Ciencia Y Tecnica En La Enciclopedia

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Ciencia y técnica en la Enciclopedia

Diderot y D'Alembert Javier Moscoso

22

Científicos para la

Historia

nivo1a L I B R O S E D I C I O N E S

Para la realización de este libro el autor ha contado con el apoyo proveniente de los proyectos de investigación "Epistemología histórica" (BFF2003-08994) y "Especiación de la ciencia" (BFF2003-09759-C03-02), ambos financiados por el MEC. Ia edición: junio de 2005 Foto de cubierta: Denis Diderot (detalle) de Van Loo (Museo del Louvre. París). © Javier Moscoso Sarabia © NIVOLA libros y ediciones. S.L. Apartado de Correos 113. 28760 Tres Cantos Tel.: 91 804 58 17 - Fax: 91 804 93 17 www.nlvola.com correo electrónico: [email protected] ISBN: 84-95599-27-9 Depósito legal: M-22.847-2005 Impreso en España Sin la autorización escrita de los titulares del copyright, queda rigurosamente prohibida la reproducción pardal o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprugrafía y el tratun le n to Informático.

índice 7

Intro d u cc ión

15

La I lu s tr a c ió n y las c ie n c ia s

67

La herencia de Newton

107

La Ilu s tr a c ió n

ra c io n a l:

147

La Ilu s tr a c ió n

r a d ic a l:

187

El f i n a l de la Ilu s tr a c ió n

207

Conclusión

213

Cronologi a

217

B ib lio g r a f ía

D'Alembert Diderot

Los apoyos y críticas de, por orden alfabético, Javier Echeverría, Javier Ordóñez, Juan Pimentel y Daniel Quesada, así como la iniciativa de Antonio Lafuente, hicieron posible y contribuyeron a mejorar esta obra. A la hora de preparar el manuscrito, un número nada pequeño de defectos fue subsanado por la mirada profesional y atenta de Antonio Moreno y Jesús Fernández, con quienes he contraído una deuda de gratitud muy grande. Adelaida Galán y Alberto Fragio aportaron muchos de sus conocimientos en los momentos finales de redacción. Ni que decir tiene que, a pesar de la ayuda inestimable de todos estos colegas y amigos, los errores y la responsabilidad última de lo que aquí se cuenta recae exclusivamente en mi persona.

I n t r o d u c c i ón A lo largo de los siglos, los hombres hemos utilizado la histo­ ria no sólo como memoria del pasado, sino como oráculo del pre­ sente. Hemos querido pensar que parte de lo que somos proviene de la herencia irrenunciable de tiempos pretéritos. Nos sentimos parte de una comunidad que parece haber contribuido a desarro­ llar nuestros sistemas sociales, nuestras creencias o nuestras for­ mas de conducta. Y, como en la propia vida, en la que pensamos que ha habido episodios decisivos en la forja de nuestra persona­ lidad o en el modo en el que se ha desarrollado nnestro carácter, la identificación con algunos momentos de un pasado que imagi­ namos colectivo ejemplifica y da sentido a muchas de nuestras representaciones y anhelos del presente. La Ilustración constitu­ de dónde venimos y también, por supuesto, quiénes somos.

samos que hemos alcanzado esa mayoría de edad social de la que hicieron gala los representantes del mundo moderno. Así que nos

técnica

deros de los valores establecidos durante el siglo ilustrado y pen­

y

Los ciudadanos de comienzos del siglo XXI nos sentimos here­

Ciencia

ye uno de esos periodos que todavía se invocan para esclarecer

atribuimos las características de su pensamiento: el surgimiento

fanatismo y de la ciencia frente a la superstición, la tradición y la ignorancia. Junto a los valores morales del siglo XVIII, nos incli­ namos a aceptar que buena parte de nuestras formas de compor­ tamiento se iniciaron en el contexto del mundo que llamamos ilus­ trado: la sociedad de mercado, la opinión pública, la literatura de consumo, el nacimiento de la filantropía, los hábitos higiénicos, la privacidad, los derechos de los animales, de las mujeres, de los

Enciclopedia

de la esclavitud y, en general, la supremacía de la razón frente al

la

libertad de asociación, de información y de creencia, la abolición

en

del derecho y el periodismo, la carta de los derechos humanos, la

hombres, de la infancia. Uno de los grandes pensadores de la Ilustración escocesa, Adam Smith, escribía que los vivos podemos identificarnos hasta tal extremo con los otros, que llegamos a sim­ patizar incluso con tos muertos. Al menos desde el punto de vista de la manera en la que nos sentimos herederos de la edad de la razón y del mundo ilustrado, no le faltaba razón. A pesar de ese reconocimiento, seguimos sin manifestar un acuerdo sobre los elementos más relevantes de ese periodo. Nos creemos modernos e ilustrados, pero no sabemos a ciencia cierta ni qué fue la Ilustración ni en qué consiste la modernidad. Más aun. no hemos alcanzado acuerdos definitivos sobre los elemen­ tos que estructuran y que definen ese momento histórico. Dependiendo de la perspectiva, los historiadores se han reparti­ do el privilegio de investigar la Ilustración desde ángulos muy diversos y no siempre convergentes. En relación a la historia de las ciencias, y para el caso que nos ocupa en este libro, nuestro tema, como sus protagonistas, están al mismo tiempo unidos y desunidos. Ambos forman parte del movimiento filosófico, pero se han embarcado en ese proyecto por motivaciones e intereses divergentes. Ambos mantienen una relación muy activa con el dominio de lo que hoy en día denominamos ciencias, pero no de la misma manera ni en relación a las mismas ramas del conoci­ miento. Merece la pena recordar que Denis Diderot y Jean le Rond d’Alembert fueron dos de los representantes más conspicuos del pensamiento y de la ciencia ilustrada y, sin embargo, las similitu­ des de su campaña intelectual no permiten eludir sus muchas dife­ rencias. ¿Se trata quizá de dos figuras que, a su modo, represen­ tan la diversidad de perspectivas en las que se articula la ciencia ilustrada? Tal vez, o al menos esto es lo que se va a intentar defen­ der a lo largo de estas páginas. Lo que se va a contar es una his­ toria que se entiende como representativa de las tensiones y de las diferencias, del carácter heterogéneo del movimiento filosófi­

co y, más en particular, de la ciencia ilustrada. No es una fabrica­ ción, sino un ejemplo de una profunda diversidad que, ya sea por comodidad o desconocimiento, preferimos olvidar. Confío en que el lector no se molestará si comienzo contando el argumento o mejor aun, si empiezo con una pequeña simplifi­ cación de nuestros dos protagonistas. Diderot y D’Alembert se parecen tanto que sus muchas diferencias pueden compararse punto por punto. El primero, Diderot, es un filósofo que, por razo­ nes que veremos más adelante, llega a mantener un interés muy sincero por la investigación y la comunicación de las ciencias y las técnicas. El segundo, D'Alembert, es un matemático, un científico, que llegó casi por casualidad, y contra sus propios deseos, al mundo del pensamiento, al ámbito de la filosofía y, lo que es peor, a las luchas externas e internas del librepensamiento. Ambos coin­ ciden en esa encrucijada que relaciona la filosofía y las ciencias, pero los caminos que los condujeron a ese terreno fueron muy dis­ miento del mundo natural. D'Alembert es un matemático que se verá envuelto en el tumulto de la filosofía. Tampoco se parecen las formas de saber que ambos defien­ den. Para D’Alembert la ciencia es una empresa de naturaleza eli­ tista, que en sus aspectos fundamentales está abierta a muy pocas

Ci ene i a y técni ca

tintos. Diderot es, antes que nada un filósofo avocado al conoci­

personas instruidas. Para Diderot, por el contrario, la filosofía natural constituye una actividad colectiva y esencialmente públi­

en

ca, que comienza en la experiencia y que no requiere mayor pre­

la

paración que la que pueda proporcionar una conciencia honesta

Ene i c lo p e d i a

y un uso de los sentidos liberados de las fuentes de la autoridad y del prejuicio. Allí además donde D’Alembert concibe una ciencia necesaria, que no requiera el establecimiento de hipótesis de carácter empí­ rico, sino que pueda deducirse de unos pocos principios genera­ les y evidentes, Diderot considera incuestionable el uso de conje­

turas en el avance del conocimiento. Sucede, a su juicio, que en oca­ siones hay que dar a la sabiduría el aire de la locura para procurarle entra­

das La especulación filosófica constituye una característica irrenunciable de la investigación, siempre y cuando vaya acompañada de la observación y del experimento. En tanto que para D’Alembert la ciencia se ocupa de las razones, su preocupación se centrará en el ámbito del análisis y de la mecánica. Puesto que para Diderot el conocimiento se explica en términos de efectos y de causas, sus ramas de investigación serán las ciencias experimentales y, espe­ cialmente, aquellas en las que confluyen intereses científicos con especulaciones éticas y filosóficas: las diversas ramas de la medici­ na, la anatomía, la fisiología o la historia natural. Hay una diferencia mayor que tampoco puedo dejar de resal­ tar. Tanto menos cuanto que buena parte de mi argumentación descansa sobre este punto. Me refiero a la diferente lectura que nuestros dos protagonistas hicieron de la figura que, durante la primera mitad del siglo XVIII, fue considerada la gran luminaria del conocimiento científico. Hablo, por supuesto, del matemáti­ co y filósofo natural inglés sir Isaac Newton. De manera muy esquemática, podría decirse que mientras D’Alembert fue, esen­ cialmente, un partidario de la filosofía natural contenida en (os Principia mathematica -la nbra en la que Newton había explicitado su mecánica- Diderot prefería el estilo y las implicaciones de la filosofía del experimento que Newton había promovido desde las páginas de su Óptica. Aunque ambos autores se consideraron partidarios del gran Newton, nos encontramos ante un problema de distribución de una herencia intelectual lo bastante excelsa como para generar dos corrientes de investigación. La una, de naturaleza analítica y axiomática: la otra, inductiva y experi­ mental. Más adelante explicaré estos términos con más detalle. El asunto que ahora me interesa subrayar es el modo desigual en el que el conocimiento y la práctica científica se distribuyen en dos corrientes de opinión que, cada una a su manera, van a sobrevivir hasta comienzos del siglo XIX.

Con todas estas diferencias entre nuestros autores intento sugerir que erraría quien pretendiera leer la Ilustración como un movimiento homogéneo que, por un parte, define un núcleo firme de creencias y prácticas experimentales, y por la otra se opone en todos los órdenes a otras formas de pensamiento, como las pro­ pias de la cultura popular o de las prácticas y creencias religiosas. La ciencia, y en esto hay que ser especialmente cauteloso, no se opuso en todos los casos a la religión y, en ocasiones, ni siquiera a la autoridad. La polaridad que equipara el conocimiento cientí­ fico al proceso civilizador, mientras considera que otras formas de saber se correspondieron siempre con la ignorancia, la minoría de edad o el fanatismo, no encuentra apoyos suficientes en la evi­ dencia histórica. Después de todo, uno de los mayores voceros de esta dicotomía, Voltaire, rechazó en más de una ocasión resulta­ dos experimentales perfectamente avalados por la experiencia porque parecían contradecir la necesidad de un ser supremo. De la misma manera, muchos como él consideraron que el sistema este último parecía conducir a la irreligión y al ateísmo.

técnica

me interesa no perder el hilo conductor de nuestra historia. Las circunstancias que rodean al proyecto enciclopédico y, especial­

y

Más adelante volveré sobre algunos de estos lugares comunes que deben ser al mismo tiempo esclarecidos y rechazados. Ahora

Ciencia

newtoniano era preferible al cartesiano porque, entre otras cosas,

mente, la forma en la que sus dos editores conciben la empresa

decir que cuando hablamos de un siglo newtoniano -por oposi­ ción, por ejemplo, a una ciencia cartesiana- no podemos pensar en una herencia monolítica sino en un conjunto muy variado de traducciones y apropiaciones. La ciencia del siglo XVIII es, al mismo tiempo, matemática y experimental. Y cuando digo al mismo tiempo no quiero decir que lo sea, la mayor parte de las veces, en las mismas personas. Las ciencias experimentales del

Enciclopedia

venían, ambas, de la herencia intelectual newtoniana. Esto quiere

la

gación que se abrieron paso a lo largo del siglo ilustrado y que pro­

en

del conocimiento, reflejan las dos grandes tradiciones de investi­

Int r o d u c c i ó n

momento no incluyen, en términos generales, ni leyes cuantitati­ vas ni referencias a magnitudes. Al contrario, los desarrollos en la mecánica racional, por ejemplo de D’Alembert, no tienen necesi­ dad de hacer intervenir en absoluto el experimento. Por eso, al reflexionar sobre la Ilustración, no podemos afirmar sin más que se trata de un periodo marcado por la herencia de la filosofía natu­ ral newtoniana. Eso es decir muy poco. Después de todo, ya vemos que la obra de Newton no se distribuye en un único legado, sino que se diversifica y se constituye en material de libre apropiación. Hay todavía otros aspectos que, en este esbozo de las dife­ rencias entre el sentir de Diderot y el de D'Alembert, han queda­ do pendientes. El primero de ellos atañe al lugar donde se produ­ ce y gestiona el conocimiento científico. En el primer caso, el tipo de investigación que guía la mecánica se desarrolla en el contex­ to de las instituciones científicas europeas y viene avalado por el prestigio de los príncipes o de los monarcas involucrados en estos centros del saber. La Academia de Ciencias francesa, la Royal Society de Londres o la Academia de Ciencias de Berlín forman parte de una red de instituciones de primer orden que contribu­ yen a fomentar la sensación de pertenencia a una república de las letras que atraviesa fronteras comerciales y políticas entre esta­ dos. El modelo de ciencia propugnado por Diderot, sin embargo, hunde sus raíces en algunas de las academias provinciales, como Montpellier o Edimburgo; se sitúa en la periferia del conocimien­ to y se yergue amenazante frente a muchas de las conclusiones o presupuestos de la ciencia oficial. El último punto que me interesa señalar tiene que ver con los mecanismos de validación de conocimiento. Es cierto que con frecuencia se entiende que los saberes que surgen de la llamada Revolución Científica de los siglos XVI y XVII privilegiaban la razón frente a la autoridad, la observación frente a la verdad revelada y el experimento frente a los hechos heredados de la Antigüedad. Tanto Diderot como D’Alembert estarían de acuer-

do en esta caracterización de la empresa científica. Pero de nuevo aquí habría que introducir matizariunes. Pues mientras el saber matemático produce, o debe producir, un conocimiento necesario que se apoya, además, en demostraciones incontesta­ bles, el conocimiento del mundo natural sólo puede sostenerse en evidencias observacionales o experimentales que, en conse­ cuencia, le confieren un carácter, a lo sumo, probable. La nece­ sidad de la demostración y la probabilidad de la evidencia se oponen a la mera autoridad, pero tampoco a cualquier forma de autoridad. Esto quiere decir que mientras que en el caso de la mecánica se ensalzan las formas demostrativas del razonamien­ to a partir de principios que se consideran evidentes, en las cien­ cias experimentales se subraya el carácter público de la expe­ riencia y, en consecuencia, la necesidad de producir resultados al alcance de todo el mundo. Pero ¿qué sucedió con esta doble tradición matemática y expe­ rimental? La respuesta de esa pregunta no es sencilla: digamos que la creciente matematización de las ciencias experimentales fue acompañada de una mayor disposición a realizar contrastes de naturaleza empírica sobre algunos resultados deducidos de hipó­ tesis puramente matemáticas. Buena parte de los desarrollos de la ciencia de comienzos del siglo XIX pueden entenderse como el resultado de la confluencia de esos dos procesos independientes. Una unificación que también alcanzó al resto de los elementos que hemos identificado. La necesidad y la probabilidad; la axiomatización y la experiencia; la ciencia elitista y la popular se conjugan en la formación de los grandes estudiosos de la naturaleza del nuevo siglo. En Francia aparecerán figuras como Laplace, cuya Mecánica celeste supuso el tratamiento más completo de la apli­ cación de principios mecánicos a fenómenos naturales tan varia­ dos como las reacciones químicas, los fenómenos de cohesión de los sólidos, la acción capilar o la refracción óptica. Se establecían así los fundamentos de una mecánica física, más tarde desarrolla­ da por Siméon-Denis Poisson o Jean-Baptiste Biot, susceptible de

interpretar fenómenos como la electricidad, el calor o la luz mediante modelos mecánicos. El proceso de unificación e institucionalización de la física que tuvo lugar durante la primera mitad del siglo XIX supone, por tanto, la culminación de los programas abiertos por Newton en sus Principia y en su Óptica. Es en este momento cuando la unidad de la ciencia aparecerá como una consecuencia de la unidad de la naturaleza y, por extensión, como una medida de la estabilidad social. A su vez, muchos de estos procesos de formación teórica estuvieron ligados a innovaciones tecnológicas. Y aquí también conviene hacer un pequeño alto para la reflexión. La disociación entre la teoría y la práctica, entre la llamada ciencia básica y la ciencia aplicada no está justificada en ninguna parte de la historia de la ciencia, pero es todavía menos defendible en el caso del naci­ miento de la física clásica y la relación que se estableció, por ejem­ plo, entre los desarrollos en la maquinaria y la formulación de las leyes de la termodinámica. Queda, en fin, un último aspecto reseñable en la relación de nuestros dos protagonistas; una última tensión en la forma de comprender la actividad científica que debe ser discutida y eva­ luada. En términos muy simplistas, podríamos decir que mientras que D’Alembert mantiene ijn interés sincero por la mecánica y, en general, por las ciencias físicas, Diderot, por el contrario, popula­ riza una concepción de la física experimental que toma sus ejem­ plos de las ciencias biomédicas y, especialmente, de la fisiología vitalista. Esta diferencia entre ambos pensadores resulta muy rele­ vante por distintos motivos. En primer lugar, Diderot, como vere­ mos, forma parte de una corriente científica y filosófica que niega la posibilidad de reducir todos los fenómenos a la mera interac­ ción de materia y movimiento. Dicho de una manera más actual, para Diderot -como para otros muchos autores ilustrados- los fenómenos vitales no pueden explicarse mediante las leyes y pro­ cesos de la mecánica. Eso impide una reducción de los fenómenos

que hoy llamaríamos biológicos a los fenómenos físicos y, en con­ secuencia, pone en tela de juicio la unidad de la ciencia. En segun­ do lugar, la circunstancia de que ambos pensadores mantengan intereses tan dispares en relación al conocimiento científico tam­ bién contribuirá a modificar las expectativas que cada uno de ellos mantendrá sobre los beneficios que cabe extraer de esas formas de conocimiento. Más tarde veremos cómo mientras D'Alembert, como el propio Voltaire, considera la ciencia como un instrumen­ to para conseguir prestigio social, Diderot la entiende como una empresa pública al servicio de la comunidad.

