Capital, deuda y desigualdad : distribuciones de la riqueza en el Mediterráneo antiguo 9788416467846, 8416467846

685 131 1015KB

Spanish Pages 208 [209] Year 2017

Report DMCA / Copyright

DOWNLOAD FILE

Polecaj historie

Capital, deuda y desigualdad : distribuciones de la riqueza en el Mediterráneo antiguo
 9788416467846, 8416467846

Citation preview

Diseño: Gerardo Miño Composición: Eduardo Rosende Edición: Primera. Octubre de 2017 ISBN: 978-84-16467-84-6 Lugar de edición: Buenos Aires, Argentina Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

© 2017, Miño y Dávila srl / © 2017, Miño y Dávila sl

dirección postal: Tacuarí 540 (C1071AAL) Ciudad de Buenos Aires, Argentina tel-fax: (54 11) 4331-1565 e-mail producción: [email protected] e-mail administración: [email protected] web: www.minoydavila.com redes sociales: @MyDeditores, www.facebook.com/MinoyDavila

Marcelo Campagno / Julián Gallego / Carlos G. García Mac Gaw (comps.)

CAPITAL, DEUDA Y DESIGUALDAD DISTRIBUCIONES DE LA RIQUEZA EN EL MEDITERRÁNEO ANTIGUO

Estudios del Mediterráneo Antiguo / PEFSCEA Nº 12

PROGRAMA

Consejo de dirección: Marcelo Campagno

(Universidad de Buenos Aires-CONICET);

Julián Gallego

(Universidad de Buenos Aires-CONICET);

Carlos García Mac Gaw

(Universidad Nacional de La Plata-Universidad de Buenos Aires).

Comité asesor externo: Jean Andreau

(École des Hautes Études en Sciences Sociales, París);

Josep Cervelló Autuori

(Universidad Autónoma de Barcelona, España);

César Fornis

(Universidad de Sevilla, España);

Antonio Gonzalès

(Université de Franche-Comté, Francia);

Ana Iriarte

(Universidad del País Vasco, España);

Pedro López Barja

(Universidad de Santiago de Compostela, España);

Antonio Loprieno

(Universidad de Basilea, Suiza);

Francisco Marshall

(Universidade Federal de Rio Grande do Sul, Brasil);

Domingo Plácido

(Universidad Complutense de Madrid, España).

ÍNDICE

Introducción ........................................................................................

7

Deuda y lógicas sociales en el Antiguo Egipto, por Marcelo Campagno ..........................................................................

11

Propiedad, deuda y revolución en la Grecia antigua, por Emily Mackil ..................................................................................

27

La crematística en la ciudad griega antigua, síntoma de un capitalismo frustrado, por Domingo Plácido .............................................................................

55

Riqueza y desigualdad en la Atenas del siglo IV a.C., por Julián Gallego ..................................................................................

79

Esclavitud y desarrollo de las fuerzas productivas en el sistema tributario romano, por Carlos G. García Mac Gaw .............................................................. 103 Ciudad, aldea, sacrificio. La economía política de la religión en el Imperio romano temprano, por Clifford Ando .................................................................................. 117 El capital en el siglo IV. Poder aristocrático, desigualdad y estado en el Imperio romano, por John Weisweiler ................................................................................ 147 El imperio de los iranios. La creación de una clase dominante y sus bases económicas en la Antigüedad tardía, por Richard E. Payne ............................................................................. 159

Desigualdad económica, propiedad rural y cultura material en la Antigüedad tardía. El caso de la Península Ibérica (siglos IV-VII), por Damián Fernández .......................................................................... 173 El capitalismo comercial en el Mediterráneo, desde el fin de la República hasta el Bizancio tardío, por Jairus Banaji ................................................................................... 195

INTRODUCCIÓN

C

on alguna frecuencia, las disciplinas sociales se ven convocadas por discusiones que no surgen por los efectos de las propias dinámicas internas de cada una de ellas, sino a partir de algunas intervenciones que generan un eco mayor y consiguen respuestas desde múltiples campos. Son ocasiones realmente interesantes, porque esas discusiones por fuerza trascienden la pregunta por el detalle y suelen proporcionar escenarios para reflexiones intelectuales más amplias. La Historia Antigua y sus especialistas no son ajenos a las repercusiones que se producen a raíz de estas circunstancias, y se implican también en este tipo de debates desde sus propios problemas y objetos de análisis. En un tiempo relativamente breve, dos obras de alcance general, escritas por investigadores de otras disciplinas, han generado precisamente este tipo de reacciones. Se trata de los recientes libros del antropólogo inglés David Graeber, Debt. The First Five Thousand Years, 2011 (traducido como: En Deuda: una historia alternativa de la economía, Barcelona, Ariel, 2012), y del economista francés Thomas Piketty, Le capital au XXIe siècle, 2013 (traducido como: El capital en el siglo XXI, México, Fondo de Cultura Económica, 2014). En ambos trabajos, los autores articulan una serie de reflexiones de gran escala acerca de historia económica, que, al plantearse una serie de preguntas sobre los regímenes específicos y las relaciones mutuas entre capital, endeudamiento, Estados y élites socioeconómicas desde el IV milenio a.C. en adelante, ha impactado de lleno en el campo de estudios de la Historia Antigua. Y, tratándose de libros polémicos, la controversia se ha instalado entre los historiadores, para discutir las ideas específicas desarrolladas por Graeber y por Piketty, o para pensar a partir de ellas. En ese contexto, el Programa de Estudios sobre las Formas de Sociedad y las Configuraciones Sociales de la Antigüedad (PEFSCEA) organizó durante los días 6 y 7 de agosto de 2015, en el Museo Roca de

7

la Ciudad de Buenos Aires, su V Coloquio Internacional bajo la forma de un taller denominado: “¿Capital antes del capitalismo? Riqueza, desigualdad y Estado en el Mundo Antiguo”. La propuesta del taller, en la que participaron destacados especialistas en distintos ámbitos de la Historia Antigua que desarrollan su labor en universidades estadounidenses, europeas o argentinas, fue la de discutir los variados temas de estos libros respecto de la Antigüedad: el capital patrimonial y comercial, la desigualdad social y económica, el endeudamiento, la economía moral, la herencia, las políticas estatales. A lo largo de dos jornadas de trabajo, los investigadores subrayaron los puntos fuertes y débiles de las miradas de Graeber y Piketty sobre el Mundo Antiguo y, principalmente, generaron un fructífero debate acerca de los problemas históricos específicos y las aproximaciones teóricas pertinentes para el análisis de dimensiones decisivas de las sociedades antiguas, en torno de la cuestión central de la desigualdad social y de los procesos de acumulación de riqueza (y/o de capital) y las intervenciones de los dispositivos institucionales en las formaciones sociales premodernas. Los temarios abordados dejan ver esa pluralidad de situaciones históricas y de problemas conceptuales, al mismo tiempo que reflejan la preocupación común que motivó el taller: desde cuestiones relacionadas con el concepto de deuda en el Antiguo Egipto y la Antigua Grecia hasta el desarrollo del capital comercial y del esclavismo en el mundo Romano, desde las diversas dimensiones de la economía política en Grecia y Roma hasta el despliegue de distintos aspectos de la desigualdad social en la Atenas Clásica o en la península ibérica postromana y el Imperio Sasánida. Esas mismas temáticas se reúnen ahora en el presente volumen, que continúa la línea de publicaciones de los coloquios del PEFSCEA1. Si bien falta aquí esa dimensión del debate que solo se puede apreciar cuando se participa de él, quedan por escrito las ideas, tanto las que han dado pie al intercambio como las que han resultado de él. En algún sentido, este libro es también la continuación de ese debate en Buenos 1

Los volúmenes anteriores son: M. Campagno, J. Gallego y C.G. García Mac Gaw (comps.), Política y religión en el Mediterráneo Antiguo. Egipto, Grecia, Roma, Buenos Aires, Miño y Dávila Ed., 2009 (I Coloquio PEFSCEA); M. Campagno, J. Gallego y C.G. García Mac Gaw (comps.), El Estado en el Mediterráneo Antiguo. Egipto, Grecia, Roma, Buenos Aires, Miño y Dávila Ed., 2011 (II Coloquio PEFSCEA); M. Campagno, J. Gallego y C.G. García Mac Gaw (dirs.), Rapports de subordination personnelle et pouvoir politique dans la Méditerranée Antique et au-delà, Besançon, Presses Universitaires de Franche-Comté, 2013 (III Coloquio PEFSCEA-XXXIV Colloque GIREA); M. Campagno, J. Gallego y C.G. García Mac Gaw (comps.), Regímenes políticos en el Mediterráneo Antiguo, Buenos Aires, Miño y Dávila Ed., 2016 (IV Coloquio PEFSCEA).

8

M. Campagno, J. Gallego y C.G. García Mac Gaw

Aires, pero también del debate con las ideas de Graeber y Piketty y, de un modo más general, se integra al campo más amplio de las reflexiones sobre los efectos de los procesos de endeudamiento y de concentración de riquezas, que ciertamente han caracterizado al mundo antiguo pero quizás han cobrado sus formas más crueles e hipócritas en el mundo en el que hoy nos toca vivir.

*** Agradecemos al conjunto de los colegas extranjeros participantes que realizaron a sus expensas sus viajes y sus estadías en la Ciudad de Buenos Aires, permitiendo que el evento pudiera plasmarse. Asimismo, queremos expresar nuestra gratitud a los profesores Clifford Ando, Damián Fernández y Richard Payne y, a través suyo, a sus respectivas instituciones, por sus generosas aportaciones que han colaborado en la concreción del encuentro. El agradecimiento también debe dirigirse hacia la Agencia Nacional de Promoción de la Ciencia y de la Técnica y la Universidad Nacional de La Plata que hicieron posible con sus ayudas que el taller pudiera llevarse a cabo. Vaya igualmente nuestro agradecimiento al personal del Museo Roca, y particularmente a su Directora, la Lic. María Inés Rodríguez Aguilar, por facilitarnos su sede para la realización de nuestro coloquio. Finalmente, queremos dar las gracias a nuestro infatigable equipo de colaboradores del PEFSCEA –Sergio Amor, Sergio Barrionuevo, Marcos Cabobianco, Augusto Gayubas, Pablo Jaruf, Alejandro Mizzoni, Diego Paiaro, Fernando Piantanida, Emanuel Pfoh, Mariano Requena, Agustín Saade, Marianela Spicoli, Mariano Splendido–, que siempre están cuando y donde tienen que estar. M. Campagno – J. Gallego – C.G. García Mac Gaw

Introducción

9

DEUDA Y LÓGICAS SOCIALES EN EL ANTIGUO EGIPTO

Marcelo Campagno (conicet / universidad de buenos aires)

—I—

E

n su libro Debt: The First 5,000 Years, la estrategia de David Graeber es la de tratar de aislar un concepto de deuda estrictamente económico, que se desligue de otras formas más generales de obligación (con los parientes, con la sociedad, con los dioses). De acuerdo con Graeber (2011: 86; cf. 120-121), y a diferencia de esas obligaciones generales, la deuda tendría que ser precisamente cuantificable, ser reembolsable, y entablarse entre individuos que comienzan la relación como iguales. En esa línea, el antropólogo señala: “una deuda, entonces, es solo un intercambio que no ha alcanzado a completarse” (p. 121). La estrategia es válida en función de los propósitos analíticos de Graeber, pero, en el análisis de sociedades antiguas, ese concepto puramente económico de deuda, previamente aislado en el plano teórico, ha de reintegrarse luego en una red donde lo económico no tiene autonomía total. Si se explora el camino que se abre en la dirección opuesta (no para refutar o para oponerse al autor, sino para ver hacia el otro lado), podría notarse que aquello que se debe, incluso en términos de deuda económica, puede variar drásticamente según los contextos y las lógicas sociales que sean consideradas. Ante todo, la documentación disponible para el Antiguo Egipto no permite distinguir un concepto claro de deuda en un sentido exclusivamente económico. Existen diversos vocablos −Hrt-a, (w)DA, snH, grH, sp(w)− que pueden ser usados para involucrar que hay algo “que falta”, “que resta”, “que ata”1. Son términos que requieren comprender el

1

El vocablo Hr(t)-a, usualmente traducido como deuda (“arrears, remainder”), aparece en el papiro Kahun VI del Reino Medio (Griffith 1898: I, 46-47, II, pl. XVII, l.1);

11

contexto para asociarlos a un sentido económico de deuda. No significa esto que no se comprenda la idea de deber, sino que tal idea no parece aislable con un término específico. En esta dirección, considérese un indicio, procedente de la época ptolemaica. En la conocidísima Piedra de Rosetta, que incluye, en texto jeroglífico, demótico y griego, un decreto de exención de deudas que el rey Ptolomeo V extiende a ciertos templos, los términos egipcios para deuda son grH (en jeroglífico) y sp(w) (en demótico). Ambos involucran la idea de “lo que falta” (en el sentido de algo que aún debe ser entregado) y en este sentido, podríamos suponer que estamos ante un concepto específicamente “económico” de deuda. Pero en griego, la palabra de referencia es ੑijİȓȜȦ, la misma que se emplea en el Padre Nuestro para la expresión “perdona nuestras deudas”. Así, puede apreciarse que son los propios antiguos quienes emplean el mismo término para expresar deudas que abarcan campos semánticos que claramente desbordan lo que –desde nuestra perspectiva “etic”− constituiría una escena estrictamente económica. Y si no resulta totalmente aislable en tanto concepto “emic”, tampoco parece posible definir el problema de la deuda y del endeudamiento con independencia de los contextos sociales donde se inserta tal noción. En efecto, aquello que se debe y los eventuales modos de devolución suelen variar y mucho en función de las lógicas sociales que rigen en diferentes situaciones históricas. Para comprender la envergadura del problema, entonces, se hace necesario considerar diversos escenarios que proceden de diferentes épocas de la historia del Antiguo Egipto y que se articulan a posteriormente, en Los deberes del visir Rekhmire (Dinastía XVIII) se expresa: “Es él quien calcula las deudas [Hr-a] en la ciudad sureña y en la Residencia” (Sethe 1909: Urk. IV.13-16, 1112: 14; http://www.ucl.ac.uk/museums-static/digitalegypt/administration/ dutiesvizier trans.html); para la Dinastía XXII, Djedkhonsefankh declara que ha pagado la deuda (hr.t-a) del pobre (Jasnow 2001: 39; cf. infra). El término (w)DA.t, con un sentido similar (lo restante, lo que falta), aparece en el texto ramésida de Las instrucciones de Amenemope (Lichtheim 1976: 155; Jasnow 2001: 42): “Si encuentras una gran deuda [wDA] contra un hombre pobre, divídela en tres partes, perdona dos, mantiene una”; también se registra en textos oraculares de tiempos de las Dinastías XX-XXI (Ryholt 1993: 193; Fischer Elfert 1996: 135). En relación con el vocablo snH (“lo que ata”) aparece en procedimientos de compromisos de pago durante el Reino Nuevo (Manning et al. 1989: 120; Theodorides 1971: 315). La misma idea de atadura sugiere a Ray 1973: 223, que el término wAwA (determinado por una soga) podría implicar un sentido de deuda en el papiro Kahun II.1 (Griffith 1898: I, 36; II, pl. XIII, 25), aunque Griffith lo interpretaba como interés y Bleiberg 2002: 261-262, se pregunta si puede tratarse de una garantía o compromiso de pago (“pledge”). En la Piedra de Rosetta (Sethe 1904: Urk. II.1-3, 175: 5, 183: 9), en jeroglífico la palabra para deuda es grH, “lo que es debido, lo que falta” y en demótico nA sp(w), que también podría significar “las (cosas) que faltan” (para tiempos tardíos, spw también es mencionado en ostraca romanos; cf. Lichtheim 1957: 48-49).

12

Marcelo Campagno

partir de distintas lógicas sociales. Como podrá advertirse, el parentesco, el Estado, el patronazgo, la esclavitud determinan la existencia de muy distintos tipos de deuda. Veamos de qué se trata.

— II — En primer lugar, podemos remontarnos a las comunidades aldeanas del valle del Nilo Predinástico, que, muy probablemente, debieron constituir un tipo de sociedades no-estatales en las que suele dominar la lógica del parentesco2. Respecto de tal tipo de sociedades, quienes han estudiado economías antiguas, incluso desde perspectivas divergentes entre sí3, sugieren que no puede existir una relación de deuda en sentido estricto, dado el carácter predominantemente reciprocitario –o “comunista” (sensu Graeber 2011: 94)− de la dinámica económica. Por cierto, hay obligaciones derivadas del propio ciclo reciprocitario, pero estas suelen resolverse en el marco de los dones y los contradones. De acuerdo con Henry (2004: 84): “Como tales organizaciones operaban sobre la base del consenso, habría sido inconcebible que la población otorgara privilegios a algunos en detrimento de la mayoría. En una sociedad tal, no podía haber deuda. Para cada deudor debe haber un acreedor, y esa relación es de desigualdad, teniendo los acreedores poder económico sobre los deudores. Tal disposición opera en contra de la regla de la hospitalidad, violando el derecho de algunos –los deudores– a la subsistencia. Ciertamente, los componentes tribales se hallaban bajo varias obligaciones –debían contribuir a la producción, proveer al bienestar de sus miembros, etc.– y la deuda es una obligación. Pero tales obligaciones eran internas respecto del colectivo en sí mismo, y de naturaleza recíproca: todos tenían obligaciones con todos”4.

Dada la índole de los testimonios disponibles, carecemos de información específica acerca de este tipo de dinámicas para la época predinástica 2 3 4

Acerca de la lógica del parentesco, cf. Campagno 2006: 19-24, con referencias. Bleiberg 2002; Hudson 2002; Henry 2004; el propio Graeber 2011: 94-102. Cf. también Bell & Henry 2001: 213. Graeber 2011: 100, prefiere evitar el término reciprocidad para referirse a este tipo de dinámicas o, a lo sumo, aceptarlo “en su más amplio sentido. Lo que es igual a ambos lados es el conocimiento de que la otra persona haría lo mismo que tú, no que necesariamente lo hará”. Precisamente, podríamos llamar lógica de parentesco a ese horizonte de expectativas que orienta las prácticas de los agentes en contextos comunitarios. En el plano egiptológico, cf. Janssen 1982; Bleiberg 2002.

Deuda y lógicas sociales en el antiguo Egipto

13

del valle del Nilo, pero existen ciertos procedimientos registrados en la comunidad de Deir el-Medina y estudiados por Janssen (1982: 254245), que sugieren la persistencia, a nivel aldeano, de ciertos circuitos reciprocitarios que parecen proceder de la antigua lógica del parentesco. Por una parte, un conjunto de ostraca no literarios (O. IFAO 1069, O. Michaelides 48, O. Berlin 12406) contiene anotaciones de diversos bienes –principalmente alimentos– que, en pequeñas cantidades, habían sido dados por unos habitantes de la aldea a otros, en aparente ocasión de la celebración de ciertas festividades. De acuerdo con Janssen, esas notas operarían como una suerte de “ayuda-memoria” para el momento en que el receptor debiera reciprocar el don recibido. Se trataría aquí de un registro asociado al circuito reciprocitario de dones y contradones dentro de la aldea. Y por otra parte, aparece otro conjunto de ostraca (O. Petrie 51, O. Gardiner 204, O. Cairo 25572), en los que aparecen listas de bienes de un individuo “que están con” (nty m-dj) otros individuos, lo que aparentemente podría interpretarse como un registro de préstamos sin interés. Veamos, por ejemplo, el Ostracon Petrie 51 (UC 39649): “(Recto:) Objetos (Ahwt) de Amenemone que están con (nty m-dj) el jefe de policía Amenemope: 5 deben de cobre; 2 prendas rwdw de tela suave, lo que hace 15 (deben). Objetos de Amenemone que están con el escriba del Granero del Rey Amenkhew: 1 jarra mnt de grasa fresca. Objetos de Amenemone que están con el jefe de policía Amenwahsu: … Objetos de Amenemone que están con el escriba Har[shire]: (Verso:) 1 cama de madera, lo que hace 15 (deben); que están con el escriba de la necrópolis Hori: 8 khar de trigo, 3 hin de aceite de sésamo, 3 gAbw de frutas hoo; que están con Hunero, la hija de Twosre: 6 hin de grasa, 8 atados de vegetales, 2 cabras, 1 estera”5.

Janssen (1994: 135) considera que, por ejemplo, a través de tales préstamos un individuo podría reunir los bienes que necesitara para adquirir algo que otro individuo podría vender o para cancelar una deuda preexistente, configurando una suerte de “‘sistema de crédito abierto’, en el que cada uno era el deudor y el acreedor de varios otros”. Así, se podría atisbar un modo de circulación de bienes intraaldeano, que involucra, en cierto modo, un tipo de “deuda” pero, tal como lo señala Henry, en un marco en el que “todos tenían obligaciones con

5

14

Cerny & Gardiner 1957: 28, 1; Janssen 1994: 129; Bleiberg 2002: 264. Cf. http:// petriecat.museums.ucl.ac.uk/ detail.aspx#.

Marcelo Campagno

todos”, es decir, en un contexto de regulaciones de tipo reciprocitario. De hecho, como observa Bleiberg (2002: 266), ese circuito de “reciprocidad generalizada se atestigua aquí solamente entre un segmento de la población cuyos integrantes se hallan bastante próximos entre sí en cuanto a status social”, lo que acentúa la relación entre este tipo de deudas y cierta homogeneidad social de base6.

— III — En rigor, si una “deuda” más estable y específica puede haber en este tipo de sociedades no-estatales, parecería que poco tiene que ver con la dinámica económica y mucho más con la política: es la “deuda” que se plantea respecto del liderazgo. En ese contexto, son los líderes quienes se hallan en deuda con sus comunidades, en tanto que recipiendarios de prestigio social, lo que les impide transformar esa preponderancia en poder escindido. Como señala Clastres (1981: 148), “el eterno endeudamiento del jefe es una garantía para la sociedad de que éste permanecerá exterior al poder, que no se convertirá en un órgano independiente”. En este sentido, podría decirse que, para que haya deuda económica, las condiciones sociales han de ser estatales, en la medida en que es el surgimiento de la lógica estatal el que implica esa escisión de la sociedad que hace posible la extracción de tributo. Allí se halla una ruptura, que de por sí determina lo que diversos autores han justamente reconocido como una “inversión de la deuda”7. Como nuevamente señala Clastres (1981: 148):

6

7

Sobre las características sociales de la aldea de Deir el-Medina, cf. Cerny 1973; McDowell 1999; cf. una bibliografía extensa en Zonhoven 1982: 245-298 (con una actualización en http:// www.wepwawet.nl/dmd/biblio graphy.htm). Sobre la continuidad de prácticas articuladas por la lógica del parentesco en Egipto en tiempos estatales, cf. Campagno 2006: 24-29. En cuanto al problema específico de la deuda, cf. Henry 2004: 91, quien señala que, si bien el advenimiento de la sociedad de clases instala una lógica muy distinta a la de la sociedad tribal, ésta última “continuó sosteniéndose a nivel aldeano, aunque en una forma atenuada. Durante el Reino Antiguo y hasta buena parte del Reino Nuevo (c. 1569-1076), persistió la ‘ayuda mutua’ (reciprocidad). Aunque comienza a aparecer evidencia de préstamos –débitos y créditos−, tales préstamos no pueden ser vistos como equivalentes de los de tiempos modernos. No se computaban intereses; no existía una relación jerárquica donde unos estaban en deuda con otros. Más bien, los préstamos eran otorgados en tiempos de necesidad para ayudar al grupo en dificultades, y los individuos eran tanto ‘deudores’ como ‘acreedores’ concurrentemente”. Clastres 1981; Gauchet 2005; Heusch 2007.

Deuda y lógicas sociales en el antiguo Egipto

15

“La naturaleza de la sociedad cambia con el sentido de la deuda. Si la relación de deuda va de la jefatura hacia la sociedad es que ella permanece indivisa, es que el poder aparece rebatido sobre el cuerpo social homogéneo. Si, por el contrario, la deuda corre de la sociedad hacia la jefatura es que el poder se ha separado de la sociedad para concentrarse en las manos del jefe, es que el ser heterogéneo de la sociedad encierra la división entre dominadores y dominados”.

En efecto, cuando se produce semejante inversión, es la sociedad la que debe al Estado y paga esa deuda mediante la tributación, que nunca se extingue y, por ende, constantemente reafirma la jerarquía8. Para el Antiguo Egipto, hay distintos modos de advertir la coerción a través de la que el Estado saldaba periódica y parcialmente esa deuda, pero quizás uno de los más palmarios es el que se registra en la consideración acerca de la suerte del campesino, que surge del texto del Papiro Lansing (7.17.5). Allí se describe esta escena, que corresponde al momento crítico de la tributación (Gardiner 1937: 105-106; Lichtheim 1976: 170-171): “Ahora el escriba desembarca en la ribera. Inspecciona la cosecha. Los asistentes están detrás de él con bastones, los nubios con garrotes. Uno dice [a un campesino]: ‘Entrega el grano’. ‘No hay’. Es sometido a golpes. Es atado, arrojado al pozo, sumergido cabeza abajo. Su esposa es atada en su presencia. Sus hijos son encadenados. Sus vecinos lo abandonan y huyen. Cuando todo termina, no hay grano”. Ahora bien, si el carácter material de la tributación sitúa la cuestión en el plano económico, el problema general va más allá, para abarcar lo que Gauchet (2005: 45) denomina una “deuda de sentido”: con la emergencia de lo estatal, “lo que durante milenios los hombres han reconocido deber a los dioses” es transferido al Estado, de modo que “si el Estado ha sido posible es porque ya existía para la sociedad este misterioso imperativo de leerse desde otra cosa que ella misma, de pensar su sentido bajo el signo de la deuda” (p. 48). Así, lo que legitima esa “deuda” 8

16

Graeber 2011: 121, señala que “durante el tiempo en que la deuda permanece impaga, la lógica de la jerarquía se afirma”. Y habría que decir que, en condiciones estatales, la deuda se torna permanente, del mismo modo que la jerarquía. En este sentido, cf. Bell & Henry 2001: 221: “Lo que los gobernantes buscaban, por supuesto, era expropiar los recursos reales de los productores. La expropiación se efectuaba a través de la imposición de deudas, definidas (principalmente) en unidades de cuenta en trigo o cebada, lo que las hacía pagables en esos recursos (e.g. trigo)”. Cf. también Henry 2004: 90: “Bajo la nueva organización social, las obligaciones tribales fueron convertidas en levas (o impuestos, si se considera este término de un modo amplio)”.

Marcelo Campagno

que las sociedades antiguas mantienen con el Estado es principalmente el carácter sagrado del dispositivo político presidido por el monarca. Las sociedades estatales antiguas han caracterizado esa condición sagrada de lo estatal de distintos modos pero, entre ellas, la egipcia lo ha llevado al paroxismo, puesto que el rey se identifica directamente con la divinidad que garantiza la mAat, el orden cósmico, de modo tal que el cosmos mismo existe porque el Estado existe9. Los tempranos Textos de las Pirámides expresan esta deuda permanente –y lo que se espera para resarcirla transitoriamente− de manera plena. En este documento TP 587 (§§ 1596-1602), el rey dice: “Yo soy Horus, quien restauró su Ojo (= Egipto) con sus dos manos: yo te restauro, oh tú que debes ser restaurado; yo os pongo en orden, oh vosotros, mis establecimientos; yo os construyo, oh mis ciudades; tú (= Egipto) harás por mí toda cosa buena que yo desee; actuarás para mí dondequiera que vaya. No obedecerás a los Occidentales ni a los Orientales, ni a los Septentrionales ni a los Meridionales, ni a los que están en el Medio de la Tierra. Tú me obedecerás a mí. Soy yo quien te ha restaurado, quien te ha construido, quien te ha puesto en orden, y tú harás por mí todo lo que yo te diga donde quiera que esté. Tú me elevarás todas las aguas que están y estarán en ti; tú me elevarás todos los árboles que están y estarán en ti; tú me elevarás todo el pan y la cerveza que están y estarán en ti; tú me elevarás todas las ofrendas que están y estarán en ti; tú me elevarás todo lo que está en ti, y me lo llevarás ante mí a cualquier lugar que mi corazón desee”10.

— IV — Pero la lógica estatal no implica que en las sociedades globalmente reguladas a partir de ella solo pueda darse una dinámica generalizada de deudas a partir de la tributación. Ciertamente, la práctica tributaria es la que permite la reproducción de todo el dispositivo estatal como tal; sin embargo, la propia existencia de ese dispositivo genera una heterogeneidad social que contrasta fuertemente con las prácticas posibles

9 10

Al respecto, cf. Menu 2004: 95. Sobre el rey/Estado como dador de mAat, cf. Assmann 1989: 115. Sethe 1910: 349-353. Traducciones: Faulkner 1969: 240; cf. Allen 2005: 274-275.

Deuda y lógicas sociales en el antiguo Egipto

17

en horizontes no-estatales11. En efecto, el advenimiento del Estado no solo somete a las comunidades aldeanas a una lógica que les es externa sino que induce transformaciones que implican una mayor diversidad socioeconómica tanto en la estructuración interna de esos ámbitos como en la de la propia élite estatal. En este sentido, las sociedades estatales antiguas habilitan otros contextos en los que es posible advertir variados vínculos de tipo interpersonal que también involucran deudas, aunque muy diferentes de la obligación tributaria y también muy divergentes entre sí. Para el Antiguo Egipto de tiempos estatales y con la documentación disponible, es posible reconocer al menos tres grandes contextos en los que se aprecian muy distintos tipos de deuda. En primer lugar, se recorta un contexto en el que el Estado aparece como el garante en última instancia de cierta circulación de bienes, a modo de préstamos o de ventas a crédito. Tales prácticas tienen lugar entre individuos que se identifican, en líneas generales, como funcionarios de dispar jerarquía. Los registros de los procedimientos involucrados contienen juramentos, la estipulación de penalidades ante eventuales incumplimientos (incluyendo multas y castigos físicos), e intervención de otros funcionarios y de testigos. Entre los testimonios de los que se dispone, se preserva un procedimiento iniciado ante un reclamo por incumplimiento de un pago a crédito por la compra de un cargo, que corresponde al Reino Medio (Papiro Kahun II.1) y varios registros en ostraca que también proceden de la comunidad de Deir el-Medina (ODM 57, O. Berlin 10655) pero que, a diferencia de las prácticas reciprocitarias ya consignadas, involucran a agentes de distinto rango, en los que el agente de menor jerarquía asume un compromiso de devolución con intereses de aquello que ha recibido. Así, por ejemplo, puede verse lo que se registra en el Ostracon Berlin 10655: “III Shemu 9. En este día el trabajador Amenempet interpuso una demanda conmigo (¿contra?) el portador de agua de la necrópolis Pennut, en presencia del capataz Khensu y el escriba Amennakht, con estas palabras: ‘si yo dejo que llegue el último día de III Shemu sin dar 20 deben de cobre a Amenempet, entonces estaré sujeto a 100 golpes y ellos (i.e. los 20 deben) serán duplicados en mi contra’”12.

En este tipo de procedimientos, la presencia de la lógica estatal se advierte principalmente cuando, ante una disputa originada en una 11 12

Al respecto, cf. Campagno 2013: 61; 2014: 19. Allam 1973: 30 ss. Cf. http://dem-online.gwi.uni-muenchen.de/fragment.php?id=159.

18

Marcelo Campagno

deuda, se apela a la dimensión coactiva del Estado para garantizar el cumplimiento de lo anteriormente acordado. En efecto, se advierte que, para la resolución de conflictos entre los habitantes de la aldea de Deir el-Medina, las regulaciones reciprocitarias de raigambre comunal coexisten con mecanismos de intervención propios de la lógica estatal13. En segundo lugar, la complejización de los vínculos sociales que introduce la lógica estatal en el valle del Nilo genera la expansión de ciertos vínculos interpersonales asimétricos, que es posible asimilar a la lógica del patronazgo (Campagno 2014). Y en ese marco, puede notarse la emergencia de otro tipo de deudas que son inherentes a los nexos entre patrones y clientes. En sus autobiografías funerarias, los altos funcionarios egipcios suelen expresar, ya desde el Reino Antiguo, que han actuado como protectores respecto de los desamparados. Con independencia del carácter estereotipado de tales afirmaciones, lo que interesa destacar aquí es que tales afirmaciones no parecen remitir a expectativas propiamente estatales (contra Bleiberg 2002: 257-259), sino a criterios de prevalencia local que más bien parecen entablarse al margen del Estado y que se dejan leer bajo el prisma del patronazgo: protección material a cambio de lealtad personal. En ocasiones, las autobiografías señalan acciones explícitas de repago personal de deudas, que permiten pensar en el compromiso de lealtad que el desvalido seguramente debía adquirir respecto de aquél que lo había liberado de la deuda original. Así, Qar, nomarca de Edfu en tiempos de la Dinastía VI, señala: “En relación con cualquier hombre que yo encontré en este nomo agobiado por un préstamo (TAbt) de grano dado por otro, yo pagué a su acreedor (con bienes) de mi casa”14. De similar modo, casi un milenio y medio después, Djedkhonsefankh, miembro de la élite tebana durante la Dinastía XXII, declara: “Yo fui constante en prestar grano a los tebanos, en alimentar al pobre de mi ciudad. Yo no me enfurecí con aquél que no podía pagar. Yo no lo presioné para apoderarme de sus pertenencias. Yo no le hice vender sus bienes a otro para repagar la deuda (Hr.t-a) que él había contraído. Yo (lo) satisfice comprando sus bienes y pagando dos o tres veces su valor”15. 13

14 15

Cf. Allam 1973; Menu 1982: 233-241; Janssen 1994; Bleiberg 2002: 266-269; Goelet 2002: 281-282. La intervención estatal en materia de deudas (incluyendo limitaciones a los intereses y a los castigos a los deudores) parece algo más amplia en la época tardía; cf. Menu 1973; 1998: 300-385; Goelet 2002: 280-282. Sethe 1933: Urk. I.4, 254: 17 - 255: 1; cf. Strudwick 2005: 342-244. Daressy 1894: 59-60; Lichtheim 1980: 17; Jasnow 2001: 39. También en la Instrucción de Amenemope se advierte un “código de conducta” equivalente, cuando se recomienda:

Deuda y lógicas sociales en el antiguo Egipto

19

Se trata de un tipo de “generosidades calculadas” que, en la práctica, liberan al endeudado de su compromiso material inicial pero lo emplazan en una nueva relación de deuda, de índole simbólica y con precisos efectos políticos, respecto de quien lo ha respaldado económicamente. Se instala así un vínculo de subordinación que se rige por lazos de “reciprocidad asimétrica”, tal como sucede regularmente en las relaciones entre patrones y clientes en una vasta gama de sociedades antiguas y modernas. Y en tercer lugar, hay ciertos momentos en la historia del Antiguo Egipto en los que, más esporádicamente, emergen prácticas que se pueden reconocer bajo el nombre de esclavitud. La cuestión acerca de la existencia de esclavitud en el Antiguo Egipto ha sido muy debatida por los especialistas, abarcando desde posiciones que niegan su existencia hasta otras que engloban un nutrido conjunto de términos egipcios (Hm, bAk, mrt) dentro de ese concepto16. Es indudable que, en diversos períodos de la historia egipcia, han existido formas –colectivas o individuales− de aguda subordinación (incluyendo sometimientos por deudas o por desamparo), aun cuando suele ser difícil diferenciarlas cualitativamente de otras prácticas de subordinación. En términos generales, y a los fines que interesan aquí, podría decirse que la mayor parte de esas formas constituyen variantes extremas de una relación de dependencia, que implica una supremacía de tipo interpersonal. Sin embargo, hay un tipo específico de sometimiento –que se extiende durante el Reino Nuevo− que sí se destaca en términos cualitativos y que es pertinente considerar en términos de esclavitud: es aquél que se entabla respecto de los prisioneros de guerra. Se trata de individuos que son arrancados de sus comunidades de origen, y por tanto, que son privados de la lógica del parentesco y, consecuentemente, desocializados e introducidos, a través de la coerción estatal y en una posición de estricto sometimiento individual, en otro contexto social en el que carecen de los derechos que tienen los miembros plenos, y en el que resultan, por tanto, “extranjeros absolutos” (Meillassoux 1990: 119)17. Este tipo de contextos implica

17

“Si encuentras una gran deuda (wDA) contra un hombre pobre, divídela en tres partes, perdona dos y mantiene una”; Lichtheim 1976: 155. Al respecto, cf. Bakir 1952; Helck 1984: 982-987; Loprieno 1990: 197-233; 2012: 1-19; Menu 2004: 337-359; Hoffmann 2005; Zingarelli 2013: 197-213. En este sentido, ver el planteo de Testart 1998: 44, acerca de la existencia de tres fases en la producción de un esclavo como tal: “1ª fase: ruptura original con su sociedad o su grupo, lo que lo priva de su protección; 2ª fase: fase de circulación, más o menos larga, que consuma esta ruptura por un alejamiento geográfico y social (venta u otra transferencia hacia el exterior del grupo, reventa, etc.); 3ª fase: integración como esclavo,

20

Marcelo Campagno

16

una lógica social diferente, y en ese marco también emerge una “deuda” específica: es la que el esclavo mantiene con su amo en función de la propiedad de la vida del esclavo que el amo posee y que aquél perdió en la guerra. Al respecto, señala Meillassoux (1990: 120): “El esclavo es un muerto en suspenso, en efecto, ya sea porque no ha sido muerto en el campo de batalla, ya sea porque no ha sido ejecutado por sus crímenes. El prisionero de guerra solo le debe la vida a la mansedumbre del vencedor, del amo, o de quienquiera que lo tome a su cargo, vida que puede pues perder entre sus manos en cualquier momento. Como ‘muerto social’ no tiene más prerrogativas que las que se le conceden, siempre a título precario”.

En cuanto al Antiguo Egipto, la captura de prisioneros de guerra (sorw anx) y su reducción al trabajo forzado está documentada al menos desde el Reino Antiguo (Loprieno 2012: 5), aunque se expande notablemente a partir del Reino Nuevo, al calor de la expansión militar egipcia18. En este contexto, la obtención de prisioneros con destino de esclavitud se aprecia en la inscripción de Ahmose, hijo de Abana, en el avance militar contra los hicsos: “Entonces Avaris fue saqueada, y yo traje botín de allí: un hombre, tres mujeres; total, cuatro personas. Su Majestad me los dio como esclavos (Hmw)”19. Para el Reino Nuevo, de hecho, existe evidencia textual e iconográfica de que los prisioneros que realizaba el ejército egipcio podían ser marcados a fuego −de modo que los cuerpos mismos de los cautivos llevaran la impronta de su condición de sometimiento− antes de ser remitidos al valle del Nilo20. En el Papiro Harris I (77: 5-6), Ramsés III señala en referencia a los asiáticos: “Yo apresé a sus líderes en fortalezas que llevan

18

19 20

es decir como excluido, por el último adquisidor en el grupo o en la sociedad de este último”. Es cierto que, una vez instalados como esclavos, los cautivos podrían iniciar procesos de resocialización como los que, en ocasiones, revierten en diversas formas de manumisión. Para el Antiguo Egipto, se conocen testimonios de individuos que permiten el matrimonio de sus esclavos o que los toman en adopción (por ejemplo, el texto de la estatua del barbero real Sabastet, cf. Helck 1956: Urk. IV.18, 1369: 4-16; o el papiro de la Adopción: Gardiner 1940: 23-29; Cf. Loprieno 2012: 10-11). Pero se trata de dinámicas necesariamente posteriores, en el marco de la cuales la lógica de la esclavitud puede cesar y ser sustituida por otras lógicas como las del parentesco o del patronazgo. Sethe 1906: Urk. IV.1-4, 5: 9-13. A ello se agrega, a partir de la misma época, la adquisición de esclavos a través de su compra a mercaderes asiáticos; cf. Loprieno 2012: 9; Haider 1996; también Hoffmann 2005.

Deuda y lógicas sociales en el antiguo Egipto

21

mi nombre, y les agregué a los jefes de arqueros y jefes tribales, marcados y esclavizados (m Hmw), tatuados con mi nombre, siendo sus esposas e hijos tratados del mismo modo”21. De tal forma, mientras la captura arrancaba a esos individuos de sus contextos de socialización, la marca en el cuerpo implicaba una impronta permanente que sería señal de una deuda igualmente permanente.

—V— En este sentido, parecería que la cuestión de la deuda en sociedades antiguas como la del valle del Nilo cobra mayor sentido cuando se la pone en relación con las lógicas dominantes que rigen en diversos contextos sociales. En cada uno de ellos, lo que se debe y lo que legitima la deuda puede variar radicalmente. Tal vez con un común denominador: cuanto mayor es la distancia entre quienes se hallan vinculados a través de una relación de deuda, más permanente resulta el lazo de endeudamiento. En los contextos intraaldeanos, las deudas parecen resolverse en relaciones de dones y contradones generalizados a la escala de la comunidad, lo que en cierto modo equilibra y disuelve la relación asimétrica específica entre un deudor y un acreedor puntual. En el contexto que atañe a agentes estatales, los préstamos puntuales se resuelven con intervención del dispositivo estatal, que fuerza, coerción mediante, la resolución de la deuda. Pero en cambio, en la aplicación de la lógica estatal a los campesinos a través de la tributación, o en las relaciones de protección-lealtad que la lógica del patronazgo determina entre patrones y clientes, o en los lazos de sometimiento de los esclavos a sus amos que define la lógica de la esclavitud, la deuda es constante: el tributario, el cliente, el esclavo pagan una deuda que –en el marco de esas lógicas− no cesa, pues esa deuda es consustancial con el vínculo de dominación social que los sujeta. Hay allí un nexo entre dominación y carácter permanente de la deuda que merece ser pensado: ¿no es acaso allí donde debería estar el centro del debate, cuando se trata el problema de la deuda?

21

Erichsen 1933: 94. En el recinto de Medinet Habu, la conmemoración de las victorias de Ramsés III sobre los asiáticos incluyen una escena que también presenta prisioneros asiáticos que son marcados a fuego por los egipcios; cf. Nelson & Hoelscher 1929: 34.

22

Marcelo Campagno

Bibliografía Allam, S. 1973. Hieratische Ostraka und Papyri aus der Ramessidenzeit, Tübingen. Allen, J.P. 2005. The ancient Egyptian pyramid texts, Atlanta. Assmann, J. 1989. Maât, l’Égypte pharaonique et l’idée de justice sociale, Paris. Bakir, A.M. 1952. Slavery in pharaonic Egypt, Cairo. Bell, S. & Henry, J.F. 2001. “Hospitality versus exchange: the limits of monetary economies”, Review of Social Economy 59: 203-226. Bleiberg, E. 2002. “Loans, credit and interest in ancient Egypt”, en Hudson & Van de Mieroop 2002: 257-276. Campagno, M. 2006. “De los modos de organización social en el Antiguo Egipto. Lógica de parentesco, lógica de Estado”, en M. Campagno (ed.), Estudios sobre parentesco y Estado en el Antiguo Egipto, Buenos Aires: 15-50. Campagno, M. 2013. “Del patronazgo y otras lógicas de organización social en el Valle del Nilo durante el III milenio a.C.”, en Campagno, Gallego & García Mac Gaw 2013: 53-70. Campagno, M. 2014. “Patronage and other logics of social organization in ancient Egypt during the IIIrd millennium BC”, Journal of Egyptian History 7: 1-33. Campagno, M., Gallego, J. & García Mac Gaw, C. 2013. (eds.) Rapports de subordination personnelle et pouvoir politique dans la Méditerranée et au-delà, Besançon. Černy, J. 1973. A community of workmen at Thebes, Cairo. Černy, J. & Gardiner, A.H. 1957. Hieratic ostraca, Oxford. Clastres, P. 1981. “La economía primitiva”, en P. Clastres, Investigaciones en antropología política [1980], Barcelona: 133-151. Daressy, G. 1894. “Notes et remarques”, Recueil de Travaux Relatifs à la Philologie et à l’Archéologie Égyptiennes et Assyriennes 16: 42-60. Erichsen, W. 1933. Papyrus Harris I. Hieroglyphische Transkription, Bruxelles. Faulkner, R.O. 1969. The ancient Egyptian pyramid texts, Oxford. Fischer-Elfert, H.W. 1996. “Two oracle petitions addressed to Horus-Khau with some notes on the oracular amuletic decrees (P. Berlin P. 8525 and P. 8526)”, Journal of Egyptian Archaeology 82: 129-144. Gardiner, A.H. 1937. Late Egyptian miscellanies, Bruxelles. Gardiner, A.H. 1940. “Adoption extraordinary”, Journal of Egyptian Archaeology 26: 23-29. Gauchet, M. 2005. La condition politique, Paris.

Deuda y lógicas sociales en el antiguo Egipto

23

Goelet Jr., O. 2002. “Fiscal renewal in ancient Egypt: its language, symbols, and metaphors”, en Hudson & Van de Mieroop 2002: 277-326. Graeber, D. 2011. Debt. The first 5,000 years, Brooklyn NY. Griffith, F.L. 1898. Hieratic papyri from Kahun and Gurob, London. Haider, P. 1996. “Menschenhandel zwischen dem ägyptischen Hof und der minoisch-mykenischen Welt?”, Ägypten & Levante 6: 137-156. Helck, W. 1956. Urkunden der 18. Dynastie, Berlin. Helck, W. 1984. “Sklaven”, en W. Helck & W. Westendorf (eds.), Lexikon der Ägyptologie, Wiesbaden: V, 982-987. Henry, J.F. 2004. “The social origins of money: the case of Egypt”, en L.R. Wray (ed.), Credit and state theories of money. The contributions of A. Mitchell Innes, Cheltenham: 79-98. Heusch, L. de 2007. “La inversión de la deuda (proposiciones acerca de las realezas sagradas africanas)”, en M. Abensour (ed.), El espíritu de las leyes salvajes. Pierre Clastres o una nueva antropología política [1987], Buenos Aires: 95-120. Hoffmann, T. 2005. Zur sozialen Bedeutung zweier Begriffe für “Diener”: bAk und Hm, Basel. Hudson, M. 2002. “Reconstructing the origins of interest-bearing debt and the logic of clean slates”, en Hudson & Van de Mieroop 2002: 7-58. Hudson M. & Van de Mieroop, M. 2002. (eds.) Debt and economic renewal in the ancient near East, Bethseda. Janssen, J.J. 1982. “Gift-giving in ancient Egypt as an economic feature”, Journal of Egyptian Archaeology 68: 253-258. Janssen, J.J. 1994. “Debts and credit in the New Kingdom”, Journal of Egyptian Archaeology 80: 129-136. Jasnow, R. 2001. “Pre-demotic pharaonic sources”, en R. Westbrook & R. Jasnow (eds.), Security for debt in ancient near eastern law, Leiden: 5-45. Lichtheim, M. 1957. Demotic ostraca from Medinet Habu, Chicago. Lichtheim, M. 1976. Ancient Egyptian literature, Berkeley, vol. 2. Lichtheim. M. 1980. Ancient Egyptian literature, Berkeley, vol. 3. Loprieno, A. 1990. “Lo schiavo”, en S. Donadoni (ed.), L’uomo egiziano, Roma: 197-233. Loprieno, A. 2012. “Slavery and servitude”, en E. Frood & W. Wendrich (eds.), UCLA Encyclopedia of Egyptology, Los Angeles, University of California, 1-19. http://digital2. library.ucla.edu/viewItem. do?ark=21198/ zz002djg3j1-19. Manning, J.G., Greig, G & Uchida, S. 1989. “Chicago Oriental Institute ostracon 12073 once again”, Journal of Near Eastern Studies 48: 117-124. McDowell, A.G. 1999. Village life in ancient Egypt. Laundry lists and love songs, New York.

24

Marcelo Campagno

Meillassoux, C. 1990. Antropología de la esclavitud [1988], México. Menu, B. 1973. “Le prêt en droit égyptien”, Cahiers de Recherches de l’Institut de Papyrologie et d’Égyptologie de Lille 1: 59-141. Menu, B. 1982. Recherches sur l’histoire juridique, économique et sociale de l’ancienne Égypte, Versailles. Menu, B. 1998. Recherches sur l’histoire juridique, économique et sociale de l’ancienne Égypte, Le Caire, vol. 2. Menu, B. 2004. Égypte pharaonique. Nouvelles recherches sur l’histoire juridique, économique et sociale de l’ancienne Égypte, Paris. Nelson, H.H. & Hoelscher, U. 1929. Medinet Habu 1924-28, Chicago. Ray, J.D. 1973. “A consideration of papyrus Kahun 13”, Journal of Egyptian Archaeology 59: 222-223. Ryholt, K. 1993. “A pair of oracle petitions addressed to Horus-of-the-Camp”, Journal of Egyptian Archaeology 79: 189-198. Sethe, K. 1904. Hieroglyphische Urkunden der griechisch-römischen Zeit, Leipzig. Sethe, K. 1906. Urkunden der 18. Dynastie, Leipzig, vol. IV, fasc. 1-4. Sethe, K. 1909. Urkunden der 18. Dynastie, Leipzig, vol. IV, fasc. 13-16. Sethe, K. 1910. Die Altaegyptischen Pyramidentexte, Leipzig. Sethe, K. 1933. Urkunden des alten Reichs, Leipzig. Strudwick, N.C. 2005. Texts from the pyramid age, Atlanta. Testart, A. 1998. “L’esclavage comme institution”, L’Homme 38 (145): 31-69. Theodorides, A. 1971. “The concept of law in ancient Egypt”, en J.R. Harris (ed.), The legacy of Egypt, Oxford: 291-322. Zingarelli, A.P. 2013. “Consideraciones sobre formas de ‘esclavitud’ en el Egipto antiguo (Reino Nuevo, ca. 1539-1075)”, en Campagno, Gallego & García Mac Gaw 2013: 197-213. Zonhoven, L.M.J. 1982. “A systematic bibliography on Deir el-Medîna”, en R.J. Demarée & J.J. Janssen (eds.), Gleanings from Deir el-Medîna, Leiden: 245-298.

Deuda y lógicas sociales en el antiguo Egipto

25

PROPIEDAD, DEUDA Y REVOLUCIÓN EN LA GRECIA ANTIGUA1 Emily Mackil (university of california, berkeley)

¿[Por qué no] hacer de esta refinada bolsa-de-dinero, este incontinente, un hijo de Pobreza, Jenón, y dirigir hacia nosotros el río de la plata que fluye en vano? ¿Cuál es el obstáculo para que alguien más lo gane para sí mismo? Es fácil para un dios llevar a cabo todo lo que pasa por la mente de una persona: al sucio usurero que moriría por una pequeña moneda de bronce, o al que derrocha sus ganancias, la ruina de las posesiones, el dios podría vaciar a cada uno de su cochina riqueza y dar en cambio al que come solo lo necesario, al que bebe de la copa común, el dinero que ahora se desperdicia en mezquinas extravagancias. ... Dicen que el poderoso portador del rayo mantiene en lo alto un equilibrio en medio del Olimpo y que nunca se ha inclinado hacia un lado o el otro. ... ¿Por qué entonces el que mantiene el equilibrio en lo alto nunca lo ha inclinado hacia mí? Cércidas de Megalópolis, Meliambos, fr. 1, vv. 1-22

C

ércidas de Megalópolis, el autor de esta amarga invectiva contra la desigualdad social y económica, aunque catalogado como un cínico, no era como Diógenes de Sinope que vivía en un barril y lanzaba su desprecio contra sus contemporáneos por sus frivolidades. Era un ciudadano de la Megalópolis arcadia, bien educado a juzgar por su poesía, que fue requerido por Arato de Sición para que ayudara en un asunto sumamente delicado: persuadir a los aqueos, enemigos inveterados de los macedonios, de hacer una alianza con Antígono Dosón como la única manera de defenderse de las depredaciones del rey espartano

1

Traducción de Julián Gallego.

27

Cleómenes III2. Más tarde dirigió las tropas megalopolitanas en la decisiva batalla de Selasia en 222, y estuvo involucrado en la reformulación de la constitución de Megalópolis cuando la ciudad fue recuperada por Acaya tras la derrota de Cleómenes3. Entonces Cleómenes constituía una amenaza mayor al koinón aqueo no solo porque había congregado y entrenado al ejército espartano más grande que se hubiera visto en 150 años, sino también porque lo había hecho dando continuidad a la completa cancelación de deudas realizada por su predecesor Agis IV con una redistribución sistemática de la propiedad que solo pudo realizar tras asesinar a catorce oponentes y exiliar a otros ochenta4. Estas medidas habían introducido varios miles de hombres en la ciudadanía plena, que se basaba en el cumplimiento de cierto requisito de propiedad y era la precondición para servir en el ejército espartano. Las reformas de Cleómenes pueden haber estado motivadas más en cuestiones pragmáticas que ideológicas, pero la idea de que se podía y se debía hacer tabla rasa parece haber estado generalizada en el Peloponeso del siglo III. La oposición de Arato a Cleómenes tenía su origen, al menos en el relato pro-espartano de Plutarco en su Vida de Cleómenes (16.7; 17.3; 19.1), en la oposición a sus reformas socioeconómicas, y muchas ciudades del koinón aqueo comenzaron a agitarse en torno a la cancelación de las deudas y la redistribución de las tierras, viendo en Cleómenes a un salvador potencial y en Antígono a un seguro opresor. Cércidas se perfila así como una figura sorprendente en la que es necesario reconocer a un oponente político de Cleómenes, que simpatiza empero con sus reformas socioeconómicas, y a un hombre educado e influyente que clama contra la desigualdad económica. Nos invita a pensar en el problema de la desigualdad en el Peloponeso del siglo III y, a través de su insultante ataque al “sucio usurero”, en su relación con la deuda. A lo largo de la Antigüedad griega se hicieron llamados en pos de cambios radicales para aliviar –si no para eliminar– esa desigualdad 2

3 4

28

Para el texto de Cércidas, Livrea 1986. Para su formación y estilo poético ver Williams 2006. Sobre la cuestión del “cinismo” de Cércidas ver Moles 1995: 150-152. La apelación de Arato a Cércidas en busca de asistencia: Polibio, 2.47.6-48.8, con Walbank 19571979: I, 247-248; Plutarco, Arato, 38.7; 11-12. Asesinato y exilio: Plutarco, Cleómenes, 9-10. Selasia: Polibio, 2.65.3. Actividades legislativas: Williams 2006: 348-349. Marco político: Mackil 2013: 113. Cancelación de deudas de Agis en Esparta: Plutarco, Agis, 13.2-3. Redistribución de tierras de Cleómenes: Plutarco, Cleómenes, 7.1; 10.6; 11.1. Ver también Cartledge & Spawforth 2002: 45-54.

