Counseling centrado en la persona: En acción (Profesional) (Spanish Edition)
 9789871301959

Table of contents :
Portada
Créditos
Dedicatoria
Prefacio a la edición en castellano
Reconocimientos
Prefacio a la tercera edición
Introducción
1. El enfoque centrado en la persona: una revisión contemporánea y teoría básica
El paradigma actual
El concepto de sí mismo
Condiciones de valor
El proceso de valoración organísmica
El locus de evaluación
Crear las condiciones para el crecimiento
2. Desarrollos recientes de la teoría centrada en la persona
El proceso actualizante
Proceso egosintónico
Proposiciones teóricas 1-4
Proceso difícil
Diálogos del sí mismo
Proposiciones teóricas 5-8
Una concepción moderna centrada en la persona del proceso de counseling
3. El uso del sí mismo del counselor
Una disciplina rigurosa
La actitud del counselor para consigo mismo
Escuchando al sí mismo
Autoaceptación
El desarrollo de la empatía
Aprendiendo a ser genuino
La “relación saludable” entre el counselor y el consultante
El sí mismo único del counselor
Corriendo riesgos con nuestro sí mismo único
El sí mismo cambiante del counselor
La experiencia de profundidad relacional
4. Empatía
Una escala de empatía
Empatía y locus de evaluación
¿Por qué y cómo la empatía es importante en el counseling?
Enfocándose en el “borde de la conciencia”
No hay necesidad de entender
Liberando nuestra sensibilidad empática
Bloqueos de la empatía
Las necesidades y los temores del counselor
Empatizando con diferentes partes del cliente
5. Consideración positiva incondicional
Por qué es importante la consideración positiva incondicional
Algunos clientes que se autoprotegen
Lenguajes personales
Pero ¿qué hago cuando simplemente no acepto a mi consultante?
¿Puede el consultante aceptar mi aceptación?
El foco en la calidez
Foco en la condicionalidad
La consideración positiva incondicional no tiene que ver con “ser agradable ”
6. Congruencia
¿Por qué es importante la congruencia?
Resonancia
Metacomunicación
Incongruencia
Guías para la congruencia
¿Cómo puede el counselor desarrollar su congruencia?
Las tres condiciones combinadas
7. “Comienzos”
El juego del poder
El consultante llega con sus expectativas
Los primeros momentos
Estableciendo la confianza
“Disfraces y pistas”
El fin del comienzo
Estructuras y contratos
Asuntos de dinero
Resumen
Estudio de caso (parte 1)
8. “Medios”
El estudio de caso (parte 2)
“Medios”, un panorama general
El desarrollo de la relación terapéutica
El proceso del consultante
El proceso del counselor
9. “Finales”
El estudio de caso (parte 3)
El final del proceso de counseling
Finales que el counselor considera “prematuros”
Preparándose para los finales
Después del final
Apéndice
Preguntas y respuestas
Glosario
Bibliografía
Acerca de los autores
Sobre este libro

Citation preview

Mearns, Dave Counseling centrado en la persona en acción / Dave Mearns ; Brian Thorne. - 1a ed . - Cuidad Autónoma de Buenos Aires : Gran Aldea Editores - GAE, 2020. Libro digital, EPUB Archivo Digital: descarga y online ISBN 978-987-1301-95-9 1. Desarrollo Personal. 2. Psicología. I. Thorne, Brian. II. Título. CDD 158.1

Diseño de cubierta e interior: Michelle Kenigstein y Claudio Perles Cuidado de la edición: Estela Falicov Coordinación de producción: Carolina Kenigstein Corrección: Romina Ryzenberg Revisión técnica: Martín Lange, María José González Cerezo, Patricia Szychowski, Sergio Daniel López. © Dave Mearns y Brian Thorne, 1988, 1999, 2007. © Traducción: Estela Falicov y Silvia Lombardi, 2009. Título original: Person-Centred Counselling in Action. English language edition published by SAGE Publications of London, Thousand Oaks, New Delhi and Singapore, © Dave Mearns & Brian Thorne, 1988, 1999, 2007. Traducción autorizada de la tercera edición por acuerdo con SAGE Publications, Londres, Reino Unido. 1a edición: noviembre de 2009 Edición en formato digital: julio de 2020

ISBN 978-987-1301-95-9 © 2009, 2020 Gran Aldea Editores SRL Tel: (5411) 4584-5803 / 4585-2241 [email protected]

www.granaldeaeditores.com.ar Se prohíbe la reproducción total o parcial, por cualquier medio electrónico o mecánico incluyendo fotocopias, grabación magnetofónica y cualquier otro sistema de almacenamiento de información, sin autorización escrita del editor.

Conversión a formato digital: Libresque

Esta tercera edición está dedicada a Elke y Christine en agradecimiento por su apoyo e inspiración.

PREFACIO A LA EDICIÓN EN CASTELLANO

Esta edición comenzó a gestarse en el cuarto de un hotel en Buenos Aires a principios de septiembre de 2005. El evento mayor, en su último día, era el Congreso Mundial de Psicoterapia y el evento menor que se desarrollaba en él era “la carpa del enfoque centrado en la persona”. La “carpa” consistía en un salón con capacidad para cerca de 80 personas, donde se había producido, durante el transcurso de la semana anterior, una gran variedad de presentaciones y diálogos sobre el enfoque centrado en la persona. Aunque para la mayoría de los 4000 participantes el congreso había finalizado unas pocas horas antes, todavía había 200 personas sentadas apretadas juntas en el piso, compartiendo comida y bebida propias de distintas partes del mundo, cantando canciones y contando historias que también reflejaban sus distintas culturas. Éste era el último de los diarios “encuentros” que tuvieron lugar en la “carpa centrada en la persona” en el 2005. La comunidad había crecido cada tarde de la semana, de 80 a las actuales 200,

con personas de distintas partes del mundo y de una amplia variedad de orientaciones terapéuticas que aprendieron acerca de esta experiencia centrada en la persona que tanto valora el encuentro entre personas. El encuentro fue emocionalmente

movilizante,

porque

se

encontraban

individuos de todos los países de Latinoamérica y también una minoría de otras partes del mundo. Fue un verdadero evento latinoamericano que no habría sido igual en ninguna otra parte del mundo. Somos conscientes del notable crecimiento del interés en el enfoque centrado en la persona en Latinoamérica durante los últimos diez años, pero esta experiencia en la “carpa del enfoque centrado en la persona” reforzó la comprensión creciente de que el enfoque centrado en la persona se encuentra particularmente “a tono” con las culturas de Latinoamérica en su valoración de la expresión y en el encuentro humano y nos llevó a trabajar junto con colegas de Argentina para crear la presente edición y también la futura traducción del libro de Mearns y Cooper, Trabajando en profundidad relacional en counseling y psicoterapia, cuya publicación en castellano también está prevista por Gran Aldea Editores para 2010. A lo largo de sus tres ediciones, desde la primera en 1988, Counseling centrado en la persona en acción fue un best seller en el campo del counseling y la psicoterapia en Gran Bretaña y fue traducido a varios idiomas, pero no al castellano, hasta ahora. Por supuesto, que hay “castellano” y “castellano”, con la división marcada por el océano y

quinientos años de diferencias políticas e históricas. En esta edición, hemos optado firmemente por un lenguaje que, en líneas generales, refleje latinoamericana, aunque

la experiencia y la cultura por supuesto va a haber

diferencias en ese contexto. Se tuvo un gran cuidado con la traducción. Después de haber estado inmersa como intérprete en varios cursos de entrenamiento basado en el libro, Silvia Lombardi hizo el trabajo inicial, para después consultar su traducción con otras personas, incluyendo a Martín Lange, María José González Cerezo, Patricia Szychowski y Sergio Daniel López. El control de calidad fue apoyado en todo el proceso por Estela Falicov, la editora de Gran Aldea Editores y cotraductora. Las ediciones en inglés recibieron consistentemente elogios por la claridad de su lenguaje y, con el cuidado de estas personas, esperamos que lo mismo suceda con esta edición.   Profesor Dave Mearns Profesor Brian Thorne   Agosto de 2009

RECONOCIMIENTOS Nuestra deuda con nuestros primeros formadores y colegas cercanos sigue siendo tan profunda como siempre y muy especialmente, por supuesto, con el Dr. Carl Rogers sin cuya vida y obra nuestras propias vidas personales y profesionales habrían sido muy diferentes. Más recientemente, nos han enriquecido y estimulado las contribuciones de otros profesionales más jóvenes y, en especial, queremos reconocer la influencia de Mick Cooper, Judy Moore, Margaret Warner y Peter F. Schmid. Como siempre, estamos muy agradecidos a nuestra editorial y al equipo de marketing de Sage Publications, cuyo apoyo y eficiencia han sido ejemplares, que lograron que escribir libros sea una actividad desafiante y divertida a la vez. Finalmente, queremos agradecerle a Tessa Mearns, por su trabajo paciente y meticuloso con el procesador de textos. Representó una fuente constante de aliento y su prolongado e íntimo conocimiento de ambos autores, nos hizo sentir seguros a la vez que nos ayudaba a dar lo mejor de nosotros.

PREFACIO A LA TERCERA EDICIÓN Pasaron más de veinte años desde que se publicó la primera edición de Counseling centrado en la persona en acción. Durante este período, se produjo un notable florecimiento de la práctica del counseling y la psicoterapia y un desarrollo comparable en el campo del counseling centrado en la persona. En 1988, además de los escritos de Carl Rogers, había poca literatura disponible para ayudar al aspirante a counselor centrado en la persona y la primera edición de este libro aportó tanto sustancia como disciplina a una orientación que estaba en peligro de volverse anárquica. En verdad, no era raro en esa época que los profesionales se adjudicaran la denominación “centrados en la persona” sin tener conocimientos firmes de la teoría y la práctica de lo que es, de hecho, uno de los enfoques terapéuticos más exigentes que surgieron en el siglo XX. Irónicamente, el uso inapropiado y desinformado de la expresión “centrado en la persona” se encuentra todavía en la literatura oficial, especialmente en el contexto del Sistema Nacional de Salud británico, en el cual el énfasis de poner al paciente en el centro del tratamiento es reforzado por terminología que nada tiene que ver con la teoría y la

práctica del counseling centrado en la persona tal como lo entendemos nosotros. Es verdaderamente difícil evitar el pensamiento malicioso de que si el Sistema Nacional de Salud estuviera verdaderamente imbuido de una genuina filosofía centrada en la persona, estaríamos viviendo en una cultura muy diferente del ambiente orientado a objetivos, obsesionado con la eficiencia, con vigilancia monitoreada, que prevalece en tantos campos profesionales en el presente. Esta tercera edición aparece en el contexto de los profundos cambios que se produjeron en el mundo centrado en la persona durante las dos últimas décadas. En Gran Bretaña, el enfoque está bien consolidado y es aplicado por miles de profesionales. Existen varios cursos muy serios de formación y encontramos profesionales centrados en la persona, especialistas e investigadores en prestigiosas universidades –las más notables son las de Strathclyde y de East Anglia– en las que estos autores han sido responsables del desarrollo de centros reconocidos a escala internacional. También, se produjeron importantes contribuciones al enfoque desde la literatura, ya que hay varios autores centrados en la persona cuyos libros son leídos y apreciados internacionalmente (Merry, 1995, 1999; Keys, 2003; Tolan, 2003; Wilkins, 2003; Sanders, 2006; Tudor y Worrall, 2006). Existen dos asociaciones profesionales florecientes, la Asociación Británica para el Enfoque Centrado en la Persona (BAPCA, por sus siglas en inglés) y su hermana escocesa, la Asociación para la Terapia Centrada en la Persona. El

enfoque, también, está admirablemente provisto por PCCS Books Limited de Ross-on-Wye que, bajo el liderazgo inspirado de Pete Sanders y Maggie Taylor-Sanders, está casi completamente dedicada a la publicación de libros centrados en la persona y se han convertido en los principales editores de este tipo de material, no sólo en Gran Bretaña sino en todo el mundo. A su vez, Sage (UK) continúa ocupando un rol central en la publicación de libros (como éste) que abrieron caminos en la tradición centrada en la persona. Más recientemente, se creó la Asociación Mundial de Psicoterapia y Counseling Centrados en la Persona y Experienciales (WAPCEPC, sus siglas en inglés) y su revista Psicoterapias Experienciales y Centradas en la Persona tiene actualmente dos mil subscriptores en todo el mundo. La rápida expansión y consolidación de este enfoque en Gran Bretaña y en otras partes del mundo también ha asegurado su vitalidad. Se crearon nuevas escuelas de pensamiento que permanecieron fieles a los elementos centrales del enfoque y, a la vez, resaltaron distintos énfasis y abrieron nuevas posibilidades terapéuticas. Nosotros, los autores, damos la bienvenida a estos desarrollos; y, al mismo tiempo, nos mantenemos alertas a desviaciones que amenazan con el abandono de los elementos claves del enfoque. También, revisamos continuamente la base teórica del trabajo centrado en la persona para ver dónde necesita ser extendido o elaborado. Dave Mearns ha sido especialmente activo y su trabajo sobre las configuraciones

y el proceso egosintónico resulta particularmente esclarecedor y de relevante importancia en la práctica clínica. Ambos adoptamos el concepto de profundidad relacional como una noción de excepcional utilidad para evaluar la competencia y la eficacia terapéutica del counselor. A Dave Mearns le resulta un concepto valioso para encarar el desafío de la desesperación existencial, mientras que a Brian Thorne le brinda un contexto para explorar la cualidad de la presencia y el movimiento hacia la experiencia espiritual. Desde el comienzo de nuestra amistad y colaboración, que ya lleva treinta y dos años, el hecho de que Dave sea un ateo humanista y Brian un cristiano anglicano del credo católico liberal resultó ser una inesperada fortaleza y dotó a nuestra obra de una energía creativa que parece atraer a una amplia gama de lectores. Quizás, también, refleja el hecho de que los profesionales centrados en la persona tienden a estar divididos en forma pareja entre aquellos que se consideran a sí mismos agnósticos o ateos y aquellos que tienen un sistema de creencias religioso o espiritual que postula algún tipo de poder superior o significado universal. Dentro de este contexto, tratamos por todos los medios de producir un libro que tanto en estilo como en contenido sea valioso para profesionales cuyo nivel de experiencia puede ser muy diverso. Aquellos que sean nuevos en el enfoque y puedan estar en las primeras etapas de su formación encontrarán en estas páginas una clara exposición de los aspectos claves de la teoría y la práctica.

También obtendrán conocimiento de primera mano de la desafiante y, a veces dramática, experiencia diaria de ser un counselor centrado en la persona. Sin embargo, creemos que los profesionales sólidos, y aun los estudiosos experimentados del enfoque, encontrarán mucho que les interese y los estimule. En un libro anterior, Person-Centred Therapy Today (Sage, 2000), intentamos explorar las nuevas fronteras tanto en la teoría como en la práctica y en este volumen se incorporó una introducción a ese libro. Estamos orgullosos, sin embargo, de pertenecer a una tradición que permanece siempre abierta a nuevos insights y posibilidades y en esta nueva edición hay momentos en los que damos pasos tentativos adentrándonos en terrenos poco explorados. Los lectores de

las

primeras

dos

ediciones

fueron

generosos en sus elogios al libro, que encontraron claro, cautivante, accesible y, a la vez, inspirador de profunda reflexión. También comentaron en muchas oportunidades acerca del placer de estar acompañados por dos autores tan evidentemente diferentes en temperamento y, al mismo tiempo, tan unidos en valores y propósitos. Las dos primeras ediciones vendieron 130.000 ejemplares. Quizás, estemos algo “locos” en hacer esta revisión tan radical en la tercera edición, agregando 20.000 palabras y triplicando las referencias. Aun así creemos que esta nueva edición no perdió nada de la claridad y el fácil acceso de las anteriores y que su contenido será lo suficientemente convincente como para conservar la lealtad de nuestros viejos lectores,

al mismo tiempo que les damos la bienvenida a nuevos investigadores. Hay algo de lo que estamos seguros: no nos aburrimos de la compañía mutua y no perdimos la capacidad de sorprendernos el uno al otro con nuestras percepciones diferentes pero complementarias acerca del fascinante escenario de un enfoque terapéutico que, creemos,

tiene

mucho

que

ofrecer

a

un

mundo

desesperado. Por encima de todo, puede contribuir a restablecer la confianza en la capacidad de los seres humanos de avanzar, a pesar de todo lo que está en contra, hacia un futuro más constructivo.   Profesor Dave Mearns, Universidad de Strathclyde, Glasgow   Profesor Brian Thorne, Universidad de East Anglia, Norwich

INTRODUCCIÓN El 8 de julio de 1997, se fundó en Lisboa la Asociación Mundial de Psicoterapia y Counseling Centrados en la Persona y Experienciales y tres años más tarde, en Chicago, en una asamblea general, se aprobaron por unanimidad sus estatutos. Estos eventos probablemente habrían sorprendido al Dr. Carl Rogers, el pionero creador del counseling centrado en la persona, y quizás hasta lo hubieran horrorizado, ya que sentía un disgusto casi visceral hacia las asociaciones y organizaciones. Para Rogers, tendían a llevar a una forma de profesionalismo atrincherado en el cual resulta muy fácil que las necesidades y los insights de los consultantes sean obscurecidos por formas de conocimiento experto que sirven para reafirmar la importancia, el prestigio y el poder de los terapeutas. Sin embargo, para los profesionales de todo el mundo la formación de la Asociación Mundial marcó un hito importante en la evolución de un enfoque del counseling y la psicoterapia que tenía sus orígenes en el trabajo de Rogers y sus colegas en las décadas de 1930 y 1940. Ofreció la posibilidad de lograr una identidad más firme y una voz más potente en un momento en el cual,

como ahora, las ideas y las creencias imperantes eran menos que favorables a muchos de los principios que desde su inicio sustentaron la teoría y la práctica del counseling centrado en la persona. La verdad central de Rogers era que el consultante es el que sabe mejor. Es el consultante el que sabe qué le duele, dónde siente el dolor y el que a fin de cuentas descubrirá la forma de salir adelante. La tarea del counselor es ser el tipo de acompañante que pueda relacionarse con el consultante de manera tal que éste pueda acceder a su propia sabiduría y recobrar su propia auto dirección. Los diferentes nombres con los que se identificó a este enfoque a lo largo de los años dan testimonio de los principios fundamentales. Rogers comenzó llamando counseling no directivo a su manera de trabajar, enfatizando así la importancia del counselor más como un compañero no impositivo que como un guía o experto en la vida de otra persona. Como los críticos interpretaron la no directividad como una cierta pasividad mecánica de parte del counselor, Rogers posteriormente describió a su enfoque como centrado en el cliente, poniendo así mayor énfasis en la centralidad del mundo fenomenológico del consultante y en la necesidad del counselor de permanecer sintonizado fielmente con la manera en que el consultante experimenta y percibe la realidad. Muchos profesionales en todo el mundo siguieron llamándose a sí mismos “centrados en el cliente”. Sostienen que cuando Rogers mismo usó por primera vez la expresión centrado en la persona estaba pensando en enfocar con una

cierta actitud ciertas actividades realizadas fuera del consultorio de counseling, como el trabajo grupal, los procesos educacionales y la comprensión entre culturas. Sostienen que la expresión enfoque centrado en la persona debería continuar utilizándose sólo para los contextos externos al counseling. Si bien respetamos ese punto de vista, optamos por la expresión counseling centrado en la persona y la utilizamos en todo este libro. Ambos somos miembros comprometidos de la Asociación Mundial y nos parece totalmente apropiado adherir a la descripción que aparece en el nombre de la Asociación. Nuestra decisión de usar la expresión “centrado en la persona” no se basa solamente en un deseo de alinearnos con la terminología de la Asociación Mundial. Existen por lo menos otras tres poderosas razones. En primer lugar, no es cierto que Rogers mismo haya limitado siempre la expresión enfoque centrado en la persona a actividades externas al counseling. Hay claros ejemplos en los que utilizó “centrado en la persona” y “centrado en el cliente” en forma indistinta y se sentía plenamente satisfecho de participar en cursos de entrenamiento que apuntaban a formar counselors y psicoterapeutas centrados en la persona. Sin embargo, es más importante la segunda razón, que se basa en nuestra creencia de que la descripción “centrado en la persona” transmite más fielmente el doble énfasis en el mundo fenomenológico del consultante y en el modo de estar del counselor. Nuestra actividad terapéutica es esencialmente el desarrollo de una relación entre dos personas; tanto el

mundo interno del consultante como el del counselor tienen igual importancia para forjar una relación que servirá, de la mejor manera posible, a las necesidades y los intereses del consultante. El concepto de profundidad relacional tiene gran importancia en la búsqueda de eficacia terapéutica y la habilidad del counselor de vincularse en profundidad con el consultante depende de su propia disponibilidad para entrar sin temor en el encuentro. El counseling centrado en la persona es, esencialmente, una relación entre dos personas, y ambas están comprometidas a avanzar hacia una mayor plenitud de ser. La tercera razón para optar por la expresión “counseling centrado en la persona” tiene que ver con la continuación del trabajo de Rogers que distintos profesionales realizaron después de su muerte, en 1987. Cuando estábamos trabajando en la primera edición de este libro, Rogers todavía estaba vivo y en el Reino Unido sólo había pocas oportunidades para formarse con profundidad en este enfoque. El resultado fue una situación que nos parecía muy lamentable, en la cual muchos profesionales con inadecuada o mínima comprensión fueron formados para

llamarse

“centrados

en

la

persona”,

trayendo

desprestigio al enfoque con su práctica superficial, confusa o erróneamente anárquica, que no tenía ninguna base sólida en la verdadera teoría centrada en la persona. En una segunda edición, unos diez años más tarde, relatamos que aunque todavía quedaban elementos de la situación de los años 80, que aún alimentaban nuestra exasperación, existía un cierto número de cursos formativos especializados que

tenían una trayectoria académica consolidada. En síntesis, era cada vez más factible identificar a un creciente grupo de profesionales que había recibido un entrenamiento profundo en el enfoque. Al mismo tiempo, se había producido un florecimiento de la literatura sobre el enfoque, se crearon asociaciones profesionales y se concretó un considerable número de nombramientos docentes en universidades británicas. Era mucho más difícil, ahora, lucir una falsa etiqueta de “centrado en la persona” o alegar ignorancia de la real, frente al desarrollo cada vez mayor del enfoque en institutos de formación y actividad académica. En años recientes, la situación tanto aquí (en Gran Bretaña) como en otros países ha dado un giro que, a la vez que complejizó el campo, fortaleció nuestra convicción de conservar la expresión “centrado en la persona”. Como es quizás inevitable después de la muerte de una figura destacada, quienes fueron más influenciados por su trabajo comienzan a seguir sus propios caminos, desarrollando algunos aspectos del trabajo original y abandonando otros. En el caso de Rogers, esto era predecible, ya que a lo largo de toda su vida siempre había insistido en el carácter provisional de la teoría y había estado totalmente abierto a las nuevas experiencias y los nuevos resultados de la investigación. El nombre de la Asociación Mundial es también revelador. La incorporación de la palabra “experiencial”1

indica

que

la

asociación

invita

a

los

profesionales que han sido profundamente influenciados por el trabajo de Eugene Gendlin y su psicoterapia orientada al

focusing, así como también a aquellos que enfatizan el proceso de experienciar del consultante y ven al counselor como facilitador experto del proceso, mientras que mantienen una postura de no directividad con respecto al contenido. Tales vástagos de la rama principal de lo que se podría llamar counseling clásico centrado en el cliente son, para nosotros, evidencia de una situación sana. Demuestran un enfoque que no está moribundo y en el cual los profesionales están abiertos a nuevos desarrollos prácticos y teóricos a la luz de la experiencia. Al mismo tiempo, escritores como Lietaer (2002), Schmid (2003) y Sanders (2000) intentaron elucidar los principios o los criterios irreducibles del trabajo centrado en la persona, haciendo así posible diferenciar los desarrollos que siguen siendo fieles al núcleo central de los conceptos básicos de los que se han desviado tanto de los orígenes del enfoque que ya no son lo que Margaret Warner (2000b) describió como “tribus” de la nación centrada en la persona. Para nosotros, el counseling centrado en la persona es una denominación apropiada para aglutinar a todas esas “tribus” que suscriben a los principios primarios o del enfoque; anhelamos que lo que sigue sea valioso para los profesionales o aquellos que se están formando, ya sea que se consideren counselors centrados en el cliente “clásicos” o prefieran identificarse con una u otra de las tribus centradas en la persona más recientes. Por nuestra parte, mientras que por temperamento y experiencia nos ubicamos en el extremo clásico del continuo, pusimos nuestro mejor esfuerzo en

desarrollar y refinar muchos de los constructos teóricos originales de Rogers y ese trabajo está incorporado en este libro. El counseling centrado en la persona, como nosotros lo vemos, no está grabado en tablas teóricas de piedra, ni restringido a una forma particular y exclusiva de la práctica. Donde el libro se limita intencionalmente es en su foco primario en la práctica informada –como es ésta– por lo que confiamos que sea una exposición clara de la teoría. No pretende ofrecer una exploración detallada de estudios de investigación o elaborar un análisis de la investigación. Por lo tanto, no se menciona gran parte del cuidadoso trabajo de los investigadores norteamericanos de las últimas generaciones, como tampoco el trabajo más reciente de eminentes investigadores europeos. Invitamos a los lectores que desean subsanar esta deficiencia a consultar la monumental historia del enfoque de Goff Barrett-Lennard (Sage, 1998), que presenta, entre otras cosas, un completo informe de la inserción del enfoque en la investigación. PCCS Books (una editorial dedicada al enfoque centrado en la persona y fundada a principio de los ‘90) también ha publicado una colección de escritos de la Conferencia Internacional de Chicago de 2000, incluyendo informes de recientes

estudios

de

investigación

sobre

este

punto

(Watson, Goldman y Warner, 2002). Desde 2002, la Revista Internacional de Psicoterapias Centradas en la Persona y Experienciales, actualmente en su sexto volumen, representa el vehículo principal para divulgar nuevos desarrollos en el enfoque.

Esperamos que también esta nueva edición de Counseling centrado en la persona en acción esté escrita de manera tal que resulte útil a los profesionales y estudiantes en Europa, América y otras partes del mundo donde el enfoque centrado en la persona está prosperando. Sin embargo, hay dos temas que quizás son característicos de Gran Bretaña y necesitan aclaración para los lectores de otros países. En primer lugar, hay varias referencias al trabajo que el counselor hace con su supervisor. Este énfasis en la supervisión

refleja

el

acreditación

continua

encuadre con

la

británico,

Asociación

donde

la

Británica

de

Counseling y Psicoterapia requiere supervisión de por vida, una condición que, por lo que sabemos, no es obligatoria en la mayor parte de América y de Europa continental. En segundo lugar, debe entenderse que, en lo que se refiere al enfoque

centrado

counseling

y

en

la

persona,

psicoterapia

las

suelen

actividades

de

considerarse

indistinguibles porque los procesos implicados entre el profesional

y

el

consultante

siguen

siendo

iguales,

independientemente del nombre dado a la actividad. Para los lectores norteamericanos, la situación es aún más confusa, porque en Gran Bretaña la palabra counseling tiende a ser utilizada mucho más en contextos que en América del Norte serían denominados psicoterapia. En este libro, seguimos siendo congruentes con el espíritu de la serie refiriéndonos a lo que hacemos como “counseling” y limitándonos a relaciones terapéuticas relativamente cortas. Ninguno de los casos que presentamos duró más de un año.

Este libro, como en sus ediciones anteriores, procura invitar al lector a la experiencia viva del counseling centrado en la persona. Intenta atraer a profesionales y estudiantes tanto a nivel emocional como intelectual. Sobre todo, intenta transmitir el entusiasmo –a veces, combinado con la ansiedad y el riesgo– de relacionarse con otro ser humano en profundidad. También, esperamos que el libro sea leído por algunos posibles consultantes y más particularmente por los que pudieron haber tenido la experiencia desafortunada de encontrarse con profesionales de la ayuda que, por temperamento o por entrenamiento, hayan sido renuentes a encontrarse con ellos como personas. Los capítulos iniciales presentan una descripción contemporánea de los principales constructos teóricos del enfoque y de las demandas sobre el counselor en términos de su propio conocimiento y actitud disciplinada con su sí mismo.2 De ahí en adelante, el lector se zambulle en los desafíos que el counselor centrado en la persona enfrenta momento a momento en su trabajo y con todos los dilemas que inevitablemente se le presentan. Se exploran de cerca las actitudes y las habilidades, especialmente cuando éstas disparan en el counselor la capacidad y el atrevimiento de entrar en profundidad relacional con las personas que antes pudieron

haber

contexto

de

sido

gravemente

relaciones

que

heridas

resultaron

dentro

traicioneras

del o

abusivas. Una parte substancial del libro se dedica a la experiencia de una relación terapéutica en particular a la que la buena voluntad de la consultante de participar

plenamente en el proceso de reflexión sobre su viaje terapéutico hace más vívida. El libro concluye con los dos co-autores pasando un momento agradable, respondiendo a las preguntas hechas a menudo por los alumnos, nuevos profesionales, profesionales experimentados y counselors curiosos u hostiles de otras orientaciones. Damos la bienvenida a la oportunidad de hacer frente a estas preguntas, que se dan con frecuencia al final de una conferencia agotadora o de un taller, cuando lo que estamos deseando es un gin tonic. Esperamos alentar a los lectores a reflexionar acerca de sus propios procesos terapéuticos –ya sea como counselor o consultante–

y

que

entusiasmo

que

puedan siempre

contagiarse

de

experimentamos

algo

del

cuando

intentamos poner en palabras la belleza y el misterio del encuentro persona a persona al que llamamos counseling. Sabemos, por supuesto, que el intento será infructuoso porque solamente la poesía, en su más rica expresión, puede verdaderamente capturar tal belleza y penetrar en el corazón del misterio.

1 Ver Glosario al final del libro. (N. del E.). 2 Ver Glosario al final del libro. (N. del E.).

1



EL ENFOQUE CENTRADO EN LA PERSONA: UNA REVISIÓN CONTEMPORÁNEA Y TEORÍA BÁSICA

El paradigma actual El concepto de sí mismo Condiciones de valor El proceso de valoración organísmica El locus de evaluación Crear las condiciones para el crecimiento

El paradigma actual Cuando salió la primera edición de este libro, en 1988, había mucha evidencia que sugería que el counseling centrado en la persona estaba en contradicción con la cultura predominante. Su insistencia en la singularidad de las personas, en la necesidad de prestar constante atención al proceso, en la confiabilidad del organismo humano, parecían estar totalmente fuera de sintonía con una cultura vorazmente materialista, en la cual el fin de lucro, las metas a corto plazo, la eficiencia tecnológica y las sofisticadas técnicas de vigilancia gobiernan las vidas de la gran mayoría de ciudadanos, en Gran Bretaña así como en la mayor parte del mundo desarrollado. En los años transcurridos desde entonces, el impulso de una cultura cada vez más despersonalizada se ha intensificado a un punto tal que está creciendo toda una generación que no conoce otra cosa que el frenesí de una sociedad brutalmente competitiva, en la que las repuestas rápidas, los expertos que logran una fama efímera, la maravilla tecnológica y la dominación de las fuerzas del mercado son aceptados como telón de fondo inevitable de la llamada existencia civilizada. La situación tomó un giro más siniestro en los últimos años del milenio pasado y el comienzo del actual. A los terribles conflictos en Ruanda, Somalia, Bosnia, Kosovo y

Chechenia, les siguió la llamada guerra del terror en la que estamos embarcados desde el ataque a las Torres Gemelas y el Pentágono en 2001. La desesperada situación de Afganistán e Irak continúa, mientras que el conflicto de Oriente Medio entre Israel y la autoridad palestina sigue sin resolverse. La situación en Irán y Corea del Norte promete más inestabilidad en el futuro. Por si esto no fuera suficiente, los efectos cada vez más alarmantes del calentamiento global son evidentes en todos lados y el avance meteórico de las economías de India y China contribuyó enormemente a la contaminación que la insensatez humana inflige sobre el planeta. El resultado neto de estas catástrofes es inducir pánico y un sentido casi global de impotencia. En tal contexto, los gobiernos inevitablemente desarrollan políticas defensivas y se obsesionan con la seguridad, la vigilancia y las medidas draconianas para asegurar la supervivencia. Se ha creado un mundo psicológico donde escasea la confianza, la ansiedad genera suspicacia, se restringen las libertades individuales en favor de la seguridad corporativa y se imponen soluciones impulsivas ante la proliferación de problemas engendrados por una sociedad bajo amenaza. Es difícil imaginar un escenario menos propicio para la recepción de los valores que sustenta el enfoque centrado en la persona. La cultura actual no otorga un alto valor a la singularidad de la persona y a la importancia de su realidad subjetiva. No es una cultura que dota a la naturaleza humana con la capacidad de moverse hacia el desarrollo

creativo de su potencial inherente. Por cierto que no intenta afirmar el poder personal de cada individuo o dar máxima importancia a fomentar la profundidad relacional entre padres e hijos, maridos y esposas, amigos y compañeros, colegas en el lugar de trabajo o profesores y estudiantes. Por el contrario, es una cultura que se ha vuelto profundamente suspicaz de la autonomía personal e intenta regular casi todas las áreas de participación interpersonal. Cada vez más, vivimos en una pesadilla regulada, en la que los docentes temen ser compasivos con los niños que sufren, las enfermeras ya no tienen ni el tiempo ni la voluntad de relacionarse con los pacientes y los counselors y psicoterapeutas pueden encontrarse tildando mentalmente párrafos en códigos de ética para la práctica profesional de sus asociaciones profesionales antes de responder a la señal de angustia de un consultante particularmente difícil. Es bastante extraño que, en lo que parecería ser un mundo cada vez más triste, no sintamos desesperación. Por el contrario, creemos que la situación actual es tan desesperante que quizás nos estemos acercando a un momento crucial en el que se produzca un cambio de paradigma y el mundo recupere su sentido común. En cierto modo, nuestros consultantes y alumnos nos alientan en esta esperanza. Suelen ser personas que padecieron todo el rigor de las fuerzas de la cultura que acabamos de describir, pero que descubren en el contexto del counseling centrado en la persona una nueva fuente de fortaleza e inspiración.

Especialmente llegan a conocer –quizás por primera vez– qué significa tener la sensación de autoestima y tener acceso a sus propios pensamientos y sentimientos. Son cada vez más conscientes de su propio poder personal. Con esa conciencia1 viene una nueva libertad para tomar decisiones y lograr un sentido de propósito. Quizás lo más transformador es el escape de la soledad que acompaña a la experiencia de ser recibido en profundidad relacional por alguien que no les impone ninguna exigencia, sino que sólo insiste en ser plenamente humano en el consultorio. El lector no estaría del todo equivocado si detectara un tono levemente evangélico en estos últimos comentarios. La experiencia de vivir los principios del enfoque centrado en la persona, tanto en nuestra vida profesional como personal, nos permite captar una esperanza que trasciende la desesperación. Cuando nos encontramos con la actitud despectiva hacia el counseling centrado en la persona aún frecuente en los ámbitos académicos, o cuando presenciamos una vez más la aceptación basada en criterios cuestionables de la terapia cognitiva conductual tanto en el gobierno como en los círculos médicos, ya no nos sentimos tan afligidos. Gracias a nuestros consultantes y estudiantes encontramos la confirmación diaria del poder y la eficacia del enfoque que adoptamos. Estamos conscientes de su base sólida tanto en la teoría como en la investigación y, sobre todo, tenemos presente la disciplina necesaria para esperar el proceso y lo importante que es la disposición del consultante para emprender el counseling.

Creemos

que

nuestra

cultura

se

está

acercando

rápidamente a un punto crítico en el que el espíritu humano no tolerará más el estéril atolladero al que hemos llegado. Creemos que entonces habrá una mayor disposición para adoptar los conceptos claves del enfoque centrado en la persona y encontrar en ellos la fuente de una manera más positiva y esperanzada de relacionarse consigo mismo, con los otros y con todo el orden creado. Es a esos conceptos que ahora nos abocaremos.

El concepto de sí mismo La desconfianza hacia los expertos es muy profunda entre los profesionales centrados en la persona. Para ser un counselor eficaz, quien practica el enfoque centrado en la persona debe aprender a usar su pericia como una prenda invisible. Se espera que los expertos brinden su maestría para

recomendar

qué

se

debe

hacer,

para

ofrecer

orientación calificada o hasta para dar órdenes. Sin duda, en algunas áreas de la experiencia humana esa pericia es esencial y adecuada. Lamentablemente, la gran mayoría de los que buscan la ayuda de counselors han pasado gran parte de su vida rodeados de personas que de manera avasallante e inapropiada se han autoproclamado como expertos en la conducción de la vida de otras personas. En consecuencia, esos consultantes se sienten desesperados por su incapacidad de satisfacer las expectativas de los otros, ya sean padres, profesores, colegas o los llamados amigos, y no sienten respeto por sí mismos ni autoestima. Y sin embargo, a pesar del daño que han sufrido a manos de los que han intentado dirigir su vida, esas personas a menudo recurrirán a un counselor buscando a otro experto más para que les diga qué hacer. Los counselors centrados en la persona, a la vez que aceptan y entienden esta necesidad desesperada de autoridad externa, harán todo lo posible para evitar caer en la trampa de desempeñar ese

rol. Hacerlo sería negar un supuesto central del enfoque: que se puede confiar en que el consultante encontrará su propia manera de seguir adelante sólo si el counselor puede ser la clase de compañero capaz de alentar una relación en la

que

el

consultante

pueda

comenzar,

al

menos

tentativamente, a sentirse seguro y a experimentar los primeros indicios de la autoaceptación. Las probabilidades de que esto no suceda son a veces muy altas porque la percepción que el consultante tiene de sí mismo es pobre y porque los “expertos” críticos con quienes se encontró en su vida,

en

el

pasado

y

en

el

presente,

fueron

muy

destructivos. La gradual revelación del concepto de sí mismo de un consultante, es decir, la construcción conceptual que la persona hace de sí misma (aunque se exprese

de

una

manera

muy

deficiente),

puede

ser

tremendamente desgarradora para el que escucha. Esta revelación pone de manifiesto el alcance del rechazo que un individuo siente por sí mismo y esto suele presentar un severo desafío para la fe del counselor, tanto en el consultante como en su propia capacidad de ser un compañero confiable en el proceso terapéutico. El breve extracto del recuadro 1.1 resume el desarrollo triste y casi inexorable de un concepto de sí mismo que socava todo lo que la persona hace o intenta ser. Hay un sentido de desvalorización y de estar condenado al rechazo y a la desaprobación. Una vez que se ha internalizado ese concepto de sí mismo, la persona tiende a reforzarlo, porque es un principio fundamental del punto de vista

centrado en la persona que nuestro comportamiento es en gran parte una expresión de cómo nos sentimos en verdad sobre nosotros mismos y sobre el mundo en que vivimos. Esencialmente, lo que hacemos suele ser un reflejo de cómo nos evaluamos a nosotros mismos; si llegamos a la conclusión de que somos ineptos, sin valor e inaceptables, es más que probable que nos comportemos de una manera que demuestre la validez de tal valoración. Por lo tanto, las probabilidades de lograr estima o aprobación se vuelven más remotas a medida que pasa el tiempo. Recuadro 1.1 La evolución del bajo concepto de sí mismo   Consultante: No recuerdo que mis padres me hayan elogiado nunca por nada. Ellos tenían siempre algo crítico para decir. Mi madre estaba siempre encima mío por mi desprolijidad, mi falta de pensamiento sobre todo. Mi padre siempre me decía estúpida. Cuando saqué seis “A” en mis GCSEs (exámenes de ingreso a la universidad) me dijo que era típico que me hubiera ido bien en las materias equivocadas. Counselor:

Parece que nunca podías hacer nada bien para ellos por más que trataras o

por bien que te fuera. Consultante: Mis amigos eran igual de malos. Siempre criticaban mi aspecto y me decían que era una tragalibros granujienta. Lo único que quería era moverme sin que nadie me viera. Counselor:

Te sentías tan mal acerca de ti misma que habrías querido ser invisible.

Consultante: No todo quedó en el pasado. Ahora pasa lo mismo. Mi marido nunca aprueba nada de lo que hago y mi hija dice que a ella le da vergüenza traer a sus amigos a casa por si yo los molesto. Parece que no le sirvo a nadie. Sería mejor si simplemente desapareciera.

Condiciones de valor Por suerte, la desaprobación y el rechazo que mucha gente experiencia

no

llega

a

ser

totalmente

aniquilante.

Conservan algunos rastros de autoestima, aunque puedan sentirse tan frágiles que el miedo a la condena final nunca está lejos. Es como si estuvieran viviendo según una especie de contrato legal, y sólo tienen que dar un mal paso para que todo el peso de la ley caiga sobre ellos. Luchan, por lo tanto, para mantener la cabeza afuera del agua intentando hacer y ser esas cosas que saben que obtendrán aprobación, mientras que, con gran cuidado, evitan o suprimen

los

pensamientos,

los

sentimientos

y

las

actividades que sienten que les acarrearán un juicio adverso. Su sentido del valor, tanto ante sus propios ojos como a los de quienes fueron importantes para ellos, está condicionado a obtener aprobación y evitar desaprobación, y esto significa que la gama de acciones está severamente restringida porque su comportamiento está supeditado a la aprobación

de

los

demás.

Son

las

víctimas

de

las

condiciones de valor que otros les impusieron, pero su necesidad de aprobación positiva es tan fuerte que aceptan esta camisa de fuerza antes que arriesgarse al rechazo en el caso de violar las condiciones establecidas para ser aceptados.

A veces, sin embargo, la situación es tal que ya no pueden seguir jugando a este juego acordado y, entonces, cuando experiencian la desaprobación y el rechazo cada vez mayor de la otra persona sus peores miedos pueden llegar a hacerse realidad. (Ver recuadro 1.2). Recuadro 1.2

Condiciones de valor   Consultante: Todo estaba bien al principio. Sabía que él admiraba mi brillante conversación y la manera en que me vestía. También le gustaba cómo hacía el amor con él. Me proponía charlar cuando él venía y me aseguraba de estar bien incluso después de un día de mucho trabajo en la oficina. Counselor:

Sabías cómo ganar su aprobación y estabas feliz de satisfacer las condiciones necesarias.

Consultante: Sí, pero eso cambió cuando quedé embarazada. Quería hablar sobre el bebé pero parecía que él no estaba interesado. Obviamente no le gustaba lo que estaba pasando con mi figura y me sentía tan cansada que no tenía energía

para la manera de hacer el amor que a él le gustaba. Él se puso cada vez más malhumorado y yo empecé a sentirme cada vez más deprimida. Counselor:

Ya no eras aceptable ni para él ni para ti.

El proceso de valoración organísmica Carl Rogers creía que había una fuerza motivacional que determina el desarrollo del ser humano. Él la llamó tendencia actualizante. Era la tendencia actualizante la que, a pesar de todo tipo de oposición u obstáculo, aseguraría que un individuo continuara esforzándose por crecer hacia la mejor realización de su potencial. Quienes fueron suficientemente afortunados de haber tenido un ambiente cariñoso y de apoyo durante sus primeros años recibirían el refuerzo necesario para garantizar la nutrición de la tendencia actualizante. También serían confirmados en su capacidad de confiar en sus propios pensamientos y sentimientos y de tomar decisiones de acuerdo con sus propias percepciones y deseos. Su proceso de valoración organísmica,

para

utilizar

la

terminología

de

Rogers,

funcionaría bien y les permitiría moverse en la vida con un sentido de satisfacción y logro. Aquellos que no tuvieron la suerte de tener ese tipo de relaciones de apoyo, sino que, al contrario, sufrieron la imposición de muchas condiciones de valor punitivas, pronto descubrirían que sentían una abrumadora necesidad de valoración positiva. Tan grande es esta necesidad en todos nosotros que su satisfacción puede, con mucha frecuencia, tener prioridad por sobre las iniciativas de la tendencia actualizante y, por consiguiente, crear una gran

confusión en el proceso de valoración organísmica. (Ver recuadro 1.3). Este conflicto entre la desesperada necesidad de aprobación y la sabiduría del proceso de valoración organísmica del individuo es la raíz de muchos trastornos y suele producir un desconcierto interno que socava la confianza y hace imposible una eficaz toma de decisiones. Recuadro 1.3

Confusión temprana del proceso de valoración organísmica   Niño:

(Se cae y se corta la rodilla: corre llorando hacia su madre buscando consuelo o seguridad.)

Madre:

¡Qué tontería! Deja de llorar y no te portes como un bebé. Apenas te sale un poquito de sangre.

Niño:

(Piensa: es estúpido caerse; está mal llorar; no debería querer que mami me ayude pero lo necesito. Pero yo quería llorar; quería que mami me abrazara. No fui estúpido. No sé qué hacer. ¿En quién puedo confiar? Necesito el amor de mami pero quiero llorar.)

 

La pérdida de confianza en el proceso de valoración organísmica y la pérdida de contacto con la tendencia actualizante que le proporciona información pueden dar lugar a la creación de un concepto de sí mismo que está obligado a suprimir o negar por completo las iniciativas que emanan de las partes más profundas de la respuesta de la persona a la experiencia. Una persona a quien se le dice en repetidas ocasiones, por ejemplo, que es incorrecto y destructivo estar deprimido puede llegar a un momento en que se diga: “soy una persona que nunca se deprime” o, igualmente desastroso: “soy una persona que merece ser castigada porque siempre me siento desgraciado”. En el primer caso, los indicios de la depresión fueron suprimidos de la conciencia; mientras que en el segundo, son una causa de auto condena y culpa. En ambos casos, se da un concepto de sí mismo que está muy alejado de cualquier sensación de confianza en la fiabilidad del proceso de valoración

organísmica

como

guía

para

evaluar

la

experiencia en forma directa y sin ataduras. Uno de los momentos más gratificantes en un proceso de counseling se produce cuando el consultante descubre o redescubre la fiabilidad de su proceso de valoración organísmica por muy temporal o parcial que pueda ser (ver recuadro 1.4). Un momento así puede hacer mucho para fortalecer la fe del counselor en la capacidad del consultante para encontrar su propia manera de seguir adelante. También muestra la resiliencia de la tendencia actualizante, a veces con todas las probabilidades en su contra, para sobrevivir a pesar de

todos los obstáculos a su sano funcionamiento. En el nivel más profundo parecería que el anhelo de ser más de lo que actualmente somos nunca se extingue del todo. Recuadro 1.4

Se restaura el proceso de valoración organísmica   Consultante: Me siento muy triste: es una sensación abrumadora. Counselor:

Como si no tuvieras otra opción que rendirte a la tristeza.

Consultante: Eso suena muy aterrador; como si fuera a perder el control. Pero yo nunca pierdo el control. (Estalla repentinamente en llanto.) Counselor:

Tus lágrimas hablan por ti.

Consultante: Pero los hombres grandes no lloran. Counselor:

¿Estás diciendo que te avergüenzas de tus lágrimas?

Consultante: (Pausa larga.) No… por primera vez en años me siento en contacto conmigo mismo... se siente bien llorar.

  Sería

incompleto

dejar

la

discusión

del

proceso

de

valoración organísmica en este punto. Los seres humanos, porque son en esencia criaturas relacionales, son afectados profundamente no sólo por las respuestas de otras personas significativas para ellos durante el curso de su vida, sino también por las normas sociales y culturales del entorno en el que se encuentran. Es inevitable que el proceso de valoración organísmica se vea afectado por estas normas y de hecho está impregnado por ellas en tal medida que a veces impide que el individuo actúe de manera temeraria o hasta autodestructiva. Lo que llamamos mediación social es un factor importante para el counselor que se encuentra con un consultante que está luchando para determinar una línea de conducta en función de los impulsos del proceso de la valoración organísmica. Una respuesta a esos impulsos – que parecen exigir el crecimiento a toda costa– puede necesitar la influencia moderadora de la mediación social para prevenir el desastre. La tendencia actualizante y el proceso de valoración organísmica, a veces, requieren el freno compasivo de la mediación social para asegurarse de que el cliente escuche a una voz que le susurra que, en este caso y en este momento, el no-crecimiento es la opción más prudente. Esto no implica negar, por supuesto, que muy a menudo las normas de la sociedad o de la cultura dominante impiden el funcionamiento del proceso de valoración organísmica en lugar de darle forma o realzarlo. No siempre es fácil distinguir entre la mediación social como

freno compasivo y el condicionamiento social como vehículo de

condiciones

de

valor

dominantes

que

sofocan

la

creatividad, minan la confianza y condenan a las personas a una vida a medias. En el capítulo siguiente se presentará un análisis más detallado de éste y otros temas complejos que influyen sobre el proceso actualizante que surgieron de recientes desarrollos de la teoría centrada en la persona.

El locus de evaluación La persona que tuvo la poca fortuna de estar rodeada por individuos muy críticos y sentenciosos, seguramente se vio obligada a recurrir a todo tipo de estrategias para alcanzar un mínimo de aprobación y consideración positiva. En la mayoría de los casos esto habrá implicado una enajenación progresiva del proceso de valoración organísmica y la creación de un concepto de sí mismo divorciado de los recursos innatos de la persona y de la sabiduría que ha desarrollado. Es probable que su concepto de sí mismo sea pobre, pero en algunos casos la persona construye una imagen de sí que le permite conservar cierto grado de amor propio mediante un bloqueo total de cualquier experiencia significativa sensorial o “visceral”. En todos estos casos, sin embargo, el proceso de valoración organísmica dejó de ser una fuente significativa de conocimiento o de guía para el individuo. Es probable que tenga mucha dificultad para tomar decisiones o para saber lo que piensa o siente. Probablemente, confíe en autoridades externas para que lo orienten o hará un intento desesperado de complacer a todos, lo que a menudo dará lugar a un comportamiento imprevisible, inconsistente e incongruente. Las personas psicológicamente sanas son los hombres y las mujeres que tuvieron la suerte de estar rodeados por otros

cuya

aceptación

y

aprobación

les

permitieron

desarrollar conceptos de sí mismos que les permiten, al menos parte del tiempo, estar en contacto con sus sentimientos y sus experiencias más profundas. No están separados de la esencia de su ser y están bien ubicados para avanzar hacia lo que Rogers ha descrito como personas de “funcionamiento pleno”. (Rogers, 1963a). Están abiertas a la experiencia sin sentirse amenazadas y, por lo tanto, pueden escucharse a sí mismos y a los otros. Están altamente conscientes de sus sentimientos y de los sentimientos de los otros y tienen la capacidad de vivir en el momento presente. Y lo que es más importante, exhiben una seguridad y confianza en su proceso de valoración organísmico de la que obviamente carecen los que han tenido que luchar constantemente con el juicio adverso de los demás. Esa confianza es más evidente en el proceso de toma de decisiones y en el conocimiento y la articulación de los pensamientos y los sentimientos actuales. En lugar de buscar dirección en el exterior o de experienciar confusión interna o vacío, la persona de funcionamiento pleno conserva disponible, dentro de sí, su fuente de sabiduría profunda. Rogers ha descrito este referente propio como el locus de evaluación interno y, para el counselor, uno de los momentos más significativos de la terapia es aquel en el cual un consultante reconoce este punto de referencia en su interior quizás por primera vez. (Ver recuadro 1.5). Recuadro 1.5

El locus interno de evaluación

  Consultante: Supongo que tomé este trabajo para complacer a mi padre. Parecía lógico también, en el sentido de tener cierto tipo de estructura de carrera. Counselor:

Para ti era importante complacer a tu padre y sentirte bien en términos de una carrera convencional.

Consultante: Sí, y tengo la sensación de que me casé con Jean porque sabía que a mis padres les gustaba. En verdad no estaba enamorado de ella. Counselor:

En verdad te casaste para complacerlos.

Consultante: Y anoche supe que no podía seguir. Odio el trabajo y mi matrimonio es una farsa. Tengo que descubrir lo que deseo, qué tiene sentido para mí, antes de malgastar toda mi vida tratando de complacer a otras personas. Y pienso que estoy comenzando a tener una leve idea de lo que tengo que hacer. Da miedo escuchar la propia voz por primera vez.

Crear las condiciones para el crecimiento El counselor centrado en la persona cree que todos los consultantes tienen dentro de sí vastos recursos para el desarrollo. Tienen la capacidad de crecer hacia la realización de sus identidades únicas, lo que significa que los conceptos de sí mismo no son inalterables y las actitudes o los comportamientos pueden ser modificados o transformados. Cuando se bloquea o distorsiona el desarrollo, esto es el resultado de relaciones que han pisoteado la necesidad básica de consideración positiva del individuo y que lo llevaron a la creación de un concepto de sí mismo y un comportamiento

que

lo

acompaña

que

sirve

como

protección contra el ataque y la desaprobación. La tarea del counselor es crear nuevas condiciones de relación en las que se estimule el proceso de crecimiento y se remedie la atrofia o la deformación. En cierto sentido, el counselor procura brindar un terreno distinto y un clima diferente en los que el cliente se pueda recuperar de las carencias o del maltrato del pasado y comience a florecer como el individuo único que realmente es. Es la naturaleza de este nuevo ambiente de relación y la habilidad del counselor de crearla lo central a toda la tarea terapéutica. Es posible describir breve y claramente la naturaleza del clima que produce crecimiento. Rogers creía que se

caracterizaba por tres condiciones claves. El primer elemento se enfoca en la autenticidad, o congruencia del counselor, en cuán real sea. Cuanto más pueda el counselor ser él mismo en la relación sin usar una fachada profesional o personal, más probable será que el cliente cambie y se desarrolle de una manera positiva y constructiva. El counselor que es congruente transmite el mensaje de que no sólo está permitido sino que es deseable ser uno mismo. También se presenta como transparente al consultante y se rehúsa a alentar una imagen de sí como superior, experto, omnisciente. En una relación con estas características es más probable que el cliente encuentre recursos dentro de sí y no se aferre a ninguna expectativa de que el counselor le dé las respuestas. El segundo requisito para crear un clima para el cambio y el crecimiento es la capacidad del counselor de ofrecer al consultante una aceptación total, una apreciación, una consideración positiva incondicional. Cuando el counselor puede adoptar esta actitud de aceptación y de no juicio, el movimiento terapéutico es mucho más probable. El consultante puede sentir una mayor seguridad para explorar sentimientos negativos y para llegar al centro de su ansiedad o su depresión. También es probable que se enfrente a sí mismo con honestidad sin el miedo omnipresente al rechazo o la condena. Más aún, la experiencia intensa de la aceptación del counselor es el contexto en el cual aumentan las probabilidades de que perciba

los

primeros

sentimientos

momentáneos

de

aceptación de sí mismo. El tercer elemento necesario en la

relación terapéutica es la comprensión empática. Cuando está presente, el counselor demuestra una capacidad de seguir y de sentir con exactitud las sensaciones, sentimientos y significados personales del consultante; puede aprender cómo se siente estar en la piel del consultante y percibir el mundo como lo percibe el consultante. También desarrolla la capacidad de comunicar al consultante esta comprensión sensible y aceptante. Ser entendido de esta manera es una experiencia rara o única para muchos consultantes. Les muestra la disposición del counselor a prestar atención y un nivel de cuidado e interés que innegablemente los dota de valor. Más aún, cuando una persona es profundamente comprendida de esta manera es difícil

mantener

por

mucho

tiempo

una

postura

de

enajenación y de separación. La comprensión empática restaura en el individuo solo y enajenado un sentido de pertenencia a la raza humana. Estos tres elementos de la relación terapéutica están resumidos en el recuadro 1.6. En la literatura centrada en la persona a menudo se los conoce como las condiciones claves y fueron constantemente reiteradas por Rogers (1951, 1961, 1974, 1979, 1980a). Recuadro 1.6

Las condiciones claves   La creación de un clima favorable al crecimiento en una relación terapéutica requiere que el counselor pueda:  

1. ser genuino o congruente 2. ofrecer

consideración

positiva

incondicional

y

aceptación total 3. sentir y comunicar una comprensión empática profunda.   Las condiciones claves son bastante simples de enunciar, pero desarrollar y mantener esas actitudes implica que el counselor haga un trabajo de por vida y exige un compromiso que tiene profundas consecuencias no sólo para la actividad profesional del counselor sino para toda su vida. Gran parte de este libro, de hecho, se dedica a la exploración de las complejas cuestiones implicadas cuando un counselor intenta ser congruente, aceptante y empático. Las palabras pueden ser muy fáciles de decir pero lo que significan es más que crucial.

1 Ver Glosario al final del libro. (N. del E.).

2



DESARROLLOS RECIENTES DE LA TEORÍA CENTRADA EN LA PERSONA

El proceso actualizante Proceso egosintónico Proposiciones teóricas 1-4 Proceso difícil Diálogos del sí mismo Proposiciones teóricas 5-8 Una concepción moderna centrada en la persona del proceso de counseling

El proceso actualizante Desde la muerte de Rogers en 1987 se produjeron avances significativos en la teoría centrada en la persona. En este capítulo interrelacionaremos la teoría original de Rogers sobre la tendencia actualizante y la creación de trastornos (Rogers, 1951, 1959, 1963b) con los esfuerzos de Mearns por extender la teoría de Rogers (Mearns y Thorne, 2000, Mearns, 2002) y las contribuciones de Warner desde la teoría del desarrollo (Warner, 2000a, 2002a, 2006). El punto de partida es el concepto de motivación de Rogers, la tendencia actualizante que él describe como: (…) la tendencia del organismo a mantenerse, asimilar alimentos, de comportarse defensivamente ante una amenaza, lograr el objetivo del auto-mantenimiento aun cuando el camino usual hacia esa meta esté bloqueado. Estamos hablando de la tendencia del organismo a moverse en dirección a la maduración, tal como se define la maduración para cada especie. (1951: 488). En su teoría de la personalidad la tendencia actualizante fue el único concepto motivacional de Rogers. Describió un impulso de los seres humanos a mantener, desarrollar y mejorar su funcionamiento. En un sentido es la “fuerza de vida” fundamental que no disminuye, sino que constantemente impulsa a la persona hacia el desarrollo. La

tendencia actualizante impulsa a la persona a hacer lo mejor posible en sus circunstancias. Algunos críticos que no entienden el concepto lo ven como una evidencia del punto de vista ultra optimista de Rogers acerca de la naturaleza humana: la gente continúa desarrollándose de manera positiva. Sin embargo, este concepto, en realidad, no se relaciona con valores como “positivo” o “negativo”; es simplemente una fuerza que impulsa hacia el desarrollo continuo, que puede ser ratificada o anulada dependiendo de diferentes circunstancias. Tomemos como ejemplos a Sheila y Nigel. SHEILA está inquieta en su relación con Maureen. La relación ha durado quince años a pesar de la considerable diferencia de edad (Sheila tiene 35 y Maureen 54). Pero durante los últimos dos años Sheila le otorga menos valor a la seguridad que la relación siempre le brindó y ansía un estilo de vida más emocionante. NIGEL fue prisionero del abuso físico y emocional de su padre a lo largo de sus primeros catorce años de vida. Su padre lo ataba ritualmente y le pegaba una vez por semana con cualquier pretexto; la más leve desobediencia podía hacer que su padre sacara el cinturón. El maltrato no solo era físico, cuando Nigel mostraba señales de estar haciendo las cosas bien en el colegio recibía un torrente de insultos. Nigel sobrevivió como persona “pasando a la clandestinidad”. Ahora, a

los 22 años, maneja una operación de drogas en la que participan cuarenta personas. Controla con mano firme su negocio y a las personas involucradas ejerciendo su autoridad

a

veces

abiertamente

con

considerable

crueldad en público. Logró la victoria en la guerra entre pandillas en parte mediante la violencia pero también gracias a su intelecto. Ambos, Sheila y Nigel, muestran evidencia de la tendencia actualizante. Si bien en el pasado la seguridad era de primordial importancia en su relación con Maureen, ahora está buscando desarrollarse de otras maneras. Esto puede ser considerado “positivo” por Sheila y sus amigos, pero quizás no con tanto entusiasmo por Maureen, a menos que ella también esté buscando avanzar en otras direcciones. Nigel sobrevivió a su niñez, pero tuvo que “pasar a la clandestinidad” para lograrlo. Sin embargo, todavía muestra evidencias de la presión de la tendencia actualizante al lograr lo mejor que puede de sus, literalmente, tortuosas circunstancias. No se quedó en el lugar de “víctima” sino que usó su intelecto para encontrar formas de expresarse y desarrollarse, aunque sea dentro de los límites de su subcultura. Como dijo: “No hay muchas personas de mi escuela que se hicieron millonarios a los 22 años”. Muchos lectores se sentirán poco inclinados a considerar el desarrollo de Nigel como “positivo”. Pero la tendencia actualizante no está direccionada por los valores sociales. Tiene dirección sólo en el sentido de que impulsa a la

persona a hacer lo mejor desarrollarse y progresar.

posible

para

sobrevivir,

La tendencia actualizante, por supuesto, tampoco se detiene. Para Sheila era necesario lograr seguridad en una etapa anterior de su desarrollo, pero ahora ansía diversidad y más adelante estará impulsada por diferentes metas. La situación actual de Nigel representa un éxito de desarrollo, al menos en el sentido psicológico, aunque no lo sea en el social. Pero seguirá siendo impulsado por su tendencia actualizante hacia la continuación de ese desarrollo. Esa presión no necesariamente da como resultado un desarrollo inmediato; quizás Nigel se quede estancado por un tiempo, incapaz de continuar en una dirección que considere como “hacia adelante”. A veces, la frustración y la depresión son una motivación secundaria. (Ver el sexto “postulado” teórico de Rogers, 1951: 492-4). Quizás el desarrollo continuo de Nigel hará que aplique sus habilidades intelectuales y de gerenciamiento a emprendimientos legales, o quizás se convierta en un criminal aún más efectivo. Rogers publicó tres escritos teóricos principales sobre su teoría de la personalidad. (1951: 481-533, 1959, 1963b). En su versión de 1951 y 1959 su concepto de la tendencia actualizante en relación con la creación de trastornos era, en términos generales, consistente. Sin embargo, hubo un marcado cambio en su escrito menos conocido de 1963, tal como él reconoce: Gradualmente he llegado a ver esta disociación, ruptura, distanciamiento (entre la estructura del sí mismo y la

experiencia) como algo aprendido, una canalización perversa de parte de la tendencia actualizante hacia comportamientos que no actualizan… con respecto a esto mi pensamiento ha cambiado durante la última década. Hace diez años yo estaba empeñado en explicar la ruptura entre el sí mismo y la experiencia, entre las metas conscientes y las direcciones organísmicas, como algo natural y necesario, si bien desafortunado. Ahora creo

que

los

condicionados,

individuos

están

recompensados,

culturalmente

reforzados,

por

comportamientos que son, en realidad, deformaciones de las direcciones naturales de la tendencia actualizante. (1963a: 19-20). Esto representa un cambio de perspectiva sustancial en relación con sus escritos anteriores. Ahora, introduce un juicio de valor negativo con respecto a las fuerzas sociales que pueden obrar en contra de la expresión de la tendencia actualizante. En 1963, cuando publicó su artículo, Rogers estaba terminando un período de su vida que había dedicado a la psicoterapia. Había realizado la mayor parte de ese trabajo en Chicago, con un grupo de personas al que tanto él como Bill Couson (1987) describían como “los neuróticos de Chicago”.1 En un desorden “neurótico” típico a la tendencia actualizante se opondrían poderosos mandatos de los padres, por ejemplo: no confíes en tus sentimientos; expresar lo que sientes y lo que piensas es peligroso; mejor ser cuidadoso que espontáneo; y otros similares. Con respecto al grupo de personas con las que trabajaba, es

comprensible el juicio de Rogers con respecto a las fuerzas que limitan la tendencia actualizante. Pero tiene el efecto desafortunado de calificar como negativas a todas las influencias que desafíen la tendencia actualizante. No hay lugar para la restricción “normal” de la sociedad: cualquier limitación impuesta por la sociedad es considerada una influencia negativa. A su vez, este cambio en la forma en que Rogers encuadraba su teoría fue lo que le dio un gran atractivo popular, caracterizado por su mudanza a California. Se convirtió en un adalid de la contracultura de los años ‘60 que desafió las restricciones a la libre expresión que habían enfatizado las generaciones anteriores. Un crítico de la nueva posición valorativa de Rogers fue Bill Coulson (1987). En varios artículos puede encontrarse una descripción más detallada de esta crítica (Mearns y Thorne, 2000: 179-80), pero, en síntesis, Coulson sugirió que muchas de las restricciones sociales son en verdad “normales” y representan una razonable adaptación entre la persona y su mundo social. El desafío de Coulson, al provenir de alguien tan cercano dentro del movimiento (trabajó con Rogers en Wisconsin y se trasladó con él a California), fue considerado como una herejía por muchos de los colegas de Rogers, aunque no así, según Coulson, por el mismo Rogers. (Coulson, 2000). Desde el punto de vista simplista de sus oponentes, Coulson sólo estaba representando las fuerzas represivas de los padres en la socialización. Esta respuesta representa una posición comprensiblemente defensiva de parte del nuevo movimiento, pero actualmente podemos reconsiderarlo como un punto de vista limitado. Para

Coulson, los contextos sociales, especialmente la familia, no representan una fuerza inhibidora sino lo contrario. Ofrecen un medio rico para el desarrollo y la expresión de sí mismo. Estar atentos al diálogo con los otros en el mundo social sirve principalmente para ampliar las oportunidades de actualización de la persona. La inmersión de Rogers en el proceso de socialización “neurótica” había restringido su perspectiva acerca del medio social. Sus observaciones sobre los efectos perjudiciales de la socialización fueron importantes y útiles, pero el efecto a corto plazo fue el de ayudar al péndulo a alejarse mucho en la dirección contraria llegando al extremo de rechazar toda influencia social. Es interesante ver cómo este mismo proceso se repite en los consultantes en proceso de counseling. Una vez que escapan de las limitaciones de la sociedad que los incapacitan, por un tiempo suelen irse al otro extremo y resulta “imposible vivir con ellos”, ya que rechazan hasta la influencia normal de la sociedad. Afortunadamente, a su debido tiempo, el péndulo logra un equilibrio más realista. Sin embargo, en términos de la teoría de Rogers, la posición defensiva y sentenciosa con respecto a la influencia de la sociedad impidió su desarrollo y su potencial aplicación a otras culturas y sistemas de creencias en los cuales se considera al individuo inserto en su ambiente social e inseparable de él, en donde la noción de actualización sólo tiene sentido en el contexto de esa inserción. Un ejemplo de esto puede ser la cultura japonesa de hoy en día. Aunque la sociedad está muy “occidentalizada”, prevalece el sentido

fundamental de la importancia de la comunidad que está entretejido con las estructuras modernas. Entonces, por ejemplo, el counselor escolar del enfoque centrado en la persona en la universidad Kyusyu Sangyo, en Fukuoka, buscará trabajar no sólo con el estudiante, sino que también irá a la casa a hablar con su madre y con su abuela antes de volver a la escuela para conocer a su docente y quizás a sus amigos. En muchas otras partes del mundo, los counselors escolares podrían alarmarse ante esta manera de trabajar con límites tan amplios y estarían preocupados por la confidencialidad. Pero su forma de trabajar con límites tan estrechos no es ni mejor ni peor, es simplemente diferente, de una manera que refleja su propia cultura. En Japón, el consultante-estudiante esperaría que su counselor trabaje con toda su comunidad, porque como persona no sólo es parte de su comunidad, sino que su comunidad es parte de él. (Ide, Hirai y Murayama, 2006; Morita, Kimura, Hirai y Murayama, 2006). Hoy en día se presentan muchas oportunidades y desafíos similares para que el enfoque centrado en la persona se aplique a diversas culturas y subculturas. (Balmforth, 2006; Boyles, 2006; Chantler, 2006, Khurana, 2006; Lago, 2006; Lago y Haugh; 2006; Sembi, 2006; Shoaib, 2006). También somos testigos de sorprendentes intentos de diálogo como, por ejemplo, la articulación del concepto islámico del sí mismo en relación con las teorías psicológicas de Inayat (2005). Estos cambios muestran que la teoría, hasta donde Rogers la desarrolló, necesita ajustes y modificaciones para llevarla desde la

California de la década de 1960 hacia la perspectiva del mundo moderno. Cuando Rogers estaba escribiendo acerca de la tendencia actualizante dijo: “Finalmente la auto actualización del organismo parece ser en la dirección de la socialización, definida en términos generales”. (1951; 488). Esta concesión a la dimensión social es insuficiente y no refleja la experiencia clínica de trabajar con una amplia gama de consultantes con diversas formas de trastorno, ni tampoco la de trabajar con una amplia gama de culturas en el mundo. Los seres humanos son animales profundamente sociales y la mayoría de sus caminos de desarrollo son de naturaleza social. Nuestras relaciones con amigos, colegas, parejas e hijos representan la mayoría de los contextos potenciales para nuestro propio crecimiento y desarrollo. Por lo tanto, en uno de los aspectos de la teoría de Rogers introducimos la noción de mediación social (Mearns, 2002; Mearns y Thorne, 2000: 182-3) como intermediaria de la tendencia actualizante. Además del impulso hacia el mantenimiento y el desarrollo (la tendencia actualizante), planteamos como hipótesis que hay una fuerza restrictiva, también dentro de la persona, que busca articularse con su contexto social. En otras palabras, la fuerza hacia el crecimiento no tiene permiso para promover su propia mejora sin algún tipo de chequeo o “mediación”. Por medio de este mecanismo la persona no sólo promueve su propio desarrollo sino que, además, conserva suficientes contextos sociales los cuales, a su vez, le proporcionan las bases para un futuro crecimiento. Utilizamos la expresión proceso actualizante

para describir esta articulación entre las fuerzas de la tendencia actualizante y la mediación social. En otra parte decimos: En esta revisión de la teoría el concepto central resulta ser el proceso actualizante que describimos en términos de homeostasis entre los imperativos de la tendencia actualizante y la mediación social en diferentes áreas del ámbito de la vida social de la persona, y la reconfiguración de la homeostasis para responder a las circunstancias cambiantes. (Mearns y Thorne, 2000: 184). En otras palabras, en el curso de su propio mantenimiento y desarrollo la persona toma en cuenta a las otras personas en su vida. En su época, Rogers podría haber visto con recelo este tipo de afirmación porque muchos clientes con los que él y sus colegas trabajaban en Chicago mostraban una valoración neurótica de los deseos de los otros hacia sus propias necesidades. De acuerdo con la nueva teoría, su proceso actualizante había perdido el equilibrio y en consecuencia había un énfasis exagerado en las fuerzas de la mediación social y una infravaloración del impulso de la tendencia actualizante. Es frecuente encontrar este tipo de consultante en la práctica del counseling. Desarrolló su desequilibrio como una forma de adaptarse a la disonancia entre la experiencia que tiene de sí mismo y la visión que los otros tienen de él y para él. Como describimos en el capítulo 1, perdió contacto y confianza en su proceso de valoración

organísmica y conforma su concepto de sí mismo, no a través del diálogo entre sus propias experiencias del sí mismo y la visión de los otros, sino casi por completo internalizando los puntos de vista de los otros con respecto a quién es él, como muestra el ejemplo de Rachel, que recién empieza a cuestionar la carrera de maestra de escuela primaria en el último año de su entrenamiento. De pronto, me di cuenta de que la razón por la cual me estoy metiendo en más problemas en la práctica de la enseñanza es que no amo a los niños. Quizás ésa fue una manera de seguir en el rol de cuidadora de niños que desempeñé con mis cuatro hermanos y hermanas menores. Era una buena definición para aceptarme, me daba una manera fácil de verme y de obtener aprobación; lamentablemente, esa definición persistió y desperdicié estos últimos cuatro años. Tener que verme todo el tiempo como alguien que ama a los niños es una “mentira” difícil de mantener en la realidad de las escuelas. Además, no se me ocurre qué sentiría realmente por los niños si no tuviera que amarlos. El concepto de sí misma de Rachel, en relación con el área específica de su amor por los niños, se distorsionó para reflejar más la visión de otros que sus propias experiencias, pero esa distorsión se puede extender a todo el concepto de sí mismo, contaminándolo. Entonces, la persona se vuelve vulnerable en general, incapaz de confiar en su propia experiencia y en su juicio. A veces, no puede ni siquiera

confiar en la vivencia de sus emociones. Su experiencia interna de tristeza puede haber sido inaceptable para unos padres que consideraban que sentirse triste era un signo de “debilidad”. Si él experienciaba lo que sentía como enojo, y lo expresaba, también se metía en dificultades, pero eran dificultades “varoniles” más aceptables. De igual modo, en la mayoría de las culturas occidentales, la experiencia interna de enojo puede ser redefinida y expresada como tristeza. Gradualmente, el locus de evaluación de la persona, al que antes nos referimos, se vuelve más externalizado al ir cediendo su autoridad sobre sí misma y aceptando la autoridad de otros como fuente para autodefinirse. Rogers estudió en detalle esta dirección de desequilibrio en el proceso actualizante, pero es sólo una parte de la historia en lo que hace a la creación de trastornos. Cuando la persona pierde confianza en su experiencia de mediación social se produce otra dirección de desequilibrio. En lugar de darse un diálogo entre el impulso de la tendencia actualizante y las advertencias de su imperativo de mediación social, pasa a confiar solamente en su vivencia de sí mismo. Como resultado, su concepto de sí mismo no tiene la oportunidad de desarrollarse de manera socialmente articulada; se pierde el diálogo que lo posibilita y su concepto de sí mismo queda basado en su necesidad de autoprotección. Todo queda centrado alrededor del “yo” en un esfuerzo de autopreservación. Su proceso está “centrado en el yo”: sólo se permite entender su mundo social desde la perspectiva egocéntrica, razón por la cual Mearns (2006a) tomó prestada la expresión psicológica de proceso

egosintónico para denominar a este patrón de ser. Esta expresión merece una detallada elaboración.