Ciencia y t écnica en la Enciclopedia

Frontispicio de la Enciclopedia.

Introducción

La Enciclopedia, el libro de los libros que pretendía sustituir al otro gran libro, la Biblia, y ser una lectura razonada del libro de la naturaleza, está presente a lo largo de la obra. El tratamiento que le hemos dado no es sistemático porque tampoco la Enciclopedia fue, ni pudo ser, una obra sistemática. Más bien al contrario, la publica­ ción accidentada de sus diversos volúmenes patentiza la relación entre la ciencia y el público, la razón y el interés, y, sin duda, la con­ vicción y la persuasión. Esta es una de las lecciones que se aprenden en algunas de las imágenes más emblemáticas del período. La iconografía ilustrada refleja todas estas contradicciones y usos de la ciencia. Así apare­ cen, por ejemplo, en el frontispicio de la mismísima Enciclopedia. Este tipo de imágenes cumplían una función muy importante en el contexto de la ciencia moderna. Y algunas de ellas -como la que acompañaba la Nueva Allánlida de Bacon o la que abría la Anatomía de Vesalio- fueron especialmente famosas. Se trataba de expresar alegóricamente el sentido general de la obra, de manera que el lec­ tor atento, aun sin leer la primera línea, pudiera barruntar el conte­ nido y la intención de su autor. Para nuestros ojos del siglo XXI, los signos y las figuras de estas imágenes han perdido su carácter inme­ diato y requieren, la mayor parte de las veces, de una cierta tarea de interpretación. En el caso que nos ocupa, el del frontispicio de la Enciclopedia o Diccionario razonado de las ciencias y las artes, nos encontramos con cuatro protagonistas. Entre el gran número de mujeres que conforman el público, dando cuenta así de un testimo­ nio desprejuiciado, aparece la Verdad cubierta con un pequeño velo por el que todavía es posible entrever su desnudez. A su izquierda, la Razón intenta despojarla de su indumentaria ante la mirada aten­ ta de la Historia. Finalmente, la Teología aparta la mirada y la dirige hacia lo alto. Como en otros motivos similares que recorrieron el mundo muderno, el libro de la verdad revelada ha sido sustituido por este otro libro de la naturaleza, en la que el propio ejercicio de la actividad racional consigue presentar ante los ojos de la humani­ dad la verdad sin tapujos ni paliativos.

I

La I l u s t r a c i ó n y las ciencias

Ciencia, tecnología y sociedad

la relación entre la ciencia, la tecnología y la sociedad. Al menos

Ciencia

en el caso de la Enciclopedia no cabe hacer distinciones demasia­

y

Hace ya bastantes años que los filósofos vienen hablando de

usos de la razón, los saberes más teóricos y los quehaceres expe­ rimentales entretejen una tupida red económica, social y cogniti-

técnica

do precisas entre ninguno de estos ámbitos. La curiosidad, los

va. Los conocimientos teóricos, las prácticas tecnológicas ligadas en

al desarrollo de profesiones y de oficios, los esfuerzos de unifica­ ción lingüística y de divulgación entre gremios y comunidades con­

la

forman un conglomerado social que presencia la transición desde

Enciclopedia

una Francia estamental y agraria a una sociedad industrial. Inútil sería pretender encontrar en las páginas de este libro colectivo un edificio perfectamente ordenado, ajeno a los avatares de su pro­ pia historia o a la matriz cultural en la que fue ideado. La diversidad del movimiento enciclopédico se deja sentir tanto en la variedad de sus colaboradores como en la pluralidad

ciencias

de sus entradas. A lo largo de sus diecisiete volúmenes van apa­ reciendo artículos sobre agricultura, minería, arquitectura, botá­ nica, comercio, astronomía, artes mecánicas, metalurgia, exégesis,

l as

como el viajero y expedicionario La Condamine, escribieron sobre

La

Ilustración

o jurisprudencia. Algunas figuras muy importantes de la época,

y

esgrima, crítica artística y literaria, geografía, gramática, derecho

asuntos en principio tan insignificantes como la chirimoya, mien­ tras que otros autores apenas conocidos, como el caballero de Jacourt, redactaron las entradas dedicadas a la naturaleza, la cien­ cia o la religión. Pese al reconocimiento generalizado de que nos encontramos ante uno de los grandes logros colectivos de la historia de la cien­ cia y del pensamiento, pocos lectores contemporáneos pueden presumir de haber leído la obra al completo o de haber examina­ do con detenimiento sus cientos de ilustraciones. No por casuali­ dad, la mayor parte de sus más de setenta mil entradas nos pare­ cen hoy completamente irrelevantes, mientras que el valor de aquellas que sí consideramos dignas de atención, como autoridad, economía, ídolo, Ginebra o magos, no tiene nada que ver con la actualidad de sus enseñanzas. Ni siquiera el supuesto carácter revolucionario del libro se deja entrever a simple vista. En vano se buscarán entre sus páginas gran­ des concesiones al pensamiento heterodoxo. Las críticas más mor­ daces a las rígidas estructuras y privilegios del Antiguo Régimen aparecen en los temas más insospechados, allí donde jamás hubié­ ramos podido imaginar su presencia. Otras veces, eso sí, la irreve­ rencia se expresa en un sistema de remisiones y en referencias cru­ zadas que conlleva burlas veladas a los dogmas de la iglesia o el estado, a sus representantes o a sus instituciones. La Enciclopedia constituye una fuente inestimable del conoci­ miento del qué, del saber cómo y de las tensiones sociales que caracterizaron a la Francia del Antiguo Régimen. En sus páginas

hay una gran exposición de conocimientos teóricos sobre temas abstractos y complejos, como la geometría o la dinámica, pero también se habla de lo más próximo, como la flora de Francia, la ciudad de París o las artes y oficios que configuraban el nuevo entramado urbano. Algunos de los indicadores más importantes de las convulsiones sociales de la época se encuentran en sus entradas, de modo que el conjunto llega a reflejar el trasiego de personas y de ideas de la sociedad francesa del siglo ilustrado. Pero todavía hay más, tomemos uno de estos diecisiete volú­ menes en nuestra» manos. El libro pesa, es de gran formato y, vien-

Charles Marie de la Condamine Como otros muchos ilustrados, estudió en el colegio jesuita Louis le Grand, donde aprendió mate­

n m 3 n —j. QJ

máticas del famosísimo padre Castel, el inventor de un clavecín ocular. Después de una corta, pero

Oh n

activa, carrera como soldado, y a

n

raíz de su creciente interés en el ámbito de la historia natural, llegó a ser miembro de la

3

QJ

n> 3

Academia de las Ciencias en ¡730. Infatigable viajero, en 1735 reci­ bió el encargo de la academia para dirigirse a Peni, y desde ahí a Quito, con la intención de realizar mediciones que pudieran deter­ minar la forma de la Tierra. Su regreso a París, que se produjo al cabo de diez años, puso fin a una de las más grandes aventuras de la ciencia ilustrada. Amigo íntimo del matemático y naturalista Maupertuis, pasó la última época de su vida luchando por la acep­ tación de la entonces controvertida vacuna contra la viruela.

o a.

ciencias

do como ha resistido el paso del tiempo, el cuidado de su encua­

l as

obra, aparecen colectivos con intereses diversos. Los tres empre­

y

sarios que idearon el proyecto buscaban también la consecución

dernación y la dureza de sus páginas, no cabe duda de que, en su día, debió tratarse de un libro caro, resultado de una importante

La

Ilustración

inversión económica. Junto a Diderot y D’Alembert, que firman la

de un negocio. Para que se vendiera bien había que reunir a algu­ nas de las mejores firmas del momento. El prestigio académico de D'Alembert servirá para contrarrestar el espíritu inquieto de Diderot. Ambos pueden obtener los permisos de publicación del inspector general Malesherbes, que no es enteramente contrario al movimiento filosófico, y podrán convencer a autores de proce­ dencias diversas para que redacten algunas entradas emblemáti­ cas. Pero los inversores, los editores, los suscriptores, los autores, los colaboradores y los inspectores no bastan para explicar de dónde sale el libro que amarillea nuestras manos. El resultado final hubiera sido imposible sin la colaboración de los tipógrafos, los correctores, los impresores, los distribuidores, los libreros, así como de compradores y lectores. Sin esta curiosa mezcla de inte­ reses no tendríamos nada. Con todos ellos, el volumen testimonia lo que quería decir hace doscientos cincuenta años la libertad de pensamiento, de imprenta y de comercio. La relación entre la cien­ cia, la tecnología y la sociedad no es episódica, sino consustancial a la propia obra. Desligarla de las condiciones económicas, socia­ les o tecnológicas que la hicieron posible, convertirla en un mero repositorio de ideas es reducirla a su expresión más minimalista, domesticar el poder de fascinación que ejerció sobre los mismos hombres y mujeres que contribuyeron a su diseño, a su creación, a su distribución o a su lectura. La mayor parte de las personas estamos acostumbradas a representarnos la ciencia como un conjunto de ideas o teorías. Parecería que el conocimiento científico es sólo eso: conocimien­ to. Este punto de vista promueve una historia de la ciencia cen­ trada en el modo en que algunos modelos teóricos se aplican a

nuevos fenómenos o en la forma en que las viejas teorías se susti­ tuyen por otras nuevas. La historia de la ciencia de los años sesen­ ta del siglo XX entendió así el siglo XVIII. Este periodo se describía como un lugar intermedio entre la revolución científica de los siglos XVI y XVII y la revolución darwiniana del siglo XIX; del mismo mndo, la ciencia ilustrada se colocaba entre dos reformas institu­ cionales; la creación de las academias que vieron la luz a comien­ zos del mundo moderno y las reformas en los sistemas de ense­ ñanza que tuvieron lugar a finales del XVIII y, sobre todo, durante la primera mitad del XIX. La Ilustración parecía un periodo carente de identidad propia, un lugar para el progresivo triunfo de los modelos cognitivos here­ dados del pasado: la filosofía experimental, el sistema del mundo newtoniano, el desarrollo del cálculo o la introducción de ecua­ ciones matemáticas en el ámbito de la experiencia. Se trataba de un momento histórico que encajaba bien en lo que el historiador

mecánica, y ciencia prenormal, en lo que respecta a las ciencias

Ciencia

experimentales. En el primer caso, no había sino que ir añadiendo

y

y filósofo de la ciencia Thomas S. Kuhn denominaba en 1962 cien­ cia normal, al menos en relación a la geometría, la astronomía o la

todo de la mano de Isaac Newton. En el otro, el de los estudios de la electricidad, del magnetismo, de la teoría de los elementos o del

técnica

decimales a las leyes establecidas a finales del siglo XVIII, sobre

comportamiento de los gases, había que buscar los procedimien­

rimental. Esto es todavía más importante en relación a la Enciclopedia de Diderot y D’Alembert. Pues aquí está en juego una orientación, una concepción pública del conocimiento que no limi­ ta su posesión a unos pocos privilegiados, sino que alcanza todos los ámbitos de la vida social y ecunómica; una nueva forma de pro-

Enciclopedia

Pero junto a las representaciones, a los modelos o a las teorías aparecen también otros elementos, de naturaleza práctica o expe­

la

mediante la observación y el experimento.

en

tos para cuantificar regularidades entre fenómenos conocidos

ciencias

ducción y distribución de los saberes que hoy consideramos ente­

l as

muchos movimientos filosóficos surgieron al socaire de las nue­

y

vas condiciones sociales y económicas. La Enciclopedia había

ramente moderna.

La

Ilustración

La década de los años 1740 vio nacer grandes novedades;

visto la luz como un intento de armonizar conocimientos y utili­ dades, conjugando una fe considerable en la empresa manual tanto como en la actividad intelectual. Una tarea en la que coin­ cidió con otras muchas empresas del momento. No en balde, el primer impulso del movimiento enciclopédico provenía de una antigua Sociedad de artes y oficios compuesta por miembros de profesiones diversas. Allí estaban el matemático Clairaut, el cons­ tructor de relojes Julien le Roy, el músico Rameau, el citado via­ jero La Condamine o el cirujano Louis Antoine, entre otros. La sociedad, que se mantendrá viva durante diez años, intentaba, en palabras del propio D’Alembert, casar cada arte manual con la rien­ da ijuc pudiera iluminarla; como la relojería con la astronomía o la fabri­ cación de lentes con la óptica. Por eso no cabe decir que el proyecto enciclopédico sea el único de su época, ni tampoco que obedez­ ca a una concatenación necesaria de causas y efectos. La tenaci­ dad de los editores, especialmente de Diderot, consiguió sacar adelante lo que previamente no había sido más que un intento fallido de traducir una obra menor publicada en Inglaterra. A la postre, este pequeño proyecto dio luz a un libro que quiso ser un diccionario razonado de ciencias, pero también de artes y oficios, que nació con una importante vocación de poner los conoci­ mientos ligados a la realización de actividades manuales al alcan­ ce de todo el mundo y que entendía, frente a una enseñanza limi­ tada por ordenes religiosas o privilegios reales, que había que apresurarse a hacer popular la filosofía. Los comentarios que siguen sobre la filosofía natural, la reli­ gión, la ciencia de los accidentes, lns problemas de credibilidad, la constitución de los hechos, la consolidación de la naturaleza

como ideal normativo o la relación con el nuevo mundo del Pacífico sur no pretenden exhaustividad. La relación entre la Ilustración y las ciencias es plural y no lineal. Alrededor de estos temas, de los que aparecerán más adelante en este libro y de otros que podrían haberse seleccionado, cabe preguntarse qué debemos a ese monumento de intereses compartidos que fue la Enciclopedia, qué hemos heredado de ese esfuerzo colectivo por aunar la distribución del conocimiento al progreso social y tec­ nológico

Filosofía natural Durante el mundo moderno, lo que hoy llamamos ciencia -palabra que comienza a tener el significado que ahora le atribui­ mos tan sólo hacia 1830- se encontraba diseminado en torno a una pléyade de saberes y prácticas, modos de actuación y de conduc­

francés se disponía del término Science, en alemán de Wissenschaft

Ciencia

o en inglés de knowledge. Pero estas expresiones tan sólo signifi­

y

ta que, en muchos casos, cabía incluir bajo la rúbrica de filosofía natural. Eso no quiere decir que la palabra ciencia no existiera. En

los casos relación con el mundo de la experiencia. La entrada cien­ cia de la Enciclopedia fue escrita por el caballero de Jacourt, una

técnica

caban una forma de conocimiento que ni siquiera tenía en todos

figura menor en el contexto del movimiento filosófico, que la en

entendía como “el conocimiento claro y cierto de alguna cosa, fun­ damentado en principios evidentes por sí mismos o en demostra­

la

ciones”. Una definición que tal vez podría aplicarse a las discipli­

Enciclopedia

nas que hoy podríamos denominar axiomáticas o deductivas, como es el caso de la física o las matemáticas, pero que excluiría todos los conocimientos de índole taxonómica, como la historia natural y la botánica, las ciencias experimentales, así como el resto de las investigaciones que tienen por objeto el hombre, la socie­ dad o los modelos de organización política. En la misma entrada, Jacourt divide las ciencias en cuatro ramas: la inteligencia, la sabi­

ciencias

duría, la prudencia y el arte. Y aunque su recorrido por la historia del conocimiento reproduce lo que el matemático D’Alembert había escrito algunos años antes en el Discurso prelim inar de te

l as

entonces por ese nombre: ciencias.

