Ciudades del mañana : historia del urbanismo en el siglo XX
 9788476281901, 8476281900

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Peter Hall

CIUDADES DEL MANANA Historia del urbanismo en el siglo XX

Traducción de Consol Freixa

Ediciones

del Serbal

Primera edición 1996 © 1988 y 1996 Peter Hall Publicado por Dinclavel 1 Publishers, Oxford © 1996, edición española, Ediciones del Serbal Ftancesc Tárrega, 32-34 - 08027 Barcelona Impreso en E s p a ñ a D. L : B.32246-96 Diseno gráfico: Marina Vilageliu Impresión: Grafos, S A . - Arte sobre pape! ISBN 84-7628-190-0

SUMARIO

.................................................................................................. ...........................................

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A G R A D E C IM IE N TO S .............................................. . . . . ............. ..................... ..................

g

PRÓ LOG O

1. LAS C IU D A D E S D É LA IM A G IN A CIÓ N Visiones alternativas a la ciudad de Dios, 1880-1987 ....... .............................

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4* LA C IU D A D D E LA N O CH E ESPANTOSA

L a reacción an te los barrios pobres de la ciudad del siglo XIX: Londres, París, Berlín, Nueva York, 1 8 8 0 -1 9 0 0 .................... ......... ......... .......

24

3 ) LA C IU D A D D E L AS VÍA S DE CIRCUNVALACIÓN ABARROTADAS

Las áreas suburbanas de tránsito m asivo: Londres, París, Berlín, Nueva York, 19 00 -1 9 4 0 ..... ............. ........... ....................... ...... ...............................

57

4 , \LA C IU D A D EN EL JA R D ÍN

La solución de la ciudad jardín: Londres, París, Berlín, Nueva York, 1 9 0 0 -1 9 4 0 ............... ..................................................... ...... ........... ...... . 5

LA CIU D A D EN LA REG IÓ N

El nacim iento de ia planificación regional: Edimburgo, Nueva York, Londres 1 900-1940 ......................................................... ....................... ........... .............................. 6

147

LA C IU D A D DE LO S M O N U M EN TO S

El m ovim iento de ia Ciudad Bella: Chicago, Nueva Del Id, Moscú, 1900-1945 ........ . .......................................... .............................................. ......... ........... 7

( 97

185

L.A C IU D A D DE LAS T O R R E S

La ciudad radiante de Le Corbusier: París, CJiandigarh, Brasilia, Londres, St Louis, 1920-1970 .................. .................. ...... ..... ...................................................

]15/

8 . LA CIU D AD DE LA DIFÍCIL EQUIDAD

Las com unidades autónom as: Edimburgo, Indore, Lim a, Berkeley, M acilesfield, 1890-19S7 ....... ........... ...........................................................

> 253

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9 ,. LA CIU DAD EN LA AUTOPISTA

Los barrios suburbanos de! automóvil: Long Island, Wiscosin, Los Ángeles, París, 1920-1987 ....................................................................................................... .

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10. LA CIU D A D DE LA TEORÍA

El urbanismo y la academ ia: Filadeifia, Manchester, California, Paris, 1955-1987 .................................. ............ ........ ...............................:...............................

331

11. LA CIU D A D DE LOS PRO M O TORES

La prác tica urbanística cuestionada: Baltimore, Hong Kong, Londres, 1975-1987 ........... ............................................................................... .............. ...............

353

12. LA CIU DAD DE LA ETERNA POBREZA

Los sempiternos barrios bajos: Chicago, StLouis, Londres, 1 9 2 0 -1 9 8 7 ...... .

373

13. LA CIU D AD A LO BELLE EPOQUE

Las infuciudades y los ghettos sin información: Nueva York, Londres, Tokio, 1985-2010 ...................... ................ ........ ........... .

B IBLIO G R A FÍA ............................................ ............. ..... .

LISTA DE ILU STRA C IO N ES

NDICE

413

........... .............................

431

..........................

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483

Prólogo

Todo el que escribe una histo ria del urbanism o debería hacer un prólogo para de­ fenderse: los urbanistas d eberían planificar, no retirarse a meditar. Ln verdad es que la escribí porque el tem a m e intrigaba. C om o sucede con otras cosas de la vida, m u ch as veces nos d am os cu en ta de que lo que hem os pensado y hecho ha sido pensado y h ech o por otros antes que nosotros; hay que conocer las raíces Este es el m otivo. A d iferencia de lo que seria de esperar no he tenido ninguna ayuda econ óm i­ ca, de m od o que no tengo q u e dar gracias a nadie; ni ayudante, o sea que soy el ú n ico responsable. Y co m o tam b ién lo he pasado a m áquina, doy las gracias a los anónim os autores de W ordstar y WordPerfect; a Chuck Pedle por su legendario Sirius í; y a los d esconocid os fab rican tes de su herm ana de Taiwan que -siguiendo las le ­ yes de hierro del Fordism o p e rifé rico - lo sustituyó Rosa Husain pasó a m áquina la bibliografía y luego elaboró las notas con sumo cuidado, iniciándose con ello en los placeres y horrores del m acros del WordPerfect. Pero, com o siem pre, quiero agradecer a los bibliotecarios y bibliotecarias por su colabo ració n Los que piden que se reduzca el núm ero de funcionarios públi­ cos a íos que a veces todos nos hem os sentido tentados a apoyar, no deben haber trabajad o nu nca en las grandes bibliotecas del m undo Yo he tenido la suerte de pasar muy buenos ratos en tres de ellas mientras trabajé en este libro: la British Librar) Reference División (o d ich o de otra m anera la Biblioteca del Museo Británico), la British Library of Política! and E co n o m ic Science (la biblioteca LSL) y la Biblioteca de la Universidad de C aliforn ia en Berkeiey. Doy las gracias de todo corazón a! personal de todas ellas Y en especial, aun a riesgo de crear resquemores, a Llizabeth Byrne por haber con v ertid o la E nviron m ental Design I.ibrary de Berkeiey en el m ag nifico lugar que es h o y Algunos fragm entos de este libro han aparecido anteriorm ente: el com ienzo dei cap itu lo cuarto apareció en form a de artículo en New Saciety (publicado de nuevo en Town and C.ountn Phvntit¡g, y m ás tarde en una antología fotituiers a f i l i e

Welfare State ¡Los fundadores del estado del bienestar) (publicada por Paul Barker); algunos fragmentos se utilizaron en Metrópolis 1S90-1940 de Tony Sutcliffe; una par­ te del capítulo noveno se incluyó hace años en Man in the City afilie hitare, publicado por Richard Eells y C larence W alton Creo que lo que escribí sigue siendo correc­ to y es por ello que no m e d iscu lpo por el plagio que me hago El capítulo décim o segundo c o n tie n e una breve autobiografía que he considerado necesaria para po­ der explicar bien la historia, de ahí la aparente inm odestia Mi editor, Jo h n Davev, fue siem pre muy com prensivo Espero que le guste el trabajo realizado. Elizabeth Lake cuidó muy bien el tema de las ilustraciones Estoy muy agradecido a dos colegas y buenos amigos que me sirvieron de conejillos de

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indias y leyeron el prim er borrador: Lyn Davies en Reading y Roger M ontgom ery en Berkeley No creo que haya satisfecho todas sus sugerencias pero h e tomado nota de todas ellas Tam bién agradezco la colaboración de Carm en Hass-KIau por haber revisado la parte dedicada a Alemania. Finalm ente doy las gracias, co m o siempre, a Magda por sus im plicable ayuda logística; y más Peter Hall B erkeley y Londres

AGRADECIMIENTOS

El autor y los editores desean agradecer a Jo h n M urray (editores) Ltd, por perm i­ tirnos citar el poem a «Slough» de ios Collected Poems de Jo h n B etjem an Tam bién querem os dar las gracias por habernos perm itido reproducir las ilus­ traciones a: Aerofils Ltd. por ¡L 3 ,12; (C) 1 9 8 8 T he Art Institute of Chicago, todos los derechos reservados, por lis . 6 1 (R etrato de Daniel Henry Burnham ), 6 2, 6.3 (D.H Burnham y E.H., B en n et Plan o f Chicago, 1908, lám ina 85 Plan para un siste­ ma viarío de circulación {.,..) y lám in a 132 Vista desde el oeste de la Plaza dei Centro

Cívico (...) de Ju les G u erin, ced id o por la Ciudad de C h icago al Art Institute de Chicago; a A ustralian O verseas In fo rm a tio n Service por C anberra ils 6 7, 6,8; a la biblioteca Hulton Picture de la BBC por iL 10..1; a la Bodleian Library de Oxford por ils 2 5, 2 6 (R VV. DeForest & L.Veiiier The Tenememt House Problem, 1 9 0 3 ,2 4 7 5 5 4 d.2, pág 10, opp pág. 14), por il 3 ,9 (R ,U nw in Nothing Gained by Overcrowding! 1912, 2 4 7 9 U 6 .d .4 (6), pág. 9, fig 111 >, por il 3 .1 0 (M inisterio de Salud Type Plans and

Elevations, H M S O 1 9 2 0 , 2 2 7 9 c. 10 (1 0 ), lám ina 9), por il. 4.8 (R,Unwin Town Pianning in Practico, 1 9 2 0 , 2 4 7 9 1 1 6 .d 5, pág. 172, lám ina 116), por il. 7.8 (J M Forshaw & P A bercrom bie County o f London Plan, 1943, G .5 4 .c , 17.40.3, portada); por il. 3.7 (R Reiss The Home l xxant, 1919, 2 4 7 5 5 c 7 7 , ilustración de la cubierta) a llodleian Library and Hodder£c S to u h to n Ltd.; por ils 12.1, 12.3, 12 4 (fotografías de ju n Fujita) a Chicago Historical Society; por il. 4.21 a la Biblioteca de la Universidad de C olum bia, liare Book and N íanuscript Library; por il 4 16 a la biblioteca de la Universidad de C o rn ell, d ep a rta m e n to de m an uscritos y archivos; por il. 6 6 a C ountry Life; por il. 7 .3 . a C o u n try Life Books 6 4; por il. 7,3 a (C) DACS 1988; por 7 .3; por il 7 2 Armand Davoi Louis X!V, [llustrations d'aprcs de Peintures, Scttlpiltres, Graxures, Objcts, e k , du temps (Fia m ina n o n , 1909); por ils. 4.4 , 10.2 Letchworth, First Garden City Heritage M useum ; por il 5 8 The Containm ent u f Urban Engiand de Peter Hall. Harry Gracery, Roy D rew ctt & Ray T hom as, con perm iso de Unwin Hyman Lim ited; por il. 4 7 a T h e H am pstead Garden Suburb Archives Trust; por ils, 12.6, 12 7 a David H offm an; por il 9 .8 a HoSiday Inn; por il 4 .1 2 a Krupp GmbH, Historical Archive; por il. 3.11 O sbert Lancaster/7m’ o fa ll Places (1959) con perm iso de Jo h n M urray editores Ltd ; por iís 2.4 , 6. 9 a LandesbildsteHe Berlin; por il. 1 1 .1 Liverpool Daily Post & Echo Limited; por ils. 3 3, 4.6 a London Borough de Ealing, C entral Library. Local H istory Library; por il 1 1 5 London Docklands D evelopm ent C orp o ratio n ; p o r ils 3 4, 3.5, 3.6 a London Transpon M useum; por il. 6 5 a Mary Lutyens; por ils. 2 .2 2 3 a M ansell C ollection ; por il. 12.5 a M oorlandSpingarn Research C enter, Howard U niversity; por ii 5 2 a Sophie M um ford; por il.. 9.1 a M useo de la Ciudad de Nueva York; por 2.1 a M useo de Londres; por ils 5 1, 5 4, 5 5 a B iblioteca N acional de Escocia (fotografías: A ntonia Reeve); por il 9 4 a J .C. N tchois C o m p a n y ; por il 9 2 a New York D aily News; por ii. 7.1 a

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Popperfoto; por 4.5 a Josep h Rowntree M em orial Trust; por il. 7 .11 a St Louis PostDispatch; por il. 7 10 a St Louis Public Library; por ils, 7„4, 7.5 a M adhu Sarin; por Ü, 5,3 a Scottish Tourist Board; por 5.7 a Tennessee Valley A uthority; por ils.. 3.8, 4.1, 4.9, 4 1 0 ,4 ,1 1 , 8 2 a Town and Country Planning Assoriadon; por il. 8 1 a Jo h n FC , Iurner; por ils 2 7, 2 8, 2,9 a Universidad de Illinois en C hicago, U niversity Library (Jane Addams M em orial C olíection), por il 12 2 a (C h icago W om an's Aid Society Records); por il. 9,.7 a Venturi, Rauch y S co tt Brovvn; por il. 9, 5 a The Frank Lloyd W right M em orial F o u n d ation , C o p y rig h t (C) The Frank Lloyd W righ t Foundation 1958. Las otras ilustraciones han sido cedidas por el autor. Hemos intentad o dar el nom bre de todas los organism os que tienen derechos sobre las ilustraciones que hem os publicado, Si hem os com etid o algún error esta­ mos dispuestos a enm endarlo en las futuras ediciones,

Las ciudades de la imaginación Entonces pregunté: «si crees firm em ente que una cosa es de una m anera, ¿se co n ­ vierte en eso?» Me replicó: «Todos los poetas creen que asi sucede, y en los años de la imagi­ nación esta firm e creencia movía m ontañas; pero muchos son incapaces de creer firm em ente en nada » W iíliam Biake The M aniate ofH eaven and Hell (c .l 790-3)

Chr.; «Señor, dijo Christian, soy un Hombre que viene de la Ciudad de la Destrucción, y va al Monte Sión, y el hombre que estaba en la Puerta al principio dei cam ino me dijo; que si venía aquí, me mostraríais cosas excelentes, que me ayudarían en mi Viaje Jo h n Bunyan

The PUgrim's Progress (1678)

Porque debemos considerar que seremos una ciudad en la montaña,. Iodos los ojos nos mirarán, de manera que si nos com portam os mal con nuestro Dios en este tra­ bajo que hem os iniciado, y hacem os que Él nos retíre Su actual ayuda, estarem os en boca de todos y nos convertirem os en algo despreciable, Jo h n W inthrop

A Kíodel o f Christian Charity (1630)

... en una gran montaña alta y escarpada, está la Verdad, y aquel que quiera alcanzarla, debe caminar y cam inar y vencer las montañas que se le resisten.. Jo h n Donne

Satyre III (1594-5)

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senredar. El am biente cultural y social en el que vivieron, que fue lo que les dio el material esencial para sus percepciones, ha desaparecido hace ya m u ch o tiem po y su reconstrucción es ardua: el pasado es un país desconocido, con d istinta lengua, distintas costum bres sociales y una visión diferente de la con dición h u m a n a . He intentado, siempre que ha sido posible, dejar que los fundadores hablaran por sí mismos, Com o m uchos divagan o escriben de una manera confusa, o ambas cosas a la vez, he utilizado una pesada hacha, que espero haya sido juiciosa: he eli­ m inado excesos, suprim ido paréntesis y prescindido de cosas que parecían pedirlo, intentando de esta manera hacer lo que ellos probablem ente hubieran deseado. Si esto ya resulta laborioso, m ucho más difícil ha sido averiguar cóm o , con el tiem po, estas ideas fueron descubiertas de nuevo, rehabilitadas y, a veces, tergi­ versadas Y es aquí donde aparece el tem a de la interpretación histórica., Una n u e­ va escuela, que actualm ente domina, argum enta que el urbanismo, en todas sus m a­ nifestaciones, es una respuesta del sistema capitalista -y en particular del capitalism o de estado™ a los problem as que plantea la organización de la producción y espe­ cialm ente al dilema de las crisis continuas Según esta interpretación, se utilizaría la planificación - y en consecuencia se adoptarían las visiones de los p io n ero sprecisamente cuando el sistema lo necesita, ni antes ni después. Evidentem ente, la simplicidad de este m ecanism o recíproco se esconde b ajo una com pleja masa de hechos históricos: los propios historiadores marxistas tam bién consid eran que el tiem po y la casualidad, aunque dentro de unos lím ites, nos han afectado a todos. Pero ios límites existen: por últim o está el m otor tecn ológico-económ ico que di­ rige el sistema socioeconóm ico y, a través de él, las respuestas de la válvula de se­ guridad política Cualquiera que trate de escribir historia -y especialm ente sobre un tem a com o éste, en el que tan refinados cerebros marxistas han trabajado- debe tener en cu en ­ ta las cuestiones parateológicas de interpretación. Voy a exponer la mía: los a cto ­ res históricos actúan en respuesta al m undo que encuentran y, en particular, a los problemas que encuentran en este mundo. Esto seguramente es una afirm ación ob ­ via; las ideas no emergen de la nada, por una especie de inm aculada con cep ción , sin la colaboración de otros elem entos, Pero de la misma manera, los seres h u m a­ nos -esp ecialm en te los más inteligentes y originales- son in fin ita m e n te capri­ chosos, creativos y sorprendentes; en consequencia, lo que realm ente nos intere­ sa de la historia, además de lo que es evidente, es la com plejidad y variedad de las reacciones hum anas lis por ello que, en este libro, 1a base m arxiana de los hechos históricos se tom a com o algo evidente; lo que hace que la historia sea digna de ser escrita, y lo que la hace digna de ser leída, es la comprensión de los diversos cam inos por tos cuales los estím ulos generales se relacionan con las respuestas particulares Debo hacer ahora otra afirm ación personal. A causa de la am plitud del tema, he tenido que ser muy selectivo La elección de los temas principales, cada uno de los cu ales es o b je to de un c a p ítu lo , h a sido fru to de m i o p in ió n p e rso n al. D eliberadam ente no he tratado de esconder mis prejuicios: creo que los padres anarquistas, aunque poco realistas e incoherentes, tuvieron una m agnífica visión de las posibilidades de la civilización urbana, lo cual es digno de ser recordado y

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celebrado; en contraposición, Le Corbusier, el Rasputín de esta historia, represen­ ta el urbanism o autoritario, cuyas malas consecuencias están siempre con nosotros. El lector puede no estar de acuerdo con estas afirmaciones, por lo .menos con la des­ mesura con la que aquí se m antienen; debo decir que no he escrito este libro con la idea de m antener un cóm odo consenso Hay otro problema más pedestre Muchos hechos históricos rehúsan obstina­ d am ente seguir una clara secuencia cronológica Sobre todo en relación con la his­ toria de las ideas: los productos de la inteligencia hum ana derivan los unos de los otros, se separan, se unen, perm anecen en letargo o se despiertan de maneras com ­ plejas, lo cual pocas veces permite una clara descripción lineal Aún peor, no ad­ m iten tam poco un orden esquem ático Por lo tanto, ei analista que quiere escribir sobre estos temas se encontrará con que se cruzan de una m anera confusa y de­ sordenada C onstantem ente se acordará de aquel con sejo del irlandés de la vieja y conocida historia: si quería ir allí, nunca debió haber salido de aquí, El m étodo que he utilizado ha sido el de contar cada historia por separado y de una manera paralela: he seguido la pista de cada tema y de cada idea y, a veces, me he rem on­ tado a seis o siete décadas Esto significa retroceder con stan tem ente en la historia, de manera que, a menudo las cosas irán hacia adelante y hacia atrás. Querrá decir tam bién que, muchas veces, el orden en que se lean los capítulos no es tan im ­ portante Aunque esto no acaba de ser del todo cierto porque he intentado expo­ ner !os temas de la manera m enos confusa posible, es decir, siguiendo ia lógica en la que las ideas han ido evolucionando e influenciándose, Pero debo hacer una ad­ vertencia: no siempre ha funcionado. Además este problema se com pone de otro. En 1a práctica el urbanism o se mezcla im perceptiblem ente con los problemas de las ciudades, y éstos con la eco ­ nom ía, la sociología y la política de las ciudades, y, a su vez, con la v ida social-económ ica-política-cultural de su tiem po; no hay final, ni lím ite, a estas interrelaciones, sin embargo hay que encontrarlo por muy arbitrario que éste sea Contaremos lo necesario para explicar el fenóm eno del urbanismo; lo situarem os claram ente, a la manera marxiana, partiendo de la base socioeconóm ica, para, de esta m ane­ ra, poder iniciar lo que realm ente interesa al historiador Incluso esta decisión deja problemas de delimitaciones pendientes El primero de ellos está relacionado con el significado de esta expresión tan elástica: planificación de la ciudad. Casi todo el mundo, de Patríck Geddes en adelante, estará de acuer­ do en que debe incluir la planificación de la región que ia rodea; muchos, siguien­ do de nuevo el liderazgo de Geddes y de la Asociación para la planificación regio­ nal de América, io ampliarían a su región natura!, por ejem plo la cuenca de un río o el espacio que tiene una cultura regional particular. Y casi todos los urbanistas o planificadores dirían que su com etido supone no solam ente la planificación de esa región en particular, sino también la de ias relaciones que existen entre diversas re­ giones: por ejemplo, la relación entre la Megalópolis que sigue creciendo y ia zona agrícola que la rodea que se halla en fase de despoblación. ¿ Dónde termina el tema de nuestro estudio ? Incluye la planificación económ ica regional, que lógicam ente es inseparable de la planificación económ ica nacional y del desarrollo económ ico

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en general; de nuevo los crecientes círculos amenazan con devorado todo, De nue­ vo habrá que establecer un lím ite más o m enos arbitrario; lo trazaré de manera que incluya los debates generales sobre la política de urbanismo nacional y regional, pero que excluya las cuestiones de pura planificación económ ica. El segundo problema en ia delim itación es cuándo empezar Se supone que esto es, o era, una historia del urbanism o del siglo XX. Pero com o esta disciplina nació com o reacción a la ciudad del X IX , es necesario empezar por ahí: concretamente en la Inglaterra de los años 1880. Sin em bargo las ideas que prevalecían en aquel m om ento pueden rastrearse hasta 1 8 8 0 y 1840, a veces incluso se puede retroce­ der hasta 1500.. Com o siempre la historia es una maraña sin fin, un nudo gordia­ no, que requiere decisiones arbitrarias que hagan posible el inicio,. Hay todavía un tercer problema: ei geográfico. Se supone que ésta debería ser una historia global, sin embargo, dadas las evidentes lim itaciones de espacio y de conocim iento del auto, no será así. Mí estudio h a ju e d a d o claramente cen trado en el m undo anglonorteam ericano Esto puede justificarse, o por lo menos excusar­ se: com o pronto se verá, muchas de ias ideas clave del urbanismo occidental del siglo XX nacieron y crecieron en pequeños y confortables clubs de Londres y Nueva York. De manera que ei libro tratará som eram ente otras importantes tradiciones ur­ banísticas aparecidas en Francia, en España y América Latina, en la Rusia Imperial y en la Unión Soviética, y tam bién en C h in a. Este tema debe ser objeto de otros textos y de otras plumas Finalmente debo decir que éste es un libro sobre las ideas y sus impactos. Por lo tanto las ideas son el tema central; los im pactos, o realizaciones, son también cruciales, pero serán tratados com o expresiones -a veces casi irreconocibles-de las ideas. Ello nos ayudará a com prender dos de las principales características del li­ bro. Primera, com o las ideas tienden a aparecer antes, el texto se ha centrado en ios primeros cuarenta años del siglo Segunda, muchas de las realizaciones clave de ¡a planificación han sido tratadas de manera superficial, o no han sido tratadas en absoluto Los libros, com o las substancias peligrosas, deberían llevar advertencias, la mía seria: no lean este libro corno sí fuera un manual de historia del urbanismo; seria peligroso para la salud, especialmente para la de los alumnos que preparan exá~ menes universitarios Evidentemente todo esto no deja de ser más que una manera de hacer frente a posibles criticas.. Los analistas podrán disfrutar con ias evidentes omisiones y con­ fusiones del libio: pero -para defenderm e y evitar que el potencial comprador haga un gasto inútil, con el consiguiente disgusto- haré una exposición más detalla de las directrices de este trabajo para que sirva com o guía en medio de la espesura

Guía para cru zar ei lab erin to El libro parte de la base de que el urbanism o del siglo XX es un movimiento inte­ lectual y profesional que surge com o reacción a los males de la ciudad del siglo XIX. Esta es una de aquellas afirm aciones que no son originales, pero que son terrible­

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m ente importantes: muchas de las ideas claves, y de los principios clave, no se en­ tienden si se ¡es contem pla fuera de este contexto. A continuación, pero también de manera centra!, asegura que en ei urbanismo del siglo .XX ha habido unas po­ cas ideas clave, que se repiten, se reciclan y se mezclan Cada una de ellas ha sido la creación de un personaje ciave, o com o mucho de un grupo muy reducido: son los padres fundadores de la planificación de la ciudad moderna (Desafortunadamente no ha habido madres fundadoras; y las consecuencias que esto ha traído, deberá juzgarías el propio lector). A veces estos fundadores se apoyan unos en otros; otras, entran en conflicto: como en la visión dei Cristo de Blake, ei hom bre es el peor ene­ migo de otro hom bre El capítulo segundo afirma que los orígenes dei urbanismo dei siglo XX se en­ cuentran en el siglo XIX Trata de demostrar que ias preocupaciones de los primeros que se interesaron por el tema surgieron al observar, de una manera objetiva, las dificultades de los millones de pobres que malvivían en los miserables barrios V ic ­ torianos; también puede ser que, con menor buena fe pero m ostrando una in­ quietud que nos parece totalmente compresible, muchos de ios que lanzaron el men­ saje estuvieran obsesionados por la violencia y el temor a la insurrección Aunque ei problema y la preocupación consiguiente se dio en todas y cada una de las ciu­ dades del mundo occidental, fue más evidente y se percibió con mayor fuerza en el Londres de ios años 1880 donde había una sociedad urbana afligida por gran­ des tensiones sociales y las nuevas ideas políticas; éste es el núcleo del capítulo El capítulo tercero expone una ironía histórica: cuando se estaban haciendo las primeras experiencias para crear una nueva planificación en el orden social, la propia ley dei mercado empezó a hacer desaparecer los barrios miserables de la ciudad por medio de un proceso de suburbanización en masa Sin embargo este cam­ bio se hizo a expensas -cosa discutible y no siempre evidente- de crear otros pro­ blemas De nuevo fue Londres el que. durante un tiempo dirigió el proceso, aun­ que para hacerlo tuvo que importar las técnicas norteam ericanas de transporte y de dirección de empresas l’or lo tanto, de nuevo habrá que centrarse en ei espa­ cio angloam ericano pero haciendo un desvio para preguntarse por qué Paris y Heríírí tardaron tanto en seguir este camino l..a primera respuesta a ia ciudad_vietoriaiia y la más importante, fue el con­ cepto de ciudad jardín de Ebenezer Howard, un -am ateur'' (puesto que, por defi­ nición, no había entonces profesionales), de gran visión y perseverancia, que de­ sarrolló esta idea entre 1880 \ 1890. Se proponía resolver, o por lo menos mejorar, el problema de la ciudad victoriana llevando una gran parte de ¡a gente y de los trabajos a la nueva constelación de nuevas ciudades autosuíicientes que construi­ ría en ei campo, lejos de ios barrios pobres, dei humo -y. de algo mucho más im­ portante, de ios altos precios tle! suelo- de la gran ciudad Com o mostrará el ca­ pitulo cuarto, esta idea se fue extendiendo por gran parte del mundo, adquiriendo, durante ei proceso una serie de características que casi la hicieron irreconocibie. Sus realizaciones fluctuaron desde ei puro barrio dormitorio suburbano, que iró­ nicamente era ia antítesis de lo que Howard había propuesto, a utópicos planes pen­ sados para disminuir la densidad de las grandes ciudades y recolonizar el campo

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Muchas de estas variantes, así com o tam bién la pura visión howardiana, fue rea­ lizada por sus lugartenientes, que, com o consecuencia, consiguieron su propio lu­ gar en el panteón del urbanism o: fueron Raymond Unwin, Barry Parker y Frederic Osborn en Gran Bretaña, Henri Sellier en Francia, Emst M ay y M artin Wagner en Alemania, y Clarence Stein y Henry W right en los Estados Unidos. Otras ideas se desarrollaron independientem ente, com o la visión de la Ciudad Lineal del espa­ ñol Arturo Soria, o la descentralizada Broadacre City de Frank Lloyd Wright. Cada una, y ias interrelaciones entre ellas, piden un lugar especial en la historia. . La segunda respuesta que lógicam ente le siguió, aunque no cronológicam en­ te, fue la visión de ía "ciudad regional, l l evaba el tem a central de Howard m ucho más lejos, tanto a nivel conceptual com o geográfico; según esta corriente, la res: puesta a la sórdida congestión de la gran ciudad era un vasto programa de plani­ ficación regional, dentro del cual cada subregión se desarrollaría arm oniosam en­ te en base a sus propios recursos naturales, con total respeto a los principios de equilibrio ecológico y reposición de recursos. Las ciudades estarían subordinadas a la región: las viejas ciudades y las nuevas crecerían a la par com o partes necesa­ rias del plan regional, ni más, ni m e n osJE stav isió n fue desarrollada poco después de 1900 por el biólogo escocés Patrick Geddes e interpretada a io largo de los años 1920 por los miembros fundadores de la A sociación para la planificación regional de América: L.ewis Mumford, Clarence Stein, Henry Wright mencionados ante­ riormente, y Stuart Chase y Benton MacKaye Este grupo se relacionó con otros, principalm ente norteam ericanos: los Regionalistas del Sur, liderados por Howard Odum, los planificadores del New Deal com o Rexford Tugweü, e incluso -'indirectam ente- Frank Lloyd Wright, Esta rica y visionaria tradición, cuya tragedia fue prometer m ucho y en la práctica dar poco, será el con tenid o del capítulo quinto La tercera propuesta contrasta, e incluso entra en con flicto, con estas dos pri­ meras: se trata de la.tradición m onum ental, que se rem onta a Vitruvio, sino más lejos todavía, y que renació con fueTza a mitad dei siglo XIX en manos de los gran, des maestros del urbanismo com o Georges-Eugéne Haussmann en París o Ildefonso .Cerda en Barcelona. En el siglo X X , com o se estudia en el capítulo sexto, fue apa­ reciendo caprichosam ente en lugares extraños y poco adecuados: com o servidora del orgullo cívico aliado al impulso com ercial en Estados Unidos, com o expresión de la majestad imperial en la India Británica, en África y en la recientem ente in ­ dependiente Australia, tam bién com o agente de la m egalom anía totalitaria en la Alemania de Hitler, en la Rusia de Stalin (yr aunque con m enor am bición, pero no por ello con m enor efectividad, en la Italia de Mussolini y en 1a España de Franco}. En los lugares donde pudo llevar a cabo sus obras -a veces tarde, a veces nu n caíiizo 1o que se le pedía: fue simbólica, mostró la pompa, el poder y el prestigio, pres­ cindiendo, o mostrándose incluso hostil, a propósitos sociales más amplios. Todavía hay otra tradición que de una manera confusa se relaciona con ias co­ rrientes de la ciudad jardín y de la ciudad m onum ental Es la visión dei francés de procedencia suiza, el arquitecto-urbanista Le Corbusier, que consideraba que el mal de la ciudad moderna era la densidad de su desarrollo y que, perversamente, aseguraba que el remedio consistía en aum entar esa densidad. La solución de Le

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Corbusier, según la cual un maestro urbanista todopoderoso demolería la ciudad existente y ía reemplazaría por otra de grandes torres en medio de parques, es es­ tudiada en el capítulo séptimo. En su forma más pura nunca encontró apoyo en ningún ayuntam iento-cosa que quizás es comprensible-, ni durante su vida ni des­ pués.. Pero algo de su idea permaneció, y sus efectos fueron por lo menos tan gran­ des com o la visión de Howard: una ciudad com pletam ente nueva en las llanuras dei norte de la India, rivalizando en escala formal y extensión con el m onum en­ to neoclásico que Lutyens construyó para la mayor gloría del poder británico en Nueva Delhi; m ucho más importante todavía, sobre todo en im pacto humano, han sido los cientos de demoliciones parciales y reconstrucciones en las viejas ciu­ dades desde Detroit a Varsovia, de Estocolmo a M iián . _ E x iste otra importante tendencia dentro del pensam iento urbanístico, o de ta ideología del urbanismo -las dos se mezclan im perceptiblem ente y de una mane­ ra con fusa- que exige atención especial Sin embargo, com o la última que hemos com entado, Se une a otras corrientes más Importantes, dándoles forma y color Esta escuela dice que la construcción de la ciudad debería estar en manos de los pro­ pios ciudadanos, cosa que normalmente no sucede; que se debería rechazar la tra­ dición según la cual las grandes organizaciones, ya sean privadas o públicas, cons­ truyen para la gente, y, en su lugar, permitir que la gente fuera la que construyera. Encontramos esta idea en el pensamiento anarquista que, alrededor de los años 1890, fue tan inportante en la visión de Howard sobre la ciudad jardín, y de nuevo, en­ tre 1885 y 1920, en las propuestas de Geddes sobre la rehabilitación urbana por eta­ pas Es también uno de los aspectos centrales e importantes del pensamiento de Frank I loyd Wright en los años 1930. y en particular de su Broadacre City En los años sesenta satc otra vez a la superficie com o uno de los factores más importantes, in­ cluso dom inante, de la planificación en las ciudades del Tercer M undo por medio del trabajo de Jo h n Turner -qu e se inspiró en el pensam iento anarqu ista- en América Latina Ha sido también un elemento esencial en el desarrollo intelectual del teórico de la arquitectura, el británico-americano Christopher Alexander durante los años sesenta y setenta Finalmente culmina en el m ovim iento de diseño co­ m unitario que se extendió en los Estados Unidos durante los anos setenta y ochen­ ta, pero sobre todo en Gran Bretaña, donde obtuvo el patrocinio real Esta larga y a \eees extraña historia es el contenido de! capitulo octavo Hay aun otra tradición, que resulta todavía más difícil de definir en términos filosóficos y que no está ligada a ningún profeta dom inante Se trata de la visión de la ciudad de infinita movilidad que depende de los avances de la tecnología dei transporte, sobre todo del automóvil privado, que estudiamos en el capítulo no­ veno". Está tradición empieza con la notable predicción de fin de siglo de H G Wells sobre la suburbanización del sur de Inglaterra, pasa por los planes de trans­ porte de Los Ángeles de 1930 y de casi cualquier otra dudad entre los años 1955 y 1965, y termina en la descripción de Melvin Webber sobre «el reino urbano de en-ningún-iugar” de 1963-64. La visión de Frank Lloyd Wright sobre Broadacre City se le parece mucho, de la misma manera que com parte ideas de otras impor­ tantes tradiciones; comparten esta visión los desurbanistas soviéticos de ios años

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1920; y tam bién, a su manera, el concepto de Soria sobre ia Ciudad Lineal y los nu­ merosos derivados posteriores De todas las grandes tradiciones, ésta es la que pro­ bablem ente se mezcla y se interrelaciona con casi todas las otras; porque Howard, Le Corbusier, los regionalistas, todos tuvieron su versión de este evangelio. M uchas de estas ideas aunque pnvadas de toda posibilidad de realización al ser concebidas, fueron esencialm ente producto de los activistas, de ios constructores de este mundo. Más pronto o más tarde, casi siempre más pronto, sus creadores aban­ donaron los discursos para pasar a la acción; si queréis buscar sus monumentos no tenéis más que mirar a vuestro alrededor Pero es también importante que toda his­ toria de! urbanism o se dé cuenta que, desde los años 1950, a medida que el urba­ nismo se fue convirtiendo en una materia que debía aprenderse por medio de la educación form al, también fue adquiriendo un cuerpo teórico puro más abstrac_ to y más formal Parte de esta teoría, o por lo menos eso dice su jerga, es teoría so­ bre el urbanism o: com prensión de ias técnicas prácticas y de la metodología, que „ los urbanistas siempre necesitaron incluso si lo aprendieron mientras trabajaban. Pero la otra, la teoría riel urbanism o, es otro tenia: bajo este término, los urbanis­ tas tratan de com prend erla verdadera naturaleza de la actividad que están practi­ cando, incluyendo las razones de su existencia Y es aquí donde -com o suele pasar- unas teorías siguen a otras y unos paradigmas son reemplazados por otros, cada vez más deprisa, unas veces de una manera desconcertante, otras con mayor aus­ teridad Al intentar com prender el sentido de este movimiento podemos caer en el riesgo obvio de ser absorbidos por el proceso, quedando encerrados en el síndrome que intentam os comprender. La lectura de! capitulo décimo permitirá ver a! Sec­ tor si hem os sido capaces de evitar esta trampa Sin embargo mientras la academia iba por un lado, el mundo iba por otro. De modo que. partiendo de una manera indirecta dei movimiento de planificación co­ munitaria descrito en el capitulo octav o, se llegó a la conclusión de que todo lo que se había hecho en nombre del urbanismo había sido insatisfactorio a nivel abstracto, \ malo a nivel práctico con resultados que podían ser contemplados por todos Esto había sucedido porque en más de medio siglo de práctica burocrática, ei urbanis­ mo se había convertido en una máquina reguladora negativá7di señada para aho­ gar todo tipo de iniciativas y de creatividad Nos encontramos con otra ironía his­ tórica: el pensam iento izquierdista volvía a las raíces anarquistas, voluntaristas y de planificación a pequeña escala mientras que, por su parte, los cerebros de 1a de­ recha em pezaban a pedir una nueva manera de plantearse las obras; parecía que los extrem os iban a acercarse En muchos países surgió un movimiento en favor de un urbanismo más simple y de la creación de unos organismos que supieran evi­ tar ei papeleo y generaran una tradición empresarial vigorosa e independiente, que pudiera actuar sin demasiados retrasos e interrupciones Durante los años ochenta esta filosofía muy arraigada en Norteamérica, se extendió a países que como Gran Bretaña siempre habían permanecido inmunes a este tipo de ideas El capí­ tulo undécim o trata de seguir estas conexiones, a veces sutiles y muy indirectas Pero en medio de esta gran profusión de organizaciones e iniciativas, las ciu­ dades habían ido siguiendo su cam ino Lo peor de todo fue que, a partir de los años

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1960 en adelante, en según qué zonas de según qué ciudades -pero sobre todo la gente que vivía en e llas- en lugar de mejorar, empeoraba, por lo menos en senti­ do relativo, y quizás tam bién en el absoluto Se dijo que podía "ser que mucha de esta gente estuviera transm itiendo sus problemas y dificultades de generación en generación, incapaces de seguir la marcha de la econom ía y de la sociedad que se iba alejando cada vez más de ellos Se criticó esta explicación con indignación, in­ cluso con vehem encia, pero no sirvió de nada puesto que los hechos permanecie­ ron. En el capitulo duodécimo analizamos este debate y los problemas que lo cau­ saron Es por ello que en el libro aparece una extraña e inquietante simetría: después de cien años de debates sobre cóm o planificar la ciudad, después de repetidos in­ tentos -p o r equivocados o distorsionados que fueran- de llevar las ideas a la prác­ tica, nos encontram os otra vez allí donde habíamos empezado Los teóricos han vuelto a los orígenes anarquistas del urbanismo: la ciudad vuelve a ser contemplada com o lugar de degeneración, pobreza, malestar social, inquietud civil e incluso de insurrección listo no significa, evidentemente que no hayamos avanzado: la ciu­ dad de los años 1980 es terriblemente distinta. \ sin duda superior, a la de los años 1880 Pero parece que los problemas vuelven a resurgir, quizás porque, en realidad, nunca se solucionaron

Notas al ca p ítu lo 1 1 Kt'vn ts

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Warcl. H)7ó; l;rk;dm ;m n \ Woaxer. 1‘J/V: Wviivei. l9M*!a

La ciudad de la noche espantosa Jas grandes ciudades de la tierra (.,.) se han convertido (... ) en repugnantes luga­ res de fornicación y codicia -el humo de sus pecados sube hacia el cieJo com o el hom o de Sodoma; y su contam inación está pudriendo y atacando los huesos y las almas de los aldeanos que las rodean, com o si cada una fuera un volcán cuyas ce­ nizas causaran Hagas sobre el hom bre y la bestia, Jo h n RusJdn

l etters to the C-lergy on the Lord's Prayer and the Church (1880)

«¿A qué tipo de gente te refieres?» se permitió preguntar Hyacinth. «Oh, gente rica, los que io tienen todo». «No se les llama gente» observó Hyacinth, dándose cuenta ai m om ento de que su com entario era un tanto primitivo, -Supongo que tú los llamarás miserables, sinvergüenzas» sugirió Rose Muniment, riendo alegremente. «■Todo lo que tú quieras, pero no tienen cerebro», replicó su hermano. -No, claro. Qué estúpidos son, ¿verdad? dijo su señoría «De todas maneras no creo que se vayan al extranjero. «¿Al extranjero?» «Quiero decir com o los nobles franceses que huyeron Se quedarán en casa y lu­ charán; será mucho más que una pelea. Creo que lucharán muy duro» Henry James

The Princess Casaniasshui (1886)

Capítulo 2

La ciudad de la noche espantosa La reacción ante los barrios pobres de la ciudad del siglo XIX: Londres, París, Berlín, Nueva York, 1 8 8 0 -1 9 0 0

En 1880 jam es ihom son, poeta Victoriano cuya laboriosidad nunca llegó a com­ pensar su monum ental falta de talento, publicó una colección de versos que titu­ ló con las primeras palabras de uno de ellos: se trataba de un largo y « sub-dantesco>' viaje por los bajos fondos Los versos pronto se olvidaron pero el título, The City o f Drewlfitl N¡$ht (La ciudad de la noche espantosa), fue recordado Quizás fue de­ bido a que la terrible ciudad victoriana, tanto de día como de noche, pronto se convirtiría en uno de los principales temas de discusión de 1a época Los primeros ver­ sos de Ihom son: La ciudad es de la Noche, o quizás de la Muerte, es de la Noche, porque nunca le llegará el aire fragante de ia luminosa mañana después del frío aire gris del húmedo am anecer’

podrían muy bien haber descrito el Londres, e¡ Liverpool o el Manchester de la épo­ ca Quizás VV. 1 Stead, el sensncionalista editor del diario londinense PciH Síiili (iii/A-tte, se acordó, conscientem ente o inconscientem ente, de estos versos cuando, en una editorial de octubre de 1HS.1, escribió que el -Formidable escritor florenti­ no podría haber añadido a los horrores de su visión del infierno un paseo por un barrio pobre de Londres • Stead encabezaba su editorial con estas palabras: ¿NO HA LLEGADO YA LA HORA? En ei conocido estiio que !o había hecho famoso, arengaba a un público ra­ dica! de ciase inedia: -Los horrores de los barrios pobres-', escribió, -son el gran pro­ blema nacional que la religión, el país en general y ios políticos de Inglaterra deben solucionar" Con un agudo olfato periodístico para encontrar el momento justo, y un talento especial para captar el tema del día, utilizó un libelo que acababa de pu­ blicar Andrew Mearns, sacerdote congregacionaiista Promocionado astutamente por Stead, The lUttcr Ctr vfOittaist London (El amargo grito de los desheredados de Londres), resultó impresionante. Su "efecto fue instantáneo y cataclismático"2: pro­ vocó inmediatas demandas para que se abriera una investigación oficial no sólo por

1 {Véanse notas on páginas 5-4-55 )

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LA CiUDAD DF. LA NOCHE ESPANTOSA

i ig 2 I Littk ( .(¡tlin^wHHl SUíl í ¡kthintl Circuí alrededor tle ÍVUU

Los pobres dignos- de la época victoriana. en sus míseras viviendas Booth probablemente los hubiera incluido en ia clase C

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parte del Pall Malí Gazette sino también de periódicos más conservadores como The Times y Punch, e incluso de la propia reina Victoria, contribuyendo directamente a que en 1884 se organizara la Comisión Real para la Vivienda de las Clases Trabajadoras3. FueTürmde los textos más influyentes de toda la historia de las reformas sociales británicas; Stead escribiría más tarde que al haber provocado la creación de la Comisión Real, había sido uno de los artífices de la legislación social moderna4.

