Construir confianza

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Construir confianza Etica de la empresa en la sociedad de la información y las comunicaciones Edición de Adela Cortina

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C O L E C C IÓ N E S T R U C T U R A S Y P R O C E S O S S e r i e C ie n c ia s S o c ia le s

© Editorial Trotta, S.A., 2003 Ferraz, 55. 28008 Madrid Teléfono: 91 543 03 61 Fax: 91 543 14 88 E-tna¡l: trotta@¡nfornet.es http://www.trotta.es © Adela Cortina, 2003 © Amartya Sen, Manuel Castells, Jesús Cornil, Ignacio Ramonet, Alvaro Dávila, Georges Enderle, Juan Luis Cebrián, Justo Villafañe, Gerd Schulte-Hillen, Domingo García-Marzá, 2003 ISBN: 84-8164-621-0 Depósito Legal: M - l5.329-2003 Impresión Marfa Impresión, S.L.

A Josep M .a Blascot am igo y com pañero de cam ino. A su coraje, a su altura m oral.

Prólogo......................................................................................................

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I ÉTICA DE LA EMPRESA EN EL HORIZONTE DE LA GLOBALIZACIÓN Las tres edades de la ética empresarial: Adela Cortina ..................... 17 Etica de la empresa y desarrollo económico: Amartya Sen ............. 39 Más allá de la caridad: responsabilidad social en interés de la empresa en la nueva economía: Manuel Castells ............. 55 Economía ética en la era de la información: Jesús C onill ............... 75 Globalización, ética y empresa: Ignacio Ramonet ............................ 97 América Latina en la economía global: entre las posibilidades y los riesgos: Alvaro Dávila ................... 109 II CONSTRUIR CONFIANZA EN LA ACTIVIDAD EMPRESARIAL Competencia global y responsabilidad corporativa de las pequeñas y medianas empresas: Georges Enderle .......... Los valores de la empresa informativa: Juan Luis Cebrián .............. Influencia de la comunicación en la reputación corporativa: Justo Villafañe.............................. La transparencia informativa en la empresa excelente: Gerd Schulte-Hillen............................

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Confianza y poder: la responsabilidad moral de las empresas de la comunicación: Domingo García-Marzá.... 195

Nota biográfica de los autores ...............................................................221 Indice general ........................................................................................... 223

PRÓLOGO

Si nuestra época ha podido denominarse «era de la globalización» es, entre otras cosas, gracias al desarrollo de las tecnologías de la información y de las comunicaciones, entendidas en el más amplio sentido. La globalización ha podido caracterizarse como el proceso por el que las economías nacionales se integran progresivamente en la internacional, o como ese mercado único, posible por la comuni­ cación de alta tecnología, los bajos costes del transporte y el libre comercio. Componen sus bases la revolución informática, la capaci­ dad de desplazamiento de las industrias inteligentes, la eliminación de barreras comerciales, la volatilidad de los mercados de capitales, la universalización del inglés y de estilos de vida de consumo costo­ sos. En todos estos casos es clave la revolución de la información y las comunicaciones: la nuestra es la era de la información. En ella las empresas se ven enfrentadas a nuevos desafíos, que pueden convertirse en obstáculos o, por el contrario, en oportuni­ dades de crecimiento. Tales desafíos podrían ordenarse en tres gran­ des rótulos , que requieren el ejercicio de tres grandes virtudes: la preocupación por la viabilidad de las empresas en la nueva era, que requiere el ejercicio de la prudencia , una prudencia que exige cons­ truir y generar confianza ; la posibilidad de edificar una ciudadanía cosmopolita con ayuda de las tecnologías de la información, que exige ejercitar la justicia', y la necesidad de asumir la responsabili­ dad corporativa en el proceso de globalización, recurriendo a la ética de la empresa como factor de innovación humanizadora. Ciertamente, asegurar la viabilidad es difícil en esta nueva era que parece haber traído el espíritu del cortoplacismo, la vulnerabili-

dad, la volatilidad. Sin embargo, justamente el progreso informacional ofrece la oportunidad de realizar el ancestral sueño de la humanidad, el sueño de Diógenes el Cínico, de los estoicos, de Plutarco, de Kant y tantos otros, de construir una cosm o-polis , una ciudad en la que todos los seres humanos se sepan y sientan ciuda­ danos. Esta es la gran oportunidad que ofrece la globalización in­ formática y económica, y que es de justicia llevar a cabo. Sólo que para hacer realidad el sueño cosmopolita no bastan los medios, hace falta una voluntad decidida de encarnarlos y de asumir la responsabilidad por ello. El poder político y las organizaciones solidarias tienen una parte de esa responsabilidad, pero las empresas tienen hoy un especial poder y por tanto una muy especial responsabili­ dad, tanto en el plano local como en el internacional. Cómo articular prudencia, justicia y responsabilidad en la actua­ ción empresarial, en el nivel local y global, es la preocupación que llevó a la Fundación ETNOR a dedicar el XIV Congreso Anual de la European Business Ethics Network (EBEN) a reflexionar sobre este asunto en la era de la información y las comunicaciones. La red de ética de la empresa EBEN, fundada en 1987, organiza anualmente un congreso internacional, y encomendó esa tarea para septiembre de 2001 a la Fundación ETNOR (para la Etica de los Negocios y las Organizaciones), fundada en 1994 en Valencia por académicos, em­ presarios y directivos. El congreso empezó el 12 de septiembre, el día después de los atentados terroristas a las Torres Gemelas en Nueva York. Los congresistas se solidarizaron con las víctimas del atentado, como también con todas las víctimas de la guerra, el hambre y la miseria que, de puro habituales, no son ya ni noticia. La necesidad de la ética, la necesidad de la justicia en los países y entre ellos, se hizo otra vez presente. El programa del congreso constaba de nueve conferencias cen­ trales, a cargo de líderes de opinión de Europa, América Latina y Estados Unidos, amén de seis talleres de trabajo especializados y más de noventa comunicaciones, presentadas por autores de veinti­ séis países. El número de países que se hizo presente a través de los participantes fue de treinta y cuatro. La novedad del congreso, en relación con las trece ediciones anteriores, fue la voluntad decidida de los organizadores de que estuviera especialmente presente América Latina. España es parte de Europa, pero no menos lo es de ese mundo hispano, al que está especialmente ligada. Se trataba de hacer el puente entre Europa y América Latina a través del Palau de la Música i Congressos de

Valencia, en el que se dieron cita participantes de Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, México, Pana­ má, Uruguay y Venezuela, y gentes venidas del resto de Europa y Estados Unidos. El presente libro contiene una selección de las conferencias, completada con algunas contribuciones que ayudan a abordar el problema con mayor amplitud de perspectivas1. Sólo queda agradecer su contribución a los miembros y amigos de la Fundación ETN O R que hicieron realidad el congreso, trabajando como voluntarios o colaborando económicamente. En especial, a Bancaja (Caja de Ahorros de Valencia, Castellón y Ali­ cante), mecenas habitual de la Fundación ETNOR, a los principales patrocinadores del acontecimiento: la compañía Telefónica y CLEOP, así como a los siguientes colaboradores: Mercadona, Con­ federación Empresarial Valenciana, Consum, Ciutat de les Arts i les Ciencies, IMPIVA, Universitat Jaume I, Deloitte & Touche, Florida Universitaria, Fundesem, IVIE e IBM. A todos ellos, el agradecimiento por haber hecho posible tanto el congreso como una buena parte de este libro. Y muy cálida y cordialmente a Josep M .a Blasco, amigo y com­ pañero de camino, que «tradujo» al castellano normalizado algún texto, presuntamente en castellano, pero nacido de la transcrip­ ción. A él, a su coraje, a su altura moral, está dedicado este libro.

A d ela C

o r t in a

Catedrática de Etica y Filosofía Política Universidad de Valencia Directora de la Fundación ETNOR E m il io T

orto sa

Presidente de la Fundación ETNOR

1. Una selección de las comunicaciones ha visto la luz en el volumen 39, núme­ ros 1-2 (2 0 0 2 ), del Journal o f Business Ethics, editado por A. Cortina y J. C. Siurana.

ÉTICA DE LA EMPRESA EN EL HORIZONTE DE LA GLOBALIZACIÓN

LAS TRES EDADES DE LA ÉTICA EMPRESARIAL

Adela

Cortina

1. Empresa y ética: la forja del carácter de las organizaciones En los años setenta del siglo X X surge con fuerza en Estados Unidos la ética de los negocios (Business Ethics ), que buena parte del mun­ do europeo prefirió rotular como «ética de la empresa»1. Tal vez porque el capitalismo renano , que conformaba en tan alto grado el modo europeo de entender la empresa, llevaba a concebirla, no sólo como un negocio, sino como un grupo humano que lleva adelante una tarea valiosa para la sociedad, la de producir bienes y servicios, a través de la obtención del beneficio2. La empresa, desde este punto de vista, se «emprende» con espíritu creador. La nueva ética empresarial se extendió por Europa en los años ochenta, por América Latina y Oriente en los noventa, y resulta curioso compro­ bar cómo habitualmente las gentes se asombraban de que alguien osara ligar dos términos como «empresa» y «ética». El comentario, en una lengua u otra, era siempre el mismo: es como querer juntar aceite y agua. Ciertamente, este comentario pierde todo su sentido a poco se reflexione, porque la actividad empresarial es actividad humana y, como tal, puede estar más o menos alta de moral en sus distintas dimensiones (en la calidad del producto y en las relaciones con los distintos afectados por ella), puede aproximarse más o menos a las 1. Este trabajo se inscribe en el proyecto de investigación sobre éticas aplicadas B F F 2 0 0 1 -3 1 8 5 -C 0 2 -0 1 del Ministerio de Ciencia y Tecnología. 2. M. Albert, Capitalismo contra capitalismo, Paidós, Barcelona, 1992.

metas que le dan sentido como actividad y por las que cobra legiti­ midad social, y puede hacerlo con los medios que la conciencia moral de esa sociedad exige o quedar por debajo de ella, pero no puede situarse más allá de todo ello. Y esto es lo que reconoce sobradamente el discurso empresarial, no sólo cuando pronuncia la palabra «ética», sino cuando trata de cuestiones que en realidad son aquellas en las que se desgrana la ética empresarial, es decir, cuando habla de cultura de empresa, evaluaciones de calidad, recursos hu­ manos o capital humano, clima ético, capital social, responsabilidad corporativa, dirección por valores, comunicación interna y externa, balance social, necesidad de anticipar el futuro creándolo, no diga­ mos ya si habla de códigos éticos, auditorías éticas o fondos éticos de inversión. En suma, cuando se pronuncia sobre ese conjunto de dimensiones de la empresa, algunas de ellas ineludibles, que com­ ponen el carácter de la organización, es decir, su éthos , y que im­ porta que estén a la altura de las circunstancias para cumplir con bien la misión de la empresa. Las organizaciones, de modo análogo a las personas, se forjan un carácter u otro a lo largo de sus vidas, un carácter por el que se identifican y por el que los demás las identifican. Al nacer no tie­ nen, como dirían los clásicos, sino una «primera naturaleza», no cuentan sino con los caracteres de las personas que se adhieren al proyecto y con los textos escritos sobre la misión y la visión de la empresa. Pero a lo largo de su existencia la organización va toman­ do decisiones que la sociedad no imputa a cada uno de sus miem­ bros como personas particulares, sino como miembros de la organi­ zación, de suerte que bien puede decirse que la organización como tal toma decisiones, por analogía con las personas, y se la puede responsabilizar de ellas. Las organizaciones son, pues, agentes mo­ rales, no sólo las personas lo son, tienen libertad para forjarse un carácter u otro3. Libertad, eso sí, condicionada interna y externa­ mente, como toda libertad humana. La ética desde sus orígenes se ha gestado como un saber que se propone ofrecer orientaciones para la acción de modo que actue­ mos racionalmente, es decir, que tomemos decisiones justas y bue­ nas4. Y justamente recibe el nombre de «ética» porque tomar tales decisiones exige cultivar las predisposiciones a tomarlas hasta que se conviertan en hábito, incluso en costumbre. 3. A. Cortina, Hasta un pueblo de demonios. Ética pública y sociedad, Taurus, Madrid, 1 9 9 8 , cap. 8. 4. A. Cortina, J. Conill, A. Domingo y D. García-Marzá, Ética de la empresa. Claves para una nueva cultura empresarial, Trotta, Madrid, 52 0 0 0 .

De igual modo que en la vida corriente las personas convierten en costumbre levantarse de la cama de una forma determinada, coger el ascensor o acudir al trabajo. De la misma manera que convierten en costumbre —y esto es más complejo— comportarse de una forma u otra con cada una de las demás personas y con las instituciones, llevar a cabo de una forma u otra su trabajo, también las organizaciones acaban convirtiendo en costumbre comportarse de una forma u otra. Y esto supone un ahorro de energía, porque sería agotador tener que partir de cero en cada toma de decisión, es esencial estar ya predispuesto a actuar en un sentido determinado. Para ser justo, decía Aristóteles, es indispensable adquirir el hábito de tomar decisiones justas, igual que para ser prudente, fuerte o magnánimo. Las buenas decisiones no se improvisan: llegar a to­ marlas sin derrochar una enorme cantidad de energía cada vez exige forjarse el hábito adecuado para tomarlas. La palabra «hábito» tiene sin duda una gran riqueza. En español no sólo se refiere a la predisposición de las personas y las organiza­ ciones a tomar decisiones y a actuar en un sentido determinado, de forma que quien es justo está predispuesto a tomar decisiones jus­ tas, sino que nos remite también a la expresión «habérselas con» la realidad de una forma u otra5. Toda persona y toda organización tienen que habérselas con la realidad de una manera u otra, y la que es justa se las ha con la realidad desde la disposición a ser justa. A la persona o la organización justa lo que le costará menos esfuerzo será decidir con justicia; decidir de una forma injusta, en cambio, le exigirá entre otras cosas hacer el esfuerzo de enfrentarse a sus pro­ pios hábitos, que ya han generado — por decirlo también con los clásicos— una segunda naturaleza. Adquirir unos hábitos u otros es inevitable. Es inevitable forjar­ se una segunda naturaleza que predispone más o menos a actuar con transparencia, a asumir o no la responsabilidad corporativa, a tratar con justicia a los afectados por la empresa. De ahí que lo inteligente

sea incorporar aquel tipo de hábitos que mejor puedan conducir al fin de la persona o de la organización , por dos razones al menos: por­ que tener que elegir es inevitable y porque es un auténtico ahorro de energía. En este sentido es en el que la ética tiene un mayor alcance que el derecho. En el sentido de que la legislación trata de evitar con­ ductas desviadas, e incluso de comunicar lo que una sociedad tiene 5. J. L. L. Aranguren, Ética, en Obras completas, vol. 2, Trotta, Madrid, 1994, I parte, cap. 2.

mayoritariamente por correcto6, pero la ética trata del éthos, de incorporar en el carácter de las personas y de las organizaciones aquellos hábitos que pueden llevar a decisiones justas y buenas. De forma que lo «natural», en el sentido de esa segunda naturaleza adquirida, sea ya tomar decisiones a favor de la integridad y de la transparencia. Hablar de «naturaleza humana» resulta difícil, a pe­ sar de los nuevos intentos de hacerlo7, pero no resulta tan difícil percatarse de que es inevitable adquirir un carácter, una «segunda naturaleza», y que, en consecuencia, es inteligente hacerlo de forma que tomar buenas decisiones resulte poco costoso. Por eso una organización que adquiere buenos hábitos ha gene­ rado las disposiciones requeridas para tomar buenas decisiones y no sólo le cuesta menos esfuerzo tomarlas y ahorra, por tanto, energías, sino que también quienes se relacionan con ella pueden esperar con fundamento que actuará de acuerdo con los fines y los medios que exija de la organización la conciencia moral social. Pueden confiar en ella. Para comprender a los pueblos — decía con buen acuerdo Alexis de Tocqueville— es más importante conocer sus leyes que su geo­ grafía; pero más importante aún que conocer sus leyes es conocer sus costumbres, los «hábitos de su corazón». Y eso es lo que ocurre con los pueblos y con las organizaciones que constituyen su trama social, que cuando sus hábitos y sus costumbres no predisponen a tomar decisiones justas y buenas, el mundo legislativo y judicial resultan insuficientes, amén de actuar contra corriente. En tales casos las sociedades se encuentran ya atrapadas en ese círculo vicioso del que hablan las teorías de la elección racional8, un círculo que refuerza las conductas nocivas para la sociedad, porque las organizaciones y las personas que viven en una socie­ dad en la que habitualmente se incumplen los contratos, se usa el engaño, funciona la «contabilidad creativa», no ven ningún beneficio en actuar de otra manera. No pueden esperar que los demás actúen de otra forma, se les engañará y, por lo tanto, no parece racional en un ambiente adverso apostar por el cumpli­ miento de los acuerdos, actuar con transparencia, arrumbar la

6. W . Van der Burg y F. W . A. Brom, «Legislation on Ethical Issues: Toward an Interactive Paradigm»: Ethical Tbeory and Moral Practice 3/1 (2 000), pp. 57 -7 5 . 7. F. Fukuyama, El fin del hombre, BSA, Barcelona, 2 0 0 2 . El título inglés es mucho más expresivo del contenido del libro: O urPosthuman Future. 8. R. D. Putnam, Making Democracy Work. Civic Traditions in M odern Italy, Princeton University Press, Princeton, N J, 1993.

«contabilidad creativa». El círculo vicioso se alimenta a sí mismo y resulta difícil romperlo: ¿cómo es posible iniciar un círculo virtuoso? El círculo virtuoso, obviamente, es aquel en el que reinan los hábitos contrarios a los arriba expuestos y, como cabe confiar en que los demás actuarán según ellos, todos pueden seguirlos, y ade­ más les conviene, porque el incumplimiento de los pactos y las malas actuaciones es lo que está castigado con la sanción social, amén de estarlo con la sanción legal. Los círculos virtuosos en realidad benefician al conjunto de la sociedad, como intentan mos­ trar los dilemas de la elección colectiva, pero necesitan para ser efectivos una adhesión mayoritaria a esos buenos hábitos , que en la tradición griega recibieron el nombre de «virtudes» (aretai ), «exce­ lencias» del carácter. Las virtudes son los hábitos que predisponen a elegir bien, mientras que los vicios son los hábitos que predispo­ nen a elegir mal; quienes incorporan las virtudes son excelentes. Curiosamente, el discurso de la excelencia hizo fortuna en el mundo de la empresa a fines del pasado siglo. Desde que Peters y Waterman publicaran su libro En busca de la excelencia , se vino a entender que las empresas excelentes son las que mejor saben jugar en el mercado. En cualquier caso, conviene indicar que las expre­ siones que estamos manejando, tales como «hábitos», «virtudes» («excelencias»), «costumbres», pueden entenderse en un doble sen­ tido: o bien como las costumbres que se adquieren por herencia, sin reflexionar sobre su validez moral, o bien como las costumbres conscientemente adquiridas o conscientemente refrendadas por su validez moral. Y aunque es verdad que las buenas costumbres en la empresa constituyen un bien por sí mismas, es todavía mejor, por­ que es expresión de la libertad, que quienes las asumen las valoren en lo que valen, las refuercen por entender que potencian la liber­ tad real del mundo social, que se percaten de que los buenos hábi­ tos constituyen un bien público. Ese tipo de bien del que se benefi­ cian, no sólo quienes se han esforzado en crearlo, sino muchos más. En este sentido entendía Hegel que la libertad, para encarnarse de modo efectivo, ha de incorporarse a las costumbres, que constitu­ yen las «leyes del mundo humano libre»: Así como la naturaleza tiene sus leyes, y los animales, los árboles y el sol cumplen con las suyas, así la costumbre es lo que corresponde al espíritu de la libertad [...]. La pedagogía es el arte de hacer éticos a los hombres: considera al hombre como natural y le muestra el camino para volver a nacer, para convertir su primera naturaleza

en una segunda naturaleza espiritual, de tal manera que lo natural se convierte en hábito9. Cuáles deberían ser esos hábitos, esas excelencias en el caso de las empresas es una de las grandes cuestiones de la ética empresa­ rial, una cuestión a la que sólo se puede responder aclarando en qué consiste la actividad empresarial, cuáles son sus metas y, por lo tanto, sus principios y valores10. Cosa bien difícil de hacer, sobre todo habida cuenta de que las empresas desarrollan su actividad en un mundo cambiante desde el punto de vista social, económico y político, en un mundo con tradiciones y culturas diversas, en un mundo con diferencias de conciencia ética en distintos contextos. En ese mundo, que es todo menos inmutable, las propias empresas cambian su concepción acerca de sí mismas y tienen que compren­ der los cambios de su entorno para bregar por su viabilidad11. De ahí que, más que hablar del ethos de la empresa, sea preciso hablar de los ethoi de las empresas, de sus caracteres, de los hábitos que deberían incorporar, teniendo en cuenta las posibles concep­ ciones de empresa y el nivel ético adquirido por la sociedad en que se inscribe; sin olvidar que en el nivel internacional van aparecien­ do paulatinamente propuestas que pretenden dar orientaciones, siquiera sea mínimas, para el quehacer empresarial en su conjun­ to12. Propuestas que, a mi juicio, modulan para el ámbito empresa­ rial lo que son las exigencias de una Etica Cívica Transnacional, que se va gestando poco a poco13. Si estas exigencias planteadas en el nivel global, como la del Global Compact de las Naciones Unidas14, son declaraciones verba­

9. G. W . F. Hegel, Principios de la Filosofía del D erecho, par. 151, agregado. 10. De ello nos hemos ocupado A. Cortina, J. Conill, A. Domingo y D. GarcíaM arzá en Ética de la empresa, cit., y más tarde, junto con Á. Castiñeira, J. F. Lozano y J. M . Lozano, en Rentabilidad de la ética para la empresa. 11. B. Niño Kumar y H. Steinmann (eds.), Ethics in International M anagement, W alter de Gruyter, Berlin, 1998. 12. G. Enderle (ed.), International Business Ethics. Challenges and Approaches, University of Notre Dame Press, N otre Dame, 1999. 13. A. Cortina, «Bioética transnacional como quehacer público», en J. J. Ferrer y J. L. Martínez (eds.), Bioética: un diálogo plural, UPC, Madrid, 2 0 0 2 , pp. 5 4 1 -5 5 4 . 14. Además del Global Compact de las Naciones Unidas existen otros códigos con pretensión global, como pueden ser los Principios de la Caux Round Table o los Principios globales Sullivan de responsabilidad social corporativa. Ver al respecto G. Enderle, op. cit.; J. Fernández (coord.), La ética en los negocios, Ariel, Barcelona, 2 0 0 1 ; J. F. Lozano, Fundamentación, aplicación y desarrollo de los códigos éticos en las em ­ presas, tesis doctoral, Universidad de Valencia, 2 0 0 2 .

les de buenas intenciones, alejadas de una realidad empresarial des­ interesada de ellas, o si, por el contrario, están enraizadas en las necesidades del mundo empresarial; si la forja de ethoi , de hábitos con calidad moral, es una exigencia de la actividad empresarial en los distintos contextos y tradiciones, es la cuestión a la que se enfrentan los distintos trabajos de este volumen. Se sitúan en nues­ tros días, en esa sociedad de la información y las comunicaciones, en la que vivimos, nos movemos y somos, en esa nueva «era» en que se desarrolla la actividad empresarial, tras haber vivido al menos otras dos, la industrial y la postindustrial. En las dos últimas los hábitos generados desde creencias y convicciones han sido piezas clave en el buen hacer de la empresa, y cabe preguntar si así es también en la era informacional y en qué modo y medida15.

2. La edad industrial En efecto, en la edad industrial obras señeras, como las de Adam Smith y Max Weber, abonan la convicción de que entre empresa y ética existe una estrecha conexión, de forma que el éxito empresa­ rial exige condiciones, no sólo legales, sino también morales. En lo que hace a Adam Smith, no está de más recordar en principio que era profesor de Filosofía Moral y creía en la econo­ mía como una actividad capaz de generar mayor libertad y, por ende, mayor felicidad. En este orden de cosas, con anterioridad a La riqueza de las naciones escribió una extraordinaria Teoría de los sentimientos morales , que tenía por clave el sentimiento de simpa­ tía. Un sistema económico necesita siempre un respaldo ético y, junto al amor propio como motor para el intercambio, junto al afán de lucro, existen otros sentimientos y valores indispensables para comprender la actividad económica en su conjunto16. En este sentido es en el que apunta Sen con todo acierto que un buen número de especialistas parece no conocer ningún otro párra­ fo de Smith más que el célebre texto del carnicero, el cervecero o el panadero, de los que esperamos que nos proporcionen nuestra co­

15. Ver también al respecto Journal o f Business Ethics 3 9 /1 -2 (2 002), que recoge una selección de las comunicaciones presentadas al XIV Congreso de la European Bu­ siness Ethics Network y cuyos editores son A. Cortina y J. C. Siurana. 16. P. Koslowski, Ethik des Kapitalismus, Mohr, Tübingen, 1 9 8 6 ; J. Conill, «De Adam Smith al imperialismo económico»: Claves de Razón Práctica 66 (1996), pp. 5 2 -5 6 .

mida, no movidos por la benevolencia, sino por su propio interés: «no nos dirigimos a su humanidad, sino a su amor propio». De donde deducen tales especialistas que en el mundo económico la ética está de más. Sin embargo, Smith es bien consciente de que la economía no es sólo intercambio, sino también producción y distri­ bución, y que en todos estos momentos del proceso es imprescindi­ ble una ética que no es sólo la del amor propio: el hábito de cum­ plir los contratos, el compromiso con la calidad de los productos, la fiabilidad de las instituciones, y todo un amplio mundo que incluye en ocasiones motivaciones distintas al autointerés. Crear riqueza para la comunidad, mantener el honor de una familia de comer­ ciantes, fomentar lazos cooperativos son móviles de la acción que no se identifican con el autointerés y, sin embargo, son imprescin­ dibles para la actividad económica17. Por su parte, Max Weber, en La ética protestante y el espíritu del capitalismo , intentó mostrar cómo el espíritu del capitalismo precedió a su encarnadura económica, cómo un tipo de ética — la ética protestante en este caso— conformaba ese espíritu que alentó el cuerpo del capitalismo al nacer. Y ha venido a convertirse en un lugar común, al menos desde Weber y Tawney, el atribuir a la influencia de la ética protestante, de sus creencias y hábitos, el fomento de la producción, el ahorro y la inversión que pusieron en marcha el capitalismo18. Cuando el capitalismo tomó carne social — ha llegado a decir Manuel Castells en La era de la información — su espíritu ya estaba presente en la ética calvinista. Y es verdad que al plantearse Weber la pregunta crucial «¿cómo pudo convertirse en una vocación, en un calling , en el sentido de Benjamin Franklin, una actividad guiada por el afán de lucro, que era tolerada desde el punto de vista cristiano en el mejor de los casos?», creyó encontrar la respuesta en la interpretación luterana de la vocación y en la idea calvinista de predestinación. El empre­ sario, llamado a crear riqueza, está justificado porque responde a su vocación divina en el mundo, y el éxito en su tarea será signo de salvación. Quedan así justificados éticamente, no sólo el trabajo,

17. A. Sen, «Does business ethics make economic sense?»: Business Ethics Quarterly 3/1 (1 9 9 3 ), pp. 4 5 -5 4 (trad. castellana en Debats 7 7 [2002], pp. 1 1 6 -1 2 7 ); cf. asimis­ mo, «Etica de la empresa y desarrollo económico», en este mismo volumen, pp. 4 1 -4 5 . 18. M. W eber, La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Península, Barce­ lona, 1 9 6 9 ; R. H. Tawney, Religión and the Rise o f Capitalism; a Historical Study, John M urray, London, 1936. Tawney afirma, sin embargo, que las cosas son menos esquemáticas de lo que Weber pretende (i b i d pp. 3 2 0 y 321).

sino también la acumulación consciente y legal de riqueza. El em­ presario debe responder dedicando su esfuerzo a la producción de bienes, forjándose así un carácter que ve en la creación de riqueza una tarea que trasciende el interés egoísta. Es verdad que la tesis de Weber se ha visto criticada desde dis­ tintas perspectivas19. Una de ellas es la que expone Amartya Sen en su contribución a este volumen, y consiste en poner en cuestión la tesis de Weber y Tawney de que el capitalismo nació ligado a un tipo de ética determinada, concretamente, la protestante, cuando Japón ha interiorizado el capitalismo de forma magistral desde un ethos bien diferente. Sin embargo, esta discusión no afecta a la tesis de nuestro trabajo: las creencias, las convicciones y los hábitos éticos

son indispensables para el buen funcionamiento del mundo empre­ sarial. Una segunda crítica pone en cuestión que fuera el protestantis­ mo el que impulsó el capitalismo, y no el catolicismo. Weber trató de mostrar cómo la actitud de la Iglesia católica ante el beneficio fue habitualmente hostil y, sin embargo, algunos autores han recor­ dado y recuerdan que también parte del pensamiento católico apo­ yó la obtención de beneficio. No sólo es que el «espíritu del capitalismo» estuvo presente en ámbitos católicos, como Florencia y Venecia en el siglo XV , y en el sur de Alemania y en Flandes, porque eran centros comerciales y financieros, sino que también en el pensamiento católico se pueden espigar rasgos que apoyan el nacimiento del capitalismo20. Por ejemplo, la Escolástica española del siglo XV I, muy especialmente la Escuela de Salamanca, no sólo no anatematizó la creación y el comercio de riquezas, sino que puede afirmarse que en sus contribuciones se encuentran algunas de las raíces del pensamiento clásico liberal21. Naturalmente, escapa a mis posibilidades terciar en esta polémica, pero lo bien cierto es que las dos posiciones consideran las creencias religiosas y éticas como elementos indispensables de la vida empresarial. La tercera de las críticas trata de complementar a Weber ase­ gurando que también la ética protestante hizo posible otra dimen­

19. A. Cortina, Por una ética del consumo. La ciudadanía del consumidor en un mundo global, Taurus, Madrid, 2 0 0 2 , cap. 8. 20 . H. M . Robertson, Aspects on the Rise ofE conom ic Individualism, CUP, Cam­ bridge, 19 3 3 . Frente a Robertson ver J. Brodrick, The economic Moral ofjesuits, London, 1934. 21. M. Grice-Hutchinson, Ensayos sobre el pensamiento económico en España, Alianza, Madrid, 1 9 9 5 ; A. Chafuen, Economía y ética, Rialp, Madrid, 1991.

sión fundamental de la actividad económica, distinta a la produc­ ción: el consumo22. Ciertamente, Weber entiende que la ética protestante del siglo XVII, que es la que él analiza, modela una actitud en relación con el consumo, al condenar el consumo de bienes suntuarios y favorecer el ahorro y la reinversión con el fin de aumentar la riqueza. Si la misión del empresario consiste en crear riqueza para la comunidad, el consumo de bienes suntuarios difi­ culta el ahorro y la reinversión, con lo cual quienes consumen satisfacen sus deseos, pero no contribuyen a crear riqueza social. En este sentido es en el que Weber habla de un «ascetismo en el mun­ do», propio del espíritu protestante, que actuó de forma poderosa contra el disfrute espontáneo de las posesiones, restringiendo sobre todo el consumo de artículos de lujo. Sin embargo, Colin Campbell, en The Romantic Ethic and the Spirit o f Modern Consumerism , trata de ampliar la tesis de Weber sobre la influencia del protestantismo en el nacimiento del capita­ lismo, mostrando que el protestantismo fue el iniciador, no sólo del modo de producción capitalista, sino también de la forma moderna de consumo que hizo posible el capitalismo. Sin aumento en el consumo, tampoco aumenta la producción, y el protestantis­ mo impulsó uno y otra. Si la Revolución industrial fue posible por una ética de la producción, que dio el visto bueno moral a la producción y acumulación de riqueza, tuvo que haber también alguna ética del consumo que diera carta de naturaleza moral al consumo. Los historiadores de la economía reconocen la importan­ cia de la demanda como un factor crucial para la Revolución industrial y la sitúan en una «nueva propensión a consumir», pero a la hora de explicar los orígenes de esa propensión únicamente sugieren que se producen cambios de valores y actitudes, relacio­ nados con el nacimiento de la moda moderna, que cambia de un modo totalmente acelerado, y con el amor romántico y la novela. ¿Qué ética constituyó originariamente el espíritu de este consumismo moderno? ¿Cómo pudo la búsqueda del placer, tolerada éti­ camente en el mejor de los casos, convertirse en una meta aceptable para los ciudadanos de la sociedad ascética? Si la ascética racional — dirá Campbell— promovió la producción , el lado sentimental del pietismo fomentó el consumo: una y otro contribuyeron al desarro­ llo de la economía moderna, al desarrollo del capitalismo indus­ trial. 22. C. Campbell, The Romantic Ethic and the Spirit o f M odern Consumerism, Blackwell, O xford, 1 9 8 7 ; A. Cortina, Por una ética del consum o, cit., cap. 8.

Creencias y convicciones sustentan, pues, los hábitos que constituyen el humus de la actividad empresarial en sus distintas dimensiones desde sus orígenes.

3. La edad postindustrial En los años setenta del siglo X X , como dijimos, surge de nuevo la ética empresarial, tras un periodo de declive. La influencia del po­ sitivismo y del marxismo no habían favorecido la conexión entre empresa y ética, y la cultura del hedonismo fomentaba el consumo compulsivo, más que el fortalecimiento ético de la producción y el consumo responsable23. Sin embargo, nuevas razones venían a ava­ lar el nacimiento de una renovada ética empresarial, de entre las cuales quisiéramos espigar aquí fundamentalmente cinco. La primera de ellas sería la necesidad de crear capital social , la necesidad de crear redes de confianza. Tras escándalos como los del Watergate la sociedad norteamericana recuerda que la confianza es un recurso escaso y que, sin embargo, es la argamasa que une a los miembros de una sociedad, también desde el punto de vista de la transacción económica. Y paulatinamente este recuerdo va reco­ rriendo los caminos de los restantes países, recibiendo un poderoso refuerzo en 1993, con la publicación del libro de Putnam Making Democracy Work, en el que intenta mostrar — entre otras cosas— cómo las redes de confianza favorecen el funcionamiento de la economía allá donde se crean24. También el fin de las ideologías favoreció el nuevo surgimiento de la ética empresarial, y no sólo de ella, sino del conjunto de lo que ha dado en llamarse «éticas aplicadas» que, entre otras, tienen la peculiaridad de no surgir a requerimiento de la filosofía, sino desde cada uno de los ámbitos de la vida social, en este caso, desde la actividad empresarial misma25. Porque resulta ser que el fin de las ideologías trajo, entre otras cosas, el interés por las buenas prácticas

23. A. Cortina, «Presupuestos éticos del quehacer empresarial», en A. Cortina (dir.), Rentabilidad de la ética para la empresa, Fundación Argentaria/Visor, Madrid, 1 9 9 7 , pp. 1 3 -3 6 ; íd., Por una ética del consumo, cit., caps. IX y X . 2 4. R. D. Putnam, Making Democracy Work, cit.; F. Fukuyama, La confianza, BSA, Barcelona, 1 9 9 8 ; íd., La gran ruptura, BSA, Barcelona, 2 0 0 0 . 2 5. A. Cortina, Etica aplicada y democracia radical, Tecnos, Madrid, 1 9 9 3 ; Id., «El estatuto de la ética aplicada. Hermenéutica crítica de las actividades humanas»: Isegoría 13 (1 9 9 6 ), pp. 119-134.

en la economía y la empresa, en la sanidad o en los medios de comunicación. A fin de cuentas, las grandes construcciones teóricas resultan poco creíbles si no vienen avaladas por las credenciales de una buena práctica. En este sentido, resulta innegable que el prag­ matismo ha ido impregnando la reflexión en estos ámbitos, como se echa de ver en propuestas como la del Global Compact de las Naciones Unidas. Un pragmatismo que — quisiéramos puntualizar— es bien venido siempre que esté orientado por ideas regulativas26. En tercer lugar, la concepción de la empresa cambia en puntos como los siguientes: 1) Cada vez las empresas aprecian más su dimensión cultural, atienden al significado simbólico de muchos aspectos de su vida, y no hablan sólo de resultados, eficacia, eficiencia, sino también de símbolos, significado o esquemas interpretativos. Contar con una cultura de empresa es esencial para el éxito, y de ella deben formar parte valores morales27. 2) La empresa no se comprende a sí misma como una máquina para obtener el máximo beneficio, sino como una organización, un grupo humano, que trata de llevar a cabo un proyecto, normalmen­ te tras la inciativa de un líder28. 3) El modelo taylorista es sustituido por el postaylorista, y la cultura de la cooperación intenta sustituir a la del conflicto. El juego empresarial debe ser de no-suma cero: en él deben salir ga­ nando todos los stakeholders, y no sólo los accionistas29. En cuarto lugar la ética se presenta como necesaria en la gestión empresarial para responder a un conjunto de retos como los siguien­ tes: la mayor madurez del mercado exige a las empresas plantea­ mientos largoplacistas, orientados por valores y no por reglas o nor­

2 6 . J. Muguerza, Desde la perplejidad, FC E, Madrid, 1 9 9 1 ; D. García-Marzá, Ética de la justicia, Tecnos, Madrid, 1 9 9 2 ; A. Cortina y J. Conill, «Pragmática trascen­ dental», en M . Dascal (ed.), Filosofía del lenguaje II. Pragmática, Trotta, Madrid, 1999, pp. 1 3 7 -1 6 6 . 2 7 . J. M . Lozano, «Dimensiones y factores del desarrollo organizativo: la pers­ pectiva cultural», en A. Cortina (dir.), Rentabilidad de la ética para la empresa, cit., pp. 3 7 -8 2 . 28 . G. M organ, Imágenes de la organización, RA-MA, Madrid, 1990. 2 9 . R. E. Freeman, Strategic Management: A Stakeholder Approach, Pitman Press, Boston, 1 9 8 4 ; R. E. Freeman y W . M. Evan, «Corporate Governance: a Stakeholder Interpretaron»: Journal o f Behavioural Econom ics 19 (1 990), pp. 3 3 7 -3 5 9 ; E. Gonzá­ lez, La responsabilidad moral de la empresa. Una revisión de la teoría de stakeholders desde la ética discursiva, Universitat Jaume I, Castellón, 2 0 0 1 .

mas miopes; el crecimiento de la competencia entre las empresas, debido a la globalización de la economía, exige «fidelizar» la cliente­ la a través de actuaciones que generan confianza30; cuanto más com­ plejas son las sociedades y más cambiantes los entornos, más inefica­ ces resultan las soluciones jurídicas y más rentables los mecanismos éticos para resolver los conflictos con justicia; el aumento de la com­ plejidad en el seno de la empresa aconseja integrar a cuantos traba­ jan en ella, de modo que se sepan identificados con su proyecto; la sociedad civil y la opinión pública exigen a las empresas que asuman su responsabilidad social, y no satisfacer esas exigencias resulta, a medio y largo plazo, perjudicial para la empresa. En este contexto se entiende que la ética es «rentable» para las empresas porque es una necesidad en los sistemas abiertos, aumenta la eficiencia en la configuración de los sistemas directivos, reduce costes de coordinación internos y externos a la empresa, es un fac­ tor de innovación y un elemento diferenciador, que permite proyec­ tar a largo plazo desde los valores31. Por razones como éstas nace esa «ética de la empresa de la época postindustrial», con el célebre apotegma «la ética es renta­ ble», que no quería decir sino que la cohesión en torno a valores éticos, la asunción de hábitos morales, aumenta la probabilidad de una empresa de ser competitiva; teniendo en cuenta que «competiti­ va» significa que mantiene su viabilidad, su capacidad de permane­ cer en el mercado, con una buena relación calidad-precio, conquis­ tando nuevos clientes. Asegurar la viabilidad es imposible, porque nos movemos siempre en la incertidumbre; ninguna empresa puede garantizarla, aunque cuantos trabajen en ella tengan una formación puntera. Pero una cosa es «garantizar», otra, «aumentar el grado de probabilidad», y, desde esta última perspectiva, las empresas «exce­ lentes», las empresas más éticas, aumentan esa probabilidad de mantener su competitividad en un mercado darwinista. Se extendió entonces el discurso de las «empresas excelentes», que venía a asignarles características como las siguientes: empresa excelente es la que se comprende a sí misma como una organización dotada de una cultura con un nivel ético; la que plantea su activi­ dad desde unos valores que constituyen la identidad de la empresa y que son tanto más necesarios cuanto más ocupe escenarios trans­

30. G. Izquierdo, Entre el fragor y el desconcierto, sobre todo caps. 2 y 5. 31. S. García Echevarría y Ch. Lattmann, Management de los recursos humanos en la empresa, Díaz de Santos, Madrid, 1992.

nacionales, en cada uno de los cuales se modularán atendiendo a su cultura, aprendiendo de ella; es una empresa proactiva , un grupo humano que cobra su cohesión desde unos valores y desde ellos anticipa el futuro; toma decisiones desde esos valores que prestan solidaridad a sus miembros y por eso genera un clima ético\ apuesta por la forja del carácter al medio y largo plazo, y no por la búsque­ da del máximo beneficio al corto plazo; la calidad en el producto y en las relaciones internas y externas es el sello de la empresa; am­ plía la atención de los implicados por la actividad empresarial desde los accionistas a todos los grupos afectados por ella; toma la responsabilidad social como un instrumento de gestión de cali­ dad32, y se dota de los instrumentos que ya existen como «objetivadores» de la ética empresarial, trátese de códigos, comités de seguimiento o auditorías éticas. En suma, la empresa excelente trata de generar tres tipos de ca­ pital, que facilitan la acción productiva: 1) El capital físico , formado por terrenos, edificios, máquinas, tierra, que se crea mediante cam­ bios para construir herramientas que facilitan la producción. 2) El capital humano , compuesto por las técnicas y los conocimientos de los que dispone una empresa o sociedad, es decir, lo que ha dado en llamarse «recursos humanos», que se crea mediante cambios en las personas, produciendo habilidades y capacidades que les permiten actuar de formas nuevas33. 3) El capital social , que se produce por cambios en las relaciones entre las personas, cambios que facilitan la acción34; no se localiza en los objetos físicos, no es tangible como el capital físico, sino que, como el capital humano, es intangible35. El capital social es, pues, un recurso para las personas y las organizacio­ nes, de la misma manera que los capitales físico y humano. Hasta el punto de que algunos científicos sociales afirman que las economías nacionales dependen al menos de estas tres formas de capital. La quinta razón para la revitalización de la ética de la empresa fue la necesidad de reformularla desde las exigencias de una ética

32. D. García-Marzá, «Del balance social al balance ético», en A. Cortina (dir.), Rentabilidad de la ética para la empresa, cit., pp. 2 2 9 -2 5 5 . 3 3 . G. Becker, H um an Capital, National Bureau of Economic Research, New York, 1964. 3 4 . J. S. Coleman, «Social Capital in the Creation of Human Capital»: AJS 94 Supplement (1 9 8 8 ), pp. 95 -1 2 0 . 35. A. Cortina, Alianza y contrato. Política, ética y religión, Trotta, Madrid, 2 0 0 1 , cap. 6 ; F. Herreros y A. de Francisco, «Introducción: el capital social como programa de investigación»: Zona Abierta 94/9 5 (2001), pp. 1-46.

cívica, configurada por los valores compartidos por las distintas «éti­ cas de máximos» en sociedades pluralistas. Esa ética cívica de míni­ mos compartidos, situada en el nivel postconvencional en el desarro­ llo de la conciencia moral, planteaba a los distintos ámbitos sociales la exigencia de tratar a los afectados por la empresa como fines en sí mismos, en el sentido kantiano, que no deben ser instrumentalizados, y como interlocutores válidos, que deben ser tenidos dialógicamente en cuenta en las cuestiones que les afectan seriamente36. Sucede, sin embargo, que el paulatino advenimiento de la socie­ dad informacional parece poner en cuestión el tipo de ética que renació en los pasados años setenta y que, por lo tanto, se abre una nueva era.