La

Ilustración

tado sobre la ciencia de dios, o sobre un juego de cartas conocido

y

Enciclopedia, nuestro autor se siente inclinado a incluir un apar­

La ausencia de criterios claros, de naturaleza semántica, sobre qué son y qué no son las ciencias ilustradas constituye sólo una parte del problema. Hasta el siglo XIX no existieron centros de for­ mación de profesionales tal y como hoy en día los entendemos. Por supuesto que los europeos contaban con universidades y luga­ res destinados al intercambio de información, pero son legión los filósofos naturales que trabajan fuera de los ámbitos institucionales

A branam Trembley il710-1784¡. naturalista suizo responsable de haber escrito un libro de moda sobre las propiedades de un extraño animal llamado entonces o6!1po-1nsecto (una hidra), que se reproducía por b i p a r t i . ó n , no era más que un aficionado que se ganaba la vida como preceptor. En la Imagen aparece instruyendo a sus pupilos.

y, al contrario, también hay muchos falsos eruditos que sí poseen un título universitario o que por razón de nacimiento o privilegio real pertenecen a las academias o a las sociedades científicas. En demasiadas ocasiones, las virtudes sociales primaban sobre los talentos filosóficos, de modo que la posición antes que el mérito, o las relaciones antes que los saberes, podían propiciar y patroci­ nar una carrera académica. Por último, algunas de las aportaciones que los propios ilustrados juzgaron más relevantes, como las dis­ cusiones relacionadas con las capacidades regenerativas de la mate­ ria, en el ámbito de la historia natural, o los usos de la electricidad, en el contexto de la filosofía experimental, fueron desarrolladas por personas ajenas a las instituciones científicas consagradas. Al no existir un campo claramente delimitado de investigación científica, podríamos sentimos incapacitados para distinguir a los protagonistas de nuestra historia. Escribiendo a propósito del sur­ gimiento de la bacteriología a finales del siglo XIX, el historiador y

desarrollo de disciplinas a las que no contribuyeron en absoluto”. momento en que se sabe que, para este autor, la historia de la cien­ cia consistía en la clarificación sistemática de conceptos y no en el desarrollo de ideas preexistentes. Por eso había que defender

y técnica

Esta extraña y paradójica frase se entiende algo mejor desde el

Ciencia

filósofo francés George Canguilhem sostenía que había que rei­ vindicar “el papel indirecto que algunos científicos tuvieron en el

la influencia que algunos hombres y mujeres tuvieron en la for­ mación de disciplinas que, una vez constituidas, no habían inclui­

en

do el menor reconocimiento hacia quienes contribuyeron a arti­

la

cularlas. Nuestra situación es muy parecida. Tanto así que muchas

E n c ic lo p e d ia

de las aportaciones más notables en el ámbito de la producción y diseminación de la nueva filosofía natural o experimental se arti­ cularon en torno a un conjunto de prácticas muy alejadas de lo que hoy en día consideraríamos científicamente relevante. Ahí está, por ejemplo, el caso de Voltaire, un poeta y literato que fue, al mismo tiempo, uno de los más importantes divulgadores de la nueva filosofía -o física- newtoniana. Y lo mismo se aplica a núes-

ciencias

tros dos protagonistas: D’Alembert fue un matemático a quien las

l as

dujeron hacia la ciencia.

convulsiones sociales de mediados del siglo condujeron hacia la especulación filosófica, mientras que Diderot actuó como un libre­

La

Ilustración

y

pensador a quien las circunstancias, sobre todo económicas, con­

Sucede además que la ciencia ilustrada no constituía un saber separado de otras áreas de conocimiento o susceptible de subdi­ visión en disciplinas como, pongamos por caso, la entomología o la embriología. Lo que ahora llamamos ciencia no se encontraba desligado de disciplinas como la ética, la historia, la filosofía moral o la teología. Más bien al contrario, la conexión entre el conoci­ miento científico y otros saberes se produjo de un modo tan ínti­ mo que en vano intentaríamos separar aquí el trigo de la paja. La ciencia no andaba por un lado y la sociedad, la técnica, la cultura, los intereses políticos o religiosos por el otro. El problema del conocimiento se abordó más bien desde una perspectiva global en donde sucede con frecuencia que las soluciones a algunos de los enigmas del conocimiento provienen de personas alejadas de los círculos académicos y, al contrario, también se da el caso de que muchos científicos consagrados mantienen posicionamientos polí­ ticos o religiosos como parte integrante de su estudio de los fenó­ menos naturales. En sentido estricto, no podemos hablar de ciencia ilustrada. Esa palabra, ciencia, no sólo es extemporánea, sino también inútil a la hora de describir las formas de conocimiento, los modelos de actuación, los mecanismos de filiación institucional, las redes de popularización o el contenido de los libros relacionados con el conocimiento de la naturaleza, incluyendo en estos los de la pro­ pia Enciclopedia. El subtítulo de esta obra magna, que se preten­ de un diccionario de ciencias, artes y oficios no debería engañar­ nos. El uso de la palabra ciencia es tan ajeno al significado que hoy en día le atribuimos que en vano buscaríamos similitudes y, en el peor de los casos, caeríamos en errores de interpretación condu­

cidos por una ausencia de comprensión sobre las evoluciones semánticas y conceptuales. Mejor será que, para hablar de lo que nosotros hoy en día denominamos con ese nombre, nos valgamos de los términos utilizados a lo largo del mundo moderno. De entre todos los posibles, resalta aquí la expresión filosofía natural, aun­ que por supuesto no es la única. Igualmente importante es la expresión matemática, pues aun cuando en este caso parecemos conocer el significado y el alcance del término, su uso no estaba restringido al conjunto de campos que ahora reciben ese nombre, sino que involucraba a casi todas las ramas de lo que hoy deno­ minamos física. Nuestra ciencia -de la que hay que recordar que tampoco es una empresa monolítica en sus resultados u homogé­ nea en sus métodos- incluye actividades que fueron caracteriza­ das durante la Ilustración como meras artes, como la cirugía o algunas ramas de la medicina, mientras que otras actividades se encuadraban en el ámbito de la filosofía experimental o de la his­ toria natural. Algunas disciplinas, perfectamente identificables hoy

logía, se aplicaban a ramas tan alejadas de nuestros referentes

Ciencia

actuales como el alma de las bestias o las fuerzas vegetativas.

y

en día, no tienen antecedentes en la Ilustración, como la psiquia­ tría, la biología o la sociología, mientras que otras, como la psico­

técnica

Más adelante discutiremos la consolidación, la fusión incluso, de lo que podemos considerar los dos modelos dominantes en relación a las formas de conocimiento del mundo natural durante el siglo ilustrado. En primer lugar, la consolidación de un progra­

en

ma de investigación de inspiración matemática que intenta, entre

la

partir del menor número posible de elementos y que incluye ade­ más, el estudio de fenómenos que hoy consideramos físicos des^e una perspectiva altamente idealizada, con referencia exclusiva a ecuaciones matemáticas o pruebas geométricas. En segundo lugar, la Ilustración abrió también un programa mucho más heterodoxo en sus planteamientos, en la composición de sus miembros y en sus resultados, que podría caracterizarse por el intento de forma­

Enciclopedia

otras cosas, abrir una línea de fundamentación de los saberes a

ciencias

ción de un cuerpo unificado de conocimientos a partir del estudio de casos particulares. Frente a la supuesta imposibilidad, defen­ dida por Aristóteles, de una ciencia de estos casos particulares,

las

ción y, después, agrupación de singularidades y fenómenos, en

La

Ilustración

trada estableció procedimientos diversos de, primero, acumula­

y

de los accidentes tal como los denominó, la filosofía natural ilus­

principio irrepetibles, bajo patrones universales.

El caso de la religión Uno de los aspectos que suele generar más controversias en el estudio del movimiento filosófico tiene que ver con la actitud que los ilustrados mantuvieron en torno a las creencias religiosas, a la constitución de un sistema moral apoyado en la autoridad de las escrituras o a la relevancia social de la iglesia y de los poderes eclesiásticos. El tema no es insignificante. Y menos ahora, cuando se insiste desde distintos ámbitos que la religión cristiana consti­ tuye uno de los ejes aglutinadores del pensamiento y de la identi­ dad cultural europea. He aquí la opinión de Diderot en sus Pensa­ mientos sobre la interpretación de la naturaleza: Hay C¡ue sustituir la

obra de Dios por la conjetura del hombre. Sobre todo a partir de la Restauración, muchos historiadores contemplaron la Ilustración como un periodo que se había carac­ terizado por sus esfuerzos en combatir las creencias y las organi­ zaciones religiosas. La primera revisión crítica del pensamiento ilustrado lo consideró como el antecedente directo del período de la Revolución Francesa conocido como El Terror, un momento de terribles convulsiones sociales, asesinatos en masa y juicios sumarísimos. Los historiadores más conservadores del siglo XIX defen­ dieron que incluso la guillotina había surgido de movimientos de índole anticlerical, como los inspirados en la prosa de Voltaire, los que provenían de lecturas más o menos atrevidas de las obras del filósofo Spinoza o de autores materialistas como el barón

D’Holbach, el médico La Mettrie, Jean-Jacques Rousseau o el pro­ pio Denis Diderot. Se ponía así en circulación la idea de que las revoluciones las hacen las ideas. Por eso se habló durante mucho tiempo de los orígenes intelectuales de la Revolución Francesa, ¡como si hubieran sido los libros y no los hombres y las mujeres de París los que tomaron La Bastilla! Ya en el siglo XX, la historia intelectual profundizó en la relación entre ciencia y religión para concluir, no sin argumentos, que la Ilustración fue un periodo notablemente anticlerical, marcado por un esfuerzo de naturalización, desacralización o, como lo llamaba el sociólogo Max Weber, de desencantamiento del mundo. Hoy en día, la mayor parte de estas generalizaciones son difíciles de man­ tener. Para empezar, la explicación de algunos fenómenos de acuer-

Ciencia y técnica en la Enciclopedia

Imagen extraída de las Historias de las imaginaciones extravagantes del Sr. Oufle. una obra de Laurent Bordelon publicada en 1711 en la que su protagonista, como un nuevo Quijote, enloquece leyendo libros de magia, adivinación y astrología. No hay que o l v i d a r . por cierto, que la Enciclopedia consideraba a la alquimia una ciencia verdadera.

ciencias l as

Lo que llamamos genéricamente religión

y

Religión heterogénea

en esta época constituye un conjunto muy hete­

Ilustración

rogéneo de manifestaciones, ritos, creencias y asociaciones. Incluso si nos atenemos tan sólo al cristianismo en Francia, deberíamos tomar en cnnsideracinn la mejor o peor convivencia de movimientos tan variados como los católi­

La

cos romanos, los arminianos. los latitudinarios, los católicos racionales, los rigoristas, los jesuítas, los dominicos, los franciscanos y, para

Busto del teólogo

que se puedan observar las abundantes dife­

( i n s t n is u

rencias que presentaban, destacamos aquí

A.nto1ne Arnauld.

otros cuatro movimientos:

-Los pietlstas. surgieron como reacción a la excesiva rigidez del protestantismo luterano. El pietismo fue fundado en el siglo XVI por el teólogo alemán Philipp Jakob Spener, quien, al tiem­ po que manifestaba su rechazo hacia los dogmas e instituciones eclesiásticas, basaba su doctrina en la importancia del senti­ miento religioso y la piedad personal. Adquirió gran importancia en la Universidad de Halle. -Los galicanos, aceptaban el poder espiritual del papa, aun­ que no su poder temporal. Defendieron, desde el siglo XIII. la inde­ pendencia de la iglesia nacional francesa con relación al Vaticano. ■Los socinianos: era la doctrina de Fausto Sozzini que nega­ ba el dogma de la tiinidad y la divinidad de Jesucristo. De esta secta, nacida en Polonia, se desarrollaron el unitarismo y, en parte también, el deísmo.

Óleo de lo que fue ia ibaa.a de Purt-Royaí antes d* ¡ destrucción durante tas guerras de religión en F¡ anc sa.

-

Los jansenistas: movimiento introducido en Francia por

Jean Duvergier a partir de la doctrina de Cornelius Jansenius, el jansenismo se instala en la abadía de Port-Royal a mediados del siglo XVII, desde donde atraerá a teólogos como Antoine Arnauld, Quesnel o Pascaljunto con otros muchos miembros de! clero, de la nobleza y la burguesía. Como movimiento esencial­ mente de reforma doctrinal, el jansenismo, opuesto a la autori­ dad vaticano y condenado de hecho por el papa en 1653, evolu­ cionará en algunos casos hacia el galvanismo y en otros hacia el presbiterianismo, dando tugara una proliferación de iglesias

contenido de su dogma. Es para estos librepensadores para quie­

Ciencia

nes Pascal escribe sus Pensamientos en 1662.

y

no reconocidas. Instalado en la defensa del librepensamiento y la tolerancia, su crítica atañe más a la dogmática clerical que al

técnica

Esta pluralidad explica por qué algunas figuras del movi­ miento enciclopédico pueden simpatizar con John Tillotson (1630-1694), arzobispo de Canterbury y latitudinario de inspi­ ración platónica, que, como otros muchos de sus correligiona­

en

rios, pensaba que la verdadera religión consistía en la obedien­

la

desprecio nada disimulado hacia los jesuítas que editaban el conocido como Journal de Trévoux. De la misma manera, el intelectualismo del luterano Christian Wolff (1679-1754) no sólo apareció en algunas de las entradas de la Enciclopedia, sino que su figura y su obra fueron también recompensadas, entre otros, por el mismísimo Luis XV.

Enciclopedia

cia a las leyes de la naturaleza, mientras mostraban un

1/1 ro u c p t n lle J w n . b x c til p e r L r g em i i oihil m otiibii v e lo c ifitc m ic c c d c n d í ad lintsm illin j B D a vi ilt f m g fn in m . A ctredct ig ito r c o rp u * co d em tttn o o re ad Ut « m fí'D , C re vh J Y tm p r im .fu r , fiv e o « o * a t q M Mjdeo in fine

lu tcm

mota r r A i i o e o

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*Z> per L e g c m i

COROL-

3

La I l u s t r a c i ó n D 'A l e m b e rt

racional:

Quizá no haya lugar mejor para comenzar un recordatorio de Diderot le dedicó en las primeras páginas de El sueño de D'Alembert:

Ciencia

la vida de este filósofo y matemático que con el resumen que

y técnica en la Enciclopedia

Antes de que su madre, la bella y malvada canonesa Tenán, hubiera alcanzado la pubertad, antes de que el militar La Touclie fuera adolescente, las moléculas que debían form ar ¡os prim eros rudimentos del geómetra estaban esparcidas por las jóvenes y f r a ­ gües maquinas del uno y de la otra,filtrándose por la linfa y cir­ culando con la sangre, hasta que p o rfin se unieron en los depo­ sitas destinados para su coalición, en los ovarios de su madre y en los testículos del padre. Y y a tenemos a ese raro em brtonfortnado; conducido, como es comúnmente admitido, por las trompas de Falopio a ¡a m atriz; enganchado por un largo pedúnculo; cre­ ciendo sucesivamente y avanzando hacia el estado del feto; llega­ do el momento de la salida de su obscura prisión ; helo ahí, y a nacido, expósito en los peldaños de ¡a Saint-Jean le Rom i que le da su nombre; sacado del hospicio; aferrado al pecho de la buena

D'Alem bert

vidriera, madame Rousseau, amamantado, llegado a ser grande de cuerpo y de espíritu, literato, físico, geómetra. Entonces, en el año 1769, la relación entre ambos filósofos no

La

Ilustración

racional:

atravesaba su mejor momento. El texto citado comenzaba con un diálogo imaginario en el que Diderot no paraba mientes en ridicu­ lizar al matemático, en presentarle en medio de una polución noc­ turna o, lo que todavía era más grave, en desvelar su origen ilegí­ timo. Las protestas llegaron al extremo de que la obra no llegó a publicarse hasta muchos años después, cuando D’Alembert des­ cubrió las cartas de amor que su amante, Mndemoiselle de I’Espinasse, también retratada en el texto, había enviado al mar­ qués de Mora. Con todo, la historia del desarrollo embrionario del geómetra -con la que Diderot recrea su firme creencia en una teo­ ría embriológica epigenética-, guardaba una similitud muy nota­ ble con los detalles conocidos del nacimiento y la infancia del ilus­ tre matemático. ■

La madre de D’Alembert fue, en efecto, la entonces célebre Madame de Tencin, una monja y canonesa que, después de obtener una bula papal en 1714, inició una notable carrera de ascensión social envuelta en muchas y variadas aventuras amorosas. De una de estas, con el oficial de artillería LouisCamus Destouches, nació D’Alembert el 7 de noviembre de 1717. Como otros tantos hijos ilegítimos, el pequeño fue abandonado en el D’ Alembert

interior de una caja de madera en los escalo­ nes de la iglesia de Saint-Jean-Le-Rond, razón por la que adquirió ese nombre de pila.

D’Alembert no fue en esto una excepción. Más bien al contrario, el número de niños abandonados en esa misma iglesia superó los dos mil en 1720 y llegó a cerca de los ocho mil en 1772. De todos ellos, tan sólo uno de cada diez conseguía alcanzar la edad adulta.

Su padre, que se encontraba fuera de París en el momento de su nacimiento, le proporcionó a su regreso un ama de cría, la seño­ ra Rousseau (sin parentesco con el famoso filósofo), a quien D’Alembert siempre consideró como su verdadera madre. También por mediación de la familia Destouches, ingresó en el colegio jansenista de las Quatre Nations. Allí se le inscribió en un principio como Daramberg, pero siguiendo las modas del momen­ to decidió cambiar su nombre por el de D’Alembert. Desdeñó las presiones que recibió en el colegio para que prosiguiera una carre­ ra religiosa e ingresó en la escuela de derecho, recibiendo en 1738 el grado de abogado. Más tarde estudió medicina, aunque sólo durante un año. Al contrario que Diderot, D’Alembert encontró los quehaceres del arte médico incluso más desagradables que los de la propia teología. Su inclinación pronto le dirigió hacia el estudio de las matemáticas. Su vertiginosa carrera en esas ciencias comenzó cuando, con

tuvo incluso el arrojo de enviar algunas memorias sobre mecáni­

Ciencia

ca a la Academia de Ciencias francesa. Después de tres intentos

y

una precocidad más que notable, señaló algunos errores en un texto entonces clásico del padre Reyneau. Su talento era tal que

concedió el puesto de adjunto en 1741. A pesar de sus muchos méritos, la titularidad sólo llegó en 1765, cuando ya había escrito

técnica

fallidos para ser admitido en esta institución como asociado, se le

la mayor parte de su obra. en

Dos años después de obtener su primer puesto en la acade­

la

mia, cuando sólo tenía veintiséis años, publicó su Tratado de diná­

Enciclopedia

mica', una obra que seguía los pasos de Newton y que abriría el camino a la mecánica analítica de Lagrange. Allí establecía que las fuerzas que actúan sobre una partícula de un sistema podían ser o externas al sistema o internas. A continuación mostró que todas las fuerzas podían calcularse por medio de las fuerzas internas, de modo que la dinámica podía derivarse de la estática. D’Alembert volvió de nuevo a estudiar esta relación en 1744, en su Tratado

D'Alem bert

sobre el equilibrio y sobre el movimiento de fluidos. En 1746 fue admitido en la Academia de Ciencias de Berlín por sus Reflexiones sobre la causa general de los vientos y en 1747, cuando Diderot estaba escribiendo textos libertinos, publicaba sus Investigaciones cieron sus Investigaciones sobre la precisión de los equinoccios, un tema que había traído de cabeza al mismísimo Newton y que cons­ tituía uno de los grandes enigmas del sistema heliocéntrico desde

Ilustración

los tiempos del astrónomo griego Hiparco. Su fama como mate­ mático crecía por Europa.