Proceso egosintónico La base evolutiva del desarrollo del proceso egosintónico es el abuso emocional; algunas veces, aunque no necesariamente, está acompañado por otras formas de abuso. La persona ha sobrevivido a una relación con sus padres en la cual el amor y la valoración eran impredecibles. Se daban experiencias negativas cuando se esperaban que fueran positivas; no había manera de confiar en la relación. Para sobrevivir en este contexto social poco confiable y dañino, la persona necesita hacer tres cosas:   1. Retraer su apego emocional 2. Encontrar formas de controlar la relación 3. Encontrar formas de controlarse a sí mismo en las relaciones.   En un documental de televisión sobre el trabajo de Bruno Bettelheim en su Escuela Ortogénica de Chicago, un ex paciente, “Sandy”, actualmente un exitoso agente de bolsa de Wall Street, nos da una visión única sobre cómo se siente estar en esta situación cuando se es niño. Sandy había sido uno de los chicos más perturbados que había pasado por la escuela, con severas fantasías suicidas y homicidas. Había descrito cómo quería cortarle el vientre a Patti, su counselor que estaba embarazada, y destruir a su bebé. Muchos años

más tarde, Sandy describe cómo se había sentido siendo él en esos momentos: La persona que tiene un progenitor que a veces es bueno y amable y otras veces es malo piensa que el mundo es así. En mi propio caso, era así. Creo que cuando llegué a la escuela la dificultad fue, entre otras cosas, que fui confrontado por Patti (su counselor), que era un ser humano maravilloso, decente y muy afectuoso. Yo no podía aceptar el afecto, lo que me causaba aún mayor enojo porque a todo el mundo le gusta aceptar afecto. Pero si uno se condiciona para no aceptar afecto porque cree que al aceptarlo se está exponiendo a que lo vuelvan a lastimar, se pone en una posición en la que no se permite tener la esperanza de que el afecto sea real; y sigue probando para descubrir si es verdadero o no, y ese es el proceso en el cual, paso a paso, descubres si lo es. En cierto sentido, quizás, eso explica mi propia necesidad de herir a aquellos que habían sido buenos conmigo, porque necesitaba descubrir si a pesar de que los hiriera me iba a seguir llegando su cariño… (Bettelheim, 1987). Quienes trabajan en una institución infantil comprenden perfectamente lo que Sandy quiere decir. Es obvio que la mayoría de las personas que muestran un proceso egosintónico no están tan severamente perturbadas como Sandy lo había estado; sin embargo, la discapacidad social que llevan a su vida de adultos puede ser crónica. Los

sistemas de autoprotección que desarrollan para sobrevivir a su abuso emocional se generalizan a las otras relaciones. (Ver la noción de Stern de “RIGs” –“Representaciones de interacciones que han sido generalizadas”–, Stern, 2003; Mearns y Cooper, 2005, 27-30). Las consecuencias sociales de este proceso pueden ser muy diversas. Al aumentar la severidad, aquellos cercanos a la persona la perciben como: Popular pero inalcanzable → sola y solitaria → controladora → fría → cruel → homicida y suicida. En su forma leve, el proceso egosintónico lleva a la persona a estar confundida y asustada en sus relaciones. Sabe que las cosas le salen mal. Pero realmente no entiende por qué salen mal. Hizo lo mejor que pudo. Trató de pensar lo que la otra persona quería y hasta intentó ser eso (dentro de ciertos límites). Pero siempre sale mal. Desde la perspectiva de la otra persona, por supuesto, lo que se percibe es la incongruencia de estos esfuerzos y la falta de verdadera empatía. Otra forma de proceso egosintónico es aquella en la que las personas atraen las relaciones pero fracasan en ellas porque, en última instancia, necesitan ser muy controladoras. Necesitan definir la realidad y protegerse a sí mismos de sus cambios. Se manejan bien a nivel material y funcionan adecuadamente en relaciones más superficiales, pero necesitan ser la “estrella” en la relación: se valora la relación en la medida en que los ponga a ellos en el centro y, por supuesto, no les impongan constantes exigencias. Una y

otra vez se sorprenden cuando la otra persona termina la relación a pesar de que hicieron lo mejor que pudieron. En una forma más severa, la persona es peligrosa para sí misma y para los demás. Se siente tan amenazada por las relaciones que su autoprotección se manifiesta no ya en confusión y control, sino en distanciamiento y aun en violencia. Su temor es tan profundo y la adaptación que ha logrado es tan superficial que el distanciamiento y hasta la destrucción (de sí misma y de los otros) pueden ser la única protección existencial que les queda. El objetivo de este capítulo es esbozar un panorama general de la nueva teoría centrada en la persona, de modo que no vamos a profundizar los ejemplos de procesos de counseling con consultantes egosintónicos. Sin embargo, el lector puede encontrar ejemplos del trabajo con el consultante llamado “Bobby”, descrito en Mearns y Thorne (2000) y Mearns y Cooper (2005). Algunos de los desarrollos recientes en la teoría centrada en la persona amplían la población de consultantes a los que se aplica el enfoque. En la profesión de counseling en general, no sólo dentro del enfoque centrado en la persona, hay una tendencia a estrechar los límites de su área de aplicación para crear zonas de comodidad. Es fácil para el counseling establecer límites para trabajar sólo con la denominada población “neurótica”. Excepto con un consultante particularmente difícil, aquel con proceso frágil (ver más adelante en el capítulo), esta población generalmente se adapta a la estructura y la definición que el counselor

elige

para

trabajar.

Los

consultantes

que

presentan otra forma de trastorno plantean nuevos desafíos a la relación terapéutica y a la estructura de trabajo. Entre quienes quieran considerar el counseling como un conjunto de sesiones de una hora a intervalos regulares, con un consultante que suele ser cooperativo, puede haber resistencia ante esta definición más amplia del área del counseling. Pero debemos plantear ese desafío porque en el presente el counseling es considerado como una opción válida probablemente sólo por el diez por ciento de la población. Si queremos ampliar su validez, debemos adaptar nuestra teoría a un campo más amplio de sistemas culturales de creencias y lograr mayor flexibilidad y creatividad en la manera en que definimos el contexto terapéutico. Debemos cuestionar la clásica obsesión psicodinámica con la estructura y los límites a la que permitimos dominar las definiciones de lo que es apropiado profesionalmente, porque limita su avance y puede terminar sofocando la profesión.

Proposiciones teóricas 1-4 Para resumir la nueva teoría hasta este punto, presentamos cuatro proposiciones teóricas con respecto a la creación de trastornos. Las mismas se describen con mayor detalle en Mearns y Thorne (2000; 181-4) y Mearns (2000). Proposición 1: la tendencia actualizante es la única fuerza de motivación. Esta idea de la tendencia actualizante como la única fuerza de motivación refleja la proposición número 4 de Rogers en su formulación original de la teoría. (Rogers, 1951: 487). No hay necesidad de cambiar esta proposición. Como sucede con toda buena teoría, refleja una elegante sencillez. Proposición 2: los impulsos de la tendencia actualizante dan lugar a su propia resistencia dentro del ámbito de la vida social de la persona. Esta resistencia se denomina “mediación social”. Éste es un encuadre más sólido y enfático de la “capacidad pro social” de la tendencia actualizante. (Brodley, 1999). Pone al mundo social experienciado por la persona en un lugar más central de su procesamiento. La persona toma en cuenta a su contexto social y de relación. Cuando la tendencia actualizante impulsa una respuesta, parte de ésta da lugar a un vector de contrapeso que representa lo social además de los intereses de crecimiento puramente individuales. No se trata de la

preocupación neurótica por complacer a otras personas que Rogers desafió en 1963; es una consideración razonada por los otros y una apreciación de la importancia que ellos tienen en el desarrollo personal como proceso continuo. Proposición 3: entre el impulso de la tendencia actualizante y la restricción de la mediación social se desarrolla una homeostasis psicológica. La configuración y reconfiguración de esta homeostasis es el “proceso actualizante”. El proceso actualizante es el concepto clave en esta nueva teoría y surge exclusivamente de observaciones en la práctica clínica. La persona no está gobernada por un único impulso, como la tendencia actualizante. El funcionamiento de los seres humanos es mucho más sofisticado. Hablando metafóricamente, podríamos manejar un auto sólo con el acelerador, pero logramos un control más sofisticado cuando le agregamos un freno. De la misma manera que en el funcionamiento fisiológico, el control generalmente se mantiene por la secreción de hormonas con efectos opuestos, en el funcionamiento psicológico hay un sistema de control dual con un equilibrio preciso y delicado, establecido entre las fuerzas de la tendencia actualizante y la mediación social. Por otra parte, este balance puede variar considerablemente a lo largo del tiempo y en diferentes áreas de la vida de la persona. Es fascinante observar el proceso actualizante funcionando, ver cómo las personas negocian nuevos equilibrios apropiados a las dimensiones cambiantes de su vida. Estos ajustes no son meras acomodaciones a las

presiones externas; son diálogos constructivos y sofisticados consigo mismo y en la relación con otros, diálogos que logran crecimiento para la persona y facilitan el crecimiento en los otros. Cuando el adulto joven desarrolla formas de equilibrio radicalmente cambiadas en numerosas áreas de su espacio vital para enfrentar los desafíos de la paternidad, son evidentes tanto el proceso actualizante como estos diálogos internos y externos. Es igualmente sorprendente observar el proceso actualizante en personas más jóvenes. El período de la adolescencia, y aun etapas anteriores, se caracterizan porque la persona configura y reconfigura el equilibrio al entrar en la lucha por la vida, no sólo para sobrevivir, sino también para hacerla más rica y variada. Proposición 4: “el trastorno” se produce cuando la persona queda crónicamente atascada dentro de su propio proceso actualizante, de modo tal que el equilibrio homeostático no puede ser reconfigurado para responder a las circunstancias cambiantes. En el marco de la teoría centrada en la persona, es la pérdida de fluidez lo que genera perturbación en el sistema. La fluidez es reemplazada por rigidez, un término ampliamente usado por Rogers. “Los individuos… se mueven de la rigidez a la “mutabilidad”, de estructuras rígidas a la fluidez, de lo estático al proceso” (1961: 131). Mearns describe la génesis de esta rigidez en otra publicación. La persona puede haber desarrollado sistemas autoprotectores que le permiten sobrevivir al estrés psicológico y a la angustia, las amenazas a su ser

existencial o su identidad y todo tipo de desafíos que encuentra en su vida. En los sistemas humanos normales el proceso de actualización le permitirá seguir adelante: reconfigurar el equilibrio cuando los peligros van disminuyendo o aumentando a medida que cambian sus circunstancias sociales. Sin embargo, en aquellos aspectos en los que se conserva la rigidez, a la persona le resultará difícil seguir adelante con su vida, especialmente en el entorno social. Encontramos que esto es lo que les sucede a muchos de nuestros consultantes que están “sobreviviendo su supervivencia”. (2004: 24). Por lo tanto, si reflexionamos acerca de nuestro joven adulto que está enfrentando los desafíos de la paternidad, podemos encontrarnos con que su proceso de actualización está anquilosado; no hay una fluida reconfiguración del equilibrio. Le resulta difícil abandonar ciertos puntos de equilibrio que fueron logrados con gran esfuerzo en el pasado. Siente que volver a equilibrarse significa abandonar libertades sin ningún contrapeso garantizado o experienciado. La adaptación se produce, pero no en forma proactiva, sino reactivamente en respuesta a otras personas. Aumenta la ansiedad, ya que sólo experiencia la dimensión de “pérdida” del cambio. La pareja de una persona que esté atravesando un proceso así también sentirá ansiedad.

Proceso difícil Para los dos autores de este libro la contribución teórica más significativa de los últimos años es la elaboración de Margaret Warner de la noción de proceso difícil. Como todo ser humano, la persona con un proceso difícil busca entender, otorgarle significado a su experiencia social, pero a diferencia de otros tiene que hacerlo mientras está enfrentando circunstancias de desarrollo extremadamente inhibidoras. Por ejemplo, en un proceso frágil la persona padeció “fracaso empático” (Warner 2002a: 150) por parte de las figuras parentales de su vida. Al principio de nuestro desarrollo dependemos solamente de la empatía de nuestros padres o de las personas que nos cuidan para aprender a procesar nuestras experiencias. Si hay empatía, le transmiten al niño un reflejo de lo que expresó de modo que puede gradualmente alinear su experiencia y la expresión de la misma y así desarrollar la sofisticada habilidad de entender lo que siente, manejar sus sentimientos y relacionarse con los otros eficazmente desde su mundo afectivo. Pero en el caso de fallar la empatía, el feedback que reciba puede ser mínimo, no existir o estar extremadamente distorsionado. Si se golpea la rodilla y grita de dolor, puede recibir como respuesta de sus padres variaciones de:   “Oh, eso debe haberte dolido” (y lo abraza).

Los padres ignoran su sufrimiento. “Vamos, vamos, no hay necesidad de gritar tanto.” “Vamos, vamos, los chicos grandes no lloran.”   En el primer ejemplo, le responden empáticamente, pero en los otros no encuentra respuesta o es mínima; y el último, nos muestra una compleja distorsión que equipara su dolor con debilidad o falta de madurez. La calidad de la empatía de la persona que cuida a un niño varía día a día. Algunas veces esa persona está presente para la criatura y otras puede estar demasiado absorbida por su propia supervivencia. Las variaciones de este tipo son normales y no dañan al niño en lo que hace a su desarrollo. Es más, cuando tales variaciones se producen sobre una base sólida ayudan al niño a lograr una sofisticación aún mayor para procesar su experiencia, porque hay veces en que necesitan procesar la brecha entre su experiencia y el feedback del progenitor, quizás llegando a la siguiente conclusión: “Mamá ignoró mis gritos… pero igual dolió”. Sin embargo, cuando el niño no tiene una base empática sólida – cuando lo normal es que la empatía esté ausente– su forma de procesar se vuelve frágil. Margaret Warner describe las dificultades que manifiestan los clientes con esa manera de procesar: Los clientes que tienen un estilo frágil de procesar tienden a experienciar los temas importantes con niveles muy bajos o muy altos de intensidad. Tienden a tener dificultad para empezar y detener las experiencias que le

son personalmente significativas o con carga emocional; además es probable que tengan dificultades para tomar en cuenta el punto de vista de otra persona y al mismo tiempo permanecer en contacto con sus experiencias. Por ejemplo, un cliente puede hablar superficialmente la mayor parte de la hora de terapia y sólo conectarse con los sentimientos subyacentes de ira justo sobre el final. Entonces puede sentir que le es imposible tranquilizarse lo suficiente como para volver al trabajo. Puede pasar horas caminando en el parque tratando de manejar la intensidad de lo que siente. El cliente puede llegar a hablar acerca de los sentimientos de ira con el terapeuta y anhelar entenderlos y manifestarlos. Aun así los comentarios que haga el terapeuta para explicar la situación o mostrar su desacuerdo con el cliente serán sentidos por éste como intentos por parte del terapeuta de aniquilar su experiencia. (2000a: 150). Margaret Warner también describe el proceso disociado. Lo primero que observa es que todos y cada uno de sus clientes que muestran un proceso disociado fueron traumatizados por abuso físico o sexual antes de la edad de siete años. Continúa describiendo el proceso: A una edad tan temprana los niños tienen una facilidad de sugestionarse casi hipnótica. Si se enfrentan con un trauma abrumador y carecen de maneras más complejas de sobrellevar sus experiencias, quizás disponibles para niños más grandes, nuestros clientes parecen haber

encontrado una solución en la disociación. Una clienta, por ejemplo, descubrió que si miraba los puntos del empapelado se podía separar, quedando afuera del temor y la angustia de ser violada por su padre. Algunos clientes se describen como experienciándose fuera de sus cuerpos y observando los eventos desde el cielorraso. Es comprensible que en estas circunstancias la disociación sea extremadamente “reforzante”. Los niños pasan de una angustia extrema a una ausencia de dolor intenso y una capacidad de no pensar en ello al día siguiente. Esta capacidad hace que la vida les parezca tolerable y a algunos hasta les permite tener la ilusión de disfrutar de una vida familiar normal y feliz. (2000a: 160). El proceso disociado puede tomar muchas formas, en las que diferentes partes de la persona desarrollan sus propias características distintivas y la persona puede pasar de una a la otra; a veces, consciente y deliberadamente y, en otras ocasiones, de una manera que aparentemente está fuera de control. Es interesante comparar los procesos disociados con la psicología de las configuraciones. (Mearns, 2002; Mearns y Thorne, 2000). Las configuraciones son “partes” de “sí mismo” que se han desarrollado para manifestar diferentes temas dentro de sí mismo (ver más adelante en este capítulo). Se puede sostener lo mismo de las “partes” disociadas, pero ellas tienden a estar mucho más separadas

unas de las otras; a veces, unas ni siquiera conocen la existencia de las otras, y hay un grado mucho más alto de personificación en las partes disociadas, pueden parecer personas totalmente diferentes. Una hipótesis interesante es que el proceso disociado es una extensión radical de las configuraciones. Al tratar de sobrellevar el trauma, se forman diferentes partes para representar los distintos temas y crear un sistema de contención autoprotector. Pero si bien ese proceso puede ser efectivo en casos de conflictos psicológicos menos profundos, se ve superado más allá de sus límites si tiene que enfrentar altos niveles de trauma. En lugar de que las partes puedan contener y expresar el conflicto, éste termina por escindirlas. (Warner y Mearns, 2003). En un proceso difícil, del cual el egosintónico antes mencionado puede ser otro ejemplo, vemos los resultados del proceso actualizante tratando de enfrentar circunstancias de desarrollo desafiantes y hacer lo mejor posible para ayudar a la persona a sobrevivir y desarrollarse (aunque dentro de límites estrechos). El proceso difícil, en su inicio, no es un “trastorno”, ni una “patología”, ni una “enfermedad”. Son los esfuerzos de la persona para sobrevivir, así como la fiebre no es la enfermedad sino un intento del organismo de combatirla. Ésta es una característica distintiva de la perspectiva del enfoque centrado en la persona. El enfoque no apunta a la “reducción” de síntomas, sino a facilitarle al consultante la capacidad de explorar y comprender sus procesos. Más aún, el proceso difícil no es la totalidad de la persona. Representa

los esfuerzos que hizo en el pasado para sobrevivir en circunstancias relacionales difíciles. Evidentemente, la persona habrá tenido otras experiencias de relación y ellas también habrán tenido un impacto. En nuestra experiencia clínica suele haber otra parte, o partes, de la persona, que reflejan algo diferente al proceso difícil. A menudo se manifiestan en counseling como una pequeña voz disonante. Suelen estar relegadas a un segundo plano en relación con el empuje dominante del proceso difícil. Una de las fortalezas de un enfoque orientado a las relaciones, como el del counseling centrado en la persona, es que esta parte, pequeña al principio, puede ser atraída y comprometida por la relación terapéutica. En el contexto de esta relación nueva y saludable, puede presentarse con mayor frecuencia. A medida que esa voz crezca en fuerza, se establecerá un diálogo con el sí mismo más pleno, la disonancia dentro del sí mismo se intensificará y el cambio comenzará a ser posible.

Diálogos del sí mismo El concepto de un “diálogo dentro del sí mismo” tiene un atractivo de sentido común en la medida en la que todos estamos familiarizados con la noción de “hablar con nosotros mismos”, pero en los últimos años las observaciones clínicas de profesionales de una amplia variedad de enfoques terapéuticos han compartido la opinión de que los diálogos del sí mismo son algo común (Berne, 1961; Gergen, 1972, 1988, 1991; Brown, 1979; Bearhrs, 1982; Schwartz, 1987, 1997; Rowan, 1990; Hermans et al., 1992; Hermans y Kempen, 1993; Schwartz y Goulding, 1995; Hermans, 1996; Honos-Webb y Stiles, 1998; Rowan y Cooper, 1999; Hermans y Dimaggio, 2004). Esta área ha llegado a ser conocida como teoría de la pluralidad del sí mismo, la persona parece simbolizar su sí mismo como comprendiendo diferentes partes, voces, sub-personalidades, sub-sí mismos o, la palabra que hemos utilizado, configuraciones. (Mearns, 1999; Mearns y Thorne, 2000). Hemos definido este concepto de la siguiente manera: Una configuración es un constructo hipotético que denota un patrón coherente de sentimientos, pensamientos y respuestas conductuales preferentes simbolizadas o presimbolizadas por la persona como reflejo de una dimensión de existencia dentro del sí mismo. (Mearns y Thorne, 2000; 102).

Pueden encontrar un análisis detallado de esta definición en la referencia anterior (2000; 102-3), pero es importante saber que lo que estamos describiendo no es meramente el hecho de que las personas tienen una variedad de inclinaciones, tendencias o respuestas diferentes, sino que una configuración es un “sí mismo desarrollado dentro del sí mismo” que puede contener un amplio despliegue de elementos: un conjunto de pensamientos, sentimientos y comportamientos que juntos representan una importante dimensión de la existencia de la persona. Dos o más configuraciones pueden estar en diálogo entre sí. Ese diálogo a menudo se experiencia como conflicto, pero el proceso es más constructivo de lo que sugiere el término, puesto que las diferentes configuraciones promueven alternativas de manera tal que la persona puede escuchar todas las posibilidades. Dentro del enfoque centrado en la persona abundan los trabajos relacionados con el pluralismo del sí mismo (Millar, 1995; Gaylin, 1996; Keil, 1996: Elliot y Greenberg, 1997; Stiles, 1999; Stickens, 2000; Stiles y Glick, 2002; BarretLennard, 2005). Mientras que estas observaciones presentan una abundante cantidad de evidencias en favor de la probable existencia de diferentes partes del sí mismo, queremos destacar que sentimos profundamente la necesidad de ser cautelosos. Aunque sin duda el concepto de pluralismo del sí mismo es relevante para muchas personas, no es significativa para todo el mundo. Desarrollamos la teoría de las configuraciones como un medio para responder a los consultantes que simbolizan su

sí mismo de manera pluralista. Es ilógico suponer que la teoría debería ser de aplicación universal. No corresponde al enfoque centrado en la persona presuponer que todos nuestros consultantes tendrán configuraciones. Lo que hacemos es trabajar con ellos tal como se presentan a sí mismos. Si la persona se presenta de manera holística, trabajamos con ese todo. Pero si presenta lo que experiencia como diferentes partes, trabajamos con todas estas partes de la persona. La nueva teoría nos ayuda a enfrentarnos a los desafíos prácticos de trabajar con consultantes que se simbolizan a sí mismos en términos de partes. Mary y Joe nos dan ejemplos:   Mary:

la mayor parte del tiempo soy una princesita: toda dulzura y luminosidad. Una mosquita muerta. Mi princesita se lleva bien con todo el mundo y en general la gente la trata bien. Se desarrolló en mi infancia y todavía anda por acá. Pero también tengo un lado duro, tan duro como suave es la princesa. Yo la llamo mi parte arpía. Tiemblo cuando pienso en ella: es capaz de arrancarte los ojos con las uñas; mejor que no te metas con ella. Ésta también aparecía en mi infancia, y por buenas razones.

Joe:

Tengo un yo fuerte y un yo débil. Durante años mi yo fuerte odió a mi yo débil pero esto fue cambiando durante mi proceso de counseling. Ahora entiendo cómo surgió mi yo débil; no se

trataba sólo de que fuera “patético”, estaba asustado, profundamente asustado. Mi yo fuerte me ayudó a sobrevivir pero también necesito a mi yo débil; tiene partes mías que mi yo fuerte no tiene. Mary y Joe están familiarizados con sus configuraciones y hasta les pusieron nombres que reflejan sus temas principales. Para otras personas hay menos familiaridad, menos claridad, pero aun así tienen una sensación de pluralismo, como en el caso de Teri que, al sobrevivir una situación en la que fue rehén, descubrió otra dimensión de su sí mismo:   Teri: Al principio sólo lloraba, sentía que era lo único que podía hacer. Entonces algo sucedió; dejé de llorar y me volví más fría, clara y decidida. Empecé a elaborar una estrategia. Había leído acerca del hecho de que más rehenes sobreviven cuando se vuelven “conocidos” para sus captores. Entonces dejé de lloriquear y empecé a relacionarme con esa gente. Estaba sorprendida: ésta no era yo hablando, pero en verdad lo era, no estaba “actuando”; estaba siendo “yo”, pero había una parte mía que no reconocía. Hemos documentado el trabajo con clientes que simbolizan no sólo dos partes de su sí mismo sino muchas, así como

también una compleja dinámica entre la partes. (Ver “Alexander” en Mearns y Thorne, 2000: 120-6). Nuestra primera tarea fue describir un método de trabajo con clientes que simbolizaban a su sí mismo en términos de partes. Esta etapa duró ocho años y dio como fruto el primer texto formal (Mearns, 1999). La dificultad radicaba en conservar un enfoque centrado en la persona consistente y, al mismo tiempo, relacionarse con las diferentes partes. Anteriormente, el criterio aceptado dentro del enfoque era que debíamos “trabajar con el consultante como un todo”. Teníamos que aprender a distinguir eso de “trabajar con la totalidad del consultante” porque muchos de nuestros consultantes no se experienciaban a sí mismos como un “todo”. El sistema que desarrollamos, y que se describe en Mearns y Thorne (2000: 127-43), se parece mucho a la terapia de familia centrada en la persona (O´Leary, 1999): todas las partes están relacionadas, pero actualmente algunas están en conflicto, y debemos ofrecer una relación terapéutica a cada una de ellas. La tarea final fue formular una teoría que pudiera describir la formación y la existencia de configuraciones. El proceso implicaba combinar la teoría de Rogers acerca de la estructura del sí mismo con la nueva evidencia proveniente de nuestras observaciones clínicas. Esto dio por resultado cuatro proposiciones teóricas más.

Proposiciones teóricas 5-8 Proposición 5: las configuraciones se pueden establecer en torno a introyecciones sobre el sí mismo. Una introyección sobre el sí mismo transmite un mensaje o un juicio de los otros. Una manera de sostener esa introyección es albergarla dentro de una “configuración” cuyo sentido refleje dicha introyección. La personalización de la proyección le da un estatus más sólido y funcional, a la vez que habilita a que otras configuraciones incluyan narrativas diferentes acerca del sí mismo. Por ejemplo, nuestra consultante Lorraine, que introyecta el imperativo debo ser perfecta, sólo si soy perfecta soy aceptable, no necesariamente encontrará que este mandato dominó toda su existencia. Puede convertirse en una parte predominante de su sí mismo, representada como la parte mía que necesita ser perfecta. Esa parte puede hacer que a ella le resulte difícil aceptarse a sí misma, y podría desarrollar un sofisticado repertorio de acciones para evitar situaciones difíciles. Pero no necesariamente define la totalidad de su sí mismo. En términos de adaptación, esto es lo bello de las configuraciones como mecanismos psicológicos. Permiten que nos adaptemos a situaciones que nos definirían, pero limitando esa definición a una parte del sí mismo. (Mearns y Thorne, 2000: 108-113).   Proposición 6: las configuraciones pueden establecerse en torno a experiencias disonantes del sí mismo. De la misma

manera, la persona necesita encontrar formas de responder a experiencias del sí mismo que son inconsistentes con otras dimensiones de sí mismo. Estas experiencias disonantes pueden englobarse y encarnarse en configuraciones del sí mismo. Aquí, también se cumple la función de permitir que el sí mismo “posea” experiencias bastante variadas y hasta contradictorias (Mearns, 1999; Mearns y Thorne, 2000). Por ejemplo, nuestra consultante Lorraine puede haber acumulado experiencias de sí misma que no fueron manejadas por el imperativo de la perfección, y aun así ser aceptables para ella. También en este caso pueden haber sido albergadas dentro de una configuración representada por la parte mía que se opone a tener que ser perfecta. Ahora Lorraine tiene un sistema dialógico en el cual contener la disonancia entre estos imperativos. Le está permitido buscar la perfección y también oponerse a buscar la perfección. Puede encontrar que las diferentes configuraciones adquieren predominancia en diferentes relaciones de su vida; las personas muchas veces cuentan cómo cambian en diferentes contextos sociales.   La teoría de Rogers en esta área es coherente con el énfasis unitario de su época y con las “teorías de la consistencia” vigentes en esos años en el área de psicología social (Festinger, 1957; Heider, 1958). De ese marco unitario sólo podía remitir a la negación como medio para manejar la disonancia, como lo expresa en su proposición XIII:

El comportamiento puede, en algunos casos, ser provocado por experiencias orgánicas y necesidades que no han sido simbolizadas. Ese comportamiento puede ser inconsistente con la estructura del sí mismo, pero en tales casos la conducta no es reconocida como propia por el individuo. (Rogers, 951: 509). A esta proposición podríamos agregarle ahora la siguiente salvedad: En algunos casos el comportamiento puede ser “tomado como propio” pero asignado a una parte o una configuración dentro del sí mismo. Esa configuración puede ser inconsistente con otras partes de sí mismo y tener acceso restringido. Si no estamos obligados a pensar en el sí mismo como un fenómeno unitario, sino que podemos pensarlo como compuesto por una variedad de configuraciones cuyas inconsistencias son toleradas por sus límites y dinámicas, ahora tenemos un sistema que puede experiencia humana de manera más integral.

describir

la

Proposición 7: las configuraciones en formación asimilan a otros elementos consistentes. Una configuración es un principio organizador dentro del sí mismo. Le puede dar estructura y función a pensamientos individuales, sentimientos y experiencias. Por ejemplo, la configuración de Lorraine, que se desarrolló inicialmente para albergar su introyección acerca de su necesidad de ser perfecta, va a

reunir más elementos con el mismo mensaje. Aunque la fuente de la introyección original ya no esté sosteniéndola, la configuración misma puede acumular más elementos. Por lo tanto, Lorraine “debería ser perfecta” en todo lo que emprenda como adulta. Es innecesario decir que bajo este imperativo bastante agobiante lo único que Lorraine puede acumular son fracasos. Por supuesto, su otra configuración, la parte de mí que se opone a ser perfecta, también estará agregando elementos; por ejemplo, cuando abandonó a su pareja en lugar de seguir intentando ser la “esposa perfecta” y cómo se sintió inundada de energía (así como también de temor) cuando le dijo a su gerente ¡que se preparara su propio café!   Como ambas configuraciones se van expandiendo y cada una suma su propia verdad, la disonancia crece hasta que ya no puede contenerse. Tal es la naturaleza del proceso de desarrollo humano contenido en un marco dialógico y tal es el impulso para cambiar, que a veces monitoreamos en el proceso de counseling. Proposición 8: Las configuraciones se interrelacionan y se reconfiguran. Esta concepción de los sub-sí mismos es más dinámica que la de la teoría de las relaciones objetales (Fairbairn, 1952), que considera que los “objetos” permanecen bastante estáticos a lo largo de la vida. En la concepción actual, las configuraciones no están permanentemente compartimentadas como “costras psíquicas”. Los consultantes hablan de partes que van

cambiando en sí mismas y en relación con las otras. Es frecuente que el consultante le dé un nombre diferente a una configuración que está evolucionando. Pensamos que ese proceso de reconfigurarse ayuda al cambio y al desarrollo dentro del sí mismo y también permite que los sistemas de autoprotección sean más complejos. Estos sistemas pueden evolucionar con el cambio del espacio vital social de la persona. Pero quizás nunca perdemos las primeras autoprotecciones, simplemente evolucionan hacia una forma menos restrictiva, pero conservan un rol de “guardián”. Hay otras propuestas que podríamos presentar en relación con la dinámica de las configuraciones. Por ejemplo, es claro que algunas configuraciones incluyen una narrativa autoprotectora consistente, mientras que otras son más autoexpresivas. Sin embargo, es necesario actuar con cautela antes de formular más proposiciones en torno a estas observaciones, porque llegar a ese nivel de especificación hipotética podría comenzar a debilitar la naturaleza esencialmente fenoménica de nuestro trabajo. Quizás sea suficiente observar la interacción entre estos imperativos diferentes y dejar el resto de la teorización a nuestras investigaciones con cada consultante individual: esa es la esencia de la disciplina científica del counseling centrado en la persona. Fundamentalmente, lo que estamos describiendo es un sistema para el desarrollo del sí mismo que genera una enorme flexibilidad para la adaptación. El sí mismo puede desarrollar una gama de aspectos, o configuraciones, que

permiten un amplio repertorio de maneras de enfrentar los diferentes desafíos sociales. La persona no es solamente un único sí mismo, sino un múltiple elenco de actores, cada uno firmemente apegado y coherente para permitir que exista una congruencia de expresión. Es posible que esta dimensión de autodesarrollo permita a los seres humanos ser expertos “actores”. El actor experto encontrará un aspecto de su sí mismo en el que puede entrar para encajar en un rol con más fluidez. Lo que estamos presenciando en esta multiplicidad de configuraciones dentro del sí mismo es creatividad y expresividad, además de un sistema de adaptación increíblemente sofisticado que hasta puede permitirle a una persona presentar, de manera congruente, aspectos del sí mismo opuestos en distintos contextos sociales.

Una concepción moderna centrada en la persona del proceso de counseling El nuevo cuerpo de teoría que resumimos en este capítulo nos permite concluir con una concepción actualizada del proceso de counseling desde una perspectiva centrada en la persona. Esto se ilustra en la figura 2.1.  

Figura 2.1 El proceso de counseling

  La figura 2.1 representa tres áreas en las cuales es posible enfocar el trabajo psicológico. El consultante puede presentar como su problema el hecho de que a pesar de tener muchas amistades a corto plazo, parece que nunca logra tener una relación duradera. Un enfoque de counseling “centrado en el problema” podría intentar trabajar con él a este nivel considerando diversas estrategias que podría seguir para mejorar la situación. Sin embargo, la mayoría de las terapias psicológicas sondearían más profundamente y estarían abiertas a trabajar con él en el proceso egosintónico

que sustenta su problema con las relaciones. Ese trabajo también estaría abierto a relacionarse con los diversos diálogos del sí mismo que han llegado a caracterizar su forma de procesar. El enfoque centrado en la persona sería una de las terapias pertenecientes al pequeño grupo que no definiría su proceso egosintónico o los diálogos de su sí mismo como toda la historia, sino que estaría abierto a explorar a la persona en su totalidad, incluyendo las potencialmente poderosas experiencias del sí mismo, que sustentan su proceso egosintónico, y los otros aspectos fundamentales de su existencia: el dominio que llamamos su proceso existencial. Nosotros utilizamos la palabra “existencial” como un simple adjetivo de la palabra existencia (no del “existencialismo”) para denotar algo que la persona experiencia como particularmente significativo para ella. Porque este concepto es totalmente fenomenológico, o sea que describe un fenómeno experienciado en forma única por cada persona, es muy difícil de describir y es probable que sea imposible de definir, al menos como es usual hacerlo en psicología. Brindar ejemplos individuales también podría inducir a error porque cada ejemplo es importante sólo en la vida de esa persona. Es probable que el mismo ejemplo no tenga la misma trascendencia existencial para otra persona. Aún así trataremos de establecer algunos aspectos de su proceso existencial, como lo hemos llamado. Nuestra práctica con los consultantes nos señala que su proceso existencial contiene una rica mezcla de experiencias y supuestos del sí mismo, esperanzas, temores, fantasías,

terrores, experiencias en relación con los otros, supuestos acerca de ellos y valores profundamente respetados. Los elementos y las dinámicas son experienciados por la persona como más centrales a su existencia que los aspectos del sí mismo que ellos suelen presentar al mundo, y por lo tanto son protegidos con gran celo. Ser juzgado por otro sobre la base del sí mismo que presentamos es una cosa, pero ser juzgados por lo que creemos que es nuestra esencia es, en particular, peligroso, puesto que el consultante puede correr el riesgo de ser aniquilado, como una clienta, Sandra, describe: Tenía nadie podía podía listos

tanto odio adentro que nunca podía mostrarlo a tal como era. Salía de muchas formas pero no mostrarlo de la manera exacta que era para mí. No mostrar la ira, el afán de venganza, los insultos para salir a borbotones de mi boca, no podía

mostrarlo de la manera en que era para mí; no podía ni siquiera mostrármelo a mí de la manera que era para mí, era demasiado destructivo. Paul describe material que parece bastante diferente; sin embargo, desde el punto de vista existencial tiene la misma trascendencia potencialmente aniquilante: No puedo describir como soy para mí de una manera que tenga sentido para los demás. Me da vueltas en la cabeza y por el cuerpo como olas en un sueño, a veces en primer plano, otras retrocediendo; es todo feo, es todo acerca de cómo yo soy todo feo; como si estuviera

podrido por dentro. Puedo sentir los gusanos arrastrándose dentro de mí, comiéndome. Quizás coman la podredumbre y me ayuden. ¿Cómo podría mostrarle esto a otra persona? ¿Cómo puedo permitirme verlo yo mismo? No es sorprendente que ese acceso al proceso existencial esté muy bien guardado. En los casos de Sandra y Paul el temor tiene que ver con lo potencialmente destructivo del material, pero el temor puede tener que ver con el peligro de ser destruido por el otro. Esto fue muy bien captado por Bernard, cuyo sí mismo de presentación era sociable, extravertido, acorde con su alta posición en el mundo de los negocios. Pero no era la manera en que era para él mismo: A veces, mi yo real me mira en el trabajo. Ve al calmo operador, totalmente confiado, patoteando a los otros con mi confianza. Es como si fuera una ampliación de lo contrario de quien soy en realidad. En el fondo sólo soy un niño pequeño llorando; estoy acurrucado, meciéndome y sollozando. Mi cara está hinchada de haber llorado toda la vida. Mis ojos están permanentemente cerrados; casi no puedo soportar el dolor de lo que es ser yo; no puedo abrir los ojos para ver a nadie por si acaso me ven a mí. Los consultantes muchas veces se refieren a este dominio existencial como el “verdadero yo”. Cuando estamos trabajando con un consultante tenemos que seguir este sentido fenoménico de su sí mismo. Pero no necesariamente

debemos extender eso a nuestro teorizar psicológico en general. No significa que hay, en realidad, un núcleo, un centro de la cebolla, o que el material que se encuentra dentro del proceso existencial tenga más importancia que otras dimensiones más cercanas al nivel de presentación del sí mismo, aunque ésta sea la forma en que lo sientan algunas personas. Hay marcadas diferencias entre las personas con respecto al acceso que tienen a su proceso existencial. Para algunos, este dominio es un viejo amigo al que nunca se conoce por completo y, sin embargo, es muy familiar. Su proceso existencial es para ellos un referente existencial perdurable, pueden fácilmente comparar experiencias actuales con otras pasadas para lograr un sentido de su valor. En el otro extremo está la persona cuyo miedo la ha mantenido como una extraña a su proceso existencial, pudiendo conocerlo fugazmente sólo en sueños. Para esta persona elegir centrar el trabajo en el nivel de su proceso existencial implica, potencialmente, enfrentarse a su propio terror. Por supuesto que, desde la perspectiva centrada en la persona, es crucial que sea el consultante quien defina el área del trabajo. Sin embargo, esa definición no la hace en aislamiento, sino que surge de la relación que experiencia con el counselor y depende del grado en que esa relación disipe su temor, que en algunos casos llega a ser terror. A un consultante esto le permitirá llegar sólo hasta problemas de conducta, y con eso es suficiente, al menos por el momento. Para otro, la relación le permitirá llevarlo hasta el dolor de su proceso frágil o el terror de su proceso disociado y con eso

es suficiente. Para algunos, quizás mediante una combinación del progreso que hicieron antes y la profundidad relacional obtenida con su counselor, les será posible entrar en esa zona más privada en la cual las experiencias formativas de su sí mismo, sus dudas, temores, esperanzas y desesperación esperan ser exploradas; un área que puede no haber sido expresada todavía a ningún ser humano, ni siquiera a sí mismos. No es la técnica del counselor lo que ayudará a que el consultante desarrolle ese coraje, sino la humanidad que él ofrece. Es esa humanidad lo que explora el resto de este libro.

1 Los lectores actuales deben tener cuidado de no considerar esta palabra como un término peyorativo. En el contexto clínico de los años sesenta en Estados Unidos era simplemente descriptivo de un grupo de clientes, distinguiéndolos de los “psicóticos”, “psicópatas” y otros.

3



EL USO DEL SÍ MISMO DEL COUNSELOR

Una disciplina rigurosa La actitud del counselor para consigo mismo Escuchando al sí mismo Autoaceptación El desarrollo de la empatía Aprendiendo a ser genuino La “relación saludable” entre el counselor y el consultante El sí mismo único del counselor Corriendo riesgos con nuestro sí mismo único El sí mismo cambiante del counselor La experiencia de profundidad relacional

Una disciplina rigurosa Ser counselor no es una tarea para pusilánimes y a veces se ha sugerido que aquellos que adoptan la orientación centrada en la persona se están comprometiendo con una disciplina particularmente rigurosa. Sin duda abundan las razones para apoyar este punto de vista. En comparación con muchos otros enfoques, el counselor centrado en la persona no puede buscar refugio en sus habilidades de diagnóstico o en la aplicación de una serie de técnicas terapéuticas. También debe evitar cubrirse con el manto de experto que tan fácilmente puede realzar un sentido de superioridad. Si el counselor decide cultivar la clase de relación en la cual el consultante se siente aceptado como un igual y está cada vez más preparado para arriesgarse a ser vulnerable y abrirse a explorar terrenos difíciles y dolorosos, debe resistir la tentación de erigir barreras que impidan el desarrollo de la intimidad. Cada nuevo encuentro representa un desafío a la habilidad del counselor para ofrecerse como alguien que está dispuesto a entrar en profundidad relacional y que no tiene miedo de llegar a un nivel de compromiso en el cual el consultante puede enfrentar dolores ocultos y arriesgarse a nuevas maneras de ser. El énfasis en el compromiso, la intimidad y los riesgos emocionales se contrapone a aspectos importantes de la

cultura dominante. Es difícil evitar la conclusión de que para muchos profesionales de ayuda el clima actual, favorecido por gran parte de la legislación reciente, alienta una actitud de precaución y de temor que conduce a un grado menor de compromiso del que deberían asumir y que suele afectar a quienes más necesitan la asistencia. El counselor centrado en la persona debe encontrar, de alguna manera, el coraje de oponerse a esa tendencia. Lejos de permanecer “objetivo”, o conscientemente alejado, trabaja basado en el supuesto de que es precisamente su habilidad de entrar en el mundo del consultante y ofrecer una relación en profundidad lo que determinará la efectividad de la tarea terapéutica. Esto no significa que el counselor centrado en la persona no necesite una base teórica para su trabajo. Al contrario, es muy importante la comprensión tanto del desarrollo de la personalidad como del proceso terapéutico. Lo que sí enfatizamos, sin embargo, es que la primera prioridad del counselor no es ni la adquisición de conocimiento teórico ni el desarrollo de habilidades terapéuticas, sino la comprensión y la valoración de su propio ser. El counselor centrado en la persona tiene una profunda fe en la sabiduría interna y en el potencial de cada consultante y sabe que su tarea es ofrecer una relación en la cual puedan desplegarse y enriquecerse esa sabiduría y ese potencial. Tal fe no tendrá sustento, sin embargo, si el counselor no puede considerar a su propio ser con la misma convicción positiva. Tampoco puede ofrecer a su consultante la relación necesaria a menos que esté convencido de que

merece la misma consideración positiva incondicional, y la misma comprensión empática que desea que experimente su consultante. Un terapeuta centrado en la persona que se rechace, se castigue y no pueda ejercitar una compasión comprensiva hacia sí mismo, está en peligro de actuar una farsa que va a ser rápidamente percibida por la mayoría de los consultantes y, con toda certeza, por quienes están más gravemente heridos.

La actitud del counselor para consigo mismo El mundo está lleno de profesionales de la ayuda cuya actividad es una estrategia desesperada para evitar enfrentarse consigo mismos. Esta evasión de sí mismo, a veces, se toma erróneamente por desinterés y puede ser reforzada por una comprensión equivocada de la tradición cristiana en la cual los conceptos de egoísmo y de amor por uno mismo suelen confundirse sin remedio. De acuerdo con este malentendido, las necesidades propias deben estar siempre subordinadas a las necesidades de los otros e inclusive se considera poco saludable reflexionar demasiado sobre nosotros mismos. Una vez que esa forma de pensamiento queda unida a la desconfianza habitual por la introspección, tenemos el escenario listo para un tipo de ayuda que está teñido por un sentido de sometimiento y de martirio que daña aún más el respeto por sí mismo de la persona que está siendo ayudada. Para el counselor centrado en la persona, la habilidad de aceptarse y afirmarse es, de hecho, la piedra fundamental de su práctica terapéutica y, si se carece de ella, la utilidad de la relación de ayuda va a estar gravemente dañada. Es imposible ofrecer a un consultante aceptación, empatía y autenticidad al nivel más profundo, si no podemos aplicar tales respuestas a nosotros mismos.

La autoaceptación y, más aún, el amor por uno mismo no se logran con facilidad y una vez obtenidos necesitan ser cuidados. Fundamentalmente, se requiere que estemos dispuestos a brindarnos tiempo, atención y cuidado, que no surjan de un deseo de autocomplacencia sino de un sentido de responsabilidad para con los consultantes al servicio del trabajo de counseling. Con frecuencia, esto significa que nos dispongamos a buscar, de manera regular, el apoyo de un amigo o colega con quien podamos mostrarnos abiertos, vulnerables y hasta confundidos. Puede o no ser la misma persona que supervise nuestro trabajo de counseling. En la tradición centrada en la persona, sin embargo, es común que la supervisión incluya la atención del desarrollo personal continuo del counselor. Esto no es para nada sorprendente cuando la cualidad del ser del counselor es un factor tan fundamental en la creación de las condiciones terapéuticas. La relación que el counselor tiene consigo mismo determinará, en gran medida, la calidad del trabajo que puede iniciar con sus consultantes y, por lo tanto, es uno de los temas usuales de la supervisión.

Escuchando al sí mismo Cultivar una relación que afirme y valore el sí mismo no se logra de un día para otro. Los counselors centrados en la persona, como muchos de sus consultantes, pueden haber experienciado relaciones críticas y punitivas en el pasado, que menguaron su autoestima. También, pueden estar cargados con profundos sentimientos de culpa que socavan su confianza. La conciencia y el conocimiento de sí mismo, cruciales para evitar el autoengaño, probablemente tengan que lograrse a través de un proceso doloroso que implique afrontar condiciones de valor condenatorias y establecer contacto con el proceso de valoración organísmica, cuyas señales, en el mejor de los casos, pueden haber sido intermitentes y, en el peor, haber sido inadvertidas. Es precisamente el dolor potencial que implica escucharse a sí mismo la razón por la cual es un proceso temido y resistido por mucha gente. Sea como fuere, para el counselor centrado en la persona que se está formando, no hay manera de evitar una tarea que llegará a ser una actividad clave en la vida disciplinada que está comenzando. Escucharse a sí mismo requiere períodos de atención plena y para el counselor centrado en la persona probablemente se convierta en una tarea diaria. Esa escucha regular no sólo es crucial para el desarrollo y el mantenimiento de la conciencia de sí mismo, sino que también es un elemento

esencial para asegurar la congruencia o autenticidad que va a caracterizar su relación con los clientes. Escucharse a sí mismo de esta manera constituye para el counselor una manera disciplinada de monitorear su mundo interno, que reducirá las probabilidades de que las revelaciones de los consultantes lo encuentren con la guardia baja. También ayuda a establecer la confianza interna de la cual el conocimiento de sí mismo es un ingrediente principal y, por lo tanto, reduce el temor de verse enredado en la angustia o la confusión del otro. Esa reducción del temor es un prerrequisito para entrar en la profundidad de la relación necesaria para aliviar la desesperación existencial. Para la mayoría de los counselors que se están formando, escucharse disciplinadamente se logra mejor en presencia de otra persona y con su ayuda competente. Para muchos probablemente sea un terapeuta, aunque a veces un pequeño grupo de colegas que se están entrenando puede ofrecer un clima excelente en el que priman la seguridad y la atención, en el cual las partes del sí mismo pueden animarse a hacerse oír por primera vez. La formación centrada en la persona no insiste en que los estudiantes hagan terapia individual, aunque muchos eligen hacerlo. Sin embargo, escuchar al sí mismo no siempre se logra mejor dentro de una relación de counseling formal. El grupo suele ser el mejor ámbito donde se pueden correr riesgos y explorar aspectos que podrían permanecer ocultos durante un prolongado proceso terapéutico individual. Para otros, un amigo de confianza puede resultar el compañero ideal en la

práctica de escuchar al sí mismo. También están aquellos para quienes la práctica de la meditación o ciertas formas de oración contemplativa pueden ser provechosas, mientras que aun otros pueden escucharse mejor cuando emprenden caminatas

solitarias,

o

simplemente

se

detienen

a

contemplar un hermoso paisaje. Sin embargo, cualquiera que sea el modo o el contexto, es casi seguro que las personas tendrán que buscar tales oportunidades deliberada o conscientemente, y que deben programarlas. El mundo interno es el recurso más preciado del counselor y rozaría lo irresponsable dejar su exploración librada a la suerte, dado el ambiente frenético en el que vivimos casi todos nosotros. También están aquellos –y pueden ser la mayoría– que pueden beneficiarse de un enfoque estructurado para escuchar al sí mismo y la exploración que surge inevitablemente como resultado. Pueden crear su propio método. Es posible, por ejemplo, diseñar ejercicios para facilitar el acceso a partes más profundas del sí mismo. Pueden consistir en hacerse preguntas directas tales como: ¿qué me produce más alegría estos días?, ¿cuándo siento mayor ansiedad?, ¿qué extraño más? Una estrategia tan simple como ésta puede proporcionar una amplia gama de oportunidades válidas para largos períodos de reflexión provechosa.

El

método

conocido

como

“focusing”,

desarrollado por Eugene Gendlin, uno de los primeros asociados de Rogers, es una elaboración más sofisticada del mismo intento de localizar y articular la experiencia interna.

Describiremos el trabajo de Gendlin en el capítulo 4. Algunos counselors escriben un diario dedicado no a los acontecimientos externos, sino a sus estados mentales y al mundo de los sentimientos. Hasta podría ser que a los counselors nos toque recuperar el gran arte de escribir cartas, al buscar explorar la experiencia interna y compartir nuestros hallazgos con amigos o colegas en quienes confiamos. En tiempos recientes, también la escritura de poesía se ha convertido para muchos counselors en una manera entrañable para expresar los complejos o turbulentos estados de su mente, y quizás sea significativo que algunos counselors centrados en la persona con mucha experiencia encuentren en el lenguaje de la poesía el vehículo ideal para transmitir los hallazgos de la más profunda escucha a su sí mismo. De alguna manera, también, la disciplina que se requiere para escribir un poema simboliza el intenso compromiso con la tarea de escuchar al sí mismo necesaria para todo counselor centrado en la persona que intenta convertirse en un valiente compañero de aquellos que sufren.

Autoaceptación Escuchar al sí mismo es una cosa, pero el conocimiento de sí mismo resultante es algo diferente y quizás no siempre sea fácil de sobrellevar. Aunque tal conocimiento es infinitamente preferible a la ignorancia intencional que resulta de una vida no examinada, puede muy bien presentarle desafíos mayores al counselor en relación con su autoaceptación. En el proceso de valorización y afirmación del sí mismo, la aceptación es una primera etapa crucial. Es más, el counselor centrado en la persona que no se acepte a sí mismo corre el riego de vivir una contradicción que se encuentra en el núcleo central de la tarea terapéutica, ya que carecerá de una de las respuestas actitudinales

esenciales

para

el

bienestar

de

los

consultantes. La autoaceptación de la que estamos hablando no debe confundirse con la complacencia, ni tomarse como una aceptación resignada. La persona complaciente o resignada dejó de escuchar a su sí mismo y no tiene ni la fuerza de voluntad ni la energía para continuar con el proceso de autoexploración que, como hemos señalado, es un compromiso de por vida para el counselor centrado en la persona. Por el contrario, la aceptación de sí mismo se nutre del deseo de crecer y de la voluntad y disposición para enfrentar la verdad. Sin embargo, si la verdad fuera dolorosa, y en particular si exacerbara los

sentimientos

de

culpa

o

la

merecedores

de

valoración,

convicción la

tarea

de

de

no

ser

lograr

la

autoaceptación puede resultar extremadamente ardua. En tales casos, el contexto en el cual está viviendo el counselor centrado en la persona adquiere una enorme importancia. En especial, cuando la autoaceptación debe ser lograda por aquellos que en el pasado fueron objeto de innumerables

juicios

adversos,

es

casi

seguro

que

necesitarán el acompañamiento de personas que tengan la capacidad

de

aceptar

y

que

estén

empáticamente

sintonizados con el mundo interno de los otros. Para el counselor que se está formando, probablemente sean los miembros de su grupo de entrenamiento, reforzado quizás por sus tutores, un supervisor o un terapeuta personal. Los amigos leales y confiables o los parientes también pueden jugar un rol crucial. Éstas son las personas que crean un espacio seguro para la autoexploración y brindan el apoyo y la aceptación cuando se hacen descubrimientos difíciles o dolorosos, o surgen sentimientos de culpa. Ellos también permitirán que la persona distinga la diferencia entre aquellos sentimientos de culpa que son inapropiados, que surgen de no haber logrado vivir de acuerdo con las expectativas o demandas de otra persona –o sea, que no logren cumplir las condiciones de valor impuestas por los otros–

y

aquellos

sentimientos

de

culpa

apropiados

originados en una traición a sí mismos donde aparece la sensación de habernos fallado a nosotros mismos y, por lo tanto, no haber logrado cumplir el significado de la propia

existencia. En el primer caso, es necesario reconocer los sentimientos de culpa y rechazarlos, o sea, no reconocerlos como propios, de modo de privarlos de su fuerza; mientras que los sentimientos de culpa apropiados pueden resultar el disparador para restablecer contacto con el proceso de valoración organísmica y actuar como un potente estímulo del crecimiento y del cambio. Irónicamente, los counselors centrados en la persona a menudo son capaces de distinguir estos diferentes sentimientos de culpa en sus consultantes y pueden mostrar una extraordinaria paciencia mientras desentrañan esa intrincada maraña. Sin embargo, cuando se trata de su propio proceso, pueden perder la paciencia muy rápidamente y caer en una poco saludable autorrecriminación. Esto suele suceder cuando el counselor vive con una pareja o un pariente que muestra desprecio hacia su persona o su trabajo y formula frecuentes comentarios cínicos o juicios adversos. Para alguien que está luchando por avanzar en la autoaceptación puede ser extremadamente debilitante verse enfrentado todos los días con duras críticas, que pueden llegar hasta la denigración. Lamentablemente, no es raro que un counselor centrado en la persona tenga que elegir entre el trabajo por el que siente vocación y una relación que, por el impacto invalidante que tiene sobre él, no lo deja progresar hacia la autoaceptación que es vital para su bienestar personal y profesional. (Ver también Thorne, 2002: 39). Si la autoaceptación es una de las condiciones básicas de la actitud hacia el sí mismo del counselor centrado en la

persona, se podría decir que el amor a uno mismo constituye

un

grado

superlativo

de

desarrollo

de

la

personalidad que permite al counselor disponer de valentía emocional frente a los clientes que aparentemente son más difíciles de ayudar. El amor a uno mismo valoriza y enriquece a la persona y es exactamente lo opuesto al egoísmo. Se basa en una evaluación realista de la propia persona con sus cualidades y sus carencias, pero a la vez está

impregnado

de

una

tierna

compasión

que

es

transformacional. La persona se experiencia a sí misma como amable y deseable, con todas sus debilidades y vulnerabilidades, y en consecuencia carece de egoísmo. Para la persona con amor por sí mismo, el sí mismo ya no es un problema y puede estar plenamente presente para el otro sin sentir temor. La persona egoísta, por su parte, está tan preocupada por sí misma y sus necesidades y deseos que no puede reconocer ni encontrar verdaderamente al otro. Sin autoaceptación, el counselor centrado en la persona irá descubriendo que su trabajo es imposible. Si siente amor por sí mismo, disfrutará la maravilla de haber encontrado un trabajo que le producirá placer y alegría a diario. (Ver también Thorne, 2002: 23).

El desarrollo de la empatía Indudablemente, la autoaceptación se fortalece cuando el counselor experiencia no sólo la comprensión de los otros, sino también el aumento de sus propias capacidades empáticas. La empatía no debe confundirse con la simpatía. Mientras

que

ésta

surge

de

sentirse

conmovido

compasivamente por la experiencia del otro, y en alguna medida compartiéndola, la empatía requiere el proceso mucho más complejo y delicado de ponerse en los zapatos de la otra persona y ver el mundo a través de sus ojos y, al mismo tiempo, no perder contacto con su propia realidad. Es probable estimular esa capacidad haciendo un esfuerzo deliberado para salir de los confines del medio social normal o subgrupo al que pertenecemos. El counselor hace bien en encontrarse con aquellas personas sobre las que tiene poco conocimiento

o

con

aquellos

por

los

que

se

siente

amenazado o intimidado. Los beneficios de ampliar su experiencia social van más allá de incrementar la comprensión de las personas o los grupos reales con los que se

encuentra.

aumentar

la

En

términos

confianza

y

más

generales,

también

la

tiende

humildad,

a

dos

cualidades que facilitan el desarrollo de la empatía. La mentalidad provinciana, pueblerina, es enemiga de la empatía, pero tiene tanto que ver con la actitud como con la geografía.

Para

desarrollar

su

capacidad

empática

el

counselor necesita estimular y enriquecer su imaginación, cualidad que difícilmente encontrará en la psicología. Por el contrario, muchos textos psicológicos, en su intento de transmitir la impresión de una investigación científica objetiva, oprimen el espíritu con su estilo elaborado y prosaico. Se dan excepciones a esto, cuando se hace el intento de explorar la experiencia más subjetiva a través de las

aplicaciones

de

paradigmas

más

humanistas

y,

afortunadamente, estos intentos están empezando a crecer con el aumento de proyectos de investigación cualitativa y el creciente énfasis en la experiencia de los consultantes (Alexander, 1995; Sands, 2000; Bates, 2006). Sin embargo, el

counselor

centrado

en

la

persona

probablemente

encuentre más alimento para su imaginación en las obras de novelistas, poetas, dramaturgos y sería bueno que se requiriera a los counselors que se están formando hacer estudios en profundidad sobre algunos de los principales escritores creativos del mundo. El counselor que nunca lee una

novela

o

nunca

abre

un

libro

de

poesía

está

descuidando un recurso importante para el desarrollo empático.

Aprendiendo a ser genuino La capacidad del counselor para ser genuino en sus encuentros terapéuticos se relaciona con la manera en que suele actuar en sus relaciones sociales. Hay algo un poco temible en el counselor que tiene la aparente capacidad de “encender” su autenticidad cuando comienza la hora terapéutica, como si la congruencia fuera algún tipo de técnica conductual que puede ser aplicada cuando se la necesita. Las implicaciones de la autenticidad en una relación terapéutica se discuten en profundidad en el capítulo 6, pero en este momento nos interesa esbozar la “manera de ser/estar” que caracterizará la existencia total del counselor y no sólo su actividad profesional. Esta perspectiva “global” quizás sea más relevante que nunca cuando consideramos qué significa ser genuino en nuestras interacciones humanas. Aprender a ser genuino suele ser un proceso gradual que implica un dedicado y persistente compromiso por parte del counselor centrado en la persona. Va a experienciar delicadamente con sus reacciones auténticas frente a las personas y los acontecimientos, y agradecerá el feedback que los otros le pueden brindar acerca de la manera en que lo perciben. Como es inevitable, este “testeo” de sí mismo no se limita al contexto de counseling. Los amigos, los colegas y, muy en particular, sus seres queridos pueden

notar la diferencia mientras gradualmente logra más confianza en sí mismo y, en consecuencia, es más capaz de ser genuino hasta en las situaciones difíciles Las personas cercanas están en buenas condiciones de observar la evolución del counselor. Por ejemplo, la counselor que es madre puede empezar a ser más espontánea en las manifestaciones de afecto hacia sus hijos; también puede hacerlo en el contacto íntimo con su pareja, así como participar más activa y plenamente en las actividades familiares. Sin embargo, es probable que el desarrollo de la autenticidad del counselor produzca otras consecuencias. Es probable que no se proteja tanto y no se guarde los sentimientos no tan amorosos hacia sus hijos, será más directa para expresar las dificultades con su pareja y más firme en la defensa de su derecho a dedicar energía y tiempo a intereses externos a la familia. Todos estos resultados del desarrollo de la autenticidad del counselor son cambios, y el cambio, en cualquier forma que se produzca, puede alterar el equilibrio y las estructuras delicadas dentro de las relaciones. Pueden brindar oportunidades

para

mejorarlas,

pero

como

cualquier

cambio, también implican un peligro. Por ejemplo, los counselors

en

formación

ocasionalmente

refieren

un

aumento de su expresividad emocional, e inclusive sexual. Es fácil ver cómo esto puede mejorar las relaciones del counselor

con

su

pareja,

pero

hasta

ese

cambio

aparentemente positivo puede resultar amenazador e inoportuno en algunos casos. También, sucede que durante

su formación o en el trabajo individual con su counselor, puede descubrir aspectos de su ser (lo que hemos dado en llamar

“configuraciones”)

dormidas

o

quizás

que

suprimidas

antes

habían

durante

años.

estado Este

descubrimiento, probablemente, esté acompañado de un deseo de manifestar esta nueva configuración, lo que quizás dé lugar a comportamientos que sorprendan y hasta disgusten a quienes creían que conocían muy bien a la persona. Cuanto mayor es el autoconocimiento y la conciencia de nosotros mismos, es más probable que se presenten nuevos desafíos en la empresa de ser auténticos en el mundo.

La “relación saludable” entre el counselor y el consultante Todo lo que dijimos hasta ahora apunta a la importancia central de la relación que el counselor tiene consigo mismo. ¿Puede aceptarse y hasta sentir amor por sí mismo? ¿Está suficientemente motivado como para buscar de manera consciente formas de ampliar sus habilidades empáticas? ¿Puede confiar en sí mismo lo suficiente como para expresar su propio sí mismo y arriesgarse a ser abierto y auténtico con los seres queridos más íntimos? Las respuestas que el counselor dé a preguntas de este tipo (ver recuadro 3.1) determinarán en gran medida si es capaz de ofrecer una relación saludable a sus clientes. No obstante, antes de pasar a explorar la naturaleza de esta relación saludable deberíamos enfatizar, una vez más, que el counseling centrado en la persona es solamente una modalidad de relación de ayuda: que existen muchas otras que no requieren el tipo de relación consigo mismo que acabamos de describir. Los cirujanos poco empáticos, por ejemplo, pueden hacer un trabajo espléndido y es sabido que algunos de los santos más grandes del mundo les trajeron innumerables

bendiciones

a

otras

personas

mientras

seguían convencidos de que ellos no eran valiosos. La relación saludable que ahora vamos a explorar se aplica a los counselors centrados en la persona y sus clientes. No es

un ejemplo ni una receta para todas las relaciones de ayuda, y mucho menos para las relaciones humanas en general. Sin embargo, no cabe duda de que la habilidad para relacionarse consigo mismo, de la manera en que los counselors centrados en la persona aspiran a lograr, aliviaría en muy buena medida la depresión y la ansiedad que caracteriza, hoy en día, a nuestra cultura. Si el counselor centrado en la persona se siente como “en casa” con su mundo interno y cómodo con su manera de ser/estar, es probable que su trabajo con los consultantes esté marcado por diversos factores que, tomados en conjunto, indican una relación terapéutica saludable, tal como la conceptualizamos en la tradición centrada en la persona. No todos estos factores necesariamente van a estar presentes en todas las relaciones, pero es probable que puedan encontrarse si observamos el conjunto de los clientes del counselor, y surgen de las actitudes básicas y creencias que presentamos en los primeros capítulos.   Recuadro 3.1

Autocuestionamiento del counselor centrado en la persona   1. ¿Puedo distinguir entre autoaceptación, amor a mí mismo y egoísmo, y comprometerme a lograr las dos primeras cualidades?