4. ha edad informacional La ética de la empresa, revitalizada a fines del pasado siglo, lleva ya una apasionante andadura también en nuestro país. Pero en el cam­ bio de milenio se está viendo confrontada a nuevos retos que pue­ den llevar a ponerla en cuestión, porque al parecer la sociedad en su conjunto va reconociendo su perfil y se atreve a ponerse un nombre: estamos — se dice— en la «sociedad informacional», se está produciendo el tránsito del «capitalismo renano» y el «capita­ lismo californiano» al «capitalismo de internet». ¿Sigue siendo ne­ cesaria una ética de las empresas en esta nueva época? En principio, y según la conocida trilogía de Manuel Castells, las metas por las que surgió el capitalismo informacional resultan un tanto descorazonadoras para la ética, ya que nació con el afán de profundizar en la lógica de la búsqueda de beneficios, intensificar la productividad del trabajo y el capital, globalizar la producción y conseguir el apoyo estatal para aumentar la productividad y la competitividad de las economías nacionales; todo lo cual iría en detri­ mento de la protección social y el interés público. Con todo ello parece que la ética empresarial se enfrenta a problemas casi insalvables: 1) Parece difícil conseguir que la cultura de la red sea la propia de esa ética cívica, tan penosamente con­ quistada, y no una Babel de posiciones múltiples. A fin de cuentas, la «ética cívica» es la de los valores compartidos por los ciudadanos en el seno de alguna ciudad, pero la red extiende los lazos hasta

36.

A. Cortina, J. Conill, A. Domingo, D. García-Marzá, Ética de la empresa, cit.

puntos recónditos y desarticula el núcleo de valores. Los habitantes del ciberespacio tendrán su moral individual, pero nada asegura que sea compartida37. 2) La imagen de la empresa como organiza­ ción que persigue un proyecto conjunto desde valores postayloristas se quiebra en virtud de la galopante precarización del trabajo, que pone en entredicho las justas exigencias de un salario digno, no digamos la participación del trabajador poco o medianamente cua­ lificado y los ideales de corresponsabilidad38. 3) Tampoco es fácil mantener la idea de liderazgo, contando con directivos que cam­ bian de empresa cuando lo permite la oportunidad económica o profesional, aunque evidentemente haya excepciones. 4) El trabajo delegado, el outsourcing y otras fórmulas de encomienda a otras empresas suponen la redefinición de las corporaciones39. 5) Difícil resulta dilucidar quiénes son los afectados por actuaciones que tie­ nen repercusiones globales40. 6) Por no hablar del núcleo de la ética, que consiste, como dijimos, en forjarse un carácter, un éthos responsable, a través de decisiones que tienen por horizonte el medio y el largo plazo, cuando el cortoplacismo es el tiempo de esta sociedad informacional. 7) Se ampliaría el elenco de problemas con los de la movilidad de capitales, que parece introducir un abismo entre la economía real y la especulativa y la realidad de los capitales volátiles. 8) Con asuntos como los de las patentes biotecnológicas, que generan una nueva dependencia entre ricos y pobres. 9) Tam­ bién con las dificultades de construir una ética global desde un universo con diversidad de culturas41. 10) Y con la dificultad de contar con organismos políticos y económicos internacionales, que articulen los mecanismos necesarios para abordar las cuestiones

3 7. A. Cortina, «El protagonismo de los ciudadanos en una sociedad mediática», en J. de Lorenzo (ed.), Medios de comunicación y sociedad, Consejo Social de la Uni­ versidad, Valladolid, 2 0 0 0 , pp. 4 5 -7 6 . 3 8 . J. Conill, «Reconfiguración ética del mundo laboral», en A. Cortina (dir.), Rentabilidad de la ética para la empresa, cit., pp. 1 8 7 -2 2 8 ; J. F. Tezanos, E l trabajo perdido, Biblioteca Nueva, Madrid, 2 0 0 1 ; Sistema 1 68/169 (2002), número monográfi­ co sobre «La degradación del trabajo». 39 . J. Rifkin, La Era del Acceso, Paidós, Barcelona, 2 0 0 0 , cap. 3. 4 0 . Para los puntos 5 , 6 y 7 ver especialmente J. Estefanía, Aquí no puede ocurrir, Taurus, Madrid, 2 0 0 0 ; G. de la Dehesa, Com prender la globalización, Alianza, M a­ drid, 2 0 0 0 ; G. Izquierdo, Entre el fragor y el desconcierto, cit., cap. 2. 4 1 . Ver al respecto B. Niño Kumar y H. Steinmann (eds.), Ethics in International M anagement, cit; G. Enderle, International Business Ethics, cit.; J. Conill (coord.), Glosario para una sociedad intercultural, Bancaja, Valencia, 2 0 0 2 .

planteadas por la actividad empresarial en el nivel global con altura ética42. ¿Cabe seguir pensando en estas condiciones, en esta sociedad de la información, que la ética sigue siendo indispensable para el éxito de la actividad empresarial? Y si lo es, ¿cómo y qué tipo de ética? Ante semejantes preguntas cabría responder, en principio, recordando dos acontecimientos trascendentales del siglo X X I. El día 11 de septiembre de 2001 pareció iniciarse una nueva época en la historia de la humanidad. La nación más poderosa del mundo se vio atacada en su propio territorio, en edificios emblemáti­ cos de su poder comercial y político, y la indignación, el estupor, la compasión afloraron, como es de ley, en distintos rincones del planeta. Esta matanza — se dijo— marca un antes y un después en el acontecer mundial, a partir de ahora nada será como antes. Sin embargo, todo siguió siendo igual. Y no sólo porque el 11 de septiembre de 2001 desmintió una vez más los hermosos versos de Jorge Manrique, referidos al mar que es el morir, «allegando son iguales, los que viven por sus manos y los ricos», porque las guerras, la violencia organizada, el hambre, la miseria, los paramilitares y los escuadrones de la muerte quitan la vida a miles de seres humanos en los países pobres y, sin embargo, nadie dice que «hay un antes y un después» de la muerte violenta de los pobres. Sino porque, como era de esperar, una psicosis de páni­ co recorrió la espina dorsal de inversores, financieros, potenciales pasajeros de vuelos a corto y medio plazo, de suerte que el retrai­ miento económico fue una de las secuelas de aquellos atentados sal­ vajes. Nada nuevo bajo el sol. La enseñanza del Leviatán de Hobbes y La paz perpetua de Kant se ponía otra vez sobre el tapete: aunque un cierto instinto natural lleva a los seres humanos a ambicionarlo todo, también la razón aconseja domesticarlo y sellar un pacto con los demás para conservar la vida biológica y también la vida comer­ cial, porque hasta el aparentemente más débil te puede quitar vida y propiedad. La más elemental prudencia aconseja, aunque sólo fuera por llevar adelante el comercio, no fomentar la crispación, sino poner las condiciones de estabilidad y confianza en las que sea posible desarrollar la vida afectiva, desplegar con bien la actividad política, proseguir con el intercambio, que es — como dice Sen— una expresión de la libertad.

4 2.

J. Stiglitz, El malestar en la globalización, Taurus, Madrid, 2 0 0 2 .

Naturalmente, el 11 de septiembre y sus repercusiones en el recrudecimiento de la lucha contra el terrorismo fueron noticia diaria durante largo tiempo en el nivel mundial, pero sobre todo en Estados Unidos. Sin embargo, ese protagonismo se vio sustituido en 2002 por el de nuevos acontecimientos, que tuvieron un alto coste

social y un coste económico aún más elevado que el de los atentados terroristas : el caso Enron acaparó la atención de los medios de comunicación, y a Enron siguió Worldcom y un largo etcétera de corrupción en los países poderosos43. De la misma manera que el caso Watergate vino a sacudir un buen número de conciencias en la década de los años setenta del siglo X X , en el año 2002 el caso Enron, con el deterioro paulatino del valor de las acciones, la ocultación y destrucción de informa­ ción, la ruina de empleados gracias al fraude de la compañía, la discusión sobre el papel de las auditorías, las alusiones a la implica­ ción del poder político en el más alto nivel, las reclamaciones a la justicia, y el conjunto de escándalos empresariales que le sucedieron pusieron de nuevo sobre el tapete de una forma bien visible que la ética resulta indispensable en el mundo empresarial. El coste en este caso, como en tantos otros que nos vienen a la memoria en nuestro propio país, se mide al menos en dos registros, en el de un tremendo coste en dinero contante y sonante, y en el de un gran coste social en pérdida de confianza en las instituciones, porque son asuntos que, como diría entre otros Georges Enderle, afectan a los tres niveles con los que se las ha una empresa: el micronivel de las decisiones concretas de los empresarios, el mesonivel de la empresa en su conjunto, y el macronivel de las institucio­ nes económicas, judiciales y políticas. En aquel tiempo se hicieron famosos a través de los medios de comunicación norteamericanos los profesores de ética de la empre­ sa de las distintas universidades. A pesar de la convicción tantas veces reinante de que ética y empresa son como aceite y agua, la cruda realidad ponía otra vez sobre el tapete lo inevitable de su profunda conexión. Porque de ella trataban aquellas entrevistas acerca de la necesidad de no engañar a los accionistas, de no de­ fraudar a los trabajadores, de arrumbar la «contabilidad creativa», de impedir que las comisiones nacionales oculten información so­

43. He tenido muy en cuenta para este trabajo los artículos publicados en el diario E l País «Las tres edades de la ética empresarial» (29 de noviembre de 2 0 0 0 ) y «Enron: un caso de libro» (18 de febrero de 2 0 0 2 ).

bre la situación real de una empresa, de evitar que los auditores cumplan una doble función, de limitar las cantidades con que las empresas pueden participar en la financiación de las campañas po­ líticas. De fomentar, en suma, la integridad y la transparencia, como factores sine qua non de la viabilidad empresarial. Con tantos siglos como llevamos a las espaldas ya va siendo hora de que queden desautorizados los que se empeñan en defen­ der que la corrupción, el compadreo en el mundo empresarial, la complicidad con el poder político en la manipulación de la cosa pública, resultan indispensables para su funcionamiento44. Como si los sobornos y los cohechos suavizaran, como el aceite, los engrana­ jes de las maquinarias privadas y públicas, haciéndolas funcionar. Como si la transparencia y la integridad dificultaran de tal modo el suave roce de una ruedas con otras que el mecanismo llegaría a pararse. Cuando sucede justamente lo contrario: sucede que la co­ rrupción tiene un alto coste económ ico , que en el caso de empresas potentes afecta, no sólo a sus accionistas y empleados, sino al con­ junto de la economía nacional y aun más allá; un coste político , que se traduce entre la ciudadanía en desencanto y en desinterés, en retiro prudente a la aurea mediocritas de la vida privada; y un elevado coste social en desconfianza, en pérdida de esa forma de capital, el capital social, tan difícil de acumular, tan fácil de dilapi­ dar, tan costoso de reponer. No es extraño que ante tal pérdida de capital económico y social, organizaciones como «Transparencia internacional» empe­ ñen su esfuerzo ante todo en erradicar la corrupción político-económica, ni que los medios de comunicación conviertan en noticia algo que también les afecta a ellos, igual que al resto de los agentes sociales: que lograr ese activo que es la transparencia y la integridad es una de las tareas más urgentes del siglo X X I. Aunque sólo sea para hacer que democracia y economía funcionen con bien. Curiosamente, en Europa el término «integridad» resulta un tanto sospechoso. Tal vez porque recuerda expresiones como «integrismo», que es una forma de ceguera ante lo que no sea el mundo cerrado de las propias convicciones. Sin embargo, la integridad no es nada de eso sino, por el contrario, un bien público en la vida económica, política y social. Si quisiéramos definirla a la altura de nuestro tiempo, podríamos decir que consiste en el acuerdo entre

44 . E. Lamo, «Corrupción política y ética económica», en F. Laporta y S. Álvarez (eds.), La corrupción política, Alianza, Madrid, 1 997, pp. 2 7 1 -2 9 2 .

lo que una persona, organización o institución hace y los valores que dice defender, siempre que esos valores sean universalmente defendibles, es decir, fecundos para el florecimiento de la vida hu­ mana personal y compartida. La integridad y la transparencia son bienes públicos , forman parte del conjunto de bienes del que disfrutan no sólo los que los crean con su esfuerzo, sino cuantos son afectados por su existencia, con un coste cero. Como ocurre con un faro del que se benefician, no sólo los que lo construyeron y los que pagaron los gastos origi­ nales y los de mantenimiento, sino cuantos se acercan a la costa, aun sin haber empleado en el faro esfuerzo ni dinero. La transparencia y la integridad son bienes públicos, tanto en las organizaciones públicas como en las privadas, porque crean un espacio de confianza en lo que dicen políticos, empresas, organiza­ ciones solidarias y otros agentes sociales; justamente son ellas, y no la corrupción, las que componen en la vida política y en la empre­ sarial ese aceite de la confianza en las instituciones y en las perso­ nas, que engrasa los mecanismos sociales haciéndolos funcionar. Ciertamente, ante los escándalos empresariales y políticos se hace necesario reformar las leyes, pero todavía más reformar los hábitos. Las leyes pueden cumplirse por miedo a la sanción pero, si ése es el único motivo, es inevitable calcular en cada caso concreto el coste de cumplirla y tender a infringirla si el coste es inferior al beneficio. Sólo cuando el cumplimiento de la ley justa se convierte en hábito, cuando la integridad y la transparencia se convierten hasta tal punto en costumbre que ir contra ellas es ir contra corrien­ te, se han puesto las condiciones para que funcione con bien el jue­ go de la economía. No basta la legalidad, ni siquiera el cumplimiento interesado de las leyes. No bastan el Leviatán de Hobbes ni los demonios inte­ ligentes de La paz perpetua. Es indispensable la convicción moral de que la integridad y la transparencia valen por sí mismas , es indispensable convertirlas en hábitos de la conducta , en esa segun­ da naturaleza desde la que actuamos como si fuera lo obvio. Sin ellos la confianza básica que permite el juego de la inversión y el intercambio pierde su suelo natural, y no queda sino la ley de la selva, en la que hasta el más fuerte — como muestran una vez más el 11 de septiembre o la experiencia de Enron— puede perder la vida. Parece, pues, que los acontecimientos del siglo X X I muestran cómo en la era de la información y las comunicaciones el ethos de las organizaciones empresariales sigue siendo clave para el buen

funcionamiento de la actividad empresarial y de la vida social y política en su conjunto. «En el análisis del desarrollo — decía Sen— el papel de la ética empresarial debe dejar de tener una oscura presencia y ser reconocido claramente». En el análisis del desarrollo y no sólo en él.

ÉTICA DE LA EMPRESA Y DESARROLLO ECONÓMICO

A m a r t y a Sen

Son muchos los factores que determinan el desarrollo económico. El progreso social y económico depende de una gran variedad de ellos, como la tecnología, la iniciativa privada, las habilidades, el liderazgo, así como las políticas comerciales, la eficiencia de los sistemas fiscales, las ayudas adecuadas de seguridad social y otras políticas públicas. Pero junto a estos factores, una buena ética em­ presarial juega también un papel sustancial en el éxito económico. El hecho de que frecuentemente se ignore esta relación hace que sea fundamental investigar y examinar cómo influye exactamente la ética empresarial en el desarrollo económico. En primer lugar, tal vez sea conveniente exponer algunas ideas sobre cada uno de los dos conceptos cuya relación pretendo inves­ tigar: desarrollo económico y ética empresarial. Nuestra compren­ sión de esta interrelación dependerá del modo en que entendamos cada uno de ellos.

La naturaleza del desarrollo Empezaré con la idea de desarrollo económico. En ocasiones puede ser analizado en términos muy estrechos, como crecimiento del Pro­ ducto Interior Bruto (PIB), o tal vez como un aumento de algún in­ dicador de la renta nacional distributivamente ajustada. Intentaré defender en mi exposición una visión mucho más amplia del desa­ rrollo económico, que no lo entenderá sólo en términos de expan­ sión de ciertos objetos útiles, sino primariamente como un fomento

de la libertad humana, y en particular de la libertad de disfrutar una buena calidad de vida. Desde esta perspectiva, el desarrollo exige eliminar las principa­ les fuentes de falta de libertad: la pobreza y la tiranía, la escasez de oportunidades económicas y las privaciones sociales sistemáticas, el abandono en que pueden encontrarse los servicios públicos y la intolerancia o el exceso de intervención de Estados represivos. Se trata de un proceso de expansión de las libertades reales de que disfrutan las personas1. El hecho de que centremos la atención di­ rectamente en las libertades humanas contrasta con las concepcio­ nes más estrechas del desarrollo que lo identifican con el crecimien­ to del PIB, con la industrialización o con el progreso tecnológico. El crecimiento del PIB, de la industria o de la tecnología pueden ser, desde luego, un medio muy importante para ampliar las libertades de los miembros de una sociedad, pero las libertades que realmente disfrutan los individuos dependen también de otros factores, como pueden ser los ordenamientos sociales y económicos (por ejemplo, los servicios de educación y atención médica), así como los dere­ chos políticos y civiles (por ejemplo, la libertad de participar en debates y escrutinios públicos). Concebir el desarrollo como un proceso de expansión de las libertades fundamentales lleva a cen­ trar la atención en los fines por los que cobra importancia el desa­ rrollo, más que en algunos de los medios que inter alia desempeñan un destacado papel en el proceso.

Naturaleza de la ética empresarial Consideremos ahora la ética empresarial. Resulta fácil comprobar que nuestro comportamiento y nuestra conducta están influidos en gran medida por nuestros valores y prioridades. En las actividades económicas la prioridad de perseguir un beneficio material y la obtención de ganancias es algo que se da por sentado normalmente. Esta no es, en sí misma, una posición absurda, ya que el objetivo de la empresa no deja de tener relación con estas metas y propósitos. Pero éstos no pueden ser los únicos valores, las únicas prioridades, que las personas dedicadas a los negocios tienen razones para valo­

1. He intentado presentar esta perspectiva en Development as Freedom , Knof/ OUP, New York/Oxford, 1999 (trad. castellana: Desarrollo y libertad, Planeta, Barce­ lona, 2 0 0 0 .

rar. Nadie puede llevar una vida tan unidimensional, y la ética empresarial está muy relacionada con otros valores — distintos a la persecución del propio interés y del beneficio— que pueden influir en el comportamiento empresarial. Aunque frecuentemente se considere a Adam Smith como el «promotor» del homo oeconomicus , seguramente nadie ha escrito tanto como él sobre el papel de otros valores. Así figura en La riqueza de las naciones , pero aún más en su otra gran obra, La teoría de los sentimientos morales , donde Smith investigó extensa­ mente el papel social de los códigos morales de conducta. Smith distinguió particularmente entre diferentes razones para ir en con­ tra de los dictados de lo que él llamó «amor propio» y proporcionó un exhaustivo análisis de las diferencias entre «simpatía», «genero­ sidad» y «espíritu cívico»2. La «simpatía» básica de una persona por otra puede ser sin duda parte de la ética en general y de la ética empresarial en parti­ cular. Pero, mientras que la simpatía es un sentimiento muy natural (como Smith defendió de forma suficientemente convincente), la ética como disciplina necesitaría algo más que eso (como también defendió Smith). En efecto, Smith usó la idea del «espectador im­ parcial» — un recurso específicamente smithiano para incorporar imparcialidad en la evaluación— para ampliar las influencias sobre los «principios de la conducta»3. Esto mismo podría decirse del «espíritu cívico» y la «generosidad». Antes de volver al tema general, destacaré dos aspectos más de Smith. En primer lugar, Smith no sólo estaba defendiendo que hay numerosas influencias éticas en la conducta y en el comportamiento de las personas, sino que además estaba señalando el papel que esta visión más amplia de la ética debería tener en el éxito de la sociedad y de la economía. De hecho, continuó con la idea de que mientras la «prudencia» era «de todas las virtudes, la más útil para el indivi­ duo», «la humanidad, la justicia, la generosidad y el espíritu cívico, son las cualidades más útiles para otros»4. Smith estaba explicando el papel de la ética y de los valores no sólo en términos de su atractivo intrínseco, sino también en términos de sus amplias con­

2. The Theory o f Moral Sentiments, ed. revisada de 1 7 9 0 ; reed. por D. D. Raphael y A. L. Macfie, Clarendon Press, Oxford, 1975, p. 191 (trad. castellana: Teoría de los sentimientos morales, FCE, México, 1941). Consultar además E. Rothschild, Econom ic Sentiments, Harvard University Press, Cambridge, MA. 3. The Theory o f Moral Sentiments, cit., pp. 190-192. 4. Ibid., p. 189.

secuencias para la economía, la política y la sociedad. Desde su perspectiva, la ética empresarial debe considerarse en términos fun­ cionales, y no sólo en términos de moralidad elevada. En segundo lugar, en lo que respecta al comportamiento efec­ tivo, Smith identificó distintas influencias en los motivos que di­ rigen nuestras acciones. Mientras que «el hombre reflexivo y especulativo» puede ver la fuerza de algunos de estos argumentos morales más fácilmente que «el común de la humanidad»5, no hay sugerencias en los escritos de Smith de que los individuos deban ser muy reflexivos y sofisticados para poder darse cuenta de la im­ portancia de las consideraciones morales al elegir su conducta. La ética en general, que incluye la ética empresarial, debe estar influen­ ciada por códigos de conducta establecidos y por los modos de comportamiento de una sociedad, y esto puede ser una cuestión de costumbres ya establecidas: Muchos hombres se comportan de manera muy decente y durante toda su vida evitan cualquier grado considerable de censura; sin embargo, quizá nunca experimentaron el sentimiento de la correc­ ción, en la que basamos nuestra aprobación de su conducta, sino que sólo actuaron de acuerdo con lo que consideraban que eran las

reglas de conducta establecidas6. El alcance de la ética empresarial Dejaremos a Smith en este punto, después de recapitular las tres ideas principales de su análisis de la ética del comportamiento: 1) la necesidad de mantener un planteamiento ético más amplio, centrán­ donos no sólo en la prudencia o en la simpatía, sino también en va­ lores más complejos como la generosidad o el espíritu cívico; 2) la necesidad de ver la ética en términos funcionales, y no sólo en tér­ minos de psicología moral, y 3) el reconocimiento del papel de la «tradición social» y de las «normas establecidas de conducta» en la práctica ética de las personas. Cada uno de estos puntos, como mos­ traré, es fundamental para nuestra comprensión de la naturaleza y del papel de la ética en general, y de la ética empresarial en particular. Vayamos ahora al lugar en el que la ética empresarial puede apa­ recer de la forma más básica en las actividades económicas y socia­ les. Los éxitos económicos están condicionados, en gran medida, por 5. 6.

Ibid., p. 192. Ibid., p. 162.

el funcionamiento eficiente de los convenios, acuerdos, contratos, negociaciones y, por supuesto, de la confianza. Tanto si nos ocupa­ mos del intercambio, la producción o la distribución, nos percata­ mos de que diferentes personas tienen que llegar a acuerdos y tener confianza en que se pondrán en práctica. Este es quizás el mejor punto de partida para un análisis general del papel de la ética em­ presarial en el desarrollo económico. En efecto, uno de los compo­ nentes más importantes y quizás más olvidados del proceso de desa­ rrollo es la evolución histórica de las tradiciones (incluyendo lo que Adam Smith llama «las normas de comportamiento establecidas») que hacen posibles las relaciones económicas seguras y creíbles. Sería importante aclarar, en este punto, que en el comporta­ miento empresarial y en la ética empresarial estoy incluyendo la conducta y la ética de numerosas personas que no se ven a sí mis­ mas como «empresarios». Cualquier negocio incluye una gran va­ riedad de personas, de las que sólo unas cuantas pueden ser clasifi­ cadas de manera estándar como empresarios. Muchos otros, que también están muy implicados, podrían ser descritos como trabaja­ dores, managers, técnicos, líderes sindicales, etc. El éxito de las empresas depende de las conductas, preocupaciones y valores de un grupo humano más amplio que el de los empresarios. Por tanto, debe considerarse el alcance de la ética empresarial de un modo lo suficientemente amplio e inclusivo. El reconocimiento básico de que las activades conjuntas requie­ ran cooperación, confianza mutua y acuerdos es una cuestión muy elemental, pero, a la vez, de largo alcance, y está en relación con el establecimiento de un orden social bueno. El papel de la ética em­ presarial en el desarrollo y en la sostenibilidad de un orden social puede ser central. Por supuesto, la función de la ética empresarial no debe terminar aquí, y para comprender su papel de forma com­ pleta será necesario contar con aspectos más complejos del desarro­ llo (como la equidad, la eliminación de la pobreza, la protección del medio ambiente, etc.). Pero lo que hay que reconocer en primer lugar es el papel primordial de la ética de la empresa en hacer posible la cooperación y la interacción empresarial.

Efectos directos e indirectos de la ética empresarial Al abordar este análisis, es importante distinguir entre dos tipos de conexión entre la ética empresarial y el éxito económico. En algu­ nos casos, el comportamiento ético de una empresa puede tener

repercusiones directa y principalmente sobre ella misma. En otros casos, las repercusiones pueden afectar también a otras empresas, incluso, a veces, afectarles a ellas primariamente . Sin embargo, la falta de ética empresarial en una región o en un grupo de empresas produce unos efectos de debilitamiento mutuo que pueden ser muy perjudiciales para todas ellas. Y yendo aún más lejos, una laguna en el comportamiento ético puede herir también los intereses de otros individuos, traspasando los límites del grupo de empresas o de la región. Aun a riesgo de simplificar en exceso, llamaré a estos dos tipos distintos y diferentes de relación conexiones directas e indi­ rectas, respectivamente. Analizando, en primer lugar, las conexiones directas , podemos percatarnos de que la falta de ética en una empresa o en una com­ pañía puede sencilla y directamente dañar sus propios intereses. Por ejemplo, la reputación — incluso, la notoriedad— de ser una empresa sin «normas», o que no trata bien a sus trabajadores o a sus clientes, o que daña al medio ambiente y pone en peligro las condi­ ciones de vida del vecindario, puede ser perjudicial para los intere­ ses económicos de la empresa misma de forma clara y directa. Incluso si una compañía no muy inteligente no ha entendido estas conexiones inmediatas, no son realmente difíciles de entender en cuanto el problema se ha expuesto con la claridad adecuada. Realmente, la historia del capitalismo exitoso ha mostrado suficientemente que el alto beneficio obtenido directamente de la práctica ética ha sido ampliamente comprendido y apreciado, sobre todo cuando la cultura del mercado tiene la oportunidad de desa­ rrollarse. Por ejemplo, la pequeña corrupción y el leve incumpli­ miento de ciertas normas llegan a ser relativamente poco frecuentes cuando el capitalismo de mercado se desarrolla y florece. Este tipo de ética empresarial está apoyado principalmente en la razón pru­ dencial (incluso cuando el lenguaje invoca a menudo principios morales superiores). La pregunta más difícil — y la más interesante— se sitúa allende la inmediatez de las conexiones directas. En el funcionamiento de las conexiones indirectas ha de considerarse con cierta sofisticación la mutua interdependencia de los intereses de las compañías y de los diferentes negocios. Estas conexiones son difíciles de identificar a veces. Además, incluso cuando se identifican, pueden ignorarse en la práctica, porque puede parecer que ignorar el daño que las propias prácticas o reglas de conducta causan a otros interesa a cada empresa, en el sentido estrecho de interés. Y, sin embargo, como es sabido por los estudios industriales empíricos y por el

razonamiento de la teoría de juegos (incluyendo juegos tales como el del «dilema del prisionero» o el «juego del seguro»), el impacto global de las transgresiones de la ética empresarial puede debilitar profundamente la economía, incluidas las compañías mismas, al acumular los daños indirectos que han venido haciéndose recípro­ camente.

Etica empresarial: intercambios3 contratos y acuerdos La ética empresarial puede jugar realmente diversos papeles en el funcionamiento fluido de una economía de intercambio, abarcando desde las actividades más rutinarias hasta las operaciones más inno­ vadoras. Desearía mostrar, empezando con la economía básica del intercambio mutuamente beneficioso, lo que puede considerarse como el soporte principal de una economía próspera. El funcionamiento eficiente de una economía está condiciona­ do en gran medida por el uso de contratos empresariales, por las negociaciones y por la confianza. Se trate del intercambio, la pro­ ducción o la distribución, diferentes personas tienen que llegar a acuerdos entre sí, y deben tener confianza en que se cumplirán. Cuando una persona A hace un contrato con otra persona B, A hace algún tipo de promesa de hacer algo por B, y B hace otra promesa de hacer algo a cambio de lo que A se ha comprometido a hacer. Si cualquiera de ellos renegara de su parte en este mutuo acuerdo, la relación entera se vendría abajo. Y esta ruptura no sólo acabaría con esa transacción particular, sino que también minaría los futuros acuerdos y las bases de las relaciones económicas mutuas. No es difícil observar que cuando un acuerdo se establece volun­ tariamente entre dos partes, el interés —en sentido amp>lio— de cada una de ellas debe ser respetar enteramente el contrato. Esta es, efecti­ vamente, la «razón» que motiva el contrato en primer lugar. Puesto que el contrato interesa a cada uno, sería natural preguntar: ¿por qué preocuparse por la ética? «Seguramente — sería el argumento contra­ rio— el interés propio solo hará el trabajo suficientemente bien». Ciertamente, este argumento, que es engañoso, se atribuye a menudo de forma errónea al propio Adam Smith. Quizás el aforis­ mo más citado en economía es la observación de Adam Smith sobre el carnicero, el cervecero y el panadero: No es de la benevolencia del carnicero, el cervecero o el panadero de la que esperamos el alimento, sino de la consideración de su

propio interés. N o invocamos sus sentimientos humanitarios sino su amor propio...7.

Este es, por supuesto, un argumento muy poderoso, pero su asunto es la razón de por qué la gente busca el intercambio, y no tanto (y es importante subrayarlo) la necesidad o no de buscar otros valores distintos del «amor propio» para un funcionamiento eficien­ te de una economía de intercambio (tampoco para mencionar otros aspectos de las relaciones económicas). El carnicero, el cervecero y el panadero quieren ganar nuestro dinero, y nosotros — los consu­ midores— queremos la carne, la cerveza y el pan que ellos tienen que vender. El intercambio nos beneficia a todos. Lo que es necesario para generar este deseo de intercambio es simplemente el «amor pro­ pio» de cada una de las partes (tal y como Adam Smith lo llamó), y el mercado puede ayudar a llegar a un acuerdo entre las diferentes partes para llevar a cabo un intercambio mutuamente beneficioso. Esto es claro y evidente. Sin embargo, usar este razonamiento para sugerir que no hay ningún problema en asegurar que los acuer­ dos serían totalmente respetados, sería un completo non sequitur. Smith se refería exclusivamente a la motivación para el intercam­ bio, y estaba en lo cierto al decir lo que dijo. Sin embargo, para el cumplimiento de un acuerdo el mero deseo de intercambio no pue­ de ser suficiente. El funcionamiento real de los contratos y su utili­ zación en la expansión económica requieren mucho más.

La supervivencia y el funcionamiento de los contratos En este contexto, hay dos problemas distintos en relación al funcio­ namiento satisfactorio de los contratos que merecen una especial atención. En primer lugar, mientras que es mejor para cada parte firmar el contrato que no hacerlo, cada una de ellas, por su propio interés (definido de una forma estrecha), puede caer en la tentación de «engañar» un poco en el cumplimiento de su parte, con tal de que con ello no peligre el cumplimiento del acuerdo por la otra parte. La tentación de no cumplir completamente los acuerdos se presenta en numerosas ocasiones, y las razones para ello no son difíciles de comprender. No se puede pensar que se cumplirán to­ 7. Adam Smith, An Inquiry into the Nature and Causes o fth e Wealth ofN ations [1 7 7 6 ], reed., Dent, London, 1 910, vol. I, p. 13 (trad. castellana: Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, FC E, M éxico, 1994).

talmente de forma automática, sin ninguna imposición o regulación y sin un compromiso procedente de buenas prácticas de conducta. Sin embargo, si las dos partes centran su atención en una con­ cepción estrecha y limitada de cómo mejorar —incluso mejorar— , más que en el exacto cumplimiento del contrato, pueden ir quedan­ do perjudicados gradualmente tanto el proceso de comportamiento contractual como la eficiencia económica resultante. Esta desfavo­ rable posibilidad se denomina «problema del componente-cumplimiento» en el intercambio. Evitando este problema la ética empre­ sarial puede jugar un papel muy importante al exigir a los individuos que contratan que no intenten debilitar la conducta contractual, cayendo en la tentación de incumplir parcialmente lo que se ha acordado. Vayamos ahora al segundo problema, que quizá es el mayor. En el momento de contratar el contrato puede haber interesado a cada una de las partes, pero esta situación puede cambiar en el futuro, cuando debe cumplirse el acuerdo. Cuando llega el tiempo de cum­ plir la promesa las condiciones y las circunstancias pueden ser muy diferentes. Y una de las dos partes puede no querer ya el contrato cuando tendría que cumplirse. Esto puede inducir a la parte que quiere retirarse del acuerdo a poner en cuestión su obligatoriedad — quizá sobre la base de alguna coartada legal, o sobre la base de que no ha sido satisfecha alguna de las condiciones— . El incumplimiento puede no ser fácil si las reglas están adecuadamente especificadas y si es efectivo el control de las condiciones requeridas, pero ninguna de estas dos cosas puede tenerse por garantizada. Esta cuestión pue­ de denominarse «problema de la supervivencia del contrato». ¿Se pueden prevenir estos problemas con el control y la impo­ sición adecuados?8. Ciertamente, un buen control puede ayudar, y también una imposición efectiva. Sin embargo, ninguna de las fun­ ciones es fácil, aunque sólo sea porque es muy difícil lograr una completa especificación de los contratos. A menudo hay requisitos no establecidos y, a veces, verdaderas ambigüedades. Estas impreci­ siones pueden dificultar bastante la tarea de controlar con una efectividad adecuada. El alcance y la eficiencia del control pueden verse particularmente limitados cuando el contrato se prolonga en el tiempo.

8. He tratado este tema en mi discurso («Economics, Ethics and Monitoring») de 1 996 en el Congreso de la Asociación de Auditores Internos de Italia, en la Cámara de los Diputados, el 14 de noviembre de 1996.

Corrupcióny criminalidad e imposición ilegal Por tanto, existe un intercambio parcial entre el poder de la ética empresarial y la fuerza de un control detallado y exacto. Cuando la moral empresarial está muy desarrollada, los detalles de un contra­ to pueden ser obedecidos automáticamente, facilitando el «componente-cumplimiento». Además, la ética empresarial puede ayudar a evitar que se incumplan los contratos por el deseo unilateral de una de las partes de abandonarlos. Nada puede, quizá, ayudar más a la confianza económica y empresarial que la presencia de un clima activo y apropiado de una ética empresarial, apoyada por todos. En muchas sociedades algunas organizaciones ilegales han sido muy activas en hacer cumplir acuerdos a un precio. Hasta cierto punto, esto ha ocurrido con la mafia en Italia y con varias agencias privadas coactivas en la Rusia post-reforma. La mafia y otras orga­ nizaciones similares llaman la atención, en primer lugar, por las brutalidades y barbaridades a las que están asociadas, pero además han de ser consideradas como organizaciones fuertemente armadas que pueden usurpar una «función» en el cumplimiento de los con­ tratos y en la adhesión a los mismos. El papel funcional de estas organizaciones puede ser parasitario en un ámbito limitado del comportamiento económico, en el fun­ cionamiento ineficiente o incompleto del control y de la aplicación legal y, en general, en las limitaciones de la economía sumergida. Cuando los principios de la ética del mercado no están todavía bien establecidos, y cuando el control del cumplimiento y la observancia de los acuerdos es débil, una organización externa puede aprove­ char la brecha y proporcionar una forma de imposición armada, por la que muchos empresarios — grandes y pequeños— pueden estar dispuestos a pagar un precio. De este modo, la debilidad de la ética empresarial, unida a la ausencia de un buen control, puede hacer a un país particularmente susceptible al predominio y poder de organizaciones criminales e ilegales. Al reconocer esta conexión mi propósito no es, obviamente, sugerir que la mafia y otras instituciones similares sean organizacio­ nes «productivas» o «buenas», más que asociaciones criminales. Su terrible papel en la corrupción, el asesinato y los crímenes hace de ellas uno de los mayores azotes del mundo contemporáneo. Pero tenemos que entender las bases económicas del poder de organiza­ ciones como la mafia, complementando el poder de las armas y bombas con la comprensión de algunas actividades económicas que le dan un papel funcional en algunas partes de la economía. Este

reconocimiento contribuye a explicar por qué es tan difícil eliminar estas organizaciones criminales, incluso con esfuerzos policiales decididos. En cambio, se puede ayudar en gran medida a erradicar el papel económico de estas organizaciones por medio de una ética empresarial floreciente, unida a unos buenos sistemas de control y a mecanismos legales de aplicación.

Eficiencia productiva y ética Volvamos ahora al problema general del cumplimiento de los con­ tratos. En este punto es oportuno considerar cuidadosamente el propio caso de Adam Smith sobre el ejemplo del carnicero, el cer­ vecero y el panadero. Podríamos empezar preguntándonos si sería erróneo interpretar la moraleja del ejemplo con la tesis de que la ética empresarial es redundante. El ejemplo tiene un alcance muy limitado por dos razones distin­ tas. En primer lugar, trata sólo de la motivación para el intercam­ bio, y no de otras cosas — valores, control, cumplimiento— que pueden necesitarse para que los contratos de intercambio sobrevi­ van y prosperen. Ya he discutido esta limitación. Consideraré ahora la segunda limitación, a saber, que el ejemplo trata sólo del inter­ cambio y no de otras actividades que son vitales también para el éxito económico. Omite operaciones tan cruciales como la produc­ ción y la distribución. En la planta de una fábrica la producción tenderá a exigir espí­ ritu de equipo y colaboración en el trabajo. Incluso la motivación necesaria para el éxito de la producción puede ser muy diferente de la que es necesaria para el intercambio. Esto requiere llevar a cabo la difícil tarea de generar una cooperación efectiva en el lugar de trabajo a pesar del considerable conflicto de intereses (combinado con una congruencia parcial). La importancia de la actividad disci­ plinada, de la credibilidad sin necesidad de supervisión y del com­ promiso con la eficiencia, difícilmente pueden exagerarse en la discusión sobre los elementos que determinan la productividad eco­ nómica. No podemos aprender mucho de la supuesta fecundidad del deseo de intercambio de nuestro carnicero-cervecero-panadero para entender, por ejemplo, los graves problemas de la producción en la experiencia reformista de la antigua Unión Soviética y de la Europa del Este, o para explicar el éxito de la economía japonesa manteniendo una producción y una productividad elevadas a largo plazo, o incluso para intentar comprender las dificultades actuales

del sistema bancario japonés. Efectivamente, la ética empresarial puede considerarse como uno de los activos productivos que una economía y una sociedad pueden tener. Lo describamos como un «sentimiento moral constructivo» (usando una expresión anticua­ da) o como un elemento del «capital social» (para usar un concepto que está siendo muy utilizado recientemente), es difícil poner en cuestión la inmensa contribución de la moral empresarial y del comportamiento ético al éxito económico9.