La

racional:

sobre las cuerdas vibrantes. Dos años más tarde, en 1749, apare­

nía del llamado problema de San Petersburgo y de la manera en que

Tan sólo había un asunto dentro del universo de las matemá­ ticas -la teoría de la probabilidad- al que D’Alembert no se dedi­ có por considerarlo contrario al sentido común. El asunto prove­ Daniel Bernoulli había propuesto establecer un procedimiento para medir magnitudes mentales o, si se prefiere, grados subjeti­ vos de creencia. Este joven matemático había establecido en 1738 una diferencia entre la fortuna moral y la fortuna física, y, más gené­ ricamente, entre los valores físicos y los valores morales. Daniel Bernoulli Más información sobre su vida y su obra en el libro Los Bernoulli. Geómetras y viajeros. de Carlos Sánchez Fernández y Concepción Valdés Castro, número 10 de la colección La matemática en sus personajes de la Editorial NIVOLA.

Los términos de la paradoja de San Petersburgo podían esta­ blecerse de la siguiente manera: se parte de la idea de que hay dos jugadores. El primero lanza una moneda al aire y acuerda pagar al segundo una cierta cantidad si sale cruz en el primer lanzamien­ to, el doble si no sale cruz hasta el segundo lanzamiento, el cuadruDle si no sale cruz hasta el tercero y así sucesivamente. El juego termina en cuanto salga cruz. La paradoja se plantea una vez que se pregunta qué cantidad estaría dispuesto a apostar el segundo jugador para participar en el juego. En principio podría pensarse, no sin razón, que cualquier jugador estaría dispuesto a apostar cualquier cantidad, puesto que cualquiera que fuera esa cantidad

Condillac

1 a scm.ewKKiT mi. l a

y JV r 1 i « t m ■ -

lectuales parisinos, entre los que gozó

Étienne Bonnol de Condillac (1715­ 1780) mantuvo estrechos contactos con

de una notable reputación tras la apari­ ción de sus dos primeras obras: el Ensayo sobre el origen de los conoci­

técnica

^

¡os enciclopedistas y con los grupos inte­

y

Human Knowledgc.

Ciencia

E S S A Y

mientos humanos de 1746 y el Tratado só en la Academia de Ciencias de Berlín

la

y en 1768 en la Academia de Ciencias

Enciclopedia

Moerbrv

francesa. La mayor parte de sus ideas Portada de la edic'ón Inglesa (1756) del Ensayo sobre el origen de los conocimientos humanos de Condi I l a c .

en

de los sistemas de 1749. En 1752 ingre­

de naturaleza sensualista están inspi­ radas en la obra del empirista inglés John Locke. De este modo, defendió que el origen del conocimiento radica en la percepción sensorial.

D'Alem bert

siempre será menor a la que se va ganar. Sin embargo, esa no es la manera en la que se apuesta normalmente. Para resolver la paradoja, Bernoulli propuso que el valor subjetivo del dinero crece menos rápido que la cantidad real de dinero. Es decir, la ritmo de esa cantidad. Puesto que la valoración subjetiva se denominaba utilidad, Bernoulli entendió que la función de la uti­ lidad podía expresarse mediante la ecuación U - q log (d/c),

Ilustración

donde q es una constante, d una cantidad de dinero y c la rique­ za que se posee inicialmente. De este modo cabía explicar por­

La

racional:

valoración subjetiva de una cantidad de dinero equivale al loga­

partiera en cada caso.

qué la misma cantidad de dinero físico no se percibía de la misma manera por dos personas que poseyeran capitales dife­ rentes. El mismo incremento patrimonial podía entenderse de manera muy distinta dependiendo de la cantidad de la que se

Como cualquier otro joven de talento probado, y bajo el ampa­ ro además del omnipresente Voltaire, D’Alembert consiguió entrar en los círculos filosóficos a través del salón de Madame Geoffrin, donde quedó embelesado por el gusto refinado y el amanera­ miento de las conversaciones, gestos y maneras que prevalecían en estas reuniones. Pronto alcanzó una extraordinaria populari­ dad por su talento e ingenio en la vida pública. Se le hizo un hueco en el todavía más prestigioso salón de Madame de Deffand, donde conoció a la protegida de la anfitriona, Julie de l’Espinasse, con la que comenzaría una intensa relación. Alrededor de estas fechas, sobre 1746, recibió también la primera invitación para participar en la Enciclopedia. En un principio se acordó que el grueso de la empresa recaería en Diderot mientras que él se ocuparía tan sólo de la redacción de los artículos dedicados a las matemáticas. Más adelante se acordó también que la introducción del proyecto gene­ ral de la obra saliera de su pluma. Una opción comprensible si se tiene presente que Diderot -entonces un joven casi desconocidoacababa de ser encarcelado en Vincennes por escribir una obra de carácter libertino. La responsabilidad de introducir un texto de

estas dimensiones y características sólo podía asumirla alguien del prestigio del joven matemático, alguien cuya posición social no estuviera comprometida de antemano por haber tomado parte en los submundos literarios de la Ilustración radical. D’Alembert entraba así, de pleno derecho, en el ámbito de la filosofía; un lugar en el que no siempre se encontró cómodo y donde cosechó gran­ des reconocimientos públicos, pero también enormes frustracio­ nes personales. A la hora de redactar esta introducción general, D'Alembert pretendió escribir una suerte de compendio, unas páginas que dieran cuenta de la quintaesencia del conocimiento matemáti­ co, filosófico y literario que él mismo había ido adquiriendo durante sus últimos veinte años de estudio. No le pareció sufi­ ciente, sin embargo, proporcionar tan sólo una síntesis de los saberes disponibles sin mostrar al mismo tiempo sus conexio­ nes y relaciones mutuas a partir de principios comunes. El texto

objeto de la Enciclopedia. La segunda está dedicada a describir

Ciencia

los logros de los pensadores modernos sobre los que se asenta­

y

está dividido en cuatro secciones. La primera examina la genea­ logía de las ideas y de las diversas ciencias y artes que serán

proceso de su formación y no como un producto ya acabado, sino en relación a las circunstancias y a los logros personales y D’Alembert señalaba el carácter público y dinámico del conoci­

en

colectivos que las hicieron posibles. Dicho de otra manera,

técnica

ba el movimiento enciclopédico. Las ideas aparecen así en el

miento científico. Público por cuanto se trataba de un logro

la

social, y dinámico porque reflejaba la historia misma del espíri­

Enciclopedia

tu humano. La tercera parte constituye una revisión del Prospecto, publicado por Diderot en noviembre de 1750. En la cuarta sección D’Alembert detalla una lista de los autores que contribuirán al proyecto enciclopédico. Finalmente, se añade una explicación detallada del sistema del conocimiento humano, es decir, una clasificación de los distintos saberes tal y como se uti­ lizan en la Enciclopedia.

D'Alem bert

Sobre este último punto conviene señalar dos aspectos rela­ cionados. En primer lugar, D’Alembert nunca abandona la idea de la unidad de los conocimientos. En segundo lugar, existe a su jui­ cio una correlación entre las ciencias y algunos elementos del estudio del espacio, la astronomía y la historia se ocupan del tiem­ po, la metafísica de la mente, la ética de la combinación de la mente y la materia, las bellas artes de las necesidades y los gustos

Ilustración

del hombre. Esto quiere decir que, con excepción de la metafísica tradicional, la filosofía consiste en una reflexión o teoría de la cien­

La

racional:

conocimiento. Así, por ejemplo, a la geometría le corresponde el

defiende la unidad de las ciencias como parte esencial de su pro­

cia que relaciona la adquisición de conocimientos con el desarro­ llo metódico de la experiencia a partir de datos proporcionados por los sentidos. Frente a la dispersión predominante en las escue­ las y en las enciclopedias de los viejos tratadistas, D’Alembert yecto filosófico. Una unidad de los saberes que se sostiene sobre los pies de la observación y el experimento y sin consideración alguna a otras formas de revelación. A D’Alembert le llovieron los elogios. Incluso el Journal des Savants se sintió obligado a reconocer que se trataba de la obra de un genio. Federico el grande describió el texto como una pieza maes­ tra que por sí sola bastaría para hacer inmortal el nombre de su autor. Voltaire, a quien le unía amistad con el joven matemático, seña­ ló que la entrada del edificio enciclopédico era un discurso prelimi­ nar superior al Discurso del método de Descartes e igual a los mejo­ res escritos del canciller Bacon. El propio conde de Buffon que de alguna manera había visto discutidas algunas de sus propias reco­ mendaciones en el texto de D’Alembert, reconoció que no sólo esta­ ba muy bien escrito y mejor razonado, sino que también contenía la quintaesencia del conocimiento humano. A pesar de los elogios, se trataba, sin embargo, de un plato que no estaba hecho para todos los estómagos, de modo que sólo recibió al principio la admiración de aquellos más preparados y durante algún tiempo permaneció sin la aprobación y la aclamación del resto.

Aparte del Discurso preliminar, D’Alembert escribió unos cien­ to cincuenta artículos para el conjunto de la Enciclopedia. Un esfuerzo que iba mucho más allá de los deberes inicialmente reco­ gidos en la página de créditos. Con todo, su relación con el pro­ yecto sufrió grandes variaciones, hasta el extremo de que al menos en dos ocasiones deseó abandonar la empresa. Su recelo resulta comprensible, pues aun cuando D’Alembert era un recién llegado al nuevo orden social del mundo parisino, disfrutaba de una posi­ ción privilegiada. Desde muy joven había visto reconocido su talento como matemático, mientras que la naturalidad y liviandad de su conversación le había permitido mantener relaciones e influencias. Su amistad con Diderot fue buena durante cierto tiem­ po, pero el compromiso de este último chocó en más de una oca­ sión con la debilidad y los recelos del primero. D’Alembert no que­ ría tener más enemigos que los estrictamente necesarios, y tampoco aceptaba de buen grado las críticas sobre aspectos filo­ sóficos o religiosos. Aun cuando la relación entre ambos pensa­ sobre todo a partir de la segunda crisis de la Enciclopedia en 1759.

Ciencia

Antes de ese fatídico año, D’Alembert intentó retirarse del pro­

y

dores fue siempre cordial, el distanciamiento se hizo evidente,

ese momento escribió a Malesherbes -censor oficial del régimen, que mantenía no obstante una cierta amistad con los filósofos-

técnica

yecto después del decreto de suspensión de la obra de 1752. En

que desconocía la posible continuidad de la Enciclopedia, pero que

enemigos del movimiento enciclopédico. Sorprende además cuá­ les son las críticas que le molestaron especialmente. De los tres frentes principales a los que se enfrentó la Enciclopedia, los jesuí­ tas del Journal de Trévoux, los jansenistas de las Nouvelles éclésiastiques y la ortodoxia del Journal des Savants, la publicación ads­ crita a la Academia de Ciencias de París, D’Alembert se preocupó sobre todo de esta última.

Enciclopedia

técnicos y la del filósofo que se ha descubierto ante los amigos y

la

entre la del matemático comprometido tan sólo con los problemas

en

él pretendía desentenderse del proyecto. Su posición oscilaba

La

Ilustración

racional:

D'ALembert

Tabla con la distribución genealógica de las principales artes y ciencias realizada por C. F . w. Roth en 1769 tomando como base el sistema de conocimientos humanos del Discurso preliminar de D'Alembert. Las medidas completas úe esta tabla son de 98.5 x 63.5 cm.

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ciones que proliferaron durante la segunda mitad del siglo, el deta­ lle anatómico operaba como garantía de verosimilitud, abriendo las puertas a la idea de que cabía una representación objetiva de la

¡2,

realidad natural. Este es el caso por ejemplo de las planchas sobre *

hermafroditas que se introdujeron en el segundo suplemento, así como de otras muchas láminas relacionadas con aspectos con­ trovertidos en el marco, sobre todo, de la anatomía o de la histo­ ria natural.

rt>

radical: Ilustración La

La precisión en la representación anatómica, sobre todo en lo que respecta a fenómenos raros o infrecuentes, proporcionaba un argumento en principio incontestable sobre la realidad de los hechos observados, en la medida en que nadie que careciera de conocimientos anatómicos y que además hubiera participado en la disección de estos seres hubiera podido producir láminas con tal grado de detalle.

En segundo lugar, las planchas podían servir para ilustrar no un saber, sino una actividad; colocaban al lector en una suerte de visita imaginaria al taller que se estuviera describiendo, de modo que podía aprenderse no sólo qué se hacía en esos lugares, sino, más importante todavía, cómo se llevaba a cabo. Este intento por explicar y enseñar prácticas y técnicas locales, constituirlas como conocimientos universales y enseñables representa uno de los mayores logros de la Enciclopedia. No en vano, en todas las plan­ chas relacionadas con los distintos oficios se incluye una repre­ sentación del taller; a la que con mucha frecuencia se añade la de los artesanos trabajando. Por primera vez en la historia del pen­ samiento un compendio de conocimientos incluye como una de sus partes esenciales la transmisión de prácticas experimentales ligadas al desarrollo de industrias, talleres y oficios. Diderot enfa­ tizaba así los aspectos prácticos del conocimiento rompiendo la tradición, de inspiración aristotélica, entre la epistéme (la ciencia) y la techné (técnica), entre el conocimiento teorético y la destreza manual. De la misma manera, se rompe también con el secretismo de los distintos gremios y sociedades artesanales poniendo sus conocimientos al alcance de todo el mundo.

En tercer lugar, las imágenes cumplían la función de fijar un canon, es decir, un modelo ideal; una estructura que pudiera resul­ tar paradigmática al hablar, por ejemplo, de diseños arquitectóni­ cos, expresiones fisiognómicas o estocadas de esgrima. En algu­ nos casos, también se utilizaban para realizar diseños ideales, como prototipos tecnológicos de objetos posibles pero inexisten­ tes. Uno de los casos más llamativos es la silla de cirugía que apa­ recía también en uno de los suplementos. Este fascinante objeto, que recuerda en todos sus detalles a una silla de tortura, nunca fue fabricado, pero eso no quita mérito a la plancha. Todo lo con­ trario. El extraordinario utensilio ideal sirve para concitar la ima­ ginación, estableciendo además una forma de patente. Por último, la representación simultánea del nombre de un objeto junto a su imagen cumplía la función de fijar el significado del término o, al contrario, de atribuir un único nombre a una cosa. En este sentido, la Enciclopedia no caía en las trampas de muchos diccionarios modernos que al pretender que el significa­ do se obtiene sólo por definición, y no por ostensión, incurren con frecuencia en curiosas circularidades semánticas. Uno de los esfuerzos mayores de la Enciclopedia en relación a las entradas relacionadas con oficios consiste en la uniformidad y constancia de los términos utilizados por los mismos artesanos de distintas localidades. Diderot reflexiona ampliamente sobre la posibilidad de constituir una lengua de los oficios, convirtiéndose así, en palabras del erudito francés Jacques Proust, en “e/ primer hombre de letras que ha considerado a la tecnología como una parte de la literatura Aunque la mayor parte de los documentos que daban cuenta de la frenética actividad de Diderot para comprender el mundo de los oficios se han perdido, todavía disponemos de algunas pistas. Sabemos, por ejemplo, que entró en contacto con Barrat, un obre­ ro especializado en el montaje de telares de seda, así como con Bonnet y Laurent, que le explicaron el funcionamiento de la fabri­ cación del terciopelo. Pero lo mismo podría decirse de los proce­

Diderot

dimientos de destilación de bebidas alcohólicas, notablemente de la cerveza, de la bonetería, de la imprenta, del arte del grabado, para el que tuvo la ayuda inestimable de un tal Goussier, con quien

radical:

se encontrará en Vincennes, y que colaborará en la realización de muchas de las planchas. Muchos de estos trabajadores encontraban tan instructivo

Ilustración

aprender los secretos de la competencia como mostraban recelo a dar a conocer las formas y maneras de sus propios oficios. Diderot intentó en ocasiones disculpar su desconfianza en el temor

que los artesanos miran como a un emisario de los recaudadores de impuestos a cualquiera que les haga preguntas sobre su oficio ; pero sobre todo lo que primaba era la suspicacia hacia la

La

a los impuestos, de modo

competencia gremial. Una actitud que el editor de la Enciclopedia juzgaba extraordinariamente insolidaria con la sociedad, la huma­ nidad y la historia. En su magnífico artículo enciclopedia, Diderot

cabezas estrechas, almas maltiacídas, indiferentes a la suerte del género humano y tan concentradas en su pequeña sociedad que no ven más allá de sus intereses.

arremetía contra esas

Los jesuítas del Journal de Trévoux se quejaron amargamente de una obra plagada de lo que ellos consideraban como informa­ ción irrelevante y en la que había que “detenerse a cada paso para leer artículos que no interesan a nadie". Inmersos en una tradición esencialmente escolástica, entendían estos críticos que nadie que­ rría conocer la forma en la que se fabricaban las carretas o los carros de Francia, y que a lo más sería preferible dedicar mucho menos espacio a la historia de esos vehículos. Diderot, por el con­ trario, no sólo respondió a estas críticas en la advertencia con la que abría el volumen tercero de la obra, sino que en uno de sus artículos en principio menos emblemáticos, la entrada cordelero,

si podía observarse algún defecto en la descripción de las distintas manufacturas seria el de la brevedad, puesto que en lo que respecta a la fabricación toilos los aspectos son igualmente esettdales y difíciles de describir.

del cuarto volumen, escribía que

j

,

Hay en todo ello una enorme preocupación por aunar filoso­ fía, ciencia y sociedad, sobre todo en lo que respecta a la esfera del trabajo. La Enciclopedia se esforzaba en poner en relación a quienes tenían los instrumentos, pero no las ideas, y a quienes carecían de los instrumentos, pero sí disponían de las ideas.