El amargo grito No había sido el primer intento de despertar a la sociedad victoriana de su confortable confianza; pero fue la gota que colm ó el vaso Y ello fue debido a la gran habili­ dad que m ostró M eams al pasear a sus lectores por los barrios pobres, Incluso aho­ ra, d en años más tarde, sus descripciones nos ponen la piel de gallina y nos revuelven el estóm ago; tienen una cualidad casi televisiva., Sólo una cita nos permitirá com­ prender el im pacto causado: Pocos de los que leen estas páginas tienen idea de lo que son estas pestilentes gua­ ridas, donde miles de personas viven hacinadas en medio de horrores que nos re­ cuerdan lo que hemos oído sobre los barcos de esclavos Para entrar en ellas hay que adentrarse por patios nauseabundos a causa de los gases venenosos y mal olien­ tes que resultan de la acumulación de aguas residuales y de todo tipo de basura que yace esparcida y que a menudo flota bajo nuestros pies; patios en los que casi nunca entra el sol, ni el aire fresco, y que muy pocas veces han recibido el efec­ to beneficioso del agua Hay que subir por carcomidas escaleras que, parece, van a romperse a cada paso, y que muchas de las veces ya se han roto, dejando agu­ jeros que ponen en peligro la vida y los huesos de los incautos, Hay que hacerse paso por largos, oscuros y sucios pasillos llenos de parásitos., Finalmente, si el hedor nauseabundo no le ha hecho retroceder, entrará en esas madrigueras don­ de se amontonan esos miles de personas que, como usted, son de la misma raza por la que Cristo murió5 ,

Ahora, Mearns hace que su visitante burgués entre en una de las viviendas: Las paredes y el techo están negras por la suciedad que se ha ido acumulando a lo largo de años de dejadez. Rezuma a través de las grietas de ¡as placas del techo; baja por las paredes; está en todos sitios L.o que recibe el nombre de ventanas está embutido de trapos o cubierto de maderas para evitar que entren el agua y el vien­ to; el resto está tan negro y oscuro que prácticamente no permite que entre la luz o que nada del exterior pueda verse1'’ Los muebles pueden ser «una silla rota, restos de una cama, o simples trozos de una mesa; pero lo que se encontrará más a menudo son toscos substitutos como por ejem plo tablas sobre ladrillos, viejos capazos, una caja, o con mayor frecuen­ cia nada excepto trapos y basura7 Con esta descripción preparaba la escena para los horrores humanos que en­ contrarían dentro

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Cada habitación de estas putrefactas y pestilentes viviendas alberga una familia, a veces dos.. Un inspector de sanidad anotó que en una de ellas encontró al padre, la madre, tres niños, ¡y cuatro cerdos! En otra un misionero había visto un hombre enfermo de viruela, su esposa que se estaba recuperando del octavo parto, y los ni­ ños corriendo por allí medio desnudos y llenos de porquería Aquí hay siete per­ sonas viviendo en una cocina subterránea, con un niño pequeño muerto en la misma habitación Más allá una viuda pobre, sus tres hijos, y un niño que había muerto hacía trece días Su marido que era conductor de coches, se había suicida­ do hacía poco8. En otra habitación vivía una viuda con seis hijos, entre los que había una hija de veintinueve años, otra de veintiuno y un hijo de veintisiete, Otra estaba ocu­ pada por padre, madre y seis hijos, dos de ellos enfermos de escarlatina, En otra ha­ bía nueve hermanos, ei mayor de los cuales tenía veintinueve años, que com ían y dorm ían juntos. Todavía en otra «había una mujer que mandaba a los chiquillos a la calle para alquilar la habitación para fines inmorales hasta bien pasada 1a me­ dia noche, que era cuando ios pequeños podían volver si es que no habían en­ contrado cobijo en otro sitio» Los lectores de Mearns se escandalizaron tanto por el horror físico com o por las consecuencias inevitables que todo ello traía consigo: Pregunte a los hombres y mujeres que viven en estas pocilgas si están casados y lo único que obtendrá es un sonrisa Nadie lo sabe, A nadie le importa Nadie espera que deban estarlo Sóio, en muy pocos casos, su pregunta recibirá una respuesta afir­ mativa, El incesto es común: no hay vicio ni sensualidad que despierte sorpresa ni llame ía atención Lo único que no les hace caer en el comunismo es la descon­ fianza, no la virtud Las practicas más viles son vistas con la mayor indiferencia {, ) En una de ias calles hay 35 casas, de ellas 32 son burdeles En otro distrito hay 43 casas con 428 prostitutas entre mujeres y niñas, muchas de las cuales no tienen más de doce años1' Para la ciase media victoriana, éste era quizás uno de los aspectos más impre­ sionantes Lo que sí era cierto, Mearns seguía explicando, es que a esta gente tan pobre, robar les salía a cuenta. En Leicester Square había -«siete miembros de una con oci­ da banda de 'cuarenta ladrones' que, al oscurecer y con ¡a ayuda de una serie de mujeres de mala vida, iban a Oxford Street-, Regent Street y otras calles a robar» La aritmética del crimen era inexorable: «Es un hecho conocido que un niño de siete años puede conseguir 10 chelines y 6 peniques a la semana robando, pero, ¿cuánto puede ganar en un trabajo como el de hacer cerillas, si le pagan 2 1/4 pe­ niques la gruesa? Para obtener lo que gana el ladrón deberá hacer 56 gruesas de ce­ rillas a 1a semana, es decir 1.296 ai día. No hace faltar insistir en que esto es im­ posible»!ü. La raíz del problema estaba en que la gente de estos barrios era terriblemente, opresivamente pobre Las mujeres que hacían pantalones trabajaban diecisiete ho­ ras, desde las cinco de la mañana a las diez de la noche, por un chelín; mientras que por hacer camisas se pagaba la mitad.. La enfermedad y la bebida empeoraban la situación:

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¿Quién puede imaginar el sufrimiento que se esconde detrás de este caso ? Una po­ bre mujer en avanzado estado de agotamiento, reducida casi a los huesos, vive en una habitación con un marido borracho y cinco hijos. Cuando se le visitó estaba comiendo unos pocos guisantes Los niños habían ido a buscar unos cuantos pa­ los para hervir cuatro patatas que había sobre la mesa, y que iba a ser todo So que aquella familia comería aquel día {.. ) En una habitación de la calle Wych, en el ter­ cer piso, sobre una tienda de productos para la marina, se hizo hace poco una ins­ pección en relación a la muerte de un niño. Un hombre, su esposa y cinco niños vivían en ella El niño era el segundo que había muerto, envenenado por ia pesti­ lente atmósfera; se hizo la autopsia en la misma habitación donde sus padres y hermanos vivían, comían y dormían, ¡porque la parroquia no tenía depósito de ca­ dáveres ni ninguna otra sala donde se pudieran realizar ios servicios post mortem! No hay que extrañarse de que los funcionarios que realizaron las diligencias en­ fermaran ante las nauseabundas exhalaciones1'. Según Mearns: La contemplación de la miseria ele estos niños es una de las cosas más desgarrado­ ras y terribles de estos descubrimientos; y lo peor de todo es que la miseria here­ dada de estos padres disolutos y borrachos se manifiesta en las malformaciones, pro­ blemas de crecimiento y demas rasgos repugnantes que constantemente se observa en estos lugares {.. ) Aquí encontramos a un niño de tres años recogiendo mendrugos sucios de pan que va comiendo Entramos por una de las puertas encontramos una niña de doce años "¿Dónde está tu madre? En el manicomio ¿Cuánto hace que está allí? Quince meses ¿Quién te cuida? "La pequeña que está sentada en una vieja mesa haciendo cerillas, responde: •■Cuido a mis hermanos tan bien como puedo^. Cuando Mearns llegó al «qué hay que hacer», no tenía la menor duda de que: Debemos reconocer que sin la intervención ciel Estado no se podrá hacer nada a gran escala. Y esto es un hech o-1 La raiz del problema era simple y llanamente eco­ nómica.. La gente vivía hacinada porque era pobre, y puesto que era pobre no po­ día permitirse la solución obvia: marcharse a otro sitio donde ias casas fueran más baratas: listos miserables deben vivir en algún sitio No tienen dinero para ir en tren o tran­ vía a los arrabales periféricos; y, por otra parte, ¿cómo podrían andar tres o cuatro millas de ida y otras tantas de vuelta, con sus cuerpos hambrientos y demacrados después de haber trabajado doce horas o más por un cheiín, o por menos?1'1

La Com isión Real B ritán ica de 1885 Este texto consiguió tocar la fibra sensible.. Y aunque algunos comentaristas, como el marqués de Salisbury. querían organizar asociaciones de caridad y otros como ¡oseph Chamberlain, pretendían que fueran ias autoridades locales ias que se hi­ cieran cargo del problema, hubo una voluntad general en favor de una interven­ ción concertadalá. incluso The Times observó, con evidente disgusto, que «ai ob­

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servador de las tendencias de nuestro tiempo, no le queda duda de que se ha abandonado prácticamente el laissez-faire y que cadavez que el Estado interviene da pie irizTsiguiente interferencia»16.X L m ism o Salisbury, en un discurso cíe crucial im ­ portancia que hizo en noviem bre de 1884, se refirió al tem a de ia intervención del Estado17. Com o consecuencia se creó una prestigiosa C om isión Reaí presidida por Sir Charles Wentworth Dilke que incluía entre sus m iem bros al Príncipe de Gales, Lord Salisbury y al cardenal M anning, Pero, a pesar de que el inform e que la Comisión presentó en 1885 confirm aba claram ente la naturaleza del problema, no consiguieron unanimidad en el rem edio. La conclusión definitiva era: Primero, aunque ha habido una gran mejora ( . ) en las condiciones de las casas de los pobres en relación a hace treinta años, sin embargo ios males del hacinamien­ to, especialmente en Londres, son todavía un escándalo publico, y en muchas lo­ calidades han empeorado; segundo, hay muchas leyes previstas para evitar estos ma­ les pero no se aplican, muchas de elias han sido letra muerta desde el mismo momento en que se incluyeron en la legislación1’*. Eran muchos los testim onios que confirm aban que en Londres lo norm al era que hubiera una familia por habitación, y que cada fam ilia podia llegar a estar "compuesta por ocho miembros. El problema se había agravado por la costum bre que había en la capital de dividir las casas en viviendas de una sola habitación, de modo que los inquilinos debían com partir el agua y el retrete,. V, com o la puerta principa! se cerraba muy pocas veces, tanto las escaleras com o los pasillos se lle­ naban por la noche de lo que irónicam ente se había dado en llam ar «los gandules felices : es decir los que estaban com pletam ente desprovistos de c o b ijo 1'’ La cos­ tumbre de hacer trabajos en casa -q u e, a veces, eran nocivos, corno por ejem plo seleccionar trapos, hacer sacos, cerillas, sacar pieles de c o n e jo s- hacía que ¡as con ­ diciones de estas viviendas fueran todavía peores20. En las ciudades de provincia, aunque había gran variación entre ellas, el problema del hacinam iento no llega­ ba a ser tan grave com o en Londres21 Para algunos como lo rd Shaftesbury, veterano reformador social, el sistema de la viv ienda de una sola habitación estaba física y m oralm ente más allá de cual­ quier descripción-: Afirmo que no nos atrevem os a contar todo lo que sabem os, y m e sabría m u ; mai entrar en detalles de cosas que no conozco; pero daré un ejem p lo sobre las malas consecuencias del sistema de una sola habitación, y no es una muestra de lo peor F.sto sucedió el año pasado poro suele ocurrir con frecuencia L n am igo mío. di­ rector de una gran escuela iba cam inando por uno de esos patios interiores cuan­ do vio tíos niños ile tierna edad, diez u once años, tratando de m antener relacio­ n o sexuales en m edio del pasillo C orrió agarró al ch iq u illo y lo levantó; el com entario del m uchacho fue: í.i’ür clL1¿ coge? Por aquí hay docenas que ha­ cen lo mismo Com o com prenderán su com p ortam ien to no era debido a sus ten­ dencias sexuales, sino que sim plem ente im itaban lo que habían visto-1'

Pero otros no estaban de acuerdo: la Com isión Rea! concluía que -el nivel de moralidad { . ) es más alto de lo que podría esperarse-2-1.

EL MAÑANA

vKitmia de las clases trabajadoras tu una dt

bury explica Ja manera de vivir de los pobres ncipe de Gales, inclinado hacia delante, pare­

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LA CIU DAD DE LA N

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Esto quizás era un tanto reconfortante. Pero lo más notable era que el habitante de estas viviendas tenía mucho menos espacio del que el gobierno V i c t o r i a n o exi­ gía para las personas encarceladas y las que estaban confinadas en hospicios Lógicamente los niveles de mortalidad -especialm ente en relación a los n i ñ o s - se­ guían siendo alarm an tem ente altos Los que sobrevivían, según calculaba la Com isión, perdían un promedio de veinte días de trabajo al año porque «se de­ primían y se cansaban» Y a todo ello se añadía un hecho que ni el «mayor defensor de los pobres podría negar: la falta de hábitos de limpieza»'24. La raíz de todos los problemas, com o Mearns había señalado, estaba en su po­ breza y en la consiguiente imposibilidad de cambiar de vivienda Los trabajadores londinenses sin ningún tipo de preparación, com o los vendedores de frutas y ver­ duras y los buhoneros, ganaban sólo de 10 a 12 chelines a la semana; los estiba­ dores un promedio de 8 a 9 chelines; el trabajador medio de Clerkenwell podía lle­ gar a llevar a casa 16 chelines Casi la mitad de las familias londinenses, un 46 por ciento, necesitaban una cuarta parte de estos míseros sueldos para e! alquiler; y mien­ tras los alquileres subían, no sucedía lo mismo con los salarios25 Esta pobreza tam ­ bién dependía de un tipo de trabajo muy aleatorio y mal pagado, que incluía el que hacían en casa las esposas; «ele manera que>* un gran número de los habitantes de estos barrios superpoblados se veían obligados a vivir cerca de sus trabajos, fueran cuales fueran ios precios o las condiciones de los lugares donde habitaban»2 de la población; extendiendo este porcentaje sobre toda la ciudad, quería decir que 1.000 000 de londinenses eran pobres i-n su opinión, podían dividirse en cua­ tro subgrupos Los primeros, !a ciase A, incluía sólo unas 11 000 personas del East End, qui­ zás 5 0 .0 0 0 en todo Londres: un 1 25 por ciento de la población -Estaba com ­ puesta por los (llamados) trabajadores, vagos, pequeños criminales, una parte de los vendedores y músicos ambulantes y otros. >* Incluía gente joven -chicos que se dedican al vagabundeo; chicas que se lanzan casi con naturalidad a la calle-; lle­ van -una vida salvaje, con momentos de gran dificultad y ocasionales excesos Su com ida es ia peor que podamos imaginar, y su único lujo es la b e b id a-55. Booth es­ taba satisfecho de que este grupo fuera tan reducida: - Esas hordas de bárbaros de las que tanto hem os oído hablar, que, saliendo de los barrios bajos, iban a destruir un día la civilización moderna, no existen. Los bárbaros son pocos y su porcenta­ je va en disminución>*s,i Pero, sin embargo, este grupo presentaba un problema insoiuble: «No ofrecen ningún servicio útil y no crean riqueza; al revés, a menudo la destruyen Degradan todo io que tocan, y como individuos parecen incapaces de toda mejora ( ) Desear íamos que ia manera de ser de esta clase fuera menos he­ reditaria-57 Éstos eran los clásicos pobres V ic to rian o s indignos de cualquier compasión; eran el material bruto que formaba el populacho, la pesadilla de las clases respetables, aunque fueran muchos menos de los que Hyndman y otros habían creído El se­ gundo grupo, la clase B, eran, sin embargo, todavía más problemáticos. Aunque sólo fuera porque eran más numerosos: 100 000 en el East End, quizás 300.000 en todo

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Londres, un 11 por ciento de la población de la ciudad. Booth los describía com o un grupo que estaba siempre en situación de «necesidad crónica»: «Esta gente, como clase , «son perezosos, viven al día, están pendientes de sus propios placeres y siempre son pobres; su ideal es trabajar cuando quieren y disfrutar cuando les ape­ tece»58 El problema era lo aleatorio de sus ingresos- Incluía un relativamente alto núm ero de viudas, mujeres solteras, gente joven y niños- Booth pensaba que la so­ lución al problema de la pobreza «sería retirar todo este grupo de la lucha diaria por la existencia» porque «eran una continua carga para el Estado (...) Su presen­ cia en nuestras ciudades significa una costosa y a veces inútil lucha para intentar elevar el nivel de vida y de salud»59 A continuación, se encontraba la clase C, con unas 74 .0 0 0 personas en el East End y alrededor de unas 250.000 en todo Londres: cerca de un 8 por ciento de la totalidad Eran «un grupo digno de lástima, que estaba formado principalmente por gente que luchaba y que sufría sin esperanza (....) eran las víctimas de la competencia y sobre ellas recaía la severidad de las diversas y recurrentes depresiones»60. Su pro­ blema era la naturaleza irregular de sus ingresos, Y finalm ente estaba la clase D, los que tenían ingresos regulares pero bajos Este grupo incluía unas 129.000 personas en el East End, representaba un 14,5 por ciento de la población de la ciudad; es de­ cir unas 400 0 0 0 personas en Londres «Soportan con paciencia vidas muy duras» y la única esperanza podría venir a través de sus hijos, «puesto que la mejora del grupo com o conjunto parece remota»61 Los que leyeron con atención estos primeros resultados de Booth, fueron los miembros de la Sociedad Fabiana, donde a la paciente recogida de información por parte de Sidney VVebb se unía la acida pluma de Bernard Shaw El texto clásico y definitivo de la Sociedad Fabiana fue, Facts for SociaUsts, que se publicó por primera vez en 1887, y se reeditó varías veces, vendiéndose 7 0 .0 0 0 ejemplares en ocho años; dos años más tarde le seguía lo que parecía ser 1a continuación Facts for Londoners Según ios investigadores, «en Londres, una persona de cada cinco m o­ rirá en el asilo, en el hospital o en el manicomio'*63 Del millón de londinenses que según Booth se hallan en la pobreza (...) práctica­ mente ninguno de ellos tiene una vivienda como la que una persona decente ten­ dría para su caballo Estas 200 000 familias, que no ganan más de una guinea a la semana (, } y a veces ni eso, pagan de tres a siete chelines semanales por sucias ha­ bitaciones en barrios miserables que, en su gran mayoría, son absolutamente «ina­ decuados como vivienda», incluso considerando los bajos niveles de exigencia de los oficiales de sanidad Londres necesita reconstruir por lo menos 400.000 hoga­ res para alojar a sus ciudadanos más pobres»63

Los resultados eran predecibles: mientras el promedio de esperanza de vida entre la nobleza, las clases altas y ios profesionales de Inglaterra y Gales se situaba en los 55 años, entre las clases trabajadoras de Lambeth era de 29; y la tasa de mortalidad infantil de Bethnai Green era el doble de la de BelgraviaM El principal problema, según los contemporáneos, era 1a vivienda, «El proble-, ma de la vivienda es uno de los más importantes de ia sociedad del Londres de los

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Rg 2 i Charles Uooth K¡ armador que se convirtió en sociólogo

años 1880»; '-de 1883 en adelante ios periódicos y la prensa se llenaron de adver­ te n c ia s sobre la necesidad de reforma inmediata para evitar la amenaza revolu­ cionaria»65 En opinión de la Sociedad Fabtana, sólo habla un remedio: «El problema de la vivienda de los pobres de Londres, sólo puede ser solucionado adecuada­ m en te a través del poder colectivo de Londres»66 Entre la primera y segunda edi­ ción de los facts, esta afirmación se había convertido en algo realista y factible; pues­ to que. siguiendo las recomendaciones de la Comisión Real para la vivienda, la Ley de 18S8 sobre el gobierno local había transferido las responsabilidades de la Junta M etropolitana de Obras a una organización nueva elegida dem ocráticamente, el C o n sejo del Condado de Londres (London County Council) Y, en 1890, una nueva Ley sobre la vivienda de las clases trabajadoras hizo lo que la anterior de 1885 no habia hecho: en su Parte III, permitía la reconstrucción de amplias zonas, con la posibilidad de poder comprar terrenos, si era necesario, con la finalidad de cons­ truir viviendas para los trabajadores, especificando que se harían «casas separadas o conoces para las clases trabajadoras, que podrían tener una o varias viviendas>-6r

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Aunque la Ley era contradictoria en relación a la m anera com o las autorida­ des locales debían disponer de sus propiedades y organizar la cuestión de las viviendas -puesto que la Parte I los disuadía mientras que la Parte III si bien lo permitía no lo alentaba- el nuevo C onsejo de Londres se acogió a esta nueva posibilidad e in ­ mediatam ente estableció una Com isión para la con stru cción de casas para pobresf)fl En 1894 la Ley se amplió permitiendo que se pudieran pedir préstamos; en 1900, se autorizó a las autoridades locales, el Consejo y los nuevos distritos de Londres que, por una Ley sobre el gobierno de Londres del año anterior, habían subs­ tituido a la antigua organización de la ciudad, a com prar tierras fuera de sus pro­ pios límites para así poder realizar las prerrogativas que la Ley de 1890 les había concedido69.

La ciudad pobre en Europa I;ue en Londres, y no en el resto de ciudades de la Gran Bretaña, donde se vi­ vió gran parte de este drama,. Ello fue debido -co m o la Real Com isión reconoció en 1 8 8 5 - a que el problema de la vivienda era allí más grave; por la sencilla razón de que Londres era más grande, Con sus 5 .6 millones de personas al principio de ¡os años 1890, niguna otra zona urbana británica podía comparársele; todos los pro­ blemas desde la densidad de la población, al coste del suelo, ei transporte, com ­ petencia por el espacio, se presentaban allí con gran agudeza, incluso a escala internacional, comparándose con los 4..1 m illones de la región de Paris y los 1 6 millones del gran Berlín, Londres seguía siendo de manera in­ discutible la mayor ciudad de Europa e incluso del m undo7". Pero estas otras ciu­ dades al ser más pequeñas y tener mayor densidad de población, tenían sus pro­ pias tragedias «En la ciudad vieja de París viv ían, en 1891, 2 .4 5 m illones de personas, el doble que en la zona londinense BertÉílon consideraba que, en esta fecha, el 14 por ciento de los pobres de París, unas 330 0 0 0 personas, se hacinaban en casas superpobladas; el problema de la vivienda era peor que en Londres. Sellier calculaba que en 1911 había unas 2 16.000 personas, a las que se anadian otras 85.000 de los barrios periféricos, viviendo a un promedio de dos o más por habi­ tación71 Allí, ¡a legislación -leyes de 1894, 1906 y 1 912- tam bién permitía ia cons­ trucción de viviendas de bajo coste para las clases trabajadoras, y ia ultima de ellas facultaba a ias autoridades ¡ocales a nombrar funcionarios encargados de la con s­ trucción y gestión de viviendas, todo ello subvencionado con dinero público Sin embargo en 1914, sólo se habían construido 10 0 00 viviendas de este tipo en ¡a zona de Paris, un resultado poco brillante si se compara con lo que consiguió el Consejo de Londres72 Lo que pasaba era que ni la ciudad ni el estado tenían el dinero su­ ficiente para elim inar los barrios bajos: las grandes obras publicas -la construc­ ción de escuelas y de la Sorbona entre 1880 y 1890, y del m etro en la década com ­ prendida entre 1900 y 1 9 1 0 - tuvieron prioridad71 Berlín, cuya población crecía casi a velocidad norteam ericana -prácticam ente se dobló en veinte años, de 1 9 m illones en 1890 a 3 7 en 1 9 1 0 - era com o París,

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una zona extraordinariamente compacta y, en consecuencia, una ciudad muy den­ sa; ios nuevos habitantes se fueron acom odando en viviendas de alquiler situa­ das en austeros edificios de cinco pisos construidos alrededor de estrechos patios que podían llegar a tener tan sólo 15 pies de ancho, lo suficiente para que pu­ diera instalarse el material contra incendios. Este tipo de edificio, que había sido ideado por Federico el Grande para acoger a las familias de los soldados, se ge­ neralizó a partir de 1858 com o resultado del plan para la ciudad dirigido por James Hobrecht, responsable de la policía; diseñado aparentem ente para que hubiera una integración social entre ricos y pobres en el mismo edificio, lo ún i­ co q u e c o n s ig u ió fu e c re a r m is e r a b le s s itu a c io n e s de c o n g e s t ió n Desafortunadamente, este m odelo se extendió incluso a los nuevos barrios su­ burbanos después del cam bio de legislación de los años 1 8 9 0 74; la especulación, dirigida por este plan y fom entada por un sistema de hipotecas excep cion al­ mente favorable, hicieron ei resto75.

i iy 2.4 Ikrüu Mittsktisiriu n liste tipo de vivienda solo trajo consigo excuso de población > miseria

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Según los cálculos de 1903 de F. C Horsfall, pionero del urbanism o británico, los resultados fueron los siguientes: mientras que en el años 1891 en Londres el pro­ medio de habitantes por edificio era de 7.6, en Berlín fue de 5 2 6 76; en 1916, sólo un 79 por ciento de todas ias viviendas tenían una o dos habitaciones con cale­ facción77. Además los berlineses pagaban m ucho más de alquiler que sus conciu­ dadanos de Hamburgo o M unich -irónicam ente, eran los pobres los que, en pro­ porción, pagaban una cantidad más alta de su salario en con cep to de vivienda78 Por otra parte, a pesar de que Alemania electrificó su sistema de tranvías antes que Gran Bretaña, las compañías privadas berlinesas no contem plaban el servicio de conexión con el exterior cosa que sí hacían ias del C onsejo de Londres, además ia co n stru cció n del m etro se dem oró a causa de d iscu sio n es leg ales79 Patrick Abercrombie, urbanista británico que visitó Berlín poco antes de ia Primera Guerra Mundial, se sorprendió por su contraste con Londres: «Berlín es la ciudad más com pacta de Europa; al crecer no se extiende edificando sencillas casas suburba­ nas a lo largo de los caminos, sino que va prolongando lentam ente sus anchas ca­ lles y sus colosales edificios de viviendas por el campo abierto, conviertiéndolo de golpe en una ciudad com pletam ente desarrollada»80 En las capitales europeas, hubo una interesante reacción en contra dei creci­ m iento y la densificación: tanto Londres com o Berlín, em pezaron a temer que la población de sus ciudades no fuera biológicamente sana., Alrededor de 1900, los re­ clutamientos forzosos para la Guerra de Suráfrica, pusieron ai descubierto que, en Manchester, habían sido rechazados 8 ,000 de 11,000 m uchachos y sólo 1 0 0 0 ha­ bían sido declarados hábiles para el servicio activo., Más tarde, durante la Primera Guerra Mundial, la Com isión Verney volvió a confirmar que, físicam ente, los h a­ bitantes de las ciudades británicas habían ido em peorando, y los reclutam ientos pudieron llevarse a cabo sólo en el cam po81. De la misma m anera, en 1913, sólo el 42 por ciento de los jóvenes berlineses fueron considerados aptos para ei servi­ cio, en com paración al 66 por ciento de sus com patriotas de las zonas rurales82. A partir de ahí se empezó a pensar que la gente de la ciudad - y a ia larga toda ia p oblación- sería incapaz de reproducirse, esta opinión fue expuesta por prim e­ ra vez en ios años 1890 por Georg Hansen en su libro Die drei Bevolkenmgsstitfen, y desarrollada en 1918 por Oswald Spengler en su clásico The Decline o fW e st : «Ahora la ciudad gigante absorbe ei campo, de manera insaciable y sin parar pide y engulle frescas reservas de hombres, hasta que se agota y muere en medio de un país destruido y casi deshabitado»83., Pero en ambos países, había otros temores, Charles Masterman, un parlamentario liberal, sugirió en su libro The Heart o f the Empire (El corazón del Imperio) (1901) que los londinenses eran inestables: La Inglaterra del pasado era un país reservado, de hombres silenciosos, dispersos en pequeños pueblos, villas y casas de campo (.. .) el problema de los próximos años es precisamente el problema de ( .. ) las características físicas del habitante de la ciu­ dad: enclenques, estrechos de pecho, que se cansan con facilidad; pero que sin em­ bargo son volubles, excitables, con poca capacidad de resistencia -buscan estímu­ lo en la bebida, en las apuestas, en cualquier conflicto que se salga de lo corriente que pueda ocurrir en casa o fuera de ella'*'1.

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De la misma manera, en Alemania, en un texto de 1920 titulado dieAngst vor derStadt, se reflejaba el miedo a la descomposición social, basándose en el núme* ro de suicidios, alcoholismo y enfermedades venéreas, en «la excesiva racionalidady en la falta de estabilidad política85.

Nueva York: el tumor en las viviendas Andrew Lees conduye su monumental estudio sobre las actitudes urbanas del si­ glo XIX considerando que, el miedo y el disgusto por la ciudad eran, principalmente, un fenóm eno anglo-germánico: «Pocos norteamericanos comparten este visceral rechazo por la vida en la ciudad que aparece en la literatura germánica»; sin em­ bargo «muchos hombres y mujeres se han dado cuenta de los defectos que estro­ pean ias ciudades, tanto las estadounidenses com o las europeas»86 Este miedo se percibía claramente, casi obsesivamente, en el Nueva York de los anos 1890 Allí la preocupación típicamente jeffersoniana, que consideraba que la dudad era «pes­ tilente para la moral, la salud y las libertades de los dudadanos» y un cáncer o tu­ mor en el cuerpo social y político, creció con la industrialización y la inmigración: Nueva York se convirtió en la ciudad con mayor número de inmigrantes del m un­ do, «con casi tantos italianos como en Ñapóles, tantos alemanes como en Hamburgo, el doble de irlandeses que en Dublín y dos veces y media más judíos que en Varsovia>*sr. La opinión que los intelectuales tenían sobre las consecuencias era unánime Henry James escribió que «Nueva York era a la vez, mísera y dorada, con más m o­ tivos para huir de ella que para disfrutarla»88 En 1885, muchos aceptaron ¡os ra­ zonamientos de Josiah Strong que pensaba que en esta ciudad podían encontrar­ se todos los males que amenazaban a la democracia norteamericana: pobreza y crim en, socialismo y corrupción, inmigración y catolicism o 89. Alan Forman, en ia American Magazine de 1885, escribió que Nueva York era «un hervidero de gen­ te, tan ignorante, tan viciosa y depravada que no parece que pertenezcan a nues­ tra especie», por la cual «era casi de agradecer que la tasa de mortalidad de ios ha­ bitantes de esas viviendas estuviera por encim a del 57 por ciento»90 En 1892, un periódico tan prestigioso com o el New York Times, se lamentaba de la invasión «de ios despojos físicos, morales y mentales» de Europa, «un tipo de gente dei que muy bien podríamos prescindir»91. Incluso el American Journal ofSoáology, se veía forzado a admitir en 1897 la validez de «la creencia popular» que afirmaba que «las grandes ciudades eran grandes núcleos de corrupción social y ( degeneración»y2 F. J. Kingsbury llegó a com entar en 1895 que, «después de leer todo lo que se ha escrito sobre los males de la ciudad desde Caín a las últimas elecciones de Nueva York, sólo lo que se hizo con Sodoma y Gomorra me parece un buen remedio para la presente situación»93. El hom bre que expresó estos sentim ientos con mayor fuerza fue Jacob Riis Riis que era danés y había nacido en el campo, emigró a Nueva York a los 21 años y se convirtió en periodista siete años más tarde. Su libro How tíw Other H alf Uves

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(Cómo vive la otra mitad), publicado en 1890, causó la misma sensación de angustia que, siete años antes, había producido en Londres The Bitter Cry^ Era una pieza de periodismo brillante En las descripciones de las viviendas de los barrios bajos, combinaba con habilidad dos de los temores de sus contemporáneos: la ciudad como parásito en el cuerpo de la nación, y la inm igración com o corruptora de la pureza racial norteam ericana y de la arm onía sociaL Estos nuevos inmigrantes, «hombres vencidos de razas vencidas; que han fracasado en la lucha por la existencia»95 se han con v ertid o en una am enaza para el ord en e in clu so para el futuro de la República. Recordando los alborotos de 1863 en Nueva York, decía: Una gran cantidad de población, com o si fuera una marea aprisionada, respira con dificultad en sus viviendas. La que una vez fuera nuestra ciudad, a quien le han liegado las obligaciones y responsabilidades de la grandeza metropolitana antes de que pudiera medir la capacidad de sus posibilidades, ha notado el crecimiento de esta turbulenta marejada ‘Si aumenta más, ningún poder humano podrá controlarla.*90 Las viviendas se extendían: Ocupando las plantas bajas que los negocios no utilizan; prologándose a io largo de ambos ríos, como un grillete que encadena ias calles, llenando Hariem de inquietas y descontentas multitudes; ia riqueza y ia prosperidad de Nueva York está en sus manos, la controlan por medio del populacho y la cólera. Los refugios a prueba de balas, ios montones de granadas de mano y las ametralladoras que hay en la dele­ gación de Hacienda son tácitas admisiones deí hecho y del tipo de gracia que se es- * pera Los bloques de viviendas de alquiler son ahora Nueva York y recogen las tres quintas partes de su población"’7

Una Com isión de 1894 creada para estudiar ias viviendas de alquiler estima­ ba que casi tres de cada cin co habitantes de la ciudad vivían en ese tipo de vi­ viendas, y añadía que estaban construidas de tai manera que prácticamente las cuatro quintas partes del suelo estaba ocupado'1* En estas zonas se combinaban dos factores que hacían que el problem a hum ano fuera todavía más agudo. Primero, los recién llegados eran desesperadamente pobres y ~a causa de las barreras lingüísticas y culturales- se hallaban en una situación de inm ovilidad sin esperanza. El esta­ dounidense Charles Abrams, urbanista \ experto en viviendas, que poseía la autoridad que le daba haberse criado en este tipo de casas, decía: ■ I r;mk t'k'k

dado cuenta muy pronto del potencial comercial que significaba promocionar et suelo que quedaba cerca de las nuevas iineas de ferrocarril y de tren urbano.. Algunos de los ejem plos que aparecen en los libros de texto sobre los primeros barrios su­ burbanos creados a partir del ferrocarril -Llewellyn Park en West Orange, New jersey (1853), Chestnut Hill en Filadeifia (1854), Lake Forest, Illinois (1856 ) y Riverside, Illinois ( 1 8 6 9 ) - se anticipan al primer ensayo británico clásico en la ma­ teria. Bedford Park en el oeste de Londres (I8 7 6 )52. A partir de aqui sólo había un paso para que fuera el propio empresario quien deliberadamente abriera una nue­ va linea de ferrocarril o de tren urbano con la finalidad de crear nuevos barrios re­ sidenciales, com o bien muestra lo que hizo F M «Bórax» Smith en la zona de San Francisco o Henry L Huntingdon en Los Angeles5-’ Pero ei ejemplo más claro, aunque quizás no el más agradable, nos lo proporciona Charles Tyson Yerkes (18371905) primero en Chicago y más tarde en Londres

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liy J í i AlbertStanley lord Aslifield 1runk l’icky Albert Stanley fueron el mejor equipo directivo tie la historia (le la Compañía de Transportes de Londres^ al haber potenciado los barrios resi­ denciales durante la época de entre guerras, se convirtieron en los verdaderos creadores del Londres moderno

Yefkes era muy sincero: ■ césped Pero, en la mayoría de los casos, el nuevo barrio que está en m anos de ios especuladores no tiene idea de conjunto, los promotores van construyendo de una carretera a otra basta que todo queda lieno { ) Ll resultado suele ser una larga m onótona extensión de casas semiadosadas similares construidas a lo largo de una carretera repleta de tráfico rodeada de sue­ lo agrícola m edio abandonado, lejos de cualquier núcleo de servicios, de ias es­ cuelas o de los m edios de transporte11:

C o m o la fachad a era una de las cosas m ás caras y la qu e señ alaba el co ste de la casa, se ed ificaba en solares estrech o s y alargados, de 25 o 35 pies de an ch o , que

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i ig 3 11 Las vías de circunvalación abarrotadas La despiadada sátira de Osburt iancaster: ventanas emplomadas, cortinas de encaje, suelos caprichosos y c¡ triciclo de los helados

se repetían en hileras paralelas de parcelas idénticas. Lo esencia! de esta construc­ ción era la rapidez; un paisaje rural podía transformarse en urbano en menos ele un mes.. Se arrancaban los árboles prescindiendo de todo respeto por la naturale­ za; se trazaban carreteras sinuosas que no tenía ningún sentido o simplemente se seguían antiguos cam inos rurales, todo muy m onótono pero al mismo tiempo cre­ aba sensación de desasosiego113. El resultado era un barrio suburbano aislado, en el que el tipo de casas y su densidad señalaba rápidamente ei status social de sus habitantes, La legislación de 1932 lo empeoró al permitir que los ayuntamientos decidieran sobre este tema, una casa cada 5, 10 o 25 acres, sin que nunca se esta­ bleciera ningún tipo de com pensaciónIH. Norm alm ente, se solía empezar construyendo un núcleo de tiendas y pisos en falso Tudor o en estilo clásico adulterado, alrededor del tranvía o de una parada de m etro; un cine gigante podía ser también otro de los com ponentes. A partir de ahí la urbanización continuaba en franjas, siguiendo las líneas de autobuses que cir­ culaban por las vías de circunvalación, que, a comienzos de los años veinte y mi­ tad de los treinta habían sido financiadas en dos etapas, por medio de programas de ocupación de trabajadores desempleados Resultó irónico que estas vías de cir-

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cunvaladón que se habían proyectado para reducir el tráfico n o tuvieran ningún tipo de lim itadón de con stru cd ó n en sus m árgenes laterales hasta la Ley de 1935 El resultado fue inmortalizado por el hum orista Osbert Lancaster qué lo llam ó el paisaje de «las vías de d rcunvalación abarrotadas-*: (...) aquí hay unos fantásticos aleros sacados del Alt Nouveau coronando una fa­ chada de inspiración claramente modernista; allí unas vigas retorcidas y unos cris­ tales emplomados Tudor que contrastan alegremente con unas tejas verdes y bri­ llantes de dudoso origen; en la puerta de al lado hay unas placas de terracota tipo holandés que dan vida a un porche de madera blanca estilo Wimblendon de transidón que da mayor relieve a un garage de ladrillo rojo que recuerda vagamente el románico us. Rústicos nom bres com o Meadowside, Woodsview y Fielsend (al lado del pra­ do, vista sobre el bosque, cam po) pronto resultaron inapropiados; el ferrocarril del sur, con tres estaciones contiguas denominadas Park -Raynes Park, Motspur Park y Worcester Park*-, decidió por fin prescindir del nom bre y a la cuarta estación, con mucha más propiedad, la llam ó Stoneleigh (piedra)156 Estas nuevas viviendas fueron ridiculizadas y criticadas Pero los críticos pro­ cedían de las clases altas y los criticados de las inferiores y medias: en uno de es­ tos típicos barrios, Bexlev, que vió crecer 18.000 casas y recibió 52 0 0 0 personas du­ rante los años 1930, el censo de 1951 constataba que la inm ensa mayoría procedían de la Clase Social líl, formada principalm ente por trabajadores manuales cualifi­ cados >' trabajadores no manuales jóvenes117 Com o venían de casas situadas en «ca­ lles reglamentadas», con retrete en el exterior y sin baño, ahora disfrutaban de una considerable mejora en su calidad de vida, puesto que • n > . - (■ 'ic .y

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Rg 4 2 Las ciudades ¡afdín dd mañana Diagramas de la primera edición de 1898 que se ti­ tuló To-ntarrow. £1 cuarto, que muestra ia policéntrica visión de ¡a ciudad social, no volvió a ser publicado de forma completa..

serie de industriales decidieran trasladar allí sus fábricas; sus trabajadores también se trasladarían y construirían sus casas, La ciudad jardín tendría unos límites -Howard sugería unas 32.000 personas que vivirían en unos 1 0 0 0 acres, más o me­ nos una vez y media la extensión que había tenido el Londres de la época medie­ val. Estaría rodeada por un cinturón verde permanente mucho más amplio, que tam­ bién pertenecería a la compañía -Howard hablaba de unos 5 .0 0 0 acres-; en ella no sólo habría explotaciones agrícolas, sino todo tipo de instituciones urbanas, com o reformatorios y casas de convalescencia, que se beneficiarían del am biente rural.

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A medida que la gente fuera llegando, ia ciudad jardín alcanzaría su límite; en­ tonces se empezaría otra nueva a corta distancia.. Así, con el tiempo, se iría desa­ rrollando una gran aglomeración planificada, que se iría extendiendo casi sin Hmite; dentro de esta zona, cada ciudad jardín ofrecería una amplia gama de trabajos y servicios, pero cada una estaría conectada con las demás por medio de un rápi­ do sistema de transportes (un ferrocarril intermunicipal com o Howard le llamaba), de m anera que pudieran encontrarse todas las oportunidades económ icas y so­ ciales de la ciudad gigante A esta visión policéntrica Howard le llamaba La Ciudad S o cial. Com o que en la segunda y las siguientes ediciones el diagrama quedó "trun­ cado, m uchos lectores no pudieron comprender que ésta y no ia ciudad jardín in­ dividual, era la realización física de ¡a Ciudad Campo: el tercer imán. Pero esta idea era m ucho más que un anteproyecto físico Las últimas palabras del tercer imán, LIBERTAD, COOPERACIÓN, no eran algo retórico; eran la razón de ser de la propuesta. Com o muy bien dice Lewis Mumford en la introducción del li­ bro (1946), Howard estaba menos interesado en las formas físicas que en el proce­ so social13.. La clave estaba en que los ciudadanos poseerían la tierra a perpetuidad.. En la primera edición había otro diagrama coloreado que más tarde fue eliminado, con calamitosas consecuencias para la comprensión del mensaje de Howard: tenía com o título «La desaparición de las rentas del propietario», e ilustraba de qué ma­ nera el valor del suelo donde se había edificado la ciudad jardín, revertía a la co­ munidad Los ciudadanos pagarían un modesto alquiler por sus casas, fábricas o ex­ potaciones agrícolas, suficiente para pagar los intereses del dinero que se había pedido en préstamo, así se obtendría la cantidad necesaria para devolver el capital inicial y luego - a medida que se fuera recuperando- para ahorrar y de esta manera conseguir un estado del bienestar local, sin necesidad de recurrirá los impuestos lo­ cales o centrales De modo que cada grupo sería directamente responsable de los ciu­ dadanos de su comunidad Insistía en que se podrían «crear pensiones que permi­ tan la libertad de las personas de edad avanzada, que ahora se encuentran prisoneras en hospicios; hacer que desaparezca la desesperación y que en su lugar nazca la es­ peranza en los pechos de los que han caído; silenciar ia amarga voz de la indigna­ ción y despertar la suave música de la fraternidad y la buena voluntad»1'1. Howard podia afirmar que éste era un tercer sistema social y económico, su­ perior tanto al capitalism o V i c t o r i a n o como al socialismo burocrático y centralis­ ta La clave estaría en la organización local y el autogobierno Los servicios serian ofrecidos por el ayuntam iento, o por empresas privadas contratadas, lo que resul­ tara más eficiente. Otros podrían ser ofrecidos por ia propia gente dei pueblo, en lo que Howard llamaba experimentos promunicipales Por ejemplo, la gente po­ dría construir sus propias casas con capital aportado por sociedades constructoras, asociaciones fraternales, cooperativas o sindicatos Y esta actividad a su vez pon­ dría en m archa la econom ía; cuarenta años antes de John Maynard Keynes o Frankíin Delano Roosevelt, Howard había encontrado la solución para que la so­ ciedad pudiera salir de la recesíón Sin embargo, se haría sin la intervención a gran escala del gobierno central El pian de Howard se llevaría a la práctica por medio de miles de pequeñas empre­

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sas: donde todos los hombres y mujeres serían al mismo tiempo trabajadores y empresarios Decía que se recurriría al talento de los mejores ingenieros, arquitectos, artistas, médicos, expertos en sa­ nidad, jardineros dei paisaje, expertos agrícolas, inspectores, constructores, artesa­ nos, comerciantes y financieros, organizadores de sindicatos, sociedades benéficas y cooperativas, así como también a ios más sencillos trabajadores sin cualificar, y a todos aquellos con menores habilidades y talento que se encuentran entre ellos15, Era una visión peculiarmente norteamericana: el espíritu del colonizador en la Inglaterra industrial Pero era el sueño del colonizador que ha comprendido la nueva tecnología y que pretende crear un nuevo orden socioeconómico: una propuesta notable por su sorprendente modernidad, incluso vista ahora, casi den años después

L etchw orth y Hampstead: Unwin y Parker Howard tuvo grandes sueños, pero fue t a m b i é n algo más: fue principalmente una persona activa Ai leer su libro, e! lector se sorprenderá de que en su mayor parte está dedicado a cálculos financieros; Howard no escribía para utópicos que desea­ ban llevar una vida sencilla, sino para agudos hombres de negocio V i c t o r i a n o s que querían estar seguros de que recuperarían el dinero invertido Uno de l o s aspectos más brillantes de su proyecto es que podía realizarse por agregación de pequeñas iniciativas locales que progresivamente se irían reforzando unas a otras Asi pues ocho meses después de que el libro fuera publicado, Howard organizó una Asociación para la Ciudad Jardín con el propósito de discutir sus ideas, y '-finalmente redac­ tar un pian práctico siguiendo las lineas generales del proyecto con todas ias mo­ dificaciones que se consideraran necesarias-; se preocupó de que politicamente fuera bipartidista e incluyó com o cooperadores a artesanos, comerciantes y finan­ cieros así com o también artistas y m inistros16. Al año siguiente, en 1900, se deci­ dió a poner eri marcha la Asociación Limitada de la Primera Ciudad Jardín, con un capital de 50 000 libras y 5 por ciento de dividendo;.dos años más tarde se regis­ tró la Com pañía Pionera de la Ciudad Jardín, con un capital de 20.000 libras, con la finalidad de buscar posibles lugares para su construcción. Los directores de ia Compañía Pionera habían establecido criterios muy cercanos a los de Howard: se trataba de encontrar un solar de 4 000 a 6 000 acres, bien co­ m unicado con el ferrocarril, con un buen suministro de agua y buen avenamento. Un lugar que parecía cumplir casi todos los requisitos, Chartley Castle al este de Stafford, fue rechazado por estar demasiado lejos de Londres. Letchworth, a 34 millas de la capital, en una zona de agricultura deprimida y con suelo a bajo pre­ cio, cumplía todos los requisitos y -después de delicadas y secretas negociaciones con quince propietarios- se compró una área de 3.818 acres por 155.587 libras La Com pañía de la Primera Ciudad Jardín se registró el 1 de septiembre de 1903, con un capital de 300.000 libras, de las cuales 80 000 debían ser obtenidas inmediata­ m ente, y con un dividendo del cinco por ciento111

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Se avanzó con lentitud Costó un año llegar a reunir 148 000 libras para obte­ ner el dinero necesario para la compra Los primeros beneficios no llegaron hasta 1912 Resultó muy difícil atraer industria; se consideró un gran éxito conseguir que el im presor y encuadernador j M. D ent se instalara en la zona19. Los primeros h¿b hitantes fueron idealistas y artistas de clase inedia, lo que dio a Letchworth una re~püVadón de excentricidad que más tarde rio merecería: «Hay una colonia entera de chiflados que se pasean dem asiado cerca de nuestros límites . Nos gustaría que trasladaran su extravagante ciudad algo más cerca de Arlesley»20 que, hay que acla­ rar, era donde estaba el m anicom io de la zona, Sin duda exageraban, pero había m otivos para no fiarse de ellos* En The Cloisters, que era una escuela, los internos dorm ían en ham acas separadas por pantallas de tela, dispuestas en forma de he­ rradura en torno a una fuente de mármol, habían sembrado trigo, según lo que ellos creían los principios de Kropotkin, dando especial atención a cada grano, aunque com o resultado sólo obtuvieron malas hierbas y cardos21 > Pronto, sin embargo ios primeros excéntricos de clase media fueron inundados por trabajadores de cuello azul que eran la rahon d'étre de la ciudad jardín Pero, iró"nicam ente, en lugar de participar del espíritu de cooperación, prefirieron militar en los sindicatos y en el socialism o22 Muchos, en un crecimiento que tenía su propia y especial ironía, fueron a trabajar a ia cercana Hitchin donde se encontraba ia fá­ brica gigan te Spirelia, «para hacer corsés que, evidentem ente, las m ujeres de Letchworth nunca llevaron pero que sus esposos vendieron a las mujeres menos cul­ tivadas de otras ciudades, obteniendo con ello grandes beneficios»23. Sin em bargo lo que sobrevivió fue la esencia de la visión de Howard . La ciudad com enzó a pagar dividendos diez años más tarde; siguió creciendo, más len­ tam en te de lo que sus prom otores habían pensado, alcanzando 15 000 habitan­ tes -m en os de la mitad de io planeado- en 1938; finalmente, después de la Segunda Guerra M undial, ayudada por los subsidios de los planes de descentralización del gobierno, se terminó a una escala ligeramente inferior a in proyectada, jrónicam ente, fue entonces cuando se convirtió en víctima d eja especulación de! suelo, de laque TiTrescató una Ley del Parlam ento de 1962 que la puso en manos de un organis­ mo especial24 Consiguió su realización física perfecta gracias a Raymond Unwin (1 8 6 3 -1 9 4 0 ) y Barry Parker (186 7 -1 9 4 7 ). De hecho, demasiado perfecta; la arqui­ tectura de Unwin y Parker vistió el plan de Howard de una manera tan memora­ ble que, a partir de entonces, la gente no supo diferenciar el envoltorio del co n ­ tenido Para entender lo que Unwin y Parker llegaron a realizar de manera tan nota­ ble, aquí, en Hampstead y en otros lugares, necesitamos situarlos en su contexto cultura!, de tiem po y de lugar Unwin nació en 1863, Parker en 1867, a unas doce millas de Sheffield en el norte de Inglaterra; eran medio primos, y Unwin se casó con la hermana de Parker Ninguno de los dos se había preparado formalmente para ser arquitecto; Unwin em pezó com o ingeniero y Parker era decorador de interio­ res. Crecieron en m edio de un intenso fermento de ideas, que, en gran parte, de­ rivaban de W iliiam Morris, que influyó en todo su trabajo posterior Creían que la creatividad procedía de una com prensión imaginativa del pasado; que la Edad

lig -13 Neu Larswick Clásico diseño de Unwin y l’aker: cosas en torno a un espado \crde cerrado que pretendo recuperar In cualidad comunitaria de ias viviendas medievales

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Media proporcionaba un modelo histórico; que ios viejos edificios habían crecido a partir de la tierra donde se hallaban; que el pueblo era la personificación de la pequeña comunidad; que el arquitecto y .el planificador, al conservar y mejorar ios valores tradicionales de la comunidad para futuras generaciones, eran los guar­ dianes de la vida artística y social25 JJn w in pronto se convirtió al socialismo, dentro de la corriente influida por William Morris, y se 'afilió a ía asociación de Sheffield que había iniciado Edward Carpenter, uno de los fundadores de la Sociedad Fabiana; Kropotkin dió confe­ rencias allí sobre la unión dei trabajo intelectual y artesano26. Antes de 1900, Unwin colaboró en el diseño de casas para ios pueblos mineros de su zona27.. De ahí surgió su libro Cottage Homes and Common Sense (Cottages y sentido común) (1902), defensa apasionada de la mejora de la vivienda de las clases trabajadoras; «No parece que nadie se haya dado cuenta de que cientos de miles de mujeres pa­ san la mayor parte de su vida sin nada mejor que ver que esos horribles patios tra­ seros, cuya miseria y fealdad no se ve aliviada ni por una brizna de hierba en pri­ mavera, ni por una hoja caída en otoño». Sin embargo, «si, en lugar de desperdiciar rincones en patios abarrotados de trastos y en sucias calles traseras, se reuniera todo el espacio de una serie de casas en una gran extensión, se podría conseguir una buena plaza o un jardín; las casas, orientadas de manera que la habitación prin­ cipal estuviera bien soleada, podrían disponerse alrededor de «cuadrados que se irí­ an abriendo para dar paso a otros» a la manera de las escuelas de O xford y Cambridge2*. B te mismo año, Parker y Unwin empezaron a trabajar en uno de sus prime­ ros grandes encargos: el pueblo jardín de New Earswick para la familia del choco­ late Rowntree, que debía construirse cerca de su fábrica en el límite norte de York no como una institución de caridad sino como corporación independiente Contiene en embrión muchos de los principios que desarrollarían en Lctchworth y, más tar­ de, en Hampstead La zona residencial está separada de la fábrica y de 1a ciudad por un estrecho, pero claro, cinturón verde, una parte de él natural y otra dedicada a campos de juego Las casas están dispuestas en hileras y agrupadas tanto en tom o a patios comunes, com o a lo largo de calles peatonales -anticipándose de esta ma­ nera en más de un cuarto de siglo a la disposición de Radburn- y, al fina! de! pro­ ceso de planificación, también las situaron en torno a calles sin salida Una gran zona verde y una casa de! pueblo son sus elementos esenciales. La naturaleza -á r­ boles, un pequeño rio - está siempre integrada en el proyecto Posee en gran me­ dida lo que Parker y Unwin definían como - Uinvir» en su primera dudad ¡ardid

lin Letdmorth se ¡es planteaba un problema mavor > más com plejo puesto que había que colocar la industria entre las viviendas ya que la linea de tren dividía la zona y era ahí donde había que situarla A diferencia del modesto cen tro de New Larswick con su ayuntamiento y sus tiendas, aquí había que proyectar un centro urbano completo Más tarde, al escribir su gran libro de texto sobre urbanismo. Unwin analizó exhaustivamente los planos de las ciudades del pasado llegando a la conclusión de que tanto las aproximaciones formales com o las informales tenían sus méritos A pesar de que prefería io informal, Letchworth también tiene elementos formales: avenidas radiales, romis-points y una gran plaza central dom inada por los principales edificios municipales Pero no funciona bien Las tramas inform a­ les de casas son tan buenas como las de Ncn Earswick algunas -proyectadas en to r­ no a grandes espacios-son incluso mejores La fábrica Spirella diseñada -quizás con la idea de evitar asociaciones- en estilo lu^cinistU vienes muy libre, es una joya Pero el centro urbano resulta confuso, con calles que parece que no van a ningún sitio, flanqueadas (mucho después de que Unwin y Parker se marcharan) por una m ez­ cla amorfa del peor y más comercial estilo neogeorgiano de entre guerras y del to ­ davía más deslabazado de los sesenta que poco a poco se ha ido deteriorando

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Fig 4 5 ÜarfV l'arker Socio de Unwin, colaboró con él en New Karswkk, Letchworth y i lanipMcad; amor en solitario de YVythenshawe. en Manchester, que puede considerase ia ter­ cera ciudad jardín de Inglaterra

Es significativo, que, com o Unwin confesó más tarde, cuando estaba proyectando todo este conjunto todavía no hubiera leído Die Stadtebau m ch der kiinstícrhchcn Gnmt/sí’Hzcn de C.amiilo Sitte, publicado unos diez años antes, donde se estudiaban las cualidades de lo informal en las ciudades medievales30. Era una lección que Unwin no olvidaría; Town Pianning in Pmctice, publicado en 1909 -apenas diez años después de Letchworth- resulta interesante por los excelentes dibujos de viejos pueblos y ciudades inglesas, francesas y alemanas; sería a partir de ahí que Unwin desarrollaría su comprensión de la relación entre espacios y edificios Aunque de he­ cho fueron los dos, Unwin y Parker, los que elevaron el arte del urbanismo a un nivel genial, haciendo que casi todo lo que vino después resultara poco interesante. Tenían muy claro que su trabajo consistía ante todo en crear belleza o satisfacción, palabras que para ellos tenían el mismo sentido: «sobre todo, necesitamos infundir el espí­ ritu del artista en nuestro trabajo» 31 También pensaron de manera imaginativa en las personas que vivirían en estos edificios, que pasearían o jugarían en los espacios que estaban creando Y ello incluía los más pequeños detalles: para ellos la buena arquitectura y la planificación consistía en solucionar bien esos detalles:

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En los espacios a! aire libre, no olvidaremos a los niños Debe haber kinderbank o asientos bajos adaptados a sus pequeñas piernas, y, donde sea posible, se incluirán zonas de césped con juegos y columpios, estanques donde puedan hacer navegar sus barcas, y hoyos de arena siempre que se puedan mantener limpios3-.

