Cuando mentimos: Las mentiras y lo que dicen de nosotros (Crecimiento personal) (Spanish Edition) [Translation ed.] 8479537612, 9788479537616

Las mentiras y lo que dicen de nosotros "Estaba a punto de llamarte." "Es sólo un amigo." "No e

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Cuando mentimos: Las mentiras y lo que dicen de nosotros (Crecimiento personal) (Spanish Edition) [Translation ed.]
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Título original: The Liar in Your Life Editor original: Twelve, an imprint of Grand Central Publishing, Hachette Book Group, New York Traducción: Carme Camps Monfá 1.a edición Diciembre 2010

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Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprograf ía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

Copyright © 2009 by Robert Feldman All Rights Reserved © 2010 de la traducción by Carme Camps Monfá © 2010 by Ediciones Urano, S. A. Aribau, 142, pral. - 08036 Barcelona www.edicionesurano.com www.mundourano.com ISBN: 978-84-7953-761-6 Depósito legal: NA-2.932 2010 -

Fotocomposición: Pacmer, S. A. Impreso por Rodesa S.A. - Polígono Industrial San Miguel Parcelas E7-E8 - 31132 Villatuerta ( Navarra )

Impreso en España - Printed in Spain

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índice 11

Introducción l

Capítulo 1. Invenciones cotidianas en la vida cotidiana . Capítulo 2. La ventaja del mentiroso Capítulo 3. Engaño básico: cómo aprenden a mentir los niñ os Capítulo 4. La evolución del engaño: ¿ somos mentirosos natos? Capí tulo 5. Confianza rota: amar a un mentiroso Capítulo 6. Autoengaño: las mentiras que nos decimos a nosotros mismos Capítulo 7. El engaño cosmético: mentiras para parecer más ricos, más listos y mejores Capítulo 8. Mentiras intencionadas: engañar para hacer trampas o estafar Capítulo 9. Realidad sintética: las mentiras fabricadas por los medios de comunicación Capítulo 10. Mentiras profesionales: el enga ño en el lugar de trabajo Capítulo 11. La Red del engaño: el magnífico nuevo mundo de la falta de sinceridad en Internet

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Existe una diferencia que vale la pena resaltar entre este estu dio y otros estudios de laboratorio sobre el engaño. La mayoría de ellos, incluso muchos de los míos, implican un escenario bastante artificial. Por ejemplo, puede que a un participante se le pida que vea una serie de videoclips cortos de personas que describen cómo se educaron y despu és tienen que identificar en qué videoclips el investigador había dicho a los participantes que mintieran. Esto no suele ocurrir en la vida real. Sin embargo, siempre conocemos a gente nueva. Quizá las conversaciones que tenemos con extraños no suelen tener lugar en una pequeña habitación con un cristal de efecto espejo, sino que encontrarse con alguien y conocer gente son una parte fundamental de la vida social. Cualesquiera otras condiciones que impuso mi estudio, en el fondo parecían reproducir una experiencia cotidiana típica. Esperaba, entonces, que los datos que obtuviera serían particularmente importantes para explorar el engañ o en la vida cotidiana. Sin embargo, di otra vuelta de tuerca a la estructura básica del experimento. Quería saber si la frecuencia con que se mentía po día cambiar con los detalles de la conversación. Quizás algunos intercambios sociales eran más proclives al engaño que otros. Para tratar de averiguarlo, dije a algunos participantes que trataran de comportarse de un modo muy simpático, agradable. En otro caso, dije a uno de los participantes que convenciera al otro de que era una persona muy competente. A todos los demás les di la simple instrucción de que hicieran lo posible por conocer a la otra persona. Mi razonamiento era que, si bien asignar metas a algunas personas introducía un poquito más de artificialidad al ex perimento, las situaciones sociales en las que uno trata de demostrar a otra persona su encanto o su aplomo son muy corrientes. Y una vez más: ninguno de los que participaban en el estudio sabía que a mí me interesaba la mentira. Para las parejas de personas que no se conocían, el engañ o no tenía nada que ver con el estudio.

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La conversación entre los participantes en general se desarrolló como cabría esperar: unos tímidos saludos iniciales del tipo «¿ Qu é tal? » y « ¿ De dónde eres? » , seguidos de un intercambio más cómodo de detalles personales y de opiniones a medida que iban charlando. Una conversación entre un hombre y una mujer a los que llamaré Tim y Allison fue bastante típica. Tim era estudiante universitario, con una actitud relajada que sugería que se trataba de alguien que se encontraba a gusto consigo mismo. Una vez que él y Allison se hubieron conocido un poco, él le habló de su grupo musical.

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TIM: Acabamos de firmar

con una compañía discográfica. ¿De veras? TIM: Sí, Epitaph. ALLISON: ¿Tú cantas o...? TIM: Sí, soy el cantante solista. ALLISON: jCaramba! ALLISON:

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Otra participante, Natasha, también hablaba con su compañero de su historial musical, contando que había participado en concursos de piano y había hecho giras por el país con un grupo de cámara. Asimismo, logró introducir en la conversación el hecho de que sería miembro de la sociedad de honor de su instituto. Todo era más o menos lo que se esperaría de dos extrañ os que entablan conversación; una persona, directa o inconscientemente, trata de impresionar a la otra con sus logros, o tan sólo pasa el rato hablando de su vida. Lo que destaca de los ejemplos citados es que todo son mentiras. Natasha jamás había hecho ninguna gira por el país y nunca consiguió entrar en la sociedad de honor. El grupo musical de Tim no había firmado con Epitaph. En realidad, ni siquiera había tal grupo. La experiencia musical de Tim se limitaba, según sus



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Imagínese a sí mismo en una primera cita. Si la otra persona le parece encantadora y atractiva, una t áctica obvia sería intentar al menos disimular su desagrado por el partido político preferido de la otra persona y tal vez fingir más interés del que en realidad tiene por lo que le explica sobre la música folclórica del África Occidental. Lo que aquí importa no es tan sólo que semejante conducta es corriente, tal como han demostrado las investigaciones psicológicas, sino también que reflejar la opinión del otro para no mostrarse en desacuerdo y demostrar similitudes se considera ampliamente una cosa normal. Si más tarde le cuenta a un amigo que le gustó la persona con la que salió, pero que pasó la cena discutiendo de política y expresando desinterés por sus aficiones, tal vez le habría considerado muy sincero, pero tam bién habría pensado que era un auténtico retrasado social. Engañar es una técnica tan corriente para congraciarse con alguien que no hacerlo nos sorprende como algo raro. Veamos ahora a los participantes en mi estudio a los que dije

que procuraran aparecer competentes. Las mentiras de este grupo revelaron otra fuerte motivación para engañ ar a los demás, más directamente psicológica que social. Los participantes cuyo objetivo era dar la impresi ó n de ser competentes tendían a mentir sobre sus biografías. Inventaban logros y planes que realzarían el modo en que el otro los percibiría. Hablaban de sociedades de honor académicas a las que no pertenecían y de ambiciones profesionales que no ten ían intención de llevar a cabo. En otras palabras, con el fin de impresionar a su pareja como persona competente, inventaban historias sobre lo competentes que eran. Quiero hacer hincapié de nuevo en que no alenté a ninguno de los participantes a mentir. En realidad, cuando después de sus conversaciones hablé con ellos, me dijeron que no se habían sentido empujados a engañar. El engaño era una estrategia que eligieron por iniciativa propia para alcanzar su objetivo. Pero ¿por qué

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tanta gente miente para parecer competente o agradable? ¿Por qué no «limitarse a ser uno mismo»? Podemos responder a estas preguntas si pensamos un poco en lo que significa «limitarse a ser uno mismo». A menudo, cuan do alguien nos da este consejo, lo que ocurre es que « limitarse a ser uno mismo» parece la manera más sencilla de abordar cualquier situación social. En realidad, «limitarse a ser uno mismo», si lo examinamos con atención, resulta ser un proceso bastante complicado que implica un complejo equilibrio de una serie de factores. Para empezar, cuando interactuamos con otra persona, siempre hay un contexto social más amplio que determina el encuen tro. Si vemos a un amigo en una fiesta , por ejemplo, hablaremos con él de modo diferente a como lo haríamos si le visitáramos en su despacho. Hay que tener en cuenta las diferentes pautas de con ducta en los diferentes escenarios del « yo» que presentamos a nuestro amigo. Lo que m ás determina éste es el contenido del encuentro, emocional o de otra clase. Si un amigo acaba de perder a su gato, no seríamos un buen amigo si no expresáramos que lo sentimos; si un amigo anuncia su compromiso de boda, no seríamos muy buen amigo si no mostr áramos alegr ía. Estas pautas sociales de cómo deberíamos actuar se comparan con las expresiones de nuestros sentimientos «verdaderos». Por último, trabajar conjuntamente con nuestra sensibilidad a un contexto determinado es un interés casi constante para proyectar una imagen positiva de nosotros mismos. No importa dónde estemos o con quién estemos hablando, en general queremos mostrar nuestras mejores cualidades. Cuáles de estas cualidades expresamos depende de nuevo de la naturaleza de la interacción de la que se trate. Por ejemplo, nuestro excelente sentido del humor no sirve de mucho en los funerales, pero nuestra naturaleza cariñosa y sensible, sí. Por el contrario, nuestro sentido del humor

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podría ser precisamente lo que queremos mostrar en una primera cita o a un posible cliente. «Limitarse a ser uno mismo» requiere un esfuerzo. En reali dad, los psicólogos llevan mucho tiempo discutiéndolo como algo que requiere un esfuerzo creativo. Expresar quién somos implica opciones que reflejan el contexto social e interpersonal, nues tro estado de ánimo, nuestra personalidad, nuestra necesidad de mantener la imagen que tenemos de nosotros mismos, etc. El hecho de que somos capaces de realizar este proceso con un esfuerzo consciente más bien pequeño cada día y en prácticamente cualquier conversación indica a nuestra vasta inteligencia que somos seres sociales. Aun así, si consideramos la presentación de uno mismo como un proceso creativo, vemos con qué facilidad caemos en el engaño. Una vez más, nuestra interacción implica decidir qué atributos resaltar y cuáles minimizar, qué impulsos seguir y a cuáles no hacer caso. En alg ún punto, puede que no estemos eligiendo en tre nuestros rasgos reales y nuestras reacciones sinceras. Puede que simplemente fabriquemos los rasgos y las reacciones que la situación social requiere, o que creemos que requiere. En otras palabras, es posible que mintamos. Además, hay otra cosa que complica lo de «limitarse a ser uno mismo». No siempre estamos seguros de nosotros mismos. Las in seguridades forman parte de la naturaleza humana. Todos nosotros, a veces, ponemos en duda nuestras buenas cualidades: si en realidad somos lo bastante listos, lo bastante atractivos, lo bastante capaces. Mentir puede permitirnos navegar por situaciones sociales en las que tenemos la sensación de no estar a la altura. Igual que los participantes en mi estudio que intentaron aparecer como competentes inventando historias sobre su competencia, si tenemos miedo de no personificar las cualidades que una situación particular requiere, podemos sustituirlas por mía ficción que sí lo haga.

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Volvamos a pensar en Amanda y en las mentiras que contó a Gary acerca de sus padres y de su batalla contra el cáncer. Probablemente no merece la pena intentar sacar conclusiones de tercera mano sobre por qu é hizo lo que hizo. Pero si suponemos que al menos sentía cierto deseo de ganarse la compasión y la admiración del otro, de intentar presentarse a sí misma de un modo que atrajera más a Gary de lo que ella creía que la realidad permitía , en su mitoman ía podemos identificar elementos de conducta social convencional. La diferencia clave, por supuesto, es que Amanda manipuló a Gary hasta casi llevarle al altar. El engaño interpersonal corriente suele ser mucho menos amenazador. Sin duda alguna, toda men tira, por definición, implica falsedad y manipulación implícita; pero eso no significa que todas las mentiras se empleen al servicio del engaño y la manipulación. Cuando Tim le contó a Allison lo de su inexistente grupo de música y lo de su inexistente contrato para grabar un disco, lo hizo sin ningú n plan previsto para engañarla o para que hiciera o pensara algo determinado. Él creía que jamás volvería a verla. Las mentiras de Tim parecían implicar a Allison tan sólo de un modo secundario. Su principal objetivo parecía ser hacerse el importante o dominar sus propias inseguridades al co nocer a una persona. Para decirlo de un modo sencillo: las mentiras de Tim eran sobre Tim. Ahora vemos cómo la realidad revoca otro aspecto del con cepto convencional que tenemos de la mentira . Historias como la de Amanda y la de los siete enanitos de las grandes compañías tabaqueras nos hacen pensar en la mentira como una herramienta para hacer daño o explotar a personas corrientes. Sin embargo, es más frecuente que la gente corriente emplee la mentira para dominar sus propias inseguridades, para crear una amistad o para evitar un desacuerdo. Asimismo, a veces mentir también se puede utilizar en una

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conversación en beneficio de la conversación misma. Hay ocasio nes en cualquier interacción en que ceñirse estrictamente a la vería más que interrumpir la fluidez de la charla, probabledad no har mente de modo innecesario. Cuando un amigo quiere contarte lo bien que se lo pasó el fin de semana en Montauk, por ejemplo, y te pregunta: «Conoces Montauk, ¿verdad ?», detener la historia para averiguar exactamente dónde se encuentra esa localidad roza lo inútil, por no mencionar el aburrimiento. La conversación fluye con más facilidad si asientes y dices: « Ah, sí, claro, Montauk». A este tipo de engaño lo llamo « mentiras de conveniencia social». Estas mentiras engrasan las ruedas del discurso social. No se trata de engañar a nadie ni de conseguir ningún beneficio ilicito. Es una táctica para que la comunicación sea más fluida, o a veces in-

cluso posible. Como veremos con más detalle en próximos capítulos, los psicólogos han encontrado una asociación entre las personas con éxito social y las hábiles para el engaño. Aunque es fácil exagerar el significado de este descubrimiento (no podemos decir, por ejemplo, que las personas populares son populares porque son buenos mentirosos), puede argumentarse que la capacidad de mentir es una valiosa habilidad social. Piense si querría realmente entablar relación con alguien que le señ alara todo en lo que no est á de acuerdo o no pudiera convencerle de su fingido interés por sus aficiones. En muchos aspectos, el enga ño no es muy diferente del tacto; en realidad, se podría afirmar que en ocasiones son lo mismo. Dejando aparte la terminología que empleemos para el engañ o interpersonal, es importante reconocer que se trata de una caracter ística com ún y aceptada de la conversación corriente. La estricta sinceridad a menudo se opone directamente a lo que consideramos conducta social estándar. Mentir, por extraño que parezca, es más normal.

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Esto es lo que yo denomino el Mito de la Mentira Piadosa. Según este mito, las « mentiras piadosas» no son lo mismo que las mentiras « reales». Las mentiras piadosas tales como una mentira de conveniencia social o el « Es un placer » que nos dicen en la lavandería son tan insignificantes o eso indica el mito que ni siquiera deberían agruparse con las mentiras como las de los siete enanitos. Las mentiras «reales» son malas: cuestan dinero o cau san dolor. Las mentiras « reales» están mal moralmente. Las « mentiras piadosas», por definición (algo tautológico), no hacen daño a nadie. Por desgracia, el mito de la mentira piadosa básicamente es un cuento de hadas. Aunque las «mentiras piadosas» sean menos egregias que las mentiras «reales», como todo engaño perjudican en cierta medida. Si una mentira sale bien, alguien siempre resulta enga ñado. Y, cosa crucial, aunque el receptor de la mentira no lo sepa, el que miente sí lo sabe. Bella DePaulo, investigadora de la Universidad de California en Santa Bárbara, y sus alumnos han encontrado repetidas prue bas fidedignas de que mentir incluso decir «mentiras piado sas» cobra un precio al que miente. Mentir puede causar, en palabras de DePaulo, una « punzada de angustia», y hace que el que ha mentido se sienta un poco peor que antes. Además, esta peque ña variación del estado de ánimo puede perdurar incluso cuando la conversación ha vuelto a un territorio m ás sincero. La suma de todo esto produce el efecto que DePaulo denomina una « mancha» emocional en la interacción. Las conversaciones en las que se miente son menos cálidas, menos íntimas, menos cómodas que las que son más sinceras. Las mentiras corrientes en la vida cotidiana puede que no nos hagan daño de un modo fácilmente mensurable. Pero producen el efecto de hacer la vida cotidiana mucho menos amigable. Éste es el coste de vivir en una sociedad tan propensa al enga ño en





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tantos de sus aspectos: nuestra vida se mancha con frecuencia. La acumulación de estas manchas puede erosionar nuestra confianza en los demás, puede volvernos escépticos sobre nuestros medios de comunicación y el Gobierno, puede que nos haga estar menos atentos al mundo que nos rodea. Sea cual sea nuestra respuesta particular a las mentiras en nuestra vida, la realidad es que tenemos alguna. Todas las mentiras ejercen un impacto. Probablemente, sea justo decir que el impacto de algunas es mayor que el de otras, pero, dado su volumen, ni siquiera la más leve de las mentiras puede pasarse por alto completamente. Además, cuando la gente descubre que les están mintiendo, el efecto es inmediato y casi siempre negativo. En un estudio que dirigí en el que los participantes se enteraron de que les habían mentido durante una conversación, estos participantes se forma ron de inmediato una impresión negativa del individuo que les había mentido. Consideraban a su compañero de conversación una persona en la que no se podía confiar, desagradable y en general más artera. Pero la consecuencia más insidiosa era que los engañados aumentaban el nivel de sus mentiras en una conversación posterior con la persona que les había mentido. En resumen, las mentiras incluso las mentirijillas o « mentiras piadosas » que se dicen en las conversaciones cotidianas dan lugar a más mentiras. Al aducir que todas las mentiras tienen consecuencias, teñemos que considerar las razones por las que se miente en casi todos los campos de la vida moderna y el efecto que estas mentiras producen en nosotros. Como veremos en capítulos posteriores, los efectos no son exclusivamente negativos; o, al menos, a menudo no son más negativos de lo que pueda ser atenerse estrictamente a la verdad. En cuanto a la mentira para mantener viva una conversación, enga ñar un poco puede resultar muy útil para alcanzar objetivos que son esenciales para un individuo o para que la sociedad siga funcionando.





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Por otra parte, también tendremos en cuenta el precio que se cobra el hecho de mentir. A menudo mentir puede ser más conveniente a corto plazo, pero a la larga es posible que presente más dificultades sociales y psicológicas de las que resuelve. Además, un análisis de las condiciones en las que mentir fomenta o impide la interacción social efectiva debe tener en cuenta las im plicaciones morales y filosóficas de mentir, de lo que también nos ocuparemos en futuros capítulos. En primer lugar, vamos a examinar un aspecto del enga ño que hasta ahora no hemos tocado. Hemos estado contemplando la mentira como algo que reconocemos. Sin embargo, en muchas ocasiones no es así. Ya hemos visto de qué manera las nociones preconcebidas que poseemos sobre el enga ño quién lo practica y con cuánta frecuencia y por qué son incorrectas. Existe otra pieza esencial en lo que pensamos sobre la mentira: la reacción que tenemos ante ella. En el capítulo siguiente hablaremos de por qué las mentiras nos engañan y qué podríamos hacer para detectarlas mejor. Sin embargo, como veremos, nuestras oportunidades para lograr esto último son muy limitadas, entre otras cosas, porque, en algunos casos, queremos vivir con mentiras. *





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La solicitud que presentó Alexi Santana a la Universidad de Princeton debió de llamar la atenció n enseguida. En lugar de incluir un texto sobre un viaje con mochila por toda Europa o las tensiones provocadas por la educación en una escuela privada, Santana habló de su vida contando que era huérfano y trabajaba de peón en un rancho: dormía al aire libre, aprendió solo las grandes obras de la literatura y recorrió kilómetros en las salvajes extensiones de Nevada. Era el sueño de un encargado de admisiones: Santana fue aceptado en la clase de 1993. Destacó en el equipo de atletismo y se matriculó en seis o siete asignaturas en un semestre, ob teniendo sobresaliente en casi todas. Incluso fue admitido en uno de los más prestigiosos clubes de comida de Princeton. Como si siguiera el guión de una película de Hollywood, parecía que al peón de rancho que había aprendido solo le había ido muy bien en una de las mejores universidades estadounidenses. Después, en un encuentro de atletismo de Princeton -HarvardYale, una ex alumna de Yale reconoció a Alexi Santana. Pero no le reconoció como Santana. Le reconoció como James Hogue, un ex convicto de treinta y tantos que, años atrás, se había hecho pasar por alumno de un instituto en Palo Alto. Cuando se desveló la situación, las pintorescas historias que Alexi Santana había contado de su juventud resultaron ser invenciones, con la pretendida intención de llamar la atención del encargado de admisiones que

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buscaba diversidad geográfica y económica en la clase de primero. Enseguida se anuló la admisión de Hogue, y con el tiempo fue a parar a la cárcel por enga ñar al departamento de ayudas económicas de Princeton. Aunque lo que hizo Hogue es a todas luces algo extraordinario, no carece de precedentes. A pesar de que (por suerte para nosotros) son extremadamente raras, las historias de estafadores que se crean una identidad falsa se remonta a centenares de a ños. En el siglo xix, un escocés llamado Gregor MacGregor afirmaba ser el príncipe de una nación centroamericana de su invención llamada Poyáis. Vendió escrituras de terrenos en Poyáis, e incluso convenció a colonos europeos de que cruzaran el Atlántico para crear colonias allí. Wilhelm Voigt, un mediocre zapatero alem án, se puso un uniforme de capitán y dirigió un grupo de soldados para ocupar el ayuntamiento de Kópenick [al sureste de Berlín] en 1906. Hizo arrestar al alcalde y cogió el dinero de las arcas municipales antes de ser descubierto. Más recientemente, Laurel Wilson, una mujer estadounidense nacida en 1941, afirmó ser Lauren Stratford, superviviente de un ritual de culto satá nico. Cuando esta historia quedó al descubierto, posteriormente fingió ser una superviviente del Holocausto llamada Laura Grabowski. Se podrían escribir volúmenes sobre la patología de personas como James Hogue: qué los impulsa a enga ñar, cómo viven con sus invenciones, cuáles son sus motivaciones « auténticas». Las causas ocultas de la impostura, que examinaremos con más detalle en el capítulo ocho, sigue siendo un tema fascinante y esquivo. Muchos psicólogos argumentarían que ni siquiera los mismos impostores saben en realidad por qué han llevado a cabo su engaño. Sin embargo, quizás el aspecto más fascinante de los impostores como James Hogue no es la motivación oculta, sino el hecho de que puedan lograr engañar a todo el mundo. En realidad, lo más

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1 increíble de la inverosímil historia de James Hogue es que transcurriera tanto tiempo hasta que le descubrieron. Examinemos lo que consiguió Hogue: se trasladó a una comunidad en la que ha bía algunas de las mentes más brillantes del país y se integró en un grupo social formado en gran medida por personas que tenían casi la mitad de su edad. Tampoco tuvo un perfil bajo: entró en el equipo de atletismo y en un club de comida; tenía compañeros de habitación; incluso celebraba pequeñas fiestas para algunos compa ñeros de clase selectos. Sin embargo, fue un extraordinario golpe de suerte (buena o mala, segú n la perspectiva) lo que hizo que su enga ño se descubriera: alguien de la otra punta del país le reconoció después de muchos a ños. Profesores, entrenadores, compa ñeros de clase y deanes de esta universidad de la selecta Ivy League resultaron engañados. Más sorprendente resulta el hecho de que Hogue estaba lejos de ser el pulido e imperturbable charlatán que nos presentan las películas y las series de televisión. En realidad, era todo lo contrario: mostraba algunas de las «claves» más estereotipadas del engaño. Evitaba el contacto visual. Hablaba con ambigüedad de su pasado. Afirmaba cosas extraordinarias, como por ejemplo que había hecho de especialista en una película sobre esquí. Al pensarlo, nos sorprende a nosotros y probablemente a los que asistieron a Princeton con él que James Hogue pasara por Alexi Santana durante tanto tiempo. Sin embargo, el éxito de Hogue ilustra una verdad esencial del enga ño, que en raras ocasiones reconocemos. Solemos pensar que es difícil mentir y no ser descubierto. Seguros de nuestra capacidad de distinguir lo que es cierto y lo que no lo es, nos quedamos desconcertados cuando descubrimos que nos han mentido. Hablamos de «buenos» y «malos» mentirosos, situando en el primer grupo a aquellos con habilidades inusuales que les permiten llevar a cabo la dif ícil hazaña de la invención.