Ciencia

Una de las dificultades de los diccionarios léxicos surge cuando se producen definiciones circulares. Para evitar este problema, las planchas de la Enciclopedia contribuían a fijar los significados de las distintas palabras utilizadas en las artes y oficios representando el objeto al que hacia referencia el término.

y técnica en la

Ni la Ilustración fue una forma de pensamiento monolítica, ni el movimiento filosófico se caracterizó por la homogeneidad de sus posicionamientos teóricos. De ninguna manera podría haber

Enciclopedia

El sueño de D’Alembert

Diderot radical: Ilustración La

sido así cuando sus miembros mantenían situaciones económi­ cas y circunstancias personales muy desiguales. Voltaire, que teo­ riza sobre la libertad desde su residencia palaciega, no la entien­ de como Marat, que lo hace desde las cloacas de París. Aun cuando muchas caracterizaciones de estos desacuerdos obede­ cen a meros clichés, sí cabe reconocer un cambio de dirección importante en la orientación del conocimiento del mundo natu­ ral que se produjo hacia mediados de siglo. El enciclopedista Diderot, el naturalista Maupertuis o el filósofo y médico La Mettrie participaron de un movimiento interno dentro de la Ilustración, plenamente visible hacia 1740, que ya no mostraba confianza alguna en el razonamiento matemático. Apareció a su alrededor una masa crítica de ciudadanos y burgueses que comenzaron a preferir las demostraciones anatómicas a los tra­ tados de mecánica, y que disfrutarán con la colección y la cata­ logación de una naturaleza que reconocen como propia. Para muchos jóvenes franceses, la nueva historia natural suponía la creación de una ciencia popular, no elitista en primera instancia y sólo después popularizada, sino de clarísima imbricación en la urdimbre social, de ahí el éxito del conde de Ruffon. Su forma de escribir alimentaba la esperanza de que el conocimiento de la naturaleza, de su orden y distribución, de su cultura y genera­ ción, perteneciera a los propios ciudadanos. Ya en sus primeros escritos, Diderot había señalado la impor­ tancia de las investigaciones que tenían por objeto los fenómenos que hoy denominaríamos orgánicos, sobre todo en razón de la nueva luz que aportaban a viejos problemas teológicos y metafísicos. Los escritos de Maupertuis, Buffon o de La Mettrie se ha­ bían sumado a la campaña. Diderot se da cuenta de que: Estamos a putito de alcanzar el momento de una gran revolución cu ¡as ciencias. Por el ínteres que las personas cultivadas me parecen tener hacia la moral, las letras, la historia de la naturalezay la j sica experimental, me atrevería casi a decir que antes de que pasen cien años no se contaran ni tres grandes geó­ metras en Europa. Esta ciencia se detendrá sin más, donde la hayan dejado

los Benwulli, los Euler, los Maupertuis, los Clairaut, los Fontaincy los D'Alem bert. Para entender esta modificación en los gustos por la ciencia hay que situarse en el surgimiento de una nueva sensibilidad que afecta a todos los estratos y prácticas de la sociedad francesa. El desvela­ miento público de los arcanos de la naturaleza cautivará la imagina­ ción de la nueva burguesía urbana. Pero la fascinación por la natu­ raleza ya no radica en una alabanza piadosa de la perfección de lo creado, sino en una forma de apropiación intelectual, social y eco­ nómica de su diversidad. Asentándose en aquellos aspectos que la vieja historia natural había juzgado hasta entonces más obscenos, el nuevo naturalismo arranca de la contemplación de lo maravilloso y lo extraordinario. Una forma de seducción social que el abate Pluché no dudó en describir como “un veneno seductor contra et que ni siquiera los mejores espíritus se encuentran protegidos".

sentimientos y sus pasiones, no solamente aceptan estos aspec­

Ciencia

Los ilustrados, que acaban de descubrirse a sí mismos en sus tos como un hecho natural, sino que experimentan con ellos tanto

y

en la realidad como en la ficción. La nueva Eloísa de Rousseau es

técnica

uno de los ejemplos más claros de esta cultura de la sensibilidad por la que una sociedad entera llora con sentimientos muy reales

la

nos conduce a la exaltación, al júbilo, al temor o a la consterna­

en

el fallecimiento de un ser imaginario. Una imaginación literaria que ción. Las posibilidades de experimentar con los efectos que la ima­ efecto, ya sea éste de tristeza, alegría, temor, terror e incluso de pánico, pervive la satisfacción de ese mismo experimento que otorga a la vez conocimiento y poder. La negación de una concep­ ción mecánico-geométrica de lo natural abre la posibilidad de nue­ vas formas de ordenación social del mundo circundante de acuer­ do con lo que somos y, sobre todo, con lo que podemos ser.

Enciclopedia

ginación desata son casi infinitos, pero independientemente de su

Diderot

piación. De apropiación intelectual, en primer lugar, porque tanto la identidad personal como la conciencia colectiva se modifican dependiendo de la percepción de nuevas sensacio­ nes. Una filosofía sensualista, inspirada en Locke, se ha popula­ rizado en Francia a través de la obra del abate Condillac y encontrará su expresión más radical en la filosofía vitalista de

Ilustración

Diderot: sentir c'est vivre (sentir es vivir). Lo que gobierna el

toria natural de Buffon: “Imaginémonos un hombre que desperta­

La

radical:

La naturaleza ya no será objeto de alahanza, sino de apro­

ra por primera vez a los objetos que le rodean ”, y que se corres­

gusto y la moda de la sociedad francesa de mediados de siglo es un sensire aude (atrévete a sentir). La misma disposición, por cierto, que abre el Discurso prelim inar para el estudio de la his­

ponde explícitamente además con el despertar sensorial de Galatea, una imagen que dominará la historia del pensamiento y de la literatura durante casi un siglo, desde Richardson y Defoe hasta Stendhal y Flaubert. Y es que la educación, también la que propone Buffon, ha de ser antes que nada una educación sensitiva. En segundo lugar, el fundamento de la ciencia ya no radica en el uso correcto de un entendimiento desprejuiciado, sino en una expansión radical del universo sensorial. La sociedad entera, como el propio Luis X V , se afemina en sus maneras y se extravía en sus gustos. La nueva burguesía urbana quiere verlo y probarlo todo; desde los elefantes que se exhiben en la ménagerie {zoo) del Jardín del Rey hasta los nuevos manjares tropicales que llegan de las Américas. La pina, por ejemplo, causará furor en una creciente sofis­ ticación de los placeres de la mesa que culminará, a finales de siglo, en la nueva gastronomía francesa: la llamaban gastnmomia trascen­ dental, nada menos. La delicadeza, la finura, el sentimiento que retrataron tan exquisitamente pintores como Boucher o Fragonard, anclados en la filosofía médica y materialista de la escuela de Edimburgo y de las obras de La Mettrie, cohabitan con la exaltación de la sexualidad y de las pasiones. La naturaleza había pasado a ser

objeto de uso y de consumo; su posesión no sólo otorga conoci­ miento, sino placer por una parte y por la otra status. Solamente en este contexto de transformación general que sufrió la idea de naturaleza hacia mediados del siglo XVIII puede comprenderse cómo la historia natural ya no podía consistir en un mero catálogo de objetos o en su ordrnación arbitraria según cri­ terios teleológicos o supuestamente naturales. La nueva compren­ sión de lo natural irá acompañada por la correspondiente reorde­ nación de su narrativa, por la invención de una nueva gramática y una nueva forma de ver y nombrar. El discurso sobre la naturaleza afecta a la naturaleza del discurso al menos en tanto que la modifi­ cación de lo natural supone una modificación en la forma de com­ prender y de describir su historia. No hay discontinuidad entre el conocimiento de la naturaleza y los medios utilizados para su des­ cripción. Si “el estilo es el hombre", como escribió el conde de Buffon, es porque la naturaleza no es más que la posibilidad que el

El propio Buffon, que ha comenzado su carrera intelectual inte­

Ciencia

resándose por los problemas de probabilidad y cálculo, admite desde

y

hombre tiene de describirla o, si se prefiere, de escribirla.

real, que de poco sirve el rigor lógico a la hora de resolver los pro­ blemas de la moral y que, en ocasiones, están en clarísima contra­

técnica

1731 que las matemáticas son incapaces de dar cuenta del mundo

dicción con el buen sentido. También Diderot, en los Pensamientos

Enciclopedia

mejor lugar para desentrañar la disputa entre la tradición mattmáti-

la

Una de las verdades que se lian anunciado en limeros dios con más valevtíay fuerza, que un buenfísicv no per­ derá de vista,y que seguramente tendrá Ith consecuencias más provechosas, es que la región de los matemáticos es un mundo intelectual donde lo que se toma por reráuies rigurosas pierde completamente este privilegio cuando se sitúa en nuestra Tierra. Se ha llegado por ello a la conclusión de que correspondía a la filosofía experimental rectificar los cálculos de la geometría, y esta consecuencia ha sido admitida, incluso por los geómetras. Pero probablemente no haya superación del reino de las matemáticas:

en

sobre la interpretación de la naturaleza, pondrá de manifiesto esta

Diderot

que examinar la oora que Diderot escribió en 1769. En El sueño de D'Alembert Diderot se vale de un recurso que ya contaba con una larga tradición y que también fue muy emplea­ do en el siglo XVIII: el uso de formas literarias para la exposición de ideas filosóficas. Junto con algunos antiguos textos emblemá­

Ilustración

ticos, como los Diálogos de Platón o algunos otros de Galileo, la

de Fontenelle, y el Micromegas, de Voltaire. A estos habría que aña­

La

radical:

ca y la tradición experimental, entre el mecanicismo y el vitalismo,

dir el De rerum natura del clásico Lucrecio, cuya traducción, a

literatura francesa disponía de tres modelos fundamentales: los Viajes a los estados de la Luna y a los imperios del Sol, de Cyrano de Bergerac, las Conversaciones sobre la pluralidad de los mundos,

cargo de un tal Lagrange, revisó el editor de la Enciclopedia con anterioridad a su publicación en 1768. El sueño de D'Alembert, que consiste, como el de Lucrecio, en una reflexión de carácter cosmológico sobre la formación del Universo y la generación de los seres, está organizado en un tríp­ tico compuesto por tres diálogos. El primero describe una dis­ cusión entre dos filósofos en la que el materialismo integral de Diderot se opone a la posición escéptica de D’Alembert. En el segundo, que constituye la parte principal del texto, se nos pre­ senta a la figura de D’Alembert haciendo disquisiciones en voz alta mientras duerme. Mademoiselle de l’Espinasse -la querida del científico- asustada por los disparates próximos al delirio proferidos por su amante, llama en su auxilio al médico Théophile de Bordeu, quien desempeñará el papel de interlocu­ tor de la locura o intérprete de los sueños. El tercer y último diá­ logo viene a ser una conversación entre mademoiselle y Bordeu acerca de problemas embriológicos y morales relacionados con los fenómenos de hibridación. En su conjunto, El sueño de D'Alembert esboza una filosofía médica vitalista. Del mismo modo que la naturaleza se concibe como flujo, como fuerza ciega, el texto adquiere características lucrecianas; la energía de

la naturaleza es la energía del texto, de un texto que se convier­ te en el vehículo de expresión de una naturaleza sin dios y des­ provista de moralidad. El uso de metáforas y recursos retóricos caracteriza la obra entera de Diderot. El autor nos habla de cangrejos o pulpos para explicar el funcionamiento del sistema nervioso, de enjambres de abejas para dar cuenta de la unidad orgánica, o de animales den­ tro de otros animales para explicar la independencia relativa de los órganos. Estas imágenes no hacen de la obra algo más litera­ rio que científico; no se trata de salvar con ellas la distancia que pudiera existir entre el profesional y el aficionado. La filosofía

el arte de avanzar desde lo que no se conoce en absoluto hasta lo que se conoce todavía menos . Y esa tendencia al disparate, esasjonttas de sueños o delirios a las que debemos tantos descubrimientos, la comparte todo aquel que posea por natu­

experimental, explica Diderot, consiste en

raleza el genio de la filosofía experimental.

bre que sueña. En ello reside

y

invertir los principios cartesianos y dar a la sabiduría la forma

técnica

la extravagancia mas elevada y , al mismo tiempo, la mas profunda filosofía , escribía Diderot, quien, al

Ciencia

Esto entronca con la circunstancia de haber expresado todo un sistema de pensamiento a través de las palabras de un hom­

o el aspecto de la locura, no pretendía reivindicar la sinrazón, sino hacer posible la liberación inconsciente de la hegemonía

en

cerebral. No se trataba de someter los hechos a la tiranía de las razones, sino todo lo contrario: si no podemos explicar la acción

la

glandular, los fenómenos de la generación, la formación de la

Enciclopedia

unidad orgánica o los procesos digestivos a partir de una fisio­ logía mecanicista, abandonemos tales teorías y tomemos en serio los hechos mismos. Cuando Diderot escribe El sueño, los problemas relativos a la generación y la organización de los seres, que ya planteaba en sus Pensamientos sobre la interpretación de la naturaleza, seguían aun

Diderot radical: Ilustración La

esperando una respuesta. Bien es verdad que en ese intervalo se produjo un acontecimiento decisivo como fue la publicación en 1766 de los Elementa physiologiae corporis humani de Albrecht von Haller, a quien historiadores posteriores otorgaron el título de fun­ dador de la fisiología moderna. El estudio de la obra de Haller esti­ muló en gran medida a Diderot a desarrollar su propio sistema de pensamiento. Las notas que tomó de los Elementa, según nos cuen­ ta su biógrafo Naigeon, sugieren una extraordinaria familiaridad con los problemas allí expuestos. Víctima de una curiosidad desenfrenada, la amplitud de inte­ reses de Diderot le impidió ser especialista en nada. Hablamos, no obstante, de la persona mejor informada y con un mayor dominio de los saberes producidos en su época. Incluso antes de 1750, Diderot asistió a cursos de cirugía impartidos por César

Estatua de Diderot en los Jardines de Luxemburgo en París

Verdier, así como a las demostraciones de figuras anatómicas con Mademoiselle Vieron. Había leído con deleite la Historia natural de Buffon, con cuyas notas redactó el artículo anim al de la Enciclopedia. Testigo privilegiado de la generación y el movi­ miento de las ideas de su época, Diderot se nos presenta en El sueño no como un divulgador, sino como un aglutinador y trans­ misor de imágenes, muchas de las cuales se afianzarán en la ciencia posterior. Entre las nociones que perduraron podemos citar la distinción entre energía cinética y energía potencial, el transformismo generalizado, la independencia relativa de los órganos, la eliminación de la noción de especie del marco de la historia natural, la comprensión química de los fenómenos vita­ les o la inclusión de las facultades mentales en el ámbito de la fisiología. Se tiende a considerar la Ilustración, y por extensión a la ciencia ilustrada, como un periodo caracterizado por su racio­

Ilustración, sólo puede considerarse en el contexto de los nume­

Ciencia

rosos elementos de irracionalidad de los que, en muchas oca­

y

nalidad. Esto es en parte verdad, pero también se olvida que el esfuerzo por edificar una edad de la razón, un periodo de

habría que comprender desde el principio que la Ilustración no es un periodo acabado, sino un proceso. No vivimos en una

técnica

siones, los ilustrados fueron víctimas propiciatorias. Es más,

época ilustrada, diría más tarde el filósofo prusiano Immanuel en

Kant, sino en una época de Ilustración.

la

deben usarse con cautela. Su significado ha cambiado con el tiempo. De manera que mientras que para Voltaire, por ejemplo, fue perfectamente racional defender que los fósiles encontrados en los Alpes eran restos de comida abandonados por peregrinos, otros muchos encontraron perfectamente irracionales los resul­ tados experimentales atestiguados por la experiencia; como por ejemplo los que hicieron referencia a las capacidades regenera-

Enciclopedia

Estas dos palabras, además, irracionalidad y racionalidad,

Diderot radical: Ilustración La

tivas de la materia orgánica. Cuando los pescadores de las cos­ tas de Normandía informaron a Réaumur, uno de los grandes estudiosos de historia natural del siglo XVIII, que habían descu­ bierto que algunos cangrejos eran capaces de regenerar sus pin­ zas, el gran erudito puso en tela de juicio la autenticidad del hallazgo. Eso fue en 1712, algunos años antes el naturalista Thévenot le había arrancado la cola a una lagartija verde. Después de algunos meses de estudio, concluyó de manera muy solemne ante la Academia de Ciencias francesa que la cola se había regenerado por entero. En El sueño de D'Alembert el propio Diderot ofrece un magní­ fico ejemplo del punto de vista que aquí se defiende:

Entonces se le ilumino el rostro. Quise tomarle el pulso, pero no sé dónde había escotui.io la tnano. Parecía experimentar una convulsión. Su boca estaba entreabierta; su aliento, apresurado, lanzó un suspiro profundo y después otro más débil y más profundo; volvió su cabeza sobre la almohada y se quedó dormido. Yo lo contemplaba con aten­ ción; estaba conmovida sin saber por qué; el corazón me latía con fuer­ za, pero no de miedo. A l cabo de algunos momentos vi una ligera son­ risa errar sobre sus labios; decía en voz muy baja: "En un planeta en el que los hombres se multiplicaran a la manera de los peces, en el que el desove de un hombre se extendiera sobre el desove de una mujer... Tendría menos de que disculparme...No hay que perder nada de ¡o que pueda tener utilidad. Mademoiselle, si se pudiera recoger esto, ence­ rrarlo en un frascoy enviarlo mañana temprano a Needham..." Doctor, ¿y vos no llamáis a esto sinrazón? Las palabras son de Mademoiselle de l’Espinasse, la amante de D’Alembert, que cuenta al doctor Théophile du Bnrdeu, o más bien le transcribe, las palabras del geómetra acompañándolas de algunos comentarios propios. Pero el texto no es de ninguna mane­ ra evidente. No sóio porque en una lectura apresurada el lector

o*3

puede perder de vista que lo que D’Alembert quiere encerrar en

un frasco es su propio fluido seminal -lo que es relativamente fácil de adivinar si se sabe que el microscopista Needham trabajó extensamente sobre la naturaleza de los animales espermáticos-, sino porque hay mucha información que el propio texto no nos proporciona y que, sin embargo, es imprescindible para su com­ prensión más superficial. En primer lugar, la ocurrencia de presentar a D’Alembert masturbándose no es tan brutal como podría parecer. El autor del Tratado de dinámica tenía, de hecho, tal fama de impotente que llegó a escribir en un texto célebre (y tantas veces malinterpretado) que

si fuera Dios, comenzaría por hócenme un hombre , y si bien es cierto que D’Alembert desaprobó el libro de Diderot, nunca lo hizo por esta escena, sino por el previo desvelamiento de su origen ilegítimo. Pero lo que es más importante para el tema que nos ocupa es que a quien realmente Diderot está rebatiendo en este texto no es otro que a Tissot, el famoso autor de El onanismo, o disertación física sobre las

discípulo de Haller mencionaba los efectos que la viruela del espíri­

Ciencia

tu, según la terminología de la época, tenía en la impotencia, la epi­

y

enfermedades producidas por la masturbación, un libro que se había publicado nueve años antes, en 1760. En esta obra, el médico suizo

en este caso sugiere mademoiselle, también en la locura.

en

“¿ Y V0í no llamáis a esto sinrazón?’ , pregunta Mademoiselle de “En vuestra presencia, desde luego' , responde Bordeu.

l'Espinasse,

técnica

lepsia, la indigestión, el exceso dt. toses, el brote de granos y, como

la

cina patológica del doctor Tissot, que habla por boca de mademoi­ selle, y el testimonio de la medicina organicista de Bordeu. En sus Investigaciones anatómicas sobre la posición de las glán­ dulas y su acción, Bordeu había observado que los mecanismos de acción glandular no se ajustaban a modelos mecánicos simples. Cada órgano tenía, junto con su propia vida, también su propio

Enciclopedia

Se enfrentan, por tanto, en esta escena el testimonio de la medi­

Diderot radical: Ilustración La

sentimiento y su disposición que actuaban además con entera independencia del mecanismo cerebral. “Cada glándula, cada ori­ ficio tiene su gusto particular* dice Bordeu. Y esto se aplica tanto a la secreción salivar como a la excreción de fluidos cualesquiera, incluyendo, como en este caso, el fluido seminal. La conclusión filosófica de esta circunstancia endocrina es que la lelicidad, como había intentado mostrar La Mettrie en su Anti-Séneca de 1748, era poco más que una facultad orgánica. Por lo que, siendo la natura­ leza amoral, no había razón alguna para que el hombre fuera natu­ ralmente virtuoso, La posición de Diderot, sin embargo, no alcan­ zó nunca esa glorificación de la autoindulgencia. Su oposición a Tissot consistía en negar la identificación entre onanismo y locu­ ra a partir de dos hechos muy concretos: en primer lugar, la polu­ ción nocturna, no siendo sino el resultado de una mera disposi­ ción orgánica sin intervención de la conciencia, sólo sería amoral en tanto que las leyes de la naturaleza y las normas de los hom­ bres se encontraran en una situación de disparidad flagrante. En segundo lugar, puesto que el vicio lo era sólo socialmente, su supuesta irracionalidad no dependía más que del hecho de ser rea­ lizado ante testigos. O, en otras palabras, si el vicio solitario es en absoluto un vicio, entonces no puede ser solitario, y si es solita­ rio, entonces no puede ser en absoluto un vicio.

5

El f i n a l de la I l u s t r a c i ó n

Al comienzo de este libro nos hacíamos eco de la forma en la

der la felicidad al mayor número posible de personas, la libertad

Ciencia

de prensa y de pensamiento, el derecho de asociación, la separa­

y

que nos sentimos herederos de la Ilustración. La conexión entre la ciencia y la racionalidad, la fe en el progreso, la intención de exten­

petuación de privilegios conforman un abanico de legítimas rei­ vindicaciones que han cuajado en nuestras formas de organización

técnica

ción de poderes o el final de sociedad estamental basada en la per­

política y social. Hemos querido hacer un mundo donde la igual­

Diderot las raíces de la modernidad o la máquina de guerra del nuevo pensamiento podría caer en la frustración y el desencanto. El texto contiene cientos de entradas relacionadas con asuntos tan poco combativos como los verbos irregulares, la manufactura de telas o la fabricación de cerámicas. Aun cuando esta obra magna siempre se invoque al tratar de la transformación de las ideas del mundo moderno, cabe preguntarse si sus diecisiete volúmenes

Enciclopedia

to. Cualquiera que pretendiera encontrar en la Enciclopedia de

la

esquivos y a veces tan manipulados como los de capacidad o méri­

en

dad y la libertad pudieran convivir alrededor de conceptos tan

Ilustración

recogen, y de qué manera, las ideas y valores que atribuimos a la

la

riadores hablan de sombras, de claro-oscuros, del germen de la

de

sinrazón. En los años cuarenta del siglo XX, en uno de los ensayos

Ilustración. Para empezar, habría que evitar la tentación de idealizar, e incluso ideologizar, el llamado Siglo de las Luces. Algunos histo­

El

final

más vibrantes sobre la racionalidad, la modernidad y el destino del hombre contemporáneo, los sociólogos alemanes Theodor W. Adorno y Max Horkheimer escribieron un texto que señalaba la íntima conexión entre la instrumentalización de la razón que había promovido el mundo contemporáneo y la ausencia de valores. Su Dialéctica de la Ilustración denunciaha los excesos de racionalidad preocupada sólo en los medios, con independencia de la legitimi-

Muchas de tas criticas que se dirigieron al proyecto ilustrado después de la Segunda Guerra Mundial bien podrían haberse apoyado en la evidencia incontestable de los grabados que Francisco de Goya realizó durante la Guerra de la Independencia. Sus Desastres de Ja guerra constituyen un impresionante monumen to en torno a la forma cruel en que muchos de aquellos grandes Ideales se extendieron por el continente europeo.

dad moral de los fines. El libro sugería conexiones aterradoras entre la racionalidad y el mal, entre la maximización de beneficios aplicados, por ejemplo, al exterminio de judíos en los campos de concentración. Este libro, de lectura tan difícil como fascinante oonía en tela de juicio ideas demasiado simplistas y simplificadas de qué fue y qué no fue la Ilustración; por más que Adorno y Horkheimer utili­ zaran por cierto esta noción para abarcar un periodo que iba más allá del Siglo de las Luces y que recorría la historia entera de la for­ mación de la conciencia moderna. Aun cuando los nombres de los protagonistas de nuestra historia no aparecían, sí se sucedían refe­ rencias constantes a los ideales inscritos en sus obras. Después de doscientos años y millones de muertos, las promesas de la Enciclopedia parecían a los ojos de los exiliados de la segunda gran posguerra europea o demasiado lejanas o demasiado vanas. La misma ciencia que había erradicado de los rostros de los ilustra­ lación, parecía también responsable de asesinatos masivos, de genocidio, de exterminio y de sinrazón.

Ciencia

dos las marcas de la viruela, defendiendo la práctica de la inocu­

y

falta esperar doscientos años, lo que nos permite hacernos cargo de la dificultad de sostener una imagen homogénea de la bondad

técnica

Pero aparte de esta crítica, hubo otras a las que no les hizo

o la maldad de la Ilustración. Sí, existe un rostro oscuro de la Ilustración. Y no me refiero al tráfico ilegal de manuscritos o de

en

literatura libertina, ni tampoco a las logias francmasónicas o a las

la

mismo proyecto en el que depositaron sus esperanzas y al que consideraban la única forma de evitar su asfixia intelectual y su miseria económica. Uno de estos hombres fue .lean-Paul Marat (1743-1793). Hablo también de todos aquellos hombres y mujeres desaparecidos en la vida rural de las provincias francesas y cuyos nombres nunca asoman a las grandes historias de la Ilustración. Personas que contemplaron con estupor las noticias que llegaban

Enciclopedia

sociedades secretas. Hablo de todos aquellos expulsados del

Ilustración

de París y que, a medida que la Revolución se extendía por sus

la

luces, las sombras, la ciencia, la superstición, la razón y las pasio­

de

nes. La historia que voy a trazar en lo que sigue debería ilustrar la

comarcas, sintieron que el mundo entero se hundía bajo sus pies. Una de ellas fue Charlotte Corday. El encuentro entre ese hombre y esta mujer apenas duró unos minutos. Pero de esa fugaz relación cabe extraer conclusiones importantes sobre la relación entre las

El

final

relación entre nuestra imagen idealizada del pasado y la tozudez de la evidencia histórica. Al poner el acento en los acontecimien­ tos que rodearon la vida y, sobre todo, la muerte de Marat y Corday, intentaré señalar algunas de las contradicciones y per­ plejidades derivadas del movimiento enciclopédico. La justifica­ ción del uso de criminales en investigaciones anatómicas, la cone­ xión entre el cuerpo fisiológico y el cuerpo político, la presencia de los excluidos, que tantas veces afloraron por las calles de París y que tan magistralmente describió Diderot en El sobrino de Rameau, la relación entre el ámbito del conocimiento probado y de las meras creencias, de lo urbano frente a lo rural, de lo anató­ mico frente a lo político, o de la tortura frente a la ciencia, confor­ man los nuevos espacios que heredó el Romanticismo y la Restauración. Estas oposiciones también formaron parte del pro­ yecto ilustrado. Lejos de querer acabar con una reflexión teórica sobre el periodo que nos ocupa, merece la pena descender a la esfera de las vidas particulares y domésticas, a esos espacios pri­ vados en los que los protagonistas de la historia adquieren su reputación y, a veces también, su gloria. Mademoiselle Marie-Anne Charlotte de Corday d'Armont -cono­ cida como Charlotte Corday- fue una de las 1.235 personas con­ denadas a ser decapitadas en lo que hoy es la plaza de Luis XV -entonces llamada plaza de la Revolución-, por el procedimiento aprobado en el artículo tercero del título primero del código penal de la Asamblea Nacional que establecía que “todo condenado a muerte morirá decapitado". El ángel de la muerte, como la denomi­ nó el escritor romántico Lamartine, fue ejecutada el 17 de julio de

1793 en presencia de Robespierre y Danton. Cuatro días antes le había asestado a Marat una puñalada que le entró por la clavícu­ la derecha hasta atravesarle el pulmón, abriéndole el grueso de las carótidas y seccionando la aorta. El amigo del pueblo, como se le conocía entonces, tenía cincuenta años. Los momentos más duros de su vida, en los que sobrevivió en condiciones miserables en las cloacas de París, o quizá sus muchos experimentos con materia cadavérica, le habían producido una enfermedad de la piel cuyo incesante dolor sólo podía paliar por medio de baños continua­ dos. Valiéndose de un subterfugio, insistiendo en que disponía de una lista de traidores, la joven Corday se abrió paso ante la bañe­ ra en la que escribía y recibía Marat. Aunque la normanda, de una localidad muy próxima a Caen, no tenía nociones de anatomía, la estocada fue tan certera que el revolucionario sólo tuvo tiempo de gritar “¡a mi, a mí! ”. Hay varios elementos reseñables en la historia de este cri­

posición histórica y de la adscripción política de quien juzga la

Ciencia

escena. Tomemos, para empezar, el cuadro de Jacques-Louis

y

men y de sus representaciones. Las imágenes de Corday y de Marat aparecerán como víctima o verdugo dependiendo de la

to, muerto en la bañera, como un héroe revolucionario. La posi­ ción de su brazo, con el cuerpo ligeramente caído hacia delante

técnica

David. Este artista y amigo de Marat le hizo un magnífico retra­

y envuelto en paños blancos recuerda deliberadamente la figu­ ra de Cristo en la famosa escena de La Piedad de Miguel Ángel,

en

que a su vez retoma una larga tradición de descendimientos de

la

de la ciudad de París, había votado a favor de la ejecución de Luis XVI y tomado parte en distintas actividades jacobinas. Su posición, su edad, su talante, sus ideas, coincidían con las de Marat, cuyo estudio había visitado tan sólo un día antes del ase­ sinato. En esta imagen idealizada de la muerte, David hizo lo imposible por señalar el sacrificio de este nuevo redentor, cobar­ demente asesinado por la mentira y la reacción.

Enciclopedia

la cruz. El pintor, él mismo un revolucionario, elegido diputado

Ilustración El

final

de

la

El pintor revolucionarlo Jacques-Louis David hizo este retrato de Marat asesinado en la bañera a la manera de los de scendimientos de la cruz que hablan sido una constante en la representación iconográfica cristiana. En esto, como en otras cosas, la Revolución Intentaba sacrallzar a sus mártires, convlrtiéndolos en objeto-de un nuevo culto.

Una vez apagados los excesos sanguinarios de la llamada época del Terror, también Charlotte Corday se convirtió en obje­ to de culto. La joven, que había resistido con entereza envidiable los interrogatorios de sus jueces, que había afrontado su senten­ cia en soledad, y que había aceptado su muerte con una dignidad sobrecogedora, subió a los altares del nuevo patriotismo durante la reacción contrarrevolucionaria y restauradora. Sus restos fue­ ron trasladados al cementerio de Montparnasse, donde recibió trato de heroína de Francia. Incluso durante el siglo XIX, protago­ nizó, junto a la virgen María y la también guillotinada María Antonieta, alguna de las apariciones con más publicidad y boato de la historia de lo paranormal. ¿Pero quiénes eran estos dos individuos odiados o idolatrados hasta el extremo de que cada uno a su manera pudo trascender su propia muerte y alcanzar la gloria y los altares del imaginario colectivo? ¿Por qué Corday acabó cruelmente con la vida de Marat? Y, no menos importante, ¿qué ocurrió el día de la ejecución de esta hermosa mujer? Por último, ¿dónde quedan en estos reductos de la historia los valores que la Enciclopedia de Diderot y D’Alembert había promovido tan sólo cuarenta años antes y cuyos últimos volúmenes se habían terminado de imprimir hacía quince años? La nueva historia cultural ya no se ocupa de los orí­ genes intelectuales de la Revolución. Los libros pueden contener consignas que promuevan la violencia política o que inciten a la

extremo, incitan a la transformación del espacio social o de la vida pública depende de consideraciones mucho más sinuosas y alam­

técnica

forma en que los textos se encarnan en valores colectivos y, en el

y

revuelta social, pero la relación entre las ideas y las acciones, la

lienc'a

Durante la Revolución, la representación del asesinato de Marat no incluyó normalmente la imagen de su asesina. Charlotte Corday, una joven de aspecto frágil y rostro angelical, no encajaba bien en la imagen de la traición contrarrevolucionaria. Este grabado, en el que una multitud que representa a toda Francia se atropella ante la puerta, es una de las pocas excepciones.

bicadas. Las muertes de Corday y Marat funcionan como epílogo de las Luces en la medida en que nos desprendamos de falsos ana­

en

cronismos. El drama de estos dos seres contiene no pocos ele­

la

Ilustración de manera menos simplificada de lo que en su día pre­ tendieron los adalides de la Revolución o los partidarios de la Restauración. Marat, hijo de madre suiza y padre español, vivió en Inglaterra e Irlanda hasta su regreso a París en 1777, una ciudad que conta­ ba entonces con seiscientos mil habitantes. Corday era una joven

Encicloped

mentos paradójicos y, en su conjunto, obliga a pensar la

Ilustración

educada en la vieja tradición de la inmovilidad católica y de la aris­

la

levantamiento armado. Algunos años antes había publicado, en

de

Londres, Las cadenas de la esclavitud, que posteriormente sería

tocracia terrateniente francesa. Tres años después de su regreso a l’rancia, el filósofo escribió un texto que, aunque diseñado en principio como un mero tratado de jurisprudencia, el Plan de legis­ lación criminal, terminó por convertirse en un llamamiento al

final

médicas había comenzado en Inglaterra, pero produjo sus mayo­

El

anotado y comentado por Karl Marx. Su relación con las ciencias

trabajar en experimentos de vivisección y estimulación eléctrica.

