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CUESTIÓN SOCIAL, VIDA COTIDIANA Y DEBATES EN TRABAJO SOCIAL TENSIONES, LUCHAS Y CONFLICTOS CONTEMPORÁNEOS
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CUESTIÓN SOCIAL, VIDA COTIDIANA Y DEBATES EN TRABAJO SOCIAL TENSIONES, LUCHAS Y CONFLICTOS CONTEMPORÁNEOS
CUESTIÓN SOCIAL, VIDA COTIDIANA Y DEBATES EN TRABAJO SOCIAL TENSIONES, LUCHAS Y CONFLICTOS CONTEMPORÁNEOS
COMPILADORES: MANUEL W. MALLARDI – LILIANA B. MADRID – ADRIANA ROSSI
AUTORES: JORGELINA BARROS – RAMIRO DULCICH – SILVIA FERNÁNDEZ SOTO SERGIO D. GIANNA – LILIANA MADRID - CAROLINA MAMBLONA LAURA MASSA– VALERIA REDONDI – MARIA SOL ROMERO CYNTHIA TERENZIO – MARISA TOMELLINI
Publicación de la Carrera de Trabajo Social de la Facultad de Ciencias Humanas Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires
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Cuestión social, vida cotidiana y debates en trabajo social / compilado por Manuel W. Mallardi – Liliana B. Madrid – Adriana Rossi 1ª ed. – Buenos Aires: Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires 158 p.; 14,8 x 21 cm – Cuestión Social – Trabajo Social ISBN: 978-950-658-282-1
Diseño de Tapa: María Ángel Conte Diseño de Interior: María Ángel Conte
La reproducción total o parcial de este libro, en cualquier forma que sea Idéntica o modificada, escrita a maquina, por el sistema “multigraph”, mimeógrafo, impreso en fotocopia, fotoduplicación, etc., no autorizada por los editores, viola Derechos reservados. Cualquier utilización debe ser previamente solicitada.
1º Edición, 2011.Impreso en Argentina – Printed in Argentina Queda hecho el depósito que previene la Ley 11.723
ISBN: 978-950-658-282-1
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ÍNDICE Presentación .................................................................................................................... 9 Prólogo Gustavo J. Repetti ...................................................................................................... 11 Capítulo I Capitalismo Contemporáneo y Barbarie en America Latina: Notas sobre los dilemas del proyecto profesional crítico – Ramiro Dulcich .............................................................. 15 Capítulo II Capitalismo tardío y decadencia ideológica: La posmodernidad y su incidencia en el trabajo social contemporáneo – Sergio Gianna ……………………………………………………… 35 Capítulo III Perspectivas Tradicional y Emergente: Desafíos a la Intervención Profesional del Trabajo Social en el contexto actual – Laura Massa – Jorgelina Barros .................................... 63 Capítulo IV Movimientos Sociales y Trabajo Social: en la necesidad de fortalecer un diálogo crítico – Carolina Mamblona – Valeria Redondi ...................................................................... . 75 Capítulo V Vida cotidiana, totalidad concreta y construcción de mediaciones en el Trabajo Social: desafíos políticos en la superación de la inmediaticidad – Silvia Fernández Soto – Cynthia Terenzio – Marisa Tomellini ........................................................................................ 93 Capítulo VI La problemática alimentaria como expresión de la Cuestión Social: determinantes sociohistóricos y vivencias cotidianas – Liliana Madrid ...................................................111 Capítulo VII Vida cotidiana, Salud y Capitalismo: La particularidad del cáncer, el enfermo oncológico y su entorno vincular – María Sol Romero ..................................................................... 127
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Presentación En presente libro incluye distintos trabajos recibidos a partir de la convocatoria abierta desarrollada por la Carrera de Trabajo Social de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires. Dicha convocatoria tuvo como objetivo recopilar trabajos que discutan distintos aspectos vinculados al Trabajo Social, destinados a constituirse en material de lectura de los estudiantes de grado. Es importante remarcar la repercusión nacional y latinoamericana que la convocatoria tuvo, habiendo recepcionado trabajos de distintas unidades académicas del país y también, principalmente, de Brasil. Al respecto, queda en evidencia la actualidad de la discusión teórica en la profesión, la variedad de temas y problemas que se están abordando en las investigaciones desarrolladas, como así también la profundidad y calidad de los trabajos desarrollados. En cuanto a la selección de trabajos, vale mencionar que la totalidad de los trabajos ha sido evaluada por un comité de referato de docentes/investigadores de Trabajo Social, lo cual garantiza la calidad y pertinencia de los trabajos, considerando que se trata de una publicación destinada a generar materiales de lectura en la formación de grado.
Manuel W. Mallardi Director Carrera de Trabajo Social FCH - UNCPBA
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Prólogo Gustavo J. Repetti1 La presente publicación, promovida por la carrera de Trabajo Social de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires, constituye un aporte de gran relevancia para el área de las ciencias sociales en general – y del Trabajo Social en particular – por varias razones. En primer lugar, esta publicación es un importante vehículo de socialización de producciones académicas de índole diversa, incluyendo resultados parciales de tesis de nivel de grado, maestría y doctorado, contribuciones producto de la actividad de docencia, investigación y extensión universitaria, como así también de prácticas de intervención en el ámbito de las políticas sociales. En segundo lugar, los debates propuestos constituyen insumos de fundamental importancia para la formación académica en Trabajo Social por las razones que en seguida expondré. Si defendemos una formación profesional para Trabajo Social como formación intelectual, cultural, generalista y crítica2, deberemos enfrentar el desafío de ofrecer en los procesos formativos un riguroso trato teórico, histórico y metodológico de la realidad social y del Trabajo Social como forma de garantizar la más fiel comprensión de los problemas puestos a la intervención profesional, propios del mundo de la producción y reproducción de la vida social. En la línea del documento mencionado, cabe afirmar que la opción por una formación profesional que garantice esta dirección nos exige la adscripción a una teoría social que permita aprehender las particularidades del desarrollo del modo de producción capitalista y del Trabajo Social como forma de especialización del trabajo colectivo en esa forma de sociedad, es decir, destacamos la importancia de develar el significado social de la profesión para captar las posibilidades de la acción profesional. La interlocución teórica del trabajo Social con la tradición marxista3 constituyó un proceso que se remonta al llamado Movimiento de Reconceptualización del Trabajo Licenciado en Trabajo Social de la Universidad Nacional de La Plata, Argentina. Magíster y Doctorando en Servicio Social de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ-Brasil). Miembro investigador del Núcleo de Estudios e investigaciones sobre los fundamentos del Servicio Social en la contemporaneidad, Escuela de Servicio Social, UFRJ. Profesor concursado del Departamento de Fundamentos del Servicio Social de la misma Universidad. 2 Véase documento de directrices curriculares de la Asociación Brasileña de enseñanza e investigación en Servicio Social (ABEPSS), disponible en: www.abepss.org.br 3 Parto de comprender que la teoría social de Marx es la tradición teórico-metodológica que a partir de la crítica de la economía política mejor captó la naturaleza del capitalismo, y en consecuencia, sus contribuciones permiten la comprensión más fiel de los mecanismos de producción y reproducción del capital entendido como relación social. 1
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Social – durante la segunda mitad de los años 60 del siglo XX y la primera mitad de la década siguiente - , como fenómeno típicamente latinoamericano aunque con algunas repercusiones en otros países del mundo4. Esta interlocución atravesó diferentes caminos en los distintos países del subcontinente, sobretodo, en función de las particularidades de las dictaduras militares distribuidas por toda la región que implementaron modalidades que van desde la llamada “modernización conservadora” – como en el caso brasileño – hasta planes sistemáticos de exterminio como el desarrollado por el denominado “Plan Cóndor”. La particularidad de la mencionada interlocución para el caso brasileño permitió una profundización de aquella primera aproximación con la tradición marxista posibilitando a la categoría profesional de ese país – durante las décadas de 80 y 90 del siglo pasado – aprehender el análisis de los fundamentos históricos y teórico metodológicos de la profesión, su génesis y desarrollo, superando los argumentos de la llamada perspectiva endogenista5, develando el significado social de la profesión. A partir de la compresión del Trabajo Social como producto históricamente situado, como resultado del movimiento contradictorio de la relación entre las necesidades del orden del capital en un momento histórico de su desarrollo6 y las conquistas de la clase trabajadora que comenzaba a consolidarse en cuanto movimiento organizado a partir de los incipientes procesos de industrialización de principios del siglo XX. Los artículos que componen la presente compilación evidencian, de formas diversas, los aportes de esta perspectiva para entender la profesión desde diferentes ángulos de análisis. A partir de aquí, parece pertinente afirmar que la presente compilación ofrece insumos teóricos para profundizar el debate contemporáneo en Trabajo Social, para discutir sus fundamentos históricos y teórico-metodológicos en el escenario actual, esto es, para actualizar el debate sobre el papel social de la profesión en un momento histórico del desarrollo del orden del capital diverso de aquel cuyas determinaciones permitieron su emergencia, esto significa afirmar que el significado histórico de la profesión sufre transformaciones al compás de las transformaciones societarias. En este sentido es necesario – y los diferentes autores de este libro ofrecen herramientas En Alayón (2005) encontraremos las particularidades de este movimiento en 19 países de América Latina y Caribe, como así también las influencias en España y Portugal. Cf. Alayón, N. (Org.) Trabajo Social Latinoamericano. A 40 años de la Reconceptualización. Buenos Aires: Espacio, 2005. 5 En los términos de Montaño 1998. Cf. MONTAÑO, C. La Naturaleza del Servicio Social: Un ensayo sobre su génesis, su especificidad y su reproducción. San Pablo: Cortez, 1998. 6 Para un estudio en profundidad sobre las determinaciones de la emergencia del Trabajo Social en esta línea se sugiere la lectura de Netto, J. P. Capitalismo Monopolista e Serviço Social. São Paulo, Cortez: 1992. En esta obra el autor analiza el proceso de emergencia de la profesión situándola – basado en los estudios mandelianos – en el período de pasaje de la era competitiva para la era monopolista del modo de producción capitalista, período conocido a partir de Lenin como imperialismo clásico. 4
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para eso – captar las determinaciones del capitalismo contemporáneo en el actual contexto de crisis estructural. Comprender en profundidad de qué se trata esa denominada crisis estructural, cuales son las determinaciones del denominado capitalismo tardío, cuales son las particularidades de las formas contemporáneas de expresión de la “cuestión social” y, a partir de aquí, aprehender las nuevas formas de gestión del trabajo asalariado, que actualizan el debate sobre la reproducción ampliada de la “cuestión social” como expresión de la ley general de acumulación capitalista. Estas nuevas configuraciones exigen un cuidadoso análisis de las transformaciones ocurridas en el mundo del trabajo, y a partir de ellas del profundo proceso de heterogeneización de la clase trabajadora y de la emergencia y/o consolidación de distintos movimientos sociales con características particulares según las heterogéneas realidades nacionales de la región. En esta línea de análisis es fundamental identificar las determinaciones de la pós-modernidad entendida como la dominante cultural de la lógica del capitalismo tardío7 y su influencia en el campo académico-profesional. Estas transformaciones imponen nuevos dilemas y desafíos para la construcción de un proyecto profesional crítico, históricamente referenciado y necesariamente articulado a un proyecto societario basado en la superación de la explotación del hombre por el hombre, que coloque en el horizonte la superación de la sociedad de clases como única forma posible de eliminación de la reproducción ampliada de la “cuestión social”. De este modo, considero que la presente compilación va en la dirección de responder al desafío puesto a partir de los análisis de Iamamoto8 en términos de “hacer el camino de vuelta” para “aprehender el trabajo profesional en sus múltiples determinaciones y relaciones en el escenario actual”. Se trata, según esta autora, de “(...) procesar los avances obtenidos en el análisis de la dinámica societaria en sus incidencias en la elaboración teórica, histórica y metodológica de los fundamentos y procesamiento del trabajo del asistente social, retomando, con nuevas luces, el Servicio Social como objeto de su propia investigación” (Iamamoto, 2007: 463-464, traducción mía). Rio de Janeiro, septiembre de 2011 En los términos de Jameson. Cf. JAMESON, Fredric. Pós-modernismo - A lógica cultural do capitalismo tardio. Trad. Maria Elisa Cevasco. São Paulo: Ática, 1996. 8 Iamamoto, M. V. Serviço Social em tempo de capital fetiche. Capital financeiro, trabalho e questão social. São Paulo: Cortez, 2007. 7
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Capítulo I Capitalismo Contemporáneo y Barbarie en America Latina: Notas sobre los dilemas del proyecto profesional crítico Ramiro Dulcich “Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal que le quede de alcalde, o le mortifique al rival que le quitó la novia, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima, ni de la pelea de los cometas en el Cielo, que van por el aire dormidos engullendo mundos. Lo que quede de aldea en América ha de despertar. Estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo a la cabeza, sino con las armas de almohada, como los varones de Juan Castellanos: las armas del juicio, que vencen a las otras. Trincheras de ideas valen mas que trincheras de piedra” (José Martí, Nuestra América, 1891).
I. La “crisis estructural” del capitalismo y el retorno de la barbarie Buscando comprender la actualidad histórica, encontramos grandes pensadores contemporáneos que hablan de la presencia de una crisis de civilización que es producto del desarrollo maduro del sistema capitalista. Desde esta perspectiva, la realidad actual refleja la “crisis estructural” del orden del capital (Mészáros, 2002); una crisis integral, permanente, crónica, que, tristemente, nos muestra el agotamiento de las “energías civilizadoras”, del “potencial emancipador” contenido en el desarrollo de las fuerzas productivas del orden social burgués. Para István Mészáros, filósofo marxista, el socio-metabolismo del capital alcanzó ciertos “límites absolutos” que son insuperables bajo sus parámetros, que detonan un conjunto de contradicciones de difícil administración. Así, el sistema sólo logra reproducirse al costo de generar niveles crecientes de destructividad, de irracionalidad, de des-humanización y barbarie. En un sentido semejante, el geógrafo norte-americano David Harvey, plantea que las exigencias actuales de la “reproducción ampliada del capital” a lo largo del planeta, implican un intenso proceso de barbarización de la vida social, y la modalidad asumida es la expoliación (2004). Enfatiza que, bajo las condiciones actuales, la reproducción del capital globalmente competitivo deja un saldo “catastrófico” para la
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humanidad. Para este autor, estamos ante un “nuevo imperialismo” que trabaja con márgenes de tolerancia bien restrictos, lo que lo torna fuertemente inestable, surgiendo la necesidad de pensar formas y modalidades de enfrentar sus “amenazas”. Desde el “corazón del sistema”, Harvey dirá que su lógica inherentemente expansiva lo obliga a apoderarse de todas las cosas y a mercantilizarlas; lo lleva a crecer cada vez más y a cualquier costo. Por su lado, el crítico egipcio Samir Amin caracteriza al capitalismo actual como viviendo su “fase senil” (2005). Para este autor, es falso el discurso hegemónico que presenta la crisis como transitoria, coyuntural y parcial; como si fuera una crisis más del capitalismo: nada que una mejor coordinación del funcionamiento del sistema y una adecuada administración del sistema no puedan resolver. Desde su perspectiva es dudoso que las agitantes contradicciones que hoy imperan en la sociedad sean superadas con la retomada de una nueva “fase expansiva” del capitalismo, similar a la fase fordista-keynesiana – “desarrollista” en América Latina – de la segunda pos guerra. De modo que, para estos autores, la crisis social contemporánea es diferentes de todas las anteriores crisis cíclicas del capitalismo, plausibles de ser reabsorbidas y superadas por una nueva onda de crecimiento productivo. Más bien, estaríamos ante una crisis estructural, permanente, que se arrastra junto a la reproducción ampliada del sistema; una crisis “crónica”, expresión de la activación de ciertos límites absolutos del socio-metabolismo del capital, que emerge como un resultado de su pleno desarrollo. Intentando superar sus “límites absolutos” (Mészáros), el capital – mediante sus personificaciones – viene apelando a los métodos más bárbaros, haciendo que segmentos importantes de la sociedad vean imposibilitada su reproducción social, lo que se configura como un verdadero proceso de destrucción de humanidad, reforzado por la profunda alienación surgida del irracionalismo imperante. Desde este punto de vista, es igualmente falso el discurso que presenta la crisis actual como producto del “subdesarrollo” (capitalista) de determinado país; en ese discurso el problema radica en la “deficiencia del desarrollo” (capitalista, claro), en el poco dinamismo de sus economías, en fin, en el retraso de las fuerzas productivas de la sociedad en cuestión. En contraposición, entendemos que la realidad contemporánea representa el pleno desarrollo de la lógica del capital, como nunca antes; el punto de mayor consolidación y madurez histórica de este socio-metabolismo, parafraseando a Mészáros. Según la hipótesis del marxista húngaro, el sistema del capital naufraga en una crisis estructural, que impone un conjunto creciente de restricciones para que el capitalismo pueda “evacuarla” satisfactoriamente y “fugarse”: éste alcanzó sus “limites estructurales”, “absolutos”, declarando el agotamiento de su “fase civilizadora”,
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abriendo un periodo cualitativamente distinto de la etapa de “ascenso histórico” y “acumulación tranquila” del orden burgués (Cf. Harvey). En esta perspectiva, diferentemente de otras épocas, la dinámica actual del capitalismo no puede garantizar condiciones elementales de vida al conjunto de la población del planeta, a pesar de la presencia de condiciones técnicas para lograrlo. La imposibilidad sistémica de “absorber” al conjunto de la población, al mismo tiempo que existe una disponibilidad de fuerzas productivas para hacerlo, evidencia una efectiva agudización de la contradicción formada por la concentración privada de los medios de producción (incluida la tierra) y las crecientes necesidades sociales insatisfechas. Es este el proceso por el cual se alimentan y administran las tendencias de barbarización de la vida social actualmente en curso. Desde esta caracterización, la realidad contemporánea, como totalidad social, no tiene como dirección fundamental la realización plena del género. La lógica irracional que la preside creó potencias destructivas de dimensiones gigantescas, que siembran incertidumbre sobre el futuro de la humanidad y del planeta. Observando la trayectoria societaria de las últimas décadas, se revelan las dificultades y las contradicciones de apelar a “salidas expansionistas”, “desarrollistas”, frente a las crisis, mostrando el final del período de “acumulación tranquila” y evacuación expansionista de éstas, y el inicio de otro, marcado por el “desempleo crónico”, como expresión más aguda de la crisis estructural1. Entonces, el desempleo se torna una de las tensiones más críticas para el funcionamiento del sistema, convirtiéndose en la manifestación trágica de la crisis estructural, con potencial para tornarse la expresión más “explosiva” de la llamada “cuestión social” en los días de hoy. Así, el análisis de estos autores nos lleva a ver el perfil trágico de la contemporaneidad: al mismo tiempo que el grado de desarrollo de las fuerzas productivas abre posibilidades emancipadoras – desarrollo alcanzado en los marcos de la dinámica capitalista, donde la productividad creciente del trabajo llega a niveles que podrían permitir la satisfacción y la creciente diversificación de las necesidades (del estómago y de la fantasía) del conjunto de la sociedad, y así contribuir con el proceso de humanización del género –, éste se concretiza como un proceso predominantemente destructivo para la humanidad, con la afirmación de un patrón de
Según la crítica de la economía política fundada en Marx, para enfrentar las dificultades de la acumulación y de la expansión lucrativa – hoy regidas por una competencia cada vez más feroz entre monopolios - el capital globalmente competitivo tiende a reducir a un nivel mínimo el costo del “tiempo de trabajo necesario” (costo del trabajo en la producción), lo genera un movimiento de transformación del trabajo en fuerza de trabajo superflua. Esta contra-tendencia del capital a su crisis estructural, antes que resolver el problema, acaba produciendo recesión, puesto que el deterioro de los salarios reduce el consumo, con riesgo de precipitar una crisis de superproducción. Para esta cuestión remitimos al lector al libro I de El Capital, especialmente el capítulo XXIII, bien como el capítulo XIV del libro III. 1
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producción crecientemente depredador, que degrada las formas de sociabilidad y barbariza la vida social. Una producción destructiva que responde a las exigencias actuales del proceso de valorización del capital en escala mundial. Este es, sin dudas, el núcleo irracional del orden social burgués maduro. Desnudado por su crisis crónica, muestra el predominio de tendencias destructivas en el desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad. En este contexto, los relatos apologéticos del capital, especialmente la versión neoliberal que fue hegemónica durante más de dos décadas, encuentran serias dificultades para legitimarse, precisando renovar su crédito. Las promesas de mejoras sustantivas en la calidad de vida social; de un bienestar para todos; de prosperidad y progreso social basado en el trabajo – relato fordista-keynesiano, que informara, también, al ideario social-demócrata de reformas sociales crecientemente universales –, hoy se aprecian como una auténtica tragedia, una “catástrofe social” de dimensiones mundiales. Un observador que consiga suspenderse de la “alineación mediática” que cotidianamente intenta colonizar nuestras mentes, podrá corroborar el hecho. En esta perspectiva, en la actual fase sistémica de crisis estructural, las formas que definen la sociabilidad se presentan como aquello que Marx y Engels, en 1848, llamaron de “regresos momentáneos a la barbarie”2, pero con la diferencia fundamental de que hoy, tales “regresiones civilizadoras”, dejan de ser coyunturales y pasan a tornarse parte de la propia estructura de funcionamiento del capitalismo. El retorno a la barbarie que hoy vivimos es parte constitutiva del sistema; es un momento necesario de su reproducción siempre ampliada; una exigencia para el funcionamiento “adecuado” del régimen social del capital en nuestros días. De modo que, a diferencia de mediados del siglo XIX, la regresión civilizatoria que hoy nos interpela, al asumir un carácter estructural, permanente, crónico, supera en determinaciones a aquella del siglo XIX. Con la crisis estructural del sistema, el desempleo crónico y la producción de barbarie se afirman como algo natural e inapelable en la formas de sociabilidad. Así, la crisis es “naturalizada”, sus determinaciones son mistificadas y sus irracionales antagonismos son solapados3. II. Cuando la producción se torna destrucción En su crítica de la economía política clásica, Marx afirma que la producción de Nos referimos al célebre Manifiesto Comunista. Ante el aumento de las dificultades para realizar una “reproducción saludable”, el sistema activa e intensifica todos los dispositivos disciplinadores disponibles, tendientes a nublar y oscurecer los fundamentos de lo real. Esto es, se potencian las energías e impulsos mistificadores y fetichizantes del orden social. 2 3
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bienes como valores de uso – necesarios para reproducir la vida – se distingue y se contrapone a la producción de valores de cambio – para intercambiar en el mercado –, siendo ésta última la forma necesaria de la acumulación de riquezas en el orden societario del capital. Así, la producción de riquezas es, primeramente, producción de valores para el cambio, para el mercado, y no para la satisfacción inmediata de las necesidades sociales de los individuos. Esto está determinado por la propia naturaleza del capital, cuya particularidad consiste, justamente, en separar la producción de bienes necesarios para la vida, de la satisfacción inmediata de necesidades. Esto significa que, la producción material de la vida social, bajo este tipo de relaciones sociales, no se organiza en función de la satisfacción de necesidades humanas de la sociedad, antes, se orienta a la ganancia4. De modo que, en el orden del capital, la producción apunta principalmente al intercambio en el mercado; o sea, a la venta del producto – en tanto mediación necesaria para la valorización del capital – para la realización de la plusvalía. Es así como el capital cumple sus expectativas, cierra su ciclo de valorización y se realiza como tal. No se cuestiona en que medida el “progreso”, el “desarrollo de sus fuerzas productivas” contribuye con la elevación de la calidad de vida del conjunto de la humanidad – entendiendo por esto, un proceso progresivo de superación de las barreras naturales, a través de la ampliación, diversificación y satisfacción de las necesidades de los individuos sociales. Ahora, para que la producción pueda ser distanciada de la satisfacción inmediata de necesidades, un pre-requisito ineludible es la mercantilización de la fuerza de trabajo. Este proceso permitió la emergencia del “trabajo abstracto”, el trabajo simple que, medido en tiempo, determina el valor contenido por las mercancías5. Pero, para que la fuerza de trabajo se torne una mercancía como cualquier otra, sus portadores (los trabajadores) debieron ser despojados, desapropiados de medios de producción propios; debieron ser “liberados” de toda propiedad más allá de su capacidad nervioso-muscular de producir, y obligados a concurrir al mercado de trabajo a vender su única propiedad como condición para la reproducción de su vida. Si la producción se limitara y se rigiera por el consumo, priorizando la satisfacción Lo que no anula el hecho de que toda “mercancía”, para ser vendida, tiene que ser un “valor de uso”; o sea, debe corresponder a una necesidad elemental o del espíritu. Sin embargo, la producción mercantil no se orienta, prioritariamente, a la satisfacción de las necesidades, antes, es la modalidad de generar plusvalor: la sustancia del lucro. Ahora, para acopiar la plusvalía generada en el momento de la producción de mercancías, éstas deben ser vendidas, deben realizarse en el mercado, y para esto deben ser objetos útiles, que correspondan a necesidades sociales. 5 En la crítica de la economía política, Marx parte de la teoría del valor-trabajo de los clásicos (Smith y Ricardo), pero la supera al descubrir el “secreto” de la plusvalía. Dicha teoría afirma que el valor de una mercancía está dado por el tiempo de trabajo socialmente necesario para producirla, o, lo que es lo mismo, por el tiempo de trabajo socialmente necesario que ésta lleva acumulado, objetivado. 4
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de necesidades – tal como ocurría en los sistemas de producción antiguos –, no habría condiciones para la existencia de crisis de valorización del capital, debido a su inactividad. El modo de producción capitalista subordina el valor de uso de los productos a su valor de cambio; no los trata separadamente, los combina de forma peculiar. Así, la producción se determina por la producción misma, en escalas siempre crecientes, como forma de bajar los costos unitarios de la producción para tener suceso en la competencia. La acumulación capitalista exige y supone todas estas condiciones6. Una vez afianzada dicha dislocación – entre producción y satisfacción de necesidades sociales –, o sea, cuando la producción no es para el consumo inmediato y lo que importa es el intercambio del producto – porque sólo de esa forma la plusvalía puede ser apropiada y servir para sucesivas ondas de acumulación de capital –, se abre la posibilidad de una producción destructiva7. Cuando esto ocurre, la producción social de la vida material deja de responder a las necesidades sociales y abandona su potencial civilizador. En los borradores de 1857/58 (los llamados Grundrisse), Marx desarrolla la idea de que el consumo creciente que el capitalismo expansivo del siglo XIX impelía, contenía energías humanizadoras – puesto que diversificaba el complejo de necesidades existentes, creando otras nuevas, las cuales encontraban posibilidades de satisfacción con el “progreso de las fuerzas productivas sociales”. Este “desarrollo de las fuerzas productivas” – que no se reduce al progreso científico-técnico, sino que, también, envuelve las capacidades y habilidades humanas –, en permanente ascenso desde los primeros días del capitalismo, es una condición necesaria de la reproducción ampliada del mismo. Ya unos años antes, en el Manifiesto de 1848, Marx observa que la burguesía, como la clase que encarna los intereses vitales de la sociedad del capital, no podía desplegarse y afianzarse sino a través de revolucionar permanentemente las fuerzas productivas, considerando este momento como civilizador por llevar a la superación de la escasez8. Aumentando la escala, tiende a disminuir el costo unitario de la mercancía, lo que brinda posibilidades de suceso en la competencia en el mercado; esto, secundariamente, se vincula con la satisfacción de necesidades humanas, siendo la principal motivación la venta y la consecuente obtención de lucros capitalistas, a partir de la apropiación de trabajo no retribuido, esto es, la producción y apropiación de plusvalía. 7 La destructividad del capitalismo y su lógica se expresan desde el momento que subordina valor de uso a valor de cambio. El consumo deja de fundamentarse en el uso y pasa a depender del cambio. Del consumo por la necesidad se pasa al consumo por el consumo mismo; un momento irracional cada vez más fuerte que coadyuva con la reproducción auto-destructiva. 8 Actualmente, las exigencias de la valorización del capital suponen, tanto la creación permanente de nuevos mercados, como la intensificación del consumo al interior de los mismos. La “esfera del consumo” debe estar a la altura del ritmo febril impuesto por la competencia ínter-imperialista, para permitir la 6
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Lo importante a resaltar aquí, una vez más, es la diferencia cualitativa que nuestra época histórica guarda con el capitalismo observado por Marx, puesto que se han procesado cambios sustanciales en las bases de reproducción del sistema, a partir de las metamorfosis que el mismo fue operando a lo largo de su despliegue histórico. De modo que, las condiciones necesarias a la reproducción sistémica fueron unas en su fase competitiva y expansiva inicial, se trastocaron y re-formularon con el pasaje para la etapa imperialista del capitalismo, y hoy, en su etapa de más avanzada madurez (y de agudización de sus contradicciones), son nuevamente transformadas. La idea de metamorfosis expresa justamente esta dialéctica de transformaciones y continuidades, o continuidades bajo otras formas9. En este sentido, el desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad – que porta un potencial para la diversificación y la ampliación de las necesidades humanas y la satisfacción a través de un consumo creciente –, al operarse bajo la lógica del capital y de su reproducción ampliada, no redundan en un proceso de humanización creciente. Tal desarrollo de las capacidades productivas sociales, en esta época de crisis estructural, se vuelve contra la propia humanidad, una vez que su usufructo está negado para millones de seres humanos – que ha llegado, incluso, a poner en riesgo la propia vida en el planeta, con la suicida destrucción de recursos naturales no renovables. Es la afirmación férrea de la lógica alienada que comanda los desarrollos tecno-productivos – la lógica del lucro y de la “acumulación interminable de capital” – lo que impide que ese potencial humanizador hoy se haya tornado un verdugo que no vacila en cortar las cabezas de los “residuos humanos” del capital. En síntesis, no es la producción en sí lo que más le interesa al capital; más bien, le preocupa, fundamentalmente, su auto-reproducción ampliada. Actualmente, asume la forma de una auto-reproducción destructiva que barbariza la vida social. Una alternativa básicamente racional para esta paradoja sería la reducción de las horas de trabajo, lo que permitiría “absorber” las tendencias a la “exclusión estructural”. Sin embargo, el “tiempo libre” que tal distribución del trabajo acarrearía, además de encarecer las mercancías, también es portador de una carga “explosiva”, puesto que puede operar en el sentido de suspender la alienación. Es interesante, en este sentido, recuperar la tesis de Mészáros (2002) sobre la
realización de las cada vez más numerosas mercancías producidas con los sucesivos saltos en la escala de producción y en la productividad del proceso de trabajo, lo que ha redundado en un auténtico proceso de destrucción de fuerzas productivas sociales. 9 Un buen ejemplo de esto puede encontrarse al analizar el desempleo actual y su carácter crónico. En los marcos de lo que hemos llamado la “fase expansiva” del capitalismo, cuando todavía no había agotado sus estímulos civilizadores, el desempleo se presenta como momentáneo y susceptible de ser absorbido por nuevas ondas de inversiones productivas de capital. Es ese el ciclo que parece haberse cerrado definitivamente con la crisis estructural del capital.
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afirmación de una tendencia a la “tasa de utilización decreciente” de los bienes y servicios en el capitalismo contemporáneo. Éste, como respuesta a su propia crisis, desarrolla un conjunto de contra-tendencias que ya no apuntan fundamentalmente a aumentar extensivamente la esfera del consumo (como fue el consumo de masa, propio de la fase “fordista-keynesiana”, en la segunda pos-guerra). Hoy, la respuesta sistémica se orienta a la intensificación del mismo; o sea, al aumento de la “profundidad” del mercado. Estas dimensiones, más que ser excluyentes, se complementan, tendiendo a predominar la segunda estrategia. En la línea de este autor, podría pensarse que, como respuesta a su crisis de la década de 1970, el capitalismo elabora una tendencia que busca restringir los mercados de masa, concentrando y profundizando el consumo en determinados segmentos sociales. Con esto, opera una transformación en la modalidad de reproducción del sistema del capital, la cual deja de realizarse básicamente a través de la “vía keynesiana”, y pasa a adoptar la “vía neoliberal”. El sistema se reproduce intensificando la profundidad de los mercados, que deben ser dinámicos para saciar la sed de ganar en la competencia, lo que implica crear y consolidar una masa de “excluidos” de un consumo sustancial. Ahora, para que esto no provoque el colapso del sistema por una crisis de subconsumo, el capital desarrolla una contra-tendencia dirigida hacia la producción de desperdicio que, poco a poco, pasa a convertirse en una pieza fundamental del funcionamiento del sistema en su edad madura. Ésta consiste en reducir la durabilidad de los productos – si es preciso, boicoteando la calidad de los mismos –, para aumentar la demanda, la circulación y el consumo de mercancías10. Queda claro, entonces, que al capital no le interesa la alta durabilidad, puesto que restringe el consumo y lo desacelera. Por esto, en el capitalismo en crisis estructural se acaba conformando una dialéctica irracional de producción para el desperdicio, donde el segundo es el momento predominante. Este es el núcleo irracional y deshumanizante de lo que llamamos producción destructiva11. La solución para la crisis que es inherente al capitalismo en su edad madura (la superproducción) por la vía de la expansión del consumo civil, parece superada. Hoy, puede apreciarse que el capital opta por expulsar fuerza de trabajo a pesar de los riesgos de contraer el consumo, y lo contrarresta con la caída de la tasa de utilidad y la producción destructiva (Remito al lector a Mézsaros, 2002, Capitulo 16.2.5: Página 692). Es importante aclarar que esta tendencia capitalista tardía - de profundizar intensivamente el consumo, antes que expandirlo extensivamente -, forma parte del elenco de respuestas elaboradas por el capital para sortear su última gran crisis global, cuyo epicentro se dio en la década de 1970. Desde entonces, según el filósofo húngaro, el capitalismo se reproduce generando y manteniendo una masa enorme de excluidos, los cuales son fundamentales para mantener desarticulada la “vieja clase trabajadora”, neutralizando la amenaza sistémica fundamental y logrando sumergir todo a la tiranía de lo “único posible”, mediante la negación de alternativas. 11 Son varios los autores que han colocado al complejo industrial-militar como el pilar fundamental de esta 10
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III. Actualidad del Imperialismo Inicialmente, impulsado por la lógica de acumulación del régimen capitalista, el imperialismo representa un movimiento que expresa la tendencia expansiva del capital. Se refiere al proceso por el cual, las contradicciones y las crisis que el sistema enfrenta en su reproducción ampliada, son evacuadas o distendidas por medio de extensiones territoriales, cuestión que acaba siempre en nuevas expansiones del ambiente capitalista (Cf. Harvey, 2004). Esto es, los procesos de creación de nuevos mercados, de apertura de territorios para la inversión productiva de capital, funcionan en el sentido de construir las condiciones para que el mismo pueda auto-reproducirse. Para Harvey, en el marco de estas expansiones – determinadas por el avance de la concentración y la centralización del capital, al calor de la competencia intermonopolista –, pueden encontrase intensas y variadas presiones sobre el poder político de cada Estado, para que éste asuma políticas imperialistas y aumente los controles territoriales necesarios para evacuar las crisis de super-acumulación que periódicamente se manifiestan bajo la forma de desvalorización. Así, los impulsos del capital para “no quedar parado” y desvalorizarse se resuelven al costo de asumir crecientemente formas y prácticas de dominación imperialistas. De modo que, con el progreso de la acumulación, de la concentración y de la centralización del capital, se va creado una lucha inter-imperialista por el control de territorios, que tiene como protagonistas centrales a los Estados-nación imperialistas más avanzados. En algunas situaciones históricas, como producto de las exigencias de la valorización del capital, la competencia entre los grandes monopolios desembocó en conflagraciones bélicas portadoras de una carga de destructividad de enormes dimensiones – como lo testimonian las dos grandes guerras mundiales del siglo XX. De estos cataclismos inter-imperialistas resultaron nuevas configuraciones geográficas o, en otros términos, el reparto de países entre las potencias victoriosas. Así, bajo la dinámica crisis/expansión/crisis, se crean y renuevan, hasta los días actuales, experiencias de dominación colonial y neo-colonial, bajo la influencia exclusiva de una respectiva potencia imperialista. El dato de peso que debe tenerse presente al momento de analizar el pasaje del llamado capitalismo competitivo al monopolista12 – o, en la formulación de Lenin, al producción destructiva, y como el ejemplo más dramático e irracional de la misma. El complejo industrial militar es la solución encontrada para la superproducción. Allí pueden combinarse la máxima expansión con la tasa mínima de utilidad, superándose en la práctica la distinción entre consumo y destrucción. Al respecto, remito al lector a la obra Capitalismo Tardío, de Ernest Mandel, donde se encuentra rigurosamente desarrollado este problema. 12 Son varios los autores que abordan dicho pasaje o cambio de fase del capitalismo, coincidiendo en que el mismo se procesa a partir del último tercio del siglo XIX, y va incrementándose y reformulándose hasta
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imperialismo, como la etapa más avanzada del capitalismo –, es el papel central que pasan a jugar los grandes conglomerados monopolistas en la definición del modo de reproducción del orden social. Éstos, en el comando del aparato del Estado-nación moderno, buscarán instrumentalizarlo para posibilitar las condiciones de la acumulación del capital en un contexto de creciente recalentamiento de la competencia inter-monopolista. Aquí, la conquista de territorios, el control de los recursos humanos y naturales, la exclusividad en los negocios, entre otros elementos, son una fuente permanente donde el capital monopolista buscará oxigenar sus momentos críticos para continuar la corrida de la competencia mundial. Retomando la reflexión del geógrafo David Harvey (ídem), la “acumulación interminable de capital” requiere para sí una “acumulación interminable de poder”, capaz de proteger y mantener segura a la propiedad. Por esto, afirma el autor, concentración de capital implica concentración de poder. La historia de la burguesía tiene que ser una historia de hegemonías que expresan siempre un poder más amplio y expansivo, continuamente. La pregunta que Harvey se formula al respecto es: ¿en qué estructura se podrá concentrar un poder suficientemente fuerte como para controlar la continuidad ilimitada de la acumulación de capital? O, ¿este afán ilimitado de acumulación nos conducirá a la barbarie? Con base en dicho autor, históricamente, pude pensarse en un primer momento del imperialismo capitalista (puesto que políticas imperiales existieron con anterioridad al capitalismo) comprendido entre las décadas que van de 1875 a 1945. El mismo, se caracterizaría por un contexto mundial en el que existen imperialismos rivales fundados en Estados nacionales, los cuales funcionan, se legitiman y reproducen, mediante la movilización de la “unidad nacional” para el enfrentamiento de un poder externo – para lo cual muchas veces se apela al racismo. Un segundo momento del imperialismo comenzaría luego de la segunda guerra mundial y se extendería por 30 años, hasta entrada la década de 1970. La segunda pos-guerra, entonces, abriría una nueva fase de configuración geo-política del capitalismo imperialista, donde los Estados Unidos de América salen del conflicto bélico como potencia dominante – líder en tecnología y en producción –, con el dólar reinando supremo y su aparato militar bien superior al de cualquier otro país13. En
nuestros días. El imperialismo, como fase más avanzada del capitalismo llamado competitivo, expresa la entrada en la escena de los monopolios; por esto, es también llamado “capitalismo de los monopolios”. Entre los teóricos clásicos fundamentales podemos destacar a Lenin, Hilferdin, Bujarin, Hobsson, Rosa de Luxemburgo, Baran y Sweezy, entre otros. 13 Diferentemente de la URSS que cargó con el principal costo de la segunda guerra mundial. Es bueno recordar que, la demora de los Aliados para lanzar un segundo frente de ataque en Europa y derrotar más rápidamente al poderío nazista (probablemente calculada por EUA e Inglaterra), desgastó mucho el poderío militar soviético.
