Clarín. La era Magnetto

Este libro cuenta la historia de dos metamorfosis descomunales: la de un diario que se transformó en el multimedios más

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Clarín. La era Magnetto

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Clarín La era Magnetto

Martín Sivak

Clarín La era Magnetto Segundo tomo

Índice de contenido Portadilla Legales Prólogo 1. «Llegamos» (1982-1983) 2. El diario y el presidente: te aporreo y no te quiero (1983-1989) 3. Menem y Magnetto en el Primer Mundo (1989-1992) 4. Ahora dicen que Clarín cambió (1990-1999) 5. El año de los malditos (1993) 6. El Grupo de la gente: hegemonía y progresismo (1994-1999) 7. La corporación crece, la convertibilidad muere (1999-2001) 8. El gran salvataje (2001-2005) Epílogo: Mundo Magnetto Fuentes Agradecimientos

Sivak, Martín Clarín : La era Magnetto . - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Planeta, 2015. E-Book. ISBN 978-950-49-4746-2 1. Medios de Comunicación. 2. Periodismo. 3. Argentina. I. Título. CDD 302.232 2

© 2015, Martín Sivak Diseño de cubierta: Departamento de Arte de Grupo Editorial Planeta S.A.I.C. Fotografía de cubierta: Diego Levy Todos los derechos reservados © 2015, Grupo Editorial Planeta S.A.I.C. Publicado bajo el sello Planeta® Independencia 1682, (1100) C.A.B.A. www.editorialplaneta.com.ar Primera edición en formato digital: agosto de 2015 Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del “Copyright”, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático. Digitalización: Proyecto451 Inscripción ley 11.723 en trámite ISBN edición digital (ePub): 978-950-49-4746-2

PRÓLOGO El 2 de marzo de 1972, Héctor Horacio Magnetto, licenciado en Contabilidad por la Universidad Nacional de La Plata, entró como adscripto a la dirección del diario Clarín. Ya había renunciado a su primer trabajo en el sector privado, como contador en la concesionaria de autos Berlingheri, para dedicarse full time a la militancia en el Movimiento de Integración y Desarrollo (MID). Fue chaperón del ex presidente Arturo Frondizi en reuniones de menor importancia y atendió asuntos partidarios en el Comité Capital hasta que Rogelio Frigerio, el ideólogo del MID que orientaba el matutino de Ernestina Herrera de Noble, decidió relocalizarlo para atender los severos problemas financieros y el caos administrativo de la empresa. Magnetto, nacido en Capital Federal y criado en Chivilcoy (provincia de Buenos Aires), tenía veintisiete años, un Fiat 125, un pequeño departamento en La Plata y un traje flamante que había comprado en James Smart para su primer encuentro con la Directora. Hoy Magnetto no es aquel contador, ni Clarín el diario de entonces. Este libro narra la historia de esas dos transformaciones. La primera es la del administrativo que en cuarenta años avanzó con seguridad hasta convertirse en copropietario de una de las compañías principales del país, líder de la industria de medios desde la recuperación de la democracia, influyente en el mundo político y corporativo y astuto administrador de los miedos —a veces justificados, otras no— de los presidentes y dirigentes partidarios, empresarios y gremialistas. Desde 2008, además, el presunto jefe de la oposición al gobierno del matrimonio Kirchner. Ha jugado según sus propias reglas: no habla en público ni concede entrevistas a medios argentinos; sólo dio dos en treinta y tres años. Mantiene el ascetismo y la discreción con la que entró por primera vez a su oficina en Piedras, Finochietto, Tacuarí e Ituzaingó (1). La segunda transformación es la del mayor multimedios de toda América Latina, un lugar al que llegó en cuatro movimientos decisivos, uno por década.

En la de 1970 se asoció con la dictadura militar para poner en marcha Papel Prensa. En la de 1980 se expandió al negocio de la radio y la televisión después de un lobby constante para conseguir el cambio de la legislación que impedía que una empresa poseyera un medio gráfico y otros audiovisuales en el mismo territorio. En la de 1990 se lanzó a una diversificación audaz y rentable, en un contexto de desregulaciones y privatizaciones: la industria del cable, los servicios de Internet, el negocio del fútbol y la telefonía celular, entre muchos otros. Sin embargo, en la de 2000, ya transformado en Grupo Clarín, estuvo a punto de perderlo todo: endeudado en dólares, el fin de la convertibilidad tras la crisis de 2001 casi lo deja en manos de sus acreedores externos. Frente a esa instancia, Magnetto –ya su CEO– ideó y llevó adelante un plan de salvataje que, gracias a una tarea de influencia y presión sin antecedentes, consiguió la modificación de una ley y promulgación de otra, además de una exitosa reestructuración de deuda. Y apenas recuperada la senda del crecimiento y nuevamente la expansión, se desató el combate mayor de sus setenta años de historia. Clarín: La era Magnetto empieza y termina con dos guerras muy distintas. Abre con la de Malvinas de 1982, vista desde las páginas del diario de la señora de Noble; cierra con la imaginaria y prolongada que ha librado el Grupo con los Kirchner desde el conflicto agropecuario de 2008. Malvinas adelantó el fin del régimen militar, provocó la muerte de 648 argentinos y 255 británicos (según el apartado dedicado al conflicto en el Manual de Estilo de Clarín) y disparó el proceso de transición a la democracia. Clarín, como la mayoría de la prensa, se sumó al frenesí patriótico. Y después de la derrota, sin transiciones, se destacó por aportar un entusiasmo desconocido al coro de voces políticas, eclesiásticas y gremiales que reclamaban una convocatoria a elecciones. La nueva guerra, inédita en la vida pública argentina, ha enfrentado a dos adversarios ardorosos —un gobierno y el principal multimedios—, que rompieron una convivencia inicial de un lustro sin que se brindaran razones convincentes para el fin de la armonía. La escalada de hostilidades no se ha detenido en el tiempo o el espacio. Hubo cruces casi cotidianos de palabras, porque el conflicto con un holding habilita un duelo permanente. Hubo denuncias por delitos de lesa humanidad. Hubo presentaciones

internacionales por ataques a la libertad de expresión y severas acusaciones contra el gobierno. El kirchnerismo, a su vez, apeló a recursos múltiples para perjudicar al Grupo Clarín, como la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, o la guita de los derechos de transmisión de los partidos del fútbol local. Esta guerra ha dejado costos. Para el multimedios: miles de millones de dólares. En 2007 el Grupo valía unos 3.500 millones de dólares y en 2013 bajó a 1.572 millones (2). Un daño más difícil de cuantificar es el golpe a la credibilidad: cuando las tres presidencias de los Kirchner sean agua pasada, lo que publique —o deje de publicar— Clarín seguirá como materia de discusión, aunque se apague la pasión por comentar sus tapas, sus artículos y hasta sus epígrafes. Para el gobierno: el fracaso de su ambición de terminar con las corporaciones mediáticas y establecer un sistema más democrático. El cuadro de la propiedad de medios y el nivel del periodismo no han mejorado. Por el contrario, el primero ha mantenido su concentración y el segundo ha acentuado su declive. El éxito evidente para el kirchnerismo ha sido dañar al Grupo que conduce Magnetto. En julio de 2013, después de la salida del primer tomo de este libro, escribí una columna de opinión sobre el conflicto de medios en la Argentina para la edición internacional del New York Times, titulada «Lo mejor de The New York Times», que fue publicada con 35 diarios, como el China Daily de China, El País de España, Reforma de México o Tages-Anzeiger de Suiza. También con Clarín. No decía nada novedoso. Que las relaciones entre el gobierno de Néstor Kirchner y Clarín fueron mucho más amables que conflictivas. Que el gobierno le concedió favores estatales como la fusión de Multicanal y Cablevisión. Que Clarín fue suave en la crítica y relegó temas incómodos, como los relacionados con la corrupción gubernamental. Que la metáfora del divorcio parece mucho más precisa que la de la guerra. Que Magnetto sólo habla con medios extranjeros. Clarín decidió levantar la nota. El día después conté en el diario Perfil un relato breve de lo sucedido. Los medios afines al gobierno blandieron que el diario de la señora de Noble había censurado al New York Times. En una decisión infrecuente, Clarín imprimió al día siguiente la columna en su cuerpo central y puso un epígrafe con dos inexactitudes: que yo había denunciado la censura y que la nota no se había publicado porque en el

suplemento internacional no iban temas locales. Esa semana en el newsletter de la empresa los directivos rebatieron cada uno de los argumentos del artículo y dieron explicaciones que antes no habían dado: Lo que pasó entre el Gobierno y Clarín es lo que pasa cuando el poder político profundiza sus errores y no tolera que nadie se los señale. Aunque su incomodidad con el periodismo crítico ya había tenido capítulos resonantes antes de 2008, a partir de entonces eclosionó por la dimensión que le dio el kirchnerismo al conflicto con el campo: el Gobierno no aceptó un periodismo que no hiciera militancia a su favor en dicha disputa (3).

Magnetto hizo una observación más precisa sobre el artículo: —Para que haya un divorcio hay que estar casado. Nunca estuvimos casados con los Kirchner. Lo dijo en una de las dos largas conversaciones que mantuvimos en enero y en mayo de 2015. Aquel primer encuentro ocurrió una tarde templada del verano de 2015. Apenas habían pasado cuatro días desde que se conociera la noticia de la muerte del fiscal Alberto Nisman. En la oficina del hombre de Clarín no entraba la realidad de ese momento dramático: durante cinco horas, Magnetto recorrió la historia de los veinticinco años de la empresa, que van de la posguerra de Malvinas a la asunción de Néstor Kirchner. También en mayo se abstrajo hasta de las llamadas telefónicas para hablar del conflicto con el kirchnerismo. El CEO cree que el país estuvo muy cerca de terminar en una tiranía, que hubiese implicado un cambio de régimen. —¿Por qué (los Kirchner) se metieron con nosotros? Por nuestra llegada a un sector importante de la sociedad argentina. Éramos un obstáculo para un poder hegemónico y autoritario que pretendía eternizarse. En la Argentina se producen vacíos de poder que los llena rápidamente quien controla el Estado. Los medios del Grupo Clarín, con (Carlos) Menem y con Kirchner, actuaron como un límite a los circunstanciales ocupantes del Estado. Es lo que sucede con la prensa que cumple con su tarea.

Del tabú a la saturación

Clarín, fenómeno periodístico, político, cultural y empresarial, no se estudió ni se discutió lo suficiente hasta aquel año de clivaje: 2008. Cuando terminó la década de 1970 sólo se habían acumulado santorales sobre su director y fundador, Roberto Noble. Desde 1984 se publicaron un puñado de libros que se catalogaron de malditos, como Diario de la Argentina, de Jorge Asís. El gobierno de Menem financió la novela aún inédita de Mario Krasnov, periodista de Clarín durante diez años (ver capítulo 5). En la prensa, Julio Ramos realizó un seguimiento y una crítica que se volvieron sistemáticos desde su Ámbito Financiero y convirtieron al gran diario argentino, por primera vez, en un tema de la política. Las Ciencias Sociales no le prestaron demasiada atención. Una manera de cuantificarlo es con la cantidad de tesinas que produjo la carrera de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Buenos Aires (UBA): trece sobre Clarín hasta 2008, varias de ellas sobre las renovaciones de sus secciones. Tampoco otras disciplinas abordaron el tema. Todo cambió cuando el kirchnerismo se propuso un revisionismo particular. Para la flamante narrativa gubernamental, las publicaciones y las omisiones de Clarín constituyeron, desde 1976 en adelante, un hilo conductor imprescindible para entender la Argentina reciente. Un video celebró el día en que la Corte Suprema debía fallar sobre la Ley Audiovisual, el 7 de diciembre de 2012, o 7D en su eslogan bélico. Como su tema era la democracia, al intentar sintetizar treinta años en pocos minutos, la gestión de Raúl Alfonsín quedó condensada en un párrafo hostil que el ex presidente le había dedicado a Clarín en un mercado de Flores en 1987, una de las tres veces en las que se permitió responder en público al medio que criticó su gestión a treinta días de haber asumido. La contienda Kirchnerismo vs. La Corpo —el sobrenombre que transformaba un sustantivo en un calificativo de desprecio— habilitó discusiones interminables y consolidó una serie de clichés sobre la historia del multimedios durante el período democrático: • Ningún presidente puede soportar cuatro tapas negativas de Clarín. Todos los presidentes las padecieron. En ninguno de los casos de renuncia antes del fin del mandato la cobertura incidió de manera significativa. • Clarín es oficialista al principio, hasta que obtiene los beneficios que

busca del gobierno, y luego se vuelve un opositor feroz. Desde la recuperación de la democracia, Clarín fue muy crítico de Alfonsín —en especial de su política económica— y no obtuvo beneficios significativos. Antes de jurar, Menem se comprometió a entregar los canales públicos —Clarín se quedó con el 13— y desde 1991, en un lento crescendo, encontró un perfil opositor que mantuvo con más énfasis durante su segunda presidencia (1995-1999). Desde el gobierno de la Alianza (1999-2001, que Clarín respaldó sin ambigüedades), tomó una posición única en su historia: se propuso ser un pilar de la gobernabilidad y de la convertibilidad. En el segundo tema pesaba una razón de orden práctico: hacia fines de 2001 debía 1.200 millones de dólares. Desde la devaluación hasta el conflicto con el campo, acompañó también a Eduardo Duhalde (2001-2001) y a Néstor Kirchner (2003-2007). • Hubo diálogos inverosímiles entre Magnetto y los presidentes. —Usted quiere mi puesto —dicen que dijo Menem. —Puesto menor —habría murmurado el CEO. Ninguno de los mandatarios protagonistas de esos intercambios lo confirmó. Magnetto, por su parte, no los toma en serio: nunca se permitiría esas frases altisonantes. La presidente Cristina Fernández de Kirchner dio por cierto una conversación entre el número uno del Grupo y su antecesor y cónyuge, en la cual Magnetto habría vetado su candidatura presidencial de 2007. Ella se diferenció de su marido: evitó el roce y la negociación. Fue intransigente y hostil. Optó por discursos encendidos y acciones perjudiciales para el Grupo. Consolidó a Magnetto como el adversario político mayor. Si su marido gobernó con Clarín, ella gobernó contra Clarín. En pleno conflicto por las retenciones al agro juzgó que un dibujo de Hermenegildo Menchi Sábat sintetizaba el espíritu golpista del matutino: —Además de apoyar el lock out al pueblo, han hecho lock out a la información, cambiando, tergiversando, mostrando una sola cara. Son los mismos que hoy (publicaron) mi caricatura (con) una venda cruzada en la boca, en un mensaje cuasimafioso. Desde ese momento no modificó su enfoque, ni siquiera cuando reconoció el vínculo cercano entre Néstor Kirchner y Magnetto. Dijo en medio del escándalo por la muerte de Nisman: —Es cierto que cuando hablo por cadena nacional se les dificulta apenas

un poquito la tarea destructiva y depredadora de lo institucional. Pero la libertad de prensa, por suerte, no sufre mella. La cadena nacional del desánimo y el odio, comandada por Clarín, goza del privilegio de la libre expresión los 365 días del año, durante las veinticuatro horas. Un eje de la narrativa anticlarinista sostiene que el multimedios apunta contra los gobiernos para arrebatarles prebendas, como si el poder político fuera una víctima indefensa. Sin embargo, una gestión tras otra, de Alfonsín a los Kirchner, logró establecer normas de convivencia con el diario devenido grupo. Aquellos que pretendieron buenos modos creyeron que, si beneficiaban a los medios, obtendrían favores mayores, y por eso las concesiones que se entregaban les resultaban módicas. Nunca se trató de un toma y daca explícito, pero Clarín consiguió importantes apoyos del poder político argentino, y viceversa. Presionó con tapas, editoriales y artículos, y también con lo que no publicaba. Un juego de ajedrez continuo y tenso con las fracciones de cada gobierno trazó planes de conflicto y planes de entendimiento. Sobre la base de testimonios originales de sus principales protagonistas, este libro detalla las negociaciones, los conflictos y los acuerdos desde 1982 al presente. El incremento del poder de los medios —y el de Clarín— se produjo de modo contemporáneo a la declinación de los pilares de la República, como las Fuerzas Armadas, la Justicia y los partidos tradicionales, y la pérdida de influencia o legitimidad —según los casos— de la Iglesia, los sindicatos y, por último, el sistema político en su conjunto. Esas vicisitudes y la severa reforma del Estado de la presidencia de Menem le dieron autonomía a la prensa y la posibilidad de convertirse en una fuerza fiscalizadora de esa decadencia. En el caso de Clarín se sumó un capital simbólico aparente: su masividad le otorgaba la representación de vastos sectores de la sociedad argentina. Lo pensaron importantes funcionarios de Menem y el propio Kirchner: los lectores del gran diario argentino eran sus votantes. Por su tamaño y su importancia, ganó terreno al establecer la agenda, condicionar muchas acciones gubernamentales y generar hechos políticos de peso. En 1995, cuando festejó sus cincuenta años, el diario gozaba de prestigio en el campo periodístico (se valoraban su modernidad y su progresismo, iniciado pocos años antes) y provocaba respeto y temor entre dirigentes políticos y empresarios (con el tiempo sería mayor el miedo). Al celebrar en sus rotativas del barrio de Barracas con 5.000 de las personas más

importantes del país, la empresa puso en escena su poderío. Desde la reparación institucional en 1983, al diario también se le arrogó la tenencia simbólica de la clase media: la encarnación de sus gustos, sus humores y las oscilaciones que de modo prejuicioso sólo se le reconocen a este segmento. En 1996, cuando los estudios de mercado ganaron importancia interna, Clarín estableció que su lectorado abarcaba del ABC1 de mayores recursos al E (marginal). En términos absolutos, su 11% del público ABC1 representaba una cantidad de lectores mayor que los de La Nación, el diario asociado a ese sector. El D2 (bajo inferior) representaba el 25%, igual que el D1 (bajo superior) y un punto más que el C3 (medio bajo). Una palabra en inglés empezó a definir el perfil del diario: multitarget. El matutino reflejaba cierta sensibilidad de la clase media, como se advirtió por la importancia que se dio al empleo de la expresión la gente, que el secretario general de redacción Roberto Guareschi volvió rutinaria y el resto del periodismo caricaturizó. Clarín podía arriesgar qué quería la gente. Hasta el nuevo siglo, el crecimiento de su masa de lectores respondió a la enorme capacidad que la empresa y la cúpula de la redacción mostraron para conseguir la atención de las mayorías. En la década de 1980, esa expansión estuvo al mando de Marcos Cytrynblum, quien lideró la última etapa de la intuición, la bohemia y la práctica predigital del oficio. Cuando el «uno a uno» le habilitó la importación de saberes, tecnología y máquinas, Clarín se globalizó bajo una nueva conducción periodística, la de Guareschi. En la década de 1990 se contrataron diseñadores catalanes, semiólogos holandeses e intelectuales argentinos como Eliseo Verón y Oscar Landi; se pagaron estadías de varios editores en los diarios más grandes del mundo y se sumaron periodistas con las banderas de la profesionalización y la modernización. Al igual que la Argentina, durante la década de 1990 Clarín se endeudó en el exterior para expandirse en el negocio del cable: dejó a la empresa encorsetada en el uno a uno. Producía en pesos y tenía compromisos en dólares: una devaluación le provocaría un desastre financiero. Con el nuevo siglo el Grupo renegoció y defendió la convertibilidad, intocable también para el mainstream de la dirigencia política y empresarial del país. Pero llegó la crisis de diciembre de 2001 y tras ella, el fin de la paridad cambiaria. Fue, hasta entonces, el peor momento de la historia de Magnetto en la empresa: los acreedores extranjeros podían tomar el control del multimedios, cuya deuda mayor pesaba sobre Multicanal.

Como el país, Clarín entró en default y no pagó en el verano los vencimientos de su deuda. Se volvió a poner a prueba la capacidad de lobby del Grupo sobre la presidencia y el Congreso para buscar la pesificación asimétrica (a su favor) de una parte pequeña de su deuda (el 10%, según la empresa) y —mucho más importante— la modificación de la Ley de Quiebras en enero de 2002 y la promulgación de una ley de bienes culturales un año y medio más tarde, para impedir que sus acreedores se apoderasen de la empresa. Si la reforma del Estado de Menem en 1989 fue vital para su expansión, esas acciones del poder le permitieron sobrevivir a la crisis post-2001. Magnetto ha desarrollado el don de obtener beneficios en los momentos más desesperados del país. Clarín y sus medios asociados siempre hablaron de un interés general, sin mencionar el interés particular en juego. Es parte de la magia del contador y sus Salieris: en su discurso, la Argentina y su destino se funden con los de la empresa. En 2003, con pocos meses de diferencia, Néstor Kirchner y el Grupo Clarín pudieron anunciar el fin del default con la mayor quita de la historia y el acuerdo con los acreedores extranjeros, respectivamente. Así, el multimedios retomó su proyecto de expansión. Lo auxilió el oficialismo: la fusión de los cables, firmada por Kirchner en diciembre de 2007, durante las horas finales de su presidencia, marcó un hito empresarial y cultural y contribuyó decisivamente a una mayor concentración de la propiedad de los medios. —Los políticos y funcionarios nos odian o nos aman por el diario, la radio y la televisión, no por el cable —me dijo Magnetto en enero de 2015. Su opinión explica parte del fenómeno: el cable reportaba, junto con Internet, el 80% de los ingresos del conglomerado (había desplazado al matutino por la fuerza abrumadora de sus números y porque Clarín no había dejado de perder lectores desde 2003), pero el diario conservaba esa alegada voz de la Argentina, y con eso, su influencia.

El tercer tiempo Primero fue Noble, director y fundador (1945-1969); luego el desarrollismo, con el mando de Frigerio desde las sombras (1969-1982); por fin, Magnetto (de 1982 a la fecha). El primer volumen de esta historia política

de Clarín desarrolló el período inicial y el medio, en los que se pueden apreciar algunas marcas de la empresa que Magnetto se ha encargado de continuar y ampliar, y otras que ha descartado. Este segundo tomo narra la vida de la empresa, que no se puede escindir de quien se convirtió en su CEO en 1999. Clarín nació dependiente del Estado y la política: un rasgo que ha compartido la prensa argentina de los siglos XX y XXI. Con un capital propio insuficiente, fondos desconocidos y las bobinas de papel que cedió un diario financiado desde la Alemania nazi, Noble conoció una debilidad inicial que se tradujo en su autonomía escasa. El peronismo (1945-1955) administraba a discreción las cuotas de papel, los créditos oficiales y la publicidad, pero el fundador movió con habilidad la línea editorial para recibir beneficios económicos directos e indirectos, como la expropiación del diario La Prensa que le permitió heredar los grandes ingresos por avisos clasificados. Aunque en 1945 había hecho campaña contra Juan Perón, desde fines de 1946 adhirió con entusiasmo a su presidencia, y sólo se reconvirtió al antiperonismo más furioso en los días previos al golpe militar que lo derrocó en 1955. El período 1969-1982 comenzó cuando, tras la muerte de Noble, su viuda asumió como directora y adoptó como guía a Frigerio, la mano derecha de Frondizi. El diario promocionaba al MID, que en contrapartida daba coherencia doctrinaria a la línea con un grupo de cuadros en la redacción. Bajo la supervisión de Frigerio despuntaron el futuro canciller Oscar Camilión, como ordenador de ideas, y Magnetto, como ordenador de cuentas. En 1973, Perón, otra vez presidente, confirmó a José Ber Gelbard como su último ministro de Economía y frustró las aspiraciones de Frigerio. El matutino atacó al gobierno, que respondió con un boicot contra el diario impulsado por la Confederación General Económica (CGE) y la Confederación General del Trabajo (CGT). Aquel conflicto por Gelbard — político, empresarial y personal— marcó su primera confrontación abierta. Y un patrón: el matutino, antirradical y poco propenso a chocar con los regímenes militares, en cambio ha tenido relaciones más intensas de amor y de desamor con los gobiernos justicialistas, de Perón a los Kirchner. Clarín defendió al régimen militar, a la vez que criticó la política económica liberal de José Martínez de Hoz, como si fueran escindibles en el proyecto que se impuso con el golpe de Estado de 1976. Gracias al impulso de la sección Deportes y a su capacidad para ajustarse a la época —ignoró los

crímenes de la dictadura y celebró las gestas deportivas argentinas—, el diario duplicó sus ventas y lideró el mercado. A principios de 1982, la Directora se desprendió de Frigerio y su grupo. Magnetto actuó como brazo operativo. El nuevo número uno quiso profesionalizar la empresa y moverse con más libertad en el mundo de la política y en el de los negocios. Roberto Noble fue comunista en la década de 1910, socialista y socialista independiente en la de 1920 y condujo el Ministerio de Gobierno bonaerense del conservador Manuel Fresco en la de 1930. Luego se ausentó de la vida pública y en 1945 lanzó un tabloide de lectura fácil e ideología ligera. Su pretensión: que Clarín influyera sobre las mayorías y le sirviera de catapulta para llegar a la presidencia. A Magnetto nunca lo animaron esas aspiraciones. Eligió influir sobre las elites empresariales y políticas con la prepotencia del multimedios poderoso, que ideó y desarrolló con una eficacia que les faltó a sus predecesores. Su metáfora armada es otra: un portaaviones. Magnetto, un adelantado como Noble, necesitaba un diario con las flexibilidades ideológicas del primer Clarín para poner en marcha el portaaviones. Como Noble, Magnetto se había interesado por la política desde muy joven. Y aunque nunca creyó haber abandonado el ideario desarrollista, también como el fundador ha mostrado un pragmatismo notorio. Por lo demás, los separan diferencias de estilo y de acción. Noble procuraba una presencia exagerada en las páginas del diario. Su foto retocada con un pincel —no lo satisfacía su nariz— aparecía en aniversarios, ágapes e incluso llegó a la primera plana cuando viajó a los Estados Unidos. Sus editoriales se imprimían siempre firmados, aunque su voz amplificada de ese modo no se ajustaba a su lugar secundario en la política nacional. Magnetto nunca pidió que el Photoshop le agregase galanura y trabajó una invisibilidad exagerada, casi una minimización de su importancia en la vida política y empresarial del país. Desde que ingresó a Clarín en 1972 hasta que Néstor Kirchner lo señaló como el nombre y la cara del mal, había permanecido en un anonimato tan valorado como obsesivo. Salía lo indispensable; no les respondía a sus detractores, para que el silencio ahogara sus invectivas; eludía las reuniones sociales. En treinta años sólo ha dado dos entrevistas a medios argentinos. A contramano de los magnates de prensa del mundo occidental, su definición del poder incluye la libertad de no dar

explicaciones. Al comenzar la década de 1960 Noble concluyó que ya no podría ser presidente. Pero le gustó descubrir que sí podía —en sus palabras— «hacer presidentes». Magnetto nunca se propuso hacer presidentes, no de modo explícito. No obstante, los mandatarios argentinos desde 1983 le han dado a él y a su portaaviones una importancia muy superior a la que recibió Noble desde Edelmiro Farrell a Juan Carlos Onganía, o a la que mereció Frigerio desde Alejandro Lanusse a Leopoldo Galtieri. Una de las grandes destrezas de Magnetto —y una fuente de su poder interno— han sido sus notorias habilidades para escuchar a la viuda de Noble, contener sus iras y hacerla sentirse dueña y guía de la empresa. Se ha mantenido como directora desde 1969 en adelante, aunque desde 2013 no ocupa su despacho. Los periodistas más importantes de la redacción encontraron que Magnetto compartía los rasgos esenciales de un jefe político sin perder de vista el lucro comercial como estímulo decisivo. Un corporativo le encontró un apodo: Mburuvichá, gran jefe en guaraní. Magnetto se convirtió en empresario de medios —el más importante del sector— y llegó tarde a las organizaciones corporativas que no fueran de su industria, porque creía que podía prescindir de ellas. Se integró a la Asociación Empresaria Argentina (AEA) en abril de 2002 en estado de desesperación por su deuda y con la urgencia de armar una agenda común con las grandes firmas nacionales. Sólo admira a una empresa argentina: la multinacional Techint. La expansión del Grupo ha tenido rasgos particulares. La ejecutó un trío de contadores —en el que sobresalió Magnetto— que mantuvieron las obsesiones propias de su profesión, como el control de los costos y un interés más infrecuente por la política. Se creó un Departamento de Relaciones Externas muy agresivo. Aunque se trataba de ganar dinero, prestigio e influencia, se mantuvieron costumbres de la orga cerrada del frigerismo: los memos, el secretismo, el ascetismo y la discreción. Acaso el pecado fundacional de Magnetto haya sido debutar en su interacción con el poder político con la compra de Papel Prensa, que ha recibido impugnaciones políticas, morales y penales por delitos de lesa humanidad. La operación concretó el anhelo antiguo de Noble, pero con un poder que el director y fundador no pensó: una industria que autoabasteciera

el mercado de papel con Clarín como socia. En el largo período de entreguerras, Clarín experimentó el mayor crecimiento de su historia. En 1982 era el diario líder y contaba con un porcentaje de Papel Prensa y con acciones en una agencia de noticias. Aunque casi triplicaba en lectores a La Nación y duplicaba los de La Razón, la diferencia de magnitud empresarial no se percibía como significativa. Hoy el multimedios supera ampliamente a cualquiera de sus pares. Las razones que explican su expansión mientras sus competidores se estancaron o desaparecieron son el núcleo de estas páginas.

Una tesis, un libro La investigación para completar los dos volúmenes de este libro ha demandado siete años de trabajo. Es una versión modificada de una tesis doctoral desarrollada en el Departamento de Historia de la Universidad de Nueva York (NYU), «The Newspaper that Ruled Argentina» (El diario que gobernó la Argentina) (4). Las dos fuentes principales de este segundo tomo han sido la colección completa de Clarín y entrevistas a 150 personas relevantes de la historia del Grupo y su relación con el Estado y los gobiernos. También se han utilizado expedientes judiciales, memoranda, archivos personales y documentos públicos. Las figuras clave han sido entrevistadas numerosas veces, más de cinco en varios casos. Las conversaciones con una larga lista de funcionarios públicos —de presidentes a diputados, de ministros de Economía a secretarios de Medios— permitieron reconstruir la relación de algunos gobiernos, como los de Alfonsín y Menem, a pesar de las contradicciones entre las fuentes. Un problema adicional para superar ese obstáculo ha sido la carencia de documentos: un rasgo distintivo que dificulta el estudio de la relación de la prensa con el Estado y la política desde 1983 en adelante. En el primer tomo, cinco archivos resultaron vitales para comprender la relación de Clarín con el Estado y el gobierno, y su propia historia inicial: el personal y el privado de Roberto Noble, el del Centro de Estudios Nacionales (presidencia de Arturo Frondizi), el Archivo General de la Nación (con la Comisión Investigadora de la Subsecretaría de Prensa del jefe de la propaganda peronista Raúl Apold) y la pesquisa imprescindible del fiscal Ricardo Molinas sobre la venta de Papel Prensa. También, los archivos

nacionales de los Estados Unidos y del Reino Unido permitieron establecer los orígenes financieros del diario, hasta ahora ignorados. En cambio, cuanto más cerca del presente se indaga, más se depende de las fuentes orales. Para esta segunda parte se pidió formalmente a la gerencia de Relaciones Externas de Clarín la información sobre la empresa: facturación y balances, discursos que no aparecen en las colecciones. Se entrevistó desde cadetes hasta accionistas; algunos como testimonio, otros off the record y otros como información de antecedentes. Salvo la Directora, que no acepta entrevistas de ninguna índole, todos los protagonistas fueron consultados. También se leyó la totalidad de los ejemplares de Clarín, con énfasis especial en la composición de la tapa; las secciones Política, Economía, Opinión y Deportes, y las notas sobre el propio diario y sus autoridades. En las páginas que siguen se revelan detalles desconocidos sobre la compra de Radio Mitre y Canal 13 y la intervención del multimedios en la industria gráfica, la del cable y la de la telefonía. No obstante el texto se centra en el diario que todavía se elabora en la redacción de la calle Tacuarí. Se analizan sus contenidos y sus cambios; se cuentan los conflictos gremiales y laborales, las innovaciones periodísticas y las disputas internas. Durante el kirchnerismo, un cáncer de laringe retransformó a Magnetto de manera radical. Su vida peligró. Se sometió a quimioterapia y radiación y luego aceptó una cirugía cruenta que mutiló su aparato bucofaríngeo. Ya no puede comer o beber: se alimenta e hidrata por medio de sondas. Perdió el habla y debió rehabilitarse para poder comunicarse. Sus colaboradores se han acostumbrado a la voz que parece salir de su garganta. La guerra imaginaria trajo otras novedades a su vida: el repliegue empresarial, el freno a la expansión, la objeción pública y la pérdida de su anonimato tan valorado. En el verano de 2015, como parte de sus diálogos inconclusos con el duelista Néstor Kirchner, desarrolló una nueva hipótesis: el cáncer postergó el conflicto porque el ex presidente apostaba a su muerte y a entrar al Grupo Clarín con empresarios afines. —Cada vez que regresaba del tratamiento, quería verme. Quería saber si me estaba muriendo —ha contado en su despacho. Fue Kirchner quien murió, de modo sorpresivo, el 27 de octubre de 2010. Su viuda y sus seguidores continuaron con la madre de todas las batallas.

Magnetto cambió su visión contraria a la homogeneización de los medios del Grupo: se abandonaron todos los matices. Comandó un periodismo de guerra inédito en la historia de la empresa. Desde el diario a Canal 13, desde Radio Mitre a TN, el discurso se ha consolidado alrededor de los atropellos a la República, los problemas acuciantes de la economía, la corrupción en el gobierno nacional, la conflictividad social, la concentración de la pauta oficial en los medios afines y, como leitmotiv, el peligro que corre la prensa independiente y con ella, la libertad de expresión. El gran Grupo argentino asumió, finalmente, el tamaño de su poder. La mayoría de los lectores de Clarín ignoraba hasta entonces la existencia de Magnetto, como si se hubiera escondido entre las páginas del diario durante décadas. Pero una vez que se ve algo, ya no es posible borrar esa memoria. Buenos Aires, 2 de junio de 2015

1. La empresa que edita el diario, Arte Gráfico Editorial Argentino (AGEA), tiene su dirección en Piedras 1743, mientras que la redacción funciona en Tacuarí 1842. Distintas edificaciones de la manzana se sumaron a la planta original. 2. La primera evaluación fue hecha por empresarios del sector. La segunda es un cálculo que un grupo de expertos hizo para el periodista de Perfil Rodolfo Barros, cuando en noviembre de 2013 Clarín presentó su plan de adecuación ante la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovidual (AFSCA) después del fallo de la Corte Suprema que lo obligaba a ajustarse a la Ley Audiovisual. El Grupo Clarín, en cambio, ha hecho un estudio de las caídas en la valuación de la empresa según la cotización de sus acciones en bolsa. Empezó con 2.500 millones de dólares en octubre de 2007 y tuvo abruptas bajas durante el conflicto: llegó a valer 300 millones de dólares en 2010. Hacia fines de 2014 se había recuperado: alcanzaba los 1.000 millones. En el otoño de 2015, siempre según las cifras del multimedios, superaba los 1.500 millones de dólares. 3. http://www.grupoclarin.com.ar/notas/opinion-del-grupo-clarin-proposito-de-nota-demartin-sivak-nyt (consultado por última vez el 7 de mayo de 2015). 4. El título se desprende de una conversación con Carlos Corach, ministro del Interior de Menem: «Nosotros gobernamos diez años, pero Clarín gobierna desde antes y gobernará por muchos más».

CAPÍTULO 1

«Llegamos» (1982-1983) Clarín se subió a la balsa esperanzada de la recuperación democrática. Para su tapa del día de la elección presidencial eligió un plural eficaz: «LLEGAMOS».

En grandes letras mayúsculas apelaba a la primera persona del plural — algo infrecuente— para establecer su complicidad con el lector. No obstante, el camino hasta la contienda electoral entre el peronista Ítalo Argentino Luder y el radical Raúl Ricardo Alfonsín había sido menos inclemente para Clarín que para el resto de la prensa gráfica y la gran mayoría de los argentinos. Entre 1976 y 1983 el diario había conocido la mayor expansión de su tirada, inclusive en un contexto de retracción de la lectura, y había incrementado sus ingresos publicitarios. Según cifras del Instituto Verificador de Circulaciones (IVC), en ese período aumentó su promedio de lectores anuales de 312.000 a 501.000, con un pico de 611.000 en 1982. En esos mismos años, La Nación bajó de 216.000 a 204.000 y La Razón de 285.000 a 196.000. La empresa se había asociado, además, con el régimen militar, La Nación y La Razón en Papel Prensa. Después de la operación se convirtió en productor y dominador del mercado del papel. Hacia las elecciones, Clarín tenía un proyecto de crecimiento empresarial del que carecían sus competidores: pretendía adquirir licencias de radio y televisión, y desde sus editoriales reclamaba la derogación de una norma que se lo prohibía. En sus páginas nunca señalaba explícitamente su interés particular, que sí había revelado en reuniones con los últimos presidentes de facto Leopoldo Galtieri y Reynaldo Bignone, y varios de sus funcionarios. Para concretar esa expansión, en enero de 1982 había dado un paso decisivo: el despido de Rogelio Frigerio, con el consecuente eclipse de la

ideología que durante doce años había marcado el rumbo desde las oficinas mitificadas de la avenida Córdoba, con instrucciones precisas y orientaciones generales para el funcionamiento del diario. El ejecutor de la destitución de ese grupo político, Héctor Magnetto, lo veía como una mochila pesada porque abusaba de su espacio estelar en Clarín. Y también Frigerio sabía que ya no gozaba de la confianza ni de la simpatía de la Directora, quien — aunque subestimada casi siempre— tomaba decisiones como los despidos. Magnetto ya trazaba el boceto de un multimedios, aunque esa palabra se integraría más tarde a su vocabulario. «LLEGAMOS» ocultaba una preferencia. Como los demás, el diario tenía sus simpatías electorales. Magnetto creía que, para el país y para Clarín, Luder sería el mejor presidente. Esa parcialidad ya pesaba más que el descubrimiento que Oscar Camilión había hecho en sus años al frente de la redacción (1965-1972): el corazoncito radical de la señora de Noble. El de Magnetto latía, más tenuemente, por el justicialista taciturno. La opción generó ruidos entre la conducción de la empresa y la jefatura de la redacción durante la cobertura de la campaña: Magnetto pidió que se restara importancia al pacto militar-sindical (uno de los ejes de la campaña radical) y se evitara todo énfasis sobre los actos multitudinarios de Alfonsín. «LLEGAMOS» fue la tapa de Marcos Cytrynblum, el secretario general de la redacción desde noviembre de 1975 hasta enero de 1990. Cytryn, jefe carismático, imponente y controversial de la cuadra —como se llamaba a la redacción— tenía una capacidad notable para percibir los humores sociales y la sensibilidad del lector, y lograr que la combinación no colisionara con la línea editorial de la empresa. Durante quince años, cada tapa surgió de sus intuiciones y las de su partenaire, el jefe de diseño Tomás Dagnino, quien había ingresado a Clarín en 1954, con trece años, como aprendiz ad honorem. Se integró primero a la familia noblista y luego a la frigerista: un hombre de la casa (5). Con el tiempo se recibió de arquitecto —su jefe valoraba más su graduación en la universidad de la calle— y nunca varió su fervor por River Plate. Cytryn lo convirtió en su lector arquetípico: le atribuía sintonía con el medio millón de argentinos que miraría la tapa al día siguiente y medía en él las primeras reacciones que tendrían ante sus títulos. Ambos renegaban de los focus groups y del estudio de mercadeo que luego impulsaría la empresa. Cytrynblum tecleaba los títulos en su Lexington 80 y Dagnino los dibujaba

con lápiz en las hojas de diseño sin fotos, como primer paso. Conservaban ciertas reglas: para titulares grandes, dos líneas de veintiocho caracteres; para los chicos, catorce; nunca más de seis títulos en una tapa. Todas se trastocaron la noche del 30 de octubre de 1983, cuando un título de una sola palabra, surgido de la nada, creó la primera plana de mayor impacto en todos los años que el secretario general de redacción pasó en ese cargo. «LLEGAMOS» pretendía que Clarín se mimetizara con las largas colas de votación, que actuara como un ciudadano más en los frenéticos actos preelectorales y los festejos posteriores. «LLEGAMOS» permitía que se imaginara al diario en marcha por la gran avenida de la democracia argentina de la mano de sus lectores (6). Durante décadas, su conducción empresarial había antepuesto el desarrollo económico a la épica democrática, pero en esa hora abrazaba el nuevo consenso. Como regla general —que ha conocido escasas excepciones—, el gran diario argentino no contradice el gusto de su público. En cambio, el 30 de octubre de 1983 La Nación optó por un título informativo y frío: «Se elegirán hoy en todo el país a las autoridades nacionales»; Crónica apeló a la emoción: «Se terminó la pesadilla».

Auge y caída de la euforia galtierista El 8 de febrero de 1982, horas después de publicar la salida de los frigeristas del directorio, Magnetto y Ernestina Herrera de Noble se reunieron en la Casa Rosada con Galtieri, quien había asumido dos meses antes. Le detallaron las novedades ya difundidas: el despido de todos los militantes del MID, que selló el final de su influencia sobre el diario. Clarín se había esforzado por manifestarse a favor de la política económica del ministro Roberto Alemann. Dado que el programa de José Martínez de Hoz había sido una de las sostenidas críticas del diario al régimen desde finales de 1976, el giro liberal de Galtieri-Alemann hubiese merecido igual tratamiento. Sin embargo, en las páginas se observaron malabarismos sorprendentes para expresar algún entusiasmo, como con un editorial infrecuente que reinterpretó un abrazo entre Joe y Alemann, e incluso defendió varias medidas. Hacía falta establecer empatía con Galtieri. Pero todos esos gestos —la salida de los frigeristas, la negativa a criticar la política económica—, muy bien recibidos en las Fuerzas Armadas, según Rosendo Fraga, pasarían a un lugar muy relegado entre las prioridades por la

Guerra de Malvinas. El nuevo centro de gravedad del poder se había mudado de las oficinas de la avenida Córdoba al escritorio ascético —pocos muebles, escasos objetos, una trituradora de papeles— de Magnetto, en el tercer piso del edificio de la calle Piedras. Frigerio había llevado a Magnetto a Clarín. Le había enseñado a ver la Argentina y el mundo a su manera. Pero ahora el contador de Chivilcoy debía asumirse como el nuevo páter familias. El jefe de todos. El organizador de la expansión. Trabajó con la fuerza de los recién llegados y con una habilidad que lo ubicaría a años luz de otros empresarios de medios locales y en la misma liga que los dueños del país. Un cadete observó la frugalidad del almuerzo de Magnetto —muchas veces pollo a la plancha con ensalada— y se preguntó si acaso preparaba su cuerpo para la eternidad. Magnetto reemplazó a la orga política del MID con los periodistas disponibles de la redacción. En ese 1982 que dividió aguas en la historia de la empresa, hablaba de política internacional con el columnista Enrique Alonso que, aunque próximo al frigerismo, había quedado en la redacción por su brillantez intelectual y su vínculo personal con la Directora, quien lo socorrió cuando su salud declinó. Hablaba de política nacional con Joaquín Morales Solá, el columnista que le presentó a los primeros dirigentes ajenos al MID y el autor intelectual de la frase que dio las hurras a «los amigos privilegiados» en boca de la señora de Noble. Hablaba de Economía con José María Rivera (quien se había movido entre el peronismo y el frigerismo) y Daniel Muchnik, secretario de la sección. Le tomaba el pulso a la sociedad con Cytrynblum, con quien pronto establecería una relación tormentosa. Los editoriales, uno de los espacios reservados al frigerismo, quedaron a cargo de Alonso y Julio Sevares (militante trotskista, había firmado como Fernando de Haya en el suplemento económico hasta ingresar a la planta en 1982). Se repartieron entre los nuevos interlocutores de Magnetto: Alonso escribió los de internacionales; Rivera y Muchnik, los económicos; Morales Solá, los escasos políticos. Se pidieron auxilios a periodistas ajenos a la mesa chica, Luis Gregorich y Alejandro Horowicz, entre otros. Le solicitaban textos —evocó Horowicz— que parecieran desarrollistas pero no midistas. Cytrynblum interpretó de otra manera la salida del frigerismo: entendía que él había hecho los principales cambios en Clarín. Él le había dado más espacio a Deportes, Sociedad y Espectáculos, tanto en la tapa como en la

edición; él había decidido abrir el diario con política nacional en lugar de internacional. Creía que se había impuesto a competidores que veía obsoletos, como La Nación. Se sentía el principal responsable del crecimiento en las ventas del diario: no hallaba coparticipación de la empresa en ese logro. Sentía el reconocimiento de Magnetto y lo apreciaba por su perseverancia, pero no lo veía a su nivel: creía que él era la cabeza de Clarín. El malentendido de Cytryn creó un doble comando que duraría ocho años: un conflicto de baja intensidad pero en ocasiones insoportable. La Guerra de Malvinas interrumpió los acomodamientos tras los cambios. El secretario general de redacción, de vacaciones en París cuando sucedió la invasión de la Argentina a las islas, se enteró porque su gran amigo y corresponsal del diario en Francia, Enrique Oliva (alias François Lepot), lo despertó para darle la noticia que había escuchado en la radio. Cytryn mandó a Oliva a Londres y él mismo tomó el primer vuelo a Buenos Aires. Se reunió con Ramón Camps, responsable de administrar la censura. En compañía de Ramón Andino, periodista de Clarín y de Canal 13 y buen amigo de la Fuerza Aérea, visitó a Basilio Lami Dozo, miembro de la Junta Militar. —Brigadier, nos van a romper el orto, ¿no? —le preguntó según ha recordado. El diario que dirigía no reflejó ese escepticismo. En las primeras semanas dio títulos triunfalistas: en una línea similar a la mayoría de los medios, relativizó las malas noticias que llegaban desde el resto del mundo, les dio aire a los intelectuales que se subieron a la guerra en las páginas de opinión, como Santiago Kovadloff, y restó trascendencia a la declaración crítica que publicó el MID. Entre abril y mayo, el diario asumió el discurso de la dictadura: se refería a una «guerra justa» o «gesta de rescate» y la insertaba en el conjunto de los movimientos contra el colonialismo inglés; ponía el acento en la unidad nacional y aseguraba la superioridad argentina en varios planos, incluso el militar. Negó la censura de guerra y subrayó que Malvinas había vuelto más tolerante a gobernantes y gobernados. En defensa de la dictadura, describía la invasión a las islas como la continuación de la lucha contrainsurgente que habían librado las Fuerzas Armadas (7). Cytrynblum interpretó que el diario debía apoyar el intento de recuperación de Malvinas porque la sociedad argentina se hallaba en esa trinchera: había que acompañar a la gente como mandato de Clarín. Las ventas se dispararon durante la guerra. Los jefes vivieron la

contradicción de celebrar la llegada de lectores nuevos y llorar a los caídos en combate, contó Dagnino. Desde el desembarco de las tropas argentinas, Magnetto recibió una vez por semana a Luis Garasino, encargado de cubrir a las Fuerzas Armadas para el diario. Obtenía información privilegiada gracias a su habilidad profesional y al plus que le otorgaba ser hermano de un militar de la promoción de Jorge Videla. El gerente general inquirió sobre el estado de las tropas y el conflicto interno de las Fuerzas Armadas. —¿Quién viene después? —le preguntó Magnetto cuando las noticias empeoraron (8). La cobertura mostró algunos híbridos. Hubo notas con mayor exitismo: Oliva, desde Inglaterra, exponía su nacionalismo con notas apocalípticas sobre el antiguo imperio. Garasino hacía la exaltación militarista de las Fuerzas Armadas. La cobertura de Oscar Raúl Cardoso desde los Estados Unidos y las columnas políticas de Morales Solá, Ricardo Kirschbaum y Eduardo van der Kooy aportaban matices que la edición de tapa y los titulares ignoraban. La sección Internacionales procuraba incluir cables de las agencias extranjeras y los comunicados oficiales del gobierno británico. En la redacción, algunos periodistas —Julio Nudler, de Economía, entre ellos— anunciaban en voz alta la inevitabilidad de la derrota. Otros compartían los arrebatos optimistas de la mayoría de la sociedad argentina. El hundimiento del destructor HMS Sheffield, el primer buque militar perdido en combate tras la Segunda Guerra Mundial, motivó un pequeño festejo. Jorge Halperín, redactor de la sección Opinión, le preguntó su parecer al dibujante Hermenegildo Sábat y escuchó: —No quiero pensar nada extraño, pero ahora, acá, es extraño pensar. Como durante el Mundial de 1978, Malvinas marcó una de las peores temporadas para Sábat en el diario. Su forma de manifestar su disidencia frente a la posición guerrerista de Clarín fue dibujar a Galtieri con Juan Domingo Perón y Carlos Gardel; a José Hernández con Sigmund Freud y la reina Victoria; a Aníbal Troilo con Francisco Fiorentino y Margaret Thatcher, entre otros. Gardel se repetía. Aparecía contento junto con Ronald Reagan enojado. Saludaba afectuosamente a Juan Pablo II cuando el Papa visitaba el país en esos días. El desenlace de la guerra se presentó de modo casi abrupto para los lectores del matutino. Aunque en los días previos se habían registrado las negociaciones

diplomáticas y los preparativos, en las páginas nada había hecho prever un final tan desfavorable para la Argentina. Hasta la edición del 15 de mayo, la cobertura hablaba del gran desempeño de las tropas nacionales. Inclusive entre los títulos del 14 de junio había ánimo: «Bombardeos sobre las avanzadas británicas». Pero al día siguiente menguó la esperanza: «Cesaron los combates en las Malvinas. Se firmó un acta para retirar las tropas». Eso inició la transición a la democracia en las páginas de Clarín. «Cayó Galtieri», tituló para anunciar la salida del general jactancioso. Ni Videla ni Viola habían caído; la elección del término dejó de lado cualquier variante más suave. El 1° de julio de 1982, la Directora firmó un editorial transcendente, que ocupó dos páginas: «Repensar el país, reconstruir el país». Escribió: Hoy es un día significativo: el actual Proceso militar entra en su última etapa. Los meses que tenemos por delante conducirán, según prometen los poderes públicos, al restablecimiento de la democracia.

En ocho pasajes de la columna optó por la tipografía enérgica de las negritas, que intentan destacar conceptos. Los cuatro más destacables: • «Ya no hay más lugar para el error, no hay lugar para el desvío.» • «Hay que admitir que la Argentina se halla en peligro pues la crisis que experimenta tiende, hasta por inercia, a ensancharse y agravarse.» • «De ahí la necesidad de que el nuevo gobierno sea el ariete del cambio. Para lo cual deberá escuchar a la sociedad civil en lugar de encerrarse nuevamente en el Olimpo de poder supuestamente ejercido sin responsabilidades.» • «Pues los argentinos, dejando atrás tanta confusión y tanta mediocridad, debemos probarnos hoy más que nunca que no somos pigmeos.» Por vez primera, la Directora empleaba un tono agresivo para referirse al régimen, con tópicos que correspondían a la descripción del último gobierno peronista —por ejemplo, el riesgo de la extinción— pero aplicado a la gestión de las Fuerzas Armadas. La comparación con los pigmeos interpelaba al lector: merecía una estatura distinta. La señora de Noble recuperaba el esplendor y la voz. Magnetto se empeñaba en cuidarlos.

Una empresa a la que le interesa el país En privado, ante sus interlocutores cotidianos de la redacción, Magnetto expuso una metáfora dramática en la Argentina de la posguerra de Malvinas: —El diario, si se queda en diario, se muere. Como un adelantado, a principios de 1983 Magnetto decidió crear un área de Relaciones Institucionales, esfuerzo abandonado desde el despido en 1982 del último noblista: Jorge Baeza. Aquel ahijado del fundador del diario — quien fuera también su secretario privado y uno de los pocos que, a su muerte, tuteaba a la viuda, manejaba sus temas privados y hasta le había enseñado a nadar a su hijo Felipe— no le gustaba a Magnetto. Cayó con el frigerismo, pero mantuvo un sueldo de Clarín y una oficina en la calle Viamonte. Lo reemplazó Saturnino Herrero Mitjans, un directivo que ingresó como part time, a fines de 1983 ya era full time y luego ganaría gravitación. Fuera de la empresa lo llamaban el Canciller de Clarín; adentro, Nino. Había trabajado como consultor independiente y ocupado la dirección del Instituto para el Desarrollo Empresarial de la Argentina (IDEA). Su nueva tarea no se definía como la de un relacionista público: la empresa quería consolidar una imagen institucional como la de las grandes empresas nacionales. En uno de sus primeros encuentros Magnetto le planteó un desafío mayor, aunque le ahorró la imagen de la muerte: —Póngase a ver lo de radio y televisión, porque la cosa no pasa sólo por el papel. El comienzo fue precario. Herrero Mitjans recurrió a una secretaria que había trabajado en una agencia de noticias. En ese mundo que él desconocía, el futuro Canciller estableció vínculos con dueños y directivos de empresas para crear una organización que encauzara uno de los grandes objetivos que Magnetto se había planteado para la expansión de Clarín: la derogación del artículo 45 de la Ley de Radiodifusión. Al siguiente interlocutor, Reynaldo Bignone, el más débil de los presidentes de facto del período, se lo consideraba amigo de la casa. Durante todo el régimen había tratado con frecuencia a la cúpula periodística, e incluso le había anticipado el golpe de 1976 a un cronista raso. Intervino cuando el corresponsal en Neuquén, Enrique Esteban, fue secuestrado (apareció con vida) y compartió algunas comidas con Cytrynblum, quien lo veía como uno de los generales más humanos. Bignone no tardó en

incorporar a Magnetto a su universo de relaciones: lo nombra en el capítulo de sus memorias dedicado a sus diálogos con la prensa (9). Magnetto le planteó la importancia de la derogación del artículo 45. Por fin se realizaron reclamos abiertos. El primero, en favor de la privatización de medios, defendía que los dueños de los diarios pudieran presentarse a las licitaciones de radio y televisión, sin especificar el interés de Clarín: La privatización de los medios masivos de comunicación resulta, si se tiene en cuenta la tradición constitucional y jurídica argentina, una medida ampliamente justificada. (…) Si se tiene en cuenta la negativa experiencia en materia de los años recientes, y la prometida transición a un régimen democrático, el positivo valor de las privatizaciones no hace más que resaltarse (10).

La justificación encajaba con el tiempo político: la crisis de la dictadura y del monopolio estatal. Desde la perspectiva de Clarín, las privatizaciones se correspondían con el momento democrático. Ese primer editorial que pidió de modo explícito la derogación del artículo 45 reclamaba también una licitación transparente para todos los ciudadanos que desearan presentarse. Ni ese texto ni el tradicional discurso de la Directora del 28 de agosto, para celebrar un nuevo año del diario, mencionaban la intención de comprar. Los primeros enterados fueron los funcionarios del gobierno, algunos dirigentes políticos y empresarios y los interlocutores de Magnetto en la redacción. La primera semana de enero de 1983 Bignone recibió a Clarín en la Quinta de Olivos. La entrevista, sin firma, ocupó cuatro páginas completas con dos títulos: «Descartó un golpe de Estado» y «El gobierno no tiene a ninguno de los desaparecidos». En el texto, una línea resaltó por la novedad de preguntar a un presidente algo de interés más particular —el del medio— que general: —¿Hay alguna resolución sobre los cuestionamientos en torno del artículo 45? Bignone evadió la respuesta que esperaba la empresa: «Se puede decir que hay una biblioteca a favor y otra en contra». El tema se volvió recurrente en los editoriales y las crónicas sobre los reclamos de otros, como la presentación de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) para derogar el artículo 45: «Reclamos de la SIP al gobierno». Por entonces Magnetto tenía pocos contactos con dirigentes políticos. En

su mayoría eran peronistas; entre ellos se destacaban los presidenciables Cafiero y Luder, los sindicalistas (en particular el líder de la Unión Obrera Metalúrgica, Lorenzo Miguel), los cardenales de la Iglesia, los militares (muchos de ellos ligados a las compañías del Estado) y sobre todo empresarios: intercalaba a los jugadores de las grandes ligas y a los medianos, como Horacio Cornide. Los pocos periodistas de la redacción que lo trataban se enteraban de algunos de esos encuentros. Otros trascendían por indiscreciones: por ejemplo, el vínculo con generales administradores de empresas públicas. Magnetto practicaba una suerte de juego doble: quería participar —aún no lo hacía— de las discusiones con los poderes reales y permanentes de la Argentina. Sabía cómo tratar a la señora de Noble: primero lo primero. Le ratificaba que ella era la directora y que Clarín era su diario. Luego atendía cada uno de los asuntos de su vida práctica. Por fin, le daba un lugar discreto, pero estelar, en el medio. Magnetto descubrió el secreto de no minimizarla y tolerar su ciclotimia y sus humores. Sus confidentes avizoraron algunos rasgos de la cultura empresaria en gestación. Su condición de contador lo hacía celoso del gasto hasta el extremo: recortaba lo que le parecía superfluo, le faltaba generosidad con los jefes de la redacción. Les exigía a los demás el ascetismo que se había impuesto a sí mismo: no cambiar de auto a menudo, vivir en una casa discreta y no derrochar en ropa y accesorios. Hacia afuera debía primar siempre la discreción que él encarnaba. «Nunca me vas a ver a mí, ni a (José) Aranda ni a (Lucio) Pagliaro con una vedette en una disco», le dijo a Muchnik. Los directivos ni siquiera quisieron custodia cuando se inició, a mediados de la década de 1980, la saga de secuestros extorsivos. Durante 1983 Clarín continuó con el lobby a favor de la privatización y la derogación del artículo 45. Con un discurso contra el monopolio (el del Estado, nada más) puso como ejemplo que «a los (medios) de los últimos años» se les impidió la difusión del disenso y la protesta de los sectores sociales, lo cual había provocado que se crease «un espejo distorsionante durante la Guerra de Malvinas». La portada del 26 de abril destacó como titular principal una noticia que Clarín hubiera preferido no dar: «Radio y TV: suspenden las licitaciones». Mientras Bignone y el régimen militar parecían inflexibles con la derogación del artículo 45, se comenzó a discutir la posibilidad de privatizar

Papel Prensa, según consta en documentos confidenciales. Un decreto —el Nº 1.359, del 23 de noviembre de 1983— disponía la venta de Papel Prensa en 6 millones de dólares. El nuevo gobierno lo anuló: estimó en 25 millones el precio de venta (11). El 15 de septiembre de 1983, ya en el ocaso del régimen, Magnetto desmintió, como presidente de Papel Prensa, las versiones según las cuales el Estado había pagado por créditos de la compañía. La nota que llevaba su firma señalaba que se había cumplido con todos los pagos de amortización de intereses. Dos semanas más tarde Clarín ubicó como segundo título de su tapa el aniversario: «Cinco años de Papel Prensa». Una foto apaisada, de punta a punta de la tapa, mostraba en primera fila a los directivos de los diarios propietarios, entre otros la Directora y Magnetto. En el acto, faltaron figuras militares y políticas de primer nivel. La cobertura de dos páginas mencionó primero al representante máximo del gobierno, el secretario de Industria y Minería, Gustavo Yrazú, e inauguró la lista de los políticos con el ignoto candidato a la vicepresidencia de la Alianza Federal, Guillermo Belgrano Rawson. Llamó la atención la presencia —y la mención en la crónica— de varios economistas justicialistas, entre ellos Roberto Lavagna. La ocasión se presentaba para un discurso trascendente porque se avecinaban las elecciones presidenciales. Magnetto, presentado en el epígrafe como «doctor» (hubiese correspondido el título no menos meritorio de licenciado, o licenciado en Contabilidad), debutó en la oratoria pública. Nos anima un legítimo orgullo empresario. Pero nuestro sentimiento es más hondo todavía, puesto que nos sentimos muy especialmente asociados a las metas de crecimiento que históricamente ha sostenido al país.

Citó a un prócer excluido del sistema de citas del desarrollismo: Domingo Faustino Sarmiento. En 1871, evocó, el entonces presidente de la nación había dicho que el país carecía de un artículo, el papel, al que llamó «el pan de la civilización». Magnetto eligió la cita de un liberal para sacar el papel de diario del panteón desarrollista. Ubicó el punto de partida en 1969: un gesto a Roberto Noble, sin necesidad de nombrarlo. Dijo que Papel Prensa tenía 7.400 accionistas y 110 clientes calificados. Aseguró que siempre se intentó dialogar con los críticos

y puso a la papelera como un ejemplo contrario a los negocios fáciles y la especulación financiera, que para mayor virtud (lo exaltó el título del recuadro: «Un ahorro para el país de 300.000.000 de dólares») había conservado divisas en momentos de escasez. Nada comentó sobre los beneficios de los particulares. Magnetto concluyó con la proyección de sus conceptos al futuro nacional, como si Papel Prensa fuese, antes que nada, una compañía de la Argentina sin intereses ni ganancias privados: —Señores: Papel Prensa ha cumplido su promesa con el país. Ahora espera que el país cumpla su promesa con el destino. La empresa quedaba asociada al renacimiento nacional. En el plano de los eventos culturales, el diario que se imprimía en ese papel organizó actos con celebridades del mundo: en abril de 1980, una muestra de cine francés a la que asistieron Román Polanski y Nastassja Kinski; en agosto de 1983, un homenaje al cine español, al año siguiente de que Volver a empezar, de José Luis Garci, se convirtiera en la primera obra española en ganar un Oscar a la Película Extranjera. En algunos de los títulos del ciclo se podía adivinar la marca de la transición española que había comenzado tras la muerte del dictador Francisco Franco en 1975: Soldados de plomo de José Sacristán, El crimen de cuenca de Pilar Miró, Carmen de Carlos Saura.

Asuntos internos: conflicto gremial en la apertura A lo largo de la historia de Clarín la actividad gremial interna ha reflejado muchos de los vaivenes de la política nacional. Durante el primer peronismo (1945-1955), Noble priorizó el buen vínculo con el mundo del trabajo fuera de la redacción, en particular con las asociaciones de distribuidores, canillitas y obreros gráficos. También pagó buenos sueldos y les dio a sus trabajadores un lugar en la épica de la empresa. Interrumpió su pax gremial con el primer despido antisindical, severo: tras el golpe de Juan Carlos Onganía, en septiembre de 1966 echó a 174 empleados, más del 15% del personal. La siguiente gran purga, en el ocaso de gobierno de facto de Alejandro Agustín Lanusse, obedeció a problemas estrictamente domésticos después de la muerte del fundador en 1969: entre Camilión y la flamante incorporación a la empresa, Magnetto, en 1972 despidieron a más de 400 trabajadores. En febrero de 1976, con el aval del Ministerio de Trabajo —gracias a gestiones del gerente general, según consta en archivos públicos— Clarín

despidió a 49 empleados, miembros de la comisión interna y sus allegados: en un telegrama urgente al ministro Miguel Unamuno, Magnetto tipificó la protesta gremial que impidió la salida del diario por un par de días como «hechos de neto corte subversivo». Dio así el primer paso hacia los despidos masivos: más de 300 trabajadores perdieron su trabajo en el inicio de lo que sería la dosificación posterior de la fuerza de trabajo, facilitada por el viento a favor de las juntas militares en el poder. Con la actividad gremial prohibida durante la dictadura, el primer intento de realizarla en Clarín, en 1980, quedó desarticulado antes de que despegase. Dos redactores de Política, Claudio Polosecki y Rodolfo Audi, organizaron una reunión en la cual participaron veinticinco o treinta periodistas con un ratio alto de mujeres que rompía la proporción desfavorable en la planta. Se acordó la preparación de un petitorio para conseguir una recomposición salarial. Polosecki contó que intentó conseguir algunas firmas en la redacción, y a las cuarenta y ocho horas recibió su telegrama de despido. Uno de los primeros episodios de apertura en la cuadra ocurrió la tarde del Día del Periodista de 1982, el 7 de junio, poco antes del final de la Guerra de Malvinas. Los periodistas decidieron rendir un homenaje breve a sus pares asesinados o desaparecidos por el régimen militar: Carlos Alberto Pérez desapareció mientras colaboraba con el suplemento Cultura y Nación; en la lista de ex periodistas de Clarín desaparecidos figuran Enrique Raab, Luis Guagnini, Francisco Urondo, Ernesto Fossati y Edgardo Sajón. Los más nuevos se enteraron de uno de los procedimientos que, antes de 1976, servía para llamar a asamblea: un asalariado se paraba bajo un enorme reloj que había en la sala y daba tres aplausos. (El otro, más común en tiempos de retroceso patronal, era el mero grito desde los escritorios.) No había comisión interna ni referentes, pero Enrique Sdrech, el Turco, se ofreció a hacerlo: a las cinco de la tarde, el corrector a quien luego se reconocería por sus coberturas de casos policiales, se levantó de la silla de su escritorio, se paró debajo del reloj, golpeó tres veces las palmas y gritó: —¡Compañeros! Ese gesto de Sdrech se recordó durante años. Entonces, ya se había realizado un puñado de reuniones clandestinas con una estrategia: formar una organización sindical dentro del diario para conseguir la recomposición salarial, en combinación con movimientos dentro del gremio de periodistas. Dos de sus impulsores provenían del trotskismo: Alejandro Guerrero, redactor de Deportes y militante del Partido Obrero, y

Alberto Guilis, ex militante de Política Obrera y curtido en la lucha gremial. Cuando lograron interesar a varios periodistas concertaron los primeros encuentros en la casa de Guerrero, un departamento pequeño en San Juan y Piedras, a pocas cuadras del diario. En el primer semestre de 1981 se empezó a discutir la presentación de un petitorio. Los encuentros, que sucedían cada dos meses, convocaron a cada vez más participantes. El reclamo unificado era el salario, pero cada sección tenía también otros. Despuntó Deportes, la que más había crecido durante los años de la dictadura. Clarín había elevado al frenesí la presencia del deporte en sus páginas. Llevaba a la tapa los temas de la sección casi todos los días y le daba más páginas que antes. Mediante campañas, el medio masificó competencias de elite como el ajedrez y les dio protagonismo a figuras carismáticas como el boxeador Carlos Monzón o el tenista Guillermo Vilas. También organizó, con el régimen militar, el partido que conmemoró que la Argentina hubiera ganado la Copa del mundo de fútbol. Deportes manejaba un presupuesto abundante: tenía una gran cantidad de colaboradores y las coberturas exigían viajes. Sin embargo, muchos de esos redactores se encontraban en una situación precaria: trabajaban como empleados de planta y cobraban como externos independientes. Los jefes reclamaban distancia con los partidos políticos, pero la cantidad de militantes y ex militantes era notoria en la sección: Julio Blanck y Alfredo Leuco, del Partido Comunista (PC); Guerrero y el novel Pablo Llonto, en distintos partidos trotskistas. Como en el resto de la redacción, en Deportes se compartían los escritorios y las máquinas de escribir. Muchas veces los cronistas dictaban las notas por teléfono desde los partidos; también se usaba la radio para escribir los comentarios. Cada sección generaba un microclima propio; el de Deportes —recordó Alejandro Fabbri— no era malo y se caracterizaba por la diversidad. Había disputas por los viajes; había envidias, discusiones y recelos por el reparto de las colaboraciones. Los tres jefes, Juan de Biase (el responsable), Horacio Pagani y Alberto Fernández, manejaban esas tensiones. Pero había una extra: Clarín pretendía la exclusividad de los colaboradores, como si fueran personal de planta. Fabbri sufría ese conflicto. Había comenzado a publicar en enero de 1980 y escribía en la revista Goles, al igual que Gustavo Veiga, llegado por sugerencia de Horacio García Blanco. Trabajaban todos los días y cumplían

funciones de redactor, pero les pagaban como colaboradores: un sueldo menor al de un periodista de planta de Clarín (pero similar al de uno de un diario más chico). En julio de 1982, diez periodistas de Deportes se reunieron en la casa de Fabbri y resolvieron pedir un aumento de sueldo. Veiga, Guerrero y Fabbri hicieron el planteo ante sus jefes. Aunque no se coordinó con otras demandas de otras secciones, la suya coincidió con el reclamo general por sueldos mejores. Eran los días posteriores a la derrota en Malvinas, que había derrumbado la idea del poder intocable. Y según la estimación gremial, si en 1976 un redactor de Clarín ganaba dos veces y media más que un bancario, en 1982 cobraba lo mismo. Magnetto habló sobre el conflicto con los secretarios de redacción. Les tiró la biblioteca frigerista por la cabeza: —¿A mí me van a correr con el marxismo? ¿A mí, que lo estudié en serio? En pleno cruce de petitorios y reclamos, una tarde la puerta del despacho de Cytrynblum apareció manchada con aerosol rojo. Otras paredes mostraban los colores de la izquierda internacionalista y el anarquismo: aerosoles rojo y negro. Las pintadas causaron un alboroto de proporciones; según los delegados, fue un autoatentado para justificar lo que siguió. Al día siguiente la empresa mandó los telegramas. Los tres colaboradores que habían hablado con De Biase fueron despedidos. Los periodistas de Deportes sostienen que la empresa les pidió a sus jefes que señalaran a tres personas para despedirlas, y que los editores accedieron, y en exceso. Un redactor interrumpió a uno de los editores, Fernández, que se excusaba ante el plantel: —¡Callate, que les pidieron tres nombres y ustedes mandaron nueve! Casi todas las secciones recibieron la misma solicitud. El jefe de Fotografía, Juan Carlos Bayro, recordó que le pidieron la cabeza de cuatro reporteros gráficos y él eligió a aquellos que podrían encontrar trabajo con más rapidez. Fabbri recibió su telegrama el 16 de noviembre de 1982. Al día siguiente se presentó a trabajar pero no lo dejaron pasar. Dado que en Clarín —evocó — «uno decía “A” por un teléfono y se enteraba la Dirección», esa noche, con mucho temor y esfuerzo, se hizo una asamblea en el gremio de La Fraternidad, en la que participaron Nudler, Cardoso, Alicia Lo Bianco, José María Casabal, Néstor Restivo y otros. La empresa envió a sus informantes; uno de ellos, con tino escaso, preguntó quiénes habían faltado —recordó

Sevares—: debía pasar la lista de los que habían ido y de los que debían haber asistido. Algunos de los echados se resignaron, convencidos de que Clarín, al menos, pagaba las indemnizaciones, lo cual lo diferenciaba de muchas de las empresas periodísticas. El conjunto de los despidos no se definió por la militancia partidaria —ni Veiga ni Fabbri la tenían— sino que apuntó a aquietar los reclamos, mantener los niveles salariales bajos y mostrar intransigencia ante cualquier reorganización gremial: Magnetto toleraba muchas cosas pero no la injerencia sindical en su empresa. También cayeron dos prosecretarios: Nudler y Horowicz. En el caso de Nudler, la excusa fue que un grupo de empleados afines a la empresa había intentado organizar una asamblea a las once de la noche, cuando casi nadie quedaba, para levantar las medidas de fuerza, y él les dijo que se debía convocar a una asamblea para el día siguiente. A las pocas horas recibió su telegrama: la empresa no toleraría que un prosecretario de redacción hablara en una asamblea, y menos aún para proponer otra. Horowicz, prosecretario de Economía, calculó el deterioro salarial por pedido de sus compañeros en una asamblea. Después de hacer la cuenta — una sencilla regla de tres simple— recibió un llamado interno de Cytrynblum. «El sistema de informantes —evaluó Horowicz— funcionaba muy bien.» Él reconstruyó una conversación que el secretario general de redacción no ha conservado entre sus recuerdos: —Alex, un prosecretario no puede ser un activista sindical…Cuando vos empezaste en el diario, ¿discutiste tu sueldo con la comisión interna o conmigo? En ese momento Horowicz ganaba el equivalente a 5.000 dólares mensuales, más los beneficios de pertenecer a la planta permanente, como el doble aguinaldo, la medicina prepaga y cuarenta y cinco días de vacaciones. —Con vos. —Decime cuál tiene que ser tu sueldo y ya lo arreglamos… —No, Marcos. Vos no me explicás a mí cuáles son los negocios de este diario ni qué tengo que hacer. Y yo no te paso contrabando ideológico: no hago la tapa ni la sección Economía que yo haría, hago las que vos necesitás. Al día siguiente Horowicz fue notificado de su despido. El conflicto gremial de 1982 mostró la capacidad de la empresa para detener una protesta, mantener la autoridad, evitar la reorganización del movimiento gremial interno (en un contexto en que los sindicatos

recuperaban gravitación) y dar una señal clara de su intransigencia ante los reclamos. Las páginas de Clarín adherían a la apertura y a la democratización del país, pero la empresa no revisaría su línea puertas adentro.

Por los caminos del Señor: la Iglesia y los desaparecidos Diarios como La Prensa y The Buenos Aires Herald habían registrado el terrorismo de Estado de un modo tenue pero mucho más decidido que Clarín. El matutino de la señora de Noble criticaba la economía del régimen, pero defendía —o sobreactuaba su defensa— a las Fuerzas Armadas. Había comprado Papel Prensa, y su asociación con el régimen condicionaba su línea editorial. Para explicar los silencios, Cytrynblum argumentó además que, dado su peso en la sociedad, Clarín carecía de los márgenes de maniobra con los que contaban diarios más chicos. La transición habilitó al diario para que retomase dos de los temas en los que había ido a la zaga de otros: los desaparecidos y el terrorismo de Estado. Del mismo modo que había ocurrido durante la Guerra de Malvinas, la economía —el caballo de batalla del frigerismo— pasó a segundo plano, desplazada por la actualidad que marcaba la agenda del diario y la política: la restitución de la democracia, la revisión del pasado reciente. Desde la derrota de Malvinas, Clarín dio visibilidad a los organismos de derechos humanos, ponderó a algunos de sus dirigentes (a los que había ignorado o destratado, como Adolfo Pérez Esquivel), acompañó sus reclamos y en un editorial llegó a exigir que el régimen declinante (al que empezó a llamar régimen) respondiera a los pedidos de las víctimas. El 17 de diciembre la tapa se consagró a un tema único con dos títulos portentosos: «UNA MULTITUD COLMÓ LA PLAZA DE MAYO». «EN LOS ENFRENTAMIENTOS HUBO UN MUERTO Y 80 HERIDOS».

Diez días más tarde Clarín reclamó justicia por el asesinado, el obrero Dalmiro Flores, en un editorial indignado: «Una inexplicable demora». En otro se señaló que la comunidad había advertido que el Proceso transitaba su ocaso, se responsabilizó a la apertura neoliberal (otra palabra infrecuente en el diario) por el deterioro generalizado del aparato productivo y la devastación de «nuestra economía».

Aunque la transición se convirtió en el tema principal, los editoriales mantuvieron el tono histórico de sus críticas a la política económica. «Un plan insuficiente» denostó los anuncios de obras públicas del régimen militar: «Queda, por lo tanto, pendiente un cambio sustancial de un programa global y genuino de reactivación». En «El mensaje ministerial» sonaron ecos del viejo desarrollismo: «Nada dijo respecto a la estrategia de desarrollo, a la política industrial, a la movilización de los recursos energéticos, a la promoción de las exportaciones y a la sustitución de importaciones». Magnetto ya orientaba activamente la sección Economía de Clarín y su suplemento Económico dominical. El gerente general permitió la publicación de una columna de Rivera que hubiese sido intolerable para el MID. Cuando se discutía un pacto social para la transición, Rivera reivindicó el de Perón y José Ber Gelbard, que inició el conflicto político y personal entre el ministro de Economía y Frigerio, que derivó en una intervención del diario en 1973. Con gestos sutiles y poco perceptibles para el gran público —pero prístinos para las mil personas que leían las entrelíneas de la política—, Magnetto continuaba el despeje del frigerismo. En esta nueva orientación de línea, el diario se apoyó en la jerarquización de las noticias, en sus editoriales y también en un actor externo: la Iglesia católica. Desde mediados de 1982, la Iglesia surgió como un punto de referencia central y recurrente en sus páginas, donde se elogiaba sus documentos o se los utilizaba como fuente de legitimación para justificar o exponer las posiciones propias. La Iglesia y Clarín compartían, además, el interés escaso por el examen de sus propias omisiones en los años previos. En el editorial «Iglesia y derechos humanos», del 13 de agosto de 1982, se mencionaba un documento que el Episcopado había enviado a Bignone, en el que se planteaba —entre otras cosas— la angustia de los familiares de los desaparecidos. El diario tomaba el documento para empezar —o continuar— el cambio de su posición: «Ha habido una inexplicable omisión en el Gobierno. No es necesario hablar del pasado. Ya lo hemos hecho muchas veces, ponderando en su exacta medida los hechos». Clarín reescribía así su historia, y también la de la cúpula del catolicismo. Concluía: «Por eso es tan importante la decisión de la Iglesia de hacer oír nuevamente su autorizada voz en el tema de los derechos humanos». Seis días más tarde, «El documento eclesial» compuso una oda a la reconciliación nacional. Y el 25 de octubre, desde el título del editorial, «Un documento ejemplar», se celebró la exhortación del Episcopado a la mayoría católica del

país para que participara en política y defendiera el pluralismo y el Estado de derecho. José Ignacio López escribía el panorama religioso de los martes. Cuando lo convocaron trabajaba en la agencia Noticias Argentinas y cargaba con una vida en medios gráficos, como La Nación y La Opinión. Conocía a Cytryn desde los tempranos años sesenta y veía cada semana a su amigo Morales Solá. Cuando los tres se encontraron en el café Exedra, de Carlos Pellegrini y Córdoba, para discutir las condiciones, López —recordó Morales Solá— puso dos: que los frigeristas no le tocaran las notas y que las buscara un motorista, para no pisar la redacción. Según López, el ideólogo del MID tenía una red de relaciones en la Iglesia (en especial con monseñor Antonio Plaza) distinta de la suya, que frecuentaba más a Pío Laghi, Jorge Casaretto, Justo Laguna, Emilio Bianchi di Cárcano y eso podía provocar algún problema. Días antes de la Navidad de 1982, López empezó su columna con arrebato: Sin espectacularidad alguna, con la convicción de que sólo desde la hondura del silencio y la reflexión se sentarán bases auténticamente perdurables para la reconciliación que se pregona, la Iglesia católica ofreció el domingo su aporte más propio y específico para una sociedad sacudida por la crisis y agobiada por el fantasma de la disgregación (12).

Así, entre los editoriales y el nuevo columnista, Clarín reemplazaba la Biblia del desarrollismo por la de la Iglesia. Al mismo tiempo Magnetto daba sus primeros pasos en el mundo religioso. Sus favoritos, y a quienes frecuentaba, eran los cardenales Juan Carlos Aramburu y Raúl Primatesta, y se hizo amigo de Antonio Quarracino, con quien solía comer en Clarín. Luego le contaría a Morales Solá qué temas habían tratado y cuáles eran las ambiciones personales del religioso, como instalarse en el Vaticano. Cuando a finales de 1983 López asumió como vocero del presidente Alfonsín, Washington Uranga heredó su columna religiosa. Pero su camino en la empresa resultó menos suave que el de su antecesor. Magnetto y Cytrynblum cuidaban cada sílaba que se imprimiera sobre el presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, Primatesta. Ambos hablaban con el cardenal y, según Uranga, muchas veces el secretario general de redacción verificaba con Primatesta los datos de su columna. Cuando lo eligieron cardenal, Uranga escribió que no había sido por unanimidad, tal como le informaron participantes indiscretos del cónclave, sino que se

requirieron varias votaciones y hasta que en la tercera se llegó a una decisión por mayoría simple. Cuando leyó el original, Cytryn le dijo a Uranga que había hablado con Primatesta, que su información no era cierta y que editaría la nota. Esa noche Uranga asistió al programa que Edgardo Silberkasten y Jorge Sethson conducían en Canal 13. Después de escuchar su versión, le dijeron, como gesto amable, que lo leerían en Clarín. Uranga les señaló que no. Al día siguiente recibió un llamado del secretario general de redacción: —Pendejo de mierda, ¿quién te creés que sos? Poco después le informaron de su despido. La Iglesia, pilar de la República, debía recibir el mayor de los cuidados. Sábat dibujó al cardenal Aramburu varias veces más alto que Bignone, en el acto de retarlo con un dedo en alto y dictarle indicaciones que se insinuaban importantes. Cuando se anunciaron las pautas para la concertación, la foto de dos obispos ilustraron la tapa. «Hubo misas en todo el país por la reconciliación», se consignó en la primera plana del 20 de diciembre de 1982. En abril de 1983 el editorial y la columna de Morales Solá hablaron de los reclamos de la Iglesia a la Junta Militar sobre la violencia estatal, y los ubicaron en un presunto pasado valiente: 1976. Se mostraba a la Iglesia como uno de los responsables principales del avance hacia la transición y el esclarecimiento de las violaciones a los derechos humanos. Desde luego, Clarín no fue el único medio que resaltó la importancia de la Iglesia en ese momento. Pero en su caso particular le otorgó un lugar casi sin antecedentes en su historia. Durante el conflicto severo de 1955 entre Juan Domingo Perón y la Iglesia, por caso, el diario había defendido con ardor la posición del presidente. Los desaparecidos y sus familiares ganaron un espacio considerable en la edición diaria e incluso en los editoriales: con el título «Hechos lamentables», uno calificó así las agresiones contra familiares de desaparecidos. De ahí que las Fuerzas Armadas, instituciones permanentes del país, lejos de dejarse atrapar en situaciones contingentes, deban a sus conciudadanos la tarea, sin duda difícil pero absolutamente necesaria, de establecer ese nuevo punto de partida útil para la realización nacional (13).

El 6 de octubre de 1982 el título de tapa «Pacífica concentración en el

centro» iba ilustrado con la foto hoy célebre en la que un policía abraza a una Madre de Plaza de Mayo (14). Luego se sabría que el policía intentaba contener el ataque de nervios de la Madre, quien había querido pegarle porque no le permitía llegar a la plaza. Aunque no se puede establecer si los editores de Clarín conocían el detalle de la secuencia —otros diarios también publicaron la foto—, el hecho de haber llevado esa imagen a la primera plana expresa la voluntad de insistir con la idea de la reconciliación nacional. Entonces se ignoraba que el policía, subcomisario Carlos Enrique Gallones, había participado en la Masacre de Fátima (15) , por la que fue condenado en 2008. El tema se mantuvo al día siguiente, con una novedad extraordinaria en la historia de los editoriales de Clarín: una foto —la del abrazo entre la Madre y el policía, repetida— acompañó el texto titulado «Más allá de las palabras». En la voz oficial del diario la magnitud de la marcha había demostrado que la cuestión de las violaciones a los derechos humanos trascendía a los familiares de las víctimas y alcanzaba a la comunidad nacional entera. También por vez primera se defendió a las Madres de Plaza de Mayo: «Continuarán pidiendo todos los días de su vida, y por todos los medios imaginables o no, el esclarecimiento de la suerte corrida por sus hijos» (16). Acaso las Madres hayan sido las primeras sorprendidas. Acumulaban una larga lista de frustraciones con el diario de la señora de Noble, que las había ignorado todos los años anteriores, había sostenido posiciones editoriales muy duras contra sus reclamos y les había querido cobrar una solicitada a un precio inalcanzable. Morales Solá había recibido a algunas, como Graciela Fernández Meijide, pero les había dado más consuelo que ayuda práctica: el diario llegó muy tarde a sus denuncias. Con el cambio de línea, hasta los dirigentes antes denostados —el caso de Pérez Esquivel, a quien Morales Solá definió como «arquitecto taciturno»— ganaron espacio. El editorial «Los derechos humanos», del 28 de enero de 1983, señalaba que era necesario resolver las violaciones a los derechos humanos porque, entre otras razones, habían aislado a la Argentina del mundo. En un tono propositivo —poco frecuente, pero respaldado con citas de la Iglesia— se sugería a las autoridades que entregasen toda la información disponible a los familiares de las víctimas, que reconocieran los excesos y abominaran de ellos. Días más tarde, la línea editorial condenó —aunque con prosa enredada— las referencias oficiales a los procedimientos represivos. En «Lo que el

documento omite», Clarín reconocía su apoyo a la «guerra contra la subversión» pero se separaba de los métodos empleados. Apelaba otra vez a la jerarquía católica para sostener su mensaje de unión: «Nuestro país necesita, antes que cualquier otra cosa, reconciliarse. Los presupuestos para ello, según señaló la Iglesia, son la verdad, el arrepentimiento y la reparación». El cambio se profundizó de ahí en adelante. La tapa del 6 de mayo de 1983 difundió la opinión de la Iglesia sobre los dichos del gobierno acerca de los desaparecidos. La ediciones siguientes otorgaron normalmente un lugar importante a las organizaciones de derechos humanos, sus documentos y sus manifestaciones. El 23 de septiembre de 1983, bajo el título «Culminó la marcha por los desaparecidos», una foto grande —la única en la tapa— mostraba el abrazo entre la titular de Madres de Plaza de Mayo, Hebe de Bonafini, y Saúl Ubaldini, secretario general de la CGT-Brasil( (rama combativa de la CGT, apoyada por las 62 Organizaciones y el dirigente metalúrgico Lorenzo Miguel). Así como esa foto clausuraba el aislamiento de los organismos de derechos humanos, en las páginas de opinión se tomaba distancia de las organizaciones guerrilleras. El padre de un desaparecido, Enrique Fernández Meijide (esposo de Graciela), ajustó cuentas con el jefe montonero: Por el terror que nos causaría pensar en el reinicio de todo; por la angustia de revivir, cada amanecer, la ausencia de mi hijo; por la desesperación de acostarme a soñar con su regreso, porque, bien que mal, podemos intentar arreglar nuestra democracia sin su ayuda, aunque eso contradiga tu vocación de servicio, Mario Firmenich, te pido: ¡Por favor, no vuelvas! ¡Quedate donde estás! (17)

La transición interna La cuadra empezó su metamorfosis. Además de discutir sobre salarios y su organización gremial, los periodistas volvieron a hablar más abiertamente de política. Para los lectores, la sección Opinión iluminó la transición. Su responsable, Roberto Pablo Guareschi (también a cargo de Internacionales y número tres de la redacción), tenía bajo su égida a Carlos Ulanovsky (lo encontró por azar tras su regreso del exilio en México, cuando se dedicaba a la producción y

distribución de libros) y a Halperín, en el diario desde fines de 1979, después de trabajar como relacionista público de la Petroquímica General Mosconi, propiedad del Estado. La sección se abrió a todas las corrientes, con una única restricción: no se debía dar voz a los miembros de las organizaciones guerrilleras. Temas como el exilio, la censura y los artistas prohibidos aparecían de modo cotidiano en esas páginas. Ulanovsky, Mario Pacho O’Donnell y José Ricardo Eliaschev (e inclusive redactores como Armando Vidal, quien había vivido en Caracas) escribieron sobre el exilio. «Yo extrañaba mucho. Casi todo», escribió O’Donnell en octubre de 1982, a dos años de su regreso. No hay dudas de que la lejanía (¿y la prohibición?) promueven la idealización de lo perdido. Eso justifica que mis ojos se enajenasen en lágrimas, en un subterráneo berlinés al escuchar una tonada de nuestro Altiplano… ¡ejecutada por un conjunto sueco! (18)

Gregorich —quien había ingresado al diario por Jorge Asís— firmó una nota que tuvo gran repercusión después de Malvinas: «La reconstrucción de la credibilidad». Fue la primera vez que sus compañeros se acercaron a felicitarlo. Él trabajaba paralelamente en Clarín y en Humo® desde mediados de 1982, y distinguía dos sensaciones: la de no depender de nadie en Humo® y la de vivir con lo que consideraba un nivel de autocensura alto en Clarín. Llegaba a la redacción a las cinco y procuraba irse al fin exacto de su horario, las nueve. El editorial «El papel del periodismo» recurrió a un clásico en tiempos de oposición: El equívoco principal reside aquí en el papel que se les adjudica al periodismo y la libertad de expresión. Parecería que no son más que adornos inútiles, tolerados cuando sirven a los fines oficiales y agredidos sin piedad cuando los contrarían (19).

Otro, de 1983, señaló que el gobierno había incurrido en un «lamentable acto de censura al prohibir la circulación de la revista Humor». Y pontificó: «Episodios como el mencionado contribuyen muy poco a la restauración de las instituciones del país». Otro repudió el cierre de la revista La Semana: «Este no es el camino». Guareschi invitó a Osvaldo Soriano a escribir en el diario: —Si pensás que por trabajar en Clarín voy a bajar las banderas, te

equivocás —recibió como respuesta. Soriano lo veía como un órgano de propaganda dictatorial y rechazó la oferta. En «Y ahora de qué escribo, mamá», Eduardo Tato Pavlovsky reflejó la incertidumbre de la transición y la posibilidad de la exploración. «No veo ese empecinado motivo que tenés de irritar a los militares gobernantes de turno», argumentaba la madre hipotética. Y cerraba, en el contexto del debate sobre la agenda electoral, con una sugerencia: «Escribí sobre la democracia pero por las dudas no le pongas fechas». Una de las primeras críticas abiertas a la censura del gobierno fue la continuación, por otra pluma, de la célebre columna que María Elena Walsh había publicado en 1979, «País Jardín de Infantes». Marcos Aguinis tituló «Para salir del jardín de infantes» su propuesta de «aferrarnos al a veces penoso y decepcionante ejercicio de la democracia, pero seguro de que es el único que nos sacará de este trágico jardín de infantes» (20). José Pablo Feinmann, licenciado en Filosofía, escribió sobre radicales y peronistas. Al margen de todo esto —de incomprensiones, de esquematismos, o toques risueños en las discusiones entre argentinos— hay algo para celebrar: después de tantos años de silencio, podemos, por fin, discutir a viva voz. No digo sin miedo, pero, al menos, con menos miedo (21).

En una de sus últimas columnas, Asís intentó moderar el entusiasmo: Entre tanta euforia posiblemente inconsistente, que amenaza con desatarse —o tal vez ya se desató— con mayor ingenuidad que en pasadas épocas, la voz de los escépticos, auténtica fuerza mayoritaria, no debe ser ni silenciada ni combatida (22).

El propio Morales Solá —quien jamás se había movido de los temas políticos— publicó una columna sobre Missing, del director griego de izquierda Costa-Gavras. (La película) ha servido para contrastar lo incontrastable (…) desnuda la prepotencia y la impotencia al mismo tiempo. ¿Qué diferencia hay entre prohibirles a las mujeres chilenas que usen pantalones y convertir en pecado el pelo largo de los jóvenes argentinos? (23)

La revista dominical, que solía evitar los temas políticos, se subió a la apertura con su tapa «¿Un destape a la Argentina?». Se ocupó del «fenómeno contradictorio» del regreso de las artes censuradas durante la dictadura: hablaron el actor Luis Brandoni, los músicos del Cuarteto Zupay y César Isella. Otra tapa de la publicación dominical se preguntó: «¿Qué está pasando en los comités políticos?», con el antetítulo «La resurrección de la actividad partidaria en los barrios». La revista hizo visibles por primera vez las diferencias entre Magnetto y Cytrynblum. El tercer piso contrató al consultor novel Roberto Bacman para conocer la opinión de los lectores. Según el recuerdo de Bacman —no queda evidencia escrita— los comentarios fueron malos en general, pero funcionaba porque el lector varón le daba la revista a la mujer-ama de casa mientras él leía el cuerpo central del diario. En la reunión para discutir los resultados de la consultoría, Cytryn cruzó a Bacman: —No tenés razón. La revista aumentaba la tirada de los domingos y no tiene que cambiar. Se defendía de los consultores y a la vez defendía a su amigo, Rodolfo Rolo Andrés, a cargo de la publicación. En la transición, Espectáculos también estrenó tapas inesperadas: «No es posible lavar la conciencia atrofiando la memoria», declaró Pavlovsky, una retórica novedosa para entonces —y para las páginas de Clarín—, que se repetiría durante las siguientes tres décadas. «¿Un nuevo teatro para un nuevo país?», se preguntó otra apertura de la sección, en la que ofrecía entrevistas a Carlos Gorostiza, Brandoni (con el título «Teatro sin censura»), Soledad Silveyra («Libros al pueblo») y Laura Yusem («Teatro abierto: sí»). Algo similar sucedió en el suplemento Cultura y Nación: Atahualpa Yupanqui anticipó que regresaría de su exilio en Francia y Rubén Álvarez se ocupó de los nuevos marginados en una nota con «testimonios sobre la situación sociocultural que provoca la crisis económica en zonas del Gran Buenos Aires». La cobertura de Teatro Abierto (organizado en 1980 por un grupo de artistas respetados, entre ellos Roberto Cossa, Jorge Dragún, Jorge Rivera López, José Pepe Soriano y Brandoni) fue acaso la primera manifestación de la apertura. Pero planteó un problema: la sede del ciclo era el Teatro Picadero, cuya dueña era la hija del fundador de Clarín, Guadalupe Lupita Noble, quien había sido borrada del diario por la disputa sucesoria entre su madre y la Directora. Cytryn le preguntó a Magnetto si la cobertura de Teatro

Abierto sería posible. El gerente general consultó con la señora de Noble y dio el sí. Rómulo Berruti (24), uno de los dos responsables de Espectáculos, recordó que el secretario general le encargó un gran despliegue sobre el ciclo, porque le veía gran importancia. Cuando los militares, o paramilitares, incendiaron el Picadero el 6 de agosto de 1980, obligaron el traslado de Teatro Abierto al Tabarís. Durante la transición, cuatro hombres de la cultura de izquierda ganaron un espacio preponderante en el diario: Joan Manuel Serrat, Gabriel García Márquez, César Luis Menotti y Ernesto Sabato. La visita del catalán de 1983 mereció un lugar en la tapa del diario y de la revista con un cordial: «Bienvenido, Serrat». El cantautor se hizo buen amigo de Cytrynblum; asistió a una reunión de edición (los editores presentes recordaron la incomodidad del músico y la satisfacción de Cytryn por haberlo llevado a la discusión de la agenda del diario) y el 2 de noviembre de 1984 protagonizó otra portada: «Serrat en Clarín», junto con una foto que lo mostraba en zapatillas al lado de los trabajadores del taller de armado. En 1982, cuando ganó el Nobel de Literatura, García Márquez empezó a escribir en Clarín con cierta frecuencia. Analizó las distintas propuestas para llevar al cine Cien años de soledad; opinó sobre el uso político del rumor y el terrorismo científico; describió lo que llamó «El lujo de la muerte» y el amargo encanto de la máquina de escribir, y narró las veinte horas que Graham Greene pasó en La Habana para reunirse con Fidel Castro. Menotti, ya consagrado personaje del diario, continuó como un amigo de la casa y una referencia para Deportes. Cuando Asís escribió en una columna de opinión que Menotti debió haber muerto en 1978, después de haber ganado el Mundial pero cometió el error de seguir viviendo (25), recibió una respuesta agria de Horacio Pagani en una larga entrevista al director técnico: «Menotti ya no está en la Selección. Si hubiera muerto en 1978, en junio, ahora sería un héroe, pero muerto. Afortunadamente, está vivo». La oración se destacaba en negritas. Algunos axiomas del viejo Clarín permanecían. Uno de ellos —recordó Luis Soto, responsable de Turf, quien tuvo una relación tormentosa con la empresa— indicaba: «A los ídolos populares no se los toca». Sabato, prócer del diario desde su amistad con Frigerio y por su presencia pública, mantuvo su lugar estelar, aunque opacado por otros intelectuales que lo desplazaron como voz principal de la cultura, junto con Jorge Luis Borges,

sitial que Clarín le había dado durante el régimen militar. En una columna se preguntó si realmente los argentinos queríamos la democracia (usó la primera persona del plural). «La democracia es a menudo despreciable, pero hasta hoy no hemos encontrado nada mejor para preservar la libertad y la dignidad del hombre», se respondió. No obstante su carácter distinguido, otros medios le sacaban al escritor títulos más picantes: «Si dan otro golpe, tendremos que suicidarnos», dijo a la revista Siete Días. La democracia no apelaba solamente a las celebridades: también se asociaba a la juventud. Clarín difundió una voz joven que fungió de representación generacional: a doce días de las elecciones publicó «Los que tienen veinticinco años», columna de Sandra Russo, la futura panelista del programa 6, 7, 8, el más anticlarinista de la televisión kirchnerista: Los de 25, en definitiva, quedamos hechos un sándwich entre dos guerras. De la primera nos salvamos por demasiado chicos. De la segunda, por demasiado viejos. Somos, si se quiere, la porción más afortunada de la juventud (…) No hemos conjurado contra la patria, no hemos delinquido ni hemos cometido ningún otro delito que el de crecer en un lugar oscuro. Merecemos un lugar. (26)

Tras los primeros pasos que dio con Teatro Abierto, entre Malvinas y las elecciones Clarín asimiló con rapidez las demandas del nuevo tiempo. Con la misma doctrina de Cytrynblum frente a la guerra —el diario no va en contra de sus lectores—, se integró con tenacidad a la mudanza nacional sin reconocer el giro drástico de su línea. Desde el Operativo Independencia hasta la caída de Galtieri había sostenido a las Fuerzas Armadas. La democracia —nunca un tema relevante en sus páginas— ganó un espacio inédito. El gran diario argentino se sumó como partícipe. El 24 de marzo de 1983 llamó al golpe por su nombre: «derrocamiento del gobierno constitucional encabezado por Estela Martínez de Perón». Hasta entonces había optado por las acríticas «cambio», «procedimiento», «adopción».

Alfonsinazo: un hit inesperado Política debió incorporar a periodistas de otras secciones, porque su pequeña tropa de seis cronistas no alcanzaba cuando aumentaron sus páginas.

De Deportes llegaron Blanck y Leuco; de Información General, Ernesto Jackson y Arnaldo Paganetti. Por un problema que olvidó, Paganetti, quien había entrado a Política en 1977, había sido enviado a lo que se llamaba Siberia: la zona fría en la que se trabajaba de mañana y no se escribía nada que repercutiera. Al cabo de un tiempo lo reubicaron en Información General. A principios de la década de 1980 volvió a Política para cubrir los organismos de derechos humanos y los partidos políticos chicos, como la Democracia Cristiana (DC), el Partido Intransigente (PI), el PC y las grandes manifestaciones de la campaña electoral de 1983. Leuco se había abierto paso en Deportes cuando el editor Juan de Biase lo desafió a que consiguiera una entrevista con el hosco crack uruguayo Juan Ramón Carrasco: si lo lograba, entraba al diario. El aspirante le explicó la situación al futbolista, que aceptó la entrevista. Una vez en la sección, Leuco se propuso hacer contrabando ideológico, como él mismo definía. Aprovechó que un jugador de Instituto tenía el mismo nombre que un cantautor comunista y tituló: «Víctor Heredia, por el camino de la gloria». Para un partido de la B eligió una canción del uruguayo Daniel Viglietti sobre un texto de Bertolt Brecht: «Yo vivo en un tiempo de guerra, yo vivo en un tiempo sin sol». Cytrynblum, una figura inalcanzable y mitológica para miembros de la tropa como Leuco, lo llamó a su despacho para preguntarle por su apellido, que en realidad era Leucovitz: así se llamaba la madre del editor. La cobertura política comenzó a desprenderse de eufemismos. Para la mayoría resultó un entrenamiento novedoso: habían vivido pocos años como adultos en democracia y con poca valoración de las instituciones republicanas. En la sección prevalecían los peronistas. Al jefe, Ricardo Kirschbaum, le resultaba complicada la relación con el radicalismo. Cuando visitaba a los balbinistas, los frigeristas no le ahorraban ironías. Por lo demás, en Política —y en el diario— no sucedieron grandes cambios hasta 1990. Se mantuvieron los jefes y el estilo. Se agregó una sección nueva, Contacto, de chismes, a cargo de Enrique Medeot. La convicción de Morales Solá y Cytryn era simple: dado que el diario seguía vendiendo muy bien, no convenía transformarlo. El aire más oxigenado se observó en algunas innovaciones pequeñas. Un artículo raro sobre los diálogos en la Embajada de los Estados Unidos durante la celebración del 4 de Julio describió el estado de ánimo de los dirigentes que desplazaban a los

funcionarios del régimen (el canciller Juan Enrique Lanari ni siquiera asistió). Una nota contó las reuniones de Diego Maradona, por entonces en el Barcelona de España, con la cúpula de los partidos políticos. Mientras la sección, como también Información General, ganaba importancia y espacio, Deportes resistía y, a su modo, incorporaba la transición. A fines de 1981 la barra de Nueva Chicago cantó la marcha peronista durante un partido contra Defensores de Belgrano. A la salida, la policía condujo a los hinchas hasta la Comisaría 42. Fabbri —aquel colaborador que sería despedido al año siguiente— cubrió el partido y los siguió hasta la seccional. Cuando llegó al diario habló con Van der Kooy y consiguió que le dieran una página para la noticia. Durante el partido siguiente, en la cancha de Arsenal de Sarandí, la hinchada de Nueva Chicago cantó el «Arroz con leche». La copla infantil no evitó los gases, los enfrentamientos entre policías e hinchas, y la detención de treinta personas. Las elecciones dominaron la segunda mitad de 1983. En sus charlas cotidianas con Morales Solá, Magnetto decía tener una vocación frentista, una de las herencias lingüísticas del MID. (Y el MID, de modo coincidente, quería un frente con el justicialismo). En la década de 1970, presentado por el columnista, había conocido a Luder y a Cafiero. Solía frecuentarlos en soledad. De todos modos, durante la campaña no consiguió arrancarle a Luder siquiera una promesa vaga de la derogación del artículo 45: la diferencia de tamaño entre la estructura justicialista y el diario era notoria. Después de las elecciones, Magnetto comenzó a tratar a algunos radicales de importancia. Nunca le había tenido fe al partido y mucho menos había pensado que ganaría la votación presidencial. Magnetto tenía un vínculo estrecho con los sindicalistas peronistas. José Rodríguez, del Sindicato de Mecánicos y Afines del Transporte Automotor (SMATA), se contaba entre sus interlocutores; cada tres meses se encontraba con Lorenzo Miguel, el jefe de la UOM. Escribió Morales Solá poco antes de la elección: Miguel se ha convertido en el hombre con mayor control de estructuras políticas del país: es titular del poderoso sindicato metalúrgico, jefe de las 62 Organizaciones —que expresa a todos los gremios peronistas— y conductor del Partido Justicialista (27).

El desarrollismo debía permanecer en la línea editorial, pero sin que el MID mantuviera aquel lugar destacado en las páginas. Apartado Frigerio,

Magnetto debía conducir un proyecto empresarial con interés por el destino del país, pero sin coronar al Tapir. Por su parte, el MID había elegido una fórmula con pasado clarinista: el propio Frigerio y el ex secretario de redacción Antonio Salonia. La costosísima campaña había sido financiada con la indemnización que Frigerio recibió de Clarín (28). Entre las notas que se publicaban sobre todos los partidos, salió un informe especial preelectoral, «El MID, por dentro», firmado por Enrique Medeot. (En la sección Política, nadie se ofrecía como voluntario para escribir sobre el tema). Se evaluaba al partido, con 143.000 afiliados, como el tercero en la carrera presidencial. Las siete respuestas de Frigerio a las preguntas resultaron vagas y previsibles. El diario cometió algunas injusticias con la cobertura del MID. En la necrológica sobre el ex diputado e ideólogo frigerista Marcos Merchensky, por caso, se borró su papel central en la redacción de editoriales y en el cierre cotidiano (se lo mencionó como «el talentoso periodista de La Razón y Clarín»). Al igual que hacía cuando controlaba el diario, el MID publicó solicitadas con la firma de Frondizi y Frigerio sobre las elecciones («No se puede esperar hasta 1984»). Y poco antes de los comicios, por primera vez desde que fuera expulsado, Frigerio publicó una columna en la que discutió con el candidato a presidente del PI, Oscar Alende. Desde la fundación del diario en 1945, la Unión Cívica Radical (UCR) había recibido un rechazo histórico y consecuente. Roberto Noble había participado del golpe de 1930, pero lejos de tomarlo como un desvío de juventud había subido su papel secundario (el haber sumado al golpe a la Facultad de Derecho) al pedestal de los actos trascendentales de su vida. Había perdonado a los radicales durante la primera campaña electoral contra Perón, pero con el General en el poder —y con el apoyo de Clarín— los radicales volvieron al sitio de sus disgustos. Cuando Arturo Illia anuló los contratos petroleros de Frondizi, a poco de llegar a la presidencia de la Nación, volcó el diario en su contra y hasta publicó un libro de emergencia para denunciar lo que consideraba un atropello. Luego se montó a la comparsa del golpe sin el ímpetu de los semanarios de Jacobo Timerman. Ya muerto el fundador, el diario apoyó al Frente Justicialista de Liberación (FREJULI), que llevó la candidatura de Héctor Cámpora en 1973. Para la mayoría de los dirigentes radicales de trascendencia durante la transición, Clarín era el diario del MID, rivales históricos desde la escisión

de 1958, cuando Frondizi le ganó la presidencia a Ricardo Balbín. También Alfonsín tenía un recuerdo amargo: mucho antes de ser precandidato se había quejado por lo que consideraba una cobertura desbalanceada de su fracción interna, Renovación y Cambio, frente a la Línea Nacional de Balbín. Tampoco la Línea Nacional apreciaba a uno de los secretarios de Política, Antonio César Morere —quien resultaría el dueño virtual del peronismo en las codiciadas páginas del diario—: le negó entrevistas con su líder porque a principios de la década de 1970 había publicado que tramitaba su retiro. El título desdeñaba al caudillo: «Balbín jubilado». Ricardo Yofre, el ex subsecretario general de la presidencia de Videla y dirigente radical, contaba con una vasta red en el mundo de la prensa y gozaba de la confianza de las cúpulas periodísticas y empresarias de los diarios importantes. Puso esos recursos —y también su amistad con Morales Solá y Kirschbaum— a disposición para operar a favor del radicalismo. Recibía en su estudio a los columnistas dominicales de Clarín y La Nación, mientras que Raúl Borrás actuaba como vocero oficioso. Alfonsín le reconoció a Yofre el esfuerzo con un cargo, director de Papel Prensa: cualquier otro, de mayor visibilidad, no hubiera resistido el boicot social y partidario por su gestión durante la dictadura. Durante la campaña presidencial de 1983, Yofre organizó un almuerzo en su casa para que la cúpula empresarial y periodística de Clarín conversara con el candidato radical. Magnetto, Cytrynblum y Morales Solá compartieron la mesa con Julio Saguier (casado con una de las principales accionistas de La Nación y futuro intendente de Buenos Aires designado por Alfonsín), Germán López y el anfitrión. El tercer edecán, Borrás, nunca llegó: se le rompió el auto. Magnetto alteró a Alfonsín con sus preguntas demasiado directas. —¿Qué va a hacer con la deuda externa? —Vea… —arrancaba Alfonsín, según recordaron dos de los presentes, y daba vueltas en círculo. Magnetto pretendía respuestas específicas sobre la política económica y el programa de gobierno. Era su escuela frigerista: los grupos de estudio en los que se debía argumentar, preguntar y responder. Pero Alfonsín carecía de esa contundencia, y su gestualidad incómoda lo revelaba, recordó Yofre. En las campañas se piensa más en cómo llegar que en qué se hará una vez en el poder, y la UCR no escapaba a esa regla general de la política. Al final del almuerzo Alfonsín recibió un papel, que leyó para sí delante

de la delegación de Clarín. «¿Sabe usted algo de un pacto militar-sindical?», le preguntó a Morales Solá. El columnista —según su versión— le contestó que conocía las reuniones de Miguel con el general Fernando Verplaetsen, pero no el pacto. Yofre había escrito esa carilla en la que se resumía el pacto y la importancia de hacerlo público. Había pasado las veinticuatro horas anteriores intentando convencer a columnistas y editorialistas de La Nación y La Prensa de la importancia de hacer detonar esa bomba periodística. Para persuadir a Alfonsín de que lo hiciera público sin demora, recurrió a una advertencia eficaz: —¿Mire si lo larga Alende? El domingo siguiente Morales Solá dio poca trascendencia a la cuestión: «¿Se habrá sellado un pacto entre militares y gremialistas?». Esa levedad reflejaba las precauciones del columnista y la escasa disposición de Magnetto a darle lugar a un tema que afectaría al peronismo. El lunes, antes de abordar un avión rumbo a España, Alfonsín formalizó la denuncia del pacto militar-sindical. En un giro decisivo en su campaña, logró asociar al candidato peronista al régimen declinante. Y en los días finales de la presidencia de Bignone, cuando el peronismo aceptó la autoamnistía que se concedieron los militares mientras que el radicalismo la rechazó, aquella denuncia quedó, en algún sentido, confirmada. Una lectura comparativa de La Nación y La Prensa durante las semanas siguientes muestra que Clarín le dio menos importancia, amplificó los rechazos —que también consignaron los otros matutinos— y lo planteó como un contrapunto entre denunciantes y desmentidores. En cambio, La Prensa y —en particular— La Nación le dieron crédito y le reconocieron magnitud a Alfonsín. En «La semana política» se mostró poco conflicto y más construcción de liderazgo del radical: «La Nación ha recogido referencias confiables en cuanto a la intención del doctor Alfonsín de poner al país entero ante la opción Argentina democrática o Argentina corporativa». Y otro subtítulo, acertado, reflejó el estado de situación en otras fuerzas tras la denuncia: «Réquiem para la Multipartidaria». En su panorama político de los jueves, Van der Kooy apostó por los matices en «Bajo el síndrome del pacto»: ¿Tiene razón el radicalismo o se trata, en realidad, de una astuta maniobra para vincular

al peronismo con el régimen militar, con las imaginables secuelas en la porfía electoral? Como suele ocurrir muchas veces —el ejercicio político puede dar fe de ello— la verdad parece esconderse en un punto medio (29).

El 10 de abril Morales Solá destacó que Miguel, el sindicalista que más trataba con el gerente general, desmintió el pacto una y otra vez: «Acababa de ser congelado cuando estaba a punto de concretarse, aunque algunos dirigentes suponen que no está todo perdido». Y contó que algunos sectores militares ponían más esperanzas en una sucesión peronista, pero eso era problemático: «Ningún sector del peronismo tiene fuerza suficiente como para aguantar la vecindad del calor oficial: ha sido el partido arrojado del poder por esta experiencia militar». La foto de tapa del 10 de mayo muestra a Miguel rodeado de dirigentes peronistas y periodistas: «Miguel intimó a Alfonsín». Magnetto le pidió explícitamente a Morales Solá que bajara el tono del pacto, contó el columnista en una entrevista para este libro. En el mundo de la política y la prensa, la cobertura del pacto militar-sindical confirmó que el diario de la señora de Noble había optado por el peronismo. A la empresa le interesaba que Luder ganara la presidencia por dos razones. Creía que el peronismo estaba en mejores condiciones de gobernar —y su histórico antirradicalismo funcionaba como sostén de esa idea— y esperaba que destrabase el artículo 45, el nuevo Papel Prensa para Clarín. De todas maneras, Magnetto no había conseguido una promesa firme de Luder. Las tensiones entre la gerencia general y la conducción periodística continuaron durante la campaña: Magnetto impugnó también que en la cobertura cotidiana de Política se diera espacio a los multitudinarios actos de Alfonsín. En la sección prevalecía el peronismo; había un solo simpatizante radical, un par de comunistas y un intransigente. Todos ellos almorzaron también con Alfonsín, en un restaurante de la Avenida de Mayo. El consenso general — recordó Leuco, uno de los presentes— lo juzgó livianito, un abogado de Chascomús sin grandes luces, predecible. Leuco, por disciplina partidaria con el PC, votó a Luder. Curiosamente, Magnetto creía que en el piso de abajo —o al menos así lo recordó treinta años más tarde— el alfonsinismo había copado la cuadra. Veía simpatías por el candidato radical en Cytrynblum y en Morales Solá, y consideraba que el peronismo de los periodistas de peso de Política —como

Kirschbaum, Van der Kooy y Oscar Raúl Cardoso (30) — no respondía a la ortodoxia del movimiento. A un mes de las elecciones, Morales Solá subrayó en su columna dominical lo que ya resultaba inocultable, aunque el gerente general había indicado que se eludiera: la capacidad de convocatoria de los actos radicales. Alfonsín había reunido a 85.000 personas en el estadio de Ferrocarril Oeste, el doble de sus expectativas; constituyó el acto multitudinario más importante del radicalismo después de la muerte de Hipólito Yrigoyen. El periodista consignó que en el justicialismo intentaban explicar que sus movilizaciones —como la del 17 de Octubre— resultaban menos numerosas de lo esperado porque no se medían con encuestas serias. Luder estaba convencido de que sería presidente y no necesitaba un esfuerzo importante ni grandes actos. Morales Solá lo veía semanalmente en su estudio en la calle Uruguay, cerca de Tribunales. Como la mayoría de los políticos porteños, creía que no importaba demasiado moverse por las provincias. Antes de la campaña había mostrado una confianza ciega ante Carlos Quirós, quien lo había invitado a almorzar para preguntarle cómo veía a Alfonsín. Cuando el periodista de Clarín le contó que le sorprendía su convocatoria en el interior, el precandidato lo cortó: —Cuando salga el pueblo peronista lo hago cagar. Morales Solá visitó a Deolindo Bittel —por intermediación de Morere, que frecuentaba al dirigente— en el hotel Castelli de Once y percibió el mismo optimismo. Según Morere, jamás recibió una orden de torcer la cobertura a favor del candidato del peronismo; no obstante percibía que la empresa prefería que ganase Luder. En la redacción se hizo un simulacro de voto. Los periodistas colocaron una urna en la cuadra para que los empleados anticiparan el veredicto popular: arrasó Luder, Alende quedó segundo y Alfonsín salió tercero (no existe registro documental de la votación). Las preferencias de la empresa — Magnetto y la tríada— y las de la redacción coincidían: el peronismo como vocación abajo y el peronismo como opción racional arriba. La sociedad argentina, al menos en su comportamiento electoral, no se parecía a Clarín. Gregorich participaba de los equipos de Alfonsín; por primera vez en su vida se había afiliado a un partido. Se quedó frío cuando, tras el estreno de La República perdida —película de la que hizo el guión y que sintetizaba medio siglo de historia política desde el prisma radical—, Halperín, uno de los

redactores peronistas, publicó una reseña negativa. Cytrynblum le ofreció a Gregorich revisarla o contestarla, pero él no aceptó. Como puñado de radicales en la empresa, se sentía rodeado por las mayorías peronistas. Osvaldo Bebo Granados, redactor de Economía y ex presidente de Télam durante el gobierno de Isabel, le apostó una cena a que Luder se impondría en la elección. Le dio un millón de votos de ventaja: si Luder ganaba con una ventaja menor a un millón de votos, perdía la apuesta. La semana previa a las elecciones, Kirschbaum, Cardoso y Van Der Kooy asistieron a Tiempo Nuevo, el popular programa de Bernardo Neustadt y Mariano Grondona, para hablar de su best seller Malvinas, la trama secreta, el primer libro periodístico con ventas extraordinarias y nacido en la redacción de Clarín. Neustadt les preguntó quién ganaría el domingo. Los tres periodistas respondieron sin dudar: —Luder. El hecho causó un contrapunto entre Kirschbaum y su jefe Morales Solá, conocidos desde que tenían dieciocho años en su Tucumán natal. «No pueden decir quién va a ganar», dijo el columnista. Además de herir susceptibilidades, dirían que el diario era peronista. Kirschbaum también recibió el reproche de su amigo Yofre. Con la excepción del pacto militar y la concurrencia de los actos radicales, la cobertura se mantenía equilibrada, simétrica entre los favoritos. El tono resultó discreto, distinto de aquel de las viejas campañas electorales. A dos días de los comicios, Clarín publicó entrevistas a los candidatos. El radical y el peronista conversaron con Morales Solá. En el caso de Luder, la nota señaló que desde 1978 tejía alianzas para llegar a la presidencia. Para hablar sobre la elección en sí, recurrió a la estadística: el peronismo nunca había obtenido menos del 50% y llegó a superar el 60%, mientras que el radicalismo nunca pasó del 25%. Morales Solá le preguntó sobre la libertad de prensa( —opinión que no le solicitó a Alfonsín— y Luder se comprometió a bregar por ella y el derecho a la información. Al final le preguntó qué opinaba de Alfonsín: —Es un típico político radical, con los méritos y las limitaciones del caso. La entrevista con Alfonsín hacía referencia a una frase suya de 1977, cuando el columnista empezó a frecuentarlo: «La línea que gobierna el partido está agotada». Morales Solá le ponderó la voluntad de recorrer el país y buscar el contacto personal sin importar que hubiese 1.000 o 50.000 oyentes. Alfonsín no quiso hablar de qué haría con la cúpula de las Fuerzas

Armadas ni si contemplaba la posibilidad de una derrota; se negó a revelar sus primeras medidas económicas porque eso causaría especulación y tardaría un largo rato en contestar sobre su principal rival electoral: —Es una persona honrada. Pero debe demostrar que tiene garra para controlar su partido (31). En notas de una página (contra las dos para Luder y para Alfonsín) los otros candidatos también expusieron algunas de sus perspectivas. Esa misma semana el diario publicó una publicidad a página entera de la revista La Semana, con la tapa en la que su director Jorge Fontevecchia saludaba en Ezeiza y el título «Bienvenido a la democracia», que aludía a su regreso del exilio. La publicidad llevaba el título «Llegamos». El domingo 30 Clarín también eligió «LLEGAMOS», y una introducción informativa: Después de una década y tras siete años de gobierno militar casi 18 millones de argentinos votan hoy en 24 distritos para designar a los 600 grandes electores que nominarán el 30 de noviembre a los nuevos presidente y vicepresidente de la Nación. Este mecanismo sólo se evitará en caso de que alguno de los candidatos obtenga la mayoría absoluta (301 electores) (…) El acto comicial se realizará de 8 a 18 y los primeros resultados firmes podrían conocerse alrededor de la medianoche.