Con su trabajo también querían conseguir unos objetivos sociales. «Tanto en la planificación de la ciudad como en la disposición de las casas es importante evi­ tar una gompleta separación de clases que es lo normal en las m odernas ciudades británicas»33. Sin embargo, en 3a Inglaterra eduardiana habia límites y, tanto en Letchworth com o en Hampstead, hay zonas reservadas para los «cottages» de los trabajadores que están separadas de ias casas más grandes de la clase media: lo su­ ficientem ente cerca pero no demasiado, La planificación de Hampstead fue decisiva tanto para el m ovim iento de la ciu­ dad jardín en general como para Unwin en particular. Porque de hecho no era una ciudad jardín, sino un barrio jardín suburbano; n o tenia industria, y depen­ día totalm ente de las cercanas estaciones de metro que se abrieron justo en el m o­ m ento en que la zona estaba siendo planificada, Pero si querem os ser totalm ente justos y tener en cuenta la historia, hay que decir que no fue la única ni la prim e­ ra planificación de este tipo. Eaiing Tenants Limited, la primera cooperativa lo n ­ d inense de viviendas, fundada en 1901, com pró en 1902, in clu so antes que Letchworth, 32 acres en la zona de Brentham Estate cerca de The M ount Avenue; en 1906, un ano antes del encargo de Hampstead, contrataron a Unwin y Parker para proyectar una ciudad jardín modelo14. Se trataba de un pueblo jardín subur­ bano, de un tamaño parecido a New Earswick, que se distinguía por 1a alta calidad de su diseño, su inimitable sentido de ia sencilla domesticidad, su.club social c en ­ tral -idea tomada de New Earswick, y también del primer barrio jardín suburbano edificado treinta años antes cerca de Bedford Park- y su protocinturón verde, for­ mado por ios prados del cercano río Brent Sin embargo, además del diseño, Ealíng poseía otros elem entos de interés. Mostraba ia manera como se creta que debían construirse las ciudades jardín y los barrios jardín suburbanos: poniendo las ideas de libertad y cooperación de Howard en acción Unwin había alabado el sistema cooperativo de construcción de vi­ viendas en un Ubríto de 1901, argumentando que de esta manera los grupos de fu­ turos propietarios podían conseguir casas a bajo coste en solares com prados com o tierra agrícola: de nuevo Howard. Pero, además, añadía: -las casas se podrían agru­ par y colocar de manera que cada una de ellas tuviera sol y buena vista; y una par­ te del suelo se dejaría sin edificar y se mantendría así para que, de este modo, pu­ dieran preservarse ias vistas»; podían proyectarse espacios de uso público para música, actividades recreativas y también com o comedores. Sugirió que los grupos de casas se situaran en torno a un patio y que cada uno de ellos tuviera un espa­ cio com ún: lo que él quería recobrar era la esencia del espíritu com unitario m e­ dieval1’ , Unwin participó en la comisión ejecutiva de la Compañía de Socios de Casas de Alquiler; Unwin y Parker realizaron no sólo Ealing, sino tam bién barrios resi­ denciales suburbanos en Leicester, Cardiff y Stoke-on-Trent3l>. La legislación de

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1909 sobre planificación de casas y ciudades permitía cine estas -'Sociedades de Utilidad Publica - pidieran dinero prestado a bajos intereses, de mocio que, en 1918, había más de cien sociedades de este tip o '7 Pero Hampstead fue un asunto de mayor envergadura. Su creadora era la se­ ñora i lenrietta Barnett, la temible esposa del director de "foynbee Hall Tenían una casa de recreo en Hampstead y, en 1896, se enteraron de que había un proyecto para hacer una nueva estación de metro cerca de su casa (Lista línea pronto formaría par­ te del imperio de Charles Tyson Yerkes! Siguiendo el modo de actuar de la clase media británica, la Sra Barnett decidió iniciar una campaña para comprar parce­ las con la idea de ampliar Hampstead Heath y, a la vez, frustar las ambiciones es­ peculadoras de los promotores Después de una lucha que duró cinco años e inv piicó el envió de 13 000 cartas, el Consejo del Condado de Londres compró los 80 acres de Heath por 43 241 libras; la estación de metro, abandonada a medio cons­ truir, se convirtió en una más de las muchas estaciones fantasmas que existen Durante la contienda, alguien sugirió la idea de crear un barrio jardín suburbano;

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-1 7 Henrietta DameU La gran "Dama4 se hace cargo de !a di­ rección: en sus manos el proyecto del barrio jardín de Hampstead en su mirada el fervor mora! y el celo reformador.

hubo que comprar otros 24'i acres a la Escuela de Eton, em pleando las 112 00 li­ bras que, en 1907, se habían invertido en ia apelación. Se organizó una sociedad para hacer 8 0 0 0 casas; Unwin > Parker fueron contratados com o arquitectos, Desde el principio, el proyecto pretendía cumplir una serie de objetivos sociales: com o dijo un contemporáneo, sería un lugar «donde el pobre enseñará al rico, y ei rico, esperemos permitirá que el pobre se ayude a sí m ism o-; el primer plan incluía espacios para guardar tos carros de ios vendedores ambulantes™. Pero pronto, ei va­ lor del suelo y de ias rentas empezó a subir, y -co m o anteriorm ente había sucedido en Letchworth > Bedford Park- el barrio empezó a tener fama de excéntrico, cosa que ia señora Henrietta trato de refutar: no era cierto que los habitantes fueran una pan­ dilla de 'Chiflados excéntricos que andaban con sandalias y sin corsés.*: Somos hombres y mujeres normales ( ) Algunos tenemos criados y otros no; al­ gunos tenemos automóvil y otros vamos en el coche de San Fernando; unos leen, otros pintan o hacen música, pero todos trabajamos, todos nos lavábamos (todas

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las casas por pequeñas que sean tienen baño -decía la propaganda-) y todos cui­ damos de nuestro jardín estamos libres de la opresión de la riqueza, y nos re­ lacionamos en base a unos intereses comunes, simples pero profundos, y compar­ timos unas mismas aspiraciones” . De las tres empresas constructoras, dos eran de coparticipación40. Pero el ob­ jetivo, >*la convivencia cotidiana que pronto iba soldar la separación de clases»41, se vio frustrado precisamente por el éxito que tuvo; todavía hoy, incluso las más pequeñas de las casas de los artesanos parecen de clase media l o que sobrevive es su calidad física. En muchos aspectos es curiosamente transirional En aque[m om ento Unwin estaba totalmente influido por Sitte y porJos via­ jes que había hecho a Alemania; piído prescindir de las restrictivas reglamentacio­ nes localeá (by-lmvs) gradas a los poderes especiales que había dictado el Parlamento42. De modo que Unwin quedó en libertad para demostrar sobre el suelo ¡o que unos años más tarde, en su enormemente influyente libro Nothing Gaitted by Overcrowding! de­ mostrado por escrito: una adecuada planificadón haría posible que todos tuvieran más espacio, sin utilizar más suelo., El secreto consistía en reducir et espacio reserva­ do para carreteras de un 4 0 por ciento (que era lo usual en las normas locales) a un 17 por ciento, de modo que el terreno reservado para jardines y espacios a! aíre libre pasara de un 17 a no menos del 55 por ciento del área total 43. Unwin utiliza esta libertad para proyectar un trazado típicamente informal, con irregulares calles cur­ vadas, calles sin salida y gran variedad en los tipos de vivienda; el propósito de Unwin, incluso en esta etapa tan temprana, era mantener ei tráfico fuera, aspecto que, todavía hoy, funciona con respetuosa tranquilidad44. El diseño evoca de manera cla­ ra, y atractiva, los m odelosjnedievales alemanes: en el límite de la extensión deí Heath hay úna muralla con puertas y, cerca del paseo comercial en Finchiey Road, Unwin colocó una gran puerta que parece sacada del viejo Nuremberg Pero en la plaza central de la ciudad que, por deseo de fa señora Barnett se si­ tuó en el punto más alto del área 45, y en las calles adyacentes, Unwin actúa de una manera com pletam ente distinta de Lutyens, el autor de las dos grandes igle­ sias y de la escuela El resultado es anómalo, un ejercicio terriblemente formal den­ tro de la tradición de la Ciudad Bella: el curioso visitante que, saliendo del Heath, camina por la calle principal y espera encontrar un pastiche a lo Rothenburg-obder-Tauber con pequeñas calles que conduzcan al tipo de plaza de mercado que Unwin se había deleitado en dibujar, se encuentra con una vía procesional que pa­ rece una copia de la avenida que conduce al Palacio del Virrey en Nueva Delhi (ca­ pítulo sexto) Además, el concepto global, grande en escala, no tiene vida; casi na­ die va allí, parece que la plaza espera un Durbar imperial que nunca ocurrirá. Quizás, sin embargo, como Creese dijo, no se pretendía entretener al viandante, ni ofrecerle distracción o lugares donde comprar, sino impresionarlo; y esto se consigue46 Unwin había bendecido la ciudad formal y Letchworth tenia también sus m om entos formales Pero Hampstead confunde com pletam ente al creyente, Desde el principio, com o Abercrombie señaló en 1910, la Asociación de la Ciudad Jardín tenia com o objetivos, no sólo «construir nuevas ciudades en los distritos rurales según prind-

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- PEOPOSED .SHOKS • HAMP3TCAD GARDEN JtiD U B B -

tS 5 iS í» a ,‘SS;,w,^

Fig 4.8>jEl barrio jardín de.Hampsiead.; £i viejo Nuremberg (¿o quizas es Rothenburg?) en Fínchley Road; es probable que este proyecto fuera fruto de ios viajes estivales de Unwin

píos bien meditados», sino también y «basándose en la m ism a filosofía, la creación d eT jajnoTjardm suburbanos para alivio inm ediato de las ciudades ya existentes»» así com o también «ia construcción de pueblos jardin (...)jpara que las clases tra­ bajadoras puedan vivir con dignidad cerca de su trabajo»47. Pero el problem a qu’e siempre surgía era si lo bueno no iba a ser enem igo de lo m ejo r En m anos de Unwin y Parker, Hampstead resultó correcto, incluso recom endable; de la misma manera que probablemente lo fueron la mayoría de los aproxim adam ente doce pro­ yectos coordinados por la Cooparticipación de Inquilinos en tre 1901 y la Primera Guerra Mundial'”1; el problema era -el gran núm ero de proyectos que tom aron ei nom bre de ‘Ciudad jaTdrñ' dTmañera indiscrim inada, sin tener ningún derecho a utilizarlo, puesto que los resultados eran totalm ente distintos de ias ideas de los fun­ dadores del m ovim iento»49 Después de la guerra, C.B. Purdom, el nuevo editor d éla revista de la Asociación, se lamentaba: «Prácticamente no hay ningún distrito en el que las autoridades locales no digan que están construyendo una, y los pro­ motores sin escrúpulos ponen este nom bre en todos sus anu ncios (...) En la ac­ tualidad no se ven este tipo de proyectos más que en Hertfordshire, en Letchworth y en la ciudad jardín de Welwvn»50.. En 1919, la Asociación -que había cambiado su nom bre por el de Asociación para 1a planificación de pueblos y ciudades jard ín - adoptó una d efinición cuida­ dosam ente selectiva de «este tipo de proyectos»; al año siguiente, desconcertados porquejHoward, ahora ya con 69 año?, había com prado una gran extensión de te­ rreno en VVelwyn sin pedirles permiso ni consultarles acerca de la cantidad de di­ nero que se podía pagar por él, lo apoyaron y empezaron allí la segunda ciudad jar­ dín51 Diseñada por L.ouisde Soissons en estilo neogeorgiano, que había substituido

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I ig 4 l> i a ion liiiit del domingo en ia ciudad jardín di- Weluyn L!l ideal di- Howard conver­ tido c-n realidad: ei trabajor y su esposa en su hogar

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1i;4 4 10H lindad jardín de W'elwyn. el MalL louis Soissum ¿ido pin la formalidad clásica \ el buen gusto cíe ía época georgiana al proyectar la segunda ciudad jardín

ai neovernacular de Unwin-Parker -e l mismo Unwin ya no lo utilizaba- es mucho más forma! que Letchw orth o Hampstead, especialmente en las grandes avenidas centrales ai estilo de Lutyens, de casi una milla de extensión; una especie de Ciudad jard ín Bella Pero la arquitectura muestra lo bien que resulta el estilo neogeorgiano si está en buenas manos, además estuvo siempre muy bien cuidado; una tram­ pa, quizás, puesto que, cosa que no sucedió en Letchworth, pronto agradó a la clase m edia, De hecho, por muy herético que sea decirlo, es más atractiva que Letchworth..

El m o v im ie n to de la ciudad jard ín en tre guerras Pero m ientras, en 1918 y 1919, el movimiento había tenido que hacer frente a una doble crisis En 1912 Unwin había com etido lo que para algunos fue la gran apostasia: en una con ferencia en la Universidad de Manchester, recomendó la construcción de .«ciudades satélites>■cerca de las grandes urbes, es decir barrios jar­ dín suburbanos dependientes de ia ciudad para el trabajo. En 1918, con la fuerza que le daba ser un m iem bro clave de la Com isión de Ludor Walters, mantuvo ia m ism a idea en 1a disposición oficial para el programa de viviendas publicas de postguerra, que recibió la bendición legislativa en la ley Addison del año siguien­

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te, cuyas consecuencias ya hem os explicado en el capítulo tercero El resultado fue que del m illón o más de viviendas con subvención publica hechas por las au­ toridades locales entre guerras, ninguna -c o n la excepción de unas cuantas en l.etchw orth y W elw yn- fue planificada com o ciudad jardín de verdad. Este fue un gran golpe para la Asociación, que estaba haciendo campaña a favor tanto de un programa más extenso de construcción pública com o para la cuestión de la ciudad jardín El m ism o Howaid no creía que el gobierno fuera capaz de llevar a cabo esta tarea, ni tam poco le entusiasmaba la idea: com o le di|o a su viejo y fiel ayudante 'Frederic Osborn (1885-1978) en 1919: «Querido amigo, si esperas que el gobierno sea quien lo h3ga serás más viejo que Matusalén antes de que hayan empezado»52. De m odo que Howard hizo Welwyn a su manera, con métodos poco conven­ cionales/ e lid ís se ileñó'de ciüdades satélite, y el tema de la construción de nue­ vas ciudades a gran escala se retrasó treinta años. Quizás era inevitable: las obje­ ciones políticas al traslado masivo de los habitantes de barrios pobres, unido a la amenaza de am pliaciones masivas de los límites de las ciudades, hubieran sido ex­ cesivas, com o demostraron Jos problemas que el Consejo de Londres tuvo al pla­ n ifica r sus propias áreas satélites o la ciudad de M anchester al ed ificar en W ythenshave .En parte el problema era debido a la falta de imaginación. Algunas de las lla­ madas ciudades satélites -sobre todo las del Consejo de Londres en Becontree, en el condado de Essex- eran enormes, superaban en varias veces el límite de 30,000 personas propuesto por Howard, y eran iguales a cualquier ciudad inglesa de tamaño jricd io ^Estaban a una distancia considerable de la ciudad madre, pero les faltaba la industria necesaria para convertirse en autosuficientes -aunque, desde 1928, Becontree tuvo la suerte de poder contar con una fábrica de la !;ord Dagenham- e incluso carecían de medios de transporte adecuados Y, a menudo, los proyectos urbanísticos fueron un fracaso. Las viviendas eran bastantes dignas, y estaban de acuerdo con ios modelos establecidos en los libros de Unwin; pero el conjunto y la trama donde se colocaron eran terriblemente aburridos. -aLas-ciudades. satéli. t.e. prwin,cia]es_fueron excepcionesJw ythenshawe; proyec­ tada en 1930 por Barry. Parker para M anchester, es realmente un ejemplo sobresa­ liente Su temprana historia fue tortuosa Abercrombie, nombrado como consul­ tor, había aconsejado que se comprara un solar de 4 500 acres; se compró la mitad en 1926., A partir de entonces se inició una gran batalla legal para que Manchester pudiera incorporar esta zona a su térm ino municipal, cosa que consiguió en 1931 en el Parlam ento; pero no obtuvo perm iso para com prar el resto del terreno, Mientras, en 1927 la ciudad había encargado el proyecto a Parker. Se le dio ente­ ra libertad para proyectar una ciudad prácticamente nueva en una amplia zona de 5. 500 acres En 1938, con unas 7 .0 0 0 casas de 1a asociación y 700 privadas, era ya más grande que Letchworth o Welwyn y tenía sólo una tercera parte de los 107 000 habitantes planeados53 J J mismo Parker la describió en 1945 como «el ejemplo más perfecto de ciudad jardín*;5^ Pero, de hecho, es un modelo imperfecto. La pobla­ ción prevista era tres veces superior a la recomendada por Howard y se aproxima­ ba a las más grandes de las nuevas ciudades construidas después de !a Segunda

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l-'ig 4..Í 1 ¡-federie Osborn Primero ayudante de Hovvard, más tarde infatigable defensor de las ciudades jard ín. Con 80 artos preparando un nuevo texto para la polémica en su jardín de VVehvyn

Guerra M undial. A pesar de que se com pró a precios casi de suelo agrícola, sólo es­ taba Reparada de la ciudad por un cinturón verde de media milla de ancho que con una área de 1,000 acres lim itaba con el rio Mersey.. Aunque se proyectó una am­ plia zona industrial, que com o en Letchworth está a lo largo del ferrocarril que di­ vide la ciudad, n o llegó a ofrecer trabajo a todos los habitantes; fue neceseario pues organizar un servicio subvencionado de autobuses hasta la ciudad. Su éxito radica en haber introducido tres principios de planificación norteam ericanos q ue Parker sacó directam ente de la región de Nueva York cuando la vi­ sitó en 19255-\ Ei primero de ellos era ei principio de la unidad de vecindad, cu­ yos orígenes estudiarem os m ás tarde en este mism o capítulo.. Él segundo era la adopción de la trama de Radburn, que, en 1928, Ciarence Stein y Henry Wright ha­ bían proyectado para la ciudad jardín del mismo nom bre y que habían discutido con él en 1924, tem a que tam bién explicarem os en este capítulo515, EJ tercero era el con cep to de carretera de parque o vía arbolada dentro del parque {parkway ) que Parker h abía v isto en la región de Nueva York pero que utilizó aquí de manera to­ talm ente original Las primeras carreteras de parque de Nueva York -la Bronx River Parkway de 1914, y los ejem plos realizados por Robert Moses en 1920 com o parte de sus proyectos para parques de recreo- eran carreteras de acceso limitado pensadas sólo para el trán­

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sito de coches privados, y deliberadamente diseñadas para que fueran una experiencia recreativa57. La genialidad de Parker en Wythenshawe fue combinar este tipo de vía criculatoria'con otra vieja tradición norteamericana de carreteras de parque, crea­ da por Frederick Law Olmsted y ampliamente utilizada a comienzos de siglo por los urbanistas de la tradición de la Ciudad Bella: la carretera de parque com o vía de ac­ ceso a áreas residenciales y a parques cívicosÍB"^Bea que'Sóissons había ensayado en Welwyn, Inglaterra, y el arquitecto de paisaje T, H Mawson empleó en Stanley Park, en la zona de Blackpool durante los años 1 9 2 0 - obteniendo así el principal elemento de circulación de toda la ciudad jardín59 Al utilizar este tipo de vía, Parker intentaba evitar uno de los principales defectos de planificación de los arlos 1930, tan evidente en los alrededores de Londres: la construcción en franjas a lo largo de las nuevas rutas arteriales. En Wythenshawe, había comentado: estas carreteras (. ) se situarán a io largo de ios parques y no admitirán edificacio­ nes en sus márgenes Han sido pensadas para limitar parques ya existentes, futu­ ras zonas de recreo, campos de juego de las escuelas, bosques, zonas de matorrales y monte, campos de golf, márgenes de ríos y cualquier espacio que nos permita au­ mentar su atractivo y nos dé la posibilidad de prolongarlas hacia el campo donde no haya edificaciones60. Consideraba que, en correcta terminología norteamericana, estas carreteras de­ berían llamarse «carreteras libres» (freeways) y no -carreteras de parque», porque no estaban ¡imitadas al uso recreativo y podían ser utilizadas por todo tipo de trá­ fico (En realidad, eran muy parecidas a ias carreteras arteriales segregadas de nivel superior dentro de un sistema de planificación de tráfico jerarquizado, com o el enunciado por Alker Lrippen 19.38 y copiado más tarde por Abercrombie y Forshaw como uno de los principales elementos en su pian de 1943 para el condado de Londres) Pero cuando finalmente se terminó, la principal arteria norte-sur diseña­ da por Parker fue conocida como la carretera del parque Princess Sin embargo, su destino fue irónico: proyectada originalmente con enlaces al mismo nivel con el sis­ tema de calles locales, los planificadores de transporte la convirtieron treinta años más tarde en una autopista elevada Partiendo de la ciudad y circulando en medio de una masa de «spaghetti». de hormigón armado, es ahora una carretera libre en el sentido que Angeleno dio a ia palabra, y con creces La otra carretera de parque que planificó se abandonó a medio hacer, sin que se diera ningún tipo de explica­ ción, y la franja de parque continua trasquilada desde ei punto de partida. De hecho Manchester no se ha portado correctamente con su obra de arte. El centro comercial se construyó más tarde en el estilo chillón de los años 1960; mientras que algunos de los pisos construidos después de ¡a guerra son una m ons­ truosidad La segunda y tercera generación de habitantes no lo han tratado tan bien como la primera; aquellos que les gustaría creer que un ambiente civilizado debe­ ría engendrar comportamientos civilizados, deben admitir que hay demasiados graffiti, vandalismo y robos L:1 lugar tiene esa apariencia descuidada tan clara­ mente británica, com o si la ciudad lo hubiera abandonado; aunque en este aspec­ to no resulta tan diferente de la propia ciudad de Manchester Pero a pesar de todo,

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no se puede borrar a Parker del todo. El ampiio parque de Wythenshavve justo en e! cen tro cam bia el concepto de cinturón verde puesto que se convierte en el co­ razón verde de la ciudad Las viviendas, que mezclan con sabiduría m otivos geor­ gianos con el estilo vernacular de Letchworth, están inteligentem ente agrupadas alrededor de una multitud de pequeños espacios verdes. A pesar de toda su deja* dez actual, m erece el nom bre de tercera ciudad jardín. M ientras los más fieles seguían haciendo campaña y Chamberlaín, que siem­ pre estuvo a favor de ias ciudades jardín durante su época com o ministro, consi­ guió una subvención de! gobierno en 1921, 1925 y -con la oposición de Haciendaen 19.3261. Pero no sirvió de mucho. En los años 1930 el secretario perm anente del M inisterio de Salud, Sir Arthur Robinson, admitía: Aunque empecé como defensor de las ciudades jardín, propiamente dichas, al cabo dei tiempo he ido cambiando de opinión: en teoría están bien pero en la práctica no parece que funcionen Lo que se llama ciudad satélite es un método mejor (...) Y son precisamente ciudades satélite lo que están haciendo las diversas autorida­ des locales, y nuestra idea es fomentarlas'^ Cuando Cham berlaín consiguió organizar la Comisión Barlow. Unwin, com o más tarde explicó en 1938, dijo que la gran contribución de Howard había sido el barrio jardín suburbano y no la ciudad jardín; así pues, las ciudades satélite iban a ser la solución al crecim iento continuo de Londres c o n v irtie ro n las tres zonas verdes centrales que se hallaban co necta da s en tr e sí - y q u e evidentemente eran muy grandes- en espacios privados y cerrados11\ El c e n t r o co m ercia l y tres cen tros infantile s desaparecieron a causa de los recortes en el presupu esto, y la segunda fase n u nca se empezó; lo más irón ico de todo fue q u e a pesar de qu e se h ab ia inici ad o c o m o un proyecto racialm en te integrado, al c a b o de diez años, m u ch a s familias blancas se m arch aro n qu ejánd ose de qu e h a ­

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bía gente con problemas; en los años 1970 un grupo de rescate convirtió las casas de alquiler en casas de propiedad, prohibió la zona a los chicos menores de 18 años, y -ú ltim a afrenta- le cambió el nom bre jy.le, puso Village G reen11-1. Hoy en día, aunque Bakswin Hills todavía posee una extraordinaria cualidad física, el he­ cho de hallarse cerca de una zona de viviendas de bajo alquiler hechas con sub­ vención pública da una cierta intranquilidad a los residentes que, en su mayoría, son personas mayores; al atardecer las motos de la policía patrullan por allí, ridi­ culizando las cualidades que pretendía proteger. Las ciudades Radburn de Stein y Wright son sin duda las contribuciones más im p o rtan tes de Lstados Unidos a la tradición de la ciudad jard ín . Bien es cierto que, com o en el caso de los ejemplos europeos, han fracasado en cuanto a la cualidad; hace tiempo que las tres han quedado sumergidas en lo que ha sido la gran expansión de los barrios residenciales suburbanos, y localizarlas en el terreno exige un buen mapa y m ucha voluntad, Pero com o barrios jardín suburbanos, representan el avance más significativo a partir de los ejemplos creados por Umvin y Parker., No son, sin embargo, los únicos casos de ciudades nuevas en Estados Unidos. El res­ to son iniciativas realizadas por sociedades privadas, com o la nueva ciudad de Norris en Tennessee, construida com o parte del programa de desarrollo regional del C onsejo del Valle de Tennessee (Tennessee Valley Authority), que será brevemen­ te estudiada en el capítulo quinto. Sin embargo las ciudades de cinturón verde que hizo la Dirección de Colonización (Resettlement A dm inistraron) presidida por Rexford Guy Tugwell durante los primeros años del New Deal de Franklin Deiano Roosevelt (1935-8), merecen una atención especial. Hay curiosos paralelos históricos entre su origen, y el de la idea de Howard; las dos propuestas nacieron durante los peores m om entos de la depresión; en ambos casos, los pobres campesinos que habían abandonado la tierra se hallaban hacinados en ciudades dominadas por In pobreza donde no podían encontrar trabajo.. En 1933, por ejem plo, había un comprometedor barrio de chabolas habitado por gen­ te pobre justo en medio de Washington La primera idea de Roosevelt: fue iniciar un m ovim iento de vuelta a la tierra; Tugwell (1891-1979), un economista de la Universidad de Columbia que se había convertido en uno de los miembros más in­ novadores de su equipo, le persuadió de que este cam ino no conducía a ningún si­ tio Su idea era «salir de la ciudad, comprar suelo barato, construir una comunidad com pleta, y llevar a la gente allí. Después, pretendía volver a la ciudad, demoler esos barrios pobres y convertirlos en parques»11S Amenazando con su dimisión, con­ siguió que, en abril de 1935, Roosevelt creara la Dirección de Colonización, que unió el tema de ía tierra y el problema de ia pobreza; en 1934, por medio de ia Ley de fondos de ayuda de emergencia, este organismo recibió poderes que le permitían forzar la venta de tierras11" La frase crítica era •. Fue aquí que, en 1927, la com isión Feetham reco­ m endó un estricto control sobre la «entrada de nativos»- para evitar a los «vagos, viciosos y crim inales»57 En 1926 R Walter Jameson de Kimberley (conocido po­ pularmente com o Jacaranda Jim ) y Herbert Baker hicieron un proyecto para la ciu­ dad y en 1948 un gabinete sudafricano hizo otro, Sorprendemente, ambos acep­ taban y reforzaban las ya existentes divisiones raciales511; y el último, observando que el gobierno había olvidado la segregación entre blancos y asiáticos, señalaba que mucha gente la quería, y se escudaba en los «principios de planificación que tienen en cuenta las necesidades técnicas y humanas», palabras que escondían el deseo de segregación Se prescindió de los africanos argumentando que, aunque eran ios más numerosos no eran estables; el proyecto ni se planteaba una área para ia edificación de sus casas5" Fn Lusaka, ei proyecto oficial m antenía la misma división entre los amplios espacios de la zona europea y del área africana más primitiva, que carecía de los más elem entales servicios''".. Fn 1931 el profesor Stanley Adshead habla afirm a­ do lisa y llanam ente que -sería un error tratar a los africanos com o si fueran eu­ ropeos ( ) sería estúpido ofrecerles las comodidades que ellos nunca han c o n o ­ cido y que, después de generaciones y generaciones han llegado a ser necesarias para el hom bre blanco-'-1; com o en Kampala. el proyecto -a pesar de que era contrario a la evid encia- se basaba en ei mito de que los africanos eran pueblos m igratorios'1-. Dentro de ia zona blanca debía haber tres tipos de vivienda, au n ­ que Adshead opinaba que era discutible decirlo de esta manera; incluso en la correspondencia oficial, la zona donde vivía la clase superior, cerca de las o fici­ nas en lo alto de unos cerros, era conocida com o Snob Hitt'’1. Durante los v e in ­ te años siguientes, las bajas densidades que había propuesto Adshead todavía disminuyeron más y su gran idea -la amplia avenida de la Independencia que de­ bería tener 400 pies de anchura y que se extendería a ¡o largo de las colin as- se convirtió en una calle relativam ente menor que unía tres barrios jardín bastan­ te distanciados'"' Lo que tenían en com ún estos proyectos era el uso del suelo y la estructura del asentamiento Había un núcleo central con los edificios del gobierno y. al lado una zona de oficinas comerciales; e¡ centro comercial estaba cerca de estas dos zonas.. Todo ello dispuesto en una trama geométrica, con amplias avenidas que se unían en plazas circulares de distribución de tráfico Este espacio estaba rodeado por las áreas residenciales europeas de baja densidad de ocupación, en ellas las casas esti­ lo -bungalow - quedaban escondidas por ios grandes jardines; estilo que tanto en Lusaka com o en otros sitios se conocía como -ciudad jardín», término que pro­

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bab lem en te hubiera hecho que Ebenezer Howard, muerto had a poco, saliera de su tum ba para protestar. La zona africana, nombre muy revelador, era relativamente pequeña y estaba claram ente segregada a un lado de la ciudad; solía estar situada tan lejos com o fuera posible de la zona euopea y separada por barreras físicas como por ejem p lo el ferrocarril A veces había una antigua área com ercial dentro o cer­ ca de la zona africana, de modo que la actividad com ercial tam bién quedaba se­ gregada En general, la idea básica era que, aparte del número necesario de criados, los african os n o existían. Sin em bargo h u bo una serie de diferencias con Nueva Delhi que no fueron sólo de ín d o le eco n ó m ica. Los que elaboraron ios proyectos de ias capitales afri­ canas n o p reten d iero n realizar las com plejidades geom étricas de Luytens, a pe­ sar de q u e im p u sieron una cierto grado de organización form al tan to en los cen tro s co m o en las áreas europeas Y aunque dieron una posición prom inen­ te y un trato d ig no a los edificios del gobierno, nunca pretendieron emular la co m p le ja estru ctu ra de Raisinia; quizás porque había m enos gente a quien im ­ p resio n ar o porqu e se pensó que se Íes podía im presionar con mayor facilidad. A pesar del sistem a de tres castas m antenido en Lusaka, los proyectos no refle­ jaban una elaborada jerarquía social y ocupacional -p ro b ab lem en te porque ni Kenia ni Rhodesia dei norte necesitaban diferenciaciones tan complejas.. -\quí, c o m o en todos sitios, el final del d om inio b ritán ico com portó sus propias ironías: ios gobernantes de los nuevos países independientes, enfrentados a los m ism os problem as de ocupación ilegal de tierras que habían tenido los an­ tiguos o ficiales co lo n iales, reaccionaron de la misma manera L'n Lusaka, d on­ de un m in istro del gobierno habló de - L:s por ello que de ta n to en ta n to se arrasaban ios barrios de chabolas y que incluso se sugirió la necesidad ele d ictar leyes m unicipales que los con trolaran 1’5 En Nairobi, el go­ b iern o in ició en 1969 una política de dem olición sistem ática y el alcaide, Isaac I.ugonzo d ijo que el gobierno debía evitar que la gente sin medios se traslada­ ra a la c iu d a d '!' E vid entem ente en ambos lugares esta política fue decidida por una élite afri­ cana que vivía en las casas que ios europeos habían abandonado. Un funcionario de N airobi com en tó : - Le llegas a olvidar del olor del polvo al cabo de pocos días-, Y añad ió: «Hay más diferencia entre mi padre y yo, que entre yo y un europeo me­ d io -" ’ . M abogunje com entaba en 1978 que, a pesar ele que los docum entos origi­ nales de la época colonial se habían perdido, los funcionarios conocían muy bien ¡os viejos edificios de las zonas anteriormente ocupadas por europeos1’* Sin embargo hay que reconocer que, más tarde, cam biaron de política: Nairobi m ejoró y tam­ bién lo hizo Lusaka que perm itió que los habitantes construyeran sus propias ca­ sas”' Incluso en Nueva Delhi fueron apareciendo una serie de asentamientos in­ formales algunos de ellos en los grandes espacios que, generosamente, Lutyens había reservado en las calles cerem oniales70

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Canberra: la Ciudad Bella excepcional Asi pues, la Ciudad Bella trasladada a contextos coloniales o excoloniales tuvo sus defectos. Hay sin embargo una notable excepción, Canberra, y ello quizás se debe a que durante m ucho tiem po sólo fue un proyecto. Su historia tiene algo de tra­ gicomedia El nuevo gobierno de la Com m onwealth de Australia, establecido el 1 de enero de 1901» empezó a buscar un nuevo emplazam iento para la capital en el área de New South Wales a unas 100 millas alrededor de Sydney. En 1908 eligió Canberra y reservó una zona para construir la futura capital de Australia; en 1911 se organizó un concurso internacional para la planificación de la ciudad. Pero el prem io era tan reducido (unas miserables 1 750 libras) que tanto las asociaciones de arquitectos británicas com o las norteamericanas lo boicotearon: nom bres tan conocid os com o Abercrom bie, Burnham , Olmsted estuvieron ausentes. Se pre­ sentaron 137 arquitectos, núm ero que probablemente incluía un buen grupo de pobres estudiantes de arquitectura; Walter Burley Griffin (1876-1937), un nortea­ m ericano que había trabajado con Frank Lloyd Wright, se presentó junto con su esposa M arión M ahoney y ganó, Posteriormente, el gobierno nombró una com i­ sión para que estudiara el proyecto, pero considerándolo impracticable, elabora­ ron el suyo y empezaron a llevarlo a la práctica, Sin embargo era tan malo que la opinión pública, que hasta entonces se había mostrado poco interesada, apoyó a Griffin; a pesar de que, en Inglaterra, Abercrombie había com entado: «Es el traba­ jo de un amateur que todavía no ha aprendido los principios más elementales»75 Hubo un cam bio de gobierno y en 1913 Griffin fue nombrado director de pla­ nificación y construcción de la capital federal Estuvo allí durante siete años en los que casi se volvió loco puesto que tuvo que soportar todo tipo de dificultades: los proyectos quedaban arrinconados, sus propios dibujos desaparecieron de su des­ pacho para reaparecer treinta años después. En 1920 dim itió y su cargo desapare­ ció. El Parlamento hizo una serie de intentos para eliminar el plan hasta que fi­ nalm ente se aprobó, pero tam poco se hizo nada para llevarlo a cabo Los barrios empezaron a crecer a la manera típica australiana, es decir desparramándose sin nin­ gún tipo de orden Finalm ente, en 1955, una comisión del senado recomendó que se nombrara un organism o central de planificación, construcción y desarrollo En 1957 WiHiam Holford llegó de Inglaterra y aconsejó una modificación del pro­ yecto; pero al año siguiente Jo h n Overall fue nombrado Director de desarrollo re­ gional de la capital nacional72 De manera casi increíble, después de 45 años, el pro­ yecto de Griffin empezó a andar y a mitad de los años 1980 casi se había terminado. Sin embargo los edificios no son suyos, tan sólo lo es su ubicación. El nombre aborigen, Kamberra, significa lugar de encuentro: el lugar, como escribió Griffin en la introducción de su proyecto, -puede ser considerado como un anfiteatro irregular», en el que se proponía representar un gran obra. Hoy el mapa que el turista tiene en la m ano, que está orientado al revés, coincide con la manera que, según Griffin, debían mirarlo los espectadores Desde las montañas del noreste, que constituirí­ an el anfiteatro, el suelo va descendiendo con suavidad para formar el auditorio; desde allí los espectadores, mirando al sudoeste con el sol a sus espaldas, podrían

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eonr\onwEALTti °f a v s t r a l ia ' FLPERAL CAPITAL COAPEflTIO/l

C I T Y A/ID E/WIR.O/1S • l'ig o 7 C m b e r ra I J p ro v e c to tk U a ltc r H u rla (.¡rií’iin ijut- gano ti c o n ­ curso de 1912 ignorado y olvid ad o durante largo tiempo, consiguió co n ­ vertirse en realidad m ás de m edio siglo después

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lig . 6 8 W alter liurley G riffin A rquitecto paisajista procedente de C h icag o que había trabajado co n l;rank Lloyd W rig h t B u rie y a n ­ tes de ganar el concurso de Canberra i

observar la parte más baja del valle, que quedaría inundado para formar la arena; detrás, el suelo se eleva en escalones para formar el escenario en el que se trian co ­ locando, más o menos elevados según fuera su im portancia sim bólica, los diver­ sos edificios de la Com m onw ealth: el Palacio de ju sticia, el Parlam ento, y por úl­ timo, en la colina más elevada dentro del valle, el edificio del Capitolio. Para acentuar ei efecto, el escenario y la arena form arían un triángulo, con la colina del capitolio en el vértice superior De m anera que los espectadores, m i­ rando el agua, tendrían a ios dos enfrente, mientras que la zona m ilitar y el m er­ cado central quedarían a su izquierda y la Universidad y el A yuntam iento a su de­ recha. (Aquí, sin embargo el control del proy ecto sobre ia metáfora teatral falla, puesto que esta zona se convertiría en el centro com ercia!) Escenario y arena estarían u n id o s al v é rtic e por m ed io de am p lias a u to p is ta s q u e c ru z a ría n ei lago Biseccionando el triángulo, por ei lado del público, habría una am plia avenida

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procesional que conduciría a estas zonas. Y, detrás del escenario, las colinas más cercanas y las azuladas montañas que quedaban en la lejanía constituirían la zona posterior de todo el con ju n to»73.. Puede resultar curioso, pero, excepto algunos pequeños cam bios en el reper­ torio, es así com o se ha hecho. La obra se ha modificado para dar un mayor papel al Parlamento que, en 1988, fecha del bicentenario de Australia, cambió de ubicación y se construyó en una zona más elevada de la colina del Capitolio. Delante del es­ cenario, al lado del Palacio de justicia, se hizo una elegante y m onum ental galería de arte y la Biblioteca Nacional Visuaimente, este lado derecho del triángulo se ha convertido en el dom inante: hace que la mirada vaya desde el centro comercial y municipal y que, pasando un circulo distribuidor de tráfico, siga por una amplia autopista que cruza el lago Burley Griffin y ascienda hasta el nuevo edificio del Parlamento que sin embargo está medio escondido; metáfora, quizás, de un gobierno poco obstructivo. El iago con sus construcciones verticales: en el extrem o izquier­ do el canillón, en el centro el gran surtidor de agua en memoria del capitán Cook, la torre de Telecom en ei extrem o derecho, define y da forma al espacio La pode­ rosa construcción neoclásica del Anzac Parade. edificio erigido en memoria de la Primera Guerra Mundial y por lo tanto de temprana presencia, señala el pasillo pro­ cesional central hacia el auditorio. Edificio que se construyó más tarde, en la ar­ quitectura de los años 1970 y 1980: en un estilo internacional m oderno pero res­ petuoso.. Le falta el sabor de la Brasilia de Niemeyer (de la que hablaremos en el capítulo séptimo) aunque tampoco comparte sus excesos m onum entales. Todo es extraordinariam ente grandioso, digno, elegante, pero sin embargo, utilizando esa palabra que tanto gustaba a Parker y Um\in, da sensación de tranquilidad; Gamberra puede colocarse al lado de Washington, otra de las grandes capitales m onum en­ tales del mundo, com o ejem plo elocuente de saber correr despacio l’or otra parte, es importante tener en cuenta que Griffin fue especialmente in­ novador al proyectar los barrios residenciales Hay que recordar que no era un fa­ nático de la Ciudad Bella ya que admiraba el movimiento de la Ciudad jardín y co ­ nocía la obra de Geddes71.. Además se anticipa en diez años al concepto de unidad de vecindad de Perry Escribió que: las secciones segregadas, estructuradas v separadas por las distintas vías de tráfico, nu sólo ofrecen el lugar adecuado para las viviendas, sino que tam bién acogen las unidades sociales de esa familia más grande: la unidad vecinal Cada una contará con una o más escuelas, zonas de juegos, campos de deporte, iglesia, club y lugares para las diversas actividades sociales sin que haya necesidad de cruzar las carreteras, o de encontrarse con las calles comerciales, que son elementos d is to rs io n a d o s, puesto que las actividades familiares estarán dentro de sus propios centros geográficos7"

Suena com o si fuera un Radburn antes del de verdad El diagrama original mues­ tra estas unidades com o hexágonos, modelo que Parker utilizó más adelante en su trama Radburn en VVythenshavve''’ Ello hace que, en los años 1980, cualquier deportista pueda salir de su casa para practicar -joggirig-, corra por un cam ino al lado del parque lineal y se dirija a la zona deportiva, haciendo un circuito de más

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de una m illa, sin tener n i tan sólo que ver ei tránsito.. Estas unidades vecinales y las nuevas ciudades que las com plem entan en las afueras, están unidas co m o las cuentas de un collar a las diversas carreteras que pasan en medio y alrededor suyo. De m odo que Cam berra ha conseguido ser una de las ultim as Ciudades Bellas y, a la vez, una de las mayores Ciudad Jard ín del m undo. Es incluso, y a su m anera, uno de ios pocos ejem plos existentes de la ciudad social y policéntrica de Howard: cosa que no es poco para una ciudad que durante m u ch o tiem po pareció que nunca iba a crecer Y ello hace que, al contrario de otros casos de Ciudad Belia, resulte agradable.