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este periodo histórico, puede decirse que su política imperialista no se explicitó abiertamente; más bien, el “gran hermano” del norte buscó por todos los medios ocultar sus ambiciones imperiales, presentándose como un socio poderoso, con intereses afines, dispuesto a auxiliar el “desarrollo” de las periferias y de los países europeos desbastados por la guerra. Para esto, se dedicó minuciosamente a la formulación de un perfil amistoso y solidario, con base en un “universalismo abstracto”. Esa fase podría caracterizarse como un imperialismo “leve”, o de “baja intensidad” (Cf. Harvey, ídem)14. La expansión geográfica propulsada por la concentración y la centralización del capital, fue garantizada mediante la descolonización de los países del llamado Tercer Mundo y los planes del modelo “desarrollista”, como meta generalizada para el resto del mundo. En el plano interno de los EUA, el creciente poder del trabajo organizado redundó en mejoras del nivel de consumo para las clases inferiores y el problema de la sobre-acumulación fue contenido hasta finales de los 60. Pero, cuando en esta década, Japón y Alemania (ya recuperados) comienzan a contraponerse a EUA, se reaviva la competencia internacional. En este contexto comienza a declinar la capacidad interna de este país para absorber el capital excedente, dando lugar al surgiendo de la sobre-acumulación – esto es, la crisis de valorización del capital por falta de posibilidades de inversión productiva. Esto profundizó aún más el recalentamiento de la competencia económica mundial, y como una consecuencia necesaria de aquello, fue endureciéndose la tolerancia política de los EUA con los gobiernos que no colaboraran con las necesidades de su capital, no vacilando en derrocar y eliminar a la disidencia15. La creciente concentración de poder en los “centros” del sistema generó diversas respuestas en el sentido de la anti-dependencia, de la liberación nacional y de las luchas de clases en el mundo desarrollado. La anti-dependencia se fundió con el anticolonialismo en el “tercer mundo”, conformando un bloque anti-imperialista que En este sentido, si observamos la conducta histórica de los EUA puede percibirse que el consentimiento y la cooperación tienen la misma importancia que el uso de la coerción y la eliminación del enemigo o la disidencia. Sin lograr capacidad internacional de movilización de consentimientos y cooperaciones, esto es, sin lograr ejercer un liderazgo de modo que genere ciertos beneficios colectivos, haría mucho tiempo que EUA habría dejado de ser hegemónico. La “cabeza del Imperio” debe actuar de forma tal que, por lo menos, sea creada la ilusión de que las ganancias serán en beneficio de todos; no puede descuidarse esta cuestión a la hora de hablar de liderazgo por medio del consentimiento, o sea, del ejercicio de la hegemonía. No obstante, lo que queremos resaltar es que esto no anula el momento coercitivo del sistema, más bien, el mismo no precisa ser movilizado para enfrentamientos sociales fuertes; son momentos de relativa paz social que el sistema también demuestra como posibles dentro de sus marcos contradictorios. 15 Aunque no nos propongamos en este ensayo el tratamiento de los golpes militares que sacudieron a varios países latinoamericanos en este período, bajo la organización estratégica del Pentágono Norteamericano, es importante mencionar como ejemplo, el genocida Plan Cóndor que eliminó efectivamente la disidencia en Sudamérica. 14
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procuró contestar, con más o menos radicalidad, las estructuras del orden social. Este movimiento contra-hegemónico se confrontó con una respuesta sistémica que no vaciló en la utilización del terrorismo de Estado – desplegado mundialmente – para ahogar en sangre los procesos potencialmente transformadores del status quo. El período que se inicia con la crisis capitalista de la década de 1970 – la crisis estructural del capitalismo – deja como saldo fundamental, el establecimiento de un grupo dominante de países, formado por las grandes potencias capitalistas, globalmente cohesionado, articulado bajo el liderazgo de los EUA. Esto se produce, a fin de evitar confrontaciones internas y compartir mejor los beneficios de un capitalismo integrado en las regiones nucleares, procesándose una verdadera intensificación del capitalismo. De este modo, siguiendo a Harvey (ídem), desde 1970 hasta nuestros días, se afirma, en términos históricos, la “hegemonía neoliberal”. Con ella, el funcionamiento del sistema, aún bajo la tutela de EUA, relativiza fuertemente la base material de los valores monetarios. El abandono del patrón dólar-oro opera como una suerte de desmaterialización del sistema monetario. La llamada crisis del petróleo – una gran elevación de su precio – perjudicó mucho más a Alemania y a Japón, que al propio EUA – que tenía reservas propias en ese momento. Los bancos norteamericanos fueron quienes absorbieron los “petro-dólares”, y Nueva York se convirtió en el centro financiero mundial, mientras los mercados financieros fueron desregulados, unos tras otros. En este nuevo contexto, la burguesía inclina sus negocios hacia las actividades financieras, descubriendo que éstas significan un arma contundente para atacar las posiciones del trabajo organizado y oxigenar las ganancias. Las luchas de los trabajadores adquieren cada vez más un carácter defensivo, buscando preservar las conquistas del Welfare State, y los movimientos de resistencia son derrotados unos tras otros en los países centrales, provocando la desarticulación político-organizativa de la clase trabajadora. En este marco, el capital financiero ocupa el centro de la escena y logra ejercer un efectivo disciplinamiento sobre la misma a escala mundial – especialmente en aquellos países cuyos Estados se encuentran considerablemente endeudados16. Por otra parte, en la perspectiva del geógrafo norteamericano , el reino de la especulación financiera y del capitalismo de acumulación flexible – pilares fundamentales de lo que hemos conocido como neoliberalismo – fueron realmente posibles, gracias al conjunto de transformaciones tecnológicas advenidas con la
La “deuda externa” en determinados países – especialmente los asociados al FMI - fue usada para reorganizar las relaciones de producción internas de los mismos, favoreciendo la mayor penetración de los capitales externos: EUA, Japón, Europa. (Cf. Harvey, 2005, p. 59). 16
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revolución de la micro-electrónica17 – la llamada revolución científico-técnica o tercera revolución industrial –, y en términos políticos, debido a la derrota global del proyecto de emancipación de la clase trabajadora. De modo que, fueron estas bases tecnológicas revolucionadas y los resultados políticos de las luchas de clases, las que permitieron que la producción y la acumulación del capital se tornen más flexibles y con una mayor movilidad geográfica – fundamentalmente, a partir de la reducción de los precios del transporte y de los subsidios estatales para las relocalizaciones productivas. Así, se inaugura el proceso de financierización del capitalismo, en que actualmente nos encontramos. No menos importante que lo anterior, resulta la “implosión” de la Unión Soviética, puesto que remueve una amenaza de larga duración para el capitalismo, al mismo tiempo que amplía territorios y expande el ambiente capitalista para amortiguar la crisis de valorización del capital. En el análisis de Harvey (ídem), hoy la economía mundial se presenta organizada sobre tres grandes pilares regionales: el NAFTA (EUA, México y Canadá, queriendo ampliarse para el ALCA, que involucraría todo el continente americano); la Unión Europea (UE); y la región de Asia (los llamados “tigres” y, fundamentalmente, China). Estos bloques funcionan más solidariamente que en competencia mutua, mostrando con esto que las potencias capitalistas han aprendido la lección dejada por las guerras inter-imperialistas. No obstante, esta complementación no puede anular la competencia, siendo EUA quien sigue apareciendo como el portador de las mejores posiciones. Esto abona la tesis del autor de que estamos ante un “nuevo imperialismo”, que se particulariza por expresar un movimiento de endurecimiento y de mayor explicitación del papel de control que precisan ejercer los EUA – como cabeza del imperio – para garantizar la auto-reproducción del sistema como un todo, junto con su particular posición dominante en el mundo. En síntesis, en esta perspectiva, desde la segunda pos-guerra mundial se constituye un imperialismo de “baja intensidad”, el cual busca reproducirse a través de procesos más o menos consensuales – particularmente porque los ciudadanos norteamericanos se niegan a aceptar políticas contrapuestas a los valores republicanos y burgueses, propios de la época ascendente del capitalismo. Las acciones imperialistas efectuadas – que las hubo y muchas – fueron sigilosamente amortiguadas por la proliferación de discursos de “libertad”, “democracia”, de “nointervención”, de “respeto mutuo”. Aquí, las prácticas imperialistas de EUA no
Sus antecedentes pueden encontrarse en las investigaciones militares desarrolladas por las potencias, en el marco de la segunda guerra inter-imperialista, y, posteriormente, en el transcurso de la llamada “guerra fría”. 17
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aparecían abiertamente tal como lo hacen hoy, cuando la explícita belicosidad se debe, en parte, a que en la atmósfera posterior al 11 de septiembre, la acción militar abierta y unilateral se torno más aceptable al interior de la principal potencia imperialista, aunque no sin resistencias locales, regionales y globales. IV. Neoliberalismo y “Nuestra América” Entendemos que América Latina no es una unidad indiferenciada, ni la región se configura como una identidad. Ignorar esto, nos traería una serie de problemas relacionados con la dialéctica de identidades y diferencias presentes en la misma, con riesgo de caer en una unilateralidad en el análisis. La perspectiva analítica aquí adoptada no aborda a América Latina como una identidad homogénea, con mismas raíces, culturas, sistemas y relaciones de producción. Antes que esto, proponemos pensarla como una unidad problemática y en proceso; como una particularidad dinámica que se constituye a partir de innegables trazos históricos comunes que la unifican y singulares experiencias que la diferencian. Este desafío, para no devenir en un empobrecimiento o simplificación del análisis, precisa captar la particularidad latinoamericana en tanto unidad en proceso, en tanto proceso de unidad, sin negar sus singularidades, reconstruyendo la relación existente entre las mismas. Nos proponemos pensar América Latina – o, mejor, como dijera Martí: “Nuestra América” –, ante todo, como el proceso de constitución de una rica unidad de diversos que, por compartir situaciones históricas, necesidades, posiciones periféricas en el usufructo del desarrollo de las fuerzas productivas sociales – esto es, un lugar en la totalidad social –, cuenta con potencialidades para formular un proyecto societario diferente al actualmente hegemónico, por lo menos en escala regional. Desde esta perspectiva, el estudio del significado de América Latina en la dinámica capitalista parte de investigar las raíces históricas de “Nuestra América”, y no busca encontrar una “esencia latinoamericana” o periférica, de la cual extraer una “pureza natural” o “exótica” de la región. Muchos menos pretendemos realizar un análisis de las diferencias en sí mismas, argumentando la “complejidad sin fin de las cosas” y, por ende, la imposibilidad de cualquier orientación de sentido más o menos planificada para el conjunto, o el abandono de la perspectiva de la totalidad. Antes que esto, el objetivo es contribuir con la recomposición de la unidad latinoamericana desde una perspectiva crítica, capaz de analizar la actual realidad socio-política de los países que la integran para apuntar posibles estrategias frente al cuadro de barbarización de la vida social que, cada vez con mayor violencia, se nos impone a los “primos pobres” del sistema. Partimos de la premisa de que el conjunto de trasformaciones societarias operadas en los países latinoamericanos desde la década de 1970, estructuradas en el marco
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de la ya mencionada respuesta del capital a su propia crisis y reunidas bajo el rótulo de “modelo neoliberal” – recomendado por los organismos internacionales de crédito, como el nuevo plan que nos permitiría superar de una vez por todas el subdesarrollo –, redundaron en una verdadera catástrofe socio-económica para la enorme mayoría de la población del continente. El neoliberalismo significó un proceso socialmente regresivo que evidenció, por un lado, los límites crecientes que enfrenta el sistema como un todo para mantener sus lucros y reproducirse, y, por otro, el papel reservado para nuestros países periféricos ante las nuevas y más potentes crisis capitalistas que puedan presentarse. De forma contradictoria, esta catástrofe social sentó las bases para un nuevo proceso – en tanto tendencia – de unificación continental, débilmente organizado en función de resistir las embestidas del imperialismo en las diversas dimensiones de la vida social y en sus peculiares expresiones nacionales. La unidad de la resistencia al avance del imperialismo en América Latina aparece, en la contemporaneidad, como la “alternativa” históricamente más factible para, por lo menos, amortiguar el “exterminio” económico que viene azotando sin descanso a la región, especialmente las tres últimas décadas – por no hablar de las resistencias que datan de más de 500 años. En este sentido, entendemos la fase neoliberal del capitalismo, que comenzó a manifestarse inequívocamente desde los primeros años de la década de 1970, como una respuesta económico-política y cultural, ensayada por el capital para responder a su crisis estructural. El neoliberalismo representa, ante todo, el resultado histórico de los grandes enfrentamientos sociales y políticos que conmocionaron el mundo en las décadas de 1960 y 1970, los cuales portaron una gran carga de explosividad para la manutención del orden social. No es, como algunos creen, una nueva etapa más avanzada del progreso (lineal y natural) de la sociedad. Antes, significa la respuesta históricamente posible y necesaria que el capital debe dar a su crisis de valorización, si quiere permanecer vigente como relación social predominante. El neoliberalismo se afirma sobre las ruinas del proyecto social que pretendía superar la sociedad basada en la explotación del hombre por el hombre. Si bien se propone pensar al neoliberalismo como una fase histórica general de regresión civilizatoria – que en América Latina se expresa de modo particularmente crudo, aunque no sólo en esta parte de la periferia del sistema –, la que homogeneiza y nivela la región a través de la producción del pauperismo, esto no significa que sus políticas, rígida y mecánicamente, se repitan en cada uno de los países latinoamericanos. Mucho menos que su aplicación genere condiciones para su automática superación. Es fundamental puntuar que existen graduaciones locales, nacionales y regionales; o sea, modalidades diversas de aplicar las “recetas” del “Consenso de Washington”, de acuerdo con el tipo peculiar de formación económicosocial de que se trate. Del mismo modo, la aplicación del recetario neoliberal ha
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creado diferentes reacciones socio-políticas, lo cual explica la existencia de tiempos y profundidades diferenciadas en la implementación de su paquete de “contrareformas”. En este sentido, no pueden olvidarse las mediaciones existentes entre el aumento de la barbarización de la vida social y la formación de un sujeto colectivo capaz de dar otro sentido al orden social. Nos interesa destacar aquí, fundamentalmente, las tendencias unificadoras producidas por esta fase social regresiva del capitalismo en Nuestra América. Como pudo constatarse recientemente, es en estas áreas donde el sistema busca primeramente obtener “oxígeno” para “respirar” en sus crisis de desvalorización. En otras palabras, es en las periferias del sistema, donde el capitalismo imperialista maduro, primeramente descarga el peso destructivo y cada vez más violento de las crisis de valorización; sobre éstas han sido realizados históricamente los “ajustes estructurales” necesarios para la recomposición de la tasa de lucros y de la acumulación. En este contexto, la contundencia del “fracaso neoliberal” y el fin de su promesa civilizadora, pone en pauta la necesidad de brindar alternativas. Podemos encontrar, en la América Latina actual, fuerzas de resistencia a los procesos de expansión insaciable del imperialismo maduro, cuestionando firmemente las bases neoliberales de organización socio-económica y política de los países. Hoy, en “Nuestra América”, se vienen procesando agitadas jornadas de lucha social, las cuales se expresaron, de forma intermitente, en el período pos-dictatorial y fueron ganando intensidad al ritmo de la agudización de algunas contradicciones sistémicas, una vez que el capitalismo alcanzó sus “limites estructurales”. Lo que podríamos esperar del despliegue de las formas imperialistas en esta coyuntura, es el desarrollo de una dialéctica que no es nueva en la región, la cual se caracteriza por un endurecimiento del “gran hermano” del norte en función de mantener su supremacía, aunque no sin contestaciones más o menos decididas por parte de los “de abajo”, los “condenados”, nosotros, los “inferiores”. V. Proyecto ético político profesional El debate sobre los proyectos profesionales es relativamente reciente al interior de la profesión. De acuerdo con el análisis de Netto (2003), en Brasil, donde el mismo se encuentra en un nivel de formulación avanzado (si es comparado con el resto del continente), la construcción del proyecto profesional crítico (o proyecto ético-político) se inicia en las décadas de 1970 y 1980, sobre la base del enfrentamiento y de la crítica al conservadurismo en la profesión; se enraíza criticando las demandas liberales y conservadoras del Servicio Social. En este contexto se sitúa la polémica actual sobre los dilemas y desafíos que
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enfrenta el pensamiento crítico y un proyecto emancipador para América Latina; polémica esta que, como sabemos, tiene una interlocución fluida en el ámbito del Trabajo Social, especialmente a partir de la irrupción del movimiento latinoamericano de reconceptualización, de mediados de la década de 1960. Allí, por primera vez en la historia profesional, diferentes grupos de profesionales, impulsados por el clima de contestación general al orden del capital, se interrogan sobre las determinaciones fundamentales que explican esta actividad profesional; se preguntan por sus fundamentos socio-históricos, por su significado social, por su funcionalidad en la sociedad capitalista. Por primera vez en el ámbito profesional, las concepciones conservadoras tradicionales que marcaron su génesis, son blanco de una crítica que busca ir a la raíz del problema, evidenciando la “complicidad” histórica de esta profesión con el orden social del capital. Podríamos pensar que, desde entonces, se manifiesta una voluntad colectiva de constitución de un Proyecto Ético Político para el Trabajo Social en escala latinoamericana, aunque no restricta a ésta. Formulado desde una perspectiva que no desconsidera las particularidades históricas de cada formación social latinoamericana, el movimiento de reconceptualización del Trabajo Social enfrenta el desafío de comprender en profundidad la actual dinámica sistémica, “materia prima” que delimita el campo de las demandas sociales a que debe responder profesionalmente. En este sentido, dicho proyecto profesional hoy se constituye a partir de las determinaciones generales presentadas por la actual fase del desarrollo capitalista, tanto en la región como un todo, como para cada país o grupo de países en particular. Dentro de esta dinámica societaria, y como resultado de las “correlaciones de fuerzas” políticas, se desenvuelven los procesos y las actividades que sustentan, con más o menos efectividad, la formación de “proyectos profesionales”, los que pueden corresponder o no con el proyecto societario históricamente hegemónico. El estudio de la historia profesional muestra claramente la presencia (que llega a nuestros días), de diferentes proyectos profesionales en disputa; los mismos, van desde una “sintonía perfecta” con el orden social dado, hasta plantear una radical negación del mismo. De modo que, es fundamental partir del reconocimiento de que el ámbito profesional se encuentra fuertemente atravesado por las determinaciones macro-societarias – que definen su demanda socio-histórica en las instituciones, y las manifestaciones de la “cuestión social” sobre las que debemos centrar nuestra actividad profesional –, así como también por las respuestas formuladas por los diferentes segmentos del colectivo profesional, para posicionarse frente a dichas determinaciones contextuales. Sin embargo, es importante destacar que los proyectos societarios se distinguen cualitativamente de los proyectos profesionales. Como todo proyecto, ambos se presentan como anticipación ideal de una finalidad que se quiere alcanzar; implican valores que los fundamentan, como también elecciones de los medios para lograrlos,
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entre otras cuestiones esenciales. Los proyectos societarios se diferencian de los proyectos profesionales, fundamentalmente, por el nivel de amplitud y de totalización que comportan. Entendemos, junto con Netto (ídem), que los primeros se refieren a una propuesta integral de organización social, que envuelve al conjunto de los ámbitos de la vida social. Se basan en una “imagen ética ideal” de la sociedad a ser construida, con valores y principios que la fundamentan; privilegian ciertos medios para concretizarla; y pueden pensarse en escala nacional, regional, continental o universal. Por otro lado, los proyectos profesionales son también colectivos, pero no tienen la amplitud de los anteriores. Según nuestro autor, éstos se desarrollan en una escala menor y también prefiguran una imagen ideal, un proyecto, pero de la profesión. Los proyectos profesionales también exigen valores que los legitiman socialmente; delimitan sus objetivos y funciones; formulan los requisitos para su ejercicio; dictan normas para el comportamiento de los profesionales; y establecen bases para relacionarse con los usuarios de los servicios sociales en los que trabaja. Al igual que los proyectos societarios, los proyectos profesionales son estructuras dinámicas que responden a las alteraciones del sistema de necesidades sociales sobre las cuales opera la actividad profesional; esto es, se mueven al ritmo de las transformaciones económico-culturales, del desarrollo teórico-práctico de la propia profesión y de los cambios en la composición social del colectivo profesional. Su dimensión política es atravesada, tanto por la relación con los proyectos societarios, como por las luchas hegemónicas internas al campo profesional – luchas por hacer prevalecer un proyecto con determinadas orientaciones u otro. Así como existe en la sociedad disputa de proyectos societarios, al interior del ámbito profesional existen también disputas en torno de la orientación que debe asumir el proyecto profesional en cada momento histórico. Por esto, el espacio profesional está lejos de ser homogéneo en relación con las concepciones y los compromisos con los proyectos societarios presentes en la realidad, lo que se traduce como adhesión o confrontación de tal o cual proyecto en el interior del ámbito profesional. Uno de los límites fundamentales que hoy enfrentan los proyectos profesionales que resisten al proyecto societario hegemónico, según el autor18, se centra en el mercado de trabajo profesional. Como vimos, éste es uno de los mecanismos de ajuste y disciplinamiento más efectivo para garantizar el proceso de “reproducción de lo dado” en la contemporaneidad. La precarización de los empleos, la informalidad y la inestabilidad laboral, abonan para mantener la adecuación funcional de las
José Paulo Netto (2003) sustenta la idea de que, en la relación que existe entre proyectos profesionales / proyectos societarios, es común que el que es hegemónico en la sociedad tienda a predominar dentro de la profesión, aunque también pueden ocurrir descompases y enfrentamientos entre ambos. 18
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prácticas profesionales a las exigencias sistémicas que emergen con la nueva fase de crisis estructural del capital19. La condición ineludible de trabajador asalariado, dependiente de las oscilaciones del mercado de trabajo, es el “eslabón más delgado”, cuando nos proponemos reflexionar sobre los desafíos contemporáneos del proyecto crítico del Trabajo Social en Nuestra América. Evidentemente, esta es una contradicción existencial para el proyecto profesional crítico: una tensión que no puede ser resuelta desde el interior de la categoría profesional, por más que se piensen estrategias sofisticadas, y por más inteligentes que puedan ser los cuadros que conspiran. Esta cuestión, vital para la propuesta de un proyecto profesional crítico en la actualidad, se constituye como uno de los puntos fundamentales que articulan recíprocamente proyecto profesional y proyecto societario. Para concluir estas reflexiones, podemos decir que la existencia de una fuerte contradicción entre el avance del proyecto profesional crítico y la vigencia del proyecto societario neoliberal, revela los enormes desafíos que enfrenta una formulación eficaz del primero a escala continental. Dicha formulación, no puede ser pensada aisladamente de la suerte y de las condiciones de las fuerzas socio-políticas que disputan políticamente e intentan plasmar proyectos societarios contra-hegemónicos en los diferentes países de “Nuestra América” o en la totalidad del sistema-mundo. Entendemos que la profundización de la resistencia contra el neoliberalismo expresa la conciencia cada vez más clara de la necesidad de unir a quienes lo padecen y organizarse para su enfrentamiento. Si este principio es adoptado como horizonte en la intervención profesional crítica, es preciso trabajar en la construcción del proyecto profesional crítico en escala continental. El proyecto societario que orienta las estrategias de intervención profesional en una perspectiva crítica es el de la emancipación humana, que se basa en valores radicalmente diferentes a los imperantes, y precisa ser materializado por medios alternativos a la miserable racionalidad instrumental. Por esta razón, entendemos que la construcción de un proyecto profesional crítico en América Latina implica, hoy, por lo menos dos desafíos fundamentales: la recuperación radical – en el plano del pensamiento – del proceso socio-histórico de formación de Nuestra América en la dinámica capitalista, y la comprensión del significado estratégico de la unidad latinoamericana para enfrentar el conjunto de tendencias socialmente regresivas (vitales para el “nuevo imperialismo”) que barbarizan la vida social.
Con mayor autonomía política-económica, el profesional tiene mejores condiciones para intervenir a partir de sus propios valores éticos, y no a partir de aquellos impuestos de forma unilateral por el empleador – como es cada vez más corriente. 19
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Capítulo II Capitalismo tardío y decadencia ideológica: La posmodernidad y su incidencia en el trabajo social contemporáneo. Sergio D. Gianna Introducción El presente trabajo busca indagar en torno al surgimiento del pensamiento posmoderno dentro de los límites del capitalismo tardío, y cómo éste incide en el debate contemporáneo del trabajo social. En una primera parte, se recuperan las determinaciones centrales de la “decadencia ideológica” del pensamiento burgués (Lukács, 1981) que coincide con la consolidación de la burguesía como clase dominante en 1848 (Marx, 1965). Desde entonces, ha predominado en este pensamiento un común denominador: el irracionalismo o un racionalismo formalista (Coutinho, 1972) que abandona tres núcleos centrales del pensamiento clásico: el historicismo concreto, la concepción humanista del mundo y la razón dialéctica. Entendiendo al campo posmoderno como la pauta cultural dominante de la lógica del capitalismo tardío (Jameson, 1992) se pretende indagar cuál es el tratamiento que hace este pensamiento de los tres núcleos señalados anteriormente. En una segunda parte, el trabajo analiza la incidencia del pensamiento posmoderno en el trabajo social. Para ello, se toma como matriz de análisis la dimensión teórico-metodológica (Iamamoto, 2003), entendiéndola a ésta como las múltiples teorías que explican lo real y que incluyen en sí un modo de aprehender la realidad. En ese sentido, pensar la presencia del pensamiento posmoderno en trabajo social desde esta dimensión, procura analizar cómo se aprehende la realidad social, cuáles son las categorías o conceptos teóricos que dan cuenta de esa realidad y cuáles son los fundamentos que los sustentan. I. La destrucción de la Razón: Decadencia ideológica y ciencias sociales. La historia del desarrollo de la conciencia humana, que a lo largo de la historia adquiere diversas expresiones -como la religión, el arte y la ciencia- no puede ser comprendida a partir de una lógica interna, de autorepresentación y autodesarrollo. Por el contrario, Marx y Engels (2005) plantean un punto de partida enteramente distinto: esta no tiene una historia propia, y sólo puede ser aprehendida a partir del proceso de vida material del hombre.
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En el caso de la ciencia, su historia no es meramente el desarrollo de las ideas o de las personalidades que las sustentan, sino el desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo del hombre, su desarrollo social, que le plantean a la ciencia determinados interrogantes y dilemas que debe resolver1 (Lukács, 1959). A partir de este planteo inicial, la ciencia sólo cobra sentido dentro de una totalidad más amplia que la contiene, desarrollándose en su plenitud dentro del modo de producción capitalista. Esto es posible, porque se socializan todas las relaciones humanas, produciéndose un recorte de la base natural de la sociedad2, pasándose a reconocer que la historia del hombre es la historia de su propia actividad (Netto, 2005). A partir del siglo XVI, y durante los dos siglos subsiguientes, se produce la transición entre el modo de producción feudal hacia el modo de producción capitalista. Dentro de este proceso, Lukács (1958) reconoce distintos momentos en la burguesía, en su conformación como clase y su posterior consolidación como clase dominante. En la lucha contra el absolutismo feudal, la burguesía se constituyó en una clase ascendente, representando el “interés general del pueblo” (Marx, 1965), consolidando una transformación no sólo en el plano de lo económico y lo social, sino también en lo cultural. Junto a la transformación del modo de producción, comienza a cobrar forma el proyecto de la modernidad (Ilustración), en cuanto programática socio-cultural inspirado en el proyecto Iluminista. Según Rouanet (1993) el Proyecto Iluminista es un proyecto transhistórico que adquiere particularidad y expresión en diversos momentos históricos. El mismo está basado en tres categorías centrales: La universalidad, que presenta la unidad de la especie humana y su horizonte emancipatorio, marcando la igualdad entre los hombres independientemente de su raza, sexo, religión y pertenencia a una nación. La individualidad, reconoce al hombre como persona concreta y no sólo como integrante de una colectividad3. Y finalmente, la autonomía,
Lukács (2004), muestra la mediación que se produce en el proceso de trabajo entre la teleología, la objetivación y la exteriorización. Recuperando a Aristóteles y a Hartmann, señala que todo proceso de trabajo que se inicia con una necesidad concreta, conlleva un proceso de ideación en la mente de la finalidad a lograr. En este proceso, se producen investigaciones de los medios y de los fines, en los que aparece el núcleo embrionario del desarrollo de la ciencia, como modo de aprehender las determinaciones de la realidad natural para actuar sobre ella y transformar su potencialidad. 2 Esto no implica la desaparición de la base natural en el modo de producción capitalista. Por el contrario, en todo modo de producción existe necesariamente una base natural. Esto porque en el acto de trabajo se producen “…combinaciones de dos elementos: material natural y trabajo” (Marx, 2002: 53). 3 Esto no implica la concepción liberal criticada por el propio Marx (2006) en la “Cuestión Judía” en la que la individualidad es sinónimo de monada individual. Por el contrario, implica reconocer al hombre en cuanto ser genérico, en su dimensión individual y colectiva, en la cual la realización del individuo está dada por la realización con los otros hombres. 1
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en cuanto los derechos y los poderes de los hombres para ejércelos. Dicha autonomía se vincula con la utilización del hombre de su razón autónoma, el reconocimiento de su libertad tanto en el espacio público como privado y la libre participación del individuo en la esfera de la producción, la circulación y el consumo. El proyecto de la modernidad se plantea en abierta oposición y antagonismo al régimen feudal, colocando al hombre como el constructor de su propia historia, en detrimento de la concepción religiosa, que no es más que la “autoconciencia y el autosentimiento del hombre que aún no se ha encontrado a sí mismo…” (Marx, 1965: 8). Esto permite un proceso de secularización del pensamiento, en el cual la “figura de Dios” pierde centralidad para comprender el mundo y con ello, toda explicación que asume un carácter inmutable y mistificador de la realidad. Comienza a producirse el rompimiento con la autoalienación descripta por Marx (1965), reconociendo que el hombre debe “girar sobre su propio sol”, que no es más que el hombre en cuanto ser social. Esto también produjo un impacto en el campo del conocimiento, ya que superado el velo mistificador de la religión se reconoce la posibilidad de generar un conocimiento racional de la realidad. El mundo -tanto social como natural- no es algo caótico, sino un sistema que posee conexiones causales y leyes inmanentes que el hombre puede conocer. Esta fase ascendente de la burguesía es acompañada por el desarrollo de un pensamiento teórico que busca aprehender la realidad a partir de su devenir. La ciencia codifica los principios últimos y una concepción general del mundo, propia del movimiento progresista y liberador que constituyó la burguesía en ascenso. En este momento histórico, entre la clase ascendente y la ciencia era posible aún la crítica: Ella emerge del seno mismo de esta clase (Lukács, 1958). Este período, comprende aproximadamente desde fines del primer tercio del Siglo XIX hasta 1848, desde los pensadores renacentistas hasta Hegel. Según Coutinho, Hegel sintetiza el pensamiento burgués revolucionario, reconociendo en él tres núcleos categoriales: “…el humanismo, la teoría de que el hombre es un producto de su propia actividad, de su historia colectiva, el historicismo concreto, o sea, la afirmación del carácter ontológicamente histórico de la realidad, con la consecuente defensa del progreso y del mejoramiento de la especie humana; y, finalmente, la razón dialéctica, en su doble aspecto, esto es, de una racionalidad objetiva inmanente al desenvolvimiento de la realidad (que se presenta sobre la forma de la unidad de los contrarios), y aquella de las categorías capaces de aprehender subjetivamente esa racionalidad objetiva, categorías que engloban, superando, las provenientes del “saber inmediato” (intuición) y del “entendimiento” (intelecto analítico)” (1972: 14-15). El desarrollo de la ciencia en este estadio del capitalismo, si bien tenía falencias y era objeto de deformaciones que no le permitían al científico captar en su plenitud la
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realidad y su movimiento, estos planteaban una respuesta “honesta y científica, aunque incompleta y contradictoria…” (Lukács, 1981:31). El modo de producción capitalista desarrolla una verdadera revolución en las fueras productivas del trabajo, pero al mismo tiempo agudiza su contradicción principal: una producción de mercancías ampliada y cada vez más social y una apropiación cada vez más privada de los productos del trabajo. Esta contradicción comienza a tener eco por toda Europa a partir de 1848, con lo que Hobsbawm (2005) llamó la “Primavera de los Pueblos”, momento histórico en el cual la clase trabajadora adquiere conciencia para sí, reconociendo el límite establecido en el orden burgués. Este proceso histórico, evidencia la presencia de una doble racionalidad (Wallerstein, 1995), una de carácter instrumental, que busca el desarrollo de la ciencia y de la tecnología para revolucionar las condiciones de producción y de este modo obtener un mayor lucro ganancial mediante una plusvalía extraordinaria, la otra, de liberación, orientada a la emancipación y la consecución de la felicidad de los hombres. Esta contradicción es la que la clase trabajadora pondrá en evidencia del orden burgués, comenzando a disputar con la burguesía el cumplimiento y efectivización del ideario de la modernidad. Según Harvey “El movimiento socialista amenazaba la unidad de la razón de la Ilustración e insertaba una dimensión de clase en el modernismo. ¿Sería la burguesía o el movimiento obrero el que informaría y dirigiría el proyecto modernista?...” (2004: 45). Por lo tanto, la burguesía consolida una revolución política4 –en términos de Marx (1965)-, que tiende a la emancipación política del hombre dejando su base económica -las relaciones de producción- intacta. La clase trabajadora veía como el proyecto de la modernidad, que promovía la emancipación del hombre lo convertía en una mercancía más5 en “ese enorme cúmulo de mercancías” (Marx, 2002) que es el modo de producción capitalista, en el cual el trabajador debe vender su fuerza de trabajo para poder reproducir su vida. De este modo, la clase trabajadora se constituye en “una clase con cadenas radicales, de una clase de la sociedad civil que no es una clase de la sociedad civil, de un estado que es la disolución de todos los estados; de una esfera que posee carácter universal por sus padecimientos universales y que no reclama un derecho particular porque no
Marx señala que la revolución parcial es “…la revolución meramente política, la revolución que deje en pie los pilares de la casa ¿En qué estriba una revolución parcial, simplemente política? Estriba en que una fracción de la sociedad burguesa se emancipa y alcanza la supremacía general, en que una clase determinada emprende, partiendo de su situación particular, la emancipación general de la sociedad. Esa clase emancipa a toda la sociedad, pero sólo bajo el supuesto de que toda la sociedad se encuentre en la situación de esa clase” (Marx, 1965: 37-38). 5 Aunque con la particularidad de que es la única mercancía capaz de producir mayor valor que el capitalista paga para acceder al valor de uso de su fuerza de trabajo. 4
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ha sufrido una injusticia particular sino la injusticia misma, que ya no pueda apelar a un título histórico, sino simplemente al título humano, que no esté en oposición unilateral con las consecuencias, sino en oposición total…de una esfera, finalmente, que no se puede emancipar sin emanciparse de todas las demás esferas de la sociedad y por eso emanciparlas a todas ellas; que, en una palabra, es la completa pérdida del hombre y que por lo tanto sólo puede conquistarse a sí misma al volverse a conquistar de nuevo completamente el hombre. Esta disolución de la sociedad como clase particular es el proletariado” (Marx, 1965: 44-45). Las aspiraciones de superación del modo de producción capitalista queda en manos de la clase trabajadora, mientras que la burguesía se consolida como la clase hegemónica que busca reproducir el orden existente. El viraje que sufre la ciencia en este momento histórico, sólo puede ser comprendido a partir del cambio de rumbo que se produce en la sociedad, en la cual aparecen dos clases sociales antagónicas que se disputan la manutención o la superación del orden vigente: no son más que la burguesía y el proletariado. Netto (2005) señala que en 1848 se produce un corte cultural en la teoría social, ya que desaparece del horizonte de las ciencias, las bases para la elaboración de una teoría social unitaria y totalizante. Esto es producto del desplazamiento del punto de partida que tenía el pensamiento clásico del período anteriormente descripto, que tomaba al trabajo como el productor de valores y riquezas. Ahora se vuelve necesario hacer desaparecer este punto de partida, porque “Ya no se trataba de si este o aquel teorema era verdadero, sino de si al capital le resultaba útil o perjudicial, cómodo o incómodo, de si contravenía o no las ordenanzas policiales. Los espadachines a sueldo sustituyeron a la investigación desinteresada y la mala conciencia y las ruines intenciones de la apologética ocuparon el sitial de la investigación científica sin prejuicios” (Marx, 2002: 14). Es el momento de surgimiento de la decadencia ideológica del pensamiento burgués, que coincide con la génesis de las ciencias sociales, con sus métodos y objetos específicos, como recortes abstractos de la realidad. Según Lukács “…ahora los ideólogos de la burguesía toman la fuga y prefieren imaginar los misticismo más insustanciales y absurdos, antes que mirar de frente el hecho de la lucha de clases entre la burguesía y el proletariado…” (1981: 22). Así, las ciencias sociales específicas “Renuncian…a la ambición de poder contestar a las preguntas últimas del espíritu… Sólo tenemos que preocuparnos de las adquisiciones de las ciencias, especializadas y separadas unas de otras, que nos proporcionan los conocimientos indispensables desde el punto de vista de la vida práctica” (Lukács, 1958: 26). Estableciendo una comparación entre la fase ascendente de la burguesía y la consolidación de ésta como clase hegemónica, Coutinho ubica un viraje en el desarrollo de las ciencias, así “En lugar del humanismo, surge un individualismo
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exacerbado que niega la sociabilidad del hombre, o la afirmación de que el hombre es una “cosa”, ambas posiciones llevan a una negación del momento creador de la praxis humana; en lugar del historicismo, surge una pseudo-historicidad subjetivista y abstracta o una apología de la positividad, que transforman a la historia real (el proceso de surgimiento de lo nuevo) en algo “superficial” o irracional, en lugar de la razón dialéctica, que afirma la cognocibilidad de la esencia contradictoria real, vemos el nacimiento de un irracionalismo fundando en la intuición arbitraria, o un profundo agnosticismo recurrente de la limitación de la racionalidad a sus formas puramente intelectivas” (1972: 16). La decadencia ideológica transforma la razón en una razón formal-abstracta6, planteando límites al modo de aprehender la realidad, ya que no se busca más captar la legalidad objetiva de la realidad, sino el establecimiento una serie de reglas y pasos formales que permiten manipular datos de la realidad. De este modo se rompe con una perspectiva de totalidad, que reconoce a los hechos y fenómenos como parte de una totalidad más amplia que las contiene, reconociendo en ella su movimiento. Dicho movimiento, en su esencia, es de contradicción. Ya Hegel planteaba que la razón se basaba en un principio de identidad y de no identidad, es decir, de un movimiento de unidad de contrarios, que establece momentos de síntesis y superación, que se encuentra en un permanente devenir, estos es, en un permanente desarrollo7. En contraposición, se plantea la desaparición de la contradicción y si la existencia de ambigüedades. Finalmente la realidad es tal cual la que se le presenta a los ojos del investigador, reconociendo sólo la superficie fenoménica de los hechos y fenómenos. Es decir, queda ligada al nivel de lo inmediato, epidérmico, y no alcanza la reproducción de la esencia8. El irracionalismo al igual que el racionalismo formal, tienen en común el abandono del historicismo concreto, el humanismo y la razón dialéctica. El irracionalismo, pone el acento en una dimensión subjetiva -emparentada con lo que Lukács (1981) llamó la “critica romántica del capitalismo”-, ya que mediante la propia subjetividad y por las vivencias personales es posible alcanzar la realidad auténtica, disolviéndose el objeto Esta razón formal abstracta, se basa en una serie de reglas y pasos formales para manipular la realidad y de este modo conocerla, dejando por “fuera” todo aquello que no puede ser reducido a cálculo y a manipulaciones homogeneizadoras. 7 Para Marx, al igual que Hegel, la negatividad es el motor de la vida, del movimiento. Pero si para Hegel el movimiento era el devenir de la Idea, para Marx y Engels el motor de la historia es la lucha de clases, en la cual “…opresores y oprimidos, frente a frente siempre, empeñados en una lucha ininterrumpida, veladas unas veces y otras franca y abierta…” (Marx y Engels, 2003: 27). 8 Esto no implica que la forma fenoménica y la esencia de un hecho sean algo separado entre sí. Al contrario, “La comprensión del fenómeno marca el acceso a la esencia. Sin el fenómeno, sin su manifestación y revelación, la esencia sería inaccesible…La realidad es la unidad del fenómeno y la esencia” (Kosik, 1963: 28). 6
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-y con él su racionalidad inmanente- en una mera intuición subjetiva. Mientras que el racionalismo formal -vinculado a la “preconización burguesa del progreso” (Lukács, 1981)- niegan la contradictoriedad del objeto, afirmando su equilibrio y progreso lineal. Qué predomine uno u otro, depende del momento histórico: en épocas de agudización de las crisis capitalistas predomina el momento irracionalista, subjetivista, en períodos de “relativa estabilidad”9, se desarrolla un racionalismo formal (Coutinho, 1972). Esta introducción ha querido reflejar como la ciencia y el desarrollo del pensamiento teórico se encuentra en permanente relación y diálogo con el modo de producción capitalista y las transformaciones macroscópicas ocurridas en la sociedad. Abordar la cuestión de la posmodernidad, desde esta lógica de análisis implica, por un lado, comprenderla a partir de las transformaciones ocurridas en el modo de producción capitalista, con lo que Mandel (1972) llamó el capitalismo tardío, y por otro lado, reconocer a la posmodernidad como una nueva expresión de la decadencia ideológica. A partir de la década del setenta, se produce una recesión generalizada de la economía, cuya expresión más reconocida fue la “crisis del petróleo”. Esto revelaba el comienzo de una tendencia mundial al descenso de la tasa promedio de ganancia y al incremento de la capacidad de producción sobrante de la industria (Mandel, 1980). La “crisis de los años dorados” del capitalismo significó un proceso de reestructuración del capital, con el fin de dar respuestas a la caída de la tasa de ganancia y a la búsqueda de un crecimiento estable y mayor lucro ganancial. Al mismo tiempo, era una respuesta a la “crisis de la sociedad contemporánea”, que no era más que la crisis y el derrumbe del Estado de Bienestar y el Socialismo Real (Netto, 1993). De este modo, cobra vigencia el proyecto neoliberal, en cuanto proyecto societal del capital, que se expande en las décadas del ochenta y noventa. Para Netto y Braz (2006) el proyecto neoliberal configura tres respuestas a la “crisis de los años dorados”: La reestructuración productiva, la financiarización y la ideología neoliberal. La crisis plantea la extinción de un patrón de producción –que sigue manteniendo su carácter esencial de explotación de fuerza de trabajo para obtener plusvalía-, produciéndose el transito entre un patrón de producción “rígido” –que Harvey (2004) denomina “fordista-keynesiano”- a un patrón de producción “flexible”. Este patrón de La “relativa estabilidad” del capitalismo refiere a que la crisis es una determinación inherente al capitalismo. “El análisis teórico e histórico del MPC (modo de producción capitalista) comprueba que la crisis no es un accidente de proceso, no es aleatoria, no es algo independiente del movimiento del capital. Ni es una enfermedad, una anomalía o una excepcionalidad que puede ser suprimida en el capitalismo. Expresión concentrada de las contradicciones inherentes al MPC, la crisis es constitutiva del capitalismo: no existió, no existe y no existirá capitalismo sin crisis” (Netto y Braz, 2007: 157). 9
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producción toma forma en el “toyotismo” (Antunes, 2001), envuelve la articulación de un doble movimiento: por un lado, la incorporación de desarrollo tecnológico, que hace posible una mayor automatización del trabajo y la conformación de un trabajador polivalente, y por otro lado, un rechazo a la producción en masa –característica del “fordismo”- y la consolidación de una producción orientada al mercado regional y local. Con lo cual, aparece una nuevo modo de producir, que adopta la estructura de “fábrica mínima” (Montaño, 1996) o “fábrica difusa” (Netto, 1996) que comprende la reducción del personal y una contratación mediante servicio prestados o subcontratos, y la subcontratación de empresas productivas que permite a la casa matriz dejar de producir y comprar la producción de estas empresas. Esta flexibilización, que tiene lugar en la producción- pero que la trasciende- implica procesos de flexibilización en el proceso de trabajo, en el mercado de trabajo, en los productos y en los patrones de consumo. Este proceso de reestructuración productiva es posible mediante una revolución tecnológica que constantemente revoluciona la productividad del trabajo. Esto envuelve una transformación en la composición orgánica del capital, produciéndose un ahorro de trabajo vivo (Netto, 1996), y la reestructuración del mercado laboral, originándose nuevas formas de contratación y jerarquización hacia adentro de los trabajadores10. Según Netto “…este abanico de cambios otorga actualmente al capital la iniciativa y la ofensiva estratégicas y tácticas por las cuales está encontrando al conjunto de los trabajadores en una situación extremadamente difícil: divididos por cortes etáreos, étnicos y de género, atomizados por la introducción de nuevo procesos productivos, los trabajadores tienen disueltas sus identidades clasistas (tradicionalmente asumidas por los partidos proletarios y por el movimiento sindical, ambos en dramático proceso de redefinición) y no desarrollaron todavía nuevas formas de articulación universalizadota de sus intereses” (1992a: XXII). A este proceso de reestructuración productiva se le suma una creciente financiarización de la economía, “Aumentando el área de aplicaciones de capital especulativo, sin la participación directa en la producción. Esa alternativa se abre a los capitalistas gracias a una serie de medidas que, en el plano político, garanticen la desregulación de las economías de los Estados nacionales” (Soares Santos, 2007: 19). Esto origina la existencia de un segmento de capitalistas que prefieren “no producir a producir sin lucro”. Junto al patrón de producción se encuentra un patrón de regulación social (Harvey, 2004). Ambos, en la actualidad, reflejan una transición en el régimen de acumulación
Harvey (2004) señala que en el patrón de producción flexible, existe sólo una porción extremadamente reducida de trabajadores a tiempo completo y con condiciones de estabilidad laboral, y una gran masa de trabajadores a tiempo parcial y con escasas posibilidades de estabilidad laboral. 10
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y en el modo de regulación social y política. Esto pone de manifiesto la vinculación entre la producción y reproducción (Netto, 1996), y la necesaria relación entre el régimen de acumulación y la materialización de normas, leyes, hábitos “…que aseguren la unidad del proceso, es decir, la conveniente consistencia de los comportamientos individuales respecto del esquema de reproducción” (Harvey, 2004: 143-144). Esta transición del modo de regulación se manifiesta en las transformaciones ocurridas en el Estado. El proyecto neoliberal erosiona las bases de soberanía (Netto, 1996) y limita las funciones del Estado, consolidando un Estado con dos características: un Estado mínimo con mayor con menos gastos sociales, y un Estado fuerte capaz de mantener el control sobre el dinero y el movimiento obrero (Anderson 1999, Coutinho 2000). Esto impacta en el modo de atención a la manifestaciones de la “cuestión social”, produciéndose una “refilantropización” de aquellos sector improductivos para el capital, y la “remercantilización” de aquellos servicios que pueden arrojar ganancias (Montaño, 2003). A ello se le suma, una difusión de la ideología neoliberal que se expande y es absorbida por los distintos ámbitos de la vida social, promoviendo “…una concepción de hombre (considerado atomísticamente como posesivo, competitivo y calculista), una concepción de sociedad (tomada como un agregado fortuito, medio por el cual el individuo realiza sus propósitos privados) fundada en la idea de la natural y necesaria desigualdad entre los hombre y en una noción rastrera de libertad (vista como función de libertad de mercado)”11 (Netto y Braz, 2006: 226). Estos son algunos de los trazos fundamentales que dan forma a las transformaciones macroscópicas de la sociedad tardo-burguesa12. En el ámbito de la cultura, la flexibilización se caracteriza por una doble procesualidad: la incorporación de la lógica del capital los espacios culturales, y el aumento de la socialización mediante medios electrónicos (Netto, 1996).
