Claves educativas de 6 a 12 años
 9788498402858

Table of contents :
INTRODUCCIÓN
PRIMERA PARTE: RESPONSABILIDAD Y OBEDIENCIA
CAPÍTULO 1. Es un irresponsable
Situación familiar: «Un auténtico irresponsable»
¿Es suficientemente responsable?
¿Qué significa ser responsable?
¿Cómo actuar? Lo mejor es prevenir
Los encargos o responsabilidades
Enseñar a tomar decisiones
¿Qué podemos hacer los padres y educadores?
¿Cómo actuar en situaciones cotidianas?
UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN
CAPÍTULO 2. Problemas con la obediencia
Situación Familiar: «Parece que están sordos»
¿Cuándo es un niño desobediente?
¿Se nace obediente o se aprende?
¿Hasta qué punto es normal que desobedezca?
¿Y por qué desobedecen?
Causas provenientes de los adultos
¿Cómo le enseño a obedecer?
Establecer unas normas
¿Y en qué les debemos exigir?
¿Cómo ejercemos la autoridad?
¿Cómo actuar cuando desobedecen?
UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN
PARA RECORDAR
PARA PROFUNDIZAR
SEGUNDA PARTE PROBLEMAS DE ANSIEDAD, AUTOESTIMA, INSEGURIDAD…
CAPÍTULO 3. Problemas de ansiedad en los niños
Situación familiar: «Ha perdido la alegría»
¿Qué es la ansiedad y cómo se produce?
¿Cómo reconocer si un niño tiene un problema de ansiedad?
¿Cómo se manifiesta la ansiedad?
¿Qué le vuelve ansioso?
¿Cómo le ayudo?
¿Cómo afrontar situaciones cotidianas?
UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN
CAPÍTULO 4. Problemas de autoestima, la inseguridad, los complejos
Situación familiar: «Una niña con complejos»
La diferencia entre autoconcepto y autoestima
¿Cómo identificar si un niño no tiene buena autoestima?
Podemos ayudar a mejorar la autoestima en los niños
Los complejos: ¿Qué es el complejo de inferioridad?
¿Por qué se acompleja?
¿Cómo ayudarle a vencer sus complejos?
El niño inseguro que no tiene confianza en sí mismo
UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN
PARA RECORDAR
PARA PROFUNDIZAR
TERCERA PARTE PROBLEMAS PARA RELACIONARSE
CAPÍTULO 5. El niño que no tiene amigos
Situación familiar: «Un chico solitario»
El niño aislado
¿Por qué se aísla?
¿Cómo ayudar al niño a desarrollar la sociabilidad?
Precaución con algunas actividades que favorecen el aislamiento
¿Y si lo que le ocurre es que se pelea con todos?
El niño que es víctima de acoso escolar
UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN
CAPÍTULO 6. El problema de la timidez
Situación Familiar: «Una niña tímida»
¿Es la timidez un problema importante?
¿Cómo es un niño tímido?
¿Por qué es tan tímido?
¿Y cómo podemos ayudarle?
UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN
CAPÍTULO 7. Problemas en las relaciones entre hermanos
Situación familiar: «Una casa de locos»
Importancia de las relaciones entre hermanos
¿Cómo se manifiesta la envidia?
¿Por qué surge la envidia?
¿Cómo influye la estructura de la familia en las relaciones entre los hermanos?
¿Cómo ayudarle a superar la envidia?
¿Y qué debo hacer cuando se pelean los hermanos?
¿Cómo mejorar la relación entre los hermanos?
UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN
PARA RECORDAR
PARA PROFUNDIZAR
ANEXO
ÍNDICE

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Teresa Artola

CLAVES EDUCATIVAS de 6 a 12 años  

Situaciones cotidianas y planes de acción para educar mejor en esta etapa   SEXTA EDICIÓN REVISADA Y AUMENTADA

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Colección: Hacer Familia

  Director de la colección: Ricardo Regidor Coordinador de la colección: Fernando Corominas

  © Teresa Artola, 2014 © Ediciones Palabra, S.A., 2014   Paseo de la Castellana, 210 - 28046 MADRID (España)   Telf.: (34) 91 350 77 20 - (34) 91 350 77 39   www.palabra.es   [email protected]

  Diseño de la cubierta: Raúl Ostos Imagen de portada: © Istockphoto Edición en ePub: José Manuel Carrión ISBN: 978-84-9840-285-8

      Todos los derechos reservados. No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor.

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INTRODUCCIÓN

Si tu hijo, o tu alumno, tiene entre 6 y 12 años, se encuentra en la «edad de oro» para educar su voluntad. Esta etapa es un período apacible durante el cual, los padres y profesores podemos hacer mucho. Entre los 6 y los 12 años tienen lugar gran cantidad de períodos sensitivos: la sinceridad, la justicia, la generosidad, la laboriosidad, la responsabilidad.... Los períodos sensitivos son momentos del desarrollo en los que el estadio madurativo cerebral y personal facilita la rápida adquisición de unos determinados aprendizajes. Por tanto, si, en estos períodos de tiempo, el niño recibe la estimulación necesaria, aprenderá con gusto, facilidad y de forma óptima. Podemos por tanto afirmar que de la educación que el niño reciba durante esta etapa, entre los 6 y los 12 años, dependerá en gran parte su futuro. Vale, pues, la pena esforzarse por educarle. Educar a nuestros hijos y alumnos en virtudes y desarrollar sus fortalezas es el mejor regalo que podemos hacerles. De esta forma se convertirán en adultos libres y responsables capaces de dirigir su propia vida. Serán felices y estarán preparados para el futuro. Este libro está pensado para ayudar a padres, profesores y demás personas que trabajan con niños de entre 6 y 12 años. El objetivo que nos proponemos es ofrecer una guía práctica en la que se abordan algunos de los problemas más comunes que los padres y educadores encuentran al educar a los niños de esta edad. No debemos olvidar que, entre los 6 y los 12 años, padres y profesores siguen siendo figuras muy importantes en la vida del niño. El buen EJEMPLO es la base de toda buena educación y el cariño y el tiempo que les dediquemos van a ser factores determinantes. Es, por tanto, importante, durante estos años, educar su voluntad, ayudarle a emplear bien su tiempo libre, valorar su interés por aprender, elogiar sus éxitos y poner solución a sus «pequeños problemas» llegando a tiempo. Cuando aparece un problema: desobediencia, irresponsabilidad, timidez, complejos... a menudo no sabemos cómo actuar y dejamos pasar el tiempo para ver si este se resuelve por sí mismo. No dudamos de la buena voluntad de padres y educadores ni de su esfuerzo y trabajo por educar bien a sus hijos o alumnos, pero muchos esfuerzos pueden resultar inútiles, e incluso contraproducentes, si se desconoce cómo hay que actuar. En educación no se puede improvisar, no se puede confiar en la eficacia de proceder por «ensayo y error». Tenemos la obligación de informarnos, de aprender a educar. De esta forma podremos fácilmente enseñar a nuestros hijos y alumnos a comportarse de forma adecuada.

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Además, la mayor parte de los problemas que se presentan a estas edades pueden detectarse antes de que lleguen a serlo: es simplemente cuestión de prevenir y actuar a tiempo. Resaltaremos, por tanto, la importancia de la EDUCACIÓN PREVENTIVA: es importante actuar antes de que los problemas aparezcan, es decir, EDUCAR EN FUTURO adelantándonos a los acontecimientos. Cierto que en educación no existen recetas. Cada niño es diferente y sus problemas se deben abordar de forma personalizada. Pretendemos por ello únicamente sugerir unas pautas generales de actuación para abordar las dificultades más cotidianas con las que nos enfrentamos en nuestra labor educativa. El libro trata de «problemas normales en niños normales»: de cómo abordar las situaciones cotidianas más frecuentes que pueden presentarse en los niños de entre 6 y 12 años. Evidentemente, no pretende ser exhaustivo: hay otras dificultades en los niños de estas edades: egoísmo, agresividad... que por razones de espacio no abordamos en este libro. Asimismo, tampoco se tratan los problemas relacionados con el estudio, ya que existen varios libros, en esta misma colección, sobre el tema. Tampoco se abordan problemas psicológicos o psiquiátricos graves, que deberán ser tratados a nivel clínico por un especialista. En lo referente a la estructura, el libro está dividido en tres partes, para facilitar que pueda ser utilizado en escuelas de padres y cursos de profesores, dedicando una sesión a cada una de estas partes. Cada una se inicia con algunas de las preguntas más frecuentes que padres y profesores se suelen hacer en relación con ese tema y a las que se intentará dar respuesta en esa sección del libro. Al final de cada parte se resumen las principales ideas que padres y profesores deben RECORDAR y se incluyen algunas sugerencias acerca de libros que pueden ayudar a PROFUNDIZAR en el tema. Asimismo, al final del libro se incluye un anexo con tres guías de trabajo que han sido elaboradas con esa misma finalidad, uso en escuelas de padres o cursos de formación de profesores. Cuando el libro se vaya a leer con otra finalidad, estos apéndices pueden ignorarse. Cada capítulo comienza con una «situación familiar» o ejemplo típico de cada una de las dificultades tratadas, que puede servir para ilustrar a los lectores algunas de las dificultades con las que se pueden encontrar. A continuación se hace una descripción de la situación y un análisis de sus posibles causas. Se abordan las medidas preventivas que pueden adoptar así como la forma en que los educadores pueden ayudar a sus hijos o alumnos a superar sus dificultades. Finalmente, se propone un Plan de Acción, referido a la situación familiar expuesta al principio del capítulo, que puede servir de apoyo para que padres y profesores elaboren sus propios planes de acción para cada caso particular.

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PRIMERA PARTE: RESPONSABILIDAD Y OBEDIENCIA Amigos míos, retened esto: No hay ni malas hierbas ni hombres malos. No hay más que malos cultivadores. M. Víctor Hugo, Los miserables.

La etapa comprendida entre los 6 y los 12 años es una etapa idónea, «la edad de oro» para desarrollar virtudes como la responsabilidad y la obediencia. De la educación que el niño reciba en casa y en el colegio durante este período dependerá en gran parte su futuro. Muchos problemas a estas edades tienen fácil solución si sabemos actuar a tiempo y nos formamos para saber educar. En esta primera parte del libro abordaremos posibles actuaciones para prevenir y actuar cuando surgen problemas relacionados con la responsabilidad y la obediencia. Abordaremos las siguientes preguntas:   RESPONSABILIDAD Y OBEDIENCIA ¿Qué implica ser responsable? ¿Cómo le educo en la responsabilidad? ¿Cómo ejercer la autoridad? ¿Cómo utilizar los premios y castigos?

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CAPÍTULO 1 | Es un irresponsable



Situación familiar: «Un auténtico irresponsable» Imagina la siguiente situación que podría ocurrir perfectamente en tu caso o en el de alguna persona conocida: Es el caso de una familia en la que el hijo de 9 años es un auténtico irresponsable. Los padres no acaban de entender qué es lo que están haciendo mal para que ese hijo en concreto sea incapaz de asumir responsabilidades. Su hermano mayor, sin embargo, es todo lo contrario: es un niño muy maduro que saca unas notas estupendas y al que nunca hay que recordarle que haga sus deberes o termine sus trabajos. Con el pequeño, la situación es bien distinta y desesperante. En una ocasión, cuando su madre llegó a casa se encontró la bici nueva, que tanto esfuerzo les ha costado traer a los Reyes, tirada delante de la puerta del garaje con la cadena rota. Por supuesto, tampoco había sacado al perro, que era su única obligación. Cuando se le pide que haga algo siempre dice que «vale», pero la mayor parte de las veces ni siquiera se molesta en escuchar. Por ello, su madre siempre acaba pidiéndole las cosas a su hermano mayor, pues es mucho más práctico que insistir una y otra vez. Continuamente se le olvidan las cosas y lo pierde todo. Cuando su madre va a buscarle al colegio nunca está preparado y no hay forma de encontrarle: se ha bajado al campo de fútbol, ha ido a clase por algo que se había olvidado... y siempre pierde más de media hora hasta que lo localiza, lo mete en el coche y, por fin, pueden irse a casa. Pierde continuamente las cosas: los libros del colegio, la ropa de deportes, el estuche... A la hora de hacer los deberes siempre hay que recordárselo varias veces y vigilarle para que no se levante continuamente mientras los hace. A veces tarda toda la tarde: entre que se sienta, busca el lápiz, que por supuesto ha perdido, llama su madre a algún amigo porque él no se acuerda de lo que había de deberes, encuentra el libro... El tutor ha dicho a sus padres que convendría que tuviera unas responsabilidades o encargos en casa. Es algo que intentaron durante algún tiempo pero, al fin, desistieron: le encargaron sacar la basura pero prácticamente todos los días lo acababa haciendo su hermano mayor. En varias ocasiones, su madre se encontró la basura desparramada por el jardín, ya que la había dejado en la puerta y la había cogido el perro. Otras veces ponía excusas: «es que estoy constipado», «es que no me va a dar tiempo a hacer los deberes», «es que no me lo has recordado», en fin… Eso sí, cuando tiene un partido de fútbol o

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una fiesta de cumpleaños, de eso no se olvida. Y si alguna vez su padre le ha prometido algo que le interesa, se lo recuerda hasta la saciedad sin olvidar detalle. Llama la atención cómo el olvido puede ser tan selectivo. En el colegio, los profesores se quejan de lo mismo: Hay que repetirle las cosas cientos de veces para que se entere y tiene ya un gran número de partes por llegar tarde, olvidar el material, olvidar la ropa de deporte... Opinan que es una lástima porque es un chico inteligente que, cuando quiere, aprende rápido. Cuando sus padres le riñen por haber olvidado algo o no cumplir con su responsabilidad, siempre tiene alguna excusa: «Es que...» es su palabra favorita. Si le riñen por tener su cuarto hecho una leonera, siempre echa la culpa a sus hermanos. Si por fin se pone a ordenar, siempre deja la tarea a medias. Sus padres se preguntan si con la edad la situación cambiará. Si algún día su hijo sentará la cabeza. Les preocupa su futuro: ¿Qué clase de adulto puede surgir de un niño que es incapaz de responsabilizarse de nada? Y no saben cómo actuar.

¿Es suficientemente responsable? Es posible que esta historia te resulte, al menos en parte, familiar. Te proponemos que te pares un rato a pensar y hagas este test para saber si tu hijo o tu alumno es suficientemente responsable.  

 ¿Es suficientemente responsable? 1. ¿Hay que recordarle continuamente las cosas para que las haga? Sí     A veces     No 

2. ¿Hace las cosas solo porque se las mandas sin saber por qué? Sí     A veces     No 

3. Cuando hace algo mal, ¿echa la culpa a los demás sistemáticamente? Sí     A veces     No 

4. ¿Le cuesta escoger entre alternativas diferentes? Sí     A veces     No 

5. ¿Le cuesta jugar y trabajar solo sin requerir continuamente tu vigilancia? Sí     A veces     No 

6. ¿Se deja llevar por las decisiones que toman las demás personas del grupo en que se mueve (amigos, familia, compañeros...)? Sí     A veces     No 

7. ¿Desobedece e ignora las normas y reglas puestas por los padres o profesores? Sí     A veces     No 

8. ¿Discute con frecuencia las órdenes que se le dan? Sí     A veces     No 

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9. ¿No cumple con frecuencia lo que dice que va a hacer? Sí     A veces     No 

    Si has contestado afirmativamente al menos a tres de estas cuestiones, te recomendamos que sigas leyendo lo que resta de este capítulo.

¿Qué significa ser responsable? En líneas generales se puede decir que una persona es responsable cuando es capaz de decidir bien y con eficacia. Es capaz de tomar decisiones por sí misma y asumir las consecuencias de estas decisiones. Ser responsable no es, por tanto, lo mismo que ser obediente o dócil. Algunos niños aparentan ser responsables y normalmente hacen lo que se les dice, sin embargo, cuando desaparece la vigilancia de los padres o los educadores, actúan de forma bien distinta. En estos casos, lo que mueve al niño a actuar generalmente se encuentra fuera de él: es una motivación externa al niño como, por ejemplo, obtener un premio o eludir un castigo.   Por ejemplo: En el caso expuesto al inicio del capítulo, es posible que el chico acepte sacar la basura, y recuerde hacerlo, si su padre le castiga sin salir el fin de semana por no hacerlo. Sin embargo es seguro que, si su padre está fuera de viaje y no puede controlarle, se «olvide» ese día de sacar la basura.

  Ser responsable implica que el niño sea capaz de valorar la situación en la que se encuentra teniendo en cuenta tanto sus propias necesidades y deseos como las exigencias de sus padres y profesores, y que sea capaz por sí mismo de tomar una decisión y actuar de la forma adecuada. Una actuación responsable supone, por tanto, una La persona responsable aceptación personal de la tarea y una motivación interna para llevarla a cabo. Para que esto ocurra es importante está motivada proporcionar al niño un ambiente en el que se le ofrezca intrínsecamente información sobre las opciones a elegir y las consecuencias de cada una de ellas y que se le proporcionen los recursos necesarios para elegir bien. Por tanto, no hay responsabilidad sin libertad. Los padres y profesores no deben limitarse a decir a sus hijos lo que tienen que hacer, sino ayudarles a tomar sus propias

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decisiones poniéndoles frente a sus responsabilidades. Muchos padres con hijos adolescentes se quejan, Si queremos personas hoy en día, de que no consiguen que sus hijos actúen responsablemente. Asimismo, los medios de responsables, deberemos comunicación continuamente nos brindan ejemplos correr el riesgo sobre la falta de responsabilidad de los jóvenes, el de la libertad. crecimiento de la delincuencia juvenil... Es evidente que la sociedad actual no es la misma que la de nuestra infancia. No obstante no debemos echarle la culpa de todos estos cambios a la sociedad, al ambiente... Debemos tener muy presente que la mayor parte de las actitudes se aprenden en el seno de la familia.   Recuerda que:     – La mejor forma de aprender a ser responsable es permitir al niño asumir responsabilidades. – Enseñar a nuestros hijos y alumnos a ser responsables es una asignatura importante. Un chico responsable será capaz de vivir su libertad, tomar las riendas de su propia vida y tomar sus propias decisiones. – La mejor forma de lograrlo es creando en nuestro hogar, y en el colegio, un ambiente en el que tengan libertad, con nuestro apoyo, para escoger, enseñándoles a elegir bien y a asumir las consecuencias de sus propias decisiones.

¿Cómo actuar? Lo mejor es prevenir Un niño no nace responsable o irresponsable. El sentido de la responsabilidad no se transmite genéticamente, sino que se aprende con la experiencia. La acción de los padres y maestros es básica y la vida en familia constituye la principal escuela. Un error bastante frecuente de muchos padres y educadores es pretender prolongar más allá de lo debido la infancia de los niños impidiéndoles en la práctica que asuman responsabilidades. Es importante tener en cuenta que la mejor edad para La responsabilidad arraigar el sentido de la responsabilidad es entre los siete y los once años. En este momento se viven Períodos Sensitivos se aprende en la que facilitan el cumplir con el deber asumido o elegido: vida familiar. —El amor a la justicia. —La disposición de ayudar.

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—El deseo de quedar bien. —El afán de superación. El que el niño adquiera a esta edad un alto sentido de la responsabilidad resulta esencial ya que le preparará para afrontar la crisis que supone la pubertad y la adolescencia. No obstante, puedes empezar mucho antes. Ten en cuenta que un niño al que se le permite hacer de todo no es más feliz que aquel al que se le exige con amor.   PARA QUE APRENDA A SER RESPONSABLE Asignarle responsabilidades. Darle aprobación y reconocimiento. Empezar muy pronto. Formarle sobre la eficacia de sus respuestas.

Los encargos o responsabilidades ¡Qué frecuente es que en muchas familias los padres, y con frecuencia solo la madre, carguen sobre sus hombros todas las labores!: —Los trabajos caseros. —El mantenimiento de la casa. —El cuidado de la ropa de cada uno. —Las gestiones relacionadas con los estudios: matrículas, becas, libros... Sin embargo, los pequeños encargos o responsabilidades constituyen una forma estupenda de Los hijos deben educar la responsabilidad. Además contribuyen a que todo aprender desde el trabajo no recaiga siempre en las mismas personas. pequeños a colaborar Tener un encargo concreto a los 4 o 5 años hace posible en la buena que a los 15 o 16 vea lógico el colaborar en casa. Por el marcha del hogar. contrario, si esperas a que tu hijo sea mayor para exigirle responsabilidad, te resultará muy difícil. De igual forma que desde muy pequeños acostumbramos a los niños a que coman y se vistan solos, debemos acostumbrarles a ir haciendo por sí mismos, tanto en casa como en el colegio, lo que, razonablemente, y de acuerdo con su edad, son capaces de hacer. Nunca es demasiado pronto para enseñar al niño a ser responsable. En los primeros años de vida puedes hacerlo como un juego. En cuanto tu bebé empieza a gatear puedes

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estimularle para que recoja sus juguetes. Desde que el niño tiene 2 o 3 años puede asumir pequeñas responsabilidades:   2 a 3 años EN CASA

EN LA ESCUELA

Ayudar a poner la mesa. Sacar las servilletas. Regar las plantas. Ayudar a mamá a hacer las camas los días que no hay colegio. Preparar su ropa para el día siguiente. Apagar las luces. Recoger sus juguetes.

Recoger su silla. Colgar el abrigo. Guardar los materiales.

  5 a 7 años EN CASA

EN LA ESCUELA

Coger el teléfono. Bañarse y vestirse solo. Cuidar de alguna mascota. Sacar la basura. Recoger el baño después de usarlo. Hacer la cama. Limpiar sus zapatos. Comprar el pan.

Recoger el material. Ordenar la clase. Anotar las tareas para casa. Anotar en la pizarra el día de la semana. Repartir las fichas. Apagar y encender la luz. Jefe de día de la clase.

  Para que un encargo desarrolle la responsabilidad, el niño debe ser consciente de que tendrá que responder ante alguien del trabajo realizado. Padres y profesores deberán, por tanto, evaluar periódicamente su cumplimiento. Es importante que el niño entienda bien en qué consiste su encargo, para que pueda cumplirlo bien desde el primer momento. Además debe entender el propósito de la tarea: es decir, por qué es importante que lo haga. A la hora de distribuir los encargos conviene respetar las iniciativas de los niños: bien en lo que respecta al encargo elegido, o bien en cuanto a la forma de cumplirlo. Si puede escoger libremente, estará ejercitando su responsabilidad. Se debe procurar que a cada niño se le asignen aquellos encargos que pueda cumplir bien. De esta forma podrán

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experimentar la satisfacción del trabajo bien hecho y verá reforzado su propio sentimiento de autoestima. Para ello es importante que padres y profesores recompenséis periódicamente el comportamiento responsable, ya que es difícil que el niño aumente su capacidad para ser responsable si no consigue ninguna recompensa o alabanza por su comportamiento. Por el contrario, si continuamente se le critica, ridiculiza o tacha de irresponsable, acabará creyendo que lo es y comportándose como tal. A medida que vayan creciendo, deberemos procurar Elógiale cuando que la motivación para cumplir con sus responsabilidades provenga de ellos mismos. Para ello deberemos hablar se comporta de forma mucho con ellos y fomentar su capacidad de reflexión. responsable. Debemos ayudarles a considerar las cosas y razonar examinando las razones o motivos que aconsejan actuar de un modo u otro; a prever las consecuencias de sus decisiones libres y a actuar en consecuencia. Entre los 7 y los 11 años están en pleno período sensitivo de la responsabilidad. Podemos estimular su responsabilidad de las siguientes formas: 7 a 11 años EN CASA

EN LA ESCUELA

Mediante los encargos o responsabilidades familiares. Enseñándole a participar en las decisiones familiares. Dar cuentas de su trabajo y de los encargos que se le han encomendado. Rendir cuentas del dinero que utiliza.

Elegir algún encargo o servicio a los compañeros. Realizar bien sus trabajos sin interrumpirlos. Terminar las actividades que comienza. Tener todo preparado antes del comienzo de la clase. Valorar la calidad del trabajo realizado. Asumir una parte de un trabajo grupal y dar cuentas al grupo. Usar responsablemente su material y cuidarlo. Aceptar la responsabilidad de sus faltas sin excusarse.

  Ya en la adolescencia hay muy pocas cosas en las que no debamos responsabilizarlo. Podemos, por ejemplo, encargarle que haga por sí mismo los trámites para matricularse, sacarse el DNI... A esta edad deberemos irles poniendo al tanto de los problemas familiares, de las necesidades económicas, de los problemas que surgen en clase, y pedir su opinión a la hora de tomar decisiones que afecten a todos.

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Así, si desde pequeños se acostumbran a asumir responsabilidades, cuando se independicen de nosotros estarán preparados para hacerse cargo de su propia vida.

Enseñar a tomar decisiones Ser responsable no es lo mismo que obedecer a «pies juntillas». Ser responsable significa elegir y decidir por uno mismo. Por ello, para enseñar a los niños a ser responsables hay que darles las máximas oportunidades para tomar decisiones lo antes posible. Podemos ayudarles a aprender a decidir dándoles muchas ocasiones para tomar decisiones a corto, medio o largo plazo. Deberemos, en lo posible, evitar decidir por ellos o intervenir excesivamente en sus decisiones. A medida que van creciendo, padres y profesores debemos ser capaces de «ir soltando amarras» dándoles mayor autonomía y capacidad de decisión. Desde que son pequeños debemos habituarles a decidir en asuntos que no tengan repercusiones graves: por ejemplo, a qué quiere jugar, qué ropa quiere ponerse, qué cuento quiere que le lean...   Por ejemplo: Si tu hijo de 11 años te pide permiso para ir a esquiar con el colegio durante la Semana de Pascua, en lugar de contestarle directamente que no, puedes pedirle que te ayude a tomar la decisión. Para ello conviene que, primero, penséis otras alternativas a realizar: — Ir unos días de vacaciones con la familia. — Ir a visitar a su abuelo, que está enfermo. — Quedarse en casa y ponerse al día en sus estudios... A continuación conviene enseñarle a valorar los aspectos positivos y negativos de cada alternativa. Por ejemplo, para ir a esquiar: — Positivos: convivencia con los compañeros, hacer deporte... — Negativos: alto coste económico, no tiene equipo, va retrasado en sus estudios... Finalmente deberá tomar la decisión, mientras es pequeño, con tu ayuda. Una vez tomada la decisión deberemos acostumbrarle a mantenerla y a «apechugar con las consecuencias». Si, por ejemplo, decide apuntarse este año a jockey en lugar de a fútbol, una vez tomada la decisión debes exigirle que la mantenga, al menos durante un tiempo razonable.

  A menudo debemos permitir a nuestros hijos ya alumnos que se equivoquen en sus decisiones. Si el niño sufre las consecuencias negativas de una decisión, seguramente será más riguroso en las siguientes decisiones que adopte. A la hora de enseñarle a tomar decisiones deberemos tener en cuenta que cada niño es diferente, valorando sus características personales y su manera de ser.

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Algunos niños son IMPULSIVOS: Es decir, de los que En educación primero actúan y después piensan. El resultado es que a menudo se equivocan en sus decisiones. Otros son INDECISOS, es decir, no hay recetas, piensan y repiensan, a todo le encuentran peros, nada les cada niño convence, esperan que otros decidan por ellos. A menudo, cuando es diferente. al fin se deciden, llegan tarde. Otra posibilidad distinta es el niño que se caracteriza por ser RÍGIDO en sus decisiones: siempre hace las cosas de la misma manera, no busca soluciones nuevas y le cuesta reconocer sus errores. Para ayudar a cada niño a aprender a decidir, según su forma de ser, proponemos las siguientes pautas:   PAUTAS PARA AYUDAR A TOMAR DECISIONES IMPULSIVO Habituándole a dar razones antes de actuar: «¿por qué debes hacerlo así?». Alentándole a buscar otras alternativas o posibilidades antes de decidir. Enseñándole a valorar objetivamente los aspectos positivos y negativos de cada tarea. INDECISO Concediéndole un tiempo limitado para tomar una decisión: «tendrás que darme la respuesta mañana». Exponiéndole a muchas situaciones en las que tenga que decidir. Elogiándole cuando lo hace, para que aumente su confianza. RÍGIDO Sugiriendo otras alternativas posibles: «Este año, en lugar de celebrar su cumpleaños con una fiesta en casa, podemos hacer una excursión, ir al cine». Ayudándole a descubrir los nuevos factores que pueden alterar la decisión: «Ahora es mayor, no hay espacio en la nueva casa». Enseñarle que todos nos podemos equivocar en la vida y que rectificar es de sabios.



¿Qué podemos hacer los padres y educadores? Los procedimientos para ayudar a los hijos a ser responsables se apoyan en cuatro pilares: – El correcto ejercicio de la autoridad. – Confianza mutua.

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– Desarrollo moral. – Ejemplo y prestigio de padres y profesores. El correcto ejercicio de la autoridad a la hora de establecer unas normas y límites: debemos ser capaces de ejercer la autoridad de forma coherente estableciendo unos límites y unas normas de comportamiento. Cuando un niño conoce los límites, es capaz de tomar decisiones y prever las consecuencias de las mismas. Este debe saber claramente lo que esperas de él así como las consecuencias que acarrea el incumplimiento de sus responsabilidades.   Por ejemplo: Si, por ejemplo, en el caso visto al inicio del capítulo, los padres castigan en unas ocasiones a su hijo y en otras pasan por alto su conducta cuando no saca al perro, la falta de coherencia está perjudicando el desarrollo de la responsabilidad. Ten en cuenta que un castigo leve pero que se aplica siempre por incumplir una norma es más eficaz a largo plazo que una actitud incoherente y un castigo severo.

  El amor, el cariño y la confianza mutua: Debemos demostrar a nuestros hijos y alumnos, aunque a veces nos llevemos algún desengaño, que confiamos en ellos. Que sabemos que son capaces de cumplir y esperamos lo mejor de ellos. El niño debe sentir que él «es capaz». Enseñar a los niños a ser responsables incrementa su sensación de poder y su sentimiento de autoestima. El desarrollo moral y el progresivo conocimiento del bien y del mal: En torno a los 7 años se produce el nacimiento de la conciencia moral. A esta edad se vuelven capaces de sopesar y analizar los motivos y las consecuencias de sus acciones, de descubrir qué es lo bueno y qué es lo malo. Debemos, pues, aprovechar esta etapa para formar su conciencia en un ambiente de disciplina, cariño y exigencia. De esta forma estaremos favoreciendo el desarrollo de la responsabilidad. El ejemplo y el prestigio de padres y profesores: Los niños copian continuamente las actitudes de sus padres y también de sus profesores. Así, por ejemplo, si papá deja su ropa tirada cuando se desviste, será difícil inculcar en su hijo la responsabilidad de recoger sus objetos personales. Los padres que son irres-ponsables y no luchan por El ejemplo es básico corregirse no pueden enseñar a sus hijos a ser responsables. Si cuando llegas tarde al trabajo echas la culpa al tráfico; si en la educación de la olvidas las promesas que hiciste a tus hijos; si siempre responsabilidad. eludes tomar decisiones y buscas que los demás decidan por ti; si dices una cosa y haces otra... estás actuando como modelo para tu hijo.

