Como Las Neurociencias Demuestran El Psicoanalisis

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Cómo las neurociencias demuestran el psicoanálisis

Traducción de

Agustín Kripper y Luciano Lutereau

Gérard Pommier

Cómo las neurociencias demuestran el psicoanálisis

Traducción de A

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Pommier, Gérard

índice

Cómo las neurociencias demuestran el psicoanálisis - Ia ed. - Buenos Aires : Letra Viva, 2010. 262 p . ; 23 x 16 cm. ISBN 978-950-649-301-1

In tro d u c c ió n .

L o q u e se p o n e en ju e g o v erd a d e r a m e n te en el d e b a te

entre las neurociencias y el psicoanálisis...............................................................

.7

Primera parte. El cuerpo crece con el im pulso del lenguaje......................

15

1. Psicoanálisis. I. Kripper, Agustín; Lutereau, Luciano. Trad. CDD 150.195 Edición al cuidado de

L

eandro

S a l g a d o y P a b l o P l u s n f .r

C a p itu lo 1. Las neuronas se pagan de palabras: la lección del desgaste . . .

17

C a p itu lo 2. La sobremaduración nerviosa y la herencia filogenética. . . .

21

C a p itu lo 3. ¿Hay un piloto en el avión? El sujeto de los aprendizajes’ . . .

31

C a p itu lo 4. La humanización invierte la tiranía genética................................

41

Segunda parte. La influencia del cuerpo psíquico sobre el organism o . 53 © 2010, Letra Viva, Librería y Editorial Av. Coronel Díaz 1837, (1425) C. A. de Buenos Aires, Argentina e - m a il:

[email protected] /

w eb page:

C a p itu lo 5. El cuerpo psíquico recubre las áreas orgánicas del cerebro. . . 55

www.imagoagenda.com

C a p itu lo 6. El organismo crece con el ir y venir de la pulsión........................

63

Traducción de Agustín Kripper y Luciano Lutereau

C a p itu lo 7. Las sensaciones pulsionales son empujadas hacia el alambique Ilustración de tapa: Academia de ciencias

Título original: Cotnent les neurociences demostrent la psychanalyse Por la edición francesa: © 2004, Flamarion (París, Francia)

Primera edición: Octubre de 2010 Impreso en Argentina - Printed in Argentina

del h a b la ................ ...................................................................... C a p itu lo

73

8. El habla, trabajadora de izquierda, reprime la pulsión, vividora de d e r e c h a ...................................................................................

79

C a p itu lo 9. Del cuerpo pulsional al cuerpo de las frases................................

89

C a pitu lo 10. Las modificaciones corticales de la pulsión por acción del habla .. 95 C a p itu lo 11. Las excepciones del lenguaje de los sordomudos y del japonés

confirman la r e g la ....................................................................... 101

Queda hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Icreerá parte. Si existe un inconsciente, ¿c ó m o definir la conciencia? Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra bajo cualquier método, incluidos la reprografía, la fotocopia y el tratamiento digital, sin la previa y expresa autorización por escrito de los titulares del copyright.

. 109

C a p itu lo 12. ¿Puede funcionar la conciencia de la visión com o un modelo

de la conciencia?.......................................................................... 111

C a p itu lo

13. La memoria humana es organizada por el s ím b o lo .................. 115

C a p ítu lo 14. La conciencia humana se distingue de la conciencia de los

animales

............................................................................ 127

I n t r o d u c c ió n

C apítulo 15. Los m a le n te n d id o s d e la p alab ra i n c o n s c i e n t e .................................137 C a p itu lo 16. La batalla del sueño.........................................................................149

Lo que se p o n e en juego verdaderam ente en el debate entre las neurociencias y el psicoanálisis

C a p itu lo 17. ¿En qué condiciones se vuelve consciente un sujeto?.................. 157 C a p itu lo 18. La placa giratoria entre consciente e inconsciente

¿cuál es el rol del lóbulo prefrontal?............................................. 163 C a p itu lo 19. La conciencia moral regula la conciencia de las percepciones . 175

Cuarta parte. ¿Es el cerebro la com putadora de un cuerpo máquina?

. 179

C a p ítu lo 20. Los primeros pasos del cerebro c o m p u ta d o r a ..........................181 C a p itu lo 2 1. Al buscar el apoyo de las neurociencias, el cognitivismo busca

mostrar que el cerebro es una com putadora..............................185 C a p itu lo 22. Las neurociencias muestran que el cerebro no es una

com p u tad ora .................................................................................193 C a p itu lo 23. Computadoras discordantes y sin program a..............................199

Q u inta p arte. Las ciencias en lucha contra su fantasma id eológico.

. . 203

C a p ítu lo 24. El retorno de lo físico-matemático al cuerpo en la modernidad

205

C a p ítu lo 25. Una ciencia que produce “ ideas” capaces de contradecirla . .217 Capi t u l o 26. Consecuencia paradojal: sobredosis farmacológica.

Ahora es el cuerpo el que debería cuidar del alma..................... 225 C a p itu lo 27. El d o b le r o str o del h o m b r e m á q u in a e n la literatura

¿Es el cuerpo nada más que una máquina, cuyos engranajes bastaría con desmonlai para comprenderla? Del mismo modo que la marcha se debe a la contracción de músculos, ¿no responden los comportamientos a un mecanismo interno, que a lo sumo sería un tanto más sofisticado? Todos los días se anuncia o se confirma el desi abrimiento del gen de la psicosis maníaco-depresiva, de la homosexualidad, de la .morexia, del alcoholismo, etc. Solamente en la primera semana de ju nio del año 2004, por ejemplo, Antonio Damasio, director de investigación de la Universidad de lovva, ■leí laraba a L'express: “ Sí, hay una biología de los sentimientos” ; y Lucy Vincent, docu>i a en neurociencias, anunciaba al Parisién l.ibéré'. “ Enamorarse es una cuestión de química”. En este sentido, las neurociencias a veces sirven de arma contra el psicoa­ nálisis.1Sin embargo, en las últimas décadas, el descubrimiento freudiano afianzó su teoría y su método; su práctica prosperó y su cam po se expandió. Y aún así, no dejó de ser clasificado usualmente com o una creencia que tiene efectos carentes pruebas que los demuestren. Un cura, después de todo, ¡no prueba nada!2 I n este terreno, investigadores eminentes buscaron borrar la ruptura de Ereud con la neurofisiología. G. M. Edelman, premio Nobel en neurociencias, dedicó su libro 1

Según un sondeo publicado hace unos años en el diario l.e Monde, el 86% de los mvestigado-

les médicos más celebres del planeta predecían una margmalización definitiva del psicoanálisis

n e u r o c i e n t í f i c a ............................................................................................... 2 3 3

para el año 2000.

Capí t u l o 28. Desencuentros de la cien cia y de su su jeto ................................. 243

'

I lay que distinguir la cura que resulta de una sugestión no reproducible de la que se verifica en cualquier caso. Isabclle Stengers mostró que la medicina se volvió científica cuando distinguió el electo terapéutico por sugestión del que actúa sobre su causa ( 1 ‘ln v e n lio n des Sciences, Paris,

B ibliografía

255

Odile lacob, 1993).

G o m o i a s n i i i u o o i i n c i a s i u m i i f s t r a n ki i 's i o o a n a i is is

Gf.RARI) PoMMIKH

de 1992 “a la memoria de Darwin y de Freud”. Su título: Biología de la m em oria, ¡no dejaba prever tal padrinazgo! El inconsciente cerebral de Marcel Gauchet3 desarrolló con el mismo espíritu las hipótesis que Freud abandonara al mismo tiempo que sus estudios sobre las neuronas y las cantidades nerviosas. Del mismo m odo, Jean-Pierre Changeux escribió en el prefacio de El hombre neuronal que la idea de su libro le había surgido luego de un encuentro con los redactores de la revista psicoanalítica Ornicar?. Sin duda, teniendo en mente el inconsciente freudiano, los cognitivistas bautizaron “ inconsciente cognitivo” a ciertos reflejos condicionados y procesos de aprendizaje que no ameritan tal denominación. Sin embargo, esta suerte de respeto por el psicoanálisis se parece mucho al que se tiene por una mujer anciana, cuyas opiniones serían obsoletas o se habrían desencaminado.4 Desde hace más de veinte años, y con el impulso de sus primeros grandes descubrimientos, muchos neurocientíficos invitan a los psicoanalistas a poner sobre el tapete el eterno debate del cuerpo y el espíritu, del alma y la materia, de lo orgánico y lo psíquico, del materialismo y el idealismo.5 ¡No hay duda de que tal repartición de roles habría dado com o ganador al neurocientífico por anticipado! Con la ayuda del genetista, aquél habría podido proseguir la obra de la Ilustración y del progreso contra el oscurantismo y los avalares psíquicos del animismo. Pero ningún psicoanalista -salvo error u om isión- se inmiscuyó en este penoso remake, a excepción de algunas cortesías envenenadas. ¿Por qué entrar en el debate mal plan­ teado de una pretendida división entre el alma y el cuerpo?6 Desde luego, existe una división entre el sujeto y el organismo en el que aquél aparece, aunque no por medio del alma, sino gracias a la materialidad del lenguaje: la palabra (parole]7 está, de al­ guna manera, “ tallada en el cuerpo”, y el organismo la mantiene en su memoria, por ejemplo, en forma de síntoma.

3.

M. Gauchet, L’lnconscient cerebral, Paris, Senil, 1992.

4.

En la introducción de L’Homme neuronal, J.-P. Changeux escribe, por ejemplo: “ Disciplinas fisicalistas en sus inicios, como el psicoanálisis, terminaron defendiendo, en el plano practico, el punto de vista de una autonomía casi completa del psiquismo, retornando a su cuerpo doctrinal la defensa de la división tradicional entre el alma y el cuerpo”.

5.

La distinción idealismo/materialismo hoy en día ya no interesa más que a la filosofía. Sin embar go, en este debate que seguramente resurgirá algún día, este libro mostrará lo que esta biparti­ ción debe a la represión.

6.

Independientemente del psicoanálisis, existe una concepción “materialista” del pensamiento que se niega a oponer la actividad mental y sus fines. Según Alain Prochiantz, por ejemplo, el pensa­ miento ya está siempre comprometido con la totalidad del organismo” (l.u ( 'onsiiui non tlu cer-

veau, Paris, Hachette,

1 9 8 9 ). En este sentido, se piensa con las manos, e incluso con lo s pus, l.u-

dwig Wittgenstein escribió que él pensaba con su tintero, porque sólo llegaba .i ti|ai sus pensa­ mientos al ponerlos por escrito. 7.

[Adoptamos el siguiente criterio, arbitrario pero distinto: traducimos mol pot palalna y /wrole por habla, excepto en el caso de que se especifique entre corchetes la expresión ni ip.mal en fran­ cés. N. de los T.]

8

Desde sus comienzos, el psicoanálisis subvirtió esta oposición gracias a uno de sus mayores descubrimientos: el de la pulsión, que anima lo psíquico al mis­ mo tiempo que integra lo somático. Muchos conceptos psicoanalíticos no son ver­ daderas innovaciones. Una intuición del inconsciente, por ejemplo, existe desde la Antigüedad.8 En cambio, la pulsión introduce una novedad radical: dialectiza .ti punto de invalidar toda oposición entre lo mental y lo cerebral. El psicoanálisis tomó su punto de partida apoyándose en este concepto bifronte, que subraya desde sus inicios que una oposición entre lo psíquico y lo somático no le concierne. ¿Cómo podría la pulsión tomar partido por lo espiritual contra la carnal, al modo de las iglesias que, durante siglos, mantuvieron el oscurantismo en nombre de esta oposición? Las razones para batirse en duelo con los neurocientíficos se reducen a partir del momento en que el psiquismo ya no se opone al cuerpo.9 Nadie duda de que los procesos psíquicos se articulen con lo orgánico. Indudablemente, algún día se pondrán en evidencia nuevos soportes cerebrales y conexiones inéditas. Pero esto nó explicará el funcionamiento psíquico, que no podría reducirse al del cerebro sin exponerse a errores en el m étodo10y, por lo tanto, en los resultados. Una vez aclarado este malentendido, los psicoanalistas podrían pensar que tienen poco que aprender de las neurociencias. Después de todo, estas últimas demuestran más bien laboriosamente procesos que son habituales en su práctica. G. M. Edelman y G. Tononi, por ejemplo, establecieron lo siguiente: “ La percepción consciente y la memoria deben ser tomadas com o dos aspectos de un único y mismo proceso”." Ahora bien, ¡desde hace mucho tiempo la cura psicoanalítica funciona sobre el mismo principio, sin otro laboratorio que el habla! Su experimentación es incluso más elocuente, dado que se realiza según un proceso inverso, mostrando que la memorización discursiva genera el retorno de percepciones conscientes. Asimismo, algunos conceptos freudianos son sometidos a experimentos regularmente, mientras que se verifican fácilmente en la vida ordinaria. Estos experimentos son hechos, las más de las veces, partiendo de la base de una profunda incomprensión de las nociones psicoanalíticas (incomprensión que se explicitará 8.

Véase, por ejemplo, el Gorgias o La República de Platón. En el mito de la caverna, los hombres no

9.

son conscientes de la realidad. Hacia el final de su vida, Freud escribió al inicio del Esquema del psicoanálisis: “De lo que llama­ mos nuestra psique (vida anímica), nos son consabidos dos términos: en primer lugar, el órga­ no corporal y escenario de ella el encéfalo (sistema nervioso) y, por otra parte, nuestros actos de conciencia, que son dados inmediatamente y que ninguna descripción nos podría trasmitir. No nos es consabido, en cambio, lo que haya en medio; no nos es dada una referencia directa entre ambos puntos terminales de nuestro saber. Si ella existiera, a lo sumo brindaría una localización precisa de los procesos de conciencia, sin contribuir en nada a su inteligencia”. En S. Freud, Obras

completas, Buenos Aires, Amorrortu, vol. XXIII, 1988. 10. Después de Cabanis, quien, hace más de un siglo, escribía que “el cerebro secreta pensamiento como el hígado secreta la bilis”. P. j. G. Cabanis, Rapport du physique et du moral, Paris, Bailliére, 1884. 11. G. M. Edelman, liiologie de la conscience, Paris, Odile Jacob, 1992, p. 209.

9

t if- R A K l)

Pl I N IM II U

en el transcurso de estas páginas). A pesar de estos malentendidos, algunos neuropsicólogos de buena fe intentan salvar la herencia freudiana, según ellos en peligro: buscan mostrar que se podría -m irándolo bien- localizar en el cerebro algo com o el inconsciente. Así, el concepto de “ represión” mereció una publica­ ción en la prestigiosa revista Nature: “ Suppressing Unwanted Memories by Executive Control” 12, en la pluma de Michael C. Anderson y Collin Creen. Su experimento del olvido podría, según ellos, “ proporcionar un modelo viable para la represión”. Todos lo sabemos: preferiríamos olvidar ciertos recuerdos (i. e. los reprimimos). Sin embargo, esta banalidad fue sometida a un experimento -p o r lo demás inade­ cuado, dado que se utilizaron ratas para verificarlo. Luego de un estudio estadísti­ co de importancia, se prueba que los primates reprimen ciertos recuerdos (en efec­ to, ¡puede imaginarse que los experimentos no deben ser algo que los divierta mu­ cho!). Los mismos investigadores reprodujeron enseguida la experiencia en hu­ manos y constataron que, en efecto, ciertos recuerdos asociados a acontecimientos desagradables son reprimidos. Martin Conway14 com entó en N ature los resultados de estos investigadores. Subraya “ la ubicuidad de los fenómenos de inhibición en la memoria humana’, recordando que del 20 al 25% de células del córtex tienen funciones inhibitorias y que “ tales redes neuronales podrían dar lugar al tipo de represión propuesta por Ereud com o el fundamento de las neurosis”. M. Conway es un hombre abierto y de buena voluntad, pero debería haber leído más atentamente a Freud: habría observado que la inhibición difiere de la represión.14 De cualquier modo, todo ocurre como si este artículo de Nature legitimase su cientificidad gracias a la colaboración de algunas ratas y una batería estadística. ¿Es esto necesario? ¿Por qué estos investigadores bien predispuestos se toman tantas molestias, cuando el sillón y el diván son suficientes?13 Se tiene la impresión de que las neurociencias, útiles en su campo, carecen de interés para el psicoanálisis. Solamente haría falta calmar las ambiciones de algunos neurocien tíficos (o más bien de sus zelotes) decididos a marginar el psicoanálisis en la universidad y los centros de salud. Pero esta posición defensiva desatiende el beneficio enorme que proporcionan las neurociencias, la cuales muestran a su pesar cóm o el lenguaje modela el cuerpo mucho más profundamente que lo que el síntoma histérico permitía presumirlo. Se leerá en este libro que, al mirarlas mejor, las neurociencias 12. Nature, n° 410,2001, p. 366-369. Michael C, Anderson y Collin Creen, especialistas de la memo ria, trabajan en el depírtamento de psicología de la universidad de Oregon (Estados Unidos). 13. Martin Conway es director del departamento de psicología experimental de la universidad de Hristol.

Cóm o

l a s n k u u o c il n c ia s d l m u l s t k a n

i.i

i -s i c o a n a i i s i s

corroboran algunas teorías que el psicoanálisis había sido el único en conjeturar hasta ese momento. Ellas explicitan (aunque no era tal su objetivo) hipótesis que I icutí había deducido de ciertas repeticiones sintomáticas. Ellas permiten asimismo podar el campo de las teorías psicoanalíticas, el cual se volvió demasiado frondoso. Ellas ponen fuera de juego a aquellos que utilizan el psicoanálisis con fines místicos 0 de dirección de conciencia indebida. Ellas obligan a los psicoanalistas a elegir su 1ampo, porque hay que reconocer que algunos de ellos renunciaron a la naturaleza ( mitifica de su disciplina por preferir las delicias del amor de transferencia y las tertidumbres de la secta. Las clarificaciones que resulten de este debate tendrán consecuencias sobre la dirección misma de las curas. Se verá que las neurociencias dan una profundidad de campo insospechada al trabajo del inconsciente. Tomemos un ejemplo: existe en el hipotálamo una zona estrecha considerada com o un centro de placer. Ésta puede ser auto-estimulada implantando micro-electrodos, com o lo demostraron los trabajos de J. Olds."' Las i alas bien educadas saben hacerlo. Al acostumbrarse a estos placeres solitarios en el secreto de su laboratorio, ya no paran de entregarse a ellos, incluso si les es necesario saltearse una comida. Al actuar de este modo, estos animales se drogan con sus propias morfinas. Por otra parte, nosotros procedemos de la misma manera cada ve/ que algunas de nuestras actividades excitan esta parte del hipotálamo derecho. I sta excitación puede ser bloqueada a nivel de los receptores de dopamina1 por el antagonista adecuado (Pimozide, Haloperidol). Tenemos aquí una observación interesante, cuyo resultado no era buscado por los neurofisiólogos. En efecto, esto muestra que ciertas moléculas bloquean los neurotransmisores del goce: las mismas que son empleadas empíricamente por los psicofármacos desde hace mucho tiempo para regular la sintomatología de las psicosis (Haloperidol). Es un exceso de goce lo que engendra el sufrimiento psíquico, pudiendo conducir a la locura. ¡Qué coincidencia interesante! Desde hace varias décadas, los psicoanalistas conjeturan que estas psicosis proceden de una falta de interdicción del goce."1 Esta hipótesis quiza hacía sonreír a los organicistas, ¡pero hoy en día fue corroborada por las neurociencias! El exceso de goce no se activa a nivel del “supuesto” centro de placer (en el hipotálamo), sino que procede de una falta simbólico,14y el hipotálamo funciona solamente com o un relevador. Se medirá la importancia de esta experimentación 16 Desde la experiencia de ). Olds y P. Milner en 1954, el hipotálamo lateral es considerado como el centro del placer. Una rata a la que se implantan electrodos en esta región se autoestimula apo­ yándose sobre un pedal. Véase J. Olds, “Self-stimulation of the brain”, Science 127, p. 315-324; consúltese igualmente B. Cardo en Confmntations psychiatriques, 6, 1970

14. l a inhibición concierne a tina actividad consciente que un sujeto no consigue efectuar. La repre sión concierne a una representación de la que el sujeto no es consciente.

17 la dopamina es el neurotransmisor específico del placer. IH Véase J. Lacan,“Deuna cuestión preliminara todo tratamiento posible de la psicosis”, Hscrm.i ir,

13. Desde luego, una curapsicoanalítica no es un experimento en el sentido en que los fisiólogos lo

Buenos Aires, Siglo XXI, 2002. 19 Eso no impide, por otra parte, que algunos neurocientificos continúen buscando un gen de la

comprenden. Pero, retroactivamente, las lecciones obtenidas de varias curas proporcionan prue­ bas en el mismo sentido que las experiencias científicas.

10

psicosis, mientras que sus propios resultados indican que constituye un camino sin salida.

I 1

al evaluar, justamente, los lugares respectivos de los medicamentos y de la cura por la palabra \parole]. A un psicoanalista no se le ocurrirá minimizar tales descubrimientos. Pero es cla­ ro que una función no se explica por sus efectores. Un músculo determinado per­ mite, por ejemplo, realizar un movimiento dado, pero la intención de este movi­ miento es otra cosa. Lo mismo ocurre en el cerebro: el psicoanalista solamente ob­ serva que la causa que activa el aparataje neuronal no se encuentra en el aparataje mismo. Es su responsabilidad explicar cóm o funcionan las determinaciones de las que el organismo pareciera estar separado. Sin duda, las explicaciones disponibles al día de hoy ya no bastan: es necesario precisar los conceptos y mostrar lo que los diferencia de un chamanismo latente. Este esfuerzo se impone si se miden las es­ peranzas que despiertan las neurociencias (25.000 participantes en un congreso en los Estados Unidos en el 2001). También puede descontarse que, con un poco de paciencia, los neurocientíficos se darán cuenta de que la subjetividad -q u e no es la versión posmoderna del alm a- no se encuentra al cabo de la molécula. Asimismo, sobre todo se volverá evidente que cada vez más resultados de las neurociencias son incomprensibles sin el psicoanálisis. No será una victoria del hombre neuronal so­ bre el hombre psíquico, ni tampoco un triunfo del psicoanálisis, el cual, por otro lado, jamás intentó convencer a nadie. Para hablar de un m odo aún más radical: no se trata solamente de distinguir el funcionamiento psíquico de la fisiología del cerebro. Aunque importe marcar esta di­ ferencia sin una querella inútil a propósito de su espíritu científico, del que nadie es propietario en el debate, no alcanza con afirmar que el psiquismo nunca será reducible a un funcionamiento biológico, o que la fisiología del organismo no se desarro­ llaría sin el psiquismo. Aún es necesario entrar en los detalles, mostrar cóm o la estra­ tificación de las áreas corticales (o la lateralización cerebral) marca esta construcción; aún es necesario apreciar hasta qué punto las características humanas de la conciencia son incomprensibles sin las del inconsciente freudiano, tributario del habla. Ocupados por recoger pruebas “orgánicas”, los neurocientíficos en efecto olvidan el habla, cuyo soporte, lejos de ser espiritual, también es material. Pareciera como si rechazaran dar crédito a su valor, renunciando así al valor del sujeto que lo enuncia. Privados de este crédito, ¿cóm o podrían situar la conciencia? Esclarecer el problema de la conciencia, opaco hasta el día de hoy, es una apuesta importante de las páginas que siguen. Llegará un día en el que el más pequeño átomo del cuerpo humano habrá sido analizado y, una vez examinado el conjunto de los engranajes, las moléculas y los cables de transmisión, se ignorará aún dónde se encuentra el centro de mando. La neurofisiología elucida problemas importantes de comunicación interiores al orga­ nismo, pero, cuando trata la cuestión del centro de decisión (el sujeto), plantea el problema en términos tales que impiden resolverlo: si existiese una “causa orgánica del sujeto”, este último sería objetivado y, por lo tanto, anulado.

Uno de los intereses del debate entre el psicoanálisis y las neurociencias es plan­ tear claramente la pregunta acerca de qué es un “ sujeto” y, al hacer esto, comenzar a responder dicha pregunta. Las neurociencias muestran la existencia de procesos que les cuesta mucho integrar sin recurrir a conceptos que no pertenecen a su campo ni a su experiencia. Son aquellos conceptos los que intentaremos evaluar. Se verá que muchos resultados no son interpretables en sus propios sistemas de referencia. Así, se comenzarán a tener algunas ideas más precisas sobre este cuerpo del que somos, tan conflictivamente, los curiosos locatarios.

13 12

P

r im e r a pa r te

El cuerpo crece con el impulso del lenguaje

El ser humano crece. Franquea las etapas que lo conducen a la madurez sin pre­ guntarse qué fuerza lo empuja. En el fondo, ésta es una pregunta inútil para alcan­ zar dicho objetivo. Ulteriormente, cuando considere tanto el camino recorrido como sus aptitudes y resultados, ya nada le permitirá establecer una jerarquía entre su ca­ pacidad para hablar, caminar, contar, escribir, trabajar, amar y reproducirse. La mis­ ma inteligencia mágica y la misma capacidad para aprender parecen obrar siempre y en todos lados, cambiando solamente de objetivo según los procesos de la madu­ ración y la edad. Ahora bien, no sucede nada de eso. Existen condiciones de posibilidad del creci­ miento y el aprendizaje que hacen de la palabra [parole] oída, y luego pronunciada, la condición previa a esta expansión de las capacidades humanas. Las neurociencias proporcionan a este expediente documentos irrefutables. En principio, se exa­ minarán los resultados de las experiencias de involución del sistema nervioso cuan­ do éste entra en inactividad (fenómeno conocido con el nombre de desgaste). Las consecuencias son enormes en cuanto se trata de estas neuronas particulares que re­ gistran los sonidos, dado que es necesario que nazca el sujeto de la palabra [parole] antes de que este sujeto (en adelante identificado) se lance al aprendizaje. Esta con­ dición previa supone la existencia de un soporte orgánico en espera de estas poten­ cialidades. Al nacer, el material neurobiológico sobrepasa las necesidades fisiológi­ cas. Esta “ sobremaduración” es, por otro lado, simétrica a la prematuración, noción clásica a partir de Darwin. Estas constataciones conducen a una inversión comple­ ta de la perspectiva según la cual el genetismo (o epigenetismo) dirigiría, de alguna manera, la humanización del hombre.

15

C a p ít u l o 1

Las neuronas se pagan de palabras : 1 la lección del desgaste

Desde 1940, D. O. Hebb estudió el modelado de las sinapsis, notando su dege­ neración selectiva durante los aprendizajes.2 Las conexiones nerviosas se desarro­ llan proporcionalmente a su utilización. Com o Hebb lo demostró en el caso de la visión, cuanta más información circula en una vía nerviosa, más conexiones sinápticas se incrementan y devienen eficaces.3 Por el contrario, las capacidades sináplicas se obliteran en los animales criados en la oscuridad, que muy pronto pierden toda posibilidad de aprendizaje de las formas visuales.4 La misma constatación vale para los ciegos de nacimiento operados en la madurez: ellos no recuperan su ca­ pacidad visual normal. Esta interacción entre el sistema nervioso y el medio exte­ rior muestra que el organismo se construye conforme a su actividad y que, lejos de ser el primero, el cerebro es tributario no solamente de la sensación, sino del modo I

[En francés: se payer de mots. Expresión que significa contentarse con palabras vanas; hablar mu­ cho y hacer poco. Aunque constituye una expresión caída en desuso en español, “pagarse de” toda­ vía se conserva en algunas expresiones actuales como, p. ej„ “pagarse de sí mismo”. N. de los T.)