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La historia de James Hogue sugiere otra cosa completamente distinta, algo que mi propia investigación y la de otros ha confirmado: mentir es fácil No es necesario ser un há bil timador para enga ñar a docenas de las personas más brillantes y más cultas del país. Y no es necesario poseer una capacidad de cálculo y de autocontrol excepcional para enga ñar a los demá s en el tipo de interacciones que tenemos en la vida cotidiana. Recuerde el experimentodel que he hablado en el primer capítulo, en el que estudié conversaciones mantenidas entre extraños y encontré que se mentían unas tres veces cada diez minutos. La última vez que tuvo usted la oportunidad de encontrarse con un extraño, ¿le mintió tres veces? Probablemente dirá que no, pero mi investigación y otros estudios sugieren que la respuesta es que sí. Lo m á s probable es que usted ni siquiera se diera cuenta del engaño. La cuestión es: ¿por qué no? ¿Por qué nadie en Princeton pilló a James Hogue? ¿Por qué nos creemos a alguien que nos dice que los pantalones no nos está n muy ajustados, aun cuando hemos tenido que hacer esfuerzos para poné rnoslos? ¿ Por qué no sabemos distinguir cuá ndo las alabanzas que un colega nos hace del rendimiento en el trabajo son vacuas? En resumen, ¿ por qué no podemos detectar que nos están engañando? La respuesta se llama la «ventaja del mentiroso». Ésta es la expresión que yo empleo para designar la serie de factores, algunos importantes, otros insignificantes, que ayudan a los mentirosos a que no se descubra su engaño Si queremos comprender por qué se miente tanto en la sociedad moderna, es esencial que com prendamos los muchos componentes que forman la ventaja del mentiroso. Al fin y al cabo, si cada vez que se dijera una mentira incluso si la mayoría de las veces se dijera una mentira se desvelara, probablemente se mentiría con mucha menos frecuencia. En realidad, la ventaja del mentiroso permite que la mayor

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parte de mentiras pasen inadvertidas. En consecuencia, la gente puede mentir, y miente, con regularidad. A medida que analicemos la ventaja del mentiroso, veremos que otros muchos supuestos básicos sobre el engaño son falsos. Veremos por qué no es necesario ser un vendedor con pico de oro o un calculador sociópata para engañar a la gente de un modo im portante. Y examinaremos tambié n cómo una gran parte de la ventaja del mentiroso no procede del mentiroso, sino de la persona a la que se miente. Es sorprendente: resulta que a menudo no captamos las mentiras porque no queremos captarlas.

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Al empezar a comentar la ventaja del mentiroso, examinemos esta idea de que es fácil mentir y que no se descubra. Cuando ha leído esta afirmación, ¿se la ha creído? O ha pensado: «Otras personas puede que no sean capaces de pillar a un mentiroso, pero yo sí». Este último sentimiento es típico. Una amiga mía, una mujer de edad madura llamada Maura, me contó que hacía poco tiempo le había advertido a su novio: « No te molestes en mentirme, porque me daré cuenta». Y no es la única mujer a la que he conocido que se cree prácticamente inmune al engaño. Todos los estudios han demostrado que la mayoría de la gente posee una gran fe en su capacidad de captar una mentira, de percibir lo inventado. Aunque no poseamos el mismo nivel de confianza que Maura, po cos nos consideramos fáciles de ser engañados. Pero ¿sabemos realmente cuándo nos están mintiendo ? Cuando alguien nos miente, ¿« nos damos cuenta enseguida » de ello como afirmaba Maura ? En 2006, el profesor Charles Bond, de la Universidad Cristiana de Texas, y Bella DePaulo, de la Universidad

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de California en Santa Bá rbara, intentaron responder a esta pregunta. Estos dos destacados investigadores del engaño querían determinar, estadísticamente, en qué medida la gente sabe darse cuenta de que les están mintiendo. Analizando decenas de miles de actuaciones individuales, Bond y DePaulo descubrieron que la gente tan sólo puede diferenciar la verdad de la mentira un 47 por ciento de las veces. En otras palabras, en realidad no sabemos distinguir cuándo alguien nos está enga ñando m ás de lo que lo po dríamos distinguir adivinándolo al azar. La investigación de Bond y DePaulo sugiere que para decidir si lo que nos dicen es verdad daría lo mismo echar una moneda al aire. La dificultad para detectar el engaño queda más patente cuan do examinamos a los que tienen un interés profesional en pillar a los mentirosos. Tenemos tendencia a suponer que ciertas perso ñ as — agentes de policía, detectives, agentes del FBI y otras personas metidas en el sistema de justicia criminal son excepcional mente buenas para determinar cuándo les mienten. Los medios de comunicación han alimentado esta percepción durante déca das. En las duras novelas de crí menes de Dashiell Hammett o Raymond Chandler y las adaptaciones al cine que inspiraron, los hé roes policiales poseen tal cantidad de experiencia que nadie puede «darles gato por liebre», es decir, mentirles sin que se los descubra. Más recientemente, programas de televisión como 24 y Ley y orden presentan a interrogadores capaces de detectar las mentiras de un sospechoso sin equivocarse. Una película de James Bond, Casino Royale, presentaba al agente 007 utilizando sus excepcionales dotes para detectar las mentiras al competir en una partida de póquer de fuertes apuestas. Aunque probablemente no esperamos que nadie tenga la pericia preternatural de Bond para captar cu á ndo le engañan, suponemos que los «expertos» en detección de la verdad los que tienen entrenamiento y práctica para detectar mentiras pueden

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identificar a los mentirosos con gran regularidad. Al fin y al cabo,

el trabajo de los detectives (por no mencionar nuestra paz mental) depende de que sepan distinguir si alguien está contando la verdad o mintiendo para encubrir un reciente atraco a una tienda de licores. Pero ¿hasta qué punto son de fiar los expertos en detectar mentiras? El investigador Paul Ekman, de la Universidad de California en San Francisco, y los colegas Maureen O’Sullivan y Mark Frank decidieron medir su actuación. Seleccionaron como suje tos del estudio a miembros de grupos como técnicos en polígrafo, jueces, psiquiatras y agentes de policía; trataban de poner a prueba a personas, según palabras de su estudio, «que poseen un interés especializado, y presumiblemente más experiencia, en captar si les engañ an ». Los investigadores mostraron a estos profesionales una serie de videoclips cortos. Cada uno de ellos presentaba la cara de una mujer joven que describía su reacción a una pelícu la que estaba viendo. A veces la mujer veía una película tranquila, otras veces una película de terror. Independientemente de ello, hablaba de lo estupendo que era ver escenas de la naturaleza. ¿ Pudieron los agentes de policía y el resto distinguir la diferencia entre un videoclip de una mujer que describía con sinceridad sus reacciones y el de una mujer que mentía al respecto? Los descubrimientos de Ekman resultaron un poco inquietantes. La mayoría de los expertos en detectar mentiras con experiencia no acertaron más veces cuáles eran las mujeres que mentían que si lo hubieran hecho a cara o cruz. De los grupos estudiados, sólo los miembros del Servicio Secreto demostraron alguna aptitud particular para detectar mentiras. El resto técnicos de polígrafo, policías, jueces no lo hicieron mejor que las personas corrientes. En otras palabras, no lo hicieron nada bien. Y aunque nos guste pensar que la mejor actuación del Servicio Secreto es atribuible al intenso entrenamiento que sus agentes reciben para





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dar con personas que suponen una seria amenaza para las agentes del Gobierno, es más probable que una anomalía estadística en el estudio enmascarara la misma incapacidad para reconocer las mentiras que todos los demás grupos. Las consecuencias de los descubrimientos de Ekman para nuestros sistemas legal y de justicia, por ejemplo, son graves. Piense en el caso de Richard Jewell. Durante los Juegos Olímpicos de Atlanta de 1996, Jewell, que trabajaba como guardia de seguridad a tiempo parcial, se fijó en una mochila de aspecto sospechoso que se encontraba en los terrenos olímpicos. Lo notificó de inmediato a la policía y empezaron a evacuar la zona. La mochila explotó momentos más tarde, y la rápida actuación de Jewell probablemente salvó docenas de vidas. Sin embargo, en los días que siguieron a la explosión de la bomba, Jewell pasó de ser un héroe a ser un paria, ya que para el FBI se convirtió en el principal sospechoso del caso. A pesar de las repetidas negativas de Jewell, a pesar de la absoluta falta de pruebas, el FBI pasó meses investigándolo: registrando su residencia, interrogando a amigos y conocidos, manteniéndolo vigilado las veinticuatro horas del día. Pasaron meses hasta que Jewell fue declarado inocente de manera formal, y a ños hasta que se identificó a quien verdaderamente había puesto la bomba. La incapacidad del FBI, como institución y a nivel de los agentes individuales, de darse cuenta de que Jewell les decía la verdad, de que en realidad había impedido que la bomba explotara cuando había gente cerca , le costó a Jewell su buen nombre y se gastó mucho dinero (cuya cuantía no se ha revelado) mientras seguía en libertad el que de verdad había puesto la bomba. Cuando nos damos cuenta de que incluso los que poseen un « interés especializado » en identificar el engaño en general no pueden hacerlo bien más que la mitad de las veces, empezamos a apreciar la verdadera dificultad que la gente de la calle tiene

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para darse cuenta de las mentiras. En el experimento de Ekman, los sujetos sabían que se esperaba de ellos que estuvieran alerta a los mentirosos. Ni siquiera en este caso tuvieron mucho éxito en descubrirlos. En nuestra vida cotidiana, nadie nos da un gol pecito en el hombro y dice: «Por cierto, una de las personas con la que estás a punto de encontrarte te mentirá». Cada vez está más claro cómo James Hogue, un treintañero, fue capaz de hacerse pasar por alumno de primer curso dé la universidad. Simplemente es que no sabemos distinguir muy bien cuándo alguien nos está mintiendo. Éste constituye el primer elemento de la ventaja del mentiroso. Representa una razón fundamental por la que los mentirosos salen airosos de su engaño: detectar una mentira es difícil. Muy a menudo, los agentes federales y los jueces no pueden hacerlo; usted y yo no podemos hacerlo; y probablemente mi amiga Maura tampoco puede hacerlo tan bien como a ella le gusta creer. Sin embargo, nuestro pobre rendimiento a la hora de captar mentiras no debería sorprendernos tanto. Para explicar por qué, déjeme que le cuente una breve anécdota: Hace unos años decidí empezar a jugar a golf, de modo que fui al campo que ten ía cerca y alquilé un palo y pagué por unas bolas. Después pasé una hora golpeando pelotas y más pelotas de golf. Tras cada golpe observaba el recorrido de la bola, luego ajustaba mi golpe según creía necesario. El hecho de que jamás volviera a coger un palo de golf debería indicar el resultado de mi práctica, pero aquí no se trata de hablar de mi partida de golf. Lo importante es el método: con el fin de conseguir más habilidad y mejorar mi forma de utilizar el palo de golf, daba un golpe y observaba el trayecto de la pelota para valorar cómo lo había hecho. Volvamos ahora a la mentira. Supongamos que detectar una mentira es una habilidad como cualquier otra. El modo en que uno adquiere y mejora una habilidad es con la práctica. Yo quería

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Volvamos a la imagen del mentiroso típico, el que vemos en películas como El golpe y Oceans Eleven: hagan juego (o sus secuelas Oceans Twelve u Ocean's Thirteen, da lo mismo). En estas obras de ficción, el timador es retratado como imperturbable, elocuen te, siempre un paso más adelante de aquel al que está intentando engañ ar. La idea implícita es que para engañar hay que tener el aplomo (y tal vez el vestuario) de George Clooney. Pero, como hemos visto, es fácil mentir y que no se descubra: identificamos mal la falta de sinceridad, no lo haríamos peor si nos limitáramos a adivinar cuándo alguien miente. Entonces, ¿por qué los medios de comunicación ofrecen estos retratos de mentirosos ultrahábiles? Y lo que es más importante, ¿ por qué respondemos a ellos? La respuesta está relacionada con un mito muy corriente y profundamente arraigado sobre los mentirosos. Damos por sentado que los mentirosos suelen mostrar alguna señal de que están mintiendo. Y suponemos que se necesita un aplomo extraordinario para no mostrar estas se ñales. En consecuencia, cualquiera que pueda decir mentiras sin llevarlo escrito en la cara debe ser merecedor de ser retratado en la gran pantalla. Tienen que poseer la frialdad propia de una estrella de cine. Aquí, el supuesto de que con frecuencia hay señales claras y perceptibles de que alguien está mintiendo constituye una pieza esencial de la ventaja del mentiroso. Pensamos que cuando alguien dice una mentira aparecen banderas rojas: una persona que miente desvía la mirada; arrastra los pies o tamborilea con los dedos; tal vez se sonroja. Si se trata de mía mentira particularmente importante, incluso podría empezar a sudar. Cuando no vemos estas banderas rojas, a menudo sacamos la conclusión de que aquella persona está diciendo la verdad.

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Para ver cómo funciona todo esto como parte de la ventaja del mentiroso, examinemos una bandera roja en concreto: el hecho de desviar la mirada.

Charles Bond, investigador que ya he citado anteriormente, llevó a cabo un estudio en el que se preguntó a más de dos mil personas de docenas de diferentes países lo que buscaban para saber si alguien les mentía. La respuesta más frecuente fue si la otra persona desviaba la mirada. Está claro que la idea de que los mentirosos desvían los ojos cuando mienten está muy extendida y atraviesa la mayoría de fronteras. Pero ¿es cierto? Cosa sorprendente, parece que «desviar la mirada» en realidad no tiene nada que ver con el engaño. Numerosos investigadores han llevado a cabo experimentos, y todos han llegado a la conclusión de que desviar la mirada no es una señal indicadora de que alguien nos está mintiendo. Desviar la mirada puede indicar otras cosas como por ejemplo sumisión, una asociación que se remonta a nuestros antepasados animales, que des viaban la mirada para indicar deferencia , pero no tiene relación alguna con la mentira. Sin embargo, el estereotipo de que desviar la mirada es señal de que nos están engañando sigue estando muy arraigado. Tuve una colega cuyo marido evitaba casi todos los actos sociales del mundo acad émico recepciones, fiestas, graduaciones a los que la mayoría de cónyuges asisten (aunque de mala gana). Las primeras veces que le vi en un acto de este tipo e intenté entablar conversación con él, efectuó poco contacto visual. No me miraba a la cara, sino que miraba a un lado o al otro. A pesar de mis mejores intenciones, no pude evitar sentir que el marido era un tipo poco sincero y esquivo, alguien en quien no se podía confiar. Más tarde descubrí que el marido de mi colega sufría un trastorno de ansiedad social profundamente arraigado que le conducía a situaciones sociales terribles. Su evasión del contacto visual

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sólo indicaba que sentía una inquietud y un temor extremos cuando tenía que seguir conversaciones con personas a las que no conocía. El poder del estereotipo de desviar la mirada es tan grande que, incluso después de enterarme de la verdadera razón de su conducta, seguía siendo incapaz de quitarme de encima los recelos iniciales de que me estaba mintiendo. ¡Y como psicólogo sabía muy bien que la relación entre desviar la mirada y enga ñ ar es un mito! De la misma manera que no podemos sacar la conclusión de que alguien que desvía la mirada en una conversación necesariamente nos está mintiendo, tampoco podemos deducir que el hecho de no desviar la mirada indica sinceridad; esto es así también en el caso de la falta de sudor en la frente o de una postura tensa. Los expertos en el engaño han llegado a la conclusión de que no existen tics físicos que señalen de forma universal que una persona está mintiendo. Las diferencias individuales en el modo de mentir son grandes. Una persona puede parpadear rápidamente cuando miente; otra tal vez te mire fijamente, haciendo largas pausas entre parpadeos. Además, los mentirosos con práctica co nocen sus propios modos de revelar la mentira ( o los supuestos modos de revelarla, como por ejemplo desviar la mirada ) y aprenden a evitarlos. Para comprender lo difícil que es en realidad distinguir por la conducta de alguien si esta persona está mintiendo, pensemos en los polígrafos. Películas como Los padres de ella sugieren que, si quieres saber si alguien está diciendo la verdad, lo ú nico que hay que hacer es enchufarlo a un polígrafo. Las mentiras del sospechoso serán reconocidas por los instrumentos de la máquina, y su engaño quedará al descubierto. Esta idea es fascinante, por supuesto: una nariz de Pinocho mecá nica, que revela sin lugar a dudas cuándo alguien miente.

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A pesar de los mitos de los medios de eomunicación, sin embargo,

los polígrafos en realidad no son «detectores de mentiras» en el sentido más estricto. No zumban cuando alguien miente, ni emiten un sonido agradable cuando alguien dice la verdad. El polígra fo se basa en la idea de que, cuando una persona miente, experimenta ansiedad. La ansiedad está muy relacionada con una serie de respuestas físicas: palpitaciones, pulso elevado, sudor, respiració n difícilJÉstas son las respuestas que mide un polígrafo. Los primeros polígrafos, desarrollados hacia principios del siglo xx, eran poco más que complicados aparatos de tomar la tensión: una subida de tensió n se interpretaba como señal de ansiedad y, por lo tanto, de enga ñ o. Registran una serie de respuestas fisiológicas al mismo tiempo: los controles de los dedos miden la actividad de las glá ndulas sudoríferas; los tubos alrededor del pecho miden los cambios en la respiración; se utiliza un tensiómetro de muñeca para observar los cambios en el pulso y en la tensión sanguí nea. Así pues, el polígrafo funciona según el mismo principio que utilizamos cuando observamos la cara de una persona para determinar si nos está diciendo la verdad: mentir dispara unas señ ales í f sicas que se pueden detectar. Un polígrafo en realidad no es más que una herramienta científica para captar estas señ ales. Como los humanos somos tan malos detectores de mentiras, una máquina que puede hacerlo por nosotros sin duda resulta atractiva, siempre que funcione realmente. Y éste resulta ser el problema. Aunque los polígrafos siguen siendo muy utilizados, su efectividad está lejos de ser segura. Aunque muchos estudios han llegado a la conclusión de que los polígrafos son eficaces en más del 80 por ciento de las veces, un informe reciente publicado por el Consejo Nacional de Investigación de la Academia Nacional de Ciencias puso en duda el valor de gran parte de esta investigación. Como declaraba el informe: «La calidad general de las pruebas para juzgar la validez del

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exactitud (y muchos investigadores no la aceptan ), sigue significando que una de cada cinco veces el polígrafo da un resultado falso. Esto es problemático cuando se tiene en cuenta que la policía utiliza los polígrafos para determinar si alguien es culpable o inocente, y por las agencias federales para dar con los topos. Sin em bargo, abundan los casos de fallos del polígrafo. Por ejemplo, Aldrich Ames, el espía estadounidense que vendió secretos de la guerra fría a los soviéticos, pasó m últiples pruebas del polígrafo mientras actuaba como agente doble. Once agentes de la CIA resultaron muertos como consecuencia de la continua duplicidad de Ames. En otro caso, Gary Leon Ridgway, conocido como el Green River Killer [El asesino del R ío Verde ] , pasó la prueba del polígrafo cuando era sospechoso del asesinato de su cuarta ví ctima. Lo dejaron en libertad , y mató a otras cuarenta y cuatro personas. Y Charles Cullen, un enfermero, fue condenado por matar a docenas de sus pacientes mediante una inyección letal. Despu és de la muerte de su primera víctima, la policía sospechó de que Cullen no decía la verdad, pero quedó impune porque pasó una prueba del polígrafo. La desventaja del polígrafo es que con las respuestas fisiológicas que mide ocurre lo mismo que con lo de desviar la mirada: no siempre están relacionadas con la mentira. Si uno corre cinco tramos de escaleras y luego se sienta a someterse a una prueba del polígrafo, todo lo que diga parecerá que es mentira, porque estará jadeando, sudando, y el corazón le latirá con fuerza. Las señales físicas de ejercicio a menudo son las mismas que las señ ales de ansiedad. Más exactamente, si se estuviera nervioso en extremo

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tas físicas seguirían apareciendo como mentiras en el aparato. El

polígrafo sólo puede registrar el hecho de que un sujeto está ansioso; no puede determinar por qué lo está. Piense otra vez en el ejemplo del esposo ansioso de mi amiga. El hecho de mostrar señales que siempre se asocian con la mentira no quiere decir que esté mintiendo. Éste sigue siendo el defecto inherente de los polígrafos. El informe del Consejo Nacional de Investigación sobre los polígrafos lo dice con toda claridad: «Aunque los estados psicológicos asociados a menudo con el engaño ( por ejemplo, miedo de ser juzgado como mentiroso ) tienden a afectar a las respuestas fisiológicas que el polígrafo mide, estos mismos estados pueden aparecer en ausencia de engaño. Además, otros muchos factores psicológicos y fisiológicos (por ejemplo, la ansiedad porque se está siendo sometido a una prueba) tambié n afectan a esas respuestas. Estos fen ómenos hacen que las pruebas con polígrafo sean intr ín secamente susceptibles de arrojar resultados erróneos». El informe reconoce, pues, que las personas a veces muestran señales de nerviosismo incluso cuando están diciendo la verdad. Por la misma razón. La gente que miente a veces no da mues tras de nerviosismo. Nos equivocamos al suponer que todo el que miente se siente culpable o ansioso por ello. Los mentirosos pueden ensayar sus invenciones hasta el punto en que repetirlas se convierte en una segunda naturaleza, una respuesta automática que no provoca ninguna señ al í f sica particular. Además, todos hemos conocido a personas que se mienten a sí mismas igual que a nosotros. Estos individuos son capaces de imbuirse tanto de una mentira que incluso pueden llegar a suplantar la verdad en sus mentes. (Examinaremos con más detalle este tipo de mentira y a este tipo de mentiroso en el capítulo ocho.) El punto esencial es que mientras que usted y yo podríamos sentirnos nerviosos

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a dudas, no nos sorprendería que nuestros esfuerzos para distinguir a un mentiroso por el modo en que actúa a menudo también resulten in útiles. Y hay que recordar que, en las situaciones en las que se utiliza el polígrafo, todo se centra en si determinada persona dice la verdad. En nuestra vida cotidiana, nuestra atención está mucho más dividida. La falta de claves físicas dignas de confianza para distinguir el engaño contribuye a la ventaja del mentiroso en dos formas. En primer lugar, y simplemente, como no existen conductas universales que señalen el engañ o, los mentirosos no son descu biertos. La mayoría de mentirosos no hacen nada en particular cuando mienten. Por esto les es más fácil hacer pasar como verdad algo que es mentira. En segundo lugar, y más sutilmente, seguimos creyendo que existen se ñ ales físicas del enga ñ o. Confiamos en conductas estereotipadas como desviar la mirada para distinguir la falta de sinceridad. En realidad, estamos esperando oír una señal de alarma que no existe. Y como no la oímos porque el mentiroso con el que estamos hablando no desvía la mirada ni farfulla ni se ruboriza , caemos de lleno en la postura errónea: tiene que estar diciendo la verdad. Este supuesto equivocado que la falta de determinadas conductas se ñ alan una falta de enga ño constituye un componente clave de la ventaja







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del mentiroso. Está claro que la ausencia de señ ales delatoras de engañ o también contribuye al primer aspecto de la ventaja del mentiroso del que hemos hablado anteriormente: que no somos capaces de determinar cu á ndo alguien está mintiendo. Sin embargo, en la ventaja del mentiroso hay m ás cosas aparte de nuestra capacidad ( o incapacidad ) de distinguir si nos est án enga ñando. Para comprender la parte siguiente de la ventaja del mentiroso, volveremos a James Hogue, alias Alexi Santana, promoción del 93 de Princeton.