Soares Santos señala que en la relación dialéctica entre patrón de producción y patrón de regulación se va conformando una conciencia que se corresponde a la dinámica del capitalismo tardío, cuyos rasgo central es ser “…fugaz y efímera: en medio de la creciente inseguridad provocada por el desempleo, ella es marcada por la incertidumbre; del ritmo frenético de las innovaciones lanzadas al mercado, ella precisar ser cada vez descartable y capaz de consumir las novedades” (2007: 28-29). Para la autora, este proceso no sólo permite expandir los espacios de producción de plusvalía, sino también expandir la reproducción de esta conciencia alienada y cosificada. 12 Una síntesis sobre las transformaciones producidas en la sociedad tardo-burguesa, en su patrón de producción y el patrón de regulación puede encontrarse en Netto (1996). Antunes (2001) aborda en profundidad la metamorfosis del mundo del trabajo, así como Harvey (2004) aborda el estudio del patrón de producción para luego comprender las transformaciones ocurridas en la configuración espacio-tiempodinero en el patrón de producción fordista y luego en el toyotista. 11
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Dentro de desarrollo de arte, aparecen vertientes posmodernas, que se identifican con la falta de profundidad y el carácter insípido de la obra de arte, donde la misma, ya no “representa nada” o sino meras apariencias, fetiches -a lo que algunos autores, denominan esto “plebeyización” (Jameson 1992, Anderson 1998)-. Predominan prácticas basadas en el pastiche, el simulacro, el bricolage, la mezcla y el collage, que plantea una heterogeneidad de mixturas y formas (Harvey 2004, Díaz 2005). Se desarrolla una “narrativa esquizofrénica”, eternizando el presente, producto de la ruptura de significantes entre el pasado, el presente y el futuro (Jameson 1992, Harvey 2004). Se produce una progresiva expansión de la cultura en el dominio de lo social, donde “todo” en la vida social se ha convertido en cultura (Jameson 1992, Netto 1996); haciéndose esto coextensivo incluso a la economía, donde todo objeto y servicio es signo complaciente y mercancía vendible (Anderson, 1998). El proceso de flexibilización, que abarca a la sociedad tardo-burguesa también se presenta y se desarrolla en el ámbito de las ciencias. En las ciencias sociales, las vertientes posmodernas se empiezan a desarrollar a fines de la década del setenta. Netto (2004) advierte que no puede hablarse de la existencia de una teoría posmoderna, producto de una pluralidad de perspectivas e interpretaciones teóricas que incluso entre sí son conflictivas y contradictorias, con lo cual sólo se puede hacer referencia a un campo posmoderno. Más allá de las particularidades que asumen cada uno de estos desarrollos teóricos, la posmodernidad recibe una influencia directa de tres movimientos: el primero, proveniente de arte, en el que se produce el ocaso de las vanguardias artísticas culturales, apareciendo un arte heterogéneo, el cual ya fue brevemente referenciado en este trabajo, el segundo, las teorías que explicitan la aparición de sociedades posindustriales, producto de la transición en el modo de producción, pasando de una economía de bienes a una economía preponderantemente de servicios en la que el conocimiento ocupa un lugar central en el desarrollo económico en detrimento del trabajo, el tercero, el posestructuralismo, que ponen el acento en lo fragmentario, lo heterogéneo y plural (Callinicos, 1993). El común denominador de estos movimientos, consiste en retratar -aunque más no sea en su carácter fenoménico y aparente- la crisis del proyecto de la modernidad. La posmodernidad, en cuanto tal, se define por oposición al proyecto de la modernidad y su concepción de razón. La crítica, tiene su origen en el incumplimiento de las promesas de la modernidad: la emancipación y la felicidad del hombre. Esta crítica en sí misma no es novedosa, ya que el propio Marx, como también Nietzsche y la Escuela de Frankfurt establecieron críticas en torno a la modernidad. El elemento distintivo de la crítica posmoderna es la renuncia a buscar otro proyecto que sea superador y que sustituya al de la modernidad. Según Harvey, “Esto se tradujo en una vigorosa denuncia de la razón abstracta y en una profunda aversión hacia
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cualquier proyecto que aspirara a la emancipación humana universal y a través de la movilización de la tecnología, la ciencia y la razón” (2004: 58). Por lo tanto, no es posible aspirar a la superación de lo ya existente, promoviendo un inmovilismo o a lo sumo un movilismo fragmentado por múltiples sujetos, o multitudes que sólo pueden aspirar a reformas y mejoras de lo ya dado. Como señala Sánchez Vázquez “La negación del proyecto emancipatorio es, en definitiva, una cuestión central no sólo teórica sino práctica, política, ya que descalifica la acción, y condena a la impotencia o al callejón sin salida de la desesperación al fundar –ahora si- la inutilidad de todo intento de transformar radicalmente la sociedad presente” (1992: 39). Con este planteo, la posmodernidad desconoce la particularidad del proyecto de la modernidad, donde su desarrollo se da conjuntamente al modo de producción capitalista, produciéndose la contradicción entre una racionalidad instrumental y una racionalidad liberadora. La posmodernidad, pone el acento en la dimensión instrumental de la razón, como medio de dominación y represión del hombre (Pinho de Carvalho, 1992), originando lo que Netto (2004) llama una entificación de la razón, en la que se coloca a la razón moderna como la responsable por las “falacias” y las “promesas incumplidas” de la modernidad, ensombreciendo y dejando en un segundo plano el orden del capital. La ruptura con la razón moderna se expresa en lo que se llamó la “crisis de los paradigmas” (Netto, 1992b) o en un “malestar en la teoría y con la teoría” (Borón, 2000). Si bien es parte del desarrollo de las ciencias sociales, el movimiento de creación y crítica de diversas perspectivas teóricas, la crisis paradigmática plantea el estallido en el modo de hacer ciencia: por un lado, del paradigma positivista; crítica ya desarrollada con anterioridad a la crisis paradigmática por el marxismo y el comprensivismo, y por otro lado, el elemento “novedoso” es la crítica a cualquier tipo de racionalidad de la modernidad. A una razón instrumental, dominadora de los hombres -que no es más que la “entificación de la razón”- se le suma la aparición de “nuevos” fenómenos sociales, denominados de la “otredad”, en cuanto minorías y nuevas expresiones culturales que los paradigmas de la modernidad no podrían explicar ni dar cuenta (Evangelista, 1992). De allí la necesidad planteada por el campo posmoderno de construir nuevas perspectivas, que den cuenta de lo “nuevo” y al mismo tiempo eviten la instrumentalización del hombre. Es por ello que se dicta la muerte de los metarrelatos (Lyotard, 1993), cuyas fuentes son el Iluminismo y su búsqueda de la emancipación racional del hombre, y el Idealismo Alemán, que plantea el devenir de la Idea. Para la posmodernidad, la ciencia se encontraría en una “transición paradigmática” (Sousa Santos, 2006), que impiden aspirar a una perspectiva de totalidad, producto no sólo de la cuestión de la
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“otredad” y las minorías, sino fundamentalmente porque el “universal” oprimió y oprime al “singular”. De allí el acento en lo fractual, lo paradójico y la microfísica. Según Netto esta negación de la totalidad responde fundamentalmente a dos argumentos, el primero “…hace una rápida identificación entre la perspectiva de análisis con la categoría de totalidad con cualquier tendencia totalitaria” (2002: 16), el segundo, “…cuestiona la noción de totalidad como categoría heurística, porque sustentan que una de las características de la posmodernidad es su fragmentación”. (2002: 16). La realidad se constituye por una red de comunicaciones linguísticas, en el que el lenguaje se compone de una pluralidad de juegos de lenguajes, donde la ciencia no puede exigir el privilegio sobre otros discursos o formas del lenguaje13. En cuanto a la razón, comienzan a extenderse “mini-racionalidades” (Sousa Santos 2000) que tienen un mismo status, ya que el conocimiento científico es igual al sentido común. El conocimiento no puede pretender ser una verdad en sí, sino una retórica basada en la construcción de consensos de una comunidad científica que determina que forma parte, y que no, de este nuevo conocimiento. Su condición primaria, y que guía la finalidad de la ciencia es la búsqueda y producción de lo paralogístico: la microfísica, lo fractual; es decir; aparece una pequeña narrativa que pone su centro en lo contingente, lo inexplicado, lo singular, produciendo un fuerte escepticismo en torno a la objetividad de la verdad, la razón y la identidad (Eagleton, 1997). Para la posmodernidad, la producción de conocimiento debe centrarse en las “prácticas discursivas”, en la tematización de los “nuevos sujetos” (“otredad”), abordando la realidad como un “caleidoscopio de micro-objetos” (Simionatto, 2008: 7) y en un cotidiano no estructurado heterogéneo y pluralista (Evangelista, 1992). Esto deviene en un proceso de semiologización de lo real (Netto, 1996), que convierte a los hombres de “carne y hueso” e históricamente situados en figuras fantasmales, que existen, habitan y se mueven en textos diferentes que constituyen su identidad (Borón, 2000). Para la posmodernidad, el mundo real es idéntico a la representación simbólica que se haga de ella (Ortiz, 2006). La verdad en el pensamiento posmoderno se constituye a partir de dos cuestiones, por un lado, los consensos de la comunidad científica, que determinan que es y que no es conocimiento científico -con lo cual predomina un patrón de científicidad, basado en un conjunto de sujetos, y no en una reproducción fiel del movimiento del objeto de estudio en el plano de pensamiento-, y por otro lado, lo que Kohan (2010)
Según Harvey “…para el estilo “posmoderno”, una obra es un “texto” con su “retórica” e “idiolecto” particulares, y en principio puede ser comparada con cualquier otro texto de cualquier naturaleza” (2004: 61). 13
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resalta como “moda” posmoderna, que no es más que la utilización de la letra S: no hay verdad, hay verdades, no hay realidad, sino realidades. El posmodernismo, se constituye en un irracionalismo que es parte de un movimiento más general que lo determina: la decadencia ideológica del pensamiento burgués y la instauración de un nuevo estadio en el modo de producción capitalista, de carácter flexible, como es el capitalismo tardío14. La posmodernidad, se conforma a partir de una combinación entre “irracionalismo y miseria de la razón” (Coutinho in Simionatto, 2008) que disuelve el objeto (la realidad) en su carácter ontológico y objetivo, y se erige una subjetividad plena, un sujeto que mediante las experiencias y vivencias alcanzan las representaciones de la realidad. En síntesis, el pensamiento posmoderno rompe definitivamente con la razón dialéctica, el humanismo y el historicismo, elementos centrales del desarrollo de la ciencia en la fase ascendente de la burguesía. En detrimento de la razón dialéctica, que es declarada obsoleta por ser constitutiva de los metarrelatos, aparece un irracionalismo basado en la intuición, el holismo y el hiperempirismo, provocándose una desreferencialización de lo real, en el que la representación simbólica de lo real ocupa el lugar de la realidad objetiva, “no hay real y, mucho menos, un sentido en ese real. Hay solamente un simulacro, la imagen, la representación (imaginaria) de esa realidad” (Zaidan Filho in Evangelista, 1992: 25). En referencia a la humanismo, se declara la muerte del sujeto, apareciendo una “multiplicidad de agentes” sin sentido unitario que los articule o les conforme una identidad colectiva. Se produce una desubstancialización del sujeto en la que el sujeto es reducido a un haz de sensaciones hedonistas, en el que “la realidad social se torna un fantástico caleidoscopio de micro-objetos, sin sentido, sin jerarquías causales, sin razón…se elimina la posibilidad de una subjetividad racional, unificada, autoconsciente, capaz de entender y explicar el mundo” (Zaidan Filho in Evangelista, 1992: 26). Finalmente, el historicismo es también declarado al olvido, ya que se estaría frente al fin de la historia o en una poshistoria, que no es más que un eterno presente. “El presente absorbe al pasado e igualmente es absorbido el futuro…” (Sánchez Vázquez, 1992: 39). Se genera un descentramiento de lo político, en el que la historia no tiene sentido, y en el que el cotidiano sustituye al futuro, y lo inmediato a lo mediato (Zaidan Filho in Evangelista, 1992).
Tanto Coutinho (1972) como Netto (1996) reconocen que las corrientes teóricas constitutivas de la decadencia ideológica no necesariamente hacen una apología directa del capitalismo, aunque estas tienen como común denominador su incapacidad para descubrir las determinaciones del ser social, que sólo pueden ser captadas trascendiendo la inmediaticidad, es decir, la cosificación y alienación de las relaciones sociales. 14
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II. El trabajo social posmoderno y la intervención profesional El conjunto de transformaciones que configuran a la sociedad tardo-burguesa no se constituyen en un mero “telón de fondo” (Iamamoto, 2003) para comprender al trabajo social, por el contrario, el trabajo social en cuanto profesión se encuentra inserto en la división socio-técnica del trabajo, como una de las modalidades de enfrentamiento a la expresiones de la “cuestión social”. Desde esta óptica, el trabajo social no puede ser entendido como una mera causa de los procesos macroscópicos, sino el resultado -de carácter parcial, ya que se encuentra en permanente devenir- de la interacción entre dichos procesos y el complejo teórico, práctico y político que va configurando la profesión (Netto, 1996). Al mismo tiempo, el colectivo profesional de trabajadores sociales no es un colectivo homogéneo, sino que a su interior se van codificando diferentes respuestas teóricas y políticas a los desafíos contemporáneos. Dentro de esta pluralidad de posiciones que se configuran al interior de la profesión, se pretende analizar la incidencia del pensamiento posmoderno, en particular cómo esta perspectiva aprehende la realidad y cómo a partir de ello configuran la intervención profesional del trabajador social. Como ya se hizo referencia en el primer apartado de este trabajo, más que de una teoría posmoderna se podría hablar de un campo posmoderno, en el que se alinean diversas posiciones y perspectivas que incluso entre sí marcan diferencias y antagonismos. Teniendo en cuenta esto, se abordan aquellos hilos conductores comunes y no las diferencias que sustentan diversos autores que adhieren a la posmodernidad o que reciben un influjo directo de este pensamiento. Uno de los hilos conductores más presentes en estos autores es el “diagnóstico” que hacen de la contemporaneidad, destacando de ella dos cuestiones: La primera, la existencia de una crisis -algunos la referencian como una crisis estructural o como una crisis de la modernidad- en la que la dimensión material adquiere un papel secundario, constituyéndose principalmente en una crisis simbólica, de los imaginarios y representaciones sociales. Esto denota, la crisis de las formas modernas de construcción de los lazos sociales y las identidades que conforman a los sujetos. De esta crisis simbólica se desprende un segundo elemento común, que es la fragmentación de la realidad, siendo esta una serie de partes singulares que tienen escasa o nula relación entre sí. A partir de la crisis que atraviesa la contemporaneidad se configura otro rasgo común que es la desaparición de la perspectiva de totalidad. En algunos casos, aparece el argumento epistemológico de “totalización” de determinados aspectos en detrimento de otros, en el sentido de que priorizando una posición teórica -por
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ejemplo el psicoanálisis, el marxismo, el comprensivismo- el todo se convierte en algo o “político” o “económico” o “psíquico”; así como también el argumento de que la realidad adquiere nuevas significancias y sentidos que impiden considerarla como una totalidad, en este caso, el argumento se liga a la ruptura de los procesos colectivo y a la aparición de la incertidumbre como falta de pertenencia a un todo. Con lo cual, la realidad no solo se convierte en una pulverización de fragmentos, sino que también asume un carácter “opaco”, por lo tanto como algo falto de trasparencia; y algo que es “heterogéneo” y “plural”, en detrimento de un cierto grado de homogeneidad que existía en la modernidad. Así, la “existencia real” de partes supone la existencia de una serie de esferas vinculadas a lo “social”, lo “político”, lo “económico” y lo “cultural”. Estas esferas se vinculan y relacionan entre sí, pero por adquirir estatus de “partes en sí mismas” resultantes de la fragmentación, tienen una doble dinámica: una intrínseca, de carácter interna, y que corresponde a cada esfera, y otra extrínseca, de carácter externa, en la que se vinculan las diversas esferas entre sí. A cada esfera, que asume una “relativa autonomía” con respecto a las demás, le corresponde una dimensión micro y macro. Si por ejemplo se toma lo “social”, esta tiene una dimensión microsocial y otra macrosocial. Entre lo microsocial y lo macrosocial hay una relación de carácter externo, ya que cada hecho que sucede dentro de lo “social”, por ejemplo un “problema social” tiene una doble dimensión: una macrosocial, de carácter cuantitativa y una microsocial, de carácter singular, ya que el impacto de lo “macrosocial” sobre lo “microsocial” es singular, con efectos únicos en cada sujeto. De allí, que con esta relación entre lo micro y lo macro, sea casi imposible elaborar desde la teoría leyes universales. Por lo tanto, la relación externa entre lo “micro” y lo “macro” marca la necesidad de referirse más que a una realidad a múltiples y diversas realidades, en el que las esferas de lo “social”, “político”, “económico” y “cultural” se expresan de modo único e irrepetible en la subjetividad y en lo micro. Junto a esta doble fragmentación de la realidad, en esferas y en dimensiones de las esferas, algunos autores recalcan que la realidad se constituye en un texto, en el que los acontecimientos van conformando un “orden gramatical”. Aquí se presenta lo expresado en el primer apartado de este trabajo como la “semiologización de lo real”. Por lo tanto, la realidad es fragmentación, lo opaco y difuso, y al mismo tiempo, algo que no es ni la suma de los sujetos ni sus intersubjetividades. Frente a ello, cabe preguntarse ¿Cómo puede ser aprehendida la realidad? El modo de aprehender la realidad necesariamente debe partir de lo singular y lo microsocial, reconociendo al actor y su subjetividad. Esta perspectiva, que recupera “el punto de vista del actor”, su protagonismo y singularidad propone romper con miradas “totalizantes”, por ser un “obstáculo epistemológico” para comprender la
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realidad. En ese sentido, tradicionalmente el pensamiento ha simplificado la realidad, comprendiéndola a partir de sus elementos o en base a la relación de los elementos, reduciendo toda la complejidad de la realidad. Por lo tanto, aprehender la realidad supone considerarla en sus dimensiones causales y no causales, subjetivas y objetivas. Partiendo de estos elementos comunes a la hora de conocer la realidad, también se van configurando diversas propuestas en torno a la intervención profesional del trabajador social. La intervención, superando las miradas “totalizantes”, asume un paradigma subjetivista, en el que la intervención se constituye en una construcción discursiva existente en el imaginario social y en el plano simbólico. Así, el trabajo social actúa con relatos, en los que aparecen representaciones, imaginarios, que son constitutivos de la conformación simbólica de un problema social. Es por ello, que la intervención del trabajador social indaga en torno las motivaciones, buscando “hacer ver” lo que el otro tiene, disminuyendo los padecimientos subjetivos de los sujetos con los que se trabaja. La intervención del trabajador social, queda reducida al trabajo con las representaciones y la subjetividad de los sujetos, promoviendo una resemiotización de lo discursivo, que permita una nueva enunciación de lo real. El trabajo con lo simbólico tiene su explicación en dos causas: por la imposibilidad que tiene el trabajo social de resolver la dimensión material de las necesidades y problemáticas sociales de los sujetos y por la crisis del Estado, en el que los recursos pierden su fin integrador, colocando como única alternativa de intervención lo simbólico. De allí surgen las figuras de la “toma en cuenta” (Karsz, 2007), “la palabra, la mirada y la escucha” (Carballeda, 2006) o los “imaginarios radicales” (Malacalza, 2000), como modos de intervención en los que una nueva enunciación simbólica puede contribuir a un cambio simbólico. Frente a este modo de aprehender la realidad, que pareciera en sintonía con los complejos sociales que configuran al capitalismo tardío, marcados fundamentalmente por la flexibilidad y las mutaciones permanentes, cabe la pregunta ¿Por qué anteponerle otro modo de comprender la realidad?, y si se especifica aún más la pregunta podría formularse de la siguiente manera: ¿Por qué recuperar un modo de aprehender la realidad que asume características “modernas”, y basadas en un “metarrelato”? Estos interrogantes suponen una serie de respuestas entrelazadas entre sí, reconociendo que el método al que se está haciendo referencia es aquél desplegado por Hegel y luego recuperado por Marx, desarrollando su núcleo racional. No es más que la razón dialéctica, método revolucionado por Marx volviéndolo materialista, como
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también hizo con el humanismo y el historicismo concreto, resignificándolos e incorporándolos en su pensamiento. Una primera respuesta aproximativa, a porqué recuperar el método dialéctico, como el modo adecuado de captar y aprehender el movimiento de lo real -que luego se vinculará con la formulación de estrategias de intervención- se liga a dos cuestiones: la primera, la necesaria ruptura con la pseudoconcrención, proceso con el cual es posible captar la esencia y las mediaciones de los fenómenos sociales, y para ello, en segundo lugar, se vuelve fundamental reconocer el carácter ontológico de la realidad. Tomando por punto de partida la pseudoconcrención, se reconoce que ella se desarrolla en todo su esplendor en la vida cotidiana. La misma, se constituye en un ámbito insuprimible de todas las sociedades, desenvolviéndose en ella procesos de producción y reproducción de relaciones sociales y representaciones. En el cotidiano, se genera un tipo de saber, que podría denominarse de práctico-mental15, que es un conocimiento que permite al hombre moverse en el mundo, pero sin saber ni la génesis ni la estructura de las cosas, es decir, de donde surgen y como funcionan. Netto (1994) recupera tres determinaciones ontológicas de la vida cotidiana: la heterogeneidad, en la que coexisten diversas actividades en las que el sujeto se objetiva y dirige su atención hacia demandas muy diferentes entre sí en el intento de resolverlas; la inmediaticidad, ya que ante las diversas demandas se responde con una relación directa entre pensamiento y acción; y la superficialidad extensiva, ya que las demandas del cotidiano son amplias, difusas e inmediatas, los sujetos las atienden de manera superficial, dado que la prioridad se centra en responder a los fenómenos por su extensividad. Por lo tanto, la vida cotidiana es el ámbito en el cual el individuo y la sociedad mantienen una relación espontánea, pragmática y sin crítica. Es el ámbito en el que se reproducen no sólo prácticas y relaciones sociales, sino también ideas y valores que atraviesan a toda la sociedad. El cotidiano es un ámbito favorable para que en las diversas situaciones históricas se produzcan procesos de fetichización de las relaciones humanas, y en particular, en el modo de producción capitalista, la alienación del hombre. Se puede afirmar que en la vida cotidiana se presentan las capas externas y fenoménicas de los fenómenos sociales, y por ende, es el lugar de la pseudoconcrención, de la praxis fetichizada y de los objetos inmutables, en la que se presenta la realidad social como dada y de carácter natural. El conocimiento práctico-mental -aquel que permite a los sujetos moverse en el ámbito cotidiano de su vida; es un conocimiento que no conoce los movimientos, los funcionamientos y las relaciones- se expresa por ejemplo, en que “Los hombres usan el dinero y realizan con él las transacciones más complicadas sin saber ni estar obligados a saber qué es el dinero” (Kosik, 1963: 26). 15
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Es por ello, que el cotidiano requiere un proceso de negatividad -Heller (1972) va referirse a este proceso como la suspensión del cotidiano-, en el cual, lo que se presenta como ya dado, autodeterminado y naturalizado sea destruido, y logre romper con la aparente autonomía del “fragmento” (parte). Por este camino, se consuma la destrucción de la apariencia de las cosas. La razón dialéctica señala la necesidad de superar esta pseudoconcrención, que no es más que la apariencia de los fenómenos sociales, para descubrir su estructura interna, su esencia, ya que lo que se presenta como dado, en su inmediatez no exhibe su carácter mediato de parte en un todo, y se presenta como un elemento deshistorizado y autodeterminado. Por lo tanto, para la perspectiva marxista, el proceso de superación de la apariencia (pseudoconcrención) para captar la esencia, presume que los fenómenos sociales se encuentran dentro de una totalidad concreta más amplia que la contiene, en el que se produce una doble relación: “de un lado, definirse a sí mismo, y, de otro lado, definir al conjunto; ser simultáneamente productor y producto; ser determinante, y, a la vez, determinado; ser revelador y, a un tiempo, descifrarse a sí mismo; adquirir su propio auténtico significado y conferir sentido a algo distinto. Esta interdependencia y mediación de la parte y del todo significa al mismo tiempo que los hechos aislados son abstracciones, elementos artificiosamente separado el conjunto, que únicamente mediante su acoplamiento al conjunto correspondiente adquieren veracidad y concreción” (Kosik, 1963: 61). A partir de esto, puede inferirse que asumir una perspectiva de totalidad no se vincula a que el “todo es la suma de las partes” o que “el todo es más que las partes”, sino que su explicación encuentra fundamento en el modo de concebir la realidad, y no en una cuestión epistemológica o metodológica. Lessa (2007), recuperando los planteamiento de Lukács de la Ontología del Ser Social, va a señalar que la realidad de los hombres es un “complejo de complejos”16, en el que el desarrollo de la diferenciación de las actividades del ser social no implica una fragmentación social ni la perdida de totalidad de los complejos, si una unidad más compleja y enriquecida por diversas mediaciones. Lo real se constituye en una totalidad concreta en permanente devenir, cuyo movimiento adquiere la forma de una unidad de contrarios. Es por ello, que Kosik señala que la totalidad no se vincula de modo central a una cuestión metodológica o epistemológica, sino fundamentalmente a la pregunta ¿Qué es la realidad?, a lo que responde: “Totalidad significa: realidad como un todo estructurado y dialéctico, en el Lessa (2007) señala que el carácter universal del ser se produce de la unidad de tres esferas ontológicas: el mundo inorgánico, el mundo orgánico y el mundo del hombre. Estas tres esferas si bien tienen una autonomía relativa en el desarrollo de las mismas, los cambios producidos en las esferas necesariamente impactan en las otras. 16
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cual puede ser comprendido racionalmente cualquier hecho (clases de hechos, conjuntos de hechos)... Los hechos son conocimiento de la realidad si son comprendidos como hechos de un todo dialéctico, esto es, si no son átomos inmutables, indivisibles e inderivables, cuya conjunción constituye la realidad, sino que son concebidos como partes estructurales del todo…Sin la comprensión de que la realidad es totalidad concreta que se convierte en estructura significativa para cada hecho o conjunto de hechos, el conocimiento de la realidad concreta no pasa de ser algo místico, o la incognoscible cosa en si” (Kosik, 1963: 56-57). Si la realidad es una totalidad, ¿Cómo aprehender la misma? La aprehensión de lo real, y en particular su movimiento de génesis y estructura es posible mediante aproximaciones sucesivas, en el cual las mediaciones son esenciales para captar las determinaciones y relaciones existentes en el todo social. Las mismas, son categorías ontológico-reflexivas17; que existen objetivamente en la realidad y son reflexivas porque la mente hace un esfuerzo para reproducirlas. Las mediaciones entre lo singular; lo particular y lo universal permiten captar las articulaciones y movimientos entre las partes y el todo. A decir de Lukács “La ciencia auténtica toma de la realidad misma las condiciones estructurales y sus transformaciones históricas, y cuando formula leyes éstas abrazan sin duda la universalidad del proceso, pero de tal modo que puede siempre descender desde esa legalidad hasta los hechos singulares de la vida, aunque, ciertamente, ello ocurra a menudo a través de muchas mediaciones. Esta es precisamente la dialéctica, concretamente realizada, de lo universal, lo particular y lo singular” (2002: 84). Lo singular se constituye como el nivel de existencia inmediata; la expresión “en sí” de los hechos sociales; es decir, se presenta como una totalidad caótica. Mientras que lo universal se constituye como las leyes de tendencia (legalidad social) existentes en un complejo social18. En la dialéctica de lo singular y lo universal se encuentra la clave para conocer el modo de ser del ser social: lo particular. Lo particular representa un campo entero de mediaciones que “representa frente a lo singular una relativa universalidad, y una relativa singularidad respecto de lo universal…En la particularidad, en la determinación, en la especificación, se esconde, pues, un elemento de crítica, de ulterior y más concreta determinación crítica de un Las mediaciones no son de carácter epistemológicas; sino ontológicas; ya que son “expresiones históricas de las relaciones que el hombre edificó con la naturaleza y consecuentemente de las relaciones sociales de ahí derivadas, en las varias formaciones socio-históricas que la historia registró” (Pontes, 1995: 78). 18 Lukács señala “Marx contempla la universalidad como una abstracción realizada por la realidad misma, que sólo se convierte en pensamiento correcto cuando la ciencia reproduce adecuadamente la evolución viva de la realidad en su movimiento, en su complicación, en sus verdaderas proporciones. Pero si el reflejo debe responder a esos criterios, tiene que ser al mismo tiempo histórico y sistemático, es decir, tiene que llevar el concepto el movimiento concreto” (2002: 83). 17
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fenómeno o de una legalidad. Es una concretización crítica mediante el descubrimiento de las mediaciones reales hacia arriba y hacia abajo en las relaciones dialécticas de lo universal y singular” (Lukács, 2002: 108). La categoría particular permite comprender la mediación entre hombres singulares y la sociedad, donde se supera la inmediatez y el “aislamiento” del hombre singular como un simple átomo, al mismo tiempo que las leyes tendenciales que actúan a nivel universal de la sociedad (como la relación capital-trabajo; el papel del Estado, etc.) cobran formas particulares. A decir de Lukács “… (la singularidad) de una tal situación no puede llevarse a claridad teórica, ni por tanto a aprovechamiento práctico, sino mostrando cómo las leyes generales se especifican en el caso dado (lo particular), y que esa situación única, que por principio no se repetirá en esa forma, puede ser concebida en la total interacción de las leyes generales y particulares conocidas” (Lukács, 2002b98). En síntesis, las mediaciones permiten aprehender las particularidades de los fenómenos sociales; que no pierden su carácter singular y universal, sino que en esa relación se captan las determinaciones y relaciones de los fenómenos sociales. De allí el carácter superador del método dialéctico para aprehender la realidad y su movimiento. El pensamiento posmoderno no sólo no logra captar las determinaciones entre lo singular y lo universal, sino que cuando intenta hacerlo establece una relación exterior hecha por el sujeto, sin captar el movimiento que realmente se desarrolla en la realidad. Así se erigen dos polos, un singular ahistórico, como parte autodeterminada y un universal abstracto -que en muchos casos se remite a una suma de las partes-, que establece la prioridad de la parte sobre el todo. Esto se manifiesta en la relación “micro” y “macro”, que presenta dos esferas separadas entre sí, negando de este modo lo particular, en cuanto expresión de lo singular universalizado y lo universalizado singular, que no es más que lo que Marx (1971) llamó la “síntesis de múltiples determinaciones”, donde esas síntesis debe ser descompuesta en sus partes singulares, sus elementos simples, para salir de una visión caótica de lo real, y a partir de las mediaciones reconstruir en el pensamiento las relaciones y determinaciones entre la parte y el todo. Este proceso de aprehensión de la realidad, que reconstruye de modo ideal el movimiento de lo real, es fundamental no sólo para comprender la realidad, que avanza de la apariencia a la esencia, sino también es de suma importancia para la intervención profesional. El ámbito cotidiano del ejercicio profesional no se encuentra apartado de aquello ya descripto acerca de la vida cotidiana. En el cotidiano, prevalece lo superficial y las respuestas inmediatistas, una lógica instrumental (Guerra, 2007) promueve lógicas
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interventivas que priorizan lo inmediato y lo operativo, rompiendo las mediaciones entre los medios y los fines. Para superar respuestas inmediatistas, se vuelve fundamental reconocer la particularidad de los espacios institucionales en los cuales en trabajador social realiza su trabajo, pero también, poder reconstruir el “objeto de intervención”, mediante aproximaciones sucesivas que permitan al profesional direccionar su intervención de forma conciente, incluyendo finalidades a corto, mediano y largo plazo Si bien, estos dos elementos de análisis se vinculan entre sí, necesariamente el profesional debe partir de un análisis de las determinaciones presentes en las instituciones en las que trabaja y de sus demandas institucionales. Este proceso, que parte de lo singular, establece mediaciones con lo universal para captar lo particular, captando cómo la legalidad social se expresa en las instituciones en las que trabaja el trabajador social. En ese sentido, se identifican los procesos sociales, reconociendo “…el modo de ser, la dinámica de los procesos y prácticas sociales y profesionales, y la lógica que constituye moviliza y articula tal proceso” (Guerra, 2007: 262-263). El análisis institucional requiere de un proceso de reconocimiento de cómo las leyes tendenciales de la sociedad –como son la relación capital-trabajo; las funciones del Estado; las funciones y transformaciones de la política social; el impacto de la lógica de mercado, entre otras- se presentan en la institución, al mismo tiempo que se mediatiza las funciones y determinaciones de la institución con las leyes tendenciales – el reconocimiento del área de intervención, los recursos disponibles, las modalidades de actividades (preventivas, promocionales o asistenciales), los modos de ejecución, las fuentes de financiamiento, las coberturas y las relaciones de poder (Mallardi, 2010)-. Sólo así se capta la particularidad de las instituciones, adquiriendo nuevos sentidos y determinaciones las demandas institucionales. De modo similar sucede con la atención de las problemáticas que se presentan en el cotidiano de la intervención profesional. En su inmediaticidad, la demanda institucional se presenta como un “problema social” de un individuo o grupo social y como un conjunto de formas, objetivos y medios que el profesional puede asumir para resolver dicha situación. La actuación en este nivel supone una igualación entre la demanda institucional y la respuesta profesional. Por ello, es necesario que el profesional mediante un proceso intelectivo de negación de la inmediatez que representa esa situación singular, rompa con la pseudoconcrención y reconstruya el objeto de intervención. Es decir, el nivel de lo particular supone “que las leyes tendenciales, que son capturadas por la razón en la esfera de la universalidad, como las leyes del mercado, relaciones políticas de dominación etc., actúan como si tomasen vida, se objetivasen y se hiciesen presentes en la realidad singular de las relaciones sociales cotidianas,
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desingularizándolas y transformando lo que era universal en particular, sin perder su carácter de universal ni su dimensión de singularidad” (Pontes, 2003: 216). Por lo tanto lo particular capta en un objeto de intervención sus determinaciones ricas y diversas, que permite al profesional asumir la construcción de una estrategia de intervención real, en la que los medios y fines son dos elementos centrales a considerar en la direccionalidad de la intervención. A partir de las mediaciones, es posible superar la demanda institucional, incorporándola a la demanda profesional (Pontes, 1995). Diferente es la intervención desde una perspectiva posmoderna, que no puede superar la inmediatez y queda aprisionado dentro de la demanda institucional. Así la intervención “Tiende a “preocuparse” y a actuar de forma inmediata y sin crítica, sin buscar la transformación, sino sólo algunos cambios inmediatos, localizados, que respondan a las carencias inmediatas; actúa de modo desarticulado, inmediato, directo, en los “problemas” singulares, en una realidad des-totalizada, deseconomizada, des-politizada, inmutable, sin historia” (Montaño, 2007: 245). Este modo de intervención se conforma en un pensamiento y acción de capitulación, en el que se acepta pasivamente la desaparición de la dimensión material de la intervención profesional, quedando reducida al trabajo con las representaciones y la subjetividad. Se promueve un accionar profesional que “restituye en nuevos discursos y prácticas el apelo al individualismo materializado en la auto-ayuda, en la autoestima, a la forma en detrimento del contenido, al holismo en sustitución de la universalidad y la verdad en nombre del “punto de vista” o del “mirar”” (Ortiz, 2007: 27). Pero no sólo ello, sino que también profundiza una intervención de carácter idealista, ya que, promueve como única salida para la intervención del trabajador social el abordaje de las representaciones de los sujetos. Así, se produce una inversión en el cual pareciera que cambiando las representaciones se cambia la realidad, volviendo a posicionamientos que Marx criticó y que sintetizó diciendo “no es la conciencia de los hombres lo que determina su ser, sino, por el contrario, es su existencia social lo que determina su conciencia” (2004: 66-67)19. La perspectiva marxista no niega la posibilidad de trabajar la subjetividad, pero si niega dos cuestiones: el reconocimiento de una subjetividad ahistórica, desconectada Cabe señalar, que en buena parte del pensamiento posmoderno no sólo se produce una escisión entre pensamiento y acción, sino que también se le atribuye al primero una mayor significación por ser el ámbito en el que se configuran los signos y las representaciones. Lukács (2004) señala la unidad entre teleología, objetivación y exteriorización, en el cual como partes del proceso de la praxis primaria (el trabajo) uno no es posible sin el otro. Ya con Soares Santos se señalaba como las transformaciones societales del capitalismo tardío iban configurando una conciencia particular. Por lo tanto, necesariamente para comprender la conciencia, sus representaciones e imaginarios, debe ser pensado en unidad de la acción 19
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de las determinaciones estructurales, y que el trabajo con lo subjetivo se constituya en el único camino posible para la intervención profesional. Del mismo modo, las tensiones y las disputas en la direccionalidad de los servicios sociales, es ofuscada y ocultada, apareciendo el trabajo profesional como un trabajo de intersubjetividades, entre la subjetividad del profesional y la subjetividad de sujeto con el que se trabaja. Es por ello, que se afirma que la perspectiva marxista es superadora, porque permite construir estrategias de intervención que rompan con la racionalidad instrumental, que reconozca los límites y posibilidades de la institución en la que se encuentra inserto el profesional, que realice un mapeo de fuerzas políticas para construir alianzas que refuercen la dimensión progresista de los derechos conquistados por la clase trabajadora. Sólo así es posible generar estrategias de intervención que no queden sólo en el corto plazo, sino también en el mediano y largo plazo, pero que también permitan salir de la atención del “caso por caso”, promoviendo alternativas profesionales colectivas, sustentadas en valores emancipatorios. III. Algunas consideraciones finales A lo largo de este trabajo, se ha intentado mostrar como el posmodernismo es una continuación de la decadencia ideológica de la burguesía, que en el plano del pensamiento reduce cada vez más su comprensión de lo real, creando apariencias o quedándose en el límite de la cosificación de las relaciones sociales. Algo que no ha sido desarrollado por este texto, pero que deja abierta la indagación es la cuestión del Proyecto Ético-Político Profesional. El posmodernismo, en su crítica a la modernidad, niega la posibilidad de construir proyectos societales alternativos, y en el caso de la profesión, proyectos profesionales vinculados a proyectos societales emancipatorios. En ese sentido, la preocupación por lo “microsocial” limita las opciones éticopolíticas del profesional a una dimensión individual, sin establecer las mediaciones con el colectivo profesional. Es decir, aquí hay una doble determinación a tener en cuenta: por un lado, la construcción de un proyecto ético-político profesional, como construcción del colectivo profesional, debe basarse en consensos comunes (Netto, 2003) en torno a valores emancipatorios que amplíen las esferas progresivas de la sociedad. Por otro, que este proyecto profesional –que desde una visión marxista se vincula a valores emancipatorios, que recuperan los planteados por el proyecto de la modernidad- se constituye en una teleología, una previa ideación, que sólo adquiere concreción en la práctica profesional diaria.
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Sólo de este modo será posible contribuir al cambio y la transformación social; asumiendo lo que el propio Marx expresaba en la tesis once de Feuerbach, al decir que “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo” (1975: 92). Bibliografía Anderson, Perry (1998). Los orígenes de la posmodernidad. Editorial Anagrama. Barcelona, España. Anderson, Perry (1999). Neoliberalismo: un balance provisorio. En La trama del neoliberalismo. Editorial CLACSO-EUDEBA. Buenos Aires. Argentina. Antunes, Ricardo (2001). ¿Adiós al Trabajo? Ensayo sobre las metamorfosis y la centralidad del mundo del trabajo. Cortez Editora. São Pablo, Brasil. Borón, Atilio (2000). Tras el búho de Minerva. Mercado contra democracia en el capitalismo de fin de siglo. Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires, Argentina. Callinicos, Alex (1993). Contra el postmodernismo. Una crítica marxista. El Áncora Editores. Bogotá, Colombia. Carballeda, Alfredo (2006). El trabajo social desde una mirada histórica centrada en la intervención. Del orden de los cuerpos al estallido de la sociedad. Espacio Editorial. Buenos Aires, Argentina. Coutinho, Carlos Nelson (1972). O estructuralismo e a miseria da razao. Editora Paz y terra S.A. Rio de Janeiro, Brasil. Coutinho, Carlos Nelson (2000). Representación de intereses, formulación de política y hegemonía. En La política social hoy. Borgianni E.; Montaño C. (Orgs). Cortez Editora. Sao Pablo, Brasil. Díaz, Esther (2005). Posmodernidad. Editorial Biblos. Buenos Aires, Argentina. Eagleton, Terry (1997). Las ilusiones del posmodernismo. Editorial Paidós. Buenos Aires, Argentina. Evangelista, Joao (1992). Crise do marxismo e irracionalismo pós-moderno”. Cortez Editora. San Pablo, Brasil. Guerra, Yolanda (2007). El proyecto profesional crítico: estrategia de enfrentamiento de las condiciones contemporáneas de la práctica profesional. En La profesionalización en trabajo social. Rupturas y continuidades, de la Reconceptualización a la construcción de proyectos ético-políticos. Rozas Pagaza M. (Coordinadora). Espacio Editorial. Buenos Aires, Argentina. Harvey, David (2004). La condición posmoderna. Investigación sobre los orígenes del cambio cultural. Amorrortu editores. Buenos Aires, Argentina. Heller, Agnes (1972). Historia y vida cotidiana. Aportación a la sociología socialista. Editorial Grijalbo. México DF. México.