Emily Mackil

poniendo en marcha la cancelación de las deudas y la redistribución de las tierras, dos medidas que tan a menudo aparecen juntas que normalmente son tratadas, con bastante desdén, como un simple “eslogan”, “el perenne programa revolucionario de la Antigüedad”5. A pesar de la ubicuidad y la relevancia a lo largo de la Antigüedad de tales llamados en pos de cambios socioeconómicos radicales, los estudiosos no les han prestado mucha atención. En los años 1960, Asheri (1966; 1969) publicó estudios detallados de la evidencia sobre distribuciones de tierra en la Antigüedad griega (que incluye redistribuciones radicales) y la legislación que apuntaba a aliviar el problema de la deuda. Aunque haya aparecido alguna evidencia nueva y se hayan formulado nuevas preguntas, la obra de Asheri sigue siendo fundamental pero desafortunadamente poco leída. El trabajo de Asheri sobre la distribución de la tierra se origina en su tesis doctoral escrita bajo la supervisión de Fuks, a quien se unió más tarde como colega en la Universidad Hebrea de Jerusalén. Desde comienzos de 1960 hasta su muerte en 1978, Fuks (1966; 1974) publicó una serie de estudios sobre lo que llamaba “revolución económico-social” en los períodos clásico tardío y helenístico, que se planteaban como prolegómenos a una monografía que Fuks no vivió para terminar6. Su obra fue, en cierto sentido, la última en tomar el problema seriamente. El propio Asheri, al hacer una clara separación analítica entre los fenómenos de la distribución de tierras y el rescate de deudas, no tuvo en cuenta sus interrelaciones. Finley consideraba las demandas gemelas de cancelación de deudas y redistribución de tierras como una evidencia, desde una perspectiva económica, de la libertad de los pobres (quienes al menos podían hacer demandas, pero cuya existencia irreversiblemente agraria limitaba los parámetros de una posible revolución), y, desde una perspectiva política, del rol jugado por los “reclamos sobre tierras y deudas” en los conflictos políticos que los involucraban. Al escribir sobre la economía antigua, Finley minimizaba la importancia de estas demandas, pero en su análisis de la política antigua hacía la aguda observación, inspirada por el meticuloso trabajo de Asheri, de que las sospechas de distorsiones ideológicas en las fuentes literarias no justifican nuestra falta de atención a la rica evidencia documental que testimonia las preocupaciones y esperanzas que se arremolinaban

5 6

Finley 1999: 80; cf. Erskine, en Waterfield & Erskine 2016: 301. Ambos textos reimpresos en Fuks 1984, una colección de sus escritos sobre el tema publicada en lugar de su monografía inconclusa; Amit 2011.

Propiedad, deuda y revolución en la Grecia antigua

29

alrededor de tales demandas y las medidas negociadas que surgían de ellas7. El propio discípulo de Asheri, Berger (1992: 71), en su estudio de las revoluciones políticas en Sicilia desestimaba “los eslóganes… llamando a la redistribución de las tierras y la cancelación de las deudas” como “meros ejercicios de retórica”, en la medida en que cuando se implementaron dieron lugar a redistribuciones no igualitarias que simplemente desposeyeron a los oligarcas y favorecieron a los anteriormente pobres. Burford (1993: 28-29) desestimaba tales medidas como las acciones basadas en el propio interés de los pobres encolerizados más que un intento progresivo de implementar argumentos teóricos a favor de la igualdad de la propiedad que condujera a la estabilidad política y la verdadera libertad para los ciudadanos. Sin embargo, un examen de la historia de los llamados en pos de la cancelación de las deudas y la redistribución de las tierras sugiere que no deberían desestimarse como mera retórica ni como intentos espasmódicos pero fútiles de los pobres por encontrar cierta liberación de sus obligaciones. Foxhall (2002: 219), tomando el fenómeno sincrónicamente, ha destacado que tales llamados repetidos fueron “un reconocimiento casi subconsciente” de “las estructuras profundas de las jerarquías de poder basadas en las clases, fundadas en el acceso a la tierra” que no podían obliterarse incluso bajo la democracia radical de la Atenas clásica. Este es un reconocimiento importante de la seriedad de estas demandas que me gustaría poner en perspectiva histórica examinando el patrón diacrónico de las demandas y reformas, sin importar si se intentaron o meramente se propusieron. Sugeriré que los ritmos de este “programa revolucionario” apuntan a la persistencia de la desigualdad socioeconómica en el mundo griego, que ocasionalmente era mejorada mediante una variedad de medidas legales y políticas creativas, pero que se exacerbó enormemente a partir del desarrollo y la creciente sofisticación de los instrumentos de crédito a lo largo de los siglos IV y III. También sugeriré que estas dos propuestas estuvieron firmemente ligadas una a la otra no solo porque la propiedad y la deuda eran las manifestaciones más claras de la desigualdad socioeconómica sino porque el incumplimiento de los préstamos garantizados por bienes inmuebles (especialmente la tierra pero también casas) a menudo condujo a la confiscación de la propiedad por el acreedor.

7

30

Economía: Finley 1999: 80. Política: Finley 1983: 108-115; cf. Finley 1986: 54.

Emily Mackil

Lo que sigue se inspira en lo que para mí resulta la observación medular de Graeber, a saber: que la combinación de la narrativa moral sobre la deuda con la estrictamente financiera ha tenido siempre consecuencias sociales y económicas dañinas. Se trata, empero, de intentar aplicar esta observación al mundo griego antiguo de una manera que rastree más cuidadosamente la evidencia histórica que lo que lo hace Graeber (2011: 223-250) en su entrecortado y más bien indisciplinado informe sobre “La Era Axial”. El autor argumenta que cuando emergió la acuñación de moneda en un “complejo monetario-militar-esclavista” esto provocó que las antiguas relaciones obligatorias incrustadas socialmente se volvieran cuantificables, transformando así las obligaciones en deudas. Es solo por el hecho de pintar con una brocha muy gorda que él puede presentar las condiciones para la emergencia de la moneda en la Grecia, la India y la China de la “Era Axial” como esencialmente similares. No estoy cualificada para opinar sobre la aplicabilidad del modelo a India o China, pero el argumento sencillamente no funciona para el mundo griego antiguo: había dinero antes de la acuñación en el Próximo Oriente así como en Grecia, en la forma de lingotes de plata y otros instrumentos metálicos, y los valores de los objetos eran incluso cuantificados en términos de objetos culturalmente determinados de alto valor, tales como bueyes, calderos y asadores8. Las obligaciones se cuantificaban fácilmente antes de la acuñación de moneda –y por lo tanto contadas como deuda en términos de Graeber–. Además, es bien sabido que el dinero (acuñado o no) se usó para transacciones cotidianas desde los comienzos, y lejos del campo de batalla o las rutas de los ejércitos conquistadores (que, de todos modos, virtualmente no existían en el siglo VI); la idea de que la acuñación se produjo básicamente para pagar a los soldados puede desestimarse sin más trámite9. Y mientras algunos cautivos de guerra esclavizados deben haber terminado trabajando en las minas de plata, esto quedaba sujeto al lugar que sus nuevos propietarios eligieran para emplearlos. Lo que normalmente los estados griegos querían cuando tomaban cautivos de guerra era obtener rápidamente dinero en efectivo a 8

9

Le Rider 2001; Kroll 1998; 2008; 2012. Los tesoros de Hacksilber del Próximo Oriente son bien conocidos, pero uno enterrado en la Eretria eubea en el siglo VIII prueba que el lingote también se usaba como moneda circulante en la Grecia central: Themelis 1983, con Le Rider & Verdan 2002. Se puede indicar como evidencia de que la acuñación se produjo desde el comienzo (o casi) para transacciones cotidianas las muy pequeñas piezas de electro en el tesoro de Eretria y la producción de emisiones fraccionadas (menos que un óbolo) entre las acuñaciones de plata más tempranas (Kim 2002; Kagan 2006).

Propiedad, deuda y revolución en la Grecia antigua

31

partir de su venta, no una banda de esclavos públicos. Dicho brevemente, el “complejo monetario-militar-esclavista” de Graeber no se aplica con facilidad al mundo griego antiguo. No obstante, lo que resulta más interesante y completamente aplicable a la Grecia antigua es la insistencia de Graeber en que la relación acreedor-deudor se concibe equivocadamente como una relación puramente económica despojada de todo tipo de obligaciones o restricciones morales. En lo que sigue me gustaría explorar la tensión entre la suposición económica racional de que las deudas de algún modo debían reembolsarse y la indignación moral, tan vívidamente expresada por Cércidas, por la desigualdad socioeconómica del mundo griego que tenía profundas consecuencias políticas. En la narrativa moral, la deuda está atada a las relaciones sociales; los préstamos se hacen para ayudar a amigos, a la familia y a colegas, y no siempre se espera el reembolso. La narrativa financiera indica que un préstamo es un contrato entre dos individuos que debe ser completamente ejecutado, aun si la coerción tiene que ser aplicada y a pesar de las consecuencias. La queja de Cércidas acerca de la desigualdad es profundamente moral; no todos los llamados en pos de la redistribución de tierras y la cancelación de deudas lo fueron, y de hecho en muchos casos fueron apelaciones pragmáticas a los pobres descontentos hechas como ofrendas por el poder político o para estimular el poder de reclutamiento militar10. Pero, a gran escala, fue algo inusual en la historia antigua bajo la forma de concesiones que las deudas existentes no debían ser reembolsadas. La legislación sobre la deuda en el mundo griego refleja un intento por establecer un punto medio entre los reclamos morales y financieros, sugiriendo que los griegos comprendían muy bien los reclamos enfrentados de acreedores y deudores, al tiempo que las medidas (meramente propuestas o realmente tomadas) para aliviar la desigual distribución de la tierra en las ciudades griegas reflejan una toma de conciencia de que la propiedad de la tierra era una gran fuente de poder, cuya distribución en la sociedad no debería de ninguna manera aceptarse como algo dado11. Prestando atención a estos reclamos y considerando cuidadosamente las medidas que fueron emprendidas para resolverlos, columbramos a los ciudadanos griegos lidiando con las realidades de la desigualdad tanto económica como moral. 10 11

32

Berger 1992: 71, que cita los casos de Siracusa después de la caída de los Deinomenidas y durante la tiranía de Dionisio el Mayor. La no inevitabilidad de los acuerdos actuales es enfatizada por Morris Cohen 1927: 16, desde una perspectiva legal-realista.

Emily Mackil

El período arcaico La desigualdad socioeconómica en el mundo griego arcaico era amplia, y, al mismo tiempo que emergían, los estados desarrollaron en este período leyes para proteger la propiedad privada, recompensaron también a las élites con magistraturas y restringieron la participación plena en la vida pública a aquellos que cumplieran con determinadas cualificaciones de propiedad. El lazo entre poder político y económico era explícito, pero no fue aceptado por mucho tiempo por los que estaban excluidos. La crisis en Atenas, que se le pidió a Solón resolver mediante una reforma legislativa en 594, giraba en torno a los problemas relacionados de la propiedad y la deuda. El problema de la propiedad tenía dos aspectos. El primero era la cuestión de cómo realmente estaba distribuida la tierra entre la población y cómo debería estarlo; mientras que algunos pueden haber pugnado por una redistribución para conseguir la igualdad en la posesión de la tierra (isomoiría), es probable que otros estuvieran proponiendo que la redistribución se usara como un arma política, para ayudar a los amigos de Solón y perjudicar a sus oponentes12. No queda claro si Solón rechazó cumplir con las expectativas de estos ciudadanos porque consideraba que tales actos de redistribución eran un signo de tiranía o simplemente porque él los veía como algo injusto (Ruzé 1998: 184). El segundo aspecto de la crisis de la propiedad enfrentada por Solón giraba en torno a la cuestión de cómo tenían que distribuirse los privilegios políticos entre los muy ricos, determinados por la productividad de sus bienes raíces –el único criterio por el cual se medía entonces la riqueza–. Su solución fue apenas igualitaria: aquellos cuyas haciendas producían menos que el grano suficiente para alimentar cuarenta personas al año –ciertamente la mayoría– fueron excluidos de todas las magistraturas13. La crisis de la deuda en la Atenas soloniana es bien conocida y poco se necesita decir sobre ella aquí, salvo señalar que el endeudamiento 12

13

Solón, fr. 34 (West), apud [Aristóteles], Constitución de los atenienses, 12.3. Rhodes 1981: 174, lee en el pasaje una indicación de las llamadas en pos de una redistribución general para generar una mayor igualdad; Rosivach 1992, interpreta que la redistribución concebida aquí se desplegó como un arma política, con propiedades tomadas de los enemigos y entregadas a los amigos. [Aristóteles], Constitución de los atenienses, 11.2, desde la perspectiva del siglo IV, creía ciertamente que el pueblo (dêmos) estaba clamando por una redistribución radical. Foxhall 1997: 129-132, provee las estimaciones de consumo en las cuales se basa este análisis.

Propiedad, deuda y revolución en la Grecia antigua

33

podía llevar a la pérdida no solo de la propiedad sino también de la libertad. Graeber (2011: 89) hace la aguda observación de que la deuda históricamente ha aumentado la indignación en formas que, por ejemplo, la esclavitud y los sistemas de castas no lo han hecho, porque “se basa en una suposición de igualdad”. Empero la contractualización de la deuda, y los medios por los cuales el acreedor buscaba prevenir cualquier pérdida, inmediatamente oculta esa premisa igualitaria y desplaza todas las obligaciones morales sobre los hombros del deudor. Esta dinámica está ilustrada a la perfección por la crisis de la deuda en la Atenas de comienzos del siglo VI: la reforma de Solón volvió ilegal que los ciudadanos ofrecieran sus cuerpos como garantía en los préstamos, terminando así con una situación en que los acreedores podían forzar, y de hecho lo hacían, a los deudores morosos a la servidumbre, arrancándolos efectivamente de su estatus de ciudadanos libres14. En la primera mitad del siglo VI Mégara también fue conmovida por disturbios relacionados con cuestiones de propiedad y deuda, como testimonia la poseía de Teognis (53-58, 1197-1201, inter alii): una nueva clase de hombres ricos había surgido y tomado posesión de la tierra previamente en manos de la vieja aristocracia15. En esta misma época aproximadamente los megarenses aprobaron un dógma que estaba claramente destinado a aliviar las cargas de una deuda generalizada pero sin una completa cancelación de las deudas: la decisión fue más bien cancelar todo interés en los contratos corrientes, lo cual habría significado en la práctica recalcular las deudas, aplicándose todo el interés ya pagado a cambio del capital16.

15 16

[Aristóteles], Constitución de los atenienses, 6.1; 9.1, con Finley 1965: 169, y Maffi 1999: 7. Solón también efectuó algún tipo de cancelación de obligaciones financieras privadas mediante la remoción de la “Negra Tierra” de “hóroi que estaban instalados en muchos lugares” (fr. 36.5-7). No es claro si esto significó la cancelación de las deudas garantizada por hipoteca o la cancelación de las obligaciones de los aparceros respecto de los terratenientes (Murray 1980: 189-194, seguido por Osborne 1996). No encuentro para nada convincente el argumento de Harris 1997, de que estas líneas son una simple metáfora de la supresión por parte de Solón de la stásis en el Ática, mediante la abolición de un sistema de pago para protección y mantenimiento del orden interno. [Aristóteles], Constitución de los atenienses, 6.1; 10.1; 11.2, y otros autores antiguos suponen que Solón realizó una amplia cancelación de deudas, pero los fragmentos que sobreviven de la poesía de Solón no avalan esta afirmación explícitamente, y puede tratarse de una sobre-interpretación que revela cómo las preocupaciones contemporáneas (del siglo IV) influyeron en la lectura del autor con respecto a los poemas de Solón. Ver Lane Fox 2000, sobre la datación del siglo VI para Teognis. Plutarco, Cuestiones griegas, 18 (= Moralia, 295c-d), con Asheri 1969: 14-15.

34

Emily Mackil

14

A partir de estos episodios en la Grecia continental tenemos la impresión de que la desigualdad y el descontento estaban extendidos, y los intentos por minimizarlos fueron más bien débiles. A pesar de esta situación –o quizás a causa de esto– cuando los griegos tenían una oportunidad, a menudo hacían lo posible para asegurar una igual distribución de la tierra entre todos los ciudadanos. Esta oportunidad se presentaba y se aprovechaba con la fundación de nuevos asentamientos, como sabemos a partir de la prospección arqueológica y los registros literarios17. Tanto en la Magna Grecia como en la región continental se hicieron esfuerzos para preservar estas distribuciones equitativas, prohibiendo la venta de la tierra, elaborando leyes de herencia con vistas a la preservación de los lotes familiares, o castigando severamente los intentos para realizar una redistribución18. El establecimiento de severas sanciones para quienes impulsaran cambios apunta, una vez más, a una toma de conciencia del extendido descontento por la distribución de la tierra en los estados griegos. Esta distribución estaba, por supuesto, constantemente cambiando, como resultado de la venta, el regalo y la herencia, y estos cambios contribuían al descontento (Finley 1968: 29). El período de fines del siglo VI y comienzos del V fue tumultuoso para las comunidades del sur de Italia, donde varios casos de stásis terminaron en redistribución de las tierras y cancelación de las deudas. En Cumas a fines del siglo VI los privilegios políticos y económicos de los ricos se constituyeron en las condiciones de fondo para el aumento del descontento popular y el surgimiento de un líder llamado Aristodemo. Su conflicto con los oligarcas gobernantes parece haber comenzado cuando empezó a acusar a ciertos individuos que se estaban “apropiando la propiedad común para ellos mismos”, y se ganó el apoyo popular mediante el uso de su propio dinero para mitigar las deudas de los pobres. 17

18

División de la tierra agrícola en lotes regulares, más o menos iguales en tamaño, en Metaponto: Carter 2006; Carter & Prieto 2011: 641-676. Un patrón similar se ha detectado en la khóra de Faro (Hvar): Slapsak & Kirigin 2001. Compárese Heródoto, 4.159.2; 163.1, sobre la distribución de lotes iguales de tierra a todos los helenos que participaron en el asentamiento de Cirene. Aristóteles, Política, 1265b, que cita las leyes de Locros y Leuca en Italia; van Effenterre & Ruzé 1994: nº 43 (= Meiggs & Lewis 1988: nº 20), sobre el asentamiento locrio en Naupacto. Severo castigo por agitación para una redistribución: van Effenterre & Ruzé 1994: nº 44 (= Meiggs & Lewis 1988: nº 13), líneas 9-14, con Maffi 1987. No queda claro cuán equitativa fue la distribución de la tierra en estos dos casos locrios, o cuán amplio era el grupo que recibió un lote (klêros); pero Ruzé 1998: 184, tiene razón, ciertamente, en cuanto a que las prohibiciones contra la distribución deben haber sido emitidas por, u originadas en, los propios poseedores, cuyos intereses muy probablemente iban a verse dañados por una redistribución.

Propiedad, deuda y revolución en la Grecia antigua

35

Un poco después, aprovechando la ocasión los oligarcas lo designaron para una expedición militar contra los tirrenios, seleccionando como su fuerza de choque a los miembros más pobres del pueblo y a aquellos más sospechados de tendencias revolucionarias y equipándolo con los diez peores barcos de la flota de la ciudad. Ciertamente, se esperaba que ellos nunca volvieran; pero Aristodemo volvió como un héroe con un ejército de seguidores enriquecidos por los botines. Con este apoyo orquestó un golpe de estado, asesinando a los oligarcas y promulgando una redistribución de las tierras y una cancelación de las deudas. De seguro, la tierra que se redistribuyó había sido propiedad de los proscriptos, y las deudas que se anularon fueron inevitablemente aquellas de las que ellos habían sido acreedores. Este no fue un movimiento orientado a restaurar, o incluso a concretar, la igualdad socioeconómica y política, sino más bien a enriquecer a los anteriormente empobrecidos matando o exiliando a los ricos y apoderándose efectivamente de sus bienes. El comienzo demagógico de Aristodemo mutó rápidamente hacia un régimen tiránico que duró catorce años, hasta que fue derrocado por los hijos de sus víctimas oligárquicas. Esta historia es notablemente vívida y nuestra única fuente, Dionisio de Halicarnaso (Antigüedades romanas, 7.3-11), es tardía (cf. Berger 1992: 22-23). El texto contiene un lenguaje que insinúa una fuente helenística, y es ampliamente aceptado que para su relato sobre el sur de Italia en los períodos arcaico y clásico Dionisio depende de Timeo de Taormina, activo a fines del siglo IV y comienzos del III. Aunque Timeo es conocido por su hostilidad a la tiranía tras su propio exilio ordenado por Agatocles alrededor de 315, esto no es razón para descartar el conjunto de la historia; como hemos visto, los problemas de la distribución de la tierra y la deuda animaron las hostilidades en la Grecia continental previamente en el siglo VI, y generaron en Crotona una violenta disputa que se originó por lo menos para la misma época19. La historia bien puede estar embellecida y ser sesgada, pero no se debería dudar del hecho de que segmentos descontentos del pueblo estuvieron llamando a la cancelación de las deudas y la redistribución de las tierras en el contexto de la guerra civil en el sur de Italia. En su Vida de Pitágoras Jámblico (255, 257, 262) dice que después de que los crotonenses derrotaron a Síbaris alrededor de 510, los aristócratas en el poder “decidieron por su cuenta no dividir en lotes la tierra ganada

19

Frederiksen 1984: 95-97, ofrece buenos fundamentos para preservar al menos el núcleo del relato de Dionisio.

36

Emily Mackil

por las armas para su distribución según el deseo de la multitud”. La oposición a esta decisión avivó la guerra civil, en la que finalmente prevaleció la oposición de los demócratas; una vez en el poder, aumentaron los privilegios políticos del dêmos, exiliaron a los aristócratas, “cancelaron las deudas y redistribuyeron la tierra”20. Una evidencia menos espectacular expone la severidad del problema planteado en este contexto por la extensión de la deuda. Dice Teofrasto (Nomoi, fr. 21, sec. 7 [Szegedy-Maszak 1981]) que el legislador Carondas, activo en su ciudad natal de Catania y en Regio a fines del siglo VI, había prohibido la concesión de créditos en casos de venta; “si alguien da un crédito, no es posible para él llevar el caso a juicio, porque él mismo es la causa de la injusticia”. El filósofo pitagórico Filolao (fr. A27), que vivió en Crotona durante la democracia del siglo V, usaba la deuda como metáfora de la respiración: era un inevitable ritmo de la vida humana21.

El tranquilo siglo V La distribución desigual de la tierra y el alto nivel de endeudamiento privado continuaron siendo tan problemáticos como para exhibir amenazas al orden social en el período clásico. Pero en este período –como Finley (1953: 256) observó hace tiempo– no hay atestiguado ningún llamado revolucionario ni para la cancelación de deudas ni para la redistribución de tierras22. Pueden distinguirse diversos factores para explicar este patrón; puede haber otros. En el período clásico, los ricos estaban empezando a acumular gran cantidad de propiedades en la Atenas democrática; Foxhall (1992; cf. 2002: 212-214) ha estimado que un 9% de población poseía casi el

20

21 22

Esta stásis en Crotona surgió por un conflicto entre aristócratas locales y los pitagóricos que habían asumido el poder, pero los partisanos que nos interesan para nuestro propósito son los miembros del dêmos y los aristócratas no pitagóricos de Crotona. Las fuentes son tardías y tendenciosas; para detalles ver Fritz 1940: 33-67; Minar 1942: 50-53; Berger 1992: 19; Zhmed 2012: 95-103; Cornelli 2013: 61-77. De estas fuentes, solo Yámblico (que aquí depende del relato de Apolonio, el cual se remonta finalmente a Timeo de Taormina) preserva los detalles respecto de las demandas por redistribución de la tierra y cancelación de deudas. La cronología de esta victoria democrática es debatida: Minar 1942: 57-60, la ubica a mediados del siglo V, suponiendo una extendida lucha desde finales del siglo VI, mientras que Robinson 1997: 76-77, entiende que todo el episodio ocurrió a fines del siglo VI. Ver Hansen & Nielsen 2004: 268, para una concisa síntesis de la evidencia y los problemas. Huffman 1993: 289; 300, con Seaford 2004: 283. Cf. Fuks 1966: 438, reimpreso en Fuks 1984: 41.

Propiedad, deuda y revolución en la Grecia antigua

37

50% de la tierra agrícola disponible23. ¿Por qué esto no provocó indignación, considerando particularmente el viejo lazo ideológico entre ciudadanía y propiedad de la tierra? Los cambios políticos en el siglo V aliviaron temporariamente el sufrimiento. El primero fue que el sistema soloniano de cualificación de la propiedad para el ejercicio de las magistraturas comenzó gradualmente a ser abandonado, dando a las clases más bajas menos razones para sentirse privadas de derechos políticos aunque sin mejorar realmente sus condiciones materiales24. El segundo cambio político fue que la expansión del dominio imperial sobre buena parte del Egeo permitió a los ciudadanos atenienses adquirir tierras en propiedad privada en ciudades-estado subyugadas (infringiendo así las leyes locales) y expandió drásticamente la cantidad de tierra arable, en especial para cultivo de granos, en forma de territorios confiscados y transformados en cleruquías. Sin embargo, no es claro que la tierra de las cleruquías se distribuyera a los pobres, y de hecho tenemos buena evidencia documental de que las élites atenienses encabezaron la política de instauración de cleruquías y que ellas mismas poseyeron esas tierras. Esto no implica sugerir que ningún ciudadano ateniense sin tierras jamás recibió un klêros, pero los atenienses pobres pueden haberse beneficiado más indirectamente con esta política, en la medida en que los altos tributos pagados por los clerucos, algunas veces al menos en forma de grano, habrían aumentado drásticamente la provisión de grano barato a la ciudad25. Una tercera institución política del período clásico 23

24

25

38

Morris 1994: 362-365; 1998: 235-236, y Ober 2015: 89-92, leen los mismos datos de manera más optimista; pero para hacer esto ellos dejan completamente afuera del cálculo los aproximadamente 5.000 hogares (22% del total) que en 403 no tendrían nada de tierras (Dionisio de Halicarnaso, Lisias, 32 = apud Lisias, 34). Para nuestros propósitos, este número es altamente significativo. La tercera clase propietaria, los zeugîtai, comenzó a ser elegible para el arcontado en 457: [Aristóteles], Constitución de los atenienses, 26.2. La exclusión formal de la cuarta y más baja clase propietaria, los thêtes, del consejo y las magistraturas nunca se abolió, pero empezó a ser ignorada con el correr del siglo V, en tándem evidentemente con el creciente valor de los remeros (un trabajo ejecutado abrumadoramente por los thêtes). Ciudadanos atenienses que adquieren propiedad en ciudades sometidas: IG, I3.118 (= Meiggs & Lewis 1988: nº 87), líneas 18-22, solicitando a los atenienses que renuncien a sus reclamos a la propiedad en Selimbria como requisito para la vuelta de la ciudad a la alianza tras una revuelta (408/7 a.C.). La fuerte negación de estas prácticas en el llamado prospecto de la Segunda Confederación Ateniense de 377 (IG, II2.43 = Rhodes & Osborne 2003: nº 22) es un testimonio demostrativo de su frecuencia así como del resentimiento que causaban. La idea de que las cleruquías del siglo V beneficiaron abrumadoramente a los pobres sin tierras de Atenas (Ste. Croix 1972: 43; Meiggs 1972: 260-261; Ober 2015: 204) ha sido cuestionada a partir de evidencia documental y arqueológica (nueva y antigua), para cuya discusión ver Foxhall 2002: 214-215 (breve-

Emily Mackil

también se ha considerado como una solución parcial al problema, esto es: el impuesto progresivo recaudado a través del sistema litúrgico, que emplazaba a las élites a redirigir una parte de su riqueza excedente para beneficio de la pólis en su conjunto (Ober 1989: 200). Empero, es evidente que tales hombres (si no cayeron masivamente en deudas en el proceso de tratar de cumplir con sus obligaciones) ejercían un grado de poder e influencia que se correspondía muy cercanamente con su riqueza, como ha mostrado Davies (1981: 88-131). En el oeste, en cambio, las tensiones parecen haber sido más grandes. La fundación de Turios en 446, por refugiados de Síbaris y colonos enviados desde Atenas y el Peloponeso, ofreció una clara ocasión para la distribución de tierra a los colonos que participaron, y podría verse como un ejemplo de que las nuevas fundaciones seguían aliviando la demanda de tierras, pero es importante indicar que incluso aquí hubo una lucha violenta. Los colonos de la región continental gozaron de tenencias iguales de rica tierra agrícola –una vez que lograron masacrar a los sibaritas previos que insistían en su derecho a la mejor tierra disponible– (Diodoro Sículo, 12.10.3-11.3). En Leontini, la concesión de la ciudadanía a un gran número de ciudadanos nuevos desencadenó un conflicto desastroso en algún momento entre 424-422. Según Tucídides, “el dêmos estaba planeando una redistribución de la tierra”. El grupo al que Tucídides (5.4.2-4) llama “los dunatoí”, ciertamente los grandes terratenientes, apeló a Siracusa antes que permitir que esta redistribución aniquilara sus derechos de propiedad; los siracusanos los ayudaron a expulsar al dêmos y luego hicieron un acuerdo por el cual los miembros de la élite leontina abandonarían su ciudad y se convertirían en ciudadanos de Siracusa26. Esto debió significar que cambiaron su ciudadanía en reciprocidad por recibir una confirmación de sus derechos de propiedad existentes y un compromiso continuado para protegerlos; el territorio de Leontini debe haber sido efectivamente anexado por Siracusa. Probablemente Asheri (1966: 41) estuviera en lo cierto cuando decía que la introducción de nuevos ciudadanos debía tomarse en sí misma como un signo de que Leontini estaba poco poblada con respecto a su capacidad agrícola; pero concluir que el dêmos de manera oportunista aprovechó la ocasión para reclamar una redistribución de la tierra por razones políticas a priori

26

mente), y Moreno 2007; 2009 (en detalle). Las cleruquías a menudo servían (inter alia) como guarniciones; para este aspecto ver Salomon 1997. Cf. Dreher 1986; Berger 1991; 1992: 26; Hornblower 1991-2008: II, 430-431.

Propiedad, deuda y revolución en la Grecia antigua

39

es excluir la posibilidad muy real de que, habida cuenta los derechos privados de propiedad de los terratenientes, no hubiera suficiente tierra agrícola disponible para sostener la afluencia de nuevos ciudadanos. La cuestión agrícola de la capacidad soportada es, en otras palabras, irrelevante para la cuestión política de la distribución. La deuda también siguió siendo un problema real en el siglo V, etapa para la cual tenemos varias piezas de clara evidencia de la práctica legal de la esclavitud por deudas así como de la dependencia por deudas. Una inscripción de Halicarnaso c. 460 exhibe un acuerdo entre la ciudad y los salmacitas con su líder Ligdamis sobre el procedimiento legal a seguir en las disputas por la propiedad, que muy probablemente surgían a partir de la resolución de una stásis durante la cual retornaban algunos ciudadanos que habían sido exiliados27. Lo importante para nuestros propósitos es la cláusula sancionatoria: a cualquier individuo que viole el acuerdo se le incautará su propiedad; si su valor es menor que diez talentos, simplemente será esclavizado –por deudas de hecho, por ser incapaz de pagar a la comunidad la penalización con una propiedad de un valor de diez talentos o más–. En la Gortina del siglo V la dependencia por deudas estaba legalmente reconocida y cuidadosamente regulada, con riesgos y responsabilidades para el acreedor y para el deudor28. Lo que es particularmente sorprendente en la ley de Gortina es la manera en que protege el estatus de ciudadano del dependiente por deudas con el objetivo de prevenir su marginalización; si la dependencia por deudas se hubiera expandido sin estas salvaguardas, como Ruzé ha notado, el riesgo de guerra civil habría sido muy alto. Gortina probablemente debería verse como excepcional no por tolerar la existencia de la dependencia por deudas sino solo por el cuidado con que reguló la práctica con el fin de proteger no solo a los deudores sino, crucialmente, la paz y la integridad de la ciudad29. 27

28

29

40

Sobre la famosa “inscripción de Ligdamis”: van Effenterre & Ruzé 1994: I, 19 (= Meiggs & Lewis 1988: nº 32), con Carawan 2007, para una visión de conjunto del texto y una persuasiva explicación para el procedimiento subrayado en él. La cláusula sancionatoria está en las líneas 32-41. IC, IV.41 (= van Effenterre & Ruzé 1994: II.65); Gagarin & Perlman 2016: G41.4-6, con Harris 2002: 418-419; Kristensen 2004; Ruzé 2006: 185. Ver también IC, IV.72, col. I.56-2.2 (= van Effenterre & Ruzé 1994: II.6); Gagarin & Perlman 2016: G72.1.562.2. Las revoluciones presentaban una tentadora oportunidad para los deudores de liberarse de las obligaciones financieras con sus exiliados acreedores, y es una marca del excepcional cuidado con que los atenienses restauraron su democracia en 403, previniendo que esta demanda pudiera hacerse: Andócides, 1.87-88, con Demóstenes, 24.56-57.

Emily Mackil

La crisis del siglo IV En el siglo IV las condiciones cambiaron, y si bien es posible pintar un cuadro color de rosa de la situación en Atenas en este período, otros lugares lidiaron con las deudas, la pobreza y los disturbios asociados, y hay indicios de que algunas de las nuevas medidas económicas tomadas por los atenienses, algunas veces vistas como innovaciones que promovieron tanto la igualdad como el florecimiento individual, tuvieron también consecuencias dañinas. Veamos primero la tierra y luego la deuda. Los inicios del siglo IV fueron, por supuesto, el período en que en Esparta la concentración gradual de la propiedad en manos de cada vez menos familias, acoplada a la inalterable fidelidad a las viejas reglas sobre cualificación de la propiedad para el servicio militar y el estatus social, comenzó a erosionar dramáticamente el poder militar espartano30. En Siracusa, medio siglo de dominio tiránico había derivado en una desigualdad socioeconómica radical. Tras la derrota y expulsión del tirano Dionisio II en 356, los siracusanos pobres, mencionados también por Plutarco (Dión, 37; 48) como “los carentes de propiedad” y “la multitud de marineros y artesanos”, abogaron con fuerza en pos de una redistribución radical tanto de las tierras como de las casas. Lograron llegar a aprobar el proyecto gracias a su afinidad con el líder popular Heraclides, pero la redistribución nunca ocurrió porque las fuerzas de Dionisio retornaron para amenazar a la ciudad y el pueblo hizo volver a Dión –el único líder que conocía que estaba a la altura– quien rechazó implementar la reforma por la cual aquél había votado31. En la primera mitad del siglo IV, la guerra casi permanente y las recurrentes stáseis llevaron frecuentemente a la expulsión del pueblo que, una vez exiliado, nada podía hacer excepto “deambular con sus hijos y mujeres por tierra extraña”, identificados por Isócrates (e.g. Panegírico, 167-168; A Filipo, 120-123; Sobre la Paz, 24), junto a los hombres que la pobreza llevaba al mercenariado, como “los pobres errantes”32. Fueron seguramente crisis de este tipo las que dieron pie a que los filósofos del siglo IV prestaran tanta atención al problema de la desigualdad de la propiedad. El propio Aristóteles (Política, 1256b 14-16) reconocía que “la equidad 30 31 32

Aristóteles, Política, 1269-1271; 1307a 34-36, con Hodkinson 2000: 399-441. Para una detallada discusión ver Fuks 1968, y Asheri 1966: 85-93; este último enfatiza que el objetivo de la reforma era la igualdad (isomoiría). Fuks 1972: 26-30, sigue siendo el mejor análisis de las afirmaciones de Isócrates acerca de este grupo.

Propiedad, deuda y revolución en la Grecia antigua

41

de las propiedades tenía efectos sobre la comunidad política” e Isócrates (Areopagítico, 31-36) evocaba situaciones del pasado sin duda idealizadas (si no totalmente ficticias) en las que los ricos rescataban a los pobres de la aflicción y “la posesión de la tierra estaba garantizada para aquellos a quienes legítimamente pertenecía, mientras que el disfrute de la propiedad era compartido por todos los que lo necesitaban”. Algunos de estos “pobres errantes” eran seguramente atenienses, aunque la visión de Isócrates es ostensiblemente panhelénica. Se puede interpretar que dos cambios en las practicas económicas en Atenas, relacionados entre sí pero distintos, facilitaron alternativas a la estrategia económica agraria tradicional: uno es la mejora de las condiciones para el comercio y el otro es la creciente disponibilidad de crédito. Tras la pérdida del imperio los atenienses desarrollaron incentivos institucionales que alentaron la competitividad de la ciudad en el intercambio33. La mayor disponibilidad de crédito afectó tanto los gastos domésticos como las empresas marítimas. Tanto los ricos como los hombres de más modestos recursos hipotecaron su tierra para realizar desembolsos y hacer inversiones34. Los bancos privados surgieron rápidamente para hacer un negocio vertiginoso con el préstamo marítimo de alto interés, pero también otorgaron préstamos para otros propósitos35. Los créditos marítimos que facilitaron una mayor participación en el comercio se hicieron a una alta tasa de interés porque eran riesgosos, por supuesto. Pero hicieron innecesario mover grandes cantidades de efectivo de un lado a otro a través del mar, lo cual era extremadamente riesgoso. Y aquí debemos prestar atención a las consecuencias de estos instrumentos de crédito cada vez más sofisticados que se han estudiado con tanto entusiasmo en años recientes. Los bancos en la Atenas del siglo IV sobrepasaron su capacidad de prestar y a veces quebraron. Algunos hombres muy ricos llegaron a estar tan endeudados con los acreedores y agobiados por las liturgias que quedaron con pocos activos tangibles y apuntaron solo a sus posesiones en los bancos –que no eran, por su-

33 34

35

42

Sobre la creación de incentivos para el comercio ver Ober 2008: 211-263. Finley 1952, argumentaba que solo las élites fueron las que se endeudaron en dinero con garantía sobre sus tierras; Harris 2013: 136, señala cuán pequeños eran algunos de los préstamos y concluye que fueron tomados por hombres menos ricos. Bogaert 1968; Cohen 1992; Shipton 1997; 2008. Sobre préstamos marítimos en particular ver Cohen 1989.

Emily Mackil

puesto, especialmente seguras–36. En ciertos lugares las tasas de interés comenzaron a elevarse; una ley de la ciudad de Delfos, la llamada ley de Cadis, limitaba la tasa de interés en todos los préstamos, públicos y privados, hasta alcanzar una tasa anual de 8.57%. La misma ley deja en claro, sin embargo, que si un deudor no paga será llevado a juicio y si es hallado culpable perderá su garantía, su propiedad será confiscada y será despojado de su estatus ciudadano, pero su deuda no será cancelada37. Hay una preocupación aquí tanto de prevenir abusos por parte de los prestamistas como de asegurar el cumplimiento de los contratos que los deudores acordaron con los acreedores. Sospecho que una razón para la proliferación del crédito en el siglo IV es que al menos en algunos lugares el suministro de moneda era inadecuado. En Bizancio y en Abidos en el siglo IV, los ciudadanos eran tan completamente dependientes de los préstamos en efectivo de los metecos que en cada caso el estado tuvo que brindar incentivos a los metecos para que continuaran prestando38. Esta es solo una hipótesis: dado que la producción y la circulación de la moneda en el mundo griego eran fenómenos separados, en todo momento era común el acaparamiento, pero especialmente durante la guerra, y, como los grados de monetización variaban significativamente de un lugar a otro, es virtualmente imposible evaluar con exactitud la suficiencia de la moneda en circulación para las necesidades de la gente39. Pero un resultado de la creación del crédito fue incrementar efectivamente la cantidad de dinero en circulación sin acuñar ni una simple nueva moneda40. Independientemente de las condiciones que generaron la expansión del crédito, se necesita considerar el espectro de resultados en su conjunto. Así como es probable que se hayan hecho fortunas, ejecutado 36 37 38 39

40

Banco quebrado: Demóstenes, 24.136-137. Deudor “rico” con pocos activos tangibles: Demóstenes, 47.52-61. FDelph, III.1.294, col. I, líneas 7-8, con Reinach 1927, para la tasa de interés; Asheri 1969: 105-108, ap. I. [Aristóteles], Económica, 1347a 1; 1349a 3. Ambos episodios parecen datarse en torno a fines de los años 360: van Groningen 1933: 120-121; Asheri 1969: 29-31. El trabajo reciente de De Callataÿ 2003, que estima el tamaño de las emisiones en este período es muy valioso, pero no responde a la cuestión planteada aquí porque no muestra ninguna relación necesaria con la circulación ni indica si la cantidad producida era suficiente. Cohen 1992: 14-18, sitúa el desarrollo del creciente compromiso por parte de ciudadanos privados con el comercio marítimo en la Atenas del siglo IV, pero va más allá como para sugerir que el crédito pudo también haber proliferado como una respuesta a un insuficiente suministro de dinero en la región.

Propiedad, deuda y revolución en la Grecia antigua

43

liturgias y concedido regalos gracias completamente al suministro del crédito, así también los deudores experimentaron efectivamente las desesperadas consecuencias de la falta de pago, como la ley délfica nos recuerda. Aún peor que la pérdida de la propiedad y la ciudadanía era que los deudores del siglo IV podían incluso perder su libertad. Dos testimonios cómicos sugieren que la dependencia por deudas continuaba siendo una realidad en la Atenas clásica, incluso para los ciudadanos41. Y tanto en la Atenas clásica como en Gortina, un prisionero capturado estaba obligado a pagar un rescate a la persona que lo había capturado. Si no lo lograba, la persona que lo capturó tenía el derecho a encarcelarlo en su propia casa42. Tal vez no haya una ilustración más clara que ésta del hecho de que en el período clásico las obligaciones se habían vuelto completamente cuantificables y podían ser tratadas como transacciones puramente financieras libres de toda consideración moral. La falta de tierras y la deuda eran, pues, problemas apremiantes en la Grecia del siglo IV. La guerra volvía peores estas condiciones: Eneas el Táctico (XIV) aconsejaba la cancelación parcial o total de las deudas como un modo de mantener el orden dentro de una ciudad bajo asedio (cf. Boëldieu-Trevet & Mataranga 2006: 40), y el pueblo de Olbia en 331 hizo precisamente esto cuando fue asediado por el escita Zopirio, junto con una emancipación masiva de esclavos y la concesión de la ciudadanía a los metecos (Macrobio, Saturnalia, I.II.33). Solo una vez en el siglo IV se hizo realmente una radical cancelación de deudas y redistribución de tierras, en Heraclea Póntica bajo la tiranía de Clearco, que ejerció el poder entre 365/4 y 348/7. Incluso cuando su hijo Timoteo lo sucedió, reembolsó los préstamos de otros con su propio dinero, sugiriendo que hacer borrón y cuenta nueva era solo un paliativo temporario43. Pero la implementación de estas reformas radicales debe haber sido tema de un amplio debate, porque tenemos dos leyes que

43

Aristófanes, Riqueza, 147-148: el esclavo Carión dice que fue esclavizado a causa de una pequeña suma de dinero que pidió prestado cuando era libre. Menandro, Héroe, 15-44, presenta a una muchacha que está trabajando, junto a su hermano, en el hogar de un propietario esclavista para pagar las deudas contraídas por su padre ya muerto. Se trata de pasajes cómicos, es cierto, pero ellos no hubieran provocado la risa en la audiencia si no contuvieran una parte de verdad. Gortina: IC, IV.72, col. VI.49-50 (= Gagarin & Perlman 2016: G72.384-385). Atenas: Demóstenes, 53.11. Ver Bielman 1994: 309-322, con Maffi 1999: 9-10. En la Atenas del siglo IV los individuos endeudados con el estado también podían ser enviados a prisión por las deudas: Demóstenes, 24.39, Asheri 1969: 30-31. Justino, Epítome, 16.4-5 (Clearco); Memnón, FGrHist, 434 F3 (Timoteo).

44

Emily Mackil

41

42

explícitamente las prohibían. La ley délfica de Cadis que ponía un tope a las tasas de interés advertía que cualquiera que intentara abolir la ley sería castigado como si estuviera haciendo una redistribución de tierras y una cancelación de deudas, y sería entregado a un estasiarco, un oficial muy notable (FDelph, III.1.294, col. VII, líneas 2-7). Y cuando Filipo II redactó su tratado de paz común con los griegos después de Queronea explicó en detalle una serie de acciones que podían socavar la paz, y que fueron por ende consideradas ilegales: ejecución o exilio arbitrario de ciudadanos, confiscación de propiedades, redistribución de tierras o cancelación de deudas y liberación de esclavos con propósitos revolucionarios ([Demóstenes], 17.15-16). Evidentemente, las preocupaciones eran grandes. El siglo IV parece haber sido testigo de crecientes niveles de desigualdad provocadas por el colapso de varias de las soluciones políticas implementadas en el siglo V y por la mayor disponibilidad y sofisticación de los instrumentos crediticios, que parecen haberse vuelto esenciales en lo que, según creo yo, fue una situación de inadecuada provisión de dinero.

El período helenístico La producción de moneda en el período helenístico fue espasmódica. Un impulso masivo a la actividad de acuñación durante la primera generación de sucesores de Alejandro parece haber aumentado drásticamente la cantidad de moneda griega en circulación, pero esta tenía ahora un área mucho más amplia de circulación, y la producción a lo largo del siglo III estuvo largamente limitada a remplazar monedas perdidas por acaparamiento y desgaste. El reclamo romano de indemnizaciones de guerra desde inicios del siglo II comenzó a drenar la moneda desde el este griego, en una proporción que no haría más que aumentar hasta fines del siglo I. Y aunque el problema del suministro de dinero variaba regionalmente, como ha enfatizado Bresson (2005), el cuadro general de escasez de efectivo es claro. Es sobre este telón de fondo que necesitamos ver en profundidad el notable desarrollo de las prácticas bancarias y crediticias en el mundo helenístico. Si tales desarrollos crearon oportunidades de inversión tanto para individuos que lo hacían por su interés particular como para las ciudades, también parecen haber creado un extendido problema de deuda44. 44

Gabrielsen 2005, provee un análisis cuidadoso y detallado de la evidencia, pero su estimación del desarrollo es tal vez demasiado optimista, enfocado como está en las

Propiedad, deuda y revolución en la Grecia antigua

45

Este problema fue enfrentado por Antígono Monoftalmo cuando hizo una propuesta detallada para el sinecismo de Teos y Lébedos c. 303. Las deudas habían permanecido impagas durante años, y la ruptura del sistema judicial en algún momento del pasado significó que el pueblo había continuado pagando interés sin reembolsar el capital, lo cual comprometía sus chances de ser capaz de pagar alguna vez la totalidad a sus acreedores. Antígono intentó incentivar el reembolso limitando a dos veces la suma del préstamo original la cantidad total de interés pagado y autorizando una carga total de hasta tres veces la suma del préstamo original si alguien rechazaba pagar y era llevado a juicio (Welles 1934: nº 3, líneas 30-38 [= Syll.3, 344]). Las inestables condiciones de este período hicieron el reembolso más dificultoso. Una extensa inscripción de Éfeso informa de un decreto de la asamblea votado en 300/299 que impedía a los acreedores incautar la tierra agrícola y otros bienes inmuebles que hubieran sido comprometidos por deudores que estuvieran entonces en cesación de pagos45. La ampliación de los contratos hipotecarios parece haberse concedido a raíz de los daños que la guerra causó en tierras y haciendas rurales, y su propósito era favorecer la producción agrícola tanto como fuera posible y prevenir la pobreza –y una desigualdad mayor en la distribución de la tierra–, que se originaría en la confiscación de las tierras hipotecadas. En 297/6 la guerra había concluido pero los deudores que habían sido protegidos por el decreto de la asamblea se encontraban todavía cortos de efectivo para pagar a sus prestamistas. Una vez más la ciudad intervino estableciendo un reparto extraordinario de la propiedad comprometida entre el deudor moroso y el acreedor, basado en el valor de la tierra y la suma de la deuda; mientras que la ley efesia normalmente permitía a los acreedores incautar toda la propiedad hipotecada, la nueva medida solo les permitía incautar una parte equivalente a la cantidad de la deuda convenida. En el Egeo en la primera mitad del siglo III, numerosas inscripciones atestiguan las luchas sociales que surgían por los préstamos impagos; las ciudades convocaban árbitros “para que la ciudad pudiera vivir en homónoia”46. Es importante señalar la conexión entre la generalización

45 46

46

oportunidades de inversión y la forma utilizada por dichos prestamistas para que el efectivo estuviera disponible, puesto que de otra manera hubiera sido escaso. IEphesos, 4 (= Syll.3, 364); texto reproducido en Asheri 1969: 108-114, con traducción al italiano. Para una discusión detallada ver Biscardi 1983. Cartea (Cos), c. 280 (IG, XII.5.1065); Naxos, c. 280 (OGIS, nº 43); Samos, c. 280 (SEG, I.363); Siros, c. 250-240 (IG, XI.4.1052 = Durrbach, Choix d’inscriptions de Délos, nº 45).

Emily Mackil

de las deudas y los disturbios sociales así como el intento de resolver el problema antes de que se intensificara. Es totalmente posible que en medio de la lucha se hicieran llamados en pos de una radical cancelación de las deudas. La legislación debería verse como un intento de prevenir esa eventualidad, y provee evidencia de la omnipresencia del problema de la deuda, lo cual nos alienta a tomar seriamente las ocasionales demandas radicales. No todas las póleis respondían con lenidad. En Delos a fines del siglo IV, cada vez más arrendatarios de las tierras sagradas de Apolo estaban dejando de pagar sus obligaciones; los administradores del templo y su hacienda más que aliviarlos de sus obligaciones promulgaron regulaciones tan severas, incluyendo la confiscación de la propiedad privada de los locatarios y sus garantes, que adquirieron nuevas haciendas mediante la confiscación de tierras hipotecadas, espantaron a arrendatarios potenciales e hicieron caer drásticamente las rentas de las tierras sagradas47. Al igual que en el Egeo, la incapacidad de pagar las deudas también estaba causando luchas sociales masivas –y oportunidades políticas– en la Grecia continental. En Etolia, a fines del siglo III y de nuevo a comienzos del II, se promulgaron legislaciones para aliviar las deudas48. En Tesalia el problema de la deuda había provocado “stásis y disturbio en todas las ciudades”; la ciudad de Falana convocó a un juez extranjero para resolver la situación49. En Beocia a comienzos del siglo II, según Polibio (20.6.1-6), quien no era un admirador de la región, “las masas aprendieron… a escuchar atentamente e investir con altos cargos a aquellos que les permitían escapar del castigo por sus crímenes y las deudas impagas”. Tanto Polibio (25.3.1-3) como Tito Livio (42.30.4) informan que Perseo obtuvo amplios apoyos por llevar a cabo dentro de Macedonia un alivio de las deudas y por invitar a Macedonia a los deudores fugitivos de otros estados. Ciertamente, fue en respuesta a todo esto que los romanos acusaron a Perseo de haber “prometido una cancelación de las deudas y causado revoluciones”50. En el Peloponeso las condiciones generales deben haber sido similares, predisponiendo al pueblo a dar la bienvenida al espartano Cleóme47 48 49 50

La hierà sungraphé delia (ID, 503), con Reger 1994: 215-230. Polibio, 13.1-1a; Diodoro Sículo, 29.33; Livio, 42.5.7-10. Diodoro Sículo, 29.33; Polibio, 23.1.11-13. Falana: IG, IX.2.1230, un decreto honorífico para Glauco hijo de Apolonio. Syll.3, 643 (carta romana = FDelph, III.4.75), líneas 23-24. “Revoluciones”: neoterismoùs epoíei (sin restaurar).

Propiedad, deuda y revolución en la Grecia antigua

47

nes, quien junto con su predecesor Agis IV había llevado a cabo tanto una cancelación de las deudas como una radical redistribución de la propiedad. Aquí cerramos el círculo volviendo a Cércidas de Megalópolis. Pienso que ahora es más fácil entender cómo alguien tan privilegiado, tanto por su educación como por su posición social y política, pudo aun así clamar vehementemente en contra de la desigualdad económica. En el período helenístico el nivel de desigualdad parece en general haber sido tan alto, incluso con los propios hombres ricos encontrándose imposibilitados de pagar las deudas (en parte tal vez a causa del problema de la escasez de monedas de metal precioso), que muchos ya no estaban contentos con solo reclamar y dudar acerca de la ecuanimidad y la eficacia de los dioses tradicionales, sino que demandaban en cambio que se hiciera tabla rasa. En este breve texto, he tratado de explorar los contextos económicos y legales en cuyo marco el pueblo –ya sea líderes buscando apoyo, ya sea ciudadanos buscando alivio– hizo llamados en pos de la radical redistribución de la tierras y la cancelación de las deudas. He argumentado que ambas estaban atadas no porque fueran utilizadas como un tropo retórico por los demagogos y potenciales tiranos sino porque estaban estructuralmente relacionadas, con la pérdida de la tierra estrechamente ligada al no pago de la deuda. También he sugerido que la preponderancia y la sofisticación cada vez mayores de los instrumentos de crédito puede haber exacerbado el problema de la deuda en un mundo inadecuadamente provisto de dinero. Si la redistribución de tierras y la cancelación de deudas fue un eslogan común para los individuos políticamente ambiciosos, esto ocurrió así porque el mismo apuntaba a erradicar el persistente y, según me parece, agravado problema de la desigualdad.

Bibliografía Amit, M. 2011. “Alexander Fuks 1917-1978”, en G. Herman (ed.), Stability and crisis in the Athenian democracy, Stuttgart: 11-12. Asheri, D. 1966. Distribuzioni di terre nell’antica Grecia, Torino. Asheri, D. 1969. “Leggi grechi sul problema dei debiti”, Studi Classici e Orientali 18: 5-122. Berger, S. 1991. “Great and small poleis in Sicily: Syracuse and Leontinoi”, Historia 40: 129-142. Berger, S. 1992. Revolution and society in Greek Sicily and Southern Italy, Stuttgart.

48

Emily Mackil

Bielman, A. 1994. Retour à liberté: libération et sauvetage des prisonniers en Grèce ancienne. Recueil d’inscriptions honorant des sauveteurs et analyse critique, Lausanne. Biscardi, A. 1983. “Le régime de la pluralité hypothécaire en droit grec et romain”, Journal of Juristic Papyrology 19: 41-59. Boëldieu-Trevet, J. & Mataranga, K. 2006. “Étrangers et citoyens: le maintien de l’ordre dans une cité assiégée selon Énée le Tacticien”, en M. Molin (ed.), Les régulations sociales dans l’Antiquité. Actes du colloque d’Angers, Rennes: 21-41. Bogaert, R. 1968. Banques et banquiers dans les cités grecques, Leiden. Bresson, A. 2005. “Coinage and money supply in the Hellenistic age”, en Z.H. Archibald, J.K. Davies y V. Gabrielsen (eds.), Making, moving and managing. The new world of ancient economies, 323-31 BC, Oxford: 44-72. Burford, A. 1993. Land and labor in the Greek world, Baltimore. Carawan, E. 2007. “What the mnemones knew”, en E.A. MacKay (ed.), Orality, literacy, and memory in the ancient Greek and Roman world, Leiden: 16-84. Cargill, J. 1995. Athenian settlements of the fourth century BC, Leiden. Carter, J.C. 2006. Discovering the Greek countryside at Metaponto, Ann Arbor. Carter, J.C. & Prieto, A. 2011. The Chora of Metaponto, 3. Archaeological field survey, Bradano to Basento, Austin. Cartledge, P. & Spawforth, A. 2002. Hellenistic and Roman Sparta. A tale of two cities, 2ª ed. London. Cohen, E.E. 1989. “Athenian finance: maritime and landed yields”, Classical Antiquity 8: 207-223. Cohen, E.E. 1992. Athenian economy and society. A banking perspective, Princeton. Cohen, M. 1927. “Property and sovereignty”, Cornell Law Quarterly 13: 8-30. Cornelli, G. 2013. In search of Pythagoreanism. Pythagoreanism as an historiographical category, Berlin. Davies, J.K. 1981. Wealth and the power of wealth in classical Athens, New York. De Callataÿ, F. 2003. Recueil quantitatif des émissions monétaires archaïques et classiques, Wetteren. Dreher, M. 1986. “La dissoluzione della polis di Leontinoi dopo la pace di Gela (424 a.C.)”, Annali della Scuola Normale Superiore di Pisa 16: 637-660. Finley, M.I. 1952. Studies in land and credit in ancient Athens, 500-200 BC The horos inscriptions, New Brunswick (reed. 1991, prólogo de P. Millett). Finley, M.I. 1953. “Land, debt, and the man of property in classical Athens”, Political Science Quarterly 68: 249-268.