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Hasta ahora hemos estado examinando las dimensiones físicas para detectar la mentira. «¡Mírame a los ojos y vuelve a decírmelo!» es el antiguo adagio para descubrir el engaño. Tambié n es un adagio que engloba muchas de las nociones comunes sobre las mentiras: que existen señales físicas que indican engaño, que estas señales a menudo están en los ojos (desviando la vista) y que con una mirada larga y dura podemos saber si alguien está mintiendo. Ahora sabemos que todas estas ideas son erróneas. Sin embargo, la dificultad de notar una mentira va más allá de lo que vemos, o no vemos, en los ojos o en la cara de una persona. Resulta que la ventaja del mentiroso se extiende incluso hasta la manera misma en que pensamos. Para empezar a comprender cómo, haga una lista de todas las conversaciones que ha mantenido hoy. Incluya toda clase de con versaciones — por correo electrónico, por teléfono, cara a cara y de cualquier duración. Los cumplidos que ha intercambiado con el empleado de la cabina del peaje al ir a trabajar por la ma ñana cuentan igual que una larga conversación con su pareja. Si ha hablado con la misma persona dos veces — por ejemplo, con un compañ ero de trabajo por la ma ñana y de nuevo por la tarde , cuenta como dos conversaciones distintas. Ahora repase la lista y ponga una señ al al lado de cada conversación que ha tenido durante la cual se ha preguntado si la persona con la que estaba conversando le mentía. Ponga una se ñ al sólo si en el momento se ha preguntado si la otra persona estaba mintiendo. A no ser que por su trabajo tenga que repasar deberes o valorar delincuentes para obtener la libertad condicional, probablemente no ha puesto muchas señales. En realidad, la mayoría de la gente no pasa mucho tiempo pensando si le están mintiendo. Lo

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interesante de esto es que, como ahora sabemos, se nos miente con bastante regularidad. Sin embargo, vuelva a mirar su lista: si es usted como la mayoría de la gente, nunca se le ocurrirá preguntarse si la persona que está al otro lado de la línea telefónica o frente a usted a la mesa de la cocina o que le envía un mensaje desde otra ciudad est á siendo sincera o no. Simplemente supo ne que sí. Este fenómeno psicológico, el suponer que no nos están engañando, es conocido como la predisposición a creer que nos dicen

la verdad. Esta predisposición hacia la verdad significa que, en lu gar de juzgar objetivamente la sinceridad de las personas con las que interactuamos basándonos en su conducta y en lo que dicen, creemos sin más que nos están diciendo la verdad. Alguien necesita darnos una razón convincente para pensar que están mintiendo; de lo contrario, jamás se nos ocurriría esa idea. La corriente de pensamiento reciente en la comunidad psicológica sugiere que esta predisposición hacia la verdad opera como un juicio heurístico. «Juicio heurístico » es el término que los psicólogos que investigan emplean para designar una norma general cognitiva. Los juicios heurísticos nos simplifican el mundo; en lugar de evaluar cada situación basándonos en toda la información disponible, empleamos las normas mentales subconscientes para tomar decisiones rápidas sobre las cosas. La predisposición hacia la verdad es una de estas reglas mentales. Nos permite pasar el día sin escrutar el rostro del empleado de la gasolinera que nos da instrucciones o valorando los posibles motivos ocultos del hombre que está en el and én de la estación de tren y nos dice que los Patriots ganaron anoche. Vivimos nuestra vida cotidiana con la creencia de que la mayoría de la gente es sincera con nosotros. Cuando se piensa en ello, no es difícil ver por qué necesitamos esta predisposición hacia la verdad. ¿ Quién quiere pasar el dí a preguntándose si incluso la más franca información que nos es-

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tán dando es mentira? Mucha gente ni siquiera cuenta el cambio que le dan en la tienda. ¿Quié n, por lo tanto, se tomaría la molestia de preguntarse si la dependienta realmente ha oído que va a llover ma ñana ? La predisposición hacia la verdad hace mucho más sencillas las interacciones cotidianas. Recuerde, sin embargo, que la predisposición hacia la verdad funciona como juicio heurístico: una norma cognitiva que utilizamos de forma inconsciente. En realidad, lo útil de los juicios heurísticos es que no tenemos que pensar en ellos. El efecto de esto es que los juicios heurísticos, igual que la predisposición ha cia la verdad, pueden operar de maneras inesperadas. Dos investigadores japoneses, Toshiji Kawagoe e Hirokazu Takizawa, llevaron a cabo un experimento que medía los efectos de la predisposición hacia la verdad. El experimento consistía en que dos personas compitieran en sencillos juegos de palabras. Los detalles de los juegos son menos importantes que dos puntos esenciales: primero, en los juegos, las dos personas ser ían ad versarios; uno ganaría, el otro perdería. Segundo, Kawagoe y Takizawa explicaron a ambos jugadores que la persona que intería, engañar al pretaba el papel denominado «emisor » podía, si quer otro jugador. Este enga ñ o daría ventaja al emisor si lograba no

ser descubierto. Lo que Kawagoe y Takizawa querían saber era si el otro jugador confiaría en el emisor. Cabría esperar que no lo hiciera, dado que sabía que ten ía un motivo para mentir. El sorprendente resultado que estos investigadores obtuvieron fue que el otro jugador en realidad sí confió en el emisor, aceptando lo que decía en el juego como digno de crédito. La predisposición hacia la verdad superó los recelos más que motivados que el jugador oponente podía tener hacia el emisor. Kawagoe y Takizawa descubrieron que incluso cuando dos personas están enfrentadas y a pesar de que ambas sepan que una tiene motivos y la oportunidad de

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engañar al otro sigue existiendo una fuerte predisposición hacia la confianza y hacia creer. Esto nos da una idea de la inesperada fuerza que posee la predisposición hacia la verdad. No es algo que podamos conectar y desconectar, aun cuando la lógica sugiera lo contrario. La predisposición hacia la verdad es como cualquier predisposición inconsciente: afecta a nuestra conducta de maneras inesperadas y que no sondadles de controlar. Por ejemplo, hace varios años estaba parado en un semáforo en rojo en Nueva York cuando un hombre vestido con traje dio unos golpecitos en mi ventanilla. Me dijo que era abogado y que le habían robado la cartera, las llaves del coche y el móvil. Necesitaba veinte dólares, explicó, para ponerse en contacto con su familia y pagar el billete de tren para volver a casa. Si le daba mi dirección, me aseguró, me los devolvería. Le di los veinte dólares. Huelga decir que todavía espero que me los devuelva. Todas las personas a las que cuento esta historia dicen: « Deberías haberlo imaginado». En retrospectiva parece una tontería darle dinero, además de mi dirección, a un absoluto desconocido. Pero la realidad es que, igual que el resto de la gente, yo estaba actuando con una predisposición hacia la verdad profundamente arraigada, una predisposición que Kawagoe y Takizawa descubrieron que pod ía superar una lógica sospecha. Otro de nuestros procesos cognitivos contribuye asimismo a la ventaja del mentiroso, y con frecuencia actúa junto con la predisposición hacia la verdad. Para examinar esta idea, volvamos a una escena que he mencionado antes: alguien se pregunta si la dependienta de una tienda ha oído realmente el parte meteorológico. Imaginemos que allí hay un hombre que sí ha oído el parte me teorológico. Imaginemos que es un hombre lo bastante suspicaz para cuestionarse esto. E imaginemos que este hombre vamos a llamarle Sherlock es igual de suspicaz con todas las perso-



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Sherlock, con quien sea, siempre se pregunta si le están mintiendo. Sherlock se pregunta si su hija realmente necesita que la vaya a buscar en coche a su entrenamiento de f ú tbol aquella tarde. Sherlock se pregunta si el quiosquero acaba de vender realmente su último ejemplar del Times. Sherlock no queda convencido del comentario de su compañero de trabajo de que estará listo para ir a almorzar en cuanto cuelgue el teléfono. Además de llevar una vida bastante desagradable sin confiar en nadie , es probable que a la hora del almuerzo Sherlock se encuentre exhausto mentalmente; a menos, claro est á, de que fuera un detective de ficción. Para los que estamos en el mundo real, pensar en motivos y planes ocultos, escrutar cada frase por si se trata de una invención , representa mucha energía. Este hecho contribuye a la ventaja del mentiroso. Si bien a menudo sentimos curiosidad por el mundo, también vamos con cuidado con la forma en que gastamos nuestra energía mental. Por ejemplo, cuando caminamos por la calle, no examinamos cada grieta que hay en la acera, cada coche que circula, el rostro de cada persona con la que nos cruzamos, la forma de cada nube en el cielo, el vuelo de cada pá jaro. En primer lugar, nunca llegaríamos ni a la esquina. Pero, asimismo, simplemente no poseemos la capacidad cognitiva necesaria para considerar de modo consciente todos los aspectos de lo que vemos. Prestamos atención a unas cuantas cosas y no pensamos mucho en el resto. Este modelo de pensamiento nos considera « avaros cognitivos». E1 modelo de avaro cognitivo sostiene que normalmente gastamos la mínima energía mental que podemos en diversas situaciones e interacciones sociales. Para decirlo en dos palabras, podemos ser mentalmente perezosos. Tratamos de imaginar las cosas de la forma más rápida y eficiente posible. Nuestro escenario imaginario de un hombre que cuestiona a





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todo el mundo sugiere que la avaricia cognitiva se suma a la ventaja del mentiroso. Escrutar una afirmación para saber si es verdad requiere energía mental, y nos gusta ahorrar nuestra energía mental cuando podemos. Esto permite a los mentirosos situarse por debajo de nuestro radar cognitivo. Puede que nos mientan, y puede que nosotros seamos demasiado avaros cognitivamente para intentar pensar si lo han hecho. Suponer que nos dicen la verdad ahorra nuestros recursos mentales para otras cosas: el trabajo, la familia, el crucigrama. Claro que no siempre somos avaros cognitivos. Si nos encon tramos en una situación muy preocupante, que nos mantiene atentos quizás estamos interrogando a nuestro hijo adolescen te sobre cómo ha ido a parar una botella de vodka debajo de su cama , dejaremos nuestra avaricia cognitiva a un lado y nos concentraremos en averiguar la verdad. Pero la mayor parte del tiempo somos mucho m ás perezosos mentalmente, y el avaro cognitivo que llevamos dentro disminuye en gran medida nuestro nivel de curiosidad por saber si nos están diciendo la verdad. Como ya podemos afirmar, la ventaja del mentiroso es muy importante. En primer lugar, no se nos da muy bien reconocer las mentiras, y no tenemos muchas oportunidades de practicar. En segundo lugar, a menudo es imposible déterminar por sus gestos o expresiones faciales si alguien está mintiendo. En tercer lugar, todos actuamos con una fuerte predisposición hacia la verdad, lo que da a los mentirosos un margen inmediato para engañarnos. Además, con frecuencia no tenemos ganas de gastar nuestros recursos cognitivos para considerar si nos están mintiendo. Sin embargo, existe un elemento más en la ventaja del mentiroso, tal vez la más importante. Este elemento influye en muchas de las cosas bá sicas que creemos sobre por qué la gente miente y por qué los mentirosos no son descubiertos.

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Examinemos el principio del cómplice complacido, sobre nuestras ganas incluso impaciencia de ser engañados, pero en otro contexto. Imaginemos que un agente inmobiliario le está enseñando una casa. No es de sorprender que el agente se deshaga en alabanzas respecto a la casa: el estado del tejado y de los suelos, el vecindario, el tama ño, el valor: todo de primera clase. Usted sabe lo suficiente para mostrarse escéptico ante alguien que tiene un evidente interés económico para que usted compre la casa, pero ahí hay un problema: a usted también le gusta la casa. Es más, lleva meses buscando la casa adecuada, y ésta tiene un precio asequible para usted y se encuentra en una zona próxima a su lugar de trabajo. Si es usted como la mayoría de la gente, su escepticismo inicial ante lo que el agente inmobiliario le dice probablemente em piece a cambiar: en lugar de estar en guardia contra el engaño, empezará a querer creerle. De este modo, entramos en una especie de conspiración tácita con los mentirosos. En el caso del agente inmobiliario, existe un beneficio tangible por ambas partes para creer la descripción de la casa: el vendedor obtiene una comisión y usted consigue una casa que desea. La situación en realidad es muy similar a la de un falso cumplido. Cuando mi profesor de piano me dice que he hecho una gran interpretación, se ahorra pasar el mal rato y sentirse culpable por menospreciar mi actuación, y yo estoy exultante pensando que soy un gran pianista. Este punto es tan claro que a menudo se pasa por alto, pero constituye un componente esencial de nuestra complicidad con los mentirosos. En muchos casos, tanto un mentiroso como el blanco de la mentira se benefician de la mentira. Dado esto, no es difícil ver hasta qué punto puede ser fuerte nuestra contribu-

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ción a la ventaja del mentiroso. Si un mentiroso da en el blanco en el engaño que nos gustaría creer, también ambos el mentiroso y el blanco de la mentira esperamos que la mentira no se descubra. Bien, éste es un punto importante para que el engaño





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salga bien.



Esta caracterización del engaño en la que el mentiroso y el blanco del enga ño tienen interés en que la mentira salga bien es muy diferente del concepto típico de cómo opera la invención. Solemos imaginar el enga ño al estilo de la historia de James Hogue. En tales circunstancias, una persona es el mentiroso, y la otra, u otras, son víctimas. Sin embargo, insisto, los incidentes de enga ño a gran escala como el de James Hogue constituyen la excepción. Mucho m ás corriente es el engaño que sigue el principio del cómplice complacido. Piense en cuántos falsos cumplidos hace usted y probablemente recibe cada día. Esto plantea una cuestión evidente: si aceptamos tantas de las mentiras que oímos, tal vez deberíamos preocuparnos menos por el engaño. El hecho es que somos cómplices en tantas señales de engaño que estamos más enredados en él de lo que solemos re conocer. Sin embargo, el hecho de que las mentiras a veces alimenten nuestro ego no significa que debamos aceptarlas sin crítica alguna. Pensemos de nuevo en el escenario del agente inmobiliario que alaba la casa que usted quiere comprar. A corto plazo, usted está dispuesto a aceptar sus mentiras sobre la casa porque ya est á predispuesto a comprarla. A la larga, sin embargo, aceptar lo que el agente inmobiliario dice podría resultar muy peligro so. Por mucho que a usted le guste creer que en la casa las termitas se han exterminado, se trata de una afirmación que exige ser





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dos. Era un enga ño conveniente para ambas partes: los que pedían dinero prestado con un crédito miserable aseguraban a los que se lo prestaban que esta vez devolverían sus préstamos; los que lo prestaban aseguraban a los que pedían dinero prestado que unos intereses astronómicos no los llevarían a la ruina financiera. Ambas partes necesitaban permitir el enga ño para continuar. Sin embargo, las fuerzas económicas raras veces toleran tales situaciones. El ( ahora aparentemente inevitable ) desplome del mercado de los préstamos de riesgo dio lugar a unas repercusiones globales que todavía se notan. Aunque al verlo en retrospectiva parece claro que estar atento cuando se busca la verdad habría sido lo apropiado, el problema es que no es fácil alterar las reglas cognitivas con las que jugamos: la predisposición hacia la verdad, creerse los halagos que Vonk exa minó, nuestra necesidad de eficiencia cognitiva. De la misma ma nera en que no hay forma de explicar a otra persona todos los tipos de mentiras que aceptaremos, y todos los tipos que no queremos oír, en realidad tampoco podemos hacernos esta explicación a nosotros mismos. Así pues, la ventaja del mentiroso en ciertos aspectos puede parecer permanente. Explota los procesos mentales sobre los que apenas tenemos control. No obstante, la ventaja del mentiroso sólo es eso: una ventaja. Si bien da a los mentirosos la oportunidad de engañarnos, esto no significa que estemos expuestos a que siempre nos engañ en, suponiendo, claro está, que no queramos que nos engañen. Conocer la verdadera complejidad del engaño que practican con mayor frecuencia los profesores de piano, con la complicidad de sus alum o nos, que los artistas del fraude que engañan a toda una universidad es un buen primer paso para saber manejar mejor el engaño que nos rodea. También es útil para considerar de dónde proceden las ideas que tenemos sobre el engañ o. ¿ Por qué suponemos que los que mienten siempre nos engañan con malicia? ¿De dón -





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de vienen las nociones erróneas sobre el hecho de desviar la mirada? ¿Por qué no somos más conscientes de nuestro propio papel en el éxito del engaño? El próximo capítulo aborda éstas y otras preguntas similares, mientras examinamos las lecciones que los niños aprenden sobre la mentira.

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Parecía demasiado bonito para ser verdad, en realidad. Después de una exposición hecha por el Dallas Morning News, se puso de manifiesto que era más probable que el aumento de las puntuació nes se hubiera debido a un subterfugio sistemático y no a una verdadera mejora académica. Los investigadores llegaron a creer que algunos profesores repartían las respuestas a sus alumnos durante el test o que posteriormente cambiaban las respuestas de sus alumnos. Cuando al año siguiente la administración asignó monitores independientes para supervisar los test, los resultados en ciencias cayeron en picado: sólo el 39 por ciento de los alumnos pasaron el test. En realidad, se pusieron al descubierto irregularidades en los test en centenares de escuelas de Texas, y como consecuencia de ello, se despidió, suspendió y degradó a profesores y administradores. Los tests eran la pieza central de la Ley Ningún niño rezagado: los resultados de los test de competencia se utilizarían como patrón para determinar el éxito escolar. Las escuelas que sacaran malos resultados serían objeto de penalizaciones como por ejemplo despidos de profesores o administradores o, en casos extremos, el Estado se haría cargo de ellas. La Ley Ningún niño rezagado, que también prometió a las escuelas miles de millones de dólares en nuevas financiaciones federales, recibió apoyo por partida doble. Incluso los legisladores que tradicionalmente se oponen a aumentar las cantidades de dinero federal destinadas a educación se sumaron a ella, atraídos por la nueva responsabilidad que las escuelas asumirían para mantener el nivel de sus puntuaciones. Nuestra cultura tiene por costumbre juzgar el rendimiento mediante resultados cuantificables numéricamente: las películas tienen éxito si obtienen mucha taquilla ios políticos lo hacen bien si son los primeros en las elecciones; los directores generales tienen éxito si hacen subir el precio de las acciones de su compa ñía. Tal vez sea inevitable que las escuelas empiecen a ser evaluadas del mismo modo.

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Además, vincular el futuro de una escuela a los resultados de un test que los estudiantes deben pasar aparentemente tiene un historial de éxito, al menos en lo que se refiere a la mejora de los resultados en esos tests. (Si el resultado de test estandarizados ía realmente ser o no el patrón para medir la educación, es deber tenia para otro libro.) Muchas escuelas informaron de mejoras sensacionales en los resultados del test cuando éstos ten ían consecuencias- para el empleo de los profesores y los fondos para la

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Sin embargo, por debajo de este énfasis en los resultados de este test, existe el problema no de si es justo atar el destino de toda una escuela a un test estandarizado, sino, más bien, a la veracidad de los resultados del test mismo. Los alumnos y los profesores podían responder a las difíciles preguntas estudiando más tiempo y esforzándose más. O podían responder haciendo trampas. Aumentar el espectro de las trampas no es sólo una cuestión de cinismo. Las investigaciones demuestran que los estudian tes hacen trampas, y lo hacen con frecuencia. Un estudio del a ñ o 2006 realizado por el Instituto de Ética Josephson, que examin ó a 36.000 alumnos de educación media, puso de manifiesto que el 60 por ciento de ellos habían hecho trampas en un test du rante el año anterior, y el 35 por ciento lo había hecho en más de una ocasión. Una tercera parte admitió que había plagiado material de Internet. Otro estudio con 4.500 estudiantes realizado por Donald McCabe, de la Universidad Rutgers, encontró índices de trampas aún más elevados. Casi las tres cuartas partes de los sujetos investigados por McCabe admitieron haber hecho trampas en algún examen o test. Hacer trampas, por tanto, no es una cosa extrañ a. Estos estu dios sugieren que es típico, una práctica que efectúa la amplia ma yoría de estudiantes de instituto. Y McCabe también descubrió otro resultado sorprendente, uno particularmente relacionado con

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la discusión sobre el modo en que hacer trampas podría desviar los resultados de los test obligatorios como los exigidos por la Ley Ningú n niño rezagado. McCabe determinó que mientras que el 90 por ciento de los profesores informaban de que en su clase se hacían trampas, una tercera parte de ellos no hacía nada para impedirlo. ía Dadas estas actitudes, es fácil ver que hacer trampas podr muchos ca en alterar los resultados de los test estandarizados. Y sos, cuando estaban en juego empleos y fondos, se hacían trampas. Los agentes estatales de Misisipi tuvieron que rechazar los resultados del test de nueve escuelas diferentes después de tener pruebas de que se habían hecho muchas trampas. En Arizona, los resultados del test fueron descartados en nueve distritos escolares en los que los profesores habían leído de antemano partes de los test a los alumnos o les habían dado más tiempo para terminar. En 2005, una profesora de tercer grado de Indiana fue suspendida cuando los administradores descubrieron su práctica de dar golpeados en el hombro a sus alumnos cuando se ñalaban una res-

puesta incorrecta. En los últimos años se han dado a conocer escándalos en escuelas desde Nueva York hasta Florida y California. Cosa importante, en casi todos estos casos las trampas eran de tipo colaborador: los profesores ayudaban de alguna manera a sus alumnos para conseguir resultados falsos. En algunos casos, los profesores daban a los alumnos los test auténticos para que los estudiaran con antelación. En otros casos, los profesores simplemente escribían las respuestas correctas en la pizarra mientras los alumnos hacían el test. En realidad, los orígenes del engaño en los niños casi siempre implican una relación entre el niño y otra persona. Como en los escá ndalos citados, la relación a veces es clara: los adultos utilizan su influencia para guiar a los niños hacia la falta de honradez. A menudo suponemos que los niños son adoctrinados en la

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falta de sinceridad, de maneras sutiles u ocultas, por adultos de moral más relajada. En el caso de muchos niños, al menos, parece que es así. En su estudio de alumnos de instituto, McCabe encontró que la razón m ás com ú n que daban los alumnos para hacer trampas era el ejemplo dado por los adultos. Sin embargo, este concepto probablemente es demasiado simplista. Incluso los padres que hacen hincapié en el valor de la sinceridad con mayor frecuencia descubren que sus hijos les mienten a ellos y a otras personas con regularidad. El engaño practicado por los niños no es diferente del de los adultos, y al igual que éste, sus usos y los fines para mentir son complejos. La falta de sinceridad en test como los exigidos por la Ley Ningú n niño rezagado resulta ser una de las formas más sen cillas que adopta. Igual que los adultos, los niños mienten por una serie de razones y en circunstancias diversas; y, cosa sorprendente, sus mentiras en realidad pueden ser un subproducto de su creciente adelanto cognitivo y social, que en otras manifestaciones son bien recibidas por sus padres.

