cosa que volverse sumando de organizaciones políticas, entrar a la obligatoriedad del servicio militar o marchar a cortes de caña (21).

Donde se presenta de la manera más obvia la relación con el entorno concreto político-histórico es en el capítulo 4 cuando se comenta el alto grado de invención que caracteriza a los cubanos en la preparación de los platos, sin que dispongan de los ingredientes. Se cuenta el descubrimiento por parte de la policía de la venta de bistecs hechos de frazadas y se menciona también la preparación de cáscaras de toronja como sustituto de carne de res. Ponte no rehúye incluir lo que he caracterizado como un estereotipo casi obligatorio en el subcapítulo titulado “El tema culinario en el Período Especial: un exceso de penurias”. Pero la anécdota va insertada en un contexto ficcional. Es precedida por dos historias extraídas de Les Diables amoureux de Apollinaire sobre la preparación e ingestión de zapatos de una mujer adorada por pretendientes. En la primera historia el cocinero prepara la suela de cuero haciendo un picadillo, tal vez una referencia indirecta a las diferentes variantes de picadillo inventadas durante el Período Especial. La segunda historia sobre las zapatillas ingeridas de la bailarina Taglioni por sus suspirantes incluso alude a una suerte de canibalismo, de ecos piñerianos. No obstante, según el narrador, lo que importa es el carácter metafórico de la comida: “[Las dos historias de Apollinaire] Sustituyen, igualan, es decir, metaforizan” (28). Y siguen otros ejemplos de sustituciones encontrados en recetarios, como calamares fritos sin calamares en la Guerra Civil española,7 crema sin chocolate 6. También en El libro perdido de los origenistas Ponte refiere a esta interpretación de incorporar: “Paréntesis filológico: incorporar, en Lezama como autoridad, es hacer de algo cuerpo, devorarlo, comerlo. “Se la comió”, explica para extranjeros Fronesis, “alude a hacer suya, con la violencia del acto y con la totalidad del signo a la mujer”” (2004: 107). 7. Es probablemente una remisión a Ignasi Domènech i Puigcercós, Cocina de recursos (deseo mi comida) de 1941.

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en guerras decimonónicas de París, o la anécdota de Montale sobre un postre sin azúcar en la posguerra inglesa todavía dominada por escasez y racionamientos. El texto de Ponte no esquiva la crítica de la falta de ingredientes característica del Período Especial (e incluso de épocas anteriores) de la Cuba de Castro. A diferencia de Valdés, Chaviano o Arellano, Ponte recoloca las historias emblemáticas como la conversión de la tela en bistec en un conjunto de textos ficcionales buscándole un sentido más profundo y más amplio, menos ligado a lo circundante, sin por ello dejar de adoptar una actitud cáustica:8 Moralismos aparte, la historia de la carne falsa habla también de la búsqueda de metáforas mediante la comida. Las provisiones estatales cubanas participan también en este metamorfizar y el café tiene un sumando importante de otros granos tostados, la carne es extendida con soya. (...). La historia se repite en cualquier país en depresión económica. La desesperación hace que se multipliquen las metáforas (29-30).

Martin explica: “La anécdota mencionada demuestra que la realidad necesita falsearse —mejor metaforizarse— a sí misma para ser veraz o real” (2005: 4). Rebasando este contexto culinario concreto, ya metaforizado, podemos detectar fácilmente algunas significaciones y connotaciones archiconocidas de la comida que he ido mencionando a lo largo de este libro. De pequeñas observaciones diseminadas por el texto podemos colegir que las referencias gastronómicas constituyen un sistema de “significación” en el sentido de Barthes. Así la sensualidad de determinados platos que roza con lo sexual ya se advierte en la voluptuosa descripción de la piña: “Muerde lo mismo que un beso de amante. Es un placer que bordea el dolor por la fiereza y locura de su goce” (10). Más adelante se asevera también que “amar es devorar” (15) y “[c]omer y 8. Concuerdo con Quiroga quien concluye: “Las comidas profundas is striking in that it makes no attempt to disguise a socioeconomic and political situation by metaphorical means, yet it also steers clear of an overt critique of the ways the situation has taken the form of an undeclared war in which real voices find themselves with no options” (2005a: 133).

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amar son dos formas del delirio” (21). También son sugeridas con frecuencia las connotaciones geográficas, raciales e identitarias, que han recorrido todo mi libro. No solo se exaltan la piña, tantas veces alabada como la reina de las frutas cubanas, sino también los “tubérculos comestibles” (23) como el ñame, y el plato fundamental de los cubanos, los moros y cristianos. Insiste asismismo en la poca presencia del mar en el sustento, en la “interioridad de las comidas cubanas”, “su carácter de monte adentro” (21). Subraya la importancia de la carne y del alcohol en la dieta cubana.Y por supuesto, no puede faltar la metáfora por excelencia de Cuba, el ajiaco, la comida identitaria desde los albores de la colonia y el gran símbolo de la mezcla étnica desde Fernando Ortiz: “Fernando Ortiz alcanzó a ver en el ajiaco todos los cruces étnicos, toda la historia y la cultura cubana. (La unión de arroz y frijoles negros, congrí de negros o, mejor, moros y cristianos, explica el alcázar español donde Carlos V aguarda por la piña)” (41). El narrador se explaya asimismo en describir una bebida tradicional de Oriente, el prú. Su presencia se podría explicar por el contexto histórico, ya que el prú fue reintroducido durante el Período Especial como sustituto de bebidas refrescantes industriales (Volpato). Pero hay más. Ortiz lo incluye en su artículo sobre la cocina afrocubana: Prú: bebida o tizana [sic] popular en Oriente que se hace con varias fórmulas. Una de ellas contiene bejuco amarra-leña, raíz de china, raíz de berraco, hojas de canela, pimienta gorda, canela en rama y granitos de anís. Se hierve y al enfriarse se bate y se endulza con azúcar y se le pone la “madre” que es un poco, (4%) de prú viejo avinagrado. Se tapa y al día siguiente ya está fermentado para beber (1999 : 673).

