Cultura Afroamericana De Esclavos A Ciudadanos

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CULTURA AFROAMERICANA de esclavos a ciudadanos

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Una obra para conmemorar los

anos del Descubrimiento de América, el encuentro de dos culturas.

CULTURA AFROAMERICANA de esclavos a ciudadanos

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P R IM E R A E D IC IO N M E X IC O , 1990

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f.d lto r: Germ án Sánchez Ruipérez D lr t c t o r eje cu tivo : A n to n io Roche D ire cto r de p ro d u c c ió n : José Luis Navarro D ire cto r de edición literaria: Enrique Posse D ire cto r de edición g ráfica: Ped ro Pardo Jefe de fa b ric a c ió n : Pa b lo Marqueta t.q u ip o ed itoria l: A lb erto Jiménez, H ipólito Rem ondo, Katyna H enríquez, M a. Angeles Andrés Id ito re s g rá ficos: Manuel G onzález, Jorge M o n to ro , Teresa A vella n óla , Leticia de Legarreta (pies de fo tos) D o cu m en ta ció n gráfica: Fernando M uñoz, Cristina Segura, Teresa L ó p ez, J. M a. Marcelino M a qu eta ción y cartografía: Manuel Franch, Pablo R ico P ro d u c c ió n : A n to n io M o ra , César Encinas, Luis üarcia-lnés D iseño de cubierta: R oberto Turégano Asesor ed itorial: Enzo A ngelucci C o ord in a ció n científica : Manuel Luccna Salmoral, José Manuel R ubio R ecio, Juan Vilá Valenti

Prim era edición M éxico, 1990

Derechos reservados © 1 988 Ediciones A naya, S .A . Josefa Valcárcel 27. 28027 Madrid-España Derechos de edición para la lengua española en A m érica Red Editorial Iberoamericana, S .A . (R E I) Derechos de edición para M éxico Red Editorial Iberoam ericana, M éxico, S .A . de C .V . (R E I- M E X IC O ) L a go M a yo r 186, C o l. Anáhuac, Delegación M iguel H idalgo C ó d ig o Postal 11320, M éxico, D .F . M iem bro de la Cám ara Nacional de la Industria Editorial Registro Núm ero 1762 Fotog ra fía s: A naya: 43, 52, 53,77, 106, 107. A IS A : 9, 11, 13, 15, 16, 17, 27,28-29, 33, 35,40-41,5657, 58-59, 60-61, 67, 72, 104, 108. Banco de la Im agen: cubierta, 48, 87, 103, 116-117. E. Billeter/Fotografía Latinoam ericana: 20-21.1.. Castañeda/Banco de la Im agen: 80, 81. C .B .S . Espa­ ña: 89. Europa Press: 111. F iro -F o lo : 34-35, 46-47, 54, 83, 95, 101. Flash-Press; 110 (sup. e in f.), 120, 121, 123, 125. J .L .G . G r a n d e : 119. Index: 14, I9 (s u p .), 22, 30,31,68-69. Keystone-Nem es: 82. M a rc o-P o lo : 49. J. M o n to ro : 19 (in f.), 70, 71. C . M o ra tó: 65. O ro n oz: 63-75. P o p p erfo to : 113. J. Provcnza: 2, 6, 50, 96. Vautier/De Nanxe: 38, 45, 98-99, 105. Vendrell: 79, 85, 91, 93. IS B N : 84-207-2953-1 (C olección de Ediciones A naya) IS B N : 84-207-3125-0 (este volumen de Ediciones A n aya) IS B N : 968-456-128-8 (C olección de R E I- M E X IC O ) IS B N : 968-456-112-1 (este volumen de R E I- M E X IC O )

Impreso en M éxico

Printed in M éx ico

Introducción

A Claudia, la cimarrona. U n as gigantescas cabezas de piedra, de narices anchas y labios gruesos, bembonas co m o se dice en el C arib e, llam aron hace algunos años la atención de un an trop ólogo . M edio enterradas entre las ruinas de L a V enta, en pleno co razó n de M éxico, testim oniaban la grandeza de la cultura olm eca. Son negros, afirm ó el arqueólogo y , pruebas al ca n to , co m p aró los rostro s de piedra con retratos de guerreros nuba, estableciendo un parecido sorprendente. Van Sertim a, co m o se llamaba el arq u eólogo, co n clu y ó entonces que los negros habían estado en A m érica m ucho antes de la llegada de C o ló n , y para ap oyar su teoría reunió tod a la inform ación que pudo. R eco rd ó que las pirám ides escalonadas, las trepanaciones craneanas, la m om ificación, el incesto en las familias reales, el telar h o riz o n ta l..., se en co n ­ traban p o r igual en el com plejo cultural egipcio-nubio y en A m érica. R eco rd ó , asim ism o, que hay similitudes sorprendentes entre el calendario egipcio y el m exicano, y que las coincidencias no se detienen ahí. L o s etn ob otán icos se preguntan: ¿C ó m o llegó el algodón africano a A m érica? ¿ Y la calabaza? Y ¿có m o llegó el m aíz a Á frica O rien tal en la época p recolom bina? ¿E n los excrem entos de los pájaros, o llevadas p or las corrien tes m arinas? P ero los pájaros no trasladan pirám ides ni retratos hum anos esculpidos en piedra que pesan varias toneladas. ¿C oin cid encias, entonces, puras coincidencias? Las teorías de Van Sertim a, es cierto , nos parecen a n o so tro s, aguerridos occidentales, algo aventuradas y próxim as a la ciencia ficción, a la ficción histórica o a la ucronía. P e ro , ¿n o será el etn ocen trism o lo que no nos deja ver el bosque? E n to d o caso, si su teoría llegara a p rob arse, entonces nuestro libro debería com en zar m ucho antes, con las culturas precolom binas.

M áscara cerem on ial d e una cultura aborigen de Venezuela (pág. 2). La •otra cara-de la m áscara establece un vínculo entre lo real y lo mágico, lo místico y lo profano, entre la p osibilid ad d e convertirse en otro y representar el espíritu d e los antepasados; sentidos, todos ellos, com partidos p o r la m ayoría d e los pueblos.

I D e Á frica a Am érica: un viaje sin regreso

1. Diversidad de culturas africanas Se calcula que la población negra en A m érica con stituye el catorce p o r cien to de la del continente. N o es fácil p recisar con exactitud de dónde vinie­ ro n . P o r cierto , con o cem o s las gran­ des regiones de la trata, pero el co m >onente de cada pueblo en el seno de as colonias es extrem adam ente difícil de precisar. E n Brasil es aún p eor, p orq u e R u y B arb osa, tras la p ro cla­ m ación de la R epública, mandó que­ m ar los archivos de la esclavitud. P o r o tra p arte, el régim en de la esclavitud unió a los pueblos negros bajo una sola denom inación: «pieza de Á frica», «negro de la co sta», o sim plem ente «p reto» o «negro». L a identidad de todas estas naciones de­ sapareció con la trata. L o s negros, cu and o llegaban a A m érica, eran sim ­ plem ente denom inados bozales. Más tarde se denom inó bozal a to d o escla­ vo que no hablaba sino la lengua afri­ cana. L a plantación term inó de des­ truir la identidad del negro pprque rom pía la continuidad de las tradicio­ nes africanas: vivienda, vestidos y ali­ m entación eran necesidades satisfe­ chas p o r el p lan tad or, b orran d o el m undo cultural africano y las diferen­ cias profundas que existían entre las civ iliz a cio n e s a e N ig e ria , G u in ea — donde la cultura del Benin m o stra­ ba un arte m aravilloso de esculturas en m etal, con un E stad o altam ente organ izad o, que im ponía trib uto a

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o tro s pueblos— y las sociedades tri­ bales del in te rio r del C o n tin en te. B o rrab a las diferencias entre pueblos m usulm anes y animistas, y entre re­ yes y e sclav o s. L a esclavitud fue «tod o m ezclad o », co m o dice el poeta N ico lás Guillén. E n las O rden an zas de L a Española de 1528 ya se incluyó esta definición: «E sclavo bozal es aquel que hubiera m enos de un año que vino a esta isla de C ab o V erde o G uinea, salvo si tal esclavo fuere ladino cuando de allí viniere, que haya estado algún tiem po co n o cid o en C ab o V erde y en Santomé y que en tod os los demás casos que sean cerrados de la dicha habla, estando en esta isla más de un año, sean tenidos p o r ladinos.» P ara los plantadores, «negro» y «esclavo» eran sinónim os. Y en las colonias francesas e inglesas, négre y nigger eran sinó­ nim os de n oir y black. E sto s térm inos venían del español y del portugués «n egro», que va a adquirir en los o tro s idiom as un sentido p eyorativo. P ro n to los libertos com en zaron a uti­ lizar el térm ino «africano» para dis­ tinguirse de los esclavos. A p artir de 1 8 3 0 , la existencia del m ovim iento para devolverlos a A frica hizo que los negros libres se diesen la denom ina­ ció n de « a fr o a m e ric a n o s » . E n la A m érica L atin a, donde se insiste so­ bre el m estizaje, prefieren el nom bre de «m o ren o », que term ina p o r refe-

M áscara zo om oifa d e Venezuela (pág. 6) q u e muestra u na posible sem ejan za con la iconografía african a. El traslado d e pu eblos african os (d erech a) a A m érica implicó el rompimiento con su hábitat, au n q u e sin destruir sus culturas.

rirse más a una clase social que a una raza. L o s m ovim ientos nacionalistas en países sajones rechazan el térm ino de negro y reivindican con orgullo el de black. L o s d ocum entos que m ejor nos in­ form an sobre el origen de los esclavos am ericanos son las listas de gentili­ cio s. R esultan arb itrarias en todo caso , pues nom bran de m anera dife­ rente a africanos del m ism o origen. Sacadas de d ocum entos de ventas, de testam en tos, de avisos de fuga, etc. m uestran que en realidad los esclavos se designaban p o r grupos que, a ve­ ces, pertenecían a una misma trib u ; o tras, ocupaban una misma región. E n tre ellos, los m ás con ocid os pare­ cen haber sido los angola, que venían de la colon ia portuguesa del m ism o n om b re y que eran m uy num erosos; los arará, originarios del D ah o m ey , y que fueron los que sum inistraron el principal contingente de esclavos a las Antillas Francesas, especialm ente en H aití, donde el cu lto vudú es de p ro ­ cedencia E w e -F o n , nom bre origina­ rio de los ararás; los negros bem ba, que quiere decir labio grueso, y que sería un vocablo guineano; los carabalí, naturales de C alab ar, abundantes en C u b a, M éxico, Brasil y V enezuela; los con g o, frecuentes en toda A m éri­ ca con diversos n om b res: m on d on go, m a y o m b é ...; los guinea, subárea del C o n g o , región que sum inistró el m a­ y o r núm ero de esclavos al N u ev o M undo, una de las culturas m ás re­ presentativas de Á frica ; los m andin­ ga, o mándele que form aban parte del

g r u p o m a n d é , p u e b lo i s l á m i c o , gu errero, que tenía su capital en M alí, en la m argen derecha del N íg er, y cu y a influencia en el siglo XIII se e x ­ tendía a to d o el Sudán y al sur del Senegal hasta el A tlán tico . E n A m é­ ric a los m a n d in g a , d ice G ilb e rto F re y re , eran hom bres de cu ltu ra su­ perior, no sólo a la de los indígenas y a la de los o tro s n egros, sino a la de la gran m ay o ría de los colon os blan­ cos. Ju n to co n o tro s pueblos islámi­ co s, co m o los fulas y los jo lo fo s, fue­ ron m uy tem idos p o r su rebeldía, in­ cluso h o y en A m érica, «m andiga» es calificativo de m alvado o de diablo. L os m ina, que parece un califica­ tivo que se aplicaba a to d o s los pue­ blos bantús (esclavos procedentes de la C o sta de M arfil, de la C o sta de O ro y de la C o sta de los E sclavos). E l té rm in o « m in a » vien e del fu e rte M ina, gran cen tro portugués del m er­ cad o de esclavos situado en la costa occidental africana. T odavía a fines del siglo XIX, cuan­ do estaba p o r abolirse la esclavitud en C u b a, se notaban las diferencias entre las naciones de negros. L o con stata el últim o cim arrón viviente, el negro Esteb an M o n tejo , de 108 años: «C ada negro tenía un físico distinto, los la­ bios o las narices. U n o s eran más p rietos que o tro s ; m ás co lo raú zco s, co m o los mandingas, o más anaranja­ d os, co m o los m usongo. (...) L os co n ­ gos, p o r ejem plo, eran bajitos (...) y trabados (...). L o s lucumises eran de tod os los tam años. (...) los mandingas eran los más grandes».

los tifhvdnos explotados se vieron fo rz a d o s a ca m b iar d e hábitos. Pronto sus atuendos r

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>\iumbrt's ern/>ezaron a parecerse a los d e sus am os europeos.

2. El negrero P arece que el nom bre «negrero» fue em pleado p o r prim era vez en el siglo XVIII. Es derivado de «n egro», térm ino con que designaban los espa­ ñoles y portugueses a sus presas afri­ canas. «T rata» es anterior y viene del verbo traire francés y éste, a su vez, del latín trahere, tirar, sacar, trans­ p ortar. P ro n to se lim itó a la única acepción del co m ercio de seres hum a­ nos. Fu e durante los viajes de los p o r­ tugueses p o r A frica cuando co m en zó la trata. E n to n ces, para financiar las expediciones, decidieron hacer prisio­ neros negros y revenderlos co m o es­ clavos. Fu e el com ienzo de un nuevo tipo de esclavitud. Sin em b argo, la em igración negra a E u ro p a había com en zad o y a en 1442. En 1443 se enviaron 2 3 5 escla­ vos a P ortugal y hacia m ediados del siglo XV, antes del descubrim iento de A m érica, la trata p ro p o rcio n ab a a E u ­ ropa cerca de 8 0 0 esclavos p o r año. Las grandes potencias coloniales que se van a crear con el D escu b ri­ m iento de A m érica practican una p o ­ lítica eco n ó m ica, llamada m ercantilista. Las colonias les sum inistran las m aterias prim as que no pueden p ro ­ ducir las m etrópolis y ellas exp ortan el m áxim o de p ro d u cto s fabricados. Las colonias les abastecen de café, azú car, cacao , algodón, tab aco , etc. P ara estas plantaciones, los co lo n iza­ dores van a necesitar m an o de o b ra y, co m o el indio había desaparecido rá­ pidam ente después de su llegada — o porque a m uchos les creaba p rob le­ mas de conciencia el obligarlos a tra ­ bajar— la solución se e n co n tró en los

africanos. R especto a ellos no había problem as. T o d o s parecían estar de acuerdo en que la condición de escla­ vo era su condición natural. ¿ N o lo decía A ristóteles y lo reiteraba Santo T om ás de A quino en la Summa con­ tra gentiles? S ólo h u b o algunas excepciones, tardías. Bernardín de Saint-Pierre es­ cribe en Voyage a l 'l i e - de-Franee: « Y o no sé si el café y el azú car son necesarios para la felicidad de E u ro ­ pa, lo que y o sí sé es que estos dos vegetales han h echo la desgracia de dos partes del m undo. Se ha despo­ blado A m érica para tener una tierra donde plantarlos y se ha despoblado Á frica para ten er una nación que los cu ltiv e » . P e ro los negreros tenían buena conciencia. L o s negros, ¿no iban a acceder a la civilización gracias a ellos y , sobre to d o , no iban a llegar al cielo, tam bién gracias a ellos? P o r­ que sólo después de esclavizarlos se les podía con vertir. L o s prim eros negros llegaron a A m érica en 1511. Y el negocio resultó tan p rósp ero que, para evitar la co m ­ petencia, los negreros decidieron in­ cluso dividir las regiones de Á frica en las cuales se podían reclutar negros, reservándose más o m enos cada país una zon a. F ran cia se reservó M auri­ tania y Sierra L eo n a, los holandeses la C o sta de M arfil, G hana, T o g o y D ah o m ey , que con stituyen o tro gran cen tro de la tra ta ; la región de la ac­ tual N igeria se la disputaban entre in­ gleses y franceses. Y , p o r últim o, un cen tro que tom a im portancia a partir de la m itad del siglo XVIII sería L o a n -

extorsión a las au toridades tribales m ediante baratijas fa cilita b a la captura en rritorios africanos. Los individuos eran asediados com o presas d e caza.

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o y A n gola, donde d om inaron los ortugueses. En p ocos años las plantaciones de \m érica iban a recibir decenas de m i­ de esclavos que venían del Senegal, M auritania y del G olfo de Guinea.

P ero son, todavía, caros y la travesía es peligrosa. E n el siglo XVII, Á frica suministra más de 1,5 m illones de es­ clavos. Van a trabajar a las p lan tacio­ nes, en las Antillas y Brasil y , en el norte, a las T re ce C olon ias.