I.

Más recientemente, la eliminación de estructuras redundantes fue verificada en el curso del modela­ do epigenético del sistema nervioso y de la zona de unión neurona!. Véase J.-P. Changeux, P. Courrége y A. Danchin, “A Theory of the Epigénesis of Neural Works by Selective Stabilization of Synapses”, Proceedings o f the National Academy of Science, USA 70, 1973, p. 2974-2978; J.-P. Changeux y A. Danchin, “Selective Stabilization o f Developing Synapses as a Mechanism for the Specification of Neuronal Networks”, Nature, 264, 1976, p. 705-712. Asimismo, se observó el nacimiento de redes nerviosas transitorias durante las modificaciones neonatales de la visión (Ramva et al., 1987).

I.

D. O. Hebb, La Psychologie du coniportenient [ 1949], París, PUF, 1958.

I

Véase M . Jeannerod y F. Vital-Durand, “Les deux étapes du développement visuel moteur”, Lyon

medical, 236,1975, p. 725-734. La privación de sensaciones genera un efecto máximo si no se pro­ duce durante un período crítico luego de nacer (dos meses en el gato, cuatro meses en el mono). Más allá de este período, los efectos de la privación son irreversibles.

17

de reaccionar a ella.’ Las neuronas presentes al nacer degeneran si no son utilizadas antes de una fecha límite. Este fenómeno, llamado desgaste, fue estudiado por JeanPierrc Changeux y Antonio Danchin en ciertos nervios durante la actividad mus­ cular animal. Ellos mostraron que la actividad muscular reduce las fibras nervio­ sas a una sola por músculo (mientras que este último se encuentra poli-inervado al nacer)." Este desgaste funciona en un bucle cerrado: el individuo construye él mis­ mo su sistema neuronal en función de su propia actividad. Esta auto-organización conviene a una teoría organicista según la cual el bagaje innato se modela en fun­ ción de las circunstancias. Sin embargo, el desgaste toma otra dimensión cuando se trata del aprendizaje de una lengua. Los psicolingüistas destacaron que ciertas neuronas especializadas en el registro de sonidos específicos degeneran si no se las utiliza a tiempo duran­ te el aprendizaje. Si un niño no escucha ciertos sonidos durante sus primeros me­ ses, no sólo los distinguirá mal a partir de entonces, sino que no los podrá pronun­ ciar. Las posibilidades de audición y de fonación de los niños sobrepasan lo que su lengua materna seleccionará efectivamente7. Un niño puede escuchar y reproducir una gran variedad de sonidos. Si las potencialidades del lenguaje ofrecidas de ante­ mano por el sistema nervioso no son utilizadas, se instala un desgaste para las so­ noridades que no forman parte de la lengua concernida. Este fenómeno demuestra la importancia de los efectos del lenguaje sobre el cuer­ po. En efecto, en función de los sonidos escuchados, algunas neuronas prosperarán, mientras que aquéllas que habrían podido recibir sonidos ausentes caen en desu­ so. Este desgaste varía durante el compromiso en la lengua. El japonés proporciona un bello ejemplo de esto: esta lengua no contiene los fonemas “ ra” y “ la”, a diferen­ cia de lenguas occidentales com o el inglés o el francés8. De m odo que los japone­ ses adultos difícilmente distinguen estas sonoridades. Hecho mayor: no solamente no las han aprendido, sino que no pueden escucharlas. Los japoneses no solamente aprenden ciertos fonemas excluyendo otros, sino que, sobre todo, las áreas percep­ tivas y fonatorias de los sonidos faltantes involucionan. Ellos ya no pueden pronun­ ciar activamente ciertos fonemas, porque las áreas corticales sensoriales concernidas 5.

Esta necesidad de la interactividad fue demostrada por R. Held en el Massachussets Institute of Technology, gracias a la desconexión viso-motriz de gatos jóvenes que podían ver normalmente

fueron reabsorbidas pasivamente. En cambio, inmersos en otro contexto lingüísti i o, los niños de pecho japoneses de dos o tres meses reproducen fácilmente dichos lonemas, com o sus jóvenes amigos occidentales. I ojos de ser innata, la razón de existir de la neurona se encuentra fuera del cuerpo. Se dirá que la función crea el órgano. Esta observación, en apariencia banal, no debe ocultar su alcance: no se trata de una función fisiológica, sino de una función relativa al lenguaje, extracorporal. El sonido posee una materialidad que tiene la misma efi­ cacia que la actividad para un músculo. Sin embargo, las modalidades de esta efica­ cia difieren totalmente. Cuando una función crea un órgano (por ejemplo, un mús­ culo que se atrofia o se hipertrofia según su utilización), un trabajo mecánico va del cuerpo al cuerpo. En el desgaste vocal, por el contrario, la materialidad de los sonidos tiene efecto sobre las neuronas:9 pareciera com o si el lenguaje instrumentase los ner vios y los hiciese prosperar en el mismo sentido que el ejercicio expande la musculai ión. Si se hace esta comparación, se debe considerar que las neuronas se comportan como músculos con los sonidos de la lengua. No sobreviven si no hacen su ejercicio con el peso de las palabras: fracasan por más que estén perfectamente “alimentadas” e insertas en la anatomía (y siempre que no sufran ninguna lesión). Finalmente, en lo que concierne al lenguaje, el desgaste de ciertas neuronas es tri­ butario de una condición suplementaria. Comparado con otros fenómenos de des­ gaste, el problema se eleva a la segunda potencia cuando se trata del habla. El soniilo de las palabras comporta -a l igual que la visión- una cara sensorial cuyo ejerci­ cio desarrolla la red sináptica concernida. Pero esta percepción sonora sólo adquie­ re una significación gracias a un intercambio con el entorno, que reconoce el senti­ do de las palabras empleadas (sin relación con su sonoridad). En el aprendizaje de una lengua, lo que cuenta es el valor del intercambio de los sonidos, y en este res­ pecto el m odo de interactividad entre el sujeto que aprende y el que enseña impide emplear el término de “auto-organización” : los sonidos útiles son, sin duda, selec­ cionados en función de las capacidades de la audición, al igual que para el modelo de la actividad muscular. Pero la significación de los sonidos depende de un sentido ilado por una instancia exterior: ella rompe el m odelo organicista de la auto-orga­ nización. Esta ruptura de la autarquía organizacional se distingue del modelo mus­ cular. El organicismo no puede dar cuenta del modelado de la neurona, porque las únicas sonoridades eficaces son aquellas que significan algo para el Otro."’

a su alrededor, a excepción de sus patas (basta con colocarles alrededor del cuello una especie de prenda en forma de embudo). Estos animales no pudieron adquirir una coordinación viso-mo­ triz normal. El acto coordina la intención motriz y el control visual. El cerebro se desarrolla con la condición de esta interacción con el medio exterior. (i.

Véase J.-P. Changeux y A. Danchin, “Selective Stabilization o f Developing Synapses as a Mechanism for the Specification o f Neuronal Networks”, op. al.

7. 8.

Véase M. Piatelli-Palmarini, “ Evolution, Selection and Cognition: from ‘ Learning’ to Parameter

9.

El lenguaje pone bajo presión el crecimiento del organismo, para parafrasear lo que lacques Mo nod describe en Le Hasard el la Nécessité: “La presión intensa de selección que debía empujar al desarrollo del poder de estimulación y del lenguaje que explícita sus operaciones”.

10. El concepto de Otro define el conjunto de las determinaciones que ayudan al nacimiento de un sujeto. Subsume el deseo de la madre y del padre, pero también las relaciones de esta mujer y este

Setting in Biology and in the Study o f Language”, Cognition, 31, 1989, p. I 44.

hombre con sus propios padres. Es una noción transgeneracional que será más explicitada en

|No es el caso del español con el fonema “ra”, que comparte con el japonés. Por ejemplo: haraki-

las siguientes páginas.

ri. N. de los T.j

IK

19

Sin haberlo buscado, las neurociencias muestran que no solamente el lenguaje posee una materialidad sonora (la física ya lo había probado), sino que además en­ gendra y alimenta el crecimiento de ciertos conjuntos de neuronas que, sin la mú­ sica verbal, fracasarían. Puede deducirse que, si no se habla a un niño en absoluto, el desgaste es global: se deteriora. Hasta la aparición del hombre, los sistemas de in­ formación fueron innatos. A partir del hombre, el sistema de información que ac­ tualiza a los otros viene del exterior. En adelante, es innato que no sea innato. ¿Acaso existe un alegato más convincente a favor de la materialidad del lenguaje? Las pala­ bras parecieran pertenecer a un dominio “espiritual”. ¡Pero no! Ellas comienzan por construir estas neuronas, más tarde irremplazables para la identificación, los apren­ dizajes y el desarrollo del cuerpo humano.

C a p ít u l o 2

La sobrem aduración nerviosa y la herencia filogenética

I.A

p r e m a t u r a c ió n , s im é t r i c a d e u n a s o b r e m a d u r a c i ó n

Al nacer, el sistema nervioso humano está inacabado. La vaina de nervios (la mielinización de los axones) aún va a desarrollarse durante varios meses. Este de­ lecto acarrea cierto grado de incoordinación motriz.1La mielinogénesis cortical no se completa antes de la edad de los cinco años, prosiguiendo luego durante décadas. Este retardo neurológico distingue al ser humano de casi todos los animales, funcio­ nales desde sus primeros días.2A esta maduración incompleta se añaden la incapa­ cidad para andar y una proporción relativa de la cabeza y los miembros que impide la autonomía. Estas características imponen la idea de una “prematuración” del ser humano. Pero este término escamotea otra desproporción: el sistema nervioso del hombre está sobredimensionado en relación a sus necesidades fisiológicas. Desde luego, se necesitarán varios meses para acabar el enfundado de las neuronas, y aún muchos otros antes de adquirir una autonomía motriz. Pero estos hechos cuentan menos que la sobredimensión del sistema nervioso. A la prematuración fisiológica corresponde una sobremaduración neurológica, notable a primera vista: basta con atender a las proporciones de un niño de pecho para comprender que el tamaño de su cerebro no corresponde a la de su organismo. A esta desarmonía corresponde una desproporción del material presente, ya que los I.

Una vez constituido, este enfundado será interrumpido en intervalos regulares por los nudos de Ranvier, particularidad que acelera la propagación del influjo nervioso. Los pandas, por ejemplo, son una excepción a esta regla.

21

I iPUARD l'< íM M II K

conjuntos de neuronas disponibles al nacer exceden por mucho las que serán em­ pleadas. El excedente desaparecerá. La exuberancia frondosa de conexiones se vol­ verá rala, com o si la humanización la desbrozara. La existencia de órganos motores aún inactivos, cuyo funcionamiento habría que prever, no explica la importancia extraordinaria de esta masa nerviosa dispuesta a ser empleada. Ocurre más bien lo contrario, ¡el cuerpo humano no es muy competente! Las capacidades de integra­ ción neurológica sobrepasan las aptitudes fisiológicas. Por ser “orgánico”, este exceso no corresponde a futuras funciones orgánicas: queda a la espera de lo que va a venir a activarlo desde el exterior. La sobrepoblación de neuronas llama a una conexión hacia fuera sin la cual fracasa. El lenguaje actualiza este exceso cuantitativo. La sobremaduración corresponde a una inversión de la distribución de informa­ ción entre el interior y el exterior: sin su conexión externa, el organismo no sobrevive a la degeneración de este excedente aparente. Para disponer de una metáfora adapta­ da a esta particularidad humana, sería necesario trastocar el concepto de neotenia.’ Según la tesis neoténica, el hombre no sería más que un chimpancé muy disminuido: las neuronas de este fracasado habrían trabajado por cuatro para subsanar su retar­ do. La debilidad (y no el lenguaje) sería entonces la causa de la humanización. ¡Pero ocurre todo lo contrario! Es de sobremaduración que conviene hablar. ¡La neotenia quiere dar cuenta de la necesidad de una adaptación a causa de una fragilidad, mien­ tras que la sobredimensión neurológica potencia un progreso constante! Puede considerarse el lugar del sistema nervioso de los humanos en la escala de los seres vivientes desde el punto de vista de su incremento cuantitativo.4 También puede notarse que el porcentaje del volumen del cerebro humano se multiplica por cuatro en el transcurso de su crecimiento. Pero, si uno se contenta con evaluar estos datos, se oblitera lo más importante: en el hombre, las nueve décimas partes de las conexiones no están aún instauradas cuando viene al mundo. La sobremaduración es innata, pero las conexiones sinápticas no lo son. No solamente una sobremadura­ ción espera ser valorizada, sino que además sus enormes potencialidades no progra­ man ninguna actividad precisa. Su devenir depende de la cultura que la potencia.’ La hominización del cerebro no resulta de un simple incremento cuantitativo, com o si cien mil millones de neuronas hiciesen la diferencia con los monos. En efec­ to, esta superioridad solamente depende de una reducida diferencia genética (entre el hombre y el chimpancé, el 2% del conjunto del genoma). En realidad, esta dife3.

1.a tesis neoténica sostenida por líe Beer postula una prematuración del ser humano: éste no po dría sobrevivir sin unos esfuerzos de adaptación inmensos que finalmente asegurarían su supe­ rioridad.

4.

A! nacer, el cerebro de un macaco representa el 65% de su tamaño adulto. Esta proporción dis­ minuye a 40% en el chimpancé, 30% en el australopiteco, y, finalmente, 23°/» en el hombre.

5.

Los aprendizajes no corresponden a la "epigénesis”, término que los neurofisiólogos prefieren em­ plear. Este término tiene el inconveniente de emparejarse con los genes, los cuales (listamente no tienen ninguna relación con este proceso.

2 2

C o m o l a s n k d k o c i k n c i a s d u m u k s t i i a n i;i p s i c o a n á l i s i s

inicia cuantitativa sólo se vuelve funcional con la condición de una diferencia cualitativa previa: un nuevo sistema de información que genera enseguida un aumen­ to de la masa neuronal, con sus localizaciones hemisféricas disimétricas y un cór lex prefrontal sobredimensionado. A esta diferencia macroscópica se añaden distint iones a nivel celular. Por ejemplo, las células piramidales" son más numerosas en el neo-córtex humano, y sobre todo presentan la particularidad de asociarse según i onexiones córtico-corticales. El número de fibras que se proyectan hacia los estra­ t o s subcorticales es mucho menor. Este tipo de conexión lateral, necesaria para el ti atamiento de la información, refleja la importancia de las relaciones significantes humanas, que forman un mundo por sí solas. El córtex asociativo representa cerúi del 90% del córtex humano. Para una información proveniente del exterior, una carpeta de información córtico-cortical nueve veces más voluminoso está abierta y, en estas condiciones, la realidad psíquica prevalece sobre lo real. Las conexiones de esta “ neo-realidad” con el mundo “ real” se vuelven en cierto m odo secundarias, y asintóticas. Las informaciones de las interconexiones de la superficie poseen un gradiente de verdad superior a aquellas que vienen de las aferencias subcorticales del otro mundo “ real”.7 La diferencia cualitativa que distingue al hombre del animal no se encuentra en el cuerpo en sí mismo, y el “ psiquismo” se apoya primero sobre esta diferencia. Por “psiquismo” se entiende, en principio, la inmensidad del mun­ do onírico de los bebés de pecho, que sueñan muchas horas por día. No consagran lo esencial de sus vidas a la percepción, sino a su mundo privado. Este psiquismo de icpresentaciones-cosa será relevado por las representaciones-palabra del lenguaje. El sistema nervioso central del ser humano está sobredimensionado en relación ,il organismo, porque de antemano está provisto de una función que no es ni m o­ lí i/ ni sensitiva: la del lenguaje. En efecto, la masa neuronal supernumeraria no tie­ ne un programa preestablecido. La gimnástica impuesta por la construcción sig­ nificante, y sobre todo los aprendizajes que dirige, utilizan una sobremaduración enorme no contactada que deja el campo libre no sólo a la capacidad de compren­ der y de hablar, sino a la de obrar en consecuencia. El ser humano hereda una canlidad supernumeraria de neuronas no conectadas, y esto con anticipación al inves­ timiento en sistema de comunicación que las adquisiciones relativas al lenguaje y consecuencias van a provocar. Última característica fisiológica de la sobremaduración: el incremento de co­ nexiones. Los músculos estriados se incrementan en proporción al ejercicio, pero

sus

(i

Las células piramidales, que deben su nombre a su forma característica, está ubicadas en la su­ perficie del cerebro. Ramón y Cajal las denominó “células psíquicas”, demostrando una intuición

sorprendente. 7, Por ejemplo, tuvieron que pasar milenios para que el hombre concediera que el universo no esta­ ba animado por Espíritus. Por otra parte, no es seguro que se haya liberado de esta creencia ver­ daderamente.

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C iF.KA K I) F O M M I I U

C

ó m o

i a s n i í u r o c i i -.n c .i a s d k m u h s t k a n

i i

p s ic o a n á l is is

sus conexiones permanecen inmutables. El sistema nervioso también crece en fun­ ción de un trabajo suplementario, pero además posee una cualidad única: el núme­ ro de sus conexiones se incrementa, y esto no importa a qué edad de la vida. Las ca­ pacidades fisiológicas pueden aumentar cuantitativamente, mientras que las capa­ cidades neurológicas pueden incrementarse no solamente cuantitativamente, sino también cualitativamente.

nuevas”. Asimismo: “ (...) algunos factores de crecimiento que aseguran la madu tación de neuronas siguen estando presentes en el organismo adulto igualmente, ilondc están implicados en el mantenimiento y la plasticidad del sistema nervioso” 1' I sle autor observa también que: “ En sus detalles, el desarrollo cerebral no obedece .i ningún automatismo, a ninguna fatalidad (más que a la del ambiente sensorial, •ilectivo o cultural)”. Hoy en día, las imágenes de diagnóstico médico muestran una neurona viva y más plástica que cualquier otra célula, y áreas cerebrales de la mayor plasticidad. El cerebro se modifica permanentemente bajo el efecto de las exci-

F l e x ib il i d a d

Itu iones recibidas.12 (Cuando algunos niños sufren de algunas anomalías congénitas, si la función delu lente se vuelve efectiva después de una operación, el área cortical correspondien le crece en el cerebro. Por ejemplo, los niños que sufren de sindactilia nacen con los dedos empalmados. Cuando estas malformaciones son operadas, las manos reco|>■,in su funcionalidad y los territorios corticales se desarrollan en algunas semanas en los sitios aferentes de los diferentes dedos. Las imágenes de diagnóstico médico muestran, en promedio veinticuatro horas después de la operación, una distinción

y c r e c i m i e n t o , c u a l id a d e s d e l a s o b r e m a d u r a c i ó n

La hipótesis de una sobremaduración requiere tres condiciones: que el siste­ ma nervioso no esté conectado al nacer, que pueda incrementarse en el transcur­ so de la existencia, y que este aumento sea transmisible. Las investigaciones actua­ les muestran una gran plasticidad del sistema nervioso, que no se compara con el crecimiento relativamente programado de los otros tejidos. Único en su género, el tejido neuronal se modifica durante toda la vida. La flexibilidad del tejido nervio­ so en el transcurso de la vida embrionaria es conocida mejor hoy en día.8 El siste­ ma nervioso crece a petición. En el pasado, el sistema nervioso tuvo una reputación de rigidez: se pensaba que una neurona destruida no se reemplazaba, que al cableado le faltaba flexibilidad y que la degeneración comenzaba muy pronto. ¡No ocurre nada de eso! En realidad, nuevas neuronas aparecen mucho después del nacimiento, en particular en las áreas cruciales para el aprendizaje y la memoria. La hipótesis de un cerebro adulto sin neurogénesis y presa de una degeneración constante ya no es pertinente.9 Contra­ riamente a su reputación de inmutabilidad, y según Alain Prochiantz:10“Todos los días se desarrollan nuevas fibras nerviosas, se deshacen sinapsis y se forman otras 8.

La diferenciación de los embriones se lleva a cabo a partir de puntos organizadores: cuando las cé­ lulas inician una especialización, sus vecinas buscan imitarlas. Lo mismo sucede en las mini-redes de neuronas: cuando un acontecimiento confiere a una de ellas la arquitectura de cierta función,

II Ibiil., p. 67. I P u r a efectuar el misino gesto mental, dos individuos apelan a conjuntos de neuronas diferentes.

la mini-red vecina la copia, de modo que se constituye un conjunto de neuronas con una funcio­ nalidad determinada. Este mecanismo de inducción neural, puesto en evidencia en 1930 por Hans

de su vida. Las actividades ejercidas modifican la estructura del cerebro, que presenta una gran

Spemann, es activado por un neurotransmisor químico, por un simple contacto. También se desta­ ca, durante el desarrollo embrionario, el fenómeno de muerte neuronal: del 10 al 80% de las neu­ ronas mueren, según las regiones, en el transcurso de la embriogénesis cerebral. Esta muerte de las neuronas resultaría de una selección epigenética. Durante el desarrollo del embrión, los efec­ tos de la inducción son reversibles por algún tiempo, luego se vuelven irreversibles. 9.

I )e la misma manera, un individuo no recurre a los mismos grupos de neuronas según las épocas variabilidad y una plasticidad intensa. I V Véase B. Renault, L. Carnero, “L’exploration du cortex par son activité électromagnétique”, Pour

la si ience, 302, décembre 2002. II I II {uman Brain Project del Nacional Institute of Mental Health (Estados Unidos) se propone es­ tablecer un mapa del cerebro a partir de las investigaciones de H. Eox, profesor de neurología en el

Véase I. Rosenfield, Ülnvention de la métnoire, Paris, Flammarion, 1994. Esta flexibilidad fue estu­

I le.ilth Science Center de la universidad de Texas, y de Jack L. Lancaster, responsable del diagnósti-

diada primero en los animales. Robert Sperry, conocido especialmente por sus trabajos sobre el

in por imágenes biomédico del Research Imaging Center of San Antonio, todavía inacabada, esta

split brain, trabajó antes sobre la plasticidad del sistema nervioso, más grande que la de los otros

. .litografía ya muestra que cada uno posee su propio cerebro, que no se parece ni siquiera al de su

tejidos: por ejemplo, experimentó las transferencias de aprendizaje de un lado al otro del cere­ bro de los peces, o las duplicaciones de los sistemas mnésicos en los gatos y los monos.

hermano, aunque fuese un verdadero gemelo. Los cerebros humanos difieren desde el nacimten

10. La Construction da cerveau, op. en.

24

metical de las representaciones del pulgar y el índice.13 A medida que se acumulan más experiencias, más se comprueba que, en la pri­ mera infancia, pareciera com o si no existiese ninguna distribución innata de las ,u cas cerebrales: ellas son utilizadas por la primera función que las ocupe. Más aún, l.is zonas corticales del adulto ya no están más reservadas estrictamente: las neuron.is pueden reconectarse según las circunstancias, modificar sus funciones e interi .nublarlas.14Se pueden observar resultados incluso luego del condicionamiento de un,) sola neurona.15A la plasticidad del sistema nervioso, confirmada a partir de los li.ibajos de Eric Kandel, recientemente premio Nobel de medicina, se añade una p.u licularidad excepcional de este tejido. Al contrario de los otros sistemas, el apai ,iio nervioso conserva las capacidades de desarrollo del embrión a lo largo de toda

lo, mucho más que el rostro o las huellas digitales, y sus divergencias se acentúan con la edad. 11 Véase especialmente J. C. Eccles, Évolution du cerveau et création de la conscience, Paris, Fayard, 1992.

25

< ll KAKI * IJIIM M II K

la vida.1" Múltiples experimentos muestran que el medio y los aprendizajes modi­ fican las neuronas. Varios equipos de neurofisiólogos constataron que, cuando los ratones son sometidos a ciertos ejercicios, esta gimnástica conlleva una madura­ ción de las capacidades neuronales correspondientes, y sobre todo un incremento del número de células.17

¿Es

T R A N S M IS IB L E EL IN C R E M E N T O N E U R O N A L ?

Un último problema permanece irresuelto: ¿se transmite el incremento de las ad­ quisiciones neuronales a la generación siguiente? La herencia de los excedentes no fue probada aún. Pero, ¿acaso no existen fuertes presunciones de ella? Si se conside­ ra a los humanos después de un siglo, su tamaño y su peso se incrementan regular­ mente de una generación a la otra, y esta progresión se transmite (yo soy más gran­ de que mi padre, y más pequeño que mi hijo). ¿Por qué no ocurriría lo mismo con el tejido nervioso, por lo demás tan flexible y adaptable cualitativamente y en sus co­ nexiones? Tal argumento no supone una modificación genética: simplemente pone al tejido nervioso a la altura de lo que se espera de él. El fenómeno de desgaste hace pensar que el incremento cuantitativo del sistema nervioso se transmite. Si al nacer existen células que podrían ser utilizadas, y que se deterioran si 1 1 0 lo son, es porque son heredadas de generaciones anteriores que han legado esa reserva supernumera­ ria. El desgaste demuestra que el incremento cuantitativo de la reserva neuronal se transmite hereditariamente. Cada generación hereda un material neurológico pro­ porcionalmente más importante que sus capacidades fisiológicas en conjunto, las cuales no tienen que responder por este incremento y permanecen inmutables. Nacemos más grandes que aquello nos volvemos. El cerebro del niño de pecho se prepara para eventualidades que nunca se presentarán. ¿Por qué tal exceso de neu16. “ Una de las grandes innovaciones de los vertebrados es haber conservado un sistema nervioso embrionario en el adulto”. Así, la epigénesis ( ...) es 1111 proceso de adaptación que prosigue du­ rante toda la vida” (Alain Prochiantz, “I.e développement et l’évolution du systéme nerveux”, in Y. Michaux (dir.), Le Cerveau, le langage, le sens, Paris, Odile Jacob, 2002, p. 33). “ El desarrollo

C

o m o i ,a s n i s u r o c iiín c ia s u k m u k s t k a n

w

k s ic o a n a i is is

roñas? Quizá porque los aprendizajes, los ejercicios concretos de inteligencia y la soItic ion de nuevos problemas no son los únicos que engendran una proliferación siuaplica y el nacimiento de nuevas conexiones. Quizá la actividad onírica desembo1 . 1 en el mismo resultado: después de todo, los sueños son una experiencia, al igual que los aprendizajes. ¿Por qué no engendrarían ellos también una proliferación de .1 sones? Así, se comprendería por qué los conjuntos de neuronas poseen tal exce­ dente al nacer, com o si los millares de sueños que son los exploradores de una vida también hubiesen engendrado su propia proliferación neuronal, su jungla de dendi ilas y conexiones. Sobre la pantalla en blanco de sus neuronas, cada hombre debe hacer sus propios sueños.