La ética empresarial y el éxito de Japón Las exigencias de la ética empresarial pueden tomar formas bastan­ te diferentes y jugar, además, papeles distintos. Podemos ilustrar esta afirmación considerando los éxitos y fracasos de la economía japonesa, quizá el caso más interesante de una ética empresarial especial en el mundo. Indudablemente, la combinación de normas de conducta y práctica empresarial ha contribuido en gran medida al sorprendente éxito económico de Japón, que ha convertido una economía atrasada en una de las naciones más prósperas del mundo en menos de un siglo10. Japón revolucionó la visión de las raíces comportamentales del progreso económico demostrando la falsedad de la primera — y triunfante— teoría dominante, desarrollada por grandes científicos sociales como Max Weber y Richard Tawney, según la cual la moral austera, y en cierta forma implacable, de la «ética protestan­ te», incluyendo su egocentrismo autosatisfecho, propiciaba el cami­ no más efectivo (y quizá incluso el único seguro) para lograr el progreso económico. Japón intentó hacerlo de otro modo, y lo hizo francamente bien. Organizó un conjunto de valores morales en las operaciones económicas que acentuaba la responsabilidad del gru­ po, la confianza interpersonal, el apoyo mutuo y los contratos im­ plícitos que atan la conducta individual. Diferentes comentaristas, como Ronald Dore, Michio Morishima, Masahiko Aoki y Eiko Ikegami, hacen hincapié en diferentes partes del sistema de valores japonés, centrándose en influencias culturales tales como el «ethos 9. Sobre capital social, ver R. D. Putnam, R. Leonardi y R. Nanetti, Making Dem ocracy Work: Civic Tradition in Modern Italy, Princeton University Press, Princeton, N J, 1993. 10. El debate que viene a continuación muestra mis dos años de correspondencia con Kenzaburo Oe, el escritor japonés, publicada en Asahi Shimbun en otoño de 2 0 0 0 .

japonés» (como lo llama Morishima), la «ética confuciana» (desta­ cada por Dore), los «códigos samurais» (subrayados por Ikegami), etc. Es difícil asignar el crédito de los logros japoneses entre estas influencias diversas. Pero, evidentemente, todos estos valores jun­ tos han sido muy importantes para los espectaculares logros de Japón y su rápido ascenso a potencia económica mundial.

Los problemas de Japón y las exigencias de ética empresarial Sin embargo, ¿qué ocurre con los recientes problemas de Japón? Mostraré que el tema de la ética empresarial es también importante para comprender las dificultades que está pasando Japón desde hace varios años hasta ahora. El primer foco de estos problemas se sitúa en el sector financiero, especialmente en la banca japonesa, pero ha afectado negativamente a la economía japonesa en general. Dado el éxito pasado de Japón, podemos preguntarnos: ¿de dónde procede la actual tensión? Varios escritores japoneses han dirigido la atención hacia el papel del «riesgo moral» en la corrupción y en la ineficiencia del sistema bancario japonés, e, indudablemente, algo de verdad hay en esta línea de razonamiento. Pero entonces nos tenemos que preguntar: si el riesgo moral es tan importante ahora, ¿dónde estaba antes?, ¿por qué ha surgido de repente?, ¿por qué este cambio? O mejor dicho, ¿es realmente un cambio, más que una percepción modificada de la naturaleza de un mundo empresarial que no cambia?, ¿o puede ser que lo que ha cambiado no sea la percepción, sino la importancia —y la sanción social— del riesgo moral en la economía? Si esto es así, ¿por qué? Y, debemos pregun­ tarnos también, ¿qué ha pasado con el «ethos japonés», la «ética confuciana», los «códigos samurais» y las demás virtudes del com­ portamiento que habían dado crédito a los éxitos anteriores de Japón? Necesitamos respuestas. Defenderé que tal vez los valores japoneses han cambiado sólo un poco, pero que los mismos valores éticos obtienen beneficios y san­ ciones muy diferentes en un mundo cambiante. Cuando una econo­ mía va en cabeza, creciendo a gran velocidad, innovando constante­ mente, adelantando a las históricas economías modernas, etc., la coordinación y la cooperación son extremadamente importantes. Y las sanciones por asumir riesgos — a veces, incluso riesgos muy se­ rios— pueden ser relativamente modestas en comparación con las ventajas de abrir el horizonte de la empresa y la industria de una for­ ma más amplia y veloz. Las cosas son muy diferentes ahora, cuando

Japón está situado en la cima, y quiere ante todo consolidar su posi­ ción y permanecer en ella, a pesar de la creciente competencia global. Ahora vivimos en un nuevo orden mundial intensamente competitivo, 1) en el cual más de una docena de países reciente­ mente industrializados están tratando de hacer lo que hizo Japón anteriormente, 2) donde el progreso técnico avanza a gran veloci­ dad y circula rápidamente a través de las fronteras, 3) donde las viejas economías de Norteamérica y Europa han estado reestructu­ rando su industria, dejando mayor espacio para la competencia, y 4) donde el desarrollo de las tecnologías de la información — inclu­ so en algunas economías de rentas muy bajas— ha extendido dra­ máticamente el alcance potencial de la competencia. Como resulta­ do, los beneficios de fomentar la competencia y su disciplina han cobrado mucha más importancia que antes11. Las instituciones financieras, en particular, tienen una gran ne­ cesidad de disciplina para la competencia, especialmente porque muchas de las actividades financieras y bancarias tradicionales tien­ den a ser dominadas por una confidencialidad implícita y por una confianza basada en la familiaridad y en los contactos, que pueden ser frecuentemente muy falsos. En cambio, los fracasos de una con­ fianza equivocada pueden ser rápidamente identificados en un mundo altamente competitivo. En principio, la relación entre valores morales y competitividad puede parecer bastante distante. Pero, a mi juicio, hay una cone­ xión estrecha. Esto es así, en parte, porque aceptar el derecho de los demás a competir es ya un valor ético, pero también porque la competencia puede ayudar a enriquecer la ética social reduciendo la autocomplacencia y la tendencia a dejarse guiar por determina­ dos «contactos» y por la «familiaridad» (un peligro particularmente serio en un mundo «cerrado» de finanzas y banca, como han puesto claramente de manifiesto las investigaciones del caso japonés). Junto a la perspectiva moral tradicional, lo que puede necesitar el Japón actual incluye especialmente aceptar el papel de la compe­ tencia. Esta necesidad es, al menos en parte, de la naturaleza cam­ biante del mundo contemporáneo y de la posición del Japón en él. Reconocer la necesidad de ampliar el alcance de la ética práctica no implica en modo alguno denigrar la importancia de los antiguos 11. Kotaro Suzumura ha investigado — en general y en el contexto de Japón en concreto— las contribuciones de combinar el compromiso con una atmósfera compe­ titiva, recurriendo tanto a una floreciente economía de mercado como a un Estado activo (Competition, Comm itm ent and Welfare, Clarendon Press, Oxford, 1995).

valores éticos de cooperación y confianza, que fueron tan efectivos anteriormente, y que todavía siguen siéndolo en su lugar propio.

Conclusiones He comentado muchos papeles de la ética empresarial en el desa­ rrollo económico, pero también he dejado alguno fuera. Cierta­ mente, en un breve trabajo como éste no ha habido oportunidad para discutir muchas otras áreas de la actividad económica, cuyo éxito dependería en gran medida de la naturaleza y alcance de la ética empresarial. He considerado tanto la producción como el in­ tercambio . A ello podríamos añadir ahora fácilmente que el papel de la ética empresarial es totalmente inmediato en el tercer ámbito, a saber, la distribución. Una de las cuestiones distributivas particularmente importantes es la distribución a través de distintas generaciones, y aquí los valo­ res éticos de la sostenibilidad y la preservación del medio ambiente pueden ser extremadamente importantes. En los últimos años las exigencias de la ética empresarial se han hecho presentes de una forma creciente, en la medida en que se ha reconocido de forma importante la necesidad de prevenir la contaminación y otras nece­ sidades similares. Para concluir, la ética empresarial tiene un papel, directo e indi­ recto , en la promoción del desarrollo económico. Estas influencias cubren una amplia variedad de temas, incluyendo: 1) el fomento de la productividad y eficiencia económica, 2) el desarrollo de la coope­ ración en el mercado y de la confianza, 3) la prevención de la corrup­ ción y de las irregularidades, 4) la protección del medio ambiente y la sostenibilidad, 5) el fortalecimiento de los derechos humanos jun­ to con el intento de eliminar la pobreza, e incluso 6) la prevención contra el crimen y la violencia apoyados institucionalmente. El desarrollo económico tiene muy diferentes aspectos, y la ética empresarial juega un papel crucial en cada uno de ellos. El alcance y la extensión de estas interconexiones merecen un recono­ cimiento adecuado y generoso. Este congreso es una ocasión exce­ lente para prestar un reconocimiento adecuado a estas distintas interconexiones y a sus diversas funciones. Todas ellas consituyen una parte importante del mundo en que vivimos. [Traducción de Marta e Isabel Pedrajas]

MÁS ALLÁ DE LA CARIDAD: RESPONSABILIDAD SOCIAL EN INTERÉS DE LA EMPRESA EN LA NUEVA ECONOMÍA

Manuel Castells

1.

Caracterizando el contexto

Lo que voy a tratar de desarrollar en este trabajo es la interacción entre la responsabilidad social de las empresas y la organización social del mundo. Frente al tópico de que lo bueno para la empresa no lo es para el mundo, y viceversa, creo que existe, en general, una relación sinérgica entre el mundo y la empresa, de forma que la evolución positiva o negativa de cualquiera de uno de estos dos términos repercute positiva o negativamente en el otro. En este sentido, y desde el punto de vista de la empresa, nos encontramos en un contexto marcado por dos rasgos: El primero es que la volatilidad de los mercados financieros, sometidos a turbulencias de información no controladas, está des­ valorizando los activos de las empresas sin relación directa con lo que las empresas hagan o no hagan, lo cual crea un clima de incertidumbre extraordinaria. En este clima de incertidumbre, el princi­ pal fenómeno que se produce es el retraimiento de la inversión y, como se sabe, la inversión es el principio de todo en la empresa y en la economía en general: sin inversión entramos en un ciclo econó­ mico negativo. El segundo rasgo definidor del contexto actual es la existencia de reacciones cada vez más violentas en un mundo cada vez más desigual. Estamos estos días marcados por actos de guerra bárbaros que socavan las bases de nuestra civilización y que tienen su origen en el fanatismo y, en último término, en un mundo en crisis. En este

contexto, creo en una idea que puede explicar algo más el título de este trabajo, y es, anticipándoles la conclusión, que la ética en los negocios no es sólo, aunque también, una obligación personal, moral o religiosa. En mi opinión, puede sustentarse analíticamente que la ética forma parte de la actividad de la empresa de forma consustancial, como parte del negocio de la empresa que se opera en un contexto. Es decir, no están separados, por un lado, el contexto mundial, el contexto social, el contexto de las instituciones y, por otro lado, la actividad de la empresa. Por el contrario, existe una relación abso­ lutamente íntima, de forma que si la práctica empresarial no inter­ naliza lo que ocurre en el mundo y deja de contribuir a la trans­ formación del contexto, la dinámica empresarial llega a un punto de estancamiento. Esta conclusión, que es sencilla, pero no obvia, quisiera argu­ mentarla con un largo itinerario analítico, en el sentido de mostrar analítica y empíricamente por qué es así, por qué en este mundo no se puede hacer negocio sin incluir un sentido de responsabilidad social, y que, por tanto, la ética en los negocios no es, simplemente, una opción personal, sino que es una necesidad empresarial. Este es un largo camino que requiere pasar por cuatro niveles, en el sentido hermenéutico. Es una perspectiva analítica que yo llamo «la teoría de la cebolla». Recurro a la metáfora de la cebolla porque, quitando sucesivamente las distintas capas, se va abriendo su propia realidad de cebolla. No hay que quitar capas para descu­ brir una realidad distinta contenida por ellas. Son las distintas capas las que forman la misma cosa, son los niveles los que constituyen la misma realidad, como dicen los hermeneutas. Los niveles a los que hago referencia son cuatro. En primer lu­ gar, es preciso recordar rápidamente cuál es el mundo actual, es de­ cir, cuál ha sido la transformación del sistema tecno-económico, so­ cial e institucional en el que estamos. En segundo lugar, mostraré que este sistema, como ya sabíamos, tiene nuevos tipos de crisis. No hay sociedad sin crisis ni conflicto. Una sociedad así no existe ni ha exis­ tido nunca históricamente, incluso puede decirse que es antinatural, si bien es cierto que el sistema en el que vivimos tiene sus crisis espe­ cíficas. En este segundo nivel me referiré a cuáles son estas nuevas crisis. En el tercer nivel haré referencia a los desafíos que se revelan con estas crisis, grandes desafíos, cuya gestión parece indispensable para superar las crisis. En el último nivel veremos los debates y dis­ cusiones de políticas públicas y estrategias empresariales, que están surgiendo como consecuencia de los desafíos del nivel anterior.

Como es mi costumbre, acabaré sin ningún tipo de recomenda­ ción, prescripción o toma de posición: y me quedaré en el plano estrictamente analítico, que es lo que yo sé hacer y en lo que creo que puedo aportar algo.

2. La era de la información Entrando ya en el primer nivel de análisis, el sistema que ha surgido en las dos últimas décadas, que descriptivamente llamamos era de la información, y al que más analíticamente yo llamo sociedad-red, considerado desde el punto de vista tecno-económico, se caracteri­ za fundamentalmente por tres rasgos. En primer lugar, por la productividad , que es el origen de la creación de riqueza en toda sociedad y en toda economía. La pro­ ductividad de este sistema es informacional, es decir, está basada en la producción de conocimiento y la gestión de la información. En cierto modo, siempre ha sido así, pero ahora más que nunca, por­ que las nuevas tecnologías de la información permiten un efecto de interacción constante entre la producción de conocimiento e infor­ mación y su utilización distribuida en tiempo real en todo tipo de actividad económica. El segundo rasgo, al igual que en toda transformación sistémica en la historia, es la emergencia de una nueva forma organizativa , que es la red electrónicamente potencial y basada, sobre todo, en internet, no sólo como tecnología, sino como sistema organizativo. Las redes son muy antiguas, han existido siempre en todas las socie­ dades, pero tenían antes una gran ventaja y un gran problema. La gran ventaja de las redes era su flexibilidad y su adaptabilidad al entorno; y el gran inconveniente era su incapacidad de gestionar una unidad de propósito, una empresa, por ejemplo, más allá de un cierto nivel de dimensión y de complejidad, porque el manejo de la red se hacía imposible y las tareas de coordinación excesivamente complicadas. Precisamente, las nuevas tecnologías de la información basadas en la comunicación y el procesamiento de información en tiempo real permiten a la vez la flexibilidad y la adaptabilidad de la red, y la coordinación y centralización de las tareas. Por tanto, una vieja forma organizativa se convierte en un instrumento de organización, porque tenemos la base tecnológica que lo hace posible. Ello signi­ fica que la tecnología no es determinante, pero que sin ella no se puede hacer lo que hacemos.

Por último, el tercer aspecto del sistema, desde el punto de vista técnico-económico, es que ha surgido una nueva forma de organiza­ ción económica, social e institucional, que es lo que conocemos con el nombre de globalización. La globalización no es el capitalismo, aunque la economía global actual es capitalista, ya que, por vez primera, el planeta es enteramente capitalista. Pero el capitalismo ha tenido muchas formas distintas en la historia. Lo que existe hoy en día es una forma nueva que es la globalización, y se caracteriza por el funcionamiento del sistema económico como una unidad planetaria en tiempo real. Esto es también posible merced a la existencia del nuevo sistema tecnológico de comunicación y de información, además de las otras tecnologías de información y de los otros sistemas de comunicación, como el transporte aéreo, marítimo, etc., que se basan, en último término, en tecnologías de la información. Esta globalización se expresa en distintas dimensiones. En pri­ mer lugar, y sobre todo, es una globalización financiera, lo cual es esencial. Decir que el capital está globalizado en una economía capitalista quiere decir que el corazón de la economía está globali­ zado. Es también una economía globalizada en la producción y en la gestión de bienes y servicios. La mayor parte de la gente no trabaja en empresas globalizadas o globales, pero, sin embargo, las cincuenta y tres mil empresas multinacionales y sus cuatrocientas quince mil empresas auxiliares concentran en este momento un 30% del Producto Mundial Bruto y dos terceras partes del comer­ cio internacional y por tanto constituyen el núcleo de la producción en todo el planeta, del que depende el resto de actividades, y son la base esencial de las economías. La ciencia y la tecnología también están absolutamente globalizadas sobre la base de redes de contacto y colaboración entre los grandes centros universitarios y las grandes empresas. Por último, se ha globalizado también el trabajo altamen­ te cualificado, como el de los financieros, los tecnólogos, etc. Sin embargo, el trabajo poco cualificado no está globalizado, a pesar de lo que la gente cree. El número total de inmigrantes en el mundo es tan sólo de doscientos millones y, de ellos, una tercera parte están en una región del mundo que nadie piensa como recep­ tora de inmigración, que es Africa y Oriente Medio. Es cierto que en la Costa de Marfil se vive mal, pero cuando se vive en Malí se vive todavía peor, y, por tanto, la Costa de Marfil recibe inmigran­ tes de Malí y de otros lugares. Esto quiere decir que todavía no se han puesto en marcha las grandes migraciones mundiales. Hay alguna excepción como Estados Unidos, que ha sido siempre una

sociedad receptora de inmigración y todavía lo es, pero en Europa no ha hecho sino empezar. La globalización tiene una estructura especial, una estructura en red y segmentada. Esta estructura permite que todo aquello que tiene valor, desde el punto de vista del sistema económico y social, sea integrado en las redes globales; mientras que todo aquello que no tiene ese valor es desconectado fácilmente, sin alterar la lógica del sistema. Por tanto, no estamos viviendo ya en una oposición norte-sur, sino en una oposición entre la arti­ culación en esa red de valor y la desarticulación de esa red de valor. El problema es el hecho cierto de que hay países en Africa o en América Latina en los que lo desarticulado en la red de valor es el 80% . Por tanto, la globalización no es una oposición frontal de ejér­ citos norte-sur, sino una articulación de lo que vale y una desarticu­ lación de lo que no vale, desde el punto de vista del sistema econó­ mico y social, tanto en el centro como en la periferia, pero en proporciones diversas. Además, este tipo de globalización cambia los criterios de valor constantemente: hay cosas, regiones o perso­ nas que tienen valor en un momento y dejan de tenerlo en otro, y viceversa, lo cual implica una geometría variable y un alto nivel de inestabilidad del sistema económico. La expansión rapidísima de este sistema dinámico, ágil, de pro­ ducción global en todo el planeta, crea una extraordinaria tensión sobre los recursos naturales y sobre el sistema ecológico. Es decir, por un lado, tenemos un conocimiento creciente de cuáles son los límites ecológicos del crecimiento económico, hay un desarrollo creciente del la conciencia ecológica, gracias, precisamente, a la ciencia y a la tecnología. Pero, por otro lado, el dinamismo produc­ tivo del sistema es tal, que cualquier cosa que se pueda poner en explotación en el mundo, se pone. Por tanto, sabemos los efectos negativos de lo que estamos haciendo, pero, al mismo tiempo, de­ jado el sistema a su propia lógica, la devastación medioambiental se acrecienta. Se controla localmente, pero se deteriora globalmente. Esto es el nuevo mundo en el que estamos. Un mundo en el que las instituciones políticas se rigen cada vez más por criterios mediá­ ticos, los medios de comunicación se globalizan y los gobiernos de los Estados también se constituyen en redes globales de institucio­ nes articuladas entre ellas. Por tanto, estamos saliendo del Estadonación como entidad individual.

3. Nuevos tipos de crisis Este mundo, como todos los mundos, tiene crisis específicas, y creo que es oportuno recordar en este momento que ha conocido un gran movimiento ascendente de expansión económica, de ex­ traordinario desarrollo tecnológico y creatividad, qué tipos de cri­ sis nos afectan, y en qué sentido tienen aspectos novedosos las crisis específicas de este nuevo sistema. Distinguiré seis tipos de crisis. 3.1. En primer lugar, las nuevas crisis financieras. Estas crisis no son como las de antes, sino que se caracterizan por la volatilidad de los mercados financieros de forma sistémica. Es decir, no hay un mercado financiero normal y en equilibrio o en ascenso, que luego se hunde hasta encontrar el punto de equilibrio y estabilizarse de nuevo. Lo que hay en este momento son mercados financieros globalmente interdependientes, que transmiten las crisis de uno a otro, y, además, son sistémicamente volátiles, es decir, los valores suben y bajan sólo en alguna medida en relación con criterios eco­ nómicos tradicionales. La causa de esta volatilidad es que estos mercados están hoy en día sometidos, además de a valores de juicios económicos, a turbu­ lencias de información. Con esto quiero decir que, puesto que hay una enorme masa de capital que circula a gran velocidad por los circuitos financieros mundiales y que los grandes inversores tienen que tomar decisio­ nes, que luego son electrónicamente ejecutadas, no se puede espe­ rar a que el cálculo económico tenga toda la solidez, porque hay que reaccionar antes y esta reacción afecta a los modelos de cálculo económico. Es decir, la necesidad de reaccionar instantáneamente a gran velocidad lleva a que cualquier modelo, por riguroso que sea, y la mayor parte no lo son, se vea afectado en sus parámetros empíricos por las decisiones que se toman en términos de reacción, como consecuencia de las turbulencias de información. Estas turbulencias de información son de todo tipo: políticas, militares, percepciones de masas e, incluso, humores personales. Cierto que esto siempre ha sido así: los mercados siempre han tenido este tipo de turbulencias, pero el elemento nuevo es, en primer lugar, que lo que antes eran informaciones reservadas, hoy en día están en cartas financieras en internet. Si nos conectamos a internet, podemos enterarnos de cualquier tipo de información privilegiada sobre los mercados de valores. Es cierto que estas redes — la tecnología— no es lo que determina los

mercados financieros, pero sí determina comportamientos en el mer­ cado financiero y ésta es la cuestión fundamental, las turbulencias de información que intervienen entre el cálculo económico y las de­ cisiones de inversión, que determinan a su vez el funcionamiento de toda la economía. Esto lo podemos ver aún más claramente en el análisis del siguiente nivel, en términos de la crisis de la nueva economía. Como ejemplo, recordaré la crisis que se determinó como la primera crisis financiera del siglo XXI, la del llamado «efecto tequila» y la crisis fi­ nanciera de Méjico. Después de ésta, hemos tenido la crisis asiática del 97 y del 98; el contagio, totalmente inexplicable e inexplicado, de la crisis asiática a la crisis rusa de agosto del 98, que no tenía nada que ver con las economías asiáticas en ese momento, y que luego se transforma en la crisis de Brasil de enero del 99, también sin ningún tipo de relación con lo que ocurría; la crisis de Argentina y, a través de Argentina, de otros países de América Latina en estos últimos meses. Pero, sin duda alguna, sobre todas ellas destaca la crisis de valorización de stocks financieros tecnológicos, que ha cambiado el comportamiento de los mercados financieros y, por tanto, del conjunto de las economías en el último año. 3.2. Los motivos de esta crisis los entenderemos mejor si entra­ mos en el segundo tipo de crisis, lo que se ha dado llamar la crisis de la nueva economía. Aquí me detendré un poco más, porque éste es uno de los temas cruciales en este momento, en nuestra econo­ mía y, por tanto, en las empresas. La nueva economía no es una economía de internet o de las empresas de internet. Es la nueva economía que, merced al cambio, a la vez tecnológico y organizativo, genera niveles de productividad extraordinariamente altos y aumenta la competitividad de las em­ presas que utilizan esos nuevos modelos organizativos, sociales y tecnológicos en la red. Por consiguiente, al aumentar su capacidad competitiva, hacen que las demás empresas o se adaptan a dicho sistema o desaparecen, con lo cual el modelo se difunde. Lo que se difunde es que la nueva economía es una economía que incrementa la productividad y la competitividad. De ahí se derivan todas las discusiones que ha habido estos años sobre si hay o no aumentos de productividad. Esa productividad y esa competitividad son las que generan el modelo que hemos estado viviendo en Estados Unidos en los últi­ mos siete años. Un modelo basado en un elevado crecimiento eco­ nómico, la tasa de empleo más alta de la historia y de mayor nivel

de cualificación, y una baja inflación. Cualquier estudiante de pri­ mer curso de Económicas sabe que alto crecimiento, alto empleo o casi pleno empleo y baja inflación, simultáneamente por un periodo sostenido, sólo se pueden explicar, incluso matemáticamente, por un incremento sustancial de productividad. Por tanto, este modelo de crecimiento genera un excedente que se transforma, por un lado, en consumo, es decir, en demanda, y, por otro lado, en inversión, que es lo que alimenta los mercados financieros y hace funcionar la máquina. Este es el modelo en la superficie de la nueva economía. Pero ¿qué determina el aumento de productividad y el aumento de competitividad? Fundamentalmente, la combinación de tres tipos de innovación articulados: innovación tecnológica, innovación en el proceso e innovación en el producto. Dentro de la innovación tecnológica tenemos toda la gama de tecnologías que se han desarrollado en los últimos quince años. En lo que respecta a la innovación del producto, están los nuevos productos que surgen, como en toda revolución tecnológica. Recor­ damos el ordenador personal en 1977. El presidente de una de las grandes empresas de informática hizo aquella famosa declaración: «Yo no sé por qué, yo no sé quién puede pensar que a la gente le interesa tener un ordenador en su casa». Del mismo modo, los estudios de IBM de los años cincuenta decían que para el año 2000 sólo habría diez ordenadores en el mundo, obviamente todos ellos IBM, porque los demás serían terminales de esos grandes ordenadores. Esto quiere decir que la trayectoria de los productos tecnológi­ cos que se preveía no ha tenido nada que ver con lo que la innova­ ción ha suscitado, por no hablar del teléfono móvil: hace diez años todo el mundo lo veía como un producto exótico y hoy en día, para un joven, es mucho más importante su teléfono móvil que casi cualquier otra cosa, porque el móvil es el acceso a todo lo demás. Por último, la innovación en el proceso, que es la formación y el desarrollo de la red. La cuestión ahora es de dónde viene esa innovación. Esa innovación viene de la combinación de tres ele­ mentos articulados. Por un lado, la existencia de una capaci­ dad empresarial, o más bien de emprendimiento, de una capacidad emprendedora, que trabaja sobre la base del conocimiento y, por consiguiente, de investigación y desarrollo. Por otro lado, sobre la base del trabajo altamente cualificado, talento, pero altamente cualificado, no quiere decir sólo grandes innovadores y grandes ingenieros, sino trabajo de gran cualificación, capaz de innovar, a todos los niveles del sistema.

Por último la investigación y el desarrollo requieren un sistema de producción de conocimiento avanzado, que normalmente llama­ mos universidad. Por tanto, la universidad está en la base de ese sistema. El talento requiere, por un lado, un sistema educativo y univer­ sitario, pero requiere algo más cuando no se consigue esto, que es la inmigración. La inmigración es la fuente de la nueva economía en Estados Unidos, que ha absorbido doscientos quince mil ingenieros y científicos por año en los últimos doce años, y esto es lo que realmente constituye la base del nuevo desarrollo1. Sin inmigración no habría nueva economía en Estados Unidos ni, probablemente, tampoco en el mundo. Respecto a la capacidad de emprendimiento, ésta requiere no solamente la cultura empresarial de la que siempre se habla, sino lo que yo llamo la apertura institucional a la cultura empresarial. Esto quiere decir cosas muy concretas, como cuánto tiempo se tarda en abrir una empresa, qué responsabilidades se tienen, qué sistemas de capital-riesgo existen, qué burocracia existe para crear una empre­ sa, etcétera2. Ahora bien, por muy emprendedora que sea la gente, por mu­ cho talento que tenga, necesita algo más en una economía como la nuestra, capitalista: necesita dinero. Necesita que alguien invierta, y ese alguien generalmente ha venido en los casos de la innovación en forma de capital-riesgo, que se realiza sobre la base de expectativas de aumentar el valor en los mercados financieros. Por tanto, la expectativa de incremento de valor en los mercados financieros es la base de la financiación del sistema de empresa que lleva la inno­ vación, la productividad y la competitividad, por tanto, es la base de la nueva economía. Estas expectativas de incremento de valor en los mercados fi­ nancieros son las que están en la fuente del sistema dinámico de la nueva economía. Por eso el sistema se basa en la financiación. Pero para que haya inversión en los mercados financieros hace falta otra cosa, que es la confianza. Si no hay confianza en las instituciones, no hay inversión. Un ejemplo empírico de esto lo

1. En el estudio que hicimos en Silicon Valley en los años noventa, el 30% de las nuevas empresas tecnológicas había sido creado por personas de origen chino o indio, y si añadimos brasileños, rusos, etc., nos vamos a un 40% . 2. En España, por ejemplo, abrir una empresa cuesta diez veces más en términos de tiempo y veinte veces más en términos de dinero que en Silicon Valley.

tenemos en Rusia, donde toda la inversión extranjera que ha habi­ do en los últimos diez años es, más o menos, del orden de veinticin­ co mil millones de dólares, que es nada comparado con los trescien­ tos cincuenta mil millones de China. Sin embargo, según un cálculo de instituciones más o menos fiables, en Rusia hay fuera del sistema de sesenta a setenta mil millones de dólares, en billetes de dólares, porque después de haber visto por dos veces cómo desaparecían los ahorros de su vida en rublos, ya nadie ahorra en esta moneda. Este dinero no entra en el sistema financiero, no se invierte, y se funcio­ na en economía de trueque o de pago directo en dólares. Esto es un ejemplo de la falta de confianza en un sistema, que provoca que no se pueda reciclar la inversión. Aquí tenemos, pues, los dos elementos de la financiación de la nueva economía: la confianza en las instituciones de financiación y las expectativas de alta valorización en los mercados financieros, ambos en estrecha relación. La relación confianza-expectativas se convierte en una relación fundamental. Si no hay confianza, no se invierte, y si las expectati­ vas bajan, tampoco. Por tanto, la crisis de la nueva economía no es la crisis de una burbuja financiera. No hay burbuja financiera, sino que ha habido sobrevaloración de empresas. La idea de burbuja remite a una vieja idea del mercado financiero, que es que sube, luego explota y se queda en su justo valor. Pero ¿quién determina el justo valor? En principio, parece que el mercado, pero el problema es que el mercado se equivoca con cierta asiduidad. En estos momentos hay una serie de empresas absolutamente bien gestionadas, tecnológicamente productivas, de vanguardia, que están siendo castigadas por los mercados financieros, por las mis­ mas razones por las que antes se premiaba cualquier tipo de empre­ sa asociada a internet o a las nuevas tecnologías. Es cierto que ha habido un gran número de fantasías de peque­ ñas empresas en internet, que de la noche a la mañana se desarrolla­ ban y florecían, como en todo periodo de innovación tecnológica. Pero empresas absolutamente sólidas fueron sobrevaloradas enton­ ces y subvaloradas ahora. Quizá la hipótesis que hay que introducir es que en lugar de hablar de sobrevaloración o subvaloración según un estándar que nadie conoce y nadie puede establecer, hay que hacerse a la idea de que estamos en un mercado sistémicamente vo­ látil sometido en parte al cálculo económico, pero, en otra parte impredecible, sometido a turbulencias de información de distinto tipo.

Las primeras veces que empezaron a caer valores como Erics­ son, Nokia, etc., era simplemente porque en lugar de subir los ingresos un cincuenta por ciento en un trimestre, subían un treinta por ciento. Es decir, todo depende de la expectativa que se genera. Para concluir con este punto, y sin caer en el subjetivismo eco­ nómico total, la relación entre criterios económicos y leyes econó­ micas que sigue existiendo y la traducción de esa realidad económi­ ca en la percepción de los inversores es una relación indeterminada. Hay demasiadas ecuaciones y demasiadas incógnitas en esas ecua­ ciones para determinarlas y, por consiguiente, no estamos en una crisis de la nueva economía, sino que estamos en el principio de una nueva economía, caracterizada, entre otras cosas, por la volatilidad sistémica de los activos financieros de los que depende la inversión, y, por tanto, la innovación y el crecimiento. En este sentido, las empresas necesitan tener la capacidad de gestionar la volatilidad como parte de la práctica cotidiana. 3.3. El tercer tipo de crisis es la crisis de demanda en los mercados globales , y, en particular, en los mercados tecnológicos. Con esto me refiero a los mercados de productos tecnológicos, ligados al hecho de que hay una ratio de incremento de la capacidad producti­ va por encima del incremento de la capacidad del mundo de absor­ ber lo que se produce. No es que haya una crisis de la demanda, sino que el problema es que ésta aumenta mucho más despacio que la capacidad de producir ciertas líneas de producto, como son los productos tecnológicos ligados a aplicaciones directamente comer­ ciales, los que están ligados al sistema productivo o de consumo de masas. Sin embargo, hay otros sectores, como la educación, la sa­ lud, la cultura, en los que no hay productos tecnológicos nuevos en suficiente medida. Los productos tecnológicos para estos sectores no se desarro­ llan suficientemente porque no son mercados solventes a corto plazo y, por consiguiente, no hay inversión en estos sectores, ya que sólo se invierte en productos cuya demanda existe previamente. En este punto me referiré brevemente a un ejemplo que en estos momentos es uno de los más interesantes. En Tampere, Fin­ landia, se ha creado un modelo que se llama e-Tampere, en el que, a partir del sector público, se están desarrollando aplicaciones educativas y en sistema de salud y de servicios públicos que permi­ tan a las empresas finlandesas localizadas en Tampere desarrollar nuevas líneas de producto que parten de una demanda pública preexistente. Esto permite desarrollar tipos de producto que luego

pueden comercializarse globalmente, y significa que la inversión en servicios públicos de alto nivel tecnológico puede crear mercados que hoy en día no existen. 3.4. El cuarto tipo de crisis es el de las relaciones laborales , que aparece en casi todas las grandes empresas. La flexibilidad del tra­ bajo es una característica sistémica de la nueva organización econó­ mica: es necesario adaptarse a nuevas formas de organización, como consecuencia de la volatilidad de la economía. El problema es que esta flexibilidad del trabajo se ha traducido en muchos casos en flexibilidad del trabajador, y, por tanto, en la inseguridad sistémica del puesto de trabajo. En este punto hay toda una serie de análisis que hablan del secreto de por qué las compañías japonesas tuvieron los incremen­ tos de productividad que tuvieron. La idea es que en todo proceso de trabajo y en toda empresa está el conocimiento explícito y el conocimiento tácito. Conocimiento explícito es lo que se sabe, mientras que el conocimiento tácito es lo que el trabajador aprende en la práctica y en la experiencia de la empresa, que, generalmente, son cosas intangibles, pero es realmente el aceite que hace funcio­ nar todos los mecanismos de la empresa. En las empresas japonesas el trabajador revertía a la empresa este conocimiento tácito y lo convertía constantemente en conoci­ miento explícito, porque esa empresa era su empresa para toda la vida. En el momento en que se rompe la conexión trabajadorempresa, el trabajador pasa a tener una estrategia de construir lo que en Silicon Valley llamamos los portafolios individuales de co­ nocimientos de la empresa, es decir, acumula personalmente conocimientos para salir de esa empresa y vendérselos a otra em­ presa, en la cual vuelve a hacer el mismo tipo de maniobra. Esto ayuda a la difusión de la innovación, porque los más inno­ vadores van a otra empresa e innovan. Pero, al mismo tiempo, se individualiza esa innovación, en el sentido de que no hay una acu­ mulación interna en la organización, sino sólo en los individuos. Se da entonces una relación negativa entre incremento de la flexibili­ dad e incremento de la productividad: a mayor flexibilidad, más competitividad, pero menos productividad. El problema es que la competitividad sin productividad es una espiral a la baja, provo­ cando una competitividad por costos, en la que cada uno se hace más pobre, en lugar de ser una competitividad por productividad, en la que todo el mundo va hacia arriba.

3.5. La quinta crisis es la crisis ecológica , en el sentido de que, por un lado, hemos visto que hay un desarrollo del sistema productivo en todo el mundo, que incrementa la presión sobre los recursos naturales, pero, por otro lado, tan pronto como la situación econó­ mica empeora, la gran conciencia ecológica que hemos creado en estos últimos veinte años se desvanece como por encanto. Lo importante en los últimos años ha sido el logro de una conciencia ecológica en la que todo el mundo es más o menos verde. Cualquier político se tiene que pintar un poco de verde para ganar unas elecciones. El problema es que ese verde es tan superfi­ cial, que en cuanto la gente tiene miedo de que su modelo de consumo se ponga en peligro, cambia de la noche a la mañana. Un ejemplo lo tenemos en California, el Estado más ecológico del mundo a nivel de conciencia. En todos los indicadores de con­ ciencia ecológica California y Alemania están en el top. Pero de pronto se plantea la crisis de electricidad, como ocurrió reciente­ mente, por razones que no tienen nada que ver con la ecología, sino con el tipo de desregulación que se hizo, y rápidamente la opinión pública cambia y la gente está dispuesta a tener centrales nucleares si es necesario, a construir presas, a entrar en Alaska para obtener petróleo, etc. Es decir, una situación de crisis lleva inmediatamente a un modelo extensivo de producción, con el problema de que este sistema de producción, extendido a todo el planeta, somete a una extraordinaria presión a los recursos naturales ya extremadamente amenazados. 3.6. La sexta crisis es la socio-política. Esta nos recuerda que no hay modelo tecno-económico de organización que pueda hacerse sobre una base unidireccional de desarrollo, sobre un crecimiento sin discusión, esperando que la sociedad aguarde pacientemente a recibir los beneficios de la economía y la tecnología cuando le llegue el turno. Lo que ha ocurrido son, fundamentalmente, dos cosas. Por un lado, la ilusión de la ideología neoliberal de que un mundo tecnológicamente avanzado era un mundo en el que los mercados aseguraban el funcionamiento de la sociedad. Esta ilusión se ha desvanecido en buena parte por el movimiento antiglobalización. El movimiento antiglobalización es un movimiento muy variado, muy confuso, en el que hay toda clase de tendencias y, por tanto, no es en sí un movimiento, pero es como todos los grandes movi­ mientos sociales: no tiene propuestas conjuntas, pero sí muchas propuestas de diversos tipos y con muchos valores. Este movimien­

to tiene tres características nuevas fundamentales, que le hacen tener un gran impacto en las instituciones y en los valores de la sociedad. La primera característica es que es un movimiento organizado en red a nivel global, donde la gente actúa, pero conectando con lo local, donde la gente vive. Esta es la base organizativa del movi­ miento antiglobalización, lo cual hace muy difícil que lo puedan controlar y hace muy difícil también que el movimiento se pueda autodestruir. La mayor parte de movimientos sociales de los años sesenta y setenta, en los que yo era activo además de atento obser­ vador, se autodestruían cada vez que se reunían en asamblea gene­ ral, mientras que aquí, con debates en internet, si no estás de acuer­ do te pasas a otra red y no ocurre nada. Es decir, es un movimiento multiforme que nadie controla y que, por tanto, nadie puede des­ truir, y, al mismo tiempo, tampoco se puede autodestruir, aunque mantiene la relación y el debate continuo en todos estos temas. La segunda característica es la de ser un movimiento que utiliza el mismo tipo de política que funciona en la política institucional: la política mediática. Llega a la gente a través de acontecimientos mediáticos en los que aparece como una imagen invertida del mun­ do. Cada vez que los poderes del mundo concentran su presencia en un acontecimiento mediático, la otra cara de ese acontecimien­ to mediático es el movimiento antiglobalización. Simplemente, es como un espejo por el otro lado. Por último, estos movimientos se caracterizan por no tener programa común, pero sí una idea común, aunque esto la gente lo olvida a veces. La idea común a todos los segmentos del movi­ miento antiglobalización y que está golpeando en la conciencia de la gente es el eslogan original del movimiento de Seattle: «no a la globalización sin representación». Es decir, lo que se cuestiona es la representatividad de quienes deciden la estructura y la dinámica de la economía global sin debate, sin discusión, sobre la base de con­ sideraciones puramente técnicas y, por tanto, sin contar con lo que pasa a la gente a partir de esa economía. Teóricamente, la crítica es injusta, en términos estrictos, porque los que se reúnen en estas instituciones son gobiernos, en general, democráticamente elegi­ dos. Por tanto ¿dónde está la falta de representación? Entramos con esto en una crisis de legitimidad de las institucio­ nes políticas, algo que, de hecho, reflejan las encuestas, según las cuales dos terceras partes de los ciudadanos del mundo, incluyendo los europeos y los americanos, no piensan que sus gobiernos los representen. Entonces, lo que el movimiento antiglobalización es­

tá evidenciando es una crisis de confianza y de legitimidad de las instituciones políticas. El otro tipo de reacción, que no debemos considerar como integrante de la acción opositora del movimiento antiglobalización, analíticamente hablando, es la reacción de los excluidos contra los excluyentes. La exclusión de los excluyentes por los excluidos es el modelo simétrico a la exclusión de los excluidos por los excluyentes. Esto no es un juego de palabras, sino que es la causa de la violencia, porque en el momento en que se rompe la comunidad de humanidad, el otro es un ser ajeno, no es un humano, y, por tanto, lo puedo exterminar. Lo que estamos viviendo estos días es la expresión concreta del fanatismo, alimentado por la desesperación, reaccionando contra un mundo en el que no hay cabida para todos, y en el que no hay mecanismos de negociación, discusión y oposición. Una vez planteadas estas seis crisis específicas, entramos en los desafíos que plantean.