Propiedad, deuda y revolución en la Grecia antigua

49

Finley, M.I. 1965. “La servitude pour dettes”, Revue Historique de Droit Français et Étranger 43: 159-184. Finley, M.I. 1968. “The alienability of land in ancient Greece: a point of view”, Eirene 7: 25-32. Finley, M.I. 1983. Politics in the ancient world, Cambridge. Finley, M.I. 1986. “Revolution in Antiquity”, en B. Porter y M. Teich (eds.), Revolution in History, Cambridge: 47-60. Finley, M.I. 1999. The ancient economy [1973], Berkeley (reed., prólogo de I. Morris). Foxhall, L. 1992. “The control of the Attic landscape”, en B. Wells (ed.), Agriculture in ancient Greece, Stockholm: 155-159. Foxhall, L. 1997. “A view from the top: evaluating the Solonian property classes”, en L.G. Mitchell y P.J. Rhodes (eds.), The development of the polis in archaic Greece, London: 113-136. Foxhall, L. 2002. “Access to resources in classical Greece: the egalitarianism of the polis in practice”, en P. Cartledge, E.E. Cohen y L. Foxhall (eds.), Money, labour and land. Approaches to the economies of ancient Greece, London: 209-220. Frederiksen, M. 1984. Campania, London (ed. N. Purcell). Fritz, K. von. 1940. Pythagorean politics in Southern Italy, New York. Fuks, A. 1966. “Social revolution in Greece in the Hellenistic age”, Parola del Passato 111: 437-448. Fuks, A. 1968. “Redistribution of land and houses in Syracuse in 356 BC, and its ideological aspects”, Classical Quarterly 18: 207-223. Fuks, A. 1972. “Isocrates and the social-economic revolution in Greece”, Ancient Society 3: 17-44. Fuks, A. 1974. “Patterns and types of social-economic revolution in Greece from the fourth to the second century BC”, Ancient Society 5: 51-81. Fuks, A. 1984. Social conflict in ancient Greece, Leiden (eds. M. Stern y M. Amit). Gabrielsen, V. 2005. “Banking and credit operations in Hellenistic times”, en Z.H. Archibald, J.K. Davies y V. Gabrielsen (eds.), Making, moving, and managing. The new world of ancient economies, 323-31 BC, Oxford: 136-164. Gagarin, M. & Perlman, P. 2016. The laws of ancient Crete, c. 650-400 BC, Oxford. Gauthier, P. 1973. “A propos des clérouquies athéniennes du Ve siècle”, en M.I. Finley (ed.), Problèmes de la terre en Grèce ancienne, Paris: 163-178. Graeber, D. 2011. Debt. The first 5,000 years, New York. Hansen, M.H. & Nielsen, Th.H. 2011. (eds.) An inventory of archaic and classical poleis, Oxford.

50

Emily Mackil

Harris, E.M. 1997. “A new solution to the riddle of the seisachtheia”, en L.G. Mitchell y P.J. Rhodes (eds.), The development of the polis in archaic Greece, London: 103-112. Harris, E.M. 2002. “Did Solon abolish debt-bondage?” Classical Quarterly 52: 415-430. Harris, E.M. 2013. “Finley’s Studies in land and credit sixty years later”, Dike 16: 123-146. Hodkinson, S. 2000. Property and wealth in classical Sparta, Swansea. Hornblower, S. 1991-2008. A commentary on Thucydides, Oxford, 3 vols. Huffman, C.A. 1993. Philolaus of Croton. Pythagorean and Presocratic, Cambridge. Kagan, J.H. 2006. “Small change and the beginning of coinage at Abdera”, en P. van Alfen (ed.), Agoranomia. Studies in money and exchange presented to John H. Kroll, New York: 49-60. Kim, H. 2002. “Small change and the moneyed economy”, en P. Cartledge, E.E. Cohen y L. Foxhall (eds.), Money, labour and land. Approaches to the economies of ancient Greece, London: 44-51. Kristensen, K.R. 2004. “Gortynian debt bondage: some new considerations on IC IV 41 IV-VII, 47 and 72 I.56-II.2, X.25-32”, Zeitschrift für Papyrologie und Epigraphik 149: 73-79. Kroll, J.H. 1998. “Silver in Solon’s laws”, en R. Ashton y S. Hurter (eds.), Studies in Greek numismatics in memory of Martin Jessop Price, London: 225-232. Kroll, J.H. 2008. “The monetary use of weighed bullion in archaic Greece”, en W.V. Harris (ed.), The monetary systems of the Greeks and Romans, Oxford: 12-37. Kroll, J.H. 2012. “The monetary background of early coinage”, en W.E. Metcalf (ed.), The Oxford handbook of Greek and Roman coinage, Oxford: 33-42. Lane Fox, R. 2000. “Theognis: an alternative to democracy”, en R. Brock y S. Hodkinson (eds.), Alternatives to Athens, Varieties of political organization and community in ancient Greece, Oxford: 35-51. Le Rider, G. 2001. La naissance de la monnaie. Pratiques monétaires de l’Orient ancien, Paris. Le Rider, G. & Verdan, S. 2002. “La trouvaille d’Erétrie: réserve d’un orfèvre ou dépôt monétaire?”, Antike Kunst 45: 141-152. Livrea, E. 1986. Studi Cercidei (P.Oxy. 1082), Bonn. Mackil, E. 2013. Creating a common polity. Religion, economy, and politics in the making of the Greek koinon, Berkeley. Maffi, A. 1987. “La legge agraria locrese (‘Bronzo Pappadakis’): diritto di pascolo o redistribuzione di terre?”, en F. Pastori (ed.), Studi in onore di Arnaldo Biscardi, Milano: 365-425. Maffi, A. 1999. “Emprisonnement pour dettes dans le monde grec”, en C. Bertrand-Dagenbach et al. (eds.), Carcer. Prison et privation de liberté dans l’antiquité classique, Paris: 7-18.

Propiedad, deuda y revolución en la Grecia antigua

51

Meiggs, R. & Lewis, D.M. 1988. A selection of Greek historical inscriptions to the end of the fifth century BC, Oxford (ed. revisada). Minar, E.L. 1942. Early Pythagorean politics in practice and theory, Baltimore. Moles, J.L. 1995. “The Cynics and politics”, en A. Laks y M. Schofield (eds.), Justice and generosity. Studies in Hellenistic social and political philosophy, Cambridge: 120-158. Moreno, A. 2007. Feeding the democracy. The Athenian grain supply in the fifth and fourth centuries BC, Oxford. Moreno, A. 2009. “‘The Attic neighbour’: the cleruchy in the Athenian empire”, en J. Ma, N. Papazarkadas y R. Parker (eds.), Interpreting the Athenian empire, London: 211-221. Morris, I. 1994. “The Athenian economy twenty years after The ancient economy”, Classical Philology 89: 351-366. Morris, I. 1998. “Archaeology as a kind of Anthropology (a response to David Small)”, en I. Morris y K. Raaflaub (eds.), Democracy 2500? Questions and challenges, Dubuque: 229-239. Murray, O. 1980. Early Greece, Stanford. Ober, J. 1989. Mass and elite in democratic Athens. Rhetoric, ideology, and the power of the people, Princeton. Ober, J. 2008. Democracy and knowledge. Innovation and learning in classical Athens, Princeton. Ober, J. 2015. The rise and fall of classical Greece, Princeton. Osborne, R. 1992. “Is it a farm? A definition of the agricultural sites and settlements in ancient Greece”, en B. Wells (ed.), Agriculture in Ancient Greece, Stockholm: 21-28. Osborne, R. 1996. Greece in the making, 1200-479 BC, London. Reger, G. 1994. Regionalism and change in the economy of independent Delos, Berkeley. Reinach, T. 1927. “À propos de la loi delphique de Cadys sur le prêt à intérêt”, Bulletin de Correspondance Hellénique 51: 170-177. Rhodes, P.J. & Osborne, R. 2003. Greek historical inscriptions 404-323 BC, Oxford. Rosivach, V.J. 1992. “Redistribution of land in Solon fragment 34, West”, Journal of Hellenic Studies 112: 153-157. Ruzé, F. 1998. “La cité, les particuliers et les terres: installations ou retours de citoyens en Grèce archaïque”, Ktèma 23: 181-189. Ruzé, F. 2006. “En Grèce archaïque: la législation au secours des plus faibles”, en M. Molin (ed.), Les régulations sociales dans l’antiquité: Actes du colloque d’Angers, Rennes: 171-188. Salomon, N. 1997. Le cleruchie di Atene. Caratteri e funzione, Pisa. Seaford, R. 2004. Money and the early Greek mind. Homer, philosophy, tragedy, Cambridge.

52

Emily Mackil

Shipton, K. 1997. “The private banks in fourth-century BC Athens: a reappraisal”, Classical Quarterly 47: 396-422. Shipton, K. 2008. “Bankers as money lenders: the banks of classical Athens”, en K. Verboven, K. Vandorpe y V. Chankowski (eds.), Pistoi dia tèn technèn. Bankers, loans, and archives in the ancient world. Studies in honour of Raymond Bogaert, Leuven: 93-114. Slapsak, B. & Kirigin, B. 2001. “Pharos and its chora”, Atti Taranto 40: 567-591. Szegedy-Maszak, A. 1981. The nomoi of Theophrastus, New York. Themelis, P. 1983. “An 8th century goldsmith’s workshop at Eretria”, en R. Hägg (ed.), The Greek renaissance of the eighth century BC. Tradition and innovation, Stockholm: 189-193. van Effenterre, H. & Ruzé, F. 1994. Nomima. Recueil d’inscriptions politiques et juridiques de l’archaïsme grec, Rome, 2 vols. van Groningen, B.A. 1933. Aristote. Le second livre de l’Économique, Leiden. Walbank, F.W. 1957-1979. A historical commentary on Polybius, Oxford, 3 vols. Waterfield, R. & Erskine, A. 2016. Plutarch. Hellenistic lives, Oxford (trad. R. Waterfield; notas e introducciones de A. Erskine). Welles, C.B. 1934. Royal correspondence in the Hellenistic period. A study in Greek epigraphy, New Haven. Williams, F. 2006. “Cercidas: the man and the poet”, en M.A. Harder, R.F. Regtuit y G.C. Wakker (eds.), Beyond the canon, Leuven: 345-356. Zelnick-Abramovitz, R. 2004. “Settlers and dispossessed in the Athenian empire”, Mnemosyne 57: 325-345. Zhmed, L. 2012. Pythagoras and the early Pythagoreans, Oxford.

Propiedad, deuda y revolución en la Grecia antigua

53

LA CREMATÍSTICA EN LA CIUDAD GRIEGA ANTIGUA, SÍNTOMA DE UN CAPITALISMO FRUSTRADO Domingo Plácido (universidad complutense, madrid)

La libertad me desconocía porque no era libre: tenía un amo, el acreedor; tenía un grillo, la deuda, y me faltaban la ocupación, el techo y el pan. J.E. Rivera, La vorágine, 1923

—I—

E

n un trabajo reciente, Luciano Gallino (2011: 300) compara la situación económica actual con la prevista en su época por Polanyi (1944). Pero, a diferencia de la segunda posguerra mundial, ahora no se perciben movimientos capaces de resistir el desarrollo imparable del sistema, que solo parecen intensificarse cuando la explotación se hace evidente en tiempos de crisis; pero durante el período expansivo ahoga todas las reivindicaciones, como pasó con la clase obrera inglesa en la expansión posterior a 1848 (Faulkner 2013: 222). Gallino señala asimismo que probablemente la situación actual pueda compararse con la que suscitaba los temores de Aristóteles ante el desarrollo de la crematística, en que la sobrevaloración de la moneda podía conducir a la destrucción de la comunidad cívica (Meikle 1979). Estos temores de Aristóteles se materializaron en la crisis de la pólis y el origen de los estados helenísticos. La economía redistributiva de la pólis quedó absorbida en el dominio de los grandes mercados controlados desde los reinos. En efecto, para Gallino la incontinencia de los mercados es similar al desarrollo incontenible de la moneda que vaticinaba Heráclito (DK 22B 90) cuando se refería al fuego, capaz de cambiarse por todo, como el oro. En Ética Nicomáquea (1132b 33) el tema central para Aristóteles es el valor de cambio que se expresa en la reciprocidad (tò antipeponthós), que tiene carácter proporcional y no igualitario (kat’analogían kaì kat’isóteta). Por eso unos productos pueden ser “más caros (kreîtton) que

55

otros” (1133a 13)1, lo que hay que tener en cuenta en la valoración de los intercambios. La base sería la “conmensurabilidad” proporcionada por el dinero (tò dè nómisma hósper métron sýmmetra poiésan isázei; 1133b 16); pero para ello hace falta que exista la “necesidad” (khreía; 1133b b 20), que es el modo en que Aristóteles plantea las dificultades de la teoría del valor: el dinero es el elemento común (1133a 27; 1133b 6-7), pero no hace conmensurables las cosas (1133b 19-20; cf. Meikle 1995: 21, 27, 34). O como diría posteriormente Marx (1976: 143): “En cuanto valor de cambio, toda mercancía es divisible, por indivisible que sea su valor de uso, tal como ocurre por ejemplo con el de una casa”. En Política (1261a 30-31) Aristóteles insiste en el valor de la reciprocidad como modo de salvación de la ciudad; pero en el conjunto de los comentarios sobre la cuestión parece algo secundario (Meikle 1995: 37), como se ve en Magna Moralia (1194a 16-18) donde la analogía sirve para mantener unida la politeía (kaì synékhei dè haúte he analogía tèn politeían); tò análogon parece justo. Lo justo mantiene unidas (synékhei) las politeíai, y así lo indica en su conclusión (tò autòn d’estì tò díkaion tô análogon). En el Económico (1349a 33-37) que se atribuye a Aristóteles, se pone el ejemplo de Dionisio de Siracusa que convenció a los ciudadanos de aceptar la moneda de estaño (kattitérinon) como si fuera de plata. Por ello, Aristóteles (Ética Nicomáquea, 1133b 18-20) reconoce que en la práctica es muy difícil que las cosas no iguales sean verdaderamente conmensurables. Meikle (1995: 42) concluye: no puede haber teoría del valor en Aristóteles porque no existe la noción de utilidad ni la de trabajo. Por su parte, Juan Torres (2010: 120) compara la situación actual con el final de la economía del oîkos, lo que en la perspectiva aristotélica significaba el final de la oikonomía y el dominio de la crematística, es decir, del valor del dinero como objetivo y como medio, uno de los factores que conducen al final de la pólis y al inicio del mundo helenístico. En efecto, como se ve en Ética Nicomáquea (1133a 28-31) para Aristóteles el dinero no es “por naturaleza”, como lo son el oîkos y la pólis (Meikle 1995: 34). En Política (1256b 32) cita a Solón para referirse a la riqueza sin límites como “no natural”; al hablar en general del cambio menciona la compra-venta (1257a 18: he kapeliké) como el cambio que se lleva a cabo para ganar dinero, frente al que se hace para obtener lo que no se

1

56

Meikle 1995: 10, defiende esta traducción de kreîtton frente a otros que traducen “mejores”.

Domingo Plácido

tiene; al primero se lo considera como crematística “no natural” (1257b 29-30), donde la riqueza posee “valor de cambio” (Meikle 1995: 4748). Por eso, si se adopta el punto de vista de la banca, es improcedente hablar de crisis del siglo IV, pues los banqueros atenienses, por ejemplo, tuvieron un momento de apogeo vinculado a la intensa actividad monetaria. Torres habla asimismo de crisis de valores, comparable sin duda a la crisis del clasicismo. Para él, desaparece el sentimiento de comunidad, como el de la koinonía de Aristóteles, noción central en su pensamiento económico (cf. Finley 1974: 31). Ciertamente, para el filósofo la politeía se basa en la búsqueda del bienestar común más allá de cada oîkos en particular (Política, 1256b 34-39; Lucchetta 2012). En Ética Nicomáquea (1160a 9-10) Aristóteles define la politeía por antonomasia, que identifica con la mése politeía: “Todas las comunidades parecen partes de la comunidad política” (hai dè koinoníai pâsai moríois eoíkasi tês politikês)2; y refiriéndose a fratrías, cofradías o comunidades crematísticas, señala en Ética Eudemia (1241b 24-25): “Las otras comunidades son una parte de las comunidades de la ciudad” (hai d’állai koinoníai eisì mórion tôn tês póleos koinoniôn). Ahora bien, la primera koinonía, la oikía, no necesita la crematística, que solo se impone cuando la comunidad se hace mayor (Política, 1257a 19-25). Antes, como entre los bárbaros, solo existía el trueque (katà tèn allagén). En Política (1257b 14-19) Aristóteles considera la oikonomía como la forma natural de adquisición, la adquisición “necesaria”, mientras que la khrematistiké es una forma no necesaria. Tampoco es necesario ni por naturaleza el préstamo con interés (obolostatiké), en tanto que la ganancia proviene de la moneda (ap’autoû toû nomísmatos; 1258b 1-4). La moneda no se relacionaría con el oîkos sino con la pólis. Y concluye: el interés es contrario a la naturaleza (1258b 7-8), tal como también lo indicaba con respecto al dinero o la riqueza sin límites. La moneda sale de la moneda, no de la naturaleza. Sin embargo, concluye Aristóteles (1258a 12-14), “los hay que convierten todas estas facultades en medios de procurarse riquezas, como si éste fuera su fin y fuera necesario que a este fin se encauzaran todas las cosas”3. Tales rasgos serían un elemento destructor en un mundo de crecimiento débil propio de una sociedad precapitalista (Piketty 2013: 865). 2 3

Se utiliza la traducción de J. Pallí Bonet: Aristóteles, Ética Nicomáquea. Ética Eudemia, Madrid, 2003. Se utiliza la traducción de P. López Barja y E. García Fernández: Aristóteles, Política, Madrid, 2005.

La crematística en la ciudad griega antigua

57

No es diferente la visión de Platón. Cuando emprende el camino que lo lleva a lo que se ha denominado la “segunda mejor ciudad”, en el libro IV de las Leyes (704a-724b), las experiencias políticas han moldeado ya sus proyectos de manera sustancial. Antes ha puesto de relieve que el modelo se halla en la Atenas de Maratón, a la que identifica con la de las “cuatro categorías de ciudadanos” resultado de las reformas solonianas, la ciudad censitaria que distinguía muy bien las funciones cívicas de acuerdo con los niveles de renta, en la que dominaba la philía gracias a la aidós o el respeto temeroso. Pero enseguida se revela la diferencia que existe entre la victoria de Maratón y la de Salamina. Las batallas terrestres “hicieron a los griegos mejores y las otras no” (707c)4. La cuestión tiene su apoyo social (707a-b): “... Las fuerzas navales de la ciudad, aun en caso de salvación, hacen que las honras no vayan a lo mejor de los guerreros; como esa salvación se produce por el arte del piloto y el capitán de la cincuentena y el de los remeros y el de toda clase de hombres no enteramente de valía, es imposible dar a cada uno los debidos honores. ¿Y cómo podrá, a falta de ello, haber un régimen recto?”.

Por eso, la ciudad, como “una vecindad salobre y amarga” (705a), se llena de “tráfico y de negocios por el comercio al por menor y se llenaría a su vez de moneda de oro y plata, que, en resumidas cuentas, es el mayor mal que entre todos puede ocurrirle a una ciudad en lo que respecta a la adquisición de hábitos justos y generosos” (705b). La consecuencia es el establecimiento de un plano urbano en el que quedan plenamente separados los trabajadores y los guardianes, sobre una base igualmente utópica, pero planteado como un caso real de colonización histórica, al estilo de las ciudades ultramarinas de la época arcaica (Ophir 1991: 81).

— II — En circunstancias excepcionales pero determinantes el esclavismo se define como parte de un sistema económico concreto y complejo donde paralelamente funciona el capital comercial para permitir el tráfico de esclavos; pero que al mismo tiempo se define también en la alteridad, como fenómeno opuesto al capitalismo en tanto que ámbito del trabajo

4

58

Se utiliza la traducción de J.M. Pabón y M. Fernández-Galiano: Platón, Las Leyes, Madrid, 1960, 2 vols.

Domingo Plácido

asalariado por excelencia5. La cuestión es que en la Antigüedad, como en el sur de los Estados Unidos de América, el capital además está compuesto de capital humano, cuando los esclavos pueden ser objeto de propiedad, cosa que en teoría no existe en la sociedad capitalista (Piketty 2013: 83). El punto notable, en cualquier caso, es que en el siglo IV se inicia un proceso que parece conducir al predominio de la renta de capital sobre la renta de trabajo (Piketty 2013: 57). Ahora bien, la renta está relacionada con el trabajo; la renta de la propiedad (tókon) se enunciaría en Demóstenes (29.60 [Contra Áfobo, III]) como una forma de pagar la renta por trabajo, con la utilización del verbo derivado de misthós (ouk eph’hóso misthoûsin toùs oíkous tókon): el orador se queja de que los jueces no calcularan la renta por el pago a los esclavos, que sería el cálculo real de la renta del individuo acusado, mientras que los jueces solo hicieron el cálculo sobre el tókon. En esta sociedad, la renta también procede del trabajo esclavo. En efecto, muchos ricos de la época basaban su fortuna en la explotación del trabajo esclavo en diversos campos productivos, como Timarco, que los empleaba en la producción de tejidos y calzados, o el padre de Demóstenes (27.9 [Contra Áfobo, I]; Plutarco, Demóstenes, 4.1), que lo hacía en sus talleres de fabricación de muebles y armas, además desde luego de las minas y otros ergastéria, como el caso de Céfalo que empleaba ciento veinte esclavos en su fábrica de escudos (Lisias, 12.19 [Contra Eratóstenes]). Por ende, los dueños de los esclavos podían ser tanto ciudadanos como metecos, en este caso operando en una propiedad arrendada. Los metecos ricos estaban bien arropados por sus círculos de phíloi, como parece ser el caso de Céfalo (Platón, República, 328b; Lisias, 12.4 [Contra Eratóstenes]); mientras que los pobres acudían a sus prostátai (Millett 1991: 207). En contraste con la situación general de los esclavos, Pasión es el primer caso conocido de un esclavo que trabajaba fuera del oîkos de su dueño (khorìs oikôn), lo cual le confería una independencia económica notable, e incluso le permitió posteriormente el acceso a la condición de meteco (Ferrucci 2012: 104). De todos modos, hay un aumento de la renta de capital que se manifiesta en el papel destacado de los banqueros del siglo IV y en las múltiples actividades creadoras de riqueza relacionadas con el préstamo –entre ellas, por ejemplo, la necesidad de comprar la libertad por parte

5

El problema ha sido tratado en el Coloquio de Besançon de 1973: AA. VV. 1976. Para un resumen del mismo ver Plácido 1989: 59-63.

La crematística en la ciudad griega antigua

59

de los prisioneros de Filipo, según Demóstenes (19.169 [Embajada])–. Si bien los datos son escasos, se tiene la impresión de que en el siglo IV aumentan las desigualdades entre los libres como consecuencia de la nueva situación. Los peligros de la extrema riqueza y la extrema pobreza se detectan ya en Eurípides (Suplicantes, 238-245); Teseo sería el representante de la democracia como tradición, en la que está presente la irresponsabilidad en las decisiones sobre la guerra (Suplicantes, 480-491), aunque se sabe que la paz significa la riqueza. Los problemas públicos derivados de la pobreza también se hacen evidentes en los discursos de Lisias, como Sobre el olivo sagrado (7.14: hupò penías enagkáthen) y Contra Filón (31.12: tê ousía áporos), en Contra Midias de Demóstenes (21.141: aporía) o en Areopagítico de Isócrates (7.44-45), donde se alude a ella como posible causa de determinadas situaciones. La muy fuertes diferencias de renta se sostienen con un fuerte aparato represivo y/o con un fuerte aparato ideológico, como el que justifica que los ricos lo sean porque esto les permite sostener a los pobres (Piketty 2013: 415), y como el que representa Isócrates (7.31-32 [Areopagítico]) en tanto que modo de justificar las desigualdades, en este caso entre libres: “(31) De modo similar a lo expuesto también organizaban sus propios asuntos. Pues no solo se mostraban concordes en relación a la comunidad, sino que incluso en relación con la vida privada eran tan benevolentes los unos con los otros como conviene a los bien pensantes cuando además participan de una misma patria. Efectivamente, los más pobres de los ciudadanos estaban tan lejos de odiar a los que poseían más, (32) que se preocupaban de las grandes casas igual que de las suyas propias, en la creencia de que la prosperidad de aquéllas para ellos mismos significaba abundancia; los que poseían las haciendas no despreciaban desde luego a los más necesitados, sino que, en la consideración de que para ellos mismos era una vergüenza la indigencia de los ciudadanos, atendían a sus necesidades, entregando a unos tierras de cultivo a cambio de rentas moderadas, destacando a otros a actividades mercantiles, proporcionando a otros un instrumento para las restantes actividades” (cf. Plácido 2009).

En este discurso, que le produjo una importante pérdida de popularidad, Isócrates alaba la cesión de tierras por un misthós moderado; los

60

Domingo Plácido

ricos hacen así trabajar y sacan provecho (34)6. Se expresaría también allí la nostalgia de los campesinos por la época anterior a la Guerra del Peloponeso, con predominio del Areópago y de la vida del campo, sin necesidad de dominio imperialista, es decir, la vuelta a la pátrios politeía. En el siglo IV, en efecto, renace como modelo el arcaísmo. Se trata de lograr la vuelta al sistema patrio (15-16), a la comunidad de los que comparten la patria (31), con la abolición del sorteo y del misthós (2127), para que sean los que tienen skholé los que se ocupen de los asuntos públicos; y de sustituir el misthós político como pago por funciones públicas por el misthós como renta de trabajo, como el practicado en las explotaciones agrarias del arcaísmo, según Isócrates. Se enuncia asimismo una alabanza del patronazgo (32-35), sobre la base de que los pobres sabían que su propia capacidad (euporía) dependía de la prosperidad (eudaimonía) de los ricos. Así se fomentaría la circulación de riqueza y se evitaría la “tesaurización”, un fenómeno igualmente criticado por el Anónimo de Jámblico, que lo considera propio de la tiranía y que, sin embargo, parece frecuente en la Atenas del siglo IV (Millett 1991: 170). La distribución voluntaria a través de las evergesías evitaría que, para huir de las liturgias obligatorias, los ricos ocultaran sus bienes practicando la ousía aphanés, pues, la riqueza mueble al margen de las propiedades agrarias facilitaba la economía sumergida para evitar las imposiciones fiscales, como la que, según Iseo (11 [La sucesión de Hagnias]), era objeto de las acusaciones a Teopompo. El planteamiento de Isócrates busca una solución interclasista en la que los pobres más que reclamar protagonismo adoptan una actitud agradecida y complaciente, en concordancia con la actitud de los ricos, que deben ejercer el evergetismo de modo voluntario. Es una faceta de la teoría de que la riqueza de los ricos es beneficiosa para todos: los pobres serán más felices cuanto más capacidad tengan los ricos para llevar a cabo la redistribución de sus riquezas por los métodos propios de la ciudad democrática. El evergetismo funciona como instrumento de legitimación de la riqueza (van Wees 1998: 13-49), y tal práctica recibe el nombre de philanthropía. Por eso Aristóteles (Ética Nicomáquea, 1159b 12; 1163b 1) habla de posibilidades de amistad por mutuo interés (opheleías allélois) entre ricos y pobres, en que éstos ofrecen honor al benefactor y éste ofrece ganancia (timé / kérdos; Hands 1968: 32-33). 6

Wood, 2003: 290. La práctica del arrendamiento privado de las tierras también está presente en Lisias, 7.10 (Sobre el olivo sagrado), que puede referirse a un meteco como arrendatario.

La crematística en la ciudad griega antigua

61

Los ricos empleaban sus fortunas en la práctica de la amistad en la medida en que les aportaba una apariencia de igualdad, como definición de las relaciones (Aristóteles, Ética Nicomáquea, 1120b 16; Retórica, 1361a 28; Oulhen 2004: 332). Todos estos conceptos se han incluido ya en el análisis de las relaciones clientelares (Zelnick-Abramovitz 2000: 67). Así, en Contra Nicóstrato (53) Demóstenes trata de los beneficios prestados por Apolodoro a Nicóstrato, situación derivada de haber actuado como se comportan los vecinos en el campo. Nicóstrato obtenía de Apolodoro lo que necesitaba y a cambio le era útil en el cuidado y administración (epimelethênai kaì dioikêsai) mientras se dedicaba a sus asuntos públicos y privados, como la trierarquía (4). Nicóstrato fue capturado mientras hacía un servicio a Apolodoro, y su familia, al no tener medios para el rescate (6), le pide ayuda a Apolodoro, quien ya le había dado dinero (7), un regalo de mil dracmas (doreán; 9). Nicóstrato corre el riesgo de ser sometido a esclavitud por deudas (agógimos; 11)7; necesita reunir el éranos, préstamo sin interés, para no caer en manos del que lo libere; Apolodoro se declara amigo, phílos, y le ofrece el éranos (8, 12)8. Por otra parte, los acreedores presentados como xénoi le reclamaban el pago de préstamos y su hermano los esclavos que había puesto como prenda (10). Nicóstrato deja actuar a Apolodoro y éste se hipoteca, pero aquél no se lo agradece: no le da ninguna kháris y lo deja como un inexperto y un deudor (13; Millet 1991: 57-58). Los lazos entre amistad y kháris en el marco de vínculos clientelares se destacan así como un modo de inversión rentable, como dice Millett (1989: 15-47) a partir de Jenofonte (Memorables, 2.4.1). Platón (República, 331e) cita un verso de Simónides que dice que lo justo es dar a cada uno lo que se le debe (tò tà opheilómena hekásto apodidónai díkaión esti), que se interpreta: “pero no cuando alguien ha perdido la razón (mé sophrónos)” (332a); no se devuelve si el préstamo y la devolución son dañinos, ni son amigos (332a-b); puesto que los amigos deben hacer bien a los amigos, mientras a los enemigos se les debe el mal (332b). Se pone en duda la legitimidad de las deudas en 7

8

62

La condena de atimía por impago de deuda implicaba la pérdida de derechos como ciudadanos y, por tanto, el riesgo de perder la libertad; cf. Todd 1993: 182-184. Un ejemplo de esto aparece en el discurso En pro del soldado de Lisias (9), acusado del impago de una multa; García Domingo 2015. El éranos está presente incluso en el mito, cuando Polidectes convoca a sus amigos para pretender a Dánae; Apolodoro, 2.4.2. Perseo llevó a Sérifos la cabeza de la Gorgona como regalo (lygròn t’éranon) a Polidectes, que mientras tanto tenía en esclavitud (doulosýne) a su madre; Píndaro, Pítica, 12.12; Slater 1968: 311.

Domingo Plácido

ciertas condiciones, como en la Europa del siglo XVI (Graeber 2011: 324-330). El crédito entre amigos funciona igualmente en otras épocas; los términos morales equivalen a los financieros. Platón parece buscar relaciones como las de la sociedad inglesa del Renacimiento, basada en la amistad según Bodino: “concordia y amistad”. Graeber cuenta una anécdota de esquimales que considera que la deuda hace esclavos. Luego se refiere a la reciprocidad como un modo de imaginarnos la justicia; pero en realidad, aclara, los dones se convierten en un instrumento para hacer esclavos. Sin embargo, en las relaciones oficiales permanece la igualdad aunque uno deba a otro agradecimiento (kháris), que es equivalente a lo que Graeber identifica como “deuda”. Mientras la deuda no se paga, no hay reciprocidad, pero la deuda es hija de la reciprocidad. El deudor hará sus dones de manera indefinida, pudiendo derivar en la esclavitud que convierte a los seres humanos en abstracciones y favorece el desarrollo de los mercados. En este contexto, el honor se articula con la moneda, según la interpretación de Graeber; y así parece funcionar la timé, en el siglo IV al menos. En Homero tenía que ver con el botín, pero luego se refiere al “precio”. Este es precisamente el enfoque que se percibe en Demóstenes (53.56) con respecto al citado problema de Apolodoro con Nicóstrato y la cuestión del éranos. Por eso, históricamente, desde la época sumeria la “libertad” se relaciona con la reducción de las deudas9. Todavía Platón e Isócrates elogiaban a Esparta entre otros motivos por no haber procedido nunca a abolir las deudas (Millett 1991: 21). La petición de abolición de las mismas es frecuente en los movimientos del siglo IV, e impedirla es uno de los propósitos de la intervención de los macedonios. En efecto, en la constitución de la alianza patrocinada por los macedonios se prohíbe expresamente cualquier cambio en las organizaciones internas de las ciudades10, en concreto en los derechos de propiedad, el reparto de tierras, la liberación de esclavos y la abolición de deudas (Demóstenes, 17.15 [Sobre los tratados con Alejandro]), lo que sirve para 9 10

Para todas estas referencias, ver Graeber 2011: 79, 114, 120-121, 165, 171, 176, 191, 216, respectivamente. El texto de la paz de Filipo con los griegos del año 338/7 (cf. Tod 1948: 177) refleja el compromiso de respetar las constituciones existentes en el momento de instalarse los gobernantes fieles a Filipo y la prohibición de intentar derrocar la realeza de Filipo y de sus sucesores, pero también aceptaban la presencia de guarniciones macedónicas. La organización del synédrion de la Liga se basaba en la de las confederaciones étnicas, como las de los beocios y los arcadios. En ella estaban representadas las ciudades griegas, pero también las etnias.

La crematística en la ciudad griega antigua

63

suplir la falta de datos sobre conflictos sociales presentes en las fuentes de la época. Los tratados de Alejandro y, luego, de Demetrio Poliorcetes con la Liga de Corinto incluían siempre la cláusula que se orientaba en esta misma dirección, lo que revela el sentido profundo de la alianza entre el poder personal macedónico y las oligarquías de las ciudades griegas. Al mismo tiempo, revela cómo la situación de los campesinos volvía a ser similar a la de los de la época de Solón, sometidos a “deudas” que los colocaban al borde de la esclavitud11. Así se formaría la clase de campesinos dependientes de la khóra basiliké, contrapuesta a la población urbana, predominantemente dedicada a actividades mercantiles o burocráticas. Campesinos endeudados se convertían fácilmente en trabajadores dependientes, dedicados al trabajo en tierras del rey o de los templos, que era la base del mantenimiento de los ejércitos mercenarios, crecientes en la época, apoyado en la red de comunicaciones potenciada por los reinos y la política monetaria (Davies 2006: 79-80)12. Un caso así sería el del Gorgias de la comedia de Menandro (Héroe, 23-36), que se ve forzado a trabajar para Laques para pagar las deudas contraídas por el préstamo obtenido para pagar los funerales de su presunto padre13. Por eso, entre las primeras medidas de Perseo al obtener la corona de Macedonia estuvo la llamada a refugiados políticos y la condonación de deudas, publicadas en todos los santuarios (Delfos, Delos y el de Atenea Itonia en Beocia) y aplicadas también en la misma Macedonia.

11

12

13

64

Según Plutarco, Solón, 15.3, Androción, FGrHist, 324 F34, dice que Solón no abolió las deudas (ouk apokopê khreôn) sino que aligeró los intereses (tókon metrióteti), y lo llamó sisactía. Plutarco, Solón, 15.2, considera que se trata de una de las dulcificaciones del lenguaje a que son aficionados los atenienses: Androción no quiere atribuir a Solón una medida revolucionaria como las que en su época causaban revuelo y estaban en el eje de las luchas sociales del siglo IV. Graeber 2011: 226, destaca la importancia de los mercenarios para el desarrollo de la moneda, fenómeno que se produce por falta de un campesinado libre. Todo ello favorece el ambiente para el desarrollo de la economía de mercado: toda clase de negocios crece en torno a los ejércitos, con toda clase de mercancías y servicios, incluido el de las prostitutas, generalmente controladas por los estados; Graeber 2011: 234. Millett 1991: 78; Ste. Croix 1981: 163. La comedia latina hereda muchos problemas de la comedia nueva griega, seguramente adaptados a las realidades de la sociedad republicana, como parece ser el caso del fragmento IX de Báquides de Plauto: suam qui auro uitam uendidat. Desde la época de Reagan y Thatcher, los derechos políticos dejaron de tener paralelo en los derechos sociales (Graeber 2011: 375), separación equivalente a la de Atenas en el siglo IV, donde sin duda se conservan las instituciones políticas democráticas, pero se han amortiguado los derechos sociales propios de la época de Pericles.

Domingo Plácido

— III — Platón (Leyes, 742a-743e) y Aristóteles (Retórica, 1361a 12-27) destacan la importancia de la moneda circulante en su época. El asunto debía de estar sometido a una cierta controversia moral, según se desprende del Contra Panténeto de Demóstenes (37.52-54), donde el autor parece criticar que el préstamo se use como procedimiento (tékhnen) para hacer negocio, de modo que da la impresión de que el préstamo constituía en sí un modo de hacer dinero (Millett 1991: 169). En el discurso Contra Calipo del corpus de Demóstenes (52), Apolodoro, hijo de Pasión y de Arquipe, viuda de Formión, acusa a Calipo de pretender recuperar el dinero que había depositado en la banca de Pasión y argumenta que el asunto estaba claro porque se atenía a las normas consuetudinarias de los banqueros (4), con un documento en que se indicaba a quién había que remitirlo y que se interpreta como síntoma de la frecuencia y normalidad de tales actividades financieras (Cohen 1992: 16), en que son los bancos los que reciben los depósitos y financian los negocios, aunque a los protagonistas no los denomine siempre banqueros. Calipo como próxenos ateniense de un mercader de Heraclea, Lico, parece querer aprovecharse de su situación jurídica de superioridad. El banquero, en cambio, parece haberse puesto de parte del primero. Que los banqueros podían utilizar libremente los depósitos y obtener así rentas del dinero ajeno está claro en el discurso En defensa de Formión de Demóstenes (36.11; Cohen 1992: 111), aparte de los altos intereses que percibían de parte de los acreedores. Incluso se sabe por Isócrates (17.2; 6 [Trapezitikós]) que se establecían los acuerdos sin testigos, en relaciones apoyadas en la philía, pero también que la banca servía como pantalla para practicar la economía sumergida que se libraba de las liturgias. En el discurso se ven las relaciones de un rico del Bósforo con un banquero recientemente libre. El texto muestra, pues, la existencia de relaciones entre banqueros y forasteros. Tanto los banqueros como los comerciantes de altura, los émporoi, van ganando en las ciudades, desde luego en Atenas, un estatus que los acerca a la ciudadanía o, al menos, a la condición de metecos. Estos cambios coinciden precisamente con la introducción de los esclavos en el mundo financiero (Demóstenes, 36.57 [En defensa de Formión]), donde sin duda aumentan su fortuna a base de créditos sobre la propiedad (50). De esta manera, se va produciendo una transformación radical en la composición de la clase dominante ateniense, donde se

La crematística en la ciudad griega antigua

65

van integrando los banqueros, aun los de procedencia servil14. También el Sócrates de Jenofonte (Memorables, 3.7.6) enumera entre los componentes de la asamblea a los traficantes que solo piensan en vender caro lo que han comprado por poco dinero. Sin embargo, ello no impide que en la opinión dominante siga imponiéndose la concepción negativa del esclavo y el uso de esta determinación como modo de desprestigiar a un contrincante (Ober 1989: 270-272), como se revela en los discursos de Esquines y Demóstenes, cuya época empero resulta ya el escenario de la lucha por las hegemonías y la crisis de la democracia. En efecto, la banca es el sector económico en que abunda, a lo largo del siglo IV, la presencia de no ciudadanos y de esclavos. Según el Sócrates de Memorables (3.11) de Jenofonte, las riquezas de los atenienses proceden de la tierra, de los bienes inmuebles urbanos o del trabajo de esclavos (Cartledge 2002: 160). Ahora bien, el mayor número de los trabajadores dependientes debía de encontrarse en las labores artesanales, incluidas las minas, las canteras, armerías y arsenales. Así como los esclavos agrícolas solían trabajar para su dueño, los que lo hacían en talleres o minas, estaban en ellas fuera de las casas (khorìs oikoûntes) de los dueños a quienes debían entregar los productos del trabajo (apophorá), como el caso ya visto de Pasión. Estos propietarios vivían de las rentas al igual que los grandes terratenientes del tipo de Iscómaco, el propietario del Económico (11.17-20) de Jenofonte, obra en que se define la función del oîkos como núcleo de la economía de la pólis –que pretende apoyar en él su naturaleza política– entendida en gran medida como gestión de lo privado (Georges 1994: 216). Aun cuando las visite cada día y considere importante la presencia del “ojo del amo” (12.20), Iscómaco está en condiciones de dejar la atención de sus tierras en manos del capataz (epítropos; 12-16), a quien Aristóteles definía en la Política (1255b 14

Tras la Guerra del Peloponeso se hace muy difícil para Atenas la situación de balanza comercial negativa que caracterizaba la época imperial, en que se importaba mucho más de lo que se exportaba, como en los imperialismos modernos; Piketty 2013: 195. Esta época llevó a una remodelación de la clase dominante, claro está, pero no a aquella propugnada por Platón, con participación de la clase política, en sus representantes cualificados, producto de la “revolución” intelectual de la época de apogeo de la democracia. “Afortunadamente, dice Piketty 2013: 17, la democracia nunca será reemplazada por la república de los expertos”. Eso es precisamente lo que quería Platón para evitar el dominio de la opinión general. Platón defendía algo parecido a lo que se impuso en el Tratado de Maastricht. Era una forma de sustituir la democracia por la filosofía, por el gobierno de los filósofos, los jóvenes de la aristocracia, pero no la aristocracia tradicional sino la formada en la escuela platónica a partir de la tradición socrática que elabora un plan de coordinación de una especie de “pacto histórico” con la clase de los hoplitas a la que pertenecía Sócrates; Plácido 2002.

66

Domingo Plácido

30-38). El epítropos y sus funciones parecen ser propios de la manera de explotar las tierras a partir de la Guerra del Peloponeso (Burford 1993: 173, 174-176, 181). Esta situación permite la existencia de “esclavos ricos”, que escandalizaban al autor anónimo de la Constitución de los atenienses (1.11) atribuida a Jenofonte, entre los que estarían también los banqueros (Ferrucci 2012: 101). En Contra Panténeto (37.52-54) de Demóstenes, Nicobulo se extiende sobre la consideración de estos prestamistas en comparación con otras actividades en la vida económica de la ciudad. Así trata de salvar la imagen de al menos una parte de los prestamistas y utiliza el verbo kharízesthai para introducir un matiz que trata de asimilar su actividad a la de los benefactores, aunque del resto del discurso se desprende que él mismo pertenece al grupo de los prestamistas profesionales. En Contra Apaturio (33.4), el personaje describe los rasgos de su profesión de un modo favorable, por promover los negocios con el riesgo de su dinero. En Contra Formión (34.37-39), del año 327/6, una persona diferente a la del banquero revela que en ese período se ha producido un importante crecimiento del precio del trigo, síntoma de un proceso inflacionario. Los prestamistas acusan de fraude a los acreedores (51) y argumentan que de ese modo fallaría el funcionamiento de los mercados. Entre los prestamistas había un fenicio y un naúkleros, posiblemente esclavo (5-6; cf. Millett 1991: 189, 192-194, 196). Es en función de intervenir sobre estas prácticas que en 375/4 se dicta en Atenas una ley en la que se pone de relieve la existencia de magistraturas económicas para la regulación de los mercados (Stroud 1974: 157-188), como se ve también en Aristóteles (Política, 1299a 1924), que menciona agoránomos, astínomos y sitofílacos para el control fiscal de las actividades mercantiles en El Pireo y en el ágora. Al año siguiente, 374/3, pertenece otra ley promovida por Agirrio para regular las tasas de Imbros, Lemnos y Esciros y sustituir el pago en dinero por el pago en grano (Rhodes & Osborne 2003: 127, nº 26). La ley señala la necesidad de controlar a los abastecedores de grano de Atenas que buscaban precios mejores en otros mercados, como se percibe en los discursos de Demóstenes anteriormente citados y como se ve asimismo en el Económico (2.27-28) de Jenofonte. De esta manera, la ley buscaba favorecer a los consumidores atenienses, que eran mayoritariamente de la clase popular. En los Ingresos de Jenofonte (4.6) se revela que, con la bajada de los precios, los más ricos tienden a alejarse de la producción agraria; como

La crematística en la ciudad griega antigua

67

ocurrió con Fenipo, según Demóstenes (42.6 [Contra Fenipo]), lo que produjo una subida de precios en tiempos inmediatos con efectos multiplicadores. Se trataba, de todos modos, de uno de los propietarios más ricos de Atenas. Ello se relaciona con el desarrollo de la especialización en diferentes actividades de producción e intercambio, como atestigua Platón (República, 370a-c; 371b-e; Harris 2002: 72). En varios discursos de los años 430, Demóstenes alude a la subida del precio del grano, por ejemplo en Contra Formión, o en Contra Fenipo, que se refiere a la carestía de otros productos, e incluso en De la corona, donde la atribuye a la guerra contra Filipo. Descat (2004: 376) cree que se trata de un problema de mercados relacionado con la circulación de dinero. El encarecimiento de los precios en el año 330 se refleja también en el párrafo 31 de Contra Fenipo, en contra de los ricos que venden el trigo y el vino tres veces por encima de su valor, y al parecer en Menandro (Arbitraje, 130 [Epitrépontes]; Blanchard 2013: ad loc. 221, n. 7). En los Caracteres de Teofrasto (3.3; 9.6; 10.4; 12.8; 17.6; 30.12) hay muchas alusiones a la variabilidad de los precios (Millett 1990: 168), dentro de una concepción que atribuye el protagonismo de las acciones humanas a la Fortuna (Týkhe), no a la razón. Por otra parte, se indica que el agroîkos rechaza monedas por falta de peso (4.13), síntoma de que circulaban monedas de baja ley. Asimismo, parece también un indicio de las alteraciones del valor el hecho de que el “vanidoso” (mikrophilótimos) presuma, entre otras cosas, de devolver incluso una mina en moneda nueva de plata (21.5). Týkhe desempeña igualmente un importante papel en las comedias de Menandro. Tal concepción del mundo favorece creencias en fuerzas ocultas e incontrolables por la razón y el uso creciente de la magia, la astrología y la brujería. La extensión de la magia se documentará sobre todo a partir del siglo II, en los papiros mágicos que citan divinidades de todas las procedencias, egipcias, judías, iranias, babilonias, en una compleja amalgama, dentro de una concepción cósmica que permite la sympátheia universal, la confluencia de todos los seres y fuerzas del universo con ánimo de influir en el curso de los acontecimientos, privados o públicos, a veces con evidente impaciencia.

— IV — Frente al concepto de “crisis” como decadencia del clasicismo se esgrime la riqueza del siglo IV, tanto en el plano intelectual como en el económico: las actividades económicas de los banqueros, más intensas

68

Domingo Plácido

que nunca precisamente en esos momentos15, basadas en los intercambios marítimos y en la producción esclavista, como en el caso de la herencia de Pasión, según Demóstenes (36.11 [En defensa de Formión]), quien señala los riesgos del capital bancario frente a la inversión en la fábrica de escudos. Hoy se sabe perfectamente que el crecimiento del PIB y el aumento de la riqueza macroeconómica puede coincidir con la agudización de la crisis y el empobrecimiento de la población. Tales actividades crediticias y comerciales rompían las reglas de la pólis, lo que había llevado a la promulgación de la ley ática de 375/4 antes mencionada para evitar que los metales preciosos perdieran su valor en favor de valores puramente simbólicos (Graeber 2011: 299). Se buscaba evitar de este modo el desarrollo en Atenas de un capitalismo puramente especulativo. (Aristóteles y Jenofonte hablan de la estabilidad del valor del oro, que se cambia por todo.) Sin embargo, habría muchos momentos en que la falta de controles del sistema monetario conduciría, como ya vimos, a un pensamiento que daba protagonismo a la Fortuna o Týkhe, del mismo modo que en la época moderna se dio protagonismo a magos y alquimistas. A la sumisión a la Fortuna se opone precisamente Epicuro (Gnomologium Vaticanun, 47). En la Edad Moderna el modo de evitarlo sería la creación del estado absolutista (Graeber 2011: 344); en la historia de la pólis fue la formación de los estados despóticos y los monopolios, que permitieron amasar mayores fortunas que las democracias. Paralelamente creció el gasto militar, donde se revelaron rasgos típicos de los procesos inflacionarios, como se ve en el Económico atribuido a Aristóteles y en Polieno, quien en el Proemio de sus Estratagemas (5) dice que Sísifo con su engaño se convirtió en el más provechoso, para lo cual cita a Homero (Ilíada, 6.153: hò kérdistos génet’andrôn). También dice que en el momento de la elección entre cuerpos desnudos y objetos en el botín, los aliados eligieron éstos y los atenienses los cuerpos, mucho mejor elección debido a los rescates, comenta el autor (1.34 [Cimón], 2). Así pues, resulta que la crisis trata de resolverse con la creación de un aparato represivo que es especialmente costoso, como ha ocurrido con las crisis recientes, en que las potencias han recurrido al aumento del gasto militar. El sistema que se basa en el número solo puede sostenerse por las armas (Graeber 2011: 382, 386).

15

Mossé 1972: 135-144. Sobre los aspectos monetarios, ver recientemente Engen 2005: 259-381; cf. Plácido, 1980, 27-41.

La crematística en la ciudad griega antigua

69

El endeudamiento de los ricos debido a los gastos de guerra contribuyó igualmente a la aparición de desequilibrios (cf. Piketty 2013: 471). Los ricos se quejaban de tales gastos y los consideraban la causa del endeudamiento a que muchos se vieron sometidos; aunque es más frecuente el caso de endeudados por gastos suntuarios derivados de las pretensiones de lucimiento, arma del poder político, o de la práctica del evergetismo en que, como vimos, se basaba la obtención de la philía de parte de la colectividad, y de la creación de lazos de dependencia. La capacidad pública para financiar los gastos religiosos de las ciudades se había visto sustituida por las inversiones privadas de los evérgetas. Ello desembocaría en el cuasimonopolio por parte de los reyes que intervendrían cada vez más en la vida de las ciudades. En el Económico (3.5; 20.1; 3) de Jenofonte, Sócrates dice que unos viven bien y otros se ven obligados a cargarse de deudas (Oliver 2006: 286; Millett 1991: 36-37). El fenómeno parece coherente, pues las grandes crisis que llevan al empobrecimiento de la mayoría suelen ir precedidas de una burbuja de enriquecimiento por quienes poseen el poder financiero, como ocurre, aunque en otro contexto, tanto en la crisis del 1929 como en la de 2008 (Piketty 2013: 469). Es precisamente como consecuencia de un contexto crítico derivado de un gran enriquecimiento previo por parte de una minoría que Agis plantea en Esparta su proyecto de restaurar la igualdad de tiempos de Licurgo, según Plutarco (Agis, 6). En efecto, tras el final de la Guerra del Peloponeso habían aumentado las desigualdades entre los libres. Para que el proyecto de Agis prosperara era fundamental proceder a una nueva distribución de la tierra en klêroi de extensión limitada y a la abolición de las deudas de los campesinos dependientes, categoría ajena a la tradición espartana y provocada por la acumulación posterior a la Guerra del Peloponeso. La abolición de las deudas representa el instrumento para poner fin al desarrollo de las dependencias derivadas de las necesidades de los más pobres de acudir a la protección de los poderosos, protección que había de pagarse, si no con dinero, con la sumisión personal. El rey colega de Agis, Leónidas, se caracterizaba en cambio por su desprecio por las tradiciones y frecuentaba los palacios de los sátrapas y la compañía de Seleuco (Plutarco, Agis, 3.9), por lo que favorecía a los ricos y temía al dêmos (7.8) y acusaba a Agis de tratar de ganarse a los pobres con promesas de repartos de tierra y abolición de deudas para alcanzar la tiranía. En el discurso que Plutarco le atribuye, Cleómenes justifica el uso de la violencia ante las actitudes de quienes se negaban a aceptar las

70

Domingo Plácido

reformas (Cleómenes, 10.2-11), que no eran más que la recuperación de las tradiciones espartanas. En estas medidas se imponían las necesidades militares nacidas de los peligros representados por la Liga Aquea, a lo que se unía una cierta tendencia a restaurar la hegemonía de los tiempos de gloria, bajo el poder de uno solo. Cleómenes culpaba a los éforos de las alteraciones de la tradición espartana y la introducción de la desigualdad social. Su plan era poner toda la tierra en común (eis méson), liberar de las deudas e incluir a extranjeros para mejorar el ejército. Él mismo y sus parientes y amigos fueron los primeros en poner las tierras a disposición para ser repartidas (11.1).

—V— En general se distinguen las aportaciones que merecen la kháris, ya vistas, de las que se definen como liturgias (Ober 1989: 231). Durante el siglo IV, la economía ateniense se caracteriza por la creciente privatización del gasto público, como ocurría con el estratego Nausicles, premiado con una corona de oro por el gasto privado (Demóstenes, 18.114 [Corona]). Ello da lugar a la aparición de ciertas ambigüedades en el desempeño de las magistraturas, como en el caso de los syllogeîs que toman la iniciativa de conmemorar en 324/3 su primer aniversario como tales con un monumento a la Madre de los Dioses y coronas de oro para dos de sus miembros (Schwenk 1985: 370-376, nº 77). Así pues, aunque no se sepa bien cómo Licurgo consiguió que las rentas de Atenas aumentaran hasta 1.200 talentos16, todo indica que se basó fundamentalmente en donaciones privadas (Hakkarainen 1997: 9), cuyos autores recibían honores públicos, o en confiscaciones, como en los casos citados por Plutarco (Vidas de los diez oradores, 843c-844a [VII. Licurgo]). Por otra parte, se habían reducido al mismo tiempo los gastos públicos, sobre todo los del “teórico” y otras ayudas para los ciudadanos pobres. Se cumplía así en buena medida el programa enunciado por Jenofonte en los Ingresos, en que critica la política agresiva de Atenas como obstáculo para el desarrollo económico. La obra pretende demostrar la inutilidad del imperio para el bienestar económico de la ciudad (Dillery 1993: 3), en una línea de pensamiento que se considera similar a la que domina 16

Tanto en las fortificaciones militares como en edificaciones públicas, esta época solo tiene paralelo en la de Pericles. Entre el siglo IV y el III se desarrollaron abundantes cultos de carácter no griego en El Pireo, como resultado de la intensa actividad con la participación de flotas de las más variadas procedencias.