La Ciudad Bella y los grandes dictadores La vuelta de la Ciudad Bella a Europa fue m enos afortunada puesto que coincid ió con la era de Jos Grandes Dictadores: tam bién se trataba de hacer teatro aunque, en este caso, se hizo melodrama del m alo. La Roma de M ussolini fue la prim era. La ideología fascista sobre la ciudad era m uy sem ejante a la nazi: sólo la fam ilia ru­ ral era verdaderamente saludable; la m etrópolis era el origen de todo lo m alo in ­ cluyendo los alborotos laborales y el socialismo Irónicam ente -u n a experiencia que posteriorm ente tam bién viviría la España de Franco- con M ussolini las ciudades crecieron com o nunca lo habían hecho; el fascism o fue bueno para tos negocios.. En 1928 y 1939, Mussolini impuso una legislación para controlar la em igración; y por una de esas ironías, la segunda ley entró en vigor después de la Segunda Guerra M undial77 También se prepararon una serie de planes, que tuvieron una adecuada difusión propagandística, para recuperar las marismas del Pontino al sur de Roma; proyecto que se vería com plem entado por la creación de cin co nuevos pueblos7’1, Sin embargo en la capital la planificación debía ser m on um en tal: se trataba de sacar de nuevo a la luz las glorias de la antigua Jtom a aunque fuera a costa de des­ truir lo que los dos m ilenios siguientes habían creado. En 1929, Mussolini daba sus instrucciones al congreso de la federación para la planificación de viviendas y ciu­ dades celebrado en Roma: Mis ideas son claras Mis órdenes precisas. Dentro de cin co años, Roma debe m os­ trarse m aravillosa ante todo e! m undo -grand e, ordenada, poderosa, co m o en los tiempos del Im perio de Augusto ( ) crearéis grandes espacios en to m o al teatro Marcellus, la colin a del Capitolio y el Panteón Todo lo que ha crecid o a su alrede­ dor durante estos siglos de decandencia debe desaparecer

De hecho el nuevo plan que se prom ulgó en 1931 era internam ente co n tra­ dictorio; puesto que el ensanchamiento de las calles y la importancia dada a la Piazza Venezia com o plaza ceremonial hubiera destruido la Roma Imperial en lugar de po­ nerla al descubierto. Pero no pasó nada: a pesar de los poderes absolutos para de­ rribarlo todo, a pesar de las enorm es sumas de dinero, a pesar del iinprímatiir del

Duce, la vida de Roma continuó en su viejo y dulce estilo Cuando los planes se co n ­

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cretaron en detallados proyectos, los amplios bulevares y las plazas panorámicas se habían convertido m isteriosam ente en zonas para la construcción de edificios; el tradicional caos, las com ponendas y la corrupción salvaron Roma de la depre­ dación del gran constructor80. La ideología nazi sobre la ciudad tuvo también la misma contradicción inter­ na que la fascista. A finales de los años 1920, el ala teórica del partido era fuerte­ m ente antiurbana, afirmaba que los pueblos nórdicos eran esencialm ente agricul­ tores, que nunca fueron afortunados fundando ciudades y que casi habían quedado destruidos por ellas.. Su periódico, el Valkische Beobachter, describía la ciudad com o un «hervidero de todo lo m alo prostitución, bares, enfermedades, películas, mar­ xism o, judíos, espectáculos eróticos, bailes negros, y de todo tipo de desagradables manifestaciones de lo que se había dado en llamar 'arte m o d em o '»81, Poco des­ pués de tomar el poder, su política -copiada de las ideas de la república de VVeimarseñaió la im portancia de los KMtisiedhmgen en los límites de las grandes ciudades, com o Marienfelde, Falkensee y Falkenberg en las afueras de Berlín; más tarde in­ sistieron en la im portancia de las áreas rurales, pero las necesidades de rearma­ m ento hicieron que estos programas quedaran en segundo térm ino”-. La ideología nazi sobre las ciudades quedó definitivamente establecida en 1939 por Gottfried Feder en su libro Die nene Stadt, que recoge la idea de las Gartenstadt-

bewegwig, al insistir en la necesidad de crear pequeñas ciudades rurales autosufícientes con una población alrededor de los 20 .0 0 0 habitantes Estos centros com binarían lo m ejor de la ciudad y del campo, tanto a nivel económ ico com o social, y trata­ rían de minimizar las posibles desventajas^ Estas ideas no deben extrañarnos si tenem os en cuenta, com o ya hem os señalado en el capítulo cu arto, que, en Alemania, este m ovim iento tenía una potente ala conservadora Es por ello que, siguiendo la ideología desarrollada durante los años 1920, estas nuevas ciudades jardín no debían construirse cerca de los centros m etropolitanos más im portantes sino en los distritos agrícolas menos poblados de Mecklenburg y dei este de Prusia: se trataba de volver ai cam po con fuerza Todo ello se hallaba muy lejos, tanto literal com o figurativamente, de los pla­ nes que Hitler y su Generalbauinspektar, Albert Speer (1 9 0 5 -1 9 8 1 1 estaban prepa­ rando para la reconstrucción de Berlín Pero era evidente que detrás de estos pro­ yectos había una lógica perversa: mientras las ciudades alemanas, y sobre todo Berlín, debían cumplir una función psicológica, religiosa e incluso mágica com o lugares de encuentro para las grandes ceremonias públicas, la población produc­ tiva seria trasladada a ios Lebeiisraum en el campo'14, Evidentemente, la realización de estos planes hubiera significado la destrucción de los viejos centros medievales de ias ciudades para crear los espacios necesarios para construir las calles cerem o­ niales, los lugares de reunión, salas, grandes torres y extensos com plejos adm inis­ trativos, cuyo coste debía ascender a 100 billones de marcos85. El resultado fue iró­ n ico: los nazis que habían empezado con el culto a la virtud rural > a las pequeñas ciudades medievales y que habían exorcizado la metrópolis gigante, acabaron tra­ tando de construir ciudades totalm ente mecanizadas y deshumanizadas donde poder celebrar sus ostentosas ceremonias”"

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Sin embargo Berlín no era Roma: no había antiguos maestros esperando ser res­ taurados, se trataba de una obra del arte com ercial del siglo XIX, Y el artista que la iba a reform ar tenía sus propias ideas: Hitler que no había logrado entrar en la Academia de Vtena para estudiar arte, no dejaba de repetir a Speer: «Cómo me hu­ biera gustado ser arquitecto»H7. El Führer poseía un sorprendente y detallado co ­ n ocim ien to de los primeros proyectos de Ciudad Bella para Viena y París; sabia las medidas exactas de ios Cam pos Elíseos, y estaba absolutam ente decidido a que Berlín tuviera una avenida orientada en dirección este-oeste que tuviera dos millas y media de longitud; la disposición de los edificios, que debían ser grandes y m o­ num entales, con am plios espacios en tre ellos, recuerda el Ring de Viena que él co­ noció en su juventud1*’1*, Incluso m ostró a Speer dos esbozos de 1920, que ya reco­ gían sus sueños: edificios de 6 5 0 pies coronados por cúpulas y arcos de 330 pies «Había estado planeando m on um en tales edificios triunfales que no tenían la me­ nor posibilidad de ser construidos»*". ■¿Por qué siempre lo más grande?-, había pre­ guntado en su estilo retórico a los obreros de la construcción en 1939: »Lo hago para devolver la dignidad a los alem an es”'''' Su obsesión por lo m onum ental era tal que ignoraba otros aspectos: Miraba los proyectos, pero en realidad, sólo les echaba una ojeada Unos minutos después pre­ guntaba de nuevo con aire de aburrimiento: '¿Dónde están ios planes de la gran ave­ n id a ?''"1. lista avenida, que orientada en dirección norte-sur correría paralela a las dos estaciones centrales de ferrocarril y que tendría un enorme edificio en e! centro-cuya cúpula mediría 726 pies de alto y 850 de an ch o -, debía reproducir en piedra: .>1-1 po­ derío político, militar y económ ico de Alemania •. Allí estaría el caudillo absoluto del Rcich. y muy cerca de él, com o la más alta representación de su poder, se encontra­ ría la enorme sala de sesiones cubierta con una cúpula que sería el edificio dominan­ te del futuro Berlín''-' Cada vez que miraba los proyectos, decía: “Speer, mi único de­ seo es ver estos edificios l;.n 1950 organizaremos una feria de muestras mundial''"1 Los proyectos que le aburrían eran los que llevaban ios principios de Ciudad Bella a las afueras y aun más allá, puesto que Speer, que admiraba la ciudad de Washington y la Exposición de Colum bia de Burnharn, se había tomado a pecho sus consejos de no hacer planes pequeñ osM Speer proyectó i 7 autopistas radiales, a lo largo de las cuales se harían altos edificios que llegarían hasta la periferia. Estas vías se cruzarían con cuatro avenidas circulares que se construirían en zonas ya edifica­ das y en otras de nueva construcción'*5.. Habría ciudades satélites al norte y al sur; ia mayor, Südstadt, tendría 210 0 0 0 personas y contaría con 100.000 puestos de trabajo industrial Allí, y a pesar de la predilección que los nazis tenían por las viviendas unifamiliares, se utilizaría una nue\ a versión de las Mielskasentc berlinesas: un bloque de apartam entos cerrado en torno a un enorm e patio"". Tanto aquí tom o en el cen­ tro urbano, la planificación seria muy regular, concisa en sus lineas y monumental, com o si se hubiera planeado para verla desde el aire"' En sus principios básicos, por lo menos en su aspecto externo, el proyecto de Speer poseía una serie de cualidades convencionales: los usos de suelo incom patibles estaban segregados, el tráfico de paso estaba excluido de las zonas residenciales, había m ucho aire, luz y espacio; ios miembros del C.IAM no habrían tenido nada que objetar1'*

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! i;,' (i M 11 i!v r ii 11 de Speer La \ia monumental norte sur pre\ ista por Speer st.- dirigía al gi­ gantesco edif icio con cúpula o! K ui’ftrhalU a tnn és del Arco de Triunfo: era la capital ilol Ih ic h que duraría mil años nada dt- todo Hc-í?ó a empezarse

Pero era una obsesión cara Según Speer solo el co st e total de Berlín estaría e n ­ tre los 4 y ti billones de marcos, quizás en tr e 5 y H billon es de dólares de hoy en día ' *. Sin embargo el rearme exigió que estos planes quedaran arrinconados Ein 1937 se em pezó a trabajar en la avenida procesional este-oeste, gran parte de la cual ya estaba h e ch a y en 1939 casi se había term inado; pero por m u y increíble que nos parezca, la parte principa! del pro vecto se inici o en 19 4 ! It)" Al final lo ún ico qu e se liego a realizar de un plan tan grandioso fue un espacio cerem o nial en el eje esteoeste v la reforestación a base de coniferas y árboles de hoja caduca del histórico bo sque circular q u e quedaba a las afueras de la ciudad 101. Al term in ar la guerra v siguiendo una lógica qu e no dejaba de ser irónica, los rusos p rolongaron el eje este-oeste en su sector y lo llamaron Stalinallee El Berlín nazi hubiera sido el último ejem p lo de Ciud ad Bella Sus fuentes de inspiración -ei centr o cívico de Burn ham rematado en cúpula, el Palacio del Virrey

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de L.utyens, tam bién con cú p u la- son evidentes inclu so en los más pequeños de­ talles102. Sin em bargo era im posible llevar a cabo estos planes; incluso en las cir­ cunstancias más favorables, hubiera significado dedicarle una parte desproporcio­ nada de los recursos del país.. I,o curioso fue que una capital más pobre pero con un dictador igualm ente m egalóm ano, Stalin, consigu ió hacer en poco tiem po mu­ cho de lo que Hitler había soñado. Los prim eros años de la planificación sov iética m erecerían un libro aparte. C om o en otros aspectos, ésta fue una época de experim en tación salvaje, de apa­ sionados debates entre teorías igualm ente descabelladas. Los urbanistas querían que todo el m undo viviera en torres; evid entem ente Le C orbusier era su dios y aliado, y es por ello que ios estudiaremos en el capítulo séptim o. Los desurbanistas, un gru­ po todavía más salvaje, querían dem oler M oscú y dispersar su población en casas móviles por el cam po; espiritualm ente se sentían añnes a Frank Lloyd Wright, y los estudiaremos en el capítulo octavo, (C om o ya hem os indicado anteriorm ente la ló­ gica y la cronología se niegan a ir a la par). Ambos grupos consultaron expertos ex­ tranjeros: com o era de esperar May sugirió ciudades satélite, m ientras que Le Corbusier acon sejó reconstruir un M oscú lleno de torres en un nuevo emplaza­ m ien to103, El d eb ite concluyó de golpe en una sesión del com ité central de junio de 1 9 3 1 104, La Asamblea denunció estas teorías com o extranjeras, sobre todo las de Le Corbusier y Wright, y estableció un plan quinquenal para el desarrollo de Moscú que se pondría en m archa in m ed iatam en te105. Es evidente que la ciudad necesitaba un plan Su p oblación, que había dismininuido durante los caóticos años que siguieron a 1917, ascendió a más de dos m i­ llones en 1926, la misma de las épocas prerrevolucionarias, y en 1931 probablemente era superior a los tres106,, Su estructura física y sus equipam ientos eran arcaicos: edificios de madera de uno o dos pisos; en 1926 el prom edio de espacio por per­ sona era de 89 pies cuadrados, proporción que se fue deteriorando a partir de esta fecha; en 1937, Ernest Sim ón decía que los barrios de M anchester -e n aquel m o­ m ento una de las peores ciudades inglesas- que se estaban dem oliendo puesto que se consideraban inhabitables, hubieran sido un buen co b ijo para el 90 por ciento de las familias m oscovitas107 Los sum inistros de agua, alcantarillado y electricidad eran muy deficientes Es com prensible que a partir de 1931 no se llam aran más expertos extranjeros El Pian de 1935 proponía establecer un lím ite al futuro crecim iento de la ciudad y apostaba por una forzada m o d ern izació n . Se iba a desarrollar la ciudad com o uni­ dad integral; la reconstrucción se basaría «en la unidad y arm onía de las com po­ siciones arqu itectónicas»108: la teoría de la Ciudad Bella tam bién había llegado a Moscú Este ím petu venía em pu jad o por el orgullo n acion al: en 19.37, todo el m u n­ do decía que «la vieja ciudad de casas de dos pisos ten ía que desaparecer y que M oscú debía ser una ciudad con edificios dignos de la capital del país más gran­ de del m u n d o »109 Para conseguirlo se con v irtió en una cantera, De lo que no se dieron cuenta los v isitantes era que se estaba p o n ien d o todo el énfasis en los proyectos más visibles y prestigiosos: tres líneas de m etro con candelabros en las

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estaciones, edificios públicos, estadios, plazas y parques a lo largo de las calles prin­ cipales110 Es significativo que el 52 por ciento de los pisos que se estaban con s­ truyendo en 1939 estuvieran situados en las principales avenidas511 Es posible que ello fuera debido a que los proyectos de los diversos m inisterios nunca Hegaron a estar coordinados, mientras que el programa de viviendas se iba retrasando ya fuera porque los urbanistas trataban de im presionar al pueblo; o, lo más pro­ bable, a su dueño Stalin sabia lo que qu ería, «A partir de ahora, la arquitectura tiene que ser ex­ presiva, representativa, retórica. A partir de ahora, por muy modesta que sea ia función de un edificio, tiene que convertirse en un m o n u m en to»113. Fue él quien, personalmente, aprobó los proyectos para los edificios más importantes; en una oca­ sión que se ie presentaron dos posibilidades, eligió ias dos y los aterrorizados ar­ quitectos le obedecieron, construyendo una estructura en la que el lado izquierdo era distinto del derecho15'5 Stalin también tuvo su propia versión socialista de la cúpula hitleriana: el Palacio de los Soviets que tenía 1 3 0 0 pies y estaba coronado por una gigantesca estatua de Lenin. Al empezarse, tuvo diversos problemas y fi­ nalm ente se hundió; quizás fue una suerte que se abandonara su con strucción115 Pero la arquitectura de mona de Pascua recuerda los gustos y manías de Stalin Sin embargo el Moscú de los años 1930 era una especie de ciudad Potemkin C om o el W ashington y ei Chicago de Burnham, o ei París de Haussmann, las fa­ chadas de las calles principales escondían los antiguos barrios. Incluso en los años 1960 todavía podían verse restos de ias viejas casas de madera en las calles trase­ ras Pero, sin duda, ias fachadas gustaron al jefe y los arquitectos pudieron dormir con tranquilidad. Es curioso que no haya nada que nos ayude a com prender el fenóm eno de la Ciudad Bella Esta corriente convivió a lo largo de cuarenta años con todo tipo de situaciones económ icas, sociales, políticas y culturales: com o ayudante del capi­ talismo financiero, com o agente del imperialismo y com o instrum ento del totali­ tarismo tanto de derechas com o de izquierdas, siempre y cuando estas denom i­ naciones tengan algún sentido. Lo que todas ellas tuvieron en com ún, con alguna excepción, fue In concentración en lo monum ental y en lo superficial, en tratar la arquitectura com o sím bolo de poder; cosa que estuvo unida a una com pleta falta de interés por los aspectos más sociales de esta disciplina Fue urbanism o de exhi­ bición. arquitectura entendida com o teatro cuya finalidad era impresionar. Lo úni­ co que variaba era el publico: noitveaux richcs en busca de disipación y em ociones, súbditos coloniales y orgullosos jefes de pequeños principados; campesinos que emi­ graban a ¡a gran ciudad; burgueses empobrecidos deseosos de recordar ios viejos tiempos mejores. Probablem ente a todos les gustó ia representación; para muchos fue com o el Hollywood de los años 1930, les permitía olvidar ia terrible realidad. Pero por lo menos las películas de Hollywood tenían un horario y nunca arruina­ ron al público

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N otas al cap ítu lo 6 1 cit. Boyer, 1978, pág 269 2 H iñes, 1974, págs. 140, 141 3 Ibid., págs 150, 151. 4 M o o re, 1921,

passint; H iñes,

1974, págs.

140 a 155, 354, 355; G u th e im . 1977, págs 133, 134 5 G re e n . 1963, págs

132 a 146; Scu tly,

1969, págs 74, 75, 140. 6 Hiñes. 1974, págs. 159 a 168 7 M anieri-Elia, 1979. pág 89

11 H ubbard y Hubbard. 1929, pág 264; Burnham , 1905, passim; Hiñes, 1974, págs 182 a 195 Boyer, 1978, pág 272. !U Ibid 11 Peterson, 1976. págs 429. 430 12 Uurnham. 1909, pág 18 “ McCarthy, 1970, págs. 229 a 231 14 Ibid , pág 102 15 Burnham, 1909, págs 102, 103. I(* Ibid . pág. 105 17 Ibid . pág 109 IH Ibid págs 110 1i 1 l‘>Ibid . pág 111 M cC arth y 1970. pág 248; Mines. 1974, pág 340 21 Lubove. 1962. pág 219; Boyer. 1978, pág 289 22 Hiñes 1974, pág 333; Schlereth. 1983, pág 89 21 Abercrombie.. 1933. págs 104 a 109 24 Schlereth. 1983 pág 89 2fl Scott 1969. pág 108 2" Kantor, 197,3b, pág 171 2' Walkc-r, 1950, pág 273; Klein y Kantor 1976. págs 430, 431 Burnham, 1909. pág 111 20 Hiñes 1974, pág 341. ■ l" Hussey 1953, págs 237, 240 Stamp 1982, pág 34 Baker 1944, págs 57 a 63; Irving 1981 págs 278. 279; Lutyens. 1982, pág 35 •u Baker. 1944, pág 64 14 Hussey 1953. pág 247 15 King 1976, págs 228 a 230 3,1 Baker. 1941, pág 65 y/ Hardinge, 194S. pág 72

Jíi Baker, 1944, pág 65; Hussey, 1953, págs 261, 262; Irving, 1981, págs 46, 51, 67, 68 w irving, 1981, págs 67, 68, 71, 73. 40 Ibid , págs 79, 84. 41 Ibid. pág 227. 42 Ibid , pág 280. 4-’ Hussey, 1953, págs 28 6 , 2 8 7 , 32 3; Lutyens, 1980, pág 126; Irving, 1981, págs. 143 a 550 41 Hussey, 1953, págs 355, 356, 363 a 366 4 LO a 412. 4Í Harclinge.. 1948. pág 96, Hussey, 1953, págs 260, 265, 268, 300; Lutyens, 1982, págs 37,38. 47 Baker, 1944. págs 68. 69 411 Ibid , pág 79 King, 1976, pág, 246 ibid , pág 264. 51 Bose, 1973, págs 184. 185 52 King, 1976. pág 259 M Van Zwaneberg, 1975, págs 261. 267, 270, 271 54 Ibid pág 268 " Southall. ¡966, pág 486; King, 1976 pág ¡25; King, 1981b. págs 2 í t a 215 s* Hallinan y Morgan, 1967, pág 106 ' 7 Hake. 1977, pág 41 Sñ Ibid . págs 56 y 57 Vf Thornton White, 1948. 21 y mapas Davies 1969. págs 10 a 12 hl Kav !967 pág 114 "2 Collins, 1980, pág 232 M Ibid , pág 119 1,4 Collins, 1969, págs 17 a 19 van Velsen, 1975, págs. 295, 296, 307 ",l i [alce. 1977, págs 99, 123 1,7 cit ibid , pág 74 "K Mabogunje 1978, pág 64 Hake. 1977. págs 164 a 170; Martin. 1982 págs 259 a 261 7,1 1‘ayne. 1977 págs 138, 139 ;i Boyil. 1960, pág 13; Manieri-Llia. 1979, pág 112 72 lioyd. 1960. págs 14, 15 71 Commommvealtb of Australia, 1913. [)ág 3

LA C iU D A D DE LOS MONUMENTOS

7A Manierei-Elia, 1979, pág 113 ” Commonwealth of Australia. 1913, pág 13. 76 Créese, 1966, págs 266 a 268 77 Treves, 1980, págs 470 a 486 7# Caiabi, 1984, págs 49, 50 7’' Fried. 1973. pág 31 80 lbíd.., págs 35 a 39 Lañe. 1968, pág 155 82 Peltz-Dreckmann, 1978. págs 102.122, 144. 3J Ibid , pág 194.. M Thies, 1978, págs 422 a 424 ss Ibld.. págs 417 a 418 !i" Schorske, 1963. pág I 14 "7 Speer, 1970, pág 80 t,s Ibid... págs 75 a 77; Larsson. 1978. págs 42 43. !,u Speer. 1970, pág 70 lbíd.. pág 69 Ibid , pág 79 Mí ibid . pág 138 iM ibid pág 141 11 Helmer, 1980. pág 317. 326. 327 Speer 1970, pág 78; Larsson. 1978, pags 33 a 36

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Larsson, 1978, págs 86. 87, 94. Ibid., 95, 96 9# Ibid., págs 112, 113 9Í’ Speer, 1970, pág 140 1,x>Larsson, 1978, págs 32. 33, 53 101 Speer, 1970, pág 78; Heimer, 1980, pág

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iti:: Larsson. 1978, pág 116 m May, 1961, págs. 181, 182; Simón, 1937b. pág 382 lt!4 Svetlichny, 1960, pág 214. m Machicr, 1932, pág 96; I’arkins, 1953, pág 30.31 1,w fiarris, 1970a. pág 257; Simón. 1937b pág 381 l,c Simón, 1937a. págs 154, 155 lt '’ Parktns, 1953, pág. 36 1,1 Simón. 1937a,. pág 160 n pág 223

La ciudad de las torres Vosotras torres de ju liu s, perdurable vergüenza de Londres, Alimentadas por seres impuros y asesinos de m edianoche. Thomas Grey 77t£? Bard (1757)

La solución más sencilla son los pisos, Si la gente tiene que vivir en grandes ciu­ dades deben aprender a vivir uno encima de otro Pero a los trabajadores del nor­ te no íes gusta; incluso cuando hablan de pisos les llaman con desprecio «habita­ ciones ■. Casi todo el m undo le dirá que quiere «su casa-», Ies parece que una casa en medio de un conjunto de edificaciones de cien yardas de longitud es más «suya» que un piso aireado George Orwell

The Rciiiíl to Wigan Pier (1937)

La solución del problema de la vivienda en cualquier ciudad inglesa no radica en ofrecer High Barbicans o Hlgh Paddingtons Son físicamente y teóricam ente posi­ bles, pero los pisos son totalm ente ajenos a los hábitos > gustos de la gente que debe vivir en ellos, Harold Mncmillan M emorándum Interno M inisterio de la Vivienda y de Gobierno Local (1954)

Capítulo 7

La ciudad de las torres La Ciudad Radiante de Le Corbusier: París, Chandigarh, Brasilia, Londres, St Louis, 1 9 2 0 -1 9 7 0

El daño que hizo Le Corbusier ie ha sobrevivido; es probable que lo bueno haya quedado enterrado en sus libros, que nadie lee por la simple razón de que son ile­ gibles. (Hay que decir que los dibujos resultan a veces interesantes porque nos muestran su capacidad com o dibujante). Pero hay que hacer un gran esfuerzo para comprenderlo porque, en el siglo XX, su influencia sobre el urbanismo ha sido enor­ me: parece pues que la obscuridad no es una barrera para ¡a com unicación, por So m enos para según cual Sus ideas, forjadas entre la itiwlli^cntsiu parisina de los años 1920, se utilizaron entre 1950 y 1960 para pianificar las viviendas de la cla­ se obrera en Sheffield, St Louis y en cientos de ciudades; los resultados han sido dis­ cutibles en el mejor de los casos y, en el peor, catastróficos Cómo y por qué llegó a suceder esto es una de las historias más curiosas, pero también menos cuestio­ nadas, de la historia intelectual de la planificación moderna Quizás el hecho más significativo es que Le Corbusier ( 18S7-Í965) no era fran­ cés sino suizo; y que éste no era su verdadero nom bre Se llamaba Charles-Édouard jean n eret, nació en La Chau.\-de-!;onds cerca de Neuchátel, y sólo empezó a vivir con regularidad en Paris a partir de los 31 Los suizos, com o el menos receptivo de los viajeros puede observar, son un pueblo obsesionado por el orden: sus ciudades son un ejem plo de limpio autocontrol, no se encontrará ni una brizna de hierba, ni nada que esté fuera de lugar. íil caos del viejo J’aris, que Haussmann dejó intacto detrás de las nuevas fachadas, debió ser anatema para las costumbres calvinistas del nuevo arquitecto. Dedicó su vida profesional a “ginebrizar» París y cualquier otra ciudad que tuviera la impertinencia de ser desordenada.. El tercer hecho significativo es que venia de una familia de relojeros (Cuando empezó a escribir en 1920, tomó el seudónimo de le Corbusier de un abuelo ma­ terno) Se hizo famoso con una frase, que en aquella época era ¡a primera vez que se oía: una casa es una máquina para vivir1 Era lógico que dijera esto: tenia tras sí una larga tradición acostumbrada a agrupar miles de pequeños componentes en una arm onía planificada Sin embargo, las personas no son piezas de reloj ni la so-

1 (Véanse notas en páginas 251-252 )

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7 I [ e Corimsier y ia Uniti' La máquina pura \iwr ideada por el Arquitecto Supremo.

c iedad es algo que pueda ser reducido a una maquinaria; su in ten to fue desafor­ tunado para la humanidad Pero había algo que no cuadraba: los relojeros del Jura se habían hecho famosos com o tenaces defensores de sus libertades, y fueron ad­ mirados tanto por Proudhon como por Kropotkin Le Corbusier olvidó pronto esta tradición Si Suiza le influyó en su visión del mundo, París le ofreció el material bruto y la \isión de un orden ideal Así com o Howard no puede entenderse fuera del co n ­ texto del Londres dei siglo XIX, ni Mumford fuera del Nueva York de ios años 1920. ias ideas de Le Corbusier deben ser comprendidas com o reacción a la ciudad en la que \i vio y trabajó desde 1916 hasta casi poco antes de su m uerte en 1965-. i a historia de París ha sido la de lucha constante entre la exuberancia, el caos y, a \eces, la sordidez de la vida cotidiana contra las fuerzas dei orden despótico y cen ­ tralista i-'ra claro que entre 1920 y 1930 el caos estaba ganando y el orden hacia tiem po que se lia liaba en retirada Detrás de ias fachadas estaban los barrios bajos \ las enfermedades Durante la Tercera República, los responsables m unicipales de la ciudad no solo no habían abandonado ia idea de com pletar las uitim as mejoras de i laussinann sino que también querían hacer desaparecer sus peores barrios1

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Itn'aliiks

Fig 7.2. Luis X I V ordena la co n stru cció n de los La visió n favorita de Le Corbusier del arquitecto en pleno trabajo: «Esta es nuestra voluntad-. Desgraciadamente n u n c a e n co ntró su fíoí Su/t'if

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El joven Le Corbusier llegó a la conclusión de que París sólo podía ser salvada por lo s grands seigneurs, hom bres «sin remordimientos» com o Luis XIV, Napoleón, Haussmann4, Sus «grandes obras» fueron para él «un notable ejem plo de creación, de este espíritu que es capaz de dominar y controlar la m asa»5 El joven arquitec­ to concluyó uno de sus primeros libros, LVrbamsme con una ilustración en la que podía verse a Luis XIV dirigiendo personalmente la construcción de los Invalides; en el pie escribió: «Homenaje a un gran planificador de ciudades, Este déspota creó grandes proyectos y ios llevó a cabo Sus nobles construcciones, esparcidas por todo el país, todavía nos llenan de admiración. Fue capaz de decir, «Lo deseamos», o «Este es nuestro deseo»6. Le Corbusier estuvo toda la vida buscando un Roí Soleil, pero nunca lo encontró

La Ciudad Ideal de Le Corbusier De m odo que tuvo que ir contem porizando con sus patronos burgueses Su Plan Vohin de 1925 no tenía nada que ver con las unidades de vecindad, sino que se tra­ taba dei nombre del fabricante de aviones que lo patrocinó7 (Esta información pue­ de ayudarnos a com prender la presencia de esos aviones que vuelan, sin ningún tipo de preocupación por los controles aéreos, entre los rascacielos de Le Corbusier) La construcción de sus 18 torres uniformes de 700 pies de altura hubiera signifi­ cado la demolición de la mayor parte del París histórico que queda al norte del Sena, con ia excepción de unos pocos monum entos, que, en algunos casos hubieran sido trasladados. Aunque la plaza Vendóme, que consideraba un sím bolo de orden, se hubiera m antenido*. Parece que no llegó a entender por qué su proyecto no había gustado a los miembros dei ayuntam iento, que llegaron a calificarlo de bár­ baro'1. Siem pre pensó que, durante los primeros años en ios que ¡as catedrales eran blancas», tampoco se había comprendido a los constructores del siglo XIII. gra­ cias a cuyos esfuerzos en tan sólo cien años «un nuevo mundo surgió com o una flor de las ruinas»11’, No se resignó: «La planificación de ciudades es demasiado im portante para dejarla en manos de sus habitantes»15 Desarrolló sus principios de urbanism o con mayor amplitud en La Vilie contemporainc (1922) y en La ViHe radicase (1933). Su clave fue la famosa paradoja: debemos descongestionar los centros urbanos aum entanto la densidad Ai tiempo tenemos que mejorar el tráfico y aum entar el nú­ mero de espacios verdes La paradoja se resolvía edificando más alto y en un espacio más reducido12 Esto significaba, com o Corbusier escribió en sus características le­ tras mayúsculas: «¡DEBEMOS CONSTRUIR EN ESPACIOS LIMPIOS! La ciudad de hoy muere porque no está construida geom étricam ente»1-1 Las necesidades de tráfico exigían dem oliciones completas: «Las estadísticas nos muestran que los negocios se hacen en el centro Esto quiere decir que debemos hacer grandes a\enidas que crucen nuestras ciudades En consecuencia los centros actúale1; deben ser demolidos Si quieren sobrevivir, todas las grandes ciudades deben reconstruir su zona ccn tral»14. Esta fue ia primera sugerencia de este tipo; treinta años más tarde, se llevaría a la

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l.ii Üli kiuliiu.sc

1¡K 7 J l v ir y trabajar

l a visión geométrica tota!: m áquinas fabricadas en ¡nasa para v i­

práctica Sin embargo en estos proyectos, como A nthony ha señalado, no se con ­ templaba donde se guardarían esos coches, ni los problemas de medio ambiente producidos por su ruido y sus emanaciones; sencillam ente se les ignoraba55. Esta nueva disposición no sería uniforme: La Ciudad Contem poránea tendria una estructura espacial claramente diferenciada que reflejaría una estructura social específica y segregada: la vivienda dependería del trabajo de cada uno1'1. En su Plan

Voisiti, Le Corbusier había reservado ios rascacielos que estaban en e! centro com o oficinas para ios cuadros de élite: industriales, científicos y artistas (entre !os que seguramente se incluían arquitectos y urbanistas); 24 de estos rascacielos acogen-

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an entre 400 000 y 600 0 0 0 puestos de trabajo de alto nivel, 2..200 por acre, y de­ jarían libre un 95 por ciento del espacio17. Fuera de esta zona, las áreas residenciales serían de dos tipos: apartam entos de lujo en edificios dé seis pisos para estos m is­ mos cuadros que se colocarían en hileras dejando un 85 por cien to del espacio li­ bre; casas más modestas para los trabajadores que se edificarían en to m o a patios y se distribuirían en una trama de calles regular, dejando un 4 8 por cien to del es­ pacio libre!ft. Estos apartamentos se harían en masa para vivir una vida en masa.. Le Corbusier no tenía tiempo para perder en idiosincrasias individuales; por eso los llam aba «celdas», En nuestros proyectos no debemos perder de vista la -Celda ■humana perfecta, la celda que mejor satisfaga nuestras necesidades psicológicas y sentimentales. Tenemos que conseguir ia -casa-máquina-' que debe ser satisfactoria tanto a nivel práctico como emocional y que debe estar pensada para una serie sucesiva de inquilinos La idea de «viejo hogar- desaparece junto con la de arquitectura local, etc. puesto que ias posibilidades de trabajo irán cambiando de lugar y debemos estar dispuestos a trasladarnos con armas y bagajes1" Estas unidades no sólo serían todas uniform es sino que tend rían los m ism os muebles Admitía que, probablem ente, "mi plan puede provocar m iedo y recha­ z o ., pero ias variaciones en la disposición y la generosidad del arbolado p ron to lo vencerán311. Pero no soto se fabricarían en masa estas unidades, sino que la élite bur­ guesa sería servida colectivamente: -aunque siempre será posible tener la propia cria­ da o niñera si se desea-; en la ciudad radiante -el problema del servicio estaría so­ lucionado (.. ) Si a media noche, por ejem plo después del teatro, alguien quiere ofrecer una cena a un amigo, bastará una simple llamada para e n co n trar la mesa servida y dispuesta, con un criado que no pondrá mala c a ra -31 Era evidente que el núcleo de la Ciudad Contem poránea estaba pensado para la ciase m edia En medio de la zona de oficinas había creado un com plejo cultural que se encargaría de satisfacer sus necesidades, seria un lugar donde la élite podría hablar y bailar -en profunda calma a 600 pies dei suelo " Evidentemente los trabajadores de cuello azul y los oficinistas no vivirían allí. Le Corbusier había previsto para elios apartam entos con jardín d entro de las un i­ dades satélite. Aquí también habría muchas zonas verdes, instalaciones deportivas y diversiones, pero serian distintas, apropiadas para la gente que trabaja o ch o h o ­ ras al día En La V'ille contcinporainc las diversas ciases sociales estarían segregadas, no se parecería al París de los años 1920, donde ricos y pobres vivían en yu xtapo­ sición Aunque ios dogmas de la religión corbusiana perm anecieron innam ov ibles, en la época de la Ciudad Radiante, hubo una serie de variaciones teológicas importantes Le Corbusier había perdido ia fe en los capitalistas, quizás porque en plena depre­ sión no podían subvencionarlo Ahora empezó a creer en las virtudes de la plani­ ficación centralizada, que no sólo incluiría la construcción de ciudades sino todos ios aspectos de la vida. Ello se conseguiría a través dei sindicalismo, pero no del anar­

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quista; el suyo sería un sistema jerárquico y ordenado y tendría muchas afinida­ des con la variedad izquierdista del fascismo italiano.. Fueron m uchos los sindica­ listas franceses que, en 1940, se unieron al régimen de Vichy; el propio Le Corbusier decía: «Francia necesita un Padre. No importa cual»23 En este sistema todo estaría establecido en el plan que los expertos prepararían «objetivam ente» y la gente sólo podría decidir quien lo administraría «La ciudad arm oniosa debe ser diseña­ da por expertos que d om inen la ciencia dei urbanismo Trabajarán en sus proyec­ tos con total libertad, lejos de cualquier presión o interés partidista; una vez que los planes se hayan form ulado, deben ser llevados a la práctica sin ningún tipo de oposición»2'’ En 1938 diseñó un «Centro Nacional de Festivales Colectivos para 1 00.000 personas», donde el líder podría hablar al pueblo; otra versión al aire li­ bre del edificio con cúpula de Hitler35.. Sin embargo la nueva ciudad sindicalista tenía una diferencia vital: ahora todo estaría colectivizado por un igual, lodo el mundo viviría en apartamentos colec­ tivos gigantes llamados Unités; cada familia tendría un piso, no según ei tipo de tra­ bajo del cabeza de familia sino de acuerdo con unas rígidas normas espaciales; na­ die tendría ni más ni m enos espacio del necesario para garantizar una existencia eficiente Y ahora, todos y no sólo la afortunada élite, podrían gozar de servicios colectivos. La com ida, la limpieza, el cuidado de los niños dejaban de ser ocupa­ ciones familiares. Es significativo que durante esta época, Le Corbusier hubiera estado en ia Unión Soviética Y que en los años 1920, un grupo im portante de arquitectos so­ viéticos -t.los u rban istas»- hubieran desarrollado ideas muy parecidas a éstas. Querían construir nuevas ciudades en medio de! campo, allí todos vivirían en gi­ gantescos bloques de apartam entos colectivos, con espacios individuales reduci­ dos a la necesidad m ínim a absoluta de una cama; no habría cocinas ni baños in­ dividuales o familiares, En una de las versiones, la vida estaba regulada a! m inuto, desde el m om ento de despertar a las 6 de la mañana hasta el m om ento de ir a la mina a las 7; en otra, estaba previsto que hubiera grandes orquestas que ayuda­ ran a dorm ir a los insom nes y taparan los ronquidos del resto26 Los proyectos de algunos de los miom bos de este grupo -Ivanov, Térekhin y Sm olin en Leningrado, Barshch, Vladimirov, Alexander y Vesnin en M oscú- son prácticam ente idénticos, incluso en los detalles, a la Unité tal com o está especificada en la Ciudad Radiante y com o, en 1946, se hizo en Marsella27. Pero a partir de 1931, el régimen soviéti­ co -c o m o más tarde haría el régimen fascista en Italia- rechazó los consejos de Le Corbusier En los años 1940 había modificado sus puntos de vista de nuevo, pero com o de costum bre, sólo en los detalles., Su ASCORAL (Asamblea de Constructores para una Renovación de la Arquitectura), fundada durante la guerra, consideraba que

les cites ratHo-coricentriques des echantes, los centros de educación y de diversión, que todavía diseñaba en el viejo estilo corbusiano, debían unirse por medio de les c i ­ t ó lineare'; imlrntríelles, que serían líneas continuas de zonas industriales construi­ das a lo largo de pasillos de transporte28. Ya no estaba interesado en las grandes ciu­ dades, creía que París debía pasar de i a 1 m illón de habitantes29 Estas ideas

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recordaban a los desurbanistas soviéticos de los años 1920 a ios que Le Corbusier había criticado tan duramente. Pero había una diferencia esencial: en su versión habría «fábricas verdes» y los obreros vivirían su vida segregada e inm óv il en ciu ­ dades jardín verticales, cada una de las cuales tendría entre 1. 5 0 0 y 2 5 0 0 trabaja­ dores, com o siempre los servicios estarían colectivizados30, P erm aneció absolu ta­ m ente opuesto a las cités-jardms, que siempre confundió, com o la m ayoría de los urbanistas franceses, con los barrios residenciales jardín35 Nada de todo esto llegó nunca a realizarse. Es curioso pero L,e Corbusier n o tuvo éxito a nivel práctico, Viajó por Europa y fuera de ella, dibujando sus grandiosas vi­ siones urbanas; podemos encontrarlas todas en su iibro La Ciudad Radiante: Argelia, Amberes, Estocolmo, Barcelona, Nemours, en el norte de África Todas perm anecie­ ron en el papel Durante la Segunda Guerra Mundial, con el establecim iento del ré­ gimen colaboracionista de Pétain en Vichy, creyó que había llegado su hora, Se le in­ vitó a presidir una comisión de construcción y planificación y, com o era de suponer, propuso que una élite de urbanistas dirigiera un equipo de arquitectos e ingenieros, que tuvieran capacidad para superar cualquier tipo de interferencias. En la presi­ dencia habría un «regulador», un arquitecto-administrador que formularía el plan na­ cional com pleto de construcción. La modestia le impidió decir quién debía ocupar este puesto32, Sin embargo tam poco consiguió nada de Vichy. Su egom anía sim plis­ ta y su total ingenuidad política hicieron que nunca llegara a com prender por qué había fracasado; a! final de la guerra era un hombre totalm ente desilusionado.

La p la n ific a c ió n de C h an d ig arh B irónico que la única cosa que llegara a realizarse -ad em ás de la Unité de Marsella, un solo bloque de lo que se suponía iba a ser un com p lejo que nunca lle­ gó a hacerse, y de dos copias reverenciales más en Francia y otra en B erlín - fuera postuma. Por razones políticas, el gobierno de la India había decidido construir una nueva capital para el Punjab en Chandigarh Contrataron un urbanista, Albert Mayer, que les propuso un correcto plan dentro de la trad ición U nw in-ParkerStein-VVright13. Lo aprobaron pero, para darle forma, decidieron crear un equipo con los arquitectos m odernos más prestigiosos: Le C orbu sier, su p rop io h ijo Jeanneret, Maxwell Fry y ja n e Drevv Fry describió así la traum ática primera reunión en la que Mayer llegó tarde: Le Corbusier con el lápiz en la mano estaba en su elemento «Vo//rt lagnre» dijo «et voici la rué conwwrcuile-, y trazó la primera calle en el nuevo mapa de Chandigarh «Yb/ri / Hughes. 1971. pág 205 ,l7 Cook, 1983. pág 32 "HIbid . pág. 33 ibid , págs 33, 34 7U ibid . pág 41 71 Ibid , pág 40. Richards. 1953, pág 32 Nairn. 1955, pág 365. 71 Ibid , pág 368 75 Architectural Review. 1957. pussim 7.1 Dunieavv. 198!, págs . 135, ¡65 77 G 15 Ministry of Works and Pianning 1943 7fi Young \ Wiíímott, 1957 Wibberley. 5959, Stone, 1959 1961 ,,t, Osborn. 1955 ** Hall et a l. 1973, li. págs 56 a 59; Coone\ 1 9 7 4 .pág 160 N- Ibid , págs 161. 162 H( Ibid . pág 168; Dunkavy. págs 72, 114

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^ Dunieavy, 1981, pág 37; Cooney, 1974, pág 163. B5 lbid , pág 152 K6 Crossmasn, 1975, pág 81 H‘ Dunieavy, J981, pág 170 KS Esher, 1981, pág 129 B- Jephcott, 1971, pág 140 9(1 Esher, 1981, pág 45 91 Ravetz, 1980, pág 89 M Esher, 1981, págs 129, 130 9i Crossman, 1975, pág. 341 !M Armstrong y VViison, 1973, págs 74 a 79 Eshér. 1981, pág, 134 ward, 1976, pág 51 ,>7 Ibid , pág 54 w Jephcott, 1971, pág 131 Anthony, 1966, pág 286 Greer y Hansen, 1941. 3, 4. 6, 8 I,11 Salisbury. 1964. págs 784 a 787; Lowe, 1967. págs. 31, 32; Mollenkopf, 1983, pág 78; f:o\, 1985. págs 80 a 100 m" friedman. 1968. págs 104 a 109 »"* Meehan, 1977, págs ¡5. 16. 19 H“ Weiss, 1980, págs 54 a 59, 62 m Weiss, 1980, pág 67. Abrams, 1965, págs 74. 118; Heüeush y Hausknecht, 1967, pág. 12; Arnold, 1973. pág 36; Frieden y Kaplan, 1975. pág 23; Kleniewski, 1984. págs. 210 211 Abrams, 1965. pág 82; Kleniewski, 1984 págs 210. 211 i,,!' Moüenkopf, 1978. págs 135. ¡36; Wms. 1980. págs 68, 69; Kleniewski. 1984. págs 2 1 2 ,2 1 3 l"'> Mollenkopf, 1978, pág 134; Hartman. 1 9 8 4 ,pág 18

121 Caro, 1974, pág 1144.

II,1 M o l l e n k o p f . 1 9 8 3 , p á g

l3: lbid , pág 56

5

111 Fainstein y Fainstein. 1983b. pág 255 Caro. 1974. págs 9, 10 113 Lowe, 1967, pág. 48; Caro. 1974, pág 12

111 Caro. 1974, págs 52 a 55. 70. 71. 85 l,s lbid , págs 427 a 431 lbid , pág 740 117 ibid , pág 848 ns Lowe, 1967, págs 86 a 88 lbid . pág 92 lbid , págs 101 a 103

>-2 Dahl, 1961, págs 118, 119 123 Ibid , pág. 129 Ibid , pág. 133 Lowe, 1967, págs 406, 417; Fainstein y Fainstein, 1983a, pág 40 l -6 Lubove, 1969, págs. 87,106 a 111,127 a 131, 139, 140; Lowe, 1967, págs

134.

140, 141; Stewm an y Tarr, 1982, págs 63 a 65, 74 a 76. 103 a 105 '-7 cit Hartm an, 1984, pág 51 !2!i Fainstein et a l , 1983a, págs 216, 226; H artm an, 1984. págs 185, 309 a 311 129 Gans. 1962, págs 4, 283 a 290, 318

Fried, 1963, págs 167, 168 131 Abrams, 1965, págs 118 a 122 u " Anderson, 1964, págs 54 a 67, 73, 93 1U Grigsby, 1863, pág.. 324 Greer. 1965, pág 3. 534 Hartm an, 1964, pág 278 Gans, 1967b, pág 465. Greer, 1965. págs. 94, 122 Grigsby, 1963, pág. 323 Sanders. 1980, págs 106, 107, 112 >"* Greer, 1965. págs 46, 47 1,1 Jacobs 1962, págs 17, 19 M- lbid., pág 23

barriadas» estaba extraordinariam ente organizada, fue ordenada y pacífica; y fue seguida por una gran inversión en viviendas; empleo, sueldos y un nivel de alfa­ betización y de educación más alto que el promedio del país y, evidentemente, me­ jor que en los barrios pobres de las ciudades1’2. La mayoría de la población que vive en ias barriadas de 1 ima no son muy pobres, tanto si tenemos en cuenta los niveles medios peruanos como ios de la capital Además la vida que pueden llevar en estas barriadas es mucho mejor que la que te-

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R g 8 I San M a rtin de Porros. L im a La idea de i|uo la "tu rn a d a " es im barrio de ba­ rracas o scila entre la m edia verd ad \ lo to talm en te falso-■>.Jo h n l' C Turner

nían antes, tan to si v en ían de los barrios pobres que habían abandonado para ir a la barriada co m o sí proced ían de Sos pueblos que habían dolado para vivir en los barrios pobres de ia ciudad”1

La idea de que la Barriada ¡o sus equivalentes, ia favela brasileña, la colonia Pru/efarirt m ejicana o el rancho venezolano) es un barrio pobre de barracas está -e n ­ tre lo que es medio verdad y lo que es com pletam ante falso»0'': el propietario tie­ ne tierra, una parte o una casa bastante bien hecha, seguridad, un cierto status y está interesado en el desarrollo social y la estabilidad política*’*; sus habitantes son •los peruanos (m uy pobres) que tendrían su equivalente en los compradores de vi­ viendas en las periferias de cualquier gran ciudad del mundo industrializado»'’'’, listos aspectos que no son tangibles son especialm ente im portantes; puesto que, aunque el m undo oficial no se dé cuenta, la vivienda es m ucho más que un producto m a­ terial, ya que permite que la gente pueda disfrutar de cualidades exístenciales com o

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la identidad, la seguridad y la oportunidad, que pueden transform ar la calidad de vida de las personas sencillas67: La principal causa deí optimismo de la gran masa de pobres urbanos que habitan en ciudades como Lima es que pueden buscar y encontrar mejoras a través de la pro­ piedad de su casa (o posesión de fado) incluso cuando son muy pobres según los estándares modernos Si estuvieran atrapados en los barrios bajos de las ciudades, como les sucede a muchos pobres de Estados Unidos, harían como ellos y en lugar de construir destruirían6” Lo que tam bién descubrió I'urner es que la gente sabe muy bien lo que quie­ re: cuando llegan por primera vez a la ciudad, solteros o recién casados, prefieren vivir en ios barrios pobres del centro, cerca de sus trabajos y de los mercados d on­ de la comida es barata; más tarde, cuendo tienen hijos, buscan espacio y seguridad*’9; entonces, si pueden actuar con libertad, prefieren vivir en casas grandes aunque es­ tén sin terminar, o incluso en chozas grandes, que en casas terminadas pero pequeñas: •«Como hacía cincuenta años Geddes había dicho en la india: 'D ebo recordar a to ­ dos que, primero, lo que necesita una casa y una familia es espacio y, segundo, que la mejora esencial para la casa y la familia es más espacio’70» Dan mayor prioridad a la casa y a los servicios comunitarios como mercados, escuelas y policía, que a otras cosas (excepto quizás la electricidad), ya que piensan que con el tiempo las irán con ­ siguiendo71. El problema era que ei mundo oficial se negaba a aceptarlo La subdivisión de Lima, que procedía de 1915, y los niveles m ínim os que se exigían a las viviendas, que venían de 19,35, eliminaban a la mayoría de compradores potenciales; en el mer­ cado legal la gente estaba pagando un porcentaje más alto de sus ingresos dei que habían necesitado sus abuelos en los años 189072. Así pues., «la colonización urba­ na autónom a ( , )e s e l resultado de ia diferencia que hay entre el tipo de demanda popular de viviendas y las que ofrece la sociedad institucionalizada''7-3; había un vacío entre los valores de las instituciones que gobernaban la sociedad, y los que la gente había ido elaborando para dar respuesta a ias diversas circunstancias de su vida7H En Arequipa, durante su primera época en Perú, íu rner había partido de la base de que el papel del profesional consistía en organizar el proceso de construc­ ción que llevaban a cabo ios propios habitantes. Luego se dio cuenta de que la gente no sólo sabía muy bien lo que quería hacer sino cóm o había que hacerlo: su fallo había sido caer -en el punto de vista liberal autoritario que consideraba que las organizaciones autónomas locales tendían a ser subversivas Y, es evidente que para la élite profesional lo eran. Eue entonces cuando hizo un descubrimien­ to fundam ental Cuando los habitantes controlan las decisiones más importantes y pueden inter­ venir con libertad en el diseño, construcción y gestión de sus viviendas, tanto el proceso como el resultado estimula el bienestar indiv idua! y social En cambio cuando ias personas no tienen ni control, ni responsabilidad sobre las decisiones clave que hay que tomar durante el proceso de construcción, éste puede convertirse en una barrera para su desarrollo personal y en un peso para su economía7'’

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Los colonos consiguieron hacer sus casas por la mitad del dinero que les hu­ biera pedido un contratista, al tiem po que iniciaban una inversión que valía cua­ tro o cin co veces más que sus ingresos anuales: el doble del m áxim o que norm al­ m ente se necesita para edificar una casa de manera convencional77. Mientras que, por el contrario, m eter a la gente en casas hechas por el gobierno no consigue fre­ nar el ciclo que Lewis había estudiado en su cultura de la pobreza™. ¿Cuál debía ser pues el papel del gobierno y de la planificación? ¿Marcharse y abandonar a la gente? De ninguna manera, decía Turner La meta del urbanismo debe ser ofrecer el marco adecuado donde, posteriormente, la gente pueda actuar con libertad Eí gobierno debía dejar de ser el financiero y el constructor, para con­ vertirse en prom otor y coordinador. Por otra parte la gente necesitaría ayuda por­ que no siempre sabia cóm o había que construir79; más tarde observó que era un mito pensar que las casas hechas por ios propios habitantes eran más baratas puesto que com probó que, sólo en muy pocas ocasiones, el propietario podía contribuir en más del cincuenta por ciento del trabajo manual, y a veces m enos; considera­ ba que el ahorro provenía dei hecho de que ei propietario actuaba a la vez com o contratista110 L's por esta razón por la que estaba convencido de que el gobierno po­ dría ser útil ayudando a ios pequeños contratistas y a las cooperativas a obtener m a­ teriales y servicios especializados81 También era esencial el papel de! gobierno para conseguir solares lo más cerca posible de los lugares de trabajo, proporcionar in ­ fraestructuras avanzadas y legalizar los asentamientos en el m om ento en que em ­ pezara a iniciarse la colonización*3,. Antes de que se terminaran las viviendas, Turner y su grupo se dieron cuenta de que seguiría habiendo problemas, de modo que trataron de resolver los que pu­ dieron durante la construcción I:1 elevado número de asentam ientos que se esta­ ban llevando a cabo en muchas ciudades de Sudamérica -una estimación consideraba que, en el caso de Lima, las tres cuartas partes de los 6 0 0 0 .0 0 0 millones de habi­ tantes que la ciudad tenía en 1990 vivía de esta manera, en contraposición al 5 por ciento de 6 0 0 0 0 0 en 1 9 4 0 - quería decir que la gente debería pagar mucho dine­ ro para trasladarse a sus trabajos y quizás para hacer llegar los servicios a sus casas; además tam bién les afectarían ias bajas densidades de población de estos nuevos barrios8-1 í’or otra parte este tipo de vivienda requería un cierto m ínim o de ingre­ sos, que m uchos -e n Sudamérica, y todavía menos en Africa- no tenían*'1. Había tam bién que considerar que si a su alrededor se establecía gente con un nivel de ingresos todavía más bajos, todos los esfuerzos que se hacían para mejorar se ve­ rían frustrados"5 Otro problema era que ios propios habitantes podían ser objeto de la especulación de terrenos, cosa que, por otro lado, podría beneficiarles pues­ to que el \olor de sus casas se elevaría; problema que últim am ente ha preocupado a m uchos expertos del Banco Mundial y de otras instituciones*". Mientras, tanto la investigación académica como ia experiencia profesional han confirm ado que las construcciones autónomas constituyen «barrios de esperanza-, según una frase que Charles Stokes utilizó por primera vez en 1960*-’ . Actualmente, cientos de estudios hechos en otros lugares nos hacen comprender que, en gene­ ral, sus conclusiones son válidas Frieden lo confirmó en ciudad de México a m i­

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tades de 196088; m ientras que Romanos lo hizo en Atenas y Epstein en las ciuda­ des brasileñas89. El celebrado estudio de jan lce Perlman sobre las favelas de Río, The

MytJi ofMargiiuüity (El m ito de la marginalidad) (1976), demostraba que la visión ortodoxa estaba «com pletam ente equivocada*»: los habitantes de las favelas y ios que viven en las afueras de la ciudad no tienen ni las actitudes, ni la conducta que normalmente se asocia a los grupos margína­ les. Desde el punto de vista social, están bien organizados y cohesionados y hacen uso de su medio urbano y de sus instituciones Desde el punto de vista cultural, son muy optimistas, quieren dar una buena educación a sus hijos y esperan poder me­ jorar sus casas ( ) Desde el punto de vista económico, trabajan duro, consumen su parte de los productos que otros producen (...) y construyen. Políticamente no son ni apáticos ni radicales (. ) Resumiendo, tienen las mismas aspiraciones que la burguesía, la perseverancia de los pioneros, y ios valores de los patriotas.. Lo que no tienen son los medios para realizar sus aspiraciones'^ Añadía que sus conclusiones estaban avaladas por m uchos otros estudios En su opinión el m ito persistía porque era útil: m antenía el status quo y justificaba cualquier acción quo ei estado quisiera emprender, incluyendo el derribo de fai ’eltis91. De hecho, en los primeros años de 1970, la dem olición de uno de estos ba­ rrios de fav etiis situado dentro de la ciudad de Río, trajo consigo muchos proble­ mas puesto que la gente fue trasladada a viviendas de la periferia que no sólo estaban lejos do sus lugares de trabajo sino que carecían de todo sentido de co ­ munidad''2 Respaldada por estudios como este, la política de Türner recibió en ios años 1980 la bendición que le faltaba: el Banco Mundial la apoyó. Com o era de suponer, puesto que ahora se había convertido en ortodoxa, empezó a desarrollarse una es­ cuela anti Iurner Afirmaba que las viviendas construidas por los propios habi­ tantes eran, de hecho, más caras, y que el aparente ahorro era debido a la prácti­ ca de! «hágalo usted mismo»; que todo esto era beneficioso para los propietarios de tierras; y que los colonizadores debían pagar un precio muy alto para legalizar su situación91 Sugerían también que aunque las conclusiones a las que habían lle­ gado se podían aplicar a muchos lugares, no abarcaban todas las situaciones: por ejemplo, los b astees o barrios bajos de Calcuta,9'1 (Irónicamente, en esta misma épo­ ca, la ciudad de Calcuta había decidido emprender amplios programas de mejora despu és de h ab er in te n ta d o in ú tilm e n te h acer d esa p a re ce r ¡os b a s t e e s ) 1* . Evidentemente, otros, utilizando el análisis marxista, argum entaban que las per­ sonas que construían sus propias casas no eran más que instrum entos dei capita­ lismo: «'Las recom endaciones de Iurner no son nada más que los intentos tradi­ cionales del capitalism o para paliar ¡a escasez de viviendas de manera que no interfiera con eí funcionam iento efectivo de sus intereses u,> Iurner, lógicam ente contrariado, siguió m anteniendo su punto de vista e in ­ sistió en que ia vivienda podía ser instrum ento de cam bio social. Fuera com o fue­ ra, las encuestas de Gilbert y Ward sobre los barrios de casas autoconstruidas en ciu­ dad de M éxico demostraron que sus habitantes -estuvieran o no engañados por el sistem a- se sentían satisfechos:

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¡os grupos con ingresos bajos se han beneficiado con este proceso incluso cuando han tenido que soportar períodos de prolongada inseguridad debido a problemas de propiedad, servicios inadecuados, pérdida de tiempo libre que han dedicado a la construcción de su casa y a la mejora del vecindario; y a pesar del alto precio que han debido pagar por la tierra, las legalizaciones, los impuestos y los sobornos (...) al final, los residentes tienen un terreno que les sirve de escudo contra la infla­ ción, que se ha convertido en un valor sólido, y que alquilándolo o compartién­ dolo puede generar ingresos97 Sugerían que, allí y en Bogotá, tanto ia clase capitalista com o los grupos sociales de rentas bajas habían ganado; la posibilidad de que un grupo controle el sistema se ve lim itada por el proceso electoral'^: «el estructuralismo puede explicar ambas cosas, el dom inio de las clases trabajadoras a manos de los gobiernos autoritarios y ia m ejora de vida de los pobres. Com o nada queda excluido, nada queda expli­ c a d o ''" . De hecho las burocracias planificadoras estatales han ayudado a los po­ bres y. al estabilizar la sociedad, se han ayudado a sí m ism as"".