Ponte hace una variación libre sobre los ingredientes enfatizando la combinación de alcohol y fruta, un principio masculino y femenino. Lo describe de manera casi ritual, como un líquido que consiste en la fermentación en alcohol de frutas recogidas a lo largo de nueve meses de embarazo. A diferencia de lo que pone Ortiz, Ponte recalca la gestación lenta en consonancia con su deseo de rebasar lo referencial y lo cotidiano. De esta manera se podría decir que el prú, este “niño de tierra” (40), representa para el niño en el vientre materno una suerte de gemelo, este símbolo tan querido en muchas religiones sincréticas del Caribe. Finalmente, Pon-

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te usa esta bebida para subrayar una de sus tesis básicas, como veremos, la falta de origen, ya que al prú nuevo siempre se agrega un poco de la ‘madre’: “La madre del prú enseña que no existe principio” (41). Este anclaje en las comidas y bebidas cubanas tal vez podría constituir esas comidas profundas que sugiere el título. En “Devoraciones” María Elena Blanco, escritora cubana en la diáspora, elabora toda su lectura del ensayo de Ponte a partir de la relación entre el famélico (Ponte) y la apátrida (Blanco) y recalca la búsqueda de lo cubano. No obstante, en el texto de Ponte se observa un deseo de presentar y de negar a Cuba a la vez. Cuba solo es identificada de manera provisional con “El Lugar De Donde Vienen Las Comidas Sabrosas” (11) y el “Lugar Desde Donde Llega El Deseo” (16). Si las comidas profundas no se encuentran en una dimensión espacial (cubana), acaso se trata de encontrar una profundidad asociada con el tiempo. Es a lo que parece apuntar el título de la traducción francesa: Les nourritures lointaines, con este adjetivo que se puede referir tanto al espacio como al tiempo.9 El primer capítulo que narra el encuentro de la piña con Carlos V se remonta a los albores de la historia del Nuevo Mundo. El capítulo segundo está dominado por ideas relacionadas con los inicios personales (la infancia), mientras que el tercero trata de la excavación de una casa comparada con la comida cubana compuesta por raíces, el “bosque”, una suerte de arquelogía del sabor: “Comer es hundirse, excavar, sacar afuera raíces, cimientos, postes” (22). Las reflexiones del filósofo Russell sobre la etimología de la palabra “albaricoque” (15-16)10 y la referencia a las “etimologías 9. La traducción en inglés, Wanting to eat, mencionada en Quiroga (2005a: 132), privilegia más bien el deseo. 10. Ponte traduce del ensayo de Russell “‘Useless’ knowledge” publicado por primera vez en 1935 en In Praise of Idleness and Other Essays: “Curious learning not only makes unpleasant things less unpleasant, but also makes pleasant things more pleasant. I have enjoyed peaches and apricots more since I have known that they were first cultivated in China in the early days of the Han dynasty; that Chinese hostages held by the great King Kaniska introduced them to India, whence they spread to Persia, reaching the Roman Empire in the first century of our era; that the word ‘apricot’ is derived from the same Latin source as the word ‘precocious’, because the apricot ripens early; and that the A at the beginning was added by mistake, owing to a false etymology. All this makes the fruit taste much sweeter”

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descabelladas (yuca jugo de Baco, boniato del latín bonus)” (20) de Lezama en Oppiano Licario podrían corroborar este deseo de encontrar raíces profundas, sea en lo espacial, temporal o nocional. También las constantes remisiones a los cuatro elementos naturales (aire, tierra, fuego, agua) podrían sustentar este anhelo de llegar al fondo. Baste con pensar en la representación de la piña radiante de sol y luz que así contrasta con las tierras y las aguas que posee el monarca: “Lo que sostiene el emperador en sus manos es el aire de todo su imperio. La luz de un sol que no se pone, de oro viejo, permanece en su cáscara” (9; el énfasis es mío). Y tal vez no sea gratuita la breve alusión a las Odas elementales en las “largas filas nerudianas de ingredientes” (35), ya que el poeta chileno relaciona en muchas odas suyas los ingredientes alabados con los cuatro elementos, por ejemplo, el tomate con la luz o la cebolla con la tierra. Parece que en más de un sentido el ensayo implica un viaje a la semilla o al menos a la leche materna. Algunas frases de Las comidas profundas confirman esta hipótesis explicativa del título. Así concluye el segundo capítulo de la siguiente manera: “Remontamos la corriente hasta el origen. Los dientes roen hasta el corazón, hasta la semilla por donde empezó todo” (16). A pesar de estos indicios que apuntan a una anhelada búsqueda de raíces, otros elementos señalan más bien lo contrario: se escurre el origen, nunca se llega a dar con él. Los mismos rasgos estilísticos subrayan este constante desplazar y el fracaso de la empresa. La aproximación a la comida es mediata: procede por traducción, metonimia, metáfora, paso de sentido literal a figurado, desestabilización de categorías, una manera de proceder muy recurrente en todos los textos de Ponte. Así en el primer capítulo, el “castillo en el aire” provoca la asociación con un castillo de Carlos V, el alcázar de Sevilla, donde el emperador espera la llegada de un rey. Pero el rey invitado por Carlos V también puede llamarse reina, ya que resulta ser la piña (nombre castellano de origen latín transpuesto a la realidad americana) o el ananá (palabra de origen tupí-guaraní). (35-36). Muy acertadamente Ponte explicita en la última frase lo que es “all this”: “campañas militares, secretos de estado, petulancias filológicas” (16). En cuanto al origen del vocablo, todos los diccionarios etimológicos coinciden en que albaricoque proviene del árabe ‘birkouk’ más el artículo árabe ‘al’. La palabra árabe a su vez se remonta por el griego bajo al latín ‘precox’.

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Luego la fruta se asocia a la expresión cubana “estar en la piña”, es decir, “estar en un complot”. Así se multiplican las conexiones y asociaciones que frustran una base sólida, inamovible. A la vez, alejan esta fruta dulce de las meras connotaciones consabidas o de interpretaciones simbólicas, procedimiento que comenté en textos como La Havane de Merlin o Cecilia Valdés de Villaverde. Esta idea de la búsqueda de origen fallida se ilustra por antonomasia en la dinámica intertextual que informa todo el texto. La mayoría de los ejemplos de comidas frustradas provienen de obras literarias: se originaron en la comida de papel, una comida metafórica. A primera vista se manifiesta aquí también el deseo de afincarse en una base sólida, ya que bastantes referencias son extraídas de textos fundacionales para Ponte. Pienso en Piñera, primer autor mencionado y citado explícitamente mediante un verso de “La isla en peso”: “El perfume de la piña puede detener a un pájaro en el aire” (49). Y añadiría que se podría considerar el final, “Una mesa en La Habana”, como una variación sobre “la mesa del café” del inicio de “La isla en peso”: “La maldita circunstancia del agua por todas partes / me obliga a sentarme en la mesa del café”. Igualmente se encuentran remisiones a los miembros del grupo Orígenes y en particular al ya citado Lezama. Ponte ha reconocido su deuda con los origenistas en su El libro perdido de los origenistas y la ha recalcado en varias entrevistas. Dijo: Orígenes, Casal, todo el siglo xix cubano, esos son para mí muros de fundación. No sé si llego a la base del muro. Después de todo esa base no existe, la base siempre es geológica y ahí la historia se pierde, empieza a ser una historia, más que humana, antediluviana. La búsqueda de ese origen siempre me está tentando aunque con una posibilidad que nunca voy a poder comprobar. En consecuencia, la futuridad de esa sustancia que es Cuba, como lo veía Cintio Vitier, me tienta porque siempre va a estarse fundando (Rodríguez 2002: 182).