4. Los grandes desafíos El primero es la dependencia sistémica de mercados financieros vo­ látiles , en la medida en que esto es un rasgo estructural del nuevo sistema, y no algo pasajero. Por este motivo, rechazo la noción de burbuja, no porque no haya habido burbujas concretas en empresas concretas, sino porque la teoría de la burbuja se refiere a una nor­ malidad del mercado que creo superada. Por consiguiente, la capa­ cidad de sociedades, instituciones y empresas de atravesar esa vola­ tilidad, de pilotar a corto plazo esa volatilidad, implica una solidez de las instituciones, de las personas y de las empresas que les permi­ ta no romperse en las crisis y, por tanto, implica confianza. Si no hay confianza en qué se es y adonde se va, si todo depende de lo bien que nos va en términos de consumo y de valorización de mercado, entonces no hay posibilidad de resistir la volatilidad sisté­ mica. Esta sólo se resiste si sabemos qué somos, adonde vamos y dónde estamos. El segundo gran desafío es la exclusión social a escala planeta­ ria. Este es un tema controvertido, incluso estadísticamente, así que, para evitar una larga discusión empírica, remito al informe Desarrollo humano de 2001. Este informe, por primera vez, centra la base del desarrollo en la tecnología y en internet, pero, al mismo tiempo, muestra cómo, precisamente porque el desarrollo depende

de la tecnología, la ciencia y la tecnología es lo más desigualmente distribuido en el mundo. Y de la extraordinaria potencialidad de unos frente a otros en el desarrollo de la tecnología se sigue la consecuencia de que la exclusión social es mayor que nunca, por­ que mucha menos gente accede a lo que es la base del desarrollo. Es más, en términos estrictamente tecno-económicos, no es necesario un sesenta por ciento de la humanidad para que el otro cuarenta por ciento viva muy bien. Por tanto, el problema es la capacidad de distribución de ese instrumento tecnológico, aunque no sólo tecnológico. El tercer desafío es el desfase creciente entre el crecimiento de la

capacidad productiva en el planeta y el crecimiento, en paralelo, de mercados a escala mundial. Los cálculos muestran que no es posible seguir simplemente con lo que se llama economía de mercado, con la profundización del mercado en los países más ricos, y pensar que nuestra capacidad productiva puede alimentarse con esto. Vamos hacia crisis de sobreproducción hablando en esos términos. El cuarto desafío es la contradicción que he señalado antes

entre productividad del trabajo basado en la estabilidad y flexibili­ dad del trabajo basado en la movilidad y en la individualización de las relaciones laborales. Los dos elementos son necesarios, pero hay que ver cómo se casan. El quinto desafío son las crecientes crisis ecológicas , entre las que el calentamiento global es sólo una de ellas. Crisis más serias, a corto plazo, son las nuevas epidemias que están desarrollándose, la destrucción acelerada de los recursos marinos, la deforestación ra­ pidísima del planeta. También es una cuestión importante la difu­ sión de la agricultura genéticamente modificada y sin controles, porque mientras está sujeta a control en la Unión Europea no hay problema, pero países como China, India y Brasil están entusiasma­ dos con el tema. El sexto desafío es que en estos momentos no hay instrumentos políticos de gestión de la globalización y esto me parece particular­ mente grave. A nivel local nos controla lo global, pero los gobier­ nos no están superados por la globalización, sino que son sus agen­ tes, empíricamente hablando. La globalización no viene sólo con la tecnología o las empresas, sino que viene de la desregulación, liberalización y privatización, que ha sido una opción política y que, en muchos casos, puede encontrarse justificada. Pero no son los gobiernos quienes pueden controlar la globalización, porque son ellos, precisamente, los que la han impulsado. Yo creo que en estos momentos hay una situa­

ción en la que muchos quisieran invertir el proceso y guardar algu­ nas capacidades de control, pero es demasiado tarde. El aprendiz de brujo ha dejado al genio fuera de la botella y ahora es muy difícil que las instituciones políticas puedan controlar los procesos que ellos mismos han generado.

5. Un mejor negocio Para concluir, entraremos en los debates que estos desafíos han provocado. En relación con el último desafío al que hacía referen­ cia anteriormente, está habiendo en el mundo en estos momentos varios debates. Por ejemplo, el debate sobre la regulación de los mercados financieros. Este es un problema técnicamente difícil, tanto por la velocidad de las transacciones electrónicas, como por la complejidad de los mecanismos financieros, pero no es técnica­ mente imposible. Lo que lo hace imposible es que la economía, no americana, sino basada en Estados Unidos, en la que se incluye la europea, tiene una mayor ventaja competitiva. Es decir, la no regu­ lación financiera, hoy por hoy, favorece la inversión de capitales en Estados Unidos. Como de costumbre, quizá se planteen estos problemas si hay una crisis financiera más profunda ligada a la volatilidad de los mercados financieros globales. Pero, como siempre, se aplicarán medidas correctivas sólo si hay catástrofes considerables. La segunda gran discusión que se está planteando es la idea de lo que yo llamo desde hace algún tiempo un «keynesianismo inter­ nacional», basado en un Plan Marshall tecnológico norte-sur. Es decir, la idea de un enorme plan no burocrático, sino basado en proyectos, descentralizado, que transfiera recursos humanos, la ca­ pacidad humana de manejar tecnologías, y las propias tecnologías a grandes zonas del planeta. Esto se hace desde el punto de vista del interés de los países y de las empresas del norte, y de ahí el parale­ lismo con el Plan Marshall. No se trata de caridad, sino de entender que un planeta dinamizado y tecnológicamente desarrollado es mucho más rentable para las empresas del norte. Esto es lo que hemos estado planteando y es lo que en estos momentos se ha traducido en algunas iniciativas de Naciones Unidas sobre este tema. Otro debate que existe en estos momentos versa sobre la idea de un desarrollo sostenible, basado en la internalización de la ecología en las prácticas empresariales. Aquí hay una enorme can­

tidad de iniciativas en todo el mundo. Las empresas, en lugar de esperar a que haya regulaciones medioambientales, están interna­ lizando la práctica respetuosa con el medio ambiente en sus pro­ ductos, en sus insumos, en lo que hacen. Es cierto que esto es minoritario, pero es un debate que se está planteando en el mundo empresarial. Un cuarto debate es el desarrollo de plataformas de negocia­ ción del conflicto y de debate entre los globalizadores y los antiglobalizadores. En estos momentos Davos y Portoalegre están hablan­ do. ATTAC, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial están hablando. Se vuelve a verificar en la historia la idea de que en cuanto la sociedad se moviliza, los poderes económicos y políticos entienden que tienen que negociar y que tienen que discutir. En estos momentos se están creando plataformas de negociación y de conflicto del nuevo orden global. Otro debate abierto es la democratización de lo que yo he llamado Estado-red, es decir, de todo el conjunto de instituciones. En la Unión Europea, el Fondo Monetario Internacional, Naciones Unidas, etc., en estos momentos, el debate está planteado en estos términos. La Unión Europea se ha dado cuenta de que es una bu­ rocracia unánimemente detestada por la mayor parte de los ciuda­ danos europeos. Las encuestas de opinión muestran que la gente está por Europa, pero no por las instituciones de la Comisión Eu­ ropea y el sistema de instituciones que hemos creado en Europa. Se está observando el desarrollo de una nueva conciencia democrática en la que en todo el mundo se están imaginando formas de democracia participativa complementaria, nunca alternativa, a la democracia parlamentaria. Para concluir, teniendo en cuenta este contexto y esta serie de debates que responden a las crisis que se han generado en el nuevo mundo, parece claro que la responsabilidad social de la empresa no es simplemente una ideología, sino que es la capacidad de la misma de actuar sobre el mundo y, al mismo tiempo, de internali­ zar en su práctica los cambios que se están operando. En la em­ presa, las grandes cuestiones que se están planteando son, por ejemplo, cómo se invierte en formación de trabajadores, en la medida en que el trabajo es la fuente de productividad hoy más que nunca. Al decir que estamos en una sociedad o en una economía del conocimiento, decimos que éste forma parte de las mentes humanas. Por tanto, la idea de invertir en la capacidad del traba­ jador como elemento de productividad en la empresa parece fun­ damental.

Es necesario el establecimiento de relaciones que hagan de los trabajadores una fuerza integrada en el sistema de objetivos de la empresa. Otro tema muy importante es que la empresa se abra al nuevo tipo de democracia, a la modernización tecnológica de lo que son las relaciones laborales. Se debate en la empresa también la aplicación de la conciencia ecológica en el proceso de negocio, pasando por todo el proceso de producción. Este es un problema de conciencia, no de dificultad técnica. Y, en ese sentido, es una cuestión, en último término, ética. Por último, quisiera dejar claro que, en mi opinión, las empre­ sas no pueden arreglar todos los problemas del mundo. Las em­ presas son nuestros creadores de riqueza y no les podemos pedir que, además, gobiernen, resuelvan los problemas sociales, desarro­ llen los principios éticos, etc. Entre otras cosas, porque la gente se opondría. Sin embargo, sí que es cierto que las empresas están hoy en día más legitimadas que los gobiernos. La sociedad aprecia más la cultura empresarial, la legitimidad empresarial, que la de los gobiernos. Esto se puede apreciar en todas las encuestas del mundo, en las que aparece como ocupación menos prestigiosa la de los políticos y la política en general. Además, las empresas tienen el conocimiento y más recursos que muchas instituciones, y por eso surgen ideas como la del G lo­ bal Compact de Naciones Unidas, en la que son empresas las que dominan, utilizando tanto instituciones públicas como el conoci­ miento y la capacidad que tienen. También es cierto que se habla mucho de la corrupción de las instituciones políticas, pero si las empresas hicieran un pacto anti­ corrupción entre ellas mismas, no habría corrupción política, por­ que para que los corruptos sean corruptos alguien les tiene que pagar, y este alguien son las empresas. Por tanto, éstas, que siempre se quejan de lo corruptos que son los políticos, podrían moralizar la política simplemente poniéndose de acuerdo en no aceptar a los mafiosos políticos en el mundo empresarial. Un mundo en el que se considera a las empresas, en cierto modo, como una reserva de eficacia y de creación en la sociedad. Por tanto, yo diría que la responsabilidad social de las empresas es, a la vez, un mejor negocio y crea un mundo mejor.

ECONOMÍA ÉTICA EN LA ERA DE LA INFORMACIÓN*

J e s ú s C o ni 11

1. Conformación del horizonte contemporáneo de la economía A pesar de que en sus orígenes antiguos (Aristóteles) y moder­ nos (Smith) la economía está intrínsecamente ligada a la ética sociopolítica, y aunque en el surgimiento de la economía moderna la ética juega un papel decisivo (como se ha destacado desde diversas perspectivas)1, el proceso moderno de racionalización, desmitificación y «desencantamiento» ha afectado también al modo de con­ cebir y practicar la actividad económica. A medida que avanzó el proceso efectivo de racionalización moderna, fue predominando el lado positivista y técnico de la economía, perdiéndose de vista el sentido ético, hasta tal punto que se ha generalizado la convicción

* Este trabajo forma parte del Proyecto de Investigación sobre éticas aplicadas B F F 2 0 0 1 -3 1 8 5 -C 0 2 -0 1 , financiado por el Ministerio de Ciencia y Tecnología y los fondos FEDER. 1. M. Weber, La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Península, Barce­ lona, 1 9 7 5 ; W . Sombart, El burgués, Alianza, Madrid, 1 9 7 2 ; R. H. Tawney, Religión and the Rise o f Capitalism, J. Murray, London, 1 9 2 6 ; H. H. Robertson, Aspects on the Rise o fE conom ic Individualism: A Criticism o fM ax Weber and his School, CUP, Cam­ bridge, 1933 (A. M . Kelly, Clifton, 1 9 7 3 ); E. Troeltsch, Die Soziallehren der christlichen Kirchen, M ohr, Tübingen, 1 9 2 3 ; M. Grice-Hutchinson, Ensayos sobre el pensa­ miento económico en España, Alianza, Madrid, 1 9 9 5 ; A. Chafuen, Economía y ética, Rialp, Madrid, 1 9 9 1 ; R. Term es, Antropología del capitalismo, Plaza y Janés, Barcelo­ na, 1 9 9 2 ; A. Cortina, J. Conill, A. Domingo y D. García-Marzá, Ética de la empresa. Claves para una nueva cultura empresarial, Trotta, Madrid, 52 0 0 0 ; F. Fukuyama, La confianza, Ediciones B, Barcelona, 1998.

de que la racionalidad económica, convertida para muchos en el modelo de racionalidad moderna —junto a la tecnológica— , exclu­ ye de por sí todo planteamiento ético. De tal manera que se ha establecido una escisión entre lo ético y lo técnico en la economía, que constituye un problema social, al que todavía no hemos sabido (o querido) dar una solución, ni en la teoría ni en la práctica. Hoy en día, el punto de partida todavía predominante sigue siendo el de la separación tajante entre economía y ética, ya que es ésta la posición que se considera auténticamente moderna. Pero justamente es de esto de lo que se trata, de saber si el desarrollo actual del informacionalismo y la globalización contribuyen a resca­ tar la entraña ética de la economía o si todavía nos alejan más de un posible nuevo paradigma organizativo donde el componente ético sea inexcusable. ¿Necesita el imperante capitalismo informacional y globalizador incorporar una base ética? ¿Cuenta con ella?2.

2.

kHorizonte ético de la economía u horizonte económico de la ética f

La creciente tendencia a la economización de todos los ámbitos de la vida ha instaurado la figura del homo oeconomicus : el ser huma­ no como agente económico interpreta la realidad bajo la perspecti­ va de «coste-beneficio». Parte del hecho de que los recursos son escasos y tiende a satisfacer sus preferencias intentando maximizar el beneficio mediante las estrategias más eficaces. Y éste es el enfo­ que que se ha ido generalizando en la vida pública y privada. El pensamiento económico se ha ido haciendo cada vez más influyen­ te en nuestra vida moderna, hasta transformar el modo de pensar y de analizar las cosas, de modo que se ha impuesto el «individualis­ mo metodológico» y una procedimentalización económica cada vez más abstractiva. A lo largo de este proceso se ha producido una creciente absor­ ción de fenómenos en principio no estrictamente económicos (node-mercado) por parte de la racionalidad económica. Se trata de una perspectiva analítica económica, un «enfoque», aplicable a cual­ quier campo del comportamiento humano3, pues toda acción y 2. Vid. y por ejemplo, M. Castells, La era de la información, Alianza, Madrid, 1 9 9 7 , vol. I, y J. Rifkin, La era del acceso, Paidós, Barcelona, 2 0 0 0 . 3. Es la aportación, especialmente, de G. S. Becker, The Econom ic Approach to H um an Behavior, University o f Chicago Press, Chicago, 1976.

omisión (en el ámbito que sea) puede considerarse desde la pers­ pectiva de los costes de oportunidad, del análisis coste-beneficio, etc. La economía proporciona entonces una teoría general de la racionalidad y del análisis del comportamiento humano. La analíti­ ca económica se convierte en el marco de inteligibilidad para expli­ car no sólo los factores económicos sino también los tradicional­ mente no-económicos del comportamiento humano. Se trata de un imperialismo económ ico , por cuanto de la autonomía de la econo­ mía se ha pasado a su primacía en todos los órdenes de la vida humana. Y, por tanto, desde esta nueva concepción englobante de la racionalidad económica se ha intentado ofrecer incluso una teo­ ría económica de la moral. Con lo cual, más que de un horizonte ético de la economía habría que hablar de un horizonte económico de la ética. Pero el hecho de que tanto en sus orígenes antiguos como mo­ dernos la economía haya tenido una vinculación intrínseca con el enfoque ético vale al menos como síntoma de algo que los actuales desarrollos de la propia racionalidad económica acreditan de nue­ vo, ya que éstos reclaman cada vez más el componente ético desde los nuevos problemas del desarrollo de la economía actual (por ejemplo, la internacionalización y globalización) y desde los nuevos planteamientos de la teoría económica.

3. Algunas posiciones en contra del horizonte ético de la economía Además del enfoque economicista (positivista y econométrico) hegemónico, el «positivismo oficial de la economía», también otras teorías actuales, como la teoría de sistemas de Luhmann4, entien­ den que la ética (en nuestro caso, la ética económica) ya no puede servir para nada en nuestra sociedad actual; porque resulta irrele­ vante para los procesos comunicativos que se establecen en los sistemas funcionales. Según Luhmann, la presunta ética de la eco­ nomía en realidad no existe; y lo que él se pregunta es si la ética es la forma teórica con la que se puede hacer frente adecuadamente a la situación de la sociedad actual. Luhmann confía más en la propia economía que en la ética. Porque los éticos se escapan de los pro­ blemas reales y se recluyen en el mundo del deber. Además, los problemas estructurales y sistémicos ya no pueden ser resueltos

4.

N. Luhmann, Soziale Systeme, Suhrkamp, Frankfurt a. M ., 1984.

desde el enfoque de la teoría ética; porque la complejidad de la realidad social exige rebasar el orden del comportamiento indivi­ dual — al que, a su parecer, está exclusivamente dirigida la ética— y sus conceptos tradicionales de «sujeto» y «acción». Esto es lo que ya ha ocurrido en la teoría de las organizaciones económicas, pues en el nivel organizacional y sistémico no existe ética alguna que sea realmente operativa, según Luhmann. Así, pues, la moral habría perdido la función ordenadora en la sociedad moderna y contem­ poránea; por consiguiente, no es acertado confiar en la ética para resolver los problemas que la sociedad actual plantea. Desde otra perspectiva diferente, Homann, Pies y Suchanek propugnan una teoría económ ica de la moral frente a una ética (aplicada) de la economía5. Porque no hay una ética englobante (predominante), capaz de fundamentar racionalmente normas morales umver­ salmente vinculantes, de ahí que pongan en cuestión las pretensio­ nes del cognitivismo ético (de Kant, Rawls, Apel y Habermas) y se pregunten si se puede seguir manteniendo una fundamentación de la moral a partir de un concepto fuerte de «razón», o si, más bien, no tendría más éxito el intento de una fundamentación de la vincu­ lación moral a partir de los «intereses». Esta crítica de la ética económica como ética aplicada desembo­ ca en la propuesta de una teoría económica de la moral. La econo­ mía no estaría subordinada a la ética, sino que podría contribuir en igualdad de condiciones a la resolución de los mismos problemas, aunque desde diferentes puntos de vista. La economía estudia en situaciones de escasez las diversas alternativas ponderando los «cos­ tes de oportunidad». Este análisis económico de las consecuencias y de los costos de oportunidad constituye un nuevo enfoque que tiene la pretensión de contribuir eficazmente a la fundamentación de las normas morales. Recursos y costes son los dos puntos de referencia para el análisis económico con relevancia para la evalua­ ción ética. Entre las ventajas — pero a la vez los inconvenientes— de esta ética económica como teoría económica de la moral se encuentra el

5. Por consiguiente, nos encontraríamos en un horizonte económico de la ética, en vez de en un horizonte ético de la economía. Ésta es la cuestión básica. Vid. K. Homman e I. Pies, «Wirtschaftsethik in der Moderne. Zur ókonomischen Theorie der M oral»: Ethik und Sozialwissenschaften 5 (1994), pp. 3 -1 2 ; K. Homman y A. Sucha­ nek, «Wirtschaftsethik - angewandte Ethik oder Beirag zur Grundlagendiskussion?», en B. Biervert y M . Held (eds.), Ókonomische Theorie und Ethik, Campus, Frankfurt a. M ., 1 9 8 7 , pp. 1 0 1 -1 2 1 .

hecho de que no puede entenderse más que como «ética en términos de imperativos hipotéticos», siempre supeditados a los «costes de oportunidad»; con lo cual desaparece del horizonte tanto el presu­ puesto de una ética normativa en sentido estricto como el punto de vista kantiano (en la versión que sea) de la incondicionalidad moral. En definitiva, no queda resuelto satisfactoriamente el problema de la relaciones entre la normatividad moral y la consideración de las consecuencias (entre lo necesario y lo contingente en ética). ¿Se renuncia, pues, a una posible «ética global»? ¿Se sustituye el horizonte ético, que queda absorbido por el económico? ¿No sería mejor practicar la fusión de horizontes en un nuevo marco como el de la hermenéutica crítica y la ética de la responsabilidad? A mi juicio, no habría que perder de vista la aportación apeliana entre la parte de fundamentación A de la ética (una ética puramente deontológica) y la parte de fundamentación B, que constituiría una au­ téntica ética de la responsabilidad. Aunque habría que precisar que esta orientación no tendría que entenderse al estilo de la casuística tradicional (de carácter deductivo), pero tampoco seguir sin más el enfoque opuesto (el inductivo de la llamada casuística 2), sino que hay que elaborar un marco hermenéutico crítico para la ética de la responsabilidad6.

4. Economía ética en la era de la economía informacional y global Un proyecto de economía ética ha de combinar dos niveles de reflexión: a) a partir de los procesos tal como se están produciendo efectivamente; y b) a partir de la reflexión teórica , tanto en la teoría económica como en la teoría ética (ética económica). Pues la reali­ dad se constituye a través de las realizaciones y de sus conceptuaciones: dándole la vuelta a Hegel — «la idea es el concepto adecua­ do y su realización»— , podríamos decir que lo auténticamente real no es la pura facticidad, sino sus potencialidades e idealizaciones, incluyendo sus «creenciaciones» y figuraciones. 4.1. Desde los procesos informacionales y de globalización Ante los nuevos procesos informacionales y de globalización (entre los que cabe destacar principamente los económicos y los tecnoló­ gicos) se están produciendo tres tipos de reacción: la catastrofista, 6.

Vid. A. Cortina, Ética aplicada y democracia radical, Tecnos, Madrid, 1993.

la oportunista y la ética . Ésta consiste en percatarse de las nuevas posibilidades y oportunidades que se ofrecen realmente a las perso­ nas, y en tratar de orientar todos esos procesos con un enfoque responsable y humanizador. Intenta hacer posible una globalización ética , que incorpore el sentido ético de la economía, extendiendo los valores básicos de las personas y sus interrelaciones, la libertad y la justicia7. ¿Pero es posible hablar de libertad y justicia en los procesos eco­ nómicos que se han puesto en marcha en la era de la información y globalización? ¿O los procesos que desencadena son intrínsecamente malos? «¿Es ética la globalización?» (se pregunta en ocasiones). A mi juicio, una contribución básica del enfoque ético lo constituye ya el capacitarse mentalmente para abrirse a un horizonte vital más am­ plio, es decir: superar el planteamiento parmenideo (que sólo distin­ gue entre «ser» y «no-ser») y adoptar una actitud algo más aristotéli­ ca aplicando categorías más dinámicas como la de «poder ser»: ipuede ser ética la globalización?, ¿puede ser de otra manera (a como está siendo, si tal como va no resulta aceptable)?, ¿se pueden re­ orientar y mejorar los procesos de que se compone? Conscientes en principio de este horizonte de posibilidades, hay que analizar los núcleos más importantes del informacionalismo y de la globalización, y ver si es realmente posible intervenir para reorientar tales procesos. Por ejemplo, si el informacionalismo no viene a sustituir al capi­ talismo sino que lo que aparece es un nuevo agente de la competen­ cia y del desarrollo, cual es la empresa red como unidad básica de la organización económica, hay que ver cuáles son las consecuencias sociales de tal innovación. Porque si cambia el carácter de la unidad básica, ya que ahora no se trata — al parecer— de un sujeto, sino de la «red» como tal, entonces el modo de vida que contribuye a gene­ rar se mantiene más allá de los códigos culturales tradicionales, in­ cluidos los que ha ido generando la economía moderna hasta ahora, favoreciendo una cierta desestructuración o, en términos de Castells8, una «cultura virtual». ¿Se puede mantener realmente un ritmo tan vertiginoso como permite la infraestructura informacional de «destrucción creativa», sin producir una erosión de las bases de con­

7. Vid. G. Izquierdo, Entre el fragor y el desconcierto. Economía, ética y empresa en la era de la globalización, Minerva, Madrid, 2 0 0 0 ; J. Conill, «Aspectos éticos de la globalización. Justicia, solidaridad y esperanza frente a la globalización»: D ocum enta­ ción Social 125 (2 0 0 2 ), pp. 2 2 5 -2 4 2 . 8. Vid. M . Castells, op. cit., pp. 2 2 6 -2 2 7 .

fianza y del «capital social» necesario, incluso para seguir operando en la red? ¿Es el espíritu del informacionalismo, así presentado, autodestructivo del nivel institucional de la empresa? Por otra parte, si uno de los aspectos más característicos de los procesos globalizadores proviene de la financiarización de las eco­ nomías, habrá que ver si ésta promueve realmente de modo primor­ dial los valores morales que decimos defender (por ejemplo, la liber­ tad y la justicia), o si sólo favorece otros objetivos en detrimento de tales valores (básicos para la convivencia humana de calidad). Por ejemplo, si fomenta el «cortoplacismo» en las inversiones de capital y esto tiene «efectos patológicos», porque deforma las economías, produce inestabilidad, incertidumbre, concentración de poder, cre­ ciente vulnerabilidad (especialmente en los más débiles), desigualda­ des injustas, pobreza y exclusión (empezando por desatender al de­ sarrollo humano)9. En este contexto son muy significativas las propuestas de algunas tasas (como la tasa Tobin10), que sirvieran para controlar los flujos de capitales e incluso para recaudar fondos — dada la enorme cantidad de capital que se mueve en los mercados financieros internacionales a corto plazo— que podrían destinarse a paliar los efectos patológicos de la misma globalización y a invertir en desarrollo humano de los menos favorecidos. Otro ejemplo: si se está produciendo una homogeneización de la cultura , que viene impuesta por una manera de llevar adelante la globalización. Me refiero a la mercantilización de la existencia y la creciente erosión del pluralismo, que provoca una unidimensionalización del ser humano (un empobrecimiento de su forma de vida)11. Ante estos y otros posibles ejemplos hay muchos que se pregun­ tan si no se trata de un conjunto de procesos autonomizados, que se imponen necesariamente a la vida real de las personas y en los que no se puede intervenir para nada12.

9. Vid. D. Goulet, «What is a just economy in a globalized world»: International Journal o f Social Economics 2 9 /1 -2 (2002), pp. 10-2 5 ; G. Enderle (ed.), Internatio­ nal Business Ethics, University of Notre Dame Press, N otre Dame, 1999. 10. Vid., por ejemplo, M. U1 Haq, I. Kaul e I. Grunberg, The Tobin Tax. Coping with Financial Volatility, OUP, Oxford, 1996. 11. Por ejemplo, para lo concerniente al consumo, vid. A. Cortina, Por una ética del consumo, Taurus, Madrid, 2 0 0 2 . 12. Vid. G. Mazzocchi y A. Villani (eds.), Dibattito sulla Globalizzazione, Franco Angelí, Milano, 2 0 0 2 ; D. A. Krueger, «Can We Have Global Ethics in a Global Eco­ nomy?»: International Journal ofValue-Based Management 7 (1 994), pp. 13-24.

No obstante, de lo que hay que percatarse es de si no son ya esos procesos fruto de un haz de decisiones y de acuerdos políticos internacionales; si no se pueden ir tomando otras decisiones en otra dirección, tras considerar las consecuencias que producen a la luz de los principios y valores que se dice que rigen el sentido de la vida en las culturas humanas actualmente prevalentes en el mundo. Pues no es una «economía» abstracta la que se impone a una «política» abstracta (como antes se hablaba del «sistema»), sino que son los procesos de decisión institucional y colectiva los que están siendo responsables del poder que ejercen y, por tanto, no hacen ningún favor a la causa de la mejora de los procesos informaciona­ les y globalizadores con sentido ético los que se remiten a un fantas­ ma, sino que sería mucho mejor detectar puntos neurálgicos y pro­ poner alternativas viables, mostrando que la mejora depende de la voluntad político-económica de los que dicen ser nuestros repre­ sentantes (nacionales e internacionales). En definitiva, no eximir — ni evadirse— de las correspondientes responsabilidades en cada nivel de la vida personal e institucional. 4.1.1. ¿Etica moderna o postmoderna en la era de la información y la globalización? Cuando se plantea la orientación ética en la era de la informa­ ción y la globalización, el primer problema que surge es si se trata de una ética de carácter moderno o postmoderno. Porque la extensión de los procesos modernizadores y postmodernizadores se está produciendo al unísono a través del informacionalismo y la globalización, se está entremezclando. De ahí que sea necesario reflexionar sobre el carácter de los valores que están incrustados o pueden favorecerse, así como sobre las consecuen­ cias. Hay que reflexionar sobre el modo de vida que propicia toda esta transformación económica mundial. Si favorece la libertad real para todos o no. Si favorece la justicia o si genera más desigual­ dades injustas. Si contribuye a crear un clima solidario (a través de un verdadero cosmopolitismo arraigado)13 o si propicia la guerra económica y la «jungla global», y ni siquiera sigue alentando — sino

13.

2001 .

Vid. A. Cortina, Alianza y contrato. Política, ética y religión, Trotta, Madrid,

más bien reduciendo— las ayudas a la cooperación internacional al desarrollo, por ejemplo14. Si la economía moderna sólo tiene sentido en la medida en que favorece la libertad y su universalización (la universalización de la libertad y la justicia), habrá que escrutar si los procesos globalizadores cumplen este propósito o esta condición de sentido de las insti­ tuciones económicas modernas. Pero — claro está— hay que poner de relieve los fines y bienes internos, las condiciones constituyentes de la economía moderna, para poder evaluar. De lo contario, se está aceptando de modo acrítico el peso de unos factores que están configurando el escena­ rio de la realidad actual, convirtiéndolos en un imperativo econó­ mico y cultural. ¿Un destino? ¿Destino del ser, de la técnica y de la economía? Hay que dilucidar con qué actitud se va a enfrentar el asunto, porque en ocasiones se presenta una ética de carácter post­ moderno, débil, conformista y conformada. Pero eso es ya una opción, que podrá ser razonable o no, pero hay que explicitarla y debatirla en el horizonte de la reflexión ética. Algunos influyentes estudiosos y expertos de los fenómenos de la información y globalización que estamos viviendo, por ejemplo, Castells15 y Rifkin, no aplican una fuerte ética moderna de la liber­ tad con justicia y de la responsabilidad solidaria, sino que se mue­ ven más bien en una penumbra de carácter postmoderno. Cuando Castells se pregunta por «la base ética del informacionalismo», re­ mite a una «cultura de lo efímero» en cada decisión estratégica, donde lo relevante son los «intereses» y no los «derechos» y las «obligaciones»: «una cultura multifacética y virtual». Y Rifkin, por su parte, se sitúa en una actitud de esteticismo pragmatista. Pero hay que preguntarse 1) si es una buena explicitación de los presupuestos de la economía informacional y global y 2) si un clima cultural postmoderno es capaz de ofrecer una propuesta suficiente­ mente fuerte y adecuada para evaluar los fenómenos que acontecen y, en su caso, reorientar los procesos que se han puesto en marcha. A mi juicio, hay un déficit ético en los análisis y en las propuestas, 14. Vid. J. Conill, «Guerra económica y comunidad internacional»: Sistema 149 (1 9 9 9 ), pp. 9 9 -1 1 0 . 15. Al menos, así lo parece en su obra magna más difundida hasta ahora (La era de la información) y en algunas entrevistas concedidas a los medios de comunicación. No obstante, es reconfortante observar un cambio de tono y una estrategia intelectual más potente en favor del enfoque ético en la contribución de Castells que se incluye en este mismo volumen. Si esto supone un cierto viraje en su pensamiento, sería de agradecer que lo incorporara a su construcción teórica.

de ahí que — si queremos favorecer un horizonte ético de la econo­ mía contemporánea— haya que intensificar el estudio de los ingre­ dientes éticos necesarios para mejorar nuestra vida y nuestra convi­ vencia a través del desarrollo económico. Hace falta teoría económica con sentido ético y ética económica adecuada al nivel de desarrollo técnico de la economía actual, a fin de articular una nueva economía ética apropiada para nuestra era. Y tampoco son ya suficientes ni adecuadas las propuestas utili­ taristas, ni siquiera la posición ambigua que ocupa la «retórica de la economía»16, por sugerente que resulte, dado que ciertamente está en contra del economicismo reinante, pero desde una posición her­ menéutica que sólo resalta el aspecto histórico y retórico del pre­ sunto conocimiento científico de la economía estándar. En ese sen­ tido cabría incluir esta posición dentro de un modo peculiar de entender el horizonte ético de la economía, cuya peculiaridad con­ sistiría en aportar una ética más ligada a la vertiente retórica de lo que podría considerarse una «ética lingüística». 4.1.2. Relación entre economía y política en una economía ética El propio Castells reconoce la vinculación entre la economía y la política en la fase actual de desarrollo. Hay una integración com­ pleja entre política y economía, dado que la economía global e informacional es «una economía altamente politizada». El aumento de la competencia de mercado a escala global tiene lugar «en con­ diciones de comercio gestionado»17. De tal manera que la innova­ ción empresarial está combinada con estrategias de gobierno. La nueva economía, basada en la reestructuración socioeconómica y la revolución tecnológica, será configurada según procesos políticos conducidos por el Estado. Surge así un nuevo papel económico de los Estados en la era de la desregulación. Cuando algunos sólo hablan del debilitamiento del Estado o de su desaparición, hay que reflexionar más a fondo sobre su nuevo papel y sus nuevas funciones, su modo de transformarse en una institución eficiente y adecuada al actual desarrollo de la socie­ dad mundial. Porque lo crucial de la sociedad informacional es la integración compleja entre las instituciones políticas (con bases his­ tóricas) y los agentes económicos (cada vez más globalizados)18. 16. 17. 18.

D. N. MacCloskey, La retórica de la economía, Alianza, Madrid, 1990. M . Castells, La era de la información, cit., vol. I, p. 117. Ibid., p. 128.

También Vicen^ Navarro19 ha defendido que no hay razón al­ guna para aceptar el determinismo económico (financiero), porque los mercados financieros no son tan omnipotentes ni autónomos como pueda parecer, sino que están mediatizados por instituciones y decisiones políticas, y la especulación y la inestabilidad resultantes están dañando la capacidad productiva y provocando el enlentecimiento del desarrollo económico y social. Por tanto, no son situa­ ciones económicas inevitables las que fuerzan a un camino único, sino decisiones políticas, que responden a relaciones de poder , de ahí el carácter político del fenómeno económico. Aunque no hace falta llegar a afirmar que lo político es lo determinante, lo decisivo es elegir qué intervención se prefiere y con qué criterios, y por consiguiente reconocer que existen alternativas (los países del Su­ reste asiático han puesto en marcha políticas intervencionistas con una visión a largo plazo diferentes a las de Latinoamérica). La clave, pues, está en el espacio político, en las relaciones de poder en cada país, entre los países y entre los ámbitos económicos, es decir, de la voluntad política de regular o no, de qué se regula y cómo, y en las prioridades, y si es posible llegar a algún acuerdo mundial en este espacio de poder. En suma, llegar a la Bastilla político-económica. Es decisivo descubrir el valor de lo político y su poder para cambiar el rumbo de la acción colectiva frente al nuevo determi­ nismo que sugiere cierto modo de entender la «nueva economía», sencillamente porque hay otras alternativas realmente posibles20. De ahí que, a mi juicio, quede cada día más patente: a) la necesidad de una sinergia institucional en un medio y en unos tiempos acos­ tumbrados al conflicto, y, además, b ) hay que descubrir las conni­ vencias entre el poder económico y el político, pues en el desarrollo financiero e informacional de la economía ambos están estrecha­ mente ligados. Por tanto, se requiere una ética de las instituciones político-económicas modernas acorde con el desarrollo funcional contemporáneo a través de la información y la globalización (por ejemplo, del Estado y de las instituciones internacionales).

19. «¿Es la globalización económica y la tecnologización del trabajo la causa del paro? La importancia de lo político»: Sistema 139 (1997), pp. 5 -3 2 ; «¿Existe una “Nue­ va Economía” ?»: Sistema 159 (2 0 0 0 ), pp. 29-5 1 . 2 0. También en este sentido es revelador y — si hubiera voluntad política— esperanzador el libro de Joseph Stiglitz El malestar en la globalización, Taurus, Madrid,

2002.

4.2. Desde la teoría económica 4.2.1. ¿Cambio de rumbo? En los últimos tiempos asistimos a una revisión crítica de la teoría económica desde diversos frentes y a nuevas propuestas, más allá de la economía convencional21. Hay un cierto reconocimiento de la actual crisis de la economía, a pesar de su enorme apogeo, de la necesidad de repensarla desde sus conceptos fundamentales y no conformarse con cualesquiera de sus formas de funcionamiento. Hay quienes insisten en que la economía no es una ciencia física, al estilo de la primera modernidad y, por tanto, mecanicista, sino una ciencia social e histórica, es decir, una ciencia humana. Algunos incluso ponen el dedo en la llaga al decir que no es una ciencia predictiva en sentido estricto, sino reconstructiva e indicati­ va22. De ahí que sea necesario reflexionar sobre los presupuestos sobre los que opera en cada una de sus formulaciones. Hay propuestas de todo tipo. Algunas plantean de nuevo un cambio de sistema económico, aunque hoy en día sean las menos, una vez que incluso los socialistas democráticos (al menos) han abandonado la idea de cambiar de sistema económico. Otros pro­ pugnan un cambio de paradigma o de enfoque en la economía, dado que consideran o bien que la economía convencional ha fra­ casado (porque, a pesar de seguir manteniendo una posición de poder, sin embargo, no sirve para resolver los problemas que el mundo tiene planteados), o bien que se ha empobrecido, por haber perdido su sentido originario de «economía política» y por haberse separado y desvinculado de la ética.

2 1 . Vid. A. Hirschmann, R. Heilbroner y W . Milberg {La crisis de visión del pen­ samiento económ ico, Paidós, Barcelona, 1998), P. Ormerod (P oruña nueva economía, Anagrama, Barcelona, 1995 [no debe pasar desapercibido que su título original es «La muerte de la economía»]), L. Thurow {El futuro del capitalismo, Ariel, Barcelona, 19 9 6 ), G. Soros {La crisis del capitalismo global, Temas de Debate, Madrid, 1999), D. Schweickart {Más allá del capitalismo, Sal Terrae, Santander, 1997), L. Razzeto (Los caminos de la economía de solidaridad, Vivarium, Chile, 1993), y, entre nosotros, G. Izquierdo {Entre el fragor y el desconcierto, Minerva, Madrid, 2 0 0 0 ), L. de Sebastián {La solidaridad, Ariel, Barcelona, 1996), R. Velasco (Los economistas en su laberinto, Taurus, Madrid, 1 9 9 6 ), J. Estefanía {Aquí no puede ocurrir. E l nuevo espíritu del capi­ talismo, Taurus, Madrid, 2 0 0 0 ). 22 . En realidad, no se pueden confundir las «leyes» estadísticas con las leyes cau­ sales.