La crematística en la ciudad griega antigua

71

su obra histórica principal, las Helénicas, por lo menos desde 2.3.11 (Tuplin 1993: 34). Se trata de una versión de la apragmosýne proyectada a escala de la ciudad. Además de las donaciones particulares de ricos atenienses logradas por Licurgo y de las probables confiscaciones, se especula también sobre el papel que tuvieron las ganancias debidas a la recuperación de las minas, las nuevas tierras de Oropo, las tasas a los metecos y las rentas del comercio. Aunque con otras características se verifica en Delos un proceso que presenta puntos de comparación. La isla de Delos fue el centro de una Liga que en época posterior a Alejandro funcionaba como un estado federal gobernado por un synédrion, con isopoliteía entre los ciudadanos de las diferentes póleis y un ejército común que a través de una symmakhía colaboraba con Antígono (Diodoro, 19.62.9). La Liga así liderada por Delos mantendría con los reinos relaciones alternantes, y en 280-278 proclamaría un decreto por el que reconocía los Ptolomeia como un festival equivalente a los Olímpicos (SIG3), en correspondencia con los beneficios recibidos de parte del rey. En este contexto, Delos aparece como ciudad democrática y libre, con sus leyes ancestrales, y se convierte desde entonces en el centro de actividades mercantiles protegidas donde se instalan banqueros de diversas procedencias que afirman su poder en las islas con el apoyo religioso del santuario de Apolo, que recibe como tributo las rentas de los capitales circulantes. A ello se suman las donaciones procedentes de poderosos de todo el mundo griego. La riqueza de la isla se refleja en el lujo de las casas conservadas. En definitiva, la circulación monetaria dependía de los ricos. Se calcula que buena parte de la moneda circulante en esa época procede de las acciones relacionadas con las liturgias o evergesías de los ciudadanos privados, o incluso de extranjeros benefactores como Crisipo (Demóstenes, 34 [Contra Formión]; Shipton 2000: 11). Quien no contaba con ella, como el mismo Formión, tenía que acudir a fuentes de crédito impersonales (34.23). En tal sentido, más que de depósitos, los dineros con que funcionaban los banqueros procedían al parecer de préstamos de acreedores (cf. Millett, 1991, 205, 207). Da la impresión de que, en el siglo IV, las actividades económicas permiten hablar de la interrelación entre los distintos sectores, desde los que tenían sus bienes basados en la tierra hasta los que los apoyaban en la moneda circulante, lo que los obligaba a la dependencia mutua (Shipton 2000: 15). Lisias (19.45 [Sobre los bienes de Aristófanes]) trata de uno de los efectos económicos del desarrollo de esta época, la economía invisible, de la

72

Domingo Plácido

que el cliente se presenta como víctima. Que la economía funcionaba a través de los créditos se hace patente en algunos discursos que atestiguan la importancia del crédito para el funcionamiento de la economía del momento, como el Contra Panténeto (37) y el Contra Beoto (II), sobre la dote materna (40) de Demóstenes. E igualmente el Contra Leócrates (23) de Licurgo, donde se señala cómo Timócares compró los esclavos de Amintas por treinta y cinco minas, pero, como no tenía dinero, hizo un contrato en casa de Lisicles por el que pagaba una mina de interés (tókon; Cohen 1992: 14). Para Aristóteles (Política, 1258a 37-b 8) el interés como tókos se halla encuadrado dentro de las formas de usura, que es la peor forma de crematística. Esta posibilidad de crecimiento infinito del dinero es, precisamente, uno de los rasgos que asimila las actividades económicas antiguas a las propias de la modernidad. Pero el crecimiento infinito acaba por devaluar las ganancias. Además, el modo de producción esclavista tiene una capacidad productiva más limitada y ello repercute en el crecimiento. En condiciones de crecimiento débil crece entonces la importancia de los capitales acumulados (cf. Piketty 2013: 187, 360, 368). En un fragmento de Lisias (38) citado por Ateneo (13.611d-612f ), se explica que Esquines de Esfeto, socrático, pide prestado porque se ha empobrecido (Millet 1991; 24). El demandante era el deudor, el mismo Esquines, que habría emprendido el juicio para conseguir mejores condiciones para sus deudas. El orador lo ataca por su intención de no responder a los créditos, lo que ya le ha creado problemas con los banqueros Sosínomo y Aristogitón (Plácido 2010). Por su parte, Estrepsíades (Aristófanes, Nubes, 746-756) buscaba el modo de evitar el pago de los intereses. Se refiere igualmente al préstamo con interés Teofrasto en Caracteres a propósito del “cínico” (6.9: apónoia), el “mezquino” (10.10: mikrología) y el “inoportuno” (12.11: ákairos), cuando acude a reclamar el interés en el momento del banquete posterior a un sacrificio. El protagonista del segundo caso se caracteriza como dechado de todos los males sociales (10.1-6). Parecería, con todo, que esta actividad tenía como clientes sobre todo a los comerciantes del ágora (Millett 1991: 179). Paralelamente, el “charlatán” (alazón) alardea de la cantidad que le deben por los préstamos, además de los gastos en las liturgias y trierarquías (23.6), cuando pretende mostrar su actitud evergética por las sumas empleadas. La informalidad de tales préstamos se revela en la peculiaridad del “estúpido” (14.8: anaísthetos), cuando se cita el hecho

La crematística en la ciudad griega antigua

73

de que acuda al cobro acompañado de testigos, lo mismo que le ocurre al “desconfiado” (18.5: ápistos) con respecto a los intereses (tókous). También Pólux (3.84-85) habla de bancos, préstamos, hipotecas e interés, con detalles sobre el terreno hipotecado y las estelas que lo señalan como tal (hupóbolon). Cita un texto de Demóstenes (45.33 [Contra Estéfano, I]) que trata de los banqueros y prestamistas en general relacionados con la “náutica”, y también alude a Hiperides (fr. 273) con referencia al tokistés (tokízetai autô argúrion). Esta presencia del préstamo con interés se refleja en el uso que hace Platón (Político, 267a) tomándolo como metáfora para referirse a la marcha de la conversación y sus beneficios, comparados a los intereses de la deuda, el tókon. Por su parte, San Basilio vería en el interés un modo de aceptar la esclavitud voluntaria (Graeber 2011: 284). Ahora bien, de los fragmentos del discurso de Lisias Contra Esquines el socrático (38) se deduce que el recurso al crédito bancario se consideraba el último en caso de necesidad (Millett 1991: 3). En cualquier caso, las actividades estaban delimitadas por relaciones entre grupos, demos o géne, así como por el papel de determinados santuarios, como el de Ramnunte, que ponen de relieve el protagonismo que todavía ostentan en la sociedad clásica, a pesar del crecimiento de la circulación monetaria, que se mantiene en las coordenadas de las sociedades antiguas. La difusión del éranos, ya mencionado, puede considerarse un testimonio de tales rasgos, de las tensiones entre las nuevas actividades y sus limitaciones.

— VI — En Política (1256a-1257b) Aristóteles expresa su creencia de que las formas de economía que afectan a los valores tradicionales son de formación reciente, en referencia sin duda a Atenas, mientras en otras ciudades predominan aún las formas de intercambio anteriores. Jenofonte, en sus diferentes obras económicas, Económico e Ingresos, expone su concepción de las dos formas de economía, la relacionada con el oîkos y la dependiente del comercio (Cohen 1992: 7). Naturalmente, no hay capitalismo en el siglo IV ateniense, pero sí hay rasgos que se asimilan a algunos de los comportamientos propios del capital, que pueden identificarse en las consideraciones de Aristóteles sobre la crematística. Una frase de Piketty (2013: 830) puede servir de colofón para definir la situación de este tema en las condiciones presentes del conocimiento: “Como se trata de una cuestión tan compleja y tan ‘total’ (económica, política,

74

Domingo Plácido

social, cultural), es obviamente imposible saber a ciencia cierta: esa es la belleza de las ciencias sociales”.

Bibliografía AA. VV. 1976. Actes du Colloque 1973 sur l’esclavage, Paris. Blanchard, A. 2013. Ménandre, II, Paris. Burford, A. 1993. Land and labour in the Greek world, Baltimore. Cohen, E.E. 1992. Athenian economy and society. A banking perspective, Princeton. Davies, J.K. 2006. “Hellenistic economies”, en G.R. Bugh (ed.), Cambridge companion to the Hellenistic world, Cambridge: 73-92. Descat, R. 2004. “L’économie”, en P. Brulé y R. Descat (dirs.), Le monde grec aux temps classiques, II: Le IVe siècle, Paris: 353-412. Dillery, J. 1993. “Xenophon’s Poroi and Athenian imperialism”, Historia 42: 1-11. Engen, D.T. 2005. “‘Ancient greenbacks’: Athenian owls, the law of Nikophon, and the Greek economy”, Historia 53: 259-381. Faulkner, N. 2013. De los neandertales a los neoliberales. Una historia marxista del mundo [2013], Barcelona. Ferrucci, S. 2012. “Schiavi banchieri: identità e status nelle’Atene democratica”, en A. Di Nardi y G.A. Lucchetta (eds.), Nuove e antiche schiavitù. Atti del convegno internazionale Chieti, Università “G. D’Annunzio”, 4-6 marzo 2008, Pescara: 98-109. Finley, M.I. 1974. “Aristotle and economic analysis”, en M.I. Finley (ed.), Studies in ancient society, London: 26-52 (= Past & Present 47, 1970: 3-25). Gallino, L. 2011. Finanzcapitalismo. La civiltà del denaro in crisi, Torino. García Domingo, E. 2015. “Una multa sagrada (Lisias 9)”, Estudios Clásicos 147: 31-52. Georges, P. 1994. Barbarian Asia and the Greek experience. From the archaic period until the age of Xenophon, Baltimore. Graeber, D. 2011. Debt. The first 5000 years, New York. Hakkarainen, M. 1997. “Private wealth in Athenian public sphere during the late classical and early Hellenistic period”, en J. Frösén (ed.), Early Hellenistic Athens. Symptoms of a change, Helsinki: 1-32. Hands, A.R. 1968. Charities and social aid in Greece and Rome, London. Harris, E.M. 2002. “Workshop, marketplace and household: the nature of technical specialization in classical Athens and its influence on economy and society”, en P. Cartledge, E.E. Cohen y L. Foxhall (eds.), Money, labour and land. Approaches to the economics of ancient Greece, London: 67-99.

La crematística en la ciudad griega antigua

75

Luchetta, G.A. 2012. “Immagini di schiavi: così lontane e così vicina”, en A. Di Nardi y G.A. Lucchetta (eds.), Nuove e antiche schiavitù. Atti del convegno internazionale Chieti, Università “G. D’Annunzio”, 4-6 marzo 2008, Pescara: 9-25. Marx, K. 1976. Elementos fundamentales para la crítica de la economía política, 3 (Borrador) 1857-1858 [1953], Madrid. Meikle, S. 1979. “Aristotle and the political economy of the polis”, Journal of Hellenic Studies 99: 57-73. Meikle, S. 1995. Aristotle’s economic thought, Oxford. Millett, P. 1989. “Patronage and its avoidance in classical Athens”, en A. Wallace-Hadrill (ed.), Patronage in ancient society, London: 15-47. Millett, P. 1990. “Sale, credit and exchange in Athenian law and society”, en P. Cartledge, P. Millett y S. Todd (eds.), Nomos. Essays in Athenian law, politics and society, Cambridge: 167-194. Millett, P. 1991. Lending and borrowing in ancient Athens, Cambridge. Mossé, C. 1972. “La vie économique d’Athènes au IVe siècle: crise ou renouveau?”, en Praelectiones Patavinae. Raccolte da F. Sartori, Roma: 135-144. Ober, J. 1989. Mass and elite in democratic Athens. Rhetoric, ideology, and the power of the people, Princeton. Oliver, G.J. 2006. “The economic realities”, en K.H. Kinzl (ed.), Companion to the classical Greek world, Oxford: 281-310. Ophir, A. 1991. Plato’s invisible cities. Discourse and power in the Republic, London. Oulhen, J. 2004. “La société athénienne”, en P. Brulé y R. Descat (eds.), Le monde grec aux temps classiques, II: Le IVe siècle, Paris: 251-351. Piketty, T. 2013. Le capital au XXIe siècle, Paris. Plácido, D. 1980. “La ley ática de 375/4 y la política ateniense”, Memorias de Historia Antigua 4: 27-41. Plácido, D. 1989. “‘Nombres de libres que son esclavos...’ (Pólux, III, 82)”, en Esclavos y semilibres en la Antigüedad clásica, Madrid: 55-79. Plácido, D. 2002. “La politeía de Socrate et celle de Protagoras”, en S. Ratti (ed.), Antiquité et citoyenneté, Besançon: 197-203. Plácido D. 2009. “¿Hubo previsión social en las sociedades preindustriales? Estado de la cuestión y vías de investigación. La Antigüedad”, en S. Castillo y R. Ruzafa (eds.), La previsión social en la Historia. Actas del VI Congreso de Historia Social de España, Vitoria, 3-5 de julio de 2008, Madrid: 11-16. Plácido, D. 2010. “Esquines de Esfeto: las contradicciones del socratismo”, en L. Rossetti y A. Stavru (eds.), Socratica 2008. Studies in ancient Socratic literature, Bari: 119-133.

76

Domingo Plácido

Polanyi, K. 1944. The great transformation, New York. Rhodes, P.J. & Osborne, R. 2003. Greek historical inscriptions 404-323 BC, Oxford. Ste. Croix, G.E.M. de. 1981. The class struggle in the ancient Greek world, London. Schwenk, C.J. 1985. Athens in the age of Alexander. The dated laws and decrees of the “Lykourgan era”, 338-322 BC, Chicago. Seaford, R. 2004. Money and the early Greek mind. Homer, philosophy, tragedy, Cambridge. Shipton, K. 2000. Leasing and lending. The cash economy in fourth-century BC Athens, London. Slater, P.E. 1968. The glory of Hera. Greek mythology and the Greek family, Boston. Stroud, S. 1974. “An Athenian law on silver coinage”, Hesperia 43: 157-188. Tod, M.N. 1948. A selection of Greek historical inscriptions, II. From 403 to 323 BC, Oxford. Todd, S.C. 1993. The shape of Athenian law, Oxford. Torres, J. 2010. La crisis de las hipotecas basura. ¿Por qué se cayó todo y no se ha hundido todo?, Madrid. Tuplin, C. 1993. The failings of empire. A reading of Xenophon Hellenica 2.3.11-7.5.27, Stuttgart. van Wees, H. 1998. “The law of gratitude: reciprocity in anthropological theory”, en C. Gill, N. Postlethwaite & R. Seaford (eds.), Reciprocity in ancient Greece, Oxford: 13-49. Wood, E.M. 2003. “La polis y el ciudadano-campesino”, en J. Gallego (ed.), El mundo rural en la Grecia antigua, Madrid: 269-326. Zelnick-Abramovitz, R. 2000. “Did patronage exist in classical Athens?”, L’Antiquité Classique 69: 65-80.

La crematística en la ciudad griega antigua

77

RIQUEZA Y DESIGUALDAD EN LA ATENAS DEL SIGLO IV A.C.

Julián Gallego (universidad de buenos aires / conicet)

La Grecia antigua y el análisis cuantitativo

L

a desigual distribución de la riqueza bajo las condiciones actuales del capitalismo es, como bien se sabe, el eje sobre el que Piketty (2013) ha centrado su atención; también forma parte de sus reflexiones el posible rol del estado, a través de sistemas tributarios progresivos, como modo de intervenir en la distribución y atenuar el impacto de la desigualdad, incluso de propender a cierta igualación. No son sus respuestas concretas sino los interrogantes, y los aspectos conceptuales a veces subyacentes en las respuestas mismas, los que aquí se abordan, en la medida en que ellos convocan a reflexionar sobre la especificidad de la Atenas del siglo IV a.C. a partir de preguntas que no dejan de remitir a la situación presente. Como en muchos otros aspectos de la Grecia antigua, las estimaciones acerca de cuán igualitarias o desiguales fueron las póleis según la distribución de la riqueza han conducido a que, sobre la misma base documental, algunos estudiosos las han considerado sociedades relativamente igualitarias1 mientras que otros las han percibido como sociedades desiguales2. En este renovado contexto, los historiadores de la Antigüedad parecen haber dejado de lado la conocida admonición de Finley (1985: 60-66, 106-108) contra la posibilidad de realizar análisis cuantitativos en el marco de la disciplina. Es lo que ocurre con el tema de la distribución de la riqueza y la evaluación del grado de igualdad o desigualdad en la Atenas del siglo IV, que ha encontrado un lugar privilegiado entre los 1

2

Burford 1993: 15-55, y Hanson 1995: 181-219, estiman una ratio de 5 a 1 entre las propiedades más grandes y las de la mayoría de los ciudadanos caracterizados como granjeros (farmers) medianos. Foxhall 2002; 2007: 21-54; cf. 1992; 1997; van Wees 2001; 2006.

79

intereses de los especialistas debido a una aceptable conjunción de los datos disponibles sobre población y riqueza y a cierto nivel de consenso dentro de la comunidad académica en cuanto a la posibilidad de usar estos números, más de allá de discusiones sobre la interpretación de ciertos aspectos puntuales. El objetivo de este análisis, tras revisar los datos y las interpretaciones planteadas, es ensamblar esta información en un modelo de distribución de la riqueza entre diferentes sectores de la comunidad de ciudadanos atenienses, siguiendo los distintos criterios, implícitos o explícitos, que los historiadores han adoptado. A partir de esto, se extrae el coeficiente de Gini con la idea de ponderar, dentro de lo que cabe, el grado de desigualdad que implica determinada disposición de los datos, cuando se asumen ciertos puntos de partida. El resultado que se obtiene aquí a partir de los datos y los diferentes argumentos ensamblados se vuelca en un posible modelo de distribución de la tierra, el elemento más significativo de la riqueza en función de los datos a los que se tiene acceso. Finalmente, se intenta plantear una serie de cuestiones abiertas al debate conforme a los ejes sobre los que versa este volumen. La conclusión es que, en términos relativos y comparativos pero no en términos absolutos, claro está, la comunidad ateniense fue relativamente igualitaria, a pesar de sus importantes disparidades.

El tímema del Ática El abordaje propuesto se enfrenta a un inconveniente: la construcción estadística depende de muestras aleatorias producidas a partir de datos en muchos casos literarios. Esto es lo que Finley criticaba, pero que Hansen (1986), por ejemplo, ha sabido conjugar y compulsar de manera adecuada con respecto a la población ateniense de ciudadanos varones adultos en el siglo IV, mostrando las posibilidades de ponderar ciertos aspectos de la vida de Atenas. Pero además, en el mejor de los casos, estamos limitados a cuantificar solamente a este sector poblacional, teniendo que contentarnos con suponer un número semejante de mujeres adultas, como esposas que junto con los varones conforman otros tantos hogares, y un número hipotético de hijos/as que garantizaran al menos la reproducción de la población adulta existente. Fuera de los ciudadanos, no es posible conjeturar nada sobre sectores importantes de la sociedad ateniense como metecos y esclavos, cuya incidencia en la distribución de la riqueza y la desigualdad va de suyo, pero que, como

80

Julián Gallego

indica Ober (2010: 259 n. 27), debemos pasar absolutamente por alto. Por ende, nuestras consideraciones se restringen necesariamente al grupo poblacional estudiado minuciosamente por Hansen, asumiendo una serie de factores condicionantes que iremos desagregando a lo largo del texto. Otra restricción de esta construcción concierne a la temporalidad de la muestra: excepto para algunos momentos cuando se producen ciertos cambios puntales3, nuestro arco temporal, conforme a la datación para las cifras utilizadas, va de 403 a 317/6. De manera que debemos contentarnos con un cuadro de situación construido con datos dispersos para un período de más de ocho décadas, muy alejado de las frecuencias estadísticas actuales que nos permiten organizar los datos modernos. A esto se suma el problema de la riqueza visible e invisible4. No se trata de bienes raíces y bienes muebles, respectivamente, como explicaba Harpocracio (s.v. aphanès ousía kaì phanerá), sino de la riqueza exteriorizada u ocultada por el propio interesado. Hacer visible o invisible la riqueza dependía en gran medida de la actitud de cada ateniense implicado, en una tensión entre los requerimientos de la pólis (liturgias y contribuciones exigidas) y el compromiso para con la pólis manifestado o no por los ciudadanos, en especial los más ricos, según buscaran o no implicarse más abiertamente en la competencia política, la philotimía, etc. Los intentos de cuantificación que vamos a desplegar, buscando posibles patrones de distribución de la riqueza, no solo son discutibles, debatidos y contrapuestos por los especialistas, sino que incluso existen quienes, como Gabrielsen (1994: 45-53), plantean la imposibilidad de decidir un nivel mínimo de riqueza a partir del cual un ateniense quedaba integrado en la clase litúrgica (3-4 talentos) y un nivel mínimo a partir del cual formaba parte de la clase ociosa (1 talento), tal como planteaba Davies (1971: xxiii-xxiv; 1981: 28-37). Para Gabrielsen, lo que se desprendería de la documentación es que atenienses con 8.000 dracmas pudieron llegar a formar parte de la clase litúrgica, aun cuando otra evidencia relacione a los poseedores de 50.000 dracmas con aquellos que ejecutaban las liturgias5. Esta observación, relevante en cierto sentido, impediría toda posibilidad de construir un modelo cuantitativo, en

3 4 5

Reforma de Calístrato (378/77) sobre eisphorá y proeisphorá; ley de Periandro (358/57) sobre symmoríai; etc. Cf. Gabrielsen 1986; 1994: 53-60; Cohen 1992: 191-207; Ferrucci 2005. Cf. Demóstenes, 27.64; Iseo, 5.35-36; Jenofonte, Económico, 2.3 ss.

Riqueza y desigualdad en la Atenas del siglo IV a.C.

81

caso de que se siga a rajatabla las consecuencias derivadas de lo indicado por este autor. Una primera base para realizar el cálculo, aceptada prácticamente por todos los historiadores teniendo en cuenta los datos de Demóstenes (14.19; 14.27), Filócoro (FGrHist, 328 F 46 = Harpocracio, s.v. hóti hexakiskhília) y Polibio (2.62.7), es el tímema del Ática estimado en alrededor de 6.000 talentos. Considerando que se trata de la riqueza exteriorizada (phanerà ousía) por los atenienses alcanzados por el pago de la eisphorá a partir de las reformas de Calístrato de 378/77, está claro que hay una parte del patrimonio que se nos escapa, que resulta imposible de estimar, o bien por la subvaluación de los propios interesados6, o bien por el ocultamiento de riqueza (aphanès ousía). El cálculo, pues, se restringe a la riqueza que podemos estimar a partir de estas condiciones, centrando la discusión en el número de atenienses alcanzados por el pago de la eisphorá: 6.000, 2.000 o 1.2007. Todas las propuestas suponen cálculos estimativos de la riqueza y la población; sobre esta base hemos elaborado un modelo que se sostiene en las cuantificaciones y los argumentos que se presentan a continuación.

Cuantificación de las variables consideradas Veamos las cuantificaciones establecidas, empezando por aclarar los criterios seguidos. Muchos datos son conocidos por los especialistas; avanzo rápidamente por estas cuestiones, dividiendo la información en: Población; Número de hogares; Riqueza mínima (requerida para ser considerado parte de un sector u otro); Riqueza acumulada (para cada sector). Población. El total de ciudadanos varones adultos es de 30.000, a partir de Hansen (1986) que señala su estabilidad a lo largo del siglo IV. Se acepta la idea de Strauss (1986: 42-43) que asocia “los 3.000” de fines del siglo V8 con los ploúsioi que poseían 4.500 dracmas o más;

6

7

8

82

En principio, se tomaba en cuenta lo declarado por el propio interesado, aunque la antídosis (cf. Christ 1990) y la posible confección de catastros en los demos áticos seguramente aportaban correcciones puntuales. Para los que aducen que pudieron ser 6.000: Jones 1957: 13, 28-30, 83-85; Ste. Croix 1953: 33; Brun 1983: 20-22; Markle 1985: 282; Valdés Guía 2014: 252-253, 256257, 268. En torno a 2.000: Rhodes 1982: 8; cf. Davies 1981: 34. Un total de 1.200: Ruschenbusch 1978; 1987; Mossé 1979; Kron 2011: 129-130. Jenofonte, Helénicas, 2.3.18-20; 2.4.40; Aristóteles, Constitución de los atenienses, 36.2.

Julián Gallego

eran los atenienses más ricos9. Claro está, este sector formaba parte de los 9.000 con 2.000 dracmas o más delimitado por las reformas de Antípatro en 322/21. Diodoro (18.18.4-5) indica que esto produjo la exclusión de 22.000 atenienses; Plutarco (Foción, 28.4) consigna solo 12.000 marginados10; nos inclinamos por la cifra de Diodoro en la medida en que resulta compatible con los cálculos de Hansen. En 317/16 Casandro impuso un censo de 10 minas (1.000 dracmas), la mitad del de Antípatro; cuando Demetrio de Falero asumió la regencia, el censo llevado a cabo arrojó un total de 21.000 ciudadanos; es dable pensar que la baja en el censo permitió que recuperasen los derechos ciudadanos unos 12.000 de los excluidos, no todos porque la población ciudadana era de 30.000 cuando Antípatro realizó sus reformas11. Los 9.000 restantes con menos de 1.000 dracmas se repartían en 5.000 sin tierras12 y, por simple sustracción, unos 4.000 que poseerían alguna propiedad, ciertamente modesta. Número de hogares. Al incorporar esta variable se toma en consideración la propuesta de Foxhall (1992: 156) a partir de una sugerencia hecha por Jameson (1977/78: 125), que si bien parte de una estimación de 22.000 ciudadanos varones adultos como población total ateniense inmediatamente aclara que, en realidad, se refiere a hogares más que a individuos. En todo momento existiría un número de ciudadanos varones que aún no habrían llegado a ser jefes de sus propios hogares, y por lo tanto todavía no poseerían ni trabajarían la tierra independientemente de sus padres y/o hermanos. Se asume que había hogares con más de un varón adulto (padre e hijo; hermanos) adoptando como criterio que habría cuatro ciudadanos varones adultos cada tres hogares, es decir, dos de ellos tendrían un adulto cada uno y el restante dos adultos13. Puesto que las cargas trierárquicas y las demás liturgias se aplicaban a patrimonios 9 10

11 12 13

[Demóstenes], 42.22. Cf. Valdés & Gallego 2010: 202 n. 75. Hansen 1986: 28-36; Sekunda 1992: 319-320; Lape 2004: 43-44. El número de ciudadanos de Plutarco procedería del censo de Demetrio de Falero, tal vez su fuente principal; por eso decía que fueron 12.000 los ciudadanos excluidos en 322. La fuente de Diodoro parece haber sido Jerónimo de Cardia. Cf. van Wees 2011, 108-109 (96-101, 107-110), que analiza los números de los censos y sus implicaciones económicas y demográficas. Diodoro Sículo, 18.74.3; Ctesicles, FGrHist, 245 F 1 = Ateneo, 6.103 (272 C). Dionisio de Halicarnaso, Lisias, 32 = apud Lisias, 34. Cf. Gomme 1933: 26. El ciclo vital de los hogares propuesto por Gallant 1991: 22-30, abona la idea de que el número de varones adultos sería siempre mayor que la cantidad de hogares, más allá de la movilidad demográfica y económica. Ver Cox 1998: 109, 141-143, que retoma el modelo de Gallant; cf. Demóstenes, 53.6; 53.10; Lisias, 18.14; 18.20-21; Davies 1971: 404-405, 571.

Riqueza y desigualdad en la Atenas del siglo IV a.C.

83

gestionados por jefes de hogares14, cabe considerar entonces que los 300 más ricos y los 900 que le siguen en la escala hasta completar los 1.200 indicados en las fuentes implican número de hogares15, calculando una mayor población dentro de los mismos siguiendo la pauta ya indicada. En cambio “los 3.000” ya mencionados implican una cifra poblacional, puesto que serían parte de este estrecho grupo ciudadanos procedentes de un mismo hogar. Lo mismo cabe conjeturar sobre las cifras de los censos de Antípatro y Demetrio: se trataría de cantidades de ciudadanos varones adultos, existiendo siempre la posibilidad de hogares con más de un varón adulto. Asimismo, el número de excluidos de la ciudadanía en cada reforma de finales del siglo IV apunta a cantidad de población, lo mismo que los 5.000 carentes de tierras que habrían quedado marginados de la ciudadanía según la propuesta de Formisio no aprobada. Riqueza mínima. Los 3.000 con 4.500 dracmas o más, los 9.000 con 2.000 dracmas o más y los 21.000 con 1.000 dracmas o más ya han sido presentados. Davies (1981: 34-35) ha establecido el límite en 3-4 talentos para los 300 más ricos y de 1 talento para los 900 que le siguen en la escala de riqueza16. Kron (2011: 129, 131) adopta el promedio de 3,5 y 1,5 talentos, respectivamente, que aquí tendremos en cuenta. La riqueza de los sectores con escasas propiedades de tierra o sin ellas se conjetura a partir de datos sobre valores de pequeñas parcelas (posibles huertos) y casas de precios bajos para los primeros 4.000 ciudadanos que no alcanzaban el censo de 1.000 dracmas establecido en época de Demetrio, y a partir de datos sobre valores de casas modestas para los 5.000 ciudadanos sin tierra alguna17. 14

15

16 17

84

Dos o más ciudadanos de un mismo hogar solo pagaban las liturgias correspondientes al patrimonio tasado, pero en el registro figuraría cada ciudadano nominalmente alcanzado por la obligación: Lisias, 18.21; Isócrates, 18.60. Isócrates, 15.145, señala que padre e hijo, siendo parte de los 1.200, pagaron tanto eisphoraí como liturgias, aportando tres veces para la trierarquía y asumiendo con creces también otras liturgias, lo cual destaca que si bien nominalmente figuraban ambos, el patrimonio habría sido tasado solo una vez según las cargas a pagar. Cf. Davies 1971: xxiii-xxiv; 1981: 34-35; Ruschenbusch 1978; 1987; Mossé 1979; Rhodes 1982; MacDowell 1986; Wallace 1989; Gabrielsen 1994: 183-197; Kron 2011: 129-131. Davies no cree que estos 900 pagaran contribuciones; eran el límite de la clase rica ociosa. Precios de tierras y de casas reunidos por Kron 2011: 131-132. Tierras: 50 dracmas, IG, II2, 1596, 23-24; 100 dr., IG II2 1597 (A), lín. 17-18; más de 150 dr., IG II2 1598 A, lín. 4-5; eskhatiá: 50 dr., seis ejemplos: IG II2 1594, lín. 27-30; 31-32; 33-34; 37-38; 39-43. Casas: khoríon: 105 dr., Pritchett 1956: 270, Estela X, 16; khoríon y oikídion: 300 dr., Iseo 2.35; oikía, khoríon y kêpos: 205 dr., Pritchett 1956: 270, Estela X, 17; oikía: 105 dr., Pritchett 1956: 270, Estela X, 15; 575 dr., Crosby & Young 1941, lín. 1-39; 215

Julián Gallego

Riqueza acumulada. Para la construcción de esta variable hay que tomar en cuenta las discusiones sobre cuántos serían los atenienses que pagaban la eisphorá. Los distintos cálculos obedecen a las distintas interpretaciones planteadas por diferentes autores. Este tributo permite establecer un tímema del Ática de 6.000 talentos relativo al conjunto de los contribuyentes. No se trata de un valor absoluto, pero permite hacer conjeturas del reparto de la riqueza dentro de este grupo de contribuyentes, en la medida en que pagaban un porcentaje de la riqueza declarada o exteriorizada a partir de controles como los que pudieron existir en los demos. Según la cantidad de contribuyentes a la eisphorá que se considere, con un tímema del Ática de 6.000 talentos, partiendo de los atenienses más ricos y bajando eventualmente en la pirámide social para incluir a los poseedores de una riqueza intermedia, esto nos lleva a considerar cómo pudo estar distribuido dicho tímema entre esos contribuyentes. Sobre la base de la riqueza mínima acumulada por cada sector, para determinar cuál pudo haber sido su participación en el tímema de 6.000 talentos, se procede a ajustar el patrimonio de los sectores implicados en el pago de la eisphorá, tomando en cuenta para ello el porcentaje de la riqueza mínima de cada sector en relación con la riqueza mínima acumulada entre todos los alcanzados por este tributo. Para los demás sectores se estima la riqueza promedio a partir de los mínimos y máximos que delimitan cada rango de riqueza; de otro modo se llegaría a situaciones en las que el promedio se ubicaría por encima del mínimo del sector inmediato superior.

Un modelo de distribución de la riqueza A partir de lo visto, presentamos un modelo que toma en cuenta los debates sobre la eisphorá, la proeisphorá y las liturgias. Según puede desprenderse de las fuentes, la eisphorá abarcaba a un sector más amplio que los 1.200 que afrontarían todas las cargas (Demóstenes, 20.26-28; Isócrates, 15.145). Rhodes (1982: 7-8) propone que 2.000 pagaban eisphorá; Gabrielsen (1994: 189-90) argumenta que 1.200 es una cifra demasiado baja, siguiendo a Boeckh (1842: 530) para quien muchos otros junto a los 1.200 pagaban esta contribución (cf. Thomsen 1964, 200-201). Si asumiéramos provisoriamente la hipótesis de que el tímema

dr., Walbank 1982: 79-82, Estela II, lín. 1-7; 145 dr., Walbank 1982: 79-82, Estela II, lín. 16-21.

Riqueza y desigualdad en la Atenas del siglo IV a.C.

85

de 6.000 talentos se lograba con el aporte de los 3.000 ciudadanos más ricos (cf. Figura 1, sectores 1-3), distribuidos según la relación de cuatro adultos cada tres hogares que hemos formulado, el total de hogares para estos 3.000 ciudadanos sería de 2.250, cercano a la conjetura de Rhodes. ¿Eran estos 2.000/2.250, es decir, 800/1.050 más por encima de los 1.200, una cifra no demasiado baja para el pago de la eisphorá, que incluiría a muchos otros? Recientemente, Valdés Guía (2014: 252-253, 256-257, 268) ha analizado la información que presenta Demóstenes (27.7; 28.4; 29.59), retomando para ello las interpretaciones de Jones (1957: 28-30, 84) y de Ste. Croix (1953: 33) con respecto a que, con la reforma de la eisphorá de 378/77, la riqueza mínima requerida para ser contribuyente habría quedado fijada en 25 minas (2.500 dracmas)18 y la cantidad de ciudadanos alcanzados por el pago de este tributo sería de 6.00019. Según la proporción entre varones adultos y hogares utilizada aquí, estos 6.000 atenienses formarían parte de unos 4.500 hogares cada uno de ellos con una riqueza de 2.500 dracmas o más. Siguiendo a Davies, se considera que los 3 talentos (18.000 dracmas) que ha comprobado son un mínimo indicativo para los 300 atenienses más ricos20, que pueden equipararse al grupo de los proeisphérontes21. Las sumas afrontadas por estos 300 debieron haber sido elevadas, sobre todo a partir de la institución de la proeisphorá, sumada a la trierarquía y demás liturgias; por ende, la riqueza mínima requerida debió estar en 18

19

20 21

86

Cf. Demóstenes, 22.60, sobre el reclamo por un pago atrasado de 34 dracmas por una eisphorá; de esto se colige un patrimonio de 34 minas si la tributación se hubiera realizado con una tasa del 1%. Ver Boeckh 1842: 531. Según la perspectiva aquí adoptada, la propuesta de Jones 1957: 23-38, acerca de 6.000 atenienses pagadores de eisphorá (seguida inmediatamente por Ste. Croix 1953, pues el texto original de Jones data de 1952, aunque con antecedentes en Boeckh 1842: 523-536) se ajusta mejor a la elaboración de Davies 1971: xxiii-xxiv; 1981: 34-35 (con los aportes de Ruschenbusch 1978; 1987; Mossé 1979; Kron 2011: 129-131), que a la reelaboración de Rhodes 1982, que corrige a Davies para incluir a todos los que anualmente quedaban exceptuados del pago de liturgias (1.200 contribuyentes potenciales de los que, año a año, solo 300 aportarían, pues se irían rotando en el pago de las liturgias). Pero el problema planteado por Rhodes resulta importante: ¿cómo mantener un plantel estable de contribuyentes si se considera el número significativo de excepciones que se producían cada año? Probablemente, la respuesta provenga del hecho de que habría contribuyentes a las liturgias, tanto las trierárquicas como las agonísticas, que poseían una riqueza sensiblemente inferior a los 3 talentos, como ya hemos visto. Davies 1971: xxiii-xxiv; 1981: 17 ss., 28-37. Sobre los 300: Demóstenes, 18.103; 18.171; 50.9; [Demóstenes], 42.3-5; 42.25; Esquines, 3.222; Iseo, 6.60. Thomsen 1964: 235; Davies 1981: 19; Rhodes 1982: 6-7. Cf. MacDowell 1986: 445449; Wallace 1989; Gabrielsen 1994: 53-58, 70-72, 116-117, 189-193, 210-217; Valdés Guía 2014.

Julián Gallego

los 3 talentos o más, pues como puede deducirse de Davies es probable que quienes poseyeran menos que 3 talentos, no asumieran las cargas más gravosas. Pero no todos han coincidido con la idea de un límite bien establecido; MacDowell (1986: 443-444) cree que era un resultado práctico; Gabrielsen (1994: 45-53) plantea la imposibilidad de decidir un nivel mínimo de riqueza a partir del cual un ateniense quedaba integrado en la clase litúrgica y un nivel mínimo a partir del cual pasaba a formar parte de la clase ociosa, tal como planteaba Davies22. Dentro del sector de los más ricos (que aquí asociamos a los 300 a cargo de la proeisphorá y no a todos los miembros de la clase litúrgica) había patrimonios muy superiores a los 3 talentos, como muestra la evidencia23. En función de sus cálculos, Kron (2011: 131) conjetura que había unos 30 atenienses con unos 15 talentos; esto es compatible con nuestro esquema. Se considera un mínimo de 1,5 talentos (9.000 dracmas) para los 900 hogares ricos inmediatamente por debajo de los 300, ya que, como indica Gabrielsen, el pago de liturgias, incluida la trierarquía, pudo implicar a individuos con 8.000 dracmas. Este límite coincide con la estimación de Kron (2011: 129). Figura 1. Distribución de la riqueza en la Atenas del siglo IV a.C. Sector

Cantidad de población

Cantidad de hogares

1 2 3 4 5 6 7 8 Total

400 1.200 1.400 3.000 3.000 12.000 4.000 5.000 30.000

300 900 1.050 2.250 2.250 9.000 3.000 3.750 22.500

22

23

Riqueza mínima individual (dracmas) 18.000 9.000 4.500 2.500 2.000 1.000 360 120 -----

Riqueza mínima por sector (talentos) 900 1.350 787,5 937,5 750,0 1.500,0 180,0 75,0 6.480,0

Riqueza acumulada por sector (talentos) 1.358,4 2.037,6 1.188,6 1.415,4 796,9 2.100,0 315,0 138,8 9.350,7

Riqueza promedio individual (dracmas) 27.168 13.584 6.792 3.774 2.125 1.400 630 222 -----

Como ya vimos, de algunas fuentes se deduce que atenienses con 2 talentos o menos pudieron haber pagado la trierarquía y ser parte de la clase litúrgica (cf. Demóstenes, 27.64; Iseo, 5.35-36), mientras que otra evidencia asocia a los poseedores de 8 talentos o más con los que pagaban liturgias (cf. Jenofonte, Económico, 2.3 ss.). Demóstenes, 14 talentos (Demóstenes, 27.11; 29.59); Onetor, 30 talentos (Demóstenes, 30.10); Timoteo, 17 talentos ([Aristóteles], Económico, 1350b 1 ss.; Aristófanes, Pluto, 180, y escolio; Lisias, 19.40; cf. Demóstenes, 27.7; 29.59); se dice que la mayor fortuna era de un tal Aristófanes: Platón, Alcibíades, 123c; Lisias, 19.29.

Riqueza y desigualdad en la Atenas del siglo IV a.C.

87

Una primera lectura del cuadro es la siguiente: considerando la riqueza mínima acumulada por los primeros tres sectores resulta que el 10% de los hogares de la clase ociosa (con las observaciones a tener en cuenta con respecto a quienes se hallaban en el límite de 4.500 dracmas24), poseería el 47% de la riqueza, quedando en manos del 90% de los demás atenienses el 53% restante de la riqueza. Pero, aplicada la corrección sobre la riqueza requerida para ser parte de los 3.000 más ricos repartidos en los primeros tres sectores, conforme al tímema del Ática de 6.000 talentos considerado para la recaudación de la eisphorá, se observa que la riqueza promedio acumulada para esta clase ociosa es de alrededor del 51%. De manera que, con esta hipótesis de distribución de la riqueza, los 3.000 atenienses ricos acumularían más de la mitad de la riqueza, mientras que los restantes 27.000 atenienses se repartirían el 49%. Claro está, puede que se esté subvalorando la riqueza de los más ricos, teniendo en cuenta que el promedio de riqueza para el sector 1 de los 300 más ricos, es de 4,53 talentos, cuando es sabido que había atenienses con patrimonios de 10-15 talentos o más. Más allá de las obvias inexactitudes inherentes al cálculo propuesto sobre la base del tipo de datos disponibles y las conjeturas avanzadas por los especialistas, para los sectores 2, 3, 4 y 5 (para los cuales contamos con las referencias del nivel mínimo de riqueza y también el máximo marcado por el sector inmediato superior) el promedio de riqueza individual propuesto resulta una pauta plausible dentro de cada sector. Lo que debe advertirse es que en el caso de los tres sectores de la clase ociosa, la riqueza considerada es la riqueza visible, a partir de lo declarado por el propio individuo, o a partir de la antídosis por la cual un individuo alcanzado por una liturgia buscaba demostrar que existía otro que teniendo más riqueza, sin embargo, no pagaba contribuciones, o a partir de los registros en los demos áticos, en los que los vecinos conocerían las situaciones patrimoniales permitiendo la elaboración de catastros locales de las propiedades 24

Strauss 1986: 42-43, piensa que los que poseían un mínimo de 4.500 dracmas integraban la clase ociosa, ya que en [Demóstenes], 42.22, las quejas sobre las dificultades para vivir con esa riqueza apuntan a evadir el pago de cargas. Ober 1989: 129 n. 59 (cf. Davies 1981: 28, 75), discute esta apreciación y ve en este sector un posible límite entre los que debían trabajar para vivir y los que no necesitaban hacerlo. Obsérvese que el promedio de la riqueza individual exteriorizada por este sector se situaría un 10% encima de lo propuesto por Davies como límite para pertenecer a la clase ociosa, aunque en relación con el mínimo de 4.500 dracmas aquí adoptado la frontera debe desplazarse hacia abajo. En torno a dicho límite mínimo habría situaciones fluctuantes en cuanto a la posible ociosidad o no de los propietarios. Estos grupos menos ricos, no pagaban las liturgias más costosas, pero tal vez asumieran las de menor valor, y por supuesto la eisphorá.

88

Julián Gallego

poseídas por los atenienses allí registrados. El hecho de quedar integrado dentro de la clase ociosa, y en particular dentro de los 300 más ricos, implicaba también una fuerte cuota de voluntariedad, pues el mecanismo de la philotimía impulsaba que una parte de los ricos buscara destacarse. Así pues, se trata de la riqueza visible, pues la invisible, aquella parte que podía ser ocultada, no puede ser estimada. En cambio, para la mayoría del sector 4 y para el conjunto del 5 se trataría de toda la riqueza disponible, puede que incluso sobrevalorada, porque se trata de mínimos censitarios, de manera que los atenienses cercanos al límite de riqueza requerida habrían buscado ser considerados parte de los atenienses que conservaron los plenos derechos de ciudadanía. Los datos analizados nos permiten obtener un coeficiente de Gini = 0,44.

Un modelo de distribución de la tierra Es un punto fuera de discusión que la principal forma de riqueza en la Grecia antigua era la tierra. Este hecho sigue siendo incontrovertible también para la Atenas del siglo IV, aun cuando las evidencias disponibles han permitido realizar importantes análisis de actividades comerciales, prácticas bancarias, inversiones de riesgo, etc. No se niega, pues, la posesión de riqueza bajo otras formas distintas de la propiedad de tierras, pero hace que centremos nuestra atención en esta última. Por ende, un modo de poder estimar la riqueza sería acceder a algún tipo de registro de este tipo de posesiones. No lo tenemos, y existe una discusión planteada en torno de este problema, que últimamente parece inclinarse hacia la idea de que en los demos hubo registros de propiedades a cargo de los demarcos, contando con la colaboración de los demotas, que como vecinos solían conocer la situación de sus propias localidades25. 25

Finley 1951: 13-15 y 206-210 nn. 16-26, afirmaba que no hubo un catastro del Ática. A partir de su postura, muchos estudiosos sostuvieron la misma idea; cf. Brun 1983: 6; Osborne 1985: 76; Gabrielsen 1986: 113 n. 40; 1994: 53; Christ 1990: 158. Faraguna 1997; 2000, ha permitido cambiar la perspectiva demostrando que en Atenas había registros catastrales en los demos, sugerencia planteada brevemente por Walbank 1982: 86 n. 28, 96, como reconoce Faraguna. La posición de este último pone en debate, asimismo, el problema de las fronteras territoriales de los demos áticos, cuestión que ha sido objeto de discusión según visiones antitéticas como las de Thompson 1971, y Langdon 1985. Si en el contexto de los demos la delimitación de las fronteras entre unos y otros supone que se comportaran como unidades territoriales, la fijación de los límites implicaría no solo la capacidad de los demos de determinar sus territorios respectivos sino también la de controlar y llevar un registro de su tierra pública; cf. Nemes 1980, y, sobre todo, el reciente y completo análisis de Papazarkadas 2011: 111-162, que acepta la postura de Faraguna (p. 161; cf. 232-233, 235) sobre la existencia de registros de tierras en los demos.

Riqueza y desigualdad en la Atenas del siglo IV a.C.

89

Aun cuando las estimaciones de la riqueza exteriorizada aparecen expresadas en valores monetarios (dracmas, minas, talentos), la propiedad de tierras era la riqueza principal. En este sentido, un factor que autoriza a traducir las cantidades monetarias de riqueza a propiedades de tierra es el tímema del Ática, basado evidentemente en la referencia de la distribución de las propiedades agrarias y estimado en 6.000 talentos para el conjunto de los contribuyentes. Lo cual permite, como veremos, conjeturar sobre el reparto de la tierra dentro de este grupo, en la medida en que pagaban un porcentaje de la riqueza declarada, o exteriorizada, a partir de controles como los que pudieron existir en los demos. Si bien tenemos la posibilidad de acceder a ciertos precios de lotes, a partir de ventas de tierras públicas, o de propiedades confiscadas conducidas por los poletaí, no hay mucho para inferir de manera prudente, más allá de datos aislados, sobre la compra-venta de tierras entre privados; también los datos de las estelas sobre arrendamientos brindan pautas a tomar en cuenta26. El problema recurrente radica en cómo interpretar los datos que permitirían poner en relación a los sectores de la población ateniense con la riqueza poseída, que si bien se expresa en valores monetarios, no obstante, implica unas propiedades agrarias que tanto en superficie como en rendimiento deberían ser compatibles, e.g., con los censos establecidos en 322/21 y 317/1627. La cuestión, en estos dos casos, es estimar el valor de referencia de la unidad de superficie que pudo haber servido de base para la estimación de los lotes, a fin de llegar a los 2.000

26

27

90

El registro de las propiedades que podía realizarse en los demos bien pudo articularse a partir del rol de los vecinos, como reconocía Finley 1951: 14, aunque sin mencionar a los demos. Gabrielsen 1994: 57, sostiene que en los demos los vecinos conocían bien la riqueza en tierras de sus integrantes. Una inscripción proveniente del demo de Pireo (IG II2 1214.25-26), de finales del siglo IV o la primera mitad del III, muestra que un hombre de otro demo fue requerido para pagar tasa en el Pireo porque poseía propiedad allí. En el marco de la proeisphorá de 362, [Demóstenes], 50.8-9, destaca que Apolodoro, hijo de Pasión, tenía propiedades en tres demos diferentes. cf. [Demóstenes], 42.21-23, con el análisis de Wallace 1989. No es casual que fueran los miembros de los demos quienes llevaran a cabo, junto a los demarcos y los consejeros, la tarea de establecer las listas con la relación de las propiedades que los ciudadanos poseían. Cf. Jones 1957: 28; Ste. Croix 1953: 60; Brun 1983: 37-38. Precios de lotes de tierra: Pritchett 1956: 269-276; ventas de tierras públicas: Lewis 1973; Andreyev 1974; Lambert 1997; ventas de tierras confiscadas: Walbank 1982; arriendos de tierras públicas (sagradas): Walbank 1983; 1984; Osborne 1988: 281-292; Williams 2011; arriendos de tierras privadas: Osborne 1988: 304-319. Gomme 1933: 17-18; Jones 1957: 7-9, 28-31, 76-81, 142 n. 50; Brun 1983: 19; Hansen 1986: 28. Para más referencias, Poddighe 2002: 109-40; cf. Oliver 2007: 80-81; O’Sullivan 2009: 27 y n. 47, 115-116 y n. 27; Bayliss 2011: 71-72; van Wees 2011: 98.

Julián Gallego

dracmas del censo de Antípatro, que posteriormente Demetrio de Falero debió haber tomado en cuenta al establecer un censo mínimo de 1.000 dracmas. En este contexto, las rationes centesimarum, inscripciones que indican el cobro de una tasa del 1% en las ventas de tierras de grupos corporativos (demos, fratrías, etc.) a particulares, permiten realizar conjeturas a partir de lo que parece haber sido una constante usada por la pólis en las ventas públicas. A partir de las rationes centesimarum, Andreyev (1974: 14-18) arribaba a la conclusión de que en la Atenas del siglo IV el precio de un pléthron de tierra habría sido de 50 dracmas, conforme a una constante utilizada por la administración ateniense. Aplicado a los censos, esto supone que en 322/21, al imponer un mínimo de 2.000 dracmas para conservar los derechos de ciudadanía y participar del gobierno, Antípatro estuviera apuntando a restringir el cuerpo de ciudadanos a aquellos que poseyeran lotes de tierras de un mínimo de 40 pléthra, es decir, 3,6 ha28. Sobre esta base se puede estimar que desde 317/16 en adelante, a partir del acuerdo de paz propiciado por Casandro, el censo de 1.000 dracmas requerido durante la regencia de Demetrio de Falero suponía contar con una riqueza mínima en tierras de 20 pléthra, esto es, 1,8 ha29. Puesto que, como vimos, entre los censos de Antípatro y de Demetrio se habría pasado de unos 9.000 ciudadanos a los 21.000 indicados en el texto de Ctesicles (FGrHist, 245 F 1 = Ateneo, 6.103 [272 C]), habría que admitir una masa de alrededor de 12.000 atenienses que contarían con propiedades agrarias de entre 1,8 y 3,6 ha. O, al menos, se debía demostrar la posesión de otro tipo riqueza que llegara a los mínimos exigidos. El valor de 50 dracmas que Andreyev interpretaba como el precio fijo para un pléthron de tierra ha tenido amplia aceptación entre los estudiosos30, aunque también ha recibido algunas críticas que nos permitirán determinar la validez de traducir los valores monetarios a unidades de superficie de tierra conforme al análisis de los precios de los lotes en el Ática del siglo IV. Lewis (1973: 188-197) había discutido directamente con Andreyev ciertos aspectos de su propuesta, pero en general aceptaba su explicación. Recientemente, Lambert (1997: 229-233, 257-265, y esp. 262-263) ha analizado la cuestión, proponiendo que “la periodici-

28 29 30

Diodoro Sículo, 18.18.4-5; Plutarco, Foción, 28.4-5. Diodoro Sículo, 18.74.3. Burford 1977/78: 169-171; Jameson 1977/78: 125 n. 13; Hanson 1995: 188 y 478-479 n. 6; Poddighe 2002: 137; van Wees 2006: 357-358 y n. 34.

Riqueza y desigualdad en la Atenas del siglo IV a.C.

91

dad de los precios” que se verifica en los documentos31 pudo obedecer a que la pólis no utilizara precios fijos sino precios mínimos o una escala de precios mínimos por pléthron, aunque no hay otros casos conocidos. Así, se lograría el objetivo de maximizar los ingresos por venta de tierras; y los casos en que las cantidades no seguían la pauta periódica se explicarían fácilmente como ventas en las que se habría pagado más que el precio mínimo (para khoría y eskhatiaí los mínimos serían diferentes). Lambert también cita la propuesta de Humphreys (1978: 289-290 n. 19), quien planteaba que la periodicidad reflejaría la práctica, atestiguada también en los arriendos, de computar el valor capitalizado de la tierra a razón de 12,5 veces su renta anual que, como señala Lambert, podía ser el valor real o potencial de una propiedad según el conocimiento, claro está, de la productividad de la tierra dentro de una región determinada32. Esto supone un retorno del 8% anual, que en general los estudiosos han asumido como una renta plausible, aunque conservadora, en relación con la propiedad de una tierra33. Todo esto implica que, desde el punto de vista del cálculo de la riqueza en tierras que podía servir de base para un censo, una superficie de un pléthron se tradujera en un valor de 50 dracmas, u otras equivalencias con valores agregados a razón de 12,5 dracmas para cada cuarto de pléthron, al margen de que en la compra-venta de tierras entre propietarios privados los precios de mercado variaran según las condiciones

31 32

33

92

En su mayoría, los valores se rigen por el módulo de 50 dracmas o fracciones del mismo (12,5; 6,25). Cf. Osborne 1985: 56-57; Lambert 1997: 263. La pauta resulta compatible con la subasta de tierras (Lambert la considera poco probable), pues el cálculo basado en el criterio de 12,5 veces la renta anual estipularía el carácter aceptable de una oferta. En caso de que se hubiera aplicado la subasta, podría tener asidero la sugerencia de Lewis 1973: 195, sobre que la periodicidad surgiría del uso de intervalos de oferta estándares basados en la pauta de 12,5, pero considerando un valor mínimo fijado a partir del procedimiento señalado por Humphreys. Pero no siempre se terminaría respetando la periodicidad, y por eso habría valores que no se ajustarían a la pauta. Asimismo, podría haber actuado como referencia de los precios mínimos a pagar en la venta directa de tierras (diferentes para los khoría y las eskhatiaí, como dijimos), conforme, claro está, a los valores potenciales o reales de una propiedad en una región dada, habiendo casos en que se terminaría pagando más, sin atenerse entonces al valor mínimo de referencia fijado a partir de la pauta de 12,5. La venta directa o la subasta pudieron aplicarse en una caso u otro, ambos métodos articulados sobre la base de un precio mínimo, calculado a partir de computar el valor capitalizado a razón de 12,5 veces la renta anual de la tierra. Iseo, 11.42: renta anual de 8%, semejante a la de las casas; IG II2 2496, consigna una renta anual de 7,7%. Otras actividades generaban retornos más elevados; en el mismo pasaje citado, Iseo, 11.42, también señala que un préstamo de dinero arrojaba un 18% de interés. Claro está, estas inversiones eran más riesgosas.

Julián Gallego

específicas de los lotes, su ubicación, etc. Así, el precio de 50 dracmas por cada pléthron, orientativo para las ventas públicas de tierras, debió de haber operado como referencia, y no el precio real en el mercado34, con el problema complejo, señalado por Lambert (1997: 231-232), de si puede hablarse de un mercado. Como precio mínimo o como valor capitalizado a razón de 12,5 veces la renta anual, si esta periodicidad se aplicaba a las ventas bien pudo ser una referencia para establecer los censos mínimos de 2.000 y 1.000 dracmas en 322/21 y 317/16, respectivamente. De esto se seguiría que, no como precio real sino como pauta para el cálculo, el valor de 50 dracmas por pléthron pudo haber sido una pauta factible para traducir propiedades de tierra a hipotéticos valores monetarios. Sin ser un precio fijo, de todos modos, esta constante pudo servir para establecer, en función de ambos censos, la pertenencia a un sector con una riqueza de 2.000 dracmas o más, o de 1.000 dracmas o más. Pero no solo sería un indicio válido para traducir unidades de superficie a valores monetarios para los censos de Antípatro y Demetrio, sino también para los importes de los patrimonios de los atenienses con más riqueza. Se trataría de un patrón orientativo, configurado a partir de una pauta de administración de la pólis, que nos permitiría conjeturar de manera tentativa qué cantidad de tierra podía implicar aproximadamente una riqueza monetaria dada y que nos serviría para pensar los promedios de los diferentes sectores, no las haciendas reales de los terratenientes, o los labradores acomodados o los más pobres, además de que no todos poseían el patrimonio completa y necesariamente en tierras. Los resultados obtenidos se vuelcan en el cuadro de distribución de la propiedad de la tierra, considerando como hipótesis de trabajo, a partir de Foxhall (1992), un área utilizable de 1.000 km2 (90% de tierra privada y 10% de tierra pública) sobre la superficie total de 2.500 km2 del Ática35. 34

35

Por ejemplo, según se infiere de Lisias, 19.29 y 19.42, el precio por cada pléthron de tierra de la propiedad de 300 pléthra mencionada es de 83 dracmas. Como dice Lambert 1997: 233, es posible que los precios que se perciben a partir de las rationes centesimarum se determinaran tanto por factores sociales ligados a obligaciones y favores como por los factores económicos de oferta y demanda y la calidad y el tamaño de las haciendas. La cantidad de tierra productiva es siempre discutible; asumimos una superficie útil mayor que la destinada a cereales. Ober 1985: 20, y Foxhall 1992: 156, siguen a Burford 1977/78: 171-172, en este punto. Garnsey 1988: 91-93, 102; 1998: 183-200, 204, citando bibliografía previa, calcula un área sembrada con cereales compatible con nuestra perspectiva. Ver Sallares 1991: 79, 386; Osborne 1987: 46; 2010: 92-94. La tierra productiva se reparte en 90% (900 km2) de propiedad privada y 10% (100 km2) de propiedad pública; Foxhall 1992: 156. El área de cada sector se ajusta a los 900 km2

Riqueza y desigualdad en la Atenas del siglo IV a.C.