En el texto se refiere a Oppiano Licario y a “Corona de frutas” de Lezama.11 Además, Álvarez Borland (2007) advierte que Ponte reme11. Este ensayo fue publicado primero en un número de 1959 de Lunes de revolución cuyo subtítulo era “A Cuba: con amor”. Para una interpretación de la piña leza-

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da “La curiosidad barroca” de Lezama, texto en el que también se comentan comidas literarias. La crítica agrega que Ponte procede por imágenes y metáforas y trata las palabras de un modo especial, al igual que los origenistas. Ponte remite asimismo en el primer capítulo a Espejo de Paciencia de Silvestre de Balboa, obra fundacional para la literatura cubana y consagrada por los origenistas, como Vitier y Lezama.12 Pero a la vez subvierte las típicas lecturas de este poema: no insiste en la cornucopia de frutas tropicales (el frutismo), la riqueza de la fauna y flora que asombró y perturbó a tantos lectores por su heterogeneidad cultural,13 sino que rescata de toda esta exuberancia “los dos versos más memorables” según el narrador: “De aquellas hicoteas de Masabo / Que no las tengo y siempre las alabo” (12). Este verso provoca la siguiente observación en Lo cubano en la poesía de Cintio Vitier: “(Los ripios de Balboa, como éste, suelen salvarse por la risueña simplicidad que los anima. Las hicoteas de Masabo debieron ser un manjar muy gustoso y difícil de conseguir, según el modo como los añora. Por lo demás, es posible que Balboa haya querido idealizar en todo este pasaje los diezmos de los indios al Obispo)” (1970: 36-37). Los ejemplos cubanos que se citan y se comentan ilustran que la comida solo puede ser imaginada, escrita, dicha: “Qué rico sabor de jícara gritar ¡Jícara!” (Las comidas profundas 35), escribe Ponte citando el inicio del “Poema de la jícara” del poeta camagüeyano Emilio Ballagas: Qué rico sabor de jícara Gritar ¡Jícara! ¡Jícara blanca, Jícara negra! miana, expresión del barroco cubano y ejemplo de reconciliación de intereses metaliterarios y políticos, y no oposición entre poesía y Revolución, véase Montero (1991). 12. En cuanto a Espejo de Paciencia se podría decir que el mismo Ponte hizo una suerte de reescritura de la hazaña de Salvador, hijo de Golomón, en su cuento “Las lágrimas en el congrí” (2005 : 43-49), donde un tal Golomón se opone a los chechenos que quieren imponerse a las muchachas de los cubanos. 13. Remito a mis observaciones sobre este texto en el subcapítulo: “Los antecedentes. Los primeros cronistas y Espejo de Paciencia”.

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Rita De Maeseneer Jícara con agua fresca de pozo, con agua fresca de cielo profundo, umbrío y redondo. Jícara con leche espesa De trébol fragante —ubre— Con cuatro pétalos tibios. Pero… no, no, no, no quiero jícara blanca ni negra. Sino tu nombre tan sólo, —sabor de aire y de río. Jícara Y otra vez: “¡Jícara!” (Ballagas 1984: 58).

Si jícara es el recipiente predilecto del guajiro para tomarse su café, como uno de los “exponentes de la cultura rural cubana” (Sarmiento Ramírez 2003: 215), aquí más bien se le despoja de su referente identitario. A la manera del “A rose is a rose is a rose is a rose” de Gertrude Stein, se apunta hacia la mera sonoridad y la cosa en sí. En Lo cubano en la poesía, Vitier subraya en su comentario del verso citado que el sentido se deshace en sabor (y agregaría en sonoridad) (1970: 417). De un modo más oculto percibo un diálogo con este otro escritor cubano siempre en busca de fundaciones, nunca encontradas. Me refiero a Alejo Carpentier, autor que Ponte dice haber leído de joven y luego abandonado.14 Como demostré al comentar el “Bucán de Bucanes”, Carpentier siempre se apoya en una base escrita en sus fragmentos más explícitos sobre la comida con el fin de darles un simulacro de origen. Ponte procede de la misma manera en Las comidas profundas. A un nivel más concreto, el festín cubano en Madrid, ofrecido por la condesa de Mont-Roig, dialoga con la comilona des mangeailles de sauvage, de los platos de allá, en el París del exPrimer Magistrado de El recurso del método. La llegada de la piña a la corte de Carlos V pare14. Dijo Ponte: “A Carpentier lo leí muy joven. Lo leí, me interesó mucho y luego perdí el interés. Es un gran escritor, lo que pasa es que para mí tiene demasiados defectos de novelista francés” (Serna/Solana 2004: 7). En un mensaje electrónico del 17 de febrero de 2006 en el que Antonio José Ponte comenta una versión anterior de este ensayo, admite “la no dicha relación con Carpentier”.

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ce una variación sobre la de Colón en Barcelona en El arpa y la sombra (que a su vez es un remedo de los cronistas). Aparte del juego intertextual con la literatura cubana, muestra de una supuesta raigambre identitaria, Ponte integra un crisol de textos no cubanos. En su entrevista con Néstor Rodríguez el autor explica: “Nuestra generación tiene la sospecha de que hay que salir y leer lo que está fuera de la isla. No podemos conformarnos con lo que Casa de las Américas o Arte y Literatura publiquen sobre el mundo”. Es una “revancha contra lo cerrado”, a la vez que no se trata de un juego premeditado, sino que contribuye “al esquema discursivo de una nacionalidad abierta donde no existen pasaportes” (2002: 180; 183). Ponte trae a colación a autores canónicos, a veces fundacionales a su manera (Proust, Woolf, Shakespeare, Montale...). Si bien en ciertas remisiones se atiene a las conocidas, como el bosque que avanza en Macbeth de Shakespeare, en otras socava a las autoridades hasta cierto punto, al no citar siempre lo que más se suele asociar con estos ‘fundamentos’. Me explico con tres ejemplos. Para evocar la piña, Ponte no recurre a odas sobre la piña que la muestran en toda su pompa, como “A la piña” del cubano Manuel Zequeira y Arango.15 La fuente de inspiración para esta fruta proviene de Charles Lamb, escritor inglés decimonónico, coetáneo de los románticos Byron, Coleridge y Wordsworth. En su ensayo antológico, “A Dissertation upon roast pig” de Essays of Elia (1822), Lamb, defensor a ultranza de los carnívoros (what’s in a name?) frente a muchos románticos vegetarianos, describe la manera como los chinos, casi por casualidad —un incendio de una casa— llegaron a gustar del lechón asado, después de consumirlo crudo durante siglos. Siguieron practicando esta manera de asar el cerdo quemando partes de la casa hasta que alguien llegó a inventar la barbacoa.16 No obstante, en Las comidas profundas no interesa la historia central que bien pudiera relacionarse con un ingrediente clave en el menú cubano, el lechón, muy apropiado para una cena navideña, o 15. Por supuesto, la cadena de asociaciones es infinita para la piña. Sarduy se asoma en filigrana con su Décima, llamada “Piña ” (1999 I: 227). 16. Para un análisis muy lúcido que combina la oposicón naturaleza/cultura con un ataque al idealismo romántico, véase el capítulo dedicado a Lamb en Gigante (2005: 89-116).