C h in a se va al cam p o y a las m on tañas D urante estos años, en ei otro extrem o del Tercer Mundo, se estaba haciendo un exp erim en to de planificación todavía más audaz: quizás el más radical en toda la historia del urbanismo del siglo XX En 1949, durante la revolución comunista, China era uno de ios ejem plos más representativos de lo que luego se llamaría desarrollo desigual Cerca de nueve décimas partes de la infraestructura industrial del país se con centraba en los cien «puertos con tratado» que se extendían a lo largo de la cos­ ta: una quinta parte sólo en Shanghai. En estas ciudades controladas por ciudada­ nos de otros países, los chinos se sentían com o extranjeros en su propia casa, h u ­ m illados por ias más burdas maneras det colonialismo: en un parque de Shanghai, había un despectivo cartel que prohibía la entrada a perros y ch in o s"’1 No es de extrañar que ios nuevos gobernantes comunistas tuvieran una ideología antiurbana aunque en su mayoría procedieran de las ciudades y dependieran de la ayuda dei proletariado urbano. Habían iniciado la revolución en el cam po y creían que era allí donde se encontraban los valores esenciales de una China sin corrupción11*2 Había otras razones más consistentes que les obligaban a proteger ei desarro­ llo del cam po: no tenían más remedio Durante los primeros años de la revolución la «4ente abandonó el cam po que estaba muy atrasado y que se hallaba destruido por las guerras, para dirigirse a unas ciudades que no podían acogerlos103 Ei ver­ dadero m otivo que Ies impulsó a cambiar el rumbo de esta emigración fue la n e­ cesidad de industrializar el c am p o "’4 La respuesta fue la famosa política del ltuvi$ sluin xiii xiíing, es decir enviar jóvenes con estudios a las montañas y a los campos: m illon es de graduados fueron transladados desde las ciudades con la finalidad de dirigir el desarrollo rural Esto sucedió a finales de los años 1950, en la época dei desastroso -«Gran Salto Adelante», y a finales de ¡os 1960, durante el período de la Revolución C ultural10* Contem plaba dos aspectos Uno que no se hizo público,

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pero que seguramente era el esencial: desarrollar a gran escala las ciudades del in ­ terior com o Lanchow y Sinkiang, com o contrapeso deliberado a los «puertos con tratado». El otro, que todo el mundo sabe: impulsar la autosuficiencia rural por m e­ dio de la reforma de la tenencia de tierras, la m ejora de las explotaciones agríco­ las y el establecim iento de pequeñas industrias rurales106. Fue heroico y se ha convertido en el modelo de lo que luego se ha llamado pla­ nificación de abajo arriba107. El problema es que en realidad n o era !o que parecía, y que resultó un fracaso La planificación nunca partió de abajo, sino del cen tro aunque -p o r pura necesidad- se adm inistró lo ca lm e n te 10!i,. Los principales e le ­ mentos -cubrir las necesidades básicas, control local de la agricultura y de las pe­ queñas industrias, y la conveniencia de promover la autosuficiencia- se garantizaban a través de una estructura planificada a escala nacional, que utilizaba la política de impuestos y de precios para favorecer al sector rural109. Política que, com o en eí caso del -«Gran Salto Adelante», estuvo llena de fracasos, algunos de ios cuales resulta­ ron desastrosos, que fueron debidos a la incapacidad de las com unas para dirigir ei sistem a110. Las industrias rurales, com o los tristem ente fam osos hornos de ace­ ro de los años 1950 instalados en ios patios traseros, resuitaron muy caras de m an­ tener 111 Toda esta estructura estaba en manos de unos 15 0 0 0 .0 0 0 de profesiona­ les urbanos que -con trario s al régimen y a menudo en abierto con flicto con ios cam pesinos- no deseaban otra cosa que volver a la ciudad; fueron ellos los que ele­ varon el número de refugiados de Hong Kong y contribuyeron al m eteórico creci­ m iento de la ciu d a d "Parece que esta política se abandonó a finales de los años 1970 y principios de los 1980 durante el régimen de Deng que, según el punto de vista maoísta, era c o n ­ servador pero que otros consideraban radical lo s resultados no fueron buenos.. Los puertos de tratado todavía siguen siendo las ciudades más grandes de China y d o­ minan su producción industrial, mientras que la pequeña industria rural sólo em ­ plea alrededor de un tres por ciento de la población trabajadora. Las ciudades han seguido creciendo y, durante ei cuarto de siglo de gobierno comunista, la distribución global de la población ha cambiado poco11’ Sin embargo, si se la compara con otros países del tercer mundo, hay que reconocer que sus grandes ciudades son relati­ vamente pequeñas - 2 5 tienen más de un m illón de habitantes y unas seis más de dos m illones- y que el crecim iento de las ciudades se ha m an tenid o en la misma linea que el de la población114 De manera que, después de todo, algo se ha c o n ­ seguido Pero si esto representa el triunfo de la planificación local y autónom a or­ ganizada de abajo arriba, com o muchos quieren creer, es otra cuestión Para dar un veredicto habría que tener más inform ación

A u tonom ía en el p rim er m undo: de W righ t a A lex an d er Lodo esto tuvo muy poca influencia entre los países ricos Cuando en 1968 se pre­ guntó a un grupo de expertos en viviendas de Estados Unidos qué lecciones podí­ an sacarse de estas experiencias de construcción inform al en el Tercer M undo, tu­

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vieron que reconocer que muy pocas u 5 Sin embargo, al cabo de unos años, se com probó que una serie de personas habían estado reflexionando sobre el tema El más famoso fue Frank Lioyd Wright, que com o claro exponente de la ciudad de la carretera estudiaremos en el capítulo noveno. Sin embargo su Broadacre City se­ ría mucho más que eso: iba a ser una ciudad hecha por sus habitantes que utiliza­ rían com ponentes fabricados en m asa1!tt: La persona que quiera construir su casa debería poder comprar un retrete moder­ no y barato de tipo estándar Se trata de un "retrete» civilizado, un baño comple­ to de fabricación industrial que le entregan completo (como si fuera un coche o una nevera) preparado para ser conectado al sistema de aguas de la ciudad y a una fosa séptica de quince dólares o a un pozo negro de cuarenta.. Bien asesorado, coloca esta primera pieza en el tugar adecuado de su futuro hogar Pronto podrá ir añadiendo las otras unidades que serán también baratas y bien diseñadas117 De hecho muchas de las ideas de Wright: anarquismo, no dependencia de la tecnología, naturalismo, agrarismo y el deseo de volver ai campo, eran com parti­ das, ya fuera conscientem ente o no, por la Asociación para la planificación regio­ nal de América Sin embargo tanto ellos como muchos otros le criticaron 11S; den­ tro del mundo del urbanismo nadie le hizo el menor caso. Por una de estas ironías que se suelen dar en la historia del urbanismo, los que pusieron en práctica sus ide­ as fueron la casa Levitts, una empresa de constructores industriales, que, poco des­ pués de la Segunda Guerra Mundial, tuvo la idea de ofrecer los elem entos básicos de una vivienda en forma de baratos com ponentes industriales estándar que el propietario podía ir añadiendo a voluntad; hablaremos con detalle de su éxito en el capítulo noveno. Pero curiosam ente, en las escuelas de arquitectura y urbanis­ mo de Estados Unidos, la idea de autoconstrucción permaneció en letargo duran­ te unos treinta años hasta que reapareció en Berkeley, en los textos de Christopher Aiexander Aiexander que había nacido en Viena, marchó a Gran Bretaña siendo todavía muy niño y recibió un educación extremadamente ecléctica en la Universidad de Cambridge; más tarde emigró a Estados Unidos Casi desde el principio inició su propia odisea persona! en busca de lo que él llamaba «ía calidad sin nom b re” de los edificios, que, en una entrevista, describía com o un edificio que es como una sonrisa en la cara de alguien, y que tiene ese tipo de calidad, que es asi v no la que decimos que es como si fuera así ( . ) en esos casos, las cosas están totalmente ordenadas y permanecen en paz consigo mismas -n o de la numera como pretenciosamente solemos decir que algo es bello, sino de esa manera increíblemente simple y directa y. al mismo tiempo, profunda y miste­ rios an> Buscando esa cualidad, en ios años 1960 llegó a 1a conclusión de que podía de­ terminarse objetivam ente Pero entonces se dio cuenta de que los arquitectos m o­ dernos renegaban de sus propias naturalezas, que su arquitectura «de papel» esta­ ba producida por su miedo a mostrar emoción F1 verdadero «orden orgánico», la

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«cualidad sin nom bre», podía encontrarse en Ja arquitectura tradicional, com o por ejem plo en la relación de edificios universitarios de Cam bridge, o en una calle de un pueblo inglés; pen :;:ba que si los arquitectos realmente experim entaran esta cua­ lidad no harían el t i ; , d e edificios que estaban h acien d o120. Parece que identificaba esas mismas cualidades que Morris y más tarde Unwin y Geddes habían buscado, aunque no lo expresó de la m ism a m anera: era la m is­ ma cualidad que las m ejores viviendas de U nwin y Parker en New Earswick o en L.etchworth poseían. Sin embargo, hacia 1972, se dió cuenta de que «no tenía sen ­ tido jugar con las ordenanzas de zonifícación puesto que las norm as de estas or­ denanzas -q u e son ias que controlan el proceso - están a su vez producidas por el m ism o proceso que organiza la zo n ifícació n »121. D ijo que eran ios grupos de personas los que podrían cam biar su entorno, ayudados en parte por el gobier­ no: «el individuo no sólo va a hacerse cargo de sus propias necesidades, sino a res­ ponsabilizarse de las necesidades del grupo más extenso al que él tam bién per­ tenece»’22. En su proyecto «La gente reconstruye Berkeley», in te n tó desarrollar la idea de barrios m antenidos y gestionados por los propios v e cin o s123. No llegó a funcionar puesto que, de alguna manera, esta propuesta se con v irtió en urba­ nism o tradicional Desilusionado, llegó a la conclusión de que «para que ias cosas sean bellas y permanezcan vivas, es necesario que la gente com o yo se involucre directam ente en la construcción y deje de manipular con los papeles*'124, Esta idea le hizo sen­ tirse m ejor y en el proyecto de autoconstrucción de M exicali, ayudó a los m ejica­ nos a crear su propio barrio. 1*1 resultado es un con ju n to de edificios poco usuales ••un poco menos atrevidos de lo que yo hubiera deseado», que parecen ser de! agra­ do de la gente que los con struyó12'. En los años 1970, Berkeley no era ei ún ico sitio d onde la gen te volvía a h a ­ blar de ayuda mutua y de participación com unitaria, pero debido a la presen­ cia de Alexander fue quizás el más im p o rtan te En Inglaterra. Ralph Erskine, a r­ quitecto de nacionalidad británica que trabajó durante m u ch os años en Suecia, volvió a Tyneside para hacer el notable Byker Wall. Se trataba de un proyecto de reconstrucción que se convirtió en uno de los pocos casos en ios que el d i­ seño se hizo a partir del diálogo con tin uo con ios residentes Los recelos iniciales desaparecieron «Al final, la cantidad y calidad de la actividad social en Byker fue un é x ito » 12'* Fue una de las más extraordinarias estructuras jam ás creadas, sobre todo si tenem os en cuenta que eran viviendas del sector publico. «Vista desde el lado um brío ía muralla es alta, austera y abstracta A lo largo de una m i­ lla y media se dobla, se eleva, cae, se proyecta y retrocede M ientras que su lado soleado, que es más bajo, tiene 1a cualidad intrincada, desordenada, provisio­ nal e intensam ente hum ana de un barrio de Hong Kong -i27 Está habitado p rin ­ cipalm en te por gen te mayor, que con ad m iración, d icen que les recuerda la Costa Brava12*. Les gusta; aunque n o lo construyeran ellos: Byker tiene algo, incluso resulta caprichoso. M ientras, en 1969, aparecía un m anifiesto iconoclasta en las páginas del Nt’w Society, revista sem anal británica dedicada a ias ciencias sociales. Escrito

LA CIUDAD DE LA DIFÍCIL EQUIDAD

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con jun tam ente por Reyner Banham , Paul Parker, Peter Halí y Cedric Price, afir­ m aba que Se ha mal entendido el concepto de urbanismo (por lo menos el referido a la ciu­ dad y el campo) (.. . ) Parece como si todo tuviera que estar controlado; no se pue­ de admitir que algo sencillamente «suceda». No se permite que una casa sea nor­ mal y corriente de ia manera en que las cosas son normales y corrientes; todos los proyectos deben ser sopesados, planificados y aprobados, sólo después de todo esto puede construirse, para darse' cuenta entonces de que, a pesar de todo, es normal y corriente119, Era por ello que el grupo proponía un experimento concreto y cuidadosamente controlado de no planificación ( ) ele­ gir unas zonas en el campo que estén sometidas a una serie de limitaciones, y utiiizailas como áreas de experimentación de no planificación. En el peor de los ca­ sas sabremos qué quiere la gente; y en el mejor habremos descubierto el estilo, ahora escondido, de la Inglaterra de mediados del siglo X X IJI). El artículo proponía tres zonas: Sherwood Forest en Nottingham shire, la fran­ ja reservada para la autopista M II de Londres a Cambridge, que todavía no se ha­ bía hecho, y el área de Solent en la costa del sur El artículo terminaba de manera desafiante; «excepto los pocos lugares que deseamos preservar com o museos vi­ vientes, los planificadores físicos no tienen ningún derecho a imponer sus puntos de vista sobre los de nadie Si el experim ento de no planificación funciona bien, se debe permitir que la gente construya com o quiera»131. Evidentemente, el artículo no recibió com entarios; se tardaron otros diez años para que dentro de la Asociación para la planificación del campo y la ciudad sa­ liera un grupo, esta vez dirigido por Colín Ward y David Lock, que volviera a las ideas de Hovvard y propusiera una tercera ciudad jardín, que debería ser planifica­ da, y en parte construida, por ¡a gente que debería ir a vivir allí. Después de largas negociaciones con la nueva ciudad de Milton Keynes, el pian se abandonó pero re­ surgió de nuevo en la com unidad de Líghtm oor dentro de la nueva ciudad de Té!ford, que se empezó a edificar en 198-4112 En Jos Estados Unidos, también hubo un m ovim iento paralelo. De hecho se puede decir que fue ja n e Jacobs quien lo inició en 1961 con sus criticas tanto a ¡os corbusianos com o a los planificadores de ia ciudad jardín y con sus llamadas en favor de las altas densidades de población y dei uso m ixto del suelo de la ciudad tradicional no planificada1’ *. En 1970 Hichard Sennet participó en el debate con su libro Uses o f Di w n kr (Usos del desorden), donde contrastaba e! modo de vida en el que las instituciones habían encerrado a ia gente com o si fueran adolescen­ tes incluso cuando físicamente ya eran adultos» con ' Ibid , págs. 44, 45 "

Ibid , pág 45. Geddes, 1918, J pág 40.

3Í Ibid , I pág 64 34 Ibid., I pág 70 ¡bld. Ibid , II. pág 104 ' r Ibid . ¡I págs 187, 190 ,s Ibid

I! pág 187.

Geddes, 1965a, pág 51 Hussey, 1953, pág 336 Bogle. 1929, págs 24, 27. 60 ^ Hnrdy y VVard, 198 4, "

passim

Ibid . pág 201

’4 ibid , pág 204 111 H a rd v y VVard. 1984. págs. 21 i a 230 4 ' De Cario. 1948. pág 2 Ibid ibid p Ibid iu rn e r, 1972a, pág 122 Ibid pág i 24

“ Ibid Turner. 1965, pág 152 Vl W ard. 1976. pág 89 l.emer. 1967. págs 24.25 i.ewis. 1961. X X I V l.civis. 1952. págs 39 a 4!

s" Lewi.s,

1966. pág 19

v‘ Ibid., pág 2) Lcwis. 1967, págs 592 a 594 H Abrams, 1964. págs 22. 172 W ard . 1976, pág 89 ' 1 Turner. 1965. pág 152 Ibid Ibid "" Turner, 1968a, pág 357 " 'T u r n e r . 1972b, págs 151, 152, 165 ,,s Turner, 1968a. pág 360 M a n g ín y Turner. 1969, págs 133. 134 r" Turner. 1970. pág 2 ■1 Ibid pág 8. 9 Turner, 1972b. pág 149 r i Turner, 1969. pág 511 : i Turner. 1971. pág 72

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75 Turner, 1972a. pág 138. 76 Fiícher, lurnery Grenell, 1972, pág. 241 77 Ibid . pág- 242.. 78 Mangin y Turner, 1969, pág 136. 79 T u rn eretal, 1963. págs 391 a 393 flu Turner, 1976, pág 86 sl í’ayne, 1977, pág 198 K2 Ibid, págs 188 a 191, 195, 198. Turner, 1969. págs., 523, 524. Ibid,,, pág 519 1,5 Turner, 1970, pág 10 H" Dunkerley, 1983 s7 Stokes, 1962, pág 189, Hs Frieden. 1965. pág 89, 90 tt" Romanos, 1969. pág 151: Epstein, 1973. págs 177, 178 "" Palm an, 1976, págs 242, 243 ,J1 ibid , págs 249, 250 Ibid . págs 230 a 233 Connoliy. 1982. pág 156 a 163 M Dw\er. 1972, págs 211 a 213 ,,s ¡losser.1972. págs 189, 190 Burgcss, 1982, pág, 86 ,,r Gilbert y Wrad, 1982. págs 99, 100 Ibid . pág 118 Ibid ■w Ibid . pág 120 1(11 Murphey, 1980, págs 27 a 31; 1984, pág 197 !": Ibid . pág. 30; Kirkby. 1985 pág 8, 9 1,11 Murphuv. 1980. pág 43; Kirkby. 1985. pág 38 m Kirkby. 1985. pág 14 !,,í Kirkby, 1985. pág 10 Murphey. 1980, págs. 46. 47. 49. 50. 60. 61 t,,: Stohr. 1981, /fus.si w. l(!rl Wu v !p. 198!. págs i 55, 156 l'r' ibid págs 175 a 177 " " Ibid págs 162. 163 111 Aziz 1978, pág 71; Murphey, 1984. pág 200

H- Murphey, 1980 págs 105 a 107; 1984. pág 200 111 Murphey, 1980. pág 146; 1984, pág 198; Wu \ Ip. 1981. pág 160 114 Aziz 1978. pág 64; Murphey 1984, pág 19S 115 Goetze et al . 196S pág 354. Fishman, 1977. pág 130

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CIUDADES DEL MAÑANA

’ 7 W rig h t, 1945, pág 86. !ti Grabow, 1977, págs 116, 117, 121. 19 Grabow, 1983, pág. 21 20 Ibid , págs. 57, 68, 69, 83 a 86, 100 21 Ibid , pág 139 22 Ibid , pág 155 M lbíd , pág 157. 24 Ibid , pág, 222 25 Ibid , pág 170 2,1 Esher, 1981, pág 186 27 Esher, 1981, pág 187 2H Ibid. Danham et a i , 1969, pág. 435 ■ i(> Ibid , pág 436 "

Ibid , pág 443

’2 G ibson, 1985 Jaccobs, 1962,

pnssini

11 Sennett, 1971, pág 189 lbíd., pág 190 Ibid , pág 198 Fishm an, 1980, pág 246 m Uaar. 1975. pág 4, 5 " I'rieden y K a p lan , 1975, págs 45, 52. 53 Fox, 1985. pág 201 " Frieden y Kaplan. 1975, págs 47, 49, 215 a 217; üaar, 1975. pág 2 ¡8 Fried en y K aplan. 1975. págs 88. 89; üaar. 1975, pág 175 “ "

Frieden y Kaplan, ¡975, pág 139 Ibid , págs 232. 236 Ibid . págs 229

,r Ibid,, pág 257; üaar, 1975. págs 254 a 256 '• Frieden y Kaplan. 1975. págs 203 a 212 tn lla a r i 975. pág 194 '* Ibid Ibid . pág 205 ’11 Com erlo. 1984. págs 230 a 234 Sl Ibid , págs 234 a 240 Samlers, 1980. pág.. 109

153 Ibid , págs.. 110, 111. 154 Ibid., pág. 113 155 Cicin-Sain, 1980, págs 53, 54 156 lbíd , pág 71. 157 Cherry y Penny, 1986, págs 176 a 191 ,iH Chrístensen, 1979, págs.. 10, 20 a 29 139 Anson, 1981, passim 160 Ibid., págs 37, 38 161 Esher, 1981, pág 142 162 Ibid , págs.. 46 a 48.. 163 ¡bid. págs 53 a 72 164 cit. Chrístensen, 1979, pág 96 ,M Esher. 1981, pág. 146 Ibid , págs . 86, 133, 134 Anson,1981, pág 103 |,iS Wílliam-OIsson. 1961, pág 80 ,w Sid en b lad h . 1 9 6 5 , págs. 1 0 9 , 1 1 0 ; Stockolm, 1972, págs 92 a 94; Hall , 1979, págs. 188 a 193 l7u Markelius, 1962. XXXVI. 171 Edbiom, Stromdahl y Westerman, 1962, XVI i;- Malí, 1979, págs 194 a 202 i; i ibid . págs 2 0 4 a 2 0 6 ; Iterg, 1979. págs. 162, 163 i:'4 Chrístensen. 1979, pág 101 Hall, 1979, págs 215, 220 Wostman, 1967, pág 421 i;: Hall 1979, págs 217, 220. 223 *"HIbid .. pág 223 i:" París. 1979a, pág. 12 líi" Paris. 1979a. pág 12; Parts. 1979b pág 7, B ,M Dhuys. 1978, pág 9 lH2 Paris. 1978, págs 4 a 9; París. 1979a, pág 13; París. 1979b, págs 7 a 17 iSJ Knevitt. 1975. 1977 lst cit Wates. 1982a. pág 43 iHS Wates, pág 19S2. pág 52 |!í“ ¡bid

La ciudad en la autopista Probablem ente el tráfico motorizado empezará a segregarse inclu so en la década presente ( ..) Y, no cabe duda de que un buen día eí tranquilo ciudadano inglés le­ erá en una revista popuiar de coioristas ilu straciones de 1 9 1 0 que en Estados Unidos, en Alemania y en otros sitios hay tantos m iles de m illas de autopistas, mientras que en su país esto es algo excepcional y está en estado de exp erim en ta­ ción En seguida y después de hacer una patriótica m editación, se pondrá m anos a la obra. H G. Wells

Antkipations oftiic Rcaction o f Mechantail and Scientific Progress apon lint na n Ufo and Thotight (1901)

Las Vegas coge lo que en otras ciudades norteam ericanas no es más que una in ­ flamación quijotesca de ios sentidos que dura ei breve intervalo que va desde la ace­ ra ai ascensor y lo magnifica, io ornam enta, lo em bellece hasta con vertirlo en una institución. Por ejemplo, Las Vegas es la única ciudad del m undo donde el paisa­ je no está hecho de edificios, com o es el caso de Nueva York, ni de árboles, corno W übraham en Massachusetts, sino de letreros. Uno puede m irar en dirección a ias Vegas desde la carretera 91 y no verá ni edificios, ni árboies, sólo letreros {Pero qué letreros! Se encaraman, giran, oscilan, se transform an de tal m anera que el vocabulario artístico que existe hoy en día no puede com petir Tom Wolfc

Tlu- Kandv Kolorcd Tíiiiyirhu' Flake Strcainline Baín (1 9 6 6 )

C apítulo 9

La ciudad en la autopista Los barrios suburbanos del autom óvil: Long Island, W iscossin, Los Ángeles, París 1 9 2 0 -1 9 8 7

Un niño que había vivido en los barrios residenciales suburbanos de final de siglo recordaba: «Suburbia- -q u e es el nom bre que dan los anglosajones a estas zonas™ «era un lugar con ferrocarril (. .) un lugar que estaba a unos pocos minutos andando de la estación, a unos pocos m inutos de ias tiendas y a unos pocos minutos de los cam p os-1. i:ue ia extensión periférica del ferrocarril, com o hem os visto en ei capí­ tulo tercero, lo que trajo consigo el crecim iento dei Londres de comienzos de! si­ glo X X , y con él, la preocupación por el control dei crecim iento urbano. También sucedió lo mismo en los Estados Unidos, donde los primeros barrios residenciales clásicos -Líevvellyn Park en New Jersey, Lake Forest y Riverside en las afueras de Chicago, Forest Mills Gardens en Nueva York- sé planificaron alrededor de las es­ taciones de ferrocarril2 Esto era ln pura realidad, puesto que, a pesar de que el au­ tomóvil apareció hacia 1900, su precio lo restringía a pequeñas minorías Sólo a par­ tir del m om ento en quej-ienry Ford introdujo el trabajo en cadena en su fábrica de Highland Park en '"Í9 1 .V y aplicó las técnicas de producción en masa -tod as ellas inventadas por otros en otros lugares, pero que él unificó y utilizó- existió la posibilidad de fabricar autom óviles para las grandes masas3., E incluso entonces, su primitiva tecnología, y las todavía más primitivas condiciones de ias carreteras por las que debía circular, redujeron sus posibilidades Durante ios diez primeros años de su existencia, el modelo T sirvió para ío que Ford lo había diseñado: era el autom óvil del agricultor, ei sucesor de! caballo y del carro'*..

La p ro fecía de W ells se cum p le Pero había un visionario que había imaginado el futuro En Anticipations que se pu­ blicó por primera vez en 1901, H G W ells había especulado sobre la posibilidad de que «las com pañías de óm nibus a motor, en com petencia con ios ferrocarriles su­ burbanos, se verían obstaculizadas en su carrera por la rapidez por el tráfico de ca­

1 {Véanse notas en páginas 328-330 )

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iros que circularían con m ucha más lentitud por los cam inos», y que, en con se­ cuencia, «tratarían de crear un nuevo tipo de carreteras privadas, en las que pudieran viajar a la m áxim a velocidad que les perm itieran sus vehícu los»; Aunque W ells se equivocó en muchas de sus predicciones, ésta fue una de las que acertó. D ijo que «casi sin damos cuenta, ciertas carreteras más largas y convenientes se conectarán», aunque, consideró que los norteam ericanos y los alem anes iniciarían este m o v i­ m iento antes que los ingleses m ucho más tradicionales Predijo que «serían u tili­ zadas por aparatos más refinados; las herraduras, la suciedad de los anim ales, y las torpes ruedas de los carros nunca entrarían en ellas»; que «deberían ser m uy a n ­ chas» y que «el tráfico en dos direcciones estaría estrictam en te separado» a ñ a ­ diendo que «donde se cruzan no lo harían a un mismo nivel sino por medio de puen­ tes» y que «cuando estas carreteras existieran se podría experim entar con vehículos de una medida y de una fuerza muy por encim a de las d im ensiones que las carre­ teras norm ales permiten - dimensiones que habían venido dadas por el tipo de c a ­ rro que podía arrastrar un caballo,»5 La notable capacidad de Wells para adivinar el futuro no term inaba aquí, pues­ to que no sólo predijo ias autopistas sino también sus efectos, En un capítulo ti­ tulado la «Probable difusión de las ciudades», pronosticó que «por un proceso de confluencia, prácticamente toda la zona de ia Gran Bretaña que queda al sur de los Highlands parece destinada ( ...) a convertirse en un región urbana, unida no sólo por el ferrocarril y el telégrafo, sino tam bién por las nuevas carreteras que hem os previsto*' y también «por una densa red de teléfonos, tubos de transporte de pa­ quetes y todo tipo de conexiones arteriales parecidas», Pensó que se convertiría en una curiosa y variada región, m ucho m enos m on óton a que nuestro m undo inglés de hoy en día, reposada en sus zonas m enos pobladas, pero en todo caso llena de bosques, quizás m ucho más que ahora, que en según que lugares se transform arán en parques y jardines Henos de casas { .} Las nuevas carreteras atravesarán los ca m ­ pos, cortando una colina aquí y cruzando un valle por m edio de enorm es viadu c­ tos allí, y estarán siempre llenas de un tráfico m ultitudinario de rápidos (y n o n e ­ cesariam ente feos) mecanismo.1;; y por todos sitios, en m edio de los cam pos y de los árboles, ios cables avanzarán de poste en poste".

Gom o en otras ocasiones, se mostró muy optimista en relación a la rapidez del cam bio tecnológico Sin embargo fue muy sagaz ai pronosticar el lugar donde ocu­ rriría. Los pioneros, com o él había previsto, fueron los norteam ericanos Y fue así porque en 1950, gracias a la revolución que Ford había desencadenado, los Estados Unidos fue el primer país del mundo que pudo vanagloriarse de poseer el m ayor número de coches. En 1927, construyendo el 85 por ciento de los coches del m u n ­ do, podía alardear de que había un coche por cada cinco personas: aproxim ada­ m ente uno cada d osjam ilias7. La crisis y ia guerra m antuvieron este nivel duran­ te más de veinte años: no sería hasta com ienzos de los años cin cu en ta que la proporción superaría a ia que había habido en los años v e in te . Á partir de mediados de ios años veinte, la m otorización en m asa había em ­ pezado a incidir en las ciudades norteam ericanas de una m anera que el resto del

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C IUDADES DEL MAÑANA

m undo no conocería hasta los años cincuenta y sesenta. En 1923, los colapsos cir­ culatorios eran tan grandes en algunas ciudades que se había empezado a pensar en prohibir su circulación por las calles de los centros urbanos; en 1926, Thomas E Pitt tuvo que cen ar su tienda de bebidas y tabaco en un cruce de calles muy cén ­ trico de Atlanta porque el exceso de tráfico impedía su funcionam iento*. Fue du­ rante los mismos años que, partiendo de las nuevas posibilidades que ofrecía el au­ tom óvil, Sears Roebuck y, más tarde, M ontgom ery Ward se plantearon la idea de abrir grandes almacenes en ias afueras9. Cuando a finales de los años veinte ios Lynds hicieron su estudio sociológico, ahora ya clásico, sobre «Middletown» (se trataba de M uncie en indiana), se dieron cuenta de que la posesión del automóvil permi­ tía al trabajador norm al y corriente vivir más lejos de su lugar de trabajo10. Y, ya por esas fechas, en muchas ciudades -W ashington, Kansas City, St Louis-ei número de personas que diariam ente hacía ei recorrido de su trabajo a casa en coche era más elevado que el tráfico de paso. No es sorprendente que en ios años veinte ios funcionarios del censo observaran que ios barrios residenciales de ias afueras estaban creciendo a mayor velocidad que los centros urbanos: el 39 por ciento, más de cuatro m illones de personas, mientras que las ciudades sóio crecieron un 19 por ciento, que representaba cinco m illones En muchas de ellas esta tendencia hacia ia suburbanización fue todavía más fuerte: ¡os barrios suburbanos de Nueva York crecieron un 67 por ciento y el centro 2.3, en Cleveland la relación fue de 126 y 12 y en St Louis de 107 y 5 “ Lo curioso fue que m uchos de los urbanistas norteam ericanos acogieron esta nueva tendeda con ecuanimidad e incluso con entusiasmo En ia Asamblea nacional de Planificadores de ciudades de 1924, Cordon W hitnall, un urbanista de Los Angeles, declaró con orgullo que los profesionales del oeste habían aprendido de los errores com etidos por los del este, y que dirigían el proceso hacia la ciudad h o ­ rizontal dei futuro En los años veinte, com o por primera vez ios medios de trans­ porte públicos registraron dism inución en su uso y en consecuencia tuvieron me­ nos beneficios, Detroit y Los Angeles se plantearon ia posibilidad de hacer grandes im ersiones en este sector con la idea de proteger los cascos urbanos, pero pronto se dieron cuenta de que ios votantes no estaban dispuestos a aceptarlo12 Este volumen de tráfico que iba siempre en aum ento circulaba la mayoría de ias v eces por las calles normales de la dudad, que tuvieron que ser ensanchadas y mejoradas para poder absorber esta invasión A finales de los años veinte toda­ vía habia [jocos ejem plos de pasos a distinto nivel en las autopistas norteam eri­ c a n a s1’ . La excepción más sobresaliente era Nueva York, que durante esta época adoptó otro sistema que procedía directamente de una tradición más antigua y que ya hem os com entado en el capitulo cuarto: se trataba de ias carreteras de parque (Ikttkway) Utilizadas por primera vez e n ,.1858'por Oimsted en su proyecto para el Central Park de Nueva York, este tipo de vía fue empleada ampliamente por los arquitectos del paisaje en ¡a planificación de parques y de las nuevas áreas resi­ denciales de ciudades tan distintas com o Boston, Kansas City y Chicago1! Pero empezando por ia Long Isiand Motor ParkvvayJ 1906-1 Í) de William K Vanderbilt, que puede considerarse com o la primera autopista de acceso limitado del m un­

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do, y la Bro n x River Parkvvay (1 9 0 6 - 2 3 ) q u e te n ía 1 6 m illas, seguida por la H utchinson River Parkway de 1928 y la Saw M ili Parkway de 1 929, esta innova­ ción característicam ente norteam ericana se adaptó rápid am ente a una nueva fun­ ción: se extend ió otras 10 o 2 0 m illas para ad entrarse en el cam po - y a veces, com o en el caso de la Bronx Parkway, se utilizó para ordenar las zonas urbanas más o b so le ta s-y perm itir un rápido acceso desde los con gestion ad os centros urbanos a los nuevos barrios residenciales y a las nuevas zonas de recreo situadas en el cam ­ po y en la co sta15. El espíritu que_puso en m ovim iento este proceso fue Robert Moses, el gran co n stru cto rd e Nueva York. A provechando la State Act de 1924, que él mismo ha­ bía redactado para tener poderes hasta en to n ces sin precedentes (y que los pobres legisladores no apreciaron) y para apropiarse tierras, consiguió que sus carreteras de parque c ruzaran las estim adas tierras d e los m illonarios de Long Island -los Phippses, los W hitneys, los Morgans, los W in th ro p s- c o n ja ide^de que los_habitantes de Nueva York tuvieran acceso a Sas playas del océano. Se hicieron, como todo lo que hizo Moses, por razones de interés publico, que fue io que le dio el gran apo­ yo popular que tuvo; apoyo q ue m ás tarde am p lió al organizar el C onsejo del Tüneí y la Sierra de Triborough, que ¡e sirvió para enlazar todo el sistema viario y con ectarlo con M anhattan y el B ronx'". Sin embargo eU m erés público tenía sus lím ites: deliberadam ente, Moses cons­ truyó los puentes de sus carreteras de parque a poca aHura de manera que ni los c a m io n e slírió s autobuses pudieran circular por ellas De esta manera las m agní­ ficas playas que creó al final de e_staj_Was_qyodaron estrictam ente reservadas a la clase media que poseía autom óvil; las dos terceras partes restantes debería seguir cogiendo el m etro para dirigirse a Coney Island Y cuand o en los años treinta Moses extendió el sistema hacia el oeste de la isla de M anhattan para construir ia Henrv Hudson Parkway, la primera autopista del mundo, hizo lo mismo: Moses pla­ nificó de manera co n sd cn te y deliberada un sistem a de carreteras para las perso­ nas que diariam ente debían desplazarse de su casa a los lugares de trabajo1' liste fue e! proposito de las grandes obras públicas que Moses emprendió du­ rante estos años. Fueran cuales fueran ¡as razones iniciales, una vez que quedaron conectadas por medio del puente de Triborough, form aron una amplia red de vias urbanas que hicieron posible que las personas que trabajaban en M anhattan pu­ dieran trasladarse diariam ente a sus casas que se hallaban a 20 e incluso a 30 m i­ llas de distancia: tres o cuatro veces más del radio que cubría el sistema de metros lij efecto fue ininediato: durante los años veinte, la población de los condados de W estchester y Nassau, que quedaron integrados en estas nuevas vías, ascendió a .350 000 personasls Pero los efectos más espectaculares se darían durante el "boom " con structivo de los barrios residenciales suburbanos de después de la Segunda Guerra Mundial. No fue por casualidad que el más con ocid o, que de hecho sim ­ bolizó todo e¡ proceso, estuviera en el lugar que estaba: el primer Levittown se si­ tuó a la salida de uno de los cruces de 1a carretera de parque de W antagh State que Moses había hecho veinte años antes com o una de las vías de acceso a la zona de recreo de Jones Beach State Park

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l ig 9 I I: Muses I.) gran constructor de Nueva York, y ta m b i é n gran pro­ pagandista de su labor, con algunos de sus proyectos En este mom ento el «bulidozer - de Moses era todavía imparable

En aquellos m om entos, algunos urbanistas llegaron a acariciar la idea de uti­ lizar estas nuevas carreteras com o base para crear nuevas formas urbanas Uno ele ios padres fundad ores de la A sociación para la p lan ificació n regional de América, B en ton MacKaye, tuvo ia idea -co m o hem os visto en ei capítulo qu in ­ to - de hacer una -carretera sin ciudades», o autopista (mofam-m*). Inspirándose en el pian de Radburn -d iseñad o por Clarence Stein y Henry Wright, otros dos cerebros de la A so ciación - pensó que este tipo de vía podría utilizarse a escala re­ gional la -carretera sin ciudades» es una autopista, en la que las ciudades tendrían ia mis­ ma relación con la carretera que Ja que, en RáciFnirn, tienen ias zonas residenciales situadas en calles slnTsaiída con las principales vías de tráfico Lo que Radburn hace en la comunidad local, la «cárretera'sirrciudades*' lo haría en todo e! país (.. ) En lugar de tener esas carreteras flanqueadas por casas mjsejrables que se enquistan en­ tre las grandes urbes',Ha «carretera sin ciudades» fomentaría la creación de verdaderas comunidades en zonasUéfinidas y adecuadas fiara de la carretera principal’^

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Kg 9 2 jon es lleach Uno de los grandes provectos de Moses de ios años \einte: zonas re­ creativas para las masas motorizadas Sin embargo los puentes de las autopistas se constni>éron bajos con ei propósito de que los autobuses no pudieran circular por ellas

El con cep to era claro y consistente: abolición de entradas a la carretera principal excep to en ciertos puntos; posesión pública o control público efectivo por m edio de una zon ificación rigurosa de fas áre­ as situadas a io Sargo de las vías (...) co n tro l adecuado sobre ei paisaje, que in clu ­ ya árboles de sombra y norm as estrictas sobre la co lo cació n de ías líneas de teléfo-í nos y de electricidad, estricto control sobre la co nstru cción de las áreas de servicio20

Evidentem ente, todo esto se con v irtió en realidad -p e ro prim ero en otros lu­ gares y sólo bastante tiem po después en los Estados U nidos La parte com p le­ m entaria de su propuesta, que era uno de ios sueños de la A sociación para la pla­ nificación regional- «estimular el crecim iento de comunidades definidas, planificadas de manera com pacta y limitadas en ias medidas, com o ios antiguos pueblos ingleses o ei m oderno Radburn*-21- nunca llegaría a realizarse en su lugar de nacim ien to

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Sin embargo, excepto en ios Estados Unidos, la revolución del automóvil to­ davía no había llegado Hasta ia Segunda Guerra Mundial sóio una pequeña mi­ noría -c o m o m ucho ei 10 por c ie n to - de familias europeas lo tenia. La primera ca­ dena de m ontaje de Gran Bretaña, en 1934 en la fábrica del Morris, se introdujo veinte años más tarde que la de Ford en Detroit, mientras que en Alemania, el prom etido coche del pueblo de Hitler, que empezó a producirse en las inmensas fábricas de Wolfsburg en 1940, se derivó a servicios bélicos y no entró en el gara­ je de !a gente hasta bastante después de la Segunda Guerra M undial", Sin embar8o Alemania puede disputar a jo s Estados Unidos el h o n or de haber hecho ja pri­ mera autopista de verdad del mundo: se trataba de la AVUS (AuíonwbU-Verkehrs uncí

OUÍms^strasse), una vía rápida de seis millas que permitía ei desplazamiento diario de ios trabajadores desde sus viviendas al trabajo y que se construyó en Berlín en­ tre 1913 y 1921 para cruzar el Grünewald A pesar de que en 1924 una empresa pri­ vada había proyectado un sistema de autopistas que debía cubrir unas 15.000 mi­ llas y de que a finales de los años veinte otra empresa tenía muy avanzado un pian para construir una autopista de 550 millas que conectaría Hamburgo, Colonia y Basilea, antes de que Uitíer consiguiera el poder en 1933, sólo se había hecho una pequeña autopista interurbana que unía Colonia y Bonn Aunque al principio los nazis estuvieron en contra de todos los proyectos ela­ borados por la República de Weimar, pronto cambiaron de opinión: las AiUobalmen podían ser una solución rápida contra el paro y tenían una gran importancia es­ tratégica. De manera que se lim itaron a tomar los proyectos ya existentes y utili­ zando una normativa especial de la Red de Ferrocarriles alemanes, los convirtieron en cem ento a gran velocidad l:l doctor lódt, inspector genera! del Reichsautobahnen Gesellschaft, term inó el primer tramo que discurría entre Trankfurt y Darmstadt en el verano de 1935; su nombre (muerte) fue de mal agüero puesto que ese mismo día hubo un fatal accidente A partir de este mom ento y contando con un gran nu~ mero de trabajadores que en 1934 llegó a ser de 250 000, el ritmo de construcción fue muy rápido: más de 600 millas en 1936, 1 900 en 1938 y 2 400 a principios de la Segunda Guerra Mundial-’ 1 La rapidez se nota Si tenemos en cuenta los niveles constructivos actuales, estas primeras Aníobuhnui -qu e todavía podían verse en su forma primigenia en la antigua Alemania del Fste- son terriblem ente primitivas: son como montañas rusas que suben y bajan siguiendo todas las ondulaciones que encuentran sin uti­ lizar las técnicas de explanación de la rasante; tampoco hay vías de aceleración ni de desacelaración, que no com prendían muy bien y que probablemente eran innecesarias para los autom óviles de aquella época, además las entradas y salidas son muy cerradas Sin embargo, por muy primitivas que fueran, Atitobahiwn cre­ aron un nuevo paisaje que más tarde sería imitado fielm ente por casi todo ei res­ to de países dei mundo Resulta irónico pero es el mismo paisaje que MacKaye -el arquetípico demócrata liberal- había imaginado en sus notas de 1930: carriles se­ parados, enlaces a niveles distintos, estaciones de servicio impecablemente diseñadas, incluso los enorm es carteles azules con sus letras clásicas, que se convirtieron en una parte del nuevo simbolismo visual La ironía histórica fue que, ideadas inde-

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I-i 14 9 3. -U U S A!< de M cDonalds del año 1948 en San

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Bernardino, California y del diseño de 1952 que fue lanzado al mercado nacional por Ray Kroc en Des Plaines, Illinois, en 1955m , Este trabajo mostraba lo amplia y rica que ya era la arquitectura de la carretera, haciendo observar que, previa­ m ente, nadie había tenido la sensibilidad o la energía para analizar el paisaje que tenía delante,. Pero, alrededor de los años sesenta, mucho antes de este cambio estético, se h a­ bía iniciado tam bién un cam bio intelectual con una serie de trabajos de los estu­ diosos norteam ericanos de las ciencias sociales, que se cuestionaban muchos de los postulados que habían servido com o base para criticar ¡os barrios residenciales y la vida suburbana. Durante los años cincuenta, aparecieron diversos trabajos clá­ sicos procedentes de la sociología urbana norteamericana -T he Lonely Crowd (La mul­ titud solitaria) de Riesman, The Organization Man (El hom bre con carnet de parti­ do) de VVhyte- que habían reforzado el estereotipo del barrio residencial suburbano com o lugar de hom ogeneidad adormecedora, en ei que la individualidad iba de­ sapareciendo progresivamente y no existía una interacción urbana rica; se supo­ nía pues que la suburbanización acabaría destruyendo lo más valioso de la cultu­ ra de ias ciudades11'1 Para averiguar si esto era cierto, Herbert Gans se fue a vivir a Levittown, New jersey, durante un largo período de tiempo. Como era de suponer, la aparición de su libro en 1967 provocó una serie de análisis criticos que fueron publicados por los periódicos de la costa este Gans se habia dado cuenta de que lo que siempre se había creído no era verdad: La investigación (....) sugiere que la diferencia entre la manera de vivir urbana y ia suburbana presentada por los criticos (y también por muchos sociólogos) es más ima­ ginaria que real Se pueden observar pocos cambios en las cualidades suburbanas de Levittown. y las cosas que provocaron et cambio, como la casa, la mezcla de po­ blación, y todo io nuevo, no son especialmente suburbanas Además ( } cuando se comparan las zonas suburbanas con las grandes zonas residenciases que están den­ tro de la ciudad o alrededor de sus centros, se observa que tanto la estructura cul­ tural como la social es prácticamente la misma entre la gente que tiene una edad y una clase social similar. La gente jo\en de ciase media baja que vive en estas áre­ as se comporta de manera parecida a la que vive en ias zonas residenciales, y. en cambio, no hace io mismo que la gente mayor o la gente de clases más altas que vive en las zonas urbanas o suburbanas115 Gans pudo darse cuenta de que los habitantes de Levittown no se adaptaban a la clasificación que habían hecho ¡os sociólogos anteriores: Los habitantes de Levittown no son en realidad miembros de la sociedad nacional, y por esta razón, de ia sociedad de masas No son conformistas apáticos dispuestos a seguir a una élite totalitaria o a una compañía mercantil; no son ni grandes con­ sumidores ni esclavos de la moda, ni tan siquiera son hombres de partido ni siguen a ciertas personalidades ( ..) Puede que su cultura sea menos sutii y refinada que la de un intelectual, puede que su vida familiar sea menos saludable de io que dese­ arían los psiquiatras, y su política menos reflexiva y democrática que la de ¡os fi­ lósofos políticos -sin embargo son superiores a los trabajadores y a las clases me­ dias bajas de las generaciones anteriores"".