93

Los valores obtenidos al convertir valores monetarios en superficies de tierra se ajustan entonces a un área de 900 km2. El coeficiente de Gini de la distribución de la tierra es de 0,44, semejante al coeficiente de la distribución de la riqueza aun cuando el sector 8 no posee propiedad de tierra alguna y, por lo tanto, su aporte es cero en función del cálculo. Figura 2. Distribución de la tierra en la Atenas del siglo IV a.C. Sector 1 2 3 4 5 6 7 8 Total

Cantidad de ciudadanos 400 1.200 1.400 3.000 3.000 12.000 4.000 5.000 30.000

Cantidad Tamaño de Lote prode hogares lotes medio 300 32,4 ha ó más 43,2 ha 900 16,2 – 32,4 ha 21,6 ha 1.050 8,1 – 16,2 ha 10,8 ha 2.250 4,5 – 8,1 ha 6,0 ha 2.250 3,6 – 4,5 ha 3,6 ha 9.000 1,8 – 3,6 ha 2,4 ha 3.000 0,1 – 1,8 ha 1,1 ha 3.750 0 ha 0 ha 22.500 ---------

Total de hectáreas 12.960 19.440 11.340 13.500 8.100 21.510 3.150 0 90.000

Área (%) 14,4 21,6 12,6 15,0 9,0 23,9 3,5 0,0 100

Atenas en perspectiva comparativa A partir de los datos configurados y de los patrones de distribución de riqueza y propiedad de la tierra dentro del cuerpo de ciudadanos atenienses a lo largo del siglo IV, con un coeficiente Gini de alrededor de 0,44, según se considere una pauta u otra, ¿se trataría de una sociedad relativamente igualitaria o marcadamente desigual? Una forma de poner esto en perspectiva es mediante comparaciones. Así lo ha hecho Morris (2000: 140-142; 2009: 120), que obtiene un coeficiente de Gini = 0,38/0,39 para la distribución de la propiedad de tierra, a partir de Foxhall (1992) y Osborne (2010: 127-138), y lo compara con los de otras sociedades agrarias, llegando a la conclusión de que la Atenas del siglo IV era inusualmente igualitaria36. Kron (2011: 133-135) obtiene

36

94

de tierra privada. Según Foxhall 1992: 157, los ricos arrendaban la mayor parte de la tierra pública; cf. Andreyev 1974: 43-44; Osborne 1988: 291-292; pero otras posturas indican que los pobres se beneficiaban de estos arriendos: Walbank 1983: 224-225; Shipton 2000: 39-49; Williams 2011: 263 y n. 11. Aquí suponemos un efecto nulo del reparto de tierra pública sobre la distribución de la tierra. La comparación se hace con respecto al Imperio romano, el Egipto tardorromano y comunidades rurales mediterráneas del siglo XX. (El texto de Osborne citado: “Is it a farm?”, fue publicado originalmente en 1992.)

Julián Gallego

un más elevado coeficiente de Gini = 0,708, pero para la distribución de la riqueza (a partir de un cálculo propio que se basa en la misma información y bibliografía aquí analizada), y lo compara con una muestra más ecléctica llegando a la conclusión de que el grado de desigualdad en Atenas se sitúa entre los más bajos de la muestra37. Por supuesto, los criterios de la comparación son también importantes: se puede comparar haciendo un cotejo entre sociedades que se suponen semejantes (otras póleis, o regiones del mundo romano, o incluso algunas otras sociedades precapitalistas para las que se presumen pautas relativamente semejantes; Morris se mueve en esta línea); o se puede comparar en términos absolutos con otras sociedades totalmente diferentes en su configuración, incluso contemporáneas (como plantea Kron al cotejar con situaciones del capitalismo). Pero lo que también se perciben son las variaciones en las estimaciones, y por ende en los resultados, que se destacan al cotejar simplemente los resultados de Morris o de Kron con los que aquí hemos presentado. Claro está, esto obedece a los criterios adoptados y argumentados, y se halla encuadrado en la discusión en curso entre los especialistas, una discusión que probablemente no encuentre una resolución debido, en parte, a la naturaleza misma de la documentación que poseemos y a su carácter fragmentario y, en parte también, a los puntos de partida teóricos y metodológicos, implícitos o explícitos, de los análisis desarrollados38. Con los resultados a la vista, por más discutibles que estos sean tanto en su construcción como en la comparación, ¿cuánto es mucho y cuánto es poco?; ¿cuándo el vaso está medio vacío y cuándo está medio lleno? La decisión en torno al problema de la desigualdad respecto de la distribución de la riqueza y de la tierra en la Atenas del siglo IV pasa, pues, por un posicionamiento: en términos absolutos, está claro que existía desigualdad; en términos relativos, ¿fue la sociedad ateniense de este período muy desigual respecto de otras, o respecto de su historia previa? (Por ejemplo, en relación con la Atenas del siglo V, tras las reformas de Clístenes, el desarrollo del imperio, las reformas de Efialtes, la ley de ciudadanía y la introducción del misthós para la participación política 37 38

La comparación se hace con respecto a Florencia y las ciudades toscanas (1427), Inglaterra (1911-1913 y 1953-1954), EUA (1912, 1953-1954 y 1998) y Canadá (1998). Para otros intentos de evaluación de la distribución de la riqueza y de la tierra en la Atenas del siglo IV a.C.: Ruschenbusch 1985; Osborne 2010: 92-94, 112-116; Bresson 2007: 150-151, a partir de los datos de Burford 1977/78: 171, y el coeficiente de Gini calculado por Morris; Ober 2010: 257-259, revisa varios de los trabajos publicados y sintetiza los resultados alcanzados por los mismos; cf. van Wees 2011, 112-113.

Riqueza y desigualdad en la Atenas del siglo IV a.C.

95

en época de Pericles, y las formas de distribución de riqueza durante la así llamada democracia radical, que algunos han interpretado como un patronazgo estatal que compite y desplaza el patronazgo privado, etc.) Cabe plantear aquí que si bien para el siglo V no tenemos la misma cantidad ni calidad de información que para el siglo IV en lo concerniente a los sistemas de tributación, de todos modos, existen prácticas como la recaudación de la eisphorá que, si bien ya en marcha a comienzos de la Guerra del Peloponeso, se remodelan durante el siglo IV desarrollando una presión tributaria más constante sobre los atenienses más ricos, asociados luego con los proeisphérontes. Las liturgias trierárquicas y agonísticas existen previamente39, pero en el siglo IV se reorganizan afectando aún más a los atenienses más ricos; a lo cual se agrega la recaudación de la eisphorá de manera más rutinaria, incluso tal vez en una mayor medida en términos proporcionales, si se acepta que, como Davies ha planteado, en el siglo V el número de atenienses ricos era mayor que en el IV y, por ende, la distribución de la carga tributaria resultaba menos onerosa proporcionalmente hablando, contando además Atenas con los enormes recursos del imperio, que pierde con la derrota contra Esparta en el 404. Finalmente, el problema del concepto de capital. Usualmente la bibliografía citada utiliza esta noción, por un lado, como traducción de tímema, y, por el otro, a partir del hecho de que las estimaciones de la riqueza se hacen sobre una base monetaria que procede del modo en que las fuentes la consignan, en función de: a) tributación (discursos políticos ligados a la organización de los sistemas tributarios; discursos forenses ligados a la búsqueda de exenciones; etc.); b) censo mínimo de riqueza aplicado a partir de reformas políticas, requerido para detentar la ciudadanía plena; c) ventas (rationes centesimarum; otros tipos de ventas, tanto de propiedades como de bienes de consumo; etc.); d) arriendos; e) salarios. En un sentido muy general, capital es toda la riqueza, en la medida en que aparece valuada monetariamente. En este marco, el caso de las rationes centesimarum nos han permitido conjeturar posibles valores monetarios de las propiedades de tierra sobre la base de un patrón de periodicidad que plausiblemente se ligaría a una capitalización de la renta potencial o real de una propiedad determinada en un emplazamiento específico. Por ende, en este caso se tiene un cálculo porcentual

39

Cf. la queja de un oligarca ateniense a finales del siglo V: [Jenofonte], Constitución de los atenienses, 1.13.

96

Julián Gallego

del rendimiento estimado a partir de la explotación de una hacienda, sobre una base conservadora respecto de otros tipos de emprendimientos económicos (inversiones comerciales, préstamos, inversiones bancarias, etc.), entendiéndose que estas otras actividades resultaban más riesgosas respecto de la inversión en tierras, más segura y estable a lo largo del tiempo (considerando también, ciertamente, las posibles crisis agrarias dentro de esta suposición). El capital así entendido ya no sería toda riqueza mensurable según un patrón determinado sino aquella susceptible de invertirse con la posibilidad de obtener un rendimiento. Pero esto no está fuera de lo que Marx (1977: 347; 1972: 26) llamaba formas antediluvianas del capital. Que la tierra como principal medio de producción fuera comercializada, con un rendimiento que parece haberse guiado por una constante del 8%, ¿autoriza a hablar de capital en relación con este tipo de riqueza? A juzgar por la definición de capital que propone Piketty (2013: 82-84) pareciera que sí: todas las formas de riquezas poseídas y transmitidas o intercambiadas en un mercado, haciendo sinonimia entre capital y patrimonio. Me resisto a pensar que no hay una lógica social específica de cada sistema, y que la perspectiva planteada por el capital sea la llave de entrada a toda explicación. Pero así como asumimos casi naturalizándola que la categoría de estado puede ser explicativa para sociedades en las que su aplicación no se da sin forzamientos (la pólis griega sin ir más lejos), lo mismo puede suceder con el concepto de capital y el hecho de postular una lógica capitalista allí donde hay un D-M-D’.

Bibliografía Andreyev, V.N. 1974. “Some aspects of agrarian conditions in Attica in the fifth to third centuries BC”, Eirene 12: 5-46. Bayliss, A.J. 2011. After Demosthenes. The politics of early Hellenistic Athens, London. Boeckh, A. 1842. The public economy of Athens2 [1828], London. Bresson, A. 2007. L’économie de la Grèce des cités. I. Les structures et la production, Paris. Brun, P. 1983. Eisphora-syntaxis-stratiotika. Recherches sur les finances militaires d’Athènes au IVe siècle av. J.-C., Besançon. Burford, A. 1977/78. “The family farm in ancient Greece”, Classical Journal 73: 162-175. Burford, A. 1993. Land and labor in the Greek world, Baltimore.

Riqueza y desigualdad en la Atenas del siglo IV a.C.

97

Christ, M.R. 1990. “Liturgy avoidance and antidosis in classical Athens”, Transactions of the American Philological Association 120: 147-169. Cohen, E.E. 1992. Athenian economy and society. A banking perspective, Princeton. Cox, C.A. 1998. Household interests. Property, marriage strategies, and family dynamics in ancient Athens, Princeton. Crosby, M. & Young, J. 1941. “Greek inscriptions: a poletai record of the year 367/6 BC”, Hesperia 10: 14-30. Davies, J.K. 1971. Athenian propertied families 600-300 BC, Oxford. Davies, J.K. 1981. Wealth and the power of wealth in classical Athens, New York. Faraguna, M. 1997. “Registrazioni catastali nel mondo greco. Il caso di Atene”, Athenaeum 85: 7-33. Faraguna, M. 2000. “A proposito degli archivi nel mondo greco. Terra e registrazioni fondiarie”, Chiron 30: 65-115. Ferrucci, S. 2005. “La ricchezza nascosta. Osservazioni su aphanés e phanerà ousía”, Mediterraneo Antico 8: 145-169. Finley, M.I. 1951. Studies in land and credit in ancient Athens, 500-200 BC. The horos inscriptions, New Brunswick. Finley, M.I. 1985: Ancient history. Evidence and models, London. Foxhall, L. 1992. “The control of the Attic landscape”, en B. Wells (ed.), Agriculture in ancient Greece, Stockholm: 155-159. Foxhall, L. 1997. “A view from the top: evaluating the Solonian property class”, en L.G. Mitchell y P.J. Rhodes (eds.), The development of the polis in archaic Greece, London, 113-136. Foxhall, L. 2002. “Access to resources in classical Greece: the egalitarianism of the polis in practice”, en P. Cartledge, E.E. Cohen y L. Foxhall (eds.), Money, labour and land. Approaches to the economies of ancient Greece, London: 209-220. Foxhall, L. 2007. Olive cultivation in ancient Greece. Seeking the ancient economy, Oxford. Gabrielsen, V. 1986. “Phanerá and aphanès ousía in classical Athens”, Classica & Mediaevalia 37: 99-114. Gabrielsen, V. 1994. Financing the Athenian fleet. Public taxation and social relations, Baltimore. Gallant, T.W. 1991. Risk and survival in ancient Greece. Reconstructing the rural domestic economy, Cambridge. Garnsey, P. 1988. Famine and food supply in the Graeco-Roman world. Responses to risk and crisis, Cambridge.

98

Julián Gallego

Garnsey, P. 1998. Cities, peasants and food in classical Antiquity. Essays in social and economic history, Cambridge. Gomme, A.W. 1933. The population of Athens in the fifth and fourth centuries BC, Oxford. Hansen, M.H. 1986. Demography and democracy. The number of Athenian citizens in the fourth century BC, Copenhagen. Hanson, V.D. 1995. The other Greeks. The family farm and the agrarian roots of western civilization, New York. Humphreys, S.C. 1978. Anthropology and the Greeks, London. Jameson, M.H. 1977/78. “Agriculture and slavery in classical Athens”, Classical Journal 73: 122-145. Jones, A.H.M. 1957. Athenian democracy, Baltimore. Kron, G. 2011. “The distribution of wealth at Athens in comparative perspective”, Zeitschrift für Papyrologie und Epigraphik 179: 129-138. Lambert, S. 1997. Rationes centesimarum. Sales of public land in Lykourgan Athens, Amsterdam. Langdon, M.K. 1985. “The territorial basis of the Attic demes”, Symbolae Osloenses 60: 5-15. Lape, S. 2004. Reproducing Athens. Menander’s comedy, democratic culture, and the Hellenistic city, Princeton. Lewis, D.M. 1973. “The Athenian rationes centesimarum”, en M.I. Finley (ed.), Problèmes de la terre en Grèce ancienne, Paris: 187-212. MacDowell, D.M. 1986. “The law of Periandros about symmories”, Classical Quarterly 36: 438-449. Markle, M.M. 1985. “Jury pay and assembly pay at Athens”, en P. Cartledge y F.D. Harvey (eds.), Crux. Essays in Greek history presented to G.E.M. de Ste. Croix on his 75th birthday, London: 265-297. Marx, K. 1972. Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse) 1857-1858 [1953], México: Vol. 2. Marx, K. 1977. El capital [1894], Madrid: Libro III (tomo II). Morris, I. 2000. Archaeology as cultural history. Words and things in Iron age Greece, Malden. Morris, I. 2009. “The greater Athenian state”, en I. Morris y W. Scheidel (eds.), The dynamics of ancient empires. State power from Assyria to Byzantium, Oxford: 99-177. Mossé, C. 1979. “Les symmories athéniennes”, en H. van Effenterre (ed.), Points de vue sur la fiscalité antique, Paris: 31-42. Nemes, Z. (1980). “The public property of demes in Attica”, Acta Classica Debreceniensis 16: 3-8.

Riqueza y desigualdad en la Atenas del siglo IV a.C.

99

Ober, J. 1985. Fortress Attica. Defense of the Athenian land frontier 404-322 BC, Leiden. Ober, J. 1989. Mass and elite in democratic Athens. Rhetoric, ideology and the power of the people, Princeton. Ober. J. 2010. “Wealthy Hellas”, Transactions of the American Philological Association 140: 241-286. Oliver, G.J. 2007. War, food and politics in early Hellenistic Athens, Oxford. Osborne, R. 1985. Demos. The discovery of classical Attika, Cambridge. Osborne, R. 1987. Classical landscape with figures, The ancient Greek city and its countryside, London. Osborne, R. 1988. “Social and economic implications of the leasing of land and property in classical and Hellenistic Greece”, Chiron 18: 279-323. Osborne, R. 2010. Athens and Athenian democracy, Cambridge. O’Sullivan, L. 2009. The regime of Demetrius of Phalerum in Athens, 317-307 BCE. A philosopher in politics, Leiden. Papazarkadas, N. 2011. Sacred and public land in ancient Athens, Oxford. Piketty, T. 2013. Le capital au XXIe siècle, Paris. Poddighe, E. 2002. Nel segno di Antipatro. L’eclissi della democrazia ateniese dal 323/2 al 319/8 a.C., Roma. Pritchett, W.K. 1956. “The Attic stelai: part II”, Hesperia 25: 178-317. Rhodes, P.J. 1982. “Problems in Athenian eisphora and liturgies”, American Journal of Ancient History 7: 1-19. Ruschenbusch, E. 1978. “Die athenischen Symmorien des 4. Jh. v. Chr.”, Zeitschrift für Papyrologie und Epigraphik 31: 275-284. Ruschenbusch, E. 1985. “Die Sozialstruktur der Bürgerschaft Athens im 4. Jh. v. Chr.”, Zeitschrift für Papyrologie und Epigraphik 59: 249-251. Ruschenbusch, E. 1987. “Symmorienprobleme”, Zeitschrift für Papyrologie und Epigraphik 69: 75-81. Sallares, R. 1991. The ecology of the ancient Greek world, London. Sekunda, N.V. 1992. “Athenian demography and military strength 338-322 BC”, Annual of the British School at Athens 87: 311-355. Shipton, K. 2000. Leasing and lending. The cash economy in fourth-century BC Athens, London. Ste. Croix, G.E.M. de 1953. “Demosthenes tímema and the Athenian eisphora in the fourth century BC”, Classica & Mediaevalia 14: 30-70.

100

Julián Gallego

Strauss, B.S. 1986. Athens after the Peloponnesian War. Class, faction and policy, 403-386 BC, Ithaca. Thomsen, R. 1964. Eisphora. A study of direct taxation in ancient Athens, Copenhagen. Thompson, W.E. 1971. “The deme in Kleisthenes’ reform”, Symbolae Osloenses 46: 72-79. Valdés Guía, M. 2014. “Patrimonio de Demóstenes como hegemón de su ‘sinmoría’: eisphorá y proeisphorá tras el 378”, Emerita 82: 249-271. Valdés Guía, M. & Gallego, J. 2010. “Athenian zeugitai and the Solonian census classes: new reflections and perspectives”, Historia 59: 257-281. van Wees, H. 2001. “The myth of the middle-class army: military and social status in ancient Athens”, en T. Bekker-Nielsen y L. Hannestad (eds.), War as a cultural and social force. Essays on warfare in Antiquity, Copenhagen: 45-71. van Wees, H. 2006. “Mass and elite in Solon’s Athens: the property classes revisited”, en J. Blok y A. Lardinois (eds.), Solon of Athens. New historical and philological approaches, Leiden: 351-389. van Wees, H. 2011. “Demetrius and Draco. Athens’ property classes and population in and before 317 BC”, Journal of Hellenic Studies 131: 95-114. Walbank, M.B. 1982. “The confiscation and sale by the poletai in 402/1 BC of the property of the Thirty tyrants”, Hesperia 51: 74-98. Walbank, M.B. 1983. “Leases of sacred property in Attica, parts I-IV”, Hesperia 52: 100-135, 177-231. Walbank, M.B. 1984. “Leases of sacred property in Attica, part V”, Hesperia 53: 361-368. Wallace, R.W. 1989. “The Athenian proeispherontes”, Hesperia 58: 473-490. Williams, A. 2011. “Leasing of sacred land in 4th-century Athens. A reassessment of six inscribed fragments”, Hesperia 80: 261-286.

Riqueza y desigualdad en la Atenas del siglo IV a.C.

101

ESCLAVITUD Y DESARROLLO DE LAS FUERZAS PRODUCTIVAS EN EL SISTEMA TRIBUTARIO ROMANO

Carlos García Mac Gaw (universidad nacional de la plata / universidad de buenos aires)

E

n su libro sobre los primeros 5000 años de la deuda, Graeber (2011: 228-231) insiste en la relación entre la organización del estado, el papel de los ejércitos, el surgimiento del dinero y el establecimiento de los mercados. El esclavismo aparece como una consecuencia de ese círculo. Lo interesante del argumento es que el centro del análisis no está puesto en el mercado y el capital como el fundamento del desarrollo económico, como aparece en el libro de Piketty (2013), sino sobre el estado y el ejército. En general, desde las perspectivas teóricas formalistas dominantes en la historiografía, el proceso de incremento del comercio en las sociedades precapitalistas ha sido observado como un grado de avance hacia el desarrollo de las relaciones capitalistas. La consecución de ese objetivo se habría logrado en la transición del feudalismo al capitalismo. Graeber, en lugar de pensar el proceso histórico desde una perspectiva teleológica y entender el desarrollo de los mercados como la consecuencia lógica de la evolución económica, plantea la conveniencia de comprender ese proceso a partir de la lógica interna de las sociedades estudiadas. Este enfoque tiene consecuencias importantes. En otros trabajos ya he planteado la necesidad de entender el concepto de economía desde una perspectiva historicista. En mi criterio lo económico no se corresponde con su forma de existencia en un modo de producción en particular, es decir el capitalista, sino con la forma en que ese concepto se construye para cada modo de producción. Esto no supone la repetición de un lugar de lo económico en el funcionamiento de la estructura socioeconómica para los diferentes modos de producción, sino una diferente articulación

103

con el resto de los elementos de tal estructura que redefine dicho lugar de acuerdo a la periodización que organiza el materialismo histórico1. En este sentido resulta contradictorio argumentar que en las formaciones precapitalistas la forma de apropiación del excedente es “extra-económico” en contraposición a lo que ocurre en las capitalistas. Puesto que así se sostiene que lo económico, entendido como el fundamento del modo de producción, es extra-económico –lo que es una forma de expresar lo no-económico–, afirmación que en términos lógicos implica una aporía2. Creo que es más coherente argumentar que las formas de apropiación del excedente en las sociedades precapitalistas se expresan de una forma económica distinta a la de las formaciones capitalistas, pero que en ambos casos se trata de formas particulares de la aparición histórica de la economía y no de formas extraeconómicas vs. formas económicas. Graeber (2011: 229-230) argumenta que el desarrollo del mercado en el mundo mediterráneo es consecuente con la profundización de la expansión imperial, el creciente peso del ejército, el proceso de acuñación monetaria, y el aumento de la esclavitud3. En la lógica del autor la incorporación de los esclavos se explicaría a partir de la necesidad de disponer de una fuerza de trabajo masiva para garantizar la producción de moneda en sus diferentes fases, desde la extracción del metal en las minas hasta la acuñación en las cecas. Graeber (2011: 211-221) trata la cuestión de la esclavitud en especial en el capítulo 8 a partir del análisis de la deuda y su relación con la propiedad sobre las personas. Para Roma retoma en detalle el análisis realizado por Patterson (1982) sobre el concepto jurídico de dominium, 1

2

3

104

García Mac Gaw (inédito). Cf. Althusser 1974: 193: “En todos estos casos no se trata de la captación inmediata de lo económico, no se trata del ‘dato’ económico bruto, tampoco de la eficacia inmediata ‘dada’ en tal o cual nivel. En todos estos casos la identificación de lo económico pasa por la construcción de su concepto, que supone para ser construido, la definición de la existencia y de la articulación específicas de los diferentes niveles de la estructura del todo, tal como están necesariamente implicadas por la estructura del modo de producción considerado”. Al igual que Godelier 1971: 155-157, Haldon 1993: 44-45; 281, n. 38, destaca que ciertas formas reales de expresión institucional que no son propiamente económicas “funcionan como/expresan” relaciones de producción, es decir que funcionan como el fundamento económico. Sin embargo, no explica por qué esas instituciones en realidad no son relaciones de producción, salvo la asunción apriorística de que ellas se encuentran en el plano de la superestructura y no en el de la estructura, la “base” económica. En lugar de ello considero que existe un único “plano” de las relaciones económicas que adquieren formas de expresión diferente en las distintas sociedades. Sobre la acuñación en Roma, Crawford 1985; Howgego 1992; Duncan Jones 1994; Lo Cascio 2008.

Carlos García Mac Gaw

su relación con el desarrollo de la esclavitud durante la república y su paso de la Antigüedad a la Modernidad (Graeber 2011: 198-207). La idea que sostiene el proceso histórico del surgimiento del esclavismo es dependiente de la perspectiva historiográfica dominante, basada en las tesis de Brunt (1971) y Hopkins (1978), retomadas luego por Finley (1982). La referencia a la cuestión es brevísima, como no puede ser de otra forma en un libro que organiza una historia con los parámetros temporales que cubre la obra. Señala la multiplicación de los esclavos en el siglo II a.C., el hecho de que Roma “se estaba convirtiendo en una genuina sociedad esclavista” y nos remite a la estimación que realiza Hopkins sobre un número relativo de esclavos en Italia durante el siglo I a.C. equivalente a un 35% del total de habitantes4. Quisiera señalar dos cuestiones en relación con la forma en que se presenta la esclavitud romana. La primera de ellas está ligada con el modelo historiográfico subyacente. Si bien Graeber retoma a Hopkins, el enfoque de aquél no es coherente con el de éste. Hopkins (1978: 99 ss.) ha elaborado un modelo centrado en la decadencia demográfica del campesinado libre en Italia, basado en Beloch (1886) y Brunt (1971), acompañado por su migración a las ciudades y su progresivo remplazo por la fuerza de trabajo esclava con el consecuente paso de las pequeñas propiedades a las villae. Estas se habrían organizado con la inyección del capital y los hombres esclavizados provenientes de la expansión imperial y habrían provisto las mercancías necesarias para el abasto de un creciente mercado urbano. Este modelo económico fue reformulado por Hopkins (1980; 1995/96) en su artículo sobre impuestos y comercio en el imperio romano, ajustado en una posterior publicación en la que relacionaba el desarrollo de comercio con la percepción del tributo por parte de Roma, algo que está más cercano a la tesis de Graeber. La inconsistencia en el modelo esclavista de Hopkins es que este autor ha partido de un sistema productivo esclavista agrario para abastecer una demanda urbana5. 4

5

Graeber 2011: 200: “La palabra dominium con el sentido de propiedad privada absoluta no es particularmente antigua. Solo aparece en latín en la República tardía, justo en el momento en que cientos de miles de trabajadores cautivos estaban fluyendo en masa en Italia, y cuando Roma, como consecuencia, se estaba convirtiendo en una genuina sociedad esclavista”; cf. Graeber 2011: 412, n. 98. Hopkins 1978: 99-101. Cf. Jongman 2003: 108, quien argumenta que la inmigración urbana sirvió a los efectos de mantener estable el número de habitantes en las ciudades y ese fenómeno es de larga duración, y “contradice la opinión común de que la migración urbana en la Italia romana estuvo concentrada en períodos específicos (los siglos II y I a.C.), y relacionada

Esclavitud y desarrollo de las fuerzas productivas en el sistema tributario…

105

La segunda es una cuestión de mayor peso y tiene que ver con la crítica a la perspectiva historiográfica dominante que afirma la existencia de una fase esclavista, o de un modo de producción esclavista, en la historia de Roma que se extiende desde el siglo II a.C. hasta mediados del II d.C. Ya he argumentado en contra de esta visión (García Mac Gaw 2006; 2007; 2015). Los principales argumentos para este enfoque se basan en lo siguiente. Por un parte, existe un importante aumento de la información arqueológica que confirma la pervivencia de la pequeña propiedad en la zona central de Italia y la tardía aparición de la villa, lo que pone en duda la idea de una crisis del pequeño campesino propietario así como el remplazo de la unidad doméstica por unidades productivas mayores6. Por el otro se ha abierto una discusión alrededor de los presupuestos demográficos de Beloch que sostuvieron la elaboración de Brunt, especialmente sobre la idea de un estancamiento en el crecimiento de la población itálica durante el siglo II a.C. En la actualidad la tesis de una importante migración desde el campo a las ciudades fortalece la idea de una demografía expansiva en función de la necesidad de abastecer con hombres la demanda de una población urbana con una altísima tasa de mortalidad (Dyson 1992: 28; Morley 2002: 33-54). Esta problemática está lejos de ser resuelta, si observamos los distintos enfoques demográficos minimalistas y maximalistas. Aún cuando en general todavía la mayor parte de los historiadores se apoya en las premisas minimalistas, estas han sido matizadas y la idea de un estancamiento demográfico es discutido. Incluso algunos autores plantean un panorama exactamente inverso7. Por otra parte, las estimaciones de Brunt retomadas por Hopkins sobre el número porcentual de esclavos romanos en la república son absolutamente arbitrarias y basadas en los números provistos por la sociedad esclavista capitalista del sur de los Estados Unidos de América8.

6

7

8

106

con series particulares de eventos (el empobrecimiento de la población rural de Italia y el crecimiento de las grandes haciendas)”. Carrington 1931; White 1970: 72; Liverani 1984: 42; Potter 1987: 98; Garnsey 1998: 95-96; Dyson 2003: 39-40. Cf. Frank 1975: 172 ss., donde se analizan las inscripciones de Veleia y Beneventum. Kron 2005, organiza una presentación sistemática y convincente de los argumentos a favor de una lectura crítica de las tesis de Beloch y Brunt. Rosenstein 2004: 18-19; Jongman 2006: 242-244; de Ligt 2007: 127, 117 ss. Una perspectiva de la tesis dominante de una demografía “baja”, con un buen estado de la cuestión y una agenda temática en Scheidel 2008. El reciente libro de de Ligt 2012 reafirma esta última visión con nuevos enfoques. Cf. Scheidel 1999: 130-131. Ver la crítica de Finley 1982: 101, a lo que él llama “el juego de los números”; cf. García Mac Gaw 2010: 633-638.

Carlos García Mac Gaw

Los modelos demográficos que se pueden construir para la población esclava durante los dos últimos siglos de la república van en contra de esas estimaciones y nos obligan a reducir su alcance en por lo menos un tercio (Scheidel 1999; 2005). Jongman (2003: 113-115) ha demostrado a través de la construcción de un modelo económico sencillo que el 2% de las tierras productivas de Italia alcanzaba para proveer suficiente vino y aceite para el total de sus habitantes urbanos y esa producción se cubriría con una fuerza de trabajo de 75.500 esclavos9. Además, deberíamos relativizar el papel del trabajo esclavo en el marco de la villa, ya que no se puede pensar esa unidad productiva sin la existencia del trabajo libre estacional y de los coloni, cuya presencia se remonta al último siglo y medio de la república10. A esto se debe sumar otras formas coexistentes de la explotación de los esclavos como la ejercida sobre los servi quasi coloni, los esclavos artesanos alquilados por sus amos o por sí mismos, los comerciantes, los domésticos, etc. Esto me ha llevado a cuestionar la idea de un sistema esclavista de plantación como modo de producción dominante en tanto que no es posible diferenciar los componentes de la renta agraria en las villae entre el producto de la explotación de la fuerza de trabajo esclava y la libre. Tampoco es posible establecer el balance del total del excedente producido en el imperio entre ambas modalidades, pero dado que la totalidad de los historiadores reconoce que el esclavismo es un fenómeno local es lógico suponer una preeminencia del trabajo libre sobre el esclavo (García Mac Gaw 2010; 2013: 248-250; 2015: 95-105). 9

10

de Ligt 2006: 600. Producir vino para un consumo estimado de 1 litro diario (una estimación alta de acuerdo a los promedios etarios) para una población urbana de 1.9 millones de personas supone disponer de no más de 95.000 ha (produciendo alrededor de 2.000 litros por ha), lo que significa alrededor del 1% del total de las tierras de la Italia romana. De igual manera, partiendo de las suposiciones de Mattingly (muy altas) de un consumo de 20 litros de aceite de oliva por cabeza por año, Jongman dice que el abastecimiento de todas las ciudades de Italia habría demandado la disposición de 85.000 ha. Si nosotros utilizáramos los números de los esclavos necesarios para trabajar una villa que aparecen en Varrón, De re rustica, 1.18, nos daría 13 esclavos por cada 60 ha para producir aceite y mantener a los esclavos que trabajan en ella incluyendo su personal de supervisión. La ratio por ha de hombres es 0,2166, que multiplicada por el total de 85.000 ha nos da un total de 18.420 esclavos necesarios. En el caso de las viñas por cada 25 ha se precisan, según Varrón, 15 esclavos. Esto nos da una ratio de 0,6 hombre por ha, con una cifra total de 57.000 esclavos para las 95.000 ha indicadas anteriormente por de Ligt. Eso quiere decir que haciendo estas estimaciones gruesas con 75.500 esclavos se trabajarían las tierras que potencialmente abastecerían la demanda italiana de aceite y vino. Rathbone 1981; de Neeve 1984a; 1984b; Kehoe 1997: 3-5; García Mac Gaw 2007: 103-114; 2010: 635-638.

Esclavitud y desarrollo de las fuerzas productivas en el sistema tributario…

107

El materialismo histórico ha desarrollado otras herramientas que permiten un análisis capaz de dar cuenta de estos fenómenos históricos como los conceptos de modo de producción antiguo y de modo de producción tributario. Retomando ideas que he desarrollado más extensamente en otros trabajos11, considero que en particular el período bajo análisis en relación con el modo de producción esclavista se puede pensar a partir del concepto de modo de producción tributario. Queda abierta la discusión sobre si se puede pensar una periodización entre ambos modos, o si conviene simplemente tratarlos como variantes modales, pero, en principio, dadas las particularidades propias que impone la dominancia de la ciudad-estado en este contexto, lo llamaré modo de producción tributario de tipo antiguo. Esta perspectiva propuesta corre del centro a la esclavitud, pensada a partir del argumento de una eficiencia y racionalidad “capitalista” antes del capitalismo, explicado en términos de una respuesta económica funcional a la inversión de capital y adecuación a una unidad productiva más eficiente –la plantación– capaz de satisfacer la demanda de los mercados urbanos12. Marx avanzó algunas ideas que contribuyeron a colocar en el foco del análisis a las relaciones esclavistas a partir del desarrollo del modo de producción antiguo que han tenido continuidad en la historiografía marxista. En su análisis de las formas que preceden a la producción capitalista dice que cuando el hombre es conquistado junto con el suelo se lo considera “como una de las condiciones de la producción y así surge la esclavitud y servidumbre, que pronto adultera y modifica la forma originaria de toda entidad comunitaria y llega a convertirse en base de esta” (Marx 1971: 452; cf. 446-447). Junto al esclavismo, el imperialismo y el comercio contribuyen a esa transformación. Lejos estaba Marx de plantear la idea de un desarrollo capitalista antes del capitalismo, puesto que su crítica a la economía política partía justamente de negar tal posibilidad; sin embargo, en la cita aparece la idea de la esclavitud como “base” de la comunidad13. Pero autores como Carandini (1983), de Neeve (1984a: 75-77, 95-96; 1984c: 20-22), Di Porto (1984) o Vera (1992/93: 296) han señalado a la plantación esclavista 11 12 13

108

Marx 1971; cf. Haldon & García Mac Gaw 2003; García Mac Gaw (en prensa). Cf. Andreau & Maucourant 1999, sobre la racionalidad económica. Ver también Marx 1983: II, 425-426: “Pero también el sistema esclavista –allí donde constituye la forma predominante de la agricultura, la navegación, etc., como ocurría en los estados más desarrollados de Grecia y de Roma– contiene un elemento de economía natural”; cf. igualmente I, 270, n. 21; III, 556.

Carlos García Mac Gaw

romana como una organización de tipo capitalista. Incluso Banaji (2010: 126-130) ha defendido en cierto grado la idea de la existencia de un capitalismo romano14. Planteado en estos términos el problema nos lleva a incorporar en el análisis la cuestión del desarrollo de las fuerzas productivas. Sería conveniente especular acerca de si el esclavismo es un estadio “necesario” en el desarrollo económico alcanzado por el imperio romano, esto es, si acaso en ausencia de un sistema esclavista de plantación dominante, como la evidencia histórica demuestra, se habrían alcanzado entre los siglos II a.C. y II d.C. los estándares de desarrollo económico logrados15. Marx planteó en sus textos la idea de que el desarrollo de las fuerzas productivas en el mundo antiguo, y en las sociedades precapitalistas en general, estaba bloqueado por las relaciones sociales de producción16. Lekas (1988: 105) dice que este tratamiento supone un repudio implícito de la teoría de la dialéctica entre fuerzas productivas y relaciones sociales de producción. El autor entiende que el cambio en este caso no se opera por una tendencia al crecimiento por parte de las fuerzas productivas sino por una contradicción entre los objetivos de la reproducción establecidos por las relaciones antiguas y los resultados de tal reproducción. Para Marx, en el modo de producción capitalista el progreso de las fuerzas productivas está en relación con el mecanismo de acumulación de capital. Como señala Balibar, ese movimiento implica el crecimiento del capital constante en relación con el capital variable y ello supone una temporalidad propia al modo de producción17. La afirmación nos ayuda a profundizar la reflexión sobre el alcance del concepto de economía. Esa dependencia del progreso de las fuerzas productivas en relación con el capital y su “temporalidad propia” en el modo de producción capitalista nos permite pensar que el desarrollo de las fuerzas productivas o la ausencia del mismo, se podría hipotetizar, dependen de cada modo 14 15

16 17

Cf. mi crítica en García Mac Gaw 2012. Jongman 2006. Jameson 1977/78, ha planteado para el caso de Atenas un modelo de “sistema esclavista” con formas diversas de uso de los esclavos como fuerza de trabajo agrícola, la que realizan los pequeños campesinos propietarios al estilo de Hesíodo y la que hacen los grandes propietarios al estilo de Jenofonte en el Económico. Ver Lekas 1988: 96-97, con referencias a esos textos. Balibar 1974: 325, dice, en relación con la ley de tendencia decreciente de la cuota de ganancia en el modo de producción capitalista: “Igualmente, por último, el análisis de la tendencia del modo de producción capitalista produce el concepto de la dependencia del progreso de las fuerzas productivas en relación a la acumulación del capital, por lo tanto, el concepto de la temporalidad propia del desarrollo de las fuerzas productivas en el modo de producción capitalista”; cf. Marx 1983: III, 213-263.

Esclavitud y desarrollo de las fuerzas productivas en el sistema tributario…

109

de producción. Así dicho, esto parece una perogrullada, ya que si el concepto de modo de producción supone la articulación entre relaciones sociales de producción y fuerzas productivas, entonces no se puede pensar a las fuerzas productivas por fuera de un modo de producción cualquiera. Pero esa dependencia, o interioridad, de las fuerzas productivas al modo de producción supone una particularidad propia que está en relación con la economía. Si por economía se entiende la forma particular en que se organiza el proceso productivo (es decir, la esfera de las relaciones económicas) y su especificidad está sujeta a diferentes condiciones de existencia y dominaciones institucionales (parentales, políticas, comunales, etc.), esto supone que el concepto de lo económico se expresa también en relación con la forma que asume el progreso de las fuerzas productivas, progreso interior a cada modo de producción. Por ende, la economía así como la temporalidad en el desarrollo de las fuerzas productivas son relativas a cada modo de producción18. ¿En qué forma podríamos pensar que se produce el desarrollo de las fuerzas productivas en una sociedad como la romana? Aquí no existe acumulación de capital, luego ¿en relación a qué elemento/s se produciría tal progreso? ¿Sería coherente con este modo de producción tributario de tipo antiguo plantear una relación directa entre el progreso de las fuerzas productivas y los elementos que podríamos considerar más cercanos al modo de producción capitalista, como la urbanización y el comercio (como, por otra parte, toda una corriente de los estudios clásicos ha planteado para comprender la “economía antigua”)? ¿Esto no implica presuponer una tendencia en el desarrollo de las fuerzas productivas hacia un resultado previsto, es decir, la aplicación de un pensamiento teleológico19? Quisiera avanzar la hipótesis de que tal vez la respuesta se encuentre en la expansión imperialista como desarrollo ampliado de las fuerzas productivas. Marx (1971: 454-455) destacaba que la inadecuación de la proporción de ciudadanos en relación con la superficie de tierra, a causa del crecimiento demográfico en el mundo clásico centrado en las estructuras de la ciudad-estado, no se resolvía por un paralelo desarrollo de las fuerzas productivas, crecimiento que de haber existido hubiera transformado las relaciones de producción existentes. Como 18 19

110

Cf. Lekas 1988: 79-81, en relación con la inconsistencia que esto supone entre las ideas del mismo Marx que aparecen en el Prefacio de 1859 y en los Grundrisse. Ver Lekas 1988: 95-97, sobre el análisis de Marx, este último entiende que en todas las formas precapitalistas las relaciones sociales de producción existentes plantean una barrera al desarrollo de las fuerzas productivas.

Carlos García Mac Gaw

argumenta Lekas (1988: 96), el fenómeno de la colonización demuestra la durabilidad y resistencia de relaciones de producción a pesar de ser atróficas, contradictorias y perturbadas. Este reforzamiento en la búsqueda de nuevas tierras para solucionar el problema del incremento de población preservando las relaciones de producción existentes implica un alejamiento por parte de Marx de la estructura de la dialéctica de las fuerzas y las relaciones de producción. La tensión generada por el desarrollo demográfico, que necesariamente debemos pensar como una consecuencia del crecimiento económico, tiene diferentes salidas, de acuerdo con el caso histórico que observemos. Todas ellas terminan resolviéndose de manera tal que se implementan diferentes estrategias para adecuar el exceso poblacional con las estructuras existentes de la propiedad de la tierra, y sin alterar el desarrollo de las fuerzas productivas. En general, el freno para el desarrollo económico en el mundo antiguo ha sido colocado en las relaciones de producción esclavistas. Las mismas han sido pensadas como un límite a la expansión de las fuerzas productivas de la sociedad clásica. Sin embargo, la pequeña propiedad campesina aparece realmente como el freno al desarrollo de las fuerzas productivas del mundo antiguo, en la medida en que supone una orientación económica hacia el autoconsumo, con un relativo compromiso hacia una economía mercantil que justamente es consecuencia de la subdivisión entre campo y ciudad, propia de la organización de este modo de producción. La tendencia inercial de estas unidades productivas regidas por la lógica de la regla de Chayanov (1974) es al control demográfico en el interior de la misma o a la consecuente reducción de la unidad productiva por división avanzando en un proceso de proletarización campesina. La expulsión de miembros de la unidad doméstica y su contención por mecanismos propios del modo de producción antiguo es una salida “virtuosa” al conflicto que genera el desacomodamiento demográfico con los medios de producción disponibles. La colonización es una respuesta posible. Esto permite la reproducción ampliada de la estructura económica, rompiendo generalmente con el propio límite impuesto por los micro-estados griegos de la época arcaica. La reproducción de la pólis no implica necesariamente un proceso de expansión imperial, sino mínimamente la ocupación de nuevas tierras por parte de colonos y la fundación de apoikíai. Para Roma el proceso de guerras continuo aparece como una variante que parece adecuarse

Esclavitud y desarrollo de las fuerzas productivas en el sistema tributario…

111

mejor a este modelo de crecimiento demográfico. La tesis de Rosenstein (2004) se acomoda perfectamente a este caso. Este mecanismo de reproducción ampliada de la formación económica no puede ser equiparado al proceso de transformación que entrañaría el desarrollo de las fuerzas productivas, sin embargo, es la vía efectiva de la transición del modo de producción. Sus consecuencias han sido señaladas por Marx: la disolución de las relaciones sociales de producción propias del modo de producción antiguo. En mi criterio, el desarrollo de las relaciones esclavistas no lleva a que éstas se transforman en la “base” económica sino que refuerzan la concentración de poder de la clase aristocrática terrateniente y en última instancia pavimentan el camino hacia una formación económica de tipo tributaria, que en la práctica se asemeja a la idea del modo de producción asiático de Marx20. El debilitamiento de los vínculos políticos característicos de la pólis y la civitas explica esta transformación modal. En consecuencia se produce un aumento progresivo de la concentración de la tierra así como de la explotación de los ciudadanos. Este proceso no tiene por resultado una “crisis” del esclavismo en la medida en que tampoco hubo una dominancia económica del “sistema de plantación”. En el tardo-antiguo romano la presencia de los esclavos es manifiesta en las fuentes. Podríamos señalar de paso que es factible la idea de una sociedad esclavista donde la relación económica dominante no sea la esclavitud, sino que esta cumpla una función económica secundaria. Hemos planteado que la economía de la sociedad romana se organiza a partir del lugar central que tiene la percepción tributaria pero la presencia masiva de los esclavos en algunas regiones del imperio, así como el lugar central que ocupa la institución desde el punto de vista sociológico e ideológico permiten caracterizarla como una sociedad esclavista. Desde el punto de vista económico la esclavitud antigua es secundaria, sometida a la lógica dominante que impone la circulación del tributo a escala imperial

20

112

El carácter rural de la esclavitud en Roma está ligada a la presencia de los esclavos en las villae, más allá de la forma que adquiera la esclavitud: en bandas, como servi casati o como servi quasi coloni. Esto no supone una relación específica con el trabajo rural, sino más concretamente con el proceso de urbanización de los espacios rurales en relación con el papel que tiene la clase dominante romana en la civitas. La esclavitud refuerza ese lugar en relación con el papel político que la aristocracia cumple en los espacios urbanos y no tanto con la producción agraria que puede asumir distintas características. Más esclavos supone más poder y capacidad de ostentarlo en el espacio rural ligado con el urbano, es decir, el entorno de la civitas.

Carlos García Mac Gaw

y articulada con la extracción de renta directa a los trabajadores libres agrícolas, en calidad de colonos arrendatarios. Finalmente, si partimos de la premisa de pensar a las fuerzas productivas en interioridad al modo de producción a partir de la lógica económica propia de las formaciones precapitalistas podremos salir del esquema dominante que plantean las teorías formalistas.

Bibliografía Andreau, J. & Maucourant, J. 1999. “À propos de la ‘rationalité économique’ dans l’antiquité gréco-romaine. Une interprétation des thèses de D. Rathbone [1991]”, Topoi 9: 47-102. Balibar, E. 1974. “Acerca de los conceptos fundamentales del materialismo histórico”, en L. Althusser y E. Balibar, Para leer El capital [1965], Buenos Aires: 217-335. Banaji, J. 2010. Theory as History, Leiden. Beloch, J. (1886). Die Bevölkerung der griechisch-römischen Welt, Leipzig. Brunt, P.A. 1971. Italian manpower, Oxford. Carandini, A. 1983. “Columella’s vineyards and the rationality of the Roman economy”, Opus 2: 177-203. Carrington, R.C. 1931. “Studies in the Campanian villae rusticae”, Journal of Roman Studies 21: 110-30. Chayanov, A.V. 1974. La organización de la unidad económica campesina [1925], Buenos Aires. de Ligt, L. 2006. “The economy: agrarian change during the second century”, en N. Rosenstein y R. Morstein-Marx (eds.), Companion to the Roman republic, Oxford: 590-605. de Ligt, L. 2012. Peasants, citizens and soldiers. Studies in the demographic history of Roman Italy 225 BC-AD 100, Cambridge. de Neeve, P.W. 1984a. Colonus, Amsterdam. de Neeve, P.W. 1984b. “Colon et colon partiaire: à propos des actes du colloque sur Terre et paysans dépendants dans les sociétés antiques”, Mnemosyne 37/1-2: 125-142. de Neeve, P.W. 1984c. Peasants in peril. Location and economy in Italy in the second century BC, Amsterdam. Di Porto, A. 1984. Impresa collettiva e schiavo “manager” in Roma antica (II sec. a.C.-II sec. d.C.), Milano. Finley, M.I. 1982. Esclavitud antigua e ideología moderna [1980], Barcelona.

Esclavitud y desarrollo de las fuerzas productivas en el sistema tributario…

113

Frank, T. 1975. An economic survey of ancient Rome, VI: Agriculture in Italy during the first century, New York. García Mac Gaw, C. 2007. “La ciudad-estado y las relaciones de producción esclavistas en el Imperio Romano”, en J. Gallego y C. García Mac Gaw (eds.), La ciudad en el Mediterráneo Antiguo, Buenos Aires: 89-126. García Mac Gaw, C. 2012. “Capitalismo romano, modernismo e marxismo. A propósito de algumas ideias de Jairus Banaji sobre o trabalho assalariado”, História & Luta de Classes 8, 14: 23-27. García Mac Gaw, C. 2013. “Los servi quasi coloni y la renta esclava”, en M. Campagno, J. Gallego y C. García Mac Gaw (eds.), Rapports de subordination personnelle et pouvoir politique dans la Méditerranée antique et au-delà, Besançon: 239-251. García Mac Gaw, C. 2015. “The slave roman economy and the plantation system”, en L. Da Graca y A. Zingarelli (eds.), Studies on pre-capitalist modes of production, Leiden: 77-111. García Mac Gaw, C. (en prensa), “The ancient mode of production, the city-state and politics”, Historical Materialism. Garnsey, P. 1998. “Peasants in ancient Roman society” [1976], en Cities, peasants, and food in classical antiquity. Essays in social and economic history, Cambridge: 91-106. Graeber, D. 2011. Debt. The first 5000 years, New York. Haldon, J. & García Mac Gaw, C. 2003. (eds.) El modo de producción tributario, en Anales de Historia Antigua Medieval y Moderna 35/36: 7-232. Harris, W.V. 2006. “A revisionist view of Roman money”, Journal of Roman Studies 96: 1-24. Hopkins, K. 1978. Conquerors and slaves. Sociological studies in Roman history, Cambridge. Hopkins, K. 1980. “Taxes and trade in the Roman empire, 200 BC-AD 400”, Journal of Roman Studies 70: 101-125. Hopkins, K. 1995/96. “Rome, taxes, rents and trade”, Kodai: Journal of Ancient History 6/7: 41-75 (reimpreso en W. Scheidel y S.V. Reden [eds.], The ancient economy, New York, 2002: 190-231). Jameson, M.H. 1977/78. “Agriculture and slavery in classical Athens”, Classical Journal 73: 122-145. Jongman, W. 2003. “Slavery and the growth of Rome: the transformation of Italy in the second and first centuries BCE”, en C. Edwards y G. Woolf (eds.), Rome the Cosmopolis, Cambridge: 100-122. Jongman, W. 2006. “The rise and fall of the Roman economy: population, rents and entitlement”, en P.F. Bang, M. Ikeguchi y G. Ziche (eds.), Ancient economies, modern methodologies, Bari: 237-254.

114

Carlos García Mac Gaw

Kehoe, D.P. 1997. Investment, profit and tenancy. The jurists and the Roman agrarian economy, Michigan. Kron, G. 2005. “The Augustan census figures and the population of Italy”, Athenaeum 93/2: 441-495. Lekas, P. 1988. Marx on classical Antiquity. Problems of historical methodology, Brighton. Liverani, P. 1984. “L’ager veientanus in età repubblicana”, Papers of the British School at Rome 52: 37-48. Lo Cascio, E. 2010. “Thinking slave and free in coordinates”, en U. Roth (ed.), By the sweat of your brow. Roman slavery in its socio-economic setting, London: 21-30. Marx, C. 1971. “Formas que preceden a la producción capitalista”, en Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse) 1857-1858 [1953], México: I, 433-477. Marx, C. 1983. El capital. Crítica de la economía política [1867-94], México, 3 vols. Patterson, O. 1982. Slavery and social death. A comparative study, Cambridge, Mass. Piketty, T. 2013. Le capital au XXIe siècle, Paris. Potter, T. 1987. Roman Italy, Berkeley. Rathbone, D.W. 1981. “The development of agriculture in the ager cosanus during the Roman republic: problems of evidence and interpretation”, Journal of Roman Studies 71: 10-23. Rosenstein, N. 2004. Rome at war: farms, families, and death in the middle republic, Chapel Hill. Scheidel, W. 1999. “The slave population of Roman Italy: speculation and constraints”, Topoi 9/1: 129-144. Scheidel, W. 2005. “Human mobility in Roman Italy, II: the slave population”, Journal of Roman Studies 95: 64-79. Vera, D. 1992/93. “Schiavitù rurale e colonato nell’Italia imperiale”, Scienze dell’Antichitá. Storia, archeologia, antropologia 6/7: 291-339. White, K.D. 1970. Roman farming, London.