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con el binomio naturaleza/cultura, tal como lo he comentado respecto a Menéndez. El narrador fija la atención en una corta digresión sobre la piña. Lo aparentemente superfluo se convierte en la base de la incorporación al texto: Unos siglos después, en medio de una disertación sobre el lechón asado, el ensayista inglés Charles Lamb escribe un elogio de la piña. Opina que es el mejor de los sabores, aunque quizás demasiado trascendente. Un placer, si no pecaminoso, tan semejante al pecado, que realmente la persona de conciencia delicada haría bien en detenerse. ¿Pudo ser Carlos V persona de conciencia delicada? Hiere y excoria los labios de aquél que se le acerque, continúa Lamb sobre la piña. Muerde lo mismo que un beso de amante. Es un placer que bordea el dolor por la fiereza y locura de su goce (9-10).

En el texto de Lamb la piña es considerada lo opuesto de la carne: no alimenta, es una fruta demasiado trascendental. Incita al pecado como versión colonial de la manzana del Edén, espacio tan importante en el imaginario romántico de autores como Milton. Ponte selecciona y reinterpreta las connotaciones sugeridas por Lamb: Pineapple is great. She is indeed almost too transcendent —a delight, if not sinful, yet so like to sinning that really a tender-conscienced person would do well to pause— too ravishing for mortal taste, she woundeth and excoriateth the lips that approach her —like lovers’ kisses, she biteth— she is a pleasure bordering on pain from the fierceness and insanity of her relish —but she stoppeth at the palate— she meddleth not with appetite —and the coarsest hunger might barter her consistently for a mutton-chop (Lamb 1969: 372).

En el capítulo 2 sobre las aversiones que caracterizan a los niños, Ponte invierte la consabida referencia a la magdalena proustiana como medio para recordar el paraíso de la infancia. Se concentra de manera alusiva en otra obsesión del escritor francés: “Llegamos a imaginar con exageración una posible biografía entre aceptar y rechazar un plato, lo que más o menos procuró Marcel Proust en una larga novela” (Las comidas profundas 14). Es probablemente una remisión a la repugnancia

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del narrador de Proust hacia las ostras que solo llega a comerse hacia el final de A la recherche du temps perdu.17 De otro escritor fundacional, Eugenio Montale, conocido sobre todo como poeta, cita un fragmento de “Due irresistibili”, texto recopilado en sus impresiones de viaje Fuori di casa. Montale evoca a dos bellas italianas que viven en Inglaterra. Una de ellas es capaz de hacer que la comida inglesa, ya sosa y poco atractiva en sí y para colmo racionada, se parezca a una delicia. Ponte traduce de manera casi exacta lo que Montale observa sobre los postres de los platos del día: “en estos dulces (casi siempre se referían a pequeñas torres cilíndricas gelatinosas que temblequeaban al paso de ómnibus) no hay ni leche, ni azúcar, ni verdadera harina” (30).18 Incorpora por tanto la idea sobre las comidas sustitutivas, varias veces mencionadas en este libro. Incluso si se trata de fragmentos menos antológicos o fuentes menos conocidas, el texto oscila entre el apoyo en este origen dando pistas exactas al lector y la subversión del mismo. Así a veces Ponte va sazonando de detalles una cita breve encontrada en un libro. En el apartado de Les diables amoureux dedicado al escritor del xviii, John Cleland, autor de Memoirs of a Woman of Pleasure, Apollinaire describe la vida licenciosa del autor, lo que le lleva a discurrir sobre tabernas y prostitutas. La anécdota de un inglés que se comió un zapato de mujer preparado se cuenta conforme con el texto de Apollinaire, pero a la historia de la Taglioni el escritor francés dedica una sola frase: “Cette folie fut renouvelée au xixe siècle, à Saint-Petersbourg, en l’honneur de la Taglioni, dont un soir deux admirateurs dévorèrent les chaussons de danse” (1977: 713). En Las comidas profundas, Ponte no escatima de17. Para una interpretación de la ostrafobia/filia, véase “Les huîtres gay de Monsieur Marcel” de Schuereweghen. Ponte escribió a los 24 años un ensayo A propósito de Marcel Proust que lamentablemente no he podido consultar. Lo presentó en 1988 en un concurso en la UNEAC. 18. Ponte retoma casi literalmente la observación de Montale, una joya estilística de observación crítica a partir de una nimiedad: “La lista dei locali più seri si fa anzi il dovere d’informare a caratteri di stampa: ‘in questi dolci non c’è né latte, né zucchero, né uova, né vera farina…’”. Si tratta per lo più di piccole torri cilindriche gelatinose, tremule ad ogni scossa di auto o di camion quando sono esposte nelle vetrine con la scritta: delicious food” (2001: 256). Agradezco a mi colega Walter Geerts la ayuda en la interpretación de Montale.

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talles sobre la devoración de los zapatos de danza de la Taglioni por los dos admiradores. La enriquece con referencias clásicas (juicio de Paris) y remisiones doctas (“Cioran ha escrito que toda apología debería ser un asesinato por entusiasmo” [27]),19 de manera que lo escueto en Apollinaire se transforma en abundancia literaria en Ponte. La misma manera de citar fomenta asimismo este constante oscilar entre texto-asidero y falta de agarre. En muchas citas y alusiones se dejan huellas del origen, traces en el sentido de Riffaterre, mediante la mención del nombre del autor o del título del texto y en escasas ocasiones mediante marcas más vistosas (comillas, cursiva, sangrado). No obstante, otras remisiones quedan más escondidas y solo hacen conjeturar la base “profunda”. Así toda la evocación de la llegada de la reina piña a la corte de Carlos tiene un aroma de crónicas no citadas explícitamente y de fuentes históricas no exhibidas. Aunque la evocación más conocida y más comentada es la de Oviedo, el fragmento de Ponte se asemeja a lo escrito por José de Acosta en su Historia natural y moral de las Indias quien cuenta efectivamente que Carlos V no quiso probar la piña (a diferencia de Fernando el Católico) y que solo la olió: “Al emperador don Carlos le presentaron una destas piñas, que no devio costar poco cuydado traerla de Indias en su planta, que de otra suerte no podía venir: el olor alabó: el sabor no quiso ver que tal era” (citado en Pérez Samper 1996: 187). Puede que Ponte lo cite por el mesotexto de Arrate, quien escribe en Llave al Nuevo Mundo: (…) la piña, que sobrándole para reina (título con que se ha levantado según escribe un autor) de todas ellas la corona que tiene, solamente le ha faltado para emperatriz de las Indias el que nuestro Máximo, Carlos V no la hubiese querido comer. Pues habiéndole presentado una, como refiere el padre Acosta, se contentó con aplaudir su buen olor, y no probar su delicado gusto o diversos sabores, en que parece remeda al maná, como dice el traductor del citado Espectáculo de la naturaleza. Negativa que parecería sin duda desprecio 19. La cita proviene de Exercices d’admiration, sobre Joseph de Maistre: “Il n’est qu’une manière de louer: inspirer de la peur à celui que l’on vante, le faire trembler, l’obliger à se cacher loin de la statue qu’on lui érige, le contraindre par l’hyperbole généreuse, à mesurer sa médiocrité et à en souffrir. Qu’est ce qu’un plaidoyer qui ne tourmente ni ne dérange, qu’est ce qu’un éloge qui ne tue pas? Toute apologie devrait être un assassinat par enthousiasme (Cioran 1986: 14).

