Ciencia de la Lógica y Lógica del Sueño

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VICTOR GO MEZ PIN

DEL

MISMO AUTOR

EN TAURUS EDICIONES



El drama de la Ciudad Ideal.

(Colección «Ensayistas», n.º 114.)

CIENCIA

DE LA

LOGICA

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LOGICA

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DEL

SUENO

CON UN APENDICE DE JAl'IER ECHEVERRIA

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f PO R T I CO

El reino de la Lógica es la verdad sin máscara, la verdad en sí y por sí. . . , la representación de Dios tal como está en su ser eterno. (HEGEL)

. . . trazar en lo real un surco nuevo respecto al cono­ cimiento que cabría atribuir a Dios en su ser eterno. (LACAN)

A MI HIJA ANA, COMPAÑERA DE RuGGERO A CA n'ÜRo

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©

1978, VÍCTOR GóMEZ PIN

1978 del Apéndice al Cap. 1 de la 11 Parte, JAVIER EcHEVERRÍA TAURUS EDICIONES,

S. A. - Velázquez, 76, 4.º

ISBN: 84-306-1 156-8

Depósito Legal: M. 5 .649 - 1978 PRINTED IN SPAIN

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MADRID-1

P R O L OG O «Diríase que se asiste a una lucha entre gigantes, por lo virulenta que es su disputa en torno a usía.» PLATÓN, Sofista

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Se entrecruzan en este trabajo múltiples proyectos. Diríamos que proyectos diversos, opuestos y contradictorios si ello no equivaliera a caracterizarlos ya en función de uno de ellos . Pues verificar que toda reflexión se inserta en el orden lógico cuyo arranque son las categorías de diversidad, oposición y contradicción, fue la primera tarea que, hace ya unos años, nos propusimos. De la fórmula inveri­ ficable « toda reflexión», pasamos a la consideración empírica de teorías y aparatos conceptuales más o menos totalitarios en su pre­ tensión : el sistema categorial de Aristóteles ( aquí no incluido), el Psicoanálisis, la Lingüística contemporánea . Se trataba de insertarlos en la Lógica de Hegel, en un momento determinado de ella, la «Ló­ gica de la Esencia» y en ésta, las «categorías de la reflexión» . Si el proyecto no se hubiera modificado en camino, este libro constituiría una nota de la Ciencia de la Lógica. No cabría decir siquiera que se trata de una nota al margen, o al pie de página ; bueno es que en la Ciencia de la Lógica las notas se hallan insertas en el texto, pues ¿ qué margen puede haber cuando de lo que se trata es de la «ciencia eterna de Dios»? Nuestro trabajo sería la exploración con cierto de­ tenimiento de un detalle. Al llegar a la categoría de vida cabe ha­ cerse biólogo para mostrar en la multiplicidad cómo la vida se des­ pliega. Análogamente, en el centro de la Esencia, allí donde en la Lógica surge la reflexión como tal, ¿por qué no un paseo por los campos donde ésta se encarna? El paseo no podría naturalmente revelamos otra cosa que la absoluta sumisión al modelo : sólo uni­ versalidad en lo particular, sólo Esencia en el modo. Y en un punto al menos los « modos» observados son totalmente obedientes : cada uno, aun surgiendo como reflexión particular, se proclama universal; cada uno, aceptándose momento, quiere dar cuenta de todo. 9

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Dar cuenta de todo. Incluso -y ahí el problema- cuenta de la reflexión en la cual (para nosotros) se agota lo que pretende dar cuenta es decir, encuentra a la vez su fundamento y su pérdida. Da� cuenta de la reflexión, es decir, dar cuenta de la Esencia en la cual la reflexión es momento, y de cuya totalidad es por ende indisociable. Y así dar cuenta de las categorías mediante las cuales las de1erminacignes del ser llegan a fenomenizarse y realizarse. Dar cuenta en definitiva de la Lógica en tanto encadenamiento, necesa­ rio y cerrado sobre sí mismo, de los conceptos más universales. Dar cuenta de la Lógica en tanto encadenamiento de los concep­ tos más universales. No hemos dicho dar cuenta de la Lógica «tout court». Pues si por algún lado surgiera tal pretensión, no habría aquí ocasión de discutirla. Qui(ftl pretende situarse más allá del La­ gos, está -por definición- cerrando el paso a todo diálogo. En uno de los textos que en este trabajo más ampliamente menciona­ remos, Lacan tiene buen cuidado de dejar sentado que lo real a que debe confrontarnos la experiencia psicoanálitica, aunque irreductible a la construcción hegeliana, debe ser reivindicado como racional. Pues si así no fuera, ¿cómo a partír de lo real íbamos a dar razón no sólo de la construcción hegeliana, sino de toda construcción? Lo real es racional, pero la razón, el Logos, no se agota en concepto y por ello la razón hegeliana es una razón parcial. Tal sería el razona­ miento implícito en toda tentativa de hacer de Hegel un «caso». Lo molesto es que no hay seguridad de que se trate de algo más que de un razonamiento simple, es decir, puramente conceptual, mediante lo cual se insertaría en aquello que pretende trascender. De este círculo vicioso, presente en múltiples modos, ya no es­ caparemos a todo lo largo de este libro. O mejor dicho: sí escapare­ mos, pero para caer en otro. Cuando reconfortados en nuestras co�­ vicciones hegelianas repitamos a quien quiera oírnos que el lenguaJe no es el LQgos, sino tan sólo el modo en que se hallan «expuestas y consignadas las formas del Logos», se evidenciará inmediatamente que esta afirmación, así como todos los silogismos destinados a �e­ mostrarla se inserta asimismo en el objeto que pretende reducir. Si el leng�aje es modo del concepto, constituye en todo caso el único modo accesible, pues -el en sí de Dios aparte- ¿cómo aprehender categorías no expuestas ni consignadas? Aporías múltiples que hacían que en camino nuestro proyecto se modificara. Ahora se trataba de dar cuenta, hegelianamente ha­ blando de la reflexión lingüística o psicoanalítica. Un momento des­ pués, p or el contrario, nos tentaba la idea de hacer de la lógica de Hegel un momento de la reflexión total sobre el lenguaje. En fin, aspecto complementario del que precede, tentación de insertar el proyecto hegeliano como tal en el espacio de la relación analítica. Detengámonos sobre este último punto:

El discurso del psicoanalizado tiene la particularidad de estar dirigido a alguien que es la figura de la negación del yo del primero. De ahí que los protagonistas de la relación analítica nos parecieran dar cuerpo a los polos de la relación fundamental. Aspecto mediante el cual la relación analítica trascendería -hegelianamente hablando-­ la lógica de la reflexión, para insertarse en la lógica del Grund, fun­ damento, o exactamente, relación fundamental. Por eso en la pri­ mera parte de este trabajo el espacio analítico no está presentado ni como espacio del inconsciente ni como espacio de la realidad social y natural, sino como la diferencia, la oposición, la contradicción en­ tre ellos y así el espacio mismo en que se constituyen. En esta perspectiva nada habría irreductible a la relación analí­ tica, nada habría irreductible al discurso analítico. ¿Nada? ¿ Ni si­ quiera el orden categorial que permite hablar de relación y precisa­ mente de relación fundamental . . . ? Retorno de la tentación concep­ tual que nos obliga a separarnos de Lacan en el instante mismo en que afirma la irreductibilidad y subsistencia del campo freudiano in­ sertándolo entre aquellos «que se caracterizan por trazar un surco nuevo en relación al conocimiento que cabría atribuir a Dios en su eternidad» 1• El surco freudiano posibilitaría una relación no alienada a lo real. Este emergería por fin como el fondo en �ue se agota no sólo el sentido de la palabra, sino el sentido -y as1 la verdad- de aconte­ cimientos como la guerra y la muerte del padre, éle cuya inserción en la relación analítica nos ocuparemos en la primera parte de este libro. En la segunda parte intentaremos explícitamente ordenar, con respecto a las categorías de la relación fundamental, el dispositivo conceptual mediante el cual Freud y Lacan nos exponen la estruc­ tura de la relación analítica. Previamente, en esa misma segunda parte, habremos ordenado, con respecto a las categorías de la refle­ xión, el aparato categorial de dos representantes eminentes de la moderna lingüística: Jakobson y Saussure. La relación entre estos capítulos puede sintetizarse en dos preguntas : ¿a qué leyes responde el discurso? , ¿a qué leyes responde la quiebra del discurso ? En fin, el libro se cerrará con una tercera parte consagrada ex­ clusivamente a un capítulo de la Ciencia de la Lógica. Aparecerá allí el despliegue dialéctico de los principales conceptos utilizados en la segunda parte. En primer lugar presentaremos el Or.ganon de los capítulos I y II de la segunda parte, así como del Apéndice de Javier Echeverría. En segundo lugar vendrá el Organon del ter­ cer capítulo.

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Les quatre concepts fondamentaux de la Psychanalyse, París, Les Edi­

tions du Seuil, 1973, p. 1 16.

Esta tercera parte tiene la función suplementaria de introducir al horizonte de una investigación posterior, que aquí avanzamos, pues de alguna manera constituye la promesa en la que encuentra su verdadero sentido este trabajo. Empecemos por resumir breve­ mente lo obtenido en nuestro análisis del Cours de Linguistique Générale.

Ferdinand de Saussure nos presenta fenómenos lingüísticos su­ cesivos, cuya explicación exige remitirse en cada caso a una categoría particular: Diferencia, Distinción (Diversidad), Oposición. El orden de estas categorías coincide con el expuesto en la Ciencia de la Ló­ gica, y así confirma en una ciencia empírica lo bien fundado de esta exposición. Hay coincidencia también en la estructuración dia­ léctica de estas categorías, pu(JS la Oposición, como relación entre signos completos, es la categoría concreta sin la cual no tiene sen­ tido ni la distinción de signos -por abstracción considerados sub­ sistentes-, ni la relación diferencial entre los significantes o entre los significados. Ahora bien, desde el momento en que la categoría de Oposición es aceptada como fundamento último del funcionamiento del signo, desde el momento en _que para dar cuenta de la lengua hemos re­ currido a un concepto no cabe ya hacer abstracción de lo que resulta de una consideración meramente lógica de este concepto. Se puede razonar del modo siguiente: «la oposición funda el signo; veamos, pues, cuál es el fundamento de la oposición». Saussure ·se etiene en la Oposición, no reflexiona sobre la Oposición Pero el destino de la Oposición no constituye para nosotros mist�rio al­ guno. La Ciencia de la Lógica nos muestra que la Oposición es en verdad el proce�o: contradicción solución de la contradic­ ción, y en ello relación fundamental como condición necesaria y suficiente del «surgir de la cosa en la existencia», y así subsistencia y, por ende, negación de la no subsistencia bajo la cual, en el dis­ curso mismo que funda su privilegio, quedaba enmarcada la lengua Lo esencial de este momento es que a partir de él la reflexión no puede ser ya un hacer signos que agota la cosa, sino hacer signos sobre la cosa. Accede ahí el lógico a la contemplación de la necesi­ dad de que el conocimiento se convierta en adecuación a algo que no es ya del orden del concepto simple sino resultado de la nega­ ción por el concepto de sí mismo. Accede ahí el lógico al momento

de la doctrina empmsta, fundamentalmente aristotélico-escolástica, del conocimiento. Así, pues, si «un niño puede demostrar contra la Escuela» que el concepto engendra la cosa, razón -razón parcial, pero razón­ tiene el escolástico en responder que algo en la cosaf no se agota en el concepto, a saber, su subsistencia; razón tiene ee más si se afir­ ma que el concepto es progenitura del significante. Cierto es, sin embargo, que la cosa hegeliana emerge en el hori­ zonte del concepto, emerge como evidencia racional a partir de la consideración de determinados signos. Por ello, cuando Hegel pro­ nuncie la frase con la que se inicia la esperada transformación del fundamento en cosa (Der Grund ist das Unmittelbare und das Begründete des Vermittelten), encontrará un oído atento, no a los sintagmas que a esta frase precede y siguen, insertándola en un ri­ guroso silogismo, sino a la carga pulsional de que es portadora... El discurso lógico y no tan sólo el sueño es un «rebus», pretensión ante la que el concepto debe necesariamente rebelarse, no excluyén­ dola, sino fundándola en razón, determinándola como momento. 5

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2 Veremos que Jakobson, aun situándola a otro nivel, hace también de la Oposición la categoría fundamental de la lingüística. Tampoco Jakobson, pese a las apariencias. Jakobson se limita a recor­ 3 damos cómo funciona exactamente la oposición a fin de justificar la corrección que, a propósito del fonema, hará del Cours de Linguistique. 4 «La lengua es una forma y no una substancia . . » (Cours de Linguistique Générale, París, Payot, 1965, p. 1 69.) .

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s LACAN, Fonction et Champ de la Paro/e et du Langage, in Ecrits, p. 276.

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PRIMERA PARTE LO G ICA DEL SUEÑO

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1 LO REAL QUE DESPIERT A

«Un padre ha velado largo tiempo, día y noche, junto al lecho de su hijo enfermo. Tras la muerte del niño se retira a descansar a una habitación contigua, pero deja abierta la puerta a fin de no perder de vista el dormitorio donde reposa el cadáver del niño, ro­ deado de grandes cirios. Un viejo, encargado del velatorio, salmodia oraciones sentado junto al cadáver. Tras unas horas de haberse dor­ mido, el padre sueña que su hijo está junto a su cama, le coge del brazo y con un tono lleno de reproche le dice al oído: "Padre, ¿no ves que estoy ardiendo?" Se despierta, percibe un intenso resplan­

dor que proviene de la habitación del cadáver, corre hacia ella y encuentra al anciano adormecido, la mortaja y un brazo del cadáver quemados por un cirio que, ardiendo, había caído sobre ellos.» A propósito de este sueño, que Freud nos dice merecer una atención particular, Jacques Lacan formula una pregunta que suena como un aldabonazo: «¿qué es lo que despierta?» Pero veamos antes de abordarla algunas características del sueño mismo. No se trata de un sueño interpretado por Freud; ni tan siquiera de un sueño que Freud escucha directamente de boca del que soñó. Una de sus pacientes lo oyó en una conferencia sobre el sueño, e integró algunos de sus elementos en un sueño propio. Tras todas estas me­ diaciones es como el sueño llega a oídos de Freud, y no deja de resultar curioso que éste lo haya estimado adecuado para servir de pórtico al capítulo más trascendente de La interpretación de los 1•

sueños.

Transcribamos ahora -pues en ella se encuentra un punto de especial importancia- la interpretación que, al decir de la enferma 1

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Les quatre concepts

. . .

, p. 57.