2. ¿Me acepto? Y si no lo hiciera, ¿cuáles son los aspectos que me lo impiden? 3. ¿Busco conscientemente extender mis habilidades empáticas? 4. ¿Puedo

ser

suficientemente

genuino

como

para

revelar mis pensamientos y sentimientos a mis amigos y a los más íntimos, en especial cuando me siento enojado, resentido, débil o poco querible?   El interés del counselor de relacionarse con su consultante sobre una base de igualdad, y no quedar atrapado en el rol de experto en tratamiento o diagnóstico, significa que hará todo lo posible para desmitificar el proceso de counseling. Planteará abiertamente su forma de trabajo y no tratará de evadir ninguna pregunta directa que un consultante le pueda hacer mientras está decidiendo si va a comenzar o no una relación de counseling. Si es necesario, estará dispuesto a conversar con el consultante sobre las bases fundamentales del counseling centrado en la persona, y probablemente subraye la naturaleza cooperativa de esta actividad. Señalará explícita o implícitamente que no tiene intenciones de hacerse responsable por el consultante, pero que hará todo lo posible para ser responsable hacia él, comprometiéndose a entablar una relación en la cual pueda explorar sus inquietudes en un ambiente de apoyo y comprensión. Esta apertura sobre nuestros objetivos e intenciones es el primer signo imprescindible de una

relación saludable y suele ser un aporte inicial importante para “destronar” al counselor y definir una situación en la cual el consultante reconozca rápidamente que tiene que asumir su parte de responsabilidad por lo que le está pasando en ese momento y por los cambios que serán necesarios si quiere avanzar en su vida. Es importante, tanto en esta primera etapa como a lo largo de todo el proceso de counseling, que el counselor monitoree continuamente lo que está dispuesto a ofrecer a su consultante y lo que queda afuera de los límites de su compromiso. No habrá límites preestablecidos al respecto y la disponibilidad del counselor para ofrecerse a sí mismo y sus energías pueden variar ampliamente –entre consultantes y con el mismo consultante– en diferentes etapas del proceso de counseling. Sin embargo, lo que es crucial para que una relación siga siendo saludable, es que el counselor sea lo más claro posible acerca de lo que está dispuesto a dar y que el consultante esté consciente de esto. Algunos counselors, sin darse cuenta, caen en la trampa de ofrecer la luna y, luego, se sienten sorprendidos o molestos con la creciente desilusión y resentimiento del consultante cuando la luna no llega. Cuando hay una falta de apertura y cuando no expresamos claramente en qué medida podemos comprometernos, también es posible que un

consultante

fantasee

de

maneras

potencialmente

perjudiciales y muchas veces dolorosas. Las fantasías pueden ser de muy diversa índole. Para un consultante puede ser el permanente temor de que lo echen al final de

cada sesión, o antes del próximo encuentro, simplemente porque el counselor no trató el tema de la duración del proceso de counseling o de su finalización. Para otro, puede ser la creciente fantasía de que el o la counselor se enamoró de ella o él y que nunca lo va a abandonar. Si no fuera así, ¿cómo es posible que el counselor lo trate con tanta amabilidad y le ofrezca una comprensión tan sensible? Sólo a través de la disposición a estar abiertos y ser explícitos acerca de nuestro objetivo y del compromiso que asumimos, estas fantasías pueden enfrentarse y, en muchas oportunidades, sólo pueden llegar a disiparse mediante una continua reiteración a través de las palabras y las acciones del counselor. El counselor centrado en la persona no tiene nada que ganar siendo otra cosa que totalmente transparente con su consultante. No dice saber lo que es “bueno para el consultante” y, por lo tanto, no se preocupa por usar sus habilidades para manipular, por muy bien intencionado que sea, para obtener “buenos” resultados. Es señal de una relación saludable que el counselor no plantee como tema prioritario el del “progreso”, porque sabe que no es un árbitro apropiado para hacerlo. A veces, es divertido descubrir que lo que pueda parecerle al counselor una total falta de progreso, puede ser considerado de manera muy diferente por un consultante que, después de todo, tiene acceso a criterios para juzgar cuya existencia puede ignorar el counselor. (Ver recuadro 3.2). Es algo menos divertido reconocer que los counselors que se consideran altamente

exitosos quedarían muy impresionados si consultaran a sus consultantes, y si éstos tuvieran el valor suficiente como para decir la verdad. Recuadro 3.2

“¿Quién sabe lo que es progreso?”   A continuación presentamos el extracto de una sesión de counseling grabada en la que el counselor ha expresado incertidumbre y curiosidad acerca de qué beneficio ha estado obteniendo el cliente de las siete sesiones que han tenido hasta el momento.   Consultante: ¿Qué he estado obteniendo de todo esto? ¡Wow!... simplemente sigo estando vivo, ¡eso es todo! A veces, cuando estoy contigo, doy vueltas y vueltas en círculos, y parece que no estoy llegando a nada, pero todo el tiempo estoy siendo yo: estoy siendo lo que no puedo arriesgarme a ser con ninguna otra persona: confundido, preocupado… loco. Quiero decir, ahora sé que no estoy loco… pero antes no lo sabía. Siento como si cuanto más puedo ser estas cosas contigo menos asustado estoy de ellas… menos asustado estoy de mí.

  Si la falta de interés del counselor en manipular a sus clientes para lograr “buenos” resultados es un indicador de una relación saludable, también lo es su disposición para ser manipulado y, a veces, hasta engañado por un consultante abiertamente intrigante. El counselor centrado en la persona, recordemos, tiene una confianza básica en la naturaleza humana y cree que en cada uno de nosotros hay un deseo de llegar a la verdad y de lograr relaciones sociales constructivas. Tal creencia no significa que el counselor sea crédulo y ciego a la perversidad humana, pero sí implica que está preparado para confiar en aquellos que claramente no son confiables, de modo que ellos puedan,

de

manera

gradual,

descubrir

su

propia

confiabilidad. Por lo tanto, de una manera extraña, la disposición del counselor para permitir que lo engañen es también un indicador de la salud de la relación. El counselor no intenta pescar en falta al consultante, ni tampoco se cuestiona continuamente sus motivos. Acepta que el consultante está haciendo lo mejor que puede, dadas sus particulares circunstancias, para crecer y para protegerse a sí mismo, y si eso significa que, por el momento, tiene que manipular

y

engañarlo,

entonces

el

counselor

está

dispuesto a permanecer junto a él a través de este engaño en lugar de disfrutar el dudoso placer de desenmascararlo y preservar su propio orgullo. Al mostrar que no está interesado en jugar juegos de poder o en anotar puntos, el

counselor espera que, de manera gradual, el consultante no tenga

ya

necesidad

manipulación

para

comportamiento

irá

de

recurrir

preservar

su

al

engaño

frágil

desapareciendo

y

a

identidad.

una

vez

que

la Ese el

consultante se sienta seguro en una relación en la que es respetado a pesar de su inicial incapacidad para retribuir tal respeto. Es triste reconocer que los counselors que tienen mucho interés en mostrar su inteligencia y exponer la manipulación por parte de sus consultantes, posiblemente estén infligiendo otra humillación más a personas que, desde el vamos, se sienten invalidadas y avergonzadas. Una disposición a dejarse manipular, si fuera necesario, no es otra cosa que un signo de la determinación del counselor de permanecer con su consultante en las buenas y en las malas. Una relación saludable no se va a ver perjudicada por la hostilidad o la necesidad de defenderse del consultante, ni tampoco por el disgusto que pueda sentir el counselor por él. En cambio, se caracterizará por una disposición a “pelear” por la relación, en el sentido de ofrecer un compromiso sólido que pueda trascender las dificultades de comprensión y pueda soportar los caprichos, la inconstancia en los modos y las dudas del consultante. Por supuesto que puede haber ocasionalmente una relación en la cual los sentimientos de disgusto del counselor, o aun de manifiesta hostilidad hacia el consultante, sean de tal intensidad y duración que deban ser expresados para preservar la autenticidad. Esta manifestación será una señal del compromiso con la relación por parte del counselor y su

deseo de enfrentar su propio dolor y negatividad originados en la interacción con el consultante. La manifestación de disgusto no representa una respuesta defensiva o agresiva, sino un intento de profundizar la relación. No tiene sentido que

el

counselor

exprese

su

disgusto

para

evadir

responsabilidades y compromiso, o guiado por la esperanza de librarse de un consultante agotador y poco cooperativo. Esta disposición a hacer lo imposible para mostrar su compromiso con el consultante es de crucial significación para aquellas personas cuya experiencia de vida les ha enseñado a esperar rechazo, inconstancia y la imposibilidad de confiar en los otros. Al mismo tiempo, el counselor debe tener cuidado de que el deseo de mostrar su compromiso no sea percibido por el consultante como una imposición o como una invasión inoportuna y no deseada. Muchas veces, nos damos cuenta de que tenemos que caminar por la cuerda floja cuando un consultante particularmente tímido, o que siente rechazo por sí mismo, no viene al encuentro siguiente después de una sesión difícil. Tales personas tienen tendencia a considerarse como clientes “carentes de valor”, como si sus luchas en la relación de counseling fueran una muestra más de inadecuación para agregar a la larga lista de sus fracasos anteriores. Por otra parte, es posible que haya una razón para su ausencia que no tenga nada que ver con sus sentimientos de inadecuación. El counselor se enfrenta con un dilema. ¿No hace nada, posiblemente dándole al cliente el mensaje de que a él no le importa si viene o no, o trata de establecer contacto

corriendo el riesgo de ser percibido como alguien que interfiere,

o

como

un

counselor

“posesivo”?

Si

está

trabajando en forma privada, ¿simplemente le manda al consultante los honorarios de la sesión que perdió, sin ningún comentario? En la práctica, es probable que la mayoría de los counselors centrados en la persona le escriban a ese consultante de manera que intente transmitir la continuidad de su compromiso y, a la vez, darle total libertad para decidir qué hacer después. Suele ser difícil escribir cartas de este tipo y, por supuesto, varían de un consultante a otro. En el recuadro 3.3 se presenta un ejemplo de tener que caminar en la “cuerda floja”. En algunos casos, el consultante que recibe una carta así quizás

no

responda

de

inmediato

y

creamos

que

desapareció sin dejar rastro. Sin embargo, no es raro que esa persona renueve el contrato meses más tarde y manifieste gratitud, tanto por la expresión de compromiso por parte del counselor como por su “permiso” para que elija dejar el proceso de counseling durante un tiempo. Recuadro 3.3

Compromiso sin imposición   Querido Michael, me apenó no verte en nuestro encuentro de hoy y espero que las cosas no estén demasiado difíciles. No dudes, por favor, en llamar para combinar otra sesión en el caso de que quieras hacerlo. No necesito decirte que estaré muy complacida de

verte, pero también que entiendo perfectamente si deseas suspender por el momento. Con mis mejores deseos, sinceramente, Jean.   Es un error común creer que el proceso de counseling invariablemente será de corta duración. Por cierto que hay casos en los que cinco o seis sesiones son suficientes para ayudar al consultante a seguir su camino, y aun hay ocasiones en las que una sesión catártica puede aclarar el ambiente lo suficiente como para que continúe por sí mismo.

Sin

embargo,

hay

consultantes

cuyas

preocupaciones son tales que a medida que van logrando reorientarse y reorientar su vida desean seguir el contacto a lo largo de muchos meses. En casos así, el deseo del counselor de “pelear” por una relación saludable es un ingrediente vital, con el riesgo de que el counselor y el consultante caigan en una estructura de relación que es “cómoda” en lugar de dinámica, o aún peor, una estructura que entrampe al consultante y refuerce su impotencia. Una indicación clara de la determinación del counselor de “pelear

por”

cuidadosa

al

una

relación

proceso

para

saludable

es

asegurarse

su

atención

de

que

su

compromiso con el consultante no resulte de un sutil abuso de poder, dejando al cliente en una “prisión” compasiva de la cual él siente que no puede escapar sin herir al bondadoso

carcelero.

El

recuadro

3.4

muestra

cómo

funciona esa atención en la práctica. De muchas maneras,

el sólido compromiso del counselor con su consultante y su firme deseo de que el consultante se sienta libre para encontrar su propio camino son los dos puntos de referencia principales para su manera de ser/estar en esta relación. De diferentes modos, y con diversos grados de énfasis, el counselor estará intentando decir: Estoy deseoso de brindarme en esta relación contigo y dejar que me veas tal como soy. Al mismo tiempo propongo esta relación sin ataduras. Eres libre de ser tú mismo y de dejar esta relación cuando lo desees. Me comprometo a permanecer contigo por todo el tiempo en que este compromiso contribuya a tu desarrollo, pero cuando ya no lo haga me comprometo en la misma medida a ayudarte para que me dejes. Recuadro 3.4

Compromiso y no aprisionamiento   Counselor:

Hemos estado trabajando juntos durante unos seis meses ya y soy consciente de que mucho ha cambiado para ti. Me pregunto cómo te sientes con respecto a dónde tenemos que llegar.

Consultante: Hay un largo camino para recorrer, creo, pero quizás pueda soltarme de tu mano

pronto. Counselor:

Unas pocas semanas más y entonces…

Consultante: Así es como lo siento en este momento.

  Dejar ser, dejar crecer, dejar ir, no es para nada una forma inadecuada de intentar resumir la tarea compleja y demandante del counselor centrado en la persona. Es al servicio de esta tarea que trata de ofrecer la “relación saludable”, cuyas principales características mencionamos en el recuadro 3.5. Recuadro 3.5

Características de una relación terapéutica “saludable”   1. El counselor es abierto con respecto a sus objetivos e intenciones. 2. El counselor es responsable hacia el consultante y no por el consultante. 3. El counselor no manipula a su consultante pero está dispuesto a ser manipulado. 4. El counselor no manifiesta saber lo que es “bueno” para el consultante. 5. El counselor no está orientado al “éxito”.

6. El counselor es claro respecto a lo que está dispuesto a ofrecer al consultante en cada una de las etapas. 7. El counselor está comprometido con el consultante y va a “pelear” por la relación. 8. El counselor está preparado para poner a su sí mismo en la relación sin que esto implique ataduras. 9. El counselor desea que el consultante se sienta libre para ser él mismo.

El sí mismo único del counselor Es evidente que los counselors centrados en la persona, por mucho que compartan los mismos principios para construir las relaciones de counseling, varían mucho entre sí en temperamento y en características personales. Los autores de este libro no son una excepción. Uno es un inglés un tanto intelectual, amante de la literatura, a quien a veces puede vérselo respirando incienso en las iglesias anglocatólicas, con un paraguas en el brazo, mientras que el otro es un escocés práctico, inicialmente formado en las ciencias duras, cuya idea de divertirse es desafiar los rápidos para pescar

una

trucha.

personalidades

tan

Es

evidente

contrastantes

que

estas

ofrecen

dos

cualidades

diferentes y experiencias de vida muy diversas a sus relaciones de counseling. Como counselors centrados en la persona, nuestra preocupación es asegurarnos de que para el

beneficio

de

nuestros

consultantes

podamos

usar

nuestras fortalezas únicas –y también las vulnerabilidades– en

nuestro

trabajo

terapéutico.

Resumiendo,

ambos

deseamos ser nosotros mismos en nuestro trabajo y, por lo tanto,

deseamos

personales

que

relevantes

relaciones

de

deseamos

restringirnos

todas estén

counseling a

nuestras disponibles

cuando una

sea

limitada

características en

nuestras

apropiado.

No

selección

de

respuestas terapéuticas como si la aceptación, la empatía y

la autenticidad sólo pudieran ser comunicadas de ciertas maneras estereotipadas. Cada counselor tiene su propio repertorio único y la tarea terapéutica se verá muy enriquecida, si puede aprovechar al máximo este repertorio y hacer uso apropiado de sus talentos particulares. Los talentos especiales de un counselor quizás no se manifiesten en los primeros años de su profesión. Prevalece una preocupación por “hacer un buen trabajo”, por lo que nos atenemos a una rigurosa adhesión a las “normas” del enfoque y un énfasis totalmente correcto en establecer las condiciones claves. Es muy probable que el counselor haga lo posible para transmitir aceptación a sus consultantes y rastrear su mundo interno con todas las habilidades empáticas de las que dispone. También, hará lo posible para no ponerse una máscara profesional detrás de la cual pueda refugiarse cuando las cosas se ponen difíciles. Sin embargo, es poco probable que como counselor novato sea lo suficientemente audaz como para correr el tipo de riesgos necesarios para poner al servicio de su consultante un nivel más profundo de su propia personalidad. Sólo cuando sienta una mayor seguridad en su propia capacidad para funcionar como

un

counselor

“suficientemente

bueno”,

probablemente descubra y luego ofrezca esas cualidades que lo hacen único. En el caso de uno de nosotros (Thorne), le llevó algunos años identificar una cualidad particular de su ser y luego reconocerla como algo de fundamental importancia en muchos encuentros terapéuticos (Thorne, 1985, 1991a,

2000). Hoy, sin embargo, su cualidad de ternura, como él la describe, es una expresión importante de dones particulares que surgen de su personalidad y de su experiencia. Las implicaciones de estos dones para el proceso de counseling se presentaron en otros textos (por ejemplo, Thorne, 2002: 72; 2006: 35-47), pero para nuestros propósitos actuales es relevante concentrarnos en la experiencia del counselor que logró confiar en partes de su propio ser que anteriormente no habían tenido mucho lugar en su trabajo de counseling. Tiene sentido que Brian Thorne tome la palabra y nos cuente su propia historia.

Corriendo riesgos con nuestro sí mismo único Durante muchos años, yo había tenido conciencia de que con algunos consultantes solía sentir una sobrecogedora sensación de interconexión. Esos consultantes eran muy diversos con respecto al ambiente de donde provenían y su experiencia de vida y solían ser personas con quienes yo no habría esperado tener una natural afinidad. Mi reacción inmediata ante esos sentimientos fue desconfiar de ellos y sospechar que se estaba produciendo algún proceso de los que mis colegas psicodinámicos llaman proyección o contratransferencia.

Debería

tener

en

cuenta

esta

posibilidad, me dije, y luego seguí adelante con la mayor precaución. Un día, sin embargo, no sé por qué razón decidí dejar a un lado esas precauciones; supongo que de algún modo me recordé que no era un counselor de la tradición analítica, sino alguien que creía en la fundamental confiabilidad de los seres humanos, y que esta categoría me incluía. Yo sabía que era un counselor con experiencia, responsable, y que, como tal, estaba comprometido con el bienestar de mi cliente. Mi propia congruencia –el resultado de la disciplina del enfoque terapéutico que había elegido– me estaba revelando un fuerte sentido de íntimo compromiso a nivel profundo con alguien con quien aparentemente tenía muy

poco en común. Decidí confiar en esa sensación, por muy misteriosa e inexplicable que fuera, y conservarla en lugar de desecharla o tratarla con mi usual circunspección. El resultado de esa decisión tuvo un largo alcance, ya que descubrí que mi confianza en esta sensación de profunda intercomunicación, de estar profundamente relacionados (y suele suceder de manera bastante inesperada), me da acceso a un mundo que parece estar fuera del espacio y del tiempo, en el cual es posible, tanto para mi consultante como

para

mí,

relacionarnos

sin

temor

y

con

una

sorprendente claridad de percepción. En el siguiente texto trato de darle sentido a la experiencia: Mi consultante parece estar más claramente en foco: es como si él o ella sobresaliera en relieve de toda la decoración que nos rodea. Cuando habla, las palabras le pertenecen exclusivamente. Los movimientos físicos son una confirmación más de unicidad. Parece como si por un cierto tiempo o espacio, por muy breve que sea, dos seres humanos están plenamente vivos porque se han dado a sí mismos, y uno al otro, permiso para arriesgarse

a

estar

completamente

vivos.

En

un

momento así no dudo en decir que mi consultante y yo estamos atrapados en una corriente de amor. Dentro de esta corriente llega una comprensión sin esfuerzo, intuitiva, y lo que es sorprendente es lo compleja que puede ser esa comprensión, ese entendimiento. A veces, parece que recibo a todo mi consultante, y de ahí en más tengo un conocimiento de él o de ella que no

depende de sus datos biográficos. Esta comprensión es intensamente personal e invariablemente afecta la autopercepción del consultante, y puede llevar a marcados cambios de actitud y comportamiento. Para mí, como counselor, viene acompañado de una sensación de júbilo que, al consultarla, siempre había sido compartida por mi consultante. (Thorne, 2004: 10– 11).   Es claro para mí que la decisión de confiar en el sentimiento de interconexión fue el primer paso hacia una disposición de mi parte de aceptar mi experiencia espiritual de la realidad y capitalizar las muchas horas que he pasado en oración y adoración. Era como si anteriormente yo me hubiera rehusado a basarme en toda esta área de experiencia al realizar mi trabajo terapéutico. Al cuidarme por no hacer proselitismo era como si deliberadamente me privara de uno de mis recursos más preciosos para la tarea de relacionarme con mis clientes. Una vez que tomé contacto conmigo mismo, sin embargo, fui capaz de entrar en la comunión de almas, que es un don fundamental de la vida espiritual. Todavía sigo convencido, por supuesto, de que está totalmente fuera de lugar usar una relación de counseling para evangelizar. Es tan improbable ahora que en mi trabajo profesional hable acerca de Dios o de la religión como lo era en mis primeros años como counselor. La diferencia es que ahora intento estar plenamente presente con los consultantes, las personas que superviso o

los counselors en formación, y esto quiere decir que no reniego de mi alma eterna dejándola afuera del consultorio. Es bastante interesante que esto también haya implicado que

estuve

mucho

más

presente

físicamente

en

mi

comportamiento en los últimos veinte años de lo que solía hacerlo en los comienzos de mi carrera de counseling. La bienvenida que di a mi mí mismo espiritual me llevó a la libertad de usar todo mi mí mismo, incluyendo el físico. Cuando soy suficientemente valiente como para aceptar mi unicidad parecería que puedo ofrecer una ternura que toca el alma, al mismo tiempo que abraza (a veces literalmente) al

cuerpo.

No

experimento

ninguna

incomodidad

ni

vergüenza al escribir estas palabras porque he llegado a creer que el counselor centrado en la persona tiene una obligación particular de ser honesto acerca de todas sus actitudes y estar dispuesto a reconocer y explorar su potencial contribución a la relación de counseling. Por mi parte, sé que si hubiera continuado negando el significado terapéutico de algunas de las partes más profundas de mi propio ser, probablemente nunca me hubiera encontrado con el hecho de que tengo una capacidad de ofrecer ternura, tanto física como espiritualmente. Quizás es al ofrecer este don que logro la mayor expresión de mi ser único, y ésa es la razón por la cual siempre se siente como algo riesgoso de hacer, porque la vulnerabilidad y la fortaleza están presentes en igual medida. Hoy en día, sin embargo, sé que por lo general no me queda otra opción que la de correr este riesgo. Es más, el riesgo a veces me ha

costado caro en términos de malos entendidos profesionales y hasta calumnias. (Thorne, 1996; 2005: 191, 197).

El sí mismo cambiante del counselor Hace veinte años, le pidieron a Carl Rogers que reflexionara acerca de la experiencia de envejecer. Escribió un artículo que se llamó “Envejeciendo”, pero antes de publicarlo modificó su título a “Envejeciendo, o mayor y creciendo” (Rogers, 1980b). Esta anécdota esclarece un importante principio del counselor centrado en la persona y, en realidad,

para

cualquiera

que

esté

comprometido

en

relaciones terapéuticas. El trabajo con el sí mismo nunca puede estar completo y, si quiere permanecer fiel a su compromiso, el counselor se enfrenta a una tarea de por vida. Si esto suena demasiado exigente, debemos recordar que el counseling tiene que ver con el cambio y el desarrollo, y que un counselor que no cambia está en camino de convertirse en un charlatán profesional. Es más, su obligación de seguir creciendo es, de hecho, una gloriosa invitación a vivir la vida plenamente. El counselor centrado en la persona se ve desafiado no tanto a enfrentar el temor a lo desconocido (aunque a algunos de ellos pueda sucederle) como a continuar el viaje de autodescubrimiento sabiendo que aún no ha visitado muchos de los lugares más encantadores. Es el counselor que se anima a abrazar la vida de esta forma el que está listo para ofrecer a sus consultantes una profundidad de relación en la cual puedan ir poco a poco deshaciéndose de las fachadas, y al

consultante se le hace posible vivir auténticamente quizás por primera vez.

La experiencia de profundidad relacional Al final del capítulo 2, como parte de la exploración de los desarrollos más recientes en la teoría centrada en la persona, sugerimos que en el counseling centrado en la persona queremos ser capaces de trabajar no sólo con el problema que se presenta, sino también con los procesos del cliente y los diálogos del sí mismo que pueden subyacer a ese problema, e incluso, cuando sea importante para el cliente, llegar al fondo de ese proceso para encontrarnos con él dentro de su proceso existencial. Queremos penetrar más allá de lo que, a veces, se denominan los aspectos de presentación del sí mismo (Mearns y Cooper, 2005) que el cliente usa en las interacciones cotidianas con las otras personas.

Nosotros,

los

seres

humanos,

somos

muy

habilidosos presentando una fachada al mundo; en verdad, podemos tener muchas caras que se adapten a los diferentes contextos sociales. Estos retratos de uno mismo son representaciones reales e importantes; sin embargo, no nos describen por completo. En especial, no describen lo que sentimos y creemos acerca de nosotros mismos en un nivel fundamental, donde no tenemos que pretender o simular ante otras personas o ante nosotros mismos. Estas representaciones cotidianas de nosotros mismos están habilidosamente esculpidas para presentar una cara que

encaje en el contexto social y, también, para presentarnos de la manera en que queremos ser vistos en ese contexto. Gran parte de la ciencia de la psicología social se ha dedicado a investigar las caras que presentamos en distintos contextos sociales y el estudio de los resultados nos deja maravillados ante el nivel de habilidad del ser humano. Podría decirse que una de las habilidades más importantes de la niñez es aprender cómo presentarnos en diferentes contextos. Para el niño al que no se le ofrece una amplia base de aceptación, sino más bien un limitado número de condiciones de valor, este aprendizaje de formas variadas de presentarse a sí mismo tiene un claro valor de supervivencia. La relación de counseling es única con respecto al hecho de que ofrece a la persona un contexto en el que no va a ser juzgado, en el que no se espera que sea de ninguna forma en particular. Más aún, la relación está claramente cargada a su favor, en la medida en que el counselor no le está pidiendo que le dé una atención recíproca e igualmente personal. Todas estas condiciones ofrecen un contexto en el cual el consultante puede mostrar no sólo sus dimensiones en el nivel de presentación del sí mismo, sino más en el nivel de su sí mismo existencial. Sin embargo, si nos dedicamos a observar la realidad de la mayoría de las sesiones de counseling encontramos que, en gran medida, el consultante se está escondiendo detrás de retratos del sí mismo. A veces, estos autorretratos son diferentes de los que él podría haber mostrado en otros contextos de la vida,

pero siguen siendo retratos, en la medida en que están presentando una imagen que considera apropiada para ese contexto y que dará una impresión que él desea a los ojos de su counselor y de sí mismo. ¿Por qué el consultante tiende a continuar este estilo de mostrarse en el nivel de presentación? En parte puede ser por hábito; las habilidades sociales de presentar una fachada y su uso y adaptación a diferentes contextos sociales han sido una dimensión tan importante y arraigada en nuestra existencia social que simplemente nos resulta difícil dejar de hacerlo y presentar nuestro sí mismo y nuestras experiencias de nosotros mismos tal como las experienciamos. Ésta es la razón principal por la cual la participación en un grupo de encuentro puede ser tan liberadora. A menudo, las personas también comienzan su participación en un grupo de encuentro

escondiéndose

detrás

de

aspectos

de

presentación del sí mismo; a veces, retratos bastante sofisticados

basados

en

anteriores

encuentros

de

experiencias grupales. Pero mientras más dure el grupo, más probable es que otras personas vean a través de estos retratos y comiencen a desafiarlos. En el counseling centrado en la persona tomamos con mucha seriedad esta distinción entre recibir los aspectos de presentación del sí mismo y el sí mismo existencial más fundamental. No nos satisface limitarnos a establecer una buena alianza terapéutica con el consultante. La alianza terapéutica es un recurso útil reconocido en la investigación como una variable crucial que tiene un correlato de

efectividad en un amplio espectro de enfoques terapéuticos (Lambert, 1992; Krupnick et al., 1996; Asay y Lambert, 1999; Hubble et al., 1999; Keijsers et al., 2000; Hovarth y Bedi, 2002; y Beuer et al., 2004). Pero deseamos establecer una relación más fuerte que ésta, porque deseamos que el consultante se sienta desafiado y a la vez suficientemente seguro en la fortaleza de la relación que se le está ofreciendo, como para entrar en un territorio que es nuevo para él en sus relaciones humanas. Queremos que se atreva a relacionarse con el counselor desde su sí mismo existencial. Eso es pedir mucho del consultante porque puede haber pasado gran parte de su vida escondiéndose de lo que cree que son dimensiones de su sí mismo que, si las expresara, no serían aceptables para los otros; de hecho, podrían no ser aceptables ni siquiera para él mismo. Hemos llegado a definir lo que el counselor centrado en la persona ofrece para asumir este desafío de profundidad relacional que describimos a continuación: Un estado de profundo contacto y compromiso entre dos personas en el cual cada persona es plenamente real con la otra y capaz de entender y valorar la experiencia del otro al más alto nivel. (Mearns y Cooper, 2005: xii). Los mismos autores van más allá para describir la experiencia de profundidad relacional del counselor:

Un sentimiento de profundo contacto y compromiso con el

consultante,

simultáneamente

en

el

altos

y

cual

uno

consistentes

experiencia niveles

de

empatía y de aceptación hacia el otro, y se relaciona con él de una manera muy transparente. En esta relación, el consultante se experiencia como percibiendo y aceptando la empatía, la aceptación y la congruencia

–implícita

o

explícitamente–

y

como

plenamente congruente en ese momento. (Mearns y Cooper, 2005: 36). En otras palabras, el rol que juega el counselor en el proceso de crear profundidad relacional es ofrecer las condiciones básicas terapéuticas de empatía, consideración positiva incondicional y congruencia, todas en alto grado, de modo que cada una resalte la experiencia de la otra. De hecho, es engañoso tratar de separar la profundidad relacional en subvariables tales como las condiciones básicas. La profundidad relacional es más que la suma de estas partes. Cuando un consultante experiencia el poder de la empatía del counselor combinada con un sentimiento de aceptación plena –sin importar qué es lo que presente– y también se da cuenta de que estos ofrecimientos son completamente congruentes con el sí mismo del counselor y no son meros retratos o fachadas, entonces el poder de ese fenómeno tan complejo es mucho más que cualquier experiencia parcial de las condiciones por separado. Por supuesto que ofrecer profundidad relacional no implica necesariamente que vaya a ser recibida y que el

consultante responda a ese ofrecimiento. El counselor sólo puede ofrecerlo: el consultante debe elegir si responde o no. A veces, es un poco más complicado que eso porque el consultante experiencia este ofrecimiento y lo reserva para una posible respuesta en el futuro. Tampoco la respuesta del consultante necesariamente va a espejar la invitación del counselor. Sólo en algunos casos el consultante simbolizará de manera consciente el poder relacional de ese momento; más a menudo la respuesta del consultante será avanzar hacia un modo más congruente de experienciar y de expresarse. La noción de mutualidad de la experiencia de profundidad relacional suele ser mal entendida dando a entender que el counselor y el cliente experiencian lo mismo. Pero esto es raro, porque el counselor y el consultante suelen tener diferentes campos de atención. Para el counselor, la figura, el foco de su atención, es la relación. Para el consultante, la figura es su procesamiento personal y el fondo es la relación. La profundidad relacional es experienciada por el consultante como un abrir de puertas que lo ayudan a abandonar las autoprotecciones y a expresarse a sí mismo más plena y congruentemente. Esta diferencia entre las experiencias del counselor y del consultante está muy bien ilustrada en un estudio de McMillan y McLeod (2006). El recuadro 3.6 nos presenta un insight de la experiencia de una consultante, Sally, del ofrecimiento de profundidad relacional que le hace su counselor a través de una poderosa integración de las condiciones básicas, y la

diferencia que le significó en comparación con anteriores experiencias de counseling. Recuadro 3.6

“Dejé de necesitar fingir”   Dejé de necesitar fingir. Había estado en counseling tres veces anteriormente. Habían sido buenas experiencias y creía que había obtenido mucho de ellas. Pero esta vez fue completamente diferente. Al principio no sabía qué pensar de Mary (la counselor). Era más directa de lo que yo estaba acostumbrada. Mi primer pensamiento fue que era un poco “dura” conmigo. Yo estaba acostumbrada a algo más suave. Pero ella realmente podía “encontrarse” conmigo más plenamente de lo que nadie había logrado antes. Hasta podía encontrarme a través de mis defensas. Una vez, me desafió preguntándome si yo estaba presentando lo que estaba diciendo de alguna manera en particular para ella, de una manera que la hiciera pensar bien de mí. Fue una cosa horrible de decir –pero ella lo dijo realmente bien– y sentí que realmente había surgido de una comprensión de mí misma y no de un “juicio” sobre mí. Y sólo contesté “sí” y la miré directo a los ojos. Ni siquiera le di mis excusas habituales. Desde ese momento todo fue diferente. Me di cuenta de que yo tenía dos respuestas para cada pregunta: la “fingida” y la “real”. Y empecé a dar las dos. Hablaba con ella de

una manera diferente a todo lo anterior. Hasta mi tono de voz era diferente, era menos chillón, más serio y, en general, más “efusivo”. Empecé a experienciar todo más plenamente. Cuando yo sentía emociones, eran más fuertes, más plenas. Me di cuenta, para mi horror, de que antes casi nunca había sido “real” en mi vida. Habitualmente había “presentado una cara” al mundo. Al no estar defendiéndome, llegamos a áreas que nunca había tocado antes. Vi diferentes sentimientos dentro

de



además

de

los

que

yo

estaba

acostumbrada a sentir. En relación con la muerte de mi madre no sólo vi mi tristeza, sino que sentí mi odio y también mi pena por ella. Una cosa interesante fue que mi “no estar defendiéndome”, en realidad, me hizo estar menos asustada. Esto es difícil de explicar, pero es importante. No se trataba sólo de que ella hizo que me sintiera segura, de modo que ya no necesitara defenderme. Tenía que ver con que me desafiaba como un ser humano verdaderamente preocupado por mí y yo respondía. Fue que yo respondiera, y continuara respondiendo, lo que me hizo estar menos asustada, no me sentía dependiente de ella. Es algo muy raro.   A través de este insight, Sally nos permite acceder a la singularidad de esta experiencia para ella. Señala el poder del desafío de su counselor y resalta que pudo responder porque provenía de su comprensión y la valoración que

tenía de ella. Pero, hacia el final de su relato, Sally también nos ofrece otro interesante insight, cuando trata de describir cómo fue su propio “no defenderse” lo que hizo que estuviera menos asustada y esto pesaba más que cualquier otra cosa que su counselor hubiera hecho. Esto nos recuerda el importante trabajo centrado en la persona como su propio agente1 (Bohart y Tallman, 1999; Bohart, 2004). No

deberíamos

pensar

que

el

counseling

se

trata

simplemente de que el counselor ofrezca profundidad relacional, que el consultante responda y eso nos lleve a un proceso efectivo. La variable crucial que tendrá impacto sobre el cambio del consultante es que llegue a ser su propio agente: su grado de capacidad para pensar, sentir y actuar como un ser autónomo que tiene suficiente confianza como para basarse en su propia experiencia sin descuidar las restricciones de su contexto social. Lo que estamos tratando de lograr es estimular y promover la participación del consultante como su propio agente. En los tres capítulos siguientes, vamos a presentar sistemáticamente las así llamadas condiciones básicas de empatía, consideración positiva

incondicional

y

congruencia,

pero

queremos

recordar dos cosas. Primero, descomponer la profundidad relacional en estas partes que la constituyen puede ayudarnos a comprender mejor cada una de ellas pero, sin las otras, ninguna de ellas realmente tendría significado. La segunda cosa que necesitamos recordar es que estas condiciones por sí mismas no determinan la capacidad del consultante

para

cambiar.

Es

el

consultante

el

que

determinará el grado de impacto que tendrán. Podemos estar seguros, sin embargo, de que la habilidad del counselor para ser plenamente él, y para vivir su vida en forma auténtica y con coraje, será un factor clave en la misteriosa alquimia del cambio y en el proceso por medio del

cual

el

consultante

gradualmente

comprometerse a ser su propio agente.

1 Ver Glosario al final del libro. (N. del E.).

aprende

a

4



EMPATÍA Una escala de empatía Empatía y locus de evaluación ¿Por qué y cómo la empatía es importante en el counseling? Enfocándose en el “borde de la conciencia” No hay necesidad de entender Liberando nuestra sensibilidad empática Bloqueos de la empatía Las necesidades y los temores del counselor Empatizando con diferentes partes del cliente     Una de las dimensiones centrales de la relación terapéutica es la empatía. Las definiciones breves no pueden captar el pleno significado de los procesos pero, como preludio a una descripción más completa que presentamos en este capítulo, la siguiente puede servirnos:

La empatía es un proceso continuo por el cual el counselor

deja

de

lado

su

propia

manera

de

experienciar y percibir la realidad, prefiriendo sentir y responder a la manera de experienciar y a las percepciones de su cliente. Este sentir puede ser intenso

y

perdurable

y

el

counselor

realmente

experiencia los sentimientos y pensamientos de su cliente tan intensamente como si se hubieran originado en él mismo. En la secuencia reproducida en el recuadro 4.1, el counselor responde cinco veces a su consultante, Bill. Todas estas respuestas, incluyendo el tocarle el hombro, son respuestas empáticas en la medida en que reflejan con exactitud el estado en que se encuentra Bill en ese momento. Recuadro 4.1

Empatizando con Bill, un docente desilusionado   Bill:

Me imagino que debería haber sabido que no iba a ser tan fácil… simplemente hacerlo “como un trabajo”, quiero decir… como que pensé que me podía “desenganchar” y salvarme.

Counselor: Pero te encontraste con que eso no te “salvó”, ¿era igualmente malo, o aun peor?

Bill:

Sí, peor, no hubiera podido creer que podía ser peor. Como si yo hubiera pensado que nada podía ser peor que encontrarme gritándole a los niños, y en otra ocasión cerrando la puerta y poniéndome a llorar. Pero esto es peor… por lo menos entonces yo estaba vivo…

Counselor: Y ahora no lo estás. Bill:

Ahora soy un zombie… de hecho, a veces soy peor que un zombi.

Counselor: ¿… a veces ni siquiera eres un muerto que camina? Bill:

Sí, ahora muchas veces ni llego (al colegio), como que pienso en ir y casi vomito, puede ser que sea fóbico a la escuela, ¡imagínate eso!.. ¡El maestro tiene fobia a la escuela! ¡Qué risa! (se ríe).

Counselor: No suena como si lo sintieras gracioso… Bill:

(Pausa… empieza a sollozar.)

Counselor: (Suavemente apoya la mano sobre el hombro de Bill y no dice nada.)

 

Es difícil extraer ejemplos de empatía de las grabaciones de sesiones de counseling, porque la empatía no es una respuesta única dada por el counselor a su consultante. Tampoco encontramos a la empatía totalmente expresada en una serie de respuestas como en el ejemplo del recuadro 4.1. Más que una respuesta única, o una serie de respuestas, la empatía es un proceso. Es un proceso de estar con el consultante. Aunque compartimos el mismo mundo físico, todos lo experienciamos de maneras diferentes, porque lo miramos desde diferentes perspectivas o marcos de referencia. Al empatizar con un consultante, el counselor deja a un lado su marco de referencia y, durante ese lapso, adopta el marco de referencia de su cliente. Entonces, puede apreciar cómo el consultante experiencia los acontecimientos en su mundo; en verdad, puede hasta sentir cómo él siente lo que sucede a su alrededor, como si esos sentimientos fueran los suyos propios. Por ejemplo, cerca del final del recuadro 4.1, Bill se está riendo, pero el counselor sabe que eso no representa lo que está sintiendo. Ha estado en su marco de referencia durante un tiempo y sabe que sus sentimientos acerca de la escuela y su lugar en ella son de completa desesperación. El counselor no está solamente pensando acerca de sus sentimientos, es probable que también esté experienciando la misma “tensión” general y la opresión en la garganta que precede a su llanto. Está experienciando los sentimientos de Bill como si fueran los suyos propios, pero todo el tiempo la liberación de su sensibilidad empática está

bajo su control: no “se pierde” en el marco de referencia de Bill, y puede salir de ahí cuando lo desee. Esta cualidad de como si de la empatía es un aspecto crucial del profesionalismo del counselor centrado en la persona. Puede

trabajar

de

esta

manera

intensa,

llena

de

sentimientos, con su consultante, y a la vez no verse abrumado por esos sentimientos. Este control del counselor es crucial para el consultante: le ofrece la seguridad de saber que aunque pueda sentirse desesperado y perdido en su mundo, el counselor seguirá siendo confiable y coherente y, al mismo tiempo, sensible. A veces, estas experiencias empáticas particularmente intensas nos llevan a olvidar que en el counseling centrado en la persona la empatía se va dando la mayor parte del tiempo y no sólo en los momentos de mayor intensidad. Desde el mismo comienzo de la relación, el counselor trata de entrar en el marco de referencia del consultante y de caminar a su lado en su mundo. Cuando estamos acompañando

a

alguien

en

un

viaje,

probablemente

comentemos lo que vamos viendo, y lo mismo sucede en un “viaje” empático: el counselor comenta lo que ve. Estos comentarios son comúnmente llamados respuestas empáticas. Las respuestas en sí mismas no son la empatía, sino el producto de compartir el viaje, lo que sí es empatía. Históricamente, esta noción de empatía, como proceso más que como respuesta, fue mal interpretada. Los investigadores encontraron mucho más fácil trabajar con la respuesta empática, que es cuantificable, y no con el

proceso empático (Truax y Carkhuff, 1967; Carkhuff, 1971). La investigación basada en el positivismo lógico, necesariamente debe limitar y reducir los procesos humanos para poder estudiarlos. Lamentablemente, esta concepción limitada de la empatía, no solo fue usada en investigación, sino que para muchos profesionales se convirtió en la base del entrenamiento en empatía. El resultado fue que los counselors se entrenaron en producir reflejos empáticos basándose en el supuesto erróneo de que si mostraban estos comportamientos estaban siendo empáticos. En el recuadro 4.2, el counselor muestra un reflejo que parece empático, pero si sólo nos basamos en esta conducta nos resulta imposible saber si de verdad está acompañando al consultante en su proceso o, simplemente, está utilizando uno de los reflejos empáticos de su repertorio. Recuadro 4.2

La respuesta reflejo simple   Consultante: Como si yo estuviera entrando allí, volando a través de esa gran habitación negra. No estoy asustado ahora… me gusta la oscuridad… Counselor:

Entonces estás entrando en ese lugar oscuro… muy rápido… y se siente

diferente… no es algo que te asuste ahora… es casi placentero... Consultante: Sí…

  En el recuadro 4.2, la respuesta del counselor muestra que escuchó las palabras del cliente, pero no asegura que haya comprendido plenamente lo que está experienciando. No sabemos si esta respuesta, por sí misma, producirá un impacto sobre el consultante. Pero si éste siente que el counselor, de manera congruente, lo va comprendiendo a lo largo de una secuencia interactiva, se sentirá participando en un proceso de empatía. Las

investigaciones

sobre

el

proceso

de

empatía,

entonces, deben tomar en cuenta no sólo las respuestas verbales del counselor y cómo éstas son percibidas por el consultante, sino también la secuencia de interacción que dio lugar a dichas respuestas y experiencias compartidas de mutua comprensión que se haya ido construyendo en encuentros previos. Si la investigación realmente incluye todas estas conductas y experiencias relevantes, entonces puede comenzar a abarcar el proceso de empatía y su poder. De lo contrario, se trata de un pasatiempo simplista y reduccionista que sólo considera un aspecto de la empatía: las “habilidades de comunicación”. Resumiendo, entonces, la empatía no es una “técnica” de respuesta al consultante, sino una forma de ser en relación

con él. ¡La empatía suele sentirse como si se compartiera con el consultante el mismo tren, o la misma montaña rusa! El counselor emprende el viaje con el consultante y lo acompaña en todo el recorrido, independientemente de los tropiezos. A veces, es un viaje tranquilo y, otras veces, el viajero se detiene y vuelve a comenzar, se mete en callejones sin salida, se estanca, se siente confundido. Esos viajes tienen las mismas cualidades de inmediatez e intensidad, ya sea que transcurran en la sala de juegos con una criatura de seis años, en un pabellón de internación psiquiátrica con un esquizofrénico o en la oficina de counseling estudiantil con un estudiante a quien le cuesta decidir si va a abandonar o no la universidad. La empatía es como una película cinematográfica en la cual las respuestas empáticas son las fotografías fijas de ese proceso en movimiento. Para comenzar, sin embargo, observar cada toma es un buen punto de partida; al counselor en formación puede resultarle útil analizar diferentes ejemplos de respuestas empáticas.

Una escala de empatía Para comenzar, puede ser útil el concepto de escala de empatía. Se enfoca solamente en las respuestas empáticas del counselor, pero es una manera clara de apreciar que puede haber diferentes grados de aciertos empáticos. Al counselor competente que está familiarizado con los senderos que recorre el consultante, le resulta bastante fácil permanecer plenamente en el proceso empático, pero al que se está formando, encontrar los caminos de su consultante le significa un esfuerzo considerable, con algunos éxitos, algunos fracasos y algunos éxitos parciales. La escala de empatía transmite esta idea de dar en el blanco, de errar y, a veces, de errar parcialmente. Truax y Carkhuff (1967) elaboraron sofisticadas escalas de empatía

de

ocho

puntos.

Se

utilizaron

no

sólo

en

investigación, sino también en actividades de formación como un recurso para medir el nivel de empatía que la respuesta del counselor había mostrado en las entrevistas grabadas. Analizar esos puntajes y otras posibles respuestas ofrecidas por el counselor en formación, pueden ayudarlo a ampliar su repertorio de maneras de comunicar la empatía. Para nuestro propósito, una escala de empatía de cuatro puntos es suficiente para ilustrar la variedad de respuestas empáticas. En tal escala, los diferentes niveles pueden representar lo siguiente:

  Nivel 0: Es una respuesta que no muestra evidencia de comprensión de los sentimientos expresados por el consultante. Puede ser un comentario irrelevante

para

los

sentimientos

del

consultante, o quizás una respuesta en la que se exprese un juicio, se dé consejo, sea hiriente o rechazante. Nivel 1: Esta

respuesta

muestra

una

comprensión

parcial de aquellos sentimientos y respuestas que son bastante evidentes para el consultante. A veces, este nivel de empatía se llama substractiva, en el sentido de que, en la respuesta que ofreció, la persona que escucha se perdió algo de la experiencia del cliente. Nivel 2: En esta respuesta, la persona que escucha está

mostrando

sentimientos

y

una

comprensión

pensamientos

de

los

que

el

consultante expresó. Este nivel, a veces, se llama empatía certera. Nivel 3: Esta respuesta muestra una comprensión del consultante, que trasciende su nivel de conciencia inmediata. A la vez que comunica comprensión de los sentimientos y respuestas que son evidentes para el consultante, la persona que escucha también está mostrando

la comprensión de que hay sentimientos subyacentes. A veces, se la llama empatía aditiva, pero es más comúnmente denominada reflejo profundo. Estos diferentes niveles están ilustrados en el siguiente ejemplo de práctica de counseling. La respuesta real del counselor fue la que se dio en el nivel 3. Sin embargo, además de reproducir su respuesta, elaboramos otras respuestas posibles que podrían ilustrar los diferentes niveles. Ejemplo En el siguiente extracto, la consultante es una estudiante de mediana

edad

cuya

autoestima

ha

mejorado

considerablemente después de descubrir que es una estudiante popular y muy capaz. Sin embargo, se está sintiendo muy descontenta con el estilo de relación con su esposo. A través de los dientes apretados, dice: Me trata como un bebé; me cuida todo el tiempo, está encima de mí todo el tiempo… ¡sofocándome! No se da cuenta que desde que empecé la universidad ya no soy más ese bebé… soy independiente… soy fuerte. Posibles respuestas en cada uno de los cuatro niveles:   Nivel 0: ¡Los hombres son todos iguales, estarás mejor

sin ellos! A la vez que es una respuesta irrelevante y expresa un juicio o da un consejo apresurado, esta respuesta no parece mostrar una comprensión de la consultante como persona. Es más el tipo de respuesta que puede dar un amigo, o un conocido, si no quisiera realmente que la consultante profundizara en sus sentimientos. Nivel 1: Dios, debe ser difícil... Esta respuesta parece mostrar

una

parcial

comprensión

de

los

sentimientos de la consultante. Por lo menos, el counselor comprende la seriedad y la dificultad consultante,

que

está

aunque

experienciando la

cualidad

de

la sus

sentimientos no se refleja en esta respuesta substractiva... Nivel 2: Es como que él no te entiende… cómo estás cambiando… todavía te trata como solía hacerlo antes, lo que podía estar bien en ese momento, pero no ahora… y estás muy enojada con esta situación. Acá la respuesta del counselor está devolviendo el reflejo exacto de la cualidad e intensidad de los sentimientos de la consultante. Esta respuesta sensible no sólo ha tenido en cuenta las palabras de la consultante, sino también incluido el enojo que es claramente evidente

en el hecho de que la consultante tiene los dientes apretados mientras habla. Que el counselor le haya hecho una devolución de su respuesta con palabras de él, confirma aún más su comprensión. Nivel 3: Veo que estás enojada porque él no entiende que estás cambiando… eso parece muy muy fuerte… pero también me pregunto… parece que estuvieras temblando… ese temblor, ¿es tu enojo o está sucediendo algo más? En la sesión de counseling real de la cual fue tomado este extracto, esta respuesta del counselor provocó un largo silencio por parte de la consultante como si hubiera tocado el borde de su conciencia. Luego de este silencio, la consultante respondió con lo que iba a resultar ser un poderoso descubrimiento: “sí… sí, estoy asustada… me asusta perderlo”. En este caso particular, la profundidad del reflejo resultó ser importante, ya que ayudó a la consultante a tomar conciencia de que no sólo estaba enojada con su esposo, sino que también

estaba

muy

asustada

ante

la

posibilidad de una ruptura. La consultante, más tarde, atribuyó su miedo al hecho de que, si bien ella se estaba volviendo cada vez más independiente, todavía no había llegado todo lo lejos que podía llegar.

A veces, los intentos del counselor en el nivel 3 de respuesta empática van a caer en terreno pedregoso. Por ejemplo, en la situación anterior, la consultante podría haber reflexionado acerca de la afirmación de la counselor y responder: “¡No, simplemente estoy muy enojada con él!”. Esta respuesta indicaría una de dos cosas: que la counselor estaba percibiendo de manera correcta que había algo por debajo de los sentimientos manifiestos de lo cual el consultante todavía no podía tomar conciencia o expresarlo; o que la counselor estaba equivocada. En realidad, no importa cuál de los dos casos es, ya que el counselor centrado en la persona probablemente deje de lado este tema, al menos por el momento. Metafóricamente, el counselor centrado en la persona quiere “golpear a la puerta del consultante” a un nivel más profundo de su experiencia, pero no quiere derribarla. Como dijimos, observar las respuestas empáticas puede ser esclarecedor porque toman una forma muy concreta, pero también acarrea el riesgo de que el counselor que se está entrenando suponga que hay respuestas perfectas que pueden adecuarse a cualquier situación. La respuesta de nivel 3 que la counselor dio en el ejemplo anterior realmente se adecuaba a su relación con esa consultante. Sentía confianza y respeto por la counselor, y no se sentía intimidada por ella, pero la misma respuesta a las mismas palabras de otro consultante podría no ser empática. En el ejemplo presentado, el poder de la empatía estaba allí porque la counselor tuvo la sensación de que había algo

más en el borde de la conciencia de su consultante: ese sentir fue la empatía. Las palabras, es decir, la respuesta empática, meramente señalan el proceso continuo de la empatía. Para los counselors en formación limitarse a ensayar respuestas como la que estamos considerando no tendría sentido porque estarían separando las palabras del sentir. Las palabras que se usen no son importantes: la misma sensación que se dio en el ejemplo anterior podría haber sido comunicada por la counselor de cien maneras diferentes. Por ejemplo, podría haberse inclinado hacia adelante y tomado la mano de la consultante mientras escuchaba atentamente sin decir nada. Una respuesta no verbal, y al mismo tiempo tan poderosa, podría haber ayudado al consultante a acercarse a lo que le sucede en el borde de su conciencia. Las

palabras

escritas

no

pueden

reproducir

adecuadamente los ejemplos de empatía que incluyen un comportamiento

expresivo

no

verbal

por

parte

del

consultante y el counselor. Los reflejos profundos se basan en gran medida en la sensibilidad del counselor hacia el significado

que

tiene

para

ese

consultante

un

comportamiento expresivo como bajar la cabeza, una voz quebrada, un puño cerrado, una mirada fija o un temblor. Toda la comunicación del consultante consiste en sus palabras y su comportamiento expresivo. A veces, estos dos aspectos pueden estar dando diferentes mensajes y la profundidad

del

reflejo

del

counselor

probablemente

exprese esa diferencia; por ejemplo: “Estás diciendo que te

estás manejando mejor ahora, pero al mismo tiempo te escucho muy tenso… ¿realmente está todo okay?”. El tema del comportamiento verbal y no verbal contradictorio del consultante se trata también en la sección de disfraces y pistas del capítulo 7. El comportamiento expresivo del counselor es una parte importante de su respuesta empática, particularmente en el caso de reflejos profundos; por ejemplo: la suavidad de su voz puede ser lo que refleja la cualidad de la experiencia del consultante, mucho más que las palabras que elija el counselor, o quizás sea el gesto de bajar la cabeza, la voz temblorosa, el puño apretado o un estremecimiento lo que comunique la profundidad de su comprensión. Si

bien

el

reflejo

profundo

representa

un

nivel

impresionante de empatía, de ninguna manera es el modo más frecuente de respuesta del counselor; las de los niveles 1 y 2 son las más comunes. En esos niveles, el counselor está mostrando su deseo de seguir el flujo de lo consciente del consultante con variable grado de éxito, mientras que en el nivel 3 realmente está adelantándose un poco a ese nivel de conciencia. Sin embargo, las respuestas de los niveles 1 y 2 constituyen el principal ingrediente de las sesiones de counseling. Permiten al counselor y al cliente ir controlando el grado de cercanía que tienen a lo largo del proceso. Hasta una respuesta de nivel 1 puede ser suficiente para mostrarle al consultante que el counselor está deseando y también luchando para entender; el consultante suele agradecer ese deseo y ese empeño.

Aunque el counselor exprese sólo una comprensión parcial de la experiencia del consultante, la mayoría de las veces, el consultante aclara la experiencia para ambos, para el counselor y, de paso, para sí mismo; por ejemplo:   Consultante: Pienso que estoy en problemas con este tema. Como si no pudiera dejar el trabajo porque

es

demasiado

riesgoso;

simplemente no sé qué sucederá; podría ser desesperante. Por otro lado, no me puedo quedar en este empleo porque lenta pero firmemente me está destruyendo, y esa destrucción está llegando a un punto crítico. Counselor: ¿Entonces es una decisión realmente difícil de tomar? Consultante: No es sólo una decisión difícil de tomar… (pausa)… es una decisión imposible de tomar, es como que me estoy desesperando tanto por el temor, que no puedo hacer el más mínimo movimiento... Es como si fuera la primera vez que veo esperanza para mí mismo y la primera vez que pienso seriamente en dejar este trabajo… Y, por supuesto, es también la primera vez en mi vida que me siento tan atascado.

En

el

ejemplo

anterior,

el

counselor

muestra

una

comprensión parcial de la intensidad de la experiencia del consultante pero, como suele suceder, el consultante ayuda a ambos a seguir y, al hacerlo, toma conciencia de la “imposibilidad” que estaba experienciando.

Empatía y locus de evaluación El counselor centrado en la persona es sensible a sus consultantes y a sus diferencias, así como a la influencia de su propio poder. Una dimensión importante de la diferencia entre los consultantes es su locus de evaluación, que ya describimos en el capítulo 1. Usando su sensibilidad, el counselor se dará cuenta de que comunica su empatía de manera diferente a un consultante con un locus de evaluación externalizado de lo que lo hace con uno cuyo locus de evaluación está bastante internalizado. El consultante con un locus externalizado es extremadamente vulnerable a la evaluación que los otros hagan de él. Se encuentra en la tremenda posición de no poder confiar en sus propios juicios sobre sí mismo; en un caso extremo, ni siquiera puede confiar en su juicio sobre sus propios sentimientos. Ésta puede ser una situación aterradora, en la cual trata desesperadamente de aferrarse a cualquier posibilidad de evaluación que le ofrezca otra persona. Con este consultante, la sensibilidad del counselor lo va a llevar a tener cuidado con la potencial invasividad de su empatía aditiva. Muy particularmente, se abstendrá de nombrar cualquier

sentimiento

subyacente

que

pueda

estar

experienciando en el consultante, porque éste tendría que aceptar estas etiquetas como la verdad, no tendrá el recurso de revisar y editar las palabras del counselor, que

podría tener un consultante cuyo locus de evaluación esté más internalizado. El recuadro 4.3 nos da un ejemplo de la manera en que las respuestas del counselor toman en cuenta el locus de evaluación del consultante. Podemos encontrar mayor información sobre la importancia de ser sensible al locus de evaluación del consultante en Mearns (2003: 80-3), en donde se establece una conexión con el peligro de inducir falsos recuerdos en consultantes tan vulnerables. Recuadro 4.3

Empatía sensible al locus de evaluación   La consultante, Adrienne, tiene un locus de evaluación profundamente externalizado: le resulta difícil hacer juicios, hasta de su propia experiencia. Presentamos una afirmación de ella con algunas posibles respuestas de counselors incompetentes y competentes.   Adrienne: Sólo tengo vagos recuerdos de lo que, quizás, fue “abuso”.

De

hecho,

ni

siquiera



si

son

recuerdos… puede ser que simplemente me los esté imaginando. También tengo sentimientos, pero están como desparramados. Siento mucha tristeza…

bueno,

lloro

mucho,

entonces

me

imagino que debo sentir mucha tristeza. Me

frustro mucho… pero no estoy segura de si mi frustración es con los otros o conmigo misma. Counselor incompetente: ¿Y qué pasa con el enojo? ¿Es uno de tus sentimientos? (Esta persona, que está intentando ser counselor, participó en un curso sobre adultos que sobrevivieron al abuso en la niñez. Aprendió que el enojo es una emoción que suele ser reprimida o suprimida y que parte del proceso de sanación

es

que

el

cliente

lo

exprese.

Lamentablemente, en el caso de una consultante con un locus de evaluación externalizado, esta pregunta es invasiva, y puede llevarla a suponer que debe estar enojada, o debería estar enojada. La consultante puede sentirse peor acerca de sí misma porque es incapaz de tener acceso a ese presunto enojo.) Counselor competente: Recuerdos que pueden no ser recuerdos… llanto que puede ser tristeza… y frustración, que puede ser con los otros o contigo misma. ¿Qué estás sintiendo ahora, en este momento… mientras hablas acerca de esto? (El counselor centrado en la persona no es directivo sobre lo que el consultante está expresando, pero puede ofrecer una dirección para el proceso [Rennie, 1998] que, en este caso, invita al consultante a venir al

presente y a enfocarse en los sentimientos que está teniendo en ese momento. Al hacerlo, el counselor también está invitando al cliente a poner en ejercicio su locus de evaluación.)

¿Por qué y cómo la empatía es importante en el counseling? El hecho de que la empatía se correlaciona con el counseling efectivo está confirmado en las investigaciones realizadas a lo largo de los años. (Barrett-Lennard, 1962; Lorr, 1965; Truax y Mitchell, 1971; Gurman, 1977; Patterson, 1984; Sachse, 1990; Lafferty, Beutler y Crago, 1991; Burns y Nolen-Hoeksema, 1991; Orlinsky, Grawe y Parks, 1994; Duncan y Moynihan, 1994). Estos resultados positivos son consistentes en diferentes países (Tausch et al., 1970, 1972) y también en estudios de investigación que analizan otros enfoques terapéuticos, por ejemplo, la terapia cognitiva (Burns y Nolen-Hoeksema, 1991) y la terapia breve dinámica

(Vaillant,

1994).

La

trascendencia

de

estos

resultados se extiende no sólo al trabajo con los llamados consultantes neuróticos, sino también con aquellos con diagnóstico de esquizofrenia (Rogers, 1967). En esta última investigación se informa que no sólo hubo un alto nivel de empatía certera relacionada con una reducción significativa en la patología esquizofrénica, sino que también aquellos consultantes que se encontraban en relaciones en las cuales la empatía era baja mostraban un leve aumento en su patología esquizofrénica (1967: 85-6). Esto sugiere no sólo que

con

consultantes

profundamente

perturbados

la

presencia de empatía es de gran ayuda, sino también que

los counselors que no logran crear un proceso empático realmente pueden estar causando daño. Esta evidencia de la trascendencia de la empatía se basa en el hecho de que los profesionales con experiencia en una amplia gama de disciplinas de counseling le prestan la misma atención al proceso empático (Fiedler, 1950; Raskin, 1974). Sin embargo, la razón por la cual la empatía tiene efectos tan positivos está más abierta a debate. Sin duda, la empatía comunica la comprensión que el counselor tiene del

consultante

y

este

hecho

en



mismo

puede

incrementar la autoestima del consultante (“¡Bueno, me hago entender!”.) Quizás, como sugerimos en el capítulo inicial, es el deseo del counselor de luchar por entender a su consultante

lo

que

contribuye

a

este

efecto

(“Soy

suficientemente importante para esta persona como para que luche por entenderme”.) En algunos casos, la importancia de la empatía puede disolver la alienación, porque es casi imposible mantener una posición alienada frente a alguien que te está mostrando una comprensión tan profunda a un nivel muy personal. Puede parecer un punto de vista algo cínico, pero en algunos casos la importancia de la empatía del counselor puede tener que ver con el hecho de que el cliente casi nunca haya recibido semejante regalo por parte de otros profesionales de la ayuda. (“Acá hay alguien que realmente está tratando de entenderme… alguien que no solo está tratando de hacerme caber en una de sus teorías preferidas en lugar de escucharme de verdad”.) Así como las razones por las

cuales la empatía es efectiva pueden ser variadas, así también puede serlo el proceso por el cual ejerce su influencia. Sin duda, uno de los efectos de la empatía es que al enfocarse en los sentimientos manifiestos y los subyacentes del consultante, aumenta su conciencia al respecto. Tomar conciencia de sentimientos que antes estaban

negados

es

el

primer

paso

para

hacerse

responsable de ellos y sus implicaciones. Por ejemplo, una mujer puede reconocer sus sentimientos subyacentes de enojo para con su esposo, mientras que antes ese enojo había sido negado y sentido solamente como “irritación”. Otra consecuencia de la empatía que fue comprobada en la investigación es que tiende a alentar una exploración posterior y más profunda por parte del consultante (Tausch et al., 1970; Bergin y Strupp, 1972; Kurtz y Grummon, 1972). En otras palabras, cuando el counselor muestra que entiende los sentimientos y pensamientos que están siendo expresados por el consultante, un paso natural para éste parece ser desarrollar niveles cada vez más profundos de su conciencia. Obviamente, el sentimiento de ser entendido contribuye a que esto suceda, pero gran parte del efecto también puede ser entendido en términos de que el proceso empático alienta a que el consultante sea su propio agente (Bohart, 2004; Bohart y Tallman, 1999), como se describe en el capítulo 3. No son los counselors los que cambian a los consultantes: los ayudan a hacerse cargo de sí mismos e iniciar su propio proceso de cambio. La empatía del counselor contribuye a facilitar que el consultante sea su

propio agente. La empatía siempre formula una pregunta al consultante; nunca le da una respuesta. La empatía del counselor

implícitamente

le

pide

al

consultante

que

reflexione sobre su experiencia y que formule sus propios juicios sobre este proceso. El counselor centrado en la persona

muestra

su

conciencia

de

esta

función

“despertadora” de la empatía, hasta en la manera de elegir y decir sus palabras. Más que alentar un cierre, siendo definitivo y concluyente, como por ejemplo: “así que te sientes muy enojado sobre…”, el counselor puede alentar a que continúe la exploración, al ser más tentativo y preguntar: “¿entonces… te sientes… enojado sobre…?”. Al dar esta respuesta tentativa, el counselor no sólo está comprobando su comprensión; implícitamente también está alentando al consultante para que siga avanzando en elaborar qué más está presente al borde de la conciencia. Al hacerlo, está entrando en esa área particular de pericia dentro de la empatía que es el focusing.

Enfocándose en el “borde de la conciencia” En este capítulo, ya nos hemos referido al focusing y al borde de la conciencia. Al usar estos términos, estamos reconociendo la enorme contribución hecha por Eugene T. Gendlin a nuestra comprensión del proceso empático (Gendlin, 1981, 1984, 1996). Este autor señala que lo importante no es el sentimiento que está experienciando en este momento el consultante sobre un hecho, sino los sentimientos y respuestas subyacentes de los cuales él todavía no tiene conciencia. En nuestros ejemplos de reflejos profundos, ya hemos visto cuán significativos pueden ser los sentimientos subyacentes. A veces, son compatibles con el sentimiento que está en este momento en la superficie, y simplemente lo complementan. Sin embargo, en otras ocasiones, los sentimientos subyacentes pueden ser justamente lo opuesto de lo que se está experienciando en la superficie. Por ejemplo, un consultante puede expresar una aceptación superficial y cortés hacia un hecho, mientras, al mismo tiempo, y no muy conscientemente, está hirviendo de rebeldía por debajo. En otros momentos, el sentimiento subyacente no es ni compatible con los que se encuentran en la superficie ni opuestos a ellos, pero da lugar al surgimiento de una manera totalmente nueva de considerar ese hecho. Por

ejemplo, lo que parecía en la superficie una dificultad para tomar una decisión práctica, resulta estar escondiendo un intenso temor a la pérdida. En todos estos ejemplos, el reconocimiento del sentimiento subyacente es importante para el progreso. Gendlin avanza aún más al señalar que lo que subyace a nuestros sentimientos manifiestos no siempre se puede describir como un sentimiento en sí mismo; a veces, es menos claro y menos intenso que un sentimiento y puede describirse mejor como una sensación. Puede ser una sensación de “tensión”, “negrura”, “estar cayéndose”, “estar atascados”, “suavidad” o “calidez”. Gendlin usa la expresión sensación sentida para hablar sobre lo que está al borde de la conciencia entre lo conocido y lo desconocido. Lo “conocido” estaría en los sentimientos manifiestos del consultante

y

en

otras

respuestas

conductuales

con

respecto al hecho, mientras que lo “desconocido” podría incluir todo tipo de niveles más profundos de sentimientos, asociaciones con hechos anteriores o aspiraciones futuras. Lo conocido está listo y disponible, pero no puede accederse a lo desconocido sólo enfocándose en lo conocido. En cambio, el foco de atención apropiado está al borde de la conciencia, entre lo conocido y lo desconocido. Enfocarse sólo en los sentimientos manifiestos conocidos puede ser recorrer viejos caminos, mientras que enfocarse en el borde (la sensación sentida) puede ser la puerta a lo desconocido. En el recuadro 4.3, el segundo counselor invita al cliente a enfocarse en el borde de la conciencia que tiene en ese

momento en lugar de quedarse en el nivel del material ya ensayado, como Rogers lo llamaba (Rogers, 1977). En su viaje empático con el consultante, el counselor puede dedicarse a lo que está diciendo el consultante y a los sentimientos que lo acompañan, pero estar plenamente con el consultante implicará que también se ocupe de prestar atención y comprobar la sensación sentida del consultante acerca de ese tema. El movimiento fluido de uno a otro queda ilustrado en el recuadro 4.4. En él, tanto el counselor como el consultante tratan de encontrar lo que Gendlin llama asidero, para que calce con la sensación sentida. Primero, el counselor prueba la palabra “tensión” para describir la sensación tipificada por las expresiones corporales y faciales del consultante. El consultante prueba este asidero “tensión” repitiéndolo para sí mismo. Gendlin dice que el consultante está resonando el asidero con la emoción subyacente. Luego, cambia el asidero a “retorcimiento” y después lo mejora a “como si me estuvieran dando cuerda”. En este punto, el consultante definió su sensación sentida, lo que entonces le abre la puerta al temor expresado por su metáfora del juguete a cuerda. En muy poco tiempo, el consultante fue desde lo conocido –que era su emoción a través de su sensación sentida de estar muy tenso– a lo desconocido, que era su temor de que toda su actividad pudiera no significar nada en su vida.

Recuadro 4.4

Prestando atención a la sensación sentida del consultante   Counselor:

Hiciste muchísimos planes desde la última vez que nos encontramos, puedo ver que estás muy emocionado con esto… ¿pero es todo lo que sientes? ¿Sientes algo más cuando consideras tus planes?

Consultante: (Pausa) No, solamente estoy entusiasmado, y realmente esperando con ganas la oportunidad de hacer un cambio (pausa). Pero (larga pausa) sí siento algo más… pero no está muy claro… es como si (retuerce su cara y la parte superior de su cuerpo)… Counselor:

… una especie de… ¿tensión?

