Desarrollo Del Genero En La Feminidad Y La Masculinidad

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Ana García-Mina Freire

Desarrollo del género en la feminidad y la masculinidad

NARCEA, S.A. DE EDICIONES

La presente obra ha sido editada con subvención del Instituto de la Mujer (Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales)

Nota del Editor: En la presente publicación digital, se conserva la misma paginación que en la edición impresa para facilitar la labor de cita y las referencias internas del texto. Se lian suprimido las páginas en blanco para facilitar su lectura.

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Cubierta: Francisco Ramos Prim era edición en eBook (Pdí): 2010 ISBN (eBook): 978-84-277-1673-5 ISBN (Papel): 978-84-277-1433-5 Im preso en España. Printed in Spain

Han sido muchas las personas que me han ayudado en la elaboración de este libro. Personas que desde su interés, sus conocimientos y su cariño me han apoyado en este proceso y me han enriquecido intelectual y personalmente. A todas ellas quiero expresar mi agradecimiento, y de ma­ nera muy especial me gustaría nombrar a Luis López-Yarto, a M aJosé Carrasco, a José Antonio García-Monge y a Jesús Labrador al que dedico este libro. Asimismo, también quiero agradecer a Camino Cañón y a la Editorial Narcea el que hayan confiado en este proyecto y me hayan ayudado a hacerlo realidad.

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índice

Prólogo. Emilce Dio Bleichmar ...................................................... 9 Introducción ................................................................................. 13 Parte 1. Orígenes de la categoría género: historia de una necesidad 1. John Money. El concepto género y sus diferentes acepciones. La diferenciación y el dimorfismo de la G-I/R ...................... 2. Robert Stoller. El fenómeno del transexualismo. Desarrollo de la feminidad y la masculinidad............................................. 3. El movimiento feminista. El silenciamiento de las mujeres. A favor de los derechos de la mujer Las mujeres como segun­ do sexo. El movimiento de liberación de la mujer ................. Cuadro-resumen I. Orígenes y desarrollo de la categoría género .

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Parte 2. La categoría género en el estudio psicológico de la feminidad y la masculinidad 4. Feminidad y masculinidad. Dimorfismo sexual y atribución de género. Evolución conceptual de la feminidad y la masculinidad . 55 5. Modelos normativos. Modelo de evaluación congruente. Principales características de las medidas de evaluación del

modelo congruente. Crisis del modelo de evaluación congruen­ te. Modelo de evaluación andrógino. Principales caracterís­ ticas de las medidas de evaluación del modelo andrógino .... 63 Cuadro-resumen II: Presupuestos teóricos y psicométricos subya­ centes en el modelo clásico y en el actual............................. 74 Parte 3. El género, un concepto renovador 6. Género y metodología. Sesgos metodológicos. Consecuen­ cias de los sesgos metodológicos ............................................ 7. Género y salud mental. Nuevas perspectivas teóricas en salud mental. Nuevas perspectivas teóricas y de intervención en psicopatología '..................................................................... 8. El Género, un concepto integrador. Carácter interdisciplinar. Carácter holístico. Carácter relacional ........................ Cuadro-resumen III: Principales aportaciones de la categoría género en el estudio psicológico de los sexos....................................

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Parte 4. Hacia una clarificación conceptual de la categoría género 9. Significados atribuidos a la categoría género. Sexo y género, dos términos intercambiables. Sexo y género, dos tér­ minos presuntamente antónimos. El género, un término políticamente correcto............................................................ 97 10. Un acercamiento conceptual. Sexo y género, una doble rea­ lidad. Naturaleza multidimensional de la categoría género. A modo de conclusión ........................................................... 103 Cuadro-resumen IV: Niveles de análisis de lacategoría género ... 112 Bibliografía ................................................................................... 113 Glosario de términos ................................................................ 117

Prólogo

Es éste un libro absolutamente necesario que viene a aclarar la confu­ sión y el solapamiento reinante en torno a las nociones y usos de los tér­ minos sexo y género. El cambio sostenido y creciente que, en la segunda mitad del siglo X X, se ha operado en la condición social de la mujer pa­ rece haber impulsado, no sólo a la comunidad científica y académica sino también a los medios de comunicación, a la sustitución lisa y llana del uso de la variable sexo por la de género, en una suerte de exigencia de discurso políticamente correcto, sin poner de manifiesto los alcances y con­ secuencias que implica tal sustitución. A l mismo tiempo, tengo una enorme satisfacción al constatar, una vez más, este hecho, por haber sido una de los tantos eslabones en la cadena de la espectacular difusión del concepto, al ponerlo a trabajar en relación con la patología de la histeria y en la enseñanza en la universidad, a me­ diados de la década de los años ochenta, cuando comienzo mi etapa en España. Allí estaba Ana García-Mina, ávida de conocimientos, y, con el entusiasmo e inteligencia que la caracterizan, rápidamente lo hizo suyo, siendo una de las impulsoras de los Estudios de Género en la Universi­ dad Pontificia Comillas de Madrid. La siembra ha encontrado un humus fértil,fecundo, y este libro es uno de sus últimos frutos. En aras del objetivo clarificador, el texto de Ana García-Mina co­ mienza haciendo saber a la comunidad científica y al colectivo de las mu­ jeres, el origen extra muros del movimiento feminista del concepto de gé­ nero, a partir de las investigaciones médicas en los casos de síndrome

adrenogenital infantil, por parte de John Money. Neonatólogo, prepa­ rando una tesis sobre temas de endocrinología, queda maravillado al des­ cubrir la potencia de la creencia humana que es capaz de hacer torcer los destinos Jijados por la biología para la determinación de la identidad se­ xual. Así nace la idea en el ámbito de las ciencias médicas. Luego es reto­ mada por Stoller, otro estudioso del transexualismo, y ampliado su al­ cance a los derivados conceptuales de núcleo de la identidad de género y rol de género, a partir de los cuales se inicia una verdadera revolución en los estudios psicoanalíticos y psicológicos de las categorías de feminidad y masculinidad. Las observaciones médicas de Money se trasladan a la observación de la crianza normal y se constata el papel crucial que tienen las actitudes, valoraciones y mensajes de los adultos en la configuración de la identidad diferencial y dicotómica de niños y niñas que había sido siempre enten­ dida como surgida del suelo de la diferencia anatómica. La autora hace un somero, pero claro y suficiente, recorrido histórico que permite visualizar cómo una propuesta que nace en un ámbito res­ tringido, por su capacidad de dar cuenta cabal de una realidad psicosocial, se convierte en un lapso muy corto de tiempo en una variable de análisis del nivel de categorías consagradas, como las de raza o clase social, princi­ palmente por el empuje recibido por numerosos grupos de mujeres univer­ sitarias que fundan los así llamados Estudios de Género. De esta ma­ nera, el concepto de género se difunde y aplica para iluminar distintos ámbitos del saber — historia, geografía, antropología, literatura, psicolo­ gía, sociología— haciendo visibles, no sólo realidades ocultas de la situa­ ción de las mujeres, sino innumerables sesgos en los estudios e investiga­ ciones a partir de los cuales se ha edificado una porción importante del saber científico. Junto al valor del género como herramienta de análisis de tantas di­ mensiones de la realidad, la autora también destaca la dificultad de la in­ vestigación sobre estas categorías que interactúan con tantos otros factores psicosociales. Es de remarcar el cuidadoso estudio de Ana García-Mina sobre los presupuestos implícitos en los instrumentos psicométricos que evalúan la

feminidad y la masculinidad y sus correlaciones con la salud mental, mos­ trando la previa incidencia normativa del género sobre las categorías que se pretenden valorar deforma objetiva. Se trata de un vivo ejemplo y ex­ celente ilustración del campo que abre la categoría para la revisión de la diferencia sexual. Ejercicio preciso y particularizado de interpelar el saber consagrado, poniendo de manifiesto la ideología en el interior de la meto­ dología empleada, al introducir un análisis del papel que juega el sujeto de la investigación en la selección de la muestra y en la interpretación de los resultados que reproducen y perpetúan la concepción esencialista por medio de la dicotomización sexo /género. A través de todo el texto, y en forma resumida en las conclusiones, queda puesto de manifiesto el gran valor del concepto, tanto por su natu­ raleza integradora — condición básica para la propulsión de los estudios interdisciplinarios— como por su carácter relacional, lo que ha permitido que colectivos de varones empiecen también a centrarse en la revisión y puesta en cuestión de las bases y valores de la masculinidad. Capítulo tras capítulo, el examen de la información aportada demues­ tra la vitalidad y capacidad heurística del concepto de género que, como bien lo califica la autora, se halla en plena efervescencia conceptual y lejos de estar acabado, en pleno estado de proceso y con futuro para la investi­ gación. Ningún lector y /o lectora quedará defraudado de la utilidad de esta obra para una puesta al día del estado de la cuestión. EMILCE DIO BLEICHMAR

Universidad Pontificia Comillas

Introducción Nuestra tarea es triple: hacemos cargo de la realidad, cargar con la realidad, y encargarnos de la realidad

Ignacio Ellacuría

La categoría género surge como respuesta a la necesidad sentida por muchas mujeres y varones de desmitificar la categoría sexo y transfor­ marla en una variable operativa que permita una mayor y mejor com­ prensión de la existencia humana. Aunque actualmente quizá resulte natural saber que los espermato­ zoides y los óvulos son células sexuales, que cada célula cuenta con 46 cromosomas y que los responsables del dimorfismo sexual genético son aquéllos que constituyen el par 23, la mayoría de estos descubrimientos tuvieron lugar en pleno siglo X X 1. Hasta entonces, los diferentes proce­ sos que forman parte del desarrollo prenatal y posnatal no se conocían. La naturaleza de la variable sexo se consideraba univariada, y el sexo de una persona sólo se juzgaba en función de las características corporales externas. Esta carencia de conocimientos científicos, junto con el carácter de tabú y prohibido que ha estado ligado a esta variable favoreció que fi­ lósofos, literatos, pensadores y hombres de ciencia especularan sin rigor científico sobre la «esencia» que distingue a varones de mujeres. Sir­ viéndose de la variable «sexo» crearon diferencias allí donde no las hay, naturalizaron desigualdades cuyo origen radica en el orden social, justi­ 1 En 1944, Avery, Mac Leod y McCarty identificaron el ADN como material heredita­ rio. En 1956,Tjio y Levan confirmaron que el ser humano cuenta con 46 cromosomas, y que es el par 23 el responsable del dimorfismo sexual genético. A principios de los años no­ venta se identificó el gen SRY como el elemento regulador de otros genes, cuya presencia impulsó el desarrollo de la gónada indiferenciada en testículo.

ficaron un sistema de privilegios con un marcado sesgo androcéntrico2. Como indica Helen Thompson Woolley3, en los inicios del siglo XX, el estudio sobre los sexos estaba impregnado de un gran cúmulo de pre­ juicios y creencias infundadas. La variable sexo era una especie de ca­ jón de sastre con una maraña de significados que, más que revelar, ocul­ taban y equivocaban las numerosas semejanzas y posibles diferencias que existen entre mujeres y varones. La masculinidad y la feminidad se consideraban categorías ahistóricas y esenciales, correlatos del dimorfismo sexual. El conjunto de nor­ mas, valores, atributos, funciones, comportamientos asignados desde lo social a uno y otro sexo, se consideraban derivados naturales de la bio­ logía, se concebían como una realidad opuesta y mutuamente excluyente. Ser mujer equivalía a ser femenina y por tanto no masculina. Toda mujer que osaba desarrollar comportamientos atribuidos al varón era estigmatizada con la etiqueta de «bruja» o «desequilibrada mental». Por ejemplo, en la Edad Media, aquellas mujeres que desarrollaban la capacidad de reflexionar o de conocer las artes de la medicina eran consideradas «brujas» y quemadas en la hoguera4. Posteriormente, se fue refinando la censura y la penalización que suponía transgredir la normativa social, y aquellas mujeres y varones que tenían comporta­ mientos y características propias del otro sexo se consideraban indivi­ duos «disfuncionales y psicopatológicos». Sin embargo, desde mediados del siglo XX, diversos factores de ca­ rácter social, teórico y empírico transformaron el estudio psicológico de los sexos, revolucionando la conceptualización de la masculinidad y la feminidad. Gracias a los avances que tuvieron lugar tanto en las cien­ cias biológicas (endocrinología, genética, neurología, embriología...), como en las ciencias sociales (antropología, sociología, psicología...) y en el ámbito socioeconómico (revolución industrial, movimiento fe­ minista...), desde finales de la década de los cincuenta se comenzó a distinguir una gran variedad de realidades que hasta entonces habían 2 Cfr. M. J. Izquierdo: El problema de la clasificación en las ciencias sociales. El caso de la clasi­ ficación mujer/varón. Tesis Doctoral. Universidad Autónoma de Barcelona, 1984. 3 Cfr. H. Thompson Woolley: «Psychological Literature: A review of the recent Literature on the Psychology of sex». Psychological Bulletin, 7,1910, pp. 335-342. 4 Cfr. C. Sáez Buenaventura: Mujer; locura y feminismo. Madrid: Dédalo, 1979.

quedado ocultas bajo el término «sexo», entre éstas la categoría «gé­ nero». Esta otra realidad, intuida por diferentes disciplinas científicas, fue nombrada y definida por primera vez, en 1955, por John Money5. Sus investigaciones sobre síndromes hormonales (síndrome adrenogenital femenino, síndrome de insensibilidad a los andrógenos), síndromes ge­ néticos (síndrome de Turner) así como sus trabajos sobre diferentes trastornos en la morfología genital (ablación del pene), le llevaron a plantearse la necesidad de'subrayar el poder que la biología social tiene en el desarrollo psicológico de los individuos, añadiendo al lenguaje científico una serie de términos con los que no se contaba hasta enton­ ces: «Gender Role», «Gender Identity» y «Gender Identity/Role». Aunque, al principio, la distinción entre sexo y género se incorporó muy lentamente al ámbito de las ciencias médicas, desde finales de 1960, esta doble realidad fue asimilada con gran rapidez tanto por las ciencias sociales como por el lenguaje de la calle, principalmente gra­ cias a los estudios desarrollados por Robert Stoller y por el Feminismo Académico. Esta nueva manera de percibir e interrogar la realidad ha provocado una gran transformación en el análisis de las relaciones existentes entre los sexos y ha supuesto un revulsivo teórico y una invitación para que se gesten nuevas líneas de conocimiento y de investigación. El género se ha convertido en un valioso instrumento integrador de las diferentes dimensiones y procesos que participan en el devenir humano. Articula subjetividades con cultura, ideales con comportamientos, modelos nor­ mativos con expresiones de desequilibrio emocional6. Su capacidad analítica ayuda a comprender las complejas interacciones que una mu­ jer o un varón pueden experimentar entre su vivencia de sentirse mu­ jer o sentirse varón, su reconocimiento de pertenecer biológicamente a uno u otro sexo, su actuar como masculino, femenino, andrógino o indiferenciado, y la vivencia de su deseo sexual hétero, homo o bisexual. Pero pese a los avances que han tenido lugar en estas tres últimas déca­ 5 Cfr. J. Money: «Hermaphroditism, gender and precocity in hyperadrenocorticism: psychologic fmdings». Bulletin Johns Hopkins Hospital, 96,1955, pp. 253-264. 6 Cfr. N. Inda: «Género masculino, número singular». En M. Burin y E. Dio Bleichmar (Comps.): Género, psicoanálisis, subjetividad. Buenos Aires: Paidós, 1996.

das en torno a estas cuestiones, desafortunadamente, este constructo carece de un marco teórico desde el que sintetizar su naturaleza multidimensional. Hasta principios de la década de los ochenta, apenas se contaba con sistemas taxonómicos que ayudasen a comprender esta compleja realidad. Esta carencia, junto con su uso creciente en las cien­ cias y su popularidad en el ámbito cotidiano ha llevado a que, actual­ mente, la categoría género esté rodeada de una gran ambigüedad y confusión. Si bien, existe un acuerdo generalizado en distinguir la realidad del sexo de la realidad del género, hay una gran variedad de terminologías que equivocan y dificultan la teorización e investigación en torno a es­ tos conceptos. De ahí el sentido y el porqué de este libro. De acuerdo con Izquierdo7, parece que el «género» es un género que se vende bien. Numerosos congresos, jornadas, publicaciones, librerías, bibliotecas, proyectos y líneas de investigación u organismos políticos, incluyen en sus contenidos y programas el término «género», aunque apenas tenga relación con su significado inicial. Con este estudio, pretendo contribuir al esclarecimiento de la con­ fusión que rodea a esta categoría. Para ello, el libro se estructura en cua­ tro partes. En la primera se analizan los orígenes y significados que, a lo largo de estas últimas décadas, se han elaborado en torno a la realidad sexo/género, con John Money, Robert Stoller y el Feminismo Acadé­ mico como principales pioneros en la utilización y desarrollo de esta variable. Desde diferentes ámbitos, pero movidos por una misma nece­ sidad, Money y, posteriormente, Stoller y las académicas feministas uti­ lizaron esta categoría para desmitificar el constructo sexo, y desvelar la diversidad de significados que han estado ocultos bajo esta variable. En la segunda parte se profundiza sobre la repercusión que el gé­ nero, como categoría de análisis, ha tenido en la masculinidad y la fe­ minidad psicológicas. Gracias a la demarcación sexo/género, a princi­ pios de 1970, la masculinidad y la feminidad dejaron de considerarse dos categorías mutuamente excluyentes, ahistóribas y naturales para co­ menzar a concebirse como dos dimensiones socioculturales, que pue­ den estar presentes, en diferente grado, en un mismo individuo. Esta re­ 7

Cfr. M. J. Izquierdo: «Uso y abuso del concepto género». En M.Villanova: Pensar las di­

ferencias. Barcelona: PPU, 1994.

formulación de la masculinidad y la feminidad ha traído consigo la re­ visión del trabajo, hasta entonces existente, sobre los sexos. En la tercera parte del libro, se recoge la reconceptualización desa­ rrollada sobre el estudio psicológico de los sexos, en las áreas de meto­ dología y de salud mental, así como sobre la naturaleza integradora in­ herente al concepto género. Por último, la cuarta parte ofrece un marco comprehensivo desde el que analizar esta compleja realidad. En la medida en que la categoría género sea incorrectamente utilizada, bien por una insuficiente infor­ mación, un error interesado o una política oportunista, ésta irá per­ diendo su razón de ser. Como mujer, como psicóloga y psicoterapeuta considero funda­ mental conocer y dar a conocer la incidencia que tiene en nuestra vida el género, como realidad subjetivada y como principio organizador de la interacción social. Cada vez son más los trastornos que podemos re­ lacionar con unas condiciones de vida y con las características de una subjetividad construida desde los patrones culturales vigentes en la so­ ciedad. Al estudiar los orígenes de esta categoría así como su relevante repercusión en el estudio psicológico de la masculinidad y la feminidad pretendo sumarme a aquellos estudios cuyo objetivo principal es hacer visible la desigualdad existente en los sistemas de género así como las estrategias sociales de su legitimación.

PARTE 1: ORIGENES DE LA CATEGORÍA GÉNERO: HISTORIA DE UNA NECESIDAD

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«No hay quizá campo que aspire a ser científico donde los sesgos personales hayan sido más flagrantes la lógica haya sido más martirizada al servicio y apoyo de prejuicios y donde afirmaciones infundadas e incluso tonterías y boberías senti­ mentales hayan cometido tantos excesos como sobre este tema». HELEN THOMPSON WOOLLEY

1. John Money

Aunque «género y feminismo» sean en la actualidad dos realidades estrechamente vinculadas, la variable género se incorpora al lenguaje científico aproximadamente quince años antes del resurgimiento del movimiento feminista, de la mano de un joven doctor en Medicina, John Money1. Hasta mediados del siglo pasado, el término género se utilizaba bá­ sicamente en estudios lingüísticos. Como categoría gramatical servía para clasificar las palabras como femeninas, masculinas o neutras. El concepto género se consideraba un atributo de nombres, adjetivos, ar­ tículos y pronombres, pero no se valoraba como un atributo humano. Será en 1955, cuando, por primera vez, Money acuñe este concepto y señale su importancia en la constitución de la identidad sexual humana. Money sitúa la génesis del concepto género en sus investigaciones sobre el hermafroditismo. Desde 1949, año en que tomó contacto por primera vez con un caso de hermafroditismo provocado por una in­ 1 Actualmente, el Dr. John Money es profesor emérito de Psicología Médica en el De­ partamento de Psiquiatría y Ciencias de la Conducta, y profesor emérito de Pediatría de la Universidad y Hospital Johns Hopkins, en Baltimore. Se le considera como uno de los prin­ cipales investigadores de la sexualidad humana, y entre los galardones que cuenta en recono­ cimiento a sus investigaciones encontramos el premio de distinción científica que la Aso­ ciación de Psicología Americana le otorgó en el área de Psicología, en 1985, y el prestigioso premio del Instituto Nacional de Salud Infantil y Desarrollo Humano, en 1987. Es fundador de la Unidad de Investigación Psicohormonal y de la Clínica de Identidad de Género del Hospital y la Facultad de Medicina Johns Hopkins.

sensibilidad a los andrógenos, su trabajo como investigador ha estado centrado en profundizar en la teoría psicológica de la sexualidad hu­ mana, a través del estudio de estos raros casos de la naturaleza. Money comenzó a interesarse por esta temática en un curso de doctorado que por aquel entonces dirigía el Dr. George Gardner, en Harvard. En él, se presentó el caso de un médico, casado y padre por adopción, que, debido a un síndrome de insensibilidad a los andróge­ nos, tenía una morfología externa feminizada. Cuestionado por esta paradoja, hizo su tesis doctoral sobre la psicología y sexualidad de los hermafroditas, y desde 1951 entró a formar parte del equipo del Dr. Lawson Wilkins, director de la Clínica Endocrinológica Pediátrica del Hospital Johns Hopkins, donde fundó la Unidad de Investigación Psicohormonal en ese mismo año. Money, como estudiante de doctorado y, posteriormente, como co­ laborador del Dr. Lawson Wilkins2, se encontraba ante casos que le ha­ cían cuestionarse la naturaleza univariada de la variable sexo. Desde muy diferentes lugares del país, llegaban a su unidad de in­ vestigación hermafroditas de todas las edades con'malformaciones congénitas de los órganos sexuales. En ocasiones, se encontraba ante ma­ chos genéticos que habían sido incorrectamente rotulados y criados como niñas debido a un síndrome feminizante testicular (figura 1). En otros casos, se le presentaban hembras genéticas que, al padecer un sín­ drome adrenogenital, habían sido equivocadamente asignadas como va­ rones y criadas como tales. Un ejemplo de este tipo de hermafrodi­ tismo es el adolescente que aparece en la figura 2. Cuando nació, los médicos erróneamente le asignaron el sexo varón y le diagnosticaron que tenía un pene hipospádico y unos testículos ectópicos. Tras varios intentos fallidos de corregir la hipospadia del pene, los médicos se die­ ron cuenta de que, lejos de ser un varón genético, gonadal, hormonal y tener una morfología interna propia de un varón, tenía un patrón cro2 El Dr. Lawson Wilkins es considerado como el primer pediatra endocrinólogo del mundo. Gran parte de su trabajo estuvo dedicado al estudio y tratamiento del síndrome adre­ nogenital. Junto con los Doctores Albright y Bartter, demostró que el error hormonal adrenocortical responsable de la hermafroditación y virilización en el síndrome adrenogenital podía ser controlado mediante la administración de cortisona.

Figura 1. Niño recién na­ cido con un síndrome de'insensibilidad a los andrógenos y feminiza­ ción testicular. En su aspecto no es distinguible de una hembra normal.

Figura 2. Adolescente. Diag­ nóstico: hembra genética con sín­ drome adrenogenital, asignada al nacer con el sexo varón. Desde los 3,6 años recibe tratamiento quirúr­ gico y hormonal para masculinizar su anatomía externa. Edad en que se toma la foto Í5}Í años4. 4 Figuras tomadas de J. Money y A. A. Ehrhardt: Desarrollo de la sexualidad humana. Dife­ renciación y dimorfismo de la identidad de género. Madrid: Morata, 1982, p. 62 (Versión original

1972). Reproducidas con permiso del editor.

mosómico, gonadal, hormonal y una morfología interna de una mujer, pero que, debido a un síndrome adrenogenital, había sido errónea­ mente asignada con el sexo varón. Tras un diagnóstico correcto, el caso fue remitido al Hospital Johns Hopkins. Los padres no sabían qué hacer. ¿Tenían que seguir conside­ rándolo un varón aunque su biología fuese propia de una mujer? ¿Si se le reasignaba el sexo acorde a su biología, cambiaría también su senti­ miento como varón? ¿Qué repercusiones podría tener todo ello a nivel psicológico? El niño, a los tres años y medio de edad tenía un sentimiento pro­ fundamente arraigado de ser un niño y no ser una niña como su her­ mana menor. Su vivencia de varón aunque era contraria a su biología estaba tan asentada que Money y colaboradores decidieron que el niño siguiera como un varón, haciéndole un seguimiento hormonal y una serie de intervenciones quirúrgicas que le permitieran tener una ana­ tomía externa propia de un varón3. Money, a raíz de sus investigaciones comenzó a ser consciente de la sobrecarga terminológica que tenía la variable sexo. Tal como se consi­ deraba en aquella época, este concepto no le permitía comprender y explicar estos experimentos prohibidos que la naturaleza le mostraba. ¿Acaso deja de ser mujer una adolescente que, al llegar a la pubertad, descubre que tiene un programa genético, gonadal y hormonal propio de un varón? ¿Es menos varón un adulto que, por un problema de her­ mafroditismo o por un error quirúrgico, tiene un pene hipospádico o hiposplásico? ¿Cómo explicar el desarrollo de una identidad edificada sobre una biología que la contradice? Money necesitaba un concepto vinculado a la realidad del sexo, pero diferente de el, que explicase estas contradicciones. El término elegido fue la palabra género, que en latín (genus-eris) significa origen, nacimiento. Necesitaba un constructo que recogiese el papel funda­ mental que la biografía social posnatal desempeña en el proceso de convertir a las personas en mujeres y varones. Un papel que incluso puede modificar los destinos de la biología. 1 Cfr.J. Money, J.G. Hampson y J.L.Hampson: «Hermaphroditism: recommendations concerning asignement of sex, change of sex, and psychologic management». Johns Hopkins Hospital, 97,1955, pp. 284-300. “

El concepto género y sus diferentes acepciones Como indiqué anteriormente, hasta mediados de la década de los años cincuenta, el término género era patrimonio de la gramática y de los estudios lingüísticos. Sólo en contadas ocasiones esta palabra había sido utilizada como sinónimo de sexo. En un estudio realizado por Money sobre la historia del término género, señala una carta escrita en 1709 por la distinguida M.W. Montagu a la Señora Wortley, como la cita más antigua donde se utiliza el término género como sexo: «Del bello sexo... mi único consuelo por ser de ese género ha sido la se­ guridad que me ha dado de que no me casaré nunca con alguien de él»5.