Ese día la Directora firmó un editorial extenso, «La soberanía del pueblo y la causa de la Nación», en el que ubicó el 30 de octubre como un rescate tras siete años de eclipse. Señaló que la sociedad argentina se había hecho más injusta porque la brecha entre pobres y ricos se había ensanchado, un tema poco frecuentado en las páginas de su diario. Para cerrar lanzó una flecha al porvenir: «No cabe agregar nada más en este momento. Con la votación algo concluye y mucho comienza». El «LLEGAMOS» del 30 de octubre duró, como muchos títulos memorables, unas pocas horas. A la noche se conocía ya al triunfador tan categórico como inesperado: el doctor Alfonsín. La mayoría de la prensa no había previsto el resultado. Clarín había asignado la cobertura a un solo periodista, Quirós, simpatizante radical. Fue el único que siguió la campaña sistemáticamente y comprobó la desatención de la empresa. Una foto del día de la elección lo describe: Quirós y Alfonsín posan solos. Como un testigo con un acceso del que careció la gran mayoría —algo

que señaló en su nota—, detalló que Alfonsín había pasado todo el día en la quinta de San Isidro de su amigo Alfredo Odorisio. Pudo contar —lo vio casi todo— que comió asado de tira y helado, que durmió tres horas de siesta antes del resultado, que fue calmando a sus correligionarios alterados que recibían datos insospechados y se interesó en particular por algunos distritos del Gran Buenos Aires. En esa nota hubo algo único: Quirós se permitió hablar de su doble condición de periodista y de hombre de confianza del presidente electo. «Nosotros le alcanzamos datos tempranos de Córdoba y Entre Ríos y Santa Fe»; «Calmémonos los dos, Carlos», citó Quirós que le decía Alfonsín. Después de la cena, el futuro presidente se recostó en una cama matrimonial. «Nos hizo llamar y quiso analizar con Clarín los datos que confirmaban una y otra vez —y aún ampliaban— la gran ventaja de su partido», relató el periodista. Observó cómo Conrado Storani le acercaba a Alfonsín una denuncia de un oficial de la Armada sobre el manejo de los datos en el centro de cómputos, y la repetición de Bernardo Grinspun ante cada confirmación de la victoria: «Se lo dije, se lo dije». También vio cuando una hija de Alfonsín, Marcela, le preguntó: —¿Estás contento, viejo? —Esto no se mide en términos de alegría sino de responsabilidad —se consignó la respuesta en la crónica. Aun en momentos de conmoción personal enorme, Alfonsín se mostraba sereno. Para jerarquizar todavía más su lugar, Quirós contó que, pasada la medianoche, entró a la quinta una cincuentena de periodistas que no habían conocido nada de la intimidad previa. «Los hombres de prensa construían un rito y el rito confirmaba que el triunfo ya había ingresado en la historia» (32). Aquella noche Morales Solá lo llamó con insistencia para saber si realmente sucedía lo que parecía estar sucediendo. A su vez, Morales Solá recibía los llamados de López. «Amplio triunfo de Alfonsín», fue la tapa del día después. El diario cerró a las dos y media de la mañana con un 55% de los votos para el candidato radical, contra el 37% de Luder. Magnetto llamó varias veces a Morales Solá para confirmar un resultado que no podía creer o explicar. Morales Solá le ratificó cada vez las informaciones que recibía del Correo Central y de Quirós. El columnista aún recuerda las palabras precisas de Magnetto:

—Bueno, vamos a trabajar más tranquilos. Un pronóstico que falló.

5. El padre de Dagnino había sido gerente de publicidad de Crítica, y por eso conocía a varios ex empleados de Natalio Botana que emigraron al diario de Roberto Noble. Su abuelo había explotado la concesión del bufete de Clarín. Como parte de su roce con los desarrollistas, había ido a buscar títulos a la oficina de Frigerio y terminó por mirar con Camilión y la esposa de Magnetto la final de la Copa del Mundo de 1978. De pura emoción abrazó a la señora del número uno. 6. El 10 de diciembre de 2013, en el suplemento especial por los treinta años de asunción de Alfonsín, el secretario general de la redacción Ricardo Kirschbaum recordó a Cytrynblum —un gesto infrecuente— e interpretó el título: «Resumía aquel anhelo colectivo de salir de ese túnel oscuro». 7. Clarín, 13 de mayo de 1982. 8. Entrevistas con Luis Garasino, Buenos Aires, 2012. 9. Reynaldo Bignone, El último de facto: la liquidación del Proceso, Buenos Aires, Planeta, 1992, pág. 70. A Magnetto lo llama, erróneamente, Carlos. 10. Clarín, 19 de agosto de 1982. 11. Julio Ramos. Cerrojos a la prensa, Buenos Aires, AmFin, 1993, pág. 239. 12. Clarín, 21 de diciembre de 1982. 13. Clarín, 29 de agosto de 1982. 14. La toma de Marcelo Ranea, fotógrafo de la agencia Diarios y Noticias (DYN), de la cual Clarín tenía un porcentaje, ganó el premio Rey de España. 15. Así se conoció la dinamitación de treinta cuerpos en la localidad bonaerense de Fátima, el 20 de agosto de 1976, de personas secuestradas en el centro clandestino de detención que funcionó dentro de la Superintendencia de Seguridad Federal. 16. Clarín, 7 de octubre de 1982. 17. Clarín, 2 de diciembre de 1983. 18. Clarín, 25 de octubre de 1982. 19. Clarín, 4 de diciembre de 1982. 20. Clarín, 28 de agosto de 1982 21. Clarín, 22 de julio de 1983. 22. Clarín, 21 de agosto de 1982. 23. Clarín, 7 de octubre de 1983

24. Berruti había entrado al diario en 1961 y sabía cómo moverse. Su gran amiga, Soledad Silveyra, estaba casada con Baltazar Jaramillo, muy próximo a Rogelio Frigerio. Sabía, además, administrar los caprichos y los pedidos de la Directora. En la década de 1970, mientras cubría una de las trece temporadas veraniegas que le tocaron, supo que Mirtha Legrand había sido golpeada por su marido, Daniel Tinayre. Berruti mandó su costurita con una advertencia: «Evalúen porque es amiga de la Directora». Cuando se imprimió la nota, la famosa conductora llamó a la corresponsalía y pidió que le pasaran a Berruti un mensaje: «Es un miserable porque ha publicado hoy una calumnia». El crítico, que había atendido la llamada, se identificó y se defendió: «Mirtha, no es una calumnia. Ni es la primera vez que Daniel le levanta la mano». Ella lo amenazó: «Usted acaba de cavar su tumba, porque soy muy amiga de su directora y voy a pedirle una desmentida y que lo echen». Pero al recibir el llamado la señora de Noble le respondió: «La dueña del diario soy yo, y nadie me dice a quién echar». Durante el resto de la temporada no se mencionó a Legrand. 25. Clarín, 14 de julio de 1982. 26. Clarín, 18 de octubre de 1983. 27. Clarín, 11 de septiembre de 1983. 28. Algunos midistas siguieron enojados con Magnetto, otros optaron por el humor: cuando Albino Gómez se encontró con el gerente general en un coctel, le dijo: «Si no me hubieses echado, todavía estaría en el diario». 29. Clarín, 28 de abril de 1982. 30. Los tres provenían de distintas corrientes ligadas al peronismo: Kirschbaum había militado en la izquierda nacional; Cardoso, orgánico del peronismo, había llevado una bandera justicialista a uno de los últimos actos del gremio de prensa, y Van der Kooy había simpatizado con la izquierda del movimiento en sus años universitarios. 31. Clarín, suplemento especial, 28 de octubre de 1983. 32. Clarín, 31 de octubre de 1983.

CAPÍTULO 2

El diario y el presidente: te aporreo y no te quiero (1983-1989) Cuando Raúl Alfonsín asumió la presidencia de la República, la palabra medios tenía poca popularidad. Se hablaba de la prensa, del periodismo y de los medios de comunicación. Los medios, como enunciado —un análogo a vehículo, un anglicismo derivado de media—, se impusieron en su forma cómplice y hasta confianzuda cuando el mandatario radical había dejado ya la Casa Rosada. En la agenda de Alfonsín la prensa se acomodaba detrás de preocupaciones mayores. Le había tocado en suerte derrotar al peronismo en las urnas por primera vez en la historia; además debía administrar la herencia pesadísima del régimen militar. Una deuda pública que había pasado de 7.875 millones a fines de 1975 a 45.087 en diciembre de 1983. El reconocimiento y el castigo de las violaciones a los derechos humanos cometidas desde el Estado. Antes de ocupar la presidencia, el radical se relacionaba con los creadores de la agenda pública en dosis moderadas: se despertaba con La Nación y a veces veía los escasos programas políticos nocturnos. Le cabía la rutina habitual de un abogado y político de Chascomús, acostumbrado a que el diario de los Mitre organizara su modo de ver la actualidad nacional y mundial. La primera magistratura no lo convirtió en un lector más atento ni en un frecuentador compulsivo de medios. Ignoraba la práctica dominical de los políticos profesionales, que se detenían en los panoramas de los matutinos para verse o lamentarse por no verse, inferir las fuentes de los columnistas y —mucho menos— buscar inspiración para sus declaraciones y sus movimientos. Si las personas que pasaban por su despacho le mencionaban algún artículo, eventualmente lo leía. Pero sentía que contaba con la información privilegiada que recae sobre un jefe de Estado y, por ende, podía

prescindir de las revelaciones periodísticas. Con el correr de los meses en la Casa Rosada Alfonsín aprendería hasta qué punto la prensa podía producirle disgustos. Clarín fue un crítico feroz de su política económica desde el inicio mismo de su gobierno. No contempló la herencia de la dictadura ni el contexto político; no le brindó siquiera la tolerancia inicial de una luna de miel. No apoyó la política de derechos humanos, las reformas sindicales ni la Ley de Divorcio, que rechazó la Iglesia; durante el levantamiento carapintada de la Semana Santa de 1987 defendió al presidente con énfasis módico; fue durísimo en los meses finales de su gestión. El diario de la señora de Noble se había fijado un objetivo empresarial: la derogación del artículo 45 de la Ley de Radiodifusión para legalizar su entrada a Radio Mitre y acceder a un canal de televisión. Magnetto lo convirtió en su obsesión. Alfonsín, a su vez, estableció sus límites a ese expansionismo: no le habilitaría un canal, pero haría la vista gorda en el caso de la radio. Aunque sus coberturas le provocaban malestar, Alfonsín no convirtió a Clarín en un tema importante de su agenda, ni siquiera durante los picos de tensión en su vínculo con los directivos. Como máximo gesto desafiante, el mandatario criticó una portada y lo llamó «acérrimo opositor» en un discurso público. Su percepción del medio se concentró en esa idea: la de un actor político que tocaba las melodías del desarrollismo. Aunque Rogelio Frigerio ya no importara en las oficinas de la calle Piedras, su política y su particular manera de verla impregnaban las prácticas de Héctor Magnetto y su equipo. A diferencia del grupo del Tapir, que armaba programas de gobierno, el gerente general se movía con menos rigidez y mejor cintura. Joaquín Morales Solá — quien lo había conocido en 1977 como un contador sin roce con las esferas del poder— descubrió en 1984 un cambio sustancial: Magnetto empezaba a hablar como un político.

Entre la patota cultural y Neustadt Emilio Milo Gibaja —dirigente universitario destacado durante el primer peronismo y encargado de la comunicación de Arturo Illia— asumió el cargo de primer secretario de Información Pública. Había conocido la oposición legendaria de aquel presidente radical a utilizar los recursos del Estado para

la publicidad oficial, apelar al empleo de la televisión o renovar la radiofonía. Illia esgrimía el ejemplo negativo de la Italia fascista para alejarse de los medios y sugerir, por caso, que la obra de gobierno se difundiera mediante altavoces en los pueblos de provincia. Los dirigentes que acompañaban a Alfonsín hablaban del síndrome Illia, que también se nombraba en algunas columnas políticas a comienzos de 1984. Muchos radicales creían que la pobreza de su estrategia de comunicación había impedido que los argentinos vieran muchos logros de Illia. Lejos de esa intransigencia, Alfonsín creía en una política de medios equilibrada. No por eso desaprovechó las ventajas: las corrientes internas de su partido manejarían los canales de televisión y un simpatizante radical, Alejandro Romay, poseería el único privado; un grupo de radios también quedaría bajo la órbita estatal. Cuando el periodista Enrique Vázquez y un grupo de entusiastas del presidente se hicieron cargo de Radio Belgrano, algunos empleados antiguos los llamaron la patota cultural y rebautizaron la emisora (todavía en tiempos de la Guerra Fría) como Radio Belgrado (en referencia a la capital de la ex Yugoslavia). A la vez, muchos jóvenes de la UCR, en especial los de la Coordinadora, se prestaban a librar las batallas comunicacionales que fueran necesarias. Durante los primeros meses, Alfonsín leía el resumen de prensa y se interesaba por algunas de las voces que le resultaban disonantes. Una mañana, al alba, llamó a Gibaja y le preguntó por la contratación de Hugo Guerrero Marthineitz. También le dio una instrucción precisa sobre Bernardo Neustadt, el conductor del programa político más visto de la televisión: «Arreglate para tenerlo controlado». Gibaja implementó la orden como un contrato por tres meses, renovable. Aun así, el presidente se crispaba con la prédica privatista de Neustadt y muchos de sus comentarios hirientes. El primer año registró pocas campañas relevantes —la más notable: el plebiscito sobre el acuerdo de paz con Chile por el canal de Beagle—, por lo cual Gibaja debió moverse con ecuanimidad, y apenas favoreció un poco a la prensa más afín. La Nación (más que Clarín), La Voz del Interior (por medio del gobernador Eduardo Angeloz), La Gaceta de Tucumán y la red de medios radicales de las provincias recibieron ayudas leves en la forma de publicidad oficial, más una muestra de apoyo que un financiamiento, recordó el secretario en entrevista para este libro: el Estado, básicamente, estaba quebrado.

Gibaja explicó que en Prensa aún se leía a Clarín como el diario de Frigerio: su salida no les resultaba evidente y consideraban que Magnetto era uno de sus gerentes. Con Crónica y La Prensa, conformaba la oposición en los quioscos. Héctor Ricardo García, propietario de Crónica, se quejó de modo sostenido —y con sus modos característicos: «Los funcionarios pasan, los medios quedan» dijo en un diálogo telefónico, y cortó— sobre la inequidad que significaba Papel Prensa. Una vez, cuando se entrevistó con Alfonsín, el presidente preguntó (con amabilidad, recordó Gibaja) por las críticas: —Doctor, mi negocio es la sangre —le contestó. Alfonsín debatió con Gibaja y David Ratto, el publicista de su campaña, cuál sería el mejor candidato para asumir como vocero presidencial. Se consideraban los nombres de dos periodistas: José Ignacio López y Hugo Gambini. —¿José Ignacio no es muy frailón? —preguntó Alfonsín. —No. Es muy católico —le contestaron. —No vendría mal un católico. Cuando recibió la propuesta, López escribía el panorama religioso en Clarín y colaboraba en la agencia Noticias Argentinas y en el programa de radio de Magdalena Ruiz Guiñazú. Al aceptar el cargo de portavoz de Alfonsín, López mandó el telegrama de renuncia al diario; su jefe en la agencia, Horacio Tato, le preguntó: «¿Usted está loco?». Con la designación de López, un periodista profesional de prestigio entre sus pares, Alfonsín mostraba amplitud y hacía un guiño a la Iglesia al incluirlo en un primer elenco bastante carente de señales a los poderes establecidos. Y —no menos importante— puertas adentro, en la interna radical siempre intensa, un vocero sin afiliación contaría con flexibilidad, de modo tal que sus decisiones no se podrían leer como un reflejo de esas disputas. Aunque Alfonsín apreció su lealtad —López se quedó con él hasta después de su salida anticipada del poder en 1989—, varios funcionarios no discutían temas sensibles en su presencia, porque creían que filtraba información y mantenía un vínculo con Clarín. En un primer momento pareció que el gobierno enviaba señales positivas sobre la derogación del artículo 45. En el hotel Intercontinental, donde Alfonsín solía realizar reuniones, Manuel Campos Carlés, abogado de La Nación y un gestor importante en la compra de Papel Prensa, le pidió que se invalidara esa norma. Según directivos de Clarín, Alfonsín se comprometió a

hacerlo. En su tapa del 28 de enero de 1984 (a un mes y medio de la asunción del presidente) el diario anunció «Revisarán todas las adjudicaciones de radio y TV», y bajo ese título desarrolló: «La nueva norma legal no contendrá restricciones como las establecidas por el artículo 45 de la legislación vigente». Sin llegar a los extremos de Illia, Alfonsín —explicó Oscar Muiño, subsecretario de Información y luego autor de una biografía del mandatario— privilegiaba la separación de lo partidario y lo gubernamental en la publicidad. De modo adicional, no comprendía la radio y la televisión, aunque daba muy bien en la pantalla. Los jóvenes de la Coordinadora asumieron esa cuestión por razones generacionales. En mayo de 1985, Juan Radonjic reemplazó a Gibaja en la secretaría de Prensa y Difusión: el diputado, de treinta y un años entonces, cuya familia era propietaria de El Economista, se definía como un «alfonsinista paladar negro». Poco después de asumir realizó una visita protocolar a Magnetto, quien le hizo notar su poder en pequeños gestos pero nunca —como tampoco haría en la segunda conversación que tuvieron— mencionó su interés por Canal 13. El secretario pudo comprobar la cohesión de la empresa y su estilo agresivo. Por eso eligió una agenda persuasiva: explicar los objetivos del gobierno a los periodistas y a los directivos. El gobierno prefirió darle primicias a La Nación: existía una afinidad mayor por el diario de los Mitre, al cual se lo consideraba más serio que el diario de la señora de Noble. Radonjic acomodó la relación con Clarín en tres planos. En el periodístico se mantuvo la fluidez: Morales Solá visitaba al ministro del Interior, Antonio Tróccoli, una vez por semana; hablaba con el vocero presidencial y tenía acceso pleno a las fuentes de gobierno. Nunca se registraron incidentes e incluso hubo gestos de camaradería: Radonjic y uno de sus asesores jugaron dobles de tenis contra los periodistas Ricardo Kirschbaum y Eduardo van der Kooy. En el plano comercial, la empresa recibía la pauta oficial como los demás diarios, sin conflictos. El tercer plano, en cambio, concentraba la dificultad: Clarín pretendía la derogación del artículo 45 y Alfonsín había decidido que no accedería a ese pedido. Los canales estatales quedaron repartidos entre las distintas líneas partidarias. El 11 para Renovación y Cambio, la fracción de Leopoldo Moreau en la provincia de Buenos Aires; el 13 para la UCR Capital, al mando de Enrique Coti Nosiglia; y Argentina Televisora Color (ATC) se dividió en dos: la programación general para la línea de Juan Manuel Casella,

en Renovación y Cambio bonaerense, y el noticiero para el también bonaerense grupo de Federico Storani (33). La Secretaría de Prensa instruyó a los canales que un tercio de la información debía cubrir el peronismo y los otros dos tercios al gobierno y el radicalismo. No obstante, algunos justicialistas quedaron en la estructura estatal, como Carlos Campolongo, a cargo de la gerencia de noticias de ATC. Audaz en muchas medidas pero más contenido en su política de comunicación, Alfonsín dejó una reforma inconclusa: una Ley Audiovisual que encargó en 1985 para cambiar la normativa que la dictadura había fijado en 1980. Cuando envió un proyecto al Congreso, a fines de 1987, la derrota electoral ya le había restado poder y representantes. El presidente tenía una certeza: no privatizaría los canales de televisión. Pocos integrantes de su círculo simpatizaban con esa medida. El publicista David Ratto (quien durante la campaña había aportado ideas como «R.A.», que fundía Raúl Alfonsín y República Argentina) insistía en que el Estado se desprendiera de los canales. El delegado normalizador del Comité Federal de Radiodifusión (COMFER), Pedro Sánchez —periodista y ex esposo de la secretaria privada de Alfonsín, Margarita Ronco—, sostenía la misma posición y había redactado el proyecto de ley que derogaba el artículo 45, texto que recibió elogios amorosos en Clarín. López también defendía esa postura, aunque con énfasis menor y distancia. Entre quienes adherían a la posición de Alfonsín militaban las estrellas emergentes de la Coordinadora. Romay, dueño del único canal privado y del 40% del share, simpatizaba con el radicalismo. El gobierno cuidaba ese vínculo: todos los miércoles a las ocho de la mañana Radonjic lo visitaba en su oficina y lo escuchaba relatar lo que consideraba sus genialidades televisivas. En los treinta metros que caminaban hasta el auto oficial, el secretario le hablaba de los temas que interesaban al gobierno, como la inflación. Romay tuvo algunos gestos, como cuando pidió que se expresaran en australes, la nueva moneda, los 1.000 dólares que se regalaban en el programa de concursos del malogrado Leonardo Simmons. El Zar en persona ingresó al estudio con el equivalente en australes, que había conseguido por Radonjic, ya que aún no circulaba. Magnetto coló su pedido de derogación del artículo 45 por medio de Juan Carlos Pugliese. El balbinista, ex ministro de Illia y dirigente de peso en el partido, ostentaba un cargo importante —la presidencia de la Cámara de

Diputados— pero no pertenecía a la intimidad de Alfonsín. En sus conversaciones le transmitió mensajes contradictorios. Según Morales Solá, Pugliese le hablaba del interés del mandatario por derogar el artículo 45 y, al mismo tiempo, de su intención de darle un canal al radicalismo y otro al peronismo. Los funcionarios más próximos a Alfonsín escucharon una y otra vez una frase que convertiría en una muletilla y un esbozo doctrinario: —Antes de darle Canal 13 a Clarín, me corto un huevo en cuatro.

Política económica de Alfonsín y economía política de Clarín En la tarde del martes 8 de noviembre de 1983, Daniel Muchnik, jefe de Economía, convocó a Marcelo Bonelli a su despacho de paredes vidriadas. Le pidió que consiguiera una entrevista con el ministro de Economía recién nombrado, Bernardo Grinspun. El reportero novel conservó los detalles de aquel pedido: —Marcelito… Hay que conseguirlo. Tenemos que ser los primeros. Bonelli intentó desde la redacción, pero nunca superó asesoras y secretarias. Entonces inició una cacería desde teléfonos públicos, con un grabador viejo. Por fin al lunes siguiente, luego de tres horas de esperarlo en la calle, consiguió abordarlo a la salida de una reunión. —Pibe, ¿qué querés? —le preguntó Grinspun, hombre de entonaciones tangueras, criado en Avellaneda. —Que nos cuente sobre los lineamientos centrales del nuevo programa económico. —¡Pibe! Si yo tuviera un plan económico, hoy no sería ministro de Economía… De aquel diálogo a las apuradas, Bonelli desarrolló su Teorema de Grinspun, que incluyó en su libro Un país en deuda, publicado veinte años más tarde. Allí señaló que uno de los problemas centrales de todos los gobiernos había sido la ausencia de un programa económico; en el caso de Grinspun esbozó una explicación a la que no le faltaban prejuicios: si se hubiera dedicado a elaborar un plan a fondo, no habría tenido tiempo para rosquear y asegurarse el nombramiento (34). La entrevista —presentada como «Reportaje exclusivo»— se publicó el

17 de noviembre de 1983, con la firma de Bonelli y de Alcadio Oña, cuyas espaldas se veían en la foto del funcionario. «Grinspun: incremento salarial en diciembre, sin devaluación brusca», se tituló. En la nota se le preguntaba al ministro si existía un plan de emergencia: había una estrategia global para el gobierno entero, respondía. «Poner la casa en orden», uno de los recuadros, enumeraba las conclusiones. En una primera etapa no habría cambios rotundos. En los dos años siguientes —se proyectaba, con acierto notable—: «Acaso la idea de la UCR sea poner la casa en orden durante 1984 y arrancar 1985 con un programa de reformas más estructurales, diseño que se ha encargado a Juan Sourrouille». Magnetto intervenía con ímpetu en el suplemento económico del domingo, según Muchnik, quien hablaba con él también sobre las páginas de cada día. —¿Cómo vamos? ¿Qué llevás? —le preguntaba. El gerente general hacía comentarios de editor: sugería temas de tapa para el suplemento (a cargo de Martín Ravazzani) y comentaba la jerarquización de ciertas notas en el diario. Cada jueves Muchnik le preparaba un memorándum con información económica, noticias del mercado, fusión de empresas y rumores. Magnetto lo leía, hacía acaso algún comentario y lo entregaba a la trituradora de papeles de su despacho. En una ocasión Magnetto puso en duda la honorabilidad de Muchnik por el tamaño que mereció el título de una nota que beneficiaba a una empresa. El entredicho provocó que el secretario de Economía le ofreciera la renuncia. Pero le fue rechazada. El gerente general decidió que el diario impugnase con severidad la política de Grinspun. Magnetto no disimulaba su repulsa por el ministro y todo lo que oliera a viejos cuadros de la UCR Intransigente (UCRI): había armado un estereotipo de radical que consistía en charlatanes de comité incapaces de administrar. A diferencia de lo que había sucedido durante la dictadura con José Alfredo Martínez de Hoz, la crítica económica —mucho más vehemente gracias a la vigencia del estado de derecho— no contó con su contraparte de defensa política. A un mes de la asunción presidencial, un editorial durísimo («Sin plan económico») criticó el modo en que Grinspun conversaba con los acreedores: No realiza sus gestiones respaldado por un programa coherente y acabado de desarrollo económico (…) En lo referente a la negociación de la deuda externa, la inexistencia de

un programa económico debilita la posición del país.

El 26 de enero de 1984 otro editorial, «Una respuesta económica pasiva», insistió: «Propósitos a medias o medidas bienintencionadas, al ser tomados aisladamente, se esterilizan por no insertarse en un esquema global de inversión y estímulo a los negocios». Inclusive Frigerio firmó una columna de opinión lapidaria: «Hace exactamente lo contrario» (35). El 12 de enero, como si aquellas palabras no se hubieran publicado, Alfonsín envió a la Directora una carta por el aniversario de la muerte del fundador del diario: El recuerdo de su esposo, el director Roberto Noble, se ha proyectado en usted, quien desde el mismo puesto prosiguió alimentando la militancia periodística, en una acción que en épocas de difícil neutralidad posibilitaron que la opinión pública encontrara en sus páginas un lenguaje de indispensable franqueza (…) Clarín expuso la inevitabilidad del retorno a la democracia y luchó por ello (36).

La crítica del presidente se destilaba con sutileza: el diario no había peleado por el retorno a la democracia, sino que se había limitado a exponer su regreso inevitable. En ese y en cada uno de sus otros saludos de ocasión, Alfonsín dejaría un trazo personal, un comentario suave y perspicaz. Ningún otro jefe de Estado lo hizo. Si la sección de Economía —donde escribían muchos ex periodistas del diario La Opinión— era en general crítica con Grinspun, recibía en reciprocidad la antipatía del Ministerio. A fines de enero de 1984 el diario consignó en tapa que Grinspun viajaba a los Estados Unidos para hablar con los bancos acreedores, pero no envió a un periodista para que lo cubriera. En cambio, en las páginas se comenzó a insistir en el funcionamiento deficiente de la telefonía a cargo del Estado y la necesidad de un cambio: eufemismo por privatización. En una segunda entrevista al ministro, publicada el 19 de febrero, Clarín preguntó de manera indirecta, como si fuera ajeno a las críticas: —Se cuestiona al equipo económico en que no se advierten cuáles son los objetivos propuestos. —En dos meses —contestó Grinspun—, ¿no aumentó el salario real? ¿No se incrementó la demanda agregada? ¿No bajó la tasa de inflación? ¿No hay reactivación económica?

Ese mismo mes el diario envió a Rubén Chorny a Punta del Este para que cubriera una conferencia del funcionario. Por primera vez desde que había ocupado el Palacio de Hacienda —evocó el redactor— Grinspun había conseguido relajarse. Y los periodistas, listos, le hablaron de Independiente —su club de fútbol— para preguntarle luego sobre los detalles de la negociación de la deuda externa. El artículo de Chorny se tituló con un textual del ministro: «No sacar los pies del plato». En julio Clarín publicó una declaración crítica del MID a la política económica: «El gobierno eligió el salario como variable de ajuste»; también calificó al presupuesto de «recesivo». Fue acaso la primera coincidencia entre el MID y la cúpula del diario desde el cisma del verano de 1982. Grinspun integraba el lote de radicales que habían participado de la presidencia de Illia y, por ello, reconocía un encono mutuo con el frigerismo: cuando asumió en 1963, el radical anuló los contratos petroleros de Arturo Frondizi y propuso una comisión investigadora, en la que Frigerio debió dar testimonio. Pero más que el pasado lo preocupaban las querellas del presente: creía que Clarín defendía al empresariado nacional que se beneficiaba con la llamada fiesta del endeudamiento y con la estatización de sus deudas en 1982. En un principio, el economista careció de vocero y prefirió tratar mal a la prensa crítica, como Clarín o Neustadt, a quien llamó «cloaca», por lo cual se ganó un juicio. Respetaba a José Claudio Escribano, de La Nación, a quien creía honorable. Según Gustavo Grinspun, hijo del ministro y miembro de su equipo, Alfonsín se preocupó por la mala relación de su padre con el diario de la señora de Noble y le sugirió que encontrase un profesional para el área. Edgardo Silberkasten aceptó el encargo, no obstante lo cual el presidente siguió burlándose del funcionario: —No jodas, Bernardo, que te mando un periodista. El 20 de julio Clarín consignó en tapa el anuncio del lanzamiento del plan económico, aquel que daría origen al teorema de Bonelli. La cobertura, de dos páginas, daba lugar a las explicaciones del ministro. En el dibujo de Hermenegildo Sábat, Alfonsín miraba la televisión muy preocupado. En una nota sin firma, se dinamitaba a Grinspun: Al cabo de siete meses de gestión, pronunció ayer su primer mensaje al país. Y no serán pocos quienes se sientan defraudados por las primeras impresiones recogidas al cabo de los 85 minutos que el titular del Palacio de Hacienda consumió en enunciar algunas pautas muy generales.

La tapa expresaba, lapidaria: «Generalizado descontento por el discurso de Grinspun». Tres recuadros mostraban que el diario no estaba solo en su frustración: «Industriales: “Sólo enunciados”»; «Insatisfacción de los políticos»; «El campo no advierte cambios». Días más tarde Sábat imaginó a Grinspun frente a un espejo, pero la imagen que le devolvía mostraba a José Alfredo Martínez de Hoz que le sacaba la lengua. El conflicto conoció un pico cuando Bonelli contó que Grinspun llegó a bajarse el pantalón frente al negociador del FMI, Joaquín Ferrán, como forma de protesta frente a pedidos que consideraba inaceptables. Grinspun siempre desmintió tal versión. Achacaba a Bonelli desconocimientos profundos de las ciencias económicas que trataba de compensar con visitas a los despachos oficiales para regar versiones inventadas. No obstante, el diario incluyó la anécdota en notas sobre la muerte del ministro, años más tarde. La familia envió desmentidas que el matutino nunca publicó (37). Las críticas llegaban a las tapas: «Plan oficial para cinco años». Bajo el título: «Se plantean modestas metas de crecimiento para 1985 sin aumento del salario real y con tasa negativa de incremento para el consumo». El balance de 1984 también fue negativo: «Una inflación histórica» (los precios mayoristas habían subido un 624%). El Grinspun de Sábat, pequeño, sujetaba un globo cinco veces más grande, con su cara, en la que sobresalían sus cejas, sus anteojos y su lengua. Cuando Morales Solá dio por expulsado al ministro que «ha descubierto que los periodistas son sus enemigos fundamentales», incluyó en el abanico de candidatos a Domingo Cavallo y a Dante Caputo. Algunos periodistas de Economía celebraron la caída de Grinspun, según contaron dos de ellos: un festejo sin aplausos o brindis, pero con la satisfacción visible en las caras de los críticos más entusiastas, en particular Bonelli y Edgard Mainhard, las dos nuevas estrellas de la sección. Clarín anunció la salida de Grinspun con una foto en la que se lo veía de espaldas. Su sucesor consiguió una primera plana que lo mostró sonriente mientras entraba al Palacio de Hacienda de la mano de su hija: «Sourrouille prometió una política de crecimiento». En una columna de bienvenida, Morales Solá lo presentó como la contracara de Grinspun: sereno y flexible, sin pertenencia al partido de gobierno (en su equipo había un solo radical, Mario Brodersohn, y varios peronistas, como José Luis Machinea y Roberto

Lavagna). Le colgó una mochila llena de piedras: «Heredero ahora de la catástrofe económica más grande que haya conocido la Argentina». Ámbito Financiero consiguió la primicia del nuevo plan gracias a Roberto García, y aunque el ministro intentó que no se filtrase entre las 109 personas que conocían algunos de sus detalles. La tapa del 15 de junio reflejó el anuncio enérgico de Alfonsín: «Política de shock contra la inflación». Y el 20 de junio, por primera vez, Clarín llevó a su portada algún optimismo en materia económica: «La mayoría de los ahorristas renovó sus depósitos». Tres días más tarde el editorial «El Plan Sourrouille» señaló que, si antes se dirigía el país a una hiperinflación estilo boliviano, por fin el gobierno había producido «dos anuncios sucesivos que lo alejan del inmovilismo: la apertura a la inversión extranjera en los hidrocarburos y el Plan Sourrouille». El 27 de junio se publicó una entrevista al ministro, sin firma. Los autores le preguntaron si reconocía el impacto recesivo inicial (lo negó y dijo que priorizaba la inflación) y si privatizaría Entel y Encotel (el ministro explicó que las consideraba prestadoras de servicios y serían periféricas en las privatizaciones). La sección, como otros medios, machacaba con el déficit de las compañías en manos del Estado. El primer informe, firmado por Bonelli y Mainhard, se tituló «Las empresas en rojo». En un gesto poco frecuente —recordó Mainhard en una entrevista—, Muchnik les dijo a sus redactores que Clarín había asumido una posición crítica del Plan Austral. Magnetto y Frigerio volvían a coincidir. Desde la perspectiva del equipo económico, el diario desconocía el efecto reactivador que el Plan Austral había tenido en una primera etapa y prefería insistir con el problema de la recesión. Eso, contaron dos de sus miembros, los enfurecía. Tímido, dueño de un esoterismo verbal que conocería continuidad en el entrenador Marcelo Bielsa, Sourrouille tampoco quería tener relación con la prensa ni solía dar entrevistas. —Cómo me rompen las pelotas estos tipos de Clarín —decía. Relegó la comunicación en los miembros de su equipo: Roberto Frenkel, Adolfo Canitrot, Pablo Gerchunoff, Mario Brodersohn. En una reunión con varios empresarios el ministro conoció a Magnetto, quien permaneció callado cuando Sourrouille discutió agriamente con otro de ellos. No se volvieron a ver, según la versión del funcionario. Su equipo tampoco incorporó el hábito de explicar a los dueños de los medios el plan económico. El predominio de

técnicos hacía que se le diera más valor a un informe de la Fundación de Investigaciones Económicas Latinoamericanas (FIEL) que a las diatribas de Neustadt. Bonelli conservó su impopularidad en el Ministerio: presionaba con malas artes —contó Brodersohn— y criticaba a los funcionarios que no le proporcionaban la información que buscaba. En una recorrida por el edificio, el periodista se permitió una confidencia con uno de los funcionarios eruditos: —¡Qué bien me vendría tomar un curso de macroeconomía con ustedes! En una coincidencia infrecuente, un editorial destacó un gesto de Alfonsín. «Petróleo, política y desarrollo» celebró los acuerdos de Houston y la apertura del país al capital extranjero para la explotación de hidrocarburos. Era una forma del autoelogio: el diario había marcado ese camino. El texto evocó otro editorial, de Roberto Noble, de junio de 1957, en el cual justificó su apoyo posterior al gobierno de Frondizi. «No es que Clarín coincida con este gobierno, sino que, al revés, es este gobierno el que coincide en sus finalidades con la previa prédica de Clarín» (38). La empresa le decía al gobierno que podía sumarse si Alfonsín levantaba las banderas y la doctrina de Noble. El final reservó una advertencia sobre el exceso de ideologización que veía en el oficialismo. Poco menos de un año más tarde otro editorial moderaba aquel optimismo inicial: la ilusión petrolera empezaba a extinguirse. Los industriales pesaban en la línea del panorama empresarial del diario. El 10 de mayo de 1985, en «Tensión ante el tema financiero», Bonelli les dio voz a los participantes de una reunión en la Unión Industrial Argentina (UIA), donde «se escucharon muchas cosas menos alabanzas hacia el Ministerio de Economía». El columnista inventaría una denominación, «los capitanes de la industria», que animarían y orientarían su columna. En la Casa Rosada, su columna permitía leer a los industriales. Y la UIA tendría cada vez más espacio en el diario por su peso específico y por las críticas a la política económica, con las que Magnetto solía acordar. La tapa del 23 de agosto de 1985 unió la agenda del mundo corporativo y las quejas con el gobierno a partir de una historia mínima: «El canillita que dejó sin diarios al ministro». Hugo Gordo, el dueño de la parada de las avenidas Rivadavia y La Plata, que se mostraba sonriente en la foto, había suspendido la entrega de diarios en Economía y la Dirección General Impositiva (DGI) hasta que se le cancelara una deuda. El día anterior,

informó Clarín en tapa, Sourrouille había accedido al pedido. Nada molestaba más al equipo económico que las alusiones a la recesión, como el editorial «Efectos de la recesión». Los datos del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) sobre desempleo y subempleo (12,9%) se mostraron en el diario como una señal de alarma y la necesidad de acelerar la recuperación para que no se perdieran más puestos de trabajo, pero el Ministerio los registraba como efectos positivos. Clarín subrayaba lo contrario: en otro editorial, «Reactivación insuficiente», señaló que, a pesar de la «discreta» suba de la producción entre agosto y octubre y de una mejoría en las condiciones del empleo, no se había registrado un cambio en «el cuadro global de la economía, caracterizado por la falta de orientación de largo plazo que se hace sentir en el muy bajo nivel de inversión» (39). Aun cuando se produjo una reactivación moderada y mejoraron las expectativas generales del gobierno, Clarín mantuvo sus críticas a Alfonsín en las páginas de Economía, en los editoriales y en la edición de la tapa.

Área Restringida: la información que se compra Mientras el frigerismo controló el diario —entre 1969 y 1982— la veintena de periodistas orgánicos y los que preferían considerarse independientes redactaban memos a la secretaría general (Magnetto o Frigerio) con información política, castrense y económica que no se publicaría. Esa cultura del non-paper forjó las bases de la convivencia entre la empresa, el grupo político que la influía y los profesionales. Luego Magnetto se convirtió en el destinatario único de esa información. Durante el gobierno de Alfonsín, un grupo de microemprendedores de la sección Economía vio el filón: esos datos clasificados se podían vender a empresarios y funcionarios en lugar de donarlos a Magnetto. Así nació el primer newsletter que llegó a contar con 140 clientes fieles y con oficina: un Clarín paralelo del supuesto top secret. Al comienzo se llamó Área Restringida (en homenaje a los espacios reservados para los funcionarios); dejó de circular en 2012 como Informe Restringido cuando murió su fundador, Rubén Cáccamo. El periodista había inventado en el aeropuerto de Ezeiza una corresponsalía, desde la cual abastecía de información y de chismes al diario más leído y a la radio entonces más escuchada, Rivadavia. Uno de sus

conocidos, Ricardo Gruneisen, dueño de la petrolera Astra, se entusiasmó con la posibilidad de recibir novedades del mundo empresarial y de la economía que encontraran dificultades para salir en Clarín. Cáccamo comenzó el boletín bisemanal para el petrolero, que contó con la participación de dos periodistas de Economía, Chorny y Mainhard, según contaron ambos en entrevistas para este libro. En 1982, para salir de la editorial Atlántida, Chorny le propuso a Marcos Cytrynblum un suplemento de arquitectura. Entró en el Económico para redactar secciones con trascendidos y chismes del mundo empresarial, «A través de la coyuntura» y —a partir de una idea de Osvaldo Bebo Granados— «Desde la baranda». Pero Chorny también le mandó un memo a Cáccamo con un título e información abreviada: resultó el modelo para el boletín de Gruneisen, que al mes había sumado nuevos suscriptores. Años antes del delivery generalizado, el newsletter consistía en fotocopias que Cáccamo entregaba a domicilio. Apenas se enteró del emprendimiento —en la redacción no se podían mantener secretos por las proximidades físicas, entre otras razones poderosas — Mainhard se sumó al proyecto de inmediato. Consiguió suscribir a un funcionario del Banco Central. Chorny y Mainhard redactaban y Cáccamo administraba la relación con los clientes. Al poco tiempo el CEO de Área Restringida invitó a Bonelli — siempre tan bien informado— a que se sumase, a cambio del 40% de cada cliente que consiguiera. Para los emprendedores, ese ingreso llegó a superar largamente el de Clarín. El newsletter contaba con información muy buena. Empresarios pequeños, consultores, hombres de la política, pero también grandes empresas como Pérez Companc pagaban la suscripción, según Mainhard. Las líneas entre fuentes y clientes empezaron a confundirse. Al pagarles a periodistas del diario, los suscriptores podían considerar que habían adquirido una forma de influir en Clarín, de garantizarse una llegada y un trato mejores cuando necesitaran hacer control de daños. Tres importantes firmas de Economía tenían como clientes a empresas sobre las que debían escribir en el diario y en algunos casos, además, pagaban publicidad en sus páginas. Eran fuentes y clientes, objeto de estudio y anunciantes. Los editores empezaron a quejarse: les pidieron a los entrepreneurs que terminaran con lo que llamaban «esos papeluchos». Algunos de los empresarios suscriptores se quejaron con Magnetto por

algunas de las informaciones vertidas en Área Restringida. Morales Solá le dijo al gerente general que el newsletter se usaba para extorsionar. Cytrynblum puso menos reparos. Magnetto nunca lo prohibió. Mainhard defendía el negocio con una pregunta: —¿Por qué le voy a regalar al diario la información no publicable? Cuando pasó de Clarín a Ámbito Financiero, en 1989, sus compañeros lo escucharon consolidarse como pequeño empresario: —A mis clientes del newsletter les viene mejor que esté en Ámbito. Chorny, Bonelli y Cáccamo se quedaron en el diario de la señora de Noble y mantuvieron a sus clientes. Sufrieron distintos conflictos. Chorny pasó a Siberia, el turno de la mañana, aunque por otra razón. Según contó, un diputado radical le ayudó a conseguirle una vivienda a su padre y él le agradeció con una nota demasiado grande sobre un proyecto de ley. Cytryn, entrenado en el arte de descubrir contenidos de difícil justificación, lo humilló en su despacho antes de anunciarle su partida al frío. Muy distinta fue la suerte de Bonelli: lo distinguieron con el panorama empresarial. Desde abril de 1981, todos los panoramas —el religioso, el gremial, los dos políticos, el educativo y el internacional— llevaban la firma de un columnista relativamente estable; el único anónimo era el empresarial. Desde mayo de 1985 Bonelli empezó a firmarlo. Magnetto promovió decididamente su ascenso: Bonelli fue el primer periodista del diario que se sumó a Radio Mitre, por pedido expreso del gerente general. También lo ubicó en Canal 13 y postergó a Muchnik, quien le había pedido aire, con pocas palabras: —La televisión es para los que tienen información como Bonelli. Entonces —los tempranos noventa—, Magnetto no quería a periodistas de Clarín en otros medios del Grupo, e incluso vetó a algunos. Bonelli se movía sagazmente en el mundo empresarial y mandaba a Magnetto sus memos con información de los hombres de negocios; escribía el panorama empresarial y tenía horas de radio y televisión. Reportaba directamente al gerente general y en un período tuvo el extraño privilegio de frecuentar a la Directora. Su ascenso reflejó un cambio en la política del medio. En el comienzo, Magnetto necesitó un ideólogo desarrollista-peronista y, en menor medida, un editor de confianza como Muchnik. Más tarde, para la expansión, necesitó un hombre informado y menos interesado en los debates de ideas.

Los Fernández de Clarín okupan Radio Mitre El contador público Jorge Santos trabajaba en una cerealera cuando mandó su currículum vitae a una consultora que le indicó que había una empresa interesada en invertir en telefonía. Se reunió con un ejecutivo que se presentó como: —Encantado, Santos. Yo soy Fernández. En noviembre de 1985 el señor Fernández lo invitó a trabajar como gerente financiero de Radio Mitre. Una tarde —contó Santos en una entrevista para este libro— Fernández le dijo que no se llamaba Fernández sino Lucio Pagliaro. Junto con Magnetto y José Aranda componía la tríada de contadores que controlaba Clarín. Los Fernández, a todo efecto. Como el artículo 45 impedía que los medios gráficos tuvieran licencias de radio y televisión, la empresa había desplegado sus mecanismos de presión visibles —editoriales y los reclamos de la Comisión Empresaria de Medios de Comunicación Independientes (CEMCI)— e invisibles —las conversaciones que sus directivos mantenían con funcionarios públicos— para conseguir su derogación. Pero Magnetto no pudo contener la ansiedad: Clarín entró a Mitre en la primavera de 1985. Según la versión de Santos, quien meses más tarde asumió el cargo máximo en la radio y lo conservó durante catorce años, cuando el diario asumió la dirección de Mitre se mantuvo la misma composición, con la excepción de uno de los accionistas, Julio Moyano. Sin embargo, existían contradocumentos que probaban que los antiguos dueños habían dejado de serlo. En su biografía escrita por José Ignacio López, Magnetto dio una versión distinta. Señaló que en 1985 se produjo una crisis financiera en Mitre y Moyano decidió irse. Dejó al frente de la radio a Pablo Gowland, un publicista importante años atrás, de familia radical. Ingresaron entonces dos directores en representación del Banco Mariva, el principal acreedor, visto en el mercado como una firma del diario. Por el corset del artículo 45, Clarín fijó una fórmula de coproducción. La alianza entre la radio y el diario incluyó el pase de algunos empleados, como el contador Omar Dirroco. El relato de Magnetto no puede reconocer una compra: constituiría un delito. Con cierta amargura, Cytrynblum se atribuye haberle entregado la llave del negocio. A principios de 1985 Domingo Cutuli, representante de Carlos Reutemann

(deportista mimado por Clarín, que había colaborado como columnista), se reunió con el secretario general de la redacción para contarle que Moyano pretendía vender el 6% de sus acciones de Mitre y quería saber si el diario tenía interés en comprar. Cytryn organizó una reunión entre Cutuli y Magnetto y se enteró —más tarde, y no por su jefe— de que habían comprado la radio: «Magnetto rompió el espíritu de cuerpo que había entre nosotros. No me quiso poner al tanto por varias razones: la principal era que esa compra era ilegal», dijo (40). El gobierno radical estaba al tanto de las conversaciones entre Moyano y Magnetto. El mismo Moyano, productor de programas en ATC, les dijo a Nosiglia y a Moreau que Clarín pretendía entrar a Mitre. Los jóvenes dirigentes intentaron que un grupo de empresarios radicales comprara la radio. Según explicaron ambos en entrevistas para este libro, consiguieron entusiasmar de inmediato a Alfredo Concepción, pero tuvieron dificultades con Manuel Madanes (muy amigo de Alfonsín y miembro del grupo en el que también estaba Gowland), quien dudaba ante un negocio que no conocía y que daría pérdida. Clarín les ganó (41). La compra de Mitre mereció una reunión de equipo del Ministro de Interior. Tróccoli, un dirigente conservador y ajeno a la Coordinadora, en tono contemporizador —según contó un participante— pidió que no judicializaran el tema. El ministro creía que había que hacer lo posible por mejorar las relaciones con el diario. La operación de Clarín resonó en los quinchos del radicalismo: Federico Polak (síndico del Banco Central y presidente de la Caja Complementaria Docente durante el gobierno, y luego vocero de Alfonsín) se veía con su amigo Gowland y también con el gerente general Guillermo González Rosas. Cuando se referían a los verdaderos dueños, el trío Magnetto-PagliaroAranda, los llamaban Los Pérez, variación de Los Fernández que quedó para Santos y otras autoridades de Mitre. Por esa proximidad con Gowland, Polak supo —según reveló en una entrevista— que el mecanismo de contradocumentos (al que hizo referencia Santos) funcionó sin problemas hasta la modificación de la ley. En la redacción de la calle Tacuarí se conocían pocos detalles del manejo de Mitre. Como dato sugestivo, uno de los favoritos de Magnetto, Abel Malloney, dejó el diario para gestionar la radio con Santos. El ex secretario general de redacción de Télam y Siete Días, y firma de La Opinión, fungió de cabecera de playa para varios experimentos de la empresa: llegó a Mitre antes

que nadie aunque no había trabajado en radio y llegó a Canal 13 tres meses antes de que se conociera el resultado de la licitación. Malloney sobresalía en la redacción; Cytrynblum lo llamaba «agente de Magnetto» porque, a diferencia de él, no le disputaba el poder. Pasaba catorce horas por día en Mitre. Se mostraba hábil en la organización y enfático —hasta el grito— en la ejecución. Cuando entró a la radio trabajaban 320 personas, entre ellas siete para la discoteca; quedaron 160, según Santos. En tres años la emisora llegó a encabezar el ranking gracias a su valor informativo y al peso de algunas de sus figuras, en particular Magdalena Ruiz Guiñazú y Juan Carlos Mareco, dos sobrevivientes del pase masivo a Del Plata que produjo la compra. En las páginas del diario aparecían publicidades de Mitre a página entera. Malloney y Magnetto administraban la línea editorial. El gerente general indicó sutilmente que la radio debía ser crítica, pero sin exagerar los elementos suficientes de la realidad. Santos graficó la interrelación entre el diario y la radio: —Magnetto manejaba el portaaviones, Clarín, y Mitre actuaba como el destructor que atacaba temas puntuales, como los apagones, que daban material de sobra… Los Fernández carecían de conocimientos radiofónicos. Ni siquiera eran oyentes. El medio los desafiaba: monitoreaban menos lo que se decía por carecer de un proyecto específico. El diario no invirtió en la radio pero gestionó créditos del Mariva. Las reuniones de Santos y Malloney con los directivos del diario se hacían en unas oficinas en Leandro N. Alem y Viamonte, donde se administraban otras empresas. No firmaron un acuerdo de confidencialidad. Santos cumplió uno de los pedidos expresos de Magnetto: que Bonelli tuviera un lugar estelar de columnista en Mitre. Pero advirtió que las ciencias médicas debían intervenir para aplacar su seseo. Así, el columnista empezó con unas sesiones de foniatría y mejoró, aunque los especialistas le reprochaban poca constancia en los ejercicios para hablar con más claridad. En una visita a la quinta presidencial de Olivos para hablar de la Argentina e insistir con la derogación del artículo 45, Magnetto y sus socios quedaron enredados en las viejas mañas de la política cuando Alfonsín comentó (42): —Me han dicho que les está yendo muy bien en Radio Mitre. —Presidente… nosotros no somos los propietarios de Radio Mitre — contestó Magnetto, incómodo, y asombrado por su incomodidad.

—Me extraña que me diga eso —le contestó, y siguió con una sonrisa—: al presidente no se le miente. Allí quedó expuesta la doctrina de Alfonsín para Clarín: no entregaría Canal 13 pero consentiría la situación de ilegalidad de Radio Mitre. Para mantenerla recurrió a la oscilación: ciertos funcionarios buscarían cordialidad con Magnetto y otros le llevarían planes de guerra.

El fin de las sutilezas Alfonsín creía que la democracia y las expectativas que había generado contribuirían a recomponer a la sociedad argentina y a mejorar sus condiciones de vida. Creía que la política se impondría a la economía. Magnetto pensaba al revés: que la economía marchaba delante de la política. Clarín juzgó severamente ese criterio y sus prácticas, y desfavoreció sus proyectos refundacionales: su programa de derechos humanos y el juicio a las Juntas Militares, el proyecto de traslado de la Capital Federal a Viedma, la reforma sindical o el tercer movimiento histórico que uniría al peronismo con el radicalismo. Una de las contadas excepciones fue su favor al acuerdo de paz con Chile, cuyo amplio consenso social quedó reflejado en el plebiscito de 1984. En su balance de los cien primeros días de Alfonsín, Morales Solá eligió un contrasentido para destacar: El oficialismo comete una contradicción permanente: habla tanto de la inauguración de un nuevo ciclo de estabilidad política como de intentos perpetuos para desestabilizar a la administración democrática (43).

Tiempo después, cuando se cumplía un año de gobierno, el presidente le dio una entrevista exclusiva al columnista, presentada como la primera «sobre temas generales», concedida «a un medio periodístico argentino». En la foto, Alfonsín le habla a Morales Solá, cuya tonsura conoció la primera plana. El primer mandatario admitió que, si hubiese sabido que la ley gremial — un proyecto ambicioso de democratización sindical que Clarín no avaló desde sus páginas editoriales— carecía de los votos suficientes, no la hubiese propuesto. El columnista le preguntó por el mayor éxito y el mayor fracaso de la

gestión: —El principal logro, más que éxito, fue lo realizado en el campo de los derechos humanos. Lo que falta es combatir la inflación. Morales Solá le comentó que Indira Gandhi decía que su principal hobby era el poder y le preguntó cuál era el suyo. Según la crónica, Alfonsín se rio y no contestó. «Mira hacia el jardín, donde brotan las flores y el sol cae en sesgo». Pero al fin dijo: —Discutir con los periodistas (44). En la Argentina de 1980, los dirigentes justicialistas y radicales habían establecido una suerte de prolongación del bipartidismo en los grandes diarios: La Nación resultaba más afín al radicalismo y Clarín al peronismo. La falta de diversidad en los medios audiovisuales, en su mayoría estatales, convertía a los matutinos en usinas centrales en la vida pública de los dirigentes. Los jóvenes de la renovación peronista pugnaban por hacerse escuchar y notar. A falta de relación con los directivos del portaaviones, pretendían llegar a las páginas mediante Antonio Morere y Morales Solá. También Ricardo Roa, que cubría Gremiales y firmaba la columna semanal, simpatizaba con los peronistas renovadores y buscaba darles espacio. Morere se convirtió en leyenda: «El peronismo, ese invento de Morere», decía Jorge Asís ya fuera del diario. El jefe de la bancada peronista, José Luis Manzano, estableció una prioridad semántica: que los llamaran renovadores y no disidentes. Tanto él como Carlos Grosso conseguirían, en poco tiempo, interesar también a la empresa por su disposición a derogar el artículo 45. Clarín minimizó el formidable triunfo electoral del radicalismo en las elecciones legislativas de 1985. Los días previos mostró dos veces en tapa las concentraciones nutridas del Partido Intransigente (PI), que le podía restar votos a la UCR. Una de esas primeras planas también acogió a la derecha liberal: «La UCeDé (Unión del Centro Democrático) llevó una multitud a River». La victoria oficialista se anunció con ascetismo: «Gana la UCR en Capital y en diecisiete provincias». El editorial «Las elecciones de ayer» —una rareza: no se solía tratar así las votaciones— relativizó la importancia del resultado y subrayó la persistencia de los problemas estructurales y las inmensas tareas pendientes. El sistema republicano se debía coronar «por la garantía definitiva que le otorgará la puesta en marcha de un proyecto de modernización y desarrollo integrales,

elaborado y aplicado en el pleno ejercicio del pluralismo y el libre debate de ideas». Una vez más, la política quedaba relegada por la economía. En su columna, Morales Solá le contó las costillas a Nosiglia, uno de sus blancos favoritos: «Sus enemigos intestinos recordaron mil veces que ha perdido en su propia circunscripción, la 20, a manos de ucedeístas». También el estilo presidencial mereció las impugnaciones de Morales Solá. El 9 de febrero de 1986 consignó que había perdido once kilos pero no había cambiado «el carácter ni la forma confrontal y constante de enfrentarse con sus oponentes: ¿podrán interpretar alguna vez el sentido del equilibrio?». Durante el verano de 1986 se dio la primera gran caída de la presencia de Alfonsín en las páginas de Política. Los hombres del presidente no sabían hasta qué punto esa merma y la cobertura negativa respondían a una posición editorial. Hubo tapas que leyeron como extorsivas, otras como malintencionadas. Morales Solá participaba menos de la vida interna de la sección Política. Se recluía en su oficina y sólo salía a caminar por la cuadra para fumar un cigarrillo, mientras acaso imaginaba la organización de su columna, el enlace de sus off the record y las innovaciones de estilo que buscaba. «El otoño caliente empinará su temperatura en mayo», escribió la semana después que Alfonsín anunciara la economía de guerra (45). Empezó a recibir cuestionamientos de sus colegas: de los alfonsinistas, por tener como fuentes a la derecha del partido radical; de varios peronistas, por el estilo una-de-caluna-de-arena que le encontraban, que le permitía eludir las definiciones. Él mantenía su reserva: jamás dejaba trascender sus conversaciones con Magnetto ni la línea de la empresa. Morales Solá pasó seis años prácticamente sin hablar con Sábat, responsable del dibujo que ilustraba su columna. Toda una proeza: se trataba de la doble principal del día de mayor venta del diario. Sábat lo consideraba un intrigante que había sido condescendiente con los militares. Parte de su indignación tenía que ver con elogios que había escuchado en boca del columnista sobre los silencios —en plural— de Viola. El dibujante ha conservado un lugar único en el diario. Alguna vez Magnetto dijo que todos los empleados eran prescindibles menos Sábat. Había llegado en 1973 por invitación de los frigeristas y sugerencia de Horacio Verbitsky; vio al número uno apenas en un puñado de ocasiones para hablar de copyright. Nunca quiso tener personas a cargo, o computadora. Las peleas en los partidos y en los gremios se registraron en la edición

diaria, temas hasta entonces reservados a las columnas de Morales Solá, Kirschbaum y, cada tanto, Van der Kooy. El 8 de septiembre de 1985 Alfredo Leuco produjo una página doble sobre la interna de los encargados de edificios: en la foto, José Pepe Santa Marina barría la calle. Blanck escribió cien líneas sobre una asamblea de Renovación y Cambio de la cuarta sección electoral que se celebró en la localidad bonaerense de Junín. Meses antes de su despido Washington Uranga recibió una lección de Morales Solá: —Vos le pegás a alguien en la cabeza con un párrafo de este diario y lo matás. Así pedía moderación. La pasante Nora Veiras, que llegó a Clarín en el segundo semestre de 1986 por un convenio con la Universidad Católica Argentina, escuchó lo que dijo Van der Kooy cuando un cablero le acercó la noticia de la muerte de un senador: —Dejalo vivir un días más. Si no salió en Clarín, no se murió. Los periodistas que pasaron décadas aprenderían que en el diario las posiciones se fijaban con silencios, en el aire que se respiraba en la redacción, mediante formas sutiles: —Esa fuente, ¿no la usamos hace poco? —Chequealo mejor. Nunca nada explícito. A casi todos les resultó sencillo percibir cómo crecía el entusiasmo por la figura de Cafiero. Los viejos redactores se quedaron sin lugar. Luis Murray, nacionalista y autor de una de las hagiografías de Noble, acentuó su macartismo y rechazó los cambios tecnológicos: cuando llegaron las primeras computadoras siguió tecleando en una Olivetti. Creía que la vieja militancia de Kirschbaum en la izquierda nacional de Jorge Abelardo Ramos («Ese partido de arquitectos», lo descalificaba) influía en su pérdida de espacio. A la izquierda de la sección se ubicaba Leuco. Tenía buena llegada a la Coordinadora (en 1987 publicó, en coautoría con José Antonio Díaz, Los herederos de Alfonsín) y recibía pedidos de moderación de Van der Kooy. Con Oscar Raúl Cardoso armaron un repertorio de chistes que, según algunos de sus compañeros, repetían con demasiada frecuencia: —Me palparon de noticias, y como no tenía primicias me dejaron pasar. —Clarín te pinta de gris. Blanck entró a Política en agosto de 1984. Debutó con la cobertura del plebiscito del Beagle, lo cual le permitió tratar con los dirigentes de la

Coordinadora que buscaban una interlocución menos hostil. Blanck les aportaba dos activos: venía de la política (del PC) y por su juventud establecía una empatía generacional. Moreau decía que Blanck y Leuco eran los Mercedes Sosa y Víctor Heredia de Clarín: pasaron del PC a simpatizar con el alfonsinismo. Blanck fatigaba pasillos y llegaba a las nueve para escribir una página con libertad. La empresa le colgó el cartel de hombre de la Coordinadora. En 1985, invitado por Moreau, se incorporó brevemente a un ciclo de televisión que conducía Mónica Gutiérrez; luego, entre 1986 y 1989, integró Confrontación, que consiguió aire gracias a los manejos de su compadre, Adrián Kochen. En sus notas, Blanck conseguía que hablara el hermético Nosiglia: «Somos un grupo de amigos unidos por una larga experiencia militante, por afinidades del pasado y por un fuerte componente ideológico», lo citó en «La Coordinadora por dentro». Marcelo Stubrin, primer candidato a diputado por la Capital Federal en 1985, recibió un buen trato de Clarín, lo que generó ruidos internos. El radical empezó a desarrollar una hipótesis sobre el lectorado de Clarín: había capturado a todos los profesionales ligados a la microeconomía. Era una empresa de derecha con escribas de izquierda. Hasta 1985, según pudo comprobar Stubrin, Magnetto no tenía influencia en Diputados. Leuco consiguió que Jesús Rodríguez, otro referente de la Coordinadora, apareciera en una inusual tapa del suplemento Sí, como parte del fenómeno de los jóvenes en la política. La foto lo mostró en una moto, chica y precaria, junto con José Luis Manzano, de look muy desaliñado, ambos en mocasines. En el «Reportaje (sin corbata) a los diputados más jóvenes del país» hablaron de sus gustos musicales (Lerner y Serrat para Rodríguez) y hasta de las mujeres que les gustaban, además de sus esposas: a Manzano, Bo Derek; a Rodríguez, Luisina Brando. Magnetto interactuaba poco con los periodistas políticos. Pero lo necesario. En 1984 llamó a su despacho a Enrique Bugatti, que había ingresado en 1965 y se había desempeñado como cronista parlamentario y acreditado en la Casa de Gobierno (46): —Mire, Bugatti, el futuro del periodismo no está en el papel: está en la pantalla —le dijo en los primeros meses del gobierno de Alfonsín (47). El histórico interpretó que debía hablar —y, por qué no, persuadir— a los legisladores sobre el artículo 45.

Ese mismo año también convocó a su despacho a Armando Vidal, quien llevaba dieciocho años en la planta e integraba el grupo más afín a Cytrynblum. Le dio una carpeta con todos los proyectos y documentos relacionados con Papel Prensa: quería que estuviera al tanto de lo que había pasado y de lo que podía pasar con ese tema en el Congreso. El 16 abril de 1986 el corresponsal del diario en Neuquén publicó una nota sobre el plan de traslado de la Capital a Viedma. En tapa se trató con frialdad: «Proyectos anunciados por Alfonsín. Traslado de la Capital y la reforma constitucional». La nota, muy informativa y sin firma, incluía un recuadro breve, «Anuncio de Álvarez Guerrero en Viedma», en el cual el gobernador radical explicaba, desde la ciudad elegida, los alcances del plan. Durante un mes Omar el Negro Livigni, periodista del diario desde 1967, mandó sus notas desde Viedma. Hasta que en un viaje a Buenos Aires Magnetto le dijo de buen modo: —Livigni, la Capital no se va a mudar a Viedma. Usted siga el tema de cerca, investigue, pregunte. Pero no mande una línea más de Viedma Capital hasta que el Gobierno empiece una obra (48). La columna de Morales Solá suscribía a la línea de la empresa: preguntaba si el proyecto de mudanza pretendía cambiar el eje del debate político y abrir una válvula de escape al caldero social; reclamaba una política que estableciera el perfil de esa Segunda República antes que la sede administrativa del gobierno. El 23 de julio de 1986 Clarín publicó un artículo que provocó grandes molestias en la Casa Rosada: la entrevista a Raúl Guglielminetti, el ex agente de Inteligencia responsable de asesinatos y secuestros extorsivos durante la dictadura militar, que había cobrado notoriedad cuando se reveló que había sido custodio de Alfonsín: «Exclusivo diálogo en el aeropuerto de París. “No estoy prófugo ni hay pedido de captura”, dijo Guglielminetti». La nota contiene licencias poéticas, como lo inesperado del encuentro: —Clarín: Discúlpeme, señor… ¿usted es argentino? —Sí, soy argentino. ¿Y usted? —También. Usted, ¿no es…? —Sí, yo soy el que está pensando. Soy Raúl Antonio Guglielminetti. ¿Y usted quién es? —Yo soy el corresponsal de Clarín. —Ah, del diario Clarín: para ustedes yo sigo siendo el prófugo… qué mal

informados que están. Entrevistador y entrevistado se conocían desde la década de 1970. Según el periodista Carlos Juvenal, Enrique Oliva (que usaba el seudónimo de François Lepot) había sido jefe de Guglielminetti cuando dirigía el diario Sur Argentino y Guglielminetti trabajaba como cronista de Policiales. Oliva era uno de los amigos más queridos de Cytrynblum. En 1974 lo había trasladado de la corresponsalía de Neuquén a la redacción de la calle Tacuarí para que ayudara a mejorar el vínculo con el tercer gobierno peronista. Cytryn dio el visto bueno para la nota pactada con Guglielminetti. En abril de 1987 el ex agente declararía en la causa por su enriquecimiento ilícito que la entrevista se realizó en su hogar de Madrid y que acordó con el corresponsal la locación del aeropuerto de Orly para no dar pistas sobre su paradero. También dijo que pactaron el momento de la publicación: tras la euforia mundialista de 1986. —¿Dónde vive actualmente? —preguntó Oliva/Lepot. —En Europa —contestó Guglielminetti. El ex agente mostró al periodista la prueba de su trabajo como custodia del presidente Alfonsín, el tema más grave: «Ustedes han dicho mil veces que yo nunca fui funcionario de la presidencia. Aquí tengo el carnet de la Casa Militar…». Oliva no le consultó sobre las denuncias por violaciones a los derechos humanos y su enriquecimiento ilícito. Sólo mencionó la sorpresa de verlo libre en Europa pese a los «supuestos crímenes que se le imputan». Una de las preguntas parecía una invitación para que Guglielminetti amenazara al gobierno: —¿No podría darme la posibilidad de una entrevista más amplia? —Es probable. Déjeme su teléfono y me comunicaré con usted. Lo haré después de leer en Clarín lo que diga después de este encuentro conmigo. López, el vocero de Alfonsín, escuchó la interpretación de la Casa Rosada: Magnetto había ordenado esa nota en respuesta a las escuchas telefónicas que le había hecho la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE). Lo acusaron de desestabilizador, un cartel que pondrían a muchos de los opositores al gobierno. La comunidad de inteligencia también había intervenido en el papelón periodístico más grande de Clarín durante los años de Alfonsín: el anuncio de la aparición del cadáver de José Enrique Pescarmona, uno de los empresarios

secuestrados por la mano de obra desocupada, como se llamó a la tropa de ex represores tras el régimen militar. «Pescarmona habría sido hallado muerto en Brasil», se tituló la tapa del 17 de mayo de 1985. El corresponsal Manuel Epelbaum cerró su nota con un lapidario pasado simple: «Pescarmona era un ingeniero electromecánico copropietario y directivo de la firma Industrias Metalúrgicas Pescarmona que, radicada en la provincia argentina de Mendoza, se dedicaba a obras de alta tecnología». Alfonsín contestó a esa primera plana: —Me importa decirles mi indignación porque acabo de leer en el diario Clarín una nota que es absolutamente falsa. Lo enojaba tanto la divulgación de la noticia como el mensaje implícito de que el Poder Ejecutivo conocía el desenlace y no lo había divulgado. Según la lectura oficial, el diario pretendía afectar su imagen: el asesinato del secuestrado lo habría teñido de incapacidad. —¡Eso es Clarín! —declaró Brodersohn en radio y televisión. El primer rumor de la noticia —contó la crónica del día después— surgió por el supuesto viaje a Río de Janeiro de familiares de Pescarmona que habían sido convocados para reconocer un cadáver. Epelbaum escribió que funcionarios y peritos de la Policía Federal viajaron con ese mismo fin. Según Cytrynblum, el dato llegó por una fuente de inteligencia de un redactor de Política con acceso a las Fuerzas Armadas; para algunos redactores de Política, un funcionario de la Cancillería dio la información equivocada. Magnetto estuvo al tanto de cada detalle y aprobó la tapa en persona, dado lo sensible del tema. Según Cytryn, la noche de aquel cierre fue una de las escasísimas ocasiones en las que el número uno bajó a su oficina a discutir los detalles de la edición. El secretario general de redacción eligió el título que considera su bochorno máximo en los quince años que estuvo al mando. Cuatro días más tarde debió escribir: «Pescarmona apareció vivo». El diario no publicó un reconocimiento del error ni se disculpó con sus lectores. Cytrynblum, en cambio, pidió perdón en persona con la familia y el hombre muerto por un día en la tapa de Clarín.

Los clarines de guerra El diario de la señora de Noble no simpatizaba con el enfoque del

gobierno sobre las cuestiones de derechos humanos; Alfonsín las consideraba su mayor logro. El Juicio a las Juntas, el evento más trascendental de esa política, mereció pocas tapas y ningún editorial. No obstante, los periodistas que lo cubrieron no recibieron indicación alguna sobre qué escribir. Kirschbaum, a cargo de Política, se reunió con los camaristas antes del juicio para escuchar qué pensaban y qué harían. Les preguntó sobre las posibles repercusiones del proceso y sobre cómo debía ser el acceso de la prensa. La Nación mostró más entusiasmo. En su página editorial elogió la política militar del oficialismo y en «El informe de la CONADEP» (la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas) se pronunció con una errata —EL, con mayúscula— que Ricardo Sidicaro interpretó como un lapsus calami: una invocación a Dios antes de descender a un reflexión sobre el infierno (49). Otro editorial llamó la atención sobre la tarea que abordarían los jueces civiles, importante no sólo por la magnitud de las piezas procesales sino por las expectativas que había suscitado en la sociedad. Cuando empezaron los juicios, señaló Sidicaro, el diario de los Mitre llamó a la mesura y a no perder de vista el carácter histórico de los acontecimientos (50). Arnaldo Paganetti y Cardoso se contaron entre los primeros que quisieron publicar sobre derechos humanos en la sección Política de Clarín. Pablo Llonto, ex Deportes, cubrió el juicio junto con Claudio Andrada, de Judiciales, sin ninguna restricción (51). En su panorama político sobre el juicio —que nunca alcanzó prioridad en la agenda de Morales Solá— Kirschbaum destacó que los argentinos pudieron conocer los testimonios del horror. «Sólo hay una explicación para la conducta de quienes fueron responsables: la sensación de impunidad y de soberbia que exhibieron quienes tomaron el poder para terminar con la violencia terrorista», escribió. Cuando se conocieron los fallos, la tapa se tituló: «Perpetua para Videla y Massera».

La empresa prefería no revelar su posición en la página editorial. Enrique Alonso, responsable de la sección, repetía una pregunta cada vez que la coyuntura obligaba a un pronunciamiento, recordó su segundo, Julio Sevares: —No… ¿qué vamos a decir nosotros sobre eso?

El diario se mostró ambivalente durante el levantamiento de Semana Santa de 1987. Defendió el orden constitucional con poco énfasis; evitó pronunciarse en editoriales; la columna política de los domingos se permitió juicios críticos sobre la política militar de Alfonsín y la edición de tapa dejó entrever la debilidad del gobierno. Redactores de Política enfrentaron la escasa predisposición de la empresa a publicar información que favoreciera al gobierno —y en particular a la figura de Alfonsín— y notaron cierta simpatía con los alzados. El tercer piso había brindado ayuda económica a los carapintadas, según contó uno de ellos, el ex capitán Gustavo Breide Obeid, al periodista de Clarín Mario Krasnov. La empresa había pedido una reunión con los carapintadas un mes antes del alzamiento. No recordaba el nombre de quién asistió: lo describió como un hombre de unos cuarenta y cinco años que los citó en una quinta en Del Viso o Tortuguitas. Les preguntó por los objetivos del grupo y si pensaban dar un golpe. Acordaron la publicación de un comunicado. Breide Obeid quedó como enlace entre la empresa y los carapintadas hasta que Aldo Rico pasó a manejar la relación, y habría canalizado los aportes económicos (52). La línea empresarial de Clarín consistía en cultivar vínculos con todos los actores —en este caso, un sector crítico al gobierno nacional—, tal como lo habían hecho sus ex faros políticos, Frigerio y Frondizi. El ex jefe del suplemento Cultura y Nación, Guillermo Ariza, hombre de estrecha confianza de Frigerio durante la década de 1980, contó que el Tapir veía receptividad de los carapintadas a la agenda desarrollista. Después del levantamiento, en un comunicado que se publicó en Clarín, el MID acusó de censura a los medios oficialistas y responsabilizó al gobierno por la crisis derivada de su política castrense: «El juzgamiento de los excesos cometidos en la guerra antisubversiva no debió haberse sacado de sus lugares naturales, los tribunales militares». Magnetto compartía esa opinión. Jorge Baeza, el ex relacionista público del diario, ahijado y ex secretario privado de Noble, contó en una entrevista para este libro que él participó a título personal en las reuniones preparatorias, en una oficina que Clarín había alquilado en Viamonte al 1500: —Allí se armó el alzamiento (53). Uno de los visitantes más frecuentes era Ernesto el Nabo Barreiro, quien provocó el autoacuartelamiento al negarse a presentarse ante la Cámara

Federal de Córdoba, acusado de tormentos y homicidio. El levantamiento carapintada se aceleró después de ese acto. Cuando la policía intentó detener a Barreiro, los militares del Comando de Infantería Aerotransportada 14 del Tercer Cuerpo del Ejército de Córdoba se amotinaron y exigieron el cese de los juicios. Los acompañaron los oficiales y suboficiales de Campo de Mayo liderados por Rico, que emitieron un comunicado desafiante. El Viernes Santo no salían los diarios. Varios periodistas de Clarín pidieron que se hiciera una excepción, pero no existían tales márgenes. López propuso sin éxito que todos los diarios publicaran un editorial común. El secretario general de la presidencia, Carlos Becerra, interpretó ese rechazo como un reflejo del miedo de los dueños de medios y de muchos de sus periodistas a la posibilidad de un golpe. En la primera tapa después de la sublevación, la del sábado 18 de abril, Clarín privilegió la información con un título de tres líneas: «Se rindieron en Córdoba y cercan al grupo rebelde de Campo de Mayo».

Una foto de una multitud ilustraba el segundo título: «Masivo y multisectorial respaldo a la democracia».

Abajo, en una línea: «Apoyan los medios de difusión el orden constitucional». El diario no editorializó sobre el levantamiento (se ocupó de los ferrocarriles japoneses) y puso por delante el comunicado y las opiniones de la CEMCI. Leuco aportó el tono más emocional de la cobertura con su artículo «Un día muy particular»: Habla Alfonsín y lo aplauden catorce veces. Pasan los ex combatientes de Malvinas, con Héctor Beiroa a la cabeza, y son palmeados por la gente que le tira buenas ondas ya que llevan un cartel de apoyo a la democracia. Sigue llegando gente. Tal vez no escucharon las oposiciones de María Julia Alsogaray y el Partido Obrero (PO) a la concentración. Porque sigue llegando gente.

Como ex PC, no quiso perderse la ocasión de hostilizar a los trotskistas y

al apellido más taquillero de la derecha. El título de tapa del domingo 19 de abril presentó un gobierno débil: «Hallan dificultades para reprimir a los rebeldes». Y abajo: «Los partidos y la CGT convocaron a una concentración para el mediodía». La columna de Morales Solá no habló de un intento de golpe de Estado: Los sucesos no tienen comparación histórica. Los planteos anteriores eran políticos (cuestionaban medidas concretas del poder civil) y los de ahora son reivindicaciones castrenses que tienen que ver con ese pasado cargado de sangre y luto.

En varios pasajes, el columnista subrayó que los militares no querían reprimir a los sublevados. Sopesó la correlación de fuerzas y deslizó críticas a la política militar del presidente, cuyos errores destacó. «Rodeado de una voluntad popular para defender un estilo de vida pero con escasos recursos para hacer efectiva la urgente tarea de pacificación de la República»: los «escasos recursos» subrayaban las carencias del gobierno. La ilustración de Sábat mostraba a un Gardel sonriente que levanta la mano de Alfonsín, con guantes de box y machucado por los golpes. Blanck se instaló en la Casa Rosada durante todo el levantamiento, junto con Kochen y Eduardo Aulicino. Recibió información privilegiada de los jóvenes dirigentes de la Coordinadora: Alfonsín podría ir a Campo de Mayo acompañado por una marcha, y varios dirigentes ya contrataban micros. Tanto Blanck como Leuco —quien se sumó a la vigilia— esperaban que la edición le diera trascendencia a esos datos, porque constituían una amenaza para los alzados y una muestra del poder de Alfonsín. Pero Morales Solá hablaba con otros dirigentes, como Tróccoli, que desestimaron esa posibilidad (54). En la edición del domingo Blanck firmó una nota breve en la página 8 sobre los debates dentro del oficialismo. Señaló que existía consenso para mantener la movilización, por los riesgos de una desmovilización, y que una de las propuestas era una manifestación multitudinaria del conjunto de las fuerzas políticas y sociales hacia la Plaza de Mayo. «Una de las versiones consignó que el propio Alfonsín habría hecho saber que estaba dispuesto a encabezar la marcha», cerró. En Clarín, como en cualquier diario, cuando se quiere restar importancia a un dato se lo deja para el final de la nota. «Hay dificultades para reprimir a militares rebeldes», fue la nota que abrió

la edición del domingo. Aquel día, La Prensa y La Nación parecieron más enfáticos en la defensa de la democracia. Informó La Prensa: «Reitera la República su apoyo al sistema de la Constitución. Proseguían anoche las movilizaciones públicas y fuerzas del Ejército tomaron posiciones en sectores de Campo de Mayo». La tapa de La Nación anunció: «La crisis continúa sin definirse; se mantiene el foco de rebelión». A diferencia de Morales Solá, el columnista Atilio Cadorín evitó hablar de los errores del gobierno y no subrayó la imposibilidad de reprimir, aunque tampoco habló de golpe. El día anterior el diario había dedicado su editorial —«Afirmación del régimen constitucional»— al levantamiento: «El Presidente, ante los hechos ocurridos, cuenta con el apoyo de todos los argentinos porque encarna la continuidad del régimen constitucional». Mitre fue la primera radio en entrevistar a Aldo Rico. Varios funcionarios del gobierno confirmaron así su impresión acerca de las simpatías de Clarín con los alzados. Según Santos, no se trató de una indicación de la empresa (aunque sabían que tendría el consentimiento de Magnetto) sino que la productora Alejandra Medina propuso la nota. Mareco puso en práctica el nombre del programa —Cordialmente— a la pregunta que abrió los catorce minutos de conversación con el líder carapintada. —¿Podría usted, caballero, decirnos a la enorme audiencia de Radio Mitre los motivos por los cuales se hizo cargo de esta escuela, teniente coronel Rico? (55) Moreau, responsable del manejo de medios de la Casa Rosada desde el levantamiento y propulsor del eslogan «Democracia o dictadura», instruyó a un grupo de diputados radicales para que repudiaran en la propia emisora lo que consideraban un acto de propaganda: encabezados por José Gabriel Dumont y Héctor Dissio, ocuparon Radio Mitre. El lunes, después de la rendición de los carapintadas, la tapa de Clarín omitió al gobierno: «Cesó la rebelión». La foto mayor mostraba la marcha popular. A la derecha, Alfonsín (con el peronista Ítalo Luder a su lado) le hablaba a esa plaza, y a la izquierda Tróccoli firmaba el Acta de Compromiso Democrático (56). La Nación, en cambio, reconoció un papel al oficialismo: «El grupo insurrecto se rindió al Presidente, en Campo de Mayo». En su editorial reforzó: «El orden constitucional sigue vigente». Volvió sobre la figura

presidencial: El doctor Alfonsín, que supo ejercer la autoridad conferida por la voluntad popular con decisión y con prudencia, podrá proponer, ahora, la superación de los desentendimientos con las Fuerzas Armadas, integralmente subordinadas al orden constitucional.

Clarín dio explicaciones extraordinarias: la Directora firmó un editorial. «Hora de reflexión» no analizó el alzamiento sino que respondió a la crítica gubernamental por el lugar que los insurrectos tuvieron en algunos medios: A nuestro juicio, el deber del periodismo independiente, es decir la prensa no vinculada a intereses ni de sector ni partido, es analizar los hechos que se van produciendo sin apasionamientos, pero también sin eufemismos. Somos periodistas honrados y sinceros y, por lo tanto, no podríamos faltar al primer deber para con nuestros lectores (57).

«Periodismo independiente» volvía con fuerza: nada justificaba que el diario dejara ese credo que empezó a desplegar desde el partido de festejo por el Mundial de 1978 que organizó con la primera Junta Militar. Si entonces lo usaba para pretender distancia de Papel Prensa y las Juntas y autonomía de Frigerio, en 1987 el periodismo era independiente del gobierno de Alfonsín: nada, ni un golpe, podía justificar que se acatasen sus sugerencias. El debate continuó por otras razones. En el editorial «La libertad de prensa, un bien intangible», la señora de Noble criticó severamente la decisión de un juez de suspender la publicación en cinco medios gráficos de Buenos Aires por una solicitada en apoyo del encarcelado Jorge Rafael Videla, el 27 de mayo de 1987. Todas las organizaciones de propietarios de medios, de la Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas (ADEPA) a CEMCI, repudiaron la decisión. La Nación, Clarín y Crónica apelaron la decisión del juez. No se trataba de un apoyo a Videla como de instalar el conflicto en ciernes entre el gobierno con la prensa en general, y con el diario de la calle Tacuarí en particular.

Atacan como políticos, se defienden como periodistas La cúpula empresarial de Clarín desayunó con el presidente al menos tres

veces, siempre en la Quinta de Olivos y siempre con el vocero de Alfonsín como testigo. La Directora, acompañada por Magnetto, Pagliaro y Aranda, generó el centro de gravedad de la charla: ella llevaba los temas y los caballeros hacían referencias constantes a sus comentarios. Magnetto desplegaba su estrategia: nunca, en ninguna circunstancia, debía brillar más que ella ni imponerle un protagonismo. Alfonsín entendió ese código. Repetía: —Como dijo la señora… Y la Directora decía, señalaba, comentaba. Eran el presidente y la Directora con sus espadas, la metáfora que usaba su marido para referirse a sus más estrechos colaboradores. Los representantes defendían el diario, hablaban de las posiciones del diario, destacaban el crecimiento del diario. En uno de los desayunos se pudo percibir con mayor nitidez la división del trabajo entre las espadas de la Directora. Aranda ensayaba sus giros amables y floridos, mientras que Magnetto iba al punto. Esa mañana planteó que la vigencia del artículo 45 excluía a Clarín del mercado de medios audiovisuales. Eligió esa palabra estremecedora para un hombre de Estado que pretendía consenso: exclusión. El número uno se guardó para sí el diagnóstico del alfonsinismo que había hecho con sus asesores: una idea de medios basada en el estatismo puro y una desconfianza absurda en la inversión privada. Durante esas mañanas, López distinguió dos concepciones de poder: la de Alfonsín, más tortuosa y complicada, y la de Magnetto, con un estilo avasallante, distinto al de la cúpula periodística del diario. Para López, aunque en los hechos Alfonsín sostenía su negativa a los planteos del hombre de Clarín (creía en el esquema de los medios públicos europeos, con control parlamentario), la política terminó atropellada por los poderes empresariales de medios. Magnetto y el presidente se encontraron al menos tres veces más. En cada una, Alfonsín pidió que lo acompañara el secretario general de la presidencia. Según el recuerdo de Becerra, conversaron temas generales de la política argentina y mundial, con los modos amables. «No le parece que…» introducía Alfonsín muchos de sus puntos de vista. En uno de esos encuentros Magnetto enumeró sus dudas sobre el proyecto de Ley de Radiodifusión del gobierno, aunque no de manera explícita. Mientras escuchaba esos reclamos, Alfonsín oscilaba entre la armonía y el

conflicto. En algún momento de 1985 Enrique Nosiglia le acercó una estrategia de combate. Coti, crítico de Clarín entre correligionarios y empleados del medio, hizo saber a Guareschi en la casa de un amigo común, Carlos Ares, sus cóleras con la empresa. Nosiglia se reunió con canillitas y distribuidores para sondear si existía un estado de ánimo anticlarinista y apeló a los dueños de los diarios del interior afines al radicalismo: Julio Rajneri, de Río Negro; Héctor Moisés Lebensohn, de Democracia, de Junín; Luis Eduardo Remonda, de La Voz del Interior, de Córdoba; Arturo Guardiola, de Los Andes, de Mendoza; los Kraiselburd, de El Día, de La Plata. Uno de los empresarios le propuso a Nosiglia que se les permitiera importar en grupo una porción del papel en mejores condiciones, para disminuir la ventaja de Papel Prensa. La propuesta no prosperó porque la posición del gobierno tenía dos caras: había nombrado en el directorio de la papelera al dirigente radical Ricardo Yofre en procura de mayor armonía. Más para contar con una voz propia que para contrapesar a Clarín, la Coordinadora compró el matutino Tiempo Argentino, a pesar de los tibios reparos del presidente (58). Alfonsín creía que La Nación era el diario más serio e equilibrado —el que más eficazmente defendía al gobierno, aunque no se lo propusiera— y no convenía crearle competencia. El empresario petrolero Carlos Bulgheroni había lanzado este matutino arrevistado, de grandes fotos, en noviembre de 1982: quería acompañar el proceso de democratización y la victoria del peronismo. A fines de 1985 la Coordinadora ingresó con Luis Cetrá, quien quedó como gerente general y dueño del 15% de las acciones. El responsable político de la redacción, Claudio Polosecki, había sido despedido de Clarín en 1980. Tiempo Argentino necesitaba el apoyo oficial para sostenerse, por sus bajas ventas y su publicidad escasa, y tenía serios problemas para adquirir papel. El dueño le explicó a Magnetto sus padecimientos por los tres precios: el de Papel de Tucumán, que consideraba de baja calidad; el importado, que se recargaba con un 54% de impuesto, y el de Papel Prensa, que escaseaba. El número uno le contestó que no podía garantizarle la provisión. «El día que Clarín tenga que comprar afuera y pagar ese 54% se va a dejar de pagar ese 54%», le dijo a Cetrá, según su versión. El diario de la Coordinadora duró nueve meses: de diciembre de 1985 a septiembre de 1986. Clarín, que nunca publicaba los conflictos gremiales en los medios amigos, informó el 1º de octubre de 1986 que un juez había ordenado suspender el desalojo de los trabajadores del diario, quienes

protestaban tras el anuncio del cierre del matutino con el lema «Y Tiempo no se va». El gobierno se volvió hacia Jacobo Timerman. Su testimonio impactante en el Juicio a las Juntas lo había integrado a la primavera alfonsinista. No tardó en simpatizar y entablar una relación personal con el presidente. Según cuenta la autora de su biografía, Graciela Mochkofsky, dos procesos paralelos lo explican: el relanzamiento de La Razón, a su cargo, y la indemnización de 4 millones de dólares que se le pagaron por la expropiación de La Opinión durante la dictadura. La llegada de Timerman en agosto de 1984 sacudió a Clarín y a La Nación, los socios en Papel Prensa del vespertino histórico que se convertía en matutino. Bartolomé Mitre le señaló a los Peralta Ramos que no podían elegir a quien los había acusado de cómplices del régimen militar. Magnetto, menos apasionado, les dijo que Timerman simplemente no encajaría en La Razón. Pese a la expectativa que generó y a la publicidad importante con la que contó, La Razón no consiguió instalarse: resultó un híbrido entre aquel diario tradicional de Félix Laíño y los clics modernos de Timerman, por un lado, y entre un medio históricamente asociado a las Fuerzas Armadas y el flamante denunciador de la dictadura militar. Muy pronto perdió lectores —pasó de 170.000 a 27.000 ejemplares diarios— y debió recurrir al auxilio del gobierno, que le facilitó préstamos generosos del Banco Nación y publicidad estatal por adelantado. Cuando Timerman amenazó con renunciar, Alfonsín en persona lo persuadió de que demorase su salida. En el corto plazo, la caída de La Razón permitió que Clarín ampliara su participación accionaria en Papel Prensa; años más tarde compraría el diario. El canciller Caputo recibió financiamiento del banquero Jacobo Jackie Finkelstein para sacar la revista Extra. Finkelstein conocía a su segundo en el Ministerio de Relaciones Exteriores, Jorge Negro Romero, y juntos pensaron que Caputo necesitaba un medio para apoyar sus aspiraciones presidenciales. Finkelstein poseía dos bancos en Nueva York y había financiado la película ganadora del Oscar, La historia oficial; decidió invertir un millón de dólares pero finalmente llegó al 80%, según contó en una entrevista. Necesitaba un puente en la Cancillería para concretar algunos de sus proyectos ambiciosos en China o Israel. Contrataron como director a Mario Diament, ex jefe de redacción de La Opinión, luego firma de Clarín y corresponsal de la editorial Abril en Nueva York. Armó una redacción con Julio Nudler, Héctor

D’Amico, Luis Majul y José Antonio Díaz, entre otros. El escaso medio año de vida de la publicación coincidió con el levantamiento carapintada de 1987 y con la derrota electoral en las legislativas (59). La revista se mantuvo en un promedio semanal bajo, de 6.000 a 10.000 ejemplares, sólo superado por una nota de tapa «Los nuevos judíos». Cuando Extra cerró, el cuarto de millón de dólares de las indemnizaciones salieron de la Cancillería, contaron editores y el propio accionista. Finkelstein terminó peor: sus bancos quebraron, lo acusaron de quedarse con 38 millones de dólares y pasó cuarenta meses encarcelado — entre 1990 y 1993— en los Estados Unidos. Mientras estos medios panradicales caían por el interés módico que despertaban en el público, Clarín aumentaba su masa de lectores: su promedio pasó de 501.000 ejemplares en 1983 a 680.000 en 1987, para luego caer a 570.000 durante la hiperinflación de 1989. La Nación —siempre menos fluctuante por su lectorado socialmente más homogéneo y permanente — creció de 204.000 en 1983 a 260.000 en 1987 y no cayó de modo tan pronunciado en 1989: llegó a 250.000. El pico de 680.000 ejemplares en 1987 presentó una paradoja: en las reuniones de análisis en las que participaba Roberto Bacman se empezó a discutir si el diario había tocado su techo. Según el consultor, eso contribuyó a hacer más necesaria la expansión: como no habría más lectores posibles, había que sumar oyentes y televidentes. Nosiglia, en tanto, exploraba de qué manera afectar los intereses de Clarín. En 1987, ya como ministro del Interior, encontró el tema más espinoso: el abogado Ramón Martos le llevó el expediente de la sucesión de Roberto Noble. Aunque en 1972 se había acordado un reparto de bienes entre la Directora —Ernestina se quedó con el diario y algunas propiedades— y la primera esposa de Noble y madre de su hija —recibieron el resto del patrimonio—, Martos planteó que la sucesión se podría reabrir porque el matrimonio de Ernestina y Noble carecería de validez: el director no estaba divorciado de su primera esposa. Si se conseguía que la Corte Suprema fallara a favor de la hija de Noble, Lupita podía ser el caballo de Troya para entrar a la empresa y debilitar su conducción. Por pedido de la Casa Rosada, el constitucionalista de la UCR Jorge Reinaldo Vanossi consultó con Augusto Belluscio, miembro del Tribunal Superior, las posibilidades de éxito de tal acción, en la que además se debería disimular el interés del Poder Ejecutivo. Vanossi regresó con malas noticias:

el tema no avanzaría en la Corte. Acaso a Vanossi le faltó discreción, o Belluscio (vinculado con la Directora y el diario) u otro miembro del tribunal comentó algo: lo cierto es que la historia llegó a Clarín. Magnetto reafirmó su animadversión hacia la Coordinadora y Nosiglia: —Coti es el más peligroso: te puede mandar a matar —le dijo a un amigo común. Sin embargo, el número uno sabía que el conflicto con el oficialismo precedía al personaje. La SIDE (que dependía de la presidencia, y Alfonsín no quería a la Coordinadora allí) le había hecho seguimientos mucho antes de la llegada de Nosiglia a Interior. Según la versión del gerente general, los seguimientos incluyeron un viaje a su Chivilcoy natal; también le mandaron inspecciones impositivas amenazantes que monitoreó Brodersohn (quien lo desmintió y aclaró que fue un puente entre Magnetto y Alfonsín en los años posteriores). En entrevistas para este libro, tres funcionarios del gobierno radical reconocieron que se hicieron escuchas, de las cuales supieron poco de Clarín pero mucho de temas privadísimos del contador que nunca se utilizaron en el conflicto. El principal columnista político del diario mostraba un encono marcado por Nosiglia, por otras razones. Hay políticos peores —escribió en Asalto a la ilusión, el libro que publicó en 1990—, pero él es víctima de su propio defecto: no tolera cerca a ningún periodista que no esté a sueldo de su causa (60).

Hasta la llegada de Nosiglia, Morales Solá se reunía con el antecesor, Tróccoli, quien cada jueves le daba buena información interna; Nosiglia continuó la rutina pero se limitaba a repetirle líneas oficiales. Después de tres años de un conflicto de baja intensidad desconocido para el público, Alfonsín subió el nombre de Clarín a la tarima de sus discursos. Era un orador claro, emotivo y enfático. Había conseguido trasladar a sus mensajes las ideas-fuerza de su campaña de 1983, como su recitado del Preámbulo de la Constitución; se conocía su esgrima verbal con Ronald Reagan en los jardines de la Casa Blanca y con la Sociedad Rural Argentina en el barro de su predio de Palermo. De sus modos paternalistas salió la expresión «La casa está en orden» tras la Semana Santa carapintada. Y el 13 de febrero de 1987 le contestó a la tapa del diario de la señora de Noble desde

un mercado comunitario de Flores Sur. El cuarto título de tapa, «La tasa de desocupados y subdesocupados supera el 12%», mezclaba dos categorías para presentar una situación económica más aciaga y omitía la buena noticia de la reducción de la subocupación (61). Yo no le voy a pedir a los medios de difusión que varíen su prédica, soy respetuoso de la libertad de prensa —comenzó—. Pero ustedes tienen un ejemplo en los diarios de hoy. Yo les pido que vean el Clarín, que se especializa en titular de manera decidida, como si realmente quisiera hacerle caer la fe y la esperanza al pueblo argentino. Yo respeto al diario Clarín, y el diario Clarín respeta al presidente, sin dudas, y no ha de pretender que calle su opinión. Sabemos que es un opositor acérrimo y no nos interesa; sabemos que es también ese tipo de artículo el que aparece cotidianamente en el diario. Pero léanlo porque en la forma falaz en la que está presentada la noticia de la disminución de la desocupación en la Argentina es un ejemplo vivo (de aquello) contra lo que tenemos que luchar los argentinos.

El diario hizo referencia a las palabras de Alfonsín en un recuadro (la nota central se titulaba «Severo cuestionamiento del Presidente a la oposición») y subrayó que esa parte del discurso había sido repetida profusamente por los canales que controlaba el gobierno. La primera respuesta llegó en la columna dominical: Ha sido la primera vez —escribió Morales Solá— que Alfonsín habló mal públicamente de un medio concreto y lo llamó por su nombre: inauguró tal vez una etapa que premiará y azotará en público al periodismo independiente.

Con una ira que no se le conocía, dijo que Alfonsín era especialmente sensible a las objeciones de la política o «de la prensa que no controla». Estableció una continuidad: «La prensa independiente argentina parece condenada al acoso permanente, es historia conocida las presiones y los forcejeos que debió sufrir en el anterior régimen militar». Fue uno de los intentos más audaces de maquillar las acciones del diario durante la dictadura. Morales Solá se detuvo en la definición del matutino como «opositor acérrimo» para brindar una definición ontológica: «Un diario no debe ser opositor, ni tampoco oficialista, simplemente debe mirar la realidad con los ojos que Dios le ha dado». Sábat ilustró el artículo con Alfonsín en pleno desayuno, sonriente ante la

contratapa de chistes de Clarín. Los días siguientes el diario imprimió las críticas al presidente de las organizaciones de propietarios de medios de comunicación, como ADEPA. También la solidaridad de otros actores de la política: una carta a la señora de Noble del presidente de la Democracia Cristiana (DC) Carlos Auyero y el apoyo del Centro de Estudios para la Nueva Mayoría de Rosendo Fraga. Consignó las declaraciones condenatorias del fiscal Ricardo Molinas, por entonces a cargo de investigar la venta de Papel Prensa. El 19 de febrero, el tema mereció el editorial. «Con todo respeto» se interrogó sobre los propósitos ulteriores que inspiraban esa campaña: Clarín no hace política de comité ni le preocupan los efímeros avatares de la política de partidos. Clarín hace, en la medida de sus posibilidades, una política nacional al servicio del argentino de carne y hueso y no de las abstracciones de las ideologías (…) Y en estos tiempos no hace sino mostrar, a través de la información, la realidad del país, aunque esa realidad duela muchas veces a los responsables del gobierno (…) Se quiso simplemente decir la verdad, permitir que la verdad reluzca por sobre la propaganda (62).

Pretendía establecer un abismo: el que supuestamente separaba el ideologismo de Alfonsín frente a los ciudadanos de a pie, a los que Clarín pretendía interpelar e incluso representar. Se notaba la decisión de línea editorial: el diario consideró más importante sumar los datos negativos en lugar de destacar la recuperación del empleo del 0,7% (si era 12,5%, constituía una reducción del 5,6% en un año). Ante un gobierno que considerase afín, Clarín —o cualquier otro medio— hubiese titulado: «Bajó el desempleo» (63). César Jaroslavsky, el entrerriano jefe de la bancada radical en la Cámara de Diputados, también contestó a Clarín: «Atacan como políticos y se defienden como periodistas». Todos los estratos del gobierno veían en el medio el buque insignia de la renovación peronista. En el debate interno del gobierno, Jaroslavsky proponía la línea de concertación, pues no encontraba beneficios en un conflicto: intentó la mejor relación con el diario mediante su vínculo personal con Cytrynblum. Alfonsín continuó su oscilación entre las dos opciones. Horas después de las palabras en el mercado de Flores, convocó a Yofre, representante del Estado en Papel Prensa, a Olivos. Recién levantado de la siesta y de mal genio, enumeró el tenor crítico de algunos artículos:

—Yo les he dicho a algunos correligionarios que no compren el diario — le comentó, según Yofre. Por esos días también se atribuyó a la Coordinadora una pegatina de carteles: «Si usted es radical, no compre Clarín». Yofre desaconsejó cualquier campaña: el boicot de lectura que había intentado el tercer peronismo, con el ministro José Ber Gelbard, había fracasado. Le aportó al presidente un dato que consideraba crucial para entender la posición del diario: además de la línea de la empresa, en la redacción prevalecían los peronistas. Según Yofre, Alfonsín le pidió ayuda para mejorar la relación. El dirigente radical visitó la empresa de la calle Piedras con la propuesta de establecer un modus vivendi. Magnetto aceptó. Yofre se había ganado su confianza de distintas maneras: le había anticipado dos devaluaciones a la empresa (una a Cytryn en la confitería Rond Point) y tenía una amistad personal con Morales Solá y Kirschbaum. El primer paso fue un almuerzo que compartieron Yofre, Brodersohn y Magnetto; en la versión del enlace también asistió Sourrouille, pero el ministro de Economía no lo recordó. Brodersohn asistió para explicar el programa económico, porque los funcionarios pensaban que los directivos de Clarín no lo entendían. Entonces intervino el azar: un virus tumbó en una cama a Yofre por casi un semestre. Cuando se recuperó, las condiciones para buscar el diálogo se habían desvanecido. La campaña electoral para las elecciones legislativas y provinciales de 1987 confirmó que el diario apostaba por Antonio Cafiero como futuro presidente. En veintiún caracteres especiales, se anunció el resultado crucial: «Triunfo justicialista». Los resultados de los comicios coparon la tapa entera. El Partido Justicialista (PJ) ganó en dieciséis provincias, la UCR en dos y en capital, y perdió la mayoría propia en Diputados. La UCeDé se convirtió en la tercera fuerza. En una columna, Cardoso planteó que Alfonsín se hallaba confundido respecto del camino a transitar. Morales Solá describió la derrota como una catástrofe que no figuraba ni en la peor pesadilla del mandatario; advirtió que, el día después de la elección, comenzaba «el lento y seguro proceso de su sucesión en la candidatura presidencial del 89, antes congelada por la

posibilidad de su reelección» (64). En la Casa Rosada interpretaron que la empresa había comenzado a negociar con el peronismo ganador en 1987: —Le pegaban al oficialismo para cobrar por la ventanilla del peronismo —dijo un asesor de Alfonsín. Las demoledoras tapas de 1989 representarían la evidencia de eso. Pero había más: Clarín aumentaría sus críticas en sintonía con el malhumor social y el empeoramiento de la situación económica.

El sueño de la ley propia En agosto de 1985 se cumplieron cuarenta años de la fundación de la catapulta de Noble. La celebración comenzó con un asado para 1.100 trabajadores en el predio de Palermo de la Sociedad Rural Argentina. Las páginas mostraron fotografías de animales asados en cruces de hierro con brasas junto al «grupo de expertos responsables del almuerzo», señalaba el epígrafe. Los lectores recibieron un suplemento con los eventos más importantes de la Argentina y del mundo de las últimas cuatro décadas con una foto, de perfil derecho, de Noble. Para consumo interno, se publicó una imagen que unía a dos poderosos: Magnetto premiaba a Cytrynblum por sus veinticinco años en la empresa. La tapa del 28 reflejó una cumbre de mayor importancia: la Directora y el presidente de la República, en Olivos. «Saludos de Alfonsín por el 40 aniversario de Clarín». Para no quitarle protagonismo, la Directora apareció sola mientras recibía la bienvenida del jefe de Estado, su vocero y el secretario de Información Pública. Se organizó una fiesta en el Hotel Plaza para las celebridades locales. La Directora optó por un discurso político, que el diario tituló con eje en la crisis nacional y no en los síntomas de reactivación que veía el gobierno: «El país debe salir de su atolladero». La Argentina inmóvil en la que todavía vivimos constituye una nota disonante en un mundo donde los prejuicios y las ideologías decaen ante el interés propio de las naciones (…) De Clarín, al que alguna vez declaré vocero de la impaciencia nacional, diré que a nada le teme sino a la decadencia, que en nada confía sino en el trabajo creador, que a nadie concede nada sino al futuro de grandeza reservado para nuestros

hijos (…) Publicar una noticia no es dañino, si esa noticia es verídica.

Los días siguientes, las páginas se llenaron de fotos de los asistentes a la fiesta. El ministro del Interior y luego el canciller estrechaban la mano de Magnetto. Patricia Bullrich, juvenil con chaleco y cartel de dirigente de la Juventud Peronista (JP), hablaba con Álvaro Alsogaray, acaso en un anticipo de sus búsquedas futuras. La Directora abrazada a Frondizi. Alende posaba con Pagliaro y Magnetto con el presidente de la Corte Suprema de Justicia. La Directora sonreía cachete con cachete con el embajador francés Antoine Blanco; Romay departía con el anticlarinista furioso Héctor Ricardo García. También se mostró a Sabato con Cytrynblum, a Cafiero con Mitre, a Valeria Lynch con la señora de Noble, al jefe de los distribuidores, Ángel Cholo Peco, con el jefe de circulación del matutino, Santos Casalnuovo, y con Cytryn; a Magnetto con Tróccoli y con José Antonio Romero Feris (un amigo de la casa que defendería iniciativas de Clarín en el Congreso y recibiría caricias módicas en sus páginas). También asistieron Julio Grondona, Mirtha Legrand, Graciela Borges, Miguel Ángel Altavista, León Gieco, Antonio Tarragó Ros, embajadores (incluido el de los Estados Unidos, Frank Ortiz) y miembros de las asociaciones de prensa. El presidente escribió a máquina una carta para la Directora. Argumentó allí sobre la permanencia de Clarín en los kioscos del país: No por casualidad el diario que usted dirige cumple cuarenta años de arraigo fecundo en nuestra población. Sólo se alcanza tal preponderancia cuando se interpretan adecuadamente las ideas de cada época y de cada tramo de nuestro tiempo.

Como en otras ocasiones, Alfonsín incluía un comentario sutil: destacaba la capacidad del medio de asimilarse a cada tiempo. En otras palabras, el diario de Noble se imponía por su capacidad de adaptación. El año 1985 marcó el primer conflicto relevante del medio por el cambio de la Ley de Radiodifusión. Como derivado, planteó con énfasis su oposición al proyecto de Ley de Derecho a Réplica: según la leyenda, el nombre del senador radical por Entre Ríos que presentó la propuesta se borró del registro de la política. En realidad, Ricardo Laferrière nunca resignó espacios institucionales: fue senador hasta 1995, luego diputado nacional y embajador en España durante la gestión de Fernando de la Rúa. Perdió, sí, visibilidad en los medios de comunicación privados en la década de 1980, una combinación

de su perfil de Coordinadora y aquel proyecto que presuntamente atentaba contra la libertad de expresión (65). El 25 de julio de 1985, un editorial ironizó: «¿Derecho a réplica?». El texto presentaba el cuestionamiento severo de ADEPA a la presentación de Laferrière. El diario se reservó su opinión para el final: «Todo lleva a concluir, en consecuencia, que la ley propuesta es perniciosa, irracional y superflua». La campaña contra el derecho a réplica hizo que Magnetto estrenase su labia en eventos mundiales. En mayo de 1986 viajó a Viena para participar en la 35ª Asamblea General del Instituto Internacional de Prensa. El epígrafe insistía en su condición de doctor. Dijo: El mal llamado derecho a réplica, que en realidad debiera denominarse publicación compulsiva, es pretender instituir legalmente una coerción para que un periódico publique la versión que un tercero exige por considerarse afectado por una información, opinión o comentario vertido por el propio o por otro.

La libertad de expresión estaba en riesgo, un tema recurrente. El derecho a réplica ayudaba a instalar la idea de un gobierno que asfixiaba a la prensa. El conflicto de fondo, sin embargo, permanecía: la derogación del artículo 45. En agosto de 1986, la CEMCI organizó las «Primeras Jornadas Empresarias de Medios de Comunicación Independientes», en el auditorio del Banco Río, a cuya inauguración asistieron Alfonsín, Luder, el embajador de los Estados Unidos Ortiz y Magnetto. «La prensa libre, garantía de libertad», tituló el diario el discurso de Alfonsín, quien recordó que el derecho a la expresión «brilló durante escasos períodos de estos 50 años» y que «ciertos actores del periodismo y ciertos periodistas» repetían «la aquiescente actitud de 1930». Aludía a sus detractores: Neustadt, Grondona, Clarín. Uno de los invitados especiales, el español especialista en Derecho a la Información Carlos Soria, padeció una conversación desagradable con un jerárquico de Clarín, antes de exponer, cuando le comentó que su posición sobre el derecho a réplica no era la de la CEMCI. Cuando la CEMCI publicó las ponencias, la de Soria sufrió cortes marcados por puntos suspensivos (66). Clarín la sintetizó en un recuadro, «La información es uno de los derechos humanos». No se mencionaron sus comentarios sobre el derecho a réplica y

se destacó que varios de los disertantes cuestionaron el proyecto, como el abogado e histórico operador judicial de la empresa José María Sáenz Valiente. Ese 1985 el gobierno empezó a trabajar sobre la Ley de Radiodifusión que, aunque interesaba a la política y los medios, no se había instalado en la sociedad como tema. Como acostumbraba con muchas de sus decisiones, Alfonsín solicitó ideas a las distintas fracciones de su gobierno: algunos sugerirían la derogación del artículo 45 y otros su continuación. También algunos legisladores de la oposición presentaron proyectos, muchos en sintonía con la CEMCI. Una de las propuestas del Ejecutivo —redactada por los funcionarios Henoch Aguiar y Héctor Baceiro y presentada en marzo de 1986— combinaba elementos de la legislación francesa (en particular sobre el papel del gobierno y el Estado) y la estadounidense (el titular de un diario no podía tener un medio audiovisual en la misma jurisdicción, como The New York Times no podía tener una radio en el estado de Nueva York). Proponía que un particular, un partido o una organización no gubernamental (ONG) pudiera tener un medio, en contraposición al modelo cerrado que restringía ese acceso propuesto por las empresas. Un proyecto del COMFER derogaba el artículo 45 y se parecía al de la Asociación de Teledifusoras Argentinas (ATA), núcleo de propietarios de medios. Sus correligionarios criticaron al interventor: para Moreau, en Sánchez pesaba menos la plataforma partidaria que su paso por la Secretaría de Información Pública de Chubut durante la dictadura. Clarín, en cambio, lo trataba bien en sus páginas, como principal aliado e interlocutor en el gobierno. En la CEMCI, nave insignia de la derogación del artículo 45, el diario de la señora de Noble tallaba gracias al oficio y los encantos de Herrero Mitjans. El canciller de Clarín ocupaba la vicepresidencia debajo de Alejandro Massot, uno de los dueños del conservador La Nueva Provincia, de Bahía Blanca, pionero porque poseía el Canal 9 de esa ciudad. También pesaba Pedro Simoncini de ATA. Massot incorporó a un grupo variopinto de empresarios. Clarín no logró sumar a otros diarios. La Nación carecía de interés en la radio y la televisión por su falta de cohesión (múltiples accionistas y visiones encontradas entre las familias Saguier y Mitre). Los Peralta Ramos de La Razón tampoco quisieron integrarse. Crónica, que ya tenía un canal de

televisión, no intervino por su enemistad manifiesta: —No participo en nada que tenga que ver con su diario —le dijo García a Herrero Mitjans. Clarín quedó como único diario nacional relevante en una asociación que cobraría importancia vital en el trazado del nuevo mapa de la comunicación. Los Massot recorrieron los despachos del Congreso, que conocían bien, para interesar a los diputados. Los acompañó Herrero Mitjans, quien no tardó en aprender a moverse allí. Contaba con una ventaja extraordinaria: los parlamentarios que presentaran proyectos contra el artículo 45 podían suponer que mejorarían sus posibilidades de visibilidad y lucimiento en el diario más leído del país. El diputado Carlos Grosso, estrella emergente de la renovación peronista, se destacó por su receptividad a la CEMCI. Presentó un proyecto que tomaba muchos de sus pedidos y aspiraciones. Por esa razón, su inteligencia y su lugar en el justicialismo, se convirtió en un niño mimado de la CEMCI y de Clarín: lo visitaban los directivos de la empresa, los redactores y los columnistas. Llegó a ocupar una tapa al lado de la Directora cuando fue intendente de la ciudad de Buenos Aires, un privilegio reservado a jefes de Estado. Según reveló Grosso en una entrevista, le contó a Magnetto su proyecto presidencial pero encontró poco interés. También María Julia Alsogaray presentó, con el demócrata progresista Alberto Natale, un proyecto en sintonía con la CEMCI: el diario destacó de su propuesta que «toda persona física o jurídica podrá explotar una cantidad limitada de señales de radio y televisión». El senador Oraldo Britos y la radical Dolores Díaz de Agüero hicieron sus propuestas; en una columna de opinión en Clarín, Britos señaló que el radicalismo se favoreció durante los años de espera al utilizar determinadas emisoras (67). Ninguno de los proyectos de ley que contemplaban la derogación del artículo 45 prosperó. En noviembre de 1987, tras la derrota electoral de octubre, el gobierno mandó al Congreso su Ley de Radiodifusión, que mantenía el artículo 45. Aguiar participó en su elaboración junto con Daniel Cohen. La propuesta recibió más de doscientas cartas de impugnaciones, además de un editorial de La Nación que la llamó «ogro filantrópico» (desde entonces Herrero Mitjans le aplica ese apelativo amistosamente a Aguiar). Clarín la calificó como «una ley anacrónica» que vulneraba la Constitución. Aunque criticaban la propuesta del Ejecutivo, los editoriales ignoraban el interés particular de la

empresa: el lector encontraba una defensa del interés general. El diario hizo un balance de los proyectos: tres en el Senado, seis en Diputados, uno de la Secretaría de Comunicaciones y la extinta Secretaría de Información Pública y otro del COMFER. Con pena, se señaló que el del COMFER, de perfil moderno y desregulador (dos palabras claves que encontraban un eco constante) «no ha caído en la tentación del paternalismo estatal» y era la base para buscar coincidencias (68). Derogaba el artículo 45. Recibió también elogios del CEMCI: «Desregulador, moderno y respetuoso de los derechos y garantías básicas» (69). Días después de la presentación de la propuesta que recibió tantos rechazos, Alfonsín se refirió nuevamente a Clarín por una razón en apariencia ajena: «Es el opositor más duro que he tenido todos estos años». En una conferencia de prensa le preguntaron sobre un medio de comunicación que había criticado al presidente por su tono enérgico. Identificó al diario y dijo que tenía relaciones «excelentes y originales». Agregó: «Clarín estuvo buscando afanosamente el título de tapa de hoy (16 de noviembre)», dijo. «No trepidó en pedir opiniones al MAS y al PO (…) Entre paréntesis, se observa que la ultraizquierda coincide en algunos aspectos con cierta derecha» (70). Alfonsín subrayó que el diario apoyaba «la política de confrontación de la CGT», una idea extendida en la política. Los referentes gremiales como Ubaldini tenían lugar destacado en Clarín y, en general, se daba gran espacio a la protesta sindical. Clarín hizo aclaraciones inusuales. «El activismo de izquierda no goza de nuestra aprobación (…) En cuanto a la CGT, ella representa a un sector legítimo». Por la gravedad de la situación social —advirtió el editorial «Con todo debido respeto II» (se agregó la palabra debido)—, la familia se disgrega, una definición con aires eclesiásticos. Y cerró: Estamos dispuestos a defender el decoro y la dignidad de la investidura, sin dejar de pensar, por otra parte, que el país debe abandonar la herencia abominable de la caída productiva y labrar un futuro para todos sus hijos.