Consultante: Sí, una tensión, un retorcimiento… como si me estuvieran dando cuerda como a un juguete a cuerda para niños, como si fuera a estallar y entrar en acción, acción frenética… y luego quizás parar como el juguete, y todo vuelve a ser como antes (tiembla incontrolablemente).

  A veces, estos asideros toman la forma de metáforas, como la del juguete a cuerda, en el recuadro 4.4. Es fascinante ver cómo las metáforas suelen describir la cualidad e intensidad de las sensaciones más plenamente que las meras palabras o frases. Aún más sorprendente es el hecho de que las metáforas pueden compartirse culturalmente, como por ejemplo: Se siente como si los chicos grandes recién

me

hubieran

robado

mi

juguete

nuevo.

Casi

universalmente, al menos en la cultura occidental, esta metáfora comunica una sensación de pérdida eclipsada por la de violación. La sensación sentida de un tema puede estar asociada a su sabor, ya sea que nos estemos enfocando en todo el tema o sólo en una pequeña parte del mismo, la sensación sentida es la misma. La cualidad de esta sensación sentida queda bien ejemplificada en el recuadro 4.5. Recuadro 4.5

El “sabor” de la sensación sentida   En este extracto, Donald, el consultante, ha estado bloqueándose al hablar acerca de la relación con su esposa. El counselor lo lleva de pensar sobre su relación en términos generales a enfocarse en un aspecto: las inminentes vacaciones con su esposa. Enfocarse en

este pequeño elemento concreto le permite a Donald ver el sabor de su sensación sentida con respecto a la relación con su esposa. Donald: Supongo que Helen y yo nos llevamos bastante bien

en

realidad.

Logramos

mucho

en

nuestro

matrimonio, y los niños parecen personas bastante felices. Quizás podamos hacer más cosas juntos ahora que crecieron y se fueron de casa. Counselor: Una cosa que van a hacer juntos es tomarse esas vacaciones. Me acuerdo que dijiste que iba a ser la primera vez que se van de vacaciones juntos, solos, en más de veinte años. ¿Qué sientes cuando piensas sobre estas vacaciones?... Quizás sería bueno que te tomaras unos pocos minutos para enfocarte en eso. Donald:

(pausa) (Donald se sienta rígido en su asiento.) Me siento… asustado… aterrado… es horrible; como que me voy a ahogar… a “sofocar”.

Donald:

(Unos minutos más tarde)… por supuesto que esto no tiene que ver solamente con las vacaciones; tiene que ver con que pone nuestra relación bien bajo el foco. Es que en realidad no tengo idea de cómo va a ser nuestra relación. Hace tanto tiempo

que no hemos estado simplemente el uno con el otro. Estoy tan asustado de encontrarlo sofocante, de que todas las restricciones que construimos mientras teníamos a los chicos vayan a continuar ahí aunque ellos no estén… que no vaya a quedar nada más que sea saludable.

Al escuchar a su consultante, el counselor está tratando de hacerse eco de la sensación sentida de su consultante para poder escucharlo. Éste puede reflexionar acerca de las palabras del counselor y percibir hasta qué punto resuenan con su propia sensación sentida. Suele ser útil que el consultante

se

lo

repita;

es

realmente

interesante

comprobar cuán a menudo un cliente vuelve a decirse las palabras, como si estuviera probando cómo suenan para ver si resuenan con su sensación sentida. Quizás sí, o quizás pueda mejorarlas. Cuando se encontró el asidero apropiado, la resonancia con la sensación sentida generalmente es experienciada por el consultante como un alivio de la tensión. El consultante, muchas veces, suele exhalar profundamente o expresar su alivio en palabras. Gendlin también dice que el cuerpo responde. Esto se aplica cuando hay una clara falta de resonancia entre lo que el consultante se está diciendo y lo que en verdad es su sensación sentida. Hay un ejemplo de esto en el recuadro 4.4, cuando el consultante hizo una pausa, trató de conectarse con su sensación sentida, pero después dijo “no, solamente estoy

emocionado”. Estas palabras claramente no encajaban con su sensación sentida, como se hizo evidente más tarde. Al decírselo a sí mismo es probable que su cuerpo haya reaccionado a esta falta de encaje. A veces, esto se experiencia como una repentina tensión o simplemente como una fuerte sensación de que es erróneo. Esta respuesta del cuerpo tiene muchos paralelos sorprendentes. Por ejemplo, cuando la gente tiene que tomar decisiones muy importantes sucede algo similar. Suele suceder que sólo cuando la persona toma una decisión se da cuenta de lo importante que es para ella la otra opción. Cuando una pareja finalmente decide que va a separarse, en ese preciso momento uno de ellos o ambos se dan cuenta de que en el fondo quieren estar juntos. A veces, las personas también hablan de un fenómeno similar cuando estuvieron a punto de suicidarse. Sólo al llegar a ese momento sienten claramente que no quieren hacerlo. Así como el focusing es un proceso diferenciado y claro en sí mismo que tiene aplicación en una gran variedad de contextos humanos, también es un aspecto natural del counseling

centrado

en

la

persona.

El

counselor

implícitamente invita a su consultante a reflexionar acerca de su experiencia presente, a menudo por medios muy simples.

El

reflejo

de

las

palabras

del

consultante

exactamente de la misma manera en que las dijo le presenta un espejo de sí mismo y le permite sentir cualquier experiencia subyacente. Los counselors de otras disciplinas a menudo se pierden el potencial que hay en este tipo de

reflejo. Por escrito puede parecer como repetir como un loro las

palabras

del

consultante.

Pero

si

surge

de

una

sensibilidad empática por parte del counselor, tiene el poder de ayudar al consultante a ponerse en contacto con su propia experiencia, al borde de la conciencia, como en el siguiente ejemplo.   Consultante: … entonces… simplemente me siento un poco deprimido por todo esto… eso es todo. Counselor:

entonces… te sientes un poco deprimido acerca de todo esto… eso es todo.

Consultante: (pausa)… mierda… eso no está nada bien… me siento totalmente devastado con este asunto.   En este ejemplo, el counselor simplemente le ha devuelto al consultante

su

expresión,

pero

lo

hizo

porque

su

sensibilidad hacia la experiencia de su consultante le dijo que está minimizando demasiado el impacto que el tema tiene

sobre

él.

consideraciones

(Ver acerca

Mearns, de

los

2003;

84-7

reflejos

para

empáticos

counselor para ayudar a focalizar al consultante).

más del

No hay necesidad de entender Un malentendido muy común en counseling consiste en creer que es importante que el counselor entienda lo que está diciendo el consultante, y que de eso se trata la empatía. En realidad, la comprensión del counselor no es el objetivo de esta tarea: el objetivo es crear las condiciones para que el consultante pueda comprenderse a sí mismo. Al principio de su formación, los counselors con mucha frecuencia

se

encuentran

interrumpiendo

el

flujo

del

consultante para comprobar su propia comprensión. Por lo general, el cliente amablemente confirma o corrige la comprensión del counselor, y luego trata de volver a lo que estaba diciendo antes. La empatía del counselor contribuirá en mayor medida al establecimiento de una profundidad relacional, si se enfoca en

tratar

de

consultante

acercarse

más

que

a

la

experiencia

simplemente

en

actual

del

entender

sus

palabras. Es más poderoso para el consultante sentir que el counselor está realmente cerca de él en ese momento – sintiendo realmente cómo se siente ser él– que sentir que el counselor está comprendiendo su narrativa. Consideremos las dos respuestas empáticas que vienen a continuación:   Richard: No sé qué hacer con esta decisión; estoy

desgarrado (hunde la cabeza y comienza a llorar). Por un lado, necesito dejar a Robert. Por otro lado, no lo puedo dejar. Necesito dejarlo para poder sobrevivir (aprieta el puño y lo sacude). El peso de nuestra relación es demasiado para mí, no lo soporto. Pero no lo puedo dejar porque eso podría matarlo y yo no podría vivir con eso (sacude la cabeza y llora). ¿Qué puedo hacer? ¿Qué diablos puedo hacer? (Mira al counselor) ¿Qué harías tú? Counselor Realmente se trata de una decisión muy difícil A: –dejarlo o no– no puedes ganar de ninguna manera. Y tú te preguntas qué haría yo: ¿es así? Counselor Te está desgarrando, puedo sentirlo en ti. B: Anhelas ser libre; pero ante las consecuencias que eso pueda traer, sacudes la cabeza y te pones a llorar; lo sientes terriblemente. Y me pides que comparta ese peso contigo.   No se trata de que la respuesta A sea más corta que la B, y más substractiva. La diferencia clave que probablemente sienta Richard es que la counselor B está mucho más cerca de lo que él siente que es su experiencia. Ella, la counselor, siente su experiencia y puede verbalizarla en lugar de simplemente mostrar que comprendió sus palabras. Esto es

lo que contribuye de manera significativa al establecimiento de una profundidad relacional.   El enfoque centrado en la persona hizo más aportes que la mayoría de las otras orientaciones en el estudio de la empatía en situaciones en las que entender la comunicación del consultante es virtualmente imposible. (Zinschitz, 2001). Por ejemplo, en el trabajo con consultantes traumatizados la experiencia del trauma puede ser tan intensa o tan extraña que al counselor le sería difícil entender las palabras del consultante. En el recuadro 4.6 presentamos un ejemplo de un libro anterior (Mearns y Thorne, 2000: 129). Recuadro 4.6

Escuchando el expresarse   Tony estaba sufriendo. Había estado sentado en el piso en un rincón del salón grupal toda la mañana, llorando. Esto era algo nuevo en Tony; llorar era nuevo. Más característico de Tony era ser muy sociable o quedarse completamente callado. Tenía 23 años y era un veterano con dos vueltas en Vietnam. No había hablado nunca sobre su experiencia en la guerra. Bill, el terapeuta de Tony, estaba sentado en el piso al lado de él, muy cerca, pero sin tocarlo. Durante una hora no cruzaron ni una palabra y, aun así, la comunicación había sido muy intensa. Ahora Tony habló por primera vez:

  Tony:

No puedo, no puedo, no puedo, no puedo, no puedo…

Bill:

No… tú no puedes.

Tony:

Nadie puede.

Bill:

(silencio)

Tony:

(golpeando con su puño el piso y gritando) Necesito matarme.

Bill:

(silencio)

Tony:

Necesito irme… me tengo que ir… me tengo que alejar de mí mismo.

Bill:

(silencio)

Tony:

No sé cómo hacerlo.

Bill:

Es duro, Tony… es duro… no hay manera…

Tony:

No hay manera… no hay manera… ¿cómo lo hace la gente?

Bill:

Sólo Dios lo sabe, Tony.

Tony:

¿Puedes darme calor, Bill?

Bill:

(rodea a Tony con los brazos)

  Mucho

más

tarde,

Bill

comenta

acerca

de

este

encuentro:   Es un ejemplo de cómo uno puede estar con alguien y tener una conversación sin tener la más leve idea de qué se trata. Sin embargo, todo el tiempo uno puede sentirlos y estar con ellos sintiendo. Recién varias semanas más tarde me enteré del “contenido” de este encuentro. Tony estaba siendo la parte de él que había hecho cosas terribles. En la guerra, la gente puede hacer cosas terribles con las cuales no pueden convivir después. Tony estaba sintiendo esa parte: quería liberarse de ella, matarla, o escaparse; “exorcizarla” podría ser una buena metáfora. Pero, por supuesto, no había manera de hacerlo; en eso estábamos.   En el recuadro 4.6, si Bill hubiera sentido que necesitaba entender las palabras de Tony no habría llegado tan lejos. Sin embargo, pudo estar con Tony de una manera empática muy

poderosa

sin

entender,

pero

escuchando

su

experiencia. En otro caso, reproducido en el capítulo 6 de Mearns y Cooper (2005), el counselor tiene el desafío de empatizar con un cliente traumatizado, Rick, que durante las primeras 26 sesiones se queda completamente callado. En el área de preterapia centrada en el cliente, el profesional, que puede ser un counselor, una enfermera o

un trabajador social, enfrenta el desafío de relacionarse con personas con severas dificultades de comunicación; por ejemplo,

quienes

tienen

profundas

dificultades

de

aprendizaje o psicosis aguda (Prouty, 1994; Pörtner, 2000; Lambers, 2003; Prouty, Van Werde y Pörtner, 2002; Van Werde, 2003a y b; Kreitemeyer y Prouty, 2003). Gary Prouty, el creador de la preterapia, firmemente con la empatía:

relaciona

este

proceso

La práctica de la preterapia es contacto empático aplicado… Preterapia es “señalar a lo concreto”… Es una forma de respuesta empática extraordinariamente literal y concreta. (Prouty, 2001:158). El sistema de preterapia enseña al profesional cómo responder inicialmente de una manera empática muy concreta a los comportamientos específicos del consultante, o al contexto en el cual están teniendo el encuentro. En este caso, el profesional busca ayudar al consultante a hacer un contacto más cercano con su experiencia y también a establecer algún contacto psicológico entre el profesional y el cliente, de modo que pueda continuar y desarrollarse una comunicación que sea significativa para la experiencia del consultante. En su descripción de la preterapia, Van Werde da ejemplos de diferentes clases de reflejo que buscan establecer contacto, por ejemplo, reflejos de situación acerca de los elementos del contexto en el que se está dando el encuentro; reflejos faciales, “sonríes” / “pareces enojado”; reflejos corporales, “estás hamacándote en la

silla”; reflejos palabra-por-palabra, en los cuales se repiten las palabras del cliente; o reflejos reiterativos que repiten reflejos que anteriormente fueron exitosos para fortalecer y propiciar un mayor contacto (Van Werde, 2003 b: 122). Pueden parecer pasos muy pequeños y concretos, pero el trabajo es con personas cuya vida emocional ha estado descuidada por mucho tiempo. En la preterapia centrada en el consultante, tenemos un sistema de comunicación que se puede aplicar dentro de todo el contexto de apoyo: la guardia de un hospital, una residencia o una casa de familia. Una de las características interesantes de los reflejos de preterapia

es

que

los

counselors

tienden

a

usarlos

naturalmente cuando sus consultantes parecen alejados o desconectados en cuanto a su comunicación. Aun sin formación en preterapia, el counselor se va a hacer cada vez más concreto cuando el consultante se estanque: “Estás frunciendo el ceño, John”, “Mary, estás sentada muy derecha y rígida en tu asiento”, “Estás mirando fijamente fuera de la ventana, William”. Al seguir a su consultante en lo concreto, el counselor centrado en la persona está usando su sensibilidad para tratar de encontrar una nueva base

sobre

la

cual

se

pueda

encontrar

con

él

empáticamente. La empatía consiste en liberar nuestra sensibilidad en relación con los otros.

Liberando nuestra sensibilidad empática Los counselors empáticos, ¿nacen o se hacen? Se han formulado diversos supuestos con respecto a la base de nuestra habilidad empática. Algunas personas creen que uno nace con ella o no. Si este supuesto fuera cierto gran parte de la formación para ser counselor sería superflua; solo se necesitaría encontrar una manera de seleccionar a aquellas personas que “la tienen”. Una presunción opuesta es que la capacidad empática es totalmente aprendida. Esto pone el énfasis mucho más en el entrenamiento que en la selección, ya que hace que sea posible “entrenar” a cualquier persona para ser empática. Los autores tenemos una postura un poco diferente de esta segunda posición; vemos a la empatía como la propia sensibilidad intelectual y emocional del counselor enfocada en el consultante. Esta sensibilidad se ha desarrollado a lo largo de muchos años de observar y relacionarse con personas en diferentes contextos. Hasta un niño de tres años ya ha desarrollado suficiente sensibilidad para juzgar el estado de ánimo y las reacciones de sus padres a sus travesuras. Para el momento en que alcanza la adultez, esta sensibilidad hacia los otros se ha ido construyendo, literalmente, sobre millones de encuentros interpersonales. Cada uno de nosotros tiene este reservorio de sensibilidad

que,

potencialmente,

se

puede

enfocar

en

nuestros

consultantes. Por lo tanto, el objetivo se convierte en liberar esta sensibilidad. El efecto del entrenamiento debería ser ayudar al counselor a liberar su sensibilidad más a menudo, más plenamente, y con más variedad a medida que sea necesario. Consideramos esta gradual liberación de la sensibilidad como un proceso de desarrollo en el counselor, un proceso que puede ser facilitado por los docentes, los supervisores y la experiencia de counseling, pero que esencialmente está bajo el control del counselor. En las primeras etapas de este desarrollo, el tema para el counselor puede ser su disposición para dar un paso hacia el empatizar. Es mucho más fácil –y seguro– quedarse dentro del propio marco de referencia y dictaminar acerca de la situación del consultante. Como este procedimiento se adapta precisamente al modelo médico, el consultante puede muy bien esperar y aceptar este nivel de falta de compromiso por parte del counselor. Pero el potencial counselor centrado en la persona, probablemente, se sienta descontento con un contacto tan superficial, y cada vez correrá más riesgos liberando su sensibilidad empática. A lo largo de los años, los resultados de investigaciones confirman de manera consistente que los counselors con mayor experiencia ofrecen a sus consultantes un grado más alto de empatía que los que tienen menos experiencia (Fiedler, 1949; Barrett-Lennard, 1962; Mullen y Abeles, 1972). Pero así como la experiencia es una variable también lo es el grado de integración del counselor. En un extremo,

la falta de desarrollo personal del counselor puede dar como resultado una comprensión empática más débil, pero también los sentimientos de incomodidad y de falta de confianza

en

las

relaciones

reducen

la

comprensión

empática del counselor (Bergin y Jasper, 1969; Bergin y Solomon, 1970; Selfridge y van der Kolk, 1976). Este último hallazgo

es

particularmente

interesante,

porque

nos

recuerda que la empatía no siempre es una cualidad estática que mostramos sin importar cuáles sean las circunstancias. La habilidad del counselor para basarse en su sensibilidad, y confiar en ella, depende de la relación que tiene con el consultante, y también de cuán centrado es como persona. El counselor se vacía a sí mismo para recibir la experiencia del consultante, y lo que sucede después es que cualquier cosa que perturbe la tranquilidad del counselor probablemente interfiera con la liberación de su sensibilidad

empática.

Tales

factores

son

usualmente

llamados bloqueos a la empatía, algunos de los cuales discutiremos en las próximas páginas.

Bloqueos de la empatía El problema con la teoría Quizás el bloqueo más sorprendente de la empatía del counselor

sean

sus

propias

teorías

acerca

del

comportamiento humano (ver también Mearns, 1997a: 12932).

Cualquier

comportamiento

teoría humano

que

use

individual

para es

predecir una

el

amenaza

potencial que está al acecho para distraer al counselor de focalizar su propia sensibilidad altamente desarrollada en el mundo individual de su consultante. A veces, estas teorías se fundamentan en resultados de investigaciones y pueden ser llamadas teorías psicológicas; por ejemplo:   Las personas deprimidas no pueden pensar bien. Las personas menos inteligentes serán menos capaces de verbalizar sus problemas. El

enojo

del

consultante,

o

su

afecto

hacia

mí,

probablemente sean señales de su transferencia.   Otras teorías no se basan en la investigación pero pueden ser sostenidas con mucha fuerza; con frecuencia, estas teorías personales adoptan la forma de prejuicios:   La gente rica no tiene problemas reales.

Enfrentar directamente las dificultades es la mejor forma de progresar. Las mujeres son probablemente más vulnerables que los hombres.   Tanto las teorías psicológicas como las personales son completamente inútiles para predecir el comportamiento de un consultante en particular. Incluso las teorías basadas en la investigación psicológica sólo reflejan tendencias o promedios en el comportamiento humano; no pueden decirnos con ninguna base de confiabilidad cómo un consultante en particular se va a sentir o comportar. En lugar de dejarnos seducir por teorías, es más productivo empatizar con nuestro consultante para descubrir sus respuestas individuales y únicas. Quizás ésta sea una de las razones por las que algunos psicólogos encuentran tan difícil el enfoque centrado en la persona. Tienen que dejar a un lado muchos de los recursos que más aprecian, sus teorías acerca del comportamiento humano, antes de poder experienciar

plenamente

la

individualidad

de

su

consultante. Pero todos tenemos teorías acerca del comportamiento humano y, hasta cierto punto, habremos hecho una inversión emocional en confirmarlas. No sólo esperaremos que sean correctas, sino que a nivel emocional también podemos necesitar que lo sean. Por esta razón, durante la formación centrada en la persona se pone un gran énfasis en sacar a la luz y desafiar las teorías personales. Sin

embargo, aun cuando las teorías personales se hayan hecho explícitas, como muestra el recuadro 4.7, pueden seguir siendo un bloqueo para que el counselor comprenda a un consultante en particular. Recuadro 4.7

Las teorías personales pueden interferir en nuestro camino   Una counselor informa acerca de su trabajo con una consultante anterior: Recuerdo haber trabajado con una consultante que recientemente se había separado de su pareja. Yo seguía esperando y expectante de ver algún elemento de tristeza, o pérdida, o depresión; pero no apareció ninguno de ellos. Seguí pensando que veía señales de tales emociones, pero ella las negaba. Entonces, empecé a pensar que debía estar bloqueando todas estas cosas y traté de ayudarla a encontrar maneras de superar estos bloqueos. Creo que se hartó de esto. Fue recién

después

de

unas

semanas

de

empatía

claramente inexacta que me di cuenta de que lo que estaba interfiriendo era mi teoría personal acerca de lo que sienten las personas recién separadas: que se van a

sentir

tristes/perdidos/deprimidos.

Había

sido

extremadamente difícil para mí ver a esta mujer vivaz y

alegre que quería un poco de ayuda para reestructurar su vida con nuevos elementos. Hay un tipo de teoría personal que puede ser tan nociva para la empatía que merece ser mencionada por separado. Esta teoría podría formularse así: “Si yo estuve en el mismo tipo de situación en que está mi consultante, entonces probablemente la experienciará de una manera similar a la mía”. Haber tenido esas experiencias en común suele facilitar la comunicación y hacer que sea más fácil crear confianza entre el consultante y el counselor desde el principio. En la medida en que las experiencias hayan sido realmente similares también pueden servir como apoyo a la empatía: el counselor puede hacer inferencias inteligentes con

respecto

a

lo

que

el

consultante

podría

estar

experienciando. Sin embargo, el counselor debería tener presente que las experiencias en común a veces pueden resultar ser un obstáculo para el counseling, haciendo que la empatía sea más difícil. El peligro es que el counselor comience a identificarse con la postura del consultante. Esto puede llamarse falsa empatía porque puede parecer empatía pero en realidad no lo es. Sucede cuando la counselor se pone a sí misma en la posición de la consultante, y erróneamente supone que lo que ella sentiría en esa situación es lo que la consultante está en realidad sintiendo.1 Es evidente, entonces, que tanto las teorías psicológicas como las personales pueden interferir en la liberación de

nuestra sensibilidad empática. El desarrollo del counselor ayudará a que tome conciencia de las teorías que sostiene y de la influencia que ejercen sobre su percepción de los consultantes. A veces, los counselors centrados en la persona toman este punto como un argumento a favor de que deberían saber lo menos posible acerca del consultante y de su vida antes de conocerlo, que cualquier conocimiento podría convertirse en un bloqueo para su empatía. Creemos que ésta es una posición simplista. Un desafío mayor para el counselor es permitir que ese conocimiento estimule su imaginación acerca de sus consultantes, de modo que esté preparado para encontrar en ellos una gama más amplia de experiencias. El counselor no permite que la información le defina cómo es su consultante; por el contrario, expande las posibilidades

que

puede

considerar.

La

empatía

en

condiciones de diversidad intercultural es un campo en el cual se pone de manifiesto la importancia de esta actitud. Muy acertadamente, Lago (2006) señala que su particular énfasis en la empatía pone al counselor centrado en la persona en una posición sólida para encontrarse con consultantes de diferentes culturas. Sin embargo, esto puede convertirse en una excusa para algunos profesionales centrados en la persona que argumentan que no necesitan aprender acerca de la amplia gama de escenarios culturales de su clientela o, peor aún, que aprenderán sobre las características culturales de su consultante a través de él. Esto puede parecer un argumento lógico, pero no cabe duda de que los clientes van a sentir su peso. El resultado fue una

gran cantidad de textos para exponer este déficit centrado en la persona, no sólo con respecto a la diversidad étnica (Inayat, 2005; Khurane, 2006; Lago y Haugh, 2006), sino también en el trabajo con la comunidad gay, lesbiana, bisexual y transexual, particularmente bien expuesto en la serie “Rosa” (Davies y Neal 1996, 2000; Neal y Davies, 2000). Nos resulta claro que el counselor centrado en la persona debería tener muchos deseos de conocer más sobre la diversidad de su clientela. Realmente, se trata de un tema central en la agenda de desarrollo continuo del counselor centrado en la persona: expandir su conciencia de la humanidad (Mearns, 2006b; Mearns y Cooper, 2005). Por ejemplo, un estudio del concepto islámico del sí mismo (Inayat, 2005) introduce al counselor a ricos conceptos, tales como qalb (el corazón espiritual), nafs (el ego), ruh (el alma) y filtra (el potencial divino), de una teología que abunda en nociones de desarrollo personal continuo y responsabilidad hacia los otros. Dicho sea de paso, este estudio no le dice nada al counselor acerca de su próximo cliente

musulmán

y,

como

en

cualquier

credo,

las

variaciones son demasiadas como para registrarlas, pero posiblemente enriquezca la imaginación del counselor y abra su sensibilidad a la potencial diferencia de la experiencia de su consultante, quien también se sentirá contento de no tener que explicar los conceptos de su fe a otro desinformado profesional de la ayuda.

Las necesidades y los temores del counselor Sin duda, los bloqueos más problemáticos y persistentes para la empatía del counselor son sus propias necesidades y temores en la relación terapéutica. “La gente con problemas no puede empatizar”, es un dicho que suele aplicarse a los consultantes, pero que a veces también describe al counselor. Por ejemplo, la empatía del counselor podría estar

bloqueada

por

cosas

como

una

preocupación

momentánea por otras emergencias, por sentirse incómodo, o quizás hasta por temor hacia el dolor de su consultante. Los sentimientos fuertes de simpatía o antipatía hacia el consultante pueden representar bloqueos, dificultando que permanezca en el presente problemático de su consultante. A veces, los counselors con poca experiencia se bloquean por su necesidad de ver que el consultante “mejore en cada sesión” o, quizás, por una muy generalizada “necesidad de ayudar”. Los principales síntomas de este último disconfort2 consisten en que cada sesión debe terminar con una nota positiva, el dolor nunca se enfrentará del todo, y los viajes empáticos sólo recorrerán las rutas seguras pero cada vez más inefectivas. Si el counselor tiene fuertes necesidades de caer bien, o de ser necesitado por su consultante, es muy probable que se produzcan bloqueos, porque la plenitud de la experiencia

empática del counselor se puede perder cuando compite con esas necesidades tan fuertes. En algunos casos como éste, el counselor está tan vinculado con su consultante a través de la necesidad que no puede estar abierto a su cambio porque, fundamentalmente, ese cambio podría afectarlo a él. Todos los enfoques de counseling reconocen este dilema como un compromiso excesivo (ver capítulo 8). Es mucho más difícil escuchar a alguien cuyo cambio nos va a afectar. La relación del counselor con su pareja plantea un caso especial de esta situación. Existe un supuesto implícito muy común de que alguien que pasa su tiempo escuchando a extraños debería ser particularmente efectivo escuchando a su pareja. Pero por supuesto esto no es tan fácil, porque estamos, sin duda, “comprometidos” con nuestra pareja. En la medida en que nos abrimos para escuchar el cambio de nuestra pareja, podemos estar escuchando ¡que nuestra propia vida está por cambiar! Los counselors en formación suelen pasar momentos bastante difíciles con este tipo de expectativa. Liberar la propia sensibilidad empática es un acto de dar. El counselor se está dando a sí mismo como espejo a su consultante. En uno de los últimos artículos que escribió antes de su muerte, Carl Rogers (1986) nos recordó la importancia de la claridad en este espejo. Cita un artículo anterior de Sylvia Slack, que comentaba una sesión de counseling con él: Fue como si el doctor Rogers fuera un espejo mágico. El proceso incluía mi envío de rayos hacia ese espejo. Yo

miraba el espejo para tener un vistazo de la realidad que soy. Si yo hubiera sentido que el espejo era afectado por los rayos que recibía, el reflejo me habría parecido distorsionado y poco confiable. (Slack, 1985: 41). Cuando el counselor tiene problemas –y, por lo tanto, está vulnerable– no ofrece empatía tan fácilmente y, si lo hace, es probable que esté distorsionada por su propia agitación interna. Cuando uno está vulnerable, una respuesta normal es protegerse a sí mismo; no abrirse a través de la empatía, sino más bien retirarse y mantener al consultante a la distancia. Al ir formándose mediante el entrenamiento, la experiencia y la supervisión, se espera que los counselors desarrollen lo suficiente su autoaceptación como para tener menos necesidad de protegerse a sí mismos con respecto a sus

consultantes.

Parte

del

proceso

de

formación

y

desarrollo continuo como counselor centrado en la persona es tomar conciencia de los factores personales que pueden llegar a bloquear habilidades tales como la empatía. En verdad, el desarrollo personal se considera la dimensión fundamental del entrenamiento (Mearns, 1997a) y en el capítulo 3 de este libro exploramos en profundidad los temas centrales de la autoaceptación del counselor. Concentrarnos, como lo hemos hecho, en la noción de bloqueos a la liberación de nuestra sensibilidad empática es una manera bastante negativa de considerar el desarrollo del counselor. Igualmente podríamos haber descrito ese desarrollo en términos de superar los bloqueos, ya que, a

medida

que

el

counselor

va

logrando

confianza

y

competencia, se vuelve capaz de liberar su sensibilidad empática en una mayor diversidad de formas. Puede confiar y, por lo tanto, usar más y más a su sí mismo en relación con su consultante. Y, a medida que este desarrollo va progresando, las tres dimensiones interpersonales básicas de

empatía,

congruencia

y

consideración

positiva

incondicional se integran cada vez más hasta llegar a ser como deberían ser: inseparables.

Empatizando con diferentes partes del cliente Mientras

el

counselor

puede

estar

buscando

esta

integración de sus facultades, algunos de sus consultantes pueden estar mostrando una separación muy clara de diferentes partes de su sí mismo. Esta noción de pluralismo del sí mismo se describió en el capítulo 2 y una de las características que apoyan el crecimiento de la psicología del pluralismo del sí mismo es que los profesionales de una amplia gama de disciplinas y orientaciones parecen estar observando

el

mismo

tipo

de

fenómeno

y

también

describiendo sus observaciones en sus diversos lenguajes (Cooper et al., 2004). La versión centrada en la persona de esta psicología creó la expresión configuraciones del sí mismo y se describe en detalle en Mearns y Thorne (2000: capítulo 6) y la teoría de la terapia centrada en la persona con respecto a las configuraciones se expone en el capítulo 7 del mismo libro. En esta última, se plantea un particular desafío para el counselor centrado en la persona con respecto a su empatía. Por ejemplo, ¿cómo empatiza el counselor con su consultante cuando diferentes partes del mismo están empujando en direcciones opuestas y hasta pueden estar enzarzadas en un combate mortal? Tomemos como ejemplo a Arlene, una consultante:

  Arlene:

una parte de mí dice que la única forma en que puedo estar en paz es matándome. La otra parte es una terrible cobarde llorando por piedad con una voz aguda de niñita. Cuanto más grita más quiero matarla; y más me enojo con ella. Quiero cortarle la garganta y mirarla desangrarse

hasta

que

muera.

Quiero

observarla rogar, luego sonreír, y matarla. Trabajar con Arlene es un asunto serio, porque su conflicto es muy severo y puede representar un peligro para sí misma. Una de las temibles posibilidades en algunos suicidas es que una parte del sí mismo está buscando matar a otra. De hecho, el que el 50% de las personas entrevistadas el día después de un intento fallido de suicidio agradezcan haber fallado (O´Connor, Sheehy y O´Connor, 2000) nos hace preguntarnos cuán frecuente es esta dinámica. Con respecto a este tema, encontramos una divergencia entre los profesionales centrados en la persona. Con una consultante como Arlene, algunos van a atenerse al principio de no directividad y trabajar con cualquiera de las partes que se les presente, confiando en que Arlene finalmente aparecerá para salvarse y, sin duda, salir fortalecida. Otros, como estos autores, no confían tanto en la inevitabilidad de este proceso. Nosotros lucharíamos para establecer contacto empático con ambas partes de Arlene con la esperanza, igualmente cuestionable, de que si podemos establecer algún tipo de diálogo con todas las

partes, Arlene va a tomar sus decisiones basada en un conocimiento más cabal de sí misma. Por lo tanto, la disciplina centrada en la persona que nosotros adoptamos en el trabajo con partes del sí mismo es buscar empatizar con todas las partes, como se ilustra en la continuación del diálogo con Arlene:   Dave:

Realmente quieres destruirla; pero es más fuerte que eso: quieres verla sufrir, quieres que ella sepa que se está muriendo… y… quieres que ruegue.

Arlene:

Mi Dios, ¡tiene que rogar! La muy perra tiene que rogar. Me cagó una y otra vez. Tiene que rogar… y luego darse cuenta de que aun así se va a desangrar hasta morir.

Dave:

Te debe haber hecho cosas verdaderamente malas.

Arlene:

Oh, sí… Oh, sí.

Es importante observar que aunque la manera en que Arlene caracteriza a estas diferentes partes de su sí mismo es fuerte, no se está disociando. Las partes no están tan separadas y personificadas, y no hay un bloqueo de información entre ellas, como se daría en un proceso disociado (Ross, 1999; Warner, 2000). Simplemente está manifestando con contundencia un conflicto interno.

Lo peor que el counselor puede hacer en una situación como ésta es asustarse y paralizarse por la fuerza del conflicto o tratar de cerrarlo. Arlene está expresando cosas peligrosas, pero lo está haciendo en el contexto de su relación con el counselor. Eso ofrece más esperanza que si estuviera aislada y no tuviera este diálogo. En el diálogo, hasta ahora, el counselor está buscando empatizar con esa parte de Arlene que quiere destruir a la otra parte. Ese diálogo llevó a una posterior revelación de que Arlene había reiterado un patrón de relaciones en las cuales, indefectiblemente, terminaba siendo objeto de abuso. Sin embargo, la otra parte de Arlene todavía no había tenido voz en la sesión y era importante que la tuviera. La responsabilidad del counselor centrado en la persona es con la totalidad del consultante, no sólo con la voz más fuerte. Por lo tanto, en un momento posterior de la sesión, encontramos el siguiente intercambio:   Dave:

Arlene,

escuchamos

mucho

de

tu

resentimiento acerca de esa parte tuya que te metió en tantos problemas; no, resentimiento no es lo correcto; tú odias a esa parte. Sin embargo, es una parte tuya. Me pregunto, ¿de dónde proviene? Arlene:

La maldita perra era una puta. Ella es una puta.

Dave:

Ella está allí todavía; todavía está aquí;

todavía es una parte tuya, pero… por Dios, tú la odias… realmente la odias… Arlene:

(silencio)

Dave:

(silencio)

Arlene:

Ella está llorando.

Dave:

(silencio)

Arlene:

Sólo hizo lo único que podía hacer.

El lector puede percibir que hay mucho más en esta secuencia que acabamos de presentar. Pero Arlene nos hizo llegar hasta el punto que queríamos demostrar. La disciplina centrada en la persona, tal como la propugnan los autores, es buscar empatizar con la totalidad de nuestro consultante. A veces, cuando nuestros consultantes simbolizan su “sí mismo” en términos de diferentes partes, se requiere la tarea de buscar contacto empático con todas esas partes. Esto puede implicar el tipo de negociación3 ejemplificada en el trabajo con Arlene. Pero es más que una mera “negociación”:

es

la

humanidad

del

counselor

extendiéndose no sólo hacia una parte, sino hacia toda la humanidad de su consultante.

1 En un nivel desarrollado de funcionamiento, el counselor puede usar con un efecto poderosamente terapéutico muchas de sus experiencias personales como un punto de referencia que le permitirá establecer un contacto más estrecho con su cliente (ver capítulo 6). La diferencia es que sabe que esa experiencia propia no es la de su consultante sino, simplemente, un medio para ayudarlo a ponerse en un estado de sensibilidad mucho más receptivo para con su cliente. 2 Los autores hacen un juego de palabras utilizando el término dis-ease (disease,

enfermedad

y,

por

otra

parte,

dis,

carencia

y

ease,

comodidad), que hemos elegido traducir como disconfort (N. del E.). 3 Ver Glosario al final del libro. (N. del E.).

5



CONSIDERACIÓN POSITIVA INCONDICIONAL

Por qué es importante la consideración positiva incondicional Algunos clientes que se autoprotegen Lenguajes personales Pero ¿qué hago cuando simplemente no acepto a mi consultante? ¿Puede el consultante aceptar mi aceptación? El foco en la calidez Foco en la condicionalidad La consideración positiva incondicional no tiene que ver con “ser agradable ”     Así como cuesta limitar el proceso de la empatía a respuestas conductuales específicas, la consideración

positiva incondicional también es difícil de captar porque es una actitud del counselor. Sin embargo, es posible definir esta actitud en un lenguaje bastante directo: La consideración positiva incondicional es el nombre dado a la actitud personal fundamental del counselor centrado en la persona hacia su consultante. El counselor que tiene esta actitud valora profundamente la humanidad de su consultante y no se desvía de esa valoración por los comportamientos de algún consultante en particular. La actitud se manifiesta en la aceptación consistente y también en la calidez perdurable del counselor hacia su consultante. Lo que distingue a esta actitud en el enfoque centrado en la persona reside en su consistencia. El counselor centrado en la persona puede manifestar esta actitud con una amplia variedad de consultantes independientemente de su comportamiento. Es fácil valorar al consultante que se esfuerza y muestra siempre respeto por el profesional de ayuda, pero es un desafío mantener esa actitud cuando el consultante, una y otra vez, actúa de manera autodestructiva, se considera una persona sin ningún valor, manipula activamente a otras personas en su perjuicio o enmascara su vulnerabilidad con agresiones directas hacia el profesional de ayuda. Esta actitud de aceptación hacia el consultante no sólo se adopta con todos ellos, sino que perdura mientras dura la relación con el counselor. El consultante siente que el counselor lo valora de modo

consistente durante toda su relación, a pesar de que pueda no valorarse a sí mismo, y aun si al counselor no le gusta o no aprueba todas sus acciones. Es posible aceptar al consultante

como

una

persona

valiosa,

aunque

nos

disgusten algunas de las cosas que hace. Esta aceptación básica suele ser severamente puesta a prueba por consultantes cuyo comportamiento externo puede ser a veces bastante desagradable. El recuadro 5.1 presenta un ejemplo de un consultante así, al que era difícil de apreciar, pero cuyo comportamiento fue comprensible una vez que el counselor pudo avanzar hacia la aceptación.   Recuadro 5.1

Una persona que no es nada y que está asustada de amar   Mary

era

una

docente

que

vino

al

counselor

recomendada por una amiga. A lo largo de la primera entrevista permaneció fría, algo distante, no muy entusiasmada acerca de lo que el counseling le podía ofrecer. Habló sin ganas sobre su odio hacia los alumnos: Odio a los pequeños bastardos. Llegan todos los días riéndose de mí. Cuando les grito, ellos se burlan o se quedan callados por no más de un minuto. No tiene sentido tratar de enseñarles francés, todo lo que trato de hacer es enseñarles los rudimentos de un

comportamiento educado, si bien es cierto que lo hago en francés. Probablemente el único placer que obtengo es hacer que se avergüencen. Algunos son tan desafiantes que no se puede hacer nada con ellos, pero puedo llegar a hacer un buen trabajo con alguno de los más pequeños. Me causa mucho placer hacerlos llorar. La mayoría de las personas se sentiría ofendida ante la brutalidad de la actitud de esta docente hacia los niños. Una

reacción

normal

sería

despreciar

su

actitud,

considerándola inaceptable, y tratar de que reflexione si es ético que siga en esa profesión. Sin embargo, no es tarea del counselor hacer esos juicios porque hacerlo sólo cerraría la comunicación en lugar de profundizarla. Aceptar

que

este

comportamiento

violento

no

representa la totalidad del ser humano ayuda al counselor a permanecer interesado, involucrado y hasta cálido hacia ella. En la tercera sesión de counseling, descubrimos algo que nos ayudó a entender el sentido de esta explosión de violencia de la docente hacia los otros cuando nos dijo: Me pongo tan triste a veces… tan, tan triste. Nunca se lo puedo mostrar a nadie. Lo que hago es llorar cuando estoy sola en mi departamento. Puedo ser tan horrible con la gente… simplemente se trata de que estoy asustada de ellos… supongo que estoy asustada de que ellos me vean a mí… a mí como

realmente soy… una nada de persona que está asustada de amar.   Hay muchas palabras que se utilizan para describir esta actitud. Ya nos referimos a la consideración positiva incondicional y a la aceptación. Otra expresión que fue ampliamente usada en el pasado es calidez no posesiva, y en algunos casos respeto también fue uno de los nombres preferidos, aunque de por sí no describe muchas de las características esenciales de esta dimensión: es posible, por ejemplo, respetar a alguien con bastante frialdad y en forma condicional. Una palabra que Carl Rogers usaba para representar esta dimensión era aprecio. En su contexto norteamericano era una buena elección, ya que comunicaba una mayor intensidad de sentimientos que la mayoría de los otros términos. De manera similar, David Cain (1987) usa la palabra afirmación para enfatizar la función que esta actitud le presta al cliente: “afirma” su valor. Una palabra que no es apropiada para esta dimensión es afición. Es una diferencia importante para las personas que se están formando, para quienes la idea de que les guste cada consultante que entra en su consultorio no tiene mucho sentido. Como se describe en otro libro (Mearns, 2003: 3-5), en nuestra cultura el “gusto” es un tema altamente condicional. Solemos atribuir nuestra afición a alguien que muestra valores similares o complementarios a los nuestros. Nuestro gusto está, por lo tanto, condicionado a esa similitud o complementariedad. Sin embargo, valorar al consultante como una persona de

valía no es condicional; es igualmente posible sentir esa profunda valoración por la humanidad de la persona que muestra una escala de valores bastante diferente a la nuestra. El recuadro 5.2 reproduce una cita anónima de un counselor

centrado

en

la

persona

que

describe

esta

diferencia entre gusto y valoración en relación a su consultante, un prominente político.   Recuadro 5.2

No me gusta, pero me importa mucho   Cuando lo escucho en la radio o lo veo en televisión tengo dos reacciones simultáneas. Pongo cara de asco, niego con la cabeza y frunzo el ceño frente a sus políticas y sus declaraciones de derecha. Siento que es completamente

desalmado,

completamente

despreocupado por el dolor que padecen los pobres. Pero al mismo tiempo suelo encontrarme sonriendo. Lo conozco bastante bien. Sé que a pesar de que pueda sonar absolutamente confiado, lo más probable es que haya estado caminando de un lado a otro de la habitación, con ansiedad y nervios antes de la entrevista. También sé que tiene corazón –puede tenerlo en un lugar diferente del mío– pero lo tiene. Realmente cree sus estupideces (“estupideces” para mí, quiero decir). Realmente cree que a largo plazo las personas se van a ver beneficiadas si las dejan libradas a sus propios

recursos, y no mimadas o consentidas (son sus palabras). Es sincero y, además, tiene integridad; dice lo que cree y es consistente con sus creencias. Aunque nunca lo votaría, pienso que es una persona merecedora de confianza, una cualidad discutible en muchos de mi propio partido. No me gusta, pero me importa mucho.   Aunque la diferencia entre gustar y valorar es importante para los counselors, los consultantes que tienden a usar la palabra “gustar” en lugar de nuestras alternativas más específicas no captan esta distinción.

Por qué es importante la consideración positiva incondicional El consultante que creció en un medio donde prevalecían las condiciones de valor opresivas (ver capítulo 1) seguramente aprendió que es valioso en la medida en que se comporte de acuerdo con las expectativas de las personas significativas de su vida. La consideración positiva incondicional por parte del counselor hacia su consultante es importante porque directamente sabotea esas condiciones de valor: el counselor valora a su consultante al margen de que cumpla esas “condiciones”. Lietaer (1984) usa el término contracondicionamiento para describir el proceso que se pone en acción gracias a la consideración positiva incondicional del counselor: al tratar de manera continua al consultante como alguien valioso por derecho propio, sin importar si cumple las condiciones de valor que le fueron impuestas en su vida, se rompe el vínculo condicionado entre el cumplimiento de las condiciones de valor y el ser valorado. Al sabotear las condiciones de valor, la consideración positiva incondicional rompe el círculo vicioso del consultante (ver figura 5.1); cuando no se acepta a sí mismo su comportamiento refleja esa actitud: no espera que las personas lo valoren, por lo tanto, en la relación con los otros, se

autoprotege.

Puede

parecer

débil,

excesivamente

agresivo, poco emocional o quizás tienda a retraerse, evitando el contacto social intenso. Comportamientos tales como éstos son poco cordiales para otras personas y, en verdad, los pueden alejar, un hecho que le da al consultante más evidencia de que no es amado y no se hace querer. La consideración positiva incondicional rompe este círculo porque el counselor se niega a cambiar de actitud por el comportamiento autoprotector del consultante y en cambio le ofrece de manera consistente la aceptación de su valor intrínseco. Este comportamiento diferente del counselor tiene efectos en la conducta del consultante en sus relaciones. Ya que ahora no hay necesidad de que el consultante se autoproteja en su relación con el counselor, comienza a sentirse suficientemente seguro como para mostrar más de sí mismo y a explorar sus experiencias con mayor profundidad. Además de influir contradiciendo las condiciones de valor y ayudar al consultante a sentir menos necesidad de autoprotegerse, la consideración positiva incondicional del counselor tiene un impacto mucho más directo sobre la valoración del consultante hacia sí mismo. De alguna manera, el consultante se va contagiando de la actitud de aceptación del counselor y, poco a poco, comienza a experienciar la misma actitud hacia sí mismo. Sólo cuando el consultante comienza a valorarse a sí mismo de esta manera, aunque sea en forma tentativa, se puede producir el verdadero movimiento y, en muchos casos, esta primera autovaloración es el resultado directo de percibir la valoración del counselor hacia ellos y aceptar que tal actitud

es posible. La revisión de la investigación de Watson y Steckley (2001) pone en evidencia las importantes funciones terapéuticas que ofrece la consideración positiva incondicional. Que esta actitud pueda, en última instancia, tener un efecto tan espectacular es algo que el counselor centrado en la persona debería tener presente en los comienzos del encuentro terapéutico, cuando el consultante puede llegar armado con complejos mecanismos de autoprotección que tuvieron el objetivo de mantener alejadas a las otras personas.  

Figura 5.1 Círculo vicioso

 

Algunos clientes que se autoprotegen A veces, es un trabajo arduo para el counselor lograr no sentir rechazo por las autoprotecciones que ha desarrollado su consultante. Por ejemplo: Mary, Roger y James son consultantes que desarrollaron sus propias maneras individuales de protegerse a sí mismos del contacto humano evitando así la intimidad en las relaciones. Mary tenía 45 años y presentaba un aspecto descuidado, su pelo no estaba limpio, sus prendas de vestir eran viejas, una mezcla de negro y gris, su cara inexpresiva a pesar de la intensidad de los sentimientos que se escondían bajo su apariencia. También olía mal. Lloró durante la mayor parte de las dos primeras sesiones y terminó ambas diciendo: “no veo la razón por la cual te importan las personas como yo”. Roger, de 35 años de edad, era un hombre de negocios exitoso que vino a regañadientes a counseling con su esposa. En la primera sesión dijo que su esposa era la causa de sus problemas porque “ella no sabía ocupar su lugar”. De acuerdo con la opinión de Roger, los nuevos amigos de su esposa le estaban “llenando la cabeza con un montón de ideas tontas”. La solución de Roger para su problema era que “si ella simplemente volviera a ser una esposa adecuada, entonces todo volvería a estar

ok”. Hablando de su trabajo, Roger contó de mala gana la historia de un pequeño competidor a quien había logrado sacar del negocio haciéndole un préstamo que él sabía que no iba a poder pagar en el tiempo convenido: “Era más barato aceptar la pérdida del dinero que le presté y luego comprar su negocio en bancarrota por poco o nada, en lugar de tenerlo siempre como competidor y como una continua preocupación”. Roger pensó que su anterior competidor era un “mariquita” por intentar suicidarse luego de esa situación. James tenía 18 años y era difícil trabajar con él porque estaba distanciado de todos y de todo, estaba muy enojado y era muy desconfiado. El siguiente diálogo se produjo a los treinta minutos de la primera entrevista de counseling. La media hora anterior, James la había pasado desafiando a su counselor: preguntándole si ella tenía buena formación, por qué era “tan vieja”, y riéndose de la ropa que usaba. Esos treinta minutos no le habían resultado nada fáciles a la counselor pero estaba decidida a superar las barreras autoprotectoras que James había levantado. A medida que pasaba el tiempo, James fue escalando en su ataque hasta que llegó al clímax diciendo:   James:

Está bien, tú me dices que debería conseguirme un trabajo… sí… sigue, dime, aconséjame,

después

de

todo

ese

es

tu

trabajo… sigue… gánate tu dinero, eres una charlatana. Counselor: (después de una larga pausa) Siento como si estuvieras tratando de empujarme más y más… como si realmente quisieras pelear o algo por el estilo. James:

Sí, tienes razón, quiero pelear, eres como el resto de la gente… una persona que hace el bien pero está en esto solamente por sí misma. Te apuesto que te consideras una buena persona que ayuda a la gente. Bueno, creo que eres una --------. Creo que no sirves para nada; vamos, gánate tu dinero, perra.

Counselor: (después de un largo silencio) Sí, me siento lastimada… y me siento triste también (silencio). ¿Qué sientes tú?... ¿Te sientes lastimado también? (largo silencio)   Como se hizo obvio más adelante, estos tres consultantes tenían cuatro cosas en común:   Estaban profundamente tristes Se sentían intensamente no amados No se amaban a sí mismos Eran muy, muy vulnerables.  

El comportamiento de estos consultantes era diferente entre ellos porque su vulnerabilidad se mostraba a través de distintos patrones de autoprotección. Mary se retraía en su niña profundamente herida, mientras que Roger proyectaba arrogancia y superioridad. James usaba el enojo, la rabia, la sospecha y el aislamiento en una agresión directa como su manera de mantener a la gente alejada. Las autoprotecciones de todos ellos repelían a las otras personas porque, como escudos para protegerse del mundo exterior, escondían quiénes eran realmente como personas. La consideración positiva incondicional implica no dejarse desviar por estos escudos autoprotectores sino esperar, continuar apreciando el valor de la persona y, por lo tanto, ganarse el derecho a ser admitidos detrás del escudo.

Lenguajes personales La manera particular en la que cada individuo protege su vulnerabilidad es sólo un aspecto de su lenguaje personal: sus formas características de expresar las variadas facetas de su sí mismo. Si el counselor está trabajando con un consultante de una cultura diferente o que habla otro idioma, debe ser particularmente paciente, tolerante y ocuparse de descubrir el significado de este lenguaje. Debería tener cuidado de no formarse juicios apresurados porque sabe que esos juicios simplemente pueden basarse en su falta de comprensión del lenguaje y la cultura. Para el counselor que está tratando de desarrollar su actitud de consideración positiva incondicional puede ser útil hacer el mismo tipo de presunción acerca de todos sus consultantes. Puede empezar suponiendo que cada nuevo consultante tiene su propio lenguaje personal que usará para expresarse. La tarea del counselor, sobre todo a través de la empatía, es descubrir y entender ese lenguaje. Éste es un enfoque muy útil para el counselor que recién comienza porque lo ayuda a mantenerse enfocado en el consultante en vez de desviar su atención por cualquiera de sus comportamientos. En lugar de emitir juicios acerca del comportamiento, se concentra en la pregunta: ¿qué significa este comportamiento para este consultante? A continuación, presentamos unos pocos ejemplos de aspectos de lenguaje personal con sus significados individuales para diferentes consultantes.

  Las bromas de Jim generalmente quieren decir que está tenso. Las lágrimas de Polly a menudo significan que está enojada. El enojo de Robert con frecuencia significa que está triste. La efervescencia de Sally generalmente quiere decir que necesita ser admirada. Esa sonrisa de Peter significa que está sufriendo. Cuando Jane “llora por el mundo”, está en contacto con su parte “blanda” que ella valora enormemente. Una palabra tierna de parte de Gus es un mensaje de amor muy fuerte. La precisión de Brian con las palabras refleja su genuino deseo de no herir a los otros con una comunicación equivocada. La franqueza brusca de Dave refleja su temor a la manipulación. Las repetidas llegadas tarde de Donald probablemente quieran decir que no está cómodo con lo que está sucediendo. Las repetidas llegadas tarde de Doug probablemente quieren decir que le gusta sentir que tiene el control. Las repetidas tardanzas de Charlie quieren decir que es muy descuidado con los horarios.   A medida que el counselor va aprendiendo gradualmente el lenguaje personal de su consultante, su comportamiento resulta más inteligible y la persona detrás del

comportamiento es cada vez más fácil de ver y de aceptar. En una línea similar, Bruno Bettelheim, de formación psicoanalítica, se refería a la tarea de trabajar con niños severamente perturbados como una tarea de “descubrir y entender la lógica sobre la cual se basa el comportamiento del niño” (Bettelheim, 1987).

Pero ¿qué hago cuando simplemente acepto a mi consultante?

no

Más adelante en este capítulo trataremos en mayor detalle el trabajo personal que el counselor puede hacer para mejorar su actitud de consideración positiva incondicional, pero una inquietud inicial que se plantean los profesionales sin experiencia suele referirse a qué pasos prácticos pueden seguir cuando no logran sentir aceptación por un consultante. Este problema suele surgir más temprano que tarde en una relación de counseling; quizás, el counselor sienta inmediatamente que no le gusta su consultante o que durante su primera o segunda sesión sienta que se está distanciando un poco de la relación. Cuando el counselor perciba que está comenzando esta retirada puede recordar lo que dijimos acerca de los sistemas de autoprotección, que tienen el objetivo de crear este tipo de respuesta: mantener alejadas a las otras personas. Estar consciente de este mecanismo puede ayudar al counselor a poner entre paréntesis su juicio y mantenerse abierto y curioso por más tiempo. Otro paso práctico que puede dar es dedicar mucha más atención a empatizar con su consultante. Cuando su respuesta instintiva es retirarse, este esfuerzo seguramente le resultará difícil y puede tener que redoblarlos repitiéndose una y otra vez: “Todavía no conozco a esta persona”. Este

movimiento consciente hacia la empatía puede tener dos consecuencias beneficiosas: primero, cambia el foco de atención del counselor: deja de estar centrada en sí mismo y se centra en su consultante y, segundo, el proceso empático de por sí ayuda al consultante a revelar nuevas facetas y profundidades que pueden hacer que el counselor se cuestione los juicios que había hecho al principio (como se ve en el recuadro 5.1). El paso siguiente que puede dar el counselor es dedicarse a sí mismo en las sesiones de supervisión. Con la ayuda de su supervisor puede contestarse la pregunta: “¿Qué no sé acerca de este consultante?”. Ésta puede ser una pregunta muy útil porque no sólo abre nuevas áreas de posible exploración, sino porque también le recuerda que sus juicios están basados en evidencias muy escasas. Buscar respuestas a esta pregunta puede complementarse con el ejercicio de focalizarse en la relación terapéutica, que se describe en el recuadro 5.3. Recuadro 5.3

Focalizándose en la relación terapéutica   Adaptando la disciplina de un ejercicio de focusing (Gendlin, 1981), el counselor puede prestar atención a su sensación sentida de la relación con su consultante. Hacer una pregunta por vez, dando suficiente tiempo para permitir la reflexión más allá del nivel superficial de

las respuestas, para que puedan surgir reacciones que previamente no habían sido simbolizadas.   Cuando considero a mi consultante, ¿qué sensación experiencio? ¿Eso es todo? ¿Cuáles son sus partes hermosas? (enfocándose en cada una de ellas por vez) ¿Qué experiencio cuando me enfoco en esto? ¿Eso es todo? ¿Cuáles son sus partes feas? (focalizándose en cada una de ellas por vez) ¿Qué experiencio cuando me enfoco en esto? ¿Eso es todo? ¿Qué es lo que él más necesita de mí? ¿Qué es lo que más le quiero dar? ¿Quién soy yo en nuestra relación?   Esperamos que las preguntas de exploración que presentamos en el recuadro 5.3 ayuden al counselor a encontrar dentro de sí una clave sobre el origen de su juicio. Subyace a estos pasos prácticos que puede dar el counselor el reconocimiento de que el disgusto verdaderamente es de él y, por lo tanto, es su responsabilidad. No corresponde que los profesionales centrados en la persona proyecten una y otra vez la responsabilidad de sus propios sentimientos en el consultante. Comenzamos esta sección suponiendo que la mayoría de los casos en que no aceptamos a nuestros consultantes se

producen al principio del contacto de counseling pero, por supuesto, hay dificultades que surgen más adelante en la relación terapéutica. Si el counselor no les presta atención, estas dificultades pueden llevarlo a un gradual distanciamiento de la relación y, en consecuencia, al estancamiento del proceso terapéutico. Puede ocuparse de estos problemas en supervisión, pero también puede explorar abiertamente estas dificultades con el consultante para que ambos estén involucrados en su resolución. Este procedimiento no sólo contribuye al desarrollo de su relación, sino que también puede poner al descubierto importante material terapéutico para el consultante. En los capítulos 6 y 8 damos ejemplos en los que el counselor pone en práctica una actitud de apertura con el consultante acerca de dificultades como éstas y de la exploración de la relación no hablada entre ellos (Mearns, 2003: 64-73).

¿Puede el consultante aceptar mi aceptación? En la mayoría de los casos, el consultante se siente aliviado al encontrar que su counselor parece valorarlo. Los consultantes inclusive pueden expresar este alivio al final de la primera sesión y comentar lo bueno que es sentir que les prestan atención de esta manera. Sin embargo, a veces, un consultante tiene una historia tal de rechazo que también espera ser rechazado por el counselor. En algunas oportunidades, el consultante parece estar tan preparado para el rechazo que en realidad lo alienta: “No puedo entender qué ves en mí; realmente no sirvo, ¿sabes?”. Un peligro para un counselor sin experiencia es que se vea “arrastrado” por las expectativas autocumplidas del consultante y se vuelva cada vez más propenso a enjuiciarlo. Un counselor reflexionó sobre este tema durante supervisión de su trabajo con un consultante, Andrew:

la

Me doy cuenta de que a medida que pasa el tiempo temo cada vez más las sesiones con Andrew. Es tan tremendamente negativo que me llevó a ponerme negativo con respecto a él. Los últimos tiempos he sido cada vez más duro con él y le he hecho demasiadas sugerencias de la manera en que debería cambiar su vida. Estoy casi seguro de que también me volví cada vez más frío con él. En cuanto a Andrew, pienso que todo

esto lo ha llevado a refugiarse cada vez más en su “pequeño niño rechazado”. Si un consultante tiene una larga historia de no ser aceptado, al principio puede desconfiar de la aceptación del counselor. Su vida puede haber sido un catálogo de personas que primero le ofrecen diferentes formas de amor y luego le retiran este ofrecimiento; entonces ¿por qué confiar esta vez? Un consultante así puede reservar su juicio acerca de la aceptación del counselor y, en algunos casos, puede someterlo a una serie de pruebas para que confirme o retire su aceptación; si el counselor logra superar esos obstáculos, el consultante puede estar preparado para confiar (ver “Sandy” en el capítulo 2). En el recuadro 5.4 se reproducen las reflexiones de un consultante que había tenido dificultades para confiar en la aceptación de su counselor.   Recuadro 5.4

Aceptación que puede ser difícil de aceptar   Hacia el final de la labor compartida, o como parte regular de su trabajo, un counselor y su consultante pueden dedicar parte del tiempo a revisar su proceso de counseling (ver capítulos 6 y 9). El siguiente extracto está tomado de una de esas sesiones en las que la consultante reflexiona sobre las maneras en que había tratado de desestimar la aceptación del counselor.

Al principio, me costaba mucho creer que pensaras que yo era una buena persona, que hasta parecía que yo te caía bien. Eso era tan extraño para mí que al principio no lo creía; nunca le caí bien a nadie, ¡incluyéndome! Cuando me di cuenta de que no estabas fingiendo –que verdaderamente te caía bien– empecé a pensar que yo era la que había estado simulando, yo debía haber estado simulando ser una persona que está bien; de lo contrario, era imposible que te cayera bien. La próxima explicación que encontré era que si yo realmente te mostraba todas mis partes horribles entonces iba a ser imposible que me apreciaras; entonces, empecé a mostrarme tal como me veo: lo más bajo de lo más bajo. Fue sólo cuando me di cuenta de que ni siquiera esto lograba alejarte, que me di cuenta de que yo podía ser toda yo contigo y que eso no iba a ser destructivo para ninguno de los dos.   Una situación particularmente difícil para cualquier counselor se produce cuando el consultante no acepta su consideración positiva incondicional sobre la misma base en que se le ofrece, sino que malinterpreta su calidez como el posible ofrecimiento de una relación íntima, más allá del contexto de counseling. Uno de los muchos temas para un counselor que esté en tal situación es comunicar sus límites y, al mismo tiempo, seguir mostrando su aceptación hacia el

consultante. Una reacción exagerada por parte de un counselor sin mucha experiencia podría ser retirar parte de su aceptación para que no continúe siendo malinterpretada. Si hiciera esto podría darse cuenta de que, sin quererlo, está repitiendo un patrón de rechazo muy frecuente en la vida del consultante. No es fácil ser claro acerca de los límites y, al mismo tiempo, seguir comunicando nuestra valoración. No existe una forma estereotipada de manejar una situación tan delicada, pero en el recuadro 5.5, reproducimos un ejemplo de esta situación.   Recuadro 5.5

Aceptando al consultante que te ama   Este resumen corresponde a las últimas etapas de un contrato de counseling bastante largo. De manera tentativa, la counselor había sacado el tema de la finalización, ya que le parecía que lo principal del trabajo se había logrado y que el contrato podía terminar dejando abiertas las posibilidades de futuras revisiones. Durante la mayor parte de la sesión habían estado hablando acerca de esta posibilidad, aunque todo el tiempo daba la impresión de que el consultante estaba por decir algo especial. Un monólogo bastante largo de la consultante terminó así:   Consultante: … entonces me di cuenta de lo que yo

había estado sintiendo por primera vez en mi vida, y es cuánto amo a alguien. Pienso que es bastante inoportuno que esa persona resultes ser tú… pero es verdad. Me doy cuenta de que ésa es la razón por la que sigo viniendo –y estoy alargando este proceso–, he temido la idea de terminarlo. En realidad, ya no te necesito, pero es difícil… Counselor:

... ¿Difícil dejarme ir?

Consultante: Sí, sé que eso es lo correcto… pero es difícil… Counselor:

Siento que en este momento me estás confiando algo precioso… algo muy tierno y delicado… un regalo muy importante…

Consultante: … yo lo siento así también. Counselor:

¿Te asusta que yo pueda dañarlo?

Consultante: No… realmente no… pienso que no te lo habría dado si lo hubiera temido. (Silencio) Counselor:

¿Qué estás pensando?

Consultante: Pienso que está bien que terminemos

ahora.

El foco en la calidez No es suficiente simplemente sentir aceptación por un consultante; esa aceptación tiene que ser comunicada. Para un counselor, una sonrisa auténtica y espontánea va a ser un medio de comunicarla, mientras que otros mostrarán su calidez usando palabras o el contacto físico. Cada counselor seguramente tendrá su particular repertorio: sus propias maneras características de mostrar calidez. Uno de los aspectos del desarrollo como counselor centrado en la persona es la ampliación del repertorio de maneras de mostrar la calidez de distintos modos a diferentes consultantes. Esto es parte de lo que describimos como “expansión de la persona que podemos ofrecer en el consultorio” (ver capítulo 6). Para que el counselor pueda ofrecer un encuentro en profundidad relacional a todo consultante que llega a su puerta necesitará desarrollar un amplio repertorio. Para algunos consultantes, los mensajes verbales de calidez no son confiables, o quizás no tan confiables como, por ejemplo, el contacto físico, pero por otra parte hay clientes para los cuales ser tocado puede percibirse como una agresión. En el recuadro 5.6 presentamos una lista de diversas maneras en las cuales los counselors comunican su calidez. No se trata de una lista completa, pero puede ser útil para ayudar al counselor a reflexionar acerca de su propio repertorio y cómo ir ampliándolo.

  Recuadro 5.6

Maneras de comunicar calidez   Cada counselor tendrá su propio repertorio de formas de comunicar calidez. Es interesante que analicemos si nos resulta fácil o difícil expresar nuestra calidez por medio de cada una de las siguientes maneras:   ir a la puerta a recibir al consultante saludarlo dándole la mano llamarlo por su nombre de pila sonreír usar un tono de voz cálido mantener contacto visual reírnos cuando cuenta un incidente gracioso usar palabras que expresen calidez mostrar auténtico interés en el consultante acercarnos a él tocarle el brazo tocarle el hombro tomarlo de la mano darle un abrazo. La calidez ayuda a desarrollar confianza en la relación de counseling. Muy poca calidez hará que el desarrollo de la confianza y el proceso de counseling sean más lentos. Habrá

también algunos casos en los que una muestra de demasiada calidez por parte del counselor, por muy auténtica que sea, puede ser difícil para algunos consultantes. Estos casos van a ser raros y se limitan a consultantes que son particularmente suspicaces de la calidez de otras personas. En estas circunstancias sería un error que el counselor dejara de mostrar calidez porque eso simplemente repetiría el ciclo de rechazo al que nos referimos antes. En lugar de hacerlo, debería continuar mostrando calidez, pero quizás usar otros métodos de su repertorio que sean menos poderosos. Sin embargo, el counselor centrado en la persona no sólo haría eso: sería abierto acerca de lo que está haciendo, porque el objetivo no es simplemente lograr una comunicación fluida con el consultante, sino usar su relación para descubrir dimensiones terapéuticas. El recuadro 5.7 describe al counselor mostrando su trabajo de esta manera. En el capítulo 6, cuando consideremos el uso más pleno del sí mismo del counselor, presentaremos más ejemplos de este tipo.   Recuadro 5.7

Una lágrima demasiado lejos   Sandra y su cliente, Simón, son muy diferentes con respecto a las expresiones de calidez con las que se sienten cómodos. Para Sandra, la calidez surge con

facilidad y puede expresarse plenamente. Para Simón, la calidez es difícil; en el pasado no era algo en lo que pudiera confiar, por lo tanto se siente incómodo con las manifestaciones de efusividad. Esta vez, Sandra ha reaccionado a la lucha de Simón; sintió todo su esfuerzo y sus “pequeños pasos” para acercarse a las personas de su entorno. Cuando él finalmente termina y la mira a los ojos, Sandra se encuentra respondiéndole con una sonrisa brillante; pero no es sólo una sonrisa; también hay una lágrima en sus ojos. Es una poderosa muestra de calidez, demasiado fuerte para Simón en ese momento. Sandra dice: “Lo lamento Simón, acá se me fue la mano… ya te resulta bastante difícil sin que yo te haga esto. Trataré de ser más respetuosa de tu forma de ser. Pero también yo lo sentí, sentí lo mucho que estás esforzándote”. El recuadro 5.7 presenta un ejemplo del delicado equilibrio en el cual el counselor respeta la manera de ser del consultante –las cosas con las cuales se siente cómodo y aquellas con las cuales no se siente cómodo– pero también desea y puede trabajar con las diferencias que hay entre los dos. Lo que es fundamental para esto es la disposición del counselor centrado en la persona a comentar sobre su propia experiencia y comportamiento: mostrar su trabajo abiertamente (ver capítulo 6), en lugar de esconderse detrás de su propio misterio.

Tocarse es una manera natural –literalmente– en que un ser humano se acerca a otro, pero en algunas culturas a muchos profesionales les resulta muy difícil demostrar su calidez a través del contacto físico. Es un círculo vicioso: cuando en una cultura no hay mucho contacto físico éste empieza a ser objeto de temor, desconfianza y se lo usa poco. Sin embargo, cuando se produce el contacto físico en counseling, por lo general, es experienciado como perfectamente natural y para nada disruptivo del flujo de comunicación que se está produciendo. Para algunos counselors el uso del contacto físico les surge con facilidad, mientras que para otros es algo que se desarrolla lentamente. La dificultad está centrada en que uno confíe en su forma de contacto físico; sabiendo cuándo es una genuina respuesta hacia nuestro consultante más que algo impuesto desde nuestra propia necesidad. A medida que el counselor explora su uso del contacto físico, puede descubrir momentos en los cuales es una imposición de su parte y aprenderá a reconocer estas señales. Un ejemplo posible de contacto físico impuesto es el del profesional cuyo abrazo a sus consultantes no es una expresión de calidez y de deseo de estar junto con sus sentimientos, sino una manera de decir algo así como “bueno, bueno… deja de llorar… ¡porque no lo puedo soportar!”. Debemos reconocer que desde la primera edición de este libro, hace diecinueve años, la cultura del counseling ha cambiado más en relación con el contacto físico que con ninguna otra dimensión del comportamiento del counselor.