3. El mercado donde los hombres st vendían por metros E n L iverp ool había entre 25 y 52 casas que se dedicaban a la trata, y la m itad de los embarques del puerto estaban destinados a ella. Sólo en un período de 11 años, entre 1783 y 1793, 878 buques practicaban este tráfico. A l aproxim arse a la costa africana, el navio com enzaba p o r tirar una sal­ va para advertir al jefe local de su llegada, y co m o signo de hom enaje a su a u to rid a d . C o n te n to c o n esta m uestra de respeto, el jefe los recibía

al día siguiente. E l capitán se presen taba y ofrecía regalos: m antos galo nados y estofados de o ro , tricornios de plum as, parasoles y perlas de c o ­ lores brillantes. H ab ía que ten er cu i­ dado con la com binación de colores, porque cada tribu tenía gustos p arti­ culares. E n C am b ia, toda cosa azul era rechazada, m ientras que en la C o sta de O r o sólo eran aceptadas las cuentas de co lo r azul intenso. L lega­ dos a un acu erd o, el capitán entregaba al rey los barriles de aguardiente, las

Los negreros con ocían las característi­ cas d e ca d a p u eblo y las asociab an con su c a p a cid a d p a r a el trabajo y su resis­ tencia física. D e ese modo, preferían a lospertenecientes a dos grupos raciales, sudaneses y bantúes, p o r en cim a d e otros grupos qu e no m ostraban las m ism as excelencias d e fo rta lez a y d e salud. Otros criterios d e selección eran la ed a d y el sexo. La captura, tras la concesión d e licencias p a r a la trata d e esclavos, d a b a inicio a un proceso en q u e los negros se convertían en una m ercan cía más, sujeta a los impuestos y a las leyes vigentes del m ercado.

telas, los fusiles y las otras cos?.s c o n ­ venidas, y el rey declaraba abierta la nata. U na parte del equipaje desem bari aba entonces y con stru ía un gran k irracón donde los esclavos podían '.ci alm acenados. C o m o si fueran ganado, los escla­ vos llegaban en largas filas, am arrados |>or el cuello a una especie de h orq ui­ lla de m ad era; algunos, después de haber m archado miles de kilóm etros .1 través de la selva y las estepas. Eran i autivos de guerra o víctim as de raz­ zias entre tribus enemigas. N o había niños ni viejos. L o s negreros m asa­ craban a los niños de m enos de 6 años y abandonaban a los viejos y a los

enferm os. Sólo querían jóvenes fu er­ tes, que pudieran so p o rtar bien el via­ je. Sus edades oscilaban entre los 16 y los 3 0 años. E n el b arracón , los esclavos eran exam inados. Se les m iraba los dientes, los ojos, se les hacía c o rre r, saltar, hablar. Se buscaban síntom as de en­ ferm ed ad: esco rb u to , lom briz, sar­ n a ... U n esclavo en mal estado valía m en os. Si era tu e rto , había una re d u c­ ción en el p recio ; igual cosa si era so rd o , o si le faltaba algún diente. C o m p letad o el enganche, el capi­ tán zarpaba de inm ediato. L e co n v e­ nía que el viaje durara lo m enos p o ­ sible. T em ía las epidem ias, los suici­ dios, las revueltas. L a trata había du­

rado de 3 a 6 m eses; la travesía en red on do, de 9 meses a año y medio. E l viaje era terrible. Y a al subir al b arco, adivinando la suerte que les esperaba, m uchos negros preferían darse m uerte, se lanzaban al agua y se m antenían en el fon d o hasta que se ahogaban. E l resto, desnudos, m arca­ dos al fuego sobre el p ech o , eran m an corn ad os, encadenados de dos en dos, en el fondo de la cala. Allí p er­ m anecían de 15 a 16 horas p o r día, en m edio de la oscuridad, sin ventilación y sin sistemas sanitarios, disponiendo de un espacio que era apenas m a y o r que una tum ba. Para ap rovech ar al m áxim o el espacio, la cala se dividía en pisos que tenían entre 1,20 y

1,50 m de altura. L o s negros eran o r ­ denados co m o cucharas en una caja de servicio. A sí, un b arco de 2 0 0 to ­ neladas podía tran sp o rtar hasta 2 5 0 piezas. E l o lo r era tan intenso que a la tripulación le era im posible p erm a­ n ecer en las bodegas más de unos p o ­ cos m inutos. L o s negros llegaban a extrem os de sofocación y desespera­ ción inauditos. E nloqu ecidos, ataca­ ban a los guardias que descendían o se estrangulaban entre ellos para ha­ cerse un sitio y p od er respirar, y las mujeres clavaban alfileres en los cere­ bros de sus com pañeras. E ra raro que una revuelta de negros tuviera éxito. P e ro , aún cuando lo tuviera, los afri­ canos no sabían dirigir el b arco y es-

¡■'normes e inm undos barracones de las factorías negreras african as ser­ vían com o bodegas en don de se iba reuniendo a los prisioneros. Ui mise­ ria y el hacinam iento em pezaban i letras d e Ias puertas d e las casas d e es­ clavos (derecha), cuya triste m em oria se conserva actualm ente en la isla de (1oree (izquierda), punto d e partida h acia América de los esclavos a frica ­ nos. En la sentina d e los barcos los negros eran acom odados unos ju nto a otros, en caden ados a l piso d e m ade­ ra en las estrechas cavidades exentas d e luz y ventilación, p a r a com pletar una empresa qu e llegaba a du rar hasta un a ñ o y m edio a partir d e la captura.

taban condenados a m o rir a la deriva. Prosper M érim ée cuenta esta terrible historia en su novela Tamango. F a ­ m osa fue así m ism o, la rebelión del jefe singbé, en el navio A m istad , en 1839, que dio m uerte al capitán ne­ grero y llegó a los E E .U U ., donde él y sus hom bres fueron juzgados. G ra­ cias a la presión de los abolicionistas, fueron devueltos a su país en 1842. Las mujeres y los niños circulaban a bordo durante el día, p ero, media hora antes de la puesta del sol, debían volver a las calas y eran m inuciosa­ mente registradas para asegurarse de que no habían escondido ningún o b ­ jeto que pudiera ayudarlas a desem ­ barazarse de sus fierros. C uan d o el

día estaba despejado, todos podían erm anecer en cu b ierta: se los zam ullía en el agua salada y se les daban unas gotas a e aceite de palma para que se frotaran el cu erp o . Los m iem ­ bros del equipaje form aban una o r ­ questa y se les obligaba a bailar. Así hacían ejercicio. A los reticentes se les obligaba a ritm o de latigazos. A rro z , m aíz, m an d ioca, ñame y b izcoch os constituían la ración diari.i. E n los días fríos bebían unos sorbitos de ron . N o se les daba dem asiado de co m er, lo ju sto para que no enferm a­ ran y no tuvieran suficiente fuerza para rebelarse. E ra raro el viaje donde no m oría al m enos un negro de cada diez. D e

cerca de quince millones que pasaron a A m érica durante toda la trata, se estim a que debieron de m orir dos millones.. E n tre E u ro p a , Á frica y A m érica se estableció un tráfico gigantesco que es denom inado el C o m ercio Triangular. E l n om b re viene de que esta op era­ ción co m p ortab a tres etapas: La pri­ m era, de E u ro p a a Á frica. Los negre­ ros iban a buscar esclavos a la costa occidental de Á frica. L o s cambiaban p o r naderías: ro n , aguardiente, barras de fierro, fusiles, cuentas de vidrio, p ó lv o ra... L a segunda, de Á frica a A m érica. L o s esclavos eran vendidos en los m ercados de la A m érica espa­ ñola o portuguesa, o en las colonias del n orte. L a tercera, E u ro p a. C o n la venta de los esclavos en el N u evo M undo, los barcos volvían a E u ro p a archicargados de p rod u ctos tro p ica­ les. D e esta m anera, el negrero ob te­ nía un triple beneficio, uno p o r cada punto del triángulo. E s la segunda etapa de este tráfico la que nos interesa. A l llegar a A m é­ rica, los esclavos que habían sobrevi­ vido al viaje eran vendidos al m ejor o sto r. N o eran vendidos co m o seres um anos, sino co m o piezas de Indias. A ntes de desem barcar, el navio te­ nía que hacer cuarentena. N adie tenía derecho a desem barcar ni a subir a b ord o. D urante esos días el capitán se ocupaba de m ejorar la presencia de su m ercadería: les daba m ejor alim enta­ ción , trataba de «m aquillar» los de­ fectos físicos visibles, les lustraba el cu erp o con aceite de palm a. E sta opei.u ion se llamaba blanqueam iento. I a llegada de un negrero era un l'.i.iii acontecim iento en la vida c o lo ­ nial I n los prim eros siglos se anun­

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ciaba con salvas de cañ ón. E n el XIX, mediante carteles en la plaza y los lugares públicos. L a venta com enzaba en el puente del b a rco ; otras veces eran desem barcados y con du cidos di­ rectam ente a la alm oneda. L o s escla­ vos eran vendidos p o r lotes y se les llamaba piezas de Indias. L a pieza de Indias era un individuo de 7 cuartas de a ltu ra (a lre d e d o r de 1 ,8 0 m ). C uan d o no llegaba a esa altura se co m p letab a co n un m ulequín, un niño de p ech o , cu ya venta aislada no era fácil, p o r el riesgo de m uerte. L os negros debían subirse a un tonel para que to d o el m undo los viera. L os com p rad ores, co m o viejos co n o ce d o ­ res, les hacían m o v er los b razos y las piernas, abrir la b oca, y ad optar di­ versas poses, p ara ver si estaban sanos y fuertes. E l p recio dependía de la edad, de la fuerza física y del estado de salud. L os enferm os eran com p rad os p o r los «blancos p ob res», m u ch o más bara­ tos. C errad o el trato , el nuevo am o m arcaba al esclavo co n sus iniciales y le daba un nom bre cristiano. L a m ar­ ca infam ante, el carimbo, fue prohibi­ do a fines del siglo XVIII, cuando se escucharon en A m érica las prim eras voces de los abolicionistas. A co n ti­ nuación lo confiaba a o tro esclavo para que le enseñara su nuevo trabajo de la plantación. P e ro , aparte de estas «entradas ofi­ ciales», había otras clandestinas. Estas eran las «malas entradas» y las «arri­ badas m aliciosas». Si la prim era era el simple con trab an d o, la segunda se disfrazaba de catástrofe, y el negrero atracaba en un puerto alegando que había sido arrastrado p o r una tem pes­ tad o p o r las corrien tes adversas.

la m ortandad a cau sa d e epi­ demias, ham bre y otras condii lunes adversas h acían qu e los H oreros cargaran entre un lOy un 2 0 p o r ciento m ás d e escla­ vo-, i/ue la ca n tid ad qu e regis­ traban en la Casa d e Contrata­ d o n Asimismo, se llegaron a reglamentar seguros d e viaje que cubrían las contingencias fuirpérdidas o accidentes d e las naves, con montos fija d o s sobre t'l valor d e la -m e r c a n c ía A l unihar a costas am ericanas, y habiendo superado una cu a ­ ti'mena qu e ad em ás servía iKira alim en tar y d a r un mejor aspecto a los esclavos, em pezahtt la subasta (arriba). Olinda tderecha), Salvador d e B ah ía y Santos (doble p ág in a siguienh'J, en Brasil, fu ero n importan­ tes puntos d e desem barco y mercado.

¿Una nueva esclavitud para un nuevo mundo?

1. La maldición de Cam Pese a que el n egro ya ha com en ­ z a d o a ser en v ia d o m asiv am en te c o m o esclavo a A m érica, en E uropa, todavía a com ienzos del siglo XVII, no hay una imagen m enospreciativa de él. N e g ro es O th e lo , y el M oro de V enecia es presentado sin la m enor som b ra de racism o. N e g ro es uno de los R eyes M agos, n egro el Preste Ju a n , negra era la novia del Cantar de los Cantares... L a imagen se desvalo­ riza en el cu rso del siglo XVII. Incluso en lo que respecta al lenguaje. En francés, le n oir se con vierte en el négre, en inglés black en nigger y des­ pués en negro, térm ino tom ado del español. En castellano el térm ino «ca­ fre» establece este signo de desprecio, pues se asocia a b árb aro, cruel, p ri­ m itivo... A sí, el eu rop eo se crea un sentim iento de superioridad frente al negro y , para tener además buena con cien cia, lo justifica con lo que lla­ m a la «m aldición de C am ». L a conciencia cristiana de la E u r o ­ pa esclavista fue tranquilizada por este m ito, que partía de una interpre­ tación absolutam ente arbitraria cíe la Biblia. N o é m aldijo a C am y lo co n ­ denó, junto con su descendencia, a ser «servidor de servidores», p o r haberse reído de él cuando se encontraba des­ n udo. A rbitrariam en te, se extendió esta m aldición a to d o s los negros, convirtiéndose en un p ernicioso p re­ juicio racial. A unque la Biblia no lo

señala, los exégetas afirm aron que los descendientes de C am habrían sido los africanos. El gran argum ento era que la es­ clavitud resultaba m ejor para los ne­ gros, p o r dura que ella fuera, que de­ jarlos entregados a sus costum bres bárbaras y paganas en Á frica. A l m e­ nos les perm itía en trar en co n tacto co n la civilización y el cristianism o. E ste argu m en to, que se escuchaba en las colonias inglesas a partir del si­ glo XVIII, representaba un cam bio ra­ dical en la política. A diferencia de los españoles que insistieron en la co n ­ versión de los negros y en que éstos fueran enviados a misa (así se ordenó en la reunión de los obispos de M éxi­ co en 1555 y en la de C ub a en 1680), los puritanos co m en zaro n m uy tarde a ocuparse de la salvación de los ne­ gros o de los indios. En Surinam , fue o b ra de mediados del siglo XVIII. L o s iuritanos no creían que los negros ueran h om b res, co m o lo dem uestra esta afirm ación que todavía en el si­ glo XVIII hacía un fiscal a su familia en H o lan d a: « Y a que debe existir una clase esclava que realice los trabajos m ás duros y pesados y solam ente p o ­ sea una naturaleza anim al; y , p o r la o tra parte, una clase superior, civili­ zada, la cual, co n sus m edios y con el tiem p o, ha desarrollado su in telecto, ha perfeccionad o su talento, logrando así ejercer el dom inio sobre los escla­

f

La esclavitud ejerció un p ap el trascendente en la instauración d e la actividad capitalista en las tierras colonizadas. Los trabajadores d e las m inas (pág. 22), destinados a los trabajos m ás pesados, pron to em pezaron a sucumbir.

vos». U n cron ista de Jam aica', D allas, que se considera un hom bre equitati­ vo y quiere m o strar los pros y los co n tra s de la esclavitud, con clu ye afirm ando en su H istoria de los C i­ marrones (L o n d res, 180 3 ) que hay ue atribuir la esclavitud, «co m o las emás cosas de la vida, a la Divina P rovidencia, y con sid erar a los negros en un estado que plugo a D ios p o n e r­ lo s:..» . Ir co n tra la esclavitud, pues, era ir co n tra la voluntad de Dios. E ra un viejo argum ento de Pablo (C o rin tio s VIII, 2 0 ): «Q u e cada h o m ­ bre perm anezca en el sitio para el que fue llam ado». Pablo, cuando aborda el tem a, señala que ante D ios «no hay esclavos ni libres». P ero esto no im ­ plica un repudio de su parte. C o m o todos los pensadores latinos de la época, C iceró n y Séneca — él m ism o esclavo— piensan que la esclavitud sólo afecta al hom bre en el exterio r, pero que en el plano m oral, el am o y el esclavo son iguales. E ste es el pensam iento que dom ina durante tod a la Edad M edia, en espe­ cial en E spaña. L o en contram os in­ clusive en Las Siete Partidas, que te­ nía tod o un cu erp o de disposiciones que protegían al esclavo y que se transfirieron a A m érica. Sin em bargo, sólo en 1789 se publicó un código form al relativo al esclavo n egro, el Carolino C ogido N egro, que, entre otras cosas, estipulaba las diversiones que debían perm itírsele. T an to en España co m o en Brasil, las posibilidades de m anum isión eran m uchas, com en zan do p o r la de que los propios negros com p raran su li­ bertad. P o r el co n trario , en las co lo ­ nias inglesas num erosos obstáculos se oponían a la m anum isión. Se im ponía

un fuerte trib uto y se presum ía au e el n egro que no podía p ro b ar su liberta a , era esclavo y se le vendía al m ejor p o sto r. H ab ía, en realidad, de acuerdo con su d u reza, tres sistemas esclavistas en A m érica. L o s m enos duros eran el español y el portugués, que creían en la personalidad espiritual del esclavo, igual a la del am o. L o s más terribles, el inglés, el n orteam erican o y el h o ­ landés. E n tre am bos grupos se e n co n ­ trab a el francés que, aunque no tenía, c o m o o cu rría en España, una tradi­ ción esclavista, se inspiraba en los m ism os principios religiosos. L a gran diferencia de la esclavitud am ericana con la que, hasta entonces, se había co n o cid o fue que la esclavi­ tud quedó sim bolizada p or el negro. Y éste, m arcado p o r un estigma de n aturaleza. El esclavo pasó, así, de una inferioridad legal, que se con ocía en la A n tigüedad, a una inferioridad m oral. E n tre los rom an os, cualquiera podía caer en la esclavitud; hasta los príncipes si perdían una guerra, o los nobles, p or deuda, etc. L a esclavitud era independiente de la raza. N o se identificó con una co n creta hasta que le llegó al negro. E n to n ces se co n v ir­ tió en un problem a m oral. Es cierto , en A m érica, eventualm ente podía ha­ cerse esclavo a un in dio; pero esto, p o r las razones clásicas: guerra justa, etc. E n cam b io, sin m ás, se afirm ó el derecho de hacer del negro un escla­ vo. P o r eso, una serie de explicaciones salieron a relucir para legitim ar este p reten d id o d e re c h o : se re co rd ó a A ristóteles, repetido p o r Santo T o ­ más en la Summa contra gentiles y, p o r cierto , se descubrió el gran argu­ m ento bíblico, la m aldición de C am .