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lis; *>K l :i primera I lolkl;i\ Inn In 1952 en M em pliiy iennvssee nació la primera cadena tie restaurantes en la carretera Tres años más tarde aparecería Mc'Donalds en Des Plairies. Illinois

Las conclusiones de Gans confirm aban las do otro sociólogo, Bennct Berger que había estudiado a ios trabajadores de cuello azul de un barrio residencial de California Ll también había observado que los «suburbanitas ■típicos no actuaban de la numera com o ias primeras investigaciones habían sugerido que actuarían: no eran ni social ni geográficamente móviles, ni estaban dispuestos a seguir al prim e­ ro que pasara, y sus vecinos eran com o ellos11:.. Lo que había ocurrido es que los pri­ meros estudios habían analizado comunidades de clase alta poco usuales o habían sobrevaiorado las características de clase alta de estas com unidades mixtas.. Los «su* burbanitas' típicos, los que habitaban estos nuevos barrios hechos en masa, no compartían los mismos intereses; vivían el mismo tipo de vida con el mism o m o­ delo de relaciones sociales, tanto si vivían en zonas calificadas de urbanas com o de suburbanas De manera que los urbanistas sociólogos habían exagerado excesivamente la importancia del medio físico sobre la vida de las personas Gans concluía: El urbanista tiene una influencia limitada sobre las relaciones sociales. Aunque puede crear proximidad entre ios vecinos sólo puede determinar qué casas van a

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ser adyacentes De esta manera puede afectar los contactos visuales y las primeras relaciones sociales entre los habitantes, pero no puede determinar ni la intensidad ni ia calidad de sus relaciones Esto depende de las características de la gente Involucradan s.

Es cierto que el carácter de una z o n a-su homogeneidad social-puede ser afec­ tada por el urbanism o Pero sólo dentro de unos estrechos limites; en una socie­ dad com o la norteam ericana, eí mercado es el principal determinante y es allí don­ de los clientes mostrarán sus preferencias Ante todo, los urbanistas deben tratar de n o im poner su sistema de valores sobre gente que tiene otros: por ejemplo, si creen que se deben evitar a toda costa los largos viajes diarios al trabajo y las con­ gestiones de tráfico, y consideran que las altas densidades de ocupación serían más adecuadas porque reducirían el tiempo invertido en el transporte y aumentarían la calidad urbana, deben ser conscientes de que m uchos «suburbanitas» no esta­ rán de acuerdo con ellos119,. En otras palabras, al atacar las características esencia­ les del barrio residencial suburbano norteam ericano de después de 1945, estaban tan sólo expresando sus propios prejuicios de clase Esta había sido la opinión del sociólogo Unos pocos años más tarde, uno de los más distinguidos econom istas del suelo, Marión Clawson, hizo una investiga­ ción sobre los costes de la expansión suburbana. Su veredicto fue eí siguiente: «Es imposible juzgar la conversión de suelo suburbano de manera sencilla y sin equí­ vocos -n o se puede decir que es 'buena' o 'm ala' o describirla utilizando otra pa­ labra poco cualificada Ei proceso es m ucho más com plejo»120, Si queremos tener en cuenta los aspectos positivos, diremos que ha sido un pro­ ceso de extrem a vitalidad, que ha creado millones de nuevas viviendas y cientos de centros com erciales, y que, de esta manera ha contribuido al crecim iento eco­ nóm ico nacional; se han hecho gran cantidad de buenas casas y de vecindarios bas­ tante correctos; y com o el proceso de toma de decisiones ha estado disperso no se han com etido grandes barbaridades1- 1 Sin embargo, en el lado negativo hay que tener en cuenta que los costes de la dispersión han hecho que los precios de las vi­ viendas fueran innecesariam ente altos; que se haya despilfarrado mucho suelo sin necesidad, que seguirá así durante largo tiempo; y que, com o tensan pocas posi­ bilidades de elección, los resultados estéticos no han sido tan buenos com o m u­ chos de los com pradores hubieran deseado122 Pero, según Clawson, ia crítica más seria que se les puede hacer es que la mitad de la población norteamericana no ha podido comprarse una casa de este tipo: de manera que la población urbana ha ido quedando paulatinamente estratificada por la raza, los ingresos y el trabajo. También es cierto, com o Clawson hizo observar, que gran parte de esta segregación era re­ sultado de fuerzas económ icas y sociales más profundas; pero, lo que no se puede negar es que el desarrollo suburbano ha contribuido a ello 12-’. Las conclusiones de Clawson añadían un com entario marginal a los estudios sociológicos de Berger y Gans: por un lado era cierto que ios norteamericanos ha­ bían tomado sus decisiones librem ente en el mercado y de esta manera en mayor o menor grado habían conseguido lo que querían, con mayor efectividad y eficiencia

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que si se hubiese hecho a partir de un sistema planificado; pero tam bién era cier­ to que el proceso no había sido com pletam ente eficiente y que podía ser m e jo ra­ do de m odo que pudiera ofrecer m ejores casas a m ejores precios A ello había que añadir un punto im portante: la m itad de los norteam ericanos habían quedado al margen de este proceso porque eran pobres (y, en m uchos casos, porque eran n e ­ gros, cosa que viene a ser lo m ismo que ser pobre), Pero se le podía responder que este era un tema que estaba fuera de la capacidad del urbanista: el problem a de los pobres es que no tienen dinero, Clawson opinaba que, si hubiesen tenido, h u b ie ­ ran hecho exactam ente igual que la parte más afortunada de la p oblación: se h u ­ bieran comprado una casa en un barrio residencial suburbano Así pues por m edio de la planificación y de otros m étodos de intervención publica, se podía m ejo rar el proceso, pero de hecho éste ya daba a la gente lo que ella quería

El control del crecimiento suburbano en Europa Esta conclusión sólo puede aplicarse al caso norteamericano, puesto que los gobiernos europeos de después de la Segunda Guerra Mundial habían conseguido, aunque en grado diverso, controlar y regular ¡a marea suburbana de una m anera que en Estados Unidos hubiera sido inim aginable. A partir de m itades de ¡os sesenta los resultados de esta política fueron cada vez más evidentes para ios viajeros transa­ tlánticos que desplazándose en avión podían contem plar ei paisaje desde su pri­ vilegiada posición a 7 millas de altitud: si se dirigían hacia ei oeste quedaban im ­ presion ados por la gran can tid ad de c o n stru c cio n e s, por ¡a a p a re n te m e n te interm inable dispersión de barrios residenciales suburbanos de las m egalópolis de ia costa este, por la inm ensa red de autopistas que ios con ectaban; si viajaban h a­ cia el este también podían sorprenderse por la relativa pequeñez de las con stru c­ ciones, por la semejanza con los pueblos de juguete, por la precisión casi geom é­ trica con que la ciudad y el cam po quedaban separados, por la aparente ausencia de zonas de agricultura deprimida en los extrem os de estas áreas residenciales Con pequeñas variaciones, esta visión se podía aplicar a Gran Bretaña. Holanda, la República Federal Alemana o a los Países Escandinavos12-5 La pregunta era, evidentem ente, cuáles habían sido los costes y cuáles tos be­ neficios que estos sistemas más cerrados y definidos habían im puesto a sus h a b i­ tantes. Para los que seguían los criterios del urbanism o con v en cio n al, la respues­ ta era evidente; pero a la luz de las criticas que los norteam ericanos habían h ech o de estos postulados, valía la pena tratar de averiguarlo Lo m ejor que se podía h a­ cer era comparar Estados Unidos con Gran Bretaña, puesto que- ya desde 1947, este país europeo había hecho un estrecho seguimiento de las nuevas con strucciones: ia histórica L.ey de Planificación de la Ciudad y el Cam pó de este año {ver capítu- lo cuarto) había nacionalizado él derecho a crear suelo susceptible de ser ed ifica­ ble, y a partir de este m om ento las autoridades planificadoras locales habían u ti­ lizado estos poderes para contener el crecim iento urbano en to rn o a las ciudades, imponiendo cinturones verdes para canalizar esta presión hacia las ciudades pequeñas

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y medianas más distantes. De manera que, paralelam ente ai estudio de Clawson, un equipo británico trabajó para analizar este proceso y el impacto de esta políti­ __ ca de con ten ció n , Los resultados, que se publicaron en\L973; crearon todavía más dudas sobre la teoría más convencional y confortable que prevalecía Llegaron a la conclusión de que la planificación de! uso del suelo en la Inglaterra de la postguerra había pro­ ducido tres efectos principales El primero había sido la contención: la cantidad de suelo que había pasado de rural a urbano se había m antenido a niveles mínimos al tiem po que se había conseguido que el crecim iento fuera compacto. Un segun­ do efecto, un tanto perverso, era lo que los autores llamaban stiburbanización: la cre­ ciente separación espacial de las nuevas áreas residenciales de los lugares que ofre­ cían ios empleos. El tercer impacto fue todavía más perverso, en tanto en cuanto que no era deseado por nadie excepto quizás por un pequeño núcleo de especula­ dores: In inflación ilel valor del suelo y de la propiedad, a un nivel que nadie había vis­ to anterio rm en te125, El primero de ellos, la contención, actuó de diversas maneras. Los cinturones ver­ des en torno a las conurbaciones y las grandes ciudades habían controlado su creci­ m iento periférico; más allá de estos cinturones verdes, las construcciones se habían concentrado en pequeñas ciudades y pueblos, principalmente en las zonas menos atrac­ tivas de cada condado; com o era de esperar, las densidades se habían mantenido; los ayuntam ientos de las conurbaciones habían respondido haciendo viviendas públi­ cas más densas y de mayor altura, por lo menos en com paración con el tipo de vi­ viendas que habían construido antes del periodo de guerra 1939-45l2ti. El modelo de crecim iento urbano, que se hace evidente en el estudio de Clawson, se evitó. I.a suburbanización hizo que las nuevas zonas residenciales estuvieran casi to­ das más lejos de los lugares de trabajo que las áreas similares que se habían edifi­ cado en los años treinta o cualquier época anterior; del mismo modo se hallaban más alejadas de los grandes centros com erciales, de los espectáculos, y de los cen­ tros escolares y culturales De manera que los desplazamientos, sobre todo los de ¡as personas que iban y venían cada día a su trabajo, se habían prolongado Esta observación reflejaba ¡os gustos de ¡os urbanistas que preferían mantener la es­ tructura urbana centralizada tradicional y de los políticos que querían mantener una base económ ica lo más fuerte posible. Sin embargo los estudios sociológicos mostraron que los nuevos «suburbanitas» estaban satisfechos de su modo de vida y en particular de los largos desplazamientos que debían hacer cada día; su prin­ cipal deseo había sido acercarse lo más posible al cam p o 127 El valor del suelo había subido muy por encim a de los salarios medios o de los precios, y esto, sin duda, había hecho que tener una nueva casa hiera mucho más caro que en ios años treinta Los promotores se habían adaptado construyendo en solares más pequeños, en densidades más altas -sobre todo en el caso de las viviendas más baratas- y reduciendo su calidad por debajo de niveles que, en el sector pú­ blico, eran obligatorios Com o muchos constructores prefirieron dedicarse a edi­ ficar viviendas caras, cosa que las autoridades también querían, el sector menos fa­ vorecido quedó desatendido En este aspecto, concluía la investigación, la política

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británica no había sido tan buena com o Ja norteam ericana que se habia adaptado a las demandas de un tipo de vida más rico y que exigía más esp acia12?. Com o siempre lo im portante era saber quién había ganado y quién había perdi­ do. Las zonas rurales, particularm ente las más prósperas, habían salido ganando: la planificación, que había establecido una especie de educada segregación a la ingle­ sa, había preservado su status quo y, en consecuencia, su confortable estilo de vida A los habitantes con mayores recursos de los barrios residenciales suburbanas les fue bien, aunque ei precio fue elevado; a las personas con m enos recursos no les fue tan bien, menos espacio a un precio relativam ente alto. C om o norm alm ente se trataba de familias con un sólo coche, los desplazamientos diarios se convirtieron en una car­ ga para ellos-aunque en relación a este tem a la investigación recoge pocas quejas129 Según el equipo investigador, a los que les fue peor fue a los que se quedaron en ia ciudad Los que se fueron a vivir a las viviendas del sector público se en co n ­ traron con pisos de mayor calidad y m ejor equipados que las casas que habitaban sus propios dueños, aunque, norm alm ente se veían obligados a estar en bloques altos y con una densidad de ocu pación elevada, cosa que no gustaba a los que io com paraban con sus equivalentes de cuarenta años antes. Al que le fue peor fue al inquilino con ingresos bajos que tuvo que conform arse con Jugares por debajo dei nivel m ínim o exigido De m anera que, en térm inos de ingresos, el efecto de esta política fue perversamente regresiva: los que tenían más habían obtenido más y al revés11” La conclusión del equipo investigador fue la siguiente: Los padres fundadores del urbanism o no querían nada de esto Pretendían preser­ var \ conservar ia Inglaterra rural pero éste era un aspecto más dentro del c o n ju n ­ to de medidas que la beneficiosa planificación central impondría en bien de todos Su intención no era que la gente viviera am onto nada en hogares destinados a de­ teriorarse prematuramente, lejos de los servicios urbanos o de los trabajos; o que los habitantes de la ciudad tuvieran que v ivir en bloques de pisos, lejos del suelo, difi­ cultando ei acceso de ios niñ os a las zonas de juego Por el cam in o se había perdi­ do un gran idea!, el urbanismo había sido mal interpretado v la gente traicionada1"

Cuando los investigadores británicos y norteam ericanos com pararon sus re­ sultados llegaron a la con clusión de que ambos sistemas de planificación habían tenido resultados inconsistentes y perversos Tanto e! sistema com pacto británico com o el norteamericano, más flexible, habían creado estructuras urbanas que poca gente hubiera escogido y que pocos hubieran querido si hubiesen podido esco­ ger11- íín ambos países ai rico le había ido bien y al pobre m a l11-’; en ambos casos, los pobres habían quedado relegados a las peores casas dentro de los viejos cascos urbanos Las clases medias habían conseguido resultados opuestos: en Gran Bretaña v ¡vían concentrados en altas densidades de población, en pequeñas casas que pron­ to se convertirían en barrios deprim idos, m ientras que en Estados Unidos las vj\ iendas habían quedado excesivam ente dispersas, lo cual significaba un despilfa­ rro de suelo que no beneficiaba a nadie, con el consiguiente increm ento en los servicios11*. Sin embargo, en los dos países, el control sobre el uso del suelo habia hecho que el suelo edificable fuera escaso y de, este m odo, habían ayudado al es-

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peculador. De m anera que, en ambos lugares, a la gente norm al y corriente le hu­ biera ido m ejo r o un régimen de planificación m ucho más flexible, o mucho más controlad o; lo que no había ido bien había sido tomar una posición intermedia135. ¿Qué país lo había hecho peor? ¿Era mejor vivir en Gran Bretaña con su elaborado sistema de planificación urbana, que había dado resultados distintos de los que sus patrocinadores habían deseado, o era preferible vivir en los Estados Unidos, donde en realidad Jos urbanistas nunca habían prom etido m ucho, ni dado mucho? El es­ tudio concluía que la respuesta dependía de lo que se valorara más..Si era priorita­ rio que una gran parte de la pobiacíórf^bluvienTlos bienes materiales que querían por medicTdél m e rea cío, entonces se debía llegar a la conclusión deque e[barrio re~~sícléncial norteam ericano suburbano era, a pesar de su ineficiencia y ocasional 7eafdad, muy superior al equivalente británico que había resultado más caro y más den­ so, Si se consideraba que la sociedad debía preservar el suelo y ios recursos naturales, habría que escoger el sistema británico de planificación efectiva del uso del suelo t á política norteam ericana había sido más populista y la británica más elitista13" A lo largo de los diez años posteriores a esta conclusión, y sobre todo durante los años o ch enta, el sistema británico se ha ido decantando hacia el método esta­ dounidense: se ha intentado que el mercado del suelo quedara libre, Pero la para­ doja perm anece, y seguirá dándose en los países avanzados donde los distintos grupos sociales con diferentes recursos obtienen beneficios y perjuicios a causa de las acciones políticas colectivas En Gran Bretaña todavía hay mucha gente que de­ sea preservar el cam po y cree que es necesario un control del crecimiento de las ciu­ dades, y sigue estando bien organizada en sus condados rurales y en sus distritos. De manera que, incluso en el ala derecha del espectro político, existe una conti­ nua contradicción entre el deseo de permitir que e! prom otor sirva las necesidades del mercado, y la necesidad de tranquilizar los miedos y prejuicios locales; con ­ tradicción que puede verse muy bien en la afirm ación que Nicholas Ridley, secre­ tario de listado de Medio Ambiente y uno de los líderes tories del mercado Ubre, hizo en 1986: que ei cinturón verde era para él algo sagrado En los listados Unidos el equilibrio es d istinto; pero, en ciertas regiones de California también ha surgi­ do un m ovim iento anticrecim iento que, al hacer subir los precios del suelo y de las propiedades, ha dado resultados muy parecidos a los de Gran Bretaña1!7 De ma­ nera que, es posible, que los dos países con lentitud y con dudas se vayan acercando

Hacer el círculo cuadrado: planificando las metrópolis europeas Evidentemente, m ucho antes de todo esto-co m o ya hemos visto en el capitulo quin­ to - los urbanistas europeos ya habían intentado reconciliar el coche con la ciudad Desde 1943 hasta 1965, muchas capitales europeas hicieron proyectos, cada una según su estilo, proponiendo alternativas radicalmente distintas a la opción nor­ team ericana de la ciudad en la autopista Ello no es de extrañar si tenemos en cuenta que Europa partía de una experiencia urbana distinta Lo que sí fue extra­ ño es que estos proyectos llegaran a realizarse.

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En sus planes de 1943 y 1944 para Londres, A bercrom bie ya había tratado de utilizar las nuevas autopistas urbanas, no sólo para aligerar la con gestión de tráfi­ co sino tam bién para definir la identidad de los diversos barrios de la m etrópolis; había adoptado m uchas ideas de un m iem bro de Scotland Yard, Aiker Tripp, que había propuesto crear zonas residenciales en las que el tráfico de paso -e n aquel m om ento todavía no todo el trá fico - sería e xclu id o 138. Tam bién había em pleado con atrevimiento la visión de Hovvard y Unvvin sobre la ciudad jardín para proyectar nuevas ciudades donde la relación entre el autom óvil y la ciudad fuera menos co n ­ flictiva» Tanto para él com o para los demás urbanistas de su generación, el problema era evidente; sin embargo encontró una solución que fue a la vez efectiva y elegante. Esto se ve tam bién muy bien en lo que con ju sticia puede considerarse com o el otro gran plan m etropolitano clásico de la época: el Plan G eneral de 1945-52 de Sven Markelius para E stocolm o139 Es evidente que M arkeÜusTeniálTñá_iTietrópo“ 'lisrnás^íeqtíeftTrcon uh co n ju n to de problem as más sim ples que ios de su colega británico: mientras Abercrombie se enfrentaba a una m egalópolis de 10 m illones de habitantes (el Gran Londres), la suya tan sólo tenía 6 0 0 .0 0 0 . C on m u ch o acier­ r o , su solución fue !a m ism a que, en los años veinte, May había dado a Frarvkfurt, que tenía la misma medi da:Tóris t'rucci ón"d é'ciüclácrés satél i te. A m enudo, ihécuadamerñe, se Harria nuevas ciudades a las unidades suburbanas exteriores de Markelius: Vállingbv en 1950-4, Farsta en 1953-61, Skarholm en e iT i^ ó í-S , Tensta-Rinkeby en 1964-70, Pero no lo son si nos atenem os a 1a idea de Hovvard que pensaba que de­ bían ser unidades’autósuficientes^M ásbien se basaban en la clásica idea de las m i­ tades: la mitad de ia población se desplazaría diariam énte hacia su trabajo, la mi^3d~vrén^na de otros lugares a trabajar allí M arkelius quería conseguirlo sin que, ’~cülrante1el proceso, ía urbe fuera dependiente del autom óvil; en esto se m ostró muy previsor, puesto que, en aquel m om ento, en Estocolm o sólo había nueve co­ ches por cada mil personas, proporción que se elevaría v ein te veces hasta llegar a 1 9 0 por mil en 1964 De manera que propuso un sistem a de transporte equilibra­ do: una red de autopistas con gran capacidad de absorción pensadas con la idea de proporcionar vías de circunvalación, que se com pletaría con un nuevo sistema ,_de metro, que ya había sido aprobado por el ayu ntam iento en 1941. El metro','que" substituiría a los tranvías, tendría form a radial y su cen tro estaría en la nueva área de negocios que se iba a reconstruir140 Así pues, la capital del país más próspero de Europa eligió un cam ino de suburbanizacíón com pletam ente d istinto al de los Estados U nidos Puede que se to­ mara esta opción por tres buenas razones. La primera era q u e e l ayu ntam iento de _ Estocolm o había estado com prando terrenos para su futura expansión m uchos años antes de que esta se hiciera necesaria, em pezó en 1 9 0 4 y en los años cuaren­ ta ya poseía casi todo el suelo no edificado que se hallaba d en tro de sus lím ites141 Segundo, desde 1934 Suecia había estado gobernada por gobiernos socialde.raócrotas, que se hablan com prom etido activam ente en ei tem a de la vivienda; com o resul­ tado, el 9 0 por ciento de las casas con stru fd aíd esp ü H 'd é W íó ^ -in clu y en d o prác­ ticam ente tocio lo edificado en suelo del ayu ntam iento - tenía un tipo u o ít o de sub­ sidio Y ten contraste con los Estados Unidos) la m ayoría habian sido hechos por

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la ciudad o por cooperativas controladas por los propios inquilinos^ Y tercero, t'stocolm o había estado padeciendo de un problema de falta de vivienda que se ha­ bía convertido en endém ico, cosa que hizo que la gente aceptaia con satisfacción fuera lo que fuera; en estos casos ia soberanía del consumidor no es más que una frase sin sen tid o 11:1 Sorprendentem ente, com o ya hemos dicho en el capítulo séptimo, todo ¡o planeado se llevó a cabo tn tre 1945 y 1947 mientras se construía la primera linea del íü n n elban a (metro), en ia misma zona se terminaba la primera ciudad satéli­ te de Vallingby Su estructura se repetiría en las construcciones siguientes: un gran centro com ercia! y de servicios, bastante parecido a! que Abercrombie proyectó para una de las nuevas ciudades cerca de Londres y que prestaba servicios a 80 000 - 100.000 personas, núcleo comercial que completaba con centros ¡ocales más pe­ queños; todos conectados por el metro; ias densidades residenciales más altas es­ taban alrededor del núcleo centra! mayor, seguían siendo altas en torno a tos cen ­ tros locales y a medida que se alejaban de ellos iban disminuyendo progresivamente, de manera que ei mayor número de gente posible podia ir andando a las tiendas y a los centros de servicio, lo que quería decir que casi todo el mundo habitaría en bloques de apartam entos. B te modeto estándar variaría poco a lo largo de los años

LA C IU D A D F.N LA AUTOPISTA

l-'i" 9 lí> i-arsta

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l as d o s pr im er as ; c i u d a d e s s a té l i te d e L s t o c o l m o c o n su típ ic a e s t r u c t u r a : las

¡ k r u i i s en ti p aseo peato n al

ia e s t a c i ó n d e m e t r o iT w tttv Ih u ih i) y m u y ce rca , lo s b l o q u e s de

pi i-:> c o n a l ta d e n s i d a d d e o c u p a c i ó n

cin cu en ta > sesenta. algunos cam bios fueron fruto de la experiencia mientras que otros reflejaban el cam bio de la moda: bloques muy altos en torno a un pasco pe­ a to n a l abierto en Larsta. con el triple de aparcamientos que en Vallingby; un pa­ seo peatonal más com pacto \ cerrado \ mayor número de bloques aunque de m e­ nor altura en Skarholm en. con un aparcamiento de pisos que podía contener 1 0 0 0 coches, ei m avor de toda Lscandinavta; un paseo cerrado con acceso directo a la estación de m etro en M ortn 1(1 Los estudiosos toda\ ía van a visitarlos en peregrinación, y quedan impresio­ nados: parece que todo está en su sitio que todo funciona, todo hecho con buen i' usío : cuando se term inó la ultim a linea de metro, hicieron que cada estación fue­ ra decorada por un artista d istin to Mi Un sociólogo norteam ericano observó que en la primera ciudad satélite clásica de Vallingby la mayoría de ia gente parecía es­ tar con ten ta: com parados con los «suburbanitas- norteamericanos de Levittown, los nom bres parecían tener más tiem po para estar con sus hijos, las mujeres y los jovenes podían ir y venir con facilidad sin necesidad de usar el coche y los niños tenían m ejores espacios al aire libre y contaban con servicios especiales Pero en

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las encuestas que se les hicieron, la mayoría dijo que preferiría vivir en una casa en lugar de un piso: el soció log o, im presionado por la calidad de la vida en Estocolm o, creyó que se trataba de un error en las encuestas14S„ Pero en Suecia es fácil quedarse admirado; parece com o si todo lo feo y vulgar hubiera sido prohibido por la ley, Sin embargo, si se observa con mayor detalle uno se da cuenta de que no es el paraíso: en las estaciones de m etro los graffítí han es­ tropeado las obras de los artistas; los sábados por la noche grupos de borrachos ate­ rrorizan a los pasajeros; los periódicos se quejan de que la gente que vive en Jas ciu­ dades satélite está alienada y carece de sentido social, sobre todo en Tensta y Rinkeby que han sido ias últimas en construirse y donde se ha concentrado un m a­ yor núm ero de inmigrantes Los antiguos residentes de Estocolm o comentan con tristeza que antes n o era así; en los años cincuenta, durante la construcción de Vallingby, creían que había llegado una nueva era en la que la cultura y la arm o­ nía social reinarían para siempre; sin embargo, de una manera u otra, el ideal se había estropeado Incluso en el sagrado templo del urbanismo, se criticó a los todopoderosos pro­ fesionales C om o ya hemos explicado en el capítulo séptimo, el drama empezó cuando se in ició la reconstrucción del centro comercial en el Lower Norrmalm, que desde el principio se había pensado com o com plem ento de las ciudades saté­ lites. Esta disconformidad pronto se extendió a todos los planes de renovación ur­ bana que debían hacerse en los viejos barrios que estaban cerca del centro, donde el ayuntam iento tuvo que librar una dura batalla contra los «okupas». Sin embar­ go, las críticas tam bién llegaron a los propios satélites; una nueva generación de ar­ quitectos y urbanistas consideró que habían sido hechos demasiado deprisa, que se había sacrificado ta calidad en favor de la cantidad y qué, de este modo, se habían creado nuevos barrios deprimidos Ello era debido a que, durante los años sesenta, el modo de planificar y la com posición social cambiaron. Las casas de tres pisos y las torres de poca altura de Vallingby y Parsta fueron substituidos por bloques de seis y och o pisos con ascensor -e n parte por intereses económ icos, pero sobre todo porque se buscaba el concepto arquitectónico de lo «urbano» Los nuevos inquili­ nos eran gente con pocos medios económicos, madres trabajadoras, inmigrantes y grupos de gente con problemas. La com binación resultó desastrosa: hubo más rui­ do y más vandalism o que, a su vez, provocó un deterioro general. Lodo el mundo empezó a quejarse, los periódicos empezaron a hablar de: «entornos inhumanos-; «destrucción brutal del paisaje»; «zonas de desastre social»; «monstruosidades ar­ quitectónicas- ; «junglas de asfaltO"u,\ Pero sobre todo fue Ténsta, ciudad satélite edificada a toda prisa con técnicas constructivas industrializadas, la que recibió ias críticas más duras, la prensa la calificó de ett stthhb}%\¡mnle sonwtisslycats: un desastre de planificación 147 La pregunta que se hacía uno de los artículos era: ¿Cómo ha podido acabar todo tan mal? Se llegó a la conclusión que decidir cómo debía vivir la gente desde una oficina de urbanism o era totalitarismo liberal Pero hay un aspecto que no pudieron criticar Ln el m om ento en que el mo­ vim iento ecológico estaba en su punto álgido en todo el mundo, uno de los pun­ tos de fricción entre ia ciudad y sus críticos, que en 1971 se convirtió en una cait-

LA C IU D A D EN LA AUTOPISTA

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se célebre, se lib ra b a en to r n o al d e s tin o de un os olm o s q u e se hallaban en Kungstrádgarden, u n a plaza en el cen tro de £stocoIm o H9. Aquí com o en todos si­ tios, d urante la época que siguió a la crisis del petróleo, se criticaba la cultura del autom óvil y uno de los prim eros m ovim ientos ecológicos -Altem ativ Stad, fundado en 1 9 6 5 - h izo cam pañas para que se prohibiera la circulación de automóviles por la d ud ad 150. Sin em bargo Markelius, treinta años antes y previendo la aparición ma­ siva del coch e, se había anticipado a ese conflicto de la opulencia construyendo un m agnífico servicio de transportes públicos. Este aspecto de su plan ha superado el paso de los años, A pesar de las críticas, Estocolm o funciona m ejor y ha solucio­ nad o el c o n flicto del coch e con el en to rn o urbano con mayor eficiencia y duran­ te un período de tiem p o más largo que la mayoría de ciudades El otro gran proyecto histó rico europeo de planificación de una metrópolis en to m o a u n nuevo sistem a de com un icaciones apareció veinte años después del de M arkelius, D urante los prim eros años sesenta, París había estado intentando li­ m itar su p ropio"crecím iento pero no lo había conseguido, Por primera vez en va’T io s siglos, Frañ B a'fiab ía ten id o su propio «baby b o o m s por otra parte los jóvenes aband onaban el cam po y se dirigían hacía las brillantes luces de la metrópolis. En 1961, de G aulle, que creía que París debía cum plir su destino histórico com o síml5 o ío 7 ís ic o lie las glorias de Francia, llam ó a Paul Delouvrier, oficial que se había "T iecfío en el co n flicto argelino, para que presidiera un equipo que debía elaborar un nuevo plan Según Jos cálculos que hicieron, se llegó a la conclusión de que, in­ cluso en el caso de que el sistema nacional de planificacióncónseguiera que las prin­ c ip a le s ciudades prov inciales actuaran con eficacia co m o métropoks d ‘equilibre, a fi~nalés del siglo la región de París habría pasado de nueve a catorce o dieciseis m illo n es de hab itan tes. Parece ser que, a principios de 1962, en una entrevista personal, Delouvrier llegó a convencer a de Gaulle de que la imagen de un París dinám ico, enorm e, era correcta. Rechazaron otras alternativas: crecim iento anular, creación de ciudades a setenta millas o nvás de distancia que actuaran com o c o n ­ tra im anes, nuevas ciudades ai estilo de Abercrombie, crear «un segundo París-. El m agnetism o de París era tan grande que todo el mundo quería estar allí y no en otro sitio, sin em bargo, si seguía creciendo com o hasta entonces, se colapsaría'5Finalm ente ad optaron un pian a la manera de Estocolm o pero a mayor esca­ la. adecuándolo a una m etrópolis que era diez veces más grande que ia capital sue­ ca., París tendría nuevas ciudades; pero no serían como las de Hovvard y Abercrombie sin o que se parecerían más a los satélites creados por May y Markelius, Com o Paris era grande, los satélites tam bién lo serían: si en los años veinte los de Frankfurt ha­ bían tenido de 10 0 0 0 a 2 0 ,000 personas y los de Estocolm o de Sos años cuarenta de SO.OOO a 100.000. París necesitaba och o que oscilarían entre 300.000 y.ei miJ j ó n de personas cada u n o 15 i Com o en Estocolm o, estarían conectados con el cen ­ tro, no sólo por m ed io de autopistas circulares sino también por un nuevo siste~ m a de tran sp o rte q u e tam b ié n sería d istin to A diferencia del Tunnelbana de Estocolm o y tam bién del Underground de Londres en el que se había basado, y tam­ bién a diferencia del ya existen te M etro de Paris o de cualquier otro sistema sub­ terráneo de la época com prendida entre 1890 y 1910, éste sería un sistema de fe­

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rrocarriles. Tendría las características de un servicio de trenes de cercanías y podría hacer largas distancias en poco tiempo.. El único que se le parecía era el ferrocarril ^ é n V fé a de la Bahía'de "San Francisco {Bay Area Raphi Transit System) que en aquel m om ento estaba en fase de planificación. Sin embargo el ferrocarril de San Francisco no se había proyectado com o par­ te de un plan regional coherente; se propuso com o solución al caos de la región de ¡as autopistas, pero, de hecho lo que hizo fue fom entar la suburbanización to ­ davía más y trasladar los problemas circulatorios. En cam bio las 160 millas del sistema francés, se planificaron -com o había hecho Estocolmo veinte años antes- com o parte integral de las nuevas ciudades satélite. Estos nuevos nú clegs se situarían a lo largo de dos -ejes preferentes», uno ai norte de la aglom eración ya existen tejv otro al sur; para conectarlos, la red de ferrocarriles francesa tendría la forma de una H horizontal, con una línea principal que tendría dirección este oeste y que se prolongaría por cada extremo De esta manera no sólo conectaba las nuevas c iu ­ dades satélite sino que también unía los nuevos centros interurbanos cosa que fo­ m entaba la renovación de la zona más obsoleta de la región de Paris a! tiem po que le proporcionaba los servicios que tanto necesitaba E ljn a y o r de estos centros, la Défense en ei lim ite oeste de la ciudad, ya estaba empezado cuando se inició la planificación, y se consideró com o un fait accompli que los urbanistas integraron en el proyecto Si la audacia es un mérito en la planificación urbana, entonces hay q ue reconocer'que el Schéma Directmr de 1965 ele París lo tenía Nunca hasta entonces se había proyectado nada tan grandioso en la historia de la civilización urbana.. El cos­ te global era enorm e: el plan que debia realizarse en doce años, coincidiendo con el Sil téma Diivckur. significaba una inversión de 29 billones de francos en autopistas y billones en transporte público., esto sin m encionar las 140.000 nuevas vivien­ das que se construirían cada añ o u l Sólo un país dirigido por una figura con una creencia mesiánica en su propio destino, que estuv iera en medio de un «boom" e co ­ nóm ico sin precendentes. con una tradición secular en intervención pública se lo podría haber planteado; quizás ni tan sólo en este caso Fue el plan por excelencia. Los teóricos académicos pueden dem ostrar con él lo que quieran i os marxistas pueden presentarlo com o ejem plo clásico de gran ca­ pital manipulando et estado en su propio beneficio, sobre todo para conseguir las inversiones necesarias para asegurar la reproducción de la fuerza de trabajo; no es pues por casualidad que los modernos estudios urbanos marxistas nacieron en Paris entre los años 1965 y 1972 Por otra parte, los que creen en la pervivencia de la cultura nacional verán en él la tradición que viene de Luis XIV y Haussm ann: irónicam ente Delouvrier habría conseguido llevar a cabo el tipo de planificación que l e Corbusier aspiro en vano durante tanto tiempo. Ln cam bio los teóricos de! estado consideran que es un ejem plo clásico de im posición de poder por parte de una burocracia central Paul Alduv -persona clave durante la preparación y reali­ zación, que escribió la historia de la puesta en marcha del prov ecto com o una conspiración en contra de la dem ocracia- les proporciona argumentos: -t Gottdiener. 1977, pág 111 'M ibid , pág 1)6. ,;s Ibid., pág 143 % M u m fo rd. 1938. pág. 8 ” r W h y te , 1958. pág 117 ,'1 ’ VVood y Hcller. 1962, pág 13 M u m fo rd. 1938. pág 397 t'** N a im , 1965. pág 13 im Vanee, 1964. págs 68. 69 |0' K ik y . 1967, pág 21 11.1 Webber. 1963. pág 52 Webber. 1961b. passim Ban ham , 1971 Venturi. Bro w n \ Izenour, 1972 VetUuri et

... Ibid

3I .

1972 o (síe>

Ibid . pág 9 " " Ibid . pág 10 111 jencks. 1981. pá« 45 n ~ I iebs. 1985. págs 182 a 185 111 I b i d , pág 185. 202. 206 a 208, 212, 213; la n g d o n

1986. págs. 29 a 55, 81 a 209

114 Kiesman. 1950, págs 132 a 134; W h y tc . 1956, págs 46. 47 m G ans 1967a. pág 288 ibid . pág 4 17 llr Berger, 1960. págs

15 a 25, 58. 59, 65

11.1 Gans, 1916a, pág. 139 Gans. 1961b. pág. 293 t:i’ Claw son. 19 7 1, pág 317 Ibid . pág 319 122 Ibid . págs 319, 320

131 Ibid

. pág 321

1:4 Hall, 1967, pág. 100 i:s Hall. Thomas, G racey y Drewett. 1973, II. págs 393.394

Ibid , II, págs 394 a 397. ibid , II, págs. 39 Ibid , II. págs 399 a 405 Ibid , II, págs 406, 407. Ibid., II págs 407, 40 8 Ibid , II, págs 433 Clawson y Hall, 1973, pág.260. Ibid , págs, 266, 267, Ibd , pág 269,

La ciudad de la teoría Grau, teurer Freund, ist alie Theorie Und grün das Lebens goldner Baum., jo h a n n Wolfgang von Goethe Faust (1808)

No leáis historia, leed sólo biografías, puesto que son vida sin teoría Benjam ín Disraeii

Con tari ni Fleming (1832)

Li que puede, hace, el que no, enseña George Bernard Shavv

Mnxinis for Rcvolntionisis (Man and Stipennan (1903)

iodos las profesiones conspiran contra ei hom bre norma! y corriente George Bernard Shavv

The Doctor s DUcninm (1913}

C apítulo 10

La ciudad de la teoría El u rbanism o y la A cadem ia: Filadelfia, M anchester, C alifornia, París 1 9 5 5 -1 9 8 7

E! título del capitulo puede parecemos totalm ente superfluo puesto que el libro sólo se ha dedicado a ias ciudades de teoría y a ios intentos de llevarlas a ¡a realidad Y, aproxim adam ente hasta 1955, ésta era la principal corriente dentro de ia historia dei urbanism o del siglo X X y ésta ha sido la tesis central, Pero desde entonces ya no funciona Y es por ello que este capitulo, y este título, son necesarios f La razón es paradójica: a partir de este m om ento, el urbanismo se legitimó. J'ero _al hacerlo, em pezó a plantar las sem illas de su propia destrucción En seguida se dividió en dos m undos distintos: uno era el de las escuelas de urbanismo, cada vez más obsesionadas en estudiar la teoría: el otro ci de ios técnicos ele los ayunta­ m ientos y de ios despachos de profesionales enfrentados con el problema de cada día de planificar en el m undo real. Al principio esta división no era evidente: a fi­ nales de ¡os años cincuenta y a ¡o largo de los sesenta, parecía que por fin se ha­ bía conseguido una u nión perfecta entre la teoría y ia práctica Pero la ilusión pronto se desvaneció: a la luna de miel, ie sucedieron las peleas y reconciliaciones de los años setenta, y el divorcio de ios o ch en ta Y durante este proceso, el urba­ nism o perdió gran parte de la legitim idad que había conseguido

La p re h isto ria a c a d é m ic a del u rb an ism o No es que el urbanism o no tuviera influencias académ icas antes de los años cin­ cuenta Ai contrario, en prácticam ente todos los países urbanizados, las universi­ dades y las escuelas politécnicas crearon cursos pata el aprendizaje profesional de los urbanistas; se organizaron asociaciones profesionales para definir y defender los niveles de calidad, y se iniciaron con tactos con el m undo académico En 1909, Gran Bretaña fue una de las primeras -com o ya hemos explicado en el capitulo quin­ te»-cuando VVÜliam Hesketh Lever, el magnate dei jabón, fundador de Port Sunligiit, ganó un proceso por libelo y con ei dinero obtenido_patrocinó un departamento de Diseño Cívico en !a Universidad de Liverpool. Stanley Adshead, el primer pro­ fesor, pronto organizó Toun'PUmnhi$ Review (Revista de planificación de ciuda­ des) en la que ia teoría y la buena práctica se m ezclaban. Su primer editor fue

1-ii’ lo 1 Patrick Abcrcroíiibie D elante del palacio en 1945 cu an do recibió el titulo de Lord AhuFcromhic contaba en su haber los ckis grandes planes cíe Londres treinta anos de docencia

y

vil el cam pn del urbanismo.

Patrick Abercrombie un ¡oven qu e acababa de llegar a ia (acuitad y que más tarde sucedería a Adshead cu a nd o éste se trasladó a la secunda escuela de urban is m o de ia tir an Bretaña: el Colegio de la Universidad de 1 onclres qu e se Huido en 1914 tíI Inst ituto de Planificación de Ciudades f f n h j í P hiu n in v (ustiluh-) -p u e s to qu e no rec i b l ó e l espaldarazo real hasta 1 9 5 9 - fue fu n dad o en 1914 por iniciativa de la Real Asociación de Arq uitecto s Britá n ic os, la A so cia ció n de In g en iero s Civiles y la Asociación Real de Aparejadores; a finales de los años treinta ya había siete escue­ tas q u e daban el tít ulo1 l.os Estados U n id o s lu c r a n más despacio: a u n q u e e n . l 9 0 9, -d m is m o a ñ o que Liverpool. Harvard había organizado un curso de urbanismo, n o separó los distintos depart am ento s hasta 1929. Sin em barg o, en los año s treinta ya había escuelas en el M U Cor nuil. Colu mbia e Illinois, y tam b ié n se im partí an cursos so b r e está m a­ teria en m u ch a s de las u n iv e rsid a d e s dei p a í s ’ V el i n s t i t u t o A m e r i c a n o de

Ei uso de modelos es una manera de re­ ducir la gran variedad del m un do real a un nivel de variedad adecuada a ias capacidades del ser humano-"’.