Por cierto, hay un temor racional y evidente de que algunos counselors abusen de su poder a través del contacto. Pero el temor de esa posibilidad trajo como consecuencia que en algunas instituciones de counseling se abstengan de todo tipo de contacto físico. En otras profesiones mucho menos avanzadas en el proceso de institucionalización (Mearns, 1997b), se observa un reposicionamiento similar con respecto al contacto físico. Por ejemplo, una maestra de escuela primaria que en 1988 hubiera sentado en su falda a un alumno lastimado, abrazándolo, probablemente hoy en día, reciba el consejo de su gremio y de su director de mantener estrictamente la falta de contacto. La trabajadora social que consideraba seriamente su tarea de tener un niño a su cuidado, en 1988 podría haberle dado un abrazo maternal, pero mantendría su “distancia profesional” en el presente. De hecho, esta imaginaria profesional puede no estar haciendo una elección totalmente segura al obedecer protocolos que prohíben el contacto físico con niños a los que está cuidando. No es descabellado imaginarnos que así como aquellos que usaron el contacto físico para abusar hace veinte años, esta trabajadora pueda enfrentarse con una demanda legal de acá a veinte años. El litigante razonablemente puede acusar a la trabajadora y a su agencia de causar daño psicológico permanente y de no remediar el daño anterior al dejar de proporcionarle contacto físico apropiado. La acusación sería difícil de rebatir porque existen muchas investigaciones valiosas que confirman la importancia del contacto físico en el desarrollo de la persona (Lambers, 2002).

Siendo dos hombres en una profesión donde los consultantes suelen ser vulnerables y dado que los hombres son con frecuencia los abusadores, sentimos dolorosamente este dilema. Ambos hemos lidiado, cada uno a su manera, con este tema, y nos hemos brindado enorme apoyo mutuo. No hay una respuesta fácil a este dilema: en verdad, nuestra preocupación personal con respecto a este tema queda mejor expresada por la conclusión de que “no hay respuesta en una sociedad enferma”. Sin embargo, seguimos creyendo que el counseling centrado en la persona es un esfuerzo que se basa en nuestra humanidad y si, en nuestro trabajo, renunciáramos a algunas dimensiones de nuestra humanidad estaríamos ofreciendo una farsa a nuestros consultantes y a nosotros mismos. Entonces, no nos vamos a abstener de dar un toque gentil en la mano o en el hombro, un contacto que surja espontáneamente de nuestro sentido de estar en contacto con otro ser humano. Ni nos vamos a abstener de ofrecer un abrazo sincero cuando genuinamente deseemos ofrecerlo y cuando nuestro consultante quiera recibirlo. En estos casos, seremos respetuosos de nuestros consultantes y nos ocuparemos de apreciar lo que está experienciando. Pero nos negamos a renunciar a nuestra humanidad en nuestro trabajo, y una parte esencial de nuestra humanidad es que somos seres corporales. El peligro que corremos al escribir estas palabras es que algunas personas lo pueden tomar como un permiso para ser abusivos. No hay manera de resolver este dilema. Quizás termine silenciándonos como escritores o corte nuestra

carrera como profesionales, pero conservado nuestra integridad.

al

menos

habremos

Foco en la condicionalidad En páginas anteriores de este capítulo, afirmamos que la mayor parte de lo que nos gusta en la vida cotidiana es condicional. Implícito en cada relación hay todo un conjunto de condiciones que pueden completar las oraciones: “me gustarías más si tú…”, “no me gustarías tanto si tú…”. Hasta en relaciones muy estrechas gran parte del aprecio de una persona por otra sigue estando condicionado a que el otro “no cambie demasiado” o “me siga amando” o un gran número de otras condiciones. El counseling no es la vida de todos los días, y la consideración positiva incondicional no es lo mismo que nuestro aprecio condicional. El desafío para el counselor centrado en la persona es mejorar su seguridad en sí mismo, su estabilidad y su autoaceptación de modo tal que tenga menos necesidad de encontrarse con el otro de manera autoprotectora, generando así condicionalidad. En el proceso de formación de los counselors, se pone mucho énfasis a su autoaceptación y, por su importancia, nos hemos referido a este tema en reiteradas oportunidades. Un primer paso para el counselor sería tomar conciencia de los diferentes tipos de situaciones en las que probablemente encuentre dificultades con el tema de la condicionalidad. El recuadro 5.8 reproduce veintiséis situaciones que se utilizaron en un programa voluntario de formación de counselors de parejas para ayudarlos a investigar la condicionalidad de su aprecio (Mearns, 1985).

  Recuadro 5.8

¿Cuán condicional es mi aprecio?   En un ejercicio para explorar la condicionalidad, se les presentó a counselors de parejas la siguiente lista de veintiséis situaciones y se les pidió que reflexionaran cuán fácil o difícil les podría resultar aceptar a estos clientes:   Un marido que cuestiona tu competencia como counselor. Un marido que dice: “Mi esposa me prometió obedecerme y eso es lo que debe hacer, no hay nada más que discutir”. Una feminista que ha llegado a sentir desagrado por los hombres en general, incluyendo a su esposo. Una mujer que dice: “Quiero dejarlo porque es aburrido y conocí a alguien más joven”. Un consultante que dice malas palabras constantemente. Un consultante que habla sin parar, pero nunca sobre sus sentimientos. Un traficante de drogas que las vende en escuelas primarias. Un minero que habla acerca de “romper cabezas” en la línea de piquetes.

Un adicto a la heroína. Un cristiano evangélico que siempre parece estar tratando de convertirte. Un padre que ha golpeado a su bebé. Un consultante que nos revela que es gay. Una pareja que te dice: “No nos ayudaste para nada, y si nada sucede en esta sesión, no vamos a venir más”. Una mujer que siente que su esposo debería tomar todas las decisiones importantes en la relación. Un marido que permite que su esposa lleve adelante toda la conversación y te mira como diciendo “qué derecho tienes de meterte en mi vida”. Una pareja que repetidamente te acusa de no darles la solución para su problema. Un policía que habla de “romper cabezas” en la línea de piquete. Un hombre joven que ha asaltado a una anciana. Una consultante que te dice que es lesbiana. Un consultante que parece que nunca cambia. Una mujer que acepta que ser golpeada regularmente es una parte normal de la vida de casada. Un marido que habitualmente golpea a su esposa. Un consultante que se queja sobre su vida pero no parece estar tratando de cambiar. Una madre que ha golpeado a su bebé. Un consultante que te dice que está enamorado de ti. Una consultante que te dice que está enamorada de ti.  

Una exploración como la del ejercicio del recuadro 5.8 puede comenzar el proceso por el cual el counselor clarifique sus valores, porque la probablilidad de que aplique la condicionalidad en la consideración de su consultante es mayor cuando se vulneran o amenazan dichos valores. Tener conciencia de ellos y de los efectos que probablemente tengan en su aceptación puede, por sí mismo, darle al counselor un cierto grado de control. Más aún, la conciencia de los valores también le da la oportunidad de cuestionar la base sobre la que se sustentan y de continuar explorándolos. A veces, puede darse cuenta de que el valor no se fundamenta en su experiencia real, sino que lo ha introyectado de sus padres y ya no cumple ninguna función importante en el presente. Sin embargo, en otros casos, el counselor se dará cuenta de que el valor que está siendo desafiado tiene una base muy firme en su propia psicología. Puede, por ejemplo, estar enraizado en sus propias necesidades y temores. En estos casos, aceptar al consultante en forma incondicional puede resultar particularmente difícil y hasta amenazante para el counselor. Tanto la supervisión como la formación en el enfoque centrado en la persona implican prestar continua atención al desarrollo personal del counselor y se ocupan de descubrir y comprender las necesidades y temores que pueden llevarlo a la condicionalidad. El recuadro 5.9 presenta el ejemplo de un counselor en formación que descubre las necesidades personales que habían inhibido su trabajo. En este caso, las necesidades estaban relacionadas con su valoración del enfoque centrado en la persona: el counselor descubrió que

su aceptación de los consultantes estaba condicionado, hasta cierto punto, a si ellos seguían los valores centrados en la persona.   Recuadro 5.9

¿Puede el enfoque centrado en la persona aceptar a su opuesto?   En el siguiente extracto, una counselor en formación habla con su supervisor acerca de su desarrollo a lo largo del año anterior y en particular acerca de dos obstáculos importantes que logró superar: Los temas más críticos para mí este año fueron: primero, darme cuenta de mi bajo nivel de aceptación hacia los consultantes que solamente parecían querer hablar acerca de sus pensamientos en lugar de explorar sus sentimientos. Por supuesto, yo estaba tan convencida de la importancia de los sentimientos que pensé que todo consultante se iba a dedicar a ellos de inmediato; es una de las cosas que el enfoque centrado en la persona da tan por sentado que seguí empujando a mis consultantes por ese camino y mi nivel de aceptación frente a esa resistencia era muy bajo. El otro obstáculo, relacionado con el anterior, fue más difícil de superar: me resultó muy difícil aceptar a una consultante que parecía decidida a avanzar en una dirección (que parecía

ser) opuesta a la del crecimiento… Es como si todo mi trabajo con los consultantes estuviera, a un nivel fundamental, condicionado por el hecho de que se muevan con dirección al crecimiento… condicionado por el hecho de que confirmen la hipótesis del enfoque centrado en la persona. Tuve grandes dificultades con esta consultante que parecía decidida a volver con su esposo, que la maltrataba físicamente de manera habitual. Pude permanecer abierta a sus pensamientos cuando planteaba que lo abandonaría, pero cada vez que hablaba de la posibilidad de volver con él yo la llevaba “a reflexionar acerca de eso más profundamente”. La pobre mujer pronto se dio cuenta de que sólo podía darme esa parte de ella que quería dejar a su esposo; mientras tanto, la otra parte, la que quería continuar con su matrimonio, permanecía sin ser examinada, misteriosa y aún más imperiosa. Fue a través de esa consultante que me di cuenta de que el enfoque centrado en la persona era mucho más desafiante de lo que yo jamás había pensado, porque para estar verdaderamente centrado en la persona uno tiene que valorar al cliente que puede estar yendo en la dirección opuesta al crecimiento; opuesta a todo lo que uno valora. A veces, las necesidades y los temores del counselor están relacionadas con el encuadre institucional en el cual está trabajando. Como es de esperar, las instituciones están centradas en la institución más que en la persona, y sus

consultantes rara vez son aceptados incondicionalmente. Por lo tanto, el counselor que trabaja en una institución puede ser objeto de críticas si no es condicional. Por ejemplo, el counselor escolar puede ser criticado por sus colegas por valorar a un alumno revoltoso, o el psicólogo clínico puede encontrarse con dificultades con el personal psiquiátrico que ve su aceptación de un paciente “manipulador” como algo ingenuo. El counselor centrado en la persona temerá, lógicamente, este tipo de presiones porque la pérdida de credibilidad a los ojos de un colega es una severa sanción. No sería sorprendente que el counselor, gradualmente, se volviera más condicional con sus consultantes y reflejara la condicionalidad de su institución. No hay una respuesta fácil a este problema del trabajo institucional. El counselor podría responder quejándose del hecho de que su institución no sea centrada en la persona. Desde el punto de vista psicológico la queja lo ayuda a reducir la disonancia que siente entre lo que quiere hacer y lo que se espera que haga. De esta manera la queja, en realidad, nos ayuda a obedecer las demandas externas y a ir en contra de nuestra conciencia (Millgram, 2004). Una respuesta más desafiante es valorar a la institución por lo que tiene que ser –“centrada en la institución”– y trabajar dentro de su política sin abandonar nuestros principios. Este importante tema, el de la aplicación de los principios centrados en la persona dentro de la política de las instituciones es tratado en otros libros (Mearns, 2006 b; Mearns y Thorne, 2000: capítulo 2).

La consideración positiva incondicional no tiene que ver con “ser agradable1” Algunas veces, la consideración positiva incondicional se malinterpreta y se toma como “ser agradable” con el consultante, pero no se trata de eso: se trata de valorarlo profundamente y, al mismo tiempo, no imponerle exigencias condicionadas. “Ser agradable” es una máscara social: es una cara que proyectamos al mundo para cubrir lo que realmente sentimos o para evitar cualquier juicio negativo. Ser amable no ayuda al consultante a comprobar nuestra incondicionalidad y a confiar en ella. Ser amable no le da a nuestro consultante una experiencia de calidez humana; en realidad, como suele usarse como una manera de disfrazar otras respuestas, puede dejar al consultante sintiéndose definitivamente frío. Ser amable tiene más que ver con una superficialidad relacional que con la profundidad relacional. Una de las primeras tareas en el entrenamiento centrado en la persona es desafiar al “profesional agradable” a encontrar, en su respuesta hacia los otros, qué es auténtico y qué no lo es. A veces, las personas son genuinamente agradables, no están aparentando serlo; son así en la mayoría de los contextos. Sin embargo, el hecho de que esta “amabilidad” sea congruente no minimiza las dificultades con las que se van a encontrar. Algunos consultantes se van a deleitar con el ambiente cálido y seguro que les ofrecen y

van a sufrir un shock cuando este counselor tan agradable les presente desafíos relacionales. A otros les va a costar creer en el counselor agradable: vieron a demasiadas personas “siendo agradables”.   A continuación, presentamos tres afirmaciones que una counselor centrada en la persona hizo a su consultante, comentarios que pueden ser juzgados como “no agradables”. Sin embargo, dentro de la específica relación en la cual se hizo cada uno de ellos fue profundamente valorativo del consultante:   ¡Me siento furiosa contigo! Siento que volviste a abandonarme. Entonces, así son las cosas; ¿esperas que empaque las cosas y me vaya?   Cuando leemos afirmaciones específicas del counselor como éstas, es importante no transponerlas a otros contextos e imaginarnos usándolas con nuestros propios consultantes. Cualquiera que sea la naturaleza de estas afirmaciones, esto rara vez funciona, porque las afirmaciones específicas nacen de una relación en particular y no pueden ser transpuestas a otra situación de manera literal. Lo que sí puede transponerse, sin embargo, es el intento de comunicación del counselor que subyace a estas afirmaciones. Las tres afirmaciones anteriores se extrajeron del trabajo de una counselor con su cliente John. La intención de la counselor detrás de todas ellas era doble:

  1. Hacer contacto con John; encontrarlo en un nivel más profundo que las pautas normales que John utilizaba para mantener al otro a distancia. 2. Mostrar a John que a ella, la counselor, realmente le importaba y que también le importaba el trabajo que estaban haciendo juntos; un darse cuenta que era difícil para John.   La counselor de John recoge este comentario en sus propias palabras: John es un personaje bastante escurridizo: avanza unos pasitos en las relaciones, luego se asusta y se retira. Pero éste es un patrón complejo, porque generalmente logra que las otras personas se sientan frustradas, irritadas y enojadas de modo que se alejan de él. Yo también me sentí frustrada, irritada y enojada, pero no me retiré. Cuando le dije “me siento enojada contigo”; “Siento que me abandonaste otra vez”; “Entonces, así son las cosas: ¿esperas que empaque mis cosas y me vaya?” estaba expresando mi consideración positiva por él y no estaba siendo condicional. Sabe que no le estoy diciendo “no hagas estas cosas”, lo que estoy diciendo es “John, sé que tienes que hacer estas cosas; y así es como otro ser humano se siente en relación contigo”. Lo que le estoy diciendo es: “Tú me importas”, “Relacionarme contigo me importa”, “Voy a pelear por nuestra relación”, “Sí, puedes cerrarte e irte, acepto que

lo hagas; sé que lo haces y sé que tú sabes que yo sé que lo haces”. “Pero al mismo tiempo que acepto eso en ti no voy a ser cómplice de lo que haces. ¡No voy a hacer menos de lo que te estoy ofreciendo porque necesites retirarte!”. Mi comentario irritado “me siento furiosa contigo” es la versión resumida de todo esto. Es probable que al menos una parte de John sepa que esto lo abarca todo; si no, se lo voy a decir. Los adherentes al enfoque centrado en el cliente estrictamente no directivo (Bozarth, 2001; Brodley y Schneider, 2001) pueden sentir una divergencia en este aspecto, en el enfoque más relacional descripto en este libro. En la terapia centrada en el cliente no directiva hay una tendencia a proscribir ciertos comportamientos del counselor que podrían ser vistos como ofrecer una dirección al consultante: La consideración positiva incondicional también se comunica por la ausencia de comunicaciones que presenten un desafío, confrontación, intervenciones, críticas, orientación no solicitada o palabras tranquilizadoras o de apoyo. Ya sean intencionales o no, si cualquiera de estos tipos de comunicación que estamos omitiendo fueran expresados, probablemente serían percibidos como la expresión de aprobación condicional del terapeuta o de desaprobación explícita. (Brodley y Schneider, 2001:157).

No disentimos con la intención que se encuentra detrás de este consejo: evitar que se desarrolle una relación en la cual el consultante ceda su poder personal al counselor. Todos compartimos la visión de que es fundamental para el enfoque que el consultante permanezca en el centro con respecto a su locus de evaluación. La diferencia es que nosotros no buscaríamos lograr esto ni prescribiendo ni proscribiendo comportamientos específicos del counselor. Irónicamente, en el enfoque centrado en el cliente/en la persona, el tema de la directividad se ha tratado centrándolo en el counselor. Los comportamientos en la cita de Brodley y Schneider están proscriptos porque “posiblemente sean percibidos” como condicionalidad. En verdad, esto pone en evidencia que se tiene muy poca confianza en las habilidades del consultante para relacionarse con el counselor y, al mismo tiempo, mantener su sentido de sí mismo. Históricamente, el debate acerca de la directividad ha oscilado entre estos dos extremos: proscribir comportamientos específicos del counselor o confiar en la integridad del consultante. Nuestro punto de vista es que no es particularmente centrado en la persona aferrarse a ninguno de estos dos extremos, porque ambos plantean supuestos sobre la naturaleza del consultante. En una postura, el consultante es fácilmente influenciable; en la otra, se puede confiar en que los consultantes van a conservar plenamente su integridad. Una posición más centrada en el cliente/en la persona es reconocer que los consultantes varían mucho entre ellos, y que nuestro objetivo es reconocer y responder a su individualidad.

Entonces, con un consultante cuyo locus de evaluación esté profundamente externalizado, el counselor tendrá mucho cuidado en evitar comportamientos que probablemente sean directivos. De hecho, este desafío es considerable porque una persona tan vulnerable está tan necesitada de las evaluaciones del otro –incluso para juzgar sus propios sentimientos– que va a extraer directividad hasta de las más pequeñas pistas.   Counselor: ¿Por qué tomaste esa decisión? Consultante: Porque fue la decisión que consideraste mejor para mí. Counselor:

¿Qué te hizo pensar eso?

Consultante: Sonreíste más cuando me refería a tomar esta decisión que cuando hablé acerca de tomar la otra.   Al trabajar con este consultante, nuestro comportamiento en general se verá similar al de un terapeuta no directivo centrado en el cliente, aunque también desearemos incluir frecuentes revisiones para chequear qué es lo que está recibiendo el consultante de nuestra comunicación. Un ejemplo de este trabajo se presenta en el capítulo 6 y en un caso descripto en Mearns (2003: 80-3), en los cuales hubo innumerables revisiones en cada sesión, ya que el consultante era muy vulnerable a la influencia.

Por otro lado, con un consultante diferente –uno que puede tener más control en relación con su locus de evaluación– no sería particularmente centrado en el cliente/en la persona ignorar sus diferencias. Si estamos buscando establecer una relación con este consultante, necesitamos confiar en que tiene la capacidad de ser él mismo con respecto a nosotros. Tal fue el caso en el trabajo con el consultante John, quien después de describir una nueva oferta de trabajo en términos entusiastas, le preguntó a su counselor si debería tomarlo. La respuesta de la counselor fue claramente “directiva”:   Counselor: Por supuesto que deberías tomarlo, suena bárbaro. John:

(pausa) Sí, cuando lo expresas de esa manera, sí suena bien, ¿no? Ahora veamos cómo suena si lo expresamos de otra manera…

  La counselor de John sabía que él tenía un locus de evaluación suficientemente internalizado como para hacer su propio proceso de toma de decisiones. Su respuesta directa y afirmativa no era directiva para John –más bien el joven la usaría como un espejo que reflejara su propia formulación. En el énfasis relacional propio del counseling centrado en la persona, el profesional se encontrará vinculándose de muchas maneras diferentes con una amplia gama de

consultantes. Prescribir o proscribir algún tipo de comportamiento en particular dentro de esta amplia gama, negaría la unicidad de su consultante y la unicidad de la relación que él construirá artesanalmente con cada uno. También representa un desafío para él. Si en lugar de desplegar una serie de comportamientos consistentes con todos sus consultantes desea encontrarse con cada uno de manera diferente, necesitará cultivar una gran amplitud y profundidad en su ser. De eso se trata nuestro próximo capítulo, de ayudar al counselor a ensanchar y profundizar lo que puede ofrecer en el consultorio, ayudarlo para que llegue a ser más plenamente congruente.

1 Ver Glosario al final del libro. (N. del E.).

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CONGRUENCIA ¿Por qué es importante la congruencia? Resonancia Metacomunicación Incongruencia Guías para la congruencia ¿Cómo puede el counselor desarrollar su congruencia? Las tres condiciones combinadas     Hacia el final del período de su vida dedicado a desarrollar la terapia centrada en la persona, Rogers escribió: Creo que la autenticidad del terapeuta en la relación es el elemento más importante. Cuando el terapeuta es natural y espontáneo parece ser más efectivo. Probablemente sea una “humanidad entrenada”, como propone uno de nuestros terapeutas, pero en el

momento es la reacción natural de esta persona. Por lo tanto, nuestros terapeutas, tan distintos entre sí, logran buenos resultados de maneras muy diferentes. Por ejemplo, a un terapeuta le resulta más efectivo un estilo impaciente, práctico, del tipo “pongamos las cartas sobre la mesa”, porque así está siendo él mismo más abiertamente. Para otro, puede ser un enfoque mucho más amable y más obviamente cálido, porque ésta es la forma de ser de este terapeuta. Nuestra experiencia ha reforzado profundamente y extendido mi propio punto de vista de que la persona que es capaz de ser abiertamente él mismo en ese momento, tal como es capaz de ser en sus niveles más profundos, es el terapeuta efectivo. Quizás ninguna otra cosa tenga mucha importancia. (Rogers, 1973: 186). Si la afirmación de Rogers es correcta, nos enfrentamos a un desafío emocionante que, a la vez, nos despierta temor. Es emocionante pensar que lo que puede ser más sanador es la humanidad única del otro, ofrecida en el encuentro. Pero también nos puede confrontar con la temible posibilidad de que no tengamos el coraje de hacer frente a este desafío.   Recuadro 6.1

¿Puedo animarme a ser yo?   En respuesta a mi consultante, ¿puedo animarme a:

  sentir los sentimientos que tengo adentro? abrazar a mi cliente cuando siento que lo necesita? mostrar mi enojo cuando es intenso? admitir que estoy distraído cuando me lo preguntan? admitir mi confusión cuando persiste? expresar mi irritación cuando va en aumento? expresar mi afecto en palabras cuando lo siento? gritar cuando me siento furioso? ser espontáneo aunque no sepa qué puede llegar a pasar? ser fuerte y a la vez amable? ser amable y al mismo tiempo fuerte? usar mi aspecto sensual en relación con mi cliente? dejar de esconderme detrás de mi fachada profesional? ¿Me animo a ser yo en respuesta a mi cliente?   La congruencia plantea preguntas desafiantes como las del recuadro 6.1, pero sólo se trata de un desafío porque los profesionales de ayuda generalmente adherimos a una norma de incongruencia. En verdad, solemos horrorizarnos del nivel de incongruencia que encontramos en los servicios de salud mental. ¿Tiene sentido trabajar con consultantes y pacientes que luchan con su propia incongruencia, ofreciéndoles nuestra propia incongruencia relacional? El hecho de que esta pregunta no se considere seriamente en

los servicios de salud mental necesita ser estudiado desde una perspectiva sociológica y psicosocial. La relación incongruente está tan profundamente integrada en nuestra cultura que hasta se la considera como una realidad saludable y hasta sofisticada. Como seres humanos usamos nuestras grandes habilidades para cultivar nuestra incongruencia para que nos proteja de que los demás nos vean como somos realmente. Como lo describimos en otra parte, creamos “cortinas de encaje y rejas de seguridad” (Mearns, 1996; 1997a) para escondernos de los otros y, en connivencia con los otros, desarrollamos normas restrictivas para asegurarnos de que nuestra manera de relacionarnos minimice la posibilidad de encontrarnos unos con otros libremente (Mearns, 2003: 67–8). Si fuéramos capaces de liberarnos lo suficiente de nuestras normas culturales de incongruencia, podríamos cuestionar nuestra posición; podríamos hasta considerar a nuestra cultura en términos de su patología colectiva de incongruencia. Esta revisión crítica de la incongruencia en las relaciones sociales es, por supuesto, sólo uno de los temas. Del mismo modo, desde una perspectiva psicosocial, podríamos maravillarnos ante la sofisticación del ser humano que es capaz de presentar diversas caras en una amplia gama de contextos sociales. Esa diversificación tiene un enorme valor de supervivencia para un ser social. Le permite presentar la apariencia que considera más adecuada para sus propósitos en diferentes contextos. Es así como el niño rápidamente aprende a valorar la incongruencia en las relaciones. Por ejemplo, si Jill se da cuenta de que su enojo es

consistentemente

desaprobado, puede transponerlo en tristeza y así lograr que la consuelen. Si Jack se da cuenta de que su tristeza no se adecua a la imagen de quien lo está criando de lo que significa ser hombre, entonces siempre puede transponerla a una que encaje mejor, el enojo. Si años más tarde Jack y Jill se conocen y forman una pareja, podría haber trabajo para un counselor de parejas en las primeras etapas de su relación. Si no tuviéramos la capacidad de ser incongruentes sería difícil mantener nuestras complejas estructuras sociales actuales. Por ejemplo, confiamos mutuamente en que podremos dejar a un lado nuestras preocupaciones presentes para desempeñar los distintos roles que nos tocan en los sistemas sociales. Esa confianza mutua en la capacidad de cada uno de nosotros de ser incongruentes nos permite relacionarnos con esos sistemas con, al menos, una sensación de seguridad. Si no pudiéramos predecir que nuestra dentista –a pesar de lo que le está pasando internamente–

va

a

cumplir

su

rol

profesional,

¡no

dejaríamos que nos pusiera el torno en la boca! Definimos la empatía como un proceso, la consideración positiva incondicional como una actitud y ahora definimos la congruencia como un estado de ser del counselor en relación con su cliente: Congruencia es el estado de ser/estar del counselor cuando

la

consultante

exteriorización se

ajusta

de

sus

respuestas

consistentemente

experiencia en su interior con respecto a él.

a

lo

al que

El counselor es congruente cuando está siendo abiertamente la persona que es en respuesta a su consultante, cuando la manera en que está actuando refleja lo

que

está

experienciando

interiormente,

cuando

su

respuesta a su consultante es lo que experiencia y no una defensa o una simulación. Por otra parte, cuando simula ser “inteligente”, “competente” o “bondadoso” está siendo falso en relación con su consultante: su comportamiento externo no es congruente con lo que está sucediendo en su interior. Moustakas habla de la importancia de su congruencia en el trabajo psicoterapéutico con niños: Vi que debo dejar de jugar el rol de terapeuta profesional y permitir que mis potenciales talentos y habilidades, toda mi experiencia como ser humano, se mezclen naturalmente en la relación con el niño y, siempre que sea humanamente posible, encontrarme con él como una persona entera. (Moustakas, 1959: 201). La congruencia no es un concepto complicado; sin embargo, es el más desafiante para el counselor centrado en la persona que está en los comienzos de su desarrollo. La dificultad reside en aprender a desafiar los sofisticados sistemas de incongruencia que fuimos desarrollando como parte de la socialización que antes describimos. Parece fácil sugerirle al nuevo counselor que simplemente exprese sus respuestas

como

las

va

experienciando

en

lugar

de

reservárselas o disfrazarlas de alguna manera incongruente. Pero le resulta realmente difícil cuestionar su socialización y

tiene que pasar un tiempo en el nuevo contexto de aprendizaje, en el ambiente donde se está formando, donde quienes están a su alrededor comparten la tarea de crear una comunidad congruente en la que pueda producirse ese reaprendizaje. En ese ambiente puede aprender sobre su incongruencia y cómo expresar su congruencia. Aprender que puede ofrecer libremente a sus consultantes la mayor parte de la persona que es y que es saludable tanto para sí mismo como para ellos. También puede aprender acerca de aquellas partes que le resultan difíciles, partes que están fuertemente relacionadas con sus necesidades o miedos que se entrometen y distorsionan el espacio psicológico para el cliente. Gradualmente puede aprender a confiar y usar una gama más amplia de aspectos de quién es como persona así como sonreír y ser paciente con las partes que todavía están en proceso de reconocimiento y reivindicación. Como sucede con la consideración positiva incondicional, la congruencia recibe distintos nombres de uso habitual, uno de los cuales es autenticidad. Esto puede producir confusión a los estudiantes nuevos, ya que en el lenguaje cotidiano la palabra autenticidad implica algún grado de control consciente, o sea que una persona puede elegir si va a ser genuina o no. Sin embargo, como veremos más adelante en este capítulo, la incongruencia por parte del counselor no necesariamente implica una reserva deliberada. Por el contrario, puede surgir de una total falta de conciencia con respecto a sus sentimientos hacia su consultante. Otra palabra que a veces se usa es transparencia, un término que Sid Jourard (1971) hizo famoso en su libro The Transparent

Self (El sí mismo transparente). Sin embargo, Germain Lietaer (2001), en lo que, por lo demás, es un texto muy inspirador, confunde a los estudiantes al restringir la palabra congruencia a la conciencia exacta que el counselor tiene de su experienciar, y adopta la palabra transparencia para la comunicación de lo que está experienciando. Otros términos alternativos son ser verdadero y autenticidad. Éstos tienen la ventaja de describir cómo el consultante suele experienciar esta dimensión: “Ella (la counselor) se comporta como una persona real, parece verdaderamente auténtica en la manera en que se relaciona conmigo”. Una desventaja de estos términos, por otra parte, es que nos plantean la pregunta de qué es auténtico o real: ¿el counselor deja de ser real cuando se comporta defensivamente y esconde sus respuestas o reacciones? La palabra congruente tiene la ventaja de enfatizar que lo que se está describiendo es la contigüidad entre lo que experiencia el counselor en su interior y su comportamiento externo. Sin embargo, hasta el término más usual puede ocasionalmente presentar dificultades al estudiante que está comenzando, quien lo confunde con la noción de “congruencia entre dos personas”. El estudiante puede tomar la afirmación: “el counselor fue perfectamente congruente con el consultante”, como queriendo decir que “el counselor estuvo perfectamente en sintonía con su consultante”, con lo que ya desde el principio puede surgir una confusión entre congruencia y empatía. Ya sea que usemos autenticidad, transparencia, ser verdadero, o el término que preferimos, congruencia, es útil

resaltar sus dos facetas diferentes:   1. la conciencia del counselor de lo que está experienciando 2. la comunicación experienciando.  

del

counselor

de

lo

que

está

Para ser congruente en respuesta a su consultante, el counselor necesita ambas cosas, la conciencia de lo que está experienciando (1) y la disposición a expresarlo (2). Éstas son capacidades bastante diferentes y los counselors que se están formando encuentran que ambas presentan diferentes exigencias. Volveremos a esta distinción más adelante en el capítulo cuando consideremos diferentes formas de incongruencia.

¿Por qué es importante la congruencia? Así como sucede con la empatía y la consideración positiva incondicional, la congruencia hace que sea más fácil para el consultante confiar en el counselor y en el proceso de counseling. Si reconoce que el counselor es congruente, entonces sabrá que la respuesta que reciba de él puede ser aceptada como abierta y honesta. Sabe que el counselor no está interesado en manipularlo; en consecuencia, puede sentirse más libre en su relación. En el enfoque centrado en la persona, la congruencia disipa el misterio sobre el counselor. El misterio evoca la ilusión de poder, la transparencia la disipa. Como dijimos en el capítulo 5, en la formación de counselors centrados en la persona, el counselor (y también su formador) enfrenta el desafío permanente de “mostrar su trabajo” al consultante (o a la persona en formación). Así como el docente alentará a sus alumnos para que intenten resolver un problema de aritmética y no simplemente dar su resultado, sino mostrar su trabajo –mostrar los pasos hacia ese resultado– también al counselor centrado en la persona se lo alentará no sólo a dar una respuesta potente a su consultante, sino a mostrar en detalle lo que lo llevó a esa respuesta. Esto se ejemplifica en el recuadro 6.2.

Recuadro 6.2

Mostrar tu trabajo   La disciplina del counselor centrado en la persona de mostrar su trabajo, más que limitarse a hacer una afirmación sin fundamento, poderosa y a veces misteriosa, se ilustra con las alternativas de respuesta A y B hacia el consultante Paul quien está hablando sobre dejar a su pareja:   Consultante: No tiene sentido seguir con George. Tuvimos nuestro tiempo juntos. Terminamos. Es demasiado complicado; no lo necesito. Es hora de seguir adelante. Respuesta A:

En el pasado, ante esta situación habrías dejado a tu pareja, pero ¿quizás ahora no?

Respuesta

En el pasado, ante esta situación habrías

B:

dejado a tu pareja, pero ¿quizás ahora no? Quiero decir, escucho que sigues diciendo que está terminado; que ya es hora de seguir adelante. Y, sin embargo, no estoy convencido. No sé qué es: puede ser que una o dos veces te haya visto menos convencido, más como… “quebrándote” al considerar la

posibilidad de abandonarlo. ¿Por qué tengo la sensación de que esta vez es diferente? ¿Soy sólo yo? ¿Yo queriendo que sea diferente para ti? Eso puede ser en parte lo que está sucediendo; por supuesto que quiero que las cosas sean mejores para ti. La diferencia entre las respuesta A y B es que B incluye todo lo que está detrás de la respuesta inicial. Muestra todos los aspectos que contribuyen a ella, incluyendo los elementos que pueden tener más que ver con el counselor que con el consultante. Esta respuesta más plenamente congruente reduce el misterio para el consultante, pero también le da mucho más material para seguir elaborando. Esto no quiere decir que una respuesta más críptica como la A sea siempre inapropiada. En algunas relaciones su misma brevedad puede ayudar a que el consultante se enfoque; pero el counselor seguramente querrá, más adelante, describir de dónde salió su respuesta.   “Mostrar tu trabajo” desmitifica las palabras del counselor y reduce la posibilidad de que impacten de una manera que no ayude al consultante. Más aún, muestra la humanidad que está detrás de las palabras del counselor, un tema central en las relaciones terapéuticas centradas en la persona. Mostrar el trabajo no es difícil; sin embargo, es sorprendente

observar con cuánta frecuencia los counselors centrados en la persona no lo hacen con sus consultantes (ni los formadores con sus estudiantes). Por supuesto, al mostrar nuestro trabajo mostramos nuestra transparencia; quizás, sea difícil despojarnos de todo el ropaje de misterio y de poder y exponernos en toda nuestra vulnerabilidad. No cabe duda de que puede existir confianza en las relaciones en las cuales el counselor es misterioso y se esconde, pero es mucho más el tipo de confianza que uno tiene en una persona a la que se considera superior. En el enfoque centrado en la persona, el objetivo es establecer una relación más igualitaria en la cual el counselor se gane la confianza más que imponerla a través del misterio o la superioridad. La confianza que se gana el counselor congruente es la de una persona que desea estar plenamente presente como un ser humano real y que no se está escondido detrás de ningún tipo de fachada. Una segunda manera, pero relacionada con lo anterior, en la cual la congruencia puede ser importante, consiste en la disposición del counselor a ser abierto acerca de sus debilidades. Está abierto a sentirse confundido, impotente, equivocado y, algunas veces, hasta a disculparse, cuando éstas forman parte de sus respuestas congruentes a su consultante. Esta apertura con respecto a la debilidad que se pone de manifiesto puede introducir una nueva gama de posibilidades de autoaceptación en el consultante que pasa su vida temiendo su propia debilidad. Como comentó un consultante:

Me quedé como loco cuando ella (la counselor) admitió que, en realidad, no me había estado entendiendo; lo que quiero decir es que lo decía en serio y disculpándose y, al mismo tiempo, lo decía con firmeza. Si yo hubiera estado en su lugar, algo así simplemente me habría destruido. Ése fue el momento en que por primera vez me di cuenta de que era posible que alguien tuviera imperfecciones y que aún así estuviera todo bien. Una tercera razón por la cual es importante la congruencia del counselor se relaciona con el objetivo propio del counseling de que, al menos implícitamente, el consultante se está esforzando por ser más congruente. Busca ser más capaz de manifestar sus sentimientos y respuestas de una manera directa y precisa en lugar de esconderlos o disfrazarlos. Si bien “ser un modelo” no es un objetivo explícito del counselor centrado en la persona, sería muy inapropiado que el counselor transmitiera algo opuesto al resultado terapéutico deseado: realmente sería tanto impertinente como perverso que un counselor esperara alentar la congruencia de su consultante siendo él incongruente. Si bien el aumento de la confianza, la apertura con respecto a los defectos y el presentar un modelo de una manera congruente de relacionarse son efectos importantes de la congruencia, son secundarios en relación con el principal proceso terapéutico que la congruencia fomenta: un proceso único hacia esta forma de trabajar. La congruencia del counselor crea una secuencia interactiva en

la cual pueden compararse las realidades fenoménicas del consultante y del counselor. Las discrepancias que se observan entre dos realidades fenoménicas pueden aportar importante material terapéutico para el consultante o un nuevo autoaprendizaje para el counselor y, a veces, ambas cosas a la vez. Este tema es tan central en la terapia centrada en la persona que necesita una cuidadosa elaboración. Primero: la expresión realidad fenoménica puede ser poco familiar. Esencialmente significa la realidad tal como el individuo la experiencia, que puede ser diferente de cómo lo hace otra persona. Consideremos las realidades fenoménicas tanto del consultante como del counselor mientras se develan en la siguiente secuencia interactiva. El consultante Jim había faltado a tres sesiones seguidas, por diversas razones. Después de la tercera sesión que perdió, su counselor le había escrito para decirle que le gustaría verlo nuevamente, preguntándole si estaba de acuerdo. Tomamos el diálogo al principio del siguiente encuentro.   Counselor: No sabía si había pasado algo que te hubiera impedido venir las tres últimas veces, o si no estabas seguro de querer venir. Jim:

Simplemente sentido.

pensé

que

no

tenía

ningún

Counselor: ¿Que no te estaba llevando a ningún lado… o alguna otra cosa? Jim:

Fue lindo que me escribieras. Fue muy amable

de tu parte. Counselor: Estaba preocupada. No sabía qué te estaba pasando. Quería respetarte si deseabas interrumpir, pero también quería decirte “Hola Jim” en el caso de que quisieras seguir. Jim:

¿Entonces sientes pena por mí?

Counselor: No, no siento “pena” por ti Jim. Lejos de ello. Me sentí un poco “triste” por ti; habías hablado sobre lo perdido que te sentías, sentí tristeza ante eso. Pero no siento “pena” por ti. Jim:

No sientes que soy “patético”.

Counselor: Lejos de eso Jim; no siento eso y nunca lo sentí. Jim:

Pero yo estuve “patético” la última vez que nos encontramos; estuve llorando todo el tiempo, fui un tonto llorón.

Counselor: No fue así como yo lo sentí; no es como lo siento. Siento ahora, como sentí entonces, que estás tan solo; que siempre has estado tan solo. Me maravilla verte luchando tanto. No sé si yo tendría esa fortaleza. Jim:

(mira al counselor) ¿Así es como te sientes con respecto a mí?

Counselor: Sí.

Jim:

No volví porque estaba seguro de que ibas a pensar que soy “patético”.

Counselor: Estabas seguro de que es lo que yo sentía. Como si no tuvieras ninguna duda. ¿Me crees cuando te digo que es justamente lo opuesto de lo que sentía? Jim:

Es difícil… es difícil de creer… pero también es difícil no creerte a ti.

Para nuestro propósito de explorar la congruencia podemos dejar a Jim y a su counselor en este punto. Pero el lector puede ver cómo abrieron un área terapéutica potencialmente importante: las expectativas de Jim de que la emotividad que estaba mostrando fuera considerada “patética”. Si el diálogo no se hubiera dado de esta manera, con la counselor siendo lo más clara posible acerca de lo que ella realmente sentía, Jim podría haber continuado manteniendo su ilusión. Así es como lo habían visto en su niñez, tanto su padre como su madre: que él mostrara su soledad y su tristeza era “patético”. Internalizó ese juicio hacia sí mismo que posteriormente lo alienó más aún de su propia experiencia. En esta secuencia congruente, que realmente comienza con la carta de la counselor, Jim encuentra que su realidad fenoménica –que su tristeza sería considerada patética– contrasta agudamente con la realidad fenoménica que la counselor tiene de los mismos hechos. Todavía le resulta difícil aceptar la diferencia –todos los seres

humanos luchan para mantener su propio concepto de realidad– pero, como dice en su última oración, “es difícil no creerte”. Esto nos muestra cuán importante es que el counselor sea completamente creíble, completa y plenamente congruente. Necesita mostrar lo que está sucediendo en su experiencia con el mayor detalle y con la mayor exactitud posible porque está en la posición privilegiada de dar a su consultante una perspectiva alternativa acerca de la realidad. En el ejemplo anterior, el proceso terapéutico importante fue que Jim y su counselor pudieron comparar sus realidades fenoménicas y trabajar sobre la diferencia. Lo mismo se aplica aun cuando la experiencia del counselor acerca de su consultante no es tan positiva. Veamos el siguiente extracto de un diálogo entre Robert y su counselor. Robert había estado hablando acerca de la más reciente de una larga lista de rechazos por posibles parejas.   Robert:

Entonces… acá voy nuevamente; una y otra vez lo intenté pero no funcionó. Ni sé por qué lo intento, por qué me molesto. Nunca funciona; nunca me va a funcionar…

Counselor: Robert

¡PARA!

Para

justo

ahí;

¡me

estás

volviendo loca! Robert, eres un amor, ¡pero a veces me vuelves loca! Quiero sacudirte y decirte, “¡Deja ya de darte por vencido”. “Deja ya de tocar el mismo disco”. Si yo fuera un hombre joven en el cual estuvieras interesado

yo también me iría corriendo. ¡Oooh! Me siento frustrada. Tienes tanto para ofrecer en las relaciones… y para recibir de las relaciones. Pero ¿cómo puede suceder? ¿Cómo puede darse alguna vez? ¿Cómo puedes permitir que alguna vez suceda? Robert:

¿Terminaste?

Counselor: Sí. Robert:

¿Terminaste conmigo?

Counselor: No por mucho tiempo, Robert. Robert:

Supongo que es lo que hago, ¿no?

Counselor: Sigue, Robert. Robert:

(sonríe) Sí, lo hago bastante, ¿no?

Counselor: (sonríe y le guiña un ojo)   A lo largo de este libro advertimos al lector para que no crea que las respuestas del counselor que presentamos en los ejemplos se podrán aplicar directamente al trabajo con sus propios consultantes. Las secuencias interactivas como, por ejemplo, la que se produjo entre Robert y su counselor son únicas para esa relación y para ellos como personas. Sin embargo, digámoslo una vez más, la intención detrás de la respuesta del counselor sí se puede transponer a otro

trabajo. Su intención es ser lo más clara posible sobre su experiencia en relación con Robert. Eso es lo que ella le puede ofrecer a él –la realidad de una persona razonable–, como para que él lo pueda usar para examinar su propia, y diferente, realidad fenoménica. A ella no la asusta ofrecerle una perspectiva crítica sobre él mismo. Quizás a Jim no le guste –al menos al principio– pero entonces ella trabajará con su respuesta, cualquiera que sea. En este caso, Robert está un poco tenso con su “¿Terminaste?”, y con algo de humor, pero en parte en serio, él necesita confirmación cuando le dice “¿Terminaste conmigo?”. La respuesta de su counselor es bastante fuerte, “No por largo tiempo, Robert”, y ambos comparten el sentido del humor en el resto de la secuencia. Es interesante observar el lenguaje de la counselor en esta secuencia. Usa frases como “Me estás volviendo loca” y otras expresiones muy francas. No las disfraza con un lenguaje más indirecto y menos crítico. No intenta decir algo así como “Robert, cuando te comportas así tengo una creciente sensación de irritación; es mi irritación”… etc., etc. No usa “lenguaje de counselor” porque siente demasiado respeto por su consultante, por sí misma, y por el potencial de ambos para componer su comunicación. El error más común que cometen al principio los counselors centrados en la persona con respecto a su congruencia es censurar las respuestas parecidas a las de la counselor de Robert porque las ven como “negativas”. No lleva mucho tiempo para que este proceso de censura construya una colección de reacciones no expresadas hacia

el consultante y también una “irritación” que potencialmente se va transformando en una creciente frustración, dando lugar a que surja un resentimiento duradero y hasta enojo. En esta etapa, las experiencias del counselor en relación con su consultante tienen más que ver consigo mismo que con su cliente. Estas experiencias se habrán convertido en parte de la relación no hablada (Mearns, 2003: 64-73) entre ellos. En realidad, a cierto nivel, el consultante probablemente experiencie cosas en relación con los juicios del counselor, que no fueron expresadas pero sí percibidas por él. Algunas veces, los counselors completan su creciente abuso emocional hacia el consultante en este proceso decidiendo, finalmente, “ser congruentes con él”. Esto suele implicar ventilar su propia ira acumulada y no tiene nada que ver con la congruencia terapéutica. Una intervención alternativa de parte del counselor, si dejó que la comunicación se deteriorara hasta ese punto, sería comenzar con una disculpa apropiada y luego describir en detalle su propio proceso (“mostrar su trabajo”) sin expresar en ese momento ninguna inferencia o juicio sobre el proceso de su consultante. Al menos, esto podría ayudar al cliente a aclarar cuáles fueron sus responsabilidades y cuáles las de su counselor. En páginas anteriores, mencionamos al pasar el hecho de que, en el curso normal de una relación congruente, puede ser el counselor más que el consultante quien logre un aprendizaje. Esto es lo que sucede en la siguiente secuencia entre Troy y su counselor. Troy ha estado hablando largo y

tendido sobre su dolor ante la muerte de su madre después de una larga enfermedad y termina diciendo:   Troy:

Me siento perdido sin ella, nunca esperé sentirme así.

Counselor: Realmente te siento en lo que acabas de decir, Troy. Realmente sólo cuando ella se fue… te diste cuenta de cuánto significaba para ti. Troy:

(largo silencio)

Counselor: (pausa) Creo que ahí te perdí, Troy, creo que estaba hablando de mí y no de ti.   Mucho está sucediendo en esta corta secuencia; la counselor creía que estaba respondiendo en forma congruente y empática. Pero ante el silencio de Troy percibe que su comentario había tenido que ver con ella y no con Troy. Más aún, puede reencontrar su congruencia al expresar lo que sintió. A veces, los counselors se equivocan; en realidad, lo hacen bastante a menudo. Esto no tiene por qué preocuparnos demasiado. Nuestra humanidad, al mismo tiempo que enriquece la calidad de la presencia que podemos ofrecer a nuestros consultantes, también se va a confundir con la de nuestro consultante. Durante nuestra formación, y también en nuestro desarrollo posterior, tomaremos conciencia de nuestras vulnerabilidades y de cómo ellas tienden a invadir

nuestro trabajo como counselors. Esto nos permite percibirlas cuando van emergiendo, reírnos amablemente de nosotros mismos y hacerlas a un lado por el momento. Ésa es una habilidad que desarrollan los counselors centrados en la persona. Otra habilidad es darse cuenta de estos procesos personales cuando interfieren, como en el caso de Troy. Una vez que se da cuenta, el counselor necesita volver a tomar posesión del material antes de que pueda empezar a contaminar la experiencia de su consultante con él. El silencio de Troy puede ser indicativo de su fortaleza al darse cuenta de que la respuesta del counselor no encajaba con él, pero un consultante con un locus de evaluación profundamente externalizado podría verse forzado a integrar la experiencia del counselor como propia.

Resonancia Peter F. Schmid propone el concepto de resonancia, muy útil para ayudarnos a clarificar la naturaleza de la experiencia del counselor en relación con su consultante: A través del desarrollo de su autoconocimiento en la terapia, el terapeuta toma conciencia de su experiencia, es decir del flujo inmediato y presente de sus experiencias. Lo que experiencian es resonancia del mundo del consultante y/o del suyo propio. Resonancia… significa el eco en el terapeuta, que es disparado por la relación con el consultante. (Schmid y Mearns, 2006: 181). Identificamos tres formas de resonancia: autorresonancia, resonancia empática y resonancia relacional.   Autorresonancia Autorresonancia es la reverberación de nuestros pensamientos, temores, deseos, dudas y sentimientos. Puede haber sido disparada por la descripción del consultante de su experiencia, pero es enteramente nuestra. Fue autorresonancia lo que el counselor de Troy estaba experienciando y que inicialmente confundió con la

experiencia de Troy. Schmid nos brinda otro ejemplo en el cual el consultante está hablando acerca de su pareja:   Consultante: ¿Debería amarlo u odiarlo? Yo no sé, estoy confundida… Terapeuta:

(pensando acerca de su propia pareja) ¡Buena pregunta! Uno nunca sabe. (Schmid y Mearns, 2006: 183).

Como mencionamos con respecto a la situación de Troy, durante su desarrollo el counselor querrá descubrir sus vulnerabilidades en relación con la autorresonancia.   Resonancia empática Gran

parte

de

la

reverberación

que

el

counselor

experimentará en relación con su consultante será empática; el counselor recogerá el sentir de su consultante y le devolverá su reflejo. Para describir la riqueza de la respuesta del counselor cabe distinguir dos formas de resonancia empática. Primero, hay una resonancia empática concordante, en la cual el counselor describe lo más exactamente posible la experiencia que ha expresado su consultante. Esto es lo que describimos en el capítulo 4 como empatía certera. Continuando con el ejemplo de Schmid:   Consultante: ¿Debería amarlo u odiarlo? No sé, estoy

confundida… Terapeuta:

(Ante

todo

sintiendo

la

confusión

del

consultante) Hay sentimientos mezclados en ti. Experiencias, afecto, también disgusto, y los dos están en ti unidos y al mismo tiempo. (Schmid y Mearns, 2006:183). Segundo, está la resonancia empática complementaria, que significa que se complementa la simbolización del consultante; el counselor agrega algo más a la expresión actual del consultante, pero lo que se agrega es también resultado de la empatía. Este agregado puede reflejar una dimensión de la experiencia del consultante que se encuentra al borde de la conciencia. La resonancia empática complementaria es lo que describimos en el capítulo 4 como empatía aditiva o reflejo profundo; por ejemplo:   Consultante: ¿Debería amarlo u odiarlo? No lo sé, estoy confundido… Terapeuta:

(sintiendo ante todo que el cliente gradualmente se ha ido cansando de la persona de la cual está hablando)… ¿o quizás olvidarte de él? (Schmid y Mearns, 2006: 183).

  Resonancia relacional

Mientras que la autorresonancia surge del counselor y la resonancia empática del consultante, la resonancia relacional surge de la relación entre ellos. En la resonancia relacional, el counselor incluye sus propias respuestas, como persona razonable, a la experiencia del consultante. Es lo que describíamos en la sección anterior cuando decíamos que el counselor está prestando su realidad fenoménica al consultante. Continuando con el ejemplo:   Consultante: ¿Debería amarlo u odiarlo? No lo sé, estoy confundido… Terapeuta:

(tocado personalmente por el dilema de su cliente)… lo que me hace tomar conciencia de cuánto deseo que puedas tomar la decisión correcta esta vez. (Schmid y Mearns, 2006: 185).

Esto es diferente a referirse exclusivamente a las experiencias del consultante (resonancia empática), y también diferente de contar nuestra propia historia (autorresonancia) en respuesta a la historia del consultante. En la resonancia relacional, el counselor muestra su lado de la relación con el consultante. La resonancia relacional es una expresión integral de la cualidad de la presencia ofrecida por el counselor y es poderosa para alentar al consultante a entrar en profundidad relacional. Es ciertamente resonancia relacional lo que Lietaer describe en su texto sobre la congruencia, cuando relata el

trabajo con pacientes a quienes se les ha diagnosticado esquizofrenia: Con este grupo de pacientes retraídos sobre sí mismos, el tipo de intervención “clásica” –el reflejo de sentimientos– queda corto: solía haber muy poco para reflejar. En sus intentos de establecer contacto, los terapeutas centrados en el consultante aprendieron a usar una fuente alternativa de ayuda, sus propios sentimientos del aquí y ahora. (Lietaer, 2001: 46). Continúa citando a Gendlin: Cuando el consultante no ofrece ninguna autoexpresión, la experiencia momentánea del terapeuta no está vacía. En todo momento coexisten, dentro de él, muchos sentimientos y acontecimientos. La mayoría de éstos tienen que ver con el consultante y el momento presente. El terapeuta no necesita esperar pasivamente hasta que el consultante exprese algo íntimo o terapéuticamente relevante. En vez de hacer esto puede basarse en su propia experiencia del momento y encontrar allí un reservorio siempre presente del cual puede extraer, y con el cual puede iniciar, profundizar y llevar adelante la intervención terapéutica, aun con una persona sin motivación, silenciosa o completamente externalizada. (Gendlin, 1967: 121). Estos relatos de Lietaer y Gendlin son similares a la experiencia de uno de los autores de este libro (Mearns)

cuando trabajó con un paciente hospitalizado, Rick, cuyo trauma de guerra había hecho que permaneciera mudo: Comencé nuestro primer encuentro hablando. Al trabajar con un paciente silencioso es importante no esperar a que ellos hablen o que devuelvan la comunicación de alguna manera. Al mismo tiempo, estamos siempre buscando “una ventana” para que puedan hablar o se dé otro tipo de comunicación. Mi charla de esa primera sesión consiste en decir quién soy y qué estoy haciendo ahí. Esto es bastante desafiante en las circunstancias en las que no estamos recibiendo absolutamente nada como respuesta de la otra persona. Debo describir “quién soy” y debo ser real… Entonces mi discurso de “quién soy” tiene que mostrarle a Rick que voy a ser una persona real con él, y no un representante del Ejército. Tengo que presentarme exactamente como me veo, con verrugas y todo, con todas mis dudas, temores y, en especial, incluyendo cómo me siento aquí y ahora. Mi comunicación debe ser plenamente congruente porque este paciente tiene un gran olfato para la más leve incongruencia. (Mearns y Cooper, 2005: 100-1). Éste es un ejemplo interesante porque tiende un puente que une la resonancia relacional con la disposición a ser conocido (Barrett-Lennard, 1962). La mayor parte del tiempo lo último que un consultante quiere es saber acerca del counselor y de su vida; pero hay excepciones, particularmente cuando el

counselor está tratando de hacer un contacto que es frágil, como en los ejemplos anteriores.

Metacomunicación Metacomunicación es comunicación acerca de nuestra comunicación: es hablar acerca de lo que nos está sucediendo a cada uno de nosotros y entre nosotros (Kiesler, 1982, 1996; van Kessel y Lietaer, 1998). Se puede estructurar la metacomunicación incluyendo, como parte del proceso de counseling, momentos para revisiones formales o usando ejercicios que alienten tanto al cliente como al counselor a reflexionar acerca de sus procesos y su experiencia del otro (Mearns, 2003: 69-73). La metacomunicación también puede ser informal, simplemente incluirse como parte del diálogo dentro de la sesión de counseling, en la que el counselor (y también el cliente) cuenta su propia experiencia sobre lo que sucede entre ellos e invita al otro a la reflexión, como en las siguientes afirmaciones y preguntas de counselors y consultantes:   ¿Cómo fue esta sesión para ti? Estuve sintiendo que te estás hartando de mí. Cuando dije eso –realmente quería decirlo– me pregunto si lo escuchaste de esa forma. No te creo; tú lo dices, pero una vocecita en mi cabeza dice que no es verdad. Me preocupa saber qué estás logrando con esto.

Pasamos un momento agradable hoy, pero no hablamos de lo que sucedió la semana pasada. Estás siendo muy amable conmigo… ¡pero igual pienso que eres una bruja!   La metacomunicación es importante porque ayuda a las dos personas a tomar conciencia de más elementos de su relación. En una relación humana hay una parte hablada y una parte no hablada, y la última, generalmente, es más grande y psicológicamente más significativa. (Mearns, 2003; 68-73). El mejor medio informal para la metacomunicación es la congruencia del counselor (¡y la franqueza del consultante!) A menudo, la inspiración de tal congruencia que lleva a la metacomunicación es la resonancia relacional del counselor. Quizás éste sienta una incomodidad creciente en su comunicación con el consultante: se siente como si algo importante no se estuviera diciendo. Está resonando con la incomodidad que no desaparece. Quizás lo lleve a darse cuenta de qué es lo que no ha estado diciendo o, quizás, sienta como si el cliente estuviera callando algo. En cualquiera de los dos casos, lo que se requiere es una respuesta congruente. Un error que a veces cometemos los counselors es tratar de resolverlo antes de tiempo. Si bien de esta manera se siente más seguro, pone al counselor demasiado por delante del consultante y puede sonar demasiado poderoso. Si se expresa antes, cuando todavía está emergiendo, aunque con fuerza, puede haber un intercambio mucho más igualitario, como en la siguiente

secuencia entre la counselor, Rachel, y su consultante, Sylvia:   Rachel: Quizás no sea nada, pero me he estado sintiendo incómoda en nuestro encuentro de hoy… como si… me pregunto si hay algo entre las dos. ¿Tú estás sintiendo algo de este tipo? Sylvia:

¡NO!

(silencio)

Rachel:

Tú dices “NO” pero lo dices con mucha fuerza, Sylvia…

Sylvia:

(baja los ojos, se mueve, se la ve incómoda)

Rachel:

¿Quieres que lo dejemos… o seguimos con esto?

Sylvia:

(pausa) Alguien que encontré durante la semana me dijo que debería dejar de verte, que no me va a hacer ningún bien.

  No es necesario decir que había mucho más que esto ahora que se había abierto el diálogo entre Sylvia y Rachel. No hay nada mágico ni místico en el hecho de que Rachel sintiera que había algo no dicho. Estaba usando la sensibilidad que ella, como cualquier otra persona, había desarrollado durante su experiencia en cientos de miles de interacciones humanas. También estaba usando su disciplina profesional al

plantear el tema de una manera lo más facilitadora posible. Incluso tuvo la suficiente habilidad como para saber que era una resonancia relacional y no una autorresonancia. Un ejemplo paralelo de autorresonancia podría ser el counselor con poca experiencia que alberga temores de que su consultante no esté expresando todas las dudas que tiene acerca de ella (la counselor) e invita a expresarlo a un consultante que hasta el momento no había sentido algo así. La disciplina de la metacomunicación congruente es un trabajo crítico con los consultantes cuyo locus de evaluación está profundamente externalizado. Con esos consultantes tan vulnerables, los counselors a veces creen que la congruencia está contraindicada. Nada podría estar más lejos de la verdad. El consultante cuyo locus de evaluación está profundamente externalizado tiene enorme dificultad para reconocer la diferencia entre él y la otra persona; por lo tanto, es esencial que el counselor no contribuya a esa confusión a través de su propia falta de claridad. También es importante, tanto para el counselor como para el consultante, seguir la línea de las inferencias que este último está haciendo basado en su relación; entonces, la metacomunicación juega un papel mucho más importante. Un ejemplo de este trabajo se presenta en Mearns (2003: 80–83), con la consultante June. June era tan vulnerable en relación con su locus de evaluación que ella podría encontrar una “orientación” del counselor cuando en realidad no le había ofrecido ninguna. Ella necesitaba encontrar “orientación” y se había vuelto muy habilidosa en detectar un tono diferente, una pausa, un cambio en el contacto

visual y otras numerosas pistas verbales y no verbales que consideraba como pistas de lo que el counselor querría que ella creyera, hiciera, y hasta sintiera. En promedio, había diez ocasiones en cada sesión en las que el counselor se encontraba a sí mismo haciendo una pausa para chequear qué es lo que June estaba infiriendo de su comportamiento y abiertamente contrastándolo con su verdadera experiencia. Era un trabajo muy minucioso, pero June estaba altamente motivada en su intento de hacerse capaz de monitorear y manejar sus propias experiencias. En contraste con June, cuyo locus de evaluación estaba profundamente externalizado, Brian Thorne relata su trabajo con una cliente, Emma, que había logrado sentirse cada vez más cómoda con su counselor y se atrevía a expresar lo que estaba sucediendo entre ellos de manera bastante íntima y sorprendente:   Emma:

(Tratando, sin mucho éxito, de no llorar.) Tú me quieres, ¿verdad? (Estas palabras fueron pronunciadas en apenas algo más que un suspiro y en un tono de incredulidad).

Brian:

Sí, te quiero; si el amor se mide por la profundidad del deseo por el bien de una persona. Realmente deseo tanto tu bienestar y felicidad que hay momentos en los que pienso que voy a estallar. (Yo sabía que diciendo estas palabras había puesto todas mis cartas sobre

la mesa y vulnerable.)

me

sentía

inmensamente

Emma:

Creo que yo lo sabía pero realmente no podía creerlo. Pero no estás enamorado de mí, ¿verdad?

Brian:

No, Emma, no estoy enamorado de ti, pero sí siento pasión por ti y por lo que estamos haciendo juntos. (El silencio que siguió a este intercambio pareció extenderse por mucho tiempo. Verdaderamente no tengo idea de cuánto duró, pero parecía que estábamos fuera del tiempo y del espacio. Cuando Emma volvió a hablar parecía estar regresando de muy lejos, pero a la vez, a mis ojos, ella parecía delineada con más precisión y más agudamente y era como si yo la hubiera conocido desde el comienzo de los tiempos.)

Emma:

Por un momento pensé que eras mi padre. Él no me conoció como adulta. (Thorne, 2002: 73-4)

  En este caso, la disposición tanto del counselor como de la consultante a hablar acerca de su relación no hablada dio como resultado un avance en la elaboración del duelo de la

consultante por la muerte de su padre ocurrida en su temprana adolescencia.

Incongruencia La mayoría de los casos de incongruencia no son tan claros como los ejemplos que siguen. En la supervisión, la incongruencia puede identificarse después de examinar toda la entrevista grabada o hasta una serie de entrevistas: sólo entonces se puede observar el cambio gradual en el counselor. Por ejemplo, quizás el counselor poco a poco se vuelva menos espontáneo y se resguarde más. Y no hay una parte aislada de la entrevista que sobresalga como incongruente, pero gradualmente el counselor se está involucrando menos en la relación. Esta incongruencia solapada es difícil de observar para el counselor, sin la ayuda que brindan la supervisión y el análisis de las grabaciones de su trabajo. En algunas ocasiones, la incongruencia es más visible; por ejemplo, está el “doble mensaje” en el cual el counselor está tratando de esconder su verdadera respuesta: sus palabras pueden decir una cosa, pero la expresión no verbal dice otra. Tal sería el caso de un counselor que dice: “Creo que sería bueno que volviéramos a encontrarnos lo más pronto posible”, ¡mientras que al mismo tiempo parece aburrido! Otros ejemplos comunes incluyen la calidez del counselor que es tan efusivo que le da un aire de irrealidad, o ese irritante “Mm-hm” dicho con regularidad que simula que el counselor está escuchando cuando, en realidad, quizás no lo esté.

Los counselors habrán desarrollado numerosas maneras de ser incongruentes porque la incongruencia está muy incorporada a nuestra cultura, como ya lo señalamos. Una de las razones por las cuales el entrenamiento centrado en la persona pone más énfasis en el trabajo grupal que en la terapia individual para el desarrollo personal, es que es más difícil sostener maneras incongruentes de relacionarse en grupos, al menos en grupos donde hay una norma de verdadero encuentro (Mearns, 1997a). Los ejemplos 1 y 2 muestran respuestas claramente incongruentes, reproducidas de grabaciones de las sesiones.   Ejemplo 1 Cliente:

Creo que no te gusto.

Counselor: Por supuesto que me gustas. (silencio)   En

este

ejemplo,

la

counselor

estaba

perfectamente

consciente del hecho de que a ella no le gustaba su consultante, pero mintió. Nunca es fácil para un consultante desafiar al counselor, y esto fue particularmente cierto en este caso. Habría sido una fantástica oportunidad para que la counselor respondiera al hecho de que su consultante estaba dispuesto a invertir tanto en su relación que hasta podía observar las dificultades que presentaba.

Lamentablemente, la counselor no aprovechó la oportunidad de darle una respuesta congruente y hacerle un seguimiento exhaustivo.   Ejemplo 2 Cliente:

Pareces enojada conmigo hoy.

Counselor: No, no estoy enojada… es que hoy tuve un día bastante pesado. (silencio)   El lector habrá adivinado que la counselor estaba enojada. Sin embargo, en esta situación en particular su incongruencia se debió a una falta de conciencia del enojo que sentía. En este caso, no hubo un daño perdurable por su incongruencia, sólo una confusión temporaria en el consultante que, por supuesto, tenía muy claro que la counselor estaba enojada. Entre esta sesión y la siguiente, la counselor se dio cuenta de su incongruencia y tomó nota de sacar este tema, explicarlo plenamente y disculparse, no por su enojo, sino por su incongruencia. Estos ejemplos muestran dos formas muy diferentes de incongruencia que pueden ocurrir en los puntos A y B del recuadro 6.1. La incongruencia A es aquella en la que el counselor no tiene conciencia de aspectos de su experiencia que surgen

en respuesta a su consultante y, por lo tanto, no puede expresarlos. El ejemplo 2 ejemplifica esta forma de incongruencia. La incongruencia B es aquella en la cual el counselor es consciente de su experiencia pero elige no expresarlo (ejemplo 1). Otro ejemplo podría ayudar a clarificar la diferencia entre A y B. En la incongruencia A, el counselor podría tener sentimientos crecientes de irritación e impaciencia, pero al no estar consciente de ellos, no puede darles respuesta. Aunque el counselor no nota su propia incongruencia, el consultante puede percibir que algo está mal a medida que va percibiendo los cambios en el comportamiento no verbal de su counselor. Puede sentir su tensión o percibir que su tono de voz se hace cada vez más frío y desapegado. Puede observar que el counselor evita el contacto visual o sentir la pérdida de calidad del interés que le está mostrando. En la incongruencia B, puede surgir el mismo resultado, pero por una razón bastante diferente. En este caso, el counselor estaría consciente de su creciente sentimiento de irritación o impaciencia, pero puede resistirse a expresar estos sentimientos aunque sean respuestas persistentes y relevantes a su consultante. También en este caso su consultante puede estar sintiendo la discontinuidad entre la experiencia del counselor y su expresión. El consultante no sabe qué sucede, pero su propia sensibilidad lo lleva a sospechar. Esta diferencia entre la incongruencia A y B fue muy inteligentemente mencionada por un consultante que después de repetidas incongruencias por parte de su counselor, la enfrentó con la pregunta: “¿A quién está tratando de engañar, a mí o a usted?”. Si ella estaba

tratando de engañarlo a él (el cliente), era incongruencia B, pero si ella (la counselor) estaba tratando de engañarse a sí misma, ¡era incongruencia A!  

Figura 6.1 Dos formas de incongruencia

  Al explorar las razones de la incongruencia del counselor, también es importante distinguir entre los tipos A y B. La incongruencia A puede estar relacionada con la falta de autoconciencia del counselor o puede ser que tenga dificultades personales en el área en la cual está atendiendo a su consultante. Por ejemplo, un counselor que tema al enojo puede encontrar que su incongruencia aumenta si su consultante enfoca este tema. O bien la incongruencia puede espejar la posición del counselor en la relación. Por ejemplo, puede no estar consciente de su creciente desapego o de la distancia que hay en relación con el consultante. Todos estos factores llevarán a deteriorar la

calidad de la presencia del counselor y la incongruencia que de ello resulta. Las bases para la incongruencia B, en la cual el counselor conscientemente se está reteniendo, pueden ser similares o bastante diferentes. Quizás el counselor es capaz de dar expresión a los sentimientos “agradables”, pero no a los sentimientos “malos” y en algunos pocos casos sucede exactamente lo contrario. Otra posibilidad es que el counselor esté demasiado cansado, en lo emocional o en lo profesional, para estar plenamente presente, entonces prefiere pasar por todas las fases de una entrevista de ayuda en lugar de involucrarse de verdad en ella. En otras ocasiones, el counselor puede estar protegiendo una imagen de sí mismo ante los ojos del consultante; por ejemplo, intentando que el cliente lo vea como experto, poderoso, coherente y estable. Proteger estos mitos acerca del poder del counselor puede ayudar a la dimensión sanadora de la fe de ayudar, pero no tiene mucho que ver con ser congruente. En algunos casos, la incongruencia de tipo B o A puede estar relacionada con otras emociones del counselor; por ejemplo, el temor. Uno de los autores escribió sobre este tema en otro lado: Estoy consciente de que mi incongruencia B tiene mucho que ver con el temor. Cuando protejo a mi consultante de mi respuesta auténtica, en realidad, me estoy protegiendo a mí de las posibles consecuencias de mis sentimientos. Es fácil y agradable decir que “eso sería demasiado difícil para que mi consultante lo acepte en

este momento” o “quizás voy a trabajarlo yo mismo un poco más y luego lo voy a hablar con ella; podría ser demasiado confuso tal como están las cosas ahora”. Éstas son buenas razones para no responder a mi consultante, pero fácilmente pueden ser racionalizaciones. Debajo de ellas puede haber cosas como “ella podría horrorizarse si digo eso” / “él podría dejar de apreciarme si digo eso” / “no sé qué sucedería después si digo eso”. Tales temores inhiben la congruencia. En ese caso, el temor también puede inhibir la empatía y la consideración positiva incondicional. (Mearns, 1986: 8).