En 1987 aumentaron las notas referidas a la libertad de expresión: al acentuarse el deterioro del gobierno, el matutino creía que se pretendía limitar a la prensa. En las jornadas de la CEMCI de agosto de 1987, panelistas y expositores coincidieron en un punto, que Clarín sintetizó, sin atribuir cita,

en su cobertura: «Crece la tendencia a controlar los medios». Las críticas se trasladaron a notas sin firmas. En el artículo «La televisión parcial» se impugnó a Pablo Mendelevich y a Carlos Fernández, periodistas de un programa en ATC, por el espacio excesivo que le otorgaron al candidato oficialista a la gobernación bonaerense, Juan Manuel Casella. «Pero el programa antológico por su parcialidad fue sin dudas El candidato, que conduce César Mascetti, convocado cada dos años desde su actividad de cultivador de frutales para hacer estos ciclos»: según el texto, el candidato radical apareció como preparado, honesto y buen padre de familia, mientras que Cafiero, su rival peronista, parecía un político que debía aclarar su pasado y «hasta las razones de la casa donde vive». La nota elogió a Tiempo Nuevo y su figura, Neustadt, por su profesionalismo, en contraste con el cultivador de frutales Mascetti (quien años más tarde se convertiría en el presentador del programa de noticias de Canal 13, con su mujer, Mónica Cahen D’Anvers). En junio de 1988 Clarín publicó otro informe lapidario sobre los canales estatales, esta vez firmado por Tabaré Áreas y Bonelli. «Los canales estatales. Pierden plata. Pierden audiencia. Pierden anunciantes. Qué mal se TV».

De la Cafieradora al Menemóvil: un nuevo viaje Morales Solá, el periodista de Clarín que más había frecuentado a Cafiero desde la dictadura militar hasta su candidatura a gobernador bonaerense en 1987, retrató una mutación. Después de 1983 —escribió— Cafiero se había peleado con la ortodoxia sindical, había creado la renovación peronista para desplazar a los caudillos impresentables, había criticado a los Estados Unidos por sus exigencias en la discusión sobre la deuda externa, había repudiado a los carapintadas cuando su partido navegaba entre los enfrentamientos militares. Nunca había quebrado su compromiso con la Iglesia católica (71). A fines de 1970, cuando el columnista abrió la canilla de contactos políticos para Magnetto, le había presentado al otrora joven ministro de Juan Perón. Según consta en su diario privado, Cafiero anticipaba que el número uno sería, en sí, un tema de la política argentina, y acaso haya sido el primer político que lo puso por escrito. Cuando empezó la campaña de Menem en las internas presidenciales de 1988, también registró a Magnetto como uno de los opositores a la reforma constitucional en la provincia de Buenos Aires. El 28 de enero apuntó que lo

preocupaba que Eduardo Duhalde se sumara a las huestes del riojano: «Me asusta el fantasma de un año bisiesto trágico». Diez días más tarde consignó que sus preocupaciones crecían: Sigo registrando una violenta «ofensiva» de la antirreforma con Luder a la cabeza, Magnetto, la Iglesia (tal vez) y las pocas cordiales relaciones con la UCR provincial. Mientras tanto, el fantasma de Menem se agranda. ¿Será posible? (72)

En ese párrafo, el político con mayores posibilidades de convertirse en presidente enumeró los factores de poder contra su reforma. Entre ellos mencionó al vicepresidente de Clarín. Al nombrarlo, estableció una diferencia entre el diario, la redacción, Magnetto y los negocios de la empresa. Había delegado en su joven vocero Jorge Telerman el trato cotidiano con la cúpula periodística. Telerman había conocido a Cafiero cuando lo entrevistó en el programa de televisión Badía y compañía; acababa de perder su lugar en Radio Belgrano, junto con Martín Caparrós y Jorge Dorio (noticia que Clarín consignó), e intentó una vocería más sofisticada, con aportes de la semiología y —como las llamaba— las nuevas formas de narrar. Telerman visitaba la redacción todos los viernes para conversar con Morales Solá (Cafiero le había dicho: «Lo que hable con Jorgito es lo que hubiese hablado conmigo») y visitar a Cytrynblum, con quien compartía los modos entradores. Según Morere, el secretario general de redacción le dio luz verde para nombrar al vocero en sus notas sobre el peronismo. Telerman contaba con muchos amigos y conocidos en la redacción: en el besamanos del viernes discutía sobre política con Van der Kooy y Kirschbaum, y de economía con Muchnik. Como en la década de 1980 la política se dirimía casi por completo en la redacción, Telerman no accedía al tercer piso. El vocero podía gestionar algún atraso en la pequeña pauta, algún tema de los créditos generosos que el Banco Provincia había otorgado, pero la empresa trataba los grandes temas con Cafiero y su equipo económico. Había un entendimiento informal: el diario apoyaba a Cafiero y el peronista podría apoyar la derogación del artículo 45. Seguidores del renovador y jerárquicos de Clarín lo señalan como el primer político de envergadura que mostró esa voluntad. Herrero Mitjans contaba con esa promesa de Cafiero, pero debía intervenir en el gran fango de la Cámara de

Diputados. Al mismo tiempo, el peronista negociaba con el radicalismo un proyecto que contemplara que los dos principales partidos de la Argentina tuvieran un canal de televisión, según contaron Nosiglia y asesores del gobernador. Buscaban estabilidad con el modelo italiano de entonces como referencia (la distribución partidaria de emisoras públicas de radio y televisión). Cuando no hablaban de abstracciones, lo traducían de modo simple: el 13 para el peronismo y el 11 para el radicalismo. En la versión de Magnetto, existieron sondeos de funcionarios de Cafiero, pero rechazó la propuesta por considerar que un partido político era incompatible con un medio privado (73). Nosiglia y Manzano exploraron otros esquemas, explicaron en entrevistas para este libro. En la versión del futuro empresario periodístico, discutían el paso de un sistema presidencialista a un híbrido más parlamentarista para fortalecer a los dos partidos. Entre otros puntos pretendían aumentar el financiamiento público de la política para que los partidos dependieran lo menos posible de los privados. En el tema medios, en el recuerdo de Manzano, discutieron también un mix público y privado en el que el radicalismo entraría con un privado de peso y el peronismo con otro. Manzano, que no actuaba bajo la tutela de Cafiero, se reunió con José Roberto Mariño, dueño de la poderosa cadena brasileña O Globo, y también consideraba a otros jugadores extranjeros. En esas negociaciones, las nuevas elites políticas no percibían a Clarín como una amenaza severa. Grosso, que interactuó tempranamente con la empresa, resumió con precisión: —La Coordinadora le había ganado dos elecciones seguidas al peronismo (1983-1985), los renovadores les estábamos ganando a los viejos del partido. ¿Cómo podíamos considerar ir al pie de un diario? Era importante, pero no dejaba de ser un diario. Todas las conversaciones terminaron cuando Menem anunció que privatizaría los canales estatales. Después de la derrota del favorito, Menem y Cafiero acordaron que se verían los martes. Los seguidores de ambos recordaron que el riojano cabeceó varias veces en esas conversaciones, lo cual sólo aumentó la humillación del perdedor, quien escribió en su diario sobre las promesas incumplidas del ganador. Según un testigo de esos encuentros, Juan Bautista Tata Yofre —quien había dejado Ámbito Financiero para asumir como vocero de Menem entre septiembre de 1988 y febrero de 1989—, Cafiero

dijo: —El peronismo tenía una deuda histórica con Clarín. Apenas traspasó la puerta, Yofre le aclaró a su jefe, según su versión: —El que tiene una deuda histórica es Cafiero, no el peronismo. Eduardo Menem realizó los primeros encuentros con los empresarios de medios. El hermano del futuro presidente evocó que en cada reunión con Magnetto participó Eduardo Bauzá, quien más tarde se encargaría de llevar adelante la relación con Clarín. La campaña electoral marcó un punto máximo de la victoria cultural de Clarín: los tres candidatos se pronunciaron a favor de la derogación del artículo 45. Cualquiera fuera el resultado de los comicios, el nuevo presidente permitiría continuar legalmente la expansión empresarial: blanquear la presencia de la empresa en Mitre y llegar a Canal 13, las primeras paradas de un proyecto mucho más ambicioso. Los candidatos asistieron a las terceras jornadas de la CEMCI: «Todos los medios de difusión actualmente en manos del Estado deben ser privatizados a través del sistema de licitación», dijo Menem. El radical Angeloz también se decidió por la privatización. Alsogaray, de la UCeDé, pidió que no hubiera limitación alguna a la propiedad de medios. En un editorial, Clarín elogió a los tres aspirantes a la primera magistratura. La interlocución entre el Ejecutivo y la empresa se había afectado por la salida de Tróccoli, con quien Herrero Mitjans y la CEMCI discutían el artículo 45 y otros asuntos de interés. La situación económica empezó a dar forma al vínculo: durante el último año de gobierno, el relacionista público de Clarín visitaba cada mes al secretario de Comercio, Ricardo Mazzorín, para hablar sobre el control de las importaciones, porque existían restricciones hasta para la dobladora de papel (no se podían ingresar los ejes de plástico). Como la gran mayoría de los argentinos politizados, Magnetto se convenció de que ganaría el riojano. Carlos Eichelbaum, uno de los periodistas que seguía al candidato, sabía de la preferencia pero no recibió comentario alguno al respecto; no obstante, aunque llevaba poco tiempo en Política —pasó desde Internacionales— había aprendido de inferencias y sobreentendidos. Durante la campaña, Menem dio un trato de compinches al pool de periodistas y al propio Eichelbaum, pero nunca habló de su relación con Clarín.

La empresa de la calle Piedras no se privó de algunas atenciones con la fórmula radical: por pedido del candidato y de Melchor Posse (con un pasado en el desarrollismo), marginó de la cobertura a Blanck, acusado de simpatías excesivas por la Coordinadora, que incluso demorarían su ascenso a jefe de sección. El periodista pasó a escribir sobre la Izquierda Unida de Néstor Vicente y Luis Zamora, que sacó el 2,45% de los votos. Las tapas de Clarín del verano de 1989 subían los decibeles de la declinación del gobierno. «La crisis eléctrica será prolongada», se tituló la tapa del 15 de enero. En su columna, Bonelli contó que Rodolfo Terragno, un ministro amigo de la casa, había tomado vacaciones en medio de los cortes de energía. Morales Solá habló del raquítico Plan Primavera y el 17 de febrero Bonelli anticipó su capitulación: si el paquete económico anunciado se circunscribiera a leves modificaciones cambiarias, «el empresariado en su conjunto tiene decidido no acompañar ya al equipo económico de Juan Sourrouille». Durante la campaña, se introdujeron las charlas de verano en las que Roberto Fernández Taboada entrevistaba a los candidatos en una página doble. —Ahora supongamos que usted gana. ¿Y yo qué hago con los dólares? — le preguntó a Menem. —Que quede entre usted y yo. Venga que se lo digo al oído (74). Al inaugurar su nueva planta impresora, el diario se mostró muy cerca de los candidatos del peronismo y del radicalismo. Fue el título principal del 30 de marzo de 1989; en la foto, la Directora sonreía del brazo de Menem y de Angeloz, alguno futuro presidente de la Argentina. En una imagen más arriba, la señora de Noble oprimía un botón flanqueada por dos ex jefes de Estado: Frondizi y Alejandro Agustín Lanusse. En su discurso enumeró los grandes hitos del diario: la inauguración en 1976 de la impresora de la revista dominical, Papel Prensa, y la fundación en 1982 de la agencia Diarios y Noticias (DyN) junto con otros diarios. La crónica del coctel subrayó que los mozos pugnaban por fotografiarse con el doctor Menem. En la galería de fotos, Magnetto aparece con el presidente de la UIA, con Angeloz y con Neustadt; la Directora con Ramos, con Terragno, con el director de La Nación, con Tato Bores y con sus hijos. Lo más destacado —e inusual— del discurso fue la defensa del gobierno de Reagan.

En los Estados Unidos, durante la administración Reagan, se suspendieron beneficios del Estado benefactor, pero ello ocurrió en el marco de una gran revolución productiva (…) que amplía sustancialmente el marco de la actividad económica.

Los Estados Unidos y el Reino Unido lideraban su revolución conservadora. La empresa pretendía ir en su dirección, y mostrarle el camino a la Argentina. La economía no dejaba de crujir. Tras la salida de Sourrouille, la tapa del 21 de abril presentaba una entrevista con el flamante ministro de Economía Pugliese. «¿Estamos viviendo una especie de Rodrigazo?», preguntó Bonelli. El desaliento marcó los días previos a las elecciones. El 24 de abril el diario publicó que Alfonsín quería negociar con Menem la transición, una forma de perjudicar aún más al candidato radical, como si la economía no bastara. La tapa del día de la elección carecía de la emoción de aquel «LLEGAMOS» de 1983: «Los argentinos vuelven a elegir a su presidente». Sábat dibujó a Alfonsín como un zombie, en pijama y con los ojos cerrados, en el acto de caminar sobre una urna. Después de la derrota electoral del 14 de mayo Alfonsín se reunió con un grupo de empresarios, entre los que se encontraba Magnetto. Según uno de los testigos, el alfonsinista Simón Lázara, el presidente pidió —casi un ruego — que lo dejaran llegar a diciembre (les había dicho a sus colaboradores que daba un brazo por completar su mandato.) A instancias del empresariado, a principios de mes se había liberado el tipo de cambio; el dólar se triplicó de inmediato. Magnetto respondió por los hombres de empresa, según Lázara: —Ustedes ya son un obstáculo (75). Al calor del conflicto con el kirchnerismo, cada frase del número uno sería amplificada: en este caso se argumentó que así forzó la salida anticipada del gobierno. En realidad, la propia inercia de las cosas iba en ese camino: la inflación que derivaría en saqueos, la dificultad de recibir ayuda internacional (los alfonsinistas aún sostienen la teoría del boicot económico), la falta de autoridad política para administrar la transición y las molestias de Alfonsín con Menem (quien, entre otras cosas, había dicho en un diario brasileño que esperaba un gesto de Alfonsín, dando a entender que debía irse) hicieron que la transmisión de mando se adelantara. El presidente eligió a Terragno como delegado ante su sucesor. Aunque no

pertenecía a su círculo más próximo, el ministro de Obras Públicas —ex periodista, viejo desarrollista y votante de Luder— había capturado la atención de Alfonsín por su taquillero y futurista La Argentina del siglo XXI. Cuando debió informarle a Menem de la renuncia, subió al Tango 01 con una dactilógrafa y su jefa de Prensa. Al llegar a La Rioja supo que Menem estaba reunido con Magnetto. No fue el único sorprendido: Eichelbaum llevaba varios días en la capital provincial, donde a diario aterrizaban aviones particulares con dirigentes políticos, empresarios y sindicalistas. Esa mañana del 12 de junio Menem lo había recibido con las palabras: —Acá está tu hombre. Y le había presentado a Magnetto. Nadie en la redacción sabía con precisión a qué había ido Magnetto. Algunos periodistas informados arriesgaron que negociaban un paquete mayor que las privatizaciones. También Morere estaba en La Rioja. Alberto Kohan lo había invitado a un gran asado, al que llegó con el brigadier Andrés Antonietti y Alfredo Roque Corvalán (un ex aviador, ex ayudante del general retirado Jorge Osinde en la defensa del palco de Ezeiza, durante el fallido aterrizaje de Perón) en una nave pequeña que les prestó el dueño de Zanella. Morere no mandó notas: cenó con Menem, Zulema Yoma, Corvalán y Antonietti, y al día siguiente jugó un dobles con Antonietti contra Menem y un joven que resultó un profesor. En una de las excursiones a la residencia, supo de la presencia de Magnetto. —¿Qué te vino a pedir? —le preguntó. —Anda haciendo lobby por el canal —le contestó Menem, según Morere. En la versión de Magnetto, el presidente electo lo invitó a La Rioja para aventar desconfianzas por las buenas relaciones que Menem había forjado con otros interesados, como el dueño de Ámbito Financiero y Constancio Vigil, de Editorial Atlántida. En la helada mañana del 12 de junio, Magnetto bajó de un avión de línea en La Rioja. Encontró a Menem distendido, a pesar de las novedades inquietantes que llegaban desde Buenos Aires. En el recuerdo del número uno de Clarín, en la conversación se le confirmó que los canales 11 y el 13 se privatizarían con rapidez, tal como le había anticipado Eduardo. —No podemos seguir perdiendo millones con algo que los privados pueden hacer mucho mejor.

—Nosotros queremos competir y nos tenemos fe (76). Durante esa conversación a Menem le anunciaron la llegada de Terragno. El enviado de Alfonsín anotó en su cuaderno personal lo que sucedió cuando le comunicó la renuncia del presidente: «Carlos se quedó pálido y luego dijo: “Esto es una cabronada”». Llamó a su hermano Eduardo y le adelantó a Terragno que no estaba en condiciones de asumir. El delegado le recordó que había dicho públicamente lo contrario, y le propuso que Eduardo asumiera como presidente provisional. Después de reponerse, el anfitrión los invitó a compartir la mesa. A Terragno y a su comitiva, a Magnetto y a una persona más (cuya identidad es un misterio: Terragno cree que era un armador griego que acompañaba a Magnetto; Magnetto supone que era un marino mercante que no iba con él). «Almorzamos todos juntos, hablando de bueyes perdidos —anotó Terragno —. Luego Menem le dijo a Magnetto y al griego que un auto los llevaría a recorrer La Rioja». Después de informar a Alfonsín, recibió la instrucción de volver de urgencia a Buenos Aires. En ese momento dramático del país, un delegado presentó la salida anticipada del presidente a su sucesor, quien hablaba con el hombre de Clarín sobre el revolucionario plan que alteraría el mapa de los medios. Esa noche Magnetto salió de la casa de la gobernación con la llave de las privatizaciones y la Argentina supo que Menem asumiría en treinta días.

33. Oscar Muiño, Alfonsín. Mitos y verdades del padre de la democracia, Buenos Aires, Aguilar, 2013, pág. 23. 34. Marcelo Bonelli, Un país en deuda: la Argentina y su imposible relación con el FMI. Buenos Aires, Planeta, 2005, págs. 48-56. 35. Clarín, 18 de enero de 1984. 36. Clarín, 9 de enero de 1984. 37. El hijo escribió la primera carta el 12 de octubre de 1996, un día después de la publicación del obituario. Repitió la desmentida el 25 de agosto de 1999. «La flagrante falsedad del hecho que se asume por allí cierto, cuando en realidad no sólo nunca ocurrió más que en la imaginación de un calumniador, recogida y publicada originalmente en aquellos años por el propio Clarín» (Archivo personal de Gustavo Grinspun). 38. Clarín, 14 de abril de 1985. 39. Clarín, 3 de diciembre de 1985.

40. Entrevistas con Marcos Cytrynblum, Buenos Aires, 2012, 2013. 41. La Coordinadora consiguió que Luis Cetrá, empresario y miembro de sus filas, comprara la radio líder. Para Cetrá, Tiempo Argentino fue militancia y Rivadavia, un emprendimiento empresarial. Antes de entrar al mercado de medios Cetrá tenía un frigorífico y era rentista. A mediados de 1989, en plena debacle del gobierno, Rivadavia perdió el primer puesto del rating a manos de Mitre por primera vez en veintiocho años. 42. Un importante funcionario de Raúl Alfonsín y un columnista de Clarín, en sendas entrevistas, contaron esa conversación (Buenos Aires, 2012, 2013). 43. Clarín, 18 de marzo de 1984. 44. Clarín, 16 de diciembre de 1984. 45. Clarín, 5 de mayo de 1985. 46. En sus primeros años en Clarín, cuando Magnetto aún no había llegado, Bugatti había cumplido tareas poco gratas, como llamar a dirigentes políticos para saber qué opinaban de los editoriales de Roberto Noble. 47. Entrevista con Enrique Bugatti, Buenos Aires, 2009. 48. Entrevista con Omar Livigni, vía telefónica, 2015. 49. Ricardo Sidicaro, La política mirada desde arriba: Las ideas del diario La Nación, 1909-1989, Buenos Aires, Sudamericana, 1993, pág. 479. 50. Ibid., págs. 478-480. 51. Ese año, Llonto fue candidato suplente a octavo concejal del Partido de San Martín por el Movimiento al Socialismo (MAS). Paganetti cubrió un acto en la Federación de Box, en el que Llonto fue presentado como «el delegado de Clarín», y lo comentó en la redacción. Morales Solá convocó a Llonto a su oficina y le dijo que no podía escribir en Política y ser candidato a un cargo por un partido. El Estatuto del Periodista, le explicó Llonto, dice que la empresa le debe guardar el lugar al trabajador que sea candidato para un cargo electivo. Morales Solá le anunció que después del juicio regresaría a Deportes. También Blanck criticó la candidatura de Llonto, pero por razones muy diferentes: «Para tu partido es mucho más importante tener un redactor en Clarín que un candidato suplente en San Martín». 52. Krasnov le preguntó si recibieron dinero de Clarín: «Me animaría a decirte que sí. Te digo que me animaría porque con exactitud no me consta». La conversación figura en el libro inédito de Krasnov (ver capítulo 5) y fue ratificada por Sergio Litewka, el amigo del periodista que lo acompañó en la entrevista. 53. Entrevistas con Jorge Baeza, Buenos Aires, 2011, 2012, 2013. 54. Un cuarto de siglo después, Morales Solá sostiene que la cobertura respondía a un pedido de Alfonsín —no directo, sino en conversaciones con funcionarios y periodistas— de no contribuir a la ira de los militares. 55. Carlos Ulanovsky, Marta Merkin, Juan José Panno, Gabriela Tijman, Días de radio:

historia de la radio argentina, Espasa Calpe, Buenos Aires, 1995, pág. 373. 56. Según cuenta Horacio Jaunarena en sus memorias como ministro de Defensa, el dirigente radical que visitó a Rico en Campo de Mayo para entablar un diálogo fue el intendente Melchor Posse, el único ex frondifrigerista que llegó a posiciones relevantes en el gobierno de Alfonsín. (Morales Solá consignó la visita en una columna posterior). Jaunarena señala que no tenía el mandato del presidente y actuó en su propio nombre (La casa está en orden: Memoria de la transición, Buenos Aires, Taeda, 2011, pág. 186). 57. Clarín, 27 de abril de 1987. 58. La Coordinadora también operaba sobre el mundo material de los miembros de todas las redacciones. Entre los beneficiados por los préstamos del Banco Hipotecario (lista que publicó El Periodista de Buenos Aires) figuraban periodistas, con la idea de que eso ayudaría a ganar empatía. Varios periodistas de Clarín —como de otras redacciones— recibieron ese beneficio e incluso hicieron lobby para que algunos de sus compañeros lo recibieran. 59. Diament chocó con los límites de la prensa oficialista: cuando consiguió una primicia —un importante anuncio económico— el canciller le pidió que lo matizara. 60. Joaquín Morales Solá, Asalto a la ilusión: Historia secreta del poder en la Argentina desde 1983, Buenos Aires, Planeta, 1992, pág. 21. 61. En su edición de ese día, ni La Nación ni La Prensa emplearon la palabra «desocupación» en sus tapas. 62. Clarín, 19 de febrero de 1987. 63. Días más tarde, el 26 de febrero, explotó una bomba en la agencia de Clarín de Mendoza que generó repudio desde las Madres de Plazo de Mayo hasta el peronista José Luis Manzano. 64. Clarín, 8 de septiembre de 1987. 65. Entrevista a Ricardo Laterrière en Ámbito Financiero, 21 de febrero de 2014. 66. Actas de las Primeras Jornadas Empresarias de Medios de Comunicación Independientes, CEMCI, Buenos Aires, 1987. La ponencia de Soria va de la página 60 a la 70; los puntos suspensivos están en las páginas 66 y 69. 67. Clarín, 27 de mayo de 1988. 68. Clarín, 10 de diciembre de 1987. 69. Clarín, 27 de mayo de 1988. 70. Clarín, 17 de noviembre de 1987. 71. Morales Solá, op. cit., pág. 72. 72. Antonio Cafiero, Militancia sin tiempo, Buenos Aires, Planeta, 2011, pág. 444. 73. José Ignacio López, El hombre de Clarín, Buenos Aires, Sudamericana, 2008, págs. 245-246.

74. Clarín, 26 de marzo de 1989. 75. Andrew McAdam, Viktor Sukup y Claudio Oscar Katiz, Raúl Alfonsín: La democracia a pesar de todo, Buenos Aires, Corregidor, 1999, pág. 231. Simón Lázara declaró para ese libro, en una entrevista de 1999, lo que aquí se reproduce. 76. López, op. cit., pág. 247.

CAPÍTULO 3

Menem y Magnetto en el Primer Mundo (1989-1992) En la bisagra entre las décadas del 80 y el 90 el mundo, la Argentina y Clarín conocieron las transformaciones más radicales de la segunda mitad del siglo XX. En el mundo, el derrumbe de la Unión Soviética y consolidación del tándem Ronald Reagan-Margaret Thatcher (ambos elegidos en 1980, y reelegidos), que pregonaba el libre mercado y el Estado mínimo. En la Argentina, crisis económica, hiperinflación y entrega anticipada del poder. El peronismo volvió a importar a la periferia el ánimo del centro, y sobre esa base desarrolló su actualización doctrinaria. La presidencia de Carlos Menem privatizó las empresas públicas, desreguló los mercados, achicó el papel del Estado y la legislación social, y alineó la política exterior del país con la nueva potencia dominante, los Estados Unidos. Después de la hiperinflación, la estabilidad económica consiguió el apoyo de la sociedad argentina, aunque con turbulencias y —sobre todo— con costos socioeconómicos catastróficos. En ese mismo lapso, el diario de la señora de Noble atravesó su propia revolución interior. El matutino y socio de Papel Prensa se convirtió en un multimedios —un grupo, según el argot empresarial—, al asumir legalmente la propiedad de Radio Mitre y ganar la licitación de Canal 13. Esos primeros pasos iniciaron un proyecto de expansión mucho más ávido, que sumaría cable, Internet, telefonía móvil y hasta el negocio más que lucrativo del fútbol. Se renovó la conducción periodística de la nave madre. Después de quince años al frente de la redacción, en enero de 1990 Marcos Cytrynblum debió marcharse, cuando la empresa supo que trabajaba para crearle un competidor. La tríada que lo reemplazó, encabezada por Roberto Pablo Guareschi,

recurrió a un discurso de profesionalización y modernidad. Querían un diario global: una consultora catalana cambió el diseño, se visitaron medios del Primer Mundo para observar modelos, se compraron nuevas rotativas. En la redacción se cuidaron la edición, el lenguaje, la diagramación y la capacitación de los trabajadores. Se apagaba el Clarín de la bohemia y la intuición para que emergiera uno que aspirara a ingresar a la liga de The New York Times, El País de Madrid y Le Monde. Como en la primera década peronista —Roberto Noble lanzó su catapulta cincuenta días antes del 17 de octubre—, el diario se mimetizó con el oficialismo y surfeó la nueva ola de ideas que dominaban la Argentina y el mundo a fines de la década de 1980. Su posición editorial acompañó esos cambios en nombre de la modernización y la aparente conformidad de sus lectores, y obtuvo beneficios gubernamentales decisivos para su expansión. El gobierno de Menem carecía de las herramientas de presión del primer peronismo: el Estado ya no monopolizaba la administración del papel ni quería —como hizo la Comisión Visca— investigar los orígenes de los fondos de los diarios, ni había caracterizado a la prensa privada (en particular, el diario La Prensa) como el cuarto enemigo. Con el discurso de inserción en el mundo, de prédica privatista y de compromiso con la libertad de expresión, el riojano decidió que el Estado resignara canales y estaciones de radio como parte de su reducción perentoria. Además, el Clarín de 1989 había ganado autonomía frente a la dependencia de 1945, cuando necesitaba papel, publicidad y créditos oficiales. Participaba como socio del Estado en Papel Prensa; contaba con auspiciantes privados y un público consolidado que lo había convertido en el matutino más vendido, un estatus del que nunca gozó en su primera década. La política empezaba a temerle por su capacidad para instalar la agenda de temas. Menem abrazó la doctrina según la cual el buen entendimiento con la empresa que conducía Héctor Magnetto traía más beneficios que costos. Con ingenuidad política impensable en él creyó que, si le otorgaba Canal 13, el Grupo sostendría en el tiempo la cobertura favorable de sus medidas.

Llegar al sol: se legaliza Mitre y se compra el 13 Al comienzo de su gestión, el presidente no priorizaba el mundo de la prensa, como tampoco lo había hecho durante su larga marcha a la Casa Rosada. Después de la derrota electoral del peronismo en 1983, Menem lanzó

su precandidatura con tres grandes obstáculos en ese frente: su poca visibilidad, la tendencia a su caricaturización (sus pastillas tupidas al estilo Facundo Quiroga, sus arengas de caudillo provinciano) y la desventaja frente a un candidato como Antonio Cafiero, con ascendencia notable entre dueños de medios y periodistas. Uno de sus tempranos asesores de prensa, León Guinzburg, asumiría el estratégico Comité Federal de Radiodifusión (COMFER) en 1989. Este ex comunista había llegado a La Rioja en 1965 para trabajar en el diario provincial El Independiente, y se hizo amigo de Menem. En la segunda mitad de la década de 1980, junto con Hugo Heguy, intentó que el gobernador ganara espacio en los medios nacionales y se difuminara el pintoresquismo con el cual lo retrataban. A Menem —evocó Guinzburg— le interesaba un trato amigable con todos los medios por razones obvias de estrategia de posicionamiento y por sus modos entre cándidos y bonachones. Apelaban a políticas de seducción gasoleras, como invitar a los periodistas a conocer el parque industrial de La Rioja (77). Menem carecía de vínculos con directivos, editores y columnistas de Clarín. Tampoco recibía simpatías de la redacción. En la solicitada de apoyo de intelectuales y periodistas, publicada poco antes de las presidenciales de mayo de 1989, sólo había una firma del matutino (Caloi), y varios de Página/12: Gabriela Cerruti (la responsable de cubrir la campaña), Miguel Briante, Washington Uranga y Juan Sasturain. Se llamaba «Una Cultura Federal para cambiar la historia». Entre los que apoyaban a Angeloz, según otra solicitada publicada en varios diarios, incluido Clarín, estaban los periodistas del diario Pablo Kandel, Carlos Quirós y Enrique Sdrech; también Jorge Ezequiel Sánchez, quien se integraría a la redacción de la calle Tacuarí en 1990. Morere anticipó la victoria del riojano a sus compañeros de sección y en memos para Magnetto y la cúpula periodística. El gobernador bonaerense, que veía a Morere con poca simpatía y lo acusaba de prácticas amorales, puso en duda el panorama adverso que le pintaba: —Entonces mis intendentes me están mintiendo. Menem había forjado un vínculo mucho más cálido con Morere. «Dale manija al jefe», le insistía Alberto Kohan. El candidato lo consultó varias veces sobre la mejor manera de acceder a las redacciones a las cuales le costaba entrar. Morere atesora una foto de la intimidad compartida: los participantes del torneo de tenis que se jugó en Belgrano Chico y luego en

Parque Norte. El riojano hacía dupla con Kohan (aunque faltó a muchos partidos), Morere con Carlos Ruckauf, Alberto Samid con su contador y Eduardo Varela Cid con Francisco Morere (hijo del periodista). La dupla de Varela Cid salió campeona, pero Samid y su contador, los subcampeones, se robaron las copas, según Morere padre. Clarín tituló la tapa de la victoria electoral del 14 de mayo de 1989 con sobriedad; apelaba al gran tamaño de sus mayúsculas: «MENEM PRESIDENTE ELECTO». Desarrollaba, junto con la foto del ganador sonriente, sobreimpresa a la celebración nocturna de sus militantes: «Ganó en todo el país menos en Capital, Córdoba, Salta y Chubut». Página/12 prefirió «El elegido» y una foto para el bronce. La Nación fue más generosa: «Amplio triunfo de Carlos Menem en las elecciones presidenciales». Y Crónica inventó: «Menemazo. Carlitos no va al Colegio» (en referencia al Colegio Electoral, el sistema representativo que se eliminó con la reforma constitucional de 1994). Jorge Rachid, el primer secretario de Prensa y Difusión de Menem, le preguntó a qué se debían los buenos términos del vínculo con el diario de la señora de Noble: —Necesitamos que nos apoyen —recordó que le explicó, pragmático. Rachid, un médico sanitarista y ex miembro de Montoneros, que había sido candidato a gobernador de Neuquén en 1987, acompañó a su amigo riojano —al que sus hijos llamaban «tío»— porque, como antinorteamericano y antieuropeo, valoró las promesas nacionalistas de la campaña, rápidamente incumplidas. Su relación con el mundo de la prensa, hasta entonces, había sido la de lector, y gracias a eso se enteró de su designación: la leyó en una nota de Clarín. El presidente delegó en su hermano, el senador Eduardo Menem, los primeros tramos de la relación con la empresa. En uno de los encuentros, antes de la victoria electoral, Magnetto le pidió la sanción de una Ley de Radiodifusión. Eduardo le explicó que no contaban con los votos, pero que Carlos privatizaría los canales. Tras la asunción, Eduardo le informó a Rachid: —Estamos en reuniones con Clarín. Creo que deben ganar. De todos modos vamos a licitar —le dijo. Eduardo Menem no recuerda aquella conversación ni aquellas palabras que el ex secretario de Prensa y Difusión evocó para este libro.

El día de la primavera de 1989 se conoció el decreto sobre el concurso público para la privatización de los canales. El matutino más interesado lo dio como segundo título de tapa el 22 de septiembre, al lado del principal «Convocaron a la Reforma Constitucional»: «Firmó Menem el llamado a licitación de los canales 11 y 13». El marco jurídico de la privatización —las leyes, fundacionales, de Emergencia Económica y de Reforma del Estado— recayó en el ministro de Obras y Servicios Públicos, Roberto José Dromi, un especialista en Derecho Administrativo, considerado un amigo de la casa en Clarín. En una columna de 1988 había anticipado algunos de sus planteos: El hecho de que a cuatro años de la iniciación de la democracia en el país continúen vigentes las prohibiciones para el acceso de las empresas periodísticas gráficas revela un dilema no resuelto entre las esferas de la libertad y de la autoridad (78).

El expansivo Dromi trataba con varios periodistas de la redacción, quienes le aplicaban el mote obvio que aludía a su sobrepeso. La confianza le permitió pedirle libros prestados al relacionista público del diario para escribir el suyo sobre geopolítica. Días después que se anunciara el llamado a licitación, Dromi se encontró con uno de los columnistas en un pasillo de la Casa Rosada. —Ya tengo listo el decreto que dice: «Otórguense Canal 13 y Radio Mitre a Clarín» —le dijo, según la versión del periodista. Ambos rieron: el humor del Gordo. Si para le empresa resultaba evidente la decisión del presidente, en la redacción se conoció por aquel sincericidio. Magnetto no reveló los detalles de las gestiones previas ni siquiera a Joaquín Morales Solá o a Cytrynblum. Ya parecía costumbre: en 1985 también les había negado información sobre el ingreso a Radio Mitre. Dromi no podía imprimir esos decretos ficticios. Trabajó con otro de los interlocutores del diario, el secretario legal y técnico Raúl Granillo Ocampo, para incluir la derogación del artículo 45 en la Ley de Reforma del Estado. Granillo se convirtió en el ejecutor legal del acuerdo implícito entre los hermanos Menem y Magnetto. Como empezaba a ocurrir en la política argentina, recibió temprano el cartel de clarinista y el apodo menos edificante de Gran Pillo Ocampo. En el caso de Dromi, el apodo de clarinista resultó inexacto: durante muchos años Dromi se sentaría a la mesa de Magnetto, pero

en algunos períodos, como durante el conflicto con el kirchnerismo después de 2008, asesoraría de modo informal a ambas partes a la vez. El humor del Gordo. La participación del capital internacional en la propiedad de medios provocó un debate al interior del oficialismo. El senador salteño Juan Carlos Romero propuso como tope el 45%; el diputado mendocino José Luis Manzano, el 25%. Gracias a los pedidos de los empresarios y los restos de nacionalismo que todavía flotaban en el peronismo remozado, ganó la posición de no permitir el ingreso al negocio de las empresas extranjeras que defendían las firmas argentinas como Clarín. No faltaron sobresaltos: en una reunión de Gabinete, Rachid comentó que Manzano le había ofrecido una coima para que Franco Macri se quedara con Canal 11 con capitales italianos que aportaría, entre otros, Silvio Berlusconi. Los canales se entregaron en ese clima que combinaba debates doctrinarios y presuntos sobornos (79). Dos semanas después de la convocatoria a licitación, el 7 de octubre de 1989, Menem firmó la primera tanda de indultos. Entre los 200 militares y los 70 civiles beneficiados se contaban los oficiales a quienes no habían alcanzado las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, los jefes guerrilleros, los participantes de las rebeliones carapintadas de 1987 y 1988 y los comandantes Leopoldo Galtieri, Isaac Anaya y Basilio Lami Dozo, condenados por delitos cometidos durante la Guerra de Malvinas. Clarín hizo una cobertura muy favorable a la decisión del gobierno (las críticas aparecen en la página doceava) y publicó un editorial enfático de apoyo. Aunque siempre había evitado los pronunciamientos sobre temas militares —no dedicó un solo editorial al Juicio a las Juntas, ni al alzamiento militar de las Pascuas de 1987—, eligió el tono de otro tiempo: la época de las grandes adhesiones. El presidente Menem ha tenido ahora el coraje de desatar uno de los más dramáticos nudos gordianos de la vida argentina, asumiendo esa responsabilidad en forma personal y conforme con las disposiciones de la Carta Magna. El indulto decidido tendrá aparentemente etapas, de las cuales, la primera se ha difundido ayer. Con ello no solamente se contribuye a la solución del problema militar sino que, en un sentido más amplio, se apunta a la reconciliación de la familia argentina (80).

La Casa Rosada interpretó ese gesto como el inicio de un apoyo sostenido. El presidente no comprendía aún cómo funcionaban los medios que no dependían por completo de fondos provinciales. El apoyo al indulto no constituía un cambio de línea editorial de Clarín, que nunca había avalado la política de derechos humanos de Alfonsín: era una sobreactuación. Si bien la empresa se presentó a las licitaciones de dos canales, el 13 y el 11, prefería al primero por tres razones: su cercanía geográfica con edificio de Piedras, su estructura interna y su audiencia, a la que le adjudicaban mayor nivel. Antes de que se conocieran los resultados de la licitación, el grupo en ciernes entró a Canal 13. Al igual que en Radio Mitre, nuevamente Abel Malloney fungió de cabecera de playa. El delegado de Magnetto en la redacción se había hecho cargo de la radio a fines de 1985, y junto con Jorge Santos la había llevado al tope del rating. El interventor del 13, el abogado Carlos Tau Anzoátegui, lo designó encargado del área de Noticias, según contaron funcionarios afines al mandatario, delegados gremiales y directivos de Clarín. No le faltaban credenciales: era un hombre de la televisión. Malloney fijó como prioridad que se moderase la cobertura de la conflictividad social, señaló uno de sus subordinados. En un contexto de incertidumbre, reclamaba la serenidad que necesitaba el gobierno. El noticiero se convirtió en un tema de negociación. Los más duros, como Julio César Chiche Aráoz (secretario de Energía en 1989) y el propio Kohan (secretario general de la presidencia), querían que los dos primeros años el gobierno controlara los noticieros de los canales privados. El vocero presidencial, Humberto Toledo, se lo planteó a Magnetto en una reunión en la que también participó Granillo Ocampo. Según Toledo, el gerente general se escapó con una respuesta elusiva: —Nuestro noticiero va a ser neutral, quedate tranquilo. Malloney también trabajaba en un tema prioritario para Clarín: la reducción de la planta de empleados, aumentada por la inercia estatal. Existen versiones contradictorias sobre cómo se hizo: la empresa argumentó que no hubo despidos previos, los delegados contabilizaron doscientos (81). Rachid contó que Malloney le presentó esa demanda y que él se negó. Entonces recibió una invitación de Magnetto a Tomo 1, uno de los restaurantes más distinguidos de Buenos Aires. Rachid apoyaba la entrega de Canal 13 al diario por varias razones: era su lectura de toda la vida, contaba con grandes periodistas y pertenecía a un empresa nacional. Magnetto

conocía esa valoración. Durante la comida insistió enfáticamente en la necesidad de que despidieran empleados, recordó el funcionario. El interventor del COMFER debió, primero, conversar con Saturnino Herrero Mitjans y Luis Tarsitano las condiciones para que radio Mitre se integrara al grupo en formación. Cuando Herrero Mitjans quiso fijarle una cita con Magnetto a las cinco de la tarde de un lunes, el funcionario se incomodó: se daba por supuesto que él debería visitar al gerente general, y no a la inversa. No obstante, llegó puntual. Hablaron de generalidades —y algunos particulares, como W. F. Hegel— hasta que pasaron a la agenda empresarial. Guinzburg notó cierta incomodidad en su anfitrión cuando le mencionó su amistad con Cytrynblum: —Él es empleado y yo soy accionista —lo cortó. Y entonces, según la versión del funcionario, le hizo el pedido: Magnetto quería leer los pliegos de la licitación antes de que se difundieran (82). Entre el 21 de septiembre y el 25 de octubre, Magnetto y cuatro empleados jerárquicos se abocaron a presentar la propuesta. Aunque los directivos de Clarín prevalecerían en la composición accionaria de la empresa que sería Artear, se sumaron representantes (masculinos) de la industria de todo el país, como Alberto Gollán (de Canal 3 de Rosario), Aarón Braver y José Bonaldi (de Canal 12 de Córdoba), y Jorge Estornell (de los canales 7 de San Juan y 8 de Mendoza); también, los editores Luis Alberto Pérez de El Territorio de Posadas, Eduardo García Hamilton de La Gaceta de Tucumán y Ricardo Sáenz Valiente de La Calle de Concepción del Uruguay. La composición accionaria de Artear reflejaba el crecimiento interno de Magnetto. La Directora poseía el 32% de las acciones y él, el 25%. El resto se repartía entre Arte Gráfico Editorial Argentina (AGEA), con el 25%, e Invarar, 40%. Invarar, a su vez, pertenecía a la señora de Noble en un 15% y al número uno, en un 31%; José Aranda y Lucio Pagliaro tenían 23% cada uno; Gollán y Estornell, 2% cada uno; Braver, Bonaldi y Pérez, 1% cada uno, y Sáenz Valiente y García Hamilton, el 0,5% cada uno. Para el control efectivo del 13, Magnetto comisionó a Pagliaro. El caso de Gollán es notable. A fines de la década de 1980 recibió la visita de Herrero Mitjans, quien le dijo que querían sumar empresarios del interior para entrar a Canal 13. Julio Ramos también lo convocó a una comida en un pasaje del centro de Buenos Aires para intentar incorporarlo a su grupo, que se presentaría a la misma licitación. Al notar que se inclinaba por aceptar la

propuesta de Clarín, el director de Ámbito Financiero le advirtió: —No vas a tener voz ni voto. Gollán recordaría las palabras de Ramos —contó en una entrevista para este libro—, que resultaron premonitorias. En los años que siguieron, el rosarino se destacó porque fue el único que nunca aceptó venderle su parte al Grupo: entró con un 2% y hasta su muerte, en noviembre de 2014, conservaba el 0,8%. En veinticinco años supo disfrutar del sentido del humor —y el buen trato— de Magnetto y Aranda. Entre los periodistas que han trabajado con Gollán prevalece la idea de que nunca quiso resignar su parte por una cuestión de honor: no aceptó que lo presionasen con el poder y el dinero. Mientras el gobierno decidía el futuro de los canales, la prensa divulgaba números alarmantes. Según Noticias, el 13 perdía un millón de dólares por mes y su último balance había arrojado un rojo de 17 millones. El 9 ganaba un millón por mes desde su privatización en 1984, consignó la revista, que reflejaba el estado general de simpatía hacia las desnacionalizaciones. Ramos se presentó a la licitación del 13 con Gerardo Sofovich, Ramón Palito Ortega, el empresario marplatense Florencio Aldrey Iglesias (dueño de La Capital y del hotel Hermitage) y los Gainza de La Prensa, entre otros. Según su versión, Magnetto lo llamó pocos días antes de que se conociera el resultado para pedirle tres cosas: 1) que nadie pidiera la postergación de la licitación; 2) que quien perdiera no gestionase la habilitación de nuevas ondas televisivas, y 3) que no se pidieran cambios en los pliegos (83). Ramos dijo que nunca respondió y que, inquieto por los rumores que daban por ganadores a Clarín y Macri, visitó al presidente, quien le aseguró que se decidiría «por orden de mérito» (84). La propuesta del número uno obtuvo la mejor calificación en la licitación del 13 y del 11, con 197 puntos. Como quedó segundo en la oferta económica por Canal 13, la aumentó un 57% y se comprometió a pagarla en una cuota y en efectivo. El grupo Macri y el grupo Vigil empataron en el puntaje por la licitación del 11 y debieron mejorar sus cifras, por lo cual pagaron más de lo que pagó Clarín. Finalmente los Vigil se quedaron con el 11. «Fueron adjudicados los canales de TV», tituló su tapa del 23 de diciembre el diario de la señora de Noble. El título omitía a la empresa, como si el asunto nada tuviera que ver con ella. Apareció, no obstante, en un desarrollo breve de la cobertura. En la foto de la página 3, la Directora —sonriente como Magnetto,

ubicado a su izquierda— recibía el saludo del jefe de Estado. Dijo que era un día sin precedentes en la historia de las comunicaciones: Me felicito de poder hacer estas declaraciones y felicito al gobierno del presidente Menem por la decisión política de tanta trascendencia en los momentos del inicio de su gestión (…) Pone de manifiesto su voluntad privatizadora y subraya el respeto por la libertad de opiniones (85).

Las primeras cinco páginas del diario se dedicaron a recuadros con las declaraciones de cada uno de los funcionarios que se expresaron: Menem («Símbolo de transformación»), Granillo Ocampo («Una demostración de pluralismo»), Rachid («El cierre de un capítulo»). El último editorial del año destacó el pluralismo y la contribución a la identificación entre el Estado y la sociedad, y celebró la derogación del artículo 45, al que llamó «descalificación insoportable». El cierre del texto aventuró que los cambios se traducirían en «información independiente y producción de programas de televisión estatales» (86). La Nación, con mucho menos despliegue, incluyó en su tapa la adjudicación de los canales. Página/12 apenas la consignó en su página de Cultura: «Las licitaciones dejaron algunos heridos». Ámbito Financiero llevó la furia a su portada del 26 de diciembre (no salía los sábados): «Lamentable», uno de los breves títulos, recurría a una fórmula habitual para editorializar con una sola palabra. El diario de Ramos denunció que el dictamen de Granillo Ocampo no había sido debatido por los ministros. Como había ocurrido con la primera privatización (las Galerías Pacífico), señaló que se hizo con escándalo: «Se trata de una adjudicación directa eliminando a los tres oferentes para dejar sólo a Clarín». Sostuvo que el Estado había perdido 9 millones de dólares por esa maniobra, aunque no lo explicó con claridad. En la página 4, «Una privatización a lo Pirro», insistió: El ala política del gobierno, encerrada entre funcionarios inescrupulosos o inhábiles, termina arrojando cada acto de privatización, que tiene el apoyo de los sectores progresistas de la comunicación, en un círculo de inmoralidades, privilegios y violaciones de la ley.

Ramos agregó que Granillo Ocampo buscó una excusa —la supuesta falla técnica de la personería jurídica— para bajarle puntos, y le impugnó su falta

de antecedentes culturales. El director de Ámbito Financiero sabía, pero decidió no decirlo, que Granillo ejecutaba las órdenes de su jefe máximo. Héctor Ricardo García, dueño de Crónica y crítico histórico de Clarín, quedó fuera de la competencia por presentar la documentación apenas minutos tarde: llegó a las 18.07. Tras la adjudicación de los canales, Magnetto dio la primera y hasta hoy única entrevista a la televisión argentina. Bernardo Neustadt le preguntó en Tiempo Nuevo: —Cuénteme un poco qué sensación tiene, que está en poder de Canal 13. —Tenemos una gran preocupación que creo que compartimos también con los colegas adjudicatarios del 11 —dijo con una leve sonrisa. —¿Qué es lo que les va a quedar? —arriesgó Neustadt, y rieron. —Pensamos que tenemos una alta responsabilidad. Esta es una disminución del gasto del Estado, es la primera privatización importante que se ha hecho en el país. Realmente, que se esté cediendo espacio a la actividad privada en los medios de comunicación es inédito en la República Argentina, donde hemos estado acostumbrados a gobiernos que han querido siempre mantener la influencia y, si es posible, tener algo más. Sectores de poder han inventado diarios (…) Es la primera vez que después de muchos años sucede algo a la inversa. —Quince años y lo hacen al principio y no al final —lo interrumpió Neustadt. —Lo hicieron al principio y no al final. Esto está demostrando un convencimiento de los sectores de poder de que es el camino correcto. —Clarín, que vende un millón de ejemplares, ¿va a tener la misma libertad para decir esto está bien y esto está mal? —Creo que sí… La relación entre los medios de comunicación y el poder es una relación no fácil. —¿A papá se lo va a decir? —se rio Neustadt. —La libertad que tenemos es la que sabemos ganar y defender. El 11 de enero de 1990 Magnetto llevó un cheque de 6 millones de dólares a la Casa Rosada. La empresa prefirió no endeudarse y pagar con fondos propios la adjudicación de Canal 13. A la salida, desde el Salón Blanco, le contestó al director de Ámbito Financiero: «El camino que ha tomado el señor Ramos es muy negativo; no le hace bien a nadie, ni a él mismo». Desde entonces y hasta su muerte en 2006, Ramos regularizó en las páginas de su diario, en foros y en sus libros la impugnación más severa a Clarín. Pero

aquella fue la única vez que el número uno reconoció su discurso con una respuesta. Ante la insistencia de los editores, que creían que algunas acusaciones —como la de evasión tributaria— podían dañar la imagen de la empresa, nada hizo. Ni siquiera le reconoció paridad en el diálogo cuando Ramos afectó su nombre: —Me importa un pito lo que digan de mí —dijo, según dos de sus colaboradores. Magnetto organizó la expansión del Grupo y su acumulación de poder como gran empresario nacional de medios con esa curiosa certeza: podría prescindir de la imagen personal. El mismo día que realizó el pago, de modo inusual, habló ante sus flamantes empleados de Canal 13: Es un hecho importante porque es la primera privatización realizada en tiempo absolutamente récord (…) Tenemos algunas ideas generales y ahora tenemos que empezar a trabajar concretamente. Vamos a hacer una programación dirigida a la familia, vamos a tratar de tener muy buena información periodística, con un criterio de absoluta independencia, que será muy útil a la comunidad y a la Argentina.

Desde ese momento al número uno parecían quedarle chicos todos los negocios que perseguía; buscaba uno detrás de otro, con la voracidad de un Pac-Man. Aquella imagen afectada —«El diario, si se queda en diario, se muere»— funcionaba acaso como un estímulo para que ascendiera de niveles en el juego.

El contador en medias amarillas Ernestina Herrera de Noble brillaba en las páginas del diario. Durante la década de 1980 había aparecido para los grandes eventos. Llegó como noticia a la tapa del 26 de mayo de 1983: «Mitterrand condecoró a la Directora de Clarín» con la Legión de Honor. En un despliegue de revista, pero en la modesta impresión de tinta negra en papel blanco, la señora posaba con sus hijos Felipe, vestido de esmoquin, y Marcela, de sobretodo. En otra foto se mostró a Pagliaro, Magnetto, Aranda y Cytrynblum. «Usted ama a Francia y Francia la ama a usted», le dijo el primer ministro a la Directora. El corresponsal François Lepot (nombre de pluma de Enrique Oliva) destacó que sólo dos argentinos —Jorge Luis Borges y ella— habían recibido la

distinción de manos de François Mitterrand. Una foto y su epígrafe le conferían un aire casi aristocrático: «La señora de Noble ingresa al Palacio del Eliseo acompañada por sus hijos y colaboradores inmediatos». En la tapa del 20 de abril de 1985, la Directora le hablaba a Juan Pablo II junto con Felipe y Marcela. Durante la audiencia privada de quince minutos —se consignó— el Papa había dicho «conocer al diario Clarín, de muy importante difusión y (…) muy buena relación con los medios católicos». Juan Pablo II bendijo a la señora de Noble y a sus hijos. Cuando el gobierno brasileño le dio la Orden de Rio Branco, la Directora volvió a la portada mientras pronunciaba su discurso de gratitud en la embajada brasileña de Buenos Aires. Para recibir la Cruz de Comendador de la Orden al Mérito de la Alemania Federal, la señora de Noble estrenó un pelo muy corto y oscurecido por finas tinturas. En otra ocasión recibió a la directora de The Washington Post, Katherine Meyer Graham, y fue condecorada por el presidente Sandro Pertini con la Orden al Mérito de la República italiana. Cada vez que recibía a un embajador, la sección Internacional le preparaba un memo con datos del país y del visitante; los escribas decían que los representantes extranjeros presentaban sus credenciales primero en la Casa Rosada y luego ante ella. El esplendor de la señora de Noble en las páginas tenía un sentido nada azaroso: Magnetto conocía su frustración porque durante años su conducción despertó dudas en los círculos políticos, empresariales y militares por la presencia, entre bambalinas, de Rogelio Frigerio. También Cytrynblum entendió la necesidad de que la Directora se sintiera halagada cada vez que su foto y sus palabras se imprimían en el diario. La señora de Noble mandaba, aunque no interviniera en el diario ni decidiese cuestiones empresariales. Se reunía cotidianamente con la cúpula de la redacción para conocer los temas del día. Rara vez aportaba sugerencias, pero reclamaba cuidado en el lenguaje: no quería leer palabras o expresiones soeces que pudieran merecer reproches en los tés con sus amigas, interpretaban dos de los periodistas que más conversaban con ella. Confiaba en Magnetto: le reconocía su lealtad, el éxito en la operación de relevo de los frigeristas y una gran destreza para administrar los avatares de su vida cotidiana. El gerente general conocía los números de sus cuentas bancarias y cada detalle de su logística personal. Algunos requerían la mano indispensable de Jorge Figueras, el jefe de Personal, quien sabía cómo se

debía acomodar a la media docena de mascotas en la camioneta que las trasladaba cada verano a Punta del Este. No obstante su gratitud, cada tanto la señora de Noble le hacía notar a Magnetto que él le debía el cargo. En una comida en la que participaron la cúpula de la redacción y de la empresa, dejó caer una de sus frases que generaban silencios incómodos: —Conozco a Magnetto desde que usaba medias amarillas. La vestimenta del contador ha dado origen a diversas narrativas. Las primeras espadas del fundador han asegurado que le pagaron corbatas. Un portero del diario recordó que, cuando llegaba de La Plata en un Fiat 125, sólo se le conocía un traje, muy probablemente aquel mismo que —según contó el propio gerente general— compró para su primera cita laboral con la Directora. En el relato que elaboró sobre sus comienzos en la empresa Magnetto desdeñó la alusiones a la ropa: —Cuando yo llegué al diario hasta la ceniza de los ceniceros estaba embargada. Al margen del lugar indiscutible de Ernestina Herrera de Noble, la disputa por el poder real en Clarín durante la segunda mitad de la década de 1980 había generado un desdoblamiento. Lenin llamó poder dual a la coexistencia de los sóviets (los consejos obreros) y el aparato estatal después de la Revolución de Febrero (de 1917) que tumbó al zar y alumbró al gobierno provisional. En el diario, el poder dual desconocía componentes ideológicos o de clase. ¿Quién tenía el control del diario? ¿Magnetto o Cytrynblum? Cytrym había entrado en 1961, Magnetto en 1972. Se llevaron relativamente bien e hicieron una alianza táctica a principios de 1980 para desplazar al frigerismo: uno no los quería ya en la redacción, el otro no los quería ya en la empresa. El conflicto entre ambos comenzó, imperceptible, precisamente tras la salida del frigerismo. Cytrynblum era expansivo y Magnetto reservado. En su visión, el poder no se medía sólo en los llamados de empresarios, ministros o sindicalistas: también contaban las mesas de medianoche en los restaurantes Edelweiss o Fechoría con el conductor televisivo Sofovich o el actor Alberto Olmedo (que lo mencionaba cada tanto en el sketch que hacía con Javier Portales). Unos salían de la redacción, otros del teatro. En la sobremesa, las bailarinas del teatro de revistas veían en él una mención en el suplemento Espectáculos. Magnetto no les encontraba utilidad a las reuniones sociales. Su ingreso

tardío al mundo corporativo se debía a estrictas necesidades de Clarín. Aunque había empezado a frecuentar a dirigentes políticos, no manejaba las páginas del diario: los dirigentes políticos peleaban el blanco —para usar un giro de la redacción— con Cytryn y Morales Solá. El secretario general hablaba de Magnetto y sus socios como «los contadores»; en su caso específico, Beto o el Contador. El secretario general protegía su territorio: creía que él sabía de diarios y de cómo duplicar la tirada, mientras que Magnetto sabía mucho de números y de cómo llevar adelante la empresa. Eso definía, en su perspectiva, dominios distintos. El gerente general mantenía un control artesanal de las cuentas del diario. Era tacaño hasta la exasperación para evaluar los gastos y los aumentos o los bonos a los periodistas. Lo obsesionaba cada detalle del diario —cómo se hacía, quién se ocupaba de qué, cómo se filtraba alguna información interna —, pero no desarrolló un interés por la cocina del periodismo. Miraba números: presupuestos, ventas, ingresos por publicidad. No confundía su lugar. Hablaba con los jefes de la redacción como si un escribano registrase sus palabras: nunca pronunciaba una de más. Mientras planificaba la mayor expansión empresarial de la historia del periodismo moderno, no controlaba la cuadra ni la conducción del diario que cada día se hacía debajo su oficina. Ya había ajustado sus interlocutores: Morales Solá sobre toda la sección Política; Daniel Muchnik sobre el panorama de Economía y Marcelo Bonelli para la información del área y ciertas transgresiones de las convenciones periodísticas; Osvaldo Tcherkaski en Internacionales y Guareschi para diversos temas, entre otros. Se fastidiaba al ver el muro que había levantado el secretario general de redacción: —Yo necesito manejar la redacción, ¿qué problema hay? —se quejaba. Acaso por esa necesidad, el número uno solía pasar por encima de la autoridad de Cytrynblum, quien se exasperaba cada vez que algún editor le decía «Hablé con Magnetto y…». Los periodistas que empezaban a subir al tercer piso vivían ese momento como un evento, e inclusive se vestían con más prolijidad sólo para esa circunstancia. Magnetto los recibía con cierta distancia e iba al punto. Con los de más confianza, como Muchnik, podía relajarse y hablar de viajes o de sus hijos —lo alarmaba que los suyos no supieran cómo eran los pollos: sólo los conocían salidos del horno, bien cocidos y adobados— y hasta tener gestos afectuosos como cuando el editor enviudó. Los que estaban lejos del tercer piso sólo captaron lo que se puede captar en un ascensor o en un pasillo:

Jorge Asís reconoció el perfume Paco Rabanne. En el fondo, Cytrynblum nunca aceptó que Magnetto había asumido la conducción de la empresa. Su ilusión de compartir el poder por su ascendencia en la redacción omitía que el gerente general concentraba una capacidad mayor para tomar decisiones, manejaba la caja grande (el secretario general tenía su caja propia, pero de mucho menos ceros) y era accionista. En el proceso de su fortalecimiento, Magnetto comenzó a avanzar sobre la redacción. Aquellos que no se habían alineado con Cytryn empezaban a percibir que Magnetto quería un cambio para el matutino. Jamás se mencionaban nombres ni se sugería en qué consistiría tal transformación, pero flotaba en el aire de esas conversaciones. El número uno empezó a leer más y mejor los diarios y a preguntar cada vez más sobre temas periodísticos. Llegó a contratar secretarios de redacción sin consultar a Cytrynblum: Osvaldo Tcherkaski entró en Clarín en agosto de 1986 como responsable de Internacionales por sugerencia de Enrique Alonso, un intocable de Opinión, después de años en la sede parisina de France Press y un breve paso por Tiempo Argentino. A los ojos de Tcherkaski, Magnetto era un hombre de negocios con rasgos diferentes al que suponía el modelo estándar argentino: hablaba de política y del mundo. «Tenés total libertad; quiero hacer una buena sección de Internacionales», le dijo, a la espera de que se reflejara su mirada de la política mundial, que era la de los frigeristas. Por eso, cuando Tcherkaski escribió que la Unión Soviética se había convertido en un capitalismo de Estado, lo llamó para señalarle lo incorrecto de esa afirmación con citas de Karl Marx y Lenin, y su clásico El Estado y la revolución. Sus intervenciones en las páginas produjeron un crescendo de tensiones. El secretario general rechazó la propuesta de Tcherkaski de adelantar las reuniones de cierre para evitar las trasnoches: —Si querés trabajar para la empresa, trabajá para la empresa. Yo tengo cosas que hacer. Y cuando Magnetto le pidió que llevara a la tapa más temas de política y economía, Cytrynblum permaneció invariable: —Nosotros vendemos gracias a Boca y River. Varios de los directivos creían que el diario atrasaba. Uno de ellos, Herrero Mitjans, le criticaba su cultura de carrera de caballos. Pagliaro le reclamó a Tomás Dagnino (el jefe de arte, responsable de hacer la tapa con

Cytryn) que se cambiara el diseño, apoyado en los resultados de los focus groups con lectores. Dagnino argumentó que para un cambio importante de diseño —Clarín, hasta entonces, no se había destacado por sus innovaciones — debían, primero, incorporar nueva tecnología. Aprovechaba para poner en duda los usos del marketing. Así quedó planteada la puja entre los intuitivos, Cytrynblum y Dagnino, y los contadores que recurrían a las novedades de los estudios de mercadeo. Morales Solá funcionaba como mediador. Debía lealtad al secretario general porque lo había llevado al diario y le había dado el segundo cargo jerárquico, pero siempre mantuvo una relación muy buena con Magnetto: lo veía con regularidad y cada jueves compartía un café para hablar de los temas de su panorama político. Pero empezó a cansarse de las peleas y de su condición de conciliador de las partes. En 1987 dimitió; un mes y medio más tarde, en un café de la avenida Coronel Díaz, Magnetto consiguió que retirarse la renuncia. El columnista notó un cambio sustantivo en el número uno. En 1977 había conocido a un contador interesado por la política y hacia 1984 su voz había cambiado, al igual que su forma de entender la política. Morales Solá, que ha pasado cuarenta años conversando con políticos, observó la actitud de Magnetto ante el gobierno radical —el modo en que pedía la derogación del artículo 45 y en que empleaba el portaaviones de Clarín— y consideró que ya se había convertido en un hombre del poder. La generación de periodistas que reemplazó a Cytryn en la década de 1990 notó lo mismo: el gerente general era un jefe político y también un empresario. Como pretende que lo rodeen leales, ha reclamado más compromiso a la redacción con la defensa del diario. «Cobran sueldo, no son militantes», les advirtió un jefe que lo ve a diario desde hace un cuarto de siglo. En la segunda mitad de la década de 1980, Magnetto comenzó a distanciarse del ideario desarrollista, en sintonía con la declinación de las grandes narraciones ideológicas. Si por definición el desarrollismo había sido un generoso paraguas en su momento de apogeo —finales de los 50, principios de los 60—, en el que se podían proteger conservadores como Mariano Grondona o ex comunistas como Ernesto Sabato, el gerente general redujo el interés desde que se hizo cargo de la empresa. En las páginas editoriales mantuvo la defensa de la industria nacional y del desarrollo, pero sin los bríos ni del modo sistemático de los años frigeristas. Empezaba a buscar otros insumos: el país y su empresa habían cambiado,

y él con ellos.

Fin del poder dual en Clarín: Magnetto despide a su adversario Cytrynblum ha dicho que empezó a irse de Clarín en 1985, cuando llevó el negocio de Radio Mitre —armó una reunión con uno de los socios que querían vender— y Magnetto lo dejó fuera, tanto que ni le reconoció su gestión ni le informó cuando la operación se concretó. A mediados de 1989, el caso se repetía con la compra de Canal 13: se enteraba por Morales Solá. El conflicto entre los dos hombres fuertes se renovó. El 14 de julio de 1989, Francia celebraba el bicentenario de la Revolución. Cytrynblum se encontraba en París no sólo para celebrar la toma de la Bastilla: tenía una cita en un hotel de La Défense con Robert Maxwell, uno de los magnates de la prensa europea, dueño de ocho diarios y doscientas revistas que se vendían en Europa y los Estados Unidos. Su base se hallaba en Londres: el exitoso The Daily Mirror. Trascendieron dos versiones sobre los orígenes del encuentro. Cytrynblum arguyó que Maxwell quiso conocerlo dado el éxito notable de ventas de Clarín. Dagnino recordó que el corresponsal del diario, Oliva, le contó luego que el secretario general le había pedido si podía gestionarle un encuentro con Maxwell cuando lo vio en los actos protocolares: —Che, ¿ese colorado grandote es el tátele (papi en ídish) de Londres? ¿Me lo presentás? Cytrynblum llegó a la reunión con Oliva y Maxwell acompañado por un abogado de su confianza. No les resultó fácil encontrar un idioma común: Maxwell no hablaba español ni francés; el inglés de Oliva no podía sostener una conversación. En un momento de vacío, Cytrynblum recurrió a su memoria temprana y empezó a hablar en ídish con Maxwell, que era hijo de judíos ortodoxos y había nacido como Jan Ludvik Hoch en Slatinske Doly (Checoslovaquia, hoy Ucrania) y solía ilustrar su pobreza con la historia de su infancia descalza: hasta que cumplió siete años no le pudieron comprar zapatos. El periodista de Villa Crespo sabía cómo acortar distancias. En inglés, el tycoon explicó que quería entrar al mercado de la prensa en América del Sur con la compra de un diario en Buenos Aires como parte de

una inversión mayor en medios de comunicación y otros rubros. Le interesaba el mundo de los populares: había adquirido The Daily Mirror y The Sun, que combinaban el escándalo político con los deportes, las noticias policiales y las glam models, la versión británica de las vedettes nacionales. —¿Qué podemos traer de nuevo? —preguntó de modo retórico el secretario general. Y dijo—: Un diario en color. El único sobreviviente de aquella reunión apeló, sin saberlo, a la novedad del logo en rojo que Clarín había mostrado en su primera tapa de 1945, inspirado precisamente en The Daily Mirror. Cytryn pretendía un híbrido entre el interés general de Clarín y los tabloides británicos, algo masivo y popular, pero más flexible que el portaaviones de la calle Tacuarí (87). Durante la conversación una palabra sonó en cuatro idiomas: Color. Colour. Couleur. (en ídish se pronuncia Q’ályr). El secretario general salió a caminar por los Campos Elíseos, mientras estallaban los fuegos artificiales con los que se celebraba el bicentenario. Él también festejaba, algo propio: su condición de futuro director del medio que destronaría a Clarín: —¿Estos me quieren correr? Bueno, les voy a sacar un diario y los voy a cagar —les dijo a sus amigos, según recordaron dos de ellos. Al llegar a Buenos Aires empezó a desarrollar el proyecto. Tal vez se le había contagiado fugazmente la reserva de Magnetto: Dagnino, un hombre de su máxima confianza, sólo se enteró del proyecto semanas más tarde en Londres. Desde 1984, la empresa lo había enviado a visitar algunas redacciones de Europa para ver máquinas y computadoras y conocer cómo aplicaban el color algunos diarios. En Francia conoció Le Monde, Le Figaro y Libération; en el Reino Unido, The Sun, The Daily Mirror y The Guardian; en Alemania, el Bild. Visitaba el Mirror en el verano de 1989, acompañado por Oliva, cuando su anfitrión regular en los recorridos, el hijo del dueño, Ian Maxwell, le comentó que comprarían La Razón de Buenos Aires. Oliva lo puso al tanto del plan competidor y le sugirió que llamase a Cytrynblum al llegar al hotel. Dagnino recuerda dos frases de esa conversación, muy propias de la persona con la que hacía ya quince años que cada noche armaba la tapa de Clarín: —Poné toda la carne en el asador: hacé un mono y traelo. Lo vamos a cagar a Beto.

El diseñador armó un modelo de tapa y adaptó el nombre: El Espejo (la traducción literal, El Espejo Diario, no funcionaría en la Argentina). En las páginas interiores bocetó un modelo de página doble con muchas fotos y uno de simple. El secretario general quería arrevistar el diario, una tendencia en el mercado: en el caso de Clarín, había contratado a varios periodistas de semanarios con ese propósito. Dagnino aterrizó en Buenos Aires con el mono de un diario en su bolsillo. Cytryn ya se había convencido de que podía hacer lo que nadie había podido antes: ganarle a Clarín. Después de todo, el diario parecía haber alcanzado su pico de lectores: triplicaba los de La Nación. Maxwell se reunió al menos dos veces con Menem: Julio Mera Figueroa, jefe de campaña del presidente y embajador itinerante, oficiaba de intermediario y participó en ambos encuentros. A finales de septiembre de 1989, Maxwell viajó en su jet privado a Nueva York para reunirse con el mandatario, que daba su primer discurso como tal en la inauguración de la asamblea anual de Naciones Unidas. Llamó al secretario general para contarle que en la reunión Menem le había aconsejado que invirtiera en La Razón, que atravesaba un conflicto gremial, y en un canal de televisión, pues las privatizaciones ya habían sido anunciadas. Cytryn lo desalentó: los vespertinos caían en ventas, irremediablemente. La Razón había pasado de 330.000 ejemplares diarios en promedio durante 1982 a 62.000 en 1989. Debían retomar el proyecto del nuevo matutino. A pesar de esos números, Maxwell había resuelto embarcarse en la compra del diario de los Peralta Ramos con un argumento convincente para un ex político profesional (había sido parlamentario del Partido Laborista) que mantenía relaciones con una veintena de mandatarios, desde Margaret Thatcher hasta el rumano Nicolae Ceausescu: —Me lo pidió el presidente Menem —dijo, recordó Cytrynblum. Terminaba octubre cuando el millonario viajó a Buenos Aires. En una conferencia conjunta con Menem en Aeroparque, anunció que planeaba invertir hasta 200 millones de dólares en la Argentina, en una variedad de rubros: medios de comunicación, agroindustria, pesca, industria de papel y un banco mercantil cuyo nombre no reveló. Agregó que brindaría asesoramiento sobre cómo instrumentar el plan de privatizaciones y soltó una frase poco original: «La Argentina es enormemente rica». El riojano necesitaba esa foto por dos razones: para mostrar algún cambio en la relación diplomática con el Reino Unido y para certificar el supuesto

interés del capital extranjero por invertir en el país. Dos días antes, los dos países habían firmado un acuerdo que restablecía las relaciones consulares y —como tituló en tapa Clarín— cesaba las hostilidades. Londres reducía la zona de conservación pesquera, cedía una franja de mar de 4.000 kilómetros y daba libre navegabilidad a los buques mercantes argentinos. Maxwell y Menem también se comprometieron a que el Derby (club de fútbol propiedad del magnate) jugara partidos amistosos con River Plate (club con el que simpatizaba el presidente) en Buenos Aires y en Londres. La Nación dio la noticia de la conferencia en uno de sus títulos principales, con una foto de ambos. «Fuertes inversiones haría un empresario inglés». El diario de la señora de Noble, en cambio, la relegó a un recuadro breve de su sección Política: «Promesa de inversiones». También bajó a Maxwell del estrellato: informó que cinco empresarios se habían reunido con Menem. Lo separó del grupo apenas para distinguir que invertiría «en diarios, televisión y radio, de acuerdo a la legislación argentina» (88). La empresa no quería hacer manifiesta la alarma que sonaba en su interior ante la perspectiva de una competencia imprevista de envergadura. Mucho menos informó —ya lo sabía— que el secretario general de su propia redacción y un grupo de periodistas de su confianza formaban parte del proyecto. Durante su estadía en Buenos Aires Maxwell se reunió con empresarios y dirigentes políticos. Le pidió a Cytrynblum que lo acompañara a un encuentro con representantes de bancos públicos y privados, probablemente para darle seguridad y audacia al proyecto: participaba el director periodístico de Clarín. Maxwell seguía negociando con los Peralta Ramos la compra de La Razón; ya lo imaginaba un vespertino de dimensiones continentales, con una edición simultánea en distintas capitales de América Latina. Seguía el modelo de diario que su propio grupo periodístico intentaría editar en Europa a partir de 1992. Ámbito Financiero citó a periodistas de La Razón para consignar que los Peralta Ramos habían recibido 300.000 dólares del checoslovacobritánico durante las negociaciones y que los habían usado para pagar tres meses de salarios a los empleados, que mantenían un paro con toma desde que el diario había interrumpido su salida, en diciembre de 1989 (89). El multimedios crecía en la imaginación de los periodistas involucrados en el proyecto. Dagnino diseñó el edificio en el que funcionarían El Espejo y los otros medios que ambicionaba Maxwell: una radio y Canal 2. Pensaba

comprar la fábrica de ATMA, a pocos metros de la Escuela de Mecánica de la Armada (90). Según el arquitecto, Ian le contó que su padre negociaba la compra de una radio; habrían fijado el precio en 2 millones de dólares pero quedaban pendientes las cuestiones legales, ya que estaba prohibida la participación de capitales extranjeros en los medios de comunicación locales. El ingreso a Canal 2 se demoró por esa misma razón. El proyecto de Maxwell en la Argentina empezó a capotar. También por razones externas a la Argentina: con la debacle del socialismo soviético (el Muro de Berlín cayó el 9 de noviembre de 1989) se abrían grandes oportunidades en Europa Oriental: inversiones más rentables, más próximas geográficamente a Londres y más familiares para el checoslovaco-británico. Acaso existieron otras razones. Los clarinistas de Maxwell continuaban con el desarrollo del proyecto, pero a un ritmo más lento. Dagnino guardaba el organigrama del nuevo diario bajo llave, en un cajón de su escritorio en la redacción de Clarín. El plano, de un metro y medio de largo, guardaba nombres como los de Rolo Andrés (a cargo de la revista dominical). Si la empresa contrataba a un cerrajero o le pedía a un empleado de maestranza, podía acceder —como se presume que accedió— a ese listado. Los conspiradores dieron ventajas de amateurs. Cytrynblum empezó a mostrar el número cero a algunos de los invitados que recibía en su oficina de la calle Tacuarí después de las diez de la noche. Los agasajaba con sándwiches de miga, bebidas colas y a veces también alcohólicas. A la bailarina María Cristina Beba Granados, por ejemplo, le confió la tapa de prueba de El Espejo antes de invitarla a una pista imaginaria en su despacho. La ilusión y el orgullo se le mezclaban. Existen dos relatos sobre la intervención de Morales Solá en el plan. Según el secretario general y Dagnino, formaba parte del nuevo diario: hablaba y opinaba como si integrara el equipo. Morales Solá, en cambio, aseguró que conocía El Espejo desde el primer momento pero nunca se integró, y tampoco lo comentó con los directivos de la empresa. El 2 de enero de 1990, en el tercer piso se vivía la euforia por la adjudicación, diez días antes, de Canal 13. Ese martes, cuando el futuro director de El Espejo fue a definir las cuestiones monetarias de sus vacaciones, recibió una convocatoria de urgencia a la oficina de Magnetto. Cytryn recordó su completa falta de rodeos: —Supe que estás por sacar otro diario —dijo el contador.

—Sí, estoy por sacar otro diario. —Bueno, arreglemos tu salida. El editor siempre creyó que el plan se filtró por las escuchas de los teléfonos de la redacción: tanto él como otros editores ajenos a su grupo de confianza sostienen que el jefe de Personal Figueras era el responsable de esa tarea (91). También se pensó que Magnetto terminó de confirmarlo cuando participó en una reunión de banqueros con Maxwell. Existen diversos relatos sobre el acuerdo indemnizatorio que se celebró ese 2 de enero, según los cuales el monto total osciló entre 500.000 y 2 millones de dólares. Durante cinco años, además, Cytrynblum percibió una mensualidad —de 5.000 dólares, según la versión más confiable— que lo comprometía a no dirigir medios gráficos en la Argentina. Si lo hacía, al instante dejaba de cobrar lo que él llamó la «Beca Clarín». Magnetto convocó a Morales Solá para contarle que acababa de aceptarle la renuncia al secretario general. (Ha conservado ese estilo: acepta renuncias, nunca despide). Se trataba, a todas luces, de una destitución por un cargo severo de deslealtad. Apeló a un neologismo para establecer las prioridades inmediatas: —Hay que desmarquizar al diario. Le encomendó la tarea. —Yo estoy al lado de Marcos desde hace quince años. No lo puedo hacer —le contestó el columnista. También arregló su salida, pero escribió la columna dominical durante enero y febrero. Se convirtió en un hombre de la transición, un papel ideal para sus maneras moderadas. El 21 de enero de 1990, Dagnino trotaba por la playa brasileña de Yurere cuando se enteró de su salida: se encontró con el director de Ámbito Financiero, quien le contó que su despido había salido en el diario y le ofreció trabajo (92). Al regresar a Buenos Aires, Figueras le informó que no podía entrar al edificio y que le harían llegar la cifra de su indemnización: así terminó treinta y seis años de relación laboral. Tiempo después se encontró con Magnetto en un restaurante y lo escuchó negar el despido: él había renunciado. Cytrynblum no volvió a pisar la redacción. Vaciaron su oficina por él. Se instaló en su Fundación Del Viso y los siguientes años, como parte del acuerdo, asesoró a diarios de América del Sur —El Correo de Lima, entre otros— hasta que la señora Amalia Lacroze de Fortabat, la viuda de uno de

los grandes amigos de Noble, decidió relanzar La Prensa en 1992. Al convocarlo para que lo dirigiera, uno de sus objetivos era disputarle mercados, audiencias y estilos a Clarín. Pero fue un fracaso comercial. Y terminó con su Beca Clarín. Morales Solá se marchó en mejores términos. Años más tarde el canal de cable Todo Noticias (TN) lo convirtió en una de las caras televisivas del Grupo. Cuando su amigo José Ignacio López publicó la biografía autorizada de Magnetto en 2008, el número uno sugirió que Morales Solá escribiera el prólogo: «Joaquín me conoce». Maxwell corrió peor suerte. El 5 de noviembre de 1991 su cuerpo apareció flotando en el Atlántico, después de haber pasado días en su crucero por las Islas Canarias. Aunque se publicaron las hipótesis de un suicidio (por su colapso empresarial) y de un homicidio, los médicos dictaminaron que había muerto de un ataque al corazón. Fue enterrado en el Monte de los Olivos de Israel. Sus hijos Ian y Kevin no pudieron evitar la quiebra del grupo endeudado; las autoridades británicas asumieron 100 millones de libras de los más de 400 que faltaban de los fondos de pensión de los trabajadores. Uno de los primeros libros que se publicaron sobre su vida, escrito por el especialista en inteligencia israelí Gordon Thomas, lo tipificó como agente de la Mossad: Robert Maxwell, Israel’s Superspy: The Life and Murder of a Media Mogul. En la historia oficial de Clarín, el proyecto de Maxwell fue el primer intento de disputar su predomino. En la épica de la empresa nacional que resiste los embates —y la competencia— de los grupos extranjeros, funcionó como la primera batalla ganada sin disparar un solo tiro. Desde entonces, tibiamente, se inició su fallida expansión regional para prevenir que los grandes grupos latinoamericanos, como Televisa u O Globo, disputaran el mercado argentino. Esa pelea, que Magnetto creyó comercial e ideológica, conoció dos rivales más sólidos que Maxwell: en la segunda mitad de la década de 1990 el Citicorp Equity Investment (CEI, un proyecto de empresarios afines al presidente Menem) y desde 2008 el plan de Néstor Kirchner de comprar Clarín, crearle una competencia y/o hundirlo.

El presidente se decepciona Menem esperó que Clarín le brindara un acompañamiento más sostenido. Entendía que le había dado mucho y que debía recibir en la misma medida. Las reformas de su gobierno requerían tanto del apoyo de la prensa como

del de sus diputados y senadores, quienes debían aprobar las leyes presentadas con la urgencia de la hora. Al comienzo no conoció grandes percances: perdió al Grupo de los Ocho que lideraba Carlos Chacho Álvarez, una baja numéricamente irrelevante pero de relativo impacto público. En la gráfica, su principal impugnador fue Página/12, un matutino influyente en el campo político y periodístico pero sin masividad: rara vez superaba los 100.000 ejemplares en su día de mejores ventas, el domingo. Después de la adjudicación del Canal 13, Menem delegó la relación con Clarín en un funcionario: Eduardo Bauzá. Había sido ministro del Interior y luego de Salud y Acción Social, y había consolidado su poder interno cuando asumió la Secretaría General de la presidencia. El gobierno tendría otros interlocutores, pero el más importante, el que hablaría de política y negocios con Magnetto, sería el político mendocino. Conocía al presidente desde 1973, cuando fue funcionario de la gobernación riojana. Siempre mantuvo sus posiciones conciliadoras y sobrias. Apenas recibió la indicación de lidiar con el diario, Bauzá se fijó el objetivo de desarrollar una buena relación: en esas páginas se dirimía la agenda del país. Con la debacle económica, el frente militar aún abierto y cierta sensación de volatilidad, la empresa tenía una solidez de la que carecía buena parte del país. Su asesora de prensa, Alicia Grizutti, cuantificó esa influencia con una expresión que nunca se le hubiera escuchado a Bauzá: —Clarín es un palo de votos. Carlos Corach, secretario legal y técnico y por entonces hombre de Bauzá, reelaboraba esa idea: el electorado policlasista de Menem se parecía al público policlasista del diario: —Nuestros votantes leen Clarín —decía. El tiempo perfeccionaría el diagnóstico: el matutino marcaba la agenda pública e influía sobre el microclima de la política. Kohan (uno de los críticos más duros de la actitud conciliadora de Bauzá, y su rival en las internas de palacio) lo delimitó en el territorio: el microclima no se extendía más allá de las cuadras aledañas a la Casa Rosada. Sin embargo, era un hecho —y un conflicto constante— que Clarín daba forma a la política y la política daba forma a Clarín. Bauzá, lector de Los Andes en su Mendoza natal, adoptó al diario como su fuente informativa en la Capital Federal; para el resto de la prensa le bastaba el resumen. Nunca le interesó el mundo del periodismo: ni siquiera disfrutaba los off the record con los columnistas, el ronroneo con las celebridades del

gremio. Le incomodaba la exposición pública. Cada semana se reunía con los principales columnistas de Clarín (Ricardo Kirschbaum y Eduardo van der Kooy) y La Nación (Atilio Cadorín) para cumplir la misma función de exégeta de Menem y sus políticas que desempeñaba ante empresarios y dirigentes políticos. En tiempos en que el panorama dominical de los diarios pesaba en el mundo de la política, la voz de Bauzá explicaba el credo del Poder Ejecutivo. Menem no leía los diarios regularmente. A veces escuchaba la radio. Mientras su peluquero, Tony Cuozzo, lo acicalaba, sus secretarios privados le leían los partes de prensa o alguna nota relevante. A su vocero Toledo, que a la mañana y ya en la Casa Rosada le daba un informe más formal, le preguntaba: —¿Qué dice Clarín? ¿Qué opina Clarín? También le importaba lo que decían los demás diarios, pero en segundo lugar. El 1º de abril de 1990 concedió su primera entrevista exclusiva al medio principal del país: «Denunció Menem presiones empresarias y sindicales», se tituló la tapa. El presidente conversó dos horas con cuatro periodistas del diario, entre ellos Kirschbaum y Van der Kooy. Lo acompañaban el secretario de Prensa y Difusión, Fernando Niembro, y su hermano Eduardo Menem. Las preguntas giraron en torno al estado de sitio, la posibilidad de un desborde, la situación económica, las disputas internas en el peronismo. Se molestó cuando le señalaron «el corte liberal» de sus medidas. —¡Pero qué de corte liberal! Estamos haciendo referencia a un capitalismo humanizado, a un capitalismo social. No todo el capitalismo es liberalismo, coincidiremos en eso. —Claro, pero medidas como la liberación de los mercados tomadas por un gobierno peronista… —¡Pero, por Dios! ¿Qué está ocurriendo acaso en Alemania Oriental, en Hungría, en Polonia? Según percibieron sus funcionarios, durante el primer año de su gobierno el mandatario empezó a perder las simpatías, ya escasas, que le quedaban por el diario. Siempre se había sentido despreciado en sus páginas y por sus periodistas, aunque ignoraba que uno de los que trataba con la oficina de Bauzá lo llamaba «narco-mandril». Al poner en la balanza lo que creyó haber

entregado —el canal principal y la radio líder del país— y lo que recibió, se sintió desfavorecido. «Me hicieron hacer el peor negocio de mi vida», le reprocharía a Bauzá y a su hermano Eduardo, dijeron testigos de sus broncas. El secretario general de la presidencia también debía absorber los enojos cotidianos de Menem con Clarín por tapas y notas, y también sus amenazas destempladas: —¡Les voy a cerrar el diario! —amagaba, pero jamás lo puso en práctica. Con su propia calma, Bauzá lograba serenarlo. El jefe de Estado prefirió mantener su delegación amigable por razones políticas: creía que necesitaba al matutino. Y empleó recursos como filtrar información sensible por medio del mendocino; sobre él delegó también responsabilidades como convencer a la empresa de la conveniencia de las políticas oficiales y hacer control de daños frente a los temas urticantes si el diario cambiaba elogios y omisiones por líneas incómodas. También dejó en sus manos la canalización de los pedidos de la empresa. Bauzá recibía demandas recurrentes de Magnetto o los dos directivos que pisaban su despacho, Herrero Mitjans y Luis Tarsitano. En general, eran temas relacionados con la compra de canales de cable y créditos, y a veces cuestiones más específicas como una intervención ante el gremio de los canillitas, la resolución de un conflicto con la planta de impresión de Barracas o una exención impositiva de papel. Según un miembro de su equipo, Bauzá veía a Magnetto cada dos o tres meses y hablaban por teléfono con regularidad. Eduardo Menem participó de algunos de esos encuentros. El vínculo entre Bauzá y Clarín, muy comentado en círculos políticos y empresariales —pero poco relevante para el público al que no le interesara el tema de los medios—, cargó al funcionario con un karma: lo consideraban el clarinista del gobierno. Sus detractores internos aún sostienen que el diario nunca publicó una nota negativa sobre él, y que esa protección se extendió más allá de su salida del poder. —¡Eh, sus amigos de Clarín! —les decía Menem a Bauzá y a Enrique Mouján (su asesor de prensa) cuando leía algo que lo disgustaba. En el círculo del presidente se plantearon discrepancias sobre el modo de imponer la paz con el diario de la señora de Noble. El vocero Toledo prefería el eje de comunicación Neustadt-Ramos (dos ex periodistas del diario; Ramos el más vehemente en la impugnación) y el diario La Nación, sostén de la política económica por su apoyo al libre

mercado y el desarrollo agropecuario (93). Esa puja se notó en una reunión de campaña electoral de 1991 en la Quinta de Olivos: en medio del debate, Toledo apuntó a la empresa de la calle Piedras: —La cafieradora se apoderó de Clarín. —Bueno, ahí están todos juntos los de Clarín —le señaló Menem, divertido. Entre los quince presentes, por un azar, en la misma esquina se sentaban los clarinistas Bauzá, Eduardo Menem y Manzano (cuya relación con Magnetto atravesó distintas etapas). Kohan, de más peso político que Toledo, creía que era hora de endurecerse frente al diario, perder la ternura. Siempre sostuvo que el buen vínculo inicial con el diario no le reportaba beneficio alguno al gobierno, aunque sí a algunos de los que trataban con la empresa. En el elenco de Menem se incluía un grupo variopinto de figuras alguna vez relevantes en Clarín: dos de ellos, Octavio Frigerio y Camilión, ocuparon la Secretaría General, y llegarían a interventor de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) y ministro de Defensa, respectivamente; Asís, redactor estrella y autor de la novela Diario de la Argentina, ocupó dos embajadas, la de la Unesco en París y la de Lisboa, y fue un fugaz secretario de Cultura. Antonio Salonia, editorialista y autor de la columna de educación en tiempos del frigerismo, ocupó el Ministerio de Educación entre 1989 y 1992. Frigerio, primer interventor de la petrolera estatal, le advirtió a Menem sobre la inconveniencia de tanta generosidad con el diario. En el recuerdo del hijo del líder desarrollista, el presidente parecía darle la razón, pero luego decidía en dirección contraria. Asís ni se molestó en sacar el tema. Camilión quedó en un protagónico incómodo por la causa de la venta de armas a Ecuador y Croacia: Clarín publicó la primera nota y Menem terminaría preso tras abandonar la Casa Rosada. En cualquier caso, ninguno de los hombres con un pasado en el diario tenía la influencia de los dos Eduardos y de Corach, que siempre alentaron la conveniencia de mantener el mejor vínculo posible (94). Menem no solía defender a sus funcionarios denunciados en los medios. Sin embargo, una noche cenaba en Olivos mientras miraba el programa de Neustadt (el periodista al que prestaba más atención) y se molestó por las críticas a Miguel Ángel Vicco, su secretario privado. Le ordenó al amonestado, quien comía a su lado, presentarse en el set a defenderse. Vicco, inexperto, terminó vapuleado por el conductor y debió renunciar.

Muchos años más tarde, uno de esos hombres cercanos al presidente, Erman González, conocería la magnitud de los efectos que podía ocasionar una mención en Clarín. En la tapa del 22 de mayo de 1999 se anunció su salida como un triunfo: una nota sobre la jubilación de privilegio que cobraba el ministro de Trabajo había desatado el escándalo que le costó el cargo. El diario apoyó el primer tramo de la presidencia de Menem. Al comienzo, sus editoriales hicieron reclamos tibios en defensa de la industria nacional («Sin industria no hay país», señaló el 7 de septiembre de 1990), pero los redactores de Política y Economía advertían que las notas negativas se frenaban. Rubén Chorny recordó que al recibir el tercer «¿Estás seguro?» o «Chequealo mejor» por una investigación que compartía con Bonelli, dejó de insistir. Llamó a su amigo Julio Nudler, ya en Página/12, y le pasó el tema. Uno de los picos de conflicto fue el llamado Swiftgate. En enero de 1991, Horacio Verbitsky, desde Página/12, reveló que el embajador de los Estados Unidos, Terence Todman, se había quejado ante el gobierno por un pedido de coimas al frigorífico Swift, lo cual provocó luego las renuncias de Dromi y de Emir Yoma, ex cuñado y asesor de la presidencia. El Swiftgate se conoció porque en la interna de palacio un sector del Gabinete, enojado con los indultos, empezó a filtrar información a los periodistas que les generaban cierta confianza. Oscar Raúl Cardoso tenía casi todos los elementos de la historia que publicaría Verbitsky. Según uno de sus mejores amigos, había llegado a conseguir la confirmación de Todman. Escribió el artículo, contaron tres de sus compañeros de la sección Política; Sergio Ciancaglini recordó haberlo leído en su segunda versión. Los responsables de la redacción —por pedido de la empresa— le pidieron más evidencias y paciencia. Magnetto no quería ser vanguardia en un tema sensible (se trataba de la familia del presidente). Prefirió establecer una regla general: no iniciaba pero, una vez en la agenda nacional, cubría. En noviembre de 1990 ya usaba el cintillo «Corrupción» sobre sus títulos. En Robo para la Corona, Verbitsky detalló la reacción de los diarios frente a la primera nota de Página/12: los primeros días La Nación fue el más preciso, mientras que El Cronista, Clarín y La Prensa le dedicaron unos pocos centímetros. El diario de la señora de Noble —escribió el columnista— compensó tres días de silencio con un informe especial de dos páginas (95). En 1992, la revista Noticias contrató a Carl Bernstein —quien junto con Bob Woodward destapó el Caso Watergate, que provocó la renuncia del

presidente estadounidense Richard Nixon— para que escribiera sobre la cobertura de los casos de corrupción en la Argentina. El artículo mereció la tapa del 19 de abril. Bernstein aseguró que, según periodistas de Clarín, «por entonces cercano al gobierno», el matutino había tenido las primicias del Yomagate (el blanqueo de dinero del narcotráfico, en el que habría participado la familia del presidente) y las del Swifgate, pero decidió no publicarlas. Escribió: La mayoría de los editores deseaba publicar la primicia del caso Yoma —dice un periodista del diario—. Pidieron algunos cambios menores, nada importante. El reportero fue informado por uno de los editores que no sería publicada ese día. Y tampoco los días siguientes. Finalmente, al cuarto día, la publicó Página/12. El periodista de Clarín fue informado por su director que el diario pensaba que la historia era demasiado pesada, demasiado explosiva (96).

Durante los primeros años de la presidencia de Menem se estableció un circuito informal mediante el cual varios periodistas de Clarín abastecían a sus pares de Página/12 de temas y datos que no podían dar o profundizar en su diario, como el Swiftgate, el Yomagate o una causa que involucraba a Granillo Ocampo, uno de los funcionarios que se mostraron generosos con la empresa durante la adjudicación de Canal 13. Entre los que recibían la información se contaban Nudler, Román Lejtman y José María Pasquini Durán. Magnetto instruyó a la cúpula de la redacción para que hablase con Bauzá antes de imprimir una nota crítica de su área, contó un editor importante. Pero esa instrucción precisa fue una excepción: en la redacción se sabía del vínculo con el funcionario, lo que contribuía a la autocensura. Cuando el jefe de Política Julio Blanck le encomendó a Nancy Pazos una entrevista con el mendocino, le observó: —Nena, no te olvidés que es amigo de la casa. Aunque Pazos pidió que un editor participara de la entrevista —fue Tabaré Áreas—, se envalentonó y preguntó lo que quiso. Bauzá terminó el encuentro de manera abrupta: —Ya está —dijo, y apagó el grabador. Pazos lo consignó en su texto y esperó de pie detrás de Blanck, para ver si dejaba ese final, que no era el mejor para el entrevistado. En ese incidente menor se podía apreciar la presión de los redactores para mantener a la empresa lejos de las páginas. A los jefes les tocaba defender la

pulsión de la redacción —de toda redacción— por hacer un diario de calidad y publicar mucho más de lo que el tercer piso quería, comprometido en su estado de give and take con el gobierno. El juego se desplegaba sutil, con sugerencias: no se canjeaban notas por beneficios gubernamentales, pero las transacciones sucedían sin que se explicitaran. Ese había sido uno de los temas de conversación de Blanck cuando asumió la jefatura de Política en 1992 y habló con sus ex compañeros: «Hay que tratar de estirar los márgenes». A veces pudieron y a veces no. Las críticas internas que padecían los asesores de Bauzá arreciaron porque las notas del matutino comenzaron a sacar de quicio al presidente. Uno de los opositores al buen entendimiento con la señora de Noble y sus directivos se tomó el trabajo de redactar un documento que mostraba el crescendo de invectivas cuando el gobierno no atendía un reclamo de la empresa. El asesor intentó abrir los ojos de Bauzá a los mecanismos extorsivos etéreos: «Clarín —escribió— sube la crítica cuando necesita algo, la baja cuando empieza la negociación y si fracasa vuelve a criticar». La Secretaría General de la presidencia conocía el contenido de algunas tapas antes de que el diario saliera a la calle por el mecanismo endogámico que se había establecido entre el despacho y la cúpula política de la redacción. La Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE) también contaba con un informante en los talleres, que alertaba sobre algunas portadas y artículos, contó un funcionario de Bauzá, quien a veces recibía esos partes. Los operadores de prensa de la Casa Rosada aspiraban a que los temas incómodos se quitaran de la portada, y a conseguir títulos favorables: en general, fijaban su preocupación en la tapa. Clarín era la primera plana de la Argentina. A Bauzá nunca le faltaron argumentos para sostener la necesidad de mantener un buen vínculo con el diario: —No les dejemos Clarín a los cafieristas —dijo en una ocasión, recordó Toledo. Uno de sus pedidos explícitos a Magnetto fue que los medios del Grupo no publicaran información sobre la vida privada de la familia del mandatario. El gerente general accedió menos por la política del buen entendimiento que por su propia convicción: la prensa no debía tratar temas de la vida privada. Se lo dijo a Jorge Fontevecchia la semana en que Menem ordenó el desalojo de su ex esposa Zulema Yoma de la quinta presidencial. El dueño de Editorial Perfil llegó tarde a una reunión por el cambio de la portada de

Noticias. —¿Ustedes van a hacer tapa? —curioseó Magnetto. —Claro. —Nosotros no vamos a publicar nada. —¿Cómo? ¿Ni una línea? —le preguntó Fontevecchia, incrédulo, según recordó. —Vos tenés unas cosas de periodista… Los suyos, en Clarín, consignaron el tema del desalojo e incluso lo llevaron a la tapa. Por su parte, Bauzá sabía cuánto importaba mantener a la Directora al margen de cualquier conflicto. Además, gozaba de su simpatía. Quedó paralizado ante una escena de ira en los jardines de Olivos, cuando Ernestina llegó para un almuerzo y de inmediato incomodó al presidente con una pregunta: —¿Qué le pasa a usted con mis hijos? Menem había permitido que en el canal estatal Argentina Televisora Color (ATC) Guillermo Patricio Kelly denunciara que Marcela y Felipe eran hijos de desaparecidos. La llamó «la innoble señora de Noble». Sin embargo, el presidente compartía la sensibilidad de la Directora: varias veces les había encargado a sus operadores más versátiles que impidieran revelaciones incómodas sobre la vida privada de sus hijos, en especial la de Carlitos. Uno de los funcionarios prodiálogo, Corach, debía recibir a Kelly por instrucción de Menem. El ministro ponía la mente en otro lugar y lo dejaba disertar durante cuarenta y cinco minutos. Corach criticaba que Kelly tuviera espacio en la televisión estatal. Se reunió con Magnetto y le aclaró ese punto: circulaba el rumor de que sus reuniones podían tener el propósito de estimular sus ataques contra la empresa. Ahí residía parte del poder simbólico del gerente general: un ministro se acercaba a dar explicaciones porque conocía la capacidad de daño del multimedios. El visto bueno de Menem a Kelly, en todo caso, reflejaba el enojo del presidente con el diario. La Directora firmó un editorial relevante el 10 de mayo de 1992. Con letras de mayor tamaño y en el mismo espacio asignado al editorial del diario y a los columnistas invitados, «La gente, los medios y el gobierno» se refirió a la libertad de prensa. Le reconoció a Menem sus aportes a la materia, pero lamentó las acusaciones de «delincuentes» a los periodistas «que han

investigado la corrupción» (en referencia a Verbitsky) y que el gobierno hubiese suspendido la publicidad a un diario cuyos artículos le disgustaban. La señora de Noble quería referirse a declaraciones del presidente, ciertamente más suaves, en las que había sostenido que Clarín había mostrado «intencionalidad política» al difundir una «noticia vieja» sobre su ex secretario privado, Miguel Ángel Vicco, quien había dejado su cargo porque se denunció que su empresa le había vendido leche en mal estado a los programas públicos para menores sin recursos. La Directora desmintió que se librase una guerra entre los medios y el gobierno («Desde todas las pantallas se tira contra el gobierno», había dicho el primer mandatario) y concluyó: Clarín es un diario independiente: está cómodo y seguro ayudando, con sus lectores, a que se cumpla un derecho constitucional contemplado en la Constitución Nacional.

A las pocas semanas, el matutino publicó una encuesta de su consultora cautiva, Centro de Opinión Pública (CEOP), en la cual se concluía que «la gente (…) cree, mayoritariamente, que las denuncias realizadas a través de los medios (contribuyen) a afianzar el sistema democrático, y que la prensa actúa en forma equilibrada» (97). El 16 de julio, Menem recibió a la señora de Noble y a Magnetto. La crónica de Clarín, sin fotos, aclaró que habían sido invitados para conversar. El presidente les había explicado que la Ley de Defensa de la Competencia no contenía limitación ni cláusula específica contra los multimedios de prensa. De paso, les había dicho que estaba en contra del fallo de la Corte Suprema que establecía el derecho a réplica. Sin embargo, la tensión continuó. El jefe de Estado impulsó la reforma de la legislación penal para introducir juicios sumarios en casos de calumnias e injurias (un año antes, el tribunal máximo había activado una vieja causa por desacato contra Verbitsky). En septiembre, el oficialismo presentó la llamada Ley Mordaza, que proponía modificaciones en los delitos contra el honor. Dos meses más tarde, Menem declaró al diario El Chubut que se sentía víctima de una campaña de mentiras y de desprestigio, encabezada por «el monopolio creado por Clarín». Creía que Página/12 y el matutino dominante lo describían como un hombre frívolo, rodeado de corruptos y ladrones; por entonces un sector de la prensa progresista se aferró a ciertas marcas de época

—como Pizza con champagne, título del libro de Sylvina Walger— para simplificar las transformaciones que se operaban en el Estado y en la sociedad, con la consecuencia de minimizar su magnitud. En esa entrevista, como novedad, criticó a dos de sus amigos: acusó de mentiroso al Ámbito Financiero de Ramos y dijo que Neustadt pretendía ser el fiscal de la República y darle sermones (98). —¿Cuáles fueron sus errores? —le preguntó La Nación el 8 de julio de 1992. —Sólo uno: haber derogado el artículo 45 de la Ley de Radiodifusión. No medí las consecuencias; lo hice para afianzar la libertad de prensa. Pero esa anulación permitió la existencia de empresas que tienen un canal de televisión, radio, Papel Prensa, un diario y una agencia informativa. Yo no hablo de coartar la libertad de prensa, pero tampoco hay competencia en lo que hace a la información. (…) Es un error que tendremos que subsanar (99). Magnetto prestaba atención a la incomodidad del presidente. Dijo en su biografía oficial: A Menem (…) se lo notaba mucho más preocupado por las tapas de Clarín que por un programa que tenía un tercio del rating del por entonces ascendente (Marcelo) Tinelli.

Aludía al noticiero de Liliana López Foresi, que atacaba al gobierno pero medía 4 puntos contra los 12 de VideoMatch. Para el número uno, se producía un cambio en la cima del poder. Casi todo les molestaba. Desde Magdalena (Ruiz Guiñazú), (Néstor) Ibarra o los humoristas de la radio, hasta un programa de caricaturas en televisión. La cuestión de fondo era una línea editorial que intuían no incondicional (100).

Ese mismo 1991, el diario divulgó el incremento de su tirada: vendía 946.955 ejemplares cada domingo. El año de la hiperinflación, 1989, había causado el efecto colateral de ventas de 477.000 en 1990. Pasado lo peor de aquella crisis, se retomó el crecimiento: 565.000 en 1991, 682.000 en 1992 y 717.000 en 1993, que resultó un récord histórico. La estabilidad económica y la convertibilidad mejoraron la situación del matutino, mientras que sus severas consecuencias sociales en un principio no afectaron a sus lectores. En el verano de 1992, Clarín se presentó en un aviso como el diario líder en circulación en el mundo de habla hispana, por la cantidad de lectores y por la

evolución de su readership (la cantidad de lectores por cada ejemplar). Por primera vez en una historia rica en inauguraciones de plantas y maquinarias, la empresa incorporó una rotativa nueva ese mismo año. Hasta entonces, las compras en el exterior del fundador, muy promocionadas, habían sido de máquinas de segunda mano. A fines de la década de 1980 habían llegado rotativas colombianas que imprimían mal; más tarde se supo que un empleado jerárquico hizo un negocio personal, y se lo despidió. En sus páginas, también se celebraron las novedades del multimedios naciente. Una publicidad informó que Radio Mitre había pasado de 28,4 a 35,8% del total de oyentes entre diciembre de 1989 y diciembre de 1990, mientras que su competidora Radio Rivadavia había bajado, en ese mismo lapso, de 27,8 a 19,6%. Ya en 1992, Canal 13 ascendía en las mediciones de rating (durante la década de 1990 Telefe lideró las mediciones de audiencia). Clarín, que recibía muchos avisos privados, encontró en Canal 13 uno de sus anunciantes más importantes. ¿Qué había pasado entre la derrota de Malvinas y la conformación del exitoso Grupo Clarín diez años más tarde? El único diario que se convirtió en multimedios se había destacado por varias razones. Era la única empresa con coherencia y cohesión interna que tenía un proyecto de expansión. Contaba con recursos simbólicos y materiales; también con sus tapas, sus títulos, el miedo a sus notas y una gran capacidad para influir sobre la política. El resto de los diarios se movía a otra velocidad. La Nación llegó al proceso privatizador inmerso en las tensiones internas de sus decenas de accionistas. Matilde Ana María Noble y Mitre, la madre de los hermanos Saguier, tenía el 17% de las acciones; los Mitre contaban con el 11% cada uno, pero transitaban un período de grandes diferencias internas; los Abella, el 8%. La consultora Price Waterhouse entregó un diagnóstico preocupante: si no se desarrollaba una estrategia empresarial, se corría riesgo. Los Saguier —encabezados por el hijo mayor, Julio— le propusieron a su madre comprar su participación a los accionistas minoritarios o vender ellos. Consiguieron financiamiento y aumentaron su porcentaje accionario a dos tercios. Desde entonces, los Saguier impusieron su control al diario y relegaron a los Mitre, con un modelo familiar al que le agregaron métodos de corporación. De todas maneras, La Nación no aprovechó la ola privatizadora. Menem se reunió con Mitre como parte del acercamiento a los potenciales

compradores de canales y lo invitó a que participase de las licitaciones. Existen dos versiones sobre esa conversación. En una (de un columnista del diario) Mitre agradeció y dijo que no podían porque no tenían conocimiento de los medios audiovisuales. En la otra (de un accionista), Mitre dijo que lo estudiarían. La Nación llegó tarde y no tuvo buenas experiencias. Compró Radio Del Plata como una reacción a la expansión de Clarín en Mitre, sin tener el know how. El mercado de las radios le resultó hostil y le costó adaptarse. Perdió dinero durante dos años hasta que decidió vender. También compró un cable en San Pedro y otro en la ciudad de Buenos Aires y los vendió al poco tiempo. Cuando La Nación quiso entrar al negocio de la televisión, ya salía fortunas y no lo podían costear, como se vio en el caso de Canal 9, de Alejandro Romay. El dueño y creador de Crónica contaba con una gran capacidad para generar audiencias de televisión y de gráfica. Pero García carecía de una empresa sólida que pudiera sostener su proyecto de multimedios. Tenía, además, algunos problemas comerciales —escasos anunciantes, entre ellos—, por lo cual establecía relaciones inconvenientes con la política, como la gran mayoría de los medios. Los Peralta Ramos naufragaban con La Razón; La Prensa no se recuperó ni siquiera con la inversión de la señora de Fortabat. La gran novedad del período, Página/12, era más un fenómeno cultural y periodístico que empresarial. (Y Clarín entraría a Página/12; ver capítulo 6). Ámbito Financiero tenía un proyecto y un entrepreneur decidido, pero perdió todas las licitaciones de medios audiovisuales. Su crecimiento mayor consistió en lanzar matutinos de las provincias. Según información de la Editorial Perfil, hacia 1992 el portaaviones de Magnetto y sus extensiones ganaban 100 millones de dólares anuales, mientras que La Nación y Perfil (la principal creadora de revistas junto con Atlántida), 5 millones cada uno: una diferencia abismal. Además, el matutino de la señora de Noble se destacaba entre los diarios, y ningún emprendimiento audiovisual exitoso —como Radio Rivadavia, y sobre todo el Canal 9 de Romay— intentó crear un multimedios o comprar diarios. La concentración era un fenómeno regional incipiente. Televisa en México y O Globo en Brasil —dos casos testigo— se diferencian del Grupo Clarín de modo sustancial: su fuerte radica en la industria del entretenimiento (novelas, tiras, programas de humor). Por eso se entienden bien con quien

esté de turno en el poder, ya que lo que ofrecen al público no es necesariamente confrontativo. En cambio, Clarín produce o puede producir conflicto con sus contenidos. Magnetto aprendió a administrar ese hecho: la expansión resultó parte de la capacidad de generar problemas o de amenazar con hacerlo. El número uno mantuvo su despacho en la calle Piedras, a un piso de la redacción. En algún momento de la década de 1990 se discutió la mudanza a una de las oficinas que habían comprado en la calle Venezuela, pero el proyecto no se concretó. Como una alegoría de la cultura Pac-Man, en lugar de mudarse, la empresa comenzó a anexar los edificios de la manzana que Noble había descubierto a fines de la década de 1950. El tercer piso pasó a ser el cuarto, porque se construyó uno más. Y posee desniveles propios de las obras que se improvisan. Oficinas que se acoplan, medios que se acoplan. Uno de los innovadores del diario identificó en esas reformas la cultura corporativa. Si Techint es El Vaticano —desarrolló—: todos pulcros con cascos. Molinos (la empresa de alimentos que Gregorio Pérez Companc había comprado a Bunge y Born) tiene una Virgen María en la entrada, que marca su espíritu. Clarín, en cambio, encarna lo inconcluso: una expansión multimillonaria, pero un edificio con arreglos siempre provisorios. En el edificio del diario se tiran y levantan paredes con frecuencia. Los arreglos son pequeños y duran poco. Acaso por eso Magnetto ha preferido mantenerse en el piso superior con el mismo despacho, los mismos muebles.

77. En su tesis doctoral Derecho procesal parlamentario, defendida en 2011, Eduardo Menem dedicó un capítulo a desarrollar su hipótesis sobre prensa y política. Durante décadas los periodistas se habían limitado a tratar los hechos, pero en las últimas los políticos se dedicaban a que los medios reflejasen los hechos. 78. Clarín, 19 de agosto de 1988. 79. La reconstrucción del debate interno se basa en entrevistas con Jorge Rachid, León Guinzburg, José Luis Manzano, Alberto Kohan, Eduardo Menem, Carlos Corach, Humberto Toledo y asesores de Eduardo Bauzá (Buenos Aires, 2010, 2013, 2014, 2015). 80. Clarín, 8 de octubre de 1989. 81. Testimonio de José Carbonelli para el documental Clarín: un invento argentino (2012), de Ari Lijalad.

82. La empresa niega aquel pedido, como también el supuesto pedido de Magnetto a Jorge Rachid para que despidiera trabajadores de Canal 13 antes de la privatización. 83. Ramos, op. cit., pág. 250. 84. Ibid., pág. 252. 85. Clarín, 23 de diciembre de 1989. 86. Clarín, 23 y 31 de diciembre de 1989. 87. En 1984, frente al problema de mantener el crecimiento del diario, Cytrynblum le propuso a Magnetto que le inventara una competencia a Clarín. Se encerró unos días en el Hotel Provincial de Mar del Plata y escribió que el diario se había vuelto rígido y era preciso desestructurar sus formas. Magnetto demoró la respuesta, hasta que dijo que no: quería concentrarse en el mercado audiovisual y no creía en el negocio de los diarios populares. 88. Clarín y La Nación, 21 de octubre de 1989. 89. Ámbito Financiero, 26 de diciembre de 1989. 90. Maxwell pagaba fortunas a sus empleados locales. En el caso del diseñador, un sueldo en dólares, varias veces superior al que cobraba en Clarín. Cuando viajó a Londres le pagaron pasaje en primera clase, un hotel de cinco estrellas y honorarios en efectivo. 91. Cytrynblum aconsejaba a su gente que no usara los teléfonos porque estaban intervenidos. A un secretario de la redacción se le dio a entender que se conocían cambios en su vida amorosa. A otro le pasó algo más grave: jugó con un título falso que involucraba a un ministro, y a los quince minutos el funcionario llamó a un columnista para saber si era cierto. Había escuchas cruzadas de la SIDE y de la empresa. 92. La nota de Clarín anunciaba el nombramiento de Guareschi y el alojamiento de Cytrynblum y Morales para «dedicarse en el futuro a un emprendimiento empresario no periodístico» (Clarín, 21 de enero de 1990). 93. Según Toledo, el columnista político que más frecuentaba a Menem era Atilio Cadorín de La Nación. La única vez que Corach vio a Menem en el acto de leer un diario con detenimiento —Clarín o La Nación— fue al día siguiente de pedirle la renuncia a Cavallo, en julio de 1996. 94. En el caso específico de La Nación, la política de Bauzá tuvo un rasgo novedoso en 1992. Un columnista que nunca se ocupaba de la empresa se reunió con su equipo de comunicación para contarle una sugerencia del director Bartolomé Mitre: que el billete de 2 pesos llevara la figura de su antepasado militar y presidente. Menem lo aceptó de inmediato. En un almuerzo al que asistieron José Claudio Escribano y Mitre, Menem les habló de la importancia de la reconciliación nacional y les anunció que aceptaba la propuesta. 95. Horacio Verbitsky, Robo para la Corona, Buenos Aires, Planeta, 1991, pág. 127. 96. Noticias, 19 de abril de 1992.

97. Clarín, 21 de junio de 1992. 98. Horacio Verbitsky, Un mundo sin periodistas: Las tortuosas relaciones de Menem con la prensa, la ley y la verdad, Buenos Aires, Planeta, 1997, págs. 279-281. 99. Ramos, op. cit., pág. 241. 100. López, op. cit., pág. 299.