2. De la plantación al palenque. Memorias de un cimarrón Si la vida en la plantación era du­ rísim a, podía ser aún p eo r en otros trabajos, co m o en la pesca de perlas o en las minas. E n las pesquerías, el tra to dado a los negros era tan duro que en el segundo tercio del XVI se ord en ó en la isla M argarita que no se dejasen flotando los m u erto s; no p or hum anidad, sino para im pedir que en esos cadáveres se cebasen los tibu ro­ nes y pusiesen en peligro a los o tros esclavos. E n la plantación azucarera los ne­ gros se dividían según dos activida­ des: los que trabajaban en el jardín, es d ecir, en los cam pos de caña y los que iban al m olino. L a caña, origina­ ria de la India, llegó a A m érica p ro ­ bablem ente desde las C anarias, y ya desde la m itad del siglo XVI vem os a los esclavos trabajando en ella. E l día era largo y co m en zab a tem prano en el ingenio. A las 4 .3 0 sonaba la cam ­ pana y volvía a to ca r a la puesta del sol. El m ayoral vigilaba. A m ediodía se les daban dos horas para preparar el alm uerzo. E l C ó d ig o N e g ro esta­ blecía escrupulosam ente los horarios. E n el m olino, el trabajo era aún más duro. D u ran te la cosech a, la jornada es larga y el trabajo peligroso. D eben alim entar perm anentem ente el trapi­ che con paquetes de bagazo y m an te­ ner hirviendo las calderas. Son fre­ cuentes las historias del que, rendido de fatiga, deja un b razo en el trapiche. E l cultivo del cacao co m en zó a de­ sarrollarse después del de la caña. D esde el p rincipio, se utilizó en él

m ano de o b ra esclava. L a p rod ucción aum entó rápidam ente cuando se puso de m od a en E uropa. E n los cam pos de algodón, el tra­ bajo no era más fácil. L a cosech a ne­ cesitaba una im p o rtan te m an o de obra. Se estim a que un esclavo debía reco lectar co m o m ínim o 100 kg al día. E n los períodos de cosecha los esclavos com enzaban al alba y todavía se les veía trabajando con luna alta; apenas se les daban 15 m inutos para alm orzar. ¿ P o r qué? P orq u e hay que reco g er rápidam ente la cápsula de al­ godón que se ha ab ierto ; si no, las fibras se endurecen. L os plantadores del sur de los E E . U U . estaban co n ­ vencidos de que para este trabajo el esclavo representaba la m ano de obra más econ óm ica y rentable. A sí, cuan­ d o en el segundo cu arto del siglo XIX el algodón se con virtió en E u ro p a en un textil popular, el m ercado de es­ clavos fue relanzado. E l m enos duro es, probablem ente, el trabajo del café. H a y que co g er y d escortezar el fruto rojo y después ponerlo a secar durante 7 u 8 días sobre inmensas áreas planas. Debe evitarse que se hum edezca y hay que darle vuelta y sacar el m al grano. F i­ nalm ente, se le calienta para hacerle perder peso. E l trabajo m ás duro es el de lim piar y seleccionar el grano. E l p lan tad o r vivía p erm an en te­ m ente angustiado p o r la am enaza de una posible rebelión. P o r ello, los es­ clavos eran con stantem ente vigilados, y castigados p o r la m en or falta. G u ar­

Los negros en Brasil com en zaron a integrarse en la vida social y fa m iliar. En este g ra ba d o del artista fra n c és Debret vemos cóm o unos niños negros conviven con los am os, En la doble p á g in a siguiente, la im agen ilustra claram ente el dicho popular: -una blan ca p ara casarse, u n a negra p a r a ¡a cocin a y una m ulata p a r a la c a m a ».

dias arm ados re co m a n los cam pos en busca de cim arrones y a ellos se unían los buscadores de recom pensas que, con p erros adiestrados, seguían la pis­ ta de los fugitivos. P ara im pedir que el esclavo pudiera escapar p o r el bos­ que, se im ponía una p ráctica bárbara y hum illante: el collar con puntas, destinado a enredarse en las ram as. L o s castigos eran el látigo, con el que «daban cu ero», el p o tro español, el cep o, las cad en as...; pero también

las m utilaciones y otras crueldades sin n o m b re: algunos am os les amputaban las orejas y se las hacían co m er.., El cim arró n , cu ya escapada había d u ra­ do más de dos meses, era m arcado al fuego con el carim b o. En las colonias holandesas, los negros tenían que d e­ cir «D an k y M asera» (gracias am o) m ientras recibían los azotes. Después, las heridas eran lavadas con jugo de lim ón y pim ienta para curarlas y para aum entar el d o lo r hasta el límite.

A los esclavos introducidos m asivam ente les p o d ía corresponder m ejor o p eo r suerte: los destinados a fa e n a s caseras (arriba y derecha) q u edaban p o r en cim a d esú s congéneres q u e d eb ían servir en el cam po, los puertos o las minas.

C u an d o el am o castigaba a algún esclavo, los demás recogían un p o co de tierra, co m o quien no quiere la cosa, y la m etían en la cazuela del mayombe. E n to n ces, el am o enferm a­ ba u ocu rría una desgracia en la fam i­ lia. M ientras la tierra estuviera en la cazuela, el am o seguía allí, preso. E n el siglo XVIII, los castigos fue­ ron m oderándose. Se pensaba incluso que era una mala p olítica castigar de­ masiado duram ente a los esclavos, porque podía incitarlos a huir. E n Casa Grande y Senzala, G il­ berto F re y re estudia el m od o de vida en la plan tación : la C asa G rande es la

m ansión del p lantador, la Senzala, el b arracón donde viven los esclavos. M u cho antes de F re y re este m o d o de vida y a había im presionado al gran viajero alemán del siglo XIX, A lejan­ d ro de H u m b o ld t. C u en ta H u m b o ld t en el Viaje a las Regiones Equinoccia­ les: «Se encuentra allí, lo cual es raro en estos países, hasta un “ lujo de la agricultu ra” , un jardín, boscajes plan­ tados y , a la vera del agua, una peña de gneis, un pabellón co n un m irad or o belvedere». C o n este lujo co n tras­ taba la Senzala: « U n a casa cuadrada contenía cerca de 80 negros que d o r­ m ían en cu eros de res tendidos sobre

el suelo. H ab ía cu a tro esclavos en cada com p artim en to de la casa y ello semejaba' un cuartel. U n a docena de fogones había encendidos en el patio de la finca, donde se ocupaban de gui­ sar la com ida». Si bien en todas las plantaciones había m ujeres, el núm ero de ellas fue siem pre m u y inferior al de los v aro ­ nes. Incluso en algunas plantaciones de C u b a sólo había esclavos varones, lo que se justificaba con el argum ento de que así se im pedían costum bres viciosas. E ra el caso de las plantacio­ nes que pertenecían a las órdenes re­ lig io sa s. In gen u am en te decían los frailes que esta actitud se basaba en la p olítica tem poral del quaerenda pecu­ nia p rim u m est (la ob ten ción del di­ n ero es lo p rim ordial). D esesperados, los esclavos huían hacia las haciendas vecinas para apoderarse de las m uje­ res y llevárselas a las m ontañas, y al p rim er español que pasaba le daban m u erte p ara tener un arm a con que defenderse. N o sólo p o r la falta de m ujeres, sino p orq ue éstas no querían p ro ­ crear, la población de esclavos tendía a dism inuir constantem ente, y tenía que ser renovada p o r la trata. L o s plantadores que intentaron tran sfo r­ m ar sus ingenios en cen tros rep ro ­ d uctores de esclavos, fracasaron. L a m ejor de las condiciones era la del esclavo dom éstico. L o s hom bres servían de cocin eros y caleseros. L os caleseros andaban bien vestidos, con «aro en la oreja y to d o » , y eran los «señoritos de co lo r» . Las esclavas jó­ venes y bellas eran elegidas para la «lim pieza» y las viejas se convertían en amas de crías. C u an d o un negrito era lindo y gracioso lo m andaban a la

casa de los am os, le daban un abanico y lo ponían a espantar las m oscas. P ara las damas blancas era un signo de prestigio ir a misa acom pañadas de un «n egrito de alfom bra», que trans­ p ortab a el pequeño tapiz en el cual ellas se arrodillaban. Las más ricas lle­ vaban incluso cu atro o cin co. L a vida de los esclavos dom ésticos estaba íntim am ente unida a la de sus am os. N iñ o s blancos y negros eran com pañeros de juegos, y los esclavos dorm ían a m enudo juntos en la cam a del «am ito». U n am o blanco educado o r un negro estaba m arcad o indelelem ente p o r una tradición y una sen­ sibilidad negras. Las relaciones, sin e m b arg o , son ambiguas porque el blanco desconfía del negro, y el negro a m enudo lo odia. Tal vez el propio B olívar sea un buen ejem plo: educado p o r una nodriza negra, será partidario de la abolición de la esclavitud, sen­ sible a la cultura negr^, p ero d escon­ fiado de darle algunas responsabilida­ des políticas. Si los negreros piensan que gracias a ellos los negros van a acceder a la civilización, los africanos no co m p ar­ ten esta opinión. C im arrones se llamaba a los escla­ vos que huían y se internaban en los bosques (m aroon en inglés, marrón en francés, am bos derivados del espa­ ñol). L o s ingleses lo pronunciaban «sim erons», lo que sirvió a un histo­ riador inglés para desarrollar la d ud o­ sa teoría de que la palabra venía de la voz latina simia. En las Antillas se llam ó mam bises a los esclavos fugiti­ vos, tam bién de una voz africana mbi. Si así se llam aron los cubanos que lucharon p o r la independencia de la isla, fue porque se refugiaron en la

E

Ui supuesta superioridad fís ic a del negro se ag otab a a los p ocos añ os en virtud d e los tratos inhum anos. Sólo sobrevivían d e 7 a 15 añ os después d e su llegada. m anigua co m o habían h echo los anti­ en tod a A m érica las rebeliones de ne­ guos cim arrones. gros. H u b o dos G uerras C im arronas E l cim arronaje co m en zó con la es­ en Jam aica: 1 7 2 9 -1 7 3 9 y 1 7 9 5 -?, la clavitud. Y a en 1520, el R ey prohíbe gran sublevación de esclavos en Surique se lleven a L a E spañ ola negros nam de 1772 a 1 7 7 8 , el levantam iento ladinos, p o r tem o r a que éstos enca­ de A n d reso te en 1732 en Venezuela becen rebeliones. H u b o varios alza­ y , en 1794, el intento de rebelión de m ientos en el siglo XVI. E n V enezue­ M anuel E spin oza que abarcaba exten ­ la, el más fam oso fue el del negro sas com arcas y ciudades tan im por­ M iguel en 1552 en las minas de Buría, tantes co m o C aracas y Santa Lucía y que fundó un cum be inexpugnable y que tenía co m o objetivo que los cu m unió indios y cim arrones. bes obtuvieran plena libertad y dere­ Y si en el siglo XVII hubo algunos ch o s, así co m o el de con vertir a las casos de resisten cia so rp ren d en te, antiguas dueñas blancas en concincras co m o el fam oso quilom bo de Palm a­ y lavanderas. E s este espíritu de liber­ rás en la selva virgen brasileña, fue en tad y rebelión el que va a dar naci­ el siglo XVIII cuando se m ultiplicaron m iento en 1847 al estado libre de L i-

beria, fundado en la costa africana p o r antiguos esclavos usam ericanos. E n los E E . U U . se han m inimiza­ do las revueltas, p ero éstas también com ien zan m uy tem prano. U n a de las p rim eras tiene lugar en C arolina del Sur en 1526. Las más famosas serán las del siglo X IX : la de Gabriel Posser en 1 8 0 0 , que agrupó a varios miles de esclavos y que pudo haber provocado una sublevación general en el E stad o de V irgin ia; la del liberto D enm ark V asey en C harleston en 1822 y , la m ás fam osa de tod as, la de N a t T u rn er, en Virginia, que m asacró a varias familias de plantadores. A greguem os a éstas la expedición arm ada del abo­ licionista blanco, Jo h n B ro w n , en el año 1859. A l estudiar la vida de los esclavos en A m érica nos en contram os con fi­ guras extraord in arias: B aró n , Boni y Jo lie C o e u r en Surinam , C ud joe que o r g a n iz ó en J a m a ic a la P rim e ra G u erra C im arro n a (1 7 2 9 -1 7 3 9 ), G u i­ llerm o «el cim arró n », P ed ro Q u iroga «el fundidor» y E sp in oza en V ene­ zuela y , sobre to d o , el fam oso M acandal en H aití, ejecutado en 1758, personaje de la novela de C arp entier, E l R ein o de este M undo. Fu eron hom bres que se pusieron a la cabeza de revueltas, incitaron a huir a los cumbes v organ izaron la resistencia. Cumbes se llamaba en V enezuela a las com unidades de esclavos que es­ capaban al yu go de sus am os. Los cum bes llevaron en o tro s países el nom bre de quilom bos y palenques. E ran poblados fortificados, situados

en m edio de pantanos inexpugnables, escondidos entre acantilados, a los que se llegaba p or desfiladeros estre­ chísim os o perdidos en m edio de la selva, protegidos p o r em palizadas y con varios fuertes en el interior. P ero no sólo al m on te huían los negros. C entenares de esclavos se destacaron entre los piratas y filibusteros. U n o en p articular, co n o cid o co m o el capi­ tán D ieguillo, fue un fam oso lugarte­ niente del co rsario holandés, C o rn e lius Jo lls, más co n o cid o co n el apodo P ata de Palo. Si m uchos de estos palenques vi­ vían de atacar las haciendas, o tro s se m antenían con la caza, sem braban c o ­ nucos y , a m enudo, m antenían tráfico co n o tro s com erciantes europeos que iban a com prarles cacao , o con los piratas a los que reabastecían. E n todas partes se crearon cuadri­ llas para exterm inar a los cim arrones. L o s más fam osos fueron los C a z a d o ­ res del R e y , o los rancheadores con sus p erros feroces, adiestrados, que fueron invitados a ir a sofocar la Se­ gunda G u erra C im arro n a a Surinam. Las guerras cim arronas no fueron siem pre un fracaso. T odavía h o y vi­ ven en las selvas de Surinam los djoekas, descendientes de esclavos que eli­ gieron la libertad, y cu ya independen­ cia tuvo que ser recon ocid a p o r el gobierno de H oland a. L o s cim arro ­ nes fueron fundadores de m uchos pueblos, de los cuales m u ch os se co n ­ servan hasta ahora co n los nom bres de C u m b o o Palenque, recuerdos de una lucha victoriosa.

Los esclavos que lograban huir se convertían en negros cimarrones, perseguidos p o r desafiar el orden pú blico y constituir un m al ejemplo. Después d e la abolición, la discrim inación h acía q u e cu alqu ier delito diera motivo p a r a lin char a un negro.

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3. Shangó se viste de santo E n todas partes sonaban el 24 de junio los tam bores en h o n o r de San Ju a n , co m o si fuese una deidad afri­ cana. E n la N o ch e Buena de San Ju an , el santo bebía aguardiente con los ne­ gros y parrandeaba con ellos. E l santo

El Arca de Noé, d e A ndré Normil (Haití), introduce a ¡personajes negros com o fig u ­ ras principales d e u na historia antes p ro­ tagonizada sólo p o r blancos. A doctrina­ dos en la nueva religión, los esclavos no encontraban un lu gar propio; incluso la Iglesia Católica les n egaba sorprendente­ mente el ingreso a las órdenes religiosas en épocas tan tardías com o el a ñ o 1739-

— recuerdo del antiguo ritual del sols­ ticio— se volvía un dios y era capaz de dispensar todos los favores, hasta la fuerza, para huir al cum be. A San B enito se le honraba a fines de año. E n Biografía de un Cim arrón, E ste­

ban M on tejo, de 108 años, cuenta a Miguel B arn et, la fiesta de San Juan en C u b a: la gente se ponía caretas de cartón y de tela que representaban diablos. «Ellos decían San Ju an , pero era O gg ú n . O g gú n el dios de la guerra. En esos años era el más c o n o ­ cido en la zon a. Siempre está en el cam p o y lo visten de verde o de m o ­

rad o . Se con tab a que en las noches de San Ju an salían las sirenas a peinarse y a buscar hom bres y se llevaban a los pescadores y los m etían bajo el m ar y después de tenerlos c ie n o tiem po los dejaban irse...». M uchas de las tradiciones ances­ trales de A frica se conservaron así, bajo la m áscara del cristianism o.

Incluso en países donde se estima que los africanos han sido p o co nu­ m erosos, co m o en A rgentina o U ru ­ guay, basta rem on tar un p o co la ge­ nealogía de algunas manifestaciones culturales para en con trar el abuelo n egro, los instrum entos de m úsica, las danzas: el candom be en Buenos A i­ res, los ranchos en M on tevid eo, que todavía tuvo ocasión de observar el artista uruguayo Figari; el carnaval... L o s esclavos se agrupaban en nacio­ nes, según su procedencia, o en « co ­ fradías», según su devoción. Se daban reyes y reinas, que, p o c o a p o co , se fueron transform ando en reyes del carnaval. G ran parte de la cultura africana se transform ó en lo que los blancos lla­ maban prácticas de brujería o supers­ tición, pero que en m uchos casos eran viejas p rácticas medicinales o religio­ sas. A m enudo, estas prácticas están estrech am en te relacion adas co n el sincretism o religioso, co m o es el caso del vudú en H aití, o la m acum ba en Brasil. E n todas las ciudades habita­ das p o r negros había barrios célebres p o r sus brujas: con oced o ras de filtros am orosos, diestras en am arrar volun­ tades, expertas en la cu ración de en­ ferm edades, sabias para h acer ciertos m aleficios. Las dom ésticas negras en la ép oca colonial eran a m enudo re­ queridas p o r sus am as, que no creían m enos en estos con ju ros que los p ro ­ pios negros. L o s negros portaban es­ capularios, llevaban reliquias o co n o ­

cían oraciones eficaces para con ju rar los p eligros, co m o la oración del Ju s ­ to Ju e z , la de San C ip rian o que p re­ servaba de las culebras o el Padre N u e s tr o al revés que invocaba al M andinga, o la M agnífica que lo ahu­ y en tab a... A ú n cuando en el siglo XVIII se tra tó de prohibir estos cultos p opula­ res, las tradiciones continuaron vivas. E n Brasil y en la A m érica española fue co rrien te que surgieran herm an­ dades religiosas entre los esclavos y que adoptaran santos co m o patrones, a los que a m enudo pintaban de ne­ g ro . E n Brasil, los negros adoptaron a la Virgen del R osario co m o patrona especial y a m enudo la pintaron de n egro. San Ju an y San B enito se ve­ n erab an en los cam p os, no co m o m iem bros del santoral cató lico , sino p orq ue traían el agua, el sol y la es­ p eran za... Shangó tiene una mujer, Y an san , que algunos dicen ser su her­ m ana y que se identifica con Santa B árb ara de Inglaterra, p o r ser, igual que ella, diosa de los vientos y las tem p estad es. E s la con trap arte de Shangó. Más aún, las viejas esculturas brasileñas de la tradición yoru b a reresentan a Shangó a veces co m o o m b re, a veces co m o m ujer: Shangó y Y ansán son am bos seres bisexuales, en realidad son el m ism o. Shangó equivale, así, a Santa B árbara. Shangó, >ues, se vistió de san to. Así conviven o cristiano y lo pagano p o r el rescate de antiguas raíces.

E

f

Una rezan dera en un santuario de H aití (izquierda), en d on d e se p ractica el vudú, derivado d e la cultura d e Dahomey. B ahian as d e Salvador, en Brasil, (doble p ág in a siguiente), herederas y transmisoras del can dom blé que, a sí com o la santería cu bana, proviene d e la cultura africa n a yoruba.