Un muy significativo ejemplo en este último sentido es el de Amartya Sen23. Sen ha ido elaborando desde 1979 un nuevo enfo­ que económico que tiene un trasfondo ético más allá del utilita­ rismo (de cualquiera de sus formas), dando un paso decisivo, ya que ha sido la ética utilitarista la que más ha acompañado a la teoría económica en los últimos tiempos. Sen constituye, a mi juicio, un buen ejemplo de una auténtica «economía ética», porque promueve actualmente ir más allá incluso de la clásica «economía política» (que, por cierto, también era ya economía político-ética) y, por tanto, constituye un síntoma de que puede que se esté abriendo realmente un nuevo horizonte ético para la economía. Es decir, que cabe esperar, si se hace el esfuerzo necesario, un cambio en el enfoque económico del futuro. Otro buen ejemplo (que algunos relacionan asimismo con la influencia de lo que está significando A. Sen) son los «Informes sobre el desarrollo humano» del PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo) de los últimos diez años, en los que tanto el enfoque fundamental como los indicadores de la pobreza son cualitativamente muy diferentes a los de la economía conven­ cional24. La cuestión básica del nuevo enfoque de Sen es hacernos cons­ cientes de que cuando preguntamos por la riqueza y por la prospe­ ridad (y por la pobreza, que es la otra cara de la moneda, aunque cuesta más darse cuenta), no basta con preguntarse por el dinero (o por el PIB per cápita), sino también por otros determinantes, por otros factores vitales y, por tanto, necesitamos contar con otras fuentes de información, por ejemplo, sobre la calidad de vida y sobre qué capacidad se tiene de conducir la propia vida. Por tanto, hay que tener información sobre la seguridad, las expectativas de vida, la salud, los servicios médicos, la educación, el trabajo, las libertades, las relaciones familiares, etc. 23. Vid. muy especialmente Sobre ética y economía, Alianza, Madrid, 1989 [orig. 1 9 8 7 ]; Nuevo examen de la desigualdad, Alianza, Madrid, 1995 [orig. 199 2 ]; Bienes­ tar, justicia y mercado, Paidós, Barcelona, 1997 [orig. 1985, 1990 y 1 9 9 5 ]; Desarrollo como libertad, Planeta, Barcelona, 2 0 0 0 [orig. 2 000]. 24. Vid., por ejemplo, en el Informe sobre Desarrollo humano 2 0 0 0 , el capítulo 2 («Las luchas por las libertades humanas») o el uso de los nuevos «Indicadores del desa­ rrollo humano». Un precedente ya clásico de estos indicadores se encuentra en la ver­ sión existencial de la ética del desarrollo que tanta atención presta a los agentes concre­ tos, propia del enfoque aportado desde los años sesenta por Denis Goulet (.Ética del desarrollo, IEPALA-Estela, Barcelona, 1965, y IEPALA, Madrid, 1 9 9 9 ; Desarrollo eco­ nómico, desarrollo humano, écómo medirlos?, Fundación F. Ebert, Lima, 1996).

Se requiere información sobre «lo que las personas pueden ha­ cer y ser». Sin duda es más difícil, más complejo, medir y evaluar estas dimensiones, pero es necesario si se quiere «saber cómo le va a la gente» su vida en las diversas partes del mundo. De ahí la necesidad de contar con nuevos «indicadores» en los que se pueda confiar para medir la calidad de vida. Porque ya no es suficiente ni conveniente seguir por más tiempo con un enfoque utilitarista, sino que se trata de buscar innovadoramente otro instrumental para atender a las diversas clases de actividades que hacen floreciente una vida humana. Este es el propósito del «enfoque de las capacidades» de Amartya Sen, una de cuyas pretensiones consiste en «encontrar criterios adecuados para valorar la calidad de vida»25. No obstante, la base más significativa de este novedoso enfoque (aun cuando está dentro de las tradiciones más relevantes de la economía y la ética)26 lo constituye, a mi juicio, «la perspectiva de la libertad», con la que reintroduce en la teoría económica un ineludible trasfondo ético, de ahí que quepa denominarla «economía ética». Libertad y calidad de vida 27 serían dos ingredientes del nuevo enfoque económicoético de Sen, que desde el valor incondicionado de la libertad — el nivel eleuteronómico en términos kantianos— está abierto a la pro­ funda riqueza y variedad de la vida humana, como muestra el si­ guiente texto expresivo de su planteamiento de «economía ética»: Sobre todo, se requiere saber la forma en que la sociedad de que se trata permite a las personas imaginar, maravillarse, sentir em ocio­ nes com o el amor y la gratitud, que presuponen que la vida es más que un conjunto de relaciones com erciales, y que el ser humano [...] es un «misterio insondable», que no puede expresarse com ple­ tamente en una «forma tabular»28.

2 5 . M . C. Nussbaum y A. Sen (comps.), La calidad de vida, FC E, M éxico, 1 9 96, p. 17. 2 6 . Dentro de la economía, la economía clásica y la economía del bienestar; y dentro de la filosofía moral, Aristóteles, A. Smith, M arx, Rawls y, a mi juicio (aun cuando no de un modo reflexivo por su parte), también — y quizá de modo primor­ dial— la filosofía moral de Kant. Vid. J. Conill, «Bases éticas del enfoque de las capaci­ dades de Amartya Sen»: Sistema 171 (2002), pp. 4 7 -6 3 . 27 . N o hay que confundir wellfare y well-being, es decir, bienestar y bien-ser, este último es el que se aleja de la concepción utilitarista del bienestar y se relaciona más con la condición de la persona (es el bienestar ampliamente definido, con el que se hace referencia a otros aspectos como la capacidad, las oportunidades, las ventajas, de ahí que se use también el término «calidad de vida»). 28 . M . C. Nussbaum y A. Sen (comps.), La calidad de vida, cit., p. 16.

4.2.2. Innovación epistemológica y social de la ética en relación con la economía: sinergia epistemológica y socio-institucional La economía se desarrolló primero unidireccionalmente en el sen­ tido de la autonomización, pero este impulso epistemológico le ha llevado a caer en la unidimensionalidad y, al intentar llevar el pen­ samiento a la realidad, en reduccionismos. Como en el caso de otras ciencias duras o blandas, la economía necesita una reconversión de sus energías, ya que no puede seguir caminando con éxito apoyándose en sucesivas falacias abstractivas. Igual que, por ejemplo, la bioquímica es una incorporación integral (de sinergia epistemológica)29 de diversas ciencias, que primero quisieron avanzar (y avanzaron) en solitario, la economía debe re­ conocer que ha hecho grandes logros en su intento de caminar aislada, pero que la historia de la razón científica tiene sus fases y sus exigencias, y en este momento requiere de la unión con otras ciencias, en relación con las cuales no ha de presentarse ante las demás con un espíritu imperialista imponiendo «su» enfoque, sino integrar en él aspectos que abstractivamente dejaba fuera o en algu­ nos casos reintegrar alguno de los que se desprendió, creyendo que así lograba mejor sus propósitos, como es el caso de la perspectiva ética. Un ejemplo muy significativo que muestra con claridad el sen­ tido de las reflexiones anteriores es lo que ha ocurrido en reiteradas ocasiones con algunas de las variables que eran consideradas «externalidades» y paulatinamente van siendo incorporadas al pensa­ miento económico (por ejemplo, lo que concierne al medio am­ biente y a los aspectos ecológicos). Del mismo modo podríamos preguntarnos — ¿irónicamente?— si la libertad y la justicia son tam­ bién externalidades para la teoría económica convencional y si no debería considerarse que forman parte intrínseca de la vida econó­ mica y, por tanto, la buena teoría económica no debería prescindir abstractivamente de tales magnitudes. Es hora de promover desde todas las perspectivas una socioeconomía ético-política, porque la tendencia a la especialización fue una necesidad; pero actualmente ya no es suficiente, de modo que, sin abandonarla, hay que complementarla con la de la integra­ ción sinérgica en el orden epistemológico y en el institucional. Por­ 29. También a la ciencia le llega la hora del «mestizaje» epistemológico, es decir, la auténtica interdisciplinariedad, tan difícil de practicar, pero tan necesaria, porque la realidad es de suyo interdisciplinar.

que, si prestamos atención a la realidad social, nos percataremos de que no hay más remedio que conectar sinérgicamente las institucio­ nes sociales que constituyen la trama de la vida económica nacional e internacional. Vivimos, también desde el punto de vista económi­ co, en «un mundo de instituciones» y las nuevas tendencias econó­ micas han tomado buena nota y han desarrollado diversos enfoques de economía institucional o han incorporado el sentido institucio­ nal a su enfoque económico30. 4.3. Desde la ética económica La ética ha acompañado en todas sus fases al capitalismo como forma de economía moderna, de maneras más o menos explícitas. Estas concepciones éticas que han arropado y acompañado al capi­ talismo han variado considerablemente desde sus orígenes hasta la actualidad31. En este contexto aludiremos brevemente a una posición actual, que junto con la de Rawls y, a mi juicio, la de Sen (a la que nos hemos referido anteriormente), constituye una de las versiones de la economía ética que aprovecha las virtualidades de la concepción kantiana de la razón práctica; me refiero a la versión ético-discur­ siva de Peter Ulrich. Y, para finalizar, esbozaremos una propuesta de profundización hermenéutica del marco ético-discursivo, que tiene la gran ventaja de conectar mucho mejor con el enfoque de las capacidades de A. Sen. 4.3.1. Etica económica crítica: transformación de la racionalidad económica Según la revisión crítica que ofrece Peter Ulrich32, el concepto rei­ nante de racionalidad económica excluye lo ético, porque el para­ digma neoclásico opera con un concepto de ciencia económica «pura» (libre de valoración) y autónoma. Con lo cual se ha instaura­

3 0 . D. C. N orth, Instituciones, cambio institucional y desempeño económ ico, FC E, M éxico; 1 9 9 3 , J. Buchanan, Ética y progreso económico, Ariel, Barcelona, 1 9 9 6 ; A. Sen, Desarrollo com o libertad, Planeta, Barcelona, 2 0 0 0 ; F. Fukuyama, La confian­ za,, Ediciones B, Barcelona, 1998. 3 1. Vid. A. Cortina, J. Conill, A. Domingo y D. García Marzá, Ética de la em pre­ sa, cit., cap. 3. 32. Transform aron der okonomischen Vernunft, Haupt, Bern, 1987.

do un modelo compuesto por dos mundos: 1) el de la racionalidad económica (libre de ética), la ciencia económica pura; y 2) la mora­ lidad extra-económica. Y entre ellos no hay relación alguna (o dicho de otro modo: hay una «no relación» típicamente cientificista). Lo que se pregunta Ulrich es si este proceso constituye la «his­ toria de una pérdida» o la historia de un éxito epistemológico, si se trata de una sana «purificación» con respecto a cualquier contami­ nación metafísica y ética. Ulrich no quiere que su respuesta en favor de una nueva vincula­ ción de economía y ética se confunda con una posible ética econó­ mica «correctiva», que sería aquella que desde fuera aplica unos principios generales al contexto económico específico. Da la sensa­ ción de una reparación o «parcheado» y tiene el peligro de recurrir a una concepción premoderna (o bien a una forma sólo parcialmen­ te modernizada del modelo de autoridad tradicional de la relación entre ética y economía). Pero, en las condiciones modernas , la ética económica no puede oponer a la poderosa racionalización económica una «fuerza nor­ mativa» externa, sino actuar a través de la misma racionalidad económica. La ética es amiga, no enemiga, de la racionalidad eco­ nómica. Ahora bien, por otra parte, tampoco su ética económica ha de reducirse a una ética económica «funcional»33, porque este enfoque pretende mostrar una «moral interna» endógena, necesaria para el funcionamiento del sistema económico, lo cual puede mostrarse tanto desde el trasfondo histórico como desde los presupuestos del enfoque funcional mismo de la economía. E incluso se pueden mostrar las razones para una ampliación ética del horizonte econó­ mico por exigencias de su propia funcionalidad34 (independien­ temente de que se considere esta perspectiva suficiente para defen­ der la conexión entre ética y economía). Rebasando el planteamiento correctivo y el funcional, la aporta­ ción específica de Peter Ulrich consiste en una autorreflexión críti­ ca de la razón económica y en el descubrimiento de unos elementos normativos básicos inherentes a la propia racionalidad económica

33. A mi juicio, hay una ética económica funcional operativa y una ética funcional fundamental (como la de P. Koslowski [Ethik des Kapitalismus, M ohr, Tübingen, 1986], que es crítica, pero de otro tipo: en el sentido de autoesclarecimiento legitima­ dor, más que transformador). 34. Vid. J. A. M oreno, «Ética, empresa y fundaciones», en Ética y empresa: una visión multidisciplinar, Fundación Argentaria/Visor, Madrid, 1997, pp. 27-4 0 .

mediante su correlación con el método propio de la ética discursi­ va. Lo cual implica una ampliación desde el mundo de la vida de la razón económica. Esta exigencia transformadora de la razón eco­ nómica le ha llevado a proponer un enfoque integrativo de una economía autorreflexiva, que versa sobre los siguientes niveles: a) con respecto a sus fundamentos inmanentes y b) con respecto a sus consecuencias. En suma: se trata, en definitiva, de una razón econó­ mica consciente de la ética que le es propia35. 4.3.2. Profundización hermenéutica de la ética económica El enfoque de una ética económica moderna no puede más que entrar en la lógica interna objetiva de la actividad económica, pero a la vez no dejarse llevar unilateralmente por el determinismo economicista (iantes marxista y ahora liberal!). Pero debe advetirse que no existe sólo un modo de acceder a la realidad económica y que, por tanto, la opción de Ulrich en favor de uno de ellos, el de una determinada modalidad kantiana, le lleva a desaprovechar otras instancias ya presentes en el propio enfoque kantiano36 y a desconsiderar otros posibles caminos, como el hermenéutico. El déficit hermenéutico impide percatarse de que, en su actual desarrollo informacional y global, el enfoque de econom ía ética de Sen hace buen juego con una ética discursivo-hermenéutica (una «hermenéutica crítica»), que se configura según los cánones de una «ética de la responsabilidad» en el ámbito de su incumbencia, por­ que: a) mantiene el nivel de una ética global por su defensa de un universalismo arraigado 37, pero b) se nutre de fuentes (bases) de información que revelan la pluralidad de situaciones vitales de las personas, los pueblos y las culturas38. Por tanto, responde mucho mejor a las exigencias de prestar atención efectiva a los afectados , de incorporar su participación real en la toma de decisiones en las instituciones internacionales y de revisar la falseada representación política incluso de las sedicentes democracias de los países «de­

3 5 . P. Ulrich, Integrative Wirtschaftsethik, Bern, Haupt, 1997. 3 6 . Vid., por ejemplo, el valor ético-económico de la kantiana ungesellige Geselligkeit en J. Conill, «Guerra económica y comunidad internacional»: Sistema 149 (1 9 9 9 ), pp. 9 9 -1 1 0 . 37. Vid. A. Cortina, Alianza y contrato. Política, ética y religión, Trotta, Madrid,

2001 . 38.

Vid. A. Sen, Desarrollo como libertad, Planeta, Barcelona, 2 0 0 0 .

sarrollados», «en desarrollo» y «en transición»39. En esta línea se comprende el nuevo auge que debe adquirir la ética del desarrollo humano40, que en esta nueva situación mundial ha de combinarse — incluso aliarse— con una ética de la empresa de rango internacio­ nal, consciente de sus responsabilidades sociales41. Un modo de profundizar hermenéuticamente es el camino ofre­ cido por Amartya Sen, ya que permite entender más adecuada­ mente la actividad económica en sus situaciones concretas. Porque, si bien es cierto que la economía necesita más razón comunicativa, la forma de presentar este concepto que han tenido Apel, Habermas y Ulrich es demasido formal. Por eso es necesario abrirse a un concepto de razón experiencial, también aplicable en el ámbito de la vida económica y cuya tarea reconstructiva consiste en analizar las facticidades hermenéuticas. Esta profundización hermenéutica de la racionalidad comunicativa puede contribuir a proyectar un auténtico pensamiento universalista, pero dispuesto a captar la plu­ ralidad de situaciones, la diversidad de las situaciones vitales y las diferentes experiencias culturales, lo cual hace juego con el propó­ sito de Sen, cuyo enfoque de las capacidades incorporaría bien lo que significa la «competencia comunicativa» (propia de la ética dis­ cursiva), tanto por lo que se refiere a sus exigencias normativas como a las mediaciones estratégicas (instrumentales). Por el camino hermenéutico se aclara que cuando pretendemos poner en marcha la razón, también a través de la racionalización económica en su desarrollo actual, estamos incorporando ineludi­ blemente cuestiones de sentido, valores, intereses, afán de recono­

39. Vid. J. Stiglitz, El malestar en la globalización, cit. 40. En la que ha habido pioneros desde los años sesenta, como Denis Goulet {Etica del desarrollo, cit.; Desarrollo económico, desarrollo humano, ¿cómo medirlos?, cit.), y que ahora puede proseguirse por diversas vías, pero de modo especial aprove­ chando el enfoque de las capacidades de Sen (vid. D. A. Crocker, «Functioning and Capability. The Foundations of Sen’s and Nussbaum’s Development Ethic»: Political Theory 2 0 /4 [1 9 9 2 ], pp. 5 8 4 -6 1 2 ). 4 1 . Vid., además de su contribución en este volumen, las polifacéticas aportacio­ nes de G. Enderle (ed.), Ethik undWirtschaftswissenschaft, Ducker und Humblot, Ber­ lín, 1 9 8 5 ; Sicherung des Existenzminimums im nationalen und internationalen Kontext - eine wirtschaftsethische Studie, Haupt, Bern, 1 9 8 7 ; H andlungsorientierte Wirtschafts-ethik, Haupt, Bern, 1 9 9 3 ; «The Role of Corporate Ethics in a Market Economy and Civil Society»: Civil Society in a Chínese Context. Chínese Philosophical Studies X V (1 9 9 7 ), pp. 2 0 3 -2 3 0 ; G. Enderle y G. Peters, A Strange Affair? The emerging relationship between NGOs and Transnational Companies, University of Notre Dame, Notre Dame, 1998.

cimiento y de liberación, y no sólo el aspecto normativo de la acción. Se logra así una mejor comprensión de la lógica real de la actividad económica, que está guiada no sólo por «presupuestos normativos», sino también — quizá sobre todo— por las condicio­ nes fácticas propias de la lógica real económica, determinada según la pluralidad de situaciones vitales y, por tanto, conforme a las diversas perspectivas que entran en juego en los horizontes de la experiencia vital. Por esta vía se puede superar incluso la interpretación weberiana estandarizada — e incluso la habermasiana— del proceso sociohistórico de racionalización moderna, que todavía prosigue Ul­ rich. Pues, a mi juicio, en esta interpretación se corre el peligro de menospreciar el aspecto experiencial de la razón, relegándolo en favor del formal y procedimental. Sería una falacia abstractiva, que contribuye a la crisis y/o fracaso de la modernización en su versión hegemónica, justamente acrecentada por los nuevos pro­ cesos de la tecnología informacional y de la globalización econó­ mica. En cambio, algunas deficiencias de las formas dominantes de racionalización moderna podrían ser subsanadas atendiendo a la dimensión hermenéutica — experiencial— de la razón, también cuando en economía y ética económica se habla de racionalidad. Porque, en definitiva, se está proponiendo otro modo más profun­ do de entender la razón, que no confía tampoco en los procedi­ mientos fácticos de la presunta racionalización política tal como se están practicando. Pues si la libertad real y la justicia deben prevalecer frente a la competencia del mercado, también han de prevalecer frente a los otros mecanismos que las asfixian, como son los de la política fáctica. Muchos caen en el error de contraponer una visión idealizada de la política a una visión de la economía tal como se lleva a cabo de hecho. Pero igual que el presunto «libre mercado» está repleto de poderes fácticos que lo distorsionan, lo mismo ocurre en los otros mecanismos de coordinación, como los políticos; incluso pueden resultar peores en muchos casos, porque se supone oficial­ mente que ofrecen garantías de libertad y justicia, cuando en reali­ dad tampoco son instancias fiables, dado que se rigen por criterios desviados de su sentido primordial. Lo importante para evaluar los mecanismos sociales no es el título oficial sino la ejecución funcio­ nal de los correspondientes mecanismos, sean económicos o políti­ cos, y para ello se debe contar con poderes de control y de evalua­ ción públicos a escala mundial.

La idealización de la política parece ocultar que el proceso estratégico en favor de intereses privados se da tanto en la vida económica como en la política y que, por tanto, igual que hay que enfrentarse al «economismo», también es menester desenmascarar el «politicismo», es decir, el intento de resolver todos los problemas desde la presunta razón política, cuando ésta se ha convertido también en un instrumento de los intereses particulares de los individuos y de los grupos de presión, según su efectivo grado de poder. Tampoco el «modelo político» es un buen estándar para la racionalización de la economía conforme al sentido aportado por el espacio del «mundo de la vida». Aquí se repiten muchos «fallos del mercado» y se añaden otros más, los específicos «fallos del Estado» y los «errores de secuencia» (como los de las instituciones politico­ económicas internacionales)42, que siguen colonizando el mundo de la vida de los diversos países, especialmente los peor situados. Tam­ poco en la política se puede encontrar la instancia crítica ética que tanto se busca cuando las cosas ya no funcionan, es decir, cuando ya es demasiado tarde. Y seguramente tampoco se puede apelar a la opinión pública, integrada por unos ciudadanos económicos críticos en el sentido republicano kantiano, porque no se puede afirmar que hayamos alcanzado realmente en nuestra cultura e instituciones ese nivel moral postconvencional, más allá de las formulaciones y las decla­ raciones oficiales que componen la «moralina burocrática» propia de los foros internacionales. Antes bien, la opinión pública sigue dominada por férreas relaciones de poder y sometida a la politiza­ ción y mercantilización de los valores a través de los nuevos medios informacionales y globales. En conclusión, en un mundo de creciente «destrucción creati­ va» sólo caben dos salidas: o bien «hacer de la necesidad virtud», o bien «hacer de la libertad virtud». Si los procesos que hemos puesto en marcha, y que sostenemos, están produciendo consecuencias dañinas para la vida que consideramos más propiamente humana, entonces no hay más remedio (¿por necesidad o por libertad?) que reorientarlos a través de los mecanismos de que disponemos (eco­ nómico-políticos) o creando los que se requieran, a fin de poner en vigor los principios y valores que se dicen compartir internacional

42. nifiesto.

J. Stiglitz, en E l malestar en la globalización, lo ha puesto claramente de ma­

y transculturalmente43. De ahí la importancia de un universalismo y de un cosmopolitismo arraigados, es decir, situados hermenéuticamente, para una nueva economía ética en la era que nos ha tocado vivir.

43. Vid. J. Conill (coord.), Glosario para una sociedad intercultural, Bancaja, Va­ lencia, 2 0 0 2 .

GLOBALIZACIÓN, ÉTICA Y EMPRESA

Ignacio Ramonet

La globalización se ha visto acentuada por la aceleración de los intercambios comerciales entre naciones tras la firma, en 1947, del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT). La rapidez de las comunicaciones y su costo cada vez menor han hecho explosionar estos intercambios comerciales y han multipli­ cado de manera exponencial los flujos comerciales y financieros. Empresas cada vez más numerosas se lanzan fuera de su país de origen y se van ramificando; la inversión directa en el extranjero se incrementa masivamente, aumentando tres veces más rápido que el comercio mundial. La velocidad de la globalización aumenta por­ que los flujos son cada vez menos materiales y conciernen cada vez más a servicios, datos informáticos, telecomunicaciones, mensajes audiovisuales, correos electrónicos, consultas por internet, etc. Sin embargo, tras décadas de consenso sobre el libre comercio, la interpenetración de los mercados industriales, comerciales y finan­ cieros plantea graves problemas de naturaleza política. Numerosos gobiernos han llegado a interrogarse sobre los beneficios de esta eco­ nomía global e intentan además comprender su verdadera lógica. Los años setenta del pasado siglo habían conocido la expansión de empresas multinacionales comparadas por entonces a pulpos que poseían múltiples extensiones pero todas dependientes de un mismo centro, geográficamente localizado, donde se elaboraba la estrategia de conjunto y del que partían los impulsos. La «empresa global» de hoy ya no tiene centro, es un organismo sin cuerpo ni corazón, no es más que una red constituida por diferentes elementos complementarios, esparcidos por el planeta, y

que se articulan unos con otros según una pura racionalidad econó­ mica, obedeciendo exclusivamente a dos palabras clave: rentabili­ dad y productividad. Así, una empresa española puede pedir un crédito en Suiza, instalar sus centros de investigación en Alemania, comprar sus máquinas en Corea del Sur, montar sus fábricas en China, elaborar su campaña de marketing y de publicidad en Italia, vender a Estados Unidos y tener sociedades de capitales mixtos en Francia, Polonia, Marruecos y México. No sólo la nacionalidad de la empresa se disuelve en esta disper­ sión local sino también, a veces, su propia personalidad. El profesor americano Robert Reich, antiguo secretario de Estado durante el pri­ mer gobierno de Clinton, cita el caso de la empresa japonesa Mazda: Produce coches Ford Probe en la fábrica Mazda de Flat-R ock, en Michigan. Algunos de esos coches se exportan a Japón y se venden con la marca Ford. En la fábrica Ford de Louisville, Kentucky, se fabrica un vehículo utilitario M azda, y se vende en los concesio­ narios de Mazda en Estados Unidos. Nissan, mientras tanto, conci­ be un nuevo camión ligero en San Diego, California. Los camiones se montarán en una fábrica Ford de O hio, con piezas sueltas fabrica­ das por Nissan en su fábrica de Tennessee, posteriorm ente com er­ cializadas por Ford y Nissan en Estados Unidos y Japón.

Y Robert Reich se pregunta: «¿Quién es Ford? ¿Y Nissan? ¿Y Mazda?». Los trabajadores de los países de origen de la empresa son inte­ grados a su pesar en el mercado internacional de trabajo. La nivela­ ción se hace por lo bajo; se buscan los salarios débiles y la menor protección social. Las advertencias de la Oficina Internacional del Trabajo (OIT) no sirven de nada. La empresa global busca el benefi­ cio máximo, mediante las fusiones, las deslocalizaciones y el aumen­ to incesante de la productividad; esta obsesión lleva a producir allí donde los costos salariales son más bajos y a vender allá donde los niveles de vida son más elevados. En el sur, las deslocalizaciones de fábricas tienen como objetivo explotar y sacar provecho de una mano de obra muy barata. En el norte, automatización, robotización y nueva organización del trabajo conllevan despidos masivos que traumatizan profundamente a las sociedades democráticas desarro­ lladas, sobre todo cuando la destrucción de millones de empleos no se compensa en absoluto con la creación en otros sectores. Estas empresas, lejos de ser mundiales, son de hecho «triádicas», es decir, que intervienen esencialmente en los tres puntos que do­ minan la economía mundial: Norteamérica, Europa occidental y la

zona del Sudeste asiático. En el seno de esta tríada los intercambios se multiplican, se intensifican. La economía global provoca así, pa­ radójicamente, una ruptura del planeta entre estos tres focos cada vez más integrados y el resto de los países (en particular, el Africa negra), cada vez más pobres, marginados, excluidos del comercio mundial y de la modernización tecnológica. A veces, las inversiones especulativas se concentran en un «mer­ cado emergente» en el sur porque la bolsa local ofrece perspectivas de ganancias fáciles e importantes, y porque las autoridades prome­ ten a los capitales flotantes unas tasas de interés muy atractivas. Pues tan rápido como llegan, los capitales pueden desaparecer. De un segundo a otro. En 1994 México logró escapar a la caída total sólo gracias a la concesión de una ayuda internacional masiva de más de 50.000 millones de dólares; la ayuda más importante otorgada hasta en­ tonces a un país. En 1997 el tifón sobre las bolsas de Asia repercu­ tió en el resto del mundo. Después de Malasia, Tailandia e Indone­ sia, Hong Kong fue sacudido por la crisis financiera. El crash del 23 de octubre de 1997 de la bolsa de Hong Kong hizo temblar a todas las bolsas del mundo, hasta las más sólidas, y afectó en especial a las principales potencias económicas asiáticas, sobre todo Japón y Corea del Sur. Esta, una de las doce primeras economías del mundo — clasificada unas semanas antes como una de las economías más fiables según las oficinas de cotizaciones— , se encontró de repente al borde de la quiebra... Y no consiguió salir adelante sino gracias a la concesión de un préstamo de unos 100.000 millones de dólares. El préstamo más importante jamás otorgado a un país en la historia económica mundial. El equivalente a siete veces el Plan Marshall... No se ha presenciado la misma diligencia en otras situaciones de emergencia. Por ejemplo, en Ruanda, devastada por el genoci­ dio. O en Rusia, que desde 1990 no ha recibido más que unos miles de millones de dólares de ayuda directa cuando sus necesidades son gigantescas. Ninguna ayuda a Palestina, o apenas unas decenas de millones, cuando harían falta cientos para reducir las tensiones y favorecer la paz. La globalización — cuyo motor principal es la optimización a escala planetaria del capital financiero— está colocando a los pue­ blos del planeta en un estado de inseguridad generalizada; deforma y rebaja las naciones y sus Estados en tanto que lugares pertinentes del ejercicio de la democracia y garantía del bien común. La globalización económica ha creado su propio Estado. Un Estado supranacional, que dispone de sus instituciones, sus apara­

tos, sus redes de influencia y sus propios medios de actuación. Se trata de la constelación: el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM), la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) y la Organización Mundial del Comercio (OMC). Estas instituciones se pronuncian al unísono, y la casi totalidad de los grandes medios de comunicación expanden esta voz para exaltar las «virtudes del mercado». Este Estado mundial es un poder sin sociedad; este papel lo asumen los mercados financieros y las grandes empresas del que es mandatario, y la consecuencia es que las sociedades que existen en la realidad son sociedades sin poder. Y esto no deja de agravarse. La OMC se ha convertido, desde 1994, en un órgano supranacional situado fuera del control de la democracia parlamentaria; si hay una queja, esta organización puede declarar las legislaciones nacio­ nales (en materia de trabajo, medio ambiente o salud pública, por ejemplo) «contrarias al libre comercio» y pedir su derogación. i A qué grado de absurdo ha llegado el sistema económico internacional? Cada cual se preocupa de sus propios intereses. Nadie arbitra un juego que ninguna regla organiza, aparte de la búsqueda del máximo beneficio. A ojos de todos, esta crisis habrá demostrado quiénes son los nuevos maestros de la geoeconomía: los gestores de fondos de pensiones y de inversión colectiva. Estos son los que la prensa económica llama en su lenguaje especializado «los mercados». Ya sabíamos de la importancia astronómica de las sumas de dinero movilizadas por estos gestores, y sabemos que su movimiento brutal provoca daños importantes. Así como en el siglo X IX los grandes bancos dictaron su actitud a numerosos países, o como las empresas multinacionales lo hicie­ ron entre los años sesenta y ochenta del siglo pasado, los fondos privados de los mercados financieros ya tienen en su poder el des­ tino de muchos países. Y, en cierta medida, el destino económico del mundo. Si mañana dejaran de tener confianza en China (donde las inversiones extranjeras directas son colosales), por efecto domi­ nó, los países más expuestos (Argentina, Brasil, Hungría, Rusia, Turquía, Tailandia, Indonesia...) verían cómo el pánico hace huir los capitales, provocando la crisis y la quiebra del sistema. En una economía global, ni el capital, ni el trabajo, ni las mate­ rias primas constituyen en sí mismos el factor económico determi­ nante. Lo importante es la relación óptima entre estos tres factores. Para establecer esta relación, la empresa no tiene en cuenta ni fron­ teras ni reglamentaciones, sino solamente la explotación inteligente que puede hacer de la información, la organización del trabajo y la

revolución de la gestión. Esto conlleva a menudo una fractura de las solidaridades dentro de un mismo país. Robert Reich se expresa en estos términos: El ingeniero de software americano, integrado en su red mundial por ordenadores, faxes depende más de los ingenieros de KualaLumpur, de los fabricantes de Taiwan, de los banqueros de Tokio y de Bonn, y de especialistas en marketing y ventas de París y M ilán que de los trabajadores corrientes que ejercen su actividad en una fábrica situada al otro lado de la ciudad.

Así se llega al divorcio entre el interés de la empresa y el interés de la comunidad, entre la lógica del mercado y la de la democracia. Las empresas globales no se sienten en absoluto afectadas por el tema; subcontratan y venden en todo el mundo; y reivindican un carácter supranacional, que les permite actuar con una gran liber­ tad, ya que no existen, por así decirlo, instituciones internacionales de carácter político, económico o jurídico en condiciones de regla­ mentar eficazmente su comportamiento. El sistema monetario internacional, producto de la conferencia de Bretton Woods (1944) y puesto en tela de juicio ya en 1971 por la decisión unilateral de Estados Unidos de suspender la converti­ bilidad del dólar en oro, se ha acelerado con la globalización de los mercados monetarios y financieros. El big bang (informatización) de las bolsas y la desreglamentación a gran escala permiten a los flujos de capitales desplazarse a la velocidad de la luz, las veinticua­ tro horas del día, estimulando una gran especulación financiera. Las transacciones financieras se efectúan sin interrupción, pudiendo los operadores intervenir, en tiempo real, sobre los merca­ dos de Tokio, Francfort, Londres o Nueva York. El volumen de transacciones financieras es diez veces superior al de los intercam­ bios comerciales. La economía financiera lleva una gran ventaja sobre la real. El movimiento perpetuo de monedas y tasas de interés aparece como un gran factor de inestabilidad, tanto más peligroso en cuanto que es autónomo y cada vez más desconectado del poder político. La globalización representa un gran vuelco en la civilización. Cons­ tituye el resultado último del economismo, de «lo impensable que está naciendo a nuestros ojos»: el hombre «mundial», es decir, el átomo in­ frahumano, vacío de cultura, de sentido y de consciencia del otro. Ese es el resultado final previsible, pero ya muy presente, de la combinación de tres dinámicas que convergen de manera explosiva sobre la humanidad de este comienzo de siglo: la globalización de

la economía, último avatar de la modernidad occidental, que data desde la expansión de Europa en el mundo en el siglo X V ; el cuestionamiento del Estado-providencia y del Estado sin más, que po­ dría hacer doblar las campanas por la política y la sociedad; la destrucción generalizada de las culturas, tanto en el norte como en el sur, por la apisonadora de la comunicación, de la mercantilización y de la tecnología. Los principales fundamentos teóricos de esta globalización de­ vastadora que, por extraño que parezca, toma del marxismo algu­ nos de sus postulados (pero dándoles la vuelta), son: la ingenua pretensión a la cientificidad (el «círculo de la razón»), la evocación escatológica de un «futuro radiante», y la indiferencia con respecto a sus propios fracasos. Lo más grave en esta instrumentalización ideológica de la globalización es evidentemente la condena de antemano — en nom­ bre del «realismo»— de toda veleidad de resistencia o incluso de disidencia. Así son golpeados por el oprobio o definidos como «populistas» todos los arranques republicanos, todas las búsquedas de alternativas, todas las tentativas de regulación democrática, to­ das las críticas del mercado. Tanto si se trata de política monetaria o fiscal, como de política agrícola o de libre comercio, las pretendi­ das «verdades» científicas o «razonables» no son más que dogmas a recusar. Casi como dogmas de fe religiosos, que tienen que ser sometidos tal cual a las exigencias mínimas de la razón crítica. En cuanto a la globalización, no es ni una fatalidad inevitable ni un «accidente» de la historia. Constituye un gran desafío, una cruel­ dad potencial que hay que regular, es decir, a fin de cuentas, civili­ zar. Se trata de resistir políticamente, día a día, a esta oscura diso­ lución de la política misma en la resignación o la desesperanza. En realidad, claro está, la globalización económica, el triunfo de los mercados, la llamada al libre comercio integral, el retroceso continuo de lo político, todo esto participa en un proyecto que hay que llamar ideológico: el de un ultraliberalismo desbocado, aban­ donado a sus propias torpezas, portador de nuevas desigualdades y de opresiones concretas. Cada año tenemos la confirmación cuando en pleno invierno los principales responsables del planeta — jefes de Estado, ban­ queros, economistas, jefes de grandes empresas transnacionales— se encuentran (regularmente desde 1970) en Davos, pequeña localidad suiza, para hacer el balance sobre los avances de la economía de mercado, del libre comercio y de la desregulación. Cita de los nuevos jefes del mundo, el Foro económico de Davos

se ha convertido, indiscutiblemente, en La Meca del hiperliberalismo, la capital de la globalización y el foco central del pensa­ miento único. En su mayoría, los dos mil global leaders reunidos confirman, ritualmente, que hay que combatir la inflación, reducir los déficits presupuestarios, proseguir una política monetaria restrictiva, favo­ recer la flexibilidad laboral, desmantelar el Estado-providencia y estimular sin descanso el libre intercambio. Estos príncipes encanta­ dores prometen al mundo un futuro radiante; alaban la creciente apertura de los países al comercio mundial; los esfuerzos de los gobiernos para reducir los déficits, los gastos y los impuestos; aplau­ den las privatizaciones y subrayan las virtudes del ahorro. Según ellos, ya no hay alternativa política o económica. Como Marc Blondel, secretario general del sindicato francés Forcé, ha podido constatar en Davos: «Los poderes públicos no son, en el mejor de los casos, más que un segundo contratista de la empresa. El mercado manda. El gobierno gestiona». Pero numero­ sos expertos hacen una constatación aún más pesimista. Así, Rosabeth Moss Kanter, antigua directora de la Harvard Business Review y autora de la obra The World Class, ha advertido: Hay que crear en los empleados la confianza, y organizar la coope­ ración entre las empresas, para que las comunidades locales, las ciudades y regiones, se beneficien de la globalización. Si no asisti­ remos al resurgir de movimientos sociales como se ha visto desde la segunda guerra mundial.

Este es también el gran temor de Percy Barnevik, antiguo jefe de Asea Brown Boveri (ABB), una de las principales compañías energéticas del mundo, que ha lanzado este grito de alerta: Si las empresas no asumen los desafíos de la pobreza y del paro, van a crecer las tensiones entre los poseedores y los desposeídos, y habrá un aumento considerable del terrorismo y la violencia.

Por esta razón el semanal americano Newsweek no ha dudado en denunciar al killer capitalism (capitalismo asesino), poniendo en la picota a los 12 grandes jefes que, en estos últimos años, han despedido sólo ellos a más de 363.000 empleados. «Hubo un tiem­ po en el que despedir en masa era una vergüenza, una infamia. Hoy, cuanto más numerosos son los despedidos, más se contenta la bolsa...», acusa este periódico, que también teme un violento movi­ miento en contra de la globalización.

El papel del Estado, dentro de una economía global, es incómo­ do. Ya no controla los cambios, ni los flujos de dinero, de informa­ ción o de mercancías y, a pesar de todo, continuamos teniéndolo como responsable de la formación de los ciudadanos y del orden público interno, dos misiones que precisamente dependen mucho de la situación general de la economía... El Estado ya no es totali­ tario, pero la economía, en la era de la globalización, tiende a serlo cada vez más. Antes se llamaba «regímenes totalitarios» a aquellos con un partido único que no admitían ninguna oposición organizada, des­ cuidaban los derechos del ser humano en nombre de la razón de Estado, y en los que el poder político dirigía soberanamente la totalidad de las actividades de la sociedad dominada. A estos regímenes, característicos de los años treinta, sucede en este fin de siglo otro tipo de totalitarismo, el de los regímenes globalitarios. Basándose en los dogmas de la globalización y del pensamiento único, no admiten ninguna otra política económica, desatienden los derechos sociales del ciudadano en nombre de la razón competitiva, y abandonan la dirección total de las actividades de la sociedad dominada por los mercados financieros. La globalización ha matado el mercado nacional, que es uno de los fundamentos del poder del Estado-nación. Anulándolo, ha mo­ dificado el capitalismo nacional y ha disminuido el papel de los poderes públicos. Los Estados ya no tienen los medios para oponer­ se a los mercados. Los Estados carecen de medios para frenar los enormes flujos de capitales, o para oponerse a la acción de los mercados en contra de sus intereses y los de sus ciudadanos. Los gobernantes aceptan respetar las consignas generales de política económica que definen los organismos mundiales como el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial, o la Organiza­ ción Mundial del Comercio (OMC). Favoreciendo el auge de la globalización en estas dos últimas décadas, los responsables políticos han permitido la transferencia de decisiones capitales (en materia de inversión, empleo, salud, educación, cultura, protección del medio ambiente) de la esfera pública a la esfera privada. Esta es la razón de que en la actualidad, de las doscientas primeras economías del mundo, más de la mitad no son países sino empresas. Y si se considera la cifra de negocios total de las doscientas principales empresas del planeta, su suma representa más de un cuarto de la actividad económica mundial; y sin embargo, estas doscientas empresas no emplean más que a unos 20 millones de

personas, o sea, menos del 0,75% de la mano de obra planetaria. Elogiando a las quinientas principales empresas globales, la revista americana Fortune apuntaba: Han trastocado totalm ente las fronteras para alcanzar nuevos mer­ cados y engullir a la com petencia local. Cuantos más países, más beneficios. Las ganancias de las quinientas mayores empresas han crecido un 15 % y el crecim iento de sus beneficios pasaba del

11 %.