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Se educa dando buen ejemplo o esforzándonos por corregir nuestros defectos de forma que los niños vean que luchamos por mejorar. Si actúas de forma incoherente, enseguida se dará cuenta.   NO EDUCAS EN LA RESPONSABILIDAD CUANDO: Le recuerdas las cosas que él olvida. Haces sus encargos o tareas para evitar conflictos. Subestimas su capacidad. Le calificas de «irresponsable». Le sobreproteges y decides por él. Le solucionas todas las dificultades.

  En este sentido hay tres tipos de padres a los que les resulta especialmente difícil responsabilizar a los hijos: Los padres que pretenden compensar la dureza del otro cónyuge protegiendo a sus hijos. Estos a menudo encubren a sus hijos y cargan sobre sí mismos tareas que no les corresponden para evitar problemas.   Por ejemplo: La madre que, cuando los hijos traen malas notas a casa o traen un parte con quejas del colegio, lo oculta al padre para que no haya bronca. O el padre que, para evitar el mal humor de mamá, cuando llega cansada de trabajar a casa, recoge las cosas que los niños han dejado tiradas.

  Estos padres deben recordar que, si bien la excesiva dureza es mala para la educación de los hijos, aún es peor la excesiva blandura y que la falta de coherencia de los padres entre sí perjudica seriamente la educación de su hijo. Otro problema lo constituyen los padres, y también los profesores, excesivamente perfeccionistas que no soportan que las cosas no estén todo lo bien que ellos quisieran.   Por ejemplo: Cuando tu hijo de 6 años se hace la cama vas tú detrás arreglando lo que ha hecho mal, o si no dejas a nadie ayudar en la cocina por miedo a que manchen, o si te parece que la forma en que ordena tu hija la ropa de plancha no es adecuada... no te quejes luego de que nadie te ayuda.

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  Finalmente, tienen especial dificultad para educar en Siempre es mejor una la responsabilidad aquellos padres que sobreprotegen a sus hijos. Aquellos a los que les parece que el hijo nunca cosa hecha regular por es suficientemente mayor, que le ayudan constantemente, el propio niño que una le vigilan, le dicen lo que debe ponerse... aunque él sea perfecta hecha por ti. capaz de hacerlo perfectamente por sí mismo. A este respecto los profesores de los cursos de primaria deben concienciar a los padres de la importancia de que permitan al niño desarrollar su autonomía y hacer las cosas por sí mismo. Cuando un niño consigue hacer lo que se propone por sí mismo desarrolla un alto sentimiento de competencia: -«yo soy capaz»-, sentimiento de competencia que va a ser un ingrediente fundamental en el desarrollo de su autoestima. Ten en cuenta que a esta edad los niños nos admiran y nos observan continuamente. Para que piensen que ser responsable merece la pena es importante que: Te comportes de forma justa y no arbitraria. El niño sepa claramente lo que se espera de él. Sepas establecer unas normas y límites claros. Seas coherente en la aplicación de los castigos establecidos: se perdona al niño, pero el castigo se cumple siempre. Le recompenses a menudo por su buen comportamiento. Cumplas con lo que dices.

¿Cómo actuar en situaciones cotidianas? A. En el cuidado de las cosas: El orden en sus cosas es uno de los aspectos que desde muy temprano debemos inculcarles:   Orden en sus juguetes Que debe recoger por sí mismo después de usarlos.

  Orden en su ropa Que no debe dejar tirada y que debe cuidar de no romper.

  Orden en sus libros y material escolar Que debe tener siempre a punto cuando lo necesite.

  Orden en el tiempo Tiempo de acostarse, de estudio, de comidas...

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  Ten en cuenta que el período sensitivo del orden tiene lugar entre 1 y 3 años. Debes, por tanto, empezar pronto para luego no lamentarte. Para ello es importante que disponga de los recursos Debes enseñarle necesarios: cajones y cajas donde guardar las cosas en orden, estuche donde guardar el material... el valor de las cosas y acostumbrarle Debe entender claramente que el cuidado de sus cosas es responsabilidad suya. Si pierde o deteriora, sin motivo, sus a cuidarlas. cosas, deberá responder por ello. Si cuando esto ocurre tú se las repones o buscas, le estarás haciendo un flaco servicio. B. Los olvidos: Hay niños que nunca se acuerdan de las cosas que tienen que hacer. No es que se nieguen a hacerlas, pero para lograrlo es necesario recordárselo cientos de veces. Eso sí, puedes estar tranquila, que no es probable que tenga un problema de memoria. Cuando algo es importante para él (un partido, una fiesta...), no se le olvida nunca.   Por ejemplo: Por ejemplo, en la situación familiar descrita al principio del capítulo vemos cómo la madre adopta comportamientos que están impidiendo el desarrollo de la responsabilidad en su hijo: Como, por ejemplo, cuando le recoge en el colegio y se dedica a rastrear hasta encontrar todo lo que su hijo ha perdido ese día. Si pierde su tartera, lo más adecuado sería que al día siguiente se le despierte media hora antes para que vaya al colegio a buscarla. Si no la encuentra, deberá hablar él con su profesor para explicarle la situación y comer ese día de comedor pagándolo, en lo posible, con sus ahorros. Si, finalmente, la tartera no aparece, deberá ahorrar el dinero necesario para comprar otra. Si un niño pierde su material escolar y «sobrevive» gracias a que le prestan los lápices y bolígrafos otros niños, puedes llegar con él a un acuerdo: como, por ejemplo, revisar su estuche todos los viernes. Una vez revisado deberá comprar con su dinero aquello que falte. Si cuando la madre va a recoger a su hijo al colegio no está preparado, no es mala medida que se marche y le «deje en tierra» y que él deba arreglárselas con algún profesor para que le lleve a casa. Si un niño deja todas sus cosas tiradas o sin recoger, puedes llegar con él a un acuerdo: Las cosas que no se dejen en su sitio serán requisadas y deberá pagar una multa, fijada previamente, para recuperarlas.

  Si esta descripción te recuerda a tu hijo o a alguno de tus alumnos, puedes utilizar algunos trucos para ayudarle a recordar: Escribe sus tareas y ponlas en un lugar visible, como, por ejemplo, en el corcho de su cuarto o el frigorífico de la cocina. De esta forma no tendrá excusa de que no sabía o no se

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acordaba de cuál era su obligación. Asegúrate de que te ha escuchado cuando le pides algo. Haz que deje lo que está haciendo y te mire a la cara. Puedes pedirle que repita lo que le has pedido. No le repitas ni le recuerdes las cosas. Si lo haces, el niño aprenderá que eres tú la responsable de recordarle las cosas. Establece costumbres y rutinas lo más regulares posible. No tengas miedo a castigarle por sus olvidos: siempre y cuando el niño sepa con antelación, y esté avisado, las consecuencias de un posible olvido. Da buen ejemplo y procura no olvidar tú las promesas que le haces.

  C. El niño que «se escaquea»: Hay niños expertos en escabullirse de sus obligaciones. Estos niños son especialistas en echar la culpa a los demás de su falta de responsabilidad. Todas estas son simplemente estrategias que utilizan los niños para intentar eludir sus responsabilidades. Muchas las han aprendido de nosotros. Ante ellas no cabe más salida que la firmeza. Conviene dejar claro al niño cuáles son sus obligaciones y por qué debe cumplirlas y no permitir que sus trucos le sirvan para escabullirse. Si lo logra, habrá aprendido que sus tácticas son una buena manera de salirse con la suya.   Por ejemplo: Cuando los padres y en ocasiones los profesores se acostumbran a recordar al niño lo que debe hacer, el niño asume que él ya no es responsable de acordarse. Si se le acusa de no cumplir con sus obligaciones, les echará la culpa: «es que no me lo recordaste...». Otros niños son muy astutos y sabotean los esfuerzos de sus padres y profesores por educarles adquiriendo la fama de incompetentes o irresponsables. Así, por ejemplo, un niño puede hacer mal repetidamente una tarea para que los demás lleguen a la conclusión de que es mejor no pedírselo. Otros niños hacen las cosas tan despacio que los adultos, finalmente, prefieren hacerlas ellos. Otros lo dejan todo a medias o se quejan de no ser capaces. Si consiguen convencer de ello, los demás acabarán por hacerlas por él. Algunos siempre tienen excusas: les duele la tripa, no se encuentran bien, tienen que hacer otras cosas más importantes; en estos casos, si consiguen con esta estrategia salirse con la suya, tenderán a repetirla. Desesperantes resultan también aquellos niños que se limitan a cumplir al pie de la letra lo que les pides. Si le pides que recoja del suelo sus juguetes, los pone encima de la cama o, si le dices que recoja los platos, se limita a amontonarlos. A otros les encanta sentirse víctimas: «todo me lo pides a mí», «no me dejas hacer nada de lo que me gusta».

  D. Cuando es un manirroto: Algunos niños se muestran especialmente irresponsables en lo referente al uso del dinero. Lo dejan tirado por la casa, o se lo gastan

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caprichosamente en chucherías, o están pidiendo continuamente. Muchos padres se preguntan: ¿a qué edad debe manejar el niño el dinero? ¿Es bueno o malo darle una paga? Como ya hemos dicho, la única forma de que se haga responsable es dándole responsabilidades. Por tanto, si quieres que sea responsable con el dinero, tendrá que disponer de algo para administrarlo. En principio, un niño de 4 o 5 años no tiene por qué tener paga, aunque sí puede ser conveniente que disponga de una hucha donde pueda meter el dinero que le dan los abuelos, los tíos..., de forma que se acostumbre a ir ahorrando. A los 7 años puede ser una buena edad para empezar a darle una pequeña paga con la intención de que la ahorre y vaya juntando dinero para conseguir algún objetivo, como unos patines o un balón, y también para poder reparar, con su dinero, las cosas que pierde de su material escolar, su uniforme; de esta forma empezará a conocer el valor de las cosas y a administrar el dinero. A partir de los 9-10 años, sí resulta importante que se acostumbre a tener dinero en el bolsillo para gastar. Se le puede dar una cantidad fija semanal, y mejor mensual, a medida que se haga mayor, para que aprenda a administrarla. La cantidad debe fijarse teniendo en cuenta su opinión y atendiendo a sus necesidades reales. Es conveniente que incluya una cantidad para gastos fijos: como el autobús y otros gastos variables. Como regla general, cada familia concretará, de acuerdo Deben aprender con sus propios criterios y necesidades, la cantidad, que debe ser más bien corta y no debemos olvidar que se trata de algo a utilizar y valorar que hemos considerado necesario para él. Por tanto, no es adecuadamente aconsejable utilizarla como premio ni como castigo. el dinero. Únicamente puede ser conveniente retirarla si la administra mal. Conviene también ayudarle al principio a administrarla bien. Para ello es importante que conozca el valor de las cosas. Puedes pedirle que te acompañe de compras para que vaya adquiriendo el sentido de cuánto cuestan las cosas. Asimismo conviene fomentar en él el espíritu de ahorro: Puedes animarle a ahorrar para ese balón de fútbol que tanto desea o para comprar esas cintas para el pelo que tanto le gustan. A partir de los 12 años debemos acostumbrarles a que se ganen algún dinero trabajando. No conviene gratificar económicamente aquellas actividades que son su deber habitual: estudiar, hacer sus encargos, pero sí recompensarle por algunos trabajillos extraordinarios: arreglar el trastero, limpiar el coche, hacer de payaso en una fiesta de su hermano. No debemos olvidar, en su educación referente al uso del dinero, enseñarle a DAR. Conviene hacerle consciente de las necesidades de los demás y que reconozca su deber de ayudarles en la medida de lo posible.

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Para finalizar este capítulo incluiremos una propuesta de Plan de Acción para Juan, el caso con el que iniciamos este capítulo. Los planes de acción que ofrecemos en este libro son solo ejemplos que pueden servir a padres y profesores en la elaboración de sus propios planes de acción que deberán concretar en función de cada situación particular.

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UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN SITUACIÓN: Son muchos los campos en los que habría que actuar para conseguir que un chico de 9 años, como el del ejemplo del inicio del capítulo, se responsabilizase: en ordenar sus cosas, en sus tareas escolares, en sus encargos familiares... Habrá que ir poco a poco. En este plan de acción nos vamos a centrar en este último punto: las responsabilidades en el hogar. OBJETIVOS: Responsabilidad en sus encargos en casa. MEDIOS: Los padres tendrán una conversación con su hijo. Entre los tres pensarán dos encargos de los que pueda responsabilizarse durante un mes. Le dejarán claro que es su responsabilidad y que solo se la recordarán una vez. Fijarán un horario determinado para cumplir el encargo. MOTIVACIÓN: En la conversación con su hijo harán hincapié en la importancia de que todos colaboren en la marcha de la familia. Mamá y papá necesitan ayuda y cuentan con él. Como entienden que para él es difícil, al principio para ayudarle colocarán en su cuarto una hoja con su nombre y los dos encargos que le corresponden junto con la hora tope en que debe realizarlos. Cada día que cumpla con su encargo sin que tengan que decírselo le darán dos puntos (dos pegatinas) y, si hay que recordarlo una vez, un punto. Pasado el tiempo, lo hará mamá o papá pero se quedará sin puntos (no se lo volverán a recordar). Cuando consiga 25 puntos, papá, para demostrar lo contento que se siente y dado que demuestra que ya es mayor, le llevará con él a un partido de fútbol (que es su afición favorita). DESARROLLO Y RESULTADOS: El chico eligió dos encargos: –Sacar la basura (al salir hacia el colegio antes de las 8.30). –Abrir las camas (antes de cenar a las 20.30).

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Los dos primeros días no hubo que recordárselo. Sus padres le felicitaron efusivamente y le dieron sus puntos. Al tercer día se le olvidó, a pesar de un aviso, y se quedó sin punto. Al principio intentó poner excusas, pero sus padres se mostraron inflexibles. Los días siguientes lo ha hecho bastante bien, aunque a veces requiere un aviso. Lleva ya 19 puntos y la cosa parece que marcha.

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CAPÍTULO 2 | Problemas con la obediencia   

Para centrarnos y visualizar algunos de los temas que iremos considerando en este capítulo imaginemos una situación familiar como la que aquí se relata.

Situación Familiar: «Parece que están sordos» Se trata de una familia con tres hijos de 12, 9 y 7 años. La madre considera con frecuencia que sus hijos «son unos desobedientes». El de 12 años va a lo suyo: cuando se le pide que haga algo protesta y a menudo contesta mal; además no hay manera de que estudie a diario y su cuarto es una leonera, siempre está desordenado y, al final, es la madre quien acaba recogiendo. El segundo, de 9 años, parece que padece «sordera selectiva»: nunca parece oír a la primera y, aunque al final obedece, siempre hay que repetirle las órdenes, tres o cuatro veces, antes de que las cumpla. Practica la «resistencia pasiva»: nunca dice que no, simplemente o hace que no oye o dice que «ya va» pero, hasta que su madre le grita y le amenaza con castigarle, no acaba de obedecer. Este niño hace muchas «travesuras» en el colegio y es el «gracioso» de la clase, ya que los demás se ríen de las cosas que se le ocurren. Sus padres piensan que los castigos que le pone el profesor son excesivos y varias veces han ido a protestar al colegio y le permiten que no los cumpla. La pequeña, de 7 años, está muy mimada. La hora del desayuno es una batalla campal con ella y tarda muchísimo en hacerlo, con lo que todos los días acaban llegando tarde al colegio. También la hora de irse a la cama es un verdadero problema: no hay forma de que se ajuste a un horario y la pequeña se niega a ir a dormir sola, de tal forma que o bien tienen que quedarse con ella en el cuarto hasta que se queda dormida o dejarle que se quede dormida en el salón viendo la televisión y, luego, llevarle a su cuarto. Esta madre siente que sus hijos le superan: «no puedo con ellos». Sabe que son cariñosos y, en el fondo, buenos, pero piensa: «Me toman el pelo», «no consigo que me obedezcan». Y a ellos les suele decir: «vais a acabar conmigo». Con frecuencia les amenaza con contárselo a su padre cuando llegue, pero este a menudo «pasa» bastante de los niños, les deja que hagan lo que quieran hasta que no puede más y entonces «estalla». Cuando lo hace, a menudo «se pasa»: les pone castigos

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demasiado severos, que luego la madre se encarga de suavizar. Como dice a menudo, es el único que tiene autoridad en casa. Esta madre suele pensar con frecuencia en la mala suerte que ha tenido, en cambio, su hermana: sus hijos son mucho más tranquilos y obedientes. «Ojalá me hubieran tocado a mí unos así», piensa.

¿Cuándo es un niño desobediente? Es posible que te quejes con frecuencia de que un niño es desobediente si: EN CASA

EN EL COLEGIO

No te escucha cuando le pides algo. No se quiere ir a acostar. Se pelea continuamente con sus hermanos. Contesta mal. No se pone a estudiar a la hora convenida. No recoge su cuarto. Discute cuando le encargas algo. Obedece refunfuñando y con mala cara. Se busca todo tipo de excusas para no obedecer. Cumple pero solo si le das algo a cambio.

No sigue las indicaciones del profesor. Reta o discute con el profesor. No respeta las normas de clase o del colegio. LLeva a cabo aquello que le hemos prohibido. Hace estrictamente lo que se le pide aplicando la «ley del mínimo esfuerzo». Demora continuamente las tareas que le pones. Se niega a interrumpir una conducta cuando se lo pides. Dice que va a cumplir pero luego no lo hace.

¿Se nace obediente o se aprende? Muchos padres se lamentan de que sus hijos son desobedientes y se preguntan por qué les habrán salido así. También algunos profesores siempre piensan que les toca la peor clase. Algunos piensan que es cuestión de suerte y envidian a los hijos de sus parientes o vecinos o a los alumnos de otras clases, que son más buenos que los suyos. Sin embargo, aunque por temperamento hay niños más inquietos que otros, hoy está claro que la influencia de factores genéticos o hereditarios es poco relevante en el caso de las virtudes humanas. Un niño no nace obediente o desobediente, sino que aprende a serlo en función de los estímulos que le das y de cómo reaccionas ante su comportamiento. Para que un niño sea obediente y se comporte de forma adecuada hay que enseñarle a hacerlo. Si conocemos cómo debemos actuar, la tarea resulta mucho más fácil.

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En lo que respecta a los padres, uno de los defectos frecuentes que se observa hoy en día es la escasa exigencia y disciplina que ejercen con los hijos. Como consecuencia de todo ello, el sentido de la obediencia se va deteriorando.   FALTA DE AUTORIDAD Perdonamos los castigos que les ponemos. Permitimos que no cumplan con aquello que les pedimos. No les responsabilizamos de las tareas del hogar. No les exigimos en el estudio. Evitamos cualquier discusión. Dejamos que acaben saliéndose con la suya.

  No ponemos en duda la buena voluntad de los padres ni que estos hagan todo lo posible por educar adecuadamente. El problema está en que nadie nos ha enseñado cómo debemos tratar o educar a los hijos. Parece que se piensa que educar es una ciencia infusa que no requiere de aprendizaje. Padres y profesores debemos formarnos para saber educar. En esta vida nos preparamos para todo: hacemos cursos para aprender a conducir, para aprender a cocinar... Sin embargo en la educación de nuestros hijos procedemos al azar. Y al no tener confianza en cómo debemos actuar nos resulta difícil adoptar decisiones y ejercer la autoridad. La disciplina y la autoridad son necesarias para el equilibrio psicológico del niño. Le dan seguridad y estabilidad, dan un orden a su vida y le ofrecen una imagen de unos adultos firmes y seguros a los que poder tomar como modelos. Cuando los adultos se muestran indecisos, en cuanto a la forma de tratar a los niños, estos lo captan y ello afecta a sus propios sentimientos de seguridad y bienestar. Por ello, cuando los educadores se muestran indecisos ofrecen a los niños una fabulosa oportunidad de comportarse de forma caprichosa y desobediente.   Por ejemplo: Cuando un niño se comporta mal, podemos a veces reaccionar enérgicamente, le castigamos, e incluso a veces es posible que nos pasemos en el ejercicio de la autoridad recurriendo a los gritos e incluso a pegarle. Entonces, es posible que nos sintamos culpables. Al sentirte culpable es posible que intentes congraciarte de nuevo con él dándole alguna recompensa o prometiéndosela para que se calle. Sin darte cuenta estás reforzando su comportamiento desobediente.

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  En cuanto a los profesores, en especial los novatos, a menudo se quejan de que en la facultad de Educación les enseñaron mucha pedagogía y didáctica, pero no les enseñaron a controlar una clase y a ejercer la disciplina. No obstante existen muchas técnicas para manejar la clase que se pueden aprender y que resultan muy útiles para hacer frente a las conductas desobedientes en el aula. Cuando padres y profesores saben ejercer adecuadamente En un ambiente de la autoridad, promueven el sentimiento de seguridad de sus hijos y alumnos: cuando el niño sabe exactamente lo que se exigencia, los niños espera de él y conoce los límites y las normas que debe viven más seguros cumplir, cuando se le exige, siempre que esta exigencia vaya y felices. acompañada de cariño.

¿Hasta qué punto es normal que desobedezca? La falta de obediencia es un problema que se presenta con frecuencia en la infancia y tiende a desaparecer con la edad. En el niño pequeño, la desobediencia es a menudo una forma de poner a prueba la autoridad de sus padres. De esta forma, una de las primeras palabras que aprende el bebé es «NO»: está intentando autoafirmarse. Entre los 3 y los 5 años, el niño entra en el período sensitivo de la obediencia. Es el momento de enseñarle a obedecer. Debes enseñarle a hacerlo de forma inteligente y con libertad, no por miedo a un castigo. Para ello deberás exigir al niño combinando la exigencia con el razonamiento de lo que se exige y acostumbrarle a seguir unas normas. Hacia los 9 o 10 años, tanto en los niños como en las niñas, suele aparecer una segunda fase de rebeldía. Ello se debe en gran medida a que en esta edad nace su espíritu crítico. Este espíritu crítico alcanza a los padres y a sus profesores, a los que hasta entonces tenía idealizados. El niño comienza a observarlos con ojos críticos y a analizar sus fallos y defectos. Los padres y profesores «caen del pedestal» y el niño comienza a cuestionar su autoridad. A partir de este momento para que obedezcan hay que ganarse su respeto. Por tanto, aunque las conductas desobedientes son habituales en la infancia, hay algunos casos en que podríamos considerar que exceden los límites de la normalidad, tanto por su excesiva frecuencia como por la gravedad de las conductas exhibidas. En este sentido, algunos niños padecen lo que se conoce en el ámbito de la psicología como «trastornos de oposición desafiante». Este trastorno suele comenzar en torno a los 8 años; es más frecuente en los niños que en las niñas, y más dentro del hogar que fuera de él.

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Podríamos sospechar de la presencia de este trastorno cuando el niño: A menudo se encoleriza. Discute con los adultos. Desafía activamente o rechaza las peticiones y normas de los adultos. Hace deliberadamente cosas que molestan a los demás. Acusa o reprocha a los demás sus propios errores. Es muy susceptible y se molesta fácilmente. A menudo se muestra colérico y resentido. Es rencoroso y reivindicativo.

  Cuando un niño presenta con frecuencia más de cuatro de las conductas que hemos descrito y lleva comportándose de este modo durante más de seis meses conviene recurrir a un especialista que le ayude a superar este problema.

¿Y por qué desobedecen? Entre los 2 y los 3 años, el niño experimenta una crisis de oposición. A esta edad, el niño se descubre como una persona diferente a los adultos, con posibilidades de independencia, e intenta AUTOAFIRMARSE oponiéndose a todo. Es la edad del «diga usted, que yo me opongo», de la terquedad, las rabietas y la oposición sistemática. Esta edad se caracteriza, por tanto, por el negativismo y la terquedad. Se produce un fortalecimiento del Yo infantil que lleva al niño a intentar afianzar su personalidad frente a los adultos, sus leyes y sus órdenes. Un niño a esta edad disfruta «probando» la autoridad de sus padres y comprobando si sus deseos pueden más. Ante estas conductas, no debemos preocuparnos. El niño ha de pasar por esta etapa de oposición, la necesita para crecer. Conviene dejar pasar la tormenta sin darle demasiada importancia. Otros niños desobedecen para LLAMAR LA ATENCIÓN. Cuando un niño, por el motivo que sea, se siente poco atendido o poco querido, es posible que se muestre desobediente para así reclamar la atención de sus padres, maestros o compañeros. Por ejemplo, cuando los adultos están muy ocupados, cuando dedican poco tiempo a los niños, la desobediencia es, muchas veces, el único medio de que dispone el niño para que le presten atención. Prefieren que se les regañe y se les castigue a que se les ignore. A menudo descubren que la única forma de que sus padres o su profesora les preste atención es peleándose o portándose mal.   Por ejemplo:

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Si tienes que ausentarte con frecuencia y pasas poco tiempo en casa, es probable que, a tu vuelta, el niño reaccione ante tu ausencia mostrándose difícil. Es su forma de atraer tu atención, de decirte «aquí estoy yo, hazme caso». Si te muestras amable y comprensivo, pronto recuperará su conducta habitual.

  El niño que siente CELOS O ENVIDIA de sus hermanos puede reaccionar igualmente mediante conductas negativas si descubre que, con estas, puede convertirse en el centro de atención. La FALTA DE UN AMBIENTE ESTABLE EN EL HOGAR, las discusiones frecuentes entre los padres, las descalificaciones de uno a otro, pueden llevar asimismo al niño a mostrarse rebelde e indisciplinado. Además, cuando un niño NO SE SIENTE SUFICIENTEMENTE ACEPTADO por sus compañeros y profesores, puede reaccionar mediante comportamientos indisciplinados. También debemos tener en cuenta que los niños molestan cuando ESTÁN ABURRIDOS. Si no se les ofrecen estímulos suficientes, reaccionarán mediante conductas inadecuadas. Por ello, en los colegios, y sobre todo cuando se trabaja con niños pequeños, se hace todo lo posible para evitar los «tiempos muertos» ya que es entonces cuando los niños empiezan a molestar. Es importante por ello ofrecer al niño un ambiente rico en estímulos.   Por ejemplo: Unos padres dejan que sus hijos se pasen la mañana del domingo en pijama sin hacer nada concreto, lo más probable es que se peleen y se porten mal hasta exasperarle. Es mucho más eficaz que estén ocupados, organizarles actividades. De esta forma se evitarán muchos problemas.

  POR QUÉ DESOBEDECEN Autoafirmación. Llamar la atención. Inseguridad e inestabilidad. Celos o envidia. No sentirse aceptado. Falta de estímulos.

Causas provenientes de los adultos 30

La causa de la desobediencia de los niños está muchas veces en que los adultos, padres y profesores no sabemos mandar o lo hacemos mal. Por ejemplo, cuando el padre y la madre no se ponen de acuerdo en lo que piden al niño o cuando se le piden demasiadas cosas a la vez, es más difícil que el niño pueda obedecer. En este sentido, el ejemplo de coherencia por nuestra parte resulta fundamental. No podemos exigir al niño aquello que nosotros mismos no cumplimos:   Por ejemplo: Si un padre le exige al hijo que recoja su cuarto, pero el suyo está hecho un desastre, será difícil que obedezca. Si le dice que hay que comer de todo, pero él no lo hace, puede ocurrir algo parecido. Lo entenderá mucho mejor y se esforzará más si ve que los adultos también hacemos lo que le pedimos.

  Nuestros hijos y alumnos no nos piden que no seamos exigentes, sino que nuestra exigencia no sea caprichosa o inesperada. Asimismo, frente a un niño desobediente deberíamos preguntarnos si no le estamos exigiendo demasiado. En un ambiente familiar o escolar demasiado rígido, al niño le resulta más difícil ser obediente y la indisciplina puede constituir su forma de rebelarse. También el caso contrario, cuando el ambiente en el que se mueve el niño es demasiado PERMISIVO, este no puede aprender la importancia de aceptar unas normas, por lo que la indisciplina puede convertirse en su comportamiento habitual. El niño desobedece por FALTA DE HÁBITO: si no existen normas o estas son variables y poco coherentes, no sabrá exactamente qué es lo que se espera de él. La falta de un carácter recio en los educadores, la Educar bien requiere excesiva blandura, así como el desconocimiento de las consecuencias que esta forma de proceder tiene en el educadores exigentes. comportamiento de los niños está muchas veces en el origen de la desobediencia. Cuando cedemos fácilmente por evitar problemas, cuando somos poco coherentes y unas veces «pasamos» y otras «nos pasamos» cayendo en el extremismo de una gran exigencia, cuando perdonamos los castigos que ponemos, los niños rápidamente se dan cuenta de que nuestras amenazas generalmente no se cumplen y se acostumbran a hacer lo que quieren ignorando nuestras peticiones. Por otra parte, cuando el padre y la madre no están de acuerdo en cómo actuar frente al comportamiento del niño o cuando uno de los padres es muy severo y el otro más blando, el niño aprende pronto a manipular a sus padres y se convierte en un pequeño tirano. Los padres deben, por tanto, sentarse a hablar y ponerse de acuerdo en las reglas que desean poner y las consecuencias que se derivarán de su incumplimiento.

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¿Cómo le enseño a obedecer? Las claves para prevenir la mayor parte de las dificultades que pueden surgir en relación con la obediencia podrían resumirse en estas: ENSEÑAR A OBEDECER Establecer unas normas. Motivar y reforzar positivamente el cumplimiento de las normas. Marcar las consecuencias que se derivan de su incumplimiento. Ejercer bien la autoridad.