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Sin embargo, el tercer ruido dejó perplejo a Jonah. Era una melodía sencilla que el niño no podía asociar con ningún juguete en concreto. Estaba a punto de rendirse cuando la ayudante de la mujer que hacía los ruidos le indicó que la llamaban por teléfono. Se preparó para dejar a Jonah solo en la habitación, diciéndole que mientras ella estuviera fuera no mirara el misterioso juguete que tenía a su espalda. Cuando se marchó, le advirtió de nuevo: «Recuerda, no mires ». Durante más o menos un minuto, Jonah se contuvo, pero al final la tentación fue demasiado fuerte. Se dio la vuelta y vio que el juguete era una muñeca Barney. Entonces oyó que abrían la puerta y se dio la vuelta enseguida. La mujer amigable regresó a la habitación y le preguntó si había averiguado cuál era el juguete. Él declaró feliz que era una muñeca Barney. Entonces ella le preguntó sin rodeos si había mirado, y Jonah se halló ante el dilema: mentir o decir la verdad. Al principio del capítulo hemos hablado de algunas estadísticas que revelaban los elevados índices de trampas que se hacen entre los estudiantes de instituto. Si bien la ubicuidad del engaño puede que resulte asombrosa, el hecho de que se siga haciendo tal vez no lo sea. Nuestras ideas preconcebidas sobre los adolescentes probablemente justifican el hecho de que hagan trampas en el instituto. Como puede decir cualquier adolescente al que ha seguido un vendedor en una tienda de electrónica, las actitudes de los adultos hacia los «niños» cuando han llegado a los trece años está n muy lejos de una absoluta confianza. Pero retrasemos un poco el reloj del desarrollo del niño y veamos nuestras actitudes hacia los más pequeños. La idea de que los niños pequeños son inocentes, de que no está n manchados por las experiencias de la vida posterior, es muy corriente. Asimismo posee un pedigrí filosófico impresionante. El filósofo de la Ilustración Jean-Jacques Rousseau creía que los niños son buenos y virtuosos por naturaleza. « No existe perversi-

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dad original en el corazón humano», afirmaba; la «perversidad» se adquiere con las influencias corruptoras de la sociedad. La cultura estadounidense en particular parece estar de acuerdo con las ideas de Rousseau sobre la bondad innata de los niños. Nuestro sistema educativo, con su énfasis en la creatividad y la atención individual, está basado en gran parte en la idea de que el niño posee una predisposición natural hacia el bien. Además, a diferencia, por ejemplo, de Escocia, donde los niños son castigados como adultos a partir de los ocho años, el sistema de justicia estadounidense concede a los miembros más jóvenes de la sociedad una libertad de acción especial, como si el delito no fuera indicativo de la verdadera naturaleza de sus caracteres. Esta actitud queda reflejada en las opiniones de muchos padres con los que hablo, que creen que sus hijos poseen una br újula moral innata y poderosa. «Mis hijos no mienten », me han asegurado muchas madres de un parvulario. Cuando miro al niño a la cara, cuesta creer que pueda ser capaz de la astucia, y mucho menos de la malicia, que en general asociamos con el engañ o. Sin embargo, los psicólogos del desarrollo que llevan años es tudiando cuestiones de conducta engañosa en niños argumentarían de manera muy distinta. En realidad, lo que han descubierto contrasta con la sencilla bondad que generalmente atribuimos a los niños pequeños. Una de las herramientas primarias que los psicólogos utilizan al estudiar el engañ o en los ni ñ os consiste en lo que se denomina el «paradigma de la resistencia a la tentación », o, en términos más sencillos, «experimentos de mirar a hurtadillas». Jonah, el niño de la situación descrita al principio de este apartado, se encuentra en un experimento de este tipo. Los experimentos de mirar a hurtadillas pueden tener muchas variaciones: pueden incluir carteles, juguetes cubiertos con tela o diferentes tipos de avisos para que no miren a hurtadillas. Sin embargo, en definitiva, la situación siempre es la misma: mi niño es tentado a

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mirar algo que le han indicado que no mire, y después de realizar el experimento se habla con el niño para saber si mentirá sobre su

conducta. Los detalles del experimento descritos derivan de un estudio llevado a cabo por Victoria Talwar, de la Universidad McGill, de Montreal. Y los resultados de su estudio, hablando en sentido amplio, son típicos de estos experimentos. Del más de un centenar de niñ os de Jres a siete años que Talwar estudió, el 82 por ciento miró a hurtadillas el tercer juguete. (Intencionadamente, Talwar empleaba un sonido que no tenía nada que ver con el juguete real, con el fin de inducir a los niños a mirar a hurtadillas.) Y de los que lo hicieron, en una amplia mayoría mintieron al respecto. Según la variación del experimento, a veces hasta el 95 por ciento de los culpables mintió. Este experimento demuestra que los niños pequeños no son tan honrados como nos gustaría creer. Igual que con los adolescentes que hacían trampas en los test, la conducta típica en situaciones como el experimento de mirar a hurtadillas es que los niños mientan. El hecho del engaño en la infancia tampoco se limita al laboratorio. Observados en la guardería o en la escuela elemental, al interactuar con niños que miraban a hurtadillas o con sus padres, la mayoría de ellos mentían. Mentir tampoco se limita a ningú n grupo determinado. Los niñ os de clase alta, clase media y clase baja mienten. Las niñas mienten igual que los niños. Los niños de cualquier coeficiente mental mienten. Y los niños de todas las culturas mienten; no hay nada en la sociedad occidental moderna que induzca más a la falta de sinceridad que los descubiertos en niñ os del mundo en vías de desarrollo o en culturas orientales. El engañ o en los niñ os es tan común, en realidad, que los psicólogos han podido identificar pautas claras de cómo mienten a medida que se hacen mayores. Las mentiras verbales empiezan

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en la mayoría de los ni ñ os hacia los tres años, aunque en algunos pueden darse ya a los dos años. En general, los ni ños que mienten comprenden el hecho de que sus padres tienen reglas, y que si violan esas reglas hay castigos. Al principio son casi intentos reflexivos de evitar estos castigos. En otras palabras, las primeras mentiras que dicen los niños con frecuencia son del tipo «Yo no lo he hecho», incluso frente a pruebas claras de que ha roto el jarrón, le ha pegado a su hermano o se ha comido la última galleta. Los de tres años poseen la habilidad de fingir y negar, pero no saben hacer creíble esa negación. Las mentiras de los niños se vuelven más matizadas hacia los cuatro o cinco años. El indiscriminado «Yo no lo he hecho» es sustituido por el más calculado «Lo ha hecho el perro». (Más adelante en este mismo capítulo hablaremos de por qué los niños pueden dar este paso en el engaño.) Asimismo, hacia los cuatro a ños los niños empiezan a decir mentiras sociales, como las que hemos comentado en el capítulo uno. Cuando los ni ños empiezan preescolar y se relacionan más, aumenta la necesidad de decir mentiras que los congracien con los demás o eleven un ego frágil. De nuevo, estas primeras formas de mentira son toscas, pero a menudo satisfacen las mismas necesidades psicológicas que tiene un adulto cuando miente. Un adulto puede exagerar al alardear de su éxito en el trabajo, y un niño puede alardear del viaje que hizo para cazar al monstruo del lago Ness. Durante la educación infantil ( tres-seis años), la mayoría de los ni ños también empiezan a entrar en la práctica socialmente útil (y, como hemos visto en el capítulo anterior, psicológicamente po-

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derosa) de la falsa adulación. Kang Lee, director del Instituto de Estudios de la Educación de Ontario de la Universidad de Toronto, y Genyue Fu, de la Universidad Pedagógica de Zhejiang, de China, preguntaron a un grupo de niños su opinión sobre unos dibujos cuando el artista se hallaba presente y cuando el artista estaba

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ausente. Los de tres años no alteraron su opinión de los dibujos cuando el artista estaba allí y podía oír lo que decían; simplemente fueron sinceros en su crítica o en su admiración. Sin embargo, ··; los de cinco y seis años alabaron más los dibujos en presencia del artista. A esta edad, los niños poseen recursos sociales para usar el engaño con el fin de ocultar lo que realmente opinan. Es evidente que, a medida que los ni ñ os crecen, las mentiras Mí que dicen se vuelven cada vez más complejas. En menos de tres a ños, pasan de ser bá sicamente intentos transparentes de esca- :1¡§ par de la culpa a ocultar de forma sutil sus verdaderas opiniones A§§ f que se refieren a la sensibilidad y al ego de otros. También hay íS lf§ otra forma importante en la que el engaño en la infancia varía con I la edad.

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m Llevé a cabo un estudio del engaño en la infancia en el que utilizaba tres grupos de edad: niños de primer grado [seis-siete años], | de séptimo grado [doce-trece años] y estudiantes universitarios. Di a elegir a los participantes de cada grupo entre dos diferentes bebidas: una tenía un sabor agradable y la otra sabía a jarabe para la tos mezclado con gasolina (al menos, así es el sabor que tiene el Kool- Aid sin az ú car segú n la mayoría de la gente). Les dije a los participantes que su objetivo era convencer a un entrevistador de que les gustaba la bebida repulsiva tanto como la buena, igual que harían si estuvieran actuando en un anuncio de televisión. Grabé en vídeo sus reacciones y descripciones de las dos bebidas, y después mostré estos vídeos a un grupo de observadores adultos. Los observadores en general supieron decir cuá ndo los de primer grado habían probado la bebida desagradable. A pesar de sus intentos de disimular su repugnancia, sus labios y entrecejos fruncidos los delataban. Los de séptimo grado, sin embargo, supieron engañar a los observadores. Sus mentiras sobre el sabor de la bebida tuvieron éxito. Y el grupo de estudiantes universitarios se desenvolvió tan bien que convencieron a muchos observadores

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de que estaban probando la bebida buena cuando, en realidad, estaban probando la mala. Este estudio muestra una clara progresión, que se repite en otros muchos estudios y que va en paralelo con el aumento en complejidad de las mentiras que los niños dicen a medida que van pasando los años: los niños mayores, cuanto mejor mienten, llegan al punto en que sus mentiras no pueden distinguirse de la verdad. Muchos padres afirman que sus hijos dejan de mentir cuando crecen. En realidad, ocurre lo contrario: los niños aprenden a mentir, a pensar más la mentira y a ser más hábiles a medida que se van abriendo camino hacia la edad adulta. Durante décadas, las investigaciones han demostrado que la sinceridad es el rasgo que los padres más esperan que exhiban sus hijos. ¿ Cómo se explica, entonces, el hecho de que los niños se vuelvan más mentirosos a medida que se hacen mayores? Exis ten numerosas respuestas a esta pregunta , que examinaremos en el apartado siguiente. Tal vez la más importante, sin embargo, sea una que hemos visto al hablar del engaño en nuestra vida: aunque los adultos puedan valorar de boquilla la sinceridad, su con ducta a menudo envía un mensaje más ambiguo, e incluso contra-

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Mentirosos modelo i Érase una vez un muchacho llamado George Washington al que

dieron una nueva hacha. Impaciente por probar este nuevo juguete (las normas de seguridad infantil en aquella época eran diferentes), el joven George taló un cerezo. Cuando su padre vio el árbol muerto, se quedó horrorizado. Se enfrentó con el futuro padre fundador y quiso saber si había sido él quien había talado el árbol. George declaró: «¡No puedo mentir!» y confesó. El padre

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de George no se enfadó. Le explicó que su sinceridad era más valiosa que cualquier á rbol y le perdonó. O eso cuenta la leyenda. La historia de George Washington y el cerezo sigue siendo popular en las escuelas elementales de todo Estados Unidos. ¿Y por qué no? A ñade un adorno patriótico a una lección que se enseña a todos los niños a partir de preescolar: no mentir. Sin embargo, incluso esta historia aparentemente sincera contiene cierta ambigüedad con respecto a la verdad . Los estudiosos están de acuerdo en que la leyenda de Washington y el cerezo no es más que eso: una leyenda, inventada por un ex librero convertido en clérigo en su biografía del primer presidente escrita en el siglo xix. Enseñar a nuestros niños una historia inventada para inculcarles el valor de la sinceridad en algunos aspectos resulta una forma emblemática de cómo la sociedad da lecciones a los niños con respecto a la verdad y a las mentiras. Incluso cuando tenemos la impresión de que estamos siendo claros, el mensaje a menudo no lo es. Tal vez no deberíamos sorprendernos. Como hemos visto, nuestra propia relación con la falta de sinceridad es más compleja de lo que en general reconocemos. Es importante tener presente esta complejidad cuando examinamos cómo aprenden a mentir los niños. Muchos han oído contar la historia de George Washington y el cerezo. Otros muchos también conocen historias con moralejas parecidas, como las del chico que gritaba que viene el lobo o Pinocho. Sin embargo, por comunes que sean estas historias, la exposición de los niños a mentiras probablemente es mucho más frecuente; a diario, como m ínimo. Como hemos visto, las mentiras son una característica comú n de la vida cotidiana. Una madre dice a su jefe que tiene a su perro enfermo y que no puede ir a trabajar; sin embargo, éste se recupera de modo sorprendente en cuanto ella cuelga el teléfo no. Un padre dice a su hijo que está demasiado cansado para jugar

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es el de la mujer que está delante de nosotros en la cola del cine ículum. y que miente sobre su curr Puede que sea posible, pues, reconciliar el hecho de que los niños mienten con frecuencia con la imagen que tenemos de ellos de que son buenos de forma innata (o, al menos, en gran medida mejores que la mayoría de adultos). Mentir no es necesariamente prueba de maldad. Es una simple prueba de que los niños también son sere? humanos y, en situaciones sociales, emplean algunas de las tácticas de sus mayores. Existe asimismo otra manera importante en que el ejemplo, o incluso las advertencias explícitas, de los adultos conduce a que los niños mientan. Para comprender cómo se produce esto, imagine que es usted el padre o la madre de un niño que está haciendo el experimento de la adulación que he descrito antes. A su hijo de parvulario le piden que valore una serie de dibujos, a veces con el artista presente, a veces no. Cuando está sentado frente al creador de un dibujo que usted sabe que su hijo detesta, ¿querría realmente que el niño fuera sincero? ¿O esperaría que se comportara con educación y ocultara sus verdaderas opiniones con alguna falsa

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mos a los niños, la realidad es que castigamos la sinceridad y alentamos el engaño. El mensaje de la sinceridad que predicamos a los niños se reduce a ú n más por el hecho de que los mismos adultos no siempre la practican; no sólo en las conversaciones con otros adultos, sino también en su trato con los pequeños. Creo que cualquier padre confesaría haber mentido a su hijo o hija en algú n momento. A menudo la intención de estas mentiras es proteger al niño de una verdad dura o compleja. Cuando Jamie Lynn Spears, la estrella, a la sazón de dieciséis años, de la popular serie de Nickelodeon Zoey 101, reveló que estaba embarazada, padres a lo largo y ancho del país se enfrentaron con la difícil decisión de qué explicaciones dar a los jóvenes fans de Zoey sobre lo ocurrido. Probablemente no íamos reprocharle a un padre que mintiera a su hijo o hija pepodr queño en lugar de señalarle algunos puntos de la concepción y el embarazo en la adolescencia. Aunque algunas de las mentiras que los padres dicen son más bien automáticas utilizadas para robar unos minutos de paz tras un largo día o simplemente para eludir una discusión de por qué el cielo es azul , cuentan muchas falsedades creyendo ser buenos padres. Los ni ños a menudo carecen de la complejidad mental y emocional para comprender los temas de la muerte, el sexo y la violencia que la mentira les oculta. Lamentablemente, cuando los niños se dan cuenta de que les han mentido, los motivos del enga ño a menudo son menos importan tes, y menos comprensibles, que el hecho del enga ño mismo. In cluso padres con la mejor de las intenciones pueden acabar indicando a sus hijos que mentir es una práctica aceptable. Cuando se examina la gran exposición a la práctica de la falta de sinceridad a la que los niños est án expuestos, vemos por qué mienten con la frecuencia con que lo hacen. Oyen a los adultos con los que conviven, sus modelos de conducta social y mental más elaborada, mintiéndose con regularidad. Sus padres y profe-

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sores a menudo les dan instrucciones explícitas de que mientan cuando la cortesía lo exige. Y se les miente a ellos tambié n, y a menudo lo hacen las personas en quien más confían. Sin embargo, como hemos dicho, el grueso de las mentiras que los niños dicen no tienen malicia. Además, es demasiado simplista entender la manifestación del engañ o en los niñ os a una luz completamente negativa. A veces, una mentira significa ta aprendido a ser educado. Puede que esté demosque un niño í trando sensibilidad hacia los sentimientos de otro. Asimismo, cosa importante, podemos decir algo significativo sobre el niño que miente: no necesariamente es « deshonesto», sino que m ás bien significa que ha hecho un importante progreso en aptitud mental. Específicamente, un paso crucial en el crecimiento mental de los ni ñ os es su desarrollo de lo que se denomina « teoría de la mente». La teoría de la mente no se refiere a una teoría sostenida por psicólogos para explicar un fenómeno en concreto, sino que se trata de una serie de ideas que todos tenemos sobre cómo fun ciona la mente humana. Pero la teoría de la mente no es algo con lo que nacemos: se desarrolla poco a poco a medida que nuestras habilidades cognitivas se hacen más complejas. Antes de que los ía de la mente, poseen pocos conociniñ os desarrollen una teor mientos de la conciencia de los demás. Su teoría de la mente representa su comprensión de cómo piensan ellos mismos y las otras personas: que la gente tiene creencias, intenciones, deseos. Antes de la teoría de la mente, los niños ven el mundo sólo desde su propia perspectiva. Suponen que todo el mundo ve, piensa o siente lo que ellos ven, piensan y creen. Los rudimentos de una teoría de la mente empiezan a surgir después de la infancia. Por ejemplo, en la edad preescolar, los niños pueden distinguir entre algo que está en su mente y la reali dad física. Un niño de tres a ños sabe que puede imaginar algo que

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no está físicamente presente, como una cebra, y que otros pueden hacer lo mismo. Un niño de tres años también puede fingir que ha ocurrido algo y reaccionar como si hubiera ocurrido realmente. Esta habilidad llega a formar parte de su juego imaginativo, así como un bloque de construcción crucial para sus primeras tentativas de engaño. Sin embargo, existen límites a la teoría de la mente de los ni ños pequeños. Aunque un niño de tres años comprenda el concepto de «fingir», su comprensión de «creer » todavía no es completa. La dificultad que experimentan los niños de tres años para comprender lo que es «creer» se ve en su forma de actuar en lo que se denomina una tarea de creencia falsa. En una típica tarea de creencia falsa, se muestra a los preescolares una muñeca llamada Maxi que pone chocolate en un armario y después se va. Sin embargo, cuando Maxi se ha ido, su madre lleva el chocolate a otra parte. Después de ver estas acciones, se pregunta a un preescolar si Maxi buscará el chocolate cuando regrese. La respuesta (errónea) de los ni ños de tres añ os es que Maxi buscará el chocolate donde está ahora. Por el contrario, la mayoría de niños de cuatro años se dan cuenta, correctamente, de que Maxi cree que el chocolate todavía está en el armario, y por lo tanto lo buscará allí, aunque no esté. Por supuesto, mentir más allá de las formas más rudimentarias requiere comprender el concepto de creencia: que lo que una persona piensa que es cierto no es lo mismo que lo que es cierto. Por eso, un niño que miente con éxito demuestra que domina un elemento crucial de la teoría de la mente. En realidad, cuando dice una mentira plausible demuestra poseer gran cantidad de pensamiento complejo: el conocimiento de lo que cree otra persona, la capacidad de manipular esa creencia a través del lenguaje, y la comprensión de lo que otra persona podría considerar creíble. En cierto sentido, pues, mentir representa un importante hito cognitivo.

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Además, cuando examinamos el engaño en los niñ os, es crucial tener presente que llegan al hito al margen de sus consecuencias morales. Los conceptos de moralidad, del mal, implican otro orden de pensamiento que va m ás allá de la teoría de la mente y que muchos niños todavía no dominan. Los niñ os no poseen las habilidades cognitivas para mentir antes de tener estas habilidades

para comprender lo que está «mal». Para muchos de ellos, mentir se parece muchísimo a jugar a ser personajes imaginarios, una actividad que también les permite explorar su comprensión de la teoría de la mente. Aprenden pronto que mentir es una conducta que no se aprueba , mientras que jugar a ser personajes imaginarios sí, pero, como hemos visto, también aprenden que esta desaprobación no es rotunda en absoluto. En realidad, en el caso de niños con ciertos tipos de incapacidades en el desarrollo, la capacidad de mentir puede contemplarse como un síntoma del trastorno. El mejor ejemplo son los niños autistas, que presentan dificultades con el lenguaje y deficiencias sociales como la incapacidad de reconocer y reaccionar a las emociones de los demás. Los padres de niños autistas a menudo señalan que sus hijos simplemente son incapaces de mentir. Aunque a primera vista la sinceridad incondicional podrí a considerarse una virtud, el hecho es que deriva de las dificultades sociales que experimentan esos ni ñ os. Por ejemplo, jugar a juegos de niños es imposible si los juegos requieren que los niños finjan. Se cree que los niños con autismo carecen de una teoría de la mente que les permita comprender que otros poseen las mismas perspectivas y emociones que ellos. Para que un ni ño autista mienta, tiene que compren der que es posible la existencia simult á nea de dos perspectivas diferentes: la verdadera ( « He roto la lámpara » ) y la falsa ( «Otro la ha roto» ). Los niños autistas no s ólo son incapaces de imaginar esa perspectiva falsa, sino también de comprender que la perspec-

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todos los demás.