CAPÍTULO 4

Ahora dicen que Clarín cambió (1990-1999) (101) El semiólogo Eliseo Verón tuvo una epifanía. Dos instituciones de la República Argentina se parecían a Clarín, concluyó. Una: las Criollitas, las galletitas de agua nacidas en 1943, dos años antes que el diario. La segunda: el Obelisco, edificado en 1936 para celebrar los cuatrocientos años de la ciudad de Buenos Aires. —Clarín —le dijo a Roberto Guareschi— es igual. El todo y la nada a la vez. Corre el riesgo de ser invisible. Durante sus años en París —se radicó en 1971 y sólo volvió a la Argentina en 1995—, Verón se dedicó a la docencia y la investigación. Como consultor, participó en la reformulación de Le Monde, uno de los diarios que integraba el club de los selectos matutinos del mundo, en el cual Clarín aspiraba a ingresar. En los tempranos 90, y como parte de la renovación y modernización del diario, Guareschi lo convocó para que participara del rediseño. Había leído un libro central de su obra, Construir el acontecimiento, y creía que miraba el periodismo en tres dimensiones. Junto con Verón, el Clarín de los 90 contrató por separado a intelectuales heterogéneos: Oscar Landi, Alberto Ure, Alejandro Piscitelli, entre otros. Con una regularidad semanal o bimestral, Verón y su equipo aportaban un informe sobre cómo se hacía el diario y cómo lo recibían los lectores. No era un seguimiento: más bien un desarrollo en profundidad de la posición del matutino y todos sus suplementos de acuerdo con los estudios sobre producción y recepción. Guareschi se obsesionó con una pregunta: ¿qué hacer para dejar de parecerse al Obelisco o las Criollitas? Verón le sugirió que distinguiera al diario. Que dejara de ser el todo y la

nada. El secretario general de redacción apostó a diferenciarse con lo que llamaba la calidad periodística. Algunos años antes, a mediados de 1989, Magnetto había convocado a Guareschi a su despacho para contarle que Cytrynblum preparaba el lanzamiento de otro diario. Le informó que la empresa quería que él lo sucediera en el cargo. Le solicitó ideas para la nueva etapa. Magnetto se cuidó de acusar al ex secretario general: nunca empleó la palabra traición; prefirió deslealtad, pero sólo integrada a su repertorio de chistes, con una alusión recurrente al día de la lealtad peronista. Guareschi ostentaba una serie de cualidades que la empresa valoraba: lucía más profesional, serio y moderno que su antecesor. Hablaba inglés, conocía mejor forma y fondo de los diarios del mundo, se interesaba por ellos. Encajaba mejor en el contexto de la construcción del multimedios. Y —muy importante— carecía de tropa propia en la redacción. No aspiraba a controlarla, como Cytryn. Reconocía un único jefe: Magnetto. En los quince años que llevaba en la empresa, sus colegas y superiores en la redacción y las figuras claves del tercer piso habían observado su desenvolvimiento, sus aptitudes y sus formas de relacionarse. Guareschi había ingresado como jefe de Internacionales en junio de 1976. Su contratación siguió un camino infrecuente: el diario había publicado un aviso en La Razón y Cytrynblum lo había elegido entre los varios candidatos competitivos, como Osiris Troiani. Convivió sin grandes problemas con su antecesor en la secretaría general: pertenecían a la misma generación, pero su jefe parecía mayor. Durante la década de 1980, asumió la jefatura de la sección Opinión, que había crecido durante los tiempos de la transición a la democracia (ver capítulo 1) y también por la entrevista extensa que hacían de manera alternada Jorge Halperín y Carlos Ulanovsky: desde el historiador Tulio Halperin Donghi hasta la presentadora Canela pasaron por la doble dominical, junto con deportistas, intelectuales, artistas, investigadores. Los dos redactores especiales contaban con completa libertad en la nueva era, aun si a Magnetto le disgustaba que Ulanovsky firmase solicitadas sobre comunicación y concentración de medios. La única vez que Magnetto encargó una entrevista, al filósofo católico Thomas Molnar, Halperín la desaconsejó: creía que una figura del pensamiento ultraconservador no

merecía el espacio. Magnetto —en la versión de Halperín— explicó que tenía un compromiso con la persona que había organizado la visita de Molnar a la Argentina. Los entrevistadores se permitieron ciertas licencias al estilo formal del diario. Así cerró Ulanovsky su entrevista al influyente crítico de arte Jorge Romero Brest: —¿Le gusta la historieta? —Nunca me terminé de conectar con la historieta. —Le recomiendo la última página de Clarín. —¿Es divertida? —Sí (102). Guareschi reunía dos rasgos. El primero: su escritura elegante cifraba uno de los anhelos de la nueva era: que Clarín mejorara su prosa. El segundo: desde joven se había interesado en la producción de los diarios. En sus inicios como reportero, había observado cómo Félix Laíño editaba La Razón y tenía apenas veintiocho años cuando se hizo cargo de la redacción de El Cronista Comercial, en los tiempos de Rafael Perrota. Desde que se convirtió en secretario general, Guareschi visitó diarios norteamericanos y europeos, interesado en sus procesos de edición. Le bastó una vez en The Daily Mirror; en cambio, visitó en varias ocasiones USA Today, Newsday y The Washington Post. En 1982, The New York Times tuvo la deferencia de permitirle presenciar reuniones de tapa. Si Cytrynblum creía en su intuición —y en el éxito que devenía de ella—, Guareschi buscaba la excelencia periodística a miles de kilómetros de la calle Tacuarí. Se hizo el hábito de reunirse con Magnetto para consolidar un plan general. Quería producir una transformación integral en un medio de mudanzas lentas e imperceptibles: la quimera de cambiar un transatlántico en movimiento. Por indicación de Magnetto, se había creado el Comité 1 —cuyo nombre, como el del house organ de la empresa, Nuestra Palabra, evocaba el aire a orga del frigerismo— para que directivos y editores discutieran a fondo la reinvención de la nave madre. La empresa temía que Guareschi, por sus modos más intelectuales, hiciera un diario menos masivo. Pero él sabía, como explicó en una de las reuniones a las que a veces asistían José Aranda y Lucio Pagliaro: —El ADN de Clarín es mantener la cosa popular. Al poco tiempo de haber asumido al frente de la redacción, Guareschi

recibió un elogio de Pagliaro en una cultura laboral muy avara en elogios: —Qué bien que titulás la tapa. Había pasado un mes y el gran público no había detectado cambios. Mientras que Cytrynblum redactaba la portada en una máquina de escribir y Dagnino dibujaba el boceto, Guareschi eligió un acompañamiento más horizontal de los secretarios de redacción, y precisaba el número de columnas y la tipografía. Y si su antecesor no solía leerle la tapa a Magnetto (de vez en cuando, tanto él como Morales Solá le anticipaban los títulos, en especial si se trataba de documentos empresariales y, sobre todo, de la UIA), cada noche Guareschi le leía los títulos de tapa: lo llamaba por el interno si estaba en el diario —creía que la SIDE no podía escuchar— o a su casa. Esa novedad confirmaba la unificación entre la redacción y la empresa. Después de varios meses sin contar a nadie la novedad del ascenso, Guareschi se la confió a Ricardo Roa (a quien conocía del periodismo, el gremialismo periodístico y la política de la década de 1970) y a Ricardo Kirschbaum. Los eligió porque los consideraba buenos periodistas y amigos. Pretendía crear un triángulo en la conducción: entre ellos existía inicialmente un sentimiento de lealtad como el que había unido a Cytrynblum y Morales Solá. Los tres habían militado en distintas fracciones del peronismo; Guareschi en la Juventud Trabajadora Peronista (JTP). También había trabajado en Noticias, el diario de Montoneros. Roa provenía de una familia peronista y empezó a militar en el secundario Manuel Belgrano en 1963. Más tarde se incorporó a la Juventud Peronista (JP), pasó por Descamisados y entró a Montoneros. Estuvo cuatro años en la organización e integró la redacción de Noticias (y de El Mundo, el diario del Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo, PRT-ERP). Siguió ligado al peronismo. Durante la dictadura militar trabajó en Canal 9, primero en el archivo y luego en la redacción, de la cual llegó a ser jefe. En democracia, se sumó como productor al programa de Espejo de la Argentina, donde trabajó con Víctor Hugo Morales y en 1985 ingresó al diario de la señora de Noble. El tucumano Kirschbaum, compañero de Guareschi en El Cronista Comercial y de planta de Clarín desde 1976, había simpatizado con el Frente de Izquierda Popular (FIP) de Jorge Abelardo Ramos, uno de los intentos de integrar el peronismo al marxismo, bajo el paraguas de la izquierda nacional, que tuvo su pico de masividad con los 900.000 votos obtenidos en las

elecciones de 1973. Esa historia no los inhibía de predicar un discurso profesionalista, como habían hecho sus antecesores, Cytrynblum y Morales Solá: el ex secretario general de redacción apenas recordaba su simpatía juvenil por el anarquismo y el principal columnista ni siquiera revelaba el destinatario de sus votos. En el diario, la tríada había cumplido responsabilidades diferentes: Internacionales y Opinión en el caso de Guareschi; Política en el de Kirschbaum; Gremiales en el de Roa. De los tres, Guareschi era el que más se había alejado de la política: tenía pocos contactos y era el menos permeable a la rosca con funcionarios y dirigentes. En cambio, los tres coincidían en encontrarle a Magnetto las formas y los estilos de un político: el número uno los conducía. No pensaban siquiera en practicar el entrismo, ni en colar las viejas banderas del peronismo revolucionario. La épica posible era otra: la creación del diario mejor y más importante de Hispanoamérica.

La gente llegó para quedarse A mediados de la década de 1980 Guareschi había usado la palabra gente en un título por primera vez, para presentar una encuesta de percepción de prestigio y poder. En el mundo práctico del periodismo, gente ofrecía la ventaja de su brevedad. Fungió como reemplazo de los argentinos o la sociedad; además, el término pueblo —que, en la percepción del editor, ya no pertenecía al peronismo— tampoco había sido frecuente en los títulos del diario. La redacción incorporó la palabra: «Esto le importa a la gente», se impuso, por momentos, como imperativo. Los redactores debían pensar en la gente: representarla, mencionarla, darle entidad. Los editores escucharon comentarios e indicaciones a tono con el nuevo gran destinatario de la edición: «La pauta no la hacen ustedes: la pauta la hacen los intereses de la gente»; «Averigüen qué quiere la gente, qué le molesta, qué necesita saber». —La gente —recordó Guareschi— correspondía a la época. El pueblo, como pueblo organizado, no tenía sentido desde los 70… y siempre había sido un exceso retórico. El nuevo sujeto comenzó a aparecer con mayor frecuencia en los títulos. Con las encuestas, muchas veces simplificadoras, se procuró darle una validez científica relativa a lo que quería la gente. Como recurso visual se

sumaron a las notas los testimonios destacados con imágenes de caras de ciudadanos comunes para que apareciera —o se confirmara— la presencia de la gente. Al mismo tiempo, se instaló la necesidad editorial de buscar complicidad con el lector en los temas más cotidianos: una cercanía que no conseguían las secciones duras, como Política y Economía. En la tapa, la gente podía aparecer para sostener el resultado de una encuesta o como noticia: «La gente no quiere que se terminen los trenes» (14 de marzo de 1993) «La gente no quiere que Menem se ocupe del fútbol» (6 de junio de 1993) «La gente valora la democracia pero también se queja» (12 de diciembre de 1993) «Nadie defiende a la gente de la mafia de los taxis» (20 de febrero de 1994) «Ganó la gente: el juicio vuelve a la TV» (sobre el caso María Soledad Morales, 1° de abril de 1996)

Internamente, Magnetto se aferró a otra palabra de ese tiempo: el multitarget. Los estudios de mercado destacaban la diversidad social del lectorado del matutino. Un estudio de la empresa comparó la estratificación en 1996 y en 2002. En 1996, el alto y medio llegaba al 45%, contra el 50% del bajo y el 5% del marginal. En 2002, poscrisis de diciembre de 2001, el alto y medio bajaron a 30%, el bajo se mantuvo inalterable y el marginal subió a 30%. En términos absolutos, tenía más lectores en el segmento ABC1 que La Nación, más lectores de sectores populares que Crónica y descollaba entre la clase media (103). —Debía ser un diario multitarget —desarrolló Guareschi—, apoyado en la clase media, pero sin perder la llegada a los sectores más altos. Si no cambiábamos, corríamos el peligro de perder lectores en todo el espectro socioeconómico. Clarín podía reflejar cierta sensibilidad de los sectores medios, pero no se limitaba a ellos. Impregnaba todas las capas: era el canal de información de la mayor cantidad de segmentos de la sociedad, el menos cuestionado y el más reproducido. La radio y la televisión lo seguían porque marcaba la agenda: no

había sido publicado en sus páginas, sino que había pasado. A la vez, Guareschi levantó la bandera del profesionalismo: —Calidad y calidez —repetía como mandato—. Rigor, belleza, claridad, cercanía con la gente. Pedía más descripciones y menos declaraciones. —Las personas concretas se pueden retratar: tienen nombres, edades, profesiones; tienen rasgos de identidad, acciones características, giros verbales. Los escenarios son lugares con direcciones, objetos, sonidos, olores, texturas —detallaba. En el largo plazo, no pudo erradicar el abuso de la cita, al que Clarín le agregaría sus marcas, como el célebre «Ahora dicen…», que fue motivo de burla (por su uso automático) entre las generaciones de periodistas jóvenes. Guareschi sugirió que en las notas se incluyeran diálogos para agilizar la lectura. Prohibió la palabra occiso: la marcada división entre editores y redactores —una de las consecuencias de la renovación— había permitido tales acciones. Los redactores aprendieron a enterrar muchas palabras occisas. En las flamantes computadoras con letras verdes no se tipearon más torrenciales lluvias, citados nosocomios o susodichos, aunque sobrevivieron los cafés de por medio y los hechos consumados, entre otros. Entre los cronistas —tanto los que trabajaban full-time como los que cobraban horas extras— se estableció una jerarquía estética: «Este escribe bien». Guareschi pegó en una de las carteleras de la redacción una nota de Gabriel Giubelino sobre las inundaciones en Goya, Corrientes, con un comentario: «Esto es lo que venimos pidiendo: notas que tengan presencia, que tengan detalle». Se quejaba de la cantidad de conceptos que quedaban inexplicados; cuando indagaba y le respondían «es que no sabemos», se sulfuraba. Pidió contexto, directamente en inglés: background, background, background. En una reunión de editores para analizar los contenidos, Horacio Pagani dijo: —No me quedó espacio para el backgammon… Todos se rieron; también Guareschi. No obstante redobló sus recomendaciones: a la sección Economía le convendría imitar la de The New York Times, donde cada idea se desarrollaba de un modo comprensible para el lector; la de Política debía abandonar la prosa destinada al gueto de sus fuentes. —¿Cuál gente? ¿Cuál es el lector de Clarín?

Le exigían un retrato hablado. Los cambios parecían haber borrado una idea arraigada del comprador del diario sin haberla reemplazado por un perfil nuevo definido. Respondía: —Tienen que escribir para alguien que terminó el secundario. Aludía a una frase que se les adjudicaba a los editores de Gente: «El lector de la revista es una persona sin secundario completo». Cada redactor y editor buscó su propio lector imaginario. Marcelo Moreno le sugería a Alejandro Caravario que pensara en un mozo de café, que cada día tenía el diario al alcance en su trabajo. «Que entienda tu tía ignorante», le sugirieron a un editor; la mujer fue menoscabada simplemente porque el sobrino había dejado pasar dos esdrújulas seguidas, lo que se consideraba —y no como un elogio— hacer literatura. Telma Luzzani, profesora de la carrera de Letras que había entrado al diario como traductora, era ya redactora de Internacionales cuando decidió convertir a la Doña Rosa de Bernardo Neustadt en su lectora. «Escribile a un obrero en Jujuy», le pidieron a Ernesto Semán. Sin embargo él, al igual que su colega de Política, Walter Curia, escribía pensando en sí mismo como lector, según ambos contaron a la tesista Agustina Grigera (104). Rubén Chorny pudo conocer a su target: después de publicar una nota sobre El Bolsón, un lector dejó su vida en la ciudad y se fue a vivir a ese pueblo de Río Negro. Chorny se sintió responsable por esa consecuencia inesperada de su nota y cada tanto lo llamaba. Clarín —recordó— llegaba a lugares que nadie imaginaba siquiera que pudiera llegar. A diferencia de su antecesor, Guareschi prestaba atención a los focus groups de lectores, una de las innovaciones de marketing que la empresa empezó a imponer. Pero con una salvedad. Muchas veces esos focus groups parecían reflejar más un deber ser de los lectores: lo advirtió, por ejemplo, cuando pidieron biografías de Gandhi en la revista dominical. Muchos medios recurrieron a los estudios de mercado, pero Clarín superó a todos en la inversión de recursos para estudiar a sus lectores, saber cómo leían el diario y qué esperaba de él. Se llegó a situaciones poco frecuentes. Para el lanzamiento de Viva, una cámara Gesell debatió el comienzo de una nota sobre un viaje en tren en hora pico: los participantes debía elegir entre la versión del redactor David Wroclawski y la de Roberto Guareschi, contó Claudia Acuña, responsable del lanzamiento de la revista. La gente eligió el primer texto, que comenzaba así:

El tipo corre, desesperado. Mide su tiempo en segundos. Si pierde el rápido, se demora casi una hora el regreso a casa. Su historia es una más entre las de los 300.000 pasajeros que cada día se trepan al Sarmiento. Historias con codazos y maldiciones, historias que hasta incluyen amores imposibles y que reflejan a una ciudad que no tiene tiempo para pedir. (105)

La nota salió en el sexto número de Viva. El secretario general construyó su propia cámara Gesell: dos veces por semana tomaba un café en el bar de Coronel Díaz y Mansilla (el de la esquina del consultorio de su terapeuta) y observaba a los parroquianos que leían Clarín. Le interesaba establecer cuánto tiempo se detenían en cada artículo y detectar en sus gestos qué les interesaba más.

Rediseño, manual, talleres Durante buena parte de la década de 1990 el término fetiche de los jefes fue rediseño. El cambio contó con recursos internacionales gracias al empuje de la redacción, el interés de la empresa en modernizarse y la gran ayuda del tipo de cambio, el uno a uno, que permitía importar tecnología y conocimientos como si un peso valiera un dólar. Se contrataron asesores; se invitó a especialistas para que dieran seminarios; se entregó a una consultora catalana la responsabilidad del nuevo diseño; se importaron modelos de estructura. Gracias a una recomendación del periodista Héctor el Gordo Chimirri, se eligió a Tony Cases. El dueño de un estudio en Barcelona, Cases I Associats SA, acababa de relanzar en España un diario popular, El Periódico, de Barcelona, y Mundo Deportivo. Se pretendía que Cases proveyera belleza y popularidad a Clarín, para que ganara un toque classy —la voz inglesa que el secretario general de la redacción usaba para indicar distinción— y mejorase la calidad del producto. La tapa, propuso Cases, debía ofrecer menos títulos para evitar que compitiesen entre ellos y no se entendiera cuál era la noticia principal; la tipografía debía corresponder a la importancia relativa que se quisiera dar a cada título. Cuando Guareschi visitó París, François Fogel —quien había dirigido el rediseño de Libération y Le Monde, actualizaciones que Régis Debray caracterizó como la televisación de los diarios— le sugirió que pusiera

énfasis en el lugar donde se habría de realizar la reunión diaria de los editores: —El espíritu de Le Monde se descubrió en la terraza —le dijo. En lugares informales, donde la gente hablaba de manera espontánea, se abre el espacio para la creatividad. La falta de terraza, entre otras limitaciones edilicias de Tacuarí, lo impidieron. Después de todo, en pleno auge modernizador, un lustrador recorría la redacción de Clarín para sacarles brillo a los zapatos de los periodistas. Magnetto estimulaba las discusiones sin manifestarse con énfasis sobre lo que se debía hacer y lo que no. No obstante, su apoyo a Guareschi era palpable, y así el renovador consiguió implementar la mayoría de sus propuestas. El número uno lo vivió como un momento refundacional: en su recuerdo, se discutió por primera vez el diario en su totalidad y por qué hacían cada cosa que hacían. El gerente de Producción y Circulación Santos Casalnuovo advertía sobre el riesgo de cambios acentuados que espantaran a los lectores. Guareschi quiso eliminar la trompeta porque le sonaba anticuada y marcial —un comentario parecido al que el propio Roberto Noble había recibido más de cincuenta años atrás—, pero debió concentrarse en calmar la inquietud de los directivos que querían modernizar el diario sin perder ventas y creían que el hombrecito era esencial al espíritu de Clarín. En 1998, ya secretario general, explicó en una columna que el rediseño había sido un hito transcendental en la historia del matutino. Culminaba un proceso de cuatro años de transición sin pérdida de identidad. Le asignó al diario una categoría especial entre los más exitosos: los que son populares y serios a la vez, los que tienen vastas audiencias a la que les entregan rigor profesional. Recordó que en el primer rediseño —en octubre de 1947— se estrenó como colaborador, entre otros, a Randolph Churchill, hijo del premier británico. La novedad había sido la aparición de la figura que enarbola la trompeta. En el rediseño de 1998, el logotipo cambió gradualmente durante noventa días hasta llegar a una última versión. La contratación de consultores externos —como Verón, que trabajaba más con la redacción y Oscar Landi, que trabajaba más con la empresa— para que discutieran los contenidos resultó una novedad en la historia del diario y muy infrecuente en la de la prensa moderna en la Argentina. Algunos editores de Clarín creían que muchas de las opiniones de Verón provenían de alguien sin experiencia en una redacción.

Entre varias de sus contribuciones, el semiólogo alertó a la empresa sobre las consecuencias de la explosión de publicaciones más específicas, las llamadas de nicho. Eso, señaló, irremediablemente afectaría a un diario generalista. Magnetto le preguntó a Guareschi en un memo sobre qué nichos del mercado se podría avanzar: ese fue el germen del diario deportivo Olé. Verón —según Osvaldo Tcherkaski— empezó a decepcionarse porque varias de sus sugerencias de fondo no se cumplieron. El diario no establecía claramente qué pensaba, qué posición tomaba frente a temas importantes. Muchos años más tarde, el editorial de la página 2, «Del editor al lector», intentó cumplir ese pedido, pero tampoco lo conformó. La segunda objeción del consultor se refería al tono paternalista que se empleaba con el lector: consideraba que muchas veces lo subestimaban. El tercer punto apuntaba a dos de las secciones duras: Política y Economía. De acuerdo con Verón, se escribía más para las fuentes o los especialistas que para el público general. La nueva conducción periodística incrementó el poder de los editores: asumieron la soberanía sobre la página. La proporción de editores por redactor aumentó de modo considerable. El diario de títulos necesitaba el esfuerzo máximo en su elaboración y se debía trabajar cada nota en profundidad. Para rescribir los textos e involucrarse en el diseño y la elección de fotos, debían conocer el procedimiento de la gente al recibir Clarín en sus manos: primero miraba la foto, luego leía el título, a continuación el copete (esto puede aludir, según la época, al primer párrafo que iba en negritas o al texto breve que, debajo del título, sintetizaba los puntos centrales de la nota), por fin el epígrafe y una frase o cita que se destacaba en tipografía mayor. Las infografías y otros recursos debían agregarle puntos de entrada a la noticia. Se organizaron capacitaciones, entre ellas un taller sobre el arte de titular. La volanta (el antetítulo) situaba al lector en el tema; el título daba la noticia; la bajada la explicaba. No se podían repetir palabras. Los renovadores convencieron al editor de que su voz era inapelable y que de él dependía que los títulos, la bajada y el copete dieran sentido a la información. «La batalla —le dijeron a una flamante editora, quien llegaría lejos— es por la cabeza de la gente». Cada rediseño —el primero en 1994, y el que marcó un hito en 1998— redujo la cantidad de texto de las notas. Se aumentaron el interlineado, el tamaño de la tipografía y la cantidad de recursos accesorios: números, fichas, destacados. Más adelante se anunció el fin del copete y su reemplazo por la bajada.

En esos cambios influyeron los criterios con que comenzó Página/12, que encarnaba un intento de recuperar la modernización periodística que había marcado La Opinión en la década de 1970. Editores, propietarios y asesores de Clarín acordaban que, desde su salida en 1987, Página/12 parecía en mejores condiciones para sintonizar con la nueva época. Hasta entonces, el diario de la señora de Noble competía con La Nación, y los editores de la redacción de la calle Tacuarí se arrogaban más y mejor información; en las coberturas de importancia —elecciones, atentados desde 1992— el tranco largo de Clarín siempre se imponía. En 1991 se lanzó Segunda Sección para atraer lectores de Página/12. El suplemento dominical que dirigió Jorge el Negro Sánchez —considerado el más osado de los editores seniors, con un pasado frondoso en diarios y revistas, que se había convertido en un reclutador hábil de periodistas para la ambición renovadora— publicaba notas de fondo, desestructuradas e innovadoras, para competir directamente con Página/12. Segunda Sección habilitó el ingreso de temas como la homosexualidad, el psicoanálisis, las drogas, los personajes raros. Contaba con recursos notables para sacarle público al diario que entonces dirigía Jorge Lanata: el redactor —al que se llamaba el writer por la tendencia al Spanglish que inauguraron los modernizadores— llegó a disponer del trabajo de cuatro investigadores. Sánchez firmó con Sylvina Walger la nota de apertura del 11 de abril de 1991: «Antonio Cafiero estaba exultante, lanzado. “Usted y yo tendríamos que hablar a solas”, le dijo a Paula, una rubia rotunda por proa y popa». Describía la conversación ante las cámaras del dirigente peronista con la secretaria de Tato Bores, en su ciclo La leyenda continúa, que se emitía en Canal 13. En un comienzo, Tcherkaski compartía el escepticismo de Guareschi: —Esto no es un diario. Hay que hacer un diario —recordó Tcherkaski que le dijo al secretario general. Juntos elaboraron un sistema de perfeccionamiento interno y de control de calidad, que a veces se convirtió en una tarea policial para los responsables de área. Tcherkaski pasó temporadas en Le Monde y en Newsday en procura de información y conocimiento sobre el tratamiento del material a publicar, la verificación de la información, la claridad en la escritura y los métodos de trabajo de la redacción (grados de democracia interna, rol de cronistas, responsabilidades de los jefes de área). Pretendía cambiar el funcionamiento interno de Clarín.

Pensó en una capacitación que intentase reparar los déficits de formación de los periodistas. Se organizaron cursos y seminarios en el Hotel Plaza. Entre la oferta variada de perfeccionamiento, se brindó un taller de escritura que en su primera versión, de junio de 1996, dictó el escritor Ricardo Piglia: —Cuando lee, el escritor siempre busca desarmar una construcción; el lector de diarios, por el contrario, busca un esquema sencillo que le permite atarse con seguridad y rápidamente en el magma informativo —les dijo a los veinte periodistas que lo escuchaban. También les contó que prefería La Nación a Clarín porque le parecía menos histérico. Hablar un segundo idioma ganó relevancia. La empresa anunció que cada año otorgaría una beca a un redactor del diario para que realizara un master en Periodismo en la Universidad de Columbia, en Nueva York. Años después los talleres en el Hotel Plaza cobrarían dimensiones mucho más ambiciosas: dieron lugar a la Maestría de Periodismo de Clarín, inaugurada en 2000. Primero se intentó organizarla con la Universidad de Buenos Aires (UBA) porque —evocó Tcherkaski— resultaba más afín al lectorado del diario. Las conversaciones con el decano de la Facultad de Ciencias Sociales, Fortunato Malimacci, habían progresado (Magnetto estaba dispuesto a financiar un estudio de radio y televisión) pero por distintas razones el proyecto se truncó. Tcherkaski intentó también con la Universidad Torcuato Di Tella, pero finalmente se instaló en la tercera opción: la Universidad de San Andrés. En 1997 se editó el Manual de estilo de Clarín, cuya creación recayó en Tcherkaski. Como novedad institucional, después del prólogo de la Directora, Magnetto firmó las «Palabras preliminares» en su carácter de vicepresidente ejecutivo y director general: A escasos tres años del 2000, el fenómeno de la comunicación se ha convertido en el gran protagonista de este fin de siglo. La oferta de la información, tal como la realidad, se amplía, se diversifica y se hace cada vez más compleja. Las fronteras desaparecen.

El manual se proponía constituirse como herramienta para los periodistas del diario, explicó Guareschi en su propia introducción, pero también como referencia para otros colegas: el primer intento de exportar el modo Clarín fuera de la calle Tacuarí. Sus palabras estaban a tono con la idea de la accountability: si los poderes debían rendir cuenta, los que escribían las notas

debían cumplir los procedimientos. «Queremos ofrecer más elementos para transparentar nuestro trabajo y para que nos puedan juzgar por él y pedirnos cuentas». El manual ofrecía los apartados de «Aspectos legales», «Principios generales», «Producción de los textos», «Edición de los textos», «Ortografía y gramática», «Tratamiento y protocolo», «Diccionario de dudas» (106) e indicaciones para fotografía, infografía y diagramación, secciones que ganaron jerarquía a lo largo del proceso de renovación. Las bases de la política editorial sorprendieron por algunos enunciados. El primero, una impugnación: «Clarín rechaza toda presión política, económica, religiosa, ideológica o de cualquier naturaleza». Y luego una línea de peso: «La independencia económica de la empresa periodística es condición esencial para la independencia ideológica de la información que ella publica». Esa frase, ubicada como al pasar, tenía una importancia notable. Reconocía que la dependencia económica —que Clarín había padecido por décadas— resultaba incompatible con el ejercicio del periodismo y asumía, sin decirlo, que la mayoría de los medios no contaban con una masa de lectores y un grupo de anunciantes que sostuviera su propia independencia. Así, el diario afirmaba que había conseguido mayor autonomía del Estado y sus redes. En la presentación del manual participaron el director de la carrera de Comunicación de la UBA, Luis Alberto Quevedo, y el secretario de Extensión y Cultura Universitaria, Jorge Bernetti. Fue el comienzo de una serie de presentaciones —hubo otras en la Universidad Católica Argentina (UCA) y en la Feria del Libro de Buenos Aires: una mesa sobre el futuro de los diarios con Oscar Landi, Heriberto Muraro, Eliseo Verón y Tcherkaski— para impulsar el texto, cuya primera edición se agotó rápidamente. Tcherkaski también invitó a otro semiólogo, el holandés Teun van Dijk, autor de trabajos notables sobre análisis del discurso, a que dictara un seminario interno. Van Dijk se sorprendió: ¿un diario del fin del mundo interesado por escucharlo e implementar sus sugerencias? Su conferencia recibió elogios entusiasmados de los editores, pero también chocó con cierto antiintelectualismo latente en la cuadra. La frase «Está todo bien, don Van Dijk, pero no entra», se convirtió en un chiste repetido.

El cambio en cada página Guareschi pidió a cada sección que planificara una estrategia de mediano plazo. Cambió las rutinas de la redacción: se terminó la bohemia de alargar los cierres para luego salir a comer afuera con los compañeros y se exigió que los contenidos se entregasen temprano. La primera reunión de sumario pasó de las cuatro de la tarde a las dos; la de cierre, de las nueve de la noche a las ocho. En el primer encuentro diario, el secretario general comenzaba por evaluar lo publicado y lo comparaba con el tratamiento de esos mismos temas en la competencia. Luego hablaba de las notas que él no había logrado terminar de leer: si su interés decaía, lo mismo pasaría con el del lector medio. Pedía que se pensara bien en la diagramación y las fotos. Varios de los que participaron de esas reuniones recordaron conversaciones edificantes pero también cierto temor a la figura del editor y algunos comentarios obsecuentes. La tendencia a arrevistar los diarios, que había comenzado en la década del 80, había despertado el interés de Magnetto. En 1987 invitó a su despacho a Hugo Asch, el subdirector de la revista La Semana. —Cuénteme cómo se hacen las revistas —le pidió al joven de veintinueve años entonces. Su preocupación también eran los chivos: —Esa sección, Todo Nuevo, que cuenta novedades como la llegada de McDonald’s a la Argentina, ¿se cobraba? ¿Eh, eh, eh? Asch asumió como secretario a cargo de Información General y sus subsecciones. La llegada masiva de periodistas de semanarios y mensuarios a la redacción de la calle Tacuarí ocurrió en la década de 1990. Desembarcaron los atlántidos, como se llamó a los que provenían de la Editorial Atlántida: Gerardo Heidel, Roberto Fernández Taboada, Luis Dieguez, Adrián van der Horst y Luis Pazos, entre otros. Traían grabado a fuego el imperativo de Samuel Chiche Gelblung: «O tenés la nota o te mato». Asch, ya en Clarín, se enfureció cuando Gente entrevistó a Carlos Monzón en prisión. Cytrynblum lo calmó: «Si es bueno, consignalo. Y después lo hacés vos. Hasta que no salga en Clarín no pasa nada». Pazos, encargado de Policiales, daba clases sobre cómo arrevistar un diario. «Nunca hay que escribir: “Ayer a las 14.30 mató a su novia de un escopetazo en Villa Caraza”. Hay que entrar así: “Fijó sus ojos en los de ella.

Con la mirada del adiós, le dijo: ‘Perra’. Y disparó”». Los atlántidos competían por la autoría de la cabeza —como se llama al primer párrafo de una nota— más osada. Los nuevos explicaban que para que el lector visualizase una cantidad grande de gente no había que escribir «60.000 personas» sino «una cancha de River llena». Los atlántidos recomendaban lo que Pazos llamaba «la prosa cinematográfica»: contar lo que pasó con el detalle de cuadro a cuadro. Pazos cubrió un accidente en Mar del Plata: un bote se dio vuelta y causó la muerte de todos los tripulantes, pero se rescató un solo cadáver. Tras consignar los gritos de los deudos y su desesperación, lo denominó «el muerto de todos»: cada familiar quería que ese único cuerpo fuera su ser querido. Repitió la fórmula en otro naufragio, en el que se ahogaron dieciocho chicos y el paisano que manejaba el bote se suicidó. Tras despachar el hecho en diez líneas, se entregó a desarrollar el relato del duelo: «Desde el interior de las casas precarias se escuchaban los gritos de dolor». Guareschi le fijó el límite: —Si pasamos de esto, es telenovela. Precisamente por el criterio noticioso de proximidad, Información General experimentó un cambio y diversificó sus temas con el nuevo ímpetu del arrevistamiento. Pero la prioridad de la sección fue otra: ayudar al lector en la vida cotidiana, dotarlo de claves para vivir. Se fortaleció la subsección Consumo, con notas sobre los gastos para las fiestas de fin de año o el inicio del ciclo escolar. También creció la página solidaria, que contaba con los aportes de Juan Carr, el titular de la fundación Red Solidaria, quien solía visitar la redacción. La página de los jubilados recibía información de un periodista que también trabajaba en el Programa de Atención Médica Integral (PAMI) y publicaba las entrevistas de Enrique Sdrech a adultos mayores. Cobraron importancia Salud y Vida cotidiana. Entre algunos editores de la sección y un par de redactores se estableció un implícito territorial en la ciudad de Buenos Aires: como Caballito encabezaba el ranking de lectores —comentó Oscar Finkelstein— un robo allí merecía más espacio que otro similar en otro barrio. Belgrano, Palermo, Recoleta, Caballito, Almagro y San Telmo estaban jerarquizados. Ante un choque de domingo de madrugada se repetía la pregunta: —¿Dónde? La combinación Aldo Bonzi-Renault 12 recibía menos espacio que Belgrano-Volkswagen Gol. Guareschi aseguró que nunca dispuso esa territorialización.

En un diario de grandes recursos, un redactor de Información General del turno matinal llegaba a las ocho y contaba con un auto de la flota del diario para salir. Quedaban diez personas como retaguardia —aunque todavía no existía la edición online—, incluidos un jefe de redacción de la mañana y un jefe de noticias. De fondo se escuchaba la radio policial y también las AM y FM. El asesinato de la joven catamarqueña María Soledad Morales fue uno de los temas de mayor repercusión en Información General durante la década de 1990. El padre de uno de los acusados, el diputado nacional peronista Ángel Luque, le dijo a uno de los enviados de Clarín, Dieguez: —No fue mi hijo, porque yo puedo hacer desaparecer el cadáver tranquilamente, y no lo hice desaparecer. Tras leer la nota, del diputado Simón Lázara llegó a la Sala de Periodistas y anunció que plantearía el desafuero de Luque. En un primer momento, Luque desmintió al diario. Pero el diputado ucedeísta Francisco Durañona y Vedia habló con él para que lo reconociera, precisó el cronista parlamentario Armando Vidal. Al poco tiempo perdió sus fueros y debió marcharse del Congreso. La cobertura de Luis Pazos se caracterizó por un protagonismo personal tan intenso que el diario decidió apartarlo del caso. —¿Cómo está su amigo Ramón Saadi? —le preguntó Magnetto sobre el gobernador catamarqueño la única vez que se cruzó a Pazos, de casualidad, en un pasillo. En Espectáculos, bajo la supervisión del Negro Sánchez, con una resistencia leve de la vieja guardia, llegó una nueva generación desde Página/12 y el Taller, Escuela, Agencia (TEA): Marcelo Panozzo, Marcelo Figueras, Walter Domínguez y Daniel Leiva, entre otros. Aumentaron los recursos y el presupuesto. La agenda ganó importancia cuando se comprobó que un pequeño anuncio podía aumentar la concurrencia a un show. Los jefes pedían que no se temiera a lo popular. Mandaron a cubrir a Arequito el fenómeno Soledad Pastorutti sin detenerse solamente en el disco o la presentación. Como el actor Enrique Pinti y el grupo humorístico Les Luthiers, por algún tiempo Soledad representó el espíritu del suplemento. No estaba permitido burlarse de los fenómenos masivos. Del Mazo pensó que lo echarían cuando tituló «Gracias a Dios» la nota que anunciaba que Juan Luis Guerra dejaría la música para dedicarse a su vida espiritual. La renovación también le dio mayor importancia a la televisión, antes relegada

por el cine y la música. Hollywood, a su vez, le quitó líneas al cine de autor. Creció el rock: periodistas del suplemento joven Sí escribían en Espectáculos, y viceversa. Se estimulaba el empleo de oraciones cortas y el recurso de «pensar en la imagen» para, supuestamente, competir con la televisión. La muletilla de aquel momento era «masividad y prestigio». El elenco de críticos se destacaba: Federico Monjeau y Gabriel Senanes en música; Rodolfo Hermida en televisión; Irene Amuchástegui en tango, Laura Falcoff en danza, Olga Cosentino en teatro. El crecimiento de los medios del Grupo se reflejó en Espectáculos. Algunos jefes resistieron el avance de la cantidad de coberturas sobre lo que había en Canal 13 y, en menor medida, Radio Mitre. En los 90 no existía aún dentro del diario una conciencia de la magnitud de la expansión. Cuando se descubrió que un editor de la sección recibía dinero de Atlántida para mejorar la presencia de Telefe en las páginas—un hecho silenciado, que refirió un integrante de la conducción—, el presunto sobornado marchó a Siberia por una década. La empresa no cambió su decisión sobre el espacio de los medios hermanos en el portaaviones: aumentó gradualmente y se potenció cuando Marcelo Tinelli se hizo artista del multimedios: los editores se rotaban para cubrir sus programas. Otras primeras figuras gozaban de protección por razones ajenas. En el caso de Gerardo Sofovich, su tío había sido abogado de la Directora y había legalizado las adopciones de sus hijos. Roberto Giordano tenía indemnidad en la subsección Replay, que repetía situaciones de la televisión en general en tono de mofa: peinaba a la señora de Noble. Fotografía ensayó su propia modernización. Diego Goldberg entró en 1996 con el propósito de expandirla. Había trabajado en la agencia Sigma e hizo un diagnóstico lapidario sobre la sección. Destacó la herencia de las décadas del 60 y el 70: el profesionalismo escaso y la falta de formación. Hasta ese momento Fotografía, en la evaluación del nuevo jefe, había funcionado como un servicio: para salir a hacer una nota un redactor necesitaba un auto, un chofer y un fotógrafo. Goldberg pretendió recategorizar al fotógrafo como periodista: que su cobertura fuera independiente de la del reportero. Con un plantel de 80 personas, Goldberg contrató a mujeres como editoras. El abuso del retrato como recurso —si se anunciaba un aumento a los jubilados se ilustraba con la cara del ministro de Economía, por ejemplo — se terminó. Se distinguieron las producciones especiales en áreas como

Cocina y Moda, y se inauguró la subsección En Foco, un reportaje fotográfico dominical. El editor les pidió a los fotógrafos que buscaran una idea de historia para desarrollar: Santiago Porter presentó un reportaje sobre los familiares de los muertos en el atentado contra la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), que se publicó en 2007 con el título de «La ausencia»; Alejandra López retrató mellizos que llegaron a la tapa de Viva (y años más tarde ella misma sería madre de mellizas). La disparidad salarial persistió: en el año 2000 los sueldos oscilaban entre 800 y 10.000 pesos (dólares de entonces) y convivían distintas formas de contratación: había fotógrafos permanentes, factureros y eventuales. A medida que la sección ganó espacio, surgieron tensiones con los editores periodísticos, que ostentaban la soberanía de la página. Uno de los hitos de la sección fue el libro Argentinos, retratos de fin de milenio, que tuvo una tirada de un millón y medio de ejemplares y se regaló con el diario del domingo 5 de diciembre de 1999. Durante todo este año —se anunció una semana antes—, un equipo de veintiocho fotógrafos y cuatro productores peregrinó todos los rincones de la Argentina para armar con sus imágenes este libro, auténtico rompecabezas de nuestra identidad. Se recorrieron 68.100 kilómetros, se utilizaron 1.050 rollos de película y fueron tomadas 16.800 fotos tanto en las grandes ciudades como en los pueblos y parajes más remotos, para que cada argentino se reconozca como en un espejo y se sienta protagonista de este testimonio, de este homenaje de Clarín a sus lectores.

Guareschi también planteó sugerencias de renovación para la sección Editorial, como por ejemplo que se abriera a temas nuevos para evitar los comodines atemporales de la falta de inversión en el transporte o el estado de las veredas porteñas. En 1993 Kirschbaum reclamó que se le diera espacio y énfasis a la defensa de las instituciones, para reflejar un nuevo lema de la empresa y de la propia conducción periodística; también se estiraron los márgenes para tratar la prevención del Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (SIDA). Los integrantes de la sección consideraban que la página se mantenía por inercia y para decir algo cada tanto. Según un estudio interno, el 7% de los lectores de Clarín leía los editoriales; en la percepción de los jefes, la mayoría eran ancianos y funcionarios públicos. Magnetto recibía los editoriales todos los días, como también la columna de los viernes de Marcelo Bonelli y la dominical de Eduardo van der Kooy. Si rechazaba un editorial no daba detalles o razones, pero eso ocurría rara

vez; como medida de prevención siempre se contaba con dos textos suplentes. Hacia 1994, en la sección trabajaban Julio Sevares, Mabel Thwaites Rey, Fabián Bosoer y Claudio Martyniuk. Como todos eran docentes universitarios y/o investigadores, Guareschi les indicó que se reunieran con las fuentes, que salieran a comer o a tomar un café para interactuar más con el mundo exterior. «Hay que jugarse más», le pidió Guareschi a Sevares, responsable de la sección; sin embargo, las veces que eso sucedió los editoriales no se publicaron. En ciertos períodos, Thwaites Rey pudo escribir sin restricciones sobre el caso que había trabajado en la universidad, las empresas privatizadas, como cuando las telefónicas perdieron su virginidad al calor del conflicto con el Citicorp Equity Investments (CEI). Un solo tema permaneció intocable desde los tiempos antiguos del editorial: Ernestina Herrera de Noble —a quien siempre le importó la página — ordenó la inmunidad total para los perros. Tenía media docena que viajaban en una camioneta especial para ellos y gozaban de las vacaciones en Uruguay junto a ella y sus hijos. No había que sumarse a la ola de quejas porque sus dueños no recogían civilizadamente los desechos caninos de las plazas y las calles. La renovación resultó más complicada en la sección Política que en otras. Existía un prejuicio arraigado sobre la tarea de sus periodistas: escribían para las fuentes y tendían a centrarse en la vida interna de los partidos. «Contá lugares y personajes», le pidió Guareschi a Julio Blanck cuando le tocó cubrir un congreso partidario en 1990. La profesionalización también consistió en que la cobertura de las fuerzas policiales y las fuerzas armadas tomara distancia de los organismos. Internacionales fue una de las secciones más beneficiadas con el impulso modernizador y con el uno a uno. En 1991 el diario combinaba escasos corresponsales con restricciones presupuestarias. Inicialmente nadie viajó a cubrir el desmoronamiento del socialismo en el verano europeo de 1991: «La Unión Soviética deja de existir» fue el título principal de la tapa del 30 de agosto de 1991, que conducía a una nota interior de Enrique Alonso escrita en Buenos Aires. Oscar Raúl Cardoso llegó de urgencia para seguir la cobertura in situ y a fin de año Telma Luzzani se instaló en Moscú durante un mes. En contraste notable, otro gran acontecimiento, los atentados del 11 de

septiembre de 2001, permitieron que Clarín ostentara su crecimiento. El día del ataque a las Torres Gemelas cinco periodistas se encontraban en Nueva York por distintas razones (un sexto, Gabriel Giubelino, viajó a «hacer color» y contó cómo fue el primer sábado a la noche después de los atentados). El diario tenía un corresponsal en Washington y otro en Nueva York. «La guerra», la portada del 12, incluyó la marca propia: «Fui a las Torres Gemelas horas antes con mi hijo de 10 años», se tituló la columna de Van der Kooy. Ese día se publicaron fotos a página entera y los chistes de contratapa se reemplazaron por una nota de Jorge Göttling: «Desde ayer, nadie se siente a salvo». Entre un acontecimiento y otro, Internacionales consiguió establecer la más importante red de corresponsalías de un diario argentino: en 1997 la de Washington se sumó a las diecinueve que ya existían; a la inauguración asistieron el embajador argentino ante la Casa Blanca, Diego Guelar, y el ex embajador norteamericano ante la Casa Rosada, Terence Todman. Además de los corresponsales, los enviados especiales viajaban por el mundo gracias a las ventajas del tipo de cambio y el interés de Clarín por establecer el registro propio. «Somos el diario de mayor venta en habla hispana», funcionaba como la nueva muletilla de los periodistas viajeros para conseguir notas y acceso. La sección de Economía, y en particular el suplemento dominical, se habían ajustado a los cambios en la Argentina y en el mundo con la incorporación de nuevos temas, que relegaron a los antiguos: la industria, el acero, el petróleo y las automotrices eran cuestiones del viejo país y el viejo Clarín; el suplemento económico, la encarnación de ese cambio, dio más espacio a los servicios, el marketing, las finanzas, el management, el software, el dinero, las tarjetas, las empresas. Se acompañaba el proceso privatizador y de defensa de la convertibilidad, como la gran prensa, y del empresariado nacional, pero nunca hubo instrucciones en ese sentido, según aseguraron algunos periodistas de la sección. Bonelli mantuvo su lugar estelar. Combinaba una agenda sin límites, enorme acceso a las fuentes y una condición de perro de caza para conseguir documentos y primicias. Sus notas se ilustraban con las personas que nombraba siempre que no sufrieran vetos momentáneos, como fue el caso de Héctor Méndez, de la UIA. Guardaba sus modos de preguntador agresivo para la televisión y la radio, donde se había propuesto representar el sentido común.

Al igual que antes de la renovación, Bonelli abastecía a Magnetto con memos semanales donde desarrollaba la información que no incluía en sus columnas, desde el mundo de los negocios hasta la repercusión de algunos artículos del matutino entre los empresarios. Aprovechaba esas líneas para atacar a sus enemigos internos, ya numerosos, en la redacción. La información también circulaba en sentido contrario: el número uno solía llevar primicias a Economía, derivadas de sus intercambios con otros empresarios. Pero pocas veces se tradujeron en una nota. Nunca discutió procedimientos profesionales, que desconocía y no le interesó aprender: confiaba, decía, en sus periodistas. Pablo Maas, quien había trabajado en The Economist y Reuters, entró al diario en 1995 para dirigir el suplemento económico. Intentó despersonalizar las coberturas (no hablar de cavallismo o machineísmo) para poner el foco en las políticas que se trazaban. También procuró cuidar que quedaran fuera de la agenda los temas que podían presentar conflictos de interés con el diario. La multiplicación de negocios muchas veces lo hizo imposible: lo que se publicara sobre las telefónicas, por ejemplo, afectaba a la empresa. Sólo una vez Guareschi hizo una observación sobre una tapa: «Las nuevas cooperativas». La nota, sobre las fábricas recuperadas, parecía fuera de registro: en el segmento ABC1 la autogestión de los trabajadores no gozaba de grandes simpatías. También cobró relevancia el suplemento Rural. Héctor Huergo, un especialista y ex funcionario de Felipe Solá durante su paso por la Secretaría de Agricultura nacional, tenía gran ascendencia en el mundo agropecuario y fungió como puente entre la empresa y el sector. Deportes constituyó un caso especial en el cambio drástico que sufrió la redacción. En principio, la sección no se vio afectada: mantuvo la misma conducción, Juan de Biase, y su principal columnista, Horacio Pagani. Ambos representaban la ideología futbolística que Clarín había encarnado por largo tiempo: el menottismo, contrario al bilardismo. Pero en 1993 Guareschi encargó a Roa que profesionalizara la sección y cerrase las antinomias. Poco tiempo pasó hasta que Roa se enfrentara con Pagani. Tras una pelea furiosa, dio poderes especiales a Julio Marini y Mariano Hamilton, los líderes de la contrarrevolución. Decidieron que el suplemento se imprimiera tres veces por semana en color, que se cubriera todo el ascenso y que se firmaran las notas de los domingos, una medida que la vieja guardia —y Pagani en

especial— rechazaba por considerar injusto que un redactor firmara el día de mayor venta de la semana y que a los columnistas estelares les tocara el lunes, de tirada menor. En adelante, el Deportivo careció de una ideología y un entrenador de referencia. Primaron afinidades personales —Pagani, aún influyente, con Alfio Basile; Miguel Ángel Bertolotto con Daniel Pasarella y un entendimiento general con Julio Grondona. La renovación y la modernización le dieron a Clarín una cantidad considerable de premios internaciones que estimularon su autorreferencialidad. El protagonismo del medio y sus hacedores creció. Títulos como «Premian nueve infografías de Clarín» o «Clarín ganó 21 premios internacionales de diseño», proliferaron a su gusto. Algunos premios relevantes coincidieron, incluso, en tapa: los titulares «Premio Rey de España a un periodista de Clarín» y «Sábat, ciudadano ilustre» anunciaron, el 9 de diciembre de 1995, la distinción que recibieron Daniel Santoro por su investigación sobre el tráfico de armas y el dibujante Hermenegildo Sábat, honrado por el antiguo Concejo Deliberante de Buenos Aires.

Cambio climático Durante la década del 90 la redacción de la calle Tacuarí se convirtió en el lugar más codiciado del campo profesional periodístico de la Argentina. Pagaba los mejores sueldos del mercado, quincenal y puntualmente, y un doble aguinaldo; ofrecía la cobertura de medicina prepaga de Medicus; garantizaba una exposición masiva, con foto y firma para los cronistas, y sobre todo facilitaba una suerte de segundo apellido —«Fulano de Tal, de Clarín»— que abría todas las puertas del sector público y el privado. Cuando un redactor no conseguía algo, le preguntaban una sola cosa: «¿Le dijiste que eras de Clarín?». En una ocasión se escuchó a Vicente Muleiro reprender a su mejor amigo desde los teléfonos de Política: «Tardo menos en encontrar a un ministro que en encontrarte a vos». Algunos jerárquicos utilizaron ese abracadabra hasta para ahorrarse multas de tránsito. Se podría especular con un complejo de Edipo laboral: la frase «Qué frío hace afuera» se popularizó en la redacción. Sin embargo, la cuadra tenía su propio clima, literal y metafóricamente. En invierno, el calor agobiaba: un médico que se acercó para que Ulanovsky lo entrevistara le comentó que era la temperatura ambiente de un

geriátrico. En verano, el frío obligaba a los empleados a llevar una prenda de abrigo. Y durante todo el año la arquitectura —siempre en mudanza— del edificio causaba una baja en los niveles de oxígeno que se acentuaba cuanta más gente llegaba desde la media tarde. Daniel Arias, periodista de temas de ciencia y tecnología, conectaba un ozonizador. La toxicidad real se mezclaba con una atmósfera de pesadez, según destacaron de modo espontáneo más de treinta de los entrevistados para este libro. Casi todos la identificaron una vez que dejaron la empresa. Capas geológicas de editores y redactores en Siberia; asalariados que vegetaban para mantener el carnet de Medicus o los cuarenta días de vacaciones que provee la antigüedad; los bandos —tu gente, mi gente, su gente— y las camarillas. Algunos ilustraron su relación con el diario con imágenes más fuertes: «un falso Estado de bienestar», «un marido golpeador que te da todo». En una primera tanda de incorporaciones, a comienzos de los 90, Magnetto recibió a los nuevos contratados. Le ofreció un café a Sergio Ciancaglini y hablaron de temas generales. Ya hacia finales de la década comenzó a preocuparse por el costo de las indemnizaciones que implicaba desmarquizar (el neologismo que estrenó ante Morales Solá cuando anunció la salida de Cytrynblum) el diario: —¿Por qué le voy a pagar a ese? ¿Eh, eh? ¿Eh? ¿Ustedes están en pedo? —se resistía el número uno. Mantuvo empleados sin funciones y, según contó un editor, le pidió a la gerencia de Personal que sutilmente sofocara a los desplazados: que les computara las llegadas tarde y les señalara su tiempo ocioso. También se podían percibir elementos positivos en el aire de la redacción durante los primeros años de la renovación. La línea de la empresa sintonizaba con los sentimientos de la mayoría de los periodistas: el antimenemismo, en el que convivían la impugnación moral, la incomodidad estética, cierta broncas por las consecuencias sociales. Magnetto había descubierto las banderas del progresismo —un mar amplio y a veces inocuo— y estaba lejos del gobierno al que le criticaba en sus páginas editoriales el aumento de la pobreza y la desocupación, y destacaba los casos de corrupción gubernamental. Clarín actualizaba aquella regla —o acaso leyenda— de Jacobo Timerman en La Opinión: «De izquierda en cultura, de centro en política y de derecha en economía». El diario de la señora de Noble se inclinaba por una tenue centro-izquierda en política (en un país llevado a la derecha por la presidencia de Menem), de

centro-derecha en economía (apoyo de las reformas estructurales y de la convertibilidad) y de centro-izquierda en cultura. El «centro y algo» estaba a la moda. En ese contexto, la redacción actuaba con libertad, otro factor que volvía a Clarín apetecible como espacio de trabajo. Cuando la empresa se alejaba de la Casa Rosada se acercaba a los procedimientos profesionales. Durante el inicio de la renovación a muchos de los recién llegados les causó extrañeza el nuevo empleador, por el contraste entre los grandes recursos y cierto provincialismo. Los sorprendía la generosidad de las fuentes, fundada en la repercusión de los artículos. Hacia el final de los años de Cytryn en la redacción trabajaban catorce mujeres periodistas y la mayoría firmaba las notas con sus iniciales. El 8 de marzo de 1989, Día Internacional de la Mujer, Ana Alé escribió el nombre de cada una en una cartelera. En agosto, Asch mandó a Cynthia Lejbovich a cubrir la fiesta de aniversario del diario: —¿Qué hace esta mina acá? Sacámela —le dijo Cytrynblum a Asch. La Directora prefería una presencia moderada de mujeres en las páginas de su matutino, y desde luego, en la celebración de cada 28 de agosto. Tras la cobertura estelar de la llegada de Juan Domingo Perón a su residencia de Gaspar Campos en 1973, que realizó Alicia Lo Bianco, había exigido una redacción de varones, con pocas excepciones, como su amiga —e institución del diario— Cora Cané. Con los años, la señora de Noble se abrió a cierta democracia de género. En la década del 80 se mandó a una mujer por primera vez a una cobertura internacional de importancia (Susana Colombo, al terremoto de México de 1985) y se permitió que las periodistas crecieran en importancia, en especial en las llamadas secciones blandas. Política quedó a la retaguardia: María Luisa McKay, que ingresó en 1989, fue la primera redactora con firma. Algunos hombres que pasaron por el servicio militar obligatorio identificaron en la redacción situaciones, palabras y miradas análogas a las que provocaban los encierros prolongados en los cuarteles masculinos. Un editor de Información General había colgado en su escritorio un cartel que suponía divertido: «Por bien que hable una mujer, lo que le sienta es callar». Se lo arrancaron en un conflicto gremial. Con los cambios de la década del 90, las mujeres ganaron responsabilidades. Acuña hizo el lanzamiento de la revista Viva; María

Seoane, el del suplemento Zona. La sección semanal Mujer, previsiblemente, quedó a cargo de otra mujer: Andrea Rabolini, hermana de la modelo Karina. En 1996 ingresó Silvia Fesquet, quien en 2003 ya era una de las cinco periodistas de mayor rango. Nancy Pazos, redactora a cargo de cubrir el gobierno de Menem, les dijo a sus ex compañeros de Sur y El Cronista Comercial: «Clarín es Dios para la política». Fue una de las primeras a las que se les permitió destacarse en otro medio del Grupo: en 1996 entró a Radio Mitre con un sueldo —8.000 dólares — que ni siquiera ganaba un editor importante de Política, donde en general no pasaban de 6.500. Pazos renunció dos veces. La primera, por un comentario inapropiado de uno de los mayores responsables de la redacción. En 1994 le pidieron que confirmara un dato con el ministro del Interior. En su despacho, Carlos Ruckauf atendió el llamado del superior de la periodista: «No, hasta ahora no conseguí ni que se quitara el saco», dijo, con la complicidad que se permiten ciertos hombres. Según la versión de Pazos, renunció al volver a la calle Tacuarí; después de aceptar las disculpas de la autoridad del editor jefe, decidió quedarse. Presentó su dimisión por segunda vez —y fue rechazada por segunda vez — cuando en septiembre de 1995 consignó que Menem se había saludado con Sadam Husein en la sede de Nueva York de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). En realidad, el presidente argentino había estrechado la mano del líder palestino Yasser Arafat. Ya en aquel momento, Husein no podía pisar suelo estadounidense. Por falta de estadísticas no se puede comparar el acoso y la discriminación en Clarín con el de otras empresas periodísticas argentinas. Acuña, a cargo de Viva, escribió un memo interno en el que prohibía a los jefes quedarse a solas con las empleadas o elogiar su ropa porque era el paso previo para referirse a sus cuerpos. Acuña creía que el acoso era uno de los temas más insoportables de la vida interna. Convencidos de que la profesionalización implicaba honestidad, Guareschi, Roa y Kirschbaum encararon la cuestión de los chivos —las notas compradas—, que se habían vuelto moneda corriente en el diario. Magnetto, a quien algunos empresarios le habían referido rumores sobre los chivos, nunca habló del tema con Guareschi. En una ocasión preguntó a un editor: «¿Por qué sale tanto Matilde Menéndez?». Se estilaban métodos más discretos: congelar a los sospechados y luego

negociar su salida. Pero salvo unas pocas excepciones, no se podía correr el riesgo de que el tema se volviera público para evitar que las voces anticlarinistas —como la de Ramos— denunciaran corrupción en el gran diario argentino. La nueva conducción asumió con la idea de eliminar los chivos, pero esas prácticas continuaron. Con los años, el trío debió resignarse a que había podido avanzar en algunos sectores y sobre algunas personas, pero nada más. Tampoco se estableció un consenso cuando proliferaron los programas de cable y de radio por los cuales algunos periodistas del diario recibían pauta publicitaria de gobiernos de distinto nivel y de empresas sobre las que debían escribir. Se trataría de decisiones individuales. La empresa organizó retiros para vigorizar los lazos de la familia que hacía posible el medio de la señora de Noble, aunque en los eventos del piso superior las jerarquías se reforzaban de las maneras menos sutiles: Sevares lo comprobó en un coctel por el aniversario del diario durante el cual los mozos sirvieron espumante Chandon a la tropa y Pommery a los jerárquicos, cuyas copas se distinguían por un borde dorado. La modernización con estudios de marketing y coaching empresarial estaba más allá de esas pequeñeces. Así fue como una consultora reunió a los directivos de la gerencia y los editores principales durante un fin de semana. Se vieron en bermudas, trajes de baño y gorras con visera. Se dividieron en equipos para realizar ejercicios, como levantar con las manos a un gerente de distribución con sobrepeso. La consigna, «Organicemos el trabajo para sostener todos a uno», no ayudó a que encontrasen una manera eficaz para alzarlo. El animador repetía: «Es un desafío grupal: todos sostienen a uno». Los periodistas, en general, descreían de esos hábitos del mundo empresarial. En una reunión informal alguien preguntó: —¿Qué es la cultura Clarín? Marcelo Moreno, editor, le respondió: —Algo que no está escrito en ningún lugar pero que todos sabemos qué es.

Anabólicos y estrenos El diario se diversificaba en secciones y suplementos: copiaba, en algún sentido, el comportamiento de la propia empresa. Sólo logró aumentar la venta en días de la semana con lo que se conoció

puertas adentro como los anabólicos: los fascículos extras que lograban inflar la tirada. Los opcionales —el nombre formal de los productos— como El gran libro del siglo XX, la Enciclopedia visual del siglo XXI (con catorce videos) o El Libro de la cocina básica y los coleccionables como Manual de belleza, Manual de cocina casera, Nuevo atlas de ecología o Medio siglo-CD 50 Aniversario Clarín. Surgieron como una inspiración de los diarios españoles, que los regalaban para no perder lectores. Magnetto decidió cobrarlos por separado y contó con el apoyo de Aranda. El negocio resultó fabuloso. Otra forma de anabólico —más sutil, acaso un batido de proteína— fueron los zonales, suplementos semanales que contaban qué sucedía en algunos municipios de la provincia de Buenos Aires. Los medios hiperlocales conocían cierto auge en los países centrales, porque se proponían contar aldeas en la mundialización. Empezó con el suplemento de Vicente López. Le fue bien: se sostuvo en el tiempo porque aumentaba la circulación del día y se entregaba gratis con el diario. Roa siguió esa ola al asumir la responsabilidad de los zonales, pero ajustada al estilo —el financiamiento— argentino. Buscó repetir el modelo de negocios de bajo presupuesto de Olé. Al comienzo se apuntó a los pequeños avisadores locales, a quienes atraía la posibilidad de que su identidad barrial se contara. Pero en el largo plazo Clarín no se limitó a ellos sino que armó un lazo con los gobiernos municipales para sostener el negocio con presupuesto propio. En los focus groups de los zonales aparecía regularmente una suerte de sorpresa y agradecimiento por la presencia del matutino líder. Se enterró el suplemento Para Todos —renombrado, entre colegas, Para Tontos— y fuente de grandes chivos; sus contenidos se dividieron entre Mujer y Ollas y Sartenes. También se extendieron a la nueva revista dominical, Viva. La antigua Clarín Revista, ya cuestionada en los primeros focus groups de lectores en los tempranos 80, dejó lugar a Viva, cuyo primer número, del 19 de junio de 1994, mostraba en su tapa al bailarín Julio Bocca y la modelo Valeria Mazza. Pretendía representar la renovación en la edición dominical, potenciar la venta el día de la semana que ya superaba el millón de ejemplares y parecerse a la de El País de España. Luis Cetrá, el dueño de Radio Rivadavia, le vendió la marca a la empresa tras una negociación rápida, según recordó: pidió 200.000 dólares, Aranda le ofreció 20.000 y pactaron en 80.000.

Acuña —fogueada en La Razón durante su etapa matutina con Timerman y en Página/12— se hizo cargo de la dirección del semanario nueve meses antes de su salida, aunque eso no impidió que dos secretarios de redacción monitoreasen su trabajo. En la —probablemente única— presentación ante los jefes de la cuadra dijo que la nueva revista debía dar cuenta de una familia moderna y más complicada, con separaciones y grupos ensamblados; también debía mostrar que los famosos eran gente común, como se pretendió con la tapa de Valeria Lynch vestida de gala en el jardín de su casa. En una ocasión, la señora de Noble intervino drásticamente en la edición del semanario: según Acuña, mandó a quemar una edición ya impresa porque la actriz Inés Estévez aparecía con poca ropa en las rotativas del diario. Acaso representaba a los cientos de lectores que llamaron para protestar por una tapa en la que Mazza mostraba ropa interior con los colores de la bandera argentina. Viva funcionaba en una casa contigua al edificio de Clarín, que había alojado a la Fundación Noble: uno de los proyectos para mantener vivo el legado del precursor. Cuando la hija de la Directora cumplió quince años, Nora, la secretaria de Viva y bibliotecaria de profesión, debió dejar la casita feliz —el apodo del edificio— para trabajar en la casa de la señora de Noble: debía catalogar el regalo de cumpleaños, una biblioteca de clásicos. A pesar de los bríos corporativos, por momentos las necesidades de la familia se superponían con las de la empresa. Magnetto, en cambio, sólo pasó por las oficinas de Viva para ver en pantalla la segunda tapa —la modelo y actriz Araceli González— porque en el papel aparecía un color verde extraño. La visita del número uno reflejaba una tendencia creciente: le preocupaban menos los contenidos de las secciones blandas que los temas industriales, ya que impactaban en los costos. La edición debut, por ejemplo, se había impreso en Santiago de Chile y había llegado a Buenos Aires en avión, con un incremento considerable del presupuesto. Algunos de esos problemas se debían a que Viva fue el primer proyecto en el que Clarín modificó su sistema de producción. En el proceso de digitalización y de uso de nuevas computadoras y software, los empleados de la redacción lloraron y se pelearon con las máquinas, como ludistas contemporáneos. Se desmantelaron secciones como tipeo y corrección, con penosas consecuencias para los lectores del matutino. Al despedir a los treinta empleados de corrección, la empresa usó un

argumento tecnológico: los procesadores de palabras incluían autocorrección. En efecto: el software confundía «a ver» con «haber», rechazaba «de que» por aversión automática —y equivocada en su falta de discriminación— al dequeísmo, y planteaba reemplazos risibles como «Zapallo» por «Coppola». Se inauguró el rubro de los relocalizados: los antiguos tipeadores y diseñadores empezaron a recortar artículos para el archivo. En 1998 se disolvió la Segunda Sección y nació Zona, que dirigió Seoane con la indicación de priorizar la reflexión y el análisis, con la sombra de Sánchez como apoyo decisivo. El suplemento cargó con el sobrenombre de Zona Roja por una inclinación a las notas con una orientación de centroizquierda. La edición especial sobre el siglo XX podía confirmar aquella presunción: Alain Touraine escribió sobre la democracia, Horacio Tarcus sobre la experiencia del socialismo, Ernesto Laclau sobre las ideas políticas en América Latina, Charles Lindblom sobre las luces y sombras de la economía. En realidad, Zona no estaba tan alejado del progresismo de las páginas del diario, donde Raúl Zaffaroni y Rafael Bielsa escribían con regularidad sobre temas constitucionales y jurídicos. Horacio González, columnista habitual, reflexionó en Información General sobre el día de la primavera de 1999. Rosendo Fraga era el amigo conservador —y permanente— de la casa. Zona también albergaba las notas y columnas de Rogelio García Lupo. Durante la dictadura militar García Lupo había trabajado en una empresa constructora; por sugerencia de Rogelio Frigerio, Cytrynblum lo invitó a sumarse a la redacción —ya tenía asignado escritorio en Internacionales— pero las Fuerzas Armadas lo vetaron. En 1991, convocado por Kirschbaum, García Lupo se sumó al diario y escribió con regularidad en Zona. Cultura y Nación hizo cambios más paulatinos. Primero, eligió priorizar Cultura hasta en el diseño: una gran C. Se propuso quitarle la solemnidad al viejo suplemento. Fue uno de los primeros sectores del diario, en 1994, en tener Internet. A los redactores y editores les indicaron que les serviría para saber qué pasaba en el mundo y para comunicarse con autores que colaborarían, como Eric Hobsbawm, Georges Duby, Marc Auge, Susan Sontag, John Berger. El suplemento, además de literatura, sumó antropología, vida cotidiana y estudios de fenómenos masivos: Alberto Olmedo tuvo su tapa, como fútbol y literatura, al tiempo que ganaban espacio autores como Paul Auster, Martin Amis, Julian Barnes, Ian McEwan y John Irving. Y toda la plana de argentinos: más clásicos que nuevas generaciones.

El secretario general no sabía qué hacer con el histórico Cultura y Nación: lo leía sólo el 10% de los compradores de Clarín. «¿Por qué no lo regalan?», le preguntó el artista Roberto Jacoby, uno de sus interlocutores. Al comienzo la idea no contó con la aceptación de Magnetto. Su reemplazo por la revista Ñ respondió a la voluntad de discutir la hegemonía cultural de La Nación y la influencia que Página/12 había ganado en el área, para conseguir ese prestigio y ese mercado. En el registro de unos de sus responsables, Clarín contaba con cuadros políticos y periodísticos, pero carecía de cuadros culturales. Guareschi pensó en nombrar el suplemento con la ñ luego de leer una columna de Germán Sopeña, en el diario de los Mitre, en defensa de la letra característica del castellano. Kirschbaum llevó adelante el proyecto. La revista se lanzó el 4 de octubre de 2003 con una tapa de Carlos Gardel dibujada por Sábat. Costaba un peso y llegó a vender 100.000 ejemplares. Su agenda cultural ganó importancia entre los animadores culturales, sobre todo los de la ciudad de Buenos Aires, y su capacidad económica para comprar derechos de autor que sumaran notas de grandes firmas internacionales causó mella en sus competidores. Sin embargo, para el público resultó poco amable el tema de —como se llamó entre periodistas— pagar por la cultura. El suplemento deportivo era gratis; el de libros y artes cobraba peaje. En Cartagena de Indias, Colombia, durante un encuentro del Foro Iberoamericano que mezcla a ex presidentes del continente, empresarios e intelectuales, Magnetto compartió su euforia con un grupo con el que tomó el té, entre los que estaban los escritores Tomás Eloy Martínez y Carlos Fuentes y el periodista José Claudio Escribano. Fuentes preguntó qué había pasado con La Nación, que permanecía en el pasado. Ese mismo día Escribano le pidió a Martínez que pergeñara la competencia de Ñ. La búsqueda del nombre, un proceso complejo, dio por resultado ADN: la cultura, expresaba, estaba inscripta en la información genética del diario de los Mitre. Ante el resultado final, que lo decepcionó, Martínez lo rebautizó entre sus amigos como ADÑ. La batalla por el reconocimiento del mundo de la cultura tenía un antecedente: el Premio Clarín de Novela, que se lanzó en 1998 con un jurado de notables entre los notables: Adolfo Bioy Casares, Guillermo Cabrera Infante y Augusto Roa Bastos. El debutante Pedro Mairal ganó con Una noche con Sabrina Love, que se publicó en acuerdo con el Grupo Santillana, bajo el sello Aguilar, y luego Alfaguara. Con los años se mantuvo como el

único gran certamen, ya que tanto Planeta como La Nación discontinuaron los suyos.

Volver al futuro En marzo de 1996 Clarín lanzó su edición digital, a cargo de Julián Gallo, un ex periodista de Tiempo Argentino que desde los tempranos 90 se había volcado a las transformaciones tecnológicas. Guareschi supervisaba. Se vinculó con la empresa en 1995, cuando le ofreció a Héctor Aranda — hermano del accionista José— un CD-Rom para las celebraciones del cincuentenario del diario. La empresa pagó 280.000 dólares por el disco que podía mostrar a Clarín en tres de sus dimensiones: la gráfica, la audiovisual y la sonora. La Directora asistió a una función especial en la que se exhibió el producto: los asistentes creyeron ver el ingreso de una reina sin carruaje. Su único comentario, de admiración, fue la extrañeza de escuchar por primera vez la voz del diario. Gallo hizo el lanzamiento de Clarín Digital con el primer chat en español de un medio audiovisual: Guareschi, desde un hotel en la avenida 9 de Julio, chateó con Kirschbaum, apostado en la calle Tacuarí. Como novedades adicionales se incluyeron cámaras en la redacción y fotografías 360 (imágenes esféricas, de 360 grados). En los días siguientes chatearon el futbolista Ricardo Bochini, el economista Domingo Cavallo, la actriz Cecilia Dopazo y la modelo Daniela Cardone. La cobertura de la nave madre destacó que en su primera aparición en línea Clarín Digital había conseguido 80.000 contactos (lo cual no equivale a 80.000 entradas y mucho menos a 80.000 visitantes únicos); sin embargo, Gallo estimó que hubo menos de 1.000 personas conectadas. La resistencia a los cambios en un cuerpo profesional con un promedio de edad alto hizo difícil la acogida del digital en la redacción, evocó Gallo. En un principio, Clarín.com estuvo en un sector poco privilegiado del edificio, medio subsuelo. Los editores —entre ellos, Alberto Amato, Hinde Pomeraniec y Telma Luzzani— seleccionaban qué notas del papel se incluirían en Clarín Digital. Hacia abril de 1997 la situación era muy distinta: el digital figuraba entre las cien páginas más consultadas (lejos de dos de los punteros, Microsoft y El País de Madrid). En junio de 1997 se anunció que los avisos clasificados se subirían a la red: un tema de gran importancia, porque Aranda había sido

enfático al pedir que no se afectase a los anunciantes pagos. El motivo era simple: la facturación de los medios impresos se basa en el precio de tapa (lo que se percibe por la circulación), la publicidad y los clasificados. De los tres, los clasificados generaban la ganancia mayor. Con una intuición correcta, Aranda temía que Internet dañara o terminara con ese negocio. Y no se equivocó: los clasificados han mermado en los diarios de todo el mundo y tienden a desaparecer. El portaaviones se ubicó a la vanguardia en desarrollo tecnológico. Clarín Digital creció y llegó a tener 120 empleados propios en oficinas aparte, en el barrio de Once. La empresa creó una unidad especial para desarrollar productos, como el portal Ciudad Internet: en pleno auge de las puntocom, podía ofrecer la suya como parte de su valorización y también como elemento de persuasión para el grupo de inversión Goldman Sachs, que negociaba su ingreso como accionista. Magnetto vio el negocio global de la tecnología pero, menos atento a los contenidos, priorizaba el hardware. Sin saberlo, empezaba a dejar su condición de productor de periodismo para convertirse en empaquetador: el preludio de lo que sucedió a partir de 2007, cuando las empresas de cable empezaron a aportar más del 70% de las ganancias del Grupo. En una primera etapa se permitió dejarse llevar por la ola digital, a pesar de un rasgo definitorio suyo: cierta propensión a pensar en términos más industriales que de innovación y tecnología. Durante el período 1995-1998, invirtió mucho dinero en este rubro abstracto: aceptó que no generaría ingresos y más bien comportaría pérdidas. Inclusive dio su visto bueno al pago de 100.000 dólares anuales —eran los años del uno a uno— para formar parte del Laboratorio de Medios del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), que se dedicaba a estudiar, debatir y desarrollar los medios digitales en al menos los dos encuentros anuales. Los enviados de Clarín al suburbio de Boston, donde tiene su sede el MIT, se encontraban con el gurú Nicholas Negroponte y otros expertos: la empresa participaba de la conversación global. Con la crisis de 2001 el diario dejó de pagar la cuota anual y quedó en mute. El Grupo pensó en grandes eventos que permitieran anticipar el futuro fijado, imaginariamente, en el año 2000: había que combinar la tecnología y la presencia de lectores. La empresa, como había ocurrido con Landi y con Verón, contrató a dos intelectuales, el director de teatro Alberto Ure y el especialista en nuevos medios Alejandro Piscitelli. Durante 1997, planearon

una serie de conferencias sobre temas cruciales del nuevo milenio — clonación, medios y ética, entre otros—, que tendría como epílogo una maratón de Internet de noventa y seis horas que, por cuestiones operativas, resultaron cuarenta y ocho. La publicidad se publicó generosamente en el diario: «A 750 DÍAS DEL AÑO 2000 EL GRUPO CLARÍN ORGANIZA LA PRIMERA MARATÓN INFORMÁTICA SIN INTERRUPCIONES».

Con la participación activa de Clarín Digital y Ciudad Digital, se puso a disposición del público doscientas computadoras para navegar gratis día y noche. En la nota de promoción se anunciaba: «La gente podrá conectarse gratis a la red, charlar con famosos, jugar y reflexionar». Del 12 al 14 de diciembre de 1997, 30.000 usuarios pasaron por el Centro Cultural Recoleta. En videoconferencia —una rareza entonces— disertó Walter Bender, profesor del MIT. Hubo, también, bandas en vivo: sonó el funk de Willy Crook y el rock latino de Póker de Ases. Lito Vitale ofreció un recital transmitido por la red. En un sector infantil, los chicos podían jugar a ser periodistas, incluso hacer tapas de Clarín. En el chat de famosos participaron Paola Krum, Horacio Cabak, Mariana Fabiani, Magdalena Ruiz Guiñazú, Gastón Pauls y el ex arquero de River Amadeo Carrizo. En «un clima de mucha solidaridad» —se publicó en una de las crónicas— los navegantes más experimentados les explicaban a los nuevos los secretos de la red de redes. «Una multitud en la maratón informática», fue uno de los títulos de tapa del 15 de diciembre. La conexión con Internet quedó interrumpida porque «la masiva participación de la gente desbordó el sistema y facilitó la acción de piratas informáticos (conocidos como hackers)». La gente había podido, también, desbordar el futuro.

101. La principal fuente de este capítulo son 38 periodistas que trabajaron en Clarín durante el período del rediseño (ver «Fuentes») y tres empleados jerárquicos de la parte corporativa. 102. Clarín, 15 de julio de 1984. 103. En ambos casos surgen de estudios de la empresa realizados por las consultoras externas CCMA y la Asociación Argentina de Marketing (Archivo AGEA).

104. Esas entrevistas son parte de la tesis para la Maestría en Comunicación Política e Institucional, del Instituto Universitario Ortega y Gasset de Madrid, «Los Medios, las fuentes y su juego de influencias, el caso del Frepaso», presentada en octubre de 2012. 105. Clarín, revista Viva, 24 de julio de 1994. 106. En el «Diccionario de dudas» sobresale una novedad: guerrilla no es sinónimo de terrorismo. En terrorismo sugiere usar ETA como guerrilla separatista vasca y calificar de terroristas a sus atentados.

CAPÍTULO 5

El año de los malditos (1993) Desde las críticas sutiles —y las abiertas— de Raúl Alfonsín hasta la decepción que manifestó Carlos Menem, con la restauración de la democracia nació una suerte de sentimiento anticlarinista con distintos énfasis y entonaciones. Entre otras formas, se lo puede rastrear en una breve biblioteca con obras de ficción y de ensayo, libros publicados e inéditos. En general, no conocieron las luces del centro, las editoriales grandes o la atención de los suplementos literarios. Diversas razones lo explican. Entre ellas, el poder de Clarín, que logró convertir sus asuntos en un tema tabú al que sólo se animaban malditos, marginales o inclasificables como Guillermo Patricio Kelly. El más desconocido de esos escritos es un libro aún inédito con historias que se presumen escabrosas y dañinas para el prestigio de la empresa. El primer volumen se titula Fotos de un álbum familiar: alude a que su autor, Mario Patricio Krasnov, trabajó como periodista del diario entre 1980 y 1991 y se consideró parte de la familia de Marcos Cytrynblum, su protégé en el diario y fugaz yerno en la vida real. En los pasillos circulaban rumores sobre los grandes negocios paralelos que el jefe de la cuadra supuestamente había montado: su protegido los enumeró en la novela. Durante treinta años de su vida hizo estallar las hojas de todos los almanaques. Representó artistas, asesoró empresas: compró vendió y administró innumerable cantidad de negocios e hizo política desde la carrera del periodismo, tratando de sostenerse en el tembladeral de una empresa sometiendo a quien se interpusiera en su camino (107).

El 24 de julio de 1995 Krasnov apareció muerto en su departamento de San Pablo, donde residía desde 1993, cuando Télam lo había enviado como corresponsal. Según el recuerdo de sus ex compañeros de la agencia estatal,

las ventanas de su departamento estaban cubiertas con diarios y nailon, como si allí hubiese sucedido algo que se debía ocultar. Krasnov tenía un tiro en la cabeza. Un primer cable de la agencia, firmado por Omar Bravo, puso en duda la posibilidad de un suicidio, dadas sus características personales. Antes de morir, Krasnov le había entregado al cirujano Sergio Litewka, su amigo de la adolescencia y participante de la investigación del libro, los dos tomos anillados de la obra. —Este es el testimonio de por qué me van a matar —le dijo, según recordó Litewka. La novela de Krasnov había recibido un financiamiento inusual en la labor literaria: la Secretaría General de la presidencia de Eduardo Bauzá. El dato se desprende de una carta de Krasnov, del testimonio del amigo que retiró tres de los pagos en una oficina de la Casa Rosada y de la confirmación del funcionario que le entregó el dinero en mano. Según el amigo de Krasnov —quien pidió anonimato porque el conflicto entre el kirchnerismo y el Grupo Clarín le hacían temer represalias—, recibió pagos de 35.000, 30.000 y 25.000 dólares, que llevó a una cueva de la City para luego transferir a la cuenta de Krasnov en la sede de Miami, Florida, del Banco Nación. En su primera visita debió distribuir los fajos con billetes de 100 pesos-dólares entre su ropa: como no esperaba tanto dinero, llegó sin un bolso. En una carta fechada en San Pablo el 27 de julio de 1993 Krasnov le contó a Litewka que sólo había recibido la mitad del pago prometido. Si tal promesa fue cierta, el pago total por la novela hubiera rondado los 160.000 dólares, una cifra descomunal para el libro de un desconocido, pero de menor importancia entre los gastos reservados del Poder Ejecutivo Nacional. El encargado de entregar el dinero en la Casa Rosada sostuvo en una entrevista para este libro que la cifra fue menor, aunque no recordó de cuánto. Haya sido más o menos, el hecho se mantiene: el gobierno de Menem financió una novela para dañar a Clarín. La oficina de Bauzá veía un potencial extraordinario en el texto y estimaba que la autoría de un hombre del diario le garantizaría verosimilitud. En la política, todos darían por cierto la narración, como había sucedido con el Diario de la Argentina de Jorge Asís. Krasnov llegó a pensar en un segundo paso, siempre grande, como cada proyecto que imaginó: una película basada en Fotos de un álbum familiar.

Bauzá estuvo al tanto de la novela y del financiamiento desde el comienzo, según funcionarios de su confianza. ¿Por qué, si pretendía relaciones amigables con el gran diario, aceptó pagar por la novela de Krasnov? Una interpretación arriesga que los políticos más avezados, como el Flaco, procuraban el mejor vínculo con la empresa porque creían que le convenía al gobierno, pero sabían que debían contar con recursos para contrariar a Clarín llegado el caso. La novela de Krasnov se inscribió en esa estrategia: un resguardo para poner límites, o al menos incomodar, al medio cada vez más poderoso. En la interna palaciega, el funcionario procuraba mostrar a sus rivales que carecía de la ingenuidad que le atribuían. Según un colaborador de Bauzá, el plan tenía un final poco verosímil: esperar a que la novela estuviese terminada y ofrecerle a Krasnov otros 200.000 dólares para que no la publicara. Bauzá fijó un límite que Krasnov consignó en una carta: La única salvedad que me han hecho está referida a los hijos de la señora: es un tema particularmente sensible, en especial para aquellos funcionarios que algo tienen que ver con las Fuerzas Armadas, que no desean que se revuelva mucha mierda sobre el tema, y temerosos de las represalias que esta cuestión pueda ocasionar.

La sugerencia lo disgustó: quería que Marcela y Felipe fueran uno de los ejes de la historia. Menem aceptaba que dos fracciones de su gobierno se disputaran el tipo de vínculo que convenía mantener con Clarín. Esa puja entre softliners y hardliners se trasladó, en una escala menor, a la novela de Krasnov. Le escribió a su amigo Litewka en la carta del 27 de julio de 1993: Las cosas me están yendo muy bien. No estoy hablando solamente del aspecto monetario (en realidad recibí la mitad de la plata que me esperaba, lo cual es bastante, teniendo en cuenta mis temores iniciales), sino por la cantidad de información que recibí, a partir de media docena de entrevistas entre funcionarios e informantes (…) No todos los funcionarios del Ejecutivo están resueltos a entrar en un enfrentamiento con Clarín; hay algunos que tienen estrechos lazos con el diario, y temen que en el enfrentamiento por la decisión presidencial de buscar la reelección, ellos mismos se perjudiquen (…) Tampoco nadie confía en una empresa como Clarín, que justamente se caracterizó en los últimos años por traicionar hasta el último de los sagrados principios que dice reivindicar (…) Hoy por lo menos creo que hay funcionarios que me van a dejar hacer y hasta pueden llegar a cumplir las promesas para terminar la obra.

También hizo alusión al contacto con el ejecutor de los pagos, a quien consideraba una gran persona: Su jefe (Bauzá) no es de los más convencidos en ir al choque con el diario, pero va a dejar hacer, y supuestamente va a cumplir con lo pautado (…) Mi único temor es respecto de la guita. Los retrasos se pueden originar más que nada por un mal manejo (él mismo está necesitado de dinero) y eso podría demorarnos a nosotros.

Uno de los pocos subrayados de la carta enfatizaba un pedido a Litewka: que corroborase «el grado de compromiso» del gobierno con el libro: Por eso es muy importante que tu presión sea constante, para que nos aporten el dinero y las fuentes informativas que nos prometieron (108).

Krasnov fijó una fecha para la publicación de la novela: las elecciones legislativas de 1993. Creía que había interesados en que el libro saliera antes, porque algunas encuestas poco alentadoras le daban al oficialismo una ventaja de apenas 5 puntos. En cualquier caso, revela ese apuro: Krasnov aclaró allí que podían contar con «algo así como un tiempo suplementario». En junio de 1993 Menem amenazó al Grupo Clarín con una nueva Ley de Radiodifusión y una Ley Antimonopólica. «El gobierno intenta controlar a la prensa independiente», tituló el matutino de la señora de Noble a modo de respuesta y explicó los ataques por las vísperas de la campaña electoral. Durante varias semanas el conflicto escaló con declaraciones cruzadas (ver capítulo 6). El gobierno no tenía necesidad real de un libro contra el matutino, ya que gozaba de un considerable apoyo popular: en las elecciones recibió el 42% de los votos contra el 30% del radicalismo, e incluso pudo imponerse entre los porteños con la candidatura a diputado nacional del riojano Erman González. Por otra parte, la obra que financiaba el oficialismo carecía de grandes revelaciones. Sin embargo, insinuaba grandes temas (sobre todo en las conversaciones de Krasnov con sus amigos y su interlocutor en la Casa Rosada, que no aparecen en el último borrador), como el vínculo del diario con el empresario Alfredo Yabrán, el caso de tráfico de armas en el que supuestamente el holding se había involucrado y el «hilo conductor evidente entre Clarín y ciertos servicios de inteligencia» que el autor sugería en la carta. Krasnov le escribió a su amigo que presionara a sus fuentes para

confirmar el vínculo entre los «couriers» (Yabrán) y el diario. «Durante mi estadía en Buenos Aires esa relación fue ratificada por algunas de mis fuentes, y para mí sería importante esta ratificación», argumentó. «En lo personal yo ratificaría una hipótesis que vos ya conocés, que fui contratado por Edcadassa (Empresa Cargas Aéreas Atlántico Sud SA) por encargo de Clarín, lo cual le da un enorme pasto a la novela». Edcadassa pertenecía a Yabrán.

El periodista y su novela Krasnov nació en Buenos Aires en 1955. Cuando ingresó a la redacción de la calle Tacuarí, a los veinticinco años, no le quedaban ya marcas de su militancia juvenil en el trotskismo. Detestaba los artículos sobre el agro que le abrieron la puerta: «Un sector que, por lo aburrido, me permitió tener trabajo por la falta de periodistas interesados en ese rubro», escribió en su novela. Luego pasó efímeramente por Economía, participó en la vida gremial del diario y por fin se estacionó en el Congreso, como acreditado detrás de Armando Vidal, el decano de los cronistas parlamentarios. Cuando Vidal se fue provisoriamente para hacerse cargo de Política (al poco tiempo volvería al Congreso) le indicó que respetara la autoridad de los jefes (Kirschbaum, Van der Kooy y él mismo) y le anticipara las notas que escribiría. Krasnov —evocó Vidal— desoyó aquel pedido y publicó en Segunda Sección un reportaje de una página a Ramón Puerta, el diputado misionero que, recalcaba, donaba su dieta. Cuando le pidió una explicación, Krasnov le respondió que era una noticia. Vidal entendió que ofendía su inteligencia. Los periodistas parlamentarios de otros medios destacaron su solvencia en los temas económicos que se trataban en las Cámaras y sus modos entradores con los legisladores y otras fuentes. Lo eligieron vicepresidente del Círculo de Periodistas Parlamentarios. El Ruso, como le decían, aparentaba desprolijidad por sus trajes de lino sensibles a las arrugas aunque varias veces más costosos que los de sus compañeros en el Congreso. Gastaba gran parte de su dinero en ropa y amigovias con las que pasaba fines de semana en la Costa Atlántica o en el más curioso —y recurrente— destino de Entre Ríos. Una tarde lo encontraron con una joven acreditada, en una situación íntima, en los sillones desde donde se cubrían las sesiones.

Por su vínculo con Cytrynblum, a quien respondía, la empresa le encargó la coordinación del libro Argentina: ¿tiene salida?, que se publicó un mes antes de la elección presidencial de 1989. A Clarín le interesaba el destino del país tanto como que en esas páginas se hablara sobre la necesidad de debatir una ley que derogara el artículo 45. Krasnov incluyó entrevistas a los tres nombres principales en la competencia presidencial (Menem, Eduardo Angeloz y Álvaro Alsogaray) y textos de Roberto Alemann, José Pancho Aricó, Mario Bunge, Antonio Cafiero, Fernando de la Rúa, Rogelio Frigerio, Tulio Halperin Donghi, Manuel Mora y Araujo, y el cardenal Antonio Quarracino. Una combinación clarinista: un futuro presidente, buenos amigos de la casa y algunos notables. La recopilación se presentó en la Feria del Libro el 18 de abril de 1989. Las celebridades del panel atrajeron una concurrencia desbordante, razón por la cual el jefe de los diputados peronistas José Luis Manzano y el futuro canciller Guido Di Tella debieron sentarse en el piso, como mostró una foto de la cobertura. Argentina: ¿tiene salida? permitió que Krasnov ostentara las credenciales de la empresa —a muy pocos periodistas se les podía asignar una tarea así— y confirmase su condición de protegido del secretario general. En su novela se lamenta por el fracaso de ventas del libro, una de las grandes frustraciones de su vida. Esperaba que lo reivindicase y lo elevara al Olimpo de cotillón en el que muchos periodistas se sienten cuando pasan del periodismo al papel encuadernado y reclaman un reconocimiento social como escritores. No se ha logrado establecer con certeza en qué momento Krasnov comenzó a escribir su novela. Se sabe que llamó a Litewka para integrarlo al equipo de trabajo. Había compartido con él el colegio secundario Nicolás Avellaneda, donde su militancia trotskista había conseguido algunas reivindicaciones, como el uso del pelo largo. Ambos escribían y se habían quedado con el recuerdo del interés mutuo por la literatura; por eso cuando se acercó al hospital de Tigre donde trabajaba Litewka le dijo: «Vos sos un cirujano aburrido, te voy a dar una emoción en tu vida». El médico se sumó al equipo, que al empezar contó también con una estudiante de Sociología de nombre Ileana, y más tarde, con Marina y Martín (todos aparecen mencionados en una carta, sin sus apellidos). Krasnov planeaba un aparato que trabajase en la novela, pero que a la vez la trascendiera: «Que encare estos trabajos como un negocio de largo aliento». En aquel primer encuentro, le dijo a Litewka: «Estoy caliente y quiero contar

la historia de Clarín». La novela es una suerte de Juvenilia sobre la década que Krasnov pasó en la redacción: una mezcla de biografía personal, impresiones y viñetas sobre la empresa, su propietaria y sus empleados. Se propone como continuación de la novela de Asís publicada en 1984. Por ejemplo, utiliza los mismos grandes nombres: Héctor Magnetto es Bagnatto; Cytrynblum, Mauricio Papito Aizemberg; Joaquín Morales Solá, Malvarez del Tejar. De su cosecha, el autor le da a Ricardo Kirschbaum el nombre de un gobernador por entonces desconocido, el de la lejana provincia de Santa Cruz: Kirchner. Junto con el Colorado Kirchner, Eduardo van der Kooy aparece asociado más probablemente a un electrodoméstico que al diamante de la corona británica: Van der Kohinoor. Al igual que en Diario de la Argentina, el personaje central de la novela de Krasnov es Cytrynblum, su figura paternal y mentor en la vida real. Yo sé que estás ahí, Papito —abre el texto—. Yo sé que vos lo hiciste, aunque ahora te sonrías desde tu escondite (…) Sé también cómo llegaste, porque hasta fui partícipe de tus planes y de cómo fuiste preparando día a día tus delitos (…) Hiciste deslizar que yo era nada más que un simple agente de inteligencia.

La novela cuenta los negocios privados, los malos tratos familiares y la vida íntima del secretario general de la redacción. El personaje narrador es un álter ego evidente de Krasnov, llamado Manuel Korob. A escala menor que su protector, empieza a desarrollar sus propios negocios personales. Korob se integra al grupo que Papito amontonaba en una oficina céntrica para analizar las promociones en el suplemento de Espectáculos y otras secciones del diario. Usa la primera persona del plural para referirse a los redactores de Política: Y nuestro odio crecía cuando veíamos entrar a los periodistas de la sección Economía, que entraban a la redacción perfumados, sonrientes y sin la menor huella de cansancio en sus rostros. Iban mejor vestidos que nosotros, tenían casas mejores, mujeres más arregladas y, por sobre todas las cosas, ingresos salariales, y de los otros, notoriamente superiores.

En un reclamo salarial de Política por sus esfuerzos en la cobertura de una elección presidencial, Kirchner y Van der Kohinoor llevaron a los redactores

hasta el despacho de Papito, quien les pidió tiempo. Kirchner se entrevistó con Bagnatto en el tercer piso, pero bajó a la redacción con malas nuevas: deberían esperar un poco más. Bagnatto, escribió Krasnov, le dijo al responsable de Política que la mayoría de los redactores tenían otro trabajo que los ayudaba a vivir más o menos bien. Los redactores reaccionaron. Oraldo Paganini —nombre atribuible a Arnaldo Paganetti— preguntó a qué otro trabajo se refería. También Julio White —muy posiblemente Julio Blanck— y el propio Korob protestaron. Así lo contó en la novela: Quisiéramos que te desprendieras del estilo eufemístico que caracteriza a nuestro diario y que te explicaras más claramente. Yo, por ejemplo, no tengo otro trabajo; vivo de lo que gano en este empleo (…) «¿Por qué no hablás más claro?», intervino White con una calma contenida y no exenta de ese tono irónico que caracterizaba sus notas (…). —No voy a dar explicaciones más allá de las explicaciones de Bagnatto —contestó Kirchner. Quise ser cáustico. Quise sonreírme, y decirlo con ironía. Me salió una voz bajita y avergonzada: «Parece una incitación a robar». —Tomalo como quieras —contestó Kirchner.

Krasnov-Korob no necesitó ese incentivo: ya contaba con los otros trabajos a los que aludía Magnetto/Bagnatto: Podía hacer cualquier tipo de negocios (en el Congreso) sin que nadie se enterara. ¿Qué negocios? Siempre cuando se piensa en esa palabrita se tiende a pensar en la ilegalidad. Y a decir verdad, algo de eso pudo haber existido. Yo tenía que atender todos los días a una cola de legisladores que se desvivían porque sus nombres aparecieran en letras de molde en el principal diario de la Argentina. Desde mi puesto de trabajo me hubiera sido bastante fácil cosechar una pequeña fortuna. Y si dijera que no lo hice, con justicia nadie me creería, porque hacía gala de ser un corrupto, y de esos. Me vestía bien, comía todas las noches afuera, iba en un automóvil grande, viajaba al exterior una vez al año, rebozaba de perfumes franceses y hasta contaba en voz alta y a las carcajadas cómo concurría a los salones de belleza masculina de Buenos Aires.

Korob conoció esa posibilidad de hacer negocios personales cuando empezó a tratar con un diputado y banquero cuyo nombre —se aclara en la novela— no consigue recordar. Después del flirteo intelectual de varones, el

banquero le propuso que escribiera un libro de no ficción. «Digamos que es un trabajo de ghost writer», le dijo. Me sonreí con franqueza. Me estaba diciendo que me iba a coger —pagándome— con palabras dulces y delicadas (…) Ahí empezó mi verdadera carrera, plagada de números del Presupuesto Nacional, cargada de datos del Cálculo de Ingreso y Erogaciones del Fisco, y alimentada por la vanidad de un escritor que no tenía nada más que escribir que lo que le dictaban. Y ahí se inició otra carrera. Porque mi fama de escritor fantasma (acompañada por la deslumbrante chapa de redactor de El Diario de la Argentina) se difundió hasta todos aquellos que aspiraban a trascender como funcionarios del área económica, que se me acercaban con una sonrisa afable y melosa y solicitaban mis servicios para que les escriba algún librito.

A Korob le gustaba exhibirse ante sus colegas: No lo podían saber, porque había maneras más fáciles de ganarse el dinero extra que suele duplicar o tal vez triplicar los salarios que llevan su correspondiente descuento para las obras sociales (…) Y muy en lo profundo hasta me deslumbraba la seductora estética de la corrupción (…) Se fue creando la leyenda que yo mismo promocioné. Yo era un winner en la cama, en la redacción y en los negocios, vinieran de donde viniesen.

El libro se convierte en una etnografía de la redacción, un sincericidio sobre sus negocios privados, una biografía de Cytryn y una aproximación errática al mundo de los servicios de Inteligencia. Pero sobre todo es una colección de rumores: Aizemberg recibió el encargo de Quarracino de reducir la cantidad de líneas destinadas a los servicios de masajes. Por una gestión del periodista (Luis) Sartori, un grupo de sindicalistas entregó a la empresa una grabación realizada en el Ministerio de Trabajo que favorecía a un grupo de trabajadores despedidos de Clarín. Herrero Mitjans (responsable de relaciones institucionales) lo mandó a Krasnov a tomar textuales de Carlos Grosso sobre la Ley de Radiodifusión. Papito recibió una indemnización de medio millón de dólares más 5.000 dólares por mes durante cinco años, siempre y cuando no dirigiera ningún otro medio en la Argentina (la novela sostiene que compró el restaurante Los Años Locos).

La empresa le dio a Malvarez del Tejar una quinta de 150.000 dólares (en el segundo tomo, el valor asciende a 250.000). El periodista que cubría el partido oficialista, el peronismo, cobraba 200 dólares por destacar en tipografía negrita el nombre del dirigente que le pagara. Después de enero de 1990, Krasnov cayó en desgracia por la salida de Cytrynblum. El nuevo verbo de moda para la nueva cúpula era contextualizar y escribir sueltito, señaló con sorna en la novela. Con dolor, reconoció el declive del diario —la mala escritura generalizada— con Cytryn y Morales Solá: ¿Quién no quería escribir como la gente del Pirulo de Tapa? (Se refiere a Página/12) ¿Quién no quería ganarse la vida con un solo sueldo de periodista, y ser así apreciado por sus colegas y congéneres?

Krasnov ubicó en tiempo simultáneo los intentos de renovación estilística y los drásticos cambios corporativos: Adquirido el canal, la estrategia de la empresa en la que yo trabajaba era evidente. Por un tiempo había que hacer buena letra (sean cuales fueran las circunstancias) con el gobierno que había permitido el crecimiento del imperio. Después se verá. Lo que después se vio fue la traición de siempre con sus benefactores. Y en ese tiempo, en ese espacio, nosotros, los redactores, teníamos que tratar de escribir en un buen castellano, con cierto tono irónico pero que, por supuesto, no atentara contra el recién adquirido consorte político de nuestra amada empresa.

La situación de Korob en el diario empeoró. Kirchner le dijo que tenía que levantar una lápida sobre su cabeza para recuperar la firma: se le imputaba haber cobrado 5.000 dólares por una entrevista con un conocido político y empresario (entre sus clientes se contaban el gobernador peronista de Chubut Néstor Perl, y cada tanto recibía pedidos del radical César Jaroslavsky, contaron dos de sus amigos). Por descuidos burocráticos, la firma de Korob pasó filtros que desconocían su veto. Cuando vio su nombre impreso, el álter ego de Krasnov casi lloró de la emoción; además, recibió comentarios elogiosos. Pero su alegría se disipó pronto, cuando Kirchner lo llamó a su despacho:«Me cagaste, vos no podés firmar». Le sugirió que fuera a negociar su salida con

la empresa. Recibió una indemnización de 22.000 dólares, una cifra alta porque la convertibilidad aún no era ley. Después de dejar Clarín, Krasnov trabajó en Página/12 y en El Cronista Comercial. Compartió su angustia con pocos amigos: había abandonado el gran lugar, el que le había dado una vidriera que consideraba incomparable. Su experiencia en Página/12 resultó traumática. Desde el primer día consideró que su vestuario y sus perfumes no estaban a tono con la redacción sin ventanas de la avenida Belgrano ni con las estéticas hippies y modos setentistas que veía en la mayoría de sus compañeros. Julio Nudler, su ex colega de Clarín, quien lo había convocado, le señaló sus falencias gramaticales desde la primera nota que le editó. Cargaba con un cartel despreciable en el matutino que dirigía Jorge Lanata: el de chivero con vínculos con la SIDE. Horacio Verbitsky, principal columnista del diario, rechazó los reiterados pedidos de reunión de Krasnov para hablar del libro. En la novela, Korob dirige una carta imaginaria a Verbotem (así lo llama), en la que le cuenta que en junio de 1989 llevó a un importante editor de Clarín una nota de The Wall Street Journal sobre las actividades en la Argentina de Gaith Pharaon, pero el diario decidió no publicarla. No consiguió interesarlo. Krasnov veía sus actos como una epopeya incomprendida: Los depositarios de mis intimidades eran conscientes de que cualquier intento por trasladar la historia de El Diario de la Argentina a las letras de molde, era el equivalente de una autoinmolación inútil.

Un capítulo extenso, «Obsesión», con fecha del 7 de enero de 1992, narra en la primera persona de Litewka cómo veían a Korob sus amigos: A pesar de que te vistas como un exitoso ministro del Interior sigo pensando que te quedaste el ’73, antiguo trosko redimido, devenido a frustrado yuppie del subdesarrollo (…) Vamos, Korob. ¿O acaso no te beneficiaste un poquitito así de los arrumacos de poder que te prodigó durante un buen tiempo tu protector? …Y ahora clamas por justicia, porque te tiraron al trasto de los inservibles. No te quejes, Korob. Trataste de hacerla y perdiste, punto. Es la ley de un juego que fue tuyo, no mío.

El capítulo contiene los detalles reveladores del encuentro con Gustavo Breide Obeid, el oficial —llegó a capitán— que participó en el levantamiento de Semana Santa de 1987 y responsable del operativo del último alzamiento

de diciembre de 1990, por el cual debió cumplir siete años de prisión. En la cobertura de ese juicio, Krasnov firmó una nota en El Cronista Comercial que le ganó el respeto del carapintada. Litewka transcribió el diálogo en el cual Breide Obeid le dijo a su amigo que Clarín supo del alzamiento carapintada y habría entregado dinero a los insurrectos: —Antes de que se desarrollaran los hechos de Semana Santa, más o menos un mes (…) vino a vernos un tipo de la empresa —cuenta el carapintada en la novela—. El nombre no me lo acuerdo. Era un tipo (…) alto, de unos 45 años (…) Este tipo me invitó a una quinta en Del Viso o en Tortuguitas. Este tipo —te aclaro que era de la empresa, no era un periodista— quería saber qué buscábamos nosotros, adónde apuntábamos. Por mi parte, yo quedé como el nexo entre el movimiento y el diario. Concretamente querían saber si pensábamos dar un golpe de Estado, que de ninguna manera: lo que necesitábamos era tratar de llevar algo de dignidad a la fuerza. —Vos estás seguro, entonces, que el diario estaba al tanto de lo que iban a hacer ustedes en Semana Santa del ’87 —preguntó Korob. —Por supuesto que lo sabían. No sólo lo conocían sino que la empresa acordó conmigo la redacción de un comunicado, apenas comenzaran las acciones, clarificando nuestros objetivos. (Sin embargo, el comunicado nunca apareció).

Krasnov/Korob le preguntó si habían recibido dinero de Clarín. «Me animaría a decirte que sí. Te digo que me animaría porque con exactitud no me consta». En la versión de Breide Obeid, Rico pasó a manejar la relación con la empresa y habría canalizado esos aportes. La parte periodística no recibía gran cobertura porque a ese fin sólo se reunía con Luis Garasino. En otras palabras, los carapintadas habían entrado a Clarín a través de la empresa. En el viaje de vuelta de la cárcel, Krasnov compartió sus conclusiones con Litewka: El diario sabía cada uno de los golpes que iban a dar los carapintadas. Los dejaron seguir, mostrar las cartas, para ver hasta dónde llegaban; los usaron; les prometieron plata, se la dieron, alguien se la llevó, alguien los hizo crecer; cuando los destruyeron, la misma mano que los alimentó los hundió, los vendió como a monstruos, y nosotros compramos toda esa mierda.

Los amigos también vieron en la cárcel al ex diputado Norberto Imbelloni, quien declaró ante el fiscal Ricardo Molinas por Papel Prensa y —según Krasnov— fue el único parlamentario en presentar un pedido de informes sobre la papelera. En la versión que Imbelloni les dio, contaba con el respaldo de Lorenzo Miguel para avanzar sobre Papel Prensa y Clarín, pero el cacique sindical pactó con la empresa y lo traicionó. Concluía su visita a la cárcel cuando Krasnov esbozó al oído de su amigo nuevas visiones conspirativas: dos anticlarinistas, como Imbelloni y José Pirillo, ex dueño de La Razón, estaban presos (aunque en condiciones de VIP) como prueba de cuán costoso podía resultar un desafío al diario. Litewka perdió interés en seguir a su amigo; escribió su resignación en las páginas finales de su capítulo: Me alegra (sinceramente) que te hayas acordado de mí, que hayas refrescado nuestros años de infancia, que aún creas que soy algo o alguien pero, por favor, no me uses más, te lo digo así, dramáticamente, como si fuera un parlamento en una telenovela, como si fuera la pobre víctima inocente que espera que alguien pida justicia por él (…) Chau, Korob. Ninguna otra vez será; chau, Manuel, tomátelas de una vez. En serio, creeme. Me hubiera gustado ayudarte.

Meses más tarde Krasnov lo visitó en el hospital de Tigre, sin aviso previo. Se lo veía perturbado; acusó a Litewka de traidor. Como en cada encuentro, creyó que lo estaban filmando y grabando. A Ileana, otra integrante del equipo, la paseó por varias estaciones de subte para decirle lo mismo: que lo había entregado. Un año después, el 27 de julio de 1993, le escribió a su amigo una carta de veintitrés carillas desde San Pablo. Le detallaba sus planes ambiciosos para terminar la novela y anticipaba la defensa que años más tarde gritaría María Valenzuela, «Aguante la ficción, carajo»: cuando el periodismo cayera, momento que intuía cercano, la novela perduraría. «Pensá que Las nieves del Kilimanjaro van a durar más que Robo para la Corona». Krasnov veía su obra como prolongación de la de Ernest Hemingway, no del libro de Verbitsky. Agregó que El ciudadano Kane, la invención de Orson Wells, fue la mejor argumentación para triturar el mito del periodismo independiente. Dijo que intentaba retomar esos argumentos en una historia, como la de Clarín: Ni a Spilberg se le hubiese ocurrido esta síntesis (…) Fundado por un nazi confeso,

como lo fue el viejo Noble, es conducido ahora por su ex secretaria (que se supone lo mató de un infarto provocado) y vivió durante décadas a la sombra de un Estado protector, que encubrió sus actividades más ilegales.

Las cuestiones prácticas quedaron relegadas al final, como su preocupación por el pago que debía hacerle el colaborador de Bauzá. Su jefe no es de los más convencidos de ir al choque con el diario, pero va a dejar hacer, y supuestamente va a cumplir con lo pactado. Además, él mismo es una gran persona, y en principio me parece que va a cumplir con todo lo que dijo. (…) Ni bien recibas esta carta, iniciás una gran presión para cobrar 4.000 dólares que todavía faltan, y que van a servir para que vengas a San Pablo (109).

La preocupación por las finanzas se unió a sus visiones persecutorias en el segundo volumen de su libro: Si yo dispusiera de una cierta cantidad de dinero que me asegure hasta una huida segura del país en el mismo instante de ponerle punto final a esta novela, no me hubiera retrasado tantos meses en mi tarea. Más aún luego de que la difusión de la noticia en los pequeñísimos círculos de la política argentina sobre la realización de este libro produjo que se me cerrarán una innumerable cantidad de puertas.

De a poco Krasnov se convenció de que lo matarían por el libro que escribía, como le dijo a Litewka cuando le entregó el manuscrito. En 1993, gracias a su relación con la oficina de Bauzá y a sus antecedes profesionales, instaló la primera corresponsalía de Télam en San Pablo. Según la agencia, anticipó la victoria electoral de Fernando Henrique Cardoso aunque las encuestas lo ubicaban debajo de Luiz Inácio Lula da Silva. Cuando murió había sido elegido presidente de la Asociación de Corresponsales Extranjeros (ACE) de la ciudad. En la novela —más relevante para su vida que cada episodio de su vida paulista— había dejado en una línea el desenlace que les tocaría a los personajes centrales, Cytrynblum y Krasnov/Aizemberg y Korob: Porque el loco final de esta novela es la muerte de los dos.

Cuando apareció con un tiro en la cabeza, Krasnov tenía cuarenta años.

Asís, el adelantado No te pido dinero. Todo fue financiado con los australes que quedan de mi indemnización, mi propia sonrisa y las sonrisas de compasión de algunos amigos que le dieron un pequeño crédito a mi imaginación (…) Quiero pedirte sólo dos cosas. Primero el permiso ético de poder utilizar tus personajes de ficción, que me parecieron inigualablemente bien descriptos. Además quisiera recurrir, como una de mis fuentes, a tus recuerdos.

Krasnov escribió este párrafo en una carta imaginaria a Rodolfo Zalim, alias Bartolomé Rivarola, el álter ego de Jorge Asís, que incluyó en su novela. En la vida real, visitó al escritor y consiguió la autorización para usar sus personajes. Aunque sus lectores —Litewka y su contacto en la Casa Rosada — le habían criticado las similitudes deliberadas con Diario de la Argentina, Krasnov no cambió de idea. Reconocía haber leído y releído aquella obra, en la que encontraba una referencia capital porque combinaba éxito de público con lo que consideraba un daño eficaz a Clarín. Cuando ingresó a Clarín, a mediados de 1976, Asís se hallaba en crisis con su militancia en el PC y había publicado ya la primera parte de su obra (La manifestación, La familia tipo, Los reventados). Cuando se marchó, en 1983, era el autor conocido por Flores robadas en los jardines de Quilmes, libro que vendió 150.000 ejemplares y a la vez le colgó la cruz de best seller durante la dictadura. La dedicatoria preguntaba: «Para Haroldo Conti, ¿in memoriam?»: su colega y amigo estaba desaparecido. Integraba el grupo de firmas célebres de la redacción, junto con Jorge Göttling, Carlos Marcelo Thiery, Emilio Petcoff, y contaba con márgenes flexibles para elegir temas y desarrollar su escritura disonante con casi todo lo que se publicaba en el diario. Sus aguafuertes marcaron un nuevo tipo de costumbrismo urbano; cubría las temporadas de verano y hasta corrió un rally que le permitió compartir la tapa del diario con Juan Manuel Fangio. Desde el comienzo conoció sus límites: podían hablar de la mishiadura pero no de política, porque el diario criticaba el programa económico de Martínez de Hoz pero no a las Juntas Militares. En algún momento, Asís empezó a percibir que Clarín se había convertido en un aguantadero y negoció su salida poco después del conflicto gremial de 1982, en el que había participado. Su novela termina con ese último instante en la redacción:

Rivarola sintió la sensación de darse vuelta, para mirar la cuadra por última vez; se detuvo un segundo pero siguió, sin el menor romanticismo, de largo. Seis años ahí adentro, demasiado tiempo; no sentía ni tristeza ni bronca, ni siquiera una sensación de vacío o desolación. Seis años y se llevaba apenas muchos recuerdos que le servirían para componer una novela del montón y unos buenos mangos con los que respiraría varios meses. Sentía en la boca cierto sabor espeso, amargo, pero no era para exagerar, Rivarola, probablemente se debía a tanto cigarrillo, al encierro (110).