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de aquella fruta, y yo juzgo prudentísima circunspección de aquel soberano monarca por no cebar el apetito en una golosina que no podía satisfacerle o saciarle siempre que desease gustarla (1949: 13).

Y la enumeración de todos los platos que convergen en Yuste desde todos los rincones de España, como “terneros de Zaragoza, piezas de caza desde Ciudad Real y perdices desde Jaén” (10) es una variación sobre parte de un artículo de Emilio Castelar escrito a propósito de la muerte del emperador. “Correos que viajan de Lisboa a Valladolid se apartarán del camino recto y demorarán sus misiones con tal de llevar pescado de mar a su mesa. Desde Valladolid le llegarán pasteles de anguila, terneros de Zaragoza, piezas de caza desde Ciudad Real y perdices desde Jaén. Pondrán sobre su mesa anchoas de Cádiz, lenguados de Lisboa y aceitunas y mazapanes de Extremadura y Toledo” (Las comidas profundas 10), es una linda reescritura del texto de Castelar: “Los correos de Lisboa a Valladolid rodeaban mucho, apartándose del camino recto y ordinario, para dejarle pescado de mar en Yuste. (...) Parejón refiere que Valladolid le regalaba sus pasteles de anguila, Zaragoza sus terneros, Ciudad Real su caza, Jaén sus perdices, Denia sus salchichas, Cádiz sus anchoas, Sevilla sus ostras, Lisboa sus lenguados, Extremadura sus aceitunas, Toledo sus mazapanes y Guadalupe cuantos guisos inventaba la fértil fantasía de sus innumerables cocineros” (citado en García Gómez 2000: 102-103). A diferencia de lo que dije sobre la frecuente intertextualidad en Merlin y los relatos de viaje concluyendo que Cuba ‘sabe’ a libros, aquí se procede a un juego intertextual mucho más complejo. Los ejemplos anteriormente comentados de textos cubanos y no cubanos sugieren que Ponte hace y deshace estos anclajes, estos simulacros de origen. Borra la solidez de la autoridad, la reinterpreta, la relee. La intertextualidad recalca por tanto una idea muy presente en todo el texto. Al subrayar la escasez mediante la intertextualidad en sus reflexiones sobre la comida, lo más referencial y cotidiano que se puede describir, Ponte sugiere que no cree en la transparencia de la palabra, una postura ya de sobra conocida en estos tiempos postmodernos. Sabe que su mundo solo se cimenta en palabras, incluso si han dejado de tener referente: “[al novelista] le importa asir lo que probablemente ya no sea

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asa de nada, la palabra” (34). Por eso juega desplazando textos y contextos en un perpetuo diálogo poético, consciente de la carencia y de la negación de la plenitud. Por eso Ponte tiende ‘puentes’ hacia otros escritores, se rodea de autores que escribieron sobre la comida y que son su comida. Confunde “sílabas con bocados” (35), hace “comidas en palabras” (36). Esta es su (po)ética. La bulimia de textos llena el espacio de manera barroca, invasora y aplastante: “No nos suelta el horror al vacío: (el hambre suele ser sinuosa, suele hablar en volutas, no de forma recta, es barroca, no parca)” (36). De la ausencia y del vacío nace la posibilidad del decir, tal como ya lo apuntaron otros críticos, como Álvarez Borland cuya lectura se articula en la oscilación entre abundancia y vacío (hasta existencial). Por eso el nexo con Orígenes es tan obvio si pensamos en lo que dijo el mismo Ponte sobre un poema de Vitier: “Vitier aprende a sacar soberbia y energía de la escasez que lo rodea. Consigue entender la paradoja del vacío como espacio fecundo, de existencia. Ama el perfume del no hay, y parece haber ganado libertad gracias a ello, llena el hueco con esa alegría” (2004: 157-158). Teresa Basile, de su lado, ahonda en la relación con Lezama Lima con quien Ponte comparte la erótica del arte como alternativa a la sociedad revolucionaria unidimensional: “La proliferación de imágenes, la constitución de una imago a través de la confluencia de metáforas e imágenes, una idea aurática del arte, una prosa poética e incluso el lugar destacado que Lezama ocupa en estos ensayos, hacen de Las comidas profundas un homenaje al escritor origenista” (2009: 179). Continúa Basile diciendo que Ponte se opone a Lezama al reanudar con las tradiciones del no. Ponte propone un barroco del hambre, articulando los signos de la era imaginaria del Período Especial. Así llegamos a conectarlo con otro gran ejemplo, Piñera, tal como lo sugiere Bernabé: “Entre el lleno del mantel y el blanco de la página se establece la imprevista comunión entre la archimboldiana cornucopia de Lezama y la nada que escancia la copa de Piñera” (2001: 35). La borradura como complemento de la abundancia se manifiesta desde el propio nombre de la editorial donde se hizo la primera edición del texto: Deleatur. De una manera sorprendente Ponte ha dialogado con muchas observaciones diseminadas por este libro y las ha superado en este texto tan conciso. Ha confirmado y superado muchas de las pistas gastrocríticas.

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LAS COMIDAS PROFUNDAS de Antonio José Ponte

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Concluyo con el autor que las comidas profundas son inalcanzables y que el yo que escribe se labra una “profundidad mesopotámica” (Las comidas profundas 41). Solo le quedan la inestabilidad, las metáforas, los puentes, los desplazamientos, los shifting grounds. De ahí paréntesis, de ahí puentes insospechados entre citas de culturas occidentales y orientales, de ahí asociaciones entre capítulos, de ahí una imposibilidad de leer y captar este texto profundo y esquivo. Por eso, acabemos este estudio dando la palabra a Ponte con un fragmento que termina, muy significativamente, en puntos suspensivos: El que escribe sobre la mesa con mantel de comidas dibujadas parece tan desprovisto de materia como si se dispusiera a un ejercicio de recogimiento. Escribe en una celda acerca de comidas. Porque tiene muy pocas concreciones a su alrededor cree merecer un poco de abstracción. Tiene la barriga en blanco y las carencias le ayudan a pensar que toda comida es sustitutiva, que comer es siempre metaforizar, tender un puente. Todo es remedo de la leche materna, de aquello que cruzaba la tripa del ombligo, de la neblina que al inicio... (31).