La primera vez que este concepto se utiliza en las Ciencias Médicas es en 1955, en el artículo «El Hermafroditismo, el Género y el Hiperadrenocorticalismo Precoz: Descubrimientos Psicológicos», publicado por Money en el boletín del Hospital Johns Hopkins. En este artículo, Money nombra la realidad del género a través del término «gender role». Por rol de gé­ nero entiende: «Todo cuanto una persona dice o hace para indicar a los demás o a sí misma el grado en que es niño o varón, o niña o mujer respectivamente. Se incluye aunque no se restringe el sentido erótico de la sexualidad»6.

Posteriormente, junto con Joan Hampson y John Hampson ofre­ cerá una definición más descriptiva de este concepto con el fin de po­ der valorar el rol de género de aquellos pacientes que llegaban a la uni­ dad de investigación psicohormonal: «El rol de género se evalúa en relación con lo siguiente: formas generales de expresarse, porte externo y modos de comportamiento; preferencias en el juego e intereses recreativos; temas de conversación espontánea en conversaciones no forzadas y comentarios casuales; contenidos de los sueños y de las fantasías diurnas; respuestas a preguntas indirectas y tests 5 Cfr. J. Money: «The Concept of Gender Identity Disorder in Childhood and Adolescence After 39 Y qslts».Journal of Sex and Marital Therapy, 20,1994, pp. 163-177. 6 Money., Op. cit., 1955, p. 254.

proyectivos; constancia de las prácticas eróticas y, finalmente, las respues­ tas de la propia persona cuando le preguntan directamente»7. Según Money, el concepto «rol de género» salvaba el obstáculo ter­ minológico que encontraba en la definición tradicional de rol sexual que, al estar muy centrada en las actividades erótico-genitales del sexo, no era válida para describir muchos de los casos de hermafroditismo. Sin embargo, utilizando el término «rol de género», Money podía afir­ mar que un varón tenía una identidad y un rol masculino aunque no tuviera pene y no pudiera orinar o copular como un varón. Al ser el rol de género un concepto de más amplitud, podía integrar las actividades no eróticas ni genitales que también forman parte de los roles asigna­ dos a varones y mujeres, y que están prescritos cultural e histórica­ mente8. Money, fiel a su concepción unitaria del género, no quiso inicial­ mente incluir como derivado el término «identidad de género» ya que, para él, identidad y rol de género eran las dos caras de una misma mo­ neda, las expresiones —pública y privada— de una misma realidad. Utilizando únicamente el término rol de género quería expresar esta unidad conceptual. Para explicarlo Money lo compara con una repre­ sentación teatral: «En el teatro, un actor representa un rol. Un buen actor puede incluso continuar asumiéndolo fuera del teatro, mientras la obra está en cartel. Pero un rol de género no es tan efímero. Pertenece, de modo indefinido, a la persona que lo ejecuta y lo vive cotidianamente. Así pues, un rol de género no se experimenta como un papel social y dictado, como el que debe representar un actor en una pieza teatral, sino que es experimen­ tado, en primer término, como la propia identidad de género y se mani­ fiesta a los demás en lo que uno dice y hace»9. 7 J. Money, J. G.Hampson y J. L. Hampson: «An examination of some basic sexual concepts: the evidence of human hermaphroditism». Bulletin Johns Hopkins Hospital, 97, 1955, p. 302. 8 Cfr. J. Money: «Gender Role, Gender Identity, Core Gender Identity: Usage and Definition ofTerms».Journal Academic Psychoanalysis, 1,1973, pp. 397-403. 9 J. Money: Introducción a la edición española. En J. Money y A.A. Ehrhardt: Desarrollo de la sexualidad humana. Diferenciación y dimorfismo de la identidad de género. Madrid: Morata, 1982, p.7. (Versión original 1972).

Sin embargo, esta visión unitaria del género no fue asimilada por las ciencias sociales y de la conducta. Desde mediados de los años sesenta, teóricos como Stoller10 defenderán el uso del término «identidad de género» de forma independiente del término «rol de género». Este he­ cho llevó a Money a incorporar una doble acepción a su vocabulario: «Gender Identity» y «Gender-Identity/Role (G-I/R)», de modo que en 1967, definirá identidad de género como:

«La igualdad a sí mismo, la unidad y persistencia de la propia identidad como varón o mujer (o ambivalente), en mayor o menor grado, en es­ pecial tal como se experimenta en la conciencia de uno mismo y en la propia conducta. La identidad de género es la experiencia privada del rol de género, y el rol de género es la expresión pública de la identidad de género»11. Unos años más tarde, coherente con su principio unitario del gé­ nero, Money adoptó el acrónimo G -I/R (Gender- Identity /Role) con el intento de unificar ambos términos. Por G -I/R (identidad de género/rol) entiende:

«La identidad de género es la experiencia privada del rol de género, y el rol de género es la manifestación pública de la identidad de género. Am­ bas son como las dos caras de una misma moneda, y constituyen la uni­ dad G-I/R»12. La diferenciación y dim orfism o de la G -I/R Money, junto con sus colaboradores, fue uno de los pioneros en ofrecer una visión estructurada del proceso de diferenciación sexual 10 Cfr. R. J. Stoller: «A contribution to the study of gender identity». InternationalJournal

of Psychoanalysis, 45,1964, pp. 220-226.

11 Money, Op. cit., 1973, p.398. 12 J. Money: Gay, Straight, and In-Between. TIte Sexology ofErotic Orientation. Oxford: Ox­ ford University Press, 1988, p.201.

del individuo desde una perspectiva evolutiva. Su trabajo en la Clí­ nica de la Identidad de Género le exigía conocer la influencia que ejercen los determinantes multivariados del sexo en el proceso de la sexuación humana. Necesitaba saber cuándo era pertinente reasignar un nuevo sexo a una persona, qué factores debían considerarse indi­ cativos para ello y hasta qué edad podía ser psicológicamente sano llevarlo a cabo. Como queda reflejado ya en sus primeros artículos, el trabajo em­ pírico de Money y colaboradores fue minucioso y detallado. La gran diversidad de síndromes que llegaban a la unidad de investigación le permitía analizar las interacciones y posibles influencias que tienen lu­ gar entre los factores que integran la naturaleza multivariada del sexo. Metódicamente, investigaba la influencia de cada uno de los factores que componen el proceso de sexuación prenatal (sexo cromósomico, gonadal, hormonal y morfológico) en los factores que acontecen tras el nacimiento (el sexo de asignación y de crianza, y el establecimiento y desarrollo de la identidad y rol de género). De forma reiterada constató que la convicción básica de pertenecer a uno u otro sexo no estaba directamente determinada por el patrón cromosómico, gonadal u hormonal, ni tan siquiera por los tractos in­ ternos y externos de la morfología genital de una persona. El senti­ miento íntimo de vivirse niño o niña radicaba fundamentalmente en las conductas dimorfas que los padres tienen ante el sexo asignado, en la historia biográfica posnatal. Si una hembra genética, gonadal y hor­ monal se siente varón es porque sus padres y su entorno nunca han du­ dado de que lo sea. Desde su nacimiento se le ha nombrado, vestido, peinado y criado siguiendo el modelo de masculinidad prescrito por la cultura, y transmitido a través del intercambio social y del poder de la comunicación13. Para Money, la identidad y rol de género es la culminación de un proceso multivariado y secuencial. Un proceso que tiene su inicio en la vida intrauterina con la fecundación y que alcanza su culminación en 13 Cfr. Money y Ehrhardt, Op. cit., 1982.

el período posnatal. La figura 3 muestra cada uno de los factores que forman parte de la evolución del dimorfismo sexual así como la se­ cuencia cronológica en que ejercen su influencia. Money explica este proceso secuencial comparándolo con una carrera de relevos, cuyo inicio se establece en el momento de la fertili­ zación. «El programa de dimorfismo sexual es transportado primero por el cro­ mosoma sexual X o por el Y suministrado por el progenitor masculino, para aparearse con el cromosoma X procedente del progenitor feme­ nino. La combinación cromosómica XX o XY pasará el programa a la gónada indiferenciada, para determinar su destino como testículo o como ovario. A continuación, los cromosomas sexuales no ejercerán una influencia directa conocida sobre la consecutiva diferenciación sexual y psicosexual»14.

En función de la presencia de la dotación genética del cromosoma Y, la gónada que hasta entonces se manifestaba indiferenciada y bipotencial se convertirá en ovario o testículo, pasando el relevo del dimor­ fismo sexual a las secreciones hormonales de sus propias células, las cua­ les serán responsables de una nueva y trascendente bifurcación sexual. La presencia o ausencia de las secreciones testiculares serán responsa- bles de la configuración sexual de los genitales, tanto externos como internos, así como, también, de ciertos patrones de organización cere­ bral del sistema nervioso central y, en especial, de las vías hipotalámicas. Por último, será la morfología externa la que pase el programa a aquellas personas que son responsables de la asignación de sexo y de crianza del bebé. En función del sexo asignado se pondrá en movi­ miento una cadena de respuestas sexuales dimorfas por parte de los pa­ dres y del entorno, que serán las principales responsables de la diferen­ ciación y establecimiento de la G-I/R. Aunque, según Money, la mayor parte de la diferenciación de la identidad de género se debe a la crianza, al aprendizaje vivido en el pe­ ríodo posnatal, con ello no quiere entrar en la controversia heren14 Ibid., p. 24.

Cromosomas

I

XX XY

Gen SRY

TDF

Antígeno H-Y

Gónadas fetales _______ I_____ Hormonas

i— Apariencia genital

Comportamiento del entorno

Vías nerviosas

Imagen del cuerpo Hormonas puberales

Identidad de género / rol infantil Erotismo puberal

Morfología puberal

---------------------- 1-----------IDENTIDAD DE GÉNERO/ROL

Figura 3. Determinantes multivariados y secuenciales de la identidad de género/roV5 15 Money, Op. cit., 1994, p. 171.

cia/ambiente, y «caer en la trampa del dualismo cuerpo-mente»16. De forma continuada, a través de sus escritos subrayará que la G -I/R no es pro­ ducto únicamente de una sola de estas realidades, que sexo y género no deben considerarse dos realidades antónimas. Es necesario comprender esta realidad desde un paradigma interaccionista que recoja la formula­ ción: herencia/período crítico/ambiente17. En palabras de Money: «La naturaleza, la herencia y el medio ambiente interactúan durante el período crucial del desarrollo. El correspondiente efecto se ve aumen­ tado a través de subsiguientes interacciones, hasta que el producto final queda fijado permanentemente»18.

Es en el cerebro donde tiene lugar la unificación del determinismo biológico y social. Según Money, existe un estrecho paralelismo entre la programación de la identidad psicosexual y la programación del de­ sarrollo del lenguaje: «La adquisición del lenguaje también es un proceso de aprendizaje. Pero este establecimiento del habla oral, sintáctica y conceptual tan sólo es posible en la especie humana, ya que exige, en primer término, la pre­ sencia de un cerebro que haya sido filogenéticamente programado para adquirir el lenguaje. Después será preciso que este cerebro interactúe con otros miembros de la especie que tienen antecedentes de utilización de un lenguaje. Esta interacción entre cerebro y ondas sonoras está filogenéticamente programada para tener un período específico y sensible del ciclo vital si ha de ser eficaz en el grado óptimo»19.

Para Money, la edad de establecimiento del núcleo de la identidad de género coincide con la edad en que se instaura el lenguaje concep­ tual. Hasta los dieciocho meses, la convicción básica de pertenecer a uno u otro sexo no queda establecida. A partir de entonces se va desa­ rrollando, quedando consolidada a los tres o cuatro años de edad. 16 Money, Op. cit.,1982, p. 9. 17 Esta formulación «herencia/período crítico/medio ambiente» ha sido aceptada por la embriología, y como base de la teoría de la impronta en etología animal (Money, 1985). 18 Money, Op.cit.,1982, p.8. 19 Money y Ehrhardt, Op. cit., 1982, p.171.

Gracias a las investigaciones iniciadas por Money y los Hampson, hoy las reasignaciones de sexo no provocan tantos problemas psicopatológicos como entonces. Siguiendo las indicaciones de estos investiga­ dores, se considera como el límite aconsejado para efectuar cambios de identidad los tres o cuatro años de edad. A medida que el niño o la niña se aleja de estas edades, no se recomienda efectuar reasignaciones de sexo, ya que la probabilidad de que sufra problemas graves de persona­ lidad aumenta considerablemente.

2. Robert Stoller

Aunque el concepto género, en su primera acepción «rol de gé­ nero», resultó en un principio extraño y poco familiar, desde mediados de 1960 fue adoptado con gran rapidez por las ciencias biomédicas y posteriormente por las ciencias sociales, como un complemento nece­ sario del término sexo. La variable sexo y su participación en el esta­ blecimiento de la masculinidad y la feminidad psicológicas comenzó a redefinirse, y el concepto «género» a desarrollarse. Uno de los principa­ les responsables de estos avances fue el Dr. Robert J. Stoller1. El fenóm eno del transexualismo Stoller inició su estudio sobre la categoría género a raíz de sus in­ vestigaciones sobre el transexualismo. Si para Money, la necesidad de este concepto surgió desde su interés por comprender la psicología de los hermafroditas, para Stoller fue su trabajo con los transexuales lo que le hizo plantearse utilizar esta categoría y profundizar en ella. El interés de Stoller por el transexualismo surgió en 1958, al entre­ vistar a una mujer transexual. Hasta entonces, el estudio de la sexuali­ 1 Hasta su muerte en 1991, el Dr. Robert Stoller fue profesor de Psiquiatría de la Univer­ sidad de California en la Facultad de Medicina de Los Angeles. Se le considera un destacado psicoanalista y es uno de los investigadores que más ha estudiado y teorizado sobre el transexua­ lismo, las perversiones y la excitación sexual. Sus aportaciones sobre el desarrollo de la identidad de género echaron por tierra algunas de las teorías que Freud planteó sobre el desarrollo de la masculinidad y feminidad precoces. Como Money, fue fundador de una Clínica de Investiga­ ción dedicada al estudio de la identidad de género, en la Universidad de California (UCLA).

dad humana y, en particular, el estudio sobre este síndrome no le inte­ resaba, al considerarlo una burda patología. Sin embargo, la pasión de esta mujer por convertirse en varón y su incuestionada aceptación como tal en la sociedad tras su cambio de sexo, le llevaron a modificar su postura y a convertir éste y otros síndromes relacionados en objeti­ vos primordiales de su investigación. Desde entonces, Stoller atendió en consulta o en tratamiento a un gran número de transexuales y a sus familias. La mayoría de los casos eran varones anatómica y fisiológicamente normales que, desde su in­ fancia, se habían sentido en un cuerpo equivocado. Desde su más tem­ prana edad se sentían niñas, se identificaban con las mujeres, y tenían un estilo y unos intereses claramente femeninos, a pesar de una anato­ mía de varón que no negaban, pero que deseaban cambiar por encima de cualquier deseo existencial. Stoller, a medida que analizaba estos casos, constataba que la teoría psicoanalítica dejaba abiertos muchos interrogantes. Las generaliza­ ciones sobre el complejo de Edipo o las descripciones metapsicológicas basadas en el ego, en el instinto o en la libido, no le ayudaban a com­ prender esta incongruencia entre cuerpo e identidad. Necesitaba otros conceptos, otra terminología que le permitiera explicar lo que estaba ocurriendo en la identidad de aquellas personas, sumidas en la encruci­ jada de la transexualidad. Por aquel entonces, Stoller estaba familiarizado con los trabajos que Money desarrollaba sobre el hermafroditismo y el rol de género. Como él, también había tratado diferentes casos de intersexualidad y había com­ probado la importancia que tiene el sexo de crianza en el establecimiento de la diferenciación de la identidad. Stoller coincidía con Money en la utilidad de emplear el género como categoría de análisis, pero fue uno de los primeros en diferir sobre su terminología, prefiriendo utilizar los tér­ minos «identidad de género» y «núcleo de la identidad de género» para explicar la génesis y vicisitudes por las que atraviesa la masculinidad y la feminidad. Desarrollo de la fem inidad y la masculinidad Según Stoller, la distinción entre sexo y género supone una termino­ logía operativa que puede acabar con las teorías organicistas en favor de

un análisis más psicosocial de la masculinidad y la feminidad. Igual que Money, considera necesario distinguir sexo de género ya que para él no existe una dependencia biunívoca e inevitable entre ambas dimensiones, por el contrario, situaciones como el transexualismo le confirman que ambas dimensiones pueden tener un desarrollo independiente. Stoller utiliza la palabra sexo para referirse a los componentes bio­ lógicos que distinguen al macho de la hembra y que engloba los cromo­ somas, las gónadas, el estado hormonal, el aparato genital externo y el aparato sexual interno, las características sexuales secundarias y la organi­ zación cerebral. Stoller relaciona el adjetivo «sexual» con la anatomía y la fisiología, mientras que el término género lo reserva para señalar el domi­ nio psicológico de la sexualidad, que abarca los sentimientos, papeles, pensamientos, actitudes, tendencias y fantasías que, aun hallándose liga­ dos al sexo, no dependen de factores biológicos. Para Stoller el género es de orden psicológico y cultural, alude a la masculinidad y la feminidad sin hacer referencia a la anatomía y fisiología2. A lo largo de su obra, de forma reiterada señala la conveniencia de utilizar los términos «macho» y «hembra» para referirse al sexo, y propone «masculinidad» y «feminidad» para calificar al género. Desde esta conceptualización, a diferencia de Money, plantea estudiar la génesis y desarrollo de la masculinidad y la fe­ minidad fundamentalmente a través de dos conceptos psicológicos: identidad de género y núcleo de la identidad de género3. Stoller emplea y describe por primera vez estos términos en una co­ municación presentada en el 23° Congreso Internacional de Psicoaná­ lisis4. Como señala con acierto Faure-Oppenheimer, para Stoller la identi­ dad de género es: «Un concepto esencialmente psicológico que tiene sus raíces en la acti­ tud de los padres y de la sociedad respecto a la anatomía y la biología a las cuales impregnan»5. 2 Cfr. R.J.Stoller.: Sex and Gender. The Development ojMasculinity and Femininity. London: Karnak Books, 1968. 3 Cfr. Stoller, Op.cit., 1964. 4 Stoller señala que el término «identidad de género» surgió como fruto de una serie de discusiones que sostuvo con Ralph Greenson para dar forma al trabajo que presentó en el Congreso de Estocolmo en 1963, y que fue publicado un año más tarde en la revista Interna­ tional Journal of Psychoanalysis.

5 A. Faure-Oppenheimer: La elección de sexo. Madrid: Akal, 1986, p.10.

En palabras de Stoller, la identidad de género es: «Esa parte del yo compuesta por un haz de convicciones relacionadas con la masculinidad y la feminidad6. Se refiere a la combinación de mas­ culinidad y feminidad de un individuo, lo que implica que tanto la mas­ culinidad como la feminidad se encuentran en cualquier persona, pero difieren en forma y grado. No es lo mismo que ser macho o hembra, ya que esto tiene una connotación biológica; la identidad de género im­ plica un comportamiento motivado psicológicamente»7.

Según Stoller, la masculinidad y la feminidad se definen como: «Cualquier cualidad que quien la posee siente que es masculina o fe­ menina, y que fundamentalmente se derivan de las actitudes parentales desarrolladas especialmente en la infancia. Actitudes que son más o menos las que mantiene la sociedad en general y que aparecen filtra­ das a través de la propia idiosincrasia de la personalidad de los pa­ dres»8.

Para comprender la génesis de la masculinidad y la feminidad, Sto­ ller distingue la adquisición del núcleo de la identidad de género como el primer estadio en el desarrollo de dicha identidad. El núcleo de la identidad de género es: «Ese primer y fundamental sentimiento de pertenecer a un sexo y no a otro9. Es esa convicción, establecida en los dos o tres primeros años de vida, de que uno pertenece a un sexo determinado»10.

Para Stoller, es importante que se diferencie la identidad de género, propiamente dicha, de su núcleo, ya que aunque son aspectos relaciona­ 6 R. J. Stoller: Splitting: a case of female masculinity. London: Hogarth Press, 1973, p.313. 7 R. J. Stoller: Presentations of Gender. New Haven and London: Yale University Press, 1985, p.10. 8 Ihíd., p .ll. 9 R.J. Stoller: Sex and Gender, Vol.IhThe Transexual Experiment. New York, NY: Jason Aronson, 1975, p.33. 10 R.J. Stoller: «Identidad genérica». En A. M. Freedman, H. I. Kaplan y B.J. Sadock (Eds.): Tratado de Psiquiatría (Vol.II). Madrid: Salvat, 1982, p.1555.

dos, sin embargo, tienen un significado diferente. El núcleo de la identi­ dad de género es la parte más precoz, profunda y permanente de la iden­ tidad genérica. Es esa convicción, ese sentimiento que un niño y una niña tienen de ser varón o mujer, que se halla establecida antes del des­ cubrimiento de la diferencia anatómica y del significado sexual de los órganos genitales. Este núcleo esencialmente inalterable, este saberse varón o mujer, es el primer paso en el desarrollo de la identidad de gé­ nero y el nexo alrededor del cual la masculinidad y la feminidad se de­ sarrollarán gradualmente. Así pues, mientras que el núcleo de la identidad de género se establece como invariable e irreversible hacia los dos o tres años de edad, la identidad de género masculina y/o femenina seguirá desa­ rrollándose y modificándose a lo largo de la vida. Esta afortunada dis­ tinción conceptual nos permite tener una mejor comprensión acerca de la complejidad del sentido de identidad. Por ejemplo, podemos describir a un varón transexual como una persona que se siente mu­ jer (núcleo de la identidad de género), aunque su biología y anatomía sea propia de un varón (identidad sexual), y pueda manifestarse femenino y/o masculino (identidad de género). Aunque Stoller, a diferencia de Money, apenas utiliza el término rol de género, en 1968 lo definió como: «La conducta manifiesta que desarrollamos en la vida social, el rol que desempeñamos, especialmente ante otras personas para dejar establecida nuestra posición ante ellos en lo que se refiere a la evaluación del propio género y el de los otros»11.

Para Stoller, a veces, es difícil analizar este concepto, ya que, al jugar un papel importante en la conducta sexual, puede resultar complicado separarlo de las connotaciones biológicas que subyacen en dicha con­ ducta. Desde la década de los sesenta, Stoller dedicó gran parte de su in­ vestigación a estudiar los orígenes del núcleo de la identidad de género. Motivado por el análisis de la dinámica familiar en los casos de transexualismo, se centró en los diferentes elementos que contribuyen a su formación. A medida que aumentaba el número de familias tratadas, 11 Stoller, Op.cit., 1968, p.10.

fue haciendo más complejo y matizando su análisis evolutivo sobre esta convicción básica, hasta llegar a la conclusión de que la identidad de género: «Es el resultado de tres clases de fuerzas: biológicas, biopsíquicas e intrapsíquicas, que responden a los requerimientos ambientales y, en espe­ cial, a las actitudes parentales y sociales»12.