4. Gospel-people L o s negro-spintuals parecen haber sido creados alrededor del siglo XVIII. Sus autores son d esconocid os. N acen cu an d o se fundan las prim eras i^esías negras (hacia 1775). E n ellas los escla­ vos encontraban una libertad única: p o r algunas horas tenían la impresión de ser seres hum anos y se desfogaban en him nos fervientes en que los fieles respondían al p red icad or. E l spiritual com binaba la m elopea africana con los co ro s del ritual luterano. En esta plegaria cantada, el negro parecía di­ rigirse más a sus dioses que al D ios occid en tal, y la p rotesta secreta era tan im portante co m o la celebración de la vida eterna. L o s tem as bíblicos se transform aban en m etáforas de su co n d ició n : el exilio en el país del F a ­ raón, los m uros de Je ric ó , aluden a la esclavitud, de la m ism a m anera que la búsqueda de la T ierra Prom etid a se asociaba a la libertad; una libertad en el o tro m u ndo, p ero libertad de todas m aneras. U n tem a fam oso es: We shall overcome. L o s gospels, en cam b io, son más recientes: de los años veinte. M ás rít­ m icos, para algunos representan una vuelta al rito africano del poseído p o r el dios (la africanización es una ten­ dencia de esos años). H abitualm ente son un diálogo entre un p ecador y un fiel, ap oyado p o r el c o ro . E s una m ú ­ sica que busca el éxtasis, la posesión. E l vocalista canta y baila en estado de trance, ha recibido al H o ly Spirit, de la m ism a m anera que su antepasado recibía a Shangó. Las técnicas de v o ­ calización parecen m anifestar esta p o ­ sesión: el cantante reco rre to d o s los

registros, co m o si fueran diversas v o ­ ces, de diversos personajes (¿de diver­ sos dioses?). V oces guturales, ro n ­ queras, falsetes. Las mujeres se elevan hasta el chillido y descienden hasta el tro m b ó n . E l gospel intensifica esos elem entos africanos que son el llama­ d o/resp u esta y la im provisación. L o s spirituals y los gospels son a m enudo canciones tristes que tocan las fibras profundas del d o lo r, co m o p o r ejem plo: Sometimes I fe e l like a motherless child o N ob od y knows the truble I'v e seen, pero hay o tro s más rápidos, con m ás ritm o y a m enudo sincopados que, en el estilo llam adorespuesta, son más positivos y op ti­ m istas. É sto s son llamados jubilees y a m enudo prom eten al negro un m e­ jo r destino, aunque sea después de la m uerte. Blow y o u r trumpet, G abriel y G it on board, chillun. E n su época, tem as co m o Children, we all shall we free, deben haber sido una incitación a escapar de la esclavitud. E l mensaje del gospel está a m edio cam ino entre el spiritual y el soul. P ro m ete una vida m ejor, todavía, co m o el spiritual, >ara el o tro m u n do, en el cielo ; pero a alegría que introducen los jubilees, sugiere que este o tro m undo no está tan lejos. L a soul-music va a term inar de traslad arlo definitivam ente a la vida terrenal. L a gran diferencia entre la cultura negra de los E E . U U . y la de Ib eroa­ m érica es, p robablem ente, que la pri­ m era se desarrolla sobre to d o a través de la m úsica religiosa. E l cu lto p ro ­ testante, con cán ticos en inglés, p er­ mitía que el negro se in co rp o rara a la

E

La adopción de santos patronos a m enudo se d eb ía a Ias sem ejan zas entre el santo cristiano y las divinidades africanas. Mayor iden tidad se d a b a cu an d o Ia imagen, p ol­ la g ra cia d e un p o c o d e pintura, adoptaba el color d e la pie! d e sus seguidores. liturgia e interviniera: com prendía lo que decía el p red icad or, podía res­ p onder, in trodu cir su sensibilidad e innovar los textos de los cantos reli­ giosos. E n cam bio, en las iglesias de Iberoam érica el oficio se hacía en la­ tín, y el n egro, que rara vez co m p ren ­ día lo que estaba diciendo el cu ra, no podía intervenir ni m odificar los can ­ tos. El negro, pues, se expresó m ucho más a través de las artes plásticas. Si el sincretism o del N o rte es un sincre­

tism o m usical, el de España y P o rtu ­ gal es un sin cre tism o p lástico: el b a rro co negro. E n lo que respecta a la m úsica, ésta en cam b io, se mantiene m u ch o más africana, porque entra m enos en co n ta cto con la nueva reli­ gión. Si en las colonias protestantes no vem os el sincretism o africano en las artes plásticas, es p o r una razón sim p le , p o rq u e el p ro te sta n tism o abom inaba to d o lo que im plicara el culto de las imágenes.

5. La resistencia cultural E l m ejor ejem plo de sincretism o es el vudú. E n el cu lto vudú se han in­ co rp o ra d o varios elem entos católicos; en tre ellos, el signo de la cruz y el bautism o. Si en Brasil y C u b a la cultura afri­ can a que d om inó fue la yoru b a, y de ella, « to d o m ezclad o », nacieron el candom blé brasileño y la santería cu ­ bana, en H aití fue la dahom eyana, y de su p rofunda influencia religiosa surgió el cu lto vudú. E l vudú com ien za con la llegada de los p rim eros esclavos a H aití. P ero en realidad sólo hacia la m itad del si­ glo XVIII en contram os alusiones es­ critas al vudú. L a m ayoría de los es­ clavos provenía de la C o sta de los Esclavos en el G olfo de Benin, del D ah om ey y de N igeria. E l térm ino vudú, entre los fon , significa dios, es­ píritu e im agen; en definitiva, lo que los portugueses llam aron fetiche. L a palabra fetiche es im portante, ella ha transm itido a occidente la im a­ gen de un rito bárbaro y supersticio­ so, ritos de magia negra, de salvajes irracionales. L a palabra tiene su o ri­ gen en la portuguesa fé tid o , cosa he­ ch a, preparada. L o s p rim eros nave­ gantes portugueses llam aron fetiches a los objetos e imágenes rituales. P o r extensión se atrib uyó a los africanos el rendir cu lto a los ob jetos, sin p er­ catarse de que se trataba de piezas sim bólicas. L o m ism o o cu rrió con la palabra m áscara que, aplicada a la representa­ ción del espíritu de un an cestro, altera el significado cultural de este objeto. Si el vudú p udo existir en H a ití fue

porque entre los esclavos había sacer­ dotes que transm itieron el rito , o rg a­ nizaron el clero e incluso llegaron a co n stru ir tem plos. L o s bokonó (adi­ vinos) y los vu d ú-n o cautivos, ense­ ñaron a los esclavos los nom bres de los dioses, los sacrificios que había ue ofrend arles y las com plicadas anzas y ritos que había que efectuar en su h onor. E l vudú, co m o el créo le, fueron form as de resistencia en H aití. L os am os perseguían a los adeptos a esta religión, no tan to porque les parecía co n traria al cu lto cató lico , sino p o r­ que las cerem onias secretas estaban íntim am ente relacionadas co n la acti­ vidad de los cim arrones. L a influencia del vudú era en realidad m u y grande: los Papa-Loa agitaban a los negros y exaltaban su valentía con am uletos. L o s que m orían com batiendo lo ha­ cían sin pesar, convencidos de que habían de revivir en Á frica. M acan dal, el cim arrón haitiano, era un gran adepto del vudú y para organ izar la resistencia de los esclavos negros se re se n ta b a c o m o un p r o f e ta : un oungan, cu ya m isión sagrada era la de expulsar a los blancos. D e él se contaban cien historias. Se decía que a una orden suya eran envenenados los plantadores en la C asa G rande, arrasadas las plantaciones y diezm ado el gan ado; y que los blancos no p o ­ dían m atarlo, pues cuando caía en sus m anos tenía el suprem o p od er de transform arse en maringouin, un in­ secto , y desaparecer volando. M uchas tradiciones de la literatura oral afroam ericana se in co rp o raro n a

Los complejos ritos del vudú provocan extrem as exaltaciones d e án im o qu e suscitan la c a íd a en tran ce (arriba) y la insensibilidad a l d olor com o el q u e p rod u ce la qu em adu ra con u na brasa can den te (d o b lep á g in a siguiente).

la vida colonial, especialm ente a tra­ vés de las nodrizas negras, que no sólo am am antaban y educaban a los niños, sino que a m enudo los entre­ tenían con cuentos pavorosos. A sí pa­ saron a la tradición literaria persona­ jes que se form aron en la esclavitud, co m o el M andinga, el cim arrón rebel­ de que para los españoles llegó a co n ­ fundirse con el diablo; y o tro s seres m isteriosos que venían directam ente de A frica: la Sayona, la L lo ro n a , la M uía m aniá, la C o ch in a paría, el D es­ c a b e z a d o ,... O personajes sobrevi­ vientes de la «época de cuando los animales hablaban», co m o el T ío T i­

gre y el T ío C o n ejo . A biertam ente subversivos para la m oral puritana eran los D irty dozens, versos popula­ res ob scenos, que aplaudían el inces­ to , celebraban la hom osexualidad y se reían de to d o lo que los blancos lla­ m aban «decente». L o s cuentos del T ío T igre y del T ío C o n ejo son la continuación deuna tradición africana que recorrió A m érica de b oca en boca. Se encuen­ tran en todas partes donde hubo ne­ gros. E n la M artinica son las fábulas de «co m p é lapin ék com p é T ig », en los E E . U U . las historias de «B rer R abbit y U n ele R em us». E ran cuen-

Los sím bolos religiosos llevan a la convicción d e qu e sep u ed en atraer las fu erz as divinas p a r a ejercer efectos tangibles q u e se m aterializan en el m undo real. Las ofren das no sólo pretenden satisfacer a la divinidad, sino indicarle la vía d e su acción.

tos educativos, pero que se tran sfor­ m aron en una verdadera m etáfora de la lucha de los negros. C ada astucia del T ío C on ejo renovaba la esperanza de que, con los escasos m edios de que disponía el esclavo, se podía eludir y escapar de la opresión. N u eve de cada diez veces el T ío C o n ejo se reía de la suprem acía blanca. D e inagotable in­ ventiva, podía perd er al T ío T igre en­ tre los zarzales, h urtar cacao para so ­ brevivir; y esto, sin el m en o r rem o r­ dim iento, porque era él el que lo ha­ bía cultivado y pertenecía al am o sólo gracias a la fuerza del látigo y al p od er de las autoridades. E n A m érica, esta

historia tradicional se transform ó en la sim bología del esclavo y el am o. H ábil, inteligente, libre y ágil, el T ío C o n ejo no podía dejar de en cam ar al esclavo que huía al cum be. C ru el, el T ío T igre personificaba al am o que tenía al esclavo bajo un dom inio in­ hum ano. O tra fábula tradicional, surinam esa ésta, que e n cam ó la lucha de los cim arron es, fue la ¿ e «A nanssie, la araña», la cual instalada có m o d am en ­ te sobre el lo m o del tigre, se aplicaba a tortu rarle co n pequeñas picaduras, p ero venenosas, que le volvían abso­ lutam ente lo co y furioso.

III El «n eg rism o » o la lucha por la abolición

1. Una república de negros. El primer país independiente L o s quilom bos brasileños y los pa­ len q u es cu b a n o s e n c o n tra ro n sus con tin u ad ores en T oussaint L ou vertu re, Dessalines, C ristób al y Petion. Dessalines ayudó a M iranda y el pre­ sidente Petion acogió a Bolívar, lo que m u estra la co n vicción del pueblo hatiano de que la lucha p o r la inde­ pendencia era una lucha solidaria. H aití era una de las colonias más ricas del C arib e, con plantaciones de azú car, de algodón, d e ca ca o , cafeta­ les, cu rtiem b res, añ ilen as... E l co m er­ cio crecía: en P u erto Príncipe trin ca­ ban estrechos los barcos, cada día la

gente en E u ro p a tom aba más caté y com ía más ch ocolate, y había que au­ m entar las cosechas. Se necesitaban más y más b razos, brazos negros, brazos recios, b razos que aguantaran de sol a sol. D e los 6 0 0 .0 0 0 habitan­ tes, más de 5 0 0 .0 0 0 eran esclavos. L a rebeldía co m en zó en S a in t-D o mingue con B ouk m an , un esclavo originario de Jam aica, que con du jo a los negros a que se refugiaran en B ois-C aim an . L a lucha p o r la inde­ pendencia se inició con una cerem o ­ nia vudú. E n ella se sacrificó un jabalí y B o u k m an p ro n u n ció en créo le:

M áscara tradicion al d e origen venezolano (página 50), con innegables rasgos d e inspira­ ción african a.

Im creciente n ecesidad d e m ano d e obra qu e requerían los culti­ vos, com o el d e a z ú c a r (izqu ier­ d a y derecha), fo m en tó el a u ­ mento d e p oblación negra en Haití, situación qu e derivó, tras un enfrentam iento arm ad o en ­ tre F ran cia y España, en la p ro ­ clam ación d e in dependencia d e la p rim era nación, constituida m ayoritariam ente p o r descen­ dientes y ex-esclavos originarios d e los pu eblos llevados d e África.

«D estru yam os la im agen del dios de los b lan co s/ que tiene sed de nuestras lágrim as/ ¡escu ch em os en nosotros m ism os/ el llamado de la libertad!» E n la som b ra, era o tro esclavo el que inspiraba la rebelión. A T oussaint le llamaban «L o u v erture» (la abertura) porque cada vez que cargaba con sus soldados abría una brecha entre las filas enemigas. T oussaint com p ren d ió que, para lu­ ch ar co n tra la esclavitud, tenía que hacer un solo pueblo de todos esos negros sufridos y m altratados que ve­ nían de países m uy distintos. Para eso organ izó a los haitianos, les dio un ideal de libertad y una tierra que de­ fender. L o u v ertu re había nacido en una plantación y su familia venía del C o n g o . D estin ad o a ser c o c h e ro ,

ap ro v ech ó las largas horas que pasaba en el pescante p ara instruirse. L e y ó a los Enciclopedistas que hablaban de igualdad, de libertad y de d em o cra­ cia, y se p rep aró para luchar p o r una doble libertad: la de los esclavos y la del país. L a ocasión se le presentó en 1793. A l estallar la guerra con España, los franceses se dieron cuenta de que sólo co n ayuda de los negros podían de­ fen d er la isla. Para ganárselos, d ecla­ raro n la libertad inmediata y general de tod os los esclavos. T oussaint se p u so a la cabeza de las tropas. E n tres m eses había expulsado a los invaso­ res. Fran cia, en p rem io, lo n om b ró general y le regaló un sable m agnífico co n un enorm e guardam anos y dos p isto las hechas en la M anufactura

E xagerar los rasgos fa c ia le s y los miembros es u na característica d e la m áscara y la estética african a. A qu í p a r ec e convertirse en un disfraz d e Carnaval.

N acional de Versalles. P e ro , cuando N ap oleón to m ó el p od er, los blancos de las islas no tardaron en presentarse ante Josefina, ella mism a criolla de L a M artinica, y le pidieron que restable­ ciera la esclavitud. L a esclavitud, abo­ lida p o r la C on ven ción en 1794, fue restablecida en 1802. T oussaint volvió al com b ate, pero el ejército que el em perador había m andado a la Isla era descom unal: 2 5 .0 0 0 hom bres y 70 navios. L o s ge­ nerales de T oussaint fueron cayendo. E l más fam oso, H en ri C hristop h e, se negó a rendirse e incendió la capital. T oussaint com p ren d ió que la resis­ tencia era inútil y p actó un arm isticio. L o s franceses lo traicion aron y , ten ­ diéndole una celada, lo llevaron c a r­ gado de cadenas a E u ro p a , donde m u ­

rió al año siguiente. N ap oleón ni si­ quiera quiso que se le diera sepultura. M andó que lo echaran a una fosa com ún. E n terraro n su cuerpo p ero no su espíritu, T oussaint había abierto una gigantesca brecha en el im perio c o lo ­ nial. Siguiendo su ejem plo, todas las islas en que había negros se rebelaron co n tra el restablecim iento de la escla­ vitud, y Dessalines, su sucesor, inició una guerra im placable. E sta v ez con éxito. E l 1 de enero de 1804 se p roclam ó la libertad de los esclavos y la Inde­ pendencia de la Isla. L a isla, llamada S ain t-D om in gu e p o r los franceses, fue rebautizada con su n om b re origi­ nal, que le daban los tainos antes de la llegada de los europeos, H aití.

2. La Cabaña del Tío Tom. Abolicionismo y racismo D esde el siglo XVIII se manifiestan en los E E . U U . im portantes sectores abolicionistas. E n 1688, los cuáqueros declararon la esclavitud con traria al espíritu del cristianism o y la con d e­ naron, al igual que la trata. H acia 1815 com ienza a funcionar el underground railway (ferrocarril clandesti­ n o), organización secreta destinada a facilitar la fuga hacia el n orte y hacia C anadá a los esclavos del Sur. Tan bien funcionó este circu ito que en 1850 se votó una ley obligando a to ­ dos los am ericanos a denunciar a los esclavos en fuga. C o m o respuesta a esta ley, H arriet B eecher Stow e se sintió inspirada por D ios para escribir La Cabaña del Tío Tom (1 8 5 1 ), que cuenta la historia del n egro b ueno, cristiano y honesto, y de su am o, el brutal Simón Legree. T an im portante fue este libro que L incoln llamó a su au tora «la joven que ganó la guerra». Sin em bargo, la imagen que B ee­ ch er Stow e da del T ío T o m , el negro bueno, alegre, que ríe p o r naderías y que trata de tener co n ten to al blanco, correspon d e a uno de los estereotipos de sum isión del negro al blanco (¿in­ tegración ?), que con más vigor han rechazado los propios n egros: el «tiotom ism o». P o co después se desencadena la G u erra de Secesión (1 8 6 1 -1 8 6 5 ), al fi­ nal de la cual es abolida la esclavitud en tod o el territo rio de los E E . U U ., el 31 de enero de 1865. L o curioso es que, incluso en los ejércitos del n orte,

los negros tuvieron dificultades para q u e los aceptaran co m o soldados. ¡T a n to era el m iedo que infundía la im agen del negro arm ado! En A m é­ rica, la esclavitud sólo persistió en C u b a y Brasil, que la abolieron res­ pectivam ente en 1880 y en 1888. En Ib eroam érica, las novelas an­ tiesclavistas escritas p o r blancos son aún anteriores a La Cabaña del T ío T om . E n C ub a tenem os los ejemplos de Cecilia Valdés (1 8 3 9 ), de C irilo V illaverde; Sab (1 8 4 1 ), de doña G e r­ trudis G óm ez de A vellaneda; Francis­ co, de A nselm o Suárez. P ero , aun de­ nunciando la esclavitud, no dejan de ser racistas. D os ejemplos de Cecilia Valdés nos lo m uestran. El prim ero es de la segunda parte de la ob ra, es­ crita m ucho más tardíam ente: «P ero eso tenía de perversa la esclavitud, que p o co a p o co e insensiblemente infiltraba su veneno en el alma de los am os, trastorn ab a todas sus ideas de lo justo y de lo injusto, convertía al h om b re en un ser tod o iracundia y soberbia, destruyendo de rech azo la >arte más bella de la segunda naturaeza de la m u jer: la caridad». (L a H a ­ bana 1 9 7 2 , 11-185). C om p árese este texto con o tro , de la prim era parte, escrito m u ch o tiem po antes, pues el libro no se term inó nasta el año 1879. R e f ir i é n d o s e a la m u la t a , d ic e : «C u an d o se recuerda la descuidada crianza y se une a esto la soez galan­ tería que con ella usaban los hom bres, p o r lo m ism o que era de la raza hí­ brida e in ferio r...». (Id . 1-153).