LA CIUDAD DE LA TEORÍA

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Esto significaba que debía dominarse el uso del M a h a y n i 1 9 7 7 . pág 68 11 Webber, 1 96 8 pág 2 7 S 14 McLoughlin. 1969. C h a d n i c k . 1971 ,s [-aludí. 197 3 pág 14 6 "> Batty. 1979. pág 21 ir Chadwick. 19 7 1 . pág S I

C apítulo 11

La ciudad de los promotores La p ráctica urbanística cuestionada: B altim ore, íío n g Kong, Londres, 1 9 7 5 -1 9 8 7

En los años setenta, el urbanismo carneó totalmente y en los ochenta parecía abo­ cado a la autodestrucclón. Daba la sensación de que la planificación convencional y el uso de planes y normas para reglamentar el uso del suelo habían caído en to­ tal descrédito. En lugar de regular él crecimiento urbano, el urbanista se había de­ dicado a fomentarlo con todos los recursos que tenía a su alcance, La ídéa que pre­ dominaba era que la ciudad era una máquina de crear riqueza y que la función principal del Urbanismo era engrasar la maquinaria. El urbanista se identificó' cada vez más con el promotor, su tradicional adversario: el guardabosques se había con­ vertido en cazador furtivo. Gran Bretaña fue el lugar donde él cambio se hizo más palpable; quizás era jus­ to que la tierra donde había nacido fuer# también la escena de su agonía. Sin em­ bargo, el cambio se inició en los Estados Unidos donde las normas reguladoras nunca habían sido muy fuertes y los hábitos empresariales y ei espíritu emprendedor habían sido siempre muy potentes, l a causa fue económica. La planificación convencional del uso del suelo ha­ bía florecido durante el gran «boom» de los años cincuenta y sesenta; que quizás había sido el período de crecimiento más largo que la economía capitalista había tenido. La planificación se utilizó poique fue una manera de dirigir y controlar este crecimiento físico explosivo. La gran recestón de los años setenta y ochenta cam­ bió la manera de percibir el problema con el que se enfrentaba y, de esto modo, su propia legitimidad quedó amenazada. La recesión golpeó con gran dureza la eco­ nomía británica y mostró sus profundas debilidades estructurales: una gran parte de las fábricas del país desaparecieron, llevándose consigo, sólo entre 1971 y 1981, dos millones de puestos de trabajo1, La geografía tuvo que estudiar el contraste en­ tre los decadentes cascos urbanos -que ahora no sólo incluían los conocidos casos de Glasgow y Liverpool sino ciudades que antes habían sido centros fabriles im­ portantes como Londres, y Birmingham- y lugares de alta tecnología que todavía se iban desarrollando en el sur de Inglaterra2. En estas áreas más selectas las nor­

1 (Véanse notas en página 372.)

mas urbanística convencionales* todavía recibían el apoyó político popular. Pero, en amplias zonas del país, ya no se pedia que se controlara y guiara el crecimien­ to, sino que se generara, fuera com o fuera. En los Estados Unidos sucedió lo mismo. Las regiones industriales tradiciona­ les -Nueva Inglaterra, la zona atlántira central peto principalmente el medio oester- se vieron afectadas por la cortipetenda de las empresas del otro lado deí océa­ no, la caída de los beneficios y la necesidad de reestructuradón. El cinturón febril de la nación em pezó a reribir un nuevo nombre: el Eustbowl (el cuento oxidado). En un libró que dramáticamente titularon The Desindustrialízation of America, Barry Bluestone y Bennett Harrison estimaron que durante los años setenta el efecto combinado del traslado de empresas, los derres y las permanentes, reducdónes de empleo probablemente habían costado aí país alrededor de 38 millones de pues­ tos de trabajo. Y de los 35 millones de trabajos perdidos que se estimaba hubo en­ tre 1969 y 1976, más de la mitad ocurrieron en el Frostbelt (cinturón helado): es de­ cir en el corazón de la zona industrial3, . Esto cogió por sorpresa tanto a los urbanistas como a los líderes políticos ur­ banos. Habían olvidado la historia. Como hemos explicado en el capítulo quinto, Clarence Stein, el visionario fundador de la Asoaadón para la Planificación Regional de América que proyectó Radbum, pronosticó la decadenda de la economía urbana en un notable artículo que publicó en mayo de 1925 y que tituló Dinosaur Cities (Las Ciudades dinosaurio)4. En 1940, Colin Clark, un economista también muy pers­ picaz, predijo correctamente' la disminución general del empleo fabril en sü libro The Conditíons of£conomic Progress (Las condidones de! progreso económico)5. Sin embargo, no se prestó atención a ninguno de los dos. Tuvieron la mala suerte de ver más lejos que sus contemporáneos, Pero aún había más. Durante los años setenta, tanto en Gran Bretaña como en Estados Unidos, los cerebros neoconservadores -el Centro Británico de Estudios Políticos y la American Heritage Foundation- empezaron a poner en duda el có­ modo consenso que había creado la política económica keynesíana y la política so­ cial del estado del bienestar. Siguiendo las directrices de los primeros clásicos, que ahora se habían convertido en textos sagrados-como por ejemplo Road to Serfdom (Ei camino a la esclavitud) de Hayek que se había publicado treinta años antes-, el urbanismo se convirtió en uno de los objetivos a atacar., Según decía la derecha radical, la planificación había distorsionado e inhibido el funcionamiento de las leyes del mercado, obligando a los empresarios a elegir lugares que no eran los óp­ timos e incluso había ahogado el espíritu empresarial. Consideraban que era en par­ te responsable de que las ciudades y regiones hubieran sido incapaces de generar nuevas industrias que pudieran substituir las que habían quedado obsoletas. Estaban convencidos de que lo peor había sido la planificación regional. Y, a pesar de que el propio Hayek tenía sus reservas en cuanto a la amplitud de sus ataques, también criticaron la planificadón del uso deí suelo. Sin embargo, los primeros avisos llegaron antes que esta crítica, de hecho se habían empezado a oír a finales de los años sesenta. En Estados Unidos, la ad­ ministración Johnson dobló el número de programas contra la pobreza urbana

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a causa de los motines de 1964 y 1967. De ahí salieron el Programa de Ciudades Modelo y el de Desarrollo Comunitario (capítulo octavo). En Gran Bretaña, una serle de informes -el Mílner Holland de 1965 sobre la vivienda en Londres, el Plowden de 1967 sobre las escuelas primarías, el Seebohra de 1968 sobre los ser­ vicios sociales- señalaron el rédescubrimiento oficial de la pobreza por paite del sistema. Académicos con sensibilidad social como David Everseley -que había salido del mundo universitario para dirigir un proyecto de planificación para Londres- empezaron a señalar él grave declive en el que se había sumido la base económica de 1a ciudad6. Finalmente el tristemente famoso discurso de abril de 1968 de Enoch Powell sobre el problema de las tensiones raciales en las ciudades, en el que hablaba del Tlber teñido de sangre, provocó pánico en el gobierno la­ borista de Wiison: se preparó un programa urbano que ofrecería ayuda especial a las áreas con alta concentración de inmigrantes -o como eufemísticamente las calificaba el lenguaje oficial, áreas de necesidad especial7. Los programas de Desarrollo Comunitario de 1969, que no eran más que una copla del proyecto nor­ teamericano, intentaban concienciar a ias comunidades más desfavorecidas. Algunos de los equipos encargados de los programas, formados por jóvenes lle­ nos de jerga marxista, se pusieron a trabajar con tanto entusiasmo que pronto cho­ caron con las burocracias locales, y a finales de 1976 el experimento concluyó abruptamente8, Pero sucedió algo que podemos calificar de curiosa ironía histórica La conclusión a la que llegaron los equipos de los Programas de Desarrollo Comunitario fue que el problema -de lugares como Saltley en Birmingham, o Benwell en Newcastie-uponTyne_ era «estructural»: nombre de moda que, procedente de ia academia, se ha­ bía introducido-en el lenguaje del urbanismo. Según ellos las grandes fuerzas dei capitalismo tardío -en concreto, la concentración de capital en unbs pocos mo­ nopolios- habia hecho que el control de sociedades y empresas que antes estaba en cada zona ahora hubiera pasado a ios departamentos de multinacionales cada vez más lejanas. Esta conclusión, que significaba que la solución no se hallaba dentro de los limites del sistema capitalista, no fue admitida ni por los líderes po­ líticos de ias ciudades ni por el Ministerio de Gobernación británico . La primera de las ironías fue que diez años más tarde, la riueva generación de políticos que lle­ gó a los ayuntamientos ya estaba dispuesta a aceptarla.. La segunda es que antes de que esto sucediera, la idea de declive estructural ya había empezado a formar par­ te de la filosofía del sistema. El modo como esta idea de declive estructural llegó a ser aceptada no deja de ser curioso, En 1972, Pete Walker, Secretario de Estado para el Medio Ambiente de la entonces administración Tory, organizó tres comisiones para que estudiaran la amplitud del problema en las zonas más desfavorecidas de los cascos mbanos.. Los informes finales, que se publicaron simultáneamente durante el verano de 1977, llegaron a la misma conclusión: la pobreza ya no era un problema provocado por la incapacidad de los propios individuos o de las familias sino que era debido al fra­ caso de la economía urbana9. El gobierno de aquel momento, que ya era socialis­ ta, comprendió el mensaje: en el White Paper de 1977 y en la Ley de Áreas Urbanas

t'ig 1 11 . Liverpool Bloques de pisos en los años sesenta; PruiU-Igoe llega a la Gran tíretarta

Interiores de 1978, cambió el rumbo de su política y trasladó sus inversiones de los programas dedicados a los cascos urbanos a la promoción del credmiento econó­ mico, De manera que a partir de entonces se fomentaría el desarrollo de nuevas in­ dustrias en los centros urbanos, mientras que los recursos que el gobierno había em­ pleado para crea* nuevas dudádes se invertirían en las antiguas; ios programas urbanos se ampliarían y se fomentaría la colaboración entre el gobierno central y el local en las zonas más desfavorecidas de las .grandes ciudades. Al principio no se notó el cambio. Las burocracias empezaron a desempolvar una serie dq proyectos que tenían arrinconados y que reflejaban los intereses y preocupaciones tradicionales: un centro tívlco aquí, un parque allí. Pero cuando a finales de los años ochenta se vio que los cascos urbanos continuaban igual, la política cambió. La administración fue creando oficinas de desarrollo económico que recibieron diversos nombres y que contaron con un nuevo tipo de funciona­ rios1*; A Veces fueron los urbanistas quienes ocuparon estos puestos, pero pronto se dieron cuenta de que debían olvidar su papel tradicional, Lá dirección y control del crecimiento que había sido una de las preocupaciones tradicionales del siste­ ma de planificación británico desde 1947, fue substituido por lo que se convirtió en una obsesión: fomentar el crecimiento fuera como fuera. Ahora la cuestión era saber de qué manera se podía hacer mejor,

La « Ro'usificadón « de Norteamérica Entonces fue cuando los urbanistas y políticos británicos miraron hada eí otro lado del Atlántico, puesto que, a finales de los años setenta, pareda que las dudades norteamericanas habían encontrado la formula mágica. En una típica reunión anglo-norteaméricana de alto nivel de aquel momento, el taciturno británico mos­ traría diapositivas de un desolado Liverpool mientras que lós exuberantes nortea­ mericanos llegarían con fotografías de un Boston Heno de vida, color y animación -por no hablar de las historias que contaban sobre el gran número de ventas y el aumento de puestos de trabajo1*. La formula mágica déla revitalización urbana -p a­ labra que empezó a circular én estas reunionfes-parería consistir en un nuevo Üpo de colaboración creativa, expresión utilizada incesantemente por los norteameri­ canos, entre el ayuntamiento de la dudad y el sector privado. Colaboración que estaría sazonada con ayudas de Washíngtori que ya difetenda del gobierno britá­ nico- imponía pocas condiciones

Fig, 11,2, Qulncy Market, Boston. Flg 11.3. Ei puerto de Baltimore. Dos ejemplos de regeneración de cascos urbanos en Estados Unidos gradas a ia coiaboradón del sector público y el privado. Ambos se hicieron por medio de la Rouse Corporation: el con­ cepto de "rouslficaclón11entra a formar parte dei vocabulario dei urbanista.

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C ÍUDADES DEL MAÑANA

Había que aceptar que los tiempos de la economía de las manufacturas urba­ nas habían pasado y que la clave consistía en encontrar para la ciudad un nuevo papel como centro de servicios Parecía que los aburridos «suburbanitas» estaban dispuestos a volver en masa aúna ciudad restaurada que les ofreciera una calidad de vida que no podían encontrar en el centro comercial de su zona. Los yuppies, (Young Urban Professiortals) -palabra que empezó a circular a comienzos de los años ochenta- convertirían las zonas victorianas abandonadas que estaban cerca de los centros en áreas residenciales e invertirían sus dólares en restaurar boii tiques, ba­ res y restaurantes. Por último la ciudad renovada atraería a los turistas y de esta ma­ nera áe convertiría en una nueva fuente de ingresos. Esta era la fórmula que había dado nueva vida al frente marítima de Boston y la que estaba transformando el puerto interiqr de Baltimore -los dos grandes escapa­ rates de revitaüzadón urbana de la primera época. Sin embargo, si se observaba el fenómeno con más profundidad, el proceso era más complejo, Ambas ciudades, que habían empezado a experimentar el declive urbano a principios de los cincuenta, ha­ bían estado trabajando en ello desde aquel mismo momento -veinte años antes que las ciudades británicas» En los años sesenta, habían apostado por upa fórmula de desarrollo basada en la creación de barrios convencionales de oficinas: fórmula que para ellas había resultado más fácil que para las ciudades inglesas puesto que las dos poseían desde antiguo viejos centros comerciales y Boston tenía una fuerte tradi­ ción financiera. Ambas habían decidido iniciar grandes renovaciones en los frentes marítimos de sus obsoletas zonas portuarias, combinando la entonces novedosa res­ tauración de almacenes y mercados, convirtiéndolas en tiendas, bares, restaurantes, hoteles y, al mismo tiempo la recuperación de las viejas áreas residenciales. Y, en ambas ciudades, había estado trabajando la misma persona; James Rouse promotor de Baltimore, ya famoso a finales de los años sesenta. Róuse había cons­ truido Columbía que había sido uno de los planes de creación de nueva ciudad, rea­ lizada por una empresa privada, más ambiciosos del m om ento, Debido a su im­ portante papel en la Comisión del Gran Baltimore, grupo formado por hombres de negocios de élite que se fundó en 1956, también estuvo relacionado, desde el primer momento, con la revitalizaclón del centro de Baltimore: el centro Charles de 33 acres, un complejo de oficinas, tiendas; hotel y apartamentos que se inició a finales de los años cincuenta. Curiosamente, este proyecto se acogió a la legisla­ ción de 1949 y 1954 de Renovación Urbana, y en casi todo siguió el modelo que Pittsburgh y Filadelfia (capítulo séptimo) habían utilizado: una nueva y radical élite de empresarios se hizo cargo de la ciudad, y organizó una coalición que, con habilidad, obtuvo el apoyo publico y supo combinar lá áyudá federal con él dine­ ro privado para realizar proyectos comerciales a gran escala13. No había nada de nuevo en todo ello; muchas ciudades estaban haciendo lo mismo o estaban tratando de hacerlo, Pero la participación de Rouse en el puerto interior de Baltimore y en su equivalente, el proyecto para el mercado Quirícy y el frente marino de Baltimore, los hada distintos. Estos proyectos eran más grandes -2 5 0 acres en Baltimore- y además incorporaban una nueva combinación de ac­ tividades: recreo, cultura, centros comerciales y viviendas de diversas categorías1'1.

LA C IU D A D DE LOS PROMOTORES

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También comportaban una mayor participación pública y federal: 180 millones de dólares de dinero público en Baltimore, mientras que la dudad sólo invirtió 58 mi­ llones y 22 el sector privado. Por tanto los elementos importantes de ía nueva fór­ mula fueron, por un lado, el patrocinio federal y la nueva manera de enfocar las inversiones que tuvo el sector privado y, por otro, la colaboración del sector pú­ blico y el privado15, Fue muy significativo también que, en ambas ciudades los proyectos fueran dirigidos por alcaldes democráticos, sagaces y bien situados, que estaban bien relacionados con los diversos barrios: Kevin White en Boston, Wllliam Donald Schaefér en Baltimore . Las obras que se realizaron tienen mucho en común con el Covent Garden de Londres, que durante aquella época también se estaba renovando (capítulo sépti­ mo). Su finalidad principal era la atracción de turistas: Baltimore atrae 22 millo­ nes de visitantes al año, de los cuales 7 millones son turistas, cantidad que puede compararse con Disneyland, Y ello nos ofrece una clave importante de lo revolu­ cionario de estas obras: El proceso de crear lugares que tengan éxito es sólo un aspecto dentro de la promoción de obras. Es como dirigir un teatro, donde hay que ir cambiando continuamente los espectáculos para atraer a la gente y mantenerla entretenida- No es sorprendente que uno de los que tienen más éxito, los 28.000 acres del Walt Disney World en Florida, sea dirigido por uqa compañía que tiene departamentos dedicados a «Imaginación» y «Atracciones». No creo que el técnico y el urbanista tengan las cualidades necesarias para crear grandes teatros, aunque pueden ser útiles como actores y escritores16.

La «Rousificación» de Boston y Baltimore -proceso que se está repitiendo en un gran número de viejas ciudades Industriales norteamericanas- suponía la deli­ berada creación de la ciudad como escenario. Como pasa en el teatro, parece que sea de verdad, pero no es vida urbana como la que siempre bemos conocido: el mo­ delo es la Calle Mayor de América que recibe a ios visitantes que llegan al Disneyland de California, está «sanitizada» para su mayor seguridad (como dice la tose), es sa­ ludable, no presenta ningún peligro, y su medida es siete octavos del tamaño na­ tural.. A su alrededor, las calles restauradas de manera encantadora -todas «yuplficadas» gracias a la gran inyección de fondos del departamento para el Desarrollo Urbano y de la Vivienda- tienen la misma cualidad: parecen un espacio urbano ima­ ginario de una película de Disney, lo que pasa es que, por incongruente que parezca, son de verdad,.

La batalla de los muelles Iodo estos ejemplos fueron muy importantes en el debate británico que, debido a la escala y naturaleza del problema, pronto se politizó. Durante los años setenta, en todas las grandes ciudades se dio un nuevo problema: todas tenían grandes ex­ tensiones de terreno vacío o semivacío, ocupado por los restos de obsoletas fábri­ cas y almacenes. Normalmente gran parte de este suelo era público o semipúbli-

j,____comprado para construir vi"*«* uoí u carreteras pero que ahora no podían realizar estos proyectos debido a los recortes en el presupuesto (o en el caso de las carreteras a causa de la oposición de los propios habitantes), o era propiedad de corporaciones como el Consorcio de los Muelles o de las Compañías británicas del gas o del ferrocarril, que se habían tras­ ladado a otras zonas* El caso más famoso fue el de los Docklands (muelles) de Londres: una gran área de ocho millas y media cuadradas, que empezaba justo al lado de la famosa milla cuadrada de la ciudad de Londres y se extendía siguiendo el curso del río a ambos lados del Támesls. En tiempos había sido el puerto más grande del mundo pero ha­ bía entrádo en decadencia por problemas laborales y por el traslado del comercio a puertos rivales situados en el sur de Inglaterra (Southanapton, Felixstowe) o en el continente (Rotterdam)» La introducción del uso de contenedores fue el golpe final. El puerto de Londres trasladó casi todas las operaciones que quedaban 3 0 mi­ llas más abajo, en Tilbury, y -en un corto período de tiempo, de 1967 a 1 9 8 0 - ce­ rró prácticamente todo. Las corporaciones públicas relacionadas con el puerto como la del ferrocarril, y la Compañía del gas que poseía en Bedcton, cerca del ex­ tremo este, una planta que funcionaba con carbón, también cerraron. En 1981, el número de puestos de trabajo que en su mejor época, durante los años cincuenta, se había elevado a 30.000 personas, cayó a 2 000, El gobierno conservador de los años 1970-74 presidido por Edward Heath fue el que tuvo que abordar el problema., El gobierno consultó a un gabinete de inge­ nieros que propuso un amplió abanico de posibilidades que, eñ la mayoría de los casos, suponían un cambio radical: viviendas de lujo, zona marítima, actividades de recreo, servicios, ta s comunidades que vivían en la zona portuaria, que tradlcionalménte siempre habían pertenecido a la clase trabajadora y nunca habían sa­ lido de su barrio, todavía abrumados por la pérdida de sus lugares de trabajó, re­ accionaron con vehemencia al igual que sus concejales que, en su mayoría, pertenecían al partido laborista. Las elecciones de 1973 llevaron a los laboristas al Consejo del Gran Londres, y las elecciones generales de 1974 instalaron un gobierno laborista en Westminster, al otro lado del ría Fue precisamente entonces cuando el problema empezó a ser comprendido por la gente. Fuera lo que fuera lo que se hiciera en los muelles de Londres no era sólo una cuestión importante én sí misma, sino que iba a convertirse en un m o­ delo para otros casos parecidos» El gobierno de Wiison no pudo hacer otra cosa que tratar de involucrar a las comunidades locales., Consideró que era necesario tener una dirección central fuerte que dirigiera y coordinara, y también se dio cuenta de que el organismo más adecuado era el Consejo del Gran Londres -el organismo de planificación legalmente constituido Se llegó a un compromiso^ bueno ó malo, se-

Fig. 11.,4. y FIg 11. 5 I.os tinglados portuarios de Londres antes y después, la transformación •de los muelles londinenses durante los años ochenta fue el mayor caso de revitalización ur­ bana de Europa, y quizás del mundo. Fueron considerados por muchos como el ejemplo a seguir aunque otros piensan todo lo contrario.

ou*t

C IU D A D E S DEL M AÑANA

gún los distintos puntos de vista: el Consejo del Gran Londres creó en 1973 un or­ ganismo, la Comisión Conjunta de los Muelles, con la expresa finalidad de que se encargara de la estrategia. Este incluiría un grupo especial de planificación, el Equipo de Obras de los Muelles, en ei que trabajarían funcionarios del Consejo pero que no dependerían directamente de é l En 1976, después de un duro trabajo, el equipo hizo pública su propuesta Reflejaba las realidades políticas del momento. En la mayor parte de la zona se construirían viviendas de renta baja o industrias y almacenes, aunque ya por en­ tonces los recortes en los presupuestos estaban diezmando los programas de viviendas públicas y había grandes espacios de suelo industrial libre por toda la ciudad. No se tuvo en cuenta la posibilidad de hacer oficinas, a pesar de que el área estaba tan cerca del distrito financiero de la City» Como observó un académico: Se aproxima a la variante (...) que llamamos Conservación Urbana -se insiste en repetir o retener las actividades y estructuras presentes, reforzando los modelos so­ ciales y económicos asociados (. , ) es la clásica mezcla de viviendas obreras, traba­ jos Industriales y comerciales, con construcción de zonas de recreo y de servicios al lado del río (. ..) El proceso de urbanización está condicionado por la consulta y la persuasión (. . .) el proceso debe tintar de conseguir un compromiso entre los gru­ pos que potencialmente están en Conflicto (.., ) la amplia participación y consulta lo hacen engorrpso. Las decisiones parecen nebulosas en el sentido de que están muy ..generalizadas17 No tuvo buena prensa. The Times dijo que «no impresionaba» y llegó a la con­ clusión de que la Comisión Conjunta de los Muelles estaba «influida por la idea de que el instinto y las grandes visiones no son compatibles con la democracia»10. A los habitantes de la zona les gustó más pero se sentían decepcionadas por la fal­ ta de propuestas en firme. Al final lo que sí quedó claro es que había una estrategia pero que rio había di­ nero. El gasto público se había recortado y no había fondos' para hacer más obras al estilo de la ampliación de la linea de metro del Jubileo. Lo peor de todo era que el plan exigía que a los 900 millones de libras de dinero público se le añadieran 1,100 millones del sector privado; sin embargo, durante el proceso dé consulta a nadie se le había ocurrido hablar con las compañías de pensiones y seguros o con los ban? eos. El Consejo de Planificación Económica del Sur Este, un organismo consultor independiente nombrado por el gobierno, consideró que la zona necesitaba una comisión de obras al estilo de las que gestionaban la creación de nuevas ciudades. Pensaba que sólo si estaba razonablemente libre de interferencias políticas y podía actuar con libertad, daría confianza al inversor privado.El entonces Secretario de Estado para el Medio Ambienté, Peter Shore, que era miembro del Parlamento y re­ presentaba a un gran número de electores de la zona de los muelles, no estuvo de acuerdo. En mayo de 1979, los conservadores volvieron al poder de la mano de Maxgaret Thatcher Michael Heseltine fue nombrado Secretario de Estado para el Medio Ambiente y el tema de los centros urbanos quedó dentro de su ministerio,, Una de sus primeras decisiones fue disolver ei Consejo de Planificación Económica del

LA CIUDAD DE LOS PROM OTORES

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Sur Este, y todas las comisiones similares que había en las regiones. La segunda fue establecer una Corporación de Desarrollo Urbano que se haría cargo de los Muelles de Londres y de la también obsoleta zona de Merseyside. Nos encontram os ahora con una deliciosa ironía histórica. Existía una Corporación de Desarrollo (capitulo cuarto) que era un organismo burocrático, centralista y sin estructura democrática que el gobierno laborista radical de Ciement Attlee de 1945 había utilizado para la construcción de las nuevas ciudades britá­ nicas. Odiada por los sólidos votantes tories délos condados del sur de Inglaterra donde las ocho nuevas ciudades fueron construidas, prácticamente olvidada du­ rante casi toda la década de los años cincuenta por los gobiernos tories, fue al fi­ na] aceptada como una desafortunada necesidad* Ahora la Corporación de Desarrollo se había convertido en la herramienta preferida del gobierno tory que la Iba a usar para la regeneración de los centros urbanos, precisamente por las mismas razones que 35 años antes habia tenido el Comité Reith para las nuevas ciudades: porque íes permitía prescindir de las peculiaridades democráticas de los gobiernos locales y porque era una herramienta efectiva y sobre todo rápida. En su nuevo contexto había dos nuevos aspectos a tener en cuenta,. El prime­ ro era que el partido conservador, que tradicionaiménte (y hasta hacía poco) ha­ bía sido el partido de los derechos locales en contra de la burocracia de Whitehaíl, se había convertido ahora en un partido centralista, (Ello se haría todavía más evi­ dente a ío largo de ios siguientes años, a medida que Westminjt^r tuvo qué librar duras batallas contra los ayuntamientos controlados por los laboristas sobre pun­ tos como subvención de ayuda a los impuestos, restricción de impuestos y control de las escuelas locales). El segundo era algo que sólo se podía definir diciendo que se trataba de planificar paca promocionar la propiedad,. En este sentido, la tarea de la planificación consistía en facilitar de la manera más rápida posible la renovación del suelo urbano industrial o comercial abandonado para dedicarlo a mejores usos,. Esto, evidentemente, nb era nuevo; no había más que observar el «boom» de ía gran propiedad en ios centros de las ciudades británicas durante los años sesenta, Además derivaba directamente de la experiencia norteamericana, De todas maneras lo que no dejaba de ser notable, aquí como en otros sitios, era el estilo: estrategia de pla­ nificación que nunca era a largo plazo, planes que casi nunca se publicaban; irres­ ponsabilidad, piratería; despreocupación total si -com o sucedió con los muelleslas obras tenían que ser demolidas porque se presentaba algo mejor antes de que se hubieran terminado; interés en aprovechar las oportunidades a medida que se iban presentando,. No se trataba de planificar como se habia entendido durante los cuarenta años anteriores,. Como dijo el ejecutivo responsable de los muelles19: La cantidad de zona abandonada de la que la Corporación de Desarrollo de los Muelles de Londres tuvo que hacerse cargo, era tan enorme que la única manera de abordar el problema sin depender de enormes cantidades de dinero público (...) fue crear una situación especial, de efecto «bola de nieve» que generara en segui­ da una credibilidad real hacia los muelles entre ios potenciales promotores co­ merciales y de viviendas. Así pues era necesario ser oportunista y aceptar las pro­ puestas de los promotores’9,.

5e hizo mpcho. Como cuarenta años arites en Stevenage y Crawley, la corpo­ ración de obras que trabajó en los muelles consiguió vencer la burocracia, "ñivo po­ deres sin precedentes -mayores que los de las nuevas ciudades- que la mantuvie­ ron lejos de las autoridades locales, y las utilizó para recibir a los promotores privados con las manos abiertas, Y lo hizo en sólo cinco años, en 1986 había in­ vertido 279 millones de libras de dinero piiblico y obtuvo casi seis veces más esta cantidad en inversiones privadas; consiguió atraer 4 0 0 nuevas compañías y creó 8.000 nuevos puestos de trabajo; proporcionó solares para 4 .0 0 0 nuevos hogares, y 10.000 bajo construcción o en lase de planificación; y también empezó a «aba­ jar en un nuevo sistema de ferrocarril ligero20. Sin embargo los críticos siguieron diciendo que este proyecto no h ada más que «yupificar» el East End, el baluarte tradicional de la dase trabajadora londinense-

La zona de negocios Unos años más tarde se lanzó una idea que tuvo mayor influencia de la que su au­ tor hubiera podido imaginar. En 1977, en una conferencia en el Instituto Real de Planificación de Ciudades en Chester, Peter Hall -u n o de los autores del iconoclasta Manifiesto de 1970 sobre la no planificación (capítulo o ctavo)- hablando del na­ ciente problema del declive urbano, dijo; «las mayores áreas urbanas han visto como su crecimiento disminuía, se detenía y, postérfornmente, iniciaba un procesó dé de­ clive» Pierden gente y trabajos». Revisando las posibles maneras de rehacer sus ba­ ses económicas, llegó a la conclusión de que, a pesar de todo, «ninguna de estas recetas puede realizar el milagro*»» Y afirmó: lo mejor puede ser enemigo de lo bueno. Si realmente queremos ayudar a los cen­ tros urbanos y a las ciudades en genera!, es posible que tengamos que utilizar mé­ todos poco ortodoxos (...) un posible remedio final podría ser lo que yo llamaría la solución del «puerto Ubre». Habría que escoger pequeñas zonas situadas en los cascos urbanas y permitir que én ellas pudieran desarrollarse, con un control mí­ nimo, todo tipo de iniciativas. En otras palabras, deberíamos crear et Hong Kong de los años cincuenta y sesenta dentro de Liverpool y de Glasgow21. Ello presuponía aceptar tres puntos. Estas áreas quedarían abiertas a la llega­ da de promotores y de capital, lo cual significaría que no habría control de inmi­ gración. Se trataría de «libre empresa pura y dura»; la burocracia «sería mínima». Además la residencia se basaría en la elección, puesto que la zona permanecería fue­ ra de la legislación y los controles normales del Reino Unidio., Hall concluía: «este tipa de zonas no se regirían según las modernas convenciones británicas del esta­ do del bienestar. Pero en cambio, al seguir el modelo de Hong Kong, serían eco­ nómicamente vigorosas. Como iban a tratar de solucionar los problemas urbanos de una manera extremadamente drástica, había que ensayarlas a pequeña escala». Concluía de un modo que, dadas las circunstancias, resultó irónico: «No espero que el gobierno británico imponga este método inmediatamente, y quiero dejar claro

que no lo estoy recomendando como solución para nuestros males urbanos/ lo que digo es que es una manera, extrema, de solucionar el problema»22. En cierta manera, como se pudo observar a partir de análisis posteriores más detallados, el hecho de sacar Hong Kong a coladón nó dejaba de ser curioso. Según los documentos usados por Turner en su campaña en contra de la política de vi­ viendas de las burocracias del tercer mundo, Hong ICong aparecía como un cla­ ro ejemplo de conservadurismo: a lo largo de los años sesenta y setenta y a pe­ sar de la mítica imagen que daba al mundo exterior, la ciudad había mantenido lo que en términos relativos era el programa de viviendas públicas más grande del mundo no comunista23. Joñathan Schiffer dada más tarde una explicación que no dejaba de ser ingeniosa: al garantizar los costes de las viviendas de la gran masa a unos mínimos, este programa disminuía las demandas de aumen­ tos de salarlo y mantenía los costes déla fuerza de trabajo de la ciudad a uno de los niveles más bajos del mundo desarrollado24. Además, aunque desde el pun­ to de vista británico, Hong Kong no tuviera un sistema de planificación de uso del suelo que fuera restrictivo a la manera británica25, sí en cambio lo tenía en relación a muchos países ert fase de desarrollo. De todas formas, Hall podía se­ guir manteniendo su punto básico: aunque en este aspecto u otros pudiera estar subvencionada indirectamente, Hong Kong había demostrado que era la ciudad que había tenido más éxito en adoptar con rapidez nuevas líneas empresariales como, respuesta a la situación del mercado mundial, gradas sobre todo a la ca­ pacidad extraordinaria de adaptación de su sector de pequeñas empresas qué era mayoritario26. Sin embargo, estas discusiones formaban parte de un relativamente obscuro de­ bate académico. Lo curioso fue que, a pesar del escepticismo de Hall en cuanto a las posibilidades de acción, no tuvo que esperar demasiado. En 1980 el nuevo go­ bierno conservador británico introdujo una disposidón sobre Zonas de Negocios, y el Ministro de Hacienda lo citó espedalmente como autor del proyecto, A lo lar­ go de 1980 y 1981, se nombraron once zonas -una de ellas fue Isle ofDogs, en el corazón de los muelles londinenses. El conjunto del proyecto, y su pobre autor, fue­ ron debidamente criticados por los académicos radicales de ambos lados del Atlántico27. Sin embargo, lo que surgió fue algo muy distinto: se establecieron un conjunto de áreas que en la mayoría dé los casos, pero no siempre, estaban situadas en zonas abandonadas de los cascos urbanos, se les concedió condiciones imposi­ tivas especiales y procedimientos de planifícadón física simplificados28., El resto de factores requeridos -la llegada libre de fuerza de trabajo, la atracción de promoto­ res, la libertad al margen de la legislación- no se dieron: ejemplo del modo como, sobre todo en Gran Bretaña, las ideas, más radicales son llevadas a cabo por el sis­ tema, es decir de manera totalmente inocua., Lo que también se echaba en falta, a pesar del título que se dio a la medida legislativa, era algún tipo de mecanismo que fomentara 1a innovación, en el sentido enunciado por Joseph Schumpeter, que permitiera dar tradiciones industriales alternativas a las zonas que habían perdido la base industrial tradicional29.

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Era pues un proyecto modesto y poco radical, con resultados modestos: con un coste público total de 132, 9 millones de libras, se crearon unos 8,000 nuevos pues­ tos de trabajo, de los cuales las tres cuartas partes también se hubieran estableci­ do allí tanto si se hubiera considerado como «zona» como si no30. Más de una ter­ cera parte de los nuevos trabajos se habían generado en sólo tres de las quince áreas, entre las cuales, curiosamente, se encontraba Isle ofDogs„Sin embargo, pre­ cisamente en aquel momento llegaron noticias increíbles: aprovechando las posi­ bilidades que ofrecía la Zona de Negocios, un consorcio norteamericano había pre­ sentado un plan para hacer un enorme complejo de oficinas en el muelle Canary, en medio del área que controlaba la Corporación para el Desarrollo de los Muelles de Londres, plan que suponía la creación de 46,000 puestos de trabajo de oficinas.. Después de una serie de difíciles negociaciones y de ia retirada virtual de los pri­ meros promotores, en julio de 1987, se llegó a un acuerdo de última hora con un grupo canadiense.. Por fin, seis años después, una Zona de Empresas llegó a crear una expectativa real de trabajos.. A pesar de todo la idea fue a su vez adoptada en los Estados Unidos por la ad­ ministración Reagan, donde, es interesante observar, fue apoyada por los políticos de la izquierda liberal de los centros urbanos3!, Pero no se vio reflejada en las le­ yes federales, No obstante, algunos estados la introdujeron: veintiséis legislaturas la adoptaron, creando más de 1.400 zonas de empresas locales en 680 localidades. El departamento de Desarrollo Urbano y de la Vivienda dé los Estados Unidos, ini­ ció en 1986 un estudio sobre una pequeña muestra de,diez casos que mostró qué 263 empresas habían invertido unos 147 millones de dólares pata crear o mante­ ner unos 7,000 puestos de trabajo32 Sin embargo, la administración Reagan puso en práctica uno de los pantos de la idea original, aunque de otra manera: ia policía de la frontera con México fiexibiiizó su vigilancia con lo cual una enorme cantidad de emigración ilegal entró en las ciudades del «Cinturón del sol» como Houston y ios Ángeles, Ciudades que -com o a los funcionarios de la administración les gustaba decir en privado- se convirtieron en modelos del tipo de trabajo preconizado por la idea de Zoñás de empresas, Evidentemente los resultados fueron criticados por los analistas urbanos de la izquierda radical-13.

Palanca del sector privado La construcción de los muelles siguió los modelos estadounidenses en un aspecto fundamental: utilizar un volumen relativamente modesto de dinero público para generar-o, usando un verbo típicamente norteamericano, para leverage (hacer de palanca y m over)- una cantidad mucho mayor de capital privado. En Boston, por ejemplo, una subvención federal de 2,7 millones de dólares del departamento de Desarrollo Urbano y de 1a Vivienda atrajo un volumen seis veces mayor de capital privado34. En 1977, la administración Cárter legisló esta práctica El programa de Subvención para el Desarrolló Urbano postulaba la Idea de generar entre 4.5 y 6..5

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unidades de inversión privada por cada una publica,. Una comunidad podía pedir una de estas subvenciones si se encontraba en situación de penuria o tenía bolsas de pobreza. Sin embargo, primero debía demostrar que con ello atraería por lo me­ nos 2. 5 más de capital privado que del público y que el proyecto no podía ser fi­ nanciado de otra manera, A finales de 1983, 929 comunidades habían conseguido que se les aceptaran 1.900 proyectos, cosa que les había supuesto tres mil millones de dólares en sub­ venciones del programa de Desarrollo Urbano, con una relación entre el capital pri­ vado y el público de 3. 8; no es sorprendente que ía parte del león se hiera a las pro­ blemáticas grandes ciudades del cinturón fabril, ni que las ciudades de Nueva York y Baltimore tuvieran SO proyectos cada una. Se supbnía que el programa había generado un total de unos 411.000 nuevos puestos de trabajo permanentes -e ra muy significativo que el 56 por ciento de ellos, fueran en proyectos comerciales, y el 55 por ciento para trabajos con ingresos medios o bajos35. No es de extrañar que se considerara que el programa de Subvención para el Desarrollo Urbano había sido uno de los pocos éxitos de verdad de la política de regeneración urbana; tampoco sorprende que en 1983 el programa similar del gobierno británico felicitara a su ho­ mónimo estadounidense. Como era inevitable, también tuvo críticas. Se dijo que se había invertido mu­ cho dinero en hoteles (a lo cual se respondió diciendo que los hoteles generaban muchos puestos de trabajg que pedían poca preparación y ello resultaba conveniente para la gente sin empleo que vivía en los cascos urbanos). Se hizo también la pre­ gunta que se solia formular en estos casos: ¿cuántos trabajos hubiera habido en la zona si no se hubiera realizado el programa? Hubo también quien dijo que los pro­ gramas de Subvención para el Desarrollo Urbano nunca podrían devolver los pues­ tos de trabajo fabriles que se habían perdido, ni crear el mismo número de traba­ jos que había'-56. Pero este último tema formaba parte de un debate más amplio sobre el pasó de los diversos sectores a la economía de servicios, Muchos economistas, siguiendo ios análisis pioneros que A, G, B. Fisher y Colin Clark habían hecho me­ dio siglo antes, dijeron que el declive del número de. trabajos en las manufacturas era inevitable dentro de la evolución de ia economía capitalista tardía y que la po­ lítica más inteligente era aceptarlo y anticiparse,. Otros dijeron que la economía de servicios sólo generaba trabajos mal pagados y que-y utilizando las palabras de un importante texto académico- «las manufacturas son importantes»37.

Crítica al urbanismo El hecho era que, a ambos lados del Atlántico, el debate sobre el desarrollo económico continuaba. Pero no obstante, durante los años ochenta, en los sectores más tra­ dicionales del urbanismo británico, la historia se parecía cada vez más a una pelí­ cula que va hacia atrás. A partir de 1979 el gobierno de Thatcher fue desmontan­ do poco a poco el sistema estratégico de planificación que con tantas dificultades habían organizado ios sucesivos gobiernos durante los años sesenta y mantenido

durante los setenta. En 1979, los Consejos de Planificación Económica Regional fueron los primeros que cayeron. Al año siguiente, cuando el gobierno tuvo que po­ ner al día el Pían Estratégico de 1970 para el Sur Esté -u n proyecto que constaba de un informe principal y cinco grandes volúmenes de recopilación de datos- lo hizo añadiendo dos páginas y media a máquina; en 1986, al hacer la misma ope­ ración lo amplió a seis. La legislación sobre planificación de 1980 significó un tras­ paso de poderes de los condados a los distritos, haciendo que los planes estructu­ rales dé condado füeran menos efectivos; un inform e de 1986 sugirió que se prescindiera de ellos, al tiempo qüe se suprimía la planificación a nivel de conda­ do; Una ley de 1 9 8 6 abolió el Consejo del Gran Londres y de seis condados me­ trópoli taños, que había 4ido la única experiencia de gobierno metropolitano jín Inglaterra38. . Todo ello significó un cambio en el estilo del urbanismo. El Libro Blanco de 1983, que presagiaba la abolición del gobierno metropolitano, decía con claridad que n o existía la misma necesidad de planificación estratégica que había existido en los años sesenta; sugería que lo único que se necesitaba era una planificación del uso del suelo residual, considerando que los casos se debían plantear uno por uno39, Los gobiernos locales pronto comprendiéronlo que había quehacer, Bérkshiie, que era uno de los condados que crecía con mayor rapidez de toda Inglaterra, ce» rró su departamento de Urbanismo, uniéndolo ai de Inspección. Dentro de la pro­ pia profesión, se debilitaron los lazos de unión existentes con las Universidades y las escuelas politécnicas. Hubo, una menor demanda de urbanistas, que se vio agra­ vada por la llegada masiva de los cientos que habían quedado desplazados de ios condados y las zonas metropolitanas. Ai mismo tiempo, las organizaciones patro­ cinadoras cortaron sus ayudas y ello ocasionó el cierre de diversas escuelas. Si se mira dentro de una perspectiva histórica, puede que esto no sea más que uná vuelta de la tuerca cíclica. En Inglaterra, el urbanismo ya había pasado por es­ tas situaciones en los primeros años de marasmo de los cincuenta, cuando-bajo un gobierno conservador- parecía que había desaparecido; sin embargo, durante los activos sesenta, surgió de nuevo para registrar uno de los períodos más prósperos de su corta vida. En cierta manera, toda esta historia no deja de confirmar el pun­ to de vista marxista: el urbanismo va cambiando según las necesidades,. Lo que sí era nuevo, como ya hemos dicho en el capítulo décimo, era la creciente separación de los académicos de este proceso, ¿Desaparecerá? No del todo. El urbanismo sobrevivirá, porque, en los países avan­ zados tiene un importante papel político -que se irá incrementando. Como dirí­ an los economistas, un buen entorno es un bien de consumo elásticb:a medida que la gente; y la sociedad en general es más rica, exige más calidad. Y, excepto en el caso de las propiedades privadas que pueden aislarse construyendo muros a su al­ rededor, la única manera de mejorarlo es por medio de la acción pública. El hecho de que cada vez haya más gente dispuesta a ceder una mayor cantidad de su pre­ cioso tiempo Ubre para defender su entorno, que se haga miembro de todo tipo de organizaciones voluntarias y quiera participar en las sesiones de información pú­ blica, es testigo de este deseo -aunque a veces lo que yo puedo considerar un buen

entorno es lo que mi vecino considera malo. Así pues en las sociedades postin­ dustriales avanzadas -com o el sudeste de Inglaterra o el área de la Bahía de San Francisco- las políticas que tienen en cuenta el urbanismo son .cada vez más po­ pulares, más amplias, más debatidas40,. Esto se hizo evidente durante los ochenta. El primer gobierno Thatcher de 1979 se había propuesto liberar al promotor de las ganas del urbanista En 1983, Míchael Heseltine --que entonces era el Secretario de Estado, para el Medio Ambiente- impacto ¡a los votantes tories del Berkshire central al modificar la es­ tructura del plan del condado, permitiendo que se construyeran 4.000 casas más en unos cam p os^ u b o una gran oposición . El consejo del distrito local se negó a incluir esta disposición dentro del plan de su propio distrito, Irórji cariante, ha­ bía sido el propio Heseltine quien, en una ley de 1980, había debilitado el po­ der de los urbanistas para poder controlar los planes de distrito ¿ umnivel más bajo; tanto a él como, poco después, a su propio sucesor les iba a salir el tiro por la culata'11.. En la primavera de 1984, en el otro extremo de Londres, un gran consorcio de los promotores más importantes del condado propusieron un plan para edi­ ficar, ba|o iniciativa privada, una serie de nuevas diidades -modernas Columbiasy, un año más tarde, anunciaron que la primera se situaría en una zona dentro del cinturón verde en Tillingham Hall, er\ Essex41. La información pública se convirtió en una de esas causes célebres que tanto gustan a los ingleses, Los pro­ motoras- pérdieron; evidentemente nó se lo esperaban porque una serie de do­ cumentas oficiales que habían sido bien ventilados en la prensa, con títulos como Liftingtite Burden {Retirar la carga), les había hecho creer (a ellos y a casi todo el mundo) que el gobierno les apoyaría43. Más tarde en 1987 _durante unas elecciones generales, es importante tenerlo en cuenta_ el gobierno tuvo que re­ tractarse en un punto relativamente menor, que no tendría en cuenta conside­ raciones agrícolas en casos de propuestas de obras en suelos de pobre calidad. El gobierno de derecha radical demostró aquí como en otros sitios que perro ladrador es poco mordedor. No, el urbanismo no desaparecerá; tampoco llegará a despoetizarse, como mu­ chos han creído. Como el Abbé Sieyés de una temprana revolución, vive. Pero, no hay duda de que; en el país de su nacimiento, la planificación tradicional del uso del suelo está recibiendo el peor ataque de sus ochenta años de existencia. Se ha convertido en algo artesano y antiintelectual que sólo actúa por reacción, mien­ tras que, por su parte, la academia se ha encerrado en su torre de marfil que cada vez es más alta., En la actualidad los urbanistas se enfrentan a una nueva proble­ mática, para la que la escuela no los preparó (o por la que quizás no están intere­ sados): el declive económico estructural de las comunidades urbanas y la recons­ trucción de una nueva economía a partir de la antigua.. Además, el urbanismo debe enfrentarse a la pesadilla que significa el retomo del más antiguo de los pro­ blemas urbanos, y que de hecho fue el que le ayudó a nacer y le legitimó: la existenria de la clase urbana más pobre, una masa resentida y desconfiada que les es­ pera a las puertas de la ciudad.