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Consideremos la ironía de la situación. La sinceridad en los niñ os autistas se considera una manifestación de su trastorno. Posteriormente, se consideró que niños autistas que en un principio eran infaliblemente sinceros pero que habían empezado a mostrar se ñales de que mentían mostraban una mejoría en su estado. Una vez más, la opinión de que la sinceridad es buena y mentir es malo resulta errónea.

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caso de los niños y los adolescentes? ¿ Mentir de forma convincente va asociado a una serie más amplia de habilidades sociales? Con el fin de hallar respuesta a esta pregunta, llevé a cabo una variación del experimento de las bebidas, una buena y otra malísima, que he descrito antes. En este caso, elegí como participantes a niños mayores, adolescentes de entre once y dieciséis a ños. Como en la ocasión anterior, hice que los adolescentes bebieran y

describieran ambas bebidas, y afirmaron falsamente que les gustaban por igual. Grabé en vídeo estas respuestas, luego las mostré a un grupo de observadores y les pedí que juzgaran si a los adolescentes les gustaba realmente la bebida o si mentían. Pero en este estudio miré con más atención a los participantes para obtener alguna percepción de sus habilidades sociales. Pregunté a los padres y a los profesores de los adolescentes que calificaran las habilidades sociales de los participantes, que calcularan cuá ntos amigos tenían y que indicaran en cuántas actividades diferentes participaban; a partir de esa información hice un índice de la popularidad de los adolescentes. Como en la anterior repetición del experimento, descubrí que cuanto mayores eran los niños, mejor convencían a los observadores de que la bebida espantosa les gustaba tanto como la sabrosa. Aparentemente, la habilidad para mentir sigue creciendo hasta la adolescencia. Pero el resultado más inexplicable fue que cuanto mayor era la competencia social de los adolescentes, más éxito ten ían en el engaño. Igual que en el caso de los adultos, los adolescentes más populares eran más capaces de engañar a los observadores con sus mentiras que los menos populares. Cuando se publicó el estudio, recibió bastante atención por parte de la prensa nacional, pero los resultados se tergiversaron y resultaron más sensacionalistas. En general, los periodistas utilizaron un gancho que era afirmar que yo había descubierto que mentir hacía más populares a los adolescentes. Esa afirmación

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confunde. Mi estudio no demostraba que los adolescentes son populares porque mienten. Mi estudio demostraba que los adolescentes que son buenos mentirosos tambié n tienen éxito en otros aspectos de la vida social. Los resultados son correlativos, no causales, como a los psicólogos les gusta decir. Piense en la distinción de esta manera: los adolescentes con éxito social suelen ser buenos mentirosos, y los extintores de incendio suelen ser rojos. De estas afirmaciones no podemos sacar la conclusión de que los adolescentes tienen éxito social porque son buenos mentirosos, igual que no podemos sacarla de que un camión es un extintor de in cendios porque es rojo. Sin embargo, la relación entre mentir y poseer aptitud social en los adolescentes es real y tiene varias posibles explicaciones. Puede ser que los adolescentes socialmente competentes sean mejores mentirosos porque tienen más oportunidades de practicar el enga ño. Como son socialmente competentes, tienen muchos amigos, y al interactuar con todos ellos tienen una gran cantidad de oportunidades para poner en pr áctica sus habilidades para mentir. Los adolescentes que son menos competentes en la esfera social, por el contrario, tienen menos amigos y, por lo tanto, menos ocasiones para practicar el engaño. Asimismo, es posible que los adolescentes socialmente competentes se sientan más cómodos en situaciones sociales en general y esta comodidad les permita estar lo bastante relajados para mentir. Como hemos visto en el capítulo anterior, la ansiedad es la primera clave que la gente busca para detectar si las están engañando. De igual modo, ninguna de estas explicaciones parece del todo satisfactoria. En primer lugar, el simple hecho de que un adolescente sea competente socialmente no significa a la fuerza que tenga más interacciones sociales (y por tanto más oportunidades para practicar la mentira ) que un adolescente con menos habilidad social. La incompetencia social no significa que un adolescente no

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pueda tener un empleo al salir del colegio, participar en un deporte escolar o proceder de una gran familia. Semejante adolescente, como promedio, probablemente tendría m ás interacciones sociales que un adolescente con habilidades sociales que sea hijo ú nico y que cuando sale del colegio se queda en casa estudiando. En segundo lugar, sentirse cómodo en las situaciones sociales no es, como hemos visto, un prerrequisito para mentir. En realidad, mucha gente miente porque no se siente cómoda en las situaciones sociales. Tal vez la relación entre habilidades sociales y engaño se hace evidente si no trazamos un contraste tan fuerte entre ambas capacidades. En otras palabras, podríamos pensar en el enga ño como una habilidad social en sí misma; o, más bien, como un componente de muchas habilidades sociales. Casi por definición, las personas con habilidades sociales tienden a tener tacto, a ser educadas y obsequiosas. Todas estas cualidades pueden suponer cierta distorsión dé las verdaderas opiniones y reacciones de uno. A veces, hay poco más que distorsión. En el contexto de los niños, podemos decir asimismo que cualidades como el tacto, así como saber cuándo emplear estas cualidades, indican cierta madurez en las interacciones sociales. Por lo tanto, siguiendo este razonamiento, mentir no sólo demuestra progresos importantes en el desarrollo cognitivo; tam bié n tiene consecuencias en el desarrollo social. Los niños que integran el engaño en su vida social demuestran que dominan algunas de las formas más sutiles de interacción interpersonal. Y dada la frecuencia con que se miente en la vida cotidiana, tambié n demuestra que dominan una de las formas más comunes. La manifestación de enga ño en los niños no es una simple cuestión de no estar a la altura de George Washington. Mentir es típico en los niños, demuestra sensibilidad hacia la conducta adulta, y demuestra agudeza mental y social. En realidad, un padre o

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una madre podría tener más motivos para alarmarse si su hijo o hija no mintiera que si lo hiciera. Por supuesto, la mayoría de padres no lo ven así. Y, como hemos visto al hablar de la mentira en nuestras vidas, aunque men tir en ciertos aspectos es más benigno de lo que solemos creer, en otros aspectos es más perjudicial. Sin duda, los muchos estudios que se han hecho sobre el engaño demuestran que en los niños tiene consecuencias negativas. Volvamos a considerar sus consecuencias para la Ley Ningú n niño rezagado. Además, si nos interesa construir una cultura más sincera, deberíamos empezar por educar a niños más sinceros. Y si bien mentir es una característica comú n en el desarrollo del niño, la falta de sinceridad muy extendida no es inevitable. Una de las maneras más fáciles en que los adultos pueden ayudar a los niños a ser más sinceros es no incitarles al engaño. Cosa irónica, esto ocurre en escenarios del mundo real que se parecen muchísimo al experimento de mirar a hurtadillas. A menudo los adultos interrogan al ni ñ o sobre algo que saben que el pequeño ha hecho. ( «¿Has sido tú el que ha convertido el mantel en un vestido? » es un ejemplo de la época en que yo tenía hijos que educar.) En tales situaciones, básicamente se estimula a los niños a que mientan; con frecuen cia verá n que el enga ñ o es su última oportunidad de evitar el castigo. Estas tácticas de los adultos cortan de raíz lo que podría ser un verdadero deseo del niño de intentar ser sincero. En lugar de pretender eliminar todos los casos de mentiras, los adultos harían mejor en enseñar a los niños que ser sincero es una meta difícil, pero a su alcance. Podrían señalar que si bien la moraleja de la historia de George Washington y el cerezo es valiosa, incluso las personas más sinceras mienten en alguna ocasión. Lo importante es esforzarse de verdad para ser sincero y al mismo tiempo sensible para no herir los sentimientos de los demás. Aunque a algunos padres les puede parecer que este mensaje es

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demasiado complejo para sus hijos, hay que observar que ser sin .>5 cero tal vez tampoco sea menos complejo para los adultos. E in31 dependientemente de cómo sean introducidos a esta complejiII dad, la descubrirán de un modo u otro. m El hecho de que los ni ños mientan nos lleva a pensar que el I enga ño es un hecho de la cultura moderna. En realidad, puede Jjjj que sea un hecho de la vida humana. Vasudevi Reddy, de la Universidad de Portsmouth, en Inglaterra, llevó a cabo un estudio del j $$§ engaño en los niños más pequeños. A través de su investigación, Reddy identificó que lo que ella considera conducta engañosa em pieza ya a los seis meses. Los beb és, afirma Reddy, emplean tácticas como llorar y reír sin motivo para llamar la atención. Esta investigación es nueva, y la intención, enga ñosa o no, que hay detrás de la conducta de cualquier niño pequeño puede que en definitiva sea imposible de determinar. Aun así, la investigación de Reddy plantea una cuestión interesante: si los niños ya mienten en la cuna, ¿realmente es una conducta que aprenden de los adultos? Es posible que mentir tenga un origen más profundo: el ADN ; de cada ser humano. Como veremos a continuación, el motivo por el que los niños llegan a mentir tan bien puede ser, en realidad, el hecho de que son mentirosos natos. j

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A los setenta y siete a ños, Elva Giddings todavía era una mujer aguda y competente; vivía sola y llevaba ella misma su casa. Igual que muchas personas, sin embargo, soñaba con una riqueza instantánea y le gustaba jugar a la lotería. Y un día sus sueñ os se hicieron realidad: recibió una llamada telefónica para informarle de que había ganado el segundo premio en una lotería y le habían tocado 240.000 dólares. Lo único que tenía que hacer era pagar los impuestos de sus ganancias, que sólo ascendían a 10.000 dólares. Después de que Elva enviara un cheque por la cantidad de 10.000 dólares, recibió más buenas noticias. El primer ganador de la lotería había sido descalificado y ahora Elva recibiría dos millones de dólares. Sólo tenía que pagar los impuestos adicionales del gran premio, que superaban los 70.000 dólares. Para Elva, esa cantidad constituía casi todos sus ahorros, dinero que ten ía intención de regalar a sus nietos para ayudarles a pagar la universi dad. Aun así, la perspectiva de ser multimillonaria era demasiado tentadora. Elva envió el cheque. Como probablemente ya habrá adivinado, nunca recibió sus dos millones de dólares. Elva Giddings había sido víctima de un timo, variaciones del cual han estafado miles de millones de dólares a mucha gente. Por fortuna para Elva, cuando envió el cheque

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de 70.000 dólares, sus llamadas telefónicas con el estafador ham bían empezado a ser controladas por la policía. Pudieron atajar el \l¡ fraude antes de que el cheque fuera cobrado. Muchas víctimas de timos con la lotería y otros por el estilo no | | tienen tanta suerte. Segú n algunos cálculos, cada año uno de cada tres estadounidenses adultos recibe una llamada de un estafador. | | A menudo éstos disfrazan su timo bajo la perspectiva de obtener riqueza fácil sus deseos de prosperidad est á n garantizados, lo único que tiene que hacer es pagar. Asimismo, con frecuencia, estos timadores emplean las tecnologías digitales que son ubicuas en la sociedad moderna. El estafador esconde sus huellas utilizando una web de localizadores, números de móviles robados y tarjetas de teléfono. Hasta ahora, hemos examinado principalmente formas de engaño normales, en el sentido de que son corrientes, de que casi todo el mundo las practica y de que nuestra vida cotidiana nos parecería anormal sin ellas. Las mentiras que están fuera del reino de lo civilizado o de la publicidad o de las conversaciones en fiestas mentiras digamos de la variedad que emplearon para defraudar a Elva Giddings no son normales en ningún sentido. Los timos de la lotería y otros por el estilo se perpetran en relativamen te pocas ocasiones y por personas inusualmente sin escr úpulos. Asimismo, casi todo el mundo, aparte de esos timadores, coincidir a en que estaríamos mejor sin este tipo de mentiras. Sin embarí go, hay una perspectiva desde la que un timo de la lotería se podría considerar normal. Cabría aducir que este engaño es natural. Pensemos en la araña Portia. Es una criatura peluda del tama· ·: ño de un botón de camisa, y sus especies se encuentran en África, Australia y en muchas partes de Asia. La mayoría de ara ñas con las que estamos familiarizados comen insectos, pero a la Portiaie gustan las otras ara ñas, y no quiero mencionar los complicados métodos que utiliza para cazarlas. Las Portia atacan en general a

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las arañas m ás grandes, a veces del doble de su propio tamañ o. Igual que los humanos, la Portia compensa sus limitaciones físicas con una astucia excepcional. La Portia posee una visión excelente, mientras la mayoría de arañas ven muy poco. Confían en las vibraciones que perciben en su telaraña para identificar lo que ha ido a parar allí. Las arañas pueden distinguir entre el temblor que produce un indefenso insecto atrapado y el que produce un depredador o un posible com pa ñ ero. La ara ña Portia emplea esta habilidad contra su presa. Cuando aterriza o se mueve por la telaraña de su posible comida, espera el escondite natural que le proporciona una hoja que se cae o la brisa que sopla. De este modo se enmascaran las vibraciones que provoca al acercarse. Su presa ni siquiera se da cuenta de que va a ser atacada. Y esto es sólo el principio de las extraordinarias habilidades depredadoras de las Portia. Las arañas Portia son ca paces de manipular las telarañas de su presa para imitar las vibraciones de algo comestible atrapado o de un pretendiente. La ino cente araña se dirige hacia lo que cree que es una sabrosa comida o un probable compañero, pero la Portia la está esperando y se la come. Más extraordinario aú n es el hecho de que diferentes tipos de arañas intentan percibir los diferentes tipos de vibraciones, y la Portia cambia su forma de manipular una telaraña segú n lo que esté cazando. Las vibraciones que atraen a un tipo de ara ñ a no producirán ningú n efecto en otra, y la Portia se adapta a las circunstancias. A veces, emplea la técnica de probar y equivocarse hasta dar con una vibración engañosa que atraiga a su presa, llegando a pasar días y días probando cón paciencia hasta que algu na funciona. Los depredadores utilizan la promesa de una falsa recompensa para manipular a su presa y colocarla en una situación comprometida. Es dif ícil no pensar en Elva Giddings y el timo de la lotería que la sedujo. Sin embargo, existen importantes distinciones

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entre la conducta de la Portia y la conducta de los estafadores humanos, o de cualquier humano. Aunque la araña Portia pueda parecer que utiliza la razón y el conocimiento de su presa para sacar conclusiones sobre cómo atacarla, es sólo mera apariencia. Estos animales no son capaces de tener un pensamiento tan complica -

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do; en realidad, no son capaces de pensar en absoluto. Su conducta es una función del instinto, formado por medio de la evolución a lo largo de miles y miles de generaciones. Sólo los humanos pueden « inventar » maneras de enga ñ ar y atacar. Nuestra capacidad para idear y poner en práctica planes no instintivos es algo que

nos diferencia de otros animales. Aun así, aunque el proceso cognitivo que hay detrás del engaño de una araña Portia y de un estafador humano es diferente, la conducta en sí misma sigue siendo considerablemente similar. Ambas especies envían señales falsas la ara ña a través de sus vibraciones, el ser humano a través del lenguaje para crear la ilusión de un beneficio. Explotan esta ilusión en beneficio propio, calórico o monetario, segú n el caso. Por muy expertos en el enga ño que seamos los humanos, no poseemos el monopolio de esa conducta. La araña Portia que emite se ñ ales falsas en la telara ñ a de su presa es sólo un ejem plo de las falsedades y las manipulaciones que se producen en el mundo natural. Como veremos, los engaños no humanos pueden ser casi tan variados y complejos como los que practicamos nosotros. La ubicuidad del engaño en la naturaleza presenta una curiosa posibilidad al investigar la mentira en nuestras vidas. A menudo consideramos que la práctica del engaño es una manera de salirse del orden natural de las cosas. Pero dado que los niños más pequeños a menudo mienten (como hemos dicho en el capítulo anterior ), dado que los animales se engañ an unos a otros con tanta frecuencia, tal vez el engaño en la vida moderna no sea una salir



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plemente no existiera. En cierto sentido, es el siguiente paso de la historia del timo de vender a un palurdo el puente de Brooklyn. En lugar de vender un puente que no estaba en venta, Yalincak vendió un fondo de inversiones que no invertía en nada. Asimismo, desde un punto de vista psicológico, Yalincak no necesariamente parece extraordinario. Incluso hoy en día, la gen te viola domicilios, roba coches, atraca a punta de pistola. El fraude elaborado no tiene que tener más matices psicológicos que el robo « pequeño». Incluso se podría aducir que se trata tan sólo de una diferencia de las herramientas del crimen. Si no nos preguntamos mucho por lo que pasa por la cabeza de un estafador, ¿hay alguna razón para preguntarse por el estado mental de Yalincak? Como hemos dicho con respecto a la estafa del EISA de Lou Pearlman, los motivos que ocultan las mentiras con intención son transparentes como el cristal: obtener beneficios. Sin embargo, creer que Yalincak simplemente era ambicioso pensar que era un atracador armado con falsos extractos de beneficios, en lugar de un cuchillo deja fuera alguna cosa. No es necesario que elevemos a Yalincak al nivel de un genio del mal para observar que incluso la mayoría de fraudes no llegan al nivel de intentar depositar cheques falsos por valor de veinticinco millones de dólares de una vez. Pié nselo de otra manera: para llevar a cabo su fraude, Yalincak tenía que engañar a los inversores en interacciones cara a cara, inventar pruebas documentales complicadas pero lo bastante creíbles, adoptar una fachada de respetabilidad y al mismo tiempo eludir el control de los que hacen cumplir las leyes que él estaba violando. En cierto punto, ¿no habría sido más sencillo limitarse a estafar a alguien? O, para darle un giro legal por no decir potencialmente más lucrativo , ¿por qué no poner en marcha un fondo de inversiones real? Las aparentes contradicciones en la conducta de Yalincak contribuyen a infravalorar el hecho de que las mentiras con inten -









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tamos por conseguirlo efectuando un fraude multimillonario. Más allá de las objeciones é ticas, existen consideraciones de tipo práctico. En general, estas consideraciones implican cosas como el riesgo de pasar un tiempo en la cárcel, la posibilidad de humillación pública y la posible inclusión en un libro sobre mentirosos. ¿Qué es lo que impulsa a los artistas de la estafa y del fraude a dejar de lado estas consideraciones en su b úsqueda de obtener beneficios? En el caso de Yalincak, el fraude parece haber sido una especie de negocio familiar. Su madre, Ayferafet Yalincak, se pasó casi dos a ños tras las rejas por hacerse pasar por una médica en Indiana durante seis meses. La arrestaron poco después de su hijo, en relación con el plan del fondo de inversiones de éste, y al final fue condenada a otros dos a ños de cárcel. Sin embargo, si las mentiras con intención se miran más allá de un solo individuo, o una sola familia, podemos identificar ciertos factores que en general conducen a esta forma de enga ñ o, a pesar de sus riesgos inherentes. Para comprender m ás plenamente por qué una persona miente con intención, tenemos que reexaminar otra de nuestras nociones preconcebidas sobre la mentira. Volvamos un momento a nuestro an álisis de la detección de mentiras. La idea que hay detrás de la mayoría de métodos para detectar mentiras, y específicamente tras el polígrafo, sostiene que los mentirosos experimentan ansiedad cuando mienten. Ésa es la razón por la que cabría sospechar que alguien est á mintiendo si desvía la mirada y por qué, en teoría, un polígrafo revela una mentira cuando registra un ritmo cardíaco elevado. Ambas cosas son reacciones fisiológicas a la ansiedad, la cual ( también en teoría) es una respuesta emocional a decir una

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echarse faroles. Seguro que todos hemos tenido ocasión de echarnos un farol, quizá literalmente en una partida de cartas o, en sentido más figurativo, durante una negociación comercial o en nuestra vida privada. Para la mayoría de nosotros, existe una emoción innegable en el hecho de amenazar (de boquilla) con irnos, a menos que el agente inmobiliario nos rebaje en varios miles el precio que nos pide, o que el dependiente de las rebajas no nos baje unos pocos dólares más. Sea cual sea el objetivo, estos juegos de poder engañosos son emocionantes. Y un farol que tiene éxito en realidad sólo está a un paso de una mentira con intención. De hecho, podría aducirse que el primero no es más que una forma más suave de la última. Independientemente de ello, una vez que reconocemos que es posible disfrutar con una mentira con intención, esta forma de engañ o enseguida se vuelve más comprensible y más compleja. No sólo importa la función de la mentira. La forma también importa. El mismo acto de mentir aporta una especie de beneficio Un subidón de adrenalina, una sensación de superioridad, una sensación de haber conseguido algo. Estudios realizados con estafadores, por ejemplo, han demostrado que tienen menos interés por el dinero que ganan el cual malgastan enseguida que por la emoción de la estafa misma. Los ingresos están bien; el proceso de conseguirlo es lo que realmente los motiva. Podemos observar este mismo fenómeno en un contexto absolutamente distinto llevado a cabo por Gideon de Bruin y Hilton Rudnick, investigadores de la Universidad de Johannesburgo, en Sudáfrica. Sentían curiosidad por el fenómeno de la falta de honradez académica; quer ían saber si había tipos de personalidad particulares con más tendencia a hacer trampas en los test. Gon su investigación descubrieron que los individuos descritos como «que buscan emoción », los que ten ían tendencia a perseguir la excitación y el riesgo, tenían más probabilidades de hacer tram-

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identificarse con una comunidad más amplia, e incluso conseguir una sensación de valía personal. Estas recompensas pueden ser especialmente tentadoras para alguien que sufre en especial por su carencia. En realidad, la impostura, según piensan algunos de los que la han estudiado, no es tanto hacerse pasar por otra persona como el no ser uno mismo. Seg ú n este concepto, el papel asumido llena los vacíos que el impostor percibe en él/ ella, ya sea falta de logros, ya sea insignificancia en el mundo en general o sólo una baja autoestima. La impostura puede considerarse tanto la adopción de un papel deseado como liberarse de otro desagradable. Desde esta perspectiva, la impostura aparece, si no comprensible, al menos no necesariamente maligna. En algún momento, todos hemos deseado ser diferentes en algú n aspecto. La idea de que podemos efectuar cambios en nosotros mismos es un aspecto perdurable de la idiosincracia nacional. El llamado «sueñ o americano» lla búsqueda de la prosperidad y felicidad gracias a la libertad] es el de la transformación voluntaria. La impostura puede ser simplemente una puesta en práctica distorsionada y exagerada de este sueño, que cambia esfuerzo por enga ño, mientras la meta esencial sigue siendo la misma. Tal vez precisamente porque podemos reconocer alguna sombra de nuestra propia psicología en los impostores es por lo que éstos ocupan un lugar tan ambiguo en nuestra cultura. Aunque los fraudes de cuello blanco como el de Bernie Madoff son condenados sin piedad, la sociedad parece conservar cierto afecto por los que llevan sus mentiras con intención hasta el punto de hacerse pasar por lo que no son. En 1961, la vida de Ferdinand Waldo Demara pasó al cine, El gran impostor, película protagonizada por Tony Curtis. Más recientemente, Steven Spielberg dirigió y Leonardo diCaprio protagonizó Atrápame si puedes, una película que presentaba las muchas vidas y mentiras de Frank Abagnale, un im-

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tuación peligrosa que exige que utilicen alguna técnica de supervivencia muy astuta. Pero en la realidad sintética estas situaciones son continuas. La verdad es que se producen cada semana en nuestro televisor. A veces hay discusiones y riñas en la vida real. Pero en la realidad sintética, tal como se ofrece en programas como The Real World o Gran Hermano, la tensión y el «drama» es el calificativo utilizado en todos los materiales de promoción de estos programas son m ás frecuentes y más intensos. En primer lugar, los guiones que inventa la televisión realista suelen crearse para fomentar los conflictos: una docena o más de hombres o mujeres que compiten por el afecto de una sola persona; un gru po de extraños con personalidades fuertes y en conflicto atrapados en una isla o en una casa; y Temptation Island [ La isla de las tentaciones] (que no precisa más explicaciones). En segundo lugar, para cada episodio se editan cientos de horas de grabación para reducirlas a los más o menos veinte minutos emocionalmente m ás tensos. El resultado es que en la realidad sintética la gente siempre está peleá ndose, intrigando, apuñalándose por la espal da, gritando. Experimentamos una sensació n de traición, o al menos una punzada de sorpresa, cuando nos enteramos de que los productores de programas realistas utilizan el Frankenbite para crear guiones u ordenan que se repitan las escenas clave. Pero probablemente no deber íamos hacerlo. La televisión realista se aparta tanto de la verdad en su dise ño que puede ser casi inevitable que su ejecución siga esta pauta. Al fin y al cabo, si realmente quisiéramos realidad, desprovista de guiones cuidadosamente elaborados y estallidos de discordia en momentos oportunos, nos bastaría con apagar la televisión. Sin embargo, algunas personas argumentan que quejarse de la falta de sinceridad en la televisión realista es un poco superfluo. Entre sus más acérrimos defensores se encuentran los que admi-





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tirían que su realidad es más aparente que auténtica: la cuestión es que no se trata de un documental, sino de un programa de distracción. Sin embargo, la noción de que cuando vemos televisión

realista deberíamos dar por sentado de que estamos recibien do realidad sintética plantea una cuestión interesante: ¿ por qué la llamamos televisión realista ? Si los espectadores, los productores y los participantes aceptan todos que existe cierto nivel de falsificación implícita en estos programas, ¿ por qué añadir una etiqueta que sugiere verdad ? Parece que la idea de la verdad funciona menos como garant ía de autenticidad y m ás como argumento de venta.