Í

D istin ta es la visión de los propios negros que luchan desde la literatura p o r la libertad. E s el caso de Plácido. E l m a y o r p oeta m ulato del siglo XIX escrib e letrillas y rom ances co m o neoclásico. Su C ub a es una verdadera A rcad ia europea, pero cuando le to ­ can la sangre, el ton o cambia y se burla del que se cree blanco p u ro : «Siem pre exclam a D o n L o n g u in o :/ soy de sangre noble y p u ra / ( ...) / y co n su ro stro ce trin o / que africana estirpe in d ica,/ alucinado p ublica/ ser de1excelsa p aren tela./ Q u e se lo cu en ­ te a su abuela».

Esta alegoría evoca la abolición d e la esclavitud en las colonias fra n cesa s d u ­ rante la Segunda República en 1848 y tiene un carácter p an fletarioporqu e trata d e m ostrarla -generosidad- d e F ran cia y el ’■ a gradecim iento■ d e los esclavos a sus amos. En las colonias españolas la escla­ vitud f u e abolida, gen eralm ente en los p ri­ meros decenios del siglo xix. mientras qu e en Estados Unidos la abolición llegó en 1865y en España el p rim er decreto ab o li­ cionista ap arecía en 1868.

3. Blues-people , ¿una música de libertos? C an tos semejantes a los blues exis­ tían ya durante la esclavitud: eran can tos de trabajo, work-songs, spirituals o la m úsica de las fiestas, que tenían su sonoridad. E l cantante p ro ­ fesional sólo aparece después de la

El m arco d el inm enso río Mississippi p o r d on d e su rcaban los grandes barcos d e vapor (derecha) resulta inseparable d e la im agen d el surgimiento d e los cantos de esclavos en las localidades sureñas d e Estados Unidos. Trabajadores d e los cam ­ p os algodoneros liberaban sus pesares buscan do an alogías entre la esclavitud y los pasajes bíblicos qu e d a b a n esperanzas a los oprimidos. El río Mississippi se iden ­ tificaba con elJordán , q u e corría h a c ia la vida eterna y la libertad m ás allá d e la muerte. En el trabajo, el murmullo ac o m ­ p a s a d o convertido en cantos acom p a ñ a­ ba las fa e n a s m anuales, ¡a vida d e los esclavos se llenó d e worksongs (tristes cantos d e trabajo). P ara los habitantes de los ghettos en las gran des ciu dades (doble p ág in a siguiente) el blues fu e el nexo que los unió con el cam pesino, tam bién sum i­ d o en la m arginación.

G uerra de Secesión. E ran artistas am ­ bulantes que recorrían el Sur can tan ­ do lo que se ha llam ado blues rurales. A com ienzos de los años veinte fue­ ro n grabados los prim eros discos. Prob ablem en te, los blues tienen su

origen en los fie ld -b oller, con que un trabajador se dirigía a o tro en la plan­ tación, o en los cantos de trabajo. En general se acepta el año 1890 co m o fecha de nacim iento. C o n la em igración del cam po a la ciudad, el blues se h izo urbano. E s ­ pecialm ente en las grandes ciudades, en C hicago — no en N u eva Y o rk , donde fue m ucho m enos im portan­ te— , sirvió al negro co m o vehículo de

transición entre la vida rural y la u r­ bana, le facilitó su adaptación a la gran ciudad. P ero el blues representa una m úsica de los vencidos, la acep­ tación de d olor. D onde es más p opu ­ lar es precisam ente en los estados en que el negro tuvo la peor vida: en M ississippi, donde fue exp lotad o al m áxim o p o r el sistema de aparcería, d ond e las leyes de Jim C ro w se apli­ caro n con m a y o r severidad y donde

existe el m ay o r índice de pobreza de to d a la n ación . E s Mississippi el esta­ do que'ha p rod ucido el m ayor núm e­ ro de can tan tes, probablem ente p o r­ que el blues se inspira en la pobreza y la segregación, y porque es la m ú­ sica de las clases m ás bajas de los ne­ gros am ericanos. H o y , el blues está en plena retira­ da. Sólo algunos can tan tes, co m o B .B . King, A lbert King o Little M ilto n , siguen atrayend o a las masas. Su estilo , llam ad o clean — to can una cu erd a cada vez— es tenido p o r m o ­ d ern o, en oposición al estilo sucio, dirty, de los m úsicos tradicionales y pasados de m o d a, co m o H ow ling W o lf, M u dd y W aters o Lee H o o k e r. P ero los blues no sólo son consi­ derados anticuados p o r su form a m u­ sical. L o son, sobre to d o , porque re­ presentan una sensibilidad superada p o r las nuevas generaciones. ¿Será que las clases negras que se han abur­ guesado quieren olvidar su pasado y asociarse con la A m érica blanca? E s probable en algunos sectores pero, m ás que nada, p o rq u e el blues rep re­ senta la vida del suburbio. E s una m ú ­ sica diabólica, asociada al desenfreno: al bar, al bailongo. E l bluesman es un hom bre que vive en am bientes de vio­ lencia: de alcohol, mujeres y tim ba (co m o dice el tan go, al que se parece m u ch o). E s escéptico en m ateria de religión y respecto al futuro. E l blues­ man es un vagabundo: com ienza re­ corrien do el país co m o bobo (vaga­ b undo), subiéndose clandestinam ente en los trenes. P o r eso, el tren ha to ­ m ado una significación tan im p ortan ­ te en la m úsica p o p u lar: sim boliza una prom esa para el negro, el viaje es libertad. E l lenguaje está lleno de m e­

táforas que designan el tre n ; p o r eso es ob jeto de evocaciones vocales e rum entales. A d em ás, tal vez, casi olvi­ d ado, el tren tiene una rem iniscencia africana, pues se identifica con la ser­ piente y ésta co n Shangó... P e ro hoy día nadie quiere vivir de ese m o d o . Las clases bajas negras han dejado atrás la resignación y quieren m ejorar su nivel de vida, o crear una nueva vida. E l blues es un recuerdo del ayer vergon zoso y hum illante, in­ capaz de p ro p o rcio n a r la m en or en­ señanza p ara el presente. P o r o tra parte, nunca el blues les dio una es­ p eranza. E l blues es un sentim iento, un feeling, pero no hay en él ninguna p rotesta, es una queja pasiva que, a lo m ás, describe la situación de sufri­ m iento y miseria. E l m undo de los blues es m alo, f u ll o f trouble, es la mala suerte que a uno le trae la vida: «W h y do I have hard luck and tro u ­ ble?» (apeles hasta entonces reservados a os blancos: p rofesor, periodista, de­ tectiv e... P oitier representa el m odelo de una burguesía negra ascendente: la antítesis del negro tim o rato y bufón, ladrón de gallinas, co n la tajada de sandía cru zad a en la boca. L os años sesenta estarán m arcados p o r las luchas políticas y las grandes reivindicaciones del pueblo negro y p o r la aparición del nuevo n egro en el cine, que se hace héroe positivo. L os filmes más im portantes de esta ép oca so n : The coid world, de Shirley C lark (1 9 6 3 ), A raisin in the sun (1 9 6 1 ), C otton carnes to H arlem , de O ssie D av is... P ero los negros no querían verse sólo representados p o r un in te le c tu a l, q u erían un h é ro e triunfador, más cerca de la vida del pueblo. E n to n ces aparece Jim B ro w n : un m etro noventa, ciento diez kilos de m úsculos, antiguo cam peón de fútbol am erican o, que se vengaba de las hum illaciones del Ku K lux Klan

Í

Escena d e la pelícu la Hallelujah (1929), d e King Vidor. Con actores gen uin am ente negros, no está exenta d e los tópicos peyorativos qu e se les ad ju d icaban ; sin embargo, descubre aspectos d e la vida d e los esclavos algodoneros desconocidos hasta entonces

seduciendo a las más bellas heroínas blancas: R achel W elch ... B ro w n fue el h é ro e del p erío d o sep aratista, así co m o P o itier lo había sido del de la integración. E l ghetto no podía exresarse a través de P oitier, en cam io sí a través de B ro w n . P o r la bre­ cha abierta p o r él com enzaban a apa­ recer los héroes fu nky del ghetto. In­ cluso los prim eros grandes héroes ne­ gros de las historietas.

L a N u eva O la de los setenta va a dejar de m irar al negro co m o una bandera que hay que defender y rei­ vindicar. L o va a m ostrar co m o un ser hum ano com plejo y lleno de co n tra ­ dicciones. P ero los tiem pos son difí­ ciles para los artistas independientes, y p eo r aún si son negros. Así que esta N u ev a O la tiene, sobre to d o , una di­ fusión n o -co m ercial: m useos, biblio­ tecas, colegios, universidades, festiva­

les... U n a excep ción , p o r su éxito c o ­ m ercial, es Sbe’s gotta have it, de Spike L ee (1 9 8 6 ), ejem plo de la nueva com ed ia, m arcada p o r la autocrítica. E s un retrato lleno de h um or pero devastador de sus herm anos negros. L a N u eva O la pinta, más allá de toda con sid eración política, la realidad del gh etto. E s un cine en el que hay nu­ m erosas reivindicaciones: de lengua­ je, de identidad étnica y cultural. El nuevo cine no se ríe m ás del negro, se ríe co n él. E n Iberoam érica no hay cinem ato­ grafía negra, precisam ente p o r el he­ ch o de que la cultura negra no es una cu ltu ra de gh etto, sino que form a par­ te de la identidad nacional, lo que no uiere d ecir que el negro esté integrao socialm ente. L o está sólo a medias. P e ro , aparentem ente, esta sem i-integración le basta p ara;no reivindicar su negritud a través del cine. M ás que n egro , el negro es venezolano en V e­ nezuela, cubano en C u b a, brasileño en Brasil. Más que negro es p obre, lo que lo m arca es su condición de clase. É sto implica que, sin haber un cine específicam ente negro, el elem ento cultural negro — su historia, su m úsi­ ca, etc.— tenga una gran im portancia en los países afroam ericanos. A lgunos d irectores, sin em bargo, van a h acer un cine negro. E s un cine que no se ocu pa m ayorm en te de los problem as actuales, p o r las razones ya dichas, sino que habla de la época de la esclavitud, co m o Escrava Isaura (1 9 2 9 ), que se con vertirá en un éxito m uchos años más tarde en su versión de teleserie, o de una h istoria aún más lejana, la de la resistencia de Palm arés, co m o Q uilom bo. D on d e hubo cine en A m érica L atina, estuvo m arcado

hasta fines de los años cincuenta p o r la influencia hollyw oodense. L a refe­ rencia para hacer filmes eran los be­ llos acto res: mujeres y hom bres y , p o r cierto , blancos. Se vivía en un ambiente de lujo y se escam oteaban los aspectos feos o desagradables de la vida cotidiana: las favelas, la mise­ ria... D espués de la Segunda G uerra M undial, y sob re to d o a com ienzos de los sesenta co n la R evolución C u ­ bana, se denuncia esta estética p o r c o ­ lonialista y se vuelve hacia la realidad nacional. E l cinema novo va a nacer en Brasil. E n 1962 está en su apogeo y vuelve las cám aras hacia la realidad social del Brasil, la miseria, el subdesarrollo, la m arginalidad... Ju stam en ­ te entonces aparece el negro co n o tro ro stro . D esde luego co m o personaje, puesto que en su m ayoría ellos fo r­ man parte de las clases más desfavo­ recidas, pero tam bién con un ro stro reiv in d icativ o , p o lítico y cu ltu ral, p orque, co m o se ve, p o r ejem plo, en el díptico que form an dos películas de G lauber R o ch a : Deus e o D ia b o na Terra do Sol (1 9 6 4 ) y O dragao da maldade contra O Santo guerreiro (1 9 6 9 ), no es sólo la tierra lo que se reivindica; hay tam bién una autentificación del sincretism o cultural y del valor de la religión popular. En la cual, finalm ente, todos creen : el ne­ g ro , el cangageiro, el p lan tad or... Jam aica, p o r su parte, no pasó a los ingleses hasta 1 6 5 5 , cuando C ro m well quiso quitar a los españoles to ­ dos los territorios que ocupaban en el C arib e. Su éxito más n o to rio fue J a ­ maica. C o n los ingleses la vida de los es­ clavos se hizo m ucho más dura y las

Elfilm Cotton Club, produ cido en los ochenta, muestra a un grupo d e artistas negros (fue ofrecía en los añ os veinte un espectáculo p a r a un pú blico blanco. En el cin e estadouni­ dense ab u n d an las películas, qu e abordan ¡a problem ática d e los negros,

revueltas no se hicieron esperar. Las tropas coloniales fueron incapaces de doblegar a los marrons y tuvieron que acord ar co n ellos el derecho de vivir libres en las tierras conquistadas. Las condiciones eran miserables )orque precisam ente las hoyadas que es habían servido de refugio co n tra los ingleses eran las tierras más áridas y difíciles de cultivar. Pese a ello, los cim arrones desplegaron una cultura.

E

D esarrollaron el patois, m ezcla de lenguajes africanos e inglés, inventa­ ron can to s, organ izaron fiestas, sínte­ sis de la religión católica y las tradi­ ciones africanas, iniciaron una litera­ tu ra escrita. En N avidad tocaban el tam -tam , se vestían con trajes africa­ nos y bailaban. L a prim era fundación de una igle­ sia bautista, en 1748, p o r un predica­ d o r afroam erican o, tuvo gran éxito.

L as iglesias no sólo se ocuparon del servicio religioso, sino que se volvie­ ro n grandes defensoras de sus fieles, tod os negros y pobres. E n 1860 dos pred icad ores, G o rd o n y B ogle, orga­ n izaron la rebelión de M oran t B ay (1 8 6 5 ). A m b o s fu ero n asesinados, p ero m arcaron un jalón im portante en la historia de Jam aica. Fue su p arroq u ia la que vio nacer m ás tarde el m ovim iento rastafari. Ras Tafari no era o tra cosa que el nom b re del em p erad or de E tiopía, H áílé Selassié, que aparecía co m o un h om b re divino p o r los vínculos que lo unían al rey Salom ón y a la Reina de Saba. L a historia de este m ovi­ m iento está inseparablem ente ligada a M arcus G arvey. G arvey había decla­ rad o: «M irad hacia Á frica, donde un rey negro será co ro n ad o un día, p o r­ que la liberación eséá cercana». T rashojeando la Biblia, sus discí­ pulos descubrieron lo que quería de­ cir. D escubrieron los pasajes que evo­ can E tiop ía, la ru p tu ra de los siete sellos, la p rostituta de Babilonia, el León de Ju d á, la estirpe de D avid... El etiopism o y la grandeza antigua de esta cu ltu ra, les hicieron pensar que los blancos habían falsificado la historia, acreditando la idea de que los negros eran salvajes y no habían ap ortad o nada a la cu ltu ra. E sta tom a de conciencia los llevó a rech azar la Biblia, que consideraron un instru­ m ento de esclavización de los e u ro ­ peos y a crear una nueva religión ins­ pirada en el Á frica ancestral.

Desde el punto de vista filosófico, el rastafarism o era un m ovim iento esencialm ente anticolonialista. E l reggae nació de esta búsqueda de identidad cultural de los rastafari. H a b ía una tra d ic ió n m u sical que abarcaba todas las Antillas y tocab a la m úsica jam aicana. E n los años cin­ cuenta era p opular el m en tó, m ezcla de calypso y so n ; en los sesenta se im puso el ritm o del calyp so, que se va a in co rp o rar al reggae. L o s rastafaris, que se m ultiplicaron especial­ mente en las zonas pobres de W est K ingston, recogieron todas estas in­ flu e n cia s, ag reg aron los tam b o res burrus, descendiente de los ashantis, adaptaron las letras de los salm os bí­ blicos y crearon sus propias can cio­ nes. A ello le agregaron el lenguaje del rhythm and bines y el boogie-w oogie, que eran m u y apreciados en Jam aica. E n un p rim e r m o m e n to im itaron pero, p o co a p o co , descubrieron un estilo original. E ste p ro ceso coincide co n la independencia de Jam aica en 1962. Salidos del subproletariado u r­ bano, donde había nacido la filosofía rastafari, los cantantes de reggae, con B ob M arley a la cabeza, se sentían política y culturalm ente m otivados. A sí, sus com p osiciones se inspiraron en la negritud y en la actualidad local y mundial. N u n ca, sin em bargo, el reggae se redujo a un sólo tem a. Férream ente ligado a la lucha de los negros p o r la liberación p olítica, habla p o r igual del am o r y de la guerra.

Rasta q u e practica la cultura rastafari surgida en Ja m a ica . Los seguidores d e esafilosofía se distinguen p o r el estilo p ecu lia r d e llevar el cabello trenzado en g randes m echones que no se cortan nunca. Su m úsica es el reggae.

V A froam érica

1. «Más que blanco, más que mulato, más que negro» «M ás que blanco, m ás que m ulato, m ás que negro» es una frase famosa de M artí. C o n ella se inaugura la idea de una sociedad plurirracial que dará origen a la de A froam érica. Puede pa­ recer extraña esta afirm ación, ya que B olívar pensaba tam bién en una so­ ciedad plurirracial m ucho antes que M artí. P ero , para el venezolano, en esta sociedad el indio y el negro no tenían identidad, debían estar, natu­ ralm ente, p o r su carácter, bajo la au­

toridad del criollo blanco. E n cam bio, la idea de M artí es la de una sociedad plurirracial, d em ocrática y antim perialista. D em o crática, p orq ue más que blanco, más que m ulato, más que ne;ro, se es cu b an o ; y la cubanidad es a única identidad — no el co lo r— , que iguala los derechos de tod os. A n ­ tiim p erialista, p orq ue A froam érica, sin definirse co m o negra, opone una tradición cultural y popular de origen africano al colonialism o y al im peria­

f

lism o. E n este sentido, Ju an M arine11o, frente al hecho de que en el C a ­ ribe no había una tradición indigenis­ ta que o p on er al colonialism o, p o r la desaparición de los am erindios, afir­ m aba en los años trein ta: «A quí el negro es tuétano y raíz, el aliento del p u eb lo, una m úsica oída, impulso irreprim ible. É l puede ser en estos m om entos de cam b io, la piedra de toque de nuestra poesía». E sta idea será el eje de una crea­ ción cultural y literaria que com ienza con Jo sé M artí y pasa, entre o tro s, p or Price M ars, H y p p o lite y Jacques R oum ain, G eorge L am m ing y que en C ub a culm ina con N icolás Guillén.