Establecer unas normas De esta forma, el niño conoce lo que se espera de él y sabe cómo debe comportarse. La aplicación coherente de buenas normas promueve el orden y la disciplina. Las normas que se hayan de establecer dependerán de cada familia; y, en el colegio, de cada centro y de cada profesor. Antes de establecerlas conviene observar detenidamente al niño. Debemos examinar su comportamiento fijándonos no solo en aquello que hace mal, y nos gustaría cambiar, sino también en aquellas cosas que hace bien. Ello puede darnos pistas para desarrollar en él el buen comportamiento que deseamos conseguir. A la hora de ESTABLECER UNAS NORMAS es importante que los padres, o en el colegio padres y profesores, se sienten juntos y dediquen un tiempo a ponerse de acuerdo sobre tales normas. Al hacerlo conviene tener en cuenta una serie de recomendaciones: Pocas Espaciadas Claras y específicas Límite de tiempo Razonables

Razonadas En positivo Oportunas Motivadas Con consecuencias

  Las normas deben ser POCAS: El mandar demasiado y mandar cosas innecesarias desemboca en una pérdida de autoridad: los niños se acostumbran a escucharnos «como quien oye llover» y piensan que les mandamos «solo para fastidiar». Por ello, es importante el ser parcos en el ejercicio de la autoridad: hay que limitar la exigencia a pocas cosas. El niño debe saber que, en estas pocas cosas, los adultos van a perseverar en la exigencia. Deberemos, en consecuencia, reservar nuestra autoridad para cuestiones importantes y en lo demás sugerir.

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Las órdenes deben darse DE UNA EN UNA y suficientemente ESPACIADAS EN EL TIEMPO. Si se dan al niño una serie de órdenes en cadena, lo más probable es que «pase» y haga como si no hubiera oído. Además las normas deben ser CLARAS Y ESPECÍFICAS de forma que el niño sepa exactamente lo que se espera de él. Deben describirse de forma precisa para que tanto el niño como el adulto puedan determinar claramente si se cumplen o no. Asimismo, conviene establecer un LÍMITE DE TIEMPO para su cumplimiento, ya que, cuando no se pone, son frecuentes las discusiones sobre cuándo se hará la tarea o se cumplirá la norma. Por ejemplo: Si cuando un padre o madre sale de casa dice a sus hijos que, a su vuelta, espera encontrar todo recogido, no está dando unas órdenes claras y cuando vuelva lo más probable es que se encuentre todo sin hacer. Si, por el contrario, dice a Juan que debe hacer las camas, a María que debe recoger la cocina y a Pedro que debe sacar la basura antes de las 12.00, es mucho más fácil que lo cumplan. Del mismo modos, si debes ausentarte de clase durante unos minutos, asegúrate de dejar claro qué alumno debe encargarse de cada tarea y qué es lo que les exigirás a tu vuelta.

  Las órdenes y normas deben ser RAZONABLES y adecuadas a la edad del niño: es decir, debemos asegurarnos de que dispone de los recursos necesarios para cumplirlas y del tiempo necesario para hacerlo. Las órdenes y normas deben ser RAZONADAS. Para que la obediencia se convierta en una virtud, los educadores deben explicar a los niños las razones por las que les piden algo. Especialmente, a partir de los 4 años deberemos insistir, por tanto, en explicarle el porqué de lo que le pedimos. Conviene asimismo hablarle al niño sobre lo que significa «obedecer». Debe quedarle claro que todas las personas, independientemente de nuestra edad, tenemos que obedecer: obedecemos en el trabajo, en la calle, conduciendo, etc. Obedecer no es cosa de niños y ellos no son una excepción. Debemos obedecer porque es bueno para nosotros, nos ayuda a vivir en sociedad, a ser más libres y más felices. Es mejor exigir en POSITIVO: a menudo les decimos a los niños lo que no deben hacer pero no les damos indicaciones precisas de lo que se espera de ellos. No es lo mismo decir a un niño «No pierdas el tiempo Las palabras después de clase» que «cuando acabe la clase quiero que vengas directamente a casa». Cuando utilizamos palabras positivas producen positivas ayudamos a los niños a pensar y actuar niños competentes. positivamente. De esta forma sabrán lo que tiene que hacer y no solo lo que no deben hacer.

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Deberemos además procurar exigir EN EL MOMENTO OPORTUNO. No resultará muy eficaz si le pides a tu hijo que se vaya al baño en el momento en que está viendo su serie de televisión favorita, o que saque la basura cuando está haciendo sus deberes. Empieza exigiéndole en aquellas cosas que le sean más gratas para luego pasar a insistir en las que más le cuestan. De hecho, muchos niños no aprenden a obedecer porque NO LES MOTIVAMOS para que obedezcan. A menudo, nos olvidamos de reforzarles cuando se portan bien. Consideramos que portarse bien es su deber y que, por tanto, no debemos reforzar dichos comportamientos. Esto constituye un grave error. No debemos olvidar que, de acuerdo con las leyes del aprendizaje: Por tanto, es importante procurar sorprender a los Si reforzamos una niños haciendo bien las cosas y elogiarles. Por ejemplo, si le pides a un niño que haga algo y lo hace a la conducta, se mantendrá. primera, dale un abrazo y dile lo contento que estás, es Si la ignoramos, se la mejor manera de que lo repita. extinguirá. Debe existir además alguna CONSECUENCIA prevista si no se cumple una norma. Es importante que las consecuencias que se deriven del cumplimiento o incumplimiento de las normas sean CONSISTENTES: en ocasiones, los adultos no somos coherentes y, cuando el niño hace algo, actuamos de forma contradictoria.   Por ejemplo: Si, cuando un niño dice palabrotas, unas veces le ríen la gracia y otras le castigan severamente, al niño le resultará difícil discriminar y será difícil que aprenda a comportarse y que interiorice las pautas de comportamiento que pretenden enseñarle. Estas situaciones generan, además, desconcierto e inseguridad.

  Por tanto, no debemos olvidar que, para que un niño aprenda, es necesario que una misma conducta tenga siempre parecidas consecuencias. Debemos tener en cuenta que una aplicación coherente de la regla y un castigo suave son mucho más eficaces a largo plazo que la incoherencia y los castigos severos. Finalmente, es importante recordar que LOS CASTIGOS DEBEN CUMPLIRSE. Debemos por ello tener especial cuidado en no amenazar con castigos que no estemos dispuestos a cumplir. El niño debe llegar a comprender que, cuando libremente incumple una norma, es él mismo quien se gana el castigo. Los padres y profesores simplemente vigilan el cumplimiento de las reglas establecidas y sus consecuencias.

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¿Y en qué les debemos exigir? Ya hemos indicado más arriba que exigir en demasiadas cosas conlleva un deterioro de la autoridad. Debemos, pues, limitarnos a exigir en aquello que consideremos importante. Esto lógicamente puede variar en función de las características de cada familia o de cada centro escolar, sin embargo te ofrecemos algunas áreas en las que la exigencia nos parece fundamental para niños de 6 a 12 años: EN EL ORDEN Necesario para hacer más grata la convivencia en el hogar: orden en los horarios de acostarse y levantarse, orden en el cuidado de sus cosas, orden en sus afectos.

  EN LA FIDELIDAD A LA VERDAD Inculcarles la sinceridad, el rechazo a la mentira.

  EN EL CARIÑO El que deben mostrar a sus padres y hermanos, a otros miembros de la familia, a sus profesores, a sus amigos.

  EN EL SERVICIO A LOS DEMÁS El que deberán demostrar no solo con palabras, sino también con gestos, detalles, generosidad.

  EN EL TRABAJO Despertar en ellos hábito de estudio, ayudarles en sus tareas escolares, dar ejemplo de laboriosidad.

  EN EL USO DEL TIEMPO LIBRE Limitando los horarios de televisión, videojuegos, ofreciendo alternativas.

  Una vez decididas las normas que vamos a aplicar, y las consecuencias de no cumplirlas, es importante explicar a los niños las normas acordadas. A medida que estos van siendo mayores conviene pedirles su cooperación. Para ello, los padres pueden

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reunirse con los hijos para llegar a una serie de acuerdos sobre aquellas cosas que van a exigir (horarios, tareas, etc.) y las consecuencias que se deriven de su cumplimiento. El profesor puede convocar una asamblea de curso (a partir de los 10 años) y acordar una serie de normas y consecuencias conjuntamente con los alumnos. Si ellos participan, será más fácil que las acaten. Es importante que el niño entienda bien cuáles son las normas y los castigos, aunque es preferible hablar de consecuencias que de castigos. Para asegurarnos de que las ha entendido podemos pedirle que repita lo que le hemos explicado. En el aula, podemos confeccionar un decálogo con las normas más importantes con sus correspondientes límites de tiempo y sus consecuencias y colocarlo en un lugar bien visible de la clase. Una vez establecidas las normas es muy importante mantenerse firme, aunque el niño proteste. Si te echas para atrás, habrás perdido la batalla. Además no debes repetirle las normas, él las conoce y deberá hacerse responsable de su cumplimiento.

¿Cómo ejercemos la autoridad? Ya hemos dicho que el niño necesita de la autoridad de sus educadores, padres y profesores, para lograr un desarrollo equilibrado. La ausencia de autoridad desconcierta a los niños y les hace sufrir más que el negarles un capricho. Estudios recientes muestran que los niños más estables y felices han sido generalmente educados por padres bastante severos. La clave estaba en que sus padres, y lo mismo es válido para los profesores, sabían combinar la exigencia con el cariño y eran coherentes de forma que los niños podían conocer perfectamente las consecuencias de cumplir o no las normas del hogar. En contraste, todos conocemos muchos niños cuyos padres les dejan hacer lo que quieren pero que se sienten Reglas estrictas desdichados. Estos niños generalmente quieren y buscan más afecto positivo que los adultos les pongan límites. parece ser la fórmula. Podríamos distinguir tres formas de ejercer la autoridad: El padre o educador agresivo o AUTORITARIO: es aquel que utiliza el ataque para que le obedezcan, casi siempre está enfadado y descarga sus tensiones profesionales, familiares, con los niños. Los gritos, las amenazas y los castigos son la norma habitual. Los niños obedecen por miedo. En estos casos se corre el riesgo de convertir a los niños en personas asustadizas, tímidas y con baja autoestima. También pueden dar origen al efecto contrario: al llegar a una cierta edad, los hijos o los alumnos se rebelan. El padre/madre o educador PASIVO O PERMISIVO: se deja «torear» y maltratar por los niños. A menudo se queja de que estos son desobedientes pero no hace nada por

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solucionarlo. Cuando ya no puede más «explota». Cuando esto ocurre, a menudo «se pasa» y cae en castigos desmedidos o descalificaciones personales. El padre/madre o educador ASERTIVO: es el que ejerce la AUTORIDADSERVICIO, es decir, en aquello que es bueno para el niño. Se trata de educadores firmes, con unos objetivos claros y que cumplen lo que dicen. Saben encontrar el equilibrio entre rigidez y flexibilidad, imposición y autodirección, control y participación. Los niños reconocen la autoridad de este tercer tipo de adultos y se sienten más seguros. Los educadores de este tercer estilo estimulan positivamente a sus hijos o alumnos; sus peticiones y órdenes son claras y firmes, establecen reglas y cumplen sus consecuencias. A medida que los niños van madurando les van dando una mayor participación en la elaboración de las normas. Para examinar cuál es la forma en que ejerces la autoridad, tanto si eres un padre como si eres un profesor, puedes contestar a las preguntas que te proponemos a continuación.  

 Marca con una X la alternativa que se ajuste más a tu forma de actuar: 1. ¿Necesitas gritar para que te obedezcan? Sí     A veces     No 

2. ¿Tienes que repetir las órdenes varias veces? Sí     A veces     No 

3. ¿Perdonas los castigos que pones? Sí     A veces     No 

4. ¿Piensas en general que tus hijos o tus alumnos son desobedientes? Sí     A veces     No 

5. ¿Les amenazas con la llegada de su padre/madre o del jefe de estudios? Sí     A veces     No 

6. ¿Pones castigos sin avisarles? Sí     A veces     No 

7. ¿Discutes las órdenes que das? Sí     A veces     No 

8. ¿Corriges su mal comportamiento en público? Sí     A veces     No 

9. ¿Amenazas con castigos que luego no cumples? Sí     A veces     No 

10. ¿Dedicas más tiempo a reñir que a elogiar? Sí     A veces     No 



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  Si has respondido «sí» o «a veces» a más de 3 ítems, posiblemente debas revisar la forma en que ejerces la autoridad. En consecuencia podría decirse que ejerces bien la autoridad si: Defines las reglas que deben cumplirse. Los niños conocen las consecuencias de incumplir las reglas. Avisas antes de poner los castigos. Haces que cumplan los castigos que han merecido. Normalmente no reduces los castigos que pones. Motivas positivamente para que mejoren su actitud. Das las órdenes con afecto. Corriges en privado.

  Autoridad y amor deben ir juntos. Los niños deben entender que ejercemos la autoridad porque les queremos y porque es un medio para ayudarles a ser personas libres y responsables. Debemos repetirles con frecuencia que les mandamos porque les queremos mucho, por su propio bien.   Recuerda que:   – Repetir varias veces la misma orden es signo de falta de autoridad. – La eficacia de una orden depende, sobre todo, de la autoridad de quien la da. – Levantar la voz es signo de falta de autoridad.

¿Cómo actuar cuando desobedecen? La primera recomendación es mantener la calma: indignarse, enfadarse, perder los nervios, no solo no ayuda, sino que puede agravar el problema. A continuación, es necesario identificar aquellos comportamientos que deseas cambiar: contesta mal, se hace el sordo… Intenta analizarlos: ¿cuándo ha surgido?, ¿por qué lo hace?, ¿cómo reaccionamos ante su comportamiento? Es necesario investigar la causa por la que el niño desobedece: llamar la atención, falta de hábito... y pensar en una estrategia para afrontarla. Considera las distintas alternativas existentes para poder resolverlo, elige la más razonable y elabora un plan de acción. Un procedimiento que puede resultar eficaz a la hora de reducir problemas cotidianos de desobediencia, especialmente en los niños más pequeños, es ignorar su conducta. En muchos casos lo que hace que un niño persista en una conducta negativa es que a través

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de ella consigue acaparar nuestra atención. En estos casos, y siempre que sea posible, lo mejor es ignorarla y retirar la atención que hasta entonces estaba recibiendo. De esta forma, el niño acabará dándose cuenta de que actuando de este modo ya no obtiene la recompensa de la atención. Para hacerlo de forma adecuada se debe procurar evitar todo contacto con el niño: vuélvete de espaldas o sal de la habitación. No le riñas ni le reproches, ya que así le estarías prestando atención. Y, sobre todo, es fundamental ser constante. Si de vez en cuando prestas atención a su conducta, habrás retrocedido un gran paso. Este procedimiento es bastante útil para reducir algunas conductas negativas, como las rabietas, las protestas airadas, el niño que se hace el gracioso; pero evidentemente no se puede utilizar cuando la conducta del niño supone un daño para el propio niño o para otros. Además debes tener en cuenta que, cuando se empieza a emplear este procedimiento, al principio puede darse un incremento de la conducta negativa del niño, hasta que descubra que con ello no obtiene ningún beneficio. Es necesario, por tanto, estar dispuesto a ser paciente y constante. En otras ocasiones es difícil ignorar la conducta del niño, bien porque el prestarle o no atención no depende de nosotros, como, por ejemplo, cuando los abuelos o los compañeros son los que refuerzan sus conductas negativas, o bien porque necesitamos poner fin de inmediato a esa conducta. En estos casos, un procedimiento que suele funcionar es aislar al niño sacándole de las condiciones ambientales en las que se le está reforzando y llevarle a un sitio donde no tenga posibilidad de ser reforzado. Para que este procedimiento funcione es importante que el lugar a donde traslades al niño sea aislado y aburrido. Si, por ejemplo, el profesor saca a un niño que se está haciendo el gracioso al pasillo, donde todos los alumnos de las demás clases le ven, le preguntan que qué ha pasado, estará reforzando su mal comportamiento al convertirse el niño en el centro de atención. Asimismo, no debes discutir con el niño en este momento; ignora sus protestas o promesas de no volverlo a hacer y mantente calmado y firme. Además no se debe emplear este procedimiento cuando, al aislar al niño, se le permite «evitar» una situación desagradable. Si, por ejemplo, el sacarle al pasillo permite a un alumno librarse de la «odiada» clase de matemáticas, hará cualquier cosa para conseguirlo. Otro procedimiento eficaz, que deberíamos siempre combinar con los anteriores, consiste en elogiar y premiar sistemáticamente todas aquellas conductas positivas contrarias a la que se quiere eliminar. Así, si un niño molesta constantemente a sus hermanos, tendremos que estar atentos para reforzarle en cualquier ocasión en que les preste ayuda. Si nunca obedece a la primera, estar atentos para reforzarle en la primera ocasión en que lo haga.

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A veces es difícil que un niño que no suele hacerlo obedezca espontáneamente. En estos casos podemos ir Elogia al niño reforzando aproximaciones sucesivas, o pequeños pasos cuando se comporta hasta lograr la conducta deseada. de forma adecuada. También podemos motivarle para que cambie su comportamiento proponiéndole elaborar una «lista de éxitos». Para ello podemos confeccionar con ayuda del niño una lista de entre diez y veinte comportamientos que deseamos que alcance: EN CASA

EN EL COLEGIO

Recoger su cuarto. Dar de comer al perro. Hacerse la cama. No pegar a su hermano. Acostarse a la hora. Hacer sus deberes.

Traer los deberes. Estar sentado durante la clase. Terminar las tareas. Escuchar con atención.

  Periódicamente podemos examinar con él la lista y darle un punto o una estrella por cada uno de los objetivos conseguidos. Al final de la semana o del mes, el niño podrá intercambiar los puntos o estrellas conseguidos por alguna recompensa que no sea material. Es asimismo importante motivarle con afecto: abrazándole y besándole cuando hace las cosas bien e indicándole lo contento que estás cuando lo hace. De esta forma aprenderá a comportarse bien no solo para obtener una recompensa o evitar un castigo, sino para sentirse mejor y colaborar con los demás. En el caso de que se trate de un niño que ya está acostumbrado a «hacerse el sordo» y a desobedecer habrá que iniciar con él un «proceso de reentrenamiento». Para ello podrían resultarnos útiles algunas de las siguientes pautas: Ser constante y tener las ideas claras. No es adecuado discutir ni «negociar» con el niño. Es una orden que tienes derecho a dar ya que lo haces por el bien del niño. Una buena comunicación y un buen contacto: Es importante en ese momento prestarle toda la atención; dejar lo que estás haciendo y hacer que te mire a los ojos. Se debe ser claro y preciso y asegurarse de que ha comprendido bien lo que le pides. Si no obedece, es importante no ceder y mantenerse cerca, para que vea que debe cumplir la orden.

Elogiarle cuando obedece 40

En otras ocasiones es posible que no quede más remedio que recurrir al castigo. Una de las formas más eficaces de hacerlo es a través de la técnica de costo de respuesta, que consiste básicamente en que cada vez que el niño desobedece se le quita algún privilegio (jugar al ajedrez con su padre, leerle un cuento antes de dormir) o se le retira algo que previamente posee (puntos, fichas, etc.).   Por ejemplo: Si eres profesor, podrías dar a un alumno 20 puntos al principio de la semana. Cada vez que no obedezca a la primera le retirarás un punto. Al final de la semana podrá cambiar los puntos que le queden por determinados privilegios previamente pactados.

  Para aplicar adecuadamente este procedimiento es indispensable que el niño disponga antes de algo que le guste y que puedas retirarle. Asimismo, el niño debe conocer cuáles son las «reglas del juego». Como último recurso puedes recurrir al castigo negativo: es decir, hacer que la conducta negativa del niño vaya seguida de alguna consecuencia desagradable. No obstante, es importante conocer que para que el castigo sea eficaz debe reunir una serie de condiciones:   CONDICIONES PARA QUE EL CASTIGO SEA EFICAZ Conviene que los castigos sean pocos, suficientemente intensos y breves: si no, el niño acaba acostumbrándose al castigo y este acaba perdiendo su eficacia. Conviene, asimismo, que el castigo siga lo más inmediatamente posible a la conducta indeseada, y esto con frecuencia es difícil. Es necesario que se aplique de forma consistente cada vez que el niño desobedece; si no, pensará que es posible que esta vez pueda «escapar». El castigo se debe avisar con antelación, de forma que el niño comprenda que es él mismo quien se infringe el castigo al desobedecer una norma, pero debe avisarse tan solo una vez. Las continuas advertencias no sirven de nada. Finalmente, el castigo debe siempre combinarse con el refuerzo, elogio o premio de conductas alternativas adecuadas.

  Y recuerda que se debe castigar la conducta inadecuada pero no al niño. Hay que olvidarse de frases como «eres un desastre», «nunca haces caso», «no te puedo aguantar más». El niño no va a obedecer más por oírlas; por el contrario, puede acabar creyendo que lo que le dices es verdad y actuar conforme a estas expectativas.

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UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN SITUACIÓN: Al inicio de este capítulo planteábamos la situación de una familia que tiene problemas con la obediencia: El mayor de los hijos tiene una actitud negativista: dice que no a todo. El segundo practica la resistencia pasiva: «se hace el sordo». La pequeña siempre acaba saliéndose con la suya. Unos padres, como los de esta familia, quizá al leer este capítulo, se empiezan a dar cuenta de que tienen que replantearse la forma en que ejercen la autoridad. Para ello plantean el siguiente plan de acción. OBJETIVOS: General: Obediencia. Específico: Ejercer mejor la autoridad exigiendo más a los hijos. MEDIOS: Deciden que es necesario establecer unas normas en casa. Para ello los padres deben conversar y acordar cuáles son las normas que son para ellos más importantes. En concreto en esta familia deciden centrarse en 4 aspectos. Horarios: La hora de acostarse será: A las 21.30 la hija más pequeña (7 años); a esa hora deberá estar metida en la cama y con los dientes lavados. Si es así, su padre o su madre le leerá un cuento. Si no está en la cama, no habrá cuento y se apagará de inmediato la luz. Los dos mayores a las 22.30. Si están a la hora prevista el sábado, podrán irse a la cama a las 11.00 después de ver una película en familia. Si no lo están, al día siguiente se acostarán a la misma hora que su hermana.

Respeto a los padres: Cada vez que alguno conteste mal a los padres deberá encerrarse a reflexionar en su habitación 10 minutos, si es la pequeña; veinte minutos los mayores. Transcurrido ese tiempo podrá salir si pide perdón. Deberes: De 18.00 a 19.00 horas será un rato de trabajo en casa para todos. Si no tienen deberes, deberán realizar una tarea en silencio. El que no cumpla el horario deberá levantarse la mañana siguiente media hora antes para estudiar. MOTIVACIÓN: Estos padres aprovecharán alguna cena familiar para hablar con sus hijos. Les hablarán sobre la obediencia y les explicarán cómo todos obedecemos y cómo la obediencia nos hace más libres y felices. Les harán ver cómo, para que en casa todos

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estén más contentos y haya menos caras largas todos deben cooperar. Expondrán las normas, sus limitaciones de tiempo y las consecuencias que deben esperar si no se cumplen. Comenzarán a aplicar las normas desde el día siguiente. DESARROLLO Y RESULTADOS: Los primeros días, la más pequeña intentó resistirse a las normas: sobre todo en lo referente a irse a la cama sola y a una hora determinada. Sus padres ignoraron sus llantos y protestas y se mantuvieron firmes, aunque le dejaron tener la puerta abierta del cuarto. Poco a poco se ha ido dando cuenta de que llorando no consigue nada más que acostarse antes. Al principio fue una lucha, pero parece que van consiguiendo resultados. Al segundo de los hermanos lo que más le cuesta es ponerse a hacer los deberes a su hora. Al principio había que repetírselo varias veces, pero sus padres le han avisado de que solo se lo recordarán una vez. Como es muy dormilón y no le gusta madrugar, parece que va mejorando, se va dando cuenta de que su estrategia de «hacerse el sordo» no funciona. Solo le acarrea consecuencias negativas. El mayor de 11 años sigue bastante «contestón», quizá por la edad que tiene. Sin embargo sus padres se han propuesto hacerse respetar. Le han hecho ver que en este tema «van en serio». Aún les queda mucho por mejorar, pero la convivencia va mucho mejor. Los padres son conscientes de que deben mejorar en la forma de ejercer la autoridad y ahora están animados a conseguirlo. Los dos saben que deben apoyarse mutuamente.

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PARA RECORDAR: RESPONSABILIDAD: El esfuerzo por educar siempre tiene su premio. Si queremos hijos responsables, deberemos correr el riesgo de la libertad. No confundir obediencia con responsabilidad: la persona responsable está motivada intrínsecamente. La mejor forma de enseñar a un niño a ser responsable es permitiéndole asumir responsabilidades, tanto en casa como en el colegio. Siempre es mejor una cosa hecha regular por tus hijos que una perfecta hecha por ti. Para que un niño aprenda a ser responsable es importante darle oportunidades de decidir. OBEDIENCIA: La obediencia también se aprende y depende a menudo de cómo se ejerza la autoridad. La disciplina y la autoridad son necesarias para el equilibrio psicológico del niño: cuando los educadores se muestran indecisos ofrecen a los niños una fabulosa oportunidad de comportarse de forma caprichosa y desobediente. Entre los 3 y los 5 años, el niño entra en el período sensitivo de la obediencia. Es el momento de enseñarle a obedecer. En un ambiente de exigencia, los niños viven más seguros y felices: nuestros hijos y alumnos no nos piden que no seamos exigentes, sino que nuestra exigencia no sea caprichosa o inesperada. La autoridad debe ejercerse con mesura: deberemos en consecuencia reservar nuestra autoridad para cuestiones importantes y, en lo demás, sugerir.

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PARA PROFUNDIZAR: Alfonso Aguiló, Tu hijo de 10 a 12 años. Madrid, Palabra, Colección Hacer Familia, nº 29. En sus páginas el lector encontrará las ideas que necesita para ayudar a un niño a ser una persona responsable, así como ejemplos, anécdotas y casos reales que le ayudarán a aplicarlas. C. Larroy y M. L. de la Puente, Mi hijo no me obedece: soluciones realistas para padres desorientados. Madrid, Pirámide, Colección Ojos Solares. El objetivo de este libro es explicar, a padres y educadores, cómo y por qué se generan y se mantienen las conductas de desobediencia y cómo es posible cambiarlas. La puesta en marcha de sencillas estrategias de evaluación e intervención permitirá ir reduciendo paulatinamente la desobediencia del niño y el establecimiento de pautas de conducta más adaptativas. Carrobles, J. A. y Pérez-Pareja, J. (2011), Escuela de padres: Guía práctica para evitar problemas de conducta y mejorar el desarrollo infantil, Madrid, Pirámide, Colección Ojos Solares. En este libro se exponen de forma práctica algunas de las leyes del aprendizaje que pueden ayudar a los padres a evitar aquellos problemas que pueden influir negativamente en el desarrollo infantil. Se definen y analizan métodos y principios básicos que pueden ayudar, tanto a padres como a profesionales, a mejorar el clima familiar entre padres e hijos y a potenciar el desarrollo de las conductas más adecuadas. Urra, J. (2007), El pequeño dictador: cuando los padres son las víctimas. Del niño consentido, al adolescente agresivo, Madrid, La Esfera de los Libros. En este libro se hace referencia a aquellos padres que son víctimas de estos pequeños o no tan pequeños tiranos. Javier Urra expone la importancia de educar en el respeto y el afecto, transmitir valores, hablar con nuestros hijos y escucharles, e intentar acrecentar su capacidad de diferir las gratificaciones y tolerar las frustraciones. En otras palabras, apoyar la labor educativa en los tres pilares básicos: autoridad, competencia y confianza.

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SEGUNDA PARTE PROBLEMAS DE ANSIEDAD, AUTOESTIMA, INSEGURIDAD… «No nos falta valor para emprender ciertas cosas porque son difíciles, sino que son difíciles porque nos falta valor para emprenderlas». L. A. Séneca, Epístolae ad Lucilium, ep. 104.

«El hombre que soy saluda llorando a aquel que quisiera ser». R. Tagore.

La ansiedad no es un fenómeno que se observe solo en los adultos. También se puede presentar en los niños de entre 6 y 12 años, originando importantes dificultades. Por otra parte, un conocimiento realista de uno mismo, de los valores y defectos, habilidades y limitaciones, constituye un requisito imprescindible para poder desarrollar una personalidad equilibrada y unas relaciones adecuadas con los demás. En esta parte del libro examinaremos estos dos aspectos e intentaremos dar respuestas a algunas preguntas que padres y profesores pueden hacerse:   PROBLEMAS DE ANSIEDAD, AUTOESTIMA, INSEGURIDAD... ¿Qué es la ansiedad? ¿Es frecuente en los niños? ¿Cuáles son las manifestaciones más frecuentes? ¿Cuáles son las principales causas de ansiedad? ¿Cómo podemos ayudarles a afrontar sus miedos y temores? ¿Qué son los complejos y por qué se producen? ¿Cómo puedo ayudarles a desarrollar su autoestima?

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CAPÍTULO 3 | Problemas de ansiedad    en los niños

Unos padres o un profesor pueden encontrarse a estas edades con situaciones semejantes a la que se muestra en el caso que exponemos a continuación y que nos puede servir para «visualizar» algunas de las manifestaciones de la ansiedad a estas edades.

Situación familiar: «Ha perdido la alegría» Se trata de una niña de 8 años que hasta hace unos meses era alegre y tranquila, aunque siempre ha sido algo tímida. Últimamente, sus padres han advertido que ha cambiado. Toda su antigua energía y alegría se ha esfumado. Parece triste y muestra una gran resistencia a emprender cualquier actividad nueva. Le cuesta mucho dormirse y, cuando lo consigue, tiene frecuentes pesadillas. Llora con frecuencia y, a menudo, sin un motivo aparente. Se ha convertido en una niña solitaria que se resiste a conquistar nuevas amistades. Se ha vuelto malhumorada e irritable, aunque ella insiste en que no le pasa nada. Sus padres no entienden muy bien qué es lo que está pasando. Cierto que hace seis meses que se han cambiado de ciudad, por motivos de trabajo del padre, y por tanto de colegio. No obstante, no entienden que esto haya podido afectarle tanto. De hecho, el resto de la familia se ha adaptado de maravilla: al ir a una ciudad más pequeña tienen una casa mucho más bonita, en una urbanización con unos jardines preciosos donde hay cantidad de niños de la edad de sus hijas. Pero a ella no le interesa bajar a jugar. A menudo dice que le duele la cabeza y prefiere quedarse en casa leyendo. El colegio es también mucho mejor que al que iban antes. Cuidan más la formación de las niñas y a cada una le han asignado una tutora que colabora con los padres en la educación de las niñas. La tutora considera que se trata de una niña muy dócil e inteligente, aunque a menudo se despista y comete errores absurdos en los controles por ser demasiado impulsiva. También ha tenido problemas de adaptación: le cuesta relacionarse con sus compañeras y, en varias ocasiones, estas se han metido con ella porque lleva gafas para mejorar su visión. Los primeros meses ha faltado con frecuencia al colegio pues tiene muchos dolores de estómago y vómitos. Sus padres, asustados, le han llevado al médico, que les ha dicho que estos dolores son «nerviosos». «Pero ¿nervios de qué?», se preguntan sus padres.