¿( TA I ES EL APARATO DE LA HERENCIA FILOGFNETICA?

Si la proliferación de la masa neuronal se transmite, termina representando una herencia Jilogenética, porque, ¿cóm o comprender de otro m odo el nacimiento de un mi humano provisto de un sistema nervioso central sobredimensionado en relación a las capacidades de su cuerpo? Cuando, en Moisés y la religión m onoteísta, Preud evoca una herencia filogenética, escribe: “ La subrogación simbólica de un asunto por otro - l o mismo vale en el caso de los desempeños—es cosa corriente, por asi decir natural, en todos nuestros niños. No podemos pesquisarles cóm o la aprendieron, y en muchos casos tenemos que admitir que un aprendizaje fue imposible."1¿Cómo 1 omprender esta explicación por la “ filogénesis”, a la que Freud hubo recurrido con liecuencia para dar cuenta de ciertos aspectos de la transmisión cultural? ¿Qué índices se poseen de este “ tesoro filogenético”, sino esta masa de neuronas supernumerarias que exceden las necesidades fisiológicas? Pero, para que estas neu1 unas tomen vida y se animen, es necesario que escuchen la música de las frases: bas­ ta con que los niños balbuceen y comiencen a jugar con los sonidos para que ense­ guida se orienten en la arquitectura sintáctica interna de la herencia cultural, que hace proliferar este paquete de nervios y esta maleza de axones en barbecho. De esto se deduce que el “ tesoro filogenético” es incomprensible si se consideran únicamen-

embrionario prosigue, pues, en forma silenciosa en el adulto por la generación de nuevas células raíces que migrarán, se diferenciarán y se insertarán en las nuevas redes neuronales, desde el na­ cimiento hasta la muerte” llbui., p. 35). 17. Véase el artículo de N. Toni el al. (“ LTP Promotes Formation of Múltiple Spine Synapses Bet

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18 S. Freud, “Moisés y la religión monoteísta”, en Obras completas, Buenos Aires, Amorroriu, vol. XXIV, 1988. Asimismo: “ Entretanto, la investigación analítica arrojó algunos resultados que nos dan que pensar. Tenemos, en primer término, la universalidad del simbolismo del lenguaje". Igual­ mente, se lee en la misma página: “Además, el simbolismo se abre paso por encima de la diversidad

ween a Single Axon Terminal and a Dendrite”, Nalure, 402, 1999, p. 421-425), que va más lejos que los trabajos ya conocidos del equipo de Dominique Muller (Génova). Algunas neuronas de

de las lenguas; si se emprendieran indagaciones, probablemente su resultado seria que es ubicuo,

rata hiperest imuladas presentan una red mucho más rica y enmarañada que la de una rata poco

el mismo en todos los pueblos. Al parecer, pues, estaríamos frente a un caso seguro de herencia

estimulada. Una enzima, la CAM-Kinasa, es activada a nivel de lassinapsis durante potencializa ciones a largo plazo. Implica la duplicación de las sinapsis de algunas neuronas, un incremento

arcaica, del tiempo en que se desarrolló el lenguaje. Sin embargo, se podria ensayar otra explica ción. En efecto, acaso alguien diría que se trata de unos vínculos cognitivos entre representacio­

de su numero y una complejización de sus enmarañamientos. F.stas experiencias realizadas con ratones muestran un incremento neuronal.

ser repetidos cada vez que un individuo recorre su desarrollo lingüístico”.

nes, establecidos durante el desarrollo histórico del lenguaje, y que ahora no podrían menos que

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C

GP.UARD P oM M IflI

te las neuronas o el lenguaje. Es necesario relacionar estas dos mitades, la una con la otra. F,1 excedente de neuronas es actualizado por la gramática, los símbolos y las palabras que moldean. Este bagaje relativo al lenguaje parece encontrarse en el exte­ rior, com o una especie de bolsa de herramientas que hay que recoger y utilizar. Pero recogerla implica hacer de ella una parte del cuerpo, porque de inmediato toma po­ sesión de los axones supernumerarios, a los que considera com o su hogar. Desde el nacimiento, esta herencia no se enrosca sobre la espiral de un crom o­ soma, porque no es pasiva. ¡Basta con ver crecer un niño para constatar que el pe­ queño diablo no está hecho de aquélla cera blanda y maleable, tan cara a Locke y Condillac! No, el diablillo se desenvuelve activamente, ¡con otra cosa que aquello que se le enseña! Desde el comienzo, posee un material propio: la brújula y el sex­ tante, pero también el timón, las velas y todo lo necesario para que la embarcación avance, incluso con viento en contra, con tal que sople. Con tal que sople el habla. Esta herencia filogenética da más de lo que cualquiera pueda gastar. Es más gran­ de que el legado de cada cultura, porque el bosque de axones en espera podría re­ cibir todas las lenguas sin excepción. Un niño de pecho ama a la humanidad en­ tera. El acto ligero que gramaticaliza la música vocal transforma la materia sono­ ra inerte en un instrumento de conquista del mundo. Quien haya sabido dominar bien pronto una cosa tan salvaje com o la voz, igualmente sabrá domesticar el mun­ do que esta voz nombra.

ÍNDICES DE LA HERENCIA FILOGENÉTICA

Si existe una transmisión filogenética, debe encontrarse su marca en dos pun­ tos: por una parte, del lado del sistema nervioso, com o lo muestra la sobremadu­ ración. Y, por otra parte, en la lengua misma. Una memoria filogenética, ¿se trans­ mite al mismo tiempo que la sintaxis, que ordena las palabras en frases? El estudio comparado de gramáticas verificó la hipótesis de los gramáticos de Port-Royal, ami­ gos de Descartes: las reglas de la sintaxis son universales y, a la vez, atemporales. En este sentido, la gramática no lleva la marca de la herencia filogenética de un pueblo en particular, sino que vale para todos los seres hablantes. En la vida de una lengua, sin embargo, se puede notar una simplificación de las reglas que, en sus principios, permanecen idénticas. Por ejemplo, se destaca la mayor complejidad gramatical de las lenguas antiguas y de las lenguas “ madres”, que se simplifican a medida que en­ gendran nuevos dialectos. No se trata de una especie de degeneración de la lengua, dado que se aplican las mismas reglas, aunque de manera flexibilizada. Esta simplificación puede ponerse en paralelo con una evolución religiosa que, de manera universal, conduce desde el animismo al totemismo, y del totemismo al

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o m o l a s n k u k o c i i ín c i a s i i l m u k s t u a n u i , p s ic o a n á l is is

monoteísmo. El animismo de las múltiples religiones individuales se simplifica cuan­ do reagrupa un número más grande de familias, de clanes, de tribus, y se globaliza más aún cuando las religiones pretenden hablar en nombre de la humanidad entei ,i Ios exorcismos y los ritos privados se simplifican en este trayecto. Ahora bien, existe una relación entre los usos religiosos y los modos de hablar. Existen reglas y lubúes que presiden lo que se dice y lo que no se dice. I a relación entre las reglas del totemismo y el uso de la lengua aún se observa en algunas tribus amazónicas. Cuando el jefe muere, no se deben pronunciar palabras que evoquen su tótem durante cierto tiempo. Así, la lengua es modificada por los liaumatismos psíquicos de los que guarda memoria. Estas modificaciones lingüíslicas se regulan al mismo tiempo que las prescripciones relativas a los intercambios matrimoniales.19Así, la estructura de la lengua se encuentra regida al mismo tiempo por los ritos mortuorios y matrimoniales, que se vuelven complejos en pocas genei ai iones. Esta estructura se simplifica conforme a la evolución de las leyes del tote­ mismo, y aún más cuando evoluciona del totemismo al monoteísmo. lomemos otro ejemplo, relativo a la transmisión de un estilo. Los sinólogos y los especialistas en literatura china señalaron una característica de la retórica chi­ na: el uso de la “ vía indirecta”.20 Conviene no evocar directamente aquello de lo que se quiere hablar, sino emplear ciertas fórmulas, metáforas y digresiones destinadas ,i decir sin decir. Por supuesto, lo propio del habla es permanecer aproximativa y acumular rodeos para describir un objeto. Pero los letrados chinos empujaron este arte más lejos que cualquier otra civilización, hasta el punto de que una novela a veces concluye dando la impresión de que aún no ha comenzado. Este estilo espei lal afecta por igual a la realización del caligrama chino, conciso e inmutable desde hace milenios. Quizá haya que atribuir a la naturaleza de la escritura china este gus­ to por la “ vía indirecta” y el rodeo: el caligrama, contrariamente a la escritura alfa­ bética, conserva una potencialidad pictórica y, en consecuencia, pulsional, que exi­ ge tener cuidado y usarla únicamente con precaución (ocurre lo mismo con los je­ roglíficos egipcios, cuyo uso se exigía en toda clase de rituales).21 El gesto que traza la letra adquiere por sí mismo un valor de encantamiento. El estilo traduce silencio­ samente una determinada relación con el mundo. Para concluir, se evocarán algunos ejemplos donde la marca de la historia es le­ gible en el habla. Algunas lenguas llevan marcas directas de violencias sufridas por 19. Véase L’Anihropologie structurale (Paris, Plon, 1958), de Claude Lévi-Strauss, donde se describen las leyes puntillosas que presidían, hasta hace poco aún, el intercambio de mujeres en esas tribus. ¿0. Véase R. Lanselle,“Sur le mode de l’indirect: d’un art chinois de la lecture”, in T. Marchaisse (éd.),

Dépayser la pensée. Dialogues hétérotopiques avec Franfois lullien sur son usage philosophique de la Chine, Paris, Les Empécheurs de penser en rond, 2003, p. 171-210. 21. El escriba, que era parte de la jerarquía religiosa, debía librarse a toda clase de actos propiciato­ rios antes de escribir. El ka (“espíritu” ) de algunos letrados demandaba, en efecto, precaucio­ nes particulares.

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Cifl(ARI) PoMMII-K

el pueblo que las habla, y estos monumentos traumáticos influyen en su cultura. Las grandes migraciones de poblaciones de los siglos pasados significaron impactos psíquicos para aquellos que dejaban su país, aún cuando lo hacían con un espíritu de conquista. En Quebec, e incluso hoy en día en Luisiana, el francés ha conserva­ do la forma del siglo XVIII, fijado por el abandono de la madre patria. En los Esta­ dos Unidos, muchas comunidades de Nueva Inglaterra continúan no solamente ha­ blando la lengua del exilio, sino también llevando las vestimentas y plegándose a las costumbres de aquellos tiempos, com o si todo se hubiese detenido con el desarrai­ go. Los españoles que colonizaron América del Sur aún hablan, en algunos países, la lengua del exilio. Muchos giros lingüísticos, com o el empleo de vos (para decir tú), todavía prevalecen en Argentina, com o en el siglo XVIII. En este mismo país, una in­ terpelación afectuosa: Che, que corresponde al tú (en el caso de “Pues dime, tú ... ”), es de uso corriente.22 ¿De dónde proviene? Era utilizada para decir tú por los indios guaraníes que habitaban la Argentina antes de la llegada de los inmigrantes. Fueron vencidos, sino completamente exterminados. La interpelación afectuosa Che evoca el tiempo detenido de la masacre. Los españoles matan a los guaraníes y luego di­ cen tú del mismo m odo que ellos. El lugar del origen, conquistado sobre el enemi­ go, permaneció com o el de la mayor familiaridad: la del tuteo. En la España de Isabel la Católica, la expulsión violenta de los judíos y de los mu­ sulmanes fue acompañada por muchas fijaciones lingüísticas. Los judíos sefardíes, en exilio en el contorno del Mediterráneo, continúan, aún hoy, hablando en ladino, una lengua castellana conform e a la de aquella época. En la misma época, mientras que a fuerza de armas los moros eran cazados en España, la lengua castellana inte­ gró sonoridades verbales tomadas del enemigo. El dulce sonido [j] se transformó en una especie de [r] gutural, la jota, que debe mucho a una sonoridad arábiga. La lengua de estos ocupantes musulmanes, que finalmente habían gobernado con to lerancia durante mucho siglos una gran civilización “judeo-islamo-cristiana”, deja­ ba así la marca del vencido en el castellano. De manera significativa, el latino de los sefardíes no pronuncia la jota, dado que el exilio de los judíos antecedió a la inte­ gración de esta sonoridad al castellano. Sin duda, estos pocos ejemplos son simple­ mente alusivos. No obstante, indican que una lengua transporta la historia de quie­ nes la hablan, com o el testimonio ciego de sus traumatismos.

C a p ít u l o 3

¿Hay un piloto en el avión? El sujeto de los aprendizajes

I >1 I.A IMITACIÓN A LA IDENTIFICACIÓN

El niño de pecho imita ciertas mímicas de los adultos: es al otro a quien ve an­ tes que a sí mismo.1Quizá esta imitación ya da forma al organismo en alguna me­ dula.2 Más tarde, cuando comienza a jugar con los sonidos, el niño los articula si­ guiendo los movimientos del rostro familiar que le habla y que ya sabe imitar. Bal­ buceará tanto más rápido si se balbucea y se canturrea con él. Al principio, los pri­ meros balbuceos no designan ningún objeto en particular, y su significación es sola­ mente la de una expresividad que acompaña la presencia de alguien. Antes de enuni lar frases comprensibles, un niño pronuncia pseudo-frases que no quieren decir nada. ¿Para qué sirven? Ponen en acto lo que es primero, es decir, el sujeto de una enunciación (independientemente de lo que signifique). Mientras que la significai ion de las palabras le es incierta, el niño hace com o si hablara. La imitación sirve de rampa de lanzamiento. Pero, al imitar fielmente, el acto elocutivo va más lejos y traiciona lo que imita. Se desdobla bruscamente, porque de repente la voz permite hacer mucho más que imitar. Un rostro que imita al otro lo duplica, y eso es todo. Pero, cuando una voz imita la melodía de una voz, sabe fabricar enseguida una me­ lodía que ya no es imitativa. El imitador se embarca en su propia máquina vocal: el 1.

1lenri Wallon considera que ciertos actos “primeros” no corresponden a ningún aprendizaje: es lo que sucede con el hecho de chupar, de seguir un objeto con mirada, de acercar la mano a este objeto o incluso de imitar las mímicas de un adulto. Pero en este conjunto de hechos verificables, existe una profunda heterogeneidad: el acto de imitar aliena en primer lugar al niño de pecho al

2,

deseo del Otro. ;EI resto se sigue! A veces sucede que los niños adoptados se parecen mucho a sus padres adoptivos.

22. Ella sirvió de sobrenombre al argentino “Che” Guevara. 31

30

liP.RAKh TOMMII l
PO M M IKU

la significación incestuosa, que correría peligro de anonadar el cuerpo, de ahora en adelante fluye a toda velocidad en las autopistas del pensamiento. Los neurotransmisores del hombre carburan con la nada. ¿Se encontrará el rastro de tal pro­ pulsión en las neuronas?6

El “ s u j e t o ”

su rge de la in te r lo c u c ió n

Para escapar de la pulsión, “eso” piensa solo, alguien piensa. El sujeto aparece en la línea de fuga de este pensamiento en el m omento en que habla a alguien. Un úni­ co signo acústico entra en la composición de una gran cantidad de significantes, que toman sentido en función de estar dirigidos al semejante. El sonido [li], por ejem­ plo, puede representar un mueble (cama [lit]), un sedimento en un tonel de vino (poso [lie]), una modalidad del verbo atar [lier] o el imperativo del verbo leer [lire], según el contexto. También puede ser la sílaba de una palabra en el curso de su for­ mación. Esta anfibología cae cuando [li] se ata en una frase dirigida a alguien, in praesentia o in effigie. Efectiva o mental, la presencia del otro actualiza los sonidos en significantes. El otro del habla nos revela lo que pensamos.7 El sujeto avanza com o un funámbulo sobre el hilo de las frases. Las palabras cal­ man su angustia y transforman la nada de su cuerpo en ser del verbo. El que habla se libera a medida que se expresa de la cortapisa de la significación fálica. El pensamien­ to se prorroga a medida que reabsorbe la angustia: su par ordenado nivela la contra­ dicción entre el ser y la nada que lleva toda sensación. El pensamiento entrega un su­ jeto a sensaciones que, de no haber estado el verbo, lo habrían anulado. Las palabras que lo liberan no son de él, no son de nadie: pertenecen a una lengua utilizada por un conjunto de semejantes. El semejante hacia el cual corre el pensamiento libera a la percepción de su potencialidad onírica. Si contemplo un objeto bello o un paisaje impresionante, su belleza podría cautivarme hasta angustiarme si permaneciese como su testigo solitario por demasiado tiempo. En cambio, si alguien me acompaña y le hablo de mi emoción o de otra cosa, entonces mi percepción se civiliza. La dimensión excesiva de la belleza se reprime en proporción directa esta transferencia.

fóbicos, de monstruos devoradores, primeros testimonios del rechazo de la pulsión, mundo se­ mejante al de los niños o al de ciertas formas de locura. 6.

“En el comienzo era el Verbo”, se lee en el Génesis. Un materialista podría burlarse de este aforis­ mo, porque el universo no aparece porque es nombrado. Pero no habría considerado la diferen­ cia entre la palabra y el verbo. El universo aparece gracias al verbo, porque quien nombra nace él

l .1I M I I | A«i N M U I I H II N C IA S D I M O I M K A N 11 l ’ SH O A N A I IM S

El

i n t e r l o c u t o r c a r g a e n t o n c e s c o n el p e s o d o b i . e d e l ser y l a n a d a , del

AMOR Y EL ODIO

El ser del sujeto, desplazado por la enunciación de las frases, depende del modo o de la temporalidad de sus vínculos con los otros. Ver el mundo sin hablar de él o sin oír hablar de él se vuelve rápidamente una experiencia dolorosa. Si el hombre cesase de dirigirse a sus semejantes, en algunos días perdería los reparos espaciotemporales de este cuerpo del que no es locatario sino gracias al habla. El alquiler se paga con palabras. Si un hombre ya no encontrase a quien dirigirse, caería en su imagen, a riesgo de ahogarse en ella. Al ponerse a hablar, la cuestión del ser y de la nada se juega de ahora en adelante entre el locutor y el receptor. El habla lleva con­ sigo este desafío mortal hegeliano: prorroga la represión en el momento mismo en que se dirige al semejante. La nada que duplica la percepción de las cosas se dialectiza así en agresividad respecto al semejante. Pero, en el mismo momento, el seme­ jante a quien se dirige el habla autentifica el proceso de la represión gracias al cual existe el sujeto. Es por eso que hablar exige una forma de reconocimiento que, com o implica el ser, cualifica la especie de amor abstracto profundamente ambivalente que liga al hombre con el hombre. La dialéctica de esta ambivalencia tiene una consecuencia: el incremento del sa­ ber. Cuando alguien habla con alguien, al mismo tiempo habla de algo. Hablar de­ manda el amor, y esta reclamación sólo se efectúa hablando de otra cosa, según una vía indirecta. Se habla de otra cosa que del amor que motiva el habla.8 Esta duplici­ dad genera una extensión de la denotación. Hace decir siempre más, puesto que al hablar de otra cosa todavía no se habrá hablado de lo esencial: del amor. Quien ha­ bla se empeña en describir en detalle un objeto cualquiera, mientras que un pensa­ miento totalmente distinto le obsesiona. De m odo que la acumulación de cualidades de la cosa efectivamente descrita va a dar una información más grande que la que habría sido proporcionada por un simple signo. El lenguaje humano parece menos directo y menos práctico que un sistema de signos unívocos. Pero finalmente acarrea un almacenaje de informaciones más extenso, en el orden del saber consciente. Eso no es todo, porque con esta extensión de los conocimientos otro conocimien­ to, el inconsciente, también se revela hablando. Cuando buscamos expresarnos, nues­ tro hablar dice más que lo que quisiéramos decir. Formulamos opiniones que pueden sorprendernos a nosotros mismos. A veces forjamos por completo versiones novela­ das de eventos y de nuestra vida, o incluso mentimos sin intención previa, o creyen­ do que dijimos la verdad. Además de esta proliferación inventiva que el habla añade a nuestras rumias interiores, hay que contar los lapsus, los errores de gramática, los

mismo como sujeto cuando habla. 7.

En La Parole intérieure (Paris, 1881), M. V. Egger escribía: “Antes de hablar, apenas se sabe lo que se tiene intención de decir, pero [...] enseguida se está lleno de admiración y sorpresa por ha­ berlo dicho y pensado correctamente”.

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8.

El amor es uno de los destinos de la pulsión (véase S. Ereud, “Trabajos sobre metapsicología”,

op. cit.).

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( ir KAKI 1 P o M M IliK

errores involuntarios, así com o las agudezas, las burlas, burlarse de uno mismo, las quejas, las agresiones más o menos abiertas: estas manifestaciones se nos escapan. No forman parte de nuestros pensamientos solitarios. El habla añade pues al pensa­ miento este montón de informaciones que a menudo siguen siéndonos enigmáticas una vez proferidas. Sentimos claramente que, en estos excesos, pequeños y grandes, se encuentra agazapada nuestra intención más profunda: nuestras ficciones, nues­ tros errores y nuestras mentiras dicen nuestra verdad inconsciente. Inútil buscar una localización cerebral del inconsciente, ya que se encuentra en el acto locutorio de los pensamientos ordinarios.9 Sacamos la importante conclusión de que el acto de for­ mar palabras no lleva a cabo más que el primer tiempo de la represión. Un segundo tiempo se riza en el momento en que el habla se dirige a alguien.

C a p it u l o 10

Las m odificaciones corticales de la pulsión por acción del habla

I n d ic e s

n e u r o f is io l ó g ic o s d e la r e p r e sió n d e la p u l s ió n p o r pa r te d e l h a r ía

La represión del sonido por parte del sentido tiene múltiples consecuencias clíni­ cas, y también tiene traducciones corticales. De m odo general, las imágenes de diag­ nóstico médico muestran que el cerebro constantemente realiza una distinción en­ tre la representación de cosas o de personas y la representación de palabras que las designa.1La “ representación-cosa” es la percepción investida por la pulsión. La “ re­ presentación-palabra” es el resultado de la represión de la representación-cosa gra­ cias a la palabra. La relación entre lo consciente y lo inconsciente se encuentra de­ finida de este modo.2 La representación interhemisférica corresponde a las necesidades de la represión, según las cuales las representaciones-cosa (a la derecha) son reprimidas por las representaciones-palabra (a la izquierda). La imagen es pulsional, lugar ideal de la re­ presentación narcisista incestuosa.2 Capitaliza las representaciones-cosa (que pue­ den tener otras fuentes pulsionales). La represión hace pasar la representación-co­ 1.

Todo lector de Freud reconocerá enseguida en estos términos la diferencia entre representacióncosa (Sachevorstellung) y representación-palabra (Wortvorstellung). Las neurociencias ayudan así a elucidar los pasajes oscuros de esta terminología controvertida.

2.

Freud escribió en una carta a Karl Abraham en 1914: “Todos los investimientos de cosas consti­ tuyen el sistema inconsciente, el sistema consciente corresponde a la puesta en relación de estas representaciones inconscientes gracias a representaciones-palabra que vuelven posible el acceso

9.

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El psicoanálisis experimenta cotidianamente el retorno de lo reprimido por medio de la pala­

a la conciencia” (Correspondance 1907-1926. S. Frend-K. Abraham, Paris, Gallimard, 1994). Pue­

bra. El dispositivo psicoanalítico suelta dos amarras habituales de la conversación: el analista no

de leerse asimismo en la Metapsicología de 1915: “la representación conciente abarca la represen­

es visible, y se expresa con parsimonia. Gracias a esta baja de tensión de la palabra, lo reprimido

tación-cosa más la correspondiente representación-palabra, y la inconciente es la representación-

retorna a través de lapsus, de errores de gramática o de lógica. En la medida en que estas forma­ ciones del inconsciente son equivalentes a los síntomas, la acción por la palabra los alivia.

cosa sola”. S. Freud, Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, vol. XIV, 1988 3.

Es por eso que las primeras religiones del padre prohibieron las imágenes.

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%A itw » i nn n r i 'i u n iRmv.in.i is r.im 'ra t nnni r i r n i t m n n i m i

G p.r a k d P o m m i e r

sa a la representación-palabra, la pulsión al significante. Reprimir no significa que estas representaciones desaparezcan, sino que son contenidas (com o el agua de una represa) y transformadas en otras representaciones (al m odo en que el agua produ­ ce electricidad). La doble localización entre imagen y significante corresponde a la disposición derecha/izquierda. La dimensión pulsional que inviste la sensorialidad de las representaciones de cosas aparece mejor en el momento de las alucinaciones, cuando la representación pulsional se libera de las percepciones en algunas psicosis. La alucinación psicótica corresponde a un momento de levantamiento de la represión de la pulsión (por lo tanto, entra en vigor a la derecha). La pulsión regresa entonces del exterior, es decir, del lugar primero de la demanda del Otro, en forma alucinatoria. Los momentos delirantes suceden a los fenómenos alucinatorios: sus construcciones verbales bus­ can racionalizarlos y compensarlos. Son legibles a la derecha, com o el habla nor­ mal. Las imágenes de diagnóstico médico muestran que el delirio verbal y las aluci­ naciones no corresponden a las mismas localizaciones.4 En otra dimensión, la conservación de las capacidades musicales del hemisferio cerebral derecho es compatible, por ejemplo, con las afasias que afectan al hemis­ ferio izquierdo. Muchos músicos que se volvieron afásicos (a veces luego de lesio­ nes orgánicas graves) conservan la integridad de sus dones artísticos.5Trabajos re­ cientes muestran que, en una melodía, lo que atañe estrictamente a lo musical se si­ túa a la derecha, mientras que los elementos significantes de la música se localizan a la izquierda.1’ Esta observación también vale para las frases, que igualmente tienen una música. Si se escucha la musicalidad de las palabras, ella forma unidades meló­ dicas, independientemente del hecho de que signifique algo. Estas características de la música de las frases se sitúan a la derecha, mientras que el sentido de las palabras que las componen se libera gracias a las diferenciales de la izquierda. Otros resultados de las imágenes de diagnóstico médico corroboran esta rela­ ción de la pulsión (sensorial) con el significante (simbólico). Una experimentación de imágenes cerebrales por cámara de positrones muestra que, durante la detec­ ción de una diferencia de altura tonal, se observa no sólo una activación de las áreas 4.