Asís escribió Diario de la Argentina entre agosto de 1983 y julio de 1984, y la novela se publicó en octubre de ese año. A pesar de la gran cantidad de escritores que trabajaron como periodistas (de Roberto Arlt a Tomás Eloy Martínez, de Domingo Faustino Sarmiento a Raúl González Tuñón, de Jorge Luis Borges a Juan Gelman), la literatura argentina se había ocupado relativamente poco de las redacciones. Asís publicó el primer texto que sacó de la clandestinidad al sistema Clarín. Inventó sus grandes personajes — descolló Cytrynblum (Aizemberg)—, describió el proyecto empresarial en ciernes, las tensiones internas entre los frigeristas y Magnetto (Bagnatto) y la forma en que interactuaba con el régimen militar, además de los amoríos de la Directora, la cotidianidad del trabajo, las pequeñas ventajas personales. Las críticas mayores se centraron en que Asís había revelado detalles de la vida íntima de sus compañeros —algunos de ellos, amigos— fácilmente reconocibles por sus apellidos levemente modificados. Lo acusaron de provocar divorcios por deschavar infidelidades y el escarnio público por atribuirle a un prócer de la redacción una destreza inigualable en el callo de su mano para remediar sus dificultades sexuales y un alcoholismo incontenible. El marido de la correctora que en el libro de Asís le practica sexo oral a un editor de Espectáculos llegó hasta la redacción de la calle Tacuarí para atacarlo. Uno de los protagonistas de la novela reunió a su esposa y sus hijos para acordar que no leerían el libro por los detalles íntimos expuestos. Asís ensayó una defensa: él era un escritor y todos lo sabían, no obstante lo cual le acercaron historias que él no podía dejar de contar sin resignar su condición artística. En castigo por la salida de Diario de la Argentina, el nombre de Asís se calló en Clarín durante un cuarto de siglo. Sólo el conflicto con el kirchnerismo hizo que sus textos sobre el Boudougate le devolvieran una visibilidad limitada, alguna mención en la columna política del domingo e incluso una reseña bibliográfica de su novela

Dulces otoñales en mayo de 2014. Planeta-Sudamericana, la editorial que publicó la novela en 1984, también padeció el escarmiento. El diario de la señora de Noble redujo sensiblemente las críticas de sus títulos hasta que consiguió la tapa del suplemento cultural con una entrevista al premio Nobel Gabriel García Márquez, que salió el 21 de noviembre de 1985. La novela maldita se convirtió en objeto de colección, agotada durante años. Asís la reeditó en 2000, con un sello propio porque ninguna editorial la quería. Como parte de la reedición de su obra, Sudamericana la devolvió a las librerías en 2012 en pleno conflicto entre el gobierno y el Grupo. Según Asís, apenas se distribuyó la primera edición un directivo de Clarín pidió a sus nuevos empleadores, la editorial Abril, que lo despidieran. Junto con Enrique Vanoli inventó una historia que apareció en Somos (gracias a un amigo que paraba con la banda del escritor en la confitería Florida Garden), según la cual el productor de la película La República perdida llevaría al cine Diario de la Argentina, con Joan Collins (muy popular entre los argentinos por su papel en la serie Dinastía) en el papel de la señora de Noble. Con eso, sostuvo el autor, consiguió parar las presiones. Vanoli recibió una llamada desde el piso de jerárquicos de la empresa de la calle Piedras: lo invitaron a tomar un café para preguntarle por la seriedad del asunto. En su Cuaderno del acostado, unos de sus libros posteriores, Asís describió lo que siguió a su éxito: la vida del acostado. El escritor pierde popularidad («Mis libros ya no se venden», comienza), recibe rechazos durante la primavera alfonsinista como si hubiera sido cómplice de la dictadura, no consigue empleo ni puede emigrar como pensaba. Ámbito Financiero —sospecha el narrador— es el lugar adecuado para él, pero acaso Julio Ramos tema que lo convierta en protagonista de otra novela. El álter ego de Cuaderno del acostado se encuentra en un café con sus ex amigos del Diario de la Argentina y le niegan el saludo. También se entera de que Cytryn planificó su asesinato —el sicario pedía 5.000 dólares— pero luego se echó atrás. El veto a Asís en Clarín conoció algunas excepciones. El 24 de abril de 1985 el diario publicó una columna de Jorge Luis Borges (cuyo derechos pertenecían a la agencia de noticias española EFE) donde se lo mencionaba: «Todo se aplebeya. Las editoriales imprimen y divulgan las malas palabras que Jorge Asís aprendió en tercer grado». Hubo referencias menores o involuntarias. En 1998, Ernesto Semán, de la sección Política, acompañaba al

ministro Carlos Corach en una gira por Rusia y consignó que Asís integraba la delegación. Por la diferencia horaria, sólo un editor vio la nota, y el nombre pasó. Al día siguiente, uno de sus jefes le dijo a Semán de modo explícito —algo infrecuente en la empresa—: «No nombrés a Asís». Frente a las omisiones, el autor reaccionó cuando el suplemento cultural decidió ignorarlo en una producción de dieciséis páginas sobre la literatura y la última dictadura militar. El 22 de marzo de 2008 el portal digital de Asís —su ejército de una persona— hizo pública una carta al editor Juan Bedoian, con quien había compartido tiempo en la cuadra: Editaste, Juan, una superproducción de dieciséis páginas, en Ñ, sobre el desgarrador tema del exilio. La «marca cultural de este país». Aluden a las «polémicas entre los escritores que se fueron y los que se quedaron». Durante la Dictadura, claro. La insuperable hazaña tuya, Juancito, consiste, en principio, en el sorprendente mérito de encarar semejante producción, sin haberme, siquiera, consultado. Y en el hallazgo, históricamente inquietante, de no ser, siquiera, citado. Poderosa subestimación hacia el destinatario. El lector. La gravitante audacia admite el espacio para mi franca felicitación. Resulta admirable la apuesta gratuita, a favor de tanta impunidad conceptual. La licencia fascistoide para descartar. La habilidad para la tergiversación. Para simular que se habla frontalmente de aquello que, en simultáneo, se escamotea. (…) Gracias al destierro intelectual, que tradicionalmente me reserva Clarín, y al perceptible ninguneo de tu producción en Ñ, dejé de ser, al menos, «el best seller del oscurantismo». Para convertirme, simplemente, si es por tu revista, en nada (111).

Tras sus años acostado, Asís reapareció en la vida pública como uno de los esgrimistas de Menem. El gobernador riojano todavía era candidato cuando el escritor recurrió a una metáfora del fútbol para sintetizar qué le ofrecía: —Podría atajar algunos penales. Asís ya había abandonado el comunismo para sumarse a la versión criolla del peronismo neocon. Ocupó varios cargos: embajador ante la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), embajador en Portugal y fugaz secretario de Cultura. Cuando Krasnov pensaba en Asís, veía pura posibilidad para sí mismo. Si la condición de primer francotirador contra Clarín le había reportado en el mediano plazo la retribución magnífica de vivir en París como un embajador, a él le sucedería algo así, o acaso mejor. Asís, en cambio, aspiraba a algo más que una embajada en un organismo al que encontraba irrelevante, como retrató en Excelencias de la nada. En su

percepción, la condena del gran diario le había arrebatado la posibilidad de encabezar una lista de diputados por la Capital Federal o lograr una posición de mayor importancia en el menemismo, sobre todo en el período en que pudo imponer candidatos con activos escasos como Erman González. Menem nunca quiso emprender una guerra abierta con Clarín. Sabía del veto que pesaba sobre Asís y no habló demasiado del tema con él. Pero escuchó una de sus quejas: —Si hubiera matado a Magnetto en 1984, ya estaría libre. Clarín me dio más años por Diario de la Argentina que los que me hubieran tocado por homicidio. Cuando renunció a la Secretaría de Cultura —su propuesta de establecer que los carteles publicitarios y el nombres de los negocios fueran en español lo llevó a una polémica perdidosa—, Asís le mandó un ramo de gladiolos blancos al presidente. El sentido del mensaje —contó— era recordarle a Menem que una vez en Madrid le había enviado a Isabel Perón un ramo de gladiolos que acabó en el tacho de basura. En la antesala del despacho del mandatario, la periodista Nancy Pazos vio las flores y le preguntó a Ramón Hernández, el secretario privado del jefe de Estado, si podía quedárselas. Una foto de la época muestra a Pazos en la redacción de Clarín con los gladiolos robados al presidente: el regreso involuntario a la calle Tacuarí del autor de Flores robadas en los jardines de Quilmes.

El hombre que gritó «¡Monopolio!» Julio Alfredo Ramos Varela, fundador, propietario y director de Ámbito Financiero, fue el primer editor importante que se dedicó con pasión a impugnar al diario de la señora de Noble. Le dedicó a la tarea un tiempo significativo de su vida, un espacio considerable en las páginas de su diario y hasta su primer libro, Los cerrojos a la prensa, y una parte del segundo, El periodismo atrasado. Tenía razones empresariales: Ámbito Financiero, como casi todos los diarios, denunciaba a Papel Prensa por el precio y las condiciones de venta; para Ramos, Clarín le birló la licitación de Canal 13, a pesar de su influencia sobre Menem. También tenía razones extraempresariales: una vieja querella personal por la manera en que debió dejar la redacción en 1966, después de ocho años de

trabajo. Su liberalismo a la criolla —una defensa del libre mercado y la competencia combinada con cierto capitalismo aventurero— fogueaba su lucha contra la concentración. Su gran latiguillo de llamar monopolio a Clarín se convirtió en un clásico de su diario; cuando afinaba el lápiz, distinguía monopolios y oligopolios. Ramos y Ámbito, su creación, se convirtieron en la voz anticlarinista de mayor persistencia en el mundo de las empresas periodísticas. Y de mayor insistencia: toda la que le permitía una publicación que llegaba a los quioscos de lunes a viernes. Los cerrojos a la prensa se imprimió en agosto de 1993, el mismo año en que Krasnov planeaba la salida de su novela y Kelly mandaba a imprenta su Noble imperio corrupto. No había plan alguno sino un conjunto de circunstancias inconexas que convergían. Compartían la imposibilidad de salir en editoriales grandes: ninguna quería enemistarse con un multimedios central en la promoción de sus otros libros. Al igual que Krasnov y Asís, Ramos había trabajado en el gran diario argentino. Su tiempo, la década de 1950, le hizo compartir la cuadra con futuros editores relevantes: Héctor Ricardo García, de Crónica, y Jacobo Timerman, de La Opinión. Ingresó en agosto de 1958 como asistente del secretario de redacción Moisés Jacoby; otra versión lo ubicó entre los empleados administrativos. Redactaba la columna «Hora Municipal», en 1966, cuando lo echaron. La empresa lo acusó de haber cobrado por escribir textos que favorecían al intendente porteño Francisco Rabanal, un político radical que había recomendado su ingreso al diario; Ramos dijo que lo echaron porque el concejal Alfredo Vezza le pidió la publicación de una nota y él se negó (112). Luis Majul publicó un perfil de Ramos en uno de los volúmenes de su saga sobre los viejos y nuevos dueños de la Argentina: accedió al informe interno sobre él con los argumentos de Clarín. El trabajo, extenso, empezó en 1992 con Amalita Lacroze de Fortabat, Franco Macri, Jorge Born, Roberto Rocca y Carlos Bulgheroni —entre otros— y terminó con los Kirchner dos décadas más tarde, pero en el cual aún faltan Ernestina Herrera de Noble y Magnetto. Ramos se recibió de economista a los treinta y un años. Trabajó en La Opinión y en diciembre de 1976 lanzó su proyecto con 25.000 dólares. «La City porteña no es la City inglesa, por lo tanto en Buenos Aires existe Ámbito

Financiero y no el Financial Times», escribió Fernando Ruiz en El señor de los mercados, su libro sobre el matutino. El surgimiento de Ámbito coincidió con el de la patria financiera y la contracción del sector industrial. Se convirtió, según señaló Guillermo O’Donnell, en una institución económica que regulaba las expectativas y los comportamientos (113). Si el periódico es un actor político —según lo enunciara Héctor Borrat en su clásico sobre la prensa—, el de Ramos podía intervenir como actor económico. No obstante, la información política fue uno de los grandes aciertos de Ámbito. Roberto García, su director periodístico, fungió de máxima autoridad en la redacción. Entre sus grandes primicias se destacan el primer plan económico de Juan Vital Sourrouille (que se anticipó el 13 de junio de 1985: las fotocopias de Ámbito se vendían en la calle Florida) y el Pacto de Olivos que Carlos Pagni consignó en la edición —agotada— del 17 de noviembre de 1993. Una mirada por momentos cínica permitió que el diario naturalizara la corrupción pública y privada como inherente a la política, explicó Ruiz. Varios de los periodistas de Ámbito eran autores de newsletters con información clasificada y recibían pagos a cambio de sus panorámicas de la realidad. Ramos aceptó esas prácticas. Y más: uno de sus periodistas llegó a administrar una mesa de dinero. Fiel al modelo de Roberto Noble (a quien por momentos parece admirar en su libro), Ramos usó su medio como catapulta hacia la política. Para las elecciones legislativas de 1985, formó la Alianza Demócrata Independiente (ADEI) y se presentó como primer candidato a diputado por la provincia de Buenos Aires; inclusive publicó una publicidad a página entera en Clarín. No superó el 10% de los votos y lo declaró un fracaso rotundo. Se concentró en Ámbito que, en su opinión, era «el más decisivo diario moldeador de opinión pública hoy en la Argentina» (114). En efecto, su influencia crecía porque — señaló Ruiz— la influencia de los mercados crecía en la política. La relación con el precandidato Menem acortó la distancia entre Ramos y la Casa Rosada. Antes de que se conocieran en persona (lo que sucedió en 1987 mediante una gestión de Alberto Kohan con García), el diario había criticado al gobernador riojano porque en 1986 pidió una moratoria en el pago de la deuda externa y porque se había opuesto a la Ley de Divorcio. En esa comida, Ramos sintió una gran empatía, que comprobó días más tarde cuando Menem empleó en público la fraseología económica que le había escuchado en privado. Un presidenciable le prestaba atención.

Juan Bautista Tata Yofre se subió al Menemóvil y lo contó en una contratapa muy comentada (una de las notas más importantes de Ámbito, escribiría Ramos), que se fotocopió y distribuyó en muchas unidades básicas del justicialismo, según su autor. A partir de ese momento un grupo importante de periodistas del diario económico militó en la campaña del riojano. Yofre fue su vocero hasta que, después de la asunción, lo sucedió otro colega de Ámbito, Humberto Toledo. El derrotado en las internas, Antonio Cafiero, denunció al matutino como el house organ del menemismo. En Los cerrojos a la prensa Ramos contó los detalles de una noche fría de junio de 1988 en la que alojó a Menem en su chalet de Leloir, para que descansara entre el fin de una caravana y el inicio de la siguiente. Conversaron durante cuatro horas, con la sola compañía del hijo de Ramos. Al despedirse a la mañana siguiente, el editor sacó el tema de Clarín. Así transcribió el diálogo con el futuro presidente: —Mirá, Carlos, Clarín es un monstruo que quiere matarnos a todos los medios de prensa, empezando por el dominio del papel. Sé que ha logrado hombres (sic) que le hicieron un acuerdo con Cafiero por un canal de televisión (…) Pido (…) juego limpio si se van a privatizar los canales de televisión. —¿Juego limpio? Julio, dalo por hecho —contestó Menem (115). Ramos fue uno de los candidatos a ocupar el cargo de primer ministro de Economía de Menem. Poseía una característica indispensable para el peronista riojano: era un empresario exitoso. Pero el Ministerio quedó para una empresa de mayor envergadura, Bunge y Born: dos de sus directivos ocuparon el Palacio de Hacienda. Yofre hizo de nexo entre Menem y la multinacional de origen argentino a la que asesoraba desde 1984 con información política reservada. Trabajaba en Ámbito, integraba informalmente la campaña de Menem y era consultor de Bunge y Born. Tras el triunfo electoral se inclinó por la función pública, y asumió la conducción de los servicios de Inteligencia. Menem le ofreció a Ramos la representación argentina en la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI), un organismo económico regional menor para las aspiraciones del director de Ámbito, que lo rechazó. Ramos, como Magnetto, quería ganar la licitación de Canal 13 (ver capítulo 3). Al perder, denunció la falta de transparencia de la licitación porque conocía —se decía en el mundo de la política— que el 13 estaba

preadjudicado a Clarín. Ramos perdió las siguientes cuatro licitaciones a las que se presentó durante la presidencia de su amigo. Sus denuncias contra el Grupo en construcción superaron los temas de incumbencia directa para su diario. En 1993 realizó una campaña por los derechos de televisación del Mundial de fútbol y dos años después presentó una demanda ante la Secretaría de Defensa de la Competencia por una práctica muy habitual del gran diario argentino: ofrecer a los anunciantes descuentos de importancia a cambio de que no anunciasen en las páginas de algunos de sus competidores, como Ámbito o, más adelante, el efímero diario Perfil. Pese a que un importante editor del diario se lo recomendó con vehemencia, Magnetto decidió no responder para evitar darle publicidad a Ramos. «Si vos no armás un personaje público, vas a dejar que te lo arme Ramos», insistió el editor, sin suerte. El número uno creyó que su opción por la invisibilidad pesaría más que las caracterizaciones de un diario al que consideraba marginal y que, con los años, le colgaría a su matutino el letrero de menemista. En agosto de 1993 Ramos publicó su manifiesto anticlarinista con un sello propio, AmFin, abreviatura de Ámbito Financiero. Sobre un fondo verde se ve un mono con una cadena en la boca, y se lee la frase «Jugar con la cadena pero no tocar al mono», con la referencia debida: «Dicho cubano en la era castrista». El gran problema, la gran acechanza de la prensa argentina en estos años 90 es el monopolio Clarín. Es el gran dominador, el gran pulpo que se extiende amenazante sobre toda forma de difusión, escrita o electrónica, que no se pliegue a sus designios de dominación (…) La tesis de este libro es que un monopolio de prensa tiene una tendencia natural al ahogo de la competencia y a la expansión mucho mayor que la que mostraría un sujeto malvado que buscase deliberadamente el mismo fin. Y al final la conclusión será inevitable: si un mal es natural y creciente sólo la legislación puede detenerlo (116).

Ese párrafo refleja el espíritu de Los cerrojos a la prensa y anticipa en quince años muchos de los argumentos que el kirchnerismo utilizó en su conflicto con la llamada Corpo: el uso de la idea del monopolio y la necesidad de una nueva legislación. En las páginas de su diario y en sus redes de influencia, Ramos presentó la cuestión como una lesión a la competencia y el capitalismo. Desde el Estado

y con la agitación de su minoría intensa (aquella porción de su electorado militante y comprometida con la defensa del modelo), el kirchnerismo llevó esas discusiones a la arena pública. Uno hizo hincapié en la defensa del libre mercado, la lucha contra los monopolios y la denuncia de las presiones a todos los presidentes; el otro, en la revisión del papel del matutino durante la dictadura militar y su condición de poder hegemónico y avasallante en democracia. Ramos aclaró que ni la envidia ni el resentimiento lo movieron a escribir: «No odio a Clarín, lo soporto». Reconoció un motivo personal para advertir sobre la acechanza de la concentración, el objetivo del libro: contribuir a la subsistencia de Ámbito Financiero. Su relato abre con la vida de Noble. Por la falta de otras fuentes que las hagiografías del fundador, Ramos agigantó los padecimientos de Clarín durante el primer peronismo y no contempló los grandes beneficios que recibió para mantenerse y luego crecer. Utilizó muchas de las historias que escuchó durante sus siete años en la redacción y su experiencia propia, aunque casi no tuvo trato con Noble porque se hallaba lejos de sus primeras espadas. Fijó 1956 como el comienzo de las presiones del matutino sobre los gobiernos. Tituló el capítulo sobre el período en que él integró la redacción (1957-1962): «Clarín brillante, democrático y competitivo». Ramos escribió desde su condición de hombre de la industria que debía comprar su insumo principal a Papel Prensa en condiciones desventajosas. Observó escandalizado que la empresa que conducía Magnetto empezaba a ocupar posiciones dominantes en el mercado (el negocio del cable despuntaba entonces) y en las asociaciones de prensa. Conocía cómo funcionaba el give and take entre el Estado y Clarín. Detalló con precisión la construcción del monopolio —como lo denominó— y analizó su ingresos, a la vez que administró sus simpatías con el gobierno del riojano y lo que consideraba una política errática hacia el matutino. Los cerrojos a la prensa es también una radiografía del estado de Clarín en 1993. El volumen incluye (como el regalo de la revista Billiken) un póster donde se grafica la diversidad de empresas del Grupo con el dibujo de un gran pulpo, mientras que una tortuga representa a los medios de prensa del Estado y los caballitos de mar, a la prensa libre. Cierra así: Teníamos la seguridad de que en 1993 peleábamos por una idea de democracia y de verdadera libertad de expresión, muchos escalones más arriba del llano en que nos

encontrábamos en 1981, al iniciar esta lucha contra los primeros decretos, extraídos a los militares, por el monopolio Clarín. ¿Cuántos escalones faltaban? Difícil saberlo pero lo principal era estar orientados hacia arriba, hacia la meta. Tenemos la esperanza de que este libro la acerque más. Ojalá.

En 1997 Ramos publicó su siguiente libro, El periodismo atrasado (la tecnología es rápida, las normas de prensa son lentas), en el que recurre a una fábula en el arte de tapa: el cuerpo de una tortuga con cabeza de liebre. En el texto recorre la situación de la prensa en varios países del mundo (los Estados Unidos ocupan el mayor espacio), con énfasis en los riesgos de los monopolios y la concentración de medios. Habló de la recepción de Los cerrojos a la prensa: «Se habían vendido 27.432 ejemplares y habíamos obsequiado otros 3.500. Por supuesto que no fue un best seller, pero fue muy compensatorio del esfuerzo para un libro de tesis y no deliberadamente comercial» (117).

Contra la «innoble» señora de Noble Noble imperio corrupto de Kelly ha desaparecido de las librerías y las bibliotecas públicas. En uno de los picos de la pelea de los Kirchner con el Grupo Clarín, el semanario Noticias reveló que el hijo del autor le habría querido vender una copia al gobierno en 200.000 dólares. De haber sido cierta esa cotización, hubiese sido más económico tomar un vuelo a Washington en primera clase: en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos yace la única copia del libro de Kelly que existe en el sistema de bibliotecas de los Estados Unidos. O, más accesible aún, se hubiera podido recurrir a la versión fotocopiada que poseía el ex secretario de Derechos Humanos Eduardo Luis Duhalde. La primera denuncia de Kelly contra la señora de Noble precedió a la gestión de Menem. En enero de 1984 declaró que quería preguntarle a Ramón Camps, jefe de la Policía Bonaerense durante la última dictadura militar, quiénes eran los dos chicos que ocupaban la tapa de la revista dominical de Clarín del 8 de mayo y el 5 de junio de 1977. Se trataba de Marcela y Felipe Noble Herrera; sugería que eran hijos de desaparecidos. La empresa entendió el mensaje y mandó a un periodista jerárquico que, a cambio de algo, consiguió un silencio temporario del denunciador público.

Clarín accedió además a publicar una entrevista en la cual se dio espacio a las denuncias de Kelly contra el almirante Emilio Eduardo Massera. Con el aval de Menem, el denunciador volvió sobre su caso desde las pantallas de las televisión estatal. En su momento se dijo —y hoy lo reconocen varios funcionarios de aquel entonces— que el gobierno negoció con el multimedios la salida de Kelly de ATC a cambio de que Canal 13 sacara de su noticiero a Liliana López Foresi, quien en su programa de la medianoche empleaba un tono crítico hacia el gobierno que no se conocía en el resto del Grupo. El ex dirigente nacionalista —así se lo citaba para evitar llamarlo periodista— no generaba confianza. Su condición de francotirador contra la Directora debilitaba la posición del gobierno en el póker con Clarín. Cuando dejó Canal 7, Kelly decidió inmortalizar sus ataques. Noble imperio corrupto lleva un subtítulo que revela la tendencia de su autor a la asociación libre y múltiple: Grondona, Neustadt, Verbitsky, manipulación y engaño. En la tapa, el mismo autor exhibe el ejemplar de la revista de Clarín de 1984 por el cual denunció a Herrera de Noble. Su autorreferencia subiría un tono en la solapa de su libro siguiente, Olvido y perdón: eligió una foto suya en un quirófano mientras lo operaban porque había recibido un balazo. Noble imperio corrupto combina datos generales y conocidos con denuncias que no consigue respaldar. Hace referencia a la supuesta homosexualidad de Noble y agrega un dato para involucrar a la Directora en su muerte: en las horas finales lo exigió sexualmente, y eso explicaría el desenlace. El libro toma la investigación de Emilio Jaján, quien pretendió demostrar la ilegalidad del casamiento de Roberto y Ernestina en 1967 porque el fundador nunca se había divorciado. En vistas de su propósito —reabrir la sucesión—, la empresa lo trató como extorsionador. Jaján argumentó que Clarín le había encargado la investigación y que nunca la pagó. La otra fuente de Kelly, Reinaldo Bandini, un secretario de redacción, había demandado al diario en busca de una indemnización por los servicios que dijo haber prestado a la empresa, entre ellos participar de la administración de dinero no declarado en cuentas suizas. Kelly le agregó su trazo a esas dos fuentes. La primera línea de su libro propone cotejar las vacas sagradas en la India con las de la Argentina, entre las cuales se ubica a la empresa de la señora de Noble. Las acusaciones de antisemitismo (un clásico en la obra oral y escrita del fiscal de la República: como sobre él pesaban esas mismas imputaciones, sobreactuó su defensa del

Estado de Israel) no aportan novedad alguna sobre las simpatías que ya se le conocían al fundador (118). Uno de los objetivos básicos de este libro —reconoció Kelly— es demostrar que los monopolios periodísticos que hoy pretenden manipular a la opinión pública son vocablos retóricos de tanta magnificencia como ética, moral, lucha contra la corrupción, justicia, defensa de la democracia republicana y hasta derechos humanos, están efectuando en realidad un acto de hipócrita transferencia porque son ellos los peores corruptos, los peores inmorales (119).

A su manera tosca, Noble imperio corrupto aspiraba a atacar a quienes atacaban al gobierno de Menem.

El DT que se anticipó al kirchnerismo El anticlarinismo quedó asociado a Menem porque, con papeles muy distintos, Asís, Kelly y Ramos giraban en la órbita gubernamental. Por otras razones, el menos público Krasnov consiguió el financiamiento de la Casa Rosada. Hubo, sin embargo, un maldito diferente. Una figura que intervino antes de 1993 y que además provenía de un campo distinto del periodismo, las letras o los sótanos de la política. Carlos Salvador Bilardo, hombre del fútbol, mantuvo un combate por la ideología deportiva del diario que voceó de muchas maneras. Entre ellas, el libro Doctor y campeón, donde se quejó: Yo no podía salir a la vereda. La gente, sin saber absolutamente nada de mi trabajo, pero incitada por un enorme sector del periodismo —en el cual el diario más vendido, Clarín, llevaba la voz cantante—, me insultaba (120).

Elaboró una teoría general sobre el impacto de la tapa de Clarín que ni siquiera se estudiaba en la carrera de Ciencias de la Comunicación, apenas lanzada en la UBA: Yo sabía que ese periódico vendía unos 150.000 ejemplares por día, pero su tapa la leían un millón y medio de personas: las que pasaban caminando por el microcentro de la ciudad de Buenos Aires, puntualmente por la calle peatonal Florida, entre Diagonal Norte y Lavalle, o por la neurálgica avenida Corrientes, entre 9 de Julio y Leandro N.

Alem.

El doctor, conocido por sus acciones desusadas, ideó un método «para contrarrestar tanta crítica». Lo ayudaron, reconoció, algunos vendedores de los quioscos más importantes de esas dos calles tan transitadas: Cuando Clarín publicaba en su portada que el equipo (nacional, que el doctor dirigía) era «un desastre», que había jugado mal, que Bilardo no sabía nada, los canillitas, en vez de exhibir en sus quioscos la portada, la daban vuelta y dejaban a la vista la última página (121).

Los transeúntes veían los chistes y las historietas en lugar de las diatribas. Esa pelea cuerpo a cuerpo contra uno de los organizadores de la agenda futbolística no conocía antecedentes. Bilardo se anticipó al kirchnerismo. En sus setenta años de historia, el matutino reconoció distintas inspiraciones: el noblismo, o el proyecto político y presidencial del fundador; el desarrollismo, el gran paraguas ideológico entre 1958 y 1982 y, desde entonces, el magnettismo, un plan de expansión empresarial despegado de las rigideces ideológicas antecesoras. Pero en la sección Deportes las corrientes de pensamiento fueron otras, y fueron fuertes. Una ideología futbolística iluminó las páginas de la sección durante las décadas de 1970 y 1980: el menottismo. Sobrevivió inclusive cuando empezó su conmovedora declinación en 1982 (año de la Guerra de Malvinas y del despido de los desarrollistas), cuando César Luis Menotti dejó su cargo en la Selección Nacional después de una performance deslucida en el Mundial de España. El menottismo postulaba la defensa del juego asociado, el lirismo ofensivo, la gambeta como recurso: la épica del viejo y querido fútbol argentino, como dijo el director técnico en el vestuario, victorioso después de la final contra Holanda. Clarín defendió esa doctrina, con un matiz: el jefe de Deportes durante esas décadas, Juan de Biase, aseguró: «Clarín no es menottista, el Flaco es clarinista». Menotti fue columnista del diario durante el Mundial 1978. Compartió cotidianeidad y confianza con su cúpula periodística del diario y hasta pasó la Nochebuena de 1979 con un redactor de Deportes. Su aporte fue decisivo para que Clarín, la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) y las Juntas Militares organizaran el partido entre la Argentina y resto del mundo, que

celebró el primer aniversario de la obtención de la copa. Cuando dejó la Selección, Clarín lloró su partida. Carlos Bilardo, el reemplazante de Menotti, se proclamaba —sin ambages ni sutilezas— como una víctima histórica del diario de la señora de Noble. El inicio de las hostilidades, en su opinión, databa de 1966, cuando él se destacaba como jugador en el Estudiantes de Osvaldo Zubeldía, mentor de una escuela de realismo futbolístico que había importado del catenaccio italiano: privilegiaba defender antes que atacar y la única medida del juego eran los resultados. Tildado de antifútbol en los pasillos del diario —y entre los protagonistas del fútbol argentino—, el apelativo más respetuoso que recibió destacaba su mezquindad. Aquel año de 1966, dijo el doctor, comenzó sus estudios de Clarín. Le dedicó la misma entrega obsesiva que siempre caracterizó su desempeño profesional y hasta permeó su labor televisiva: cuando condujo un programa televisivo al estilo de Los Campanelli, ensayaba en doble turno para tratar de levantar el rating bajo. «Estudié Medicina seis años y estudié a Clarín ocho», dijo sobre el tiempo que dirigió la Selección Nacional. Junto con la revista El Gráfico, Clarín manejaba la agenda futbolística de la prensa. Por eso cuando asumió la dirección técnica, Bilardo se reunió con un grupo de periodistas del matutino. Por entonces, el diario libraba una de sus batallas de la década de 1980: denostaba al Ferrocarril Oeste de Carlos Timoteo Griguol por aburrido. Existen dos versiones de ese encuentro entre la redacción de Clarín y Bilardo: —Me dijeron que no estaban de acuerdo conmigo, me levanté y me fui — aseguró el doctor. A Miguel Ángel Bertolotto le quedó un recuerdo diferente: —Fue una cena cordial, donde hubo intercambio de ideas. Según ese relato, los periodistas le explicaron a Bilardo que las páginas del Deportivo defendían el fútbol ofensivo, de pelota al pie, desde mucho antes que Menotti y le aseguraron que, si el equipo andaba bien, hablarían bien. Bilardo separó el Deportivo como si hubiera sido escindible de la política general del medio. Según dijo, jamás se quejó ante los dueños sobre la supuesta campaña en su contra del suplemento, aunque había cementado una amistad con Lucio Pagliaro en el viaje cotidiano de Buenos Aires a La Plata. «Nunca le pedí nada a Pagliaro ni le dije que me dejaran de matar», contó en

una entrevista para este libro. Los periodistas atribuyen la ruptura del vínculo a una entrevista a Enzo Trossero, defensor de Independiente y de la Selección, en 1985. Bilardo se indignó porque le preguntaron si se sentía a gusto con jugar como líbero y stopper. El entrenador lo tomó como un ataque personal y los acusó de haber inducido las respuestas del entrevistado. A partir de entonces el doctor sólo entregó a Clarín la formación del equipo o el horario del entrenamiento. El ex presidente de la AFA defendió a Bilardo con vehemencia en la prensa en general y ante los críticos, incluidos los de Clarín. Julio Grondona visitaba con frecuencia la redacción de la calle Tacuarí para discutir de fútbol con el jefe De Biase y algunos cronistas: una muestra del poder de las páginas deportivas. —Ustedes defienden el fútbol sin arcos —les decía, en el recuerdo de Horacio Pagani. —Defendemos el buen juego, lo que usted también defendía antes, Julio —le contestaban. Y el ex ferretero de Sarandí se marchaba sin rencores. El rendimiento de la Selección Nacional de Bilardo no provocó tampoco el entusiasmo de los hinchas. Argentina clasificó para México ’86 con un gol agónico contra Perú en el Monumental. El doctor recibió una silbatina estruendosa en un partido amistoso, tan intensa que su padre le sugirió que renunciara, que el antibilardismo llegaba ya a extremos. Bilardo se convenció de que una conjura difusa de Clarín y un grupo de políticos liderado por el secretario de Deportes Rodolfo Michingo O’Reilly impediría su llegada al Mundial de México. Según la versión de un periodista afín, la conspiración comenzó el 26 de marzo de 1986, cuando Argentina perdió 2 a 0 un amistoso con Francia. Grondona —radical y de buen trato con Alfonsín— respaldó a Bilardo, minimizó el complot y le encargó especialmente al presidente de la nación que se desactivara cualquier plan de cambio. «Si se va Bilardo, yo también me voy», dijo el titular de la AFA en una entrevista desde Zúrich. Para contrarrestar al Deportivo y a sus demás críticos, el director técnico armó un bloque con varios periodistas que defendieron con fiereza su sistema de juego: Víctor Hugo Morales, Adrián Paenza y Fernando Niembro, entre otros. Menotti había mantenido conflictos abiertos con muchos de ellos: a Paenza lo echó de una conferencia de prensa porque no lo consideraba especialista en fútbol. Su disputa verbal con Morales se extendió muchos años (122).

Durante el Mundial de México, Bilardo se mantuvo a distancia de los periodistas de Clarín. Cuando veía uno, les advertía a sus jugadores y a los miembros del cuerpo técnico: —¡Ojo que es del Deportivo! Antes del debut, uno de ellos escribió: No sabemos bien si fue por olvido, por ignorancia o por descortesía que Carlos Bilardo reprobó ayer un nuevo examen de cordura al prometer y no cumplir con lo que había dicho (123).

El director técnico se tomó una pequeña revancha al regresar de aquel mes consagratorio, con el país conmocionado y el presidente a la espera de los campeones en la Casa Rosada para brindarles el balcón. En el recibimiento en Ezeiza, el periodista Claudio Aisenberg recibió el encargo de invitar a Bilardo al agasajo que Clarín le preparaba a la delegación y convencerlo de que asistiera, como había sucedido luego de Argentina ’78 y después de incontables gestas deportivas. Con temeridad, Aisenberg subió al micro y le entregó en mano un papelito con los datos del agasajo. El doctor contestó, desorbitado: —¡¿Qué agasajo ni agasajo?! Desde luego, no asistió. Pero muchos años más tarde mostró el papelito enmarcado como un cuadro en un programa de televisión, y contó la historia del día que le dijo no al gran diario argentino. Después del Mundial, Pagani le inició acciones judiciales porque Bilardo lo llamaba Garpani en alusión a que supuestamente recibía dinero de Menotti. Cuando se encontró con el columnista deportivo le aseguró que nunca había pedido que lo echaran, como él creía. El gran héroe de México ’86, Diego Maradona, ha tenido una relación ciclotímica con Clarín, al igual que con sus colegas, con periodistas, con presidentes de la nación y hasta con el Santo Padre. Dijo sentirse amado y odiado por el diario. Tuvo un gesto infrecuente cuando Pablo Llonto, periodista deportivo y delegado gremial, fue despedido: se negó a atender a Deportes y el suplemento entre 1992 y 1994. En 1977 Llonto, que tenía diecisiete años al igual que Maradona, cubría los entrenamientos de Argentinos Juniors, donde jugaba el ex cebollita. También asistían regularmente Guillermo Blanco (El Gráfico) y los reporteros de Crónica, y cada tanto Marcelo Tinelli (Radio

Rivadavia), pero Maradona trataba con Llonto. Y siguieron en contacto los diez años siguientes. En 1986, la agencia cubana Prensa Latina (PL) quiso premiar a Maradona como el Mejor Deportista Latinoamericano, dada su performance en el Mundial. El crack se negó y PL recurrió a Llonto para persuadirlo. Por fin Maradona viajó a Cuba y recibió el premio; más importante, se reunió con Fidel Castro por primera vez y se hizo fidelista y cubanista. (Años más tarde le pasaría algo similar con Menem, pero esa fidelidad resultó más breve.) En julio de 1992, Maradona terminaba de cumplir una suspensión por el consumo de cocaína y reapareció en el equipo español Sevilla. Aunque había viajado para cubrir su retorno al fútbol, Pagani se encontró con una negativa cerrada del Diez: no hablaría con Clarín hasta que reincorporasen a Llonto. Mantuvo esa posición hasta su suspensión por doping durante el Mundial de 1994, cuando dio una nota a Mariano Hamilton porque —explicó— se había convertido en un ex futbolista. El anticlarinismo gremial de Maradona se diluyó. En 2005 estrenó en Canal 13 su primer show de televisión: La Noche del 10. En el programa — de gran audiencia y repercusión— reconoció por primera vez que en 1986 había hecho el gol a Inglaterra con la mano, y no la de Dios. También dialogó mano a mano con Pelé, uno de sus clásicos contendientes públicos. Bilardo aceptó ser comentarista de Canal 13 durante el Mundial de Alemania 2006, posiblemente convencido por su amigo Pagliaro, a cargo del canal. Consiguió inolvidables performances con Héctor el Bambino Veira. No por eso se bajó de la lista de los malditos de Clarín: ante la incomodidad de Enrique Macaya Márquez, dijo al aire que el suplemento deportivo había nombrado a varios técnicos de la Selección desde su salida en 1990. En realidad, a partir de ese año, la antinomia Bilardo-Menotti se empezó a desinflar en las páginas de Deportes. Ambos perdían influencia en el fútbol: el primero porque había dejado la Selección Nacional en 1990; el segundo, su sucesor, porque sus equipos no conseguían victorias resonantes, y muchas veces ni siquiera jugaban bien. Quedaba formalmente enterrada la última ideología deportiva de Clarín.

107. Mario Krasnov, Fotos de un álbum familiar, Buenos Aires, 1993, pág. 7. Aunque la última versión es de 1993, la primera referencia que se consigna es: «Del Viso, Argentina,

10 de enero de 1991». 108. Carta de Mario Krasnov a Sergio Litewka, San Pablo, 27 de julio de 1993, en archivo Mario Krasnov. 109. Carta de Mario Krasnov a Sergio Litewka, fechada el 27 de julio de 1993 en San Pablo, Brasil (archivo Mario Krasnov). 110. Jorge Asís, Diario de la Argentina, Buenos Aires, Sudamericana, 2012, págs. 485486. 111. En http://www.jorgeasisdigital.com/2006/03/22/carta-a-juan-bedoian-editor-generalde-revista-n) , visitado por última vez en diciembre de 2014. 112. En una entrevista con el autor, lo sintetizó de otra manera: «Clarín me canjeó por la ordenanza que le salvó el haber obviado el hueco de aire y luz que tenía que haber en el edificio». La entrevista, en coautoría con María José Grillo, se publicó en el semanario Veintitrés el 3 de febrero de 2000. 113. Fernando Ruiz, El señor de los mercados: Ámbito Financiero, la City y el poder del periodismo económico de Martínez de Hoz a Cavallo, Buenos Aires, El Ateneo, 2005, pág. 85. 114. Ibid., pág. 136. 115. Ramos, op. cit., pág. 214. 116. Ibid., págs. 6-7. 117. Julio Ramos, El periodismo atrasado: La tecnología es rápida, las normas de prensa lentas, Ramos Buenos Aires, Fundación Gada, 1997, pág. 14. 118. El autor entrevistó a Kelly en el invierno de 1996 en búsqueda de información sobre la banda de Aníbal Gordon que lo había secuestrado en 1983. En su departamento de la calle Posadas tenía colgada en su escritorio, como un adorno y como una muestra de sobreviviente, la ropa que usó el día que lo liberaron y aún conservaba los rastros de la sangre. Kelly palmeó de armas al entrevistador y después de una larga conversación sobre los Gordon recurrió a una de sus muletillas, las conferencias de prensa: «¿Te animás a cubrir una conferencia de prensa donde cuente todo sobre la señora de Noble y sus hijos, que son hijos de desaparecidos?». 119. Guillermo Patricio Kelly, Noble imperio corrupto, Buenos Aires, Arkel, 1993, pág. 88. 120. Carlos Bilardo, Doctor y campeón, Buenos Aires, Planeta, 2014, pág. 175. 121. Ibidem. 122. Por razones extrafutbolísticas, el uruguayo se convertiría en uno de los denunciadores máximos del Grupo Clarín y destinatario de una de las pocas querellas de Magnetto. A ese encuentro judicial Morales consagró su libro Audiencia con el diablo. 123. Clarín, 1º de junio de 1986.

CAPÍTULO 6

El Grupo de la gente: hegemonía y progresismo (1994-1999) En agosto de 1995, la celebración de los cincuenta años del diario marcó la presentación en sociedad del Grupo Clarín. Un aniversario y un renacimiento. Las publicidades que se desplegaron en numerosos medios nacionales detallaron la magnitud de la transformación y anunciaron una declaración de principios novedosa. «En el universo de las comunicaciones un grupo argentino se destaca por su presencia», se tituló el documento que enfatizó la prevalencia en el mercado local, un modo de hacer virtud de la necesidad: el sueño de la expansión regional no se había podido concretar. El holding estaba conformado por Arte Gráfico Editorial Argentino (AGEA, diario Clarín), Audiotel (servicios de audiotexto), Artear (Canal 13, Todo Noticias y Volver), Editora de Revistas Trasandina (revista Elle), Artes Gráficas Platenses (editora e impresora de revistas, fascículos, libros y guías telefónicas), Radio Mitre (AM 80 y FM 100), Multicanal y Producción de Eventos (Torneos y Competencias Sport, Adtime, TyC Uruguay, Telered Imagen, Adtime SA, Televisión Satelital Codificada, Telered Deportes de Chile y la productora Buenos Aires Televisión). El ideario, que se discutió entre cien cuadros periodísticos y gerenciales del nuevo Grupo, actualizó la doctrina: El Grupo Clarín es un grupo argentino de comunicaciones dedicado a brindar información, opinión, entretenimiento, educación y cultura. Es, por su importancia, el primer grupo de comunicaciones de la Argentina. Clarín, el diario de mayor circulación en el mundo de habla hispana, es el origen del grupo. Hoy el Grupo Clarín se compromete a seguir siendo un espacio independiente de exposición y debate de los temas que tienen que ver con la vida de la gente. Por eso defendemos la democracia y

sus libertades y promovemos el fortalecimiento de las instituciones sociales que sustentan las garantías democráticas. Las mujeres y los hombres de nuestras empresas estamos comprometidos con los valores nacionales a través de una gestión comunicadora honesta e independiente, ejercida con responsabilidad profesional. Hoy somos lo mismo que ayer, gente de comunicación.

La épica del desarrollismo había cedido su lugar a la defensa de la libertad y de las instituciones. Los valores nacionales —tópicos recurrentes en la fraseología del pasado— quedaron relegados en un segundo plano de manera vaga e imprecisa. Como novedad de su discurso corporativo se consagró la categoría la gente, que ya se había instalado en los medios del Grupo. La gente que leía, escuchaba y miraba, y la gente de comunicación que producía los contenidos. Los festejos del medio siglo merecieron una extensa cobertura de los saludos, los brindis, los eventos: un paquete caro a la historia del diario. En la portada del 28 de agosto de 1995, Carlos Menem se reencontró con la Directora: cien días antes, en la noche de su reelección, había declarado que les había ganado a los medios, una alusión diplomática a Clarín. Acompañado por su par uruguayo Julio María Sanguinetti, el presidente de la nación aterrizó en helicóptero sobre la planta de impresión de Barracas, donde se realizaron los festejos. Pero Ernestina Herrera de Noble aún no había llegado a ese paisaje industrial. A los mandatarios los recibieron apenas las gigantografías del primer ejemplar del diario que colgaban del techo. Cada uno de los cinco mil invitados había recibido una tarjeta magnética que indicaba a qué parte del salón debía dirigirse. Les faltó una guía similar para el barrio, que probablemente les resultase ajeno porque no solía albergar eventos sociales de esas características. Monseñor Antonio Quarracino, uno de los hombres de la Iglesia más próximos a Héctor Magnetto, bendijo las seis rotativas que se estrenaron en la ocasión. La Metro Goss, de dimensiones similares a la del diario estadounidense Los Angeles Times, imprimía 420.000 ejemplares en una hora. Al bendecir personas y maquinarias de la empresa que lo realiza, elevo una súplica para que esta tarea comenzada hace 50 años esté siempre transitando los caminos de la verdad y la honestidad y manteniendo vivo el deseo de su ilustre fundador, según el cual Clarín debía señalar siempre los aspectos positivos de las noticias y los hechos.

Quarracino ofreció un sermón sobre el valor hasta entonces ignorado del optimismo. No dejó de resultar paradójico que, en esa etapa progresista y modernizante del flamante Grupo, uno de los miembros más conservadores de la Iglesia católica salpicara las Metro Goss con agua bendita. Se fundían ahí dos fenómenos de la época: el uno a uno que contribuía a la importación de máquinas se daba en un contexto de caída de la producción industrial y de auge de los servicios. También un fenómeno atemporal: el lugar estelar de cardenales y obispos en los nacimientos o refundaciones de la empresa. «Todo el arco político se reunió en la fiesta», se tituló la página cuya foto principal registraba el reencuentro de Domingo Cavallo y Raúl Alfonsín «después de mucho tiempo», con el columnista Eduardo van der Kooy como testigo. Alfonsín había incluido al ministro de Economía entre los participantes activos del golpe de mercado que precipitó su salida anticipada de la Casa Rosada. En un suplemento, Clarín clasificó a las «Personalidades que asistieron»: Poder Ejecutivo Nacional (PEN), Políticos, Poderes Legislativo y Judicial, Gobernadores e Intendentes, Medios y Entidades Periodísticas, Empresarios, Banca, Cuerpo Diplomático, Cultos Religiosos, Concejales, Entidades Empresariales y Fundaciones, Gremios, Funcionarios Nacionales, Provinciales y Municipales, entre otros. Si para un partido pequeño suponía un mérito la presencia de cinco mil ciudadanos en un acto, que una empresa convocase a las cinco mil personas más importantes del país exponía su liderazgo. La galería reforzaba la idea del cruce: las elites políticas, empresariales, eclesiásticas y periodísticas del país se rozaban en la planta de impresión de Clarín. Las fotos mostraban a Eduardo Menem con Eduardo Duhalde y Magnetto; a los principales directivos de la empresa con el presidente de la Corte Suprema Julio Nazareno y el jefe de Gabinete Eduardo Bauzá; al ex gobernador cordobés Eduardo Angeloz con el ex presidente provisional Ítalo Luder; a Magnetto con el presidente de Techint, Roberto Rocca, y en otra con el secretario de la SRA, Enrique Crotto. Varios dirigentes políticos se acercaron a saludar a Mirtha Legrand; el jefe del Ejército, general Martín Balza, en el año de la primera autocrítica del Ejército por su papel en la última dictadura militar, pasó por el besamanos de los directivos. Un grupo secundario unió a quienes habían tenido —y aún conservaban—

enconos históricos con Clarín, que sin embargo no los inhibieron de asistir. Entre ellos se contaron Oscar Camilión —vetado entre 1975 y 1982 y luego levemente amnistiado—, quien había recuperado un lugar destacado en las notas del diario sobre la causa de venta de armas a Ecuador, que le costarían el puesto; Enrique Coti Nosiglia, el funcionario alfonsinista que había diseñado un plan de conflicto y fue defenestrado en varias notas; Ricardo Laferrière, muy criticado por haber impulsado en 1985 un proyecto de Ley de Derecho a Réplica; la familia Vigil, de la Editorial Atlántida, intensos competidores en el mundo editorial; y Bernardo Neustadt, ex periodista de la casa, a la que no recordaba con gran simpatía, y cuya defensa de Menem acentuó los choques. Entre los invitados también hubo quienes años más tarde, durante las presidencias del matrimonio Kirchner, verían en la Corpo a uno de los cánceres de la patria. Por caso, el cantautor Ignacio Copani, que sonríe en una foto junto con la actriz Laura Novoa, y casi dos décadas después compuso el lapidario «El Clarín»: «El Clarín siempre estuvo asociado al llamado de la hora más cruel / Canta mal si es de bronce dorado, de hueso o armado de tinta y papel». U Osvaldo Papaleo, invitado en 1995 por su condición de director del Teatro Cervantes, que en 2010 acordó con el secretario de Comercio Guillermo Moreno la estrategia de su hermana, Lidia Papaleo de Graiver, para acusar a la empresa en el informe Papel Prensa: la verdad, que se emplearía para conseguir la detención de Magnetto y de Bartolomé Mitre bajo la acusación de delitos de lesa humanidad. Mercedes Sosa viajó especialmente de Tucumán para el evento y pasó toda la noche con Víctor Heredia, otro cantautor que mencionaría luego la historia negra de su anfitrión de la velada. Entre los invitados del espectáculo se mezclaron los clásicos (Isabel Sarli, Moria Casán,Teté Coustarot) con figuras menos clásicas, como el cantante Pipo Cipolatti y la modelo Nicole Neumann. La crónica del aniversario rescató algunos momentos de distensión entre los invitados. «¡Qué imprudencia!», le dijo Adolfo Bioy Casares a Julio Strassera cuando el fiscal le comentó que no había leído toda la obra del escritor. Marta Minujín gritó cuando vio su imagen en el CD-Rom de promoción. Se consignó que el entrenador Alfio Basile tomaba sorbos de champán y hablaba con Daniel Pasarella, director técnico de la Selección, quien prefería el vino tinto. Deportes, de todas maneras, no recibió las grandes estrellas en actividad

como solía hacerlo. Las Humanidades y las Ciencias Sociales también estuvieron subrepresentadas con excepciones como Natalio Botana. La Directora prestó consentimiento para que se publicasen unas pocas fotografías suyas: con la conductora Legrand, la cantante Valeria Lynch y sus hijos, la actriz Ana María Picchio, el diseñador Gino Bogani. Y sólo dos con hombres de la política: Bauzá y José Antonio Romero Feris, titular de la Comisión de Libertad de Expresión del Senado, ambos amigos de la casa. Los editores privaron a los lectores del discurso completo que pronunció la señora de Noble, cuyo primer borrador escribió el cientista social Oscar Landi, asesor de la empresa, con aportes de Ricardo Kirschbaum, sobre los temas de democracia y derechos humanos, entre otros. En uno de los fragmentos publicados se concede un reconocimiento al gobierno nacional: La estabilidad económica actual alcanzada hace relativamente poco tiempo permitió a los medios tener iniciativas de inversión y asumir riesgos empresarios de un modo que resultaba imposible durante las décadas de inflación. Con la estabilidad de la moneda los medios recuperaron la noción de planeamiento estratégico.

El Grupo había establecido que la convertibilidad gozaba de un consenso extraordinario en la sociedad argentina, y por eso se la debía defender sin cavilaciones. Ese supuesto beneplácito general tenía un correlato particular. Para su expansión alimentada con deuda tomada en dólares, el holding necesitaba mantener la paridad cambiaria porque su producción en pesos superaba el 98% de su total, dado que no se había desarrollado fuera de la Argentina. En espejo con el país, Clarín se había encorsetado con la convertibilidad y una deuda en dólares abrumadora afectaría sus cuentas de manera decisiva. Sus medios se cuidaron mucho de establecer diferencias políticas y culturales con el peronismo gobernante. La economía, que había sido el gran tema del diario desde la muerte de Noble en 1969, perdió espacio. Aunque los industriales criticaban el uno a uno, el espíritu crítico de Clarín no despertaba por sus quejas: los editoriales que defendían a la industria nacional no proponían salir de la convertibilidad, como el mainstream de la política y la economía. Además de los cinco mil invitados, aquel festejo tuvo un veto: la única hija de Roberto Noble. Cuando supo que la iban a ignorar, Guadalupe Lupita

Noble se presentó en la calle Piedras para pedir explicaciones. Pero Magnetto no la recibió. Un escribano público hizo notar que había sido expulsada de los festejos, como había sido borrada de las fotos y los epígrafes de cada uno de los actos que recordaban a su padre en cada aniversario de su muerte. También se la había omitido en las biografías oficiales de Noble que promovió la empresa: la Directora había establecido la continuidad con sus dos hijos adoptados, nacidos siete años después de la muerte de su esposo. Sólo en 1998 Lupita recobró una módica visibilidad, tras un acuerdo con su ex madrastra. El 10 de diciembre de aquel año firmó la columna «Roberto Noble, mi padre» en la página editorial (124). En el aniversario número 50 de Clarín el fundador ocupó un lugar capital. En el suplemento especial de 120 páginas, él y la Directora aparecen con sonrisas y retoques simétricos: Noble pedía que finos pinceles modificaran su nariz y su mujer que el Photoshop le remozara el rostro y las manos, una tarea que permaneció a cargo de Osvaldo Estevao, dibujante y diseñador, mientras todo cambiaba en la redacción. Se publicó el editorial del primer número: «Para nosotros el periodismo es una alta función pública. Sólo nos debemos, pues, al país y a la verdad», había escrito el fundador. Su viuda, en su texto, estableció una continuidad: Hoy, 50 años después, es una serena satisfacción comprobar hasta qué punto Clarín no se apartó jamás del compromiso contraído entonces —y siempre— con sus lectores y con el país. Ese pacto inicial prometía desarrollar un periodismo moderno y veraz, como un verdadero servicio para la Argentina y su gente, sostenido por los mismos criterios de vanguardia que respiran hoy todos los cambios que el diario está alentando.

El Clarín de 1995 se había rediseñado al calor de la mundialización: consultores catalanes, semiólogos holandeses, modelos de redacciones británicas, estadounidenses y francesas, apertura al debate global. Y los generosos fondos de una empresa que no encontraba techo para su crecimiento y disfrutaba de los beneficios del uno a uno para importar máquinas, saberes y tecnología. Comparado con el de 1945, el diario del cincuentenario actuaba como la referencia periodística de un grupo empresarial que continuaba su expansión en un contexto de mercados desregulados, privatizaciones y crecimiento del negocio de las telecomunicaciones con escasa fiscalización estatal. La primera nota del suplemento «50 años de periodismo» retomaba un eje

de la declaración de principios, una categoría cardinal para el Grupo durante la primera mitad de la década de 1990: la gente. Ese colectivo difuso se invocaba como el creador del sentido común, el gran actor de la vida argentina: «La gente hizo política de las calles». En el especial se publicó una selección de artículos que pretendía establecer una línea de tiempo coherente y ecuánime, narrada desde ese presente. Si días después del 17 de octubre de 1945 un editorial se alarmaba por la imagen internacional que proyectaría el país («Se ha querido dar la impresión, absolutamente falsa, de que la Argentina es una nación habitada por innumerables y paupérrimas masas obreras»), en 1995, en cambio, la jornada fundacional del peronismo se presentaba como virtuoso «reclamo popular». En 1995 el Cordobazo se tituló «Córdoba en llamas»; en 1969, había sido atribuido a «la subversión, en sus formas menos justificables y también en algunas de sus formas más odiosas… (el) terror por el terror, la destrucción por la destrucción». La Noche de los Bastones Largos, ignorada en su momento, consiguió un título condenatorio en 1995: «Onganía reprime en la ciudad». A ese revisionismo de apuro le faltaba —entre otras cosas— la intención de esbozar un diálogo con aquellas palabras escritas al fragor de la lucha política de Noble y el frigerismo. Una vez más, Clarín eligió la reescritura. De los años de la última dictadura militar se rescataron apenas una entrevista de Kirschbaum al cardenal Antonio Samoré («El Papa evitó la guerra») y una nota sobre la Multipartidaria contra el Proceso, de diciembre de 1982. El Juicio a las Juntas diez años más tarde ganó espacio a tono con el nuevo consenso sobre las violaciones a los derechos humanos, en una nota con la firma de Oscar Raúl Cardoso. A modo de tributo tardío se publicaron algunos textos de Rogelio Frigerio; también uno de Jacobo Timerman, cuyo paso por el diario nunca antes había merecido atención —del mismo modo que su secuestro en 1977— pero hacia 1995 había conseguido el estatus de maestro de editores. El suplemento reflejaba la inclinación por el ideario modernizador: el grupo institucional, de valores democráticos, inclusive progresista, que abrazaba la causa de los derechos humanos y mostraba sensibilidad social, a la vez que relegaba la agenda económica del desarrollismo. En «50 años de periodismo» se exhibieron también marcas del ADN editorial: textos cortos, grandes ídolos, gestas de la gente. Las «Notas del amanecer» (la sección de la contratapa de Cora Cané, con la cual se cerraba el diario) destacaban: «Lo

importante: Celebrar con alegría el medio siglo de vida de Clarín». Dos eventos populares completaron las celebraciones. Las selecciones de Argentina y Brasil jugaron la Copa Clarín 50º Aniversario en el estadio de River, colmado de público. En el palco donde se ubicó la señora de Noble se destacaron Julio Grondona, el presidente de la AFA, y Carlos Ávila, aliado y socio del Grupo en el negocio del fútbol; también políticos como Bauzá, Eduardo Menem y José Octavio Bordón, entre otros. Más de 80.000 personas aplaudieron en el Hipódromo de Palermo a Julio Bocca y Maximiliano Guerra, que se presentaban juntos por primera vez en el país, para celebrar al gran diario. Cecilia Kerhe y Estefanía Vallone acompañaron a las estrellas, como el ballet y la orquesta estables del Teatro Colón. La noche cerró con fuegos artificiales. Clarín había alcanzado un récord de ventas en comparación con otros medios y con su propia historia. En 1993 registró el pico mayor, 717.000 ejemplares en promedio anual, contra 212.000 de La Nación. Entre 1994 y 1998, cuando comenzó la recesión, se mantuvo entre las 600.000 y las 700.000 copias por día, con una media de 691.000 el año del quincuagésimo aniversario. Las ventas dominicales superaban el millón de ejemplares: en marzo de 1995 llegó a 1.230.712. Durante la década de 1990, el Grupo conoció la gloria también por su crecimiento empresarial y patrimonial notable, y por el prestigio que ganaron sus contenidos. Jamás descuidó el mercado gráfico: compró medios, lanzó nuevos y ayudó a la supervivencia de otros. La celebración del quincuagésimo aniversario demostró que el sistema Clarín encontraba resistencia muy escasa en el campo periodístico y en el político. Había convencido a sus lectores, pero sobre todo a los otros medios y a los hacedores del destino nacional, de que ostentaba una supremacía periodística indiscutible por su fuerza para fijar los temas de la agenda pública y por su habilidad para detectar los humores sociales de buena parte de los argentinos. Apenas las críticas espaciadas de Menem y sus funcionarios, las quejas de los dueños de diarios que debían pagar muy caro el papel y alguna nota de vez en cuando hicieron grietas en esa imagen. Ese convencimiento colectivo permitió que continuara en el manejo discrecional de Papel Prensa, que Julio Ramos y Héctor Ricardo García denunciaron con severidad y persistencia, y en el abuso de su posición dominante en el mercado. Con menos sistematicidad, Jorge Lanata se sumaría a ese coro de editores.

Se agigantó la diferencia entre el diario y La Nación. No se trataba sólo de cifras de ventas —Clarín triplicaba las del diario de los Mitre— o el volumen de las empresas, sino de un cambio en el estilo: Clarín parecía un diario moderno y ajustado a los nuevos tiempos, mientras que su socio en Papel Prensa viajaba en cámara lenta. La Nación miraba con cierto desdén lo que consideraba aventurerismo empresarial: «Nosotros jugamos al ajedrez, ellos a las bochas», discriminó un hombre de importancia en la empresa de los Mitre cuando asumió responsabilidades en Papel Prensa. Esa distinción —evidentemente de clase, pero también intelectual— reflejaba el modo en que La Nación analizaba la expansión de Clarín. De modo simétrico, el Grupo observaba el anquilosamiento empresarial del matutino conservador y su propensión a reclutar cuadros ejecutivos en un segmento social ajustado. Su criterio, opuesto, era la cultura del hambre: los directivos debían entrar con hambre y mantenerla. En la cultura corporativa se pueden distinguir empresas de contadores y empresas de ingenieros. Las primeras tienen en el centro de sus preocupaciones el control de los costos; las segundas, el perfeccionamiento de las estructuras. Algunas de las grandes empresas argentinas son de ingenieros, como Techint, de los Rocca: no temen a las fusiones. Los contadores, en cambio, prefieren evitarlas, por su riesgo intrínseco. En parte eso habla de las ventajas de autonomía que veía Magnetto, por no mencionar la sinergia que acompaña al control del contador. Canal 13 encontró en las noticias —y sobre todo en su ariete, el noticiero que conducía la pareja periodística y conyugal de César Mascetti y Mónica Cahen D’Anvers— el tono que pretendía el diario: una mezcla de prestigio, credibilidad y valores familiares. A fines de 1992 Magnetto y Lucio Pagliaro encargaron a Carlos De Elía, de treinta años, un proyecto de canal de noticias para el cable que se debía apoyar en la estructura del 13. El 1º de junio de 1993 salió al aire TN, que representaría uno de los pilares periodísticos del Grupo —información sin pausa—, daría ancla a la expansión territorial — noticias por televisión en todo el país— y llevaría a la realidad una idea fuerza que Magnetto repetía: contenidos nacionales de calidad para un multitarget. Clarín llegó muy tarde al negocio del cable. A fines de la década de 1970 el número uno rechazó, por deficitaria, la primera oferta por una pequeña firma en la provincia de Buenos Aires. El Grupo recién se sumó a la

industria, ya en pleno crecimiento, en 1992. Omar Dirroco asumió la primera aventura del Grupo, Multicanal, y en cinco años compró 119 compañías nuevas. La empresa llegó a pagar 1.400 dólares por abonado a pequeños cables del interior. En muchos casos compraba competidores —que en realidad no tenían volumen como para rivalizar— y luego los cerraba. De esa manera se acentuó la concentración. Esa compra desbocada fue uno de los orígenes del enorme aumento de su deuda en dólares (que creció en paralelo a la del país) y provocó la consecuencia editorial inesperada de su defensa de la convertibilidad. Sus compromisos en el exterior eran un peligro latente. La incursión en los negocios deportivos integró la estrategia de «alimentar el caño» —los contenidos específicos para el cable—, señaló López en su biografía de Magnetto. Carlos Ávila, ex publicista y marketinero, tenía la experiencia necesaria: durante la década de 1980 había producido programas entre los cuales se destacó Fútbol de Primera, que se emitía en ATC, la señal estatal. Con Ávila, el Grupo Clarín lanzó TyC Sports, «la ESPN argentina» según la describieron, el 1º de septiembre de 1994. Magnetto —consignó López— le encontró racionalidad al emprendimiento: un contenido multitarget y de fuerte identificación nacional. El número uno debía mantener un equilibrio laborioso y sofisticado: altos estándares periodísticos, contenidos a prueba de lecturas que pudieran asociarlos a los intereses empresarios, generación de respeto —o acaso miedo — en las elites empresariales y políticas. Así el crecimiento no tendría límites, porque Magnetto administraba una corporación verticalista con una gran cohesión interna. La industria comunicacional, que parecía infinita por su diversificación, había encontrado una empresa capaz de explorar todas las posibilidades gracias a su ambición, a los límites escasos del mercado concentrado, a un gobierno poco interesado en cambiarlo y a los escasos competidores con un proyecto similar.

Todos los diarios, el diario A partir de la década de 1990, el Grupo Clarín amplió también su universo de prensa gráfica. Lanzó un nuevo diario, el deportivo Olé; compró el vespertino La Razón y —en sociedad con La Nación— los matutinos provinciales La Voz del Interior, de Córdoba, y Los Andes, de Mendoza. Evitó que un jugador del mercado comprara Página/12 al buscar ayuda

financiera para entrar al diario que Lanata dejaría. También intentó quedarse, en 1998, con Editorial Perfil y su diario homónimo, para evitar que el Citicorp Equity Investments (CEI) lo comprara. Líder de la gráfica, en ese rubro el Grupo careció de la competencia más diversificada de los medios audiovisuales (en ciertos períodos, Mitre perdería el liderazgo a manos de Radio 10, de Daniel Hadad, y Canal 13 ante Telefe) y las telecomunicaciones, en las que debió competir con el CEI, Telefónica y otros conglomerados de envergadura. Los casos de Página/12 y Olé ilustran ese nuevo lugar. El primero, por el modo en que operó sobre la competencia: la salida de Página/12 —la niña bonita de la prensa en los tardíos 80— aceleró los cambios en los contenidos de Clarín pero —más importante— mostró los reflejos de Magnetto para acudir en su auxilio antes que otros y permitir que sobreviviera. Olé, el primer diario que nació como una rama de Clarín, también respondió a una estrategia defensiva: anticiparse a la salida de un diario deportivo de la Editorial Atlántida. Además, funcionó como un modelo de bajos costos y buenas ventas. Página/12 —como Crítica en 1913, el propio Clarín en 1945 y Tiempo Argentino en 2010— había salido en mayo de 1987 con capital desconocido para sus lectores y varios miembros de su redacción. Provenían, en parte, de fondos derivados de la lucha insurgente del ERP, algunos de cuyos ex miembros pretendían reencauzar su retorno a la lucha política en general y, en particular, al Movimiento Todos por la Patria (MTP), según contó una de sus cabezas, Enrique Gorriarán Merlo, y han confirmado directivos y prominentes periodistas del diario (125). Lanata, primer director de Página/12, ha dicho que el grupo político de Gorriarán Merlo aportó en total un millón de dólares; otros periodistas del diario reconocen la inversión pero mencionan una cifra inferior. Los financistas tuvieron el buen tino de encumbrar —o aceptar el encumbramiento— de Lanata. Por razones generacionales —nació en septiembre de 1960—, no se lo podía asociar a las guerrillas urbanas de los 70, y por razones de estilo y estética personal interpelaría a un masa de lectores mayor y más diversa (126). El diario nació izquierdista, inspirado en el francés Libération —sus primeros editores quisieron asociarlo a Le Canard Enchainé—, con un título de tapa único o dominante y una apelación recurrente al humor. Su plantel reunió nombres de gravitación en el campo periodístico y cultural: Horacio

Verbitsky, Osvaldo Soriano, Tomás Eloy Martínez, Osvaldo Bayer, José María Pasquini Durán, Miguel Briante, Juan Gelman, Susana Viau, Homero Alsina Thevenet, Miguel Bonasso, Julio Nudler. El MTP cumplió su promesa de no fijar la línea editorial, pero en los meses previos a su asalto al cuartel de La Tablada reclamó que se les diera más espacio a sus denuncias sobre el supuesto intento de golpe carapintada, en el cual aseguraba que participaba también el candidato peronista Carlos Menem y el líder metalúrgico Lorenzo Miguel. El ataque al cuartel pretendió detener ese golpe que, en realidad, jamás comenzó. Entre los muertos y los detenidos había amigos, empleados y hasta financistas de Página/12 (127). Magnetto solía hablar sobre Página/12 con sus interlocutores en el piso de abajo. Quería entender las razones de su prestigio y de su impacto en el mundo de la prensa. Hugo Asch compartía la duda de sus pares: —¿Por qué le preocupa un diario menor? Una de las explicaciones era el modelo de consolidación de El País de Madrid: al número uno le preocupaba que un competidor lo comprara y lo potenciara. Página/12 causó un impacto notable en la redacción de Clarín: se pretendió copiar algunas de sus innovaciones estilísticas y temáticas y se contrató a periodistas de su planta como Sergio Ciancaglini, Claudia Acuña, Daniel Capalbo, Eduardo Aulicino, Luis Cortina, Eduardo Videla y Oscar Finkelstein. También la tropa sintió el aguijón: quería escribir como sus pares del nuevo diario y ganar idéntico prestigio. La capacidad de Página/12 para provocar malestar en la Casa Rosada con artículos sobre corrupción gubernamental hizo más evidente las carencias —y a veces, las omisiones— de Clarín, que contaba con plantel más grande y mayores recursos y acceso periodístico. Tocó la autoestima de la sección Política: «¡Cómo nos rompió el culo Página!», se volvió un comentario recurrente en las reuniones de edición. Pero los editores no perdían el orgullo: podían decir, muchas veces con verdad, que cualquier tema que Página/12 publicase sólo ganaría relevancia nacional cuando el gran diario argentino decidiera tratarlo. En aquellos años Lanata se burlaba de Clarín. El 28 de mayo de 1991 publicó un suplemento satírico, Clangor, para protestar por la indiferencia con la cual —desde su punto de vista— el medio poderoso callaba la agenda de su diario.

Página/12 agradece el reconocimiento constante que le brinda el matutino de mayor circulación en la Argentina. Nos permitimos sugerir, a la vez, que Clarín inicie su propio camino: ya lleva más de 45 años en el mercado…

La idea y los textos de Clangor llevan la firma de Lanata: «Epidemia de sida en Lomas del Mirador. Un caso entre 800.000 pacientes» «Adelanto exclusivo de Clangor Revista. Él o ella: ¿quién lava los platos?» «No hubo pacto con el gobierno informaron autoridades del 18» (por Canal 13). Como Crónica y Ámbito Financiero, Página/12 sufría la inequidad que creaba Papel Prensa. El diario no podía sostener la ecuación de ventas —con picos de más de 100.000 ejemplares— y publicidad. Recurrió a sponsors de la política que afectaron la línea editorial. El más visible: la gestión de Carlos Grosso en la ciudad de Buenos Aires. Según el intendente, cuando conoció los problemas financieros del diario, conversó con dos de los dueños, Carlos Prim y Fernando Sokolowicz en un departamento del Botánico propiedad de Sokolowicz. Grosso albergaba un proyecto presidencial in pectore y pensó que Página/12 podría fungir de puente hacia su lectorado progresista, al que creía interesar por sus modos más intelectuales que los de Menem y su gobierno pretendidamente modernizador (128). La antigua Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires (MCBA) publicaba todos los días en la tapa del diario (una página que en aquel momento no se solía vender) dos anuncios del Banco Ciudad; financiaba además el suplemento Metrópolis al pagar la contratapa con las actividades culturales de la ciudad. Representaba un ingreso importante del diario. Esa pauta tuvo consecuencias: Fernando Pino Solanas recibió un rotundo «No» de Lanata cuando le llevó la primera denuncia sobre Galerías Pacífico, un predio que pertenecía al ferrocarril todavía estatal que el cineasta pretendía convertir en un gran emporio de las artes; se apropiaron del inmueble —explicaba Solanas— y lo transformaron en una sociedad anónima para adjudicar sin licitación. El gobierno de Menem también dirimió pujas internas en los balances

contables de Página/12: un sector conducido por Alberto Kohan estableció mecanismos de cooperación, reconocieron tres importantes periodistas del diario. Según la versión del equipo de Bauzá, una tercera persona pidió ayuda financiera primero en esa oficina: ante la negativa, pasó por la de su rival interno. Al fin el secretario general de la presidencia ofició de intermediario entre el matutino y Grosso. También la UCR contribuyó con las arcas del diario: según cuentan Eduardo Anguita y Rubén Furman en Grandes Hermanos, el gobernador cordobés Eduardo Angeloz garantizó un millón de dólares para la salida — efímera y poco productiva— de una versión local de Página/12; a la fecha sólo sobrevive la otra regional, en Santa Fe: Rosario/12. Una fracción del radicalismo bonaerense liderada por Federico Storani también contribuyó a la sustentabilidad del matutino, contó una de sus firmas más importantes. En 1993 Página/12 había quedado atrapado por la pinza de una relación entre ventas y publicidad insostenible y una deuda con la Dirección General Impositiva (DGI) que era fuente de presión. Clarín dirigió su salvataje financiero. Según la versión repetida durante años —y validada por Lanata— el Grupo entregó 7 millones de dólares, que aún se ignora si constituyeron un préstamo o un leasing (por el cual los directivos de Página/12 cobraron por la venta, pero mantuvieron la gerencia) o si Clarín —o uno de sus hombres— entró como accionista. Magnetto le dijo a su biógrafo que se trató de un préstamo, y a los editores del diario les aclaró que la empresa no había entrado en La Página SRL. Sus interlocutores interpretaron que alguien pudo haber entrado en nombre de Clarín, como en el caso de Radio Mitre. Según uno de los accionistas de Página/12, Magnetto les dio un préstamo en caución que sirvió, entre otras cosas, para devolverle el millón de dólares a Gorriarán Merlo (129). Los rumores sobre la posible venta crecieron cuando un administrativo de la calle Piedras, Enrique Díaz, se mudó a la sede de Página/12 en la avenida Belgrano. Auditaba el día a día y cada jornada se llevaba carpetas de su oficina: varios periodistas especulaban que iba a mostrarle números a Magnetto. Como efecto palpable del ingreso de Clarín —y probablemente una de las condiciones para eso—, el diario de Lanata despidió a 80 de sus 150 empleados. La huelga de los trabajadores dividió las aguas inclusive entre los columnistas: algunos adhirieron y otros mandaron sus costuritas para garantizar la publicación.

A la lectura más verosímil sobre el salvataje de Página/12 —la voluntad de Magnetto de impedir que un competidor potencial se hiciera del diario— se sumó otra: en el ajedrez con el gobierno de Menem, al Grupo Clarín le convenía un diario enfáticamente opositor, sobre todo en el año en que aumentaron las hostilidades de ambas partes. A tal punto el Grupo no influyó en la línea de Página/12 que ambos matutinos continuaron como competidores. Es cierto que el de la avenida Belgrano empezó a tratar con extremo cuidado al de la calle Tacuarí; también que únicamente dos de sus columnistas más encumbrados escribieron sobre Clarín: Verbitsky (desde siempre) y Mario Wainfeld (desde 2002, en el contexto de la discusión de la ley de bienes culturales y la devaluación). Página/12 eludió toda explicación sobre la ayuda del Grupo con el fin de evitar las controversias públicas sobre el tema. La opacidad de la empresa sobre sus accionistas y sus movimientos resultó paradójica: las páginas del diario reclamaban transparencia y denunciaban la corrupción, pero puertas adentro mantenía en secreto quiénes eran sus socios, cuáles eran sus números, qué verdades la sostenían y cuántas ayudas había recibido de los partidos tradicionales —dos de sus blancos recurrentes— y del Grupo Clarín. En 1993 los accionistas de Página/12 pactaron con Magnetto y el director saliente que nunca se hablaría del tema. Años más tarde Lanata rompió el acuerdo: argumentó que el diario que más se había ocupado de los desaparecidos había desaparecido a su fundador. En 2012, Lanata eligió a Luis Majul como recipiente de una confesión extensa sobre sus intentos de quitarse la vida, su adicción a la cocaína, la vida privada de sus novias, sus gastos dispendiosos y, también, su trayectoria profesional. Sobre su salida de Página/12 contó que pidió un tiempo de transición. Se reunió con Magnetto casi todos los jueves de 1993, a las once de la mañana, en un piso vacío de Leandro N. Alem y Viamonte, después de haberlo visitado en la calle Piedras. «Hablábamos de política, de la vida, de boludeces», le contó a Majul. El número uno le ofreció aire en la recién nacida TN, pero no aceptó. Se reencontraron veinte años más tarde, cuando Clarín contrató a su denunciador histórico para reforzar el cuerpo de combate en su guerra con el kirchnerismo. Magnetto le señaló a Lanata que se había ido por voluntad propia, que él hubiese preferido mantenerlo como director del matutino que para entonces recibía apoyos gubernamentales decisivos: según datos oficiales, durante el

segundo semestre de 2012 y el primero de 2013 recibió 46,3 millones contra los 2,3 millones que percibió Clarín (130). El emprendimiento defensivo de Olé se precipitó en 1996, cuando un empleado jerárquico de Atlántida hizo llegar a la empresa de la calle Piedras el dato de que la compañía de los Vigil había puesto en marcha un plan similar, contaron editores involucrados desde los inicios. Atlántida ostentaba el cartel de enemigo. Le imponía competencia a Canal 13 con Telefe, adhería al gobierno de Menem y más adelante se integraría al CEI. La salida del diario deportivo venía atada a un proyecto de diario popular para la Capital Federal financiado en conjunto con matutinos del interior del país, creía Magnetto. En pocas palabras: la combinación planteaba una rivalidad directa. Había que acelerar el lanzamiento de Olé y demorar de algún modo el proyecto de Atlántida. El secretario general de redacción, Roberto Guareschi, envió al futuro director de Olé, Ricardo Roa, un memo con una sugerencia: «Sensacionalismo riguroso». Ese concepto aspiraba a que el hincha de fútbol sintiera el milagro de la representación —que su fanatismo se imprimiera y se celebrara—, pero sin dejar de lado los procedimientos profesionales del periodismo. En el memo interno «Las diez reglas de Oro del Editor de Olé», se destacan dos pedidos: «Ser el representante del lector» y «Combatir todo tipo de chivo». El chivo — el dato o la nota interesados o pagos— «no es un problema entre el periodista y la empresa: básicamente es una estafa al lector» (131). Olé se debía sostener con sus ventas, dada la publicidad escasa que suelen recibir los deportivos. El grupo fijó la autosustentabilidad como prioridad: el emprendimiento no debía depender del portaaviones —excepto por el aprovechamiento de sus rotativas— ni producir pérdidas. Funcionó como laboratorio de un medio con bajo presupuesto, contracara de los grandes recursos de Clarín. También resultó un caso testigo de flexibilización laboral. Pagó sueldos muy inferiores a los del matutino —hasta tres veces menos en el caso de los redactores— y se eliminó el doble aguinaldo, entre otras diferencias. De la primera camada de cien pasantes —una cifra altísima para el mercado— quedaron cuarenta; de la segunda, diez; de la tercera, ninguno. Nunca en la historia de los recursos humanos de la empresa se había producido una contratación masiva de jóvenes con aros y bermudas, que fumaban y apagaban los cigarrillos en los escritorios, y empleaban un lenguaje críptico.

Las protestas de la administración se volvieron recurrentes. Como reflejo de la apertura al mundo en el Grupo, Roa hizo inmersiones —así se llamaba a esas breves estadías— en algunos diarios deportivos de España (Marca), Francia (L’Equipe) e Italia (La Gazzetta dello Sport) en busca de ideas. También recurrió a métodos locales: convocó a Mariano Hamilton (quien había ascendido cada peldaño de la escalera de cronista a editor y había participado en la renovación de las páginas de Deportes del diario) para priorizar el secreto de Olé y le preguntó: —¿Qué podemos hacer para entorpecerles la salida a los de Atlántida? Hamilton le sugirió que contratase a Jorge Trasmonte, a quien la editorial de los Vigil había fichado para su proyecto, y que convocara a otros dos periodistas de Clarín, Alejandro Caravario y Alejandro Prosdocimi, a quienes consideraba profesionales extraordinarios y amigos. Durante semanas el grupo trabajó en una habitación del Hotel Intercontinental para delinear Olé, absorbidos por la épica de un medio creado por jóvenes emprendedores y entusiastas. El 23 de mayo de 1996, día del lanzamiento, Magnetto le abrió por primera vez su hemisferio izquierdo a Guareschi: —Creamos otro diario —le dijo, impresionado. En un gesto excepcional, bajó a la redacción de Olé, instalada en el mismo edificio, con inédito espíritu celebratorio. A los tres meses, el diario deportivo vendía un promedio de 105.830 ejemplares, el tercer matutino más vendido, después de Clarín y La Nación. Roa indicó a sus subordinados que se divirtieran al hacer Olé; creyeron conseguirlo con títulos como «La pelota no dobla» o «Boca es un cabaret». El director apeló al lenguaje del tenis para hablar de la necesidad de tomar riesgos y diferenciarse del portaaviones: debían también apuntar a los flejes. En ocasiones la pelota pegó muy lejos, sin embargo. «Que vengan los macacos», tituló Hamilton sobre el rival que tendría Argentina en los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996, que saldría de la semifinal Brasil-Nigeria: la tapa racista mereció un repudio generalizado. Para el empate sin goles de 2004 entre San Lorenzo y Quilmes se eligió «El sello del Bambino»: en la foto de tapa, Walter García, defensor azulgrana, marcaba de atrás, pegado su cuerpo al de Ariel López, delantero cervecero. Héctor el Bambino Veira, quien volvía a dirigir en el equipo de Boedo, había pasado casi un año preso en 1991 por intento de violación contra un adolescente de trece años. Olé debía estirar los temas, alargarlos en las páginas interiores. En la

redacción se repetía la expresión de Guareschi, «sensacionalismo riguroso», para justificar aquello que excedía las costumbres periodísticas aceptadas, según Hamilton. Con el fin de acercarse más al hincha, Roa propuso la sección De frente: cada club contaría con un columnista que no ocultaría sus simpatías. La empresa se resistió a la idea, pero al fin la implementó. La combinación de TyC Sports, los derechos de televisación, la compra de cables en el interior y el diario deportivo requirió una garantía de buena convivencia con Grondona. Los jefes de Olé lo supieron sin preguntar: el presidente de la AFA merecía cuidado. Se escribiría desde y para el corazón del hincha, pero sin indagar en el negocio del fútbol. En las reuniones del comité a la que asistían Magnetto, los hermanos José y Héctor Aranda, responsables de Circulación y Publicidad, y los jerárquicos de Olé, se planteaban las estrategias y se analizaban las ventas y la publicidad, para conocer la ecuación. El nuevo medio dependía de las ventas: por eso los números se exhibían en una pared. Magnetto, hincha de River sin fanatismo, había jugado de puntero izquierdo en su infancia y de defensor central en los bosques de Palermo en los 70 y los 80, en los picados con sus ex compañeros de la universidad y con otros empleados de Clarín. Como lector, mantuvo su preferencia por el suplemento Deportivo del diario. Sus gustos eran clásicos. No obstante, repetía que debía entender al lector de Olé: —Tengo que sintonizar y ser uno más: ese es mi negocio —dijo varias veces. Su deseo de ser un hombre corriente a veces se frustraba: se recuerdan irrupciones fulgurantes del número uno en la vida de los hacedores de Olé. En una ocasión Hamilton recibió una oferta de Atlántida, y consiguió que le triplicaran el sueldo y que le facilitaran 40.000 dólares para comprar una propiedad. Su jefe le prestó una corbata para que se reuniera con Magnetto. —Roa me contó que usted quería un préstamo para comprar una casa. Celebro que se quede con nosotros —le dijo. Sin más se agachó, buscó unos fajos de billetes y los apoyó sobre la mesa. —Es su problema a partir de ahora. Redactó en un recibo celeste: «Mariano Hamilton debe 40.000 dólares a la empresa y va a pagar en diez cuotas de 4.000». Ese gesto refleja el estilo de Magnetto, su dualidad: comandaba la mayor expansión de medios de la historia de la Argentina, pero mantenía costumbres de un minorista de rubros generales, como premiar a un

empleado con dinero en efectivo. Y en forma de préstamo. Clarín no relegó la sección Deportes (lo cual no alcanzó para evitar las fricciones con Olé) y buscó maneras nuevas de convocar a los lectores. En febrero de 1997 el lanzamiento del sexto torneo de El Gran DT (un juego en el que los lectores debían elegir sus jugadores como si fueran directores técnicos de la Selección), provocó que todo el país hablara de su publicidad, consignó el diario. En el spot se veía al vicepresidente Carlos Ruckauf, al ex gobernador Antonio Cafiero, a dos de las figuras de la oposición —Carlos Chacho Álvarez y Graciela Fernández Meijide— y al diputado radical Jesús Rodríguez en una mesa de café en penumbras. Discutían lo que parecía la conformación de una lista de candidatos. De pronto el fútbol superaba las diferencias políticas: el Grupo alineaba un equipo para El Gran DT. Terminaba con un imitador de Cavallo que reclamaba con voz chillona que le dieran la servilleta de la conspiración, en referencia a la minuta que habría redactado el ex ministro del Interior Carlos Corach con el nombre de los jueces que respondían al PEN. Por primera vez, una campaña de El Gran DT prescindía de las celebridades del fútbol. Más importante, reflejaba el lugar que Clarín ocupaba entre las elites políticas. A la vez, permitía que los cinco participantes aparecieran cercanos a los gustos populares en una mesa de diálogo y consenso, en la que se negociaban asuntos ajenos a los temas sucios de la política. Todos donaron su cachet de 50.000 pesos al Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez. En una de las reuniones anuales del Grupo Clarín en el hotel Costa Galana de Mar del Plata se escenificó la tensión entre el portaaviones y el nuevo diario. En el bar, Magnetto y Roa jugaron al truco contra Hamilton y Caravario, y les ganaron con un falta envido. El número uno vestía una guayabera y tomaba su licor dulce de anís Sambuca, su favorito, y le sugirió a Caravario que lo imitara en homenaje a sus antepasados italianos. Uno de los editores principales de Clarín, Ezequiel el Negro Sánchez, también se encontraba en el bar. Se metió en la conversación y de pronto soltó: —Le diste toda la guita a Olé y a nosotros nos dejaste en banda. La nueva publicación había despertado celos e incomodidades, y Magnetto los enfrentaba por primera vez. Primero le dijo, en tono paternal: —Negro, dejá de tomar. Sánchez continuó. Oscilaba entre tutear a Magnetto y tratarlo de usted. En

cambio era unidireccional en las críticas de Olé, y se quejó de su «bestialismo». El CEO sólo reconoció que el diario joven necesitaba el apoyo empresario, pero aclaró: —¿Cómo vamos a abandonar a Clarín, Negro? La batalla con Atlántida, que nunca sacó su diario deportivo, continuó por otros medios. En 1998, en coincidencia con el inicio de las clases, el diario lanzó la revista Genios con su edición de los lunes. Su editor, Pablo Colazo, había trabajado en secreto varios meses en una oficina de la empresa, según contaron periodistas que lo trataron. El 27 de febrero, Atlántida reclamó en una carta documento la propiedad de la revista con el nombre de Mega, su presunto original, y presentó nueve páginas de un boceto muy parecido al número uno de la revista del holding. «Gran parte de los materiales periodísticos y didácticos que aparecen en la revista Genios fueron creados, desarrollados y pagados por Editorial Atlántida», denunció en una solicitada. Luego presentó una querella penal contra la empresa. En la causa, los denunciantes argumentaron que Colazo y otros ex empleados de Atlántida se habían llevado consigo un proyecto que pertenecía a la editorial. Colazo recibió amenazas de muerte, y su casa y las vecinas aparecieron pintadas con insultos. Tanto Clarín como Atlántida repudiaron la intimidación y luego retomaron las acusaciones desde sus respectivas publicaciones taquilleras, el semanario Gente y el gran diario argentino. Sólo en 2004 AGEA —editora legal de Genios— recibió el sobreseimiento definitivo. El fondo de la pelea era la guerra de baja intensidad con el CEI. El 27 de marzo de 1998, Clarín dio como noticia de la sección Economía que Telefónica y el CEI —cuyo accionista principal era ya el banquero Raúl Moneta, que así quedaba vinculado al Citibank y al fondo de inversión HMT&F— habían comprado el 60% de la editorial de los Vigil; la cobertura destacó que no se conocía la cifra de la venta. Editorial Perfil apareció como objetivo colateral de Magnetto en la competencia con Atlántida. Se interesó por conocer a Jorge Fontevecchia después de que en 1989 lanzara la revista Noticias: fue su primer paso para establecer un vínculo con un competidor de su competidor. Firmaron un canje publicitario estándar. El proyecto empresarial de Fontevecchia se financiaba con los dividendos de las buenas performances en Brasil y, con el éxito de Caras en portugués, en 1994 se bocetó un diario. Cuando se enteró de la novedad, Magnetto —que siempre ha tenido información muy buena

sobre el mercado— quiso comprar la editorial, según contaron directivos de Perfil. —Sos creativo, pero no tenés una empresa como organización —le dijo. Fontevecchia entendió que lo consideraba un «candidato sin partido» al que le ofrecían la estructura de la cual carecía a cambio del 70% de la empresa, sin por eso perder el control de los contenidos. Pero lo rechazó: —Perfil es como un hijo para mí. No puedo aceptar que se le ponga precio. Con los modelos español y estadounidense en mente, Magnetto se propuso la creación de una red de diarios del interior. Mantendrían su identidad: sólo recibían fondos para infraestructura y know how. Para no aparecer como un gran pulpo, Clarín se asoció con La Nación en este proyecto. El ex subdirector y columnista destacado, José Claudio Escribano, dijo en reuniones internas del diario de los Mitre que el nuevo emprendimiento atentaría contra la competencia sana. El Factor —así lo llamaban algunos periodistas, porque era factor de estrés— siempre intentó que La Nación ganase autonomía frente a Clarín. No tenía la mejor de las opiniones sobre el Grupo. Los matutinos más importantes conformaron la Compañía Inversora en Medios de Comunicación (Cimeco) y compraron dos de los diarios de mayor peso en las provincias: Los Andes, de Mendoza, en 1997, y un año más tarde, La Voz del Interior, de Córdoba (132). Cimeco invirtió dinero pero luego consiguió que el Grupo Correo, de España, entrara como accionista. Una excepción rasgó la promesa de mantener la identidad de los medios. Magnetto contrató en Cimeco a dos ex periodistas del diario, Rubén Chorny y Jorge Grecco, con una indicación para el primero: que bajara el tono de las notas contra Moneta en Los Andes. Chorny no tenía injerencia en las redacciones pero podía inducir criterios: sumó un abogado a las reuniones de blanco para que exigiera más prueba o doble verificación, lo cual bastaría para desinflar notas, como se había hecho antes en Clarín. Magnetto libraba una de sus principales batallas de esos años, contra el CEI y Moneta, pero sabía ecualizar los conflictos con la aplicación simultánea de distintos criterios en sus medios. Moneta estaba en la lista negra de Clarín, pero si el conflicto requería contención, podía apelar a Los Andes. En diciembre de 2000 Clarín compró La Razón, su primer socio en Papel Prensa junto con La Nación. Luego de muchas transformaciones y cambios

de propietarios había quedado en manos del productor teatral Carlos Spadone y se había convertido en el primer diario gratuito de gran tirada en América Latina, con convenios de distribución en medios de transporte, hasta que se presentó en quiebra, ese mismo 2000. El Diario de Bolsillo se entregaba sin cargo en colectivos y el exitoso diario sueco Metro había anunciado su desembarco y planeaba aliarse con Spadone. Clarín, que parecía desplazado del negocio, preparó su propia prensa gratuita —Cinco Días y 24 Horas— pero al fin optó por lo seguro: compró el 75% de La Razón. La familia Spadone conservó el otro 25% hasta 2006, cuando vendió su parte (el Grupo Clarín pagó 17 millones por todo el paquete). El modelo de negocios no funcionó para sus competidores, que pronto dejaron de salir. En sus memorias, Héctor Ricardo García sostuvo que Spadone comenzó a destruir a Crónica con un diario gratis y que funcionó en tándem con Clarín, viejo rival suyo. También contó que, a comienzos del siglo XXI, Pagliaro y Aranda le propusieron quedarse o asociarse con Crónica, pero rechazó el negocio (133). En definitiva, Cinco Días y 24 Horas sirvieron como incubadora de Muy, un diario popular que el Grupo decidió lanzar en 2011 para obstaculizar — otra estrategia defensiva— la salida de Libre, un matutino de características similares que preparaba Fontevecchia. Ambas empresas se interesaron en la combinación de amarillismo, mujeres en tanga y deportes, al observar que Diario Popular —el más exitoso en su género tras la declinación de Crónica — había sido el matutino que mejor había resistido la caída de las ventas que sacudió al mercado en el nuevo siglo. Muy y Libre salieron a la venta el mismo día, el 2 de mayo de 2011. La publicación de Perfil duró diez meses: se arguyó que las ventas magras y la falta de publicidad oficial la hicieron insostenible. Los esfuerzos por rescatarla —Lanata como columnista estrella, una mutación final a diario deportivo— no consiguieron lectores ni avisos. Muy se mantuvo a pesar de sus números también enclenques: según la empresa, promedió el primer año 22.000 ejemplares diarios y para 2015 había bajado a 14.000.

Contra Menem estábamos mejor En su segunda presidencia (1995-1999), signada por la pauperización y el desempleo récord, la crisis financiera mexicana que afectó a la región, el

inicio de la recesión en 1998 y su fracasado intento de competir por una rereelección, Menem avanzó en su estrategia de mayor hostilidad hacia la prensa. Como novedad, estimuló el nacimiento del multimedios CEI para contrapesar al Grupo Clarín y desde allí defender su obra de gobierno y apuntalar su intento de permanecer en Balcarce 50. Con un ímpetu tal vez mayor al de su primer período, el riojano impulsó leyes, sanciones y juicios penales contra periodistas y medios. Recurrió a las presiones económicas para defenderse de las denuncias aluvionales de corrupción en sus filas, entre las cuales hubo investigaciones sólidas y documentadas pero también notas irrelevantes y bulliciosas. Hacia fines de 1998 se habían contabilizado 900 ataques a la prensa en una amplia gama, desde el insulto presidencial hasta la amenaza anónima (134). El asesinato del fotógrafo de Noticias José Luis Cabezas en el verano de 1997 tuvo un notable impacto público y aceleró la caída del empresario telepostal Alfredo Yabrán, un amigo de la Casa Rosada (135). También Clarín se endureció. Sus posiciones críticas hacia el gobierno crecieron e inició investigaciones como la de la venta ilegal de armas a Ecuador y Croacia —su mayor logro periodístico de esos años—, que inició una saga política y judicial: en julio de 1995, tras evitarlo durante más de un año, Camilión debió renunciar al Ministerio de Defensa; Menem, procesado en 2001 con prisión preventiva, debió cumplirla en la modalidad domiciliaria en una quinta de Don Torcuato. A partir de ese caso, la empresa estimuló el espíritu fiscalizador de la sección Política. El fenómeno iba más allá de la calle Tacuarí: el watchdog journalism (literalmente, el periodismo «de perro guardián»; en su sentido «periodismo de investigación serio») se proponía asumir la defensa del público con la concepción de la prensa como cuarto poder. En el ancho frente antimenemista que se abrió en la prensa en general, el Grupo Clarín fungió de regulador —por su magnitud y su influencia— del conflicto entre el PEN y la prensa, en el que también participaban organizaciones locales e internacionales de periodistas. Como nunca antes en su historia, Clarín dio espacio a los ataques contra la libertad de expresión: la defendió en editoriales encendidos, cuestionó leyes y discursos oficiales, hizo lobby en la Asamblea Convencional Constituyente contra el derecho a réplica, organizó foros y eventos. La mismísima señora de Noble se sumó a la contienda. La doctrina Bauzá que se aplicó en la primera presidencia de Menem —

que abogaba por mantener relaciones amigables— quedó perimida. El ex jefe de Gabinete prestó sus últimos servicios en el debate sobre la reforma constitucional de 1994, que permitió la reelección presidencial. Primero hizo una defensa política del proyecto de reforma ante Magnetto, porque el diálogo con él era bastante abierto; luego Corach —uno de los hacedores de la reforma, entonces secretario legal y técnico— se presentó en su despacho de Piedras para explicarle los detalles más técnicos. El número uno escuchó la exposición con frialdad y dudas. Estaba en contra de la reforma como forma de rechazo a la reelección. Cuando la primicia del Pacto de Olivos entre Menem y Alfonsín se imprimió en Ámbito Financiero, la cúpula periodística de Clarín se malquistó con Bauzá. De poco le sirvió explicarles que un rival interno había filtrado el dato. Bauzá pudo exhibir un logro ante el riojano: la cobertura del gran diario argentino careció de impugnaciones enfáticas a la nueva Constitución. Dos editoriales fueron más allá: «Deliberación constituyente» mostró moderación al criticar la urgencia de la reforma (evaluó que la responsabilidad de los constituyentes era «muy superior a la que le asigna la realidad política del corto plazo») y puso como horizonte, a tono con su giro suavemente progresista, «la posibilidad de dejar conformado un texto amplio que reafirme y profundice las libertades individuales». «La Constitución y la sociedad real», publicado el 28 de agosto de 1994, afirmó que la reforma no había cambiado la esencia del texto de 1853 y, sin asignarle carga negativa, señaló que su motor había sido la reelección presidencial. El texto también destacó algunos aspectos positivos, como la elección directa del primer mandatario de la nación y la autonomía de la ciudad de Buenos Aires. Acaso Bauzá pudo haber contado también entre sus éxitos que en 1994 Clarín dedicó otros editoriales generales sobre el tema de la corrupción y sus desafíos sin llamar la atención sobre la Casa Rosada. El Grupo tenía un interés particular que compartía con varias organizaciones de prensa: que la nueva Constitución no consagrase el derecho a réplica. Como miembro de la Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas (ADEPA), desplegó sus métodos persuasivos sobre los constituyentes. El histórico Herrero Mitjans y el junior Martín Etchevers —ex pasante de Política que prefirió integrarse al área corporativa— se

instalaron en la ciudad de Santa Fe para convencerlos, y también varios dirigentes políticos. Hablaban en nombre de ADEPA y como líderes de mercado. Para algunos noveles en la política fue el primer tête-à-tête con la empresa, como percibió la estrella emergente Graciela Fernández Meijide. Las organizaciones periodísticas comprometieron a Alfonsín a garantizar en una cláusula la libertad de prensa irrestricta y la delimitación del derecho a réplica. Los conflictos de Menem con la prensa databan de su primer mandato; con el multimedios Magnetto-Noble en particular, se manifestaron a un ritmo espasmódico. Durante los meses previos a la elección de octubre de 1993, un conflicto público y abierto enfrentó al gobierno y al diario: el 10 de junio Clarín anunció el relevo de los jefes de la Marina y la Fuerza Aérea, Menem lo desmintió y horas más tarde el Ministerio de Defensa lo confirmó. Poco después, tras la publicación de declaraciones críticas del obispo de Morón, Justo Laguna, el presidente acometió: A partir de un monopolio que denuncian algunos medios, entre ellos Ámbito Financiero, se está en una campaña de corte netamente político para tratar de disminuir las posibilidades de un partido.

El gobierno anunció que modificaría la Ley de Radiodifusión y aplicaría leyes antimonopólicas. El 19 de junio el matutino dedicó al conflicto el título principal de la portada: «El gobierno intenta controlar la prensa». Reprodujo el comunicado del gobierno en el que acusó a un grupo no identificado de «manipulación» y subrayó el contexto: «las vísperas de un año electoral». Aseguró que «la mención estaba dirigida a Clarín». De las cuatro páginas dedicadas al tema, la penúltima contiene una curiosa infografía donde el diario muestra seis grupos de medios que, por sus magnitudes, parecen de volumen similar y le quitan al portaaviones la importancia que le asignaba el gobierno. El Grupo reconocía: Diario Clarín, participación en Canal 13, en una radio (Mitre y FM 100), Cable en Capital Federal y Gran Buenos Aires y participación en otros del Interior, participación minoritaria en Papel Prensa, participación minoritaria en DYN, participación en producción de eventos.

La Nación, presentado como «Grupo La Nación», aparecía también con un diario, «participación minoritaria en Papel Prensa, Papelera Mitre, participación minoritaria en DyN, participación en satélite doméstico interino (Paracomsat), Radio del Plata y su FM, Cable en Capital Federal (Cele Video Color) y participación en otros del interior». También consignó los medios del Grupo Editorial Atlántida, el Grupo Crónica, el Grupo Eurnekián, el Grupo Romay y el Grupo Ámbito Financiero. En tipografía más pequeña aparecían los medios del interior del país: Grupo El Día de La Plata, Grupo Nueva Provincia de Bahía Blanca, Grupo Los Andes de Mendoza, Grupo El Territorio de Misiones, Grupo Río Negro de General Roca y Grupo El Tribuno de Salta. El 21 de junio el presidente anunció que promovería una Ley de Radiodifusión que Clarín tituló como «Una ley para limitar a los medios». ADEPA replicó que la amenaza del gobierno afectaba a toda la prensa. Las declaraciones cruzadas continuaron durante varios días. Mientras que algunos ministros, como el canciller Guido Di Tella y Camilión, fueron críticos de la posición oficial, el secretario de Medios de Comunicación, Raúl Burzaco, se destacó como el más punzante: «Esta gente quiere poner al próximo presidente de este país (…) Quieren voltear al presidente actual». «Esta gente» era Clarín. Sólo el 5 de julio el gobierno difundió su proyecto de Ley de Radiodifusión que incluía, entre otras innovaciones, la creación de una Comisión de Libertad de Expresión y limitaciones en el número de licencias de radio y televisión. Dos semanas más tarde, Marcelo Bonelli fue agredido en la puerta de Radio Mitre. El ataque generó una condena de dirigentes políticos, medios de prensa, organizaciones profesionales y dos editoriales de Clarín, además de una cobertura con gran despliegue. La nueva ley, más una amenaza que un proyecto, no prosperó. El PEN se conformó con algunas medidas marginales. Le sugirió al titular de la DGI, Carlos Tacchi, que pusiera presión. En un amague con sacarle el negocio del fútbol, estableció por decreto que el canal estatal transmitiera los partidos de la Selección de la Copa América de ese año, una bandera que Ramos había levantado en columnas encendidas en Ámbito Financiero. Los ataques públicos a la prensa y la penalización del periodismo, en el fondo, sólo reflejaban debilidad. Hacia 1996 se habían acumulado un centenar de causas, iniciadas por Menem y sus funcionarios, por injurias. Menem no se molestaba tanto con la opinión como con la información, un

rasgo que no compartirían otros presidentes que también mantuvieron relaciones conflictivas con la prensa, como los Kirchner, muy irascibles ante la opinión como ante los datos (136). Durante la segunda presidencia, el gobierno continuó su esgrima verbal y también intentó presionar con leyes nuevas. La Justicia, desprestigiada, canalizó las batallas con los periodistas y los medios que perturbaran al gobierno. La Corte Suprema —manejada por la mayoría automática— avaló muchas de las condenas. También se levantaron varios programas de televisión, como los de Magdalena Ruiz Guiñazú y Joaquín Morales Solá y el de Lanata. En el invierno de 1997 se registró otro pico de tensión con Clarín. El 17 de agosto un editorial trató la prohibición de publicar las declaraciones patrimoniales de los funcionarios. Días más tarde, el presidente habló de «la libertad del palo», inspirado en El libro del hombre de bien, de Benjamin Franklin, publicado en 1867, que Kohan se encargó de distribuir. Menem se retractó de sus dichos; el gran diario argentino dedicó dos editoriales a su preocupación por la boutade original y a su celebración por las disculpas presidenciales. Unos meses antes, en mayo de 1997, la propuesta de Corach de crear un tribunal de ética para periodistas había sido titulada como «embestida contra la prensa» y también mereció un editorial crítico: «Opiniones improcedentes sobre el periodismo». The New York Times habló sobre la «guerra de medios en la Argentina» y señaló que el gobierno «no había podido dominar los vigorosos medios de comunicación del país» (137). En su visita a la Argentina ese mismo año, el presidente de los Estados Unidos Bill Clinton comunicó su preocupación por la hostilidad contra la prensa y recibió a Guareschi, de Clarín; Nelson Castro, de Radio América; Germán Sopeña, de La Nación, y Julia Caas de The Buenos Aires Herald. Varios nombres de Clarín se integraron a PERIODISTAS, una organización que se creó en 1995 para denunciar lo que sus miembros consideraban ataques y atropellos de Menem contra el periodismo. Las mayúsculas acaso pretendían distinguir a los notorios que la integraban, como Horacio Verbitsky, Mariano Grondona, Tomás Eloy Martínez, Ruiz Guiñazú, Lanata o el consultor y columnista Rosendo Fraga, entre otros. De la redacción de Clarín participaron, en una primera etapa, Guareschi, Hermenegildo Sábat y Rogelio García Lupo; luego se integrarían Cardoso y

Kirschbaum, entre otros. PERIODISTAS lideraba el consenso antimenemista del gremio y se hallaba en sintonía con la mayoría de los medios críticos del gobierno, incluido el diario de la señora de Noble. Las diferencias y las tensiones en el mundo de la prensa se licuaban en el antimenemismo: viejos rivales de las décadas del 60 y el 70 compartieron la organización (138). El lugar de la prensa y de los periodistas había ganado consideración popular. Una encuesta de Gallup de agosto de 1996 señaló que los medios de comunicación se habían convertido en la institución más confiable de la Argentina, con el 51% de aprobación, mientras que los partidos políticos se habían derrumbado hacia el extremo opuesto, con el 4%. En otras mediciones, la imagen positiva de la prensa llegó al 65%, contra el 10% de los partidos, el 11% del Poder Judicial y el 14% del Congreso (139). Sobre esa crisis, extendida al sindicalismo y la pérdida de influencia de las Fuerzas Armadas y la Iglesia católica, también se cimentaba la predominancia del Grupo, que conseguía audiencias numerosas y leales. Mientras defendía las instituciones, parecía reemplazarlas. Varios políticos creyeron que el holding se proponía trascender los medios de comunicación. Magnetto lo sugirió en una reunión cerrada del Club del 2000, un grupo selecto de dirigentes, empresarios y periodistas que reunía Avelino Porto. Durante mucho tiempo —explicó el hombre de Clarín—, la libertad de prensa se garantizaba con ser independiente del poder político; entonces, en cambio, también debía ser independiente del sector privado. —Tenemos la responsabilidad en la mediación de lo social: somos mediadores sociales —dictaminó. Grosso, uno de los asistentes, entendió que Magnetto indicaba la posibilidad de representar a la gente en reemplazo de las instituciones enclenques del país. Clarín regulaba el conflicto con el oficialismo: al defender los derechos individuales —y el capital nacional— se colocaba como centro y eje del sentido común progresista de la época. Más allá de esas especulaciones, el gobierno reconocía un problema principal, y que arrastraba de antiguo, con el Grupo: su imposibilidad de auditarlo o acotar su crecimiento. Como efecto de la expansión del multimedios, se suponía que el Estado podía auditar y regular sus negocios. Sin embargo, carecía de elementos y de ímpetu: al contrario, en ciertas agencias, como el Comité Federal de Radiodifusión (COMFER, responsable de regular y administrar el espacio radioeléctrico), el Grupo accedía a información interna del organismo y sabía

con precisión quiénes pedían licencias. He ahí una de sus ventajas durante el período: el dominio de información privilegiada gracias a una red de abogados, periodistas y lobbistas, todos activos en el Estado y en el sector privado. Según el testimonio de León Guinzburg —titular del COMFER que se enteró de su designación una mañana mientras leía Clarín—, un funcionario le pidió que nombrase como director de Legales a un abogado del estudio Sáenz Valiente (el mismo que defendía al Grupo), pero se negó. Distintas interpretaciones se disputan la exactitud sobre el momento en que Clarín decidió escalar su conflicto con el oficialismo. Según Bauzá, fue la denuncia sobre la leche en mal estado que el gobierno destinó a menores de bajos recursos, que Susana Viau destapó en Página/12, pero que Clarín informó y siguió. Para Corach, en cambio, el punto de quiebre fueron las imputaciones de Guillermo Patricio Kelly a la Directora sobre el origen de sus hijos. Los editores máximos, quienes debían administrar la gestión de posibles daños, creen que el año es 1995: en ese momento la empresa aflojó las compuertas y empezó a dejar pasar todo, o casi todo. Ese año, el del quincuagésimo aniversario, fue también el de la reelección y el de la causa armas, el tema periodístico que, en el largo plazo, le provocó a Menem los disgustos mayores. Desde enero hasta la votación del 14 de mayo, Clarín brindó certezas sobre la continuidad y la estabilidad económica en un contexto de alarma por la crisis mexicana, cuyas consecuencias internacionales llevaron el nombre de Efecto Tequila. En la semana de los comicios, Julio Blanck entrevistó a Menem. Las primeras preguntas apuntaron a la desocupación, uno de los temas que el diario mantuvo vivo en sus páginas en boca de la Iglesia, los opositores, sus editoriales y hasta una tapa, la del 13 de agosto: «Una multitud rogó por trabajo en San Cayetano». La cobertura de la campaña —a pesar de la preferencia de la redacción y de la empresa por la principal fórmula opositora— mantuvo el equilibrio. El 2 de abril dio en tapa una encuesta que ubicaba al presidente 12 puntos por encima de los candidatos Bordón y Álvarez; la edición también otorgó gran espacio a la entrevista a Henry Kissinger, en la cual el ex secretario de Estado de Richard Nixon señaló que el modelo se iba a sostener en el tiempo (140). En su panorama económico, Marcelo Bonelli consignó la preferencia de los empresarios por la continuidad de Menem. «Menem, reelecto por amplio margen»: el título de Clarín acompañaba

una foto del presidente con una mueca de dolor y las manos abiertas, en contraste con los dedos en V y la sonrisa constante del vicepresidente Ruckauf. La nota intimista del festejo, con la firma de Nancy Pazos, narraba que el presidente había llorado (su hijo, Carlitos, había muerto dos meses antes) y Bauzá había prohibido el champán. El editorial «El mandato de las urnas» (141) destacó que el resultado había superado las previsiones y el factor determinante había sido la política oficial de reducir la inflación y estabilizar la economía (142). Acaso con menos resignación, Van der Kooy señaló que la elección mostraba que la Argentina se hallaba partida en dos. La edición omitió que el riojano había hablado de su victoria sobre «los medios de comunicación»; ni lo consignó ni le respondió.

Velar las armas La primera entrevista con Clarín después de la reelección aludió a aquella frase. —No dije los medios, dije algunos medios —explicó Menem. Ninguno de los entrevistadores —Kirschbaum, Van der Kooy y Blanck— le pidió que los identificara. Uno de los recuadros —«Hemos eliminado la corrupción»— incluyó uno de los contrapuntos: —Así como se recordará su primer gobierno por las transformaciones económicas, también se instaló muy fuerte el tema de las denuncias de corrupción. —Deme un solo caso, un solo caso. —Bueno, hubo muchos. —Es como que yo le dijera que usted es homosexual. —Señor, la homosexualidad no es un delito (143). Los periodistas no le preguntaron por el contrabando de armas, o al menos eso no se imprimó. Según aseguraron, no había sido una condición para la entrevista. Sin embargo, el tema importaba mucho a Clarín y al presidente: entre marzo y julio de ese año se habían publicado sesenta artículos al respecto. La saga empezó en marzo, cuando el periodista Daniel Santoro, quien cubría Cancillería para el diario y había publicado una biografía sobre Cavallo (El hacedor), leyó un cable de agencia que reproducía una nota de La República, de Lima, que denunciaba el desvío de armas a Ecuador durante la

Guerra del Cóndor entre ambos países. Luego se encontró con el embajador peruano, molesto, en los pasillos del Ministerio de Relaciones Exteriores. La primera nota se publicó el 9 de marzo. Un día más tarde ganó el segundo título de tapa: «Las armas argentinas eran para Ecuador». El diario evitó exagerar la paternidad de la historia. El primer editorial, «La venta de armas a Ecuador», publicado el 10, señaló que había brindado información originalmente publicada en La República, de Lima. Con tibieza se pedía que se aclarase el hecho, ya que se podría perjudicar la imagen y la credibilidad de la Argentina en el mundo. El material de Clarín no se presentaba como exclusivo: su cobertura de la siempre intensa puja gubernamental daba cuenta de las tensiones y conflictos que el tema había provocado en el Gabinete. Santoro aprovechó la interna entre la Cancillería, que quería evitar un conflicto diplomático, y Defensa, que quería evitar un conflicto interno y mucho más un problema judicial. Consiguió y publicó documentos que provocaron que Defensa lo querellara por violación de secreto de Estado (entre las revelaciones figuraba una carta de Camilión a Di Tella donde le decía que no pidiera cabezas porque el canciller había firmado en 1991 un decreto de venta de armas a Panamá, que no tenía fuerzas armadas por la invasión estadounidense). Clarín dio a Santoro un apoyo sostenido y un mes para dedicarse a tiempo completo a la causa de las armas. Las notas, a veces firmadas en equipo, contenían documentación, un enfoque equilibrado y respuestas y explicaciones de todos los involucrados. Menem y sus funcionarios principales sacaron una conclusión apresurada: las notas respondían a la gran venganza de la señora de Noble por su ruptura amorosa con Camilión, secretario general de redacción entre 1965 y 1972, quien se negó a separarse de su esposa y formalizar ese vínculo paralelo, lo cual causó que su nombre desapareciera de las páginas del diario. En 1995 los directivos y los periodistas del diario consideraban que la historia era agua pasada; no obstante, el propio Camilión creyó —como otros en el PEN — que se trataba de una venganza. Luego se reprochó cierta soberbia: si hubiese ido a hablar con Magnetto, el tema no habría continuado de la manera que continuó, pensó. Esa lectura, en particular en el caso de Menem, tuvo mucha importancia. En lugar de interpretar que el diario daba espacio al tema por la pulsión normal de una redacción a buscar historias taquilleras que reporten prestigio o como parte de la estrategia de Magnetto para acrecentar sus hostilidades

contra él y su gobierno, encontró una única explicación en el despecho tardío de la Directora. Ni siquiera evaluó que entonces ella o sus humores poco podían torcer el rumbo editorial y en un asunto tan sensible y que había trascendido a su denunciante original. El secretario general de la redacción aseguró que la empresa nunca pidió que la cobertura se centrara en el ministro de Defensa. En la crónica de su salida se informó que no se derramaron lágrimas militares. Clarín continuó con el tema mucho más allá de Camilión: su renuncia apenas inició un periplo de enredos judiciales y políticos que llegaron hasta el presidente. Desde un principio, Menem había subestimado la importancia de la causa y de su propia defensa jurídica y política. Eso le costó su prisión domiciliaria en 2001 y su condena en 2013. La causa armas revigorizó la sección principal del diario. Como el periodismo político argentino se había concentrado en la fiscalización de los actos de gobierno, los periodistas de Política de la calle Tacuarí creían que debían investigar la corrupción o perder venta ante la competencia cada mañana. Desde luego, hubo excepciones y pedidos de cuidado. Por ejemplo, hasta que en agosto de 1995 el superministro Cavallo colocó a Yabrán en la agenda pública al nombrarlo «jefe de la mafia» en una intervención encendida en la Cámara de Diputados, la empresa había sugerido con sutileza que la redacción evitase hablar del empresario telepostal. Magnetto y Yabrán se habían reunido al menos una vez, según uno de los mejores amigos de Yabrán en el mundo de la prensa, dato que confirmó su vocero Wenceslao Bunge. El gestor del encuentro habría sido Carlos Taboada, jefe de la Sociedad de Distribuidores de Diarios y Revistas. El entrerriano quería invertir en el negocio de la distribución de diarios; Clarín, a su vez, tenía interés en ingresar al negocio del correo (que al fin ganó Macri y se lo criticó en la página editorial). Cuando Yabrán se convirtió en un tema y un personaje de la discusión pública, Clarín lo integró a sus páginas, pero con cuidado. Según un editor importante, la empresa paró una nota que se basaba en un documento de la Administración para el Control de Drogas de los Estados Unidos (DEA), que presuntamente vinculaba al presidente y a Yabrán con el narcotráfico. Esa incomodidad se representó en un cierre: como el Negro Sánchez había puesto en un título de tapa del día anterior los nombres Yabrán y Menem, Kirschbaum dejó un encargo a un editor de Política, según su nítido recuerdo: —Hoy el nombre de Yabrán en tapa, no.

En la percepción de editores y redactores de Política, Yabrán provocaba un miedo físico entres los directivos de la empresa, un impacto de cierta violencia a la que no estaban acostumbrados en la sección. Los directivos reclamaron cuidado especial y atención a cada línea que se publicara, como si conocieran al empresario que se llamaba a sí mismo «simple cartero» o estuvieran al tanto de sus dificultades para contener sus iras personales. Acaso habían visto algo parecido con la muerte de Carlitos Menem en plena campaña electoral de su padre, en 1995: «Prefiero perder una primicia a meter la pata», dijo Guareschi a Jorge Grecco cuando discutían si se lo trataría como un accidente o como un atentado. En cambio, los periodistas que venían de revistas donde habían sufrido incidentes con el empresario conocían el revival, leve y ya no estatal, de aquel miedo físico. El diario dio gran despliegue al asesinato de Cabezas —que, de pronto, justificó aquellos temores— y lo hizo prioridad en su cobertura de las tensiones entre el poder político y la prensa. Yabrán, hasta entonces huraño, intentó mejorar su imagen al otorgar una entrevista a Grondona en su programa televisivo de gran rating y otra a Clarín para su edición dominical, que acordaron entre Bunge y Kirschbaum. —¿Qué es el poder? —le preguntó uno de los periodistas. —El poder es tener impunidad. Esa frase sólo abonó las sospechas sobre su persona y su relación con el poder. La empresa —léase Magnetto— impidió que esa frase fuese la tapa, como sugerían algunos editores. Se acordó un título descafeinado: «Yabrán habla de los políticos y del poder». También se evitó un textual en las páginas 2 y 3: «Yabrán habla de sus vínculos con el poder». (Así como Clarín daba forma a la política, sufría el efecto complementario.)