Esclavitud y desarrollo de las fuerzas productivas en el sistema tributario…

115

CIUDAD, ALDEA, SACRIFICIO. LA ECONOMÍA POLÍTICA DE LA RELIGIÓN EN EL IMPERIO ROMANO TEMPRANO1 Clifford Ando (university of chicago)

Introducción2

L

a economía política que estructuraba las relaciones entre las ciudades y las aldeas en sus territorios, entre las élites urbanas y las masas rurales, es aún un tópico poco estudiado en historia antigua3. Posee componentes fiscales, económicos, gubernamentales, 1 2

3

Traducción de Marianela Spícoli y Carlos García Mac Gaw. Por su útil colaboración con este proyecto, agradezco a Nicole Belayche, Michel Carrié, Elio Lo Cascio, Marco Maiuro y Giusto Traina. Por sus comentarios de los borradores, mis agradecimientos a Alain Bresson y Christophe Chandezon, como también a dos lectores ejemplares de Acta Classica. Dos excepciones importantes son, primero, la tradición francesa de escritos sobre la ciudad y el campo, cuyo pico tuvo lugar entre fines de 1970 y principios de 1990, cuyos logros espero mostrar en otra ocasión, y Mileta (2008), quien se ocupa de las relaciones entre la monarquía helenística y las aldeas en tierras reales, relación que entiende como análoga a la de las póleis con su territorio. Mitchell (1993: I, 170-197) es excepcionalmente descriptivo. No obstante, fuera de la observación de que Roma parece haber estado más interesada que anteriores imperios en establecer póleis para la supervisión administrativa de territorios contiguos (p. 179), no se interesa por las cuestiones de la política económica. Dignas (2002: 167-169) provee una lectura maravillosa de I. Manisa, 523 (ver también De Ligt, 1996), pero es quizás la única discusión de valor sobre aldeas en el libro. Está en cuestión un dossier de Sardes concerniente a la aldea de los arhilenos, el cual incluye seis textos. Un sacerdote del demo de los tamoiritanos procuró derechos de comercio para varias aldeas en su territorio y tuvo éxito. Más tarde, cuando la ciudad de Sardes intentó confirmar los derechos de comercio para varias aldeas en su territorio, dejó a los arhilenos fuera de la lista. Los aldeanos pidieron a Asinio Rufo, su patrón, que intervenga, y él respondió invitando a Sardes a comportarse apropiadamente. Dignas escribe, “un sacerdote influyente local no dudó en presentarse ante el gobernador romano en nombre de su comunidad rural. Aunque el santuario de Zeus probablemente se beneficiaba del establecimiento de un mercado periódico, una petición de un sacerdote no requería un contenido estrictamente religioso. La comunidad urbana no estaba implicada en la comunicación entre aldea y gobernante” (p. 168-169). Para más información sobre los mercados periódicos, cf. supra. Sobre la comunicación entre aldeas y oficiales imperiales ver Millar (1977: 541-544), aunque esta evidencia frecuentemente concierne a aldeas

117

jurisdiccionales y religiosos que pueden ser desarticulados con fines analíticos, pero el poder general del sistema solo puede ser apreciado a través de una aproximación holística. A causa de su desatención, las disciplinas de la Historia Clásica y Antigua caen en riesgo de complicidad con las operaciones ideológicas de las representaciones que estudia, que operaron –y operaron con fuerza– para naturalizar la dominación de las élites urbanas cosificando su monopolio de la cultura de élite y la producción cultural, incluso si los límites de la cultura fueron determinados y defendidos por esas mismas élites. Este trabajo contribuye al campo, primero enfatizando aspectos religiosos de esta historia y, luego, buscando articular el valor de una aproximación holística en la longue durée. Las preguntas centrales de la investigación son: ¿cómo eran inducidos o forzados los residentes de las aldeas para contribuir a la supremacía de la religión urbana?; ¿qué rol cumple la religión como esfera cultural potencialmente autónoma en la perpetuación del dominio de las élites urbanas sobre el territorio de sus ciudades? Una ambición relacionada, subsidiaria a este trabajo en particular, refiere a la distinción entre la religión de la pólis y la religión urbana como categorías analíticas. Para poner la cuestión en términos de interrogación, uno podría preguntarse: “cuando hablamos de la pólis y de la religión de la pólis, ¿qué fenómenos y desarrollos son ocluidos, o se vuelven difíciles de ver, que podrían ser más visibles si habláramos de la ciudad y la religión urbana?”. Aquello que llamamos pólis es una abstracción analítica congruente con una noción antigua. Refiere a una población y a un conjunto de instituciones operativas en una conurbación, que afirma un dominio sobre la población y el paisaje. La membrecía en la llamada pólis es estrictamente limitada: no incluye ni la población total de la ciudad, ni tampoco, enfáticamente, la población total del espacio en el cual la pólis-población afirma su poder. Para poner el asunto en otros términos, las póleis fuera de la Grecia peninsular en los períodos helenístico y romano eran oligarquías que declaraban la soberanía sobre otros seres humanos y su propiedad. Esto es cierto sin que importe la calidad formal de la distribución del poder y la autoridad dentro de la élite oligárquica que se llamaba a sí misma pólis (o, quizás, el dêmos de la pólis).

localizadas en tierras imperiales y por lo tanto no es directamente paralela a los ejemplos estudiados en este trabajo.

118

Clifford Ando

Por lo tanto, cuando tomamos a la pólis como una verdad analítica, colaboramos con una representación antigua interesada y borramos por lo tanto la operación (racial y colonial) del poder oligárquico en los sistemas de dominación y extracción de la riqueza. Un objetivo del presente trabajo será discutir el rol de la religión en este sistema. Mi foco estará puesto en el trabajo ideológico y económico realizado por las afirmaciones de la preeminencia de santuarios urbanos monumentalizados como sitios de interacción con lo divino. En relación con esto afirmaré la importancia de las estructuras políticas superiores para sostener el dominio de élites políadas sobre grandes espacios interiores y poblaciones. En resumen, sin reinos ni imperios que respaldaran sus reclamos de soberanía, las ciudades helenísticas habrían sido mucho más pequeñas y menos ricas. El imperio fue la base de la estabilidad histórica de la forma oligárquica que llamamos la pólis helenística. No se debería esperar respuestas precisas en este campo. Una dificultad es que la evidencia relevante es extraordinariamente difícil de situar a un nivel particularista y su condición plantea asimismo grandes desafíos a la agregación. Otra es la heterogeneidad cultural y ecológica del Mediterráneo antiguo: la organización de la vida social en formas distintivas que podríamos clasificar como ciudades y aldeas no es una constante. Por el contrario, las diferentes poblaciones del imperio exhiben una enorme variedad de formas y escalas de organización social, y estas eran hasta cierto punto dependientes de las ecologías regionales: Asia no era Caria, que no era el Fayum, que no era la Decápolis, que no era el Jabal Druze. Ciertas formas de organización parecen haber sido regionalmente específicas: las unidades de dos, tres y cinco aldeas, las dikomía, trikomía y, ocasionalmente, la pentakomía del centro-sur de Asia Menor, o las “aldeas-madre” (metrokomía) del norte de Siria, y así4. Hace casi dos décadas, Christof Schuler (1998) realizó un valiente intento de ofrecer una taxonomía de las formas urbanas y aldeanas en Asia Menor, y la variedad de formas y nombres internos incluso para Asia es realmente sorprendente5. En cierto punto, esto es asombroso. 4

5

Sobre formas de cooperación entre comunidades políticas subcívicas ver Mitchell (1993: I, 181-187, 185-187). Sobre el gobierno de aldeas en Siria los esenciales resultan Harper (1928), MacAdam (1983), Satre (1987) y Grainger (1995). Habiendo concedido el debido reconocimiento a su trabajo, lamento que tanta energía fuera gastada por estudiosos durante muchas décadas, construyendo taxonomías y listas de ciudades libres y subordinadas. El despliegue de conocimiento de Magie (1950: 862863, 1022-1026, 1029-1032) es impresionante, pero la información que ha recabado lamentablemente está subaprovechada.

Ciudad, aldea, sacrificio

119

Los gobiernos macro-regionales o trans-regionales –imperios– han de haber deseado, y en cierto punto necesitado, la homogeneidad formal y la transparencia que una taxonomía simplificada podría haber provisto. Incluso más, a un nivel puramente nominalista, Roma pudo haber fácilmente impuesto un régimen clasificatorio de paisajes en el este del Mediterráneo. Que no lo haya hecho sugiere que la diversidad de formas de organización social y las autopercepciones discrepantes de las comunidades políticas subordinadas, eran lo suficientemente arraigadas como para incidir en el deseo intrínseco romano de descubrir o imponer inteligibilidad en el mundo. Esto lleva a una consideración final general. Es una gran verdad de la historia antigua que Roma gobernaba a través de ciudades6. En cierto punto, lo que se argumenta cuando se dice esto es que Roma carecía del poder infraestructural para penetrar poblaciones y territorios por su cuenta y, por lo tanto, cooptaba a las élites locales y a las instituciones con ese fin7. Esto también significa que Roma utilizaba a las “ciudades” para gobernar sus espacios interiores: las ciudades eran puntos nodales en una red de relaciones de poder que se extendía desde Roma hasta las aldeas. A un nivel normativo –respecto al marco legal– conocemos más esta práctica por las fuentes latinas del oeste que por las fuentes griegas del este (Kornemann, 1940; Laffi, 1996). De la misma manera que otros tópicos de la historia antigua que poseen un componente público legal, así también respecto de la subordinación formal de las aldeas y comunidades políticas a las ciudades –en latín, attributio– se desea conocer realmente hasta qué punto estas estructuras de la ley pública visibles en el oeste, dieron forma a las prácticas del este.

Impuestos para el sacrificio urbano: Orcisto, de aldea a ciudad Empecemos por el dossier de Orcisto, en Frigia, que incluye una petición de los orcistenses para restaurar a su comunidad el rango de civitas, así como también la correspondencia variada entre ellos y el prefecto pretoriano Ablabio, entre Ablabio y Constantino, y el rescripto 6

7

120

Para variadas perspectivas modernas sobre este tema, ver Morley (1997), Jongman (2002) y Edmonson (2006). Un acompañamiento interesante a estos esfuerzos es Chandezon (2013), que se focaliza en el mundo helenístico. Cómo debemos comprender la instrumentación del gobierno local en un nivel moral e interpretativo y qué significa ello para una historia de la subjetividad provincial, son preguntas profundas que no pueden ser tratadas aquí.

Clifford Ando

del emperador a los orcistenses8. Llaman mi atención dos oraciones. La primera, en la carta de Constantino a Ablabio, él toma nota de una historia en la cual los nacolenses demandaban que los orcistenses se subordinaran a ellos. También observa que esto es desventajoso para los habitantes, que ellos perderían sus conveniencias y ventajas (omnia sua commoda utilitatesque) para el saqueo de personas más poderosas (depredaetione potiorum) (lado I, lín. 31-39). Segundo, en el rescripto de Constantino a los orcistenses, el emperador enfatiza un aspecto de la cuestión mucho más específico que en su carta a Ablabio: “... El dinero que ustedes antes acostumbraban proveer para los cultos, no deberían pagarlo más. Por lo tanto, nuestra gracia ha escrito esto al tesorero más eminente de la diócesis de Asia quien, de acuerdo con la forma de indulgencia que les ha sido concedida, prohibirá que en el futuro les sea solicitado y demandado el dinero bajo el pretexto especificado más arriba” (lado III, lín. 14-30; trad. al inglés ARS, adaptada).

Dos problemas de importancia son mencionados aquí: primero, como comunidad subordinada, Orcisto debía contribuir con dinero para financiar la celebración de rituales religiosos en la ciudad a la cual estaba subordinada; segundo, este sistema era reforzado, o al menos respaldado, por la estructura de la ley pública de la diócesis, como antes lo había sido por la estructura de la ley pública de la provincia. Aunque estas líneas se encuentran entre las más famosas del texto, hablando como lo hacen del manejo político o fricción entre comunidades en las cuales una religión o la otra eran dominantes, Chastagnol y muchos otros las han dejado sin un comentario. Ellos parecen asumir que el sistema de dependencia de la aldea respecto de la ciudad no requiere explicación alguna. No hace falta aclarar que es precisamente eso lo que deseo explorar. Creo que el tema merece ser estudiado al menos por dos aspectos. Primero, las relaciones sociales, políticas y económicas entre ciudades y aldeas son inherentemente dignas de estudio. En ausencia de un poder regional global que minimizara los riesgos del intercambio a larga distancia y sustentara el poder coercitivo de la ciudad, muchas de las ciudades más conocidas de los períodos clásico, helenístico y romano no podrían haber logrado la talla que alcanzaron. Más fundamentalmente, como 8

AE 1999, 1577 = ILS 6091. Los estudios recientes incluyen a Chastagnol (1981a; 1981b), así como a Kolb (1993). El dossier recibe contextualización esencial por parte de Lenski (2015), un espléndido estudio sobre el urbanismo tardorromano.

Ciudad, aldea, sacrificio

121

he enfatizado, la dominación política y económica de las ciudades y su monopolio sobre la producción cultural, a pesar del desbalance masivo en la distribución de la gente, con c. 85% de la población del Mediterráneo antiguo viviendo fuera de las mayores conurbaciones, permanecen como problemas históricos de primera importancia9. Segundo, soy cauteloso de dar por segura la naturaleza de la dependencia aldeana. ¿Había alguna diferencia en las relaciones entre ciudades y aldeas si el poder regional era aqueménida, o seléucida, o atálida o romano? ¿O existían patrones transhistóricos de las economías políticas locales, sobredeterminados por la ecología y poco afectados por el marco nocional normativo del imperio del momento? ¿Existía un patrón de desarrollo mayor conectado con lo que actualmente llamamos “poliadización”, cuya estructura política económica pueda ser desarticulada de las prioridades contingentes del poder macro regional? Un problema estrechamente relacionado con estos fue considerado cierta vez bajo la pregunta por la existencia de un modo de producción distintivo (sobre lo cual, ver Briant, 1975). El creciente volumen de epigrafía relevante hace posible ahora tratar el tópico a través de los períodos helenístico y romano de una forma más rigurosa que una generación atrás.

El menosprecio y la borradura de aldeas, en el este y el oeste Podemos comenzar tomando nota de las expectativas normativas y el lenguaje generados en el centro imperial en diálogo con las ciudades, y en el empleado dentro de las comunidades locales y por las mismas comunidades. En cada caso existe un acuerdo frecuentemente explícito y una expectativa de que las ciudades tenían posesión o control total sobre las poblaciones dentro de su territorio –y, de la misma manera, una expectativa normativa de que la suma de los territorios de las ciudades comprendía la totalidad de las tierras y personas del imperio10–. 9

10

122

Al escribir en estos términos, no deseo subestimar la variedad de factores culturales y ecológicos que se deberían tener en cuenta, que produjeron distribuciones particulares de la población rural, la extensión de los asentamientos, densidad, etc., efectuando a su vez las formas y grados de dominio urbano. Este reclamo ciertamente se aplica a las reglas de la jurisdicción romana y la concepción de la geografía que los sostiene. Esto resulta así a un nivel normativo a pesar de la creciente cantidad de tierras poseídas por el emperador y la influencia resultante garantizada a los procuradores que supervisaban esas propiedades, que no es lo mismo que decir que esto no causó tensión en el sistema. Respecto al mundo helenístico, este reclamo sobre la territorialidad obviamente habría requerido modificación a la luz de las estructuras públicas que clasificaban las tierras en cualquier reino que fuera.

Clifford Ando

Permítaseme comenzar con un ejemplo del mundo helenístico. En un intercambio de cartas en 279 a.C., la ciudad de Telmeso escribió a Ptolomeo II (SEG [Supplementum Epigraphicum Graecum] 28, 1224). La frase “la ciudad de Telmeso” es, sin embargo, engañosa. El decreto cívico de hecho refiere a las partes cuyos sentimientos expresa utilizando dos fórmulas. Primero, en su descripción de la toma de decisión por parte de la colectividad, emplea una fórmula diádica para la comunidad cívica: “Pareció a la pólis de los telmesios y a los habitantes de los alrededores (toîs perioíkois)” (1ín. 21-22). Luego, cuando el texto describe las partes que son objeto de esos efectos, dice: “ni la pólis de los telmesios ni las aldeas ni la khôra” (lín. 26-28). En ambos casos, la totalidad de la comunidad política es un agregado donde no todos son explícitamente telmesios, o la fórmula diádica o triádica no sería necesaria11. Por el contrario, en la mirada simplificada de una corte real (o imperial), resulta útil reducir el mundo a ciudades que gobiernan el paisaje caótico en su nombre. Por lo tanto, Ptolomeo II escribe simplemente a la ciudad de los telmesios y sus magistrados. Con este texto, uno puede comparar otras cartas reales inscritas en Telmeso. Louis y Jeanne Robert (1980: 455-458) interpretan un texto publicado por Wörrle (1979) –citado ahora como SEG 29, 1516– como correspondencia entre un oficial real y una colonia que era formalmente una aldea dentro del territorio de Telmeso. De ser correcto, puede hacerse una comparación útil con el dossier de Orcisto, que después de todo comenzó cuando Orcisto era una mera aldea. Pero en el caso de Telmeso, el texto fue inscrito en la acrópolis de Telmeso, cuyo estatus como centro del poder gubernamental aparentemente se mantuvo sin alteraciones y, por lo tanto, permaneció como el lugar apropiado para una publicación acreditada. Respecto de las expectativas normativas en el centro imperial romano, podemos empezar por dos textos: la descripción de Cicerón del marco jurisdiccional de la provincia de Sicilia y la Historia Natural de Plinio. El pasaje relevante de Cicerón es su descripción de la así llamada lex Rupilia:

11

Cierta precaución es necesaria: los términos períoikoi y peripólioi (ver en Estrabón, 14.2.22, más abajo) son utilizados en circunstancias con diferencias subyacentes respecto a la ley pública y el poder social que la terminología puede enmascarar fácilmente. Además, en algunos casos, las formulaciones diádicas y triádicas bien pueden referir a procesos históricos de integración más o menos exitosos antes que reflejar en el momento una fuerte diferenciación de la discrepancia en el poder. Para estudios de caso ver Wörrle (1991); Schuler (2010).

Ciudad, aldea, sacrificio

123

“Los sicilianos son súbditos de la ley según sigue: los pleitos de un ciudadano contra otro ciudadano (quod civis cum cive agat) que se diluciden en el país, de acuerdo con sus propias leyes. Los pleitos de un siciliano contra otro siciliano que no sea de la misma nacionalidad (non eiusdem civitatis), que el pretor apunte un juez al azar, de acuerdo con el decreto de Publio Rupilio, que fija la recomendación de diez legados, decreto que los sicilianos llaman ley Rupilia” (Contra Verres, 2.2.32).

Siendo completamente inverosímil que los romanos dejaran a personas y territorio en Sicilia sin que se gobernaran por la ley, este texto debe leerse como basado en la expectativa de que la división del territorio y de la población en civitates comprendería a la totalidad de la provincia. Respecto de la subordinación de otras poblaciones a las ciudades, consideremos el siguiente pasaje de los libros geográficos de la Historia Natural de Plinio: “65 pueblos se reúnen en Cartago...” (Carthaginem conveniunt populi lxv…) (3.25); “Entre las personas alejadas que presentan sus disputas en el mismo foro están los ortronienses, los alidienses...” (longuinquiores eodem foro disceptant Orthronienses, Alidienses…) (5.109). Creo que es generalmente aceptado que Plinio basa sus libros geográficos en documentos administrativos, en particular los llamados formulae provinciarum (Shaw, 1981). Es notable en este contexto que el foco abrumador del lenguaje de Plinio no refiere ni a la fiscalidad, ni a la religión, sino a la ley: en el distrito que fuera, la civitas es el lugar donde otras partes desarrollaban sus disputas legales12. El texto de Plinio puede, entonces, ser tomado como evidencia de la preeminencia de la ley en el pensamiento romano sobre las relaciones sociales y económicas. Sin embargo, son asuntos fiscales, y no legales, los que figuran ampliamente en textos normativos preservados como parte del registro epigráfico. Esto es así, por ejemplo, respecto del registro de las cosas devueltas al control de Plarasa y Afrodisias en el senatus consultum del 39 d.C.: “... Los ciudadanos de Plarasa y Afrodisias deben tener, poseer, usar y disfrutar todas las tierras, lugares, edificios, aldeas, propiedades, plazas fuertes, pasturas e ingresos que poseían cuando entraron en amistad con el pueblo romano...” (Reynolds, 1982: Nº 8, lín. 58-59; trad. al inglés de Reynolds). Obsérvese que la categoría de “aldeas”, que comprende lo que nosotros entendemos como seres humanos y también los meros recursos 12

124

Sobre las reglas romanas de jurisdicción, ver Ando (2011); sobre la lex Rupilia, ver Kantor (2010).

Clifford Ando

naturales, figura en esta lista junto a tierras, edificios y pasturas. La misma idea del control de una ciudad sobre su territorio interior pareciera ser operativa en el registro extraordinario de la administración de impuestos de Mesenia (IG [Inscriptiones Graecae] V.2, 1432-33), una inscripción honorífica de entre el 35 y el 44 d.C. que incluye una copia de las cuentas de la ciudad llevadas por el honorando. Los únicos términos de la ley pública referentes a una comunidad política, sus residentes o su territorio son pólis, polítes y phylaí, e incluso así la agenda claramente incluye ingresos o excepciones aplicados tanto a tierras como a minas rurales. Esta comprensión del control de la ciudad sobre las poblaciones de su entorno rural –y su uso de las mismas como “recursos”– también impregna la ley fiscal de Palmira del 13713. Dos puntos importantes emergen de este texto. Primero, la expresión común más usada para describir el territorio sobre el cual la ley se aplica es “Palmira o sus límites”. Esto queda claro en las primeras líneas de la ley Hadriánica: “Aquellos que importen esclavos dentro de Palmira o dentro de sus límites (eis Palmyra e eis ta horia Palmyrenon)... [deberá extraer] por cada cuerpo...” (CIS II.iii Nº 3913, Panel III, col. 1, lín. 1-2; cf. también Panel III, col. 2, lín. 116-117). La misma noción aparece en las secciones ahora preservadas solo en palmireño, tanto respecto del estatuto del período hadriánico como también en el estatuto anterior sustituido por la ley Hadriánica14. Hasta cierto punto, estos lenguajes diferentes corresponden a diferentes asuntos de los dos textos: el senatus consultum dirigido a los ciudadanos de Afrodisias y Plarasa los nombraba solo a ellos porque se refería a su soberanía y, por lo tanto, se dirigía a las colectividades y los cargos que consideraba soberanos dentro del espacio político, cuya totalidad entonces describía como una preocupación material y geográfica. La ley impositiva de Palmira, por el contrario, se ocupaba del movimiento de bienes en el espacio, o más precisamente, el espacio jurisdiccional y fiscal, y por ello la mera referencia a la pólis no sería suficiente. Pero hablar de esta forma es borrar un aspecto central. Cuando Roma, o las élites basadas en la pólis, hablaban el lenguaje de la soberanía, hablaban como si el mundo estuviera compuesto por ciudades ejerciendo un control legítimo, natural y benéfico sobre las poblaciones no urbanizadas a quienes proveían con servicios, como mercados (en el caso de Palmira),

13 14

Como introducción a este texto ver Mattheus (1984). Parte III, col. 2 lín. 63-65, 72-73, 80-81. Estos pasajes solo se preservan en palmireño; confío en la traducción al latín de Chabot.

Ciudad, aldea, sacrificio

125

o la regulación legal de la vida (de acuerdo con Plinio). Pero cuando se referían a las practicidades del gobierno, otro lenguaje y una diferente comprensión de la geografía política eran necesarios. Permítaseme ofrecer dos reflexiones sobre este tópico, una concerniente a las practicidades de administrar un imperio y la segunda concerniente al lenguaje. En primer lugar, en muchas regiones del Mediterráneo antiguo, era imposible incluso para un poder imperial organizar la producción, la población y el poder de manera de promover una conurbación para tener primacía sobre sus vecinos. Hoy en día estamos muy lejos de poder decir por qué esto fue así. Todavía son necesarias historias de gran escala del sinecismo, metecismo y la urbanización forzada15. Es al menos sorprendente que no exista una historia de los esfuerzos exitosos con respecto a esto; la relativa indocumentación del fracaso puede hacer su ausencia explicativa en sí misma. (Un tópico relacionado es el de las póleis marginales, como Narix o Panopeo: lejos de dominar sus territorios, nuestra documentación en el primer caso solo atestigua su falla para establecer relaciones con el centro imperial, y, en el segundo, lo describe como desprovisto de elaboración monumental. Aun así cada una de ellas, momentáneamente al menos, recibió el reconocimiento de comunidades políticas pares en su respectiva red regional16.) Dicho esto, muchos textos describen momentos o patrones de contacto entre un mundo o imperio de ciudades y otro donde las ciudades no predominaban. Uno de estos textos es, nuevamente, una ley impositiva, precisamente la ley impositiva de Asia. Este es, una vez más, generado por Roma. Tempranamente la ley ofrece una definición enumerativa de los tipos de comunidad que ocupaban la provincia: “La persona que importe por tierra [debe] declarar [y registrar], en esos lugares [donde] hay [una estación de aduana en los límites de la tierra] anteriormente de monarquía o de las ciudades libres o de pueblos o de comunidades (en toîs hórois tês khóras prò tôn basileías è eleutherôn poléon è ethnôn è démon), con el recolector o [su procurador, cualquiera de ellos] debe ser [claramente] expuesto sin engaño malicioso [en] esa [estación de aduana]” (SEG 39, 1180, lín. 26-28; trad. al inglés Crawford).

15 16

126

Una excepción la constituye la disertación de Ryan Boehm (2011), que esperamos aparezca pronto como monografía; por el momento ver Parker (2009) y Kravatirou (2013). Sobre Narix, ver SEG 51, 641, con bibliografía en SEG 56, 565. Panopeo, claro, es famosa solo por su insignificancia; Pausanias, 10.4.1, lo trata como un caso límite para la categoría de pólis.

Clifford Ando

Una ley de aduanas debe forzosamente realizar reclamos totalizadores, y aquí la ley reconoce al paisaje de la provincia organizado como un mosaico de jurisdicciones y comunidades políticas cuyas poblaciones no políadas se mantienen oscilantes. Una forma similar de conocimiento y acuerdo es visible en el informe de Estrabón del interior de Asia Menor. Consideremos, por ejemplo, la descripción de Estrabón de la región alrededor de Estratonicea: “Después de Iasos uno llega al Posideon de los milesios. En su interior se encuentran tres ciudades de importancia: Milasa, Estratonicea y Alabanda. Las otras son perípoloi, dependencias de esas (literalmente, “pobladores conurbanos”), o también de las ciudades de la costa, entre las cuales están Amazón, Heraclea, Euromo y Calcétor” (Estrabón, 14.2.22; trad. al inglés H.L. Jones). “Y cerca de la ciudad está el templo de Zeus Crisaoreo, posesión común de todos los carios, donde se reúnen tanto para ofrecer sacrificio como para deliberar sobre sus intereses en común. Su sistema (sýstema), que está compuesto por aldeas (synestekòs ek komôn), es llamado ‘crisaoreano’. Y aquellos que presentan la mayor cantidad de aldeas tienen preferencia en el voto, como por ejemplo la población de Ceramo. Los estratoniceos poseen además una porción del sistema, aunque no son parte del elenco cariano, sino porque tienen aldeas (hóti kómas ékhousi) pertenecientes al sistema crisaoreano” (Estrabón 14.2.25; trad. al inglés H.L. Jones, adaptado).

Aquí parece claro que existía una forma previa de cooperación supra-local, el Compuesto Crisaoreano, integrada por aldeas. (Es muy difícil generar un castellano17 que capture la circularidad del vocabulario político y antropológico griego. Esto es un problema sobre el que volveré.) La pólis de Estratonicea, que era una fundación colonial y, por lo tanto, una intrusión imperial en el paisaje, está a la vez sobreimpuesta como marca sobre y como posesión de algunas aldeas –las “posee” de la misma manera que Afrodisias y Plarasa “poseen” aldeas en tanto que recursos– pero a su vez se insertan en un contexto cariano que no puede controlar completamente. En este sentido, Estratonicea meramente participa en el sistema cariano, al cual no reemplaza18. 17 18

En el original dice “inglés”, la lengua en que está escrito el artículo (N. del T.). La construcción demográfica de Estratonicea, su relación con el sýstema crisaoreano y la coerción ejercida por todas partes por la proximidad del poder de Rodas (y sus fluctuaciones) son, por supuesto, un problema histórico complejo cuya dinámica no es posible discutir en este contexto. Un estudio útil y claro es el de Van Bremen (2004).

Ciudad, aldea, sacrificio

127

El vocabulario de Estrabón nos lleva al segundo punto que quisiera marcar, sobre el lenguaje. He señalado que en el pensamiento romano sobre el contexto provincial, las ciudades eran puntos nodales en la transmisión de normas. Los romanos asumían que las ciudades con foros y poblaciones jurídicamente organizadas eran el sitio apropiado para la operación de instituciones despersonalizadas de gobierno (Ando, 2011). Pero puede decirse más: el latín ofrece un vocabulario mucho más rico para la clasificación de formas urbanas que el griego, y esto provoca diferencias en una multiplicidad de aspectos (Ando, 2012). Por un lado, el término civitas puede referir a la totalidad de un territorio en el cual una población vivía y ejercía la jurisdicción; y, por otro, las poblaciones podían ser reconocidas por practicar, de uno u otro modo, formas urbanas de vida diferentes a las del tipo ideal de la civitas (Ando, 2015). En griego, por el contrario, el lenguaje político era intensamente circular, pólis, polítes, politeúesthai, y así de seguido, siendo coderivadas y codependientes. He argumentado en otra parte (Ando, 2012) que los libros de Estrabón sobre las provincias occidentales tergiversan la naturaleza del intercambio político y cultural en el panorama provincial, pues Estrabón parece incapaz de reconocer, o al menos incapaz de describir, cambios sociales y culturales en la medida en que ocurrían en el panorama latino romano. Para los historiadores modernos que usan fuentes griegas, una consecuencia es que las poblaciones no políadas, es decir, poblaciones no helenísticas, son difíciles de ver, pues su forma de vida es inenarrable en el lenguaje contemporáneo. Un pueblo sin política es un pueblo no susceptible de ser analizado como nos analizamos a nosotros mismos: son objetos de la etnografía y nosotros de la historia. No por nada las aldeas del este griego son más visibles para nosotros cuando actúan como ciudades. Ese es otro problema sobre el que volveré luego.

Las aldeas de Enoanda Permítaseme virar ahora hacia la comparación más obvia para el texto de Orcisto, el dossier de textos de Enoanda que registra la fundación del festival cuatrienal dedicado y nombrado por Cayo Julio Demóstenes19.

19

128

Sobre este texto los lectores deben consultar la incomparable edición de Michael Wörrle (1988); una traducción al inglés de la inscripción ha sido realizada por Mitchel (1990).

Clifford Ando

Quisiera focalizar la atención en los requerimientos para la procesión y sacrificios contenidos en el decreto de la ciudad: “(69/70) El propio agonoteta, un toro: el sacerdote políade (poleitikès hiereús) de los emperadores y sacerdotisas de los emperadores, un toro; el sacerdote de Zeus, un toro; los tres panegiriarcas, un toro; el secretario del consejo (71) y los cinco prítanos, dos toros; los dos supervisores de mercado políades (politikoí agoranómoi), un toro; los dos gimnasiarcas, un toro; los cuatro tesoreros, un toro; los dos oficiales de policía rural, un toro; el efebarco (supervisor de la juventud), un toro; el (72) pedónomo, un toro; el supervisor de edificios públicos, un toro; de las aldeas, de Terseno con Armadu, Ariso, Merlacanda, Mega Oro y ... (73) -lai, Kirbu, Euporos, Oroata, ... -rake, Valo e Iscafa, con sus granjas asociadas, dos toros; Orpenna Sielia con (74) sus granjas asociadas, un toro...”. “Sapondoanda con sus granjas asociadas, un toro; sin nadie que tenga (80) la autoridad de extraer impuesto por estos sacrificios. El cuidado de los sacrificios de la aldea [¿o de las aldeas?] pertenece a los demarcos y los arquidecanos, en las aldeas donde hay arquidecanos, con el agonoteta que deberá proveer en el año previo al festival cuando son elegidos los demarcos y arquidecanos para el año de la agonotesia, y apuntará un hombre de cada aldea de aquellas que participen en el sacrificio común que deben hacer la provisión para el sacrificio” (SEG 38, 1462; trad. al inglés Mitchell, con dos cambios menores).

Documentos como este, es decir, decretos cívicos, han sido estudiados como ventanas hacia la cultura política de la ciudad griega, dentro del marco del evergetismo. Más recientemente, ha habido un mayor interés en los documentos públicos como evidencia del funcionamiento en curso de las instituciones democráticas nominales (por ejemplo, Carlsson, 2010). Mi interés, por el contrario, reside no tanto en la vitalidad de las instituciones democráticas per se, sino en la manera en que el lenguaje de la pólis extendía el dominio de las élites urbanas no solo sobre las ciudades, sino también sobre las poblaciones más amplias de las aldeas no políadas, usualmente no griegas, cuya existencia era simplemente borrada por eso. Las democracias –en especial las democracias premodernas– son siempre democracias sobre alguien (Ando, en prensa). En el caso de la así llamada ciudad griega, el ideal de la legitimidad democrática y un lenguaje que situaba la “política” en las póleis colaboraron para promover la dominación social y económica de las élites urbanas. En este texto, por ejemplo, el calificador politikós denomina las instituciones (legítimas) de

Ciudad, aldea, sacrificio

129

la autoridad pública (11.70, 71), cuyo uso excluye ampliamente incluso de su consideración a las instituciones de las comunidades no políadas. Los dossiers de Orcisto y Enoanda provocan la inquietud sobre el rol de las instituciones religiosas en el impulso de la distribución asimétrica del poder y la riqueza ¿Qué habilitaba al consejo de Enoanda a extraer contribuciones de las aldeas en su territorio? Es decir, para adoptar el lenguaje del senatus consultum sobre Afrodisias o el de Estrabón sobre Estratonicea, estas eran claramente aldeas que Enoanda “tenía” o, podría decirse, “poseía”. Pensando en términos políticos más sólidos, cabría preguntarse, ¿hasta qué punto esas acciones públicas tenían eco en prácticas privadas, de modo que los individuos en el campo eran inducidos a privilegiar los santuarios monumentales urbanos como sitios para el culto (y sus actividades económicas concomitantes)? ¿Acaso una preferencia activa por los santuarios urbanos y el desprecio por los rurales contribuyó a impedir que las aldeas florecieran por su propio derecho, hasta el punto que ellas mismas pudieran peticionar para adquirir el estatus de ciudad? En otro contexto, puede ser posible que el término “sacrificios aldeanos” en la línea 80 (tôn kometikôn thysiôn) refiera a ritos realizados simultáneamente tanto en la ciudad como en las aldeas, y que semejantes esfuerzos de coordinación sean mecanismos poco estudiados para afirmar la prioridad de cierto grupo de instituciones sobre otros. (Este es un tema central en las anotaciones sobre el paganismo antiguo de Libanio [e.g., Or. 30.33-34], y yo mismo [Ando, 2016] he intentado documentar los esfuerzos por producir simultaneidad en el comportamiento ritual en dos ubicaciones diferentes según cómo estas están registradas en las crónicas de la Antigüedad tardía.) En Enoanda, es probable que los rituales fueran conducidos en conexión con la procesión descrita en lín. 68-70; de ser así, podría ser comparado con la procesión de Vibio Salutaris en Éfeso (I. Eph. 27; Rogers, 1991: 80-126). Dicho esto, el texto de Enoanda da cuenta de la existencia de instituciones de poder público localizadas específicamente dentro de las aldeas. En su afán de dirigir oficiales aldeanos para realizar los ritos asignados a su aldea, la boulé buscaba generar un sistema social estratificado, aceptando y controlando a las élites aldeanas. (De nuevo, las aldeas en los alrededores de Éfeso permiten una comparación significativa: Almura, por ejemplo, no solo tenía un magistrado jefe que portaba el título de arconte [árkhon], sino que estaba dotada al menos de un festival religioso (I. Eph. 3252, 3260.) Para entender lo que está en juego en el control de las comunidades políticas subordinadas, solo necesitamos recordar la petición exitosa de

130

Clifford Ando

Orcisto, cuya promoción debe haber privado a los nacolenses de considerables ingresos. Volviendo al punto central, debemos comparar los diferentes destinos de los tricastrinos, carnos y catalos. Los tricastrinos eran una tribu gálica desposeída por la fundación de Arausio. Su presencia continua en porciones marginales de su propio territorio previo está registrada en el famoso mapa catastral del período flavio (Piganiol, 1962: 53-62). Pero a una ciudad de los tricastrinos se le concedió el estatus latino bajo Augusto y el estatus colonial bajo los Flavios. Así, ellos pasaron de una subordinación formal a la autonomía política y fiscal. En la famosa inscripción de Tergeste del período antonino (ILS 6680), por el contrario, el honorando, Lucio Fabio Severo, obtuvo exitosamente permiso para cooptar miembros de la élite de pueblos atribuidos a la curia de Tergeste, los carnos y los catalos; la vitalidad de Tergeste fue, por lo tanto, explícitamente adquirida al transferir la energía social, económica y política de los pueblos atribuidos a la civitas local. El capital político y las energías sociales de las élites no cívicas fueron desviados; la posibilidad de promover los intereses específicos de su comunidad local fue cancelada a través de su incorporación en las economías de intercambio y honor de la comunidad cívica a la cual fueron subordinadas por el imperio. Esta forma de extracción de riqueza y energía de las aldeas a través del intercambio de honores urbanos, que solo refuerza la posición de la ciudad como dispensadora de esos honores, es también visible en el oeste en la provisión ocasional hecha para reservar sitios en el anfiteatro para personas de comunidades suburbanas y dependientes20.

Las aldeas de la merís de Heraclides y la economía religiosa de la Alejandría romana El texto clásico más obvia y enigmáticamente análogo al texto fundacional de Enoanda es un papiro del archivo de Petaus, un oficial de Ptolemaida Hormos del siglo II. El papiro registra la asignación de contribuciones, en forma de terneros y cerdos, para el festival de Serapis (P. Petaus, 40). Las contribuciones debían ser hechas por aldeanos. Las primeras líneas en la traducción de APIS [Advanced Papyrological Information System] rezan: 20

Por ejemplo, ILS 5653e (Pompei); CIL XIII 6421 a-3, 6422a-b (Lopodunum); CIL XIV 2121 (Lanuvium). Sobre este tema, ver Jones (2008). En contraste con la escasez de evidencia respecto a las ubicaciones en el este, la autora evidencia la provisión ocasional realizada para la participación aldeana en las procesiones urbanas.

Ciudad, aldea, sacrificio

131

“Asignación de contribuciones de terneros y cerdos jóvenes para la fiesta de Sarapis. Como se indica a continuación: de la pólis de Afrodita y Arabon, [1] ternero, 2 cerdos jóvenes; de Arsinoe y Tanis, [1] ternero, 2 cerdos jóvenes; de Alabantis y Ptolemaida Hormos, [1] ternero, 2 cerdos jóvenes; de Baquias y Hefestias, [1 ternero], 2 cerdos jóvenes…”.

Michael Wörrle cita el papiro como comparación a la inscripción de Enoanda y, a primera vista, la relevancia es obvia. Sin embargo, es citado por Wörrle sin comparación alguna en una nota a pie sin ninguna discusión, y solo puedo conjeturar el por qué: no conocemos qué autoridad produjo este texto. No sabemos si el texto detalla un requerimiento impuesto por alguna autoridad o si simplemente registra gastos voluntarios. De hecho, no tenemos conocimiento de un templo de Serapis en el área. Siendo menos común de lo que uno querría en la historiografía detenerse en lo que uno no conoce, los comentarios provistos por los editores del P. Petaus son extraordinariamente breves. La relevancia de este papiro para la presente investigación puede ser brevemente resumida. Primero, la lista en el P. Petaus 40 especifica pares de aldeas; cada una contribuye con un ternero y dos cerdos. En otros contextos, cuando se indica a dos aldeas que realicen tales contribuciones, es posible para una o para la otra (y a veces las dos) proveer efectivo en lugar de la contribución. En este punto, el sistema de asignación es familiar y quizás gubernamental. Segundo, la lista es alfabética de acuerdo al nombre de la primera aldea del par. No puede precisarse cómo fueron establecidos los pares. Puede ser que los pares fueran establecidos de acuerdo con la proximidad geográfica de las aldeas, pero es solo una suposición: los editores no lo dicen, y la locación de todas las aldeas es desconocida. La interpretación de este texto no se ve ayudada por el descubrimiento de que el archivo de Petaus contiene al menos dos listas más de aldeas (cuestión no observada por Wörrle). El P. Petaus 41 contiene muy estrechamente una lista de nombres de aldeas con números. La lista no es alfabética. Incluso más, las aldeas en esta lista no aparecen en P. Petaus 40. Uno puede arriesgar algo respecto a la práctica que lo generó: es probable que estas fueran anotaciones hechas a medida que llegaban los pagos, y la información pudo haber sido transcripta en una lista alfabética cuando el proceso fue completado. (Jim Keenan, en una comunicación personal, me ha sugerido que puesto que todos los núme-

132

Clifford Ando

ros son múltiplos de cuatro, el papiro probablemente registrara los pagos de manera que esto permitía detallarlos en dracmas o tetradracmas.) El P. Petaus 42 es una lista de los ingresos generados por tres impuestos menores de aldeas en el nomo Arsinoíta. Esta lista es alfabética y aun así no parece reproducir la misma lista de aldeas que P. Petaus 40. Podemos concluir, entonces, que la autoridad que generaba las obligaciones especificadas en P. Petaus 40 no era la misma que imponía los tributos, pero esta es solo una conjetura. Sabemos, por supuesto, de la existencia de un templo de Serapis en Alejandría, e, incluso más, también estamos enterados de que los egipcios viajaban hacia Alejandría para realizar sacrificios en el templo. Entre otras cosas, sabemos esto por un edicto de Caracalla que tenía como objetivo expulsar de Alejandría a personas jurídicamente clasificadas como egipcias21. (No insisto, por supuesto, en que el P. Petaus 40 especifica contribuciones para el templo en Alejandría.) El texto de Caracalla evidencia muchos aspectos tanto de la ideología de la superioridad de la religión urbana como de los aspectos prácticos de la política económica urbano-rural que hemos discutido hasta aquí: “Todos los egipcios en Alejandría, especialmente los campesinos (ágroikoi), que hayan escapado de otras partes y puedan ser fácilmente detectados, serán expulsados en todos los casos, con excepción, sin embargo, de los comerciantes de cerdos, los capitanes de botes de río y los hombres que recogen juncos para calentar los baños. Pero todos los otros serán expulsados, pues por su número y su inutilidad perturban la ciudad. Me informan que en el festival de Sarapis, y en otros días festivos, los egipcios suelen traer toros y otros animales para sacrificio, incluso en otros días: no se les prohibirá hacerlo. Las personas que deben ser prohibidas son aquellas que hayan huido de sus distritos para escapar del trabajo agrícola, no aquellas, sin embargo, que se han congregado aquí con el objeto de observar la gloriosa ciudad de Alejandría o se acercan para disfrutar de una vida más civilizada (más politikós) o por negocios incidentales. Un extracto adicional. Los egipcios genuinos pueden ser fácilmente reconocidos entre los tejedores de lino por su pronunciación, que prueba si han asumido la apariencia y vestimenta de otra clase; incluso más, en su modo de vida alejado de las formas civilizadas se

21

Aquí sería útil recordar una peculiaridad de la ley pública respecto a Egipto previo al período severo: la tierra fuera de Alejandría se definía como khôra, pero no por eso era la khôra de Alejandría.

Ciudad, aldea, sacrificio

133

revelan como campesinos egipcios” (P. Giss. 40, col. II, 1ín. 17-30; trad. al inglés, Sel. Pap.).

Nótese, en primer lugar, la consistente identificación de la gente del campo (ágroikoi) con el estatus etnolegal del egipcio. En segundo lugar, mientras el emperador desea que los egipcios que no pertenecen a Alejandría sean expulsados, admite un cierto número de excepciones: aquellos útiles económica o materialmente; los que realizan sacrificios en el templo de Serapis, sea por el festival o en otra ocasión; y los que desean ver la pólis o disfrutar un estilo de vida más politikós. Al final del texto se ofrecen instrucciones para la implementación del decreto: los verdaderos egipcios, refiriéndose quizás a la etnia egipcia, pueden ser reconocidos tanto por su pronunciación como por su porte: son ágroikoi, campesinos o rústicos; por lo tanto, su comportamiento no es politikós. No obstante, la vida fuera de una pólis es por definición no politikós: la clasificación de estas personas como “incivilizadas” está, por lo tanto, sobredeterminada. En la lógica prejuiciosa del texto, ellas se acercan a la pólis para admirar a sus superiores. En la realidad material, sucumben a una ideología por la cual el compromiso religioso requiere de ellas la transferencia de riqueza desde sus comunidades a la ciudad, para suscribir a una topografía sagrada por la cual sus propias comunidades son menospreciadas. Permítaseme ser claro: el prejuicio en favor de las ciudades y el menosprecio de la vida aldeana se presenta en términos de evaluación estética y moral, y se asume que los mejores entre los rústicos compartirán este prejuicio. Es por ello que a los rústicos que van a la ciudad para experimentar un estilo de vida más politikós se les permite permanecer en ella. Pero la misma lógica y el menosprecio gobiernan una práctica religiosa que es simultáneamente una práctica económica, pues traer animales a la ciudad para ser sacrificados equivale a transferir riqueza (y posiblemente nutrientes) de las aldeas a la ciudad. Si hay algo que sabemos sobre el sacrificio es que los templos se beneficiaban regularmente de la práctica, e.g., reclamando la propiedad sobre las pieles de los animales allí sacrificados.

El gravamen sobre los animales Cada situación que hemos examinado hasta aquí establece una conexión o al menos una superposición entre el poder político, el poder fiscal y la religión. Nos hemos concentrado también en situaciones en las

134

Clifford Ando

que el poder de la pólis sobre su entorno rural aparece como incuestionable e incontestable. Pero esto no era universalmente valedero, y deseo considerar un conjunto de textos que revela formas de negociación o impugnaciones entre ciudades y aldeas. Frecuentemente, en estos casos, se realizan concesiones, simbólicas o fiscales, por las cuales se concede el honor a una élite aldeana, o la ciudad accede a no ejercer un poder hipotético, mientras que el derecho nominal de la ciudad respecto de ese poder permanece indiscutido (debido a que no es ejercido). Como hemos visto, en lo que concierne a la religión y particularmente al sacrificio, el poder de la ciudad sobre poblaciones subordinadas es usualmente expuesto en términos de su control sobre el ganado: el poder de demandar animales para sacrificio y, en términos más generales, el poder de gravar la venta de animales o realizar demandas de trabajo sobre ellas. La regulación del ganado, respecto de la ganadería, el pastoreo y su uso para el trabajo no ha recibido la atención que se esperaría22. Pero creo que no sería incorrecto decir que hemos aprendido mucho de lo que sabemos, no tanto de las regulaciones reales cuanto de las exenciones a esas regulaciones, en tanto que son las exenciones y no las regulaciones las que están citadas en las inscripciones honoríficas existentes. Por ejemplo, en un texto famoso de Priene, un decreto honorífico, entre otros, para Larico, discutido en un famoso artículo de Phillippe Gauthier (1980), se especifica: “que debe haber inmunidad [de impuestos] para Larico, en lo que respecta al ganado y a los cuerpos, tal como en la propiedad privada y en la ciudad” (SEG 30, 1360, 11.23-25). Como evidencia positiva, entre las autoridades cívicas a quienes se ordenaba hacer sacrificio en una lex sacra en Cos, era la persona que compraba el contrato para recolectar el tributo sobre los animales de cuatro patas (SIG 1000 = Socolowski, LSCG Nº 169, lín. 6). Desde una perspectiva, lo que estos textos muestran es una presunción normativa de control políade sobre el comercio y los animales, que es forzosamente una industria localizada fuera de la ciudad, entre los ágroikoi. Pero, desde otra perspectiva, somos testigos de un reclamo: la ciudad reclama poder sobre su entorno rural; reclama que sus instituciones legales y fiscales regulen la vida comercial a lo largo de su territorio. Este reclamo es tirante: si uno no tiene el poder para imponer la demanda, la capacidad incluso de hacerla se ve erosionada. Por lo tanto, lo que suelen relevar los documentos, o al menos sugieren, es 22

Por el momento, ver Chandezon (2003; 2004); McInerney (2010).

Ciudad, aldea, sacrificio

135

una historia de negociaciones, en la cual una de las partes accede a no imponer su demanda, a cambio de que la otra acceda a que la primera parte pueda hacerla, pero solo como una petición. En un nivel más práctico, lo que usualmente observamos es que por alguna razón –una razón que el texto usualmente no revela explícitamente– se establecía un acuerdo que reconocía límites al poder de la pólis. Permítaseme proceder en orden inverso y considerar situaciones referentes al ganado y la tributación antes de volver a la religión. Consideremos una inscripción de Teos (SEG 2, 579). Muchas personas citan este texto como emergente de un acto de integración –una nueva comunidad es agregada o implantada, en el territorio de Teos–, pero las exactas circunstancias que llevan al acuerdo descripto en el tratado no nos conciernen (Robert & Robert, 1976: 175-188). Permítaseme focalizar en los detalles de las exenciones de tributo y diezmo otorgadas a miembros de la comunidad incorporada: “Y sus bueyes de trabajo deben estar exentos de (requisición para) todos los trabajos públicos [¿que lleve adelante la ciudad?]. Y se les debe conceder exención de tributos sobre yunta de animales y animales de pies humanos23, sean trabajadores contratados o que acarreen madera, o cualquier cosa que [hagan o] atiendan conectada con la venta de madera, y del impuesto sobre ovejas [¿hasta un número de...?]. Aquellos que deseen pueden criar cerdos hasta el número [específico] de ovejas y deben estar exentos de impuestos” (SEG 2, 579, 1ín. 5-10; trad. al inglés Austin).

Más allá del tema de los animales –aunque aquí, parte de lo que está en cuestión es la corvea en trabajo de animales extraída por el estado central, y no animales para la matanza o el sacrificio–, pongo la atención en la naturaleza dialógica del proceso de demanda y exención en este texto. La ciudad de Teos reclama el poder para poner impuestos sobre el comercio y extraer contribuciones sobre humanos y otros animales poseídos por personas en su territorio. En este caso, la comunidad ha sido integrada como ciudadanos de Teos: tal es la implicancia de la primera cláusula en la primera línea: “[...en la cual] los otros teenses comparten” ([---hôn k]aì toîs alloîs Teoîs métestin). Pero la ciudad tuvo que conceder una exención a su derecho de imponer tributo. Nótese que la forma de exención deja intacto el principio de su derecho a cobrar tributo; simplemente, este es resignado voluntariamente, incluso si el 23

136

Se refiere a esclavos [N. del T.].

Clifford Ando

efecto práctico de la exención es volver no existente ese poder dentro de un espacio particular. Puede ser que la ciudad haya tenido que conceder cierta exención a una comunidad que constituye una importante fuente de carbón –veremos otro caso como este más adelante–, pero la discusión que está más abajo sobre las prendas de lana puede militar en contra de esto. Si retornamos momentáneamente a la ley tributaria de Palmira, encontraremos una referencia explícita a la naturaleza política de garantizar tales concesiones: “Sobre alimentos, establezco que debe ser extraído un denario por carga de acuerdo con la ley, siempre que una carga sea traída dentro de los límites o sacada. Esos [alimentos] ingresados dentro o fuera de la khoría [distritos, aldeas] estarán libres de impuestos, como fue acordado con/ concedido a ellos” (CIS II.iii Nº 3913, panel IV, col. I, 1ín. 187-191).

La primera persona de estas líneas, el “yo”, es el legatus pro praetore de Siria en los años 67-69, Licinio Muciano, y en el párrafo sobre animales, se refiere a una regulación establecida por Germánico César en el 18 d.C. Los puntos sobre los que focalizo son dos. El primer punto es que la ley establece una distinción entre el movimiento de bienes dentro y fuera del territorio de la pólis y el movimiento de bienes entre espacios políticos subordinados dentro de su territorio. Tal distinción es explícita precisamente porque, como hemos visto, era perfectamente posible y de hecho regular para la ciudad gravar el movimiento y venta de bienes de esta forma: las líneas inmediatamente anteriores impusieron solo un tributo sobre los animales traídos a la ciudad de Palmira desde las aldeas dentro de su territorio. El segundo punto es simplemente que la concesión de una excepción –o, podría decirse, el no ejercicio voluntario de este poder nominal– resulta de la negociación entre comunidades rurales, la ciudad y el poder central.

Excursus sobre religión aldeana Un estudio monográfico sobre este tópico necesitaría considerar también la financiación de festivales localizados en aldeas, sobre todo, porque un conjunto de tales textos muestra homologías estrechas entre las estructuras de la autoridad política y la religiosa y, además, enumera requerimientos para financiar o abastecer el festival en formas muy similares a los registros políades. Dos de estos documentos provienen de

Ciudad, aldea, sacrificio

137

Lidia (TAM V.2 1316 y SEG 47, 1806 = Wörrle & Wurster, 1997, este último es la inscripción de Dereköy, quizás el texto más famoso de esta clase). Ambos testimonios son notables por la relación mimética que la vida y las instituciones aldeanas establecen con las estructuras cívicas y legales en las póleis tradicionales, incluso cómo de forma autoconsciente describen su mundo como no políade: los recursos se identifican como pertenecientes a las aldeas; las poblaciones son descriptas como habitantes antes que ciudadanos; las posesiones son “aquellas de las aldeas” antes que políadas (en taîs állais synódois kometikaîs pásais); y kometikós es igualmente utilizado para describir lo que podemos llamar una acción pública (TAM V.2 1316, 1ín. 5, 8, 11-12 y 17; SEG 47, 1806, 1ín. 43, 54).

Soada-Dionisias: sus festivales, aguas y aldeas24 Me gustaría ahora retomar un ejemplo final en el que, primero, una dinámica particularmente aldeana se ha vuelto exitosamente independiente de su ciudad –lo que equivale a decir que respecto de la ley pública, se vuelve ciudad por derecho propio–; y, segundo, en el que una aldea dentro de su territorio es dotada, por la ecología y el terreno, con poder de negociación frente a la nueva pólis. En el año 149 d.C., Soada era todavía una aldea subordinada o, podría decirse, atribuida a Canata. (El último texto antiguo en emplear el nombre Soada es IGLS [Inscriptions Grecques et Latines de la Syrie] XVI 321; por supuesto, el nombre moderno, As-Suwayda, refiere al nombre previo.) Existe registro de una ciudad llamada Dionisias, en 185/6 (IGLS XVI 333). Un texto sin datar de Deir-es-mej, una aldea cerca de Canata, menciona un festival en Soada, y la dicción, es decir, la referencia al “festival de los soadenos”, sugiere al menos una fecha para el texto previa a la elevación de Soada al estatus de ciudad y el subsiguiente cambio de nombre (SEG 7, 1233). Si esto es correcto, la existencia de este festival aldeano, ejerciendo una fuerza gravitacional sobre otras aldeas dentro del territorio de la pólis común, puede bien dar testimonio del poder e influencia de Soada y colaborar en la explicación de su promoción. Otra prueba de esto está implícita en la construcción del nymphaeum en Soada, el cual era abastecido por un acueducto confirmado por diez 24

138

La historia de Soada ha aparecido en numerosos proyectos en años recientes, más recientemente (de mi conocimiento) en Moors (2002); ver también Sartre (1981); Frézouls (1987a).

Clifford Ando

inscripciones en edificios25. Maurice Sartre (1981) ha observado correctamente que la frase “a Canata” en estos textos debe referirse al territorio de Canata y no a la ciudad (e.g. SEG 7, 969, 1ín. 8-9), pues en varios casos Canata es mayor en jerarquía que las aldeas donde las inscripciones fueron halladas. La frase “a Canata” es pues un testimonio de la soberanía desesperada de Canata: soberanía porque afirma el derecho de borrar a Soada del registro público, desesperada porque la dirección del flujo de agua anticipa el fracaso del esfuerzo26. Una inscripción tardía del nymphaeum atestigua una evidente expansión en su abastecimiento de agua (IGLS XVI, 332). Esto debe tener una datación posterior a la promoción de Soada al estatus de pólis (cf. supra), y es notable cómo tantas fuentes termales en comunidades de los alrededores eran entonces intervenidas para abastecer de agua a Soada-Dionisias. Pero la cuestión no es simplemente que Dionisias dominara su entorno rural o la región mayor, pues el texto registra además la elaboración de un templo a Atenea en Er-Raha, junto a sus imágenes (11. 9-11: kaì tòn naòn têi Athênai en Arroîs s Ǥn toîs agálmasin anéstese). Uno se pregunta qué forma de negociación o intercambio tuvo lugar allí: estar sobre la colina y controlar la fuente de agua puede haber permitido a los aldeanos de Er-Raha negociar un retorno monetario por su cooperación en la desviación de su abastecimiento de agua. Ciertamente, lo que no tenemos aquí es un simple registro de las contribuciones, un acto de poder, del estilo detallado del texto de Enoanda o del P. Petaus 40. Para cerrar, observamos que el templo de Atenea en Er-Raha puede haberse transformado por sí mismo en objeto de conmemoración en una aldea próxima (SEG 7, 976) ¿Quién sabe, si el mundo hubiera permanecido en su anterior trayectoria, si Er-Raha no podría haberse convertido en una ciudad por derecho propio con un templo funcionando, a su vez, para extraer riqueza de su entorno rural?