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La madre es también muy nerviosa y perfeccionista en exceso: le gusta que todo esté perfecto y es muy exigente: con las notas, con el orden… Sin embargo es tremendamente sociable y ya tiene un montón de amigas en su nueva ciudad. No entiende que a su hija le cueste tanto adaptarse. En casa, también está bastante insoportable: llega del colegio de muy mal humor, se enfada por cualquier cosa y llora a menudo sin motivo aparente. Sus padres se preguntan si no será por la edad y esperan que con el tiempo vaya volviendo a ser la niña que era antes.

¿Qué es la ansiedad y cómo se produce? La ansiedad es una respuesta natural del organismo que le prepara para reaccionar ante un peligro real o imaginario. Es una especie de radar que ha sido muy útil a la humanidad en un pasado peligroso: sin preocupaciones o sin miedos no podríamos evitar las cosas potencialmente dañinas con que nos encontramos cada día. Se trata, por tanto, de una respuesta adaptativa del organismo: el corazón late más de prisa, se respira más rápido para aportar mayor cantidad de oxígeno, los músculos se tensan… todas estas manifestaciones físicas preparan al organismo para luchar o huir ante una situación de peligro. Estas manifestaciones se desencadenan como consecuencia de la activación del Sistema Nervioso Autónomo. Se trata de un sistema nervioso independiente cuyas actividades no están sometidas al control directo del cerebro (por ello que se le denomina autónomo). Por ello, cuando el SNA se activa, estaremos nerviosos, aun cuando nuestro «cerebro pensante» nos diga que no existe peligro real y que nuestro miedo es irracional. Hoy en día, es poco frecuente que se den situaciones de supervivencia que nos exijan huir o luchar. Sin embargo, nuestro sistema nervioso sigue respondiendo a las señales de peligro y puede activarse ante situaciones que no ponen en peligro nuestra supervivencia física, sino más bien nuestro bienestar emocional o intelectual.   Por ejemplo: El SNA de un niño puede activarse cuando le preguntan en clase, cuando le critica un profesor, cuando otros niños se burlan de él.

  A menudo, esta respuesta se desencadena de forma inapropiada ante situaciones o estímulos que no suponen ningún riesgo real para la persona, o bien aparece ante situaciones apropiadas pero de forma excesiva: por ejemplo, casi todas las personas experimentan un cierto nerviosismo ante los exámenes pero, si este es excesivo, hablaremos de ansiedad.

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La ansiedad no es una enfermedad, sino una reacción natural e inapropiada del organismo.

¿Cómo reconocer si un niño tiene un problema de ansiedad? No siempre es fácil identificar si un niño tiene un problema de ansiedad, ya que la ansiedad puede presentarse con frecuencia de forma disfrazada a través de distintas manifestaciones emocionales e incluso síntomas físicos:

EMOCIONALES

FÍSICOS Dolor de estómago Vómitos Dolor de cabeza Mareos Insomnio

Mal humor Irritabilidad Comportamiento agresivo Fracaso escolar

  A menudo, los niños ansiosos son etiquetados como «perezosos» o «estúpidos». Así un niño, cuyos primeros días de colegio estén marcados por la ansiedad, parecerá menos listo, capacitado o competente que sus compañeros, ya que la ansiedad excesiva tiene un efecto negativo sobre el rendimiento. Es, pues, probable que sus profesores lo «etiqueten» como torpe o poco brillante. Una vez que ocurre esto, se requiere una enorme cantidad de pruebas en sentido contrario para que los profesores cambien de opinión sobre el niño. También puede manifestarse bajo la forma de síntomas físicos, como dolores de estómago, vómitos, jaquecas, o ser interpretada como consecuencia de otros conflictos, como celos, mal carácter, agresividad... Todas estas manifestaciones son formas a través de las cuales el niño se defiende de la ansiedad.   Por ejemplo: Si un niño tiene miedo a su profesor de matemáticas, es posible que sufra vómitos o dolores de estómago cada vez que tiene clase con él. Si estas artimañas no le sirven, es probable que evite mentalmente la situación, fantaseando durante la clase, con lo cual su rendimiento será cada vez menor, o bien que cuando tenga que hacer un examen conteste con mucha rapidez para evitar lo antes posible la situación, lo que seguramente le llevará a cometer muchos errores absurdos.

  Para ayudarte a detectar si tu hijo o tu alumno pueden tener un problema de ansiedad, puede resultarte útil el siguiente cuestionario:

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  Cuestionario de D. Lewis para detectar la ansiedad ITEM

Rara vez

A veces

Siempre

 1. Duerme mal (le cuesta dormirse o se despierta con frecuencia):  2. Tiene poco apetito:  3. Se enfada mucho por contrariedades sin importancia:  4. Llora sin ningún motivo aparente:  5. Padece muchas enfermedades benignas (resfriados, dolores de tripa...):  6. Está huraño y malhumorado:  7. Se resiste a intentar nuevos retos:  8. Su conducta es conflictiva en casa o en el colegio:  9. Ha bajado en su rendimiento en clase sin razón aparente: 10. Ha empezado a hacerse pis en la cama otra vez: 11. Se cansa con facilidad: 12. Tiene miedo cuando intenta realizar algo nuevo: 13. Se muestra muy sensible a las críticas justificadas: 14. Es tímido en su relación con los demás: 15. Le disgusta estar con amigos o familiares: 16. Tiene dificultades para hacer amigos: 17. Pide que le excusen por ausentarse en clase determinados días: 18. Tiene pesadillas: 19. Le disgustan los cambios en su rutina: 20. Le cuesta levantarse de la cama por su cuenta:

  PUNTUACIÓN: Anotar 5 puntos por cada c, 2 por cada b, y 0 por cada a. Cualquier puntuación por encima de 25 puntos sugiere la conveniencia de que sigas leyendo este capítulo.

¿Cómo se manifiesta la ansiedad? La ansiedad puede adoptar formas diversas. Por lo general se dan cuatro tipos de respuestas de ansiedad: la ansiedad general difusa o crónica, los miedos, las fobias y las conductas rituales u obsesiones.   MANIFESTACIONES • Ansiedad crónica • Miedos • Fobias • Conductas rituales y obsesivas

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  A.- Ansiedad generalizada o crónica: Por ansiedad general o crónica se entiende «un estado de preocupación debido a una circunstancia incierta o inespecífica que amenaza con provocar algún daño grave». En estos casos, la angustia mental y física que experimenta la persona que la sufre no puede atribuirse a una persona, animal o situación concreta. El niño tiene miedo, pero de nada concreto; está intranquilo, ansioso. La persona que la sufre experimenta la sensación de tener sobre sí como una especie de «nube negra» que le rodea desde el momento que se despierta hasta el instante en que se duerme; como un estado constante de aprensión y preocupación; como un «flotar en el aire», como un «miedo sin saber de qué». Este exceso de ansiedad también recibe el nombre de síndrome de estrés depresivo y puede dar lugar a múltiples manifestaciones:   MANIFESTACIONES EMOCIONALES Agotamiento, pérdida de energía y fatiga. Pérdida de confianza e interés por los demás. Disminución de las relaciones personales. Irritabilidad e incapacidad para soportar cualquier contratiempo o frustración. Tendencia a valorar más los fracasos que los éxitos. Depresión: llanto frecuente, falta de amor propio y sentimientos de indefensión. Efectos negativos sobre la propia imagen, autoestima y seguridad en sí mismo. Problemas de salud: dolores de estómago, dolores musculares (espalda y cuello), dolores de cabeza, vómitos.

  MANIFESTACIONES ESCOLARES Dificultad para: Asimilar lecciones. Resolver problemas. Tomar decisiones. Aprobar exámenes. Hacer amigos. Relacionarse con sus profesores.

  Hay ciertas épocas en la vida en las que el niño puede estar especialmente propenso a padecer ansiedad. Asimismo, ciertos acontecimientos importantes en la vida del niño

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pueden generar una amplia dosis de ansiedad. En estos momentos es importante que estemos alerta, ya que el niño requiere una especial atención y apoyo.   MOMENTOS Al comenzar la etapa escolar. El cambio de colegio y la necesidad de hacer nuevos amigos. Al finalizar la educación secundaria con la preparación de los exámenes. Hacia la pubertad: su mente y su cuerpo deben adaptarse a los cambios que tienen lugar a esta edad.

  ACONTECIMIENTOS La muerte de un familiar o amigo cercano. La separación de sus padres. La pérdida de empleo del padre o de la madre. El cambio de domicilio. La ruptura con un amigo íntimo.

  B.- Los miedos: Los miedos hacen referencia a la ansiedad provocada por algo concreto que el niño puede ver, oír o experimentar: miedo a los perros, a los extraños, a los exámenes. Suelen ir acompañados de los mismos síntomas físicos y mentales que la ansiedad, si bien suelen presentarse de forma más intensa pero no tan duradera. Los miedos varían según la edad del niño.   0 A 3 AÑOS Ruidos bruscos. Separación de los padres. Miedo a los extraños.

  4 A 6 AÑOS: IMAGINACIÓN DESBORDADA A la oscuridad. A los monstruos y brujas. A los fantasmas.



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6 A 12 AÑOS: MAYOR REALISMO Miedo a ser ridiculizado, criticado o sentirse humillado. Perder el amor o respeto de sus padres. Miedo al fracaso. Miedo al dolor físico, lesionarse... Miedo a la muerte, a las guerras... Miedo ante fenómenos naturales: tormentas, terremotos... Miedo a la relación con otros niños: hacer nuevos amigos, ser rechazado. Miedo a la escuela, a los exámenes, a las matemáticas, a los deportes. Miedos sexuales, que le vean desnudo, a no ser normal...

  Por lo general, estos miedos infantiles constituyen una etapa pasajera pero pueden continuar y convertirse en un problema cuando: El niño tiene un temperamento ansioso y sensible. Los padres tienen miedos parecidos. El niño ha tenido que afrontar acontecimientos estresantes. Después de una experiencia negativa de miedo en la vida real. No se ha hecho nada por ayudar al niño a superar sus miedos. Se le ha dado demasiada importancia al miedo. Cuando se han evitado las posibles situaciones que generan miedo. ¿Qué hacer ante estos casos? En primer lugar, prevenir Un clima de calma y el miedo; esto implica que se deben evitar las ocasiones que provocan ansiedad. Para ello es fundamental que, sereno es fundamental tanto en casa como en el colegio, exista un ambiente de para prevenir la calma y serenidad. Las discusiones entre los padres, una ansiedad en los niños. atmósfera tensa, las amenazas continuas, los castigos físicos, la irregularidad habitual de los horarios, el nerviosismo y la agitación son factores que no contribuyen al sentimiento de seguridad que precisa el niño. Después, es importante tranquilizar al niño, intentar comprenderle, mostrarle más afecto y no burlarse de sus miedos. Conviene buscar un momento propicio para hablarle de ellos. A continuación se debe procurar una reeducación Para superar sus progresiva. Así, si un niño tiene miedo a la oscuridad, se le puede permitir dejar una luz al principio e irla miedos conviene ir disminuyendo paulatinamente hasta quitarla del todo. Al poco a poco como si

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subiera los peldaños de una escalera.

mismo tiempo tratar de inspirarle autoconfianza y seguridad en sí mismo. Y hay que tener especial cuidado en no utilizar el miedo como medio educativo, evitando amenazar con

cosas que teme. C.- Las fobias: El término «fobia» significa pánico o terror. Difieren de otros tipos de miedos en tres aspectos fundamentales:   Miedo intenso

No existe una amenaza real

Evita la situación

  • El miedo es intenso, hasta tal punto que el niño no es capaz de controlarlo. • El objeto temido no implica una amenaza real (por ejemplo, un ratón o un cachorro). • El miedo es tan fuerte que hace que el niño trate de evitar la situación en el futuro. Las fobias hacia los animales y otros objetos específicos son bastante comunes en los niños de entre 2 y 6 años de edad. A partir de esta edad, la mayoría de los niños son capaces de superar sus fobias. Si una fobia continúa hasta la adolescencia, es muy probable que se mantenga en la vida adulta. La mejor forma de tratar las fobias es abordarlas pronto, antes de que arraiguen. El principal problema para superarlas es que el niño fóbico tiene tanto miedo que hace todo lo posible por evitar el objeto temido, y de esta manera nunca puede averiguar que realmente no hay en él nada que temer. Para ayudarle, debemos hacerle enfrentarse a los objetos o situaciones temidas muy lentamente mediante pequeños pasos escalonados. Cada paso se debe programar con mucho cuidado de forma que, cuando deba superarlo, solo experimente una ligera ansiedad. Si se produce el miedo, es que vamos demasiado deprisa o los pasos son demasiado grandes. En este caso deberemos volver atrás hasta un paso que el niño sea capaz de superar. D.- Conductas rituales y obsesiones: Una conducta ritual es una acción repetitiva que tiene un significado especial para la persona que la realiza. Produce una sensación de alivio y reducción de la tensión. Muchos niños de entre 5 y 10 años presentan conductas rituales. Estos actos rituales suelen constituir una forma a través de la cual el niño elimina su ansiedad: al conservar las cosas iguales y familiares, el niño se siente más seguro. No obstante, en ocasiones, estos rituales pueden llegar a dominar al niño. En estos casos es necesario investigar qué es lo que le produce ansiedad e impedir de forma firme pero cariñosa que realice estas conductas. Al principio es normal que proteste, pero, a la larga, la firmeza del adulto transmitirá al niño sentimientos de seguridad y bienestar.

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  ALGUNAS CONDUCTAS RITUALES Poner en fila sus muñecos o juguetes. Colocar siempre las cosas en el mismo orden. No pisar las rayas de las baldosas de la calle. Repetir muchas veces la misma palabra o frase. Hacer las cosas siempre en el mismo orden. Comprobar las cosas una y otra vez. Tocar todos los objetos de forma reiterada.

  Las obsesiones son similares a los comportamientos rituales pero se diferencian de estos en que se trata de pensamientos persistentes e indeseados y son más frecuentes en los adultos que en los niños.

¿Qué le vuelve ansioso? La ansiedad suele ser el resultado de sentimientos de inadecuación o inferioridad. Estos pueden surgir como resultado de algunas de las circunstancias que a continuación detallamos. EDUCADORES EXCESIVAMENTE CRÍTICOS, EXIGENTES Y PERFECCIONISTAS: Si padres o profesores critican al niño con frecuencia por sus errores, si se muestran excesivamente exigentes y le transmiten la impresión de que su cariño o respeto dependen de su éxito, es muy probable que la presión que experimenta el niño por cumplir tan elevadas expectativas genere en él ansiedad. En este caso, el niño está excesivamente preocupado por satisfacer las expectativas de los adultos y responder a sus exigencias. Ello conlleva una pérdida de seguridad, una actitud de autocrítica, un descenso de la motivación y una imagen negativa de sí mismo. Cuando a un niño se le critica con frecuencia por sus fallos, este acaba sintiéndose culpable; se vuelve temeroso Elogia sus éxitos ante las nuevas situaciones y se siente inseguro en sus y resta importancia relaciones con los demás: cualquier amenaza, crítica personal a sus fracasos. o sugerencia desfavorable aumentan sus sentimientos de inseguridad. En otras ocasiones, el temor al fracaso no proviene de las altas expectativas de los padres, sino del propio niño; como cuando desea igualar los éxitos de su hermano mayor o parecerse a su padre. Hay otros niños que pueden ir muy bien en el colegio, pero que lo que les motiva es el miedo al fracaso en lugar de la necesidad de éxito. Cuando lo que motiva al niño no es

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el obtener un éxito, sino el evitar a toda costa un fracaso, cualquier error generará una notable dosis de ansiedad. PROBLEMAS FAMILIARES: Cuando existen problemas entre los padres, discuten con frecuencia, tienen problemas laborales... los niños pueden desarrollar una ansiedad intensa. Muchos padres piensan que sus hijos no se dan cuenta de la existencia de estos problemas, ya que procuran no discutir en su presencia. No obstante, los niños a menudo parece que tienen una especie de «radar» y detectan fácilmente cualquier problema familiar. LAS RELACIONES CON OTROS NIÑOS: Las relaciones con otros niños pueden ser asimismo fuente de ansiedad. Las amenazas por parte de un chico más fuerte, las burlas de los compañeros, pueden suponer para algunos niños una ansiedad considerable. INQUIETUDES SEXUALES: Pueden originarse con frecuencia como consecuencia de escenas vistas en la televisión, de películas vistas a escondidas o de bromas de carácter sexual de otros niños. Los padres deben tener en cuenta que la mejor forma de prevenir estos problemas es hablando con los hijos y adelantándose en tratar los temas de educación sexual para ser los primeros en sentar ideas positivas. PADRES INSEGUROS Y ANSIOSOS: Los niños ansiosos suelen tener padres, y en especial MADRES, con altos niveles de ansiedad. Los miedos específicos no se heredan de padres a hijos, pero lo que sí puede ocurrir es que el niño herede un Sistema Nervioso Autónomo más sensible a la estimulación y, por tanto, una tendencia a la ansiedad, una mayor vulnerabilidad a la ansiedad. No obstante, la ansiedad se transmite de padres a hijos a través de su comportamiento. Cuando los propios padres o educadores son miedosos o inseguros pueden transmitir al niño sus temores. Si continuamente le advertimos de peligros posibles, si le sobreprotegemos y no le dejamos ser independiente, no es de extrañar que se sienta inseguro e imite nuestro comportamiento. La ansiedad no siempre es fácil de detectar ya que a menudo se disfraza en forma de mal humor, irritabilidad, comportamiento agresivo, impulsividad y otras formas de mala conducta. Además, muchos niños ocultan sus inquietudes por: Miedo a que no se les tome en serio. Miedo a parecer tontos o infantiles o cobardes. Miedo a que se les regañe, ridiculice o humille. Para averiguar con certeza qué es lo que está preocupando a un niño de esta edad es necesario observarle atentamente y aprender a escucharle con una mentalidad receptiva.   CAUSAS DE LA ANSIEDAD EDUCADORES PERFECCIONISTAS

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Y SOBREEXIGENTES. PROBLEMAS FAMILIARES. PROBLEMAS EN LAS RELACIONES CON OTROS NIÑOS. INQUIETUDES SEXUALES. EDUCADORES INSEGUROS Y ANSIOSOS.

  Una forma de identificar la causa de las ansiedades del niño consiste en que los padres o sus profesores se propongan llevar un pequeño diario de su comportamiento. No hacen falta descripciones largas y detalladas. Basta con anotar brevemente lo que el niño ha hecho durante el día junto con cualquier síntoma de ansiedad: dolor de tripa, pérdida de apetito, pesadillas, llanto… En dicho registro conviene anotar lo que ocurrió justo antes de que el niño mostrara síntomas de ansiedad: el momento del día, y el lugar donde esta se presentó (antes de la clase de gimnasia, cuando se le criticó, cuando vio a determinado profesor), así como lo ocurrido como consecuencia de este comportamiento: se le castigó, se le permitió salirse con la suya... Al cabo de unos días es conveniente releer las anotaciones para intentar ver si entre ellas hay algún factor común: por ejemplo, puedes descubrir que al niño le duele la tripa cada vez que tiene un partido de fútbol o que está de mal humor cada vez que tiene una fiesta; estas anotaciones nos darán importantes pistas de lo que le está ocurriendo al niño. También es fundamental saber ESCUCHAR: una escucha atenta que permita entender lo que dice además de aquello que no dice resulta fundamental. Para ello conviene tener presente las siguientes recomendaciones:   CLAVES PARA SABER ESCUCHAR Dejar lo que estés haciendo. Evitar situaciones en que se está enfadado. No ridiculizar. Escuchar positivamente. No interrumpir innecesariamente. Dar seguridad y confianza.

  • Dejar lo que estés haciendo: Los niños no siempre eligen el momento más oportuno en que quieren ser escuchados. Si estás en ese momento haciendo algo importante, tienes dos opciones: o dejar lo que estabas haciendo y escucharle atentamente o, si en ese momento no es posible, decirle que en ese momento no puedes escucharle con suficiente atención y que luego le llamarás para hablar con él. Pero no se deben hacer las dos cosas a la vez.

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• No escuchar cuando uno está enfadado: Por ejemplo, cuando el niño llega a casa con un parte del colegio por su mal comportamiento es probable que el enfado de sus padres no les permita escuchar las explicaciones que intenta dar el hijo. Cuando padres o profesores estamos enfadados, debemos esperar para hablar con el niño a que nos hayamos calmado y podamos valorar la situación de forma objetiva. • No burlarse ni ridiculizar al niño por sus miedos o preocupaciones. Si lo hacemos, no volverá a confiar en nosotros. • Escuchar positivamente. Esto implica «escuchar con los ojos» además de con los oídos. • Reservar un tiempo en el que podamos prestarle toda nuestra atención y escucharle tratando de intervenir lo menos posible. Cualquier interrupción, sobre todo si es para criticarle, hará que el niño se retraiga. • Podemos animarle para que hable con libertad, sin decirle nada pero escuchándole con interés y haciéndole ver que no hay nada tan malo que no se pueda contar. Conviene pedirle ejemplos concretos de los comportamientos que le causan ansiedad.

¿Cómo le ayudo? Si nos encontramos ante la situación de un niño o un alumno que padece algún tipo de ansiedad, debemos tomarlo en serio. Muchos padres dan poca importancia a los temores de sus hijos y piensan que se trata de algo que desaparecerá con la edad. Otros se enfadan con sus hijos por considerarlos demasiado «blandos» o cobardes. En primer lugar, es importante que como adultos, y como importantes modelos que somos para él, mantengamos la calma y nos mostremos serenos. El reñir al niño o decirle que «deje de comportarse como un tonto», no suele dar resultado y a menudo empeora las cosas. Dejar pasar el tiempo tampoco suele ser una buena estrategia. Para ayudar a un niño ansioso es importante primero esforzarse en comprender su ansiedad y los desagradables síntomas mentales y físicos que la acompañan. A continuación deberemos intentar averiguar por qué se produce y enseñarle algunos procedimientos para combatir los síntomas físicos y mentales de la ansiedad. Asimismo es necesario mejorar su autoestima para enseñarle a enfrentarse a la vida con más confianza, seguridad y buena adaptación. Igualmente, las situaciones familiares negativas para el Una alta autoestima niño y los conflictos familiares, o a nivel escolar los conflictos con los profesores o compañeros, deberán es un buen antídoto solucionarse para que el niño encuentre en su familia y en el contra la ansiedad. colegio un ambiente relajado, y realizar los cambios ambientales necesarios para eliminar las fuentes de ansiedad y estrés innecesarias.

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Podemos también enseñar al niño algunas habilidades mentales y recursos para que consiga afrontar las situaciones conflictivas con mayor confianza: una forma de enseñar al niños ansioso a controlar sus miedos y preocupaciones es enseñándole alguna técnica o procedimiento para relajarse. La relajación es el antídoto natural del cuerpo contra la ansiedad. Existen muchas formas de aprender a relajarse, aunque no todas son fáciles de aplicar con niños. No obstante, a la mayoría de los niños les encanta que les enseñen técnicas de relajación si estas se les presentan como un juego divertido. Algunas de las técnicas más utilizadas (que no describiremos con detalle por cuestión de espacio en este libro) son las siguientes:   ALGUNAS TÉCNICAS DE RELAJACIÓN PARA NIÑOS Mantenerse cómodo y en silencio en una habitación tranquila. Escuchar alguna pieza musical que le guste mucho. Tensando algunos músculos y luego relajándolos: Se le puede, por ejemplo, hacer imaginar que es una marioneta con hilos atados a la cabeza, las manos y los pies, y hacerle bailar mientras simulamos que tiramos de los hilos. Luego simularemos que vamos cortando los hilos uno a uno e induciéndole a que se relaje. Creando una película mental: Le pediremos que imagine lo más vivamente posible una imagen que le resulte muy agradable y relajante: estar tumbado en la playa sintiendo el calor del sol y el ruido de las olas; tumbado sobre la hierba oliendo las flores; flotando tumbado sobre una nube... cualquier imagen es válida siempre que se trate de un lugar muy personal donde el niño se sienta del todo a gusto. Un lugar especial y privado al que puede regresar cada vez que se siente tenso o ansioso. A través de imágenes que se asocian con un estado de relajación. Pensando en una experiencia pasada feliz. Escuchando una cinta con instrucciones especiales sobre relajación. Respirando profundamente.

¿Cómo afrontar situaciones cotidianas? Entre los 6 y los 12 años hay algunas áreas en las que la ansiedad tiene más probabilidad de aparecer: A.- Ansiedad asociada a situaciones escolares: Este tipo de ansiedad es bastante común y puede aparecer como consecuencia de la preocupación por una asignatura determinada, o por la actitud de algún profesor en concreto. También puede presentarse porque el niño se sienta incapaz de superar las tareas que debe realizar en el colegio.

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En ocasiones el rechazo a asistir al colegio es consecuencia no de lo que allí ocurre, sino de lo que puede ocurrir en casa mientras él esté ausente: por ejemplo, si la madre está enferma, si hay problemas entre los padres... Algunos de los signos de que existe ansiedad asociada a situaciones escolares serían:   SIGNOS DE ANSIEDAD ASOCIADAS A SITUACIONES ESCOLARES Si se siente triste y malhumorado los últimos días de vacaciones. Es más propenso a enfermedades benignas durante el curso escolar. Llora cuando tiene que ir al colegio. Es infeliz por culpa de una o más de las asignaturas escolares. Suele regresar a casa, del colegio, de mal humor.

  En estos casos es necesario averiguar si existe alguna buena razón para que el niño se comporte así: es posible que otros niños le estén fastidiando o intimidando o incluso que el problema sea el propio profesor. Además deberemos asegurarnos de que el niño se siente capaz de realizar el trabajo escolar o si piensa que le resulta demasiado difícil. Si el niño ha cambiado recientemente de colegio, es posible que sienta miedo a lo desconocido: que no sepa dónde están los servicios, dónde sentarse, dónde dejar su mochila... en estos casos debemos hablar con el niño y advertirle que al principio todo le parecerá un poco extraño, pero que a nadie le importará que le pregunte. Una buena medida puede ser visitar con el niño el colegio antes de que empiece el curso para que lo conozca, para que se haga una idea de dónde está cada cosa y que conozca a su profesor antes de empezar el curso. Siempre, pero especialmente cuando se producen este tipo de situaciones, es esencial mantener una estrecha relación entre padres y profesores, aprovechando para asistir a todos los coloquios, reuniones y tutorías que sea posible celebradas en el colegio. También tendremos que investigar si es posible que el niño esté siendo intimidado o amedrentado por otros niños. Los niños que están poco habituados a relacionarse con otros niños, o los niños con algún defecto físico evidente, suelen ser los más escogidos como víctimas propiciatorias. Cuando un padre se encuentra con esta situación, no debe caer en la trampa de incitar al niño a que devuelva los golpes: apuntarle a unas clases de kárate no es la mejor solución. Por el contrario, debe ayudarle a desarrollar defensas psicológicas para oponerse a los intentos de intimidación. Tampoco es conveniente ridiculizar al niño o reñirle Aumenta por no saber defenderse solo. No haría sino aumentar su ansiedad. Lo que sí podemos hacer es aumentar su su confianza y seguridad

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confianza en sí mismo y su amor propio. Para ello puede ser útil apuntarle a algún deporte, como natación, montañismo, piragüismo... que le enseña a enfrentarse con los elementos y a adquirir mayor confianza en sí mismo. También es muy recomendable ayudarle a hacer amigos. Se puede hablar con el niño o la niña para hacerle ver que la mejor forma de conseguir que no se burlen de él es hacer el menor caso posible a estas burlas. De esta forma se convertirá en una víctima carente de interés e intentar convencerle de que vea al «gallito» como un niño débil y patético, digno de lástima, más que como a una persona especial y temible. Que le compadezca en lugar de rehuirle. De nuevo, podemos adiestrarle para utilizar técnicas de relajación o imágenes mentales para aumentar su seguridad y para que sea capaz de recibir las amenazas e insultos sin asustarse ni enfurecerse. Cuando se dan este tipo de situaciones, en un primer momento no es aconsejable acudir de inmediato a sus profesores o a los padres del niño agresivo para quejarse. Es preferible dejar que el propio niño, con nuestro apoyo, resuelva el problema por sí mismo. Sí se hace necesario intervenir cuando este miedo se prolongue durante más tiempo o las peleas se hagan más violentas. También puede ser necesario averiguar si el niño o la niña carece de algunas habilidades sociales que le hagan convertirse frecuentemente en la víctima de los demás. En aquellos casos en que observamos que no existe una razón suficiente o comprensible para no querer ir al colegio, es importante que los adultos actuemos con firmeza para obligar al niño a que vaya, ya que, si observa nuestras dudas, insistirá más en su rechazo. Debemos tener presente que es posible que se queje de sentirse enfermo o de que le duele el estómago e incluso que vomite. En estos casos si tenemos la seguridad de que no está enfermo, deberemos insistir en que vaya al colegio.

en sí mismo.