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Capítulo III Perspectivas Tradicional y Emergente: Desafíos a la Intervención Profesional del Trabajo Social en el contexto actual Jorgelina Barros Laura Massa Introducción En este trabajo nos proponemos reflexionar acerca de las características que la intervención profesional del Trabajo Social adquiere en el contexto actual. Consideramos que ésta es una categoría constitutiva de la profesión, en la medida en que expresa su razón de ser como una especialización del trabajo en la sociedad que, en tanto totalidad histórica y socialmente determinada, se encuentra atravesada por una multiplicidad de aspectos complejos y dinámicos que cristalizan su carácter polifónico. En ese sentido, proponemos pensarla desde las dos perspectivas teóricas que tanto por su trayectoria como por sus aportes al debate contemporáneo en Trabajo Social- consideramos más sólidas. Para ello hemos tomado dos ejes centrales sobre los que se estructuran las divergencias de ambas perspectivas: la historia de la profesión / antecedentes e institucionalización (Netto 1997, Parra 2001 y 2004), y la cuestión del objeto del/ en Trabajo Social, y sus relaciones con las distintas dimensiones de la intervención profesional, teórico-metodológica, ético-política y operativo-instrumental (Netto, 2004, Rozas, 1998). En tanto categoría en debate, partimos de estas perspectivas ya que “con ayuda de un determinado modelo, que estructuralmente es de ‘orden inferior’ respecto a la estructura de determinada esfera de la realidad, esta esfera más compleja sólo puede ser comprendida de un modo aproximado, y el modelo puede constituir una primera aproximación a una adecuada descripción e interpretación de la realidad” (Kosik, 1996:59). Ya sea que se considere que el trabajador social interviene sobre problemas sociales o que el mismo ejerce su profesión en relación a las manifestaciones de la
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“cuestión social”, el conocimiento del contexto histórico1 es de fundamental importancia. La problematización de las situaciones que se presentan como demanda de la intervención profesional, requiere de una rigurosa lectura de la realidad, que supone siempre una toma de posición ético-política, es decir, de explicitación del proyecto societal en el que aquella se enmarca. I. Perspectiva Humanista o Tradicional Esta perspectiva considera que el Trabajo Social se configura con un carácter marcadamente progresista. En términos de Eroles (2001), surge como una respuesta humanitaria frente a los excesos e injusticias del sistema liberal-capitalista, que ya desde sus inicios e incipiente desarrollo comienza a plantear dificultades (cuestión que se cristalizará en sucesivas crisis cada vez más cercanas entre si y con mayor profundidad en sus consecuencias) para la reproducción de la vida de amplios sectores de la sociedad, otorgando relevancia a la existencia de la especificidad profesional, en la medida en que existe un objeto –los problemas sociales- y una metodología propios del Trabajo Social. En esta dirección Di Carlo (2001) propone la división del campo científico y el reconocimiento de las especificidades que presuponen la construcción del propio objeto –teórico/práctico en el caso del Trabajo Social- que es siempre una selección de una parte del mundo objetivo (o real)2. En esta delimitación de un objeto propio y un modo específico de relacionarse con él radicaría, para el autor, su cientificidad. En general, desde esta perspectiva, se sostiene que la profesión tiene un potencial científico que, a partir de la elaboración de una teoría del objeto y una teoría de la intervención, podrá colocar al Trabajo Social en el espectro de las disciplinas de las Ciencias Sociales. Esta perspectiva reconoce las dimensiones ética, teórica e instrumentalmetodológica de la intervención profesional, pero no explicita los alcances respecto del proyecto societal al que adscribe.
Al referirnos al contexto actual estamos considerando las transformaciones ocurridas a partir del cambio de patrón de acumulación capitalista, desde mediados de la década del ’70 a la actualidad. Es decir, a los procesos de globalización (también llamados de mundialización) que en nuestra región cobran profunda crudeza a partir de la instauración de dictaduras militares en la década del ‘70, crisis por la deuda en los ’80, las medidas “propuestas” por el “Consenso de Washington” en los ’90 y las nuevas estrategias regionales que toman cuerpo a partir del 2000. 1
Cabe aclarar que para Di Carlo el objeto del Trabajo Social no son los problemas sociales sino “el hombre como ser pensante en debate con sus circunstancias” (2001; 34) 2
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En relación al papel de la teoría, sostiene que la misma “guía” la intervención profesional; y si bien se revaloriza la investigación, la misma está orientada a la intervención. La investigación se relaciona con la investigación diagnóstica y la construcción de problemas sociales para su posterior abordaje. Consideramos que si bien esto es de suma relevancia –en tanto revaloriza una dimensión “vedada” al Trabajo Social-, corre del centro de la escena la posibilidad de construir acervos teóricos que aporten al conjunto de las ciencias sociales; lo cual, in extremo, sostiene (cuando no refuerza) la subalternidad del Trabajo Social respecto de la producción de conocimiento. II. Perspectiva ontológica, crítica o emergente Según esta perspectiva, las condiciones históricas que dieron origen al Trabajo Social se encuentran asociadas a la “cuestión social”. El Trabajo Social como saber específico y su inserción en ámbitos académicos institucionales con el objetivo de profesionalizarlo es posterior al surgimiento de los espacios socio- ocupacionales que crearon la necesidad social de ese profesional (Parra 2001). Es decir, que existía un conjunto de intervenciones sobre las manifestaciones de la “cuestión social” que requerían de un técnico que las abordara; por lo que la profesión se constituye primero como una práctica y solo en un segundo momento como un saber específico. Tal vez en ese origen se encuentre parte de la respuesta al por qué ha sido (y continua siendo) tan conflictiva la relación teoría-práctica, la exacerbación de su “paralelismo”, y podría aproximarnos a develar las razones de la ausencia de los supuestos teórico-políticos en los análisis e intervenciones: el Trabajo Social ha tomado conceptos instrumentalizables, dada su necesidad de intervenir (Netto, 1997), sin problematizar sus supuestos. La perspectiva ontológica considera que el Trabajo Social no posee un objeto especifico; posee un saber propio técnico-operativo (Montaño; 1998) y sí produce teoría, pero ella no le es propia sino que pertenece al conocimiento teórico de lo social3.
“Como primera instancia en la división sociotécnica del trabajo podemos identificar diversas profesiones. En un segundo plano de esta división encontramos, dentro de cada profesión, la actividad científica y la actividad interventiva. Ciencia es la denominación que se da a la actividad investigativa realizada sobre objetos reales de una cierta realidad y que procura reproducirla en el plano ideal; otra cosa es lo que llamamos de profesión, siendo caracterizada por un conjunto de actividades, dentro de las cuales se encuentra la científica, y que envuelve tanto el nivel teórico-científico como técnico-instrumental y prácticointerventivo.” (Montaño, 1998:22) 3
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En esta dirección es que esta perspectiva sostiene que el Trabajo Social no se institucionaliza en función de su legitimidad en la división del trabajo científico4, sino como un tipo de trabajo especializado en la división social y técnica del mismo, que objetiva una intervención social a partir de un análisis teórico-crítico de la realidad. En este sentido, el profesional del Trabajo Social interviene en las múltiples manifestaciones de la “cuestión social”, fragmentada en problemas sociales. III. Intervención profesional: una categoría en tensión La perspectiva humanista supone una multiplicidad de problemáticas sociales con posibilidad de ser abordadas, y traducidas como demandas de Intervención Profesional. La perspectiva emergente cuestiona esa consideración, puesto que sostiene que fragmentar la realidad en problemas sociales desprovistos de su matriz fundante -la “cuestión social”- es vedar la posibilidad de descubrir que la realidad es una totalidad compleja e histórica, y por tanto en permanente construcción. Respecto a la cuestión metodológica, las diferencias son también profundas. En la perspectiva ontológica el método es la re-producción en el plano del pensamiento del movimiento del objeto, estableciendo mediaciones que permitan explicarlo, mientras que en la perspectiva humanista se observa en una gran cantidad de producciones escritas la consideración del método como conjunto de procedimientos para conocer y, en muchos casos, como medio de aplicación de este conocimiento. A partir de la dificultad de identificar una visión hegemónica dentro de la vertiente humanista respecto de la relación teoría-práctica, sostenemos el planteo de Guerra (1999) sobre la existencia de tres tendencias en el tratamiento de estas cuestiones: La primera es aquella que toma la práctica como el fundamento de la determinación de sus acciones, en la cual la teoría es una construcción abstracta, ya que es el hacer quien provee indicativos sobre los instrumentos operativos capaces de tornar más efectiva la práctica social. Así, la repetición de la práctica permite generar modelos de intervención. La segunda, coloca las construcciones teóricas como determinaciones de la práctica formalizando la teoría, exigiéndole respuestas e instrumentos capaces de colocar la “teoría en acción”. Aquí, si la práctica no encuentra correspondencia con los modelos de acción profesional, debe ser modificada. En estas dos tendencias subyace una escisión entre teoría y práctica, invisibilizando que esta última siempre supone formas de comprender y explicar el mundo, independientemente del status científico de tales explicaciones. En términos de Iamamoto (2000), no se legitima como rama del saber; y en la crítica de Netto (1997), la requisición de la profesión no deriva de su stock científico. 4
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La tercera difiere de las anteriores en la concepción de la teoría, ya que la reconoce como procesos de reconstrucción de la realidad vinculados a proyectos de sociedad, a métodos de conocimiento e interpretación, reconociendo la existencia de una toma de posición del sujeto cognoscente, en este caso, los profesionales del trabajo social. Estas tres tendencias, presentes en el debate contemporáneo de nuestra profesión tienen algunos elementos en común: reducen la teoría a la necesidad de dar respuestas frente a situaciones inmediatas; desconsideran las naturalezas diversas que poseen teoría y práctica, pensamiento y acción; y finalmente, ocultan los principios subyacentes a las nociones de teoría y en consecuencia a la concepción de Trabajo Social La corriente ontológica sostiene que no hay una correspondencia directa e inmediata entre teoría y práctica, su relación es producto de mediaciones ya que éstas involucran experiencias personales/profesionales/sociales, concepciones del mundo, proyectos de sociedad, etc. La teoría es una aprehensión de la realidad por medio del pensamiento. En esa reconstrucción de la realidad se ponen en juego opciones políticas, teóricas, metodológicas, etc. en la medida en que quien la realiza es un sujeto singular, histórica y socialmente determinado. En este sentido, una diferencia profunda entre ambas perspectivas radica en la visión del mundo, de las relaciones sociales, de las relaciones sujeto-naturaleza. Es un lugar común en el Trabajo Social considerar que su fin último es contribuir al bienestar social –de hecho está escrito en los Códigos de Ética de la profesión-. Desde esa lectura hegemónica se pierden de vista las relaciones de poder, de dominación/ explotación de una clase sobre otra, y las luchas, la organización, la resistencia y el reclamo de los sectores “que viven/necesitan vivir del trabajo”. Por otra parte, esta mirada despolitizada y deshistorizada, en tanto considera la sociedad como un conjunto de personas libres e iguales, produjo un retraso sumamente significativo en la certeza de que el mismo trabajador social se ubica en el seno de esas contradicciones fundamentales y que el fruto de su trabajo le es también expropiado. Asimismo, obstaculiza la conformación de espacios de reivindicación de las condiciones de trabajo del profesional, reeditando el voluntarismo y la abnegación que acompañó históricamente la trayectoria profesional. Claro está que lo dicho no abarca al Trabajo Social, como si éste fuera un todo homogéneo, sino que remite a la configuración histórica de la profesión en la que siempre ha habido sectores que intentaron “romper la inercia". Para poder enfrentar los desafíos contemporáneos, Netto (2004:27) propone (re)construir la calificación profesional a partir de tres niveles. El primero de ellos refiere a la necesidad de contar con una densidad teórica que le permita enfrentar
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exitosamente los retos contemporáneos; en este sentido plantea que la profesión “tiene que poseer cuadros de referencia que le permitan comprender la dinámica de lo que sucede. Sumar calificación teórica en una profesión donde la dimensión interventiva es constitutiva”. Por esta razón, no es suficiente poseer competencia teórica, sino que se torna necesario un segundo nivel, la competencia interventiva, es decir, operativa, técnica. Pero en la complejidad del contexto actual no basta con saber cómo actuar ni comprender teóricamente por qué se actúa. Por ello es necesario un tercer nivel: la competencia política, que permita discriminar y elegir fines en el horizonte de determinado proyecto de sociedad. Si bien desde esta perspectiva se explicita la integralidad de la intervención profesional, se han incorporado categorías para dar cuenta del “horizonte” de aquella acuñando conceptos tales como “ampliación de ciudadanía”, “restitución de derechos”, “aumento de calidad de vida”; los cuales, claramente, suponen una conquista respecto de/ para con los sujetos de intervención, sobre todo en el contexto actual, como caracterizamos más adelante, pero no son propios del marco categorial del marxismo: “si bien son conceptos que operacionalizados dan lugar a intervenciones públicas (estatales o no) que responden – o intentan responder- a la satisfacción de necesidades, emergen como categorías orientadas a “mejorar” o “atenuar” las consecuencias del modelo de producción actual, y no a superarlo” (Massa, 2009: 202). Hacemos mención a esto, en tanto que, en un momento de, por una parte, retracción de la lucha y la organización de los sujetos que viven/necesitan vivir del trabajo y, por la otra, una desigualdad sin precedentes, no debemos dejar de preguntarnos acerca de las categorías con las cuales nombramos la tensión “concesión-conquista” (Pastorini, 1997) entre las clases antagónicas y, por tanto, su coherencia con el proyecto societal al que como profesión adscribimos. IV. El escenario actual: límites y posibilidades Las condiciones en las que se ejerce el Trabajo Social expresan continuidades y rupturas respecto a las que existían en el momento de su surgimiento y consolidación. Analizar la intervención profesional en el marco de la contemporaneidad implica “entender que el presente supone reconocer la trayectoria histórica, es decir, las articulaciones con el pasado y con el futuro. Al mismo tiempo supone analizar la contemporaneidad desde la perspectiva de la totalidad, es decir la interrelación entre las múltiples
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dimensiones de la realidad social y en relación a esto las vinculaciones con el Trabajo Social y las particularidades de la profesión en un momento histórico determinado” (Cavalleri, 2005:s/pág.) . La contemporaneidad atraviesa y conforma el ejercicio cotidiano de la profesión, puesto que afecta las condiciones y relaciones de trabajo de los profesionales como así también las condiciones de vida de los sujetos usuarios de los servicios sociales (Iamamoto, 2003). El desarrollo de la profesión y de sus roles, se configura a través de un doble dinamismo: por un lado por las demandas que cada sociedad, en cada momento histórico, coloca a los profesionales. Y por otro, por las reservas teóricas y prácticosociales que viabilizan las respuestas a esas demandas (Netto, 1997). El espacio reservado a la profesión en la división social y técnica del trabajo, permite a los trabajadores sociales insertarse en la vida cotidiana de los sectores mayoritarios de la sociedad. Así, ocupan un espacio privilegiado para conocer la crudeza con la que la “cuestión social” se manifiesta. Netto (2004:10) plantea que “no hay ninguna situación histórica que ponga límites a las acciones profesionales y que no ofrezca, además, posibilidades y alternativas”. Una de las posibilidades de este momento histórico es aprehender que el ejercicio de la profesión es una instancia de construcción de poder en torno a las actividades realizadas (y sus sentidos). Para eso es fundamental superar la perspectiva que piensa el Trabajo Social desde dentro de sí mismo (aquello que Netto, 1997 denomina inversión en el análisis), dado que el presente desafía a la profesión a superar las rutinas históricamente construidas para aprehender el movimiento de la realidad y así poder “detectar tendencias y posibilidades en ésta presentes que sean factibles de ser impulsadas por el profesional” (Iamamoto, 2003); lo que implica que las “posibilidades” no se transforman lineal y automáticamente en “alternativas” profesionales. Comprender las posibilidades y las contradicciones de la dinámica social es fundamental para no caer en posiciones ni fatalistas ni mesiánicas, dado que “solo pueden sobrevivir, a lo largo de la historia, aquellas profesiones que consiguen captar demandas emergentes, comprender su esencia y desarrollar nuevas respuestas pertinentes y efectivas” (Montaño, 1998:184). En este sentido, es importante señalar que la identificación de demandas emergentes, o bien la emergencia de nuevas formas de expresión de ‘viejas’ demandas, debe incorporar la reflexión en torno a las lecturas teóricas e ideológicas de la “cuestión social”. Este concepto –sustancial para la profesión- también presenta divergencias en su significación.
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Dado el carácter interventivo del Trabajo Social, no basta con identificar dichas demandas, sino que es preciso incorporar la dimensión operativo instrumental, entendiendo que la misma siempre se enmarca en un proceso más amplio y multidimensional. Entendiendo que la categoría central para el análisis de la realidad es la totalidad, se considera que las nuevas expresiones de la “cuestión social” requieren de intervenciones que resulten superadoras de estrategias conservadoras, puesto que la complejidad de la realidad histórica-social pone de manifiesto que no es suficiente con reconstruir soportes colectivos que perpetúen las formas de explotación. En esta dirección, Cavallieri (2010) advierte que la consideración, en algunos profesionales, de la existencia de una “nueva cuestión social” niega el proceso histórico en el que es posible observar las reconfiguraciones periódicas del modo de producción capitalista. “Es la consideración de este nuevo escenario, el que lleva a algunos profesionales a referenciarse en nuevos postulados teóricos, invalidando los aportes de la teoría social clásica (…) No aislado de lo anterior se presenta la “naturalización” de lo social que impone limitaciones a lo que es posible transformar en la sociedad de nuestros tiempos”. (Cavallieri, 2010:40). Es decir, que la existencia de una “nueva cuestión social”, surgida a partir de un nuevo modelo de acumulación ubica la fundación de la “cuestión social” en la forma que adquiere la relación estado- sociedad en un periodo histórico determinado y no en el sistema sobre el que se sostienen los distintos modelos (tanto de acumulación como de Estado). V. Reflexiones para el debate El intento por reflexionar acerca de las características de la intervención profesional del Trabajo Social en relación con las manifestaciones actuales de la “cuestión social” nos ha permitido identificar algunos ejes a partir de los cuales puede enriquecerse el debate: La intervención profesional es una categoría construida a partir de continuidades y rupturas, en el marco de un determinado proyecto societal y profesional. Las diferencias entre la perspectiva tradicional y emergente son profundas, dado que remiten a diferentes interpretaciones de “lo social” y por ende, de la intervención en ese campo.
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En la explicitación de estas divergencias surgen dos conclusiones: una referida a la trayectoria histórica del la profesión, y la otra a las posibilidades que se abren en este presente-futuro. La primera, se relaciona con la tendencia que ha llevado a que “el hacer” fuera lo esencial en el Trabajo Social, ubicando “al saber” en una instancia de subsidiariedad. La perspectiva ontológica sostiene que una profesión no puede pensarse solo desde su capacidad para acumular conocimiento, como tampoco es posible que sus fundamentos sean el voluntarismo y la abnegación, ya que ambas, al desarraigar la profesión de las relaciones sociales que le dan existencia, opacan su sentido político. Respecto de la segunda podemos decir que, en función de la explicitación de los proyectos societales, será posible hacer visible las distintas interpretaciones de la intervención profesional. En esta tensión, corremos el riesgo de que se filtre el discurso posmoderno. Identificarlo y problematizarlo es fundamental para que no resulte un obstaculizador en el avance que significan los debates que han comenzado a producirse En ese sentido, los debates que tiendan a consolidar un proyecto profesional propio no suponen la aniquilación de divergencias sino que deben darse en el marco del respeto al pluralismo. El Trabajo Social es una profesión inscripta en la división social y técnica del trabajo, caracterizada fundamentalmente por su carácter interventivo. Esta afirmación supone una ruptura con concepciones metodológicas etapistas y voluntaristas, pero implica el desafío de operacionalizar la intervención profesional. El trabajador social “se enfrenta a las mismas cuestiones que otros cientistas sociales, lo que lo diferencia es el hecho de tener siempre en su horizonte un cierto tipo de intervención: la intervención profesional. Su preocupación está en relación con la incidencia del saber generado sobre su práctica: en el servicio social, el saber crítico apunta hacia el saber hacer crítico” (Veras Baptista, 1992:64). Es fundamental que el Trabajo Social realice sucesivas aproximaciones a las varias expresiones de la “cuestión social” captadas en su génesis y manifestaciones. “La investigación concreta de situaciones concretas es condición para atribuirle un nuevo estatuto a la dimensión interventiva y operativa de la profesión, resguardados sus componentes ético-políticos” (Iamamoto,2003: 69-70). Pensar el Trabajo Social como trabajo implica aprehender el ejercicio profesional profundamente configurado por las relaciones sociales. Abordar el Trabajo Social como un tipo de trabajo en la sociedad permite comprender la profesión en relación con la historia de la sociedad de la cual es parte y
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expresión (Iamamoto 1997 y 2003), con lo cual -en tanto trabajadores asalariadossomos parte del proceso de producción y/o distribución de la riqueza socialmente producida. El contexto actual, en el que se deterioran las condiciones de vida de los sectores que viven del trabajo –entre los que nos encontramos- invita al colectivo profesional a debatir estas cuestiones. El ejercicio profesional del trabajador social “participa tanto de los mecanismos de dominación y explotación como también, al mismo tiempo y por la misma actividad, da respuesta a las necesidades de sobrevivencia de las clases trabajadoras y de la reproducción del antagonismo en esos intereses sociales, reforzando contradicciones que constituyen el móvil básico de la historia” (Iamamoto, 1997:89). El trabajador social en tanto profesional ‘critico’ supone asumirse como un intelectual orgánico. Si pensar el Trabajo Social como una de las formas en que se desarrolla del trabajo socialmente necesario, supone reconocernos como parte del grupo de sujetos que “viven/necesitan vivir del trabajo”, es fundamental la comprensión teórica, política y ética de las implicancias del ejercicio de la profesión, a fin de poder direccionar las intervenciones a la generación de instancias de construcción de poder coherentes con ‘la clase’ a la que pertenecemos, aquella de depende de la venta de su fuerza de trabajo para vivir. La contemporaneidad es “EL” escenario de la intervención profesional. En el actual contexto es fundamental re-pensar el Trabajo Social, recuperando por un lado, las demandas que la sociedad en este momento histórico particular realiza a la profesión, y por el otro, las posibilidades del colectivo profesional de responder a ellas (Netto, 1997). En este sentido, uno de los mayores desafíos que se nos presentan es desarrollar la “capacidad de descifrar la realidad y construir propuestas de trabajo creativas y capaces de preservar y tornar efectivos los derechos, a partir de las demandas emergentes en el cotidiano. (...) Ser un profesional propositivo y no solo ejecutor” (Iamamoto 2003:33). Bibliografía Barros, Jorgelina (2007): “Desafíos a la intervención profesional del Trabajo Social ante las manifestaciones contemporáneas de la cuestión social”. Trabajo Final de Graduación, U.N.Lu. Mimeo. Carballeda, Alfredo (2004): La intervención en lo social. Bs As: Paidós. Cavallieri, María Silvina. (2005): “El debate contemporáneo en Trabajo Social. las vinculaciones entre pasado, presente y futuro”. En: Terceras Jornadas de
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Capítulo IV Movimientos Sociales y Trabajo Social: en la necesidad de fortalecer un diálogo crítico Carolina Mamblona Valeria Redondi1 Introducción En el presente trabajo se indagarán claves analíticas fundamentales para comprender la relación entre Movimientos Sociales y Trabajo Social en la actualidad. Se presentarán los rasgos peculiares de los movimientos sociales en nuestro país, y se problematizarán las actuales vinculaciones de la profesión con los movimientos sociales, tanto desde la inscripción profesional como asalariado por el Estado, como en experiencias de la profesión desde el ámbito universitario. Dentro del conjunto de categorizaciones en torno a los movimientos sociales, nos aproximamos a algunas de las consideraciones que plantea Elizabeth Jelin, (1986) quien señala que la expresión movimientos sociales refiere, por lo general, a acciones colectivas con alta participación de base, que utilizan canales no institucionalizados y que, al mismo tiempo que van elaborando sus demandas, encuentran formas de acción para expresarlas y se van constituyendo en sujetos colectivos, es decir, reconociéndose como grupo o categoría social . Cabe agregar que los movimientos sociales más recientes comparten varias características, entre las cuales, Raúl Zibechi (2006) señala la existencia de al menos siete rasgos comunes: la territorialización; la búsqueda de autonomía material y simbólica respecto del Estado y de los partidos políticos; la revalorización de la cultura y la afirmación de sus pueblos y sectores sociales; la capacidad para formar sus propios intelectuales; el nuevo papel de las mujeres; la preocupación por la organización del trabajo y la relación con la naturaleza y la reinvención de métodos de lucha que recuperan formas de acción del pasado -como la huelga - que sin desaparecer, van dando lugar a `formas autoafirmativas’ donde los nuevos sujetos sociales logran visibilidad reafirmando su identidad. Han colaborado en este artículo los integrantes del Área de Investigación: “Movimientos Sociales, Conflictividad Social y Trabajo Social” de la FTS-UNLP. Lic. Lucrecia Basso; Lic. Lucila Fornetti, Lic. Mariel Obach, Lic. Lorena Sciarrotta, Lic. Lorena Ugarte; Estudiantes: Mariela Pietrantuono y Emilia. Rodríguez. 1
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La hipótesis que recorre este trabajo es el carácter tensional y contradictorio de la relación entre movimientos sociales y trabajo social. Esta relación nos coloca ante nuevos problemas y desafíos que la profesión tiene que continuar abordando, en la posibilidad para el colectivo profesional de capitalizar e incorporar debates que se abrieron en el proceso de reconceptualización, los cuales necesitan afianzarse en fundamentos de mayor consolidación conceptual. Sobre las condiciones sociopolíticas del surgimiento de los Movimientos Sociales contemporáneos en la Argentina A partir de las afirmaciones de Netto (1997) en cuanto a que las reales y profundas alteraciones sufridas en las últimas décadas por el orden económico, político, social y cultural, han conducido a un reciclaje del capitalismo pero no a su eliminación o a una modificación sustancial de su lógica y dinámica de funcionamiento, coincidimos en la afirmación de que el sistema monopolista, ahora redimensionado globalmente, mantiene de modo inalterable sus características inherentes y constitutivas, aunque revistiendo trazos inéditos. En tal sentido, el referido autor señala que si bien resulta necesario reconocer que el mapa político del mundo ha sufrido una serie de alteraciones sustantivas que impactan en la configuración del contexto actual, es factible afirmar que los cambios sufridos en la esfera tecnológica, en los procesos productivos, en los modos de control y gestión de la fuerza de trabajo, no hicieron más que situar la dinámica capitalista en otro nivel. Nivel en el cual la contradicción fundamental de este orden continua situándose en la relación antagónica e irreconciliable entre el capital y el trabajo, que reviste, de acuerdo a las particularidades del período histórico de la cual es parte y expresión, nuevas configuraciones y matices. De allí que se torne necesario realizar una breve caracterización del mismo. Comencemos entonces por delinear los trazos fundamentales de aquello que se ha dado a conocer como el ideario neoliberal, para poder comprender el carácter que adquieren el conjunto de transformaciones operadas bajo su égida. Se concibe al proceso de implementación de dicho programa, no sólo como un proyecto económico sino como un “...movimiento ideológico a escala verdaderamente mundial, como el capitalismo jamás había producido en el pasado (...) un cuerpo de doctrina coherente, auto consistente, militante, lúcidamente decidido a transformar el mundo a su imagen, en su ambición estructural y en su extensión internacional (Anderson, 1999: 26). Asimismo, cabe mencionar que la implantación definitiva de dicho proyecto en nuestro país, requirió de una política ejercida en base al poder que concentraron determinados sectores para implementarla, poder que se asienta en particular a partir del último golpe de Estado.
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Este último hecho histórico garantizó, mediante la implantación del Terrorismo de Estado, la concentración de la riqueza económica, la precarización laboral, la especulación financiera, la destrucción de las estructuras de contención políticosociales. En el contexto latinoamericano, que alcanzó en la década de los setenta altos niveles de conflictividad y lucha político-social, la implementación de este modelo se comprende, sólo con posterioridad a esta desarticulación sangrienta de las fuerzas políticas y sociales que podrían haber significado un obstáculo para la reestructuración capitalista en curso. Es así como, hacia el final de los años ochenta, atravesado por la derechización del clima ideológico y político internacional, nuestro país se embarca de modo coherente y consistente en la aplicación sistemática de las recetas neoliberales, evidenciando la notoria habilidad de sus gobernantes, para modificar estructuralmente el rumbo político, económico y social, adoptado durante las décadas precedentes. De modo que en la década de los noventa, se asiste a la consolidación de diversos fenómenos tales como la desindustrialización, la desregulación del mercado, la terciarización de la economía, la privatización de empresas públicas, el desmantelamiento de la legislación laboral y la protección social, que fueron generando profundas transformaciones que impactaron primordialmente en la esfera del trabajo, modificando, de esta manera, la relación capital-trabajo. Es sólo en el marco configurado por la existencia de tales procesos que adquieren sentido y relevancia los diversos fenómenos, que serán detallados a continuación en referencia a las particularidades que revisten los Movimientos Sociales en nuestro país. Lo cual, al decir de Netto (1997), supone referenciar el surgimiento de los mismos, a la situación objetiva, históricamente situada y socialmente determinada, de las clases trabajadoras frente a los cambios ocurridos en el modo de producir y de apropiar el trabajo excedente, como así también frente a la capacidad de organización y lucha de los trabajadores en la defensa de sus intereses de clase y en la búsqueda de la satisfacción de sus necesidades inmediatas de sobrevivencia. Pues bien, si coincidimos con Hobsbawn ( 2005) en que los Movimientos Sociales son expresión de la tensión entre las clases sociales y que los mismos emergen en momentos de alta conflictividad tornando visible la lucha que hasta entonces se encontraba latente, estamos en condiciones de afirmar que es en la dinámica de lo real anteriormente descripta, es decir, en este devastador escenario, que los Movimientos Sociales asumen, en términos de reivindicaciones, un conjunto de necesidades sociales – derechos sociales expropiados – que cada uno de ellos, desde diferentes propuestas táctico-políticas busca resolver, en relación con el Estado. Es así que, como contrapartida política a la ofensiva del capital en el transcurso de las ultimas décadas, emergen nuevas manifestaciones sociales entre las que
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podemos mencionar a la organización de la clase obrera en defensa de su fuente trabajo, recuperando y autogestionando la producción de las fábricas quebradas por sus dueños, el reclamo de los trabajadores desocupados conformando el denominado “movimiento piquetero” y los trabajadores rurales, quienes en conjunto con organizaciones clásicas de la clase obrera, como ciertos sindicatos combativos o algunas centrales opositoras, y el movimiento de Derechos Humanos, van a expresar la resistencia al modelo hegemónicamente imperante. Ahora bien, estimamos oportuno aclarar que para alcanzar una caracterización certera del conjunto de los movimientos, no podemos dejar de tener en cuenta la estrategia implementada por los últimos dos gobiernos en la atención o regulación del conflicto que plantea la emergencia de los mismos. La misma según Campione y Rajland se centró “…en una política explícita de cooptación, que ofreció a sectores del movimiento piquetero y otras organizaciones populares una participación en la gestión estatal y la inclusión en proyectos políticos tendientes a ampliar las bases de sustentación de la gestión presidencial…”. El gobierno “…se mostró decidido a construir alianzas con parte de los nuevos actores, a condición de que moderaran la modalidad y frecuencia de sus protestas, y asumieran un grado de compromiso con la gestión pública” (Caetano, 2006: 303) La consecuencia principal del mecanismo instrumentado por estos gobiernos, fue la configuración de posicionamientos distintos y opuestos respecto de las políticas gubernamentales en el arco de las organizaciones. Aparecerán quienes acompañan dichas propuestas y pasan a formar parte de grupos identificados con la política oficial; lo que implica, al mismo tiempo, posiciones de privilegio en el acceso a los planes, fondos y recursos de todo tipo que se destinan a esa población; y quienes, en cambio, procurarán mantener la identidad de los movimientos con el mayor grado posible de autonomía, con posiciones críticas; asumiendo así alguna de las consecuencias inevitables: dificultades crecientes en la participación de las distintas modalidades de programas sociales destinados a dichos movimientos y poca disposición a atender sus reivindicaciones. En términos generales podemos decir que se identifican estas dos tendencias contenidas y expresadas de diversas maneras al interior de cada uno de los movimientos que se desarrollarán en el presente trabajo. Movimiento de Trabajadores Desocupados Ante los procesos masivos de pérdida del trabajo en la Argentina, los trabajadores desocupados fueron quienes a partir del año 1996, afrontando diversos desafíos y dificultades, se constituyeron en tanto actor político principal de la compulsa propia de la dinámica de la lucha de clases.
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Denominado como el Movimiento de Trabajadores Desocupados desde sus propios protagonistas, y etiquetados en términos mediáticos como el ‘Movimiento Piquetero’ tuvieron la importancia de encabezar y multiplicar la protesta social, de norte a sur de nuestro país. La dialéctica del movimiento de lo real nos brinda elementos de análisis de este período reciente: las características del proyecto de la clase trabajadora están también dinamizadas por el ‘desocupado’ posibilitando en clave política la multiplicación de la lucha del resto de los sectores. La investigadora Maristella Svampa identifica dos vertientes que aportan a la emergencia de este movimiento: una proveniente de la experiencia de trabajadores vinculados a la empresa estatal petrolera (YPF), quienes componían un sector de la clase altamente calificado y con una vasta experiencia de sindicalización y, otra que permite el surgimiento del movimiento en el conurbano de la Provincia de Buenos Aires, vinculado a una tradición de inserción territorial. Este Movimiento Social que con su corto desarrollo – si se lo analiza en términos de períodos históricos – inaugura una experiencia de práctica político social distintiva e inédita. Se trata de parte de la clase trabajadora que no se reconoce como ‘excluido’ sino como un trabajador ‘desocupado’ o ‘sin empleo’. Concepción desde la cual los actores involucrados lograron potenciar su lugar para exigir los derechos de los trabajadores en su conjunto. Resignificando métodos de lucha que la clase trabajadora históricamente había utilizado para la conquista de derechos reivindicativos y políticos -el piquete realizado para fortalecer la huelga de las fábricas-, un arco de movimientos, desde diversos anclajes ideológicos y políticos, fue desplegándose y obligando al Estado a redefinir su política a fin de dar respuestas al reclamo de un amplio sector de la población expulsada de las fuentes de trabajo y de un lugar social históricamente reconocido. Organizarse para exigir al Estado trabajo genuino y aumento del monto de los planes sociales, una política alimentaria y sanitaria, y diferentes recursos materiales que les posibiliten la subsistencia. En la organización y dinámica de los movimientos, es posible apreciar el pasado obrero. Sólo la experiencia de las luchas sindicales puede dotar de instrumentos de las características de los utilizados. Política e ideológicamente constituyen un mosaico de posiciones, a menudo con importantes divergencias y contradicciones entre si. Movimiento Campesino El escenario descrito con antelación, no podía dejar de tener severas consecuencias que impactaron de manera drástica en el sistema agrario argentino. Los efectos negativos de las políticas neoliberales hallaron terreno fértil en los diversos problemas estructurales del agro, estallando en luchas como los paros
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agrarios de 1994, 1999 y el surgimiento de nuevas y variadas organizaciones campesinas2. El ciclo de movilizaciones campesinas se encuentra estrechamente ligado al fuerte cuestionamiento del actual modelo agrario y es por ello que este sector ha reemergido como actor histórico en los últimos 20 años. Estos movimientos, que combinan sus reclamos históricos con nuevas demandas políticas, sociales y económicas (sus reivindicaciones se orientan a la defensa del medio ambiente, soberanía alimentaria, salud, educación, condiciones de trabajo, salarios dignos, preservación de pequeños patrimonios familiares, derechos sociales, etc.) construyen una resistencia a nivel local, regional y nacional. Ahora bien, en la década del noventa se provoca un cambio sustancial en la estructura social agraria. Al respecto, cabe mencionar a Azcuy Ameghino, quien explica que el predominio del régimen capitalista en el campo ha provocado que el sector campesino “…sea objeto de una tendencia de descampesinización, donde los efectos del sistema capitalista continúan erosionando la organización social familiar de la producción, generando procesos de aburguesamiento y de proletarización” ( Azcuy Ameghino, 2003:220). De modo que, se originó una transformación radical del modo de producción agrario, en donde el campo se convirtió en una síntesis de avances tecnológicos y eficiencia productiva. Este nuevo proceso fue generando, de manera conjunta y simultánea, un aumento en la rentabilidad y alto crecimiento del sector en las zonas de inversión de las grandes empresas (los mega productores Grobocopatel, Benetton, entre otros) y la expulsión de pequeños y medianos productores del medio rural producto del avance a escala exponencial del monocultivo de soja. A su vez, ello trajo acarreado procesos tales como, el éxodo y despoblamiento rural, el incremento de los latifundios, la degradación ambiental, la desnacionalización de los recursos naturales, la concentración cada vez mayor de la producción, de la riqueza, de los medios de producción y la tierra, como así también y, paralelamente, el incremento de la desocupación y la pobreza entre los trabajadores rurales, la reducción de los salarios, el crecimiento del empleo informal. El incremento sostenido de la conflictividad se materializó en diversas formas de protesta y de la lucha activa como paros, cortes de ruta, tractorazos y movilizaciones. Cabe destacar que entre 1993 y 2001 los pequeños y medianos productores protagonizaron una de las décadas de luchas reivindicativas y políticas más intensas y persistentes que registra el siglo XX. Cabe mencionar que el Movimiento Campesinado ha tenido un papel muy preponderante en décadas atrás, como es el caso de las Ligas Agrarias en la Argentina en los años 60 y 70. Para tener más información sobre el proceso liguista ver “Conflictos Agrarios en la Argentina 1 y 2” de Jorge Próspero Roze. 2
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Las modalidades organizativas que adquieren las organizaciones de campesinos se nuclean bajo formas variadas como movimientos, frentes, foros, cooperativas, asociaciones, redes, entre otras. Movimiento de Fábricas Recuperadas Consideramos que la recuperación de fábricas autogestionadas por sus trabajadores debe ser concebida en términos de una estrategia de resistencia de la clase obrera, frente a la envestida neoliberal. Los trabajadores toman el control de sus lugares de trabajo para no convertirse en desocupados o, como señala Julián Rebon, ‘desobedecen al desempleo’. A este fenómeno se lo conoce como recuperación de fábricas y tiene su momento de auge a principios del año 2001, en donde se recuperan aproximadamente 180 pequeñas y medianas empresas en todo el país, generando con ello 12.000 puestos de trabajo3. La ocupación de empresas cerradas - en rigor, vaciadas - por sus propietarios, se constituye entonces en una modalidad que muestra inequívocamente que una fábrica puede funcionar sin patrones pero no sin trabajadores. Pudiendo afirmar así, que el movimiento de los recuperadores de fábricas es el más filiado en la tradición clásica de luchas sociales proletarias contra la burguesía. Cabe mencionar que, al interior del movimiento, conviven dos vertientes políticas muy diferenciadas, en cuanto a la forma jurídica de organización de las fábricas recuperadas, estas son: las Cooperativas de Trabajo y la Estatización Bajo Control Obrero. La adopción de formas jurídicas divergentes expresan en realidad la existencia de diferencias político- ideológicas en cuanto a la definición de sus programas políticos reivindicativos, la concepción y posición respecto del estado y los proyectos de sociedad que aspiran construir. En la Argentina, entre las fábricas recuperadas que plantea la estatización bajo control obrero se encuentra la empresa de cerámicos neuquina Zannon4, cuyo objetivo primordial es que el Estado, máximo acreedor de la empresa, la expropie y estatice manteniendo una administración elegida por los mismos trabajadores y enfocando la producción hacia un plan de obras públicas. Mientras que, el resto de las experiencias existentes en el país han adoptado la forma jurídica de cooperativas de trabajo.