Conclusiones Es probable que mucho sobre la historia de mi tópico permanezca oscuro. Como ha recordado Seth Richardson (2012), el lenguaje de la soberanía admite pocas dudas. Muchos textos que reflejan celebraciones enteramente políadas de fertilidad agrícola pueden ser desplegados, con 25 26

Sobre el ninfeo y su abastecimiento de agua, ver Sartre-Fauriat (1992). Sartre (1981: 352-354) ha establecido un punto similar en términos menos políticos.

Ciudad, aldea, sacrificio

139

cierto grado de certeza, para revelar actos no inocentes de reclamos, a través de los cuales las ciudades se afirmaban a sí mismas como el escenario único apropiado para los rituales religiosos dirigidos al campo. El espléndido estudio de Christophe Chandezon (2014: 40-48) sobre la ley sagrada del culto a Artemis Cindias en Bargilia es un caso clave, como lo es el festival de Júpiter Sosipolis en Magnesia sobre el Meandro, que cita en comparación27. Pero esta no es una lectura que los textos provean. Son pocos los sitios como Atenas, donde la existencia de calendarios rituales tanto de la ciudad como de los demos permite explorar la economía política de la “poliadización” en profundidad, y son más raras aún esas instancias donde la dimensión simbólica de la autoridad religiosa es abiertamente calcada en el ejercicio del poder fiscal, y viceversa. Respecto de los casos tratados en este ensayo, Orcisto, Enoanda y Alejandría, acaban por ofrecer, pues, un modelo del poder de las póleis sobre las poblaciones en su entorno rural, mientras que Teos, Estratonicea, Dionisias y, quizás, Palmira ofrecen otra. En los casos anteriores, me parece que la existencia de un estado superior –un reino o un imperio– es lo que permite el dominio de la ciudad sobre su entorno rural. La utilidad del poder imperial en torno al sustento del poder de las élites de la ciudad, en virtud del permiso de las ciudades de enfocarse en la actividad mercantil en espacios bajo su control fiscal y social, es asimismo revelado por la relativa abundancia de registros epigráficos de las solicitudes por parte de las aldeas del derecho a tener mercados periódicos, que han sido tan estudiados por Nollé y De Ligt (Nollé, 1982; Eck & Nollé, 1996; De Ligt, 1993; Nollé, 1999). Ninguna de estas solicitudes de una pólis o civitas sobreviven: el derecho a centralizar, supervisar y gravar la actividad económica estaba dado por su estatus de comunidad política. Las aldeas, por el contrario, debían prometer, o los procónsules que afirmaban sus demandas garantizar, que cualquier mercado organizado por la aldea no infringiría el poder económico de su pólis supervisora, a saber, aquellos a quienes Constantino llamaba “los poderosos” (ver e.g. SEG 32, 1149: Mandragoreis; SEG 32, 1220: Tetrapyrgia). En los últimos casos, es decir, Teos, Estratonicea, Dionisias y quizás Palmira, las así llamadas aldeas, esto es, comunidades subordinadas, podían hacerse de un espacio de acción autónoma o negociar alguna concesión. En muchos de estos casos, sospecho que frecuentemente

27

140

Bargilia: SEG 45, 1508. Magnesia: SIG 589, donde domina una formulación diádica combinando la ciudad y su territorio.

Clifford Ando

eran aspectos de la ecología y los límites materiales sobre el poder real de la élite de la pólis los que estructuraban esas relaciones. Si el caso de Teos resulta de hecho de un sinecismo de pobladores no indígenas, este representa un caso atípico para estas situaciones, pero estamos allí en los límites de lo que conocemos. En muchas de estas situaciones, las élites civiles trabajaban para establecer y sustentar un homeomorfismo en la circulación de bienes, los tentáculos del poder fiscal, las redes de honor y estratificación social y las jerarquías de prestigio en cuestiones de religión. De esta manera, las estructuras ideológicas expresadas de una manera en los textos normativos y concretadas en los términos evaluativos más básicos del propio lenguaje dibujan un mapa, apoyan, y son respaldadas a su vez por las prácticas materiales que privilegian las ciudades como sitios de resolución de disputas y los templos urbanos monumentales como lugares para la conexión con lo divino.

Bibliografía Ando, C. 2011. “Law and the landscape of empire”, en S. Benoist, A. Daguey-Gagey y C. Hoët van Cauwenberghe (eds.), Figures d’empire, fragments de mémoire. Pouvoirs (pratiques et discours, images et représentations), et identités (sociales et religieuses) dans le monde romain impérial (Ier s. av. J.-C.-Ve s. ap. J.C.), Paris: 25-47. Ando, C. 2012. “The Roman city in the Roman period”, en S. Benoist (ed.), Rome, a city and its empire in perspective. The impact of the Roman world through Fergus Millar’s research, Leiden: 109-124. Ando, C. 2015. Roman social imaginaries. Language and thought in contexts of Empire, Toronto. Ando, C. 2016. “Triumph in the decentralized empire”, en J. Wienand y F. Goldbeck (eds.), Der römische Triumph in Prinzipat und Spätantike, Berlin: 397-417. Ando, C. En prensa. “The political economy of the Hellenistic polis: comparative and modern perspectives”, en H. Börm y N. Luraghi (eds.), The polis in the Hellenistic world, Stuttgart. Boehm, R. 2011. Synoikism, urbanization, and empire in the early Hellenistic period (Dissertation), University of California, Berkeley. Briant, P. 1975. “Villages et communautés villageoises d’Asie achéménide et hellénistique”, Journal of the Economic and Social History of the Orient 18: 165-188. Carlsson, S. 2010. Hellenistic democracies. Freedom, independence and political procedure in some east Greek city-states, Stuttgart.

Ciudad, aldea, sacrificio

141

Chandezon, C. 2003. L’élevage en Grèce (fin Ve-fin Ier s. a.C.). L’apport des sources épigraphiques, Bordeaux. Chandezon, C. 2004. “Pratiques zootechniques dans l’antiquité grecque”, Revue des Études Anciennes 106: 477-497. Chandezon, C. 2013. “Les petites cités et leur vie économique. Ou, comment avoir les moyens d’être une polis”, Topoi 18: 37-65. Chandezon, C. 2014. “L’hippotrophia et la boutrophia, deux liturgies dans les cités hellénistiques”, en C. Balandier y C. Chandezon (eds.), Institutions, sociétés et cultes de la Méditerranée antique. Mélanges d’histoire ancienne rassemblés en l’honneur de Claude Vial, Bordeaux: 29-50. Chastagnol, A. 1981a. “L’inscription Constantinienne d’Orcistus”, Mélanges de l’École Française de Rome. Antiquité 93: 381-416. Chastagnol, A. 1981b. “Les realia d’une cité d’après l’inscription constantinienne d’Orkistos”, Ktèma 6: 373-379. De Ligt, L. 1993. Fairs and markets in the Roman empire. Economic and social aspects of periodic trade in a pre-industrial society, Amsterdam. De Ligt, L. 1996. “Further progress on I. Manisa 523”, Ancient Society 27: 163-169. Dignas, B. 2002. Economy of the sacred in Hellenistic and Roman Asia Minor, Oxford. Eck, W. & Nollé, J. 1996. “Der Brief des Asinius Rufus an die Magistrate von Sardeis. Zum Marktrechtsprivileg für die Gemeinde der Arillenoi”, Chiron 26: 267-273. Edmondson, J. 2006. “Cities and urban life in the western provinces of the Roman empire 30 BCE-250 CE”, en D.S. Potter (ed.), A companion to the Roman empire, Oxford: 250-280. Frézouls, E. 1987a. “Du village à la ville: problèmes de l’urbanisation dans la Syrie hellénistique et romaine”, en Frézouls 1987b: 81-93. Frézouls, E. 1987b. (ed.) Sociétés urbaines, sociétés rurales dans l’Asie Mineure et la Syrie hellénistiques et romaines, Strasbourg. Gauthier, P. 1980. “Les honneurs de l’officier séleucide Larichos à Priène”, Journal des Savants: 35-50. Grainger, J.D. 1995. “‘Village government’ in Roman Syria and Arabia”, Levant 27: 179-195. Harper, Jr., G.M. 1928. “Village administration in the Roman province of Syria”, Yale Classical Studies 1: 105-168. Jameson, M.H. 2014. Cults and rites in ancient Greece. Essays on religion and society, A.B. Stallsmith ed., Cambridge.

142

Clifford Ando

Jones, T. 2008. Seating and spectacle in the Graeco-Roman world (Dissertation), McMaster University. Jongman, W.M. 2002. “The Roman economy: from cities to empire”, en L. De Blois y J. Rich (eds.), The transformation of economic life under the Roman empire, Amsterdam: 28-47. Kantor, G. 2010. “Siculus cum Siculo non eiusdem ciuitatis: litigation between citizens of different communities in the Verrines”, Cahiers du Centre Gustave Glotz 19: 187-204. Kolb, F. 1993. “Bemerkungen zur urbanen Ausstattung von Städten im Westen und im Osten des Römischen Reiches anhand von Tacitus, Agricola 21 und der Konstantinischen Inschrift von Orkistos”, Klio 75: 321-341. Kornemann, E. 1940. “Attributio”, RE Supp.: 7, cols. 65-71. Kravaritou, S. 2013. “Thessalian perceptions of the ruler cult: archegetai and ktistai from Demetrias”, en P. Martzavou y N. Papazarkadas (eds.), Epigraphical approaches to the postclassical polis: fourth century BC to second century AD, Oxford: 255-275. Laffi, U. 1966. Adtributio e contributio. Problemi del sistema politico-administrativo dello stato romano. Pisa. Lenski, N. 2015. Constantine and the cities, Philadelphia. MacAdam, H.I. 1983. “Epigraphy and village life in southern Syria during the Roman and early Byzantine periods”, Berytus 31: 103-115. Magie, D. 1950. Roman rule in Asia Minor to the end of the third century after Christ, Princeton. Matthews, J.F. 1984. “The tax law of Palmyra: evidence for economic history in a city of the Roman east”, Journal of Roman Studies 74: 157-180. McInerney, J. 2010. The cattle of the sun: cows and culture in the world of the ancient Greeks, Princeton. Mileta, C. 2008. Der König und sein Land. Untersuchungen zur Herrschaft der hellenistischen Monarchen über das königliche Gebiet Kleinasiens und seine Bevölkerung, Berlin. Millar, F. 1977. The emperor in the Roman world, Ithaca (repr. 1992, with a new afterword). Mitchell, S. 1990. “Festivals, games, and civic life in Roman Asia Minor”, Journal of Roman Studies 80: 183-193. Mitchell, S. 1993. Anatolia: land, men, and gods in Asia Minor, Oxford: 2 vols. Moors, S. 2002. “The Decapolis: city territories, villages and bouleutai”, en W. Jongman y M. Kleijwegt (eds.), After the past. Essays in ancient history in honour of H. W. Pleket, Leiden: 157-207. Morley, N. 1997. “Cities in context: urban systems in Roman Italy”, en H.M. Parkins (ed.), Roman urbanism. Beyond the consumer city, London: 42-58.

Ciudad, aldea, sacrificio

143

Nollé, J. 1982. Nundinas instituere et habere. Epigraphische Zeugnisse zur Einrichtung und Gestaltung von ländlichen Märkten in Africa und in der Provinz Asia, Hildesheim. Nollé, J. 1999. “Marktrechte außerhalb der Stadt: lokale Autonomie zwischen Stathalter und Zentralort”, en W. Eck (ed.), Lokale Autonomie und römische Ordnungsmacht in den kaiserzeitlichen Provinzen vom 1. bis 3. Jahrhundert, Munich: 93-113. Parker, R. 2009. “Subjection, synoecism and religious life”, en P. Funke y N. Luraghi (eds.), The politics of ethnicity and the crisis of the Peloponnesian League, Washington, DC: 183-214. Piganiol, A. 1962. Les documents cadastraux de la colonie romaine d’Orange, Paris. Reynolds, J. 1982. Aphrodisias and Rome, London. Richardson, S. 2012. “Early Mesopotamia: the presumptive state”, Past and Present 215: 3-49. Robert, L. & Robert, J. 1976. “Une inscription grecque de Téos en Ionie. L’union de Téos et de Kyrbissos”, Journal des Savants: 153-235. Robert, L. & Robert, J. 1980. “Bulletin épigraphique”, Revue des Études Grecques 93: 368-485. Rogers, G.M. 1991. The sacred identity of Ephesos, New York. Sartre, M. 1981. “Le territoire de Canatha”, Syria 58: 343-357. Sartre, M. 1987. “Villes et villages du Hauran (Syrie) du Ier au IVe siècle”, en Frézouls 1987b: 239-257. Sartre-Fauriat, A. 1992. “Le nymphée et les adductions d’eau à Soada-Dionysias au IIe siècle ap. J.-C.”, Ktèma 17: 133-151. Schuler, C. 1998. Ländliche Siedlungen und Gemeinden im hellenistischen und römischen Kleinasien, Munich. Schuler, C. 2010. “Sympolitien in Lykien und Karia”, en R. van Bremen y J.-M. Carbon (eds.), Hellenistic Karia. Proceedings of the First International Conference on Hellenistic Karia. Oxford, 29 June-2 July 2006. Bordeaux: 393-413. Shaw, B. 1981. “The Elder Pliny’s African geography”, Historia 30: 424-471. Van Bremen, R. 2004. “Leon son of Chrysaor and the religious identity of Straontikeia in Caria”, en S. Colvin (ed.), The Greco-Roman east. Politics, culture, society (Yale Classical Studies 31), Cambridge: 207-244. Wörrle, M. 1979. “Epigraphische Forschungen zur Geschichte Likiens, III. Ein hellenislischer Konigsbrief aus Telmessos” Chiron 9: 83-111. Wörrle, M. 1988. Stadt und Fest im kaiserzeitlichen Kleinasien : Studien zu einer agonistischen Stiftung aus Oinoanda, Munich.

144

Clifford Ando

Wörrle, M. 1991. “Epigraphische Forschungen zur Geschichte Lykiens IV. Drei griechische Inschriften aus Limyra” Chiron 21: 203-239. Wörrle, M. & Wurster, W.W. 1997. “Dereköy: Eine befestigte Siedlung im nordwestlichen Lykien und die Reform ihres dörflichen Zeuskultes”, Chiron 27: 393-469.

Ciudad, aldea, sacrificio

145

EL CAPITAL EN EL SIGLO IV. PODER ARISTOCRÁTICO, DESIGUALDAD Y ESTADO EN EL IMPERIO ROMANO1 John Weisweiler (university of maryland)

Introducción

E

n su reciente estudio, Le capital au XXIe siècle, Thomas Piketty ofrece una innovadora reinterpretación de la historia económica de los últimos doscientos años. Piketty muestra que la distribución de recursos relativamente equitativa, prevaleciente en las sociedades occidentales desde la década de 1950 hasta las de 1980, fue el producto de una inusual conjunción de eventos históricos. Las dos guerras mundiales y la crisis del mercado bursátil de 1928 habían destruido buena parte de la riqueza heredada y los elevados impuestos a los ingresos y propiedades ralentizaron la formación de grandes fortunas nuevas. Pero durante la mayor parte de la historia, la riqueza estuvo muy desigualmente distribuida. Cuando, en el siglo XIX, los estados occidentales establecieron sus dinámicas economías industriales y formaron robustos sistemas legales dedicados a la protección de los derechos de propiedad, esto no condujo a una distribución más equitativa de los cambios en las formas de vida. Por el contrario, durante la explosión económica de la belle époque, la desigualdad alcanzó impactantes nuevos niveles. A finales del siglo XIX, en Francia y en Gran Bretaña, el 10% más rico de la población controlaba el 80% del total de la riqueza y el 1% superior más del 40% del total. Si durante los últimos treinta años la desigualdad ha crecido en la mayoría de los países, esto no es una aberración histórica sino el retorno a un patrón de larga duración. Piketty argumenta que la constante intensificación de la desigualdad es el producto de un hecho económico fundamental: la tasa de retorno del capital es mayor que la tasa de crecimiento global. Aunque en la ma-

1

Traducción de Marcelo Campagno y Julián Gallego.

147

yoría de las sociedades históricas (desde la Antigüedad hasta el presente) los dueños del capital pueden esperar obtener intereses anuales del orden del 5%, las economías más avanzadas no pueden crecer a más del 1% anual a largo plazo. Piketty muestra que esta disparidad necesariamente promueve una constante acumulación de recursos en manos de los dueños del capital. Mientras que los ingresos promedio de los asalariados solo alcanza anualmente la tasa de crecimiento global de la economía (1%), los ingresos de los grandes capitalistas crece a la tasa del interés del capital (5%). Esto significa que cada año los capitalistas se apropian de una porción mayor del ingreso nacional. Y esto tiene importantes implicaciones. En la lectura de Piketty, la construcción de instituciones estatales efectivas que aseguren el imperio de la ley y protejan los derechos de los propietarios no necesariamente promueve una distribución más equitativa de los recursos de la sociedad y crea un mundo en el que son las jerarquías de riqueza las que mapean las jerarquías de mérito. Por el contrario, si las leyes se aplican de modo parejo y se garantizan los derechos de propiedad, las herencias se tornarán constantemente más importantes como fuente de riqueza en la sociedad. A menos que intervengan la guerra, las revoluciones políticas o las reformas fiscales, hay un movimiento inevitable hacia una sociedad de rentistas, en la que la gente que vive de los intereses de sus inversiones se torna automáticamente más rica que aquellos cuyos ingresos provienen primariamente del salario. De acuerdo con Piketty, esta es una característica hacia la cual el capitalismo del siglo XXI está apuntando visiblemente, un mundo en el que un pequeño grupo de capitalistas controle una porción siempre creciente de la economía mundial y en la que los asalariados sin riqueza heredada encuentren cada vez más imposible escalar la cúspide de la pirámide económica. Piketty sugiere que el único método para prevenir que esta visión funesta se haga realidad es la introducción de un impuesto global sobre el capital y un aumento masivo de los impuestos a la herencia. Por un largo tiempo, los historiadores de Roma han creído en una versión modificada de la tesis de Piketty. Como en la historia del capitalismo moderno, también se ha hablado de una historia de Roma en la que las familias más ricas del Imperio fueron capaces de acumular constantemente más recursos. Se pensaba que tal proceso alcanzaría su culminación en los siglos IV y V. De acuerdo con la mirada convencional, un pequeño grupo de familias senatoriales se transformaron en una súper-élite extremadamente rica, habiéndose tornado, en palabras de Chris Wickham (2009: 12), “los terratenientes privados más ricos de

148

John Weisweiler

todos los tiempos”. Se pensaba que la supuesta concentración de tierra en manos de pocas familias había debilitado fatalmente la capacidad de los emperadores para cobrar impuestos necesarios para defender el imperio de las invasiones extranjeras. Geoffrey de Ste. Croix (1981: 503), siguiendo a Brown (1971: 34), describía el proceso con una memorable metáfora: como un “vampiro”, las familias senatoriales más acaudaladas succionaron la savia financiera del estado romano. De este modo, fueron responsables por la caída del Imperio Romano. A primera vista, esta interpretación convencional de la historia social romana tardía coincide bien con la demostración que realiza Piketty sobre un ciclo de acumulación de capital que se refuerza a sí mismo. Si bien es cierto que en la Antigüedad tardía los ricos se tornaron más ricos que antes, el diferencial entre interés y crecimiento podría proporcionar una explicación para este desarrollo. Sin embargo, hay algunos problemas con esta visión acerca de que el Imperio Romano tardío fue testigo de un aumento en la desigualdad. Por una parte, la visión “vampiresca” de la historia romana tardía no coincide bien con recientes reconsideraciones de la eficacia de las instituciones estatales en el mundo romano. Como han mostrado estudiosos tales como Christopher Kelly (2004) y Kyle Harper (2011), en el siglo IV la administración estatal romana se había tornado marcadamente independiente respecto de las redes de poder aristocrático que habían existido durante el Principado. Lejos de sufrir una apropiación privada de las instituciones estatales por parte de la aristocracia más rica, el estado romano tardío se tornó más eficaz que antes en la extracción de recursos de los ciudadanos más ricos. Siguiendo esta reconsideración de la eficacia de las instituciones estatales en el mundo romano tardío, los estudios recientes han abandonado las tradicionales explicaciones para la caída del imperio. En los trabajos de Peter Heather (2010), Bryan Ward-Perkins (2005) y Chris Wickham (2005), el final del imperio ya no es observado como el resultado inevitable de las debilidades internas sino como un “vuelco catastrófico” – el resultado de una concatenación imprevisible de errores políticos y militares. Pero si las instituciones del estado romano tardío fueron tan efectivas como los estudios recientes han mostrado, es difícil de comprender por qué los emperadores habrían permitido a las familias senatoriales dominantes tales enormes fortunas privadas, como se ha pensado convencionalmente. Tampoco la idea de un aumento de la desigualdad en la Antigüedad tardía se corresponde con lo que las fuentes documentales revelan acerca

El capital en el siglo IV

149

de la distribución de la riqueza en el Imperio Romano tardío. En un estudio muy conocido, Roger Bagnall (1992) ha analizado los registros de impuestos de la ciudad de Hermópolis en Egipto a mediados del siglo V: no solo no encontró evidencia de un aumento en la concentración de riqueza sino, por el contrario, quedó sorprendido por la distribución relativamente igualitaria de la tierra. De manera similar, Richard Duncan-Jones (1990: 121-142) ha comparado la distribución de la tierra en una amplia variedad de ciudades romanas de diferentes períodos: tampoco pudo detectar evidencia inequívoca de un aumento en la desigualdad. Por supuesto, los patrones de tenencia de tierras en el nivel municipal no pueden ser proyectados automáticamente al nivel imperial. Sin embargo, la limitada evidencia de la que se dispone arroja dudas sobre la afirmación de que la Antigüedad tardía presenció una inevitable tendencia hacia la concentración de la riqueza. Este capítulo ofrece una reconsideración de la evidencia sobre la que se basa la visión de un aumento de la riqueza senatorial en el Imperio Romano tardío. Para este propósito, compararé el tamaño de las mayores fortunas que dejan ver las fuentes tardoantiguas con las de períodos más tempranos de la historia romana. Sorprendentemente, tal análisis nunca antes ha sido llevado a cabo. Lo que muestra tal comparación es que, de hecho, las familias senatoriales más ricas en la Antigüedad tardía no obtuvieron mayores ingresos de sus dominios que los de sus predecesores en el Principado. Yo sugiero que la incapacidad de los aristócratas tardoantiguos para amasar mayores fortunas que las de generaciones anteriores de propietarios puede ser un reflejo de los límites puestos a la acumulación de capital por el entono institucional del estado romano.

La retórica de los números La visión convencional acerca de que el Imperio Romano tardío presenció una explosión de la riqueza senatorial se basa solamente en dos textos. El primero es un pasaje de Olimpiodoro, historiador de mediados del siglo V, que sobrevivió en una colección literaria de Focio, patriarca de Constantinopla en el siglo IX2:

“Muchos hogares romanos recibían ingresos de 4.000 libras de oro anuales de sus propiedades, sin incluir el grano, el vino y otros 2

150

Fr. 44 (Müller-Dinsdorf ); 41.2 (Blockley). La traducción es una versión modificada de Chaffin 1993: 111-112.

John Weisweiler

productos que, si eran vendidos, habrían elevado en un tercio los ingresos en oro. El ingreso de los hogares de segunda clase era de 1.000 o 1.500 libras de oro. Cuando Probo, el hijo de Olibrio, celebró la pretura durante el reino de Juan, gastó 1.200 libras de oro. Antes de la captura de Roma, el orador Símaco, un senador de riqueza media, gastó 2.000 libras cuando su hijo, Símaco, celebró su pretura. Máximo, uno de los senadores ricos, gastó 4.000 libras en la pretura de su hijo”.

Olimpiodoro diferencia entre dos grupos de senadores: los más ricos (toùs prótous) habían tenido ingresos anuales de más de 4.000 libras de oro, mientras que la “segunda clase” de senadores aún obtenía entre 1.000 y 1.500 libras. La segunda fuente da números cercanos comparables. De acuerdo con la Vida de la santa Melania, supuestamente escrita por su consejero espiritual Geroncio (Vida de Melania, 15), su rico esposo Piniano obtuvo ingresos por 120.000 solidi de sus haciendas3. Un solidus –la nueva moneda de oro introducida por el emperador Constantino– equivalía a la setentaidosava parte de una libra de oro. Esto significa que los ingresos de Piniano corresponden a unas 1.666 libras de oro –ligeramente por encima del rango dado por Olimpiodoro para lo que él llama la “segunda clase” de senadores, que ganan entre 1.000 y 1.500 libras de oro. Estas son sumas muy altas. Por una ley aprobada por el emperador Teodosio II, se sabe que antes de la invasión vándala, toda la provincia de Numidia produjo ingresos fiscales anuales por 78.000 solidi o 1.083 libras de oro (Novella Valentiniani, 13, pr. 5). Si los números dados por Olimpiodoro y el autor de la Vita Melaniae son correctos, algunos senadores ganaron mayores ingresos de sus propiedades que lo que el tesoro imperial obtuvo de provincias enteras. Es comprensible que los estudiosos modernos se asombren respecto de la riqueza acumulada por estas familias y piensen en ellas (en palabras de Wickham) como los “terratenientes más ricos de todos los tiempos”. Y, sin embargo, ¿pueden tomarse las cifras de Olimpiodoro y Geroncio por su valor nominal? Claramente, ambos textos persiguen fines retóricos distintos. La descripción de Olimpiodoro de los senadores más ricos formaba parte de una extensa digresión que describía las maravillas de Roma antes de la caída de 410. En el mismo pasaje, Olimpiodoro afirma también que los senadores tenían villas del tamaño de provincias 3

La versión latina afirma que Melania recibió este volumen de renta de sus haciendas. Véase el comentario de Clark 1984: 96-97.

El capital en el siglo IV

151

enteras, y que el perímetro de la muralla aureliana medía 21 millas (en realidad, solo tenía doce millas de largo). Más sospechas se plantean debido al número 4.000 (la cantidad de ingresos obtenidos por los senadores más ricos a partir de sus haciendas). Como Walter Scheidel (1996) ha demostrado, los múltiplos de tres y cuatro aparecen con una frecuencia desproporcionada cuando los autores romanos hablan de números muy grandes –mucho más a menudo de lo que se esperaría estadísticamente–. Claramente, los múltiplos de tres y cuatro tenían un significado simbólico convencional en estos contextos –servían para un propósito retórico: transmitir la idea de tamaño enorme–. Por lo tanto, sería imprudente confiar demasiado en los números de Olimpiodoro. Tampoco la Vita Melaniae es más fiable como fuente. Al relatar el enorme volumen de los ingresos obtenidos por la pareja ascética a partir de sus propiedades, el autor celebraba su renuncia radical de todos los bienes mundanos –él no deseaba proporcionar una fuente documental para la historia económica tardoantigua–.

Comparación con el Alto Imperio Concedido (se puede decir). Quizás estas fuentes no proporcionan números precisos. Aun así, la escala de las riquezas que conciben es ciertamente significativa. Incluso si no creemos que Olimpiodoro y el autor de la Vita Melaniae tuvieran información precisa sobre los ingresos derivados de las haciendas senatoriales, seguramente significa algo que ellos imaginaran que los senadores contemporáneos poseían fortunas de un tamaño que no tiene ningún precedente en los períodos anteriores de la historia romana. Pero, ¿fueron las fortunas poseídas por los senadores tardoantiguos realmente más altas que las de sus predecesores en el Principado? Sorprendentemente, nunca se ha llevado a cabo una comparación sistemática de los tamaños de las propiedades altoimperiales con las tardoantiguas. Esto sucede, sin duda, en parte porque no tenemos el mismo tipo de información acerca de los terratenientes altoimperiales que acerca de los tardoantiguos. En primer lugar, las fuentes tardoantiguas dan los ingresos obtenidos de las propiedades de los senadores, mientras que los textos altoimperiales registran el patrimonio neto. En segundo lugar, la adopción bajo el emperador Constantino de un nuevo sistema monetario significa que los números tardoantiguos necesitan ser convertidos a la moneda altoimperial para hacerlos comparables. Pero, por supuesto, estos dos problemas no son insuperables.

152

John Weisweiler

Permítasenos estimar el tamaño aproximado de las fortunas de las que derivan los ingresos indicados por Olimpiodoro y el autor de la Vita Melaniae. La Tabla 1 reproduce los números dados por estos dos textos: Tabla 1. Ingresos de los senadores tardoantiguos en solidi y libras de oro Ingresos de los senadores más ricos Ingresos de los senadores ricos Ingresos de Piniano Ingresos fiscales de Numidia

4.000 libras 1.000 libras (1.695 libras) (1.083 libras)

(288.000 solidi) (72.000 solidi) 122.000 solidi 78.000 solidi

Si tomamos como nuestro punto de referencia un tipo de interés del 5% (atestiguado ampliamente en los textos romanos como la tasa normal de rendimiento de la propiedad terrateniente), debemos multiplicar los ingresos derivados de las propiedades senatoriales por un factor de 20, para calcular su valor neto: Tabla 2. Valor neto de las propiedades de senadores tardoantiguos en libras de oro Valor neto de las propiedades de senadores más ricos Valor neto de las propiedades de senadores ricos Valor neto de las propiedades de Piniano

80.000 20.000 33.900

Este cálculo sugiere que los senadores tardoantiguos poseían propiedades por un valor equivalente a unas 80.000 libras de oro, la segunda clase de senadores, entre 20.000 y 30.000 libras, y las tierras de Piniano tenían un valor de alrededor de 33.000 libras. En función de comparar estas estimaciones con fortunas atestiguadas durante el Principado, necesitamos convertir las libras de oro en sestercios (HS). En el Alto Imperio, 4.000 sestercios se tasaban en una libra de oro. Esto significa que el patrimonio neto de los senadores de “primera clase” de Olimpiodoro era de unos 320 millones de sestercios, mientras que el “segundo grupo” de senadores poseía entre 80 y 120 millones de sestercios: Tabla 3. Valor neto de las propiedades de senadores tardoantiguos en sestercios Valor neto de las propiedades de senadores más ricos Valor neto de las propiedades de senadores ricos Valor neto de las propiedades de Piniano

320.000.000 80.000.000 135.600.000

Permítasenos comparar ahora estas cifras con los números altoimperiales. La Tabla 4 se basa en una lista recopilada por Duncan-Jones

El capital en el siglo IV

153

(1982: 343). En ella se da el tamaño de las fortunas más grandes en el Alto Imperio romano: Tabla 4. Fortunas más grandes durante el Principado en sestercios Cneo Cornelio Léntulo Narciso Lucio Volusio Saturnino Séneca Vibio Crispo Marco Antonio Palas Senador más rico a inicios del siglo II Tito Clodio Eprio Marcelo Cayo Salustio Pasieno Crispo

400.000.000 400.000.000 > 300.000.000 300.000.000 300.000.000 300.000.000 < 300.000.000

Séneca, De los beneficios, 2.27 Dión Casio, 60.34.4 Tácito, Anales, 14.56.1 Dión Casio, 61.10.3 Tácito, Diálogo de oradores, 8.1 Tácito, Anales,12.53 Plutarco, Vida de Publícola, 15.3

200.000.000 200.000.000

Tácito, Diálogo de oradores, 8.1 Suetonio, Vida de Pasieno Crispo

Hay un agrupamiento sospechoso en el rango de los 400 y 300 millones de sestercios –sin duda, un producto de la preferencia cultural romana por los triples y cuádruples al pensar en números muy grandes, ya discutidos anteriormente (Scheidel 1996). Esto sugiere que estas cifras tienen poco valor documental. Más bien, están diseñadas para denotar la noción general de una riqueza extrema. Aún así, hay que admitir lo sorprendente que es que las más grandes fortunas senatoriales en el Principado sean aproximadamente del mismo tamaño que las de los senadores tardoantiguos. Esto puede sugerir que estas cifras no son meramente fantasías de la imaginación literaria de sus autores, sino que son aproximaciones plausibles a lo que los autores antiguos consideraban como el límite superior posible de la acumulación de riqueza en el mundo romano. En este contexto, vale la pena señalar que los tamaños más grandes de propiedades senatoriales, consignados en las fuentes literarias, se ajustan bien con una estimación reciente sobre la distribución de los ingresos en el Imperio romano hecha por Walter Scheidel y Steve Friesen (2009). Su modelo, construido sobre la hipótesis de que la distribución de los ingresos en el Imperio romano siguió una distribución de Pareto (o ley potencial) y mostraba solo niveles moderados de desigualdad, predice que el propietario más rico del imperio poseería unos 250 millones de sestercios (Scheidel & Friesen 2009: 81). En otras palabras, el producto generado por los trabajadores agrícolas que habitaban el mundo mediterráneo era lo suficientemente alto como para sostener a

154

John Weisweiler

un pequeño grupo de familias riquísimas que poseían propiedades en el rango de algunas centenas de millones de sestercios. En cualquier caso, en vista del hecho de que los tamaños de propiedad atestiguados en el Principado y en la Antigüedad tardía son cercanamente comparables, no hay razón para pensar que en la Antigüedad tardía los senadores se hicieron más ricos que lo que habían sido en períodos anteriores de la historia romana. Por el contrario, la evidencia que tenemos sugiere que el patrimonio neto de los individuos más ricos en el Imperio romano tardío no era sustancialmente más alto que el de sus predecesores. ¿Por qué los tamaños de las propiedades senatoriales permanecieron tan estables durante largos períodos de tiempo? Es revelador ver cómo los propietarios romanos adquirieron su riqueza. Volvamos a examinar la Tabla 4. Todos los hombres riquísimos que están en esta lista obtuvieron su riqueza a través de su estrecha conexión con el emperador. Léntulo fue uno de los favoritos de Augusto; según Séneca, toda su fortuna era un regalo del emperador (De los beneficios, 2.27: omnia incrementa sua diuo Augusto deberet), pues previamente había perdido todos sus bienes en las guerras civiles. Narciso era un antiguo esclavo que debía su riqueza y poder a su posición como el consejero más importante del emperador Claudio (PIR2 N 23). Lucio Volusio Saturnino fue un fiel seguidor de todos los gobernantes Julio-Claudios, que fue honrado después de su muerte en 54 (a la edad de 94 años) por su lealtad inquebrantable a la familia imperial (Eck 1972). Y, por supuesto, Séneca adquirió su riqueza como éminence grise detrás del trono de Nerón (PIR2 A 617). Vibio Crispo y Eprio Marcelo obtuvieron sus fortunas como delatores, apropiándose de las fortunas de los oponentes del emperador a quienes ellos habían derrotado en la corte (PIR2 V 379, E 84); Salustio Pasieno Crispo (el sobrino nieto del historiador Salustio) fue un político excepcionalmente exitoso y había contraído matrimonio dentro de la familia imperial (PIR1 P 109). Lo mismo vale para los más ricos de la Antigüedad tardía. Máximo, que organizó los juegos de circo más caros de su época, es probablemente el emperador del mismo nombre (PLRE II Maximus 22); Piniano y Melania provienen de familias que ocuparon altos cargos (PLRE I Pinianus 2, Melania 2). Algunos textos antiguos nos permiten rastrear las formas en que los propietarios adquirieron sus riquezas. Una fuente importante de riqueza era la beneficencia imperial directa (como en el caso de Léntulo). Otra, el asunto del crédito a través del cual los provinciales endeudados podían pagar sus deudas tributarias: según Dión Casio (62.2.2), la deuda de la

El capital en el siglo IV

155

provincia de Britania con Séneca fue una de las razones principales de la rebelión de Búdica: “con la esperanza de recibir una buena tasa de interés, había prestado a los isleños 40 millones de sestercios que ellos no querían, y después había pedido la devolución de todo este préstamo de una sola vez y había recurrido a severas medidas para exigirla”. Una tercera y muy significativa fuente de riqueza fue la adquisición de herencias y legados de seguidores políticos y clientes, como se ve a menudo en la correspondencia de Cicerón, Plinio y Símaco4. Esta mezcla privilegiada de dones imperiales, lucros de la mediación financiera y beneficios extraídos de los dependientes fluyó en manos de aquellos que se ganaron el favor del emperador y recibieron de él altos cargos. Pero lo que el emperador daba con una mano se lo llevaba con la otra. Las propiedades que se habían obtenido a través de relaciones estrechas con el emperador se perdían cuando un aristócrata perdía el favor del emperador y su alto cargo. Volvamos por última vez a la Tabla 4. De todas las personas riquísimas allí registradas, solo Volusio Saturnino fue capaz de transferir su riqueza a sus herederos: Saturnino tuvo múltiples descendientes, varios de los cuales realizaron carreras políticas altamente exitosas (no sabemos nada sobre su riqueza) (PIR2 V 660). De acuerdo con Suetonio (Vida de Tiberio, 47.1), Léntulo fue obligado a hacer al emperador Tiberio su único heredero y luego fue empujado a la muerte. Narciso, Séneca, Palas y Eprio Marcelo murieron cuando perdieron el favor de sus respectivos emperadores, sus fortunas fueron confiscadas y distribuidas entre sus acusadores5. Según Suetonio, Salustio Pasieno Crispo fue envenenado presuntamente por su ex esposa Agripina la Joven (la madre del emperador Nerón), después de haberla convertido en su principal heredera (Vida de Pasieno Crispo: Periit per fraudem Agrippinae, quam heredem reliquerat, et funere publico elatus est). El final violento de estos senadores prominentes muestra que el sistema judicial romano solo era una protección limitada a los terratenientes más grandes del imperio. Me gustaría sugerir que aquí radica una diferencia importante entre el Imperio romano y los estados liberales del siglo XIX, cuya historia económica Thomas Piketty ha reescrito tan incisivamente. Combinando un régimen de bajos impuestos con una defensa enérgica del estado de derecho, los estados-naciones europeos de la era industrial proporcio-

4 5

156

Wallace-Hadrill 1981: estructura del sistema de herencia romano; Duncan-Jones 1982: 17-32: Plinio; Weisweiler 2011: Símaco. Ver PIR2 N 23; Eck 1972; PIR2 A 617; PIR2 V 379, E 84; PIR1 P 109.

John Weisweiler

naron un ambiente favorable para la expansión de las fortunas privadas. En cambio, el Imperio romano no ofreció ninguna garantía inviolable de los derechos de propiedad. Por el contrario, a través de ejecuciones de propietarios y confiscaciones de sus tierras, los emperadores se apropiaron repetidamente de los recursos de sus súbditos más ricos. Como Peter Bang (2008: 99-100) lo ha formulado, la propiedad de los más ricos era frágil: “Al estar tan estrechamente entrelazadas dentro del tejido del sistema imperial, las fortunas de la élite eran altamente vulnerables o permeables”. Las grandes fortunas adquiridas a través de la colaboración de los principales aristócratas con las instituciones estatales se perdían fácilmente de nuevo por las intervenciones de estas mismas instituciones estatales. En un sistema político que combinaba una forma despótica de monarquía, que no imponía limitaciones legales al poder del gobernante, con una efectiva infraestructura estatal, cuyas operaciones no podían ser permanentemente evadidas por las redes de poder aristocráticas, era poco probable que las fortunas senatoriales sobrepasaran ciertos límites predefinidos.

Bibliografía Bagnall, R.S. 1992. “Landholding in late Roman Egypt: the distribution of wealth”, Journal of Roman Studies 82: 128-149. Bang, P.F. 2008. The Roman bazaar. A comparative study of trade and markets in a tributary empire, Cambridge. Brown, P.R.L. 1971. The world of late Antiquity: from Marcus Aurelius to Muhammad, London. Chaffin, C. 1993. (ed.) Olympiodorus of Thebes and the sack of Rome. A study of the Historikoi Logoi with translated fragments, commentary and additional material, Lewiston. Clark, E.A. 1984. (ed.) The life of Melania the Younger, Lewiston. Duncan-Jones, R. 1982. The economy of the Roman empire: quantitative studies, 2ª ed., Cambridge. Duncan-Jones, R. 1990. Structure and scale in the Roman economy, Cambridge. Eck, W. 1972. “Die Familie der Volusii Saturnini in neuen Inschriften aus Lucus Feroniae”, Hermes 100: 461-484. Harper, K. 2011. Slavery in the late Roman world, AD 275-425, Cambridge. Heather, P. 2010. Empires and Barbarians: the fall of Rome and the birth of Europe, Oxford. Kelly, C.M. 2004. Ruling the later Roman empire, Cambridge (Mass.).

El capital en el siglo IV

157

Scheidel, W. 1996. “Finances, figures and fiction”, Classical Quarterly 46: 222-238. Scheidel, W. & Friesen, S.J. 2009. “The size of the economy and the distribution of income in the Roman empire”, Journal of Roman Studies 99: 61-91. Ste. Croix, G.E.M. de, 1981. The class struggle in the ancient Greek world: from the Archaic Age to the Arab conquests, Ithaca. Wallace-Hadrill, A. 1981. “Family and inheritance in the Augustan marriage laws”, Proceedings of the Cambridge Philological Society 27: 58-80. Ward-Perkins, B. 2005. The fall of Rome and the end of civilization, Oxford. Weisweiler, J. 2011. “The price of integration: state and élite in Symmachus’ correspondence”, en P. Eich, S. Schmidt-Hofner y C. Wieland (eds.), Staatlichkeit und Staatswerdung in Spätantike und Früher Neuzeit, Heidelberg: 343-374. Wickham, C. 2005. Framing the early Middle Ages: Europe and the Mediterranean 400800, Oxford. Wickham, C. 2009. The inheritance of Rome: a history of Europe from 400 to 1000, London.

158

John Weisweiler

EL IMPERIO DE LOS IRANIOS. LA CREACIÓN DE UNA CLASE DOMINANTE Y SUS BASES ECONÓMICAS EN LA ANTIGÜEDAD TARDÍA1 Richard E. Payne (university of chicago)

A

comienzos de la década del 220 d.C., el rey de Fars –en las alturas de los Zagros, al norte del golfo Pérsico– se rebeló contra el orden parto, conquistando los diversos subreinos, desde Arabia oriental hasta Bactria. Nombrándose a sí mismo rey de reyes, Ardashir reemplazó la línea de los Arsácidas, que habían monopolizado la realeza en el Cercano Oriente desde mediados del siglo II a.C., con la nueva dinastía gobernante de los sasánidas, que reinarían por otros cuatro siglos2. La coronación de Ardashir, sin embargo, indicaba algo más que una mera transición dinástica: el rey de reyes estaba introduciendo una nueva concepción del imperio, que proclamaba la reestructuración del orden preexistente en términos sociales, económicos, políticos y culturales. La corte de los primeros sasánidas llamaron a su imperio Ērānšahr, un término etnogeográfico derivado del Avesta3. Tal término designaba el territorio (šahr) de los “iranios” (ērān). Este último era un pueblo inventado que correspondía a los reyes y guerreros míticos que habían protegido y promovido la religión de Zoroastro4. Los primeros reyes de reyes sasánidas aplicaron este término étnico-mítico a sí mismos y a sus seguidores aristocráticos, en un proceso etnogenético que sería inseparable de la formación del imperio. En efecto, los sasánidas 1 2 3

4

Traducción de Marcelo Campagno. Cf. Alram & Gyselen 2003: 21-45, y Huff 2008, para la más clara discusión sobre el surgimiento de los Sasánidas. Gnoli 1989; Daryaee 2005. BeDuhn 2015, documenta la circulación de los mitos del Avesta en el medio intelectual del siglo III conectado con la corte irania, en tanto Colditz 2003, traza su desarrollo a lo largo del período sasánida. Kellens 2005. Shaked 2008, Macuch 2010a, y Jong 2017, tratan los diversos modos a través de los que fueron imbricadas las identidades irania y zoroastriana.

159

generarían gradualmente una corte con poder de coerción y recursos económicos que largamente superaría la de sus predecesores partos y, en función de ello, disfrutarían de ciertas ventajas comparativas en términos de estabilidad política. Así crearían el imperio más extenso, duradero e infraestructuralmente robusto del antiguo Cercano Oriente5. Y solo lo lograrían a través de la creación de una clase dominante más cohesionada que compartía sus intereses: los iranios. El término mítico ērān unificaba en el nivel del imaginario político a grupos de aristócratas –abarcando desde caballeros terratenientes locales, āzādān, hasta potentados regionales, wuzurgān, y príncipes reales, wispuhrān– que eran, y permanecerían, geográfica, social y culturalmente dispares y frecuentemente antagónicos entre sí6. La idea de una clase étnica elidía las diferencias e intereses en competencia de la élite. Las inscripciones a partir de las que los sasánidas del siglo III propagarían el concepto del ērān describían su división en agrupamientos regionales de “partos y persas” (pahlavān ud pārsān) mientras afirmaban su unificación al servicio de los reyes de reyes, y las identidades regionales retendrían –y ganarían– aceptación a lo largo de la historia del imperio (Humbach & Skjaervø 1983: 29). Las mayores casas aristocráticas partas, tales como las de Mihran, Karen y Suren, no solo continuarían dominando el paisaje político sino que proclamarían el poder de sus patrilinajes, por ejemplo en sus sellos, donde se presentarían a sí mismos como comandantes militares, como Partos, como representantes de una casa en particular y como ērān7. Esas casas y sus representantes específicos competirían unas con otras por poder y privilegios a lo largo del período sasánida, y la violencia interna fue una característica fundamental de la cultura política irania (Banaji 2016). De hecho, no sería infrecuente que los reyes de reyes eliminaran aristócratas individuales, o incluso familias enteras, en favor de sus rivales. Por cierto, el conflicto no definía a la clase dominante menos que la cohesión. Pero si los estudios recientes han enfatizado la índole frágil y fragmentable de la aristocracia y del orden imperial construido sobre esas bases, el desarrollo de un imagi-

5 6 7

160

Para el desarrollo de la infraestructura imperial y su rol en el aumento del poder coercitivo de la corte, cf. Payne 2017. Colditz 2000, proporciona un análisis detallado de las categorías sociales que aparecen en varios corpus literarios en iranio medio. Gyselen 2007: 260, 284-286, 308-310; 2008; 2009; Pourshariati 2008.

Richard E. Payne

nario político iranio adoptado por esas élites dispares es indiscutible8. Aunque competían por rango, los aristócratas, fueran partos, persas u otros, o bien adoptaban el término ērān para sí mismos paralelamente a sus identidades políticas preexistentes, o bien redefinían sus genealogías míticas e historias locales en términos que colocaban sus orígenes y destinos dentro del imaginario iranio (Payne 2014: 292-293; 2015a: 144-157). Al permanecer sus comunidades aristocráticas como iranias, diferentes élites aceptaban el reclamo exclusivo de la casa sasánida a la realeza, la supremacía de la religión zoroastriana y la normatividad de su cosmología política. Si bien análisis previos han enfatizado la importancia del trasfondo cultural compartido en el estímulo al surgimiento del imperio iranio y su etnoclase así como la oposición de las élites hablantes de lenguas iranias a la cultura griega de los conquistadores helenísticos, el presente capítulo localiza la transformación cultural de la élite parta en el desarrollo de un conjunto de instituciones religiosas que aumentaron simultáneamente las tres formas de capital –económico, cultural y social, de acuerdo con el esquema de Bourdieu– a través de las cuales el poder era adquirido y acumulado en el Cercano Oriente de la época posterior a la Edad del Hierro9. No siendo un grupo preexistente, la comunidad de los iranios tenía que ser inventada. La invención de los iranios como un grupo autocontenido, culturalmente superior, cuyos privilegios políticos permitían que su capital crezca continuamente, sirve como punto de partida para una historia de Irán en la Antigüedad tardía que entiende el imperio como un complejo de instituciones diseñadas para concentrar capital económico, cultural y social en una etnoclase10. La elevada estratificación no era un síntoma o un efecto colateral del imperio. Era el punto. Crucial para este proceso fue la religión zoroastriana, cuyos sacerdotes y santuarios habían jugado solo roles marginales en las cortes reales durante los períodos Helenístico y Parto11. Los estudiosos han planteado ampliamente 8 9

10 11

Para referencias sobre un imperio aristocrático inherentemente frágil, cf. Pourshariati 2008: Rubin 1995; 2000. Shayegan 2011; 2012, ha argumentado sofisticadamente acerca de la continuidad cultural “persa” como la característica definitoria de la naciente élite irania del siglo III. Con respecto a la cultura material, Canepa 2010, y Ritter 2010, interpretan las aparentes continuidades aqueménidas en términos de apropiación autoconsciente como parte de la creación de un pasado mítico-histórico imaginado antes que como supervivencias. La división tripartita de las formas de capital deriva de Bourdieu 1983. Metzler 2012. Canepa 2015; 2017, traza la cambiante relación entre reyes y religiones entre los períodos aqueménida y sasánida a partir de la arquitectura y la cultura material.

El imperio de los iranios

161

que el zoroastrismo que los primeros sasánidas promovieron facilitó la consolidación de su dominio ideológicamente, proporcionando una nueva fuente religiosa de legitimidad dinástica para resolver las contradicciones de la realeza greco-parta de los siglos precedentes. Lo que ha pasado inadvertido es cómo el concepto de los iranios dotó no solo a los gobernantes sino también a la aristocracia de bases tanto económicas como ideológicas en las instituciones zoroastrianas. Exhibiendo el fuego real como emblema de la legitimidad dinástica en sus monedas, los primeros sasánidas comunicaban las ventajas de la religión a los aristócratas, que participaban en el cuadro cosmológico a través de sus inscripciones monumentales. Al nivel del capital cultural, la inclusión dentro de la categoría de los ērān hacía a los aristócratas ontológicamente superiores a otros tipos de humanos. Los eruditos sacerdotales zoroastrianos categorizaban jerárquicamente a los grupos humanos en función de sus éticas, sus capacidades heredadas de cumplir funciones benéficas en términos cosmológicos (Shaked 2010). Los ērān que habían sostenido a Zoroastro constituían lo mejor de la humanidad y su estatus era transmitido genealógicamente a través de la línea masculina12. La comunidad entera de los iranios, no solo los reyes de reyes, disfrutaba entonces de una sanción sobrenatural para ejercer la dominación. Su nueva superioridad ontológica se extendía a sus cuerpos: ellos eran representantes más fuertes, más rápidos y sobre todo más altos que sus subordinados, sean subélites o población común (Payne 2016). Al nivel del capital social, los primeros sasánidas crearon nuevas redes que entrecruzaban las comunidades de élite previamente diferenciadas. Las inscripciones de Shapur I (240-270) en Naqsh-e Rustam y de Narseh I (293-302) en Paikuli marcaban y monumentalizaban momentos de integración de la élite, cuando los aristócratas a lo largo del imperio convinieron, en espacio y en tiempo, actuar como un colectivo13. Las campañas militares contra el Imperio romano, en el caso del primero, y la aclamación de un rey de reyes, en el caso del segundo, involucraban la cooperación de diversas élites, que de otro modo se habrían mantenido desconocidas entre sí14. En el proceso, las solidaridades sociales se desarrollarían a lo largo 12 13 14

162

Perikhanian 1968. Más en general sobre el rol del patrilinaje en la cultura política irania, cf. Macuch 1995; Payne 2015a: 139-157. Canepa 2009: 53-78, y Weber & Wiesehöfer 2010, proporcionan los contextos políticos para las inscripciones en Naqsh-e Rustam y en Paikuli, respectivamente. Payne 2017: 193-199, enfatiza la importancia de la campaña permanente, que innova en conjunción con las infraestucturas militares del siglo V, en la promoción de solida-

Richard E. Payne

del espacio imperial que traducía las aspiraciones de una comunidad irania imaginada en una red permanente y reproducible de aristócratas. Ahora bien, el complejo de instituciones zoroastrianas que introdujeron los primeros sasánidas también aumentaba el capital económico de la aristocracia, que es la principal preocupación del presente trabajo. Y lo hacía de tres modos distintos, todos los cuales reforzaban las formas de capital cultural y social que podían ser traducidas o, para emplear el término de Bourdieu, transustanciadas en capital económico: la reproducción biológica de los linajes de élite; la transmisión y expansión de los patrimonios; y el crecimiento del comercio transregional. Todo eso servía para consolidar el capital de los iranios en las tres formas, la base de cualquier clase dominante y de su reivindicación cultural de superioridad ontológica. Hay un problema con el modelo de Piketty acerca del crecimiento gradual y constante de la riqueza del rentista en economías agrarias preindustriales: la muerte. Los regímenes de mortalidad que experimentaban las élites antiguas y medievales hacían de la transmisión de la riqueza de una generación a la siguiente una eventualidad altamente incierta e incluso improbable. Comparativamente hablando, era difícil que los varones de las élites preindustriales tuvieran más de un hijo, y uno de tres no tenía hijos15. Incluso en circunstancias ideales, una cadena de sucesión patrilineal podía durar no más de tres generaciones. Las estrategias de herencia, matrimonio y parentesco ficticio son, por ello, temas típicos en la historia de todas las élites preindustriales. Resolver el dilema demográfico fue una preocupación primaria de la élite religiosa zoroastriana desde el comienzo del imperio. Los primeros sasánidas dieron a los eruditos sacerdotales autoridad judicial exclusiva en asuntos de ley personal y criminal16. Pero sus prioridades son evidentes en lo que ha sobrevivido de su trabajo jurisprudencial, abrumadoramente preocupado por los intereses propietarios de la aristocracia. Ellos desarrollaron y administraron varias instituciones enraizadas en la cosmología zoroastriana, destinadas a garantizar la reproducción de los patrilinajes de élite. Establecer el matrimonio temprano para hombres y mujeres, segundas nupcias ante la viudez y la promoción de la procreación como

15 16

ridades inter-aristocráticas. Sobre la práctica de la campaña militar, cf. Lee 2013; sobre la sucesión, cf. Huyse 2009. Scheidel 1999; 2001; Payne 2016: 528-529. Macuch 1981: 6-20; Shaked 1990; Jany 2006; 2007.

El imperio de los iranios

163

la suprema buena voluntad ética, todo ello afectaría positivamente las tasas de reproducción iranias. Varias formas de matrimonio temporario habilitaban a los varones de la élite a contraer uniones de corto plazo que efectivamente explotaban los vientres de tantas mujeres como fuera necesario, sin conferirles una parte de la herencia (Macuch 2006; 2010). La institución más importante, sin embargo, era la sucesión sustituta, stūrīh17. En casos de muertes de varones sin descendencia masculina, el así llamado sucesor sustituto producía un hijo en su nombre, y el hijo resultante de esa unión se tornaba el legítimo heredero varón. Era más flexible que el levirato judío o el epiclerato griego porque el sucesor sustituto podía ser cualquier hombre, no necesariamente un pariente. La institución ritualizada hacía del heredero el sucesor espiritual y biológico, el portador del patrilinaje, incluso si su padre biológico no estaba relacionado con él. No proporcionaba simplemente una salvaguarda en casos de ausencia de hijos, como la adopción. Continuaba la cadena patrilineal de sucesión de la cual dependía la idea de los iranios. Un hombre también podía hacer arreglos por tantos sucesores sustitutos como pudieran sostener sus recursos, permitiendo a las élites optimizar el número de herederos (Payne 2016: 538-540). Pero lo que quizás es más significativo acerca de la institución es el rol de la corte en su administración. Los juristas sacerdotales que trabajaban para la corte irania designaban y administraban la sucesión sustituta, y en algunos casos intervenía directamente el rey de reyes (Macuch 1993: 36, 52, 143, 190). En casos normales, los varones de élite hacían sus propios arreglos para sucesores sustitutos, pero si un hombre no lo lograba, el rey de reyes designaba un sucesor sustituto en su nombre. En otras palabras, la corte garantizaba la reproducción biológica de cada patrilinaje aristocrático en el imperio. Las casas aristocráticas leales a la corte podían anticipar así su evolución continua mientras el Imperio Iranio durara, del mismo modo que el crecimiento gradual de su riqueza en tierras, de acuerdo con el modelo de Piketty. Los patrilinajes eran, después de todo, inextricables respecto de los patrimonios en la cultura política irania. La reproducción garantizada de las casas aseguraba la continua consolidación y expansión de las posesiones de tierra de la aristocracia. En primera instancia, los iranios se beneficiaban del otorgamiento de tierras por parte de la corte. La conquista de nuevos territorios y la creación de nuevos terrenos culti17

164

Macuch 1981: 7-10; 1993: 74-76, 345-346; 1995; Payne 2016: 534-538.