La identidad de género se produce fundamentalmente por las ex­ periencias vividas a partir del nacimiento. Sus estudios con transexuales y hermafroditas le confirmaron el poder que los factores posnatales, y en especial la madre —como objeto primario, anaclítico y narcisizante— tienen sobre la biología. Stoller considera que las fuerzas biológicas (anatomía y fisiología genital externa), originadas en el período prenatal y procedentes de los diferentes determinantes del sexo, juegan un papel en la identidad de género como condición previa, destacándose dentro de los factores biológicos como una de las fuentes de la futura identidad genérica. Igual que Money, Stoller considera que la apariencia genital externa es el primer criterio a partir del cual se inicia el proceso de atribución del género. Los genitales externos sirven como signo para adscribir al bebé a un sexo determinado, y facilitan la construcción de una imagen cor­ poral que refuerce progresivamente dicha identidad. En un desarrollo normal, la biología refuerza la identidad de género; sin embargo, en ca­ sos de transexualismo o en aquellos donde se produce una alteración por un síndrome cromosómico, gonadal u hormonal, ésta puede verse subyugada por la convicción y las actitudes parentales. Para Stoller, las fuerzas biológicas tienen un papel moderado y reversible, menor que el poder que ejercen los factores biopsicológicos y las fuerzas ambientalintrapsíquicas. Un segundo tipo de factores que destaca Stoller en la formación de la identidad de género son los fenómenos biopsicológicos: «Son los primeros efectos posnatales causados por la manera habitual de tratar al niño —el condicionamiento, la impronta y otras formas de 12 Stoller, Op.cit., 1982, p. 1554.

aprendizaje—, que especulamos modifican permanentemente el cerebro del niño/a y los comportamientos resultantes, sin que los procesos men­ tales de éste le protejan de tales estímulos sensoriales»13. Este factor está relacionado con lo que Stoller llama las fuerzas anibientales-intrapsíquicas, tercera fuente esencial en el establecimiento del núcleo de la identidad de género. Esta tercera categoría alude tanto a los efectos de modelado (premios y castigos) como a los efectos del trauma, la frustración y el conflicto, así como a los intentos de la per­ sona por solucionarlos. Aunque estos dos últimos factores se refieren a las relaciones paternofiliales, Stoller prefiere distinguirlos para enfatizar la naturaleza no mental de las fuerzas biopsicológicas que se desarrollan a través de los cuidados vitales, conscientes o inconscientes. Aunque la masculinidad y la feminidad puedan tener unas raíces biológicas, en su mayor parte son fruto de las experiencias de aprendizaje (impronta, condicionamiento clásico, operante y visceral) y de las modificaciones que resultan de la frustración, el trauma y los conflictos intrapsíquicos y los intentos por resolverlos. Según Money14, Robert Stoller fue el primer psicoanalista que re­ conoció la importancia de distinguir entre «sexo y género». Gran parte de su obra está dedicada a introducir y desarrollar el concepto género en la teoría psicoanalítica. Sus aportaciones teóricas sobre el desarrollo de la identidad de género supusieron una revolución dentro del círculo psicoanalítico y un medio de difusión para que esta categoría fuese te­ nida en cuenta en el ámbito de las ciencias sociales. Stoller rebatió algunas de las teorías freudianas sobre el desarrollo de la masculinidad y la feminidad. Por ejemplo, estuvo en total desa­ cuerdo con la teoría de la masculinidad innata. Como señala Badinter15, si Freud reduce la bisexualidad originaria al primado de la mascu­ linidad, Stoller sugiere que dicha bisexualidad originaria se reduce al primado de la feminidad, siendo así el primer psicoanalista que utilizó el concepto protofeminidad para referirse a esa primera etapa de la vida en la que se da un ideal del yo primario femenino en ambos sexos, re­ 13 Stoller, Op. cit., 1985, p.12. 14 Cfr. Money, Op. cit., 1973. 15 Cfr. E. Badinter: X Y la identidad masculina. Madrid: Alianza, 1993.

sultado de la identificación especular, debida a la simbiosis madre-bebé. Al ser la madre quien realiza las labores de maternaje, se erige en el ideal del yo temprano, tanto para el niño como para la niña, esta­ bleciendo para ambos sexos una teoría preedípica de la feminidad y provocando diferencias en el proceso de separación-individuación. Los niños necesitarán separarse de la madre para poder desarrollar su mas­ culinidad, mientras que para las niñas su feminidad no dependerá de que logren dicha separación. Desde esta perspectiva, Stoller difiere de la argumentación defendida por Freud sobre el carácter primario de la envidia del pene. Para él, ésta no es sino secundaria dado que la niña ya ha establecido su núcleo de identidad antes del reconocimiento de la diferenciación genital, sin vivir conflicto intrapsíquico alguno.

3. El movimiento feminista

Si a Money le debemos la consideración de la categoría género, como lenguaje de ciencia, y a Stoller su certera distinción entre los di­ ferentes componentes psicológicos que articulan esta realidad, al movi­ miento feminista hemos de agradecerle la incorporación de esta cate­ goría al ámbito de las ciencias sociales, así como su posterior desarrollo como enfoque teórico. Para el movimiento feminista, la categoría género es una opción epis­ temológica y metodológica fundamental para analizar, cuestionar y trans­ formar las condiciones de vida de las mujeres y los varones. Desde princi­ pios de los años setenta, esta categoría ha sido utilizada por la rama académica del feminismo por su capacidad analítica, explicativa e integradora de la subjetividad humana. A través de este enfoque teórico, las aca­ démicas feministas han logrado crear un espacio legitimado científica­ mente desde donde cuestionar y proponer nuevos sentidos de identidad. El silenciam iento de las mujeres Comprender la vinculación existente entre feminismo y género exige hacer un recorrido del devenir de las mujeres en la historia. Co­ nocer las vicisitudes que las mujeres como colectivo han vivido, ayuda a captar lo que ha supuesto la categoría género para este movimiento social, intelectual, cultural y político que ha revolucionado y cuestio­ nado aquellas esferas del saber que tienen como objeto de estudio al ser humano.

Hasta mediados del siglo XIX, las mujeres eran un colectivo escon­ dido en la historia y excluido de la ciencia. Su ausente protagonismo como sujetos sociales quedaba silenciado por la omnipotente presencia de los varones como modelo y medida de todas las cosas. El varón, re­ presentante homologado del ser humano, era considerado el referente de la humanidad, el único objeto y sujeto digno de interés social y científico. Como denunciaba en el siglo XVII Poulain de la Barre, las mujeres estaban castigadas a una perpetua minoría de edad. Si existía alguna concepción teórica sobre la mujer, quedaba distorsionada por una gran cantidad de prejuicios alimentados por tabúes religiosos y su­ persticiones1. Pero al igual que no hay pueblos sin historia, tampoco hay historia sin mujeres. Los sucesivos cambios económicos, políticos y científicos que acontecen a lo largo de los siglos XVII y XVIII en el orden social, favorecieron un nuevo rumbo en la historia de las mujeres. De acuerdo con Giberti2, fue necesario que se dieran una serie de condiciones his­ tóricas y un clima sociopolítico que registrase desigualdades e injusti­ cias, para que otros grupos pudieran ensayar sus reivindicaciones. La guerra civil inglesa, la revolución francesa y la revolución in­ dustrial trajeron consigo un gran desarrollo político y económico, que incidió notablemente en la vida social de la familia y de las mujeres. La Gloriosa Revolución de 1689 y cien años después, la Revolución Francesa, creaban unas condiciones para que la igualdad y el derecho a la ciudadanía pudieran pensarse para ambos sexos. Desde 1789, las mu­ jeres del pueblo colaboraron activamente en el proceso de la revolu­ ción. Junto a los varones, tomaron la Bastilla y en los años siguientes se organizaron en grupos y crearon instituciones para hacer valer sus de­ rechos. Por otra parte, la revolución industrial produjo un profundo cam­ bio en el sistema y organización del trabajo, y en las relaciones sociales de producción. La expansión capitalista permitía la incorporación nia1 Poulain de la Barre, discípulo de Descartes, es considerado uno de los primeros pensa­ dores feministas que desde las filas del racionalismo defienden la igualdad como legítimo de­ recho de todo ser humano. Entre sus escritos en favor de los derechos de la mujer, podemos destacar «De VEgalité des deux sexes, Discours physique et moral ou Van voit Vimportance de se défaire des prejugés», publicado en 1673. 2 Cfr. E. Giberti: Tiempos de Mujer. Buenos Aires: Sudamericana, 1990.

siva de las mujeres al mercado laboral y el acceso a una educación. Pero pese a ser protagonistas de los movimientos revolucionarios y partici­ par en el sistema de producción, las mujeres a finales del siglo XVIII se­ guían siendo consideradas menores de edad. La igualdad sólo era un derecho disfrutado por los varones. El derecho a una educación, al voto, y a un salario justo, una reivindicación de las mujeres. A favor de los derechos de la mujer A finales del siglo XVIII, las mujeres comienzan a defender en las calles, en las instituciones, en las fábricas y a través de diferentes escritos sus derechos cívicos, políticos y laborales. Se estructuran en grupos, que por aquel entonces eran llamados «movimientos por la igualdad de derechos», para reclamar un lugar y su protagonismo en la historia. En 1791, Olympe de Gouges, directora del periódico sufragista «L’Impacient», publica la primera Declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana. Un año más tarde, en apenas seis semanas, Mary Wollstonecraft redacta uno de los textos emblemáticos fundacionales del femi­ nismo, Vindicación de los derechos de la mujer. En esta obra, Wollstonecraft recoge los principales temas que desde el siglo XV habían sido debati­ dos y argumentados por feministas como Christine de Pisan (c.1365c.1430), Marie de Gournay (1566-1645), María de Zayas (1590-1660), Anna María van Schurman (1607-1678), Mary Astell (1666-1731) o Catherine Macaulay (1731-1791)3. Vindicación de los derechos de la mujer inauguró una nueva etapa en el pensamiento feminista. En esta obra, Wollstonecraft reclama al Estado el derecho de las mujeres a ser sujetos sociales y políticos, defiende la 1 Christine de Pisan, escritora feminista de la corte francesa, es la primera mujer de quien se conoce su participación en el debate literario y filosófico que desde principios del siglo XV tuvo lugar sobre la valía de las mujeres. En este debate, conocido como las «querelles des feinmes», se discutía sobre la naturaleza de la mujer, sobre su posible educación y sobre el trato que ésta dispensa a los varones dentro y fuera del matrimonio. En su obra El libro de la ciudad de las damas (1405) inicia una nueva línea de pensamiento sobre la na­ turaleza y los derechos de las mujeres que será retomada por otras feministas en laVenecia del siglo XVI, en las ciudades de Londres y París del siglo XVII y en el feminismo de finales del XVIII y del XIX.

igualdad entre mujeres y varones, rechaza los prejuicios e imágenes mi­ sóginas que prestigiosos eruditos como Rousseau tenían de las muje­ res, y exige una misma educación para ambos sexos4. Gracias a la lucha, en ocasiones heroica, de muchas mujeres, como Olympe de Gouges, que fue decapitada al considerar el tribunal revo­ lucionario que sus declaraciones, como «la mujer nace libre e igual al hom­ bre en derecho», incitaban a la agitación y a la violencia, el derecho a una educación superior, al ejercicio de profesiones y ocupaciones de carác­ ter social y a la ciudadanía se hizo realidad. A lo largo del siglo XIX, las universidades abrieron sus puertas a las mujeres. Se crearon colegios universitarios femeninos, y las mujeres co­ menzaron a acceder a una carrera y a un trabajo en el ámbito de las ciencias. A finales del siglo, la educación superior era un derecho con­ seguido en Francia, Inglaterra, Bélgica, Holanda, Suiza, Italia, Suecia, Noruega, Dinamarca, España, Estados Unidos, Grecia, Rumania, Aus­ tria, Rusia y Alemania. Como ya planteaba Christine de Pisan en 1405: «Si fuera costumbre enviar a las hijas a la escuela lo mismo que a los hi­ jos, si a aquéllas les enseñaran ciencias naturales, aprenderían de forma tan total y comprenderían las sutilezas de todas las ciencias y artes tanto como los hijos»5.

En los inicios del siglo X X , un gran colectivo de mujeres, en su mayoría de clase media, aprovecharon esta oportunidad, y se incorpo­ raron a organizaciones científicas y a trabajos que hasta entonces eran patrimonio exclusivo de los varones empezando a hacerse presentes en el espacio público, y convirtiéndose en objeto de interés cientí­ fico. Pero pese a ser mucho lo conseguido por las mujeres, sería erróneo creer que ya por entonces éstas gozaban de los derechos y oportunida­ des que casi un siglo después gozamos hoy las mujeres. 4 Cfr. M. Wollstonecraft: Vindicadón de los deredios de la mujer. Madrid: Cátedra, 1994 (Versión original 1792). 5 C. de Pisan: La dudad de las damas. Madrid: Ediciones Siruela, 2000, p. 119 (Versión original 1405).

Las mujeres com o segundo sexo La incorporación y el éxito de las mujeres al ámbito de las ciencias fue vivido por los varones como una usurpación y una amenaza. Como expresa gráficamente Rossiter: «Aunque en 1920, las mujeres podían decir que tenían abiertas las puer­ tas de la ciencia, estaba muy claro que se limitaban a ocupar unos pues­ tos que no pasaban del vestíbulo»6. Los cargos de responsabilidad y de poder estaban vedados a las muje­ res. Se las relegaba a puestos inferiores, de escaso reconocimiento y peor pagados. Se las animaba a que fueran «mujeres de ciencia» en campos como la economía doméstica o la química cosmética; pero se las excluía de los espacios productores del conocimiento7. Este escaso protagonismo también estaba presente en los programas de investigación. Aunque desde mediados del siglo XIX la «mujer» se había convertido en una materia de estudio, este interés no estaba muy generalizado entre los hombres de ciencia. Un ejemplo de ello lo encontramos en la Psicología. Hasta bien entrado el siglo XX, el estudio de las mujeres en la Psi­ cología tradicional estuvo caracterizado por un marcado androcentrismo y apenas estaban representadas en las investigaciones que se rea­ lizaban. La mayoría de las veces, las muestras se componían de varones blancos, universitarios, de clase social media. Como acertadamente apuntan Hare-Mustin y Marecek8, muchos de los conceptos psicoló­ gicos eran definidos exclusivamente desde el punto de vista de la expe­ 6 Citado por S. Harding: Ciencia y feminismo. Madrid: Morata, 1996, p. 56. 7 L. Furumoto: «Shared Knowledge:The experimentalist, 1904-1929». En J. G. Morawski (Dir.): The rise of experimentation in American psychology. New Haven:Yale University Press, 1988; P. M. Glazer y M. Slater: Unequal colleagues: The en trance of women into in professions, 1890-1940. New Brunswick: Rutgers University Press, 1987; M.W. Rossiter: Women scientists in American: Struggles and strategies to 1940. Baltimore: Johns Hopkins University Press, 1982; y E. Scarborough y L. Furumoto: Untold Live$:Thefirst generation ofAmerican women psychologist. New York: Columbia University Press, 1987; nos ofrecen una detallada documenta­ ción histórica sobre la marginación y las dificultades a las que tuvieron que hacer frente las primeras generaciones de mujeres que participaron en la ciencia. 8 Cfr. R.T. Hare-Mustin y J. Marecek: «Marcar la diferencia». En R.T. Hare-Mustin y J. Marecek (Dirs.): Marcar la diferencia. Psicología y construcción de los sexos. Barcelona: Herder,1994.

riencia masculina. La teoría freudiana del complejo de Edipo, la pro­ puesta teórica de Kohlberg sobre el desarrollo moral, o la desarrollada por McClelland sobre la motivación de logro son un claro ejemplo de estos sesgos teóricos y metodológicos. En palabras de Crawford y Marecek, la psicología de la primera mi­ tad del siglo XX era «una psicología sin mujen>. Las mujeres no sólo esta­ ban más o menos ausentes como objetos y sujetos de investigación, sino que el discurso que se hacía sobre ellas era abstracto, mitificador y en gran medida vacío de sus experiencias y sus condiciones de vida. El varón era considerado la norma y la feminidad, su desviación. La reflexión de Hare-Mustin y Marecek ilustra el escaso protago­ nismo de las mujeres como sujetos de investigación: «Había relativamente pocas mujeres que participasen en la psicología tradicional.[...] Eran invisibles incluso las que llevaban nombres destaca­ dos. Freud evoca a Sigmund, y no a Anna; Sherif implica a Muzafer, y no a Carolyn. Las Escalas de Masculinidad y Feminidad de Terman y Miles son conocidas como las Escalas de Terman. El Test de apercepción temática, creado por Henry Murray y Christiana Morgan, recibe el nombre de TAT de Murray. En una entrevista reciente, Erik Erikson y Joan Erikson revelaron que su trabajo sobre la teoría del ciclo vital fue elaborada conjuntamente (Goleman,1988); sin embargo, aparece sólo el nombre de él como su autor»9.

Los estudios psicológicos sobre las mujeres se restringían a buscar lo que diferenciaba a este colectivo del varón. Querían encontrar esa «esencia» que hacía que la mujer fuera tan diferente y tan poco dotada por la naturaleza para ejercer determinados roles. La psicología, como otras disciplinas científicas, fue creando una «mística de la feminidad»; un discurso esencialista que, al naturalizar las diferencias, justificaba y legitimaba las situaciones de discriminación y de desigualdad entre los sexos. Por ejemplo, según EdwardThorndike: «Las mujeres, por su naturaleza característica, se someten a los hombres. Un comportamiento de sumisión no es manifiestamente molesto cuando 9 Hare-Mustin y Marecek, Op. cit., 1994, p.22.

reviste la forma de una respuesta instintiva a su estímulo natural. Este es, seguramente, satisfactorio para todo el mundo»10.

En 1953, siguiendo la teoría freudiana, Marie Bonaparte aclara que: «Cuando una mujer protesta enérgicamente contra su masoquismo, su pasividad y su feminidad, puede pensarse que la instancia en cuyo nom­ bre se eleva tal protesta era ya muy fuerte, que la base bisexual original era en ella ya muy amplia. De lo contrario, el masoquismo femenino, esencial a su sexo, habría sido aceptado por ella fácilmente, y sin dar lu­ gar a ningún conflicto»11.

Aunque la conquista de los derechos civiles y de una educación su­ perior supuso un gran avance para la condición femenina12, esto no evitaba que el varón continuara siendo el dueño de la palabra y el mo­ delo de la humanidad. La mujer era considerada «lo otro», una especie de categoría vacía, rebosante de rasgos no masculinos, e incapaz de ser agente de su propia existencia. Fue necesario esperar unas décadas, superar una segunda guerra mundial y vivir una nueva expansión económica para que fuera posible una transformación en las condiciones de vida y en el estudio de las mujeres. Fenómenos como el desarrollo y comercialización de los mé­ todos anticonceptivos, el declive del sector industrial y el crecimiento del sector servicios, el incremento de divorcios y de familias dirigidas por mujeres, las esperanzas emancipatorias creadas por los movimientos de los derechos civiles, el creciente número de mujeres fuera del matri­ monio y el radicalismo de los sesenta permitieron que este cambio fuera posible. 10 Citado por S. A. Shields: «Funcionalism, Darwinism, and the Psychology ofWomen».

American Psychologyst, 30,1975, p. 750. 11 M. Bonaparte: La sexualidad de la mujer. Barcelona: Península, 1974, p.98.

12 En 1869, fue el Estado de Wyoming el primero en conceder el sufragio a las mujeres. Veinticinco años después, Nueva Zelanda se convertirá en el primer país que otorgue el voto a este colectivo. Para 1920, las mujeres de los países escandinavos, de Gran Bretaña, Alemania, Austria, Australia, la URSS y Checoslovaquia ya podían votar, mientras que en Francia, Italia, Portugal, Bélgica y Suiza el sufragio no se concedió hasta después de la Segunda Guerra Mundial. En España, será con el advenimiento de la Segunda República cuando las mujeres puedan votar, siendo el sufragio aprobado en el Parlamento, el 1 de octubre de 1931.

El m ovim iento de liberación de la mujer Desde finales de los años sesenta, alentado por textos como El se­ gundo sexo13, La mística de lafeminidadu , Política sexual15, o La dialéctica del sexo 16 renace un nuevo movimiento en favor de la mujer. El primer fe­

minismo había conquistado el estatus de «individuo» para las mujeres. La segunda ola del movimiento feminista irá más allá, cuestionando el que las experiencias y percepciones de los varones sean el único re­ ferente de la humanidad. El desarrollo técnico-industrial, el avance en el control de la natali­ dad y la expansión económica facilitaron una incorporación masiva de las mujeres al trabajo y a recibir una educación. Estas experiencias mos­ traban a las mujeres su capacidad de autonomía, y una valía que estaba siendo recortada por sus situaciones de discriminación. En sus hogares y en el trabajo, en las relaciones de pareja o en los sindicatos, la igualdad se sentía más como un deseo que como una realidad. Como describe lúcidamente Betty Friedan en su libro La mística de lafeminidad, las mu­ jeres de los cincuenta vivían una extraña ansiedad. Un malestar que aunque no acertaban a ponerle nombre fue impulsor de una gran trans­ formación. A principios de los sesenta, motivadas por la insatisfacción y la ne­ cesidad de encontrarse, las mujeres comenzaron a reunirse en pequeños grupos para expresar sus angustias y comprender su identidad. Estos grupos de reflexión y autoconciencia relanzaron el feminismo con una savia nueva. Las mujeres comenzaron a confiar en sí mismas y a ensayar nuevas formas de ser. Un ejemplo de lo que supusieron estos grupos de concienciación lo encontramos en las palabras de la poetisa inglesa Lilian Mohin17: n Cfr. Simone de Beauvoir: El segundo sexo. Madrid: Cátedra, 1999. (Versión origi­ nal 1949). " 14 Cfr. Betty Friedan: La mística de la feminidad. Madrid: Júcar, 1974. (Versión original 1963). 15 Cfr. Kate Millett: Política sexual. Madrid: Cátedra, 1995. (Versión original 1969). 16 Cfr. Shulamith Firestone: La dialéctica del sexo en defensa de la revolución feminista. Bar­ celona: Kairós, 1976. (Versión original 1970). 17 B. S. Anderson y J. P. Zinsser: Historia de las mujeres: Una historia propia (Vol II). Barce­ lona: Crítica, 1991, p. 464.

«Nos reunimos, porque hemos decidido reunimos, seis mujeres alrededor de una mesa, después del desayuno, hablando... es necesario que nos reunamos, no es fe, sino el paulatino crecimiento de lo que necesitamos, la confianza arrancada de nuestra desconfianza, lo que forma, glóbulo a glóbulo, cucharadas, conversaciones, contactos, tazas, un mar con nuestras propias mareas».

A principios de la década de los setenta, aparece en el escenario académico una corriente crítica de investigación, liderada por teóricas feministas, que trastoca y revitaliza la producción de conocimiento: los Women’s Studies.A través de estos estudios, filósofas, literatas, antropólogas, historiadoras, psicólogas, sociólogas, teóricas de la ciencia, biólogas... exigirán revisar los supuestos epistemológicos hasta entonces exis­ tentes sobre los sexos. Cuestionarán los diferentes significados que desde la ciencia se han atribuido a varones y mujeres, pondrán en tela de juicio los modos en que se han ido adquiriendo estos conocimien­ tos. Denunciarán las estrategias que han legitimado una relación desi­ gual entre varones y mujeres. Desde una labor interdisciplinar, las académicas feministas unirán sus críticas a través de una voz teórica propia, para denunciar las condi­ ciones de producción y reproducción del sexismo en el discurso de las ciencias. Con su presencia como sujetos de investigación buscarán de­ mocratizar los espacios productores de conocimiento. Propondrán una nueva lectura de las categorías «mujer y varón», sensible a las construc­ ciones de sentido, que desde el orden social se ha asignado a ambos se­ xos, y que desde un discurso naturalista ha encorsetado y limitado las potencialidades humanas. Pero para que esta voz fuese escuchada sin prejuicios y descalificaciones, era necesario disponer de un lenguaje, de unos conceptos que no estuvieran marcados por el sesgo del androcentrismo, y que fueran legitimados desde el mismo seno de la ciencia; unas teorías que no fueran tachadas de cienticismo y pura ideología, y que tuvieran en cuenta la naturaleza biopsicosocial del ser humano. Como Money ante el hermafroditismo y Stoller ante el transexualismo, el feminismo académico también experimentaba que los con­

ceptos teóricos existentes dejaban muchos aspectos sin desvelar y ex­ plicar. A principios de los setenta, de la mano de teóricas como Kate Millett, Ann Oakley, Gayle Rubin o Natalie Davis, la categoría género se introdujo en las ciencias sociales para cubrir esta necesidad. En 1969, Kate Millett escribe Política sexual18 uno de los textos más emblemáticos del resurgido movimiento feminista. Libro de cabecera y motor de reflexión para muchas mujeres, esta obra encabeza el listado de escritos feministas en donde se integra «el género» como categoría de análisis. Basada en una amplia y documentada bibliografía, Millett hace un análisis del patriarcado uniendo la crítica literaria con reflexio­ nes antropológicas, económicas, históricas, psicológicas y sociológicas. Esta obra es un buen ejemplo de lo que supone analizar las condicio­ nes de vida de las mujeres desde una perspectiva de género. Con un enfoque interdisciplinar, examina la realidad multidimensional del gé­ nero en su doble vertiente individual y colectiva. Tres años más tarde, la socióloga Ann Oakley emplea la distinción entre sexo y género para rebatir la creencia extendida, en diferentes culturas, sobre la inferioridad biológica de las mujeres. En su libro, Sex, Gender and Society19 hace un análisis del papel que juegan la biología y la cultura en esta supuesta inferioridad, así como sobre la manera en que muchas mujeres interiorizan este sentimiento de inferioridad. Oa­ kley es una de las primeras teóricas que señala la importancia de distin­ guir estas dos realidades para investigar las semejanzas y diferencias en­ tre los sexos. En 1975, desde la antropología y la historia se publicaron dos ensa­ yos que han tenido una gran repercusión en las ciencias sociales. La antropóloga Gayle Rubin escribió su célebre «The Trafile in Women: No­ tes on the “Political Economy” of Sex»20. En este artículo, Rubin introdujo la expresión «sistema sexo/género» como un instrumento 18 Cfr. K. Millet, Op. cit.,1969. 19 Cfr. A. Oakley: La mujer discriminada: biología y sociedad. Madrid: Debate, 1977 (Versión original 1972). 20 Cfr. G. Rubin: «The Trafile in Women: Notes on the “Political Economy” of Sex». En R. R. Reiter (Comp.): Toward an Anthropology of Women. NY: Monthly Review Press, 1975.

útil para analizar la organización social de la sexualidad y estudiar las causas de la opresión femenina. Para Rubin, el sistema sexo/género es: «La serie de disposiciones por las cuales una sociedad transforma la mera sexualidad biológica en un producto de la actividad humana»21.

Este concepto ha supuesto un avance teórico importante en la teo­ ría feminista. En ese mismo año, la historiadora Natalie Davis publicó «Womens history in transition: the European case»22. En este famoso ensayo se in­ corpora la categoría género junto a las variables «clase social y raza» para hacer una interpretación del proceso socio-histórico. Este texto plantea la importancia de tratar el problema de las relaciones existentes entre los sexos desde un modelo teórico que conjugue estas tres cate­ gorías. Asimismo, sugiere no olvidar el carácter relacional que subyace en los estudios de género, y esboza lo que teóricas como Harding, Lagarde, Moore, Scott o Stolcke23 señalan hoy: «analizar las condiciones de pida de las mujeres exige necesariamente abordar la realidad de los varones, exige un esfuerzo integrador». Como describe gráficamente Fina Birulés: «La categoría género se constituyó en la vía a través de la cual los estu­ dios sobre la mujer entraron en la ciencia sin el «molesto» aguijón de la lucha feminista»24.