La cifra de negocios de la General Motors es más elevada que el PIB de Dinamarca, el de la Ford es mayor que el de Suráfrica, el de Toyota sobrepasa el de Noruega. Y aquí estamos en el campo de la economía real, la que produce y comercializa bienes y servicios concretos. Si a esto le añadimos los actores pincipales de la econo­ mía financiera (cuyo volumen es cincuenta veces superior al de la economía real), es decir, los principales fondos de pensiones ame­ ricanos y japoneses que dominan los mercados financieros, el peso de los Estados se hace casi despreciable. Cada vez más países que han vendido masivamente sus empre­ sas públicas al sector privado y han desregulado su mercado se han convertido en propiedad de grandes grupos multinacionales. Estos dominan grandes áreas de la economía del sur; se sirven de los Estados locales para ejercer presiones en el seno de fórums interna­ cionales y obtener las decisiones políticas más favorables a la conse­ cución de su dominación global. Así, la realidad del nuevo poder mundial se les va de las manos a los Estados. La globalización y la desregulación de la economía favorecen la emergencia de nuevos poderes que, con la ayuda de las tecnologías modernas, desbordan y transgreden permanentemente las estructuras estatales. Cuando el modelo económico es el de los paraísos fiscales, y «los mercados» vienen a sancionar en nombre de la lucha contra la inflación la creación de empleos y el crecimiento, ¿no hay una perversión irracional en el reino de las finanzas? El mecanismo que por sí solo puede parar esta carrera hacia el desastre, en la fase de glaciación globalizadora a la que hemos llegado, es el de una disidencia que implique progresivamente a una masa crítica de ciudadanos decididos a hacer prevalecer sus dere­ chos elementales y a favorecer la llegada de una verdadera sociedad política. No tenemos poco tiempo, pues según múltiples señales, vemos que vuelve una pregunta inquietante a nuestras sociedades

desorientadas: ¿ha sido confiscada la democracia por un pequeño grupo de privilegiados que la usan en su propio beneficio casi ex­ clusivo ? Por eso, de Seattle a Génova, cada vez son más numerosos los que denuncian este sistema como una impostura. En primer lugar, porque las desigualdades no dejan de crecer, hasta el punto de que ciertos Estados europeos vienen a aceptar una especie de tercermundización de sus sociedades. Así, según los recientes informes de la ONU, del Banco Mundial y de la OCDE, «En el Reino Unido, las desigualdades entre ricos y pobres son las mayores del mundo oc­ cidental, comparables a las que existen en Nigeria, y más profundas que las que se encuentran por ejemplo en Jamaica, Sri Lanka o Etiopía». En menos de quince años se ha construido una sociedad de rentistas a pesar de que el número de asistidos en la sociedad se ha doblado. Por toda Europa la cohesión social se agrieta peligrosamente; en la cúspide se refuerza una clase cada vez más acomodada (el 10% de los franceses, por ejemplo, detenta el 55% de la fortuna nacional) mientras que, en la base, las bolsas de pobreza se hacen más profundas. Y se sabe que los ciudadanos demasiado desprovis­ tos, excluidos, marginados son incapaces de disfrutar de libertades formales y de hacer valer sus derechos. Todo esto se produce en un cuadro económico general en el que las finanzas triunfan. La suma de las transacciones financie­ ras resulta vertiginoso: unas cincuenta veces superior al de las transacciones concretas de bienes y servicios. Los mercados finan­ cieros ejercen una influencia tan colosal, que imponen su voluntad y sus criterios a los dirigentes políticos. Igual que antes podía decir­ se que «doscientas familias» controlaban el destino de Francia, se puede afirmar hoy en día que «doscientos gestores» controlan el destino deí planeta. Por su propia iniciativa, para dinamizar la globalización de la economía, los Estados han permitido esta situación suprimiendo el control de los cambios, favoreciendo el libre flujo de capitales, haciendo «independientes» a los bancos centrales, privatizando... Hasta el punto de que han puesto los mercados financieros fuera del alcance de los poderes políticos. Estos se ven arrastrados enton­ ces por una dinámica financiera que ya no controlan. Los gobiernos llegan a abandonar incluso toda veleidad de política presupuestaria autónoma y aceptan obedecer a lógicas perfectamente ajenas a las preocupaciones sociales de los ciudadanos. Después de veinte años de excesos neoliberales, vuelve a surgir

poco a poco la idea de que un gobierno no puede abandonar la economía a ella misma. Por todas partes se hace sentir fuertemente la necesidad del Estado para corregir los graves inconvenientes de la globalización. El desarme del poder financiero se convierte en el principal trabajo cívico si queremos evitar que el mundo de este siglo se transforme definitivamente en una selva donde los cazado­ res harán la ley. Cada día, de 1.400 a 1.500 miles de millones de dólares van y vuelven por los mercados de cambio, especulando sobre las varia­ ciones de las divisas. Esta inestabilidad de los cambios es una de las principales causas del alza de los intereses reales (inflación aparte). Esto frena el consumo de los hogares y las inversiones de las empre­ sas. Socava los déficit públicos. Incita a los fondos de pensiones a exigir a las empresas dividendos cada vez más elevados. Esto se ha hecho intolerable. Habría que tomar medidas en estos movimientos de capitales. De tres maneras: supresión de los paraísos fiscales; aumento de la fiscalidad de las rentas de capital; y tasación de las transacciones financieras. Los paraísos fiscales son zonas donde reina el secreto bancario, que no sirven más que para camuflar malversaciones, el reciclaje del dinero procedente del tráfico de drogas, de actividades mañosas, la evasión fiscal, las comisiones ocultas, etc. Cientos de miles de millo­ nes de dólares escapan al control fiscal en beneficio de los podero­ sos y de los establecimientos financieros. Pues bien, todos los gran­ des bancos del planeta tienen sucursales en los paraísos fiscales y sacan gran provecho. ¿Por qué no decretar un boicot financiero, por ejemplo, de Gibraltar o de Licchtenstein, prohibiendo abrir allí filiales a los bancos que trabajen con los poderes públicos? La tasación de los mercados de divisas es una exigencia democrá­ tica mínima. Las rentas de la especulación deberían ser tasadas exac­ tamente igual que las del trabajo. No es para nada el caso. La total libertad de circulación de los capitales amenaza a la democracia. Por eso es importante poner en marcha mecanismos disuasorios. Uno de ellos, el más conocido, es la llamada «tasa Tobin», del nombre del premio Nobel americano de Economía que la propuso en 1972. Se trata de tasar módicamente todas las transac­ ciones financieras en el seno de los mercados de cambios para estabilizarlos y para procurar reservas a la comunidad internacio­ nal. Tasando las transacciones al 0,1% , la tasa Tobin generaría anualmente unos 160.000 millones de dólares. Estos podrían utili­ zarse para amortizar la deuda del Tercer Mundo, hacer retroceder la pobreza, las enfermedades y el analfabetismo en el mundo.

Muchos expertos han mostrado que la puesta en marcha de esta tasa no presenta ninguna dificultad técnica1. Su aplicación arruinaría el credo liberal de los gobiernos, del Estado supranacional — Banco Mundial, FMI, OCDE, OMC— y de las grandes instituciones financieras que no dejan de Evocar la ausencia de solución de recambio al sistema actual. ¿Ganará el sentido común? ¿Se llegará por fin a admitir que sin desarrollo social no puede haber desarrollo económico satisfacto­ rio? ¿Y que no se puede construir una economía sólida sobre una sociedad en ruinas?

1. Cf. M . U1 Haq, I. Kaul e I. Grunberg, The Tobin Tax: Coping with Financial Volatility, OUP, Oxford, 1996. Este libro trata de una verdadera conspiración de silen­ cio en toda la prensa financiera internacional.

AMÉRICA LATINA EN LA ECONOMIA GLOBAL: ENTRE LAS POSIBILIDADES Y LOS RIESGOS

Al varo D avil a

«¿Podemos aprovechar — me pregunto, les pregunto— las oportu­ nidades de la globalización para crear crecim iento, prosperidad y justicia? Quiero decir con esto que si la globalización es inevitable, ello no significa que sea fatal. Significa que debe ser controlable y que debe ser juzgada por sus efectos sociales. ¿Es posible entonces socializar la econom ía global? Yo creo que sí, por más arduo y exigente que sea el esfuerzo. Sí, en la medida en que logremos sujetar las nuevas formas de relación económ ica internacional a la acción de base de la sociedad civil, al control dem ocrático y a la realidad cultural. Sí, en la medida en que la sociedad civil sea capaz de ofrecer alternativas a un supuesto modelo único. Sí en cuanto la sociedad civil rehúse la fatalidad del fait accompli y cons­ tantemente reimagine las condiciones sociales, le recuerde a todos los poderes que vivimos en la contingencia y vincule la globalidad a hechos sociales concretos y variables dentro de lo que, a falta de una nueva terminología, seguimos llamando naciones». (Carlos Fuentes)

1. El paisaje turbulento de un continente Desde la frontera de Tijuana hasta las llanuras de la Patagonia, el panorama de América Latina continúa siendo turbulento. Superada una de sus más graves crisis económicas, México ha consolidado sus relaciones comerciales con los Estados Unidos y la Unión Euro­ pea, transformándose en el país de América Latina y el Caribe con la mitad de las exportaciones de la región, aunque aún persistan problemas, como sus conflictos por el tránsito libre de personas y

vehículos, más allá de las fronteras de su poderoso vecino. Sacudi­ do por la situación de Chiapas, su mayor reto es reconstruir la institucionalidad política, ahora que un fuerte sistema de partido ha sido reemplazado por otras opciones democráticas. Centroamérica, entretanto, sobrevive entre las exigencias de la reconstrucción social y política post-conflicto, los desastres natura­ les y la pobreza extrema de algunos de sus países. El Caribe aumen­ ta su importancia como región estratégica, reuniendo el crecimien­ to sostenido de los últimos años de la República Dominicana, la terrible pobreza de Haití, uno de los dos países de la región que está ubicado en los niveles más bajos dentro de las mediciones del desa­ rrollo humano, y Cuba, asediada por la criticable persistencia del bloqueo y la evidente necesidad de reformas políticas para su trán­ sito hacia la democracia. Los países andinos son, en su conjunto, una de las áreas más convulsionadas del paisaje económico y social del continente. Al conflicto armado colombiano se unen las vicisitudes del nuevo sis­ tema político venezolano, la desestabilización de la que apenas empieza a salir Perú y los graves problemas internos de Ecuador y Bolivia, azotados por la enorme fragilidad de sus economías y las hondas fisuras de su gobernabilidad. La inserción de varios de los países andinos en el temible comercio de las drogas ilícitas los ha convertido en centros de la atención mundial, que muchas veces desconoce los inmensos costos sociales, éticos y económicos que sufren sus sociedades, abrumadas por las lógicas de muerte de las mafias y la corrosiva acción del narcotráfico sobre los valores de las personas y la sociedad. Problemas que sólo pueden ser supera­ dos cuando se reconozcan las conexiones entre producción y con­ sumo y se enfrente el tema de una manera integral, desde la res­ ponsabilidad compartida de muchos países, involucrados activa o pasivamente en su mantenimiento. Países que facilitan la venta de insumos químicos y armas, que prestan sus estructuras financieras para el lavado de activos o que mantienen en las calles de sus ciudades posiciones ambiguas frente al consumo de estupefacientes. Brasil permanece como una inmensa incógnita por la combinación de sus posibilidades y sus dificultades. Con una economía que busca activarse después de experiencias traumáticas, es, con México, Ar­ gentina y Chile, uno de los países en que se unen el aumento de sus exportaciones con grandes flujos de inversión extranjera directa. Los países del Cono Sur viven aún los efectos que las dictaduras dejaron sobre sus memorias sociales, confirmando la presencia que los derechos humanos tienen en lo más profundo de los imagina­

rios y la necesidad de exorcizar las terribles vivencias que han que­ dado marcadas en el recuerdo de mucha gente. Demuestran que la globalización no es solamente de la economía sino también de la justicia y de los derechos humanos. Junto al importante mejoramiento de los índices macroeconómicos y la activa inserción a la economía global de Chile, está la compleja y difícil situación de Argentina en la que se unen la des­ mesura de la deuda y el déficit fiscal, con el impacto que las políti­ cas de ajuste han tenido sobre la calidad de vida de sus habitantes y sobre los problemas de gobernabilidad. No es difícil encontrar algunos signos comunes de la turbulencia en el paisaje latinoamericano. Están la pobreza de amplios sectores de su población, la fragilidad de muchas de sus economías, las conmociones de sus sistemas políticos, el impacto demoledor de la corrupción. Pero el paisaje también está lleno de signos positivos, que hacen de América Latina y el Caribe un continente paradójico: democra­ cias en construcción que permanecen vivas sorteando problemas muy complejos; sociedades civiles que se expanden a través de organizaciones del tercer sector, movimientos sociales y asocia­ ciones cívicas que componen un extenso y decisivo tejido de solida­ ridades. Fuertes lazos de identificación y de creatividad, estableci­ dos sobre una enorme diversidad cultural, que sin duda es uno de los grandes capitales de nuestras sociedades. Mercados potenciales, que aun con sus retrasos y restricciones, tienen grandes posibi­ lidades de desarrollo y presentan interesantes alternativas para los inversionistas internacionales. Junto a polos medioambientales de­ cisivos para el planeta como la Amazonia y una mano de obra joven que ha aumentado sus niveles de educación y capacitación. Todo ello unido a reformas estructurales de sus economías y avances en la aplicación de políticas sociales en áreas donde se han registrado desarrollo positivos1. Es evidente que América Latina y el Caribe se presentan al nuevo horizonte globalizado con este singular paisaje. La inserción del continente en la economía global debe verse no simplemente

1. «Las reformas contribuyeron a corregir los desequilibrios fiscales y a abatir la inflación, que constituían males endémicos desde los años setenta. A ello se agregan logros evidentes en la aceleración del aumento de las exportaciones, en la atracción de flujos de inversión extranjera directa y en los procesos de integración económica den­ tro de la región y de acuerdos comerciales con los otros países y regiones del mundo» (Una década de luces y sombras. América latina y el Caribe en los años noventa, CEPAL, Naciones Unidas, Santiago de Chile, 2 0 0 1 , p. 29).

como la parte de un engranaje monumental donde se pierden las diferencias, sino como la articulación, con posibilidades y proble­ mas, a un nuevo orden mundial. Inserción que es proactiva y crea­ tiva pero también crítica y cuestionadora. ¿Cómo pueden tener juego nuestros países en la competencia mundial, si aún persisten sus altos niveles de pobreza y sus enormes desigualdades? ¿Cómo articularse a la economía global, si los esfuerzos de modernización y ajuste no están acompañados de programas sociales intensivos que garanticen también el ingreso de los sectores más débiles y desprotegidos de nuestras sociedades a las nuevas oportunidades económicas? ¿Cómo lograr la presencia adecuada en el mercado mundial con sistemas políticos donde la participación social es menguada y la presencia ciudadana es débil? ¿Cómo lograrlo si amplios sectores de la sociedad están desenganchados de la circula­ ción de los conocimientos, la apropiación de las nuevas tecnologías y el acceso a la información? Para algunos sectores de América Latina los problemas internos se superarán con la inserción flexible y eficiente al nuevo sistema. Incluso insisten en que las debilidades económicas de nuestros paí­ ses se deben a una entrada frágil, discontinua e inconsistente a la economía global. Otros, por el contrario, resaltan que son precisa­ mente algunos aspectos de esa economía global los que han profun­ dizado las brechas entre los países ricos y los países pobres y les han generado costos sociales dramáticos. Como han sostenido numerosos autores, la globalización es inevitable, lo que no significa que sus problemas deban ser discuti­ dos públicamente y sobre todo superados con las necesarias modi­ ficaciones. Las protestas de los movimientos antiglobalización, con sus aciertos y distorsiones, con la gran mezcla de propósitos y ob­ jetivos que tienen, están indicando que hay algo que no funciona en esta gran máquina. «No se puede hacer nada para dar marcha atrás a la globalización, anotó recientemente Zygmunt Bauman. Pero si hay muchas cosas que dependen de nuestro consentimiento o resis­ tencia a la equívoca forma que hasta la fecha ha adoptado la globa­ lización»2.

2.

2001, p. 11.

Z. Bauman, «El desafío ético de la globalización», en E l País, 2 0 de julio de

2. La densa presencia de la pobreza 3 Uno de los grandes temas de la agenda de América Latina, que sin duda incide sobre su inserción en la economía global, es el de la pobreza y las desigualdades sociales. Si bien entre 1998 y 1999, como señala la CEPAL, en algunos países de la región se redujeron los niveles de pobreza, en otros se interrumpió la tendencia positiva mostrada en los primeros ocho años de la década de los años no­ venta. La reducción del Producto Interior, el aumento de las tasas de desempleo abierto, la disminución de las remuneraciones reales y los fuertes procesos de recesión inciden en el incremento de los porcentajes de hogares en situación de pobreza. A comienzos del año 2000 se estimaba en 220 millones de personas el número de pobres, mientras que los mayores índices de desigualdad en el mundo se registraban en América Latina y el Caribe, donde, en la última década, el 52,9% de los ingresos se concentraron en el quintil más alto de la población4. Sabemos que el ingreso de los veinte países más ricos es 37 veces mayor que el de los veinte países más pobres y que esta brecha, según un reciente informe del Banco Mundial, se ha dupli­ cado en los últimos cuarenta años5. De acuerdo al Informe sobre el desarrollo humano 2000 de las Naciones Unidas, las desigualdades de ingreso a escala mundial aumentaron en el siglo X X en órdenes de magnitud sin proporción con nada de lo anteriormente experimentado. La diferencia entre el ingreso de los países más ricos y el de los países más pobres era alrededor de 3 a 1 en 1920, de 35 a 1 en 1950, de 44 a 1 en 1973 y de 72 a 1 en 19926. Entre los 147 países estudiados a través de los

3. Para el análisis se tomaron los datos de los siguientes documentos: Panorama social de América latina, 1 9 9 9 -2 0 0 0 , CEPAL, 2 0 0 0 ; Informe sobre desarrollo humano 2 0 0 0 , Naciones Unidas; Una década de luces y sombras. América latina y el Caribe en los años 9 0 , CEPAL, 2 0 0 1 ; La brecha de la equidad. Una segunda evaluación, CEPAL, 2 0 0 0 ; Desarrollo. Más allá de la economía. Progreso económico y social en América latina, Informe 2 0 0 0 , Banco Interamericano de Desarrollo, Washington, 2 0 0 0 ; Infor­ m e 2 0 0 0 , Fondo M onetario Internacional. 4. Banco Mundial, The Challenge ofPoverty Reduction, 1997, p. 90. 5. «Los países más pobres de la región que incluyen a Haití, Guyana, Honduras y Nicaragua, tienen niveles de ingreso que son una décima parte o aun menos de lo que se registra en los países desarrollados y no dista mucho del promedio de África, que es la región más pobre del mundo» (Desarrollo. Más allá de la economía. Progreso econó­ mico y social en América Latina, Informe 2 0 0 0 , cit., p. 5). 6. Informe sobre desarrollo humano, Naciones Unidas, 2 0 0 0 , p. 6.

indicadores de desarrollo humano de las Naciones Unidas, figuran 46 en la categoría de alto desarrollo humano y dentro de ellos seis son de América Latina; los demás están ubicados en el rango me­ dio, y Haití y Nicaragua están entre los países de más bajo desarro­ llo humano en el mundo. Algunos otros datos nos permiten dibujar con mayor precisión esta realidad. Mientras el PIB per cápita de los países de alto desa­ rrollo humano fue de 21.799 dólares, el de los países de desarrollo medio, en donde se encuentran la mayoría de países latinoamerica­ nos, fue de 3.458 dólares y el de los países de rango bajo de 2 .2447. El nivel promedio de ingresos per cápita de América Latina no llega a representar el 30% del ingreso per cápita de los países desarrolla­ dos. Un problema que se acentúa porque además está muy mal distribuido. En forma persistente, la región ha tenido índices muy altos de concentración del ingreso, superiores a los de cualquier otra región. En los países latinoamericanos, una cuarta parte del ingreso nacional es percibida por sólo el 5% de la población y un 40% por el 10% más rico8. Entre 1990 y 1997, el promedio simple de desempleo urbano en América Latina fue del 6%. Entre 1998 y 1999 ascendió al 8,4% . En casos como el de Colombia, este promedio ha sido reba­ sado con creces, pues en las últimas mediciones supera los 18 pun­ tos porcentuales dentro de la población económicamente activa. El 30% de los niños latinoamericanos menores de seis años habitan en viviendas sin acceso a redes de agua potable, poniéndo­ los en alto riesgo sanitario, y un 40% de los niños de América Latina viven en situación de riesgo significativo de contagio de enfermedades por la ausencia de sistemas adecuados de eliminación de excretas. En las zonas rurales de América Latina, como lo confir­ ma el Panorama Social de la CEPAL9, dos de cada cinco niños no completan el ciclo primario de educación y en las zonas urbanas uno de cada seis menores interrumpen sus estudios antes de termi­ nar la educación primaria. Una proporción muy considerable de jóvenes latinoamericanos no completa tampoco la educación secundaria. En el año 2000 cer­ ca de la mitad de los jóvenes de veinte años ya ha abandonado sus estudios sin terminar el ciclo secundario de educación o está muy

7. 8. 9.

Ibid. Desarrollo. Más allá de la economía..., cit., p. 5. Panorama social de América latina, 1 9 9 9 -2 0 0 0 , CEPAL, cit.

rezagada. En las zonas rurales las estadísticas son aún mas dramáti­ cas: tres de cuatro jóvenes no concluirán su educación secundaria. La esperanza de vida al nacer en los países de alto desarrollo humano es de 77 años mientras que en los de desarrollo medio es de 68 años y en los de desarrollo bajo sólo llega a los 50 años. En los años noventa la esperanza de vida pasó de 55 años en promedio a aproximadamente 70 y se ha conseguido reducir la mortalidad infantil de 106 a 31 por cada 1.000 nacidos vivos, un progreso notable10. Es preciso señalar que durante las últimas cuatro décadas la región logró un avance muy acelerado en las áreas más básicas que capta el Indice de desarrollo humano . «Los cambios ocurridos durante los años noventa, sobre todo en el bienio 1998-1999, ponen de manifiesto la persistencia del fenómeno de la pobreza y su heterogeneidad, además de la mayor vulnerabilidad que afecta a importantes grupos sociales»11. Como lo ratifica la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, «la vulnerabilidad social se ha convertido en un rasgo dominante que se extiende a varios contingentes de la población, comprendi­ dos los sectores medios, que en la modalidad de desarrollo previa fueron símbolo de la movilidad social ascendente y portadores, junto incluso a sectores pobres organizados de proyectos, de trans­ formación de la sociedad»12. Dentro de las muchas apreciaciones que se han hecho sobre la pobreza debemos señalar que más allá de su definición desde las carencias, las necesidades básicas insatisfechas o la falta de desarro­ llo de capacidades, está la pobreza entendida como exclusión. Ex­ clusión de las oportunidades económicas, el empleo o las buenas remuneraciones, pero también exclusión de las posibilidades de participación política y afirmación ciudadana, del acceso a la infor­ mación, la educación y la expresión de la diversidad cultural. En un trabajo reciente, elaborado por la Fundación Social, se acoge el concepto de pobreza construido por la Unión Europea; la pobreza, se afirma, no puede seguir siendo considerada como un fenómeno residual, simple herencia del pasado, abocado a desaparecer con el progreso económico y el crecimiento; tampoco la ausencia o insuficiencia de recursos económicos que afectan al individuo. 10. 11. 12.

Desarrollo. Más allá de la economía... Informe 2 0 0 0 , cit. Ibid. Ibid., p. 50.

Por el contrario, es necesario reconocer tanto el carácter estruc­ tural de las situaciones de pobreza y los mecanismos que la generan, como el carácter multidimensional de los procesos que provocan la exclusión de personas, grupos y territorios de los intercambios, la participación y los derechos sociales13. No se puede hablar de la ubicación de América Latina en la economía global sin destacar el peso que tienen la pobreza y las desigualdades en una inserción creativa y sobre todo autónoma en la globalización. Como señala Ernesto Ottone14, se han logrado transformacio­ nes de las economías de la región, como, por ejemplo, el significa­ tivo avance en la estabilidad económica, la creciente diversificación de las exportaciones, el acceso a mayores niveles de financiamiento externo y el incremento de la interdependencia de los países a través de procesos relativamente exitosos de integración. Pero tam­ bién se tienen bloqueos como el alto grado de vulnerabilidad de las economías, el incremento demasiado lento del ahorro interno, la expansión insuficiente de la inversión, la creciente diferenciación de ingresos al interior de la estructura ocupacional, la rigidez en la distribución del ingreso y los atrasos sociales y tecnológicos que vive una buena parte de su población. No se puede hablar de la ubicación de América Latina en la economía global sin destacar estos avances y dificultades y sin con­ siderar el peso que tienen la pobreza y las desigualdades en una inserción creativa y sobre todo autónoma en la globalización. Reflexionando sobre las protestas contra la globalización durante la reunión del G-8 en Génova, el presidente de la Comisión Europea, Romano Prodi, no eludió plantear lo que llamó las tres injusticias: H oy nos encontramos en una situación que calificaría com o la de las tres injusticias: el dramático aumento de la diferencia social entre las categorías más ricas y más pobres en las sociedades desa­ rrolladas; la misma diferencia creciente en las sociedades de los países pobres, y, por último, la diferencia de niveles de crecim iento y bienestar medio entre los países ricos y pobres. N o nos podemos resignar frente a esta situación sin haber hecho cuanto esté en nuestras manos por reducir las desigualdades, promoviendo refor­ mas que permitan a nuestras sociedades hacerse más abiertas, más justas y comprensivas. 13. M . E. Álvarez Maya y H. Martínez Herrera, E l desafío de la pobreza, Funda­ ción Social, Bogotá, 2 0 0 1 . 14. E. Ottone, La modernidad problemática, CEPAL, M éxico, 2 0 0 0 .

[...] el problema de la pobreza no se resuelve con menos globali­ zación y nuestra obligación es controlarla, ponerla al servicio del hom bre15.

3.

Vidas reales, vidas imaginadas. La participación de América Latina en la economía global

Como señala Amartya Sen16 existe una herencia mundial de interac­ ciones entre las sociedades y los movimientos contemporáneos de la globalización se inscriben dentro de esa historia. Sólo que, en nuestros tiempos, la globalización ha sido posible tanto por la ex­ pansión de los mercados a nivel mundial, la ruptura de las barreras de los Estados-nación, las posibilidades de conexión a través de redes como internet, la mundialización de la cultura y la circulación de la información gracias a los medios masivos de comunicación. «Ya no es necesario partir», anunció Paul Virilio al estudiar las relaciones de las nuevas tecnologías con la vida cotidiana, confirman­ do de paso la transmutación de los conceptos y las vivencias del tiem­ po, el espacio y la velocidad. Quizás esta idea de Virilio está unida a la hegemonía de las nuevas élites de la movilidad de las que habla Bauman, cuando en su libro sobre las consecuencias humanas de la globa­ lización critica lo que denomina el absentismo de los propietarios: La nueva libertad del capital evoca la de los terratenientes absentistas de antaño, tristemente célebres por descuidar las necesidades de la población que los alimentaba y por el rencor que esto causaba17.

A estas alturas del desarrollo de la globalización sabemos que no es simplemente un fenómeno económico sino una realidad multidimensional. Es económica, política, cultural. Se mueve en diferentes campos de la vida humana y además promueve relacio­ nes inéditas entre ellos. Los flujos financieros se entrelazan con las telecomunicaciones, las decisiones en bolsa con las reacciones in­ mediatas y directas de los computadores; las manifestaciones cultu­ 15. R. Prodi, «Las tres injusticias», en El País, 20 de julio de 2 0 0 1 , p. 4. 16. «Dix verités sur la mondialisation», Le M onde, 19 de julio de 2 0 0 1 , pp. 1 y 12. 17. Z. Bauman, La globalización. Consecuencias humanas, FCE, Buenos Aires, 1 9 9 9 , p. 17. «Así mismo esa insuficiente recuperación del crecimiento económico ha sido inestable como consecuencia de los estilos de manejo macroeconómico prevalecien­ tes en el contexto de alta volatilidad que ha caracterizado a los mercados financieros internacionales» (Una década de luces y sombras, CEPAL, 2 0 0 1 , p. 30).

rales locales se conectan con la lógica de las industrias culturales, que además de ser un sector destacado de la inversión mundial permiten la circulación de valores, sistemas simbólicos, modos de comprensión social. Los territorios físicos contrastan con los virtua­ les, mientras multitudes de jóvenes se encuentran en espacios que les son familiares a pesar de sus distancias geográficas: en la música o en el vídeo, en los viajes por el ciberespacio o en los rituales generacionales de la moda y la comida. Néstor García Canclini los ha recordado en su libro La globalización imaginada: La época globalizada es esta en que además de relacionarnos efec­ tivamente con muchas sociedades, podemos situar nuestra fantasía en múltiples escenarios a la vez. Así desplegamos, según Arjun Appadurai, «vidas imaginadas»18.

Despojar a la globalización de su marca simplemente económi­ ca es ubicarla en un contexto no sólo más amplio sino sobre todo más complejo y conflictivo. Además de los circuitos de la inversión, la operación de las grandes empresas transnacionales con sus fusio­ nes y sus sinergias, la acción de los organismos multilaterales que determinan reglas de juego para el desarrollo de los nuevos proce­ sos o el fortalecimiento de los acuerdos comerciales, están otros trazos sociales que definen a la globalización. Por ejemplo, la gene­ ración de agendas mundiales en donde aparecen temas como las drogas, las guerras, la pobreza, la preservación de los derechos humanos, como problemas que deben ser enfrentados globalmente; también los sistemas de justicia internacional como el Tribunal de La Haya o el Tribunal de Roma, la recomposición de las relaciones geopolíticas post-guerra fría o la afirmación de la democracia como orden social construido para la convivencia. Como asegura Boaventura de Souza Santos, a una globalización descendente la acompaña una globalización ascendente, es decir, aquella que hace universales las expectativas de amplios sectores de la sociedad mundial, casi siempre pertenecientes a sociedades periféricas y pobres, que urden sus propios tejidos de solidaridad como también amplifican sus justas demandas. Para pensar la globalización conviene, por una parte, conside­ rar las inmensas redes que configuran hoy las organizaciones del tercer sector. Organizaciones que cubren los espacios vacíos deja­ dos tanto por el Estado como por el mercado y que se plantean 18.

N. García Canclini, La globalización imaginada, Paidós, M éxico, 1 9 99, p. 33.

proyectos de desarrollo con concepciones más participativas, mo­ delos de incidencia en la vida pública, interacciones más flexibles y creativas con los Estados, intervenciones en áreas urgentes como la salud, la educación o el empleo. Pero, por otra parte, como escribe el mismo De Souza Santos, «debido a su complejidad, variedad y amplitud, el proceso de globalización está conectado a otras trans­ formaciones en el sistema mundial que sin embargo no son reducibles a él, tales como la creciente desigualdad a nivel mundial, la explosión demográfica, la proliferación de armas de destrucción masiva, la democracia formal como condición de asistencia interna­ cional a países periféricos y semiperiféricos, etc.»19 Junto a los foros mundiales de la globalización económica cre­ cen los foros sociales, junto a los encuentros de los gobernantes de los países más poderosos se movilizan la heterogénea muchedumbre de los contestatarios, al lado de grandes cumbres como las del me­ dio ambiente se reúnen todos aquellos que piensan que se deben producir cambios importantes en las relaciones entre los seres huma­ nos y la naturaleza. Los recientes movimientos frente a temas como la deuda externa, el protocolo de Kioto o el escudo antimisiles, de­ muestran que hay un dinamismo social que debe ser considerado se­ riamente. No es una simple alternatividad frente a las grandes co­ rrientes de las decisiones mundiales o las ineludibles tendencias de la globalización. No son nuevos grupos de luditas. Son expresiones que vienen desde el propio centro de los nuevos modelos de socie­ dad, que han sido generados por los problemas que produce un or­ den mundial que antes que eludir las tensiones o manipularlas estra­ tégicamente debe enfrentarlas con creatividad y justicia. En el campo de la cultura se habla de su mundialización, que, palabras más palabras menos, es la oferta simbólica universal que se encuentra en la gran industria del entretenimiento, en la produc­ ción audiovisual y musical, en las cohesiones generacionales o en la circulación mediática de las informaciones. El contraste entre la afirmación de las identidades locales y estos imaginarios mundiales, entre la diversidad y la estandariza­ ción, entre el multiculturalismo y las xenofobias, es un signo de lo que está ocurriendo en la cultura20.

19. B. de Souza Santos, La globalización del derecho, Universidad Nacional de Colombia/ILSA, Bogotá, 1998, p. 39. 20. Cf. R. Ortiz, Mundialización y cultura, Alianza, Buenos Aires, 1 9 9 7 ; íd., Los artífices de una cultura mundializada, Fundación Social, Bogotá, 1 9 9 8 ; N. García Canclini, La globalización imaginada, cit.

La globalización económica posee una serie de signos que la dis­ tinguen. Entre ellos están, de acuerdo con la descripción de Luis Jo r­ ge Garay, la agudización de la competencia internacional entre capi­ tales, la desregulación y flexibilización de los mercados en un creciente número de países, la nueva división internacional del trabajo, la ace­ lerada regionalización del espacio económico mundial, la generaliza­ ción de alianzas entre capital y corporaciones trans-nacionales, la liberalización de la movilidad de bienes, capitales y servicios entre países, las mayores exigencias para la coordinación de las políticas macro entre al menos las mayores economías capitalistas21. Durante estos últimos años América Latina ha hecho un esfuer­ zo muy importante para insertarse en la economía global. Lo que ha significado reformas estructurales de sus economías, replantea­ mientos de sus flujos de exportaciones y de sus sectores estraté­ gicos, cambios en las políticas de inversión y de atracción de los capitales extranjeros, modificaciones de sus sistemas de aranceles como también de sus condiciones de transporte. Estas transformaciones han ido paralelas a las reformas de los Estados, al cambio de marcos constitucionales y ordenamientos jurí­ dicos para adaptarlos a los nuevos tiempos, a las negociaciones no siempre fáciles con los organismos internacionales y a las decisiones conflictivas en terrenos como la seguridad social y la estabilidad la­ boral. A través de todo el continente se han producido procesos de privatización de empresas de servicios públicos compradas general­ mente por grandes compañías internacionales, muchas de ellas eu­ ropeas, a la vez que se ha estremecido el mercado financiero por la presencia de grandes bancos que han modificado el panorama que hasta el momento se conocía de esta clase de negocios. Los esfuerzos en apropiación tecnológica y mejoramiento de la educación han caminado mucho más lentamente, mientras que la inversión social ha sufrido todo tipo de avatares. No siempre se han podido solventar los costos sociales de la apertura económica, a la que muchos de nuestros países entraron con situaciones vulnerables y traumáticos procesos políticos de modernización. Algunos datos recientes nos permiten aclarar la escena del in­ greso de América Latina y el Caribe a la globalización. Las exportaciones durante el año 2000 aumentaron un 20% en su valor y un 11% en su volumen, la tasa más elevada de la década.

21. pp. 1 4-15.

L. J. Garay, Globalización y crisis, Tercer Mundo Editores, Bogotá, 1 999,

En 1999 América Latina participó en cerca de un 5,5% en el total de las exportaciones mundiales frente al 42% de Europa, el 22% de Estados Unidos y Canadá, el 5% del Japón y el 18% de los países de Asia en desarrollo. Las exportaciones de América Latina están concentradas aún en productos de bajo dinamismo. A pesar de las dificultades económicas que enfrentaron los gobiernos de la región entre 1998 y 1999 no se verificaron retrocesos en el proceso de apertura comercial de sus economías. Entre los países en desarrollo, los de América Latina y el Caribe tienen los aranceles más bajos y su nivel de protección es modera­ do. A pesar de estos bajos niveles varios instrumentos afectan a los productos básicos: las crestas arancelarias, los escalonamientos aran­ celarios y la aplicación de salvaguardias y medidas antidumping. Sin embargo, en el Panorama de la inserción internacional de América Latina y el Caribe, 1999-2000 la CEPAL advierte que la for­ mación de mercados globales es un proceso que aún está lejos de com­ pletarse y que solamente los mercados financieros se acercan a los parámetros exigidos para calificarlos de verdaderamente globales. La libertad de movimiento de los trabajadores y los mercados de interés para la región continúan sujetos a medidas proteccionistas. Las empresas transnacionales incrementaron notoriamente su participación en el comercio externo: desde un 18% en 1995 a poco más de un 31% en 1999. En el decenio de los noventa hubo una recuperación apreciable de las entradas de capitales a la región. Su promedio anual entre 1991 y 1999 fue equivalente a un 3% del PIB. La inversión extranjera directa (IED) fue el componente más cuantioso de la entrada de capitales; los ingresos netos por este concepto pasaron de 9.000 a 86.000 millones de dólares entre 1990 y 1999. Una parte importante de este movimiento de capital se orientó a la compra de activos existentes de empresas públicas y privadas, pero hacia el final del decenio alrededor del 60% se des­ tinó a la creación de activos nuevos22. Las empresas transnacionales incrementaron su participa­ ción en las ventas totales de las 500 empresas más grandes de la región de un 27% del total en el trienio 1990-1992 a un 43% en 1998-1999. En 1999 las empresas de la Unión Europea concentraron un 50% de las ventas regionales de las cien mayores empresas trans­ nacionales. 22. Cf. Una década de luces y sombras. América latina y el Caribe en los años noventa, cit.

Durante el mismo decenio el gasto público social tuvo una di­ námica muy favorable, que se concretó en un aumento de 2,3 pun­ tos porcentuales del PIB, pasando del 10,1% al 12,4% y superando así los niveles alcanzados a principios de los años ochenta. Entretanto, según datos de 200023, permanecieron los altos ni­ veles de inversión extranjera directa, el déficit en cuenta corriente se redujo, las tasas de interés reales cayeron en la mayoría de los países, pero el crédito interno se estancó; además se produjo ines­ tabilidad y deterioro en términos de financiamiento externo. El ritmo de devaluación de la región disminuyó, la inflación se mantuvo en un dígito, pero la inversión no mostró señales de recu­ peración y el desempleo se mantuvo en niveles altos. El secretario ejecutivo de la CEPAL, José Antonio Ocampo, señalaba recientemente que «la década de apertura comercial, re­ formas macroeconómicas y amplia libertad de movimientos de ca­ pital, en el contexto de la globalización, ha replanteado a la región la necesidad de coordinar los recursos nacionales mediante políti­ cas públicas que potencien la inversión productiva, la transferencia tecnológica, las actividades intensivas de investigación y desarrollo con el propósito de insertar sus economías en los segmentos más dinámicos del comercio mundial»24.

4. Los retos éticos a la globalización

o cóm o hacer posible la vida justa para todos «Cuando un ser humano sufre indignidad, pobreza o dolor — escri­ be Zygmunt Bauman en El desafio ético de la globalización — , no podemos tener certeza de nuestra inocencia moral. No podemos declarar que no lo sabíamos, ni estar seguros de que no hay nada que cambiar en nuestra conducta para impedir o por lo menos aliviar la suerte del que sufre. Puede que individualmente seamos importantes, pero podríamos hacer algo unidos. Y esta unión está hecha de individuos por los individuos». Esta afirmación sobrecogedora del sociólogo polaco aparece tan sólo un poco después de haber demostrado que en las socie­ dades globales existen profundos lazos de interdependencia, articulaciones que unen en un mismo destino humano a las socie­ 2 3 . CEPAL, La inversión extranjera directa, 2 0 0 0 . 2 4 . J. A. Ocampo, Panorama de la inserción internacional de América latina y el Caribe, CEPAL, Santiago de Chile, 2 0 0 1 .

dades ricas con los países pobres y atrasados. Lo afirmó también el escritor alemán Günter Grass en su discurso de recepción del premio Nobel de Literatura cuando con gran veracidad y una terrible premonición dijo: El norte y el Occidente opulentos, ansiosos de seguridad, pueden seguir queriendo protegerse y afirmarse como fortaleza contra el sur pobre; las corrientes de refugiados los alcanzarán, sin embargo, y ninguna reja podrá contener la afluencia de hambrientos25.

Bauman señala que globalización significa que todos depende­ mos unos de otros: Las distancias importan poco ahora. Lo que suceda en un lugar puede tener consecuencias mundiales [...] Por muy limitadas local­ mente que sean nuestras intenciones, erraríamos si no tuviéramos en cuenta los factores globales, pues pueden decidir el éxito o el fracaso de nuestras acciones. Lo que hacemos (o nos abstenemos de hacer) puede influir en las condiciones de vida (o de muerte) de gente que vive en lugares que nunca visitaremos y de generaciones que no conoceremos jamás26.

Esta interdependencia no significa reducir las responsabilidades que tienen los países de América Latina en sus propias condiciones de vida, vulneradas muchas veces por la corrupción, las desigual­ dades internas, el gasto desmedido, la ineficiencia del Estado o la falta de previsión hacia el futuro27. La interdependencia del mundo global ratifica que existen responsabilidades mutuas, que las grandes decisiones de las que suelen estar aislados los países pobres influyen sobre ellos, determi­ nan de alguna manera su destino. Que las tendencias de la econo­ mía mundial, trazadas por los organismos internacionales, influyen en el desarrollo de las economías de los puntos más aislados del

25. G. Grass, «Continuará...»: Letra Internacional 66 (2000), p. 21. 2 6. Z. Bauman, «El desafío ético de la globalización», cit., p. 11. 2 7. «Según análisis econométricos más de la mitad de las diferencias en los niveles de ingreso entre los países desarrollados y los latinoamericanos se encuentran asociadas a las deficiencias en las instituciones de estos últimos. La falta de respeto a la ley, la corrupción y la ineficacia de los gobiernos para proveer los servicios públicos esenciales son problemas que en mayor o menor medida padecen los países latinoamericanos, incluso más que otras regiones del mundo en desarrollo. Estas deficiencias constituyen una barrera muy grande para el progreso económico y para el desarrollo social» (Desa­ rrollo. Más allá de la economía, Informe 2 0 0 0 , BID, Washington, 2 0 0 0 , p. 14).

planeta y tienen repercusiones reales en la calidad de vida de in­ mensos sectores de la población. El investigador colombiano Luis Jorge Garay se expresa en estos términos: Aquellas naciones que logren vitalizar su estructura social y econó­ mica podrán avanzar en un proceso de inserción creativa, perdu­ rable al nuevo patrón de especialización internacional; en tanto otras serán susceptibles de sufrir una inserción destructiva, desi­ gual y empobrecedora, al fin de cuentas, sujetas a una marginación, fragmentación y desincorporación del sistema. Sobra mencionar los sustanciales costos y sacrificios en que habrían de incurrir aque­ llas naciones correspondientes a este segundo grupo28.