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Índice onomástico

A Abbot, Abiel 79, 110, 128 Aching, Gerard 140 Acosta, José de 260 Adell, Elena 201 Aedo, María Teresa 92 Alatorre, Antonio 41 Alberto, Eliseo 178, 205 Alejandro, Ramón 243 Allende, Isabel 26 Alonso, Nancy 223 Alvarez-Amell, Diana 92 Alvarez Borland, Isabel 166, 247, 254, 262 Alvarez Oquendo, Saylín 205 Amar Sánchez, Ana María 237 Anderson, Benedict 84 Anderson, Thomas F. 162 André, María Claudia 26, 120 anticastrista 213 Apollinaire, Guillaume 245, 249, 259, 260 Arango y Parreño, Francisco 29, 102 Arau, Alfonso 22 Araújo, Nara 120, 191, 204 Arellano, Robert 33, 208, 209, 210, 211, 212, 213, 214, 250 Arenas, Reinaldo 32, 59, 92, 93, 94, 95, 96, 164, 209 areniano 96

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Índice onomástico

Arias, Arturo 140 Ariza, René 221 Aronna, Michael 145, 153 Arrate, José Martín Félix de 39, 56, 83, 260 Arrieta, Ricardo 201 Arrom, José Juan 46 Arrufat, Antón 60, 168, 176 Axel, Gabriel 22

B Bacardí Moreau, Emilio 32, 48, 49, 50, 54, 215 Bakhtine, Michael 22, 82, 94 Balboa Troya y Quesada, Silvestre de 56 Balcells, Carmen 95 Balderston, Daniel 161 Ballagas, Emilio 255, 256 Balutet, Nicole 165 Balzac, Honoré de 60 Barnes, Djuna 214 Barnet, Miguel 33, 50, 134, 136, 137, 138, 140, 141, 142, 144, 146, 148, 149, 151, 153, 163, 215 Barradas, Efraín 84, 153 barthesiano 23 Barthes, Roland 22, 23, 250 Basile, Teresa 164, 247, 262 Bataille, Georges 206, 236 Bauer, George 23 Beato Núñez, Jorge 74, 75, 110 Behar, Sonia 31, 163, 184, 185, 186, 187 Bejel, Emilio 140 Benítez Rojo, Antonio 11, 31, 32, 48, 51, 52, 53, 54, 102, 215, 219 Bentes, Ivana 199 Berchoux, Joseph 17 Bergman, Ingmar 207 Bernabé, Mónica 262 Betancourt, José Ramón 70

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Índice onomástico



Betancourt, José Victoriano 61, 70, 71, 105, 107, 116, 117, 118, 119 Bhabha, Homi 68 Bianchi Ross, Ciro 61, 116 Birkenmaier, Anke 188, 191, 192, 195, 214 Blanco, María Elena 252 Blodgett, Harriett 26 Boán, Marianela 175 Bobes, Marilyn 100 Bolívar Arióstegui, Natalia 151 Borges, Jorge Luis 230, 231 borgiano 230, 231 Bouffartigue, Sylvie 196 Bourdieu, Pierre 20, 21 Branche, Jerome 124 Brandstetter, Dave 238 Braudel, Fernand 18 Bremer, Fredrika 12, 33, 62, 65, 69, 110, 113, 116, 130, 131, 132, 133, 134 Brightwell, Ellen K. 124, 218 Brillat-Savarin, Anthelme 17, 23, 61 Brizzi, Andrea 219 Bruguera, Tania 175 Bueno, Salvador 105, 106, 142 Burgos, Elisabeth 136, 145 Byron, George Gordon 257

C Caballero Wangüemert, María 100 Cabrera Infante, Guillermo 164, 178 Cabrera, Lydia 95, 142, 149, 151 Cabrisas, Juan 84 Calvo Peña, Beatriz 84, 89 Cámara, Madeline 89, 177, 182 Campuzano, Luisa 26, 104, 159, 179 Camus, Albert 206 carpenteriano 53, 54, 160

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Índice onomástico

Carpentier, Alejo 25, 33, 53, 94, 147, 157, 159, 160, 184, 206, 215, 247, 256 Carri, Albertina 221 Carroll, Lewis 221 cartesiano 17 Casamayor, Odette 194 Casas, Bartolomé de las 32, 39, 42, 43, 50, 51, 52, 105, 106, 124, 215 Casas, Bartolomé de las 106 Castelar, Emilio 261 castrista 149 Castro, Fidel 29, 32, 149, 162, 167, 171, 177, 178, 179, 212, 216, 247, 248, 250 Castro, Raúl 32 Catoira, Patricia 60, 91, 210 Certeau, Michel de 20, 21, 60, 103 Chanan, Michael 172 Chandler, Raymond 237 Chasles, Philarète 99, 106 Châtelet, Noëlle 21 Chávez, Hugo 32 Chaviano, Daína 33, 178, 181, 182, 183, 184, 189, 210, 211, 212, 213, 214, 250 Che Guevara, Ernesto 162 Cioran, Emil Michel 260 Civantos, Christina 77 Clarín 77 Claudel, Paul 217 Cleland, John 259 Clifford, James 131 Coleridge, Samuel Taylor 257 Collard, Patrick 27, 168, 169, 170, 246 Coloma y Garcés, Eugenio 84, 153 Colón, Bartolomé 42 Colón, Cristóbal 25, 32, 40, 41, 42, 43, 117 Constante, Diego (Rapi) 181 Cornejo Polar, Antonio 142 Corona, Clemente 232

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Índice onomástico



Cortés, Hernán 68 Corticelli, María Rita 53 Couffon, Claude 138 Coyula, Mario 219 Cristóbal Pérez, Armando 163 Cuervo Hewitt, Julia 51

D Dana, Richard Henry 62, 130 Dawdy, Shannon Lee 56, 129 De Beule, Jordi 176 De Ferrari, Guillermina 195 Del Monte, Domingo 55, 56, 104, 105, 106 delmontino 55, 56, 107, 124, 125 Del Risco, Enrique 55 Delville, Michel 23 De Maeseneer, Rita 43, 160, 176, 181 D’Hespel D’Harponville, Gustave 128 Díaz del Castillo, Bernal 68 Díaz, Duanel 55, 164 Díaz, Ignacio 99, 100, 103 Díaz Torres, Daniel 171 Dickens, Charles 117 Di Dio, Paula 204, 206 Domènech i Puigcercós, Ignasi 249 Domínguez Cowán, María de la Concepción 245 Dovalpage, Teresa 166 Duno Gottberg, Luis 56 Dupin, Charles 102, 104, 105