21 G. Rubin, Op. cit.,1975, p.159. 22 Cfr. N. Davis: «Womens history in transition: the European case». Feminist Studies, 3, 1975/76, pp. 83-103. 23 Harding, Op. cit., 1996. M. Lagarde: Género y Feminismo. Desarrollo humano y democra­ cia. Madrid: horas y HORAS, 1996. H. L. Moore: Antropología y feminismo. Madrid: Cátedra, 1991. J.W. Scott: «El Género: Una categoría útil para el análisis histórico». En J. S. Amelang y M. Nash (Eds.): Historia y Género: las mujeres en la Europa Moderna y Contemporánea. Valencia: Alfons el Magnanim, 1990 (Versión original 1986). V. Stolcke: «¿Es el sexo para el género como la raza para la etnicidad?» Mientras Tanto, 48,1992, pp. 87-111. 24 E Birulés: «Introducción». E Birulés (Comp.): Filosofía y género. Identidades femeninas. Pamplona: Pamiela, 1992, p.13.

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C u a d r o R e s u m e n I. d e s a r r o l l o d e l a c a t e g o r ía g é n e r o Robert Stoller

Pionero en el uso de esta ter­ minología. En 1955 traslada este constructo de la gramática al ámbito de las ciencias biomédicas.

Desarrolla y enriquece la conceptualización del género desde una aproximación intrapsíquica. Introduce este concepto en el ámbito psicoanalítico y lo acerca a las ciencias sociales.

Teóricas feministas como Millett, Oakley, Rubín o Davis introducen esta categoría en el ámbito de las ciencias so­ ciales, convirtiéndose en una de las principales opciones te­ óricas y metodológicas del neofemimsmo.

Emplea este término ante la necesidad de comprender la psicología de los hermafroditas así como para desvelar la so­ brecarga de significados ocul­ tos bajo la variable sexo.

Utiliza este término ante la carencia de términos psicoanalíticos que le permitieran com­ prender la vivencia del transexualismo.

Se emplea este término ante la necesidad de analizar y com­ prender las condiciones de vida de las mujeres y las condiciones de producción y reproducción del sexismo. Se utiliza como instrumen­ to para democratizar los es­ pacios de producción del cono­ cimiento.

En 1955 incorpora este con­ cepto con la acepción «rol de género». Posteriormente, al co­ menzar a utilizarse en el ámbito de las ciencias el término «iden­ tidad de género», introduce la expresión «identidad de gé­ nero/rol» para señalar el carác­ ter unitario de este concepto.

En 1963 introduce este cons­ tructo con una doble acepción: «identidad de género» y «nú­ cleo de la identidad de género».

Dependiendo del ámbito y el nivel de análisis en que nos si­ tuemos, encontramos una gran variedad de acepciones: atribu­ tos de género, roles de género, estereotipos de género, identi­ dad de género...

— Introducción del «género» en el lenguaje científico. — Concepción del sexo como multivariado y multivariadamente determinado. — Investigaciones y descu­ brimientos sobre la reasig­ nación de sexo. — Un modelo evolutivo que recoge el proceso de la se­ xuación humana desde una aproximación interaccional y que supera la controversia «herencia/ambiente».

— Conceptualización sobre la génesis y desarrollo de la masculinidad y feminidad psicológicas. — Distinción entre el núcleo de la identidad de género e identidad de género pro­ piamente dicha. — Estudios sobre la relación entre dinámicas familiares y vivencia del transexualismo. — Introducción de la categoría género en las teorías freudianas modificando algunas de ellas.

Transformación conceptual y metodológica en el estudio psicológico de los sexos: — Ponen en cuestionamiento las supuestas naturalidades que impregnan la realidad de los sexos. — Obligan a reexaminar y reconceptualizar el trabajo académico existente, así como la metodología em­ pleada. — Denuncian las estrategias que legitiman una relación desigual entre los sexos.

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2.a ola de! movimiento feminista

John Money

PARTE 2: LA CATEGORÍA GÉNERO EN EL ESTUDIO PSICOLÓGICO DE LA FEMINIDAD Y LA MASCULINIDAD «En algunas regiones cuando nace un niño se vierte un jarro de agua por la calle, simbolizando que el niño que ha nacido está destinado a recorrer las calles del mundo; cuando nace una niña el agua se vierte en el fogón, significando que su vida se desarrollará en el encierro de las paredes domésticas». GIANINI BELOTTI

4. Feminidad y masculinidad

El sexo del bebé es una de las primeras preguntas que se formulan ante la realidad de un recién nacido. Pertenecer a uno u otro sexo no es un hecho irrelevante ni es un dato que pase desapercibido socialmente, por el contrario, es uno de los primeros criterios que se tienen en cuenta en la interacción social. Se ha comprobado que conforme se va avanzando en edad, el sexo es una de las primeras claves utilizadas para hacer juicios sobre las personas. Se ha constatado que desconocer el sexo de la persona con quien se interactúa crea incertidumbre y pro­ voca el desarrollo de un* proceso de atribución, en torno a esta variable, en función de las características corporales externas o bien por la ma­ nera de ir vestido, de moverse o comportarse. Estudios realizados con bebés cuyo sexo es difícil de determinar por su aspecto indican que, para los adultos, ignorar este dato resulta un hecho estresante, y provoca que se le atribuya un sexo determinado ba­ sándose en creencias estereotípicas. Una investigación que ilustra este hecho fue el Baby X Study; realizado por Seavy, Katz y Zalk1. Estos in­ vestigadores diseñaron este estudio para conocer hasta qué punto podía cambiar la interacción de un adulto con un bebé de tres meses en fun­ ción de la información que se le diera acerca de su sexo. Se selecciona­ ron 42 adultos sin experiencia en tareas paternas y se les informó que iban a colaborar en un estudio sobre las respuestas de los bebés ante la presencia de extraños. A cada uno de ellos se les hizo entrar en una ha­ 1 Cfr. C. A. Seavy, P.A. Katz, y S.R. Zalk: «Baby X:The effect of gender labels on adult responses to infants». Sex Roles, 1,1975, pp. 103-109.

bitación, durante tres minutos, donde había un bebé (niña) de tres me­ ses vestido con un mono amarillo, junto a tres juguetes: una muñeca (juguete femenino), un pequeño balón de fútbol (juguete masculino) y un aro de plástico (juguete neutro). A un tercio de la muestra se le in­ dicó que el bebé era un niño, a otro tercio se le dijo que era una niña, y al tercio restante no se le dio ninguna información al respecto. Mu­ chos de los adultos que componían este último grupo preguntaron cuál era el sexo del bebé y se mostraron incómodos ante esta situación, siendo los varones quienes experimentaron mayor ansiedad. Al finalizar la sesión, casi todos los sujetos que componían esta muestra expresaron que basándose en aspectos como la fuerza o la fragilidad, la falta de pelo o la suavidad y redondez habían asignado un sexo al bebé. El sexo es uno de los principales elementos diferenciadores que im­ pregna toda la estructura social y dicotomiza la conducta humana. Es un organizador básico en todas las culturas y sociedades. Como indica Mischel: «Probablemente ninguna otra categoría es más importante desde el punto psicológico que la que clasifica a las personas en varones y muje­ res, y a las características en masculinas y femeninas»2.

D im orfism o sexual y atribución de género Estudios antropológicos como los que Mead3 realizó sobre las pri­ mitivas tribus de Nueva Guinea, o investigaciones de carácter transcultural como las desarrolladas, por Williams y Best4, ponen de manifiesto que en todas las sociedades existe un modelo normativo adscrito y prescrito a uno y otro sexo. Estos modelos llamados de «masculinidad y feminidad» varían de una cultura a otra y* guardan una especificidad, dependiendo del momento histórico. Son construcciones culturales y temporales que organizan las sociedades y participan en la estructura­ ción de la subjetividad humana. 2 W. Mischel: Introducción a la personalidad. México: Interamericana, 1979, p.269. 1 Cfr. M. Mead: Sex and temperament. New York: Morrow,1935. 4 Cfr. J. E. Williams y D. L. Best: Measuring sex stereotypesrA multination study. Nowbury Park, CA.: Sage.Williams y Best, 1990.

Por regla general, se ha encontrado que en casi todas las culturas es el dimorfismo sexual externo lo que inaugura el proceso de atribución del género, que el entorno se encargará de desarrollar. Según Money y Ehrhardt, el sexo del bebé pone en movimiento una cadena de res­ puestas sexualmente dimorfas que será transmitida de persona a per­ sona a lo largo de la vida. Este proceso está tan arraigado y se produce de manera tan automática que en muchos de los casos, tal como seña­ lan estos autores: «La mayoría de las personas no se dan cuenta de que ellas mismas son las configuradoras, en el niño, de su conducta dimorfa en cuanto al género, y dan por sentado que su propia reacción es la única posible ante las se­ ñales de su hijo o hija, que creen estar preordenadas por alguna verdad eterna para ser dimorfas en cuanto al género»5.

Como expresa gráficamente Strathern6, los modelos de masculini­ dad y feminidad son como moldes vacíos que cada sociedad configura, con una serie de características, roles, actitudes, intereses y comporta­ mientos seleccionados del amplio abanico de las posibilidades huma­ nas. Estos modelos estructuran la vida cotidiana a través de una norma­ tiva que señala los derechos, deberes, prohibiciones y privilegios que cada persona tiene por el hecho de pertenecer a un sexo determinado7. Y aunque el contenido pueda variar en función del contexto étnico, religioso y socioeconómico, se observa como un hecho común a casi todas las culturas que el modelo de masculinidad aparece más valorado y goza de mayor prestigio social que el modelo asignado a las mujeres. «Tanto en una sociedad en la que el hombre teja y la mujer pesque, ex­ presa Millett, como en otra en la que el hombre pesque y la mujer teja, la actividad del varón gozará, de modo axiomático, de mayor prestigio y recibirá mayor remuneración, por hallarse ligada a un poder y a una po­ sición social superiores»8. 5 Money y Ehrhardt, Op. cit., 1982, p. 30. 6 Cfr. M. Strathern: «Una perspectiva antropológica». En O. Harris y K.Young (Eds.): Antropología y Feminismo. Barcelona: Anagrama, 1979. 7 Cfr. Lagarde, Op. cit., 1996. 8 Millet,Op. cit., 1995, p.394.

Son numerosas las investigaciones que desde diferentes ámbitos de la ciencia han constatado y analizado la desigual valoración social sub­ yacente en estos modelos, que aparece reflejada en las situaciones de desigualdad existentes entre los sexos. Un ejemplo lo encontramos en Rosenkrantz,Vogel, Bee, Broverman y Broverman9. Esta investigación fue una de las pioneras en el ámbito de la psicología en el estudio de las desigualdades intersexuales y ha sido una de las que más influencia ha tenido en el estudio de los estereotipos de género. En 1968, así como en posteriores investigaciones10, estos autores encontraron que los atri­ butos que constituían el estereotipo masculino estaban más positiva­ mente valorados que los atributos que configuraban el estereotipo fe­ menino. Si bien es cierto que ha habido un gran avance en torno a esta pro­ blemática, todavía queda mucho por cambiar, como refleja el intere­ sante estudio de Lewis y Tragos11. Estas investigadoras compararon dos muestras de adolescentes en dos momentos históricos diferentes —1956 y 1982— para estudiar la posible influencia que el movimiento femi­ nista ha tenido en las actitudes de los adolescentes hacia los estereotipos de rol de género. Entre los resultados que obtuvieron encontraron que, si bien la muestra de mujeres de 1982 vivía menos insatisfacción con su ser mujer que las de 1956, ambas muestras de mujeres coincidían en sentir que era «difícil y duro ser una mujer», más que el que los varones experimentaran esta dificultad por ser varón. Como veremos a continuación, la masculinidad y la feminidad psi­ cológicas ha sido una de las áreas que se ha visto más transformada por la categoría género. Gracias a esta nueva opción epistemológica, desde principios de 1970 se ha iniciado una nueva etapa en el estudio psico­ lógico de los sexos, dirigida y alentada fundamentalmente por el femi­ nismo académico. A lo largo de estas últimas décadas se han descodifi­ cado los diversos significados atribuidos a varones y a mujeres, se han 9 Cfr. P. Rosenkrantz, S.Vogel, H. Bee, I. Broverman y D. Broverman: «Sex role stereotypes and selfs-concepts in college students».Journal of Consulting and Clinical Psychology, 32, 1968, pp. 287-295. 10 Cfr. I. Broverman, S. R.Vogel, D. Broverman, F. E. Clarkson y P. S. Rosenkrantz: «Sex role stereotypes: A current appraisal».Journal of Sodal Issues, 28,1972, pp. 59-78. 11 Cfr. M. Lewis y L. M.Tragos: «Has the Feminist Movement Influenced Adolescent Sex Role Attitude? A Reassessment after a Quarter Century». Sex Roles, 16,1987, pp. 125-135.

analizado los procesos a través de los cuales se crean, transmiten y se in­ teriorizan psicológicamente estos modelos normativos, y se han exa­ minado las repercusiones que a nivel individual estos modelos referenciales tienen en las condiciones de vida y en el bienestar psicológico de las personas. Evolución conceptual de la fem inidad y la masculinidad Desde los inicios de la humanidad, los conceptos de masculinidad y feminidad han estado presentes en el pensamiento humano, constitu­ yéndose a partir de las reflexiones que los individuos han ido elabo­ rando sobre los significados y consecuencias que supone pertenecer a uno de los dos sexos. Atendiendo al modelo heurístico desarrollado por Juan Fernández12, si nos situamos desde una perspectiva filogenética, los primeros contenidos sobre la masculinidad y la feminidad, presumible­ mente, surgieron como resultado de la reflexión que los primeros seres humanos desarrollaron, para tratar de explicarse el dimorfismo sexual biológico externo. Muy probablemente, estos incipientes conceptos de masculinidad y feminidad se fueron ampliando como consecuencia de la necesidad de nuestros antepasados de hacer frente a las adversidades de la vida. Como señala la historia, los primeros seres humanos tuvieron que organizarse en grupos para poder sobrevivir. En función de las características se­ xuales externas y de las diferentes funciones dentro del proceso repro­ ductivo se asignaron a varones y mujeres una serie de roles diferenciales 12 Juan Fernández analiza la doble realidad sexo/género desde dos perspectivas comple­ mentarias. Desde una perspectiva ontogénica (expuesta en la pag , Figura 4), Fernández pro­ pone un marco integrador que permite explicar los diversos elementos y procesos básicos que constituyen el desarrollo de la tipificación sexual y de género a lo largo del ciclo evolu­ tivo. Por otra parte, desde una aproximación filogenética, plantea y describe el protagonismo que tiene la capacidad de reflexividad humana en el surgimiento y consolidación de los mo­ delos normativos de la masculinidad y la feminidad. Esta perspectiva filogenética, aunque, como indica el mismo autor, es de carácter más generalista y sui generis, ayuda a ilustrar el de­ venir histórico de los constructos masculinidad y feminidad. Para más información véase Fernández, J.: «El modelo heurístico a materializar». En J. Fernández (Coord.): Varones y M u­ jeres. Desarrollo de la doble realidad del sexo y del género. Madrid: Pirámide, 1996.

en beneficio de la vida grupal. El sexo se convirtió en uno de los prin­ cipales criterios para estructurar la sociedad y, en función de éste, varo­ nes y mujeres fueron ocupando un lugar en el hacer social. Con el paso de los años y a través de la tradición oral, estos atribu­ tos y roles adscritos y prescritos a uno y otro sexo fueron estereotipán­ dose. Como señala Juan Fernández13, lo que inicialmente fue fruto de una reflexión y de la conveniencia humana se convirtió en generaliza­ ciones y creencias comúnmente aceptadas acerca de lo que caracteriza y distingue a uno y otro sexo. Con el tiempo, estos modelos diferencia­ les asignados a varones y mujeres fueron tornándose en modelos de de­ sigualdad. Desde un discurso androcéntrico, la masculinidad fue te­ niendo más aceptación y valoración social que la feminidad. Los atributos, roles y estereotipos asignados al varón adquirieron más pres­ tigio y estatus que los adscritos a la mujer. Pertenecer a uno u otro sexo no tendrá en adelante una misma significación social14. Con el correr de los tiempos, se naturalizaron estos atributos y roles estereotipados y asimétricamente jerarquizados. Ser una mujer «sensi­ ble, sumisa, dependiente, responsable del hogar»; o ser un varón «indivi­ dualista, rudo, inteligente o productivo en las finanzas» se consideraron socialmente como derivados naturales de la biología. Las construccio­ nes culturales sobre la masculinidad y la feminidad se transformaron en categorías esenciales, ahistóricas y atemporales. Las diferencias observa­ das entre varones y mujeres se consideraban productos de la biología.Y si las investigaciones no verificaban su origen biológico, se sustituían n I. Fernández, (Coord.): Nuevas perspectivas en el desarrollo del sexo y el género. Madrid: Pirámide, 1988. 14 Esta desigual valoración aparece gráficamente reflejada en el diálogo que Beauvoir y Sartre entablan en Junio de 1946 sobre el significado que para Beauvoir suponía el hecho de ser mujer. Expresa Beauvoir en su autobiografía: «¿Qué es lo que había significado para mí ser una mujer? Ante todo creí liberarme de eso rápidamente. Nunca había tenido senti­ miento de inferioridad, nadie me había dicho: «Usted piensa así porque es una mujer»; mi fe­ mineidad no me había molestado nada. Eso —le dije a Sartre— nunca ha contado para mí. Sin embargo, —respondió Sartre-— no ha sido educada de la misma manera que un mucha­ cho: habría que mirar de más cerca. Miré y tuve una revelación: el mundo era un mundo masculino, mi infancia se había alimentado con mitos forjados por los hombres y de ninguna manera había reaccionado como si fuera un varón. Me interesé tanto que abandoné el pro­ yecto de una confesión personal para ocuparme de la condición femenina en su generalidad» (1987:102). Fruto de esta reflexión, en 1949, publicó su brillante obra El segundo sexo.

por otras interpretaciones deterministas, aunque tampoco estuvieran comprobadas. El artículo escrito por Stephanie Shields, «Functionalism, Darwinism and Psychology of Women: A study in Social Myth», es un buen ejemplo de cómo eran las investigaciones que, desde la psicología tradi­ cional, se realizaban sobre las diferencias entre varones y mujeres. Apo­ yada en la frenología y la neuroanatomía, la psicología del siglo XIX buscaba, a través del estudio del cerebro, los determinantes específicos de las deficiencias de las mujeres. Por ejemplo, en 1887, Rudinger con­ sideraba que eran los lóbulos frontales los que explicaban la inferiori­ dad de la mujer; posteriormente cuando se comprobó que estos lóbu­ los no eran más pequeños que los del varón, sino mayores en sus valores relativos, se afirmó que eran los lóbulos parietales, claramente mayores en el varón, la sede de la inteligencia15. Al naturalizarse las diferencias, sutilmente se emitía el mensaje de que éstas eran inevitables e inmutables16. Al ser la vida social reflejo de lo natural ¿qué sentido tenía analizar las situaciones de desigualdad? ¿Acaso no son éstas un derivado más de la biología? Hasta bien entrado el siglo XX, filósofos, literatos, pensadores conceptualizaron estas categorías como un constructo bipolar opuesto. Linton describe este proceso sintéticamente: «Todas las sociedades prescriben actitudes y actividades distintas para hombres y mujeres. La mayoría de ellas intentan racionalizar esas nor­ mas a partir de las diferencias fisiológicas entre los sexos, o de sus distin­ tos papeles en la reproducción. Aunque estos factores pueden haber sido el punto de partida de la separación, las actuales atribuciones están, casi en su totalidad, culturalmente determinadas»17.

Como veremos en el siguiente capítulo, esta manera de conceptualizar la masculinidad y la feminidad aparece reflejada en los presupues­ 15 Cfr. S. A. Shields: «Funcionalism, Darwinism, and the Psychology ofWomen». Ameri­

can Psychologyst, 30,1975, pp. 739-754.

16 Cfr. J. Mas y A.Tesoro: «Mujer y Género». En J. Mas y A.Tesoro (Coord.): Mujer y Sa­ lud Mental Madrid: Asociación Española de Neuropsiquiatría, 1993. 17 Citado por S. M. Dornbusch: «Epílogo». En E. E. Maccoby: Desarrollo de las diferencias sexuales. Madrid: Marova, 1972. (Versión original 1966), p. 213.

tos teóricos y psicométricos subyacentes en los primeros instrumentos de medida elaborados en torno a estos conceptos. A pesar del intento por parte de Terman y Miles18, pioneros en la operativización de estos constructos, de diseñar estos instrumentos de medida con objetividad y sin los prejuicios de la época, las primeras escalas de masculinidad-feminidad incorporaron la concepción predominante que había en la so­ ciedad sobre estas dimensiones. La masculinidad y la feminidad se operativizaron como dos polos opuestos de una sola dimensión, como una analogía psicológica del dimorfismo sexual biológico, quedando defini­ das por las diferencias existentes entre los sexos. Desde finales de 1960, se empezó a cuestionar esta conceptualización esencialista de la masculinidad y la feminidad. Por una parte, los presupuestos teóricos y psicométricos inherentes a las medidas clásicas de masculinidad-feminidad no recibieron el apoyo empírico esperado. Por otra, la introducción del género como categoría de análisis en el ámbito de las ciencias proporcionó un nuevo marco teórico desde el que reformular estas variables. Estos avances, junto con los cambios acontecidos en el terreno social, favorecieron que, a principios de los setenta, la masculinidad y la feminidad psicológicas dejaran de conce­ birse como productos derivados de la biología para pasar a definirse como dos dimensiones socioculturales que pueden estar presentes en diferente grado en un individuo, con lo que se inició una nueva etapa en el estudio psicológico de los sexos, «la androginia psicológica». Como vamos a ver a continuación, este breve análisis de la evolu­ ción conceptual de la masculinidad y la feminidad aparece de una ma­ nera más pormenorizada en el estudio de los modelos de evaluación que sobre estas dimensiones se han desarrollado desde el ámbito de la psicología. El análisis de los modelos de evaluación congruente y an­ drógino permite constatar gráficamente los diferentes significados que a lo largo de la historia se han atribuido a la masculinidad y la femini­ dad psicológicas.

18 Cfr. L. Terman y C. C. Miles: Sex and Personality: Studies in masculinity and femininity, New York: McGraw-Hill, 1936.

5. Modelos normativos

M odelo de evaluación congruente La masculinidad y la feminidad tienen una larga tradición en la disciplina psicológica. Las primeras investigaciones en torno a estas ca­ tegorías se remontan a principios del siglo XX y fueron llevadas a cabo por la psicología diferencial en el ámbito de las diferencias entre los sexos1. Durante el primer cuarto del siglo XX, el estudio psicológico sobre la masculinidad y la feminidad se centró fundamentalmente en el aná­ lisis de las diferencias entre varones y mujeres en el área de la inteligen­ cia general. El objetivo principal de estos estudios era verificar la su­ puesta «superioridad masculina» en torno a esta variable2. La carencia de resultados estadísticos que permitieran comprobar esta arraigada creencia llevó a desplazar el objeto de estas investigaciones al estudio de las diferencias entre los sexos en diversas aptitudes (la aptitud visualespacial, matemática, verbal...) y rasgos motivacionales (intereses, acti­ tudes, valores...). A comienzos de la década de los treinta, la masculini­ dad y la feminidad empezaron a considerarse variables de personalidad y comenzaron a aparecer los primeros cuestionarios en torno a estos constructos. 1 Cfr. L. E.Tyler: The Psychology of Human Dijferences. New York: Appelton-Century Crofts,1965. 2 Cfr. S. Parker y H. Parker: «The myth of rnale superiority: Rise and demise». American Anthropologist, 81,1979, pp. 289-309.

Aunque Ellis y Thompson Woolley3 fueron los primeros investiga­ dores que se interesaron por cuantificar la masculinidad y la feminidad, los principales pioneros en operativizar y medir estos conceptos fueron Terman y Miles en 1936 con el Cuestionario de Análisis de Actitudes e Inte­ reses (M-F). Para ellos, la masculinidad y la feminidad era un tema de gran importancia cuyo estudio, sin embargo, había sido descuidado de­ bido fundamentalmente a la ambigüedad conceptual que, durante siglos, reinaba en torno a estas categorías. En su obra Sex and Personality: Studies in Masculinity and Femininity, Terman y Miles se proponían «liberar los conceptos de masculinidad y feminidad de las incongruencias y confu­ siones con que se han visto mezclados como consecuencia de una ob­ servación superficial de la conducta cotidiana»4. Motivados por su creen­ cia de que «estos conceptos son un rasgo central del temperamento, a partir del cual el resto de la personalidad se va formando», trataron de elaborar, desde una forma puramente empírica, una medida cuantitativa que permitiera operativizar los tipos de personalidad masculinos y feme­ ninos que aparecen determinados por factores de carácter emotivo, ins­ tintivo, sentimental, de intereses, actitudes y modos de conducta. Desde principios de la década de los veinte, las investigaciones de estos autores se centraron principalmente en proporcionar de una ma­ nera más objetiva y exacta una sistematización de aquellas dimensiones de la personalidad en las que varones y mujeres difieren; y aunque, como ellos mismos indicaron, su tentativa no alcanzó la exactitud que pretendían y no ofrecieron una definición clara sobre la masculinidad y la feminidad, su trabajo ha tenido una gran repercusión en el estudio de estas variables. Iniciaron un modelo de evaluación en el estudio de la masculinidad y feminidad —el modelo congruente o clásico— que fue continuado durante varias décadas por otros investigadores5. 3 Cfr. H. Ellis: Man and Women: A Study of Human Secondary Sexual Character. Londres: Walter Scott,1894. H. Thompson Woolley: The Mental Traits of Sex.An Experimental Investigation of the Normal Mind in Men and Women. Chicago: Univ. Press, 1903. 4 Terman y Miles, Op. cit.,1936, p.453. Entre los instrumentos de medida que más investigación y reconocimiento científico han tenido encontramos: Attitude Interest Análisis Test (AIAT), Terman and Mües, 1936; M-F Scale of Strong Vocational Interest Blank (SVIB), Strong, 1936; M-F Scale of Minnesota Multiphasic Personality Inventory (MMPI), Hathaway y McKinley, 1943; Guilford-Zimmerman Temperament Survey (GZTS), Guilford y Zimmerman, 1949; Gough Femininity Scale (CPI), Gough, 1952.