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Datos extraídos del documental “Abierto por quiebra” realizado por el Colectivo Contraimagen. Ex Zanon – Actualmente denominada FASINPAT (Fábrica Sin Patrón)
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Estas últimas forman parte de la estrategia alentada por el Estado, debido a que el dictado de las leyes de expropiación5 privilegia claramente la defensa de la propiedad privada -fundamento del capitalismo- por sobre el derecho al trabajo. Movimiento de Derechos Humanos Para establecer una caracterización del movimiento de Derechos Humanos en Argentina, consideramos necesario destacar los rasgos más significativos que fueron constituyendo este heterogéneo movimiento social: - El carácter defensivo y de resistencia frente a las atrocidades cometidas por la última Dictadura Militar. - La ampliación de la noción de Derechos Humanos, en tanto avasallamiento de los derechos fundamentales en el marco democrático. - Un proceso de continuidad y ruptura, evidenciado en la cooptación políticoideológica por parte de los últimos gobiernos de importantes referentes de organismos de Derechos Humanos. Estos rasgos van a ir configurando nuevos debates hacia el interior de los organismos. La temática de los Derechos Humanos irrumpe en la política argentina como algo inédito e inseparable de una experiencia histórica de lo injusto e intolerable. Sin ello, no podría comprenderse que en pleno contexto dictatorial se hayan conformado grupos como Madres de Plaza de Mayo que, a través de la acción colectiva, enfrentaron la represión ilimitada del Estado, exigiendo el respeto de los derechos más básicos como son la vida, la integridad física, la libertad y el debido proceso judicial. La génesis del Movimiento de Derechos Humanos en Argentina, se ubica entre las décadas de los '60 - ' 70. Si bien existen importantes diferencias en el origen de los organismos que conforman este movimiento social, se advierten algunas características comunes: resistencia al proceso dictatorial; acción reactiva y defensiva centrado en el derecho a la vida; constituido como actor político al margen de las estructuras políticas tradicionales, centrado en un Programa de tipo Ético orientado a
A través del dictado de las leyes de expropiación, el Estado declara de utilidad pública el inmueble de la fábrica recuperada (generalmente por un período de tiempo), expropia en forma definitiva la marca, patentes y maquinarias, y luego las otorga en comodato a la cooperativa de trabajo. Cabe destacar que en muchas experiencias los mismos obreros han comprado la fábrica recuperada, convirtiéndose en propietarios. 5
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valores como la verdad, la justicia y la libertad y signado por la búsqueda de ampliación de derechos civiles y sociales. Las Madres de Plaza de Mayo, expresaron, por entonces, el posicionamiento más firme frente a la Junta Militar, mientras que los partidos tradicionales y la Iglesia se disponían a dialogar con el régimen. En este marco cobra especial significado su accionar, pues su demanda ética empieza a traducirse en términos de confrontación pública. Se constituyeron en el principal actor social que contribuyó a la derrota moral de la dictadura y al proceso de deslegitimación del régimen. En la década del '90, uno de los rasgos fundamentales que contribuye a otorgarle características distintivas, es que en el transcurso de la misma la asociación Madres de Plaza de Mayo era un sector del movimiento que disponía de una amplia capacidad crítica y lectura política compleja, que les posibilitaba poner en cuestión a la totalidad del orden económico, político y social vigente. Con una clara capacidad de resignificación, instalan en la sociedad que la deuda externa, el hambre y la desprotección de la niñez son formas de prolongación del genocidio; ampliando así el concepto de crimen y terrorismo. En este contexto, emergen también organismos cuyo accionar estuvo mayoritariamente orientado a enfrentar la represión policial y el denominado ‘gatillo fácil’. Entendemos que en la actualidad, el Movimiento de Derechos Humanos ha sido condicionado por la dinámica política, ingresando en nuevas instancias de debate acerca del lugar que este Movimiento Social debería tener en la denuncia a la violación a los Derechos Humanos y, fundamentalmente, su relación con el Estado. Esta situación se complejiza en el marco de la desaparición de Jorge Julio López6 y las diversas amenazas e intimidaciones hacia luchadores sociales. Asimismo, cabe agregar que, en los últimos años, se produjeron dos hechos de importante relevancia: la derogación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final y la sentencia por genocidio a Etchecolatz, el cura Von Wernich, Luciano Benjamín Menéndez y Jorge R. Videla proceso al que no podría haberse alcanzado sin la sistemática y constante lucha del conjunto de organismos de derechos humanos. Acerca del diálogo demorado entre Trabajo Social y Movimientos Sociales Si bien los Movimientos Sociales han sido objeto de estudio para las ciencias sociales a partir de la década de los sesenta, especialmente en los campos de la sociología y la ciencia política tanto en Europa, EEUU, y América Latina, para el caso
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Testigo fundamental en uno de los juicios por crímenes de lesa humanidad
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del Trabajo Social en Argentina, se evidencia una escasa producción de conocimiento sobre el tema7. Encontramos algunas presentaciones de artículos y ponencias en Congresos y Jornadas de Trabajo Social; escasas investigaciones sobre el tema desde la profesión y algunas tesis de postgrado en desarrollo. En el marco de las propuestas político-sociales desplegadas durante los gobiernos de N. Kirchner y C. Fernández, se desarrollaron una serie de medidas destinadas a movimientos sociales, a través de un conjunto de programas sociales, donde numerosos colegas son contratados para la implementación de los mismos. Aún en un contexto en el cual se amplía el espacio socio-ocupacional de nuestra profesión, con inserción en territorios y en contacto directo con organizaciones y movimientos sociales, no se evidencian hasta el momento reflexiones sistemáticas que aborden la relación entre Trabajo Social y Movimientos Sociales. Sin incurrir en la pretensión de encontrar la “especificidad” en una temática que es objeto de las ciencias sociales, nos interesa situar este debate para el Trabajo Social. Se trata de encontrar las particularidades de una experiencia que cobra características singulares al invertirse la relación tradicional entre “usuarios - políticas sociales - instituciones”, al estar frente a un actor político organizado quien reclama otro tipo de respuestas del Estado y quien indaga desde su propio funcionamiento y programa, las alternativas necesarias para propiciar un “cambio social”. Lo cierto es que este debate, esta temática y los problemas que tienen los movimientos sociales tanto en la esfera de la reproducción de la vida cotidiana como en la afirmación de sus construcciones político-organizativas no nos puede encontrar al margen como profesión y como intelectuales que queremos situarnos en la posibilidad de ‘descifrar’ la conflictividad social contemporánea. Hacia la construcción de un diálogo crítico entre Movimientos Sociales y Trabajo Social Con la finalidad de ubicar rasgos fundamentales de la relación entre movimientos sociales y la profesión, haremos referencia, en primer lugar, a modo de síntesis, de
En sucesivos estudios realizados por ABESS, acerca de los principales temas de investigación en el nivel de posgrado, realizados por el colectivo profesional en Brasil, la articulación del Servicio social con Movimientos Sociales y Organizaciones de la Sociedad Civil se encuentra entre los últimos lugares. En nuestro país se hallan publicados un conjunto de producciones provenientes de experiencias en docencia, investigación y extensión en unidades académicas. Cabe destacar las producciones en la Universidad de Comahue, en experiencias con la fábrica FASINPAT (Ex Zanón) y el Movimiento de Trabajadores Desocupados “Darío Santillán” de Cipolletti. 7
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las experiencias más significativas que venimos desarrollando desde la Facultad de Trabajo Social de La Plata, en las áreas de docencia, investigación y extensión: En el Área de Docencia: - Conformación de centros de prácticas de formación profesional – institucionalizados- con movimientos sociales (movimientos de trabajadores desocupados, fábricas recuperadas y estatales, comisiones internas de trabajadores, organizaciones de trabajadores rurales, organizaciones de Derechos Humanos) en el marco del programa de la cátedra Trabajo Social V, desde el año 1998 hasta la actualidad; - Dictado de seminario curricular “Movimientos Sociales: Expresión del conflicto social en América Latina. Análisis del Trabajo Social”, durante los años 2006-2007 y 2008. - Creación de áreas sociales al interior de movimientos sociales: conformadas por estudiantes, docentes y egresados de la Facultad. 8 En el Área de Extensión: - Proyectos de Extensión desde la Facultad y en articulación con otras unidades académicas con movimientos sociales desde el año 2001 hasta la actualidad. Los mismos abordan temas como: alimentación, salud, vivienda, formación política, derechos humanos, entre otros. En el Área de Investigación: - Proyectos sobre Movimientos de Trabajadores Desocupados (Acreditado en la UNLP9 desde el año 2000 y continúa) y conformación del Área de Investigación “Movimientos Sociales, Conflictividad Social y Trabajo Social”, integrada por docentes, estudiantes y graduados de la Facultad.10 . Este conjunto de experiencias alcanzaron avances como: - Contratación de trabajadores sociales por parte del Estado en programas destinados a organizaciones de trabajadores rurales. - Investigaciones que propicia el Área de Investigación de Movimientos Sociales. 8Se
denomina de esta manera tomando como referencia a la organización interna del movimiento de trabajadores desocupados que estaba constituido por las áreas de administración, salud, alimentos, proyectos productivos, educación, y finanzas. Esta organización nos permitió visualizar la necesidad de un espacio específico. Con el desarrollo de las áreas sociales al interior de Movimientos sociales se logra el reconocimiento estatal de instrumentos metodológicos, como encuestas e informes sociales; se profundiza la coordinación con servicios sociales de instituciones estatales, y la articulación de estrategias de intervención con trabajadores sociales para el tratamiento de necesidades sociales de los integrantes de movimientos referidas a educación, salud, protección y asistencia social. 9 “El Movimiento de Desocupados desde la perspectiva del Trabajo Social”. 10 El Área de Investigación “Movimientos Sociales, Conflictividad Social y Trabajo Social”, depende de la Secretaría de Investigación y Posgrado de la Facultad de Trabajo Social -UNLP, desde noviembre de 2009.
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Las características peculiares que fueron adquiriendo este conjunto de experiencias, los debates instalados acerca de nuestro lugar en tanto profesionales insertos en organizaciones sociales y la relación con el Estado; la importancia en la definición de estrategias –pertinentes- de intervención del Trabajo Social en un Movimiento Social, los condicionantes del ejercicio profesional en los mismos, son los nudos problemáticos principales que identificamos. Demandas emergentes Asumir proyectos desde el Trabajo Social con los Movimientos Sociales se fundamenta en la posibilidad de trabajar con aquellas demandas que aún mantienen un estado potencial en la estructuración de problemas que demandan ser atendidos principalmente en las esferas de las políticas sociales estatales. A estas, Carlos Montaño las denomina demandas emergentes. En la medida en que la profesión reconoce e incorpora las mismas, puede “establecer nuevas propuestas interventivas, nuevas respuestas (y por lo tanto, nuevas prácticas y campos profesionales) y tal vez una nueva racionalidad, funcionalidad y legitimación”. (Montaño, 2000: 182). Se trata de indagar sobre aquellos espacios que aún no se han configurado en términos socioocupacionales para la profesión -ofertas específicas de servicios estatales- y que contienen diversas posibilidades de abordaje. Posibilitan pensar en propuestas de intervención creativas; abrir canales para desarrollar la investigación; son espacios para multiplicar el desarrollo de proyectos. Esto se debe a dos razones principales: por un lado porque las necesidades son múltiples y están presentadas de manera inespecífica al encontrarnos con el movimiento social en la trama territorial 11 y por otro, por la posibilidad de constituirse en un actor que interpela al Estado en una confrontación y lucha directa logrando instalar “nuevas” demandas sociales propias de cada coyuntura. Prácticas instituyentes en el colectivo profesional Las diferencias entre los espacios clásicos de intervención institucional, direccionados por las políticas sociales que el Estado implementa y, en cambio, aquello que estos nuevos actores proponen, implica situarnos en un escenario definidamente distinto. La dinámica de funcionamiento autónomo combinada con Zibechi plantea que “Desde sus territorios, los nuevos actores enarbolan proyectos de largo aliento, entre los que se destaca la capacidad de producir y reproducir la vida, a la vez que establecen alianzas con otras fracciones de los sectores populares y de las capas medias. La experiencia de los piqueteros argentinos resulta significativa, puesto que es uno de los primeros casos en los que un movimiento urbano pone en lugar destacado la producción material.” 11
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modalidades de organización comunitaria les confiere a estos movimientos sociales, características claramente participativas. Esto obliga a confrontar al trabajador social con un espacio de intervención no institucionalizado, donde recibe una demanda masiva -problemas de salud, alimentación, educación, vivienda, etc.- que deberá abordar sin la contención institucional propia de la intervención tradicional. Aquí se invierte la direccionalidad del proceso tradicional instituido por el Estado; la Sociedad Civil adquiere protagonismo exigiendo la dialectización de la relación. El ejercicio de su práctica profesional tradicional es puesto en cuestión, al mismo tiempo que la sitúa frente a la trama que define las peculiaridades de su intervención. Ubicar estos rasgos distintivos, no supone comprender la relación entre Movimientos Sociales y Trabajo Social, en contraposición a la intervención profesional en el Estado; vale decir “un trabajo social con los movimientos” y “un trabajo social en las instituciones estatales”, sino desentrañar los elementos constitutivos de estas experiencias profesionales, las cuales se prefiguran en tanto prácticas instituyentes para el colectivo profesional. Acerca de la dimensión política La dimensión política en estos proyectos, cobra preeminencia, por el hecho de tratarse de organizaciones sociales que surgen y se desarrollan desde diversas tendencias ideo-políticas, plasmadas en programas que según caracterizamos en el primer apartado, sumariamente podríamos definir como de tipo antineoliberales y/o anticapitalistas. La potencia de estos proyectos hace que se establezca una aproximación o identificación política de los estudiantes, profesionales y docentes con los movimientos. Se transitan momentos en la inserción, cargados de idealización acerca del poder instituyente de los Movimientos y se conoce paulatinamente las propias contradicciones que los mismos reproducen. El desafío de esta ubicación compleja entre profesión y militancia debe permitir adquirir grados de distanciamiento necesarios para poder desplegar el espacio profesional de manera crítica en el sentido de confrontar-construir al interior del movimiento. Se nos presenta en este punto un desafío: potenciar el carácter profesional y ubicar claramente la distinción y los puntos de encuentro entre práctica militante y práctica profesional. Indagar la dimensión política nos remite a la trayectoria histórica del Trabajo Social en su vinculación con las organizaciones sociales, donde los integrantes de los movimientos mantenían una relación conflictiva y de desconfianza hacia los trabajadores sociales, asociada al control social. Revisar este lastre en el que se
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reproduce con fuerza la tendencia conservadora, nos remite a lo que Paulo Netto denomina ‘conexión reactiva entre el trabajo social y el protagonismo del proletariado’. Es decir, cómo pensar el encuentro de una profesión que aún conserva –con fuerza para el caso de Argentina- un accionar de control y disciplinamiento, con los movimientos que han sido en las últimas décadas, quienes han protagonizado las luchas fundamentales de resistencia a las políticas neoliberales?12 Condiciones de la formación y del ejercicio profesional En relación a las condiciones en que se desarrollan las prácticas de formación profesional resulta significativo resaltar que los referentes profesionales que orientan y acompañan los procesos formativos de los estudiantes, son los propios docentes o egresados de la Facultad. Aquí encontramos dos problemas centrales. Por un lado, la condición de falta de salario para el profesional que interviene desde el área social en el movimiento. La precariedad en este aspecto proviene de tratarse de un campo abierto recientemente y que aún no logra su legitimación funcional en el Estado. El marco funcional es la propia Universidad, lo cual no supera, desde el punto de vista estrictamente de la condición de trabajador asalariado, un cierto grado de voluntarismo. Por otro lado, resaltamos los problemas que esta situación acarrea para la formación. La inexistencia del espacio socio-ocupacional al interior de movimientos sociales produce un distanciamiento entre formación y ejercicio profesional: los estudiantes formados en estos espacios no encontrarán, al graduarse, hasta el momento, oportunidades de empleo a fin de desarrollar la profesión en el seno mismo de las propias organizaciones. Hacíamos referencia, líneas arriba, que en la coyuntura actual se evidencia un proceso de ampliación del espacio profesional en programas impulsados por el Estado, dirigidos fundamentalmente a acciones de asistencia, gestión de recursos y promoción social, con inserción en diversos territorios. Aquí, la relación del Trabajo Social con las organizaciones sociales se ve fuertemente condicionada por los intereses de las fuerzas políticas que en mayor o menor grado, mantienen acuerdos tácticos/estratégicos con el gobierno nacional. Estas prácticas profesionales revisten algunas características comunes: discontinuidad de proyectos de trabajo con organizaciones sociales; indiferenciación entre las prácticas de referentes políticos y las modalidades de intervención de los trabajadores sociales; vulneración significativa
Nos resulta necesario clarificar en este punto que este equipo de trabajo identifica elementos de continuidad entre los movimientos sociales contemporáneos y los proyectos emancipatorios de la clase obrera. 12
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procesos de autonomía relativa de la profesión en vinculación con colectivos organizados. Al mismo tiempo en esta expresión del colectivo profesional, surgen intentos por resguardar el pleno ejercicio profesional desde iniciativas tendientes a establecer una interlocución con las organizaciones, desde propuestas que ubiquen a los destinatarios en un lugar de verdadero protagonismo en la definición de proyectos para alcanzar mejoras en sus condiciones de vida. Desafíos para construir un diálogo crítico Si se trata de una profesión cuya historia la colocó en la atención de las problemáticas obreras como ejercicio de disciplinamiento, realizando un tratamiento “disperso” y “pulverizado” de la cuestión social, ubicarnos en el lugar opuesto, es decir, poder formar parte de procesos que multipliquen y fortalezcan el desarrollo de la lucha de clases en forma abierta, no puede ser realizado sin producir importantes rupturas con ese adjudicado lugar. Si las rupturas abiertas en el período de la reconceptualización, se asentaron sobre presupuestos políticos-ideológicos, hoy se hace necesario consolidarlas en términos teórico- metodológico y ético-político, para enriquecer la disputa de proyectos al interior del colectivo profesional. En este sentido, a continuación se esbozan iniciativas para contribuir a este diálogo: Desde el ámbito académico: Fortalecer y profundizar proyectos de extensión e investigación profesional ligados a Movimientos Sociales de diverso tipo. Incorporar los Movimientos Sociales como contenido en los planes de estudio de las carreras de Trabajo Social. Realizar actualizaciones del conflicto social a nivel regional, nacional y latinoamericano, a través de la elaboración de propuestas téorico-metodológicas. Desarrollar tesis de posgrado sobre la relación entre los Movimientos Sociales y Trabajo Social. Propiciar cursos de formación con los integrantes de los Movimientos Sociales sobre temáticas que se desprendan de sus necesidades y propuestas. Promover el intercambio y la formación permanente entre los miembros del colectivo profesional vinculados con Movimientos Sociales. Impulsar el debate en torno a la necesidad de legitimación del Trabajo Social, como profesional asalariado al interior de los movimientos sociales.
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La experiencia del Trabajo Social en los movimientos sociales nos reafirma en la idea de que como organización social novedosa y altamente creativa, nos aporta innumerables elementos en la comprensión rigurosa de la cuestión social. Las formas de lucha de los sectores subalternos, en el ejercicio de derechos sociales posibilita la construcción de estrategias de intervención acordes a la magnitud e intensidad de los problemas que enfrentamos. Entendemos que para fortalecer este diálogo, no basta con que nuestra profesión conozca la actualidad de los movimientos sociales. Es necesario que participe, reflexione y tenga una posición propositiva en torno a sus demandas sociales. Aún más, en la medida que este proceso se colectivice en la profesión, y esta afiance sus vínculos con los movimientos que en su horizonte contengan aspiraciones societales para la emancipación, podremos afirmar que el Trabajo Social está dando pasos certeros en la construcción de un proyecto ético-político crítico. Bibliografía ALAYON, NORBERTO (org.) (2005). Trabajo Social Latinoamericano. A 40 años de la reconceptualización. ED. Espacio. Bs. As. ALMEYRA, GUILLERMO, (2004). La protesta social en la Argentina.1990-2004. ED. Continente. Bs. As. ANDERSON, PERRY (1999). La trampa del neoliberalismo. Eudeba, Bs. As. AZCUY AMEGHINO, Eduardo (2008). “Trincheras en la Historia”. Historiografía, Marxismo y Debates. Imago Mundi. Bs. As. BORON, Atilio. (comp) (2004). Nueva Hegemonía Mundial. Alternativas de cambio y Movimientos Sociales. Clacso. Bs. As. ANSALDI, Waldo. (2005/ 2006) Movimientos Sociales. Experiencias históricas. Tendencias y Conflictos. Anuario nº 21. Escuela de Historia. UNR. Homo Sapiens Ediciones. Entre Ríos. BORGIANNI, ELISABETE, GUERRA, MONTAÑO, CARLOS (2003).Servicio Social Crítico. Hacia la construcción del nuevo proyecto ético-político profesional. Cortéz Editora. San Pablo. BORÓN, ATILIO. (Editor) (2003-2006) REVISTAS del Observatorio Social de América Latina. Números 10 al 18. CLACSO. Bs. As. CAETANO, GERARDO. (comp.) (2006). Sujetos sociales y nuevas formas de protesta en la historia reciente de América Latina. FLACSO. Bs. As. GIARRACCA, NORMA (comp.) (1994) Acciones colectivas y organización cooperativa. Reflexiones y Estudios de caso. UBA. CEAL. Bs. As.
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Capítulo V Vida cotidiana, totalidad concreta y construcción de mediaciones en el Trabajo Social: desafíos políticos en la superación de la inmediaticidad. Silvia Fernández Soto, Cynthia Terenzio Marisa Tomellini “Todas las cosas de que hablo son carne Como el verano y el salario mortalmente inscriptas en el tiempo Están dispersas como el aire, en el mercado, en las oficinas, En las calles, en los hoteles de viaje. Son cosas todas ellas, cotidianas, como bocas y manos, sueños, huelgas, denuncias, Accidentes de trabajo y del amor. Cosas, De que hablan los periódicos, a veces violentas, A veces tan sombrías que igualmente la poesía las ilumina con dificultad. Pero es en ellas que te veo palpitando, Mundo nuevo, Aún en estado de sollozos y esperanza”. Ferreira Gullar.
I. Presentación Este artículo tiene por finalidad presentar una reflexión sobre la práctica profesional del Trabajador Social, identificando sus dimensiones constitutivas, con el objetivo de situar la comprensión de la profesión en relaciones socio-históricas. Pretendemos ofrecer elementos de reflexión que contribuyan a la ruptura de concepciones conservadoras simplificadoras que han operado de diversos modos con propuestas funcionales de desarrollo de un “rol adaptativo” del trabajador social a las condiciones existentes instituidas, constituyendo en el presente acciones de “acomodación profesional” en un contexto de reacción y reconfiguración regresiva de la intervención social. Este texto es resultado de las reflexiones y estudios realizados en el marco del desarrollo de nuestras prácticas docentes en la formación universitaria de futuros trabajadores sociales, y de las diferentes experiencias profesionales, en interrelación con los aportes y discusiones contemporáneas del campo profesional. En tal sentido pretende contribuir a la formación de futuros trabajadores sociales y enriquecer los debates sobre nuestro ejercicio profesional. El Trabajo Social se configura como profesión en el contexto histórico de “ampliación” del Estado capitalista en la era de los monopolios, donde es posible reconocer la
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intervención social del Estado de forma continua y sistemática en las consecuencias de la cuestión social, centralmente a través de las políticas sociales. La complejización del campo estatal se relaciona con la intensificación de los conflictos entre las clases sociales en el marco del desarrollo de la sociedad capitalista, procesando en términos hegemónicos dicha conflictividad con el objeto de promover la producción y reproducción constante (material y simbólica) de las relaciones sociales fundamentales de la sociedad. Es inmanente a este proceso de complejización estatal un proceso de fragmentación del tratamiento de la cuestión social y un proceso de diferenciación socio-profesional vinculado a los procedimientos de acción que se desprenden de él. Es en este contexto histórico que surge el Trabajo Social como una profesión principalmente interventiva, actuando centralmente en tareas ejecutivas y terminales del proceso de implementación de las políticas sociales. Al mismo tiempo, se ha vinculado centralmente con las dimensiones asistenciales de las políticas sociales, aquellas que se dirigen a diferentes expresiones de la pobreza. Esta intervención ejecutiva de las políticas sociales ha implicado el desarrollo de prácticas profesionales de trabajo directo con los “individuos, grupos, y comunidades”, “beneficiarios” y “destinatarios” de los servicios públicos. El Movimiento de Reconceptualización del Trabajo Social, con la pluralidad que es posible reconocer en su interior, cuestionó radicalmente el papel históricamente asignado a la profesión, y sentó las bases de una perspectiva teórico-metodológica crítica, permitiendo repensar la identidad profesional para superar el papel meramente ejecutor de acciones instituidas en el campo de las políticas sociales. Se recupera de la herencia reconceptualizadora una perspectiva de ruptura con las diversas manifestaciones del conservadurismo1, que pretende fundar la legitimidad profesional en relación a los intereses de las clases subalternas. En tal sentido, se plantea el desafío de definir una práctica profesional crítica, que participe en la producción de conocimiento de la realidad social y defina en una “perspectiva de autonomía” las alternativas metodológicas de su instrumentalización en la práctica profesional que desarrolla. Esto exige construir un conocimiento crítico de la realidad, que permita al mismo campo profesional históricamente situado definir los objetivos y reconstruir sus objetos de intervención. Es en el marco de esta tradición profesional de ruptura con el conservadurismo que vamos a problematizar algunos ejes centrales que entendemos contribuyen a forjar un proyecto profesional crítico. José Paulo Netto denominó a esta perspectiva para el Trabajo Social en Brasil de “Intenção de Ruptura” con el Servicio Social Tradicional. Esto implica la definición de un proyecto profesional que persigue “romper substantivamente con el tradicionalismo y sus implicancias teórico-metodológicas y prácticoprofesionales”. Netto: 1998 (1990): 250. Véase al respecto José Paulo Netto: 1998 (1990). 1
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Organizamos el trabajo de la siguiente manera: en principio abordamos el carácter histórico-situado de la profesión. Luego desarrollamos desde una perspectiva crítica la noción de vida cotidiana y establecemos relaciones con el Trabajo Social. Proponemos la construcción de mediaciones en el proceso de aprehensión de la totalidad social, que permita la superación de la inmediaticidad. En relación a éste desarrollo, discutimos la intervención profesional en la vida cotidiana, identificando el movimiento que implica entre lo particular y lo genérico. Abordamos la dimensión política y el proceso de politización de la acción profesional en una perspectiva de ruptura con los procesos de naturalización social. II. El carácter histórico-situado de la profesión El Trabajo Social es una profesión interventiva, es decir que su acción profesional implica el desarrollo de prácticas sociales concretas en la vida social. Se institucionaliza como una especialización del trabajo colectivo constituido en el marco de la división socio-técnica del trabajo. Interviene directamente en la realidad social participando en los complejos procesos de producción / reproducción de la sociedad como totalidad compleja y de las específicas relaciones sociales que contiene. Esto significa que la profesión se comprende en relación a las relaciones sociales entre las clases y las mediaciones político-institucionales que históricamente se van definiendo como resultado de esas relaciones2. En esta perspectiva histórica-situada, la configuración y complejización del Estado capitalista en el desarrollo del capitalismo monopólico es central para comprender el surgimiento y desarrollo de la profesión3. De este modo, dada la singularidad de la En otro trabajo hemos desarrollado las relaciones entre “cuestión social” y Trabajo Social. Véase Fernández Soto 2004, Fernández Soto: 2005, Netto: 2003, Yazbek: 2003, Netto: 1997. 3 Recuperamos aquí algunas cuestiones centrales abordadas en el seminario de formación de nuestro grupo de investigación sobre “Estado y sociedad en la teoría marxista”, desarrollado en el 2010. Consideramos central la comprensión del fenómeno estatal desde una perspectiva marxiana, superando mistificaciones, formalismos jurídicos-burocráticos y reduccionismos ilusorios construidos en el desarrollo del pensamiento burgués. La obra de Marx claramente desnuda estas mistificaciones y coloca con claridad el carácter de clase del Estado en la sociedad capitalista, expresando un armazón organizativo que “brota” de las relaciones sociales fundamentales de la sociedad, pero que conjuntamente participa activamente en la construcción del orden hegemónico. Al mismo tiempo es necesario superar esquematismos en la misma tradición marxista, entendiendo el Estado no sólo como un instrumento de dominación de las clases hegemónicas, sino como constructor de una materialidad que expresa la condensación de la lucha de clases. La forma y contenido que adquiere el Estado y sus políticas es resultado de relaciones de fuerza en un momento histórico determinado en una sociedad concreta, y expresa en mayor o menor medida intereses de clase contrapuestos. Tal como indicamos no es posible comprender el significado social de la profesión si se desconocen las particularidades que adquiere la sociedad en un determinado momento histórico. En este sentido, las relaciones entre sociedad, Estado y Trabajo Social nos permiten en términos 2
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instalación histórica de la profesión en el desarrollo de la sociedad capitalista, se consolida como una forma de intervención en la cuestión social, que además de desarrollar en su práctica profesional una dimensión técnico-operativa, posee una dimensión teórico-intelectual. En este sentido, adquiere relevancia en el debate profesional la cuestión del instrumental y las estrategias de acción, ya que la práctica profesional implica una intervención en la sociedad. Esta perspectiva remarca el carácter histórico de la profesión, entendiéndola como un proceso dinámico, que se modifica al reconfigurarse los determinantes y las relaciones fundamentales en las cuales se inserta y participa. Es decir que la profesión se ve interpelada por las transformaciones sociales y por las distintas demandas que emanan de los diferentes proyectos sociales en puja. Los cambios e inflexiones en los procesos de acumulación/legitimación capitalista que se vienen produciendo desde mediados de la década del setenta han impactado en términos generales en la profesión, produciendo alteraciones específicas en las diversas áreas de intervención, y en todas sus dimensiones constitutivas (campo de conocimiento, procesos de formación, prácticas de intervención, procesos organizativos) por lo que se ve afectada, interpelada y desafiada a producir cambios también. En tal sentido entendemos que resulta fundamental como colectivo profesional, tener la capacidad de comprender históricamente nuestra época, aprehender el complejo movimiento de producción y reproducción de la sociedad, al mismo tiempo que enfrentar un conjunto de “modificaciones” que conciernen al mismo proceso de trabajo del trabajador social. III. Vida Cotidiana y Trabajo Social: superación de la inmediaticidad y construcción de mediaciones en el proceso de aprehensión de la totalidad social Consideramos inherente al desarrollo del capitalismo, la configuración hegemónica de procesos de sociabilidad que contienen formas de pensar simplificadas, que mistifican la realidad opacando la complejidad que supone su aprehensión. Estas obstaculizaciones en los procesos de aprehensión crítica no son un mecanismo deliberado, sino que surgen con cierto “espontaneísmo” en todos los individuos que históricos complejizar el análisis. Principalmente porque, la particular configuración que adquiere el Estado en un momento histórico determinado conlleva determinadas relaciones de poder al interior de los sectores dominantes, en relación a los sectores subalternos y, su materialidad expresada en su armazón institucional y en las mediaciones políticas que se desprenden del mismo expresan tanto la direccionalidad del proyecto de sociedad que se pretende mantener y construir, como la conflictividad presente en la sociedad y los procesos que pretenden darle un “tratamiento”.
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viven en el capitalismo desarrollado4. Impregna el sentido común y la cotidianeidad de la vida social en cada momento histórico. Es decir que los procesos de alienación inmanentes al desarrollo del capital, son estructurales e históricos5, y se nos presenta en la porosidad de la vida cotidiana, de manera “naturalizada”6. El trabajador social interviene en las expresiones concretas de las relaciones sociales, en lo cotidiano de la vida de los individuos y grupos (salud, vivienda, educación, trabajo, relaciones familiares), enfrentándose en su práctica a ese espontaneísmo inmanente de los procesos de naturalización social. Lo cotidiano es expresión de un modo de vida social, modo de vida enmarcado en una sociedad capitalista. Siguiendo a Agnes Heller (1977:20), “la vida cotidiana de los hombres nos proporciona, al nivel de los individuos particulares y en términos muy generales, una imagen de la reproducción de la sociedad respectiva, de los estratos de esa sociedad”7. Y agrega que “sus contradicciones, son contradicciones del desarrollo de la sociedad en su conjunto”. La vida cotidiana es el mundo inmediato del hombre particular, es el mundo más próximo, más inmediato, en el cual el hombre se apropia y recrea las habilidades, los usos, las instituciones, la socialidad de su tiempo. El hombre particular es a su vez un ser genérico, un ser social. Así, el hombre se apropia de la genericidad en su respectivo ambiente social, aunque la relación con tal genericidad no siempre es consciente8. El hombre nace en un mundo concreto, en una determinada situación social. Esto no significa que el hombre no pueda participar activa y concientemente en la sociedad, aunque lo hace en “condiciones previamente dadas”, es decir que la búsqueda de cambios y transformaciones no se realizan en un vacío sino en
Al doblegarse a ese espontaneísmo, el pensamiento burgués en el período de la decadencia incurre en la misma lógica limitante: “termina por convertir en antinomias algunas contradicciones dialécticas y por elevar a fetiches coagulados momentos aislados de una totalidad contradictoria.” (Coutinho, cit. en Fernández Soto, Silvia: 2001) 5 Al respecto Agnes Heller (1977) plantea que la teoría marxiana de la alienación es una crítica de la vida cotidiana de las sociedades de clase, de las relaciones de propiedad privada y de la división social del trabajo. 6 El sentido lukacsiano de “inmediaticidad” expresa un cierto nivel de recepción del contenido del mundo exterior. Véase Fernández Soto: 2001. 7 La autora precisa que todo hombre al nacer se encuentra en un mundo ya existente, que se le presenta ya constituido: “El particular nace en condiciones sociales concretas, en sistemas concretos de expectativas, dentro de instituciones concretas (…) Por consiguiente, la reproducción del hombre particular es siempre reproducción de un hombre histórico, de un particular en un mundo concreto” (pag.22) 8 Agnes Heller retoma el pensamiento de Marx para explicar esta relación, planteando que entre el particular y la genericidad está el hombre como individuo, definido como “aquel particular para el cual su propia vida es conscientemente objeto, ya que es un ente conscientemente genérico” (pag,53) Para el hombre su vida puede llegar a ser objetivada en diversos grados y sobre diversos planos, siendo el límite inferior la particularidad del singular, es decir el hombre como pura existencia. 4
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relaciones sociales históricamente construidas. La posibilidad de superar la particularidad -el hombre como existencia- está en la capacidad de objetivar. “La vida cotidiana es en su conjunto un acto de objetivación9 (…) es un objetivarse en doble sentido: es el proceso de continua exteriorización del sujeto y también el perenne proceso de reproducción del particular. En el infinito proceso de exteriorización se forma, se objetiva, el mismo particular” (Heller, A, 1977: 96-97)10. José Paulo Netto (1996) señala, a partir de la obra lukacsiana, un conjunto de determinaciones ontológico-estructurales de la cotidianeidad: la heterogeneidad, la inmediatez y la superficialidad. La Heterogeneidad: “la vida cotidiana configura el mundo de la heterogeneidad. Intersección de las actividades que componen el conjunto de las objetivaciones del ser social, el carácter heteróclito de la vida cotidiana constituye un universo en que, simultáneamente, se desarrollan fenómenos y procesos de naturaleza diversa (lenguaje, trabajo, interacción, juego, vida política y vida privada, etc.)” (pag. 67). La inmediatez: en tanto los sujetos deben responder “directamente”, “espontáneamente” en la vida cotidiana a los estímulos que se le presentan, “el padrón de comportamiento propio de la cotidianeidad es la relación directa entre pensamiento y acción” (pág. 67). Y la superficialidad: en la vida cotidiana los sujetos captan aspectos superficiales y aparentes de los hechos y fenómenos, sin considerar las relaciones que implican y la totalidad en que se inscriben11. Todo individuo tiene una cotidianeidad, donde se le “impone” un orden social y un patrón de comportamiento que implica formas específicas de concreción, expresando una modalidad social, formas de pensamiento y comportamiento peculiares. La concepción del mundo hegemónica implica aprendizajes desde una perspectiva “mecánica” en correspondencia con un comportamiento “pragmático” que propicia la adecuación (siempre con tensiones y contradicciones) entre la ordenación general y las circunstancias prácticas particulares. Este principio pedagógico y este
Al respecto, es preciso aclarar que no todas las actividades cotidianas constituyen una objetivación (ej. el sueño en tanto acto biológico de la vida cotidiana) y las que sí son constituidas como tales, pueden alcanzar niveles y radios de acción diferentes: no es lo mismo lavarse los dientes que preparar una fiesta de cumpleaños, mirar la TV o tener una discusión con el vecino; están implicados distintos grados de complejidad, niveles de importancia, influencia sobre otros, etc. 10 Aquí resulta pertinente complementar esta idea con los planteos de Hugo Zemelman (1996) cuando al reflexionar sobre la relación existencia-conciencia expresa que “el hombre es el “conjunto de sus relaciones de producción, pero también es conciencia” (…) La conciencia como visión del propio ser social y de sus horizontes de acciones posibles transforma al hombre histórico en sujeto.” (pag.62) 11 Al respecto Netto señala que “la vida cotidiana moviliza en cada hombre todas las atenciones y todas las fuerzas, más no toda la atención y toda la fuerza; su heterogenidad e inmediaticidad implican que el individuo responda teniendo en cuenta la sumatoria de los fenómenos que comparecen en cada situación precisa, sin considerar las relaciones que los vinculan.” (Netto: 1996, 67) 9
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comportamiento pragmático no demandan un pensamiento crítico, sino respuestas “funcionales” a las situaciones establecidas en los procesos de reproducción social. Además, “aquellas determinaciones de la cotidianeidad hacen que todo y cada individuo sólo se perciba como ser singular, vale decir: la dimensión genérica (la referencia a la pertenencia humano-genérica) aparece subsumida, en la vida cotidiana, a la dimensión de la singularidad”. (Netto: 1996: 68) Si este espontaneísmo nos envuelve a todos12, ¿qué posibilidades tenemos de superarlo? ¿Qué implica éste espontaneísmo e inmediaticidad? ¿Cómo envuelve este espontaneísmo a la práctica profesional? ¿Qué consecuencias concretas tiene? ¿Cómo superar lo fenoménico y la apariencia de las situaciones sociales? ¿Cómo puede participar la práctica profesional en esta superación? ¿Cómo se relaciona el fenómeno y la esencia de la realidad en el movimiento que los envuelve? ¿Cómo aprehender desde la práctica profesional estas relaciones y forjar prácticas profesionales desde la vida cotidiana que supere la heterogeneidad, inmediatez y superficialidad en busca de un pensamiento-acción transformadora? El trabajo social es una profesión que además de conocer y comprender la realidad, exige implicarse prácticamente en la realidad para transformarla en dirección de un determinado proyecto profesional y de sociedad. Consideramos que para conocer- intervenir en la realidad social, es necesario adoptar una perspectiva de complejidad, en la que el todo y la parte, lo objetivo y lo subjetivo, el pensamiento y la acción, lo determinado y lo indeterminado, estén en tensión permanentemente. La práctica profesional así entendida, requiere encontrar un camino fecundo para reconstruir la complejidad del movimiento de la realidad. Esto supone pensar dialécticamente. El proceso de intervención se da construyendo sucesivas aproximaciones sobre un movimiento de ida y vuelta entre la realidad empírica contacto con las situaciones concretas, los sujetos y su vida cotidiana- y las representaciones e ideas, construidas acerca de esa realidad. Partimos de “hechos” y “fenómenos sociales”, por “la apariencia” de lo real. Es fundamental conocerla, pero si la apariencia de los fenómenos coincidiera con la esencia todo el esfuerzo teórico sería innecesario. La apariencia es el punto de partida del conocimiento, que es necesario problematizar, establecer relaciones y complejizaciones entre hechos, observando su génesis y procesualidad. Estos nuevos procesos remiten a otro u otros hechos que por la vía de la abstracción volvemos a vincular con el hecho del cual hemos partido. El hecho permanece pero vemos cosas que no hemos visto antes, comprendemos situaciones que antes ignorábamos. A través de estas abstracciones, vamos encontrando
En un trabajo anterior (Fernández Soto, 2001) ya nos interrogábamos acerca de esto. No pretendemos aquí dar respuesta cabal a estos interrogantes, sino contribuir al ejercicio de problematización y complejización del tema propuesto. 12
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determinaciones que nos permiten reproducir el proceso de nuestros “objetos” (hechos problemáticos que se nos presentan en nuestra práctica). Lo que establecemos son las mediaciones que están contenidas en nuestro hecho inicial. Esta postura teóricometodológica rompe con lo “dado”, con lo inmediato, con lo fenoménico, con lo natural; reconstruyendo en esta negación, su complejidad concreta, su contextualización histórica, su movimiento macrosocial del cual es parte. Esto equivale a plantear que no se accede a la realidad simplemente, sino que es necesario construir mediaciones. Consideramos que adentrarnos en el análisis de estas cuestiones contribuye a ubicar los límites y las posibilidades históricas de la intervención profesional. Justamente, recuperar la categoría de mediación para la práctica del Trabajador Social es una de las propuestas que consideramos en el presente trabajo. Esta categoría -que se inscribe en los postulados de la dialéctica marxista- resulta potente en tanto permite inscribir la intervención profesional en una perspectiva de totalidad13, la cual sugiere que “no existe en el ser social elemento simple, todo es complejidad (…) Cada complejo social, o totalidad parcial, se articula en múltiples niveles, y mediante múltiples sistemas de mediaciones se articula a otros, conduciéndonos a una secuencia real y también lógica para entender la realidad concreta” (Pontes, 2003: 205-206). Kosik (1967) señala que “un fenómeno social es un hecho histórico en tanto y por cuanto se le examina como elemento de un determinado conjunto y cumple por tanto un doble cometido (…) de un lado, definirse a sí mismo, y, de otro lado, definir al conjunto; ser simultáneamente productor y producto; ser determinante y, a la vez, determinado; ser revelador y, a un tiempo, descifrarse a sí mismo; adquirir su propio auténtico significado y conferir sentido a algo distinto”. 14 La intervención profesional opera sobre la realidad -realidad social e históricamente determinada- entendida en su doble movimiento: ontológico (perteneciente a lo real, formas de existencia) y reflexivo (elaborada por la razón).15 En la perspectiva marxista totalidad es una categoría central, la misma significa la aprehensión de la realidad como síntesis de múltiples determinaciones. La idea de totalidad, apunta a comprender la realidad en sus conexiones internas y necesarias, superando la superficialidad y casualidad de los hechos, esto es la realidad inmediata. 14 Al respecto y retomando a Pontes, la mediación aparece con un fuerte poder de dinamismo y articulación. “es responsable por las relaciones móviles que se operan en el interior de cada complejo relativamente total y de las articulaciones dinámicas y contradictorias entre las estructuras socio-históricas” (208) 15 Karel Kosik plantea que los “dos elementos constitutivos de todo modo humano de apropiación del mundo son el sentido subjetivo y el sentido objetivo. ¿Qué intención, qué visión, qué sentido debe desarrollar el hombre y cómo ha de "prepararse" para captar y descubrir el sentido objetivo de la cosa? El proceso de captación y descubrimiento del sentido de la cosa es, a la vez, proceso de creación del sentido humano correspondiente, gracias al cual puede ser comprendido el sentido de la cosa. El sentido objetivo 13
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Esta es la necesaria articulación que propone la categoría de mediación: es ontológica porque está presente en cualquier realidad independientemente del conocimiento del sujeto; es reflexiva porque la razón necesita construir intelectualmente mediaciones para reconstruir el propio movimiento del objeto, es decir superar la inmediaticidad en busca de relaciones causales.16 En la realidad de cualquier objeto, debe considerarse una doble condición: por un lado, “ser un producto histórico cultural, y por otra, ser una potencialidad en tanto producente de realidades” (Zemelman, 1996: 45). En un sentido similar, debemos considerar a la profesión bajo dos ángulos indisociables entre sí: “como realidad vivida y representada en y por la conciencia de sus agentes profesionales expresada por el discurso teórico ideológico acerca del ejercicio profesional; (y) como actividad socialmente determinada por las circunstancias sociales objetivas que confieren una dirección social a la práctica profesional, lo que condiciona y aún va más allá de la voluntad y/o conciencia de sus agentes individuales” (…) La unidad entre esas dos “dimensiones” es contradictoria, pudiendo presentarse un desfase entre las condiciones y efectos sociales objetivos de la profesión y las representaciones que legitiman ese quehacer.” (Iamamoto- de Carvalho, 1984: 79). Siguiendo este posicionamiento, frente a una situación objetiva real, siempre hay un sujeto que piensa, que reflexiona, que interpreta, que nombra esa realidad y lo hace desde una perspectiva, con una intencionalidad. Esto revela que la interacción sujeto/objeto conforma una tensa relación entre lo instituido y lo instituyente, lo determinado y lo indeterminado, la estructura y la acción, la reproducción y la transformación, entre otras tensiones que atraviesan la práctica profesional.