La agenda latinoamericana que reúne los temas que deben ser prioritarios para mejorar su ubicación en la globalización tiene aún muchas tareas pendientes. En primer lugar, no es posible ganar en competitividad si las realidades de nuestros países continúan hundidas en la pobreza de millones de personas y en la profundización de sus desigualdades. Esto quiere decir que las reformas estructurales de las economías latinoamericanas deben considerar siempre los costos sociales que producen, los desequilibrios que introducen. No se pueden esperar los supuestos tiempos de la abundancia hasta cuando se hayan cum­ plido las promesas de quienes dibujan un mejor porvenir vinculado con la radicalidad de las transformaciones. Porque, entre tanto, muchos hombres y mujeres, jóvenes y niños, transitan por la deses­ peranza y la crueldad de la miseria, de la falta de oportunidades, de la exclusión de una sociedad que hace mucho tiempo los dejó aban­ donados en un camino donde no todos marchan juntos. Mucho de esta tarea tiene que ver con la gestión y la responsabi­ lidad — en el más estricto sentido ético— de las propias sociedades latinoamericanas. Pero también con las reglas de juego mundiales, las interacciones de los países desarrollados con los de América Latina, la capacidad de los capitales transnacionales para generar desarrollo con equidad. Al referirse a los desafíos para la cooperación internacional, José Antonio Ocampo señalaba la estabilidad jurídica al acceso a los mercados de los bienes y servicios que producen los países de Amé­ rica Latina y el Caribe, el ofrecer oportunidades para diversificar

28.

L. J. Garay, Globalización y crisis, cit., p. 18.

sus estructuras exportadoras y el disminuir la vulnerabilidad exter­ na de sus economías. Porque es verdad que no todas las relaciones de los países ricos con América Latina son las más justas. Muchos productos latino­ americanos aún encuentran obstáculos para el acceso a los merca­ dos de los países industrializados, entre otras razones por medidas proteccionistas, y la libertad de movimiento de los trabajadores tropieza con trabas e incomprensibles medidas frente a la migra­ ción. Precisamente frente a esta situación, que preocupa tanto a los países de la Unión Europea y a los Estados Unidos, que ven azo­ tadas sus fronteras por riadas de pobres que sobreviven a los peligros de las pateras, los camiones climatizados o las inciertas incursiones por el «hueco», para tratar de buscar mejores condicio­ nes de vida, conviene escuchar las palabras de un pensador euro­ peo. Escribe: El deseo de los hambrientos de trasladarse hasta allí donde abun­ dan los alimentos es el que cabe esperar de seres humanos raciona­ les; dejarlos actuar de acuerdo con sus deseos es la actitud correcta y moral, según indica la conciencia. El mundo racional y consciente de la ética se muestra tan acongojado frente a la perspectiva de la migración masiva de pobres y hambrientos, debido precisamente a su innegable racionalidad y rectitud ética; es difícil negarles a los pobres y hambrientos, sin sentirse culpable, el derecho a ir donde abundan los alimentos, y es virtualmente imposible presentar argu­ mentos racionales convincentes de que la migración sería una deci­ sión irracional29.

En segundo lugar, es fundamental insistir en la profundización de las políticas sociales y en la atención de sectores estratégicos como la educación. Este es sin duda uno de los campos fundamenta­ les para aprovechar el potencial de América Latina en la economía global, porque es un continente con gente joven y porque la reno­ vación demográfica se presenta como una gran oportunidad que no puede ser desaprovechada. Proyectos educativos que aumenten el acceso, disminuyan los atrasos y la repetición, desarrollen las com­ petencias y mejoren la calidad de la información. La circulación abierta de conocimientos y el apoyo al desarrollo científico y tecnológico son espacios en donde se puede dar una

29.

Z. Bauman, loe. cit., p. 12.

interacción muy efectiva entre los países desarrollados y las socie­ dades latinoamericanas en el ámbito de la globalización. En tercer lugar, la agenda de la inserción de América Latina en la economía global tiene también una tarea política y ética. Se trata de fortalecer la democracia y sus instituciones, de consolidar la participación real de la ciudadanía, de aumentar el control y la rendición de cuentas de los gobernantes. La transparencia en los gobiernos, la lucha contra todas las formas de corrupción, la flexi­ bilidad y eficiencia de los Estados son estrategias claves para apro­ vechar las posibilidades de la globalización. En cuarto lugar, existe un enorme potencial en la sociedad civil latinoamericana. Por los pueblos más aislados del continente trans­ curren las acciones de muchas organizaciones civiles, promoviendo convivencia, acompañando procesos de gestión comunitaria, au­ mentando el extenso tejido social de la solidaridad. Desde sus afir­ maciones locales están organizaciones que preparan su mayor diá­ logo de nuestros países con lo global. La humanidad sigue siendo deudora de los grandes ideales éti­ cos que los hombres y las mujeres han construido a través de los siglos. Ideales que recobran toda su vigencia frente a los retos de la globalización. La dignidad humana, que nos interroga sobre el su­ frimiento y el dolor de grandes sectores de la población; la justicia, que observa a la riqueza desde la perspectiva del bien común, la protección de los débiles y la equitativa distribución de los bienes; la solidaridad que urde tejidos de apoyo donde existe fragilidad; la esperanza, que busca encontrar caminos en medio de la desolación y el abandono. Este proyecto ético es el que debe animar la presencia de un continente como América Latina en la sociedad global de los nuevos tiempos. Nunca como ahora son más vitales y más ciertas las palabras de nuestro premio Nobel Gabriel García Márquez. Cuan­ do hace unos años el presidente de Colombia le pidió participar en una misión que pensara la educación del futuro, escribió lo siguiente: Creem os que las condiciones están dadas com o nunca para el cam ­ bio social, y que la educación será su órgano maestro. Una educa­ ción desde la cuna hasta la tumba, inconforme y reflexiva, que nos inspire un nuevo modo de pensar y nos incite a descubrir quiénes somos en una sociedad que se quiera más a sí misma. Que aprove­ che al máximo nuestra creatividad inagotable y conciba una ética — y tal vez una estética— para nuestro afán desaforado y legítimo

de superación personal. Que integre las ciencias y las artes a la canasta familiar, de acuerdo con los designios de un gran poeta de nuestro tiempo que pidió no seguir amándolas por separado como a dos hermanas enemigas. Que canalice hacia la vida la inmensa energía creadora que durante siglos hemos despilfarrado en la de­ predación y la violencia, y nos abra al fin la segunda oportunidad sobre la tierra que no tuvo la estirpe desgraciada del coronel Aureliano Buendía.

CONSTRUIR CONFIANZA EN LA ACTIVIDAD EMPRESARIAL

COMPETENCIA GLOBAL Y RESPONSABILIDAD CORPORATIVA DE LAS PEQUEÑAS Y MEDIANAS EMPRESAS

Georges Enderle

A pesar de que las pequeñas y las medianas empresas (PYMES) constituyen una vasta mayoría de las organizaciones empresariales, normalmente se les suele situar a la sombra de las grandes corpora­ ciones y son desatendidas en los debates públicos, incluidos los que tratan sobre temas de ética de la empresa. Sin embargo, ellas se en­ frentan a una competencia global y tienen que luchar con múltiples dificultades. En este trabajo se discuten diversos aspectos referidos a estas dificultades, resituándolas a la luz de un nuevo concepto de res­ ponsabilidad corporativa que tiene, principalmente, la mira puesta en «el concepto equilibrado de la empresa», desarrollado por Lee Tavis y por mí, y en el «enfoque de las capacidades» de Amartya Sen. Sostengo que las PYMES todavía tienen espacios de libertad desde los que asumir sus responsabilidades económicas, sociales y medioambientales, al menos bajo las condiciones de la mayoría de los entornos empresariales alrededor del planeta, asegurando que la responsabilidad corporativa no sólo es posible, sino también ne­ cesaria para que las PYMES obtengan y permanezcan con éxito en el sistema de economía global actual. Los ejemplos de Rohner Tex­ til AG y las empresas de Grameen — que examinaremos posterior­ mente— muestran que las PYMES no sólo pueden sobrevivir, sino también florecer y prosperar en la economía global y contribuir a mejorar la globalización. Estos ejemplos ofrecen una esperanza y aliento a aquellos que comparten las tribulaciones y preocupacio­ nes de las PYMES y buscan soluciones sostenibles para ellas. En muchos aspectos éste es un tema de nuevo cuño, que cap­ ta nuestra atención y nos enfrenta a problemas especialmente difí­

ciles. En esta situación se encuentran múltiples ejemplos de tipos de empresas pequeñas y medianas que están haciendo frente a la com­ petencia global: una pequeña fábrica de tejidos manufacturados que produce telas de tapicería para productos industriales; una diminuta empresa en el oeste de la provincia china de Sichuan, que corta mármol para la industria de la construcción; una pequeña empresa de software en el medio-oeste de los Estados Unidos, que diseña datos para el manejo de programas de empresas de seguros; una empresa de productos de limpieza de unos veinte trabajadores en la metrópolis de Sao Paulo; un banco de micro-crédito en una aldea de Bangladesh; una pequeña empresa de turismo en un área de esquí en Suecia; una fábrica textil de tamaño medio en Massachusetts... Son muchas las empresas de tamaño pequeño y media­ no que están haciendo frente a las dificultades de los retos glo­ bales1. A continuación quiero proponer y defender el punto de vista siguiente: el ejercicio de la responsabilidad corporativa, la esencia de la ética corporativa, no sólo es posible, sino necesaria para que las empresas de pequeño y mediano tamaño alcancen una posición y permanezcan con éxito en la economía global. Al hacer esto, además, las PYMES realizan contribuciones significativas a la mejo­ ra de la globalización. A lo largo del intenso debate sobre la globa­ lización, este punto de vista poco común parece bastante atrevido pero poco realista. Esta perspectiva será interesante para aquellos que estén convencidos de que la ética es esencial para las empresas sostenibles, pero dejará escépticos a los que sólo vean una implaca­ ble lucha por sobrevivir en la arena internacional.

1.

Comprender las dificultades

En primer lugar, exploraré cuatro argumentos que, desde mi punto de vista, son incorrectos y no tienen ningún valor. Es una perogru­ llada decir que hoy día vivimos en un mundo crecientemente inter-

1. Más información acerca de estos ejemplos en: Rohner Textil AG (ver sec­ ción en este artículo, www.climatex.com, Gorman et. al. 2 0 0 0 , y una visita personal y correspondencia con el autor); visita personal del autor; Newsletter Markulla center; Fiorelli Forthcoming; Grameen Bank (ver, para esta sección, www.grameeninfo.org, Yunus 2 0 0 2 ) ; H alm e y Fadeeva 2 0 0 0 ; M alden Mills Industries, Inc. (ver www.polartec.com); Fundación ETN O R 2 0 0 0 .

conectado que se ha ido expandiendo más allá de las fronteras de las naciones, y que en este proceso la globalización económica ha llegado a convertirse en una máquina poderosa, para bien o para mal. La regla del juego es la «competencia global», que parece imponer a los afectados cualquier cosa por medio de las fuerzas de gran envergadura del mercado, no sólo en los negocios, sino tam­ bién en políticas, tecnologías, comunicaciones e intercambios cultu­ rales, por nombrar unos pocos. ¿Cómo podrían, entonces, las com­ pañías individualmente ser capaces de resistir a la «ley férrea» de la competencia global? ¿Cómo podrían ser capaces de romper la ca­ misa de fuerza de los «mecanismos del mercado»? Tradicionalmen­ te, parece existir sólo un camino para contener las fuerzas del mer­ cado, a saber, las leyes y las regulaciones. Sin embargo, hasta ahora las leyes internacionales y las regulaciones han sido inadecuadas a la larga para controlar dichas fuerzas. Por tanto, el primer argu­ mento sostiene que necesitamos leyes y políticas, no ética. En segundo lugar, se dice que deberíamos dirigir la mirada hacia las grandes y poderosas corporaciones transnacionales, los actores clave de la globalización económica, que tienen que ser considerados responsables de su impacto en la sociedad y en la naturaleza. También en términos éticos, por el contrario, las PY­ MES son supuestamente pececitos nadando impotentes, aunque en grandes aglomeraciones, en el tempestuoso mar de los negocios internacionales. Hagan lo que hagan tienen que seguir a las grandes ballenas, siendo incapaces por sí mismas de mejorar la globalización de modo efectivo. Por tanto, al centrarnos en las PYMES, ponemos unas expectativas demasiado altas en ellas y distraemos nuestra atención de los problemas reales de la globalización. Tercero: aunque concedamos un lugar adecuado a las PYMES, como pequeños peces que tienen un lugar en las poblaciones acuá­ ticas, la preocupación básica de aquéllas parece ser la de sobrevivir, no la de la ética. ¿Cómo puede la ética jugar un papel esencial? Desde el momento en que las PYMES están constantemente lu­ chando por sobrevivir, no tienen tiempo o recursos disponibles para gastar en otros objetivos más nobles. Evitar la bancarrota cons­ tituye ya un gran éxito. Por tanto, la ética no debería preocupar o molestar a las pequeñas compañías, que ya están muy presionadas, sino más bien concentrar sus esfuerzos en las corporaciones ricas y poderosas. El cuarto argumento refuerza el anterior, al considerar a las PYMES en los países en vías de desarrollo. A diferencia de las PYMES de los países desarrollados, aquéllas no pueden confiar en estructuras

de apoyo múltiples tales como acceso a la información, altos niveles educacionales de los trabajadores, redes de trabajo voluntario y sub­ venciones gubernamentales. Las oportunidades de éxito son todavía más pequeñas y la lucha por la supervivencia es más encarnizada, si cabe. Por tanto, la relevancia de la ética parece estar más cuestionada. En definitiva, tras estos cuatro argumentos, mi planteamiento anterior parece ser sumamente irreal. ¿Por qué debería la responsabi­ lidad ética corporativa ser no sólo posible, sino necesaria para que las PYMES alcancen el éxito y se mantengan en él dentro de la economía global? Cuanto más avanzamos de un argumento a otro, más se agra­ van las dificultades. ¿Existe algún modo de salvar estas dificultades? Mi respuesta es positiva y doble. En primer lugar, necesitamos clarificar el significado de la responsabilidad ética corporativa para poder llegar a entender estas dificultades; en segundo lugar, nece­ sitamos inspiración y aliento de las empresas que muestran con sus acciones que las PYMES éticas pueden desarrollarse e incluso pros­ perar en la economía global, al mismo tiempo que realizan contri­ buciones significativas a la mejora de la globalización.

2.

Clarificar el significado de responsabilidad corporativa

«Responsabilidad» es un término ético clave que ha ganado una importancia dominante en la comprensión moral contemporánea y, a menudo, se usa como la quintaesencia de la ética. En los círcu­ los de negocios la noción de «responsabilidad» es entendida in­ tuitivamente, aunque ésta conlleva muchas connotaciones. Las expectativas sociales acerca del comportamiento empresarial están frecuentemente expresadas en términos de responsabilidad y, sorprendentemente, se encuentran pocos análisis de este concepto clave en los manuales actuales o en cualquier bibliografía sobre ética de la empresa. En lo que sigue intentaré arrojar alguna luz sobre este campo apenas trillado, haciendo uso del «concepto equilibrado de la em­ presa», desarrollado por Tavis y por mí2, y combinándolo con el «enfoque de las capacidades» de Sen y su marco ético de un «siste­ ma de derechos como objetivos»3. Dadas las limitaciones de espa­ 2. G. Enderle y L. A. Tavis, «A Balanced Concept of the Firm and the Measurement of Its Long-term Planning and Performance»: Journal o f Business Ethics 17 (1 9 9 8 ), pp. 1 1 2 1 -1 1 4 4 . 3. Particularmente, A. Sen, «Rights and Agency»: Philosophy and Public Affairs

ció, únicamente podré destacar diversos rasgos claves de este nove­ doso proyecto que es un trabajo en realización y que necesita de mayor escrutinio y elaboración4. El concepto propuesto de responsabilidad corporativa (CRC), guiado por la noción de «libertad real» y sus interrelaciones con la responsabilidad ética, se compone de tres rasgos principales. 2.1.

Libertad real y responsabilidad ética

En el primero de estos rasgos, por analogía con las personas indivi­ duales, se asume que una organización tiene un «espacio de liber­ tad», lo que implica más de un posible curso de acción. Este espacio puede ser mayor o menor, puede cambiar en el tiempo, y está limitado por restricciones. La comprensión (o determinación descriptivo-analítica) del tamaño del espacio de libertad de la organi­ zación es una cuestión empírica que tiene que ser aclarada desde el análisis de las ciencias sociales y desde el conocimiento práctico (las empresas) y no desde consideraciones normativo-éticas. En corres­ pondencia con el espacio de libertad, se postula una cantidad equivalente de responsabilidad ética, de acuerdo al principio funda­ mental de la ética de que «deber implica poder». En resumen, cuanto mayor es el espacio de libertad, mayor es la responsabilidad (ver figura 1). Al afirmar esta correspondencia, es­ tamos estableciendo únicamente que el espacio de libertad de un actor moral, necesariamente, implica una dimensión ética, personi­ ficada como «responsabilidad», cuyos contenidos todavía no están determinados. Nótese también que nuestra comprensión general de

11 (1 9 8 1 ), pp. 3 -3 9 ; Id., «Evaluator Relativity and Consequential Evaluation»: ibid. 12 (1982), pp. 1 1 3 -1 3 2 ; íd., Development as Freedom , Knopf, New York, 1999 (trad. castellana: Desarrollo y libertad, Planeta, Barcelona, 2 0 0 0 ); Simposium on Amartya Sen’s Philosophy: Economics and Philosophy 17/1 (2001), pp. 1-88; United Nations Development Programme (UNDP), H um an Development Report 2 0 0 0 , OUP, New York, 2 0 0 0 , cap. 1. 4. Ver G. Enderle y G. Peters, A Strange Affair? The Emerging Relationship Bet­ umeen Ngos and Transnational Companies, Price Waterhouse, London, 1998 (página web: www.pwcglobal.com/uk/eng/ins-so/survey-rep/ngoreview_allsalliukeng.htm); G. Enderle, Corporate Ethics at the Beginning o fth e 2 1 st Century, Ponencia presentada en el encuentro «Desarrollo y ética» en el Banco de Desarrollo Interamericano, Washing­ ton, D .C., 8 de diciembre de 2 0 0 0 (en prensa); íd., «Veránderungen der Ókonomie im Kontext von Globalisierungsprozessen», en G. Virt (ed.), D er Globalisierungsprozess. Facetten einerD ynamik aus ethischer und theologischer Perspektive, Universitátsverlag, Freiburg, 2 0 0 2 , pp. 19-40.

la ética no está limitada a la cuestión de cómo deberían utilizarse los espacios de libertad dentro de las restricciones, sino que tam­ bién se incluyen los aspectos relacionados con la cuestión de qué restricciones deberían ser elegidas. Elección D EN TRO de restricciones: áreas

Elección DE restricciones: líneas

Figura 1. Espacio de libertad y responsabilidad.

2.2.

Responsabilidades económicas, sociales y medioambientales de la empresa

La segunda característica de la CRC tiene que ver con la naturaleza de la organización de negocios y sus implicaciones en el trazado de la responsabilidad corporativa. Bajo el «concepto equilibrado de la empresa» asumimos que la empresa no es meramente una organiza­ ción económica que opera en una esfera económica de la sociedad, sino que más bien está inevitablemente implicada, hasta cierto pun­ to, en las esferas social (política y socio-cultural) y medioambiental. Por tanto, esta triple implicación se extiende por cada ámbito de la empresa: su finalidad y objetivos, sus procesos y sus resultados. Además, asumimos que la implicación económica, social y medio­ ambiental presupone tres clases de responsabilidad, a saber: respon­ sabilidad económica, social y medioambiental. Estas están interrelacionadas de una forma circular y no jerárquica y cada clase contiene su propio valor intrínseco. Esto significa, por ejemplo, que la empre­

sa debería ser una buena ciudadana corporativa (como parte de su responsabilidad social), no sólo porque esto posee valor para incre­ mentar el beneficio, sino también porque la empresa tiene una obli­ gación moral de contribuir al bienestar de la sociedad (lo cual no va necesariamente de la mano del incremento de beneficio). Esta triple noción de la responsabilidad corporativa ha sido utilizada en los últimos años por un número creciente de compa­ ñías para definir sus misiones, objetivos y resultados. Por ejemplo, el Grupo de empresas Royal Dutch/Shell quiere repartir «progreso económico, desarrollo social y mejora medioambiental»5, subrayan­ do sus preocupaciones con respecto a «personas, planeta y benefi­ cio» y publica informes de progreso sobre «resultados económicos», «resultados sociales» y «resultados medioambientales»6. La Corpo­ ración Financiera Internacional (CFI), una institución filial del Gru­ po del Banco Mundial, declaró recientemente: «Nuestras activida­ des inversionistas y consultivas están diseñadas para reducir la pobreza y mejorar las vidas de las personas de un modo responsable medioambiental y socialmente»7. ¿Cómo podemos especificar estas tres clases de responsabilidad corporativa de un modo más concreto? El enfoque del «concepto equilibrado» sugiere proceder en dos fases: primero, identificar las bases cognitivas y sus cuestiones relevantes en las diferentes esferas, y, segundo, evaluar esas cuestiones desde una perspectiva ética. Por consiguiente, se escribe en una lista un número de puntos, tal y como van apareciendo, sin ningún orden particular o prioridad entre ellos (ver figura 2), que después se evalúan en términos de exigencias éticas mínimas, obligaciones positivas más allá del míni­ mo, y aspiraciones de ideales éticos8 (ver figura 3). Ambas dimen­ siones, la cognitiva y la evaluativa, son esenciales para comprender la responsabilidad corporativa tan concretamente como sea posible. Es también digno de mención que una empresa puede ser «ética» o equilibrar sus responsabilidades económicas, sociales y medioam­ bientales de modo muy diferente (ver figura 4), siempre y cuando

5. M. Moody-Stuart, Prólogo a Responsible Business. A Financial Times Guide, junio de 1999. 6. Shell Report 2 0 0 0 . Página web: www.shell.com; también incluye «How do we stand?», Tim e, 11 de septiembre. 7. International Finance Corporation (IFC), Who We Are, 2 001 (www.ifc.org); Small and Médium Size Department, 2001 (www.ifc.org/sme). 8. Ver R. T. De George, Competing with Integrity in International Business, OUP, New York, 1 9 9 3 , pp. 184-193.

Esfera económica relacionada con los aspectos productivos y distributivos • Alcanzar / maximizar beneficios: en el corto plazo en el largo plazo • M ejorar la productividad: Calidad de los factores de producción Calidad de los procesos de producción Calidad de los productos y servicios • Preservar/incrementar la riqueza de los propietarios/accionistas • Respeto a los proveedores • Ser justo con los competidores • Con respecto a los trabajadores: Preservar/crear puestos de trabajo Pagar salarios justos, proveer de beneficios sociales Reeducar y «empoderar» a los trabajadores • Servir al cliente

Esfera social • • • •

M antener y promover la salud Respetar el espíritu y la letra de las leyes y normativas Respetar las costumbres sociales y la herencia cultural Comprometerse de modo selectivo con la vida cultural y política

Esfera medioambiental • Estar com prom etido con el «desarrollo sostenible»: Consumir menos recursos naturales Descargar al medioambiente de aguas residuales

Figura 2.

Esferas de responsabilidad corporativa

Tres clases de retos o desafíos éticos: Exigencias éticas mínimas Obligaciones positivas más allá del mínimo Aspiraciones de ideales éticos

Figura 3. Trazado de responsabilidades corporativas.

E mpresa A

E mpresa B

E mpresa C

Figura 4. Varias posibilidades de asunción de responsabilidades corporativas.

respete la triple línea que señala los requisitos éticos mínimos en las esferas económica, social y medioambiental.

Especificar las responsabilidades corporativas en términos de las capacidades de los individuos

2.3.

Con el fin de especificar más las responsabilidades corporativas, propongo aplicar el «enfoque de las capacidades» de Amartya Sen y su marco teórico ético de un «sistema de derechos como objetivos» al concepto equilibrado de la empresa. El trabajo de Sen ha sido extremadamente fructífero en los campos de la ética y la economía, la teoría de la elección social, los estudios del desarrollo y las polí­ ticas públicas. Sin embargo, a mi modo de ver, no ha sido apenas utilizado, hasta ahora, por la dirección y administración de empresa y para la toma de decisiones en la empresa, aunque ofrece una gran riqueza de ideas teóricas con mucha relevancia práctica. Paso a indicar varias aplicaciones relevantes: Para captar el impacto de la conducta corporativa en sus proce­ sos y resultados, el enfoque de las capacidades proporciona una base informacional que está verdaderamente centrada en las personas. Dicho enfoque va más allá de la medición del bienestar en términos de ingresos, mercancías y bienes primarios (J. Rawls), y supera los problemas de medición irresolubles del utilitarismo. Este enfoque se centra en las «libertades reales» o «capacidades» de los individuos, que están fundamentadas y medidas teóricamente, como los Infor­ mes de desarrollo humano del PNUD han demostrado año tras año. Para los negocios internacionales, el enfoque de capacidades ofrece niveles universales o transculturales coherentes y flexibles, al mismo tiempo, con las diferentes situaciones socioeconómicas y culturales, y puede ser fácilmente combinado con el enfoque de los derechos humanos. Dentro del marco teórico de un sistema de derechos como objetivos, la finalidad, la misión y los objetivos de las empresas son de la mayor importancia. Estos se concretan en términos de capaci­ dad , lo cual permite que las estrategias empresariales sean mucho más flexibles en los modos de realizar las libertades. En su libro Development as Freedom Sen distingue cinco con­ juntos de libertades reales: libertades políticas, oportunidades eco­ nómicas, servicios sociales, garantías de transparencia y seguridad protectora9. Respecto a las organizaciones empresariales, nos pode­ 9.

Development as Freedom , cit.

mos preguntar ahora por sus responsabilidades en la promoción de estas libertades. Más específicamente, ¿de qué formas y en qué medida pueden estas libertades reales de las personas estar relacio­ nadas con las responsabilidades económicas, sociales y medioam­ bientales de la empresa? La respuesta breve es sencilla: las oportu­ nidades económicas pueden especificar responsabilidad económica; las libertades políticas y los servicios sociales pueden especificar responsabilidad social (que se relaciona con las esferas política y socio-cultural). En cuanto a la responsabilidad medioambiental, puede ser demostrada mediante los componentes medioambienta­ les implicados en las oportunidades económicas, las libertades polí­ ticas y los servicios sociales. Además, las garantías de transparencia y la seguridad protectora pueden estar relacionadas con las tres clases de responsabilidad (ver figura 5). Por supuesto, la integración del enfoque de las capacidades de Sen en el concepto equilibrado de la empresa necesita ser más elaborada, porque proporciona materiales suficientes para un pro­ grama de investigación extenso. Más tarde ilustraré este novedoso proyecto con algunos ejemplos.

3.

Replanteamiento de la cuestión de las responsabilidades de las PYMES en el contexto de la competencia global

Empecé este trabajo comentando el conjunto de dificultades con que se encuentran las empresas de pequeño y mediano tamaño en la actual economía globalizada. No sólo está en discusión el papel propio de la ética en los negocios globales, sino también parece que las grandes corporaciones transnacionales son los únicos jugadores relevantes en este juego de la competencia global. Las PYMES de­ ben primero luchar por sobrevivir, incluso si es necesario, sin ética. Además, mientras algunas PYMES en países desarrollados pueden prosperar, debido a las infraestructuras que las apoyan, las PYMES en los países en vías de desarrollo se enfrentan a unas condiciones extremadamente duras que parecen excluir cualquier posibilidad de responsabilidad corporativa. ¿Cómo podemos entonces defen­ der que la responsabilidad corporativa no es sólo posible, sino tam­ bién necesaria para que las PYMES en los países desarrollados y en vías de desarrollo lleguen a ser prósperas y se mantengan con éxito en la economía global? Primero, poner en cuestión el papel adecuado de la ética en los negocios globales parece apoyarse en una base poco firme. La

R e sp o n sa b il id a d e s

L ib e r t a d e s r e a l e s q u e d i s f r u t a n l o s in d iv id u o s

DE LA EMPRESA

(Amartya Sen)

Responsabilidades económicas:

Capacidades básicas tales como libertades para satisfacer el hambre, alcanzar una nutrición suficiente, obtener remedios para enfermedades tratables; oportunidades para vestirse y disponer de vivienda adecuada, disfrutar de agua limpia e ins­ talaciones sanitarias. Infraestructuras económicas: oportunidades para utilizar recur­ sos económicos destinadas al consumo propio, o producción, o intercambio; derechos económicos dependientes de los re­ cursos propios o disponibles para el uso así como condiciones para el intercambio; distribución de derechos; disponibilidad y acceso a las finanzas.

Responsabilidades sociales:

Libertades políticas concebidas en sentido amplio (incluyendo derechos civiles): oportunidad para determinar quién podría gobernar y bajo qué principios; posibilidad de examinar y cri­ ticar a las autoridades; libertad de expresión política y una prensa libre sin censura; libertad para elegir entre diferentes partidos políticos; libertad para disfrutar de la paz y el orden local; etc. Servicios sociales: oportunidad de recibir una educación básica y atención sanitaria para vivir una vida larga y sana y para par­ ticipar mejor en las actividades económicas y políticas.

Responsabilidades medioambientales:

Elementos medioambientales implicados en las infraestructuras económicas, libertades políticas y servicios sociales.

Con respecto a todas las relaciones:

Garantías de transparencia que tienen que ver con la necesidad de apertura que las personas esperan: la libertad de tratar unos con otros bajo garantías de transparencia e inteligibilidad (como requisitos básicos de la confianza). Seguridad protectora que es necesaria para mantener una red de seguridad social que prevenga a la población afectada de convertirse en seres reducidos a una miseria abyec­ ta, o en situaciones de pobreza extrema o pobreza (garantías de desempleo, ingresos suplementarios regla-mentados, ayuda contra la hambruna, empleo público de emergencia, etcétera).

F ig u ra 5 : E stip u la ció n d e resp o n sa b ilid a d es co rp o ra tiv a s en té rm in o s d e ca p a cid a d es ind iv id u a les

competencia global no es un destino, sino un hecho humano, cau­ sado, además, por las propias decisiones humanas. Aun cuando asumiéramos que la economía global es un «mecanismo» inmenso, que no tiene en cuenta ningún espacio de libertad — una premisa ésta poco realista— , las restricciones son establecidas, en gran me­ dida, por los actores humanos y, por tanto, pueden cambiarse, lo cual inevitablemente implica una decisión ética. Indudablemente, es necesario un marco legal internacional efectivo, justo y estable. Pero, aun cuando tal marco existiera, no podría ni debería regular y controlarlo todo. Más bien, como apuntan los Principios para los negocios de la Caux Roundtable, «las restricciones legales y del mercado son guías necesarias, pero insuficientes, para la conducta (en los negocios)»10. Cultura y ética también juegan papeles indis­ pensables, no sólo porque determinan esas restricciones económi­ cas y legales y crean nuevas restricciones (tales como códigos de conducta globales), sino también porque utilizan los espacios de libertad existentes de las organizaciones económicas y empresaria­ les. Tales espacios existen y están llegando a ser tan grandes como la liberalización, la privatización y la desregulación, que van en aumento en este mundo globalizado. Por tanto, la utilización de esos espacios de una forma éticamente responsable se está convir­ tiendo en una cuestión muy importante. Se podría replicar que, de hecho, los espacios de libertad están creciendo más, pero sólo para las grandes corporaciones transna­ cionales (CTN). Por esta razón, estas CTN están expuestas a un escrutinio y crítica pública creciente y ciertamente deberían ser consideradas responsables. En comparación se dice que las peque­ ñas y medianas empresas, al estar siempre más presionadas, pierden libertad. Sin embargo, comprobar que esto se da de hecho es una cuestión empírica difícil de responder. Pero también es difícil afir­ mar que las PYMES no tienen ningún espacio de libertad. Sin nin­ guna duda, en el mundo de las PYMES hay una diversidad de actividades de negocio y las iniciativas empresariales son inconta­ bles, lo cual parece sugerir que existen algunos espacios de libertad, aunque en diverso grado. Dado que la extensión de los espacios de libertad también depende de la infraestructura que los sustenta, podríamos esperar diferencias significativas entre las PYMES en países en vías en desarrollo y en países desarrollados.

10. G. Enderle (ed.), International Business Ethics: Challenges and Approaches, University of Notre Dame Press, N otre Dame, 1 9 9 9 , p. 144.

Además de la cuestión empírica respecto a los espacios de liber­ tad actuales de las PYMES, necesitamos conocer los retos éticos a los que se enfrentan y cómo pueden afrontarlos. Desgraciadamente, la bibliografía ha prestado poca atención a la ética de las pequeñas empresas. Respecto a los países indus­ trializados, se hizo una primera introducción en la Conferencia de EBEN sobre «Moralidad del mercado y tamaño de la compañía» (1990) en Milán11, y Laura Spence ha presentado recientemente un excelente estado de la cuestión12. Spence subraya con razón la nece­ sidad de tener en cuenta las características de los pequeños nego­ cios, tales como propiedad-dirección, independencia, multifunciones, apagafuegos, relaciones personales y familiaridad13. De esta manera, por ejemplo, los estándares éticos desarrollados para las grandes corporaciones pueden ser inapropiados para las pequeñas empresas. Laura Spence defiende que se incluya en la tarea de la ética empresarial la perspectiva de la pequeña empresa y que se contemplen las pequeñas empresas con ojos nuevos, sin los presu­ puestos que provienen de los estudios de las grandes empresas14. Evidentemente, aún podemos encontrar menos bibliografía dispo­ nible respecto a la ética de los pequeños negocios en los países en vías de desarrollo. Dos ejemplos son los artículos de Richard De George15 y Akira Takahashi16. Puesto que las pequeñas empresas están a menudo expuestas al crecimiento de la competencia global, pueden unirse en la lucha por la supervivencia formando una amplia variedad de redes de trabajo. De este modo, podrían ampliar sus espacios de libertad tratando de eliminar sus restricciones y mejorando y armonizando sus principios o valores empresariales y sus actuaciones. En los

11. B. Harvey, H. Van Luijk y G. Corbetta (eds.), Market Morality and Company Size, Kluwer Academic Publishers, Dordrecht/Boston/London, 1991. 12. L. J. Spence, «Does Size Matter? The State of the Art in Small Business Ethics»: Business Ethics — A European Review 8/3 (1999), pp. 1 63-174. 13. Para una compresión de las pequeñas empresas, ver también: R. Holliday, Investigating Small Firms. Nice Work?, Routledge, London/New York, 1 9 9 5 ; C. M. Baumback, How to Organize and Operate a Small Business, Prentice Hall, Englewood Cliffs, N J, *1 9 8 8 ; D. J. Storey, Understanding the Small Business Sector, Routledge, London/New York, 1 9 9 4 ; Corporación Financiera Internacional, en ww.ifc.org/sme. 14. L. J. Spennce, «Does Size M atter?...», cit., p. 172. 15. «Entrepreneurs, Multinationals, and Business Ethics», en G. Enderle (ed.), International Business Ethics..., cit., pp. 2 7 1 -2 8 0 . 16. «Ethics in Developing Economies of Asia», en G. Enderle (ed.), op. cit., pp. 3 0 7 -3 2 2 .

últimos años se han creado gran número de redes, particularmente en el campo del medioambiente, dirigidas al cumplimiento simultá­ neo de responsabilidad económica y medioambiental. Interesantes estudios de casos provienen del Reino Unido, España, Austria, Escandinavia y Holanda, que tratan sobre la cuestión de «las peque­ ñas y medianas empresas y las redes y alianzas orientadas al medioambiente»17. Otra publicación clarificadora analiza los dife­ rentes enfoques del medioambiente realizados por pequeñas em­ presas familiares danesas e inglesas y las implicaciones para la res­ ponsabilidad medioambiental corporativa y la conexión de redes o asociaciones18. Estas iniciativas demuestran que las redes cuidadosamente di­ señadas y desarrolladas persistentemente son un medio efectivo para el fortalecimiento de las PYMES, no sólo en sus resultados económicos, sino también en sus resultados sociales y medioambien­ tales. Puesto que las PYMES tienen que cooperar con otras peque­ ñas empresas, agencias del gobierno y ONG en pie de igualdad, los objetivos sociales y medioambientales son de pleno derecho y no pueden ser consideradas meros medios para alcanzar puramente unas finalidades empresariales (por ejemplo, maximizar el valor del accionista); más bien, esas PYMES son compañías con una finalidad múltiple que equilibran sus responsabilidades económicas, sociales y medioambientales. (Esto se sostiene sin tener que decir que la afirmación inversa es también verdadera, es decir, que las ONG y las agencias gubernamentales tienen que reconocer que las PYMES están en su pleno derecho de perseguir sus objetivos económicos y dar cumplimiento a sus responsabilidades económicas en sus pro­ pias organizaciones.) El concepto propuesto de responsabilidad corporativa ayuda a volver a plantear nuestra cuestión de la «competencia global y las responsabilidades corporativas de las pequeñas y medianas empre­ sas». De modo realista, es crucial reproducir fielmente los espacios de libertad de las PYMES y sus correspondientes responsabilidades. Las PYMES deberían usar estos espacios de libertad para ampliar en lo posible el alcance y el compromiso en las conexiones de redes o

17. T. W olters (ed.), «Small and Medium-Sized Enterprises and EnvironmentOriented Networks and Alliances»: G reener Management International. The Journal o f Corporate Environmental Strategy and Practice 3 0 (2000). 18. L. J. Spence, R. Jeurissen y R. Rutherfood, «Small Business and the Environment in the UK and the Netherlands: Toward Stakeholder Cooperation»: Business Ethics Quarterly 10/4 (2 000), pp. 9 4 5 -9 6 5 .

asociaciones para fortalecer sus posiciones en el mercado global. Para ser una compañía «ética», la empresa pequeña y mediana pue­ de equilibrar sus responsabilidades económicas, sociales y medio­ ambientales en una amplia variedad de formas, siempre y cuando ésta satisfaga y se esfuerce por ir más allá de los requerimientos éticos mínimos en todas sus actividades. Para concretar esas res­ ponsabilidades se propone el enfoque de capacidades de Sen, por­ que es aplicable universalmente en un mundo que se globaliza y es particularmente adecuado para identificar los requerimientos éticos mínimos y las obligaciones sociales que van más allá de estos reque­ rimientos. En lo que sigue presentaré dos excelentes ejemplos, uno de ellos de un país desarrollado y el otro de un país en vías de desarro­ llo, ilustrando así cómo las PYMES y las coaliciones de asociaciones o redes que las apoyan están demostrando actualmente que pueden hacer frente a los retos globales y dar respuestas sugerentes.

4. Aprender de los ejemplos 4.1.

Rohner Textil AG

Fundada en Suiza en 1947 como una propiedad familiar, empresa de fondo social, Rohner Textil AG produce tela de tapicería vegetal (Climatex Lifecycle) para hogares y oficinas19. En el año 2000 las ventas han alcanzado los 7,2 millones de dólares, doblando la fac­ turación de 1995, y la evolución de sus beneficios ha estado significativamente por encima de los estándares de su sector indus­ trial. Bajo el liderazgo de su director gerente Albin Kálin, esta pe­ queña empresa con treinta trabajadores ha desarrollado con éxito importantes programas medioambientales desde 1987 y ha logrado un reconocimiento mundial como pionera en su campo. Climatex Lifecycle es una tela de tapizado vegetal y enteramente biodegradable. Este producto está hecho de lana de ovejas criadas en libertad y humanamente tratadas en Nueva Zelanda y Ramie, con una combinación de fibra natural en uso desde hace 4.000 años en Egipto y cultivada orgánicamente en Filipinas, y sin ningún mate­ rial sintético. Las fibras largas de los Ramies tienen unas caracterís­ ticas higroscópicas extraordinarias, que, cuando son combinadas

19.