El marchamo de la verdad La película de 1996 Fargo, creada por Joel y Ethan Coen, se sitúa en la Minnesota rural y cuenta la historia de un secuestro que sale mal y la horrible cadena de asesinatos que sigue. Los cr ímenes son investigados por Marge Gunderson, una sheriff local muy astuta y en avanzado estado de gestación. Sin embargo, por im probable que este argumento pueda parecer, la película, que fue nominada para múltiples Oscars y ganó dos, empieza declarando la base de los hechos. Lo primero que aparece en la pantalla es el siguiente anuncio: «Ésta es una historia verdadera. Los hechos descritos en esta pel ícula sucedieron en Minnesota en 1987. A petición de los supervivientes, se han cambiado los nombres. Por respeto a los muertos, el resto se ha contado exactamente tal como ocurrió». Sin duda, es posible detectar en estas palabras cierta ironía caracter ística de los hermanos Coen. Sin embargo, lo m á s importante, evidentemente, no podría ser más claro: lo que está n a punto de ver ocurrió de verdad . Salvo que no fue así. Los perio-

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distas no pudieron encontrar información alguna de ningún suceso que encajara con el improbable argumento de Fargo , y los hermanos Coen al final admitieron que la película era pura ficción. Sin embargo, su explicación del porqué intentaron enga ñar a los espectadores es reveladora: « Nos pareció que crearía cierta expectación en el público decirles que se trataba de una historia verdadera y que ello nos permitiría hacer cosas que no podríamos haber hecho si hubieran creído que era ficción», explicó Joel Coen, el director de Fargo. Entonces, según Joel Coen, el público evalúa el material de manera diferente si cree que se trata de hechos reales. Acepta una mayor flexibilidad de la lógica y argumentos m ás improbables, sugiere, que en la ficción « pura». Esto da a los creadores del material una mayor libertad en lo que producen. Etiquetar algo como cierto, o « basado en sucesos verdaderos», o incluso tan sólo «inspirado en hechos auténticos», posee, por tanto, sus beneficios. Para los que están en los medios de comunicación no se trata simplemente de una cuestión de comunicar con exactitud de dónde procede su película, o su libro, o el programa de televisión. La verdad representa una especie de marca, una fuente a la que al parecer le otorgamos más crédito que a la imaginación de directores, escritores o productores. En realidad, en ciertos aspectos la verdad o, para ser más exactos, «la verdad » jamás ha sido más popular. La televisión realista sigue teniendo altos í ndices de audiencia. Las ventas de libros de no ficción fácilmente superan a los de ficción. Los políticos crean «escuadrones de la verdad» que se baten en duelo para se ñalar las mentiras del otro. Sin embargo, nuevamente, no es cuestión de que los medios de comunicación se adhieran al hecho objetivo. Los medios de comunicación nos ofrecen un leve gesto hacia la verdad, pero presentan esta verdad con todas las trompetas y tambores de la ficción. Es similar a cuando una marca de



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galletas afirma ser una alternativa saludable porque lleva un 10 por ciento menos de grasa que la competencia. La mayor diferencia no está en el contenido, sino en el envase. Consideremos nuevamente la televisión realista. Se emplean todas las herramientas de un programa de televisión de ficción. Se crean las frases mediante Frankenbiting,. o simplemente se las dan a los actores. Los argumentos se editan para presentar un guión que sea artificialmente coherente. Y a veces las escenas se ensayan, como en el caso de Superviviente. Sin embargo, como Joel Coen sugirió que habían hecho con Fargo, el uso del marchamo de la verdad que utiliza la televisión realista le permite hacer cosas que de otro modo parecer ían ridiculas. La mayor ía de la gente exigir ía más de un programa de ficción que veinte minutos de gente gritándose unos a otros entre anuncios. El marchamo de la verdad explota nuestra credulidad o quizá nosotros nos dejamos llevar por ella y aceptamos incluso los sucesos dramáticos más absurdos porque « realmente ocurrió así». Además de provocar una mayor predisposición a evitarla incredulidad, el marchamo de la verdad también parece poseer un componente emocional. Podemos verlo en uno de esos infames casos de marchamo de la verdad, el del libro de James Frey En mil pedazos. Estas memorias cuentan la historia de la lucha de Frey con las drogas y su largo camino hasta lograr recuperarse. El libro se convirtió en un éxito después de que Oprah Winfrey lo eligiera para su club de lectura en 2005. Señaló las cualidades inspiradoras de una obra que narra la lucha de un hombre contra sus propios demonios. Es justo suponer que una gran parte de la inspiración derivaba del hecho de que la historia era cierta. La batalla contra la adicción no había sucedido en la mente de un escritor, sino en el mundo real, y esto daba a En mil pedazos un toque emocional particular. Sin embargo, cuando salió a la luz que algunas partes de las



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cipio pensó en En mil pedazos como una novela, pero no encontró editor hasta que le puso el marchamo de la verdad y lo convirtió en unas memorias. Los lectores, al parecer, se toman de forma personal las revelaciones de detalles y escenas inventados. La propia Oprah dijo a Frey que se sentía «realmente engañ ada» por sus actos, y le sometió a un intenso interrogatorio ritual en su programa. La editorial, Random House, hizo el gesto insólito de devolver el dinero a los lectores que hubieran comprado el libro y se sintieran defraudados por no ser verdad lo que se narraba, tal como había anunciado. Para ser justos, nunca se deberían leer unas memorias pensando que todos los detalles están contados exactamente tal como ocurrieron. Más bien, nunca se debería querer leer unas memorias así. Ya tenemos suficientes episodios aburridos inevitables en la vida fuera de los libros. Aunque parece evidente que Frey cruzó una línea de la verdad al engaño, perjudicando su propia reputación y dando lugar a auténticos sentimientos de traición entre algunos de sus lectores, la mayoría de escritores de memorias emplean muchas de las tácticas de la ficción. Sacar una historia de la densidad y la ambigüedad de la vida real probablemente sería imposible si no se hiciera así. Sin embargo, es evidente que la aplicación del marchamo de la verdad puede causar un efecto transformador en un libro, tanto desde el punto de vista de las ventas como de su impacto emocio nal en los lectores. El éxito inicial de la invención de Frey de partes de su vida muestra de nuevo lo eficaz que puede ser la explotación que hacen los medios de comunicación de la idea de la sinceridad. La realidad sintética de la televisión realista es evidente al ojo crítico, y sin embargo sigue teniendo éxito. Y la historia de Frey representa también un importante aviso: en 2007, firm ó un contra-

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to de siete cifras para tres libros con HarperCoIlins, y su última obra, Una mañana brillante, fue un éxito de ventas. El uso y abuso del marchamo de la verdad no es el límite de la falta de sinceridad de los medios de comunicación. Las obras que emplean la etiqueta «realidad» o «basado en hechos reales» en general conservan al menos algún vínculo, aunque tenue, con sucesos reales, pero en los últimos años se han producido numerosos casos de enga ño puro. De hecho, algunas personas de los medios de comunicación han engañado al público en tal medida que James Frey, en comparación con ellos, parece el parangón de la honradez.

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Historias falsas, autores falsos Al principio, la recepción crítica de En mil pedazos fue algo variada. La notoriedad del libro surgió cuando salió en el club de lectura de Oprah... y su infamia cuando se revelaron sus muchas falsedades. Amor y consecuencias, por el contrario, las memorias de Margaret B. Jones, generaron buenas críticas de inmediato. El New York Times las definió como «humanas y profundamente conmovedoras». El libro cuenta la historia de la juventud de Jones como hija adoptiva en la zona centro-sur de Los Ángeles, navegando por la violencia de las bandas y ganando dinero vendiendo drogas. Escribe con un gran don para contar la anécdota, y relata cómo preparaba crack para pagar las facturas de su familia y cómo recibió una pistola en un cumplea ños. Como he mencionado antes, es típico que los que escriben memorias exageren ciertos detalles, y algunos críticos observaron que Amor y consecuencias contenía pá rrafos que parecían rozar la novelística. Aun así, esto se le perdonó en el contexto del mayor impacto emocional del libro. Pero resultó que la obra de Jones no sólo tomó prestados algunos métodos de la ficción. Todo era ficción, hasta la autora. :

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Margaret B. Jones era el seudónimo de Margaret Seltzer, quien no se crió como hija adoptiva en el centro-sur de Los Ángeles, sino en el seno de su familia biológica, en Sherman Oaks, una buena zona del valle de San Fernando, y no había tenido nada que ver con bandas ni con venta ilegal de drogas. Al admitir su engaño, Seltzer declaró que Amor y consecuencias en realidad estaba basado en las experiencias de amigas con las que se había criado. «Por la razón que fuera, estaba realmente destrozada y pensé que era mi oportunidad de poner voz a gente a la que los demás no escuchan», dijo al New York Times. Por muy altruistas que fueran sus motivos, el engaño de Jones es de un orden diferente de lo que ocurre en un programa realista nocturno. En realidad, a pesar de su defensa, probablemente sea razonable comparar la acción de Seltzer con algunas de las formas más insidiosas de engaño de las que hemos hablado, como por ejemplo las mentiras con intención. Al fin y al cabo, ella obtuvo fama literaria y ganó una fortuna mediante su engaño. Sin embargo, lo que resulta aún más sorprendente que el engaño de Seltzer es el hecho de que no fue un incidente aislado. Misha: una memoria del Holocausto, de Misha Defonseca, es ostensiblemente la verdadera historia de cómo Defonseca, cuando era joven, escapó al Holocausto cruzando Europa a pie. El libro, pu blicado por primera vez en 1997, fue traducido a dieciocho idio mas y se hizo una ópera y después una película francesa antes de que, en 2008, se revelara que era ficción. Misha Defonseca en realidad era Monique De Wael, una mujer católica que había pasado su infancia en Bélgica durante la guerra. Fragments, de un hombre que se hacía llamar Binjamin Wilkomirski, fue otro aclamado libro de memorias del Holocausto que resultó ser falso. El autor, cuyo nombre real era Bruno Dóessekker, se apropió del nombre y de la historia de una familia judía para llevar a cabo su enga ño. Y después está el escritor J. T. LeRoy, que publicó varios libros an -

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personaje comtes de que se hiciera público que se trataba de un . Albert incluso pletamente inventado de la escritora Laura Albert en las apariutilizó un doble para que se hiciera pasar por LeRoy dones pú blicas. extremo. La invención de J. T. LeRoy es a todas luces un ejemplo . En realidad, Pero la invención de unas memorias no es algo nuevo . La veracidad de es una práctica más antigua que Estados Unidos as en la temlos relatos del siglo XVII de John Smith de sus aventur historias sobre prana colonia de Jamestown, Virginia, que induía duda desde hace su relación con Pocahontas, ha sido puesta en genemucho tiempo por los estudiosos. La nuestra es la primera beneficios de la exaración de autores que reconocen los posibles su vida. geración o simple invención de la historia de de memorias Sin embargo, si bien es cierto que los escritores , con toda profalsas se benefician económicamente de sus mentiras dinero es lo babilidad es simplificar demasiado suponer que ese hemos hablado en único que los motiva. Los impostores de los que similar al asumir el capítulo ocho llevaban a cabo un tipo de fraude el relato de identidades nuevas, y con frecuencia mejores. Falsificar de impostura la vida de uno en realidad no es más que una especie e, los indiviretroactiva: en lugar de fingir ser alguien en el present ían haber sido duos como Margaret Seltzer y Monique De Wael fing escriben mía otra persona en el pasado. La psicología de los que os suponer falsa vida y los que viven una falsa vida es similar. Podem enga ñ ar, el plaque existe al menos cierto elemento de placer de a sus destinatarios. cer que los mentirosos sienten cuando engañan puede estar En el caso de los falsos memorialistas, este sentimiento que conocen, mezclado con el hecho de que no sólo engañan a los . Asimismo, puede sino literalmente a cientos de miles de personas en juego, perexistir un elemento similar de ejecución de sus deseos ática y provoca mitiendo al autor adoptar una vida que es más dram la suya verdadera. más compasión o estima de lo que provocaría

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Otro factor que subyace en la falsificación de unas memorias es que, en muchos aspectos, es más fácil de hacer de lo que cabría pensar. Al fin y al cabo, sólo el autor conoce sus experiencias. Cuando los memorialistas escriben sobre un acontecimiento que nadie presenció por ejemplo, Misha incluye m últiples encuentros con





lobos en los bosques , sus afirmaciones pueden ser absolutamente imposibles de contradecir. Y cuando sus historias se extienden hasta lo improbable, tienen una excusa preparada y básicamente a prueba de balas: «Así es como yo lo recuerdo». Por otra parte, Margaret B. Jones/ Margaret Seltzer no narraba sucesos que hubieran tenido lugar en los bosques de un continente devastado por la guerra más de medio siglo atrás. Incluso admitiendo las dificultades inherentes a desaprobar las afirmacio ía esperar que alguno de nes autobiográficas de otra persona, cabr los editores de Seltzer pudiera haber captado el hecho de que nunca hab ía sido una ni ña adoptada, y mucho menos adicta a las drogas. Sin embargo, al examinar a los editores de unas memorias, vemos que con frecuencia a la hora de comprobar su exactitud le pasan la pelota a otro. La mayor ía de editores dirían que el autor de un libro es quien garantiza su veracidad . En general, los artícu los de perió dicos y revistas se comprueban rigurosamente ( no es que esto tenga que ser una prueba fiable al cien por cien para evitar el enga ño, como veremos ), pero la mayoría de libros no se revisan tan estrictamente. Cuando sale a la luz que unas memorias son falsas, los editores a menudo se consideran víctimas del enga ño igual que los lectores. Y, en realidad, a veces los editores en tablan relaciones personales con sus escritores, y por lo tanto experimentan una doble punzada de traición personal y humillación profesional cuando se hace pú blico el engañ o. Aun así, como lectores probablemente tenemos razón al sentir que nos han tomado el pelo. En general, estamos seguros de que cuando un libro se anuncia como « increí ble historia verdadera»,

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la historia realmente será verdadera, y no sólo increíble. Sin em bargo, la realidad es que esta reivindicación de verdad a veces puede estar basada sólo en la palabra del autor, alguien que pretende obtener beneficios económicos haciendo esta afirmación, ya sea verdadera o no. Tal vez sería prudente tomarse los detalles asombrosos de las memorias que leemos con un poquito de incredulidad; sólo es otro ejemplo de cómo el engañ o puede frustrar la experiencia de la vida corriente, incluso cuando no nos perjudica directamente, o en el modo en que solemos suponer que podría hacerlo. Es muy sencillo adoptar una actitud crítica cuando curioseaías de alguna librería. El enga ño de los mos en la sección de biograf medios de comunicación se abre paso hasta formatos que buscamos para algo m ás que la lectura recreativa. Cuando cogemos un periódico o una revista de noticias, suponemos que nos enteramos de los hechos que están ocurriendo en el mundo que nos rodea. Por desgracia, varios incidentes recientes han demostrado que esta conjetura puede no ser cierta.

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Noticias que no son honradas Durante los años noventa, estuve suscrito a New Republic, una respetada revista semanal de comentarios políticos. De vez en cuan do me sorprend ían los artículos que aparecían en las primeras páginas de la revista, artículos narrativos centrados en hechos o tendencias concretos. A menudo inclu ían detalles extraordinarios; todavía recuerdo un artículo sobre un grupo de conservadores contrarios a Clinton absurdamente virulento. Nunca reparé en que todos esos notables artículos estaban escritos por la misma persona: Stephen Glass. En mayo de 1998, Glass publicó otro artículo en New Repu

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blic: « Hack Heaven». En él describía cómo un hacker informático de quince años llamado Ian Restil estaba siendo cortejado para trabajar en una empresa de software llamada Jukt Micronics. Segú n el artículo, Restil puso muchas condiciones, desde el número uno de los cómics X - Man hasta un Miata [Mazda MX-5 descapotable], y Jukt aceptó con gusto. El artículo llamó la atención de un periodista en Forbes.com, pero cuando siguió el rastro de la historia, no pudo confirmar ninguno de sus detalles. Resultó que no existía ningú n Ian Restil ni ninguna Jukt Micronics. Glass se había inventado toda la historia. En realidad, se había inventado algunas o todas de las más de dos docenas de historias, incluidas las que me habían llamado la atención por ser tan asombrosas. Glass había engañado a sus editores de New Republic y a miles de lectores igual que a mí. Como he mencionado antes, revistas como New Republic emplean a personas que comprueban la exactitud de lo que publican. Glass fue capaz de engañar a los verificadores dando fuentes anónimas y atribuyéndose notas propias para elaborar el reportaje. Tal vez las normas de verificación de datos de New Republic no eran lo bastante rigurosas ( tras la debacle provocada por Glass se reforzaron ), pero quizá la verificación de los hechos nunca puede ser tan rigurosa como para impedir el engaño periodístico. Los periodistas escriben sobre cosas que han visto o que les han dicho. Igual que un memorialista, en definitiva el periodista realmente sabe lo que ha experimentado al investigar una historia. Tal vez sea éste el motivo de que los incidentes de engaño period ístico se hayan vuelto, si no corrientes, al menos no tan excepcionales. El New York Times se enorgullece de su papel de «archivador de datos», e imprime correcciones de artículos a veces decenios después de que hayan aparecido para mantener su fama de exactitud. De ahí la sensación que causó la revelación de que Jayson Blair, un periodista del Times, había inventado o pia-

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giado material para docenas de artículos de nivel nacional. Había ofrecido reportajes de lugares donde nunca había estado, había repetido citas de gente a la que nunca había entrevistado o conocido, había narrado falsos hechos y se había inventado los detalles. USA Today informó de que Jack Kelley era finalista del premio Pulitzer antes de que, en 2004, se hiciera público que había inventado el material, incluidas partes del artículo que le había merecido ser nominado para el Pulitzer. En un artículo en primera página, USA Today admitió que «Kelley inventó partes considerables de al menos ocho artículos importantes, sacó casi dos docenas de citas u otro material de publicaciones de la competencia, mintió en las charlas que dio para el periódico y conspiró para confundir a los que investigaban su trabajo». Cabe efectuar una distinción entre el engaño de personas como Stephen Glass y Jayson Blair y el engaño efectuado en formatos como la televisión realista. En los primeros casos, las mentiras son una aberración. Glass y Blair violaron las reglas institucionales de los medios de comunicación para los que trabajaban, y con ellas todas las normas éticas que todos los periodistas siguen (o al menos se supone que siguen). Cuando se descubrió su engañ o, recibieron su castigo: ambos periodistas fueron despedidos. La reali dad sintética que vemos en la televisión no es obra de unos cuantos individuos tramposos. En cambio, es el producto intencionado de todos los que se hallan implicados. La realidad sintética no es la excepción castigada, sino la regla. De modo que tal vez parezca que sea simplificar un poco situar, por ejemplo, Superviviente y a Stephen Glass en la misma categoría de engaño de los medios de comunicación. Sin embargo, se asemejan de un modo crucial: ambos erosionan nuestra confianza en los medios de comunicació n. Tanto si me siento engañado cuando me entero de que algunos artículos de New Republic eran ficción como si me siento engañado cuando me entero de que

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aveces lo que dicen los que aparecen en un programa de televisión realista se lo han dado escrito, en ambos casos me están estafando. Si me aseguran que New Republic al menos está alerta para impedir semejante engaño en sus páginas, probablemente también me preocuparé más por el hecho de que New Republic es la clase de medio de comunicación del que dependo para mantenerme informado de lo que sucede en el mundo. Perder la confianza en la televisión%realista es una cosa. Perder la confianza en New York Times es otra muy distinta. Sea cual sea el canal de noticias que nos guste más, ya sea prensa, televisión o Internet, dependemos de los periodistas para que nos transmitan información sobre los acontecimientos locales y mundiales. Dada la abundancia de nuevas opciones en la sociedad moderna, es poco probable que permanezcamos engañados sobre algo durante mucho tiempo. Forbes.com realizó una eficaz comprobación de New Republic, por ejemplo. Sin embargo, Stephen Glass pudo publicar historias escandalosas como si fueran verdaderas durante años hasta que alguien, en New Republic o en cualquier otro medio de comunicación, lo pillara. Además, aunque es fácil que un periódico vaya atrás y vuelva a comprobar los artículos de un periodista mendaz, no es tan fácil revisar nuestras opiniones. Si es posible que algunos de los datos que nos ayudan a tener una opinión no sean ciertos, ¿podemos estar seguros de que hemos dado nuestro apoyo al candidato que nos conviene, que hemos tomado la decisión correcta? Estas preguntas hipotéticas se hacen realidad después de la guerra de Iraq. Cuando se supo que este país, en contra de lo que los medios de comunicación y los gobiernos nos decían, no poseía armas de destrucción masiva, todo el fundamento de la guerra se puso en duda. En este caso, no se precisó un Jayson Blair que pusiera en peligro la veracidad de los canales de noticias respetados. El New York Times, por ejemplo, admitió que algunos de sus ar-

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tículos sobre las armas de Iraq habían sido erróneos. Y cuando hubo que buscar a algú n responsable de la información errónea que se había publicado, todos se iban pasando la pelota, triste reminiscencia de lo que ocurre cuando unas memorias resultan ser falsas. Los periodistas culpaban al Gobierno, el Gobierno culpaba a la CIA, la CIA culpaba a sus fuentes; y, al igual que con unas falsas memorias, el público tuvo que decidir quién se había equivocado y por qué. Por supuesto, como individuos no podemos averiguar por nosotros solos lo que ocurre en el mundo. En definitiva, tenemos que confiar en los periodistas para que nos den noticias, igual que confiamos en amigos y compañeros de trabajo para que nos digan qué tiempo hace o si llevamos la corbata bien puesta. No podemos funcionar como ciudadanos informados sin cierto grado de con fianza, igual que no podríamos funcionar como vecinos o miembros de la comunidad sin ella. Sin embargo, parece claro que es correcto tener un sano escepticismo. Al fin y al cabo, los empleados de incluso los medios de comunicación de más confianza son individuos, y algunos individuos, como hemos visto a lo largo de este libro, simplemente no son dignos de confianza. Pero como hemos visto también, estos individuos constituyen la excepción. Es razonable esperar que la mayoría de gente que se dedica a informar con ética y objetividad tienen intención de mantener esta práctica.