de la cosa puede ser captado si el hombre se crea un sentido correspondiente. Estos mismos sentidos, mediante los cuales el hombre descubre la realidad y su propio sentido, son un producto histórico-social.” (41) 16 La relación entre apariencia y esencia está muy bien desarrollada y explicada en la obra de Karel Kosik que hemos citado, “Dialéctica de lo concreto”. Allí el autor plantea que la realidad es la unidad entre “fenómeno y esencia”, pero la esencia de las cosas no se manifiesta inmediatamente a la conciencia de los hombres, sino que es preciso “dar un rodeo”. El fenómeno muestra la esencia y a la vez la oculta. El concepto de la cosa es la comprensión de ella, y comprender lo que la cosa es, significa conocer su estructura. El rasgo más característico del conocimiento consiste en la descomposición del todo, “el conocimiento se realiza como separación del fenómeno respecto de la esencia, de lo secundario respecto de lo esencial, ya que sólo mediante tal separación se puede mostrar la coherencia interna y, con ello, el carácter específico de la cosa”. Sin tal descomposición no es posible el conocimiento. Este proceso, es denominado por Kosik como el método de “ascenso de lo abstracto a lo concreto”, que va “de la representación viva, caótica e inmediata del todo, el pensamiento llega al concepto, a la determinación conceptual abstracta, mediante cuya formación se opera el retorno al punto de partida, pero ya no al todo vivo e incomprendido de la percepción inmediata, sino al concepto del todo ricamente articulado y comprendido”. Este proceso analítico que se da a nivel del pensamiento, constituye una síntesis en la que “se reproduce idealmente la realidad en todos sus planos y dimensiones” (49)
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De aquí que es posible preguntarnos: ¿qué relación se establece desde la práctica profesional con los distintos niveles de la realidad social? ¿Cómo se construyen las mediaciones que permiten pasar del plano de lo singular a lo universal?17 IV. Intervención profesional en la vida cotidiana: movimiento entre lo particular y lo genérico Consideramos que es en el despliegue contradictorio (no lineal, ni mecánico) de la vinculación dialéctica entre lo particular y lo genérico, o entre lo singular y lo universal como propone Pontes18, que se desarrollan los límites y posibilidades de la intervención profesional. Siguiendo al autor mencionado, la intervención profesional puede ser entendida como “un campo de mediaciones que se estructura sobre determinaciones histórico sociales constitutivas de los complejos sociales”. El profesional, en su práctica de campo, dispone de condiciones privilegiadas de aprehender la variedad de expresiones de la vida cotidiana de los sectores trabajadores. Ahora bien, no pocas veces ocurre que la preocupación por aprehender la singularidad de los individuos y la de su situación de vida se realiza segmentándola de sus bases sociales19, prevaleciendo el “dicho” de que cada caso es un caso. Asimismo, la “concepción estática” e “instrumental” del trabajador social como mediador entre demandas y satisfactores, entre necesidades y recursos también expresa la reproducción del rol asignado/asumido a la profesión históricamente, lo que no permite superar una intervención profesional rutinaria, mecánica y acrítica. Al respecto, Montaño (2007) plantea que “la dinámica de las demandas emergentes e inmediatas parece colocar al asistente social en una calesita de respuestas inmediatas. La reproducción de esta relación demanda-emergente / respuestaPontes advierte que “las mediaciones que permiten aprehender el movimiento del ser social en su historicidad y legalidad inmanentes están ocultas a los sujetos cognoscentes: tanto la génesis histórica como su estructura social se encuentran sumergidas en la factualidad” (op. cit 209) Por su parte Iamamoto (1984) plantea respecto del modo de producción capitalista: “Si es en la propia organización social en que se incrusta la fuente de poder y de la explotación de clase, el proceso social no revela la naturaleza de las relaciones sociales de modo inmediato, porque estas no son relaciones directas, “transparentes”, sino mediatizadas por la mercancía y por el dinero”. (pag.107) 18 Pontes que retoma la perspectiva de Lukacs, propone el trinomio “universalidad, singularidad, particularidad” para problematizar la acción profesional. En la esfera de la universalidad se encuentran las grandes determinaciones y leyes tendenciales de un orden social dado; la singularidad expresa el mundo de la inmediatez, los hechos y problemas aislados, la demanda inmediata, y la particularidad se refiere al campo de mediaciones entre lo universal y lo singular, nivel donde los “hechos singulares se vitalizan con las grandes leyes tendenciales de la universalidad, y dialécticamente las leyes universales se saturan de realidad” ( op.cit , 210) 19 Esta segmentación es inherente al tratamiento político-institucional estatal de la denominada “cuestión social”. 17
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inmediata, lleva al profesional (y a la profesión como un todo) a una lógica pragmática, movido por la “pre-ocupación”.20 Por eso, creemos que para trascender en los diferentes espacios de inserción del trabajador social “el plano inmediato” de la demanda institucional, el problema “individual” o familiar, “el caso”; es necesario ubicarlo en una perspectiva históricosituacional. De acuerdo con Iamamoto y De Carvalho (1984), “lo cotidiano es la expresión de un modo de vida, históricamente circunscrito, donde se verifica no solo la reproducción de sus bases, sino donde también son gestados los fundamentos de una práctica innovadora. Lo cotidiano no está apenas sumergido en lo falso, sino referido a lo posible. (…) Por eso, la reflexión sobre lo cotidiano termina siendo crítica y comprometida con lo posible.(…) La crítica de la vida cotidiana implica traspasar las apariencias que la escamotean, para redescubrirla en toda la densidad de su contenido histórico, a partir del develamiento de las formas por las cuales se expresa” (113-114). En un sentido similar Agnes Heller expresa que la vida cotidiana tiene una historia. Esta puede ser vista en un doble aspecto: como espejo, en tanto los cambios y transformaciones a nivel macro cambian la cotidianeidad, pero también como fermento secreto de la historia, en tanto muchos procesos de cambio se gestan y expresan primero a nivel de la vida cotidiana.21 La pre-ocupación, de acuerdo a Kosik, se refiere al aspecto fenoménico, alienado de la actividad cotidiana del hombre en la sociedad capitalista. “El preocuparse es la práctica en su aspecto fenoménico enajenado”, expresa la práctica de las operaciones cotidianas (…) dentro del sistema de cosas ya acabadas” (86). Montaño (2007) lo relaciona con la práctica profesional, expresando que “el asistente social tradicional (y el implícito proyecto conservador) tiende a comportarse de esta manera, “ocupándose” en actividades dentro de un sistema considerado como ya dado e inmutable. Tiende a “preocuparse” y a actuar de forma inmediata sin crítica, sin buscar la transformación, sólo algunos cambios inmediatos, localizados, que respondan a sus carencias directas; actúa de modo desarticulado, inmediato, directo, en los “problemas” singulares, en una realidad des-totalizada, deseconomizada, despolitizada, inmutable, sin historia. 21 La crisis económica, política y social que atravesó el país a nivel nacional y que estalló en el 2001, afectó la reproducción de la vida cotidiana de los sectores trabajadores (deterioro en la alimentación, agravamiento de las condiciones de pobreza e indigencia, desempleo, cierre de lugares de trabajo, caída de los ingresos, precarización, pérdida de beneficios de protección social, deterioro en la salud y en la atención de la misma, abandono escolar, etc.). Estas transformaciones no se produjeron sin resistencias y lucha. Al mismo tiempo, desde los espacios cotidianos emergieron organizaciones, emprendimientos asociativos, proyectos colectivos, formas de trabajo cooperativas. Al respecto de esto último, se puede mencionar la recuperación de fábricas a partir de la gestión y organización de los propios trabajadores como alternativa al cierre y a la quiebra de las mismas en el contexto de crisis, que impulsó la formación de un Movimiento Nacional de Fábricas recuperadas y recientemente el tratamiento de un proyecto de ley en el Congreso para reformar la Ley de Concursos y Quiebras de 1995, lo que permitiría legitimar a nivel de una política nacional una iniciativa cuyos gérmenes surgieron del lugar cotidiano de trabajo. Este proceso 20
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Con base en lo dicho, la perspectiva metodológica elegida se apoya en recuperar los análisis situacionales, adoptando una visión integrada de la realidad, en la cual lo empírico no se reduce a la recolección de datos de una “comunidad” o “colectivo”, a un registro y análisis sobre necesidades desarticulado de las condiciones objetivas y del significado que le otorgan los propios sujetos y las prácticas sociales que despliegan. Esta visión integrada “se manifiesta en una visión trascendente de la vida diaria que orienta a los hombres para poder moverse de acuerdo con proyectos de vida, individuales o compartidos, según los cuales impulsan prácticas sociales que construyen la realidad histórica” (Zemelman, 1996: 81) Intervenir en una determinada realidad concreta (“barrial”, “comunitaria”, “local”, “regional”) supone conocer sus características geográficas, poblacionales, aspectos sobre su identidad, su organización productiva, su estructura ocupacional, su historia, las formas de organización y participación, las relaciones internas de poder, la vinculación con el “poder político” (local e intergubernamental), la conciencia sobre los problemas y las estrategias de resolución, las redes de solidaridad y alianzas, los códigos y normas que rigen los patrones de interacción, todas cuestiones que supondrán articulaciones entre el nivel micro y macro social. V. Politización de la acción profesional22 Las condiciones que singularizan el ejercicio profesional, “son una concretización de la dinámica de las relaciones sociales vigentes en la sociedad en determinadas coyunturas históricas” (Iamamoto -de Carvalho 1984:80). La actuación del trabajador social está necesariamente atravesada por las contradicciones y conflictos entre clases, esto hace del profesional un actor esencialmente político. Tener claridad respecto de que el Trabajo Social, en su práctica profesional, reproduce intereses contrapuestos que conviven en tensión es clave para no caer en una visión significó un cambio en las condiciones de reproducción de la vida cotidiana de muchos trabajadores, que a partir de la auto-organización y lucha colectivas, lograron imponer intereses de abajo hacia arriba, exigiendo el reacomodamiento del sistema político institucional vigente y el establecimiento de nuevos “equilibrios de compromiso”. Este es uno entre tantos ejemplos de resistencias y luchas de la clase trabajadora. La experiencia que se desarrolla post-2001, “está expresando el procesamiento de las tensiones colocadas en la Argentina por la movilización popular precedente y la recomposición de un nuevo orden de situación sobre una redefinición ético-política y un restablecimiento de los compromisos materiales.” Véase Fernández Soto 2007. 22 De acuerdo con Estela Grassi (2007: 106-107)), “las ciencias sociales” son portadoras de una politicidad ineludible, (desde aquella voluntad de hacer un mundo feliz, hasta su papel confirmatorio de las problemáticas que “merecen” ser así definidas para la reflexión y/ o para la acción). De aquí que el aporte que pueden hacer (tanto a nivel del conocimiento como a nivel del desarrollo de políticas) se relaciona con su capacidad de crítica teórica de lo naturalizado (incluyendo su propia contribución a tal naturalización), lo que, indefectiblemente, es crítica política.
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instrumental de la profesión (TS como instrumento de un poder monolítico) ni tampoco romántica (el TS como “agente de transformación”). Si lo político es el lugar de la resolución de la contradicción entre fuerzas sociales23, la dimensión política de la profesión tiene que ver con la capacidad de analizar las situaciones y las relaciones de fuerza en juego en la intervención, no como un fin en sí mismo sino, como bien señala Gramsci (1998:61) “solo en cuanto sirven para justificar una acción práctica, una iniciativa de voluntad”. Esto equivale a interrogarse y analizar las relaciones de poder en una sociedad en un momento histórico determinado; qué formas específicas adquiere, el tipo de alianzas y conflictos existentes, las estrategias de dominación y de resistencia presentes en los diferentes grupos sociales, en pos de definir la direccionalidad de la acción profesional. Decir esto significa ligar la intervención profesional con la historicidad de la realidad social. Hugo Zemelman (1996), plantea que la historicidad es “una cualidad de articulación de distintos niveles de la realidad”, pues la realidad es una articulación abierta y dinámica. La historicidad es “la articulación de cualquier hecho en un contexto que cumpla la función de determinar los parámetros que permitan determinar la pertinencia del problema, y así permite reconocer a lo indeterminado que contiene cualquier determinación en cuanto potencialidad de su contenido”; lo que supone asumir y abrirse a lo posible (Zemelman, 1996:39). Así pues, la realidad asume tanto planos sometidos a regularidades, como otros que son identificables como moldeables, lo que abre la posibilidad de construcción social de lo real. Desde esta perspectiva, la realidad en su objetividad… “conjuga necesariamente el rasgo de ser una regularidad que cristaliza en determinados productos (instituciones), con la presencia de una intencionalidad constructiva que se traduce en realidades producentes o de activación”. En síntesis, es una articulación específica entre el “límite de lo dado y lo que es posible de darse”. (Zemelman, 1996: 40) Consideramos necesario para el trabajador social desarrollar la capacidad de “prever” en el sentido que le otorga Gramsci (1998) “ver bien el presente y el pasado en cuanto movimiento; identificar con exactitud los elementos fundamentales y permanentes del proceso”. Aunque este aspecto objetivo de la previsión, debe estar acompañado por un programa producto de la voluntad del sujeto, (…) “porque siendo la realidad el resultado de una aplicación de la voluntad humana a la sociedad de las Según Alcira Argumedo (2006:216), “lo político refleja la condensación de las distintas instancias del poder social; los intereses económico-sectoriales, los objetivos y valores fundantes, las identidades sociales y culturales que se manifiestan como voluntades colectivas. Expresa la síntesis de las contradicciones históricamente determinadas, que dan cuenta tanto de la pugna entre intereses económicos objetivos como de precisas pertenencias y aspiraciones sociales y culturales que actúan como núcleos de unidad política, ideológica e histórica, para la construcción de un proyecto de sociedad”(…) 23
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cosas (…) prescindir de todo elemento voluntario o calcular solamente la intervención de las voluntades ajenas como elemento objetivo del juego general mutila la realidad misma” (48-49). Posicionarse de esta manera nos previene, por un lado, de caer en el voluntarismo profesional, que se propone transformaciones ideales porque deja de lado las posibilidades objetivas y, por otro lado, nos permite superar el pragmatismo y el conformismo del profesional de la gestión y la eficiencia –presente en parte del colectivo profesional durante los `90-, que apoyado en “un realismo excesivo” se vuelve complaciente con la realidad existente justificado en perspectivas que sostienen la “imposibilidad del cambio”.24 Si entendemos por política los principios que dirigen la acción orientada hacia determinados fines, la política implica definir intelectualmente un futuro, camino hacia el cual se van objetivando cambios, modificación de situaciones, prácticas, realidades. Esto supone sujetos activos capaces de influir en dichos cambios. La política es la crítica continua de la realidad, proyectando un futuro. En este sentido, necesitamos una imagen superadora de lo dado para guiar la práctica profesional en un sentido crítico. No podemos influir políticamente sobre el tiempo o las catástrofes naturales, pero sí sobre la disminución de la pobreza y el desempleo, la ampliación de lo público, la democratización de la cultura, la construcción de redes y proyectos colectivos, la distribución más igualitaria de la riqueza. En este sentido, la política revela una capacidad de influir sobre una relación de poder, o bien para conservar o bien para transformar.25 Es cierto que no pocas veces los sentidos ético-políticos profesionales entran en tensión con los espacios en los que intervenimos, con las prácticas institucionales y Al respecto Gramsci (1998) advierte que “el realismo político excesivo (por consiguiente superficial y mecánico) conduce frecuentemente a afirmar que el hombre de Estado debe operar solo en el ámbito de la “realidad efectiva”, no interesarse por el “deber ser” sino únicamente por el “ser”. (50) Aquí desaparece toda idea de “Futuro”, en términos de construcción y sentido político orientador de las prácticas sociales concretas. Esta perspectiva gramsciana se relaciona con las perspectivas conservadoras de “fatalismo” y “mesianismo” en la práctica del trabajador social, desarrolladas por Iamamoto (1997). 25 Al respecto de la dimensión política, Iamamoto y De Carvalho (1984) reflexionan sobre el papel del trabajador social como intelectual y se interrogan: A quién viene efectivamente sirviendo ese profesional, qué intereses reproduce, cuáles son las posibilidades de estar al servicio de sectores mayoritarios de la población. “En el desempeño de su función intelectual, el AS, dependiendo de su opción política, puede configurarse en un mediador de los intereses del capital o del trabajo, (…) puede tornarse en intelectual orgánico al servicio de la burguesía o de las fuerzas populares emergentes; puede orientar su actuación reforzando la legitimación de la situación vigente o reforzando un proyecto político alternativo, apoyando y asesorando la organización de los trabajadores, colocándose al servicio de sus propuestas y objetivos. Esto supone, por parte del TS, una clara comprensión teórica de las implicancias de su práctica profesional, posibilitándole mayor control y dirección de la misma, dentro de los límites socialmente establecidos” (Pag.97-98) 24
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sociales que llevamos adelante (falta de recursos, prácticas burocráticas, rutinas impuestas, intervención sobre lo urgente, desvalorización profesional, falta de participación de la gente, naturalización de los problemas, entre otras cosas). En este punto el trabajador social debe preguntarse cómo juega su capacidad de poder en su práctica de todos los días, en el espacio profesional en el que piensa y opera cotidianamente. Al respecto las palabras de Iamamoto (1984) resultan provocadoras: “si el asistente social en su condición de asalariado, debe responder a las exigencias de la institución, dispone de una autonomía relativa para el ejercicio de sus funciones institucionales, siendo co-responsable por el rumbo impreso a sus actividades y por la forma de conducirlas” (pag. 117). Crear nuevas relaciones de fuerza26, “aplicar la voluntad a la creación de un nuevo equilibrio de las fuerzas realmente existentes y operantes, fundándose sobre aquella que se considera progresista, y reforzándola para hacerla triunfar, es moverse siempre en el terreno de la realidad efectiva, pero para dominarla y superarla (o contribuir a ello)” (Gramsci: 1998, 50) Así pues, “no se trata de pensar lo imaginario, sino de usar la imaginación para encontrar aquello que se nos oculta. No se trata de forjar un modelo, sino de descubrir el futuro en lo real de hoy. De ahí la importancia de la idea de presente, pero no para ajustar los ideales, sino para encontrar la potencialidad en esa realidad incompleta que se está viendo y en la que se actúa” (Zemelman, 1996: 30). La acepción del concepto de política implica construir la historia, entrelazando en el movimiento concreto, pasado, presente y futuro. VI. Consideraciones finales El trabajador social interviene en las expresiones concretas de las relaciones sociales, en lo cotidiano de la vida de los individuos y grupos de los sectores trabajadores, enfrentándose en su práctica al espontaneísmo inmanente de los procesos de naturalización social. Solo es posible superar la inmediaticidad y naturalización haciendo de la práctica cotidiana una experiencia de interpelación permanente. En relación al campo profesional supone recuperar, fortalecer y resignificar las rupturas e interpelaciones históricamente construidas, hacia el mandato histórico asignado a la profesión de la ejecución de decisiones pre-establecidas, hacia prácticas de control social y moralización educativa, hacia la complicidad con el asistencialismo, hacia la
Siguiendo a Gramsci, “el político de acción es un creador, un suscitador, mas no crea de la nada ni se mueve en el turbio vacío de sus deseos y sueños”. Se basa en la realidad efectiva, realidad que no es estática e inmutable, sino relación de fuerzas en continuo movimiento y cambio. 26
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justificación del “peor es nada”. Y aquí no se trata de renegar de nuestra historia o “rasgos típicos”, sino forjar cotidianamente -teórica, metodológica y políticamentedesde esta perspectiva profesional, las rupturas con el conservadurismo, y no acompañar y/o reforzar los procesos de naturalización de la cuestión social. La posibilidad de un pensamiento y acción transformadores solo puede cimentarse en la crítica fundamentada de las situaciones de desigualdad y la autocrítica superadora del pragmatismo y conformismo profesional. Desde esta perspectiva crítica, histórica, situacional, totalizante, podemos ser partícipes en la creación de prácticas creativas, transformadoras, significativas vitalmente. Que impugnen y superen el burocratismo, el romanticismo que niega los conflictos y contradicciones sociales, el fatalismo que paraliza y resigna. El anclaje cotidiano de nuestra práctica profesional nos expresa las tensiones contenidas en su desenvolvimiento, en tanto expresa la lógica de reproducción de lo establecido y sus dinámicas hegemónicas constitutivas, pero al mismo tiempo, las resistencias, las potencialidades de cambio y transformación social, esto supone romper con la familiaridad que entraña el mundo inmediato cotidiano. Estas rupturas concientes con lo “establecido” implican la politización de la práctica en la vida cotidiana, comprendiendo lo cotidiano tal como lo hemos desarrollado, como elemento particular que enlaza las cuestiones singulares con el movimiento de la sociedad como totalidad concreta. Es decir permite establecer las relaciones entre las situaciones específicas que se nos presentan en nuestra práctica y las condiciones estructurales y sociales generales en las cuales se inscriben y explican. Es ahí que te vemos palpitando mundo nuevo… Bibliografía ARGUMEDO, ALCIRA (2006): Los silencios y las voces de América Latina. Notas sobre el pensamiento nacional y popular. Ediciones del Pensamiento Nacional. CAZZANIGA, SUSANA (2006): Intervención profesional: Legitimidades en Debate. Espacio Editorial FERNÁNDEZ SOTO, SILVIA (2001): “Razón moderna, conocimiento crítico y acción transformadora de la realidad”, en VVAA: El diagnóstico social. Proceso de conocimiento e intervención profesional. Edit. ESPACIO. B. Aires. FERNÁNDEZ SOTO, SILVIA (2004): “Implicancias de la cuestión social en la intervención profesional” en Escenarios, Año 4 Nº 8- Septiembre 2004, UNLP. La Plata. FERNÁNDEZ SOTO, SILVIA (2007): “La Argentina actual: entre la crisis, la resistencia y la propuesta”, en Bertolotto María Isabel y María Elena Lastra (comps) Políticas Públicas en la Argentina actual. Análisis y experiencias, FCSUBA, Ediciones Cooperativas.
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Capítulo VI La problemática alimentaria como expresión de la cuestión social: determinantes sociohistóricos y vivencias cotidianas Liliana B. Madrid I. Presentación En el presente capitulo proponemos brindar elementos para entender a la problemática alimentaria como expresión de la cuestión social, lo cual implica superar una concepción unilateral en el abordaje del problema alimentario y posibilita considerar a la malnutrición1 infantil como la manifestación particular de una problemática social. La búsqueda de los múltiples determinantes de la problemática alimentaria debe tener como horizonte la superación de aspectos que explican el problema en lo fenoménico y superficial e identificar las mediaciones que lo vinculan a procesos sociales mayores. Pensar lo alimentario inserto en un campo teórico de mayor nivel de generalidad, que tiene que ver con las modalidades críticas de reproducción del sistema capitalista en su conjunto, implica conocer y aprehender las mediaciones con las relaciones de explotación, tanto en los procesos de producción como de reproducción generada para garantizar los primeros. En este marco, analizaremos las vivencias cotidianas de familias con niños con malnutrición entendiendo que exhiben modos particulares en que se asume el proceso de salud-enfermedad, lo que a su vez refleja las maneras en que la sociedad concibe y enfrenta dicha necesidad. Esto implica pensar que toda sociedad y todo sujeto particular tienen una ‘vida cotidiana’ cualquiera sea el lugar que ocupen o condición social que detenten. Estas variaciones ya implican que aún aquellas prácticas más elementales e individuales expresan un hecho social. Dado entonces que en la vida cotidiana se materializa el nexo entre lo social y lo individual, la reproducción entonces no debe pensarse como un acto automático de El concepto de malnutrición incluye lo que denominamos desnutrición, aludiendo al déficit (bajo peso, acortamiento o emaciación), pero también considera otros problemas como el sobrepeso y obesidad. Si bien la desnutrición y las enfermedades infecciosas han sido las causas más frecuentes de muerte en el mundo, es notoria la importancia creciente que han adquirido el sobrepeso, la obesidad y los trastornos relacionados con la alimentación. Tanto es así que hoy en día se considera que la obesidad -enfermedad caracterizada por el aumento total de la grasa corporal- indica un mayor riesgo a enfermar y morir que en la población no obesa (Ventriglia, 2001). Si además consideramos la evolución del indicador obesidad en los últimos 15 años en nuestro país es pertinente incluirla en la problemática de la malnutrición (Madrid, 2008). 1
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pasaje de lo individual a lo social. Así, la observación de prácticas de familias con niños malnutridos nos proporciona a nivel individual una imagen de la reproducción de la sociedad en un tiempo y espacio determinado, es una imagen de la socialización o del proceso de humanización. II. La malnutrición infantil como manifestación de la cuestión social Abordar la problemática alimentaria como expresión de la cuestión social remite a procurar identificar el conjunto de mediaciones y determinantes que le otorgan un significado social e histórico, dando cuenta de su vinculación estrecha con los procesos de producción y reproducción bajo el régimen capitalista. Ir en búsqueda de múltiples determinantes implica superar la aproximación que se vincula a las dificultades cotidianas de acceso a los alimentos por distintos sectores de la población, visión que remite a la relación sujeto-recurso, e indagar sobre las intrincadas relaciones entre el Estado, el mercado y la sociedad para garantizar u obstaculizar la satisfacción de la problemática alimentaria. Este posicionamiento teórico más amplio, busca superar una concepción unilateral en el abordaje del problema alimentario y posibilita considerar a la malnutrición infantil como la manifestación particular de una problemática social. Esto de ningún modo significa desconocer la importancia de los estudios nutricionales. La descripción y el recuento de datos empíricos permite acercarse a lo concreto, pero, si se quiere avanzar mas allá de la descripción del problema nutricional, de su cuantificación o de las modalidades que asume en los sectores populares, se requiere un proceso de construcción teórica que permita ligar estos hechos con determinaciones más profundas (Hintze, 1989). En este marco, se plantea que avanzar en comprender el significado social e histórico de la problemática implica ir más allá de la misma, aspecto que pocas de las definiciones anteriores realizan. Es decir, la búsqueda de los múltiples determinantes de la problemática alimentaria debe tener como horizonte la superación de aspectos que explican el problema en lo fenoménico y superficial e identificar las mediaciones que lo vinculan a procesos sociales mayores. Esta discusión remite a la relación entre aspectos particulares y universales, a “problemas sociales” cotidianos y su relación con tendencias societales que adquieren expresión en la denominada cuestión social. Sintéticamente, sostenemos que este término abarca el conjunto de problemas sociales, políticos, económicos, ideológicos y culturales que surgen en el capitalismo a partir de la constitución de procesos de producción que garantizan el enriquecimiento de una clase en relación directa con el detrimento o pauperización de la otra (Iamamoto, 1997).
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Es decir, con la instalación en el capitalismo del trabajo abstracto, donde se establece una relación mercantil entre quienes detentan los medios de producción y quienes para sobrevivir deben vender su fuerza de trabajo a cambio del salario, se instala un nuevo proceso de pauperización que se explica por la extracción del trabajo excedente por parte de los primeros. Esta relación produce sectores de la población pauperizados, expulsados del mercado de trabajo, permanentes o intermitentes, que en su vida cotidiana padecen condiciones de precarización que interpela su reproducción. Pensar lo alimentario inserto en un campo teórico de mayor nivel de generalidad que tiene que ver con las modalidades críticas de reproducción del sistema capitalista en su conjunto, implica conocer y aprehender las mediaciones con las relaciones de explotación, tanto en los procesos de producción como de reproducción generados, para garantizar los primeros. Se hace necesario discutir la problemática alimentaria como expresión que encuentra su explicación en el proceso de producción, donde amplios sectores de la población se ven expulsados de los mismos y se vinculan precariamente (Antunes, 2003, 2005) e instalan en la agenda pública un conjunto de necesidades que deben ser resueltas a fin de garantizar su reproducción y la de su entorno inmediato. Esta discusión supone superar la discusión de la disponibilidad y la distribución, que como plantea Escudero (1995) llevan a la problemática al plano político estratégico, pues en América Latina y el Caribe, como en todos lados, el hambre es fundamentalmente un problema político. La producción de alimentos en la región sobra para satisfacer las necesidades humanas, se sabe cómo asesorar y transportar eficientemente el alimento, se conoce como diagnosticar y tratar económica y rápidamente la desnutrición. El hambre es consecuencia de la forma en que se distribuye un alimento que es de por sí abundante, y esto es un hecho político. Entendemos a la problemática alimentaria como una de las expresiones de esta cuestión social. Al respecto, Hintze (1989) sostiene que la problemática alimentaria abarca los aspectos relacionados con la producción (procesamiento-transformación y también insumos para la producción de alimentos), distribución-comercialización, y consumo de alimentos y sus efectos sobre las condiciones históricas de reproducción de la población y de la fuerza de trabajo, una de cuyas expresiones es la situación nutricional critica de vastos sectores sociales. Se acuerda que la característica distintiva de la crisis alimentaria se observa en el acceso diferencial a los alimentos. La situación de pobreza e indigencia pone de manifiesto la desigual distribución de los ingresos y hace evidente la ausencia de recursos para acceder a los alimentos, afectando directamente al consumo, tanto en calidad como en cantidad.
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Sin embargo, la reconstrucción analítica que se realiza de la problemática debe superar el plano de la redistribución, la cual generalmente se efectúa mediante políticas sociales de distintas características, para retomar el camino de la discusión mayor, lo cual remite a considerar la situación actual de los sectores trabajadores, sus múltiples expresiones y las políticas públicas que surgen y se desarrollan para intervenir en las relaciones sociales. Estas tendencias sociohistóricas adquieren particularidad en la vida cotidiana de las personas que padecen alguna de las manifestaciones de la problemática alimentaria. La cuestión alimentaria no se restringe a los aspectos relacionados con la pobreza y el hambre, aunque esta última figure como la manifestación más aguda y urgente de la cuestión. De hecho, esa vinculación fortalece una línea de análisis que oculta las razones por las cuales se produce el fenómeno del hambre. Los cambios a lo largo del último tercio del siglo XX en relación al concepto de seguridad alimentaria han contribuido -en parte- a individualizar el problema y ocultar sus raíces sociales y políticas. En este sentido, la introducción hacia la década de 1980 del nivel de análisis micro, vale decir, las propuestas de análisis a nivel de individuos, hogares y comunidades han corrido el riesgo -y algunos han caído en élde subestimar la importancia de los determinantes macro de la cuestión alimentaria lo cual manifiesta desconsiderar la presencia de factores de orden social y político. Esto no quiere decir que no deban realizarse estudios a nivel micro social, pero si lo que si plantea es la necesidad de plantear estos trabajos vinculados a las condiciones macro sociales que definen buena parte de las características que observamos. Como resultado de este proceso los individuos y familias vivencian diversas manifestaciones de la cuestión alimentaria, entre ellas la malnutrición infantil, como una responsabilidad individual desestimando la responsabilidad social y política de tales situaciones. Es algo así como, por un lado, el tratamiento sobre el síntoma sin ubicar la causa y, al mismo tiempo, adjudicando responsabilidad a quien atraviesa esa situación, sin reconocer razones sociales. Para ello se recurre a diversas estrategias ideológicas como por ejemplo la medicalización de variados aspectos de la vida cotidiana -en este caso que reflexionamos tiene sentido mencionar la alimentación-. Podemos agregar que el modelo biomédico minimiza la importancia de la causalidad social y cultural en la génesis de la enfermedad, en consecuencia, al medicalizar el hambre supone, por tanto, individualizar el problema, legitimar una situación de desigualdad social existente e ignorar (concientemente) la causalidad estructural del problema. La individualización de los problemas sociales, entre ellos el alimentario, transfieren al individuo responsabilidades del estado, restringiendo ‘lo social’ al ámbito individual en detrimento de lo colectivo.