Principales características de las medidas de evaluación del modelo congruente

Como indicamos anteriormente, estas escalas consideran la mascu­ linidad y la feminidad como un constructo bipolar opuesto. Su obje­ tivo era obtener las diferencias existentes entre varones y mujeres en una gran variedad de aspectos de la personalidad, sin buscar las causas de éstas. Este intento de sistematizar el mayor número posible de di­ ferencias demostrables entre los sexos, junto con la incidencia en la selección de los ítems de factores como la inteligencia, educación, pro­ fesión, edad, contexto social de la muestra, llevó consigo que el conte­ nido de las escalas fuera muy heterogéneo. Cada escala, pese a preten­ der medir la misma variable hace referencia a aspectos diferentes. Como apunta Constantinople, «a pesar de que todos los tests tienen algo en común, dos tests cualesquiera no tienen en común una porción considerable de varianza»6. De ahí que, entre las escalas, encontremos una baja validez convergente. Por otra parte, la mayoría de las escalas no sólo buscaban medir la dimensión masculinidad-feminidad desde un aspecto psicológico, también querían obtener una prueba que distinguiese a los sujetos normales de los patológicos en esta variable. La consideración de la masculinidad y la feminidad psicológicas como una analogía de la realidad biológica también aparece reflejada en los criterios de salud mental inherentes en la elaboración e interpretación de los resultados de estas escalas, estimándose la falta de concordancia entre el sexo, va­ rón/mujer, y la masculinidad-feminidad psicológica como psicopatológica. Para estas escalas, la salud mental estaba relacionada con la po­ sesión de un alto grado de características consideradas sexualmente apropiadas. Cuanto más masculinos sean los varones y más femeninas las mujeres mayor ajuste psicológico tendrán. Cualquier posición cru­ zada (mujeres masculinas, varones femeninos) se penalizaba como dis­ funcional. 6

A. Constantinople: «Masculinity-femininity: An exception to a famous dictum?» Psy-

chological Bulletin, 80, pp. 389-407,1973, p. 398.

Crisis del modelo de evaluación congruente

Tras la creación de las primeras escalas de la variable masculinidadfeminidad, muchos investigadores dedicaron sus esfuerzos a verificar si el enfoque empírico realmente proporcionaba una definición clara y específica del constructo m-f. A través de diversas técnicas estadísticas, como el análisis factorial y los estudios correlaciónales, las investigacio­ nes se centraron en comprobar las propiedades psicométricas subya­ centes en las escalas. Al considerarse la dimensión masculinidad-feminidad análoga a la realidad biológica, fundamentalmente, se estudiaron su supuesta unidimensionalidad y bipolaridad. Los estudios correlaciónales y factoriales no verificaron los presu­ puestos teóricos y psicométricos subyacentes en estas medidas. El constructo masculinidad-feminidad no aparecía ni como rasgo unita­ rio, ni como dimensión bipolar7.Asimismo, el criterio de salud mental asociado a este modelo de evaluación tampoco quedó verificado. Va­ rones y mujeres no «necesariamente» eran más sanos y equilibrados psicológicamente por ser masculinos y femeninos respectivamente; una alta feminidad en mujeres correlacionaba con alta ansiedad, baja autoestima y baja aceptación social; mientras que una alta masculini­ dad en varones en edad adulta estaba asociada con una alta ansiedad, alto neuroticismo y baja autoaceptación8. He querido entrecomillar la palabra —necesariamente— porque aunque existen estudios que co­ rrelacionan negativamente masculinidad y ajuste, también podemos encontrar investigaciones, realizadas con muestras de adolescentes y adultos, cuyos resultados apoyan la teorización tradicional subyacente en el modelo congruente de salud mental, encontrando que la mas­ culinidad correlacionaba positivamente con diversos índices de ajuste. Como veremos más adelante, lo que se cuestionó de este modelo fue fundamentalmente la penalización que se imponía con el etiquetado de «enferma psicológica y/o invertida sexual» cuando una persona no desarrollaba un estilo de rol de género congruente con su sexo bioló­ gico. 7 Cfr. A. García-Mina, Análisis de los estereotipos de rol de género. Validación transcultural del Inventario del Rol Sexual. Tesis Doctoral, Universidad Pontificia Comillas, 1998. 8 Ibíd.

El estudio de la masculinidad y la feminidad se encontraba en un callejón sin salida. Se necesitaba un nuevo marco teórico que pudiera responder a la naturaleza multidimensional hallada en las investigaciones factoriales, y que diera cuenta de la independencia constatada entre estas dimensiones. El supuesto isomorfismo entre el sexo biológico y la mas­ culinidad y feminidad psicológicas no recibía apoyo empírico. Se reque­ rían unos planteamientos teóricos que pudieran explicar esta realidad. Como indicó Constantinople, a finales de los años sesenta, la mas­ culinidad y la feminidad seguían sin tener una definición clara que guiase la operativización de estos constructos. «Pese a su larga tradición en la disciplina psicológica, expresa Constantinople, tanto teórica como empíricamente la masculinidad y la feminidad se encuentran entre los términos más turbios y resbaladizos del vocabulario psicológico»9. Como ocurrió con la definición de la inteligencia, la definición de la masculinidad y la feminidad venía dada por lo que miden sus tests. A principios de los años setenta, la elaboración de un marco teórico que estructurara y articulara estas complejas categorías seguía siendo una asignatura pendiente. Como en toda crisis, se abrió la posibilidad de operativizar y medir estos constructos de una manera diferente. La evidencia de los resultados empíricos junto con la presencia de la categoría género como opción teórica en el análisis de las relaciones entre los sexos favoreció que la masculinidad y la feminidad dejaran de considerarse correlatos naturales de las diferencias sexuales. De la mano de teóricas y teóricos como Bem, Block, Carlson, Constantinople, Jenkin y Vroegh, Pleck y Spence y cola­ boradores10 entre otros, la masculinidad y la feminidad comenzaron a definirse como dos dimensiones de personalidad que podían estar pre­ 9 Constantinople, Op. cit., p.390. 1(1 Cfr. S.L. Bem: «The measurement of psychological androgyny» .Journal of Consulting and Clinical Psychology, 43,1974, pp. 155-162. J. H. Block: «Conceptions of Sex Role. Some CrossCultural and Longitudinal Perspectives». American Psychologist, 1,1973, pp. 512-526. Carlson, R: «Sex Differences in Ego Functioning: Explory Studies of Agency and Communion».Journal of Consulting and Clinical Psychology, 73,1971, pp. 261-27!. Constantinople, Op. cit.,1973. N. Jen­ kin y K.Vroegh: «Contemporary concept of masculinity and femininity». Psychological Reports, 25, 1969, pp. 679-697. J. H. Pleck: «Masculinity-Femininity. Current and Alternative Paradigms». Sex Roles, 1,1975, pp. 161-178. J.T. Spence, R. L. Helmreich y J. Stapp: «Ratings of self and peers on sex role attributes and their relation to self-steem and conceptions on masculinity and femininity».Journal of Personality and Social Psychology, 32,1975, pp. 29-39.

sentes tanto en varones como en mujeres. Al superarse la analogía hasta entonces existente entre el dimorfismo sexual y de género, a comienzos de la década de los setenta surgió una nueva aproximación en el estudio de la masculinidad y la feminidad, el modelo andrógino o actual. M odelo de evaluación andrógino El fracaso, por parte de las escalas clásicas, para elaborar una defini­ ción válida del constructo masculinidad-feminidad, junto con el análi­ sis crítico que, desde el feminismo académico, se comenzó a desarrollar en torno a las relaciones existentes entre los sexos, sirvió como referen­ cia para operativizar las variables de masculinidad y feminidad bajo una serie de presupuestos teóricos y psicométricos diferentes. Al desvincu­ lar la masculinidad y feminidad psicológicas del sexo biológico y contextualizarlas en el terreno psicosocial del género, estos constructos pu­ dieron ser definidos como dos dimensiones independientes. Esto permitió que surgiera un nuevo concepto que problematizaría la con­ cepción tradicional de los roles sexuales: «la androginia psicológica»11. Aunque la noción de androginia ha estado presente desde la anti­ güedad, hasta principios de los setenta no se contaba con ninguna me­ dida que operativizara esta categoría. La concepción de una persona capaz de combinar características masculinas y femeninas aparecía en la mitología, en la filosofía, en los escritos de teóricos como Jung, Bakan12..., pero no era considerada científicamente como una opción de rol sexual. Se necesitaban instrumentos que hicieran operativo este concepto, y que aportasen resultados empíricos para verificar su exis­ tencia y sus saludables ventajas. Una de las primeras teóricas en respon­ der a esta necesidad fue la psicóloga Sandra Bem. Bem, como tantas teóricas feministas, quería «ayudar a las personas a que se liberaran de las restricciones impuestas por el estereotipo de rol sexual, ofreciéndoles una concepción de salud mental libre de las defini­ 11 Cfr. J. Sebastián: La androginia como índice de flexibilidad comportamental. Tesis Doctoral, Facultad de Psicología, Universidad Autónoma de Madrid, 1986. 12 Cfr. C. G. Jung: Two essays on analytical psychology. New York: Meridian Books,1956. D. Bakan: The duality of human existence. Chicago: Rand McNally. 1966.

ciones impuestas de la masculinidad y feminidad»13. Se resistía a creer que un alto grado de tipificación sexual fuera la garantía de salud men­ tal. Estaba convencida de que el mundo no sólo estaba habitado por mujeres femeninas, varones masculinos y personas sexualmente desvia­ das. Quería demostrar que podía haber personas capaces de liberarse de las expectativas tradicionales de su rol sexual, y desarrollar comporta­ mientos masculinos o femeninos, instrumentales o expresivos, asertivos o complacientes.., dependiendo de lo que requiriera la situación. Igual que para Jung o Bakan, para Bem la personalidad andrógina era la mejor apuesta para conseguir un óptimo ajuste psicológico. Con el propósito de verificar estas hipótesis, en 1974 elaboró el Bem Sex Role Inventory14. Un año más tarde, Spence, Helmreich y Stapp15propusieron un segundo instrumento de medida, el Personal Attributes Questionaire. A partir de en­ tonces y hasta nuestros días se ha generado una gran cantidad de biblio­ grafía en torno a este nuevo modelo de evaluación16. A diferencia de las escalas clásicas, las nuevas medidas de masculini­ dad y feminidad se construyeron a partir de una base teórica previa­ mente establecida. El modelo andrógino reemplazó los presupuestos de unidimensionalidad y bipolaridad por los de bidimensionalidad e indepen­ dencia u ortogonalidad entre las escalas. La concepción bipolar tradicional se sustituyó por una concepción dualista basada principalmente en las aportaciones de Bakan y Parsons y Bales. Principales características de las medidas de evaluación del modelo andrógino

Para las escalas de este modelo de evaluación, la masculinidad y la feminidad hacen referencia a dos orientaciones o maneras de ser des­ 13 S. L. Bem: «Beyond androgyny: Some presumptuous prescriptions for a liberated se­ xual identity». En J. Sherman y F. Denmark (Eds.) Psychology of women: Issues in Psychology. New York: Psychological Dimensions.1978, p.4. 14 Bem,Op. cit., 1974. 15 Spence y cois., Op. cit., 1975. 16 Baucom Sex Role Inventory, Baucom, 1976; Masculinity and Femininity Scales ofAdjective Check List, ACL, Heilbrun, 1976; P RF -AN D R O , Berzins, Welling and Wetter, 1978; Sex Role Behavior Scale, Orlofsky, 1981; Orlofsky, Ramsden and Cohén 1982.

critas por Parsons y Bales y Bakan como instrumental-agency / expresividad-communal11. Para los funcionalistas Parsons y Bales18, la masculinidad está ín­ timamente relacionada con una orientación instrumental, con una preocupación cognitiva por alcanzar metas y objetivos externos, mientras que la feminidad está asociada con una orientación expre­ siva , con una preocupación por el bienestar de los demás y la armo­ nía grupal. La «acción instrumental» incluye manipular objetos, el medio e incluso a la gente con tal de conseguir los objetivos y la rea­ lización de tareas externas al sistema interactivo, e implica normal­ mente con más frecuencia autoridad formal y control técnico, mien­ tras que la «acción expresiva» implica comprender y manejar las emociones, tanto en uno mismo como en los demás, y se orienta ha­ cia el sistema de interacción, siendo recompensada por actitudes afectivas como el amor y la amistad. Esta distinción entre la orienta­ ción instrumental y expresiva también ha sido apoyada e investigada por Johnson19. Por su parte, Bakan20 identifica la masculinidad y la feminidad con dos modos de existencia: la modalidad agency y la modalidad communion respectivamente. La modalidad agency se refiere a la existencia y preo­ cupación de un organismo como individuo y se manifiesta en caracte­ rísticas como la autoprotección, la autoaserción, la autoexpansión, el aislamiento, la alienación, la soledad... mientras que la modalidad com­ munion hace referencia a la participación del individuo en la formación de un organismo más amplio y se manifiesta en el sentido de ser uno al lado de otros organismos, en el contacto, la apertura, la unión... Un funcionamiento agentic establece separaciones, se aísla de los otros; una personalidad communal crea uniones y se integra en los grupos. Esta do­ ble modalidad agency-communion ha sido empíricamente investigada por 17 Al no satisfacernos las traducciones al castellano de las palabras «agency y commu­ nion» utilizadas por Bakan, y dada su importancia en la definición de los conceptos de mas­ culinidad y feminidad hemos preferido emplearlas en su idioma original. 18 Cfr.T. Parsons y R. F. Bales: Family\ sodalization, and interaction process. New York: Free Press of Glencoe, 1955. 19 Cfr. M. M. Johnson: «Sex role learning in the nuclear family». Child Development, 34, 1963, pp. 319-333. 20 Cfr. Bakan, Op. cit., 1966.

Block y Carlson21. A diferencia de Parsons y Bales, Bakan plantea que tanto la sociedad en general como los individuos en particular necesi­ tan integrar estas dos dimensiones con el fin de mitigar la rigidez y autodestrucción que puede llegar a darse si únicamente se desarrolla una modalidad. De ahí que Bakan junto con Jung sean dos de los teóricos más nombrados al explicar el origen y fundamentos teóricos de la an­ droginia psicológica. Otros teóricos que también han aportado una base para definir la masculinidad y la feminidad psicológicas han sido Erikson22, con su distinción sobre el interés de varones y mujeres respecto del «espacio externo e interno» respectivamente; Koestler23, con su teoría sobre las «tendencias autoasertivas e integrativas» asociadas a la masculini­ dad y la feminidad; y Gutmann24 sobre los estilos alocéntricos y autocéntricos relacionados con la masculinidad y la feminidad respec­ tivamente. Aunque en comparación con el modelo clásico, este modelo de evaluación elabora sus escalas a partir de una definición previa, ape­ nas contamos con un enfoque teórico que explique y desarrolle la naturaleza multidimensional de estas variables. Como señala Forteza25 al referirse a la inteligencia, la masculinidad y la feminidad adolecen de una gran ambigüedad y distan mucho de poseer un significado unívoco y preciso. Esta carencia teórica aparece reflejada en la no ve­ rificación de algunos de los presupuestos teóricos y psicométricos de este modelo así como en cuestiones de tipo metodológico suscep­ tibles de reformulación26. Ahora, pese a las deficiencias teóricas y metodológicas subyacentes en esta nueva forma de operativizar la 21 Cfr. Block,Op. cit., 1973. Carlson, Op. cit., 1971. 22 Cfr. E. Erikson: «Inner and outer space: Reflections on Womanhood». En R. L. Fifton (ed): The Woman in America. New York: Houghton Mifflin, 1964. 23 Cfr. A. Koestler: The Ghost in the Machine. London: Hutchinson and Company, Ltd., 1967. 24 Cfr. D. L. Gutmann: «Women and the conception of strength». Merrill-Palmer Quaterly, 11,1965, pp. 229-240. 25 J. A. Forteza: «Posibilidad y límites de los tests de inteligencia». Lecturas de la Cátedra de Psicología Diferencial. Madrid: Universidad Complutense, 1989. 26 Para más información véase J. Sebastián: «Las escalas de masculinidad y feminidad: presupuestos subyacentes al modelo clásico y actual. Segunda parte: El modelo actual». Inves­ tigación Psicológica, 6, pp. 327-367,1990.

masculinidad y la feminidad, los nuevos cuestionarios permiten com­ probar la autonomía de las dimensiones masculina y femenina de personalidad, así como constatar que éstas pueden estar presentes en diferente grado en una misma persona. A partir de entonces, varones y mujeres se clasificarán como «tipificados sexualmente» con un es­ tilo de rol de género: masculino o femenino, si se atribuyen en alto grado aquellas características que la sociedad considera significativa­ mente más deseables o típicas para su sexo, con la relativa exclusión de aquéllas que se consideran típicas o deseables para el otro sexo; así como podrán considerarse como «no tipificados sexualmente» con un estilo de rol de género, andrógino o indiferenciado, si se atribuyen aproximadamente la misma cantidad de atributos y comportamientos masculinos y femeninos. Se le asignará a una persona el rol de indife­ renciada cuando se le atribuyen un bajo número de características ti­ pificadas sexualmente. Se distinguen de las personas andróginas en el número de características masculinas y femeninas que integran su personalidad. Al quedar verificada la androginia psicológica como un nuevo es­ tilo de rol de género, ésta pasó a ser el tema estrella no sólo en el área de la psicología diferencial, sino también en otras disciplinas psicológicas como la psicología de la personalidad, la psicología evolu­ tiva, la psicología social, la psicología cognitiva y la psicología clínica. Dada la naturaleza sociocultural de estas variables, la masculinidad y la feminidad junto con la androginia y la indiferenciación se considera­ ron tan importantes o más que la variable sexo para explicar las dife­ rencias entre varones y mujeres. Como veremos en el siguiente capí­ tulo, a partir de entonces, se revisaron muchas de las investigaciones que hasta ese momento habían utilizado como variable predictora el sexo, y se introdujo como variable independiente la nueva tipología de género. Al comprobar Sandra Bem que las personas andróginas eran más flexibles en su comportamiento que las personas tipificadas sexual­ mente, la androginia psicológica se convirtió en el prototipo de la salud mental, reformulándose los criterios de salud mental asociados a los ro­ les de género27. La androginia psicológica se consideró como la gran 27 Cfr. E.P. Cook: Psydwlogical Androgyny. New York: Pergamon Press, 1985.

alternativa para erradicar el sexismo y teóricamente como la opción más saludable para los individuos. Las palabras de Caroline Heilbrun reflejan las esperanzas que muchos teóricos y militantes feministas te­ nían depositadas en este nuevo estilo de rol: «Creo que la salvación para todos nosotros puede venir únicamente de un movimiento que reniegue de la polarización sexual, que sepa liberarse de las cadenas del género masculino y femenino y se dirija hacia un mundo en donde los roles individuales sean elegidos libre­ mente»28.

La cuádruple tipología —masculinos, femeninos, andróginos e indiferenciados— se ha relacionado con la mayoría de las variables más relevantes de personalidad y con los principales indicadores de salud mental: flexibilidad comportamental, ajuste y autoconcepto, autoes­ tima, depresión, ansiedad, dependencia, neuroticismo, creatividad, satis­ facción en la pareja, orientación sexual, razonamiento moral, actitudes hacia las mujeres.

28 Citado por J. Sebastián y C. Aguíñiga: «La androginia psicológica: un acercamiento defmicional». En J. Fernández (Coord.): Nuevas pespectivas en el desarrollo del sexo y del género. Madrid: Pirámide, 1988, p. 145.

C u a d r o R e s u m e n II. P r e s u p u e s t o s t e ó r i c o s y p s i c o m é t r i c o s su b y a c e n te s e n e l m o d e lo c lá s ic o y e n e l a c t u a l Modelo clásico

Modelo actual

* La masculinidad y feminidad psico­

* La masculinidad y feminidad psicológicas se consi­ deran dos constructos, dos dimensiones. La bidi-

lógicas se consideran como un constructo, una única dimensión. La unidimensionaüdad queda refle­ jada en la obtención de una única puntuación por escala m-f. *

mensionalidad queda reflejada al contar con dos puntuaciones diferentes para un mismo sujeto.

* El constructo m-f se caracteriza por

* Los constructos masculinidad y feminidad son con­

* Los sujetos pueden clasificarse co­ mo masculinos o femeninos.

* Los sujetos no sólo pueden clasificarse como mas­ culinos ofemeninos, también pueden considerarse an­ dróginos e indiferenciados, según la proporción de ca­ racterísticas de personalidad masculinas y femeninas

ser un continuo bipolar opuesto.

siderados independientes y ortogonales.

que obtenga un sujeto.

* Se considera la dimensión m-f co­ mo análoga y estrechamente relacionada con la realidad sexual.

* La masculinidad y feminidad son consideradas dos dimensiones socioculturales ligadas a la realidad de gé­

* El criterio de selección de los ítems

* El criterio de selección de ítems es la deseabili-

* El concepto de salud y madurez está relacionado con varones masculinos y mujeres femeninas. La falta de concor­ dancia entre la realidad sexual y la mas­ culinidad y la feminidad psicológicas

* Se cuestiona que las personas tipificadas sexualmente

será censurada y etiquetada como disfuncional y patológica.

«varones-masculinos» y «mujeres-femeninas» sean el prototipo de salud mental. Queda despenalizada la falta de concordancia entre la realidad sexual y la masculinidad y la feminidad psicológica, y se pro­ pone la integración de ambas como índice de ajuste y equilibrio personal.

* El objetivo de estas medidas es eva­

* El objetivo de estas medidas es evaluar las dife­

es que éstos discriminen entre los sexos.

luar las diferencias existentes entre los sexos.

nero. Dos variables definidas fundamentalmente a partir del modelo dualista propuesto por Bakan y Parsons y Bales, donde la masculinidad queda aso­ ciada a una personalidad «agentic o instrumental», y la feminidad a una personalidad «communal o expresiva».

dad social tipificada sexualmente, esto es, las características que la sociedad considera más desea­ ble para un sexo que para otro.

rencias individuales. Miden tanto las semejanzas como las diferencias entre varones y mujeres.

PARTE 3: EL GÉNERO, UN CONCEPTO RENOVADOR «Las imágenes, características y conductas normalmente aso­ ciadas con la mujer tienen siempre una especificidad cultural e histórica. El significado en un contexto determinado de la categoría “mujer”, o lo que es lo mismo, de la categoría “hombre”, no puede darse por sabido sino que debe ser investigado». HENRIETTA L. MOORE

6. Género y metodología

La redefiriición de la masculinidad y la feminidad como categorías de género obligó a reexaminar y reconceptualizar el trabajo acadé­ mico hasta entonces existente sobre los sexos. Investigaciones como las de Helen B. Thompson, Margaret Mead, Karen Horney, Simóne de Beauvoir o David Bakan fueron retomadas para iniciar este pro­ ceso. Como indica Scott1, las académicas feministas se apropiaron de la categoría género para señalar la cualidad fundamentalmente social de las distinciones basadas en el sexo. Al hacer presente esta realidad, podían desligar el estudio sobre las diferencias sexuales del determinismo biológico que las envolvía. Creaban las condiciones para que la desigualdad vivida entre varones y mujeres pudiera pensarse sin difi­ cultad. Se abría una nueva vía de diálogo en el estudio psicológico so­ bre los sexos. Una de las primeras áreas que se revisó en profundidad en las inves­ tigaciones realizadas sobre las diferencias entre los sexos fue la metodo­ logía empleada. Desde principios de los años setenta se desarrollaron numerosos estudios en los que se puso de manifiesto que muchas de las supuestas diferencias entre varones y mujeres eran debidas a sesgos me­ todológicos en los que se incurría: 1) al elegir las cuestiones que se planteaban, 2) al confeccionar los diseños de investigación, 3) al realizar la recogida de datos y el análisis estadístico, 4) al interpretar los resulta­ dos y en la publicación de los mismos. 1 Cfr. Scott, Op. cit., 1990.

Sesgos m etodológicos La selección de la muestra Uno de los problemas metodológicos más criticados fue el sesgo en la selección de la muestra. Numerosos estudios han puesto de manifiesto que en muchas de las investigaciones se utilizaban con mayor frecuencia a va­ rones que a mujeres. Asimismo también se ha observado que en una gran cantidad de investigaciones la conducta que se pretendía estudiar influía en la elección de la composición de la muestra, o en las medidas a utili­ zar. Por ejemplo, McClelland y colaboradores2 realizaron sus investiga­ ciones sobre la motivación de logro únicamente con varones, justificando esta decisión en que para ellos es el varón el que necesita el éxito mien­ tras que las mujeres lo que necesitan es aprobación. Frodi, Macaulay y Thome3por su parte, encontraron que la gran mayoría de los trabajos so­ bre la agresión estaban realizados con varones y cuando esta variable se investigaba con mujeres, se modificaban las pruebas, utilizando cuestio­ narios de lápiz y papel en vez de pruebas conductuales. Este mismo he­ cho fue recogido por McKenna y Kessler4.Al analizar más de 51 estudios sobre agresión y atracción interpersonal constataron que en los estudios de agresión las muestras estaban mayoritariamente formadas por varones, mientras que en los estudios sobre atracción interpersonal la muestra era en su mayoría de mujeres. En ambos casos, encontraron que, en función del sexo de la muestra, las medidas eran diferentes. Influencia del sexo del experimentador y /o del observador

Otro de los sesgos que se puso de manifiesto en estas revisiones críti­ cas fue el influjo del sexo del experimentador y/o del observador en la recogida de 2 Cfr. D. C. McClelland, J. W. Atkinson, R. A. Clark y E. G. Lowel: The achievement mo­ tive. New York: Appelton-Century-Crofts,1953.