B.- Miedo a los exámenes: Todos nos ponemos nerviosos ante los exámenes. De hecho, un cierto nerviosismo hace que nuestro rendimiento aumente. No obstante, una ansiedad exagerada es la razón principal por la que muchos niños presentan un rendimiento bajo en los exámenes. Una condición importante para evitar la ansiedad y lograr el éxito en los exámenes es la planificación: Debemos hacer comprender al niño que el estudio antes de un examen se parece al entrenamiento para una prueba deportiva: cuanto antes empiece, más posibilidades de éxito tendrá. Podemos, por tanto, ayudarle a planificar el estudio de forma que pueda realizarse en sesiones cortas y regulares distribuidas a lo largo de varios días, en lugar de «empolladas» intensas un par de días antes del examen. Dicha planificación conviene hacerla por escrito en un horario o plan que colocará en la habitación donde habitualmente estudia. Cada día deberá ir registrando gráficamente sus progresos. Esto aumentará su motivación y confianza disminuyendo, por tanto, su

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ansiedad. También es importante premiar su esfuerzo durante estos días, ofrecerle serenidad y facilitarle un ambiente propicio para el estudio. Los educadores no debemos dejarnos contagiar por su ansiedad, ni lo profesores incrementarla haciendo de la situación de examen una situación de miedo, tensión, y evitar una supervisión excesivamente agobiante, casi policial, o unos límites de tiempo excesivamente estrictos. Para disminuir su ansiedad ante la situación de examen también podemos ayudarle haciendo pequeñas pruebas o simulacros de examen en casa o en el colegio... Deberemos asegurarnos de que al principio las pruebas sean lo suficientemente fáciles para que pueda tener éxito. Cuando se sienta seguro podremos incrementar progresivamente la dificultad de las pruebas. Podemos incluso entrenar al niño para que utilice una técnica de relajación sencilla, como la respiración profunda, mientras se imagina en el aula de exámenes haciendo una prueba. También es muy importante enseñarle a distribuir el tiempo durante la realización de los exámenes. Debe comprender que es mejor intentar responder a todas las preguntas del examen que desarrollar muy bien solo una o dos. Puede ser conveniente habituarle a acudir al examen con un reloj y aconsejarle que controle el tiempo con frecuencia. Debe aprender con nuestra ayuda a dedicar tiempo a la lectura de los enunciados. Este tiempo es crucial para el éxito en el examen. Asimismo, antes de ponerse a escribir deberá asignar un tiempo a cada una de las preguntas y antes de empezar a escribir podemos enseñarle a hacer un pequeño esquema o ideograma de las ideas a desarrollar: le ayudará a centrarse y recordar y además, si no le da tiempo a terminarlo, al menos podrá presentar el esquema de cada pregunta. Deberemos aconsejarle igualmente que reserve un tiempo para el repaso de cada una de las cuestiones. Si no sabe responder o no entiende alguna pregunta, enseñarle a mantener la calma y pasar a la siguiente aplicando las técnicas de relajación de que hemos hablado más arriba. Después del examen conviene no entrar en discusiones sobre el mismo. El mejor consejo es olvidar un examen una vez realizado y concentrarse en el siguiente. C.- Ansiedad ante los deberes: A partir de los 6 años es corriente que el niño empiece a traer deberes a casa y el cumplir con estos puede originarle una considerable dosis de ansiedad. La cuestión de los deberes es un tema muy debatido y no existe evidencia clara de que en primaria un mayor tiempo de dedicación a los deberes se asocie a un mejor rendimiento escolar. Aunque para muchos educadores los deberes escolares son importantes para consolidar los conocimientos adquiridos en clase y para desarrollar en el alumno el hábito de estudio y la capacidad para trabajar de forma independiente, también es cierto que los niños de primaria tienen una jornada escolar muy prolongada y necesitan también disponer de tiempo cuando termina su jornada para jugar, estar con su

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familia, la lectura recreativa y realizar otro tipo de actividades, como aprender a tocar un instrumento o hacer un deporte. Por ello, a estas edades, si se ponen tareas escolares, estas deben ser moderadas, interesantes y diferentes de las tareas que habitualmente se hacen en el colegio. Es importante que el niño tenga un horario y se habitúe a hacer sus deberes en el mismo lugar y a la misma hora todos los días. No es conveniente que el niño vea la televisión o juegue con el ordenador o el Ipad antes de hacer los deberes; tanto la TV como el ordenador reducen su capacidad de atención y concentración. Si dispone de un móvil, lo que en realidad no es muy necesario en las edades en las que estamos hablando, debemos controlar que no lo utilice durante el período que hayamos fijado de estudio. Crear un buen ambiente de estudio es fundamental para evitar las distracciones. Mientras el niño hace sus deberes, el resto de los miembros de la familia debe procurar leer o realizar una actividad que no le distraiga. Al principio conviene comprobar con él para asegurarnos de que comprende las actividades a realizar pero debemos evitar sustituirle y procurar que trabaje de forma autónoma. Mientras trabaja no es conveniente que los padres Los padres deben estar hagan los deberes con el niño. Sí es importante estar disponible durante el rato de los deberes para ayudarle a disponibles pero sin resolver sus dudas. resolverle todos los Cuando requiera ayuda, debemos procurar problemas. permanecer tranquilos y pacientes, aunque se equivoque, y no darle todas las respuestas. Podemos recurrir a inventar problemas similares que le sirvan de ejemplo sobre la mejor forma de encontrar por sí mismo las respuestas. D.- Ansiedad ante las matemáticas: Una mención especial merece el rechazo y la ansiedad que muchos niños presentan ante las matemáticas. De entre las asignaturas escolares, son las matemáticas las que originan mayores niveles de ansiedad en los niños. Muchos se consideran incapaces para las matemáticas y suspenden sin remedio no por falta de capacidad, sino como consecuencia de su ansiedad. Cuando un niño tiene dificultades con la aritmética, seguramente detestará esta asignatura y se pondrá nervioso e inseguro cada vez que deba enfrentarse a ella. Cuando esto ocurre, el niño suele reaccionar poniendo en marcha una serie de mecanismos de defensa como la evitación: negándose a intentar resolver el problema, «no soy capaz», o intentando hacerlo lo más rápido posible para huir rápidamente de la situación, con lo que cometerá errores frecuentes. Cuando un niño se queja en casa de que no entiende las matemáticas, debemos evitar solidarizarnos con él (recordando quizá la propia experiencia) pues de esta forma

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únicamente reforzaríamos la imagen negativa que tiene de sí mismo. Por el contrario es importante infundirle confianza en sí mismo y proporcionarle una ayuda práctica para resolver su problema. Antes de intentar ayudarle haz, primero, tus propios deberes: estudia el tema y practica en privado. Si improvisas es posible que no sepas resolverlo, con lo que el niño se sentirá más ansioso al pensar: «si mamá no ha sido capaz, ¿cómo lo voy a ser yo?». Observa cómo trabaja: conviene revisar con regularidad su trabajo para fijarnos no solo en sus respuestas, sino también en los procedimientos seguidos para llegar a esas respuestas. Mediante la observación, trataremos de averiguar si existen lagunas en sus conocimientos básicos que le impidan progresar, y ayudarle a recuperarlas. También es interesante analizar la forma en que el niño plantea los problemas y ayudarle a ver los posibles errores que comete en el procedimiento de su resolución. Debemos facilitarle la práctica necesaria para resolver esas deficiencias concretas. Asimismo, es importante averiguar si existen errores de concepto que deba subsanar. Cuando trabajemos con él, debemos evitar mostrarnos ansiosos o críticos. Nuestra actitud debe ser amistosa y estimulante en todo momento. Debemos comenzar planteándole cuestiones que estemos seguros de que va a ser capaz de resolver. También es importante hacerle ver la posible utilidad de las matemáticas en su vida real planteándole cuestiones de tipo práctico. Esto aumentará su seguridad y motivación. Proponemos ahora un plan de acción relacionado con la situación familiar que examinamos al principio de este capítulo. Es evidente que los planes de acción deberán ser elaborados para cada caso y, por tanto, lo que puede ser válido para un niño puede no serlo para otro. Este plan de acción pretende únicamente servir como guía u orientación para la elaboración de otros planes de acción similares adaptados a cada situación concreta.

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UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN SITUACIÓN: Una niña de 8 años que muestra síntomas de ansiedad que parecen originados por el estrés que le ha supuesto el cambio de domicilio, de colegio y la necesidad de hacer frente a esta situación. En este plan de acción nos centraremos en su comportamiento escolar. OBJETIVOS: - General: Disminuir la ansiedad. - Específico: Mejorar su adaptación escolar y su temor a enfrentarse a situaciones nuevas. MEDIOS: Su madre dedicará tiempo a hablar con ella y, en especial, a escucharle para averiguar qué es lo que le produce ansiedad. Llevará también un pequeño diario en el que anotará las ocasiones en que muestra signos de ansiedad. Los padres hablarán periódicamente (al principio cada 15 días) con su tutora. Se pondrán de acuerdo para juntos hacer planes de acción que ayuden a motivarla. Averiguarán si otras niñas la están intimidando. Le enseñarán algunas técnicas para relajarse cuando siente que le duele la tripa o va a vomitar. Si lo hace, no le darán demasiada importancia e insistirán en que vaya al colegio. Le sugerirán que invite a ir de excursión con ellos a alguna niña del colegio con la que se sienta mejor. MOTIVACIÓN: En este caso, el padre hablará con la niña y le contará cómo él también cuando era niño tuvo que trasladarse de ciudad y los problemas que tuvo. Le tranquilizará diciendo que con el tiempo se le pasará. Elogiarán cada pequeño progreso de Marta. Buscarán cosas en que ella destaca (por ejemplo, el dibujo) y se lo reforzarán. La madre procurará ser menos perfeccionista: elogiar sus logros y restar importancia a sus fallos.

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DESARROLLO Y RESULTADOS: La madre llevó a cabo el registro en el diario durante un mes. Al analizarlo comprobó que Marta se mostraba especialmente irritable y ansiosa los días que tenía clase de inglés. Hablando con ella y con su tutora descubrió que su nivel de inglés es muy inferior al de la clase, ya que venía de un colegio donde apenas aprendía inglés. Además, su profesora de inglés solía castigarle pensando que el problema era que no atendía. Los padres hablaron con la profesora de inglés y aclararon la situación. Desde entonces le ha puesto un programa personalizado que ella se siente capaz de realizar y todo va mucho mejor. En cuanto a las críticas de las compañeras, han hablado con la niña y le han hecho ver que las personas que necesitan meterse con otras es porque ellas mismas están acomplejadas. Debe sentir lástima en lugar de temerlas. Además han concertado una visita al oftalmólogo para estudiar la posibilidad de ponerle lentillas. Ha traído a una niña a casa en varias ocasiones y últimamente muestra más interés por conocer a las niñas de su urbanización. Tras un mes, los padres están contentos. Creen que han sabido, con la ayuda de la tutora, afrontar la situación aunque son conscientes de que aún les queda mucho camino por recorrer.

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CAPÍTULO 4 | Problemas de autoestima,   la inseguridad, los complejos  

En este capítulo abordaremos algunos problemas que se derivan fundamentalmente de un autoconcepto inadecuado o de una falta de autoestima, tales como los complejos de inferioridad, la inseguridad y falta de confianza en uno mismo. Antes de entrar en materia nos puede servir de ayuda el contemplar la siguiente situación familiar:

Situación familiar: «Una niña con complejos» Se trata de una niña de 11 años, la segunda de tres hermanas, una de 13 y otra de 9 años. Tiene un carácter especial. Sus padres piensan que se debe a que es la mediana y siempre ha tenido celos de sus hermanas. También es un poco gordita y esto parece acomplejarla. En casa siempre está llamando la atención o peleando con alguien. Se queja, además, de que todo lo malo es para ella: tiene que heredar la ropa y la bici de su hermana mayor, siempre le riñen a ella. Con sus hermanas es odiosa. De la mayor tiene muchos celos y a la pequeña la tiene tiranizada. Todo el día le critica y le busca defectos y cualquier cosa que dice ella tiene que enmendarla. En el colegio tiene pocas amigas y se queja de que las niñas se burlan de ella porque está gorda. Tiene tan solo una amiga, que aún está más gorda que ella, y los demás no entienden cómo esta la aguanta: la trata fatal y se burla de ella pero la otra sigue siendo incondicional. No obstante, es una buenísima estudiante, y en eso supera claramente a sus hermanas. Estudia mucho y siempre quiere ser la primera de la clase. Cuando no saca sobresaliente hay tragedia. A su madre le preocupa que sea tan competitiva, pero, en cambio, su padre piensa que así le irá mejor en la vida. La madre está preocupada. Ve que su hija no es feliz. Le preocupa muchísimo lo que los demás piensen de ella y no soporta la menor crítica. Preferiría que tuviera otras virtudes y más amigas a que saque tan buenas notas. Ha propuesto a su marido que hablen con su profesora para ver si, entre todos, pueden ayudarle a mejorar.

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La diferencia entre autoconcepto y autoestima Autoconcepto y autoestima son términos que a menudo se confunden pero que en realidad hacen referencia a dos aspectos diferentes relacionados con la identidad y la imagen que el niño tiene de sí mismo. El autoconcepto es la comprensión que una persona tiene de sí misma. El autoconcepto se inicia en la infancia cuando el niño distingue por primera vez entre él y los demás y continúa desarrollándose, por medio de experiencias repetidas de conciencia de sí mismo. La autoestima es, en cambio, la evaluación que una persona hace de su autoconcepto, es decir, la medida en que una persona está o no satisfecha con la imagen que tiene de sí misma. En este sentido, las personas difieren entre sí en función de si se ven a sí mismas como meritorias, valiosas o buenas y esta percepción que tienen de sí mismas va a constituir un elemento importante en el desarrollo de su personalidad. Un conocimiento realista de uno mismo, de los valores y defectos, habilidades y limitaciones, constituye un requisito imprescindible así como un ingrediente primordial para poder desarrollar una personalidad equilibrada así como unas relaciones sólidas y adecuadas con los demás. Este conocimiento de uno mismo se va elaborando desde la infancia en base a tres fuentes fundamentales de información: – Introspección. – Opinión de los demás. – Experiencias de éxito o fracaso. La introspección u observación de uno mismo: adquiere especial importancia durante la adolescencia. La evaluación objetiva del comportamiento: es decir, de nuestras propias experiencias, de nuestros éxitos y fracasos. Por ejemplo, un fracaso repetido en las actividades escolares puede producir un deterioro considerable en la autoestima. La opinión de los demás: a menudo en las personas con baja autoestima la opinión de los demás adquiere excesiva importancia, muestran una tendencia a agradar excesivamente a los otros y una dependencia patológica de las opiniones de los demás. La autoestima es una evaluación general del autoconcepto a lo largo de una dimensión bueno-malo, agrado o disgusto. Hace referencia al grado en que una persona se agrada a sí misma, siente satisfacción por lo que hace y por lo que es. La autoestima es, por tanto, la suma de reacciones positivas y negativas a todos los aspectos de nuestro autoconcepto. Tanto el autoconcepto como la autoestima son polifacéticos de tal forma que las personas pueden evaluarse a sí mismas de forma diferente en diferentes áreas de su vida. Por ejemplo, un niño puede sentirse satisfecho de sí mismo como estudiante (autoestima

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académica) pero sentirse insatisfecho de la forma en que se relaciona con los demás (autoestima social). No obstante, aunque hay áreas distintas en la vida en que las personas pueden sentirse más o menos seguras y satisfechas, las medidas de autoestima de distintas áreas tienden a correlacionar moderadamente, por lo que las personas que tienden a tener una alta autoestima en un aspecto suelen tenerlo también en otras áreas. La autoestima comienza a elaborarse en etapas tempranas cuando los niños experimentan las expectativas de sus padres y su capacidad para responder a estas. También el niño va construyendo su autoestima en base a la información que de sí mismo le devuelven los adultos (el fenómeno de los espejos). Posteriormente en la niñez el niño comienza a hacer comparaciones sociales: se compara con otros niños. También las propias experiencias de éxito o fracaso influyen de forma importante en la elaboración de la autoestima.

¿Cómo identificar si un niño no tiene buena autoestima? El siguiente cuadro puede servirnos para identificar las características propias de un niño con alta autoestima:   COMPORTAMIENTOS PROPIOS DEL NIÑO CON BUENA AUTOESTIMA Activo, siente curiosidad por lo nuevo. Hace amigos con facilidad. Sentido del humor, se ríe de sí mismo. Hace preguntas, define problemas, participa voluntariamente en la planificación de proyectos. Siente cierto orgullo por las contribuciones propias, no es súper estrella, no necesita engañar ni aparentar. Se arriesga en clase, toma parte en las discusiones. Coopera fácilmente y con naturalidad, ayuda a otros. Habitualmente se le ve contento, confiado, no se preocupa innecesariamente.

  Por el contrario, los niños con déficit de autoestima suelen presentar una serie de características tanto emocionales como cognitivas que resumimos en el cuadro siguiente: COMPORTAMIENTOS PRINCIPALES DE LAS PERSONAS CON DÉFICIT DE AUTOESTIMA Con respecto a sí mismo:

Con respecto a los demás:

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Muy críticos consigo mismos. Autoexigencia excesiva. Actitud perfeccionista. Temor excesivo a cometer errores. Inseguridad en tomar decisiones. Muy sensibles a la crítica. Sentimiento de culpa patológico. Estado de ánimo triste. Actitud de perdedor.

Constante necesidad de llamar la atención. Actitud retraída y poco sociable. Necesidad continua de agradar a los demás. Necesidad imperiosa de aprobación. Exigentes y críticos con los demás.

Podemos ayudar a mejorar la autoestima en los niños Polaino (2003) sugiere las siguientes pautas para ayudar a los niños a mejorar su autoestima: Proporcionando al niño oportunidades de demostrar su rendimiento: Preguntándole cuando sabe que va a responder bien o cuando tiene interés en participar. Expresando de forma clara y explícita los progresos que realiza: por ejemplo, enseñando al resto de la clase un ejercicio suyo bien realizado y poniéndolo como ejemplo, escribiendo en su cuaderno anotaciones positivas... Valorando su punto de vista: pidiéndole su opinión respecto a cuestiones que se discutan o respecto a gustos y preferencias. Favoreciendo que desempeñe papeles de cierta responsabilidad: coordinar un equipo, encargarse de la biblioteca, etc. Expresándole aceptación no verbal a través de la sonrisa, la mirada, el tono de voz. Una de las cosas que más elevan la autoestima es hacer algo positivo por los demás. Algo que sea tangible objetivo que no se quede en las palabras o meras intenciones.

Los complejos: ¿Qué es el complejo de inferioridad? Un tipo particular de problema de autoestima es el que nos encontramos cuando una persona presenta lo que a nivel popular se denomina como «complejo de inferioridad». Algunos niños desarrollan durante su infancia complejos de inferioridad que les dificultan relacionarse normalmente con los demás: algunos, porque tienen ciertos defectos reales o figurados; otros, porque les exigimos tanto que acaban pensando que no valen para nada porque siempre fallan. El caso es que el niño acaba sintiéndose inferior e

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incompetente para afrontar muchas situaciones. Estos sentimientos de inferioridad suelen ir acompañados de una serie de signos o síntomas:   MANIFESTACIONES DE LA EXISTENCIA DE COMPLEJOS Búsqueda constante de atención. El niño intenta llamar la atención de los demás, con frecuencia a través de conductas negativas. Hipersensibilidad. El niño no puede soportar las críticas o las comparaciones con los demás. Experimenta celos y siente envidia de sus hermanos y de sus compañeros. Perfeccionismo. Vive continuamente atemorizado de hacer las cosas mal, de no dar la talla. Aislamiento. Rehúye las actividades de grupo y prefiere trabajar y jugar en solitario. Compensación. Intenta esconder y compensar sus sentimientos de inferioridad desarrollando mucho algún aspecto de su persona para despertar la admiración de los demás: por ejemplo, sacando muy buenas notas, destacando en algún deporte o estando muy «cachas»... Criticismo. Critica frecuentemente a los demás y puede incluso llegar a vengar sus defectos en los demás avasallando a los que considera aún más inferiores que él.

¿Por qué se acompleja? A veces, las causas de los complejos son de origen físico: todo defecto físico (miopía, gordura, tartamudez...) puede constituir el punto de partida de un complejo. En especial si los padres, hermanos o compañeros se burlan y le desprecian por ello. Los niños a estas edades son muy crueles y cualquier característica un poco extraña, como que el niño sea pelirrojo, o bajito, o gordo, que tenga un apellido raro, o sea de otra nacionalidad, pueden servir para que se convierta en el blanco de las burlas de los demás. Dichas burlas suelen ir acompañadas de crueles «apodos» de los que al niño le resulta difícil desprenderse. Al final acaba creyendo que él es realmente así. Asimismo, las experiencias de fracaso o desaliento repetidas sirven a menudo para dar origen a sentimientos de inferioridad. Otras veces somos los propios adultos quienes le No exijas más acomplejamos cuando exigimos al niño más de lo que puede dar: cuando pedimos demasiado, nunca estamos satisfechos de lo que puede dar. de él y no logra jamás contentarnos, el niño acaba pensando que no vale para nada y que no le importa a nadie. Nuestra desaprobación continua y su sentido de insatisfacción acaban convenciéndole de que es inferior a otros niños. En ocasiones los padres proyectan en los hijos sus propias ambiciones, intereses e ilusiones, en lugar de respetar su propia forma de ser. Cuando el niño no cumple estas expectativas nos sentimos defraudados y le transmitimos estos sentimientos.

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Otras actitudes de los educadores pueden llevar, asimismo, a que el niño desarrolle sentimientos de inferioridad:   ACTITUDES INADECUADAS DEL EDUCADOR Rechazo. Castigo frecuente. Ridiculizar. Comparaciones. Sobreprotección. Perfeccionismo.

¿Cómo ayudarle a vencer sus complejos? La mejor forma de afrontar los complejos en los niños es prevenirlos desarrollando en ellos desde pequeños una elevada autoestima. Los primeros años de su vida son fundamentales para que el niño adquiera seguridad en sí mismo, aprenda a autovalorarse y a verse como alguien capaz de superar los retos. Por ello durante la infancia es importante tener en cuenta las siguientes orientaciones:   NO RIDICULIZAR Evitar todo tipo de frases y comentarios que contribuyan directa o indirectamente a deteriorar su autoimagen.

  CENTRARSE EN SUS PUNTOS FUERTES Encuentra cualidades o aspectos en lo que destaque. Reconócelas y alábalas públicamente.

  HABLAR BIEN DEL NIÑO CUANDO PUEDA ESCUCHARTE Habla de él haciendo elogios en voz alta como si no te dieras cuenta de que escucha.

  ADMITIR ERRORES Admitir los propios errores e incluso equivocarse alguna vez en presencia del niño permitiendo que él te corrija: Déjate ganar o comete algún error adrede y ofrécele la satisfacción de ser él el más hábil en detectar un error.

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  OPORTUNIDADES DE ÉXITO Darle la oportunidad de destacar en algo en comparación con sus hermanos o sus compañeros.

  ELOGIAR SUS LOGROS Esforzarse en ver lo bueno de lo que hace por mucho que lo malo parezca ser más importante.

  NO SOBREEXIGIR No exigirle más de lo que él es capaz de dar. Debes proponerle metas que sea capaz de obtener pero que, a su vez, le exijan cierto esfuerzo para que se supere. Empieza por exigirle cosas fáciles y, según las vaya cumpliendo, aumenta el nivel de dificultad.

  Si realmente tiene algún defecto físico, no debemos intentar disimularlo haciendo que no lo vemos. No debemos tener miedo a hablar de ello y aprender a darle su justa importancia. Tendremos que enseñarle que debe aprender a saberlo llevar bien haciéndole comprender que una persona que sabe llevar un defecto tiene mucho mérito y debe sentirse orgullosa de ello.

El niño inseguro que no tiene confianza en sí mismo La inseguridad es una forma de miedo caracterizada por una situación indefinida de sentimientos de angustia, ansiedad y aprensión. El niño inseguro se caracteriza por una falta de confianza en sí mismo: se siente inadaptado o no querido y, por tanto, es mucho más vulnerable a cualquier conflicto emocional. Estos niños requieren de una continua aprobación y se preocupan excesivamente por las opiniones de los demás. Para superar su ansiedad deberán desarrollar una mayor seguridad en sus propias ideas y aprender a aceptar sus errores sin alterarse demasiado.   DEPENDENCIA DE LOS ADULTOS Se esfuerza siempre mucho por agradar. Es muy obediente.

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Necesita mucho estímulo por parte de los adultos. Valora mucho las alabanzas de los mayores. Se siente trastornado por las críticas más insignificantes.

  ANSIEDAD ANTE SITUACIONES DESCONOCIDAS Permanece junto a sus padres y rara vez explora por su cuenta cuando va a un sitio nuevo. No le gusta empezar una actividad nueva de ocio. Se resiste a afrontar retos desconocidos. Le preocupan los cambios en la rutina. Necesita más tiempo que otros niños para adaptarse a un ambiente nuevo.

  Con frecuencia, estos niños presentan asimismo ansiedad ante situaciones nuevas o desconocidas: Los niños que sufren este tipo de ansiedad se sienten mal cuando tienen que realizar tareas que son nuevas para ellos y a menudo intentan evitar aquello que les resulta desconocido. Por ello, su rendimiento intelectual se ve a menudo perjudicado. En la mayoría de los casos, este temor ante situaciones nuevas o desconocidas proviene de un intenso miedo al fracaso. Los niños con temor al fracaso tienden a rehuir todo aquello que les resulta desconocido. Prefieren enfrentarse a lo que conocen y saben que pueden hacer bien. Los fracasos les obsesionan y producen pánico. Por ello evitan los riesgos y se plantean únicamente objetivos fáciles de conseguir. El miedo al fracaso puede perjudicar considerablemente su rendimiento académico. Además suele ir acompañado de una ansiedad alta que con frecuencia se presenta junto con numerosas dolencias físicas así como malhumor, depresión e irritabilidad. Se resisten a afrontar riesgos intelectuales y problemas donde no hay respuestas claras, lo que puede afectar seriamente a sus calificaciones escolares.   LA FALTA DE AUTOCONFIANZA ES FRECUENTE CUANDO: Las expectativas de los padres o profesores son superiores a la capacidad del niño para satisfacerlas. Al niño se le ha criticado e intimidado en exceso. Se le ha comparado con otros niños que tienen más éxito. Se ha abusado de los castigos, insultos y amenazas como medidas disciplinarias. Sus educadores también tienen poca confianza en sí mismos. El niño ha sufrido fracasos frecuentes. La familia ha pasado por momentos de inestabilidad. El niño ha experimentado fuertes sentimientos negativos de ira, tristeza o rechazo.

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Se le ha protegido en exceso o el niño se ha desarrollado en un ambiente excesivamente blando. Los padres son inconsistentes en la aplicación de las normas y el niño no tiene claro lo que se espera de él. Ausencia de los padres: niños que se han educado sin uno o sin ambos padres.

  Si tu hijo o tu alumno se encuentra en alguna de estas situaciones, puedes ayudarle estando atenta a recompensar sus logros y no siendo demasiado crítica con sus fracasos. No te excedas, sin embargo, en los elogios, de forma que él vea que son sinceros. Para ello deberemos esforzarnos en buscar ocasiones para elogiarle: Cuando cumple con su encargo sin que nadie se lo diga. Cuando ordena las cosas sin que se lo pidas. Cuando obedece a la primera. Cuando ayuda a un compañero. Cuando trae sus tareas. Pero no bastan solo los elogios. Su falta de autoconfianza es, por lo general, demasiado profunda, ya que ha experimentado numerosos fracasos. Es necesario que el niño experimente el éxito para que pueda recobrar la confianza. Las siguientes orientaciones pueden darnos alguna idea de cómo ayudarle en estas situaciones:   ANTE EL TEMOR AL FRACASO Intentar descubrir en el niño algún talento que no hayamos observado antes y reforzárselo. Por ejemplo, un deporte, un arte... Preparar situaciones en las que sabemos que tendrá éxito: comenzando por cosas que pueda lograr fácilmente y poco a poco ir incrementando la dificultad de la tarea.. Valorar su esfuerzo y no solo los resultados. No fijar metas demasiado altas. Enseñarle poco a poco a aceptar el riesgo de cometer errores y aprender de estos. Evitar el uso de frases negativas como: «seguro que no lo haces», «no tienes remedio», «eres un desastre». Dar importancia a sus éxitos y restar importancia a sus fracasos. Evitar las comparaciones con los hermanos o los compañeros.

  Y, en definitiva, debe quedarle claro que nuestro cariño y aprobación es incondicional e independiente de sus logros. Le quieres por lo que es y no por lo que hace.

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Para finalizar este capítulo proponemos un plan de acción para afrontar la situación familiar que expusimos al inicio de este capítulo. Este plan de acción puede servir a padres y profesores como un modelo que deberán personalizar y concretar para cada caso concreto.

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UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN SITUACIÓN: Se trata de una niña de 11 años que presenta problemas de envidia hacia sus hermanas y complejos relacionados con su aspecto físico. Busca llamar la atención y es muy crítica con los demás y con sus compañeras. OBJETIVOS: • General: Mejorar su autoestima. • Específico: Ayudarle a superar sus complejos y a no vengarse de los demás por ellos. MEDIOS: • Alentar la virtud contraria: En el caso descrito se trata de una niña muy tirana con su hermana pequeña. Sus padres empezarán a tratarla como si fuera generosa. Le pedirán su ayuda para los estudios de su hermana pequeña (9 años). Ella es muy lista y puede ayudar mucho a su hermana. • Asimismo, la madre hablará con ella y le explicará cómo también ella a su edad era gordita y lo pasaba mal por ello. Le propondrá ir juntas al endocrino para que le ponga un plan de adelgazamiento y lo seguirán las dos juntas. MOTIVACIÓN: • Hacerle ver que el aspecto físico no es lo más importante, pero, ya que le preocupa tanto, intentarán remediarlo haciendo juntas un plan de adelgazamiento. • Ella es muy capaz y debe ayudar a su hermana, ya que a esta le cuestan más los estudios que a ella. Si las notas de su hermana mejoran a final de mes, lo celebrarán todos juntos con una excursión a algún sitio especial. DESARROLLO Y RESULTADOS: Al mes de comenzar el plan de adelgazamiento ya ha perdido dos kilos y está muy orgullosa, ya que su madre no ha logrado perder más que medio kilo. También han comenzado las clases con su hermana. Al principio hubo problemas pues le chillaba y se peleaban y la pequeña no quería estudiar con ella. A pesar de todo, las notas mejoraron y esto les animó mucho a ambas. Para celebrarlo, se le permitió escoger el sitio al que toda la familia iría de excursión. Últimamente está más contenta y tranquila, aunque hay que

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ser constante y seguir con otros planes de acción dirigidos a mejorar su autoestima, insistiendo en dar a esta niña protagonismo por conductas positivas.

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PARA RECORDAR: Ansiedad La ansiedad en los niños a menudo se manifiesta de forma disfrazada a través de irritabilidad y síntomas físicos. Cuando se producen cambios importantes en la vida de un niño, este necesita de especial comprensión y apoyo para ayudarle a superar sus temores. Un clima familiar de calma y serenidad es fundamental para prevenir la ansiedad en los niños. Debemos ayudar a los niños a superar sus miedos haciendo que los afronten poco a poco con nuestro apoyo. Saber escuchar es importante para poder identificar sus miedos y ansiedades. Una relación estrecha entre padres y profesores ayudará a detectar aquellas situaciones que pueden generar ansiedad en el niño. Una buena autoestima es un buen antídoto contra la ansiedad. Autoestima Un conocimiento realista de uno mismo constituye un requisito imprescindible así como un ingrediente primordial para poder desarrollar una personalidad equilibrada. Elogia sus éxitos y resta importancia a sus fracasos. Esfuérzate en ver lo bueno de lo que hace, por mucho que lo malo parezca ser más importante. No fijar metas demasiado altas: No le exijas más de lo que puede dar. Proporciónale oportunidades de éxito buscando sus puntos fuertes y aquello en lo que puede destacar. La aceptación incondicional de los padres y profesores resulta fundamental. Valorar su esfuerzo y no solo los resultados. Evitar las comparaciones con los hermanos o los compañeros.