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de Freud, dio el conferenciante que constituye el último eslabón del relato: «La explicación de este sueño conmovedor es bastante sen­ cilla y, al decir de mi paciente, el conferenciante supo darla. El vivo resplandor llegó, por la puerta abierta, hasta el ojo del padre dormido y le inspiró la misma conclusión que hubiera sacado en estado de vigilia, a saber, que la caída de un cirio había provocado un incendio en la proximidad del cadáver. Tal vez el padre se dur­

mió ya con la aprensión de que el anciano no estuviera en condi­ ciones de cumplir su misión» 2 •

No escapará al lector el carácter inquietante de las últimas líneas, subrayadas por nosotros. ¿No sugieren, en efecto, la posibilidad de que en el acontecer de estos hechos desgraciados la inocencia del padre no sea total? Pero \rolvamos a la pregunta: ¿qué es lo que despierta? No cabe la respuesta ingenua de que lo que despierta es el vivo resplandor de la llama. El texto de Freud no deja al res­ pecto lugar a dudas. El resplandor es más bien ocasión del soñar que causa del despertar. El acontecimiento «accidental» posibilita que en el durmiente se desencadene el proceso -llamado prima­ rio- constitutivo del sueño; del sueño que elabora los estímulos y los restos diurnos en conformidad con el principio de placer, y no en conformidad con lo que se impone en la vigilia. La percepción de un incendio debe desencadenar el impulso de apagarlo, salvo que tal percepción se inserte en esta lógica otra que es la lógica del de­ seo. Y nuestro padre, lejos de correr a apagar el cadáver de su hijo, prolonga en sueños la vida de éste, aun ardiendo: «... cabe extrañarse que haya podido haber sueño cuando lo que se imponía era el más apresurado despertar. Debe no­ tarse que también este sueño constituye la realización de un deseo. En el sueño actúa el niño muerto como si estuviera vivo; advierte él mismo a su padre, viene a su cama y le coge del brazo, como probablemente lo hizo en aquella ocasión de la que el sueño saca el primer trozo de la frase del niño (Pa­ dre, ¿no ves?). La realización de este deseo ha prolongado por un momento el sueño del padre. El sueño mantiene, sobre el pensamiento despierto, el privilegio de que el niño puede mostrarse vivo una vez más. Si el padre se hubiera despertado inmediatamente, sacado la conclusión que se imponía y tras­ ladado a la habitación del resplandor, habría, en cierto modo, reducido la vida de su hijo» 3•

n la lógica del sueño es la vía mediante la cual el id nte es recuperable, recuperable para el noble deseo ¡11 padre prolongue la vida de su hijo. Se explica ahora lo l n s indicaba poder ser causa de extrañeza, a saber, que h I ¡ rtar no se imponga, pues ante la posibilidad de devolver la l r 1ué urgencia tiene el apagar las llamas del cadáver? Y, sin embargo, el padre acaba despertándose (quizá no hay si1u' 1,1 intervalo temporal entre el soñar y el despertarse), y enton­ •tpar ce una extrañeza de signo contrario. Ante la hasta ahora 1hl economía del sueño, surge la pregunta: pudiendo seguir solo, ¿por qué despertarse?, ¿qué hay en el núcleo mismo de sueño, satisfactorio en principio, que acaba imponiendo el re1117i en las tareas cotidianas --en este caso la primordial tarea de 1p:1gar las llamas? ·ijémonos en las palabras del niño: «Padre, ¿no ves que esardiendo?» De las primeras (Padre, ¿no ves?), Freud nos li que debieron ser efectivamente pronunciadas, acompañadas del •-.to familiar de coger del brazo, a propósito de algún aconteci­ mi nto fuertemente emotivo (affektreiche Gelegenheit). El sueño cía este recuerdo (Erinnerung) a las palabras «estoy ardiendo» n que el niño, al decir de Freud, debió quejarse de la fiebre du­ r:mte su enfermedad mortal. Constatamos, pues, una inquietante complicidad entre el acon­ t cimiento, que se quisiera fortuito, desencadenador del proceso nírico y el momento revivido en el núcleo del sueño. Si en ambos asos el niño arde, cuando Freud mismo nos sugiere que el padre se retiró ya con la aprensión de que el anciano no estuviera a la altura de su tarea, ¿no nos está indicando claramente la participa­ ción del padre en el siniestro accidente? Fortuito para nosotros, el incendio no lo es para el padre, no lo es al menos si por padre entendemos algo más que el padre consciente -el ciudadano-, al que por principio nada es más caro que la vida de su hijo. La realidad {la determinación en la objetividad, en el mundo) del incendio es ocasión de realización del deseo del buen padre, pero más profundamente es ocasión -y aquí entramos de lleno en la interpretación lacaniana- de que se repita algo que constituye un precio excesivo y necesario para el deseo del buen padre, a saber, la verdadera muerte del hijo 4, si al menos es cierto, como Lacan lo indica, que «ningún ser consciente puede saber lo que es la muerte de un hijo» Lo que despierta no es la realidad objetiva del resplandor; lo l 11

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Die Traumdeutung, Frankfurt, S. Fischer Verlag, 1973, pp. 513-514. To­ 2 das nuestras referencias a La interpretación de los sueños remiten a esta edi­ ción alemana. Los pasajes citados han sido traducidos por nosotros. Die Traumdeutung, pp. 514-525. 3

4 «La casualidad refleja la fatalidad, que ha decidido sea precisamente a través de la huida cuando el ser humano se entrega a aquello de lo cual huye.» El delirio y los sueños en Gradiva de ]ensen, Grijalbo, 1 977, p. 259. s Les quatre concepts .. ., p. 58.

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que despierta es el precio excesivamente caro que exige el proceso d� ordenar en conformidad con el principio de placer los restos diurnos y los estímulos de la realidad. Pues en las imágenes oníri­ cas con las cuales el buen padre puede esperar complacerse, ya ni el brazo es brazo, ni el fuego es fuego, ni tampoco el padre es pa­ dre, a menos de llamarle padre en tanto padre.. . , negación de la figura del padre porque signo de la supresión de la sustancialidad de toda figura. Reaparecen en el sueño, nos indica Freud, emotivos aconteci­ mientos del pasado. Pero si estos acontecimientos tienen a la vez fuerza para determinar lo en apariencia fortuito (el siniestro) y para despertar al buen padre, es porque habían entrado en una órbita en la que su cont��idd sustancial o eidético, sus imágenes, se reve­ lan ser mera ocas10n de que circule lo que no podría anclarse en imagen alguna. Lo que despierta, lo real, es lo que se esconde tras las palabras «Padre, ¿no ves que estoy ardiendo?», lo que se esconde es decir lo que sin reconocerse en ninguna de estas palabras está present� en ellas como la condición incondicionada y, sin embargo' insustancial, a la que toda palabra se reduce. El comentario de Lacan a nuestro texto de Freud nos indica tan sólo el ámbito en que debe ser buscado lo Real que despierta. Allí donde la representación no es más que una pseudo-representación ( «tenant-lieu de la représentation» llama Lacan a la Vorstellungsre­ prasentanz de Freud), es decir, en el sueño, lo Real revela su huella; pero lo Real no es esta representación, como tampoco es el sueño -aunque quizá necesita de él-. La misión del Psicoanálisis según Lacan es -más allá de todo idealismo-- confrontarnos a lo Real caracterizado adecuadamente como lo inasimilable (lo radicalment� írreductible a la subjetividad) y puesto en correlación con la noción, central en la obra freudiana, de traumatismo. La originalidad de L.a�an consistirá en entroncar con lo Real la noción lingüística de sig­ _ aquello que, condición de posibilidad del signo, nificante, es d�cir: es -de ser cierto que no hay ni sujeto ni mundo sin lenguaje­ condición de posibilidad tanto de la realidad subjetiva como de la r�a!idad obje;iva. El. problema de la relación entre lo Real y el sig­ nificante sera el objeto de un capítulo posterior. Por el momento se impone determinar cuál es el horizonte de espacio analítico. 6

«Do�de tenemos que buscar lo real, es más allá del 6 . que el sueno ha recubierto, ha envuelto, detrás de la falta de la cual sólo ay un . sustitutivo. Allí !e�ide lo real que, que todo lo demas, gobierna nuestras actividades; y lo que el psicoanálisis.» Les quatre concepts , p. 59.



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sueño, en aquello de representación en mayor medid nos lo designa ' es



11 GRADO UN T EXTO SA

n suceder «No debe negarse que en el curso de un análisis puede ión d�l intenc una . múltiples acontecimientos 9-ue no cabe achacar. a te sea el que sm pacien del sicoanalizado. Puede morir el padre fin al ponga que guerra una r estalla puede quien lo ha matado; lo (Todo la fórmu a nuestr visible ación exager su tras Pero análisis. afirma ncia) resiste es co analíti que perturba la marcha del trabajo bador es real , lgo nuevo y cierto. Cuando el acontecimiento pertursólo de éste el e depend veces s mucha te, pacien del e ndient e indepe voca­ inequí a muestr se ncia orado del efecto perturbador; la resiste to.» cimien aconte del o excesiv y o gustos nto mente en el aprovechamie siete lo capítu el en nota una uyen constit s célebre Estas líneas se esfuer­ de la Interpretación de los sueños; nota en la que Freud e��al de fundam frase la a nte za, sin conseguirlo, en quitar mordie co es anahu trabajo del a march la ba pertur que u texto: «Todo lo neu­ a o obligad resistencia.» Para comprender que Freud se sientaque en las líneas ar record ne tralizar en parte su afirmación convie esencia de lo anteriores la resistencia ha sido presentada como lancia es aque�o que está en juego en la relación analítica. La re�iste la resis­ pues a, analist el ente a lo que está atento fundamentalm puntos esos de uno aborda o nalizad psicoa el que tencia es signo de ciente. incons del directo retoño un uyen constit que si A propósito de la duda que invade al psicoanalizado sobre oscu­ o aspect tal de ido conten el an los términos que utiliza expres perturbador ro del sueño Freud nos dice: «precisamente el efecto itura a la progen como de la duda s�bre el análisis, la desenmascara de la re­ arma es duda La ncia». resiste vez que herramienta de la no está ciente incons el que de prueba ncia resiste sistencia, y la modo un de r emerge lejos. Y para comprender hasta qué punto el 21

de la resistencia es precioso para el psicoanalista basta recor dar las ' palabras con que, a propósito de la Gradiva de Jense n, Freud co­ menta una frase célebre de Horado � que �eto:n�» En �s�� mismo estudio, Freuderte admir , c10n psicologica de �elicien Rops, quien, al confundira lala penetra­ imagen tentadora de una mu1er desnuda con el cuerp o crucif icado dentor, refugio .P�ra el monje, «parece haber sabido que, del re­ en su retor?o, lo :epru�ido surge de lo mismo que reprime» S1 la resistencia (resistencia del sujeto que quede superada la barrera q?e, separando su �onsciente de sua incon scien te, le const i­ , tuye .precisa.mente como su1eto) es el modo mismo de la relaci , ón an�htica,. afirmar q1:e todo lo que perturba el proceso analít es resistencia , ¿no eqmvale a afirmar que todo lo que de una uicootra manera a��cta a �a relación analítica se inserta en esta mism a rela­ . cion. anahtica? �i el psicoan alista está mentalmente atento al surg�r de la resistencia, ¿no cabe decirfunda que psicoanalista ha de c�:msiderar �orno momentos determinados por lael avent ura psicoanalí­ tica del paciente �quellos aco�;ecimientos que -por ejemp lo- pro­ . vocan la suspens10n de la ses10n? �or su nota, �reud parece descartar esta interpretación radica l. Y, sm embar�o, s1 ta! es su objeto, la nota está singu larme nte mal redacta��· Le1os ?e circunscribir en límite ables el ámbito de la r �lac10n anaht, tca, la not�, P?r su tono,s razon por sus ejemplos, nos co.nfirma que en este texto mspirado Freud ha osado vamente afirmar el orden de la relación analítica no sólo comoefecti irredu ctible a todo otro orden, sino también como englobador de todo otro �e�. La nota no� �onfirma: en el espacio de la relación analítica or­ sit�a�, por adqumr su verdadero sentido, la totalidad de los se �ecim1entos ,q?e de una u otra manera afectan a la historia delacon­ Jet.o. D?s pagmas antes de nuestra nota, Freud nos dice que, por su­ exigencia de tomar en consideración absolutamente todos los extresu ­ mos de los . �ueños de sus pacientes, él ha tratad o como un textQ sagradr¡>, (h�zlzgen Text) lo que podría ser consid erado como una _ a y arbitr narrac10n improvisad aria . El mismo respeto quisiéramos , tener aqm por el texto de Freud . Vamo como un texto sagrado su afirmación fundamental: «Todso alo tratar que perturba la mar1:

2•

3.

1 expelles /urca tamen usque recurre!» («por mucho que se expulse a la naturaleza con una horquill , siempr e retoma»). Los editores, Bernd � . Urban Y J?hannes Cremerms , del. estudio sobre la Gradiva, señalan que Freud no transcribe con exacti. tud la cita de Horado. . P 236 de la traducción por León Mames de la 2 edición señalada ' GriJalbo, 1977. 3 P. 237.

«Naturant

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ha del trabajo analítico es resistencia»; y respecto a la nota que matizar tamaña afirmación, recojámosla ahora con detalle para mostrar que no consigue su propósito. Podría parecer que Freud concede algo que fuera del ámbito psicoanalítico constituye la evidencia misma, a saber, que el psi­ coanalizado no determina la totalidad de los acontecimientos que pueden advenir y afectarle de una u otra manera. En realidad �i iquiera nos dice tanto; Freud indica tan sólo que tales aconteci­ mientos no pueden ser achacados a una intención, a un propósito deliberado (Absicht) del paciente. Para darnos cuenta que no es mucho conceder baste -adelantando sobre el cuerpo de este tra­ bajo- recordar que tampoco son propósito deliberado del paciente cualesquiera de los múltiples pequeños acontecimientos, internos al espacio estricto de la relación analítica, que a un momento dado engendran la resistencia, y con ella --en Freud- la certidumbre de que hay allí un retoño del inconsciente. La intención, el propó­ sito deliberado, no puede constituir más que una modalidad inge­ nua, y en cierto modo inofensiva, de la resistencia. Esta se revela en toda su fuerza cuando precisamente el paciente no tiene inten­ ción de resistir; entonces surgen como por casualidad esos múlti­ ples detalles que parecen ajenos a la influencia del paciente, que parecen desde el exterior determinarle, y que la lectura rigurosa del texto de Freud nos invita, por el contrario, a considerar como de­ terminados por una instancia del sujeto y así como momentos de la propia relación analítica 4• Veamos ahora la naturaleza posible de estos acontecimientos. Freud no es con su paciente excesivamente bondadoso. Los dos ejemplos de casos que pudieran provocar la comprensión del psico­ analista son, como por casualidad, la guerra y la muerte del padre. Ambas eventualidades pudieran justificar una interrupción del trabajo analítico. Pudieran, no es seguro que así sea. Ahí están las líneas finales para introducir toda clase de restricciones: la impor­ tancia a dar al acontecimiento depende solamente del paciente . Cabe 1 retende

4 En otro texto célebre, Das Unheimliche -traducido al castellano bajo el título desafortunado de Lo siniestro--, este problema de la intervención de una instancia del sujeto allí donde parece tratarse de ca �ualidad, se t;>l�?tea no respecto a la resistencia, sino respecto a la «compulsión de repe�ic.ion»: «Sólo el factor de repetición involuntaria es el que nos hace parecer sm1estro lo que en otras circunstancias sería inocente, imponiéndonos así la idea de lo nefasto de lo ineludible, donde en otro caso sólo habríamos hablado de casualicl ad» (p. 2495 en el tomo VII de la edici?n . de Bibliot�a Nueva). l!n proceso involuntario determina, tanto el . acontecrm �ento �ue strve a la . r�s1s­ tencia como el acto que constituye el trmnfo del mconsciente. Esta af1rudad no hace más que corroborar lo que en nuestro texto de la Interpretación de los sueños aparece con toda transparencia : Resistencia e Inconsciente. son indi­ sociales, pues sólo en la modalidad de lo que a su emerger resiste e el inconsciente aprehensible en la relación analítica.

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sospec�ar que este aproveche gustosamente el trastorno ocurrido. Es decir, cabe sospechar -¿debe necesariamente el psicoanalista sospe.char?- qu� la .guerra y la muerte del padre constituyan para e� sujeto. la oc�sión id�al de resistir al psicoanálisis. En cuyo caso, si el psicoanalista esta realmente atento a las modalidades según las cuales el sujeto resiste, ¿no deberá insertar la guerra y la muerte d�l padre como momentos de la relación analítica, momentos me­ dia!lte l�s cuales a la vez el paciente alcanza el punto álgido de su resistencia y el desfloramiento máximo de su inconsciente? 5 • �� texto inspirado de Freud parece sugerirnos que en el espacio anahtico -y sólo en el espacio analítico- se inscriben con pleno sentido acont�i�ientos como la guerra y la muerte del padre. Como acontecimientos !frutos quizá «ocurren» fuera de la relación analítica, . pero -:-si sentido es verdad- sólo adquieren verdad cuan­ do el psicoanalizado los despliega en el marco intersubjetivo de la palabra. El �firmar que sin u�a .palabra que interprete, sin un sujeto que de, sentido, los «acontecimientos» carecerían de toda entidad ' cons­ titu�e 1;1na trivialidad. Pero el psicoanálisis no se limita a ello, añade le;> sigme�t:: no· se otorga sentido más que en el ámbito de la rela­ , anahtica; en todo otro ámbito el sentido es tan sólo recibido· c1on � Y ello �r9ue esencialmente, Pºr definición, el espacio de la rela . . ., cio� anahtica es el espacio mismo del nacimiento del sentido el espacio mismo del nacimiento de la palabra La guerra, la muerte del padre, son acontecimientos con sentido porque en la constitución del sujeto son marcas determinantes. Pero fu�ra de la relación analítica precisamente el sujeto está ciego a sí mismo, está cerrado a su constitución; en lugar de contemplar lo que es, en lugar de abrirse [ � sí], construye un parapeto, una mu­ ralla (un ego) en el cual se mega a lo que le determina. Sólo en la relación analítica la muerte del padre puede plenamente acontecer· la muerte del p�dr� y también la muerte de un hijo, si al menos: como La�an lo mdica, no es este último acontecimiento del que un ser consciente pueda tener noticia. 6•

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«. siempre v:enimos indicando que es conveniente evitar caer en el en­ 5 gan cuando el suJeto nos dice que . sucedió al �� que, ese día, le impidió realizar s � voluntad; pon �amos, acudir a la ses1on. No hay que tomar las , del sujeto, ya que aquello con que precisamente cosas al pie de la declarac1on �os enfrentamos es con ese entorpecimiento, ese obstáculo, con el que a cada mst:nte tropezamos.�> Les quat�e concepts . . . , p. 54. , podna la palabra agotar el sentido de la palabra «En �fecto, �como o �por dec.1rlo me1or con el logicismo positivista de Oxford, el sentido del sentido--, s1 no es en el acto que la engendra?» J. LACAN, Fonction et cha1!1P de la parole et du langage, p. 27 1 , en Ecrits, París, Les Editions du Semi, 1966. (Todas nuestras referencias pasteriores remiten a esta edición. ) _

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III FABRICA DE PENSAMIENTOS A) (EL ORDEN DEL SUEÑO EN LA DUD

idad o en uno de sus «La duda sobre si un sueño, en su total constituye tan sólo itud, exact fragmentos, ha sido reproducido con a, que impi de a los pensa­ tenci resis la un vástago de la censura de ienci la conc a. Los despla­ mientos del sueño abrirse camino hasta (Ersetzungen ), inhe­ itucio zamientos (Verschiebung en), las subst n; lanes tencia se aplica en­ resis basta pre rentes a la resistencia no siem en forma de duda. Esta tonces a lo que ha conseguido abrirse paso to que tiene la pru­ cuan ble duda es tanto más fácilmente comprensi sueño, sino sola­ del sos inten s ento elem dencia de no aplicarse a los a bien, nosotros sabemos ya mente a los débiles e indistintos. Ahor el sueño mismo ha habido y que entre los pensamientos del sueño valor es psíquicos. La defor­ los s todo una transvaluación total de ante una sustracción de mación (Entstellung) era sólo posible medi armente presente y en regul valor (Wertentziehung ); ésta se halladeformac ión. Si a un elemento la de ocasiones es el único contenido viene a añadirse, pode­ indistinto del contenido del sueño latoduda de los pensamientos uno mos reconocer en él un vástago direc(einedes der verfe mten Traumge­ ribir del sueño que se quería prosc sis de un sueño, liberarse danken) [ . ..]. Por ello exijo, en el análi evaluación de certidumbre (man sich. . . freí mache) de toda escala de Geu:issheit) la �e­ total y considerar como una certidumbre tal o( volle tal especie haya podido o de nor posibilidad de que un hech 1 estar presente en el sueño» • en este texto esencial e� Lo que de entrada llama la atención lecid a entre duda y certi­ estab n lació el tremendo asunto de la corre sido plenamente señaladumbre, cuyas resonancias cartesianas han 1

Traumdeutung, S. Fischer, p. 520.