Guías para la congruencia Nuestra definición de congruencia al comienzo de este capítulo parecía clara y simple. Sugería que para que haya congruencia, las respuestas abiertas del counselor a su consultante deben corresponderse de modo consistente con su experiencia en relación con el consultante. Para una comprensión más completa tenemos que explorar en detalle el tipo de experiencia del counselor, porque no todas sus sensaciones son apropiadas para el contrato de counseling. El counselor no puede simplemente expresar lo que sea que esté sintiendo en el momento basándose en que está “siendo congruente”. Si hiciera esto, la sesión de counseling estaría más enfocada en el counselor que en el consultante. Es necesario establecer tres lineamientos que en la mayoría de los casos regirán la congruencia terapéutica del counselor. Primero, cuando hablamos de congruencia nos estamos refiriendo a la respuesta del counselor a la experiencia del consultante. El counselor puede tener muchos sentimientos y sensaciones fluyendo en su interior, pero sólo es apropiado expresar aquellas que son en respuesta a su consultante. Con respecto a esto, es importante observar que la congruencia no es lo mismo que la “disposición a dejarse conocer”, de la que ya hablamos en este capítulo. Cuando el counselor está siendo congruente, está dando la respuesta genuinamente sentida a la experiencia de su consultante en

ese momento. Sólo en raras ocasiones esta respuesta revelará información sobre la vida del counselor, y aun entonces el foco de atención debería seguir centrado en el consultante y no en el counselor. Por ejemplo, éste podría decir: Recuerdo cuando perdí a un ser querido muy cercano, también sentí ese tipo de “desconsuelo” que estás describiendo, pero estás diciendo algo más… estás diciendo que además de desconsuelo, estás sintiendo… una especie de… ¿aniquilación? En este ejemplo, hay una mezcla de autorresonancia y resonancia empática. El counselor está resonando con su propio sentimiento de desconsuelo (autorresonancia) que resultó ser similar a la experiencia del consultante; pero, también, está sintiendo un sentimiento del consultante que es parecido a la “aniquilación” (resonancia empática). Su respuesta claramente tiene el nombre de autorresonancia, y no busca continuar enfocándose en ella, sino que se mueve hacia la resonancia empática. El elemento de autorresonancia no tiene significación terapéutica, es simplemente un regalo del momento, una disposición a dejarse conocer. Una segunda guía para que una respuesta sea congruente es que tiene que ser relevante para las inquietudes del consultante. A veces, la respuesta que el counselor tiene hacia la experiencia del consultante es sólo verdaderamente relevante para él mismo. Por ejemplo, el consultante que

está hablando acerca de su matrimonio puede llevar al counselor a pensar en el matrimonio de otro consultante; o el consultante hablando acerca de su estrés puede llevar al counselor a reflexionar acerca del fenómeno del estrés en general. Aunque estas experiencias del counselor son en respuesta a los temas que el consultante ha traído, el counselor normalmente no interrumpiría el flujo del cliente para expresarlas, porque es poco probable que sean relevantes para la experiencia de ese momento del consultante. En general, la autorresonancia del counselor no es relevante para lo que le interesa al consultante y no suele ser expresada, mientras que la resonancia empática y la resonancia relacional son altamente relevantes. Una excepción puede ser ese tipo de pasajera “disposición a dejarse conocer” ejemplificado arriba, pero aun aquí la autorresonancia se menciona al pasar, no se hace foco en ella para el trabajo. Se presenta otra excepción cuando la autorresonancia es tan persistente o fuerte que requiere atención, porque si no se corre el peligro de que afecte la presencia del counselor. Esto nos lleva al tercer criterio para la congruencia. En una sesión, el counselor puede experienciar todo un catálogo de respuestas a su consultante. Aun si fuera a responder sólo a aquellas que son relevantes para las preocupaciones de su cliente, el counselor podría dominar la sesión. Por lo tanto, se requiere una tercera guía: que la experiencia a la que responda el counselor se caracterice por ser persistente o particularmente llamativa. El counselor no

tendría que hacer nada frente a un sentimiento leve de irritación que entra en su conciencia y luego pasa, o un breve destello de irritación en relación con algo en particular que dice el consultante. Pero si esa irritación o molestia persistiera o fuera recurrente o tan llamativa como para influir en la relación entre el counselor y el consultante, entonces requeriría atención. La mayoría de esos ejemplos caen en la categoría de resonancia empática o resonancia relacional, pero, excepcionalmente, la respuesta persistente o llamativa es autorresonancia. Consideremos el relato del recuadro 6.3 de una counselor en un momento difícil.   Recuadro 6.3

Cuando la autorresonancia se desborda   Generalmente, la autorresonancia del counselor no es relevante para el consultante o para el trabajo que hacen juntos. Pero, ocasionalmente, se siente tan fuerte, o de manera tan persistente, que el counselor la expresa en un intento de mantenerse “presente” en la relación. La counselor, Rani, da un ejemplo de este tipo: Mi cliente Tariq, un refugiado, estaba hablando sobre su experiencia de tortura. Mi propia experiencia personal de haber sido torturada suele ayudarme a mantenerme cerca de un cliente de este tipo; me puedo mantener cerca cuando muchos otros

counselors se sentirían aterrados. Pero esta vez se acercó demasiado a mi propia experiencia y perdí el control. Mientras él describía el detalle de su tortura, yo sentí la mía propia. Sentí cada corte de cuchillo. Sentí un sudor frío y empecé a temblar. Su voz empezó a retroceder hacia el fondo y las sonrisas sádicas de mis propios torturadores estuvieron cara a cara conmigo. Durante un tiempo, Tariq no notó lo que me pasaba y continuó. Luego empezó a quedarse callado y simplemente me miró. Me obligué a hablar. Tenía que contarle acerca de mí –no el detalle de mi historia– pero lo que yo estaba experienciando allá y entonces: Rani:

Tariq, estoy temblando de miedo. Necesito decirlo porque es tan fuerte que me estoy alejando de ti. Yo también fui torturada, hace mucho tiempo. Durante años no me afectó, en realidad a veces me ayuda. Pero en este momento me inundó. Me sentí dominada por mi temor; la enormidad de mi temor. Espero que al decirlo, se me pase. Puedo sentir cómo va retrocediendo mientras estoy hablando. Lamento no haber podido permanecer contigo.

Tariq:

Te entiendo.

Rani:

Sí, me imagino que sí.

  En el recuadro 6.3, la counselor revela su autorresonancia como parte de su profesionalismo. No está buscando usar la sesión para hablar más sobre sus propias experiencias pero necesita tomarse un tiempo para expresarla en palabras que la ayuden a volver de esa experiencia. Hacer algo diferente sería un engaño; su consultante está consciente de que está angustiada, entonces debería poder tomar conciencia de las razones de esa angustia. Cuando se maneja en forma congruente, hasta una interrupción fuerte como ésta puede ayudar a la profundidad de la relación, como en el ejemplo que acabamos de presentar. Resumiendo, es necesario calificar nuestra definición operacional de congruencia para que no se suponga que el counselor debe expresar cualquier sensación pasajera que experiencie durante la sesión de counseling. Cuando hablamos acerca de ser “congruentes”, excepto circunstancias excepcionales como las del recuadro 6.3, nos estamos refiriendo a que el counselor exprese las respuestas que son relevantes a su cliente y que son relativamente persistentes o llamativas. Puede parecer que estas guías omiten gran parte de lo que es consciente para el counselor, pero en realidad incluyen la mayor parte del material importante. Este tema de las guías para una respuesta congruente se explora más plenamente en Mearns y Schmid (2006). Aun así éstas son sólo “guías” para el profesional con menos experiencia, que de otra forma lidiaría con la pregunta de cuáles de sus reacciones son apropiadas para

su consultante. A medida que gana experiencia y comprensión de sí mismo, logrará mayor fluidez con su congruencia y podrá confiar en su criterio para decidir en el momento si son o no apropiados. En esta etapa de su desarrollo el counselor puede estar plenamente presente y usarse a sí mismo en la relación terapéutica. La congruencia que le surge con facilidad combinada con una empatía que pueda seguir la experiencia del consultante de manera certera, así como sumergirse en el material que se encuentre al borde de la conciencia, y una valoración incondicional de su valía como ser humano, todo esto junto ofrece una poderosa humanidad.

¿Cómo puede el counselor desarrollar su congruencia? Las personas que se están formando para ser counselors llegan al enfoque centrado en la persona con, por lo menos, los rudimentos de la actitud de consideración positiva incondicional, y en los primeros tiempos de su entrenamiento es común que se preste particular atención a ayudar a la persona en formación a liberar su sensibilidad empática, pero la condición terapéutica que se desarrolla más lentamente suele ser la congruencia. Cualquier cosa que tenga considerable poder conlleva una amenaza proporcional de peligro; que el counselor centrado en la persona invierta su sí mismo en el proceso terapéutico está lleno de poder y de peligro, y sería muy conveniente que la persona en formación fuera cautelosa. Esencialmente, el peligro implícito en la congruencia es que la autorresonancia del counselor afecte el proceso, que sus propias necesidades y temores se vuelvan demasiado íntimamente atados a su conciencia del consultante y, por lo tanto, confundan sus respuestas congruentes. “¡Pero yo sólo estaba siendo congruente!”, es una excusa débil para el counselor que impuso sus propias necesidades y temores a su consultante. La libertad que ofrece la congruencia implica particulares responsabilidades para el continuo autodesarrollo del counselor porque solamente a través de

ese desarrollo sus propias necesidades y temores se pueden hacer menos dominantes en el contexto terapéutico. (Ver recuadro 6.4).   Recuadro 6.4

Congruencia no significa imponer nuestros propios deseos y temores   En el capítulo 4 exploramos cómo las necesidades y los temores personales del counselor pueden contaminar su empatía. Del mismo modo, pueden tener un impacto que afecte su congruencia. Las dos siguientes declaraciones son de sesiones de supervisión con counselors que se encontraban en el proceso de descubrir las formas en las que sus propias necesidades y temores se les imponen en el counseling.   A Quería acercarme a ella (la clienta) y darle un fuerte abrazo, pero me di cuenta de que ésa era mi necesidad de decir “bueno, bueno, basta, no llores más, yo te voy a cuidar, pobrecita”. Un fuerte abrazo a veces puede implicar “dar”; pero, otras veces, “sacar”. En este caso habría significado mantenerla en el papel de una niñita a la que puedo manejar, y dejar afuera a la mujer, a quien encuentro más difícil.  

B Me siento tan enojada con él; lo que siento es fuerte y persistente y, sin embargo, no es apropiado por la simple razón de que no tiene absolutamente nada que ver con él; es mi propio horror de ser la pareja de un hombre como él que trata a su esposa como parte del mobiliario. No puedo ver su ternura, su suavidad o su temor mientras esté bloqueada por mi propio temor.   Los counselors del recuadro 6.4 estaban conscientes de la influencia, en estos ejemplos, de sus propias necesidades y temores. En el enfoque centrado en la persona aprender implica que el counselor descubra y explore aquellos aspectos de sus necesidades y temores que se imponen en el contexto de counseling. A medida que este trabajo progresa, el counselor puede confiar más en sí mismo; aprender a ser congruente está inseparablemente ligado a aprender a confiar en uno mismo. Si en la relación de counseling el counselor va a usarse a sí mismo, incluyendo sus reacciones congruentes, debe confiar en ese sí mismo y en esas reacciones. Por lo general, no sabe a dónde lo llevarán dichas reacciones; ni siquiera sabrá, en ese momento, de dónde provienen, pero habrá aprendido a reconocer la diferencia entre una reacción que es probablemente empática y una que, probablemente, surja de sus propias necesidades o temores. Al aprender a confiar en sí mismo, se habrá dado cuenta de que aun sus reacciones espontáneas no buscan destruir, y con mucha frecuencia pueden resultarle útiles al cliente.

El counselor no puede hacer esta clase de descubrimiento simplemente reflexionando acerca de sí mismo aun si contara con la ayuda del supervisor más competente. Se puede lograr sólo a través de la “experimentación” del counselor consigo mismo en contextos reales de ayuda, incluyendo el counseling. Los nuevos counselors pueden sentirse incómodos con esta idea de la experimentación pero realmente para desarrollarse y cambiar como profesional de ayuda, es imprescindible incluirla, en el sentido de usar diferentes aspectos de sí mismo, en ese proceso. El recuadro 6.5 reproduce el informe de una counselor de un ejemplo de experimentación. En este caso usa la expresión “me obligué a dejar que sucediera”. Es una forma perfecta de describir la idea de experimentar con la propia congruencia. De manera gradual, la counselor había llegado a confiar más y más en sí misma, incluyendo el contacto físico con su consultante, pero un paso importante en el proceso fue empezar a permitir que sucediera en la práctica. Paradójicamente, esto a menudo implica un intento deliberado de “dejar que suceda”.   Recuadro 6.5

Un experimento de contacto   Este extracto fue tomado del “perfil personal” de una counselor en entrenamiento, un diario enfocado en el

aspecto de desarrollo personal de la formación de counseling.   Ayer, Ben (un consultante) estaba temblando y sufriendo con su dolor y yo realmente quería acercarme a él y apoyarle la mano en el hombro. En otro momento, me habría quedado cavilando si era apropiado o no, pero esta vez me obligué a dejar que sucediera. En cuanto lo toqué, fue como si le hubiese pasado parte de mi calidez, y su tensión se aflojó: suspiró con fuerza y explotó en sollozos.   Tales experimentos son pasos importantes para que el counselor fomente su congruencia. En el recuadro 6.5 la counselor logró confirmar que su respuesta congruente es confiable, descubrió un aspecto más de sí misma en el que potencialmente puede confiar con sus clientes. En el proceso de fomentar su congruencia, el counselor descubrirá más dimensiones de sí mismo que puede usar constructivamente en counseling. Estos descubrimientos son emocionantes porque el counselor en desarrollo pasa de ocupar una posición en la cual invierte muy poco de sí mismo, a menudo pareciendo algo rígido y estereotipado, a una en la que se vuelve progresivamente más libre hasta que parece que puede utilizar en su trabajo casi todas las partes de sí mismo. Éste es el desafío esencial para el counselor centrado en la persona en su proceso de desarrollo. Como mencionamos al

final del capítulo 3, el objetivo final es que el counselor sea capaz de ofrecer un encuentro en profundidad relacional no sólo a algunos clientes, sino a todos los consultantes que lleguen a su puerta. Esto no se logra en la formación inicial. El principio de la formación tiene éxito si ayuda al counselor a iniciar su actitud de autodesarrollo. La mayor parte del trabajo tiene lugar más adelante, en el desarrollo profesional continuo del counselor. Hay dos grandes partes en su programa de autodesarrollo: expandir su experiencia de la humanidad y ampliar el sí mismo que puede ofrecer en el consultorio de counseling.   Expandiendo nuestra experiencia de la humanidad En este aspecto, el objetivo es lograr experiencia y sentirse cómodos con un creciente espectro de la humanidad. Esto también implica el tipo de “experimentar con el sí mismo” que mencionamos, así como ampliar la experiencia social, como se planteó en el capítulo 3. El counselor, con la ayuda del supervisor, y a veces de un grupo de apoyo de desarrollo profesional continuo, o un apoyo de covisión1 va a identificar a diferentes personas y grupos que inicialmente podrían representar “desafíos” para él si fueran sus clientes. A veces, esto tiene que ver con temores y prejuicios que no fueron suficientemente cuestionados en su experiencia anterior. Debbie, una counselor en entrenamiento, nos cuenta sobre uno de estos desafíos:

Con el tiempo me di cuenta de que si iba a trabajar profesionalmente como counselor sería mejor que descubriera algo acerca de la otra mitad de la humanidad. ¡Así que empecé a trabajar con hombres! La ligereza y el humor de Debbie al relatar su desafío nos transmite un importante mensaje. Si podemos emprender nuestra agenda de autodesarrollo con un espíritu positivo y expansivo, nos resultará más fácil enfrentar los desafíos. El supervisor centrado en la persona, para quien esta agenda continua de autodesarrollo es su principal prioridad en el trabajo con su supervisado (Lambers, 2000, 2006), puede ser un recurso muy importante que ayude al counselor en desarrollo a adoptar una perspectiva expansiva en lugar de defensiva con respecto al proceso. Imram, un counselor de mayor experiencia, expresa el desafío que afrontó en una síntesis que no deja traslucir su real magnitud: Nunca me había aceptado activamente como “homofóbico”, pero lo era. Unirme al grupo de hombres pronto hizo que eso explotara. Imran hizo algo muy difícil: enfrentó su prejuicio en lugar de esconderse detrás de él. Contó con ayuda; un miembro gay de su grupo de desarrollo personal lo ayudó a acercarse a un grupo de hombres, planteando abiertamente su problema así como su deseo de unirse al grupo para enfrentarlo. Solamente podemos adivinar el temor que los otros

miembros del grupo tuvieron que hacer a un lado para apoyar su agenda de autodesarrollo.   Muchos aspectos de la agenda personal no causan tanto temor como el de Imran, y a menudo la manera de enfrentarlos no es tan extrema, como en el ejemplo de Elizabeth: Cuando estoy a punto de encontrarme con las profundidades de la desesperación de mis clientes, mi primera reacción siempre es retirarme. Al principio logré superarlo leyendo sobre experiencias de desesperación de distintas personas. Eso me hizo llorar, y me acercó al sentido de mi propia existencia. Algunas personas tienden a descartar el valor de la lectura porque ofrece un contacto secundario y no directo con la humanidad; sin embargo, puede ser efectivo para estimular nuestra imaginación y expandir nuestra conciencia. En su autobiografía, uno de los autores (Thorne) suele referirse a sus estudios de literatura como una constante fuente de inspiración para desarrollar su conocimiento de la humanidad y su repertorio empático (por ejemplo: Thorne, 2005: 128). En un capítulo dedicado al trabajo de más de setenta y dos sesiones con un veterano de guerra profundamente traumatizado, uno de los autores (Mearns) luchaba para entender el contexto de guerra de sus pacientes; entonces,

buscó una experiencia que podía llevarlo a profundizar su comprensión: Una experiencia que me ayudó a sostenerme fue asistir a un grupo informal de reflexión de veteranos… Usé ese grupo para mantenerme conectado con el tipo de experiencia sobre la cual hablaban mis pacientes. (Mearns y Cooper, 2005:107). Hay miles de maneras en las cuales el counselor centrado en la persona puede ampliar su experiencia de vida para familiarizarse con una gama mucho más amplia de la humanidad. Ninguna de ellas le va a decir lo que está experienciando su cliente, pero lo acerca, para no asustarse por la falta de familiaridad.   Expandiendo el sí mismo que podemos usar en el consultorio de counseling Para que el counselor pueda ofrecer profundidad relacional a una más amplia gama de clientes, es útil que amplíe el “sí mismo” que puede ofrecer. Esta orientación se contrapone a una tendencia dentro de la profesión que consiste en limitar constantemente el comportamiento del counselor. Tal tendencia sólo puede dar como resultado la reducción del counseling a una lista de intervenciones normalizadas en relación con problemas específicos del cliente. Aunque esta postura puede concordar con el modelo médico, se desploma frente a la evidencia de la investigación acerca de

la importancia de la relación (Mearns y Cooper, 2005: capítulo 1). Expandir el sí mismo que podemos usar en el consultorio puede adoptar la modalidad de hacernos más expertos en emplear más partes de nosotros mismos –o lo que hemos llamado configuraciones del sí mismo– en respuesta al cliente y sus partes (ver capítulos 2 y 4). En un nivel más accesible para los profesionales nuevos, también podemos pensar en términos de varias dimensiones de nuestro sí mismo que pueden no estar presentes actualmente en nuestro consultorio, pero que, a su debido momento, serán útiles para que tendamos “puentes” hacia la vida y las experiencias de una amplia gama de otros clientes. Se denominan referentes existenciales (Mearns y Cooper, 2005: capítulo 8) y se definen de la siguiente manera: Acontecimientos de nuestra vida y experiencias personales que nos dan una visión de diferentes dimensiones de nosotros mismos a los que podemos acceder para ponernos en un estado de sentimiento que esté más cerca de lo que está experienciando en este momento nuestro cliente y, por lo tanto, actúan como un “puente” para que nos encontremos más plenamente con él. Una característica interesante de este fenómeno es que algunos de dichos referentes existenciales pueden haber comenzado como experiencias negativas, o hasta perjudiciales para nosotros, pero gradualmente las hemos

integrado de modo que sumen a nuestra capacidad terapéutica en vez de disminuirla. El recuadro 6.6 presenta algunos ejemplos de referentes existenciales. Recuadro 6.6

Referentes existenciales: vulnerabilidades que se convierten en fortalezas   Cinco counselors nos presentan algunos ejemplos experiencias tempranas, difíciles, que se convirtieron referentes existenciales para su trabajo.   El recuerdo de mi anterior sentimiento de soledad algo a lo que puedo recurrir para acercarme a

de en

es mi

consultante solitario. Me llevó años superar mi experiencia de abuso; pero ahora ya no me asusta; hasta puedo usarla como una manera de acercarme a la experiencia de abuso de mi consultante. No creo que uno pueda “superar” la pérdida de un ser querido, pero llega un punto en que te convierte en una persona más profunda y te ayuda a estar con tu cliente en la profundidad de su pérdida. El enojo de mi consultante era tan intenso que me resultaba aterrador. Al principio me hizo retroceder, pero volví a acercarme al ponerme en contacto con la manera en que había sentido mi viejo enojo. Fue interesante verme usarlo por primera vez.

Que mi cliente hablara acerca de su suicidio fue difícil para mí; me encontraba haciendo contacto una y otra vez y luego perdiéndolo. Me di cuenta de que lo que me estaba afectando era una resistencia a tocar mis propios pensamientos acerca del suicidio que había tenido mucho antes. Cuando dejé de resistirme y toqué la sensación de mi propia experiencia, hacerlo me calmó y pude profundizar para encontrarme con mi cliente.   Un punto importante a considerar acerca de usar estas experiencias muy personales es que ellas no le están diciendo al counselor nada acerca de su cliente. Las experiencias personales de cada counselor acerca del sentimiento de soledad, el abuso, el dolor por una pérdida, el enojo y los pensamientos suicidas que aparecen en el recuadro 6.6 son diferentes a las de sus clientes. Las experiencias no son empatía, pero ayudan al counselor a ponerse en un estado existencial que lo ayuda a captar el poder de la experiencia de su cliente. Se pueden encontrar más detalles sobre la naturaleza y el poder que tienen estos referentes en Mearns y Cooper (2005: capítulo 8) y Mearns y Schmid (2006). Desarrollar su congruencia puede ser uno de los objetivos más exigentes para el counselor centrado en la persona, pero da enormes dividendos, no sólo para sus clientes, sino también para él mismo. Ser congruentes en las relaciones de counseling es experienciado por los counselors como algo

muy energizante, más que como algo que consume su energía. Incluso si los profesionales no lo han experienciado, pueden recordar lo opuesto: que trabajar en un contexto donde prevalece la incongruencia es agotador y debilitante. Se requiere mucha energía para mantener las ilusiones. Gradualmente, a medida que el counselor usa más de sí mismo en su trabajo, le ofrece a su cliente una vibrante experiencia de humanidad, que combina la aceptación de sí mismo con la habilidad de entrar en su mundo y moverse en él sin temor. No es de extrañarse que muchos clientes experiencien esta combinación como algo liberador y estimulante.

Las tres condiciones combinadas Al final del capítulo 3 presentamos el concepto de profundidad relacional señalando que se facilita cuando el counselor ofrece las condiciones claves de empatía, consideración positiva incondicional y congruencia. Describimos las tres condiciones por separado. Separarlas así, sin embargo, entraña el peligro de llevarnos al campo de la abstracción teórica. El poder de las condiciones claves reside en la presencia de todas ellas, en alto grado, combinadas y entretejidas para crear algo mucho mayor que las partes. Otros autores señalan que también observaron esta naturaleza esencial integrativa de las condiciones claves. Bozarth, por ejemplo, dice: (…) la interrelación de las condiciones de congruencia, empatía y consideración positiva incondicional es tan alta que son inseparables en la teoría. Rogers ocasionalmente analizó las condiciones por separado, quizás como una forma de ofrecer guías pragmáticas a los terapeutas y de clarificar aspectos específicos de cada dimensión. (Bozarth, 1998: 83). En efecto, Bozarth plantea que “en realidad, las tres condiciones son, en última instancia y funcionalmente, una sola condición” (1998: 80).

De manera similar, Freire considera a la empatía y la consideración positiva incondicional como la misma experiencia: Esta descripción nos lleva inevitablemente a la conclusión de que la experiencia empática y la consideración positiva incondicional son en definitiva una única y misma experiencia. Con la consideración positiva incondicional el terapeuta acepta cada aspecto de la experiencia del cliente a la vez que le ofrece su presencia. Con la experiencia empática, el terapeuta acepta cada aspecto del marco de referencia de su cliente al entrar en su mundo. (Freire, 2001: 152). En este capítulo también desarrollamos la conexión entre la congruencia y la empatía al sugerir que la principal función de la congruencia es permitirle al counselor ser un reflejo nítido del cliente y no impreciso y distorsionante. Podemos ir más allá al considerar a gran parte de la congruencia del counselor como el producto de prestar atención a su propia sensación sentida en relación con el cliente en el momento, y entregar el producto de esa atención al cliente. Gendlin habló de esta similitud entre empatía y congruencia: Congruencia (...) significa responder desde nuestro propio y continuo proceso experiencial, mostrando los pasos de pensamiento y sentimiento que vamos dando, respondiendo no en forma rebuscada o artificial, sino desde nuestro ser sentido (...). Como procesos experienciales, la empatía y la congruencia son

exactamente la misma cosa, la expresión directa de lo que estamos transitando ahora con el cliente en respuesta a él. (Gendlin, 1970: 549). La consideración positiva incondicional y la congruencia también están relacionadas porque la existencia de una facilita el desarrollo de la otra: cuando el counselor acepta al cliente, entonces es más fácil que confíe en él y se sienta libre de usar su sí mismo de una manera plenamente congruente. En verdad, cuando los counselors experiencian dificultades con la congruencia en relación con un cliente en particular, su supervisor centrado en la persona suele invitarlo a considerar cuán lejos está de aceptar a ese cliente, ya que una falta de congruencia puede ser un síntoma de dificultades con la confianza y la aceptación. Ser congruente también puede ayudar a promover la aceptación. Nos referimos a esto como correr riesgos en la relación: por ejemplo, el counselor puede ser abierto acerca de una dificultad que tiene en relación con el cliente y, si ambos pueden explorar y clarificar esta dificultad, entonces la relación y la aceptación mutua van a mejorar, exactamente como ocurre en cualquier tipo de relación. Es probable que el desafío más frecuente que enfrenta el enfoque centrado en la persona pueda englobarse en la pregunta: “¿Qué sucede cuando tu consideración positiva incondicional y tu congruencia están en conflicto?, ¿eres congruente acerca de tu falta de aceptación?”. A Carl Rogers le hicieron esta pregunta muy a menudo, pero rara vez satisfizo a quienes la formulaban, ¡y dio muchas respuestas!

Parte del problema es que la persona que pregunta y el profesional con experiencia centrado en la persona que trata de responder suelen provenir de distintos marcos de referencia. Quien está formulando la pregunta puede imaginarse muchos contextos en los cuales experienciaría este conflicto, pero la realidad para el counselor centrado en la persona competente es que, en general, este conflicto simplemente no se plantea. Esto puede sonar como una gran mentira pero es la pura verdad. El counselor centrado en la persona que se ha desarrollado y es competente no tiene el tipo de dificultad para valorar al cliente que quien formula la pregunta cree que puede surgir. Muchas personas tienen problemas en valorar a la otra persona cuando se sienten amenazadas por la posición que ella adopta. Pero la gran fuerza que los counselors centrados en la persona logran en su desarrollo es tal que se hacen menos vulnerables dentro de su sí mismo; simplemente no se sienten amenazados por las diferentes posiciones valorativas adoptadas por sus clientes. Pueden considerar el dilema de quien formula la pregunta en términos teóricos, pero casi nunca representa un problema en la práctica. Sin embargo, todavía necesitamos considerar esta pregunta desde el punto de vista del counselor centrado en la persona que se está desarrollando. ¿Qué hace cuando se ve confrontado por un cliente que representa lo que más teme? ¿Debería tratar de “representar” algún grado de valoración frente a tal desafío? En realidad, podría hacerlo, porque los seres humanos son tan hábiles para ser incongruentes que pueden ser actores, una habilidad que no

se observa en ninguna otra especie. ¿Debería, en cambio, dejar de trabajar inmediatamente con este cliente? Si la comparamos con la primera opción, ésta es una elección honorable, en especial si el counselor se apropia de su dificultad en el proceso y no busca proyectarla en el consultante. La tercera posibilidad es que el counselor no se desconecte del consultante pero reconozca abiertamente su dificultad. Ésta es una opción difícil y los formadores no deberían forzarla en sus alumnos porque al hacer esa elección está optando en ese momento por trabajar más allá de sus límites personales. Es diferente cuando al profesional con experiencia le toca enfrentar estas situaciones inciertas y funcionar terapéuticamente. Sin embargo, para el alumno puede ser un paso importante reconocer su propia limitación y ser honesto con el consultante a pesar de su temor. Una counselor recién graduada aportó un informe de este tipo de experiencia que reproducimos en el recuadro 6.7.   Recuadro 6.7

Siendo honesta Llegué a un punto en que no pude continuar con Jan (la clienta). Era tan abiertamente lesbiana que este hecho representaba un desafío para mí en cada sesión. No sabía qué hacer con eso; estaba asustada. No podía “simular” con ella, se iba a dar cuenta. Hablé abiertamente con mi supervisor sobre terminar la

relación. En retrospectiva, me doy cuenta de que hablé del tema con mi supervisor para no hacerlo. Al final, lo que hice fue “sincerarme” con Jan. Un día hice un “discurso”. Tomé aire y dije que estaba asustada de ella; que sabía que el tema tenía más que ver conmigo que con ella; yo no quería “ponerlo en ella”; pero que siempre había tenido dificultad con el afecto que me manifestaba y que no había sido honesta al respecto hasta el momento. La reacción de Jan me dejó sin aliento. Me agradeció por mi honestidad. Dijo que sentía tristeza y enojo por mi temor hacia ella, pero que habría sido mucho peor si yo no hubiera sido honesta. En ese momento, recuerdo que deseé no tener este miedo homofóbico porque sabía que, a pesar de que habíamos sido mutuamente honestas, no podía avanzar con Jan hasta que no avanzara conmigo misma. La congruencia desmitifica el trabajo del counselor porque muestra simple y claramente lo que está experienciando en relación con su cliente. Muestra que no está albergando complicadas y amenazadoras interpretaciones o teorías acerca de la patología del consultante. Le quita el secreto al counseling y asegura que el counselor y el consultante compartan la misma realidad. La congruencia es tan básica para las relaciones humanas saludables y el desarrollo de la confianza que debemos cuestionar cualquier tipo de ayuda que la minimice. La responsabilidad profesional del counselor es estar plena y honestamente presente para su cliente, porque su incongruencia puede sin duda ser dañina

para alguien que ya es vulnerable. Al principio de este capítulo, hicimos una pregunta que ahora puede ser reformulada: “¿Puedo atreverme a NO ser yo en respuesta a mi cliente?”. Terminamos este capítulo con el recuadro 6.8 que nos da la visión de un cliente acerca de la importancia de la congruencia de su counselor.   Recuadro 6.8

¿Puedo atreverme a NO ser yo en respuesta a mi cliente   A veces, luego de finalizar su proceso de counseling un cliente reflexiona acerca de su counselor: Estaba siempre ahí, siempre viva, siempre presente. Al principio no confiaba en ella, como si no confiara en su sinceridad, en que siguiera interesada en mí. Nunca nadie había permanecido interesado en mí, pasó mucho tiempo antes de que pudiera confiar en ella. Pero cada vez que nos encontrábamos era tan confiable, tan real. A veces se enojaba conmigo y lo decía, y estaba bien. A veces yo me enojaba con ella y eso también estaba bien, como que las personas cada tanto sí se hartan la una de la otra; así son las cosas, ¿no?  

Al explorar las complejidades de la empatía, la consideración positiva incondicional y la congruencia fuimos dando ejemplos desde muchos momentos del proceso terapéutico. Nos queda trabajar a través de ese proceso, sistemáticamente, resaltando los temas que surgen en las diferentes etapas. El lugar lógico para empezar un viaje como éste es en sus comienzos.

1 En Holanda, Bélgica y recientemente en Francia counselors de gran experiencia están reemplazando el término “supervisión” por “covisión”. La covisión puede realizarse entre dos profesionales experimentados o en un pequeño grupo.

7



“COMIENZOS” El juego del poder El consultante llega con sus expectativas Los primeros momentos Estableciendo la confianza “Disfraces y pistas” El fin del comienzo Estructuras y contratos Asuntos de dinero Resumen Estudio de caso (parte 1)

El juego del poder La mayoría de nosotros, en un momento u otro, fuimos humillados por la recepción de alguien a quien recurrimos buscando ayuda o información. La situación traumática clásica es aquella en la que nos hacen esperar en una habitación poco cálida llena de revistas viejas y somos llamados –media hora más tarde del horario acordado– por una voz impersonal, a través de un intercomunicador, que nos dice que vayamos a la segunda habitación a la derecha. Seguimos las instrucciones y llegamos a una puerta que está cerrada. Golpeamos tímidamente y no recibimos respuesta. Golpeamos otra vez y una voz irritada nos dice que entremos. Entramos y nos enfrentamos con una figura sentada ante un escritorio que está escribiendo en un anotador. Nos ignora durante todo un minuto y luego una cara nos mira y nos señala con el brazo hacia una silla incómoda ubicada frente al escritorio. Para este momento ya estamos tan seriamente intimidados que casi no podemos recordar por qué vinimos. El proceso que acabamos de describir es un ejemplo extremo pero demuestra desde el principio un abuso de poder que, aún hoy en día, lamentablemente prevalece en muchos ámbitos de las profesiones de ayuda. Para el counselor centrado en la persona es un asunto de gran importancia no caer, sin darse cuenta, en una trampa

similar. Como vimos en el capítulo 1, sus acciones y actitudes están idealmente determinadas por la creencia de que es importante rechazar la búsqueda de autoridad o control sobre los otros y por su deseo de buscar compartir el poder. Las implicaciones de esta creencia para la recepción y el encuentro inicial con los consultantes son considerables y tienen gran peso en todo aspecto, no sólo de la interacción entre el counselor y el consultante, sino también del ambiente en el cual se desarrolla el proceso de counseling. Los juegos de poder pueden ser jugados tanto con sillas y mesas como con palabras y tonos de voz. Es saludable que el counselor se pregunte lo siguiente: “¿Qué procesos tiene que atravesar un consultante para llegar a mí, y qué mensajes va recibiendo a lo largo del camino?”. El recuadro 7.1 resume algunas de las preguntas que pueden surgir al analizarlas.

El consultante llega con sus expectativas Es posible que el counselor que está esperando a un nuevo consultante tenga dificultades para mantenerse abierto a la experiencia del primer encuentro. Puede haber muchas razones para que así suceda, pero la información previa suele representar el principal obstáculo. Aunque dicha información sea mínima, suele servir como elemento distractor, influyendo negativamente sobre nuestro primer contacto. El counselor puede haber tenido una conversación telefónica con este posible consultante y que esto haya sembrado las semillas del disgusto o la atracción, o incluso las bases de un “diagnóstico”. El domicilio del consultante, o si el counselor trabaja en una institución, su rol o su posición laboral en el organigrama pueden despertar fantasías o disparar actitudes en el counselor. La situación más difícil puede ser aquella en la que el consultante haya sido derivado por otra persona o agencia de counseling; en este caso, el counselor está en posesión de una carta de derivación muy detallada o hasta una historia clínica del consultante y su vida pasada. Contando con toda esta información, el counselor puede tener serios problemas para recibir al consultante con una mente abierta y también puede suceder que sólo lo vea a través de todos los espejos distorsionantes de los juicios de las otras personas y, con

frecuencia, a través de su impotencia y frustración. No tiene por

qué

sorprender

entonces

que

los

profesionales

centrados en la persona más experimentados cultiven el arte de la sordera y la ceguera con respecto a los juicios de otras personas acerca de posibles consultantes y hasta busquen mantener a distancia sus propias impresiones prematuras que, generalmente, se basan en información fragmentada y poco confiable. Las cartas de derivación y las historias clínicas deben ser tratadas con precaución y leídas con inteligencia. Pueden contener información muy importante que el consultante espera que sepamos. Pero el counselor necesita desarrollar la habilidad de filtrar sus contenidos, separando los hechos de la opinión –una tarea mucho más difícil de lo que parece– y no permitir que el contenido cree una impresión antes del primer encuentro.   Recuadro 7.1

¿Qué mensajes transmite mi servicio de counseling?   ¿Cómo es el material escrito acerca de mi servicio, es cálido, da la bienvenida? ¿Enfatiza demasiado mi autoridad? ¿Cómo reciben los otros el mensaje grabado en mi teléfono? Si tengo un sitio web, ¿transmite calidez a la vez que información?

¿Qué transmite mi sala de espera?   ¿Dice que soy tan anticuado como mis revistas? ¿Dice que mi servicio es de tan mala calidad como mis muebles? ¿Dice que nos gusta tanto el ambiente como para poner flores frescas en la sala de espera? La cartelera ¿está actualizada y es tan interesante como para interesar al consultante que quiera leerla?   ¿Cómo responde mi recepcionista a los consultantes?   ¿Es cálido o cálida? ¿Ayuda verdaderamente al consultante a que sienta que está bien estar allí? ¿Es sensible tanto a los consultantes que necesitan que los dejen solos como a aquellos que necesitan un poco de atención? ¿Puede responder al consultante que está en crisis? ¿Sabe en qué situaciones es importante que no interrumpa? ¿Necesita que yo le preste más cuidado y atención?   ¿Qué le dice mi consultorio a los consultantes?   ¿Transmite calidez, o es frío y clínico? ¿Por qué está ese diploma mío en la pared?

¿A qué distancia está para mis consultantes o para mí? ¿Les da confianza? ¿O les recuerda a los consultantes que yo soy el experto? ¿Qué más muestra el consultorio acerca de mí (a través de pósters, cuadros, libros, etc.)? ¿Está bien eso? ¿Hay una silla que es obviamente “mía”, que es más cómoda o más alta que las otras? ¿Hay alguna mesa u otros obstáculos entre el consultante y yo? La posición de los muebles ¿está pensada de modo que el consultante sienta que no estoy demasiado cerca y a la vez lo suficientemente cerca como para oír cada susurro, y también como para tocarlo sin tener que hacer ningún movimiento?   Las expectativas que el consultante tiene del counseling y de los counselors son muchas y variadas, y no pocas van a ser diferentes de la comprensión que el counselor tiene de su tarea. Algunos consultantes vienen esperando que les digan qué hacer o que les ofrezcan consejos autoritarios. Otros pueden esperar muchas preguntas que lleven a un diagnóstico de su problema. Sin embargo, otros pueden ser veteranos del juego terapéutico y pueden venir esperando poca ayuda, pero esperando contra toda posibilidad que

este profesional de la ayuda en particular sea diferente. El counselor

puede

no

hacer

supuestos

acerca

de

las

expectativas de su consultante, pero puede estar seguro de que, a menos que sean reveladas y exploradas hasta cierto punto en los primeros días de la relación terapéutica, habrá graves dificultades más adelante. Nuevamente, todo apunta a que es deseable que el counselor sea capaz de ser abierto, estar atento, ser receptivo, sin hacer supuestos previos, cuando saluda a su nuevo consultante por primera vez y la puerta del consultorio se cierra detrás de ellos.

Los primeros momentos El counselor está en territorio familiar, el consultante no lo está. El counselor conoce su habitación en cada detalle, el consultante está allí por primera vez. El counselor está muy informado y familiarizado con la actividad de counseling, el consultante puede ser un completo novato. El counselor está

fortalecido,

apoyado

por

su

experiencia

y

conocimiento, el consultante probablemente se sienta vulnerable y angustiado. Resumiendo: en los momentos iniciales éste será un encuentro marcadamente desigual. El counselor tiene casi todas las cartas de un juego sobre el cual el consultante ni siquiera conoce las reglas. Para el counselor centrado en la persona este claro desequilibrio de poder será un tema que tratará sin demora. De alguna manera, se le debe posibilitar al consultante que sienta que no ha perdido todo el control sobre la situación y que no está en una posición inferior en la que no tiene ninguna opción más que la de someterse y ser dependiente. El counselor hará todos los esfuerzos posibles para equilibrar esta diferencia de poder. Diferentes counselors desarrollan sus maneras personales de dar señales de calidez e igualdad. Por ejemplo, uno de los autores fue influenciado por su experiencia de una ceremonia japonesa del té y desde entonces, al comienzo del encuentro, siempre ofrece un trago caliente a cada consultante, a menos que sea

obvio que su crisis es demasiado urgente. Servir té o café a un consultante se ha convertido en un regalo inicial e incondicional y en una señal de respeto. También tener un vaso de agua para ofrecer muestra que pensamos en él y que nos interesa. El ritmo es importante desde los primeros momentos; un ritmo sin apuros indica que hay un espacio en el cual se puede respirar y relajarse de la tensión. Las palabras

de

apertura

del

counselor

probablemente

refuercen más aún que ésta es la hora del consultante y que tiene libertad para usarla de acuerdo con sus propias necesidades. El counselor no tiene un plan preconcebido que deba seguir el consultante o una estructura a la cual él deba acomodarse. La única estructura puede ser el lapso que pueden pasar juntos en esta primera ocasión y el counselor muy bien puede explicitarlo. Entonces, una vez que el consultante haya elegido una silla y se haya sentado con aire expectante, el counselor va a comenzar. Bueno, tenemos alrededor de cincuenta minutos para compartir. ¿En qué te puedo ayudar? A veces, por supuesto, no se necesitan palabras de introducción, porque el consultante inmediatamente se pone a llorar o comienza con un torrente de palabras que ha estado conteniendo quizás durante días. Si esto sucediera, el counselor se contentará con brindarle al consultante su plena atención y seguirlo adonde él lo conduzca. No tratará de intervenir ni de imponer su propia estructura en la interacción. Hace algunos años, uno de los autores recibió a

una estudiante joven que empezó a llorar en los primeros segundos de la primera entrevista y continuó llorando durante los siguientes cuarenta minutos. El counselor se limitó a esperar atentamente y después de unos minutos, con mucha gentileza tomó la mano de la consultante y la sostuvo. Al final de los cuarenta minutos, la joven levantó los ojos, sonrió a través de sus lágrimas y dijo: “Gracias, me siento mejor ahora”. Y se fue sin que el counselor hubiera dicho ni una sola palabra. A veces, lo que el consultante dice al comienzo revelará sus expectativas, o su falta de expectativas, para el proceso de counseling. A la pregunta abierta de “¿En qué te puedo ayudar?”, puede muy bien responder “No estoy segura, quizás usted no pueda hacerlo”, o “Me gustaría que usted me diera un consejo”, o “Simplemente necesito a alguien que me ayude a poner las cosas en perspectiva”, o “Nunca he estado con un counselor antes, ¿qué es lo que ustedes hacen?”, o “Estoy al límite de mis fuerzas. Alguien tiene que ayudarme”. Cualquiera que sea la respuesta, el counselor va a estar alertado sobre las expectativas y necesidades del consultante y resuelto a comprenderlas de modo de poder relacionarse con ellas y, si es necesario, gentilmente desengañarlo de expectativas inapropiadas o imposibles de cumplir. Para el counselor centrado en la persona, la tarea es siempre la misma, aunque la respuesta puede adoptar cien formas

diferentes.

Es

“nivelarse”

con

el

consultante,

mostrarle que es merecedor de su absoluta atención, que

merece todos los esfuerzos que pueda hacer el counselor para entenderlo y que es percibido como otro ser humano que, por esa sola razón, puede estar seguro de su aceptación y su honestidad. A la luz de esta tarea primordial es

instructivo

seguir

las

diversas

respuestas

que

el

counselor puede ofrecer frente a las primeras palabras del consultante que mencionamos. “No estoy seguro, o quizás usted no pueda hacerlo” dará lugar a que digamos: “No estás seguro de que yo vaya a ser muy útil” o “te planteas la duda sobre haber venido”. Estas respuestas muestran que la principal inquietud del counselor es indicarle a su consultante que realmente escuchó lo que dijo y que no está interesado en imponer su propia agenda, ni tampoco ofrecer lo que sería una seguridad apresurada en una etapa tan temprana. “Me gustaría que me diera su consejo” presenta un problema más difícil para el counselor, quien sabe que su trabajo no es el de dar consejos, y que lo pongan en ese rol puede ser contraproducente. Al mismo tiempo, quizás no desee dar una respuesta que puede ser considerada por el consultante como un rechazo. Puede optar por: “Usted siente que necesita un poco de orientación” o “Quizás juntos podamos encontrar un camino a seguir”, o más probablemente considere esa afirmación simplemente como algo para romper el hielo y sólo asentir o sonreír. Si fuera obvio que el consultante realmente espera que le ofrezca instrucciones autoritarias, o que le diga qué hacer, durante

la sesión el counselor tiene que aclarar con gentileza esta expectativa. El consultante que comienza con: “Simplemente necesito que alguien me ayude a poner esto en perspectiva”, le presenta al counselor el dilema de responder al tema del rol o al contenido implícito en su afirmación o, en verdad, a ambos: “Con mucho gusto te ayudaré a ver las cosas más claramente”, indica la disposición del counselor para ser el tipo de espejo que el consultante parece estar buscando. “Tú sientes que las cosas se han salido un poco de proporción”, reconoce el miedo del consultante de haber perdido un balance objetivo, mientras que: “Quizás juntos podamos tratar de encontrar la perspectiva que tú sientes que has perdido”, intenta dar respuesta a ambos aspectos de la afirmación del consultante. En algunas de las posibles respuestas del counselor ya aparece el tema central de la igualdad. Lo más rápido posible el counselor deseará, por el bien de la honestidad y la claridad, despejar la ilusión de que asumirá el rol de experto en la vida del consultante. Es necesario dejar sentado el concepto de cooperación y de “andar juntos” de modo que el trabajo que se requiera sea realizado por ambos a la vez, aunque el counselor, como siempre, debe tratar de ser sensible al momento y no permitir que la inquietud por el tema de los roles pase por encima de las necesidades más apremiantes del consultante. Sería un absurdo enorme, por ejemplo, dar un discurso sobre

trabajar juntos si un consultante está temblando de pies a cabeza y casi no puede hilvanar dos palabras seguidas. El consultante poco común que realmente pide desde el principio que se definan los roles y las tareas representa, de algún modo, el sueño del counselor. En teoría, por supuesto, todos los consultantes deberían conocer este tema antes de llegar a la consulta, si leyeron el folleto de la institución o el material publicado por el counselor sobre su trabajo. En realidad, pocos lo hacen y es probable que aquellos que lo hayan hecho no se hayan dado cuenta de lo que eso significa para su propia relación con el counselor. Por lo tanto, vale la pena reflexionar acerca de una posible respuesta al ocasional consultante que dice: “Nunca consulté a un counselor antes. ¿Qué es lo que usted hace?”. Como invariablemente sucede, el counselor tiene varias opciones. Podría decidir responder a los sentimientos que hay detrás de esa pregunta: “Es importante para ti saber cómo trabajo” o, como es probable en este momento de inicio, puede tomar la pregunta literalmente y trate de contestarla. Por otra parte, el counselor podría comprobar si su consultante desea explorar a fondo este tema: “¿Te gustaría que habláramos a fondo de este tema antes de comenzar?”. Si el counselor elige esta segunda opción, es probable que diga algo como: “Considero que mi tarea es ayudarte a expresar lo que está en tu mente, de modo que quizás puedas empezar a ver las cosas con mayor claridad. Y realmente me interesa tratar de entender qué te está sucediendo”.

Una

respuesta

así

cubre

varios

temas

importantes de una manera muy resumida. En primer lugar, pone mucho énfasis en la responsabilidad del consultante de avanzar hacia una mayor claridad con la ayuda del counselor.

Segundo,

hay

un

reconocimiento

de

que

“expresar lo que tienes en mente” no es necesariamente algo fácil de hacer, y puede requerir ayuda especializada. Tercero, la afirmación final del counselor remarca la relevante significación que le atribuye a la comprensión e indica (“realmente me interesa”) que está preparado para comprometerse en esta tarea. En el caso de que el consultante hubiera puesto en claro que realmente quiere una especie de mini seminario antes de empezar el trabajo de counseling, lo más probable es que el counselor hable mucho más extensamente acerca de la naturaleza de la relación que espera que puedan establecer y su creencia básica en la capacidad de los individuos de encontrar sus propios recursos internos para enfrentar los desafíos de la vida. También puede afirmar explícitamente su deseo de permanecer junto al consultante durante todo el tiempo que ambos consideren necesario y apropiado. Por cierto, el counselor estará dispuesto a aclararle todos aquellos aspectos de la relación de counseling y las actividades que requieran aclaración. Hará su mejor esfuerzo para dejar claro que no desea esconderse detrás de una pantalla de humo profesional ni necesita impresionarlo con su mística o su jerga psicoterapéutica. Por el contrario, su mensaje será que desea ser lo más honesto y transparente como le sea posible con respecto al proceso de counseling y que está

dispuesto a poner todo su esfuerzo para transmitir este mensaje si es lo que el consultante parece desear en el comienzo. Uno de los autores (Thorne) hasta se encontró participando en el análisis de un capítulo de una edición previa de uno de sus libros con un consultante que deseaba prepararse lo mejor posible para el trabajo que tenía por delante.

Estableciendo la confianza La duración de la fase del comienzo del proceso de counseling está directamente relacionada con la disposición del consultante desde su llegada. Algunos llegan al (proceso de) counseling en un momento en que están listos para hacerse responsables de su propia vida y desean depositar su confianza en un proceso que desconocen. Otros pueden embarcarse en este proceso antes de que se haya consolidado este sentido de responsabilidad y confianza. (Ver recuadro 7.2). No hay fórmula mágica y quizás sólo podamos mencionar dos

reglas

generales:

que

el

proceso

nunca

puede

apresurarse y que el compromiso del counselor es siempre el ofrecimiento consistente de las condiciones básicas y de la igualdad de poder dentro de la relación. La “disposición” del consultante afectará la velocidad con la cual se desarrolla la confianza en la relación, y el establecimiento y el mantenimiento de esa confianza es lo que en última instancia determinará el nivel y la calidad del trabajo que puede llevarse a cabo. En nuestro estudio de caso, que comienza más adelante en este capítulo, la disposición de la consultante era tan grande que a pesar del trabajo relativamente

pobre

del

counselor

ambos

lograron

establecer una profunda intimidad ya en el segundo encuentro. En otros casos pueden pasar semanas o meses

antes de que se establezca la suficiente confianza como para lograr que ambos den los primeros pasos vacilantes hacia adelante. Algunas personas opinarían que inclusive la frase de apertura sugerida antes: “Bueno, tenemos cincuenta minutos para compartir. ¿En qué te puedo ayudar?” ya implica un desequilibrio de poder. La misma idea de que el counselor está allí para ayudar y que el consultante es el que recibirá la ayuda tiene un atisbo de ecuación de superioridad/inferioridad. Con algunos consultantes, esa objeción puede ser relativamente atinada y el recuadro 7.3 presenta una amplia gama de otras posibilidades, y todas ellas tratan de evitar por completo la trampa de implicar definiciones de rol mientras que al mismo tiempo ofrecen una

invitación

cordial

y

no

clínica

a

un

–todavía

desconocido– ser humano como nosotros. Todas las respuestas presentadas en el recuadro 7.3 tienen un elemento en común: evitan la charla superficial. No hay ningún intento de que el consultante se sienta cómodo hablando sobre el tiempo, comentando sobre el viaje que tuvo que hacer para llegar hasta allí o discutiendo problemas nacionales o políticos. Ocasionalmente, puede presentarse algún caso en que uno recurra a estas estrategias, pero la mayoría de las veces un momento de reflexión revelará que lo que más le interesa a un consultante es empezar cuanto antes la exploración de sus motivos e iniciar el proceso. En tales circunstancias, discutir el

tiempo

u

otros

temas

irrelevantes

generalmente

aumenta, en lugar de aliviar, la ansiedad y la tensión y deja establecida una norma inadecuada de superficialidad desde el mismo comienzo.   Recuadro 7.2

El estado de disposición del consultante para el counseling   A

continuación

presentamos

cinco

elementos

que

pueden denotar un bajo “estado de disposición” en un consultante. Ninguno de ellos hace que el proceso de counseling sea imposible, pero su presencia o ausencia puede alargar o acortar el comienzo del proceso.   Indecisión acerca de querer cambiar: “Me gustaría que mi relación con mi pareja fuera diferente, pero no quiero hacerlo si eso crea muchos inconvenientes.” Falta de confianza en general en los otros: “La gente dice que quiere ayudarme pero en realidad lo que quieren es ayudarse a sí mismos.” No estar dispuesto a asumir la responsabilidad por sí mismo en su vida: “No tiene nada que ver conmigo, es esta depresión la que me hace hacer estas cosas.” No estar dispuesto a asumir su responsabilidad en el proceso de counseling: “Es tu trabajo curarme. Bueno, ahora comienza a hacerlo.”

No

estar

dispuesto

a

reconocer

o

explorar

los

sentimientos: “Sí, me siento triste sobre este asunto, pero enfocarse en los sentimientos negativos nunca le hizo bien a nadie”.   Recuadro 7.3

Una variedad de frases iniciales del counselor   1. Tenemos alrededor de cincuenta minutos ahora. ¿Cómo te gustaría que usáramos este tiempo juntos? 2. Bueno,

¿qué

te

ha

traído

aquí?

Tenemos

casi

cincuenta minutos a nuestra disposición. 3. Tenemos casi cincuenta minutos. Cuéntame qué te trae aquí. 4. Bueno, ¿por dónde te gustaría comenzar? Tenemos alrededor de cincuenta minutos ahora. 5. Cuando estés listo, por favor, empieza con toda libertad donde quieras. 6. Tienes toda mi atención. Depende de ti que me hagas saber cómo quieres usar el tiempo que tenemos. 7. (Sonríe) Hola. Estos cincuenta minutos son todos tuyos. ¿Por dónde te gustaría comenzar? 8. (Sonríe) ¿En qué te puedo ayudar?  

La importancia de comenzar inmediatamente y evitar toda charla superficial es evidente cuando un consultante está en crisis. La respuesta del consultante “Estoy al límite de mis fuerzas. Alguien tiene que ayudarme” es un ejemplo. Ante una declaración inicial como ésta, queda claro que el counselor

necesita

pasar

de

inmediato

a

un

modo

profundamente empático. El consultante en crisis necesita por sobre todas las cosas saber que sus sentimientos son recibidos y comprendidos, y que lo están tomando con la mayor seriedad. Esto no significa, por supuesto, que el counselor se vea arrastrado por la crisis. En verdad, la misma actividad de comprensión empática suele producir el efecto de calmar una crisis, de desacelerar el ritmo y de aliviar hasta cierto punto la sensación de ansiedad y temor que puede haber estado sintiendo el consultante. La experiencia de ser profundamente comprendido y el sentido de compañerismo que surge de esto, son en sí mismos antídotos muy poderosos para los sentimientos sobrecogedores de pánico e impotencia que pueden ser los concomitantes de la crisis, parte de ella. Si el consultante en crisis llegara a considerar que el proceso de counseling le merece confianza es más probable que lo haga si la habilidad empática del counselor está presente desde los primeros segundos. El recuadro 7.4 nos da un ejemplo de un comienzo de este tipo.

Recuadro 7.4

Una consultante en crisis y el comienzo empático   Counselor:

¿En qué te puedo ayudar?

Consultante: Mi hijo de 16 años murió ayer en un accidente en la ruta; no lo puedo enfrentar. Siento que me estoy volviendo loca. Estoy atrapada en una pesadilla. Counselor:

(le pone la mano en la rodilla) No sabes cómo te vas a enfrentar con lo que debe ser lo más terrible que te sucedió en tu vida. Sientes que te estás volviendo loca.

Consultante: (cae llorando en los brazos de la counselor)

  Es probable que en una primera sesión con un intercambio tan dramático y empático, pronto se desarrolle una intensidad de relación que lleve a un alto nivel de autorrevelación del consultante. En verdad, cuanto más certeramente empatice el counselor, más probable es que esto ocurra. Cuando una relación se acelera de esta forma,

existe el peligro de que el consultante después sienta que se expuso demasiado, sin pudor y demasiado rápido. El counselor habilidoso estará alerta a esta posibilidad y puede advertir al consultante sobre estos sentimientos: “Hemos compartido mucho hoy y fuiste muy abierto conmigo. Quiero que sepas que yo me siento bien con esto, en caso de que más adelante sientas que dijiste demasiado. Estoy seguro de que zambullirnos de lleno en esto fue lo correcto”. El establecimiento de la confianza en una relación es un proceso complejo y delicado y los sentimientos inoportunos de vergüenza pueden ser un escollo que impida su consolidación. En agudo contraste con el consultante en crisis, el consultante “endurecido”, que puede haber pasado por toda una gama de servicios de ayuda y psiquiátricos, le presenta un

desafío

diferente

probablemente

sea

al

counselor.

rápida

para

Una

percibir

persona

así

la

de

falta

autenticidad y esté muy acostumbrado a la aplicación de técnicas mecánicas de counseling. En pocas palabras, se dedicará a detectar la autenticidad del counselor y su deseo de comprometerse de una manera no defensiva. En algunos casos, estos consultantes parecen ser cínicos y agresivos. El recuadro 7.5 muestra esta clase –que no es atípica– de un primer

intercambio

que

puede

poner

a

congruencia del counselor desde el comienzo. Recuadro 7.5

El consultante endurecido y un comienzo

prueba

la

congruente   Counselor:

Tenemos alrededor de cincuenta minutos. ¿Cómo te gustaría empezar?

Consultante: La hora terapéutica, ¿no? Counselor:

Sí, así es.

Consultante: Dios sabe por dónde empezar. Ustedes son todos lo mismo. Esperan que yo haga todo el maldito trabajo. Counselor:

Siento que eso es un poco duro. Me conociste hace treinta segundos. Pero consideras que todos los counselors son vagos, ¿no? ¿Que te dejan a ti lo más difícil?

Consultante: Algo así, supongo. Pero supongo que no me vas a dar ninguna respuesta, ¿verdad? Counselor:

Lo dudo, pero empiezo a desearlo ante la perspectiva de luchar contigo para encontrar algunas respuestas. Estoy dispuesta a hacer el intento si tú estás dispuesto a correr el riesgo.

Para tales consultantes, incluso la empatía genuina puede parecer artificial y forzada y el counselor hará bien en mantenerse firmemente en contacto con sus propios sentimientos y estar listo para expresarlos, aunque parezcan belicosos o poco aceptantes. Los consultantes endurecidos

tuvieron

repetidas

experiencias

con

profesionales de la ayuda que no tenían interés en ellos, o con otros que constantemente se escudaban detrás del rol de profesional de ayuda y, asustados, se refugiaban en el anonimato. Por sobre todo, están buscando un counselor que esté preparado para ser abierto y directo con ellos y cuya identidad sea suficientemente fuerte como para no tambalear ante la manifiesta agresividad o el abierto cinismo del consultante. Algunos consultantes sienten un rechazo tan profundo por sí mismos que, cuando cruzan por primera vez el umbral del consultorio, sienten que están al borde de la autodestrucción. Se sienten sin ningún valor, rechazados y sin esperanza. En estos casos, es primordial la actitud de consideración positiva incondicional del counselor. Esto no quiere decir que la empatía y la congruencia sean irrelevantes; significa que, para un consultante que siente un profundo rechazo por sí mismo, el ingrediente más activo para

promover

la

confianza

probablemente

sea

la

consideración incondicional y cálida del counselor. Más aún, es posible que el counselor tenga que mantener esta actitud a lo largo de muchas semanas antes de que el consultante empiece a sentir levemente que es fuerte y duradera. Estos

consultantes suelen temer que es sólo una cuestión de tiempo antes de que se acabe la paciencia y la calidez del counselor y que, muy cortésmente, les sugiera que busquen ayuda en otro lugar. Cuando por fin se dan cuenta de que esto no va a suceder, entonces la situación está lista para que hagan los primeros movimientos tentativos para salir del pozo sin fondo de la negación de sí mismos. Empiezan a contagiarse de un germen o dos de la aceptación del counselor hacia ellos. Uno de los autores solía tener en la pared de su consultorio, fuera de la vista de todos, excepto de los consultantes más inquisitivos, un contundente poema de Richard Church que comienza: “Aprender a esperar consume mi vida/ la consume y alimenta a la vez”; y cuando nos enfrentamos a un consultante que se rechaza a sí mismo, esta disciplina de “aprender a esperar” es un prerrequisito. Sin esa disciplina, basada en una profunda creencia en los recursos internos de cada individuo, es poco probable que el counselor centrado en la persona pueda auténticamente

mantener

la

consistente

calidez

y

consideración incondicional que de por sí puede llevar a alguno de los consultantes más angustiados al punto de confiar en el counselor y en la relación que está ofreciendo.

“Disfraces y pistas” El mundo interno de un ser humano es un refugio y, por lo tanto, no es sorprendente que muchos consultantes nos permitan entrar sólo después de mucha deliberación. Cuando el consultante, con cierta vacilación, toma la iniciativa de avanzar a un nivel más profundo, es muy probable que lo haga de una manera ambigua. Sobre todo en las primeras etapas de la relación puede parecer que está dando dobles mensajes y, de hecho, lo está haciendo. Tal comportamiento es fácilmente comprensible porque el consultante no tiene garantía de que el counselor responda efectivamente al material que todavía no le ha revelado. No sabe si los sentimientos más intensos, sus necesidades primarias y el miedo, la confusión o la violencia, alejarán al counselor. Es probable que, en el pasado, esos aspectos de sí mismo hayan alejado a otras personas. Por lo tanto, el cliente puede adoptar como estrategia ponerse una especie de “disfraz”. Este comportamiento indica la necesidad del consultante de cubrirse para que, si el counselor no responde a un nivel más profundo, rápidamente pueda recurrir a su disfraz sin sufrir las consecuencias de haberse mostrado demasiado vulnerable. Este proceso suele no ser totalmente consciente para el consultante: está justo en el borde de la conciencia.

En las primeras etapas de la relación de counseling, uno de los “disfraces” más comunes es la capa de humor que usa el consultante cuando deja escapar un importante mensaje, pero disfraza las palabras con aparente ligereza o las acompaña con risa. En un caso así al counselor le queda la

opción

de

responder

al

mensaje

o

al

envoltorio

humorístico. Un ejemplo de tal situación es un consultante que dice, riéndose, “y yo a veces hasta me deprimo acerca de esto, imagínate, ¡yo deprimido!”. Esta clase de doble mensaje es una evidencia que indica lo sofisticado que puede ser el ser humano en su autoprotección. Si el counselor no puede responder a un nivel más profundo, o responde

de

manera

inadecuada,

el

consultante

rápidamente puede volver a ponerse su disfraz dando a entender que ese fue el mensaje central: “No me tomes en serio. Sólo estaba bromeando”. Otra estrategia común que cae en la misma categoría es que

el

consultante



un

mensaje

sustancialmente

importante pero con una elección de palabras que lo haga sonar mucho menos importante. Un ejemplo de esta elección de palabras que “diluye” el mensaje se daría si una persona severamente deprimida hablara de sí mismo como “a veces me siento un poco bajoneado”, o un individuo desesperadamente solo comentara “pero en realidad no es tan malo, porque todos nos sentimos solos a veces”. Es probable que todos hayamos desarrollado nuestro repertorio particular de disfraces preferidos y aunque algunos, como los que mencionamos antes, son muy comunes, parte de la

tarea del counselor en el comienzo de la relación es descubrir el repertorio particular del nuevo consultante. Éste es un aspecto de lo que describimos antes como apreciar el “lenguaje personal” del consultante (ver capítulo 5). A veces, no son las palabras que dice el consultante las que indican su deseo de pasar a un nivel más profundo, sino algunas “pistas” no verbales que sugieren que es posible lograr este cambio tan importante. Una pista puede ser una pausa inusualmente larga, un cambio en el tono de voz, un cambio en el contacto visual. De la misma manera que con los disfraces, el counselor tiene la oportunidad de aceptar esta pista o no hacerlo, y el consultante puede aceptar la existencia de la pista o no. A veces, el profesional de ayuda sin experiencia puede notar esta pista pero decidir no pasar a un nivel más profundo, quizás por temor a entrar en un terreno en el que duda de su habilidad para manejarse. Lo más frecuente es que el counselor sin experiencia registre la pista pero no tenga confianza para seguirla. Todavía no aprendió a confiar en su experiencia social acumulada, llamada “sensibilidad”. O también puede ser que el consultante decida que la respuesta del counselor no es adecuada. En cualquiera de los casos ambos se pueden quedar en un nivel más superficial. La habilidad social involucrada en intercambios como éstos es verdaderamente maravillosa: se hizo una invitación y es rechazada, o no aceptada, o no suficientemente aceptada de corazón, y todo esto ha tenido lugar en un nivel de comunicación que

ninguna de las dos personas necesita explicitar. No importa lo que suceda, los dos pueden “salvar las apariencias” y esto

puede

ser

particularmente

importante

para

el

consultante en las etapas del comienzo de una relación de counseling.

El fin del comienzo Gran parte de este capítulo se ocupó de las primeras sesiones, o de los momentos de apertura de la relación counselor–consultante, pero ahora se verá con claridad que la fase del comienzo suele extenderse más allá de la primera sesión y no se puede expresar en términos de un lapso

determinado.

Dimos

gran

importancia

al

establecimiento de la confianza en la relación y quizás éste sea el criterio final que determine el punto en que se ha llegado al fin del principio. En la etapa en que el consultante siente que puede tener la suficiente confianza en la relación como

para

correr

el

riesgo

de

entrar

en

territorios

desconocidos, o poco conocidos, se puede decir que el viaje terapéutico ya comenzó y que la compañía del counselor fue

aceptada

consultantes

y

aprobada.

pueden

llegar

Como a

este

dijimos, punto

en

algunos treinta

segundos, mientras que a otro completar esta fase crítica puede llevarle semanas. Esta amplia variación en cuanto al tiempo requerido para que se desarrolle la confianza tiene un peso crucial en las estructuras que deben ser acordadas en el inicio de la relación de counseling.

Estructuras y contratos Cuando se acerca el final de una primera sesión, el counselor y el consultante se encuentran con el problema de qué hacer luego. Por supuesto, es posible que lo único que se necesite hacer sea llevar la relación a un cierre positivo

y

satisfactorio.

preocupaciones

y

¡Después

problemas

que

de

todo,

hay

pueden

ser

apropiadamente explorados y hasta resueltos en una entrevista de cincuenta minutos! (Talmon, 1990). Otra razón para terminar en la primera sesión se da cuando el consultante no está satisfecho, no considera apropiado lo que el counselor le está ofreciendo. Quizás el consultante estaba esperando una “solución” más instantánea, o busca una relación en la cual el counselor sea una figura más poderosa. Temas como éste pueden ser de contenido importante durante la sesión inicial, pero también pueden indicar un rápido final aunque el counselor lo pueda considerar como prematuro (ver capítulo 9). Si el trabajo va a continuar es deseable que, desde una etapa muy temprana de la relación, probablemente al final de la primera sesión, se trate en detalle lo que implicará la labor conjunta. Es importante tanto para el consultante como para el counselor aclarar la naturaleza del compromiso mutuo en el trabajo que van a emprender juntos.