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PARA PROFUNDIZAR: Macía Antón, D. (2005), Problemas cotidianos de conducta en la infancia, Madrid, Pirámide, Colección Ojos Solares. En este libro se aborda la descripción, evaluación y tratamiento de los problemas de conducta más frecuentes en la infancia. Especialmente interesante puede resultar el capítulo 3, donde se trata de los distintos problemas de ansiedad. Polaino, A. (2004), Familia y autoestima, Barcelona, Ariel. En este libro el autor incide en el papel de la familia en la génesis y el desarrollo de la autoestima: el apego infantil, el conocimiento de sí mismo, la ducación emocional en la familia y en la escuela... En los últimos capítulos se analiza cómo las crisis conyugales y los problemas de convivencia en la familia pueden tener efectos importantes sobre la autoestima. Cabanyes, J. y Monge, M. A. (2010), Trastornos de Ansiedad, en Cabanyes, J. y Monge, M. A. (2010), La salud mental y sus cuidados, Pamplona, EUNSA, pp. 275-287. En este capítulo se aborda la descripción de distintos trastornos de ansiedad así como la repercusión que estos pueden tener en la vida cotidiana. Se contemplan alternativas de tratamiento y se proponen algunas orientaciones prácticas para hacer frente a estos trastornos.

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TERCERA PARTE PROBLEMAS PARA RELACIONARSE «Quien no tiene amigos solo vive a medias». Proverbio francés.

La capacidad para relacionarse con los demás es un aspecto fundamental en el desarrollo de la personalidad del niño. Desde que el niño nace, depende para su supervivencia de la interacción con sus cuidadores. Poco a poco estas relaciones se van ampliando a los familiares más cercanos, los hermanos, y a los compañeros de colegio. Todos estos procesos son espontáneos, pero existe también la posibilidad de educarlos. En esta parte del libro examinaremos algunos problemas en las relaciones sociales que pueden surgir en esta etapa de los 6 a los 12 años, e intentaremos responder a las siguientes preguntas:   PROBLEMAS EN LAS RELACIONES INTERPERSONALES ¿Por qué son importantes las relaciones sociales? ¿Qué es la timidez? ¿Debemos darle importancia? ¿Cómo pueden ayudar padres y profesores a desarrollar la sociabilidad y las habilidades sociales? ¿Qué importancia tienen las relaciones con los hermanos?

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CAPÍTULO 5 | El niño que no tiene amigos   

Aunque la capacidad para relacionarse con los compañeros comienza a desarrollarse ya desde los 3 años, es especialmente a partir de los 6 años cuando un niño comienza a salir de su egocentrismo, a despegarse de la familia, y es cuando la relación con los iguales adquiere gran importancia. Un niño que se siente seguro y que además se siente eficaz y competente tenderá a acercarse a los iguales con confianza. Para el desarrollo de una personalidad sana, es muy importante que a estas edades (6-12 años) el niño se sienta aceptado y querido por los compañeros, que sea «popular». Cuando un niño es rechazado a estas edades por los compañeros, esto va a tener un impacto muy negativo en el desarrollo de su personalidad. Veamos a modo de ejemplo la siguiente situación familiar:

Situación familiar: «Un chico solitario» Veamos el caso de un niño de 12 años que es hijo único. Siempre ha sido un chico bastante solitario: lo que más le gusta es estar en casa leyendo o jugando con el ordenador. Hasta hace poco, sus padres no le daban demasiada importancia. Pensaban que al no tener hermanos le costaba un poco más relacionarse con los demás. En el colegio es un niño que no da problemas: por lo general pasa inadvertido. Saca unas notas normales y es dócil y obediente. Los profesores dicen que va un poco a su aire. No suele participar en los juegos de equipo y en los recreos suele deambular solo buscando lagartijas y bichos. Ahora que va a cumplir 12 años, sus padres han empezado a preocuparse. Consideran que está llegando a una edad en la que los amigos son importantes y que no es normal, ya a su edad, que un chico no tenga interés por salir de casa ni relacionarse. A menudo se exasperan al ver cómo malgasta su tiempo libre: pasa horas en su habitación oyendo música, jugando con el ordenador, leyendo o simplemente deambulando por casa. Su padre con frecuencia se enfada y le dice que salga por la urbanización a buscar amigos, que quede en el colegio con sus compañeros para jugar al fútbol..., pero parece que no funciona. Si sale de casa, a la media hora está de vuelta. Cuando cumplió 12 años, sus padres le regalaron un móvil, pensando que de esta forma podría animarse a llamar a amigos o hablar con ellos a través del Whatsapp. El otro día su madre le cogió el móvil para hacer una llamada, ya que el suyo estaba sin

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batería. Al encenderlo vio que tenía más de 40 mensajes en el Whatsapp. Sorprendida abrió alguno de ellos y comprobó que eran de varios compañeros que se metían con él llamándole «pringado», «friki», «bocachancla» y otras cosas más fuertes. Sus padres están preocupados, no saben qué deben hacer: si llamar a los padres de estos chicos, si decirlo en el colegio, si comentarlo con él…

El niño aislado Algunos niños tienen dificultades a la hora de hacer amistades o afrontar situaciones sociales. Se trata de niños que: Rara vez traen a casa amigos del colegio. Juegan solos la mayor parte del tiempo. No les gusta asistir a fiestas y buscan excusas para no hacerlo. Les cuesta hacer nuevos amigos. Rara vez participan en juegos con otros niños. El niño aislado muestra, pues, una tendencia a mantenerse solo. Se evade del contacto social con otras personas o se retira en cuanto puede de ellas. En el colegio, los niños aislados suelen negarse a participar en las actividades de grupo y prefieren trabajar y jugar en solitario. El problema está en que, por lo general, los profesores suelen prestar más atención a los niños ruidosos y rebeldes, que son los que alteran el funcionamiento de la clase, pero apenas se fijan en los niños solitarios, que son considerados como buenos y suelen pasar inadvertidos.

¿Por qué se aísla? Son varios los factores que pueden influir en que un niño tienda a ser solitario y se aísle: Los padres pueden tener cierta responsabilidad: la calidad de las relaciones de apego que el niño desarrolle con sus familiares y los estilos de crianza y pautas educativas de los padres van a ejercer una notable influencia en el desarrollo social y emocional del niño. Cuando los padres muestran a su vez un comportamiento aislado y se muestran inseguros y tímidos pueden estar actuando como modelo para el comportamiento de su hijo. Asimismo, los padres que sobreprotegen a su hijo; que le advierten continuamente de todos los peligros; que no le permiten participar en múltiples experiencias, por miedo a

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que no sea capaz de manejarlas, dificultan el que su hijo sea capaz de desenvolverse en situaciones sociales. En este sentido, también hay niños que acaban aislándose por comodidad: cuando en casa se les da todo hecho, todo tipo de facilidades, algunos niños se vuelven comodones y se aficionan cada vez más a las ventajas del hogar: nevera bien surtida, televisión propia y no se plantean ampliar horizontes. La falta de seguridad en sí mismo es otro de los factores que dificulta el desarrollo social del niño. Así, el niño que se siente rechazado, o poco querido por sus padres, tendrá mayor dificultad para confiar en otras personas y, al no sentirse aceptado en su familia, considerará igualmente difícil el ser aceptado por los demás. La existencia de algún complejo (real o imaginario) puede también ser la causa de que un niño se aísle por temor a las burlas de los demás: el llevar gafas, un corte de pelo que no le gusta... hasta defectos físicos más graves, pueden llevar al niño a aislarse. Los padres debemos estar atentos y procurar no provocarlos ni aumentarlos con nuestra actitud. Asimismo, la timidez puede estar en el origen del aislamiento. El niño tímido se refugia en el hogar, donde sabe asegurado el cariño y la aceptación. Finalmente, un ambiente social pobre puede favorecer también el aislamiento. Un hijo único con pocas posibilidades de relacionarse con otros niños y acostumbrado a estar siempre con los adultos puede tener mayores dificultades para integrarse socialmente. Del mismo modo, un niño que se integre tarde en el colegio sin haber asistido al preescolar tendrá más dificultades para integrarse y hacer amigos.   FACTORES QUE CONTRIBUYEN AL AISLAMIENTO SOCIAL Modelos inadecuados. Sobreprotección. Falta de aceptación familiar. Complejos. Timidez. Falta de oportunidades.

¿Cómo ayudar al niño a desarrollar la sociabilidad? La familia es el lugar primordial donde se aprenden la mayor parte de las habilidades y formas de actuación a lo largo de la infancia. A partir de los 6 años, la escuela y el

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grupo de iguales adquieren también especial importancia. Por ello es necesario tener en cuenta el papel de estos tres contextos. Desde la familia, lo mejor es prevenir desarrollando en el niño pequeño la sociabilidad. Así, durante los tres primeros años de vida, para ser sociable lo fundamental para un niño es que pueda confiar en las personas que le rodean. Si el niño crece en un ambiente seguro y confiado, y es capaz de establecer sólidas relaciones de apego con las personas que le cuidan, desarrollará una actitud positiva y confiada hacia los demás. Los estilos de crianza, o las formas de interacción padres-hijos, también parecen desempeñar un papel importante. La combinación de dos factores: calor o cariño (capacidad de responder a las demandas del niño) y control o exigencia, parece ser la clave para un desarrollo social sano. Además los padres ejercen una notable influencia en el desarrollo social de sus hijos, tanto de forma directa, al estimular o sancionar la conducta de sus hijos, como indirectamente, al actuar como modelos. Asimismo, otros miembros de la familia, y en especial los hermanos, y también los abuelos, pueden ejercer una poderosa influencia a la hora de modelar el desarrollo social del niño. Los padres y familiares pueden, además, intervenir de forma directa en el desarrollo de la sociabilidad del niño: como «estimuladores»: procurando al niño entornos sociales ricos donde tenga oportunidad de interactuar con otras personas; como «mediadores»: de la conducta social enseñando desde pequeño al niño habilidades como saludar o presentarse a otros niños; como «supervisores» de las interacciones con los iguales, ofreciendo apoyo; y como «consultores» cuando los niños encuentran conflictos en las relaciones sociales. Cuando el niño comienza a ir a la escuela, padres y profesores podemos ayudarle a desarrollar una serie de habilidades que facilitarán la capacidad del niño para relacionarse adecuadamente. De entre estas habilidades cabe destacar las siguientes: La toma de perspectiva social: es decir, la capacidad para ponerse en el punto de vista del otro. Esta capacidad de «descentramiento» para considerar otra perspectiva distinta de la propia no suele aparecer hasta aproximadamente los 6 años cuando el niño supera el «egocentrismo». La empatía: o capacidad de reconocer y sintonizar con las emociones ajenas (conmoverse cuando otro llora, alegrarse cuando otro ríe…). Esta capacidad de empatía puede aparecer muy pronto, incluso en niños de 3 o 4 años, y puede ayudar a superar el egocentrismo en el terreno social. El conocimiento social: es decir, la comprensión de las normas sociales, la comprensión de los comportamientos que son adecuados o no adecuados en algunos contextos.

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El conocimiento de estrategias de resolución de problemas interpersonales: puede adquirirse a través de la observación pero también padres y profesores podemos enseñar estrategias a los niños a través de la conversación y la reflexión con ellos o a través de juegos y ejercicios en los que se les plantean situaciones o conflictos que deben resolver. Autorregulación de las emociones: enseñándoles a controlar el enfado, la agresividad, a demorar las gratificaciones… En lo que respecta a esta capacidad, el ejemplo de padres y educadores a la hora de regular sus propias emociones resulta fundamental. La autopercepción, el autoconcepto y la autoestima: que se van desarrollando en el niño como resultado de las experiencias que va teniendo en sus relaciones sociales y en base a la retroinformación que los demás le dan sobre sí mismo y a la valoración que recibe de los adultos. Todas estas habilidades desempeñan un papel fundamental en el desarrollo de la competencia social y pueden trabajarse, en casa y en el colegio, para favorecer un desarrollo social adecuado.   ALGUNAS HABILIDADES IMPORTANTES Toma de perspectiva. Empatía. Conocimiento social. Estrategias de resolución de conflictos. Autorregulación de las emociones. Autopercepción, autoconcepto y autoestima.

  Por otra parte, algunos juegos son especialmente indicados para desarrollar la sociabilidad. Por ejemplo, a través de las muñecas, las niñas aprenden simbólicamente a relacionarse con los demás: hablan con ellas, les dan de comer, organizan fiestas… ello le sirve de entrenamiento para la vida social. Otros juegos de tipo simbólico como las cocinitas, los supermercados, sirven para afianzar esta capacidad. A partir de los 8 años surgen los «amigos íntimos» o «especiales». Un amigo íntimo proporciona seguridad al niño y puede suponer un complemento muy beneficioso para el desarrollo de su personalidad. Un buen amigo contribuye a hacer crecer la autoestima del niño y puede ayudarle a perder la timidez ante otros grupos o ante los compañeros de clase. Por tanto, los padres deben hablar periódicamente con los profesores y no solo de temas académicos.También hay que preguntar si tiene amigos, cuál es su mejor amigo...

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Preguntando a sus profesores, hablando con él, invitando a sus amigos a casa, deberemos ir conociendo cómo se desarrollan sus amistades. Cuando un niño es solitario y no tiene amigos, deberemos investigar la causa de esta actitud. El que no tenga amigos o prefiera jugar solo puede ser síntoma de la existencia de otros problemas, como la presencia de complejos. Si se trata de pereza o comodidad, será necesario romper sus hábitos perezosos y evitar excesivas comodidades que refuercen su deseo de no salir de casa. Por ejemplo, no debemos permitirle levantarse a la hora que quiera ni que esté en pijama toda la mañana del fin de semana. Tendremos que evitar las posturas demasiado proteccionistas y exigirle algún esfuerzo en el hogar: hacerse la cama, sacar la basura... Una buena medida puede ser investigar qué aficiones Los niños necesitan tiene el niño y motivarle para que las comparta con otros chicos o chicas de su edad. Por ejemplo, si le gusta la de nuestra exigencia pintura, apuntarle a unas clases donde conozca otras para sentirse más personas con las mismas aficiones. También es seguros. recomendable el facilitar su integración en clubes, asociaciones deportivas o culturales, actividades extraescolares del colegio... que le permitan salir de sí mismo y relacionarse con los demás. Si le gusta estar en casa, deberemos darle la posibilidad de que pueda traer a sus amigos: para estudiar juntos, jugar a los videojuegos, pero no es conveniente forzar las relaciones. Tendremos que ir paso a paso.

Precaución con algunas actividades que favorecen el aislamiento Cuando un niño apenas tiene amigos o cuando es tímido y tiene dificultad para establecer relaciones, deberemos tener especial cuidado con algunas actividades, muy frecuentes en los niños de hoy, que pueden contribuir a incrementar esta tendencia al aislamiento. Una de ellas es la TELEADICCIÓN: muchos niños hoy en día dedican un tiempo excesivo a ver la televisión. En España se calcula que la media de tiempo que los niños dedican a ver la televisión o estar con el ordenador va de dos a cuatro horas diarias, cifra que se puede triplicar durante los fines de semana y las vacaciones. Además, muchas veces los padres recurrimos a la televisión como «niñera» para que los niños nos dejen dormir o estén tranquilos. En fin, que la televisión se ha convertido, casi sin darnos cuenta, en una de las principales actividades de ocio de los niños en edad escolar. En muchos hogares existen varias televisiones e, incluso, cada vez es más frecuente que el niño disponga de la suya propia en su cuarto. Para muchos niños se ha convertido en un hábito encender la televisión según se levantan, antes de ir al colegio.

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Aparte de otros muchos problemas, que ahora no vienen al caso: falta de concentración, pasividad, falta de imaginación, aprendizaje de conductas agresivas, perturbaciones del sueño... el exceso de televisión conlleva un riesgo adicional: el niño se recluye en casa y se aísla en la habitación donde tiene su televisión; deja de salir a jugar y divertirse con los amigos; se vuelve introvertido, encerrándose en un mundo mágico pero falso aislado del mundo exterior. Otra fuente posible de riesgo, y que últimamente supera incluso a la televisión, es EL ORDENADOR. Los niños hoy cada vez tienen acceso más temprano al ordenador, lo que también tiene sus ventajas: sorprende ver cómo niños de 3 o 4 años manejan con gran facilidad el IPAD de sus padres. El problema estriba en que lo que debería ser un instrumento de trabajo y entretenimiento esporádico pasa a convertirse en el mejor amigo del niño (el «amigo electrónico», como le llaman algunos investigadores norteamericanos). El niño se pasa horas y horas encerrado en su cuarto jugando con el ordenador, aislándose del mundo exterior, navegando por imaginarias autopistas de la información. Algo parecido ocurre con los Smartphone, con el peligro adicional de que el niño puede llevarlos a todos lados, de tal forma que es frecuente ver a niños en el autobús, en el parque, y hasta en el cine, totalmente desconectados de su entorno enfrascados en su Black-Berry, Nintendo DS, iPhone o iPod-Touch: el aislamiento es total. El uso sin control de estos aparatitos, que representan el mayor porcentaje de los juegos comprados por los padres en Navidad, puede influir negativamente en el desarrollo de la sociabilidad en el niño conduciéndole al individualismo, la soledad, la pérdida de amistades y a un desinterés creciente por su entorno. Los Smartphone, a través de los chats, whatsapp, etc., pueden ser un arma de doble filo: por una parte facilitan las relaciones y el contacto con otros niños, especialmente con amigos o primos que viven lejos, pero por otra pueden contribuir a que un niño con dificultades para relacionarse se refugie en este tipo de amistades y carezca luego de las habilidades para relacionarse en la vida real. También a través de estos medios puede aparentar una forma de ser distinta de la que realmente tiene y atreverse a escribir cosas que nunca diría en una conversación real y que luego no puede rectificar. Además un niño con dificultades para hacer amistades puede verse intimidado o acosado a través de ellos. Lo mismo podríamos decir de las redes sociales, siendo Tuenti la más utilizada a estas edades. En primer lugar deberíamos señalar que el acceso a estas redes no está permitido a menores de 14 años, no obstante muchos niños de 10, 11 o 12 años «burlan» fácilmente esta prohibición utilizando estas redes para chatear con otras personas que a menudo ni siquiera conocen (el amigo del amigo del amigo…) y para colgar fotos y revelar con frecuencia aspectos de su intimidad que no deberían estar al alcance de personas desconocidas.

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Por tanto es importante que los padres conozcamos estos peligros. Nuestros hijos deben vivir en la sociedad de su tiempo, por tanto, no es cuestión de prohibir, sino de educarle en su uso. En primer lugar tendremos que plantearnos si el niño tiene ya la madurez suficiente para tener libre acceso a estos medios: dado que estamos hablando de niños entre 6 y 12 años, si lo tiene, deberá ser siempre con un control. Deberemos limitarle las horas de televisión; controlar el uso que hace del ordenador, estableciendo con él un tope de tiempo diario y procurando que el ordenador no esté en su cuarto, sino en un lugar común de la casa donde podamos llevar a cabo una mayor supervisión; procurar que tenga acceso a juegos, que, aunque sean electrónicos, pueda compartir, como, por ejemplo, a través de la Wii; y, si tiene su propio móvil, poner unos límites en cuanto a su uso: por ejemplo, no permitir su uso durante las comidas, en el colegio, durante el tiempo de estudio o a partir de cierta hora de la noche… Deberemos asimismo ofrecerle otras alternativas para llenar su tiempo libre: el deporte, el contacto con la naturaleza, la participación en organizaciones juveniles, el jugar con los padres, el fomento de sus aficiones puede ayudarle a desarrollar mejor su sociabilidad.

¿Y si lo que le ocurre es que se pelea con todos? Las peleas con los amigos suelen responder a una fase normal del desarrollo de la socialización del niño: no son sino signo de una forma inmadura de relacionarse con los demás. Poco a poco deberán ir encontrando cauces más adecuados para solucionar sus conflictos. En estas situaciones, lo mejor es no intervenir y dejar que el niño resuelva sus propios problemas. Poco a poco deberemos ayudarle a comprender que existen otras formas de defender sus puntos de vista sin necesidad de recurrir a patadas o puñetazos. El problema surge cuando se trata de un niño que se muestra siempre conflictivo y violento y recurre siempre a la fuerza para solucionar sus problemas. Cuando un niño se comporta de esta forma debemos tener en cuenta que la mayor parte de las conductas agresivas son la forma que el niño tiene de reaccionar ante sentimientos de inferioridad, carencia afectiva, frustración y baja autoestima. Para prevenir, padres y profesores debemos educar al niño desde que es pequeño en el cuidado y respeto de las personas y de las cosas: motivarle para que sea generoso y sepa compartir; enseñarle a ser sensible a las necesidades y los sentimientos de los demás. Si se comporta de forma agresiva, es importante procurar que su conducta no le resulte rentable: que no obtenga beneficios por mostrarse agresivo. En el colegio los profesores deberemos estar atento para asegurarnos de que el resto de la clase no le está

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reforzando y prestando su apoyo y admiración por ser el «matón» del grupo. Si es así, deberemos poner en marcha una serie de estrategias para conseguir el rechazo por parte del grupo de los comportamientos agresivos. Generalmente una vez que se consigue que la conducta agresiva sea vista como algo detestable por parte del grupo, esta pierde interés para el niño agresivo. Asimismo tendremos que tener especial cuidado en controlar los programas de TV que ve, los juegos de ordenador que frecuenta y los compañeros con los que se junta. Padres y profesores también conviene que examinemos nuestro propio comportamiento: ¿Le chillas con frecuencia? ¿Le amenazas? ¿Le pegas? Si lo haces, le estás sirviendo de modelo. Facilitarle el que se relacione con otros niños capaces de divertirse de forma pacífica puede ser una buena opción. Procuraremos integrarle en grupos de jóvenes o en asociaciones deportivas que requieran un trabajo en equipo, aprender a ceder... Asimismo deberemos estar atentos, tanto en casa como en el colegio, para reforzarle y alabarle cuando se comporte de forma generosa, reforzando sus conductas sociales positivas. Y sobre todo aumentar su seguridad en sí mismo: deberemos esforzarnos por incrementar su autoestima y enseñarle a autocontrolarse: para ello puede ser adecuado el que aprenda algún deporte que le dé seguridad en sí mismo.

El niño que es víctima de acoso escolar El acoso escolar por desgracia ha adquirido cierto protagonismo en los últimos años: algunos niños, y en especial aquellos que son tímidos o carecen de habilidades sociales, pueden convertirse en víctimas propiciatorias y sufrir el acoso por parte de otros niños con personalidades agresivas. Si un niño es intimidado por otros de forma esporádica, no debemos darle mayor importancia y procuraremos que aprenda a desarrollar su asertividad y a defenderse por sí mismo. Sí debemos alarmarnos cuando ese acoso se hace frecuente y, en especial, cuando va acompañado de manifestaciones de ansiedad y temor a ir al colegio o a determinados lugares, por parte del niño acosado. Cuando detectamos una situación de este tipo, lo primero que debemos hacer es no dramatizar y animar al niño a contarlo y hablar de ello. A menudo los niños piensan que contarlo es de «chivatos» o temen que, si lo hacen, los adultos les considerarán unos cobardes.

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UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN Proponemos a continuación un modelo de plan de acción relacionado con la situación familiar que expusimos al inicio de este capítulo. SITUACIÓN: Es el caso de un niño de 12 años que apenas tiene amigos, pasa la mayor parte del tiempo en su cuarto viendo la televisión y con el ordenador. Recientemente los padres han descubierto que algunos compañeros le están intimidando a través del móvil. No saben cómo actuar. OBJETIVOS: • General: Desarrollar su sociabilidad. • Específico: Desarrollar la asertividad y ayudarle a hacer buenos amigos. MEDIOS: Para ayudarle a hacer buenos amigos, y dado que le encanta la naturaleza, siempre está cogiendo bichos y leyendo sobre ello, deciden aprovechar esta afición. Le han apuntado a un grupo de montañeros que todos los fines de semana hacen excursiones al campo. MOTIVACIÓN: En este grupo le enseñarán a orientarse en el bosque, harán acampadas, le enseñarán a distinguir los cantos de los pájaros, técnicas de supervivencia, etc. DESARROLLO Y RESULTADOS: Al principio, aunque le hacía ilusión, le daba mucho corte porque no conocía a nadie. El primer día hubo que forzarle. Por suerte, desde el principio se sintió muy acogido. Ahora espera con ilusión el sábado y está muy animado pensando en la acampada que harán durante una semana en el mes de junio.

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CAPÍTULO 6 | El problema de la timidez   

La timidez es un problema que guarda estrecha relación con la ansiedad y la inseguridad que examinamos en la parte B de este libro. De hecho, la timidez es en realidad una forma de ansiedad: ansiedad ante situaciones sociales. En este sentido conviene distinguir la timidez de otros problemas a la hora de relacionarse con los iguales, como el aislamiento o el rechazo, que pueden aparecer también entre los 6 y los 12 años, y que comentaremos en el capítulo siguiente. En el caso de la timidez, propiamente dicha, se trata de niños a los que sí les interesan las relaciones sociales, es decir, les gustaría interactuar con otros, pero experimentan una ansiedad aguda cuando tienen que hacerlo, lo que les lleva a evitar los contactos sociales. Para ilustrar en qué consiste y cómo se manifiesta la timidez incluimos la situación que presentamos a continuación:

Situación Familiar: «Una niña tímida» Veamos el caso de una niña de 10 años. Se trata de una niña muy inteligente y despierta. Su problema es que es tremendamente tímida. En casa es una niña alegre y tranquila y juega mucho con sus hermanas pequeñas de 8 y 6 años. Es muy creativa y les organiza juegos y funciones de guiñol muy divertidas. Las tiene entretenidas durante horas. Pero en el colegio lo pasa fatal. Basta con que su profesora la mire para que empiece a ponerse «como un tomate». Cuanto más intenta disimular es peor. Lo malo es que, cuando la profesora le pregunta en clase, aunque se sepa la lección, duda y titubea y ello le ha costado más de un suspenso. Sufre por tonterías: a veces, incluso no se atreve a levantar la mano para ir al baño y tiene que estar aguantando hasta el recreo a punto de reventar. Cuando la profesora pide alguna voluntaria para algo reza en bajito para que no le toque a ella. Su profesora pierde a menudo la paciencia con ella: le molesta que ni siquiera le mire a la cara: «Ni que me la fuera a comer», dice, y poco a poco la ha ido dando por imposible. La tiene sentada al final de la clase y nunca le crea problemas. Su mejor amigo es su perro, con el que pasa horas hablando y al que le cuenta todas sus cuitas. En casa es la encargada de cuidarle y el perro la adora. También se lleva muy bien con su prima, que está en su misma clase y es todo lo contrario. Gracias a ella en los recreos juega con otras niñas. Pero, si algún día la prima no va a clase, no se atreve a

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acercarse a las otras niñas para preguntarles si puede jugar y deambula por el patio hasta que suena el timbre. Cuando baja al jardín de debajo de su casa suele jugar con sus hermanas pequeñas y las amigas de estas. Como se le ocurren muchos juegos, las pequeñas la aceptan muy bien. Sus padres han empezado a preocuparse. En especial su madre, que también es tímida, y recuerda lo que ella sufría a su edad, y aún ahora, por el mismo motivo. El padre le da menos importancia pero se burla de ella cuando «se le sube el pavo» y esto le sienta fatal. Le han propuesto celebrar una fiesta en casa por su décimo cumpleaños, pero ella dice que prefiere ir al cine con sus hermanas y su prima para celebrarlo. Dudan de si deben forzarle.

¿Es la timidez un problema importante? La timidez en los niños de estas edades es un problema al que a menudo no se le da suficiente importancia. Gran parte de los estudios sobre problemas infantiles se centran más en las conductas perturbadoras, como la agresividad o la impulsividad, ya que se trata de conductas «molestas» para padres y profesores, mientras que los niños tímidos por lo general no crean problemas. Los padres con frecuencia no se percatan del problema o no le dan suficiente importancia, ya que el niño tímido suele tener un comportamiento bastante normal cuando se encuentra en familia o en ambientes conocidos. Por ello a menudo no buscan ayuda hasta que el problema se ha hecho crónico y es más difícil de abordar. Los profesores por lo general tienden a preocuparse más por los niños agresivos, ruidosos y disruptivos, que alteran el funcionamiento de la clase, de forma que los niños tímidos pasan a menudo para ellos desapercibidos. No obstante, los niños tímidos pueden sufrir considerablemente y la timidez puede tener repercusiones importantes en el desarrollo, como la inseguridad, la baja autoestima o la soledad. Cuando los problemas de timidez no se detectan precozmente pueden tender a hacerse crónicos, e incluso aumentar y relacionarse con futuros desórdenes psicológicos en la adolescencia y la edad adulta. Además, los niños tímidos son más vulnerables a ser intimidados y acosados por sus compañeros y en la adolescencia pueden presentar un riesgo mayor de caer en conductas desajustadas, como beber en exceso o tomar algunas drogas que le ayuden a desinhibirse y a afrontar las situaciones temidas. Por tanto, es importante prevenir e intervenir tempranamente cuando aparecen estos problemas en los niños de entre 6 y 12 años, ya que las relaciones con los iguales en la infancia son fundamentales para un desarrollo equilibrado de la personalidad. El niño, a

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través de las relaciones con sus iguales realiza muchos aprendizajes sociales que van a tener un papel fundamental en su desarrollo.

¿Cómo es un niño tímido? La timidez es un problema complejo al que acompañan múltiples manifestaciones:   TIMIDEZ Escasa interacción social. Dificultad para establecer relaciones. Ansiedad social. Estrategias de resolución de conflictos. Pensamientos negativos e irracionales. Sensaciones corporales de malestar e incomodidad.