P ero no se puede hablar de litera­ tu ra si no se incluye en ella la tradi­ ció n folklórica oral. En todas partes se encuentran canciones, cuentos y p roverb ios populares que son disfru­ tad os p o r to d o s, sin distinción de cas­ ta ni a e clase. «D esde las guitarras del p u eb lo », dice G uillén, el «son llegó a lo s salones de la aristocracia». E n cu anto a la literatura escrita, co m ien za en las Antillas, tal vez con una novela en inglés titulada H a m el the Obeah man, que describía por rim era vez a un esclavo co m o un ser um ano com p lejo. E l argum ento del libro es la lucha de H am el, sacerdote african o, con el m isionero blanco. Y ,

E

Capoeira, lu cha inventada p or los escla­ vos d e B abia. Al principio era u na lucha a m uerte y los com batientes se am arrab an hojas d e acero cortantes entre los dedos d e los pies. Hoy es sim plemente una lucha im itada, d a n z a d a y can tad a a l son d e los birim baos. Tiene un carácter ritual y es u n a fo rm a d e filosofía qu e en señ a a sobre­ vivirá los negros p obres d e la f a vela. Un la p á g in a 9 6 m áscara ritual venezolana, d e inspiración african a.

¡o h p arad oja!, en esta novela el sub­ versivo es el m isionero blanco. E d w ard K am au, en Presencia afri­ cana en la literatura del Caribe, afir­ m a que hay cu atro tipos de literatura africana en el C arib e. L a prim era es p uram en te retórica; sim plemente se dice el nom bre «A frica»; es una ilu­ sión , un deseo de h acer co n tacto . La segunda es una literatura de supervi­ vencia africana. L a tercera sería la li­ teratura de expresión africana, que transform a el m aterial popular en ex­ periencia literaria. Y la cu arta, la lite­ ratura de reconexión, o b ra de escrito­ res del C arib e que han vivido en Á fri­ ca y tratan de reco n ectar los dos m undos. D e la prim era tendencia sería re­ p resen tan te el p ortorriq u eñ o Palés M atos co n su libro de poesía negroi­ de Tuntún de pasa y grifería (1 9 3 7 ). L a literatura de supervivencia está representada p o r el cu ento popular, las canciones y los proverbios. H ay una sim bología que pasa a la literatura escrita o a los poem as cantados, co m o los blues; p o r ejem plo, la lo co m o to ra del tren, referencia tan frecuente en el blues, es una de las encarnaciones de Shangó, dios del truen o y la creativi­ dad en el N u evo M undo. Tam bién de esta clase es la literatura del cim arro naje, que representa una superviven­ cia africana. H a y p o co s ejem plos. N am b a R o y , un cim arrón jam aiqui­ no, ideó un cu ento rom án tico sobre bravos gu erreros, y W ilson H a rris, en The secret ladder, ve el cim arronaje a través de un jefe negro.

D e la literatura de expresión afri­ ca n a se ría n re p re s e n ta n te s , e n tre o tro s, G eorge Lam m ing, que describe el vodoun en Season o f aaventure. Es una literatura que se basa en la im ­ provisación y en la búsqueda de rit­ m os m usicales co m o el jazz. Se inspi­ ra tam bién, co m o los spiritual, el soul y el calipso, en la técnica de la llama­ da-respuesta. A im é C ésaire p ro p o r­ ciona algunos ejem plos: «A u b out de petit m atin / un gran galop de p ollen / un gran galop d ’un petit train de petite filies/ un grand gallop de colib ris/ un grand galop de dague p o u r défoncer la poitrine de la terre». Y , sin duda, en castellano el m ejor ejem plo es Guillén, que pasa a su p o e­ sía to d o el ritm o del so n : « ¡M a y o m b e -b o m b e -m a y o m b é !/ ¡M a y o m b e b o m b e -m a y o m b é !/ ¡M a y o m b e-b o m b e -m a y o m b é !/ L a culebra tiene los ojos de vid rio/ la culebra viene y se enreda en un p a lo ;/ con sus ojos de vid rio, en un p a lo ,/ co n sus ojos de v id rio ...». E n el presente siglo, la poesía ne­ gra se co n cen tra en C ub a. Fu e una poesía estrecham ente ligada al ritm o de los bailes y al golpe de los instru­ m entos. M aestro de este m ovim iento ha sido N icolás Guillén, co n una p oe­ sía tem ática apoyada en el ritm o del son. E n M otivos del son recoge temas negros, revaloriza el folklore, exalta una A m érica m ulata y co n v o ca a la aceptación de la doble herencia cu ltu ­ ral que define la n oción de A fro am é­ rica: «E stam o s juntos desde m uy le­ jo s ,/ jóvenes, v iejos,/ negros y blan-

En los p ocos días qu e du ra el C arnaval brasileño la alg arabía d e la fiesta se nutre con la explosión d e desabogo d e cientos d e miles d e hom bres y m ujeres q u e no reparan en gastos p a r a adqu irir sus disfraces con el a fá n d e resultar los mejores.

da p o r los esclavos, en la que sólo se eos, to d o m ezclado^/ uno m andando golpean co n las piernas. y o tro m an d ad o ,/ to d o m ezclad o/ (Son núm ero 6 )». Ju n to co n esto se desarrollaba el Y el estribillo rem ite a un A frica cu lto del candom blé, síntesis de las com p leja y m últiple, y no a la idea religiones africanas co n el catolicis­ sim plificadora del n egro en que todas m o , que se practicaba de n och e, entre las culturas se igualan: «Y o ru b a soy, las favelas, en un aire de fiesta y de clandestinidad. soy lu cu m í/ m andinga, co n g o , caL a cultura cam bió p o co con la rabalí». abolición de la esclavitud en el año D icen que los brasileños aceptan 1888. L a discrim inación racial siguió que se diga que Brasil es un país ne­ existiendo, aunque de m anera sutil y , g ro , p ero lo que no aceptan es que se a m enudo, diferente, según las regio­ diga que es un país de negros. C u ltu ­ nes del país. E n to d o caso , si todos ralm ente, africanos, sí; país de cafres, n o. Brasil asum e, es verdad, su raíz abandonaron la con dición de esclavos africana, pero esto no quiere decir a partir del año 1888, la m ay o ría co n ­ que no subsista el racism o ni la segre­ servó su condición de p obre. E n m e­ gación social del n e g ro : ¡A unque bai­ dio de este am biente, lo afro con tin u ó len el m ism o sam ba, blancos y negros desarrollándose utilizando co m o ve­ lo bailan aparte! hículo para ello un arte y una cultura E n el año 1 8 1 7 , cu and o la C o rte p opu lar: las m anifestaciones del can ­ p ortuguesa ya se había instalado en dom blé se m ultiplicaron, el cu lto a las R ío , de la población de 3 .6 1 7 .0 0 0 ha­ im ágenes, sospechoso de fetichism o, bitantes, sólo 8 4 0 .0 0 0 eran blancos; se intensificó, y los can tos que aco m ­ del resto , 2 .8 8 7 .0 0 0 eran negros liber­ pañaban a la cerem onia religiosa se to s y e s c la v o s , y 6 2 8 .0 0 0 m esti­ asem ejaron de una m anera extrao rd i­ zo s, m ezcla de blancos, indios y ne­ naria al samba. g ro s; es decir, zam b os. O tro s eran Samba viene de semba, nom bre indios puros. bantú angolés, que quiere decir o m ­ E n esta enorm e sociedad, si a la bligo u om bligada, gesto característi­ cultura negra se le prohibía la puerta c o de la danza africana. E l sam ba apa­ principal, ella entraba p o r la puerta de rece a fines del siglo XIX, cu and o los servicio. D e form a más o m enos clan­ esclavos pueden m anifestar librem en­ destina se transm itían de generación te su religión y su cultura. F o rm a d o en generación la tradición religiosa, en la provin cia de Bahía, el samba los ritm os negros. E n Recife se ve desciende hacia R ío con la crisis del bailar el maracutti, rem iniscencia de café. Se instala en las colinas del puer­ los antiguos co n g o s, y en Bahía existe to , en las favelas. E l sam ba es una todavía la capoeira, esa lucha inventa­ filosofía en la que se reflexiona sobre

El sonido del tam bor y el rito secreto acom p añ an la presen cia d e la rezan d era del candom blé, en Brasil. C ada ad orn o y c a d a expresión d a n fo r m a a u na rem iniscencia a frica n a d el culto a los poderes d e la naturaleza, en ra iz a d a en u na nueva realidad.

La típica b a h ia n a (arriba), cuya participación en la com parsa ca m a v a lera d e ca d a escuela d e sam b a es un requisito indispensable, es retratada a l estilo n a if (d erech a) sin el dem érito d e los atributos d e su atu endo tradicional. la vida cotidiana. L a m oraleja a m e­ n udo se extrae en form a de p ro v er­ bios. E l p rim er disco de sam ba es edi­ tado en 1917 y p ro n to va a invadir el carnaval, que había sido cread o en 1910. E l sam ba se con vierte, así, en la m úsica p opular brasileña. E n R ío , una m ujer, la T ía A sseata, organiza el sam ba para anim ar los desfiles del carnaval y nacen las Escuelas de Sam­ ba, que proliferan hasta ahora, y que se preparan durante varios meses p ara llegar a esa locu ra colectiva que son los cin co días y las cin co noches del carnaval, cuando Brasil se desahoga en el sam ba, danzando sobre sus raí­ ces african as. Sí, in d u d ab lem ente, ¡Brasil es un país n egro!

E l sam ba, co m o el blues, dicen los n egros, «ayuda a vivir». E s un canto transido de nostalgia, lleno de resig­ nación. Y si en un extrem o tiene la m iseria cotidiana, en' el o tro tiene la ilusión del carnaval, la escapatoria de un pueblo para quien el año sólo tiene cinco días y cin co noches. L a m úsica brasisileña ha venido si­ guiendo los avatares del m ovim iento n egro. Si G ilberto la volvió a la ne­ gritud, M ilton N ascim en to la hizo expresar posturas sociales: « Y o traba­ jo para que se vista mi m u je r,/ para devolver a la casa la sonrisa de mi familia,/ para que mi hijo vaya a la escuela,/ y no haga el mismo trabajo que y o / y tenga la misma vida que yo ».

2. La pintura de Wifredo Lam Salvo excepciones, y es posible que los exvotos de la escultura popular brasileña sean una de ellas, se puede p ensar que todas las form as plásticas que se p roducen desde la ép oca co lo ­ nial son p ro d u cto del sincretism o cu l­ tural. Incluso las tallas en m adera de los bush de Surinam , consideradas co m o la form a más pura de cultura africana — p or su aislamiento— , su r­ gen alrededor de 1 8 3 0 , setenta años después de que los bush se han inde­ pendizado. D u ran te la época colonial, el negro no está ausente del arte

b a rro co ; ángeles y vírgenes co n caras negras decoran las iglesias brasileñas, y los más grandes artistas son reputa­ dam ente m ulatos: el Aleijadinho y el M aestre V elem tim . A fines del XIX y com ienzos del XX no faltan tam poco los artistas que se interesan p o r el ne­ gro. Figari, en U ru g u a y , los tom a co m o m otivos de su obra. D escribe la vida y costum bres de los «m orenos orientales». P ero su pincel sigue vien­ do en el negro el personaje de carica­ tura que habían difundido los black minstrels.

Wifredo Lam (1902-1982), un artista cu ban o d e a lca n ce universal, se su­ merge en el surrealism o d e la m ano d e Picasso, quien lo presenta a todos sus am igos du ran te su larga estancia en España y en Francia. Al volver a Cuba, crea su célebre fu n g ia (¡943), en d on d e qu edan p lasm ad as sus raí­ ces afroerupeas y orientales en una d in ám ica q u e sugiere movimiento y multiplicidad. Lam, hijo d e chin o y mulata, es la fig u ra p o r an ton om asia d e la creación plástica afroam erica­ na.

E l cam bio en esta visión se p ro d u ­ ce en Brasil co n la Semana de A rte M od ern o, en 1922. L a Semana reivin­ dica el pasado am erindio y africano y une las vanguardias europeas con las expresiones del folklore y las tradi­ ciones populares de origen africano. E n el arte novo, que debía responder al nuevo Brasil, el negro tiene una figuración principal en las obras de Di C avalcanti, Segaíl, P o rtin ari... En H aití, en 1943 , un n orteam eri­ can o funda el C en tro de A rte en P u erto Príncipe y , desde entonces, H aití se convierte en el m ayor p ro ­ d u cto r de arte p rim itivo para los E E . U U . L o s turistas que iban allí,

llevados p o r la P olítica del Buen V e­ cin o , se arrebataban los cuadros de H y p p o lite , D uval y o tro s. H é c to r H y p p o lite m arca esta escuela. H ugan es el sacerdote del vudú, H yp p olite ab ord a directam ente la tem ática reli­ g io sa: los dioses, los personajes his­ tó rico s haitianos, co m o M akandal y D essalines, y la vida cotidiana. Si la pintura de H aití está carim ­ bada p o r el vudú, la de Jam aica está o rie n ta d a p o r el rastafarism o. Las ideas de M arcus G arvey se encuen­ tran en la pintura igual que en el reggae. E l más co n o cid o de los pintores del arte afroam erican o es L am . W ifred o L am se encontraba en París cu an-

2. La pintura de Wifredo Lam Salvo excepciones, y es posible que los exvotos de la escultura popular brasileña sean una de ellas, se puede p ensar que todas las form as plásticas que se p roducen desde la ép oca co lo ­ nial son p ro d u cto del sincretism o cu l­ tural. Incluso las tallas en m adera de los bush de Surinam , consideradas co m o la form a más pura de cultura africana — p or su aislamiento— , su r­ gen alrededor de 1 8 3 0 , setenta años después de que los bush se han inde­ pendizado. D u ran te la época colonial, el negro no está ausente del arte

b a rro co ; ángeles y vírgenes co n caras negras decoran las iglesias brasileñas, y los más grandes artistas son reputa­ dam ente m ulatos: el Aleijadinho y el M aestre V elem tim . A fines del XIX y com ienzos del XX no faltan tam poco los artistas que se interesan p o r el ne­ gro. Figari, en U ru g u a y , los tom a co m o m otivos de su obra. D escribe la vida y costum bres de los «m orenos orientales». P ero su pincel sigue vien­ do en el negro el personaje de carica­ tura que habían difundido los black minstrels.

Wifredo Lam (1902-1982), un artista cu ban o d e a lca n ce universa!, se su­ merge en el surrealism o d e la m ano d e Picasso, quien lo presenta a todos sus am igos du ran te su larga estancia en España y en Francia. Al volver a Cuba, crea su célebre fu n g ia (¡943), en d on d e qu edan p lasm ad as sus raí­ ces afroerupeas y orientales en una d in ám ica q u e sugiere movimiento y multiplicidad. Lam, hijo d e chin o y mulata, es la fig u ra p o r an ton om asia d e ¡a creación plástica afroam erica­ na.

E l cam bio en esta visión se p ro d u ­ ce en Brasil co n la Semana de A rte M od ern o, en 1922. L a Semana reivin­ dica el pasado am erindio y africano y une las vanguardias europeas con las expresiones del folklore y las tradi­ ciones populares de origen africano. E n el arte novo, que debía responder al nuevo Brasil, el negro tiene una figuración principal en las obras de Di C avalcanti, Segaíl, P o rtin ari... En H aití, en 1943 , un n orteam eri­ can o funda el C en tro de A rte en P u erto Príncipe y , desde entonces, H aití se convierte en el m ayor p ro ­ d u cto r de arte p rim itivo para los E E . U U . L o s turistas que iban allí,

llevados p o r la P olítica del Buen V e­ cin o , se arrebataban los cuadros de H y p p o lite , D uval y o tro s. H é c to r H y p p o lite m arca esta escuela. H ugan es el sacerdote del vudú, H yp p olite ab ord a directam ente la tem ática reli­ g io sa: los dioses, los personajes his­ tó rico s haitianos, co m o M akandal y D essalines, y la vida cotidiana. Si la pintura de H aití está carim ­ bada p o r el vudú, la de Jam aica está o rie n ta d a p o r el rastafarism o. Las ideas de M arcus G arvey se encuen­ tran en la pintura igual que en el reggae. E l más co n o cid o de los pintores del arte afroam erican o es L am . W ifred o L am se encontraba en París cu an ­

Artesanía tradicion al d el tallado en m adera (Jam aica).

d o se inició el m ovim iento de la ne­ gritud y el surrealism o. C o n o ció a A im é C ésaire, para quien hace las ilustraciones del R e to m o al País N a ­ tal (1 9 4 2 -1 9 4 3 ). C u b an o , es sin em ­ bargo en E u ro p a donde co n o ce el arte africano. Y , lo m ás im portante, en E u ro p a co n o ce a Picasso que le transm ite el gusto p o r el art négre. E n L am este gusto habrá de transform ar­ se en identidad. A l volver a C u b a du­ rante la Segunda G u erra, visita H aití y L a M artinica. E s entonces cuando encuentra su m anera propia, síntesis de la realidad antillana, la nostalgia de Á frica y el ap orte afroide, co m o llama Fern an d o O rtiz a la in trodu cción de la sim bología, la tradición popular, la

santería y los aspectos físicos de las m ulatas: la nalga pará, co m o denom i­ nan los cubanos a la esteatopigia. L a m odernidad en esta síntesis la puso el surrealism o, que le había transm itido B retó n . D e 1943 es su o b ra definitoria L a Jungla. A lejo C arp en tier descubre en La Jungla una referencia fundam ental de la identidad antillana: «L am co m en zó a crear su atm ósfera p o r m edio de figuras en que lo h um ano, lo animal y lo vegetal se m ezclaban sin delim i­ taciones, anim ando un m undo de m i­ tos prim itivos, co n algo ecum énico antillano, profundam ente atado no sólo al suelo de C u b a, sino al de tod o el rosario de islas».