Existe un gran número de diferentes opciones posibles y, de acuerdo con la tradición centrada en la persona, el counselor se asegurará de no imponer una estructura a su consultante, sino de que juntos elaboren un acuerdo aceptable para el trabajo que harán. No es raro que el counselor y el consultante acuerden un contrato provisional para un cierto número de sesiones. Por ejemplo, pueden decidir encontrarse semanalmente cuatro veces más y luego reevaluarlo. No hay nada intrínsecamente inapropiado sobre este tipo de acuerdo, siempre y cuando esté claro desde el comienzo que al finalizar el número acordado de sesiones es el consultante y no el counselor quien tendrá la posibilidad de decir si va o no a continuar por un período más largo. Muchos consultantes que se presentan para counseling sintieron mucho rechazo e invalidación en la relación

con

otras

personas

y

muy

probablemente

interpreten el ofrecimiento de un contrato de cuatro sesiones como una forma educada del counselor de asegurarse de que no va a tener que soportarlo durante más de un mes. La política de dejar la decisión final sobre si continuar o no al consultante, por supuesto que no implica que el counselor pierde su derecho a expresar sus propios pensamientos y sentimientos cuando llegue el momento de tomar la decisión. Si cree que la relación no es productiva, o que se puede lograr mucho más, lo dirá y sus sentimientos serán entonces un ingrediente importante en el proceso de toma de decisiones. El counselor, sin embargo, no empezará guiándose por el supuesto básico de que tiene razón y que

sabe más que el consultante. En nuestra experiencia nunca sucedió que estos contratos provisionales terminen en una situación en la que el consultante desee fuertemente continuar y el counselor desee con la misma fuerza darlo por terminado. Si se produjera ese evidente punto muerto, creemos que el counselor debería intentar continuar, por lo menos durante un tiempo, con todo el apoyo que pueda lograr de su supervisión. En

lugar

de

establecer

un

contrato

provisional,

el

counselor y el consultante pueden optar por un arreglo abierto, en el que acuerden continuar los encuentros por el tiempo que sea necesario. Es probable que se mencione un lapso impreciso: unas pocas semanas, un mes o dos, o cuando las dificultades parezcan particularmente severas, quizás unos pocos meses. Un acuerdo así suele ser mucho más adecuado para aquellos consultantes que están muy ansiosos o sienten un fuerte temor de ser rechazados, o están conscientes de que estuvieron sentados sobre una pila de angustia y problemas durante años. Sin embargo, también en estas circunstancias es esencial que sepan desde el comienzo que el counselor no se reserva el poder de terminar la relación cuando crea que deba concluirse, sino que ellos tienen el rol principal en la determinación de sus necesidades terapéuticas. En estos arreglos de final abierto suele ser beneficioso realizar sesiones periódicas de revisión, que pueden ser de la misma naturaleza de aquellas que se dan al final de un contrato provisional. También se puede acordar acerca de ellas desde el

principio; en ese caso, formarán parte natural del proceso terapéutico y pueden ser propuestas por el consultante o por el counselor. En esta primera etapa, también es necesario decidir la frecuencia de las sesiones, y acá nuevamente el counselor centrado en la persona tratará de evitar una excesiva rigidez. Probablemente, la sesión semanal de cincuenta minutos sea adecuada para la mayoría de los consultantes pero no hay nada sacrosanto acerca de esta estructura en particular. El consultante que inicialmente llega en un estado de crisis puede requerir encuentros más frecuentes al principio (posiblemente de menos duración), mientras que hay otros que se pueden sentir mejor con un período más largo entre los encuentros. Esto suele suceder con las parejas, ya que el procesamiento que sus integrantes van haciendo entre sesiones se da mejor con encuentros quincenales

que

con

encuentros

semanales.

Es

muy

probable que a medida que el proceso de counseling se vaya desarrollando, la frecuencia que acordaron al principio ya no les parezca adecuada. La duración de las sesiones también puede cambiar. Ambos autores tuvieron algunas relaciones de counseling en las cuales los consultantes desearon tener sesiones que duraban dos o tres horas y aún más y que les resultaron útiles. Tampoco es raro que algunos consultantes se sientan más cómodos con sesiones más largas a intervalos menos frecuentes. En la etapa del comienzo, sin embargo, es necesario que el counselor deje establecida su disposición a ser abierto acerca de la

duración y frecuencia de las sesiones independientemente de la estructura que hayan acordado al comienzo. En la práctica, es más bien la excepción y no la regla que un consultante desee un cambio radical de estructura, pero saber desde el comienzo que tales cambios son al menos posibles suele ser importante para muchos clientes. Es una señal más de que el counselor está dispuesto a compartir el poder y responder a las necesidades de su consultante aun en el caso de que estos cambios sean potencialmente inconvenientes para él. Es evidente, por mucho de lo que ya dijimos, que al counselor centrado en la persona le será difícil trabajar en instituciones en las que la política determine que los consultantes pueden tener un cierto número de sesiones y no más. Un sistema como éste le quita el poder tanto al counselor como al consultante, y sólo pueden trabajar juntos en forma constructiva si ambos reconocen, aceptan y trascienden esa impotencia compartida. No creemos que esto sea imposible, pero estas políticas verdaderamente presentan un obstáculo formidable para el trabajo centrado en la persona. Cuando se trata de gestionar para dar atención a un número inmanejable de consultantes, resulta claro que el problema es la falta de recursos. Cuando se argumenta que una relación terapéutica intensa y corta produce buenos resultados…, bueno, ahí nos sentimos insatisfechos. Sin duda, un proceso corto de counseling puede, y a menudo lo es, altamente beneficioso, pero nos

parece poco consultantes.

probable

que

sea

así

para

todos

los

Hay una gran diferencia entre un “proceso corto” de counseling y un proceso de counseling con “límite de tiempo”. Los counselors de instituciones, especialmente quienes trabajan en atención primaria, se han sentido presionados para adoptar un acuerdo de “tiempo limitado” por el cual no pueden ofrecer más que un número fijo de sesiones sin ninguna flexibilidad. Este tipo de política hace caso

omiso

de

las

diferencias

individuales

entre

los

consultantes y es una manera burda e ineficiente de estructurar un servicio de counseling. Para empezar, estipular un límite, por ejemplo, de ocho sesiones al principio del proceso de counseling puede establecer eso como una meta, en la mente del consultante, cuando a veces dos o tres sesiones hubieran sido suficientes. También puede ser poco económico terminar prematuramente con un consultante cuando está en un momento determinante de su proceso. No tener en cuenta la disponibilidad, cuando el estado del consultante es grave, termina siendo caro cuando da como resultado un cuadro crónico posterior. La alternativa, que también es respetuosa de los presupuestos, es considerar el trabajo como a “corto plazo” pero no con un límite de tiempo. Por ejemplo, en la atención primaria de la salud, nada tiene un límite de tiempo, pero todo es a corto plazo. Adoptando este sistema, el servicio de counseling puede tener un contrato que ofrezca un promedio de, por ejemplo,

seis

sesiones

por

consultante.

Este

sistema

permite que la cantidad de sesiones sea predecible, pero le da a los counselors un margen mucho más amplio para desarrollar su práctica e invertir los “ahorros” de aquellos consultantes que requieren solamente dos o tres sesiones, en otros consultantes con los cuales detener el proceso en la sesión número seis representaría una pérdida de tiempo bastante onerosa. En un artículo reciente, McGeever (2006) informa acerca de un importante servicio de counseling de atención primaria manejado de esta manera, en el cual se ofrece un rango de sesiones que varía de una a cuarenta. Este último modelo también es mejor para los counselors, quienes

pueden

lograr

una

más

amplia

gama

de

experiencia, principalmente en contratos a corto plazo, pero también de trabajos a mediano y a largo plazo (Mearns, 1998). Muchos de los temas que surgen de lo que es, en realidad, un tema crucial con muchas consecuencias financieras y clínicas, fueron tratados en la conferencia inaugural que ofreció uno de los autores, en 1999, en el marco

del

Congreso

Anual

de

Entrenamiento

de

la

Asociación Británica de Counseling y Psicoterapia (Thorne, 1999).

Asuntos de dinero Para los counselors que trabajan en práctica privada o en instituciones que pagan honorarios, el tema del dinero tiene que ser tratado al comienzo con cada nuevo consultante. En algunos casos, la institución libera al counselor de toda responsabilidad en esta área, al determinar los honorarios y cobrar a los consultantes. Es muy frecuente, sin embargo, que el counselor deba incorporar el tema del pago en la primera sesión, y esto no siempre es fácil, especialmente si el consultante está muy angustiado o si ha habido algunas dificultades para establecer los horarios y la frecuencia de los siguientes encuentros. El tema, sin embargo, no puede ser evitado y requiere que seamos abiertos y directos. Es importante que al consultante no le quede ninguna duda ni ambigüedad. Necesita saber exactamente cuánto tiene que pagar (y si hay algún tipo de escala, conocer en qué consiste), así como saber qué sucede si no puede concurrir a alguno de los encuentros sin haber avisado previamente. El counselor, por otro lado, se va a ocupar de entender los sentimientos

del

consultante

acerca

de

los

aspectos

financieros de su relación –especialmente si hay sentimientos difíciles al respecto– y también probablemente ofrezca todas las opciones de pago posibles. En nuestra experiencia, es muy frecuente que sea el counselor quien se siente muy incómodo con el aspecto económico, más

todavía que el consultante, y esa incomodidad muchas veces se origina en las dudas acerca de sí mismo y de su competencia

profesional,

o

hasta

de

poca

fe

en

la

efectividad del proceso de counseling en sí mismo. Éstos suelen ser los temas que el counselor necesita tratar en supervisión, más que otras dudas “éticas” acerca de cobrar por los servicios que ofrece, que pueden ser simplemente una cortina de humo que cubre dudas más fundamentales

acerca

de

su

identidad

personal

y

profesional. Un último aspecto en relación con el pago se refiere a la importancia de que el counselor esté trabajando por honorarios que no sean ni tan bajos que se sienta “usado”

ni

tan

altos

que

sienta

que

tiene

que

“desempeñarse” a un nivel que esté a la altura de esa cifra.

Resumen No nos disculpamos por haber hecho un análisis tan minucioso de los comienzos de la relación de counseling, o por demorarnos en asuntos aparentemente triviales como el mobiliario y las revistas viejas. Es bien sabido que las primeras impresiones tienen profunda significación para todos nosotros en muchos aspectos diferentes de nuestra vida y, por lo tanto, no es de sorprenderse que haya algunos que sostengan que el resultado probable de una relación terapéutica se puede predecir a menudo por la calidad de interacción que tiene lugar durante las primeras dos o tres sesiones. Para el counselor centrado en la persona, todo lo que dice y hace, todo lo que tiene que ver con el ambiente que ofrece a su consultante, todo lo que tiene que ver con las estructuras que acuerdan al comienzo del trabajo conjunto, todo se propone transmitir el mismo mensaje inequívoco: “Te doy la bienvenida, te acepto y te valoro como ser humano. Quiero entenderte. Deseo que ambos podamos ser abiertos y honestos el uno con el otro, y no hay de mi parte ninguna intención de quitarte nada. Y espero que podamos trabajar juntos durante todo el tiempo que tú consideres necesario y útil.”

Estudio de caso (parte 1) Introducción Estamos definiendo arbitrariamente la fase de “comienzo” del proceso de counseling como un período durante el cual el consultante desarrolla la suficiente confianza en el counselor y en su relación como para explorar temas que se encuentran en el borde de su conciencia a las que anteriormente temía. Desarrollar la confianza suficiente para hacer esto suele requerir un alto grado de profundidad relacional. A veces, el consultante le puede otorgar un alto grado de confianza al counselor sin profundidad relacional, pero es el tipo de confianza sin cuestionamiento que un niño siente por una figura parental y es de carácter efímero. Es vulnerable a repentinos cambios de proyección o a que se rompa el encanto de la transferencia, como lo expresarían los colegas psicodinámicos. Esta confianza incondicional solo puede durar mientras el consultante sostenga al counselor en la posición de “padre perfecto”. En el enfoque centrado en la persona del counseling buscamos una confianza que sea, por naturaleza, de adulto a adulto, y no de niño a padre, porque la primera ofrece una base más sólida para alcanzar dimensiones más profundas de la experiencia existencial del consultante. También puede haber una serie de “capas” para que se desarrolle esta confianza. Se desarrolla suficiente confianza como para

comenzar

el

proceso

pero

se

necesita

un

nivel

de

profundidad mayor para llegar a territorio más temido y privado. Esto lo analizaremos como parte del proceso del “medio” en el capítulo 8. Al considerar la fase del comienzo, es liberador para la persona que se está formando como counselor darse cuenta de que no existe un camino único que deba seguir el proceso terapéutico para desarrollar la confianza; en realidad, hay “muchos caminos al éxito” a medida que el counselor y el consultante pasan juntos a la siguiente fase de su encuentro terapéutico. En la primera parte del estudio de caso que presentamos a continuación, seguimos uno de esos caminos a través del comienzo del proceso del counseling. Es un solo caso y como tal no puede reflejar todos los temas que tratamos en este libro. Sin embargo, esperamos que ponga de relieve mucho de lo que implica para el counselor y el consultante encontrar suficiente coraje y confianza mutuos como para empezar a recorrer juntos su viaje de recorrido impredecible. Al describir un caso, uno de los principales problemas es decidir qué dejamos afuera. En el relato siguiente tratamos de incluir sólo material que tanto el consultante como el counselor

sintieron

trascendencia.

Como

que

había

resultado,

tenido

muchos

particular

encuentros

y

hechos sólo son objeto de un breve comentario para destinar más espacio a la exploración de esos momentos que afectaron radicalmente al proceso.

En la presentación de este caso, usamos información de diferentes fuentes que son el resultado de un trabajo llevado a cabo por ambos, el counselor (Dave Mearns) y la consultante, unos dos años después de que hubiera finalizado el proceso de counseling, cuando lo revisaron para publicarlo en esta edición. Primero, había grabaciones disponibles de todas las sesiones, excepto de la primera. La segunda fuente principal de información fue la consultante, Joan. Ella había llevado un diario durante el período de counseling y pudo usarlo, junto con las cintas grabadas, para escribir notas detalladas acerca de cómo había experienciado el proceso de counseling de cuatro meses. Le pedimos que hiciera un comentario acerca de cada una de las diecisiete sesiones y también que tuviera en cuenta cualquier insight que se hubiera producido entre los encuentros. La tercera fuente de información fueron las notas del counselor acerca de este caso. Como es usual en los estudios de casos centrados en la persona, se presta atención no sólo al material que trae el consultante y a su comportamiento en el proceso de counseling, sino también a la experiencia del counselor de sí mismo durante el contacto, así como la opinión del counselor acerca de la cualidad e intensidad de la relación terapéutica. Por lo tanto, las notas sobre un caso de un profesional centrado en la persona normalmente contienen estas tres dimensiones: el “consultante”, el “sí mismo” del counselor y “la relación”. Contábamos con notas detalladas sobre este caso para los

primeros diez encuentros y más escasas de ahí en adelante. Algunas de las notas fueron reescritas en su estilo de redacción y se reproducen en la presentación del caso. Después de que Joan y el counselor reconstruyeron sus experiencias individuales del proceso de counseling, se reunieron para comparar sus percepciones y así crearon otra fuente más de información. Durante esta experiencia de comparación, y con el fin de aclarar algunos aspectos, Joan y el counselor frecuentemente usaron como referencia las grabaciones de las sesiones. Estos encuentros arrojaron muchos

ejemplos

de

diferencias

de

comprensión,

incluyendo el descubrimiento de algunos supuestos que el counselor

había

hecho

acerca

de

la

experiencia

del

consultante y que resultaron ser erróneos. Esta estrecha colaboración entre counselor y consultante asegura que la descripción del proceso de counseling que reproducimos a continuación representa una versión consensuada y no exclusivamente la versión del counselor sobre lo sucedido.   El contexto El contexto para este caso es un consultorio privado de counseling. En el momento en que se realizó el counseling, Joan tenía 27 años. Estaba casada con Roger, no tenía hijos y estaba haciendo trabajo social voluntario. Su madre había muerto y ella había perdido contacto con su padre. Joan había sido recomendada por un consultante anterior, e hizo su cita directamente con el counselor por teléfono. Durante

la conversación telefónica, Joan trajo a colación el tema de los honorarios. El counselor se había atenido a su política usual, que era tener dos honorarios: el más alto para consultantes que podían afrontarlos y otro algo menor para aquellos que tenían dificultades financieras. El counselor también señaló que su política era no cobrar la primera sesión si el consultante decidía no continuar. Joan decidió pagar los honorarios más altos y dijo que quería pagar la primera sesión, al margen de si decidía continuar o no. Otro aspecto relevante del contexto es el estado en que se encontraba el counselor durante el primer encuentro. Esto tiene particular importancia en este caso, porque en ese momento el counselor se estaba sintiendo agotado y algo inquieto. Que Joan se incorporara como su consultante hizo que su clientela llegara al máximo, y después de la llamada telefónica, se preguntó si no debería haber sido más cauteloso antes de aceptarla. Otro tema preocupante para el counselor en ese momento era su dificultad con una consultante llamada Christine, cuyo proceso personal era particularmente

exigente.

atraviesan

período

un

Los en

consultantes, que

son

a

veces,

desafiantes

y

demandantes, pero el counselor estaba teniendo más dificultades de las usuales con Christine, cuyo “proceso frágil” (Warner, 2002a) hizo que ella presentara repetidas demandas al counselor pidiéndole que “probara que podía hacer

un

buen

aparentemente

trabajo”,

incesante

combinado de

críticas.

con

un

flujo

Esta

dificultad

ejercería una influencia no deseada en las primeras sesiones con Joan.   Encuentro 1 Es interesante observar que en las reflexiones que el counselor y la clienta hicieron dos años después se enfocaron exactamente en los mismos hechos del primer encuentro,

considerándolos

de

particular

importancia.

Empezaremos con el relato de Joan de su experiencia. Cuando llegué a su consultorio estaba asustada. Trataba de poner cara de valiente pero ésta era realmente una cuestión de vida o muerte para mí… Y él era un extraño… en algún sentido yo le estaba por confiar mi vida a un extraño. En el momento en que entré y él se me acercó, me miró haciendo un leve movimiento de ojos como si estuviera nervioso. Yo pensé: “¡Oh, Dios, no va a ser lo suficientemente fuerte para mí!”. En los primeros cinco minutos quería salir corriendo de allí, pero simplemente no podía; entonces seguí hablando. Me parece que no mostré mucho sentimiento. Eso cambió cuando él dijo: “Te ves muy tensa, ¿estás asustada?… ¿Esto

te

asusta?”. Puedo escuchar en la grabación que di un gran suspiro de alivio, y recuerdo que lo miré por primera vez desde que me había sentado.  

Gran parte del resto de este encuentro se dedicó a que Joan contara su historia. Contó como se sentía “prisionera” en su vida, cómo “no podía escapar”, cómo sentía que se estaba “muriendo en este matrimonio”. Se refirió a su esposo Roger como “sin sentimientos” y sentía mucha amargura ante el hecho de que él parecía incapaz de responder a su sentimiento. Describió las prácticas sadomasoquistas que habían empezado en los primeros tiempos de su relación. Pensó que se había apurado a casarse porque se sentía “asustada de hacer otra cosa”. Dos años antes, había tenido un romance pero había “obedecido” a Roger cuando él le exigió

que

lo

terminara.

Dijo

que

se

había

sentido

“paralizada por la culpa” y que el único curso de acción posible era volver al matrimonio para “probar nuevamente”. Al hablar sobre su vuelta al matrimonio, dijo: “A un nivel yo sabía que no iba a funcionar, pero me lo negué”.   Dos años más tarde, Joan describe cómo se sintió al contar su historia en la sesión: Hacia el final de la primera sesión había contado la mayor parte de mi historia. En algunos momentos hablé tan rápido que él (el counselor) no tuvo ninguna oportunidad de intervenir. Creo que ésa era la única manera en la que yo podía contar mi historia: no podía enfrentar el sentimiento que implicaba. También hablé muy rápido y no lo miré mucho por si acaso él me despreciaba… o yo veía que él me estaba desaprobando o rechazando.

Hacia el final de este encuentro, el counselor, de manera bastante firme, cortó el flujo del relato de Joan, y con toda intención se tomó el tiempo para mostrar su interés, su calidez y su comprensión, con una afirmación fuertemente afirmativa: Me contaste muchas cosas tuyas hoy; pude ver cómo te asusta hacerlo, y también vi lo importante que es para ti hacerlo. Admiro tu coraje; estoy seguro de que no te vas a rendir sin luchar. En este relato del primer encuentro prestamos particular atención a la consultante y al material que trajo. Sin embargo, como mencionamos antes, el counselor centrado en la persona también se ocupa de ver qué pasa consigo mismo y con el desarrollo de su relación con el consultante. Por lo tanto, reproducimos a continuación las reflexiones del counselor al respecto, después de su primer encuentro:   Counselor: Mientras me enfoco en mí mismo en esta primera sesión con Joan, soy consciente de que al principio estaba bastante nervioso. A primera vista ella parecía muy intensa y severa, con ojos que miraban a través mío. Realmente me sorprendió su intensidad y me llevó cierto tiempo tranquilizarme. Su largo monólogo del principio me dio el espacio para centrarme más y para enfocarme en ella. Me da la impresión de que en realidad sentí miedo

de ella en los primeros momentos y sólo cuando me enfoqué en ella el temor cedió y cambió a una apreciación real de ella en su lucha. Relación:

Pienso que el momento más importante fue hacia el final, cuando detuve su relato para mostrarle, de manera muy clara y firme, cuánto admiraba su coraje. Esa afirmación podría ser importante para ella en relación con su lucha, pero sospecho que también podría ayudar a fortalecer su confianza y nuestra relación. Me siento muy positivo acerca del potencial de nuestra relación pero sospecho que ella está algo dudosa de comprometerse. Va a ser importante que yo haga un esfuerzo particular para comunicarle mi respeto y mi comprensión. Pienso que ella puede no creerme a menos que se lo demuestre con mucha fuerza.

Encuentro 2 Este encuentro comenzó con el counselor haciendo la pregunta: “¿Qué es lo más importante para ti en este momento?”. Joan comenzó a decir cuánto mejor se había sentido después del último encuentro; se había sentido más fuerte toda la semana. Agregó: “Espero que no se me

pase… espero que funcione…”. Continuamos con el relato tomado de las notas del counselor: En este momento cometí un error que luego enmendé y que resultó ser un movimiento significativo para nuestra relación terapéutica. Cuando Joan dijo “espero que funcione” me sorprendió su mirada, que parecía tan penetrante. Empecé a sentirme nervioso e incómodo, me moví hacia atrás en el asiento, como si estuviera bajo amenaza. Como en un flash pensé en los momentos difíciles que estaba pasando con Christine y que no lo estaba manejando nada bien. Empecé a preguntarme si Joan también estaba desesperadamente asustada de que yo pudiera fallarle. En unos pocos momentos, me descentré por completo y me resultó difícil relegar este cuestionamiento a un segundo plano para poder dedicar mi atención plena a escuchar lo que Joan estaba diciendo. Después de un silencio corto decidí enfrentar mi incertidumbre comentando lo que yo veía en la apariencia de Joan en ese momento. No reflejé mi experiencia más profunda de ella porque sabía que probablemente estaba contaminada por la intrusión de mi experiencia con Christine, entonces dije: (Lo que continúa proviene de las grabaciones.) Counselor: ¿Espero que funcione?... cuando dices eso pareces tan tensa… y tan intensa… ¿tienes algo más para decir acerca de eso?... ¿tienes más sentimientos que vienen con esto?

(Larga pausa) Joan:

Sí… temor… no… ¡terror! Estoy aterrada. Estoy absolutamente aterrada. (Pausa)

Counselor: (en una voz suave, lenta y cálida) ¿Qué te aterra, Joan? Joan:

Me aterra que me abandones.

(Continúa de las notas del counselor) Esto me sorprendió; no lo vi venir para nada. Estaba tan contaminado por mi experiencia con Christine que había temido que Joan, de la misma manera, pudiera estar aterrada de que yo no fuera suficientemente fuerte para ella. En verdad, el terror de Joan tenía una base bastante diferente: estaba aterrada de que yo la abandonara… Me alegro de haber sospechado de mi reacción inicial y de haberme ocupado de comprobarla. Joan

continúa

la

historia

de

su

segundo

encuentro

recordando ese momento en que ella expresó su terror al abandono: Este momento, en nuestro segundo encuentro, fue crítico para mí. Recuerdo que después de haber dicho que estaba aterrada por un posible rechazo me sentía totalmente inundada por sentimientos. Al mismo tiempo que sentía que ésta era mi última oportunidad en la

vida y que podía ser rechazada, también tuve un flash que me hizo tomar conciencia de que el mismo terror al rechazo gobernaba mi relación con Roger. También parecía haber una veta que iba aún más atrás (después vi que tenía que ver con el tema de haber sido rechazada por mi padre). Además de todo esto, el mismo acto de poner en palabras mi terror tuvo un profundo impacto en la relación con mi counselor. Me sentí mucho más cerca de él, mucho menos asustada cuando me di cuenta de que él no me iba a rechazar y abandonar como un caso sin remedio. Este incidente hizo que más tarde en ese mismo encuentro me fuera más fácil contarle acerca de mi “puente”. Este

incidente

parece

haber

contribuido

en

forma

inconmensurable a la confianza entre el counselor y Joan, quien entonces pudo compartir con él los detalles de sus fantasías privadas de suicidio, de saltar de un puente (ver capítulo 8). El desarrollo de esta confianza significativa es el punto en que queremos trazar una línea arbitraria que separa

el

“comienzo”

del

“medio”

del

proceso

de

counseling, porque es sólo cuando esta confianza se desarrolla que el consultante está preparado para correr mayores riesgos en la relativa seguridad de que la aceptación y el compromiso del counselor van a perdurar. En

este

caso,

la

confianza

se

desarrolló

bastante

rápidamente, a pesar de que por momentos hubo ineptitud por

parte

del

counselor.

Dos

factores

principales

contribuyeron a la relativa rapidez de este proceso. Primero,

es claro que Joan tiene un alto grado de buena disposición para el counseling. Usando los factores mencionados antes en este capítulo (recuadro 7.2) como indicadores del grado de disposición del consultante, resulta claro que Joan no iba a dejarse vencer por la indecisión con respecto a querer cambiar; no sufría de una falta general de confianza; deseaba hacerse responsable de lo que sucediera en el counseling y estaba dispuesta a reconocer y explorar sus sentimientos.

Cuando

tantos

de

estos

factores

están

presentes, podemos esperar que la fase de comienzo sea bastante corta. El counselor también contribuyó a la velocidad del proceso, porque aunque él estuvo en peligro de sobreidentificar a Joan con su otra consultante, Christine, estuvo consciente de su propia deficiencia y se cuidó de comprobar sus percepciones de Joan. Aunque su comienzo fue torpe, la situación sólo habría corrido peligro si hubiera carecido de esa autoconciencia o no hubiera estado dispuesto a poner a prueba sus supuestos. La relativa velocidad de la fase de comienzo en este caso no debe confundir al lector y hacerlo pensar que siempre se da de esta forma. Por ejemplo, en el caso de Rick, que se describe en el capítulo 6 de Mearns y Cooper (2005), la fase del comienzo duró hasta el encuentro número 27, ¡cuando Rick pronunció sus primeras palabras! En la relación entre Joan y su counselor la confianza ya se había consolidado hasta el punto en que era posible seguir avanzando. Concluyeron el “comienzo” y están por entrar en la fase del “medio” de su proceso de counseling.

8



“MEDIOS” El estudio de caso (parte 2) “Medios”, un panorama general El desarrollo de la relación terapéutica El proceso del consultante El proceso del counselor

El estudio de caso (parte 2) Encuentro 2 (continuación) Hacia el final de este encuentro se produjo uno de esos momentos en el counseling en los que el consultante corre un gran riesgo y encuentra que no se equivocó al depositar su confianza en quien la merecía. En la grabación del encuentro hay un largo silencio que Joan finalmente rompe:   Joan: (baja la cabeza y habla con una voz lenta pero firme) Cuando estoy en mi punto más bajo visito mi “puente”. (Pausa) Es un puente alto sobre las vías del ferrocarril. (Pausa) Hago cosas raras como esperar que venga el tren, y entonces me imagino cómo se vería mi cuerpo si cayera dando tumbos hacia el tren, y pienso contra cuál vagón golpearía mi cuerpo… cómo se sentiría el dolor… y luego la negrura… y la nada. (Pausa) Counselor: No me suena raro… suena muy importante, como que es muy importante para ti, ¿verdad? Joan:

(mirando al counselor) Es crucial para mí; es lo que me mantiene cuerda; de hecho, es lo que me mantiene viva de una manera muy rara…

(Pausa) yo no pensaba que iba a contarte esto porque es demasiado importante… demasiado precioso. Counselor: (hablando lentamente) Sí, entiendo; creo que puedo ver lo precioso que es, es increíblemente importante para ti. De hecho es el medio que te permite afrontar tu vida… es algo muy preciado… me siento honrado de que hayas confiado en mí y me lo hayas contado. Joan:

(sonríe)

  La comprensión y la aceptación del counselor en este intercambio fueron experienciados por Joan como el ofrecimiento de un nivel de intimidad que sumaba enormemente a la profundidad de su relación. Tales experiencias de profundidad relacional nunca se pierden, como Joan comentó dos años después: Fue un momento muy hermoso… y fue sorprendente que sucediera tan pronto, en nuestro segundo encuentro. Confié en él lo suficiente como para que fuera la única persona en el mundo que supiera sobre mi “puente”. Y él entendió tan bien su significado y su importancia… y en verdad, su belleza para mí.

Por supuesto que no es sólo la cualidad de la empatía del counselor lo que creó la profundidad relacional. La consultante inició el encuentro yendo a profundidad en su autorrevelación. La belleza de esta experiencia para la consultante, Joan, permite establecer un agudo contraste con lo que podría haber sucedido si el counselor se hubiera atenido al protocolo de una institución sobre la prevención del suicidio. Tales protocolos, generalmente, exigen que haya una acción especial por parte del counselor (generalmente informar a alguien) si hay evidencia de “ideación suicida” en el consultante. Tomando literalmente lo que decía, Joan podría haber estado fantaseando con el suicidio, pero desde una perspectiva fenomenológica su fantasía

era,

en

verdad,

parte

de

su

estrategia

de

supervivencia. Los protocolos, tal como éste, se analizan mejor en términos de “políticas de ayuda”: supuestamente existen con el propósito de proteger al consultante, pero su función real es proteger a la institución (Mearns, 2006 B).   Encuentro 3 Las notas del counselor exploran los elementos que consideró importantes para él en este tercer encuentro: El contenido de este encuentro es fácil de describir. Se dedicó totalmente al creciente sentimiento de disgusto de Joan para con su esposo y consigo misma en relación con

las

prácticas

sadomasoquistas

en

las

cuales

participaban. (Joan describió con gran detalle estas prácticas y sus sentimientos, pasados y presentes, sobre ellas.) Durante la última semana había empezado a negarse a participar en estas actividades. En el encuentro se desarrolló lo que parece haber sido un proceso en el que Joan “descargó” algo de la tensión y culpa que siente sobre su sexo sadomasoquista; parecía realmente importante para ella contarme cada pequeño detalle,

como

si

estuviera

exorcizando

su

culpa.

También es evidente que Joan ya se está fortaleciendo un poco: no creo que hace dos semanas hubiera podido decirle que no a su esposo… actualmente está yendo muy rápido. Pero hoy había algo extraño en Joan, de lo que acabo de tomar conciencia cuando me enfoco en ella. En realidad, no tuve la sensación de que estuviera muy perturbada por su vida sexual, y a la vez parecía muy intensa cuando me hablaba de ese tema. ¿Hay algo más detrás de esto que se nos está escapando? Es demasiado tarde para hacer algo ahora; empezar el próximo encuentro con este tema no sería una buena idea, porque sería predeterminar lo que es importante para ella cuando venga. Pero sí parece haber una diferencia de intensidad entre el estado en que estaba en la sesión y lo que esas prácticas significan para ella. Voy a dejar esto en reserva por si surge en el futuro. ¿Por qué se me escapó durante el encuentro? Parece tan obvio ahora. Creo que yo estaba un poco intimidado por

sus

experiencias

sadomasoquistas.

Estaba

enceguecido por ellas –no tuve suficiente experiencia de los detalles gráficos de sadomasoquismo–, estuve despistado durante un tiempo y no logré percibir la discrepancia entre el contenido y su forma de estar.   Encuentro 4 Este extracto de las notas del counselor registra el tema dominante del cuarto encuentro: Hoy Joan estaba tan negativa acerca de sí misma y de su situación como no la había visto desde nuestro primer encuentro. Repitió frases como: “No sirve de nada”; “No lo puedo dejar”; “No sirvo; me siento impotente”. Éste fue uno de esos encuentros en los cuales un profesional de ayuda con poca experiencia podría haber tratado de que Joan saliera de ese estado depresivo con algún tipo de “bueno, bueno, vamos, va a estar todo bien”. Sin embargo, una respuesta más fructífera es ver esta depresión y regresión como una parte integral del proceso del consultante: a veces, los consultantes tienen que experienciar la posición en que se encuentran en su peor forma antes de poder hacer un movimiento y seguir adelante. Es poco frecuente que el proceso terapéutico progrese en forma regular. De hecho, suelen tener una estructura de montaña rusa, con picos, caídas, bucles y

espirales (ver más adelante en este capítulo). La tarea del counselor centrado en la persona es ser un acompañante en todas las etapas de este viaje, aun en aquellas que parezcan negativas, deprimentes y, a veces, irracionales. Limitarse a señalar la irracionalidad de la regresión no la detiene y, en realidad, puede agregar un ingrediente más a la experiencia de fracaso del consultante. Durante el encuentro Joan dijo dos veces: “Necesito visitar mi puente”. El counselor pasó a explorar lo que esto significaba para ella, pero más tarde sintió que al hacerlo se había perdido una oportunidad, como escribió en sus notas: Desearía haber seguido mi intuición de sugerir que visitáramos juntos su puente. En ese momento yo sabía que esta especie de inspiración tenía una base sólida y que debía seguirla. Nuestra relación era suficientemente fuerte como para que Joan hubiera aceptado que fuera con ella a ese lugar tan privado. Estar con ella ahí habría

ayudado

a

aflojar

su

“estancamiento”

del

presente. Visto en retrospectiva, el counselor probablemente estuvo acertado al no seguir su intuición y haber elegido la precaución en esta oportunidad. Habría sido una sugerencia difícil de hacer porque aunque Joan había compartido el significado de su “puente”, todavía era un lugar privado para ella. También al hacer una sugerencia así el counselor necesita prestar mucha atención al locus de evaluación del consultante. ¿Joan es suficientemente responsable de sí

misma en este momento del proceso como para poder negarse? Aunque es apropiado ser cauteloso en este caso, el tema general de extender el contexto terapéutico es muy importante. El counselor centrado en la persona no debería sentirse restringido a los límites físicos de su consultorio. Esa habitación sirve como un lugar de encuentro porque es conveniente y privado: a veces, vale la pena sacrificar estas ventajas para otros beneficios que podrían lograrse. Entre los

counselors

hay

resistencia

a

trabajar

fuera

del

consultorio; a veces, se convierte en un tema pseudoético. Esto deriva de influencias psicodinámicas anteriores que, lamentablemente, limitan nuestra exploración de los temas relacionados con la ampliación del contexto terapéutico (Mearns y Cooper, 2005: 55-8).   Encuentro 5 Este encuentro comenzó con la pregunta del counselor: “¿Qué está sucediendo para ti esta semana?”, a la cual Joan respondió: “Nada, no mucho”. Joan parecía muy tranquila y retraída durante el primer tercio del encuentro. El counselor confrontó abiertamente esta quietud y también el hecho de que Joan evitara el contacto visual:   Counselor: Parece como si estuvieras evitando mirarme hoy… y te veo muy quieta… ¿cómo te estás sintiendo?

Joan:

(se larga a llorar) No tiene esperanza, no tengo

esperanza;

no

lo

puedo

hacer,

simplemente no puedo dejarlo (a Roger). Counselor: ¿Hay algún otro sentimiento allí también? Joan:

No tengo solución… (Pausa) siento que te estoy defraudando.

Counselor: ¿Defraudándome porque no eres tan fuerte como deberías haber sido? Joan:

Sí, estoy tan avergonzada.

Counselor: ¿Como si no me gustaras mucho siendo así? Joan:

(todavía evitando el contacto visual) No, ¿cómo le puede gustar a alguien una niñita llorona? (Levanta las piernas al asiento y las rodea con los brazos, escondiendo la cabeza entre las rodillas. Su llanto se convierte en un profundo sollozo.)

Counselor: (Se levanta de su asiento para sentarse al lado de Joan en el sofá y la abraza con mucha suavidad. Permanecen así durante casi cinco minutos mientras Joan sigue sollozando.)   Durante el resto del encuentro, el counselor se quedó sentado al lado de Joan, quien una vez que dejó de sollozar

empezó a hablar sobre la continua tristeza que había sentido cuando era una niña. En estas circunstancias, el counselor funcionó a plenitud como un profesional centrado en la persona. No sólo fue muy certeramente empático en relación con la profunda infelicidad de Joan, desolación, en realidad, sino que le mostró todo el tiempo una valoración positiva, aún cuando Joan se estaba comportando de una manera que ella sentía que era inaceptable. En toda esta secuencia, el counselor fue perfectamente congruente con la naturaleza y la intensidad de sus propios sentimientos y sensaciones; hasta estuvo dispuesto a mostrar la plenitud de su respuesta a Joan sentándose a su lado y abrazándola mientras lloraba. Es difícil evaluar la importancia de una interacción como ésta sin estar en la situación. En sus posteriores reflexiones, Joan planteó muy claramente su visión del comportamiento del counselor:   Sentí como si él simplemente deseara estar conmigo en mi desesperanza y depresión. No trató de sacarme de ese estado. Lo sentí como algo muy importante, aunque me cuesta describir por qué fue importante. Tiene algo que ver con el hecho de que en el momento en que yo esperaba que él me rechazara, incluso se me acercó y se sentó a mi lado; eso quería decir que estaba conmigo auténticamente, y entonces yo podía enfrentar con toda intensidad superarla.

mi

desolación

y,

de

alguna

manera,

En sus notas el counselor da una versión similar de esta interacción: Hoy fue una sesión crítica para Joan y también para nuestra relación. Pude encontrarme con ella en un terreno muy desolado y compartirlo con ella. Joan verdaderamente estaba pasando por sentimientos muy poderosos, porque las sensaciones que experiencié estaban increíblemente cargadas: yo estaba vibrando con la sensación de su desesperación y tristeza. Podía sentirla con todo mi cuerpo y al final de la sesión me sentí extenuado y tenso.   En este encuentro el counselor podría haber tomado otro camino. En todo el libro nos esforzamos por remarcar que hay muchos caminos para seguir un proceso terapéutico… y todos pueden ser exitosos. Una respuesta alternativa del counselor

podría

haber

sido

explorar

si

Joan

estaba

simbolizando diferentes partes o configuraciones dentro de su sí mismo. Su respuesta “… ¿Cómo puede gustarle a alguien una niñita llorando?”, mientras subía las piernas y las rodeaba con los brazos, podía estar indicando una configuración del sí mismo (Mearns, 1999; Mearns y Thorne, 2000). Si ése fuera el caso, las dinámicas entre las diferentes partes podrían tener un significado terapéutico importante. Sin embargo, sería necesario que el counselor centrado en la persona hiciera esa exploración con mucha delicadeza teniendo mucho cuidado de no incluir ninguna

sugerencia de pluralismo del sí mismo, porque las personas son particularmente vulnerables a las señales del counselor hacia ese material que se encuentra en el borde de su conciencia.

Sin

embargo,

considerando

la

intensa

emocionalidad que su consultante estaba experienciando en ese momento, el counselor podría muy bien decidir quedarse en ese terreno, como en el caso que estamos analizando, pero tomar nota de las posibles partes de manera de poder oír esas pequeñas vocecitas en alguna oportunidad más adelante. El tema relacionado con la posible simbolización del consultante de su sí mismo en términos

de

partes

y

cómo

responder

a

ella

será

desarrollado más adelante en este capítulo.   Encuentro 6 Joan llegó diez minutos temprano y como el counselor estaba disponible, comenzó el encuentro. Sin esperar una indicación, Joan empezó a contar varios recuerdos medio olvidados

y

pensamientos

que

habían

inundado

su

conciencia durante la semana anterior. Habló extensamente del hecho, nunca antes mencionado, de que su padre regularmente la había usado para tener relaciones sexuales cuando ella tenía entre trece y dieciséis años. A veces, el acto sexual era precedido por varias acciones de crueldad física. Relató estas actividades con tanto detalle como antes lo había hecho con la relación sadomasoquista con su marido.

Mientras

hablaba

sacudía

la

cabeza

constantemente con “odio”, pero también “enojo” y “temor”, y más adelante con “desesperación”. Cerca del final de la sesión resumió su posición con una pregunta retórica: “¿Qué hago con todo este sentimiento?”. Al mismo tiempo que hablaba de la crueldad de su padre, Joan sentía muy amargamente el rol que había jugado su madre. El siguiente extracto de uno de los monólogos de Joan resume este sentimiento: Me quedé callada sobre esto, tal como papi había dicho durante años y años, pero seguía esperando que mami lo descubriera. Una vez pensé que ella debía haberse dado cuenta, cuando llegó temprano y me encontró llorando sobre la cama. Me sentí tan mal, sobre todo me sentí tan culpable de que ella lo hubiera descubierto… pero yo quería que lo descubriera. Se fue de mi habitación sin abrir la boca y bajó las escaleras. Me quedé esperando que volviera, pero no lo hizo y al final me quedé dormida. Al día siguiente actuó como si nada hubiera sucedido… y yo hice lo mismo. Mirando hacia atrás, ahora estoy absolutamente segura de que ella sabía lo que estaba sucediendo, pero lo encubrió… y no me ayudó. Poco tiempo después de esto, mi papá dejó de hacerlo y me quedé totalmente sola. Recuerdo sentir que yo quería estar muerta del todo, porque había causado cosas tan terribles a mi papi y mi mami.

En el mismo encuentro, Joan hizo la conexión entre la relación con su padre y la que tenía con su marido: “Era casi como si yo estuviera eligiendo otro papi y tratando de lograr que esta vez las cosas salieran bien”. Cuando el counselor reflejó la evidente similitud en las sensaciones que ella parecía experienciar como una chica de 16 años “queriendo estar muerta del todo” y la “negrura” y la “nada” que encontraba en su fantasía de saltar desde el puente, Joan reconoció los paralelos y pasó a enfocarse en las otras sensaciones, además del “consuelo” que acompañaba su refugio de fantasía hacia la aniquilación. Este encuentro también puso en evidencia un cambio en su relación con Roger. Al mismo tiempo de descubrir algunas de las razones por las cuales ella lo había elegido como pareja, contó que la semana anterior había podido contarle acerca del incesto. Había llorado mucho con él y Roger había respondido mejor de lo que ella esperaba: “Parecía no saber lo que había estado sucediendo, pero por lo menos me abrazó dándome palmaditas en la espalda; mostró el mayor interés del que era capaz”. En el relato de este encuentro no dijimos mucho acerca del comportamiento del counselor. Lo cierto es que fue su comportamiento en la sesión anterior lo que facilitó que Joan pudiera expresar y relatar sus recuerdos en este encuentro. Los eventos del quinto encuentro habían sumado a la profundidad relacional dándole a Joan la seguridad y la confianza para entrar en un territorio nuevo. Había desarrollado confianza en su counselor, en su relación y

también en sí misma, lo que refleja aquello que llamamos “una experiencia continua de profundidad relacional” (ver capítulo 3 de Mearns y Cooper, 2005: 52-53). A veces, para describir este estado de la relación se usa el término “mutualidad”. La presencia del counselor es importante, pero lo que él hace se va haciendo menos crucial porque Joan es cada vez más capaz de hacerse responsable por sí misma.     Encuentros 7, 8 y 9 Probablemente, lo más difícil de predecir en un proceso de counseling es su velocidad. A veces, los consultantes empiezan con mucha lentitud y luego van muy rápido, mientras que otras veces el comienzo es rápido y luego es seguido de un período de calma. Esto es lo que sucedió en el presente caso. Durante los encuentros 7, 8 y 9 Joan enfrentó una y otra vez el material generado entre el quinto y el sexto encuentro. Volvió una y otra vez sobre estos temas, procesando y reprocesándolos. En un proceso de counseling, este tipo de fase aparentemente “estancada” puede ser difícil para el counselor. Y, sin embargo, tales fases son a menudo importantes facetas del proceso del consultante; lleva mucho más que unas pocas horas cambiar la propia vida. En el caso de Joan había descubierto mucho más de lo que había esperado hacia el final del encuentro número 6. En algún sentido, en ese momento las

cosas habían ido demasiado rápido para ella, y no es sorprendente que le llevara unas cuantas semanas “ponerse al día” consigo misma. Dos años más tarde, Joan pudo reflexionar acerca de esta fase del proceso: Más o menos hacia la mitad de nuestro tiempo juntos estuvimos caminando en círculos durante bastante tiempo. Parecía que ninguno de los dos sabía por dónde continuar y todo lo que tratábamos terminaba en blanco. Ahora me doy cuenta de que yo estaba estancada porque en algún nivel me había dado cuenta de la enormidad que había destapado. Había ido a counseling aparentemente esperando recibir ayuda para hacer algunos cambios en mi vida presente, y de repente estaba tratando de llegar a aceptar el hecho de que mi padre solía torturarme, luego tener relaciones conmigo, de que mi madre en secreto era cómplice de nuestra negación y que yo me había casado con mi esposo ¡porque era sexualmente cruel como mi padre! Algunos extractos de las notas del counselor demuestran lo difícil que puede ser esta fase, y cómo el counselor centrado en

la

persona

va

a

intentar

detectar

el

locus

de

estancamiento. Si está en el consultante, es probable que una atención paciente produzca resultados, pero si el locus de estancamiento está en el counselor o en la relación, entonces se requiere una acción más directa por parte de aquél:

Como lo sospechaba, parece que realmente estamos estancados del todo. Estoy convencido de que este estancamiento no tiene que ver con nuestra relación. Nuestra relación no está estancada por falta de compromiso. Tampoco pienso que el estancamiento provenga de mí. No tengo la sensación de estar resguardándome, estancamiento.

lo

cual

Tampoco

normalmente

siento

que

Joan

crearía esté

amenazando ninguno de mis valores, lo que podría hacer que me sintiera inhibido con respecto a ella. Estoy consciente de que no me sorprende su estancamiento; quizás hasta lo esperaba. Cuando ella salió con toda esa montaña de material en nuestro sexto encuentro, recuerdo haber pensado que le tomaría cierto tiempo procesarlo

todo.

Realmente

creo

que

éste

es

el

estancamiento de Joan sin que yo lo esté contaminando. Parece bloqueada por sí misma, como dijo hoy: “Siento que me estoy ahogando por adentro… que me estoy sofocando”. Mientras estoy aquí sentado enfocándome en esto, creo que aunque no haya creado este estancamiento puedo haber estado contribuyendo para que ocurra. Me he sentido muy frustrado y me doy cuenta de que en varias ocasiones traté de ayudar a Joan a encontrar maneras de salir de su estancamiento. En lugar de eso, lo que podría hacer es realmente intentar aceptar su estancamiento. Encuentro 10

Cuando el counselor centrado en la persona descubre entre encuentros un posible camino de exploración, normalmente no empezaría la próxima sesión con eso. En cambio, comenzaría con lo que sea relevante para el consultante y usaría el tiempo para comprobar la persistencia de su reacción ante lo que está sucediendo. En este caso en particular el counselor esperó unos veinte minutos, durante los cuales Joan parecía estar volviendo otra vez sobre lo mismo, antes de intervenir contando sus reacciones lo más fiel y plenamente que pudo: Me estoy sintiendo bastante estancado; he tenido esta sensación intermitentemente en los últimos encuentros. Es una sensación rara porque me siento bien sobre lo que estamos haciendo y lo que hicimos juntos. Pero después del encuentro de la semana pasada me di cuenta de que realmente no había estado escuchando lo que te estaba pasando, me había acostumbrado a que fueras a toda máquina como un tren rápido y parecía estar buscando formas de empujarte más y más. Pero creo que no me di cuenta de que por el momento el tren había parado en una estación y que quizás podríamos ver qué significa eso. En esta afirmación el counselor está siendo absolutamente congruente

en

su

respuesta

a

Joan.

Las

respuestas

congruentes a veces son bastante largas, ya que el counselor

tiene

mucho

cuidado

de

expresarlas

con

exactitud, no sólo su reacción dominante en relación con su

consultante, sino todos los detalles de esa respuesta: “está mostrando su trabajo”. Aunque la respuesta del counselor resaltaba su impresión de

que

Joan

estaba

estancada

por

el

momento,

paradójicamente tuvo el efecto contrario de ayudarla a experienciar

sus

sentimientos

presentes

con

mayor

intensidad y, a partir de ahí, seguir avanzando. Una de las maravillas de las relaciones humanas es que si una persona que está ayudando trata de hacer que su consultante deje de sentirse de cierta manera, esto suele dar como resultado que el consultante se estanque en ese sentimiento, mientras que el enfoque alternativo de tratar de entender y apreciar plenamente la experiencia del consultante, muchas veces, produce una intensificación de la experiencia que sirve

entonces

como

preludio

de

sus

movimientos

siguientes. Una de las características distintivas del enfoque centrado en la persona es su capacidad de capitalizar este proceso. Al enfocarse en los sentimientos acerca de su historia, el enojo fue lo primero que se hizo prominente para Joan. Mientras estaba expresando su enojo a los gritos, empezó a llorar, saltó de su silla y se puso en cuclillas en el piso. Su llanto finalmente dio lugar a un profundo sollozo y en ese momento el counselor dejó su propia silla para ponerse también en cuclillas frente a ella. El counselor retoma el relato, no a partir de sus notas, sino dos años después basado en sus recuerdos e incentivado por la grabación del encuentro:

Seguí esperando que dejara de llorar, pero siguió y siguió, y finalmente me di cuenta de que ese sollozo surgía del mismo centro de su existencia. Era un sollozo que había estado guardado durante muchos años. Cuando

me

senté

a

su

lado

sentí

que

estaba

permitiendo que esa “niñita” abusada que guardaba en su interior pudiese ver la luz del día, y hacer lo que, en el pasado, había estado prohibido durante muchos años: llorar por ella misma. Recuerdo que en ese momento pensé que quizás éste era otro comienzo; el comienzo de lo que se convertiría en la aceptación de sí misma. Joan también nos ayuda a entender el proceso tal como lo experienció con este comentario hecho dos años más tarde: Pienso que lo que sucedió fue que abrí la puerta a mis sentimientos muy al comienzo de nuestros encuentros. En ese momento salió sólo un poquito, pero entonces yo lo sentía como demasiado, y luego, aterrada por la intensidad y la cantidad de sentimientos que tenía, cerré la puerta. No lo hice conscientemente, fue como si en algún nivel yo supiera que no iba a poder soportarlo y mis defensas cerraron la puerta a mi experiencia del enojo y, más especialmente, a la profunda, profunda tristeza, frente a lo que mi padre y mi madre me habían hecho. Al principio yo había estado asustada, y luego estuve menos asustada, y algo de sentimiento salió, pero entonces volvió mi temor. Recién en este décimo

encuentro

mis

sentimientos

se

destaparon

por

completo.   Encuentros 11 a 14 Lamentablemente, la pereza del counselor resultó en una ausencia casi total de notas registradas a continuación de estas sesiones, por lo que tenemos que basarnos en la información de las grabaciones junto con las reflexiones que Joan y el counselor hicieron dos años después. Joan comienza comentando lo que le sucedió después del encuentro número 10: Una vez que expresé abiertamente mi enojo y mi tristeza, no salieron y luego desaparecieron. Volvieron una y otra vez, pero cada vez un poquito menos. Aún ahora me enojo y me entristezco acerca de lo que pasó y creo que siempre lo haré. Pero desde ese momento en adelante muchas cosas repentinamente. Bueno, no

cambiaron bastante fueron tanto cosas

exteriores las que cambiaron, sino mi manera de mirarlas. Roger dejó de ser el ogro que dominaba totalmente mi existencia. En cambio, lo vi como una persona bastante débil que tenía sus propios problemas. Supe entonces que podía dejarlo. Curiosamente, eso hizo que me sintiera menos desesperada por irme, aunque sabía que iba a suceder cuando llegara el momento correcto.

Escuchando las grabaciones es evidente cómo fue cambiando mi voz a lo largo de estas sesiones (de la 11 a la 14). De ser algo chillona y excitada, se volvió estable, calma y madura. Dejé de ser la “niñita perdida” y de pronto soy capaz de ser la mujer que tiene opciones en su vida. El comentario de Joan resume bastante bien el estado en que estaba en estas sesiones. Los temas de los cuales se estaba ocupando se centraban en tomar control de su vida. Sabía que se había casado con Roger principalmente porque se parecía a su padre, y que sus prácticas sadomasoquistas también reflejaban la relación con su padre, como ella dijo en una sesión: Mi meta en la vida se convirtió en hacer que Roger me amara, mientras me lastimaba; a diferencia de mi padre, quien tenía sexo conmigo y me lastimaba, pero de quien nunca sentí que verdaderamente me amaba. Su creciente conciencia de sí misma también logró que descubriera que se había comportado en forma seductora con la mayoría de sus jefes, y bastante deliberadamente había escondido su capacidad intelectual en los trabajos anteriores. Sintió que todo formaba parte de la estructura en la cual repetidamente confirmaba ante sí misma que era “una niñita incapaz”. Es interesante que en su comentario acerca de los encuentros 11 a 14 Joan dice: Salí de mi “niñita perdida”.

Hasta el momento ésta es la más clara indicación de que Joan se está simbolizando en términos de partes; al menos lo hace dos años después de haber terminado el proceso de counseling. Si la simbolización hubiera sido tan clara mientras estaban realizando el trabajo, el counselor, en algún momento, habría explorado el significado que tenían las simbolizaciones para ella: ¿qué significaba su “niñita perdida” para ella? Seguir una parte o configuración (Mearns, 1999; Mearns y Thorne, 2000) puede llevar a otras. A menudo, la dinámica entre las partes personifica los conflictos que siente el consultante. A la persona suele resultarle más fácil “enfocarse” en su vivencia a través de las partes (Gendlin, 1984; Burton, 2004). Cada una de esas partes es bastante activa, pero considerándolas juntas puede parecer que se neutralizan entre sí. La teoría de las configuraciones

fue

desarrollada

como

una

manera

centrada en la persona de entender y trabajar con personas que experiencian a su sí mismo como compuesto por diferentes partes. Pero reiteramos que si se supone que todas las personas tienen diferentes partes y es tarea del counselor encontrarlas, se cometerán serios errores en la aplicación de la teoría. El counselor que se acerque a este fenómeno

con

precaución

y

de

manera

consistente,

centrándose en la persona, se limitará a usar los términos que el consultante emplea para describir a su sí mismo. (La disciplina centrada en la persona en relación con el trabajo con las configuraciones se describe en Mearns y Thorne, 2000: capítulo 7.)

El “final del medio” del proceso terapéutico se produce durante las sesiones 11 a 14, en las cuales resulta claro que Joan enfrentó y logró superar los bloqueos emocionales que habían estado inhibiendo su desarrollo, empezó a aceptarse a sí misma y ahora está más libre para hacer cambios en su vida. Nuestra descripción de los encuentros 11 a 14 continúa en el principio del capítulo 9, cuando Joan y su counselor avanzan a través del período final de su proceso de counseling. Existe, sin embargo, un número de temas generales que vale la pena analizar antes de terminar la parte del medio del proceso terapéutico, y de ellos nos ocuparemos a continuación.

“Medios”, un panorama general El counselor centrado en la persona no conceptualiza su trabajo como una serie de pasos claramente definibles. En cambio, reconoce que cada consultante es único y que el proceso terapéutico que viva será diferente al de cualquier otro individuo. El énfasis en la singularidad de cada consultante no significa, sin embargo, que no tenga sentido investigar el proceso de counseling. Hay algunos temas – como el desarrollo de la profundidad relacional, con el consiguiente crecimiento de la confianza, por ejemplo– que son

tan

fundamentales

que

jugarán

un

papel

muy

importante en el trabajo con la mayoría de los consultantes. En este período del medio, los momentos de profundidad relacional pueden ser experienciados como intimidad, y la forma más continua de profundidad relacional se va a desarrollar para crear una experiencia de mutualidad. También es común en este período del medio que el consultante logre la autoaceptación. Más aún, hay algunos acontecimientos que sólo ocasionalmente ocurren durante el proceso terapéutico pero que, de cualquier manera, merecen ser examinados porque si el counselor no está consciente de su importancia pueden dar lugar a serios problemas. Este último grupo incluye la cuestión de los límites

entre

la

involucración

terapéutica

plena

del

counselor y la sobreinvolucración. En el resto de este

capítulo exploraremos todos estos aspectos del proceso de counseling. En el estudio de caso, el counselor prestó atención a tres dimensiones: el desarrollo de la relación terapéutica, el proceso del consultante y el proceso del counselor. Consideremos los temas relevantes a este período de mitad del proceso terapéutico bajo estos tres encabezados.

El desarrollo de la relación terapéutica El establecimiento de un cierto grado de profundidad relacional y la consiguiente confianza entre el consultante y el counselor fue una parte crucial del comienzo del proceso de counseling, pero esto no significa que la profundidad relacional deje de ser un tema importante a medida que continúa el trabajo. Esperamos que la relación se profundice y se refuerce a medida que la experiencia mutua del counselor y del consultante se hace más plena. En la última parte del encuentro número 2 hay un momento muy potente de profundidad relacional cuando Joan corre el riesgo de hablar de su temor al rechazo y, nuevamente, cuando comparten la importancia que el “puente” de Joan tenía en su vida. En el encuentro número 5 cuando, en palabras de la consultante, el counselor “deseaba simplemente estar conmigo en mi desesperanza y mi

depresión”,

profundidad

encontramos

relacional.

En

una

situación

momentos

similar

como

éste,

de la

comprensión entre el consultante y el counselor existe en muchos niveles, así como también la aceptación. El resultado es una profunda sensación de compartir. Tales momentos, que pueden estar marcados simplemente por un leve contacto, un breve intercambio de miradas, o sólo estar sentados juntos en silencio, tienden a sobresalir y a ser recordados, tanto por el consultante como por el counselor,

mucho tiempo después. Para el consultante, cuya historia de relaciones ha sido complicada, y cuya autoaceptación es débil, tales momentos pueden ser un instrumento único y muy poderoso para desarrollar la consideración hacia sí mismo. Los momentos de profundidad relacional tienden a ser experienciados como intimidad, tanto por el consultante como por el counselor. Son experiencias poderosas de dos seres humanos que están encontrándose plenamente con la humanidad del otro. Para la mayoría de los consultantes serán experiencias absolutamente cálidas y “positivas”, pero no para todos ellos. El consultante cuyo desarrollo previo haya estado caracterizado por un tipo de amor que es inconsistente e impredecible, puede haber desarrollado una saludable sospecha de la calidez expresada por el otro y también de la calidez que él experiencia en sí mismo. Este sistema de autoprotección, que describimos en el capítulo 2 como “proceso egosintónico”, lleva a la persona a tener una reacción fuertemente ambivalente hacia los momentos de profundidad relacional. Como cualquier otro ser humano, una parte de ellos valora y anhela la intimidad, pero otra parte se siente fundamentalmente amenazada por ella y responde con sospecha, o hasta con odio y enojo. Esto no significa que la profundidad relacional esté contraindicada en un caso así –lejos de estarlo– ya que la “relación”, que fue la base para el daño, es también, potencialmente, el contexto más sanador. Sólo mencionamos aquí como una precaución la de no suponer que todos los consultantes valorarán plenamente la experiencia de intimidad. Hay

ejemplos de trabajos que representaron verdaderos desafíos con consultantes que temen la intimidad en Mearns y Thorne (2000) y Mearns y Cooper (2005). Los momentos de profundidad relacional aumentan la confianza que tanto el counselor como el consultante tienen en su relación y, por lo tanto, contribuyen al establecimiento de una experiencia continua de profundidad relacional (como se presenta en el final del capítulo 3 en Mearns y Cooper, 2005: 52-53). En ediciones anteriores de este libro describimos

este

proceso

como

el

desarrollo

de

la

mutualidad (Mearns y Thorne, 1988, 1999). Con este sentido

de

profundidad

relacional

continua,

tanto

el

counselor como el consultante experiencian su trabajo como una empresa verdaderamente compartida y pueden confiar en el compromiso del otro de lograr y mantener la autenticidad con la otra persona. No sienten temor del otro y la intimidad se da fácilmente de maneras apropiadas para el

contexto

defensividad

de

counseling.

humana

que

Las

variadas

caracterizan

las

formas

de

relaciones

cotidianas suelen estar ausentes entre el counselor y el consultante que desarrollaron esta profundidad relacional continua: no tienen nada que temer el uno del otro en el contexto

de

counseling.

Se

hacen

cada

vez

más

transparentes, a punto tal que dejan de ser símbolos el uno para el otro y se pueden animar a verse mutuamente con claridad. El counselor no tiene dificultad en liberar su sensibilidad empática de las maneras que considere más congruentes para él. El consultante también se vuelve más

activo en hacer sugerencias acerca de cómo pueden continuar; hasta puede llegar a hacer pedidos inusuales al counselor en la certeza y la confianza de que el counselor va a responder honestamente. (Por ejemplo, al final de nuestro estudio de caso, Joan le hizo un pedido inesperado al counselor para que la acompañara a visitar la tumba de su madre).

El proceso del consultante En una entrevista grabada en video poco antes de su muerte,

Carl

Rogers

dijo:

“Hay

algunos

momentos

especiales en la vida de una persona en los que se siente capaz de cambiar. Tenemos la esperanza de que en la terapia se produzcan más de estos momentos” (Bennis, 1986). Ésta es una afirmación muy simple de lo que es el objetivo del counseling centrado en la persona: busca crear más de estos “momentos especiales” en los que el consultante se sentirá capaz de cambiar. En esencia, el counselor centrado en la persona trata de crear esos momentos liberando el proceso natural de sanación que se encuentra dentro del consultante. Como lo expresamos con claridad en el capítulo 1, el enfoque centrado en la persona considera que, básicamente, los seres humanos quieren ser “sanos”, tanto en el sentido psicológico como en el físico, y tienen potencial para desarrollar esa salud mental positiva. Con problemas que tienen larga data, a menudo la dificultad que la persona está viviendo se relaciona, en realidad, con los sistemas de autoprotección que desarrolló para sobrevivir a situaciones dañinas –generalmente relaciones dañinas– que ocurrieron en las primeras etapas de su vida. Desarrolló maneras de proteger a su sí mismo que lo ayudaron a sobrevivir en sus primeros años, pero esas protecciones tempranas se

volvieron disfuncionales más tarde, particularmente de maneras que inhiben a la persona en sus relaciones. La tarea del counselor, a través de la relación de counseling, es ayudar al consultante a liberar su proceso natural de sanación, de modo que su desarrollo pueda progresar superando los actuales bloqueos. El aislamiento social y emocional, el temor, la negación, la carencia de claridad, la falta de conciencia de los propios sentimientos, las dudas paralizantes sobre uno mismo, el rechazo hacia sí mismo, son ejemplos típicos de tales bloqueos. A través de la relación que los dos crean, el consultante ya no está tan aislado ni social ni emocionalmente, y su temor disminuye a medida que su confianza crece, ya que el temor y la confianza son las dos caras de una misma moneda. La reducción del temor es la llave que abre otras puertas; cuando el consultante se siente menos temeroso, puede enfrentar dificultades que hasta entonces había tenido que negar. El mundo de sus sentimientos se le vuelve menos amenazador y más accesible. Experienciar una relación con el counselor en la cual se siente profundamente valorado hace que le resulte cada vez más difícil negar su propio valor, y comienza a derribar las barreras de dudas o de rechazo hacia sí mismo. Esta gradual liberación del proceso de sanación dentro del consultante, a veces, es llamada movimiento en counseling, y está hermosamente expresada por Goff Barrett-Lennard (1987) como “el pasaje de la herida a la esperanza”.

Es interesante reflexionar más de cerca sobre lo que en verdad sucede cuando el consultante “cambia” en el proceso

terapéutico.

Tendemos

a

usar

esa

palabra,

“cambio”, con bastante ligereza, sin considerar realmente qué quiere decir. En otro libro, Mearns se refiere a un cambio “sísmico” y lo ejemplifica con el estudio de caso de Joan: Es como si la presión hacia el cambio hubiera estado armándose bajo la superficie y luego, repentinamente, se produjera un cambio mayor. (Mearns, 2003: 92). Podemos compararlo con el cambio “osmótico” que se describe así: En esta forma de cambio es como si el consultante no hubiera estado consciente del cambio que se había estado produciendo lentamente en su concepto de sí mismo. El proceso se ha desarrollado de manera tan gradual

que

cada

elemento

del

cambio

era

imperceptible, pero llega un momento en el que el consultante se da cuenta de los efectos del cambio acumulado. (Mearns, 2003: 92). En el cambio “osmótico” el counselor puede haber estado viendo el cambio desde mucho antes que el consultante. Un consultante lo expresa de manera sintética: “se siente verdaderamente extraño… nada ha cambiado; sin embargo, todo es diferente”.

Puesto que en el counseling centrado en la persona el movimiento depende de la remoción de bloqueos como los mencionados anteriormente, es poco probable que sea un proceso parejo y regular. El counselor en formación puede sentirse confundido y elaborar creencias erróneas, leyendo los trabajos de algunos autores o escuchando a docentes que simplifican excesivamente el proceso y lo presentan como una serie de etapas nítidas y ordenadas. Tales “etapas” le ofrecen al estudiante la agradable ilusión de un proceso que es comprensible y predecible. Pero es una ficción, que produce como resultado alejar a la persona en formación de la actividad central: seguir al consultante. Cuando un futuro counselor espera y desea que el consultante

siga

una

determinada

estructura,

la

que

aprendió a través de la enseñanza de algunos teóricos, en ese momento abandonó la perspectiva centrada en la persona. El counselor centrado en la persona con más experiencia sabe y se siente cómodo con el hecho de que el movimiento de su consultante probablemente incluya períodos de estancamiento o regresión, y que va a haber muchas mesetas y ondulaciones. Más aún, el counselor sabrá que la mayoría de estas evidentes subidas y bajadas son aspectos naturales de la liberación del proceso sanador de su consultante. Tales fases suelen indicar que el consultante necesita juntar fuerzas antes de continuar y que requieren el acompañamiento atento del counselor tanto como en los momentos de rápido movimiento o cambios drásticos.