Sería interesante observar los cambios de localización en las psicosis maníacas: los momentos

5.

alucinatorios y delirantes deberían sucederse en un intervalo breve. En su artículo titulado “Grand embarras de la parole avec la conservation des autres facultés intellectuelles”, Bouillaud notaba en 1865 a propósito de un músico célebre: “He aquí pues una persona que no puede ni pronunciar ni escribir por sí misma las palabras de un discurso, pero

frontales y temporales especializadas en los sonidos, sino también de las áreas occi­ pitales de la visión.7 La audición genera al mismo tiempo una reacción visual, “ in­ conscientemente”, según los autores. Sin duda, no quisieron evocar el inconscien­ te freudiano, pero este término cuadra perfectamente, ya que esta conexión atesti­ gua la represión que va del símbolo a la verbalización. Existen otras experimenta­ ciones de translaciones cerebrales que los investigadores no logran explicarse: co­ rresponden a las conexiones entre la sensación y el significante, que activan el área derecha y el área izquierda respectivamente; su conjunción ilustra el retorno de lo reprimido, que va del símbolo a la verbalización. Algunos mensajes registrados gra­ cias al hemisferio izquierdo sólo son restituidos por medio del derecho. Algunos es­ tudios en tomografía por emisión de positrones muestran que la memorización de una lista de palabras activa el córtex frontal izquierdo (codificación), mientras que su restitución estimula un área situada a la derecha, sin que los investigadores com ­ prendan el sentido de esta estimulación, a la que consideran com o “ inconsciente”.8 En efecto, tienen razón, porque los significantes (a la izquierda) evocaron símbo­ los visuales (a la derecha). C om o lo muestran las imágenes de diagnóstico médico, las áreas cerebrales ac­ tivadas por el pensamiento son las del lenguaje. De m odo que parece que el habla sólo añade un acto al pensamiento (com o escribió san Buenaventura). ¿Quiere de­ cir esto que el área de la conciencia es la del lenguaje y que por lo tanto es necesario situar el inconsciente en otro lugar? No, ya que, com o veremos, el habla consciente en sí misma es portadora de lo que reprime para expresarse.

N

i n g u n a h u e l l a del

“ sujeto”

e n la c a r t o g r a f í a c o r t ic a l

Aquél a quien se habla localiza el “yo” [je] del habla a cambio. Cuando nos en­ contramos con alguien, rara vez eso nos deja indiferentes. La presencia del otro nos causa un efecto. Porque el encuentro con un semejante nos impresiona pulsionalmente, se impone una conminación a hablar o a pensar: el área del lenguaje reprime esta impresión. ¿En qué consiste este poder de revelación poseído por el semejan­ te a quien hablamos? Cuando nos escucha, se manifiesta su presencia física. Su apa­ riencia, su mirada, el conjunto de las sensaciones despertadas por esta presencia nos tientan. Tan pronto com o se encuentra en el mismo espacio que el nuestro, su cuer­ po hace un hueco. Esta presencia abrupta enciende el incendio pulsional, y el pensa­ miento se precipita, aumenta su caudal, brota sobre sí mismo para colmar esta bre-

que compone y escribe una pieza de música” (citado por B. Lechevalier, F. Eustache, Y. Rossa, Les 6.

Troubles de la perception de la musique d'origine neurologique, Paris, Masson, 1985). M .-C . Botte, S. McAdams, C. Drake,“La perception des sons et de la musique”, en B. Lechevalier, F. Eustache, F. Viaders (eds.), Perceptions el Agnosies, Bruxelles, Éditions de Boeck, 1995, p. 55100. Asimismo, H. Platel, S. Faure, F. Eustache,“Neuropsychologie et imagerie cérébrale fonctio-

7.

H. Platel et al., “The Structural Components of Music Perception - A Functional Anatómica! Study”, Bram, 115,1997.

8.

H. Platel et al.,“Contributions o f Frontal and Medial Temporal Regions to Verbal Episodic Mem­ ory: a P.E.T. Study”, Neuro Repon, 8, 2001.

nelle”, L’Année psychologique, 96,1996, p. 641-675.

97 96

\ i i n n n n r i iiv iiv iir .R

G

cha. El inconsciente arde durante esta presencia, es decir, durante el despertar de las pulsiones. Esta presencia del otro nos fuerza a pensar y, cventualmente, a hablar. La percepción de las cosas se vuelve consciente con la condición de las palabras que las designan, pero estas palabras no cobran sentido más que en el momento en que se asocian en una frase dirigida a otro, real o ficticio. Una percepción, la de la cosa, se vuelve consciente gracias a otra percepción, la de un semejante. El “sujeto” nace cada vez que la pulsión se metaboliza en habla, es decir, cuando las huellas mnésicas de las palabras comienzan a significar gracias al otro del habla. El “sujeto” no posee ni un área psíquica pulsional ni un área psíquica del lenguaje, sino la diferen­ cia de potencial entre estas dos áreas producto del habla (por lo tanto, del sujeto) en la relación con el otro. El sujeto es esta chispa que piensa y habla en esta tensión. La subjetividad se realiza en esta posición bizarra de extraterritorialidad en el momen­ to mismo en que se expresa. Las huellas acústicas se actualizan en significantes en el acto locutorio,9en el momento mismo de dirigirse al otro que dinamiza lo que se vuelve un sujeto. La chispa que activa la máquina surge fuera de la máquina: resulta de la diferencia de potencial que instaura la proximidad de dos cuerpos; cada uno de ellos refleja al otro, pero se diferencian, sin embargo. Esta diferencia en la mismidad hace brillar esta chispa de la subjetividad, cuyo combustible es el habla. El sujeto que piensa y que habla parece encontrarse paradojalmente en el exte­ rior de las huellas mnésicas que utiliza. Un espíritu iluminado considerará esta tesis com o una versión moderna del animismo, inaceptable por la razón. Pero, antes de invalidarla, es necesario recordar cóm o se constituyen el interior y el exterior para el sujeto humano (para quien ello es la primera experiencia psíquica). La delimita­ ción del exterior y del interior procede de la represión originaria. El niño es desea­ do en el lugar del falo que la madre habría querido tener (penisneid): esta represen­ tación del cuerpo, rechazada a causa de su valor incestuoso, constituye el exterior, mientras que al mismo tiempo la instancia que rechaza, el sujeto, se instituye com o el interior del esta operación. Nuestro cuerpo forma parte él mismo de este exterior en primer lugar, y tal es claramente la experiencia subjetiva que tenemos de nuestro organismo: no somos nuestro cuerpo, solamente lo tenemos. Somos locatarios de esta entidad que se encuentra a distancia de nosotros.10 El “exterior” en relación al cual se sitúa el sujeto también es su propio cuerpo (precisión que debería reasegu­ rar al lector iluminado y al neurofisiólogo)." El sujeto de la conciencia es “exterior” al m undo en general (dentro del cual está su propia organicidad): no se encuen9.

i m o i a s n k u h o c ie n c ia s d e m u e s t r a n f.l p s ic o a n á l is is

tra ninguna huella de este sujeto en ningún centro cerebral, del cual se diferencia en negativo.12Al pensar o al hablar con alguien se forman frases cuyo sujeto es el de esta conciencia. La pantalla doble de la frase protege al sujeto de su percepción del mundo, peligrosa para él en la medida en que la pulsión lo inviste. El sujeto resul­ ta de esta puesta en tensión circular. El sujeto “actualiza” su percepción atravesando dos trayectos: el primero va del área sensorial al lóbulo izquierdo que la simboliza (la vuelve consciente) gracias a las huellas mnésicas de palabras. El segundo valida estas palabras gracias al semejante, que es él también percibido pasionalmente. Se trata de dos tiempos, pero esta temporalidad es atravesada instantáneamente: el se­ mejante nos hace hablar, aunque tengamos la impresión de hablarle. Dado que el habla se realiza gracias a la presencia de alguien al hablar de algo, existe este doble quiasma entre ambos lóbulos. Para devanar el almacenaje de las palabras de la izquierda, es necesaria la puesta en tensión de la imagen de la dere­ cha. Pareciera com o si el sujeto que forma pensamientos, de los cuales enuncia al­ gunos en frases, se encontrase en la intersección de las conexiones entre las imáge­ nes de la derecha y los signos acústicos de la izquierda. La puesta en tensión del su­ jeto de la conciencia exige dos localizaciones sensoriales (la cosa y el semejante) y una simbolización vectorizada entre dos puntos que va de las huellas mnésicas de palabras al interlocutor.13 Entre el lóbulo derecho y el lóbulo izquierdo, el quiasma intracerebral presenta una especie de metáfora encarnada del quiasma que se for­ ma entre las huellas mnésicas del sonido y la presencia que condiciona el habla (por lo tanto, la conciencia).14 Una experimentación adecuada quizá localice algún día la excitación de un “área de la atención” que señale este proceso, pero no se sabrá nada acerca de su partida de nacimiento. La activación de la atención de la que procede el sujeto se encuentra afuera, en el entre dos de los actores del lenguaje y lo real frente al que coloca una pantalla. El neurofisiólogo no encuentra en el cerebro más que huellas de este pro­ ceso. El organismo no puede revelar un secreto que ignora. El cerebro registra bien los signos de las palabras que le hacen crecer, pero, consideradas por fuera de su di­ námica, son incomprensibles. Las huellas mnésicas de los sonidos no dicen nada acerca de la realización del habla. El córtex encarcela las huellas por rebeldía. Cuan­ do se registran sus transmisiones eléctricas, cuando se aíslan sus neurotransmisores, aún se ignoran cóm o esos sonidos toman sentido: dos tercios de los efectores de esta producción se encuentran, en efecto, fuera del organismo. La represión se vuel­

Ya que, mal que le pese a Descartes, el pensamiento nunca es solitario. Cuando “yo pienso”, mi pensamiento responde a alguien, se dirige a él o pone en escena una actividad que le concierne.

10. Una estatua tallada en mármol no sería capaz de renegar de su carácter mineral, aunque su au­ tor le sea exterior. Para el ser humano, la relación del sujeto con su carácter de organismo es más compleja, porque su “interioridad” subjetiva se crea al mismo tiempo que la exterioridad, que es a la vez el mundo y su propio cuerpo. 11. En esta medida, se parece al “sujeto trascendental” de los filósofos de la conciencia.

12. Esta negatívidad dio durante siglos la impresión de que el alma difiere del cuerpo, del cual no es más que locataria, según una creencia cuya fuerza es proporcional a la represión. 13. La puesta en tensión de esta vectorialización corresponde a la descarga de la libido, que va de la pulsión a la realización del fantasma. 14. De modo bastante bizarro (pero es un hecho), existe en el cerebro un quiasma anatómico que conec­ ta el área sensorio-motriz y el área del lenguaje. Cuando los neurofisiólogos examinan esta distribu­ ción, constatan esta característica cualitativa única del cableado cerebral humano sin explicarla.

98 99

Cll'.UAHl) P o M M I l il t

ve a efectuar hablando, y la máquina neuroíisiológica no conserva más que una hue lia parcial de un proceso, uno de cuyos efectores, el receptor, se encuentra por fue­ ra de la máquina, y de cuyo material principal -e l habla- la máquina sólo conserva la carcasa sonora. La represión misma se lleva a cabo en el acto, y por lo tanto no se inscribe en el cerebro, sino en la toma de sentido del significante entre los hablan­ tes.15Se encontrará una parte del material utilizado: cables, conexiones corticales de izquierda a derecha y viceversa. La chispa se propaga gracias a una máquina extracerebral cuyo cableado interno, tubos y fluidos, son a la vez el resultado y una par­ te. Los nervios y los neurotransmisores conectan con cables estímulos que se po­ nen en marcha en el olvido del cuerpo (donde, sin embargo, se encuentra su rastro). Las uniones asociativas dependen de una coacción exterior a nivel cortical. En un primer momento, la coacción a hablar resulta de la diferencia de potencial entre el cuerpo psíquico y el organismo. El encadenamiento de las palabras reprime la pul­ sión y alivia el cuerpo. En un segundo momento, la concatenación de significantes a partir de sonidos depende de la relación con el otro. Sin duda, algún día se loca­ lizarán aún más detalladamente las decenas de sonidos de la lengua. Pero este des­ cubrimiento no dirá cóm o un sujeto fabrica frases con ellos gracias al interlocutor. La bioquímica de la madera no explica el fuego. Lo mismo vale para el habla cuando abrasa los sonidos y los quema: si un observador la redujese a huellas mné­ sicas que la objetivasen en el área de Broca, desconocería la chispa que la inflama y su emanación entre un sujeto y sus semejantes. Las huellas mnésicas de palabras se parecen a la madera lista para ser quemada. O más bien son com o un bosque que aún no ha germinado ni crecido; un bosque que no crecerá más que al calor del fue­ go que lo abrasa. El bosque crece gracias al incendio que lo reducirá a cenizas. El ha­ bla se extiende com o este incendio: engendra el material que hace arder.

15 .L e Monde del 6 de marzo de 2004 anunciaba el descubrimiento de las áreas corticales y de los pro­ cesos de la represión freudiana (artículo de Hervé Morin del 24/1/2004: “ Le refoulement freudien sous l’oeil de l’imagerie par résonance magnétique?”). En el número del 9 de enero de 2004 de la revista Science, Michael Anderson anunciaba:“ [ ...] nuestros trabajos proporcionan el pri­

C a p í t u l o 11

Las excepciones del lenguaje de los sordom udos y del japonés confirm an la regla

L o QUE NOS ENSEÑA EL LENGUAJE DE LOS SORDOMUDOS

Algunos problemas del aprendizaje del habla muestran que la simbolización de la pulsión por acción del lenguaje sigue una vectorialización cerebral de derecha a iz­ quierda. Cuando un sordomudo de nacimiento se expresa en lenguaje visual, las imá­ genes por emisión de positrones muestran que el área izquierda de Broca permane­ ce indiferente, mientras que su simétrica se ilumina en el hemisferio derecho. Pero, cuando se expresa una persona que conoce tanto la lengua oral com o el lenguaje de los sordomudos,1el hemisferio izquierdo se ilumina durante el habla ordinaria, mien­ tras que su simétrico a la derecha se ilumina durante el lenguaje gestual. Esta expe­ riencia refleja la dimensión sensorial pulsional de la imagen gestual en el hemisferio derecho, mientras que la simbolización prevalece en el hemisferio izquierdo. Simbolización quiere decir que las oposiciones de los signos entre ellos anulan su dimensión de imagen en beneficio de un sentido: por el habla, la música de las palabras se olvida en beneficio de lo que quiere decir. Es la diferencial entre letra y letra, y no cada letra por separado, la que produce un sentido. Cuando el habla se enuncia solamente a través de un gesto, la imagen permanece en primer plano. Esto no significa que los sordomudos hablen un lenguaje de signos pulsionales, sino que para ellos la diferencial significante se establece únicamente durante la comunica­ ción con un interlocutor que los ve. Es éste último el que confiere un valor deferencial a los signos. Así, el lenguaje gestual de los sordomudos difiere de un lengua­ je de signos: el pasaje de la imagen al sentido resulta de la asociación de las imáge­ nes entre ellas, y se realiza en su totalidad en la relación con el receptor. Su “elocu­

mer modelo neurobiológico de la forma voluntaria de la represión propuesta por Freud”. La pa­ labra “voluntaria” basta para indicar que se trata de muy otra cosa.

100

1.

Por ejemplo, porque sus padres son sordomudos, por lo cual esta persona aprendió su lenguaje.

101

t VlM O I AS NKUROCI ENCIAS DEMUESTRAN El. PSICOANALISIS G

eraku

Po m m ie r

ción” es regulada por una gramática com o en el lenguaje oral. Cada gesto se vuelve, ante la mirada del otro, un significante que remite a otro significante, para alguien que legitima su sentido. En la lengua hablada ordinaria, la simbolización se lleva a cabo por medio de oposiciones sonoras que no retienen más que su diferencia: su efectuación es esen­ cialmente intracerebral y se localiza a la izquierda. Es necesario añadir que este len­ guaje ordinario también habla con las manos y que espera, al igual que el de los sordomudos, una legitimación “extracerebral” de su sentido por parte de un recep­ tor. En la lengua hablada, cada palabra toma un sentido en primer lugar gracias a oposiciones intrasilábicas y de sílabas compuestas de consonantes y vocales por ac­ ción del locutor mismo.2 La simbolización se apoya sobre esta oposición: una con­ sonante siempre se sitúa en relación a un elemento vocálico que delimita (lo repri­ me). En la palabra, el sonido de la vocal se cierra gracias a la consonante, que apa­ rece com o la letra principal para la simbolización, ya que la simbolización consiste en pasar del sonido al sentido.3 El área de Broca registra menos huellas mnésicas de palabras que diferenciales sonoras. El rol de la consonante en relación a las vocales importa para el registro de estas diferenciales: las consonantes cierran la sonoridad, mientras que las vocales se abren indefinidamente. En 1982, M. Kimura4 mostró que las vocales son percibi­ das igualmente por ambos hemisferios (duración de 100 a 300 ms), mientras que las consonantes (40 a 60 ms) sólo son percibidas por el hemisferio izquierdo (área de Broca). El hemisferio derecho también consta de una dimensión relativa al len­ guaje, pero es musical en lugar de silábica. Los resultados brutos de Kimura signi­ fican que el lóbulo derecho se organizado por la pulsionalidad musical de la vocal, mientras que el lóbulo izquierdo registra las diferenciales. La superficie sensorial de la vocal (su color) es mucho más elevada que la de la consonante, que realiza un corte en esta superficie. El hemisferio dominante “ simboliza”, en el sentido en que la consonante realiza un corte en el goce vocálico del lóbulo derecho. Esta caracte­ rística tiene consecuencias, en el aprendizaje de las lenguas, en función de la super­ ficie de las vocales (musicales). Cada sonido comporta una especie de bifurcación interna entre su valor musi­ cal pulsional y el sentido que lo une diferencialmente con otro sonido. Durante una 2.

Véase B. Laks, “Phonologie et cognition”, in Y. Michaux (dir.), Le Ccrveau, le langage, le sens, op. cit., p. 245. Según las definiciones admitidas actualmente en fonología, se puede definir una es­ tructura silábica universal como un sistema de dependencia entre un ataque consonantico y una “rima”. Esta rima comprende el núcleo silábico, es decir, el núcleo vocálico que rige toda la síla­

3.

4.

lectura, por ejemplo, los índices gráficos (imágenes) son tratados por el hemisferio derecho, mientras que las diferenciales lingüísticas (simbolización) recurren a las competencias del hemisferio izquierdo. Esta repartición compleja de la lectura, que se encuentra desmontada de algún modo entre su dimensión pulsional y lo que la simboliza, no se verifica en la lengua hablada.5 Experiencias ya antiguas y corrobo­ radas desde entonces muestran que esta simbolización verbal entraña una lateralización estricta a la izquierda.

CONTRA-DEMOSTltACIÓN DE LA LENGUA Y DE LA ESCRITURA JAPONESA

Esta lateralización solamente se verifica en los idiomas cuyo silabismo reposa so­ bre un sistema de oposición entre vocales y consonantes. En efecto, existen algunas lenguas en las que la vocal tiene un rol de primer plano. Esta característica excep­ cional se encuentra en Japón y en algunas islas de la Polinesia. En las lenguas indo­ europeas o semíticas, la información es discriminada por consonantes. Las vocales juegan un rol limitado, y las sílabas consonánticas desprenden las sonoridades de manera preponderante para la atribución del sentido. Por el contrario, en el japo­ nés la lengua se vocaliza fuertemente. El ataque consonántico nunca puede ser do­ ble, y los grupos de consonantes internas son extremadamente limitados. Se puede dar cuenta mejor de esta estructuración cuando el japonés importa una palabra ex­ tranjera organizándola según su propia silabización. Por ejemplo, “ film” es silabizado “firumu”. O incluso “sprint” será silabizado “supurinto”. La cantidad de vocales se multiplica en relación a las lenguas occidentales. Las oposiciones de grupos de voca­ les soportan el sentido, y se constituyen frases largas a partir de un encadenamiento de sonidos esencialmente vocálicos. Entonces, se observa una hemidominancia ce­ rebral derecha, contrariamente a todas las lenguas silábicas consonánticas. El investigador japonés Tadanobu Tsunoda, que ha continuado con sus investi­ gaciones desde 1955 en la universidad de Tokyo, durante varios años evaluó sujetos de lengua materna japonesa. Señaló una activación mucho más importante del he­ misferio derecho que en aquellos que hablan otros idiomas. Sometidos a las mismas evaluaciones, los sujetos de lengua materna japonesa presentan una organización cerebral diferente de la de los sujetos cuya lengua materna no es el japonés. De ello concluyó que la lateralización de los hemisferios cerebrales dependía del aprendi5.

Las neurocicncias proporcionan hoy en día informaciones detalladas que muestran esta división

ba y una coda consonantica.

interna al lenguaje entre su componente pulsional y su simbolización. Juan de Mendoza escribe, por ejemplo: “Existen a partir de ahora buenas razones para pensar que los aspectos formales de

Es sin duda por lo que, cuando se trata de escribir lo que se dice, las escrituras semíticas fueron

la frase (léxico, sintaxis) dependerían de un tratamiento efectuado por el hemisferio izquierdo,

o son aún puramente consonanticas. No conviene escribir la vocal, cuyo sonido evoca una infi­

mientras que el componente prosódico del mensaje se encontraría bajo la dependencia del hemis­

nidad del goce.

ferio derecho”. (J. L. Juan de Mendoza, Dcux hémisphéres, un cerveau, Paris, Flammarion, 1996).

M . Kimura, The Neutral Theory o f Molecular Evolution, Cambridge University Press, 1983. 103

102

l ,n M P I AS NI'UUOCIENCIAS

d em u estran

I I l'SICOANAl ISIS

GP.HARI) P o M M IIK

zaje de la lengua materna. A m odo de contra-experiencia, Tsunoda aplicó estas eva­ luaciones a veinte japoneses emigrados de segunda y tercera generación, de entre los cuales dieciocho habían aprendido antes de la edad de ocho años otras lengua que no fuera el japonés (su lengua materna había sido el español, el portugués o el in­ glés). Su lateralización cerebral correspondía a la de los occidentales. Otras experi­ mentaciones realizadas con japoneses criados en el extranjero pero que habían ha­ blado el japonés hasta la edad de nueve años, hicieron aparecer la dominancia late­ ral derecha típica de los japoneses. Además, otros seis japoneses de origen extranje­ ro (dos estadounidenses y cuatro coreanos) criados en Japón con la lengua japone­ sa presentaban esta dominancia “japonesa”. En este caso, la creación de sentido (la represión) va a apoyarse, en suplemento de las consonantes escasas, sobre la oposición de algunos grupos de vocales o asi­ mismo de vocales entre ellas, e incluso sobre el contraste de las palabras entre ellas, tanto com o sobre una oposición en el interior de cada una de las palabras por me­ dio de las consonantes. En estas condiciones, el lóbulo derecho va a conservar un rol de primer plano, ya que las vocales son puramente pulsionales, en el sentido de la prevalencia de su sensorialidad. Aquí se vuelve a encontrar el caso mencionado anteriormente del lenguaje de los sordomudos. El hemisferio izquierdo trata prefe­ rentemente las sílabas consonánticas de la mayor parte de las lenguas, mientras que el hemisferio derecho tiene una debilidad por las imágenes, en este caso las de las vocales, cuyo color queda en dependencia de la pulsión. Naturalmente, cuando la represión sólo se produce débilmente por medio de las conexiones intracerebrales, va a reforzarse por otros medios: en primer lugar, porque las palabras se oponen entre ellas; después, y sobre todo, porque el sentido va a establecerse definitivamente en el mom ento en que se dirige la palabra a un semejante, com o en el caso del lenguaje gestual de los sordomudos. Las estructu­ ras lingüísticas comunes de las lenguas “vocálicas”, com o el japonés, y del lenguaje de los sordomudos, corroboran la hipótesis según la cual la lateralización cortical se encuentra al servicio de una represión de lo pulsional simbolizado “ intracerebralmente” por las oposiciones binarias más marcadas del consonantismo. La represión se produce según dos palieres que regulan su efectuación. En pri­ mer lugar, existe una especie de trinquete interno en el momento en que se forman las palabras, cuando el goce vocálico se encuentra con el punto de detención con­ sonán tico (o más exactamente, la diferencial que ahueca las consonantes). Esta pri­ mera limitación intraverbal se produce en el momento en que las huellas mnésicas intracerebrales son activadas: se efectúa durante el pasaje del área pulsional a la de las diferenciales sonoras. Su eficacia implica una parada brusca importante en la efusión sonora, pero no es más que momentánea. En efecto, cada palabra, en tanto permanece aislada, no se “ mantiene” : puede descomponerse rápidamente en una polifonía evocadora de sentidos múltiples.

Es en un segundo nivel, en el momento de la realización de una frase, cuando la palabra se dirige al otro, que la represión se encuentra establecida por completo. En calidad de fúnción de primer plano, el lazo social asegura la represión. Cuando una frase es desplegada en su totalidad y un interlocutor legitima su sentido, su signi­ ficación reprime el valor sonoro pulsional de cada palabra aislada. El otro a quien se dirige la palabra lleva la pesada carga de legitimar el sentido volviendo a realizar la represión, la cual se apoyará fuertemente en el semejante: sin duda, esta caracte­ rística no cuenta para nada en una jerarquización importante del lazo social en Ja­ pón, lo mismo que en un recurso a las culturas extranjeras para legitimar este lazo (técnicas, moda, etc.).

La s

c o n s e c u e n c i a s e n l a e s c r it u r a

Cuando la represión de lo pulsional por la acción del habla no se apoya en la op o­ sición entre lo pulsional y su simbolización intrafonética (cuando las consonantes operan en el interior mismo de las masas sonoras), se deben esperar otras conse­ cuencias, además de la lateralización cerebral y del refuerzo del lazo social que acaban de ser examinados. Estas consecuencias son demostrativas si se considera la escritu­ ra japonesa, la cual primero tomó prestados del chino sus caracteres. Este préstamo forma parte de las necesidades de una legitimación por parte de una autoridad ex­ terior, mencionada más arriba. Así, la civilización china jugó respecto a Japón el rol de un Otro de referencia, y continúa ejerciéndolo, ya que los japoneses siempre utili­ zan caligramas chinos para escribir palabras nuevas. Sin embargo, la escritura china es monosilábica, consonántica y tonal, mientras que la lengua japonesa es parisilá­ bica y fuertemente vocálica. Existe así un espinoso problema de transcripción, cuya mayor dificultad, por otra parte, no se evidencia de inmediato, ya que concierne a la simbolización de la pulsión en la escritura de una lengua pulsional. La extraterri­ torialidad del chino no bastó para solucionar el problema de escritura de una len­ gua con una pulsionalidad desenfrenada. La escritura japonesa no consigue hacer frente a esta dificultad sino gracias una especie de desdoblamiento técnico. La escri­ tura en general lleva a cabo una represión de la pulsión, com o lo muestra su histo­ ria: anula lo pictórico en beneficio del sentido. Las escrituras primero fueron dibu­ jos, fueron pictográficas e ideográficas, y luego esta grafía se fonetizó. El sentido de las letras unidas entre ellas reprime el dibujo pulsional. Es por eso que las primeras escrituras alfabéticas no mencionan la vocal, demasiado pulsional.'’ El japonés se encuentra con un problema específico de formalización escrita. Fue necesario introducir dos modalidades de escritura: el kana y el ka n ji (además

6.

Véase G. Pommier, Naissance et rettaissance de l’écriture, op. cit.