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CIUDADES DEL MAÑANA

Notas al capítulo 11 ! Massey y Meegan, 1982; Massey, 1984; Hudson y Williams, 1986; Hausner, 1987 2 Boddy, loveringy Bassett, 1986; Hall, et a l . 1987 I Biuestone y Harrison, 1982. págs 26. 30

4 Stein. 1925 5 Clark, 1940 6 Greater London Councii, 1969; Donnison y Eversley, 1973 7 lichvards y Batiey. 1978, pág 46 s McKay y Cox. 1979, págs. 244, 245; Mal!. 1981. cap 5 0 G 15 Department of the Environment, 1977a, 1977b, 1977c, 1977d 10 G B Secretary for the Environment, 1977 II Young y Masón, 1983 12 Hall. 1978, págs 33. 34 " Lyali, 1982. págs 28 a 36; Mollcnkopf. 1983. pág 141, 169 a 173; Berkoivilz, 1984, pág 203 " l-lnrl. 1983. pág ¡9 IS Lyall. 1982. págs 51 a 55; i;alk, 1986. págs 145 a 147 Ibid pág 150 |: l.edgenvood, 1985 pág 133 m Ibid . pág 123 " Wnrd. 1986. pág 1 18 Ibid . págs 118 a 121 21 I lal!. 1977. pág 5

22 ibid 2-' Choi y Chan, 1979, pág 187 24 Schlffer, 1984, passim 25 Bristow, 1984. 2'’ Sit, 1978. pág 92 27 Harrison, 1982; Massey. 19S2; Goldsmith. 1982 2B Butler, 1981, págs 95 a 128 39 Hall, 1982b. pág. 419 •w Tym y Partners, 1984, págs 144, 14S ” Hall, 1982, pág 419 U S Department of Housing and Urban Development, 1986. 11 Soja et a ! , 1983 M Hart. 1983. pág. 20 Hart, 1983, pág. 25; Gatons y Brintall, 1984 págs 116,117, 124, 130 •«* Hart, 1983. pág 26, 27 17 Cohén y Zysman, 1987 ,MBrehem V Hall, 1984; Ambrose, 1986; Keade. 1987 11 G B Department of the Environment 1983; Breheny y Hall. 1984 1,1 Ineden 1979; Blowers, 5980; HaH 1980 11 Short I-leming y Witt. 1986, págs 240 a 217; Hall et a l . 1987, pág 154 i: Shostak y iock. 1984. págs 9 a l.i; Consottium Developments, 1985. 11 Glí Minister without Portfolio. 19S5

i

La ciudad de la eterna pobreza Por lo tanto el ejército de reserva industrial crece con la energía potencial de la ri­ queza. Pero cuanto mayor es el ejército de reserva en relación al del trabajo acti­ vo, mayor es la masa de población excedente consolidada, cuya miseria está en pro­ porción inversa al trabajo. Finalmente, cuanto más amplio sea el número de pobres dentro de la clase trabajadora, y más extenso ef ejército de reserva industrial, m a­ yor será el grado de pobreza oficia! Esta es la le\ general absoluta de acumulación ca­

pitalista Karl Mar.x

Capital, l (186/1

Me dirijo a la M ontaña Negra, yo, mi navaja y mi pistola, Juez, me dirijo a ia M ontaña Negra, yo, mi na\a¡n y mi pistola; Lo voy a matar si se queda quieto y lo voy a matar si corre l.. )

Hay un dem onio en mi alma, estoy lleno de mala bebida. May un dem onio en mi alma, estoy lleno de mala bebida, f íe ven ido a buscar pelea Tengo la tristeza de la Montaña Negra Üessie Smith

Black Motmtain liltus 11930)

Capítulo 12

La ciudad de la eterna pobreza Los sem piternos barrios bajos: C hicago, St Louis, Londres: 1 9 2 0 -1 9 8 7

Hay un enigm a que, para e! urbanista, es el más importante y el más difícil de res­ ponder, Era el que, en 1982, se planteaba Lewis Mumford a sus ochentaisiete años en el primer volum en de su autobiografía. Según él, -el fracaso de la ley y el orden en el m o m en to álgido del poder m etropolitano y de la prosperidad» era -u n o de los enigm as crón icos de la h isto ria "1 Com parando el Nueva York de los años och en ta con el de su juventud, escribía preocupado sobre la \iotcneia amenazadora y el desorden, que, en la ciudad de mi juventud, se con­ centraban como en un grano purulento, sólo en ciertas áreas encerradas en sí mis­ mas, com o Bowerv o Heü’s Kitchen Estos barrios todavía no habían extendido su infección al sistema circulatorio de la ciudad ( ) Hombres, mujeres y niños podí­ an pasear, incluso solos, por la mayor parte de la ciudad, y por supuesto por el Central ! ark o a lo largo del Iliverside Drivc a cualquier hora del día y de 1a noche sin miedo a ser molestados o asattados: 'En la ciudad de mi juventud-, seguía diciendo, - había una especie de estabi­ lidad moral y una seguridad que ahora ha desaparecido incluso en casos de m o­ delos urbanos de ley y orden c om o londres»*. Y reconocía que más de una vez, el Nueva York de los últim os años le recordaba los relatos de Petrarca, el poeta del si­ glo XIV, sobre -la Proveiua de su madurez pocos años antes de ia Peste Negra, co­ marca desolada, llena de lobos y ladrones que comparaba con la región segura y próspera de su ju ventu d '''. Es bien sabido que las estadísticas pueden resultar falsas; sobre todo las rela­ cionadas con temas sociales, y dentro de ellas, las estadísticas sobre la delincuen­ cia Incluso el estudiante más novato está familiarizado con las múltiples advertencias: quién denuncia, qué denuncia y cuándo lo hace, quién escribe qué en el libro, quién decide procesar a alguien y por qué Pero ni teniendo en cuenta todas estas reservas podemos olvidar la enorm e cantidad de delitos urbanos, y sobre todo de delitos urbanos violentos, que a finales de! siglo XX han surgido como un volcán

i Véanse notas en páginas 409--}! 1 )

LA C iU D A D DE LA ETERNA POBREZA

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en em pción amenazando el tejido social de todas las grandes ciudades del m un­ do No cabe duda de que es ia píaga del siglo X X Sus causas son tan misteriosas para sus víctim as com o lo fueron las de la Peste Negra para los desventurados ciu­ dadanos del Londres, París o Constantinopla del siglo XIV Para entenderlo, nece­ sitam os un poco de perspectiva histórica Habrá que hacer un rodeo, primero re­ m ontarse a los orígenes de la historia y luego volver al punto de partida. Pero, al estudiar este tema en lo que será un largo capítulo, parece que la cuestión del ur­ banism o, que es el tema del libro, desaparezca. La pregunta es precisamente por qué, Ni la delincuencia urbana, ni el miedo del ciudadano corriente son cosas nue­ vas; com o nos recuerda Mumford sólo lo es su espectacular aum ento Es cierto que la planificación de la ciudad del sigio X X surgió com o reacción em ocional com pleja -com pasión, miedo, desprecio- de ia clase media victoriana af descubrir la existencia de la clase pobre urbana. Su actuación, com o hem os visto en el capí­ tulo segundo, fue una especie de Juicio Final secular: se ayudaría a los pobres vir­ tuosos para que por medio del establecimiento de nuevas comunidades o de los pro­ yectos de vivienda pública fueran al paraíso de las ciudades jardín; los indignos perm anecerían para siempre castigados en su propio infierno, o irían a las colonias penitenciales donde quizás por fin verían la luz, Esto fue lo que más o menos pasó en los países europeos donde el m ovim iento urbanístico creció con más fuerza. Un siglo y medio después, en ía era del estado del bienestar de tos años cincuenta y sesenta, triunfó la teología liberal: ahora todos, incluso la clase urbana más pobre, eran susceptibles de mejora; todos podían cruzar la estrecha puerta y acceder a la ciudad corbusiana de las torres Pero en los Estados Unidos no fue así puesto que las religiones mayoritarias, tanto ia protestante com o ía católica o ¡a judía, apoyaban con convicción la libre empresa: Dios ayudaba a los que se ayudaban sacándolos de los barrios bajos y co ­ locándolos entre los más favorecidos, del m ismo modo com o lo hacía el escritor de novelas juveniles Horatio Alger Asi pues, la principal tarea del sector público y de las organizaciones de voluntarios consistía en integrar al inmigrante y a sus h i­ jos dentro de la manera de ser norteam ericana y ayudarles a aceptar los valores del país de adopción para que pudieran empezar a subir la escalera que les llevaría a alcanzar el éxito en la nueva tierra Sólo ¡os que se quedaran en el agujero, dem a­ siado bajos para alcanzar e! primer peldaño, recibirían en forma de vivienda pú­ blica el equivalente de lo que había sido la ayuda para pobres, cosa que inm edia­ tam ente traía consigo el estigma social

Chicago descubre a los pobres Ello nos ay uda a explicar un hecho significativo: en los primeros años del siglo XX en Estados Unidos, los estudios sociales, y también la investigación, estuvieron dominadas por el problema del inmigrante y su integración, tema que era con si­ derado de vital importancia Estos estudios y experimentos se centraron en las ciu­ dades porque allí fue donde los inmigrantes se dirigieron -especialm ente después

i'ig ¡2 1 Uarrio pobre de Chiciigo hacia 1900. Calle trasera durante la ¿poca de la i;«cuesta sobre !a Casas de Alquiler de Chitado; éstas fueron Jas viviendas de cientos de miles de emi­ grantes europeos que llegaron a Norteamérica

tío! cierre efectivo de la frontera en 1890- y porque fue allí, como hemos visto en el capitulo segundo, donde la clase media percibió con temor la fuerza del popu­ lacho lambién es lógico que ambas activ id acíes se centraran en Chicago que era una de las ciudades con mayor cantidad de emigración Aquí fue donde, en 1889, ja n e Addams fundó su centro social; y donde a partir de 1914 funcionó ia prime­ ra escuela de sociología urbana clel mundo

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l:tjn 12 2 Dr Kobert li l’ark fundador de la Lscuela de Sociología de Chicago, las investigaciones que llevó a cabo on los añas veinte mostraron por primera vez las causas de la desintegración social de los barrios pobres de los cascos ur­ banos

Ir'sta afirmación es un tanto aventurada. Como liemos visto en el capitulo se­ gundo, en ios años ochenta, Hooth > sus colaboradores fueron los primeros en uti­ lizar en Londres técnicas modernas de observación social en masa, y en hacer un estudio empírico de sociología urbana que en aquellos momentos no fue iguala­ do por nadie NIás u menos por la misma época, los alemanes elaboraron una so­ ciología teórica. \ Robert E.Park, uno de los fundadores de la escuela de Chicago, tuvo la oportunidad de estudiar con Georg Simmel en Berlín.. Pero fue precisa­ mente en Chicago donde, en ios años veinte, Park, Burgess, McKenzie y Worth unie­ ron estas dos tradiciones -basándose en la teoría y comprobando mediante la o b ­ servación- para tener una comprensión global de la estructura social de la gran urbe. En 1925 publicaron su clásica colección de ensayos sobre sociología de la ciudad* Un ei primero de ellos Park incluía el programa de investigación que iba a seguir la escuela y, de este modo, dejaba claro sus propósitos Park decía -ia forma de asociación más simple y elemental» de una ciudad es el vecindario Por lo tanto:

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Es importante conocer las fuerzas que destruyen las tensiones, los intereses y los sen­ timientos que dan su carácter individuai a ios barrios En general podemos afirmar que todo lo que tiende a hacer que la población sea inestable y a dividir y concentrar la atención en objetivos diferentes es negativo6

Pero dado que «ciertos vecindarios se hallan aislados», el m ovim iento de cen ­ tros sociales se había creado precisamente «para reconstruir, fom entar la vitalidad de los diversos barrios urbanos y ponerlos en con tacto con los intereses más am­ plios de la com unidad»7. En las ciudades norteamericanas, se ha intentado mejorar los barrios problemáticos construyendo zonas de juego e introduciendo todo tipo de deportes dirigidos por monitores, incluyendo bailes que se celebran en locales municipales. Estos y otros métodos que se utilizan para elevar el tono moral de estas poblaciones segregadas de las grandes urbes deberían ser estudiados en relación con !a investigación que se hace del vecindario en genera1*1 El barrio reflejaba el antiguo orden social preindustrial; sin embargo, la com ­ petencia industrial, unida a la división del trabajo, lo estaba reemplazando por una organización distinta de la ciudad, basada en la diferenciación según el tipo de trabajo y, en consecuencia, de clase'V A causa del dinero, -los valores se han ra­ cionalizado y los sentimientos han sido substituidos por los intereses»I{). Como con­ secuencia surgió una agrupación '«compuesta por individuos y grupos de individuos en com petencia»,11 lo cual significaba que Las ciudades, y sobre todo las grandes ciudades, están en una situación de equili­ brio inestable Estas grandes masas móviles de personas que se han agrupado for­ tuitamente están en estado de perpetua agitación, son sensibles a cualquier doctrina, están sujetas a alarmas constantes y, como consecuencia, ia comunidad está en si­ tuación crónica de crisis’’., Este hecho mostraba «la necesidad de hacer un estudio de conducta colectiva más detallado y profundo», concentrándose en «la psicología de la crisis» y anali­ zando hasta qué punto »el sistema parlamentario, y el sistema electoral (podía) ser considerado com o una manera de evitar las revoluciones y solventar y controlar las crisis»'-’ Park consideraba que «¡a desaparición de las relaciones locales y la debilita­ ción de los con troles e inhibiciones impuestas por el grupo primario, debidas a la influencia del entorn o urbano, eran ¡os responables del aum ento del vicio y la d elincuencia en las grandes ciudades»1,1. En las "colonias de inmigrantes» que «se han establecido en las grandes ciudades», ¡as poblaciones extranjeras vivían aisladas pero tenían su propia organización política y social que era independiente y vigorosa15: En esta situación, los rituales sociales y el orden moral que estos inmigrantes han traído de sus tierras de origen se han mantenido durante un tiempo considerable en medio de las influencias del entorno norteamericano Sin embargo, el control social, basado en las costumbres familiares, desaparece en la segunda generación1"

LA CiU DAD DE LA ETERNA POBREZA

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t-ig. 12 3 LiUlt Ik tl (pequeño infierno) en Chicago, 1902 Una de las áreas de inmigración italiana, pronto se ie conoció como lugar (Je \icio y delincuencia

M ientras estas relaciones primarias se debilitan, los antiguos controles infor­ males, basados en las costumbres familiares, son substituidos por m ecanism os le­ gales form ales1r Según Park, un aspecto im portante de esta nueva y distinta organización so­ cial urbana era ta «región m oral-: «la población tiende a segregarse. no sólo se­ gún sus intereses, sino tam bién según sus gustos y tem peram entos -, form ando -esp acios separados en los que los impulsos reprimidos de vagabundeo, las pa­ siones y las ideas se liberan del orden moral d om in an te»18 A partir de ahí se in i­ cia «la segregación de los pobres, tos viciosos y ¡as personas d iferentes-, de m odo que La asociación con otras personas de la misma cuerda ( ) supone no sólo un esti­ mulo, sino también un soporte moral a las características que tienen en común y que no hallarían en otras sociedades En ia gran ciudad, ios pobres los viciosos y tos detícuentes se juntan y. aprisionados en una relación insana y contagiosa cre­ cen y se reproducen1'1

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En un ensayo sobre delincuencia juvenil que publicó ai final de la colección, Park desarrollaba este tema con mayor amplitud. «Vivimos en un (....) período de individualismo y de desorganización social Todo está en estado de agitación -todo parece que está cam biando Parece com o si la sociedad fuera una constelación de átomos»20. En su opinión, el automóvil, los periódicos y el cine habrían contribuido a este cam bio, El simple movimiento de la población de un lugar a otro -por ejemplo, ¡a actual migración de negros hacia el norte- es una influencia perturbadora Desde el pun­ to de vista de la gente que emigra, este movimiento tiene un aspecto liberador, en el sentido de que les abre nuevas oportunidades económicas y culturales, pero de­ sequilibra tanto las comunidades que han abandonado como las comunidades a las que se dirigen. Al mismo tiempo no deja de resultar desmoralizador para los pro­ pios emigrantes y, sobre todo, añadiría, para la generación más joven La gran cantidad de delincuencia, juvenil y adulta, que hoy en día existe en las comunidades negras de las ciudades del norte se debe en parte, aunque no del todo, ni hecho de que los emigrantes no han sido capaces de integrarse totalmen­ te a un entorno nuevo y relativamente extraño. Podemos decir lo mismo de los in­ migrantes europeos, o de ia nueva generación de mujeres que en estos momentos está ocupando masivamente los nuevos lugares de trabajo y adoptando eí tipo de vida más libre que la gran ciudad les ofrece-1.

Park no daba ninguna explicación y menos todavía un remedio: «De to que sa* bemos menos es de cóm o hay que llevar una vida en grupo--2 «Tengo el presen­ tim iento de que a este texto le falta una moraleja», confesaba, «y sé que todos los ensayos sobre tem as sociales deberían tenerla»; el hecho es que «el problema de la delincuencia juv enil parece nacer en una situación, sobre la que, con los conoci­ mientos que tenem os hov en día, no tenemos ningún con trol'*-1 Es evidente que si Park hubiera v uelto al South Side de Chicago de los años ochenta, todavía se hu­ biera preocupado más Tratando de buscar respuestas a las preguntas formuladas por Park, la escuela de Chicago analizó, en una serie de estudios, la desintegración y la delincuencia que con tanta evidencia aparecían en las calles de la ciudad La monografía de Thrasher, 7 Iw Gtinx (La banda), publicada un año después, confirmaba que se tra­ taba de un fenóm eno que se daba en las áreas que Burgess, en su texto clásico so­ bre geografía social de ia ciudad-14, denominaba «Zona de transición" y que se ha­ llaba alrededor del centro urbano: Es en estas zonas donde encontramos barrios deprimidos, gran movilidad, áreas don­ de se han instalado emigrantes que acaban de llegar corrupción política, vicio, de­ lincuencia y desorden general. Sin embargo la causa principal que permite el de­ sarrollo de bandas en estos lugares es el fracaso de las costumbres e instituciones sociales para organizar ia vida del muchacho-5. Y ésta era una de las características de la inmigración: en esta época, tres cuar­ tas partes de la población de Chicago estaba formada «por gente extranjera acom ­ pañada por sus hijos» :

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Chicago es un mosaico de colonias extranjeras con herencias sociales conflictivas No ha habido tiempo para que estos distintos elementos se asentaran y se desarrollara un orden social consistente y autocontroiado. La «banda- es un síntoma de «retraso cultural”2"

Sus estudios mostraban que la gran mayoría de miembros de bandas eran hijos de inmigrantes cuyos padres, que en su mayoría procedían de! campo, ya no podían con­ trolar a causa de su desconocimiento del inglés y de la carencia de códigos de conducta comunitaria: «los hijos de los inmigrantes tienden a americanizarse de manera rápida pero superficial, asimilando los aspectos peores y más depravados de la vida nortea­ mericana que se encuentran en las áreas desorganizadas y móviles en las que v iven-27 Ésta había sido siempre ía estructura social de Chicago desde que había em pe­ zado a ser estudiada: «La historia de Chicago, desde su n acim ien to a la Primera Guerra Mundial, se ha caracterizado por la lucha, a veces violenta, de los blancos que llegaron primero contra los últim os inmigrantes -lo s e x tra n je ro s-28 En la épo­ ca de la Hull House, un asistente social observaba con preocupación: -El desdén con que el Da$o -q u e podía ser un español, un portugués o un ita lia n o - mira al Sheeny -ju d io - no se puede medir sino con el desprecio con que el Slweiiy contem pla ai Dir;oy' En este orden jerárquico alguien tenía que estar en el ultim o peldaño, y a finales de ios años veinte parece que io ocupaban los sicilianos del North Side donde -p o r lo m enos según lo que los periódicos decían a sus lectores- ei asesinato y la violencia estaban ai orden del día. Com o uno de tos sociólogos de C h icago descubrió en 1929. esta -pequeña Sicilia- ~ o pequeño infierno-: albergaba 15 0 0 0 cam pesinos sicilianos que no tenían ningún tipo de preparación -era ei centro principal de co n ­ trabando ilegal de licores, de secuestros y de bandas delictivas-*11. En esta sociedad, Hay una desorganización personal crecien te entre ios que han n acid o en Norteamérica La segunda generación se encuentra viviendo en dos mundos”

Do allí que el barrio bajo, principalmente el que está habitado por extranjeros, sea la tierra de las bandas íT muchacho ha creado un mundo en ei que puede v ivir y dar satisfacción a sus deseos1-' Un trabajo más amplio realizado por otro miembro de la escuela y publicado el m ism o año confirmaba que los modelos geográficos de vagancia, delincuencia juvenil y criminalidad adulta estaban muy relacionados: todos se con centraban en zonas de transición, con un entorno físico deteriorado y una p oblación en decli­ ve, situadas alrededor de los distritos centrales de negocios y ocupadas por in m i­ grantes europeos y negros procedentes del sur: lodos proceden de lugares con costumbres que difieren mucho de las situaciones con las que se encuentran en la ciudad En el conflicto que se plantea entre lo vie­ jo y lo nuevo, los controles culturales y sociaies que estos grupos tenían previamente, tienden a desaparecer Esto, unido al hecho de que hay pocas fuerzas comunitarias constructivas para restablecer un orden convencional, hace que hay a una fuerte de­ sintegración social"

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A mitad de los años cuarenta, cuando Shaw am plió estos estudios a otras ciu­ dades, pudo observar los mismos modelos: en ciertas áreas de ingresos bajos ia de­ lincuencia era «una tradición social»34. A finales de los años veinte y generalizando a partir de la primera etapa de es­ tudios sobre Chicago, Park acuñó una frase que se fue repitiendo durante varios años en los textos de sociología, aunque cada vez con mayores notas discordantes. Siguiendo la linea iniciada en sus primeros textos, decía que la m igración a las ciudades producía «un cam bio en el tipo de personalidad {....) Las energías que an­ teriorm ente estaban controladas por las costumbres y la tradición se debilitan El individuo se siente libre para emprender nuevas aventuras, pero está sin dirección ni con trol»35.. Ello daba com o resultado «un híbrido cultural, un hom bre que vive y com parte íntim am ente la cultura y la tradición de dos pueblos diferentes (. ,) un hom bre en el lím ite de dos culturas y de dos sociedades, que nunca se relacionan con plenitud ni se fusionan»36, cuyas características son la inestabilidad espiritual, ia intensificación de la percepción de su propia persona, la inquietud y el males­ tar»37 Park consideraba que a este tipo de persona se le podía llamar el casi destruye al propio Consejo Según su proyecto, elaborado en 1949, se cons­ truirían 40 0 0 0 unidades en seis años cosa que suponía colocar un gran número de negros en zonas blancas; estallaron motines, los políticos de la ciudad se asustaron y finalm ente Elizabeth Wood, directora del Consejo, fue destituida" Se abandonó la idea cié integración y el Consejo, después de llegar a un acuerdo con ios principales líderes políticos de la ciudad, inició un amplio proyecto de segregación de jure. Al term inarse la construcción, sólo uno de los 33 proyectos del Consejo apro­ bados entre 1950 y mitades de los años sesenta estaba en una zona donde había m enos ele un 8 4 por ciento de negros; todos excepto siete estaban en zonas don­ de por So m enos ei 95 por ciento de ia población era negra; más de un 95 por cien­ to de los pisos estaban en barrios completamente negros Com o más tarde dijeron algunas críticos, el Consejo había construido un sólido pasillo de viviendas de bajo alquiler a lo largo de la calle State y de las calles ad\acentes que comenzaba en la calle 22 y terminaba en la 5 1 1,10 A medida que se iba construyendo, ios blan­ cos se iban marchando: de las 688 000 nuevas viviendas que se edificaron entre 1945 y 1960. más del 77 por ciento estaban en las áreas residenciales suburbanas, don­ de no había negros 101 í:n 1969, un juez observó que las viviendas del Consejo estaban ocupadas en u n 99 por ciento por negros, y que el 99,5 por ciento de ellas estaban en zonas negras o de transición10* M “S e g u n d o ghetto de la ciudad, era varias \eces más grande de lo que llegó a ser el primero después del terrible motín de 1919 y estaba más aislado; su parte más antigua, el extrem o norte, se había so­ lidificado en horm igón armado institucional10-1 El corazón y el sím bolo del nuevo ghetto eran las viviendas Robert Tavlor, el pro> ecto de vivienda pública más grande del mundo: más de 4 300 pisos en 95 acres, un espacio de 2 millas de largo por un cuarto de milla de ancho, en el que se co­ locaron 28 edificios iguales de 16 pisos De los 27.000 primeros residentes. 20 0 00 eran niños Casi todos negros, todos pobres; más de la mitad dependían de la asis­ tencia pública L:n toda la zona habia sólo 2 600 hombres: era el equivalente de una ciudad de 25 0 0 0 habitantes, de ios cuales casi el 90 por ciento eran mujeres y niñ o s1“'t Uno de los vecinos com entó: "Vivimos am ontonados unos encim a de los otros sin espacio para movernos Estamos rodeados de peligros. Hay poco espacio para la vida privada, la paz y ia tranquilidad Y la gente nos mira com o si fuéramos

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ratas que viven en una reserva de intocables»105.. Lo que antes había sido un barrio pobre privado se había convertido en un barrio pobre público Para decirlo de otra manera, en veinte años nada había cam biado. Más o menos durante ía misma época otro grupo de sociólogos inició otra in ­ vestigación en otro ghetto de viviendas del sector público situado en el medio oeste, Era un lugar especial, puesto que se trataba del desgraciadamente famoso pro­ yecto de Pruitt-Igoe de St Louis, cuya vida y muerte hem os contado en el capítulo séptim o, Se encontraron prácticam ente con lo mismo que en las viviendas Robert Taylor. De las 9 ,9 5 2 personas que vivían en el área, más de las dos terceras partes eran jóvenes y de ellos las dos terceras partes tenía menos de doce años; las m u je­ res eran ei cabeza de familia en el 62 por ciento de ios hogares; sólo en el 45 por ciento de los casos el em pleo era la única fuente de ingresos106 l a historia tenía todos los ingredientes que ya conocem os: desorganización familiar, m arginación de los hombres, delincuencia y desintegración social; pero aquí la situación era más extrema y espectacular Los habitantes de Pruitt-ígoe vivían en un mundo de pe­ sadilla: desde que se habían trasladado a estos pisos el 41 por ciento había sufrido robos, eí 35 por ciento daños personales y el 20 por ciento asaltos graves107 Lo sig­ nificativo era que, según el estudio de Rainwater, sus valores eran casi siempre de clase media, pero para m antenerlos deberían haber tenido la estabilidad y eí nivel económ ico de la clase trabajadora alta, cosa que hubiera significado poseer un 50 por cien más de lo que ten ían 108. Era por ello que estas personas estaban con v en­ cidas de que la vida convencional y respetable es un logro inestable y débil, y que, en el m un­ do del ghetto de clase baja, el individuo que trata de com portarse según las ex­ pectativas convencionales puede fallar en cualquier m om ento íntim am ente unida a esta opinión sobre respetabilidad, hay una desconfianza básica hacia ias otras personas, sin que importe el grado de parentesco o estim ación. Esta desconfianza tiene dos aspectos: los otros pueden intentar explotarte y, más sutil pero igual­ m ente importante, sin tratar de querer explotarte, sencillam ente pueden dejarte col­ gado si dependes de ellos ( .) Es posible que las relaciones no funcionen, tan to si se trata de am antes, maridos, parientes o am igos1'1*'

De manera que los habitantes de "Pruitt-Igoe percibían una gran disyunción entre la conducta real de la gente de su mundo y las norm as que dictaban cóm o debería ser esta conducta»: disyunción que se manifestaba en una baja autoestima, sentim iento que Ies permitía enfrentarse a la explotación110 De ahí que la fam ilia centrada en la mujer, la marginación del hombre y la desintegración de la com u ­ nidad se aceptaran com o hechos de la vida; «los hombres son así», irresponsables «por naturaleza»; nadie puede fiarse de nadie, ni de su propio cónyuge111: El porcentaje relativam ente alto de separaciones m atrim oniales puede considerar­ se com o resultado, por una parte, del ambiente de la calle que subvierte el desarrollo de la familia, cosa que a su vez actúa negativam ente sobre esta institución y, por otra, de la existencia de una m enor cohesión dentro de! m atrim onio debida ai m e­ nor incentivo de la m ujer para retener a su esposo112

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a partir de ahí surgen otras curiosas consecuencias: una falta de fuertes vín­

cu los fam iliares, o de poco interés de la madre por sus hijos, que a su vez parece que contribuye a! alto nivel de retraso en la conducta de los niños113., A medida que los n iñ o s iban alcanzando ia edad escolar, las dificultades se m untiplicaban: El profundo pesimismo que ios habitantes de Pruitt-lgoe tienen sobre la naturale­ za humana, la sólida convicción de que la mayoría se comportará mal si esto con­ viene a sus intereses, que actuar mal es más natural que actuar bien, influye sobre las contigencias normales de la vida y hace que comportarse bien sea muy difícil Los padres piensan que es la suerte ía que hace que sus hijos crezcan de acuerdo con sus ideas de lo que es b u e n o "4 Por su parte ei niño aprende que no puede fiarse de su fam ilia, y que a menos qu e sea m uy afortunado, su vida no será muy distinta de las de los adultos que le rod ean: en consecuencia, piensa que es mejor tomarse ia vida com o es. Durante ia ad olescencia, su pandilla le dice que el éxito no le llegará por medio de una co n ­ ducta con v en cional ya sea en la escuela o en el trabajo, sino al convertirse «en un estafador que consigue io que quiere dominando a la gente, obteniendo recompensas con un m ín im o de esfuerzo y un m áxim o de e stilo -! 15 En opinión de Rain water, la marginación económ ica y la opresión racial son las causas que provocan este entram ado de síndromes, lo s negros de ¡as clases ba­ jas no encu entran su espacio dentro del sistema económ ico; el racismo lo impide, al tiem p o que los m antiene pobres y hace que los servicios que obtienen, entre los que se incluye la vivienda y 1a educación, sean más caros: Esta imposibilidad de ser como ios demás hace que el negro de clase baja pierda el mentido de su propia validez y eficacia, sentimiento que es el patrimonio normal y esperado entre ios individuos normales de las -tribus más primitivas- y más sen­ cillas de las zonas subdesarrolladas del mundo ( , ) obligados a \ivir entre otros in­ dividuos que están igualmente marginados en términos económicos En ¡as co­ munidades donde se produce esta situación, se premia a la gente que vive de la explotación y manipulación de sus iguales11" La raíz de todo ei problema radicaba en las perspectivas económ icas y en la si­ tu ación del hom bre 1:1 marido tenía mala imagen ante su esposa, ello le forzaba a adoptar una actitud autoprotectora de -buscarse la vida y a confiar en las res­ puestas de ¡os otros para medir su propio éxito: «Si uno consigue crearse una per­ sonalidad dram ática, habrá obtenido una especie de seguridad puesto que no se la podrán quitar ni se le terminará (por lo menos a la c o r t a ) -" 7 Este análisis es importante por ias implicaciones que supone: tratar de intervenir desde fuera y enseñar los valores de clase media por medio del sistema educativo signi­ fica dirigirse al fracaso porque no cambia las condiciones de vida en medio de las cuales la gente de clase baja ha desarrollado su propia visión del mundo y ha tomado su po­ sición en él Los programas convencionales contra la pobreza fracasan porque exigen que los pobres cambien su conducta sin tener los recursos necesarios para conseguirlo Dicho de otra manera, lo primero que había que hacer era dar dinero a los pobresIls

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Moynihan entra en la lucha En 1965, más de veinticinco años después de los estudios de Frazier y más de v ein ­ te de los de Myrdal, otro distinguido sociólogo, Daniel Patrick M oyniham , partici­ pó en el debate. Su trabajo corroboraba las conclusiones de sus colegas y dejaba cla­ ro que el problema seguía igual, pero a diferencia de los anteriores, su aportación provocó una torm enta política sin precedentes. Esta gran resonancia tuvo dos cau­ sas: la primera era que M oyniham era un académico que había entrado en la politica de los Estados Unidos en calidad de senador. Y la segunda fue que su inform e,

The Negro Family: The Case for National Action (La familia negra: Un caso para la ac­ ción nacional), se publicó al com ienzo de la década más turbulenta de la historia n e­ gra norteam ericana, etapa histórica que incluso llegó a superar la época de la em an ­ cipación. Esta década se inició en 1954 con el histórico caso, B row n etai versus Board

o f Education ofT opeka et a l , que se presentó ante el Tribunal Supremo y culm inó en 1964 cuando el presidente Johnson promulgó el Decreto de Derechos Civiles. M oynihan empezaba su inform e de la misma m anera com o iba a co n tin u ar­ lo, abruptamente y con franqueza: •'Lo que resulta más difícil de entender a los blan­ cos norteam ericanos es que {.. ) en los últimos años las circunstancias de la c o ­ munidad negra no han mejorado sino que han empeorado119. Haciéndose eco de las ideas de Frazier y Myrdal, afirmaba que: "El problema fundam ental es la estructu­ ra de la fam ilia": La evidencia -n o final poro sí terriblem ente co n v in cen te-es que la fam ilia negra de los ghettos urbanos está desmoronándose La gente de clase media lia conseguido sal­ varse, pero dentro del gran núm ero de trabajadores urbanos sin preparación y sin edu­ cación ei entram ado de relaciones sociales convencionales se ha desintegrado (... > Mientras esta situación se m antenga, el ciclo de pobreza y m arginación co n tin u ará1^1

L:l informe repetía los datos ya conocidos sobre la desintegración fam iliar au n ­ que ahora la situación había em peorado: casi una cuarta parte de los m atrim onios negros estaban disueltos; casi una cuarta parte, ocho veces más que entre los blan ­ cos, de hijos eran ilegítimos; casi una cuarta parte de los cabezas de fam ilia eran mujeres; 14 por ciento de los niños negros, 2 por ciento en ei caso de los blancos, dependían de la ayuda publica121. De manera que, en opin ión de M oynihan , -la estructura familiar de las clases pobres negras es muy inestable, y en m uchas ciu ­ dades está muy cerca del colapso total-*12-. Las causas eran las mismas que Frazier había sugerido: esclavitud, reorganización, urbanización: De hecho, ia comunidad negra se ha visto forzada a adoptar una estructura matriarcal que, al ser tan distinta de la tradición de! resto de ia sociedad noteam erican a, ha retrasado el progreso de! grupo en su globalidad, im poniendo una carga terrible so­ bre el hom bre negro y, en consecuencia, también sobre m uchas m u jeres12-'

Pensaba que los hogares matriarcales contribuían a crear una situación psico­ lógica que no permitía posponer la gratificación personal y que ello producía un modelo de conducta inmaduro y neurótico tanto en los adolescentes com o en los

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adultos1- 1.. Las consecuencias también eran conocidas, por io m enos para los que habían leído los estudios anteriores; el informe de M oynihan confirm aba que no había habido ningún cam bio El desempleo entre la población negra habia «per­ manecido a niveles desastrosos durante 35 años», con la única excepción de los años de guerra125. «El impacto com binado de la pobreza, e¡ fracaso y el aislam iento del joven negro han dado como resultado altos niveles de delincuencia y criminalidad», Era posible que la mayoría de delitos cometidos contra personas (violación, asesi­ nato, asalto) fueran cometidos por negros, y, en la mayoría de los casos, contra otros negros526 En ei aspecto educativo, los jóvenes de raza negra tam bién estaban en desventaja: el 56 por ciento se había demostrado incapaz de superar el examen que realizaban las Fuerzas Armadas, una prueba sencilla que servía para valorar la ca­ pacidad, y «Un joven que no puede aprobar este examen tiene problemas»127 M oynihan concluía diciendo que ei objetivo de su estudio había sido plantear los problemas y no proponer soluciones: insistía en que «debía hacerse un esfuer­ zo a nivel nacional para solucionar el problema de los negros norteam ericanos con­ centrándose en el tema de ia estructura familiar,. El objetivo debía ser reforzar la fa­ milia negra de manera que ésta se consolidara y pudiera ayudar a sus miembros como hacen otras familias» Recordó que Erazier había dicho io mismo en 1950, pero «se dejaron ias cosas a su aíre, y así todo empeora en lugar de m ejorar»12y Consideraba que esta vez iba a ser diferente puesto que el presidente apoyaba el esfuerzo Si era verdad que lo apo\aba pronto dejaría de hacerlo y la causa no fue tan­ to la controversia que siguió al informe como la escalada de costos que trajo co n ­ sigo la guerra del Vietnam uo De todas maneras si exceptuamos a M oynihan, ei de­ bate no dejó bien a nadie ti informe se había preparado para su circulación interna dentro de! gobierno, pero se filtró y hubo que publicarlo. Los sociólogos se inco­ modaron ante el sincero recital de datos desagradables desgranado por M oynihan; los políticos de Washington relacionados con los programas de bienestar quisieron m antener su principio de «imparcialidad al colo r-111 Todos estuvieron de acuer­ do en rechazarlo, y lo hicieron Cuando la Casa Blanca propuso una reunión ocho meses después de que el informe fuera publicado, la filosofía, com o dijo uno de los participantes, era que «no existía nadie que se llamara Daniel Patrick M oynihan»1-12; en base a ias críticas que se le habían hecho,, y por lo menos una de ellas fue he­ cha sin leer el informe, se trató de cancelar la reunión y evidentemente se evitó ha­ blar de estructura fam iliar111

Ei im p acto de los m otines de! ghetto No cabe duda de que una de las razones por las que se inició esta gran con tro ­ versia fue el cam bio de percepción con la que los norteam ericanos, pero sobre todo los medios de com unicación, observaban a la com unidad negra Pero otra de las razones, quizás más im portante, fue que este inform e apareció durante la oieada de motines que, empezando en Birmingham. Alabama. en 1965 y term i­ nan do en Detroit en 1967, estallaron en más de veinte ciudades de Estados

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U nidos13-1. Su pu blicación en m arzo de 1965 fue seguida muy pronto, en agos­ to, por la gran revuelta del distrito de W atts en Los Ángeles, en el que trein ta y cuatro personas m urieron y hubo desperfectos por valor de 35 m illones de dó­ lares135; los medios de com u n icación d ijeron que el inform e M oynihan «expli­ caba» el m otín de W atts136, De hecho, análisis posteriores sugirieron que quizás n o lo explicaba . El e x ­ haustivo informe de la Com isión Kerner, nom brada al com ienzo de los m otines de 1967, no estudió el caso de Watts, sino que se concentró en otros sem ejantes que habían tenido lugar en siete ciudades entre las que se incluía Atlanta, Newark y Detroit Concluía de la siguiente manera: En el verano de 1967 el alborotador típico era un hombre negro soltero entre 15 y 24 años, y en muchos aspectos distinto dei estereotipo No era un emigrante Había nacido en el estado donde estaba en aquel momento y había vivido siempre en la ciudad en la que había estallado el motín, Su posición económica era la misma que la de sus vecinos negros que no participaron en él. Aunque normalmente no tenía graduación escolar, poseía mayor cultura que la del promedio de negros que vivían en la ciudad, ya que había estado en la escuela superior por lo menos una vez Sin embargo lo más probable es que su trabajo fuera de poca categoría y sin cualificación. Si estaba empleado, no trabajaba a tiempo completo y los períodos de ocupación estaban interrumpidos por épocas de desempleo Está convencido de que merece un trabajo mejor y que no lo consigue no a cau­ sa de su falta de preparación, capacidad o ambición sino debido a la discriminación de que es objeto por parle de ¡os empresarios Rechaza el estereotipo del blanco intolerante de que el negro es vago e igno­ rante, Se siente orgulloso de su raza y cree que en ciertos aspectos ios negros son superiores a los blancos Se muestra extremadamente hostil con los blancos, pero es probable que elio sea causado por un problema social y económico más que de raza puesto que muestra ese mismo sentimiento hacía el negro de cíase media1'7 Sin embargo, este retrato no estaba tan lejos dei estereotipo com o creía la Comisión, Dicho de otra manera, el alborotador típico era un habitante urbano de la segunda generación, un alum no fracasado de la escuela superior que no tenía tí­ tulo, pero que sin embargo estaba convencido de que ésta no era la razón por la que había fracasado en el mercado de trabajo; era extrem adam ente hostil a la m a­ yoría de la sociedad norteamericana ya fuera blanca o negra Entre dos tercios y nue­ ve décimos de los alborotadores eran adultos jóvenes, de uno y medio a tres cuar­ tos no estaban cualificados, de un tercio a dos tercios eran inm igrantes a ia ciudad, de un quinto a dos quintos no tenían em pleo y entre un tercio y nueve décim os tenían antecedentes penales1’8 A diferencia de la clase media negra, habían pro­ gresado poco ya fuera en trabajo, en vivienda o en educación En otras palabras, el alborotador típico, si es que existía, era un clásico miembro de la clase pobre que Frazier había descrito; to único que se podía añadir era que pertenecía al estrato más inteligente y am bicioso de la clase pobre Y si formaba parte de este grupo, había salido a la calle a saquear, razón que probablem ente no era la que había mo\ ilizado a las generaciones anteriores1

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Más adelante el inform e de la Comisión repetía la letanía, ahora ya familiar, del ciclo de desempleo, desintegración familiar y desorganización social; al incluir el tem a de la desintegración familiar com o causa del desem pleo, confirm aba el inform e de M oyniham . Entre dos m illones y dos m illones y medio de personas, es decir entre el 16 y el 2 0 por ciento de la población negra urbana, vivía en la m iseria y depresión de los ghettos sociales. Padecían una tasa de desempleo que doblaba la de los blancos y era probable que por cada b lan co hubiera tres negros en trabajos mal rem unerados y sin cualificar o en trabajos dom ésticos; en 1966, más de un cuarenta por cien to de la población negra se hallaba por debajo de la línea de pobreza. Otra causa im portante y que fom entaba esta situación era que en casi el 24 por ciento de las familias negras, el 9 por cien to en las blancas, el cabeza de familia era una m ujer Com o era de suponer, la conclusión a la que lle­ garon fue que la cultura de la pobreza fruto dei desempleo y de la desorganización familiar genera en el ghetto un sistema de relaciones despiadadas y explotadoras. La prostitución, ia adicción a ias drogas, ias relaciones sexuales eventuales y la delincuencia crean una jungla que se caracteriza por la inseguridad p erso n a l y la ten sió n .) 1,2 m i­ llones de niños m enores de 16 años que no pertenecen a ia raza blanca viven en los cascos urbanos, en ei seno de familias encabezadas por mujeres m enores de 65 años La m ayoría de estos m uchachos crece en la pobreza y sufre una situación que ios predispone al delito y al desorden civil en lugar de prepararlos para un tra­ b a jo que les permita entrar en la sociedad norteam ericana14'1.

Este soda uno de los aspectos clave de los motines de los años sesenta com o Morris janow itz señalaría más tarde: a diferencia del motín comunal del East St Louis de 1917 o del de Chicago de 1919, que fueron luchas interraciales para diri­ mir los lim ites de los ghettos negros que se estaban expandiendo, éste fue un m o­ tín do productos de consumo dentro del ghetto, dirigido contra la propiedad blanca y basado en el saqueo a gran escala1".. Ni las casas de los blancos ni la gente blan­ ca fueron objeto de los ataques; et aspecto clave de la revuelta fue ^comprar gra­ tuitam ente'- Considerar que fue un «motín para divertirse y sacar provecho»-, com o dijo í-dward Baníield en aquel m om ento, o - Ibid., pág 48 , l,> Rainwater y Vanccy, 1967. pág 294 "• ibid , págs 299. 304. 305. 310 1,2 Ibid . pág 248 ,n Ibid, págs 195.233 1,4 U S National Advisory Committee. 1968, págs 25 a lo8 1JS Ibid , págs 3 7 ,3 8 . I l'’ ¡íaimvatery Yancey. 1967, págs ¡39. 140 U7 U S National Advtsory Committee, 1968, págs 128. 129 11.1 i;ogelson. 19 7 1. págs 43, 114. ir> ja n o w itz . 1969, pág 3 2 5 ; M eier y Rudwick. 1969, pág 312

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140 l b i d , págs 2 6 2 , 2 6 3 141 j a n o w i t z , 1 9 6 9 , pág 3 1 7 . 14- B a n f i e l d , 1 9 6 8 , p á g s

1 8 5 n 2 0 9 ; Fox,

1 9 8 5 , pág 160.

143 U S National Advisory C o m m i t t e e , 1968, págs 2 7 8 a 2 8 2 144 lbid , pág 1 0 1,5 ibid. 144 Ibid , pág 2 3 . 147 VViison, 1 9 7 8 . pá g 2 ,4S i bi d , pág 1 0 3 l4V I b i d . . p á g

32 9

li " Ibid , pág 2 151 ibid .. págs., 9 5 a 9 8 ; K il li n gw o rt h. 1 9 6 8 l5: VViison. 1 9 7 8 , pág s t5J íbi d . pág

10 1 a 1 0 6

108.

154 Ibid , pág 1 3 2 154 W i l s o n , 1 9 7 8 , pá g 15 4 !í" S te i n b e r g , 1 9 8 1 . pág 2 0 9 liT’ Ibid . págs. 9 4 a 9 8 |W lbid . págs ,v‘ Farlej

17 3, 17 4. 2 0 1 , 2 0 2 , 221

198-}, pág s

lbid . pág. 141 1',t lbid „ pág 138. tf’’ ibid

pág

158.

lM I b i d . pág 161 1,1 ibid

pág

16 0

181 a 18.5

411

65 Ibid , pág 170 ” Ibid , pág 169, 170 1,7 Hulbert, 1984, pág 1.5 68 Ibid , pág. 16

69 lbid ■° Herbers, 1978a 71 Ibid , pág 16 r~ Moynihan, 1986 :J Herbers, 1987b 74 Skinner. 1986, págs 17, 18; Coward, 1987. pág 29 75 Tomiinson, 1983. pág 62;Jeffuoate, 1984. págs 57 a 64; II..FA, 1987, passini 7,t G B Manpower Services Commission, 1981, pág 8. D5, E5 rr G ÍJ. Commons líansard. 3 dic 1987. coi 681 7h G ¡5 ¡lom e Office, 198¡, pág 45 ibid.. pág 1 1 *" Arciibishop ofCantcfbury, 1985. pág 175 ,n lbid . pág 176 í ofT crw s Nuev a York: Vifcing Abrams, C. 1965: The City is the Frontier. Nueva York: Harper and Row., Abrams, C 1939: Rcwlntion in Latid, Nueva York y Londres: Harper and Brothers., Abu Lughod, J L„ 1971: Caira: 100! Yxtrsoftíie City Vktorious. Princeton: Princeton University Press Adams, T 1930: The need for a Broader C onception o f Town Pianning and D ecentralízatio n. In : Warren and Davidge, op., c it , 135-149,

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R abinow itz, F., 3 4 2 R adburn, 1 1 9 ,1 2 5 ,1 3 2 ,1 3 5 ,1 3 6 ,1 3 8 ,1 6 5 , 292, 355 y tram a, 108, 120, 132, 133, 137, 138, 139, 205 Rainwater, L .,3 4 9 , 3 9 5 -3 9 7 Raisina, 195, 196 R apkin, C , 339 Ravetz, A , 326, 237 Rayncs Park, 87 Reagan, R , 368, 4 0 3 ,4 1 7 Real Instituto de Arquitectos Británicos (Royal Institute ofBritish Architects), 85, 234, 281, 282, 334 Real in s titu to de planificadores de ciudades (Royal Town Pianning Institute, a n te rio r­ m ente Town Pianning Instituto) Reclus, E , 150-156, 2S4 Redesdale, Lord, 91 ñeform Act, (ley 19 8 4) G ra n Bretaña, 33 R e id .J , 180 Reich, R , 4 1 6 Retss, R L , 77-82 R e ith J .C W„, 141, 143, 178, 2 3 0 , 365 R enovación urbana (Urban Renewal Acts), le­ yes 1949,1954, Estados U nidos, 303 revolución cultural C h in a , 2 6 7 Rhodesia, 1 99-200 Richards, J M , 233 Richarson H , 423 Ridley, N ,3 1 8 Riesman, D , 312 Riis, Jacob, 43 Ritey, RB„ 3 0 9

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CIUDAD ESDEL MAÑANA

Rinkeby, 319, 323 Río de Janeiro, 226, 2 6 6 ,2 7 4 Rivetside, 6 6 -7 2 ,9 9 , 1 3 3 ,2 8 6 Roblnson, S ir A , 121 R oeham pton, 2 3 6 Romanos, A ,G , 266 Roma, 126, 2 0 6 Rümerstadt, 126-130, 140 Ronan Polnt, 237 Rooseveh, F D , 1 0 4 ,1 3 8 ,1 3 9 ,1 4 8 ,1 6 8 -1 7 3 , 281 Rotival M ., 241 Rouse, J , (y rousificación en Estados Unidos) 358-361 Rowcis, S T , 348, 349 Uowntree, fam ilia, 107 Rowsell, canónigo, 36 Ruislip, 66, 85, 89 R u $ k in ,i,2 3 , 77,97, 102 Russell Sage Foundation, 132, 166

Sage, R , 134 St Helier, 83 St Louls, 216. 248. 288, 305, 306. 333, 394. 395. 399, 400, 408 Salisbury, marqués, 29 Salisbury (B arate), 199 Saltley, 256 Salud, m inisterio (Wl'iiíí/j Mitiistryl 85. 90 121, 175, y m anual de salud, 81, 82, 83 Salud, (Public Health Act), (ley 1875). G i i . 32 San D em ardino, 311 San Francisco, 190, 192. 274, 371 y autom óvil. 309, 3 23-328 y d u d a d radiante, 240-244 y transporte. 68, 72 contra autopistas, 327-328 San M a rtin Porres, 263 Sandys, D , 234, 235 Sasscn S., 415, 416 satélite, ciudades, 117-129, 175-177, 208, 319-325 : Scarman, Lordjustice, 405 Schaefer, W ,D ,, 361 Schiffer, J 367 Schumpeter. J , 367 Schuster C o m m itte e , com isión, (1950), 339

Scott, A.J., 3 4 7 ,3 4 8 ,3 4 9 Scott, M„, 192 Scott, inform e uso suelo rural (report on rural land use, 1942) G ,B , 234 Seebohm, in fo rm e (report an social Service, 1968), G.B. 3 5 6 Selüer, R , 1 8 ,4 0 ,1 2 3 -1 2 7 Seiznick,P„ 172 Sennett, R., 2 7 1 ,2 7 2 Shaftesbury, Lord, 2 9 ,3 1 , 32 Shaker Heights, 305 Shaier, NS,, 163 Shangai, 267 Sharp, E., 9 2 ,2 3 4 Sharo, T , 9 0 ,9 1 Shaw, C.R., 381 Shaw, G, B , 34, 3 8 ,3 3 1 Shaw, N„, 62, 88 Shaw, R.N., 306 Sheffield, 1 0 6 ,2 1 6 , 236, 254 Sheppey, isla de, 259 Sherwood Forest, 270 Shore P, 365 Shoreditch. 62 Shoreham Beach, 259 Siediung, 130 Siemensstadt, 130 Siéyes. Abbé. 371 Silkln. L , 141, 180 Simmel, G . 377 Simón, E D ,210 Sinkjang, 268 Sitte. C , 110, 1 14. 123 Skarholmen, 319-323 Slough. 57.. 88, 89 Sm ith, A . 353 Smith. F M * Bora.x-, 72 Sociedad para la protección edificios a n ti­ guos (Society for Protection Anádrtt Builí/i7i£S). G D , 276 Soissons. L , 115. 120 Solent area, 270 Somerset Vailey, 163 Soria. A., 1 8 .2 0 , 122. 123 Soutar, A., y j ,6 6 Speer. A , 207- 209 Speke, 77, 122 Spence, B . 236 SpenceT., 101

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ÍNDICE

i Spencer, H., 101 Spengler, O.., 42 Stalin, 2 10, 211» 297 Standard City Planning EnablingAct (ley 1927), Estados Unidos, 69 Standard State Zoning EnablingAct (ley 1923), Estados Unidos, 69 Stanley, capitán, 196 Stanley Park, 120 Stead, E T , 24, 2 6 ,3 7 Stein, C., 12, 1 8 ,1 3 2 ,1 7 3 y Asociación planificación regional, 158, 161, 162 y cinturón verde, 139 y ciudades dinosaurio, 161,355 y trama Radbum, 119,132-137,178,290, 306 Steinberg, S , 401 Stevenage, 142 Stoke-on-Trent, 112 Stokes, C J , 265 Stone, P A , 234 Stoneleigh Park, 87 Strong j ., 43 Subvención desarrollo urbano {Urban D w lopmcnt Actian Grants). Estados Unidos, 36S,369 Südstadt, 208 Sunnyside Gardens, 135. 136. 165,306 Suresnes, 124 S u n n . revista, 159, 160 Sussman, C , 160

Taguantina, 229 Taliesin Fellowship. 301 Tatlamy BD .,304 Tanjore. 258 Task forcé, Estados Unidos, 273 Taut, B , 61, 128, 131 Taylor Robert. viviendas. 393, 394 Telíord New Town, 271, 281, 282 Tensta 319, 323 Thatcher. Ní., 364. 369, 371, 417 Thom son,J 24 Thoreau. D , 163, 299 Thrasher, FM , 380 Thünen. j H.. von, 338 Tiilingham Hat!, 371 Todt. dr 292

Tootiñg. 60-65 Toronto, 327 , Torrens Act (ley 1868), G.B., 32 Tottenham, '60, 62 Totterdown Fields, 60, 62 Transporte, ministerio, (G B ) , 326 transporte urbano, Estados Unidos, 72, 73 Bay Area Rapid Transit System, Los Ángeles, 327 Estocolmo, 319*323 ferrocarril, 59, 75, 122, 123, 165, 167, 286, 295, 321, 3 2 7 ,3 2 8 Londres, 59» 63, 70-76, 84-88,93 París, 323-326 Tressenow, H , 125 Treveiyan, G M , 90 Trípoli, 280 Tripp, H A..,120, 178,326 Truman, H , 303 Tudor Walters, Sir J , e informe vivienda (1918). 76-78, 80-S2. 117 Tug