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das por Lacan. A esto habrá que volver necesariamente, pero pre­ viamente, y a modo por así decir de prólogo, quisiéramos ocuparnos de las líneas en que Freud parece justificar el enorme papel que concede a la duda en la economía de la interpretación. Y decimos parece porque en realidad la razón de la importancia de la duda no es exactamente la aquí esbozada, como lo demuestra su contradic­ ción con otros textos de Freud, incluidos algunos de la propia

1



1,1s

1

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«Las distintas representaciones de las ideas del sueño no son equivalentes, están cargadas con distintas magnitudes de afecto y, correlativamente, son estimadas por el juicio como más o menos importantes y dignas de interés. En la elabora­

TENTATIVA CONTRADICT ORIA: EXPLICAR LA DUDA POR LA

ción del sueño, estas representaciones son separadas de los afectos a ellas adheridas.»

, OSCURIDAD DE UNA REPRESENTACION SINGULAR

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2•

1

Traumdeutung.

En la página anterior a la transcrita, Freud nos ha recordado que la deformación ( Entstellung ) que el sueño experimenta al ser narrado no es más que la dimensión aparente de un proceso más complejo; proceso llamado elaboración secundaria (sekundare Bear­ beitung) y consistente en someter los pensamientos del sueño a las exigencias de la censura. La parte más importante de este proceso no tiene lugar durante la narración, sino en el seno mismo del sueño, es decir: la censura fundamental no se ejerce contra el con­ tenido aparente del sueño, sino contra los pensamientos latentes (verborgenen Traumgedanken ). ¿Cómo sabemos que ha habido presión de la censura en la ela­ boración del sueño? Porque tras el contenido ideativo que el pa­ ciente nos relata sin ningún problema, encontramos otro contenido ideativo (del cual el primero sería mero representante) que afecta al yo del paciente, o que incluso le es insoportable. ¿Cómo sabemos que ha habido presión de la censura durante la narración? Por las deficiencias de ésta: olvido de algún término que, una vez debilitada la resistencia, se revela formar parte del sueño; supresión de un término en una segunda narración o susti­ tución por otro; en fin -en ocasiones-, paralización total, inte­ rrupción del discurso porque el paciente no encuentra el término que iba a emplear (caso análogo al de «Signorelli»). Pero, ¿y la duda? Aunque aparece en el momento de la narración, está claro que la duda no es un modo de la deformación narrativa. La duda no es algo contingente a la narración, sino un constituyente esencial de ésta. Pues la duda parece surgir como consecuencia de la transva­ luación de valores que se opera en el acto mismo del sueño. Resumiremos lo esencial del proceso de transvaluación a partir de un texto de 19 32 («Revisión de la teoría de los sueños»), que

·más de su particular claridad impide decir que las hipótesis de ·ud son aún prematuras Lo más sencillo será transcribir directamente (subrayando c1erlíneas) y comentar el pasaje en que se encuentra el problema. 1 J ctor verá que, tras su aparente confusión, un sueño es el resullo de la más sutil estrategia militar: 1

Así pues, l.º: los afectos se desligan de sus substratos a fin de der ser desplazados (dejamos de lado el tremendo problema de la distinción misma entre representación y afectos, entre logos y

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pathos):

«Y los afectos en sí pueden ser suprimidos, desplazados sobre algo distinto, conservados, transformados o no apare­ cer en absoluto en el sueño. La importancia de las represen­

taciones despojadas de afecto retorna en el sueño como inten­ sidad sensorial de las imágenes oníricas. »

2.º Tras el desligamiento de su substrato representativo, con­ vers10n de la substancia misma del afecto: la intensidad afectiva se transforma en intensidad sensorial. Pero aún falta lo más importante del proceso:

«Pero observamos que este acento ha pasado de elementos importantes a otros indiferentes, de manera que en el sueño aparece situado en primer término como cosa principal, lo que en las ideas latentes desempeñaba tan sólo un papel secun­ dario, e, inversamente, lo esencial de tales ideas sólo encuen­ tra en el sueño una representación pasajera e imprecisa. »

3.º Tras la conversión de su substancia en intensidad sensorial (auditiva o visual) el antiguo afecto va de nuevo a ligarse a un substrato representativo; pero no a aquel del que proviene, sino a aquel que tenía una intensidad precisamente opuesta a la suya. El lector encontrará este texto en Nuevas aportaciones a la interpreta­ 2 ción de los sueños, Madrid, Alianza Editorial, «Libro de Bolsillo», pp. 130-13 1 . Y en alemán, en la página 2 1 del tomo XV de Gesammelte Werke, Frankfurt, . Fischer Verlag.

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Resultado: las representaciones indiferentes aparecen como las más firmes, mientras que las cargadas --en sí- de fuerza afectiva apa­ recen como las más débiles. Toda una estrategia militar, como decíamos. ¡Atención, pues, a los puntos oscuros imprecisos de los sue­ ños! En ellos reside lo que, cargado de afecto, tiene tan poca inten­ sidad sensorial que hasta se duda de su presencia efectiva en el sue­ ño. ¡Atención, pues, a la duda! Antes de preguntarnos si el esquema descrito constituye una justificación adecuada de la importancia concedida a la duda, qui­ siéramos decir algo ·sobre la relación entre la pulsión inconsciente y los elementos del suei}o sobre los que la devaluación afectiva de­ bería ejercerse. Notemos de entrada que la pulsión como tal no constituye una idea, no tiene figura; la pulsión como tal no puede ser repre­ sentada, ni en el terreno de la conciencia ni en el terreno del in­ consciente. Si no tiene figura, ¿cómo hará la pulsión para presen­ tarse? Pues tomando una figura, o mejor dicho: buscando un re­ presentante entre las figuras de la Representación. Freud llama a esta figura exactamente «representante en el orden de la Representa­ ción» (Vorstellungsreprasentanz), el cual representante es lo único que encontraremos en el inconsciente 4 • Lo invisible toma figura en tal cosa, pero lo que no llega es a neutralizarse en esta cosa, a ser perfectamente compatible con su representación. Esta queda, por así decir, contaminada; su ser tal cosa se diluye en lo que está representando, y si el proceso es excesivamente fuerte la represen­ tación pasa al inconsciente, es decir, se ejerce sobre ella la Ver­ drangung. ¿Qué sucede entonces con lo que no tiene representa­ ción propia? Se desplaza a una segunda representación, se esconde bajo ella (proceso de Unterdrückung) y la contaminará a su vez . Sobre los representantes ideativos de la pulsión se va a ejercer el proceso señalado por Freud . Pero aquí entramos en un círculo evidente 5 : la censura sustrae la carga afectiva de la representación para que ésta pase inadvertida. La operación sería rentable si la censura se guardara mucho de dejar pasar la representación sobre e

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l.1

que la carga afectiva se ha desplazado, pero no es así: aunque ·a disfrazado, el afecto aparece en el sueño en la nueva represen­ ' '' ·ión . Una de dos: o lo peligroso es la representación en sí, no ·1 afecto -hipótesis absurda-, o la representación central del ucño es precisamente aquella sobre la que el afecto se ha desplazado, decir, la de mayor intensidad sensorial, la más brillante, la más precisa. Cosa que Freud no desmiente con claridad ni siquiera en ·ste mismísimo texto de 1 9 32, pues dos páginas antes de los párra­ comentados nos dice que el sujeto enlazará asociaciones más f (istemáticamente de todas las identificaciones mediante las cuales se ha forjado, las denuncia --en términos lacanianos- como «su obra en lo imaginario» 4• No hay satisfacción posible en el triunfo de la personalidad para el sujeto de la relación analítica, y ello porque en cada imagen revive la mentira que constituye la primera imagen forjadora de su ego, imagen mediante la cual «el sujeto se hizo objeto en la representa­ ción mirífica» 5 • En última instancia, el motor del discurso analítico es la rebeldía del cuerpo infantil (cuerpo sin constituir, sin unificar, dispersión pura) frente al falso microcosmos en el cual el niño -huyendo de su impotencia esencial- viene a negarle. El cuerpo disperso «vive» 6 la trampa, la falsedad, que constituye la imagen del espejo; el cuerpo disperso niega la subsistencia de la imagen del espejo. Una alteridad más radical que la imposible alteridad originaria se establece: frente la plenitud del conjunto unificado de elementos que muestra la imagen, la verdad del cuerpo desarticulado e impotente alza su irre­ ductible alteridad. Esta dialéctica entre una alteridad pura y una alteridad domada (multiplicidad unificada, cosmos, y, en nuestro caso: microcosmos del cuerpo infantil) es el acto constitutivo del sujeto. El sujeto es impotencia y deseo originario, reflejándose en la falsa subsistencia de la imagen mirífica. El sujeto no es pues ni la alienación de su origen ni el estan­ camiento en éste; el sujeto es la denuncia insobornable de la primera por el segundo y por ende la permanencia de aquélla. Abrirse a este estatuto del sujeto es condición necesaria y suficiente de inmersión en el espacio analítico, pero vayamos por partes. Lucha entre la impotencia infantil y la prepotencia imaginaria . .. , proceso que se repite al infinito: una instancia del sujeto (instancia sin la cual no tiene sentido la noción de sujeto) no se fía de las imágenes subsistentes de sí mismo. Llamemos a la primera pasión de lo Otro. El psicoanalista está atento a esta pasión. Lo Otro no habla más que a través de esta negación de sí que es el ego del a

4 «¿No corre ahí el sujeto el riesgo de una desposesión siempre creciente de ese ser de sí mismo del cual, a fuerza de imágenes sinceras . . ., de rectifica­ ciones . . ., de puntales y defensas . . . , acaba por reconocer que nunca ha sido nada más que una obra suya dentro de lo imaginario . . . ?» Texto citado, p. 250. 5 Texto citado, p. 250. 6 Toda categoría es inapropidada para describir una afección previa al len­ guaje; de ahí el entrecomillamiento.

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sujeto, y ello -puesto que el psicoanalista no dispone más que de la palabra- constituiría una aporía si no fuera que, por el hablar mismo, el ego muestra que lo Otro está presente. El que habla, al querer establecer un puente entre su propia identidad y otras identidades, reconoce la insubsistencia de la pri­ mera. Hablar no es imaginar, sino reconocer que en lo imaginario persiste la carencia. Hablar es ya cargar lo imaginario de Real, es decir, de alteridad. El hablar transforma el ego imaginario en yo intrasubjetivo, es decir, en primera persona 7 ; inserción de lo Otro en la propia iden­ tidad, inserción que constituye al símbolo lingüístico y marca la barrera entre el animal y �l hombre. Y si se afirma que el hombre se inserta en el lenguaje que a él preexiste, ello equivale a 'decir que el hombre no tiene sentido fuera de esta dialéctica entre la de­ pendencia originaria del bebé infans y su ilusión de subsistencia en la imagen del espejo. Hablar es esta dialéctica misma y por eso el símbolo lingüístico tiene dos vertientes o posibilita dos lecturas: Cabe acentuar en el símbolo la dimensión imaginaria, situando al significado como fundamento de la pura relación sin subsistencia que es el significante; tal es la relación no analítica al signo lin­ güístico. Cabe acentuar en el símbolo la dimensión insubsistente,' la di­ mensión significante, viendo en el significado el resultado de una doble relación -negación y asunción-a esta misma insubsistencia; de ahí el carácter del signo completo de ser unidad de presencia y ausencia. Horizonte en el cual, decir que el lenguaje preexiste al mundo de las cosas equivale (dado que el Ego no fue mundo, sino sólo ilusión de mundo en el momento singular del espejo) a decir que el mundo no nos es dado más que bajo la modalidad de nuestra propia impotencia * . 7 «Contemplemos e n especial ese hic et nunc al cual algunos creen que hay que circunscribir la maniobra del psicoanalista. Puede que sea útil, siem­ pre que la intención imaginaria que el analista allí descubre no quede des­ gajada por él de la relación simbólica en la que esa intención se expresa. Es conveniente que nada de lo que ahí se lea referente al yo del sujeto no pueda ser reasumido por él bajo la forma del "yo", o sea, en primera persona.» Tex­ to citado, p. 251 . * Nota sobre el alcance de lo simbólico .-Si el símbolo lingüístico es la expresión de la dialéctica entre la desarticulación originaria y la pseudo­ potencia mirífica; si por otro lado el mundo del lenguaje determina y ordena el mundo de las cosas, vemos entonces que sólo un «dominio» escapa a la simbolización lingüística, a saber: la pureza de la situación originaria, «antes» de su inserción en la dialéctica constitutiva del sujeto. Símbolo hay para todo, menos para aquello que circulaba antes de la aparición de nuestro yo. Tenemos un nombre para lo que se refleja, como su negación, frente a la unidad imaginaria, a saber: alteridad ( alteridad pura), pero -por la ley misma del nombre- nada puede designarlo fuera de esta reflexión . Sólo precisando:

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Y podemos ya indicar lo que distingue a la relación analítica de toda otra relación en que interviene la palabra. Propio es de esta última el esperar que el interlocutor sea «timado» y se empantane en la representación mirífica que el sujeto hace de sí mismo. En la relación analítica, por el contrario, el sujeto sabe que su discurso es progenitura de la impotencia y que va a ser entendido como tal progenituta . El psicoanalizado espera de su psicoanalista que tras lo imaginario de su palabra sepa descubrir la marca de lo insopor­ table, de aquella que Lacan llama «real». Y aquí tocamos un punto importante: el sujeto sólo espera esto de la relación analítica. En cualquier lugar donde intervenga la pala­ bra, si tal espera emerge, ese lugar se erige de inmediato en espacio de la relación analítica. Lo cual no debe inducirnos a pensar que las circunstancias y el ceremonial en que Freud la inserta constitu­ yen en cierto modo algo superfluo.

LA RELACIÓN ANALÍTI C A CO M O DIALÉCTICA CONSTITUTIVA DEL M UNDO

Unas páginas más arriba señalábamos como característica de la situación analítica la bifurcación de los intereses del sujeto: su nar­ cisismo se halla en contradicción con su pasión de verdad; sus iden­ tificaciones imaginarias, en el mundo social y cultural, se ven ame­ nazadas por la emergencia de lo Real, que las denuncia como hijas de la insubsistencia que él mismo constituye. El discurso analítico es como tal escisión en dos discursos: discurso del inconsciente ( dis­ curso del Otro) mediatizado por el discurso consciente. Diga lo que diga el paciente, otro discurso -que contradice este decir- guiña el ojo al analista. Ahora bien: ¿qué posibilita hablar de discurso inconsciente y de discurso consciente?; ¿qué posibilita hablar de una dimensión puramente imaginaria del sujeto por oposición a una dimensión sim­ bólica?; en fin: ¿qué posibilita distinguir una dialéctica Real-Ima­ ginario, constitutiva de lo simbólico, y un Real puro no simbolizado? Vemos que no otra cosa que la existencia de la relación analítica como tal. Y subrayamos relación analítica porque no debe suponerse que para la emergencia de estas categorías bastaría con una teoría analítica, susceptible de encarnarse a posteriori en una relación. En buena dialéctica los fenómenos opuestos se reducen a las leyes de us relaciones. Ahora bien, sólo en la sesión analítica aparecen las lo Real es el nombre que designa aquello que escapa al nombre, cabe decir que 1 en sí de nuestra procedencia es lo Real .