105 104

(íf.HAKD PoMMIER

de que la escritura china de origen constituye potencialmente una tercera moda­ lidad). El primer sistema es más bien fonético, mientras que el segundo es ideogramático, o semántico, del mismo m odo que la escritura china. El kana no es fonético en el mismo sentido que las escrituras alfabéticas, es más bien silábico. El katiji existía en la China antigua y sus ideogramas poseían un uso semántico sin un correspondiente sonoro preciso que le permitiese ser leído en las diferen­ tes lenguas chinas. Pero no ése es el caso del japonés, donde los caracteres kanji no corresponden más que a un único sonido (ya que no existe más que una úni­ ca lengua japonesa).7 Sea lo que sea, las dos escrituras usuales del japonés presentan una disociación sorprendente: la del ideograma visible y la del fonograma por definición sonoro.8 El ideograma “se ve” com o un dibujo, y luego se fonetiza en pensamiento: la conceptualización del lector va a reprimir el valor pulsional del dibujo. Es la evolución in­ versa en el caso de la otra escritura, fonética, que presenta una simbolización ya rea­ lizada, puesto que ya no se percibe ningún dibujo. Pero esta simbolización perma­ nece demasiado aproximativa en japonés, a causa del exceso vocálico. Por un lado, la escritura ideogramática muestra lo pulsional (lo que se ve) y, por otro lado, la es­ critura fonética revela una simbolización previamente realizada (la letra fonética no

teres de kana, mientras que el uso del kanji es preservado. La experiencia inversa confirm ó por igual esta disposición.9 Asimismo, se corrobora la hipótesis de este capítulo: si la lateralización funcional del cerebro depende de la lengua aprendida en los primeros años de vida, eso signi­ fica no sólo que el habla modela una función, sino que también esta función crea el órgano, mal que les pese a los organicistas, que querrían hacer depender la función de un órgano genéticamente listo para ser usado desde el nacimiento. La inscripción de las áreas sensitivas pulsionales a la derecha y de la diferencial verbal a la izquier­ da no es innata, sino que procede de un modelado corporal por parte del lenguaje. No obstante, eso no implica que lo inconsciente se sitúe a la derecha y lo consciente a la izquierda, porque las imágenes, las representaciones-cosa, sólo se vuelven cons­ cientes en su relación con la represión.

muestra ninguna imagen). Sin embargo, ninguna de estas formalizaciones escritas resuelve el problema de transcripción de la lengua japonesa, a causa, com o hemos visto, de su profu­ sión vocálica. De lo que se deduce la solución a esta especie de desdoblamiento binocular de las escritura. Pareciera com o si uno de los sistemas proporcionase un complemento al otro y com o si, “ fuera” del sujeto, la escritura estuviese car­ gada de un trabajo equivalente al del pasaje del lóbulo derecho al lóbulo izquier­ do. Se aprecia hasta qué punto la escritura es importante en Japón, la cual lleva a cabo esta tarea. El quiasma orgánico intracerebral es reemplazado por el quias­ ma del pasaje del kana al ka n ji (todo lector im pone mentalmente el kana sobre el kanji, y viceversa). Los efectos distintos de los dos tipos de escritura en relación a la lateralización cortical corroboran estas observaciones. Cada uno de los siste­ mas funciona con su hemisferio preferencial. N o resulta sorprendente encontrar una fuerte predominancia del kana, fonético, a la izquierda, y del kanji, pictográ­ fico, a la derecha. También se constata que, com o consecuencia de algunas lesio­ nes del hemisferio izquierdo, aparecen dificultades para leer y escribir en carac­ [Aunque hoy en día el japonés se haya convertido en una lengua unificada que adjudica a los kan­

7.

9.

Los trabajos de Tsunoda citados anteriormente fiieron validados por investigaciones más recien­ tes, especialmente desde el punto de vista de sus consecuencias en la escritura. Véase, por ejem­

ji sonidos o lecturas estandarizadas -lo cual es cierto, como sostiene el autor-, cabe aclarar que los kanji tienen varios sonidos o lecturas posibles, que se clasifican en dos tipos: lecturas kan, de origen japonés, y lecturas on, de origen chino - y adaptadas, por lo tanto, a las posibilidades de

plo Y. Dong et ais., "Essential Role o f the Right Superior Parietal Cortex in Japanese Kana Mirror Reading”, Brain 123, Oxford University Press, 2000, p. 790-799; o también K. Nakamura et

fonación japonesas. N. de los T.] M . Grossnian, T. Nakada, “A letter is a letter is a letter: Puré Alexia for Kana", Neurology 56,2001,

o f Kanji Orthography”, Brain 123, Oxford University Press, 2000, p. 954-967.

8.

ais., “Participation of the Left Posterior Inferior Temporal Cortex in Writing and Menta! Recall

p. 699-701. 107 106

T ERCERA

PARTE

Si existe un inconsciente, ¿cómo definir la conciencia?

En el inicio de su obra, Freud consideró que algunos fenómenos com o los sue­ ños, los lapsus, los chistes y, por extensión, los síntomas, manifestaban el retorno de una represión traumática. Estas “ formaciones del inconsciente” eran pruebas de se­ gunda mano de la existencia del inconsciente, cuya fuerza ya se presentía desde la Antigüedad. A medida que la exploración psicoanalítica extendió sus investigacio­ nes, sus verificaciones clínicas, sus consecuencias culturales -e n una palabra, su do­ m inio- este inconsciente tom ó cada vez más importancia. ¿Quién duda aún de la potencia de las determinaciones inconscientes? De m odo que, hoy en día, la existen­ cia y el funcionamiento de la conciencia se han vuelto un interrogante. Inmerso en su descubrimiento, Freud nunca trató estos temas específicamente, cosa que tam­ poco hicieron mucho más la mayor parte de sus sucesores. Sin embargo, no puede definirse la conciencia com o lo que el inconsciente no es, ¡y menos aún considerar­ la com o una evidencia, puesta una vez más al cuidado de lo sensible! Resulta que la conciencia es uno de los problemas mayores de la investigación neurocientífica, que no alcanza a precisar su centro ni sus procesos. Algunas fun­ ciones parecen importantes, pero ninguna capitaliza las cualidades de la concien­ cia. Paradójicamente, estas investigaciones plantean problemas de los que el psicoa­ nálisis puede sacar el mayor provecho para asegurar aquello que sirve de base a su práctica: que el sujeto del inconsciente es el mismo que ei de la conciencia (y que no se podría descubrir uno sin reconocer la existencia del otro). Para mostrarla ne­ cesidad de esta articulación, se partirá de las investigaciones más recientes sobre la

Gf.KARI) I ’O M M II U

conciencia de la visión, que presenta una importante ventaja. Cualquiera puede ve­ rificar con facilidad que continuamente ve toda clase de escenas sin tener forzosa­ mente conciencia de ellas y sin memorizarlas. También se puede guardar el recuer­ do de detalles ínfimos por su valor simbólico, pudiendo reaparecer a veces mucho más tarde en un sueño, una vez más en la forma de imágenes. Esta “conciencia”, acto de un sujeto, se establece gracias a una base de datos memorizados a sus espaldas. La cuestión del inconsciente se plantea pues inmediatamente, porque, ¿cóm o se or­ ganiza la memoria humana? N o hay ninguna necesidad de una extensa investiga­ ción para reconocer que los símbolos de los acontecimientos más o menos trau­ máticos producen sus marcas. ¿Qué es un símbolo? Y, ¿por qué la función del sím­ bolo distingue radicalmente la conciencia humana de la de los animales? Una vez discutidas estas cuestiones, se tratarán en las páginas que siguen los malentendidos de la palabra inconsciente, la cual no tiene el mismo sentido para los neurocientíficos que para los psicoanalistas. Se expondrá la riña a propósito del sentido de los sueños, controversia respecto de la cual algunos científicos no dieron prueba de un gran rigor. No obstante, esta discusión fue útil, porque el terreno se encuentra des­ pejado de ahora en adelante para preguntarse de dónde proviene el destello espo­ rádico de la conciencia y cuál es su torre de control. En efecto, es necesaria una to­ rre de control, porque si lo consciente funciona al mismo ritmo que lo inconscien­ te, toda conciencia humana dependerá del mal del deseo que ella reprime: ella es, al mismo tiempo, conciencia de percepciones y conciencia moral.

C a p ít u lo 1 2

¿Puede funcionar la conciencia de la visión com o u n m odelo de la conciencia?

La percepción no tiene nada de automática. 1lay que prestar atención para ser con­ ciencia de una sensación. Existe una conexión más o menos laxa entre la percepción y la conciencia,1que cualquiera puede experimentar empíricamente. La visión permite examinar las relaciones de la conciencia con la percepción más fácilmente que otras sensaciones. La neurofisiología corrobora este hecho. Semir Zeki, profesor de neu­ rología en el British College de Londres, ha mostrado desde 1973 que áreas distintas procesan diferentes características sensoriales. Estas experiencias invalidan la idea de una comunicación directa entre las sensaciones y sus receptores cerebrales.2 El men­ saje visual, antes de ser encaminado hacia el cerebro, pasa el filtro de un algoritmo de compresión3que exige, para que la imagen pueda ser reconstituida, un m odo de em­ pleo y léxicos consignados en las memorias. Los datos de la percepción bruta son re­ lativamente débiles en relación a la información que finalmente llega al córtcx.4 1.

Según el sistema que Freud llamaba “percepción-conciencia” (S. Freud, “La interpretación de los sueños”, en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, vols. IV-V, 1988).

2.

El nervio óptico se termina en una “pata de gallo”, a partir de la cual se dispersa la percepción bru­ ta: el color, la forma, la profundidad y el movimiento son analizados en sitios diferentes. El área visual se subdivide en varios subconjuntos. A partir de un centro primario V I, situado en la ci­ sura calcarina, los potenciales visuales se extienden en centros especializados para el movimien­ to (V5 y M ), el color (V4) y la forma (V4). Un campo parieto-occipital se especializa en la per­ cepción del espacio, y otro en la forma (S. Zeki: “ La construction des images dans le cerveau”, La

Recherche 21, 222, 1990, p. 712-721). 3.

El nervio óptico cuenta con 1 millón de fibras para 130 millones de fotoreceptores en la retina. Este millón de fibras comunica con 250 millones de células en el córtex.

4.

El cuerpo articulado condiciona el mensaje visual. El 90% de sus datos no son retiñíanos a su sa­ lida, sino que vienen de otras áreas del cerebro: las instrucciones del córtex destinadas a proce­ sar el mensaje según los recuerdos y las intenciones proporcionan el 50%.

1 1 0 1 1 1

C ifK A H I) P O M M t l'U

Esta reconstrucción de la imagen supone una clasificación de las unidades que ac­ ceden a la conciencia. La percepción no se reduce a un fenómeno pasivo, ni siquiera desde un punto de vista fisiológico. Es tanto más activa cuanto que nuestras imáge­ nes mentales anticipan las percepciones, preparándonos para recibir determinadas informaciones. En todas las etapas de la cadena visual, las sensaciones se conectan hacia atrás con el recuerdo y hacia delante con la intencionalidad. La identificación de los objetos se recorta en diferentes repertorios según los individuos y sus nece­ sidades personales. El presente se viste con el pasado, y la comprensión de aquello que se percibe actualmente apenas necesita una información mínima, a la que se añaden los datos ya memorizados. La conciencia está condicionada por conexiones con conjuntos de neuronas diferentes de los de la percepción. Reconocemos nues­ tras sensaciones en tanto que las percibimos. Vivimos en un rem ake.5 La imagen es reconstituida (o incluso anticipada) subjetivamente en función de estas informa­ ciones. Este “ remontaje” presenta su interés en cuanto que no se lo considere com o una operación de filtrado, sino com o una simbolización de lo pulsional. Ver a partir de lo ya visto realza la importancia del período de nuestra vida du­ rante el cual aprendimos a ver. Cuando un ciego de nacimiento recobra la vista des­ pués de una operación, continúa sufriendo una minusvalía, porque no dispone de los datos que permiten el reconocimiento de los objetos. Los niños operados tardía­ mente de cataratas también encuentran dificultades, porque ellos no llevaron a cabo el gigantesco trabajo de conexión de imágenes con otras áreas corticales durante los primeros meses. La recuperación de una capacidad visual plantea la misma dificul­ tad que el aprendizaje de una lengua extranjera luego de la lengua materna.6 Francis Crick trató junto a Christopher Kock el problema de la conciencia visual. Estos autores buscaron en el neo-córtex neuronas particulares cuya función habría sido, no la visión, sino la conciencia de la visión.7Entre las capas de neuronas concer­ nidas, las más superficiales sólo dan una respuesta local a los estímulos. Pero las célu­ las de las capas 5 y 6 se proyectan directamente hacia afuera del sistema cortical, y tie­ nen además una propensión insólita a la descarga en ráfagas. Por lo tanto, los autores atribuyeron a estas células una función de conciencia de la visión. Para ser consciente, la percepción requiere la actividad de otras áreas que permitan su simbolización.8

I . O M Il I

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Ésa es, por lo demás, la experiencia ordinaria: para tener conciencia de aquello que se ve, es necesario añadir a la visión un acto particular. Sin este acto, el sujeto queda olvidado en un sueño en vela: se descarrila, com o si estuviese absorbido por sus sen­ saciones. ¿Dónde se encuentra el sujeto cuando flota en este estado onírico? Está ab­ sorbido por las asociaciones que provocan las sensaciones, hasta que el pensamiento se teje e identifica con la percepción. Esta identificación utiliza un proceso de archi­ vo que permite completar datos parciales. Para pasar, por ejemplo, de la visión plana proporcionada por la retina a una visión en tres dimensiones, el neo-córtex conecta una memoria que añade la profundidad.9 El presente depende de la memoria: todo presente es un presente rememorado. El reconocimiento de un objeto se produce en función de un módulo de archivos al que el presente se refiere inmediatamente (este cálculo cerebral además suele estar cargado de errores). Este reconocimiento del con­ junto prevalece sobre el acontecimiento actual. Cada instantánea visual fija el sen­ tido de una escena desatendiendo sus detalles. Su integración se produce gracias a este sentido, más que gracias a cualidades propias de lo visual. El recuerdo convoca­ do por el sentido completa la visión cuando ésta es fragmentaria. Pero lo contrario no es cierto: las lesiones de algunas áreas asociativas de la visión eliminan la concien­ cia de la percepción al mismo tiempo que la conciencia de la imaginación e incluso del sueño.10 Cuando, por ejemplo, se reconoce una silla, esto no quiere decir que se podría describir enseguida su color, su forma, etc. Del mismo modo, si se percibe un rostro, suele ser difícil precisar el color de los ojos, los cabellos, la forma de la nariz, etc. Sin embargo, ese rostro sería reconocido si se volviese a presentar. La conciencia de la percepción forja una visión unida y armónica del mundo a partir de sensaciones fragmentadas e inarmónicas. Las imágenes recibidas por cada uno de los ojos en visión binocular, por ejemplo, son dispares, y la conciencia de la percepción lleva a cabo su integración en centenares de milisegundos." Leemos en visión subliminal y a tirones (según el comportamiento habitual del ojo). Los tiro­ nes varían según la naturaleza del texto y reciben paquetes de datos visuales, distin­ tos, por otra parte, para los dos ojos. Son más cortos si las palabras son familiares.

9.

Un círculo visto por la retina puede, por ejemplo, representar tanto un círculo como la proyección de una elipse: nuestros recuerdos sobrepasan esta ambigüedad introduciendo una profundidad en

5.

Roger Shepard, profesor de ciencias en la Universidad de Stanford, considera en este sentido la percepción como una alucinación dirigida.

tres dimensiones. Además, al mensaje visual bruto lo sustituye una colección de cuadros que consig­

6.

Las imágenes cerebrales de diagnóstico médico revelan que el aprendizaje de una segunda len­ gua hace intervenir áreas diferentes de las de la lengua materna. No obstante, es posible una in­ terpenetración en los casos de una asimilación perfecta.

ticales. Asimismo, si estamos seguros de que una persona, cuya nuca cabelluda vemos, al darse vuel­

F. Crick, C. Kock, “Towards a Neurobiological Theory of Consciousness”, Seminars in the Neuro-

10. M. Solms, The Neuropsychology o f Dreams - A Clinical Anatomical Study, Mahwah, Uwrence Er-

sciences, vol. 2,1990, p. 263-275.

lbaum Associates, 1997. 11. l.a información visual llega al neo-córtex luego de haber atravesado el núcleo geniculado lateral

7. 8.

Nuestra visión procede en términos de descripción simbólica. Si se imaginase que la visión pro­ yecta en el interior del cerebro una especie de pantalla neuronal interna del exterior, sería nece­ sario poner otro pequeño ser en el cerebro para ver esta imagen, etc.

nan los datos provenientes de las cuatro semi-retinas, a las que se agregan los datos de las áreas cor­ ta mostrará un rostro, y no otra nuca, es gracias a un conocimiento memorizado de lo que un ros­ tro es (como ocurre con el cuadro de Uené Magritte de 1937: Toda reproducción está prohibida).

del tálamo. A través del cuerpo calloso, compuesto de mil millones axones, la información visual une los dos hemisferios pasando del hemisferio derecho al hemisferio izquierdo.

113

GfiKAKl) PO MMII.U

La lectura se contenta con algunos caracteres y un revestimiento reconstituye la pa­ labra a continuación si ya fue catalogada. El revestimiento no depende de las áreas corticales de la visión. Después de un ataque o de una intervención quirúrgica, la conciencia resintetiza rápidamente un nuevo universo, demostrando así que está integrada por una estructura diferente de la estructura la percepción. Gracias a esta integración, los pacientes que sufrieron un split brain hablan de su visión com o si estuviese unificada o com o si no existiese ninguna zona de transición entre la zona de visión y la zona de ceguera. Además, si se muestra al hemisferio izquierdo la mi­ tad derecha de un rostro, el paciente declara ver un rostro entero.12 Estos nuevos conocimientos de las relaciones entre la percepción y la concien­ cia son válidos para el conjunto de los animales. Muestran la importancia enorme de los datos archivados para el reconocimiento de lo sensible. Pero el desmontaje de este funcionamiento no tiene en cuenta el investimiento pulsional de la percep­ ción. En efecto, es necesario concebir un sistema pulsión/percepción/conciencia, si se quieren examinar las particularidades de la conciencia humana. La existencia de este investimiento pulsional explica por qué la conciencia del hombre pasa por las palabras antes de ser conciencia. ¿A qué debemos tal investimiento pulsional de las percepciones, sino al valor psíquico que fue primero el del cuerpo? El cuerpo tuvo al principio el valor de la ausencia del falo materno, y este investimiento psíquico angustiante es rechazado hacia afuera: anida en lo visible, al cual otorga su antropo­ morfismo. Y la visión toma una mayor importancia para el hombre, porque lo que ve se le asemeja y le habla de él (aunque él ignore qué es él m ismo).13 Lo visible está tallado a la medida de lo que tiene de más íntimo (y que, sin embargo, ha rechaza­ do). Es por esto que el proceso de archivo de la visión toma un carácter particular, poblado com o está de símbolos.

C a p í t u l o 13

La m em oria h u m a n a es organizada p o r el símbolo

El término “ memoria” a menudo es usado para describir procesos que son más bien del orden del reflejo y que no tienen relación inmediata con la conciencia o el inconsciente. El cerebro contiene centenares de sistemas de información, que com ­ prenden sus propios módulos perceptivos y su propia intencionalidad (de la que el habla forma parte parcialmente). Nada prohíbe elegir criterios operacionales, se­ mánticos, procedurales o incluso bioquímicos que permitan clasificar estas reservas de datos. Existen diferentes sistemas de información a corto y largo plazo. Pero, sean cuales sean los criterios, no se puede, sin abusar del lenguaje, considerar un proce­ so de causa-efecto com o una forma de memoria (por ejemplo, el agua “se acorda­ ría” que debe volverse vapor bajo el efecto del calor, etc.). El término de memoria no puede concernir más que a la conciencia,1 cuando la subjetividad clasifica las sensaciones en función de experiencias vividas. Las articulaciones sinópticas nue­ vas que ellas engendran escapan, por principio, a las determinaciones genéticas. La memoria así definida no puede, pues, ser imputada al genetismo. Los intentos de localizar la memoria se han revelado inciertos.2 El sistema ner­ vioso en su conjunto tiene la función de una memoria latente, y el acceso a un re1.

“ Ella no puede ser identificada únicamente con circuitos, con cambios sinápticos, con la bioquí­ mica, con las tensiones o con la dinámica comportamental” (G. M. Edelman y G. Tononi, Com-

ment la matiére devient conscience, op. cit.,p. 121) 2.

Las experiencias hechas con roedores con el córtex seccionado en diferentes niveles muestran que ninguna zona es la sede de la memoria. El neurólogo Karl Nashley también mostró que una abla­

12. C. Trevarthen, R. W. Sperry,“Perceptual Unity o í the Ambiant Visual Field in Human Commisurectomy Patients”, Brain 96, 1973, p. 547-570.

ción del 50% del cerebro no perturba la ejecución de la mayor parle de las tareas. Algunos auto­ res (como F. Crick y C. Kock, op. cit.) establecieron que el hipocampo memorizaba las percepcio­

visuales, y una gran parte de nuestro córtex se debe, de un modo u otro, a la visión” (G. M. Edel-

nes, pero que no es absolutamente irremplazable. Por más que algunas lesiones en el hipocam­ po puedan perturbar la memoria, ésta se restablece muy rápidamente. Puede concluirse que una

man y G. Tononi, Comment la matiére devient conscience, op. cit., p. 204).

pluralidad de memorias se ligan a los órganos de los sentidos y a las áreas de aprendizaje.

13. La visión tiene un valor psíquico especial para el ser humano. “Somos animales eminentemente

115 114

I iF.HAKI > l 'O M M i r . K

cuerdo se presenta, en principio, com o un problema de procedimiento. No se trata de una reserva de imágenes interiores que, comparada con el presente, le daría va­ lor. El desmontaje y el remontaje de la representación se realizan según un plegado previo. Los trabajos de Edelman muestran que la memoria no es “representacional”.3 Ella no registra pasivamente acontecimientos que después servirían de criterios para la acción. Mal que le pese a Kant, lejos de ser pasiva, la percepción de la sensación exige un acto. Pero estas generalidades no dicen nada aún de las especificidades hu­ manas de la memorización.

La

im p o s ib ilid a d d e m e m o r i z a r e l PRIMER SÍMBOLO (¡ENERA l a m e m o r i z a c ió n

Cuando buscamos memorizar un recuerdo, operamos por asociación y semejan­ za, donde un recuerdo llama a otro gracias a una especie de gesto mental. El recuer­ do regresa por medio de señales que se remontan hasta él. Existe una analogía sor­ prendente entre los procedimientos de convergencia de la visión y los de la memoria, y esto gracias a la asociación simultánea de una aportación sensorial y un recuerdo. Esto muestra la importancia de los símbolos, e implica también que la memoriza­ ción humana va a depender de los acontecimientos que hayan ayudado a la forma­ ción de esos símbolos. Cada percepción remonta cadenas asociativas y se liga a estos símbolos, cuya evocación mina cualquier espectáculo. Toda percepción representa más que ella misma, y por más vacía que esté, presenta al menos el misterio de la re­ presentación. Quienquiera que contemple un objeto, experimenta su extrañeza, su distancia respecto de sí mismo, el hormigueo ínfimo que lo anima. Un desierto evo­ ca en sí mismo un símbolo: el del desamparo o el de la más grande intimidad. El hombre no tiene conciencia de ninguna sensación sin la mediación del símbo­ lo. Un símbolo fue primero una percepción contemporánea de un acontecimiento. Esta sensación fue memorizada porque su sujeto se encontraba, en aquél momen­ to, bajo un determinado estado afectivo que le dio su valor específico. El símbolo se aferra a continuación a la sensación gracias a este trozo subjetivo. Un primer mun­ do simbólico aparece a medida que se incrementa el número de percepciones ac­ tuales que tienen en cuenta las fortunas y desgracias vividas. En este mundo fluido, los símbolos se actualizan en función de los acontecimientos, y cada uno pasa al si­ guiente la posta de su experiencia. Sin embargo, los acontecimientos no son primero productos que luego son sim­ bolizados. No se produjo “ primero” un acontecimiento, luego del cual los otros ha­ brían tomado su sentido. Porque es el símbolo mismo el que funda el acontecimien­ to de origen. El hombre fue confrontado inmediatamente con la significación fálica 3.

Toda sensación es “desmontada” entre varias de sus cualidades, cuyas informaciones se reparten en diferentes áreas. El remontaje de estas piezas sueltas antecede a la conciencia.