res resultados después de su llegada a París, cuando comenzó a Como otros muchos de sus contemporáneos, Marat estaba obse­ sionado con la incertidumbre que rodeaba los signos de la muer­ te. Entre sus actividades más preciadas, el joven filósofo incluía la decapitación de mamíferos superiores, así como la manipulación de cadáveres. Muchas de estas prácticas tuvieron lugar en la rué Bourgougne de París, una calle miserable en la que vivió rodeado de los animales que le llegaban del matadero y de los cuerpos pro­ venientes del hospital general. Nada que ver con la tranquila vida de la joven Corday en la campiña normanda, ingresada en el con­ vento de la Abbaye-aux-Dames. A finales de de 1788, Marat empieza a estar desesperado. Las puertas se cierran a su alrededor. La Academia de Ciencias fran­ cesa llegó al extremo de ridiculizar sus experimentos sobre elec­ tricidad, que él consideraba su gran aportación a la filosofía. En un intento por salir del atolladero, ofreció sus servicios a distin­ tos monarcas y príncipes europeos, incluyendo al soberano espa­ ñol Carlos 111, pero todas sus solicitudes fueron rechazadas. Su vida se distancia de la república de las letras, muchos de cuyos miem­ bros habían quedado enquistados en las estructuras políticas y académicas del Antiguo Régimen (que tanto discutían), bizcos con el boato y el confort de la aristocracia y la nobleza (a la que tanto criticaban). De todos los que llegaron a la capital de Francia, no fueron pocos los que acabaron malviviendo en los submundos lite­

rarios de la Ilustración. Estos emigrantes de la cultura carecían de contactos, de padrinos o protectores; así que fueron acumulando odios y resentimientos en su lucha no por la libertad, sino por la supervivencia. Su vida se planteaba como una batalla privada entre la miseria diaria y el reconocimiento que buscaban en los mismos tugurios de París de donde habían salido los grandes pro­ yectos ilustrados. De los muchos que querían ser como Voltaire o no ser nada, según la frase de la época, la mayoría se quedó en nada; con las bendiciones por cierto del mismísimo Voltaire, que los despreciaba sin ambigüedades. Los deseos de independencia económica, reconocimiento social o dignidad profesional de esta turba miserable que se veía presa de la desigualdad social y vícti­ ma del desprecio de un proyecto ilustrado que, aun insistiendo, como decía Diderot, en la necesidad de popularizar la filosofía, no siempre estuvo de acuerdo en que de ese mismo pueblo pudieran nacer nuevos filósofos.

los primeros signos del Terror. Han asesinado allí mismo, al lado

Ciencia

de su convento, a un tal vizconde Denis Joseph Henri de Belsunce,

y

En Caen, mientras tanto, Corday observa, poco después de que las noticias del cuatro de agosto de 1789 lleguen desde París,

abierto el vientre para arrancarle el corazón con el que el gentío se entretiene dándole patadas por la calle; han despedazado el

técnica

y, lo que es peor, le han cortado la cabeza y una pierna; le han

cuerpo; han llevado una de las orejas al farmacéutico de la rué de Ham. Por fin un tal Hébert ha arrancado un trozo de carne y lo pre­

en

para como si fuera un asado. Una mujer, de nombre Sosson, se ha

la

mo caso de antropofagia que se produjo durante el Terror, la cruel­ dad que aflora en toda Francia se vivirá con especial intensidad en sus provincias; esos lugares en los que casi todo el mundo se conoce y en los que los ciclos de la vida, marcados en su mayor parte por celebraciones religiosas, se han percibido durante gene­ raciones enteras como líneas continuas exentas de fluctuaciones. En estos parajes idílicos, el derrocamiento de la autoridad condujo

Enciclopedia

unido al festín revolucionario. Aunque no será el primero ni el últi­

c

■o

con frecuencia al linchamiento de personajes públicos o semipúblicos, muertos por rencillas menores antes que por su posición política. La estabilidad del campo se contagiaba de la frenética

íA

actividad urbana, hasta el punto de que nada parecía a salvo de una devastación que se extendía como una enfermedad contagio­ sa desde las calles hacinadas de París hasta la paz de la campiña.

v

■o

Corday está aterrorizada. El 28 de octubre de 1789 un decreto sus­ pende los votos monásticos. Al año siguiente se cerrarán los con­ ventos. Desde su punto de vista, la gangrena política y sanguina­ ria qup proviene de París no es una revolución, sino el fin del mundo, de su mundo, el único que conoce.

Antropofagia revolucionaría Por muy extraño que hoy nos pueda parecer, abundaron durante el Terror los casos de antropofagia. En la imagen apare­ ce una familia de. sans-coulottes, el grupo urbano más radical de la Revolución, en una caricatura inglesa que los representa en un almuerzo revolucionario. Compuesto en su mayor parte por los trabajadores menos cua­ lificados de la escala social, su reivindicación mayor fue una más justa e igualitaria distribución de los medios de subsis­ tencia, sobre todo del pan. que suponía en la época la mayor fuente de alimentación de una familia modesta.

El fundador de la química moderna. Antolne-Laurent Lavoisier. fue otra de las victimas ilustres de la guillotina. Más información sobre su vida y su obra en el libro Un químico ilustrado. Lavoiser. de Inés Pellón González, en esta misma colección.

Mientras tanto, la for­ tuna ha comenzado a son­ reír a Marat. Ya no desea salir de Francia. Todo lo contra­ rio. Ha empezado a coeditar, junto con Jacques Hebert, el periódico radical El amigo del pueblo. Su fama se acrecienta al mismo ritmo que se forja la leyenda de la inflexibilidad de su carácter y de la firmeza de su mano. El resentimiento y el odio afloran en todos aquellos que, como él, malvivieron durante el Antiguo Régimen. Los mismos que fueron ridiculizados por las instituciones científicas no sólo han cerrado la Real Academia de las Ciencias, sino que le han cortado la cabeza a su secretario general, el químico Lavoisier. En una defensa inaudita de las pasiones, Marat llega al extremo de defender las ejecuciones masivas: quería que ardieran vivos todos los contrarrevolucionarios que pudieran encerrarse en la Asamblea Nacional, y consiguió por fin que ochocientos cincuenta guardias suizos fueran masacrados entre el 10 de agosto y el 3 de septiembre de 1792. Tres años antes, el 10 de octubre de 1789, Guillotin -doctor en medicina que había lle­ gado a ser diputado a partir de la publicación de un panfleto políti­ co- hizo lectura en la asamblea de un proyecto sobre el arte de cas­ tigar. La guillotina, bautizada como máquina filantrópica, fue adoptada el 3 de junio de 1791. El ingenio pretendía garantizar la igualdad del castigo para los mismos delitos cualquiera que fuera la extracción social del condenado.

Ilustración la de final El

La imagen representa una burla de los Ideales revolucionarlos. El patriota se ha convertido en una mera máquina de calcular el número de cabezas decapitadas. La nueva empresa científica, apoyada en la Igualdad de trato, no ha servido más que para producir una actividad esperpéntlca.

No cabe extrañarse de que la guillotina se convirtiera en el símbolo de la Revolución. En primer lugar, se trataba de una máquina, de un entretenimiento tecnológico como los que habían aflorado a lo largo del siglo ilustrado. En parte como resultado del éxito de los modelos mecánicos que se desprendían de la vieja filo­ sofía natural y también como elemento cada vez más presente en la manufacturas y en la industria, la pasión por la máquina fue capaz de concitar intereses económicos, lúdicos y filosóficos. Las innumerables planchas de la Enciclopedia se hacían eco de esta nueva forma de relación interpuesta con la naturaleza. Los meca­ nismos automáticos diseñados por Vaucanson o por Le Cat hacían las delicias de un público ávido por liberarse de la tiranía natural a través del efecto de una sucesión mecánica de engranajes palan­ cas y poleas. A los instrumentos de naturaleza demostrativa, como los diseñados por el abate Nollet, se sumaban otros muchos capa­ ces de generar fenómenos difícilmente replicables sin la interven­

ción de una máquina. Las cámaras oscuras, las bombas de aire y, sobre todo, los generadores eléctricos formaban parte de la cultu­ ra material de la nueva hurguesía urbana que los había convertido en objeto de consumo y de mercado. En el caso de la guillotina, el artilugio, diseñado por una institución académica y ensayado con éxito en cadáveres en el hospital de Bicétre, sustituía la habilidad del verdugo por la caída certera de una cuchilla que, con el grado de inclinación correcto y entrando por la tercera vértebra cervical, hacía pasar de la vida a la muerte en menos tiempo del que duraba un parpadeo. Los dos grandes idearios de la ciencia ilustrada que hemos visto encarnados en los modelos filosóficos de D’Alembert y Diderot, los deseos de constituir un tipo de conocimiento apoya­ do en la certeza matemática o en la pasión experimental, se dan cita en este mecanismo igualitario que sirve de instrumento al mismo tiempo anatómico y penal. En segundo lugar, esta nueva forma de ejecución replanteaba

do defendía que toda acción social, incluyendo el arte de castigar,

Ciencia

debía realizarse ante testigos. El carácter secreto de las prácticas

y

el espectáculo de la violencia. La Asamblea General se sumaba a los valores impulsados desde las páginas de la Enciclopedia cuan­

Beccaria, cuya obra magna. Sobre los delitos y las penas, fue ade­ más traducida por D'Alembert, se sustituía por una representación

técnica

punitivas, criticado, entre otros, por el ilustrado italiano Cesare

pública de la violencia legítima que la república podía ejercer sobre sus súbditos. El dolor del condenado debía eliminarse, o a

en

lo sumo convertirse en un acontecimiento educativo administra­

la

de la filosofía, el carácter público del conocimiento que los ilus­ trados defendieron durante el Antiguo Régimen a través de la crea­ ción de nuevos espacios sociales, alcanzaba también al sistema penal, cuya parafernalia no difería mucho de otras demostracio­ nes de carácter experimental o filosófico. El patíbulo, como el tea­ tro, conjugaba el conocimiento y el espectáculo, servía para incul­ car en la imaginación el veneno de otros mundos posibles en los

Enciclopedia

do mediante criterios de naturaleza económica. La popularización

tes y mendigos. No en vano, las profesiones de artor y de verdu­ go, tan denostadas durante el Antiguo Régimen, fueron rehabilita­

la

das en la misma sesión por la nueva asamblea legislativa. La presencia en el centro de París de este pasatiempo maca­

de

Ilustración

que reyes y prelados compartían el mismo escenario que malean­

bro sirvió para unificar la pasión desmedida por la anécdota, más

El

final

propia de la cultura popular, con los informes médicos y judicia­ les. La confusión entre la noticia y el chisme, que ya reflejaron publicaciones periódicas del Antiguo Régimen tan distintas como la Gazzete dt Frunce o las Memorias de la Academia Francesa de las Ciencias, se incrementó durante la Revolución. La populariza­ ción de la historia encumbró la habladuría y convirtió cualquier discusión política o filosófica en motivo de comidilla pública. Las palabras se tornaron subversivas porque a la necesidad de ver se sumaba el deseo de contar. En el caso de la guillotina, los testi­ monios dicen que “Los parisinos acudían en tropel para contemplar esta máquina terrible que hacía pasar tan súbitamente de la vida a la muerte [...] Lejos de inspirar horror a ese pueblo banal, pasó a convertirse, por una extravagancia vergonzosa, en un agradable objeto de moda. La imagen de la Guillotina se multiplicaba por doquier. Se la imita en los chocolates, en los tatuajes, en las joyas. ¡Hubo incluso mujeres que se atrevieron a ponérsela en el cuello como si fuera una cruz!". No hubo una sola ejecución de la que no se contara alguna historia extraordinaria: cabezas que hablaron, cuerpos que echaron a andar, cadáveres desprovistos de todo movimiento orgánico que conservaban signos visibles de pasio­ nes y afectos. Después de todo, ¿no había sido Saint-Denis, patro­ no de París, decapitado en Montmartre en el año 231, quien había llegado caminando al mismísimo centro de la ciudad sujetando entre sus manos su cabeza ensangrentada? Los librillos de anéc­ dotas se distribuían en toda Francia a través de los mismos cana­ les que habían servido de vehículo a las noticias políticas, a los ideales ilustrados, a la literatura libertina o a los descubrimientos científicos.

Por último, este nuevo arte de castigar tenía la ventaja de con­ vertirse en un experimento crucial sohre algunos problemas fisió­ logos. La decapitación de todo tipo de animales ya había sugerido que no todas las conexiones nerviosas dependían del cerebro. aA partir de esas experiencias, tantas veces realizadas y siempre con las mismas conclusiones, se sigue que el alma no es el motor inme­ diato del cuerpo, y que no siente en todas sus partes", escribía el médico Marat. Otros muchos médicos y anatomistas realizaron experiencias parecidas. Algunas de ellas, publicadas en el Journal de Physique y en las Actas de la Academia de Cirugía de París, intentaban establecer un criterio general relativo a la duración de la sensación v el movimiento después de que la cabeza fuera sepa­ rada del resto de la unidad orgánica. La narrativa de estas prácti­ cas, apoyadas con frecuencia en el uso de electricidad o en la reex­ citación de miembros por medio de corrientes galvánicas, se presentaba en los siguientes términos: decolación de un gallo, la cabeza continúa moviéndose durante un minuto, el cuerpo duran­

un buey, de una vaca, de una vaca embarazada, ¡incluyendo en

Ciencia

ocasiones también la decapitación del feto! En todos los casos, el

y

te tres, el corazón durante cuatro; decolación de un pavo, de un pullo, de un conejo, de una cabra, de una rana, de una ternera, de

los primeros signos de la muerte. A juicio de los nuevos vitalistas, estos hechos venían a probar que los nervios podían nacer, crecer

técnica

corazón continuaba latiendo después de que hubieran aparecido

y desarrollarse con independencia del cerebro, que la vida y la sen­

nos experimentos similares, fundamentalmente con extremidades amputadas, pero fue Johan August Unzer el primero en experi­ mentar con decapitados de forma sistemática en 1746. Aun cuan­ do los resultados parecían inobjetables, se cuestionaba hasta qué punto los mismos experimentos arrojarían las mismas conclusio­ nes en caso de aplicarse al hombre. Así que cuando la Academia

Enciclopedia

El ya citado fisiólogo Albrecht von Haller había realizado algu­

la

privilegiadas.

en

sación estaban repartidas en todo el sistema y no sólo en partes

Ilustración la de

de Cirugía recibió instrucciones para diseñar un instrumento de ejecución, la nueva máquina abrió la posibilidad de sustituir una reflexión fisiológica, meramente especulativa, por una forma de experimentación con humanos que permitiera acotar el debate. En un Memorándum escrito entre 1775 y 1776, Guillotin propuso que los criminales convictos fueron utilizados en los mismos experi­ mentos "en los que hasta ahora se habían utilizado animales".

final

justificaba la práctica de la vivisección. Este texto, leído ante la

El

Curiosamente, esta macabra propuesta se apoyaba en la autori­

Asamblea, merece citarse en su integridad:

dad de la entrada anatomía de la Enciclopedia, en la que Diderot

¿Qué es la Humanidad sino la dispvsición habitual del corazón por el que las propias facultades contribuyen al beneficio de ¡a raza huma­ rai? Una vez que esta premisa ha sido aceptada, ¿cómo puede conside­ rarse inhumana la disección de un malvado? [...] Cualquiera quesea la opinión que cada cual tenga sobre la muerte de un malhechor, uquella sena tan útil a la sociedad en la mesa de disección como en el patí­ bulo, al tiempo que esta forma de castigo no seria menos justa que cual­ quier otra. Anatomía, medicina y cirugía sólo podrían beneficiarse por este procedimiento. Y entre los criminales, habría pocos que no prefi­ rieran una operación dolorosa a la certeza déla muerte. ¿Quién, ante la seguridad de su próxima ejecución, no se sometería a la inyección de líquidos en su sangre? [...} ¿Quién no p e rm itiría que se le amputara la pierna o se le extrajera alguna porción de su cerebro; o que sus arterias mamaria y epigástrica fueran unidas o que el intestino lefuera seccionado y la parte superior ñiera insertada en la menor; o que se le abriera el esófago; o que se le atarán los vasos espermáticos, o someter­ se a alguna otra operación en sus órganos internos' Para el racional, la ventaja de estos experimentos será razón suficiente. Hasta este momento, la historia oscura de la relación entre Marat y Corday ya permite extraer algunas conclusiones. Para empezar, el ámbito de la investigación científica y los intereses políticos no se encuentran separados y distantes. Más bien al con­

trario, la guillotina hace depender la reforma del sistema penal, que aborrece de la tortura y de la ejecución secreta, del informe previo de una institución científica, la Academia de Cirugía, que tiene su propia agenda en el ámbito de la investigación y que, de hecho, se sitúa en una larga tradición de prácticas experimentales relacionadas con la distribución de la sensibilidad y de la vida por el conjunto de la unidad orgánica. Es difícil encontrar una cone­ xión más íntima entre ciencia, tecnología y sociedad. Para mayor abundamiento, la muerte de Corday le vino a dar la razón a las ingenuas teorías del médico Marat. La decapitación de la nor­ manda resultó ser el experimento más famoso relativo a la distri­ bución del alma sensitiva a través del tejido corporal: ¡el gran éxito post-mortem de la filosofía especulativa del amigo del pueblo\ La joven, muy probablemente en razón de la magnitud de su crimen, "ozó del privilegio de ser ajusticiada sin la presencia de otros reos. Después de la ejecución, el verdugo agarró su cabeza y la mostró a la muchedumbre. En un delirio maratista, se atrevió a abofetear

El rostro de la joven, pálido en un principio, enrojeció por ambas

Ciencia

mejillas tan pronto como recibió la bofetada que el desgraciado le

y

una de las mejillas. Un texto anónimo de la época lo cuenta con estas palabras: “El verdugo sostenía la cabeza en una de sus manos.

en la Enciclopedia

La cabeza de Luis XVI no sólo fue mostrada al pueblo, también circuló en pasquines como el que muestra la imagen. Junto a la muerte del monarca, esta decapitación tenia un efecto simbólico en relación a la naturaleza del estado que, de acuerdo con los nuevos experimentos fisiológicos, también podía vivir y gobernarse sin ¿abeza.

técnica

dio. Todo el mundo quedó impresionado por el cambio de color y con

Ilustración

gritos de rabia clamaron venganza ante esta cobarde y atroz barbari­

la

color”.