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leyes de la relación entre el inconsciente y lo consciente. Por consi­ guiente, sólo en la praxis analítica se determina el contenido del dominio consciente y del dominio inconsciente. La relación analítica es el marco en el cual se inscriben el incons­ ciente y lo consciente, como momentos de una dialéctica constitu­ tiva de la totalidad del sujeto, y por ende, de la totalidad, o mundo, como tal. Es más: la relación analítica es esta dialéctica mism'(J cons­ titutiva del mundo. Pues el mundo no sería todo, y así no sería mundo, si el lado de la realidad que constituye el orden simbólico en su dimensión consciente hiciera abstracción del lado de la reali­ dad que abre para nosotros la exploración freudiana . La hipótesis es lógicamente absurda . La negación de un lado por el otro es la condición de posibilidad d'e la realidad de ambos lados . La negación de lo consciente agota el contenido de lo inconsciente y viceversa, lo cual equivale a decir: todo lo que ocurre en la realidad social y natural tiene su sentido, su condición de posibilidad y su verdad en el dominio a él irreductible del inconsciente. ¿Y si lo que ocurre es la guerra o la muerte del padre? Freud mismo nos sugiere la respuesta en el texto que en otro lado comen­ tamos. Si «antes» de Freud mundo había no mediatizado por la negación que constituye el inconsciente, la guerra en ese mundo es­ capaba, naturalmente, al espacio analítico . Pero la expresión misma «mundo antes de Freud» nos remite a una abstracción. Pues la tota­ lidad no se constituye por ensanchamiento progresivo de una totali­ dad previa 8 • Insertos en la dialéctica de una negación global del dominio social y natural, imaginamos que quizás un día ésta no fue la dialéctica constitutiva, es decir, imaginamos que un día el mundo estuvo cimentado en torno a una contradicción menor. Pero si tal cosa es imaginable, lo que no puede ser es concebible. O el incons­ ciente freudiano no constituye una negación global, o todo aconte­ cimiento -guerra y muerte del padre comprendidos- alcanza su verdad y su concepto en el espacio universal del psicoanálisis . Y aquí conviene señalar que cuando el psicoanalizado habla, no se está dirigiendo a un ser consciente, sino precisamente a un ser mediante el cual podrá reflejarse su discurso inconsciente . Decir que el psicoanalista y el paciente no se hallan situados en un mismo plano parece una trivialidad, y, sin embargo, no está de más insistir en que la alteridad de ambos es tan radical que el primero constituye (así ha de ser al menos si hay verdadera relación analítica) el mayor enemigo del yo del segundo . Pues los polos del psicoanalizado y del psicoanalista son la encarnación o actualización de la propia diEn este sentido, Lacan se expresa inadecuadamente cuando dice: «Todo 8 procede de una verdad particular, de una revelación que ha hecho que la realidad no sea ya para nosotros la misma que antes era.» Les Écrits techníques de Freud, París, Ed. du Seuil, 1975, p. 216. 38

visión interna al psicoanalizado. De ahí que, como Lacan lo indica , toda alianza entre psicoanalista y yo del paciente constituya una contaminación de la práctica, pues ¿qué queda de la escisión del sujeto si la figura que encarna el polo negativo se convierte en alcahuete del polo positivo? 9• El interlocutor de la relación analítica no es un yo análogo al del paciente. O mejor dicho: el yo del psicoanalista es sólo pretexto u ocasión; el yo del psicoanalista es figura de la negación del yo del psicoanalizado, figura de lo invisible. Los protagonistas de la rela­ ción analítica dan cuerpo a los polos de la contradicción fundamen­ tal. De ahí que el espacio analítico no sea espacio del inconsciente ni espacio de la realidad social y natural, sino la diferencia, la oposi­ ción, la contradicción entre ellos, y así el horizonte mismo en que se constituyen. Nada hay irreductible a la relación analítica salvo quizás . el orden categorial que permite hablar de relación. Pues ¿quién puede afirmar a priori que las categorías mediante las cuales se determinan para nosotros el concepto y la función del inconscien­ te no están archivadas en la Ciencia de la Lógica? . .

9 Por su interés transcribimos el fragmento de Lacan al que acabamos de aludir:

«Hay una concepción que, allí donde se formule, sólo puede conta­ minar la práctica: la que proclama que el análisis de la transferencia procede basándose en una alianza con la parte sana del yo del sujeto, y que consiste en apelar a su sentido común, para hacerle notar el carácter ilusorio de determinadas conductas suyas en el seno de la rela­ ción con el analista. Es ésa una tesis que subvierte aquello de lo que se trata, a saber, la presentificación de esa esquicia del sujeto, reali­ zada ahí, efectivamente, en la presencia. Apelar a una parte sana del sujeto, que estaría ahí en lo real, apta para juzgar con el analista lo que ocurre en la transferencia, equivale a desconocer que justamente esa parte está interesada en la transferencia, que ella es la que cierra la puerta, o la ventana, o las contraventanas, como ustedes quieran, y que la mujer con la que se quiere hablar está ahí, detrás, y está deseando abrirlas, esas contraventanas. Precisamente por ello en ese momento la interpretación se toma decisiva, porque a quien uno quiere dirigirse, es a la mujer.» Les quatre concepts . . ., p. 1 16.

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V LA MAT ERIA DE LA IDEA ( DEL REALISMO EN PSICO ANALISIS )

¿Cabe delimitar cuál es el proyecto fundamental del Psicoanálisis? Partamos de la tradición que hace del hombre un animal razonable . Un animal razonable es un animal que habla. Lo característico espe­ cífico o propio del hombre es hablar. El Psicoanálisis -en el hori­ zonte lacaniano- tiene un proyecto concreto y bien determinado : a) intentar acercarse al emerger mismo del hombre en el horizonte de la palabra; b ) determinar cómo el horizonte de la palabra va a hacer sentir sus efectos sobre la totalidad de la realidad humana. ¿Cuál es el punto de partida del Psicoanálisis empiricista? El siguiente:· se constata una inadecuación, en grado mayor o menor, entre el paciente y el universo -social o natural- que le rodea . El paciente no consigue armonizarse con su trabajo, no consigue armonizarse con su familia, no consigue armonizarse con las restric­ ciones -las leyes- impuestas por la convivencia ciudadana 1 , leyes impuestas por el Estado. El psicoanalista ve en esta inadaptación a la vez el síntoma y la causa del sufrimiento de su paciente. No hay otro criterio para determinar si se está o no dividido ( si se está o no enfermo, si se ha alcanzado un grado de sufrimiento tal que exige la intervención ) que el de la adaptación o la no adaptación al universo que entorna al sujeto. Supongamos ahora que el psicoanalista ha tenido éxito en su labor. Ha conseguido que el paciente se reintegre a su trabajo, t

LACAN : Fonction et champ de la parole et du langage, p. 121 : «De todo ello se evidencia de manera indiscutible que la con­ cepción del psicoanálisis se ha desviado a la adaptación del individuo a su entorno social, a la búsqueda de las patterns de la conducta y de toda la objetivación implicada en la noción de las human relations.»

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que reanude su vida familiar e integre dentro de ésta su vida erótica, que renuncie a condenar las restricciones impuestas por la ley : pa­ gue sus impuestos -vea la necesidad de pagar sus impuestos-, respete la propiedad ajena -vea la necesidad del respeto de la propiedad ajena, etc.-. Este es el momento en que -en el hori­ zonte lacaniano-- el problema planteado por el psicoanálisis emer­ ge en toda su pureza. El discurso del freudiano -dirigido al ana­ lista- será entonces no sólo que tu paciente sigue dividido, sino que también está dividido aquél -el juez quizás- que constataba la inadaptación del paciente, y dividido está asimismo tu analista. Hay una aporía esencial en la tentativa de armonizar al sujeto con la realidad objetiva, y ello por la razón siguiente: la realidad objetiva no es otra cosa que la realidad propia del sujeto; la reali. dad objetiva es lo que el sujeto constituye como su entorno median­ te: a) la representación ; b ) -condición de a)- la estructura del lenguaje. En otros términos : la inadaptación del sujeto al mundo es una inadaptación interna el sujeto, o si se quiere, interna al mundo, pues en la objetividad el sujeto no encuentra otra realidad que la propia ( cosa que por supuesto ya sabía Kant). El Psicoanálisis nos dice : la división ( Spaltung ), la inadaptación, es una característica esencial del sujeto y ello porque el mundo en que él está inmerso (y que no es más que imagen de sí mismo) se constituyó precisa­ mente mediante la división . Pues el material que encontramos en su origen se confunde con la herramienta que sobre él se inserta, a saber, una máquina dentada, un rastrillo, pero un rastrillo tan afilado que no deja -en el origen- sustancia alguna entre sus dientes. Rastrillo o mano de Dios, mano del Demiurgo, si se quiere, pero mano cuyos dedos realmente -según la tradición-no poseen carne alguna, no poseen carne alguna . . . hasta la llegada del hombre. El hombre llena de carne -imaginando-- el espacio de pura alteri­ dad que constituye la mano de Dios , espacio que cabe quizás llamar horizonte del significante . . .

E L PSEUD O- MUNDO DEL « BEBÉ-INFANS»

Partamos de una pregunta imposible. Lo que para nosotros es orden o mundo, ¿qué es para el bebé-in/ans previamente a su acceso al lenguaje? Reunidos en Roma miembros de l'Ecole Freudienne de París para disertar sobre lo Real, una de sus representantes -So­ lange Fajadé- afirma que para el bebé-infans hay lo Real, « real -añade- que no constituye el caos y no es una masa informe» 2 • 2

Lettres de l'École Freudienne, n.º 16, noviembre, 1975, pp. 30-31.

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ello Aunque esta afirmación invoque la autoridad de Lacan, no por«mun­ «el ye: constitu que lógico absurdo el dejaremos de denunciar do del bebé-in/ans» no puede ser otro que el que desde el horizonte üís­ lingüístico percibamos como percepción -supuestamente preling por inada determ ión, percepc tica- del bebé-infans. Sólo en nuestra or» «exteri mundo el que ación constat la el lenguaje, tiene sentido «está niño del Logos) del fuera orden, del fuera idad exterior (no hay habitado de formas», formas que -al menos para algunas de ellas­ «el niño encuentra siempre en el núsmo lugar» ab­ El Psicoanálisis no debe en modo alguno disertar sobredela uni­ hablar implica formas de (hablar o univers un surda idea de verso) prelingüístico. Por �I contrario, su tarea más noble consiste fin de en intentar aproximarse al origen mismo de la palabra, adel len­ límite el que mente precisa percibir -percepción últimanada, la e iament necesar no ; mundo del guaje constituye el límite pero sí, en todo caso, el final de las formas . Real Si el neurótico es caracterizado 4 por su nostalgia de un debe rodea, le que natural y social más satisfactorio que la realidad que el admitirse que su búsqueda es la de lo radicalmente otrocomo tal . mundo del rechazo un de el es a problem su , que mundo límite el es álisis Mas si aquello a que nos confronta el psicoan de las formas, el límite del mundo, el límite de lo aprehensible, llamarlo ¿por qué -aceptando en este punto la pauta lacanianae su imprim sólo no que en estriba razón La Real? precisamente que sino uímos, marca en la realidad social y natural que constit de misma matriz la como a además, a nuestra reflexión se muestr esta realidad.

que tiene la virtud suplementaria de mostrar la complicidad entre función reproductiva y función de lo imaginario: «El individuo no se reproduce en cuanto individuo, sino en cuanto tipo o especie . . . Bajo este aspecto no solamente es mortal, sino que está ya muerto, puesto que no tiene futuro. No es tal o tal caballo . Si el concepto de especie tiene fun­ damento, si la historia natural existe, es porque no solamente hay caballos, sino el caballo. A esto nos conduce la teoría de los instintos: ¿Cuál es en e�ecto, la ?ase del instinto sexual en el plano psicológico ? ¿Que determma la puesta en marcha de la enorme mecánica sexual? No se trata de la realidad del "partenaire" sexual, de 1� particularidad de u? individuo, sino de algo que guarda relac1on estrecha con el tipo o especie, a saber, una imagen. . . El fu:icionamient.o mecánico del instinto sexual se halla pues _ esenctal��nte cnstahzado en una relación de imágenes, en una relac10n -y llegamos al término esperado- imaginaria» 5 .

3•

) LA REALID AD ( MUNDO, « K H ÓRA » , C A M P O I.:IDÉTI CO

as por ¿De qué está nuestra realidad poblada? De cosas objetiv es nocion las tales vas, supuesto, mas también de entidades subjeti a o respect con diales primor ra conside específicas que el idealismo en d, realida la de o domini Un e. sensibl a llamad la multiplicidad todo caso, parece particularmente apto para dar razón a elladevisión esta idealista, saber: el dominio de la sexualidad; a] menoses la repro­ fin cuyo a, legítim única la quizás y ble, sexualidad razona . Trans­ ducción, es decir, el mantenimiento de la especie como tal Lacan, de lúcido te larmen particu cribimos a este respecto un pasaje a

3

4

La intervención de O. Mannoni en el seminario que dio origen este texto completa la cita de Lacan, al poner el acento sobre el carácter narcisi �t� de la inversión libidinal de los objetos, es decil", sobre la comphc1dad esencial entre ego y mundo 6• No sólo el objeto del impulso sexual reproductivo ' sino todo objeto, la objetividad como tal, está impregnada de imaginario. Pues no parece necesario recurrir al buen sentido de Platón para admitir que sin imágenes específicas los individuos no tendrían para nosotros tal o tal aspecto . Lo cual no equivale a afirmarse idealista ' sino simplemente a constatar que las ideas determinan la realidad o si se prefiere, son un constituyente de la realidad·' de ahí el círcu � lo vicioso en que caería todo pseudo-materialismo que pretendiera amoldar la� ideas la realidad objetiva . En cualquier caso, dado que nuestro objeto, en este trabajo, no es discutir sobre la primacía de a

a

5

pp. 140-141 . un probl;ma que lle".ª . preocupándome algún tiempo. . . Es que la mvers1on . de los obJ �tos por la 11b1do es, en el fondo, una metáfora realista , . _ _ , mv1erte porq�e la hb1do solo Ia imagen de los objetos, mientras que la in­ del yo pu ers10 de ser un fenómeno intrapsíquico, donde lo que queda y !1 � invertido es la reah�ad o� tológica del yo. Si la libido deviene libido de obje­ tos, ya sólo puede mvert1r algo q ue sea simétrico a la imagen del yo. De _ _ �anera, q ?e tendremos dos narclSlsmos, según sea una libido que invierte mtraps19�1cament� el yo ontológico, o una libido objetual que invierte algo que qmza s� el ideal de! yo, y en cualquier caso, una imagen del yo.» [Nota: N t e l autor n t e l traductor d e estas citas están de acuerdo con el empleo del verbo inyertir para tra4ucir el francés investir, ambos plurívocos .6

Les Ecrits techniques de Freud,

«f:I?Y

Y q':',e falsean e� sentido; pero se

Solange FAJADÉ, p. 3 1 . In., ibídem, p. 3 5 .

abriendose

42

cammo. ]

atienen

43

a ese uso que desafortunadamente va

las ideas, sino confrontar con las categorías hegelianas las categorías que en el Psicoanálisis -lacaniano en particular- ordenan una vi­ sión del mundo, nos limitamos sobre este punto a glosar uno de los escritos fundamentales de Lacan. En Fonction et Champ de la Parole et du Langage en Psycha­ nalyse, Lacan nos presenta algo así como una génesis fenomenoló­ gica de los símbolos lingüísticos a partir de los símbolos no lingüís­ ticos que son los objetos del don, los cuales a la vez serían el resul­ tado de una modificación introducida en una realidad presimbólica. Que se trata de una génesis fenomenológica y no lógica, lo demuestra el hecho de que aquello que aparece como resultado, a saber, el len­ guaje, es afirmado explícitamente por Lacan como el marco en que se inscribe aquello de que proviene e incluso como su generador: . . De la pareja modulada de la presencia y de la ausen­ cia ... nace el universo del sentido de una lengua en la que el universo de las cosas viene a ordenarse ... el concepto sal­ vando la duración de lo que pasa engendra la cosa. Pues no basta decir que el concepto es la cosa misma, lo cual un niño puede demostrar contra la escuela, es el mundo de las palabras el que crea el mundo de las cosas» que a «salvado» excluye y que así refleja la contradicción -dos en lo mismo- que «salvado» mantiene asimismo con salvación, salvar, y todo aquello que de él venga a diferir . . . Si la oposición es contradicción todo signo lingüístico se halla con respecto a todos los demás en la misma relación que con res­ pecto a sus sinónimos y homónimos . Y sabemos que frente a estos últimos un «signo» deja de significar y deja así de ser signo . Por ello la relación entre sinónimos y homónimos nos da la clave de cuál 86

es el destino final de un signo, ser símbolo o representante de los que, frente a él así considerado, han dejado a su vez de ser signos . Y ¿por qué en esta concepción el privilegio del significante? Privilegio puramente negativo . Estar atentos al significante equivale a dejar de fijarnos en el significado. Con el significado no se viaja. El significado tiene la apariencia mentirosa de lo subsistente. Si al oír salvado, me fijo en el participio de salvar no circularé por la cadena de los múltiples granos, ni por la cadena salvar-salvación-salva-salvó-salvador-saltillo. 1