  El niño tímido es un niño al que, por lo general, no le gusta salir, le resulta difícil hacer amigos, es muy inseguro y se siente cohibido fácilmente ante los extraños. Por ello, el niño tímido procura rehuir todo contacto con personas que no le son familiares: se encuentra incómodo ante ellas; se escapa cuando tiene que saludar a alguien; se esconde para no tener que despedirse; y hace todo lo que puede para que no se acuerden de él. Si por él fuera, le gustaría ser invisible. Lo característico de la timidez, frente a otras formas de aislamiento en el niño, es que este es capaz La timidez es una de actuar normalmente y se muestra bastante seguro y manifestación de ansiedad estable en ambientes conocidos, como en su familia. ante situaciones sociales. No obstante, dicha seguridad se pierde cuando se encuentra ante personas extrañas o poco conocidas. La timidez se manifiesta de forma diferente en función de la edad: en los primeros años suelen predominar las manifestaciones motoras: quedarse parado, ademanes nerviosos, enrojecimiento, necesidad de ir al baño… En los preadolescentes y adolescentes adquieren mayor relevancia la aparición de pensamientos irracionales y negativos: «soy muy aburrido», «no valgo para nada», «no voy a ser capaz»… Además el niño tímido presenta especiales dificultades a la hora de relacionarse con sus compañeros: no se le ocurre nada para iniciar una conversación, no es capaz de manifestar sus deseos, su opinión o de expresar sus emociones. Su comportamiento puede diferir bastante en función de las situaciones. Así el niño tímido puede aparentar estar muy seguro de sí mismo en casa pero, cuando tiene que

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hacer frente a situaciones sociales, se muestra titubeante, torpe, inseguro. Realiza esfuerzos casi cómicos por empequeñecerse y pasar inadvertido. Esta inseguridad suele ir acompañada de molestas manifestaciones físicas, como el «ponerse colorado», sudor de manos, tartamudez... Como consecuencia de su comportamiento, el niño tímido acaba aislándose. Procura eludir los contactos con otras personas y se aísla. Con frecuencia, su comportamiento es mal interpretado por los demás, que pueden llegar a considerarle como altanero y orgulloso. El niño tímido suele refugiarse en juegos solitarios, en la lectura, los videojuegos, la compañía de los animales. Con frecuencia busca la compañía de personas a las que pueda dominar: niños más pequeños, compañeros torpes. Alejado de la actividad, su sensibilidad se agudiza. Sufre por pequeñas tonterías que a los demás no les afectan. Por lo general, tiene temor a intervenir o hablar cuando están en público y manifiestan un intenso miedo al ridículo. En el colegio, su timidez puede hacer disminuir considerablemente su rendimiento escolar. Los padres de los niños tímidos con frecuencia no entienden por qué su hijo, que la noche anterior parecía saberse perfectamente la lección, ha obtenido un suspenso cuando el profesor le ha preguntado en clase. Cuando el niño se ve ante un profesor, que tiene prisa por preguntarle, y delante de sus compañeros dispuestos a reírse de él, su timidez le bloquea y no recuerda nada. Asimismo, el niño tímido no se atreve a preguntar ni a pedir aclaraciones cuando no entiende algo en clase. Por ello su rendimiento escolar puede verse perjudicado de forma importante. Los factores cognitivos son asimismo importantes. Los niños y niñas tímidos a menudo tienen pensamientos y creencias negativas sobre sí mismos, tienden a subestimarse y a mostrar un alto grado de autoexigencia y autocrítica: «Me pondré nerviosa», «voy a hacerlo fatal»… Tienden a preocuparse excesivamente por su propia imagen, se evalúan continuamente, «rumian» sus propios errores y a menudo se sienten culpables cuando cometen algún fallo.

¿Por qué es tan tímido? En lo que respecta a la timidez, esta no puede atribuirse a una única causa, sino que es más bien el resultado de la interacción de varios factores que pueden predisponer al niño a mostrar este comportamiento. La mayoría de los niños experimentan una fase de timidez o ansiedad ante los desconocidos que comienza alrededor de los 6 años de edad. En la niñez más temprana y en la adolescencia, la timidez es frecuente y normal, solo en la última infancia y en la juventud aparece cuando las causas que la producen pueden considerarse extrañas o anómalas.

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Con el final de la adolescencia, en torno a los veinte años, una cuarta parte de los niños tímidos son capaces de superar totalmente su timidez y la mayoría mejoran notablemente, aunque puede persistir en ellos una tendencia a ser poco sociables y a preferir las actividades individuales a las desarrolladas en grupo. En algunos casos, la timidez persiste convirtiéndose la timidez en un rasgo arraigado de su personalidad. – Temperamento. – Experiencias tempranas inadecuadas. – Falta de oportunidades para relacionarse. – Sentimientos de inferioridad. – Complejos. La timidez puede deberse en parte a una tendencia temperamental. Por temperamento hacemos referencia a aquella parte de la personalidad con la que nacemos y que depende en gran medida de nuestra herencia y predisposición biológica. Debido a su temperamento un niño puede ser más sensible o más asustadizo. No obstante, esta tendencia temperamental interactúa de forma importante con otras variables ambientales, especialmente con el comportamiento de los padres. Algunas experiencias durante los primeros años pueden prevenir o desarrollar una tendencia a la timidez: el sentirse querido, abrazado y besado durante los primeros años de vida contribuye al desarrollo de una actitud básica de confianza hacia los demás y de la convicción de ser digno de ser amado y apreciado. A partir de los 3 años la posibilidad de contacto con otros niños empieza a ser importante. Los hermanos también pueden desempeñar un papel relevante: un hijo único, acostumbrado a estar siempre con los adultos, puede tener mayores dificultades para integrarse socialmente. Entre los 6 y los 12 años las relaciones con los compañeros y el establecimiento de lazos de amistad adquieren especial protagonismo y resultan especialmente importantes para un desarrollo equilibrado del niño. Los profesores deben estar especialmente atentos para detectar aquellos niños que, a estas edades, tienen dificultades para relacionarse en el colegio, ya que este dato a menudo puede pasar desapercibido para los padres. La timidez es también con frecuencia resultado de sentimientos de inferioridad. El niño tímido no tiene confianza en sus posibilidades y las subestima. Su actitud y temor ante la opinión ajena hace que a menudo fracase lo que, a su vez, confirma su baja opinión sobre sí mismo. Por ello tiende a aislarse y a eludir los contactos sociales. Se aísla y, con frecuencia, da la impresión de ser orgulloso y altanero, cuando en realidad sufre por todo lo contrario. La existencia de un complejo, real o imaginario, también puede ser responsable de que un niño se aísle por temor al ridículo o a las burlas de los demás. Por ello una alta autoestima es el mejor antídoto contra la timidez.

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Además la timidez en los niños se ve reforzada:    Cuando los padres o profesores se burlan o menosprecian el comportamiento del niño tímido: Por ejemplo, si llevas a tu hijo a la oficina, esperando que cause una buena impresión, y el niño no se atreve ni a saludar, es posible que reacciones con impaciencia y enfado. Esto aumenta la timidez de tu hijo.

   Cuando las primeras experiencias de relación con otros niños han sido negativas: Por ello, hasta que el niño es un poco mayor (8 años, aproximadamente), necesitará de mucha supervisión cuando esté con los amigos para asegurarse de que todo va bien.

   Cuando el niño experimenta temor a no ser querido y rechazado: El niño puede temer que los demás le retiren su aprecio.

   Cuando padres o profesores nos mostramos excesivamente impacientes o irritables: Posteriormente, el niño transferirá estos sentimientos y actitudes que tiene hacia sus padres, a los demás.

   La propia timidez de los padres: Cuando los propios padres son poco sociables, tienen pocos amigos, se muestran tímidos ante otros adultos o sufren por sentirse menospreciados por los demás pueden contribuir a desarrollar en el niño una personalidad tímida.

   La sobreprotección: Una madre demasiado asustadiza y preocupada que advierte continuamente a su hijo de los peligros que acechan, contagia a este sentimientos de temor y desconfianza. El niño acaba teniendo miedo a todo y creyéndose un inútil y una calamidad.

   Los cambios en la familia: Como el nacimiento de un nuevo hermano, el cambio de domicilio, el ingreso en un nuevo centro escolar, pueden asimismo despertar sentimientos de inseguridad y timidez en los niños.

  También pueden existir causas de tipo social: como que el niño se sienta menospreciado entre sus hermanos o entre sus compañeros, o de tipo físico, como, por ejemplo, un defecto de nacimiento. Finalmente, en ocasiones el niño puede utilizar la timidez como un mecanismo de defensa: un niño que se sienta incapaz para hacer frente a algunas circunstancias de su ambiente puede mostrar timidez o intentar mostrarse como inferior para evitar ser atacado.

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¿Y cómo podemos ayudarle? Cada caso es diferente y deberemos antes de actuar conocer bien las características de cada niño y las causas concretas y las manifestaciones de la timidez en cada niño. En este capítulo simplemente proponemos algunas pautas generales que deberán concretarse en cada caso. En primer lugar, padres y profesores podemos prevenir este problema, desarrollando su sociabilidad desde que es pequeño. Ya hemos dicho que la timidez es una fase habitual en la primera infancia. Podemos contribuir a que supere esta etapa. Para ello es importante enseñarle desde pequeño a ser sociable.   Por ejemplo: Cuando vayas de paseo con el niño habitúale a saludar al portero y darle los buenos días. Cuando te encuentres con un amigo por la calle preséntaselo a tu hijo (aunque solo tenga tres o cuatro años) y acostúmbrale a que le salude. Como profesor puedes enviarle a dar avisos a secretaría o a otras clases. Si se muestra tímido, insiste para que lo haga. Al enseñar al niño a saludar y a ser amigable con las personas, le estás enseñando a ser sociable y a disfrutar de la gente.

  También hay que evitar sobreprotegerle. Es importante enseñarle a ser autónomo y a hacer las cosas por sí mismo, ello le ayudará a desarrollar un elevado sentimiento de autoeficacia y a adquirir seguridad en sí mismo... Si otros niños se meten con él, no debemos acudir de inmediato a defenderle, debe aprender a ser asertivo y resolver las cosas por sí mismo. Si observamos que un niño es especialmente tímido, no debemos subestimar el problema ni resignarnos pensando que es así y no hay nada que hacer. Tampoco debemos enfadarnos con el niño o la niña por ello ni criticar sus expresiones de timidez. Deberemos evitar hacer reproches o comentarios que le hagan sentirse culpable, ya que solo conseguiríamos aumentar su inseguridad y, en consecuencia, su timidez. Si eres su profesor, evita ponerle en evidencia y ridiculizarle delante del resto de la clase, no le hables en público de su defecto ni se lo hagas ver a los demás y ve poco a poco integrándole en la clase. Padres y profesores deberemos mostrar una actitud Desarrolla su autoestima comprensiva y demostrarle que nuestro cariño y aceptación es incondicional y no depende de lo que y le darás un antídoto haga. De esta forma aumentará la seguridad en sí frente a la timidez. mismo y la confianza en los demás. Deberemos hablar con el niño o la niña con frecuencia y evitar hacer comparaciones que puedan herir su susceptibilidad. Dejarle que se explaye, que aprenda a compartir sus

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inquietudes y sus miedos, y quitar importancia a sus agobios. Asimismo, es importante afianzar su seguridad potenciando y alabando aquellas cosas en las que destaque. Ayudarle a descubrir en sí mismo alguna cualidad hasta ahora desconocida y desarrollar en él aficiones que le puedan ayudar a relacionarse con los demás. A este respecto, hacer teatro es una de las aficiones que más pueden ayudar a un niño tímido. Si el niño muestra interés, podríamos apuntarle a algún grupo de teatro: los ensayos, las representaciones, el trabajo en equipo…, le ayudarán a ganar confianza en sí mismo. De esta forma se acostumbrará a exponerse ante los demás e irá venciendo su timidez. Asimismo deberemos facilitar su integración en clubes, asociaciones deportivas o culturales, o actividades extraescolares que le permitan salir de sí mismo y relacionarse con los demás. También tanto en casa como en el colegio habrá que irle habituando progresivamente a los contactos sociales. Debemos planificar cuidadosamente y por anticipado los contactos sociales, haciendo las cosas muy despacio, con pasos muy escalonados. Así le iremos introduciendo en grupos y favoreciendo su participación en situaciones sociales satisfactorias y agradables, y deberemos estar muy atentos para reforzar y elogiar de forma inmediata cualquier pequeño avance en la forma de relacionarse con los demás. A continuación, tal y como hemos hecho en los capítulos anteriores, proponemos un posible plan de acción relacionado con la situación familiar que poníamos como ejemplo al inicio de este capítulo. A través de estos planes de acción simplemente pretendemos dar a conocer al lector una herramienta especialmente útil a la hora de abordar los problemas de los niños de estas edades. No obstante, como ya hemos repetido en numerosas ocasiones, el plan de acción debe ser específico para cada niño en concreto y deberá concretarse de forma personalizada en cada caso.

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UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN SITUACIÓN: Se trata de una niña de 10 años con problemas de timidez especialmente en el colegio y dificultad para hacer amigos. OBJETIVOS: • General: Vencer la timidez. • Específico: Ganar confianza en sí misma potenciando sus puntos fuertes. MEDIOS: Puesto que se trata de una niña creativa y le gusta el guiñol, le animaremos a apuntarse a un grupo de teatro que funciona en el colegio como actividad extraescolar. MOTIVACIÓN: Hablaremos con la niña y le ilusionaremos con la idea. Destacaremos sus cualidades: ella es muy creativa y tiene un don especial para ello. Le haremos ver, además, los beneficios que puede obtener. Hablaremos también con la profesora de teatro. Le haremos saber de su timidez para que vaya introduciéndola poco a poco en las actuaciones. Periódicamente nos veremos con ella para que nos informe de sus progresos. DESARROLLO Y RESULTADOS: Los primeros días lo pasó mal. Se quedaba al final de la sala procurando pasar inadvertida. La profesora supo ir ayudándole de forma muy acertada. Primero trabajó en funciones de guiñol donde no tenía que «dar la cara». La primera vez que tuvo que actuar en el escenario se puso algo nerviosa, pero su papel era muy corto y logró salir airosa. Poco a poco vemos que va ganando en seguridad y se va atreviendo a hacer papeles algo más complicados. Disfruta mucho de los ensayos y del trabajo en equipo.

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CAPÍTULO 7 | Problemas en las relaciones    entre hermanos

Las relaciones con nuestros hermanos nos marcan y desempeñan un papel primordial en nuestro desarrollo personal. Durante nuestra infancia, los hermanos y hermanas constituyen una parte muy importante de nuestra vida. La presencia de hermanos facilita la sociabilización y los problemas en las relaciones fraternas pueden tener repercusiones importantes en el desarrollo de la personalidad del niño. Como en los capítulos anteriores, exponemos a continuación una situación familiar que nos puede servir para visualizar algunos de los problemas de relaciones que examinaremos en este capítulo.

Situación familiar: «Una casa de locos» Veamos el caso de una familia con tres hijas. Se trata de unos padres que se preocupan de la educación de sus hijas, aunque la tarea recae sobre todo en la madre. El padre tiene un trabajo absorbente como ingeniero, se limita a menudo a decir a su mujer lo que debería hacer o a reprocharle cómo lo hace, pero no interviene activamente. La mayor, con sus 9 años, es una niña sensible, inteligente y responsable, pero con un carácter muy fuerte. Tiene mucho genio y siempre quiere mandar. Como es la mayor, siempre tiene que imponer su punto de vista. Con frecuencia manda callar a sus hermanas diciéndoles que ellas son unas «enanas» y que no saben nada. La segunda, de 8 años, es la más inquieta: siempre está revolviendo en algo y es muy chinche. En casa, sin embargo, es la más dispuesta para ayudar a su madre. En el colegio, sus notas son buenas aunque no tan brillantes como las de su hermana mayor, seguramente porque se despista con frecuencia. La pequeña, de 4 años, está algo mimada. Su madre le ríe todas las gracias y le consiente sus caprichos más de lo que debería. A menudo se disculpa diciendo que con la pequeña ya «me ha cogido más vieja». El principal problema que preocupa a estos padres es que sus hijas se llevan fatal. Las peleas son continuas. Las dos mayores tienen celos de la pequeña y se comparan continuamente entre sí. Con mucha frecuencia discuten «hasta llegar a las manos» y acaban tirándose de los pelos o escupiéndose. La de en medio es la más conflictiva: suele quejarse de que todo lo bueno se lo dan a la mayor, en especial papá «porque ella es su favorita». En cuanto a mamá, «está claro

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que a la que más mima es a la tercera: todo lo que hace le parece gracioso y casi siempre está con ella». Sus padres piensan que esto no es cierto, no obstante la madre reconoce que su segunda hija tiene una habilidad especial para ponerle nerviosa. Casi siempre es la fuente de todos los conflictos y con frecuencia acaba cayendo con ella en descalificaciones personales: «Eres un desastre», «siempre tienes que ser tú la que la arma»... son expresiones que por desgracia emplea con frecuencia. Además, la niña siempre está «espiando» a su hermana mayor: si le compran algo, a ella también hay que comprárselo o monta un cirio, aunque se trate de cosas que solo necesita su hermana (libros, ropa...). Si su hermana hace algo, ella también lo hace y es especialista en chivarse de todo lo que hacen mal las demás. En fin, que esta madre está harta de hacer de «árbitro» en las peleas de sus hijas. La mayor parte de las veces está tan harta que no se para a buscar al culpable, sino que directamente castiga a las dos esperando que así aprendan la lección. Pero parece que esta táctica no funciona. Con frecuencia los padres discuten sobre la forma de tratar a las niñas. El padre a menudo reprocha a la madre que no se sepa imponer más. La madre se queja de que él casi nunca está en casa y, cuando llega, pretende que todo esté perfecto. Los fines de semana cuando el padre está en casa protesta y se queja de que su casa se esté convirtiendo en «un infierno». Las comidas familiares suelen acabar en bronca, casi siempre por alguna tontería. Le revienta que sus hijas sean tan envidiosas y no sepan disfrutar de las cosas. Esto parece una «casa de locos», suele decir.

Importancia de las relaciones entre hermanos Junto con los factores genéticos, son los factores ambientales, y en especial la familia, los que ejercen una poderosa influencia sobre el desarrollo de nuestro carácter y personalidad. Sin embargo, cuando hablamos de la influencia de la familia, no podemos referirnos tan solo a los padres. Las relaciones con nuestros hermanos nos marcan y desempeñan un papel primordial. Durante nuestra infancia, los hermanos y hermanas constituyen una parte muy importante de nuestra vida. Con frecuencia pasamos más tiempo con ellos que con nuestros padres: vivimos juntos, comemos juntos, jugamos juntos, peleamos juntos, nos defendemos unos a otros, afrontamos los mismos problemas... lo que da lugar a una relación muy íntima pero también muy competitiva. Con los hermanos «ensayamos» nuestros sentimientos y nuestras conductas sociales. Ellos constituyen los modelos con los que nos comparamos. Con ellos aprendemos a jugar, a trabajar, a discutir, a pelear, a relacionarnos con nuestros iguales.

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La presencia de hermanos facilita la sociabilización del niño: así, a través de los hermanos, el niño aprende a conocer los problemas de la convivencia, a hacer frente a las injusticias de la vida, a competir socialmente. La presencia de los hermanos le fuerza a tener en cuenta el punto de vista de los demás y a salir de sí mismo. Igualmente, en la relación con sus padres y sus hermanos, el niño va configurando su identidad a través del reflejo de lo que los otros piensan de él y de las «etiquetas» y roles que le asignan en la familia. Todo ello hace que los vínculos con nuestros hermanos sean estrechos: ellos son las personas más unidas a nosotros por un conjunto de historias y experiencias comunes; seguramente son quienes mejor nos conocen. Compartimos con ellos un lenguaje común, unos valores comunes, unos recuerdos comunes. No obstante, esta relación es a menudo contradictoria: los hermanos tan pronto se están besando y se adoran, como se odian y se pelean. Son capaces de defenderse y formar una piña frente a los demás mientras que, en otras ocasiones, se atacan sin piedad. La rivalidad entre hermanos es algo prácticamente inevitable: en todas las familias, los hermanos de alguna forma compiten por el amor, la aprobación y la aceptación de los padres. Cada niño busca continuamente su posición entre los hermanos, comparándose con ellos, esforzándose por superarlos e intentando obtener la mayor parte de amor y atención de que disponen sus padres. Resentimientos, envidias, celos y sentimientos La buena comunicación ambivalentes son, por tanto, algo normal entre hermanos. Estos sentimientos son por lo general entre hermanos inconscientes: es decir, el niño no se da cuenta de que es imprescindible los tiene. Se trata de una mezcla de amores y odios que para que haya en la mayor parte de los casos se superan fácilmente y un buen clima familiar. pueden constituir un excelente aprendizaje para la futura integración social del niño. Si los padres saben hacerlo bien, conseguirán que esas historias de amores y celos se conviertan en relaciones de amistad, colaboración, comprensión y ayuda mutua. El que los problemas entre hermanos no se superen depende casi siempre de una actitud equivocada por parte de los padres que puede llevar a transformar la competencia natural entre hermanos en celos ansiosos y hostiles.

¿Cómo se manifiesta la envidia? La rivalidad entre los hermanos se manifiesta a veces abiertamente: lo más frecuente son las peleas y las riñas: «no me deja hacer los deberes», «me ha quitado los lápices»,

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«me ha insultado», «se lo diré a mamá»… es la frase preferida. Seguramente la escena te resulta familiar. Otras veces, especialmente cuando van siendo mayores, se manifiesta en forma de guerra fría: no se hablan, no quieren salir la una con la otra, excluyen a su hermana o hermano de su grupo de amigos... En otros casos la hostilidad, provocada por las envidias entre hermanos, puede volverse contra los padres: entonces el niño o la niña se vuelve desobediente, insoportable, llora por todo, chincha continuamente a sus hermanos, cualquier cosa con tal de convertirse en el centro de atención y tener a sus padres continuamente pendientes de él. En algunos casos, la hostilidad puede volverla contra sí: el niño se automargina, se aísla, se vuelve ansioso y empieza a manifestarlo comiéndose las uñas, mediante tics nerviosos. Pueden también reaccionar regresando a un estadio de desarrollo anterior y comportándose de forma infantil.   MANIFESTACIONES Riñas y peleas

«Guerra fría»

Llamadas de atención

Autolesión

Regresión

¿Por qué surge la envidia? Una de las principales causas de la envidia es el deseo de monopolizar a los padres. De esta forma, los celos representan una especie de competición para conseguir mayor atención y cariño. Al fin y al cabo, todos desean ser el que mamá quiere más, el que papá admira, el «favorito». El deseo de dominar, de competir, está presente en casi todas las personas. Continuamente nos comparamos con los demás, juzgamos quién hace las cosas mejor, quién es el más rápido, el más listo y, en especial, nos comparamos con nuestros primeros «adversarios», nuestros hermanos. El «instinto de territorialidad», o lo que nos queda de él, puede también estar en la base de muchas envidias: el niño a través de su conducta lo que intenta es defender «su territorio», su parcela en la familia. Cuando siente que esta está amenazada, como, por ejemplo, ante la llegada de un nuevo hermano, reacciona para defenderla. Surgen sentimientos de envidia hacia el recién llegado y se establece una hostilidad latente que puede manifestarse a la mínima oportunidad. Asimismo es característico que los niños tengan muy desarrollado el «instinto de posesión». Habrá, por tanto, que enseñarles a respetar las cosas de sus hermanos, a ser

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generosos y dejar sus cosas de forma que los objetos personales no sean siempre fuente de conflicto. Por otra parte, el origen de las envidias puede estar en actuaciones inadecuadas de padres y educadores. Si nos preguntan, casi todos decimos que queremos a todos los hijos por igual; no obstante, si preguntamos a nuestros hijos, quizá nos sorprenda su respuesta: ellos tienen bastante claro «a quién prefiere mamá y a quién prefiere papá».   MOTIVOS DE LA ENVIDIA Monopolizar el cariño. Deseo de poder. Defender su espacio o parcela. Competitividad. Actuaciones inadecuadas de los educadores. Sentimientos de inseguridad. Complejos.

  A menudo, los padres manifestamos inconscientemente preferencias y favoritismos por alguno de nuestros hijos: porque se parece más a nosotros, porque es el pequeño, porque nació cuando ya éramos más maduros, porque es varón, por su temperamento más tranquilo… El favoritismo de los padres puede ser consciente o inconsciente, deliberado o sin intención, pero debemos tener muy en cuenta que todos los niños tienen una aguda sensibilidad para captarlo y evalúan continuamente quién recibe cuánto y de qué. Asimismo, los padres con frecuencia avivamos, sin querer, los resentimientos y las envidias: Cuando tomamos parte en sus trifulcas, defendiendo a unos contra otros. Cuando con frecuencia comparamos entre los hermanos. Cuando alentamos la competencia entre ellos… En todas estas situaciones, es fácil que surjan sentimientos de envidia. Por ello, debemos tratar a cada uno individualmente buscando aquello en que destaque y elogiarle individualmente. Las comparaciones entre hermanos son a menudo inevitables, Elogiar incluso en las familias más sanas. El mayor suele servir como punto de referencia: los padres, aun sin quererlo, van individualmente comparando las habilidades y cualidades de los siguientes con el sus cualidades.

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mayor. De esta forma van asignando a los hijos atributos o «etiquetas» que los diferencian entre sí y que influyen poderosamente sobre su identidad y su autoestima. A través de este proceso, un niño puede convertirse en «el tranquilo», otro en «el llorón», otro en «el inteligente», otro en «el divertido». En la medida en que estas «etiquetas» sean apropiadas y consideradas como valiosas o deseables no crearán problemas. Los problemas surgen cuando un niño envidia las características otorgadas a su hermano porque siente que son superiores a las suyas. En los niños de entre 6 y 12 años, las envidias son con frecuencia el resultado de los propios sentimientos de inseguridad del niño. Cuando un niño es inseguro o tiene una baja autoestima es más fácil que sienta envidia. En estos casos no es necesario que exista una situación real de injusticia en casa para que tu hijo la sienta. La propia inseguridad del niño puede llevarle a formarse ideas equivocadas sobre quiénes son los preferidos o sobre a quién quiere mamá más. Asimismo, la envidia puede ser la consecuencia de un complejo de inferioridad con respecto a sus hermanos. Esto puede ocurrir cuando el hermano mayor es muy brillante y el segundo lo percibe como un «techo inalcanzable». Cuando le ve como a un rival que todo lo hace mejor que él.

¿Cómo influye la estructura de la familia en las relaciones entre los hermanos? Las circunstancias que se den dentro de la familia pueden tener una poderosa influencia sobre las relaciones entre los hermanos: no es lo mismo nacer cuando los padres tienen veinticinco años, que cuando tienen cuarenta; no es lo mismo nacer en una familia de dos hijos, que en una familia numerosa; no es lo mismo ser el primogénito que el benjamín o el de en medio... El tamaño de la familia es uno de los factores que pueden influir en las relaciones entre hermanos. Cuando en la familia solo hay dos hijos, y en especial si son del mismo sexo, la influencia de uno sobre otro es mayor: las comparaciones resultan difíciles de evitar. Además, en estos casos, los problemas tienden a complicarse: al mayor le duran más tiempo los celos de su hermano, ya que este será siempre el pequeño y mimado. El segundo tenderá a ver a su hermano mayor como alguien que está por encima de él y le domina sin que él pueda experimentar la satisfacción de poder dominar a su vez sobre los menores. Si los dos hermanos se llevan poco tiempo, poco a poco se irán superando los celos y tenderán a actuar como «camaradas». Pero si, como es corriente hoy en día, se llevan tres o más años, estos conflictos pueden prolongarse. En las familias numerosas, por lo general, se dan menos problemas, sin embargo los niños también aprenden rápidamente a competir por el cariño de sus padres. Es frecuente

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que se formen alianzas o grupos por edades o por sexos: «los niños» y «las niñas»; «los mayores» y «los pequeños». Con el tiempo, los niños van escogiendo entre sus hermanos sus rivales y sus aliados. PRIMOGÉNITO: dominio, responsables, concienzudos, buena autoestima, mayor exigencia. MEDIANO: menor autoestima, necesidad de llamar la atención, sentirse ignorado, buscan su identidad fuera de la familia. BENJAMÍN: más mimado, menor exigencia, en ocasiones, más dependientes e inseguros, mayor rebeldía y menos respetuosos con la autoridad.