dad. No se puede decir tampoco que el enrojecimiento fuera causado por el golpe, pues todos sabemos que ningún golpe que se diera a un cadáver sería suficiente para enrojecer sus mejillas. Además, sólo una

de

de las mejillas recibió el golpe, pero ambas cambiaron igualmente de

El

final

Se consumaban así las indicaciones de la propia Enciclopedia que había distinguido dos tipos de muerte, la incompleta y la abso­ luta, a las que se había sumado el mismo Diderot en sus Elementos de fisiología: El corazón, los pulmones, la mano, casi todas las partes del

animal viven algún tiempo separadas ael todo. Incluso la cabeza separada del cuerpo mitempla, vey vive. No hay más vida que la vida de ¡a molécu­ la, en donde la sensibilidad no cesa. Esta es una desús cualidades esencia­ les. La muerte se detiene a h í . Pero las implicaciones de esta circuns­ tancia anatómica también se extendían a la reflexión del cuerpo político. La posibilidad de comprender que el cuerpo podía sobre­ vivir sin cabeza, que la sensibilidad y la vida se encontraban dis­ tribuidas a lo largo del sistema nervioso y que no dependían de órganos privilegiados, hacían perfectamente razonable la defensa de una nueva fisiología del estado en donde la vida y la estabilidad del cuerpo social ya no dependían de la presencia de una cabeza visible. La ejecución de Luis XVI, que los contrarrevolucionarios tomaron como un genuino parricidio, tenía motivaciones muy diversas, pero se apoyo en muy alto grado en la posibilidad, ampliamente confirmada, de que la vida de los órganos (fisiológi­ cos y constitucionales) no dependiera ni de la cabeza del cuerpo fisiológico ni tampoco de la del cuerpo político La pasión por las máquinas, la obsesión por la experimenta­ ción animal, la reforma del sistema penal, la confluencia entre lo que hoy denominaríamos periodismo junto a la proliferación de anécdotas, pasquines y libelos, los intentos de tornar la filosofía y la ciencia en una actividad pública, liberando el conocimiento de su tradición gremial y de sus fórmulas secretas, son algunos de los

Los experimentos relacionados con la amputación y estimulación de miembros comenzaron a desarrollarse de manera sistemática en el último cuarto del siglo XVIII y fueron muy populares entre los fisiólogos y anatomistas de la Revolución. En la Imagen se muestran estudios sobre la producción artificial de mo vim ientos faciales y corporales por medio de corrientes galvánicas en decapitados.

elementos que vemos aparecer en esta turbia historia de asesina­

Ciencia

tos y ejecuciones. La muerte de Corday y Marat representa a su

y

res que hoy reconocemos como propios aparecen otros muchos que juzgamos aborrecibles. Para entender la relación entre la

técnica

modo el carácter esquivo de la herencia ilustrada. Frente a valo­

Ilustración y los acontecimientos revolucionarios que tuvieron

cialmente urbano, conmocionado por las posibilidades que el pro­ pio diseño geográfico abre en términos de movilidad social. El suelo nutricio de esta extraña red de relaciones contiene no pocos sueños rotos y promesas incumplidas. Los viejos adalides de la Ilustración jamás mostraron el menor aprecio por quienes ellos mismos llamaron escritores del arroyo, de los que Marat nos pare­ ce un magnífico ejemplo. Del mismo modo, el poco interés que los

Enciclopedia

toria. El ideario político ilustrado acontece en un escenario esen­

la

las zonas normalmente más desatendidas en los manuales de his­

en

lugar a partir de 1789, parece necesario comenzar por examinar

Ilustración

enciclopedistas tuvieron hacia las provincias francesas las excluía

la

La Revolución Francesa no es el resultado lineal del ideario

de

enciclopédico, pero sí ejemplifica, a su modo, la equiparación de

de su ideario político. No en vano, se trataba de las mismas peque­ ñas localidades de las que muchos de ellos, como el propio Diderot, habían salido huyendo y a las que no deseaban regresar jamás.

final

rrollo del conocimiento -presente incluso en el caso de la guilloti­

El

todos ante la ley, la igualdad de derechos, la pasión por el desa­

saberes secretos. De nuevo, y como en el caso de la propia

na- o la necesidad de acabar con el conocimiento privado o los Ilustración, también los revolucionarios mezclaron grandes pala­ bras con odios y resentimientos, intereses inconfesables o pasio­ nes mezquinas. No hay que olvidar, sin embargo, que también el proyecto enciclopédico se construyó sobre la lógica calculada del beneficio económico, que la libertad que defendió tan duramente Diderot tenía claros componentes biográficos o que la pasión matemática de D’Alembert dependía, como en el caso de Newton, de su propia falta de confianza y autoestima, de la incapacidad de comprender que las críticas dirigidas contra sus planteamientos filosóficos trascendían la miseria que acompañó las circunstan­ cias, que él consideraba un estigma, de su propio nacimiento.

C o n c l u s i ón Los protagonistas de la Revolución fueron hombres y mujeres de carne y hueso movidos por deseos, convicciones, resenti­ mientos, enfermedades, necesidades y no pocas pasiones. Sus actos no pueden evaluarse de una vez y para siempre. Porque la historia se escribe y reescribe, siempre habrá quien considere a Marat el amigo del pueblo, mientras que otros muchos tendrán a Corday por una heroína de Francia. Los acontecimientos narrados permiten vislumbrar las tensiones internas de los herederos del movimiento enciclopédico. En esa turbia historia de crímenes, ejecuciones y anécdotas que hemos visto en el epígrafe anterior perviven los textos de

pueden quedar aún muchas preguntas pendientes. Algunas de mientos teóricos de la filosofía natural en el cada vez mayor desa­ rrollo tecnológico. La revolución política no da cuenta de la pro­ gresiva industrialización de Europa, de la que París sintió

y técnica

ellas tienen que ver con el peso que cabe otorgar a los plantea­

Ciencia

Diderot, la fiebre de la nueva filosofía experimental y la conexión entre la fisiología del cuerpo natural y la del cuerpo político, pero

especialmente sus efectos. Desconocemos si la conexión que pre­ tendía la Enciclopedia entre las ciencias, las artes y los oficios fue

en

meramente episódica, o si por el contrario cabe afirmar una rela­

la

pretensión de que cada oficio estuviera ligado con el cuerpo de conocimiento que más luz pudiera arrojar sobre sus principios y aplicaciones. Tampoco sabemos qué ocurrió con estas dos tradiciones que hemos visto desarrollarse durante el siglo ilustrado. Por una parte, el mundo de las matemáticas mixtas y de la mecánica; por el otro,

Enciclopedia

ción mutua entre ciencia y tecnología inspirada en aquella vieja

Conclusión

el ámbito de la filosofía experimental. En un lado, el Newton de los Principia Mathematica\ en otro, el Newton de la Óptica. La contra­ posición entre las preferencias de Diderot y D’Alembert obedece a esta doble herencia newtoniana que ahora debemos intentar recomponer. No en vano, del éxito de esta fusión entre programas dependió en buena medida el desarrollo de la ciencia moderna como ahora la entendemos. Si comenzamos con este último punto, cabe sostener que el desarrollo de la física, de lo que hov entendemos como física, se hizo posible una vez que se procedió a la fusión de ambas tradi­ ciones: la matemática y la experimental. En Francia, buena parte del desarrollo de este programa de unión se debió al trabajo de algunos de los jóvenes estudiantes que pasaron por l'École Polytechnique, una institución fundada en 1794 destinada a ligar lo que se conocía entonces como physique générale y physique particuliére. La primera de estas clasificaciones hacía referencia a la mecánica newtoniana mientras que la segunda incluía investiga­ ciones de naturaleza experimental en fenómenos como el calor, la luz, el sonido, la electricidad o el magnetismo. Quizá no haya mejor ejemplo de la simbiosis entre ambas tradiciones que la publicación en 1816 del Tratado d*> física experimental y matemá­ tica de Jean-Baptiste Biot; un estudiante de l'École Polytechnique tremendamente influenciado por la obra y la forma de entender la matvimatización de los fenómenos físicos de la Mecánica celeste de Pierre-Simon Laplace, discípulo y protegido de D’Alembert. Esta obra, publicada entre 1799 y 1825, suponía, entre otras cosas, un intento de aplicar a los fenómenos imponderables, como la elec­ tricidad, el calor o el magnetismo, los procedimientos de cálculo y cuantificación desarrollados en la mecánica. Para Biot, como para Coulomb, Malus, Poisson, Fourier o Fresnel, el desarrollo de la física descansaba en dos presupuestos igualmente relevantes. Por una parte, el convencimiento en la uni­ dad de las ciencias. Por la otra, un mayor esfuerzo a favor de la

cuantificación y precisión experimental en el ámbito de los fenó­ menos físicos, lo que incluía la fabricación de nuevos instrumen­ tos para la medición de magnitudes, formas estandarizadas de cuantificación de resultados, la insistencia en la expresión de esos resultados a través de ecuaciones numéricas y, finalmente, la adopción de un vocabulario universal. En ambos casos, no es difícil encontrar todos esos valores en las páginas de la Enciclopedia. Pero eso sí, de una forma modifica­ da. Uno de los mayores logros de aquella obra consistió en poner al alcance de todo el mundo no sólo el qué, sino también el cómo. En poco se ha valorado el esfuerzo por acabar con los secretos y privilegios gremiales y promover la comunicación de conocimien­ tos prácticos así como la unificación terminológica de los distin­ tos oficios. La Francia del Antiguo Régimen no sólo se encuentra encerrada en el boato de Versalles, sino geográfica y socialmente dividida. No es de extrañar que entre las primeras empresas de la

asignación rigurosa de principios cuantitativos, garantizaba la uni­

Ciencia

dad integral de la República. La unidad de las ciencias, sin embar­

y

nueva ciencia que surgió tras la Revolución de 1789 estuviera la unificación del sistema de pesos y medidas. La ciencia, mediante

co tremendamente heterogéneo.

técnica

go, venía propuesta desde las páginas de un movimiento filosófi­

En el primero de nuestros problemas, el que tiene que ver con en

la relación entre el desarrollo de la ciencia y la industrialización de Francia, las cosas se complican aún más. La mayor parte de los

la

historiadores están de acuerdo en que la Revolución Industrial

Enciclopedia

contrajo muy pocas deudas con el ámbito de la ciencia o, más correctamente, de la filosofía natural. La imagen de que los inven­ tores e ingenieros obtuvieron sus conocimientos y fuentes de ins­ piración en los modelos discursivos y matemáticos de la nueva ciencia hace tiempo que se ha desvanecido. La relación entre cien­ cia básica y ciencia aplicada que recorre el discurso de legitima­ ción del conocimiento durante el mundo moderno y la Ilustración

Conclusión

parece más bien una quimera. La capacidad autónoma del desa­ rrollo tecnológico no siempre ha dependido de conocimientos pre­ vios. La relación directa, sin embargo, puede sustituirse pur for­ mas de conexión más sutiles, pero no menos importantes. El creciente interés en la actividad científica y la formación d t corrientes de opinión, la creación de una audiencia ávida por con­ sumir este tipo de conocimientos podría sugerir una relación indis­ pensable entre mercado, interés y desarrollo tecnológico. La división del trabajo introducida en los talleres de distintos oficios comenzó a producir la idea de una forma de producción en la que el trabajador se comportaba a todos los efectos como un autómata que, lejos de participar en la producción del resultado final, operaba como un engranaje menor en el mecanismo de la producción. Pero el paso de una sociedad agraria a una sociedad industrial, que tanto contribuyó a fomentar la Enciclopedia y que tanto daño sin embargo produjo en la conciencia de Jean-Jacques Rousseau, tenía el efecto de ver el estado como a un inmenso orga­ nismo mecánico. De la misma manera, también supone un problema la demo­ cratización de la ciencia. Cuando Diderot insistía en que había que hacer popular la filosofía, su programa fracasó estrepitosamente en el siglo XIX, donde asistimos a una creciente jerarquización de los saberes, no sólo en el sentido de que algunas ramas de las cien­ cias se consideren más importantes o tengan un carácter norma­ tivo o más relevante que otras, sino que la profesionalización de la ciencia, el uso de ecuaciones matemáticas y la creciente com­ plejidad de los conocimientos generaron una línea divisoria entre la mayor parte de las ciencias y la mayor parte de los hombres. Estos cuatro problemas, el desarrollo de la física contempo­ ránea, la relación entre conocimientos científicos y desarrollos tec­ nológicos, la unidad de las ciencias, así como la forma en la que la sociedad participa en la producción y distribución de los saberes,

han sido algunos de los temas que hemos visto aparecer en el pro­ yecto y las páginas de la Enciclopedia. La doble tradición que representan Diderot y D’Alembert en el ámbito de las ciencias matemáticas y experimentales, la obsesión con producir una obra enciclopédica que, al tiempo que defendía un edificio ordenado de todos los conocimientos, fuera también un diccionario de artes y de oficios, así como la necesidad, tantas veces declarada, de hacer que la filosofía pudiera llegar al pueblo, forman parte de la heren­ cia que los ilustrados dejaron a los siglos posteriores. Su empresa se ha visto, en muchos casos, negada por la historia. A pesar de todo, de las luces y las sombras que acompañaron a aquella ini­ ciativa empresarial e intelectual del mundo moderno y del modo en que los intereses más bajos e inconfesables interfirieron con los más nobles ideales, los diecisiete volúmenes de texto y los doce de planchas permanecen, aún hoy, inalterables, como monu­ mento y seña de identidad de un pasado científico y cultural que reconocemos como propio. Ciencia y técnica en la Enciclopedia

Cronologí a 1697 Publicación del Diccionario histórico y crítico de Bayle. 1704 Prim era edición del diccionario llam ado elaborado por los jesuitas.

Journal de Trévoux,

Aparición en Londres del Léxico tecnológico o Diccionario universal de las artes y las ciencias de J. Harris. 1728 Publicación en Londres de la Ciclopaedia o Diccionario universal de las artes y las ciencias de Chambers.

Ciencia

1745 El librero francés Le B retón se asocia con el inglés Mills y con el alemán Sellins para traducir al francés la Ciclopaedia de Chambers. Meses después rom pe con ellos y firma un contrato con Briasson, Durand y David para llevar a cabo el proyecto.

y en

Pensamientos

la

1747 Diderot y D'Alembert sustituyen al abate Malves en la dirección de la Enciclopedia.

Enciclopedia

El parlam ento condena la obra anónim a titulada escrita por Diderot.

técnica

1746 El canciller D’Aguesseau concede un privilegio real para publicar una Enciclopedia o Diccionario universal de las artes y las ciencias, traducido de los diccionarios ingleses de Chambers y Harris, y con una serie de adiciones.

filosóficos,

1748 Aparición en Ginebra de El espíritu de las leyes de M ontesquieu. 1749 Arresto y encarcelam iento de Diderot en Vincennes a causa de la

publicación de su Carta sobre ciegos. Lejos de suponer la ruina para la Enciclopedia, crece el interés por ella. 1750 Tirada de 8.000 ejem plares del Prospecto definitivo, en cuya última página aparecen las condiciones de la suscripción (372 libras en pagos fraccionados) y de la publicación (10 volúm enes in-folio entre los que se incluyen 2 volúm enes de planchas). 1751 Publicación del prim er volumen de la Enciclopedia con una tirada de 2.050 ejem plares. La Enciclopedia es duram ente atacada por los jesuítas del Journal de Tréooux.

En la conclusión de El siglo de Luis XIV, Voltaire se refiere a la la obra inmensa e inmortal de sus discípulos.

Enciclopedia com o

1752 Poco despu és de la aparición del segundo volum en de la Enciclopedia, la tesis del abate Prades es censurada por la Sorbona, que le acusa de defender el sensualism o y la religión natural. Disposición del Consejo Real según la cual los dos prim eros volúmenes de la Enciclopedia deben ser retirados de la circulación. Los abates Prades, Pestré e Ivon se exilian. Gracias a la interven­ ción de M alesherbes, se autoriza la continuación del proyecto enciclopédico. 1753 Aparición del tercer volumen de la Enciclopedia con una tirada de 3.100 ejem plares. 1754 Volumen cuarto de la Enciclopedia. D’Alembert es elegido miembro de la Academia de Ciencias francesa. 1755 Volumen quinto de la Enciclopedia, precedido de un Montesquieu de D’Alembert.

Elogio de

1756 Aparición del volumen sexto de la Enciclopedia. D’Alem bert visita a Voltaire en Délices y am bos preparan el artículo Ginebra para la Enciclopedia. 1757 A tentado de Damiens contra Luis XV. Artículo de Fréron acusando de plagio a Diderot. Los ataques contra la Enciclopedia se acum ulan en el Mercurio de Francia. Los enciclopedistas reciben el nom bre despectivo de Cacouacs. Aparición del séptim o volumen de la Enciclopedia, con el artículo Ginebra, firm ado por D’Alembert. 1758 Helvétius, amigo de los enciclopedistas, publica Sobre el espíritu, obra en la que expone una filosofía m aterialista. Ciencia

1759 La obra Sobre el espíritu es condenada. Disposición según la cual la Enciclopedia debe som eterse a la revisión de una com isión integrada por teólogos, abogados y sabios, todos jansenistas.

y técnica en

1760 Lefranc de Pom pignan pronuncia en la Academ ia de Ciencias francesa un discurso de recepción que critica muy duram ente al m ovim iento enciclopédico. Ese m ism o año, en mayo, Palissot estrena su com edia Los filósofos, en la que se burla de Diderot, Helvétius y Rousseau, entre otros.

la

1763 Se publican los volúmenes II y III de las planchas de la Enciclopedia. 1766 Publicación del volum en IV de las planchas y de los diez últim os volúm enes de texto. 1772 Se term ina la publicación de las planchas.

Enciclopedia

1762 Aparece el prim er volumen de imágenes (planchas).

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