1

sal-salado

colosal

Fijarse en el significado es negarse a la contradicción y, por ende, asimismo, a la oposición, pues « oposición » es «contradic­ ción ». Afirmación esta última paradójica en el contexto en que nos movemos, pues sólo ha podido ser enunciada fijándonos en la signi­ ficación misma de la palabra oposición . El saber que funda el que la atención de los signos trascienda la fijación en los significados es el saber de un particular signifi­ cado . Intentemos ser más claros : Al preguntarnos el porqué de la asociación entre sinónimos no encontramos más que una respuesta : están asociados aunque entre ellos no sean portadores de significación, porque oposición implica asociación y los sinónimos constituyen la encarnación más pura de la definición de oposición : dos en uno . Vemos inmediatamente que en idéntica situación se hallan los homónimos y de ahí una conse­ cuencia : homónimos y sinónimos son opuestos que trascienden pro­ piamente el juego de los signos y a la vez son opuestos que, trans­ grediendo sus límites, se contradicen . Transcender el juego de los signos

y

acceso a la contradicción

Una complicidad se establece así entre trascender del juego de los signos y acceso a la contradicción . Complicidad a la que añadi­ mos : el traspasar en contradicción es la verdad misma de la oposi­ ción . De donde resulta: el trascender del signo en símbolo es la verdad misma del signo . Mas ahora constatamos : este saber pro­ viene de la fijación significativa en un determinado sign�símbolo: «Oposición ». Ante esta palabra no nos hemos dejado embarcar por las múl­ tiples cadenas . Hemos contemplado su significado y hemos visto: «oposición es dos en uno», « oposición es en verdad contradicción», y a partir de ahí hemos realizado todas nuestras inferencias . El 87

punto clave de nuestro análisis se articula ahí: en el horizonte de la atención al signo se muestra como evidencia racional la necesidad de su superación. Esto parece indicar que en última instancia es el análisis lógico el que determina esta superación. Sin la lógica atenta al significado de los signos, podríamos presumir, pero no sostener, que el signo tiene un fondo que le trasciende. Y sin embargo, lo que la lógica indica es que hay que dejar de hacer lógica, que hay que dejar de mirar al significado; que hay que dejar de analizar el concepto de contradicción, para así dejarnos sumergir por la con­ tradicción misma. Dos vías se abren a la unidad Oposición-Contra­ dicción : ambas conducen a un trascender del signo, la primera me­ diante una deducción de la cosa, la segunda mediante un abandono en la no significación . Pero ésta última puede con mayor propiedad ser llamada un superar de la lengua. Pues el «surgir de la cosa en la existencia», de que Hegel nos habla, es un surgir conforme a la ordenación lingüística ; la cosa surge como evidencia racional a par­ tir de la consideración de determinados signos . . . ; la cosa hegeliana es una cosa del concepto y del lenguaje, de igual manera que la contradicción hegeliana es una contradicción propiamente del con­ cepto. La relación entre los tres textos que venimos confrontando : Cours de Linguistique, Ciencia de la lógica, Interpretación de los sueños, se articula, pues, de la siguiente manera: respeto por el pri­

mero de la ordenación categorial establecida en el segundo hasta la categoría fundamental de Oposición, pero abandono allí donde la Oposición traspasa en la Contradicción que es su verdad. Asunción por el tercero de la Contradicción, que el segundo erige en catego­ ría prioritaria, pero no asunción del concepto de contradicción, sino vivencia pseudo-lingüística de la relación simbólica entre signos. La última parte de este trabajo mostrará el mecanismo mediante el cual, en la Ciencia de la lógica la contradicción se erige en cosa, qui­ siéramos ahora hacer alguna consideración sobre el porqué del pri­ vilegio de lo simbólico en el horizonte psicoanalítico más bien que en el lingüístico. Consideremos una vez más el signo «salvado» . En la dimensión lingüística no hay «a priori» razón alguna para considerar que tras el cereal se esconde el participio de «sal.va11» . Tan sólo si en la frase en que se inscribe, el signo interpretado en la primera significación contrasta con los elementos anteriores y posteriores de la cadena hay lugar a preguntarse si no se trata de la segunda significación . Por ejemplo, si oigo «salvado para», y que a este principio de base sigue «la causa del señor», puedo decirme: había entendido mal; el cereal era un representante del participio, y el conjunto del sin­ tagma o contexto nos dice inmediatamente de qué es representante. Por el contrario, si en un sueño aparece un caballo comiendo 88

salvado es absolutamente seguro que «salvado» encierra aquí un significado diferente del cual el primero es símbolo y pantalla. Ahora bien, de aquello que se esconde tras el cereal « sal vado » el contexto del sueño (el caballo y los demás elementos ), en su pre­ sencia inmediata no va a ser revelador; pues el sueño es un «rebus» ; l a eventual coherencia d e u n sueño, lejos d e facilitar s u interpreta­ ción no hará otra cosa que encubrir esta dimensión fundamental. Los sueños absurdos tienen la ventaja de hacer imposible la ilu­ sión de la coherencia . Si el caballo que come salvado además vuela, nos será muy difícil permanecer anclados en las imágenes que a nosotros se ofrecen. El caballo puede facilitar la comprensión de lo que se anuncia en el salvado, pero siempre y cuando lo considere­ mos a su vez como símbolo o representante de algo que a su vez remite a otro representado . . . En el sueño puede hallarse una provisional coherencia , pero a condición de disolver en incoherencia toda coherencia ya alcanzada : «Supongamos que contemplo un « rebus» : veo una casa en cuyo tejado hay un bote de remos, también una letra aislada, un perso­ naje sin cabeza que corre. Yo podría afirmar que ni este conjunto ni sus diversas partes tienen sentido alguno. Un bote no debe hallarse sobre el techo de una casa, y una persona sin cabeza no puede correr. Además, la persona es más grande que la casa, y, suponiendo que el conjunto deba representar un paisaje, no con­ viene introducir letras aisladas, que en la naturaleza no pueden encontrarse. No juzgaré correctamente el «rebus» más que si re­ nuncio a considerar así el todo y sus partes, y me esfuerzo en reem­ plazar cada imagen por una sílaba o por una palabra, que por una u otra razón puede ser representada por esta imagen. Así reunidas, las palabras no estarán ya desprovistas de sentido, sino que podrán formar un bello y profundo poema . » ,

B)

]AKOBSON

DE LA OPOSICIÓN ENTRE CUAL IDADES A LA O P OSICIÓN ENTRE FONEMAS

Quisiéramos ahora abordar este espinoso problema de la aso­ ciación a partir del análisis del fonema por Jakobson. Para ello em­ pezaremos formulando una pregunta , aun no planteada explícitamen­ te y que urge : dado que un fonema es un haz de polos de oposición, 89

¿ qué relación guardan los polos entre sí en el seno �el fo?er:ia? ¿ S¡ trata de mera diversidad o hay entre ellos relac10n dialectlca? . J akobson nos dice : «Hay una solidaridad entre �as o�osiciones de pr?�i�da?es distintivas, es decir, que la existencia de una opos1c10n. �i:i­ plica, admite o excluye la existencia de tal o tal oposic1on diferente en el mismo sistema fonológico, así como la pre­ sencia necesaria o al menos probable de tales o cuales propieda­ des distintivas en el mismo fonema» 5• Doble restricción ' pues ' en el sistema fónico para su conversión ., en sistema fonológico: tras 15elección en las oposiciones, selecczon en la alianza entre polos de oposición. No cabe yuxtaponer polos cualesquiera aunque formen parte de� inventario de posiciones del , se op?nga sistema y aunque ninguna ley estnctamente fonetica a esta yuxtaposición. De ahí que un fonem � .tenga un func10n�­ miento autónomo con respecto a los polos opositlvos en que -anali­ zándolo- se agota. Un fonema constituye una unidad . y .P?r ��o en su alteridad frente a otro fonema, en el acto de la sigmftcac10n, no debemos ver una yuxtaposición de oposiciones, sino una verda­ dera oposición. Puesto que si dos cualidades op? sicionales está.n p:ese�tes en , �ay un mismo fonema es porque en el sistema de la sigmftcacion tlpo del esquemll; un establecer puede mutua, implicación entre ellas siguiente: Sean dos fonemas a, a ' diferenciados por conjunción de dos oposiciones . Sean x, x-1 los polos de la primera oposición; sean y, y-1 los polos de la segunda oposición. Sea < > el símbolo de la doble implicación �

Pero

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4 Se encontrará un planteamiento más radical de esta pregunta en el apéndice de Javier Echeverría, pp. 111-112. . . Six le�ons, p. 121. Tema ampliamente tratado en Essats de Lzngutstzque s .

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.

Por ende 3 ) En a: la oposición a x-� implica la opos1c10n a y-1 ; la oposición a y-1 implica la oposición a x-1 • Y como x-1 e y-1 cons­ tituyen a a.', a. en cualquier lado de su oposición se opone a la tota­ lidad de a ' . De esta manera recupera sentido la afirmación de Saussure: «los fonemas son ante todo entidades opositivas, relativas y negativas».

LIBRE ASOCIACIÓN. ¿ DESLIZARSE E N LO FONOLÓGICO O DESLIZARSE EN LO FONÉTIC O ?

Consideremos una palabra constituida por tres fonemas. Cada uno de ellos, nos dice Jakobson (p. 1 08 ) se relaciona en el eje de las simultaneidades con todo otro fonema que de encontrarse en su lugar estaría modificando el significado. Así en la palabra «cal» el fonema a está ligado al fonema o ( que haría de «cal», «col» ) ; el fonema k al fonema s y al fonema t; el fonema l al fonema e. La expresión «ligado» que hemos utilizado es poco comprometedora; pues puede haber ligazón accidental, ligazón que no constituye la esencia misma de los polos ligados. Vemos que tal no es el caso. Como el fonema a no tiene otra esencia que la proveniente de su ligazón concreta en casos como el descrito; a no es «cal» frente a «col», pues quien es «cal» es cal, pero a es aquí la condici?� de posibilidad del juego de estos últimos ; agotándose en su negatividad de o, a constituye frente a éste un polo de oposición. De lo cual tendríamos una confirmación exterior si en su «asociación libre» un paciente pasara sin transición de «cal» a «col». Vemos que en el caso al que acabamos de aludir no estaríamos en absoluto en _presencia de una asociación libre de sujeción al sig­ nificado. Por el contrario, sería una asociación que respeta estricta­ mente la frontera de la oposición engendradora de significación . Lo que ahora nos preocupa es precisamente la cuestión de saber si tal restricción está garantizada . Es decir: ¿no cabe suponer que la aso­ ciación trascienda el plano de lo fonológico para deslizarse por el ámbito de lo meramente fónico? En principio, si nuestra naturaleza es el lenguaje, no hay peligro de que abandonados a nuestros im­ pulsos escapemos al ámbito de lo lingüístico. Pero ¿y si, como He­ gel lo indica en el párrafo que citamos al principio, nuestra natu­ raleza no fuera el lenguaje sino la lógica ? Seríamos entonces pa­ rientes, no de los fonemas, sino de las propiedades opositivas, que Générale. Los pasajes a que nos referimos son ampliamente comentados en la crítica por J. Echeverría de la categoría de Oposición en Jakobson.

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al decir del propio J akobson, asociándose no hacen más que res­ ponder a su naturaleza lógica 6 • Y sabido es que las propiedades distintivas no siempre son pro­ piedades del fonema. Tal propiedad que en una lengua tiene virtu­ des fonológicas, en otra lengua juega un papel subsidiario o incluso queda excluida de lo propiamente lingüístico, agotando su virtud en engendrar sonidos . Trascender el lenguaje y sin embargo seguir insertos en la lógi­ ca . . . promesa hegeliana frente al totalitarismo lingüístico, para el cual fuera del fonema queda simplemente el caos .

III LA RELAC ION FUNDAMENTAL EN LA DUDA

DuDA Y CAUSA

Recordemos la estructura de la duda. Dudamos de la presencia de una representación . Precisamente de aquella representación de la que Freud está seguro que es un vástago directo de lo que quere­ mos proscribir. Y ¿qué es lo que queremos proscribir? , ¿qué es lo que el yo del paciente no tolera? (no tolera hasta el punto de que él es esta proscripción). Pues que el vástago se revele como tal, es decir, como producto de la fábrica que constituía el pseudo­ elemento claro y distinto del sueño, lo cual acontecería si éste se mostrara en su condensación, es decir, en su unidad con todos sus productos . Eso e s l o que queremos proscribir. Pero ¿lo conseguimos? No, si al menos nuestra hipótesis de que el vástago se encarga de asu­ mir la dimensión indistinta de la fábrica no es errónea. Todos los productos de la fábrica, así como la fábrica misma, están presentes en el vástago; presentes a la vez en unidad indisociable ( de ahí la indistinción), mientras que la fábrica los presenta sucesivamente des­ plegados en la asociación.

La fábrica ha desplegado en el tiempo sus productos y ha despla­ zado a uno de ellos la esencial unidad de todos, desplazamiento 6 «Una propiedad distintiva nunca está aislada en el sistema fonológico. Según la naturaleza, y en especial la naturaleza lógica de las oposiciones, cada una de las propiedades implica la copresencia de la propiedad opuesta . . » ( p . 120).

que justificaría la distinción entre representante ideativo y repre­ sentante afectivo de la pulsión (de la que en algunos textos Freud afirma que es constitutiva del inconsciente). La indistinción, la vaguedad, en que está sumergido el elemento dudoso constituye el modo mismo de revelar su contenido pros-

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.

crito. Si la duda es arma de la resistencia a la pulsión, el arma se revela una vez más ser vehículo de la pulsión misma 1 • E n e l esfuerzo infructuoso del paciente por subsumir e l ele­ mento dudoso bajo un concepto, se nos está revelando toda la dia­ léctica del inconsciente. Intentemos describirla sirviéndonos para ello de un texto de Lacan en que el inconsciente es referido a la función causal 2 • Evocando el ensayo de Kant sobre el concepto de dimensión negativa, Lacan señala que en la función de la causa hay algo in­ aprehensible, irreductible a la razón, a-conceptual. Tenemos un fenó­ meno y lo caracterizamos como efecto, al determinar su causa; de­ cimos así, por ejemplo, que las mareas tienen su causa en las fases de la luna o que la fiebre tiehe su causa en las miasmas. Pero algo de la explicación no satisface, algo del fenómeno no se ha resuelto. No está clara la correlación entre las fases de la luna y las mareas. Hay siempre como una inadecuación entre la causa y el efecto. Inadecuación que, aunque Lacan no lo indique, nosotros explicamos como resultado de la dialéctica hegeliana de la causa y el efecto: causa y efecto como tales resulta que tienen idéntico contenido ( «en la causa misma como tal se halla el efecto y en el efecto se halla su causa») 3 ; por eso la causa como tal es impotente a explicar el porqué de la diferencia entre una forma esencial del contenido único -la causa- y una forma dependiente de la primera -el efecto-. Esta impotencia a dar cuenta, por la causa misma, de la relación causa-efecto es lo que permite a Lacan hablar de una dimen­ sión indefinida, anticonceptual, cada vez que hablamos de causa. Pues bien : En la dimensión anticonceptual e insatisfactoria señalada, sitúa Lacan el inconsciente freudiano. Tentador sería para nuestro propósito aprovechar esta indica­ ción de Lacan e intentar ordenar el inconsciente freudiano con res­ pecto a la dialéctica de la relación de causalidad en la Ciencia de ltJ Lógica, texto no evocado por Lacan, pero que éste tiene más pre­ sente que el de Kant 4• Pero no es esta dialéctica la que vamos a utilizar y ello por múltiples razones ( precisamente un respeto por la teoría lacaniana cuenta entre ellas ). Vaya por delante que la dialéctica de la causalidad presupone ya el concepto de realidad en

el cual se inserta, y que en nuestra lectura de Freud la realidad se constituye sobre la base de lo que está en juego en la relación analítica y no al revés. Tanto más cuanto que ( en absoluta conformidad con la teoría lacaniana ) hay en la Ciencia de la Lógica un momento de lo real previo a la realidad, a saber: el momento del fundamento real o la auténtica diferencia de contenido entre fundamento y fundado. Si este real es el horizonte del que, en la Ciencia de la Lógica, emergerá la realidad, ¿cómo no intentar aproximar a él el concepto lacaniano de real? Sobre todo, y ésta es la razón fundamental, si tenemos en cuenta lo siguiente : Lo real, que constituye la diferencia de contenido entre razón ( fundamento) y en razón fundado ( fundado), no se sustenta en razón, es por consiguiente el único momento de la Ciencia de la Lógica que -si razón es concepto- no se sustenta en concepto. no tiene sostén lo real, como relación de razón a en razón fundado. La razón, como fondo de un fundado, es sólo real mediante la sin-razón. En honor a los lectores lacanianos transcribamos aquí un párrafo en el que Lacan da cuenta de la aporía del cartesianismo, mediante conceptos prácticamente idénticos a los aquí utilizados : «Para Descartes, en el cogito inicial [ . . ] , a lo que apunta el yo pienso en tanto que se vuelca en el yo soy, es a un real ; .

pero lo verdadero queda tan fuera, que luego Descartes se ve obligado a asegurarse ¿ de qué ? De un otro que no sea enga­ ñoso y que, por añadidura, pueda con su mera existencia ga­ rantizar la base de la verdad, garantizarle que en su propia razón objetiva existen los fundamentos necesarios para que lo real mismo del que acaba de asegurarse pueda hallar la dimen­ sión de la verdad [ . ] . Dios perfecto cuyo quehacer es la verdad, puesto que, sea lo que fuere lo que haya querido decir, siempre sería la verdad ; aunque hubiese dicho que dos y dos son cinco, hubiese sido verdad. » (Les quatre concepts . . . , pági­ nas 36-37 ) . . .