3. Soul-people y el Poder Negro En años m ás recientes fueron los M usulm anes N eg ro s los que reto m a­ ron la idea separatista. L a idea de una vuelta al Islam existía y a desde c o ­ m ienzos de siglo, p ero sólo to m ó im ­ pulso con la con versión , de M alcom en 1947. M alcom X creó la O rg an i­ zación p o r la U nidad A fro-am erican a (O A A U ) y m antuvo co n tacto s con los m ovim ientos nacionalistas africa­ nos y revolucionarios en Ib eroam éri­ ca. P o co antes de ser asesinado, en 1965, recibió en H arlem al represen­ tante de T anzania y un telegram a de ap oy o del «C h e» G uevara. L a ideología de los Black Muslims se funda en una serie de m ito s: el pueblo negro fue el p rim ero en habi­ tar la T ierra, los blancos son malos per natura, los negros son buenos y destinados a ser salvados p o r A lá, los negros deben separarse de los blan­ cos, establecer su p rop io estado o ins­ talarse en un territo rio aparte. L a o r ­ ganización reclam a cin co E stad os del Sur y 4 0 0 millones de dólares de in­ d e m n iz a c ió n . E l c o n v e r s o d eb ía reem plazar su apellido p o r X , porque los apellidos de los negros eran los nom bres de los antiguos am os. Para los que sufrían el racism o, la doctrina de M alcom X representaba una inver­ sión de los valores. L o s Black Muslims se con stituye­ ron tam bién co m o una gran empresa y , a fines de los sesenta, estaban a la cabeza del capitalism o n eg ro : poseían restaurantes, diarios, m ataderos... E l separatism o n egro profundizó la tarea que inició G arv ey , devolvien­ do al negro su orgu llo ; desarrolló un

nacionalism o representado p or el cé­ lebre «B lack is Beautiful», a través de las artes, el teatro , la m úsica so u l; la literatura desarrolló una imagen p osi­ tiva del negro. R evalorizó la herencia africana, creó la m oda de los peinados afro, los tejidos africanos y la com ida sou l; en las U niversidades introdujo las cátedras de Black Studies. Las sublevaciones de los ghettos negros en los años sesenta, los vera­ nos calientes, los pillajes de tiendas, los incendios, e tc ., representaron la más grande rebelión negra que han co n o cid o los E E . U U . Después del asesin ato de M alco m X , Stokeley C arm ichael to m a el relevo y lanza un nuevo slogan, el de Black Pow er. La idea de Black Power, sin em bargo, fue com prendida de m anera diferente de acuerdo con las estrategias tradicion a­ les de la lucha negra: la integracionista y la de ruptura. Para la prim era, Black Pow er significó una m ay o r so ­ lidaridad del grupo negro, que perm i­ tiera negociar m ejor su entrada en la vida econ óm ica y política, es decir, en la sociedad capitalista; para la segun­ da, representó una afirm ación revolu­ cionaria y anticapitalista. E sta defini­ ción con stitu y ó la ideología del grupo de los Panteras N egras que se cre ó en O akland, C alifornia, en 1966. L o s Panteras N egras se presenta­ ro n co m o un grupo de autodefensa. U n o de los puntos de su p rogram a era el d erech o a arm arse para defenderse. Pedían tam bién que tod os los presos negros volvieran a ser juzgados p o r jurados im parciales y que se hiciera un plebiscito p ara decidir cuál era la

La prim era llam ad a d e aten ción a l m un­ d o que llevó a ca b o el B lack Pow er sucedió durante una prem iación d e atletismo en los Juegos Olímpicos d e México, en 1968. Mientras son aban los prim eros acordes del him no d e Estados Unidos, millones d e espectadores sorprendidos veían cóm o Tom Smith y Jo h n Carlos (d erech a) eleva­ ban un p u ñ o en fu n d ad o en un guante negro y b aja b an la ca b e z a en señ al d e rechazo a la nación opresora d e sus her­ m anos d e raza. Pocos días después d e aq u el 1 6 d e octubre, el ejemplo proliferó y numerosos deportistas repetían la escena , unos, mostrando u na boin a negra, otros con brazaletes; todos, dispuestos a h acer saber que h a b ía n acido un nuevo movi­ miento separatista negro en los Estados Unidos. Otras caras d e un mismo proble­ ma son las d e los G uardian Angels (iz­ quierda y a b a jo ) q u e se constituyen en patrullas p a r a lu ch ar contra el crim en y la postergación d el negro.

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voluntad del pueblo n egro resp ecto a su destino nacional. L a historia de los Panteras N egras fue una serie de alu­ cinantes enfrentam ientos con la poli­ cía entre 1968 y 1971. Consideraban a la policía un ejército de ocupación y-cad a vez que un habitante del ghet­ to era tratad o brutalm ente p o r ella, intervenían milicias de los Panteras, vestidos co n chaquetones de cu ero y boinas negras, para defenderlo. Sus in terven cion es tuvieron co m o res­ puesta una represión desm esurada. L o s Panteras N egras fue el único gru­ p o v erd ad eram en te rev o lu cio n ario entre los afroam ericanos, inspirados p o r M alcom X , p ero tam bién p o r M ao y p o r la lectura de F ra n z F an ó n . Q uerían cam biar el gobierno e instau­ rar el socialism o y estuvieron vincu­ lados a todas las acciones izquierdis­ tas de la ép oca: anti-V ietnam y antiN ix o n . C om b atían el nacionalism o cultural de otras tendencias del Black Pow er. E n una carta abierta a Stokely C arm ich ael, Eldridge C leaver, au tor de Soul on Ice (Ramparts M agazine, julio 1969), critica el térm ino Black Pow er co m o un com od ín que recubre re alid ad es am b igu as y a m en u do opuestas. U n a unión que tiene p o r base el co lo r le p arece u tópica, p o rue ella recubre diferencias de clases, e generaciones, de personas. L a uni­ dad no existe ni entre los blancos ni entre los negros y el slogan de la ne­ gritud, en el m ejor de los casos, puede servir co m o un grito co n tra el o p reso r considerado co m o un bloque. N o ha­ brá revolución negra, dice C leaver, en los E E . U U . m ientras no se unan a ella los blancos p obres, los m exica­ nos, los p orto rriq u eñ o s, los indios, los chinos, los esquim ales...

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E ste orgullo se basaba en el soul. L o s térm inos soul brotber, soul sister o soul people son corrientes en los seséhta: identifican a los negros. D u ­ rante las revueltas urbanas de la ép o­ ca, los propietarios de negocios ne­ gros pintaban soul en sus vitrinas para que sus negocios fueran respetados. Soul es un térm ino difícil de definir, pero es una cualidad altam ente apre­ ciada. D ecirle a un negro que no tiene soul o que ha perdido el soul es la m ay o r ofensa que se le puede hacer. «W o rth m ore than g o ld ,/ Y o u can ’t buy sou l», dice la canción Soul P eo­ ple. Soul sim boliza la revaloración de la identidad negra y de su cultura. L a participación en los m ovim ientos ne­ gros se fundaba en la experiencia de «tener soul» (having soul). Sim boliza­ ba la unidad e identificaba a los ne­ gros con una causa com ú n . E ra la base del orgu llo negro. O rgu llo que desem peñó un papel im portan te en los disturbios de los ghettos en los años sesenta. L a m úsica soul desem ­ peñó un papel fundam ental. E n 1972, durante 7 horas se reunieron más de personas con el reverendo Jesse Jack so n en el Festival de W attstax. Siete horas de m úsica soul a la ue el público respondía co n el saluo del Black Power. E l n egro dejó co n él de ser una copia del blanco. Y los cantantes de m úsica soul critica­ ban a los negros de la generación an­ terio r que cantaban co m o blancos. A m ediados de los cincuenta, va­ rios rasgos característicos del gospel van a in co rp o ra rs e al ry th m and blues. U n o de ellos es la relación que se establece en tre el cantante y el pú­ blico. E s te , co m o el p red icad or, pide

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G randes estrellas d e la Motown, gran sello d e la m úsica soul, captadas en Londtvs en 1965. Alfren te the Supremes (Florence, M aryy D ia n a )y Las Vandellas (Betty, Rosalind y Marta). En el centro: Los Temptations y Peter Moore d e Los Miracles. Alfo n d o : Smoky y Bobby Robinson, con Konnie White. al público que se implique em ocional­ m en te: «D o y o u feel alí right?» o «D o you feel g o o d ?», pregunta, y el pú­ blico responde «Y eah », cada vez más fuerte. P ero lo más im portante fue que el soul to m ó del gospel su m en­ saje de fu tu ro, trasladándolo de un

fu tu ro escatológico, la felicidad des­ pués de la m uerte, a un futuro co n ­ cre to , sobre la T ierra, en el mañana. Se dice que la m úsica soul com ienza a m ediados de los años cincuenta, cu and o R ay C harles graba un gospel co n letra p rofana, I G o t A Woman, y

luego o tro , un viejo gospel, Tbis L ittle L ig h t o f M ine, lo transform a en Tbis L ittle G ir l o f M ine. E l gospel se recon cilia con el blues, aunque final­ m ente la diferencia no era tanta, p o r­ q ue, según dice B o b y Bland, o tro de los grandes del blues, los spirituals y los blues son casi lo m ism o ; la única diferencia es que donde uno dice «Se­ ñ o r» , el o tro dice «b aby». E l m ejor ejem plo de esta reconciliación es o tro éxito de R ay C harles, W hat’d I say, donde R ay , co n la técnica em ocional del cantante de gospel, pregunta e in­ terroga y las Raellets le responden. El m ism o estilo utilizan Salom on B urke en Everybody Needs Somebody To L o v e y A re th a Franklin en Since Y o u ’ve Gone. E l soul, que es p red o­ m inantem ente vocal, introduce la té c­ nica del llam ado-respuesta, entre el cantante y el co ro . E l soul resultó más apto que ningún o tro género musical p ara estim ular la nueva conciencia ne­ gra. M ientras los blues estaban basa­ dos en la experiencia del fracaso, el soul afirm aba el ideal de có m o debían ser las cosas. E l blues era el desencanto indivi­ dual y p o r eso el cantante siem pre hablaba de « Y o » , I ; en cam bio, el soul es la acción colectiva y cam bia el / p o r el We, p o r el n o so tro s. D icen : «W e are rolling o n » , «we keep on push ing», «w e’re gonna m ake it», «w e’re a w inner» (E stam o s avanzan­ do, no desfallecem os, vam os a con se­ gu irlo, som os ganadores). L a soul people reem plaza a la blues people. E l soul liberó al n egro de m uchos de sus co m p le jo s, ta n to p o lítico s co m o sociales, de gusto y sexuales. La indum entaria del artista y su co m p o r­ tam iento en escena cam bian com p le­

tam ente: se introduce la m od a afro, y un ritm o desenfrenado, p ero tod o arreglado al detalle y con un m áxim o de disciplina. P ara convencerse basta haber visto una sola vez al grupo de los Temptations. L os diálogos esca­ brosos de T ina T urner hacen fama y algunas letras crudas co m o las de Resp ea , que p rim ero canta O tis Redding y luego A reth a Franklin, cam biando sólo el genéro, m uestran el nuevo es­ píritu: « L o único que quiero es que m e eches un polvo cuando llegue a casa» (Respect, versión de A retha Franklin). Las m etáforas sexuales es­ condidas en el blues se hacen eviden­ tes en el soul. La evolución de la m ú ­ sica m archa paralela con la lucha por los derechos civiles y la au todeterm i­ nación. Las canciones que m arcan la nueva era so n : People get ready de C u rtís M ayfield, A Change is gonna comme de Sam C o o k e , Say it loud: l ’m black and proud de Jam es B row n en 1968, T o be young, gifted and black de N in a Simone. El soul recha­ za el papel acom od aticio y resignado del negro que le atribuía el blues. J a ­ mes B ro w n canta en Say it loud: « W e ’d rather die on o u r feet, that keep living on o u r knees» (Prefiero m orir de pie a con tin u ar viviendo de rodillas). L a m úsica soul, co m o el Black Power, prom ueve la solidaridad y la independencia de los negros. En I D o n ’t W ant N ob od y to G iv e M e N o t h i n g v u e lv e a c a n t a r J a m e s B ro w n : « D o n ’t give m e s o rro w ,/ I w ant equal o p p o rtu n ity / T o live T o m o rro w » (N o me deis tristeza/ quie­ ro igualdad de op ortu n id ades/ para vivir m añana). L a rebelión es clara: un con ju nto de rythm and blues llegó a llamarse N a t T u rn e r Rebellion.

4. Carifesta, música caliente y cultura callejera C arifesta es el Festival de A rtes del C arib e, que se desarrolla regularm en­ te en las islas. E spectácu lo que atrae gran cantidad de turistas. C arifesta perm ite a los artistas presentar sus obras a un vasto público. E l éxito o b ­ tenido ha h echo que los caribeños to ­ men cada vez m ay o r conciencia de sus potencialidades culturales. N ada m uestra m ejor el sincretism o que C a ­ rifesta. E n él van a m ezclarse tradi­ ciones que vienen de Á frica, E u ro p a y la India. Sin em bargo, la herencia principal parece ser la africana. N u ­ merosas son las danzas rituales que han pasado de generación en genera­ ció n : danzas en hom enaje a Shangó, a O gú n , dioses con gos y yorubas, danzas en que los espíritus, orishas, descienden y poseen a los hom bres. P ero incluso las danzas europeas han tom ado un aire africano. Las polkas, las m azu rcas, las cuadrillas, los m i­ nués, el danzón , que los plantadores bailaban a la hora de la tertulia, to ­ m aron o tro ritm o y o tro sentido cuando fueron interpretados p o r los esclavos, de este sincretism o nació la m úsica popular actual. U n danzón al que el co m p o sito r O reste L ó p ez titu­ ló M am bo (que quiere decir hablar en lengua con ga) produjo en la década de los cuarenta uno de los im pactos p o ­ pulares más extraord in arios, dando a

c o n o ce r la m úsica afrocubana en el m undo entero. Finalm ente, tam bién se presentan en C arifesta danzas de la India, que llegaron, en los siglos XIX y XX, con una m ano de o b ra que venía a reem ­ p lazar a los esclavos. Son, probable­ m ente, las únicas que han m antenido su form a original. Después de la G u erra de Secesión llegaron a los E E . U U . negros p rove­ nientes de las Antillas. L a m ayoría venían de C u b a, donde todavía sub­ sistía la esclavitud. Traían con ellos nuevos ritm o s: los afrocubanos, que se fundieron en la gran m atriz de N u eva O rleans. Más tarde, los nebros usam ericanos partieron a las Antillas y al Brasil para buscar fuentes de ins­ piración más cerca de Á frica. A sí, el intercam bio ha sido perm anente. La gran afluencia de latinos en la década de los sesenta va a representar el úl­ tim o connubio entre la m úsica negroam ericana y negro-latin a, de donde va a nacer la salsa. H acia los años cuarenta-cincuenta se p one de m od a la m úsica afrocub a­ na. V arias o rq u esta recorren toda A m érica y llegan a los E E . U U ., la O rq u esta A rag ó n , M elodía del 4 0 , la S onora M atancera, con C elia C ru z , y algunos can tan tes co m o M iguelito C u n í y Benny M o ré, «el sonero m a-

FJ Caribe despliega todo su encanto d e color en la Carifesta q u e atrae la atención del turismo. Allí se descubre o se reafirm a el conocim iento d e las m anifestaciones afroan tillanas m ás populares: la música y la d a n z a ( doble p ág in a siguiente).

y o r» . M uchos m úsicos cubanos se instalan incluso en el E ste, en p arti­ cu lar en N u eva Y o rk . E sto s grupos tocab an básicam ente el son, el ritm o del que N icolás Guillén hizo una fo r­ m a p oética, el m ism o que dos décadas m ás tarde va a dar origen a la salsa. A p artir de los años cuarenta, el son evoluciona en co n ta cto con o tro s rit­ m os latinos o afrolatin os: el bolero, el chachachá, el m am b o, el guaguancó , la gu arach a... D e la m úsica africa­ na guardaba la técnica tradicional del lla m a d o -re s p u e s ta , D ám aso P é re z P rad o la utiliza instrum entalm ente en el m am b o ; ai cantante responde un co ro de trom p etas. L a m úsica latina de esos años era la m úsica de las gran­ des orquestas de baile, con voces, trom p etas, fondo de congas y b on ­ gos, y la charanga, en que las flautas tocaban m elodías de origen eu rop eo, co m o el d anzón. A la llegada de los m úsicos cubanos a los E stados U n i­ dos, la m úsica afrocubana se m ezcló con el jazz y p rod ujo el A fro -C u b a n Jazz, o el jazz latino. L o que co n tri­ b u yó enorm em ente a la popularidad de la m úsica latina fue que en N u eva Y o rk , el Palladium , un inm enso salón de baile, que estaba m edio abandona­ d o, co m en zó a organ izar m atinés bai­ lables con esta m úsica p ara la colonia hispana. A llí se grabaron en vivo y en directo los m ejores discos de T ito Puen te, «rey del tim bal» y de T ito R odrígu ez. P ero fue sólo a partir de los años sesenta y en los setenta cu an ­ do la salsa se h izo fam osa. E n esta época llegan a N u eva Y o rk una gran cantidad de m úsicos cubanos, que vienen con el ritm o de la pachanga. L a colon ia latina aum enta en orm e­ m ente y adquiere una identidad cu l­

tural, asociada a la marginalidad y al barrio, semejante, pero culturalm ente distinta, a la del negro. L a salsa va a ser expresión de esta vida de barrio, va a dejar de ser la m úsica afrocubana que se dirigía a to d o el m u ndo, espe­ cialm ente al turista yanqui (porque éste y a no m ira a C u b a), y se dirige a la com unidad latina, abandona el gla­ m o u r y habla de la esquina y el farol. C o m o el tango en su época marginal, refleja su violencia, su miseria, utiliza su lenguaje. Salsa implica barrio. L os clásicos ritm os cubanos se enriquecen co n la experiencia del rythm and blues y aum entan sensiblemente su reg istro in stru m en tal, cam bian las trom petas p o r trom bones. L a salsa sintetizó la m úsica del C a ­ ribe. Fu e expresión de todas las m i­ n orías hispanas que p oblaban los ghettos de las grandes ciudades y se enriqueció co n las tradiciones m usi­ cales de tod os ellos. L o s artistas que venían de C ub a y de P u erto R ico , m uchos de ellos n egros, co m o Celia C ru z , fueron expresión de la sensibi­ lidad caribeña y de la vida cotidiana del Spanish H arlem . A dem ás de Celia C ru z , se hicieron fam osos en los años setenta Eddie Palm ieri, Jo h n n y P a­ ch eco , W illie C o ló n y Rubén Blades con Pedro Navajas. El nom bre salsa fue utilizado p o r prim era vez en 1966 cuando F ed erico y su C o m b o edita­ ron en V enezuela el disco Llegó la salsa. P ero el térm in o se difunde a p artir de 1975 cuando se realiza la película Salsa. E s a partir de entonces cuando se populariza el nom b re. N o se trata de un ritm o distinto, sino una sim ple cuestión de etiqueta publicita­ ria; sintetiza tod a la m úsica del C a ri­ be que se vive en com unidades latinas

Ritmos com o el m am bo, dan zón, ch a ch a ch á o el son, unidos a nombres com o Pérez Prado, Moré o Celia Cruz, constituyen el tronco gen ealógico d e la m oderna salsa.

de diferente origen cultural, con aires de ranchera m exicana, cum bia co lo m ­ biana, son y tango argentino. L o que tenían en com ú n era la p obreza y el barrio. A p artir de los setenta se transform a en una m úsica com ercial con grandes estrellas. T ras veinte años en el b arrio, la m úsica latina es relan­ zada co m o espectáculo com ercial. E n estos últim os años ha aparecido una nueva generación de figuras p o ­ líticas: A ngela D avis, Jesse Jack son , B obb y Seale, que tienden a d esarro­ llar un im pulso de solidaridad que acerque a los negros de las otras mi­ n orías: p ortorriq u eñ os, chícanos, in­ dios. E l m ovim iento es válido tam ­ bién a la inversa. N o hay que olvidar que los Young Lords portorriq u eños se inspiraron en los Black Panthers.