El CEI con mayúscula Menem se convenció de intentar la creación de un grupo periodístico que le respondiera. Percibía a Clarín como su gran opositor. Los medios controlados por el Estado no eran creíbles. Tampoco podía fijar regulaciones y controles porque colisionarían con la defensa del libre mercado, y aumentarían la hostilidad general de los medios. Si la prensa pretendía reemplazar a la política, la política debía inventar un tipo de prensa eficaz para defender la obra de gobierno y contrapesar a Clarín

y demás medios opositores, pensó. Así nació el CEI, el mayor experimento —hasta entonces— con miras a acotar la prevalencia del multimedios. Como parte del intento de políticas desreguladoras que pretendían atraer inversores extranjeros, en 1991 el gobierno argentino firmó un acuerdo con Washington que permitía a las empresas estadounidenses entrar en el mercado de las comunicaciones argentinas. El CEI, creado por el Citibank en 1987, se dedicaba a comprar títulos de deuda y los utilizaba —entre otros fines— para adquirir empresas de comunicación y otros rubros: en 1993 ya había entrado como accionista en Telefónica Argentina y en las papeleras Celulosa y Alto Paraná; también había invertido en los sectores gasífero, eléctrico y metalúrgico. Debido a las regulaciones de los Estados Unidos, debió buscar socios locales. Richard el Gato Handley, titular del Citi local, armó una sociedad con Moneta, del Banco República, y Benito Lucini, del Grupo Werthein. Esos socios —Moneta en especial— integraban la red empresariofinanciera de la Quinta de Olivos. Vicepresidente del CEI entre 1992 y 1997, y luego copresidente con Telefónica entre 1997 y 1999, se había beneficiado con la compra y privatización de algunos bancos provinciales. La primera de las tapas que Página/12 le dedicó se tituló El banquero de Dios. Reflejaba el devoto catolicismo de Moneta y su creencia en un patrón religioso-cultural judío en algunos de sus impugnadores, a la vez que le otorgaba la ambigüedad del que frecuenta al Señor y al presidente de la República. Kohan, un funcionario de gran confianza del presidente para operar sobre esas redes empresario-financieras, desarrolló su expertise en el armado del CEI local. Kohan quería una ley antitrust como la norteamericana, que impidiera el despliegue de holdings con las características del Grupo Clarín, pero que permitiera al multimedios diseñado para sostener al gobierno y apoyar la re-reelección. Quería terminar con la pax clarinista. Creía, como un importante editor del diario: —Clarín arrincona para conseguir más. Menem osciló entre las doctrinas de Bauzá y de Kohan. Y en su segundo mandato eligió la de Kohan. Además de sus diatribas públicas contra la prensa, procuraría afectar los negocios que comandaba Magnetto. Se reunió varias veces con la cúpula del CEI —según dos funcionarios importantes que participaron de los encuentros — para hablar de cómo crecer y qué empresas comprar para contrapesar el poder del portaaviones y sus extensiones. El nuevo multimedios también

debía exaltar la obra de gobierno, contribuir a defender el proyecto de la reelección de Menem y, en el peor de los escenarios, sostener su legado si le tocara descender a la llanura de los ex presidentes. A diferencia del modelo del primer peronismo —que tuvo empresas públicas y paraestatales—, Menem no procuró que una red de medios públicos contrapesara a la prensa crítica. Cuando apeló a esa clase de tácticas en Canal 7 —por medio de las injurias de Kelly, los artefactos humorísticos de Gerardo Sofovich o la prédica de Pedro Olgo Ochoa— obtuvo resultados modestos. Con el CEI, en cambio, encontró los recursos disponibles de su tiempo: la confluencia de un gran banco estadounidense, una poderosa telefónica española y un grupo de aventureros locales del mundo de las finanzas que, en el caso de Moneta, conocía en profundidad el arte de sacar provecho de un Estado bobo. La tríada santa CEI-Telefónica-Moneta reflejaba muy bien la transnacionalización de la economía y su liason con el poder político. Hacia 1997, el CEI facturaba 5.000 millones de dólares y empleaba a 20.000 personas: La Nación señaló que se hallaba en camino «de ser tanto o más poderoso que el Grupo Clarín». El conglomerado de medios incluiría la Editorial Atlántida (que publicaba Billiken, Chiquititas, Gente, Para Ti, Negocios, Chacra & Campo Moderno, El Gráfico y otros medios), Radio Continental, La Red, FM HIT; Telefe (Canal 11), Telefe Internacional, Canal Azul (Canal 9) y una parte de Canal 2 (tenía mayor participación en tres canales de aire de la capital); los canales 10 de Mar del Plata, 9 de Paraná, 9 de Resistencia, 8 de Córdoba, 7 de Neuquén, 11 de Salta, 13 de Santa Fe, 5 de Rosario, 9 de Bahía Blanca y 8 de Mar del Plata; el 33% de Cablevisión (como socio minoritario de Eduardo Eurnekián), la agencia de noticias Infosic, los servicios de Internet Fibertel, Datanet y Advance, y el 20% de TyC. Además de estos medios, el CEI poseía acciones en Telefónica, Telefonía Móvil y Telefonía Urbana, Mini Phone y la propiedad total de Unifon. También era dueño del 70% de Aceros Zapata y el 100% de Zapala Forestal. Clarín publicaba poco sobre el CEI y nada sobre el conflicto, pero el 7 de diciembre de 1997 anunció «la unión de Telefónica, el CEI, Vigil, TCI y TyC», en boca de Juan Villalonga, de Telefónica. La página editorial del diario pegó algunos volantazos: por años no se pudo criticar a las telefónicas pero de pronto la veda se levantó. Tan pequeño era el mundo de los grupos que el CEI había sido socio de

sus actuales enemigos: en agosto de 1994, una de sus empresas —Coinca— había comprado el 30% de Multicanal en 96 millones de dólares, y coincidió allí con el Grupo Clarín, también accionista de la empresa de cable. Tiempo después, Magnetto percibió algo extraño al salir de una reunión rutinaria de accionistas. Handley le contó que el CEI analizaba ampliar sus inversiones en la industria, porque existía espacio para crecer en la Argentina y en la región (144). Sugirió que le interesaría comprar una parte del multimedios que había creado el número uno y deslizó inclusive que aspiraba a conseguir el 25%: —No somos vendedores —le contestó Magnetto. A continuación le dio la mano y se sentó en el asiento trasero de su auto, algo que sorprendió a su chofer ya que solía viajar como acompañante (145). En su lectura, la oferta informal contenía repercusiones trascendentales: una corporación afín a la Casa Rosada pretendía quedarse con un cuarto del Grupo Clarín. Ese mismo mecanismo se repitió cuando empresarios afines al presidente Néstor Kirchner quisieron entrar en lo que luego llamarían la Corpo. En ese caso, otro banquero, Jorge Brito, ofició de vocero del grupo comprador, en el que participaban capitalistas nacionales como los Werthein (propietarios del 50% de Telecom Argentina) o Ernesto Gutiérrez —Ernéstor, como lo llamaban— de Aeropuertos 2000, y su socio Eurnekián, quien llevaba años de negocios convenientes con el Estado. La relación entre el Grupo y sus socios del CEI se agrió y las asambleas de Multicanal se volvieron incómodas. Magnetto recibía información sobre las ofertas del CEI por una cantidad de medios considerable. Contra los usos y costumbres del empresariado periodístico y el general —apuntó Susana Viau en su libro El Banquero—, el enfrentamiento de Magnetto y Moneta sucedió entre gritos. Moneta acusó al Grupo Clarín de no honrar sus deudas, algo que se murmura y no se grita en ámbitos empresarios, escribió Viau (146). Probablemente el banquero se refería a la compra, en agosto de 1997, de la parte del CEI en Multicanal por 239 millones, para quedarse con el 70% de la compañía. Esa y otras compras de cable dispararon el endeudamiento. Magnetto necesitaba un financista con urgencia, porque no quería vender la empresa: según un directivo, Time Warner hizo una oferta por la empresa en 1998. Se consiguió que Goldman Sachs se quedara con el 18% del Grupo Clarín a cambio de unos 500 millones de dólares; el fondo de inversión pensaba permanecer dos años en el negocio, pero la crisis argentina prolongó su

estancia. La empresa nacional que no quería accionistas ni socios debió resignarse, al calor del conflicto con el CEI, a convertirse en una corporación de dimensiones internacionales. Poco después de la compra de Multicanal, Magnetto les escribió una carta a sus empleados, «Cambios y desafíos», en la que destacó el interés público por la propiedad de los medios: Los editores competían en un mercado signado por la diversidad de estilos y propuestas, pero con el denominador común de reconocer su origen en el marco de las fronteras nacionales. Hoy el panorama se ha modificado. El capital extranjero está adquiriendo una presencia cada vez más fuerte en el mercado (147).

En su liturgia nacionalista de antaño, realizó el reemplazo curioso de inversor por capital, y proyectó el conflicto entre lo nacional y lo extranjero como defensa ideológica contra el CEI. Hacia el final, más sosegado, pidió que se asumiera que la competencia sería global. No obstante agregó: «Hoy, como siempre, debemos estar al lado de la gente». Si se llevara ese postulado a una imagen, se observaría a las masas ávidas de consumir los contenidos del Grupo Clarín en lugar de los del capital extranjero. Es decir que, en tanto el holding sintonizara con los intereses y los gustos de la gente, nada habría que temer. Esa armonía reclamaba también una relación particular con los gobiernos y el Estado, que la empresa no podía desarrollar en el resto de los países: su tamaño, sus modos, su estilo y su expansión se consolidaron como fenómeno argentino. Hacia 1997, el CEI fijó como prioridad la compra de un diario. Si pretendía mirarse en el espejo del grupo enemigo, le faltaba ese centro simbólico. La prensa señaló que, si lograba contar con un matutino, el CEI resultaría el cartel del multimedios más grande de la Argentina. Primero se intentó con La Nación, apremiada con deudas que llegarían a los 143 millones de dólares en 2001. Villalonga, de Telefónica, visitó a Julio Saguier, de creciente importancia en el diario de los Mitre. Entre el humo de unos habanos y la mención casi casual de nombres importantes cuya amistad compartían, Villalonga le soltó la estrategia empresarial con crudeza: —Julio, nosotros no competimos con las telcos (empresas de telecomunicaciones): competimos contra los marcos regulatorios. Y por eso compramos medios —dijo.

Y, sin más, sorprendió a su interlocutor: —Pon la cifra en el talonario. Hasta ese instante, Saguier no comprendía ese uso de talonario, pero no tardó nada en darse cuenta: debía escribir el precio de venta del diario en un cheque. Saguier evocó una historia familiar, gracias al auxilio de los Mitre retratados en las paredes de su oficina, para explicar las razones de su rechazo. El CEI se movió hacia adelante: hizo una oferta por Ámbito Financiero. Según una versión del mercado, Ramos habría pedido una cifra muy alta: 100 millones de dólares (su segundo, Roberto García, no lo cree posible). Entonces volcó su interés en Perfil, el diario ambicioso que Fontevecchia hijo había lanzado en mayo de 1998 y en el que gastaría más de 80 millones de dólares. Por temor a que el CEI cerrase la operación, Magnetto intentó anticiparse. Se reunió con Fontevecchia el 15 de julio de 1998 en el Hotel Intercontinental, dos semanas después de que Moneta y Handley lo hicieran, como habría de consignar Clarín. El director del nuevo matutino, que cumplía años ese día, estaba molesto porque el gran diario argentino había ofrecido a los anunciantes descuentos importantes si no avisaban en Perfil (una de las razones de su debacle veloz fue que apenas contó con el 20% de la publicidad que conseguía Ámbito Financiero), mientras él preparaba el lanzamiento. —Héctor, ¿cómo te voy a vender el diario? Se llamaba Perfil… Es como vender a mi mamá. Perfil es el nombre que mi mamá me dio para el diario — explicó Fontevecchia. La comparación familiar revivía aquel primer encuentro de 1994, cuando Magnetto había querido comprar la editorial y Fontevechia se negó porque hubiera sido como venderle a un hijo. El hombre de Clarín fue al punto, ya que el psicoanálisis y sus derivaciones —cada tanto presentes en las contratapas de Fontevecchia— no le despertaban interés. —Pero no podés mantener tu diario. Antes de vendérselo al CEI, vendémelo a mí. —No se lo voy a vender a nadie, quedate tranquilo. Dos semanas después de esa conversación, Fontevecchia cerró el diario con su editorial «Hasta pronto». Lo reabrió, como bisemanario, en septiembre de 2005.

El CEI no consiguió comprar un diario. Y al poco tiempo se derrumbó con la misma celeridad con la que se había encumbrado: a fines de 1998, el Citibank se desprendió de las acciones del CEI, Handley se retiró de la compañía y Moneta cedió su puesto. El banquero de Dios cayó del cielo y pasó a la clandestinidad por varias causas judiciales: se mantuvo cinco meses prófugo acusado por subversión económica agravada, asociación ilícita agravada y otros delitos. Allí nació su odio visceral por Clarín: lo responsabilizó por la degradación de su buen nombre y honor. Existen razones empresariales y políticas para el fin del CEI. Según algunos funcionarios que participaron en las reuniones, entre los accionistas se plantearon diferencias por razones de dinero. La explicación, algo vaga, compite con otras, las causas políticas: las dificultades para conseguir la vía legal para la re-reelección, los bajos niveles de aceptación ciudadana de Menem y el inicio de la recesión. Ramos, años más tarde, reinterpretó la caída: «El CEI era algo amorfo, sólo económico, sin ningún basamento político y carecía de estrategia» (148). Magnetto ha desarrollado su propia hipótesis sobre el auge y la caída del CEI. Fue producto de un momento histórico de la Argentina, cuando se podían montar grandes negocios y ganar mucho dinero en poco tiempo. Y es imposible entenderlo sin entender a Moneta, su estilo y su personalidad. Creyó que podía transformarse en empresario de medios de la noche a la mañana, pero él y sus socios eran sólo financistas. Como el número uno veía que se trataba de un negocio para la re-reelección, le advirtió a Moneta — según su versión— que la sociedad ya no estaba para la continuidad de Menem. El presidente, sin proponérselo, había reactualizado el axioma del último Perón, que aseguraba que había ganado una elección —la de 1946— con todos los medios en contra y que, con todos a favor, había sido derrocado en 1955. Las críticas del Grupo Clarín no le habían impedido ganar la elección presidencial de 1995, pero con un holding flamante y poderoso a favor no pudo impedir la baja performance electoral del peronismo en 1997, ni recuperar la confianza y la adhesión que la sociedad argentina le había mostrado durante más de seis años. Para el recambio presidencial de 1999, el Grupo Clarín había recuperado la supremacía total en el mercado de los medios. Aún en recesión facturaba 2.000 millones de dólares. Ese año se constituyó como sociedad anónima

(SA), un paso formal que se había demorado por la puja con el CEI y el ingreso de Goldman Sachs. En su denominación, la nueva empresa creada sintetizaba su situación en ese momento: Dominio SA. Magnetto igualó el porcentaje de acciones de la señora de Noble (35,555 para ella, 35,355 para él) y asumió, por primera vez, el cargo de CEO. Aquel año se realizaban elecciones presidenciales. El Grupo Clarín, como casi la mitad de los argentinos, había depositado sus expectativas en la Alianza por la Educación, el Trabajo y la Justicia.

Chacho Álvarez y la gorrita de Clarín Álvarez hablaba con pocas reservas con Ernesto Semán, el periodista que había cubierto el Frente Grande y su versión ampliada, el Frente para un País Solidario (Frepaso), como redactor de Página/12 y luego del matutino de la señora de Noble. —Nosotros votamos con la gorrita de Clarín. Cuando pronunció esa frase en 1999 —en el recuerdo de Semán sonaba la erre arrastrada de Álvarez—, aludía genéricamente a la vida parlamentaria y a declaraciones públicas, pero sobre todo a una suerte de necesidad mutua con el multimedios de Magnetto (149). La mayor fuerza política incubada en los medios priorizó en su agenda una institucionalidad mayor, una corrupción menor y más empleo, y nunca se propuso modificar el mapa de la comunicación. Al contrario, ese mapa formaba parte del dispositivo Frente Grande-Frepaso. No existían razones para que se opusieran al proyecto de expansión de Clarín, para que se sacaran la gorrita. Años más tarde Álvarez asumiría que su fuerza incorporó el sentido común de los dos partidos tradicionales: para crecer y consolidarse convenía una buena relación con Clarín. Durante el período en el cual gravitó de modo decisivo en la vida política argentina (1994-2001) el dirigente estableció un vínculo de conveniencia mutua con la empresa que conducía Magnetto. Él necesitaba al holding por su capacidad amplificadora en la ciudad de Buenos Aires y el primer cordón del Conurbano, a los que se dirigía sin creer que fueran sus votantes sin más. Militaba en el ancho mar de los críticos del riojano, prefería mantener la convertibilidad y buscaba atemperar los efectos de las reformas estructurales de Menem. El Grupo lo necesitaba por sus

denuncias contra la corrupción del gobierno, su capacidad para amenazar el bipartidismo, su condición de garante de la convertibilidad y su carisma para interpelar a los sectores medios, la audiencia que presuntamente compartía con Clarín y su familia de medios. El multimedios había comenzado a tomar distancia de Menem cuando el poder se hizo más difuso. Otra refutación a la teoría según la cual la empresa es oficialista primero, para maximizar ganancias: cuando el poder se difumina, Clarín indaga en los espacios vacíos y potencia a los opositores. Álvarez dividió el campo político y el periodístico entre menemismo y antimenemismo. Por eso decidió no participar en el show de Neustadt (despreciaba la relación promiscua del conductor televisivo y el presidente, que rozó una cumbre: una noche Menem lo reemplazó en el programa) y sí en el de Grondona, un set más afín. En la evaluación de Chacho, su presencia sostenida en ese programa ayudó al crecimiento de su fuerza de 1994 en adelante. Jorge Asís, entonces embajador, sintetizó el dispositivo antigubernamental de los medios: Página/12 denuncia. Clarín amplifica. Grondona comenta.

A la escalera convencional para ascender en el justicialismo porteño (militante, asesor, diputado), Álvarez le agregó su licenciatura en Historia y su interés por la prensa político-cultural y la opinión. En 1978 editó Vísperas con su compañero Alberto Iribarne, financiados por el entonces abogado laboralista Corach. En la década de 1980 participó en la revista Unidos, cuyo consejo editorial incluía —entre otros— a Oscar Landi, Horacio González, Felipe Solá y Mario Wainfeld. Unidos se integró al debate sobre la renovación peronista. Landi (autor de trabajos señeros sobre comunicación y política, y luego asesor de Clarín) decía que ese grupo, al que identificaba como el peronismo de izquierda moderada de la Capital Federal, necesitaba un comunicador. Wainfeld le dijo: —Está sentado a tu lado. Es Chacho. Cafiero se interesó por la publicación, tanto que cuando ganó la gobernación bonaerense en 1987 le ofreció a Álvarez el Ministerio de Educación y, dos años más tarde, lo colocó en las listas de diputados de la

fórmula Menem-Duhalde, que lo hicieron entrar al Congreso. Durante la segunda mitad de la década de 1980, la voz del peronismo de centro-izquierda comprendió que la mitad de la interna del partido porteño se jugaba en las páginas de Clarín. Ante la falta de otros medios gráficos de peso, cada palabra que publicase resonaba en la dirigencia porteña. En su caso, podía tratarse de un textual o de una mención a Unidos. Supo que, además del formato noticioso, existía una tarifa para aparecer en las páginas de Política sobre peronismo, que se pagaba en efectivo o en monedas coleccionables de oro o plata. Álvarez priorizaba la generación de hechos de prensa. Para salir en los medios —un apagón de diez minutos como forma de protesta, el «abrazo a la Justicia» para exigir independencia del Poder Judicial, entre otras—, recurrió a sus técnicas de seducción probadas y a su disposición a pensar temas que pudieran llamar la atención de la prensa. A medida que su figura y su agrupación crecieron, su empuje para generar hechos noticiosos volvió rutinaria una frase entre sus militantes: —Nos enteramos por los medios. A poco de asumir su banca en 1989, Álvarez rompió con Menem por los indultos, las privatizaciones y la desnacionalización de la economía. A pesar de sus esfuerzos, el Grupo de los Ocho no entraba con facilidad en las páginas de Clarín. A Carlos Eichelbaum —periodista parlamentario del diario, y de simpatías con ellos, en particular por Germán Abdala— le rechazaron varios artículos por los buenos términos en los que se trataron al inicio Clarín y Menem. Al tanto de esos rechazos, Álvarez encontró en las columnas de Página/12 un bálsamo y un público: con el tiempo, lo consideraría (como lo hicieron varios periodistas de ese medio, pero por otras razones) su house organ. El Frente Grande entró en el radar de Clarín y del resto de la gran prensa cuando ganó la elección en Capital Federal del 10 abril de 1994, para elegir a los convencionales constituyentes que reformarían la Constitución. El título principal del matutino después de los comicios parecía destacar la precariedad de los vencedores: «El menemismo ganó pero no logró mayoría», con un antetítulo que informaba que el radicalismo había hecho la peor elección de su historia. El segundo título, en cambio, tenía forma positiva: «El Frente Grande triunfó en Capital y es segundo en Gran Buenos Aires». Un día más tarde la tapa sintetizaba una encuesta para el diario: la gente había votado a «el único opositor». El editorial señaló que el bipartidismo

había dado paso al afianzamiento relativo y localizado de terceras fuerzas (150). En una columna de opinión, Álvarez reclamó que se revisaran todos los temas que Menem y Alfonsín habían acordado para la nueva Carta Magna. El futuro vicepresidente conoció a la cúpula de la redacción de Clarín por la contaminación habitual entre políticos y periodistas. También mantuvo una relación endogámica con muchos periodistas. Se sentaban a su mesa, le sugerían cosas. Durante la primera mitad de la década de 1990, la periodista Viau (ex militante de la izquierda armada, exiliada en España y autora de resonantes artículos sobre corrupción gubernamental, como la leche contaminada o los retornos en el PAMI), a cargo de Matilde Menéndez, se había convertido en una interlocutora regular del líder del Frente Grande. Mientras tomaba un café con él en un bar vecino a Página/12, donde trabajaba, le sugirió que conociera a Guareschi, el secretario general de Clarín y con quien había trabajado en El Cronista Comercial. La cita, probablemente en 1994, se acordó desde el mismo teléfono público del café. Noches más tarde, Guareschi comió con Álvarez y su vocero Ernesto Muro en un restaurante de Belgrano. El editor les habló de algo que ellos desconocían: el multimedios gubernamental, en referencia a la combinatoria de ATC y Atlántida, ya que el CEI todavía no levantaba vuelo. Al poco tiempo, Álvarez fijó su principal liason con Clarín: Kirschbaum, un escalón debajo de Guareschi. Ambos clase 1948, hinchas de Racing, establecieron un vínculo personal de amistad por muchos años, que incluía partidos de tenis. Kirschbaum había abandonado la izquierda nacional en la década de 1970 y se había entusiasmado con la renovación peronista en la de 1980. Su simpatía por cierta retórica socialdemócrata —que el propio Cafiero acaso pudo encarar— le hizo ver en el chachismo su nueva afinidad política. Como en casi todas las redacciones (con la excepción de Ámbito Financiero), el chachismo se instaló con fuerza en la de la calle Tacuarí. Desde la recuperación de la democracia ningún otro político consiguió semejante adhesión transversal de los periodistas, algo posiblemente potenciado por la crisis embrionaria de los partidos, las denuncias de corrupción y la honestidad personal que se le atribuía. El estudio Autopercepción del periodismo que realizó el Centro de Estudios para la Nueva Mayoría por encargo de la Fundación Konrad Adenauer señaló que, de los 120 entrevistados a nivel nacional, el 62,5%

había votado la fórmula de Bordón y Álvarez en las elecciones presidenciales de 1995 (más del doble que la sociedad argentina), el 9,2% al peronismo (que sacó más del 50%), el 8,3% al radicalismo y el 8,3% a otros, con un 11,7% que no contestó (151), (152). El chachismo prevalecía en la sección Política de Clarín, donde había redactores identificados con Álvarez, como Atilio Bleta, y que asistían a sus cumpleaños, como María Seoane. También lo preferían en otras secciones: Luis Pazos y Sibila Camps publicaron Ladran, Chacho, la primera biografía autorizada del dirigente. Las simpatías se extendieron a otros en el Grupo, como Gustavo Sylvestre de TN. Si Álvarez llegó más tarde a Magnetto es porque demoró su contacto con el empresariado, ante el cual procuró aparecer como un interlocutor confiable: dijo en público que se sentía arrepentido de no haber votado la convertibilidad. En su recuerdo vio al CEO menos de diez veces, y la mayoría de ellas, ya fuera de la vicepresidencia; sin embargo, algunos periodistas de su amistad y dirigentes y ministros frepasistas afirmaron que lo vio en muchas más ocasiones. En esos encuentros con Magnetto — conversaciones sin temario ni grandes definiciones—, se habló de política y de economía. Álvarez no encontró en el hombre de Clarín las virtudes de estratega que había observado en Paolo Rocca, del Grupo Techint, ni el vuelo raso de Luis Pagani, de Arcor. Durante sus años en las grandes ligas de la política argentina esa fuerza no manejó presupuestos ejecutivos en el nivel nacional o el provincial, lo cual mantuvo a Álvarez ignorante de los mecanismos de give and take que el peronismo había conocido con Clarín desde la presidencia de Menem. Su escaso poder en el mercado de medios y las comunicaciones se limitaba al voto parlamentario y a las declaraciones públicas de sus dirigentes. Rendo lo visitaba en la Cámara de Diputados y los cafés aledaños, según el principal ladero de Álvarez entonces, Flamarique, y algunos asesores. Durante la segunda mitad de la década de 1990, Álvarez se preocupaba más por dos minutos en Telenoche y vivía atento a esas repercusiones y a lo que le comentaban sus vecinos. Integraba la primera generación de políticos que creció al calor de la videopolítica, pero conocía —como señala Flamarique— la regla general: para salir en radio y televisión, primero había que estar en los diarios, especialmente en Clarín, porque marcaban la agenda de los medios electrónicos. Sin territorio, partido o tradición, los medios —y Clarín por default—

resultaron una fuente de apoyo doble para Álvarez: le permitían llegar más rápido con su mensaje e interpelar a un público mucho mayor. En su administración del tiempo prevaleció la velocidad de los medios a una marcha de largo aliento que combinara los sets de televisión y el trabajo territorial. Chacho no desconocía la importancia del trabajo en la calle, pero carecía de la paciencia y la habilidad que exige la estructura, a la vez que se resignó a que no lograría conmover a las bases del peronismo. El Frente Grande intentó sumar a tres comunicadores de peso: Verbitsky, Ruiz Guiñazú y Santo Biasatti. El autor de Robo para la Corona rechazó la propuesta de encabezar la lista de candidatos a diputados por la Capital Federal de 1994 por razones políticas (153). A Biasatti, conocido por sus gestos siempre graves al aire, Álvarez le ofreció otra candidatura, con idéntica suerte. Ruiz Guiñazú, halagada por la invitación, desistió por varias razones. Entre ellas, como el caso de Biasatti, que ganaría diez veces más como periodista que como congresista. En el período de mayor prestigio y popularidad de la prensa, ninguna de las celebridades que se forjaron al calor de la crisis de los pilares republicanos saltó a la política.

El alcalde Fernando y la calle Tacuarí Fernando de la Rúa tenía un vínculo antiguo con el diario. Durante la dictadura militar conversaba con frecuencia con Joaquín Morales Solá. Como creía que lo prefería a Alfonsín, le ha achacado que en su columna dominical le impuso una condición de conservador que melló sus posibilidades de ser candidato presidencial en la recuperación democrática. Evitó comentarlo con la Directora en el primer encuentro —muy interesante, en su recuerdo— poco después de la Guerra de Malvinas. Como la mayoría de los dirigentes radicales, eligió La Nación como su lectura de cabecera. Además de las afinidades políticas, culturales e ideológicas, cultivaba el vínculo con Escribano y algunos de los accionistas. No por eso desatendía al competidor líder: todas las mañanas leía los dos matutinos principales y a las siete discutía sus contenidos con su vocero Miguel de Godoy, quien lo acompañó desde el Senado hasta pocos meses antes de que asumiera la presidencia, en diciembre de 1999. A diferencia de Álvarez, conoció tardíamente los trucos de la relación con la prensa: en la década de 1990 descubrió el off the record en el Senado (donde volvió a ocupar una banca en 1993, tras haberlo hecho en 1973 y

1983) y aprendió que podía corregir un artículo publicado en Clarín. A partir de ese momento supo que podía influir en lo que él —y el país— leía cada mañana. El multimedios lo ubicó en la carrera presidencial cuando ganó las primeras elecciones para la Jefatura de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires, el 30 de junio de 1996. Su foto con los brazos alzados en señal de victoria se acompañaba del título —que ocupaba más de la mitad de la tapa— «De la Rúa gobernará la Capital Federal». En la encuesta exclusiva del Centro de Opinión Pública (CEOP, la consultora de Clarín), el 46% de los votantes eligieron al senador por su honestidad, el 22% por radical y el 13% por su trayectoria y su capacidad. La otra mitad de la tapa se ocupó de su discurso inaugural: «De la Rúa prometió combatir la corrupción». Lo presentó, así, como el jefe de la oposición. El Grupo tenía intereses en el gobierno metropolitano. En los tres almuerzos que el jefe de Gobierno compartió con Magnetto se habló de ellos. Según la versión de funcionarios municipales, el hombre de Clarín apenas mencionó un tema histórico del holding en la ciudad: el soterramiento de los cables de Multicanal. El reemplazo del tendido aéreo por el tendido bajo tierra implicaba una inversión muy grande para todas las empresas (154). Cuando un tramo afectó el frente de la casa de un gerente que vivía sobre la Avenida de los Incas, se trazó un triángulo para evitar que los cables le tapasen la vista. Según De la Rúa, el estudio Sáenz Valiente era el responsable de mantener vivo ese lobby (155). En dos de esos encuentros Magnetto mencionó, además, una cuestión a futuro que escapaba a la política municipal, pero en la que un presidente de la nación por venir podía hacer bastante: las deudas del Grupo Clarín y aquel antiguo problema con la DGI, la presión impositiva de Tacchi. Ambas cuestiones parecían preocupar al CEO. En 1996, De la Rúa veía en Magnetto a un hombre poderoso a quien se trataba con respeto; le interesaba menos el mandamás del Grupo que el diario, lo que saliera y lo que dejara de salir en sus páginas. Jorge Posse, directivo de la empresa y uno de sus lobbistas en la política, quedó a cargo de las relaciones cotidianas, y por su medio los funcionarios recibieron varios pedidos: por ejemplo, que Supreme Ticket (una empresa de entradas para eventos que el Grupo tuvo en asociación con Torneos y Competencias entre 1996 y 1999) pudiera vender boletos para el Teatro Colón, institución que depende del gobierno de la ciudad.

Álvarez propuso que se acelerase la conformación del acuerdo electoral entre el radicalismo y el Frepaso, que convertiría a De la Rúa en presidente. Recibía ese pedido en la calle, argumentó. Pero sobre todo temía una victoria del peronismo en la elección de 1997, y sostenía que allí se dirimía la presidencial de 1999. Por azares de la videopolítica, la coalición entre la UCR y el Frepaso se empezó a cerrar en un estudio de TN, mientras se grababa el ciclo A dos voces de Bonelli y Sylvestre. Tras haber intentado persuadir a Alfonsín de concretar el acuerdo, le dijo en el estudio: —Doctor, usted tiene las llaves de la Alianza (156). Al día siguiente, la tapa de Clarín se tituló: «La UCR y el Frepaso sellaron su alianza», con una foto en la que sonreían Alfonsín, De la Rúa, Fernández Meijide, Chacho y Rodolfo Terragno. En un memo interno, los asesores del jefe de Gobierno resaltaron que en la narrativa de los medios él parecía ajeno a la iniciativa: resultaba el más favorecido por el acuerdo pero el menos protagonista. «Clarín lo consignó en un título ambiguo: “Todos jugaron para De la Rúa”» (157). En los días que siguieron, el diario enfatizó lo que la coalición enfatizaba: «Alianza: convertibilidad más allá del 2000». Citaba las palabras de José Luis Machinea, jefe de los economistas de la nueva fuerza. No obstante, poco después, en un encuentro con Alfonsín organizado por Mario Brodersohn, Magnetto le preguntó sobre el plan económico y si se abandonaría la convertibilidad. Acaso intuía que el ex presidente podía impulsar una salida del uno a uno: en una columna de opinión de Tribuna Abierta de Clarín, Alfonsín había escrito: «La convertibilidad no es sinónimo de fortaleza» (158). La designación de Fernández Meijide como candidata en la provincia surgió de un café que compartieron Álvarez, Darío Alessandro y María Seoane, evocó el jefe de los diputados aliancistas. —¿No pensaron en Graciela? —preguntó la periodista de Clarín. Álvarez dudó por su domicilio, pero ese mismo día despegó el plan Graciela a la provincia. Meijide dio la nota al ganarle a Hilda Chiche Duhalde con el 48% contra el 41%. Clarín apostó por un título categórico, que trascendía la cantidad de votos: «La Alianza cambió el mapa político». En la foto, Fernández Meijide —«la gran figura de la elección», según el antetítulo— se disponía a abrazar a De la Rúa.

«Ante todo fue un voto castigo», escribió Van der Kooy. Menem, el castigado, se veía en la imagen recurrente que fijó Sábat en esos años: aferrado a un sillón que lucía presidencial y con un león adherido. En un editorial infrecuente, de página entera, se insistió: el resultado debía interpretarse «como un voto castigo a la gestión oficial» (159). Fernández Meijide se convirtió en una estrella fulgurante. Ese año, la revista Viva la consagró como la persona del año. «Reportaje a fondo a la mujer que no viene de la política pero que cambió el mapa político». Aunque creció políticamente, su tendencia a disgustarse por las notas que se publicaban en Clarín y otros medios se volvió recurrente. Molesta con una periodista de Clarín, solía decir que debería pasar al suplemento Ollas y Sartenes. De la Rúa se fastidiaba por las parcialidades del medio hacia el Frepaso. Sus celos no se limitaban al holding, contó un asesor: con la convicción de que Grondona estaba «enamorado de Fernández Meijide», visitó al conductor de Hora clave en su casa de Barrio Parque y le preguntó por las razones de ese amor, como si se pudieran explicar. Pero cuando ella perdió la interna ante él, su equipo de prensa le probó que Clarín prefería una victoria de la Alianza y se había vuelto furiosamente delarruista. El 8 de marzo de 1999, De la Rúa y Álvarez almorzaron con Magnetto en la calle Piedras. Los candidatos se quejaron por la cobertura excesiva que se daba a sus adversarios, en particular al peronista Duhalde. Al terminar el encuentro, De la Rúa evaluó ante sus colaboradores que hasta que no terminase la pelea Menem-Duhalde, los candidatos de la Alianza no saldrían de la página 10. Álvarez también aprovechó el almuerzo para desarrollar su idea de convocar a un plebiscito que definiera si Menem se podía presentar a un nuevo mandato: la interna peronista los sacaba de los diarios, había que buscar un golpe de efecto (160). El disgusto parecía justificado. La información de gobierno y la disputa por la candidatura presidencial peronista tenían gran importancia, porque durante los dos períodos de Menem (1989-1999) las pujas entre las fracciones internas o el intercambio fecundo con Cavallo recibían gran cobertura. Álvarez aseguró que nunca discutió con De la Rúa o Alfonsín una estrategia para el Grupo de medios más poderoso. De la Rúa se limitaba a sostener que debían tener la mejor relación posible. En la campaña que buscaba el voto por el cambio sin ofrecer, paradójicamente, cambio alguno,

sino apenas mejoras. De la Rúa tampoco planeaba cambiar el sistema de medios que, en rasgos generales, parecía acompañarlo. Hubo momentos difíciles. En junio de 1999, por ejemplo, el equipo económico de la Alianza se entrenó en un role play sobre cómo salir del sistema de tipo cambiario fijo, pero quiso mantenerlo en secreto. De la Rúa llamó a Blanck para pedirle que bajo ningún punto de vista publicara algo así; Machinea le pidió lo mismo a Semán, el periodista que había llevado la historia. Por decisión de la empresa salió una versión muy lavada, que redactó Semán. En esas decisiones prevalecía una idea paternalista de Clarín: si se publicaba en sus páginas, se pondría en riesgo la estabilidad económica. La noticia hubiese ameritado un título audaz: «La Alianza analiza salir de la convertibilidad». El holding compartía el mandato bíblico del empresariado nacional: No devaluarás. Sólo que lo hacía, en parte, para aferrarse a un programa económico condicionado por su abultada deuda en dólares. Magnetto expuso su preocupación sobre la situación del país en los encuentros gerenciales de Mar del Plata. En noviembre de 1998 había hablado del crecimiento de «la polarización social»; un año más tarde sus conclusiones contabilizaron con desaliento mayor la mezcla de recesión, crisis en Brasil y «la necesidad de un ajuste fiscal» hacían que el futuro luciera más oscuro aún. El candidato delegó en su hijo Antonio y en un amigo de él, Darío Lopérfido, el vínculo con los medios. En realidad, Antonio extendía su influencia más allá, a muchos temas de la campaña, como el delegado principal de su padre. Esa decisión reflejaba el carácter patriarcal de su grupo (muy elocuente en la asignación de los números internos en la fundación que presidía De la Rúa: del 1 al 8 para miembros de la familia), que habría de tener costos en su presidencia. De la Rúa en persona debió explicar a directivos de Clarín y de otros diarios que sus hijos no habían sido beneficiados en la carrera de Derecho, como sugerían algunas conversaciones —ilegales, según él— que había revelado Perfil. El candidato solía comunicarse con la redacción y la empresa por sus hijos y por los casos de corrupción municipal. Antonio orientó su política comunicacional sin centrarse en los grandes diarios o el Grupo Clarín. Procuró que su padre tuviera contacto con Marcelo Tinelli y Mario Pergolini. En un almuerzo con Tinelli, el futuro presidente le preguntó qué le faltaba a la ciudad: «Una maratón como en San Pablo, como

en Nueva York», le aconsejó el conductor. La carrera se corrió a tres semanas de la elección; el día después, Tinelli llevó a De la Rúa a su programa, donde lo elogió ante su audiencia de más de cuatro millones de personas. Aún así, el candidato a la presidencia siguió celoso del espacio que el Frepaso obtenía en Clarín. Fernando de Santibañes —ex banquero del entorno de De la Rúa, que asumiría en la SIDE— recordó que percibían la preferencia del diario por Álvarez, al punto que Dick Morris, el asesor estadounidense de la campaña, midió esa inclinación en centímetros de la cobertura. En rigor de verdad, Chacho ocupó un lugar secundario en la campaña y en las páginas del diario durante los tres meses que precedieron a los comicios. Las excepciones fueron menores y no siempre edificantes: cuando el 2 de octubre Álvarez chateó con los lectores de Clarín, la edición incluyó una intervención negativa: «Me duele que uses esto para robarte nuestro voto: de onda te lo digo». La tapa del día de la elección evitó los protagonismos personales: «Casi la mitad del país votó a la Alianza». En la foto, el presidente y el vice electos saludan con sus respectivas esposas, Inés Pertiné y Liliana Chernajovsky. La maestra chubutense, convencional constituyente de la ciudad (1996) y luego legisladora porteña, compañera de Álvarez, escribió en 2010 la tesis Mundo Clarín, con la que se graduó en Ciencias de las Comunicación. Se propuso documentar algunas formas de intervención política de los medios, y el diario de la señora de Noble entre ellos, en acontecimientos de los que también fue testigo directo y participante. Escribió: Después de sacar ventaja del apoyo a los primeros años de Menem, Clarín apostó una de sus fichas a la Alianza emergente durante el fin de la gestión y contribuyó a la instalación mediática de sus principales figuras públicas (161).

La gestión aliancista —señaló— no tenía en sus planes tensar las relaciones con los poderes fácticos en general y los medios en particular, porque ellos habían sido artífices del éxito electoral. Las reformas leves — como cuando se impuso a Telefónica la venta de un canal— favorecieron al multimedios mayor de manera indirecta. En el capítulo en el cual analizó el período de 1983 a 2003, Chernajovsky formuló una hipótesis:

El grupo reiteró con éxito una estrategia tendiente a sacar provecho de las crisis políticas, económicas y sociales que acompañaron los momentos finales de cada administración, y condicionar a la siguiente (162).

Entre las particularidades que describió se cuenta la habilidad para obtener ventajas máximas en las transiciones: «La estrategia consiste en acosar al alicaído gobierno que está por concluir su mandato, contribuyendo a una transferencia traumática del poder». Según ella, el holding puso su influencia mediática al servicio de «extorsionar y arrancar ventajas económicas y legislativas», con las cuales «consolidar su influencia e interpretación hegemónica del acontecer social» (163). Se refería, en primer lugar, a la transición de Menem a Alfonsín: en las aguas revueltas del desgobierno y la incertidumbre, pescó las llaves de su gran botín. En la década de la presidencia de Menem, la empresa que había comenzado en 1945 con un diario con el logo en color rojo conoció su expansión máxima. Se la podía cuantificar en su facturación por ventas, en su tamaño creciente, en las porciones del mercado —y sus diversificaciones— que devoraba. Una dimensión de ese crecimiento se hallaba en la percepción de las elites, especialmente de las dirigencias partidarias: si en 1989 Clarín estaba subordinado al poder político, en 1999 ya no quedaban rastros. La tesis de Chernajovsky y el testimonio de más de veinte dirigentes políticos de primera línea avalan esa idea. La supremacía de Clarín se pudo cuantificar en el campo periodístico. El estudio «La cultura profesional del periodismo argentino», de Gustavo Béliz y Enrique Zuleta Puceiro, señaló que el 76,3% de los periodistas veían en Clarín el principal diario de referencia, contra un 17,6% de La Nación y un 3,1% de Página/12. Una coincidencia con Autopercepción del periodismo: en aquella encuesta Clarín apareció como el matutino más leído o mirado, con 100 menciones contra 61 de Página/12 y 52 de La Nación (164). Los medios del Grupo en radio y televisión también ganaban la preferencia de los trabajadores del sector, aunque con márgenes variados: según el trabajo de Béliz y Zuleta Puceiro, el 58% de los periodistas preferían Canal 13, contra un 10,7 que sintonizaba Telefe; el margen entre Radio Mitre (27,5%) y su competidora, Continental (24,4%), era menor pero aun así favorable. En el cable, TN era la referencia del 38,9% de los informadores, contra el 22,1% de Crónica TV.

Las instituciones republicanas habían decaído. Los medios —y Clarín en especial— habían ganado autonomía y una voz que comenzó como fiscalizadora de aquella decadencia y ganó más y más terreno: marcaban la agenda, condicionaban las acciones gubernamentales, provocaban hechos políticos de peso. Aun así, Magnetto no ponía ni sacaba presidentes. La mayoría resistía más de las tan mentadas cuatro tapas de Clarín.

124. En una carta de Guadalupe a la Directora, fechada el 2 de diciembre de 1994, le dijo que se había reunido ocho veces con Magnetto: «Me obligó a un planteo económico como condición previa a tratar los puntos de orden moral que son de mi interés». Pidió «los signos externos de mi condición de hija por parte del Grupo Clarín», un espacio para defender la memoria de su padre, una charla con su ex madrastra y una reparación por los daños (Graciela Mochkofsky, Pecado original: Clarín, los Kirchner y la lucha por el poder, Buenos Aires, Planeta, 2011, págs. 62-63). Ernestina no respondió y no la invitó a la fiesta aniversario. En diciembre de 1998 llegó a un acuerdo con la señora de Noble por 7 millones de dólares: recibió un pago de 2.600.000, más una renta mensual de un bono por treinta años que, después del default y la devaluación, le reportaron, a partir de 2003, 150.000 dólares anuales. Lupita consiguió como parte del acuerdo que el diario publicara una nota suya con su foto en la página de opinión sobre su padre. Había salido del anonimato y recibía un módico reconocimiento. En 2010 pagó a Sudamericana una lujosa edición de coffee-table book, Noble: un argentino visionario, de 238 páginas satinadas. Clarín lo ignoró. 125. Entrevista con Enrique Gorriarán Merlo, Buenos Aires, 2000. Detalles de su relación con el diario en Memorias de Enrique Gorriarán Merlo: De los setenta a La Tablada (Buenos Aires, Planeta, 2003, págs. 496-498). En un antecedente fallido, algunos ex montoneros se habían aliado al caudillo catamarqueño Vicente Leonides Saadi para lanzar el diario La Voz en 1982. Pasó inadvertido para el gran público, hasta su cierre en 1985. 126. «No importa que Lanata no sea de izquierda, lo importante es que pueda armar un diario», argumentaba Francisco Pancho Provenzano, miembro activo del MTP, en la salida de Página/12. Murió en el intento de copamiento del cuartel de La Tablada, el 23 de enero de 1989. 127. Daniel Gobioud Almirón, uno de los detenidos, trabajaba en la mesa de noticias del diario, y al menos un prestamista, Roberto Felicetti, quien había reemplazado a Provenzano en esa función. Jorge Baños escribía columnas de opinión. 128. Entrevista con Carlos Grosso, Buenos Aires, 2014. 129. Luis Majul, Lanata: secretos, virtudes y pecados el periodista más amado y más odiado de la Argentina, Buenos Aires, Margen Izquierdo, 2012, págs. 126-127.

130. «Las diez reglas de Oro del Editor de Olé», memo sin fecha, presumiblemente de 1996, en archivo personal de Ricardo Roa. 131. Ibidem. 132. Julio Ramos sostuvo que compraron La Voz del Interior como respuesta al diario La Mañana de Córdoba, que él había lanzado. 133. Héctor Ricardo García, La culpa la tuve yo: militares, ERP, López Rega y AFIP, Buenos Aires, Planeta, 2012, págs. 106-107. 134. Horacio Verbitsky, Un mundo sin periodistas, Buenos Aires, Planeta, 1997, pág. 277. Verbitsky dice que entre 1993 y 1997 Menem se dedicó a antagonizar con la prensa en cada campaña, pero dejó de hacerlo tras el homicidio de Cabezas. 135. Cabezas había tomado una foto de Yabrán, quien toda la vida había preservado su invisibilidad. El cadáver del reportero gráfico apareció calcinado con las manos esposadas y dos tiros en la cabeza, dentro de un auto incendiado. 136. Hubo excepciones: Menem se defendió en una columna de opinión infrecuente en Clarín: «El decreto es la forma ejecutiva de mandar». Empezaba, tajante: «Alcanza mi responsabilidad de presidente el deber republicano de explicarme en decreto cuando dije y digo que goberné y gobernaré por decreto» (Clarín, 18 de septiembre de 1996). 137. Clarín, 17 de septiembre de 1997. 138. PERIODISTAS se disolvió en noviembre de 2004, un antecedente en los dos polos que se armaron al calor del conflicto del kirchnerismo con algunos medios de comunicación: hubo un desacuerdo porque Página/12 censuró una nota de Julio Nudler. 139. Rosendo Fraga (comp.), Autopercepción del periodismo en la Argentina, Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1997, pág. 22. 140. Clarín, 4 de abril de 1995. 141. Clarín, 16 de mayo de 1995. 142. Un editorial que se propone plantearle a Menem las prioridades para su segundo mandato enumera la desocupación, la crisis de las provincias y la catástrofe del sistema provisional. 143. Clarín, 9 de julio de 1995. 144. López, op. cit., pág. 345. 145. Ibid., pág. 346. 146. Susana Viau, El banquero: Raúl Moneta, un amigo del poder en la ruta del lavado, Buenos Aires, Planeta, 2001, pág. 68. 147. López, op. cit., págs. 355-356. 148. Entrevista con el autor, publicada, en coautoría con María José Grillo, en la revista Veintitrés, 3 de febrero de 2000. 149. En el Congreso, el Frepaso impugnó rivales comerciales directos del Grupo Clarín,

como el banquero Moneta, cuyos diputados lo denunciaron e investigaron. En agosto de 1997, en una jornada de la CEMCI, la empresa operó puntualmente para conseguir que Álvarez se pronunciara críticamente sobre la conformación del CEI y a favor de los medios nacionales, recordó Christian Schwarz, adscripto a la dirección que fue parte de esa intervención, a la cual La Razón le dedicó una tapa. Durante el gobierno de la Alianza los diputados del Frepaso apoyaron un proyecto de ley que pretendía desregular el negocio de las telecomunicaciones y perjudicaba a Telefónica. Con Álvarez retirado, el Frepaso votó en 2002, junto con radicales y peronistas, la ley de bienes culturales que impulsaba Clarín. 150. Clarín, 14 de abril de 1994. 151. Fraga, op. cit., pág. 127. 152. Álvarez también contaba con el voto entusiasta de muchos en La Nación. Cuando asumió la vicepresidencia, su vocero, Ernesto Muro, le ofreció a Morales Solá la dirección de la agencia Télam, cargo que el periodista rechazó sin dudar. Después de su renuncia lo eligió como entrevistador para el libro catártico Sin excusas, donde se propuso hacer un balance de la experiencia de la Alianza. 153. En una carta del 26 de mayo de 1994, Verbitsky le explicó su negativa a Álvarez: «Las expectativas populares y el calendario electoral fijan plazos perentorios que no coinciden con la imprescindible decantación de las respuestas políticas y organizativas ante una compleja realidad económica social (...) Sin un ancla social que defina los límites de la propuesta económica y garantice su aplicación, el eventual gobierno del Frente Grande podría padecer el mismo proceso de trituración y metamorfosis que ya degradó a aquellas fuerzas de origen popular». Cuando recibió esa carta, Álvarez ya se había olvidado de la oferta al periodista. No aceptó la propuesta que le hicieron de publicarla en Unidos para estimular una discusión interna. En su búsqueda de candidatos extrapartidarios habían convocado a Fernández Meijide, Aníbal Ibarra, Eugenio Zaffaroni y Adriana Puiggrós. 154. En la agenda bilateral Clarín-Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires se sumaron nuevos temas. Jorge Telerman, designado jefe de Gobierno porteño luego de la destitución de Aníbal Ibarra en 2006, conocía a la empresa de sus tiempos de vocero de Antonio Cafiero. A dos meses de asumir en Buenos Aires anunció en el Foro de Ciudades Digitales que habría wifi libre en toda la ciudad, decisión que perjudicaba a los proveedores de Internet, como Clarín, propietario de Fibertel. Telerman recibió primero el llamado de un editor importante del diario, que le advirtió del malestar del Grupo. Luego Jorge Rendo (responsable de Relaciones Externas) lo visitó e invocó el interés general de la industria. Telerman, con frágil apoyo político, no vio grandes márgenes para enemistarse y desistió de la propuesta. El cambio entre el Clarín de los 80 y el del nuevo siglo —advirtió Telerman, cuentan asesores de entonces— era notable: había pasado de convencer a ordenar, siempre en nombre de un interés general. 155. Entrevista con Fernando de la Rúa, Buenos Aires, 2015. 156. Ernesto Semán, Educando a Fernando: Cómo se construyó De la Rúa presidente, Buenos Aires, Planeta, 1999, pág. 50.

157. Ibid., págs. 72-73. 158. Al reescribir su historia, Clarín había pasteurizado a Alfonsín. Cuando el ex mandatario sufrió un accidente automovilístico en el sur, en el que casi murió, el diario preparó una edición especial póstuma en la cual las querellas del pasado quedaban sepultadas al calor del antimenemismo. 159. Clarín, 27 de octubre de 1997. 160. Semán, op. cit., págs. 213-216. 161. Liliana Chernajovsky, Mundo Clarín, impreso gentileza de la autora, Buenos Aires, Facultad de Ciencias Sociales, 2011. 162. Ibid., pág. 47. 163. Ibid., pág. 154. 164. Gustavo Béliz y Enrique Zuleta Puceiro, «La cultura profesional del periodismo argentino», Cuadernos Australes de Comunicación, Nº 1, Buenos Aires, 1998.

CAPÍTULO 7

La corporación crece,la convertibilidad muere (1999-2001) La corporación se desplegaba en la misma manzana. En su estilo de remodelación constante, en 1999 se agregaron al mismo edificio, aquí y allá, las oficinas de las nuevas áreas, que componían una suerte de trabalenguas involuntario: la Dirección de Control Corporativo, la Dirección Corporativa de Recursos Humanos, la Dirección de Estrategia Corporativa, la Dirección de Contenidos Audiovisuales, la Dirección de Negocios Corporativos. Años antes había contratado al inglés Michael Gold, director de la consultora Ashridge Strategic Management Center. Para la integración a nivel humano y organizacional, y para controlar su imagen externa y su ubicación en el mercado, recurrió a otra consultora, la del relacionista público estadounidense Fleishman-Hillard. Abundaron las teleconferencias Buenos Aires-Madrid-Londres, los viajes de Saturnino Herrero Mitjans y los encuentros entre todos los gerentes de las distintas empresas. Después de meses de pruebas, el 13 de mayo de 2000 el multimedios presentó el nuevo isologo corporativo: buscaba —se explicó— transmitir la imagen del Grupo en unos años. Para representar la globalización eligió una forma esférica; las líneas que lo atravesaban representaban los distintos lenguajes, medios, contenidos, productos y servicios. La fuerza de los colores —rojo, azul, blanco y negro— y una definición clara contribuían a que se fijara en la memoria. Parecía la aspiración de un eslogan nunca explicitado: «El Grupo es mucho más que Clarín». Para el nuevo isologo la empresa prescindió de los estudios que solían trabajar con la redacción (especialmente el catalán Cases I Associats SA): quedó a cargo de Rubén Chiappini, del estudio Chiappini y Becker, que trabajó un año en su elaboración. Los textos del nuevo folleto institucional, de noventa páginas, se presentaron en dos idiomas, castellano e inglés.

Hacia finales de la década de 1990 el Grupo —ya como tal— emprendió una serie de cambios institucionales. Intentó acomodarse a la cultura de una compañía grande, nueva y pujante. Lo necesitaba también por una razón de orden práctico: concretar el acuerdo con Goldman Sachs, que entró en 1998 con 500 millones de dólares. No obstante Héctor Magnetto nunca dejó de combinar su condición de estratega y CEO con sus viejos hábitos de contador de la concesionaria Berlingheri. La optimización del tiempo, por caso, correspondía a ambos mundos: —Querido, no leas lo que estamos leyendo porque se hace muy largo —le pidió a un expositor de la Dirección de Contenidos Audiovisuales que repetía lo que mostraba en una versión previa al Power Point. Y mientras planeaba una estrategia de décadas para la empresa podía quejarse ante los directivos junior de alguna de las flamantes direcciones: —¡Cómo están con los pedidos de aumento, eh! Siempre el «eh» al final. Al decirlo, si estaba parado, solía poner las muñecas en jarra, alrededor de la cintura. Los estudiosos de su personalidad creen ver la postura de quien trabajó en un restaurante —en su caso, en el de su padre, en Chivilcoy— y clava las muñecas para evitar apoyar las manos mojadas de lavar. La corporación tenía un rasgo notable: no pertenecía a ninguna cámara ajena a su sector. En los escasos estudios sobre el empresariado argentino, los investigadores Manuel Acevedo, Eduardo Basualdo y Miguel Khavisse señalaron que desde 1983 «AGEA-Clarín-Magnetto» se había convertido en un actor económico de peso, junto con otros grupos nacionales como Bunge y Born, Pérez Companc, Bridas, Alpargatas, Celulosa Argentina, Loma Negra (165). Ya desde principios de la década de 1990 el Grupo ganó presencia en la lista de las empresas que más facturaban. La facturación, su lugar entre sus pares, su influencia sobre el gobierno y la oposición no se tradujo en una representación mayor en las grandes cámaras empresariales. Clarín había limitado su ascendencia a las organizaciones de su industria, como la Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas (ADEPA), la Comisión Empresaria de Medios de Comunicación Independientes (CEMCI), la Asociación Argentina de Televisión por Cable (ATVC). Cambiaría su posición tras la crisis de diciembre de 2001.

Según Magnetto, la demora obedeció a una simple razón logística: durante el segundo gobierno de Menem y en los dos años de la Alianza se ocupó a tiempo completo de la organización del Grupo. Una interpretación posible es que Clarín no necesitaba —o creía que no necesitaba— de las cámaras empresariales. Otra: su proyecto de expansión y poder pretendía la mayor autonomía posible frente a partidos políticos y grandes empresas. Pero la crisis que terminó con la convertibilidad resultó un contexto acuciante: la empresa estuvo en peligro y debió desplegar un gran lobby para modificar la Ley de Quiebras y obtener otros beneficios, para lo cual también debió establecer una agenda común con los grandes empresarios. En los años siguientes la Dirección de Relaciones Externas cobró un peso decisivo. La descripción del área comprendía la relación con todos los públicos exteriores: competidores, instituciones, empresas, gobiernos y medios de comunicación. Esa suerte de cancillería debía ejercer un lobby constante entre los privados y las autoridades del Estado nacional y de los locales. La Dirección quedó a cargo de Jorge Carlos Rendo, abogado graduado en la Universidad de Buenos Aires con un master en la Escuela de Negocios de Warthon, en Filadelfia (Estados Unidos), que no ha cesado de fabricar CEO y presidentes de grandes compañías. Rendo había trabajado en una empresa periodística, Editorial Abril, y en dos grandes de la industria: Acindar y Fiat. A diferencia de los accionistas de Clarín carecía de un pasado militante, salvo una participación fugaz en la campaña en Castelar del Partido Socialista Democrático (PSD), que apoyaba la candidatura de Héctor J. Cámpora en 1973. De su paso por Editorial Abril entre 1976 y 1986 aún guarda la carta documento que le mandó como apoderado al ministro Albano Harguindeguy en la que le advertía que haber suspendido la circulación de Siete Días —por una tapa con la italiana Stefania Sandrelli titulada «¿Hasta dónde se destaparán las argentinas?»— vulneraba los derechos constitucionales. Se encargó de la gestión de conflictos laborales, despidos y cesantías. Luego de un lustro en Celulosa, asumió el Departamento de Legales de Acindar, donde tuvo como jefe al general Alcides el Pibe López Aufranc (166). A principios de la década de 1990, en una batalla gremial prolongada —la producción debió salir en helicóptero—, Rendo negoció con el duro dirigente metalúrgico Alberto Piccinini los despidos en la empresa, operó sobre los

medios para conseguir una cobertura positiva y organizó charlas en Villa Constitución para mejorar la imagen de la empresa en la comunidad con invitados como el senior Félix Luna o el novel Daniel Hadad. Después de Acindar pasó a Fiat: los amigos le preguntaban si él pagaba o le pagaban, porque el gran hobby de Rendo eran y son los autos. Trabajó sobre la imagen pobre que había dejado la familia Macri y propició que los trabajadores quedaran bajo la órbita del Sindicato de Mecánicos y Afines del Transporte Automotor (SMATA) y no de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM). Durante esos años Rendo recortaba artículos de las dos empresas en las que pretendía trabajar alguna vez: Clarín y Techint. Una consultora lo reclutó para la primera: comenzó su carrera en la empresa de la calle Piedras el 1º de diciembre de 1998. En pocas semanas comprobó el modo en que el poder político y el Grupo interactuaban. Mientras trabajó en Acindar, conseguir una cita con un ministro de importancia solía llevarle dos meses; mientras trabajó en Fiat, una semana. En Clarín el trámite le demandaba diez minutos. Rendo se convertiría en el lobbista más importante del Grupo en los círculos políticos y empresariales. También terminó por asumir el papel del mayor receptor de las quejas y los pedidos sobre lo que se publicaba o no se publicaba en los medios del Grupo. Ganó el respeto y la confianza de Magnetto en un lapso asombrosamente corto para un CEO que exige pruebas de lealtad prolongadas. Quizá por eso le tocó administrar las relaciones más sensibles en los momentos más complicados. Cuando en marzo de 2014 la empresa presentó su proyecto de adecuación, en pleno conflicto con el kirchnerismo, Rendo quedó como CEO provisorio porque Magnetto debió tomar licencia. Ocupaba una oficina chica, con muebles de poco valor y tres fotos de autos enmarcadas: la oficina de uno de los posibles sucesores de Magnetto huele a espíritu adolescente. En la redacción, en cambio, ganó un apodo poco edificante: Horrendo, lo llamaba uno de los caricaturistas del diario. Desde 1999 la Dirección de Relaciones Externas puso en marcha una apertura corporativa: desarrolló más y mejores vínculos en el mundo empresarial —e incluso el bursátil— y creó una imagen del Grupo que no lo asociara centralmente al diario, sino que expusiera a la vez todos sus activos. Hasta entonces, por una cuestión de endogamia y encierro, Clarín comunicaba sus temas institucionales con una gacetilla de prensa o una nota

en el diario. La primera etapa de ese cambio fue un aumento en la difusión de informaciones: desde el anuncio de la entrada de Goldman Sachs hasta la denuncia de los beneficios que —según entendía la Dirección— Telefónica recibía del gobierno de Menem. La apertura tenía un límite: el perfil bajo de Magnetto, quien no incrementó sus escasísimas apariciones públicas en eventos del sector y sólo concedería, en 2007, una entrevista al mensuario Apertura. La cultura espartana del Grupo resultó fácil de asimilar para Rendo, aunque el contraste entre Magnetto (invisible para el mundo exterior) y su ex jefe, Cristiano Ratazzi (un playboy que no reprimía su tendencia a la exhibición), no podía ser mayor. Aprendió a descifrar los mensajes escuetos del CEO desde su primera propuesta: el rediseño de la imagen de la empresa. Magnetto lo escuchó describirla y le respondió con una mirada fulminante. También entendió con rapidez que el CEO nunca derramaría elogios: la organización de la empresa —cuentas claras, presupuesto aprobado en noviembre— había impresionado a los socios flamantes, como Carlos Ávila, pero no había provocado nada en el CEO. Rendo contó con un segundo hiperquinético: Martín Etchevers, también abogado y también posgraduado con un master. Había tenido una experiencia breve de pasante en la sección Política. Nancy Pazos pretendió ser su madrina periodística. Ni la comunicación ni el vínculo con el gobierno, los políticos y los empresarios: el problema del Grupo era la deuda en dólares que había obtenido en el exterior y había crecido con la compra de servicios de televisión por cable (en particular Multicanal) y la recesión en la Argentina. Existen varias versiones sobre el monto, pero el cuadro simplista y general que planteaban los ejecutivos reconocía unos 1.200 millones de dólares y una facturación de 2.000 millones al año. El multimedios comenzó una reestructuración para salir ordenadamente de CTI y Direct TV, y la venta permitió bajar la deuda de 1.700 a 1.200. El cronograma se podía cumplir si se daban dos condiciones: que no bajara el rendimiento de las empresas, que se mantuviera la convertibilidad y que mejorase la situación general del país. El mercado de los medios había experimentado una caída de la publicidad y de las ventas. Entre 1992 y 1998 Clarín mantuvo la circulación por encima de los 600.000 ejemplares diarios (con los picos de 711.000 en 1993 y de 691.000

en 1995) y a partir de 1996 empezó a perder unos 20.000 ejemplares por año hasta llegar a 589.000 en 1999. En ese mismo período La Nación cayó en lento goteo de 200.000 en 1992 a 186.000 en 1999. En su exposición durante la reunión anual corporativa, en noviembre de 1999, Magnetto llevó una agenda positiva. Desmintió que el ingreso de Goldman Sachs constituyera una extranjerización del Grupo; señaló que se abrirían negocios argentinos y regionales en la edición de diarios, la industria de la impresión, la producción televisiva y las redes de televisión por cable. Sin embargo, esos planes necesitaban otro país. El paso de Menem dejó un paisaje social desolado y una demanda de mayor transparencia, pero terror al cambio en la economía: el gobierno de la Alianza ganó con un discurso sobre valores y también con la promesa de mantener la convertibilidad, que en abril de 2000, según una encuesta de IBOPE, quería el 84% de los argentinos. En su nombre, De la Rúa anunció, poco después de asumir el 10 de diciembre de 1999, el primero de los seis ajustes que haría su gobierno. «Impuestazo»: así llamaron Clarín y otros medios a la primera medida de José Luis Machinea. La mayor parte de los nueve imperativos del paquete — aumento del impuesto a la nafta, del IVA a la medicina prepaga, del monotributo y del mínimo tributario no imponible— afectaba a los sectores medios y medios altos. Es decir, a los votantes de la Alianza y al lector medio de Clarín. El plan del ministro de Economía causó malestar sin mejorar la recaudación más que un 3%, mientras se profundizaba la recesión. Quince años más tarde el ex presidente recuerda aún la sensación agria de leer cada mañana el cintillo de Clarín con ese sello indeleble: Impuestazo.

Periodismo de infantería En la segunda mitad de 2000 el diario comenzó su propio achicamiento. En mayo, el gobierno había lanzado un nuevo paquete que rebajaba los sueldos públicos en un 12%. Hacía ya años que Magnetto hablaba con los responsables de la redacción sobre la productividad. Desconfiaba de la idea de que el rendimiento de un periodista no se debe medir por cada línea publicada. Guareschi explicó que se trataba de algo intangible. Que no se podía, por ejemplo, medir el rendimiento de Alcadio Oña por las líneas o caracteres que escribía o editaba en Economía.

Según un documento de Clarín, entre 1995 y 2000 la cantidad de empleados había aumentado un 31% y los salarios, un 45%. «Mejoramos los ingresos y somos la empresa que paga los mejores sueldos en el mercado», escribió el gerente general Héctor Aranda (hermano del accionista José) en una carta (167). En el plan inicial, la reestructuración —el eufemismo para referirse a las cesantías— afectaría al 6% del plantel. La empresa mantuvo su intolerancia a la agremiación de los trabajadores y los planteos sindicales. Si su poder e influencia exterior se habían incrementado notoriamente, no existían razones para revisar esa política interna de cuarenta años. Tras la recuperación de la democracia, y en particular durante el resto de la década de 1980, la cobertura de Clarín se había mostrado sensible a la agenda de los grandes sindicatos. Como parte del conflicto de baja intensidad con Raúl Alfonsín, el diario otorgó un espacio considerable a las críticas, las marchas y los paros de CGT; pocas cosas molestaban más a los funcionarios radicales. Esas simpatías limitadas carecían de correlato interno: cuando Luis Sartori, periodista a cargo de Gremiales, hizo una gestión ante el Ministerio de Trabajo por la Comisión Interna, la empresa decidió despedirlo. Sus jefes persuadieron a Magnetto para que reviera la decisión y consiguieron que lo reincorporasen. Durante 1984 se realizaron grandes asambleas, en las que se unieron los periodistas y los trabajadores gráficos, ya que el diario se imprimía en el mismo edificio donde estaba la redacción. Pedían que los colaboradores se convirtieran en empleados efectivos, que se reincorporase a los despedidos de 1982 (ver capítulo 1) y que se pagasen las horas extras. Durante la década de 1980 la izquierda clasista —llámese trotskismo— mantuvo gran influencia en las cuatro comisiones internas de Clarín: los gráficos, los choferes (encuadrados en el Sindicato de Comercio), los empleados del buffet (miembros de Gastronómicos) y los periodistas (de la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires, UTPBA). Con el sistema de lista abierta —se elegía candidatos, no listas— Pablo Llonto consiguió la mayor cantidad de votos en Prensa; su compañera, Ana Alé, quedó segunda. Trosko de bien — así se definía—, no pidió licencia sindical y siguió trabajando en Deportes tras un paso breve por Política. Llonto ya se había recibido de abogado. El gerente de Personal le ofreció que se integrase al cuerpo jurídico del diario: buscaba desactivar la política de judicializar los reclamos de la Comisión Interna, pero sobre todo pretendía

apartar de la redacción al delegado más votado. Llonto eligió presentarse ante la Justicia como delegado para reclamar por el cobro de las horas extras que la empresa no pagaba y por la mala liquidación del segundo aguinaldo, uno de los beneficios especiales de los trabajadores del diario. La dirección corporativa y la Comisión Interna chocaron con fuerza por las paritarias de 1989, durante el final del gobierno de Alfonsín y la elección de Menem. Con una inflación incontrolable —en febrero era del 9,6%, en mayo había alcanzado el 78,4%— la actualización se discutía mes a mes. A comienzos de junio el tercer piso ofreció un aumento del 60%, aunque ese mes la hiperinflación había aumentado los precios en un 114%. Y no se movió de su propuesta. Con el mandato de la asamblea, el 14 de junio los trabajadores tomaron la planta. Al día siguiente Clarín no salió a la calle. Algo que no ocurría desde febrero de 1975. La empresa denunció a sus empleados por usurpación. A la mañana siguiente una orden judicial habilitó que un grupo de Infantería rodease la planta. La jueza a cargo se reunió con los delegados, recordó Llonto: les dio tiempo para decidir si mantenían la toma —caso en el que los infantes desalojarían la planta— o si la levantaban. Un grupo propuso resistir: creía que por el impacto público negativo no echarían a palazos y gases a los periodistas y obreros de Clarín. La gran mayoría apoyó la propuesta de los que pidieron levantar la media de fuerza. Los salarios se licuaron a la mitad. La inflación de julio fue la más alta en un mes en la historia argentina: 196,6%. Tras ese triunfo, el diario de la señora de Noble avanzó sobre la Comisión Interna. En 1991 despidió a Llonto. Más aún: le inició cinco causas. En una de ellas denunciaba que había agredido a un jefe de la planta de Zepita. Prosperó otra, en la que se acusaba a Llonto de emplear términos injuriosos, como «la empresa Clarín usó metodología propia de la dictadura militar». Llonto, argumentaban sus ex empleadores, representaba un peligro para los bienes y las personas. Con una medida cautelar se consiguió que el delegado no pudiera volver a ingresar a la redacción. La Justicia dictó fallos favorables a su reincorporación, pero Clarín apeló hasta que en 1999 —después de ocho años— la Corte Suprema le dio la razón: el despido estaba justificado. La sentencia inaudita reflejaba la influencia de Magnetto sobre los cortesanos; como en casi todos los temas judiciales, además, contó con los servicios del

estudio Sáenz Valiente. Entre 1991 y 2000 la actividad gremial se había acotado severamente en el diario. El contexto de pérdida de poder de los sindicatos, con un récord histórico de desocupación, la medida ejemplarizante sobre Llonto y la actitud blanda de dos delegados (uno de ellos acusado de responder más a la empresa que a sus trabajadores) delimitaron los términos del diálogo. El conflicto mayor comenzó en julio de 2000. En la primera asamblea que se realizó en la redacción, por el despido de un periodista de Espectáculos, tuvo lugar la catarsis de años sin negociaciones colectivas. Se planteó que el sindicato interviniera por el cuestionamiento generalizado a los dos delegados que habían sobrevivido a Llonto. Se propuso que se realizara una nueva elección, bajo el control de la UTPBA, que eligiera una nueva Comisión Interna. Los trabajadores armaron una lista de diez candidatos a delegados y una Junta Electoral numerosa. Por temor a las represalias, Deportes decidió rotar su representante en la Junta. En medio de la agitación, la Justicia señaló que se debía restituir a los dos delegados. Los trabajadores y el sindicato decidieron llevar adelante la votación de todas maneras. La empresa cuestionó su legitimidad: la consideró carente de valor jurídico y prohibió que se votara en la sede del diario. El 16 de agosto una combi de la UTPBA con los vidrios tapados con plásticos negros se estacionó sobre la calle Tacuarí, y allí se realizaron las elecciones. De los 1.400 trabajadores —un número aproximado, la administración tampoco compartió su lista completa de empleados— votaron 565, un 40%: más que los 400 de la década de 1980 y casi cuatro veces los 150 de la elección anterior. En 2000 las dos delegadas que recibieron más votos resultaron Ana Alé, con 543, y Olga Viglieca, con 541. El cuarto piso se decidió a demostrar que no toleraría a la nueva Comisión Interna. Buscó argumentos legales y políticos, como el conflicto entre la UTPBA y los delegados anteriores y un supuesto intento de sabotaje: en una de las asambleas, una asalariada del suplemento Mujer —contaron Virginia Márquez y Aníbal Ces en Periodismo de infantería— propuso introducir un virus en el servidor de la empresa, pero la idea se descartó por descabellada. No obstante, la empresa usó la amenaza como uno de los justificativos para sus acciones. El 4 de noviembre Clarín echó a 117 empleados: toda la Comisión Interna elegida, los miembros de la Junta Electoral, los participantes activos en las

asambleas y todos los trabajadores que quería eliminar de su nómina. El telegrama de despido aludió a presuntos planes de sabotaje: Atento a que usted participó en asambleas en las que se llegaron a proponer gravísimas medidas contra los bienes de la empresa y la fuente de trabajo, lo que constituye una pérdida de la confianza en usted depositada y una grave injuria a los bienes y personas de la empresa, prescindimos de sus servicios a partir de la fecha (168).

Bajo la responsabilidad de Héctor Aranda en las cuestiones generales y el jefe de Personal Jorge Figueras en los temas operativos, Clarín dispuso un vallado en las inmediaciones de la empresa, a cargo de la Policía Federal y la Guardia de Infantería. Los efectivos impidieron por la fuerza —hubo escarceos y golpes, recordó Llonto— que los despedidos ingresaran al edificio. Rendo, que durmió un par de noches en su oficina, explicó que el despliegue policial buscaba truncar el plan de los despedidos: tomar el edificio y evitar que el diario se imprimiese. También se dispuso la filmación de las asambleas; la revista Veintitrés, que entonces dirigía Jorge Lanata, publicó las fotos de los camarógrafos. El miedo a Clarín quedó en evidencia: aunque no se trataba de un caso limitado a los despidos —en realidad, la principal empresa de medios echaba a su Comisión Interna y aplicaba métodos que contradecían los valores que pregonaba—, el conflicto tuvo escasa repercusión. En el primer número donde trató el tema, Veintitrés le dedicó la tapa por indicación de su director, que se encontraba en los Estados Unidos: —Pásenlos por encima —indicó Lanata desde Boston. «Clarín, la historia que nadie se atrevió a contar», fue la tapa. Por una gestión de Martín Caparrós, los despedidos también hablaron en su programa televisivo Día D. La noticia se repitió en varias radios. De todas maneras, el tema tuvo una cobertura mucho menor que el cierre y despido de los trabajadores del diario Perfil en 1998. Los dirigentes políticos de los partidos mayoritarios y los empresarios del sector evitaron pronunciamientos. Hugo Moyano habló del caso en una conferencia de prensa que TN debió cortar. Al día siguiente Saúl Ubaldini, Pablo Moyano, Carlos el Perro Santillán, dirigentes del Partido Obrero, miembros de HIJOS (organización de hijos de desaparecidos), el Premio de la Paz Adolfo Pérez Esquivel, el sacerdote Luis Farinello y el diputado Alfredo Bravo se solidarizaron con los

despedidos apostados en Tacuarí. Pérez Esquivel, Farinello y Bravo subieron al cuarto piso para pedirle a Rendo explicaciones por los despidos e intentar torcer la decisión de la empresa. Entre las decepciones de los delegados se cuentan el faltazo de Gustavo Cordera, entonces cantante de la Bersuit Vergarabat, a un concierto a beneficio; también los rechazos de Charly García, Joan Manuel Serrat y Las Leonas a firmar en su apoyo. En el libro Periodismo de infantería —título de los volantes que se repartieron el día después de los despidos— se publicó una lista de personas que adhirieron, con colaboradores del diario como Beatriz Sarlo y Horacio González, y también Marcos Aguinis, León Rozitchner, Moria Casán, Luis Majul, Víctor Heredia, Alejandro Lerner y muchos otros. Los legisladores de izquierda de la ciudad de Buenos Aires Jorge Altamira, Patricio Echegaray, Vilma Ripoll, Lía Méndez y Alexis Latendorf presentaron un proyecto de declaración en el que pedían la reincorporación de los despedidos y condenaban la represión policial. El conflicto duró tres días. Entre las acciones concretas, los trabajadores bloquearon la planta de Zepita durante dos horas la noche del 5 de noviembre. El problema intrasindical se hizo visible cuando llegaron los dirigentes de la UTPBA. El sindicato había sido criticado por su prescindencia, y por su parte había objetado las posiciones radicales de un conflicto que creía alimentado por el Partido Obrero. El 7 de noviembre la Comisión Interna propuso un paro, pero una moción para levantar la medida de fuerza consiguió 79 votos contra 55 y 46 abstenciones. Como en 1989, las posiciones moderadas obtuvieron mayor aprobación. Los más veteranos en conflictos gremiales nunca habían visto una escena tan dolorosa: la gente subía llorando a la redacción. Viglieca y Alé armaron un corralito para garantizar que pudieran pasar y apoyaban a los más afectados. Una de las periodistas despedidas pensó algo que atentaba contra la épica sindical en la que había creído y militado, pero no lo dijo en público: el domingo siguiente ya no la leería un millón de personas. Durante varios meses los miembros de la redacción ayudaron a los despedidos mediante colectas a las que aportaban desde editores jerárquicos hasta redactores. Esa ayuda llegó todos los meses a la casa de Alé, ya enferma de cáncer. Los despidos cambiaron el clima de la cuadra. Si los bríos de la modernización estimularon cierta afinidad profesional y personal, los

despidos y el procedimiento con las fuerzas de seguridad recordaron crudamente que la gran empresa haría lo que fuera para garantizar su rentabilidad y evitar el conflicto interno. Guareschi sufrió el rechazo repentino de los asalariados más comprometidos con la protesta gremial, y también de muchos otros periodistas. Lo acusaron de haber estado al tanto de los despidos y haber simulado lo contrario; también de haber mostrado desdén porque durante los días de crisis se encerró en su despacho a tocar escalas de trompeta (años más tarde diría que no sabía que se escuchaba en la redacción). Los delegados pintaron el grafiti «Traidor» y convocaron al músico Bernardo Baraj para que le opusiera un solo de saxo en la puerta del edificio el 5 de diciembre de 2000. Al momento de los despidos, de acuerdo con los representantes de los trabajadores, el salario más bajo de bolsillo —el de los cadetes— se ubicaba en los 1.200 pesos; a la semana siguiente tomaron redactores de Deportes por 600 pesos. Uno de los argumentos de defensa del Grupo ha sido que después de echar a los 117 contrató nuevos empleados. No sólo se proponía pagar menos: en el largo plazo, los despidos buscaron —y lograron— un efecto disciplinador: debieron pasar doce años hasta que se eligiera otra Comisión Interna en Clarín. Aquel 4 de noviembre de 2000, mientras los despedidos recibían sus telegramas, Aranda mandaba una carta al resto del plantel. El texto es uno de los escasos documentos en los que la gestión de Magnetto entiende, interviene y justifica sus políticas internas. El gerente general estableció un contexto para los hechos. Destacó que en el inicio de una crisis de la industria, cuando se veían cierres de publicaciones, reducciones de suelos y suspensiones, el Grupo había creado Olé y Genios y se disponía a inaugurar Clarín.com, relanzar el suplemento Sí y sacar un diario local en Vicente López. Dijo que planeaban reducir 6% del personal, pero que el conflicto entre los trabajadores y la UTPBA interrumpió el proceso. Eso —argumentó— generó perjuicios económicos, afectó el normal funcionamiento del diario e incluso puso en riesgo los bienes de la empresa. Aseguró que no temían al debate, siempre que se ubicara dentro de la legalidad. Cerró con una invitación: Creemos que hay una diferencia sustancial entre ser crítico y ser destructivo (…) Entre

discutir y proponer actos de sabotaje (…) Esa diferencia es la que define a la inmensa mayoría que quiere quedarse en Clarín (…) Contamos con usted en esta nueva etapa (169).

Ese mismo día, según consta en el Boletín Oficial, el Poder Ejecutivo Nacional (PEN) promulgaba el Decreto 1025, largamente anhelado por los dueños de los medios gráficos. «En un régimen de libre competencia y sin restricciones —encuadraba el espíritu desregulador del texto— se podrá editar, distribuir y vender diarios, revistas y afines.» La orden del PEN recortaba el poder de los canillitas e incrementaba la posición de los medios que podían implementar otras formas de venta de sus productos. Ese día De la Rúa recibió a representantes y propietarios de las empresas periodísticas y del sector. Por Clarín asistió Magnetto.

No tan aburrido Durante su presidencia, De la Rúa mantuvo su rutina matinal: la lectura de La Nación y Clarín. Aun en pleno auge de los medios electrónicos, no recuerda haber leído on line, ni siquiera haber tecleado el F5 en búsqueda de actualización, y le prestaba poca atención a la radio y la televisión. Como hacía con los decretos y las cartas personales, el presidente se detenía en el uso y las implicancias de las adjetivaciones en las notas. En contraste notable con sus antecesores democráticos, que apenas los hojeaban, establecía un cuadro general de cómo lo trataban los medios a partir de esas lecturas minuciosas. En el viaje de Olivos a la Casa Rosada revisaba un resumen de prensa de cinco o seis páginas que ayudaban a decidir muchas de las primeras llamadas del día. En enero de 2000, al cumplir un mes en funciones, De la Rúa recibió a los tres principales periodistas políticos de Clarín —Ricardo Kirschbaum, Eduardo van der Kooy y Julio Blanck— con una pregunta sobre su lugar de trabajo: —¿Qué les parece la mesa? ¿Les gusta? Blanck lo consignó en su columna sobre el nuevo estilo presidencial, titulada «Fernando de la Rúa al poder lo trata de usted». —¿El gobierno está comunicando bien? —le preguntaron. «Comunicar» se había integrado con ímpetu al nuevo diccionario de la

política argentina. —Menos los días que salimos mal en los diarios —contestó el presidente. Clarín consignó «risas», pero en realidad el comentario anticipaba los riesgos de la obsesión. De la Rúa asumió con el apoyo de la mayoría de la prensa y conocería la luna de miel más prolongada que Clarín le había dado hasta entonces a un presidente desde la reinstalación de la democracia. —Es muy temprano para quejarse de los medios, señor, eso se hace después de un tiempo. —(Risas.) Sería bueno diariamente una información básica (…) de las distintas actividades que ocurren dentro del gobierno (…) pero en general la prensa no toma en cuenta ese tipo de informaciones. A su modo, De la Rúa reclamaba espacio para los comunicados oficiales: quería que se consignasen las acciones y los actos de su gobierno. El ex presidente sostuvo que no llegó al poder con una estrategia nítida para la prensa en general y mucho menos para Clarín. Prefirió pensar que quiso parecerse más a Arturo Illia que a Alfonsín, sus antecesores radicales a cargo del PEN. Mientras que Alfonsín y Menem delegaron en otros el vínculo con Clarín y aceptaron softliners y hardliners, De la Rúa prefirió ocuparse en persona de la relación y evitar conflictos o amenazas. Solía reunirse con Magnetto y con Rendo; recibía a Van der Kooy y se comunicaba con el jefe de Política Blanck por temas grandes (como desmentir la renuncia del jefe de la SIDE) y pequeños (como lamentar un adjetivo en las últimas líneas de una nota de página entera). Sin saberlo, De la Rúa inició un ciclo de casi una década en el cual la presidencia y la empresa consiguieron una imbricación inédita en la historia del diario. Ese lugar se explicaba por el crecimiento del Grupo y el convencimiento de la dirigencia política de la necesidad de establecer ese cuerpo a cuerpo. Magnetto visitó a De la Rúa las semanas previas a que asumiera la presidencia, según contó el ex presidente en una entrevista para este libro. Siempre le impresionó un rasgo del CEO: la gran información que manejaba. Como si tuviera un Clarín A de noticias que se publicaban y uno B con datos clasificados. El número uno fue a protestar por un posible aumento en el impuesto a la televisión por cable, que pagaba el 11% mientras la alícuota general era del 21%. En el proyecto de presupuesto el ministro de Economía había querido

llevar la tasa al 21%, pero tras la protesta de Magnetto hizo un cambio gradual: el primer incremento llegó al 13%. Por indicación del presidente, el equipo de Machinea se reunió con el Grupo; según uno de los asistentes, el CEO corcoveó en la reunión. El Grupo evitó el aumento, pero sus relaciones con la cúpula de Economía se enfriaron. Los impuestos serían uno de los puntos más tensos de la agenda bilateral, desde antes de la asunción del nuevo gobierno hasta sus estertores, como los intentos de Domingo Cavallo —reincidente en el Ministerio de Economía— de eliminar las exenciones impositivas para los diarios. El segundo tema conflictivo fue Telefónica. El Grupo Clarín quería ampliar el alcance de Canal 13 porque —argumentaba— el negocio de la televisión quedaba muy pequeño. Consideraba que las preferencias ostensibles de Menem por Telefónica merecían una revisión. La empresa de telefonía, copropietaria de Telefe y de Azul desde 2000, sufría pérdidas anuales cuantiosas por los salarios altísimos de sus estrellas, pero no quería resignar el liderazgo en la pantalla. El nuevo gobierno anuló la concesión masiva de licencias de radio y televisión que Menem había otorgado veinticuatro horas antes de dejar la Casa Rosada; 238 se adjudicaron en un solo día. Las empresas —en especial el multimedios— y el gobierno empezaron a discutir la ampliación, de cuatro a veinticuatro, de las licencias para una misma empresa. Rendo planteó el pedido de convocatoria a licitaciones a Rodolfo Terragno, primer jefe de Gabinete de De la Rúa. También hizo gestiones ante el vicepresidente Carlos Chacho Álvarez. Pero el decreto se demoraba. En su libro Pecado original, Graciela Mochkofsky cuenta que finalmente fue redactado por los abogados de la empresa y salió desde la calle Piedras en una moto de delivery. El Grupo lo desmintió, pero reconoció que pudo haber enviado antecedentes internacionales o incluso los considerandos del decreto. La licitación nunca se llevó a cabo. De la Rúa y su ministro de Infraestructura Nicolás Gallo dieron una versión distinta: varios empresarios de medios del Interior del país les advirtieron que, si el Grupo Clarín ganaba esas licitaciones, instalarían repetidoras en el Interior y barrerían con los negocios locales, como solían hacer los multimedios. Dos de esos empresarios, el mendocino José Luis Manzano y el rosarino Alberto Gollán (socio de Clarín como accionista de Canal 13), contaron en entrevistas para este libro que hicieron gestiones ante la Casa Rosada para evitarlo (Gollán recibió el auxilio del entonces

gobernador Carlos Reutemann). De la Rúa y Gallo aseguran que, lejos de una vacilación —argumento del multimedios—, se trató de una búsqueda de equilibrio entre las empresas del interior y la corporación de Magnetto. De la Rúa, es cierto, vacilaba. El gobierno de la Alianza, reacio a introducir cambios —incumplió su promesa simbólica de campaña de vender el avión presidencial—, desreguló el negocio de las telecomunicaciones a través de un decreto que pretendía afectar a las telefónicas, aliadas políticas y empresariales de Menem y competidoras directas del Grupo Clarín. El secretario de Comunicaciones Henoch Aguiar —titular de la cátedra de Derecho a la Información en la UBA y coautor de varias leyes de radiodifusión durante el gobierno de Alfonsín— hizo de la desregulación el gran tema de su gestión. En un contexto de creciente demanda del consumidor, Aguiar se propuso que una ley terminase con el monopolio de las telefónicas y que existiera más competencia de empresas de cable y de cooperativas (finalmente se aprobó con el Decreto 764/00, por falta de apoyo parlamentario). Pero en el corto plazo, el rebalanceo de las tarifas desalentó el ingreso de nuevos jugadores y no se produjeron grandes cambios. Algunos diputados radicales rechazaron la ley durante su discusión; De la Rúa advirtió que uno de ellos tenía una relación muy próxima con Telefónica. A la vez, algunos peronistas le dieron su apoyo. Alberto Pierri prometió votarla pero le pidió a Aguiar: —Que me llame el presidente. Pretendía que quedase en deuda con él, aunque la ley beneficiaba indirectamente a su empresa. Pierri manejaba con astucia su doble condición de representante del pueblo bonaerense y empresario cablero. Compartía con Magnetto el mismo rival: las telefónicas. A principios de marzo de 2000 el gobierno anunció que prepararía una Ley de Radiodifusión para reemplazar a la vigente, que se arrastraba desde el gobierno militar y que no tenía ningún afán desregulador. El proyecto se presentó a fines de abril de 2001. Se proponía —informó Clarín— defender la producción nacional, establecer una política de protección para los niños y crear un multimedios del Estado. La norma, generalista y sin cambios importantes, no tenía posibilidades de avanzar en el Congreso. El contraste con «la madre de todas las batallas» —la Ley Audiovisual, aprobada en la primavera de 2009— y sus repercusiones políticas y judiciales fue notable (170).

Divorcio autorizado Clarín pasó de la oposición al gobierno de Menem al acompañamiento del gobierno de De la Rúa. Se permitió novedades como un editorial que elogió con énfasis la primera gira del jefe de Estado y otro con una defensa del ajuste, aunque observó, que para atemperar los costos sociales y contribuir a la recuperación económica, debía aplicarse junto con un uso eficaz de los recursos y el combate de la corrupción. A cien días de la asunción dio como tema principal de tapa un editorial que citaba una encuesta según la cual el 60% de argentinos creía que el gobierno hacía las cosas bien. La revista Viva celebró la nueva tecnocracia estatal en una tapa con los funcionarios ligados al hijo de presidente, Antonio de la Rúa. La competencia y los desacuerdos entre De la Rúa y Álvarez entregaron a la sección Política un elemento de tensión sobre el que se podía escribir con menos restricciones. El vicepresidente prefería llevar los temas de la gestión con Alfonsín: en su recuerdo, aquella agenda bilateral incluía la gestión económica, las cuestiones institucionales y la relación con los gobernadores, pero nunca los temas sobre empresas periodísticas. De la Rúa y Álvarez tampoco hablaron sobre medios, e implícitamente aspiraban a no alterar el mapa, reconocieron ambos por separado. Darío Alessandro, jefe de la bancada oficialista en la Cámara de Diputados, lo expresó en una frase contundente: —Llegamos con los medios, no nos metamos con los medios. La interna en la cúpula del PEN daba por supuesto que La Nación prefería a De la Rúa y Clarín a Álvarez. En una reunión de diputados del Frepaso, Irma Parentella elogiaba la potencia de los medios públicos cuando una autoridad —Álvarez o Alessandro— la interrumpió para moderar sus afirmaciones: —No hubiésemos llegado a ningún lado sin Magdalena (Ruiz Guiñazú), Clarín y TN. La crisis que terminó en la renuncia de Álvarez a la vicepresidencia comenzó, también, en los medios. Desde el primer día, como había ocurrido durante la campaña, el equipo del presidente se mantuvo atento a lo que consideraba una presencia excesiva de Álvarez en los medios, sobre todo en los del Grupo Clarín. De la Rúa creía

que existía una preferencia por su vice. La desconfianza se trasladó a otros miembros de su partido. Dos participantes de las reuniones de Gabinete recordaron que el presidente llevó recortes de diarios subrayados para sugerir, con sus modos indirectos, que entre los asistentes se encontraban las fuentes de las notas. Si el texto subrayado era de Clarín, De la Rúa solía sospechar de dos ministros de su partido que integraron su primer Gabinete: Terragno y el titular de Interior, Federico Storani. De Santibañes, jefe de la SIDE y uno de los funcionarios de mayor confianza del mandatario, abonaba la teoría del entendimiento entre Clarín y Álvarez (171). Como amateur que era en ese mundo —estaba allí porque un mandatario tan desconfiado como De la Rúa sólo podía aceptar una persona de su intimidad— la SIDE lo asombró por su opacidad. El departamento dedicado al análisis de medios notificó al Señor 5 —apodo de los secretarios de Inteligencia— que la tapa de Clarín se catalogaba como el editorial de Magnetto. De ser eso cierto, los hombres y mujeres de la SIDE dedicados al clipping se adelantaban a análisis que se generalizaron durante el conflicto de los Kirchner con el Grupo. De Santibañes había conocido a Magnetto años atrás, cuando su Banco de Crédito Argentino (que vendió en 1997 por 184 millones de dólares) había participado en una colocación de deuda del Grupo. En el invierno de 2000 visitó al CEO para pedirle que los medios a su cargo postergasen una noticia sobre un caso de aftosa en el noreste del país. Le pidió una semana hasta que se reuniera con el presidente de Paraguay, Luis Ángel González Macchi para establecer mejores controles fronterizos. Magnetto (172) cumplió, dijo De Santibañes, como también lo hizo La Nación. A su vez, Rendo lo visitó para pedirle que intercediera en el conflicto legal del multimedios con el grupo Vila-Manzano en Mendoza (aunque el director de Relaciones Externas desconoció haber realizado tal gestión). La Ley de Reforma Laboral (reclamada por el FMI para bajar costos salariales, según The New York Times, y resistida por los sindicatos) se sancionó en el Senado el 26 de abril de 2000. Dos meses más tarde, en su página dominical de La Nación, Morales Solá se anticipó a Clarín al denunciar los sobornos que habían garantizado la aprobación: habló de prebendas y de favores personales. Morales Solá dijo que había intentado hablar con el presidente, pero Darío Lopérfido no contestó sus llamadas.

Como había ocurrido con el Swiftgate en 1991, algunos redactores de Clarín habían escuchado rumores sobre los sobornos —uno contó que lo supo casi en simultáneo a la realización de los supuestos pagos— pero el diario priorizó la mesura. Un importante editor sintetizó el procedimiento en casos que involucraban al PEN como ese: —Que otros empiecen, y después seguimos. Clarín esperó para editorializar: habló de la crisis en el Senado, pero no usó las palabras coima o soborno. En la última semana de julio de 2000 el semanario La Primera, propiedad de Hadad, llevó a tapa un fotomontaje con la publicidad de la película de James Bond El mañana nunca muere. Álvarez aparecía escoltado por su esposa Liliana Chernajovsky, con un vestido verde, y Vilma Ibarra, con un vestido rojo escotado: «007 Chacho, entre el amor y el poder». En el texto de tapa se sugería una relación extramatrimonial entre el vicepresidente y la legisladora porteña, hermana del jefe de Gobierno de Buenos Aires Aníbal Ibarra: «Chacho atrapado en una feroz pelea femenina y entre rumores de separación». Álvarez, que había dado crédito a la versión de Morales Solá, leyó esa nota como una respuesta de la SIDE, desde donde se habrían pagado las coimas. Se había roto un pacto implícito en el periodismo político: la vida privada de los dirigentes estaba más allá del interés público y no se explotaba como noticia. Furioso, habló con el presidente. Con tono monocorde De la Rúa le explicó que se trataba de una nota periodística que no se podía atribuir a la SIDE. En un ensayo de defensa, los espías arguyeron que el autor de la nota era el pariente de un ex miembro de la secretaría, cesanteado por el gobierno. Álvarez llamó a Magnetto, a Rendo y a Kirschbaum —también a editores y periodistas de otros medios— para expresar su indignación y, también, para garantizar que no reprodujeran la nota. En el caso de Clarín era una solicitud innecesaria: respetaba la norma de no meterse en los asuntos privados. La sección de Política honraba un aforismo: —Si te metés con esos temas, luego se van a meter con los tuyos. En el panorama político del 6 de agosto Van der Kooy contó que Álvarez había notado seguimientos, que atribuía a que se tramaba una jugada para dañarlo en el plano político. El vicepresidente mandaba un mensaje en una columna que por entonces pesaba mucho en la conversación política.

La Alianza nunca se recompuso. El 5 de octubre De la Rúa cambió su Gabinete: ratificó a los funcionarios apuntados por Álvarez, como De Santibañes y el ministro de Trabajo Alberto Flamarique. Esa noche Horacio Verbitsky dijo en el programa Día D de Lanata que Álvarez analizaba su renuncia. Una vez más, Clarín relegó la cobertura a un recuadro. El día después, tras la renuncia de Álvarez, el vocero presidencial Ricardo Ostuni se quejó ante Gustavo Sylvestre porque no se escuchaba la voz del radicalismo sobre los hechos. De la Rúa confirmaba sus sospechas sobre la preferencia de los medios por Chacho. —Agarren el micrófono y hablen —le sugirió el conductor de TN. Ese día se vio con claridad —interpretó Sylvestre— que De la Rúa carecía de una política hacia el Grupo Clarín y no había asignado a alguien para que se encargara de eso. Más bien recibía sus pedidos, y cuando quería pedir él, no encontraba el modo correcto de hacerlo. De Santibañes le explicó al presidente que, desde la purga del desarrollismo, Magnetto no tenía otra ideología que maximizar sus expectativas comerciales: con Álvarez o sin él, haría siempre lo que le conviniera a su hoja de balance. No hizo mella en su amigo: como todos los políticos, interpretó el jefe de los espías, el presidente anhelaba un vínculo bueno con el portaaviones. «Renunció Chacho», tituló el matutino. En una entrevista posterior al sismo institucional, De la Rúa dijo a Clarín: —No hay crisis porque el presidente está en funciones. En su quinta de Ezeiza, Álvarez declaró: —No podía convivir con la impunidad política. Los periodistas de Clarín notaron un aire de tranquilidad de quien se había sacado un peso enorme de encima. El diario fue más blando que Magnetto: en su reunión con los directivos pronosticó el fin del gobierno y de la Alianza. Como en el caso de la fecha de vencimiento de la convertibilidad, no tenía precisiones. Álvarez conoció las consecuencias de recalar de golpe en el llano. El chachismo de la redacción había provocado algunos conflictos. Magnetto observó varias veces que la sección Política había perdido el equilibrio. Por una omisión de uno de los redactores simpatizantes, uno de los jefes pidió su despido; un par de editores consiguieron que lo reubicaran. Durante los meses siguientes las expectativas que provocó la renuncia del

líder del Frepaso se diluyeron al calor de los apremios económicos y sociales del país. Si los medios —entre ellos Clarín— habían resultado centrales para su surgimiento y su consolidación, después de su salida no podían brindarle un espacio de apoyo o de contención. Cuando Álvarez anunció que crearía una red nacional de organizaciones, reconoció, en realidad, los límites de haber carecido de inserción territorial y haberla compensado con una gran comunicación. La falta de mediación entre Clarín y el presidente tocó su techo a comienzos de octubre de 2000, por los rumores sobre la renuncia de De Santibañes. Desde Menem en adelante, e inclusive hasta Néstor Kirchner, todos los presidentes argentinos pudieron conocer —mediante sus funcionarios, ya que lo facilitaban los mecanismos de pequeños favores entre los periodistas políticos y sus fuentes— los contenidos de la tapa de Clarín. De la Rúa no fue la excepción. Cuando supo que el diario publicaría la renuncia del jefe de la SIDE, se comunicó con Blanck. Eran las once de la noche. Primero desmintió la noticia con poco énfasis. —Lo tenemos confirmado por varios lados —objetó Blanck, y argumentaba cuando De la Rúa lo interrumpió: —Julio, te está hablando el presidente. Minutos después de cortar la llamada, la adrenalina había comenzado a bajar y Blanck reparó en lo que había hecho: relativizar la refutación del primer mandatario. «Santibañes, a un paso de irse del gobierno», fue la tapa del 12 de octubre. En la nota central, sin firma, se consignaba la declaración de De la Rúa a Blanck: «No hay ninguna decisión tomada». En su columna, el jefe de Política analizó que con De Santibañes caía un sistema de poder centrado en las relaciones personales (el hermano, Jorge, ministro de Justicia, el hijo Antonio y el vecino, en referencia al jefe de la SIDE y la vecindad de sus casas de fin de semana). «Santibañes se quedará hasta aclarar el papel de la SIDE», eligió La Nación como título ese mismo día. El jefe de la SIDE renunció el 23 de octubre de 2000, once días más tarde de la desmentida oficial. El 10 diciembre de 2000, se cumplió el primer año de gestión delarruista. La edición especial por el aniversario llevó un título positivo: el balance de los primeros 365 días daba que la gente criticaba pero comprendía. Pero los

números de la encuesta exclusiva contradecían la presentación de la noticia: el 73% de los argentinos estaba descontento con el gobierno y la imagen del oficialismo había caído del 75% al 37%. Para cerrar el año, De la Rúa participó en El Show de VideoMatch, el programa popular de Marcelo Tinelli que lo castigaba con un imitador, Freddy Villarreal, quien lo presentaba como un abuelo lento y errático. El presidente confrontó al personaje de Villarreal. A poco de empezar, un joven irrumpió al aire y agarró a De la Rúa —no al imitador— de las solapas del saco: mientras lo sacudía le reclamó por la situación de los presos por el ataque al cuartel de La Tablada en 1989. El Oso Arturo —otro personaje de la troupe tinellista— defendió al jefe de Estado. De la Rúa superó la conmoción inicial e intentó reencauzar la conversación. Tuvo dos gaffes adicionales: le preguntó a Tinelli por su esposa Laura —se llamaba Paula— y se retiró por el lado equivocado de la escenografía. Años más tarde De la Rúa diría que ese incidente fue clave para horadar su imagen, y acusó a Tinelli de haber armado su salida por el camino equivocado. De la Rúa ha seguido convencido de que el estropicio de su gobierno comenzó en los estudios de VideoMatch.

Ética de la responsabilidad En las páginas de Clarín la crisis económica se trataba con mucho mayor cuidado que la crisis política. El Grupo se propuso respaldar y sostener la política económica del gobierno de la Alianza hasta sus horas finales. El gobierno esperaba que la ayuda externa —centralmente del FMI— permitiera sostener el uno a uno y refinanciar la deuda que ahogaba el país de manera estructural y también periódica con los vencimientos. A ese fin se decidió bajar el déficit y se buscó un compromiso con los gobernadores peronistas, mientras las variables socioeconómicas de pobreza, indigencia y desocupación se agravaban. En su defensa de la convertibilidad Magnetto creía contribuir a evitar una crisis de proporciones bíblicas, como también hizo, en su tono, La Nación (173). Con la perspectiva que da el tiempo, el CEO dijo que creía que la convertibilidad se había agotado al terminar el gobierno de Menem, pero su sobrevida podía extenderse de uno a cinco años. Se aferró a la segunda opción, condicionado por la deuda en dólares. Unió aquello que consideraba los intereses generales del país con los de su propia empresa.

La página editorial del diario jamás reclamó que se saliera de la convertibilidad. Julio Sevares —uno de sus autores, un heterodoxo preocupado por la inflación— no estaba completamente a favor de esa visión, e ignoraba qué pensaba Magnetto de muchos de los temas sobre los cuales él escribía. Lo cierto es que la línea del diario apoyó el primero de los seis ajustes de De la Rúa, apenas un mes después de la renuncia de Álvarez. «La ratificación del rumbo económico» pedía paciencia para ver los resultados. Clarín le daba a la Alianza más crédito que sus lectores. Durante la década de 1990, el festival de salvatajes de la Argentina había llegado a 246.000 millones de dólares. Después del blindaje financiero que se anunció el 18 de diciembre de 2000 (38.000 millones de dólares que pusieron el FMI y otros organismos globales, el gobierno español y los bancos locales) el gobierno se propuso un relanzamiento. Ese verano Clarín pintó un PEN activo y hasta altisonante: «Ofensiva del gobierno: 30 decretos», se tituló la apertura de Política el 26 de enero de 2001. La saga continuó al día siguiente: «De la Rúa anunció que se vienen más decretos». Aquella forma de gobernar que se le había criticado a Menem por abusar de un recurso y burlar el proceso de generación de leyes en el Congreso, era virtuosa en este caso. Como en casi todos los medios, los argumentos políticos se disfrazaban de periodísticos. El apoyo a De la Rúa resultó incómodo para varios redactores: ¿por qué cuando el riojano había inaugurado una obra sólo había recibido un sueltito, y cuando lo hacía De la Rúa se desarrollaba y hasta podía llegar como título a la tapa? En ese enero de la esperanza, De la Rúa bendijo una candidatura legislativa de Álvarez para las elecciones de octubre: el ex vice apareció fotografiado durante sus vacaciones en Villa La Angostura con un ejemplar de Clarín en las manos. También Marcelo Bonelli usó su columna para atribuir una actitud punk a un ministro que, probablemente, no la tenía. La intención de Machinea, escribió, «es sacudir la estantería política y ampliar sus bases de sustentación: para eso quiere convocar a otro empresario a integrar el equipo económico» (174). El 10 de febrero Política pareció repetir una noticia de enero: «De la Rúa reunió a sus ministros y firmó otros treinta decretos». La apertura de las sesiones ordinarias del Congreso le regaló un título: «De la Rúa impulsa un Ministerio Anticorrupción». Con el otoño el optimismo menguó como la temperatura, y el diario de la

señora de Noble reflejó alguna zozobra. Tras la renuncia de Machinea y el paso fugaz —apenas setenta y dos horas— de Ricardo López Murphy en el Ministerio de Economía, Cavallo asumió el área en marzo de 2001 con un sostén político y empresarial vasto, que incluía a Álvarez y el empresariado nacional. Dos días más tarde Clarín publicó una encuesta en la que el 49% de los argentinos creía que el ministro conseguiría sacar el país adelante (Nueva Mayoría publicó otra en la que el 72% de los encuestados apoyaba su nombramiento). El Grupo sumó sus voces a la nueva fe. Escribió Van der Kooy: El presidente puede haber enterrado con esas decisiones gran parte de sus ambiciones políticas futuras (…) pero ha hecho un esfuerzo (…) para darle garantía a la gobernabilidad en la Argentina.

Cavallo asumió con superpoderes que le otorgó el Congreso —fue una de las condiciones que puso para aceptar el cargo—, que le permitían reducir o aumentar ministerios, dictar blanqueos impositivos o sumarle IVA a sectores desgravados, entre otras capacidades. A los pocos días de la rentrée del superministro, De la Rúa y Cavallo almorzaron con Magnetto y Rendo. En una charla general y cordial, el cordobés expuso su propuesta de canasta de monedas (primero el euro y luego otras monedas que se sumasen al dólar sostenedor de la convertibilidad, como el real). Cuando llegó el café la conversación desbarrancó en un rincón de la mesa: el secretario privado (y luego vocero) Ricardo Ostuni se acercó a Rendo para preguntarle si el Grupo pensaba hacerse eco de la nota de la revista Caras sobre la construcción de la casa de Shakira, la novia de Antonio de la Rúa, en Punta del Este. La holgada vida de Antonito no ayudaba a la imagen de austeridad que el gobierno necesitaba proyectar. En el auto de regreso a la empresa de la calle Piedras, Magnetto y Rendo especularon con que el presidente, en verdad, quería garantizar que nada se publicara sobre su hijo. Durante la primera gestión de Cavallo en Economía (1991-1996) las armonías superaron a los conflictos entre el ministro y Magnetto. El cordobés consideraba a la empresa como un sostén de su programa. Cuando se desató la batalla contra Alfredo Yabrán, una pegatina anónima en la city colocó a Bonelli en la lista de los periodistas cavallistas. Pero el ministro defensor de la competencia y el libre mercado nunca trasladó ese interés al campo de los

medios. Un par de años después de su eyección del Ministerio, cuando Goldman Sachs analizaba si invertir en Clarín y lo consultó, Cavallo aconsejó, según su versión: «Vayan para adelante, es una empresa potente». Los privilegios impositivos que alcanzaban a los diarios habían sido un blanco del ministro durante su gestión inaugural bajo la presidencia de Menem. Pero Eduardo Bauzá lo había convencido de desistir. El secretario general de la presidencia —cuentan sus asesores— usó esa prenda para mostrarle a Magnetto que el gobierno era generoso con el diario. Pero en abril de 2000 Cavallo se propuso concretar su viejo proyecto ante la necesidad urgente de mejorar la recaudación. Clarín le respondió con el editorial donde planteó su disidencia. Aunque no había sido duro con los ajustes, blandió un argumento viejo en el título: «La libertad de prensa y el IVA» (175). Aumentar los impuestos, aun en un contexto de emergencia económica, avasallaba el derecho a la expresión: Considerando entonces que la libertad de prensa es una condición indispensable para el desenvolvimiento de una sociedad democrática y que afectar esa libertad es violentar a nuestro sistema constitucional, es necesario que no se modifique la actual situación de los medios de prensa ante el IVA.

En ese paquete también se incluyó el aumento del impuesto a la televisión por cable al 21%, que Machinea había logrado subir apenas del 11 al 13% y el breve López Murphy había intentado llevar al 15%. Por esos mismos días el diario y otros representantes de la prensa defendieron a Bonelli, procesado por difundir la declaración jurada del ex titular del PAMI, que el juez federal Claudio Bonadío consideró una «violación de secretos». Sus empleadores editorializaron el 12 de abril de 2001: «Nueva lesión a la libertad de prensa». El 3 de mayo escalaron la queja: «Una restricción a la libertad de prensa» —otro editorial, doble— repitió los argumentos pero citó un discurso de De la Rúa ante la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) en Chile: en la Argentina —dijo— «no se aplicaría una medida de esa naturaleza». Para Clarín, se trataba de «un cambio sensible que reducirá el acceso de los ciudadanos a un bien básico como es la información». Como parte de la misma agenda, la detención de Menem el 7 de junio de 2001 ocupó la portada: «Menem preso». El editorial recordó que la causa se había originado en una investigación del diario:

El papel de la prensa en este caso muestra, como tantos otros, que los medios independientes son indispensables para el monitoreo de la acción de gobierno y el resguardo del derecho de los ciudadanos (…) los intentos directos o indirectos de limitar la libertad de prensa afectan la calidad de la democracia (176).

El jefe de Gabinete Chrystian Colombo y varios ministros estaban en desacuerdo con el proyecto de Cavallo de eliminar el privilegio impositivo para los diarios. Pero como ocurría con muchas de sus iniciativas, el economista avanzaba sin demasiada consulta. Para Colombo existía un problema mayor: el gobierno carecía de una política de medios integral o planificada. A él le tocaba hablar todos los viernes con los columnistas Van der Kooy, Morales Solá y Mario Wainfeld, y cada tanto daba entrevistas. Para recortar gastos, ordenó reducir drásticamente la compra de diarios en dependencias públicas. En su despacho la medida tuvo poco impacto: no solía leerlos. Para compensar a los medios de comunicación por el aumento del IVA, Clarín, La Nación y otros importantes pudieron entrar en planes de competitividad: no pagarían el impuesto a las ganancias y computarían las contribuciones patronales sobre los salarios como crédito fiscal en el momento de la liquidación del IVA (177). Según Cavallo, Magnetto fue a su despacho con documentos en la mano para explicarle que esa compensación no era suficiente y que el aumento del IVA tenía un impacto tan notable en la empresa que incluso afectaba su vínculo con Goldman Sachs. (El Grupo no reconoce tal pedido: no era el estilo de Magnetto, señalan sus voceros, visitar el Palacio de Hacienda.) El ministro pudo comprobar el nuevo lugar del CEO. Cuando había sido ministro de Economía de Menem lo había visto muy pocas veces; en su gestión de 2001, en cambio, se encontró con él a solas, habló por teléfono, y compartió eventos con grandes empresarios nacionales en el Foro Iberoamericano y en citas para pocos, como una a la que también asistió Amalia Lacroze de Fortabat, donde se habló de la crisis con dramatismo. Algunos testigos de sus conversaciones telefónicas con Magnetto recuerdan la entonación que el ministro buscaba: sus modos se hacían más confianzudos. Ninguno —o casi ninguno de sus interlocutores— recibía ese trato. Con los años Cavallo compuso una caracterización más observada de Magnetto. Según él, no poseía los rasgos de un político sino la condición de todo empresario periodístico: su afán por influir en política. En su tipología

existen dos clases de hombres de negocios: los que conquistan los mercados con habilidad y sin miedo a la competencia y los que piden protecciones especiales, ayudas estatales. Para Cavallo, Magnetto entraba en el segundo grupo (178). Acaso Magnetto también haya cambiado su caracterización de Cavallo. Según el ex ministro, el multimedios tiene «animosidad» contra él. Ni siquiera —argumenta— le dieron espacio para responder a un artículo de Terragno: debió subirlo a su blog. Si existiese esa animosidad, se explica por una denuncia del ministro que lleva varios años: que el portaaviones y Magnetto formaron parte de una alianza de empresarios, políticos y periodistas para forzar su salida del gobierno y devaluar la moneda.

El día de la devalueta Hasta diciembre de 2001 Clarín expresó la necesidad de sostener el programa de Cavallo. Un editorial del 17 de junio apoyó los nuevos anuncios del gobierno: «Medidas en busca de reactivación». Celebró las compensaciones arancelarias y fiscales y el sostén de la convertibilidad: La extrema sensibilidad que persiste en relación a la estabilidad de la moneda local desaconseja siquiera abrir la posibilidad de una modificación del tipo de cambio nominal.

Entre rumores de devaluación, un nuevo editorial dominical pidió que se dieran señales claras de disciplina fiscal y se avanzara en la concreción de programas de reactivación (179). Otro, del 26 de agosto, celebró el acuerdo con el gobierno de los Estados Unidos y el FMI. Debía considerarse —se destacó— un punto de partida. En junio de 2001, los accionistas de Clarín aportaron 150 millones de dólares para capitalizar la deuda de Multicanal. Lo hicieron después de un problema por el pago de dos bonos de 300 millones de dólares, que vencían el 31 de julio de 2001, y bajaron la deuda del cable de 815 millones a 680. Esa deuda —la mayor del Grupo en dólares— desvelaba a Magnetto. Para él ese acto fue la muestra cabal de que el Grupo no apostaba a la devaluación: si la hubiesen alentado o si hubieran sospechado que ocurriría a fin de año no hubiesen invertido 150 millones de dólares.