L A RELACIÓN FUNDAMENTAL E N L A DUDA

l Recordemos la precisión que hace Freud en el estudio sobre la Gradiva: la naturaleza retorna en la /urca misma mediante la cual -en el refrán- se . la expulsa.· 2 Les quatre concepts , pp. 24-25. 3 Ciencia de la lógica, edición española, p. 494. 4 Como lo prueba el hecho de que opone lo determinado de la ley de la acción y la reacción a lo indeterminado de la causa; pues la dialéctica de la acción y la reacción aparece en la Ciencia de la lógica inmediatamente después de la dialéctica de la causa y como expresión de la resolución de esta última.

El paciente de Freud, acuciado por éste, busca algo que dé cuenta de su síntoma. En el momento que nos ocupa, la búsqueda se centra en un elemento de su sueño; un elemento, puesto que buscado, por definición no presente, o mejor dicho: vagamente pre­ sente, poco claro, indistinto. «Algo así como una vaca», dice quizás el paciente, e inmediatamente -insatisfecho de esto que ha encon­ trado- añade: «no, un caballo más bien», y descontento de nuevo:

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. . .

un burr . . en todo caso algo como un animal, aunque . . . » . Fi< nalmente : « . . . en realidad no lo sé» . L a duda n o siempre s e presenta así descompuesta e n sus mo­ mentos constitutivos. Cabe suponer que el paciente no se mete en berenjenales y se limita a la última afirmación. Precisemos también que en la medida en que el grado de condensación del elemento turbio del sueño sea considerable, el paciente no sabrá literalmente por dónde empezar. Lo cual no es óbice para que cualquier cosa que diga, al azar, nos ponga sobre una pista en cuya intersección con otras pistas se halla necesariamente lo buscado, según la regla de oro de la asociación «libre». La descomposición de la duda en elementos empíricamente constitutivos es, sin embargo, útil para poner de manifiesto su arqúitectura puramente lógica. Partamos del primer momento: el paciente busca algo y encuen­ tra una representación, un signo completo por ende -vaca en este caso-- . ¿De dónde viene el desencanto? Pues de que no ha encon­ trado más que lo que ya tenía, y si estuviera satisfecho con lo que posee no andaría el « paciente» buscando la ayuda de Freud. En efecto: los signos completos, las representaciones, no es precisa­ mente lo que le falta al paciente; si es paciente, es porque alguna instancia en él tiene la pasión de otra cosa que los signos; en todo caso, otra cosa que los signos aferrados cada uno a su particular significado. El paciente no puede retener ninguna representación singular, y ello porque el mecanismo mismo de la duda supone que la repre­ sentación singular no da razón de sí misma, tiene su fundamento o subsistencia fuera de sí misma, es tan sólo lo puesto o fundado por este fundamento. De ahí que de la representación singular el paciente retorne al fondo, es decir, a la multiplicidad significante, a la indistinción, a la condensación, que en el sueño se reveló ser la verdad de la representación singular: «vaca, no . . . » . Ahora bien. ¡Este n o a la singularidad v a a ser la última pala­ bra? En absoluto: la duda exige no sólo que la representación se anule en su fundamento, sino también que éste circule por la repre­ sentación ; hay necesariamente en la duda un retorno del fondo con­ densado al orden de la representación singular ( « . . . quizás un ca­ ballo»). De estar sólo en la negatividad del fondo, no habría duda. Por ello cabe decir que en la duda se está revelando la unidad abso­ luta del fondo o razón del concepto ( llámese si se quiere conca­ tenación significante) y del concepto o representación como tal. La duda revela la unidad en contenido de fundamento y fundado. En fundamento encontramos la circulación total de fundamento a fun­ dado y de fundado a fundamento. Y exactamente lo mismo encontra­ mos en fundado. Nada distingue, pues, desde el punto de vista del contenido, el .

momento en el que el paciente afirma que lo presente en el sueño era una concreta representación, y el momento en que la represen­ tación se confunde y el paciente niega que se trate de ella. El psi­ coanalista, en ambos casos, lo que aprehende es el contenido único de la duda, a saber: la pérdida de la representación en la concatenación significante y en esta misma pérdida retorno de la representación. En la duda, la relación que hace de la concatenación significante un fundamento y de la representación un fundado, es una relación puramente formal.

Sin embargo, no cabe hablar de contenido único en ambos polos de la duda más que porque hay dos polos, y que el uno aparece como fondo y el otro como lo en un fondo fundado. Es decir, la unicidad del contenido, la superación de la relación de forma : fun­ damento/fundado, tiene lugar en cada lado de la forma y ello esen­ cialmente; en la duda, que es su superación, persiste la distinción entre la insubsistente representación y la concatenación significante en la que aquella tiene subsistencia . En términos menos abstractos : la representación singular, que en la duda tiene en sí a su funda­ mento, sigue siendo vivida por el paciente como insubsistencia que tiene su fundamento en otro. La representación singular -vaca, caballo-- sigue bañada en inesencialidad. Al paciente se le escapa en la indistinción del fondo. Esta indistinción, por el contrario, apa­ rece como subsistente. Entre la representación y la indistinción hay una relación de ine­ sencialidad a esencialidad que, no resuelta en la unidad del contenido, constituye una relación fundamental real. En la duda, los polos contienen lo mismo y, sin embargo, uno es polo del fundamento y otro polo de lo fundado; uno es polo de la subsistencia y otro polo de lo insubsistente; uno da razón y otro es lo en razón fundado. Detengámonos en esta última expresión. Razón es que el polo de la intersección significante da cuenta del polo de la representación; ésta es la razón última 5, no hay razón más profunda. Es el fondo de toda razón ; fondo, en concreto, de esa razón propia a la realidad que es la relación causal. En el significante, en la intersección fonémica, encuentra su sub­ sistencia el significado. Esta es la real razón . ¿Cabe preguntarse por qué razón? Esto es lo característico de la duda. La duda vive la comunidad de contenido en intersección fonémica y significado y no se explica por qué aquélla da razón de éste, no se explica por qué aquélla es razón y éste lo en razón fundado . No se explica y busca explicación, es decir, busca una «razón» que dé cuenta de la relación de razón. Para la duda no es inmediato e incuestionable el 5 En todo caso, la última razón imperante, la que caracteriza a nuestra actual cultura.

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que la condensación o intersección significante dé cuenta del signi­ ficado. Busca la duda un fondo que explique esta relación funda­ mental en que está inserta. ¿Y dónde tiene la duda este fondo? Pues en aquello a lo que el paciente no ha dejado de dirigir su mirada: en el sueño, que de alguna manera revive para Freud pre­ cisamente mediante el mecanismo de la duda. Pues ¿ qué diferencia el sueño de la duda sino el hecho de que en el sueño se presenta como inmediata la arbitrariedad que constituye al significado como fundado en la concatenación significante? Sueño y Duda en conte­ nido no difieren, pero en aquél es inmediato el real decreto que hace a la representación agotarse en producción. La arbitrariedad de la reJación fundamental no es, por el con­ trario, inmediata en la duda. La duda tiene, pues, fuera de sí la real relación de razón que constituye. Está la duda suspendida al sueño como un fundado que en su fundamento encuentra la arbi­ trariedad pura que agota su subsistir. La relación de razón inserta en la duda constituye lo real. La subsistencia de lo real es la inmediata arbitrariedad del sueño. La unidad de la arbitrariedad inmediata y de la arbitrariedad mediata ( del sueño y de la duda) constituirá la cosa. El emerger de la cosa en la existencia es el camino de la realidad.

APENDICE AL CAPITULO I * PROBLEMAS METODOLOGICOS EN LA CONCE P­ CION DEL FONEMA DE JAKOBSON P o R J AvrnR

1.

Ec H EVERRÍA

PLANTEAMIENTOS GENERALES

Me propongo llevar a cabo una crítica de la metodología utilizada por Jakobson en sus Ensayos de lingüística general 1, ejemplificada en el uso de la categoría lógica de oposición, con vistas a llevar a cabo una descomposición del fonema en un haz o cúmulo de rasgos distintos. Intentaré hacer una crítica que sea lo más interna posible, es decir, que permanezca dentro del marco y de los objetivos en que se mueve Jakobson, con la idea de llevar su propia metodología más allá del punto en que él se detiene, para mostrar cómo la propia coherencia metodológica implica una crítica de los resultados por él obtenidos . No obstante, y aunque é s a será la línea principal e n este trabajo, hay también todo un circuito de líneas de investigación secunda­ rias, a través de las cuales intentará obtener sugerencias respecto a otros asuntos teóricos que me interesan. Esas referencias, que resu­ miré por ahora bajo los nombres de Saussure y Leibniz, contextuaEl trabajo que aquí ofrecemos constituyó la aportación de Javier Eche­ * verría a uµ seminario realizado en París, al que él mismo alude. Los intere­ ses del autor, como el lector comprobará, no coinciden exactamente con los nuestros; sin embargo, la crítica del manejo que hace Jakobson de la cate­ goría de oposición, entre otros puntos, se inserta perfectamente en el proyecto que anima este estudio. El texto utilizado en el Seminario parisino fue la recopilación y traduc­ 1 ción de Nicolas Ruwet de once ensayos de Jakobson, publicados en diversas revistas; las citas aluden por tanto a dicha edición francesa (Minuit, «Points» 1 963 ), si bien han sido traducidas al castellano y confrontadas con vistas a l� presente edición ; asimismo las citas de Saussure serán en referencia a la tra­ ducción de Amado Alonso ( Losada, ed. 197 1 ).

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!izarán de algún modo toda expos1c1on crítica relativa a Jakobson, y por lo tanto también la determinarán en cierta forma. Hay que tener en cuenta asimismo que esta ponencia se presenta en un seminario cuyo planteamiento general tiende a confrontar las categorías conceptuales utilizadas por la moderna lingüística ( con Saussure y Jakobson como representantes ) y por el psicoanálisis ( Freud, Lacan) con las categorías analizadas por Hegel en el libro 11 ( sobre la esencia) de la Ciencia de la Lógica. En ese grado hay un tercer tipo de referencias que también determinan este escrito: se­ rían las múltiples alusiones a las sesiones anteriores del Seminario, y en general a la línea teórica global del mismo. Mis intereses personales,, por si alguien quiere mantener esa manera de analizar y categorizar, irían más bien en el sentido de relacionar múltiples textos de Jakobson -sobre todo los referentes a la teoría de la comunicación- con el sistema leibniziano, que se vería encarnado de algún modo en los planteamientos del profesor de Harvard. Sirva como muestrario el concepto de código que él uti­ liza, en tanto principio !imitador de las posibilidades que habría en el tesoro léxico: «el repertorio de las combinaciones de esos rasgos en fone­ mas ( como /p/ , /b/ , /t/, /d/, /k/, /g/, etc. ) está limitado por el código de la lengua dada. El código impone limitacio­ nes a las combinaciones posibles del fonema /k/ con los fo­ nemas siguientes y/o precedentes» (op. cit., p. 4 7 ). o un poco más adelante: «En la combinación de las unidades lingüísticas existe, pues, una escala ascendente de libertad. En la combinación de los rasgos distintivos en fonemas, la libertad del locutor indivi­ dual es nula; el código ya ha establecido todas las posibilida­ des que pueden ser utilizadas en la lengua en cuestión. »

combinar las esencias posibles, aquellas cuya coexistencia no implica contradicción : los composibles. Esta referencia leibniziana se confirma un tanto cuando Jakob­ son cita a. McKay con el fin de explicitar más la noción de código: « Según McKay, la palabra clave en teoría de la comuni­ cación es la noción de posibilidades preconcebidas ; la lingüís­ tica afirma lo mismo. . . Dicho "conjunto de posibilidades ya previstas y preparadas" ( Cybernetics: Transactions of the Eighth Conference, New York, 1 95 2 , p. 1 8 3 ) implica la exis­ tencia de un código . . » ( op. cit., p. 9 0 ) . .

Por otra parte, no se trata de una peculiaridad de Jakobson. También en el Cours de Linguistique générale de Saussure encontra­ mos expresiones de claro color leibniziano. Por ejemplo, en la pá­ gina 1 3 5 se afirma : «El significante elegido por la lengua tampoco podría ser reemplazado por otro. Este hecho, que parece envolver una contradicción, podría llamarse familiarmente la carta forzada. Se dice a la lengua "elige", pero añadiendo : "será ese signo y no otro alguno". La lengua no puede, pues, equipararse a un contrato puro y simple, y justamente en este aspecto muestra el signo lin­ güístico su máximo interés de estudio; pues si se quiere de­ mostrar que la ley admitida en una colectividad es una cosa que se sufre y no una regla libremente consentida, la lengua es la que ofrece la prueba más concluyente de ello.»

Este código que los interlocutores han d e tener e n común para comunicarse, y que a nivel de fonemas o rasgos distintivos es abso­ lutamente determinante de la selección que lleva a cabo el locutor, puede ser relacionado con el Dios leibniziano, cuya voluntad crea­ dora está determinada en su elección del mundo por la inteligencia divina, por las ideas eternas o esenciales, las cuales tampoco pueden combinarse todas con todas para llegar a la existencia, sino que han de obedecer rigurosamente los principios limitativos que determi­ nan la creación divina : necesariamente ha de resultar el mejor de los mundos posibles, porque el intelecto divino es así a la hora de

Habrá ocasión de volver sobre estas cuestiones cuando nos plan­ teemos algún texto de Freud en el que se afirma la conveniencia de analizar todos y cada uno de los elementos de un sueño, por vagos y engañosos que puedan parecer a la conciencia misma del que ha soñado, como si se tratase de textos sagrados, es decir, suponiendo la absoluta necesidad de que fuese ese significante, y no otro, el que apareciese expresado. La cadena de significantes que surgiría por asociación libre ciertamente determina al elemento del sueño que ha llegado a manifestarse, que ha llegado a existir, que ha sido elegido entre todos los posibles por la libido para encarnar la pul­ sión; pero esa determinación no empaña en nada la necesidad que se muestra en la elección definitiva, en la cual se expresa el estado del inconsciente, la interacción de las fuerzas pulsionales del mismo. Esa elección forzada en la cual se compendian las infinitas posi­ bilidades viene guiada en Jakobson como en Leibniz por una teleo­ logía. Es el principio de optimización , o de máximo y mínimo. Dios

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crea e� máxim� ?e perfección ( o de armonía) con el mínimo gasto, _ o formas puras posibles. Parecida­ a partir del mmimo de esencias mente el sistema f.!:memático va . a organizarse según un principio , de economia ( que no deJa de tener resonancias en el prin­ analogo cipio del placer freudiano) : «Al reducir l a información fonemática contenida e n una secuencia al mínimo número de alternativas encontramos la s�lución más económica, y por ende la mejo; : el número mí­ nm�o. de las oper��iones más simples con las que se puede codificar y descodificar el mensaje completo. Cuando analiza­ !TIºs una lengua dada en, busca de sus constituyentes últimos, i� te? t �mos entresacar el número más pequeño de oposiciones distmtlvas que nos permitan identificar cada uno de los fone­ mas en cualquier mensaje compuesto en dicha lengua» ( JA­ KOBSON, op. cit., p. 1 4 3 ). Se trata de buscar el código óptimo, o mejor, se trata de elabo­ ra � una teoría ?e �a lengua sobre la base de que el código que per­ n;iite la co�umcación y la elección de significantes es el código óp­ timo. El sistema de rasgos distintivos que Jakobson va a encontrar será hallado usando este principio como hilo conductor: «Un sistema de rasgos distintivos basado en una relación de implicación mutua entre los términos de cada oposición binaria constituye el código óptimo, y resultaría injustificado suponer que los interlocutores, a lo largo de sus operaciones de coc!ificación y descodificación, se refieren a un conjunto más complicado y menos económico de criterios diferenciales» (!bid., p. 1 45 ). Al referir todos estos principios directores de la investigación de Jakobson al sistema de Leibniz no intento afirmar en absoluto que éste dé cuenta. del primero, ni siquiera parcialmente. Tampoco se trata de revalorizar el pensamiento de Leibniz mostrando cómo está vigente en la ciencia moderna. Mi intención es más bien meta­ física, o teológica, y tendería a quitarle ese elemento de trascen­ denci� �l Dios de Le�bniz que, a ojos de un moderno, basta para descalificar los c?ntemdos. que en esa concepción se expresen. Qui­ tarle tr�scendencia, es decir, verlo encarnado, analizar cómo diversas proye:c10nes de � sa concepción de Dios funcionan alegremente en la . actu�idad, �m nmguna mala conciencia, en una plena inmanencia. � .si se quiere, m�strar cómo nuestra ciencia, aparentemente leja­ msima de la teologia, se hermana con ella por doquier, en su mé­ . dula misma, en sus conceptos básicos. 1 02

En el grado en que Leibniz no tiene empacho en afirmar la trascendencia, en lugar de enmascararla en un tesoro léxico, una lengua o un código común a todos, que precisamente por estar en todos se parece al Dios de Leibniz y por tanto es plenamente tras­ cendente, en ese grado pienso que resulta más interesante ver cómo se reflejan algunas de las ideas de Jakobson en el sistema leibni­ ziano, y no al revés, pues así al menos podremos analizarlas en muchas de sus implicaciones teológicas y metafísicas, sin sentir pru­ rito por llamar a la ciencia ( a la lingüística en este caso) por su verdadero nombre.