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Asimismo, podemos advertir que la intervención del Estado en la cuestión alimentaria se realiza bajo un fuerte proceso de parcialización y fragmentación de la cuestión social que se traduce en múltiples programas alimentarios. De ahí se deriva la categorización de problemáticas nutricionales particulares y de sujetos específicos abstraídos de sus aspectos histórico-sociales determinantes. El Estado plasma en las políticas públicas -entre ellas las políticas sociales-, el reconocimiento o no de determinados problemas ante los cuales decide implementar alguna intervención estatal. El modelo de estado vigente determina la clase de problemas a ser reconocidos, los sujetos a quiénes se les reconoce el mismo y el tipo de respuesta a disponer. De esta manera, los programas alimentarios configuran una intervención estratégica que procura administrar expresiones específicas de la cuestión social incorporando en forma parcial y restringiendo demandas sociales. Desde la crisis del 2001 asistimos al auge de políticas alimentarias de asistencia directa, focalizadas, de ejecución descentralizada y con participación de los beneficiarios en los programas. A partir de la declaración de la Emergencia Sanitaria Nacional en diciembre 2002 y la creación de Programas Alimentarios en 2003 este proceso de fragmentación de la cuestión social se profundizó, incluso creando en niveles ministeriales nacionales y provinciales áreas especificas de tratamiento de la cuestión alimentaria. Los programas alimentarios a comienzos del siglo XXI continúan sosteniendo acciones focalizadas dirigidas a la población en ‘riesgo nutricional’. También se sostienen las apelaciones a una participación promovida desde las instituciones del Estado para paliar la problemática alimentaria cuando se proponen "proyectos productivos" para que los pobres se auto-abastezcan al margen de los mecanismos de mercado (huertas y granjas), y con micro emprendimientos que consolidan la informalidad con ingresos inferiores a los de la línea de pobreza. Esta lógica que invade los programas de asistencia alimentaria refuerza la creencia por parte de los individuos y familias de la desvinculación de sus necesidades alimentarias del contexto más general. En este marco, los programas de educación alimentaria y nutricional se presentan como respuestas argumentando que buena parte del problema pasa por ‘saber’ qué comer antes de discutir acerca de la disponibilidad de ingresos. Estas prácticas refuerzan la individualización del problema alimentario con lo cual se vuelven válidas -para esta estrategia ideológica- propuestas de autoproducción alimentaria (huertas, fabricación casera de pastas o panificados, etc.). Advertimos diversos mecanismos que contribuyen a escindir el problema alimentario de sus determinantes, redireccionando los causales hacia lo individuos y desvinculándolo de las responsabilidades estatales, del funcionamiento del sistema social, económico y político y las relaciones de poder. Las condiciones de vida y de
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trabajo se tratan desconectadas entre sí y las relaciones que organizan, distribuyen y viabilizan el uso de la fuerza de trabajo en el mercado están ausentes en el tratamiento político y social del problema alimentario. La fragmentación de la atención de la problemática alimentaria –reducida a planes y programas alimentarios- se convierte en el rasgo distintivo para abordar las problemáticas sociales estableciéndose vínculos sumamente frágiles entre pobreza y condiciones de empleo. El estado “a través de un discurso ético universalizante, fragmenta las necesidades de las clases trabajadoras, transforma sus derechos en beneficios del Estado, subordina los individuos a varias formas de discriminación, los responsabiliza por su condición social, despolitiza sus luchas, restringe sus elecciones, contribuyendo para la reproducción de una moralidad subalternizada y alienada” (Barroco, 2004: 105). Esta fragmentación es reforzada por mecanismos de focalización y selectividad que los programas alimentarios han adquirido en el último tercio del siglo XX reforzado a partir de la década de 1990-. En este sentido, queremos expresar un elemento más que escinde la cuestión social y la problemática alimentaria y esta representado por los mecanismos de selección de los destinatarios de la asistencia social alimentaria. La definición de criterios de acceso en los programas alimentarios tales como la edad, género, condición social, ubicación geográfica, entre otros, nos muestra que las intervenciones estatales, a través de políticas sociales, fragmenta, también, hacia el interior del conjunto de ciudadanos con necesidades alimentarias. Mas allá de la discusión selectividad o focalización, lo cierto es que los programas alimentarios son resultado de prácticas fragmentadoras que refuerzan la escisión entre las manifestaciones de la cuestión social y las causas que dan lugar a ella. III. La vida cotidiana de las familias con niños malnutridos Como espacio privilegiado de comprensión de los problemas sociales, accedemos a las vivencias y experiencias en la cotidianeidad a través del contacto directo con los actores. La entrevista -a pesar de procesar mediaciones- nos permite introducirnos en la perspectiva de aquellos que conviven con niños desnutridos. Asimismo, entendemos que “vincular la entrevista en relación con la reconstrucción de la cuestión social, implica la existencia de dos planos, unidos dialécticamente: En primer lugar, abarca el discurso construido por el usuario en torno a la manifestación de la cuestión social que se objetiva en su vida cotidiana, mientras que, por otro lado, implica la manifestación propiamente dicha. (…) debemos aproximarnos al discurso del otro con una actitud comprensiva, procurando entender al mismo en relación con las interrelaciones sociales de las cuales los enunciados son la refracción ideológica. (…) Es necesario, vincular los enunciados del entrevistado en totalidades más amplias, explicándolos a partir del proceso global de reproducción social. (…) En este sentido,
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considerando que la expresión ideológica de las manifestaciones de la cuestión social dependerá de la correlación de fuerzas vigentes en un momento histórico dado en el marco de la lucha de clases, en el proceso de la entrevista es preciso partir de un análisis de cómo es vivida esa situación por los sujetos, es decir, habrá que analizar la orientación ideológica de los mismos” (Mallardi, 2010: 54-55). Las vivencias cotidianas de familias con niños con malnutrición que analizaremos a continuación2 exhiben modos particulares en que se asume el proceso de saludenfermedad, lo que a su vez refleja las maneras en que la sociedad concibe y enfrenta dicha necesidad. La definición de una enfermedad es aspecto de la definición de una identidad, de lo que somos, de cómo estamos viviendo, creciendo, etc. Al respecto, concebimos la identidad personal como una estructura temporal que puede ser descripta como una síntesis emergente de la conciencia del límite corporal, de un tiempo interior experimentado como duración, con relación a un tiempo intersubjetivo experimentado en la sincronización de las relaciones cara a cara, y de la interacción social en el marco del tiempo biográfico, otorgando de este modo un significado al curso de la vida (Luckmann, 1983: 71). Del mismo modo, el sufrimiento que conlleva todo desequilibrio o daño se convierte en un proceso de mediación y también de transformación de la identidad a través de la experiencia de enfermedad encarnada. Los contextos en que esa experiencia se vivencia, se encarna, no involucra sólo a quien padece una enfermedad, sino además a los sentidos intersubjetivos de los otros cercanos que padecen o no alguna enfermedad. A su vez, las experiencias se conforman de ‘vivencias’. Estas -a diferencia de las primeras- contienen el núcleo actual y el pasado comprendido. La vivencia contiene no solo la presencia del tema sino los elementos relevantes que se le ‘presentan’. Las experiencias previas, es decir, determinados elementos sobre la provisión del saber subjetivo, cierran el contenido de tales elementos que se presentan al núcleo. En todas las vivencias se presentan tipos respectivos, es decir, un complejo de elementos temáticos mediatizado por la propia experiencia previa y por la existencia de conocimientos sociales fijados por el lenguaje. La reproducción en la vida cotidiana crea las condiciones de posibilidad de la reproducción social. Esto implica pensar que toda sociedad y todo sujeto particular tienen una ‘vida cotidiana’ cualquiera sea el lugar que ocupen o condición social que detenten. Esta generalidad de ningún modo quiere decir que el contenido y la estructura de la vida cotidiana sean idénticos en toda sociedad y para toda persona… “en la vida cotidiana de cada hombre son poquísimas las actividades que tiene en Es preciso señalar que las vivencias analizadas en el presente artículo se encuentran incluidas en la Investigación titulada “Abordaje socio-cultural de la desnutrición infantil. Vivencias y experiencias de unidades domésticas en la Ciudad de Tandil” presentada para obtener el titulo de Magíster en Trabajo Social FTS-UNLP en mayo de 2010. 2
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común con los otros hombres, y además estas son sólo idénticas en un plano muy abstracto. Todos necesitan dormir, pero ninguno duerme en las mismas circunstancias y por un mismo período de tiempo; todos tienen necesidad de alimentarse, pero no en la misma cantidad y del mismo modo” (Heller, 1991: 19). Estas variaciones ya implican que aún aquellas prácticas más elementales e individuales expresan un hecho social genérico pero al mismo tiempo particular. Dado que en la vida cotidiana se materializa el nexo entre lo social y lo individual, entre el ‘pequeño mundo ‘y el ‘gran mundo’ (la sociedad), la reproducción entonces no debe pensarse como un acto automático de pasaje de lo individual a lo social: volviendo a Heller “el hombre solo puede reproducirse en la medida en que desarrolla una función en la sociedad: la autoreproducción es, por consiguiente, un momento de la reproducción de la sociedad” (1991: 20). Así, la vida cotidiana nos proporciona a nivel individual una imagen de la reproducción de la sociedad en un tiempo y espacio determinado, es una imagen de la socialización o del proceso de humanización. En la vida cotidiana las mediaciones “permanecen ocultas por la apariencia inmediata de los hechos, dadas la espontaneidad y la rapidez con que son aprendidas y la forma como se manifiestan en el ámbito de la alienación. Los modos de comportamiento, valores y motivaciones aparecen a la conciencia como elementos que existen y funcionan en sí y por sí mismos, posibilitando que sean tratados como una suma de fenómenos, desconsiderándose sus relaciones y vínculos sociales” (Barroco, 2004: 55). Por lo tanto, “en el encuentro dialógico de la entrevista, el usuario, como interlocutor que verbaliza una situación de su vida cotidiana que considera problemática, nos presenta la visión que él ha construido de la misma. (…) surge la necesidad de establecer las mediaciones necesarias que nos permitan comprender cómo la totalidad que se expresa en la cuestión social se manifiesta y adquiere sus respectivas particularidades en la vida cotidiana del sujeto entrevistado. Es preciso, entonces, reconstruir a partir del diálogo cómo esa situación que aparenta ser aislada y propia de ese sujeto encuentra sus causas en la totalidad en la cual se desarrolla” (Mallardi, 2010: 50-51). Ahora, si como afirma Lukacs (1971) en el prefacio al texto del Heller, que la extrema y paradójica heterogeneidad de la vida cotidiana -base de la naturaleza particularista y de las reacciones primarias de la condición humana- se constituye en determinante del ser mismo, y produce los efectos inesperados reales y concretos, ¿cómo se ordena esa heterogeneidad de las formas de actividad en la vida cotidiana? Los esquemas de comportamiento y de conocimiento otorgan una estructura relativamente fija, y así la repetición y la subsunción de lo inesperado, de las tendencias de la situación, etc. pueden ser incorporadas a lo habitual, acostumbrado y familia. La aceptación irreflexiva del discurso médico, incluso cuando no se haya
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manifestado ningún síntoma (dificultades en la escuela, el juego u otros problemas de salud asociados al estado nutricional) que llame la atención o permita sospechar la condición de desnutrición; la ausencia de problematización respecto de los determinantes de un diagnóstico que en general refuerza visiones individuales del problema y lo escinde de sus vinculaciones sociales, con relación a la responsabilidad materna, encargada ‘natural’ de la alimentación de los niños; el modo instrumental visualizable en el sistema sanitario argentino colabora en poco para que los pacientes elaboren una explicación causal de los malestares que les aquejan-, donde las causas sociales se diluyen en el terreno de lo individual o de lo familiar, de tal modo que las condiciones de vida que están en la base de la malnutrición desaparecen del argumento causal; son tres aspectos que coinciden con los rasgos del saber cotidiano que Heller señalara: el pragmatismo y un modo económico de conocer, acciones basadas en la probabilidad, la imitación de comportamientos aprehendidos por ej. de las madres ante situaciones similares, la hipergeneralización o generalizaciones exageradas –a consecuencia de lo anterior- como base de las decisiones cotidianas sostienen unos juicios preconstituidos, es decir, subsumimos espontáneamente (no razonados, producidos en la inmediatez) el hecho singular a partir de lo que registramos en nuestro ambiente, sin someterlos a discusión, sin verificarlos. Se trata por tanto de datos que preceden a la experiencia (Heller, 1991). Lo antedicho también nos interpela en nuestras prácticas investigativas al esperar juicios fundados en las respuestas de los entrevistados a nuestras preguntas ‘científicas’, así como en el forzar una homogeneización que sólo es aparente, aunque creamos lo contrario. Debemos interrogarnos acerca de cuánto penetró el discurso instrumental en las propias familias y las consecuencias sobre las prácticas cotidianas que establecen para superar -o no- el diagnóstico inicial. El rechazo por parte de las mujeres-madres a la causalidad social de la malnutrición, argumentando que el propio cuerpo rechaza el alimento, despliega prácticas de auto responsabilización hacia ellas mismas como así también hacia los niños malnutridos deben indagarse en el entramado de la memoria colectiva. Por su parte, las nuevas actividades que las mujeres-madres debieron realizar ante el diagnóstico de malnutrición como “dedicarle mas tiempo cuando comen”, “estar mas atenta y observarla” al momento de ingerir la comida y “hasta tengo que darle en la boca!!”; elaborar otras preparaciones; planificar para que el consumo sea variado; concurrir con mas regularidad a controles médicos; gestionar asistencia social; desarrollar prácticas de autoproducción alimentaria; “colaborar en casa” (acceder a nuevos ingresos monetarios o no monetarios), constituyen respuestas pragmáticas e imitativas (y por ello parecen homogéneas) a la situación dada. La vivencia cotidiana de la malnutrición asigna, permanentemente, a la mujer-madre la responsabilidad y la necesidad de modificar prácticas usuales vinculadas a lo
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alimentario, el cuidado y la crianza de los niños haciendo vivir como elección aquello que esta dentro de un horizonte acotado. Esta actividad material y productiva, que facilita los procesos de reproducción familiar, aparece encubierta como ‘devoción femenina’. La observación de prácticas cotidianas nos permite inferir que la cuestión de la maternidad marca la vida de las mujeres entrevistadas, vivenciada como un conjunto de prácticas que el devenir histórico naturalizó y señaló como obligatorias; la vida cotidiana esta organizada en función de las tareas que los hijos demandan. Si bien el atravesamiento del género excede al objetivo de este texto, hay que recordar como este rol incorporado por las mujeres resulta de un proceso histórico donde el Estado y la medicina han jugado un papel protagónico. Ya nos relataba Nari (2004) cómo el Estado Argentino incorporó la preocupación por la “degeneración de la raza” considerando la posibilidad de superar ese problema mediante la intervención estatal en la función desarrollada por las mujeres-madre. Ponían allí el acento exceptuando al varón y adoctrinando a las mujeres respecto de su exclusivo rol de crianza de los niños, y naturalizando una función que en realidad fue asignada por políticos y médicos. Ante lo expuesto no deben sorprendernos las narraciones de las madres entrevistadas las cuales reproducen un patrón hegemónico, reforzada por los diseños de planes y programas sociosanitarios, por la formación ideológica de los agentes de salud, por las instituciones educativas, por los credos religiosos dominantes, entre otros. Esta responsabilidad sentida por las madres genera la construcción de explicaciones ante el diagnóstico. Atribuyen el origen del déficit nutricional a mudanzas, problemas de salud de otros miembros o viajes, ocultando detrás de estas definiciones la necesidad de sobreponerse al sentimiento de culpabilización que emerge ante el conocimiento del estado nutricional de su niño y más aun cuando este no se recupera con el tratamiento indicado. A su vez, este proceso oculta el verdadero origen social de la malnutrición, en un claro intento de individualización del problema que legitima la desigualdad social. Observamos que una consecuencia de esta culpabilización sentida es el aislamiento de la mujer reduciendo cada vez más su vinculación con parientes, amigos o vecinos. Entendemos que la malnutrición infantil no puede ser reducida a un problema individual de índole biológica y consecuentemente de disfunción o alteración orgánica. Por el contrario, la enfermedad posee además un significado y un sentido vinculado al contexto social y cultural de pertenencia del individuo y de su red de relaciones sociales (familia, creencias, valores, amistades, entorno laboral) en el cual también hay que situar y analizar no solo su causalidad sino también su tratamiento. Entendemos entonces que la enfermedad es un lenguaje a través del cual se manifiestan un conjunto de mediaciones y relaciones (Caramés García, 2004), ‘síntomas’ de diversa índole, dentro de un contexto que articula su historia y carácter estructural. Debemos señalar
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que la reducción de los fenómenos sociales implica que las complejidades de la naturaleza y de la sociedad se pueden descomponer en piezas y estudiar por separado, suprimiendo las conexiones e interrelaciones entre las esferas social y natural. Observamos que cotidianamente las familias adquieren la mayor parte de sus alimentos a través de los ingresos recibidos en el mercado de trabajo informal pero, a su vez, recurren a los alimentos que entregan organizaciones (estatales o no) y también producen alimentos cultivando huertas y criando animales de granja. También existen otros mecanismos que desarrollan las unidades domésticas como es “estirar” los recursos disponibles. Las madres entrevistadas informaron como se las ingenian para que alcance la leche para todos los niños haciéndoles té y agregándole “algo de leche”. Esta práctica puede resultar eficaz en función del objetivo, aunque no asegura el éxito nutricional. La gestión de la asistencia social (estatal y no estatal) está a cargo de las mujeresmadre, las cuales invierten tiempo y energía en tramitar la alimentación subsidiada que esta planificada fundamentalmente para ser gestionada y entregada a las mujeres-madre-cuidadoras. Según refieren ellas, asumir esta función demandó establecer acuerdo con la pareja ya que estos manifestaron una oposición inicial negándose a recibir los alimentos. Tal como han demostrado otros estudios (Eguía y Sotelo, 2007) los varones suelen expresar resistencia a la ayuda estatal, destacando en el discurso transferido por las mujeres la importancia de la comida en el hogar. Estas actividades de gestión de la asistencia social desarrolladas por las mujeres implica asumir una función reproductiva diferenciada de la función de los varones, la cual esta ligada al trabajo extradoméstico. Observamos que las mujeres siguen reproduciendo modelos de división del trabajo que perpetúan los espacios masculinos (diferenciados de los femeninos) altamente valorizados y asociados a las actividades productivas. Si bien en términos generales se podrían plantear cambios como la incorporación de la mujer al mercado laboral, la mayor participación en el ámbito político y mayor equidad en los niveles de capacitación en relación con los varones, estos parecen diluirse el traspasar las fronteras de la intimidad familiar. A pesar de los cambios estructurales e ideacionales, la redefinición del lugar de las mujeres en el mundo público no ha sido acompañada por una redefinición equiparable del lugar de los varones en el mundo privado. Garrote (2003) explica que en la ultima década del siglo XX la contracción del mercado laboral y el empeoramiento de condiciones de vida en la ciudad han producido nuevas formas de acceder al alimento generando que la mujer, imposibilitada de conseguir empleos bien remunerados que puedan traducirse en recursos alimentarios genuinos para sus familias, en malas condiciones de competencia en el mercado por los valores históricos que hacen a la pertinencia de sus roles (crianza de los niños, labores hogareñas, etc.), subalternizada
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educativamente, se halla visto incluida en nuevos procesos de gestión alimentaria para satisfacer las necesidades de su grupo. Observamos que la condición de ingresos, la edad, un padecimiento puntual o el cese del recurso una vez superada la situación nutricional deficitaria son criterios de focalización visualizados por las mujeres madre para el acceso a programas de asistencia alimentaria. En la aplicación de este criterio de focalización hay un fuerte desplazamiento ideológico de las funciones del Estado y de las características de la ciudadanía. Las prestaciones universales se sostenían en un criterio de “derecho” mientras que la justificación de la “selectividad” que trae la focalización se apoya en un concepto de mérito negativo: los que no pueden, los vulnerables, los excluidos “merecen” que las instituciones del estado concentren sus recursos en ellos, a la espera de restaurar sus capacidades para operar en el mercado. La focalización sostiene que el estado se reduce y la concentración en los más vulnerables permite ser más equitativo y asignar más eficientemente los recursos. Si bien hay propuestas que señalan una potencial revisión de este criterio, lo cierto es que se encuentra tan vigente como siempre en las políticas sociales, y las alimentarias en particular. En virtud de la focalización se desarrollan procesos de distribución intrafamiliar del recurso alimentario resultando ineficaz el criterio de selección en términos de objetivos nutricionales. Las madres expresan las dificultades de destinar el alimento exclusivamente a un miembro, “si hay se reparte entre todos”. De esta manera, cotidianamente se adecua la asistencia alimentaria transformando las prestaciones, aunque esta signifique solo la dilución intradoméstica donde la mujer impone formas culturalmente aceptadas en términos de roles e identidades, prestigio y necesidades acerca de quien debe comer qué, arreglando y modificando el saber técnico de los nutricionista o médicos que deciden qué y quién debe comer. Observamos accesos diferenciales a la asistencia social en función de la existencia de experiencias para realizar las gestiones correspondientes y el manejo de información disponible. Pero también señalamos como limitante la asunción de una posición ambigua respecto de la solicitud de asistencia: por una lado la necesitan, por el otro rechazan verse en situación de destinatarios de la asistencia social. A través de las narraciones las madres demandan frutas, verduras y lácteos (identificados como el queso y el yogurt) como los alimentos que sus hijos necesitan o necesitaron para superar la situación de déficit nutricional. Evidentemente los alimentos no son solo bienes destinados a satisfacer necesidades biológicas. Más allá del imperativo biológico de que tenemos que comer para vivir, las necesidades alimentarias son construcciones culturales que surgen porque la sociedad nos habitúa a necesitar determinados alimentos. Las madres identificaron la necesidad del consumo de estos alimentos para superar la situación de déficit, probablemente influidos por equipos profesionales (médicos y nutricionistas). Sin embargo, y en
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coherencia con los considerados alimentos fuertes, no visualizamos la necesidad de un consumo permanente, es decir, una vez superado el déficit. Esto pone de manifiesto la distancia respecto de las definiciones normativas de las necesidades y de las concepciones instrumentales de los alimentos basadas en su valor de uso. La alimentación trasciende el campo médico-nutricional. También pone de manifiesto la interiorización “muda y silenciosa de la desigualdad” (Ortale, 2007), siendo las estructuras subjetivas producto de la naturalización o sumisión dóxica al orden social. Las familias no son productos ahistóricos, se constituyen en réplicas del orden social jerarquizando determinado género o generaciones. Estas practicas observadas devienen de roles asignados en cada unidad a los varones y mujeres, en tanto padres, madres, hijos, etc. Tal como ha observado Ortale (2007) es la mujer-madre la primera variable de ajuste, quien disminuye o anula alguna comida, por lo general la cena. La construcción de la mujer centrada en la maternidad tiene repercusiones en la autoestima, en la valoración social y en la capacidad para actuar sobre sus propios cuerpos, su salud, su alimentación y su bienestar. IV. Consideraciones finales Las distintas manifestaciones de la cuestión social que se concretizan en la vida cotidiana de amplios sectores de la población –tal como hemos señalado en relación a la malnutrición infantil- requiere reconocer su carácter histórico y de totalidad, por lo cual un problema social no es posible que se explique en sí mismo, sino, como se ha intentado explicitar, como una manifestación de tendencias sociales mayores. Debemos superar la fragmentación y parcialización de la cuestión social (Netto, 1997) en tanto se niega como problemática central la desigualdad propia del sistema capitalista. Ahora bien, también tenemos que reconocer que en muchas oportunidades se la ha ‘quitado’ a la malnutrición infantil la posibilidad de entenderla en términos de problema social ganando espacio aquellos argumentos que vinculan las causas a situaciones personales o aspectos individuales. Insistimos en la perspectiva que entiende a la malnutrición infantil como expresión de procesos sociales mayores que transcienden a los sujetos particulares pero que se hace visible en su vida cotidiana. Concebimos que los problemas no están dados en la realidad para ser descubiertos y explicados, sino que se construyen a partir de complejos procesos caracterizados por la competencia y el conflicto de principios productores de representaciones que expresan diferentes intereses. Por lo tanto, se asume que la realidad social se construye tanto por condiciones objetivas como por la forma en que los agentes sociales perciben e interpretan el mundo que los rodea. Por otra parte, las representaciones sobre un problema -en este caso, la malnutrición infantil- constituye un problema de salud complejo en el que confluyen
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factores socioeconómicos, culturales y psicológicos se materializan en diversos discursos. Estos discursos no se encuentran solamente en el ámbito de la política como práctica circunscrita a los poderes políticos en tanto sujetos hacedores de políticas públicas (o prácticas, medidas, acciones), sino que se erigen como una práctica social de producción de significados que expresan categorías de aprehensión del mundo, según las diferentes perspectivas o puntos de vista de los agentes involucrados que participan en su construcción, proponiendo metas y caminos de acción posibles. Si bien todos los sujetos y grupos perciben y/o experimentan problemas de diversa índole, el establecimiento de un problema como asunto de discusión pública remite a la constitución de sujetos según relaciones de poder. Intervienen en este escenario actores provenientes de diferentes campos y, por ende, con cuotas de capital diverso que tratan de imponer y/o hegemonizar diversas definiciones acerca del problema y su contexto de referencia legítima: partidos políticos, burócratas, redes de expertos y académicos, medios masivos de comunicación, Poder Ejecutivo y Legislativo, grupos de interés y opinión pública. V. Bibliografía Antunes, R. (2003). ¿Adiós al trabajo?. Buenos Aires. Ed. Herramienta. Antunes, R. (2005). Los sentidos del trabajo. Buenos Aires. Ed. Herramienta. Barroco, M. (2004). Ética y servicio social: Fundamentos ontológicos. Cortez Editora. Sao Pablo, Brasil. Caramés García, M. (2004). “Proceso socializador de la salud. Caracterización y critica del modelo hegemónico vigente” en Fernández Juárez, G. (comp.) Salud e interculturalidad en América Latina. Perspectivas antropológicas. Ecuador: Ed. AbyaYala. Eguia, A. y Sotelo, L. (2007). “Los programas sociales como recursos para la reproducción familiar” en Eguía, A. y Ortale, S. (coord.) Los significados de la pobreza. Buenos Aires: Ed. Biblos. Escudero, J. (1995). Consecuencias nutricionales del ajuste en América Latina y el Caribe. Cuadernos médico-sociales N° 70. Rosario. Garrote, N. (2003). “Redes alimentarias y nutrición infantil. Una reflexión acerca de la construcción de poder de las mujeres a través de las redes sociales y la protección nutricional de niños pequeños”. Cuadernos de Antropología Social Nro. 17. Facultad de Filosofía y Letras. UBA. Buenos Aires. Heller, A. (1991). Sociología de la vida cotidiana, Editorial Península, Barcelona. Hintze, S. (1989). Estrategias alimentarias de sobrevivencia. Un estudio de caso en el Gran Buenos Aires. Tomo I y II. Buenos Aires: Ed. Centro Editor de América Latina.
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Capítulo VII Vida cotidiana, Salud y Capitalismo: La particularidad del cáncer, el enfermo oncológico y su entorno vincular. Romero María Sol I. Introducción El presente artículo busca brindar elementos de reflexión, entorno a las transformaciones que el proceso de enfermedad de cáncer, imprime en la reproducción de la vida cotidiana tanto del enfermo, como de su entorno vincular. El mismo tiene por antecedente directo, la tesis de licenciatura “Trabajo Social y atención de la salud. La cuestión del cáncer, el enfermo oncológico y su entorno vincular” (Romero; 2010), la cual ha pretendido indagar entorno a la problemática de la enfermedad de cáncer, siendo ésta constitutiva de uno de los campos de intervención del Trabajo Social. En función de ella, entendemos que el proceso de enfermedad de cáncer converge en la emergencia de un conjunto de necesidades y problemáticas que, lejos de suprimir, impactan y transforman la vida cotidiana del enfermo y su entorno vincular, haciendo que ésta, adquiera nuevas connotaciones. En este sentido, desde la óptica lukacsiana, la vida cotidiana es puesta en su insuprimibilidad ontológica. De esta forma se entiende que en cuanto espacio-tiempo de constitución, producción y reproducción del ser social, la vida cotidiana es ineliminable, constituyéndose, acorde a los postulados del mismo Lukács, en el alfa y el omega de la existencia de todo y cada individuo (Netto; 1996)3. Comprender las transformaciones de la cotidianeidad en el campo de la reflexión que nos acontece, requiere trascender el análisis de la singularidad y unicidad con que es vivenciado cada proceso de enfermedad, teniendo por objeto la búsqueda en el reconocimiento de la conciencia humano-genérica, desde la particularidad del enfermo de cáncer y su entorno vincular, trascendiendo de este modo las determinaciones fundamentales de la cotidianeidad que hacen que todo y cada individuo sólo se perciba como ser singular (Ibíd., p. 68). Ahora bien, Netto explicita que, dicho acceso a la conciencia humano-genérica solamente se da cuando: “el individuo puede superar la singularidad, cuando asciende al comportamiento en el cual no moviliza todas sus fuerzas sino toda su 3
Traducción Pérez C. y Oliva A.; 2006
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fuerza en una objetivación duradera (menos instrumental, menos inmediata) se trata, entonces, de una movilización anímica que suspende la heterogeneidad de la vida cotidiana — que homogeiniza todas las facultades del individuo y las direcciona en un proyecto en que el trasciende su singularidad en una objetivación en la cual se reconoce como portador de consciencia humano-genérica. En esta suspensión (de la heterogeneidad) de la cotidianeidad, el individuo se instaura como particularidad, espacio de mediación entre lo singular y lo universal, y se comporta enteramente como hombre” (Ibíd., p. 69). Esta búsqueda en el reconocimiento de la conciencia humano-genérica, en principio requiere el estudio acerca de los impactos del proceso de enfermedad en relación a los componentes subjetivos y objetivos pudiendo encontrar las tendencias de la generalidad que se objetivan en la vida cotidiana del sujeto. (Mallardi, 2004:8) No obstante, en este sentido, la revisión bibliográfica desarrollada respecto al tratamiento del tema, nos ha posibilitado comprender que existe una fuerte tendencia a estudiar los impactos del cáncer en la subjetividad del enfermo y sus vínculos, dejando en el olvido la dimensión objetiva, las condiciones de existencia, relegando la base material que da sustento a la misma. Por lo que, bajo fundamentos conservadores se pretende psicologizar la enfermedad, alegando que toda intervención profesional debe dirigirse unívocamente a modificar las formas de pensar y sentir durante el proceso de enfermedad, mientras se desentiende de las condiciones objetivas de vida en el avance de la misma. Iamamoto en este sentido entiende que: este énfasis lleva a dar prioridad a las necesidades que trascienden las carencias objetivas y materiales del cliente, es decir, los problemas existenciales que deben ser tratados profesionalmente (…). Los problemas materiales tienden a ser espiritualizados, transformados en dificultades subjetivas, de adaptación social (Iamamoto, 1997:177). Nuestro entendimiento remite a comprender que la enfermedad de cáncer, transforma la reproducción de la vida cotidiana, y por ende al propio individuo, en todas sus esferas y dimensiones.
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II. El cáncer y sus causas: el trabajo en la producción social de la enfermedad Para dar inicio a la reflexión en relación a la particularidad de la vida cotidiana del enfermo de cáncer y su entorno vincular, creemos pertinente en principio, discurrir entorno a las causalidades del cáncer en el marco del sistema capitalista. En este sentido, entendemos que la comprensión de las mismas se ha ido tergiversando acorde a diferentes tiempos. Para ellas se han aludido a factores orgánicos e inorgánicos, ambientales, genéticos, psicológicos, alimentarios e incluso religiosos4. José Carlos Escudero sostiene que desde la epidemiología existen dos corrientes fundamentales que intentan dar explicación acerca del origen de las enfermedades: de acuerdo a la primera, las enfermedades suelen tener causalidades simples, en las cuales los gérmenes juegan un papel central; por lo tanto aquí los medicamentos desempeñan una función primordial, cuyo tratamiento constará únicamente en la atención médica. Respecto a la segunda escuela epidemiológica, “enfatiza que la causalidad de las enfermedades es compleja y múltiple, que esta trama de causalidad incluye muchos fenómenos que se originan en la psicología individual y colectiva, en la sociedad, en la economía y en la ecología” (Escudero; 2005:14); por lo que será hacia ellas que deberán erigirse las políticas de salud de tipo preventivas. Así mismo, Escudero continúa argumentando que en el siglo XIX se atesoraron las explicaciones ligadas al desarrollo de los microorganismos, correspondientes a la primera escuela epidemiológica, cobrando aún vigencia en nuestra sociedad actual dado que es la perspectiva que más aporta a la reproducción del orden capitalista y a la subsistencia del binomio médico-industrial. Sin embargo, las causas del cáncer se hallan inscriptas en la segunda escuela epidemiológica. Las mismas responden a factores multicausales. No obstante dentro de la perspectiva multicausalista, se desarrollan primordialmente enfoques individualistas y psicologistas para explicar las causalidades del cáncer. Dichas perspectivas se reproducen en el discurso y práctica no sólo de los profesionales involucrados entorno a la temática, si no más bien, en el imaginario social. Es por ello que apelan a la inmediatez de las causas individuales, a la mal alimentación, niveles de estrés, sedentarismo, depresión, acontecimientos traumáticos, antecedentes familiares, excesivas cargas de trabajo y polifuncionalidades, entre otros, para dar explicación acerca de la génesis del cáncer,
En este sentido los griegos proclamaban que, la enfermedad era gratuita o merecida, provocada por faltas personales, transgresiones colectivas o crímenes cometidos por los ancestros. Sin embargo, con el cristianismo, emerge una idea más moralizadora, por lo que la idea de enfermedad/castigo cedió su lugar a la de enfermedad como un castigo apropiado y justo. 4
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sin entender las determinaciones y mediaciones que los factores macrosociales tienen por sobre dichas causalidades de orden singular. Con lo dicho, no buscamos negar la acción de nuestra mente, ella puede resultar parte de las determinaciones que hacen a la salud, puede engañar a nuestro cuerpo, enemistándose con él; sin embargo, creer exclusivamente en ello, pensar que sólo la mente manipula el cuerpo, podría confluir en un reduccionismo individualista incierto; dado que se opacarían las causantes colectivas y sociales que dañan de sobremanera a nuestra salud. En relación a estas últimas es que creemos que, sin refutar la disposición genética de cada sujeto en cuanto causas del cáncer5, es en la relación capital-trabajo donde hallamos parte de su explicación. La categoría trabajo ha sido retomada por Marx y Lukács quienes han encontrado en ella aquello que distingue al hombre del animal. Por medio del trabajo, el hombre transforma la naturaleza y al hacerlo se transforma así mismo. Es en este sentido que Marx plantea: El trabajo es, en primer lugar, un proceso entre el hombre y la naturaleza, un proceso en que el hombre media, regula controla su metabolismo con la naturaleza. El hombre se enfrenta a la materia natural misma como un poder natural. Pone en movimiento las fuerzas naturales que pertenecen a su corporeidad, brazos y piernas, cabeza y manos, a fin de apoderarse de los materiales de la naturaleza bajo una forma útil para su propia vida. Al operar por medio de ese movimiento sobre la naturaleza exterior a él y transformarla, transforma a su vez su propia naturaleza. […] Concebimos al trabajo bajo una forma en la cual pertenece exclusivamente al hombre (Marx, 1999:215). El hombre a diferencia del animal, anticipa en su conciencia el resultado a alcanzar mediante el proceso de trabajo, de esta manera, transforma la naturaleza a partir de la previa ideación; ello hace del trabajo un acto conciente en el que, el hombre, al anticipar en su conciencia el resultado probable de distintas alternativas, tiene la posibilidad de escoger aquella que es considerada como “la mejor”, para luego objetivar la alternativa escogida. El trabajo ha sido común a todas las formas de sociedad, está presente en todas las formaciones sociales. Es la categoría fundante del ser social, es la protoforma de
No negamos que puedan darse otras causantes. Tal es el caso del cáncer de cuello de útero, el cual puede encontrarse asociado a la incidencia infecciosa del virus papilomavirus humano, especialmente los tipos 16 y 18, transmitido por medio de relaciones sexuales. 5
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la actividad humana; en términos lukacsianos (apud Antunes, 2005) el trabajo es el modelo de toda praxis social el cual sirve como modelo para la comprensión de las otras posiciones teleológicas sociales. Siguiendo a estos autores, Antunes (Op. cit.) sostiene que “la aparición de formas más complejas de la vida humana, las posiciones teleológicas secundarias que se constituyen como un momento de interacción entre los seres sociales”, van a encontrar en la esfera del trabajo, su fundamento ontológico-genético. Iamamoto (2001) refiere al carácter social del trabajo, entorno al cual visualiza sus posibilidades de concreción sólo en tanto actividad colectiva, a través de las relaciones del hombre con otros hombres. La finalidad del proceso de trabajo, se encuentra dirigida a la “producción de valores de uso, la asimilación de materias naturales para la satisfacción de necesidades humanas” (Ibíd., p.40). No obstante, en el sistema capitalista, el valor de uso es subordinado, determinado por el valor de cambio. En este marco, la categoría trabajo adquiere nuevas connotaciones y determinaciones. El trabajo en tanto creador de valores de uso para la satisfacción de necesidades humanas, en cuanto actividad vital del hombre (Work), se presenta fetichizado y extrañado (Labour). Una pequeña parcela de la sociedad se haya alienada en el proceso de trabajo y en su producto, para la cual, éste último no le pertenece. Lessa (1999) entiende que, la razón de ser del trabajo en este contexto, no es más la necesidad del trabajador, sino el desarrollo de la riqueza de la clase dominante. Tres son las determinaciones fundamentales del modo de producción capitalista: la explotación de la fuerza de trabajo humana para acumular capital, la propiedad privada de los medios de producción, y la división (desigualdad y lucha) de clases en la sociedad (Abramides; 2006). Estas connotaciones y determinaciones que describen al trabajo se encuentran ineludiblemente vinculadas a las causalidades del cáncer. En esta línea de pensamiento Vicente Navarro (1979) define tres principales problemas de la salud de las actuales sociedades capitalistas: • El primero de ellos refiere a la alienación del individuo en la sociedad, que es responsable de la mayoría de las dolencias psicosomáticas que tratan los médicos y que se debe en gran parte a que los ciudadanos se dan cuenta de que carecen de control sobre su propio trabajo y sobre las instituciones sociales. • En segundo lugar, enuncia las enfermedades laborales, cuya etiología obedece en gran parte al control del proceso laboral por parte del capital y no del trabajo, por lo que la consecución de beneficios goza de prioridad sobre la seguridad en el trabajo y la satisfacción del obrero. • Y por último, el cáncer, donde en la mayoría de cuyos casos se ven determinados por las condiciones
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ambientales, ya que los individuos que viven en barriadas industriales corren mucho mayor riesgo de morir de cáncer que los que habitan en los barrios residenciales. Ahora bien, pensamos que estos tres problemas que definen a la salud en el capitalismo, se hallan claramente vinculados a fin de entender las causas de la enfermedad de cáncer, la cual claramente se extiende en el desarrollo y expansión del sistema capitalista. Ontológicamente el capitalismo se define a partir de la desigualdad y la lucha de clases. “La sociedad capitalista produce la desigualdad, inherente a la sociedad de clases que se constituye en elemento determinante en el proceso de acumulación capitalista por la explotación de la fuerza de trabajo” (Abramides; 2009: 2). Es en este sentido que “la lógica del capital radica esencialmente en la búsqueda del lucro y la ganancia” (Alayón, 2005:37); tendiendo a marginar y excluir a grandes sectores de la población. La propiedad de los medios de producción es quien determina la esencia de la división de clases en el actual sistema de sociedad. En torno a ellos: Los hombres contraen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción, que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general (Marx y Engels, 1986:214). En este marco, “la única forma del trabajador para sobrevivir bajo el capital es vender su fuerza de trabajo, a cambio de un salario, al burgués”. (Lessa, 1999:11), sujeto por tanto, a todas las vicisitudes de la competencia, y las fluctuaciones del mercado. Sin embargo, “lo que el obrero asalariado se apropia por su actividad es estrictamente lo que necesita para la mera reproducción de su vida”, lo que debe suprimirse “es el carácter miserable de esa apropiación que hace que el obrero no viva sino para acrecentar el capital y tan sólo en la medida en que el interés de la clase dominante exige que viva” (Marx y Engels, op cit., p.42). Este proceso de producción de la riqueza de la clase dominante, constituye aquello que Lessa (Op. cit.) ha denominado como “la deshumanización socialmente producida por los propios hombres”.
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Pues más aún, es posible aseverar que la capacidad reproductiva de los salarios que perciben los trabajadores no alcanza siquiera a cubrir las necesidades básicas de alimentación. Si se reconoce, que se deben aumentar los salarios para “recuperar el poder alimentario”, tácitamente se está aceptando que la remuneración que percibe una enorme masa de trabajadores no permite satisfacer las necesidades ligadas a la salud, a la vestimenta, a la educación, a la vivienda, a la recreación, etc. (Alayón, op. cit., p.46). En el desarrollo del capitalismo monopolista, surge la “cuestión social”; ella, no es más que la expresión de un problema que alude a la distribución de la riqueza y la equidad, y a la contradicción capital-trabajo. La cuestión social “se presenta en el cotidiano de la vida social y se manifiesta por un conjunto de expresiones: desempleo, desigualdad, violencia, hambre, miseria, ausencia de educación, salud, precarias condiciones de vida y de trabajo” (Abramides, 2009: 4). Es en relación a esta última dimensión que, para garantizar la ganancia del capital se produjeron alteraciones en el sistema de trabajo, consolidándose un proceso de precarización laboral, desempleo estructural y exclusión. En este marco, “cada vez más, amplios sectores de la población se tornan sobrantes, desnecesarios. Esa es la raíz de una nueva pobreza de amplios sectores de la población, cuya fuerza de trabajo no tiene precio, por que no tiene más lugar en el mercado de trabajo” (Iamamoto, 1998:47). De esta manera, la autora continúa explicando que, estos sectores constituyen un stock de fuerza de trabajo “desechable” para el mercado de trabajo, lo cual coloca en riesgo sus posibilidades de defensa y reproducción de la vida. Al analizar la relación entre las categorías salud y trabajo, no buscamos argumentar con ello que el cáncer emerja únicamente como enfermedad de la pobreza. Más bien, la división de clases hace que existan sectores más vulnerados frente a la enfermedad y frente a su génesis. Es evidente que: Alguien que es pobre es, además, alguien psicológicamente más vulnerable, con menos esperanzas para el futuro, con más probabilidades de enfermarse y morir, que domina un vocabulario menor y tiene más dificultades para expresarse. Es alguien cuya vida es más insegura, impredecible e “implanificable”, cuyos hijos van a tener menor tamaño físico y desarrollo psicomotor y sexual más tardío, que comerá una comida cuantitativamente insuficiente y
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cualitativamente inadecuada; que trabajará en ocupaciones más peligrosas e insalubres, que habrá perdido más dientes, que beberá agua menos potable (Escudero, 2005:16). La pobreza puede constituirse en una de las determinaciones entre las causas del cáncer, y la lucha contra el mismo debe trascender la prescripción de tratamientos oncológicos; más bien, debe incluir (entre otras cuestiones) la lucha contra la pobreza. La falta de empleo, no solamente genera ingresos insuficientes, y dificultades para reproducirse socialmente, sino además trae aparejado un conjunto de enfermedades asociadas a la subjetividad del desempleado y su núcleo vincular; entre ellas: depresión, estrés, sedentarismo, inseguridad, incertidumbre, ausencia de proyectos futuros, entre otros. Estas cuestiones, que los individualistas y psicologistas manifiestan como causantes del cáncer, vemos ahora que responden a determinaciones colectivas y sociales. Según indicaba Norberto Alayón (2005) las fuentes oficiales sobre desempleo arrojaban hacia el mismo año en Argentina un 15,6%, frente al 18,8% de subempleo. Prácticamente más del 35% de la población activa, presenta problemas de empleo. Estos datos producen aberración e impotencia al recordar los artículos 14 y 14 bis de la Constitución de la Nación Argentina. Mientras que actualmente no se garantiza el derecho a trabajar (tal como lo enuncia el primero de los artículos), menos aún se garantizaran los derechos de quienes trabajan con el auge del empleo en negro6, precarizado, el subempleo. Debe contemplarse que, no sólo son pobres los desempleados, sino también aquellos que tienen trabajo pero con bajísimo nivel de ingresos y en condiciones de desprotección. Contrariamente, no sólo la ausencia de empleo puede incidir indirectamente en la degeneración en cáncer; por el contrario, el trabajo, si bien es imprescindible para una vida saludable, (por su retribución económica, y por el hecho social que contribuye a la realización de la persona), puede alterar el estado de salud, por causas derivadas de las condiciones y medio ambiente en las que se desarrolla. Para comprender la relación entre las categorías empleo y enfermedad podríamos analizar las siguientes variables: el tiempo de trabajo, las formas de remuneración, la organización y contenido del trabajo, servicios de bienestar y sociales, el sistema de
En la ciudad de Tandil (Provincia de Buenos), según datos arrojados por la UPEETS (Unidad Permanente de Estudios y Extensión de Trabajo Social, Facultad de Ciencias Humanas, UNICEN), en la gran mayoría de los barrios con asentamientos de sectores pobres, los porcentajes entre el número de asalariados en blanco y en negro son similares. En el barrio “El Tropezón” ubicado al noroeste de la ciudad el porcentaje de asalariados en negro supera con un 27%, al número de asalariados en blanco, quienes conforman el 17% de la población total en esa zona. 6
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relaciones laborales, higiene y seguridad en el trabajo, contexto económico, político y social, condiciones de vida y aspiraciones personales, entre otras. Respecto a la variable higiene y seguridad laboral, se desprende un conjunto de enfermedades relacionadas con el trabajo, ante el incumplimiento de la Ley 19.587 (Ley de Higiene y Seguridad en el Trabajo) entre cuyos objetivos explicita: la protección de la vida, la preservación y mantenimiento de la integridad psicofísica de los trabajadores, la prevención, reducción, eliminación o aislamiento de los riesgos, estimulación y desarrollo de la prevención de accidentes o enfermedades derivadas de la actividad laboral. Al igual que con los accidentes de trabajo, las enfermedades profesionales deben ser prevenidas o eventualmente diagnosticadas y tratadas en fase precoz y reversible. La Ley asigna al empleador la responsabilidad por su prevención, generando derechos al trabajador que contraiga cualquiera de ellas durante su trabajo. Esos derechos están consignados en la Ley de Riesgos de Trabajo (Ley 24.557) donde claramente se dice que el empleador está obligado a proteger la salud de los trabajadores bajo su dependencia y/o brindar prestaciones (en especie o dinero) a los trabajadores que sufrieran alguna dolencia (Nieto, 2000:6). Junto al cáncer, las inadecuadas condiciones y medio ambiente de trabajo se relacionan en forma directa, aunque no monocausal, con la aparición de enfermedades psicosomáticas. El consumo y dependencia de alcohol, tabaco o abuso de drogas, afectan a los trabajadores expuestos a situaciones de alto estrés, ya sea por sobrecarga física o psíquica. Estas enfermedades de índole psicosomáticas, pueden aportar a la génesis del cáncer, el cual, a su vez, puede desencadenarse, acelerarse o agravarse por las mismas condiciones de trabajo. El incumplimiento de las leyes anteriormente citadas, han derivado en el consecuente impacto sobre las condiciones de trabajo y salud de los trabajadores. De esta manera, es posible determinar la relación entre las categorías trabajoenfermedad, las cuales se desempeñan en forma paralela a otras dos categorías contradictorias: capital-trabajo. La clase trabajadora no es la única afectada por el cáncer en el marco de nuestra sociedad. También el cáncer aguarda bajo los umbrales de los grandes capitalistas, con sus ansias de lucro, de ganancia desmedida, de acrecentamiento de su capital, suprimiendo cada vez más el fraccionamiento de los medios de producción, de la propiedad y de la población. Podemos asociar el cáncer también con la opulencia, con el exceso. “En los países ricos es donde más cáncer hay, y su aumento se atribuye en parte a un régimen rico
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en grasas y proteínas y a los efluvios tóxicos de la economía industrial que crea la opulencia” (Sontag, 2003:21). Sin embargo ante ello, tal como enunciamos con anterioridad creemos que, el cáncer no es una enfermedad que afecte a una determinada clase social; no obstante, encuentra a ciertos sectores de la población más vulnerados ante la enfermedad, con más posibilidades de enfermarse y más desamparados frente a la lucha contra el cáncer, en donde la enfermedad impactará de forma diferencial en la reorganización de su vida cotidiana y en las modalidades para dar respuesta frente a las necesidades y problemas emergentes durante el proceso de enfermedad. III. La representación social del cáncer en la subjetividad del enfermo y su entorno vincular Sin ansias de brindar un abordaje simplista y unidireccional, comprendemos que las transformaciones que la enfermedad imprime en la reproducción de la vida cotidiana, se hallan inexorablemente vinculadas a los impactos de ésta entorno a la dimensión subjetiva del enfermo y su entorno. Dichos impactos encuentran su fundamento en un conjunto de construcciones sociales que a lo largo de la historia los individuos, mediante su acción e interacción cotidiana, sus vivencias rutinarias, recurrentes y reiterativas, han ido conformando respecto a las distintas modalidades en que se interpreta, comprende y representa a la enfermedad de cáncer. En relación a ello, Agnes Heller entiende que es en ese vivir la cotidianidad con otros, en donde se realiza la aprehensión de la cultura, en donde el individuo se socializa, en donde aprende y aprehende un emocionar, un modo de conocer, unos modelos de comportamiento, unas creencias, unas formas de comunicarse, unas maneras de hacer y una semántica para dar significado al mundo y para resignificarlo a partir de nuevas experiencias, nuevos conocimientos y procesos reflexivos (Heller, 1987). De este modo, el simple hecho de referir a la enfermedad de cáncer implica confrontar con los mitos que giran respecto a la misma en nuestra cultura. Es entorno a ella que, se ha promulgado una convención popular que identifica: Cáncer = Muerte. Si bien, en las últimas décadas hemos experimentado avances entorno al fatalismo atribuido a ésta enfermedad debido a los nuevos descubrimientos de las ciencias médicas y el aumento de la circulación de información; aún hoy día, existen serias dificultades sociales en la forma de entender la dolencia y de comportarse frente a ella. La idea de que el cáncer es una enfermedad mortal suele quedar evidenciada en la adjudicación “milagrosa” que se otorga al paciente curado (debido a intervenciones
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sobrenaturales o parapsicológicas), independientemente del diagnóstico, tratamientos o cirugías en tiempo y forma adecuada. Susan Sontag afirma que la misma palabra “cáncer” ha llegado a matar a ciertos pacientes que no hubiesen sucumbido (tan rápidamente) a la enfermedad que los aquejaba. El “cáncer” se utiliza metafóricamente para describir el mal, lo maligno; es por esto que existe una tendencia general a ocultar el concepto frente a la sociedad y, fundamentalmente, frente al enfermo. “A los pacientes de cáncer se les miente no simplemente por que la enfermedad es (o se piensa que sea) una condena a muerte, si no por que se la considera obscena -en el sentido original de la palabra-, es decir: de mal augurio, abominable, repugnante para los sentidos”. (Sontag, 2003:16). Resulta una aporía, pero generalmente se teme más al cáncer que a las enfermedades del corazón, aunque quien ha sufrido un infarto tiene más probabilidades de morir del corazón a los pocos años que las que tiene, en el mismo período, un canceroso de morir de cáncer. Su razón de ser, radica en que las enfermedades más aterradoras son las que no sólo tienen un carácter mortal, sino además son consideradas deshumanizadoras. El infarto o la gripe, no dañan ni deforman la cara, por lo tanto, no inspiran espanto, tal como puede provocar un canceroso en su fase terminal de enfermedad, luego de haber resistido a los daños provocados por los tratamientos de quimioterapia o radioterapia, donde con sus pómulos pronunciados, y su organismo flaqueado, parece suplicar piedad frente a las atrocidades imploradas en su cuerpo. El cáncer otorga una nueva identidad sobre quien lo “padece”. No sólo confiere el carácter de enfermo, sino además el estigma: “enfermo de cáncer”: sujeto de lástima y piedad. Provoca miedo y angustia, enmudeciendo al enfermo frente a su entorno y silenciando a los sujetos frente al enfermo, al cual suelen velar mientras dure el proceso de su enfermedad. La organización de su vida cotidiana se derrumba, ya no es más un miembro del grupo, está solo, aislado y enmudecido dentro de su nuevo mundo, repleto de temores y dolor. El carácter letal atribuido a la enfermedad declara un estado de existencia fantasmal, estar inexistiendo, una suerte de muerte social. IV. El nuevo medio de reproducción de la vida cotidiana El enfermo que ingresa al sistema de salud (ya sea público o privado) es obligado a separarse de sus medios habituales de vida: familia, empleo, recreación, entre otros, produciéndose de esta manera modificaciones en la reproducción de su vida cotidiana, para “ingresar”, (sería preferible poder decir participar), en un nuevo medio, por el que transitará su cotidianeidad mientras sea requerido por la enfermedad, y en el que desarrollará una parte de su historia.