E sta solidaridad de los m arginados ha llevado en las grandes ciudades, en p articular en N u eva Y o rk , a un en­ cu en tro de hispanos y negros en una cu ltu ra popular com ú n . Es el caso del subway art, del rap e incluso de la salsa. U n extraord in ario d ocum ento de este fenóm eno lo con stituye la re­ ciente película de H a rry B alfon te: Beat-Street (1 9 8 4 ). E l subway art, arte del m etro , es la con tin u ación , a gran escala, de la ráctica de miles de niños que escriían sus nom bres en las paredes de N u eva Y o rk . L o s firm antes, ahora, han querido dar a co n o ce r sus n o m ­ bres y los escriben en los m etros de N u eva Y o rk . Es un trabajo peligroso y efím ero, porque tienen que hacerlo en la clandestinidad y en la n oche,

La m oda d e l subway art, arte del metro, se h a extendido a todas las grandes capitales qu e exhiben, incluso fu e r a d e las instala­ ciones d e ese sistema d e transporte, las firm as d e misteriosos p ersonajes adoles­ centes yjóvenes. La contradicción del arte de! metro rad ica en la esperan za d el au tor d e salir d el anonim ato, a la vez q u e d ebe perm an ecer dentro d e él a cau sa d e la transgresión q u e com ete contra la propie­ d a d piíhlica.

cu and o los trenes están en depósito, y hacerlo rápido, p orq ue pintar su nom bre en un tren es una actividad ilegal en N u eva Y o rk . Y to d o esto , a lo m ejor p o r un solo día de gloria, p orq ue al día siguiente su nom bre será b orrad o. L a historia de estos graffiti co m en ­ z ó en los sesenta, cuando los adoles­ centes inundaban los m uros de su ve­ cindario y las cabinas telefónicas con sus nom bres. E ra una form a de salir del anonim ato del ghetto. E l más fa­ m oso fue T aki 1 8 3 , un m ensajero que escribía su nom bre en todas partes y que fue entrevistado p o r The N ew Y ork Times. El éxito de Taki supuso un verdadero estírriulo entre los ado­ lescentes para dar a co n o ce r sus n om -

bres. P ara hacerse n otar entre los o tro s, desarrollaron un estilo plástico, introdujeron el co lo r y aum entaron el tam año. D escu b rieron que co n pintu­ ra en spray podían rápidam ente pin­ ta r grandes superficies, lo que se adaptaba a la rapidez con que debían trabajar. P o co a p o co llegan a cubrir el vagón en tero de pinturas, creando un logo identifica’b le, que los hace re­ saltar de inm ediato. E l m etro tenía, adem ás, la enorm e ventaja de pasear su nom bre p o r toda la ciudad. Así nació el subway art. E n el argot de los negros usam ericanos rap quiere decir hablar o can­ turrear. C o m o género m usical, el rap nació en N u eva Y o rk . E s un estilo que tiene algo de melopea africana, de

blues hablados, del lenguaje de los disc-jockeys y de las interpelaciones habladas que acostum braban a hacer los cantantes soul, en p articular Jam es B row n . P robablem ente, su antecesor más p ró xim o sea el toasting (reto sta­ d o), tánica de los disc-jockeys jam ai­ canos que recitaban coplas burlescas sobre fondos m usicales. L o s rappers usaron la m ism a técn ica, recitaron c o ­ las siguiendo el ritm o rápido de graacion es p reexisten tes. L a s coplas eran im provisaciones que con tin u a­ ban p o r tu rn o los diversos cantantes del grupo. L o s tem as iban desde la invitación a bailar hasta las cuestiones sociales: la degradación de la ciudad, la m iseria del gh etto, etc. Rápidam en­ te, los tem as se hicieron más y más

políticos. D u ran te los och enta, el rap aum enta su popularidad con la apari­ ción del scratching, técnica que p er­ m ite darle un fondo rítm ico y una secuencia m usical continua. U n a va­ riante fue el hip-hop. A m bos sirvie­ ron de fondo m usical al break-dancing, que representó la danza del rap. A unque el rap con stituye la evolu­ ción de la m úsica popular en los sec­ tores más desfavorecidos del ghetto negro, no es una m úsica restringida a ellos. C o m o el subwayart, es el arte de la calle, de los sectores más desfa­ vorecidos, y en esta condición se han en contrad o el Black y el SpanishH arlem . L a m arginalidad los na uni­ d o en la cultura p opular, expresión de una desm esurada vida urbana.

5. Cultura de mestizaje y cultura de ghetto H egel decía en la Philosophie der Geschichte, refiriéndose a la diferen­ cia entre dos form as de colon ización, que existía una «antítesis sorprenden­ te : E n el N o rte , ord en y libertad; en el Sur, anarquía y m ilitarism o. E n el N o rte , la refo rm a; en el Sur, el c a to ­ licism o». L o que es seguro es que H e ­ gel no pensaba en los negros cuando hacía esta afirm ación. Sin em bargo, su distinción es profu n da, llega a todos los aspectos de la sociedad. Llega a la esclavitud. P e ro no co m o H egel lo pensó. En el N o rte , el sistema escla­ vista anglosajón y h olandés; en el Sur, el portugués y español. E n el N o rte , la cultura del g h etto ; en el Sur, el m estizaje. E s probable que esta diferencia venga de los inicios de la trata en A m érica. L o s españoles conocían ya la esclavitud; existía incluso una tra­ dición legal que se rem ontaba a Las Siete Partidas. Esas leyes se transm i­ tieron a A m érica y organizaron las relaciones entre libres y esclavos, has­ ta tal p u n to, que sólo en 1789 fue necesario p rom u lgar un cód igo fo r­ mal relativo al esclavo negro. E n las colonias anglosajonas y holandesas, la situación fue com pletam ente distinta. L a legislación británica no co n o cía re­ glas sobre la esclavitud, así que, cu an ­ do com en zó en A m érica, el esclavo

quedó enteram ente librado a la v o ­ luntad de su am o, y fue considerado co m o una cosa, puesto que sus am os se negaban a considerarlo un hom bre. Y no co sa, co m o lo era en el derecho rom ano jurídicam ente, sino cosa m o ­ ral: el esclavo quedó reducido a un mueble sem oviente, un animal. P o r o tra p arte, desde el p un to de vista religioso, la C o ro n a y la Iglesia en Iberoam érica van a insistir de fo r­ m a reiterada en que el esclavo sólo m aterialm ente es distinto del am o. Espiritualm ente, m oralm ente, frente a D ios, es igual que él. E sta igualdad hacía que se im pusiera al am o o cu p ar­ se de la cristianización del esclavo, llevarlo a m isa, bautizarlo, im ponerle el m atrim on io religioso, etc. T o d o esto favorecía enorm em ente su co n ­ dición. Ser cristiano suponía que el m atrim onio era considerado un sacra­ m en to, que las uniones religiosas eran indisolubles y que los am os no p o ­ dían separar al m arido de la m ujer ni a la m adre de sus hijos, co m o si se tratara del ganado. L o que no quiere decir que la esclavitud no haya sido cruel en la A m érica hispana, ni que las prescripciones religiosas y legales no fuesen violadas con tanta frecuen­ cia co m o se obedecieron. P ero los abusos y las crueldades del am o esta­ ban penadas p o r la ley. T o d o lo co n -

Segregación o integración. Elghetto no dista m ucho del cam p o d e concentración o d e las reservas indígenas. Las oportunidades no son iguales p a r a todos. Por ello, hay que apren der a defenderse desde pequeños.

trario o cu rrió en las colonias anglosa­ jon as; el negro no era considerado un h om b re, era una cosa, y p o r eso, pri­ m ero no se acep tó su cristianización y , m ás tarde, en el siglo XVIII, cuando se im puso entre los protestantes la idea de evangelizar a los gentiles, los plantadores seguían pensando que lle­ var al negro a misa era sólo una p ér­ dida de tiem po. E l espíritu de la C o n ­ trarreform a que soplaba en la esclavi­ tud española, y que aconsejaba la evangelización, reforzad o p o r la idea de la igualdad m oral del am o y del esclavo, hizo que la m anum isión fue­ ra en las colonias españolas m ucho más fácil que en las protestantes. Los libertos eran hom bres libres que te­ nían los m ism os derechos ante la ley que los o tro s hom bres libres de su con d ició n , y n o bestias sueltas co m o parecían creer los n órd icos, que se oponían a la abolición porque pensa­ ban que los negros no eran aptos para la libertad. E n cam b io, en Ib eroam é­ rica, cuando se suprim ió la esclavitud, el núm ero de libertos sobrepasaba desde hacía m uchos años el de los esclavos y nadie podía im aginar que eran ineptos para vivir en libertad. L a so cie d a d c o lo n ia l española, quizá p o r ser una sociedad aristocrá­ tica, jerarquizada en castas, no tuvo dificultad para integrar al negro. P ri­ m ero, porque desde el principio lo reco n o ció co m o un hom bre p rovisto de alm a; segundo, p orq ue sus diver­ sos m atices sociales perm itían una in­ co rp o ració n del esclavo en alguno de los rangos de la pirám ide social. Las diferencias entre el blanco y el negro eran de clase, p ero no de hum anidad. N e g ro , adem ás, no era sinónim o de esclavo, co m o en las colonias inglesas,

p o r el m ism o fenóm eno del m estizaje que había unido en castas al indio, al negro y al blanco. M o risco , albino, zam b o, albarrazado, tente en el aire... no eran sino algunas de las form as del m estizaje en que había participado el negro. E l negro y el m ulato son parte viva de su patria respectiva co m o cualquier o tro hijo del país, co m o «el m oreno» de M artín F ie rro . En cam ­ bio, en la sociedad burguesa, creada en las colonias p rotestantes, más de­ m ocráticas, si se quiere, en el interior de la com unidad blanca, se aceptaba difícilmente al negro. P orq u e se había trazado una distinción en térm inos absolutos, no y a entre libre y esclavo, sino entre blanco y n egro, y am bos térm inos estaban cargados de atribu­ tos m orales, que con tin u aron siendo reproducidos — si no es que co n ti­ núan hasta el día de hoy— a través de estereotipos, p o r el cine, la literatura, los co m ics..., y tal vez porque en una sociedad no jerarquizada socialm ente y únicam ente diferenciada p or la ri­ queza, el n egro debía ser aceptado co m o un igual, y difícilm ente podía aceptarse co m o igual a quien durante siglos se le había negado la condición m oral de ser hum ano. P o r ello, pri­ m ero se negó sim plem ente su hum a­ nidad y luego, después de la aboli­ ció n , se le m arginó en la p obreza del ghetto. En el terren o de la cultura estas dos form as de integración dieron dos m odelos diferentes. L a cultura afroa­ m ericana de Iberoam érica no puede, en realidad, separarse del con ju nto de la cultura. L o s refranes, los cu entos, los m itos, las fábulas... africanas o afroam ericanas se convierten, co m o el m o ren o , en un elem ento am ericano

Las m inorías d e origen hispano ocupan ahora, ju n io con los negros, los harrias del ghetto. Les q u eda aú n un largo cam in o d e reivindicaciones p o r recorrer.

m ás, un fondo cultural que se sincretiza con la vegetación, el lenguaje y la idiosincrasia am ericana. L a nostalgia de Á frica sólo aparece literariam ente. Allí donde están los negros, son parte cread ora de la nación con sus cantos, su m úsica y su arte. E l arte de A leijadinho no es negro, ni m u lato, es sim plem ente el b arroco brasileño, de la m ism a m anera que la m úsica calien­ te, pese a sus orígenes claram ente afri­ canos, es la m úsica de tod os los lati­ n oam ericanos: la cum bia de los c o ­ lom bianos, el son de los cubanos, el samba de los brasileños... y no hable­ m os del tan go, de con ocid os orígenes

negros. L o m ism o o cu rre con la p oe­ sía de Guillén. N o es poesía negra, sim plem ente es poesía cubana. Los blues, los gospel, los spirituals, en cam b io, son p ro d u cto s de una cultura negra, inserta en o tra , que durante m uchos años los ign oró e, incluso, los o cu ltó , hasta que las reivindicaciones del pueblo negro, junto con el descu­ brim iento de un vaSto m ercado inter­ nacional, term inaron p or im ponerlos en tod os los niveles. P ero este fenó­ m eno que se dio en la m úsica ha c o ­ m enzado a aparecer recientem ente en otras m anifestaciones de la cu ltu ra: en la literatura y en el cine.

Glosario a fro a m erican o , -a A u to d en o m in ación de los negros libres a partir de 1830. bagazo Residuo sólido de la caña de azú car triturada. bem bón, - ona D ícese de la persona con labios m uy gruesos. Black Power Slogan de los sesenta que representa para un sector de la pobla­ ción negra la solidaridad del grupo ne­ gro y su integración en la sociedad ca­ pitalista y para o tro , la afirmación re­ volucionaria y anticapitalista, blackface m instrel A rtista negro que parodia a los negros, siendo él m ism o negro, y que utiliza un peculiar m a­ quillaje: cara em betunada, gran jeta blanca y ojos redondos, bozal E sclav o negro. E sclavo negro que sólo habla la lengua africana, candom blé C u lto practicado en B ra ­ sil, síntesis de religiones africanas y del cristianism o. carim bo H ie rro candente que se uti­ lizaba para m arcar a los animales y a los esclav os. M arca que con este hierro se les ponía a los esclavos, cim arrón E sclavo fugitivo, creóle Palabra francesa que quiere decir criollo. C rio llo en español se aplica al hijo de padres españoles n a­ cido en A m érica. E n francés m antiene su significado original, que viene del portugués crioulo, negro nacido en la casa del am o. cum be C om unidad de esclavos fu­ gitivos. h ou n gan P rofeta del vudú. ingenio Fáb rica de azú car de caña, ladino R eferido a los negros es el que habla castellano. E sclav o negro en

A m érica que hablaba el castellano, m acu m b a C e re m o n ia religiosa de origen negro con influencia cristiana, m am bí En Las A ntillas, esclavo fu­ gitivo. D ícese también de quienes lu­ charon co n tra España p o r la indepen­ dencia de las Antillas, m anum isión A dquisición de la li­ bertad de un esclavo, mulequín N iñ o negro de p echo que com pletaba la venta de un esclavo adulto cuando éste no daba la talla, m u rga B and a callejera que to ca m ú ­ sica popular. G rupos que participan en el carnaval. n e g ro -sp iritu a ls H im n o relig io so cantado p o r los esclavos, quienes res­ pondían al p redicador. O ggú n D ios africano de la guerra, p alenque C o m u n id a d de esclavos prófugos. patois M ezcla de lenguaje africano e inglés pieza de Á frica Esclavo, preto N eg ro . quilom bo C o m u n id ad de esclavos prófugos. Shangó Divinidad africana, soul Cualidad y sentim iento de o r­ gullo n eg ro ; tam bién hace referencia a la unidad, identidad y cu ltu ra ne­ gras. E stilo de m úsica negra de finales de los sesenta. trapiche M olino para o b ten er el jugo de la caña de azúcar, vudú C u lto m u y difundido entre los negros de Las Antillas. Sincretism o en el que se unen elem entos de las religiones animistas y politeístas afri­ canas con el cristianism o. Y asán Divinidad africana.

Bibliografía ACOSTA SAIGNES,

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índice In tro d u c c ió n ............................................................................................................................5 I

De Á frica a A m érica: un viaje sin regreso 1. D iversidad de culturas africanas ............................................................. 2 . E l negrero ............................................................................................................ 3. E l m ercado donde los hom bres se vendían p o r m etros ..............

II

8 12 14

¿U n a nueva esclavitud para un N uevo M undo? 1. 2. 3. 4. 5.

21 6 2

L a m aldición de C a m ..................................................................................... D e la plantación al palenque. M em orias de un cim arrón ......... Shangó se viste de s a n t o ............................................................................... Gospel-people .................................................................................................. L a resistencia cultural ..................................................................................

24 26 36 42 44

III E l «negrism o» o la lucha por la abolición . . 3. 4. 5. .

IV

52 55 58 63 66 70

L a negritud

1. . 3. 4.

V

U n a R epública de negros. E l prim er país independiente .......... L a C abaña del T ío T o m . A bolicionism o y racism o ..................... Blues-people, ¿una m úsica de libertos? ................................................. E n la A m érica hispana, el negro se hace m oreno ........................... Se puede ser negro y querer ser blanco ............................................... I had a dream .....................................................................................................

1

Picasso descubre el arte negro ................................................................... L a lucha co n tra la imagen del cafre y del «negro jetón» ........... R enacim iento en H arlem : literatura y j a z z ....................................... C in e y reggae ......................................................................................... ............

74 76 84 90

A froam érica . 2. 3. 4. 5.

«M ás que blanco, más que m ulato, más que negro» ... L a pintura de W ifredo Lam ...................................................... Sotil-people y el P od er N eg ro ...................................................... C arifesta, m úsica caliente y cultura callejera..................... C ultu ra de mestizaje y cultura de ghetto .............................

Glosario .................................................................................................................... Bibliografía .................................................................................................... Esta obra se term inó de imprimir en nbrll de IWO en los talleres de Impresora Form al, S .A . Calz. Legaría N o . 251, C ol. Argentina, C P , 11270 M éxico, D.F. La edición consta de 7,500 ejemplares m is sobrantes para reposición

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