Varios economistas y periodistas económicos que frecuentaron al CEO durante la segunda mitad del año recuerdan que les preguntaba, y se preguntaba a sí mismo: —¿Cuándo será la devalueta? Jugaba con la palabra ominosa, como quien se ríe de nervios: lejos de expresar un deseo revelaba la preocupación por prepararse para las maniobras de salvataje. En la segunda mitad de 2001 De la Rúa empezó a percibir que Clarín ofrecía una visión pesimista de lo que sucedía en el país. Lo comentó con empresarios extranjeros y con sus interlocutores en el Grupo. Por fin le dijo a Rendo: —Es muy importante que den una imagen de paz y tranquilidad, que acompañen. La tapa del 30 de septiembre dio la razón a las sospechas presidenciales por al menos veinticuatro horas: «Inseguridad», se titulaba el informe especial. Fue una excepción; casi nunca una edición de Política llegaba a ese tono. Clarín se manejó con una cautela que, con el tiempo, tanto los editores como los accionistas han juzgado excesiva. Magnetto apeló a un eufemismo para orientar a los cuadros periodísticos de sus tres principales fuerzas —la gráfica, la televisiva y la radial—: les pidió que actuaran con responsabilidad. Blanck, con un dejo de ironía, hablaba de «la ética de la responsabilidad», una cita de Max Weber que Alfonsín había tomado prestada con frecuencia. En la cobertura de las elecciones legislativas de octubre de 2001 Clarín volvió a justificar la suspicacia de De la Rúa. Tituló un especial de domingo: «El voto bronca». De la Rúa decidió no participar en la campaña por tratarse de un tema legislativo y no contó con candidatos de peso que defendieran al gobierno nacional. Alfonsín, que competía como candidato a senador bonaerense contra Eduardo Duhalde, invitó a una comida a la conducción del Grupo: asistieron Aranda, Rendo y Magnetto. El vocero del ex presidente y anfitrión de la velada, Federico Polak, contó que el CEO llegó más tarde, casi al final. Alfonsín se molestó y recuperó su desconfianza histórica cuando escuchó que los accionistas se mostraron muy decepcionados con el gobierno y muy pesimistas sobre el futuro, con un tono marcadamente agresivo. «Fue una comida desagradable. No se trata de gente de fina estampa ni de buenas maneras», recordó Polak.

Aunque Duhalde y Alfonsín se comprometieron a una campaña austera y sin ataques personales, el gobernador Carlos Ruckauf interrumpió aquella tregua en una entrevista que publicó Clarín: —Esta es una campaña en la que nadie se quiere sacar una foto con el presidente. La tapa del día después de la elección Clarín limitó el fracaso del oficialismo a su volanta («Clara derrota del gobierno») y prefirió titular: «Duhalde arrasó: el PJ domina el Congreso». El segundo título celebró: «La Alianza mantiene la Capital». La tapa también citó al presidente: «De la Rúa: “No me voy a tapar los oídos sobre las quejas a mi gestión”». El análisis de Van der Kooy comparó: «El peronismo asomó convencido de que, efectivamente, le llegó el tiempo de reanudar su tuteo con el poder. El gobierno, en cambio, deambuló entre atónito y confundido» (180). El columnista consignó que el presidente creía que había perdido la política en general por los bajos niveles de participación y no por el resultado. El título del martes 16 de octubre tenía un adjetivo de los que molestaban al presidente: «El voto bronca llegó a casi 4 millones». Cavallo empezó a ubicar al multimedios en una coalición devaluadora en la cual veía a Duhalde, la UIA y su presidente José Ignacio de Mendiguren. En agosto, De Mendiguren había armado el Grupo Productivo (GP), al que se habían sumado la Cámara Argentina de la Construcción (CAC) y las Confederaciones Rurales Argentinas (CRA). Su propuesta: salir de la convertibilidad. Nunca usaban la palabra devaluación en público: señalaban que el «tipo de cambio estaba atrasado» y había que mejorar «la competitividad de la economía». Según De Mendiguren, Magnetto los recibió y compartía muchos de sus puntos de vista, pero no participó de las reuniones ni se sumó al GP. En la interpretación del titular de la UIA el empresariado estaba muy asustado por la posibilidad de una devaluación y evitaba ese tema en público. Magnetto no fue la excepción. Cavallo se enojó con Bonelli porque entendía —y lo dejó en uno de sus testimonios ante la Justicia después de la caída de De la Rúa— que actuaba como vocero de la UIA y por eso le daba a su presidente un espacio generoso en su columna empresarial de los viernes y en su programa de TN. El mismo que, a poco de su asunción, después de un off the record para su columna, le había pedido que se suscribiera a su newsletter con información confidencial,

como tantos otros funcionarios, empresarios y dirigentes políticos que eran simultáneamente sus clientes, sus fuentes y su objeto de noticia. El Grupo Clarín, interpretó el ministro, se había convertido en vocero de la posición devaluadora. Aunque reconoció que Magnetto jamás le pidió la pesificación asimétrica de su deuda ni otra cosa, consideró que la presión se encarnaba en el periodista económico. Como en el caso de Magnetto, la decepción era mutua: el columnista — como se puede leer en Un país en deuda— creía que Cavallo había perdido sus virtudes como ministro de Menem. Que estaba muy pendiente de su imagen para postularse en las presidenciales de 2003, que pensaba más como político que como economista, y mostró una personalidad paranoica y agresiva que arruinó su gestión y las cruciales negociaciones que llevó adelante con los organismos multilaterales de crédito.

«La gente con dudas, los mercados mejor» En noviembre de 2001 se reunió en Buenos Aires el Foro Iberoamérica, una premier league de empresarios —muchos de ellos de medios—, dirigentes políticos e intelectuales de América Latina y España que realizan un encuentro anual después de varios preparatorios. Llegaron los empresarios Carlos Slim —cuya conversación opacó la de todos los demás empresarios, incluido el anfitrión Magnetto—, Jesús Polanco (del Grupo Prisa), el brasileño Francisco Mesquita (de O Estado) y el venezolano Gustavo Cisneros, entre otros; el ex presidente del gobierno español Felipe González; los escritores Carlos Fuentes, Tomás Eloy Martínez y Natalio Botana. El multimedios se encargó de la organización del evento que suele costar unos 2 millones de dólares, aun si varios de sus participantes llegan en sus aviones privados. Durante los días del foro el anfitrión recibió críticas, aunque no se incorporaron a las discusiones públicas. Polanco se quejó de los pequeños sabotajes para que el Grupo Prisa no se expandiera en la Argentina: la oposición a sacar El País en la Argentina (en México había tenido carta franca y tiraba 40.000 ejemplares), y aunque Santillana había consolidado a Prisa en el mundo editorial argentino, la corporación pretendía disputarle el mercado lucrativo de los libros escolares. En aquel noviembre la crisis argentina ocupó gran tiempo de los debates de los invitados al foro. En la casa del ex banquero Ricardo Esteves, una mansión en Barrio Parque con arte distinguido en el interior y aves exóticas

en el jardín, la primera comida del grupo giró alrededor de temas amables del reencuentro de conocidos y de la nube negra que todos veían sobre la Argentina. Además de las sesiones, un almuerzo en el Tenis Club Argentino concentró el interés de los participantes, ya que asistirían De la Rúa y Cavallo. En el recuerdo del escritor Martínez, Magnetto llevó la voz cantante en una conversación que se fue tornando inquietante a medida que avanzaba. Según Martínez, el CEO imponía los temas a las principales figuras políticas del país, el presidente y el ministro de Economía, pero mientras más preguntaba más incoherente se volvía el intercambio (181). Ni De la Rúa ni Cavallo recuerdan detalles de aquel almuerzo. El ex ministro apenas pudo precisar que de camino recibió una noticia muy mala, desde Washington, sobre el financiamiento de la Argentina. Los dos meses finales de la gestión de la Alianza, Clarín procuró no publicar tapas alarmistas y mantuvo su ética de la responsabilidad. La fragilidad, no obstante, se advertía en el día a día. La Argentina necesitaba la ayuda externa para continuar la reprogramación de los pagos de su deuda: «Todo depende de la señal de EE.UU.», «EE.UU. apoya la negociación con el FMI» y «Señales positivas del FMI y los países ricos» fueron algunos títulos del diario por entonces. Esos títulos, como la mayor parte de la edición durante el mes final, no eran el correlato de la información que manejaban los principales periodistas políticos y económicos del diario: sabían que el acuerdo con el FMI era inviable y la sangría del sistema crecía con números más alarmantes de los que podían publicar. El 28 de octubre Daniel Fernández Canedo, Walter Curia y Atilio Bleta entrevistaron a De la Rúa, cuyo retrato en primerísimo primer plano no invitaba al optimismo. «Voy a cumplir mi mandato», prometió. Ese mismo día Semán, que tenía gran acceso al entourage del presidente, señaló que De Santibañes y un grupo de economistas ligados al peronismo trabajaban en un proyecto de dolarización. Según su percepción, Clarín le dio gran despliegue a ese tema para frustrarlo. El diario reflejaba la puja de fondo entre dolarizadores y devaluadores por la administración de la posdevaluación. En el primer equipo estaban, entre otros, los bancos extranjeros y las empresas privatizadas y una pata política que combinaba delarruistas —como De Santibañes— con Menem (a fines de noviembre, pocos días después de quedar libre pero imputado, propuso la

dolarización); en el segundo, los industriales, los productores rurales, el peronismo bonaerense y, con menos bríos, Alfonsín. Clarín se pronunció en contra de la dolarización en un editorial del 31 de octubre, y nunca imprimió una palabra a favor de la devaluación. De la Rúa mantuvo su posición de «convertibilidad a rajatabla». Un editorial del 18 de noviembre de 2001, «La confianza y los factores externos», aventuraba que el plan económico permitía «alentar expectativas más positivas que las de apenas hace algunos días». Una semana después otro, «La necesidad de un acuerdo social», buscaba colocar al diario en ese barco tan grande como improbable. Ni la necesidad, ni el optimismo, ni la responsabilidad alcanzaron para enmascarar el anuncio del 1º de diciembre: «Efectivo: límite de 250 pesos por semana».

Aunque el titular de tapa intentó presentar el corralito —la palabra maldita de las semanas finales del gobierno— sin que se leyera como una confiscación, no había eufemismo que alcanzara. Los diarios se refirieron de distinta manera al corralito. La Nación tituló «Rige desde mañana el nuevo plan; se podrán retirar $250 por semana»; Página/12, «Con la plata atada». Ámbito Financiero usó una muletilla durante todo diciembre —el Plan Freezer— y no se permitió ni un solo día de optimismo. La Nación, en cambio, alternó tapas pesimistas con una mayoría que consignaba anuncios gubernamentales que aspiraban a la esperanza. Página/12 repitió la idea del «Plan Candado» y minimizó cualquier posibilidad de salida: «El fin de la convertibilidad», fue la tapa del 5. El primer fin de semana después del anuncio del corralito, Clarín lanzaba la sección «Los temas del domingo». Cavallo, en la apertura de Economía, sostuvo que se desterraba cualquier hipótesis de devaluación. Dos días más tarde el principal título de tapa se esforzó en una de sus últimas contribuciones: «La gente con dudas, los mercados mejor». Sin embargo, se podía advertir que las dudas no se distinguían entre las reacciones de los ahorristas, que mostraban un enojo creciente. La responsabilidad que había encargado Magnetto se vio en la tapa del 9 de diciembre, con la forma de un servicio: «Claves para defender la plata». La cúpula de la redacción sabía que los bancos no tenían efectivo para

responder por el dinero de los ahorristas. Clarín no publicó detalles porque, entendía, aceleraría la caída del gobierno. Alessandro, uno de los frepasistas que hasta último momento quiso mantener al partido en el gobierno, comprobó que los mismos funcionarios y legisladores estaban cautivos del discurso de Clarín: —Le creíamos como si fuésemos simples lectores. Ahí nos dimos cuenta de la debilidad de los partidos fuertemente sostenidos en los medios de comunicación: pueden llegar pero no pueden sostenerse. Nos agarró lejos de la realidad territorial…Clarín era la realidad y por eso no veíamos lo que sucedía. Desde que en octubre había llevado a Washington el documento «Propuestas para el crecimiento» —que expuso ante representantes del gobierno de los Estados Unidos, el FMI, el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID)—, De Mendiguren presentó su plan ante todas las ventanillas del Ejecutivo, incluidas las de De la Rúa y Cavallo. También los invitó a una reunión en su casa de San Isidro, a la cual asistió Paolo Rocca, de Techint: «Paolo me pidió la devaluación, eso es lo que más recuerdo de esa noche», contó el ex presidente (182). El 13 de diciembre el titular de la UIA agasajó a Enrique Iglesias, del BID, a quien veía abierto a escuchar a otros actores de la vida pública y parecía más proclive a la devaluación: invitó a sindicalistas como Moyano y Rodolfo Daer, a miembros del equipo de Duhalde y a Rendo. Fue la primera vez que un representante del multimedios participó de un evento de esas características. Según Bonelli publicó en su libro, esa noche comenzó a delinearse «el trazo fino de una eventual pesificación con un apoyo de los Estados Unidos» (183). Para Cavallo se trataban de conspiraciones contra la convertibilidad. La edición dominical del 16 retomó con ímpetu el tema de la dolarización. «En el gobierno ya discuten la posibilidad de dolarizar». En la página 4, la eventualidad se llevó a un escenario raso: «Cómo afectaría la dolarización la vida de todos los días». El editorial sonó a ruego: «Respiro para lograr un acuerdo sustentable». El 19 a la mañana el gobierno comenzó a desintegrarse. Primero hubo saqueos en la provincia de Buenos Aires; luego cacerolazos en todo el país y una marcha hacia Plaza de Mayo que desoyó el estado de sitio que De la Rúa había dispuesto. Cavallo renunció. En la edición de Clarín del 20 de diciembre se abrieron las compuertas.

Careció de los cuidados a los que acostumbraba la ética de la responsabilidad: los periodistas soltaron sus manos. Una de las dos tapas del 20 anticipaba el fin: «Saqueos y 7 muertos». El segundo título, en rojo: «Un cacerolazo nunca visto». Fernández Canedo firmó la nota «Señales de una era que termina». Van der Kooy apuntó al presidente: La magnitud del desquicio social desatado ayer ha colocado a la Argentina de la democracia, sin dudas, en su época más dramática. Era sabida la agonía del esquema económico nacido hace más de una década con la convertibilidad, pero mantenidos ahora con respiración artificial. Fue siempre conocida la falta de pericia y audacia política del gobierno de Fernando de la Rúa para darle algún matiz distinto a la realidad.

Al día siguiente, mientras las movilizaciones y la represión aumentaban, Magnetto llamó a Colombo después del tercer discurso del presidente, en el que invitaba a la unidad nacional. —¿Renunció? —No. Horas más tarde, a las 19.22 del 20 de diciembre, tras haber dimitido, De la Rúa se despedía de los mozos y las secretarias de la Casa Rosada cuando desde la pantalla de Canal 13 Bonelli anticipó al país lo que sucedería en enero, después que pasaran cuatro presidentes: la devaluación sería del 40% y el dólar arrancaría en torno a 1,40 pesos y con pesificación de los contratos. Mostró a cámara el documento «Ideas básicas para un nuevo esquema económico» que, arriesgó, estaba consensuado entre radicales y peronistas. En realidad era el programa del Grupo Productivo que, con De Mendiguren a la cabeza, los industriales llevaban meses intentado que alguien lo comprara llave en mano (184). «Renunció De la Rúa» fue el título del 21. Y debajo: «PJ analiza la devaluación». La tapa omitió la cantidad de muertos. Página/12 consignó que habían llegado a 26. En la crónica de la eyección presidencial, de Bleta y Mariano Thieberger, se señala que Clarín fue testigo del momento en que De la Rúa corrió diez pasos, abrazado por un edecán y un custodio, hasta subir al helicóptero. Hermenegildo Sábat dibujó la cabeza de De la Rúa con una nariz voluminosa y sus brazos: las únicas partes de su cuerpo que no se hundían en un mar azul.

El perfil de Cavallo quedó en manos de un crítico, Néstor Restivo. El editorial del 23 señaló: «El gobierno de De la Rúa ha dejado a su paso una economía en una crisis virtualmente sin precedentes». Un día después llegó por primera vez a la tapa de Clarín una palabra que había estado ausente durante toda la cobertura hasta el momento: corralito. De la Rúa y su familia se convertirían en un objeto fácil de burlas en los siguientes quince años, aun para quienes los sostuvieron en las horas finales (185). Hasta el Sí, suplemento joven del diario, se sumó a la chanza, mientras se velaba a los muertos. Así, el diario volvía a sintonizar con el humor de las mayorías. Nadaba con la furia contra el gobierno, por el estado del país y por los rasgos del presidente caído. En una sección fija del suplemento joven del 21 de diciembre, contrapusieron en «El ganador» a los futuros esposos Iván Noble y Julieta Ortega con «El perderor», la pareja del hijo presidencial y la cantautora Shakira: «El desborde desbordó a Papá y los muchachos sushis quedaron desorientados». Se permitía, también, informalidad y complicidad con el lector para abrir el texto: «Qué semanita, Antonio».

165. En el módulo «AGEA-Clarín-Magnetto», además de AGEA, Papel Prensa y Diarios y Noticias suman empresas inmobiliarias, como Cinco Ambientes SA, Decio SA, Salavina SA, y una agropecuaria, Meker SA. Manuel Acevedo, Eduardo Basualdo, Miguel Khavisse, ¿Quién es quién? Los dueños del poder económico (Argentina, 1973-1987), Buenos Aires, Editora 12, 1990, pág. 26. 166. En abril de 1976, Walter Klein le preguntó, frente a Emilio Mignone, por la detención de veintitrés delegados de la empresa. Respondió: «No se preocupe, Walter, todos están bajo tierra». En Emilio Mignone, Iglesia y dictadura, Buenos Aires, Ediciones del Pensamiento Nacional, 1986, pág. 16. 167. La carta completa en Virginia Márquez y Aníbal Ces, Periodismo de infantería, Buenos Aires, Clarinete, 2011, págs, 124-130. 168. Telegrama de AGEA dirigido a Ana Alé, 3 de noviembre de 2000 (Archivo personal de Pablo Llonto). 169. Márquez y Ces, op. cit., pág. 130. 170. Los altercados entre el gobierno y el Grupo fueron menores. Por ejemplo, la Secretaría de Defensa de la Competencia falló en contra del Grupo. Dos de sus empresas, Tele Red Imagen y Televisión Satelital Codificada, fijaban incorrectamente el precio de los partidos

organizados por la AFA entre 1996 y 1998 para los abonados de Video Cable Color, Multicanal y Cablevisión. 171. El jefe de la SIDE había recibido cierta inmunidad diplomática en Clarín. Durante la campaña, la primera vez que Ernesto Semán propuso un perfil para presentarlo en sociedad y describir su influencia sobre De la Rúa, le dijeron que no querían iluminarlo. 172. Años más tarde Magnetto lo chicaneó por haber estado en la función pública. Los empresarios —le dijo, según De Santibañes— son empresarios. 173. En una entrevista con el autor en diciembre de 2000, Morales Solá justificó la posición acrítica de Clarín frente al gobierno. «Hay una mirada de las grandes empresas que es una mirada cautelosa de la situación social (…) Un país que recibe 40.000 millones es un país con serios problemas. ¿Hasta qué punto puede el medio contribuir al colapso de la economía del país? Un colapso económico puede incidir mucho en la situación de Clarín. La visión de Clarín y La Nación es esa: no contribuyamos a llevar al país al abismo» (revista Veintitrés, 4 de enero de 2001). 174. Clarín, 5 de enero de 2001. 175. Clarín, 2 de abril de 2001. 176. Clarín, 8 de junio de 2001. 177. En diciembre de 2013, en el contexto del conflicto entre el gobierno con los medios privados opositores, varios funcionarios, entre ellos Cristina Fernández de Kirchner, hicieron referencia a una deuda de La Nación con el fisco por 280 millones de pesos, derivados de los planes de competitividad del gobierno. «Es falso: lo que existe es una controversia judicial con el Estado nacional», respondió el diario en un editorial el 22 de diciembre de 2013. 178. Entrevista con Domingo Cavallo, Buenos Aires, 2014. 179. Clarín, 1º de julio de 2001. 180. Clarín, 15 de octubre de 2001. 181. Entrevista con Tomás Eloy Martínez, Buenos Aires, 2009. 182. Entrevista con Fernando de la Rúa, Buenos Aires, 2015. 183. Bonelli, op. cit., pág. 208. 184. Miguel Bonasso, El Palacio y la calle: crónicas de insurgentes y conspiradores, Buenos Aires, Planeta, 2002, pág. 227. 185. En una conversación para este libro, acompañado por Nicolás Gallo (último secretario general de la presidencia), De la Rúa no reconoció los intentos de Clarín por sostener a su gobierno: «No creo que Clarín haya defendido la institucionalidad en el golpe de 2001». En el balance de su presidencia, en cambio, no reconoce las presiones que sí reconocieron sus antecesores Alfonsín y Menem. «Fueron temas puntuales: no viví una presencia exagerada de Clarín».

CAPÍTULO 8

El gran salvataje (2001-2005) Las fiestas de 2001 encontraron a Héctor Magnetto en estado de desesperación: podía perder el control de la empresa. En 1972, cuando entró al diario, había enfrentado un abismo similar. Heredó desprolijidades contables de Roberto Noble y las consecuencias de la feroz pelea sucesoria entre la viuda del director y fundador y su primera esposa. Con todo, logró equilibrar los números. Casi tres décadas más tarde le cabía la responsabilidad —junto con los accionistas— de haber endeudado al Grupo peligrosamente durante la segunda mitad de la década de 1990. Años más tarde argumentaría que no había otro camino: la expansión necesitaba fondos y en la Argentina no había crédito. Según la versión de la empresa, antes del ingreso de Goldman Sachs en 1998, debía 1.700 millones de dólares; en diciembre de 2001, 1.200 millones. Según Ámbito Financiero, el valor real de la deuda era muy superior: 3.000 millones. Contra la leyenda anticlarinista que ubica a Magnetto entre los que alentaban una devaluación —algo con escaso sentido: el 90% de su deuda estaba radicada en el exterior y en dólares— el multimedios operó sobre su mayor problema derivado de esa deuda: la Ley de Quiebras, y en especial una cláusula inspirada en la normativa norteamericana llamada cram down que se había incrustado en 1995 para atraer —y dar supuestas garantías— a los inversores. La cláusula —cuya traducción literal es apretar hacia abajo— habilita a los acreedores a tomar control de una empresa concursada mediante la adquisición de acciones. El portaaviones parecía replicar la situación del país: ahogado por su deuda, ingresaría al tembladeral del default privado. Con una particularidad: sus acreedores —entre ellos un fondo buitre, tipificación de Clarín, que llegó a tener el 30% de la deuda— podrían tomar el control de Multicanal.

Desde la caída de De la Rúa, el simbólico bastón presidencial había pasado por las manos del misionero Ramón Puerta y el bonaerense Eduardo Caamaño, como si se tratara de una carrera de postas alocada. El siguiente en recibirlo fue el puntano Adolfo Rodríguez Saá: se convirtió en el cuarto de los cinco presidentes de la Argentina en once días. El Congreso lo eligió con 169 votos a favor (peronistas, cavallistas y bussistas, entre otros) y 138 en contra. Asumió con el mandato de guiar el país hasta las elecciones presidenciales adelantadas al 3 de marzo de 2002. En su discurso inaugural del 23 de diciembre anunció el default; la celebración de los presentes lo convirtió en uno de los momentos más recordados de su breve mandato. Aseguró que no devaluaría, prometió 100.000 puestos de trabajos, anticipó la creación de una moneda nueva (el Argentino) para estimular el consumo popular, anunció la venta de aviones y autos oficiales y mencionó tres veces a las Madres de Plaza de Mayo. Para cerrar su alocución desbordante, el presidente pidió: —Que me ilumine el milagroso Cristo de la Quebrada. Clarín cubrió la asunción de Rodríguez Saá con un optimismo sosegado. Como había ocurrido con De la Rúa y como sucedería hasta el conflicto con el kirchnerismo, continuó con su papel de sostenedor de dos palabras sagradas: convertibilidad y gobernabilidad. Sin embargo ya faltaban muy pocos días para que la primera dejara de ser ley en la Argentina. El Grupo estableció una división del trabajo. Jorge Rendo representaría a Clarín ante la familia Rodríguez Saá; Magnetto no aparecería en la mesa bilateral sino que se movería sobre un terreno más conocido: el del senador Eduardo Duhalde y su universo político, empresarial y financiero. El 25 de diciembre Rendo recibió un llamado de Luis Lusquiños, secretario general de la presidencia a cargo de la Jefatura de Gabinete. Lo invitaba a una comida esa misma noche con un grupo de empresarios en la residencia presidencial de Olivos. Participaron el presidente de la UIA y alma del Grupo Productivo (GP), José Ignacio de Mendiguren; el accionista de Techint Sergio Einaudi, el papelero Héctor Massuh, Vincenzo Varello de Fiat Argentina, Aldo Roggio del grupo homónimo y Alberto Álvarez Gaiani (futuro presidente de la UIA ), entre otros. En pocas palabras: UIA + Grupo Clarín. Rendo llevaba en la solapa de su saco un ayuda memoria —que aún conserva— con apuntes sobre la impugnación del cram down: se debía

eliminar para evitar la bancarrota de muchas empresas argentinas y para que la mesa no estuviera inclinada hacia el lado de los acreedores, ya que facilitaba «compras hostiles», a bajo precio, de las endeudadas. Rendo había hecho esa exposición ante Rodríguez Saá horas antes de su jura. El ex mandatario ha dado otra versión sobre el primer encuentro: Me dijo que el Grupo Clarín tenía una deuda en dólares muy grande y que había que pesificar y devaluar. Era como si pretendiese darle instrucciones al presidente… (186)

En la Quinta de Olivos, el puntano y los hombres de negocios hablaron en el casco central. Rodríguez Saá se sentó a la cabecera de una mesa; a su izquierda, Rendo con sus apuntes sobre el cram down; a su derecha, De Mendiguren, quien llevaba el documento que había hecho público cuatro días antes, en el que proponía pesificar la economía, pedir la moratoria de la deuda por un año y dejar que el tipo de cambio flotase. El presidente frenó a De Mendiguren: le anticipó que no devaluaría. Habló de su plan de una nueva moneda nacional —el Argentino—, con el que pensaba sostener el uno a uno porque creía falsa la dicotomía entre dolarizadores y devaluadores. Luego pasaron al quincho. Presenciaron un show artístico antes de comer un asado. Mientras circulaban las empanadas un compadrito, un guitarrista y un bandoneonista tocaron un par de tangos. Entraron unas bailarinas que invitaron a los asistentes, y el presidente bailó con cada una de ellas. Rendo llevó la conversación hacia temas generales: habló con Alberto sobre filosofía peronista. El hermano del presidente preguntó quiénes de los invitados jugaban al bridge: un par levantaron la mano (en el recuerdo de De Mendiguren, Álvarez Gaiani fue uno de ellos). Anotó sus nombres en un papel y les avisó que todos los miércoles habría partidas entre la familia presidencial y los industriales nacionales. Una manera de advertirles que no pensaban dejar el poder en marzo y pretendían tener un vínculo estable al que no le faltarían momentos recreativos. A la una de la mañana, camino a su casa de fin de semana en Escobar, Rendo despertó a Magnetto para darle una noticia de último momento: Rodríguez Saá había ratificado que no devaluaría. No había riesgo, en lo inmediato, de que se implementara el cram down (187). «La nueva moneda regirá desde enero», fue la tapa de Clarín del 26. La completaban otros títulos: «Apoyo empresario, aunque con condicionamientos y dudas», «El Grupo Productivo quería también el real y

el euro como factor de empalme». En su columna del viernes 28, Marcelo Bonelli contó detalles del asado del presidente con los industriales: De Mendiguren, reflejó, había hablado durante una hora para explicar los límites del Argentino, y en eso se basó el título de la nota: «Dudas en torno a la tercera moneda». Sobre la participación del director de Relaciones Externas, ni una palabra. Rodríguez Saá le indicó a Rendo que su interlocutor sería Carlos Grosso, ex intendente de Buenos Aires y flamante asesor gubernamental. Después de años de ostracismo (Grosso llegó a tener cuarenta causas penales que, en su mayoría, atribuyó a su intento de suceder a Carlos Menem en la presidencia), los Saá lo devolvieron a la vida pública y le dieron un despacho en la Casa Rosada. Por su agenda empresarial (había trabajado para SOCMA, de la familia Macri) se convirtió en uno de los receptores principales de los pedidos que los hombres de negocios tenían, al por mayor, para la presidencia: desde la pesificación hasta la condonación de sus deudas, pasando por la eliminación del cram down y la dolarización. En el recuerdo del ex intendente, el trío más importante para la Casa Rosada lo integraban Einaudi, de Techint; Rendo, del Grupo Clarín, y De Mendiguren del Grupo Productivo. Debió contenerlos durante las setenta y dos horas que le quedaban en el cargo. «Un cacerolazo echó a Grosso», título Clarín en grandes letras una de las dos ediciones que imprimió el 29 de diciembre. —No me eligieron por mi prontuario, sino por mi inteligencia —había declarado. Pocos dirigentes se podían asociar de modo tan nítido a la vieja política que se repudiaba al ritmo de «¡Que se vayan todos, que no quede ni uno solo!». Según una encuesta de Gallup, el 82% de los argentinos quería la renovación total de los cargos. El multimedios y otras grandes empresas se quedaron sin interlocutor. Rendo se pasó ese día al teléfono con Lusquiños, Alberto Rodríguez Saá y otros funcionarios. Todos se quejaban del tratamiento que América y otros medios daban al gobierno y a los cacerolazos. —No se puede gobernar la Argentina —sentenció Rendo ante Magnetto. Un día más tarde un conjunto de gobernadores peronistas —entre ellos, José Manuel de la Sota, Carlos Reutemann y Néstor Kirchner— faltaron a la convocatoria del presidente en la residencia costera de Chapadmalal. Privado

de apoyo político, Rodríguez Saá viajó a San Luis para renunciar con otra frase de colección: —Sin jactancia, puedo decirles que nadie hizo tanto en tan poco tiempo. Días más tarde, José María Tati Vernet, designado canciller y ministro de Defensa, comentó que había confirmado su tesis: Duhalde era el Grupo Clarín y el Grupo Clarín era Duhalde (188). Muchos años más tarde, en 2014, Rodríguez Saá hizo un relato diferente de su caída. En esa nueva narración, Magnetto tenía un papel fundamental. En una imagen poderosa, aseguró que cuando llegó a la Casa Rosada el único papel que encontró descansaba en un escritorio de la Secretaría Legal y Técnica: era el pedido —casi un decreto ya redactado— de la pesificación asimétrica que los empresarios reclamaban para sus deudas. El Grupo Clarín —dijo— estaba a la cabeza. En su interpretación, Duhalde cumplió la agenda clarinista (189). Todas las denuncias, desde la supuesta entente de Carlos Chacho Álvarez con Magnetto hasta el supuesto golpe devaluador, revelan que en el discurso de la clase política argentina Clarín ocupaba desde el fin del siglo XX un lugar central. En sus años de expansión, esa percepción —la de un actor poderoso— le dio al Grupo un lugar estelar. Parte del poder de Magnetto consistió, precisamente, en una administración hábil de esos miedos, y de un uso efectivo de los superpoderes que se le atribuyen. En su última edición del año, Clarín no les pudo informar a sus lectores quién los gobernaría a partir del 1º de enero de 2002.

Condenados al éxito Eduardo Duhalde —un peronista del pacto social y de las alianzas corporativas con la Iglesia, el empresariado nacional, el sindicalismo peronista ortodoxo, el amplio mundo de la producción y el radicalismo de Raúl Alfonsín— llegó a la presidencia en un tiempo propicio para esas convocatorias amplias y urgentes. Buscó un cogobierno parlamentario con el radicalismo que le diera votos y el sostén político —y, por momentos, psicológico, según un funcionario de su mayor confianza— de Alfonsín. Los radicales Horacio Jaunarena y Jorge Vanossi asumieron los ministerios de Defensa y Justicia. Duhalde les dio a los industriales —con su jefe De Mendiguren a la cabeza— el de Producción. En el resto del Gabinete prevalecieron los peronistas bonaerenses: siete sobre once. La Iglesia se

constituyó en un apoyo espiritual y político. «La doctrina social de la Iglesia es nuestra guía y además, nuestro norte», dijo en su discurso inaugural, y pasó su mandato con visitas de curas y de obispos casi a diario. En esa concertación —que pretende desconocer o minimizar tensiones inevitables, y hasta irreconciliables, entre las partes—, el Grupo Clarín resultaba vital como representante de los medios de comunicación. Era una de las patas de la gobernabilidad tal como la imaginaba Duhalde. Clarín inauguró el año 2002 con una certeza en la tapa: «Duhalde asume la presidencia hasta el 2003». El secretario general de redacción, Roberto Guareschi, quien no escribía de política nacional, sorprendió a los periodistas con una columna esperanzada sobre el gobierno de coalición: «Si no es ahora, ¿cuándo?» (190). En su cobertura, el diario sostuvo al presidente desde su asunción ante la Asamblea Legislativa, un alocución que cobró fama por una promesa fallida: —El que depositó dólares, recibirá dólares; el que depositó pesos, recibirá pesos. Entre sus funcionarios aún se debate quién agregó esa frase a último momento. Con 262 votos de la Asamblea Legislativa, recibió 93 adhesiones más que Rodríguez Saá. En su análisis, Van der Kooy lo destacó: a diferencia del puntano, escribió, no había sido elegido por un margen estrecho y contaba con el apoyo sólido del peronismo y el aval del resto del arco político. La gran prensa extranjera, atenta a la Argentina tras la sucesión de presidentes y por las consecuencias globales del default, manifestó un entusiasmo menos que escaso. «No tiene ninguna chance de éxito», tituló Newsweek su tapa, que mostraba a Duhalde con la banda presidencial. «Argentina no merece ni la esperanza de ayuda», sentenció The Wall Street Journal. Después de que los diputados aprobaran la ley que dio por terminada la convertibilidad, Clarín animó su tapa: «Empieza otra economía». No obstante, su primer editorial resultó tibio. Prefirió sugerirle al gobierno que hiciera una ponderación «muy realista de las consecuencias sociales y económicas de las medidas que dispuso o impulsa en el Congreso para que el tránsito de un sistema a otro sea lo menos traumático posible» (191). El columnista económico Daniel Muchnik sostuvo sus críticas: señaló ganadores y perdedores del plan.

La devaluación del peso representa una enorme transferencia de ingresos de los asalariados (víctimas de recortes desde hace años) y de aquellos que tienen sus ingresos fijos en beneficio de algunos de los grandes sectores financieros y de los exportadores (192).

El primer gran cacerolazo contra Duhalde llegó a la primera plana del diario de la señora de Noble el 26 de enero: «La protesta fue masiva y hubo incidentes». En su análisis, Julio Blanck subrayó el supuesto triunfo del gobierno: la manifestación había sido menos ruidosa que las anteriores. Salvo que provocaran hechos políticos de relevancia —como la renuncia de Grosso—, Clarín relegó de las páginas principales los cacerolazos, las asambleas y los escraches a los políticos. Fue una de sus contribuciones a la gobernabilidad, dado que entre el 2 de enero y el 31 de diciembre de 2002 se registraron, según el gobierno, 16.000 protestas (desde cortes de calles hasta manifestaciones grandes) (193). Sólo a finales de enero el suplemento dominical Zona se ocupó de las asambleas vecinales: «El partido de los barrios». Con comentaristas y opinadores, se las presentaba en la periferia de la política, casi como un fenómeno externo. Durante esos meses, a pesar de la bronca social extendida, Clarín asumió la defensa —sin fanatismos ni excesos— del empresariado nacional y la dirigencia partidaria. Aunque podía tener algunos leves giros retobados, no se arriesgaba a demoler el sistema político con el que llevaba casi dos décadas de ajedrez y con el cual negociaría dos leyes vitales para su supervivencia. Una forma de acompañar al gobierno consistía en que ninguno de los medios del Grupo contribuyera a aumentar la exasperación general. A La Nación, en cambio, le costó, por momentos, contener su furia: en un editorial llamó sóviets a las asambleas. Varios redactores de distintas secciones participaban en las asambleas de sus barrios. Cuando uno de ellos le pidió escribir algo sobre la experiencia, Blanck lo paró en seco: —Son cosas menores —argumentó. Entre pobres desahuciados, ahorristas estafados y ciudadanos enojados (y algunos en estado de asamblea), las empresas de medios quedaron relegadas frente a blancos más identificables: los bancos y los banqueros, el FMI, los dirigentes partidarios. El multimedios quedó a salvo del «que se vayan todos»: según encuestas de la empresa, la crisis institucional no produjo cambios sustanciales en la credibilidad de los medios.

Una pintada callejera marcó la excepción: «Nos mean y Clarín dice que llueve». En esa frase —repetida en pocos muros, paredes y algunas pancartas— se cifraba el germen de futuros sentimientos anticlarinistas más masivos. Tras la devaluación, las deudas en el sistema financiero local se transformaron a razón de un peso por dólar; el gobierno compensó a los bancos con un bono. La pesificación asimétrica que dispuso a principios de febrero de 2002 contribuyó a la percepción de las preferencias y los beneficios para ciertas empresas que habían licuado su deuda, que el Estado absorbía con su resarcimiento a los bancos acreedores. La Casa Rosada encargó que se midiera la opinión popular sobre las medidas. ¿A quién cree que favorecen?, se preguntó. El 41% contestó «a los ricos»; el 20%, «a la clase media», y el 17% «a los pobres». El Grupo Clarín estuvo entre los beneficiados. Según el registro del Banco Central, AGEA-Clarín se ubicó en el número 30 del ranking de las empresas endeudadas en el sistema bancario local, con 95 millones de dólares. Entre las primeras se destacaban Repsol, con 300 millones, y Pérez Companc, con 190. Para la pesificación asimétrica, Duhalde recurrió a los consejos y a algunas gestiones del banquero José Chicho Pardo. Según cuenta Ezequiel Burgo en el libro 7 ministros, cada decisión financiera importante durante su gestión se tomó luego de consultar con Pardo, una suerte de asesor permanente. Pardo era dueño del Banco Mariva, que se atribuía al Grupo Clarín. «Con el Mariva el vínculo siempre fue comercial, vía José Aranda», explicó Magnetto a su biógrafo oficial cuando desmintió la participación del portaaviones en empresas que solían adjudicarle: Medicus, la encuestadora CEOP y Página/12. Después de tantos años inevitablemente se termina entablando cierta relación personal. Aún hoy es uno de los principales bancos con los que operamos localmente (194).

Por una propuesta de Mariva la corporación entró fugazmente —de julio de 1994 a fines de 1995— al negocio de las Administradoras de Fondos de Jubilaciones y Pensiones (AFJP), junto con otros socios, como el Banco Mercantil, la aseguradora Hábitat, La Caja de Ahorro y Seguro y el propio Mariva (195). En los círculos empresariales y políticos se contó un chiste

durante la campaña electoral de 2003: Pardo le preguntaba a Magnetto por qué no se presentaba a los comicios. —¿Para qué? ¿Querés que pierda poder? —contestaba el CEO (196). Pardo compartía rituales sagrados con Duhalde: asistían a la platea del Florencio Solá, el estadio de Banfield; jugaban al fútbol (así lo contó el banquero a La Nación en 2001) y al póquer. Tenían la confianza —según un ministro que los vio interactuar durante veinte años— como para hablar de dinero. En la incertidumbre de la pesificación, Pardo le garantizó a Duhalde que los bancos se sumarían a la operatoria. En una de las reuniones que organizó el mismo Chicho participaron banqueros, el equipo económico, funcionarios como el vocero Eduardo Amadeo y el jefe de Gabinete Jorge Coqui Capitanich; entre los empresarios, Eduardo Baglietto, de la Cámara de la Construcción, y Rendo. Según Economía, la operación costó 11.073 millones de dólares. La tapa de Clarín del 17 de febrero prestó una ayuda al intentar bajar las críticas a la pesificación asimétrica y desmentir lo evidente: «La pesificación de las deudas no implica licuación de los pasivos». La nota no llevaba firma. Durante todo 2002, Magnetto y su equipo discutieron cómo explicar al público el beneficio de la pesificación asimétrica: desde un e-mail masivo hasta una solicitada cuyo borrador descansó varios meses en el escritorio del CEO. Por fin la empresa optó por no decir nada y persuadir en privado a periodistas, dirigentes y líderes de opinión. Esos silencios y omisiones ha contribuido a la idea de un poder avasallante que avanzaba sin entregar aclaraciones (197). Con todo, la pesificación asimétrica no resolvió el problema mayor para Magnetto. El Grupo Clarín era la sexta empresa más endeudada en el exterior después de Repsol, Pérez Companc, Telecom, Telefónica y Soldati. Los tres primeros duplicaban sus compromisos en dólares. Para resolver el problema mayor —los 1.200 millones de dólares— hacía falta otra cosa. Un cambio en la legislación.

Una ley con nombre de matutino Horas después de haber asumido, Duhalde incorporó al multimedios a la

coalición amplia sobre la cual pretendía sostener su presidencia. Sucedió el 3 de enero de 2002, en una comida que compartieron el presidente, Magnetto, el ministro de Economía Jorge Remes Lenicov y el empresario Alberto Pierri. En simetría notable con la experiencia de Rodríguez Saá, un representante del Grupo Clarín —en este caso, su CEO— pasaba con un primer mandatario la tercera noche de su gestión. Duhalde llevaba su agenda diaria en la Quinta de Olivos, pero decidió mudar el encuentro al chalet de Pierri, en busca de mayor discreción. Hasta llegar a la presidencia, Duhalde consideraba a Clarín como un medio desarrollista y afín al peronismo. En la última década del siglo pasado había conseguido un vínculo estable y relativamente amistoso con Magnetto. Como todas las jóvenes promesas de su movimiento, Duhalde irrumpió en las páginas del diario gracias al ojo reclutador de Antonio Morere. Su primer perfil se publicó en 1974, cuando era concejal en Lomas de Zamora. Desde entonces intentó garantizar su presencia, a cambio de lo cual nunca recibió — en sus palabras— ni siquiera una torta frita. Después de arreglar su salida de Clarín en 1990, Morere trabajó para Pierri en el Senado; luego se integró al equipo de Prensa de Duhalde y más tarde regresó al dominio de Pierri, aunque fue ajeno a la cumbre de enero de 2002 (198). Durante los años de Duhalde como gobernador bonaerense (1991-1999) los vínculos empresariales y periodísticos con el multimedios mantuvieron su armonía. Los créditos del Banco de la Provincia y las tarifas de electricidad de Papel Prensa integraban la agenda bilateral provincia-empresa. Cuando Carlos Ruckauf, un amigo de la casa, llegó a la gobernación en 1999, sumó un hecho relevante: en noviembre de 2000 el Banco de la Provincia invirtió 75 millones de dólares en Prima, una empresa del Grupo Clarín que proveía acceso a Internet y contenidos. El diario lo presentó como una alianza estratégica; Ámbito Financiero denunció que Clarín ganaría 84 millones con el negocio y el Banco de la Provincia perdería casi 80 millones (199). A Ruckauf pocas cosas le podían importar menos que una denuncia de Ramos: lo desvelaba la foto en Clarín. Adelantado a su tiempo, ya en la década de 1980 —contó Morere— el peronista más sonriente sabía que un retrato importaba más que la mención en las notas del peronólogo y sus negritas siempre muy bien cotizadas. Durante la campaña presidencial de Duhalde en 1999, un par de periodistas de Clarín escribían memos sobre la situación general del país para su equipo de comunicación. Un ex editor de Política de Clarín, Tabaré Áreas,

fue coautor del discurso inaugural de Duhalde ante la Asamblea Legislativa, en la que se convertía en senador a cargo del Poder Ejecutivo Nacional (PEN). Pierri, conocido como el Muñeco, aparecía como el puente ideal entre Duhalde y Magnetto, como Chicho Pardo en los temas financieros. Era dueño de una papelera, del cable Telecentro, del Canal 26 de noticias y de la radio FM Energy; había presidido la Cámara de Diputados durante diez años. Se había desarrollado como empresario papelero desde la década de 1970 y entró a la vida política en 1985, cuando le ofreció a Antonio Cafiero papeletas de campaña y una sede en la Capital Federal. Su recompensa fue una banca de diputado, donde consiguió que lo reeligieran cuatro veces. Entre 1989 y 1999, cuando presidió la Cámara baja, muchas veces actuó como escudo de Magnetto para defender los intereses sectoriales compartidos —de los llamados empresarios cableros— contra sus rivales enconados, las telefónicas. En las páginas del diario recibía un trato de amigo; no obstante, bastaba con que surgieran disidencias leves para que perdiera ese estatus. Carlos Eichelbaum, quien cubría peronismo y conocía los buenos términos del vínculo, supo de esos relajamientos: en 1993 le dejaron escribir sobre las patotas del Mercado Central —que, según denunció ese año Página/12, funcionaban bajo el mando de Pierri— hasta que volvieron a pisar el freno. Una redactora de Zona, en cambio, chocó con la intransigencia: un no rotundo a una nota sobre demoras de impresión de su papelera. Fernando Cibeira, de Política, recibió un comentario preventivo en un artículo: «No lo cargués», le indicó uno de sus jefes. Para enero de 2002, Pierri se había retirado de la arena partidaria después de años de influencia decisiva en La Matanza, el partido bonaerense que Duhalde suele llamar «la quinta provincia argentina» por su gran población. Sus políticas empresariales, más conservadoras que las de Magnetto, lo salvaron de haber contraído deudas en el exterior. Se propuso cooperar con Duhalde y trabajar por la industria de medios; una forma, también, de ayudarse a sí mismo. En el encuentro con Magnetto y Duhalde del 3 de enero recibió a Remes Lenicov con sus modos canyengues: —¿Qué hacés, gordo? Cuando llegaron los dos invitados estelares, Pierri planteó la necesidad de ayudar a las compañías periodísticas. Magnetto se refirió a la amenaza que el

cram down representaba para todo el empresariado nacional, evocó Remes. Luego sugirió que sus medios acompañarían al gobierno en la situación de emergencia nacional, como un gesto de responsabilidad frente a la crisis (200). El resto de la charla transcurrió entre generalidades. Remes entendió el mensaje del encuentro: todos los presentes pertenecían al proyecto nacional (201). Aquella reunión se convirtió en leyenda. Varios dirigentes peronistas sostienen que los asistentes escribieron el guión de la Argentina de la posdevaluación y rediseñaron el mapa del mercado de medios. En realidad, Duhalde y Magnetto carecían de esos poderes extraordinarios. El encuentro fue la asociación de dos necesidades: la de un presidente que buscaba pilares para sostener su gobierno y la de un empresario que buscaba una ley para conservar su empresa. La defensa del empresariado nacional les prestó a ambos un paraguas doctrinario para que iniciaran un trabajo parlamentario y de lobby intenso. Luego de la reunión en la casa del Muñeco, se concretó la primera parte del salvataje del Grupo Clarín. Durante aquellos meses Duhalde no vio en Magnetto a un hombre político ni a un estratega, sino a un propietario muy preocupado por el riesgo de la quiebra. Duhalde, a su vez, no era percibido como un estadista sino como un político que requería de los medios: hasta el Diario Popular entró por primera vez en el pool de diarios que conversaba con el jefe de Estado. Muchas veces no pudo esconder la tensión: durante un almuerzo con el propietario de Radio 10, el doctor Daniel Hadad, al que le entregó largas conversaciones en la Quinta de Olivos, el presidente comía una ensalada de frutas cuando le pidió al mozo: —¿No me fortalece el postre con un chorrito de vino tinto? En sus detalladas memorias sobre ese tiempo, Duhalde omite los nombres de los empresarios que le pidieron la modificación de la Ley de Quiebras. En una entrevista reciente contó que había convocado a todos los empresarios para un encuentro el 4 de enero y que antes había recibido, por separado, a los que llamó «más grandes»: Carlos Bulgheroni, Magnetto y Massuh. Le pidieron la modificación de la Ley de Quiebras y él aceptó —dijo— porque creía que así podía favorecer a las industrias argentinas (202). Entre enero y septiembre de 2002 se registraron 733 quiebras, un 200% más que en ese mismo período del año anterior.

Clarín cumplió un rol fundamental en el lobby sobre el Congreso. Por primera vez en su historia ejercía presión sobre un gobierno por un pedido que trascendía sus intereses particulares y de su sector para representar a todo el empresariado endeudado en dólares. El pedido de modificación también contaba con el respaldo de la UIA y la Confederación Argentina de la Mediana Empresa. En tiempos de fragilidad política y auge de la protesta social, el poder de los medios crece de manera exponencial en la percepción de los dirigentes. La gran crisis argentina no fue la excepción, y el Grupo lo entendió a cabalidad. El trabajo para influir sobre el Congreso y sobre el PEN para eliminar el cram down dio a luz un task force (la denominación anglosajona que dieron a su grupo especial) que elaboró memos y borradores de leyes, y se lanzó a la persuasión de diputados y senadores y a mantener la presión sobre los funcionarios de la Casa Rosada. Quedó a cargo de Rendo y José Luis Manzano, con Pierri en un papel secundario, según empleados jerárquicos del Grupo Clarín y el mendocino. Como Pierri, Manzano se había retirado de la vida partidaria cuando dejó el Ministerio del Interior en diciembre de 1992. Lo hizo cargado de denuncias y de la frase que dio título al libro de Horacio Verbitsky: Robo para la Corona. Después de cuatro años en Estados Unidos, donde estudió finanzas y estableció una relación comercial con el inversor cubano anticastrista Jorge Mas Canosa, se integró al holding de medios del también mendocino Daniel Vila: tenía una participación del 10% en América TV, Supercanal, Uno de Mendoza y el diario La Capital de Rosario. El conjunto de la deuda de la empresa de Manzano-Vila, según su versión, rondaba los 500 millones de dólares en el exterior y 50 en la Argentina. Manzano tenía una relación de confianza con Duhalde: —Bastó que llegara un amigo a la presidencia para que me quedara al borde de la quiebra —le decía en broma. Duhalde sabía administrar las tensiones entre Manzano y Magnetto. Los conflictos por el cable entre sus empresas sumaban expedientes en la Justicia y presiones cruzadas sobre los gobiernos de Menem, De la Rúa y Duhalde. Manzano había sido socio del multimedios en Supercanal, y se había convencido de que la relación podía resultar amable hasta que no se le vende la empresa o se le desobedece. Cuando su socio le contó que querían

comprar Los Andes de Mendoza, Magnetto, en un fin de semana, le robó el negocio. El cuarto piso negó la versión. El CEO tiene baja estima por su colega (203). Cuando fue la comida con Pierri y Remes, Duhalde llamó a Manzano para avisarle y explicarle que no lo habían marginado. El grupo especial dividió sus tareas. Abogados de ambas empresas se dedicaron a producir la legislación, averiguar antecedentes internacionales y dar las batalles legales. Por el lado del Grupo descollaron el estudio Sáenz Valiente y Fernando Verdaguer, y en la parte del lobby, Rendo. Por el lado de Vila-Manzano participaron Eduardo Vila (sin parentesco con el dueño), Jorge López, Raúl Luque y el Estudio Marval. Ese equipo produjo en cinco meses la modificación de la Ley de Quiebras (más adelante repetiría la experiencia con la ley de bienes culturales). Varios legisladores y funcionarios de Economía confirmaron que la primera versión del texto de modificación de la normativa había llegado del task force. Rendo y Manzano se dedicaron a la persuasión cuerpo a cuerpo de los legisladores, en palabras del ex ministro. Manzano regresaba al Congreso después de haber sido uno de sus grandes animadores durante la segunda mitad de la década de 1980. A los veintiocho años lo habían designado jefe de los diputados peronistas, por considerarlo una estrella emergente de la renovación. El médico de Tupungato había sido un pionero en el armado de equipos de voceros y operadores en el mundo de la prensa. Junto con el jefe de los diputados radicales, César Jaroslavsky, había coreografiado lo que sucedía en el recinto y fuera de él. El 16 de enero de 2002 el jefe de Gabinete, Capitanich, mandó el proyecto de modificación de la Ley de Quiebras con un pedido de tratamiento urgente y modificación de la cláusula del cram down. Probablemente Coqui no será recordado por aquella diligencia sino por haber roto en público un ejemplar de Clarín trece años más tarde, como jefe de Gabinete de Cristina Fernández de Kirchner. Los tres grandes cambios a la Ley de Quiebras —explican Eduardo Levy Yeyati y Diego Valenzuela en La resurrección— obligaban a las entidades financieras a pasar a pérdida los préstamos si en noventa días no se llegaba a un acuerdo con los deudores, lo que mejoraba la situación del deudor; suspendía por ciento ochenta días los pedidos de quiebras y permitía al deudor capitalizar la deuda mediante la cesión de acciones «preferidas» sin

voto. Los autores señalan que sobrevolaron las dudas acerca de si hubo legisladores «incentivados por empresarios interesados» (204). Rendo se reunió con representantes de todos los bloques: desde duhaldistas a socialistas. Entre sus interlocutores más frecuentes estaban los diputados y los senadores Eduardo Camaño, Humberto Roggero, Miguel Ángel Toma, Leopoldo Moreau y Alfonsín; también integrantes del PEN como Amadeo, Remes y varios de sus funcionarios. Tres de los que han negociado con Rendo le atribuyen una notable capacidad para combinar las caricias con la amenaza del látigo. Ese talento no surtió efecto inmediato en el caso del radical mendocino Raúl Baglini, experto en la Ley de Quiebras: Rendo se debió esforzar para conseguir su voto. Muchos congresistas, como el entonces chachista Darío Alessandro, vieron por primera vez que la empresa encarnaba en una persona. Magnetto era una figura casi mitológica; los periodistas no representaban la esfera corporativa. Muchos podían decir «estoy con Clarín» cuando se hallaban reunidos con los cronistas parlamentarios, pero se trataba de una ilusión. Pero entonces, al fin, estuvieron con el multimedios. También por vez primera vieron a los lobbistas en los palcos, atentos para tomar notas de las distintas posiciones en el recinto y en las reuniones de comisión. En el lobby sobre la modificación a la Ley de Quiebras, Manzano operó sobre sus viejos compañeros del bloque de la década de 1980. Habló con Oscar Lamberto —diputado nacional y secretario de Hacienda designado por Duhalde—, Roggero, Jorge Matzkin. El único nuevo fue Miguel Ángel Pichetto, un operador tenaz de esa ley, que desde entonces y hasta las modificaciones que introdujo en el proyecto Argentina Digital, en 2014, ha prestado su oído y su tiempo a la industria de los medios. Manzano se topó con algunos senadores que mantenían enconos antiguos con Clarín: —Chupete, vamos a salvar a Magnetto con esta ley, y a los tres meses nos van a volver a romper el culo —le dijo Carlos Verna, justicialista de La Pampa, según el recuerdo de Manzano. Ámbito Financiero la llamó «Ley Clarín». Y la calificó: «Vergonzosa». En su tapa del 16 de enero señaló: «En días aprueban la Ley Clarín. Beneficia al monopolio que se endeudó para ganar espacio interno a empresas». El diario de Ramos daba un cifra distinta sobre la deuda del multimedios: decía que alcanzaba los 3.000 millones de dólares, con casi 400 millones

impagos de aportes previsionales. Como la ley no se aprobó con facilidad, Ramos aguijoneó: Clarín no logró todavía hacer tolerable su ley (…) Lo que se discute no es menor. Por un lado se afectan los derechos de propiedad, respecto de qué medios disponen las compañías para vindicar sus acreencias; por otro se obliga a un banco a quedar asociado a una empresa cuyo management no controla.

Por supuesto, hizo blanco en el CEO: «El verdadero mentor de la ley Héctor Magnetto (…) El mandamás del monopolio Clarín le arrancó a Duhalde un compromiso explícito» (205). Y el número uno ignoró, una vez más, a Ramos. El 17 de enero Clarín le dedicó al tema la página 14 de Política Económica: «Ley de Quiebras: los senadores quieren que se vote hoy». Simplemente anunciaba, sin mayores digresiones, las generalidades de la norma. También lo hizo cuando la ley salió por fin: «Se aprobó en Senadores con el voto afirmativo de 56 de los 57 senadores presentes». Una de las senadoras que dieron el sí fue la representante del pueblo santacruceño, Cristina Fernández de Kirchner. Según la empresa, había sido receptiva a los argumentos que Rendo desplegó en su despacho. Diputados también aprobó velozmente la modificación a la Ley de Quiebras, una semana más tarde. Además del peronismo y el radicalismo, también votaron a favor el movimiento Argentinos por una República de Iguales (ARI) de Elisa Carrió, las dos vertientes del Frepaso, el Polo Social y gran parte de los partidos provinciales.

Washington vota en contra El gobierno de los Estados Unidos criticó abiertamente la derogación del cram down. El secretario del Tesoro, Paul O’Neill, y el secretario de Estado, Colin Powell, fustigaron la ley y condicionaron a su veto cualquier ayuda para la Argentina. Mientras se la negociaba, Claudio Loser, el argentino que dirigía el Departamento de América Latina del FMI, mandó un memorándum en el que decía: «El mantenimiento de estas propuestas (…) constituirá un serio impedimento a la negociación de un programa avalado por el Fondo» (206). Esa observación pesaba porque, en default, el país pretendía firmar un

acuerdo global con el FMI. Desde entonces, la reinstauración del cram down se convirtió en una de las demandas. Según el vocero presidencial Amadeo —uno de los negociadores de la deuda y autor de una memoria política sobre la negociación—, los presidentes Fernando Henrique Cardoso, Ricardo Lagos y José María Aznar (de Brasil, Chile y España, respectivamente) señalaron a Duhalde los problemas que traería la eliminación del cram down. A partir del rechazo de los Estados Unidos y del FMI, nació una tensión múltiple: intragubernamental, entre el gobierno y el Grupo Clarín, otros empresarios de medios y los empresarios de otros rubros. Los funcionarios del ala económica y del ala política que pugnaban por restituir el cram down se oponían a los funcionarios del ala política y los representantes de la industria de medios que pretendían mantenerlo con el argumento de la defensa abierta y general del empresariado nacional, y la necesidad de que el gran diario argentino, sus medios asociados y los medios en general no otorgasen gran espacio a las protestas callejeras ni contribuyeran al malestar general (207). Duhalde lo admitió en entrevistas que dio a mediados de marzo: —Tenemos que hacer cambios a la Ley de Quiebras porque nos está creando dificultades con los bancos. Magnetto interpretaba el conflicto como la puja entre el sector financiero, representado por los organismos internacionales, y los integrantes de la economía real, en especial los orientados al mercado interno. En su opinión, según contó a su biógrafo, el debate nunca concitó gran interés público porque la mayoría de los argentinos estaba más preocupada por su supervivencia, y las clases medias y las clases medias altas por sus ahorros, sus hipotecas, el destino de sus dólares y el temor a una hiperinflación que causara desastres mayores. Ante el riesgo de una marcha atrás, el task force incrementó la presión sobre el ejecutivo: —No podemos dar la señal de que no pagamos —le explicó Amadeo a Rendo. El lobby del Grupo tuvo enorme importancia aunque la eliminación del cram down era un reclamo que compartían muchas empresas argentinas. El multimedios nacido de Clarín jugaba un papel central en la crisis (y en la percepción de la crisis para Duhalde): Magnetto podía evitar que un cacerolazo llegara al público. Otras empresas, que debían más y necesitaban

la modificación mucho más, no podían prestar esa ayuda. Manzano había detectado que el presidente prestaba oídos al banquero del HSBC Emilio Cárdenas, quien pujaba por reinstalar el cram down. Según Bonelli, Chicho Pardo lo hacía entrar regularmente a Olivos. El argumento de los operadores del FMI era que con esa cláusula los dueños se quedaban con las acciones y las empresa seguían funcionando: no cerrarían. En la prensa, las columnas de Julio César Rivera, abogado especialista en quiebras, iban en la misma dirección. Cárdenas y Rivera formaron parte —aseguró Bonelli en su libro— de una comisión no oficial avalada por Duhalde, que redactaría una nueva Ley de Quiebras y reinstalaría el cram down. Se empezaban a ver los límites del gobierno de coalición nacional con el choque entre empresas argentinas endeudadas en dólares y los bancos acreedores y el FMI. Como había ocurrido con la derogación del artículo 45 durante la década de 1980, Clarín no informó a sus lectores que luchaba por la eliminación del cram down. El cuarto piso ni siquiera informó a la redacción sobre las negociaciones. En cambio, Magnetto contó a su entorno que no entregaría la empresa a sus acreedores si se reinstalaba la cláusula. El Grupo preparaba un serie de recursos legales para evitar que, en caso de que se aplicara una Ley de Quiebras modificada, los fondos buitre tomaran el control. Un editorial se refirió a un conjunto vago al que pertenecía la corporación: Habrá que tener en cuenta, además, la situación de las empresas grandes que en los últimos años tomaron deuda en el exterior confiando en el mantenimiento del tipo de cambio fijo. Pero sólo el avance en la implementación del paquete económico permitirá tener una idea más precisa de cuál será la distribución final de costos y beneficios de la devaluación. (208)

Ese verano de 2002 el multimedios entró, como ya estaba la Argentina, en default. Multicanal y AGEA suspendieron el pago de los intereses de su deuda. En el encuentro gerencial del Grupo, en noviembre de 2002, Magnetto habló sobre la Ley de Quiebras: En este convencimiento había mucho más que un interés particular (…) En particular percibimos el riesgo que puede implicar la aplicación del cram down en épocas devaluatorias: el de una profunda extranjerización de empresas viables, de la mano de la revaluación de pasivos y la licuación de activos. Por eso insistimos en la necesidad

de suspender este instituto hasta que el país pudiera salir de la emergencia y encontrar caminos de recuperación (209).

Sus palabras no se hicieron públicas. En el verano de 2002 se instaló una posibilidad adicional: un seguro de cambio, mecanismo por el cual el Estado asumiría parte o la totalidad de la deuda de las empresas, como había ocurrido en 1982 con la estatización de deuda de los privados implementada por el Banco Central. Desde el inicio del gobierno las compañías pequeñas, medianas y grandes pidieron ese beneficio. Inclusive los diputados y senadores peronistas llegaban a Balcarce 50 con pedidos de las empresas de sus provincias, ávidas de recibir el seguro. La Casa Rosada se convirtió en una administradora de toda clase de pedidos: los productores rurales y los exportadores clamaban contra las retenciones, las empresas privatizadas querían dolarización y aumento de tarifas. Y la opinión pública tenía una opinión negativa de la pesificación asimétrica. Según contó Remes en una entrevista para este libro, el Grupo Clarín formalizó su solicitud en febrero mediante José Aranda, uno de sus accionistas. El ministro de la Producción De Mendiguren y dos funcionarios políticos próximos a Duhalde confirmaron que el Grupo pidió el seguro de cambio. El ex presidente señaló que hubo otras empresas que pidieron ese beneficio y la prórroga de la licencias de televisión por veinte años, pero no recuerda cuáles con exactitud, ya que vivió demasiadas cosas aquellos meses y muchos hechos se extraviaron en su memoria (210). En debates internos en los que participaron Remes, De Mendiguren, Amadeo y otros funcionarios se impuso un argumento: si el Grupo Clarín recibía el seguro de cambio también debía recibirlo una fábrica de cucharitas. En su libro de memorias, Duhalde explicó las razones de su negativa: En las condiciones en que actuábamos debíamos aplicar reglas generales si queríamos ordenar el país, y la regla general, sin excepciones, significa —además de orden— transparencia (211).

Rendo desmiente que el multimedios haya solicitado un seguro de cambio. Sostiene que pidió una modificación a la Ley de Quiebras y pugnó por la ley de bienes culturales. Pero nada más (212). A partir de marzo de 2002, la relación de Clarín con Remes empeoró

notablemente. En sus memorias, el ex ministro sugirió que hubo una respuesta a la decisión sobre el seguro de cambio: «Ciertos medios periodísticos comenzaron a endurecer fuertemente sus posiciones en relación al programa económico» (213). Se refería al matutino líder. Él había sido el único ministro de Economía, desde la recuperación de la democracia, que traía una frondosa historia previa con el diario de la señora de Noble. Durante el tercer peronismo había quedado cesante del Ministerio de Economía; se había exiliado en Bolivia y en 1977 había comenzado a trabajar en la Fundación de Investigaciones para el Desarrollo (FIDE; financiada por Clarín y usina de frigerismo) con un salario de 1.700 dólares mensuales. También escribía una columna semanal sin firma para el suplemento económico que, al cabo de seis meses, le permitió comprar su primera máquina eléctrica de escribir. En 1982 abandonó FIDE y Clarín porque —según su versión— le pidieron que se integrase al Movimiento de Integración y Desarrollo (MID) y él nunca había abandonado su filiación peronista. Como ministro de Economía, la única vez que vio a Magnetto fue en la comida que organizó Pierri, y no reconoció en el CEO marca alguna de los énfasis de Frigerio, o su obsesión por la industria pesada. Durante su primer mes a cargo de Economía la relación con Clarín fue óptima, como parte de una decisión más general del Grupo de acompañar la gestión de Duhalde. La primera entrevista llevó un recuadro llamativo: «Un ministro que hace tres días que no va a su casa». Bonelli ponderaba su tranquilidad y hasta lo elogiaba: «Habla claro y no esconde la verdad. Sería inútil: conoce que cada argentino padece problemas serios» (214). Clarín empezó a aumentar sus críticas al programa de Remes, siempre mucho más suaves que los escenarios apocalípticos que se pintaban en Ámbito Financiero o de algunos columnistas de La Nación. En su última columna de marzo, Bonelli señaló que el país se encontraba al borde de la hiperinflación. Remes siempre creyó que la cobertura negativa de los medios de esas semanas pesó menos que el apoyo de los sindicatos y la CGT. La empresa se pronunció en un editorial del 14 de abril. Reclamaba que se tuviera en cuenta a «los sectores afectados», aunque consideraba indispensable negociar con el FMI. «El equipo procura llegar a un acuerdo sin tener previamente definido un programa que contemple los problemas generados por la devaluación en todo el arco de deudores»: una vez más sin nombrarse, la empresa aludía a sí misma. Los editores notaron que el cuarto piso quería dureza con Remes. En un

procedimiento infrecuente, el pedido bajó a la secretaría de redacción y de allí al suplemento económico: —Dale —fue la consigna. Le dieron. Sin mención en la portada del diario, la crítica ocupó la del suplemento del 14 de abril: «Una devaluación sin plan». La foto mostraba al ministro en mangas de camisa. El texto introductorio era lapidario: «Incertidumbre cambiaria, salarios en retroceso, recaudación en baja y precios en alza: las variables clave de la economía parecen estar a la deriva. Y las idas y vueltas del gobierno agravan la desconfianza». Los textos que ocupaban cuatro páginas no respondían al espíritu del titular. Por razones más categóricas que la nota de Clarín, Remes renunció días más tarde. Después de tres meses no se vislumbraba un acuerdo con el FMI, el Congreso (y los gobernadores) había rechazado un plan para reemplazar los depósitos por bonos compulsivos y el presidente vacilaba sobre qué hacer con la economía al dejar trascender sus encuentros con especialistas de orientaciones muy distintas. Los datos duros tampoco contribuían: la mitad de los argentinos estaba bajo el nivel de pobreza y uno de cada cuatro por debajo de la línea de indigencia; la inflación se aceleraba y el desempleo iba en alza. Los pronósticos eran sombríos: el consultor más influyente del establishment, Miguel Ángel Broda, trazó dos escenarios para 2002: el optimista, dólar a 3,70 pesos e inflación de 81%; el pesimista, 20 pesos por dólar y 1.150% de inflación. El 19 de abril Duhalde le dijo a Joaquín Morales Solá que atravesaba la peor tormenta de su vida. El columnista de La Nación lo describió desesperado por la imposibilidad de detener la subida del dólar y por la postergación del acuerdo con el FMI. No quería empresas nacionales en manos extranjeras, enfatizó. Delante del periodista pidió una lista de compañías estratégicas nacionales. Para Duhalde, aunque no se consignó en el artículo, el Grupo Clarín era una de ellas.

Segundo intento de salvación: ley de bienes culturales El 27 de abril Roberto Lavagna se hizo cargo del Ministerio de Economía. Su avión había arribado dos horas más temprano que el de su potencial competidor para el cargo, Guillermo Calvo, y fue el primero en recibir la

oferta de Duhalde. Siempre creyó que ese azar aerocomercial ayudó a su designación. En esas semanas de incertidumbre el presidente había consultado al economista nacionalista Daniel Carbonetto. Calvo, más ortodoxo, proponía la opción opuesta. Lavagna, a quien Duhalde no conocía en persona, parecía aportar una salida intermedia. Era peronista. Había ocupado la Secretaría de Industria y Comercio Exterior durante el gobierno de Alfonsín y la Alianza (el destino de su último voto por sus simpatías con el Frepaso) lo había designado embajador ante la Organización Mundial de Comercio y algunos organismos de las Naciones Unidas. El domingo 28 se publicaron entrevistas a Lavagna en las que se podía advertir sus intenciones: el dólar flotaría con mayor intervención del Banco Central, no habría un canje compulsivo de bonos por depósitos y se presentarían dos novedades legislativas: la derogación de la Ley de Subversión Económica y la nueva modificación de la Ley de Quiebras que reinstalaba el cram dawn. Desde el día uno, el Grupo Clarín y otras empresas, grandes y pequeñas, debieron poner en marcha el Plan B. El 28 de mayo, un mes después de la llegada de Lavagna al Ministerio, se fundó la Asociación Empresaria Argentina (AEA), con el objetivo de convertirse en canal de los reclamos de las grandes firmas ante el gobierno. En un cambio sustantivo —señaló el politólogo Christian Schwarz en su proyecto de tesis doctoral— Clarín y La Nación se integraron a AEA, donde participan grandes firmas como Techint o Arcor. AEA aspiraba a ocupar el lugar del Consejo Empresario Argentino (la cámara que aglutinó a las grandes empresas argentinas entre 1967 y 2002, en la cual Magnetto apenas participaba) y, en un primer momento, convertirse canal de los reclamos de las grandes empresas ante el gobierno (215). Con su ingreso, el portaaviones finalmente aceptaba su gravitación en el mundo empresarial. Magnetto asumió una de las vicepresidencias (Julio Saguier, presidente de La Nación, una de las vocalías) y se tomó muy en serio su participación en AEA. Las reuniones de la organización se convirtieron en una prioridad impostergable de su agenda; además, por sus reglas internas, no podía ser reemplazado por miembros del board. A poco de asumir, Lavagna tuvo un primer conflicto con AEA debido a

los pedidos que recibía, de la cámara y de varios de sus integrantes individualmente, por el seguro de cambio. Uno de los argumentos que le esgrimieron fue el riesgo de la extranjerización de las empresas, como había ocurrido con la venta de la petrolera de Pérez Companc a Petrobras. El ministro, en su versión, respondía que, si las empresas debían 32.000 millones de dólares y el Estado se hacía cargo de 20.000, representaba el 8% del producto bruto interno (PBI). Generaciones de argentinos cargarían con esa deuda. Lavagna sostiene que hubiese renunciado si el presidente otorgaba el seguro de cambio. Dos de las dos empresas importantes que no pidieron el seguro de cambio —en la versión del equipo de Lavagna— fueron Techint y Aluar. En el caso de Techint, la pesificación asimétrica había resuelto sus problemas locales mayores. Más llamativo es el caso de Aluar, cuyo dueño, Javier Madanes, envió al primer presidente de AEA, Oscar Vicente, una carta donde señalaba que en la cámara se había puesto de manifiesto «una vocación más cercana a la socialización de las deudas privadas que a la estrategia compartida de afrontar riesgos privados desde el propio sector, y sin transferir cargas propias al resto de la sociedad» (216). Ese documento es la mayor evidencia de lo que los empresarios suelen negar: el pedido del seguro de cambio. Los principales colaboradores del ministro afirmaron que Rendo volvió a mediar por el seguro; el principal lobbista del Grupo desmintió también ese pedido. La respuesta de Duhalde y Lavagna a la industria de los medios pretendió ser salomónica: reinstaurarían el cram down para destrabar las negociaciones con el FMI y empujarían una ley de bienes culturales que les permitiría a las empresas periodísticas continuar con un beneficio excepcional contra ese instituto. El cram down se reinstaló el 15 de mayo, también con el voto del Congreso. Se hizo en paralelo con la derogación de la Ley de Subversión Económica, otro pedido del FMI. Una de sus impugnadoras, la diputada Alicia Castro, dijo durante la sesión que se buscaba convertir el recinto en una escribanía del FMI, y para sincerar la falta de soberanía sugirió que se reemplazara la bandera argentina por una bandera de Estados Unidos, que se encargó de entregar a sus colegas. Duhalde promulgó la modificación de la Ley de Quiebras en Aeroparque antes de embarcar rumbo a Madrid, para participar en una cumbre de presidentes de países europeos y miembros del Mercosur. Como forma de

respaldo, el vocero del FMI, Tom Dawson, anunció la postergación de un vencimiento inminente de 130 millones de dólares. La ley para la industria de medios tenía un título largo y pomposo: Preservación del Patrimonio Antropológico, Histórico, Artístico y Cultural de Empresas Dedicadas a la Ciencia, Tecnología e Investigación Avanzada, de Industrias Destinadas a la Defensa Nacional y del Espectro Radioeléctrico y los Medios de Comunicación.

Se la simplificó como ley de bienes culturales. Su contenido: ninguna compañía extranjera podría quedarse con más del 30% de las acciones de una compañía considerada dentro de ese espectro, en una línea similar a una reforma realizada en Brasil. Las empresas culturales, además, no podrían ceder el control de los contenidos de su producción. El task force de Rendo y Manzano se había propuesto que la normativa resultara amplia y neutra, para que la apoyara toda la industria. Para evitar la impugnación externa, Amadeo mandó un borrador a las dos consultoras de lobby que el gobierno había contratado en Washington. Se recibió el visto bueno, como también el de Anoop Singh, el director del Departamento para el Hemisferio Occidental del FMI, súbitamente célebre entre los taxistas y mozos argentinos. En el plano interno, la ley de bienes culturales consiguió un apoyo vasto. La Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas (ADEPA) emitió un comunicado, que firmaron José Claudio Escribano y Guillermo Ignacio, en el cual se señalaba que preservar la existencia de medios de comunicación nacionales era un desafío estratégico y un compromiso republicano con los principios básicos de la democracia. El 28 de mayo los senadores consultaron a un grupo diverso de medios y asociaciones ligados a la industria de los medios, entre los que había críticos de la concentración, como el director de la carrera de Ciencias de la Comunicación de la UBA, Damián Loretti. Clarín apoyó la ley en sus páginas de modo explícito y permanente. En ningún momento aclaró que el Grupo había sido su impulsor o que en su aprobación se definía su supervivencia. Hablaba en nombre de un interés general, sin especificar sus intereses particulares. Un editorial del 9 de mayo de 2003 sostuvo que la Argentina necesitaba una legislación que protegiera a las empresas locales productoras de bienes culturales; citaba como referencia el caso de Brasil. El 19 de mayo se publicó una nota doble con un título curioso: «Debate sobre la presencia nacional en

las empresas culturales y en los medios». Veinte personalidades de la cultura apoyaban la posición del matutino contraria a la desnacionalización, entre ellos Daniel Tognetti, Víctor Heredia y Teresa Parodi, tres futuros impugnadores de la Corpo); también el consultor de Clarín Oscar Landi, los periodistas Magdalena Ruiz Guiñazú y Nelson Castro y las actrices Lydia Lamaison y Cipe Lincovsky. El 30 de mayo el editorial «La extranjerización de los medios de difusión» señaló que la desnacionalización de los medios de comunicación había creado una «justificada preocupación» que se había reflejado en los comunicados de ADEPA y la Asociación de Editores de Diarios de la Ciudad de Buenos Aires (ADEBA). La Nación también brindó apoyo en sus páginas. En «Un instrumento en manos del Estado», el ex subsecretario de Cultura Rodrigo Cañete escribió como invitado de las páginas de Opinión: Si convenimos que para bien o para mal los medios de comunicación son parte del proceso educativo, imaginemos los efectos de la extranjerización de este sector en las futuras generaciones, en sus modos, su lenguaje, sus valores y sus prioridades. Esas cosas intangibles que nos hacen como somos constituyen el patrimonio que ha sido protegido por nuestras empresas culturales y cuya protección debe constituir una de las principales políticas de Estado (217).

Hacia 2001, la deuda de La Nación en el exterior llegaba a 143 millones de dólares, según uno de sus accionistas. Se había originado en la compra del terreno y las rotativas de la planta impresora de Barracas. Uno de los acreedores del diario, el Citibank, se puso estricto de un día para otro y presionó para que Bank of Boston lo imitara. Manuel Sacerdote, del Boston, le dijo a Julio Saguier que no convertiría un crédito comercial en un crédito político: se refería a las presiones de Moneta para que los ejecutara. Desde su revista El Guardián, Moneta realizó una campaña hostil contra el diario de los Mitre, y en particular contra los Saguier. La Nación, según la versión de la empresa, salió del embrollo con un paquete de medidas: malvendió un edificio, usó dinero de caja, colocó publicidad a futuro y recibió la ayuda financiera, en 2007, de tres angels (nombre de los que arriesgan capital propio en una empresa nueva o en peligro a cambio, normalmente, de una participación), que permitió cancelar toda la deuda. Fueron el filántropo suizo Stephan Schmidheiny, Paolo Rocca, y Carlos y Cristina Miguens. En el mercado de medios se ha dado por cierto que Clarín actuó como angel oculto (sus accionistas y los de La Nación lo

desmienten) (218). La industria de medios reconoció el liderazgo de Magnetto en la ley de bienes culturales. Jorge Fontevecchia (hijo), cuya empresa debía unos 25 millones de pesos en el mercado local, le escribió una carta a Duhalde con copia a Magnetto. La carta se perdió en los archivos personales de los dueños de Perfil y de Clarín, y nunca llegó a un archivo público. Ha sobrevivido, sin embargo, en la memoria de Fontevecchia: entre los bancos y las empresas — le decía al presidente— debía optar por lo segundo. Era preferible que hubiese bancos y empresas, pero sin empresas el sistema se caería. A fin de conseguir la rápida aprobación de la ley se repitieron los procedimientos del cuerpo a cuerpo para persuadir a diputados y senadores. Manzano y Rendo volvieron a tener un lugar destacado; también el diario La Nación contactó a algunos legisladores, según varios de ellos y directivos de otras empresas. En el mundo radical, Manzano pidió el auxilio de Enrique Coti Nosiglia —uno de sus interlocutores principales durante la década de 1980— y de Leopoldo Moreau, quien durante un año trabajaría para una de sus empresas. Moreau, anticlarinista histórico, también recibió la visita de Rendo, pero justificó su defensa enfática de la ley de bienes culturales con otro argumento: —Había que poner a salvo la mayor cantidad de personas y empresas, porque se caía el país. En el recinto del Senado, Alfonsín por el radicalismo y Pichetto por el peronismo sentaron las posiciones de los partidos mayoritarios. —¡No queremos que se manipule la opinión del pueblo argentino a través de medios de propiedad de personas que van a intentar convencernos de que es conveniente seguir su interés y no los nuestros! —protestó el ex presidente. —No se trata de defender a una persona, como se dijo por ahí —clamó Pichetto (219). Entre las críticas que se hicieron en las comisiones y en el Senado se señaló que la ley incumpliría con tratados internacionales, que parte de los medios ya pertenecían al capital extranjero (por caso, el Grupo Clarín tenía como socio a Goldman Sachs) y que se pretendía defender a determinadas empresas. La senadora Sonia Escudero señaló a la corporación de Magnetto: —No es la primera vez que este Grupo empuja con mucha fuerza al

Congreso. En paralelo, Manzano exploró otra opción para darle financiamiento a las empresas de medios: le propuso a Rendo que replicasen el modelo brasileño por el cual Petrobras había creado un fondo para ayudar a las empresas con la compra de la deuda; a diferencia de Brasil, lo integrarían empresas de distintos sectores. Llevaron la propuesta a Lavagna, quien la consideró inviable. Cuando supo del proyecto, Luis Cetrá, propietario de Radio Rivadavia, se reunió con Magnetto para discutir el tema: —Es un escándalo que se ayude a los medios endeudados en dólares. En mi caso, yo tengo deudas en dólares y en pesos —dijo Cetrá, según su versión. —¿Cuánto querés? —le preguntó Magnetto. —Diez millones —recordó Cetrá que le respondió. En el cuarto piso desmienten que Cetrá haya hablado con el CEO: su contacto máximo era Rendo. El 12 de junio de 2002 Senadores dio media sanción a la ley de bienes culturales. Se esperaba una pronta aprobación en Diputados, pero un hecho conmocionante la demoró. Ese hecho, dos semanas más tarde, hizo que el diario publicara uno de los títulos de tapa más desafortunados de sus setenta años de historia.

Morir en el Puente Pueyrredón «LA CRISIS CAUSÓ DOS NUEVAS MUERTES».

La foto de Pepe Mateos mostraba el cadáver de Maximiliano Kosteki en la estación Avellaneda. «Aún no se sabe quién les disparó a los piqueteros», decía el antetítulo. «Suman 31 desde diciembre», debajo del titular, llevaba la cuenta de muertos. El día anterior, el 26 de junio, un grupo de organizaciones piqueteras había cortado el acceso a Capital Federal con una larga agenda de reclamos. Cuando se supo la muerte de dos de los piqueteros en el corte del Puente Pueyrredón, en la pantalla de Telefe se habló de represión policial; TN prefirió, primero, hablar de dos muertes. Crónica optó por desplegar la versión policial: «Piqueteros violentos: Hay dos muertes» (220). Funcionarios del gobierno de Duhalde trataban de instalar en las

redacciones una versión que exculpaba al gobierno. El secretario general de la presidencia, Aníbal Fernández, llamó a varios editores periodísticos para decir que se había tratado de una interna piquetera. «Se mataron entre ellos», fue la respuesta oficiosa que dio el gobierno, según Clarín. La nota de Fernando González señalaba que las fuerzas de seguridad esperaban un incidente. Clarín había mandado a un solo periodista al corte: el fotógrafo Pepe Mateos, quien había estado desde la mañana. Virginia Messi, redactora de Policiales, llegó cuando los hechos habían sucedido ya. Los dos volvieron a la redacción con testimonios que aseguraban que el principal responsable de la represión había sido la policía. —Pero ¿quién te dijo que fue la policía? —le preguntaron a Messi varios de sus jefes. —Todo el mundo… Al decidir el título «La crisis causó dos nuevas muertes», la conducción periodística minimizó el testimonio de sus cronistas. En la foto movida de tapa aparecían los tres protagonistas de la tragedia: el comisario Alfredo Franchiotti y los dos piqueteros asesinados. En la secuencia uno de ellos, Darío Santillán, estaba aún vivo al lado de Kosteki, ya muerto; segundos más tarde Franchiotti lo asesinaría por la espalda. Cuando cerró la edición del día, en Clarín no se sabía —según jefes, editores y periodistas— que Mateos había fotografiado la secuencia completa. La línea empresaria contribuyó a sostener el título. Además de «las acciones habituales de los piqueteros», decía el editorial, se habían registrado actos de vandalismo, delitos comunes y agresiones a personas. «La violencia puede haber sido, más que una consecuencia de las tensiones creadas por este tipo de situaciones o de un mal proceder policial, un hecho buscado»: se sugería que los piqueteros buscaron el enfrentamiento y «eventualmente los muertos» (221). Tomaba como propios los dichos en privado de Aníbal Fernández. «Dos muertos al enfrentarse piqueteros con la policía», tituló La Nación. «Con Duhalde también», tituló Página/12. La redactora, Laura Vales había estado en el lugar desde la mañana, como Mateos. La cobertura habló de «feroz represión». Al mediodía del 27, posiblemente sorprendida por la tapa de Página/12, la editora fotográfica de Clarín Cecilia Profético encontró la secuencia de lo que había sucedido en las fotos de Mateos. Enterado de la novedad, el

presidente le contó al gobernador bonaerense Felipe Solá, quien le pidió las fotos a Ricardo Kirschbaum. El editor le respondió que podía comprar el diario pasada la medianoche o conseguir que un fiscal hiciera el pedido formal (222). Cuando la Justicia recibió las fotos, el gobernador ordenó el arresto de Franchiotti. «Detienen a policías por una de las muertes», fue el título principal de Clarín. Como segunda nota, y con el cintillo «Exclusivo», se publicó «Los últimos minutos», definido como «un excepcional informe fotográfico que puede contribuir a determinar quién es responsable». En la página doble se mostró la secuencia. Según el jefe de fotografía de Clarín, Diego Goldberg, Página/12 pudo dar la primicia por su baja exigencia para la verificación de datos, mientras que en Clarín prevalecía la tesis de las dos fuentes independientes. Además, si Clarín apuntaba a la policía tenía un peso mucho mayor que si lo daba otro diario (223). En 2006 se estrenó el documental de Patricio Escobar y Damián Finvarb La crisis causó dos nuevas muertes. Allí Julio Blanck, jefe de Política, admitió: «Ese título no dice la verdad». Los testimonios de Mateos, Profético y Goldberg contribuyeron a conocer los detalles de la cocina de la edición. Por casi una década Blanck ha cargado con ese infrecuente mea culpa. Varios aportaron al título, como sucede con todas las primeras planas, pero Guareschi asumió su responsabilidad sobre la decisión: ningún accionista o directivo orientó ese texto —dijo— porque nunca en trece años al frente de la redacción le habían indicado cómo titular. Clarín pretendía licuar la responsabilidad del gobierno de Duhalde. Respondía también a la dinámica diaria de un grupo corporativo que se proponía sostener a un gobierno con el que tenía una intensa agenda parlamentaria. Del mismo modo que había ocurrido con De la Rúa en sus horas finales, el diario mostraba qué puede suceder cuando un medio se concibe a sí mismo como pilar de gobernabilidad. Desde que había asumido, Duhalde vivía pendiente de dos números: el de la cotización del dólar («Si se disparaba, arrastraría la inflación y con ella a mi gobierno», escribió en sus memorias) y el de los muertos. Cuando se produjo lo que él mismo llamaría «atroz cacería», adelantó el calendario electoral. «La crisis causó dos nuevos muertos», intentó evitar una repetición de la

crisis de diciembre de 2001.

Detienen a la Directora El incierto 2002 se cerró con otra noticia de impacto altísimo: Ernestina Herrera de Noble fue arrestada el 17 de diciembre a la hora del té, por el trámite de una causa que investigaba la adopción de sus hijos. «Detención arbitraria de la directora de Clarín», anunció la portada del diario al día siguiente. La actitud abusiva del juez —señaló el resumen informativo— «sienta un gravísimo antecedente institucional». Apenas horas antes el abogado personal de la señora de Noble, Eduardo Padilla Fox, había consultado el expediente sin sospechar que el magistrado Roberto Marquevich podía ordenar el arresto, ya que nunca antes la había citado a declarar. Durante los tres días de su arresto en la División de Delitos Complejos de la Policía Federal la mujer de setenta y siete años que formalmente dirigía el diario desde enero de 1969 quedó alojada en un cuarto con una cama individual, una mesa y una claraboya enrejada que proveía algo de luz natural. El baño era de uso compartido. Las visitas le llevaron almohadas y sábanas para compensar las deficiencias del colchón. Se preocuparon más aún por su diabetes, agravada por el estrés. Monseñor Antonio Baseotto habría sido una voz de contención espiritual. Según Marquevich, el comisario Jorge Fino Palacios la ayudó materialmente: permitió el acceso de manicura, peluquero y masas finas (224). Había pasado una década desde que Estela de Carlotto había solicitado por primera vez un encuentro con la señora de Noble: a partir de 1988 comenzó a recibir anónimos que decían que los herederos de Clarín eran hijos de desaparecidas. En representación de la Directora, Magnetto la recibió en su oficina. Con un dejo paternalista le explicó que los anónimos formaban parte de una operación del gobierno de Menem sostenida en las palabras de Guillermo Patricio Kelly. —¿Cómo la señora va a tener adoptados dos chiquitos de terroristas? —le preguntó, según la versión de Carlotto publicada en diciembre de 2002, cuando las relaciones entre las Abuelas y el multimedios eran relativamente cordiales (225). En 1992 una de las abogadas de Abuelas, Alcira Ríos, encontró elementos sospechosos en el trámite de adopción: no constaban los nombres de los

padres biológicos de Marcela y Felipe Noble y las criaturas habían sido entregadas en un trámite ultra veloz. Según Ríos, Abuelas no continuó con el tema en los siguientes siete años porque —según contó a Graciela Mochkofsky en el libro Pecado original— no quería perder a Clarín como aliado en la búsqueda de más de 500 hijos o hijas de desaparecidos nacidos en cautiverio. Tampoco existían elementos categóricos para sostener la sospecha. En cualquier caso, una organización de derechos humanos recurría a la misma rationale que la dirigencia política: conviene buscar el apoyo y el acompañamiento de Clarín, no el conflicto. Desde la segunda mitad de la década de 1990 Clarín había incorporado gradualmente a su agenda las violaciones de los derechos humanos, incluido el tema de los hijos de desaparecidos. Uno de los hitos de ese giro fue un artículo de Sergio Ciancaglini sobre el caso de Mariana Zaffaroni Islas para el suplemento dominical Segunda Sección. El 27 de septiembre de 1976 un grupo de tareas secuestró al matrimonio de los exiliados uruguayos María Emilia Islas y Jorge Zaffaroni, y su hija de un año. Un agente de la SIDE, Miguel Ángel Furci, y su mujer llevaron a Zaffaroni Islas a Paraguay en 1984, cuando percibieron que podían descubrirlos. La joven recuperó su identidad en 1993. Con la nota plantada en dos páginas, el editor Jorge Sánchez subió a consultar con Magnetto. El texto de Ciancaglini se publicó sin modificaciones pero reducido a una página, porque se eliminaron varias fotos. La causa judicial sobre las supuestas apropiaciones de los hijos de la Directora empezó en 1995 a partir de una denuncia de Ana Feldman, esposa de Emilio Jaján, a quien la empresa acusaba por extorsión en la sucesión de Roberto Noble. En septiembre de 1995 el juez Marquevich dictaminó que la denuncia carecía de sustento. Tres años más tarde ordenó la detención de Jorge Rafael Videla por la denuncia del delito imprescriptible de robo de bebés. Marquevich era un miembro de la familia judicial bien relacionado con el presidente Menem. Las principales impugnaciones en su contra —Clarín las consignó reiteradamente desde el arresto de la señora de Noble— habían sido por ayudas presuntas en algunas causas judiciales que comprometían al empresario Alfredo Yabrán y una actuación desprolija en otro expediente sobre narcotráfico. En abril de 2001, la abogada Ríos presentó un escrito firmado por Carlotto

con toda la información acumulada sobre el caso Noble. Después de seis meses de pesquisa, el juez detectó datos falsos, inconsistencias y omisiones. La señora de Noble había declarado que Marcela había sido dejada en una caja de cartón en la puerta de su casa en San Isidro y puso como testigo al «cuidador de la finca vecina». Marquevich pudo comprobar que el cuidador no era otro que Roberto García, desde 1952 chofer de Roberto Noble, hasta que se jubiló en 1977. García desmintió a su antigua empleadora. En el caso de Felipe, la madre biológica que lo habría entregado en adopción no existía en los registros de la Policía Federal: el número de su cédula correspondía a otra persona, y ni siquiera se pudo comprobar la existencia del domicilio. Para avanzar, Marquevich le pidió a Ríos que se convirtiera en querellante. Alarmado por la novedad, Magnetto indicó a sus abogados que pidieran una reunión con Abuelas —Rendo hizo una gestión con Horacio Verbitsky—: no quería que los análisis de ADN se hicieran en el Banco Nacional de Datos Genéticos y propuso el Cuerpo Médico Forense o un laboratorio privado para evitar los tribunales y preservar la intimidad de los hijos. —Así podemos continuar con la amistad —le dijo Rendo a Carlotto (226). En paralelo con esa negociación, los abogados de Clarín buscaron, sin éxito, apartar a Marquevich de la causa. Magnetto creía que el juez actuaba en nombre de Menem quien, arrestado por la causa del tráfico de armas, un tema iniciado y desarrollado por Clarín, quería algún tipo de venganza. El 19 de marzo de 2002 Marquevich ordenó los estudios de ADN de Felipe y Marcela. En un escrito conjunto presentado en abril, los herederos pidieron más tiempo. «El conocimiento (de la posibilidad de ser hijos de desaparecidos) nos ha afectado y perturbado y estamos procurando internalizar su impacto y lograr convicción» (227) , decía. El 2 de diciembre, después de nuevas postergaciones pedidas por los hermanos y de informes de peritos psicológicos, se les solicitó que se presentaran para realizarse los exámenes. Los abogados apelaron. Dos semanas más tarde Marquevich ordenó la detención de la Directora. Pensaba concertar los análisis de ADN y, en caso que dieran positivos, la acusaría por el delito de «sustracción de identidad». El arresto consiguió el impacto que buscaba. Sorprendió al Grupo, siempre dueño de muy buena información en la Justicia gracias a la combinación de estudios de abogados competentes,

jueces y fiscales amigos y los eventuales aportes de algunos periodistas. La redacción quedó en estado de shock cuando supo la noticia. Al final de la tarde se produjo un movimiento extraño: varios editores fueron convocados a una reunión inesperada. Se les informó la novedad. Una placa roja de Crónica TV avisó al resto de la redacción. Hubo un cuchicheo general, un «Uh…» seguido de un silencio breve y luego una música inarmónica hecha de los sonidos de los celulares, los teléfonos de línea y los pagers. Los redactores y los pasantes de Política no sabían qué hacer. Por fin, no hicieron nada. A su regreso de la reunión, los jefes asumieron tareas infrecuentes: reemplazaron a los cronistas en las guardias y, desde luego, se hicieron cargo de la edición. Por primera vez en su vida la Directora se mantuvo tres días seguidos en la portada: los que amaneció detenida en la celda de Delitos Complejos. «Detención arbitraria de la directora de Clarín». «Nuevo abuso del juez Marquevich». «Marquevich no quiso liberar a la directora de Clarín». El diario publicó un perfil de la señora de Noble, titulado —con cierta audacia, dadas las circunstancias— «Un compromiso con la libertad y los derechos humanos». Se dio un lugar destacado a la posición de Abuelas de Plazo de Mayo y su presidenta: «No hay prueba de que sean hijos de desaparecidos», fue el título con un textual de la señora de Carlotto. Editoriales, comunicados y notas cubrieron el lado oscuro de Marquevich. Según interpretó Magnetto, la detención excedía largamente un trámite judicial contra la Directora: era un ataque contra el Grupo Clarín. La empresa se movió en ámbitos políticos, empresariales y judiciales en busca de un repudio generalizado y la inmediata liberación de la señora de Noble. El diario difundió el respaldo vasto que recibió la detenida. Entre los que se comunicaron con la empresa mencionaron a Alfonsín y también al ex presidente de facto Roberto Levingston. Menem, sindicado en las páginas como posible incitador, dijo: «Comprendo el dolor por el cual puede estar atravesando la presidenta de Clarín (sic) y espero pronto supere esa situación». Se consignó la solidaridad de empresarios como Felipe Bagó, Franco Macri y Amalia Lacroze de Fortabat. También la del sindicalista Víctor de Gennaro, la del entonces cardenal primado de la Argentina y arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, y la del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), presidido por Verbitsky, que denunció la

violación de derechos y garantías. El presidente criticó al juez por buscar notoriedad. Néstor Kirchner —por entonces su delfín en las presidenciales— también respaldó a la Directora. Su jefe de campaña, Alberto Fernández, aventuró que el encarcelamiento buscaba condicionar el accionar del diario. El multimedios de Ávila, Manzano y Vila (228) se pronunció en un comunicado. Pese a las diferencias históricas que hemos tenido con el Grupo Clarín, aun en el terreno judicial, la sociedad argentina no puede eludir una definición en cuanto a la motivación espuria de este tipo de ataques a la prensa nacional independiente.

Todavía militaban por una causa común: la ley de bienes culturales esperaba la aprobación en la Cámara de Diputados. Morales Solá y Kirschbaum consiguieron el apoyo inmediato de la asociación PERIODISTAS, que reunía a las figuras del gremio. En un comunicado advirtieron sobre los «peligrosos efectos sobre la libertad de expresión en la República Argentina» y recordaron el derecho al debido proceso. Los que firmaban trabajaban en Clarín, Página/12, La Nación y una amplia red de medios. En la percepción del mundo de la prensa y la política, se trataba de un episodio más del conflicto entre Menem y el Grupo. Esa defensa amplia y heterogénea de la señora de Noble demostraba que ni las querellas por la pesificación asimétrica, ni el lobby por la ley de bienes culturales y ni siquiera «La crisis causó dos nuevas muertes» habían minado el consenso de los factores de poder alrededor del multimedios. Y el antimenemismo —siempre a mano, siempre disponible— terminó de sellar esa circunstancial alianza. Clarín publicó su versión de los orígenes de la detención. En los festejos por la liberación de Menem, en noviembre de 2001, el círculo áulico del ex presidente supuestamente elaboró una lista de objetivos de su venganza, entre los que se contaba Clarín. Según la columna de Van der Kooy, Marquevich adelantó su idea de detener a la Directora en una mesa de viejos amigos de Yabrán, entre los que estaba un empresario periodístico a quien no nombró. Como parte de la estrategia de defensa, Clarín difundió una encuesta nacional de 600 casos, realizada por IBOPE entre el 18 y el 20 de diciembre (es decir, a menos de veinticuatro horas de la detención), en la que el 60% de

los consultados señalaron que la señora de Noble estaba presa «por razones políticas». Lo sorprendente, en realidad, fue que pese al amplio rechazo un 24,2% aseguró que la detención se ajustaba a derecho. El 12 de enero de 2003, desde su prisión domiciliaria, la señora de Noble publicó un editorial trascendental, con su firma, en que hizo una lectura política de su detención. Mi prisión forma parte de un plan que comenzó varios meses atrás y que tiene previstas muchas acciones más. Hay un sector político que quiere ir limpiando el terreno para adueñarse de todo el poder: su primer paso es destruir a los medios independientes y, de esa manera, hacer desandar todo el camino de libertad que el periodismo y la gente hemos construido desde el retorno de la democracia. Ese sector político —junto con algunos jueces, ex funcionarios, empresarios y gente de medios— cree que en una sociedad debilitada, donde la política está desprestigiada y no hay liderazgos, hay que barrer a los medios independientes para después hacerse del control de la sociedad. Sé que ellos dicen que «no se puede gobernar con Clarín en contra». Yo les respondo: lo que no se puede hacer es gobernar arbitrariamente si hay una sociedad informada por medios verdaderamente independientes. Lo que nunca confesarán es que quieren instaurar una dictadura con apariencia de democracia, sin juntas militares. Y que saben que eso no es posible si medios de difusión como Clarín siguen diciendo la verdad, siguen investigando y denunciando lo que deben y siguen defendiendo a la gente. Así lo demostraron investigaciones de Clarín que tuvieron repercusión nacional e internacional y que son insoslayables para entender nuestro dolorido fin de siglo (229).

Sin nombrarlo, se refería a Menem: el editorial abría la campaña electoral de 2003 en la que el ex presidente se disponía a competir. El texto retomaba la vieja reivindicación de la prensa independiente, en esta ocasión como ariete contra una democracia simulada. Pronunciaba en voz alta la acusación que los dirigentes políticos murmuraban en privado — no se puede gobernar con Clarín en contra— para situarla en la retórica del autoritarismo. Una frase tendría consecuencias notables en el futuro: «Muchas veces he hablado con mis hijos sobre la posibilidad de que ellos y sus padres hayan sido víctimas de la represión ilegal». Era una admisión inédita en el discurso hasta entonces cerrado de la señora de Noble. Puertas adentro, los directivos aún responsabilizan a los periodistas de la

redacción que oficiaron de ghost writers, aunque el texto completo del editorial contó con el visto bueno de Magnetto, otras autoridades y abogados. Hacia afuera quedó instalada la posibilidad de que Marcelo y Felipe fueran hijos de desaparecidos. En el corto plazo, la estrategia de Clarín resultó exitosa: Marquevich fue separado de la causa en marzo de 2003, y luego destituido. El nuevo juez, Conrado Bergesio, determinó la nulidad del procesamiento de la señora de Noble (230). Después de otros años de relativo silencio, las adopciones se integraron al conflicto entre Clarín y el gobierno del matrimonio Kirchner. Durante un acto en la Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA), el 24 de marzo de 2010, la presidenta Fernández de Kirchner prometió acudir a los tribunales internacionales para conocer la verdad de las adopciones de la señora de Noble si la Justicia local no avanzaba. La presidenta no la calificó —como lo hicieron funcionarios y adherentes a su gobierno, organizaciones de derechos humanos e incluso Estela de Carlotto— de «apropiadora». Ya en plena guerra contra el multimedios, el kirchnerismo rompió aquella defensa heterogénea del portaaviones, pero falló en el resultado final. Los herederos aceptaron una prueba de ADN en junio de 2011. Los estudios mostraron que ni Marcela ni Felipe guardaban relación con las 250 familias registradas en el Banco Nacional de Datos Genéticos. La detención de la Directora demoró la renuncia de Roberto Guareschi. Después de trece años al frente de la redacción y veintisiete en la empresa, a comienzos de 2002 le había comunicado a Magnetto que deseaba irse. Acordaron que dejaría su cargo a fin de año, pero para evitar que su salida se asociara a la prisión de la señora de Noble le dijo al CEO que se iría en marzo de 2003. Durante tres décadas las salidas de los secretarios generales de redacción habían sido traumáticas. En 1972 Oscar Camilión había renunciado tras un problema de índole personal con la Directora. Dos años más tarde, Octavio Frigerio se tuvo que retirar como condición del ministro de Economía José Ber Gelbard para acordar una tregua con la empresa. En 1975 Eduardo Durruty fue designado corresponsal en Nueva York después un incidente privado con la señora de Noble; Marcos Cytrynblum abandonó el cargo en 1990 cuando lo descubrieron pergeñando la competencia del mismísimo diario. Guareschi, en cambio, planificó su salida y la acordó con la empresa, de modo tal que se pudo organizar una sucesión a tono con el nuevo

momento del Grupo. Guareschi escribió dos despedidas. Una de ellas se dirigió a los periodistas del diario (la otra fue para los estudiantes de la Maestría de Periodismo): No quería eternizarme en el cargo (…) ¿Saben qué es lo que más voy a extrañar? La felicidad de trabajar con ustedes. Si alguien me preguntara qué es lo que más me gusta en la vida yo pondría en los lugares más altos a los incontables momentos de epifanía que he vivido cuando nos reunimos a ver los temas del día, cuando hacemos la tapa, cuando encaramos bajo presión esos momentos cargados de historia: pienso en el 11 de setiembre, en la caída de De la Rúa (…) Gracias al trabajo de todos nosotros, Clarín tiene hoy el prestigio periodístico más alto de su historia. (…) Muchos de los periodistas que han sabido sacar enseñanzas de nuestros problemas, y fortalecerse en los logros de todos, quedan ahora a cargo de la redacción. El Colorado (Kirschbaum), el primero de todos (…) Pienso que Kirbo es el mejor de todos nosotros: admiro especialmente su talento periodístico, su tenacidad y su entrega. Estoy seguro de que él logrará, con ustedes, ir mucho más allá.

En la carta faltan las razones adicionales de su salida. Volcado hacia las nuevas tecnologías y el periodismo digital, Guareschi se imaginaba un futuro en ese sector del portaaviones, pero en los últimos años le habían quitado poder y control sobre Clarín Digital. En el largo plazo, Clarín perdería su condición de vanguardia digital entre los grandes medios. Magnetto siempre ha actuado más como empresario industrial que como innovador tecnológico. El secretario de redacción prefirió irse con el crédito de haber sido el responsable del diario modernizado y global, el diario del uno a uno con el mayor récord de lectores y audiencias. La nueva etapa, que azarosamente coincidía con la elección presidencial de 2003, arrancaba con otro tipo de cambio, tres a uno, más cierta fragilidad política y la incertidumbre creciente sobre el futuro de los medios gráficos.

Pingüino o pingüino La primera negociación periodística importante de Néstor Carlos Kirchner con Clarín fue por la tapa del domingo 23 de febrero de 2003. El santacruceño carecía de vínculos con la empresa, pero los tenía con unos pocos periodistas. El sábado 22 Alberto Fernández llamó a Van der Kooy para citarlo de urgencia en su casa. El columnista le preguntó cuál era la urgencia: manejaba hacia el Lawn Tennis Club para ver la semifinal de la

copa AT&T entre Guillermo Coria y Gastón Gaudio. En la casa de Fernández lo esperaba Kirchner, quien le dijo que a primera hora de la tarde le darían el nombre de su compañero de fórmula si le garantizaban la tapa. Se trataba de un mecanismo de negociación relativamente estandarizado entre funcionarios, políticos y algunos medios. Con esa propuesta, Kirchner pretendía neutralizar lo que consideraba una maniobra para obligarlo a llevar a Lavagna en su fórmula. Ese sábado La Nación había titulado su portada «Duhalde le pide hoy a Lavagna que acompañe a Kirchner». La nota de Morales Solá anunciaba que la solicitud se concretaría en un té para tres: Duhalde, el canciller Ruckauf y el ministro de Economía. Mariano Obarrio quiso conocer la versión de Kirchner sobre esa reunión y lo llamó el sábado. El santacrucreño le dijo que no le iban a imponer el vicepresidente; le advirtió que al día siguiente quedaría mal parado. «Lavagna rechazó ser el segundo de Kirchner», tituló La Nación. «Descartado Lavagna, el candidato que resurgió es Daniel Scioli, preferido de Duhalde, según adelantaron altas fuentes de la Casa Rosada», se desarrolló en el texto. Según Obarrio, los voceros de Kirchner no lo atendieron por seis meses (231). Después de consultar con la redacción, Van der Kooy —contó Fernández — le aseguró que la primicia iría en la tapa. «Scioli irá como candidato a vice de Kirchner», se tituló al día siguiente. El columnista escribió: Debe haber sido uno de los secretos de la política mejor guardados por el peronismo en los últimos tiempos. Mientras se insistía desde algunos sectores duhaldistas con la postulación caída de Lavagna, Kirchner concluía su conversación con el secretario de Turismo en dos comidas: una cena del viernes y un almuerzo ayer mismo, en la Recoleta, junto con sus mujeres, la senadora Cristina Fernández y la modelo Karina Rabolini (232).

Ese fin de semana Kirchner estrenó —satisfactoriamente en su opinión— sus dotes de negociador de la tapa de Clarín. Continuaba la larga saga de los presidentes argentinos que desde la recuperación de la democracia le contestaban a esa primera plana, trataban de influir sobre sus contenidos, negociaban más o menos lugar en ella. La portada de Clarín era el fetiche de los políticos de las grandes ligas que asignaban a la prensa un poder importante. Aunque podían pelear un sueltito,

o el color de la luz del semáforo que juzgaba acciones o declaraciones, las tapas se mantuvieron como lo más importante. Clarín era la portada para extraños y para propios. Cuando comenzó su campaña, Kirchner no tenía vínculo con el Grupo. Empezó un road show con empresarios de medios, sin una agenda muy clara de su política para ellos. Comió una noche en la casa de Hadad, quien le reconoció que apoyaba a Menem: —Al menos no me destrocés en tus medios —le pidió. Cuando asumió, demoró en recibir al dueño de Radio 10 y le recordó aquella conversación. Manzano, en cambio, le dijo que lo votaría. El mendocino y Hadad, por separado, pedirían la prórroga de las licencias de televisión, una de las decisiones gubernamentales orientadas a ayudar a los medios que también benefició a Clarín. Durante su campaña Kirchner estableció un mecanismo de cooperación con Crónica TV. Según reveló el autor en el semanario TXT el 28 de marzo de 2003, el gobierno de la provincia de Santa Cruz le pagó 134.000 pesos al medio de Héctor Ricardo García, según consta en los contratos publicados, para que el canal difundiera actos de gobierno presentados como noticias y no como publicidad. Una suerte de engaño doble: a los contribuyentes, porque Kirchner destinaba fondos públicos a su propaganda electoral, y a los espectadores, porque veían anuncios pagos en formato informativo. El candidato no era el único político que tenía esa relación particular con Crónica TV (233). El matrimonio Kirchner recibía Clarín y Página/12 en su departamento de Recoleta. Habían trazado un mapa de la prensa gráfica donde La Nación aparecía como el diario crítico y Clarín como el aliado natural. Página/12 presentaba algunos matices: tenían una relación muy amistosa con Martín Granovsky —designado presidente de Télam en 2005— y con Miguel Bonasso, electo diputado nacional por el entonces kirchnerista Partido para la República Democrática (PRD). El principal problema de ese diario era Verbitsky, el más importante de sus columnistas, porque en varias notas había hablado de Kirchner como lobbista o vocero de YPF-Repsol. Antes de que asumiera, y por una gestión del encuestador Artemio López, Verbitsky le hizo sugerencias a Kirchner sobre cómo reemplazar a la cúpula

de las Fuerzas Armadas, y la relación cambió drásticamente. En el primer semestre de 2003 Kirchner tropezó con inconvenientes serios en La Nación. Primero protestó por la nota «El feudo austral», publicada en enero de 2003. Meses más tarde, durante un desayuno, Escribano le expuso las conclusiones de una reunión del Consejo de las Américas, que interpretó como un pliego de condiciones para la gobernabilidad. En la columna sobre la asunción de Kirchner, Escribano dictaminó: «La Argentina se ha dado gobierno por un año». Desde entonces el presidente eligió al medio como un adversario ideológico y trabajó sobre sus cortes generacionales: increpó a Escribano; evitó a Mariano Grondona y a Bartolomé Mitre; convirtió en interlocutores a Morales Solá y a Fernán Saguier. De todas maneras, había hecho toda su campaña convencido de que el diario era el house organ de Ricardo López Murphy. Clarín decidió apoyar la continuidad de la gestión de Duhalde. Magnetto leyó los comicios de 2003 como la competencia entre los dolarizadores, representados por Menem, y la continuidad de la recuperación de Duhalde-Lavagna. La empresa había empezado a salir lentamente de su crisis. Según datos corporativos, generaba 8.000 puestos de trabajo directos y 23.000 indirectos, además de contratar a 21.700 proveedores y pagar 240 millones de pesos en impuestos y contribuciones. Su CEO ya pensaba en negocios nuevos. A tono con las nuevas condiciones de la economía argentina, en marzo de 2003 inauguró la megamuestra agropecuaria Feriagro. «El Grupo Clarín contribuirá a dinamizar el proceso de cambio productivo. Y al mismo tiempo tiende un nuevo puente entre el campo y la ciudad, que comienza a vislumbrar que todavía el país es uno de los graneros del mundo», escribió Héctor Huergo, del suplemento Clarín Rural. Se pretendía participar en lo que Magnetto llamaría «la revolución del campo». Marcela Noble Herrera encontraría en Feriagro el tema para su tesis de maestría en la carrera de Comunicación de la Universidad Austral titulada: «El sistema de ferias y exposiciones como herramienta de gestión estratégica de las comunicaciones integradas de marketing y asuntos públicos». El CEO nunca perdió la autoestima ni vio dañados el poder y la influencia de su portaaviones. Solá, gobernador de Buenos Aires desde la huida hacia adelante de Ruckauf a la Cancillería, lo comprobó en el primer encuentro que tuvieron para conocerse, entre fines de 2002 y comienzos de 2003.

—Nosotros seguimos expresando el sentido común —le explicó el número uno—. No somos voceros de un sector: nos identificamos con las grandes mayorías. Solá, un lector atento de Clarín por su notable incidencia en la política — y brevemente periodista durante el verano de 1971— nunca había escuchado una opinión tan tajante de un empresario de medios. Aunque desplegó sus historias sobre Chivilcoy —uno de los lugares que mejor conoce de la provincia, y lugar de infancia del CEO— y sus datos sobre Mercedes —donde el CEO había comprado una chacra—, no logró interesar a Magnetto. Le ha sucedido a una docena de políticos relevantes: no es fácil conseguir el interés del número uno. Kirchner lo logró. Pero en ese momento ya se sentaba en el sillón de Rivadavia. La invasión de los Estados Unidos a Irak en marzo de 2003 redujo el espacio que se dedicó a la campaña presidencial. En la primera cobertura internacional relevante posdevaluación, Clarín ostentó sus recursos frente al resto de la prensa argentina: celebró que contaba con el único enviado durante toda la guerra. Gustavo Sierra compartió sus emociones de un modo infrecuente, que contrastaba de manera llamativa con la cobertura más sobria de Oscar Raúl Cardoso a la invasión a Afganistán de octubre de 2001. «Nunca sentí tan de cerca la muerte», fue uno de sus textuales que llegó a título de tapa. «Escribo la nota más triste de mi vida», se presentó otra nota, con la foto de Sierra. La guerra privó a Kirchner de un lugar en la portada tras el acto más nutrido: «Kirchner copó River en el acto de campaña» se tituló la nota en el cuerpo del diario, que marcó los desbarajustes en la organización y la importancia del Partido Justicialista (PJ) bonaerense en el acto, una manera de destacar su dependencia de Duhalde. En el análisis de Eduardo Aulicino se mencionaron las dificultades del santacruceño para elaborar un discurso coherente e incluso para administrar sus propios déficits oratorios. Frente a la novedad del escenario 2003 —la cantidad de candidatos con posibilidades de llegar al ballotage— la cobertura de Clarín se mantuvo equilibrada. Como sucedió en la gran mayoría de los medios, Menem y Kirchner obtuvieron mayor espacio. Dos redactores y dos editores se asignaron, equitativamente, para Menem, Kirchner, López Murphy, Rodríguez Saá y Elisa Lilita Carrió.