  El orden de nacimiento es uno de los factores más estudiados con respecto a las relaciones entre hermanos. Sin embargo, aunque estas predicciones con frecuencia se cumplan, no debemos caer en «tópicos» ni etiquetas. El solo hecho de ser el primogénito o el benjamín no determina el comportamiento del niño hacia sus hermanos, sino más bien la actitud de los padres hacia cada uno de sus hijos. Cada una de las posiciones de la familia tiene sus ventajas y sus desventajas, si bien son los hijos de en medio los que generalmente experimentan más desventajas. No obstante, ninguna de estas características determina por sí sola la personalidad del niño. El primogénito suele ocupar un puesto privilegiado en la familia: tiende a dominar sobre los demás. Durante un tiempo ha ejercido de hijo único y ha acaparado la atención de sus padres. Suele ser responsable y concienzudo, tiende a identificarse con los adultos y a respetar las reglas. Por lo general, tiene una buena imagen de sí mismo, ya que está acostumbrado al apoyo entusiasta de sus padres. Con frecuencia, los primogénitos son considerados «los favoritos» de la familia y los primeros en recibir aquello que sus hermanos valoran más: ciertos privilegios, propiedades... pero también son los que más expectativas tienen que cumplir, lo que les somete a una presión tremenda. Ser el primogénito también conlleva una serie de desventajas: en primer lugar, el primer hijo generalmente experimenta unos celos más acusados que los siguientes; si además ha sido el primer sobrino y el primer nieto, puede haber llegado a creerse el centro del mundo y experimentar terribles celos cuando llega un hermanito. Esto es especialmente cierto cuando el segundo hijo llega bastante espaciado, ya que el mayor se ha acostumbrado a acaparar el cariño de sus padres. El mayor puede superar este «destronamiento» adoptando una actitud «paternalista» con los pequeños y participando en su cuidado y protección. De esta forma se seguirá sintiendo importante. A veces puede abusar de esta situación aprovechándose de su superioridad física e intelectual. En estos casos habrá que hacerle volver a su puesto y vigilar que no invada el de otros. Además, el mayor suele pagar «la novatada» de sus padres. Estos a menudo no saben cómo actuar y «ensayan» con él todo, se muestran ansiosos, preocupados y a veces

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rígidos en sus exigencias transmitiendo su ansiedad al hijo. También el ser el mayor conlleva que debe ejercer de ejemplo y guía con los que vienen detrás, por lo que los padres suelen ser menos benevolentes con sus defectos y fracasos. En cuanto al benjamín, es frecuente que la madre tienda a mostrarse más tierna y cariñosa con él, a mimarle más, a reírle todas las gracias. Además suele nacer cuando los padres son ya más maduros y menos rígidos, por lo que se le suele exigir menos, se le protege y se le mima más. Además tiene la ventaja de que nunca será «destronado»; por tanto llega a un mundo estable en que todos los personajes están ya colocados y no tiene que adaptarse, como los demás, a las nuevas circunstancias de la familia: nunca ha experimentado el temor de que alguien más pequeño se adueñe de su espacio. Debemos, por ello, evitar que se acostumbre a salirse siempre con la suya, en especial cuando nace con bastante diferencia de edad con respecto a sus hermanos. Con frecuencia estos «mimos» son vistos con envidia por el hermano que le precede: este olvida que él también fue el pequeño durante un tiempo. En estos casos habrá que hacerle comprender que no ha pasado a un segundo plano, sino que sigue teniendo su lugar en la familia. Hacerle sentirse orgulloso de ser «mayor» dándole responsabilidades y encargándole del cuidado y protección del pequeño. En algunos casos, el pequeño puede sentirse inferior a Cada hijo debe sus hermanos y sentir que todos son más capaces que él. De hecho, los pequeños suelen recibir mucha atención y mimos sentirse protagonista pero rara vez son tomados en serio por los mayores. Sus en su familia. logros rara vez son alabados, pues sus padres ya están acostumbrados a verlos, y necesitará aprender a tener más confianza en sus capacidades y virtudes. Pueden acostumbrarse a que otros decidan por ellos y tener miedo a asumir responsabilidades. Suelen ser más dependientes, ya que desde pequeños siempre ha habido alguien dispuesto a hacer las cosas por ellos. Suelen ser grandes observadores y a menudo desconfiados, ya que sus hermanos se han aprovechado muchas veces de ellos. Asimismo, los más pequeños con frecuencia se han educado en un ambiente más permisivo que sus hermanos: sus padres a menudo les permiten hacer cosas que sus hermanos nunca soñaron. Por ello suelen ser más rebeldes y respetar menos la autoridad. A su vez suelen ser más creativos e imaginativos y menos convencionales que sus hermanos. Los hermanos medianos ocupan una posición difícil, en especial en los grupos impares de hermanos (el segundo de tres o el tercero de cinco) a menos que se diferencien de los demás por su sexo, lo que puede hacerles pasar a una posición privilegiada: Si, por ejemplo, es el mayor o menor de su sexo ocupa ya una posición propia que le diferencia de sus hermanos. Los problemas son más frecuentes en aquellos

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que son los hijos de en medio de una serie de hermanos del mismo sexo. Estos suelen ser los miembros menos diferenciados de una familia y presentan más problemas. Con frecuencia, los hijos de en medio sufren de menor autoestima que sus hermanos y son más vulnerables psicológicamente: suelen sentirse ignorados, descuidados, poco atendidos, en un segundo plano. Sienten que siempre tienen que pelear un poco más para conseguir la atención de sus padres. Por lo general, cuando la diferencia de edad no pasa de tres o cuatro años, los hijos de en medio no tienen ni los privilegios de los que les preceden, por ser «mayores», ni las «ventajas» de los pequeños. Por ello a menudo el de en medio debe recurrir a todo tipo de tretas para acaparar la atención de sus padres: puede volverse insoportable, desobediente, chinchar a sus hermanos... cualquier cosa para convertirse en el centro de atención. Ante estos problemas, los padres deberán buscar la forma de hacerle comprender que también él es importante en la familia y ocupa un lugar especial. Habrá que estar atenta para encontrar aspectos en los que destaque y elogiárselos, y procurar aproximarle a los mayores más bien que a los pequeños para que así se sienta importante. Dado que su posición en la familia no está muy definida, los de en medio tienden a buscar su identidad fuera de la familia. Para ellos las amistades son muy importantes si bien a menudo se dejan influir con mucha facilidad y se dejan llevar por la corriente. Las diferencias de edad entre los hermanos pueden constituir también un factor a tener en cuenta. En líneas generales, cuanto más cercanos en edad sean los hermanos, mayor es la relación entre ellos. Los niños de edades parecidas en una familia comparten una gran cantidad de experiencias, por lo que es mayor la posibilidad de cercanía como también de rivalidad entre ellos. No obstante todo esto no implica que los hermanos que se llevan bastantes años no puedan experimentar sentimientos de envidia y recelos entre sí. La existencia de un niño especial o diferente en la familia: minusválido, ciego, retrasado... puede también aumentar la rivalidad entre los hermanos. Estos hijos suelen acaparar la mayor parte del cariño y la atención de los padres. Los demás niños de la familia pueden sentirse postergados o no atendidos, con el agravante de que pueden sentirse, además, tremendamente culpables por sentir envidia de un hermano que tiene problemas.

¿Cómo ayudarle a superar la envidia? Cuando sospechamos que un niño siente envidia de sus hermanos o compañeros, conviene poner remedio pronto, antes de que dicha envidia se convierta en una mala costumbre. No obstante, debemos también mantener la calma: la envidia es un

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sentimiento natural en los niños. Cuando dramatizamos demasiado, corremos el riesgo de acrecentarla. Cuando nos encontramos con la envidia, es importante actuar con cariño y paciencia. No deberemos castigar al niño ni echarle en cara continuamente su comportamiento, con ello solo conseguiríamos confirmarle que, efectivamente, tiene razón cuando piensa que a él le apreciamos menos que a los demás. No le llames «envidioso» y pide a sus hermanos o compañeros que tampoco lo hagan. Cuando esté tranquilo conviene hablarle de las consecuencias negativas de la envidia: es un vicio estéril que no te deja ser feliz y destruye como una carcoma al envidioso. Podemos buscar aquellas cosas en que destaque, elogiando sus pequeños triunfos y destacándolos delante de los demás para que se lo reconozcan. Poco a poco deberemos hacerle entender cuánto le queremos y apreciamos y la gran cantidad de cualidades que tiene, de esta forma irá ganando en seguridad y su envidia irá disminuyendo. Asimismo conviene que padres y profesores examinemos con sinceridad nuestra forma de actuar: es importante evitar los favoritismos y comparaciones con sus hermanos o con sus compañeros. Cada uno de los hijos o de los alumnos debe comprender con claridad que le quieres y le aprecias: al que es tranquilo como al que es revoltoso; al que saca buenas notas como al que no las saca tanto; al que es más guapo como al que tiene algún defecto... Sin embargo, el tratar a todos por igual tampoco es una buena solución: algunos padres, creyendo así evitar las envidias, cuando compran un regalo al mayor, por ejemplo, por su cumpleaños o su primera comunión, no son capaces de resistirse a las demandas del pequeño: «¿Y yo?», «¿y para mí, qué?»... y le compran lo mismo o alguna otra cosa en compensación. Con ello no hacen sino enviar a su hijo el mensaje de que «los celos son rentables», con lo cual lo repetirán en situaciones similares. Por tanto, si el niño recurre a los celos llorando, protestando o acusándote de hacer diferencias, no debes doblegarte y ceder a sus caprichos ya que así estarías premiando sus celos. Asimismo, en las familias numerosas un error frecuente es tratar a los hijos «en rebaño» o en bloque como si tuvieran la misma edad: la misma hora de acostarse, los mismos programas de TV permitidos... lo que suele provocar, con razón, las airadas protestas de los mayores: «¿Por qué con 12 años debo irme a la cama a la misma hora que mi hermana de cuatro?». La solución no está en pretender igualar a todos los hijos en todo momento, sino establecer claramente las diferencias entre ellos y entre sus circunstancias. Cada uno tiene su propia personalidad y conforme a ella debes educarle, actuando en muchas ocasiones de forma diferente a como lo haces con sus hermanos.

Cada hijo y cada alumno debe ser considerado como único. 110

circunstancias. En algunos casos, puede estar justificado el que un niño se sienta «preferido»: después de un trauma o una enfermedad. Sin embargo, en ningún caso se debe convertir en permanente. Un día habrá que animar a uno, otro día al otro... Lo ideal sería que hubiera un turno y que cada niño pudiera en un momento sentirse el preferido. Cuando un niño muestra signos de envidia, deberemos esforzarnos por dedicarle un tiempo especial, solo para él, ya que en estos momentos necesita sentirse especialmente querido. Procuraremos darle cada día esa pequeña dosis de cariño y de atención personalizada: por ejemplo, reservar unos minutos por la noche para hablar con él a solas, o llevártelo a él solo a hacer unos recados, o, si eres su profesor, pedirle que te ayude a ordenar los trabajos mientras charláis. El caso es que, al menos durante unos minutos, se sienta querido como persona individual. También va a ser importante predicar con el ejemplo: que vea cómo sus padres y profesores son capaces de alegrarse por lo bueno que les ocurre a los demás y despertar en él la capacidad de admiración por otras personas, y por sus propios hermanos, enséñale a buscar siempre lo positivo de los demás. EVITAR

PROCURAR Elogiarle en público. Dedicarle un tiempo exclusivo. Tratar a cada uno de acuerdo con sus características o personalidad. Descubrir sus cualidades. Darle protagonismo positivo. Alegrarse por el éxito ajeno.

Dramatizar. Castigarle. Recriminarle continuamente. Llamarle envidioso. Evitar favoritismos y comparaciones. Evitar que le resulte rentable.

¿Y qué debo hacer cuando se pelean los hermanos? En primer lugar, tranquilidad: las peleas y disputas entre hermanos son algo normal en todas las familias, podríamos considerarlas como una especie de «deporte familiar». Lo que realmente importa es el cariño y afecto que se tengan entre sí. Si en la familia unos se preocupan por los otros y están unidos entre sí, no debemos dar mayor importancia a las peleas: lo normal es que persistan durante algún tiempo y que se resuelvan rápidamente sin necesidad de que los adultos intervengan. En líneas generales, los padres deben procurar no tomar partido y no intervenir en las peleas entre hermanos y dejar que sean ellos mismos los que aprendan a defenderse. Únicamente estará indicado el intervenir y ejercer la autoridad en aquellos casos en que

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En líneas generales, los padres deben procurar no tomar partido y no intervenir en las peleas entre hermanos y dejar que sean ellos mismos los que aprendan a defenderse. Únicamente estará indicado el intervenir y ejercer la autoridad en aquellos casos en que la pelea se complique o bien cuando uno sea dominado por los demás. Asimismo debe preocuparnos cuando las peleas brotan como consecuencia de un rencor reprimido o cuando uno de los niños se convierte siempre en el tirano u otro se constituye en víctima. En aquellos casos en que nos veamos forzados a intervenir, deberemos esforzarnos por ser justos y no buscar culpables, procurar que la pelea termine con el perdón y la reconciliación. A veces para ello tendremos que hablar a solas con cada uno para que sean capaces de reconocer su culpa y perdonar sin rencor. Para evitar muchos disgustos es conveniente que los padres exijan a sus hijos algunas normas de respeto en relación con sus hermanos: Pedir permiso siempre que cojan algo que no es suyo. Acostumbrarse a prestar sus cosas de buena gana. Acostumbrarse a devolver lo antes posible los objetos prestados. Acostumbrarse a dejar las cosas en su sitio una vez utilizadas. Acostumbrarse a ser agradecidos cuando te dejan algo.   TRES REGLAS IMPORTANTES: Pedir las cosas por favor. Dar las gracias. Pedir perdón.

¿Cómo mejorar la relación entre los hermanos? Una buena comunicación entre los hermanos es imprescindible para conseguir un buen clima familiar. Para ello debéis empezar los padres poniendo los cimientos:   UN BUEN CLIMA FAMILIAR Buena relación entre los padres. Una casa que sea un hogar. La unión de la familia. La participación de todos en la familia.

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Hay que esforzarse por que los hermanos se quieran: si los niños viven en un clima de amor y afecto, lo asumirán como algo natural y tenderán a tratar a los demás de la misma forma. Para conseguir una buena relación entre los hermanos conviene fomentar las responsabilidades de unos hermanos por otros:   Por ejemplo: Que Juan de 9 años acompañe a clase a su hermana de 4; que Ana de 7 vigile, mientras mamá está ocupada, a Rocío de 10 meses; que Ignacio de 12 años vigile en el parque a Fernando de 6...

  En este sentido, una buena idea es que los padres se apoyen en los hijos mayores convirtiéndolos en sus «aliados»: hacerles conscientes de que ellos son continuamente observados por sus hermanos y deben dar ejemplo. Asimismo podemos hacerles partícipes de los planes con los pequeños y solicitar su ayuda. El hacerles participar de esfuerzos en común puede contribuir, asimismo, a mejorar las relaciones entre los hermanos y favorecer la unión entre ellos.   Por ejemplo: Propiciar que entre todos ahorren dinero para comprar un regalo a la abuela por su cumpleaños, el que todos participen a la hora de pintar el garaje, el que entre todos reúnan «puntos» por su comportamiento para que, cuando tengan 50, vayan de excursión...

  Fomentar la ayuda entre los hermanos constituye igualmente una buena medida. Por ello conviene que los padres se acostumbren a delegar en los hijos determinados encargos que supongan un servicio a los hermanos. Ello ayudará a los mayores a descubrir la satisfacción que produce el actuar con generosidad y servirá de ejemplo a los pequeños.   Por ejemplo: Lucía de 12 años puede leer todos los días con Tomás de 6; Marta de 11 puede ser la encargada de ayudar a Pepe de 3 a bañarse; Javier de 9 años puede enseñar a Fátima de 4 a patinar.



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  Finalmente, hacer vida familiar es importante para lograr una buena comunicación entre los hermanos. Si todos ellos se sienten parte de la familia y unidos a sus padres y hermanos, las relaciones serán mucho mejores, aunque las peleas sigan siendo inevitables. Todo ello contribuirá a fomentar la unión en la familia y, en consecuencia, a mejorar los vínculos de cariño y unión entre los hermanos.   VIDA FAMILIAR El esforzarse por comer o cenar todos juntos. Buscar ratos de conversación familiar después de las comidas. El hacer excursiones familiares. El jugar en familia: al parchís, al monopoly o al pictionary. El compartir y delegar las tareas de la casa. El jugar a contarse cosas buenas los unos de los otros.

  Proponemos a continuación una propuesta de plan de acción para ayudar a la familia que hemos contemplado al inicio de este capítulo a mejorar las relaciones familiares y las relaciones entre los hermanos.

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UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN SITUACIÓN: Estos padres han tenido una tutoría con la profesora de su hija mediana. La tutora ha insistido mucho sobre la necesidad de motivar en positivo. Les ha sugerido el siguiente plan de acción para que lo hagan de vez en cuando. Aprovechando que la próxima semana es Navidad y es un tiempo especialmente propicio para la generosidad con los demás, se proponen llevarlo a cabo para potenciar el cariño y la ayuda mutua entre todos los miembros de la familia. OBJETIVOS: • General: Fomentar la delicadeza y el espíritu de servicio. • Específico: Que todos los miembros de la familia se esfuercen y hagan algo por los demás. MEDIOS: El viernes por la noche se llevará a cabo el siguiente juego: Cada miembro de la familia debe introducir en una bolsa un papel doblado con su nombre. A continuación, cada uno deberá elegir un papel de la bolsa sin que nadie lo vea. Su misión será durante ese día ser el «ángel misterioso» de aquel cuyo nombre le haya tocado. El «ángel misterioso» deberá intentar, durante ese día, ayudar y hacerle la vida agradable a la persona que le haya tocado. Además, nadie debe descubrir quién es «su protegido» por lo que también tendrá que hacer favores a los demás para disimular. MOTIVACIÓN: • Presentarlo como un juego divertido. • Insistir en que, en una familia, es importante que nos ayudemos todos y que intentemos hacer felices a los demás. • Felicitar cada vez que veamos a alguien haciendo algo bueno por los demás. DESARROLLO Y RESULTADOS: Los resultados fueron muy buenos, señala la madre: tuvieron detalles de generosidad y servicio muy bonitos. Aprovechamos estos detalles para elogiarles cada vez que hacían

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algo bueno por los demás. Pensamos que es un buen plan de acción que debemos repetir más a menudo.

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PARA RECORDAR: RELACIONES CON LOS IGUALES • Entre los 6 y los 12 años, para el desarrollo de una personalidad sana es importante que el niño se sienta aceptado por los compañeros. • La calidad de las relaciones afectivas en la familia y los estilos y pautas de crianza de los padres van a desempeñar un papel importante en el desarrollo de la sociabilidad. • La falta de seguridad en sí mismo dificulta el desarrollo social del niño. • Los padres deben actuar como «estimuladores» y como «mediadores» de las relaciones sociales procurando al niño un entorno social rico donde tenga oportunidades de relacionarse. • Padres y profesores pueden ayudar al niño a desarrollar habilidades como la empatía, la capacidad para ponerse en el lugar del otro, la capacidad para autorregular sus emociones... que van a ser fundamentales para una buena competencia social. • La timidez es en realidad una forma de ansiedad: ansiedad ante situaciones sociales. • Desarrollar su autoestima puede ser un buen antídoto contra la timidez. RELACIONES CON LOS HERMANOS • Las relaciones con nuestros hermanos nos marcan y desempeñan un papel primordial en nuestro desarrollo personal. • En la relación con sus padres y sus hermanos, el niño va configurando su identidad a través del reflejo de lo que los otros piensan de él y de las «etiquetas» y roles que le asignan en la familia. • La rivalidad entre hermanos es algo prácticamente inevitable. En la mayor parte de los casos estos sentimientos se superan fácilmente y pueden constituir un excelente aprendizaje para la futura integración social del niño. • Cada hijo debe sentirse protagonista en su familia. • Algunos factores de la estructura familiar, como el número de los hijos, el lugar que ocupan en la familia, la distancia de edad entre los hermanos... pueden ejercer una notable influencia en las relaciones entre hermanos. • No es correcto tratar a todos igual: deberemos tratar a cada uno de acuerdo con sus características o personalidad.

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PARA PROFUNDIZAR: Trianes, M. V., Muñoz, A. M. y Jiménes, M. (1997), Competencia social: su educación y tratamiento, Madrid, Pirámide. En este libro se describe cómo padres y profesores podemos ayudar a desarrollar la competencia social en los niños. Se abordan temas como la amistad, la resolución de conflictos, la negociación... que constituyen pilares importantes en el desarrollo de la capacidad del niño para establecer relaciones interpersonales adecuadas. Franco, G. E., La comunicación en la familia, Palabra, Colección Hacer Familia nº 77. Escrito para aquellos padres que sienten inquietud por mejorar el nivel de comunicación familiar y en especial para aquellos que tienen hijos entre 4 y 12 años. Mediante casos reales y prácticos aporta ideas, sugerencias y posibles soluciones a las distintas situaciones diarias que se presentan en la convivencia familiar. Rosa Alcázar, A. I., Piqueras, J. A., Méndez Carrillo, F. X., Olivares, J. y Ramos, V. (2003), Guía de tratamientos psicológicos eficaces para la fobia social y la timidez en niños y adolescentes, en Marino Pérez Álvarez, Concepción Fernández Rodríguez, Isaac Amigo Vázquez, José Ramón Fernández Hermida, Guía de tratamientos psicológicos eficaces, Vol. 3, 2003, págs. 87-110. Capítulo en el que se abordan las distintas alternativas para el tratamiento de la timidez y la ansiedad scial en niños y adolescentes.

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ANEXO

GUÍAS DE TRABAJO PRIMERA PARTE (Capítulos 1 y 2) Se pueden utilizar estas guías de trabajo cuando vaya a usarse el libro como material de trabajo en escuelas de padres o en cursos de formación para profesores. En estos casos, los participantes deberán trabajar primero la guía individual para luego hacer una puesta en común siguiendo la guía de grupo. OBJETIVOS: – Ayudar a tus hijos o alumnos a ser más responsables. – Enseñarles a tomar decisiones por sí mismos. – Vivir mejor la obediencia. – Aprender a ejercer mejor la autoridad. TRABAJO INDIVIDUAL: 1. 2. 3. 4.

Una lectura rápida y otra lenta marcando lo importante. Apuntar las dudas que surjan en la interpretación del texto. Señalar tres ideas que te han llamado la atención en la lectura de los dos capítulos. No es fácil ejercer bien la autoridad. Releer las páginas del capítulo 2 y pensar en algún aspecto concreto en el que debas mejorar la forma en que ejerces la autoridad. 5. Los encargos son una buena forma de educar a los niños en la responsabilidad: Elabora un plan de acción o mejora alguno de los que tengas con respecto a los encargos. 6. Elige uno de los siguientes objetivos y haz un plan de acción para ayudar a un hijo o a un alumno a: a. Aprender a decidir. b. Responsabilidad en el cuidado y uso de las cosas. c. Aceptar la responsabilidad de sus faltas. d. Mejorar en el ejercicio de la autoridad.

TRABAJO EN GRUPO: Tras el trabajo individual de cada uno de los miembros del grupo, se recomienda seguir las siguientes indicaciones para el trabajo en grupo: 1. Tratar de aclarar las dudas de interpretación que hayan surgido al leer el texto.

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2. Comentar las tres ideas que han llamado más la atención a cada uno de los miembros del grupo. 3. Indicar cada uno de los miembros del grupo algunos aspectos para mejorar la forma de ejercer la autoridad. 4. Comentar los planes de acción realizados sobre los encargos. 5. Comentar otros planes de acción.

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GUÍAS DE TRABAJO SEGUNDA PARTE (Capítulos 3 y 4) OBJETIVOS: – Ayudar a tus hijos o alumnos a superar sus temores y ansiedades. – Aumentar la autoestima y la confianza en sí mismos. – Ayudarles a erradicar los complejos. TRABAJO INDIVIDUAL: 1. 2. 3. 4.

Una lectura rápida y otra lenta marcando lo importante. Apuntar las dudas que surjan en la interpretación del texto. Señalar tres ideas que te han llamado la atención en la lectura de los dos capítulos. Muchos niños manifiestan algún tipo de ansiedad o miedo en ciertas situaciones. Elabora un plan de acción para ayudar a alguno de tus hijos o alumnos a vencer sus temores. 5. Lee en el capítulo 4 las indicaciones que da Polaino para mejorar la autoestima en los niños. Basándote en ella elabora un plan de acción para tus hijos o alumnos. 6. Leer de nuevo la situación familiar que aparece en las primeras páginas del capítulo 4. Piensa en tres posibles objetivos de planes de acción para proponer a estos padres. TRABAJO EN GRUPO: Tras el trabajo individual de cada uno de los miembros del grupo, se recomienda seguir las siguientes indicaciones para el trabajo en grupo: 1. Tratar de aclarar las dudas de interpretación que hayan surgido al leer el texto. 2. Comentar las tres ideas que han llamado más la atención a cada uno de los miembros del grupo. 3. Analizar la situación familiar del capítulo 4 y comentar los objetivos de planes de acción propuestos por los miembros del grupo. 4. Comentar algunos de los planes de acción elaborados en los puntos 3 y 4.

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GUÍAS DE TRABAJO TERCERA PARTE (Capítulos 5, 6 y 7) OBJETIVOS: – Ayudar a desarrollar habilidades sociales para mejorar las relaciones interpersonales. – Ayudar a superar la ansiedad social y la timidez. – Fomentar un buen clima familiar y unas buenas relaciones entre los hermanos. TRABAJO INDIVIDUAL: 1. 2. 3. 4.

Una lectura rápida y otra lenta marcando lo importante. Apuntar las dudas que surjan en la interpretación del texto. Señalar tres ideas que te han llamado la atención en la lectura de los dos capítulos. Pensar en un plan de acción que pudiera realizarse conjuntamente entre padres y profesores para ayudar a desarrollar la sociabilidad en los niños y a establecer bunas relaciones de amistad. 5. Para mitigar las envidias, cada hijo, y también cada alumno, debe sentirse protagonista en su familia o en su clase. Hacer un plan de acción para prestar a cada uno una atención más personalizada. TRABAJO EN GRUPO: Tras el trabajo individual de cada uno de los miembros del grupo, se recomienda seguir las siguientes indicaciones para el trabajo en grupo: 1. Tratar de aclarar las dudas de interpretación que hayan surgido al leer el texto. 2. Comentar las tres ideas que han llamado más la atención a cada uno de los miembros del grupo. 3. Comentar entre los miembros del grupo algunas de las experiencias vividas en relación con la atención personalizada a cada hijo o alumno. 4. Comentar algunos de los planes de acción elaborados en el punto 4. 5. Comentar la situación familiar del capítulo 5 e indicar entre todos algunas orientaciones que darían a esos padres.

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ÍNDICE       INTRODUCCIÓN

  PRIMERA PARTE: RESPONSABILIDAD Y OBEDIENCIA CAPÍTULO 1 | Es un irresponsable Situación familiar: «Un auténtico irresponsable» ¿Es suficientemente responsable? ¿Qué significa ser responsable? ¿Cómo actuar? Lo mejor es prevenir Los encargos o responsabilidades Enseñar a tomar decisiones ¿Qué podemos hacer los padres y educadores? ¿Cómo actuar en situaciones cotidianas? UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN CAPÍTULO 2 | Problemas con la obediencia Situación Familiar: «Parece que están sordos» ¿Cuándo es un niño desobediente? ¿Se nace obediente o se aprende? ¿Hasta qué punto es normal que desobedezca? ¿Y por qué desobedecen? Causas provenientes de los adultos ¿Cómo le enseño a obedecer? Establecer unas normas ¿Y en qué les debemos exigir? ¿Cómo ejercemos la autoridad? ¿Cómo actuar cuando desobedecen? UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN PARA RECORDAR PARA PROFUNDIZAR

  SEGUNDA PARTE PROBLEMAS DE ANSIEDAD, AUTOESTIMA, INSEGURIDAD… CAPÍTULO 3 | Problemas de ansiedad en los niños Situación familiar: «Ha perdido la alegría» ¿Qué es la ansiedad y cómo se produce? ¿Cómo reconocer si un niño tiene un problema de ansiedad? ¿Cómo se manifiesta la ansiedad? ¿Qué le vuelve ansioso? ¿Cómo le ayudo? ¿Cómo afrontar situaciones cotidianas? UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN CAPÍTULO 4 | Problemas de autoestima, la inseguridad, los complejos Situación familiar: «Una niña con complejos» La diferencia entre autoconcepto y autoestima ¿Cómo identificar si un niño no tiene buena autoestima? Podemos ayudar a mejorar la autoestima en los niños Los complejos: ¿Qué es el complejo de inferioridad? ¿Por qué se acompleja? ¿Cómo ayudarle a vencer sus complejos? El niño inseguro que no tiene confianza en sí mismo

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UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN PARA RECORDAR PARA PROFUNDIZAR

  TERCERA PARTE PROBLEMAS PARA RELACIONARSE CAPÍTULO 5 | El niño que no tiene amigos Situación familiar: «Un chico solitario» El niño aislado ¿Por qué se aísla? ¿Cómo ayudar al niño a desarrollar la sociabilidad? Precaución con algunas actividades que favorecen el aislamiento ¿Y si lo que le ocurre es que se pelea con todos? El niño que es víctima de acoso escolar UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN CAPÍTULO 6 | El problema de la timidez Situación Familiar: «Una niña tímida» ¿Es la timidez un problema importante? ¿Cómo es un niño tímido? ¿Por qué es tan tímido? ¿Y cómo podemos ayudarle? UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN CAPÍTULO 7 | Problemas en las relaciones entre hermanos Situación familiar: «Una casa de locos» Importancia de las relaciones entre hermanos ¿Cómo se manifiesta la envidia? ¿Por qué surge la envidia? ¿Cómo influye la estructura de la familia en las relaciones entre los hermanos? ¿Cómo ayudarle a superar la envidia? ¿Y qué debo hacer cuando se pelean los hermanos? ¿Cómo mejorar la relación entre los hermanos? UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN PARA RECORDAR PARA PROFUNDIZAR

  ANEXO

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Índice INTRODUCCIÓN PRIMERA PARTE: RESPONSABILIDAD Y OBEDIENCIA CAPÍTULO 1. Es un irresponsable Situación familiar: «Un auténtico irresponsable» ¿Es suficientemente responsable? ¿Qué significa ser responsable? ¿Cómo actuar? Lo mejor es prevenir Los encargos o responsabilidades Enseñar a tomar decisiones ¿Qué podemos hacer los padres y educadores? ¿Cómo actuar en situaciones cotidianas? UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN CAPÍTULO 2. Problemas con la obediencia Situación Familiar: «Parece que están sordos» ¿Cuándo es un niño desobediente? ¿Se nace obediente o se aprende? ¿Hasta qué punto es normal que desobedezca? ¿Y por qué desobedecen? Causas provenientes de los adultos ¿Cómo le enseño a obedecer? Establecer unas normas ¿Y en qué les debemos exigir? ¿Cómo ejercemos la autoridad? ¿Cómo actuar cuando desobedecen? UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN PARA RECORDAR PARA PROFUNDIZAR

SEGUNDA PARTE PROBLEMAS DE ANSIEDAD, AUTOESTIMA, INSEGURIDAD… CAPÍTULO 3. Problemas de ansiedad en los niños Situación familiar: «Ha perdido la alegría» ¿Qué es la ansiedad y cómo se produce? ¿Cómo reconocer si un niño tiene un problema de ansiedad? 125

4 6 7 7 8 9 10 11 14 15 18 23 25 25 26 26 28 29 30 32 32 35 36 38 42 44 45

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¿Cómo se manifiesta la ansiedad? ¿Qué le vuelve ansioso? ¿Cómo le ayudo? ¿Cómo afrontar situaciones cotidianas? UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN CAPÍTULO 4. Problemas de autoestima, la inseguridad, los complejos Situación familiar: «Una niña con complejos» La diferencia entre autoconcepto y autoestima ¿Cómo identificar si un niño no tiene buena autoestima? Podemos ayudar a mejorar la autoestima en los niños Los complejos: ¿Qué es el complejo de inferioridad? ¿Por qué se acompleja? ¿Cómo ayudarle a vencer sus complejos? El niño inseguro que no tiene confianza en sí mismo UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN PARA RECORDAR PARA PROFUNDIZAR

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TERCERA PARTE PROBLEMAS PARA RELACIONARSE

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CAPÍTULO 5. El niño que no tiene amigos Situación familiar: «Un chico solitario» El niño aislado ¿Por qué se aísla? ¿Cómo ayudar al niño a desarrollar la sociabilidad? Precaución con algunas actividades que favorecen el aislamiento ¿Y si lo que le ocurre es que se pelea con todos? El niño que es víctima de acoso escolar UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN CAPÍTULO 6. El problema de la timidez Situación Familiar: «Una niña tímida» ¿Es la timidez un problema importante? ¿Cómo es un niño tímido? ¿Por qué es tan tímido? ¿Y cómo podemos ayudarle? UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN CAPÍTULO 7. Problemas en las relaciones entre hermanos 126

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Situación familiar: «Una casa de locos» Importancia de las relaciones entre hermanos ¿Cómo se manifiesta la envidia? ¿Por qué surge la envidia? ¿Cómo influye la estructura de la familia en las relaciones entre los hermanos? ¿Cómo ayudarle a superar la envidia? ¿Y qué debo hacer cuando se pelean los hermanos? ¿Cómo mejorar la relación entre los hermanos? UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN PARA RECORDAR PARA PROFUNDIZAR

ANEXO ÍNDICE

101 102 103 104 106 109 111 112 115 117 118

119 123

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