Los counselors experimentados están muy conscientes de que los consultantes muchas veces parecen empeorar antes de mejorar, pero esto puede ser difícil para un profesional nuevo que puede confundirse cuando ve que su consultante empeora a pesar de que se está produciendo lo que él considera una buena relación de trabajo. Una manera de entender este fenómeno es recordar que antes de buscar ayuda profesional el consultante ha estado haciendo lo posible para protegerse de las dificultades. Quizás negó muchos de sus sentimientos de temor, intentó evitar situaciones que lo pondrían triste o enojado, limitó su manera de relacionarse con otros para minimizar el contacto y el riesgo emocional; en síntesis, puede haber erigido muchas barreras para protegerse. A medida que va avanzando el proceso de counseling y disminuyen los temores del consultante, empezará a correr más riesgos enfrentando situaciones que antes hubiera evitado y siendo más abierto acerca de sus sentimiento a los que antes hubiera temido. Puede causar preocupación a quienes lo rodean al quebrarse y llorar más a menudo, o mostrar el enojo

que

antes

había

suprimido,

o

puede

volverse

emocionalmente más necesitado o demandante. En un hermoso y siempre vigente libro de Virginia Axline, que está dedicado al estudio de caso de su terapia de juego con un niño de 6 años, Dibs (Axline, 1971), vemos que cuando Dibs realmente comenzó a hacer progresos en la terapia, a sus padres les pareció que estaba “más perturbado”. De hecho, se estaba haciendo más fuerte y más capaz de mostrar su

enojo y su tristeza, mientras que antes había suprimido estos sentimientos. En nuestro propio estudio de caso, Joan muestra

una

cierta

fortaleza

después

del

segundo

encuentro cuando empieza a hacer cambios en su casa, pero para el cuarto y quinto encuentro, se ha sumergido en profundos sentimientos de impotencia y negatividad. Sin embargo, más tarde vemos, en los encuentros 5 y 6, que para Joan fue de crucial importancia llegar al fondo de su desolación y compartirlo con su counselor. Había podido experienciar plenamente la profunda desesperación que había conocido de niña. Antes nunca había estado lo bastante segura como para permitirse ser plenamente consciente de ese sentimiento, y como resultado lo mantuvo bloqueado. Un aspecto importante del proceso de sanación que se libera en el consultante es que empieza a “aceptarse a sí mismo” en el sentido de que empieza a considerarse como una persona de valor; una persona que, por supuesto, tiene debilidades y fortalezas, pero que es fundamentalmente valiosa. Un cierto número de factores en la relación centrada en la persona contribuyen al desarrollo de la autoaceptación, incluyendo la valoración consistente del counselor (ver capítulo 5) y la liberación de los bloqueos emocionales que mantuvieron encerrado el consultante, quizás durante años, en una visión negativa de sí mismo; en el caso de Joan, por ejemplo, se liberó del temor y la culpa asociados con el abuso que había sufrido de niña. El crecimiento de la autoaceptación permite al consultante valorarse a sí mismo

y confiar en su proceso valorativo: su locus de evaluación en la relación terapéutica se traslada del counselor hacia sí mismo. Semejante movimiento es, por cierto, muy claro en nuestro estudio de caso en el cual el encuentro 10 parece ser el punto focal en que se observa este cambio con claridad. Después de ese momento cambian la actitud de Joan y la manera de enfocar su vida: tiene claridad acerca del valor de aspectos tales como su matrimonio, tiene mayor certeza acerca de su propia valía y es capaz de ser mucho más efectiva para iniciar un cambio en las áreas en que es necesario. Desde este punto en adelante disminuye su necesidad de un counselor, aunque aún le otorga un alto valor. A veces, es admirable la rapidez con la que un consultante puede pasar de un pozo de depresión a un estado de autoaceptación básica en el que todo parece diferente. Como veremos en el próximo capítulo acerca de los finales, el consultante todavía puede tener mucho que hacer para darle nueva forma a su vida, pero cuando se establece el centro de la autoaceptación, se ha logrado la parte más importante del trabajo de counseling y el cambio es irreversible. Un consultante describió cómo se sentía frente a esta emergente autoaceptación: Se siente como si nada hubiera cambiado, pero todo ha cambiado. Inicié mi proceso de counseling pensando que lo que quería era hacer un cierto número de cambios en mi vida. Hasta el momento no hice ninguno y sin embargo toda mi vida ha cambiado. El cambio me sucedió a mí; por primera vez puedo decir que tengo

mis aspectos buenos y mis aspectos malos, pero básicamente estoy bien como ser humano. Aunque nada haya cambiado en mi vida exterior, esto cambiará todo: me permitirá ser una pareja amorosa, demostrar mi amor a mis hijos, evaluar el trabajo que hago y decidir qué partes quiero conservar y me permitirá conocer gente y no sentir temor. A este logro de autoaceptación básica suele acompañarlo un notable aumento en el poder personal del consultante. Las analogías con la física son más poéticas que científicas, pero es como si la fusión dentro de la persona, a través de su

autoaceptación,

liberara

una

enorme

cantidad

de

energía. Esto es así porque una vez que se ha establecido la autoaceptación, un consultante muchas veces desea hacer muchos cambios en su vida, como veremos en el capítulo 9, y necesitará toda la energía que pueda lograr para poder hacerlo.

El proceso del counselor El counselor centrado en la persona también atraviesa un proceso durante el curso de la relación de counseling. El tema principal de ese proceso es su lucha para ofrecer una relación profunda a su consultante. Esta lucha que se produce en cada relación terapéutica resume el mismo tipo de lucha a lo largo de su vida laboral. Es simple hablar sobre esta lucha, pero es tremendamente desafiante: significa hacerse capaz de ofrecer profundidad relacional a todos y cada uno de los consultantes que entran en el consultorio. El counselor espera volverse una persona más profunda y más amplia, para no verse afectada por cualquier sistema de

autoprotección

que

pueda

haber

desarrollado

el

consultante, protecciones que generalmente inhiben la relación. El counselor puede ofrecer las condiciones básicas terapéuticas por completo a cada consultante. Por supuesto que esto representa un proceso de desarrollo que apenas empieza durante la formación básica. Durante la primera parte del desarrollo se familiarizará con las condiciones terapéuticas y los desafíos que representan para él. Va a experienciar momentos de profundidad relacional con sus consultantes, y una experiencia continua de profundidad relacional solamente con algunos. Inicialmente puede ser autocrítico;

en

última

instancia,

¡todos

esperan

ser

perfectos cuando comienzan! Una parte clave de su proceso

será cuando su autocrítica dé lugar a la autocuriosidad, con el incremento en la autoaceptación que acompaña a este cambio. La autocuriosidad, apoyada en la autoaceptación, es un objetivo suficiente para el entrenamiento básico, porque proporciona la plataforma para un proceso de desarrollo de por vida por el cual el counselor va a ser capaz de acceder a sus profundidades existenciales y también a toda la amplitud de su humanidad para poder ofrecer un encuentro en profundidad relacional a una variedad de consultantes cada vez más amplia. El párrafo anterior resume el proceso de desarrollo que describimos en el capítulo 3 (así como en Mearns y Cooper, 2005, capítulo 8), pero también refleja el tipo de proceso que el counselor atraviesa con cada consultante. Al principio del proceso es posible que el counselor esté luchando con aspectos de sí mismo con los cuales no está cómodo. Esto está muy bien ejemplificado en el trabajo con Joan por la manera en que sus dificultades en relación con otra consultante, Christine, se entrometían en este proceso. Esencialmente, en la primera parte del proceso, el counselor está luchando para lograr la congruencia: luchando para poder usar su sí mismo plena y fluidamente en relación con su

consultante.

El

counselor

cometerá

“errores”,

especialmente al principio del proceso. En todo el material de los casos que ofrecemos en varios libros somos muy cuidadosos de no quitar los “errores” (Mearns y Thorne, 2000; Thorne, 2002; Mearns, 2003; Mearns y Cooper, 2005), porque son parte del proceso de luchar para encontrarnos

con nuestro consultante en profundidad. Encontramos que nuestra empatía a veces falla o es solamente parcial; luchamos con nuestra valoración de los consultantes y, a veces, fallamos; y probablemente, por encima de todo, luchamos para salir de las respuestas normales de nuestro sí mismo “de presentación” (ver capítulo 3) para responder congruentemente al otro desde mayores profundidades de nuestro sí mismo. “Cometer errores” en el sentido de “perder” el encuentro con el otro es, en cierta forma, parte de nuestra humanidad. Nuestras fallas deben ser valoradas en lugar de vilipendiadas. El vilipendio conduce a que seamos evitativos y defensivos. Nuestro consultante no puede

aprender

de

estas

características,

o

lo

que

“aprenden” es que sus propios errores también serán juzgados, o peor, que ellos son responsables de nuestros errores. Una respuesta más constructiva a los errores es ser responsable ante los consultantes. Esto quiere decir que debemos

luchar

para

ser

conscientes

de

nuestras

vulnerabilidades, conscientes de cómo nuestro consultante experiencia nuestras acciones, abiertos con el consultante acerca

de

nuestro

propio

proceso

y,

con

bastante

frecuencia, ofrecerle a nuestro consultante una disculpa. A veces muy rápido, otras más lentamente, a medida que el proceso se desarrolla el counselor va a estar más involucrado con su consultante. Se vuelve más apto para ofrecerse como un espejo al consultante y utilizar todo el potencial de su congruencia, como detallamos en el capítulo 6. En nuestro estudio de caso notamos que el counselor ya

lo está haciendo en los comienzos, en el tercer encuentro. Al reflexionar acerca de este encuentro, más adelante, él se basa en su sensación sentida de la consultante para llegar a la hipótesis de que podría haber más detrás de los sentimientos de Joan para con su esposo y su práctica sadomasoquista. No había un espacio adecuado para usar esta hipótesis en ese momento, pero su validez fue clara más adelante, cuando surgió el abuso que había padecido. De manera similar, en el quinto encuentro, cuando el counselor se sentó al lado de Joan, pudo conectarse con sus sensaciones corporales como reflejo de la experiencia de ella:

“yo

estaba

vibrando

con

la

sensación

de

su

desesperación. Podía sentirla a ella con todo mi cuerpo”. Otro claro ejemplo surgió en el encuentro número 10 cuando el counselor se puso en cuclillas frente a Joan en el piso y sintió la profundidad de su tristeza. Hay muchos otros ejemplos del uso del sí mismo del counselor en relación con Joan, pero éstas están entre los más llamativos en las notas que usamos sobre este estudio de caso. Al explorar la plena involucración del counselor en el proceso de counseling, debemos ocuparnos del tema de la diferencia entre ese tipo de compromiso pleno y una sobreinvolucración. Como la mayoría de los profesionales del counseling, reconocemos que la “sobreinvolucración” del counselor es potencialmente dañina para el proceso terapéutico, así como a veces es una total falta de ética. En realidad, porque se requiere tan alto grado de compromiso personal

del

counselor

centrado

en

la

persona,

la

sobreinvolucración es considerada aun con más seriedad porque amenaza la base del trabajo centrado en la persona al socavar la confianza del consultante en la integridad y el profesionalismo del counselor. Cuando éste abusa de esa confianza daña no sólo la relación terapéutica en cuestión, sino la integridad de todo el enfoque y sus bases. La

sobreinvolucración

toma

distintas

formas,

pero

generalmente implica que las necesidades del counselor adquieren demasiado peso en la relación. Una forma común es aquella en la que el counselor usa su relación con un consultante como una manera de confirmar su propia importancia mediante el ejercicio del poder sobre los otros. El enfoque centrado en la persona no es el campo más fértil para los counselors orientados hacia el poder, que podrían estar más cómodos en enfoques centrados en el counselor. Pero en el contexto del enfoque que adoptamos, los síntomas de este abuso de poder pueden incluir la creación de

dependencia

excesiva

entre

sus

consultantes;

situaciones fuertes y repetidas de sentimientos de amor u odio que no han sido resueltos; y la incapacidad de lograr un estado de mutualidad con el consultante. Otra forma de sobreinvolucración es aquella en la que el counselor deja que su propio proceso se mezcle con el proceso de su consultante. Entonces, por ejemplo, no escucha la experiencia de sufrimiento actual de su cliente, sino imagina que es similar a la suya; o permite que su enojo hacia el abusador del consultante se entrometa en el proceso; o se pierde en su desolación interna al tratar de

encontrar a su consultante en la suya propia. Si la experiencia

del

counselor

de

sufrimiento,

abuso

o

desolación existencial está todavía demasiado en carne viva para él, hay peligro de que la sobreinvolucración reemplace al compromiso pleno. La peor respuesta al peligro de esta forma de sobreinvolucración es asegurarse de que nunca pueda suceder. La única manera en que esto puede lograrse es si el counselor retira la mayor parte de su humanidad. Sólo si el counselor está claramente poco involucrado puede estar seguro de que esta forma de sobreinvolucración no sucederá. Por supuesto que ésta no es la elección en los enfoques orientados a la relación, tales como el counseling centrado en la persona. En vez de evitar temerosamente cualquier posibilidad de esta forma de sobreinvolucración, queremos que el counselor en formación tenga cada vez más conciencia de ella. La agenda de desarrollo se convierte en una de comprensión de esas áreas de nuestro proceso que tienen un gran poder, revisando en que punto nos encontramos, notando las formas en las cuales podíamos relacionarnos negativamente y monitoreando nuestra práctica profesional, para detectar los peligros de sobreinvolucración.

Nuestro

supervisor

y,

durante

la

formación, nuestro grupo de desarrollo personal pueden ser apoyos muy poderosos para monitorear nuestro proceso. Pero el proceso no se trata simplemente de monitorear los peligros –es un proceso de desarrollo–, apoyará nuestros esfuerzos para usar esas poderosas experiencias propias para

que

puedan

convertirse

en

futuros

recursos

(“referentes existenciales”). Parece claro que no deberíamos temer a esta forma de sobreinvolucración, ya que forma parte de nuestra agenda de desarrollo. Un counselor que busca gratificación sexual con un consultante está indudablemente sobreinvolucrado, y sin importar lo intrincado de su consultante, o sus propias motivaciones, su comportamiento es decididamente no ético. No hay excepciones ni grados. Habiendo subrayado los peligros de la sobreinvolucración sexual, mientras que al principio de este capítulo atribuimos gran valor a la intimidad en la relación terapéutica, no podemos dejar de tratar la importante cuestión de qué lugar, si tiene alguno, puede ocupar la sexualidad del counselor en la relación terapéutica. Los textos sobre counseling generalmente ignoran el tema de la sexualidad por

completo.

Sin

embargo,

consideramos

que

es

extremadamente importante que el counselor reconozca, comprenda y se sienta cómodo con su sexualidad. Los counselors deberían saber que hay momentos en que pueden encontrar que sus fuertes sentimientos positivos hacia un consultante tienen el mismo tono e igual naturaleza que la de una respuesta amorosa a una pareja sexual. La sexualidad es una parte normal de la respuesta del ser humano y, como tal, hay ocasiones en las que el counselor

reconocerá

sentimientos

sexuales

como

un

aspecto de su atracción hacia su consultante. La sexualidad del counselor representa un peligro sólo si reacciona excesivamente a ella en cualquiera de las

siguientes tres formas:   Si el counselor se involucra en actividad sexual con su consultante; Si el counselor, sin tener conciencia de su atracción, manda señales sexuales a su consultante; Si

el

counselor

reacciona

a

su

propia

sexualidad

rechazando al consultante: a menudo esto toma la forma de un counselor que se vuelve un poco más frío, o se retrae levemente del consultante, sin ninguna explicación. Ésta es una de las reacciones más comunes hacia los sentimientos sexuales, y podría ser perturbadora para el consultante para quien los temas de aceptación y rechazo son críticos.   La sexualidad es una parte normal y gratificante de la vida del ser humano. Lejos de pretender que la sexualidad no existe, alentamos a los counselors centrados en la persona a reflexionar sobre ella y discutir el tema de su sexualidad, y que esto sea un particular foco de atención en la formación y

la

supervisión.

La

sexualidad

se

vuelve

menos

amenazante cuando no tiene que ser negada y cuando el counselor sabe que no va a explotar a un consultante para su propia gratificación sexual. Dejamos nuestro estudio de caso en un punto en el que Joan ha logrado una plena apertura ante sí misma con respecto a sus experiencias tempranas. En su adolescencia “sobrevivió”

a

esas

experiencias

pero

ellas

limitaron

seriamente su posterior vida emocional y de relación. Ahora se encuentra en una posición de avanzar aún más: está por sobrevivir a su supervivencia.

9



“FINALES” El estudio de caso (parte 3) El final del proceso de counseling Finales que el counselor considera “prematuros” Preparándose para los finales Después del final

El estudio de caso (parte 3) Encuentros 11-14 (continuación) Durante estos cuatro encuentros, Joan revisó su vida profesional y decidió retomar los estudios que había dejado a causa de las protestas de Roger. También empezó a tomar clases de danza por primera vez desde que tenía catorce años y organizó unas vacaciones con una amiga. Sentía lástima por Roger pero no lamentaba el hecho de que, al menos emocionalmente, lo había abandonado (aunque estuvo muy conmocionada cuando él amenazó con suicidarse). Pronto fue obvio que una vez liberada del temor a sentir su propia furia y tristeza Joan pudo internalizar su locus de evaluación (ver capítulo 1). También era claro que estaba construyendo su propia autoestima más rápido de lo que en general sucedería con una persona que en el pasado había llegado a tener una autoevaluación tan profundamente negativa: quizás en sus primeros años de vida había podido construir cimientos sólidos para su autoestima positiva. Para mantener su avance hacia la salud psicológica positiva, después de su despertar Joan debería emprender un largo proceso de crecimiento personal. En muchas relaciones de counseling, el counselor acompaña a lo largo de ese camino, pero en nuestro caso no fue así porque la separación se produjo bastante pronto. Hacia el final de la

decimocuarta sesión, el counselor comentó cuán fácilmente Joan se había hecho cargo de la reestructuración de su vida. Ella comenzó a llorar: un tipo de llanto a borbotones que parecía representar una mezcla de alivio y alegría. En la revisión que hicieron dos años más tarde, Joan observó que fue en este momento cuando supo que podía hacer el resto por sí misma. Supo que había redescubierto a una niña feliz que se remontaba más allá de sus años de adolescencia de abuso y de humillación.   Encuentro 15 El final llegó bastante repentinamente. Al principio del décimo quinto encuentro Joan dijo que iba a terminar muy pronto, aunque le gustaría contar con un poco de apoyo mientras resolvía el problema de “ser una nueva persona en una vieja vida”. Joan describe muy bien este fenómeno: Mi cambio fue espectacular y repentino. Supongo que había estado sucediendo desde mucho antes, pero sólo ahora estoy viendo los efectos plenos del cambio. Este giro es simple de describir: empecé a sentirme bien conmigo misma. Es fácil de decir, pero las consecuencias son traumáticas; es probable que ahora tenga que abandonar a mi esposo, retomar la universidad, estar sola, mantenerme, dejar de cometer equivocaciones, protegerme menos con respecto a la expresión de mis sentimientos para con los otros y dejar

de manipular y engañar a la gente (bueno, ¡la mayor parte del tiempo!). El problema es que todo el edificio que es mi vida está construido sobre estas cosas. Todo va a cambiar porque ahora me veo diferente. Soy una nueva persona en una vieja vida.   Encuentros 16 y 17 Estos dos últimos encuentros se dedicaron a lo siguiente:   Ayudar a Joan a elaborar las estrategias que aplicaría para cambiar aquellas partes de su vida que quería cambiar. Revisar juntos el proceso de counseling que habían compartido, y Considerar si había algún asunto inconcluso entre el counselor y ella.   Durante los últimos dos encuentros, el counselor actuó de una manera más asertiva con respecto a algunos de los temas que deberían tratar y cómo podían hacerlo. Por ejemplo, fue muy enfático en alentar a Joan a revisar cada área de su vida, develar todas las implicaciones que iba a ocasionar su cambio en el concepto que tenía de sí misma. El counselor también propuso la idea de revisar el proceso de counseling y el tema de las cuestiones inconclusas. En su exploración de lo que podría hacer en el futuro inmediato, Joan se ocupó de la posibilidad de terminar su

relación con Roger; del trabajo voluntario extra que emprendería para inscribirse en un curso de pregrado en trabajo social; y de su deseo de seguir explorando no sólo sus sentimientos con respecto a sus padres, sino cómo ellos se habían comportado con ella. Un cuarto tema que Joan introdujo sorprendió por completo al counselor, pero al reflexionar sobre esta posibilidad se dio cuenta de que en realidad tenía mucho sentido. Las palabras de Joan lo describen muy bien: Me desperté una mañana la semana pasada y supe que ahora podía tener hijos. Darme cuenta de esto me dejó sin aliento: siempre me había visto como alguien a quien no le gustan los niños. Ahora sé que detrás de esto estaba el miedo de tener hijos: el miedo de estar hecha un desastre tal que se los transmitiría, perjudicándolos. Roger tampoco había mostrado ningún interés, entonces esto era otra manera en la que también coincidíamos; incluso puede haber sido otra de las razones por las cuales yo lo había elegido.   Dedicaron algún tiempo a delinear las posibilidades de futuras “revisiones” y hasta de “nuevos comienzos”. Y después de “revisar el proceso de counseling”, el último tema importante que el counselor introdujo fue si había algún tema pendiente entre ellos dos. Él comenzó con un detallado relato de sus inseguridades y su confusión durante el comienzo de su tiempo juntos. Nunca había

explicado qué le había estado sucediendo realmente en ese momento, incluyendo sus dificultades con la otra clienta, Christine, y cómo éstas lo habían afectado en su relación con Joan. La joven reaccionó con interés ante esta información y le dijo que la habría ayudado mucho que él hubiera sido más franco en ese momento. En efecto se había sentido muy confundida por su comportamiento: había parecido “distraído” y un tanto “desconectado”, y ella había malinterpretado esto y lo había tomado como un rechazo. Haber tenido información más honesta del counselor la habría ayudado. Otro tema que podría estar en el encabezado “asuntos inconclusos” vino de parte de Joan, quien admitió que al comienzo del tiempo que compartieron había sentido una atracción sexual bastante fuerte hacia su counselor. Su comentario más importante al respecto fue: Estoy segura de que esto debe suceder a menudo en esta situación. Al principio de nuestro tiempo juntos yo me sentía muy vulnerable y también estaba corriendo muchos riesgos. El hecho de que me mostraras tanto afecto era muy increíble y a la vez excitante... A medida que me fui fortaleciendo esa atracción perdió intensidad para mí, pero es muy importante que te hayas mantenido firme. Parece como algo natural que yo sintiera esa atracción, pero si hubieras respondido a ella, habría sido terrible; es realmente muy importante que te hayas mantenido firme.

Al final de la decimoséptima y última sesión formal, Joan tomó la palabra por última vez y dijo: Es difícil saber qué decir, pero quiero decir algo al final. Me

resulta

increíble

ver

dónde

estoy

ahora

comparándolo con donde estaba hace cuatro meses. Es casi incomprensible; he tratado de entender cómo sucedió. Se siente complicado; se siente como que yo lo hice, pero que no lo podría haber hecho sin ti. También lo que atesoro ahora es cómo estuviste conmigo. En los momentos en que fui terriblemente desagradable, tú te acercaste aún más. Y ha habido tantas veces cuando… lo que estábamos haciendo juntos se sentía como… se sentía como… una especie de amor.   Epílogo Un mes después de este último encuentro Joan telefoneó al counselor y le preguntó si él iría con ella a visitar la tumba de su madre. Joan dijo que no sabía qué iba a hacer allí, pero que sentía que para ella era realmente importante ir. No quería ir sola y le gustaría que el counselor fuera con ella, ya que podía confiar en él para enfrentar cualquier cosa que sucediera. El counselor estuvo de acuerdo con este pedido sin ninguna dificultad, e hicieron la visita. Durante diez minutos estuvieron parados en silencio frente a la tumba, Joan se veía fría y sin expresión. Sin embargo, cuando pasó ese momento ella pegó un grito y le dio un

fuerte puntapié a la tumba de su madre. Lloró un poco después, pero parecía más molesta por haberse lastimado bastante el pie. Dos años más tarde, durante la revisión, Joan pudo completar esta parte de la historia. Durante cerca de tres meses había seguido yendo sola a visitar una vez por semana la tumba de su madre. Al principio iba al cementerio para sacarse su odio y luego, después de hablar con una tía, continuó yendo para intentar comprender la vulnerabilidad de su madre y, finalmente, en su última visita, para perdonarla. Joan nunca perdonó a su padre ni buscó tener ningún contacto con él.

El final del proceso de counseling El estudio de caso de Joan y su counselor muestran que el final del proceso de counseling se caracteriza por la acción. Ésta es el resultado de tres importantes desarrollos: el movimiento terapéutico que da lugar a un rápido aumento de la autoaceptación del consultante; la reducción de los diversos factores emocionales que le impedían tener una vida más activa; y el gradual reconocimiento de una nueva libertad para tomar decisiones y hacer cambios que antes hubieran parecido imposibles. Durante los encuentros 11 a 14, el desarrollo de la autoaceptación de Joan había facilitado un movimiento considerable: había reevaluado su compromiso con el marido; llegó a comprender mejor su comportamiento hacia sus jefes; y comenzó a reevaluar sus habilidades

e

intereses.

Estos

cambios

psicológicos

permitieron a Joan realizar acciones significativas en su vida como decidir continuar sus estudios, comenzar a bailar nuevamente, organizar unas vacaciones con una amiga y comportarse de manera muy diferente en relación con Roger. En lugar de ser la esposa atormentada, conflictuada y básicamente sumisa, de manera bastante repentina Joan había podido retirar la dependencia emocional que había depositado en Roger. Podía hablar y comportarse con mucha más confianza en su relación con él. Hasta podía hablarle

sobre su creciente desapego con respecto a la relación sin paralizarse por la culpa o el temor. Estos rápidos cambios hacia el final del proceso de counseling son característicos de lo que sucede cuando se logra la autoaceptación. Sucede como si las compuertas que habían estado reteniendo el crecimiento personal del consultante se hubieran abierto y toda la presión hacia el cambio que había estado acumulándose durante muchos años saliera como un torbellino por esas compuertas y se adaptara con bastante rapidez a su nuevo modelo. Joan describió esta fase del proceso reconociéndose como “una persona nueva en una vieja vida”. Esta experiencia es común en consultantes que lograron un giro radical en la actitud hacia su sí mismo. Anteriormente, se construyeron una vida que reflejaba su falta de autoaceptación. Pueden haber actuado en contra de sí mismos, haber sido demasiado sumisos y haber infravalorado sus propias capacidades. Cuando se logra la autoaceptación todas estas cosas pueden cambiar, pero a veces el costo es un estado de confusión. Quizás las relaciones del consultante en su hogar y en el trabajo pueden verse nutridas y fortalecidas por su crecimiento personal, pero es posible que estas relaciones estuvieran basadas en su debilidad. Ser una nueva persona en una vieja vida puede presentar un desafío al consultante en relación con sus hijos. Éstos seguramente desarrollaron estrategias para manejarse con un padre o una madre que parecía problematizado y conflictuado la mayor parte del tiempo y que podía tener dificultades para

mostrar su amor hacia ellos. Un consultante que se ha liberado de la opresión del rechazo hacia sí mismo es una persona potencialmente mucho más interesante y mucho más amorosa con la cual estar, pero el consultante no debe sorprenderse si sus hijos son cautelosos para aceptar a esta nueva persona cuyo rápido cambio puede resultarles al principio poco confiable. Nunca te prometí un jardín de rosas es el título de una famosa canción y de un libro (Green, 1967). Este título es el más descriptivo de la experiencia de muchos consultantes después del counseling. Si bien están encantados con el nuevo sí mismo que ha surgido, también puede haber un matiz de desencanto al comprobar que su exitoso progreso en el proceso de counseling no significa que la vida le sea más fácil de ahí en más. A veces, el consultante se ha construido una imagen de cuento de hadas de cómo sería la vida “si yo estuviera bien”. Ese tipo de final de cuento de hadas con el tema de “y vivieron felices y comieron perdices” no se parece mucho a la realidad de tener que construir una nueva vida que se adapte al nuevo sí mismo que ha surgido. El counselor puede desempeñar un importante rol ayudando al consultante a solucionar la falta de ajuste entre su nuevo sí mismo y su vieja vida. Joan logró hacer mucho de esto por sí misma, pero es muy frecuente que, en esta etapa, el counselor siga siendo una persona extremadamente importante para el consultante. Quizás ahora sea la única persona en la vida del consultante que

entiende

el

cambio

que

se

produjo

en

él

y

cuán

positivamente lo experiencia. Una de las cosas difíciles que suceden hacia el final es que el consultante juzga erróneamente su “equilibrio” con respecto al movimiento en el counseling. Durante el trabajo con el counselor muestra un nivel de cambio que supera lo que quiere o puede manejar más adelante, como reflexionó un consultante unos meses después de terminar: Al final del counseling yo estaba decidida a cambiar en todo. Había tenido éxito en matar adentro mío a la niñita llorona y, ¡por Dios, no había marcha atrás! Todo iba a cambiar; mi pareja, o soportaba mi cambio o que se fuera; y yo, finalmente, le iba a decir a mi madre lo que pensaba de ella antes de que muriera. El counselor experimentado, probablemente sienta náuseas al leer el párrafo anterior. Indica un proceso parcial de cambio que será reequilibrado una vez que la dimensión de la mediación social del proceso actualizante del consultante recupere su voz. A menudo, este proceso incompleto ocurre en función de la incapacidad del counselor de estar vivo, no sólo con respecto a su consultante que está luchando por crecer, sino también en relación con una voz que ahora está más baja y que corresponde a su imperativo de la mediación social. Los counselors centrados en la persona que están ellos mismos “enganchados en el crecimiento” pueden causar este daño a sus clientes.

En los encuentros 16 y 17 de nuestro estudio de caso, el counselor también parece estar más activo proponiendo actividades tales como revisar el proceso, ver qué asuntos quedaban inconclusos y presionar a Joan para que tomara en cuenta cada detalle de su vida posterior al proceso de counseling. Esta clase de “acción” por parte del counselor puede extenderse sugiriendo estrategias que el consultante pueda considerar y ayudarlo a juntar información con respecto a temas tales como trabajos, asuntos legales, beneficios sociales y recursos. Este rol más activo en parte se relaciona con el hecho de que el consultante está cada vez más activo, pero también con que ha internalizado en buena

medida

su

“locus

de

evaluación”.

En

esta

circunstancia, el counselor puede confiar en que el consultante ejercerá su propio poder en la relación. Esto le da al counselor la libertad para ofrecer información, o sugerencias,

y

hasta

dar

consejos,

sabiendo

que

el

consultante ya no está obnubilado por su presencia y que tomará lo que sea útil para él y rechazará lo que no lo es. Este tema de la fluctuante “dinámica de poder” dentro del proceso terapéutico está explorado en Mearns (2003: 77-9).

Finales que el counselor considera “prematuros” Cuando un consultante termina repentinamente sin ningún aviso o explicación es conveniente que el counselor reflexione sobre su propio funcionamiento para comprender lo sucedido, pero no corresponde que asuma que la responsabilidad es necesariamente suya. A veces, el cliente simplemente decide que el proceso de counseling no es para él en ese momento de su vida. En algunas oportunidades, un consultante anuncia su decisión de terminar, pero sigue yendo el tiempo suficiente como para explicar sus razones. Esto puede representar un valioso feedback para el counselor que, en caso contrario, podría fantasear sobre las razones del consultante; pero, otras veces, es más difícil confiar en la veracidad de las afirmaciones del consultante. Por ejemplo, existe lo que se llama la fuga hacia la salud. Esto se aplica cuando el consultante simula que todos sus problemas se resolvieron de una semana a la otra y que ¡ya no necesita más el apoyo del counselor! Éste debería cuestionar tal afirmación, pero sería inteligente que lo hiciera con mucha delicadeza, porque el consultante puede tener poca confianza en el counselor. Otro final difícil para el counselor se produce cuando el consultante se queda con una definición muy cerrada de su

problema y cree que el proceso está terminado, ya sea porque este problema se ha solucionado o porque resulta obvio que no se solucionará a corto plazo. Por ejemplo, el consultante que considera que su problema es el de no conseguir una pareja y puede sentirse confundido cuando el counselor busca ayudarlo a explorar cómo se ve a sí mismo; o el consultante que se siente un “poco deprimido” luego de la muerte de un ser querido puede sentirse desalentado cuando el proceso parece llevar más tiempo de lo que lleva una consulta común con su médico. El counselor centrado en la persona deseará invitar al consultante a explorar las implicaciones más amplias del problema que presenta, pero si el consultante no lo toma en cuenta, entonces no corresponde que el counselor trate de imponer u propia percepción. Los consultantes, después de todo, tienen el derecho de permanecer en el nivel de funcionamiento que ellos elijan, sin ser coaccionados por los counselors que tienden a producir personas en funcionamiento pleno, y no se conforman con nada menos que eso.

Preparándose para los finales En el counseling centrado en la persona el consultante generalmente decide cuándo terminar. Esto es válido tanto en los servicios de corto plazo provistos por prestadores de salud como en la práctica privada, que tiene un final abierto. En los servicios de corto plazo el consultante, tanto como el counselor, sabe dentro de qué parámetros se van a manejar, y puede evaluar cuándo ya es suficiente, al menos por el momento. Pero eso no significa que el counselor no deba iniciar una conversación sobre los “finales”. Es perfectamente

adecuado

que

el

counselor

formule

tentativamente la pregunta: “¿Tienes alguna idea de cuándo deberíamos terminar?”. Es importante que el counselor saque este tema para que los dos puedan conversarlo abiertamente, sin que el consultante sienta que se espera que él esté listo para terminar. Así como es difícil para el counselor apreciar la trascendencia del proceso terapéutico para el consultante, no le es fácil determinar en qué medida el consultante se siente capaz de continuar por su cuenta. A veces, el consultante logró grandes progresos en counseling pero le resulta difícil imaginarse cómo va a continuar por sí mismo. El “final” para este consultante puede llevarle un poco más de tiempo mientras se va acostumbrando a estar solo. Hacia el final de un largo proceso de counseling, una consultante de uno de los autores (Mearns) comentó: “A

veces cuando no estoy segura de algo que me está pasando me siento y me pregunto: ¿qué diría sobre este asunto si estuviera con Dave en este momento?”. Esta consultante estaba encontrando una manera de convertirse en su propia counselor. Del estudio de caso surge que Joan por primera vez tomó conciencia de un final natural cuando durante el encuentro 14 se dio cuenta de que había redescubierto a una niña feliz que existía antes de sus años adolescentes de abuso y humillación. Había tenido muchos cambios, pero éste parecía tener un significado especial. Al principio del encuentro 15 Joan anunció que podía terminar “muy rápido”. Un tema útil para el consultante en esta disyuntiva es lo que siente que le gustaría hacer antes del final. En nuestro caso, Joan tenía claro que quería considerar los cambios que haría en su propia vida. Sin embargo, además de realizar esta tarea, encontramos otros tres temas que fueron traídos por el counselor. Mencionó la posibilidad de revisiones

y

hasta

de

recomienzos.

Es

importante

mencionarlos ya que el consultante puede dar por sentado que el counseling es un ofrecimiento de una vez para siempre.

Aunque

una

fuerza

principal

del

counseling

centrado en la persona es permitir que el consultante desarrolle su fortaleza personal y su autopercepción para ayudarlo a lidiar con las futuras dificultades que se le van a presentar, esto no implica que nunca más establezca una relación de counseling. Por el contrario, si su proceso inicial

fue exitoso estará preparado para usar eficientemente el apoyo del counseling en el futuro. El segundo tema presentado por el counselor fue la idea de revisar el proceso de counseling. Uno de los beneficios de “revisar el proceso” es que puede ayudar tanto al consultante como al counselor a chequear su comprensión cognitiva de los hechos y los procesos por los que transitaron.

Comprender

sobre

una

base

cognitiva

(pensamientos) así como a nivel afectivo (sentimientos), también puede ser importante para el consultante a medida que vaya enfrentando dificultades en el futuro; puede pensar acerca de su vida al mismo tiempo que experiencia sus sentimientos. Sin embargo, revisar el proceso mientras está concluyendo no siempre puede proporcionar una comprensión total. Los hechos, los sentimientos y las relaciones pueden estar todavía demasiado frescos como para ser plenamente comprendidos. Rogers transcribe las palabras de un consultante que había llegado al final de un proceso de counseling consultante no podía

exitoso. Aun entonces este comprender plenamente los

ingredientes activos de ese proceso: No puedo decir exactamente qué sucedió. Simplemente mostré algo, lo sacudí y lo di vuelta; y cuando lo volví a poner se sentía mejor. Es un poco frustrante porque me gustaría saber exactamente qué está pasando. (Rogers, 1961:151).

Es interesante que Joan, en nuestro caso, exprese una incertidumbre similar al final en una afirmación que ya citamos: Es casi incomprensible. Traté de entender cómo sucedió. Se siente complicado; como que yo lo hice, pero no lo podría haber hecho sin ti. Es posible que los consultantes y los counselors sólo puedan entender plenamente el proceso terapéutico después de que tuvieron algo de tiempo para tomar distancia y experienciar su impacto a largo plazo. Al compilar el estudio de caso para este libro, Joan y el counselor pudieron lograr una comprensión de su proceso de counseling que no habría sido posible en el momento en que finalizó. Quizás otros consultantes valoren la oportunidad de dedicar algo de tiempo a revisar sus procesos un par de años más tarde. El tercer y último elemento que el counselor introdujo al final del proceso fue preguntar si había algún asunto inconcluso que quisieran completar juntos. Para que esta pregunta sea efectiva debe formularse cuando queda todavía mucho tiempo para que sea considerada como algo más que una mera formalidad. Es una oportunidad para que el

consultante

exprese

en

palabras,

preguntas,

incertidumbres o confesiones que suelen ser bastante importantes para él o ella pero que de otra forma habrían quedado sin decir. Ésta es la última intervención terapéutica del counselor pero, como todo lo demás, no es una exigencia. Como muestra de que es así, un consultante

respondió a la pregunta de modo tal que dejó al counselor sumido en el misterio: “¿Asuntos inconclusos?... sí... ¡y creo que voy a dejar que sigan así (sonríe)!”.

Después del final Ya dijimos que el final no necesita ser definitivo, puesto que el consultante puede proponer hacer revisiones o volver a comenzar el proceso de counseling, pero se plantea una cuestión mucho más importante para los profesionales centrados en la persona: “los consultantes y los counselors, ¿pueden

hacerse

amigos?”.

En

otros

enfoques

de

counseling, que establecen una gran diferencia de poder entre el counselor y el consultante, la respuesta a esta pregunta sería un rotundo no. Sin embargo, dentro de la tradición centrada en la persona hay una amplia gama de opiniones sobre este tema. Algunos counselors centrados en la persona afirman que “una vez que una persona es consultante, siempre es consultante”. Ésa es una posición segura que preserva la integridad y como tal debe ser respetada. Sin embargo, no termina de dar respuesta a las cuestiones que inevitablemente surgen del concepto de mutualidad. Si la mutualidad se experiencia como la hemos presentado, entonces dos personas están compartiendo libremente la responsabilidad del proceso que tiene lugar entre ellos. ¿Por qué entonces no van a ser libres de continuar la relación como amigos una vez que el proceso de counseling haya terminado? Para los autores de este libro, en la mayoría de los casos la cuestión no presenta

dudas: los ex consultantes pueden, y de hecho lo hacen, convertirse en amigos, y hasta en futuros colegas. En el fondo de nuestra pregunta acecha el tema mucho más difícil de si consultante y counselor en algún momento, en el futuro, pueden convertirse en pareja. En el counseling centrado en la persona, como lo describimos, en la relación entre counselor y consultante, el primero está presente como persona y no sólo como rol. Con el desarrollo de la mutualidad esta relación personal se fortalece y se vuelve más recíproca. Sin embargo, señalamos que, durante el proceso de counseling, la naturaleza de la responsabilidad del counselor excluye el comportamiento sexual. Queremos ir un poco más lejos y sugerir que aun luego de que se termine el proceso de counseling el counselor debería, por cierto tiempo, desde el momento de la finalización, quizás durante

varios

años,

considerar

que

la

relación

de

counseling puede no estar cerrada y, por lo tanto, debería ceñirse a los principios éticos usuales en lo que concierne al comportamiento sexual. La razón para esta precaución con respecto

a

las

relaciones

sexuales

surge

por

dos

consideraciones. Primero, ni el counselor ni el consultante pueden estar seguros de que el fin que ellos marcan en el proceso es verdaderamente un final; los consultantes, a veces, vuelven para completar un proceso que antes habían dado por finalizado. Nuestro segundo argumento a favor de ser cautos tiene que ver con lo que señalamos antes en este capítulo con respecto a la dificultad del consultante de comprender

del

todo

el

proceso

de

counseling

inmediatamente después de que termina. Creemos que esa comprensión es un ingrediente muy importante y precede a relaciones

que

cambiarían

su

naturaleza

tan

profundamente. La postura de precaución que adoptamos con respecto a este tema refuerza más nuestro punto de vista: que las relaciones sexuales en el contexto de una diferencia de poder entre ambos miembros de la pareja representan abuso sexual del tipo más insidioso. Otra pregunta que concierne al counselor después que termina la relación de counseling es “¿cómo me afectó esta experiencia?”. No creemos que el counselor sea tan maleable como para cambiar de manera significativa después de cada contacto de counseling. Sin embargo, el counselor centrado en la persona que no cambia y crece a través de su experiencia podría cuestionarse hasta qué punto está plenamente presente en sus relaciones de counseling y preguntarse sobre las características del clima que está creando para sus consultantes. Esta pregunta nos retrotrae al capítulo 6, en el cual exploramos la agenda de desarrollo del counselor centrado en la persona. Algunos lectores pueden haber cerrado el libro en ese punto por plantear una agenda tan exigente. Invita al counselor centrado en la persona a considerar su formación inicial sólo como el comienzo de su desarrollo. Puede significar una desilusión ya que señala que su desarrollo no tiene que ver con aprender cómo ser counselor, sino con convertirse en una persona que pueda practicar el counseling. Trata sus primeras experiencias de

profundidad relacional con un consultante como algo para celebrar, pero luego lo invita a que logre ser capaz de ofrecer esa forma de relación a todos y cada uno de sus consultantes.

Lo

invita

a

explorar

su

catálogo

de

experiencias temidas de su sí mismo, pero no se conforma con

una

mera

toma

de

conciencia;

porque

si

verdaderamente logra integrar estas experiencias, éstas pueden convertirse en referentes existenciales que le permitan ensanchar y también profundizar la persona que ofrece a sus consultantes. Más aún, no dice que logrará su desarrollo en un período de dos, cinco o hasta diez años: dice que será de por vida. Entonces ¿por qué tantas personas

desean

seguir

este

camino?

Quizás

porque

vivenciar nuestra humanidad y ofrecérsela a otros nos lleva a esos lugares que anhelamos donde se encuentran los significados, los propósitos y los logros.

APÉNDICE Preguntas y respuestas Hay algunas preguntas acerca del counseling centrado en la persona que surgen una y otra vez: a veces, las formulan profesionales de otras disciplinas que adoptaron algunos aspectos del enfoque, pero de quienes no puede esperarse que lo hayan estudiado en profundidad. Otras veces, estas preguntas las hacen counselors centrados en la persona que están en formación a medida que van descubriendo los particulares desafíos del enfoque. A lo largo de los nueve capítulos del libro, fuimos respondiendo a preguntas como éstas, pero creímos que sería útil formular y responder algunas de las más frecuentes en este apéndice.   Pregunta 1 En su opinión, ¿es posible combinar el enfoque centrado en la persona con otros enfoques terapéuticos? Nos sentimos alarmados cuando encontramos en la guía de profesionales de la Asociación Británica de Counseling y

Psicoterapia a una profesional que se presenta como “psicodinámica,

centrada

en

la

conductista racional emotiva”, combinaciones improbables. No empezar

a

conceptualizar

qué

persona,

gestáltica,

o alguna de otras podemos ni siquiera puede

indicar

esa

autodescripción. ¿Significa que el counselor combina todos estos enfoques de alguna manera fabulosamente integrada o ecléctica, o da a entender que un cierto día, y a cierta hora, se calza uno de esos trajes para atender y al otro día otro traje: psicodinámica para un consultante, pero centrada en la persona para el próximo? Sentiríamos la misma alarma si adhiriéramos a cualquier otro enfoque terapéutico. Cuando se elaboraron los esquemas de acreditación individuales y de los cursos del organismo nacional,1 el criterio que se aplicó fue el mismo que el nuestro: que los counselors pueden operar o trabajar desde cualquier especialidad, pero era importante que tuvieran una especialización. La razón sobre la que se sustenta este criterio es que la profundidad y la coherencia del counselor son cruciales. El counselor estará sometido a diversas exigencias, algunas de ellas muy serias, y la profundidad de su base de formación le dará coherencia, así como estabilidad, a su trabajo. Cuando los cursos se presentaban como “integrativos”, no era aceptable que esta integración simplemente reflejara la diversidad de los intereses de los docentes: se esperaba que los cursos estuvieran sustentados sobre una base, una estructura y una lógica sólida que definiera dicha integración, y uno de los

requisitos fue que contestaran por escrito preguntas específicas acerca de su modelo integrativo. (BAC, 1993: 12; Dryden, Horton y Mearns, 1995: 38-40). En lo que respecta específicamente al enfoque centrado en la persona, hay aspectos claves que nos gustaría definir como inherentes al uso de esa denominación. En particular, se refieren a la manera en que consideramos los recursos individuales, la operación del proceso actualizante y su habilidad de autodirección; nuestra creencia en la importancia de las condiciones terapéuticas y la centralidad de la actitud no directiva del counselor en cuanto a los contenidos; y nuestro rechazo a adoptar el rol de experto en la vida y la experiencia del consultante. Estos aspectos claves por sí mismos descartan para nosotros la posibilidad de combinar el enfoque con otras orientaciones que se basan en supuestos muy diferentes y hasta opuestos. Creemos que es posible que el counselor centrado en la persona se convierta en un experto en facilitar el proceso de terapia, pero aun en ese caso debe tener mucho cuidado en asegurarse de que no se violen la autonomía esencial del consultante y su derecho a la autodeterminación. Se puso muy de moda en los últimos años que los profesionales se describan a sí mismos como “integrativos”, sin la disciplina requerida por el organismo nacional en los primeros años, pero nuestra experiencia sugiere que cuando los counselors centrados en la persona adoptan esta denominación suelen estar en peligro de abandonar los principios fundamentales del enfoque sin darse cuenta de que lo han hecho. Esto no

quiere decir que los profesionales centrados en la persona eviten el estudio de otros enfoques, o dejen de familiarizarse con la teoría y la práctica de otras orientaciones. Como mínimo, tal conocimiento puede resultar importante en casos en que lo indicado sea derivar a otros profesionales pero, a nivel profundo, los nuevos insights pueden enriquecer el bagaje de conocimientos y experiencias del counselor centrado en la persona y afinar aún más su apreciación y comprensión del enfoque centrado en la persona mediante ese estudio comparativo.   Pregunta 2 ¿Cómo refutan la acusación de que el counseling centrado en la persona alienta al egoísmo y no tiene en cuenta los sentimientos de los otros? Este tipo de pregunta surge de la idea de que el enfoque centrado en la persona, con su énfasis en la valoración de la experiencia del consultante, y en que esa persona encuentre el poder de volverse más activo en su mundo, hace que los consultantes se crean muy importantes y tiendan a despreciar la vida de los otros. Se dice que este sentido de liberación de las opresivas condiciones de valor puede conducir a los consultantes a la afirmación de sí mismos y de sus propias necesidades y deseos al extremo de herir a los demás, hasta llegar al abandono. Hay historias de consultantes de profesionales centrados en la persona

quienes, al habérseles dado la oportunidad de escuchar sus propias voces por primera vez, rechazaron a sus padres, terminaron con sus matrimonios, se embarcaron en comportamientos totalmente egoístas e irresponsables. Hay algo de cierto en estas historias. Esto sucede cuando un individuo en medio de su proceso comienza a cambiar y a asumir responsabilidad por su propia vida, los cambios repercuten alterando la vida de quienes lo rodean y rara vez son bienvenidos. Parte de esta alteración en la vida social de la persona se relaciona con el “proceso parcial de cambio” que describimos en el capítulo 9, en el cual el consultante, una vez que se siente liberado de una posición psicológicamente opresiva, puede inicialmente bascular hasta la posición opuesta antes de encontrar un equilibrio en el punto medio. Por supuesto, el consultante no es el único responsable de sus relaciones sociales; cabría esperar que quienes lo rodean asuman la responsabilidad de sus propias posiciones. Resulta interesante que existan algunas evidencias que sugieren que los consultantes de los counselors centrados en la persona no sólo demuestran creciente autonomía, sino que también “se contagian” algunas de las habilidades empáticas de sus counselors. Lejos de convertirse en egoístas, los consultantes suelen demostrar una creciente sensibilidad hacia los otros y mayor confianza para participar de manera más positiva en la interacción social. La habilidad para confrontar a quienes anteriormente fueron causa de infelicidad, también puede llevar a cambios muy

positivos en la dinámica de la relación. La investigación llevada a cabo en Alemania muestra que el mayor logro de los participantes en grupos de terapia centrada en la persona fue su habilidad de ofrecer comprensión empática a sus compañeros del grupo y a otras personas significativas en su vida. Este logro fue mayor aún que su proceso con respecto a la autoexploración y a la conciencia de sí mismo (Giesekus y Mente, 1986: 163-71). En nuestra experiencia, muchos consultantes de terapia individual hacen movimientos similares en su habilidad empática y sus habilidades sociales. Lejos de volverse más egoístas, es probable que los consultantes que están en una relación de counseling centrado en la persona por un cierto período participen más activamente de la vida social y sean más capaces de esforzarse por acercarse a los otros de manera constructiva. Con respecto a esta pregunta también es relevante la revisión que hicimos de la teoría original de Rogers

(ver

capítulo

2),

incluyendo

el

concepto

de

mediación social como amortiguador de la tendencia actualizante.   Pregunta 3 La actitud de enfoque centrado en la persona con respecto a los límites, ¿no conduce inevitablemente a un comportamiento cuestionable y hasta no ético de parte del counselor?

Los counselors centrados en la persona, como sus colegas de otras orientaciones, adhieren a los principios éticos de sus organizaciones y asociaciones profesionales. En este sentido, están trabajando dentro de las estructuras y las pautas que en sí mismas proporcionan ciertos límites. Sin embargo, además de estos indiscutibles límites éticos, hay otros que son más específicos de cada enfoque. Éstos podrían considerarse como “buena práctica” en un modelo, pero no se podrían generalizar a otros modelos sin un cuidadoso análisis. Estos “límites” pueden incluir estricta adhesión a tiempo y lugar, evitar el contacto físico con los consultantes, prohibir cualquier revelación de información personal por parte del counselor y otras reglas no escritas que condicionan la relación terapéutica. Como lo analizamos en el capítulo 8 en relación con el contexto terapéutico, tales

límites

surgen

históricamente

de

un

enfoque

psicodinámico clásico. Son relevantes al tipo de posición de autoridad buscada por aquel enfoque, pero no por el enfoque al que adherimos. Para el counselor centrado en la persona, el intento de “equiparar” la relación es de primordial importancia. La tarea del counselor es crear un ambiente en el cual el consultante se sienta cada vez con mayor poder personal para descubrir sus propios recursos, encontrar su propio sentido de dirección y hacerse cargo de su vida. Los límites se establecen para facilitar estos resultados y es evidente que a veces deben ser respetuosos de las necesidades del consultante y, por lo tanto, abiertos a renegociación. Para el counselor imponer límites sin un

proceso de consulta con el consultante sería una negación de la igualdad esencial de la relación que se espera establecer. En la práctica, mucho de lo que sucede en el counseling centrado en la persona, visto desde afuera, no difiere mucho de lo que sucede en otras orientaciones. El consultante, probablemente, venga todas las semanas para una sesión de 50 minutos, a la misma hora, el mismo día. Es muy poco probable que el counselor revele mucho de sí mismo durante el proceso terapéutico, y seguramente habrá

poco

o

ningún

contacto

físico.

La

diferencia

significativa con respecto a otros enfoques reside en el hecho de que todo esto es susceptible de ser cambiado. Para que el counselor centrado en la persona esté atento al proceso de la relación es de fundamental importancia, tanto en términos de la autonomía emergente del consultante, como del movimiento hacia la reciprocidad. A la luz de este proceso, es posible que sea necesario negociar y acordar nuevos límites. Quizás las sesiones sean menos frecuentes, o más frecuentes. Su duración también puede variar, porque no hay nada sacrosanto en la hora de 50 minutos. El desarrollo de la relación puede llevar naturalmente a un contacto físico respetuoso, y la apertura del counselor puede dar como resultado que haya una mayor revelación de

información

personal.

El

principio

importante

y

fundamental es que los límites no están grabados a fuego, sino abiertos a renegociación a la luz de las necesidades del consultante y del proceso terapéutico. Los límites, como tantas otras cosas en la tradición centrada en la persona, no

son impuestos, sino explorados y acordados. En consecuencia, la práctica del counseling centrado en la persona es, en su esencia, una actividad profundamente ética y muy diferente de una práctica regida por reglas o dictada por un manual, que pone las regulaciones y los procedimientos inflexibles por encima de las necesidades emergentes de las personas que participan en la relación.   Pregunta 4 Al poner un énfasis tan grande en la experiencia subjetiva, el counselor centrado en la persona ¿no ignora los temas sociales y políticos y por lo tanto refuerza el statu quo? Ésta es una pregunta de crucial importancia. Se hace eco de la sospecha de que el counseling, al permitir que las personas puedan expresar y sacarse de encima cosas opresivas, diluye el potencial para la rebelión o la agitación y es, por lo tanto, una forma sutil de ingeniería social. Según nuestra experiencia, esto no es verdad, y tampoco tiene mucho sentido en la propia vida de Carl Rogers. A medida que iba envejeciendo, más preocupado estaba por el estado del mundo. Las últimas décadas de su vida estuvieron dedicadas a tratar de lograr la paz mundial, al desarrollo de la comunicación intercultural y a la creación de nuevas formas de comunidad. Él se describió a sí mismo como un “revolucionario silencioso” y consideró a todo el

enfoque

centrado

en

la

persona

como

sutilmente

subversivo. Pensando sobre nosotros mismos y sobre muchos de nuestros consultantes a lo largo de los años, vemos un proceso por el cual la experiencia de la relación caracterizada

por

una

comprensión

profunda

y

una

honestidad interpersonal provoca no sólo angustia, sino también rabia ante las flagrantes injusticias y la vergonzosa hipocresía que demasiado a menudo caracterizan nuestro ambiente político o social. El enfoque centrado en la persona es políticamente radical de otra manera fundamental. Es un firme opositor de las influencias que ejerce la sociedad en favor del control social sobre el individuo. Mientras que incluso algunos enfoques de counseling, en especial la terapia cognitiva conductual, aceptan una agenda implícita, y a veces explícita, de trabajar hacia la reducción de síntomas como el único objetivo sujeto a evaluación de la intervención, el counseling centrado en la persona trabaja con toda la persona y se orienta hacia sus objetivos personales, más que a la agenda que la sociedad tiene prevista para ella. Esto crea una continua disonancia incómoda para el counselor centrado en la persona que trabaja en el servicio de

salud,2

o

en

educación,

ambos

fuertemente

condicionados por la política de control social. Sin embargo, esto plantea una ironía interesante porque en su esencia, ambas profesiones, la medicina y la educación también tienen que ver con la persona toda y su desarrollo. Para un

análisis más profundo de estos temas políticos, véase Mearns (2006 P).   Pregunta 5 El

counseling

establecer

centrado

una

en

relación

la

persona

busca

no

dependiente

entre

el

consultante y el counselor. Pero seguramente hay circunstancias en las cuales el consultante está tan vulnerable que el counselor necesita permitirle un cierto grado inicial de dependencia. Cuando el consultante se fortalece puede desprenderse de esa dependencia. En ninguna circunstancia un counselor centrado en la persona alienta la dependencia del consultante. Todo el objetivo de su trabajo es facilitar que el consultante sea su propio agente: que desarrolle su capacidad y su disposición a hacerse responsable de sí mismo. Aunque parecería lógico –y hasta una muestra de cuidado– creer que con un consultante muy vulnerable podríamos empezar con una dependencia que lo conforte, constituye una falsa opción. El problema con la dependencia es que “liberar” de ella al consultante no es tan fácil como parece. En un enfoque psicodinámico clásico, se aplica el tipo de pensamiento que se manifiesta en esta pregunta: que puede desarrollarse la relación transferencial de dependencia y, más adelante en el análisis, la transferencia se va a desarmar y se

establecerá la autonomía del cliente. La realidad está mejor descripta por las veintiuna víctimas de análisis a largo plazo que describe Rosemary Dinnash (1998) en su libro. Aun después de largos procesos de análisis estos clientes todavía tenían una relación de dependencia con sus analistas de ese momento y sus analistas anteriores. En el counseling centrado en la persona, en especial con una persona cuyo locus de evaluación está muy externalizado, el consultante puede buscar la seguridad de una relación dependiente, pero la tarea del counselor centrado en la persona es ofrecer las mejores condiciones terapéuticas, cuidándose,

al

mismo

tiempo,

de

no

estimular

la

dependencia.   Pregunta 6 El enfoque centrado en la persona es más fuerte en Gran Bretaña que en muchas otras partes del mundo. ¿Por qué sucede esto? Porque estuvimos dispuestos a comprometernos con las diversas instituciones que ofrecen servicios de counseling. En este sentido, por ejemplo, algo muy positivo es que estamos en contacto con las universidades. En el momento de escribir este libro, el 70% del profesorado de counseling en Gran Bretaña está formado por especialistas centrados en la persona. También durante los primeros treinta años del desarrollo de la profesión de counseling en Gran Bretaña

nos mantuvimos muy cerca de la principal asociación profesional, la Asociación Británica de Counseling y Psicoterapia, dialogando con colegas de otros enfoques sobre

el

desarrollo

de

la

acreditación

individual,

la

acreditación de cursos de formación y la naturaleza ética de la

práctica.

De

manera

similar,

trabajamos

muy

intensamente en el diálogo con las instituciones oficiales, como el servicio de salud y la educación secundaria y terciaria, de modo que el enfoque de counseling centrado en la persona fuera aceptado en esos contextos. En los Estados Unidos este diálogo fue ignorado en gran medida durante la enorme popularización del enfoque durante la década de 1960. Por el contrario, en Austria se le prestó la misma atención –que en Gran Bretaña– al diálogo con instituciones y, como resultado, el enfoque centrado en la persona está fuertemente consolidado.   Pregunta 7 ¿Hacia dónde piensa cada uno de ustedes que el counseling centrado en la persona podría dirigirse en el futuro?   Dave Mearns responde: Una posibilidad es que el enfoque centrado en la persona ayude a la profesión de counseling a extender su relevancia más que a limitarla. Hay una tendencia en las profesiones en desarrollo a

establecer límites aún más estrictos en su práctica. Mientras que eso les puede ofrecer una gran seguridad a los profesionales que la practican, no es particularmente útil para hacer llegar la profesión a un más amplio número de consultantes.

Sin

embargo,

si

pensamos

el

enfoque

centrado en la persona tal como lo presentamos en este libro, en términos del poder de la relación, puede significar un

estímulo

permanente

a

la

profesión

para

buscar

direcciones más expansivas. Por ejemplo, hoy en día el counseling probablemente sea considerado como una opción valedera por alrededor del 10% de las personas con problemas. Necesitamos ver cuál es la causa de que sea así y explorar activamente la posibilidad de modelos creativos para llevar la profesión al otro 90%. Es probable que el enfoque centrado en la persona esté mejor posicionado para liderar la respuesta a ese desafío radical porque se ejerce dentro de límites negociados y no preestablecidos, y puede ser útil tanto en una función consultiva como creativa para extender su aplicación a diferentes contextos.   Brian Thorne responde: Existen cada vez más evidencias de que para muchos consultantes su experiencia de counseling centrado en la persona les ha permitido no sólo encontrar mayor satisfacción en su trabajo y sus relaciones, sino también descubrir un nuevo sentido de propósito y significado en su vida. Queda claro que el enfoque tiene mucho que ofrecer en una época de profunda crisis política, intercultural y ecológica, cuando la desesperación tiende a

ser, de manera creciente, la respuesta más común. Sin embargo, es posible que sólo esté comenzando a captar las implicaciones de un modelo de manera de ser/estar que responda en forma directa a los males existenciales y espirituales de un mundo que se encuentra al borde del desastre.

1 Los autores se refieren al organismo británico que otorga las acreditaciones a los programas y las carreras profesionales. (N. del E.) 2 Se hace referencia al Servicio Nacional de Salud británico (N. del E.)

GLOSARIO1 Agencia - agente (agency): oficio o encargo de agente –agencia. Que obra o tiene virtud de obrar. Persona o cosa que produce un efecto –agente. (Diccionario de la Real Academia Española). Al mencionar al cliente como agente, se hace referencia a la persona como actora, que asume responsabilidad por sí misma. Agradable (nice): en este contexto se utiliza para nombrar a la persona que se manifiesta “afable en el trato” (Diccionario de la Real Academia Española) casi siempre y en la mayoría de las circunstancias. Conciencia (awareness): traducido de la acepción literal de la palabra en inglés. Está referido al conocimiento de que algo existe, o a la comprensión de una situación o tema en el momento presente basado en información o en la experiencia. Experienciar, experienciando (to experience, experiencing): verbo que se refiere al proceso concreto de interacción entre el organismo humano y su medio, expresado en la relación que existe entre sentimientos y símbolos. Se caracteriza por ser sentido

corporalmente; es preconceptual, antecede a la lógica y es siempre presente –aunque dé cuenta del pasado y se proyecte al futuro. Es un proceso de sentimientos que continuamente acontece en el campo fenoménico del individuo y que expresa la experiencia como proceso, cambio y movimiento. El verbo “experienciar” y el adjetivo “experiencial” son neologismos cada vez más usuales en la literatura técnica, en particular desde los aportes de Eugene T. Gendlin. Negociación (negotiation): el proceso de intercambio dialógico entre personas, con el fin de llegar a un acuerdo acerca de algo. Sí mismo, mí mismo (self): “se refiere a la gestalt conceptual, coherente y organizada compuesta por percepciones de las características del ‘yo’ o del ‘mí’ y de las relaciones del ‘yo’ y del ‘mí’ con los otros y con distintos aspectos de la vida, conjuntamente con los valores unidos a estas percepciones. (…) está disponible a la conciencia (awareness) aunque no necesariamente en conciencia. Es una gestalt fluida y cambiante, un proceso (...)”. (Rogers, 1959).

1 Elaborado por el equipo que tuvo a su cargo la traducción y revisión técnica de este libro. (N. del E.)

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Dave Mearns y Brian Thorne

Cierta vez un ex estudiante describió a Brian Thorne y Dave Mearns como “la extraña pareja” para dar cuenta, afectuosamente, de sus considerables similitudes y sus diferencias. Las primeras incluyen el hecho de que ambos pasaron casi cuarenta años ejerciendo, enseñando y escribiendo sobre la terapia centrada en la persona. Ambos son profesores eméritos: Brian de la Universidad de East Anglia y Dave de la Universidad de Strathclyde; ambos se desempeñaron formalmente como Directores de la Unidad de Counseling en cada una de dichas universidades. Pero sus diferencias son más interesantes. Brian es un ferviente cristiano practicante, cuya fe religiosa subyace a todo su accionar –es un lay canon, miembro laico de la jerarquía eclesiástica, de la Catedral Anglicana de Norwich– y Dave es un ateo humanista. Sus antecedentes son más diferentes de lo que es probable encontrar entre dos personas que trabajan juntos de manera tan estrecha. Brian es un caballero inglés, cortés y bien hablado, que se educó en escuelas privadas, mientras que Dave es un escocés un poco brusco cuyas ocupaciones anteriores incluyen haber sido conductor de autobuses y gerente de una agencia de apuestas. Sin embargo, estos dos hombres tan diferentes sienten un profundo afecto mutuo. Quizás esta combinación de diferencias personales y entrañable afecto constituya un aspecto central de su trabajo conjunto, escribiendo y enseñando, que ya lleva más de 35 años. Es muy probable que esta relación refleje, fundamentalmente, aquello de lo que se trata el enfoque centrado en la persona: un deseo

sincero de acercarnos a los otros, más allá de nuestras diferencias.

Este libro invita al lector a la experiencia viva del counseling centrado en la persona. Por sus contenidos teóricos y sus ejemplos prácticos, es de interés para counselors experimentados y en formación, así como para profesionales y estudiantes de diversas orientaciones psicoterapéuticas.

Su lectura también es útil para posibles consultantes, particularmente para quienes tuvieron la experiencia desafortunada de encontrarse con profesionales de la ayuda que fueron renuentes a encontrarse con ellos como personas.

Esperamos alentar a los lectores a reflexionar sobre sus propios procesos terapéuticos –ya sea como counselor o como consultante– y deseamos que se contagien del entusiasmo que sentimos cuando intentamos expresar la belleza y el misterio del encuentro personal que llamamos counseling. Sabemos que el intento será infructuoso, porque sólo la poesía, en su más rica expresión, puede verdaderamente capturar tal belleza y penetrar en el corazón del misterio.

DAVE MEARNS Y BRIAN THORNE

Índice

Cubierta Portada Créditos Dedicatoria Prefacio a la edición en castellano Reconocimientos Prefacio a la tercera edición Introducción 1. El enfoque centrado en la persona: una revisión contemporánea y teoría básica El paradigma actual El concepto de sí mismo Condiciones de valor El proceso de valoración organísmica El locus de evaluación Crear las condiciones para el crecimiento 2. Desarrollos recientes de la teoría centrada en la persona

El proceso actualizante Proceso egosintónico Proposiciones teóricas 1-4 Proceso difícil Diálogos del sí mismo Proposiciones teóricas 5-8 Una concepción moderna centrada en la persona del proceso de counseling 3. El uso del sí mismo del counselor Una disciplina rigurosa La actitud del counselor para consigo mismo Escuchando al sí mismo Autoaceptación El desarrollo de la empatía Aprendiendo a ser genuino La “relación saludable” entre el counselor y el consultante El sí mismo único del counselor Corriendo riesgos con nuestro sí mismo único El sí mismo cambiante del counselor La experiencia de profundidad relacional 4. Empatía Una escala de empatía Empatía y locus de evaluación ¿Por qué y cómo la empatía es importante en el counseling? Enfocándose en el “borde de la conciencia” No hay necesidad de entender

Liberando nuestra sensibilidad empática Bloqueos de la empatía Las necesidades y los temores del counselor Empatizando con diferentes partes del cliente 5. Consideración positiva incondicional Por qué es importante la consideración positiva incondicional Algunos clientes que se autoprotegen Lenguajes personales Pero ¿qué hago cuando simplemente no acepto a mi consultante? ¿Puede el consultante aceptar mi aceptación? El foco en la calidez Foco en la condicionalidad La consideración positiva incondicional no tiene que ver con “ser agradable ” 6. Congruencia ¿Por qué es importante la congruencia? Resonancia Metacomunicación Incongruencia Guías para la congruencia ¿Cómo puede el counselor desarrollar su congruencia? Las tres condiciones combinadas 7. “Comienzos” El juego del poder El consultante llega con sus expectativas Los primeros momentos

Estableciendo la confianza “Disfraces y pistas” El fin del comienzo Estructuras y contratos Asuntos de dinero Resumen Estudio de caso (parte 1) 8. “Medios” El estudio de caso (parte 2) “Medios”, un panorama general El desarrollo de la relación terapéutica El proceso del consultante El proceso del counselor 9. “Finales” El estudio de caso (parte 3) El final del proceso de counseling Finales que el counselor considera “prematuros” Preparándose para los finales Después del final Apéndice Preguntas y respuestas Glosario Bibliografía Acerca de los autores Sobre este libro

Terapia familiar y de pareja centrada en la persona O´Leary, Charles 9789871301966 470 Páginas

Cómpralo y empieza a leer Charles O'Leary presenta una descripción detallada de la terapia relacional que se basa en los recursos de los enfoques centrado en la persona y sistémico aplicados a la terapia familiar, y desarrolla una propuesta empática y respetuosa para el trabajo con parejas y familias.

El centro de atención en el trabajo, dice O'Leary, es siempre el cliente, con sus objetivos y dificultades, que se presentan en descripciones minuciosas ofreciendo, al mismo tiempo, una mirada desde el punto de vista del terapeuta, de las opciones que se le presentan y las decisiones que debe tomar.

En este libro el lector encontrará: • Muy diversas ideas y técnicas relevantes para cada etapa del proceso terapéutico. • El respeto a la complejidad de la terapia familiar y de pareja, incluyendo, entre otros, capítulos sobre parejas del mismo sexo y familias con niños y adolescentes.

• Propuestas útiles con sugerencias para la aplicación de recursos muy variados, ejemplos de casos y descripciones de diferentes marcos conceptuales, desde los principios formulados por Carl Rogers así como otras propuestas, comparando sus similitudes y sus diferencias. Una obra de grata lectura en la que el autor presenta sus experiencias en un lenguaje sencillo, dialoga consigo mismo y con sus lectores con una gran solidez y un profundo respeto humano. Cómpralo y empieza a leer

Coaching el arte de soplar brasas Wolk, Leonardo 9789871301515 224 Páginas

Cómpralo y empieza a leer Este libro está dirigido a quienes desean profundizar el conocimiento sobre el coaching, un conjunto integrado de poderosas herramientas para el desarrollo personal y organizacional. Se articulan en sus contenidos componentes teóricos y prácticos, con aportes provenientes del campo de la lingüística, la filosofía, la psicología, el aprendizaje transformacional, la teoría de los sistemas y de la comunicación. Cómpralo y empieza a leer

Coaching para coaches Wolk, Leonardo 9789871301935 152 Páginas

Cómpralo y empieza a leer La supervisión como modalidad de aprendizaje y de profundización del rol del coach es el tema central de este libro.

Las vivencias del coach, el coacheado y el supervisor se entrelazan en los casos presentados y son de una gran riqueza humana, potenciados por los aportes teóricos que Leonardo Wolk presenta en su constante diálogo con los lectores.

Una desafiante travesía que acompaña el crecimiento personal y el desempeño profesional de los coaches, llevándolos a un nuevo nivel en su carrera.

Sarlo captura escenas cotidianas y las mira en detalle, como si fueran textos que deben ser interrogados en su densidad. En los pliegues de pequeñas narraciones, de descripciones y prácticas, señala nudos de sentido que no siempre son dichos o escuchados.

Tiempo presente agrupa textos sobre diversos temas. Pero,

a medida que la lectura avanza, se encuentra el hilo conductor: una visión comprometida y crítica sobre el mundo actual y una discusión permanente con lo que la autora ha llamado el "populismo celebratorio".

Los motivos que Sarlo encuentra para realizar su ejercicio crítico son las nuevas formas de la ciudad, la Guerra de Malvinas, el Mundial del 78, la sociedad de consumo, Rodrigo, Soledad, la new age, la izquierda, la política, el mercado y el Estado, los intelectuales, las identidades culturales, el prejuicio.

Intensa y a veces irónica, alejada de toda nostalgia, Sarlo toma partido y nos invita a preguntarnos por los cambios en la cultura y el modo inexorable en que repercuten sobre nuestra vida cotidiana. Cómpralo y empieza a leer