3 Cfr. A. Frodi, J. Macaulay y P. R. Thome: «Are Women Always Less Agressive Than Men? A Review of the Experimental Literature». Psychological Büüetin , 84, 1977, pp. 634-660. 4 Cfr. W. McKenna y S, Kessler: «Experimental desing as a source of sex bias in social psychology». Sex Roles, 3,1977, pp. 117-128.

los datos y en la interpretación de los resultados. Desde que Roshental5 seña­ lase el papel que tienen las creencias del experimentador, así como su presencia en el proceso de investigación, se ha demostrado que el sexo del experimentador y/o del observador puede influir considerablemente en los resultados de la investigación. Por ejemplo, Rumenik y cois.6 en­ contraron que el sexo del experimentador influía en la colaboración que manifestaba la muestra en tareas de aprendizaje verbal y de percepción motora. Constataron que los niños cooperaban mejor con las experi­ mentadoras, mientras que los adultos colaboraban mejor con los experi­ mentadores. En un interesante estudio sobre la influenciabilidad social, Eagly y Carli7 hallaron que los investigadores tendían a informar sobre aquellas conductas que son socialmente más deseables para los miembros de su propio sexo. Mientras que los investigadores varones descubrían que las mujeres eran más persuasibles e influenciables que los varones, las investigadoras tendían a no encontrar diferencias significativas entre los sexos en influenciabilidad.

Pensamiento estereotipado de los observadores

Por su parte, Condry y Condry8 demostraron la influencia que los pensamientos estereotipados de los observadores pueden tener en la in­ terpretación de las conductas. A un total de 204 sujetos se les pidió que calificasen la reacción de un niño de nueve meses al abrirse una caja sorpresa, mientras la veían en una grabación de un vídeo. A la mitad de los observadores se les indicó que era un niño, y a la otra mitad se les informó que era una niña. Cuando el bebé mostraba una respuesta emocionalmente negativa, quienes creían que era un niño tendían a 5 Cfr. R. Roshental: Experimenter effects in behavioml research. New York: Appleton-Century-Crofts, 1966. 6 Cfr. D. K. Rumenik, D.R. Capasso y C. Hendrick: «Experimenter Sex Effects in Behavioral Research». Psychological Bulletin, 84,1977, pp. 852-877. 7 Cfr. A. H. Eagly y L. L. Carli: «Sex of researchers and sex-typed Communications as determinants of sex differences in influenceability: A meta-analysis of social influence studies». Psychological Bulletin, 90,1981, pp. 1-20. 8 Cfr.J. Condry y S. Condry: «Sex differences: A study of the eye of the beholder». Child Development, 47,1976, pp. 812-819.

calificarla como ira; mientras que los que pensaban que era una niña la interpretaban como miedo. Consecuencias de los sesgos m etodológicos La crítica sistemática sobre los sesgos en la investigación, junto con la incorporación de nuevas técnicas estadísticas de mayor capacidad analítica ha favorecido un estudio mucho más riguroso sobre la psico­ logía de los sexos. La precisión de las técnicas meta-analíticas ha permi­ tido comprobar que las semejanzas entre varones y mujeres superan a las diferencias, y se ha puesto de relieve que la variabilidad intrasexos es mucho mayor que la variabilidad intersexos. Pero pese a que las semejanzas entre los sexos son mucho mayores que sus diferencias, hasta mediados de los setenta este hecho no se ha considerado digno de mención. Esta importancia dada a las diferencias también se ha constatado en la política de las publicaciones. Existe una fuerte tendencia a publicar sólo aquellas investigaciones que aportan diferencias significativas, lo que lleva indirectamente a exaltar las dife­ rencias y obviar las semejanzas. Estos sesgos metodólogicos ponen de relieve lo difícil que es inves­ tigar sobre la variable sexo. Nos encontramos que el sexo, en tanto va­ riable organísmica o variable sujeto, es una variable independiente que encierra en sí otras variables de muy distinta naturaleza (edad, educa­ ción, clase social, cultura, etnia...). Al interactuar con otros muchos fac­ tores psicosociales resulta muy difícil separar los efectos que cada uno de ellos ejerce en las diferencias de conducta. De ahí, la importancia de establecer unos diseños de investigación que tengan en cuenta la com­ pleja interacción que guarda esta variable con otras.Y no olvidar que el sexo (en tanto variable sujeto) es un dato descriptivo y no una afirma­ ción causal. Recordemos que hasta bien entrada la década de los se­ tenta, una práctica muy frecuente era la de suponer que el sexo, en tanto variable sujeto, explica las causas de tales diferencias sin tener un apoyo empírico que lo justificase. Esta interpretación ha favorecido que se naturalizaran las diferencias, y que éstas sirvieran para legalizar situa­ ciones de desigualdad.

7. Género y salud mental

La categoría género no sólo introdujo aires renovadores en el área de la metodología. También cuestionó y favoreció el desarrollo de nuevas perspectivas teóricas en el campo de la salud mental y de la psicoterapia. Nuevas perspectivas teóricas en salud mental A finales de la década de los setenta se produjo una gran transfor­ mación en las estrategias y teorías desarrolladas en salud mental, gracias a la confluencia de varios factores. Por una parte, como indicamos ante­ riormente, el criterio de salud mental asociado al modelo clásico de masculinidad y feminidad no recibía apoyo empírico. Las mujeres no necesariamente gozaban de un mayor equilibrio psicológico por ser femeninas ni los varones por ser masculinos. Por el contrario, investiga­ ciones realizadas fundamentalmente con mujeres sugerían que una rí­ gida tipificación sexual podía favorecer problemas psicológicos. De forma paralela a estas investigaciones, el análisis iniciado por Simone de Beauvoir1 sobre las condiciones de vida de las mujeres, fue retomado por el feminismo académico. La «vida cotidiana», hasta entonces considerada como una variable sin importancia, comenzó a concebirse como una de las claves de interpretación a la hora de estu­ 1 Cfr. S. de Beauvoir, Op. cit., 1987 (versión original, 1949).

diar los modos de enfermar de varones y mujeres2. Estos hechos, junto con la posibilidad de contar con instrumentos que operativizasen los estereotipos de rol de género, y el impulso que supusieron los trabajos de Bem y Spence y colaboradores sobre la flexibilidad comportamental y la autoestima respectivamente, provocaron un gran debate en el campo de la salud mental y de la psicoterapia. Al superarse la analogía existente entre el sexo biológico y el gé­ nero, se modificó el criterio de salud mental hasta entonces vigente. El que el rol de género no fuera congruente con el sexo biológico dejó de considerarse una evidencia de desequilibrio psicológico y de inver­ sión sexual. Al distinguirse sexo, de género y de orientación sexual, se dejó de interpretar que un varón femenino o una mujer masculina tu­ vieran problemas psicológicos y/o fuesen homosexual o lesbiana. La congruencia entre sexo biológico y rol de género se sustituyó por la androginia psicológica como el prototipo de salud mental y como la meta más saludable para todos, estableciéndose técnicas psicoterapéuticas que favorecieran esta forma de ser. Desde mediados de los setenta, un gran número de investigaciones pusieron a prueba esta hipótesis. La androginia psicológica se relacionó con una gran diversidad de variables de personalidad y con los principales indicadores de salud mental. Sin embargo, los resultados obtenidos fueron menos concluyentes de lo que hacía prever el optimismo y la fe que se habían depositado en este estilo de rol de género. Aunque las personas an­ dróginas y masculinas, generalmente, aparecían más ajustadas psicológica­ mente (gozan de mayor autoestima, muestran mayores niveles de desarro­ llo social, se manifiestan más estables y con una personalidad menos neurótica) que las personas femeninas y las indiferenciadas, las personas andróginas no siempre aparecían psicológicamente más sanas que las mas­ culinas. Este hecho provocó que a principios de los ochenta se desarro­ llara un nuevo modelo teórico sobre salud mental: el modelo masculino. Este modelo plantea que lo que realmente está relacionado con el ajuste psicológico es el componente de masculinidad que forma parte de la androginia y no tanto la feminidad3. Para este modelo, la masculi2 Cfr. M. Burin: El malestar de las mujeres. La tranquilidad recetada. Buenos Aires: Paidós, 1990. 3 Cfr. B.E.Whitley: «Sex role orientation and self-esteem: A critical meta-analytic re­ vi ew». Journal of Personality and Social Psychology, 4 4 , 1983, pp. 765-778.

nidad es el estilo de rol de género que está más relacionado con el ajuste psicológico. Estudios realizados sobre la relación existente entre las medidas de ajuste y la masculinidad y la feminidad, así como las di­ ferencias observadas entre varones y mujeres en los estudios sobre la androginia y esta variable parecen ofrecer apoyo empírico a esta hipó­ tesis. Por una parte, se ha constatado que la relación existente entre mas­ culinidad y ajuste es más consistente y positiva para ambos sexos que la relación hallada entre la feminidad y ajuste psicológico4. Por otra parte, se ha encontrado que las mujeres andróginas gozan de mayor ajuste que los varones andróginos5. Nuevas perspectivas teóricas y de intervención en psicopatología La introducción de la categoría género también produjo una transformación en la etiología, diagnóstico y tratamiento de los cua­ dros psicopatológicos. El que la masculinidad y la feminidad fueran consideradas categorías de género favoreció que los factores psicosociales cobraran un protagonismo que hasta entonces apenas tenían. Los trastornos psicológicos dejaron de considerarse individuales e intrínsecos de la persona para completarse desde una mirada más so­ cial y situacional6. Se comenzó a estudiar la incidencia de los ideales de género en la organización y constitución de la identidad así como en los modos específicos de enfermar de varones y mujeres. Investi­ gaciones como las de Broverman y colaboradores7 sobre los criterios de salud diferenciales en el gremio clínico, así como los estudios epi­ 4 Cfr. S. A. Basow: Gender stereotypes and roles. Pacific Grove, California: Brooks/Cole,1992. 5 Cfr. J. S. Shaw: «Psychology androgyny and stressful life events». Journal of Personality and Social Psychology, 43,1982, pp. 145-153. 6 Cfr. M. Burin,: «Género y psicoanálisis: subjetividades femeninas vulnerables». En M. Burin y E. Dio Bleichmar (Comps.): Género, psicoanálisis, subjetividad. Buenos Aires: Paidos,1996. 7 Cfr. I. K. Broverman, D. M. Broverman, E E. Clarkson, P. S. Rosenkrantz y S. R.Vogel: «Sex-role stereotypes and clinical judgments of mental health». Journal of Consulting and Cli­ nical Psychology, 34,1970, pp. 1-7.

demiológicos8 pusieron de manifiesto la necesidad de revisar y propo­ ner nuevas alternativas en el estudio y tratamiento de los trastornos mentales. Broverman y su equipo realizaron un estudio pionero sobre los modelos de salud mental que 79 clínicos (psicólogos, psiquiatras y trabajadores sociales) tenían de uno y otro sexo. A un tercio de la muestra se les señaló que indicasen, a través del cuestionario de este­ reotipos de rol sexual de Rosenkrantz y colaboradores, las caracterís­ ticas que definen a un varón maduro, sano y socialmente competente. Otro tercio de la muestra recibió la misma indicación pero relacio­ nada con una mujer, y el tercio restante recibió la misma instrucción, pero esta vez asociada a una persona adulta. Los resultados revelaron que había un doble modelo de salud mental en función del sexo que se juzgaba. La descripción sobre el varón sano no difería significativa­ mente de la descripción dada sobre la persona adulta sana; sin em­ bargo, la descripción sobre la mujer sana difería significativamente de lo que se pensaba de los adultos sanos y de los varones sanos en gene­ ral. Para estos profesionales, una mujer sana se definía como más emo­ cional, más sumisa, menos independiente, más preocupada por su as­ pecto físico, menos competitiva, menos agresiva, más susceptible, más sentimental, menos objetiva, más presumida... Como señala con acierto Burin, «Para estos profesionales, el criterio de salud mental aplicable a las muje­ res es de alguien muy adaptado a su rol de género, aceptando las expec­ tativas inherentes a ese rol y ofreciendo un apropiado desempeño del mismo, aun a pesar de que tales conductas generalmente se consideran poco deseables desde el punto de vista social para un adulto bien adap­ tado»9.

Investigaciones realizadas en estos últimos años sobre la relación existente entre estos trastornos y el modelo de masculinidad y femi­ nidad exigido a varones y mujeres parecen concluir que trastornos 8 Cfr. B. P. Dorenwend, B. S. Dorenwend, M. S. Gould, B. Link, R. Neugerbauer y R. Wunsch-Hitzig: Mental Ilness in the United States: Epidemiological estimates. New York: Praeger Publishers,1980. 9 Cfr. M. Burin: «Mujeres y salud mental». Apuntes de Psicología, 44, pp. 7-15,1995, p. 9

como la histeria, las fobias, la depresión, el abuso del alcohol y de otras drogas ilegales, lejos de considerarse un derivado exclusivo de la biología, son también expresión de unas condiciones de vida y de un desempeño de los roles que predisponen a muchos varones y mujeres a enfermar. Desde esta perspectiva y como alternativa a la excesiva medicalización de los trastornos psicológicos de las mujeres10, desde finales de los setenta se han comenzado a poner en práctica, entre otras estrategias terapéuticas, los grupos de reflexión de mujeres. Esta técnica terapéu­ tica es hoy en día también una práctica muy frecuente con población masculina11. Estos grupos, cuyo origen se remonta a los grupos de autoayuda desarrollados en los años sesenta por el movimiento feminista, facilitan un espacio donde cuestionar «lo obvio» y posibilitar así la toma de conciencia de los ideales de género que se brindan como modelo de lo que debe ser un varón y una mujer12. Se diferencian de otros gru­ pos en el especial hincapié que hacen en el análisis de las representacio­ nes que la sociedad asigna normativamente a varones y mujeres, y en la repercusión que éstas tienen en la problemática que viven las personas que participan en dichos grupos. A través del diálogo y de diversos ejercicios de sensibilización, en estos grupos se cuestionan fas condiciones que han desencadenado las crisis, y se analiza la relación que tales crisis pueden tener con una exis­ tencia vivida como mujer o varón. La finalidad de estos grupos es que 10 Las mujeres son las principales consumidoras de psicofármacos, y constituyen las 2/3 partes de la población que usa tranquilizantes (66%). Tras hacer una revisión en aquellos paí­ ses donde se ha estudiado la pauta de consumo de los tranquilizantes del tipo benzodiazepinas (EEUU, Canadá, Reino Unido y Australia), Burin constata que la relación entre mujeres y hombres recetados con tranquilizantes es de dos a uno, encontrando que el consumo esti­ mado de psicofármacos en la población de mujeres alcanza al 10% de dicha población. Bu­ rin, Op.cit., 1990. En España, los resultados de una investigación llevada a cabo por el Equipo de Investigación Sociológica (EDIS) en el 2000 apuntan en esta misma dirección. La prevalencia del consumo de tranquilizantes es superior entre las mujeres que en el conjunto de la población, triplicando a la de los varones. Un 9,7% de las mujeres españolas de 14 años en adelante han usado alguna vez tranquilizantes. Cfr. EDIS: El consumo de alcohol y otras drogas en el colectivo femenino. Madrid: Instituto de la Mujer, 2000. 11 Inda, Op. cit., 1996. 12 Cfr. C. Coria: «Grupos de reflexión, dependencia económica y salud mental de las mujeres». En M. Burin: Estudios sobre la subjetividad femenina. Mujeres y salud mental. Buenos Aires: Grupo Editor Latinomericano, 1987.

los participantes comprendan lúcidamente su problemática y desarro­ llen una capacidad crítica y de autonomía ante estos ideales que, en muchos de los casos, son una de las principales fuentes de su malestar13. En estos últimos años, estos grupos de reflexión están cumpliendo una importante función preventiva en la salud psicológica, especialmente de las mujeres. Un gran número de aulas de cultura utilizan estas diná­ micas para ayudar a que sean las propias mujeres su principal recurso de salud.

13 Cfr. M. A. González de Chávez, C. González y L.Valdueza: «Grupos terapéuticos de mujeres». En M. A. González de Chávez (Comp.): Cuerpo y subjetividad femenina. Salud y gé­ nero. Madrid: Siglo XXI, 1993.

8. El género, un concepto integrador --------

Pese a que en ocasiones podamos ver utilizada la categoría gé­ nero para disociar, establecer oposiciones o evitar la posibilidad de diálogo, este concepto es inherentemente integrador. Su naturaleza integradora se manifiesta en su carácter interdisciplinar, holístico y relacional. Carácter interdisciplinar La reformulación realizada por Money de la categoría sexo, como un concepto multivariado y multivariadamente determinado, abrió una brecha en el modelo naturalista y biologicista decimonónico e impulsó notablemente el que se hiciera un estudio interdisciplinar desde una aproximación biosocial. Como Juan Fernández1 refleja descriptivamente en la figura 4, nos encontramos ante dos categorías —el sexo y el género— con una na­ turaleza claramente multidimensional, que exige, para su correcto aná­ lisis, el desarrollo de un estudio interdisciplinar desde un triple enfo­ que/ nivel: estructural, funcional e interactivo. Como puede observarse en la figura mencionada, el enfoque/nivel estructural permite hacer un análisis detallado de los componentes que constituyen cada uno de los dominios (sexo y género), gracias a la apor­ 1

Cfr.J. Fernández: «Sexo, sexología y generología». En J. Fernández (Coord.): Varones y

Mujeres. Desarrollo de la doble realidad del sexo y del género. Madrid: Pirámide, 1996.

tación de todas aquellas disciplinas ocupadas en su estudio: genética, endocrinología, neurología, psicología, sociología, antropología y sexología. El enfoque/nivel funcional trata de explicar los diversos pasos suce­ sivos del desarrollo de estas dos realidades, a fin de proporcionar una visión coherente de la evolución de las mismas. Por último desde un enfoque/nivel interactivo, Fernández busca ma­ terializar el pensamiento dialéctico, subrayando a través de este enfo­ que/nivel la necesaria interacción de ambos dominios en la evolución de todos y cada uno de los humanos. Dada la naturaleza multidimensional de ambas realidades, «las cues­ tiones de género han hecho estallar desde el interior los límites artifi­ ciales que delimitan los campos de estudio»2 y han favorecido un ma­ yor diálogo inter e intradisciplinar3.

2 S. Narotzky: Mujer, Mujeres y Género: Una aproximación crítica al estudio de las mujeres en tas ciencias sociales. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1995,

p.12. 3 Un ejemplo de este diálogo inter e intradisciplinar lo tenemos en el desarrollo de este trabajo teórico. Si hacemos un recorrido de las diferentes disciplinas que han tenido que ser abordadas y relacionadas para establecer una visión coherente de la doble realidad sexo/gé­ nero podremos ver reflejadas en mayor o menor medida una gran diversidad de disciplinas: las ciencias biomédicas (genética, endocrinología...), sexología, sociología, antropología, his­ toria y psicología en sus diferentes vertientes (diferencial, de la personalidad, evolutiva, cognitiva, social, clínica).

SEXO

GÉNERO

Nivel funcional

XY ♦ Testículos * Hormonas testiculares

Nivel estructural

.G enética

XX

.* ... Ovarios * Hormonas ováricas

Hipófisis Hipotálamo Cerebro Dif. Sex. Asignación sexual: varón

Nivel funcional

Sociedad Entorno ambiental

Endo#¡íi0log¡a Antropología

G E N E R 0 L 0

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S £ X! 0 L 0 Oí n A!

Estereotipos

L1

nr

Roles

Asignación sexual: mujer * Identificación sexual

Varón

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Hipófisis

Roles

A

Mujer

i

Personalidad

DISCIPLINAS ! Receptores

Roles

m jE

Conductas

Gónadas

NIVEL INTERACTIVO

Figura 4. La doble realidad del sexo y del género4 J. Fernández, Op. cit., 1996, p.38. Reproducida con permiso del autor.

Entorno

Carácter holístico Muy relacionada con la naturaleza interdisciplinar de esta categoría se encuentra su dimensión holística. Con este calificativo se quiere su­ brayar la estrecha relación que esta categoría guarda con otras variables que conforman al ser humano. Según Burin5, el género nunca aparece de manera pura, está entrelazado a otras variables que son determi­ nantes en la vida de las personas: sexo biológico, clase social, raza/etnia, edad, religión... Aunque el género sea uno de los organizadores privile­ giados de la vida social humana, hay otras categorías que constituyen el «habitus» de una persona, que también contribuyen a estructurar y con­ figurar la realidad social e individual; entre las más importantes encon­ tramos la raza/etnia, la clase social y la edad. Estas categorías transfor­ man la propia experiencia del género y ayudan a comprender la gran variabilidad que podemos encontrar entre los individuos que pertene­ cen a un mismo sexo. Como afirma Lagarde6, es diferente ser varón o mujer de acuerdo con la clase, la etnia/raza o la edad y viceversa, es di­ ferente la pertenencia a una clase u otra categoría social si se es varón o mujer. Gilmore, Godelier y Mead7, entre otros, han demostrado, a través de sus estudios antropológicos, que la interpretación cultural del sexo (es decir el género) tiene una especificidad cultural e histórica. Williams y Best8, en su trabajo transcultural realizado en treinta países sobre estere­ otipia de género, encontraron que había una gran similitud en los atri­ butos asignados a varones y mujeres en los distintos países, junto con otras características diferenciales, dependiendo del contexto cultural. En la gran mayoría de los treinta países estudiados, estos investigadores hallaron que la masculinidad estaba asociada a rasgos más instrumenta­ les o agentic, mientras que la feminidad se relacionaba con rasgos más expresivos y communales. Ser agresivo, activo, independiente, empren­ dedor, severo, dominante... era considerado indicador del estereotipo 5 Cfr. Burin, Op. cit., 1996. 6 Cfr. Lagarde, Op. cit., 1996. 7 Cfr. D. D. Gilmore: Manhood in the making: Cultural concepts of masculinity. New Haven: Yale University Press, 1990. M. Godelier: La producáón de grandes hombres. Madrid: Akal Uni­ versitaria, 1986. Mead, Op. cit., 1935. 8 Cfr.Williams y Best, Op. cit., 1990.

masculino, mientras que características como la dependencia, la sumi­ sión, el ser miedosas, afectivas, emocionales, tiernas, débiles... eran re­ presentativas de la feminidad. Las diferencias que encontraron entre los diferentes países estaban relacionadas con el sistema de valores sobre el trabajo y con las tradiciones religiosas. Respecto a la relación existente entre la clase social y el género, se ha constatado que la clase social parece influir en la adquisición de actitu­ des más flexibles respecto al rol del género9. Se ha encontrado que las clases sociales «baja y alta» reproducen más rígidamente los estereotipos asignados a varones y mujeres que los individuos pertenecientes a la clase social media, donde se observa mayor flexibilidad. En relación con la edad, se ha encontrado que a lo largo del proceso evolutivo la adhesión a los roles de género puede seguir procesos y eta­ pas diferentes en función del sexo10. Mientras los varones reciben una tipificación de género mucho más estricta que las mujeres hasta la edad adulta, las mujeres, tras un primer período infantil más permisivo, al lle­ gar la etapa preadolescente, reciben una tipificación de género mucho más restrictiva que se prolonga hasta bien entrada la edad adulta. Durante el primer período de la edad adulta (entre los 18-30 y 40 años aproximadamente) con la incorporación al mercado de trabajo, la formación de una pareja y una familia, el nacimiento del primer hijo... se acentúa la rigidez de los roles de género en ambos sexos. Al llegar al segundo período de la edad adulta (entre los 40 y 50 años aproximada­ mente) los roles de género tienden a flexibilizarse. Los varones pueden relativizar y superar la presión de las expectativas sociales, y las mujeres liberarse de las tareas domésticas y educativas11. Este modelo diferencial en la adquisición de los roles de género pa­ rece tener también repercusiones en el desarrollo de la androginia en varones y mujeres. Si bien, durante los primeros años la proporción de mujeres andróginas es mayor que de varones andróginos, en la adultez, esta proporción parece invertirse12. 9 Cfr. Constantinople, Op. cit., 1973. 10 Cfr. Sebastián y Aguíñiga, Op. cit., 1988. 11 Cfr. F. López: «Adquisición y desarrollo de la identidad sexual y de género». En J. Fer­ nández (Coord.): Nuevas pespectivas en el desarrollo del sexo y del género. Madrid: Pirámide. 1988. 12 Cfr. J. Sh. Hyde: Psicología de la mujer. La otra mitad de la experiencia humana. Madrid: Morata,1995.

Carácter relacional Por último el carácter integrador de esta categoría también se ma­ nifiesta en su naturaleza relacional. Aunque la categoría género sea un concepto muy relacionado con el feminismo académico, esto no signi­ fica que sea un instrumento exclusivo «de y para» las mujeres. Analizar las condiciones de vida de las mujeres necesariamente implica estudiar la realidad de los varones y las complejas relaciones que se desarrollan entre los sexos. Un ejemplo de la naturaleza relacional de esta categoría lo en­ contramos en el cambio de terminología que en esta última década se ha realizado sobre los llamados «Estudios de la Mujer». A finales de los ochenta, los «Women’s Studies» comenzaron a llamarse «Gender Stiídies» con el propósito de acomodar este nombre a la temática tratada en esta corriente teórica y académica, ya que el contenido de estos estudios se centra en lo masculino, lo femenino y sus combi­ naciones; ■ 11. en la manera de pensar, sentir y actuar de varones y mujeres No sólo existe un conjunto de normas, roles, características y com­ portamientos asignados a las mujeres. De la misma forma, la sociedad también adscribe a los varones un modelo normativo regulador de su identidad. Estos ideales de género se encuentran estrechamente vincu­ lados a los exigidos a las mujeres, ya que ambos han sido elaborados dicotómicamente a través de un proceso de exclusión. Un ejemplo de ello nos lo ofrece la sintética descripción que Gloria Poal realiza sobre la socialización diferencial mujer-varón. Como se refleja en la tabla 1, «mientras que se tiende a sobrevalorar, sobreexigir e infraproteger a los varones, se tiende a infravalorar, infraestimular y sobreproteger a las mujeres»14.

n Cfr. M. Bellucci: «De los Estudios de la Mujer a los Estudios del Género: han reco­ rrido un largo camino...» En Ana Fernández (Comp.): Las mujeres en la imaginación colectiva. Una historia de discriminación y resistencias. Buenos Aires: Paidos, 1992. 14 G. Poal: Entrar; quedarse, avanzar. Aspectos psicosociales de la relación mujer-mundo laboral. Madrid: Siglo Veintiuno de España Editores, 1993, p. 83.