Ver su página web www.climatex.com.

con la lana, producen una tela que extrae la humedad, para estable­ cer un control del clima. Esta línea de producto innovador ha gana­ do numerosos premios y parece destinada a convertirse en un refe­ rente industrial. Rohner Textil proporciona un magnífico ejemplo de cómo equi­ librar las responsabilidades económicas, sociales y medioambienta­ les, alcanzando el triple objetivo de preservar la existencia de la empresa, los empleos y el entorno natural. Sus Informes m edioam ­ bientales en el periodo de 1993 a 2000, auditados por agentes independientes, dan pruebas con una transparencia excepcional y con muchos detalles de la extraordinaria visión, logros y perspecti­ vas de esta compañía. Ha obtenido certificaciones de los sistemas de dirección y gestión medioambiental ISO 14001 y Ernas 1836/93 y otros numerosos sistemas. En el 2001 lanzó la tela Lifecycle Climatex rediseñada, que tarda en inflamarse. Esta empresa se esfuer­ za por alcanzar un «desperdicio cero» para todas las líneas de sus productos, «cero desecho de agua» en su central de tinte, reduce el uso de energía y amplía la prevención de ruidos, y, además, sigue considerables programas de desarrollo del personal. Recientemente tuve la oportunidad de visitar la empresa y dis­ cutir con el señor Kálin acerca de las dificultades y éxitos de esta impresionante historia. Estos son algunos hechos importantes. A mediados de la década de 1980 los puestos de trabajo de tintura de pequeñas empresas se enfrentaban a una presión competitiva cre­ ciente, al mismo tiempo que se producía un aumento de las expec­ tativas y regulaciones ecológicas. Dado que el 10% de las ventas durante ocho años se dedicaba necesariamente a la inversión en nueva maquinaria, no había ningún recurso financiero disponible para la inversión medioambiental. La dirección de la empresa se dio cuenta de que la disyuntiva «economía o ecología» no era una op­ ción, y por eso desarrolló una estrategia para combinar ambas. Esta estrategia estableció la visión, el compromiso y la perseverancia de la dirección para alcanzar su objetivo paso a paso a lo largo del tiempo, a pesar del escepticismo y de la hostilidad de la industria textil. Dos sociedades, una gran corporación transnacional química y una ONG, resultaron ser cruciales: de Ciba-Geigy, Rohner Textil adquirió el derecho a utilizar 16 tintes biodegradables, con los que al menos todas las variaciones de color eran posibles, excepto el negro; Rohner Textil también cooperó con el instituto medioam­ biental independiente EPEA de Hamburgo. Su director, el doctor Michael Braungart, y el diseñador y arquitecto americano William McDonough desarrollaron un instrumento de diseño que podía

medir el impacto acústico medioambiental de los productos y de la producción, el «índice de sostenibilidad», primero utilizado para la tela Climatex Lifecycle20. ¿Cuáles son los principales retos de esta pequeña empresa? En primer lugar, Rohner Textil quiere permanecer en el pueblo donde está operando desde 1911 y mantener una amplia independencia. Sin embargo, a principios del 2000 la próspera compañía fue ad­ quirida por otra empresa suiza que, afortunadamente, parece respe­ tar a Rohner como una sede subsidiaria que opera independien­ temente en este pueblo. Por raro que parezca, los derechos de propiedad de los tintes por parte de la empresa multinacional ayu­ dan a mantener segura la relativa independencia de la compañía adquirida. Un segundo cambio es la introducción de un sistema contable comprehensivo e integrado que refleja los costes y benefi­ cios de un modo realista y verdadero. El principio de transparencia no sólo significa dar a conocer datos técnicos y financieros, sino también, y más importante, cálculos medioambientales correctos, que podrían entrar en conflicto con los principios que prevalecen en las grandes empresas de contabilidad. En tercer lugar, tras mu­ chos años de éxito de desarrollo independiente, se ha impuesto una creciente necesidad de asociación y cooperación con pequeñas empresas, movidas por el mismo sentimiento. Aunque no ha surgi­ do todavía una forma de cooperación distinta, un tipo de coalición de esta clase parece ser apropiado. 4.2.

El banco Grammeen

El segundo ejemplo está tomado de Bangladesh. Se trata de una historia de éxito apasionante, surgida en un país en vías de desarro­ llo21. Muhammad Yunus presentó un espléndido relato del movi­ miento del Banco Grameen y los micro-créditos en el II Congreso Mundial de Negocios, Economía y Etica el año 2000 en Sao Paulo22. La idea surgió de una experiencia impactante de Yunus, en el tiempo que era un joven profesor de economía a mediados de 1970 en Bangladesh, cuando veía a la gente sufrir y morir fuera de su campus no por enfermedades, bombas o guerra, sino, simplemente, 20. Ver w w w .m bdc.com ;www.epea.com. 21. V e rwww.grameen-info.org. 22. M. Yunus, «The Micro-credit Movement: Experiences and Perspectives», en M. C. Arruda y G. Enderle (eds.), Improving Globalization, Person, Sao Paulo, 2 0 0 2 .

porque no tenía nada que comer. Tras investigar, se dio cuenta de que esas gentes estaban sufriendo terriblemente por carecer de pe­ queñísimas cantidades de dinero. Sin embargo, si tomaban prestado dinero de los prestamistas o de los usureros, éstos ponían unas condiciones increíbles. Yunus hizo una lista de personas que pade­ cían este problema: eran 42 personas, y la suma de sus necesidades ascendía a 27 dólares. Simplemente dio el dinero a estas 42 perso­ nas y se vio sorprendido por el entusiasmo y la alegría que supusie­ ron esas pequeñas sumas de dinero para cada una de las 42 perso­ nas. Esto le hizo querer repetir la experiencia con un número mayor de personas. Yunus buscó algún acuerdo institucional para que la gente necesitada pudiera encontrar dinero a bajo coste, siempre que lo necesitara, y fue así como se puso en marcha el primer banco Grameen. Después de 24 años de trabajo, existen bancos Grameen en 40 .0 0 0 pueblos de Bangladesh, con 2,4 millones de prestatarios. En marzo de 1995 el movimiento de micro-crédito alcanzó el objetivo cumulativo de mil millones de dólares americanos en préstamos, en septiembre de 1997 eran dos mil millones y en 2000 tres mil millo­ nes. Lo que se ha conseguido es depositar el dinero necesario en las manos de personas pobres, que lo han utilizado, lo han incremen­ tado y devuelto al banco sus intereses, mientras todavía mantienen una reserva para ellos mismos y sus familias. Este incremento del ingreso estable ha tenido un enorme impacto en los niveles de vida de las familias Grameen. Una tercera parte de ellas ha salido ya del umbral oficial de pobreza y los dos tercios restantes están avanzan­ do poco a poco hacia este objetivo. Los niños en las familias Gra­ meen tienen mejor educación que los niños de las familias noGrameen. La adopción de prácticas de planificación familiar dentro de las familias Grameen es dos veces más alta que la media nacional de Bangladesh, y la mortalidad infantil en las familias Grameen se ha reducido un 37% . Estas estadísticas, publicadas por reputadas instituciones de investigación, muestran claramente el amplio po­ der y efecto de un simple préstamo de una pequeña suma de dinero para la calidad de vida de una familia. No obstante, el camino hacia el éxito estuvo lleno de dificulta­ des. Los bancos rechazaban la idea de prestar dinero a gente pobre, especialmente a mujeres, porque consideraban que eran personas no dignas de confianza. Supuestamente, el dinero prestado podría gastarse en comida, y nunca sería devuelto. El gobierno tardó dos largos años en dar permiso a Grameen para establecer un banco para pobres. Además, las mismas mujeres tenían un gran temor al

programa. Insistían en que el dinero podía ser administrado única­ mente por el marido, y nunca querían, literalmente, tocarlo. Ade­ más, los líderes religiosos de este país musulmán trataban también de persuadir a todo el mundo de que dar dinero a las mujeres po­ dría derivar en un desastre para esta religión que mantiene a las mujeres separadas de los hombres. Sin embargo, se comprobó que el dinero que llegó a las familias a través de las mujeres produjo más valor para la familia que el dinero que llegaba a través de los hom­ bres. Como ellas procedían de familias pobres, habían desarrollado determinadas habilidades significativas para administrar los recur­ sos escasos. También, como mujeres, prestaban normalmente una gran atención a las necesidades de los niños. Por tanto, el número de mujeres en el programa Grameen se ha incrementado y ya ha alcanzado la cifra del 95% de los prestatarios. En los últimos quince años la idea Grameen se ha globalizado. Ahora existen al menos 65 países que tienen programas Grameen. Y para extender más el movimiento, 3.000 delegados reunidos en 1997 en la Cumbre del Micro-Crédito en Washington D.C., res­ paldaron el objetivo de llegar a que los 100 millones de las familias más pobres del planeta dispongan de micro-créditos en el año 2005. Asociada a la idea básica del programa del banco, Grameen ha desarrollado 22 filiales, en parte con socios de otros países, para mejorar las condiciones de vida de los pobres. Entre otras figuran las siguientes: «Teléfono Grameen», que es una sociedad conjunta de riesgos compartidos con Telenor de Noruega, que, a su vez, es una empresa de telefonía móvil totalmente independiente, que suministra un teléfono a una mujer pobre en un pueblo remoto— ; Esta puede ganar dinero mediante la administración de las comuni­ caciones telefónicas de los habitantes del pueblo y ahora hay muje­ res telefonistas en unos 2.000 pueblos de Bangladesh. «Comunica­ ciones Grameen», que, en conjunción con la empresa Hewlett Packard, creó la conexión a internet entre ciudades y pueblos, lo que permite a los habitantes de los pueblos acceder a servicios médicos y sanitarios a través de internet. Puesto que sólo un 15% de los bangladeshíes tiene acceso a la electricidad, se creó «Energía Grameen» para suministrar energía solar, que puede ser usada para recargar los teléfonos móviles y para otras muchas cosas. Desde el deseo de mantener viva una maravillosa y vieja tradición bangladeshí, la de tejer a mano, «Empresa Grameen» está creando un merca­ do de fábricas de tejido a mano de prendas para Europa (con ventas de 35 millones de dólares en los últimos tres años). Con el fin de

poner éstas y las otras compañías Grameen en el mercado de valo­ res, se ha formado una compañía más, denominada «Compañía de administración y seguridades Grameen», con la idea de que las acciones propiedad de Grameen pasen a los prestatarios Grameen. Y «Fondo Grameen» proporciona préstamos de capital asociado a tantos empresarios como le es posible. Los 25 largos años de historia de la familia Grameen demues­ tran claramente que lo pequeño puede ser muy efectivo y liderar grandes cambios. Confiar en la gente pobre y crear el tipo correcto de organización de negocios proporciona «libertades reales» para los pobres, como Sen propone con su enfoque de las capacidades. Confianza y apoyo organizacional que capacitan a los pobres a tener cuidado de sí mismos con creatividad e ingenio. En palabras de Muhammad Yunus: T od o lo que nosotros damos en Grameen es un sistema de apoyo que no es caridad, sino más bien un programa de negocio que aspira a crear un entorno de beneficio mutuo para una persona pobre, para involucrarse legítimamente en transacciones de nego­ cios tradicionales que mejoran materialmente su condición y, por tanto, aumentan su dignidad.

5. Resumen en siete recomendaciones Las prósperas historias de Rohner Textil AG y la familia Grameen ofrecen una gran riqueza de experiencias y claves que pueden ayu­ dar a las PYMES a afrontar con éxito la competencia global y a cumplir con sus responsabilidades económicas, sociales y medioam­ bientales. Para concluir, me gustaría resumir estos hallazgos en siete recomendaciones: 1.a Recomendación. Diseña de m odo claro un producto excep­ cional que sea sostenible en términos económ icos , sociales y m e­ dioambientales. Tanto Rohner como Grameen han desarrollado de modo claro una definición de sus productos y servicios que eran insólitos antes y dieron satisfacción a una necesidad de los clientes concienciados ecológicamente: la tela tapizada vegetal y biodegradable con dise­ ños preciosos y desperdicio cero, y préstamos pequeñísimos a gente que desesperadamente los necesitaba y que sacó el máximo de ellos, r e spe cti vamente. 2 .a Recomendación. Como empresario , comprométete tú mis­

mo en el cumplimiento y pon una gran confianza en tu gente, traba­ jadores y clientes. Albin Kálin, director gerente de Rohner, y Muhammad Yunus, fundador de Grameen, han demostrado mediante su ejemplo que la «gente importa». Ellos se han comprometido plenamente como empresarios a lo largo de los años y han creado una confianza considerable en sus trabajadores y clientes. 3 .a Recomendación. Esfuérzate por desarrollar una coordina­

ción excelente entre tu producto, tu compañía y el contexto local para llegar a ser competitivo en el nivel global. A primera vista, esta recomendación podría parecer paradójica, centrarse en lo local y alcanzar lo global, pero los ejemplos mues­ tran que la lucha con los problemas locales de modo serio y con la enérgica determinación de utilizar todos los recursos e innovación hace capaz a la empresa de convertir la amenaza de la competencia global en una oportunidad. 4 .a Recomendación. Persigue el proceso de aprendizaje e im-

plementación con apertura y perseverancia, paso a paso. Ninguna historia exitosa empieza con una visión fuertemente idealista y un plan maestro detallado. Más bien, el comienzo fue un reto concreto, muy específico: la supervivencia de Rohner en aquel pueblo y la provisión de una pequeña cantidad de dinero a unas pocas personas pobres fuera del campus de Yunus. Lo importante es que cada ejemplo se integre en un proceso dinámico continuo de resistencia, así como de afán por aprender. 5.a Recomendación. Utiliza tu espacio de libertad para un m a­

yor y más extenso cumplimiento, por medio de la creación de redes con socios que compartan los mismos pensamientos y sentimientos. Ambos empresarios actuaron como si no tuviesen restricciones (aunque siempre fueron conscientes de ellas) e hicieron cada cosa hasta agotar las posibilidades que tenían. Además, superaron la extendida actitud de independencia mantenida por muchos empre­ sarios y se implicaron en asociaciones de redes que ampliaron sus espacios de libertad. 6.a Recomendación. Respeta la triple cuenta de resultados de las

responsabilidades económicas, sociales y medioambientales y equili­ bra esas responsabilidades para maximizar la sostenibilidad. Desde el comienzo, la estrategia empresarial de Rohner Textil tenía por cierto que las responsabilidades económicas y medioam­ bientales eran igual de importantes y ha aceptado también, a lo largo de su desarrollo, la tercera línea de fondo de la responsa­ bilidad. Grameen empezó con la convicción de que las responsabili­

dades social y económica pertenecían intrínsecamente la una a la otra y ha evolucionado hasta incluir también la responsabilidad medioambiental. Basándose en esta firme triple cuenta de resulta­ dos, ambas empresas han luchado por la excelencia y han prospera­ do en una gran variedad de sentidos. 7.a Recomendación. Evalúa tu negocio y deja que sea evaluado

por auditores independientes en términos de capacidades, haciendo significativo hasta qué punto contribuyes a ampliar las libertades reales que la gente disfruta. A lo largo de sus evoluciones ambas empresas han sido in­ tensamente examinadas y evaluadas interna y externamente, garan­ tizando un extraordinario nivel de transparencia. Rohner Textil ofrece a los clientes concienciados medioambientalmente la opor­ tunidad de utilizar y disfrutar con seguridad absoluta de sus pro­ ductos de desechos nulos (que también son diseñados estética y confortablemente) y proporciona a sus trabajadores oportunidades económicas (como por ejemplo la libertad de trabajar y realizar un ingreso salarial en sus comunidades) y servicios sociales (tales como salud, seguridad y condiciones de trabajo participativo); para todos los grupos de intereses Rohner Textil fortalece sus libertades frente a la degradación del medioambiente. Las compañías Grameen rea­ lizan considerables contribuciones a la promoción de la libertad desde la pobreza entendida como la privación de capacidades (tales como las libertades para satisfacer el hambre, lograr una nutrición suficiente y obtener remedios para enfermedades tratables), ven­ ciendo la discriminación contra las mujeres, capacitando a los po­ bres para participar en la vida política, dando pasos concretos con­ tra las amenazas medioambientales. Resumiendo, empezamos con la provocativa afirmación de que la responsabilidad corporativa no es sólo posible, sino también ne­ cesaria para que las pequeñas y medianas empresas lleguen a alcan­ zar y permanecer en la prosperidad dentro de una economía global. Se discutieron muchas dificultades y se plantearon de nuevo a la luz de un nuevo concepto de responsabilidad corporativa. Éste preten­ de integrar el «concepto equilibrado de la empresa» con el «enfo­ que de las capacidades» de Sen. Esta clarificación conceptual parece ser necesaria para centrar mejor nuestra atención en lo que real­ mente está en juego. A las pequeñas y medianas empresas se les atribuyen algunos espacios de libertad y unas responsabilidades correspondientes, al menos bajo las condiciones de la mayoría de los entornos empresariales mundiales. Los ejemplos de Rohner

Textil AG y las empresas Grameen demuestran que las PYMES no sólo pueden sobrevivir, sino también prosperar en la economía global y contribuir así a la mejora de la globalización. Aunque con estos ejemplos no se proporciona una prueba científica rigurosa, pueden ofrecer esperanza y aliento para aquellos que comparten estas preocupaciones de las PYMES y buscan soluciones sostenibles. [Traducción de Elsa González Esteban]

LOS VALORES DE LA EMPRESA INFORMATIVA

J u a n Lui s C e br i án

En 1983 una gran excitación se adueñó de las redacciones de todos los periódicos del mundo. Los más prestigiosos rotativos competían por la adquisición de las memorias de Hitler, una primicia editorial sin precedentes o, por mejor decir, con algunos de ellos que la memoria inmediata de los periodistas y empresarios de prensa no atinaba a recuperar. Si la precipitación y los lógicos deseos de triun­ fo no hubieran sido tan grandes quizá alguien hubiera reparado en las oficinas del The Sunday Times en el hecho de que, en 1968, este semanario, entonces propiedad de lord Thomson of Fleet, se vio obligado a reconocer la falsedad de unos diarios de Mussolini, por los que su empresa había pagado una importante suma de dinero, y, años más tarde, estuvo envuelto, también, en una fracasada nego­ ciación con los representantes del millonario Howard Hugues acer­ ca de la compra de su autobiografía, después de que viera la luz otra apócrifa, escrita por el famoso autor de best-sellers Clifford Irving. O sea, que tenían motivos para tomar precauciones respecto a este tipo de cosas1. Pero si he traído a colación la historia no es por la peripecia misma de la simulación de las reflexiones y memorias del monstruo nazi. Al fin y al cabo, el mundo de las falsificaciones artísticas, históricas y literarias es fascinante, y ahí está el ejemplo de la bio­ 1. De cómo se fraguó aquella gran estafa, de la que fueron objeto prestigiosos y reconocidos historiadores, periodistas influyentes e importantes empresarios de la co­ municación, podría hablar una de sus víctimas, Gerd Shulte-Hillen, entonces al frente del grupo de revistas Grunner-Jahr, y colaborador en este volumen.

grafía y obra del inexistente pintor Josep Torres Cainpalans, perpe­ tradas con singular maestría por Max Aub. Lo que me interesa hoy de la anécdota hitleriana es la reacción de Rupert Murdoch, a la sazón dueño y editor del The Sunday Times londinense, cuando conoció que eran un timo. Sus medios habían anunciado profusa­ mente la publicación de aquellas falsas memorias y algunos de sus periodistas sentían vergüenza al verse obligados a cantar la palino­ dia. «Bueno — comentó— , al fin y al cabo, estamos en el negocio del entretenimiento». Esta frase del magnate australiano al margen de cualquier cinis­ mo define mejor que ninguna otra la condición cambiante en nues­ tros días de la empresas dedicadas a la comunicación. Es ya una obviedad el comentario respecto al impacto de las nuevas tecnolo­ gías de la información en los comportamientos sociales, políticos y económicos del nuevo siglo, y me ahorraré cualquier exordio teó­ rico acerca del modelo civilizador que la llamada sociedad digital comporta. He escrito cientos de páginas y pronunciado decenas de conferencias sobre esta cuestión para acabar cayendo en la cuenta de que, en definitiva, bastan muy pocas palabras, como las de Mur­ doch, para poner el dedo en la llaga de una de las cuestiones más llamativas y descriptivas de la nueva situación: la mezcla de infor­ mación y entretenimiento, consecuencia no sólo de la preeminencia de la imagen en el mundo de la primera, sino de la convergencia empresarial de los medios y de la consecuente tendencia a fusionar al hom o sapiens y al homo videns en su nueva, y todavía poco analizada, condición de homo ludens. Un cambio de civilización comporta, de manera inevitable, la aparición de nuevos valores y la destrucción de otros antiguos. No se trata de un proceso lineal, ni definido, sino del fruto de la nueva realidad, y por eso sólo la experiencia es útil a la hora de reconocer dichos nuevos valores, o extender el certificado de defunción de los que perecen. Naturalmente, existen principios generales de difícil eliminación; otros, sin embargo, pese a estar periclitados, preten­ den ampararse en esa supuesta condición de permanencia que se arrogan, tratando inútilmente de pervivir. Su lucha por la subsis­ tencia genera una confusión notable, repleta de escaramuzas que a veces se convierten en grandes batallas, pese a que su final sea absolutamente ineluctable. En la teoría clásica de los valores, de acuerdo con la descripción que de ella hace Ferrater Mora, valer, objetividad, no independen­ cia, polaridad, cualidad y jerarquía son las características propias que les asignan. Aunque sea una lista discutible, y de hecho muchas

veces discutida, su enumeración puede servir para tratar de hacer­ nos una idea cabal de los perfiles concretos que los valores de la empresa informativa adquieren en el nuevo milenio. Partiendo de la consideración aristotélica de que toda acción o elección tiende a la consecución de un bien, y de que el fin perseguido por la econo­ mía es la riqueza, no es difícil establecer la existencia de una ética de la empresa, en general, que nos ilustra sobre los valores propios de la actividad productiva, cualquiera que sea el resultado de la misma. A la postre, el padre del capitalismo liberal, Adam Smith, amén de ser el autor de La riqueza de las naciones , escribió un famoso ensayo sobre la Teoría de los sentimientos morales , y no se puede entender la génesis de la economía moderna si no se atiende a sus orígenes basados en la psicología moral. No insistiré más sobre este particular, al que ya dediqué en su día una breve medita­ ción. Pero me interesa reiterar, en cambio, que lo que podríamos llamar mala fama de los empresarios en nuestro país, correlativa a la de los políticos, tiene su raíz, al margen las desviaciones más o menos delictivas de los comportamientos de algunos, en la ausencia de una tradición de capitalismo liberal, reemplazada por el protec­ cionismo de signo católico y agrario. Es curioso señalar que la pa­ labra valor tiene, precisamente, un significado muy preciso y bien entendido en el capitalismo financiero, frente al vocablo bienes , al que se abrazaban los fisiócratas, y que da paso en el argot económi­ co a esa otra tremenda expresión de bienes raíces, con resonancias casi trágicas, como si tuvieran algo que ver con el existencialismo sartriano o la agonía del cristianismo. El ethos de la actividad empresarial consiste en crear riqueza. El ánimo de lucro responde, así, a un interés no sólo legítimo, sino absolutamente necesario en el desarrollo de las actividades huma­ nas, y su desprestigio social no ayuda a comprender el universo moral en que se desenvuelven los sistemas de producción y distri­ bución. Este ethos es consustancial a toda actividad productiva y, por lo tanto, también a las empresas de información, que participan plenamente de los valores de las empresas comunes, incluidos aque­ llos que pudieran considerarse negativos, aquellos contravalores o disvalores. El objetivo de cualquiera de ellas es, pues, ganar dinero y el hecho de que sirvan a intereses comunitarios de muy largo alcance, básicos para la conformación y ejercicio de la democracia, no desmerece un ápice de esta afirmación. Sin embargo, es frecuen­ te escuchar críticas en el sentido de la inmoralidad, o poco menos, de quienes se dedican a comerciar con la información, y es fácil detectar las protestas que se alzan por el hecho de que ésta se haya

convertido en una mercancía. Una mercancía, en la economía desa­ rrollada capitalista, lo es todo, a comenzar por las necesidades pri­ marias del hombre: alimentación, vivienda y vestido, educación y salud. Mercancía son también, en nuestra organización social, el trabajo, el dinero — al margen su consideración como instrumento de cambio— , el arte, la poesía y la religión. ¿Por qué debería sen­ tirse avergonzado el mundo de la prensa y los medios de comunica­ ción de dedicarse al lucro? Sólo tiene obligación de hacerlo res­ petando las reglas generales de la actividad económica y las particulares y específicas de su propia naturaleza. Pero, por otro lado, la información y la opinión pública se ins­ talan, desde el nacimiento del periodismo moderno, en el corazón de la democracia. Las empresas de información, en su sentido clá­ sico, trabajan con una materia prima que no les corresponde, admi­ nistran un bien público y un derecho general de los ciudadanos y, consecuentemente, amén de estar sometidas a cauciones y limita­ ciones específicas, no siempre tolerables, incorporan a sus formas de actuación características y valores que les son propios, aunque en realidad no resulten sino el desarrollo de principios casi uni­ versales. En la descripción de éstos nos encontramos con problemas tradicionales de la teoría de los valores, pues existen dificultades para establecer si los mismos son meramente objetivos o dependen de la apreciación subjetiva de alguien. En definitiva, si deseamos las cosas porque son valiosas o si son valiosas porque las deseamos. La tendencia general en los medios de comunicación es confundir y utilizar indistintamente ambos argumentos. Por un lado la circula­ ción de los diarios, la audiencia de las emisoras de radio o televi­ sión, la venta de un libro o el éxito de una película son valores reputados como tales por la industria y por los creadores. Por muy maldito que se sienta un escritor, e incomprendido respecto a sus pronunciamientos, jamás renegará de que lo lean. En las empresas informativas la difusión es un mérito en sí mismo y a ella están ligadas no sólo el éxito empresarial o económico, sino el destino personal y profesional de los periodistas que la hacen posible. Pero frecuentemente este valor, típico de los diarios y las emisoras, es criticado como un contravalor por quienes se sienten perjudicados por las informaciones de los medios. La acusación de que se publica cualquier cosa sólo para vender o para ocupar los primeros lugares de la audiencia tiende a destruir la credibilidad de los media y a ocultar la veracidad o no de las informaciones y denuncias, median­ te una inquisitoria sobre los motivos que las generan.

En realidad, estas invectivas surten muy poco efecto ya en la opinión, pero han logrado generar una bruma considerable en la apreciación de los medios y su credibilidad. La obligación empre­ sarial de las compañías dedicadas a la comunicación, como la de las de cualquier otro sector, es optimizar su rentabilidad, lo que nece­ sariamente supone un aumento de sus ventas, pero eso no significa que ésta deba conseguirse a base de cualquier método. Frente a la subjetividad del valor de la difusión — subjetividad anclada en la decisión de los otros de leerme o escucharme— se alza la objetivi­ dad de la cualidad de lo difundido. Paradójicamente ésta es, sin embargo, muchas veces demostrada en función de la primera. No son pocos los profesionales o los empresarios que avalan lo acerta­ do de sus decisiones y del contenido de sus publicaciones o progra­ mas precisamente en función de la aceptación pública de los mis­ mos. El argumento es singularmente especioso cuando tiende a defender los excesos de la llamada televisión basura, y absoluta­ mente intolerable si lo expresan representantes de televisiones pú­ blicas. La existencia de éstas se basa en una teoría formal sobre los medios de comunicación que tiende a considerarlos como instru­ mentos de un servicio público, y no como vehículo para ejercer un derecho fundamental de los ciudadanos. La distinción es fundamental, y en torno a ella se han librado intensos debates a lo largo del pasado siglo, entre los que cabe destacar la generada en torno al informe de la Unesco, redactado por el premio Nobel de la Paz Sean McBride, sobre El nuevo orden mundial de la información. Interpretar ésta como un derecho sub­ jetivo de los individuos — tanto el de informar a los otros como el de ser informado por las instituciones y la administración pública— es, a mi juicio, la forma más correcta de aproximarse al tema, aunque no la única, porque es imposible negar el valor educativo de los medios, sobre todo en las sociedades emergentes, y las injusti­ cias a que éstas se ven sometidas por una visión exclusivamente occidental (ver, americana) de los acontecimientos. De todas mane­ ras, el papel del Estado a la hora de garantizar ese derecho a la información debe ser casi exclusivamente regulador, y los excesos intervencionistas a los que ya estamos acostumbrados responden, por lo general, a deseos de manipulación del poder político. Por eso, la declaración de la televisión como un servicio público esen­ cial — tal y como se hace en nuestras leyes— es una atribución formal de valor a ese medio de comunicación que trata de justificar toda clase de arbitrariedades de los gobiernos central y autonómi­ cos. Lo curioso es que, de acuerdo con esa teoría, la difusión, como

tal, no podría ni debería ser considerada un mérito en los medios públicos de comunicación, sino la consecuencia inmediata de la calidad de los mismos. La independencia es otra de las características de valor co­ múnmente atribuidas a las empresas informativas que triunfan. La credibilidad de un periódico depende en gran medida del rigor de sus informaciones y éste será discutible si no se demuestra que es capaz de resistirse a las presiones, muy variadas, que los medios reciben. De acuerdo con el diccionario de Miguel y Morente, el significado etimológico de la independencia es el de la summa liber­ tas , por lo que implica una ausencia de ataduras y de compromisos que, en su realización última, resulta del todo utópica. Abundan, por lo mismo, las endechas ante la imposibilidad de alcanzar bien tan preciado, lo que pondría de relieve la corrupción y deterioro de los medios. A veces, sin embargo, el vocablo adquiere connotacio­ nes casi risueñas. El País salió a la calle, hace ya más de un cuarto de siglo, con el lema, bajo su cabecera, de Diario independiente de la mañana , eslogan que todavía hoy campea en su primera página. Nuestra intención era expresar públicamente una ausencia de com­ promisos ideológicos o de cualquier otro tipo con grupos o perso­ nas que pudieran interferir la actividad del periódico. Este apareció con una economía de medios muy ajustada, una rotativa incapaz de atender a la demanda que se originó y unas dificultades técnicas enormes, por lo que llegaba a hora muy avanzada a los quioscos y, en ocasiones, en su primera instancia, no lo hizo sino hasta después del mediodía. Por eso, cuando mucha gente se preguntaba de qué o de quién es independiente El País, contestábamos con sorna: ya lo dice en su portada, es independiente de la mañana. Bromas aparte, la independencia de muchos medios es frívola­ mente puesta en entredicho porque, de forma inevitable, pertene­ cen a alguien que, como es lógico, ejerce su poder o su influencia sobre ellos. Este es un razonamiento demasiado primario. Entre la arrogante disposición de los periodistas — frecuente en los comunicadores de radio y televisión— a proclamar que a ellos no les dice ni Dios lo que tienen que hacer o decir, y la estúpida suposición de que los medios son la voz de su amo y responden única o primor­ dialmente a los deseos del dueño, existe un mundo plagado de matices y contradicciones que es el mundo real. La independencia de un medio de comunicación sólo puede existir si sus dueños y gestores tienen un compromiso efectivo con las características pro­ pias de la empresa que dirigen. Roy Thomson se expresaba así en su época de propietario del Times londinense:

D eclaro con absoluto énfasis que ninguna persona o grupo puede comprar, o valerse de influencias, para obtener el apoyo editorial de ningún periódico del grupo Thomson. Cada periódico puede percibir el interés del público por sus propios medios, y lo hará sin seguir consejos, recomendaciones o indicaciones de la organización central de Thomson. No creo que una publicación pueda gestio­ narse adecuadamente si sus columnas editoriales no están dirigidas libre e independientemente por un periodista profesional con gran­ des capacidades y total dedicación. Esta es y será siendo mi po­ lítica.

Lo mismo que la mía, añado yo, y lo mismo que la de cualquier empresario de medios que sabe que la independencia — especial­ mente en los diarios llamados de calidad y en los programas de información y opinión de las televisiones y radios— constituye un activo empresarial de primer orden. Una garantía de esta independencia la constituye, de forma relevante, la rentabilidad del medio. Mientras éste no tenga que acudir a subvenciones públicas o privadas para subsistir, sus profe­ sionales estarán más a cubierto de cualquier tipo de interferencia respecto a las decisiones editoriales, que deben ser tomadas de forma autónoma por la dirección y la redacción. Esto es algo tradi­ cionalmente mal comprendido por muchos periodistas, afincados en la versión romántica, cuasi bohemia, de su profesión y que pien­ san que la pobreza es condición inalienable de la libertad, quizá como reacción a la infamia de quienes suponen que ésta resulta, fundamentalmente, cara, pues tienen una fe ciega en la capacidad del dinero para comprarlo, o corromperlo, todo. Pero un periódico que sacrifica su rentabilidad a los fantasmas particulares, las obse­ siones o la terquedad de su director está tan condenado al fracaso como aquel que se aparta de los comportamientos básicos profesio­ nales alegando una defensa del beneficio. En cambio, si las cosas se hacen bien, se puede generar un círculo virtuoso e interesante en el que la independencia editorial constituye un valor empresarial, debido a la rentabilidad que proporciona, y ésta se convierte a su vez en garantía explícita de dicha independencia. Naturalmente, la rentabilidad no lo es todo. Obtener la suma libertad implica también desprenderse de ataduras ideológicas, de compromisos personales, de prejuicios, de filias y de fobias. Eso no significa que los medios, especialmente los diarios, deban compor­ tarse de forma neutral frente a los acontecimientos. Es lógico, y deseable, que se pronuncien sobre ellos, que tomen postura y hagan sus particulares apuestas. La polaridad de los valores adquiere aquí

todo su significado. Un diario independiente no es un diario asép­ tico ni ecléctico pero resulta, en cambio, relativamente imprevisible en sus tomas de posición. La independencia implica, también, la transparencia, algo de lo que frecuentemente se olvidan los gestores de los medios. La identificación de los propietarios de éstos ante la opinión pública es más que relevante a la hora de establecer un juicio sobre los mismos y de valorar, precisamente, el significado de sus actitudes. La opacidad sobre la realidad de los medios conspira contra su credibilidad. El público tiene derecho a saber la reali­ dad contable y patrimonial de estas empresas, las cifras objetivas y no manipuladas de difusión y audiencia, el coste general de las operaciones y la evolución de los negocios. Esto es más importante aún, si cabe, en aquellos que son de titularidad pública y que resul­ tan, paradójicamente, los más opacos de todos en nuestro país. Las discusiones sobre el presupuesto de los programas de Televisión Española y las denuncias de que multiplican su coste por dos o por tres respecto a los del mercado sólo ponen de relieve la realidad casi ontólogica de TVE: corrupción, corrupción y corrupción, ab­ solutamente compatible, por lo que se ve, con el gobierno del Par­ tido Popular. Pero por independientes que sean los periódicos, no lo han de ser, antes al contrario, de la sociedad que les acoge y sustenta. La no independencia de los valores respecto a otros valores señala hasta qué punto es pertinente que los medios de comunicación sean capaces de incorporar los principios generales de la comunidad a la que sirven y a la que se dirigen. No todos tienen por qué hacerlo de igual forma ni con idéntico sentido, pero todos están obligados, de uno u otro modo, a ser partícipes del elenco consensuado de valo­ res que sustenta la sociedad. En toda sociedad democrática las em­ presas informativas que se precien han de defender cuestiones bási­ cas como el principio, tantas veces olvidado, de que la libertad de uno acaba donde empieza la del vecino. En la jerarquía necesaria entre valores, los agentes de la información tendrán muchas veces que poner en la balanza la defensa de unos derechos frente a otros, quizá en conflicto, sobre todo en asuntos tan espinosos como el terrorismo o la seguridad del Estado. No está de más recordar, a este respecto, que el derecho a la vida es previo al de información, y que algunos empresarios y profesionales tienden a olvidarse de que no existen derechos absolutos — antes bien, se limitan mutua­ mente— y que la propia libertad de expresión está sometida a restricciones que protegen los derechos de los ciudadanos frente a los excesos de los medios.

Éstos, por lo demás, no sólo son exponentes de valores, sino también creadores y difusores de ellos, hasta extremos a veces insoportables. La influencia de la televisión, por ejemplo, en las modas estéticas, la vestimenta y los gustos de la gente, o la de la radio en la elaboración del lenguaje, son enormes. La atención de las empresas a este respecto no resulta siempre todo lo grande que sería de desear. La extensión entre nosotros del mal gusto, la chabacanería, la nadería y el esperpento, en sus facetas menos literarias, se debe, en gran medida, a los programas audiovisuales, pero también a la complicidad de los gestores culturales del país y los excesos del periodismo amarillo. La televisión no influye sólo por lo que dice y calla — por cierto, esto es a veces mucho más significativo que cualquier otra cosa— , sino por lo que muestra y cómo lo hace. Peinados, corbatas, comidas, expresiones, costum­ bres, actitudes, forman parte del conjunto de valores sociales que terminan configurando la identidad de los grupos. Es tan grande el poder suasorio de los telefilmes americanos, por ejemplo, que puede decirse que el público español está hoy más familiarizado con los aspectos procesales del sistema judicial estadounidense que con los de nuestro propio país. Si la identidad cultural significa todavía algo en la conformación de las instituciones políticas, la creciente homogeneización de formas de vida y comportamientos que la globalización supone conspira, de manera permanente y constante, contra esas identidades que pretenden sustentar poderes soberanos. Que se doblen al castellano, al catalán o al euskera, el mensaje de las películas de Hollywood, en términos de valor, sigue siendo el mismo y, paradójicamente, su capacidad de penetración resultará mucho mayor cuanto más se acerque a las sensibilidades locales o regionales, a través de la incorporación de diferentes lenguas au­ tóctonas. Naturalmente pueden existir, y de hecho se dan con cierta frecuencia, conflictos de valores, o de intereses, entre los propios de las empresas informativas y aquellos que atañen a los lógicos principios de creación de riqueza. Situaciones de ese estilo se pro­ ducen también en los negocios dedicados a la educación o a la salud, y la deontología más elemental ayuda a resolverlos sin gran­ des problemas. En lo que es estrictamente información hay prin­ cipios generales tan obvios que no merece la pena insistir en ellos. Baste señalar que nadie debe publicar una noticia falsa a sabiendas de que lo es, ni debe callar otra de interés público si ha compro­ bado su veracidad, aunque afecte al interés privado de algunos, sean el gobierno, un grupo de presión, el propietario del medio o

los profesionales que trabajan en el mismo. La enunciación de estas cosas es simple, por más que resulte compleja su práctica, pero la historia del periodismo está llena de ejemplos que ponen de relieve que no estamos hablando de comportamientos utópicos ni extra­ vagantes. Aunque extravagancia comienza a ser la de toparse, en nuestro país, con publicaciones y radios que no difamen e injurien, que no manipulen ni mientan y cuyos responsables no crean que, en nombre de la libertad, se puede aplicar el «todo vale» a la hora de hacer periodismo. Pero al margen estos valores, que podríamos denominar clási­ cos de la empresa informativa, el universo digital comienza a aden­ trarnos en un mundo diferente en el que la información, tal y como la hemos conocido hasta ahora, está perdiendo sus perfiles y signi­ ficado. Es tan grande el número de canales de distribución de las noticias y la multiplicación de los sistemas de comunicación que la información misma comienza a ser una especie de commodity al alcance de cualquiera por muy poco dinero o, incluso, gratis. Es más bien el análisis, la interpretación, la coordinación de los datos, lo que pone en valor a la información misma, que ha acabado por ser casi un bien mostrenco. La convergencia digital ha procurado, además, un proceso de concentración empresarial, en todos los sectores, que si ya era notable, ahora es apabullante del todo. Las empresas informativas tienden a organizarse en torno a gigantescos conglomerados que controlan periódicos, emisoras de radio y tele­ visión, productoras, distribuidores y exhibidores de cine y progra­ mas audiovisuales, creadores de software y proveedores de teleco­ municaciones. Podríamos concluir que el volumen, o el tamaño, es un nuevo valor añadido de la empresa informativa del presente, o un contravalor, en la medida en la que conspire contra la indepen­ dencia y la transparencia, contra la difusión del poder, que es una de las señas de identidad de la democracia. Pero no existe constata­ ción empírica de que esto sea necesariamente así. Antes bien, mu­ chas grandes empresas permiten la pervivencia de periódicos de pequeña difusión y avalan la independencia de órganos locales o regionales que, sin el apoyo de las primeras, podrían verse someti­ das a otro tipo de poderes. Por lo demás, sería absurdo negar los riesgos, o las amenazas, que una concentración mal digerida y mal regulada puede constituir para el ejercicio de determinados dere­ chos democráticos. Lo mismo que no entender que para competir en el mundo global es necesario hacerlo globalmente y que sólo empresas con un tamaño adecuado podrán hacerlo en el futuro. La cuestión es tanto más importante en el caso de los medios de comu­

nicación en español, que cuentan con un mercado potencial de cerca de cuatrocientos millones de hispanoparlantes, y cuando el castellano es un idioma en expansión en la primera potencia econó­ mica y militar del mundo. La convergencia digital puede definir también las tendencias de las empresas informativas a convertirse en empresas de entreteni­ miento, tal y como se ufanaba Murdoch. No hay que escandalizarse del todo. Chesterton decía, y con razón, que lo divertido no es lo contrario de serio, es lo contrario de aburrido y de nada más, y ya Tirso de Molina se esforzaba en nuestro Siglo de Oro en instruir deleitando. Es tarea de los profesionales saber combinar la reflexión con la diversión, la denuncia con el diletantismo y el placer con la responsabilidad. El entretenimiento (