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En 1999, una importante cadena de farmacias pagó un millón y medio de dólares de indemnización por las alegaciones realizadas por un fiscal de distrito de California al que le habían vendido productos caducados, entre los que se encontraban fórmulas para bebé y anticonceptivos, en docenas de sus tiendas. Ocho años más tarde, el fiscal general del estado de Nueva York anunció planes para demandar a esta misma cadena de farmacias por vender comida y medicamentos caducados en, segú n su investigación, el 43 por ciento de sus locales. MetLife, una de las mayores compañías de seguros de vida de Estados Unidos, presentó una demanda colectiva por valor de 1.700 millones de dólares. Entre las alegaciones de la demanda se encontraba que MetLife se había visto involucrada en diversas prácticas de ventas engañosas. Éstas incluían ofrecer pólizas como oportunidades de inversión con exageradas promesas de beneficios y vender pólizas con la promesa de que las primas en algún momento iban a «desaparecer », aunque, por supuesto, nunca lo hicieron. Cuando PRWeek, una revista especializada en relaciones públicas, realizó un estudios con 1.700 ejecutivos de relaciones públicas, se encontró con que el 25 por ciento de ellos admitió mentir en el i trabajo, el 39 por ciento confesó exagerar la verdad y el 62 por

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prometida porque un cliente le había mentido o sólo le había dicho una verdad a medias. El doctor Seymour I. Schlager trabajó como cient í fico ejecutivo en Becton, Dickinson & Co., una importante empresa de tecnología m édica. Era un autor que había publicado varias obras, entre ellas su libro Clinical Management of Infectious Diseases, publicado por Williams & Wilkins. También formaba parte de la junta directiva de una compañía farmacéutica de Nueva Jersey. Lo que el doctor Schlager no dijo a Becton, Dickinson & Co., ni a su editor, ni a la empresa farmacéutica, es que en 1991 había sido condenado por intentar asfixiar a su esposa con una almohada, había pasado unos años en la cárcel por ello y después le habían retirado su licencia médica. Probablemente, no hay una sola anécdota o historia que personifique el engaño que se produce en el mundo de los negocios. Como sugieren los ejemplos mencionados, mentir en el lugar dé trabajo puede adoptar multitud de formas. A veces se miente a través de una práctica institucional, como una farmacia que vende medicamentos caducados en casi la mitad de sus tiendas. A veces las mentiras institucionales son empleadas por una fuerza de ventas y van dirigidas a clientes, como señuelos para hacerles comprar un seguro de vida o un coche de segunda mano o un «Rolex». Las mentiras en el lugar de trabajo se pueden decir en el contexto de la realización del trabajo, como cuando un ejecutivo de relaciones públicas asegura a un periodista financiero que las ganancias de la empresa representarán una buena noticia para los accionistas, cuando en realidad no ocurrirá nada parecido. Y las empresas pueden ser víctimas de mentiras en el lugar de trabajo, como cuando un empleado añade algo falso a un currículum o, como en el caso de Seymour Schlager, omite algo muy importante. Igual que hay múltiples formas, la mentira en el mundo comercial es una práctica ampliamente utilizada. No está limitada por la

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industria o el mercado, por el tamaño de la empresa o su estructura, su sistema de trabajo o por la geografía. Incluso industrias que hacen hincapié en la sinceridad pueden verse involucradas en escándalos relacionados con el engaño. Tal vez ningún lugar de trabajo venera tanto la honradez como el mundo académico. La reputación depende de la veracidad de los resultados experimentales, de la supremacía del hecho por encima del interés propio y los prejuicios. Sin embargo, en los últimos años hemos visto numerosos ejemplos de claras invenciones en el campus. Joseph Ellis, profesor de historia de Mount Holyoke College y ganador del premio Pulitzer por su libro Founding Brothers, fue suspendido de la enseñanza durante un tiempo después de que se hiciera público que era falso que hubiera luchado en Vietnam. Un científico de la Universidad Purdue, Rusi Taleyarkhan, fue objeto de la atención nacional cuando informó en Science de que había conseguido la fusión nu clear a través de la manipulación de burbujas. Los resultados se pusieron en duda cuando otros no pudieron reproducir el experimento, y un grupo de Purdue al final llegó a la conclusión de que era falso lo que Taleyarkhan había declarado de que su trabajo había pasado una comprobación independiente. Los casos de plagio en el mundo académico se están haciendo tan corrientes que sus revelaciones a veces parecen rutinarias. Y, de nuevo, éste es un terreno en el que la honradez es necesaria, si no en la práctica al menos en teoría. Los negocios en los que no existe una estricta práctica de la verdad ni siquiera de boquilla a menudo tienen incidencias aú n mayores de engaño. Esto ayuda a explicar las estadísticas dadas a conocer en el estudio de PRWeék . La naturaleza del trabajo hecho en relaciones públicas implica ocultar y recortar para presentar los hechos de una manera particular. Básicamente es lo mismo que hace un vendedor cuando describe de forma brillante un coche o un aspirador o un piso. La ley define esta clase de embellecimiento y exageración como «hinchar» el producto, y lo distingue del frau:

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de absoluto. Pero la línea que separa el enga ño del hinchado es fácil de cruzar y, en realidad, a veces puede ser difícil de identificar. Aparte de los casos en que el trabajo legítimo se mezcla fácilmente con el enga ño, parece existir otro motivo destacado del engaño en el trabajo: el dinero. Como el dinero es el elemento com ú n en las muchas formas de empleo humano, es sensato considerarlo el elemento comú n en las muchas formas de engaño relacionadas con ese empleo. En realidad, algunos de los escándalos comerciales más destacados en los últimos años parecen haber sido realizados casi ú nicamente para obtener beneficios. Nombres como Enron y WorldCom se han convertido en sinónimos de una ambición que sobrepasa el buen sentido y la ética. Sin embargo, sería un error considerar el engaño en el trabajo como un simple medio para ganar unos cuantos dólares más. La complejidad de la mentira en el trabajo se resiste a una explicación sencilla y única. Puede que sea más instructivo centrarnos no en lo que un empleo le proporciona a uno, sino en lo que un empleo puede significar. Al fin y al cabo, el dinero es la única razón por la que la gente busca los trabajos que busca. Éstos también pueden transmitir cierta posición social, una sensación de ser alguien o algo. Tal vez por esto el engaño en el trabajo a menudo empieza antes de que la gente incluso haya encontrado un empleo.

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Mentir para entrar Por competitivo que pueda parecer el sistema estadounidense de solicitudes para entrar en la universidad, probablemente todavía es mucho menos estresante que el sistema educacional de Corea del Sur. Desde una edad temprana , los niños surcoreanos empiezan a prepararse para los exámenes de ingreso en la universidad en intensas sesiones de empollar. Ser admitido en la escuela ade,

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cuada significa estar cualificado para empleos de categoría y beneficios sociales que llegan hasta las perspectivas de matrimonio por el contrario, no entrar en una escuela de élite puede cerrar para siempre las puertas profesionales y sociales. Con este telón de fondo se descubrió que Shin Jeong-ah, una importante historiadora del arte, había falsificado su experiencia educativa. Despedida de su puesto en la elitista Universidad Dongguk, abandon ó Corea del Sur y se marchó a Estados Unidos. Sin embargo, las revelaciones de las falsas credenciales de Shin Jeongah resultaron ser sólo el principio de una serie de escándalos relacionados con los currículos. Un célebre monje, el venerable Jigwang, cabeza de un templo con 250.000 miembros, confesó que no tenía, como había afirmado, un título de la Universidad Nacio nal de Seúl, la más importante de Corea del Sur. Lee Chang-ha, un popular arquitecto, se vio obligado a dejar el Kimcheon Science College después de que se revelara que había declarado poseer un título de bellas artes de una universidad de Los Ángeles que no da títulos de bellas artes. Un director de cine, un famoso cocinero, un locutor de radio, un artista del cómic, un creciente nú mero de respetados y conocidos surcoreanos se añadieron a la lista de falsos académicos. Sería erróneo llegar a la conclusión de que la intelectualidad surcoreana está formada en gran medida por fraudes o por personas lo bastante implacables para inventarse credenciales. Los escándalos a escala nacional, que incluyen individuos pertenecientes a tantos campos diferentes de la vida religioso, intelectual, artístico , parecen señalar más bien al éxito educativo. O, para expresarlo de forma más clara, los escá ndalos señalan el éxito académico superficial Al fin y al cabo, como en Estados Unidos, la cuestión no es tanto lo que aprende un individuo en una universidad como la fama de esa universidad. Esa línea del currículum es lo que abre la puerta, no el contenido de la educación. ,



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lejos la única forma de fraude en la Red. La mayoría estamos expuestos a mentiras cada vez que miramos nuestro correo electró nico. Las bandejas de entrada normalmente está n inundadas de noticias de herencias que hemos recibido o peticiones de ayuda a través de una cuenta bancaria nigeriana congelada. Este correo basura fraudulento sugiere otra dinámica de Internet que permite una gran cantidad de engaño: permite a los que está n dispuestos a mentir a través de un plan de phishing o un blog ficticio un fácil acceso a millones de personas. On line, las mentiras pueden viajar deprisa y en todas direcciones. Tampoco debemos pasar por alto nuestro propio papel en la difusión de mentiras en Internet. Durante las elecciones presidenciales de 2008, recibí de algunos amigos mi parte de correos electrónicos reenviados sobre los candidatos; algunos eran serios, mu chos ridículos. Al enviar estos correos electrónicos a otros amigos, lo admito, mi intenció n puede que fuera m ás el entretenimiento que difundir información política exacta. Dándole a un botón podemos entrar a participar en la falta de honradez sobre las creencias, el historial o la vida personal de éste o aquel candidato. Y aunque no nos tomemos en serio estos reenvíos, no existe ninguna garantía de que todos los que forman ima cadena de receptores que se expande exponencialmente comparta esta opinión. El simple hecho de no escribir algo falso en Internet no significa que no participemos en ello. El engaño en Internet tampoco tiene que tener exclusivamente la forma de texto. En 2008, los fans de los deportes quedaron cautivados por un vídeo de YouTube de la estrella del Los Angeles Lakers Kobe Bryant aparentemente saltando por encima de un Aston Martin que corr ía a toda velocidad. Sólo m ás tarde los que lo vieron se enteraron de que el vídeo había sido creado digitalmente como parte de una campaña vírica de marketing para un nuevo tipo de za patillas Nike. El enga ño fue doble: el vídeo mismo era un fraude





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digital, y su aparente fuente, una pel ícula casera hecha por Kobe Bryant, era falsa también . Este tipo de marketing con vídeo vírico [que debe propagarse como un virus] cada vez se está haciendo má s popular entre los anunciantes, pues utilizan el enga ñ o para · captar la atención de consumidores cada vez más inteligentes. : I Los motivos de Nike para crear un vídeo enga ñoso en YouTu : a be son claros: la empresa quiere vender zapatos. Conductas como t la de Debbie Swenson al intentar y después matar a una falsa r hija parecen más difícil de imaginar. ¿ Por qué inventar una trage dia digital? Adam Joinson, de la Universidad Abierta de Inglaterra, y Beth Dietz- Uhler, de la Universidad de Miami, llevaron a cabo el estudio de un incidente muy similar a la invención de Kaycee Swenson. Este acto de engaño digital se produjo en los foros Anandí Tech. Estos foros eran utilizados principalmente por los que estaf ban en la industria de la tecnología de la información para comentar problemas de software y memoria y cosas así, pero como ocurre lli con la mayor ía deforos on Une, también había una sección de «Otros temas», donde los miembros podían poner mensajes no relacio nados con la industria tecnológica. Principalmente en la sección «Otros temas» un usuario llamado Nowheremom empezó a escri- | ! ¡ ¡ f bir. Enseguida entabló relación con otro miembro de AnandTech, . h] DF, y pronto iniciaron un coqueteo público en el foro. :· Sin embargo, unos meses después de que Nowheremom se uniera a AnandTech, DF compartió una noticia terrible en un mensaje con el sucinto titular: «Nowheremom ha muerto...» Informando :: de que estaba « tan terriblemente triste», DF dijo que había reci- iiliü bido una llamada del padre de Nowheremom para darle la noticia de que había muerto en un accidente de coche. La comunidad de AnandTech quedó muy afligida; Joinson y Dietz-Uhler describen los sinceros esfuerzos por honrar y recordar a una mujer a la que § '

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usuarios de AnandTech no encontraran ningú n registro de la vida o muerte de Nowheremom, DF por fin confesó. Se había inventado el «ciberpersonaje llamado Nowheremom », escribió en un mensaje. «En ningún momento esperaba la pena que produjo en esta comunidad. Incluso me afectó a mí y lloré durante tres días como si ella hubiera sido real.» Cuando se pretende comprender el engaño en Internet, quizá sea demasiado fácil centrarse excesivamente en Internet mismo. Podemos empezar a mirar los foros en línea, el correo electrónico, etc., como, de alguna manera, la fuente del impulso para engañar. Joinson y Dietz-Uhler previenen de esta estrecha visión. Señalan, en cambio, una interacción entre los valores on line y los otros al analizar las causas del engaño en Internet. Recuerde que Internet sólo proporciona el envoltorio y el sistema de transmisión para enga ñar; el contenido de mentiras se genera en la mente de los que lo utilizan. La cuestión de por qué la gente miente online está inextricablemente ligada, sugieren Joinson y Dietz- Uhler, a por qué mienten cuando no están on Une. Inventar una falsa tragedia, como hicieron DF y Debbie Swenson , a menudo es un intento de llamar la atención y ganarse la compasión que de otro modo el que efectúa el enga ño no obtendría. Internet permite que el enga ño perjudique a más personas, más deprisa, pero su motivación fundamental puede no ser diferente on line o no on line. La personificación que hizo Ryan Jordan de un profesor en Wikipedia encaja en un modelo del que hemos hablado en el capítulo ocho al examinar aTos impostores. Estos in dividuos a menudo adoptan el papel de alguien de buena posición social. Esto les permite cosechar los beneficios psicológicos de ser tratados con respeto y admiración por sus compañeros, algo que a menudo es particularmente tentador para los que sufren de sentimientos de insignificancia o de desprecio social. Igual que Inter net no ha cambiado básicamente el cómo y el por qué confiamos

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en otras personas, tampoco ha cambiado básicamente los soportes psicológicos del engaño, soportes que se han examinado a lo largo de este libro. Sin embargo, aunque la dinámica de Internet puede que no proporcione una amplia explicación del enga ñ o on line, esta din ámica posee claramente cierta influencia. Los usuarios de Internet puede que no mientan porque est á n en la Red. Pero el hecho de estarlo tal vez. haga más probable el engaño.

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Disuasión frente a desindividuación Cuando la gente se encuentra por primera vez cara a cara, las mentiras son frecuentes. Como demuestra el estudio que llevé a cabo con personas que no se conocían (descrito en detalle en el capítulo mío), un individuo sentado delante de otro para conocerse le mentirá unas tres veces en diez minutos. La presión para impresionar a otra persona y para dar una imagen determinada, aunque no seamos conscientes de ello, a menudo adquiere prioridad so bre ceñirse a la verdad. En otro estudio mío más reciente (llevado a cabo con Mattitiyahu Zimbler), pusimos en práctica el escenario de los desconocidos de forma diferente. ¿Y si las dos personas se conocieron no sentadas ante una mesa, sino sentadas ante un ordenador? Sentía curiosidad por conocer el efecto que Internet tenía en la sinceridad interpersonal. El escenario para el estudio era muy sencillo. Hice que parejas de participantes se conocieran de una de tres maneras: o en una conversación cara a cara en la misma habitación, o mediante un intercambio de correos electrónicos durante quince minutos, o mediante una sesión de mensajes instantá neos de quince minutos. Sólo las parejas que estaban cara a cara se encontraban en la mis'

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raa habitación; los que utilizaban el correo electrónico o los men f sicamente y nunca se vieron. sajes instantáneos estaban separados í Utilicé una cámara de vídeo oculta para documentar las conversaciones cara a cara, y se registraron los correos electrónicos y los mensajes instantáneos. Una vez terminadas las interacciones, pedí a los participantes que vieran el vídeo o la transcripción de la con versación y que observaran todos los casos en los que se desviaban de la verdad. cuando abordé esta investigación del engaño en Internet, reflexionaba sobre dos explicaciones alternativas de lo que pudiera descubrir. La primera era lo que podría denominarse la «hipótesis de la disuasión ». Todos sabemos que el correo electrónico, por definición, crea un registro de una interacción; lo mismo ocurre con el intercambio de mensajes instantáneos. La hipótesis de la disuasión sostiene que los usuarios de Internet, conscientes del registro digital que su interacción genera, es probable que mientan menos. El registro y la posibilidad de que más tarde se pueda comprobar la exactitud hará que la gente sea m ás sincera que si se encontraran cara a cara, que en general no implica ninguna documentación permanente. ( Recuerde: los participantes que estaban cara a cara no sabían que se los grababa en vídeo.) La segunda explicación de cómo el uso de Internet influiría en la sinceridad interpersonal implicaba un concepto conocido como « desindividuación». El término, acuñado a principios de los años cincuenta, se refiere a la tendencia de la gente a actuar con menos restricción social en situaciones de las que está f ísica o psicológicamente despegada. Por ejemplo, cuando alguien disfruta de cierto grado de anonimato, el concepto de desindividuació n su giere que su conducta puede ser más espontánea, menos regulada por las normas convencionales. La hipótesis de la desindividuación para este estudio sostiene que los usuarios de Internet mienten más on Une porque su co-

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trónica. El filtro digital crea cierto nivel de distancia personal, y eso hace más probable que los usuarios no hagan caso de las limitaciones convencionales contra el enga ñ o. T.a hipótesis de la desindividuación sugiere asimismo que las mentiras ser ían m ás corrien tes en el correo electrónico. Éste crea una barrera de tiempo, así como de espacio: los individuos tienen que esperar más tiempo entre las respuestas que en una interacción de mensajes instan ^ t áñeos o cara a cara. Esta otra capa de desindividuación debería debilitar a ú n más las prohibiciones contra la falta de sinceridad, y de ah í que fuera más probable mentir. Los resultados del estudio demostraron, como cabría suponer de momento, que los participantes se mintieron unos a otros en todas las situaciones. Ya conversando en la misma habitación, ya chateando on Une o intercambiando correos electrónicos, la gran mayoría de participantes se desviaron de la verdad. Aunque, nuevamente, la cuestión no era si los participantes mentirían. El elemento crucial del estudio era cómo mentirían en las diferentes situaciones. La hipótesis de la disuasión sugiere que los que interactuan a través de Internet mienten menos que los que lo hacen cara a cara, porque la creación de un registro permanente los hace adherirse m ás a la verdad. La hipótesis de la desindividuación sugiere lo contrario: los que utilizan Internet para conversar mienten m ás debido a los aspectos despersonalizadores de la comunicación por ordenador. Los resultados de mi estudio demuestran que, cuando se trata de utilizar Internet, la dinámica de la desindividuación triunfa sobre la disuasión debido al registro digital. Los participantes mintieron much ísimo más cuando se comunicaron a través del ordenador que cuando lo hicieron cara a cara. Además, cuando más mintieron fue al comunicarse mediante correo electrónico. Esto conduce a dar más crédito a la hipótesis de la desindividuación, ya

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que, nuevamente, de las tres formas de comunicación empleadas, el correo electrónico es la que implica el mayor nivel de distanciamiento personal. Adem ás, el hecho de que la mayoría de mentiras se dijeran a través del correo electrónico indica el poder que posee la desindividuación. Cuando enviamos un correo electrónico, no nos preocupamos sólo de que alguien pueda registrar lo que escribimos: nosotros creamos ese registro y se lo enviamos a otra persona. Sin embargo, incluso dada esta posibilidad de que una afirmación falsa pueda ser comprobada y se descubra que es falsa, los participantes mintieron una y otra vez por correo electrónico. Examinar el contenido de las mentiras de los participantes arrojó un poco de luz en cuanto a por qué hicieron caso omiso del

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registro permanente de su engaño. Puede ser que, en realidad, no pasaran por alto completamente este registro. En la situación cara a cara , los participantes solían mentir sobre sus planes o sobre otra información de hechos. Las mentiras dichas en Internet con ían a lo que el mentiroso pensaba o sen mayor frecuencia se refer tía. Es posible que los participantes que enviaron los correos electrónicos o los mensajes instantáneos se reprimieran de mentir debido a la permanencia de la comunicación, pero sólo sobre asuntos fáciles de comprobar. En otras palabras, un participante no enviaba un correo electrónico para hablar de que tenía planeado hacer un safari en Kenia, ya que la veracidad de tal afirmación se podía comprobar. Por el contrario, la afirmación de si al participante le gustan o no los animales salvajes es mucho más difícil de comprobar, sea cual sea la forma que adopte. Puede que exista un registro digital de un intercambio de correos electrónicos, pero no

hay ninguno dentro de la cabeza del mentiroso. Independientemente del contenido concreto de las mentiras, sin embargo, mi estudio sugiere que cuando utilizamos un ordenador, nuestras pautas de sinceridad se debilitan. Tenga en cuenta asimismo que, para empezar, probablemente no son tan fuertes

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como creemos. Pero la desindividuación que comunicarse mediante ordenador crea parece reducir mucho más la resistencia al engaño. Si mirar a alguien a los ojos no impide que alguien mienta, mirar la pantalla del ordenador aú n lo impide menos. Hay otro aspecto de la desindividuación que también es interesante mencionar al hablar del engaño por Internet. Como hef amos observado a lo largo de este libro, no hay ninguna señ al í ble que revele el engaño. Muchas personas creen que desviar la mirada significa un intento de mentir, pero desviar la mirada puede ser una simple señal de ansiedad o, igual de fácil, interés por algo que está al otro lado de la habitación. Sin embargo, es crucial que se reconozca esta creencia (errónea ) de que desviar la mirada o que suden las manos o tamborilear con los dedos indica que alguien miente. Si la gente cree que algo que hace físicamente anun cia que está enga ñando, puede que sea menos probable que en gañe. Por el contrario, un ordenador protege de estos teóricos tics delatores. Se puede desviar la mirada todo lo que se quiera cuan do se escribe un correo electró nico, con la seguridad de que el receptor no tendrá ni idea de que lo ha hecho. Por eso la desindividuación de la comunicación por Internet no sólo tiene el efecto psicológico de que hace sentir a los usuarios que tienen más libertad para mentir, sino que también posee un elemento práctico. Comunicarse por Internet debilita una barrera crucial contra la mentira: el miedo a ser pillado. f sica y Cabría pensar, pues, que el anonimato que la distancia í como a í tendr temporal de la comunicación por Internet engendra consecuencia una mayor probabilidad de engaño on Une. Sin em bargo, hay un supuesto crucial inherente a esta línea de pensamiento que, hay que reconocerlo, puede no ser exacto. Cuando consideramos el engaño desde el punto de vista de la desindividuación, empezamos con la idea de que mentir está prohibido. Luego proponemos como principio que la dinámica de estar on line anima a

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la gente a hacer caso omiso de esta prohibición. Sin embargo, la situación puede que no sea tan sencilla. Es posible que no sea que la gente hace caso omiso de la prohibición del engaño on liney sino que no perciba esa prohibición como algo primordial. En otras palabras, podría ser que mentir por Internet no fuera una cuestión

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de quebrantar las reglas. En realidad, es posible que para algunos sea una cuestión de seguirlas.