A los niños/chicos/hom bres

A las niñas/chicas/m ujeres

* Se los socializa para la producción. * Se los socializa para progresar en el ámbito pú­ blico (laboral, profesional, político, tecnoló­ gico..). Así: — Se espera de ellos que sean exitosos en dicho ámbito. — Se los prepara para ello. — Se los educa para que su fuente de gratifica­ ción y autoestima provenga del ámbito pú­ blico.

* Se las socializa para la reproducción. * Se las socializa para permanecer en el ámbito privado( doméstico, afectivo). Así:

Consecuentem ente a lo anterior:

Consecuentem ente a lo anterior:

* Se les reprime la esfera afectiva (sentimientos, expresión de afectos). * Se les potencian libertades, talentos, ambiciones diversas que faciliten la autopromoción.

— Se espera de ellas que sean exitosas en di­ cho ámbito. — Se las prepara para ello. — Se las educa para que su fuente de gratifica­ ción y autoestima provenga del ámbito pri­ vado.

* Se les fomenta la esfera afectiva. * Se les reprimen diversas libertades. No se fo­ menta e incluso se reprime la diversificación de sus talentos y ambiciones (se induce a que éstos se limiten a lo privado).

* Reciben bastante estímulo y poca protección.

* Reciben poco estímulo y bastante protección.

* Se los orienta hacia la acción, hacia lo exterior, ha­ cia lo macrosocial.

* Se las orienta hacia la intimidad, hacia lo interior, hacia lo microsocial.

* Se los orienta hacia la independencia económica, afectiva, de acción y de criterio.

* Se las orienta hacia la dependencia económica, afectiva, de acción y de criterio.

* El valor trabajo (remunerado) se les inculca como una obligación prioritaria y como definitorio de su condición de hombre. Esto tiene como ven­ taja la independencia y como desventaja el tener sólo una opción (automantenerse). Se los exculpa del trabajo doméstico. Se les induce a sentirse responsables del sustento económico de otros (es­ posa e hijos).

* El valor trabajo (remunerado) no se les inculca como obligación prioritaria m como defimtorio de su condición de mujer. Esto tiene la des­ ventaja de la dependencia y la ventaja de poder optar (automantenerse o ser mantenidas). El trabajo doméstico se les inculca como una obli­ gación exclusiva de su sexo. Se las induce a sen­ tirse responsables del sustento afectivo de otros (marido, hijos, ancianos).

Tabla 1. Proceso de socialización diferencial mujer-varóní5 15

G. Poal,1993: p. 89. Reproducida con permiso de la autora.

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C u a d r o R e s u m e n III. P r in c ip a l e s a p o r t a c io n e s d e l a c a t e g o r ía g é n e r o EN EL ESTUDIO PSICOLÓ GICO DE LOS SEXOS

* Hay una revitalización en el estudio e investigación en torno a las dife­ rencias y semejanzas entre los varones y las mujeres. * Se cuestiona el conocimiento existente sobre los sexos y la manera en que éste se ha obtenido. * Se rompe la analogía existente entre el sexo biológico y la masculini­ dad y feminidad psicológicas, concibiéndose estos constructos como dos dimensiones socioculturales. * Se introduce un nuevo concepto psicológico: «la androginia psicoló­ gica», estableciéndose una nueva tipología de género con cuatro opcio­ nes para cada sexo: la masculinidad, la feminidad, la androginia y la indiferenciación. * Se revisan los significados socialmente atribuidos a varones y mujeres, y su repercusión en la constitución de la identidad y en los modos de pensar, sentir, actuar y enfermar. * Se enriquecen y complejizan los diseños de investigación en torno a los sexos al introducirse la tipología de género como variable predictiva.

* Los criterios de salud mental se modifican. Se deja de penalizar la falta de acuerdo entre el sexo biológico y la masculinidad y feminidad psi­ cológicas. * El proceso de socialización se convierte en uno de los principales ins­ trumentos explicativos en la adquisición y desarrollo de la identidad de género y en el estudio de las diferencias y semejanzas inter e intrasexos. * Se hacen visibles y se analizan las situaciones de subordinación y desi­ gualdad existentes entre los sexos.

PARTE 4: HACIA UNA CLARIFICACION CONCEPTUAL DE LA CATEGORÍA GÉNERO «El cuidadoso examen del pasado ilumina el presente y sugiereformas defuturo». SH ERTZER Y STONE

9. Significados atribuidos — a la categoría género —

Lamentablemente, el impulso renovador de la categoría género ha ido acompañado de una gran confusión terminológica y conceptual.' Su rápida introducción en el ámbito de las ciencias y su popularidad en el lenguaje de la calle ha llevado a que esta categoría sea muy utilizada sin que apenas haya habido una previa sistematización. Como expresa gráficamente Fernández1, en torno a los conceptos sexo/género se ha creado una especie de «confusión de lenguas» que obstaculiza sobrema­ nera la utilidad de esta categoría. Nos encontramos ante un significante con una gran pluralidad de significados, y ante un concepto que en muchas ocasiones ha sido de­ nominado con terminologías diferentes.Veamos algunos de los signifi­ cados más comúnmente atribuidos en el ámbito de la psicología a la categoría género. Sexo y género, dos térm inos intercambiables Aunque Money y Stoller, pioneros en el desarrollo de esta distin­ ción, subrayaran que el sexo y el género hacen referencia a dos realida­ des independientes, y que por tanto no deben de ser tratadas como si­ nónimas, son muchos los teóricos que emplean estos términos de 1

Cfr. J. Fernández, Op. cit., 1988.

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manera intercambiable. Unos tras una elección manifiesta y la gran ma­ yoría sin una previa explicación sustituyen el término sexo —utilizado como variable sujeto y variable estímulo— por el de género, pudiendo encontrar frases como la de Rosenberg y Sutton-Smith o la que su­ giere la lectura de Unger y Crawford respectivamente: «Por sexo se entiende el género (macho o hembra) con el que nace el niño»2. «Un 15% de las ratas que recorrió el laberinto era género hembra y el resto machos»3.

Entre los autores que de manera manifiesta utilizan estos términos como intercambiables están Ashmore y Del Boca, Katz y Worell4. Estos emplean el sexo y el género como intercambiables porque con ello quieren enfatizar el carácter social que subyace en las categorías varón y mujer. Consecuentemente, en sus trabajos encontramos que el gé­ nero sustituye a la variable sexo, entendida como variable organísmica, descriptiva de las categorías mujer y varón, y reservan el término «roles sexuales» para hacer referencia a lo que Money, Stoller o Unger nom­ bran como género: el conjunto de características, comportamientos y actividades que se consideran más deseables y apropiadas para los varo­ nes y las mujeres en una cultura determinada5. Así, por ejemplo, Katz 2 B. Rosenberg y B. Sutton-Smith: Sex and Identity. New York: Holt Rinehart and Winston, 1972, p.l. 3 R. K. Unger y M. Crawford: Women and Gender. A feminist psychology. New York: McGraw-Hill,Inc., 1992, p.20. 4 Cfr. R. Ashmore y F. K. Del Boca: «Toward a Social Psychology of Female-Male Relations». En R.D. Ashmore y F.K. Del Boca:The Social Psychology of female-male relationsrA critical analysis of central concepts. New York: Academic Press, 1986. P. A. Katz: «Gender Identity: Development and Consequences». En R. D. Ashmore y F. K. Del Boca, Op. cit., 1986. J.Wo­ rell: «Life-span sex-roles development, continuity and change». En R. M. Lerner y N. A. Buschrossnagel: Individuáis and proceduces of their development: A life-span perspective. New York: Academic Press, 1981. 3 Aunque estos autores defienden el uso de esta terminología, reconocen interesante la distinción que Unger (1979) propone sobre los términos sexo y género. De hecho, Ash­ more, (1990) en Sex, Gender; and the Individual, utiliza también la terminología planteada por Unger y Worell (1993) en su artículo «Gender in Glose Relationships: Public Policy vs. Per­ sonal Prerogative».

inicia su reflexión sobre el desarrollo y las consecuencias de la identi­ dad de género con este fragmento: «Después de nueve meses de gestación y suspense, el género es la pri­ mera información que se da a los padres y al entorno. ¿Qué has te­ nido? (¿Qué género tiene tu bebé?) es usualmente la primera pregunta que se hace a los nuevos padres, y «es un niño» o «es una niña» son probablemente las tres primeras palabras escuchadas por los recién na­ cidos». Otros autores como Hyde, Kessler y McKenna6, aunque no consi­ deran que los términos sexo y género sean sinónimos, usan estas cate­ gorías de manera «prácticamente» intercambiable. Sólo emplean el sexo para referirse a las actividades reproductivas y al intercambio sexual en sí mismo, y utilizan el término género para nombrar todos los demás aspectos que configuran el ser «mujer» y «varón», de tal manera que, para Hyde, las diferencias de género aluden a las diferencias innatas o biológicas, y, para Kessler y McKenna se puede hablar de los cromoso­ mas de género. Con esta distinción, estos autores ponen de relieve, igual que los investigadores anteriormente señalados, que las categorías va­ rón y mujer están construidas socialmente. Este uso de los términos genera una gran confusión terminoló­ gica y conceptual, y reduce considerablemente la capacidad analítica de la categoría género. Bien es cierto que, como expresaba De Beauvoir, ser mujer o varón es un proceso al que se llega como resultado de la interacción entre una gran diversidad de factores biopsicosociales, y desde luego, cometeríamos un gran error si consideráramos la genitalidad o la biología como la última palabra en este proceso. Reducir las categorías varón y mujer a la presencia de pene o de vagina es del todo incorrecto, pero ¿qué ganamos utilizando el género y el sexo como sinónimos, o como expresiones prácticamente intercambia­ bles? ¿No resulta más esclarecedor tener en cuenta el desarrollo psicosocial de la variable sexo, en tanto variable estímulo y variable su­ jeto, y elaborar una taxonomía que recoja la interacción de estas 6

Cfr. Hyde, Op. cit., 1995. S. J. Kessler, y W. McKenna: Gender: A n ethnomethodological

aproach. New York: Wiley, 1978.

variables con la realidad del género? ¿No estamos con ello señalando de manera muy similar la naturaleza social de las categorías varón y mujer? Sexo y género, dos térm inos presuntamente antónim os A propósito de estos términos es frecuente utilizar la categoría sexo para referirse sólo a aquellos aspectos de la persona que poseen un fun­ damento claramente biológico (las características relacionadas con la reproducción o la sexualidad), y reservar el término género para todos aquellos aspectos de los varones y las mujeres cuya causalidad biológica no ha sido demostrada. Esta distinción también resulta problemática, ya que es imposible establecer la causalidad de los comportamientos y rasgos que son resul­ tado de complejas interacciones entre la biología y la sociedad. En el fondo, con este uso de los términos, ¿no se está reavivando la contro­ versia naturaleza/cultura, herencia/ambiente, que tan estériles resulta­ dos tiene en la comprensión del ser humano? Utilizar las categorías sexo y género en el estudio psicológico de los sexos 110 implica caer en la falacia de pensar que un comportamiento es debido en su totalidad a la herencia o al ambiente, o que la herencia es opuesta al aprendizaje. Son muchos los teóricos que voluntariamente dejan al margen el problema de la causación cuando utilizan estos tér­ minos en sus trabajos. Para estos teóricos, los factores biológicos y socia­ les son realidades cambiantes que interactúan permanentemente en el individuo, en una doble dirección. El género, un térm ino políticam ente correcto La creciente utilización de la categoría género en el ámbito acadé­ mico, político y cotidiano ha traído consigo que éste se haya ido va­ ciando de su significado inicial. Para muchos, el género es un eufe­ mismo del sexo, un término más elegante, más «polite». Para otros, el

género se reduce a una manera de hablar más especializada «de y sobre» las mujeres7, y «es una forma de desmarcarse de la (supuestamente es­ tridente) política del feminismo»8. Este hecho ha llevado a que el género no siempre se emplee por su capacidad analítica e integradora sino que, en ocasiones, se utiliza con el único objetivo de buscar una legitimación «académica», «política» o «social», sin importar el contenido al que pueda estar haciendo referen­ cia. Esta utilización «políticamente correcta», reduciéndolo a un «eufe­ mismo del sexo», a*«un disfraz del feminismo» o a «cosa de mujeres», aparece reflejada en la política de las publicaciones. En ocasiones, los autores se han visto obligados, por una decisión editorial, a sustituir la palabra «sexo» por la de «género», o a cambiar el término «feminismo» por el de «género» en el encabezamiento de un artículo9. Nos encontramos ante un término que en estos últimos años se ha «burocratizado», perdiendo en muchos casos su razón de ser. Su rápida asimilación en el ámbito de las ciencias, su carácter multidimensional, su naturaleza interdisciplinar, la carencia de una taxonomía que clarifi­ que esta compleja realidad, una insuficiente información, un error inte­ resado o una política oportunista... dan lugar, con respecto al término «género», a que la confusión sea la norma y no la excepción. Ante esta situación, cuando hablamos de género, nos podemos preguntar: ¿a qué estamos haciendo referencia? El uso del género ¿se reduce a una cues­ tión de «buena educación»? ¿Es un disfraz que inviste de rigor cientí­ fico los trabajos feministas o los estudios de las mujeres? ¿Acaso es un pseudónimo permitido?

7 Cfr. Lagarde, Op. cit., 1996. 8 Scott, Op. cit., 1990, p 28. 9 Cfr. J. Fernández, Op. cit., 1996. M. I. Rosenberg: «Género y sujeto de la diferencia se­ xual. El fantasma del feminismo». En M. Burin y E. Dio Bleichmar (Comps.): Género, psicoa­ nálisis, subjetividad. Buenos Aires: Paidós,1996.

10. Un acercamiento conceptual -----

La confusión en torno a la categoría género no se limita a su natu­ raleza polisémica; la ambigüedad de este concepto también se mani­ fiesta por la utilización de terminologías, en ocasiones, muy dispares y contradictorias. Aunque son numerosas las definiciones que, desde la psicología, se han elaborado en torno a estas dimensiones, encontramos que los «conceptos» de sexo y de género no siempre aparecen nombra­ dos de una misma manera. Por otra parte, el estado de confusión que rodea a la realidad del género se ve aumentado por los distintos niveles de análisis que pueden hacerse de esta compleja realidad. Dependiendo del nivel al que estemos haciendo referencia, las definiciones de esta ca­ tegoría se centran en aspectos y contenidos diferentes. Con el intento de aportar alguna clarificación, analizaremos, en primer lugar, las dife­ rentes definiciones que teóricos relevantes en la materia han realizado sobre estos conceptos, para, después, esbozar un esquema taxonómico y conceptual que recoja la multidimensionalidad de la doble realidad sexo/género, que permita comprender las diferentes aproximaciones que actualmente se realizan en torno a esta temática. Sexo y género, una doble realidad Como pudimos constatar en el primer capítulo, la categoría género surgió ante la necesidad de clarificar la maraña de significados y de pro­ cesos biopsicosociales que acontecen en el devenir humano. Money introdujo este constructo en las ciencias biológicas para desvelar aque-

líos aspectos que hasta entonces habían quedado ocultos bajo el tér­ mino «sexo», y que hacían referencia a una realidad psicosocial. Junto con el matrimonio Hampson, en 1955, reconceptualizó la variable sexo, estableciendo una taxonomía de los determinantes multivariados de esta compleja realidad, utilizando el término «rol de género» para subrayar la importancia que tienen, en el proceso de sexuación hu­ mana, la biografía social y las conductas dimorfas que los padres y el entorno desarrollan ante el sexo asignado. Para Money, como para Sto­ ller, la categoría género es un suplemento imprescindible de la variable sexo que posibilita, sin necesidad de caer en cuestiones deterministas, el análisis de las complejas interacciones que se producen entre los facto­ res biológicos, y aquéllos que, desde el nacimiento del individuo, acon­ tecen en el contexto psicosocial. Para ambos, el sexo y el género son dos complejas realidades que es­ tán en permanente interacción aunque no necesariamente vayan en una misma dirección. Si retomamos la distinción propuesta por Stoller, el sexo hace referencia a los componentes biológicos que distinguen al ma­ cho de la hembra. Engloba los cromosomas, las gónadas, el estado hor­ monal, el aparato genital externo y el aparato sexual interno, las caracte­ rísticas sexuales secundarias y la organización cerebral. El término género alude al dominio psicológico de la sexualidad. Abarca los sentimientos, papeles, pensamientos, actitudes, tendencias y fantasías que, aun hallán­ dose ligados al sexo, no dependen de factores biológicos. Para Stoller el género es de orden psicológico y cultural, se corresponde con la mascu­ linidad y la feminidad sin hacer referencia a la anatomía y fisiología. Esta distinción de Stoller es compartida por la mayoría de los teóri­ cos que trabajan en este campo. Independientemente de la terminología utilizada, encontramos un gran consenso en la necesidad de distinguir entre aquellos componentes que integran el estatus biológico de ser va­ rón y mujer, y aquellos componentes psicólogicos y culturales que for­ man parte de las definiciones sociales de las categorías mujer y varón. Uno de los primeros intentos clarificatorios que más aceptación ha tenido en torno a la doble realidad sexo/género, es el ofrecido por la teórica Rhoda Unger1, en su artículo «Hacia una redejinición del sexo y el 1 Cfr. Unger, Op. cit., 1979.

género», donde propone un esquema taxonómico desde el que recon-

ceptualizar «la variable sexo». Como para Money o Stoller, para Unger uno de los mayores problemas en el estudio psicológico de los sexos es la sobrecarga conceptual inherente a la variable sexo. Para esta autora, la confusión entre las propiedades biológicas y los condicionamientos socioculturales provoca muchos de los sesgos metodológicos y con­ ceptuales existentes en el estudio de las diferencias entre varones y mujeres. Como respuesta a esta problemática, en 1979 propuso en el ámbito de la psicología, distinguir la realidad del sexo de la realidad del género. Para Unger, el sexo hace referencia a los mecanismos biológicos que determinan que una persona sea varón o mujer, pudiéndose considerar desde una doble vertiente: el sexo en tanto variable sujeto y variable estímulo. El sexo, entendido como variable «sujeto», alude a todas aque­ llas investigaciones en las que las personas se seleccionan en función de las categorías demográficas «varón y mujer». Esta manera de conceptualizar el sexo es quizás la aproximación más tradicional y se enmarca en el campo diferencialista. Desde esta perspectiva, el sexo se ve en términos de las diferencias individuales, y en este tipo de estudios se analizan las semejanzas/diferencias entre varones y mujeres en todo tipo de varia­ bles intrapersonales. Un estudio que ilustra este tratamiento del sexo es el de Maccoby y Jacklin2. Mientras que el sexo, en tanto variable «esti­ mulo», hace referencia a todos aquellos estudios que analizan los efectos que puede provocar en un individuo la percepción del otro como va­ rón o mujer, en estas investigaciones se estudia la incidencia que oca­ siona el dimorfismo sexual aparente en la interacción comportamental. El estudio de Condry y Condry3 es un buen ejemplo del sexo enten­ dido como variable estímulo. Por género, Unger entendía aquellos componentes no fisiológicos del sexo que son culturalmente más apropiados para uno u otro sexo, englobando todas aquellas características y rasgos que son socioculturalmente apropiados para los varones y las mujeres. Esta conceptualización se ha convertido en marco referencial de numerosos investigado­ res relevantes en esta materia. 2 Cfr. Maccoby y Jacklin, Op. cit., 1974. 3 Cfr. Condry y Condry, Op. cit., 1976.

Otros, aunque comparten la necesidad de distinguir terminológica­ mente estas dos realidades, prefieren utilizar vocablos diferentes. Por ejemplo, Heilbrun4 utiliza la acepción «género sexual» para nombrar los aspectos biológicos del individuo (hembra, macho), y emplea el término «rol sexual» para señalar el sexo psicológico (masculinidad-feminidad). De manera similar, Ashmore y Del Boca, Katz y Worell consideran el sexo y el género como términos intercambiables y reservan la expresión «rol sexual» para hacer referencia a lo que Unger señalaba como género. En este mismo sentido, también Maccoby5, a partir de su trabajo «El género como categoría social», considera el sexo y género como térmi­ nos intercambiables y emplea el término «rol sexual» para describir lo que Unger entendía por género. A diferencia de Ashmore y Del Boca, Katz y Worell, Maccoby prefiere hacer uso del término «sexual» para referirse a las conductas específicamente relacionadas con la actividad genital y el intercambio sexual en sí mismo. Esta matización es muy se­ mejante a la empleada por Cook6. Otra manera de plantear esta distinción es la de Mussen, Conger y Kagan7, quienes prefieren adoptar el término «tipificación sexual» para hacer referencia a lo que Unger entendía por género. Para estos auto­ res, tipificación sexual es el proceso a partir del cual se adquieren aque­ llas características, actitudes y comportamientos que se consideran so­ cialmente apropiadas para cada sexo. Estas terminologías diferentes, lejos de enriquecer esta compleja rea­ lidad, ocasionan una gran confusión en quienes desconocen este juego terminológico. Ante esta situación, Deaux y Unger y Crawford8 hacen una serie de propuestas. Deaux plantea hacer un uso más consistente de estos términos, y sugiere utilizar la categoría sexo para aquellos estudios donde simplemente se analizan las categorías varón y mujer como varia­ 4 Cfr. A. B. Heilbrun: Human sex-role behavior. New York: Pergamon Press, 1981. 5 Cfr. E. E. Maccoby: «TheVaried Meanings o f“Masculine” and “Femenine”». En J. M. Reinisch, L. A. Rosenblum y S. A. Sanders: Masculinity /femininity. Basic Perspectives. Oxford: Oxford University Press, 1988. 6 Cfr. Cook, Op. cit., 1985. 7 Cfr. P. H. Mussen, T. I. Conser y T. Kagan: Child development and Personality. New York: Harper and Row, 1979. 8 Cfr. K. Deaux: «Sex and Gender». Animal Review of Psychology, 36,1985, pp. 49-81. R. K. Unger y M. Crawford: «TheTroubled Relationship Between Terms and Concepts». Psy­ chological Science, 4,1993, pp. 122-124.

bles demográficas, y reservar el término «género» para todas aquellas in­ vestigaciones donde se hacen juicios a partir de las categorías sociales, no biológicas. Unger y Crawford, por su parte, recomiendan no usar el tér­ mino «diferencias sexuales» por su fácil relación con cuestiones determi­ nistas, y proponen emplear la terminología «diferencias relacionadas con el sexo». Esta falta de claridad terminológica refleja la carencia de un marco teórico que contextualice y estructure esta compleja categoría. Naturaleza m ultidim ensional de la categoría género Si bien, la década de los cincuénta y de los sesenta fueron esenciales para conocer la naturaleza multideterminada de la categoría sexo, el es­ tudio y sistematización del carácter multidimensional de la variable gé­ nero comenzó a desarrollarse fundamentalmente a partir de 1980. Si hacemos una revisión de la bibliografía en torno a esta temática, podemos observar que tras el término género se esconde una gran va­ riedad de derivados (estereotipos, roles, actitudes, atributos...), procesos y teorías que pueden ser analizados desde tres enfoques o niveles dife­ rentes que presentamos sistematizados en la Tabla 2. El nivel denominado «sociocultural» corresponde a la creación sim­ bólica del sexo, a la interpretación cultural del dimorfismo sexual. Este nivel más antropológico y sociológico se preocupa de estudiar los «contenidos específicos» que configuran los modelos de masculinidad y fe ­ minidad presentes en la sociedad, y en él se analizan los atributos, roles y estereotipos prescritos cultural e históricamente para uno y otro sexo. El nivel «psicosocial o interpersonal» se centra fundamentalmente en los procesos sociales a través de los cuales se crean y se transmiten estos mo­ delos normativos a los individuos. Desde este enfoque, el género es conceptualizado como una categoría social, como un organizador privilegiado de las estructuras sociales y de las relaciones existentes entre los sexos. En este enfoque convergen principalmente las aproximaciones de carácter sociológico y psicológico. En este nivel de análisis se investigarán: la divi­ sión sexual del trabajo, los espacios y tareas diferencialmente asignadas en función del sexo, el poder asimétricamente atribuido a varones y mujeres, los procesos de socialización así como el contexto de la interacción social.

Niveles

Conceptualización del género

Contenidos específicos

Disciplinas

Construcción cultu­ Los modelos normati­ ral del sexo que varía vos de masculinidad y Sociocultural en función de los con­ feminidad. Antropología textos socioeconómi­ cos, étnicos, religiosos e históricos. El género como prin­ * Los procesos a través cipio organizador de de los cuales se cons­ las estructuras sociales truye el género. relaciones en­ Psicosocial o ytredeloslassexos. * Los procesos de so­ Interpersona! cialización mediante los cuales se transmi­ ten los modelos nor­ mativos sociales.

Sociología

El género como con­ * Los procesos de tipi­ junto de característi­ ficación de género. cas tipificadas sexualmente, internalizadas * La identidad de gé­ a través del proceso de nero. socialización, cuya in­ cidencia en la organi­ * Los estilos de rol de zación y constitución género y su relación de la identidad es fun­ con otras variables damental. comportamentales y de personalidad.