E Echeverría, José Antonio 55 Elias, Norbert 20 Ellis, Robert Richmond 126 Esquivel, Laura 26, 179 Ette, Otmar 94, 95

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

Índice onomástico

F Fabre-Vassas, Claudine 217, 229 Fernández de Oviedo y Valdés, Gonzalo 32, 39, 40, 42, 43, 44, 46, 105, 113, 260 Fernández, Pablo Armando 62 Ferreri, Marco 22 Ferré, Rosario 24 Folch, Christine 84, 129 Fornet, Jorge 164, 190 Foster, David William 165 Fraunhar, Alison 78 Freire Ashbaugh, Anne 100

G Gabara, Esther 165 García Cisneros, Florencio 94, 95 García, Cristina 165, 166, 176 García Donoso, Daniel 77 García Espinosa, Julio 196 García Gómez, L. Jacinto 261 García Márquez, Gabriel 24, 169, 247 García Ramos, Juan Manuel 54 Garneray, Hipólito 67 Gaztelu, Angel 95 Geerts, Walter 259 Gelpí, Juan 88, 89 Gerbi, Antonello 42 Gigante, Denise 257 Ginzburg, Carlo 18 Girard, René 206 Goldman, Dara 162, 196 Gómez de Avellaneda, Gertrudis 100, 123 Gómez, Máximo 150 González Echevarría, Roberto 55, 71, 88, 103, 125, 141, 151, 158, 186, 239, 246

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Índice onomástico



González, Reynaldo 83, 91 Goodman, Walter 69, 72, 74, 82, 83 Goody, Jack 18 Goytisolo, Juan 205 Greene, Graham 214 Guerrero, Gustavo 204 Guevara, Gema R. 75 Gugelberger, Georg M. 136 Guibert, Rita 24 Guicharnaud-Tollis, Michèle 56, 67, 92, 108, 127, 128 Guillén, Nicolás 163, 178, 184 Gutiérrez Alea, Tomás 158, 165, 218 Gutiérrez Aragón, Manuel 181 Gutiérrez, Pedro Juan 33, 148, 169, 179, 187, 188, 189, 193, 195, 196, 197, 199, 210, 212, 213, 214, 221, 239

H Hammett, Dashiell 237 Hamon, Philippe 73, 191 Hamsun, Knut 247 Hansen, Joseph 238 Harris, Marvin 216, 217, 222 Hawkes, John 108 Hazard, Samuel 112 Heredia, José María de 65 Hernández Busto, Ernesto 221 Hernández, Juan Antonio 219 Hernández, Miguel 186 Hernández-Reguant, Ariana 31 Herrera y Tordesillas, Antonio de 39, 105, 106 Howison, John 108 Huberman, Ariana 103 Huggan, Graham 26 Humboldt, Alexander von 67, 105, 106, 114 Humboldt, hermanos 17 Huyge, Kim 44

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

Índice onomástico

I Ianes, Raúl 103

J Jakobson, Roman 19 Jauss, Hans Robert 26 Jay, W.M.L. 69 Jeanneret, Michel 24 Jiménez Pastrana, Juan 130 Jiménez Soler, Guillermo 48

K Kant, Emmanuel 236 Kristeva, Julia 77, 237 Kushigian, Julia 145 Kutzinski, Vera M. 62

L Labat, Jean-Baptiste 160 Labrador Ruiz, Enrique 190 Laet, Jean de 105 Lamb, Charles 257, 258 Lamore, Jean 60, 70, 150 Landaluze, Victor Patricio de 79 Leante, César 79, 147 Leclercq, Cécile 71, 84, 134 Lee, Ang 22 Legran, José 84 León, Argeliers 134 Léry, Jean de 105 Lesage, Alain René 117 Lévi-Strauss, Claude 18, 19, 140, 160 Lezama Lima, José 33, 55, 94, 95, 157, 158, 159, 163, 164, 176, 184, 205, 246, 247, 248, 249, 253, 254, 255, 262, 273 lezamiano 94, 158, 169, 245, 248, 255

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Índice onomástico



Lie, Nadia 163 Llopis, Rogelio 161 López-Cabrales, María del Mar 31 Loss, Jacqueline 96 Loveira, Carlos 34 Lucien, Renée Clémentine 167, 168, 170, 178, 180 Ludmer, Josefina 190 Luis, William 89, 90, 141, 142, 143, 144 Lupton, Deborah 89, 120

M Madden, Richard 104, 123, 127 Maistre, Joseph de 260 Malinowski, Bronislaw 18 Mannur, Anita 26 Manzano, Juan Francisco 93, 95, 123, 124, 125 Manzari, H. J. 94 Marcone, Jorge 142 Marmier, Xavier 106 Marré, Luis 246 Marrero-Fente, Raúl 56 Marrero, Leví 18, 47, 56, 73, 102 Martí, José 149, 150, 184 Martin, Claire Emilie 120 Martin, Rita 250 Mártir de Anglería, Pedro 32, 40, 41, 42, 43, 105 Massé, Etienne Michel 66, 152 Mastache, Emiliano 94 Mateo Palmer, Margarita 203 McCabe, Marikay 101 McHatton-Ripley, Eliza 82 Mejides, Miguel 205 Menchú, Rigoberta 136, 140, 145 Méndez Rodenas, Adriana 65, 68, 82, 89, 99, 100, 101, 103, 105, 106, 107, 113, 116, 117, 119, 131 Menéndez, Ana 176

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

Índice onomástico

Menéndez, Ronaldo 33, 201, 214, 215, 216, 224, 226, 227, 228, 230, 232, 234, 235, 237, 239, 258 Mennell, Jan 196 Mennell, Stephen 17 Menton, Seymour 163 Mérimée, Prosper 96, 97 Merlin, Condesa de 32, 92, 96, 97, 99, 100, 101, 102, 103, 104, 105, 106, 107, 108, 109, 111, 112, 114, 115, 116, 117, 118, 119, 120, 121, 127, 133, 154, 184, 215, 254, 261 Miahle, Federico 79, 108 Millay, Amy Nauss 141, 142, 144 Milton, John 258 Mintz, Sydney 123 Mistral, Gabriela 186 Molloy, Silvia 103 Montale, Eugenio 250, 257, 259 Montero, Oscar 255 Montesinos Larrosa, Alejandro 158 Morales, Mario Roberto 140 Morelet, Arthur 48, 69 Morell de Santa Cruz, Agustín 55 Morello Frosch, Marta 162 Moreno Fraginals, Manuel 18, 55, 56, 62, 78 Moulin Civil, Françoise 161 Mudrovic, María Eugenia 26 Muguercia, Magaly 175 Myers, Kathleen Ann 46

N Neruda, Pablo 186 nerudiano 253 Nietzsche, Friedrich 204 Nogueras, Luis Rogelio 163, 165 Núñez Jiménez, Antonio 102, 141, 149, 150