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de su propio cuerpo para su madre: se trata de un símbolo traumatizante, e incluso del único símbolo en sentido pleno, que va a requerir un esfuerzo constante de in­ teligencia y de crecimiento. ¿Por qué es el falo un símbolo, estrictamente hablando el único -desde el punto de vista del psicoanálisis? Porque el falo designa una cosa que no existe, y porque esta ausencia, sin embargo, constituye un llamado funda­ dor. El símbolo mismo no llega a materializarse dado que la madre no tiene el falo. A falta de materialidad, la pulsión le ofrece el cuerpo que puede y, sin llegar a sus fi­ nes, su empuje persevera, ella contamina las percepciones que también serán presa de la ubicuidad del símbolo. Ningún código previo orienta la lectura de las percep­ ciones: los signos recibidos pueden ser ambiguos, dependen del contexto y su sig­ nificación puede ser novedosa a pesar de su forma antigua. En realidad, para el ser humano, toda percepción presenta una dimensión nueva, tal com o es trabajada por un símbolo falto de realización desde el nacimiento. Lo real siempre es joven. Este empuje, sin com ienzo ni fin, acarrea una consecuencia: el primer símbo­ lo no es memorizable. Lo que representa es demasiado grande para la concien­ cia, la cual sólo se establece reprimiendo su significación. Esto simplemente quie­ re decir que el niño no comprende lo que su madre quiere de él, y que esta in­ comprensión es la fuente de lo que quiere comprender: este misterio del sím bo­ lo exige ser explicado y empuja, pues, a hablar. En este sentido, el símbolo se en­ cuentra en el origen de la formación del lenguaje (de lo simbólico). Este enigma es un trauma, y la memorización de las palabras procede de este traumatismo del encuentro con el Otro: solamente en esta ocasión registra una correspondencia entre los sonidos y los objetos. Las huellas acústicas se registran bajo el efecto de esta relación con el Otro, y no porque tendrían un uso práctico. El niño se intere­ sa por la correspondencia entre una palabra y una cosa en proporción a su deuda con la persona que se la indica. En la medida en que debe a esta persona su naci­ miento subjetivo, intercambia su propio lenguaje por el suyo, y acepta la significa­ ción que ella da a las cosas (reprime sus representaciones-cosa privadas, reempla­ zándolas por las representaciones-palabra de la lengua común). El niño lo acepta por amor. Un sonido imprime su sentido bajo el efecto de la angustia gozosa en­ gendrada por la proximidad de la persona amada. Por esta persona que le habla, el niño experimenta un amor alienante: la emisión sonora le sirve de salvavidas. La palabra coloca una pantalla frente a este amor demasiado grande. Aprender a hablar protege del exceso de este amor, y es gracias a él que la correspondencia de la palabra con la cosa se memoriza con embriaguez. Este primer arrebato cualifi­ ca el aspecto maternal de la lengua. Las primeras palabras cantan este amor fren­ te al cual colocan una pantalla: lo protegen y lo celebran. Los objetos son nom ­ brados mil veces alegremente en lugar de la inmensidad de este amor, que no se puede nombrar por sí mismo. Lo imposible del amor no es capaz de dar abasto para paliar esta situación; los sonidos, que clamarán un día esta imposibilidad, se

117

G

érard

P o m m ie k

agarran de las cosas y les graban un nombre: memorial de este hecho inmemo­ rial. Después, quedan bajo la dependencia de esta tensión del amor que se relaja quizá por las noches, pero que no muere jamás. La pulsión está al servicio del símbolo, y la memorización almacena en función de su potencia. Las percepciones no son archivadas automáticamente: cada una es tra­ tada según el gradiente de afecto pulsional que engendra. En función de las circuns­ tancias, la percepción de un objeto puede, por ejemplo, acompañarse de angustia. Es ésta la que fija el recuerdo. En uno de sus cuadros, Van Gogh pintó un zapato. En el momento que la vivió, la angustia era, sin duda, indecible. La visión de un zapatón en el momento del desamparo, el crujido de las hojas de árbol a la noche, un zumbido de insectos al mediodía: he aquí algunos acontecimientos que pueden ser memorizados para siempre, mientras que los otros accidentes del universo serán olvidados. Las percepciones son memorizadas en función de la violencia pulsional que abrigan. La memoria del hombre no puede compararse con la de los otros seres vivos, por­ que este m odo de proceso de archivo la transforma. Este tipo de almacenamiento m o­ difica la memorización hasta el punto que el antiguo sistema “animal” se vuelve obso­ leto. Nada parecería más natural que una memoria espontánea de las percepciones, se­ mejante a la que se encuentra, sin duda, en todos los animales. Pero las pulsiones tra­ bajan y desdoblan las sensaciones humanas hasta el punto que los hombres deben ve­ rificar constantemente si verdaderamente han percibido lo que perciben, o si no serían las marionetas del sueño de un Otro. No existe ninguna naturalidad inmediata de las percepciones humanas ni de su memorización. El acto de percibir no siempre impli­ ca la conciencia, y la conciencia no siempre entraña una memorización. No se encuentra huella del animal en el hombre, sino únicamente vestigios de su hominización. Existe una memoria de las sensaciones, pero com o éstas toman valor simbólico, son percibidas a partir de su historia y de las asociaciones que generan. Un juicio de valor les es atribuido automáticamente. Desde el comienzo, el símbolo ha dado su medida al acontecimiento y ha orientado el juicio subjetivo. El símbolo preci­ pita el acontecimiento y condiciona el juicio ulterior. La memoria hace sus elecciones a partir de este último: difiere así de una computadora, que almacena informaciones sin juzgar. La sensación más simple se acostumbra a este juicio simbólico. No es posi­ ble hacerse ninguna idea de “sensaciones brutas” del ser humano, porque habría que poder experimentar una sensación que no estuviese contaminada por la pulsión. La memoria siempre está organizada, sino falseada, por una capa judicativa que la antecede y la orienta. Se puede ser consciente de un recuerdo olvidando los de­ talles sensoriales que lo componen: se ignorará, por ejemplo, el color de lo ojos de una persona próxima, aunque se la conozca desde hace mucho. La conciencia des­ estima los detalles de la percepción. La sensación de las cualidades pasa a segundo plano, detrás del valor simbólico de la persona concernida: está antecedida por el juicio. El amor por una persona, por ejemplo, hace olvidar algunas de sus particu­

C

o m o i .a s n e u r o o i e n c i a s d e m u e s t r a n e l p s ic o a n á l is is

laridades físicas, que se descubren bruscamente apenas la pasión se agota un poco. El sujeto memoriza solamente las representaciones seleccionadas por un juicio pre­ vio. Olvida o reprime las otras, a riesgo de enfermarse.

La

h u i d a h a c i a a d e l a n t e d e l o s s í m b o lo s “ s e c u n d a r i o s ”

Los acontecimientos de la existencia intentan responder a la pregunta que plantea el símbolo: lo intentan, pero no lo consiguen. En este sentido, la memoria humana es coaccionada a la invención y la ficción ante cualquier acontecimiento, que siempre significa más que lo que realmente es. La memoria de los animales recae en el mis­ m o programa, mientras que la del hombre debe inventar constantemente. Esta espe­ cie de retardo constante de la memoria, en relación a un acontecimiento primero c informalizable, debería constituir una desventaja. Pero, por el contrario, este retardo vuelve necesaria la invención. El deseo de comprender el universo anima al hombre a causa de este misterio más grande que lo infinitamente grande y más pequeño que lo infinitamente pequeño. Lo desconocido anida en la primera percepción, y luego las otras transmiten su símbolo a los símbolos secundarios. Estos símbolos, que se responden entre ellos, habitan el mundo en conmemoración del primer trauma. De­ bido al impacto ante el enigma de las cosas, las nombramos, luego nombramos estas nominaciones y, después de ellas, nombramos a sus hijas y sus nietas. Luego del trauma primero del encuentro con el símbolo, las cosas y los aconteci­ mientos tomarán un valor simbólico, o bien serán olvidados, en función de su rela­ ción con el símbolo. Del símbolo en sí mismo, nada podrá decir lo que es, y el mun­ do simbólico en su totalidad busca elucidar esta incomprensión. Almacenamos imá­ genes, músicas, rostros, escenas más o menos nítidas, más o menos insistentes, que funcionan com o símbolos de segundo orden: su luminosidad depende de la rela­ ción que tengan con el símbolo mayúsculo, presente por delante y por detrás de lo mnemónico. Cotidianamente, actualizamos estos símbolos sin darnos cuenta de los lazos subterráneos que tejen con nuestros traumatismos pasados.4 El lenguaje no llega a agotar el sentido del símbolo que habría satisfecho el amor maternal. El símbolo de lo que debería haber sido domina desde lo alto la existencia en su totalidad. En una vida, una cantidad de acontecimientos evocan este símbolo, por ejemplo, un nacimiento, un matrimonio, un fallecimiento. En el transcurso de la existencia, los grandes acontecimientos que van a evocarlo estarán contaminados por el símbolo y, a su vez, corren el riesgo de ser marcados por una especie de am­ 4.

Los símbolos pueden ser simplemente privados, o pertenecer a una comunidad cultural. Las fic­ ciones religiosas del “Padre eterno”, por ejemplo, tematizan a la vista de todos, y para millones de hombres, el deseo edípico incomprensible de matar al padre amado. Henos aquí lejos de un in­ consciente definido como una reserva de recuerdos o una memoria de computadora.

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GBHAKD P o m m i e u

(A

m o i a s n u u k o u i n o a s d e m u e s t r a n e l i-s ic o a n á l is is

nesia especial. Así, lo más real suele estar marcado por una especie de irrealidad que llega hasta el olvido. Estas lagunas de la memorización forman el núcleo activo de la memoria. Los símbolos de segundo orden fijan esta amnesia. En efecto, a partir de los acontecimientos que han tenido lugar, pero que están cargados de improbabilidad, se memorizan otros hechos. Por ejemplo, una mujer puede haber olvidado por com ­ pleto las circunstancias y la fecha de sus primeras reglas: sin embargo, este olvido del acontecimiento organiza la continuación de sus recuerdos. Heterogénea, la memoria selecciona algunos hechos, porque se concentran en lo incomprensible o lo olvida­ do. Por ejemplo, la memoria almacena detalles mínimos que rodean un nacimiento, una muerte, un matrimonio, mientras que el corazón de estos acontecimientos per­ manece borroso. Dichos acontecimientos comportan un sentido demasiado impor­ tante para la comprensión, y los rituales, las ceremonias, la presencia de testimonios oficiales, atestiguan la realidad de esos hechos. La memoria los retiene mejor gracias a sus cualidades periféricas. Ella se estratifica a partir de puntos de amnesia. Estas máquinas amnésicas funcionan com o bombas de vacío: aspiran las remi­ niscencias y las organizan en zig-zag; en resaltos y fortines a lo Vauban, construidos alrededor de un agujero central. La fortaleza de la memoria se construye alrededor de este centro vacío. Ella no defiende nada que pueda decirse, y la defensa es encar­ nizada. La organización de la subjetividad (psicosis, neurosis y perversión) depen­ de del resultado del combate, de la jerarquía y de la guerra de recuerdos, de su ran­ go de batalla. La estructura entera de lo memorizable procede de este modo, y la in­ teligencia del mundo depende de lo mismo. Un sujeto se lanzará al estudio de las matemáticas o de las letras luego de este golpe irreal, y no porque tenga la disposi­ ción (o el gen) de las matemáticas o la literatura. La memorización no se parece a la acumulación de datos de las computadoras. La memoria humana siembra la discordia; de algún modo, se encuentra “ invertida” en relación a la del animal. Los recuerdos del animal son homogéneos a sus percep­ ciones. En cambio, para el hombre, la memoria registra algún hecho para olvidar otro. Al principio, memoriza las palabras para olvidar el amor. Registra las imáge­ nes que acompañan a un acontecimiento traumatizante, pero el acontecimiento, en sí mismo, permanece olvidado. Las imágenes memorizadas (los símbolos) lo son en función de un agujero de la memoria que condiciona la memorización ulterior. El sistema de la memoria depende del traumatismo que fija el símbolo.

pre es un gran acontecimiento, y, cuando se trata de amor, a menudo es minimiza­ do. Sin embargo, por pequeño que parezca, puede tener importante consecuencias. ¿Cóm o nacen estos símbolos secundarios? Cuando se produce un traumatismo, ha­ bríamos preferido que no hubiese ocurrido, y en esta ausencia subjetiva seguimos estando presentes gracias a una sensación: un olor, una música, un color, etc. Una escena o, más menudo, su símbolo, permanece así presente en el recuerdo, aunque desinvestido de sentido y minimizado. El símbolo figura entonces un traumatismo o un acontecimiento psíquico incomprensible: presenta lo que el pensamiento cons­ ciente ha rechazado integrar. El sujeto prefiere ignorarlo, reprimirlo, no en el senti­ do de que el acontecimiento se desvanezca - l o cual es imposible-, sino en el senti­ do en el que el sujeto mismo hace com o si no hubiese estado presente. El sujeto se sustrae. El símbolo se vuelve un recuerdo a menudo vivaz, pero sin sujeto. Estos re­ cuerdos constituyen un m undo de símbolos.5 Las percepciones fijadas no sólo sim­ bolizan el traumatismo, sino también sentimientos ambivalentes, conscientemente incompatibles (por ejemplo, el amor y el odio). El símbolo no es forzosamente el de un acontecimiento traumatizante: también puede ser el de un acontecimiento feliz que vino a calmar el traumatismo. La voz dulce, el juguete pequeño, el trozo de tela, la dulzura de algunos colores, organizan de este m odo el mundo post-traumático de la consolación. Sea lo que sea, el cam­ po de los símbolos se organiza entre polos positivos y negativos, y un color, un olor, un peluche, una voz, siguen estando presentes para siempre, detrás, en el centro y delante del despliegue del pensamiento. Por ejemplo, de un acontecimiento trau­ mático sólo queda un cielo azul. Y, desde esa fecha, los cielos son habitados por su enigma. El motor de la memoria escapa, en sí mismo, a la memoria. Los símbolos (estas sensaciones fijadas) organizan un pensamiento que no los comprende (sím­ bolos que siempre significan otra cosa que ellos mismos). Esta incomprensión or­ dena la memoria. La incomprensibilidad del traumatismo obliga a pensar. Es un motor perpetuo. El sujeto se esfuerza por comprender, y nunca termina de fabricar un pensamien­ to consciente, que sólo consigue elucidar oscuramente el trauma, si alguna vez lo logra. Este trauma permanece com o el secreto de un pensamiento que lo excluye a la vez que lo estructura. El traumatismo tiene, paradójicamente, una función fun­ dante. No afecta a un sujeto ya constituido. Por el contrario, fuerza al sujeto a nacer a los símbolos, es decir, al mundo humano.6

Los

5.

SIMBOLOS DE LA REPRESIÓN SECUNDARIA

Algunos traumatismos se vuelven inexpugnables porque el enigma de la pulsión se fija al mismo tiempo que la percepción, de manera que el traumatismo primero, y el símbolo primero, se re­

Al traumatismo primero suceden otros traumatismos en el transcurso de una existencia. Los símbolos de segundo orden cobran un sentido suplementario cuando memorizan un acontecimiento en sí mismo traumático. Un traumatismo no siem­

memoran gracias a esta dimensión pulsional secundaria. 6.

Los niños, por ejemplo, a menudo se confrontan con un objeto fóbico que los traumatiza. Sin embargo, en la medida en que esta fobia representa la parte castradora del padre, este impacto genera un trabajo de subjetivación más o menos rápido que finalmente será liberador (el objeto fóbico se vuelve el tótem secreto del sujeto, en nombre del cual habla).

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V II KA K I J I ' l J M M I I K

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m e m o r ia d e l s í m b o lo i n v e n t a ei. f u t u r o

El traumatismo signa la partida de nacimiento paradojal del sujeto: durante su vida interroga sus símbolos, dado que el símbolo del acontecimiento traumatizante pue­ de comprenderse en una de sus caras, y permanecer desconocido en otra, de manera tal que continúe representando un enigma que el pensamiento busca resolver, como un secreto desconocido. Aunque se presenta com o memoria de un pasado, el símbo­ lo genera la invención, fabrica el futuro a la medida del misterio que esconde. Inventa lo que ignora, y el misterio se desplaza poco a poco, más lejos. Migra al mismo tiem­ po que se explícita. La infinitud de las ficciones se origina en el misterio del símbolo. El símbolo, fisiparo, crea otros símbolos que después tendrán su propia historia. Un adulto, por ejemplo, se acordará con insistencia de un árbol de su infancia: re­ cordará su grandeza y su belleza, que darán de una vez dimensión a su propia existen­ cia. Pero, ¿cuál fue el acontecimiento secreto que cubrió el árbol? ¿De que incidente familiar o amoroso, de qué soledad, de qué desamparo profundo fue cómplice? Eso es olvidado. Sólo se conservan la sombra y el susurro de un follaje, y su símbolo continúa brillando durante toda la vida, amnésico del traumatismo que atestigua. El aconteci­ miento del que el árbol fuera cómplice fue más grande que las capacidades de com ­ prensión. Fue más grande que toda conciencia posible, sobre todo si abrigaba contra­ dicciones tan insolubles com o el amor y el odio. El pensamiento no sabe cóm o decir el oxímoron, y entonces regresa a la imagen, que permanece así fijada en el lugar del trau­ ma. Aunque pertenezca al pasado, el acontecimiento queda en suspenso en el símbolo, en espera de su sujeto. Cada árbol plantea la misma pregunta. A la sombra del árbol, la seducción de un adulto fue, por ejemplo, incomprensible, porque las teorías sexuales infantiles no corresponden en nada a la sexualidad adulta. La visión de un árbol pue­ de enfermar cuando disimula a Pan, el dios violador. Aunque sea pasado, el aconteci­ miento domina el futuro, fijado a un traumatismo jamás subjetivado. ¿Cómo habría podido serlo, dado que la mayor parte de los traumatismos sexuales de la infancia son hechos anodinos, cuya significación sólo aparece más tarde? Los acontecimientos se borran en provecho de los símbolos, y su dimensión traumática permanece incons­ ciente, minimizada y aislada de la significación erótica que aún podrían tener. El símbolo no se oculta en el inconsciente com o en un libro vuelto a cerrar, que el ncurocientífico podría abrir un día. Incluso si se encontrase su huella, ésta no di­ ría nada sobre un sentido sexual del que estaba desprovista al momento de produ­ cirse. La represión no recae sobre el recuerdo, sino sobre un sentido en espera de su sujeto. La comprensión del pasado no termina de retornar a partir del futuro. La “vida” actual se forja en este espacio de incomprensión: designa el retraso respecto de nosotros mismos, que sólo nuestra presencia cualifica, una opacidad de ser, de inconsciencia realizada, que se llama, a pesar de todo, la vida. La vida nombra un retraso, un goce estúpido que ignora su razón.

La

m o i a s n i í u k o c i i ín c i a s

[«¡m u e s t r a n

i l p s ic o a n á l is is

a c u m u l a c i ó n d e s í m b o lo s s e c u n d a r io s “ d e g e n e r a ” e l r e c u e r d o

Esta feliz desventaja de una memoria construida sobre la amnesia evoca una ter­ minología interesante introducida por los neurocientíficos G. M. Edelman y G. Tononi.7 Una memorización se produce a partir de subconjuntos seleccionados de cir­ cuitos que se encuentran “degenerados” : estos subconjuntos se conectan con diversos circuitos, de manera tal que un recuerdo determinado no puede ser identificado por un solo conjunto específico. En un sistema degenerado, ningún código predetermi­ nado gobierna la memoria. La degeneración implica una gran variedad de circuitos que vuelven inexpugnables a los recuerdos. Así definida, la memoria se parece mucho a las reminiscencias corroboradas por el psicoanálisis. La degeneración corresponde a la asociación libre: cada elemento del conjunto degenerado posee varias conexiones con la red. Sus propiedades “ permiten a la percepción alterar el recuerdo y al recuer­ do alterar la percepción”.8 Ellas engendran informaciones por medio de la construc­ ción, de manera que cada acto perceptivo también es un acto creativo: lejos de ser fiel al pasado, la memoria es “creativa y no-reproductiva”.9 Los recuerdos no son pasivos, sino, por el contrario, nuestras acciones en curso reavivan, reconstruyen y utilizan los recuerdos: “ [...] un recuerdo no es una representación; refleja el m odo en que el cere­ bro modificó su dinámica para permitirla repetición de un acto”.10Una computadora no utilizará jamás su memoria en este sentido creativo. Cada sensación será inmediata­ mente juzgada según un criterio simbólico acerca de lo bueno, lo malo, el bien, el mal, etc., cualidades evaluadas no por ellas mismas, sino en función de la historia pasada de esta percepción. En consecuencia, será memorizada, reprimida u olvidada.11

La

a r t i c u l a c i ó n d e l s í m b o lo c o n e l t r a u m a lí a c e a l a e f i c a c i a d e l

PSICOANÁLISIS

Si me cruzo con el símbolo de un acontecimiento pasado, quizá no me perca­ te de él, o lo minimice, pero mi estómago (por ejemplo) se acordará de él. Y tanto más me hará sufrir cuanto que yo haya rechazado ver lo que mis ojos hayan visto sin mí. Un órgano habrá recordado en mi lugar. Yo me preguntaré si mi última co­ mida no me cayó mal, o si estoy cansado. ¡Pero no! La pulsión oral solamente tra­ duce en su lengua lo que yo quiero ignorar. Cuando el sujeto reprime o minimiza 7.

G. M. Edelman y G. Tononi, op. cil., p. 120.

Ibid., p. 122. Ibid., p. 123. 10. Ibid., p. 117.

8.

9.

11. El desmontaje y el remontaje de las representaciones dependen del símbolo y de su creatividad: “ Una representación implica una actividad simbólica, actividad que, sin duda, se encuentra en el centro de nuestra aptitud semántica y sintáctica con el lenguaje” (Ibid., p. 115).

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G ír a r d P o m m ie r

lo que ve, el galimatías de la lengua pulsional se lo recuerda en el dialecto del cuer­ po. De una frontera a la otra, siempre se encuentra un idioma vernáculo, un sabir, un pidgin, un esperanto que pasa de contrabando, de un territorio erógeno al otro. El ojo habla gracias al colon, que sabe comunicar sus infecciones a la piel, para la cual la anestesia de una sensación es un juego de niños. Y, cuando la alianza de es­ tos señores feudales no basta, la pulsión golpea el corazón: esa bestia galopante y orgullosa com o un caballo que se embala por nada y sabe mandar a su jinete al sue­ lo. Más vale dejar hablar a lo reprimido en la lengua común, conducirlo por los ca­ minos de los sueños, de los lapsus, de los actos fallidos, por las grandes avenidas del habla. Puede penetrar tanto com o quiera en su infinitud. Entonces, podremos reconocer un traumatismo reprimido, cuyas sensaciones (que lo acompañaron) son memorizadas y funcionan en adelante com o símbolos.12 Lo que más tarde evoca, no el trauma, sino su símbolo, entraña la formación de un síntoma. Cuando en la vida cotidiana un detalle subrepticio recuerda el símbolo, cada vez que una sensación presenta las mismas características: un color, un olor, un sonido, un detalle o una circunstancia idéntica, el traumatismo nos es recorda­ do en esa forma de saber inconsciente que es el síntoma. Es por esto que el trabajo sobre los símbolos, que consiste en subjetivar el traumatismo que representan, in­ terrumpe la recurrencia de los síntomas. El sím bolo memoriza el traumatismo: su comprensión sobrepasa al sujeto, que se encontraba ausente. En este sentido, el sím bolo es inconsciente, aunque esté expuesto a la luz del día. Atemporal, el sím bolo espera en estado de petrifi­ cación al verbo que, al darle un sujeto, lo haría desaparecer. La comprensión no disuelve el símbolo ni amortiza la formación de síntomas, sino que el acto pre­ senta a su sujeto en la escena traumática, a pesar de que este sujeto nunca com ­ prenda lo que ha ocurrido. Así, la tarea analítica atraviesa un doble obstáculo.13 Ante un síntoma presente, hay que reconocer el símbolo actual responsable de su eclosión. Pero aún no se sabrá qué traumatismo atestigua este símbolo. Ahora bien, es ese traumatismo el que ha objetivado al sujeto, situación que la verbalización puede invertir, dado que el ver­ bo introduce al sujeto en el lugar mismo en que el símbolo lo ha cegado. Hay que “asociar libremente” los elementos visuales del símbolo (“ ¿qué ve usted?” ) con sig­ nificantes organizados en frases (“¿qué piensa usted?” ). Con el material de los sue­ ños, por ejemplo, lo visual de las imágenes se asocia en diferentes cadenas de pensa­

C

o m o i a n n k u r o c ie n c ia s d e m u e s t r a n e l p s ic o a n á l is is

mientos. En el transcurso de la cura psicoanalítica, es necesario pasar por la evoca­ ción de imágenes14para restituir los significantes y, sobre todo, su sujeto. Este enca­ denamiento introduce un sujeto en el lugar mismo donde la objetivación del sím­ bolo engendra potencialmente el síntoma (el saber inconsciente en el lugar de eso que el sujeto no ha querido saber). Reconocer y aislar el símbolo (por ejemplo en una imagen del sueño, o en un recuerdo infantil), y luego, reconstruir y subjetivar el trauma al que corresponde, genera un beneficio a veces inmediato: el síntoma suelta el cuerpo, tomado como rehén en ausencia del sujeto. Esto no quiere decir que el traumatismo desaparez­ ca, sino que cambia de estatuto, conservando su lugar de acontecimiento fundador de la subjetividad. El traumatismo ocasionado por el deseo del padre, por ejemplo, genera síntomas histéricos. Su subjetivación no lo suprime, pero afloja en adelante la cuerda del fantasma, en el que el sujeto puede reconocerse com o el actor eficaz. Aún más: esta ficción se vuelve la rampa de lanzamiento de su actividad. La seduc­ ción, por ejemplo, lo enfermaba: ahora sabe servirse de ella para acumular los éxi­ tos. El pasaje del estado pasivo del síntoma al estado activo del fantasma genera un progreso considerable. El fantasma de seducción quizá continúa acechando al su­ jeto en cada momento de su existencia, pero la metamorfosis de una objetivación penosa en actividad fantasmática libera inmediatamente al cuerpo. Esta ganancia dura mientras la máquina subjetiva se quede en la inercia del fantasma, corriendo constantemente un riesgo de objetivación. La mayor parte de los neuróticos no es­ tán enfermos mientras pueden actuar.

12. Ocurre que no se pueda hablar propiamente de un símbolo, sino de una simple ruptura: los blan­ cos, los defectos, los agujeros de memoria llaman la atención del psicoanalista, porque los sínto­ mas se constituyen en su lugar. 13. Cuando el pensamiento consciente se difumina en el sueño, sea por la fiebre, o por la ingesta de alcohol, de medicamentos, etc., resurgen estos símbolos, y no sensaciones brutas. Lo mismo ocu­ rre en las condiciones técnicas de la cura psicoanalítica.

124

14. Einfall, término freudiano traducido aproximativamente por “asociación libre".

125

C a p ít u l o 14

La conciencia h u m a n a se distingue de la conciencia de los animales

La conciencia no diferencia al hombre del animal. Los seres vivos en gene­ ral poseen una conciencia, denotada por la atención.1 Esta conciencia condicio­ na las elecciones necesarias para la supervivencia. Ella delimita el marco de su li­ bertad relativa.2

La

c o n c ie n c ia h u m a n a e s t á in d is o lu b le m e n te lig a d a a l in c o n s c ie n t e

La conciencia humana, ¿se diferencia de esta generalidad propia de todo ser vivo? Un animal debe discriminar rasgos en una escena en movimiento espaciotemporal. Presta atención, reconociendo un objeto entre aquellos que se presentan. Un pez, por ejemplo, debe distinguir un gusano de un anzuelo, etc. La atención es el único crite­ rio que define a la conciencia animal. El hombre tiene un problema muy diferente: antes de ser consciente de un objeto entre otros, primero debe reprimir aquello que se asocia psíquicamente a su percepción.3 Rechaza la inmensidad de sus recuerdos 1.

Algunas ondas corticales corresponden a los momentos de atención. El criterio neurofisiológico de la conciencia es la atención, mientras que la intencionalidad, es decir, el hecho de que la con­ ciencia sea siempre conciencia de algo (real o imaginario), caracteriza su criterio psíquico (des­ de Brentano).

2.

Como lo destaca Hervé Livingstone (“Sensory Processing, Perccption and Bchaviour”, Biological

Foundations ofPsychiatcy, New York, 1976), incluso un ser unicelular posee algún grado de liber­ tad: éste debe tomar decisiones entre el momento de recibir la información, en la superficie de la célula, y de poner en actividad los efectores situados en el interior. 3.

Escribir, como lo hace Freud en su carta a Fliess del 6/12/1896: “Lo consciente y la memoria se excluyen mutuamente”, no define aún lo inconsciente. Pero esta observación ya indica la soli­ daridad contradictoria entre la conciencia y lo que ella no es. (S. Freud, The Complete Letlers o f

Freud to W. Fliess, Cambridge, Harvard University Press, 1985).