Psicología

Individual

Tabla 2. Naturaleza multidimensional de la compleja realidad del género

Por último, el género no sólo es un modelo normativo construido a través de la interacción social, es una experiencia internalizada que configura el psiquismo. Este enfoque más psicológico del género se encuadra en el nivel «individual», en el cual se hace referencia a la vi­ vencia personal del género, a los ideales de género internalizados a través del proceso de socialización, que forman parte del autoconcepto y del sistema narcisista. Desde este nivel se va a analizar el proceso mediante el cual se adquiere y desarrolla la identidad de género, así como el es­ tilo de rol de género (masculino, femenino, andrógino e indiferenciado) interiorizado y cómo éste incide en los modelos de conducta, en la percepción de la realidad y en la estabilidad emocional de varo­ nes y mujeres. Desde mi parecer, este marco clasificatorio contextualiza las dife­ rentes perspectivas desde las que se puede analizar la categoría gé­ nero, y ayuda a situar las investigaciones y teorías que a lo largo de es­ tas tres últimas décadas se han elaborado en torno a esta compleja realidad. Como puede observarse, desde su introducción en las ciencias so­ ciales, la categoría género ha ido enriqueciéndose conceptualmente. Antropólogos, sociólogos, psicólogos, psiquiatras, biólogos, teóricos de la ciencia... se ven aludidos por alguno de los componentes que integran esta multidimensional categoría. En el ámbito de la psicolo­ gía, durante la década de los setenta, la realidad del género fue funda­ mentalmente analizada desde la perspectiva sociocultural e indivi­ dual. El género se conceptualizaba como «diferencia», como una creación simbólicamente construida. Los trabajos elaborados por Ba­ kan, Barry, Bacon y Child, Mead o Parsons y Bales fueron retomados para operativizar los modelos normativos atribuidos socialmente a varones y mujeres. En esta década, se diseñaron los principales cues­ tionarios de masculinidad y feminidad desde la perspectiva de género, con el objetivo de identificar el estilo de rol de género internalizado por los individuos, y de conocer su incidencia en la construcción de la identidad y en la manera de pensar, sentir, actuar y enfermar de las personas. Pero a partir de los años ochenta, se produjo una transformación en el estudio y teorización de la realidad del género. No sólo se conceptualizó como una categoría que aglutina una serie de atributos, roles,

intereses, actitudes... estereotípicamente asignados a uno y otro sexo, sino que el género pasó a concebirse como un esquema que sirve para la categorización social de los individuos9, como un «verbo» que cons­ truye y estructura las relaciones interpersonales y que juega un impor­ tante papel en la interacción social10. Desde esta perspectiva, el género no sólo se define como una realidad estática y estable sino que también se considera como un «proceso» que crea y que, a su vez, es creado en el contexto psicosocial. Esta conceptualización de la categoría género reúne numerosas in­ vestigaciones que han enriquecido notablemente el estudio de esta rea­ lidad. Entre ellas merecen ser destacadas las aportaciones de Bem y Markus y colaboradores sobre la teoría del esquema del género y del autoesquema del yo respectivamente; los planteamientos de Sherif y Katz en torno a la identidad de género; el análisis de Deaux y Lewis y Ashmore, Del Boca y Wohlers acerca de los contenidos, estructura y procesos en la construcción de los estereotipos de género; las investiga­ ciones de Eagly y colaboradores en torno a la influencia del contexto social en los estereotipos de género; el modelo interaccional elaborado por Deaux y Mayor y las investigaciones de Hurtig y Pichevin o Lorenci-Cioldi, respecto al funcionamiento de los roles de género en gru­ pos sociales cuyas relaciones se definen asimétricas. Esta perspectiva interpersonal ofrece un marco explicativo e in­ teractivo entre las aproximaciones de carácter sociocultural e indivi­ dual, y enriquece, a su vez, ambas perspectivas, ya que, por una parte, para establecer los modelos de masculinidad y feminidad es necesa­ rio conocer los procesos sociales que participan en su elaboración, y, por otra, para comprender los procesos de tipificación de género es necesario estudiar los procesos de socialización. De ahí que en la Ta­ bla 2 aparezcan separados los contenidos específicos de cada nivel con unas líneas discontinuas, y no se establezca una demarcación en­ tre las disciplinas que abordan la multidimensionalidad de cons­ tructo. 9 Cfr. C. W. Sherif: «Needed concepts in the study of gender identity». Psychology ofWo-

men Quartery, 6,1982, pp. 375-398.

10 Cfr. C. West y D. H. Zimmerman: «Doing gender». Gender and Society, 1, 1987, pp. 125-151.

A m odo de conclusión Nos encontramos ante una categoría que alude tanto, a una realidad subjetivada como a un principio organizador de la interacción social y de las relaciones existentes entre los sexos. Aunque se ha avanzado mu­ cho en esta materia, se hace necesario un estudio interdisciplinar que, desde los diferentes niveles d£ análisis, conceptualice y, a su vez, clasifi­ que los contenidos, procesos y relaciones inherentes a este popular tér­ mino. Desde un nivel sociocultural se requiere mayor elaboración teórica que recoja los diferentes componentes que integran la multidimensionalidad de los modelos de masculinidad y de feminidad (atributos, ro­ les, comportamientos, actitudes...), así como las diversas relaciones que pueden darse entre ellos. Desde una perspectiva más interpersonal o psicosocial, es necesario seguir profundizando acerca de los procesos sociales que participan en la construcción de estos modelos, así como la manera en que éstos crean y estructuran, a su vez, las relaciones entre los sexos. La inciden­ cia del contexto e interacción social, las relaciones de poder jerarquiza­ das entre varones y mujeres, así como los procesos de socialización a través de los cuales se transmiten estos sistemas normativos son otros de los objetivos primordiales de estudio desde esta aproximación. Por último, desde un enfoque individual se necesita mayor investi­ gación sobre los procesos mediante los cuales los individuos adquieren los modelos socioculturales atribuidos a uno y otro sexo. Asimismo es preciso continuar analizando cómo la interiorización de estos sistemas referenciales inciden en la manera de percibir el mundo, de hacer frente a la vida y en los modos de enfermar de las mujeres y de los varones. Según Millett: «La mentalidad patriarcal ha foijado todo un conjunto de juicios sobre la mujer, que cumplen este mismo propósito.Y tales creencias se hallan tan arraigadas en nuestra conciencia que condicionan nuestra forma de pensar hasta un punto tal que muy pocos de nosotros estamos dispuestos a reconocerlo»11. 11 Millett, Op. cit., p.105.

Bien es cierto que en estas últimas décadas se ha dado un cambio cualitativo, tanto en la esfera pública como en la privada, en las condi­ ciones de vida de las mujeres. Sin embargo, este avance no significa que la desigualdad existente entre los sexos se haya erradicado. Hemos re­ corrido un largo camino pero todavía queda mucho más por analizar, denunciar y transformar. La desigualdad de género nos obliga indivi­ dual y colectivamente a cuestionarnos como sujetos y objetos de dis­ criminación. De todos y de cada una y uno depende que esta situación deje de formar parte de nuestra historia. N

C u a d ro R esu m en

IV.

iv e l e s d e a n á l is is d e l a c a t e g o r ía g é n e r o

Nivel Sociocultural * Creación simbólica del sexo. * Interpretación cultural del dimorfismo sexual. * La masculinidad y la feminidad como modelos normativos sociales. Nivel Interpersonal * Categoría social, organizadora privilegiada de las estructuras so­ ciales y de la interacción entre los sexos. * «Verbo» que construye y jerarquiza los sistemas de poder. * Un proceso que crea y que a su vez es creado en el contexto psi­ cosocial. Nivel Individual * Experiencia internalizada a través del proceso de socialización, configuradora del psiquismo, que condiciona nuestros modos de percibir y hacer en el mundo, y nuestra manera de enfermar.

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Glosario de términos

Análisis factorial: Método estadístico que intenta descubrir los factores comunes de un conjunto de variables que guardan entre ellas determinadas relaciones. Se utiliza tanto, como un método de comprobación de la estruc­ tura de un instrumento, como un método de construcción del mismo. Análisis correlacionad En estadística, coeficiente de correlación se de­ nomina al índice que expresa el grado de vinculación de dos variables deter­ minadas. Indica en qué grado la variación de una cosa acompaña a la de otra. Según si varían en la misma dirección o en sentido contrario o indepen­ dientemente una de la otra, el coeficiente de correlación toma valores que tienden hacia +1, -1, o 0. Androcentrismo: Etimológicamente procede de dos palabras griegas que significan «hombre» y «centro». Con este término se quiere describir la si­ tuación de hegemonía y dominación masculina en la sociedad en la que el hombre se considera la medida y el referente de todas las cosas. Andrógeno: Hormona sexual masculina (entre las cuales la más conoci­ das es la tetosterona), producida principalmente por los testículos, pero tam­ bién por la corteza suprarrenal y, en pequeñas cantidades, por el ovario. Se en­ cargan, entre otras cosas, del desarrollo de los órganos genitales masculinos y de las características sexuales secundarias. Androginia: Aunque la noción de androginia ha estado presente desde la antigüedad, hasta principios de 1970 no aparece este concepto entendiéndose como una opción de rol de género. A partir de entonces, ésta se definirá como un estilo de personalidad en el que la persona es capaz de combinar caracterís­

ticas tanto masculinas como femeninas. Para los teóricos de la androginia, este estilo permite a la persona comprometerse libremente en comportamientos, actitudes, características llamadas «masculinas» y «femeninas», y promueve el que las personas desarrollen potencialidades que durante siglos han sido cen­ suradas para su sexo.

Bipolaridad: Se dice que una variable psicológica es bipolar cuando existe una razón que justifica la existencia de un punto neutro a partir del cual se observan conductas de una parte y de la otra, y que presentan un carácter antitético como, por ejemplo, la concepción que se tenía en el modelo de eva­ luación clásico de la masculinidad y la feminidad, en que éstas se consideraban extremos de un sola dimensión de tal manera que si una persona era mascu­ lina no podría ser femenina. En el contexto del análisis factorial y referido a las características de los factores, alude a la presencia de cargas, pesos o satura­ ciones factoriales altas y de distinto signo en un mismo factor. Es decir, algu­ nas de las variables que definen al factor correlacionan con él positivamente y otras, por el contrario, negativamente. Categoría: Es una noción abstracta, una definición operativa de un con­ junto de elementos que poseen en común una o varias características. Una forma de entendimiento, de acercarse y organizar la realidad. Conducta dimorfa: Hace referencia a cuando una persona se comporta o se manifiesta de dos formas distintas. Se suele utilizar normalmente en rela­ ción a las diferencias entre los sexos, o cuando en función del sexo del sujeto la manera como un individuo se comporta es diferente. Conductos de Müller: Sistema de canales presentes en ambos sexos du­ rante el desarrollo embrionario que conecta las gónadas con el exterior. Estas estructuras fetales en la hembra se desarrollan para formar el útero y las trom­ pas, mientras que en el macho sufren una regresión. Conductos de WolfF: Sistema de conductos presentes en ambos sexos durante el desarrollo embrionario que conecta las gónadas con el exterior. Es­ tas estructuras fetales en el macho se desarrollan para formar los órganos re­ productores internos masculinos, mientras que en la hembra sufren una regre­ sión. Constructo: Variable definida teóricamente que no es accesible a la ob­ servación directa.

Cortisol: Es la principal hormona glucocorticoide humana producida por las cortezas suprarrenales; es conocida también con la denominación de hidrocortisona. Tiene un papel muy importante en el estrés y en la depresión. Es esencial para el mantenimiento de la vida. Se halla también disponible en forma sintética. Cortisona: Una de las principales hormonas de la corteza suprarrenal. Desempeña un papel muy importante en el metabolismo de los azúcares, de las proteínas y de las grasas. Su forma sintética se utiliza para terapia y es con­ vertida en el organismo en cortisol, que es una hormona más potente. Escala de medida: Herramienta o técnica a la que se somete a un indi­ viduo o a un grupo para evaluar sus aptitudes mentales, físicas o psicológicas y clasificarlo de acuerdo a ellas. Estereotipo: Esquema perceptivo rígido que se aplica a grupos de perso­ nas o de objetos y que intervienen automáticamente en la evaluación de éstos. Conjunto de opiniones y representaciones comúnmente aceptadas por la ma­ yoría de la sociedad, que se creen como verdaderas pero que no han sido veri­ ficadas empíricamente, y que a menudo, sirven para justificar y legalizar situa­ ciones de desigualdad, al tiempo que contribuyen a reforzar la cohesión del «nosotros» contra «ellos», esto es, contra «el grupo estereotipado». Estro geno: Tipo de hormona sexual femenina, producida principalmente por el ovario y también por la corteza suprarrenal y en cierta cantidad, por los testículos. Durante la pubertad es la responsable de los caracteres sexuales se­ cundarios. Feminidad: Hasta principios de 1970, la feminidad era considerada como un correlato del dimorfismo sexual, como un derivado de la biología. Junto con la masculinidad se definían como una oposición binaria universal. Sin embargo, gracias a la introducción del género como categoría de análisis, la feminidad ac­ tualmente hace referencia al conjunto de normas, valores, atributos, funciones, comportamientos..., asignados desde el orden social a las mujeres. Se dice que una persona es femenina cuando se atribuye en alto grado aquellas características y comportamientos que la sociedad considera significativamente más deseable para la mujer, con la relativa exclusión de aquéllas que se consideran masculinas. Feminismo: En el sentido más amplio del término, éste ha existido siem­ pre que las mujeres, individual o colectivamente, han sido conscientes de la

subordinación vivida inherente al patriarcado, y han reivindicado unas condi­ ciones de vida diferentes y mejores. De manera más específica, al hablar de fe­ minismo podemos distinguir tres momentos históricos en los que las mujeres han elaborado, tanto desde una perspectiva teórica como práctica, un pro­ grama de reivindicaciones y una plataforma desde donde llevarlas a cabo: elfe­ minismo premoderno, que recoge las primeras manifestaciones de «las polémicas feministas», como Christine de Pisan con su obra La ciudad de las damas, (1405); elfeminismo moderno, que se inicia con las reivindicaciones del racionalista Pou­ lain de la Barre y que continuará gracias a mujeres como Olympe de Gouges, Mary Wollstonecraft, Rosa California o Lucrecia Mott y Elisabeth Cady Stanton; el feminismo contemporáneo, en el que se encuentra el neofeminismo que arranca en los inicios de 1960-70 hasta nuestros días.

Fiabilidad: Expresa el grado de precisión de la medida. Es un criterio para la valoración de un sistema de recogida de datos que informan del grado de confianza que ofrece la generalización de los resultados respecto a los obte­ nidos por otros examinadores, con otros ítems o en otros momentos. La fiabi­ lidad puede ser entendida como estabilidad temporal de la medida (fiabilidad test-retest), como equivalencia (en el contexto de las propiedades de pruebas paralelas) y como consistencia interna (método de las dos mitades, coeficiente a de Cronbach). Género: Este término alude tanto a una realidad subjetiva como a un prin­ cipio organizador de la interacción social y de las relaciones entre los sexos. Como categoría de análisis, fue introducida por primera vez, en el ámbito de las ciencias, en 1955 por John Money. Para este investigador, el género hace referen­ cia a aquellos componentes psicológicos y culturales que forman parte de las de­ finiciones sociales de las categorías mujer y varón. Si lo analizamos desde una perspectiva sociocultural, el género se define como una creación simbólica del sexo, como la interpretación cultural del dimorfismo sexual. Desde una perspec­ tiva psicosocial o interpersonal, este término se considera como una categoría so­ cial, como un organizador privilegiado de las estructuras sociales y las relaciones entre hombres y mujeres. Desde un enfoque psicológico o individual, el género se concibe como una experiencia internalizada que configura el psiquismo hu­ mano. Glucocorticoide: Uno de los tipos de hormonas segregados por las glán­ dulas suprarrenales que ejerce un principal efecto metabólico sobre los hidra­ tos de carbono y a menudo se liberan en respuesta de estímulos estresantes. El principal glucocorticoide natural es el cortisol.

Hermafroditismo: El hermafrodita es un individuo en el cual existe una contradicción entre la apariencia genital externa predominante, por una parte, y el patrón de cromatina sexual, las gónadas, las hormonas, o las estructuras re­ productoras internas, sea aisladamente o en combinación, por otra. Es un es­ tado congénito en el que se presenta una ambigüedad de las estructuras repro­ ductoras de manera que el sexo de la persona no está claramente definido en una u otra dirección. Actualmente, los términos hermafroditismo e intersexualidad pueden utilizarse indistintamente. Tiempo atrás, se creía que la intersexualidad tenía un origen genético y el hermafroditismo, hormonal. Hoy esta afirmación no tiene validez. Hipófisis o glándula pituitaria: Glándula endocrina situada en la cavi­ dad craneal, en la base del cerebro. Las hormonas hipofisarias regulan múltiples funciones de las otras glándulas endocrinas y del equilibrio hormonal del or­ ganismo. Hipoplasia: Desarrollo insuficiente de un órgano o de un tejido. En el caso de los genitales, supone la disminución estructural del tamaño de éstos e impide un funcionamiento adulto. Hipospadias: Malformación congénita de la uretra en la cara inferior del pene o en la parte de la vagina que contiene y en la que sobresale el cuello uterino anterior. Hipotálamo: Estructura nerviosa del sistema límbico de especial impor­ tancia en el cerebro. Está encargada de la regulación y de la coordinación de las diversas actividades de tipo nervioso y endocrino, responsables de la con­ servación del individuo y de la especie. Regula las reacciones emocionales, inicia y controla parte de la conducta y de la respuesta sexual, así como el hambre, la sed y la temperatura. Identidad de género: Según Stoller, la identidad de género es esa parte del yo compuesta por un haz de convicciones relacionadas con la masculini­ dad y la feminidad. Se refiere a la combinación de masculinidad y de femini­ dad de un individuo, lo que implica que ambas están presentes en cualquier persona pero que difieren en forma y grado. Es un concepto esencialmente psicológico que tiene sus raíces en la actitud de los padres y de la sociedad res­ pecto a la anatomía y a la biología a las cuales impregnan. En palabras de Mo­ ney, es la experiencia privada del rol de género.

Impronta: Término utilizado inicialmente por los etólogos. Con él se quiere describir un tipo de aprendizaje que tiene lugar en etapas muy tempra­ nas del desarrollo y que permanece estable, creando una serie de comporta­ mientos y hábitos para el resto de la vida. Indiferenciación: Junto con la masculinidad, la feminidad y la androgi­ nia, la indiferenciación es un estilo de rol de género. Las personas indiferenciadas son aquellas que se atribuyen un bajo número de características tipificadas sexualmente como masculinas o femeninas. Se distinguen de las personas an­ dróginas en el número de características masculinas y femeninas que integran su personalidad. La operativización de este estilo de rol de género fue expuesta por primera vez por Janet Spence y colaboradores en 1975. ítem: Preguntas, afirmaciones, dibujos, acciones... que componen los tests. Cada ítem remite a un objeto bien definido y posee una puntuación que permite la utilización cuantitativa del test. Límbico (sistema): Es una importante estructura del sistema nervioso central, que controla los estados afectivos-instintivos y las actividades vegetati­ vas y somáticas del individuo. Su actividad implica aspectos de la mente y de la conducta humana que comparte el hombre con especies más inferiores. Masculinidad: Hasta principios de 1970, la masculinidad junto con la feminidad era considerada como un correlato del dimorfismo sexual, como un derivado de la biología. Sin embargo, gracias a la introducción del gé­ nero como categoría de análisis, la masculinidad actualmente hace referen­ cia al conjunto de normas, valores, atributos, funciones, comportamien­ tos..., asignados desde el orden social a los varones. Se dice que una persona es masculina cuando se atribuye en alto grado aquellas características y comportamientos que la sociedad considera significativamente más desea­ bles para el varón, con la relativa exclusión de aquéllas que se consideran femeninas. Meta-análisis: Estrategia o técnica cualitativa que hace posible sintetizar los resultados de investigaciones que, sobre un mismo objeto de estudio, se lle­ van a cabo en un período de tiempo dado. Modelo heurístico: Esquema teórico cuyo objetivo es descubrir nuevas verdades.

Núcleo de la identidad de género: Este concepto fue acuñado por primera vez por Robert Stoller en 1964. Para este autor, el núcleo de la iden­ tidad de género es ese primer y fundamental sentimiento de pertenecer a un sexo y no a otro. Es esa convicción, establecida en los dos o tres primeros años de vida, de que uno pertenece a un sexo determinado. Es la parte más precoz, profunda y permanente de la identidad genérica. Ortogonalidad: En el contexto del análisis factorial, alude a la indepen­ dencia estadística o a la no correlación entre los factores. Esta propiedad de los factores se consigue obteniendo una matriz factorial rotada a partir de la ori­ ginal, e implica que no hay relación alguna entre los factores. Patriarcado: Hace referencia a la organización social o conjunto de prác­ ticas que manifiestan la hegemonía masculina en las sociedades, tanto antiguas como modernas. Con este término, el feminismo quiere subrayar y denunciar una política de dominación, presente, tanto en el ámbito público como en el privado y personal, en la que los varones son agentes de la opresión sufrida por las mujeres. Progesterona: Es considerada la hormona del embarazo. Es producida por el ovario, en el cuerpo lúteo, tras la ovulación y también por la placenta durante el embarazo. Mantiene el revestimiento endometrial del útero du­ rante la última parte del ciclo menstrual y durante el embarazo. Propiedades psicométricas: Se refieren fundamentalmente a la fiabili­ dad y a la validez de las medidas obtenidas con un instrumento o un test usado para la evaluación de un rasgo. Mientras que la fiabilidad alude a la precisión del instrumento, la validez hace referencia al grado en que el instrumento mide el rasgo que pretende medir. Psicometría: Conjunto de teorías, métodos y técnicas que permiten me­ dir los fenómenos psíquicos. Aunque en su sentido más amplio, esta palabra recoge todas las investigaciones sensorio-métricas, se suele utilizar habitual­ mente para designar el conjunto de tests cognitivos y todos aquellos que sir­ ven para cuantificar las aptitudes y los niveles de desarrollo, aun aquellas que se efectúan en experiencias de laboratorio como la medida de los tiempos de re­ acción. Rol de género: Conjunto de comportamientos asociados a un lugar y/o a un estatus y que son esperados recíprocamente por los actores sociales. En

particular, por rol de género se entiende el conjunto de comportamientos asig­ nados a uno u otro sexo. En palabras de Money, es todo aquello que una per­ sona dice o hace para indicar a los demás y a sí misma el grado en que es va­ rón o hembra. Es la expresión pública de la identidad de género.

Sexo: Hace referencia a los mecanismos biológicos que determinan que una persona sea varón o mujer. Engloba los cromosomas, las gónadas, el estado hormonal, el aparato genital externo y el aparato sexual interno, las características sexuales secundarias y la organización cerebral. Hasta bien entrado el siglo XX, la naturaleza de esta variable se consideraba univariada. Unicamente se juzgaba el sexo de una persona en función de las caracterís­ ticas sexuales externas. Será a partir de 1955 cuando, gracias a las investiga­ ciones de Money y colaboradores, se considere el sexo como una variable multideterminada: el sexo cromosómico, el sexo gonadal, el sexo hormonal y las características sexuales secundarias, las estructuras reproductivas inter­ nas, la morfología genital externa así como el sexo de asignación y de crianza. Sexo en tanto variable estímulo y variable sujeto: Esta distinción ha sido señalada por Rhoda Unger. Para esta investigadora, el sexo tiene un doble significado: como variable estímulo y como variable sujeto. En tanto variable estímulo, hace referencia a todos aquellos estudios que analizan los efectos que pueden provocar en un individuo la percepción del otro como varón o mujer. En estas investigaciones se estudia la incidencia que ocasiona el dimorfismo sexual aparente en la interacción comportamental. Como variable sujeto, se re­ fiere a todas aquellas investigaciones en las que las personas se seleccionan en función de las características demográficas «varón y mujer». Esta manera de conceptuar el sexo es quizás la aproximación más tradicional y se enmarca en el campo diferencialista. Síndrome adrenogenital: Síndrome que se presenta como consecuen­ cia de un exceso de producción de hormonas esteroides andrógenas en la cor­ teza suprarrenal; puede ser hereditario o adquirido. En el primer caso, es un defecto enzimático del funcionamiento de las cortezas suprarrenales. Se trans­ mite genéticamente y tiene como resultado una insuficiencia de cortisol y aldosterona y un exceso de andrógenos en sangre. Las niñas nacidas con este síndrome desarrollan una genitalidad ambigua con una fuerte virilización, mientras que en el caso de los varones tienen un desarrollo sexual prematuro en los primeros años de vida. En el síndrome adrenogenital adquirido, se pro­ ducen adenomas y carcinomas de la corteza suprarrenal.

Síndrome de insensibilidad a los andrógenos: También es designado como síndrome feminizante testicular. Es un estado congénito, recesivo, ligado al sexo, que cursa con un fenotipo femenino pero con caracteres sexuales mas­ culinos en las glándulas germinativas y cromosomas (XY), como consecuencia de una resistencia androgénica congénita de los órganos destinatarios. Se ma­ nifiesta por una talla elevada, vello axilar escaso o inexistente, vagina con fondo de saco, con ausencia de útero, desarrollo normal o disminuido de las mamas, y testículos inguinales. Tetosterona: Es el andrógeno natural biológicamente más potente, se­ gregado principalmente, por los testículos. Testículos ectópicos: Son aquellos testículos que se presentan en una si­ tuación anómala, en el abdomen, por falta de descenso. Transexualismo: Es la forma más extrema de inversión genérica, que su­ pone la creencia (en una persona anatómicamente normal) de que él o ella pertenece al sexo opuesto, aunque no niega su anatomía sexual. Debido a la incongruencia entre el sexo y la identidad genérica, a veces es durante la ado­ lescencia cuando el/la transexual busca procedimientos para «cambiar de sexo», solicitando tratamientos hormonales o técnicas quirúrgicas que den a su cuerpo la configuración propia del sexo opuesto. Unidimensionalidad: Hace referencia a la estructura interna de un ins­ trumento, o de los datos con él obtenidos. Se utiliza para verificar que los ítems miden lo mismo que los demás ítems que componen la escala: un rasgo, una dimensión o un constructo. Variables: Concepto abstracto que se utiliza para aglutinar una multipli­ cidad de resultados (rasgos, características, comportamientos, actitudes...) que pueden asumir más de un valor. Validez convergente: La validez de un test indica la exactitud con que éste mide efectivamente aquello que pretende medir. Se dice que un test tiene validez convergente cuando se comprueba que con métodos o tests distintos miden el mismo constructo, rasgo o dimensión. Por ejemplo, aplicando a una misma muestra dos cuestionarios que dicen medir masculinidad y feminidad los resultados apuntan en una misma dirección.