2.

LA M ETODOLO GÍA D E }AKO BSON RESPECTO A LOS F O NE M A S

Dejando de lado las cuestiones anteriores, en esta exposic1on voy a centrarme por completo en una crítica interna a Jakobson , para lo cual hará falta en primer lugar analizar el método que uti­ liza, y luego ver el rigor con que lo aplica. Esto resulta particu­ larmente necesario por la pretenciosidad misma de los resultados a los que llega, cuya tendencia totalizadora se revela por doquier. Ya vimos antes la escala descendente de libertad en que la lengua sitúa al sujeto que habla, hasta el punto culminante de que en el sistema de rasgos distintivos de los fonemas (que constituye una de las claves de bóveda del pensamiento de Jakobson, y será el único punto que analizaremos aquí) la libertad sería nula. La obediencia al principio de optimización en la comunicación lingüística alcanza a todo el mundo, así como la ley de dicotomía : « La operación binaria es la primera operación lógica del niño. Los dos opuestos surgen simultáneamente y obligan al ni­ ño a elegir uno de los términos de la alternativa y rechazar el otro» ( Ibid., p. 1 46 ). Puesto que además el sistema de opos1c10nes distintivas que Jakobson elabora trasciende con mucho su origen empírico, hasta afumarse como un sistema universal, del cual todas las lenguas exis­ tentes toman unas cuantas oposiciones para constituir su propio sistema fonemático, conviene analizar con cuidado los pasos me­ diante los cuales Jakobson llega a hacer un descubrimiento que le va a conducir a afirmaciones tan absolutas, por adjetivarlas con cierta suavidad. En particular habrá que ver si su propia metodología, el orga­ non que le llevó a esa descomposición del fonema en rasgos distin103

tivos, no puede aplicarse a su vez a los nuevos elementos irreduc­ tibles que Jakobson fue a encontrar. La localización y análisis de su metodología no la llevó a cabo exhaustivamente, sino únicamente en su manejo de las oposiciones (binarias, dicotómicas, referidas siempre a la teoría de la comunica­ ción), cuando reduce el fonema a ser un cúmulo de rasgos distin­ tivos, u oposiciones binarias. Los textos utilizados están en los Essais, pero también habrá referencias al análisis del sistema vocá­ lico del turco y consonántico del francés, ya estudiados en anterio­ res sesiones de este Seminario, a partir de las Six lefons sur le son et le sens ( Minuit, 197). La línea general de pensamiento en la cual se enmarca el uso que Jakobson va a hacer de lar oposición me parece muy interesante, y por eso dedico un análisis detallado a su labor. Se trataría de una tendencia, que él remite a Saussure, tendente a criticar las di­ versas sustancializaciones de las unidades lingüísticas. Como decía Saussure, «la lengua es una forma y no una substancia» (Curso, pá­ gina 206 ). Esto se traduce de inmediato en la concepción del sig­ nificante : «Esto es más cierto todavía en el signficante lingüístico; en su esencia, de ningún modo es fónico, es incorpóreo, consti­ tuido, no por su sustancia material, sino únicamente por las diferencias que separan su imagen acústica de todas las de­ más [ . . ]. Este principio es tan esencial, que se aplica a to­ dos los elementos materiales de la lengua, incluidos los fo­ nemas» ( p. 201 ).

de cuyo funcionamiento concreto extrae todo fonema su consistencia y su invarianza. Y otro tanto cabría decir del significante, siempre que se sustituyese la categoría de oposición por la de diferencia, y se tuviese en cuenta, además, que en la oposición del significante al significado se constituyen ambos como un valor lingüístico, y que es precisamente a través de esta función de valor como se introduce en lo fónico ( o mej or, en lo acústico) la mediación de todo el sistema lingüístico, en sus diferencias respecto al significante concreto por cuya identidad nos estamos preguntando. Esta tendencia me parece particularmente interesante, siempre que no sea un heraldo de una sustancialización más depurada, o un medio de enmascarar un nuevo tipo de sustancialización de unidades lingüísticas . Intento ver, por tanto, si Jakobson se mantiene de ver­ dad en la pura forma, sin recurrir a algún modo de sustancialización . Y como quizá haya tiempo de ver al final, la crítica también le al­ canza de algún modo a Saussure, en particular en el texto siguiente : « precisamente porque los términos a y b son radicalmente capaces de llegar como tales hasta las regiones de la concien­ cia -la cual no percibe perpetuamente más que la diferencia a/ b-, cada uno de los términos queda libre para modificarse según las leyes ajenas a su función significativa» (!bid., p. 200).

Saussure pone las diferencias como lo constitutivo de la lengua; Jakobson va a sustituirlas por las oposiciones, y en particular por las oposiciones binarias, pero su labor se inscribe en el mismo con­ texto de relativización y desustancialización de la lengua iniciadas por Saussure. Es un ataque asimismo a la pretendida primariedad del principio lógico de identidad, tanto al nivel de la imagen acústica significante ( Saussure) como del fonema, que no tiene significación, pero la posibilita ( Jakobson). Por decirlo con un ejemplo, si yo digo «O» y luego digo «O», no hay ninguna inmediatez en la que se sustente la igualdad o la iden­ tidad de los dos sonidos pronunciados . Dicha identidad -como asi­ mismo la diferencia u oposición entre «O» y «a»- sólo surge por la mediación de un sistema de oposiciones (o de diferencias ) que deter­ mina la posibilidad de reconocer dos fonemas como el mismo, o uno como distinto del otro. El fonema no se sostiene en su identidad por sí mismo, no constituye un substrato último, sino que es relativo en su autoigualdad y en sus diferencias a un sistema de oposicione�,

Desde el punto de vista en que nos situamos aquí, que es el punto de vista categorial, y en este caso concreto considerando la categoría de sustancia, negar toda inmediatez consciente, toda auto­ subsistencia a los términos 'a' o 'b', para afirmar a continuación una conciencia inmediata de la diferencia a/b, sin plantear como mínimo por qué la diferencia entre 'a' y 'b' es la misma diferencia que la que hay entre 'a' y 'b', o si se prefiere, por qué esa diferencia es de algún modo distinta de la que hay entre 'c' y 'd', no supone sino volver a recaer en otra representación de la misma categoría. Lo cual puede suponer el descubrimiento de un nuevo objeto científico, e incluso de gran importancia, no lo niego. Pero el que la reproduc­ ción de lo mismo bajo formas cada vez más depuradas y sutiles sea algo elogiable en sí, es, como mínimo, discutible, o si se quiere no es más que una declaración de las divinidades a las que uno adora, especificando los altares donde las ofrenda sacrificios . Quede, pues, la idea de que en la metodología aparente de Jakobson hay una tendencia desustancializadora, y pasamos a otro punto, dejando para más adelante la confirmación efectiva de dicha tendencia en las conclusiones de Jakobson . En el caso de Jakobson ( esto no es cierto en Saussure) existe una evidente creencia en el método basado en analizar lo complejo para buscar los elementos simples. Así sucede en su definición de

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.

morfema como > ( p . 126). y

más adelante : «Los rasgos distintivos intrínsecos descubiertos hasta aho­ ra en las lenguas del mundo, los cuales, junto con los rasgos prosódicos, sostienen la totalidad del repertorio morfológico y léxico de las mismas, se reducen a doce oposiciones, entre las cuales cada lengua hace su propia elección» (p. 127).

Estas doce oposiciones serían las siguientes : l.

II. III. IV. V. VI . VII.

Vocálico - no vocálico. Consonántico - no consonántico. Compticto - difuso. Tenso - flojo. Sonoro - sordo. Nasalizado - no nasalizado. Discontinuo - continuo. 109

VIII. IX. X.

XI . XII .

Estridente - mate. Bloqueado - no bloqueado. Grave - agudo. Bemolizado - no bemolizado. Sostenido - no sostenido ( pp. 128-130).

de las cuales las nueve primeras aparecen clasificadas como rasgos de sonoridad y las tres últimas como rasgos de tonalidad. Para ex­ plicar el contenido de cada oposición, es decir, para. �1!ministrar un criterio a partir del cual se pueda reconocer tal opos1c10n o tal otra, Jakobson recurre a dos maneras diferentes, que ya habían sido pro­ puestas por Saussure: acústiaamente, es decir, �edian�e �paratos, e�­ pectros acústicos, etc., y genéticamente, es decir, y sm mte.ntar ��1nar mucho, recurriendo al modo de llevarse a cabo la artlculac1on de los sonidos. Me parece muy importante recalcar que Jakobson insiste en que los nombres elegidos, y de algún modo también los criterios, no tienen mucha importancia para lo que él pretende. De hecho, pro­ pone otras posibles denominaciones : «Pero como cada uno de esos rasgos es definible, y ha sido definido efectivamente tanto sobre el plano motor como sobre el plano acústico, a cada uno de ellos le podría corres­ ponder con igual derecho una designación articulatoria nueva, en función de las necesidades de la causa, como centrífu.�o­ centrípeto en lugar de compacto-difuso, de bordes ru?.,osos-de bordes lisos en lugar de estridente-mate, periférico-medio en lugar de grave-agudo ... Poco nos importa reemplazar una clasificación acústica por una clasificación articulatoria ; se trata más bien de descubrir los criterios de división más productivos que resulten válidos para los dos aspectos» ( p . 135). Es decir, que Jakobson, forzado a elegir, no se quedaría ni con . (y, por lo tanto, el criterio acústico ni con el criterio articulator10 le son indiferentes los conceptos que se utilicen para dar cuenta de cada una de las doce oposiciones), sino con aquel criterio que, con el mínimo de rasgos distintivos, le permitiese dar cuenta de todas las oposiciones que empíricamente se van encontrando en l? s si�­ . temas fonémicos de las diversas lenguas. Estos doce rasgos distmtl­ vos son un poco como los elementos de la tabla periódica. Puede haber varios modos de ordenarlos, de organizarlos y darles nombre; lo esencial es que todos ellos son irreductibles a los demás, y per­ miten dar cuenta de todas las unidades químicas más complejas. Lo fundamental es la oposición misma, el que se pueda distinguir en110

tre dos cosas que se oponen la una a la otra, y no el criterio mismo de distinción. Es de notar también, dicho sea al pasar, cómo el cri­ terio económico de máxima producción, o de optimización, sigue mostrándose en el pensamiento de Jakobson también a este nivel de su análisis. En ese grado, lo esencial para él es encontrar un sistema de oposiciones que se adapte al principio metodológico de optimización, lo cual constituye el núcleo en el que le estoy estu­ diando. Resumiendo, hasta el momento Jakobson ha utilizado una doble metodología, como mínimo: 1.

2.

Reducción o análisis de las diversas unidades lin?.,üísticas, hasta llegar a sus componentes últimas e irreductibles, o elementos : búsqueda del último eslabón. Descomposición de ese último eslabón en un sistema de oposiciones, cuya confluencia definirá cada fonema.

Dicho sistema es completo ( libertad nula) y da cuenta de todos los fonemas de todas las lenguas. Por otra parte, cada una de esas oposiciones es irreductible. Puesto que el propio Jakobson nos dice que para tener el sis­ tema gramatical y fonológico de una lengua «un simple catálogo de sus componentes no basta» (p. 71 ) , voy a investigar ahora ese catálogo de rasgos distintivos en su necesidad, en tanto constituye un auténtico sistema, y no ya sólo un agregado de componentes. No basta, pues, con que efectivamente dé cuenta de todos los fone­ mas posibles en todas las lenguas, lo cual es una cuestión menor, en la propia óptica de Jakobson. Se trata de ver cómo se organiza ese sistema, si es pura enumeración o bien hay jerarquías entre unas y otras oposiciones, semejanzas en el funcionamiento o en la apa­ rición, etc. Dicho de otro modo, ¿qué categorías organizan ese sistema uni­ versal como tal sistema? ¿Continúa desempeñando un papel esen­ cial la oposición, como permitiría suponerlo el siguiente texto de la página 165: «cuando se elabora el sistema fonológico de una lengua dada, cabe dejar de lado la significación de las unidades formales diferenciadas por los fonemas . Basta con establecer que esas significaciones son distintas»? Mas si lo esencial es que todas sean oposiciones, ¿ por qué hay

12 y no más bien 26? ¿O es que todas esas oposiciones son dife­

rentes entre sí? Si es así, ¿ de qué modo? ¿ Qué significa entre opo­ siciones que vocal no sea a no vocal como grave es a agudo? ¿O bien 111

son meramente diversas, por utilizar la distinción hegeliana entre diversidad y diferencia? ¿O es que, como sería lógico pensar, esas oposiciones se oponen entre sí, con lo cual tendríamos que buscar oposiciones de oposiciones ? Ya a simple vista, en e l cuadro, se v e que las dos primeras es­ tán más relacionadas entre sí que las demás ; de hecho, son un claro desdoblamiento de la oposición vocal-consonante, necesario a partir de la consideración de las líquidas (ver p . 140). Y, en gene­ ral, se puede pronosticar un desdoblamiento similar para la opo­ sición compacto-difuso, por cuanto el propio Jakobson apunta que: «Entre los rasgos, intrínsecos, tan sólo la distinción com­ pacto-difuso en las vocales presenta frecuentemente un nú­ mero mayor de términos, lo más a menudo tres. Por ejemplo: [ ae] es a [ e] como [ e] es a [i]: la media geométrica [e] es no-compacta en relación a [ ae] y no-difusa en relación a [ i] » ( p . 146 ). Si desarrollamos el punto de vista del propio Jakobson, resulta evidente la no homogeneidad de dicho cuadro, y su posible am­ pliación a 16 oposiciones, todas ellas del tipo A/, no A, es decir, opo�iciones de las que él mismo llama contradictorias, y no ya con­ trarias: «La lógica distingue dos especies de oposiciones . El pri­ mer tipo, oposición de términos contradictorios, es una rela­ ción entre la presencia y la ausencia de un mismo elemento. Ejemplo: las vocales largas que se oponen a las vocales sin longitud. El segundo tipo, oposición de términos contrarios, es una relación entre dos elementos "que forman parte de un mismo género y que difieren máximamente entre sí; o que, presentando una característica específica que puede tener gra­ dos, la poseen respectivamente en grado máximo o mínimo". Ejemplo: las vocales agudas que se oponen a las graves» ( O b­ servations sur le classement phonologique des consonnes, Pro­ ceedings of the Third International Congress of Phonetics, 1938, Ghent, p. 35). La mezcla de ambos tipos de oposiciones habla en contra, desde u � yunto de vista estrictamente lógico y metodológico, que no em­ . �mco, del sistema elaborado por Jakobson. Cabe, pues, la posibi­ lidad de mejorarlo, descomponiendo las oposiciones basadas en con­ trarios ( compacto-difuso, forzado-relajado, estridente-mate, grave­ a �udo) en pares de oposiciones basadas en contradictorios, respec­ tivamente, con lo cual se obtendrían 16 oposiciones, de las cuales