127

1

a (i fivm i i n i n r . i ' i w ’t i r .m i .i n .i i / r , i v i i 'i v » i i\ n r » r .i. r s n . A / n r a n i i i m n

Cir KAKI > ’o M M II l
l ’ < IMM1I K

tos, puede decirse que existe un pensamiento sin lenguaje. Los animales conciben tales “ pensamientos”, comprendidos en lo más bajo de la escala de la creación. Sin embargo, incluso si admitimos que el hombre pueda tener pensamientos en com ún con los animales, las representaciones-cosa del ser humano difieren de las sensaciones naturales: ellas ya están cargadas de un exceso pulsional más o menos simbolizado. Las sensaciones están en deuda respecto de la pulsión, que depende a su vez de la demanda del Otro, por lo tanto, del lenguaje. De este m odo, resulta difícil evocar un pensamiento sin lenguaje que traduciría sensaciones brutas.18 Si se quiere sostener que el hombre también utiliza un pensamiento sin len­ guaje, primero sería necesario decidir si se conserva com o definición del concep­ to “ la abstracción de un conjunto de perceptos hom ólogos”, o si es necesario m o­ dificarla. En efecto, el lenguaje humano no emplea un sistema de signos denota­ tivos, sino un sistema en el cual la denotación resulta de la definición de los sig­ nos entre ellos, los unos por los otros, al menos según un par ordenado (“esto es eso” ). El hombre utiliza este sistema de comunicación com plejo debido al ries­ go que representa para él la pulsión, y no a causa de su mayor inteligencia (que se desvía de aquélla). Se reduce a esta modalidad del concepto porque el percepto lo angustia: esconde lo desconocido de su propia represión. Ninguna percep­ ción es directamente consciente, porque angustia al que la percibe hasta el punto de poner en peligro su subjetividad. Ni bien reconocido, el percepto es nombra­ do por un concepto, este último en el cam po cualificado por un segundo concep­ to que lo encierra en el bucle de una frase. La subjetividad respira con motivo de este acto suyo de unión de dos términos. Así, todo pensamiento se vuelve lengua­ je verbal, cuyo sujeto es el de la conciencia. Incluso si el hombre memorizara per­ ceptos com o los animales (probabilidad indemostrable), estos últimos permane­ cerían desprovistos de sujeto, por lo tanto, de conciencia, mientras no se forme un pensamiento que les concierna. Las sensaciones siempre son subliminales. lan pronto com o una sensación se vuelve consciente gracias al pensamiento, vuelve a poner en marcha la represión. El habla reprime la inmensidad de asociaciones potenciales de las percepciones y de las palabras que las designan.'1'

ó m o i a s n i 'U k o u i í n c i a s d k m u k s t k a n n i . p s ic o a n á l is is

Nuestra conciencia parpadea esporádicamente; el resto del tiempo, soñamos. Nos hundiríamos completamente en este sueño si la para-excitación del habla dirigida al otro no asegurase la flotabilidad de esta atención eclipsada. En todas las circunstan­ cias, nuestros hermanos inferiores en la escala de la creación perciben plenamente y sin interrupciones, sin esta pobreza del sueño que obnubila constantemente al espí­ ritu humano. El parpadeo de la conciencia atenúa la fuerza de las alucinaciones que amenazan a las percepciones corrientes. El pensamiento nace a la luz de esas luciér­ nagas, y el habla destinada al otro valida y decuplica este débil resplandor.20

El

s u j e t o , f u n á m b u l o d e u n p e n s a m i e n t o s ie m p r e

“ s e c u n d a r io ”

¿Tendría el hombre en com ún con los animales por lo menos una especie de con­ ciencia primaria de las percepciones presentes, discriminadas gracias a percepcio­ nes pasadas? Sobre esta base, el hombre se construiría una conciencia superior gra­ cias a la añadidura del lenguaje y el pensamiento. Esta hipótesis reserva al hombre una especie de animalidad de base, y legitima así los trabajos neurocientíficos sobre la conciencia que se apoyan sobre la experimentación animal.21 Pero esta hipótesis se invalida en la medida en que el lenguaje desconecta al hom ­ bre de esta conciencia primaria. En efecto, el lenguaje humano no es un conjunto de signos un poco más sofisticado que el de las abejas o los gusanos. Se trata de un sis­ tema cuyos términos se definen los unos por los otros, y que sólo designa al mundo una vez que esta mediación se lleva a cabo -m ás o menos exactamente. La defini­ ción de las palabras, las unas por las otras, reprime su valor de signos (todavía ani­ mal, si se quiere), convirtiéndolos en significantes. Un animal es consciente cuando refiere una sensación actual a una sensación pasada del mismo orden (traducción de signo a signo)-. Para el hombre, un signo es validado por otro signo en el habla. El habla es tanto un aparato de protección (para-excitación) contra un mundo pe­ ligroso com o un modo de comunicación. C om o lo que hay de humano en el hom ­ bre se construye gracias a la conciencia que autoriza el lenguaje, su hipotética con­ ciencia primaria se encuentra completamente subvertida. La analogía entre la aten­

18. Por supuesto que existe, si se quiere, un pensamiento sin lenguaje: es el caso de las matemáti­ cas. Pero éstas no tienen tampoco ninguna relación con las percepciones. Además, que parez­

20. Freud no escribió un texto específico sobre la conciencia, como si el estudio de este pariente po­

can no tener lenguaje no quiere decir que no tengan ninguna relación con él. La conceptualiza-

bre se dedujese de las fuerzas contrarias por las que es tirado. Sin embargo, dio una definición

ción matemática surge a falta de lenguaje. La cifra se impone a falta de pensamiento, que es su

precisa al sostener que la conciencia se realiza gracias al sujeto del habla: “ Los signos de descarga

condición previa: ella palia la inadecuación del lenguaje con lo real. El cifrado se impone cuan­ do el pensamiento carece de su objeto. El esfuerzo matemático procede del exilio de lo real im­

del lenguaje [ .,.] [ conllevan] procesos de pensar a los procesos perceptivos, les prestan una rea­

puesto al hombre por el lenguaje. 19. En este sentido, el habla se opone a la polisemia del lenguaje, y el inconsciente está estructura

21. Se ignora si debajo de la hominización existe un animal viable, ya que el humano no existe fue­

do como este lenguaje que el habla reprime. Véase el aforismo de Lacan: “ El inconsciente está es­

ra de la cultura. Hablar de una “naturaleza” previa, orgánica o fisiológica del hombre, contravie­

tructurado como un lenguaje” (y no como el habla). Véase igualmente J. Lacan,“Función y cam­

ne a todos los criterios científicos, ya que nunca nadie ha encontrado un hombre por fuera de la civilización.

po de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis”, en Escritos 1, Buenos Aires, Siglo XXI, 2002.

132

lidad objetiva y posibilitan su memoria”. S. Freud, "Proyecto de psicología”, en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, vol. I, 1988.

133

( >1 KAKI > P o M M IF .K

ción, de la que dan prueba los animales, y una especie de conciencia primaria del hombre, se interrumpe bruscamente, ya que la conciencia del hombre funciona so­ lamente com o contrapunto de su inconsciente. El lenguaje no impone al sujeto de la percepción un sujeto de la frase que se vol­ vería así sujeto de la conciencia (de manera que, por ejemplo, la visión de un color sólo se volvería consciente en el momento en que sería nombrada mentalmente). El sujeto de la conciencia reprime la percepción bruta y se divide así del sujeto de esta percepción: por cierto, ve la misma cosa que este sujeto, pero su percepción es desinvestida de su valor pulsional, frente al cual se coloca una pantalla. El sujeto se divide entre la pulsión que reprime y su conciencia que se concibe en proporción directa a su movimiento ideativo. Funámbulo, el sujeto de la percepción-concien­ cia avanza en este equilibrio meta-estable: la conciencia dirige una guerra de movi­ miento, y lucha a cada instante contra el valor pulsional de lo percibido, que recha­ za hacia la inconsciencia. La conciencia primaria siempre está minada por la pulsión, de la que se prote­ ge a través de las palabras; y estas palabras “ reemplazan” el acontecimiento presen­ te con los símbolos del pasado. Así, la sensación actual es subvertida por una “esce­ na” fundada en una historia única. Sus asociaciones no son simplemente recuerdos: están regidas por los símbolos de la historia privada que se asocian constantemen­ te a las percepciones actuales. La singularidad de la conciencia se comparte con los otros sólo parsimoniosamente, porque los símbolos infundióos en las cosas no les dan la misma significación. Así, el hombre se desconecta de un mundo de signos para entrar en otro univer­ so. Ya nunca conocerá ese mundo inmediato donde los signos se casan con las co­ sas.’2 Sin embargo, podría creerse que este matrimonio tiene lugar. Una vez realiza­ da la represión, de ella resulta una equivalencia entre una percepción presente y su concepto. El proceso es olvidado en beneficio de su resultado: se tiene la impresión de que la conciencia designa un objeto con facilidad. En realidad, la palabra, que pa­ rece designar tan fácilmente la cosa, toma su sentido gracias a otra palabra defini­ da en una frase. Una gramática y las conexiones infinitas de un léxico legitiman se­ cretamente un acto de conciencia com o éste. Se examina el resultado del habla (es decir, la denotación de algo) olvidando las condiciones de este proceso, particular­ mente el crédito que el interlocutor le otorga para sellar su verdad. En el fondo, el habla permanece suspendida de una interrogación sobre su propia validez mien­ tras no sea aprobada por alguien. Cada frase es terminada implícitamente por sig­ no de interrogación. En una comunidad cualquiera (incluso cuando se denomina científica), sólo los enunciados mayoritariamente reconocidos pasan por verdade-

( A m o i a s n i i k o < i k n c i a s i i i m u i v i k a n l l l’SU o a n a i i s i s

ros, a veces contra la evidencia. El índice de verdad de una sensación exige el juicio del habla, la cual decide sobre la naturaleza de lo que es acreditado, sino de lo que es en general. Si una percepción sólo se vuelve consciente gracias al apoyo que toma sobre el léxico y la sintaxis, ¡la consciencia humana parece sobrecargada, comparada con la de los animales! Se mide el enorme retraso del hombre, que debe luchar sin cesar contra su inconsciente, ¡mientras que los animales con conscientes inmediatamen­ te! Pero estas dilaciones que el hombre toma para liberarse de sus nieblas psíqui­ cas finalmente generaron su ventaja. Estos retrasos lo obligaron a plantear hipóte­ sis, hacer mediciones, experimentar, perder tiempo para verificar la realidad de lo real, a fin de asegurarse de que sus fantasmas no le hubieran metido una vez más la cabeza bajo tierra. Estos rodeos llevan finalmente el nombre de ciencia, producida por la raza humana victoriosa de sus sueños, pero que, sin sus sueños, nunca habría obtenido vitoria alguna. La ciencia, niño renegado del inconsciente, puede tomar­ le horror tan fácilmente...

22. Imaginemos un cohete lanzado al espacio: una vez. que escapa a la atracción terrestre, ya no de­ pende de sus leyes, aunque provenga de ellas. Su pilotaje depende entonces de otra matemática de la información

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135

C a p ít u l o 15

Los m alentendidos de la palabra inconsciente

Po s ic ió n

del m a l e n t e n d id o c o n c e p t u a l

Los abismos mudos de la anatomía a veces sirven de metáfora del inconscien­ te. Así, al encaje de varios cerebros correspondería la diferenciación de lo primitivo y lo cultural, de lo afectivo y lo razonable, de lo inconsciente y lo consciente, com o si las funciones de la conciencia pertenecieran al neo-córtex y las del inconsciente a los sistemas subcorticales. Según Paul MacLean, por ejemplo, el cerebro humano resulta de un encaje sucesivo de tres partes.1El cerebro reptil comprende la forma­ ción reticular y el cuerpo estriado. Es la sede de los comportamientos de supervi­ vencia de la especie, genera comportamientos invariables y no se adapta. El segun­ do cerebro corresponde al cerebro límbico, sede de las motivaciones y las em ocio­ nes. Puede responderá una información presente recurriendo a un recuerdo. El ter­ cer cerebro, neo-mamífero, está representado por el neo-córtex, capaz de anticipar respuestas a una estimulación gracias al lóbulo frontal. ¿Sería “arcaico” el cerebro reptil de MacLean, al cual habrían venido a añadirse los sistemas límbicos y corti­ cales, civilizadores? ¿Por qué llamar reptil a una parte del cerebro? ¿No hace pensar esta denominación que conservamos algo de la serpiente? La interpretación implí­ cita de esta historicidad del cerebro querría que lo más arcaico (¿lo inconsciente?) se localice en el cerebro sub-cortical. En este sentido, pueden examinarse los trabajos recientes sobre los problemas ob ­ sesivo-compulsivos, aislados com o una enfermedad aparte (cuando se trata de un síntoma clásico de la neurosis obsesiva). La compulsión obsesiva es reducida a una 1.

“ En el curso de la evolución, el cerebro de los primates se desarrolla según tres patrones princi pales calificados de reptil, paleo-mamífero y neo-mamífero. Así, define una jerarquía de tres ce­ rebros en uno. Cada tipo cerebral tiene su propia forma de inteligencia, su propia memoria es­ pecializada y sus propias funciones motrices y otras. Cada uno es capaz de operar independien teniente de los otros dos” (P. MacLean, Les Trois Cerveaux de l’homme, Robert Laffont, 1990).

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1 il K A MI l r n M M I I H

oposición entre el córtex y los sistemas sub-corticales. Al examinar esta hipótesis, Roland ]ouvent cita los trabajos de judith Rapaport, para quien la ansiedad obsesi­ va tendría com o causa un hipo-funcionamiento cortical y un híper-funcionamiento subcortical. Según ). Rapaport, lo sub-cortical sería asimilado a los “comportamiento arcaicos (... ] normalmente reprimidos por el desarrollo del córtex y del pensamien­ to”. Pero, ¡es que justamente son algunos pensamientos los que son obsesivos!2 Entre los trabajos más brillantes consagrados a las relaciones entre las neurociencias y el psicoanálisis, puede citarse también el de Jean-Paul Tassin, que hace poco recondujo tanto la oposición entre lo cerebral y lo psíquico a la oposición entre dos redes internas al sistema nervioso central: la primera, somato-sensorial, centrada en el tálamo; la segunda, neurovegetativa y afectiva, cuyo centro es el hipotálamo. El in­ consciente sería así puesto al servicio de lo afectivo (lo cual requeriría una explica­ ción), a la vez que se le atribuye una localización orgánica explícitamente.3 Estos pocos ejemplos alcanzan para indicar que es necesario examinar previamen­ te un serio problema conceptual. Los neurocientíficos no tienen más resistencias al psicoanálisis que la media de la humanidad, y numerosos trabajos buscan reservar­ le un lugar. Pero su comprensión habitual del inconsciente estorba la investigación, porque éste generalmente es confundido con el preconsciente, es decir, con recuer­ dos o procesos que se volverían conscientes si la atención se dirigiese a ellos, o con el pilotaje automático del que dependen la mayoría de nuestras actividades, o incluso con lo no-consciente, es decir, con las actividades realizadas independientemente de la conciencia. Por supuesto, el término inconsciente no pertenece a nadie, y cada cual es libre de usarlo com o quiera. Pero el uso constante de la palabra inconsciente en lugar de preconsciente (aquello que podría volverse consciente) o de no-consciente (las actividades automatizadas o automáticas del organismo) deriva más bien de una confusión. Estas categorías son fáciles de distinguir, e incluso sin serfreudiano, puede comprenderse que una actividad que determina la conciencia, sin ser jamás conscien­ te ella misma, no tiene nada que ver con lo preconsciente o lo no-consciente. lomem os com o ejemplo el término de inconsciente cognitivo, ampliamente uti­ lizado en los trabajos de Francisco Varela: en tanto inconsciente de lo consciente, se infiltra más bien en lo consciente, y nada le divierte más que irrumpir en la memoria declarativa. Algunos hechos masivos muestran que la memoria depende secundaria­ mente de procesos neurofisiológicos. Iodos experimentamos, hacia el final de la fase de latencia, la amnesia infantil que la concluye (incluso sin ser psicoanalistas).4To-

dos los días olvidamos y recordamos acontecimientos importantes de nuestra exis tencia o el nombre propio de personas cercanas. La neurofisiología de la memoria no explica nada del inconsciente. En el mismo sentido, los cognitivistas ponen a la cuenta de una “ memoria im­ plícita” las repeticiones del inconsciente. Larry Squire y Eric Kandel introdujeron la noción de memoria implícita que comporta, además de los actos automatizados, el ambiente afectivo de la infancia y la educación.5 Estos investigadores asimilan al in­ consciente freudiano las estructuras profundas de aquella memoria. Calificar a un proceso de memorización automática com o inconsciente conduce inevitablemen­ te a una confusión con el inconsciente freudiano.'1 Las investigaciones de Gerald Edelman y de Giulio Lonom conceden con gusto que determinaciones inconscientes contaminan la actividad consciente: “ |... |proce sos inconscientes pueden afectar el núcleo dinámico y así influenciar la experiencia consciente”. Pero de este m odo describen rutinas “aprendidas y automáticas” que se derivan de actividades que primero fueron conscientes: “a partir de acciones cons­ cientes, resulta que estas rutinas inconscientes pueden ser aisladas o bien ligadas en serie para dar lugar a bucles sensorio-motrices, contribuyendo a lo que hemos lla­ mado cartografías globales”.7 Estos investigadores consideran el inconsciente freu­ diano, cuanto mucho, com o una complejización de procesos de automatizaciones. Con el objetivo de no caer en la neurología especulativa, los autores evitan indicar “ los aspectos de la cognición inconsciente”.1* Pero, al hacer esto, ya se encuentran en las bases organicistas que les impiden tener en cuenta los resultados del psicoanáli­ sis, o solamente de lo que significa el inconsciente para Freud.

C

a r a c t e r ís t ic a s p r in c ip a l e s del i n c o n s c ie n t e f r e u d ia n o

¿Qué es el inconsciente? Hay que precisarlo, porque, una vez eliminado el precons­ ciente y lo no-consciente, muchos neurofisiólogos'' estiman que “su” inconsciente no difiere del inconsciente de los psicoanalistas: se trata, según ellos, de recuerdos con 5.

L. Squire, E. Kandel, Memory: from Mind to Molecules, New York, Sicentilic American l.ibrarv. 2000. Según estos autores, el soporte anatómico de la memoria implícita difiere del soporte de la memoria explícita, es decir, la parte interna de los lóbulos temporales y el hipocampo, al igual que el circuito parte de él (al que James Papez dio su nombre).

6.

M. Gauchet considera que la teoría de la evolución “ lleva a interrogarse sobre el fabuloso peso dt la memoria, oscuramente inscrita en el cuerpo y en las almas”. Lo que llama memoria reduce el funcionamiento psíquico al reflejo condicionado ( Vlnconscienl cerebral, op. cu. Véase el capitulo

2.

Roland Jouvent, “Stress, adaptation y developpement”, en Y. Michaux (dir.), Le Cerveau, le langage, le sens, op en., p. 158.

3.

J.-P. Tassin, “Peut-on trouver un lien entre l’inconscient psychanalytique et les connaissances en neurologie?”, Neuropsy 4, 8, 1989, p. 421-434.

7. 8.

4.

Véase A. Baddeley, Le Mémoire humante. Théone et pratique, Grenoble, Presses Universitaires de

9.

Grenoble, 1993

Le réflexe á l’assaut de l’esprit” ).

Commetu la maliére devtent consaence, op. cu., p. .21i . IbuL, p. 213. Véase, por ejemplo, Israel Roseníield, L‘InventUm de la mémoire, París, I lamina non, col I. “( iiamps 1994.

139 138

I iF R A R P r O M M I l R

gelados y almacenados en alguna parte del cerebro. Quizá nos acordemos de todo, y el inconsciente sería entonces este proceso de archivo exhaustivo del pasado.10Pero el inconsciente no se define específicamente por recuerdos que escapan a la conciencia y que bastaría con hacer aparecer, del mismo m odo en que una computadora mues­ tra las informaciones de un banco de datos extraviado. Un recuerdo (y junto con él, la reserva de símbolos correspondientes) permanece inconsciente no cuando es ol­ vidado, sino cuando su sujeto no consigue tomarlo en cuenta. La ausencia del sujeto califica su inconsciencia, mientras que el acontecimiento mismo a veces es rememo­ rado todos los días (com o ocurre con algunas escenas traumáticas). Muchos filósofos y epistemólogos refutan la existencia de este inconsciente: “ Us­ tedes pretenden -d ic e n - probar la existencia del inconsciente gracias a sus conse­ cuencias. Pero esta verificación es consciente y no prueba la existencia del incons­ ciente: ¡su hipótesis es una paradoja irresoluble!”." Estas críticas suponen que exis­ tiría un lugar especial, un inconsciente, considerado como una instancia aparte y con sus propios contenidos. Pero el inconsciente no es un lugar o una sustancia. En primer lugar, es la ausencia de subjetivación de algunas representaciones, que, por lo demás, permanecen memorizables y perceptibles. Algunos procesos son incons­ cientes porque no tiene un sujeto: este último no puede o no quiere saber lo que así permanece inconsciente.12 En cuanto a su propio origen, el sujeto no puede co­ nocer el lugar de falo que las pulsiones buscan imponerle cuando nace. La meta de la pulsión permanece inconsciente, porque la identificación del cuerpo con el falo materno se contradice con la idea de un sujeto liberado de esta representación in­ cestuosa.13 Esta inconsciencia es la de la represión primordial. La inconsciencia se refiere después al pensamiento que el sujeto no realiza, o del que apenas capta una dimensión. Los contenidos inconscientes son incluidos en continentes perfectamente legibles y perceptibles: sólo la ausencia del sujeto que les sería adecuado los vuelve inconscientes. Por ejemplo, todos los días “se” recuerda un acontecimiento infantil, pero sin medir su alcance, com o si le hubiese ocurrido a cualquier otro, o com o si se tratase de una película que se vuelve a ver cada tan­

to. Ésta es la hipótesis de Bergson en L’Énergie spirituelle. 11. En este sentido, Roger Caillois escribía en Babel que el inconsciente “es por definición incognos­ cible: cesa de ser inconsciente en el momento en que se revelado a la conciencia” (Paris, Gallintard, 1948). Asimismo, para Edmund Husserl, hablar de un contenido “ inconsciente que sólo se volvería consciente retroactivamente” constituye una verdadera absurdidad.

lo, distraídamente, sin comprender bien de qué se trata, y sin situarla en la historia. Entonces, inconsciente quiere decir que no hay sujeto consciente de un proceso de pensamiento o de un hecho. Estos acontecimientos pueden estar presentes en la me­ moria, pero el sujeto se comporta com o si no le hubiesen ocurrido, y no compren­ de su significación. Se puede tratar de imágenes, de símbolos, de recuerdos. Esta re­ serva de sensaciones tiene importancia para quien las rememora a menudo, sin me­ dir su valor. Más aún, rechaza interrogar estas representaciones porque recubren un traumatismo, o porque encierran contradicciones impensables, por ejemplo, cuan­ do el amor y el odio se dirigen a la misma persona. Memoriosas de estas contradic­ ciones, las “ formaciones del inconsciente” son, por consiguiente, contradictorias. Ya que tal es el motivo más fuerte de la inconsciencia subjetiva. Una imagen onírica, por ejemplo, a menudo es consciente durante el sueño mis­ mo, y luego, en cierta medida, en el momento del despertar. Pero le falta el sujeto adecuado a las contradicciones que figura. La imagen se evapora en la medida en que el sujeto busca asirla, porque la conciencia sólo comprende lo no-contradictorio.14 El pensamiento consciente no integra una contradicción, pero una imagen puede hacerlo: es por esto que el sueño se expresa preferentemente por medio de imágenes. El síntoma también expresa una contradicción, por ejemplo, la del amor unido al odio, o la del deseo ligado a su prohibición.15 Una de las mayores dificultades para comprender el inconsciente freudiano es que éste es el resultado de un acto: la represión. Un sujeto no quiere o no puede sa­ ber las implicaciones de una situación determinada, y entonces la reprime. Por otra parte, la reprime tan bien que al mismo tiempo reprime su responsabilidad com o agente de la represión. La palabra represión da a entender que un pensamiento, un afecto o un símbolo han sido apartados, “puestos debajo” o rechazados de la con­ ciencia. La neurofisiología, entonces, tendría derecho a buscar qué repliegue cerebral abriga estas entidades reprimidas. Ahora bien, la represión no resulta de la oblitera­ ción de un término ni de una prohibición que pese sobre una representación o una acción, ya que el pensamiento consciente contiene en sí mismo, de cierto modo en su superficie, el término que su sujeto no valora. C om o el inconsciente funciona en el seno de lo consciente, jamás se encontrarán sus huellas autónomas. 14. Freud afirmó desde Lo interpretación de los sueños que el inconsciente no conoce la contradicción. En efecto, en la medida en que un sujeto no puede comprender una contradicción, ésta pernta nece inconsciente.

12. Freud siempre fue pragmático con los conceptos y, cuando pasó de la primera tópica (Ice, Prcc,

15. En este sentido, Freud estuvo interesado particularmente por los trabajos de Karl Abel sobre los

Ce) a la segunda (Yo, Ello, Superyó), realizó una simple “falsificación”, en el sentido en que la en­

sentidos opuestos en las palabras primitivas (véase S. Freud, “Sobre el sentido antitético de las

tendía Karl Popper. La segunda tópica no invalida la primera, de la que es un caso particular. 13. Se comprende entonces por qué Freud prefirió utilizar el nuevo término de “ Ello” para designar

palabras primitivas”, en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, vol. XI, 1988). Abel hizo sus

con mayor precisión la represión primordial. El “Ello” nombra la base operaciona! de las pulsio­

140

investigaciones sobre los jeroglíficos egipcios (por otra parte, paradigmáticos de la escritura de los sueños). Sus trabajos parecen hoy rebatibles (como lo mostró Érnile Benveniste). Pero la idea

nes: este cuerpo psíquico especial que vantpiriza al organismo y busca conformarlo a su esque­

merece ser conservada. Se podría mostrar que también en francés existen palabras que poseen

ma director.

sentidos opuestos (por ejemplo, “boliche” o “avant” ).