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Sinceridad electrónica Imagínese que coge un ejemplar del Wall Street Journal y en la primera página hay un largo artículo sobre un gran escá ndalo en el Departamento de Interior de Estados Unidos. Afirma que los empleados federales responsables de repartir los contratos del petróleo aceptaron regalos durante años de la industria petrolera. El artículo sigue y da detalles de una sórdida red de corrupción, sexo e incluso consumo de drogas. Ahora imagine que lee el mismo artículo, palabra por palabra, en el National Enquirer. Es probable que su reacción a los dos artículos sea muy diferente. Todos juzgamos la verdad de lo que leemos u oímos segú n la fuente. Y, por supuesto, no todas las fuentes son iguales. Las pautas para informar en el Enquirer son muy diferentes de las del Journal, igual que son diferentes para los sitios web de chismes y las noticias en la Red, para los blogs y para la radio. En nuestras evaluaciones de lo que es cierto y lo que no lo es, contamos con el contexto. Para ver qué relación tiene esto con la falta de sinceridad en Internet, examinemos un estudio realizado por Holtjona Galanxhi y Fiona Fui-Hoon Nah, de la Universidad de Nebraska, en Lincoln. Las dos investigadoras hicieron que los participantes, por parejas, interactuaran uno con otro a través de dos diferentes métodos de comunicación por Internet. Unas parejas conversaron a través

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de un sencillo programa de mensajes instantáneos de texto. Otras parejas conversaron a través de un programa que utilizaba «avatares» ( representaciones gráficas de los participantes). Estos avatares antropomórficos podían parecerse o no a los participantes; eso se dejaba a su elección. En mi estudio del enga ño en Internet, di instrucciones a los participantes de que simplemente se dieran a conocer uno a otro; después revisé los registros de sus conversaciones con ellos para identificar las mentiras que habían dicho de forma espontánea. Galanxhi y Nah fueron m ás directas en sus instrucciones: dijeron a algunos participantes que mintieran. Tenían curiosidad por ver de qué manera las diferentes formas de comunicación por Internet texto basado en chat o chat basado en avatar pod ía afectar a las respuestas de los participantes cuando intentaban engañar a su pareja. Lo que Galanxhi y Nah descubrieron posee importantes consecuencias para comprender el engaño on line en general, Los participantes en el estudio de estas investigadoras informaron de que habían sentido ansiedad cuando mentían a su pareja a través del chat basado en un texto. Al parecer, incluso estar físicamente oculto no evitaba por completo que los participantes sintieran inquietud al engañar. Sin embargo, lo que resulta sorprendente es que los que mintieron utilizando el programa con avatar no sentían esta ansiedad. Los participantes que empleaban una representación gráfica de sí mismos estaban más tranquilos cuando ment ían; en realidad, tan tranquilos como los de un grupo de control que tenían instrucciones de utilizar el programa con avatar para comunicarse con sinceridad. Por alguna razón, el engaño les resultaba más natural a los que empleaban el avatar. , Hemos analizado el enga ño por Internet en el contexto de la desindividuación, observando que el distanciamiento í f sico y psicológico de la comunicación por ordenador puede desembocar en una lasitud de la rigidez en cuanto a la falta de sinceridad. Sin



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embargo, parece que hay algo más que la desindividuación en el estudio de Galanxhi y Nah. Al examinar sus resultados, otro descubrimiento de su investigación tiene particular importancia: era más probable que los participantes que tenían instrucciones de mentir seleccionaran un avatar que no se pareciera a ellos que los de la muestra de control que tenían instrucciones de ser sinceros. En otras palabras, los que tenían intención de mentir adoptaban una especie de máscara digital. A primera vista, parece que este descubrimiento puede explicarse por el concepto de la desindividuación. Si comunicarse con mensajes instantáneos proporciona un nivel de descarga psicológica, emplear el camuflaje gráfico probablemente proporciona otro. Por lo tanto, no debería sorprendernos que los participantes en el estudio de Galanxhi y Nah que mintieron utilizando un avatar no estuvieran muy nerviosos. Sin embargo, recuerde nuestro anterior análisis de la experiencia de leer un artículo en el Wall Street Journal o en el National Enquirer. Como hemos observado, el contexto de la información que recibimos importa mucho en nuestra forma de valorarla. Consideramos fidedignas algunas fuentes; otras, un foro de rumores insustanciales y chismes. Es importante recordar que los que trabajan en los Journal y los Enquirer del mundo también hacen esta distinción. Lo que pasaría como hechos sólidos para una información en el Enquirer haría reír en el Journal La noción de diversos niveles para informar no es aplicable exclusivamente al periodismo. Y cuando nos presentamos por Internet ofrecer nombres y detalles biográficos, opiniones y sentimientos, presentar imágenes que claramente tienen alguna relación con nuestro aspecto > el nivel que empleamos puede ser mucho más el del National Enquirer que el del Wall Street Journal En otras palabras, no nos atenemos a un alto nivel de sinceridad on line porque..., bueno, estamos on line. Y en la Red , como en las

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páginas del National Enquirer, la verdad es mutable, los hechos no son de fiar, y todo el mundo lo sabe. El nombre que yo doy a este concepto de enga ño on Une es «sinceridad electrónica». El té rmino se refiere a la idea de que aplicamos un nivel diferente de veracidad cuando nos comunicamos utilizando un ordenador que cuando estamos en una sala de juntas o comiendo con amigos o en cualquier otra situación del mundo real. En la vida real, tenemos un nivel de sinceridad. En el mundo digital, seguimos el nivel más bajo de la sinceridad electrónica. En los capítulos anteriores de este libro hemos comentado el poder de las normas sociales. Existen las reglas no escritas que rigen la conducta en una sociedad. En China, por ejemplo, si no entregas a alguien una tarjeta de visita con ambas manos, estás rompiendo una importante regla de la etiqueta. No hay ninguna ley que prohíba entregar una tarjeta de visita con una sola mano, pero las normas sociales están en contra de esta conducta. Las normas sociales son, por supuesto, un elemento importante de las razones por las que las personas mienten o no. No es ilegal engañ ar a una novia o inventar una excusa para ayudar a un hermano a cambiarse de piso, pero las normas sociales fomentan cierto nivel de sinceridad en nuestras acciones. Sin embargo, en Internet, las normas sociales son muy diferen tes. Elegir un nuevo nombre es lo primero que uno hace en casi toda nueva actividad on line, ya sea crear una dirección de correo electrónico, ya sea lanzar un blog o unirse a un foro. En ocasiones los usuarios se limitan a un nombre de pila y apellido, pero no lo hacen con frecuencia. De hecho, la mutabilidad de la identidad en el reino digital es parte de su atractivo. Podríamos ponernos un nombre y apellido, pero ¿dónde estaría la diversión ? La libertad de ser otra persona on Une o, al menos, de presentar de otra forma a la persona que somos puede resultar emocionante. Para



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algunos usuarios, el juego de la identidad es el ú nico fin de estar en la Red. En realidad, no hay nada malo en jugar con la identidad , en aprovechar la oportunidad que los medios digitales ofrecen para ía, incluso un nuevo adoptar un nuevo nombre, una nueva biograf sexo o raza. El problema es que esta conducta contribuye a crear una norma social más tolerante con el engañ o. Es inevitable que el nivel más permisivo de la sinceridad electrónica pueda conducir a incidentes en los que las mentiras rebasen el terreno de lo aceptado y pasen al terreno de lo perjudicial y condenado. Adam Joinson y Beth Dietz - Uhler en su estudio de la inven ción de Nowheremom examinan este equilibrio entre las mentiras en Internet que son toleradas y las que son despreciadas. Cuan do DF reveló a los foros de AnandTech que se había inventado a Nowheremom, la reacción no fue tan homogénea como cabría imaginar. Muchos usuarios de AnandTech expresaron indignación por lo que DF había hecho, atónitos por lo que consideraban una manipulación emocional. Otros, sin embargo, veían la con ducta de DF coherente con lo que siempre ocurre on Une. Joinson y Dietz- Uhler citan que un usuario escribió: « Así es la Red, y mucha gente la utiliza para escapar de su empleo o de su vida por un segundo». Citan a otro que dijo a DF: « No te reprocho en absoluto haber creado a Nowheremom, es tan fácil y tentador hacer algo así, en especial en un foro como éste, donde se bromea tanto». Los actos de DF, pues, como señalan Joinson y Dietz-Uhler, hasta cierto punto eran vistos como algo coherente con las normas sociales on Une. Sin embargo, la angustia auténtica que DF causó se con sideró a todas luces una violación de estas normas, como reflejan los comentarios enojados de muchos usuarios de Anand-Tech. Al parecer, el problema es que, si bien cierto engaño en general se acepta en Internet, otros tipos de engaño son condenados por la mayoría de la gente. No hay l ímites claros entre el juego de

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la identidad on Une inofensivo y la manipulación perjudicial. Gomo se ñ ala la divisi ón en el foro de AnandTech por los actos de DF, estos límites son diferentes seg ú n cada persona. Lo que para un usuario está bien en el á mbito digital, para otro es crueldad emocional. En ciertos aspectos, esta situación es similar a la de nuestras vidas reales. En la vida cotidiana de todos existe cierto nivel de engaño, pero en algunas á reas preferimos la sinceridad, aun que nadie puede decir con seguridad dónde debería hacerse esta división. Estos problemas a menudo son mucho más intensos en Internet, no obstante, porque es mucho m ás fácil cometer el engañ o y porque el mundo on line es muy nuevo. Las normas sociales de Internet sólo tienen unos pocos decenios, como mucho. La comunicación con avatar todavía es más joven. Cuando se compara con un modo anticuado en que los humanos se comunican — hemos estado hablando cara a cara durante decenas de miles de a ños , no es difícil ver por qué las normas sociales on line a veces pueden ser ambiguas. En gran medida, todavía se est án creando. Puede tardarse generaciones de DFs y Nowheremoms y Essjays y Kaycees en conseguir que las reglas del engaño en la Red estén claras. Y vale la pena observar, una vez m ás, que incluso después de todo este tiempo, los niveles de engaño en el mundo real a menudo son contradictorios (de ahí este libro). Otro elemento del rompecabezas de la falta de honradez en el ámbito digital es que Internet no existe en un vacío. Nuestras vidas no on line y online se entrecruzan con creciente frecuencia. Cuando se trata del enga ñ o, pues, esto plantea una cuestión crucial: ¿ aplicamos niveles de sinceridad no on Une o niveles de sinceridad on line? Como han demostrado muchos destacados incidentes de enga ño en Internet, puede que no haya una respuesta correcta, pero sin duda es posible entender mal esta pregunta.

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El director general y «el muñeco calcetín»

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A principios de la década del 2000, el usuario que ponía mensajes en los tableros de mensajes de Yahoo con el nombre de Rahodeb se hizo famoso como firme defensor de la cadena de tiendas de alimentación orgánica Whole Foods. Rahodeb promovía las perspectivas financieras de esta cadena y menospreciaba el principal rival de la compa ñía, Wild Oats. Alababa en particular al director general de Whole Foods, John Mackey, y en una ocasión escribió: «Me gusta el peinado de Mackey. ¡Creo que le queda muy bien!» Entre 1999 y 2006, Rahodeb escribió más de mil mensajes. Entonces, en 2007, una nota a pie de página en un impreso legal de la Federa!Trade Commission reveló algo curioso. Rahodeb no sólo era fan de Whole Foods y de su director general, John Mackey. Era el propio John Mackey. Durante añ os, el director general de Fortune 500 había ocultado su identidad para insertar sus pensamientos en las discusiones digitales sobre su empresa. La acción de Mackey no fue ú nica. Su uso de un alias on line para promover una empresa que él dirigía es un ejemplo de lo que conocemos como « mu ñeco calcetín». Utilizar un muñeco calcetín puede significar adoptar un disfraz digital para apoyar cualquier clase de empresa o causa o producto. El elemento clave es alguien de dentro, como Mackey, que expresa sus opiniones a través de un anónimo «mu ñeco» en Internet. En los últimos años han aparecido numerosos casos de esta práctica: directores generales alabando sus propias empresas, miembros del personal del congreso alabando a sus jefes, periodistas alabando sus propios artículos. A menudo, la excusa del que utiliza este truco es similar a la que dio Mackey para el incidente de Rahodeb ( Rahodeb es un anagrama de Deborah, el nombre de la esposa de Mackey). Explicó: « Escribí en Yahoo! con seudónimo porque hacerlo me divertía». Los directores generales de las principales empresas no tienen

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H muchas oportunidades de hablar de forma espontánea. Incluso cuando quieren hacernos creer que lo hacen , lo que está n diciendo suele haber sido filtrado por personal de relaciones públicas o, peor, revisado por abogados. Dada la investigación de los medios de comunicación y de los accionistas que acompaña a los comentarios de los directores generales, no es dif ícil imaginar que para ellos, sí, descargar algo de forma anónima en un sitio de Internet probablemente -puede ser muy divertido. La diversión cesa, por supuesto, cuando el enga ño se descubre. Entonces las consecuencias pueden ir desde la verg üenza hasta el final de su carrera. Por ejemplo, un miembro del personal de un congresista republicano perdió su empleo cuando se hizo público que había estado actuan do como agente provocador digital en los sitios web demó cratas. La práctica de ponerse un alias proporciona un buen ejemplo del conflicto existente entre la sinceridad electrónica y los niveles convencionales de conducta en la vida diaria. Según las reglas de la sinceridad electrónica, no había nada malo en que Mackey ocultara su identidad para colgar mensajes en un foro p úblico. Estos mensajes casi siempre se cuelgan de forma an ónima. Sin embargo, su identidad no on line ( es decir, su identidad real) como director general de Whole Foods exigía que sus comentarios públicos sobre su propia compa ñía, aunque no los referentes a su peinado, se le pudieran atribuir a él. Las reglas on Une dicen que Mackey puede ocultar su identidad. Las reglas no on line dicen que Mackey es responsable de lo que dice sobre su empresa. En Internet hay que negociar contradicciones similares, como la segunda vida. Este juego on line con múltiples jugadores permite a los usuarios crear avatares tridimensionales que pueblan un mundo extra ñamente similar ( al menos en algunos aspectos ) al nuestro. Los avatares tienen empleos, ganan dinero, hacen amigos, van a fiestas; en resumen, se dedican a muchas de las mismas actividades que realizamos en la vida real. Los avatares tambié n pueden

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H casarse y tener relaciones sexuales. Esto plantea algunos espinosos problemas previsibles con respecto a lo que es y no es permisible en el matrimonio. Por ejemplo, ¿hasta qué punto el cibersexo es realmente sexo? ¿La infidelidad digital puede dar pie a una ruptura en la vida real? Las respuestas a estas preguntas simplemente todavía no existen. Internet es al mismo tiempo la frontera de la tecnología y la frontera de un nuevo tipo de interacción social. Las pautas de la honradez sólo emergerán a medida que los individuos interpreten guiones en la división on line!no on line una y otra vez. Hasta que la cultura de Internet se estabilice, si es que tal cosa es posible, el mejor curso de acción es proceder con redoblado escepticismo ante lo que leemos y con quién conocemos on line. Es posible que estemos dispuestos a vivir con los principios generales de la sinceridad electrónica, aceptando nombres falsos y detalles biográficos enga ñosos, pero no existe ningún filtro para la mentira que nos puede causar da ño o nos lo causa. Tenemos que levantar nuestros propios muros para proteger nuestra confianza

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Piense en la última vez que le mintieron. Ésta es la frase con la que hemos empezado este libro, y parece útil revisarla ahora. Al leerla al principio, probablemente pensó en la última mentira que había oído en el contexto de alguna vil ex,



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algún representante del servicio al cliente que le confundió, algú n repartidor que le prometió una entrega rápida que nunca llegó. Sin embargo, llegados a este punto, debería estar claro que los mentirosos en nuestra vida no son sólo los personajes desagradables con los que tenemos la mala suerte de tropezar una y otra vez. La verdad es que nadie es estricta y exclusivamente sincero con no sotros, y las mentiras que oímos son tan corrientes como las interacciones que tenemos a diario. Para decirlo de una forma simple, los mentirosos que hay en nuestra vida son todas las personas que están en nuestra vida. La idea de que el engaño es raro, algo que destaca en nuestra mente porque es tan desagradable, en realidad resulta reconfortante. Nos tranquiliza que las mentiras que nos dicen estén hasta cierto punto colocadas en diferentes compartimentos. Sin embargo, el verdadero alcance de nuestra relación con el engañ o puede encontrarse simplemente imaginando nuestra vida sin él. Imagine que pone la televisión y ve a una celebridad que anuncia: « Me pagaron un montón de dinero por aparecer en este anuncio». Imagine a alguien que solicita un empleo admitiendo, mientras le está -

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entrevistando: «En realidad, no tengo capacidad para hacer este trabajo, pero quiero que de todos modos me contrate». O imagine que su cónyuge le dice: «El nuevo color de tu pelo te da un aspecto absolutamente rid ículo ». Independientemente de si esta sinceridad puede resultar refrescante, sin duda sería por completo insólita. El hecho es que las mentiras se tejen en nuestras relaciones más íntimas y en las más informales; son esenciales para la forma en que pensamos de nosotros mismos y cómo nos presentamos a los dem ás; desempe ñ an un papel para elegir a nuestros líderes y para la forma que tenemos de ganar dinero. La falta de sinceridad en la vida moderna está en todas paites. Y no hay razón para pensar que eso cambiará. El reto para nosotros es cómo hacer frente al engaño. Es posible que no tengamos elección respecto a si nos mienten o no. Pero sin duda podemos adoptar actitudes y utilizar herramientas que nos ayuden a funcionar de manera más sana, por no decir m ás sincera, mientras navegamos entre el engañ o con que nos enfrentamos cada día.

Comprender por qué ia gente nos miente Cada mentira implica cierto grado de daño y victimización. Cierto, algunas mentiras suponen un mayor coste, emocional o tangible, que otras. Pero incluso el más mínimo engaño necesariamente significa manipular las opiniones o intenciones de otra persona. Mentir, para expresarlo con claridad, no es precisamente algo correcto. Tal vez por esta razón resulta tentador idealizar un mundo de sinceridad total. Podemos imaginar una realidad alternativa en la que los políticos siempre nos dijeran exactamente lo que harían si salieran elegidos, el contratista nos diera siempre un presupuesto

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Vivir con las mentiras

ajustado al céntimo en las reparaciones, y si alguien ha prometido llamar, que llamara. Podríamos confiar en todo el mundo a quien conociéramos, los demás podrían confiar en nosotros, y esta con fianza mutua sería la base para unas relaciones m ás plenas, m ás

íntimas. Si bien este escenario resulta indudablemente atractivo, refleja que se comprende mal, para empezar, por qué la gente se desvía de la verdad. De nuevo, mentir no es algo correcto. Pero no deber íamos suponer que la razón por la que la mayoría de la gente miente es que ellos tampoco son correctos. Para comprender mejor lo que motiva gran parte del enga ño, consideremos cómo podría ser una sociedad totalmente sincera. Brad Blanton, un psicoterapeuta de Virginia, es el fundador de un movimiento llamado Sinceridad Radical. Segú n los principios de Sinceridad Radical, nunca, en ninguna circunstancia, se debería mentir en una relación personal ni aceptar las mentiras de otros. En cambio, los miembros de Sinceridad Radical aprenden a expresar todos los pensamientos y las emociones, incluso la ira, el resentimiento y un odio total. Aunque los que proponen la Sinceridad Radical no discuten que la gente deber ía salir de su camino para ser agresiva, sugie ren que la sinceridad total es precursora de la salud psicológica y la felicidad. Según este movimiento, si alguien te pregunta si te gusta su nueva pareja y la encuentras repugnante y fea, debes decírselo. Si un amigo está preocupado por si su inquieto hijo puede que no esté bien, no tienes derecho a tranquilizarle a menos que realmente creas que al niño no le pasará nada. Sinceridad Radical o, en realidad, cualquier sistema de sinceridad total no permite dar una opinión a medida, ninguna ocultación bienintencionada de la verdad. Si la verdad es brutal, también tienes que ser brutal. Sinceridad Radical toca algunos puntos negros de nuestra idealización de la sinceridad total. No, mentir no es correcto. Pero de-





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Robert Feldman Miembro de la American Psychological Association y de la Association for Psychological Science, Robert Feldman lleva m ás de veinticinco a ños estudiando los mecanismos del enga ño en la vida diaria. Su trabajo, considerado de utilidad pública, ha sido patrocinado por instituciones tan prestigiosas como el Insti tuto Nacional de Salud Mental Norteamericano. Es profesor de psicolog ía en la Universidad de Massachusetts, donde vive en la actualidad.

Cuando mentimos constituye el m ás completo y novedoso trabajo sobre la mentira, que pone al alcance del gran pú blico las conclusiones de sus investigaciones.

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t Feldman, profesor de psicología y autoridad e prestigio mundial en Jas causas y efectos engaño, demuestra, con datos objetivos, que mentira está enraizada en nuestra sociedad ta un punto alarmante. Descubrir por qué la ltura occidental es cada vez más tolerante el enga ño, averiguar el precio que pagamos la falsedad y por qu é estamos tan dispuestos eptarlo es el primer paso para construir unas laciones basadas en la honestidad ; con los más y con uno mismo. El esfuerzo, afirma el autor, es hoy más necesario que nunca.

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