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Índice onomástico



O Obejas, Achy 178, 193, 208, 212, 214 Oliffe, Charles 120 Olivares, Jorge 94, 96 Ortega, Julio 40 Ortiz, Fernando 52, 54, 62, 111, 123, 246, 251 Otero, Lisandro 61, 116 Oxford, Lory 212

P Pacheco, Carlos 142 Padilla, Heberto 163 Padrínez, José 65 Padura Fuentes, Leonardo 33, 157, 166, 167, 168, 169, 170, 171, 174, 175, 179, 205, 214, 238 Palma, Ramón de 55, 106, 110 Pastor, Beatriz 41 Paz, Senel 158, 165, 169 Pérez Cino, Waldo 234 Pérez de la Riva, Juan 18, 31, 56, 130 Pérez, Fernando 196, 201 Pérez, Genaro 35 Pérez, Janet 35 Pérez, Louis A. 62, 91 Pérez Samper, María de los Ángeles 260 Perna, Vincenzo 178 Pichardo, Esteban 66 Pichardo Moya, Felipe 55 Piñera, Virgilio 33, 157, 161, 163, 164, 168, 209, 254, 262 piñeriano 175, 249 Plácido. Véase Valdés, Gabriel de la Concepción; Poniatowska, Elena 136, 145 Ponte, Antonio José 33, 34, 164, 205, 212, 243, 245, 246, 247, 248, 249, 250, 251, 252, 253, 254, 255, 256, 257, 258, 259, 260, 261, 262, 263

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

Índice onomástico

Portela, Ena Lucía 33, 190, 202, 203, 204, 205, 206, 207, 210, 211, 212, 213, 214, 216, 222, 231, 239 Portillo, Manuel del 60 Pozas Arciniegas, Ricardo 137 Prieto, José Manuel 221 Proust, Marcel 160, 257, 258, 259 Puig Andrés, María del 174

Q Quintana, Jerónimo de 106 Quintero Herencia, Juan Carlos 148, 149, 162, 191, 193 Quiroga, José 161, 165, 250, 252

R Rabelais, François 22 Ramón, Alejandro 246 Ramos, Alberto 199 Ramos, Julio 68, 91 Redruello, Laura 171, 198, 199, 224, 230, 232, 235 Remesal, Antonio de 106 Ribeyro, Julio Ramón 216 Riffaterre, Michael 260 Rivas, Mercedes 56, 83, 108 Rocha, Glauber 199 Rodríguez, Néstor 243, 254, 257 Rodríguez, Rolando 166 Rodríguez, Silvio 198 Roig, Gonzalo 59 Rojas, Rafael 30, 164 Romero, Cira 48 Romeu, Raquel 184 Rops, Félicien 219 Rubalcava, Manuel Justo de 56 Rufinelli, Jorge 201 Russell, Bertrand 252, 253

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Índice onomástico



S Sabines, Jaime 186 Saco, José Antonio de 105 Said, Edward W. 112 Salazar, Delgado 20 Sánchez-Eppler, Benigno 75, 91 Sánchez, Yvette 213 Sand, George 100, 105 Sanmartín, Cecilia 176 Santa Cruz y Montalvo, María de las Mercedes. Véase Merlin, Condesa de Santí, Enrico Mario 68 Santiesteban, Ángel 176, 210, 221 Sarduy, Severo 157, 164, 168, 177, 204, 246, 257 Sarmiento Ramírez, Ismael 18, 56, 66, 76, 78, 83, 112, 127, 129, 217, 256 sartreano 167, 186 Sartre, Jean-Paul 167 Saussure, Ferdinand de 19 Schuereweghen, Franc 259 Schulman, Iván 60, 61, 90 Serna, Mercedes 256 Serra, Ana 196, 198 Shakespeare, William 257 Sichère, Bernard 237, 238 Sillevis, Ant 138 Skipper, Eric 26 Sklodowska, Elzbieta 64, 136, 142, 144, 151, 223 Smith, Paul Julian 165 Smith, Verity 166 Solana, Anna 243 Solás, Humberto 59 Sommer, Doris 75 Song, H. Rosi 168 Sor Juana 186 Stein, Gertrude 256 Stevenson, Rocío 238

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

Índice onomástico

Stoll, David 140 Suárez, Karla 33, 199, 200, 202, 210, 212, 213, 214 Suárez, Virgil 166 Suárez y Romero, Anselmo 61, 112, 123, 125, 126, 127

T Tabío Hernández, Juan Carlos 158, 165 Tanco y de Bosmeniel, Félix 106 Tarantino, Gunter 237 Tardieu, Jean-Pierre 145 Taylor, John Glanville 130 Teja, Ada María 158 Teniers, David 117 Timmer, Nanne 200, 204 Tobin, Ronald 23 Tompkins, Cynthia M. 196 Torquemada, Juan de 105 Torres Caballero, Benjamín 169 Torres-Pou, Joan 48 Torriente, Alberto Pedro 223 Tudor, Henry 76 Turnbull, David 100, 103, 104, 106, 127

V Vadillo, Alicia 157 Valdés, Antonio 39 Valdés, Zoé 33, 169, 177, 178, 181, 187, 189, 210, 212, 213, 214, 230, 250 Valle, Amir 200 valle-inclanesco 204 Vallejo, César 195 Van den Berghe, Kristine 138 Van der Roost, Els 176 Vaquero, María 43 Vásquez, Carmen 100, 120 Vázquez Díaz, René 34, 113, 130, 132, 133, 222

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Índice onomástico



Vázquez Gálvez, Madeleine 158 Vázquez Montalbán, Manuel 87, 170, 171 Vázquez San José, Eduardo 31, 53 Vega, Ana Lydia 35 Vega Chapú, Arístides 165, 224 Vera León, Antonio 138 Villapol, Nitza 129, 170, 171, 179, 180, 181, 211, 215 Villaverde, Cirilo 32, 59, 60, 61, 62, 66, 67, 68, 69, 70, 71, 74, 75, 79, 83, 84, 87, 88, 89, 90, 92, 93, 96, 105, 106, 107, 112, 152, 184, 185, 254 Villaverde, Lucas 62 Vitier, Cintio 55, 61, 255, 256, 262 Volpato, Gabriele 251 Voltaire 161

W Waida, Manabu 217, 218 Walter, Monika 144 West-Durán, Alan 231 Whitfield, Esther 30, 31, 176, 177, 178, 190, 205, 211, 216 Wilkinson, Stephen 167, 168, 175 Williams, Lorna 89 Woolf, Virginia 248, 257 Wordsworth, William 257 Wurdemann, John George F. 39, 69, 74, 127

Y Yáñez, Mirta 100 Young, Elliott 198 Yviricu, Jorge 99

Z Zequeira y Arango, Manuel de 56, 257 Zeuske, Michael 140, 143 Zola, Emile 68

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