A pesar de los bretes durante su presidencia y de los coletazos que causaba todavía la detención de la Directora, Menem recibió un trato respetuoso; inclusive escribió una columna de opinión, como también lo hizo Eduardo Bauzá después de la primera vuelta. Carrió se quejó reiteradamente ante Blanck por la condición de «supuesto candidato útil» de Kirchner, que la relegaba en la cobertura. En el informe especial sobre el arma secreta de cada candidato se presentó a Lavagna como la de Kirchner. El ministro de Economía mereció un lugar destacado en la campaña en sí y en la cobertura de Clarín. «Kirchner apuesta a la previsibilidad que daría la continuidad de Lavagna», escribió Van der Kooy. Clarín registró el momento de zozobra máxima: cuando una encuesta de La Nación planteó un ballotage entre Menem y López Murphy. En el suplemento que ofreció un perfil de cada candidato, a Gerardo Young le tocó el de Kirchner: «Entre Racing, la cinta aeróbica y la locura por las encuestas», se tituló. El cronista presenció el momento en que le informaban a Kirchner de la novedad: —Es una operación. Esas encuestas están compradas —dijo. Kirchner y Duhalde, convencidos de que López Murphy era el candidato de La Nación, aseguraban que cada encuesta que allí se publicaba —entre ellas, la que llegó a la tapa— respondía a la idea de dejar afuera del ballotage al candidato del presidente. Según periodistas de La Nación, Duhalde intervino para que se publicaran, con el fin de que el miedo al ballotage entre López Murphy y Menem provocara adhesiones de último momento en favor de Kirchner. «Menem o Kirchner», sintetizó la portada de Clarín el día después de la elección. Minimizaba el estrecho margen del ex presidente: «El menemismo esperaba más y pasó del fervor a la cautela»; «Kirchner compartió la alegría con su gente en Santa Cruz». Según la versión de la empresa, el candidato oficialista pidió la primera reunión después de esos resultados. El gestor del encuentro fue el consultor Adrián Kochen, amigo en común de Alberto Fernández y de Rendo. Fernández ofició de anfitrión en su departamento de la avenida Callao; ofreció una picada comprada en una confitería de la zona. De blazer azul y mocasines negros, Kirchner tuteó a Rendo de entrada y pidió que lo tuteara. Expuso las ideas generales de su programa de gobierno y solicitó, como

cualquier candidato, el acompañamiento. Las versiones del Grupo y la de Fernández divergen en la segunda parte. En la primera, Rendo le dijo ya estaba en las grandes ligas, como una forma sutil de señalarle que no debía repetir su relación con la prensa de Santa Cruz. De ser cierto, el diario no se ocupó de dar a conocer ese tema por lo menos durante un lustro. Fernández, en cambio, no recuerda ese comentario: sostiene que fue un encuentro formal en el cual nada relevante se dijo. Los días siguientes, luego de que Menem se retirase de la segunda vuelta, Kirchner empezó a ocupar cada vez más espacio en las páginas de Clarín y de todos los diarios. Se publicaron entrevistas con frecuencia excesiva; también una a su esposa. El 25 de mayo, día de la jura, la tapa llevó cuatro palabras: «Kirchner, una nueva etapa». En la foto el presidente y su ministro de Salud, Ginés González García, con gorrito blanquiceleste, representaban a los arquetípicos hinchas sufrientes del Racing Club de Avellaneda. El informe especial del domingo se propuso anticipar: «Qué hará Kirchner». Parecía poco menos que un brochure de la agenda por venir: 17.500 viviendas en ocho meses» «Mantiene el plus de 200 pesos» «Menos viajes, más reuniones en el país» «Intentarán asegurar 180 días de clase» «Cambiará el jefe de la Policía Federal» «Cobertura materno infantil para 5 millones» «Baja del IVA para productos básicos» «Buscan acordar los aumentos de tarifas» «Quieren reprogramar 6.000 millones de la deuda externa» En los días previos y ese mismo 25, se publicaron varios perfiles del nuevo presidente: el de Pablo Calvo, «Un hombre que sabe del viento sur»; el de Carlos Eichelbaum, «De la JUP al capitalismo moderno»; el de María Seoane en Zona, «De aquellos fuegos al realismo del poder». En el de Gerardo Young se señaló: «La lectura de diarios y revistas por la mañana es más una manía que un trabajo. Y es capaz de pegar gritos por una palabra que no le agrada en la línea 83 de una nota (como esta)». Anticipó futuros disgustos.

Una frase de tapa de su discurso inaugural ganó la portada del 26: «Quiero un país serio y más justo». Parecía en sintonía con el editorial «Los objetivos del gobierno que comienza», donde la línea empresarial afirmaba: En sus primeras decisiones y en su discurso de asunción el presidente Kirchner ha esbozado un programa de gobierno en el que se distingue el propósito de fortalecer las instituciones y establecer un estado de normalidad y previsibilidad (234).

El esfuerzo se centraba en encontrar una agenda común.

Dos potencias se saludan Kirchner recibió a Magnetto en la Casa Rosada cuatro meses más tarde. Alberto Fernández fue testigo de ese encuentro. El presidente le explicó al CEO qué quería hacer en su gestión; Magnetto trazó un mapa general del estado de la política y la economía. Casi no se manifestaron diferencias en el diagnóstico y en las soluciones. Hablaron también de los piquetes y de la precariedad que trasmitían cuando se los veía en los canales de noticias. TN podía prestar un servicio al respecto, como había hecho durante toda la presidencia de Duhalde. Kirchner sabía cómo halagar a Magnetto. Dijo, según la versión del CEO, que tomarían la renegociación de la deuda del Grupo Clarín como una referencia: entonces estaban en marcha la del multimedios y la de la Argentina. Como el editorial y el discurso inaugural, el presidente y el número uno encontraron en persona un repertorio especular: desendeudamiento, crecimiento y paz social. Ante Fernández, Kirchner imaginó una convivencia con el Grupo: la Casa Rosada comandaría la política y Magnetto los medios, como dos campos independientes que nunca colisionarían (235). Del mismo modo que sumó simbólicamente al Grupo, hizo lo propio con la CGT de Hugo Moyano, con gobernadores e intendentes del peronismo, con organizaciones de derechos humanos: así relativizó su 22% de votos en las urnas. Para Kirchner, los lectores de Clarín eran sus votantes. Lo mismo sucedía con los oyentes y televidentes de sus señales de radio, televisión y cable. Por eso designó dos cancilleres: Rafael Bielsa para el mundo y Alberto Fernández para el mundo Clarín.

En una primera etapa Fernández publicaba las reuniones que mantenía para hacer transparentes las acciones de gobierno. Llamaba la atención la gran cantidad de encuentros con personajes del mundo del periodismo, desde redactores hasta propietarios de medios. El ábaco le falló al contar las reuniones con los directivos de Clarín: de cada diez se publicaban dos, reconocen en la empresa. Se construyó un vínculo permanente e intenso, apoyado en el interés que empezarían a desarrollar el presidente y el CEO. En el mundo práctico de esa relación durante los primeros meses de gobierno surgieron dos prioridades: conseguir que la ley de bienes culturales se sancionara (todavía faltaba la votación en Diputados) y que el Grupo completara la renegociación de su deuda privada. Por primera vez apareció una poderosa voz parlamentaria disidente: Carrió se opuso a la ley de bienes culturales. Según la empresa, Rendo pidió la intermediación del diputado mendocino Gustavo Gutiérrez, amigo del directivo y compañero de fórmula de Carrió en las presidenciales de 2003, para persuadirla. Carrió contestó que pidiera audiencia por conmutador o a través de su secretaria. Pero nada funcionó. La diputada pronunció un discurso vehemente contra la ley pocos días más tarde de la asunción de Kirchner. Aunque la empresa llevaba veinte años de influencia, por primera vez en un debate parlamentario trascendente un dirigente político con votos se refería a la corporación de Magnetto. Si Ámbito Financiero había bautizado la derogación del cram down como la Ley Clarín, Carrió llamó a la de bienes culturales la Ley Clarín y La Nación. Su alocución alcanzó altos decibeles. Señor presidente: votamos por unanimidad la modificación de la Ley de Quiebras. Luego de eso vino una exigencia del FMI para que se incorporara el cram down, mediante la modificación de la modificación que habíamos hecho a la Ley de Quiebras… Lo que se está haciendo acá tiene nombre y apellido, y nosotros lo queremos decir muy claramente. Se trata precisamente de respetar la dignidad nacional de los señores diputados nacionales y el interés nacional de todas las empresas nacionales, no sólo de(l Grupo) Clarín y La Nación. Un Parlamento que hace dos días dijo que iba a cambiar no puede dictar una ley que otorgue un privilegio a empresas con nombre y apellido en desmedro de las restantes empresas nacionales. Esto último nos torna indignos a nosotros y nos hace dictar una ley claramente inconstitucional (…) ¿Cuál es la razón para excluir del cram down a La Nación y a(l Grupo) Clarín y no al sector agropecuario o al metalúrgico, cuando además el cram down no es salvataje en la

Argentina sino el medio para que los bancos se apoderen de las empresas argentinas?

Carrió preguntó de qué interés nacional se hablaba: en su perspectiva, los negocios de las empresas periodísticas no respondían al interés nacional, que entre otras cosas —agregó— esos grupos nunca habían defendido. Por último denunció ante la Cámara «el lobby escandaloso, de carniceros», que se había desplegado durante meses (236). La ley de bienes culturales quedó aprobada el 18 de junio de 2003. El multimedios consiguió su objetivo con un gran consenso entre las fuerzas políticas y el campo periodístico. Ámbito Financiero, el más anticlarinista consecuente, y Carrió resultaron las escasas excepciones de peso. Ni las empresas agropecuarias ni las metalúrgicas reclamaron el privilegio que había invocado Carrió. Peronistas y radicales alfonsinistas que por años habían rumiado contra el Grupo contribuyeron a salvarlo en nombre de la defensa del empresariado nacional. Fue también la primera caricia de Kirchner a Magnetto. En la secuencia de hechos resonaba un eco de lo sucedido en 1989 con las licitaciones de los canales de televisión. Aquel año la Argentina también había sufrido grandes turbulencias. Las modificaciones claves para la expansión de Clarín —la ley de reforma del Estado que derogó el artículo 45— y para la supervivencia del gigante corporativo —la ley de bienes culturales— se dieron en el contexto de las dos peores crisis económicas desde la recuperación de la democracia: la hiperinflación de 1989 y la debacle de 2001. En ambos casos Magnetto supo sacar provechos particulares en nombre de un interés general: la democratización de los medios a través de la privatización de los estatales y el rescate de los nacionales de las garras foráneas en tiempos en que la máxima autoridad eclesiástica, el futuro Papa Francisco, alertaba que la Argentina se hallaba al borde de la disolución. Si en la década de 1980 Clarín se había tomado ocho años de lobby lento y constante como una larga maratón para crear las condiciones de la privatización, en 2002 el Grupo contó con escasos meses para convencer al PEN y el Legislativo. Tres gobiernos peronistas concretaron el reclamo: el de Menem y luego los de Duhalde y Kirchner. En esos veinte años de democracia la empresa de Magnetto reclamó a los gobiernos por temas variados, pero ninguna petición tuvo la importancia de esas dos normas. Una ley fundamental para crecer. Otra ley para no perder el

control del portaaviones.

Chau, deuda La renegociación de los compromisos externos del Grupo Clarín y del Estado corrieron por carriles paralelos. Eran dos las urgencias mayores para Kirchner y Magnetto: la deuda pública del Estado por 191.000 millones de dólares y la deuda privada de Clarín, de 1.200 millones. En febrero de 2003 Multicanal (que llevaba un mes en default y había perdido decenas de miles de clientes por la crisis) presentó su oferta de reestructuración en la Bolsa de Comercio. En ese momento debía 524 millones de dólares, después de un proceso de capitalización que consiguió una rebaja del 40%. La oferta se dirigía a tres actores: los bancos acreedores (que podrían acceder al capital de la compañía, ya que todavía faltaban unos meses para la sanción de la ley de bienes culturales), a los inversores de corto plazo (a quienes se les propuso una recompra al 30%, cuando el piso del valor había llegado al 16%) y a los tenedores de bonos (más proclives a no perder capital pero flexibles con los plazos) (237). Para entonces, la deuda financiera total del Grupo ya había bajado a 940 millones: el 60% aproximadamente en bancos internacionales y el resto en el mercado de capitales por medio de bonos. Se conformó un equipo ad hoc supervisado por Aranda y Alejandro Urricelqui, en el cual participaron los gerentes de Multicanal y de AGEA. La negociación más hostil se dio con un grupo de bonistas, que se llamaron «Damnificados 2002», representados por el fondo W. R. Huff, que Clarín tipificó como buitre. En la versión del Grupo, W. R. Huff les advirtió que si no arreglaban con ellos boicotearían todos los acuerdos posibles y seguirían comprando bonos hasta quedarse con la empresa. En el encuentro gerencial (que se realizó en Pilar para reducir costos) Magnetto contó que, en ese caso de intento de compra hostil, veía el valor estratégico de la ley de bienes culturales. La nueva propuesta de la empresa —con una quita de la deuda del 50%— se discutió con los acreedores en Parque Norte. Rendo, uno de los asistentes, observó que los representantes de W. R. Huff llegaban con guardaespaldas armados. Los representantes de los fondos buitre tenían casi el 30% de los votos; intentaron persuadir a los otros acreedores de que no aceptaran la oferta y —según el Grupo Clarín— les ofrecieron comprarles sus créditos a

un precio mayor que el precio en efectivo. Nadie aceptó. Magnetto se abstuvo de participar, pero recibía información minuto a minuto. El mejor momento fue el anuncio del éxito: la quita se aceptó con dos tercios de los votos. Después de esa derrota en Parque Norte (sede de grandes acontecimientos de la política argentina, como un recordado discurso de Alfonsín), W. R. Huff intentó la vía judicial en Buenos Aires y en Nueva York. Aunque ya tenía un primer fallo favorable, en octubre de 2004 la Cámara de Apelaciones en lo Comercial homologó el acuerdo. «Confirman el canje de la deuda de Multicanal», abrió la sección Negocios de Clarín el 5 de octubre de 2004. El litigio en los Estados Unidos duró más tiempo, pero terminó con resultado idéntico. La renegociación de la deuda del diario resultó mucho más sencilla: el 100% de los acreedores aceptaron la propuesta. Clarín lo dio como noticia el 19 de diciembre de 2003, a dos años exactos del inicio de la crisis. Junto con la subsidiaria Artes Gráficas Platenses, la deuda de ambas empresas sujeta a reestructuración era de 408 millones de dólares. En el encuentro gerencial de noviembre de 2004 (que volvió a Mar del Plata, ya fortalecidas las arcas), Magnetto dio por concluida la zozobra de la empresa: —Un capítulo muy importante que hemos cerrado —dijo— fue la renegociación de nuestra deuda; evidentemente, uno de los temas centrales de los últimos dos o tres años. Dio la cifra de la reducción tras la devaluación: 65%. —Continuamos reduciéndola —agregó el CEO—. Y en esencia, seguimos siendo los mismos. El Estado argentino, con unos meses de diferencia, hizo con su deuda el mismo recorrido que el multimedios. El canje demandó dos años de negociaciones y se concretó entre el 14 de enero y el 25 de febrero de 2005. El 76% de los tenedores aceptaron la propuesta que se les hizo: los compromisos públicos bajaron de 191.000 millones de dólares a 126.000, es decir del 113% del PBI al 72,4%. «La Argentina deja atrás el default», tituló Clarín el 26. A pesar de los paralelismos, este tema reinstaló las tensiones entre el Grupo Clarín y el principal negociador de la Argentina, el ministro de Economía. Magnetto tenía al menos una objeción contra Lavagna, y se la contó a Solá, de acuerdo con la versión del ex gobernador:

—Hizo bien su gestión como ministro, pero no es muy agradecido. En su interpretación, Lavagna cree que la empresa le ha reclamado una incondicionalidad que nunca le quiso dar. Por ejemplo, en sus tiempos como secretario de Industria y Comercio Exterior de Alfonsín había elegido al matutino especializado El Cronista Comercial para su primera primicia. Como lector de Clarín tenía una dificultad adicional: si hasta 1982 lo había leído como un medio desarrollista, desde que Magnetto asumió la compañía le resultó más difícil descifrar su ideología. Confirmó esas dudas al asumir en el Palacio de Hacienda. El modo en que Clarín y buena parte de la prensa cubrió las negociaciones del gobierno nacional con los acreedores por la deuda consiguió, en sus palabras, sacarlo de las casillas, como lo expone en su último libro de memorias Construyendo la oportunidad. En varios pasajes evalúa que muchas veces los diarios, incluido el de la señora de Noble, parecían favorecer indirectamente a los acreedores al informar sobre supuestas concesiones de los negociadores argentinos. El 28 de octubre de 2004, Clarín tituló «Hay mejoras en la oferta a los bonistas». Lavagna ubicó esa noticia en la categoría de falsa. «¿Una postura inocente?», se preguntó en sus memorias, y respondió: Obviamente no. David Martínez era un socio capitalista muy importante en el negocio más rentable de Clarín y era, a su vez, uno de los cinco mayores tenedores de bonos argentinos en default, en el orden de los tres mil millones. Con el tiempo, cuando todas estas presiones no dieron resultado y la oferta se confirmó, Martínez optó por aceptarla e ingresó al canje voluntario.

Como Remes, Lavagna atribuyó las tensiones a su negativa a otorgar un seguro de cambio al multimedios (238). El ex ministro opinó que Alberto Fernández no parecía muy comprometido con la estrategia de Economía y en determinados momentos mostró excesivo interés por saber qué pasaba con Martínez (239). Clarín no era un tema ajeno a las conversaciones de Kirchner y Lavagna. Una mañana, probablemente de agosto de 2004, el presidente lo recibió con dos pilas altas de papeles: eran las tapas de Clarín del 25 de mayo de 2003 al 29 de julio de 2004. El presidente le contó que, con su jefe de Gabinete y la propia Cristina, las habían clasificado en tres categorías: Positivas, Neutras y Negativas. Le pidió que el ministro hiciera el mismo ejercicio: las cuatro personas más importantes del gobierno se abocaban a

tareas más propias de estudiantes de Comunicación Social. Los resultados quedaron consignados en dos columnas: Según el Ministerio de la Nación de Economía

Según Presidencia

Positivas

46%

47%

Neutras

40%

27%

Negativas

14%

26%

La lectura de los temas económicos explica la diferencia. Muchas tapas sobre la negociación de la deuda que el trío Néstor-Cristina-Alberto consideraba positivas Lavagna las catalogó en la columna de las negativas (240). El ministro creía que La Nación criticaba su negociación de la deuda pero que, a diferencia del de la señora de Noble, lo hacía de un modo prístino y coherente. En sus memorias habló de Clarín como el diario amigo, aliado y socio del gobierno. Sin dar nombres afirmó que varios trabajaban para el Poder Ejecutivo. También estableció jerarquías profesionales: ponderó los análisis de Van der Kooy y señaló que una de las periodistas que reportaba desde los Estados Unidos era bastante proclive a «reflejar la opinión de los acreedores». Con el ejercicio de la valoración de las tapas —las copias aún se hallan en el archivo de Lavagna— el presidente había optado por cuantificar su obsesiva lectura de los diarios y lo más relevante: la tapa de Clarín. En el número se podía advertir el acompañamiento inicial del Grupo, al menos en la percepción de Kirchner. Pocos presidentes podrán decir que el gran diario argentino los despertó menos de cinco mañanas al mes con un disgusto. El presidente priorizaba la portada, según redactores y editores del diario que lo trataban. Ante las noticias negativas, les dijo en distintas circunstancias: «Si no sale en tapa, está bien». La redacción y el gobierno comenzaron a conversar mucho sobre la primera plana. No era solo eso: Kirchner quería el control de la información, incluso la favorable. Como en

cada gestión anterior, la empresa estableció interlocutores que merecían ciertos cuidados. Se lo hicieron saber a un editor importante. —Con Julio (De Vido, ministro de Infraestructura), tampoco no. En ese año y pico que había pasado, Kirchner y Fernández monopolizaron el vínculo con el multimedios. Lavagna se sintió relegado. Varias veces después de una conversación con el presidente sobre una medida, el mandatario se comunicaba con Bonelli o con Sylvestre, dos de los destinatarios predilectos de sus anuncios. Asustado por la información que le pasó alguna vez por teléfono, Sylvestre le preguntó si no era imprudente: Kirchner le explicó que su teléfono no podía ser pinchado. Con Fernández como testigo, le pidió a Bonelli que en sus notas llamara «pálido» a Lavagna, porque sabía de la inquina entre ambos: el ministro se había molestado con varias de sus notas, en especial sobre supuestos secretos o la negociación de la deuda que consideró mentiras. Por esa razón dejó de recibir al columnista, y le indicó a su equipo que tampoco lo hiciera (241). En todo caso, ese roce, esa cotidianidad de los primeros tiempos, revelan que Kirchner pensaba en una agenda bilateral con el Grupo y pasaba de los grandes temas con Magnetto a pedirle a un columnista que menoscabara a un ministro. En esos primeros dos años la economía se recuperó: creció al 9% anual. En su despacho Magnetto repetía el eslogan: a la empresa le va bien cuando al país le va bien, más empleo lleva a más venta de diarios y a más suscriptores al cable. Sin embargo, las cifras del matutino no reflejaron esa mejora: sucedía que, a la vez, la crisis de los medios de papel se profundizaba. En 2002 el promedio anual de Clarín bajó a 392.000 ejemplares en promedio (desde 1977 no quebraba la barrera de los 400.000) y se recuperó para repetir 402.000 durante los dos años siguientes, y llegar a 414.000 en 2005. Pero lo peor había pasado. Y con bastante reserva. Tras la crisis de 2001, la gestión de Duhalde y el comienzo de lo que parecía su continuidad con Kirchner dispararon la escritura de memorias políticas a niveles inéditos. Pero ninguno de los funcionarios de primera línea que las han publicado —Duhalde, Remes, Amadeo, Lamberto, Lavagna (su primer volumen)— menciona al multimedios como un actor político en la coyuntura. En algunos casos se limitan a citar artículos (242). Magnetto había conseguido mantener su lugar discreto. Como una costumbre desde la recuperación de la democracia, Clarín apareció en los

márgenes. Su protagonismo en las discusiones de leyes cruciales fue ignorado, con la excepción de Ramos o Carrió. Apenas dos voces, aunque fuertes. Entre el abismo de diciembre de 2001 y el riesgo de la quiebra, en cuatro años el Grupo se recuperó gracias a la combinación de sus habilidades para conseguir cambiar la legislación, hacer una negociación beneficiosa de deuda y mantenerse como líder. El mercado de medios quedó más concentrado aún: los grandes sobrevivieron a la crisis. Recuperado del peligro de perderlo todo, Magnetto imaginaba una nueva fase de expansión de la empresa. Había visto la importancia del papel en la década de 1970, los medios audiovisuales en la de 1980, la gran expansión como Grupo en la de 1990 con cada vez más diversificadas inversiones, especialmente en el cable.Debía arrancar, por fin, el siglo XXI. Necesitaba, en su cabeza, el país normal que Kirchner les había prometido a todos los argentinos.

186. Ceferino Reato, 12 noches, 2001: El fracaso de la Alianza, el golpe peronista y el origen del kirchnerismo, Buenos Aires, Sudamericana, 2015, pág. 351. 187. Los detalles de la comida se basan en entrevistas con José Ignacio de Mendiguren, directivos de Clarín y José María Vernet. 188. Quince años más tarde, Vernet estableció dos períodos del vínculo de Clarín con la política argentina: el primero, de colaboración con el tándem Carlos y Eduardo MenemEduardo Bauzá, y luego la Alianza; el segundo, de asociación con Duhalde y Kirchner. 189. El ex presidente dio esa versión en una entrevista con Florencia Barragán, en julio de 2014, para el trabajo final de la materia Historia de la Prensa, que el autor dicta en la maestría La Nación-Di Tella. También brindó más precisiones en el programa M1 de C5N, que conduce Gustavo Sylvestre, el 6 de agosto de 2014. Para este libro se le pidió infructuosamente una entrevista, desde octubre de 2014 hasta marzo de 2015; Rodríguez Saá se excusó al menos catorce veces. 190. Clarín, 2 de enero de 2002. 191. Clarín, 6 de enero de 2002. 192. Ibidem. 193. Eduardo Amadeo, La salida del abismo: Memoria política de la negociación entre Duhalde y el FMI, Buenos Aires, Planeta, 2003, pág. 228. 194. López, op. cit., pág. 270.

195. Periodistas de Clarín se cruzaron involuntariamente con Mariva. Mariano Hamilton, de Deportes, empezó a trabajar en una nota sobre una supuesta intermediación turbia en la venta del viejo estadio de San Lorenzo. Según Hamilton, De Biase, su jefe, lo detuvo: «El Banco Mariva es de Clarín, flaco; guardate esto en el cajón más profundo que tengas». 196. Mochkofsky, op. cit., pág. 142.) 197. Sólo durante el conflicto con el kirchnerismo el tema se trató en la página institucional: «El Grupo Clarín fue una de las empresas argentinas más perjudicadas con las medidas de devaluación y pesificación asimétrica adoptadas. En los años 2002-2003, el 90% de la deuda del Grupo correspondía a créditos tomados en el exterior y en dólares, cuyo costo fue incrementándose notablemente. Como los ingresos de todas las actividades del Grupo eran —y siguen siendo— en pesos, resulta evidente que no existió ninguna licuación de pasivos, ni beneficios específicos provenientes de la devaluación. Por el contrario- en dicho período se sufrió un aumento sustancial de la carga financiera». 198. Entrevistas con Antonio Morere, Buenos Aires, 2013. 199. El diario de Julio Ramos explicó que Clarín había invertido «en apariencia 46.480.300 dólares», y que en sólo nueve meses el valor de Prima había pasado a 341.630.400 dólares. «O sea que la compañía —un portento de exitosa capacidad, casi sin antecedentes en el mundo— incrementó 635% su valor», ironizó. Entonces el banco aportó 75 millones de dólares por el 18% de la empresa, en tiempos de escaso crédito, y luego le vendió a Clarín y a Vistone (que Ramos también atribuyó «al monopolio») ese 18% en 15,1 millones de dólares. «Con lo cual, al cerrarse la operación, el BAPRO perdió 79.900.000 y Clarín obtuvo una utilidad final de 84.796.700 dólares». Ámbito Financiero, 30 de noviembre de 2007. 200. Alejandro Rodríguez Diez, Pesificación y devaluación: Historia secreta, Buenos Aires, Bifronte, 2003, págs. 32-40. Allí se detalla esa reunión y el papel de Clarín en la crisis de 2002. Ese texto se complementó con entrevistas a Remes Lenicov y a otro de los cuatro participantes del encuentro. 201. Pierri lo abandonaría en la campaña presidencial de 2003, al apoyar a Carlos Menem. 202. Reato, op. cit., pág. 377. 203. Manzano había defendido la entrega de Canal 13 a Clarín en 1989, por el que recibió el mote de clarinista de parte de Menem; trabajó con el Grupo en la modificación de la Ley de Quiebras y coincidiría nuevamente en la impugnación a la Ley Audiovisual impulsada por el kirchnerismo. En los momentos de alianza táctica, el diario se interesó poco por biografiarlo, pero sin tal unión mostró un interés enfático. El 25 de agosto de 2012 se publicó un perfil de una página: «Manzano, del robo para la Corona a empresario aliado del kirchnerismo». Esa nota se imprimió también en Los Andes de Mendoza. 204. Eduardo Levy Yeyati y Diego Valenzuela, La resurrección: Historia de la poscrisis argentina, Buenos Aires, Sudamericana, 2007, pág. 85. 205. Ámbito Financiero, 21 de enero de 2002. Citado en «Los procesos de concentración en Argentina: el caso de la Ley Clarín», María Elena Bitonte y Liliana Alicia Demirdjian,

presentado en el Congreso Internacional de Políticas Culturales e Integración Regional, UBA, marzo y abril de 2014. 206. Bonelli, op. cit., pág. 241. 207. Ámbito Financiero alentó ese rechazo, que tenía a los bancos locales como principales aliados: el 1° de febrero de 2002 anunció con beneplácito en su tapa: «País más serio. Vetarán la Ley Clarín». Señalaba una vez más que tanto las calificadoras de riesgo como los denominados expertos en crisis manifestaban que la ley, en lugar de proteger «la capacidad productiva de la economía, prohibirá el acceso al crédito a todas las empresas». 208. Clarín, 6 de enero de 2002. 209. López, op. cit., págs. 436-437. 210. Entrevista con Eduardo Duhalde, Buenos Aires, 2015. 211. Eduardo Duhalde, Memorias del incendio: Los primeros 120 días de mi presidencia, Buenos Aires, Sudamericana, 2007, pág. 155. 212. Entrevista con Jorge Rendo, Buenos Aires, 2015. 213. Jorge Remes Lenicov, Bases para una economía productiva. El programa de eneroabril de 2002 y la rápida recuperación de la economía argentina, Buenos Aires, Miño y Dávila, 2012, pág. 86. 214. Clarín, 20 de enero de 2002. 215. Christian Schwarz, avance de la investigación de su tesis doctoral presentado en las Jornadas Sociológicas de la Universidad Católica Argentina, 15 de noviembre de 2013. 216. Roberto Lavagna, El desafío de la voluntad. Trece meses cruciales en la historia argentina, Buenos Aires, Sudamericana, 2011, pág. 152. 217. La Nación, 11 de septiembre de 2002. 218. Roberto Lavagna realizó una gestión por el diario La Nación y su deuda. Enterado de las hostilidades del Citibank en la negociación, el ministro aprovechó una conversación con Alan Larson, subsecretario de Asuntos Económicos, Comerciales y Agrícolas del Departamento de Estado, para compartir su preocupación por la posición de los acreedores: «La Nación —le dijo, según su versión— no es un diario: es una institución de la Argentina». 219. Camila Pelater, «Cobertura del diario Clarín sobre la Ley de Bienes Culturales y Patrimonios Culturales», presentado en la VII Jornada de Jóvenes Investigadores, Instituto Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales, UBA, 2013, págs. 9-10. 220. Tomado del documental de Patricio Escobar y Damián Finvarb La crisis causó dos nuevas muertes (Buenos Aires, 2006). 221. Clarín, 27 de junio de 2002. 222. Entrevista con Felipe Solá, Buenos Aires, 2014. 223. Entrevista con Diego Goldberg, Buenos Aires, 2014.

224. Juan Carlos Martínez, La apropiadora, Buenos Aires, Lumbre, 2011, pág. 51. 225. Veintitrés, 19 de diciembre de 2002. 226. Mochkofsky, op. cit., pág. 281. 227. Ibid., págs. 284-285. 228. El 22 de agosto de 2002 se anunció que, como parte de la preservación de los medios en manos nacionales, Vila-Manzano se había asociado con el Grupo Ávila. La fusión incluyó a América, cuatro canales del interior, Cablevisión Noticias, la revista La Primera y una participación en Ámbito Financiero. 229. Clarín, 12 de enero de 2003. 230. El 27 de octubre de 2009 Marquevich dio su primera entrevista, siete años después de los hechos. «Ella (en referencia a la señora de Noble) sabe perfectamente que esas dos criaturas son hijos de desaparecidos, sabe quiénes son sus padres; no es que ignora quién se los entregó sino que es toda una gestión que se hace a través de Magnetto» (Martínez, op. cit., pág. 45). 231. La entrevista a Obarrio figura en el apéndice de «La cobertura de los períodos de campaña electoral en la prensa gráfica argentina: los casos de La Nación y Clarín en 1989 y 2003», tesis doctoral de Julián Corvaglia (FLACSO, Buenos Aires, 2009). 232. Alberto Fernández, Políticamente incorrecto. Razones y pasiones de Néstor Kirchner, Buenos Aires, Ediciones B, 2011, págs. 79-82. En el libro, Fernández atribuye erróneamente la primera nota de La Nación, «Duhalde le pide hoy a Lavagna…», a Escribano, a quien señala como «el redactor de la operación». Más detalles en entrevista con el jefe de Gabinete, Buenos Aires, 2012. 233. Otro de los candidatos, Adolfo Rodríguez Saá, pagó 17.850 pesos con la modalidad de contratación directa para tener más publicidad de sus intervenciones públicas. En conversaciones off the record distintos jefes de prensa de distintos candidatos confirmaron al autor de este libro —entonces redactor en TXT— que pagaban un monto aproximado de 5.000 pesos por cada acto de campaña que se transmitiera en Crónica TV. 234. Clarín, 25 de mayo de 2003. 235. Entrevista con Alberto Fernández, Buenos Aires, 2012. «No le debo tanto a Clarín: me quieren cobrar más de lo que le debo», le dijo Kirchner al periodista del diario Daniel Míguez. 236. El discurso de Carrió, del 28 de mayo de 2003, se puede leer completo en http://www.elisacarrio.com.ar/index.asp? seccion=visor_noticia&id=149&descripcion=Discursos. 237. López, op. cit., pág. 476. 238. Roberto Lavagna, Construyendo la oportunidad, Buenos Aires, Sudamericana, 2015, pág. 235. Consultado por ese punto, Rendo respondió que Martínez se asoció con Clarín en 2006, dos años después de los hechos que el ex ministro denuncia. Negó el pedido de

seguro de cambio: «Clarín no hace lobby a través de sus medios de comunicación. Lo hace a través del Departamento de Relaciones Externas. Yo estoy muy orgulloso del trabajo que hacemos porque lo hacemos a la luz del día. Todo lo que dice Lavagna es falso» (Buenos Aires, 2015). 239. Fernández desmiente a Lavagna. «Es definitivamente ridículo pensar que complotara contra una negociación que era central para el gobierno del que era jefe de Gabinete. Lo que ocurrió es que Lavagna debió enfrentar una crisis en la viabilidad del canje cuando el Banco de Nueva York se retiró como operador y ello ocurrió como consecuencia de decisiones tomadas por el mismo Lavagna y no por la acción de nadie del gobierno. Cuando los diarios lo difundieron se sintió víctima de una conspiración, pero los medios sólo contaban lo que estaba sucediendo. También es falso que alguna vez me haya interesado por Martínez (a quien, a diferencia suya, jamás traté) ni por ningún otro acreedor» (Buenos Aires, 2015). 240. Lavagna, Construyendo la oportunidad, op. cit., pág. 196. Detalles complementarios en entrevista con miembros de su equipo. 241. La inquina era recíproca. Bonelli, que había tenido a Lavagna como profesor en 1975 en la carrera de Economía, lo comparó con Cavallo en su libro El país en deuda: creía que no aceptaban una crítica desde que se consolidaban en el poder. Enumeró nueve de sus anticipos que lo fastidiaron. También contó que, después de entrevistar al ministro, su esposa, Claudine, lo acompañó a la puerta, le contó que siempre veía A dos voces y le pidió un autógrafo para su sobrina. 242. En sus memorias sobre los primeros ciento veinte días de gobierno, Duhalde desarrolló su propia percepción, en la que tenía medios hostiles en su contra: por un lado, los críticos como representantes del sector financiero (destacó las críticas de los columnistas de La Nación) y también de la izquierda (menciona una columna de Mario Wainfeld de Página/12). Como política de contrapeso, señaló que inauguró su programa sabatino de radio, Conversando con el presidente, al que le confirió una importancia exagerada. Así evitó hablar de Clarín como actor, como aliado, como acompañante del gobierno de coalición nacional.

EPÍLOGO

Mundo Magnetto Antonieta Niro, de noventa y siete años en 2015, lo llamó alarmada desde Chivilcoy: —¿Te va a pasar algo? La madre de Héctor Horacio Magnetto escucha lo que dicen de su hijo en la radio y en la televisión y se preocupa, como se preocupan las madres. Y se intranquiliza porque, desde 2008, empezó a oír cosas que antes no se decían. Su hijo tenía un diario, una radio, un canal de televisión y muchos otros negocios; veía a los presidentes. Pero se sabía poco de él. Antonieta y Héctor hablan una vez por semana. Son conversaciones breves, con tres preguntas: «¿Cómo estás?», «¿Qué estás haciendo?», «¿Qué comiste?». Antonieta come regularmente huevos fritos con papas fritas, en una muestra de la resiliencia de su hígado. Tiene la misma edad que el juez de la Corte Suprema Carlos Fayt y uno más que los que tendría Eva Duarte de Perón. La cocina ha sido un tema familiar: Manuel Magnetto, esposo de Antonieta y padre de Héctor, tuvo un restaurante en Chivilcoy. Héctor, mozo y lavacopas, no cobraba sueldo. Suele explicarlo con un gentilicio: genovés. Una forma de señalar la relación apegada al dinero que él heredó. Ese padre tuvo una aparición única y fulgurante en las páginas de Clarín. «Falleció el señor Manuel Magnetto», se anunció el 1º de septiembre de 1978. El artículo destacaba la congoja en Chivilcoy, pero respetaba ciertos límites para contar su vida. Tenemos la costumbre de intentar representar la realidad con datos, con cifras. La trayectoria de Manuel Magnetto es en cierto modo más modesta, más secreta (…) Solía reivindicar su condición de chacarero y su estirpe labriega, por su indeclinable amor por el campo, por su entera dedicación a la familia, con la adustez con que solía encubrir su ternura y su imperturbable rectitud (…) El extinto era padre del gerente

general de Clarín y vicepresidente del directorio de Papel Prensa, Héctor Magnetto (243).

Fue uno de los escasos momentos en que en el diario se dijo algo del actual CEO del Grupo Clarín, o de su familia. Héctor Horacio estaba de viaje: volvió para el entierro y se encontró con esa nota publicada. Las apariciones de Magnetto se multiplicaron durante la guerra imaginaria y prolongada con el matrimonio Kirchner, que empezó en 2008 y aún no ha llegado a su fin. Magnetto perdió el patrimonio de su invisibilidad. Un presidente retirado y su esposa en ejercicio se referían a él en fervorosos actos públicos y, en sintonía, los medios vinculados al gobierno lo convirtieron en el villano perfecto de la época. Su empresa y su persona resultaron centrales para entender la Argentina de 1976 en adelante. Lo compararon con torturadores por el caso de Papel Prensa. Lo llevaron a los tribunales. Los medios de Magnetto empezaron repentinamente, después de un lustro de armonías y pocos conflictos, la demolición de la pareja presidencial y sus gestiones, muchas veces sin los matices o los procedimientos profesionales que solían desplegar. En 2010, cuatro días después de la presentación de Papel Prensa: la verdad (el informe de la investigación oficial), uno de los protagonistas principales, Isidoro Graiver, desacreditó el testimonio de su ex cuñada, Lidia Papaleo, que fungió de columna vertebral de la pesquisa del kirchnerismo. Eso lo salvó de la cárcel, pensó Magnetto: —Sin ese testimonio yo terminaba preso. No obstante, hasta el invierno de 2015 la posibilidad de su detención permanece latente. Esa posibilidad fue el disparador de la pregunta de la madre. Magnetto dice que tolera cualquier cosa de las acusaciones en su contra menos que se insulte su inteligencia. Entre esos agravios enumera que haya pedido una devaluación en 2001 que perjudicaba a su empresa, o que haya vetado la candidatura de Cristina Fernández de Kirchner. No obstante, no exhibe en público esa inteligencia. Nunca le gustó dar entrevistas: —No es mi estilo —se ha excusado muchas veces—. No me parece necesario, simplemente. Ya bastante hablo en la vida interna de Clarín.

Casi no existen registros sonoros públicos del CEO. El primero fue la entrevista que le dio a Bernando Neustadt en diciembre de 1989, después de haber ganado la licitación de Canal 13. Sonreía. El segundo, en Montevideo, en octubre de 2012, fue una breve declaración para los periodistas tras haber sido distinguido como socio de honor en un acto de la Asociación Internacional de Radiodifusión (AIR): —Estamos recibiendo un ataque oficialista muy fuerte, directamente relacionado al Grupo bajo la fachada de una ley de medios. La justicia está sometida a una prueba muy difícil, el gobierno la está atropellando escandalosamente. Había cruzado el río para hablar. Durante las tres presidencias del matrimonio Kirchner, de 2003 a 2015, la vida de Magnetto cambió drásticamente por otras razones: se le declaró una enfermedad que le impide comer y beber y le mancó el habla, que debió reeducar. Su voz sale, metálica, de un pequeño orificio en la garganta, a la altura de la nuez, cubierto con fragmentos de piel de su pantorrilla. El orificio recuperó el latiguillo legendario que el número uno había perdido cuando debía comunicarse por escrito en una computadora que daba voz a sus trazos: —Eh, eh, eeehhh… Sus interlocutores regulares en la empresa descubrieron que tras el tratamiento recuperó una vitalidad avasallante, como si la guerra contra el kirchnerismo y la otra, contra su cáncer, le hubieran brindado una razón para sumar años adicionales de vida. Néstor Kirchner observó lo mismo. Él, no. —Sabía de mi finitud. Pero cuando la vi fue muy duro —ha dicho, apenas. Por momentos Magnetto habla como si su imposibilidad no existiera. A veces se frustra cuando no lo comprenden; entre quienes lo cortejan algunos no entienden nada pero no le repreguntan, y otros piden que repita algunas frases. A veces una persona que traduce sus palabras lo acompaña en las reuniones. Además de la voz ha perdido uno de los cuatros placeres de su vida: el buen comer. Sus otros tres —la lectura, el sexo y la música— se siguen acomodando, como años atrás, sin orden especial. Le gustaban el restaurante Vasco Francés y la comida italiana. Antes, por su tendencia a subir y bajar de peso por atracos y cuidados, le había pedido al cocinero de Clarín, Lalo, que sólo le sirviera veinte ravioles en su plato (cuatro menos que una plancha regular de cualquier casa de pastas). Era su almuerzo de casi todos los mediodías. Su obsesión lo llevaba a

contar uno por uno: varias veces le marcó al cocinero que había pasado los veinte. Hace ya siete años que Magnetto no puede tragar por su enfermedad. Este límite ha disminuido su disposición a la vida social, siempre magra: ya no asiste a comidas. Para apagar la sed se refresca con un pañuelo húmedo. La noticia de su cáncer habilitó especulaciones. Los principales competidores en el mercado evaluaron que, dado su liderazgo interno avasallante, sin Magnetto el multimedios corría peligro. En la redacción circularon rumores sobre una venta rápida. Raúl Moneta, archienemigo por veinte años, pagó a una agencia de seguridad para que le consiguiera copias de los estudios médicos del CEO en el hospital de Chicago (Estados Unidos), donde se ha tratado, y sobre esa base anticipó que le quedaba un semestre de vida. A principios de 2015 la situación se había invertido: el último control médico de Magnetto había salido bien y su ex socio Moneta se encontraba postrado, gravemente enfermo, y con sus hijos al cuidado de la empresa familiar. Los primeros años de su enfermedad le enseñaron a Magnetto algo incómodo: mucha gente se interesaba por su salud sólo para calcular cuánto tiempo de vida le quedaba. Empresarios como Moneta, dirigentes políticos como Kirchner. Pero también empleados del Grupo. El banquero Jorge Brito, en nombre de Kirchner, les sugirió a José Aranda y Lucio Pagliaro —los otros dos contadores del trío que hizo el Grupo Clarín — que era mejor vender antes de su muerte. Pero el CEO no murió. Ni él ni sus socios son vendedores, excepto por las acciones que cotizan en bolsa. Ha sostenido que conforman un frente muy sólido. Se reúnen todos los miércoles. En ese encuentro se han consensuado las principales decisiones de la empresa de los últimos treinta años. Kirchner intentó entrarle de muchas maneras: —Hay ganancias extraordinarias en otros rubros, como el petróleo. —No me como dos bifes a la vez, Néstor —argumentó Magnetto: otra de sus frases con ecos gastronómicos y campestres. Muchos de sus competidores discutirían aquella literalidad. El CEO se ha comido varios bifes a la vez. Antes de que en las escaladas de la guerra perdiera el anonimato, el cáncer le había hecho considerar la posibilidad de dejar un testimonio sobre su vida. Los directivos de la empresa lo convencieron de concretar esa exposición pública: un libro sobre su vida. Un legado.

Además de las largas cavilaciones sobre el cómo, el cuándo, el quién, el para qué, el para quiénes, surgió un tema incómodo adicional. ¿Cuánto costaba la tarea de escribir la biografía autorizada de Magnetto? Se debía poner un precio a la vida en riesgo del CEO, a su relato. José Ignacio López, reconocido entre sus colegas periodistas y con cuarenta y cinco años de carrera, escribió El hombre de Clarín. La ilustración de tapa mostró la fuerza industrial que siempre ha entusiasmado a Magnetto: las rotativas del diario imprimen un número a color. El único elemento humano que se divisa es la figura de Ariel el Burrito Ortega, crack de River y de la Selección Nacional. Ningún retrato del biografiado elusivo. Por un azar editorial más que por estrategia, el libro salió en mayo de 2008, cuando la pantalla de TN partida en dos —los cortes de ruta de los ruralistas y la imagen de la presidente— sacaba de quicio a Néstor Kirchner. La obra fue arrasada por la campaña sostenida del matrimonio gubernamental. Clarín reguló su promoción: no la quería masiva, la prefería un registro para pocos, una presentación para menos en el Museo de Arte Latinoamericano (MALBA). Aunque los productos de la empresa siempre han sido masivos, Magnetto se preocupó por cómo lo leería y lo percibiría una minoría. El libro no tiene las exactas características de aquel subgénero fatigado en la historia de Clarín: las hagiografías del padre fundador y sus derivados. Luis Sciutto (que firmaba como Diego Lucero) fue el biógrafo autorizado de Roberto Noble, su compañero de viajes, su escritor fantasma de columnas comentadas y cartas privadas. Lucero publicó Boceto de una biografía en 1961; su obra definitiva, Roberto Noble, un gran argentino, salió junto con la de Luis Alberto Murray, Vida, obra y doctrina de Roberto Noble, como parte de los homenajes en el décimo aniversario de su muerte, en 1979. La de López cuenta, desde la perspectiva de Magnetto, su historia personal siempre atada a la historia del diario, primero, y luego de la empresa. Aporta lo que no se conocía: la voz del CEO en el papel. Sus palabras, sus entonaciones, sus argumentos. Y al final pasó lo que no estaba previsto: el biografiado sobrevivió al libro.

Héctor Horacio frente a Cristina Elisabet El 19 de febrero de 2010, el día que cumplió cincuenta y siete años, Cristina Fernández de Kirchner comentó que, durante la presidencia de su esposo, Magnetto había compartido la mesa en la Quinta de Olivos diez o doce veces. En la versión de Magnetto, esas comidas con el matrimonio le resultaban una pérdida de tiempo porque nada se definía. Hablaban de generalidades y Néstor se distraía: les daba a los perros la comida de la mesa. Las cosas importantes, para el hombre de Clarín, se hablaban a solas. En su biografía autorizada, la presidente ofreció su relato de uno de esos encuentros. Le dijo a la periodista Sandra Russo (autora, entre otros títulos, de No sabés lo que me hizo): «Magnetto lo había ido a ver a Néstor a Olivos y le había dicho que no me quería como candidato. Se lo decía a todo el mundo» (244). En el piso de 6,7,8 el ex presidente agregó una frase de Magnetto para impugnar a su esposa: «Es mujer». Según Magnetto, Kirchner le advirtió en un encuentro en la Casa Rosada que Cristina se presentaría como candidata mucho antes que lo hiciera público. El presidente tomaba una lágrima; el CEO un té. Magnetto no conseguía entender las razones para no presentarse a la reelección con los altos niveles de adhesión y buena marcha de la economía. No le convenció el argumento que escuchó: «Estoy cansado». Creyó adivinar que en ese esquema los Kirchner se preparaban para sucederse y gobernar dieciséis años seguidos. No se lo dijo. La única reunión a solas entre la presidente y Magnetto fue en la Quinta de Olivos, poco tiempo después de que ella hubiera asumido. Fernández de Kirchner no contó aquel encuentro en su biografía autorizada. Magnetto dijo que el ex presidente ofició de productor: armó la cita; lo esperó en la puerta; los dejó a solas. La jefa de Estado habló gran parte de la hora y media. Al final, Néstor apareció para la despedida. Cuando se quedaron solos, siempre según la versión empresaria, el santacruceño le dio una indicación: —Las cosas importantes hablalas conmigo. Los Kirchner y Magnetto, en general, han brindado narrativas opuestas de sus conversaciones, influidos todos por la necesidad de negar los tiempos de armonía. En los hechos, la relación con el Grupo, que llevaron adelante Néstor y Alberto Fernández, consistió en procurar un buen vínculo para que sus medios acompañaran la gestión. El oficialismo le otorgó beneficios y, al

mismo tiempo, intentó leves formas de contrapeso, como alimentar con fondos y prerrogativas a sus competidores locales e invitar a jugadores grandes de afuera (como el Grupo Prisa de España y el mexicano Carlos Slim) a disputarle el mercado al multimedios. Esos diálogos hipotéticos se conocieron ya iniciado el combate mayor de la política argentina desde 2008 hasta la campaña electoral de 2015. Aunque siempre funcionaron en tándem, los Kirchner encarnaron dos facciones distintas. Néstor interactuaba intensamente con Clarín, desde los redactores hasta el CEO: procuraba un diálogo en el cual generar el give and take. Cristina interactuó mucho menos con el mundo del Grupo inclusive, en los momentos de armonía: tanto los periodistas como los directivos conocieron su distancia. Durante el conflicto con el Grupo Clarín, Kirchner se centró en buscar el modo de dañar materialmente al multimedios, y ejecutó ese plan. Su esposa prefirió concentrarse en el marco legal y la retórica: la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (y sus derivados) y el discurso sobre la lucha contra las corporaciones y la democratización de las voces. Aun en guerra, Kirchner siguió en diálogo con la empresa. Cristina se negaba a cualquier negociación o acuerdo: desde la pelea con el campo hasta el final de su gobierno nunca quiso detener la escalada o pactar. Los Kirchner repitieron las dos corrientes de pensamiento sobre cómo tratar a Clarín que pugnaron en los gobiernos de Alfonsín y Menem: pactistas y confrontadores. Cuando optaron por la guerra, lo hicieron con igual esmero y decisión; una cuidadosa división matrimonial del trabajo. Muerto su esposo, ella se hizo cargo, también, de los daños materiales. Pero llevó la hostilidad a extremos desconocidos en los años de Alfonsín a Néstor, lo cual le valió el rango de la mandataria que menos habló con el CEO del Grupo Clarín: sólo una vez. Ese único encuentro estuvo precedido de varios episodios. El 7 de mayo de 2007, dos meses antes del lanzamiento de la candidatura, Magnetto almorzó con Earl Anthony Wayne, embajador de los Estados Unidos en Buenos Aires. Según cables de la Embajada (revelados por WikiLeaks), el número uno criticó al gobierno por la falta de diálogo político, la inflación y las restricciones a las importaciones. «Héctor Magnetto y su equipo dejaron la clara impresión de que Clarín ya no está satisfecho con la manera en la que la actual administración gobierna el país» (245) , según un cable firmado por Wayne. Esa impresión no se reflejaba en el diario, según

los responsables de hacer el clipping de prensa de la Embajada: en una primera etapa calificaron la relación de «privilegiada». Varias tapas de julio y de agosto de ese año confirman aquella percepción: • «Cristina ya planea una profunda reforma del Estado» (15 de julio) • «Cristina propuso un acuerdo comercial para mantener el rumbo» (20 de julio) • «Apoyo empresario a la propuesta de un acuerdo social» (21 de julio) • «Cristina prometió oportunidades de negocios en el país» (8 de agosto) (246) Ese 8 de agosto resultó una bisagra. La Nación dio en tapa el caso de Guido Antonini Wilson, descubierto en Aeroparque con una valija que contenía 800.000 dólares, y en compañía del funcionario argentino Claudio Uberti. Desde entonces el venezolano-estadounidense ganó la primera plana los siguientes doce días. «Otro escándalo sin explicación oficial», editorializó el diario de los Mitre-Saguier. Clarín fue más cauto. El 8, bajo el cintillo «Dinero polémico», anunció: «Investigan por lavado al venezolano al que le incautaron 800.000 dólares». Un día después el tema llegó a la portada y en la página 3 se asoció a los pasajeros con Julio De Vido, superior de Uberti. Esa cobertura encolerizó al presidente Kirchner, contaron quienes atajaron su ira. Llamó a la redacción y a la empresa —no a Magnetto— por lo que consideraba una infamia. Los periodistas que hablaron con él nunca lo habían conocido en ese estado. Les reprochaba que repetían como loros lo que había publicado La Nación; creía también que podía ser el comienzo de un sabotaje electoral. Desde el 9 de agosto hasta el 17 inclusive Clarín mantuvo el tema en la tapa. El primer editorial, del 12, se tituló «Evitar una nueva decepción de las instituciones». Advertía que la instalación de sospechas de corrupción podía ser grave para el país y para la democracia. Aquel cintillo original de «Dinero polémico» se edulcoró para transformarse en «Las sombras de la corrupción». El tema se moderó durante la campaña. Los candidatos opositores se quejaron por el trato frío y la preferencia del Grupo por Cristina. El CEO de Clarín recibió a Lavagna para escuchar sus propuestas. Fue una formalidad, interpretó el ex ministro de Economía.

En octubre (las elecciones fueron el domingo 28), Clarín publicó veintitrés tapas consecutivas que mostraban simpatías por el oficialismo (247). La de la victoria fue numérica y sin alharaca: «Por primera vez una mujer fue electa Presidenta» «Cristina 43.9» «Scioli arrasó en la decisiva Buenos Aires» «Una victoria indiscutible, pero que tiene límites», analizó Eduardo van der Kooy. El 7 de diciembre, el último día hábil de su presidencia, Néstor le regaló al multimedios un primer 7D, el del amor, ya que el de 2012 sería el del odio: autorizó la fusión de sus dos empresas de cable, Multicanal y Cablevisión. Con esa compra de 2006 la corporación de Magnetto pasó de facturar 2.100 millones de pesos a 3.600 millones, y se quedó con el 51% de la televisión por cable. Se trató —señalaron Esteban Rafele y Pablo Fernández Blanco— de la operación más importante realizada entre empresarios argentinos desde la salida de la convertibilidad. La aprobación tuvo costos internos en el gobierno. José Sbatella, de la Comisión de Defensa de la Competencia, se negó a firmar la fusión: llevaba varios meses de oposición a esa medida, e incluso publicó «Problemas de competencia en el sector de la distribución de los programas en Argentina». Un año antes, también la fiscal Alejandra Gils Carbó había fallado en contra. Los empresarios de la industria se quejaron en varios mostradores estatales. El secretario de Comercio Guillermo Moreno, por instrucción de Kirchner, le ordenó a Sbatella que votase a favor, como el resto de la comisión: los abogados del holding pretendían un dictamen único que aprobara la fusión para que en el futuro no se la impugnase legalmente, como ocurriría. Pero Sbatella emitió un dictamen de minoría, en el que exigió que el Grupo Clarín se desprendiera de los derechos de televisación del fútbol y que vendiera activos en las localidades en las cuales Multicanal y Cablevisión eran los únicos proveedores del servicio (248). Al poco tiempo fue desplazado de su cargo. Kirchner firmó la fusión en el último día hábil de su presidencia para absorber los costos políticos de una decisión que contribuía decisivamente a la concentración del mercado y, sobre todo, para que el multimedios recibiera

a su sucesora con la mayor dulzura posible. Días más tarde reunió a su esposa con Magnetto. El doctor en Ciencias de la Comunicación Martín Becerra señala dos épocas en la concentración de medios desde la recuperación de la democracia. La primera, ofensiva, se inició con las privatizaciones de la presidencia de Menem que beneficiaron a empresas nacionales como Clarín. La segunda, defensiva, se abrió con la ley de bienes culturales y concluyó con la fusión de los cables (249). La fusión resultó trascendental para el holding. Hacia 2012 la empresa de cable e Internet ya representaba el 68,6% de los ingresos y dos años más tarde llegaría al 80% (250). Tenía 3,3 millones de abonados al primer servicio y 1,5 millones al segundo. Esa alteración trascendía largamente los números: una empresa de medios que producía contenidos cambió su ecuación y comenzó a sostenerse y prosperar por empaquetarlos. Magnetto ha minimizado ese impacto. Ha dicho que los dirigentes políticos y funcionarios aman u odian al Grupo Clarín por los contenidos de sus medios, no por la grilla de los canales de Cablevisión. En paralelo a la fusión del cable, el CEO aspiraba a comprar las acciones de Telecom como parte de su expansión: facturaba, junto con Telefónica, el doble que el multimedios. Con la inversión de 800 millones de dólares en la fibra óptica de Fibertel-Cablevisión pretendía acceder al triple play (teléfono, cable, Internet) a través de Telecom y anticiparse a los competidores potenciales. Después de que Telefónica de España comprara una parte de Telecom Italia, el organismo para la Defensa de la Competencia la podía considerar monopólica (controlaría el mercado de las telcos en la Argentina) y demandar que vendiera sus acciones de Telecom Argentina, cuyos propietarios eran Telecom Italia y el Grupo Werthein. Se abría la posibilidad de que una sociedad local se quedara con las acciones de Telecom Italia. Según la explicación de Kirchner, Magnetto le pidió que hiciera una gestión por Telecom. Los directivos de Clarín sostienen que fue Kirchner quien les ofreció hacerla. En su contradicción aparente, las versiones se complementan. Testimonios de funcionarios, consultores próximos al presidente y empresarios de medios afines al gobierno describen el movimiento oscilante de Kirchner. Cuando estuvo en buenos términos con Clarín hizo gestiones en favor del multimedios: Julio De Vido intervino para persuadir a los vendedores de que

negociaran con Clarín. Cuando temió que el poder del multimedios se volviera incontrolable, Kirchner también pensó en una entrada conjunta de Clarín (con un porcentaje importante) junto con empresarios afines como los Werthein (dueños del 50% de Telecom Argentina), Ernesto Gutiérrez de Aeropuertos 2000 (llamado Ernéstor por los empresarios que le tenían pocas simpatías) con su socio Eduardo Eurnekián, y dueños de medios como Gerardo Ferreyra, de Electroingeniería, quien aspiraba a entrar con un 5%, es decir 40 millones (251). Según uno de ellos, hasta febrero de 2008 las conversaciones avanzaban muy bien y el negocio parecía completado: «Todos esperábamos un cierre entre Néstor y Magnetto que nunca sucedió: mi conjetura es que no se pusieron de acuerdo en quién mandaría», contó uno de ellos. Cuando invitó a Vila y a Manzano a que se sumaran a la unión de las empresas nacionales, Kirchner les confió a los dueños de América que Cristina no quería que Clarín integrara el consorcio, según ha contado José Luis Manzano. Magnetto ha repetido que jamás se consideró una entrada conjunta a Telecom y que muchísimo menos se pidió la ayuda de Kirchner. Por el contrario, el ex presidente le reprochó que no lo hubiera mantenido al tanto de sus tratos en Italia (lo único concreto que se hizo, señalaron los negociadores). Las dos visitas de los Werthein a Aranda fueron para sondear a los accionistas del Grupo. Todavía no se había logrado una definición sobre el tema de Telecom cuando se desató una crisis inesperada. El martes 1º de abril, después de veinte días de paro de las organizaciones del campo que rechazaban el aumento de las retenciones, el gobierno organizó un acto en el cual Cristina eligió los trazos con los que comenzaría a delinear el retrato de Magnetto. —¿Qué te pasha, Clarín? —provocó Kirchner, que no habló en esa ocasión. El protagónico correspondió a la presidente: Tal vez muchos no lo recuerdan, pero un 24 de febrero de 1976 también hubo un lockout patronal (…) Esta vez no han venido acompañados de tanques, esta vez han sido acompañados por algunos generales multimediáticos que además de apoyar al lockout al pueblo, han hecho lockout a la información, cambiando, tergiversando, mostrando una sola cara.

Todavía pretendía sutilezas: habló en plural y no lo nombró. Pero había un

solo general multimediático. Cristina y el gobierno apostaron a los casos de Papel Prensa y la adopción de los hijos de la señora de Noble para reforzar esa idea vital en los siguientes años: Magnetto era la dictadura. Había sido aliado y cómplice y volvía con los tanques nuevos. O nunca se había ido. En ninguna de las dos causas aportó nuevas evidencias de importancia a los ya conocidos durante los tiempos de armonía. La presidenta se convirtió en una anticlarinista intransigente: más dura e ideologizada que su marido. En presencia de Lidia Papaleo le reprochó su vocación negociadora. Cristina no participó de las conversaciones durante el combate entre Kirchner y la empresa. Cuando ya trabajaba en el Grupo, Jorge Lanata contó que el ex presidente se siguió reuniendo con Rendo a lo largo de varias batallas y hasta agosto de 2009 (252). Con Kirchner vivo, los directivos y los periodistas jerárquicos de Clarín consideraban que alguna forma de convivencia, por lo menos, se podía lograr. Pero tras su muerte la pax clarinista se volvió imposible. Magnetto ha sido taxativo en el análisis con editores de su diario: —Ella empezó a ser presidenta el día que murió su esposo. Desde la crisis del campo Fernández de Kirchner desplegó en público una exégesis del diario: durante siete años se refirió a omisiones, errores, tergiversaciones. Clarín se volvió una lectura de Estado, un tema de Estado, una obsesión de Estado, un hostigamiento de Estado. El gobierno dedicó buena parte de su tiempo y su capital político a dañar al Grupo en su patrimonio y en la confianza de su público. Impulsó la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, anuló la fusión de Multicanal y Cablevisión que había autorizado, le quitó la transmisión del fútbol (que entregó a la televisión pública), envió inspecciones impositivas intimidatorias, impugnó la conformación de la empresa Papel Prensa (denunció penalmente a directivos de Clarín y La Nación por delitos de lesa humanidad), redujo la publicidad oficial en sus páginas, sumó causas judiciales por evasión impositiva y lavado de dinero, entre muchas otras acciones. Se publicitó que Moreno recibía a sus visitantes en la Secretaría de Comercio con café y alfajores de dulce de leche marca «Clarín miente»; en mayo de 2012, durante la visita oficial a Angola de la presidenta, un integrante de la comitiva del funcionario entregó medias con la misma leyenda a niños descalzos de Luanda. La Ley Audiovisual fue, en la tipificación kirchnerista, la madre de todas

las batallas. El objetivo del gobierno era desmembrar al Grupo Clarín: su tupacamarización. Dos artículos, el 45 y el 161, lo afectaban decisivamente. La desinversión lo obligaba a, por ejemplo, desprenderse de licencias de televisión: tenía 237 (158 operativas) y debía quedarse con 24. Limitaba a 35% la porción del mercado de Cablevisión (que tenía casi el 60% entre cable e Internet). Disponía que quien tuviera un canal de aire abierto, como el 13, no podía tener señales de cable, como TN, y que un operador de cable no podía tener más de un canal pago (el Grupo tenía 9). Desde la aprobación de la ley en octubre de 2009 hasta el fallo de la Corte que la convalidó cuatro años más tarde, Clarín pudo mantener la desinversión en suspenso porque la Justicia avaló las medidas cautelares; una muestra, también, de la notable influencia que había conseguido en los tribunales. Tras el fallo, el holding debió presentar un plan de adecuación que lo dividía en seis partes mal llamadas miniclarines. Un año más tarde, sorpresivamente, la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual (AFSCA), el organismo a cargo de hacer cumplir la normativa, impugnó la adecuación por considerar que el plan del multimedios burlaría parte de la reglamentación. Una manera de extender el conflicto en el espacio y en el tiempo. La ley fue efectiva, como otras decisiones gubernamentales, para dañar a Clarín en el plano económico y en el simbólico. El kirchnerismo incumplió una parte central de sus propios estatutos: aumentar la participación de la sociedad civil y de los medios públicos en un mercado concentrado. Prefirió la propaganda oficialista y la prensa afín. Becerra señaló que de esa manera se estableció una división original: algunas corpos buenas y una corpo mala. Las corpos buenas como Telefónica, Fintech, Telmex y DirectTV han sido beneficiadas con la nueva ley de telecomunicaciones e indirectamente con el daño que se causó al Grupo Clarín. Otras corpos, como la de Cristóbal López o la del dúo Sergio Szpolski-Matías Garfunkel, han recibido ayudas públicas decisivas: en el primer caso, se aprobó la compra de Radio 10 y C5N con varias irregularidades; en el segundo, se brindó una extraordinaria ayuda oficial constante para su financiamiento. En el conflicto, Clarín perdió sintonía con la época. Le auguró finales catastróficos a Fernández de Kirchner, apostó abiertamente —con la fuerza de otros tiempos— por candidatos improbables, perdió equilibrio y matices, y asumió que el grito, la réplica ostentosa era la única manera de responder a

los ataques del Poder Ejecutivo. Magnetto recibió muy poco apoyo del empresariado argentino y menos de lo que esperaba de la dirigencia política, seguramente por la desconfianza y el rencor que había acumulado en su contra a lo largo de un cuarto de siglo de directrices agresivas y comportamientos altivos. También por temor a las represalias de los Kirchner. Varias veces le han preguntado a Magnetto por qué no procuró una tregua. Siempre ha respondido lo mismo: que no existía ya vínculo razonable posible (253). Aunque llegó tarde al antikirchnerismo, el CEO de Clarín reclama una condición de pionero. Cree que sus medios anticiparon lo que iba a pasar y lo enorgullece que mucha gente lo vea ahora. —Prefirieron frivolizar el conflicto: pensaban que estábamos enojados porque nos sacaron el fútbol. Pero nosotros no peleábamos por el fútbol. Estaba en juego todo —no se cansa de repetir—, hasta las libertades individuales. Poco menos de veinticuatro horas después de que apareciera el cuerpo sin vida del fiscal Alberto Nisman, la principal acusada por la denuncia de encubrimiento subió a Facebook una carta, «AMIA. Otra vez: tragedia, confusión, mentira e interrogantes». A partir de allí, y a lo largo de casi veinte párrafos, la presidenta habló sobre ella. Y a continuación recurrió a tres tapas de Clarín para explicar el suicidio con que abre la carta, que tres días más tarde llamaría «el suicidio (que estoy convencida) no fue suicidio»: ¿Es casualidad también que ese mismo día 12, que el fiscal regresa imprevistamente al país, el diario Clarín titula: «Más de 4 millones, de pie contra el terror en Francia»? ¿Es casualidad que al día siguiente, martes 13, y casi secuencialmente, el mismo diario titule en su tapa: «Timerman recibió orden de no asistir a la gran marcha en París»? Desmentida por la presencia del canciller y nuestra embajadora en la marcha. ¿Es casualidad que el miércoles 14 el fiscal presenta ¿su? escrito de 350 páginas sin avisarle a Canicoba Corral, juez de la causa principal, y directamente las remita al juez Lijo? Sí, el mismo que sobreseyó a Corach por encubrimiento. ¿Es casualidad que la tercera tapa secuencial de Clarín sea precisamente este hecho?

La imagen de la portada del matutino mostraba el título «AMIA: acusan a Cristina de encubrimiento a Irán».

Fue una costumbre: contestar a las tapas, asociarlas, estudiar los contenidos, impugnarlos. De la Resolución 125 a Nisman. Lejos de premeditaciones, Nisman se movía con improvisación. A fines de 2014 se encontró en el Teatro Colón, de casualidad, con un corporativo de Clarín a quien no conocía y le anticipó, como al pasar, en un intervalo: «Voy a acusar a la presidenta». La semana de enero de 2015 que siguió a la muerte del fiscal, Magnetto llegó a su oficina con una actitud de victoria. El gobierno parecía grogui. Habló sobre el odio. —No soy de rencores. Y estoy dispuesto a perdonar. —¿Y Cristina? —La presidente… ella tendrá que rendir cuentas. Ella no piensa igual sobre Magnetto: pretende que termine preso por la causa de Papel Prensa, la misma por la que se preocupa doña Antonieta Niro, la mamá del CEO. El 25 de mayo de 2015, el kirchnerismo celebró doce años en el poder. Fue festejo y despedida. Como en la noche de la reelección de Cristina, la multitud eligió su hit del conflicto: Tomala vos, dámela a mí. El que no salta es de Clarín.

Yo recuerdo La oficina de Magnetto ha quedado congelada en el momento en que asumió la conducción estratégica de la empresa: el comienzo de 1982. El comienzo de este libro. Un viejo tocadiscos JVC con sus parlantes le proveen la música con la que a veces intenta relajarse, como el disco de vinilo de Louis Armstrong al tope de su pila. En el verano de 2015 la púa falló y Magnetto se decidió a cambiar por otra industria en declinación: un reproductor de CD. Prefiere, en particular, uno de Tony Bennet y el Rigoletto, la opera de Giuseppe Verdi, en la interpretación de María Callas. La escucha en la edición que Clarín distribuyó junto con el diario. Junto a los equipos de música se halla uno de los objetos mitificados de su

despacho: la trituradora de papeles eléctrica. Su metro de altura confirma el atraso tecnológico: Magnetto lee, memoriza y destruye, cada día de su vida. Lo hace como en puntas de pie; acompaña el proceso porque debe empujar las hojas con sus manos hasta el final. Su oficina no muestra rastros de su actividad: ni publicaciones en papel ni grandes pantallas con noticieros ni radios. Es el escritorio de un ejecutivo de cualquier rubro. Hay un detalle personal en sus prendas: muchas de sus camisas llevan sus iniciales, HHM. Se ha dado algunos gustos, como comprarse unas zapatillas Palladium en un viaje a París. Pero han sido excepción. Contento con su delgadez, en el otoño de 2015 encontró un traje que le queda bien y lo repite casi a diario. Magnetto lee Clarín y La Nación cada mañana, y le agrega Perfil y Página/12 el domingo. Aprendió a domarlos en una hora. En papel. Su computadora también es de colección. Más de una vez le han preguntado si de ese teclado sale la tapa de Clarín, pero ha asegurado que ni las hace ni las sugiere. —Tardaría horas en armar una tapa, no sabría cómo empezar —ha endulzado a sus editores—. Yo respeto a los periodistas. Da orientaciones generales y no se mete en el detalle de la costura cotidiana. Se ríe de lo que considera una tendencia de los periodistas a ver conspiraciones. Casi todos los editores que lo trataron lo escucharon decir alguna vez: —Ustedes, los periodistas… A espaldas de Magnetto las luces rebotan contra la boiserie, un recurso de la decoración. Sobre el escritorio, los lapiceros parecen dos antenas. El patio a su izquierda, de ladrillo a la vista y tres macetones, no filtra demasiada luz. Lo usa poco. Marcelo Tinelli visitó el despacho en 2005, cuando pasó a Canal 13. —Todo es oscuro, los muebles son viejos… ¡hasta el mozo es viejo! No parece la oficina del dueño de Clarín —contó (254). En 2014 uno de los columnistas advirtió que el pequeño living del despacho de Magnetto estrenaba sillones. El CEO lo corrigió: —Retapizamos. ¿Para qué vamos a comprar sillones nuevos si estos están bien? El ascetismo es herencia de su familia, y no del frigerismo como muchos han teorizado. Magnetto creció en la discreción y la austeridad. Sostiene que

esa cultura, que es también la de los otros accionistas, se ha convertido en la de la empresa. Su escasa inclinación por el gasto lo ha llevado a situaciones curiosas. Cuando inició la búsqueda de una chacra en la provincia de Buenos Aires con sugerencias geográficas que le dio Julio Saguier encontró la propiedad de sus sueños, le comentó a otros directivos. Pero regateó el precio y un comprador menos negociador se la birló. Escrituró un Plan B, a pocos kilómetros de Mercedes. Un espacio con magnolias y eucaliptos que funcionan como una suerte de regreso a su añorado mundo rural de Chivilcoy, el que quiso transmitir a sus hijos cosmopolitas. Llega solo en su auto, que maneja a gran velocidad. Pasa los fines de semana dedicado a la jardinería, la lectura y el cine. Sale a caminar con sus perros. También va al supermercado en Mercedes. En el verano de 2015, mientras ponía productos en el changuito, una mujer lo insultó. Les presta poca atención a esos insultos, como a los elogios: un hombre, en un intervalo de una función en el Teatro Colón, le dijo, conmovido, en el invierno de 2014: «Gracias por salvar la República». Podría tener avión, pero prefiere no hacerlo. Sólo se justificaría —pensó— si viajase todas las semanas. En uno de los momentos ásperos del conflicto con el gobierno debió elegir la línea aérea para llegar a Brasilia a recibir un premio, y al ver que Aerolíneas Argentina era la más conveniente pidió que le compraran el pasaje. Sus asistentes —y más de un gerente— le dijeron que no podía viajar en la compañía estatal. Finalmente tomó un vuelo privado. Pero pidió que no se excedieran con la cifra. ¿Por qué nunca se mudó a una oficina mejor, acaso en un barrio más corporativo, y en cambio prefirió quedarse siempre un piso por encima de la redacción, donde se hace diario, primero en el tercer piso y, luego de la enésima reforma, en el cuarto? Una cuestión práctica, apenas: está cómodo, no encontró una razón que justificara la mudanza. Su vida es sencilla: un ping-pong entre su trabajo y su casa. En su despacho cuelga una pintura de Fernando Fader (una escena campestre que lo acompaña desde su llegada a Clarín), otra de Horacio Butler. Todos debidamente regateados, como corresponde al mundo del arte y al goce de Magnetto. Rogelio Frigerio también tenía un Butler en el hall de su casa. Era lo último que miraban sus ojos antes de salir a la calle.

A Magnetto le sucede lo mismo al dejar su escritorio. No es casual, aunque tampoco buscado. Magnetto se sigue pensando como desarrollista. Nunca ha arriado —se ha convencido— esas banderas. La historia de Clarín registra dos hombres y una mujer relevantes antes de Magnetto: el fundador Noble, Frigerio y Ernestina Herrera de Noble. Ni siquiera se cruzó con el primero: su trabajo inicial consistió en profesionalizar la empresa en los tiempos inciertos tras la muerte de Noble. Cuando le preguntan qué estilos o características ha tomado del fundador de Noble contesta elusivamente: —No llegué a conocerlo. En cambio, considera a Frigerio uno de sus maestros y, junto con Arturo Frondizi, su faro político. Despedir a Frigerio y a su grupo político de la empresa fue una de las decisiones más duras de su vida. La Directora tomó la determinación y él la ejecutó. Fue en 1982, cuando él cumplía diez años en la empresa. Hace ya treinta y cinco años que algunos frigeristas lo acusan de traición; lo han escuchado referirse a ellos como «las viudas» y argumentar que lo frecuentó hasta la muerte. Un viaje le impidió asistir al funeral del Tapir. Aunque no lo dice, Magnetto se adjudica haber custodiado el ideario desarrollista en la línea editorial, haber hecho frigerismo sin Frigerio. El desarrollismo es un paraguas tan amplio que en 2014, al cumplirse el centenario del nacimiento de Frigerio, kirchneristas y antikirchneristas reivindicaron su figura. Bajo ese paraguas Magnetto pudo celebrar privatizaciones de Menem y la negociación de la deuda durante la gestión de Kirchner. Quizá porque se vinculó desde muy joven con la política, a muchos de sus pares y sus subordinados el número uno les resulta el más político de los empresarios. Él mismo no se ve ya como un contador, sino como un estratega de medios. Aunque es un lector constante —en sus cumpleaños sólo le regalan libros — en su despacho se detectan apenas dos volúmenes. Uno es La Argentina necesaria, firmado por la Directora, en la edición en cartoné de 1989 con el sello de la Fundación Roberto Noble. El otro también es La Argentina necesaria, pero en una encuadernación de lujo que a muchos ha hecho suponer que Magnetto es religioso: parece un ejemplar de la Biblia. Pero en el despacho del CEO no hubo, por muchos años, otra palabra sagrada que la de la señora de Noble. Lo ha comprendido desde el día uno y sin esa claridad

no hubiese conseguido su lugar estelar. La Argentina necesaria se pregunta por el origen de la decadencia nacional, recorre monográficamente las estructuras económicas de Bolivia, Perú y Venezuela para explicar su subdesarrollo, ubica al populismo como un factor de atraso en el impulso capitalista de Brasil, para llegar al punto que angustia a la Directora y a Magnetto: la persistencia del atraso de la Argentina. Dedica, curiosamente, muchas páginas a la experiencia china y a su apuesta de salir del subdesarrollo. Y, en menor medida, a la democratización de la Unión Soviética. Impulsaba su pluma el afán de que la Argentina avanzara por su propia avenida histórica, ancha y promisoria. El libro es el país y el mundo que miraba Magnetto en 1989 en la pluma del escritor fantasma de Ernestina Herrera de Noble. Así ejerció ese trabajo de varias tareas: contener a la Directora, aguantar su ciclotimia, sostenerla, ayudarla en su vida cotidiana y hacer que ella brille en discursos, en las páginas del diario y en su opus. Hace tiempo ya que la señora de Noble se fue apagando en sus funciones. Aunque desde 2013 ya no pisa las instalaciones de la calle Piedras, su despacho y su comedor personal en el cuarto piso se limpian como si fuera a llegar en cualquier momento. Su retrato y el de su marido permanecen incólumes. Una tarde alguien creyó haber visto un vaso con agua. Los espacios de la Directora han adquirido un carácter fantasmal. De modo tangible sobrevive en la biblioteca de Magnetto (255). Cada dos meses, a lo sumo tres, Magnetto la visita en su casa en el Partido de San Isidro. Hablan generalidades del diario, del país, y de los hijos. Marcela y Felipe Noble Herrera han conocido la exposición pública por la causa de su adopción. Marcela es adscripta de la Dirección de Asuntos Corporativos. Se encarga de temas específicos como las ferias en las que participa el Grupo (por ejemplo, Feriagro) y ha empezado a participar en las reuniones de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP). Felipe trabaja en la parte de Informática del diario. Ni ellos ni los hijos de Magnetto —Marcia y Ezequiel— han heredado la vocación de conducir una empresa. Desde 2012, los hijos de los principales accionistas (Noble, Magnetto, Pagliaro, Aranda) asisten a los encuentros gerenciales anuales de Mar del Plata para empezar a conocer los temas centrales del multimedios. El sobrino del CEO, Pablo Massey, responsable de Relaciones Institucionales, hizo carrera en la empresa. Hijo de una de las hermanas de Magnetto, abogado, criado en

Chivilcoy y apodado Cachecha, ha tenido cierta importancia en los años del conflicto. Nadie en el holding cree que el número uno pueda ser reemplazado. Como si brillara en una liga superior. Los principales directivos de Clarín trabajan en un nuevo liderazgo, diversificado, como se prefiere en la tradición del mundo corporativo: muchos magnettitos para reemplazar a Magnetto cuando sea necesario. Él también ha contribuido a perfilar esa imagen. A la gran pregunta de por qué Clarín creció tanto entre 1982 y 1991 mientras los otros diarios quedaron tan chicos, Magnetto da una respuesta mercurial. Dice haber visto algo que sus competidores no detectaron. Con su tono porteño, ha eludido las precisiones: —Nos podríamos haber equivocado, podríamos haber sido los pelotudos de Buenos Aires. Pero la vimos. Y los otros no la vieron. Según la versión oficial, Magnetto sabía con claridad hacia dónde dirigía la empresa, pero se movía sin referencia de casos previos. Pero comenzó la expansión horizontal porque era lo que observaba en el mundo como tendencia. La ventaja competitiva de haberla visto se unió a la fuerza de contar con la base de un diario: tenía una audiencia construida y un excedente para invertir. Y para eso tenía algo de lo que se precian los que han tocado melodías desarrollistas. Entendió hacia dónde iba la acumulación capitalista. Esa visión, cree él, no es producto de leer revistas de tecnología o asistir a congresos de innovación, sino de la cabeza de viejo cuadro frigerista para interpretar y adivinar el movimiento del proceso histórico. Ha pensado sobre esos conceptos que suenan pesados y anticuados para sus interlocutores jóvenes. Pero son, aún, sus sonidos. El número uno no ha confesado la receta de cómo hizo para haberla visto. Sus medios han tenido, por varias décadas, la capacidad de detectar los humores sociales para ser una suerte de reflejo o representación del sentido común de cada época. ¿Qué hace Magnetto para captar eso? Ha repetido que lee mucho para informarse, que habla con los periodistas de Clarín, que va al supermercado. Muchos argentinos hacen esas tres cosas, pero ningún otro logró convertirse en cabeza del multimedios más grande. Con el mismo secretismo, no reconoce errores. Aunque dejó a la compañía al borde de la quiebra, el endeudamiento no fue un error, se ha defendido: fue una prueba de riesgo a la que se vio obligado porque no había

crédito en la Argentina. —Si hubiésemos sido conservadores, habría sido más fácil. Pero en general fuimos exitosos —ha argumentado ya fuera de peligro. Ha dicho que cometió errores, pero ninguno de fondo. Tampoco considera como un traspié los negocios frustrados, como el cable en Brasil, o Cidade Internet. El intento de expansión internacional comenzó en Campinas y allí terminó, porque la regulación era otra, y la relación entre el Estado, los gobiernos y los privados era otra. Magnetto le ha echado la culpa al establishment brasileño y su habilidad para poner trabas a los potenciales competidores extranjeros. —A nosotros nos va bien si al país le va bien —ha repetido el mito clarinista. Sin embargo, a Clarín también le fue muy bien durante la declinación del país. Y en su caso particular: ganó Papel Prensa en el momento más dramático del siglo XX, el acceso a la radio y la televisión durante la crisis de 1989 y salvó a su empresa de no caer en manos de los acreedores en la poscrisis de 2001. —Hemos sido exitosos —me dijo— y eso genera muchas envidias. Hubiésemos preferido mayor competencia en el mercado de medios. Pero no se dio. Así, quita cualquier responsabilidad del multimedios en la falta de competencia. Para explicar la expansión, Magnetto prefiere los ejercicios contrafácticos. Si Menem hubiese esperado un año más no le otorgaba el Canal 13 a Clarín, ha especulado; lo hizo porque en ese momento necesitaba dar señales de apertura y desregulación. Magnetto cree que la influencia del Grupo se ha exagerado. Cuando observa su recorrido de 1982 a 2003, niega cualquier lógica transaccional que implicara cambiar apoyo editorial por beneficios gubernamentales. Lo hablamos en la primera conversación que tuvimos, en el verano de 2015. —Es una idea de Julio Ramos, que el resto de la manada informativa siguió por inercia, por vagancia, y a veces por interés. Y aparecieron esas ridiculeces como que Clarín es oficialista al principio, obtiene beneficios y luego se hace opositor. Hay secuencias que contradicen al CEO. La convocatoria para la licitación

de los canales 13 y 11 se hizo en 1989, antes del anuncio de los indultos; los decretos que Menem calificó «de pacificación nacional» recibieron un apoyo enfático infrecuente en la historia del diario; luego Clarín recibió la adjudicación del 13. Entre los tres hechos no pasaron tres meses. No existen registros de dame un canal y te apoyo un indulto, pero la secuencia sugiere una lógica de intercambio sutil que ha funcionado y se ha sostenido en el tiempo. Magnetto aún cree que los indultos fueron una buena decisión de Menem. Y que hubiese publicado ese editorial en cualquier contexto, porque aún los defiende. Una de las debilidades argumentativas del CEO se halla en esa negación del vínculo de la empresa con el Estado, los gobiernos y la política. A tal punto que en su defensa en el caso de Papel Prensa se ha obstinado en hablar de un acuerdo entre privados: los Graiver y La Nación, Clarín y La Razón. Existe una evidencia abrumadora —testimonios que tomó el fiscal Ricardo Molinas y otros publicados en medios de comunicación y libros— que prueba cómo la Junta Militar operó sobre los compradores y los vendedores. Papel Prensa es su orgullo. Lo han comprobado los empleados de la empresa. A fines de la década de 1990, Christian Schwarz, adscripto a la Dirección, participó en una reunión para planificar un año de trabajo que duró cuatro horas; Magnetto le dedicó un tramo importante a contar la historia de la planta de papel para diarios. Algo excepcional para alguien poco propenso a perder su tiempo. (256) Aun antes del conflicto con el kirchnerismo, Magnetto ha mostrado una notable incapacidad para reconocer el dolor ajeno y una nula predisposición a analizar el rol de su diario durante la dictadura militar y la compra de Papel Prensa. La región ofrece contraejemplos: en 2013, O Globo reconoció el «error histórico» de haber apoyado el golpe de Estado de 1964, que dio inicio a un régimen militar de veinte años. En un sistema cerrado de defensa, el CEO cree que Papel Prensa le dio un instrumento fundamental a la industria de los diarios. Esa novedad empequeñece el resto de la historia. Esa suerte de falla de origen ha habilitado todas las dudas posteriores: borradas las negociaciones con la dictadura, las que se realizaron con los gobiernos democráticos son poca cosa. En la cabeza de Magnetto, el Grupo tiene una visión del mundo y el país y no negocia su línea editorial por favores gubernamentales.

Sin pestañear y sin dudas, con la fiereza de quien convence porque se ha convencido: —Jamás le he pedido nada a un presidente. Como creí entender mal, le pedí que repitiera la frase. —Jamás le he pedido nada a un presidente. Esa letra esconde los modos sutiles —y no tanto— con que el Grupo presionó a distintos gobiernos: el repertorio de Clarín es más amplio que el de cualquier otro holding nacional. Puede usar los mecanismos clásicos de lobby —ante los tres poderes de la República, ante las cámaras de su sector— más la fuerza abrasadora de sus tapas, sus zócalos en sus noticieros y los temores que ha generado en buena parte de los dirigentes políticos, empresariales y gremiales del país. Magnetto nunca sintió que los presidentes argentinos realmente lo escucharan o le prestaran atención. Lo recibieron y habló con ellos, pero en un entorno protocolar. Ha dicho que los problemas con Alfonsín surgieron por las críticas a la política económica y por la manera en que el diario cubría los paros generales de la CGT; la colección del diario lo desmiente. O, si se quiere, ha elegido recordar un Clarín mucho más benigno con el presidente radical. Durante todos esos años el diario reclamó la derogación del artículo 45 para poder entrar al negocio de la radio y la televisión. Para Magnetto, Alfonsín estaba muy cómodo con ese esquema de canales estatales porque reducían las fuentes de críticas. Ni Clarín ni el número uno hicieron explícito ese pedido: en un estilo caro a la empresa (siempre invocaron el interés general del país y no la ambición empresarial). Cuando lo consultaron, las explicaciones que ha dado a esa ocultación han sido poco satisfactorias. —No la vimos. Magnetto no cree que el Grupo haya procurado encarnar a los argentinos desde que la crisis de representación empezó a afectar la credibilidad de los partidos en la bisagra entre las décadas de 1980 y 1990. Desde su punto de vista, la situación comenzó antes, en la década de 1970, cuando el diario creció en masividad y la sección Política empezó a tener gran peso. Paulatina y sostenidamente, los dirigentes partidarios comenzaron a mirar a Clarín. Algunos encontraban una superposición entre los lectores del matutino y sus votantes. No se trataría de una disputa por la representación entre la cúpula política y el multimedios que comenzó en 1990: cree que uno de los problemas centrales del país son los vacíos de poder y que Clarín contrapesa

a los gobiernos que —como el de Menem y sobre todo el de Kirchner— usaron al Estado para llenarlos. Magnetto piensa que la Argentina no está preparada para que los medios de comunicación comuniquen a su público sus preferencias electorales: aumentaría la desconfianza y las dudas sobre su imparcialidad, ha argumentado. Evita los nombres propios, pero se le escapan algunos elogios: considera que Carlos Chacho Álvarez contribuyó a modernizar la política argentina. Uno de los rasgos internos de la empresa ha sido su dureza e intransigencia ante las comisiones internas y los reclamos asociados de sus trabajadores. Magnetto ejecutó cuatro grandes tandas de despidos: en 1972, en 1976, en 1982 y en 2000. Cree que en el periodismo se tiende a administrar los conflictos irresponsablemente. Un grupo de comunicación gasta el 70% de sus ingresos en salarios, cifra que considera alta si se la compara con las de otros rubros. Un piso debajo de él, los periodistas no piensan lo mismo.

Clarín se hace con Rivotril Por primera vez en la historia de la redacción de Clarín, una antinomia política se hizo insoportable. Durante sesenta años había sido un vecindario de convivencia con tensiones. En la primera camada, la de 1945, Noble había reclutado a fascistas y comunistas, a los que pronto se sumaron antiperonistas y peronistas. Los frigeristas entraron a la conducción periodística en 1965, pero optaron por limitar el número de militantes en la cuadra a veinticinco o treinta, porque Frigerio pretendía evitar su partidización. La coyuntura hizo variar el reclutamiento: a principios de la década de 1970, cuando Juan Domingo Perón puso el guiño para girar a la izquierda, dio poder a profesionales como Horacio Verbitsky, y cuando el tercer gobierno justicialista se descomponía y giraba a la derecha, incorporó a redactores con buen acceso informativo a las Fuerzas Armadas, como Luis Garasino. Desde la recuperación de la democracia hubo una mayoría peronista en la década de 1980 y desbordantes simpatías por Chacho Álvarez en la siguiente. En el nuevo siglo, las adhesiones tardaron en asomar: en el simulacro de elecciones de 2003, se impuso Elisa Carrió. Con el triunfo de Néstor Kirchner se produjo una creciente adhesión,

simultánea y paralela, de la empresa, la redacción y la sociedad argentina, como pudo advertirse en las performances electorales del Frente para la Victoria (FPV) en 2005 y 2007. La antinomia kirchnerismo-antikirchnerismo llegó a la redacción durante el choque con el campo, un año más tarde. Algunos jefes insultaban a la mandataria durante sus alocuciones y otros participaron en los primeros encuentros del grupo de intelectuales kirchneristas de Carta Abierta. La esgrima y la chicana crecieron en intensidad. María Seoane, quien había entrado a trabajar al diario como editora en junio de 1993, recibió su primer rechazo a una nota: una breve historia de las retenciones desde Isabel Perón a Alfonsín. Como compensación, le otorgaron el supuesto privilegio de reseñar la biografía autorizada de Magnetto. La elogió enfáticamente sin que nadie se lo pidiera. Cuando dejó el diario, se sumó al oficialismo como directora de Radio Nacional. La siguieron otros integrantes de la redacción con simpatías por los Kirchner. Muchos también se marcharon para aprovechar los retiros voluntarios de la empresa, que pretendía achicar la planta de profesionales debido a la caída de la circulación. Durante la pelea con el campo, varios periodistas se desencantaron del gobierno. Walter Curia, editor y luego jefe de El País (unión de las secciones Política y Economía), lo llevó al papel. En la Plaza de los Dos Congresos, creyó ver una farsa cuando Kirchner comparó la protesta opositora con los comandos civiles. Escribió: Ayer Kirchner volvió a dirigirse después de mucho tiempo a la clase media porteña, a la que desprecia con diferentes grados de razón. Le dedicó un párrafo de su mensaje, casi una recriminación, recordándole que su lugar debería ser el del pueblo. Nadie quiere escuchar que no forma parte del pueblo. Tampoco los que se concentraron a cinco kilómetros, en Palermo, y que fueron por una vez mayoría (257).

En septiembre de 2009, Néstor Kirchner fijó una nueva interpretación: Magnetto guionaba a los empleados del Grupo. En una conferencia de prensa, el redactor de Política Leonardo Mindez le preguntó por su declaración jurada de bienes: —Usted dijo, y también la presidenta, que esa declaración era cristalina, que estaba en manos de la Justicia. A lo mejor sería bueno que pueda aclarar el incremento patrimonial del 570% en años en los que usted fue presidente. —Mirá, yo no sé si te mandó (sic) Clarín, Magnetto o Rendo… —

respondió el ex mandatario—. Como cualquier ciudadano, me someto a la Justicia. Desde la Secretaría de Trabajo y Previsión, Perón aspiraba a inducir fracturas internas en las empresas periodísticas y a captar la simpatía de sus trabajadores, con más derechos, mejores condiciones laborales y beneficios específicos, como el Estatuto del Periodista. Con los embates personales, como la mención de la presidenta al dibujo de Sábat en pleno conflicto ruralista y la respuesta de Kirchner a Mindez, el gobierno contribuyó a un acercamiento entre la redacción y la empresa en pos de la defensa del medio. Muchos en el Poder Ejecutivo imitaron al ex presidente. El canciller Héctor Timerman enrostró a un periodista del diario la falta de una comisión interna. No se conocen aún las contribuciones de Timerman al movimiento de los trabajadores argentinos, pero sí que su estreno como propietario de un medio no lo llena de orgullo: fue ante el dictador Jorge Rafael Videla, en la Casa Rosada, el 2 de abril de 1976, junto con un grupo de representantes del sector, entre los que, por cierto, estaba Magnetto. Durante el conflicto el cuarto piso adquirió la costumbre de bajar constantemente al tercero: participó mucho más en los contenidos. Se vivieron situaciones inéditas. Algunos directivos de la empresa observaban los monitores de los cronistas; el holding le pagó a un redactor patagónico para que hiciera averiguaciones sobre los Kirchner. Escenas laterales del periodismo de guerra. Muchas veces los redactores no entendían la lógica corporativa del conflicto: la primera nota sobre el caso Ciccone, por el cual fue procesado el vicepresidente Amado Boudou, languideció seis meses a la espera de su publicación, contaron los que empujaron para que se imprimiera. Magnetto, por razones que no se conocen, prefirió frenarla. El caso Boudou ganó un espacio sostenido en las páginas del diario, al punto de tener períodos sin ninguna tregua. En otras ocasiones los jefes de Política esperaron hasta muy tarde en la noche orientaciones sobre las notas que formaban parte del conflicto. Muchas veces no llegaron, porque la empresa no manifestaba su posición o no la tenía. Y otras tantas veces la dirección corporativa pidió con frecuencia inédita entrevistas a determinados candidatos. Las hostilidades en público y en privado cambiaron el espíritu de la redacción. Desde que la pelea no tuvo retorno resultó muy difícil trabajar en Clarín, especialmente para aquellos que cubrían temas de gobierno. El acceso

a la información se redujo considerablemente y dificultó el trabajo diario. A veces no se podían verificar ni las noticias favorables. Por décadas y décadas Clarín había permitido a los periodistas beneficios que trascendían su trabajo por el peso de ese apellido agregado: Fulano de Clarín. Y de repente, esos mismos profesionales recibían agresiones públicas de un gobierno que en plena guerra había recibido el 54% de los votos. En términos de las ventajas de la vida cotidiana, los que usaban la calcomanía de Clarín para conseguir estacionamiento preferencial dejaron de usarla por miedo a que les rayaran el auto. Matilde Sánchez consiguió sintetizar el estado de angustia de la redacción en una imagen farmacológica eficaz: —Sin Rivotril no se hace Clarín. Era una novedad en la historia: hasta entonces el insumo fundamental, además de los recursos humanos, había sido el papel. «No podemos ser psicólogos», argumentó Kirschbaum en una de las tantas reuniones catárticas en las que editores y redactores lo anoticiaban de sus padecimientos. La empresa descuidó la redacción al calor del conflicto. Los salarios y las condiciones de trabajo empeoraron. Algunos sueldos quedaron tan bajos que los cronistas que los cobraban no podían pagarse un traje, algo necesario para, por ejemplo, hacer periodismo político. En 2012, doce años después de los despidos de la comisión interna, los trabajadores de Clarín volvieron a elegir a sus representantes. La inflación había provocado una revitalización en todas las redacciones. El diario enfrentaba números negativos. La caída de la circulación sumada a la merma de la publicidad generó pérdidas grandes. Se le agregaron variables del combate, como la baja brutal de la pauta oficial y elementos novedosos: Moreno, que había mostrado un revólver en reuniones con hombres de negocios, exigió a los supermercadistas que no anunciaran en Clarín. Magnetto —cuentan Rafele y Fernández Blanco— intentó en vano que la Asociación Empresaria Argentina lamentara el ahogo económico a los medios que podrían afectar la libertad de expresión. Pero su grupo también necesitaba apoyo material: Techint, Arcor y otras firmas se negaron a pautar. El rojo mayor de las cuentas de AGEA (la empresa del Grupo que edita Clarín, Olé, La Razón y Muy) llegó en el balance de 2014: perdió 218 millones de pesos. Ese mismo año, Artear, cuya nave insignia es Canal 13, ganó 257 millones. Aunque la facturación del canal y el diario es similar (unos 2.000 millones de pesos) las pérdidas se originan —explican los

responsables financieros del Grupo— por la estructura mayor de AGEA y la crisis de la industria gráfica a escala mundial. Radio Mitre ganó 20 millones. A pesar de haber aumentado considerablemente su audiencia gracias a la declinación de Radio 10 y la contratación de Marcelo Longobardi y Lanata, sus números parecen pequeños en comparación con otros negocios. Cablevisión, que concentra más del 80% de las ganancias del Grupo, ganó 1.680 millones de pesos. La gran novedad periodística del Grupo fue la contratación de Lanata, un histórico denunciador del multimedios desde los apremios de papel que padecía Página/12 cuando lo dirigía. El estilo de Lanata había sido incompatible con Clarín durante tres décadas. Su contratación, primero en Radio Mitre y luego en el diario y en el programa televisivo Periodismo para Todos, era una concesión de Magnetto. Crítico de Lanata ante sus interlocutores de la empresa, le ha cuestionado falta de profesionalismo, de rigor, pero pondera sus dotes de gran comunicador. Para la guerra necesitaba eso: la eficacia de un comunicador, no el estilo matizado y equilibrado que había forjado el diario. Ahí el CEO perdió su batalla cultural interna. Lanata y sus denuncias televisivas llevaron el tema de la corrupción a un público menos interesado por la política. Magnetto elogió inclusive a los imitadores del programa, especialmente el de Kirchner. Si Lanata fue un ingreso inesperado, también se produjeron desvinculaciones inesperadas. El encuestador cautivo del grupo, Roberto Bacman, quien llevaba un cuarto de siglo al servicio de la empresa como titular del Centro de Estudio de Opinión Pública (CEOP), debió marcharse. Hablaba con Magnetto y con Kirchner. Después de la crisis con los productores agrarios, Bacman fue convocado por uno de sus interlocutores más encumbrados: —Tenés que elegir entre Clarín o el gobierno. Acordate de que los gobiernos duran cuatro años nada más. Kirchner le garantizó trabajo como consultor y una serie de empresas para las que CEOP trabaja. Bonelli dio el ejemplo opuesto. Había establecido una relación de varias dimensiones con Kirchner. Racing fue una de ellas: el periodista llevó a Reinaldo Mostaza Merlo a la quinta presidencial de Olivos, donde los tres hablaron de la intervención del club y hasta de la compra de jugadores. Kirchner llamó a Bonelli entre gritos después de un 1-4 en el que uno de los jugadores que había sugerido el periodista tuvo una mala tarde, contó un

amigo de él. También existía un vínculo monetario. Bonelli, según reveló el diario Perfil en septiembre de 2005, figuraba primero en la lista de periodistas que cobraban dineros oficiales (258). Siete años más tarde la presidenta acusó a Bonelli de recibir, junto con su socio Rubén Cáccamo, un cuarto de millón de pesos anuales de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) para el newsletter que hacían para suscriptores del ámbito político y empresarial, que a su vez eran fuentes. El propio gobierno había contribuido a fijar ese monto. La respuesta de Bonelli fue poco convincente: dijo que todos sus ingresos estaban declarados. El gobierno trató de tentar a Bonelli. Aprovechó su molestia con Canal 13 porque lo habían suspendido cinco días luego de que le diera una trompada a un productor (pero se enojaría mucho más al conocer los montos del sueldo de Lanata y el presupuesto para su producción) para ofrecerle trabajo en el canal oficial o en los privados vinculados al oficialismo, según prefiriese. Pero el periodista económico no aceptó. El compañero de Bonelli en A dos voces, Gustavo Sylvestre, en cambio, se marchó. Sylvestre no era ajeno al universo de Magnetto: aunque no lo visitaba, cada martes escribía un memo con información política que Carlos D’Elía le entregaba al CEO en mano. En quince años sólo le devolvió un comentario: le observó un dato aparentemente incorrecto. El trato habitual con los Kirchner —les escribía por sus cumpleaños— lo proveyó de varias primicias. Algunas las pudo dar al aire; otras quedaron embargadas porque el presidente se las contaba con la condición de que esperase días o semanas hasta hacerla pública. Con el conflicto rural Sylvestre empezó a enfrentar choques en TN por pedidos explícitos para que no invitara a dirigentes agropecuarios afines al gobierno. Sus jefes le colgaron el cartel de kirchnerista. El día de la muerte del ex presidente le reprocharon que lo elogió y desoyó el pedido superior de neutralidad. Sylvestre respondió que sólo había hecho una semblanza. La comisión interna de AGEA produjo, a fines de 2014, una encuesta sobre clima interno y calidad periodística de la redacción. En los últimos años la gran inversión en AGEA fue la convergencia entre la edición en papel y la digital, la cual disparó diversos conflictos. Respondieron 516 trabajadores, un tercio de los empleados de la empresa. Constituye la primera encuesta disponible al público sobre la vida interna de la redacción.

El 91% se siente mal remunerado. Al 74% le preocupa mucho o muchísimo el rumbo editorial. El 58% no ve que AGEA tenga una estrategia para enfrentar la crisis de los diarios. Al 26% que la ve no le parece correcta. El 68% considera negativa la evolución del diario desde la convergencia. El 81% cree que la conducción de la cuadra no defiende las condiciones de trabajo de sus periodistas. El 80% calificó al diario por su calidad periodística de 1 a 6 puntos (10 sería la máxima puntuación); 5 puntos fue la calificación más extendida: 27%. El 6% cree que el diario es mejor que hace diez años. El 51% eligió a lanacion.com como el mejor medio online de la Argentina; sólo el 9% a clarin.com. El 40% cree que la pelea entre el gobierno y el Grupo afectó mucho su tarea en el diario; el 37% cree que poco y el 23% cree que nada. El 10% cree que Clarín es un medio independiente; el 48% considera que no, y el 42%, que eso depende de la sección. El 39% dice haber sufrido alguna situación de maltrato laboral. El 86% cree que la empresa no acepta la vida gremial de sus empleados (259). Las críticas alcanzan todos los niveles posibles: condiciones laborales, línea editorial de la empresa, relación con los jefes y reconocimiento gremial. Vistos en perspectiva, los números también reflejan el fin del consenso en torno a la supremacía periodística de Clarín. Si en la década de 1990 los profesionales de otros medios señalaban al matutino como referencia principal, hoy una buena parte de trabajadores parecen estar a disgusto. No hay pistas suficientes sobre la agenda del diario después de 2015. La empresa cree que se debe achicar la planta profesional y continuar con el ajuste de gastos. Todavía queda pendiente la discusión de la conducción periodística sobre el futuro de los contenidos en un período posconflicto.

El CEO y el porvenir Magnetto nació en 1944. Un año antes que Clarín y el mismo día de la independencia argentina: el 9 de julio.

Sus padres se habían conocido en un baile de San Sebatián, una colonia de irlandeses, italianos y vascos ubicada cerca de la ciudad de Chivilcoy, en la provincia de Buenos Aires. Su madre vivía en esa ciudad; su padre se había criado en el campo, con doce hermanos. El CEO se considera de Chivilcoy, aunque nació en la Capital Federal por un trabajo circunstancial de Manuel Magnetto en una empresa láctea alemana. Se instaló en la ciudad bonaerense, con sus padres y sus dos hermanas mayores, cuando todavía no había cumplido dos años. Allí completó el comercial; con un grupo de compañeros del secundario se mudó a La Plata para estudiar Ciencias Económicas. La Capital Federal les quedaba demasiado más lejos. Fue el primer universitario de la familia, que incluye también a decenas de primos. Se graduó con medalla de oro. Después de recibirse ingresó como contador general en la concesionaria de autos Berlingheri. Era coordinador económico financiero de la casa central de la ciudad de Buenos Aires cuando renunció por un llamado de la política. Su segundo empleo en el sector privado fue en Clarín. Y allí se quedó hasta convertir a la catapulta de Noble en una corporación multimedios y abandonar las filas de los asalariados para saltar a la de los propietarios. Doce años después de haber entrado, ya al mando de la empresa y con cuarenta años, el CEO se convirtió en padre. En su biografía autorizada contó que en 1984 él y su esposa Marcia adoptaron a Marcia y un año más tarde, a Ezequiel. Sus fotos prevalecen en el despacho del cuarto piso. Se separó de su mujer durante los turbulentos años de las posdevaluación. Poco después del divorcio se declaró su enfermedad, y ella lo acompañó durante los tratamientos. La posibilidad cercana de la muerte lo ha abierto a la conversación sobre esos temas con las personas de su confianza y también con extraños que le han preguntado por su familia: —Mis hijos son lo más importante de mi vida; Clarín es una parte de ella. Reconoce rasgos suyos en Marcia y Ezequiel: son personas sencillas, van a la esencia de las cosas, son austeros. A veces piensa que le quedaron asignaturas pendientes, como cantar o tocar algún instrumento. Algunas ya no son posibles, consecuencia de la enfermedad. También la docencia, pero no sabe si tendría la paciencia. Siempre operó con una idea acabada del porvenir: en la década de 1970 aceleró la compra de Papel Prensa; en la de 1980 peleó con persistencia para

entrar al negocio audiovisual y en la de 1990 compensó su llegada tardía al cable con una inversión extraordinaria. Pero una suma de factores le ha quitado la posibilidad de mirar el mañana con la claridad que solía tener. Por primera vez la industria que ha liderado por cuarenta años ha asumido la fragilidad de su destino. Hoy el principal estratega de medios no sabe en qué consiste el porvenir. La marcha hacia la digitalización parece irreversible, pero no es garantía de nada. —¿Qué va a reemplazar a la prensa? —se preguntó en una de las conversaciones que tuvimos—. Occidente no tiene conciencia de lo que significará para el mundo la pérdida de la centralidad de los medios. La función social del periodismo y los periodistas sigue siendo esencial. Ha descartado que, ante la crisis, Clarín se convierta en un holding con inversiones en otros rubros distintos de la industria de los medios. Ya hubo una discusión de ese tipo en la empresa y ganó la posición del número uno: la libido y la atención se deben poner en la comunicación masiva. Magnetto tiene una certeza: el 11 de diciembre de 2015 termina el conflicto con el kirchnerismo, aun si ganan los candidatos del FPV. Las secuelas —entre ellas, los juicios— se extenderán en el tiempo, pero la guerra terminará. Augura una era más tranquila, para la pacificación de los ánimos; sólo le preocupa que, en su opinión, la economía está mucho peor de como la ven los opositores. Su estrategia de los últimos años fue defensiva: en lugar de avanzar, debió cuidar lo que tenía para malograr lo menos posible en el campo de batalla con el kirchnerismo. Perdió una cantidad enorme de dinero sin resignar audiencia. No ha hecho el cálculo sobre la cifra exacta porque es complicado (habría que establecer lo que no pudo ganar para sumarlo a lo que efectivamente dejó por el camino) y le parece un desperdicio de su valioso tiempo. Suele elegir una imagen gráfica. Una mano masculina que simula una masturbación y una palabra: el harakiri. Desde su perspectiva de CEO, el Grupo ganó al plantarse: —Somos lo que somos y estamos muy orgullosos. Curiosamente, el multimedios no se propone revisar sus posiciones empresariales y periodísticas sobre el conflicto. No existe autocrítica. Sólo la vanagloria de —como se dice en la calle Tacuarí— haber impedido la

cristalización de una tiranía. Más allá de la coyuntura, Magnetto tiene una mirada muy pesimista del país. Cree que la Argentina no sale de su decadencia, según insiste en diagnosticar. Si acaso, las cosas mejorarán de modo gradual. Al nuevo gobierno no le atribuye más que la posibilidad de sembrar las bases para un futuro mejor. Esa mirada negativa es un contraste notable con lo que difunden a diario los medios de su propiedad. Al centrarse en la crítica y la denuncia al kirchnerismo, sugieren, sin decirlo, que las razones de la decadencia del país se encuentran en los Kirchner. Desacuerda. No cree que la información que difunde Clarín sea hostil o de guerra contra el gobierno. —Es una cobertura —me dijo— que, sobre todo, refleja la preocupación por la situación del país. Que, en general, es muy mala: en lo político, en lo económico y en lo social. Repite su diagnóstico: —La Argentina ha quedado inconclusa. No culpa a la política por la decadencia nacional: también responsabiliza a los dueños del capital y a los intelectuales. Habla de su mediocridad persistente y general. Hace tiempo que esa decepción es mutua: algunos editores importantes de Clarín, empresarios y dirigentes políticos coinciden en que el Grupo genera más miedo que respeto en los círculos corporativos, como ocurría en los partidarios. Magnetto recibe a pocos empresarios de su propio sector; delega ese vínculo en otros. Dos de ellos, Daniel Hadad y Manzano, lo saludaron por primera vez en el coctel de la embajada de los Estados Unidos el 4 de julio de 2012. A Hadad le preguntó sin preámbulo si Cristóbal López ya le había pagado por sus empresas. Su relación más sólida y perdurable se mantiene con las dos familias que gobiernan La Nación, los Mitre y los Saguier, a quienes prefiere. Su desencanto al mirar el paisaje empresarial argentino reconoce una sola excepción: los Rocca y su empresa Techint. Vuelve sobre el diagnóstico: —La Argentina ha quedado inconclusa. No encuentra un lugar en el mundo ni sabe cómo llegar. Como si el país se hubiese estancado en ese libro duplicado en su

despacho, el que lleva la firma de la Directora. Magnetto sabe que, más allá de la guerra imaginaria, los diarios del futuro serán para pocos. Algo que afecta especialmente a un matutino multitarget como el suyo. Entre las especulaciones sobre el porvenir, una de 2014 le ponía fecha de vencimiento a su matutino en papel: se imprimirá por última vez en 2029. Dice que espera no estar vivo el día que Clarín no salga en papel. Lo dice y se ríe. Puede ser un chiste. Y no. Marcia Magnetto (treinta y un años, estudiante de Relaciones Internacionales en la Universidad Torcuato Di Tella) ha contado en sus cuentas de Twitter e Instagram algunas de las conversaciones con su padre. En su avatar se presenta como «Hija orgullosa». Lo llama Beto. «Papá... estemmm... Nada. Me voy. Eso. Bah. Sí, eso, así: papá, me voy (cara de “de qué habla esta mujer”)». Lo ha retratado a partir de sus máximas: «#Beto es como Zapata, si no la gana, la empata». «#Beto fuente de toda sabiduría dice: no vayas a cazar al zoológico». Suelen recorrer juntos lo que Marcia llama la «Betoguarida»: la chacra familiar en Mercedes. En una de las fotos de Instagram se lo ve guiando a cinco perros de la misma raza: de espaldas, con un short y una remera de manga corta. No hace demasiado caminaba con él cuando lo sorprendió con una pregunta que no mencionó en las redes sociales: —¿Qué vas a hacer después de tu retiro? Magnetto no tiene la fantasía de la vejez en la paz campestre ni la de recorrer el mundo. Siempre vuelve a ese despacho poco iluminado, con muebles y objetos viejos. Cree que alguna vez alguien le avisará cuando ya no pueda aportar a la organización. Y que en ese caso se jubilará. Nunca había pensando en el retiro y no supo qué responderle a su hija. Hablaron de otros temas en los kilómetros que quedaban de caminata.

243. Clarín, 1° de septiembre de 1978. 244. Sandra Russo, La Presidenta. Historia de una vida, Buenos Aires, Sudamericana, 2011, pág. 293. 245. «Magnate de prensa se queja de Kirchner ante el embajador», cable confidencial del

17 de mayo. Disponible entre los cables filtrados por WikiLeaks y provistos al autor por el periodista Santiago O’Donnell. 246. Citadas en Maximiliano Montenegro, Es la eKonomía, estúpido. La historia secreta de las decisiones, trampas y falacias del kirchnerismo, Buenos Aires, Planeta, 2011, pág. 98. 247. Esa tendencia superaba, según el relevamiento de Diario sobre diarios, el ratio de tapas positivas respecto del gobierno de Kirchner, desde el día que asumió hasta diciembre de 2005: 235 positivas, 79 negativas. 248. Montenegro, op. cit., págs. 98-104. 249. Martín Becerra, «Concentrados como siempre, cuestionados como nunca», en VV.AA., 30 años de democracia, Buenos Aires, Planeta, págs. 123-125. 250. En los balances del Grupo Clarín presentados en la Bolsa de Comercio se informa que hasta 2014 el 85% de las ganancias correspondían a «televisión por cable e Internet» (Cablevisión y Fibertel). 251. Con ese grupo de empresarios, al que se sumó el banquero Jorge Brito, discutió además la posibilidad de ingresar al Grupo Clarín. Según reconocieron dos de ellos, estimaron el valor de la empresa en 3.500 millones de dólares. 252. Jorge Lanata, La década robada: datos y hechos en los años de la grieta, Buenos Aires, Planeta, 2014, pág. 95. 253. Magnetto se diferenció del acuerdismo de Gustavo Cisneros, cuya biografía autorizada el CEO de Clarín había presentado en el MALBA en 2003. La relación del magnate de la prensa venezolana con Hugo Chávez había pasado por varias etapas. Después del golpe de 2002, Chávez dijo que había una banda presidencial preparada para Cisneros, aunque el que asumió por escasas horas fue el empresario Pedro Carmona. Luego el mandatario y el dueño de medios pactaron un modus vivendi. 254. El propio Kirchner había hecho gestiones ante Canal 13 para que lo recontrataran, como también las hizo para que empresarios afines le hicieran una oferta por Radio del Plata cuando era propiedad del animador: llevó a vendedores y compradores a la Quinta de Olivos. 255. Poco después de que la ausencia de la señora de Noble se hubiera instalado, también su amiga Cora Cané dejó la redacción, en 2015. Tenía noventa y un años y llevaba cincuenta y siete a cargo de la sección fija de la contratapa, «Clarín porteño», que cerraba con una frase en la que se cifraba «Lo importante». 256. Las conducciones de La Nación y Clarín establecieron una defensa común sobre el caso de Papel Prensa. Se creó un Comité de Crisis que se reunía una vez por semana. La Nación convocó a cuatro de sus periodistas para que rastreasen toda la información sobre el caso en tribunales, archivos públicos y privados. La generación más joven de la empresa quería indagar más allá de la historia oral del caso, reproducida por Bartolomé Mitre y José

Claudio Escribano. En Clarín esa revisión no fue posible: el monopolio de la historia son los ojos y los oídos de Magnetto. 257. Clarín, 18 de julio de 2008. 258. Perfil, 18 de septiembre de 2005. 259. Para ver la encuesta completa: http://www.scribd.com/doc/249978714/ AGEA-ClarinEncuesta-de-clima-interno-y-calidad-periodistica#scribd.

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4) Documentales La crisis causó dos nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb (Buenos Aires, 2006). Clarín: un invento argentino, de Ari Lijalad (Buenos Aires, 2012).

5) Diarios y revistas Ámbito Financiero Caras Clarín Crítica Crónica Diario sobre Diarios El Cronista El Cronista Comercial El País (España) El Periodista Gente Humo® La Nación La Prensa La Razón Noticias Olé Página/12 Perfil Télam The Buenos Aires Herald The New York Times Tres Puntos

The Washington Post Tiempo Argentino Time Veintiuno Veintidós Veintitrés

AGRADECIMIENTOS Primero, a los periodistas que trabajaron en el libro. Nicolás Gozsi leyó minuciosamente Clarines desde 1945 a nuestros días y también distintos capítulos. Agustina Larrea entrevistó a más de treinta periodistas del diario. Francisco Panqui Molina también hizo entrevistas y buscó material en archivos y hemerotecas. Gabriela Esquivada leyó, corrigió y mejoró cada línea de este texto. Hizo, también, observaciones vitales a sus contenidos y estructura. Manuel Trancón, Martín Becerra y Eduardo Blaustein dieron muy buenos comentarios a distintas partes de los borradores. Paula Pérez Alonso, la editora, hizo contribuciones decisivas a lo largo de estos años. Ignacio Iraola defendió el libro de todas las maneras posibles y se le ocurrió el mejor título. Quedará en suspenso. La Universidad de Nueva York (NYU) me ha otorgado distintas becas desde 2007 para llevar adelante la investigación. Los historiadores Sinclair Thomson, Greg Grandin y Barbara Weinstein guiaron los borradores del proyecto. Jin Auh y Charles Buchanan, de The Wyle Agency, hicieron posible su publicación. Ayudaron de muy distintas maneras: Alfredo Grieco y Bavio, Alejandro Horowicz, Silvina Chaine, Fernando Ruiz, Silvia Mercado, Rodolfo Barros, Alejandro Rodríguez Diez, Oscar Muiño, Mariela Ivanier, Tomás Aguerre, Lucía Alvarez, Chino Luna, Lisandro Varela, Ari Lijalad, Guillermo Ariza, Pablo Llonto, Rodis Recalt, Matías Bauso, Rodolfo González Arzac, Carlos Piñeiro Iñíguez, Santiago O’Donnell, Guillermo Puricelli, Julián Troksberg, Ariel Wilkis, Guillermo Cruces, Sergio Carreras, Gonzalo Álvarez Guerrero, Mónica Deleis y Mario Blanco. A todas y todos: muchas gracias.