141

I

El i n c o n s c i e n t e

f u n c i o n a en l a s u p e r fic ie uf: l o c o n s u e n t i

Tomemos un ejemplo de desarrollo contradictorio que implica la presencia de la inconsciencia en lo consciente. En Malestar en la cultura, Freud explica que el aforismo bíblico “ama a tu prójimo com o a ti mismo” enuncia, en forma invertida, el objetivo pulsional que consiste en maltratar, explotar y abusar sexualmente del semejante. El mandamiento da la orden de amar, pero, ¿a quién lo prescribe, sino a los individuos presos del odio? Se puede completar el aforismo añadiendo la parte reprimida: “ama a tu prójim o com o a ti mismo, tú que lo detestas”. Esta inversión presenta la represión, expresada por el aforismo: lo reprimido no es “depositado” en otro lugar. Pero ¿no es demasiado simple considerar que el mandamiento del amor repri­ me el odio, que sería la verdad del sentimiento dirigido hacia el semejante? Desde luego, más vale dialectizar un complejo cuyas contradicciones generan sus térmi­ nos circularmente. En efecto, el odio dirigido al prójimo concierne a una parte de nosotros mismos que rechazamos. Quizá yo deteste pasionalmente a mi prójimo, pero, com o este odio me permite existir, lo amo. Lo amo com o la parte de mí mis­ mo que he rechazado. “Ama a tu prójimo com o a ti mismo, tú que te detestas. Gra­ cias a él, te amarás”. Pero la circularidad prosigue su engendramiento inmediata­ mente, porque contradictoriamente el amor por el semejante me aliena y, en con­ secuencia, engendra el odio. La conciencia no llega a reconocer una bolsa semejante de ambivalencia. Ella comporta en sí misma el deseo del que es inconsciente. Pero esta ambivalencia sigue siendo legible en la superficie del habla, y no en las profundidades. El punto contra­ dictorio debe ser deducido: una frase gramaticalmente bien formada no lo enuncia. El pensamiento consciente es el instrumento activo y privilegiado de la represión: rechaza la contradicción que caracteriza al inconsciente.10 En la frase “ama tu pró­ jim o com o a ti mismo”, la gramática rechaza igualmente el conflicto entre dos va­ lores contrarios, del que uno, el amor, es enunciado directamente, mientras que el otro, el odio, debe ser deducido. La conciencia no muestra así ninguna contradic­ ción, aunque el imperativo permite leerla. El aforismo bíblico muestra el trabajo ordinario del inconsciente en lo consciente. Pero, en este ejemplo, el amor tiene un alcance mucho más grande.17También es po sible servirse de él para mostrar cóm o se articula la represión según el ordenamien­ to del complejo de Edipo. Se considerará primero que el mandamiento de amar al prójimo es coextensivo del acto de hablarle. L.as frases están hechas para ser dirigi­ das a alguien: ellas se organizan en función del sentimiento dirigido al semejante. A

I > MI I I A S N I I I K I I I II N I I AS 11| M I T S I K A N I 1 l ' S I U W N A l I M S

medida que yo le hablo, mi propio pensamiento se devela. Al hablarle, me revelo a mí mismo gracias al alter ego. “Yo” \jeJ me aseguro de mi existencia com o resultado de un pensamiento dirigido al otro. Existe así una inestabilidad de la subjetividad: el sujeto nunca tiene por segura su pertenencia al cuerpo, porque el origen grama­ tical de su subjetividad depende del otro. Ffablo gracias al otro, desde el lugar del otro, por fuera; y si bien emito los sonidos de las palabras por la boca, ellas regresan a mí por la oreja desde el exterior. “Yo” [je] estoy así tanto adentro com o afuera, de acuerdo con uno de los enfoques posibles del sujeto dividido. He aquí por qué el nombre que lleva el sujeto toma tanta importancia. Todo ser humano que habla es un sujeto, pero que ese sujeto lleve su nombre no está asegu­ rado ni es algo constante. El nombre propio ancla al sujeto a su cuerpo según el d o­ ble eje de su filiación (el patronímico) y su pertenencia sexual (el nombre). Yo, que sólo llego a hablar desde el lugar del semejante, soy por lo menos este “ yo” porque llevo un nombre -es cierto que existe un sujeto de la frase, pero que ese sujeto sea “yo” sólo está asegurado si “ yo” [je] llevo este nombre. Un nombre no es una eti­ queta puesta a los fines de la identificación: me ha sido dado, pero, ¿he sabido to­ marlo? Ningún sujeto que hable está asegurado de haber tomado su nombre.18 O, si lo ha tomado, puede escapársele en determinados momentos, dejándolo con un sentimiento de anonimato. No basta con que un nombre me haya sido dado, aún es necesario que sea toma­ do, y este movimiento entre dar y tomar ilustra la ambivalencia respecto del padre. Un padre puede dar su nombre, pero eso no alcanza, porque el niño debe tomar­ lo violentamente para identificarse a él. Tomar el nombre del padre es ponerse en su lugar, es decir, matarlo fantasmáticamente, aunque finalmente lo ame por haber permitido que el don del nombre produzca sus consecuencias.19 El padre es a la vez amado —porque da su nom bre- y detestado a causa de la rivalidad edípica, gracias a la cual este nombre es tomado.2" El amor y el odio van a corresponder a funciones paternas bien distintas. Las funciones paternas serán repartidas, por ejemplo, entre IX. Particularmente, el sujeto de la psicosis duda constantemente de su nombre. Habla, esto es se­ guro, pero puede experimentar bruscamente que lo que dice o lo que piensa le viene de afuera, como un eco del pensamiento, como un pensamiento forzado, o cuando alucina y se desdobla entre sus pulsiones y su conciencia. Más a menudo, las mujeres más que los hombres, tienen la intuición de que la posesión de un nombre no está tan asegurada, dado que pueden querer per­ derlo por amor. 19. El don más difícil y de mayores implicancias para un padre consiste en aceptar la violencia de esta toma de nombre, latente durante la infancia, pero más sensible en la adolescencia. Esta acepta­ ción significa que el padre deja actuar, o que incita a actuar: que autoriza los juegos, que impul­ sa a estudiar, que acepta la vida sexual exogámica de sus hijos, etc.

16. El pensamiento consciente se expresa según los principios de la lógica aristotélica: funciona con el tercero excluido, la no contradicción y la reflexividad. 17. Este primer comentario da sólo una idea de la represión primordial de la pulsión, que regula “odioenamoramiento” del prójimo (según la expresión de I. Lacan).

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20. La ley francesa autoriza a una madre a dar su nombre a un niño, que llevará entonces el nom bre del padre de esta madre. Por cierto, ella puede darle este nombre, pero no es seguro que él lo tome, porque ¿qué motivo edípico tendrá para hacerlo? Por el contrario, la rivalidad con un pa dre da un sentido a la toma de su nombre

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t ;OMO IA S Nt'UROOir.NCIAS DIÍMUF.STRAN I I PSICOANALISIS

varias personas. Ése fue el caso de Edipo en el mito tebano: él tiene dos padres, uno para el odio, otro para el amor.21 Esta articulación entre dos funciones paternas constituye un “com plejo”, es decir, un conjunto contradictorio, pero solidario y covariante, rizado según un ciclo deter­ minado. Así, en la mayor parte de casos, el odio es reprimido en provecho del amor. Pero este amor al padre se vuelve entonces un enorme problema porque, com o todo amor, genera un deseo sexualizado. O, más exactamente, este deseo produciría con­ secuencias sexuales si no fuese reprimido. El solo pensamiento de estas consecuen­ cias genera un “traumatismo sexual subjetivo”, producto final y núcleo de la repre­ sión propiamente dicha en las distintas formas de neurosis. El traumatismo sexual (únicamente subjetivo, naturalmente) estructura la subjetividad ordinaria. Este trau­ matismo da su impulso al fantasma de asesinato del padre, reprimido. El proceso que se acaba de describir articula el pasaje de la represión primordial (rechazo de las pulsiones) a la represión propiamente dicha (referida al parricidio edípico). Una represión que, al principio, se dirigía a la demanda pulsional materna (el incesto), se vuelve, al final del recorrido, una represión del traumatismo sexual por parte del padre (el fantasma de seducción). Lo que era pulsional en el origen, reprimido gracias a la sonoridad de las palabras, desemboca en el problema del su­ jeto de este lenguaje y del nombre que le permite apropiárselo.

toma tan incapacitante sucede a la ambivalencia. Será necesario “ser visto (o vista)” para gustar y ser amado (o amada). Pero, com o hay que reprimir la consecuencia sexual de la seducción, la secuencia completa consiste “en ser visto (o vista) sin ver”. El síntoma se estructura a continuación de la ambivalencia respecto del padre y del traumatismo sexual subjetivo. Pueden señalarse numerosos signos orgánicos de estas consecuencias y, natu­ ralmente, se encuentran relaciones entre estos signos. Así, se tendrá la impresión de haber comprendido el proceso de la ceguera histérica en el organismo, mientras que se estructura por fuera de él, por medio del amor y de la relación con el nom ­ bre propio. Edelman y Tononi intentaron establecer dichas relaciones intra-orgánicas. C om o ellos observan, por ejemplo: “una persona que padece de ceguera his­ térica puede evitar obstáculos, y sin embargo afirma no haber visto nada. Es posi­ ble que, en este tipo de personas, un pequeño reagrupamiento funcional, incluyen­ do ciertas áreas visuales, sea activo de manera autónoma y no se mezcle con el re­ agrupamiento funcional, sino que sea capaz de acceder a las rutinas motrices de los ganglios de la base y demás”.23 En su esfuerzo por comprender la neurosis y hacerla corresponder con confi­ guraciones neurofisiológicas, también escriben, a propósito de la neurosis obsesiva: “ las obsesiones y las compulsiones tiene así los rasgos característicos de las rutinas inconscientes, estereotipadas y rígidas que se imponen a la conciencia com o si algu­ nos puertos de entrada y salida estuviesen abiertos de manera patológica”.24Siempre se encuentra un material propicio para este tipo de comparaciones, pero tales ana­ logías conciernen a un eslabón intermediario: la causa de los bloqueos no procede de la rigidez portuaria de las neuronas, sino de la posición neurótica del sujeto. Hacer decir a las neuronas aquello de lo que son la consecuencia reduce las ex­ plicaciones al nivel de las que tenían lugar antes de Freud. El deseo sexual era, en el mejor de los casos, considerado com o aquello que el hombre conservaba de animal, y que, la mayor parte del tiempo, perduraba en silencio. Esta negligencia en reali­ dad era proporcional a la obscenidad con que se consideraba la sexualidad. No sin razón, porque el erotismo humano se determina en función de un horror al inces­ to que lo separa para siempre de la naturaleza. La represión no arroja un velo sobre una parte animal del hombre, sino sobre la parte más cultural, que es la que se ho­ rroriza del incesto. Tomar el lugar del padre implica una dimensión incestuosa, pero es necesario haberla tomado para hablar en su nombre, reprimiendo el sentido esta entrada en la humanización. El nombre del padre, exterior a los nervios, rige el uso del habla. Hay que tener un nombre para utilizar este sistema de información espe­ cial, cuyas condiciones de posibilidad son la represión de lo sexual. A este respecto,

E s c r it u r a

s i n t o m á t i c a d e l i n c o n s c ie n t e

Este nudo de contradicciones, que se son solucionadas provisoriamente una por la otra, permanece inconsciente: la representación inconsciente no se integra a la que es consciente.22 El inconsciente trabaja en lo consciente a partir de dos dimen­ siones, por ejemplo, las de la ambivalencia. Mientras que esta contradicción no sea subjetivada, puede engendrar síntomas que exterioricen la ambivalencia: el cuer­ po habla en lugar del sujeto. En esa neurosis ordinaria que es la histeria, por ejem­ plo, la ambivalencia respecto del padre engendra un deseo de ser amado (o amada) al mismo tiempo que una ocultación de las consecuencias sexuales del amor (deseo de no deseo). Muchos síntomas proceden de esta duplicidad respecto del padre: la frigidez, las cistitis, la anorexia, o incluso la ceguera histérica. Los problemas de la visión, que llegan hasta la pérdida de la vista en la histeria, muestran cóm o un sín21. Sobre el mismo modelo, la mayor parte de los niños piensan alguna vez que han sido adoptados. Así, se dan dos padres. Otros delegan una de las funciones paternas que los asusta a un animal fóbico (totémico). La denominación religiosa de un “Padre eterno” ilustra este nudo de ambiva­ lencia: la palabra eterno lleva en sí misma la contradicción, dado que significa a la vez “muerte” y “vida eterna”. 22. Por ejemplo, una mujer que quiere cambiar por amor su nombre para tomar el de su esposo, al repudiar su nombre, mata simbólicamente a su padr

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23. G. M . Edelman y G. Tononi, Comment la matiére devient conscience, op. cit., p. 226. 24. Ibid., p. 225. Los “puertos” son las conexiones de entrada y de salida de un núcleo al otro, cons­ ciente e inconsciente.

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( ¡I KAKI > P O M M II K

el horror al incesto o el de la causalidad significante son equivalentes, y la represión se perpetúa en la “ciencia” misma, dado que ella ignora la importancia del habla.

El d e s e o

in c o n sc ie n te

La posición del inconsciente en relación a lo consciente acaba de ser detallada en varios de sus aspectos, pero un malentendido especial, que concierne al inconsciente, merece ser tratado aparte: el que concierne al deseo. Conviene examinarlo de forma separada, porque su incomprensión entraña experimentaciones sin relación con los problemas planteados (las experiencias sobre el sueño, por ejemplo, serían aligeradas enormemente si los investigadores tuviesen una idea del deseo inconsciente). El deseo inconsciente no corresponde a nada memorizado ni memorizable. Se puede ordenar la mezcolanza de hechos pasados, pero no es en este sentido que la historia se subjetiva y que los síntomas desparecen. A menudo, la reconstrucción aporta pocos hechos nuevos, salvo por deducción.25 “ Reconstrucción del pasado” quiere decir, sobre todo, que los hechos conocidos, pero deshabitados, cobran sen­ tido bruscamente, se encadenan a otros hechos deshabitados. ¡El pasado revive, se subjetiva! Y el saber, sepultado en el dolor del síntoma, en adelante se vuelve obso­ leto. Una vez que se lo ha mirado a la cara, se lo puede olvidar. El deseo inconscien­ te procede sin duda del pasado, pero no lo respeta y, por el contrario, se esfuerza por escapársele: una simple repetición no poseería ninguna fuerza dinámica pro­ pia. ¿Por qué el pasado se repetiría? Por el contrario, un pasado traumatizante en­ gendra un deseo de escaparle. El temor al incesto y al asesinato empuja, por ejem­ plo, a Edipo a huir, pero él no sabe ni a dónde va ni qué busca. ¡Hay que partir! En este sentido, su deseo inconsciente sólo se define negativamente. La conciencia no comprende lo que busca, sino que lo busca. El deseo del adulto no consiste en transgredir una prohibición intrafamiliar. Por el contrario, consiste en escapar de la familia. La madre ya no es deseada repetitiva­ mente, sino la mujer, la cual, de alguna manera, le permite escapar de la madre. Los términos del deseo incestuoso se invierten punto por punto. En la infancia, la ma­ dre era deseada (y esto sigue siendo verdad en las repeticiones neuróticas). Pero el deseo se estructura a continuación con la represión horrorizada de este primer in­ cestuoso. El pasaje de la endogamia a la exogamia significa que el deseo se vuelca hacia una mujer diferente de la madre. El incesto es el motor negativo de un deseo que ignora su objeto: lo desconocido es su destino perpetuo. La pulsión incestuo­ sa es de ayer, hoy y mañana. En cuanto al deseo, éste sólo se interesa por el maña­ na, y espera al sujeto por delante de él: pareciera com o si, una vez que el sujeto ha

mordido su anzuelo, el deseo tirase de él hacia delante, sin dejarle la menor chan­ ce de liberarse. El deseo inconsciente exogámico ya 1 1 0 quiere saber nada del pasa­ do; se encuentra tendido por completo hacia las realizaciones futuras. ¿Hacia qué meta se encuentra tendido el deseo de ahora en adelante? El sujeto no lo sabe. Lo que no quiere atormenta su deseo de otra cosa. Continuamente, transgrede ese pa­ sado que querría tirar atrás.26 Desde este punto de vista, el psicoanálisis libera el deseo de las escorias del pasa­ do que le ponen trabas. Lejos de reducirse a la repetición de recuerdos patógenos, el deseo liberado de sus fijaciones infantiles se vuelca hacia el futuro. Progresa apo­ yándose sobre su contrario en un único “com plejo”, propulsado por el rechazo del incesto.27 En consecuencia, el deseo inconsciente jamás puede ser satisfecho, dado que su objeto escapa a la realización. Se podría temer que esta característica fuese una fuente de sufrimiento. La experiencia muestra, por el contrario, que la insatis­ facción estructura ordinariamente una satisfacción.28 Este placer de la falta corres­ ponde a la relativa perversidad del deseo humano, que se satisface tan constante­ mente del deseo por el deseo, hasta el punto de olvidar lo que desea exactamente. Una mujer puede gozar solamente de las miradas concupiscentes que le son arro­ jadas cuando se pasea por la calle porque es deseada o porque se lo imagina. Asi­ mismo, un hombre puede gozar de un amor imposible, incluso si declara que eso lo hace sutrir. Además, puede hacer de este tipo de situaciones una especialidad, al apasionarse preferentemente con mujeres casadas, extranjeras de los países más re­ motos posibles, homosexuales o, más simplemente, mujeres que no lo aman. Nada lo fastidiaría más que su amor fuese correspondido. La insistencia del deseo inconsciente en lo consciente, y más allá de las razones que el sujeto pueda darse, alcanza a toda observación de la actividad humana. Al es­ tudiar el desarrollo de una acción, la neurofisiología describe lo que observa en un área cortical, a nivel de partículas tan elementales com o se quiera. Pero no sabría desparasitar esta acción de un contenido psíquico variable que entrañe la partici­ pación de otras áreas cerebrales. Este contenido psíquico se complejiza si la acción debe superar una inhibición, o si el sujeto quiere y no quiere realizarla (si está divi­ dido), o aún si la acción significa más que su realización inmediata. El motivo de las conexiones de este contenido psíquico escapa al observador (y, por lo demás, muy a menudo también al actor). Sin embargo, según este contenido, el acto será o no será inhibido, generará o no un síntoma. Si la realización deliberada de un acto genera 26. En este sentido, e! grado de imitación en la infancia define el grado de neurosis que culmina en la compulsión de repetición. 27. Las reminiscencias de la infancia no permiten comprender esta característica del deseo, que no entra en el cajón afectivo de la “ memoria implícita” descrita, por ejemplo, por los cognitívistas. 28. La producción de endorfinas refleja esta característica del deseo. En efecto, la dopamina anticipa una recompensa que aún no se encuentra allí, de manera que la falta de objeto participa de un

25. Por ejemplo, cuando un analizante emprende investigaciones y descubrimientos sobre su pasado.

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goce orgánico.

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I ií K A RP r O M M Il'H

involuntariamente un disgusto, retorcijones de estómago o vómitos, el neurofisiólogo registrará de nuevo una excitación de algunos paquetes de neuronas y, buscan­ do bien, encontrará un déficit de algunos neurotransmisores. Sin embargo, estas in­ formaciones exactas, que son efectos, no dicen nada de su causa. La neurofisiología podría conocer esta causalidad gracias al habla. Pero aquí se trataría de otro proce­ dimiento, a menudo invalidado de forma anticipada en nombre de una concepción de la objetividad que arruina lo que pretende estudiar, a saber, la subjetividad.

C a p ít u l o 1 6

La batalla del sueño

¿Es EL SUEÑO UN TACHO

DE BASURA?

Fd debate siempre en curso acerca de la naturaleza de los sueños ilustra la ampli­ tud de los malentendidos. ¿Corresponde el sueño a una manifestación orgánica del cerebro a la que se habría atribuido provisoriamente un sentido psíquico?1Algu­ nos neurofisiólogos afirman que La interpretación de los sueños se ha quedado muy anticuada, y que las proposiciones de Freud no se corresponden con las investiga­ ciones más recientes. Según ellos, el sueño no tendría ningún sentido, y resultaría del funcionamiento aleatorio de las neuronas. Soñaríamos para liberarnos de re­ cuerdos inútiles, de juicios inexactos o de asociaciones sin relación con las regulari­ dades del pensamiento. El sueño “ recogería la basura”, liberando al córtex de sus in­ formaciones inútiles: se trataría de un “aprendizaje a! revés”.2 Así sería para Francis Crick y Graeme Mitchinson,3 que emplearon esta fórmula bien impactante: “soña­ mos para olvidar”.4 Pero, ¿tiene verdaderamente necesidad el neo-córtex de libe­ rarse de recuerdos excedentes? ¡No es lugar lo que le falta! Después de todo, los más grandes soñadores son los bebés de pecho, a una edad en que se trata menos de ol­ vidar que de almacenar recuerdos. ¡Los recién nacidos pasan ocho horas por día so­ ñando, y sus períodos de movimientos oculares rápidos supuestos duran cerca de una hora! Lejos de tener un rol de borradura, el sueño pone en escena el deseo: es­ timula el sistema nervioso y su crecimiento. 1.

En ese sentido, por ejemplo, Glande Debru escribe: “El paralelismo psicofísico, ¿es verdaderamen­ te un instrumento útil en la investigación neurobiológica o es solamente una concepción meta física destinada a permanecer como tal? (...) Constituye una filosofía provisoria, un simplismo que no resuelve nada” (Neurophilosophie du reve, Paris, Hermann, 1990, p. 180)

2.

J. A. Hobson, The Dreaming Brain, New York, Basic Books, 1988.

3.

P. Crick, G. Mitchinson, “The Function of Dream Sleep”, Nalure 304 (14), 1983, p. 111-114.

4.

Esta proposición no contradice a Freud, para quien el sueño corresponde a un levantamiento de la represión que permitirá después el olvido.

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149

I l l 'K A K I ) I 'O M M I I W

Para sus investigaciones, los neurofisiólogos se apoyan sobre las eventuales rela­ ciones del sueño con las funciones de memorización (com o las que son puestas en juego por el hipocampo, centro supuesto de la memoria). Sus experiencias descan­ san sobre el siguiente principio: según exista o no un lazo entre los centros de me­ morización y las manifestaciones del sueño, éste tendrá sentido o no. El examen de las correlaciones se encuentra fundado, según el uso, sobre el estudio de animales. Esta metodología propone un problema que grava los resultados de estas experi­ mentaciones.5Los animales recurren a representaciones-cosa para evaluar una situa­ ción actual, en relación a sus recuerdos, y sin duda sueñan con estas representacio­ nes. Los hombres utilizan además representaciones-palabra que se articulan con sus representaciones-cosa. En estado consciente, las representaciones-palabra (el habla) reprimen el valor pulsional de las representaciones-cosa. Sin duda, cuando se duer­ me, existen representaciones-cosa que forman, tanto en el animal com o en el hom ­ bre, “ percepciones sin objeto”. Pero estos materiales se corresponden, para los ani­ males, con recuerdos de sensaciones pasadas y no con una represión. Nuestras ami­ gas las bestias no tienen motivos particulares para reprimir. Algunas representaciones-meta se les aparecen quizá al dormir, se trate de recuerdos o proyectos. Pero es­ tas percepciones difieren de un retorno de lo reprimido, que utiliza imágenes ma­ nifiestas para expresar un contenido latente. ¿Cóm o funcionaría la escritura de los sueños de animales al m odo de jeroglíficos a descifrar, dado que ellos no hablan ni escriben? Una experimentación puede registrar en ellos el lazo de representacionesmeta con recuerdos, pero nunca tendrá ningún valor en lo que concierne al retorno de lo reprimido, es decir, a lo propio de los sueños del hombre. Una vez planteada esta reserva metodológica, el sueño tendrá un sentido si exis­ te una conexión entre la producción de representaciones y los recuerdos. Para Alan Baddeley, tales conexiones con el hipocampo en el momento del sueño no son corro­ boradas.6 En cambio, los estudios de Jonathan Wilson7 mostraron que el ritmo theta no se producía solamente en el córtex, sino también en el hipocampo. Asimismo, en 1986, John Larson8 (UCLA) y Gregory Rosev (Universidad de Colorado) mostra­

5.

Un hecho mayor habría debido detener a los experimentadores: es que, excepto por el hombre, los primates no forman ondas theta cuando duermen. Y no es seguro que las mismas ondas observa­ das en otros mamíferos correspondan a los sueños. Sin embargo, existe una probabilidad, porque algunos perros se levantan durante el sueño, y pueden atacar como si viesen objetos reales.

6.

A. Baddeley, La Mémoire humaine. Théorie et platique, Grenoble, Presses uníversitaires de tire-

7.

noble, 1993. J. Winson, “Loss of Theta Rhytrn Results in Spatial Memory Déficit in the Rat”, Science, vol. 201,

8.

J. Larson, 1). Wong, D. Lynch, “Patterned Stimuiation at the Theta Frecuency ís Optimal for the

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ron una relación entre la estimulación a largo plazo del neo-córtex y el hipocampo, con correlación del ritmo theta. En vista del resultado de estas experiencias, algunos neurofisiólogos, como Alian Hobson y Robert MacCarley, luego de haber sido resuel­ tamente hostiles al psicoanálisis, tomaron posiciones más matizadas.10 Ellos habían pensado que el sueño resultaba de señales aleatorias provenientes del tronco cerebral. Hoy en día, Hobson estima que los recuerdos articulan de verdad los sueños. Para sus demostraciones, estos neurocientíficos recurrieron a protocolos de ex­ perimentación muy pesados. Habrían podido dispensarse de este engorro si hubie­ sen tenido en cuenta la relación del sueño con el inconsciente. En efecto, sus investi­ gaciones se apoyaron, com o ya se dijo, en la hipótesis de que el sueño tiene un senti­ do si existe una relación entre la producción de representaciones y la memoria. Este postulado está mal planteado en lo que concierne al hombre, porque no es tanto entre la memoria y el sueño que es necesario mostrar una articulación, sino entre la represión y el sueño. La relación del sueño con la represión (antes que con la me­ moria) aparece si uno se pregunta por qué un durmiente que se despierta recuerda sus sueños por un instante, y luego los olvida. ¿Cóm o comprender la potencia del olvido de las imágenes del sueño, cuando los soñadores pueden recordarlas algunos instantes luego de despertar? Si los sueños desaparecen tan rápido, es porque son re­ primidos y porque expresan, pues, un deseo inconsciente. El problema ya no se plan­ tea entre memorización e imagen onírica, sino entre conciencia e inconsciente. Este nuevo planteo de la cuestión es verificable por cualquiera, todos lo días (y teniendo en cuenta los criterios de cientificidad requeridos usualmente). Una vez establecida esta deducción, puede ser corroborada por la cura psicoanalítica, que desmenuza el lugar del deseo inconsciente en el sueño (cuando éste es memorizado).

El. MOMENTO DE ECLOSIÓN DEL SUEÑO

Es lamentable que los neurocientíficos que se interesan por el sueño estudien tan poco los resultados del psicoanálisis. Más deplorable es aún esta situación cuando sus trabajos se llenan de críticas que se dirigen a concepciones psicoanalíticas toma­ das de breud, pero a menudo sin relación con sus teorías efectivas. Es el caso, por ejemplo, de Michel louvet, que ataca con virulencia la noción de deseos inconscien­ tes expresados en el sueño.11El sueño, escribe louvet, no es provocado para nada por la realización de un sueño, sino por una activación biológica periódica de las célu­ las del puente. Esta actividad de “estimulador cardíaco” de las células pontobulba-

n° 435, 1978, p. 160-163. Induction of Hippocampal Long-Term Potentiation”, Brain Res 308, 1986, p. 347-350 9.

G. M. Rose, T. V. Dunwiddie, “Induction of the Hippocampal Long-Term Potentiation Using Physiologically Patterned Stimuiation", Neurosctences l.etter 69, 1986, p. 244-248

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10. “The Brain as a Dream State Generator: An Activations-Synthesis Hypotheses of Dream Processes”, American Journal o f Psychiatry 34, 1977, p. 1334-1348. Y, más tarde, en 1983, F. Crick y G. Mitchinson, op. cit. 11. M. louvet. Le Somrneil et le Reve, París, Odile lacob, 1992.

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