12 serían de sonoridad y cuatro de tonalidad. La organizacion del

sistema formal habría mejorado considerablemente, permitiendo es­ tudiarlo mediante técnicas matemáticas de grupos, como Jakobson propugnaba para las unidades formales mínimas o morfemas ( ibid., p. 163 ) . Es claro que, análogamente a como el sistema vocálico del turco, constituido por ocho vocales, se organizaba según tres tipos de oposición diferentes (23 = 8 ), el sistema de las 16 oposiciones se podría organizar según cuatro tipos diferentes de oposiciones, que en este caso serían oposiciones de oposiciones, y no ya oposiciones entre términos «simples» . Pero aun cuando nos atengamos a l sistema tal y como l o da Jakobson, con las 12 oposiciones, el problema de cómo organizarlo aparece igual, y el propio Jakobson es consciente de ello, planteán­ dolo en numerosas ocasiones . Lo notable es que ahora volverá a resurgir el Jakobson empirista, y lo que antes era orgullo por haber encontrado criterios rigurosos para organizar los sistemas fonemá­ ticos se convertirá en pura experimentación a partir de la cual in­ ducir la organización del sistema de rasgos distintivos. En este punto resulta reveladora la comparación con Leibniz, el cual, sin dejar de investigar constantemente las lenguas concretas tal y como eran conocidas en su tiempo, y dentro de una preocupación similar a la de Jakobson (buscar leyes lingüísticas universales), si bien más ambiciosa ( es sabido que Leibniz trató de investigar la existencia de una lengua universal, punto en el cual el joven Saussure también hizo sus pinitos a los quince años: véase el Essai pour réduire les mots du Cree, du Latín et de l'Allemand a un petit nombre de racines, inédito contenido en la colección Harvard, y mencionado por Jakobson en su artículo «Saussure's unpublished reflections on phonemes», Cahiers Ferdinand de Saussure, 26 ( 1969), págs. 5-14 ) , nunca dejó de afirmar el principio de organización esencialmente ló­ gica que debía regir dicha lengua universal: su descubrimiento del sistema binario como lenguaje en el cual todo podría ser expresado, del cual Jakobson es evidentemente tributario, surgió como una consecuencia de su empeño en llevar los principios lógicos hasta el final, sin contentarse con elaborar tablas de elementos, cosa que sin embargo también hizo, y en muchísimas ocasiones. Resulta notable, por tanto, que el rigor de la metodología de Jakobson, tal y como él mismo lo ha propugnado en la lengua, de­ caiga considerablemente una vez consolidado su descubrimiento del sistema de rasgos distintivos . Como si no necesitasen maestro que les infundiese espíritu (y luego organización) estos doce rasgos distintivos se sostienen por sí solos, son inmediatos a la lengua, por así decirlo. El constructor de la notable maquinaria de guerra que son las dicotomizaciones no se ha atrevido a aplicársela a sí mismo, sino que para investigar las jerarquías entre dichos pares de 113

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rasgos distintivos se contenta con un mét�0 puramente .expe�i­ mental, en el cual jamás se pondra, en cuestion la autosubsistencia del sistema mismo de oposiciones : será una hipótesis incuestionada, y no ya sólo como axioma, sino como resultado de una trabajosa investigación que reafirma considerablemente la impresión de vali­ dez y de verdad universal. Toda esta fase posterior es muy ilustrativa. Por un lado él admite la existencia de relaciones jerárquicas, si bien nunca llega a especificar cuáles son esas relaciones. A lo sumo en algunos casos mostrará cómo determinadas oposiciones se constituyen siempre con posterioridad a otras, tanto en los niños como en el caso inverso de los afásicos. A partir dtt este hecho, surgirán los triángulos fun­ damentales vocálicos y consonánticos como fase posterior a la con­ traposición vocal-consonante. Y según el grado de desarrollo a que llegue cada lengua irán apareciendo más pares de oposiciones o no. La analogía con la física que Jakobson tanto se complace en mencionar puede resultar reveladora de cómo esta metodología, hasta cierto punto común a ambas ciencias, les lleva también a los mismos problemas, condenados siempre a ver cómo aparece un nuevo tipo de corpúsculo que no cabe en la tabla, o un elemento cuyo lugar no es claro, o una nueva oposición que malamente se articula en el sistema. Por otra parte, y esto será muy característico de �akobson, �n toda esta fase irá surgiendo cada vez con mayor claridad la exis­ tencia de una oposición previa y fundamental, que ocuparía la cima jerárquica de la tabla, y a partir de la cual surgirían las demá � dico­ tomías. Para llegar a esta oposición originaria va a introducir una tercera metodología, que, por decirlo esquemáticamente, se apoyaría en la creencia de que lo primero que aparece en el lenguaje del niño, y lo último que desaparece en el afásico, en tanto se trata de un �ro­ ceso inverso, son índices de lo primero desde un punto de vista lógico, y todavía más, que si alguna oposición aparece invariable­ mente con posterioridad a alguna otra, entonces de algún modo le está lógicamente subordinada; al menos la jerarquía del sistema de oposiciones se va a elaborar en función de estos criterios gené­ ticos. Siguiendo este método, Jakobson irá dando cada vez mayor énfasis a la oposición vocal óptima-consonante óptima como la di­ cotomía originaria, en la cual se van a insertar todas las poster�ores como especificaciones de ella. Más o menos confusamente, lo cierto es que sale a la luz el modelo silábico universal: «En consecuencia, la oclusiva difusa, en la cual la produc­ ción de energía se encuentra reducida al máximo, aparece como lo más próximo al silencio, mientras que la vocal abier114

ta representa el mayor gasto de energía del cual es capaz el aparato vocal humano. Esta polaridad entre el máximo y el mínimo de energía aparece primitivamente como un contraste entre dos unidades sucesivas -la consonante óptima y la vocal óptima-. Puesto que muchas lenguas ignoran las sílabas sin consonante pre­ vocálica y/o con consonante post-vocálica, CV (consonante más vocal) es el único modelo silábico universal» ( pág. 136 ). Desde el momento del establecimiento de las 12 oposiciones era claro que todas iban a tener que reducirse a una ; lo notable es que J akobson ha llegado a este resultado por un atajo, por así decirlo, abandonando el principio de dicotomización sistemática que había propugnado. Posteriormente aparecerá el triángulo primor­ dial, que se escindirá en dos, hasta reconstruirse toda la tabla de las doce oposiciones, eventualmente. Pero este desarrollo no es relevante para el objeto de esta exposición. Hay veces que Jakobson busca criterios gramaticales para dar razón de dicha jerarquía: «Un hecho esencial para la comprehensión de los rasgos fonológicos de la lengua en cuestión y de las relaciones jerár­ quicas que tienen entre sí es que esos rasgos fonológicos diferentes sean elegidos y utilizados de diferentes maneras según las categorías gramaticales» ( pág. 169). pero siempre lo hace al nivel de cada lengua concreta, por cuanto él no se plantea la idea leibniziana de una gramática universal. Por lo tanto, el sistema universal de rasgos distintivos continúa con­ servando un papel privilegiado, y su modo de organización no se busca, en última instancia, en función de categorías gramaticales. Recapitulando un poco, cabe afirmar que lo que Jakobson no ha hecho es aplicarse su método a sí mismo, proseguir la descom­ posición, buscando por ejemplo en el cerebro criterios sustentadores de las nuevas oposiciones de oposiciones, con lo cual determinada zona de determinado lóbulo cerebral daría razón de la oposición tonal-sonora, por ejemplo, y así sucesivamente. Podría ser también el oído interno, o incluso se podrían construir nuevos instrumen­ tos en cuyo funcionamiento se encontrase un apoyo donde susten­ tar y buscar criterios para estas nuevas oposiciones. Siempre hay mundos desconocidos donde proyectar las propias categorizaciones. Todo esto sería la prolongación lógica de su metodología, pero él parece preferir quedarse en la irreductibilidad de sus oposicio­ nes distintivas, con lo cual inevitablemente las sustancializa, ca­ yendo de lleno en su propia crítica. Y si no las oposiciones, el subs115

Tal y como yo he entendido a Jakobson, sin embargo, no está tan clara en él la sustancialización de los movimientos vibratorios sonoros, o de los movimientos articulatorios. Lo que en él se sus­ tancializa es más bien la oposición misma, primero bajo la forma de las doce oposiciones irreductibles, luego bajo la forma del mo­ delo silábico universal, que sin duda constituye un paso más en la aplicación de una misma metodología. Es importante precisar, por tanto, que en Jakobson hay un monismo de base que se en­ �asc�ra . bastant� mal en la pluralidad de oposiciones, por cuanto m s1qmera se mtenta pensar esa pluralidad: sólo se está bus-

cando que la ciencia progrese lo suficiente para reducir de algún modo las doce oposiciones irreductibles a una. En lo cual aparece nítidamente diferenciado de Leibniz, en el cual no había ningún monismo sustancial, sino un pluralismo mantenido a capa y espada. Para llegar a esa oposición primigenia entre vocal óptima y consonante óptima, Jakobson no utiliza una metodología puramente lógica o matemática, que sin duda estaba a su alcance, pero que se acoplaba mal con las distinciones tradicionales en fonología, las cuales recurren con frecuencia a tricotomías. Sin embargo, ya hemos visto que esa vía aparece abierta. Basta organizar el sistema de rasgos distintivos según oposiciones por contradicción, con lo cual tendríamos dieciséis, considerar luego las cuatro oposiciones de oposiciones que dan cuenta de las dieciséis, buscar luego algún criterio todavía más sutil que dé cuenta de estas cuatro como com­ binación de dos oposiciones de oposiciones de oposiciones, las cua­ les se opondrían a su vez, llegándose con ello a la oposición o con­ tradicción originaria, de cuyo despliegue surgirían necesariamente las demás, un poco al modo del ser/nada de la Ciencia de la lógica, bien que combinatoria y no dialécticamente, si ello fuese posible. La teoría matemática de espacios cocientes ( o incluso de grupos cocientes, si se llegase a mostrar allí la estructura de grupo en funcionamiento, como deseaba Jakobson) ofrece una buena forma­ lización para hacer inteligible este proceso, a falta de que la ciencia empírica fuese elaborando criterios precisos para dar cuenta de es­ tos sucesivos pasos hacia la oposición originaria. Jakobson no se atreve a entrar en estas especulaciones pura­ mente formales, y opta por el experimentalismo, ciñéndose de paso lo más posible al corpus tradicional en fonología. Al final, usando aquella tercera metodología que conecta las apariciones y desapari­ ciones temporales con el orden lógico, va a encontrar el modelo silábico universal en la oposición vocal óptima/consonante óptima, cuyo criterio de base se trasluce bien en el texto ya mencionado: por un lado la máxima energía posible para el aparato articulatorio humano y, por otro, el silencio. La evidente relatividad de ambas nociones no induce dificultades, pues lo importante es su contra­ posición, o la oposición máximo-mínimo, por mostrar al fin la ca­ tegoría de la cantidad en la que se sustenta el modelo silábico universal. Aunque sólo sea de pasada, no quiero dejar de señalar cómo la categorización propia al instrumento de observación de los fenó­ menos fonémicos se ha introducido y proyectado por completo so­ bre el campo teórico u objeto puro que se pretendía estudiar. Como por azar, las categorías opositivas últimas ( máximo-mínimo, con el criterio de optimización subyaciéndolas) plasman nítidamente la estructura misma del espectro auditivo y de los aparatos que nos

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trato último provendrá del criterio que se use: puesto que Jakob­ son emplea dos, lo esencial será la organización del sistema articu­ latorio (bien entendido, sabiendo que ninguno de los elementos es imprescindible, como tampoco lo eran las denominaciones grave­ agudo, etc. ), o si no las variables esenciales que se consideren en los aparatos acústicos . En un caso como en otro la traición a la ten­ dencia desustancializadora resulta evidente. Para mostrar hasta qué punto este problema está latente en Jakobson baste con señalar que, una vez elaborada la línea fun­ damental de este escrito, en la mañana previa a su exposición en el Seminario estuve hojeando por curiosidad el núm. 26 de los Cahiers Ferdinand de Sausstfre, que había ido a parar a mis ma­ nos en función del artículo antes mencionado de Jakobson sobre los inéditos de Saussure en torno al fonema. En dicho número había un artículo de Malmberg, en el cual se hacía una crítica muy p arecida a Jakobson, si bien desde posiciones teóricas muy dife­ rentes a las que aquí se sustentan. Menciono algunos párrafos reve­ ladores : «Cuando acababa de terminar en 1966 mi artículo de homenaje a Jakobson, yo mismo tenía la impresión de haber contribuido a la solución del problema de los rasgos distin­ tivos proponiendo la idea de ver en ellos hechos perceptua­ les, �ues la percepción me parecía menos «sustancial» que _ las v1brac1ones sonoras y que los movimientos articulatorios. Era una falsa impresión. Si los fonemas son divisibles lin­ güísticamente -y no cabe ninguna duda de que lo son-, las partículas que los componen también son, necesariamente, combinaciones de un nivel funcional ( o de forma) y de un nivel sustancial, y ello tanto como las unidades mayores. Se trata únicamente de encontrar un método para aislar esos rasgos y describir su aspecto formal» (B. MALMBERG, «Le trait distinctif, unité de forme? », Cahiers Ferdinand de Saussure' 26 (1969), págs. 65-75).

lo dibujan. Sobre la deformación que esto induce en el objeto mismo estudiado no hace falta insistir por ahora; baste recordar cómo el destino de la física corpuscular fue el mismo, con lo cual el hermanamiento metodológico de ambas ciencias se manifiesta de nuevo, aunque esta vez sea evidenciando los problemas inheren­ tes a la utilización de una metodología basada en el descubrimiento de los elementos últimos en función de la categoría de oposición. Pero aun dejando de lado todo esto, la crítica misma del modelo silábico universal, tal y como ha surgido, genéticamente, resulta bastante sencilla, permaneciendo todavía en la órbita ideal que le hemos supuesto a Jakobson, es decir, en la de sustancialización y en el uso de la oposición . En efecto, no debe resultar difícil mos­ trar, por ejemplo, que los niños comienzan a manejar la oposición consonante óptima/vocal óptima ( o casi-silencio/máxima energía) partiendo de muchos juegos anteriores, y de las funciones libidina­ les que dichos juegos desempeñan en la economía del deseo ( por ejemplo, la presencia-ausencia que Jakobson utiliza para caracteri­ zar las oposiciones por contradicción sería anterior a las oposiciones fonémicas, según vimos en la última sesión con relación al juego del Fort-Da observado por Freud). Haciendo funcionar de nuevo los propios presupuestos de Jakobson, nada nos impediría buscar -y acabar por encontrar, naturalmente : por decirlo con Marx, sólo se investiga aquello para cuya resolución ya están dadas las condiciones básicas- una oposición anterior, o un sistema de opo­ siciones en la economía libidinal, de las cuales la oposición silencio­ grito, o silencio-lloro no fuese sino una proyección. ¿Por qué esta oposición no habría de ser a su vez núcleo de un « lenguaje» pre­ vio, del cual el que usamos sólo sería un epifenómeno? Habría, pues, oposiciones previas, eslabones anteriores de la cadena, y de algún modo allí se sustentarían las de los rasgos dis­ tintivos, en tanto éstos han sido organizados jerárquicamente según criterios .genéticos. Digo oposiciones por mantenerme en la pers­ !Jectiva de ]"!kobson, pues igual cabría hablar de diferencias libres, o de pura diversidad. La metodología basada en la búsqueda de elementos se encuentra con que, aunque pretenda desustancializar dichos elementos poniéndolos en la figura de oposición, el sistema de rasgos distintivos que surge acaba formando una oposición más elemental que las otras. Y al preguntarncs por ella siempre encon­ tramos otra u otras que le son previas . El método lleva en sí su destino, su infinita búsqueda de objeto al cual aplicarle el método, el1 el cual encontrar algo sustancial donde hacer actuar la maqui­ naria, el or.e.anon, la dicotomización. Al partir de la noción de ca­ dena, de niveles engarzados unos con otros, y buscar el último ( o primer) eslabón, el método se encadena a s í mismo, s e condena a reencontrar siempre su misma estructura del punto de partida, y en 118

último término a verse a sí mismo como objeto, como el objeto buscado con l a organización adecuada que se deseaba. Este paso no lo da Jakobson , evidentemente.

4.

ÜBSERVACIONES FINALES

No voy a entrar en la polémica apuntada en los últimos párra­ fos, que evidentemente me llevaría muy lej ?s de la ór?ita ia.kob­ soniana. Me contento con que hayan aparecido una serie de insu­ ficiencias en su modo de proceder, a partir de las promesas mismas apuntadas por él. Sí quiero volver en cambio sobre Saussure, para mostrar en qué sentido entiendo que la crítica aquí esbozada con respecto. a Jakobson le resulta aplicable también al au �o� del Cours de. lzn­ guistique. Para ello recuerdo el texto que ya cite, un poco ampliado (págs. 199 y 200): «Si la parte conceptual del valor está constituida única­ mente por sus conexiones y diferencias con los otros térmi­ nos de la lemma otro tanto se puede decir de su parte ma­ terial. Lo qu; i�porta en la palabra no es el sonido por sí mismo, smo las diferencias fónicas que permiten distinguir esas p?.labras de todas las demás) pues ellas son las que llevan la significadón. Quizá esto sorprende, pero en verdad, ¿ dónde habría la posibilidad de lo contrario? Puesto que no hay imagen vocal que responda mejor que Nta a lo que se le encomienda ex­ presar, es evidente, hasta a priori que nunca podrá un frag­ mento de lengua estar fundado, en último análisis, en otra cosa que en su no-coincidencia con el resto. Arbitratiio y dife­ rencial son dos cualidades correlativ as. La alteración de los signos lingüísticos patentiza bien esta correlación ; precisamente porque los términos 'a' y 'b' so ? ra­ dicalmente incapaces de llegar como tales hasta las regiones de la conciencia -la cual no percibe perpetuamente más que la diferencia a/b-, cada uno de los términos queda libre para modificarse según leyes ajenas a su función significativa.» ,

Si lo que se capta no es a ni b, sino la diferencia a/ b, habrá que plantearse cómo se sabe que esa diferencia no es la misma que la diferencia e/d; o si se quiere cómo se llega a determinar que las diferencias a/ b y e/d son del mismo tipo, pero no son la misma, o bien que son de distinto tipo: no se diferencia igual sig11 9

nificante de significado que un significante de otro, por ejemplo, ni un fonema