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La enfermedad abrirá un nuevo abanico vincular con médicos, enfermeras, enfermos, mucamas, quizás trabajadores sociales, psicólogos, voluntarios, entre otros. Ellos vigilarán su sueño, su alimentación y, lo que es más importante, con ellos y por ellos conseguirá su esperanza de salud y de vida. En vinculación a estos actores, se hace manifiesta la primacía de un pensamiento ultrageneralizador7 que tiende a clasificar, estereotipar y tipificar las distintas modalidades de comportamiento del paciente. La preexistencia de estos juicios provisionales o prejuicios, determinarán y direccionarán el accionar cotidiano para con los pacientes de acuerdo al uso de precedentes. De este modo se esquematizan los comportamientos clasificándolos en “buenos” o “malos” pacientes. Se define a un buen paciente como el que: … acepta sus afirmaciones y acciones sin criticar ni cuestionar. Un mal paciente es aquel que hace preguntas a las cuales ellos no tienen respuestas, ocasionan problemas que los incomodan y no aceptan los procedimientos del hospital como necesariamente sensatos, útiles o inteligentes (Leshan, 1994:98). Para el “buen paciente”, el hospital puede significar un refugio, una tabla de salvación, por lo que actuará de forma resignada y complaciente. El nuevo entorno vincular, por lo general actuará como si fuera un niño no muy brillante y ellos los adultos; ejercerán autoridad sobre su vida, ordenándolo cuándo podrá dormir, y cuándo despertarse, cuándo comer y cuándo lavarse. De ésta manera, el sujeto una vez inserto en las organizaciones prestadoras de salud perderá su total autonomía e individualidad, ateniéndose a una serie de actividades rutinarias que lo convertirán en un ser pasivo, dependiente e infantil, que no cuestionará ni se opondrá a su nueva red vincular. Para el “mal paciente”, la internación puede significar la separación de lo que quiere, un impedimento para cumplir con sus obligaciones, o una pérdida de las comodidades de las que disfrutaba; por ello, se comportará de forma rebelde, agresivo, crítico o indisciplinado. A éste paciente, quizás le receten un buen cóctel de tranquilizantes, que buscarán tumbar sus facultades críticas y hacerlo más dócil; convirtiéndolo en el “niño bueno o buen paciente”.
Heller (1972) entiende que existen dos modos de arribar a la ultrageneralización propia del pensamiento y comportamiento cotidiano. De una parte, asumiendo estereotipos, analogías y esquemas ya elaborados; de otra, “pegado” por el medio en el que se crece, y podría transcurrir largo tiempo hasta que se atiende con actitud crítica a esos esquemas recibidos, si es que se produce tal actitud. En tal caso, ello dependerá no sólo del individuo, sino también de las particularidades de la época en que se desarrollen. 7
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Los sedantes podrán producir alucinaciones o delirios. Sin embargo, no por ello puede perderse la autonomía del enfermo en lo que concierne a la toma de decisiones sobre su propia vida. Entendemos que, no existe el buen o mal paciente, sino que existen cuestiones subjetivas que explican cómo el enfermo concibe y reacciona al nuevo espacio y nuevos actores, ello hace a su punto de vista particular y sus motivaciones; como también forman parte de las determinaciones, los condicionantes objetivos del medio y del enfermo, tales como: las características singulares del sujeto, del espacio, los tratos recogidos, la asistencia recibida en tiempo y forma, entre otros. Dichos condicionantes hacen a la heterogeneidad ontológica de la vida cotidiana frente al proceso de enfermedad. Es entorno a dicho carácter heterodoxo de la vida cotidiana, en donde se mueven fenómenos y procesos de naturaleza compuesta (lenguaje, trabajo, interacción, juego, vida política y vida privada, etc. (Netto; 1996: 67). Será cuestión entonces de entender, de qué forma interactúan dichos fenómenos y procesos y cómo confluyen en el accionar cotidiano del enfermo. V. La connotación del tiempo y la culminación de la vida cotidiana Cualquiera sean las dimensiones que se hayan visto alteradas en la reproducción de la vida cotidiana, la noción y percepción del tiempo adquirirá nuevas connotaciones ante el proceso de enfermedad, pero por sobre todo, ante la posibilidad de que la vida culmine. En relación a esto último, entendemos que “cáncer” no implica unidireccionalmente “muerte”. El hecho de la degeneración de las células en cáncer no implica que la persona inevitablemente vaya a morir; sin embargo, también hemos de entender que la progresión de la enfermedad, la detección tardía, o el desarrollo de tumores de mayor agresividad, pueden provocar la irreversibilidad de la enfermedad. Si certificamos que según las estadísticas a nivel mundial (en donde nuestro país y ciudad no son las excepciones) el cáncer es la segunda causa de muerte de la población8 (mientras que el primer puesto es ocupado por enfermedades
A nivel nacional, la mortalidad por tumores aporta el 20.2% de las muertes totales en 2007 (Fuente: Ministerio de Salud de la Nación 2008). En este sentido entendemos por enfermedades tumorales, aquellas que comprenden los tumores malignos, los cánceres, los tumores benignos, los de comportamiento incierto y los carcinomas. Para la ciudad de Tandil la tasa de mortalidad por cáncer para los años 2003-2005 es de 205,37 por mil. Ello equivale a decir que, por cada mil personas que fallece, 205 lo hace a causa de cáncer. (Testimonio de Adela Tisnés (docente de la Facultad de Ciencias Humanas-UNICEN, e integrante del Centro de Investigaciones Geográficas) publicado en el diario “El Eco de Tandil” del día 14 de Marzo de 2010). 8
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cardiovasculares), irremediablemente al hacer referencia al cáncer, no podemos desentendernos de la dicotomía entre vida y muerte. Sin embargo, no solo resulta necesario reflexionar sobre la vida y la muerte, y posicionarnos frente a ellas, al referirnos a la temática del cáncer, sino más bien, en el marco de la vida cotidiana en general. El tiempo es un factor de medida de la vida. Es un indicador que expresa simplemente la duración de ésta. Agnes Heller (1977) utiliza la categoría “tiempo” para estudiar la vida cotidiana. Sostiene que: “el sistema de referencia del tiempo cotidiano es el presente. (…) El presente “separa” el pasado del futuro: en la conciencia cotidiana las dimensiones temporales sirven también para la orientación práctica” (Heller, 1977: 385). El tiempo de la vida cotidiana posee una atribución peculiar: su carácter de irreversibilidad; es por ello que, se deduce que los hechos pasados son únicos e irrepetibles. …el hecho de la irreversibilidad es parte orgánica de nuestra consciencia temporal cotidiana. Basta pensar en el frecuente lamento por las ocasiones perdidas, que no se han aprovechado, o bien en las también frecuentes reflexiones cotidianas según las cuales “las cosas pasadas ya no volverán”, “lo que está hecho, hecho está, y no tiene remedio”, etcétera (Ibíd., p.386). El tiempo vivido es subjetivo; cada individuo percibe su tiempo personal sobre los hechos. Incluso entre quienes vivencian los mismos sucesos, la percepción del tiempo puede variar, pero por sobre todo éstas adquieren connotaciones particulares durante el proceso de enfermedad. En ocasiones, en pocas horas se suelen vivir hechos muy importantes que determinan la vida, más que algunos largos años en los que parece funcionar en standby. La espera en el pasillo de un hospital aguardando los resultados de una operación, el tiempo que demora la devolución de los estudios médicos, el tiempo necesario para vislumbrar los efectos de un tratamiento, suelen ser acontecimientos en la vida de un enfermo y su entorno vincular, que pueden ser sentidos como “extremadamente largos” por que en ellos ha sucedido “muchísimo”, o bien –y por el mismo motivo- como “extremadamente breves”. Es el contenido del acontecimiento el que establece si la experiencia interior será percibida de forma “muy larga” o “muy breve”. El sólo hecho de presumir que la reproducción de la vida cotidiana pueda culminar, condiciona al enfermo de cáncer no sólo en la planificación y proyección de su vida futura, sino en la reorganización y estructuración del tiempo en la reproducción de su vida cotidiana. De este modo, el enfermo podría orientar su tiempo hacia el logro de
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sus metas, objetivos y propósitos (siempre mediado por su condición de clase) en la reproducción de su vida cotidiana; podría utilizar el mismo, entorno a la reconciliación o fortalecimiento de vínculos o bien, disponer el tiempo tan sólo para aguardar el momento de su muerte. En tales situaciones, la apropiación del tiempo de la vida cotidiana será orientada hacia la concreción de finalidades diferenciales. El límite del tiempo de la vida cotidiana es la muerte. El pensamiento sobre la existencia de la muerte no se hace presente de forma continua en la reproducción de la vida cotidiana, más bien se encuentra latente, donde el sólo hecho de una enfermedad, un funeral, un mal sueño, inmediatamente la muerte aparece en el horizonte de la vida cotidiana como fuerza motivadora de determinadas acciones. Es por ello que Agnes Heller (1977) sostiene que el saber relativo al fin de la vida, a la muerte, penetra todo el campo de acción de la actuación y del pensar cotidiano. Aceptar y comprender la muerte no son tareas fáciles. “Es difícil hablar de la muerte en cualquier circunstancia, en cualquier lugar. Tiene que ver con negar la existencia de una certeza. Reflexionar sobre la muerte es precisamente enfrentarse con esa certeza primordial” 9. Marie De Hennezel (1996) explicita que se suele esconder la muerte como si fuese vergonzosa y sucia. En ella no se ve más que horror, absurdo, sufrimiento inútil y penoso, escándalo insoportable, siendo que es el momento culminante de la vida, su coronación, lo que le confiere sentido y valor. Vivimos en un mundo al que la culminación de la vida aterroriza. Alrededor de los que van a morir o de quienes viven en duelo, no se crea más que vacío y dolor. La muerte crea el fetiche del “buen difunto”. Se crea entorno al muerto la idealización de su persona, por lo que no hay más que oír las frases preconstruidas utilizadas en los velorios o en los discursos posteriores en relación al muerto que redundan en: “pobre, era tan buena persona”, “nunca lo vamos a olvidar”. Se puede haber sido el ser más despreciable de la historia, pero una vez que éste ha fallecido, es posible que sus mayores depravaciones sean olvidadas, dado que a la “pobre persona, digna de compasión” le ha tocado la desgracia de morir. Heller (1977), describe tres tipos de actitudes frente a la muerte: La primera esta caracterizada por la insensibilidad. Son insensibles aquellos que aún sienten la muerte como un hecho natural, y por ello no se ocupan de ella. Para ellos es insignificante tanto la muerte de los otros como la suya propia.
Testimonio del Dr. Jorge Garaguso, presidente de la Asociación de Psiquiatras del Centro de la Provincia de Buenos Aires, en el 14° Aniversario de Renacer Filial Tandil y 1° Encuentro Internacional “Renacer en Tandil”, desarrollado los días 16 y 17 de Febrero de 2008. 9
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La segunda se caracteriza por el temor a la muerte. De ello se derivan dos comportamientos aparentemente contradictorios. Uno está constituido por la no resignación, por la rebelión, por la perenne pregunta: “¿Por qué debo morir?”; el otro está constituido por la resignación, que puede llegar incluso al deseo entusiasta de la muerte. El tercer tipo, finalmente, siente ya la muerte (sobre todo la propia) como algo natural, pero solamente la muerte natural, mientras se rebela contra todo género de muerte provocada por la mano del hombre. El individuo no se resigna a la muerte, pero la acepta como parte orgánica de la vida y se esfuerza en vivir de manera sensata, para que su muerte tenga también un sentido. Independientemente de la actitud que se manifieste individualmente frente a la muerte, en nuestra cultura no se habla de la culminación de la vida. Se habla de ella en broma o se evita el tema por temor a atraer la muerte. Ante la muerte, se llora, se teme, se adolece, se enfrenta, se niega, pero nunca se resigna. No se suele concluir que la muerte es parte de la vida, es natural en ella e inevitable, es el fin de la vida y lo que da marco a la misma. Con ello no admitimos que aceptar la pérdida de un ser querido o de nuestra propia vida, sean tareas sencillas, los efectos de la muerte son dolorosos, más aun en el marco de nuestra cultura, que estigmatiza al moribundo y al sujeto en duelo. VI. La emergencia de nuevas necesidades en la vida cotidiana y el deterioro de las condiciones de vida. La particularidad de las situaciones de traslado El cáncer no sólo trae aparejado un conjunto de problemas que afectan a la dimensión física, mental, emocional, espiritual, sino también aquella comúnmente denominada “social”. Este conjunto de problemas que impactan sobre dicha dimensión, pueden estar asociados tanto a la modificación de la dinámica y organización del grupo conviviente, como a la emergencia de necesidades que dificultan la reproducción de la vida cotidiana y el deterioro de las condiciones de vida del enfermo y su entorno vincular, empobreciendo en algunos casos al grupo conviviente y en otros, arrojándolos a condiciones de vida paupérrimas al afectar a sectores en condición de pobreza. En lo que aquí concierne, creemos oportuno reflexionar entorno a la emergencia de nuevas necesidades y el deterioro de las condiciones de vida desde la particularidad de la condición de traslado en situaciones de pobreza, dado que entendemos que en dichas circunstancias se acrecientan (aún más) las dificultades en la reproducción de la vida cotidiana del enfermo y su entorno vincular.
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Para ello, hemos organizado la exposición de acuerdo a las siguientes dimensiones de análisis: -la organización del grupo conviviente, -la condición habitacional, -la cuestión alimentaria y, -la situación ocupacional. La separación del entorno vincular y la organización del grupo conviviente El cáncer, viene a modificar la reproducción de la vida cotidiana de los sujetos, hecho que se evidencia en las nuevas formas que enviste la dinámica y organización del grupo conviviente. No sólo en algunas situaciones se determina una nueva asignación y distribución de roles, sino que en otras se produce la separación del grupo conviviente debido a la coexistencia de situaciones de traslado hacia otras ciudades (en general grandes urbes) en las que reciben tratamientos de mayor complejidad y atención hospitalaria (dado el déficit de servicios en su ciudad de origen). Este hecho no sólo produce modificaciones en los modos de organizar el grupo conviviente, sino que acarrea serios trastornos en la subjetividad de los sujetos, quienes además de portar el sufrimiento y dolor derivado del mismo proceso de enfermedad, deben alejarse de sus vínculos y afectos. Distintos testimonios brindados por enfermos de cáncer y/o su entorno vincular, quienes han debido separarse del grupo conviviente a causa de situaciones de traslado, nos han permitido identificar que los niños (que por lo general aguardan en la ciudad), suelen convivir con algún miembro de su grupo de referencia (abuelos, tíos) siendo éstos últimos, quienes se trasladan a sus viviendas o bien, recurrentemente se dispersan entre distintos hogares de su núcleo vincular. Así mismo, hemos develado que en ocasiones, debido al mayor empobrecimiento derivado del mismo proceso de enfermedad, el grupo conviviente carece de recursos económicos que posibiliten el traslado recurrente de los miembros que aguardan en la ciudad, o la movilidad del enfermo y sus cuidadores a su ciudad de origen, por lo que el encuentro del grupo vincular se produce esporádicamente. Esta experiencia de desarraigo implica a su vez modificar la vida cotidiana para dar paso a una nueva cotidianeidad vinculada al proceso de enfermedad, sin embargo con un factor adicional: la adaptación forzada a una nueva ciudad de residencia. La condición habitacional El proceso de enfermedad, requiere la modificación de las modalidades desplegadas entorno a la satisfacción de necesidades del grupo vincular. Sin embargo, la experiencia de traslado implica además la búsqueda de distintas modalidades para procurar alojamiento en la nueva urbe.
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Los testimonios recogidos permiten comprender que este derecho (como tantos otros) suele ser supeditado para su garantía al ámbito privado del grupo conviviente, haciendo responsable a los mismos del acceso al nuevo espacio de residencia, mientras que las organizaciones de bien público se desentienden sobre este asunto. Hemos identificado en este sentido, en función de los testimonios, distintas modalidades para responder a dicha necesidad. El alojamiento en pasillos o habitaciones del establecimiento hospitalario, suele ser una modalidad generalizada que adoptan los cuidadores mientras dura el período de internación del enfermo. No obstante, en periodos de externación, para quienes garantizan su derecho en el mercado (mediante el pago de habitaciones, hoteles, hospedajes) suelen ocupar allí una función primordial los fondos provenientes de colectas, festivales o donaciones, organizadas por el propio entorno vincular en su ciudad de origen. Así mismo, pudimos determinar que se suele recurrir a la utilización de distintos vínculos del entorno a fin de gestionar espacios en donde alojarse; o bien, se busca el acceso a los mismos por medio de la política pública estatal o no estatal. Para el primer caso, si bien el estado (en la particularidad de la ciudad de Tandil10) prevé entre sus prestaciones el alojamiento en algunas situaciones, los testimonios nos posibilitaron relevar que, el acceso a dicha prestación solía no garantizar la resolución de la problemática habitacional. El acceso al alojamiento no sólo se dificulta en la nueva ciudad de residencia, sino que la garantía del derecho a la vivienda en la ciudad de origen se ve “peligrada” en caso de no disponer de vivienda propia, debido al agravamiento de las dificultades económicas que impiden el pago de alquileres. Sumada a la necesidad de adquirir un nuevo alojamiento, se “debe” contemplar los requerimientos hacia el enfermo respecto a su vivencia en un espacio que asegure el confort físico y su desarrollo en condiciones óptimas y saludables, debiendo extremar las medidas de higiene, evitando de esta manera posibles focos infecciosos. Sin embargo, dicho reaseguro no debe ser entendido independientemente de las condiciones habitacionales deficitarias en las que se suelen reproducir las vivencias cotidianas del enfermo y su entorno vincular tanto en su primitiva vivienda, como en la nueva ciudad de residencia.
A modo de ejemplo, en nuestra ciudad, hasta el año 2009, era viable gestionar alojamiento en Buenos Aires en “La Casa de la Provincia” o en la “Fundación de Transplante Hepático”. Éstos eran los dos únicos alojamientos gratuitos gestionados para los usuarios. Sin embargo, hacia el año 2010, deja de ser asequible la posibilidad de gestionar alojamiento en la Casa de la Provincia, quedando sólo a disposición la Fundación de Transplante Hepático. Dicho alojamiento se localiza en el barrio La Boca de la ciudad de Buenos Aires, debiendo los enfermos que allí residan recorrer cuantiosos kilómetros para acceder a los hospitales a los que suelen ser derivados. 10
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Por lo que en este sentido, es posible determinar la coexistencia de contradicciones entre las condiciones “saludables” que suelen requerirse para el desempeño de la vida del enfermo y las condiciones objetivas que se presentan y a las cuales acceden los sujetos. La cuestión alimentaria En situaciones de traslado tanto el enfermo como su entorno vincular, deberán desplegar nuevas modalidades de acceso y consumo de los alimentos. Mientras el enfermo se encuentre hospitalizado, la cuestión alimentaria de éste será resuelta desde la propia institución. Del mismo modo, algunas de éstas organizaciones prevén para los cuidadores el otorgamiento de vales de alimentos. No obstante, las dificultades en el acceso a la alimentación, se acrecientan durante la externación. El enfermo de cáncer neutropénico, requiere de cuidados especiales en relación al consumo de alimentos dado que frecuentemente podría contraer infecciones, además de requerir una nutrición variada y adecuada. Sumado a ello, la residencia en hoteles, pensiones, durante la estadía, suelen dificultar la cocción y preparación de los alimentos ante la ausencia de artefactos e instalaciones del “nuevo hogar”. Las repercusiones entorno a la situación ocupacional El proceso de enfermedad impactará determinantemente sobre la condición ocupacional del enfermo y/o su/s cuidador/es no sólo ante situaciones de traslado. Pero por sobre todo, entendemos que esta determinación tiene consecuencias diferenciales al afectar a distintos sectores sociales, en el marco de la sociedad del capital, la cual se caracteriza por la explotación del hombre por el hombre (Abramides, 2009). Producto de ella, hemos venido mencionando que, la inherente división y antagonismo de clases, concluye en la coexistencia de sectores más vulnerados frente al cáncer. La enfermedad restringe las posibilidades de trabajo y por ende, de obtener los medios para sobrevivir, acarreando cuantiosas dificultades para la reproducción de la clase que vive del trabajo. Es en relación a ella que, la precariedad e informalidad laboral crecientemente reviste la esfera del trabajo, haciéndose manifiesta la cuestión social bajo distintas formas: desempleo estructural, subproletarización, trabajo precario, temporario, parcial, terciarizado, trabajo polivalente, trabajo temporario en domicilio, ampliación del trabajo infantil, ampliación de trabajadores sobrantes (Ibíd.). Estas formas en que se revela la cuestión ocupacional, reflejan la coartación de los derechos laborales que históricamente han sido conquistados por la clase trabajadora; para lo cual, el enfermo y/o cuidador que se encuentre bajo tal condición,
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no sólo carecerá de un marco de protección legal ante el proceso de enfermedad, si no que al verse imposibilitado de trabajar (por su condición de salud y/o por la prestación de cuidados durante la enfermedad) se hallará condicionado y limitado para su reproducción. En este sentido, de acuerdo a los planteos de Abramides (2006) entendemos que el trabajo es fundamental para la producción de la vida material y reproducción de la vida humana. Es por ello que se constituye en una condición eterna “independientemente de todas las formas de sociedad. Es la actividad existencial del hombre, su actividad libre y conciente” (Iamamoto, 2001:40). El trabajo “se muestra como una experiencia elemental de la vida cotidiana, en las respuestas que ofrece a las carencias y necesidades sociales” (Antunes; 2005:162). Es por ello que, “al considerar que el trabajo es una de las principales actividades en la organización de la cotidianeidad de los sujetos y sus grupos familiares, es alto el impacto de la inestabilidad laboral y la incertidumbre sobre los ingresos” (Commisso, 2002:356), por lo que hace más vulnerable aún, a ciertos sectores de la población, con escaso margen para hacer frente al proceso de enfermedad, y en este sentido, de responder a sus carencias y necesidades en la reproducción de su vida cotidiana. Producto de ello, hemos podido identificar a partir de distintos testimonios de enfermos de cáncer y/o su entorno vincular que, la ausencia de suministros económicos en los hogares, implica modificaciones en las modalidades de acceso a los bienes y servicios. Aquello que antes de iniciarse el proceso de enfermedad es adquirido fundamentalmente en el mercado (tales como pañales, vestimenta, alimentos), debe ahora adquirirse mediante la asistencia de organizaciones (estatales y/o no estatales) que brinden respuestas ante dichas necesidades, o bien de las donaciones de la sociedad civil y solidaridad de su entorno vincular, quienes suelen organizar colectas o festivales, depositar urnas o fijar cuentas bancarias en donde girar dinero. De este modo, es la sociedad civil quien suele brindar respuestas frente a la retracción o ausencia del Estado. VII. Las implicancias de la enfermedad en la vida cotidiana del cuidador No son sólo las condiciones de vida, y la emergencia de nuevas necesidades de índole material quienes dificultan la reproducción de la vida cotidiana durante el proceso de enfermedad. Dicha situación se ve igualmente agravaba mediante las nuevas modalidades de organización de la vida cotidiana, los nuevos roles que comienzan a ser asumidos y los nuevos conocimientos y habilidades que deben ser adquiridos. Tal como hemos intentado demarcar hasta aquí, el proceso de enfermedad no sólo viene a modificar la vida del enfermo, sino también del grupo vincular, para quienes el
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agotamiento devenido de la situación experimentada adquiere similitudes. En relación entendemos que, las situaciones de estrés, el agotamiento físico, psíquico y espiritual y el deterioro de su dimensión social, atraviesan la vida cotidiana del enfermo y la totalidad del entorno vincular. Según la clasificación enunciada por Natalia Luxardo, los tipos de cuidadores se distinguen en: primarios y secundarios. Los cuidadores primarios son los encargados de la asistencia directa del paciente, mientras que los cuidadores secundarios están dedicados a cuestiones más periféricas, generalmente encargadas por los primarios (trámites administrativos gestión de recursos como pedir turnos médicos, etc.), su tarea es la de prever ayuda –aunque de manera indirecta- al paciente (Luxardo, 2008:80). Los cuidadores por lo general tienden a detener su vida para entregarse a la del enfermo, por lo que su cotidianeidad y las actividades que despliegan entorno a la misma, giran en relación a la atención del enfermo. Además “así como el paciente, la familia deberá ajustarse a un nuevo estilo de vida, con necesidades, cuidados y atención especial. Muchos miembros dejarán de hacer sus actividades cotidianas para disponerse al enfermo durante las 24 horas” (Sacoman Burke, 1999:6) Natalia Luxardo enumera las actividades cotidianas que realiza el cuidador de la siguiente forma: …bañarlo, cambiarle la ropa, darle de comer, cambiarle los pañales, darle la medicación, conversar con él, contenerlo, (…) arreglar las consultas médicas, monitorear los signos del paciente, obtener información acerca de la enfermedad, darle inyecciones, cambiar las bolsas de colostomía, etc. (…) deben supervisar todo lo relacionado con el ambiente del enfermo, (…) cumplimentar con sus rutinas diarias de trabajo, estudio, cuidado de niños, limpieza del hogar, gestión de alimentos, etc (Luxardo, 2008:81). Éste conjunto de actividades, debe el cuidador aprender a ejecutarlas durante el transcurso de su cotidianeidad. No es un don innato de su persona, los conocimientos acerca de las modalidades de asistencia y cuidado al enfermo, dado que cada cuidador desarrollará los modos que crea conveniente para atender a las necesidades del enfermo. Estos conocimientos y habilidades adquiridas pueden volverse facilitadoras en situaciones futuras que impliquen nuevos procesos de enfermedad; o bien, pueden provocar que el sujeto quede paralizado ante el hecho de tener que revivir tal tipo de experiencia.
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En el contacto cotidiano con el enfermo la primera manifestación que suelen exteriorizar sus cuidadores, es emocional, “al ser testigos del proceso de deterioro de su ser querido”, pudiendo manifestar con su propio cuerpo, la angustia emanada por la vivencia que deben afrontar, “incluso haciendo que aparezcan síntomas físicos similares a los del paciente, o exacerbando enfermedades previas”11 Los cuidadores son las personas que más saben sobre el paciente dado que, la experiencia que tienen al lado de éste les permite conocer mejor que nadie qué necesita, qué desea, con qué está cómodo y con qué no. Sin embargo, esta misma experiencia dado el desgaste de ambos sujetos, suele derivar en episodios de estrés, agotando y conflictuando al cuidador en todas las dimensiones que componen su vida cotidiana. Testimonios brindados por distintos cuidadores, nos han posibilitado identificar la coexistencia de sentimientos encontrados en donde, en procesos de enfermedad en los que el sujeto se encuentra transitando su fase terminal, es frecuente que el propio agotamiento en la vida del cuidador conlleve al deseo de la culminación de la experiencia, aun mediante el arribo a la muerte del enfermo. VIII. Los problemas devenidos de la comunicación del enfermo y su entorno vincular Una de las dimensiones que aporta dificultades en la reproducción de la vida cotidiana de los sujetos, deriva de los conflictos en la comunicación del enfermo y su entorno vincular gestados durante el proceso de enfermedad. Es en este sentido que, las dificultades y problemáticas devenidas del cáncer, podrán ocasionar una comunicación más plena y profunda entre el enfermo y su núcleo vincular, o provocar (frecuentemente) el efecto contrario. Afortunadamente, en las ultimas décadas se han producido adelantos en cuanto a la veracidad de la información que se le brinda al enfermo; de hecho entre los propios profesionales médicos no es tan usual, como solía serlo, que éste oculte la verdad de un diagnóstico al paciente. Según los argumentos de los doctores Gustavo De Simone y Vilma Tripodoro (2004) “Cuando al paciente se la priva de saber la verdad, (…) se le oculta que sus sentimientos son comprendidos, que será ayudado y que se hará todo lo posible por mantenerlo confortable”. De esta manera al enfermo se lo termina incomunicando y se lo deja emocionalmente sólo.
Gómez Calle. J.: La Familia y la enfermedad en fase Terminal. Revista Electrónica: portalesmédicos.com. http://www.portalesmedicos.com/monografias/familia/index.htm 11
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El temor por transmitir el diagnóstico al enfermo, no es más que la resultante de los estigmas sociales que se han construido entorno al cáncer y de la creencia popular: “cáncer=muerte”, cuestión que hemos desarrollado con anterioridad. Dicho temor no sólo provoca el ocultamiento de la verdad frente al paciente, sino que este ocultamiento restringe toda comunicación futura, dado que, cuando existe entre dos personas alguna cuestión sobre la que no se “debe” dialogar, todas las otras conversaciones quedarán inhibidas por miedo a que se revele el secreto. De esta manera, el grupo vincular comenzará a propagar entonces la denominada “conspiración del silencio”12, mediante la cual, la información que debiera ser dada al enfermo será bloqueada por otra persona (habitualmente algún miembro del grupo vincular), que considera favorable para el enfermo, que éste no cuente con esa información. Sin embargo, en estos casos lo habitual es que el enfermo sepa más de lo que el entorno supone; ante lo cual, el mismo podría callar o actuar frente a sus vínculos pretendiendo revelar que no sabe nada, asumiendo que ellos no podrían asimilarlo. Cuando al enfermo se le comunica verazmente su diagnóstico, su dimensión subjetiva comienza a complejizarse dado que el mismo en ocasiones, deberá fingir frente a su entorno vincular, que nada está ocurriendo. Al respecto Leshan reflexionaba que: Uno de los aspectos más agotadores (…) es la exigencia (tanto de los demás como de uno mismo) de que uno siempre debe ser responsable y sentirse tranquilo y optimista acerca de la situación. Los otros que nos rodean, y nosotros mismos exigimos estar siempre bien organizados y esperanzados (Leshan, 1998:161). Los testimonios que hemos recogido, nos posibilitaron determinar que los sujetos que habrían vivenciado procesos de enfermedad, en general hallaban dificultades al momento de dialogar respecto a ésta, con otros miembros del entorno vincular o incluso con el propio enfermo; por lo que solían buscar distintas modalidades con el fin de afrontar la aflicción producida por tal situación. Pudimos identificar quienes habrían iniciado tratamientos terapéuticos; o bien, han buscado formar parte de grupos de ayuda mutua. En éstos últimos, existe una mayor predisposición al diálogo, dado que los mismos se desarrollan entre pares quienes experimentan (o han vivenciado) procesos similares. Los grupos de autoayuda están basados en la lógica de recursos-vínculos, ya que el enfrentamiento del problema se aborda a partir de los vínculos que se generaron en ese grupo (Oliva, 2003:62). 12
VEASE De Simone G. y Tripodoro V., (2004:35) y Gómez Calle (Op. cit.)
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Es por ello que “cuanto más atomizada la comunidad y mayor sea la disolución de los lazos familiares y amistosos, más necesaria será la participación en redes sociales secundarias no espontáneas o “naturales”” (Braceras, 2003:117). Concluimos que independientemente de las modalidades que adopte la comunicación entre el enfermo y su núcleo vincular, durante el proceso de enfermedad se acrecentarán las dificultades en la comunicación de unos con otros, conflictuando de ésta manera la reproducción de la vida cotidiana. El hecho problemático no se fundará en este sentido ante la ausencia del diálogo, dado que una mirada o una caricia podrían comunicar más de lo que las palabras pueden manifestar. Sin embargo, el ocultamiento, la conspiración del silencio, la mentira, son parte de las problemáticas más usuales devenidas de la comunicación entre las partes durante el proceso de enfermedad. Consideraciones finales Para el desarrollo del articulo aquí expuesto hemos comprendido que, si bien los procesos de enfermedad de cáncer, se presentan en la vida cotidiana de los sujetos como hechos singulares, únicos e irrepetibles; existen elementos que nos posibilitan entender las tendencias de la generalidad desde éstas vivencias. Ello nos permite reflexionar que no pueden conocerse e interpretarse los hechos, fenómenos o procesos sociales disociados de los sujetos que forman parte de ellos; por lo que, no se pueden concebir las representaciones y prácticas en torno al cáncer, sin aprehender sus aspectos ontológicos, contemplando entre otras, las determinaciones y mediaciones, de la vida cotidiana de los sujetos, quienes recrean y le otorgan significado a dichas prácticas y representaciones, siendo estos a su vez, determinados e incididos por las mismas construcciones colectivas. En este sentido, sostenemos que no debemos imbuirnos bajo los falsos escrúpulos de la racionalidad formal-abstracta13, arriesgándonos a creer que las construcciones, representaciones y prácticas entorno al cáncer son externas y coercitivas a los propios sujetos. De esta manera logramos determinar que las representaciones, las prácticas, en si los distintos modos de transitar los procesos de enfermedad, tienen un sustento material, existen independientemente de la conciencia de los actores. Por lo tanto, no sólo compremos que “lo que el hombre siente y percibe (…) son (…) cosas y fenómenos que existen en el mundo material” (Gallardo Clark, 1973:26); sino que estas cosas que existen en el mundo material no deben ser entendidas como hechos aislados y puntuales, dado que las condiciones de vida en las que son depuestos los 13
VEASE Guerra, Y. (2006)
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sujetos durante el proceso de enfermedad, y de sobremanera ante situaciones de pobreza, aluden a un marco general: son manifestaciones de la cuestión social. Pues entonces, en tal sentido entendemos que el proceso de enfermedad viene a modificar y dificultar la reproducción de la vida de los sujetos, tanto en lo que hace a sus condiciones objetivas de vida, como a la propia subjetividad del enfermo y su entorno vincular. Es en este punto que pretendemos dejar planteado, con el fin de profundizar en posteriores debates y reflexiones, distintos interrogantes respecto a la intervención del Trabajo Social en la cuestión del cáncer. En principio creemos necesario comenzar a reflexionar en relación a: ¿de que manera es posible definir una estrategia profesional que articule ambas dimensiones y que atienda a las múltiples necesidades que emergen respecto a cada una de ellas? En este sentido sostenemos que, aquel profesional que entienda la complejidad de la vivencia del enfermo de cáncer, deberá repensar su estrategia profesional haciendo frente al sesgo no integral y fragmentario que suele propagar la política estatal del modelo neoliberal, tendiente a refraccionar la cuestión social. En segundo lugar nos interrogamos, ¿de qué modo desde el ejercicio profesional podremos hacer frente a los tabúes, mitos, prejuicios y estigmas sociales respecto al cáncer y la muerte?. Consideramos que aquí se presentan distintos desafíos a los que deberá hacer frente el trabajador social que intervenga con enfermos de cáncer. Ellos refieren, hacia adentro de la profesión, la búsqueda de rupturas con los tabúes y mitos respecto a la enfermedad y la muerte que desde el propio colectivo profesional, puedan determinar el ejercicio en este campo. Mientras que, en el mismo sentido, hacia afuera de la profesión, corresponderá al trabajador social el desempeño de una acción socioeducativa que tenga por finalidad el develamiento de los estigmas sociales respecto a la enfermedad y el enfermo, que priman en el imaginario social. Por último, es necesario reflexionar en relación a ¿cómo intervenir desde la profesión en la prevención de la enfermedad? Aquí no sólo basta con la interpretación de las causalidades macrosociales en la generación del cáncer, pues se requiere del profesional, un ser crítico que pugne por cambios reivindicativos en la sociedad, tendientes a suprimir la diferenciación y desigualdad entre las clases sociales. Marx en este sentido nos dice que ya "los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de distintos modos; de lo que se trata es de transformarlo” (Marx, 1975:668). Bibliografía ABRAMIDES, Maria Beatriz Costa: O Projeto Ético-Político do Serviço Social Brasileiro, Tese de doutoradamento, PUCSP, São Paulo, 2006.
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Datos de los autores Ramiro M. Dulcich Piccolo: Lic. en Trabajo Social Universidad Nacional de Rosario (UNR). Doctor en Servicio Social Universidad Federal de Rio de Janeiro, Brasil (UFRJ). Professor de la Universidade Federal Fluminense, RJ, Brasil (UFF) Curso de Servicio Social, Polo Univesitário de Rio das Ostras (PURO). Educador de la Escuela Nacional Florestan Fernandes (ENFF), Movimento de los Trabajadores Rurales sin Tierra (MST), Brasil. Sergio D. Gianna: Lic. en Trabajo Social (UNC). Es magíster en Trabajo Social (FTSUNLP) y actualmente cursa el Doctorado en Ciencias Sociales (UBA), teniendo como temática de investigación la incidencia del campo posmoderno en el Trabajo Social argentino. Es Becario de CONCIET y docente Adscripto de la materia “Epistemología de las ciencias sociales” (FTS-UNLP). Laura Massa: Licenciada en T.S de la U.N.Lu – Dra. en Ciencias Sociales y Humanas de la U.N.Lu (2010); con estudios de postgrado en pobreza, organización social y género. Becaria de investigación de la Universidad Nacional de Luján entre los años 2002-2008. Actualmente es profesora adjunta ordinaria a cargo de la asignatura TSIII de la UNLu y parte del equipo de Seminario de Trabajo Final, docente de la Diplomatura de Economía Social de la Universidad de Quilmes y Coordinadora del equipo técnico de Derechos Humanos de la Universidad de Gral Sarmiento. Codirectora de proyecto de investigación y Directora de proyecto de extensión Jorgelina Barros: Licenciada en Trabajo Social de la Universidad Nacional de Luján. Miembro del Equipo Técnico del Servicio Local de Promoción y Protección de Derechos del Niño de la Municipalidad Pilar , Buenos Aires. Coordinadora del grupo de mujeres en situación de violencia y miembro de la Mesa Intersectorial contra la violencia de género. Municipalidad de Pilar, Buenos Aires. Ex Miembro del Equipo Técnico de la Dirección Integral de Niñez, Adolescencia y Familia de la Municipalidad de José C. Paz, Buenos Aires. Colaboradora de la asignatura Trabajo Social III, de la Universidad Nacional de Luján. Coordinadora del Área de Infancia del Colegio de Asistentes Sociales o Trabajadores Sociales del distrito de San Martín, Buenos Aires.
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Carolina Mamblona: Profesora Adjunta de la Cátedra de Trabajo Social V de la Facultad de Trabajo Social de la Universidad Nacional de La Plata. Coordinadora del Área de Investigación de “Movimientos Sociales, conflictividad Social y Trabajo Social” de la FTS-UNLP, Directora de Proyecto de Extensión Universitaria: “La construcción colectiva de la memoria”, integrante de Proyecto de Investigación UNLP. Valeria Redondi: Profesora Adjunta de la Cátedra de Trabajo Social V de la Facultad de Trabajo Social de la UNLP. Integrante del Área de Investigación de “Movimientos Sociales, conflictividad Social y Trabajo Social” de la FTSUNLP. Directora del Programa de Extensión Universitaria “Soberanía Alimentaria”, integrante de Proyecto de Investigación UNLP. Silvia Fernández Soto: Lic. en Trabajo Social (UNCPBA) - Magíster en Trabajo Social del Programa de Maestría en Trabajo Social de la Pontificia Universidad Católica de San Pablo, Brasil, en convenio con la Escuela Superior de Trabajo Social de la Universidad Nacional de la Plata y Doctora en Trabajo Social. Programa de Doctorado en Trabajo Social de la Pontificia Universidad Católica de San Pablo, Brasil. Es directora del Programa de Investigación y Estudio sobre Política y Sociedad (PROIEPS-FCH-UNCPBA). Dirige programas y proyectos de investigación acreditados institucionalmente en el sistema científico nacional. Dirige tesis de maestría y doctorado. Dirige programas y proyectos de extensión y transferencia. Es investigadora concursada del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Es autora de varios capítulos de libros, de artículos publicados en periódicos especializados y de trabajos completos publicados en anales de eventos científicos nacionales e internacionales. Así como también de libros, tanto como autora, co-autora, como compiladora y co-organizadora. Cynthia Terenzio: Lic. en Trabajo Social. Docente en la carrera de Trabajo Social de la FCH desde el año 2000. Investigadora FCH-UNCPBA-PROIEPS (programa de investigación y estudio sobre políticas y sociedad) Alumna del ciclo final de la maestría en Ciencias Sociales de la UNCPBA. Mención en gestión y gobierno local. Tesis de maestría en desarrollo. Desempeño del ejercicio profesional en ámbito de educación a partir del 2005. Infancia y Educación Especial. Intervención profesional con adultos mayores desde 1997 a 2005. Participación activa en diferentes organizaciones y ámbitos de trabajo y discusión públicos relacionados con el campo de las políticas sociales a nivel local (infancia y adolescencia, discapacidad, tercera edad)
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Marisa E. Tomellini: Lic en Trabajo Social. Cursando actualmente el Programa de la Maestría en Trabajo Social, perteneciente a la Facultad de Trabajo Social de la Universidad Nacional de La Plata. Docente-investigadora de la Carrera de Trabajo Social de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires. Integrante de las cátedras Trabajo Social I, Sociología de la Población I y Sociología de la Población II. Miembro integrante del Programa de Investigación y Estudio sobre Política y Sociedad (PROIEPS, FCH-UNICEN). Ejercicio profesional en la Secretaría de Desarrollo Social de la Municipalidad de Tandil hasta el 30 de junio del 2011. Participación en diferentes publicaciones y reuniones científicas como expositora, organizadora y/o asistente. Liliana Madrid: Licenciada en Trabajo Social por la Universidad Nacional del Centro y Magíster en Trabajo Social por la Universidad Nacional de La Plata. Curso el Doctorado en Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires y actualmente escribe su tesis doctoral la cual aborda la gestión de programas de asistencia alimentaria en la Ciudad de Tandil. Es Becaria de Investigación del CONICET en el Centro Argentino de Etnología Americana (CAEA) y docente en la carrera de Trabajo Social de la Universidad Nacional del Centro. Ha publicado un capítulo denominado “Construyendo la experiencia de enfermedad. El caso de la malnutrición en niños” en el libro Cuidados, terapias y creencias en la atención de la salud de Claudia S. Krmpotic (Compiladora), Editorial Espacio, Buenos Aires, 2008. También ha publicado otro capitulo llamado La observación en la práctica profesional del Trabajo Social en el libro Aportes táctico-operativos a los Procesos de intervención del Trabajo Social, Oliva, A. y Mallardi, M. (Comp.), Ed. UNCPBA Tandil. (En prensa), 2009. Publico artículos en revistas científicas y a participado de diversos congresos, simposios y eventos académicos. María Sol Romero: Licenciada en Trabajo Social. (FCH-UNICEN). Docente de la Carrera de Trabajo Social de la Facultad de Ciencias Humanas – UNICEN, en las cátedras Trabajo Social III y Seminario Permanente sobre Procesos de Intervención I. Cursa el Programa de la Maestría en Trabajo Social, en la Facultad de Trabajo Social, Universidad Nacional de La Plata. Miembro del Grupo de Investigación y Acción Social (GIyAS) desde el año 2003, donde aborda problemáticas vinculadas a los procesos de intervención profesional.
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Participa en la Unidad Permanente de Estudios y Extensión en Trabajo Social (UPEETS) de la FCH-UNICEN, en la que ha sido becaria entre los años 2008-2009. Se desempeña profesionalmente en el campo de la adolescencia en el ámbito de la Sociedad Civil de la ciudad de Tandil desde el año 2008.
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