Richard E. Payne

vables a través de la irrigación permitían a la corte recompensar a las casas iranias con tierras, y las casas principales de Karen, Mihran y Suren adquirieron extensas posesiones en las regiones de frontera18. De mayores consecuencias, la jurisprudencia irania desarrolló medios para garantizar la sujeción intergeneracional de sus posesiones. Los eruditos sacerdotales zoroastrianos consideraban no solo a los linajes iranios sino también a los patrimonios iranios como entidades históricas sagradas –el crecimiento de los patrimonios era entonces un imperativo cosmológico y un objetivo primario de su jurisprudencia–. En tanto complejo de tierras explotado al servicio de la casa y completamente sujeto a su autoridad, el patrimonio, o territorio aristocrático, había sido una característica fundamental del paisaje político del Oriente Medio desde los inicios de la Edad del Hierro. Lo que los juristas zoroastrianos incorporaron fue un conjunto de instituciones que garantizaban la transmisión intergeneracional de los patrimonios: regulaban las transferencias a hermanos para el uso de sociedades fraternas destinadas a preservar la integridad de los dominios; y, de mayor importancia, inventaron el trust19. Las donaciones religiosas conocidas como “para el alma” estaban destinadas principalmente a asegurar la continuidad del linaje –un bien religioso en sí mismo– y secundariamente a financiar los rituales y templos del fuego de la élite sacerdotal20. Incluso si una parte de sus ingresos se destinaba a sostener las actividades religiosas, las tierras donadas “para el alma” permanecían como parte del patrimonio tanto como una fuente de ingresos para la casa. La diferencia: contraponiéndose a lo que sucedía con las tierras no donadas, nunca podían ser disociadas de la casa y servían a sus representantes espiritual y materialmente hasta el fin de los tiempos (o al menos hasta el fin del imperio). La estabilidad patrimonial que Piketty avizora como la norma preindustrial dependía de instituciones políticas e intervenciones para contrarrestar las fuerzas centrífugas que los dominios afrontaban invariablemente. El decidido foco que la élite religiosa zoroastriana ponía, en su capacidad jurídica, en reproducir los patrilinajes y los patrimonios resultó en el orden patrimonial más estable

18

19 20

Sobre el codesarrollo de las infraestructuras militar y de irrigación en los siglos V y VI en las zonas de frontera del Cáucaso y Gorgan, cf. Sauer et al. 2013; Alizadeh 2014; Simpson 2014. Cf. Payne 2015b: 28-29, sobre los conflictos y las sociedades fraternales. Macuch 2004; Jany 2004. Callieri 2014: 73-102, proporciona un resumen de la arqueología de los templos del fuego.

El imperio de los iranios

165

del Cercano Oriente antiguo, con las casas principales disponiendo de posesiones de tierra siempre crecientes. Al asegurar efectivamente su capital fundacional preexistente, la corte irania también daría a la aristocracia la oportunidad de beneficiarse de una nueva fuente de capital: el comercio transregional. Desde su origen, la corte irania buscó controlar los dos ejes del comercio transeurasiático, que se había expandido constantemente en alcance y escala desde el siglo I d.C.: los emporios de Merv y Balkh en Asia Central y los puertos del golfo Pérsico. Para el siglo IV, los sasánidas habían creado una red mercantil con una infraestructura asociada que había reemplazado las redes sub-imperiales preexistentes de los palmiranos y bactrianos21. Los siglos subsiguientes serían los del apogeo de la actividad mercantil a lo largo de la así llamada Ruta de la Seda y en el Océano Índico, con cantidades masivas de seda, especias y otros costosos productos atravesando el territorio iranio para abastecer la incesante demanda de la aristocracia romana. Por un lado, la corte se benefició inmensamente de los ingresos de sus aduanas. Por otro lado, la aristocracia pudo invertir en empresas mercantiles. Una comparación con la evidencia romana sugiere que la corte irania pudo haber obtenido tantos ingresos de los impuestos al comercio como de los procedentes de la producción agrícola. El papiro de Muziris, aunque excepcional, sugiere que los estados, mercaderes e inversores podían obtener provechos en el orden de millones (de monedas de plata) de una única embarcación (Scheidel 2015; Wilson 2015). La presunción de Piketty acerca de tasas de crecimiento económico ampliamente estables en la era preindustrial ignora las oportunidades del comercio en regiones intersticiales que se hallaban bien ubicadas para abastecer a las sociedades vecinas con mayores poblaciones y élites adineradas. La corte irania y su aristocracia se beneficiaron de sus inversiones de capital y del comercio no menos de lo que hizo su contraparte romana –o sogdiana, turca o árabe–, incluso si sus posiciones también se basaban en los tradicionales patrimonios agrarios. Estas instituciones de la reproducción patrilineal, la consolidación patrimonial y la expansión mercantil efectivamente naturalizaron una extrema estratificación, al mismo tiempo que reforzaban y aumentaban las bases económicas del poder aristocrático. La transferencia garantizada de los privilegios y patrimonio de un patrilinaje a través de las genera21

166

Whitehouse & Williamson 1973: 33-43; Daryaee 2003; Morony 2004: 185-188; Vaissière 2005: 34-41; Banaji 2006: 286-288; 2015; Daryaee 2010; Seland 2011; Cobb 2015.

Richard E. Payne

ciones hizo al así llamado “gran hombre”, el wuzurgān, aún más grande, metafórica y literalmente. Los linajes de los iranios fueron tornándose sobrenaturalmente superiores, a medida que acumulaban aún mayores territorios y riqueza líquida obtenida a través del comercio o del servicio real. En la literatura de la época, ellos eran más altos, más fuertes, más rápidos que otros hombres, capaces de arrancar árboles y combatir contra leones (Payne 2016). Si bien exageradamente, el modo en que esos relatos articulaban la autoridad de los iranios a través de la altura se conecta bien con recientes estudios comparativos sobre la estatura como indicador de desigualdad. En un estudio sobre sociedades desde el Neolítico hasta el presente, el cientista político Carles Boix (2015: 174201) ha demostrado eso en relación con las desigualdades de estatura. En sociedades más estratificadas, una pequeña élite se torna más alta mientras el grueso de la población se vuelve más baja –en tanto que las sociedades igualitarias, tales como las de América precolombina, generan poblaciones que son en promedio significativamente más altas que las de sus contrapartes en, por ejemplo, el Cercano Oriente durante la Edad del Hierro o los Estados Unidos en la actualidad–. La altura de los iranios, entonces, captura el orden social pronunciadamente estratificado que la élite política irania había creado con la asistencia de las instituciones zoroastrianas de un imperio que apuntaba, sobre todo, a hacer más grandes a los grandes hombres.

Bibliografía Alram, M. & Gyselen, R. 2003. Sylloge Nummorum Sasanidarum Paris-Berlin-Wien. Band I, Ardashir I –Shapur I, Wien. Alizadeh, K. 2014. “Borderland projects of Sasanian empire: intersection of domestic and foreign policies,” Journal of Ancient History 2: 93-115. Banaji, J. 2006. “Precious metal coinages and monetary expansion in late Antiquity”, en F. De Romanis y S. Sorda (eds.), Dal denarius al dinar. L’Orient e la moneta romana, Roma: 265-303. Banaji, J. 2015. “‘Regions that look seaward’: changing fortunes, submerged histories, and the slow capitalism of the sea”, en De Romanis & Maiuro 2015: 114-126. Banaji, J. 2016. “Late Antique aristocracies: the case of Iran”, en id., Exploring the economy of late Antiquity: selected essays, Cambridge: 178-203.

El imperio de los iranios

167

BeDuhn, J. 2015. “Iranian epic in the Chester Beatty Kephalaia”, en I. Gardner, J. BeDuhn y P. Dilley (eds.), Mani at the court of the Persian kings. Studies on the Chester Beatty Kephalaia codex, Leiden: 136-158. Boix, C. 2015. Political order and inequality: their foundations and their consequences for human welfare, Cambridge. Bourdieu, P. 1983. “Ökonomisches Kapital, kulturelles Kapital, soziales Kapital”, en R. Kreckel (ed.), Soziale Ungleichheiten, Göttingen: 183-198. Callieri, P.-F. 2014. Architecture et représentations dans l’Iran sassanide, Paris. Canepa, M.P. 2009. The two eyes of the earth. Art and ritual of kingship between Rome and Sasanian Iran, Berkeley. Canepa, M.P. 2010. “Technologies of memory and early Sasanian Iran: Achaemenid sites and Sasanian identity”, American Journal of Archaeology 114: 563-596. Canepa, M.P. 2015. “Dynastic sanctuaries and the transformation of Iranian kingship between Alexander and Islam”, en S. Babaie y T. Grigor (eds.), Persian kingship and architecture. Strategies of power in Iran from the Achaemenids to the Pahlavis, London: 65-117. Canepa, M.P. 2017. “Rival images of Iranian kingship and Persian identity in post-Achaemenid western Asia”, en Strootman & Versluys 2017: 201-222. Carile A. et al. 2004. (eds.) La Persia e Bisanzio, Roma. Cereti, C.G. 2010. (ed.) Iranian identity in the course of history. Proceedings of the Conference held in Rome, 21-24 September 2005, Rome. Cobb, M. 2015. “The chronology of Roman trade in the Indian ocean from Augustus to early third century CE”, Journal of the Economic and Social History of the Orient 58: 362-418. Colditz, I. 2000. Zur Sozialterminologie der iranischen Manichäer: Eine semantische analyse im Vergleich zu den nichtmanichäischen iranischen Quellen, Wiesbaden. Colditz, I. 2003. “Altorientalische und Avesta-Traditionen in der Herrschertitulatur des vorislamischen Iran”, en C. Cereti et al. (eds.), Religious themes and texts of pre-Islamic Iran and central Asia, Wiesbaden: 61-78. Daryaee, T. 2003. “The Persian gulf trade in late Antiquity”, Journal of World History 14: 1-16. Daryaee, T. 2005. “Ethnic and territorial boundaries in late antique and early medieval Persia (third to tenth century),” en F. Curta (ed.), Borders, barriers, and ethnogenesis. Frontiers in late Antiquity and Middle Ages, Turnhout: 123-137. Daryaee, T. 2010. “Bazaars, merchants, and trade in late antique Iran,” Comparative Studies of South Asia, Africa and the Middle East 30: 41-409. De Romanis, F. & Maiuro, M. 2015. (eds.) Across the ocean: nine essays on Indo-Mediterranean trade, Leiden.

168

Richard E. Payne

Gnoli. G. 1989. The idea of Iran. An essay on its origin, Rome. Gyselen, R. 2007. Sasanian seals and sealings in the A. Saeedi Collection, Louvain. Gyselen, R. 2008. “The great families in the Sasanian empire: some sigillographic evidence”, en D. Kennet y P. Luft (eds.), Current research in Sasanian archaeology, art and history, Oxford: 107-113. Gyselen, R. 2009. “Primary sources and historiography of the Sasanian empire”, Studia Iranica 38: 163-190. Huff, D. 2008. “Formation and ideology of the Sasanian state in the context of archaeological evidence”, in V.S. Curtis y S. Stewart (eds.), The Sasanian era. The idea of Iran, Vol. III, London: 31-59. Humbach, H. & Skjaervø, P.O. 1983. (eds.) The Sasanian inscription of Paikuli: Part 3.1, Wiesbaden. Huyse, P. 2009. “Die königliche Erbfolge bei den Sasaniden”, en P. Gignoux, C. Jullien y F. Jullien (eds.), Trésors d’Orient. Mélanges offerts à Rika Gyselen, Paris: 145-157. Jany, J. 2004. “The idea of a trust in Zoroastrian law”, Journal of Legal History 25: 269-286. Jany, J. 2006. “The jurisprudence of the Sasanian sages”, Journal Asiatique 294: 291-323. Jany, J. 2007. “Criminal justice in Sasanian Persia,” Iranica Antiqua 42: 347-386. Jong, A. de, 2017. “Being Iranian in Antiquity (at home and abroad)”, en Strootman & Versluys 2017: 35-47. Kellens, J. 2005. “Les Airiia- ne sont plus des Āryas: ce sont déjà des Iraniens”, en G. Fussman, J. Kellens, H.-P. Francfort y X. Tremblay (eds.), Aryas, Aryens et Iraniens en Asie centrale, Paris: 233-252. Lee, A.D. 2013. “Roman warfare with Sasanian Persia”, en B. Campbell y L.A. Tritle (eds.), The Oxford handbook of warfare in the classical world, Oxford: 708-725. Macuch, M. 1981. Das Sasanidische Rechtsbuch “Mātakdān i Hazār Dātistān” (Teil II), Wiesbaden. Macuch, M. 1991. “Inzest im vorislamischen Iran,” Archaeologische Mitteilungen aus Iran 24: 141-154. Macuch, M. 1993. Rechtskasuistik und Gerichtspraxis zu Beginn des siebenten Jahrhunderts in Iran: Die Rechtsammlung des Farro‫ې‬mard i Wahrāmān, Wiesbaden. Macuch, M. 2004. “Pious foundations in Byzantine and Sasanian law”, en Carile et al. 2004: 181-196. Macuch, M. 2006. “The function of temporary marriage in the context of Sasanian family law”, en A. Panaino y A. Piras (eds.), Proceedings of the Fifth Conference of the Societas Iranologica Europaea, vol. I: Ancient and middle Iranian studies, Milan: 585-597.

El imperio de los iranios

169

Macuch, M. 2010a “Incestuous marriage in the context of Sasanian family law”, en M. Macuch, D. Weber y D. Durkin-Meisterernst (eds.), Ancient and middle Iranian studies. Proceedings of the Sixth European Conference of Iranian Studies, Wiesbaden: 133-148. Macuch, M. 2010b. “Legal constructions of identity in the Sasanian period”, en Cereti 2010: 193-212. Macuch, M. 1995. “Herrschaftskonsolidierung und sasanidische Familienrecht: zum Verhältnis von Kirche und Staat unter den Sasaniden”, en C. Reck y P. Zieme (eds.), Iran und Turfan: Beiträge Berliner Wissenschaftler, Werner Sundermann zum 60. Geburtstag gewidmet, Wiesbaden: 149-167. Metzler, D. 2012. “Aspekte religiöser Vielfalt im Partherreich”, en P. Wick y M. Zehnder (eds.), Das Partherreich und seine Religionen: Studien zu Dynamiken religiöser Pluralität, Gutenberg: 17-26. Morony, M.G. 2004. “Population Transfers between Sasanian Iran and the Byzantine Empire,” en Carile et al. 2004: 161-179. Payne, R.E. 2014 “The reinvention of Iran: the Sasanian empire and the Huns”, en M. Maas (ed.), The Cambridge companion to the age of Attila, Cambridge: 282-299. Payne, R.E. 2015a. A state of mixture: Christians, Zoroastrians, and Iranian political culture in late Antiquity, Oakland. Payne, R.E. 2015b. “East Syrian bishops, elite households, and Iranian law after the Islamic conquest”, Iranian Studies 48: 5-32. Payne, R.E. 2016. “Sex, death, and aristocratic empire: Iranian jurisprudence in late Antiquity”, Comparative Studies in Society and History 58: 519-549. Payne, R.E. 2017 “Territorializing Iran in late Antiquity: autocracy, aristocracy, and the infrastructure of empire”, en C. Ando y S. Richardson (eds.), Ancient states and infrastructural power. Europe, Asia, and America, Philadelphia: 179-217. Perikhanian, A. 1968. “Agnaticheskie Gruppi v Drevnem Irane,” Vestnik Drevnei Istorii: 28-53. Piketty, T. 2013. Le Capital au XXIe siècle, Paris. Pourshariati, P. 2008. Decline and fall of the Sasanian empire. The Sasanian-Parthian confederacy and the Arab conquest of Iran, London. Ritter, N. 2010. Die altorientalischen Traditionen der sasanidischen Glyptik: Form, Gebrauch, Ikonographie, Wien. Rubin, Z. 1995. “The reforms of Khusro Anushirvan”, en A. Cameron (ed.), The Byzantine and early Islamic Near East, vol. III: States, resources, and armies, Princeton.: 227-297. Rubin, Z. 2000. “The Sassanid monarchy”, en A. Cameron et al. (eds.), Cambridge ancient history, vol. 14: Late Antiquity. Empire and successors, A.D. 425-600, Cambridge: 638-661.

170

Richard E. Payne

Sauer, E., Rekavandi, H.O., Wilkinson, T.J. Nokandeh, J. et al. 2013. Persia’s imperial power in late Antiquity. The great wall of Gorgān and frontier landscapes of Sasanian Iran, Oxford. Scheidel, W. 1999. “Emperors, aristocrats, and the grim reaper: toward a demographic profile of the Roman élite”, Classical Quarterly 49: 254-281. Scheidel, W. 2001. “Progress and problems in Roman demography”, en id. (ed.), Debating Roman demography, Leiden: 1-81. Scheidel, W. 2015. “State revenue and expenditure in the Han and Roman empires”. en id. (ed.), State power in ancient China and Rome, Oxford: 150-180. Seland, E.H. 2011. “The Persian gulf or the Red Sea? Two axes in ancient Indian ocean trade, where to go and why”, World Archaeology 43: 398-449. Shaked, S. 2010. “Human identity and classes of people in the Pahlavi Books”, en Cereti 2010: 331-345. Shayegan, M.R. 2011. Arsacids and Sasanians: political ideology in post-Hellenistic and late antique Persia, Cambridge. Shayegan, M.R. 2012. Aspects of history and epic in ancient Iran: from Gaumāta to Wahnām, Cambridge. Simpson, S.J. 2014. “Merv, an archaeological case study from the northeastern frontier of the Sasanian empire,” Journal of Ancient History 2: 116-143. Strootman, R. & Versluys, M.J. 2017. (eds.), Persianism in Antiquity, Stuttgart. Vaissière, É. de la, 2005. Sogdian traders: a history, Leiden. Vaissière, É. de la, 2014. “Trans-Asian trade, or the silk road deconstructed (Antiquity, Middle Ages)”, en L. Neal y J.G. Williamson (eds.), The Cambridge history of capitalism, vol. I: The rise of capitalism: from ancient origins to 1848, Cambridge: 101-124. Weber, U. & Wiesehöfer, J. 2010. “König Narsehs Herrschaftsverständnis”, en H. Börm y J. Wiesehöfer (eds.), Commutatio et contentio: studies in the late Roman, Sasanian, and early Islamic Near East, Düsseldorf: 89-132. Whitehouse, D. & Williamson, A. 1973. “Sasanian maritime trade”, Iran 11: 29-49. Wilson, A. 2015. “Red Sea trade and the state”, en De Romanis & Maiuro 2015: 13-32.

El imperio de los iranios

171

DESIGUALDAD ECONÓMICA, PROPIEDAD RURAL Y CULTURA MATERIAL EN LA ANTIGÜEDAD TARDÍA. EL CASO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (SIGLOS IV-VII) Damián Fernández (nothern illinois university)

Introducción

E

l libro de Thomas Piketty (2013), Le capital au XXI siècle, ha reabierto el debate sobre la evolución de la desigualdad económica durante los siglos XIX-XXI. El impacto de la obra de Piketty dentro y fuera del mundo académico demuestra que el autor ha tocado un nervio fundamental de la anatomía social contemporánea. Por este motivo, se abren nuevas posibilidades para discutir la evolución de la desigualdad en sociedades anteriores al siglo XIX con nuevas herramientas y perspectivas teóricas. En especial, la antigüedad tardía ofrece un contexto historiográfico fértil para dicha discusión, ya que la literatura especializada ha mostrado interés en las tendencias seculares hacia el enriquecimiento y empobrecimiento tanto de las élites como de la población campesina. En el caso del Mediterráneo occidental tardoantiguo, el siglo IV ha sido abordado como un momento de concentración de la riqueza en manos de la clase terrateniente, mientras que el siglo V fue tradicionalmente analizado desde una perspectiva de crisis política y económica. Aunque dicha perspectiva fue abandonada o, al menos, puesta en duda desde los años 70, obras recientes han rehabilitado el hiato político, económico y social de la quinta centuria1. En este contexto, la evolución de la desigualdad económica en la antigüedad tardía se enmarca en valoraciones más generales sobre el período y sobre los actores históricos dominantes. Una de las virtudes del libro de Piketty ha sido la titánica recolección de información estadística que le permitiera trazar la evolución en la

1

Giardina 1999; Ward-Perkins 2005; Heather 2010.

173

desigualdad desde el siglo XIX hasta el presente. Incluso quienes no concuerdan con su marco teórico tienden a elogiar la proeza documental de Piketty (y otros) en esta área (e.g. Kunkel 2014). Lamentablemente, fuentes estadísticas similares son poco frecuentes en el mundo antiguo y, para el período post-romano (siglos V-VII), son aún más escasas. La ausencia de fuentes estadísticas fiables no ha impedido el estudio de la desigualdad en la Antigüedad tardía, pero ha forzado al historiador a desarrollar herramientas analíticas de tipo cualitativo para suplir, al menos parcialmente, la carencia de series estadísticas. Este capítulo intentará analizar las posibilidades y limitaciones de fuentes cualitativas para el estudio de la desigualdad económica en el largo plazo. El foco estará puesto en un tipo particular de evidencia no-cuantitativa en un área determinada del mundo tardoantiguo: el uso de la cultura material, y en particular la arqueología de asentamientos rurales, para el estudio de la desigualdad económica en la Península Ibérica entre los siglos IV y VII. Las conclusiones de este capítulo pueden ser desalentadoras, ya que se sostendrá que la evolución de los asentamientos rurales no sugiere ni un aumento ni una disminución de la desigualdad. Dicho aumento o disminución bien pudieron haber ocurrido; pero los asentamientos rurales no son prueba ni de lo uno ni de lo otro. Sin embargo, este capítulo también propone una mirada optimista sobre la evidencia material. La evolución de los asentamientos rurales demuestra los esfuerzos de la aristocracia terrateniente por mantener las condiciones económicas para la reproducción (sino el posible aumento) de la desigualdad entre grandes propietarios y el resto de la población. De este modo, la arqueología de las campañas ibéricas post-romanas sugiere el desarrollo de nuevas formas de gestión del fundo ante la lenta disolución del sistema impositivo tardorromano luego del siglo V.

Arqueología y desigualdad en la Península Ibérica tardoantigua En las últimas dos décadas, se ha ido esbozando una interpretación sobre la evolución de la desigualdad entre aristocracia terrateniente y población campesina – entendida esta última en el sentido más general de trabajadores rurales, sean pequeños propietarios, arrendatarios, aparceros, de cualquier tipo de status legal2. Dicha perspectiva podría

2

174

Para algunos intentos anteriores de trazar la evolución de la desigualdad económica en la Península, véanse Sánchez Albornoz 1971, o Barbero y Vigil 1978, con énfasis diferentes.

Damián Fernández

resumirse del siguiente modo. Durante el siglo IV, habría existido una concentración de la riqueza en manos de una clase aristocrática senatorial, muchas veces transregional, producto de la crisis económica de las élites cívicas (curiales). La élite burocrática senatorial se habría beneficiado del acceso a salarios imperiales mientras que las élites cívicas locales habrían quedado separadas de dichos ingresos en moneda de oro. Al mismo tiempo, las élites cívicas se empobrecerían debido a sus cargas económicas en el mantenimiento de las ciudades3. Con el fin de la administración romana en la Península Ibérica durante el siglo V, se produciría un quiebre dentro de este proceso de concentración. La presencia de ejércitos bárbaros no solo acarreó el final de la estructura política romana sino también puso en crisis la propiedad transregional y con ella las inmensas fortunas de la aristocracia senatorial del siglo IV. Mientras que los salarios imperiales dejaban de proveer moneda de oro a la burocracia senatorial, los reyes bárbaros repartían tierras entre sus seguidores más próximos eliminando así las grandes fortunas locales, que ahora tendrían que compartir sus tierras con nuevos miembros de la aristocracia terrateniente4. En otras versiones de esta nueva ortodoxia, el período post-romano representaría una (acaso breve) “época de oro” del campesinado debido al poderío económico reducido de la aristocracia y a la debilidad del Estado, incapaz de garantizar la explotación económica tanto del pequeño propietario como del arrendatario (fuera este libre o esclavo) en los mismos niveles del siglo IV (Vigil-Escalera Guirado 2007; cf. Wickham 2005: 526-527). Este proceso encontraría su correlato en la evolución del registro material. La teoría de la concentración de la riqueza en manos de una élite reducida durante el siglo IV se verificaría en la arqueología de los asentamientos rurales. Por ejemplo, durante los siglos III y IV, varias villas aristocráticas del alto imperio fueron abandonadas mientras que una cantidad menor se monumentalizó a través de complejos programas arquitectónicos y decorativos. Esta transformación reflejaría, en pocas palabras, menos aristócratas terratenientes pero más acaudalados (Chavarría 2005). El siglo V no solo representaría un momento de quiebre político en la Península con el final de la administración imperial. También el registro material se transformó drásticamente. Tanto en el 3 4

Más recientemente, y desde perspectivas diferentes, Banaji 2001; Wickham 2005: 156168. Ver, por ejemplo, Brogiolo & Chavarría 2005, un trabajo de síntesis que recoge investigación arqueológica de varias regiones del Mediterráneo occidental.

Desigualdad económica, propiedad rural y cultura material…

175

campo como en la ciudad, las aristocracias locales se habrían vuelto arqueológicamente invisibles. Las ciudades perdieron todo rasgo de monumentalismo romano a excepción de sus murallas tardoantiguas. Las viviendas aristocráticas, tanto urbanas como rurales, fueron abandonadas en el curso de dos o tres generaciones sin que otro tipo de vivienda de élite las reemplazara (Chavarría 2007; Isla Frez 2007). Las cerámicas romanas de calidad se distribuyeron con menor frecuencia hasta abandonarse por completo en el siglo VII, siendo reemplazadas por cerámicas comunes de producción local5. Sin embargo, no todo cambio implicó abandono o supuesta decadencia luego del siglo V. En varias regiones de la península, asentamientos fortificados de altura ocuparon espacios políticos que las ciudades dejaron vacíos (Catalán, Fuentes & Sastre 2014). También nuevos actores se hacen visibles en el campo a través de la cultural material. La población rural campesina aparece representada en granjas de dos o tres unidades familiares y aldeas con poca estructuración interna (Vigil-Escalera Guirado 2000). Edificios de culto cristiano ocuparon los centros simbólicos de las ciudades y, hacia el siglo VII, se convirtieron en un rasgo típico de la campaña ibérica6. En resumen, la cultura material del mundo post-romano estaría representando una disminución en la desigualdad con un campesinado más asertivo social y económicamente, a través del desarrollo de lazos de solidaridad social frente al poder terrateniente – bajo la forma de granjas y aldeas (cf. Quirós Castillo & Vigil-Escalera Guirado 2006; Vigil-Escalera Guirado 2007). Al mismo tiempo, las élites propietarias solo se harían visibles en el registro arqueológico a través de la construcción iglesias para el uso de una población rural cristianizada. Estas aristocracias abandonarían la tradición de mansiones rurales de tipo romano lo que demostraría un poder de consumo suntuario menor que en el siglo IV7. Detrás de estas transformaciones se encontraría una crisis estatal, sobre todo en los siglos V y VI, que disminuiría el poder aristocrático frente al campesinado (Wickham 2005: 443-518). Esta interpretación puede ser cierta, aunque hay argumentos para sostener visiones opuestas o, al menos, matices significativos. Por ejemplo, podría argumentarse que el estado tardorromano, si bien permeable 5 6 7

176

Para una síntesis de esta postura, ver Ward-Perkins 2005. Ciudad: Sánchez Ramos 2014. Campo: Ripoll & Velázquez 1999; Oepen 2012; Fernández 2016a. Wickham 2005: 827-838, sobre el poder de compra de las aristocracias post-romanas y el registro material.

Damián Fernández

a las demandas de las aristocracias terratenientes, desarrolló mecanismos para poner ciertos límites a la ascendencia social y poder económico de las élites propietarias. También se podría mencionar las conclusiones sobre comunidades campesinas tardorromanas del estudio de Cam Grey (2011), quien demostrara cómo las cuales las relaciones verticales de patronazgo y competencia dentro de la comunidad coexistían con fuertes lazos de solidaridad antes del siglo V. Tampoco es tan claro que el período post-romano se caracterice por una debilidad estatal, sino, quizás, por una regeneración de relaciones estatales (Fernández 2016a). En definitiva, el debate sobre debilidad-poder estatal, terrateniente y campesino depende de la interpretación de fuentes muy limitadas. Y es por esto que la arqueología se transforma en una aliada imprescindible para sostener posiciones historiográficas sobre la evolución de las relaciones sociales entre distintos actores e, indirectamente, la evolución de la desigualdad económica. Sin negar la posibilidad de una evolución de la desigualdad tal y como se presenta en la historiografía actual, se podría sugerir que el registro material demuestra más bien otro tipo de evolución en la relación entre la clase terrateniente y el campesinado. Una interpretación alternativa, y que se expondrá en lo que resta de este capítulo, consiste en entender el registro material como la contrapartida de la adaptación al lento declive del sistema tributario tardoantiguo por parte de la aristocracia terrateniente. Dicho sistema habría favorecido un modelo de gestión centralizado de la gran propiedad y se enmarcaría dentro de estrategias de gestión del fundo generalizadas durante la época temprano-imperial. El final de las instituciones tributarias, por otra parte, fue menos traumático de lo que ciertas tradiciones historiográficas afirman y ocurrió a lo largo de tres siglos (Martín Viso 2006; 2013). Incluso en las últimas décadas del siglo VII, la monarquía visigoda se preocupaba, a través de la legislación, del sistema de recolección tributaria (XIII Toledo, lex edita; XVI Toledo, tomus). Sin embargo, el impacto del impuesto dentro del excedente recolectado disminuyó, en gran parte a raíz de las transformaciones en el reclutamiento militar (Isla Frez 2010: 25-113). Al desaparecer los incentivos económicos generados por el sistema impositivo, los terratenientes adoptaron lentamente tipos de gestión del fundo más flexibles con el objeto de mantener el nivel de captación del excedente campesino.

Desigualdad económica, propiedad rural y cultura material…

177

Propiedad y gestión de unidades productivas en el período tardorromano En el siglo IV, el tipo de unidad productiva más frecuente que se puede reconstruir desde la arqueología es la gran propiedad con estructuras centralizadas de producción, almacenamiento y distribución. Dichas unidades son visibles arqueológicamente porque suelen encontrarse en la vecindad de villas residenciales. Debido a la visibilidad de estas residencias señoriales, resulta frecuente la asociación de este modelo de explotación territorial con las villas como centros de los fundos. No se trata de una lectura necesariamente errónea, ya que incluso las fuentes legislativas imperiales admitían la posibilidad de propiedades que incluyesen no solo tierras, trabajadores e infraestructura productiva sino también casas y otros “atractivos” (amoenitas) (CTh 9.42.7). En Hispania, Hidacio de Chaves (Chron. 123) daba por sentado en el siglo V que grandes cantidades de ganado ovino podían encontrarse junto a villas residenciales. Sin embargo, la villa residencial con sus salas de recepción, baños termales y sofisticados programas de decoración no es más que una residencia señorial para satisfacer el ocio y la distinción social del terrateniente y su familiar8. Son las facilidades productivas o sistemas de almacenamiento centralizados los que revelan al nivel arqueológico la presencia de la unidad productiva. La gran propiedad aquí sugerida no estaría consolidada en una sola unidad ininterrumpida de tierra, sino que, con mayor frecuencia, se encontraba dispersa dentro de la comarca o, con menor frecuencia, a nivel regional o supra-regional. Dependiendo de la región y del clima, dicha unidad se especializará en distintos productos, aunque prevalecerá una economía de tipo mediterránea centrada en el cultivo de cereales, olivos y viñedos, así como también en la producción ganadera. Grandes propietarios invertirán en amplias áreas destinadas al almacenamiento de cereales y a la producción de aceite de oliva y vino, entre otras actividades económicas. Por ejemplo, los trabajos en la villa romana de Milreu (Portugal) recientemente publicados por Félix Teichner (2008: 102-270) han revelado un área destinada a producción de aceite de oliva en un edificio de cuatro niveles con al menos cinco prensas en actividad hasta el siglo V, mientras que otra área destinada a la producción de

8

178

Para el caso de la Península Ibérica, Cavarría 2007. Para el Mediterráneo occidental en general, Bowes 2010; Esmonde Cleary 2013:169-263.

Damián Fernández

vino se agrega a estas instalaciones durante el período tardorromano. Inversiones más modestas también han sido documentadas en la villa de Los Mondragones (Granada), excavada recientemente, y en tantas otras villas de origen altoimperial (Rodríguez Aguilera et al. 2014). Estos ejemplos sugieren un alto grado de participación económica de las élites terratenientes a través de inversiones en infraestructura agropecuaria. El hallazgo de unidades productivas rurales se enfrenta a varias dificultades9. Como se ha dicho, la infraestructura productiva y de almacenamiento suele ser detectada cuando se encuentra en las cercanías de una villa residencial, ya que ésta última facilita la visibilidad arqueológica de la primera. Esto no implica, sin embargo, que las propiedades centralizadas requiriesen la existencia de una villa señorial. La gestión de una gran propiedad podría centralizarse en estructuras de almacenamiento y producción en zonas rurales mientras que la familia del propietario podría haber optado por vivir en una residencia señorial urbana – cuya existencia en el siglo IV está constatada (Arce, Chavarría & Ripoll 2007; Alba Calzado 2007). Otro de los problemas que enfrenta la arqueología para detectar unidades productivas centralizadas reside en el tipo de materiales utilizados para su construcción (como la madera), lo cual dificulta su visibilidad arqueológica. Por esta razón, la mayoría de las instalaciones rurales de las que tenemos testimonio son prensas y depósitos de aceite y de vino, así como las factorías de productos ictícolas (cetariae). Por ejemplo, las áreas productivas de la villa de Los Cipreses (Murcia) se hacen visibles a través de las instalaciones para la producción de vino y aceite, aunque se detectó la producción de higo y cebada mediante el estudio de semillas (Noguera Celdrán & Antolinos Marín 2009). Por otra parte, la constante y meticulosa labor arqueológica de las últimas décadas ha sacado a la luz la presencia de algunos silos con capacidades de almacenamiento significativas (Salido Domínguez 2008; 2011). Sin embargo, a pesar de la heroica labor de la arqueología ibérica, aún no contamos con un número suficiente de ejemplos comparable a la información oleícola y vinícola. Esto implica, en el caso de la Península Ibérica, que la infraestructura productiva es visible al nivel arqueológico en las zonas costeras (mediterránea y, en menor medida, atlántica), así como también en las regiones propicias al cultivo de la vid y el olivo10. 9 10

Una síntesis de las dificultades (y ciertos avances en la investigación) en Esmonde Cleary 2013: 265-269. Aceite y vino: Peña Cervantes 2005-2006; 2010. Salazones y conservas de pescados: Lagóstena Barrios 2001.

Desigualdad económica, propiedad rural y cultura material…

179

Grandes unidades dedicadas a la producción cerealera, ganadera o textil presentan mayores dificultades a la hora de ser documentadas a través del registro material. La concentración de excedentes agrícolas comercializables no implica gestión directa de la producción. El modelo de producción estaría caracterizado por la explotación de pequeñas parcelas campesinas de población rural dispersa (Wickham 2005: 259-265, 465-481). Los estudios más recientes para la parte occidental del imperio romano demuestran la existencia de un modelo de gestión de la mano de obra caracterizado por arrendamientos y otras formas similares de trabajo, como ser el de esclavos con tierras en forma de peculium. Los distintos trabajadores rurales deberían rentas en unos pocos productos comercializables o, incluso, en moneda (Vera 1999; 2012). Algún tipo de producción, sin embargo, podría estar gestionado directamente por el propietario (por ejemplo, viñedos) (Wickham 2005: 272-280). Diversos autores han llamado la atención sobre el nexo entre la construcción de mansiones rurales, sus áreas productivas y el impacto del sistema impositivo11. Con diferentes matices, estos autores han sostenido que las grandes propiedades en el siglo IV hicieron uso de los mecanismos de distribución del estado tardorromano para orientar su producción hacia los mercados locales y regionales. Aunque, como se sostuvo en párrafos anteriores, no se puede demostrar a nivel arqueológico el nexo villa-gran propiedad, la arqueología da cuenta del impacto del sistema impositivo no ya en las estructuras de propiedad sino más bien en las estrategias de administración de dichas propiedades. Ante la existencia de una infraestructura para el transporte y venta de productos destinados al pago impositivo, los propietarios rurales encontrarían ventajas económicas en la inversión en infraestructura productiva de dichos alimentos. Al captar producción de campesinos independientes y arrendatarios para el pago de impuestos en especie o a través de rentas o compra para el pago de impuestos en moneda, las grandes propiedades pudieron alcanzar una economía de escala que hiciera la inversión en grandes proyectos productivos redituables. El modelo de gestión de la propiedad se daría a través de trabajadores rurales dispersos de diverso status legal, cuya producción sería volcada en las instalaciones productivas centralizadas.

11

180

Para la Península Ibérica, Fernández Ochoa, Gil Sendino & Orejas Saco del Valle 2004: 209-216; Bowes 2013.

Damián Fernández

Las inversiones en infraestructura productiva no resultan una novedad en la Península Ibérica durante el período tardorromano. Desde época tardorrepublicana y, con mayor ímpetu, durante los primeros siglos de época imperial, las propiedades rurales invirtieron en la elaboración de aceite, vino y otros productos (Peña Cervantes 2010). Tanto el imperio temprano como el tardío fueron estados tributarios que dependieron, en gran medida, de la existencia de grandes propiedades para la recolección de impuestos. Los cambios en el registro arqueológico entre el siglo II y IV no darían cuenta de una nueva relación estado-terratenientes sino de micro-adaptaciones a tendencias seculares y productivas, como ser el final del aprovisionamiento estatal de aceite bético en la ciudad de Roma y la adaptación del valle del Guadalquivir a dichos cambios12. A falta de fuentes escritas, esta descripción de la propiedad terrateniente y la gestión del fundo tardorromanas en la Península Ibérica es altamente hipotética. Sin embargo, el modelo da cuenta de las manifestaciones arqueológicas en el mundo rural con mayor certitud que la interpretación basada en una supuesta concentración de la propiedad. Aunque pudo haber existido una concentración de tierras en una cantidad menor de grandes terratenientes y, por lo tanto, un aumento de la desigualdad producto de la concentración de la riqueza, la evidencia arqueológica no demuestra ni sugiere dichos procesos. La cultura material del período tardorromano en el mundo rural reflejaría tendencias en la gestión del fundo adecuadas a una propiedad dispersa que centraliza excedentes con finalidades tributarias y comerciales. Como se verá en la sección siguiente, la evidencia post-romana también refleja cambios en la gestión de la propiedad terrateniente más que una tendencia en particular hacia la concentración o redistribución de la riqueza.

Propiedad y gestión de unidades productivas en el período post-romano A partir del siglo V y en especial en los siglos VI y VII, las unidades con infraestructura productiva centralizada desaparecen arqueológicamente en gran parte de la Península Ibérica y, en cambio, ganan visibilidad pequeñas unidades familiares o núcleos de población campesina. Tras los trabajos pioneros de Alfonso Vigil-Escalera y Juan Antonio Quirós, 12

Remesal Rodríguez 1986; Reynolds 2010: 24-25, 68-74. Ver, en general, Esmonde Cleary 2013: 294-299.

Desigualdad económica, propiedad rural y cultura material…

181

una serie de estudios regionales y locales han dado cuenta del significante impacto de este tipo de asentamiento en el período post-romano13. Gracias a la meticulosa labor de los arqueólogos altomedievales, el mundo rural post-romano ya no es el paisaje invisible de generaciones historiográficas precedentes. Aunque los tipos de producción en estos asentamientos son similares a los que se encuentran en las unidades productivas del siglo IV (esto es, una economía mediterránea con actividades agrícolas y ganaderas), la infraestructura productiva es de dimensiones significativamente menor. Los silos de almacenamiento o molinos de aceite en estos asentamientos sustentarán economías muy diversas, ninguna necesariamente de gran escala, pero sí capaces de acumular algún excedente mayor que el de la economía doméstica en ciertos casos puntuales14. ¿Se estaría en presencia de un renacer de la autonomía campesina y su relativo poder económico frente a la aristocracia terrateniente? La posición dominante en la historiografía contemporánea interpreta la transformación del mundo rural post-romano como un signo más del empobrecimiento de las élites terratenientes y/o un aumento en el poder del campesinado, capaz de organizar su propio hábitat y controlar los procesos productivos. Pasaríamos a una situación donde las propiedades adquieren un carácter más local y reducido y/o el campesinado obtiene un grado de autonomía más amplio frente a la clase terrateniente15. El corolario lógico de cualquiera de estas dos interpretaciones sería una reducción de la desigualdad económica, sea por mayor poder de negociación campesina o por crisis de la gran propiedad transregional (o ambas). Si bien una reducción de la desigualdad en el siglo V es posible, la evidencia arqueológica en sí misma no sería capaz de corroborar dicha hipótesis. No obstante, se propondrá en esta sección una lectura de este tipo de evidencia más acorde con la continuidad de la gran propiedad y la ascendencia aristocrática sobre la población campesina. Si las unidades productivas del siglo IV sugieren inversiones en la producción y distribución de commodities agrícolas producto del impacto del sistema impositivo, los asentamientos rurales post-romanos muestran un lento declive de dicho modelo de administración del fundo. Mientras que el estado visigodo siguió recolectando impuestos hasta su final en el siglo 13 14 15

182

Vigil-Escalera Guirado 2000; Quirós Castillo & Vigil-Escalera Guirado 2006. Ver también los estudios recogidos en Quirós Castillo 2009. Silos: Vigil-Escalera Guirado 2013. Molinos: Ariño Gil, Barbero & Díaz 2004-2005. Ver, por ejemplo, Vigil-Escalero Guirado 2015, tal vez uno de los estudios más sofisticados y mejor documentados al respecto.

Damián Fernández

VIII a través de las grandes propiedades, dicha captación tributaria tendría una importancia decreciente en el total del excedente apropiado por el estado16. A diferencia de su predecesor romano, el estado visigodo (y en particular durante la segunda mitad del siglo VII) reclutaría su ejército a través del servicio militar de las élites terratenientes en vez de mantener un ejército profesional financiado con impuestos17. Con el pausado pero claro declive del impacto del impuesto en el financiamiento estatal, los grandes terratenientes adoptarían nuevos sistemas de gerenciamiento de sus propiedades. Al reducirse la cantidad de productos capaz de ser centralizados en unidades productivas para su comercialización y pago como impuesto, se haría menos rentable la inversión en infraestructura productiva de gran escala. Esto generaría la posibilidad de nuevas formas de administración del fundo –incluyendo una focalización en requerimientos productivos específicos en distintas parcelas dentro de la misma unidad económica–. La microespecialización al interior de una gran propiedad no es de extrañar si tenemos en cuenta que, tanto en el período tardorromano como en el post-romano, la principal característica de la propiedad de la tierra fue su dispersión, incluso dentro de una misma región o micro-región. Como Enrique Ariño y Pablo Díaz (2003) han demostrado para el caso del valle del Ebro, dichas parcelas ocupaban nichos ecológicos diversos en áreas donde valles, colinas y montañas coexisten incluso dentro de una misma región. En distintas regiones peninsulares, variaciones en las características productivas de cada parcela favorecerían microespecializaciones. Pequeñas granjas de uno a tres grupos familiares de nueva ocupación así como la formación de aldeas de morfología semidispersa no solo reflejan un cambio en los patrones de asentamiento. Mientras algunas cabañas cuentan con pequeños molinos de aceite o vino, otras se especializan en la producción de cereales. La microespecialización también se da a nivel ganadero18. Todo esto, dentro de una economía campesina donde las unidades familiares también se dedican a la producción de otros recursos para la subsistencia. Mientras que la infraestructura productiva y de almacenamiento del período tardorromano estaba asociada con unidades centralizadas, estas 16 17 18

Para una discusión de la relación entre propiedad fundaria y cobro de impuestos en el reino visigodo, Fernández 2017. Formulación clásica del modelo, Hendy 1988. Para un estudio reciente del ejército visigodo, Isla Frez 2010. Por ejemplo, La Dehesa del Cañal, Salamanca; Storch de Gracia y Asensio 1998:146-151.

Desigualdad económica, propiedad rural y cultura material…

183

estructuras se asocian luego del siglo V a pequeñas unidades de una a tres familias (ocasionalmente más) todavía bajo una gestión centralizada (tal vez desde los asentamientos de altura vecinos o ciudades) pero sin las grandes inversiones del período tardorromano. No se trata, entonces, de un cambio radical en el patrón de asentamiento. Las granjas familiares no distarían mucho del sistema rural disperso del imperio tardío. Estas granjas son reconocibles en el registro arqueológico a partir del siglo V por nuevos sistemas constructivos. Sin embargo, a diferencia del siglo IV, el asentamiento disperso cuenta ahora con pequeña infraestructura productiva (molinos, silos, cercados para ganado) dentro de las unidades familiares y no, como predominó durante el siglo IV, en el centro de un fundus. Incluso las aldeas serían un fenómeno de formación más lento y que no se generalizaría hasta entrado el siglo VII o incluso más tardíamente. Para ilustrar este último punto, se podrían contrastar dos casos regionales que muestran la existencia de los dos modelos de administración del fundo durante los siglos V-VII. La primera región abarca el sur y centro de Lusitania –o sea, el área de Portugal y Extremadura al sur del río Tajo–. Conocemos algunas áreas productivas de las unidades económicas tardorromanas debido a que se encontraban en proximidad de villas monumentales y, por lo tanto, pudieron ser detectadas fácilmente en excavaciones (Carneiro 2010). En la mayoría de los casos, estas áreas productivas incluyen varias prensas para la producción de aceite o vino. Como se sostuvo en párrafos anteriores, la producción cerealera y ganadera resultan más difíciles de detectar arqueológicamente. Si bien varias villas fueron abandonadas durante los siglos V y VI como espacios residenciales, algunas de las áreas productivas de dichas villas continuaron en actividad incluso durante el período islámico19. La continuidad productiva parece ser la norma en la región de Mérida, antigua sede de la administración romana y ciudad importante dentro de la geografía política visigoda (Cordero Ruiz 2013: 322-324). Existen algunas fuentes documentales que parecen indicar la continuidad en gestión centralizada de unidades productivas, como la pizarra visigoda hallada en El Barrado, Cáceres, donde se dan instrucciones para el almacenamiento de olivas en barriles provistas por esclavos (PV 103). También se podría apuntar la mención de villulae en las Vidas de los Padres de Mérida

19

184

Algunos ejemplos en Cerrillo Martín de Cáceres 1983; Rodríguez Martín & Gorges 1999: 426; Teichner 2008.

Damián Fernández

(II.97-99; cf. Isla Frez 2001), aunque en este caso no estaría claro si se trata de unidades productivas o residencias rurales (o ambas). En esta región, pocas granjas o aldeas post-romanas fueron descubiertas hasta la actualidad. De hecho, la población campesina solo se hace visible cuando ocupa áreas de antiguas villas residenciales20. Tal vez el modelo de administración del fundo tardorromano habría continuado en esta región sin interrupciones significativas. Esta situación se vería favorecida por el tipo de economía predominantemente mediterránea, de planicies fértiles y acceso a mercados urbanos e, incluso, supralocales (tal y como pueden reconstruirse a través de la distribución de cerámicas)21. La microdiversificación organizativa encontraría en esta región menos incentivos económicos que en otras áreas, favoreciendo así la continuidad en las prácticas de administración del fundo del período tardorromano. El segundo ejemplo es la meseta castellana. En esta región también se dio un proceso de monumentalización de residencias aristocráticas durante la antigüedad tardía. En varias de estas villas se han detectado áreas productivas de considerables dimensiones, capaces de centralizar gran cantidad de excedente económico22. Sin embargo, pocas de ellas mantienen ocupación luego del siglo V y casi ninguna presenta elementos que sugiriesen centralización económica luego de esa fecha. La existencia de grandes propiedades, sin embargo, no desapareció. Las pizarras visigodas, documentos de uso diario del siglo VI y VII, dan amplia cuenta de la existencia de sistemas de contabilidad en los que se registraban pagos de rentas y distribución de productos23. La comercialización de productos agropecuarios también está atestiguada en dichas fórmulas (PV 8, 19, 30, 40, 41, 107 y 121). En ciertas pizarras, incluso se registra el pago de impuestos a través de propiedades fundarías (PV 5). Las aristocracias locales parecerían concentrarse en las ciudades y asentamientos fortificados de altura, sitios que se muestran activos durante los siglos V al VIII (Martín Viso 2013; Gutiérrez González 2014). En cierto modo, la evidencia de la gran propiedad de la tierra está atestiguada en la meseta, 20 21

22 23

Por ejemplo, en Torre de Palma; Maloney & Hale 1996: 293. Sobre la cerámica mediterránea en Lusitania en el período post-romano, ver Diogo & Trinidade 1999; Sousa 2001, para el caso de Lisboa y su territorio. Cf. VPE IV.3, sobre la posible familiaridad de la población de Mérida con mercaderes del mediterráneo oriental. García Merino 2008; Abascal Palazón 2008; Nogueras Celdrán & Antolinos Marín 2009. Velázquez 2004: 85-101; Wickham 2005: 223-226; Martín Viso 2006: 283-290; Fernández 2017.

Desigualdad económica, propiedad rural y cultura material…

185

desde el punto de vista de las fuentes escritas, como en ninguna otra región peninsular. Y sin embargo, en este período, la arqueología ha brindado pocos indicios de inversión en centralización productiva en la región. Por el contrario, lo que parece predominar es la construcción de cabañas de suelo hundido o base de piedra, con variadas actividades productivas (cereales, oliva, ganadería, metalurgia, tejidos, etc.) de escala apenas superior a las necesidades familiares24. Mientras que algunos sitios muestran continuidad con ocupación tardorromana, varias de las granjas y aldeas post-Romanas se asientan en áreas sin ocupación anterior. Incluso ciertos pequeños asentamientos de altura y cuevas en montañas albergan poblaciones rurales a partir del siglo V25. ¿Cómo se puede reconciliar la evidencia de grandes propiedades a través de las fuentes escritas con estos nuevos tipos de asentamiento rural? Ante las nuevas realidades económicas y tributarias del mundo post-romano, la aristocracia terrateniente abandonó lentamente prácticas de administración del fundo que se habían generado al calor de los circuitos tributarios y mercantiles tardorromanos. Asimismo, la debilidad de los mercados urbanos en la meseta frente a la vitalidad de las ciudades en Lusitania y la costa mediterránea contribuiría a desincentivar aún más la centralización e inversión en pocas commodities. En dichas circunstancias, se aprecian nuevas formas de gestión del fundo caracterizadas por la flexibilidad productiva capaz de satisfacer las demandas de terratenientes y mercados más localizados y disminuir el riesgo que generarían grandes inversiones en infraestructura productiva. Las granjas aisladas o aldeas poco estructuradas en nuevas áreas productivas representarían así la contractara de un proceso de adaptación de la gran propiedad fragmentada a los decrecientes beneficios de la centralización y especialización característicos del período tardorromano26. Esta multiplicidad de hábitats rurales y zonas productivas se entenderían a luz de las nuevas relaciones laborales, que fueron descritas por Santiago Castellanos (1998) y, más recientemente, Pablo Díaz (2007). Un conjunto de relaciones laborales sujetaron al campesinado tanto libre

24

25 26

186

Algunos ejemplos de prospecciones microrregionales en Guitiérrez González 1996; Calleja Martínez 2001; Ariño Gil, Dahí & Sánchez 2012; Martín Viso, Rubio Díez et al. En prensa. Quirós Castillo 2007-2008; Martín Viso 2012: 51-55; Azkárate & Solaun Bustinza 2008. Cf. Wickham 2005: 434-441, quien sostiene que existe una correlación entre estructura fragmentada y mayor espacio social campesino.

Damián Fernández

como no libre en el mundo post-romano a través de contratos o prácticas variadas como el patrocinio o la servidumbre “voluntaria”. Dichas relaciones han sido descriptas recientemente por Jairus Banaji (2009) como relaciones de “servilidad” más que de esclavitud o servidumbre clásicas. La mano de obra rural estaría caracterizada por relaciones contractuales de diversa índole, donde el status social pasaría a un segundo plano frente a las regulaciones respecto al uso de tierra, renta, y obligaciones mutuas. Dicho de otro modo, el status legal importaría en tanto podría definir determinados requerimientos económicos, una lógica económica que Alice Rio (2006; 2012) ha demostrado en el caso de la Galia merovingia. La protección del terrateniente en épocas de malas cosechas u otras calamidades naturales o políticas ofrecería previsibilidad a una unidad de producción familiar que de otro modo estaría sujeta a avatares capaces de arruinarla económicamente. Los terratenientes, en cambio, se asegurarían una mano de obra escasa de por sí en un contexto que requería mayor flexibilidad en el gerenciamiento de la propiedad de la tierra. El éxito económico de las nuevas prácticas terratenientes se plasmaría a partir de los siglos VI y VII, cuando, entre otras formas de consumo suntuario, la aristocracia comienza a volcar recursos materiales en la construcción de monasterios e iglesias rurales. Si bien dichas iglesias no se comparan en monumentalidad con las antiguas villas residenciales, lo cierto es que muchas de estas fundaciones piadosas fueron acompañadas con donaciones de tierras para el mantenimiento del clero o monjes27. La clase terrateniente disponía en esos siglos de recursos materiales y propiedades para expresar su piedad y manifestar su pertenencia a la élite del reino, capaz de fundar, proteger y embellecer iglesias y monasterios para la celebración de la memoria familiar y la propia identidad aristocrática (Fernández 2016b). Dichas fortunas no fueron producto de un aumento súbito de la riqueza patrimonial, sino el resultado de la acumulación de excedentes provenientes de las grandes propiedades durante los siglos V y VI.

Conclusiones La dificultad que se presenta a la hora de trazar la evolución de la desigualdad económica entre propietarios y trabajadores rurales, libres

27

Véase, por ejemplo, II Braga 5, III Toledo 19, IV Toledo 33 y VI Toledo 15. También FV 8 (documento de donación). En general, Wood 2006: 18-25.

Desigualdad económica, propiedad rural y cultura material…

187

o no libres en la Hispania tardoantigua (y el mundo pre-moderno en general) son obvias. Las tendencias seculares hacia la igualdad en el período post-romano pudieron haber existido. Sin embargo, la cultura material de las campañas ibéricas no es prueba en sí misma de la disminución o aumento de la desigualdad económica. Por un lado, es muy difícil asegurar que haya existido un empobrecimiento de las aristocracias terratenientes generalizado y en el largo plazo, dado la posibilidad de movilizar considerables excedentes en los siglos VI y VII bajo la forma de donaciones religiosas (y en el ámbito militar, un tema que solo he mencionado tangencialmente en este capítulo). Por otra parte, la arqueología revela la existencia de unidades de explotación familiar, pero en el contexto de la gran propiedad que se vislumbra en las fuentes documentales. La cultura material post-romana indicaría los esfuerzos de las clases terratenientes por explotar sus propiedades y trabajadores de la manera más efectiva en un contexto de la lenta pero clara reducción del impacto del sistema impositivo estatal y los incentivos que este sistema había creado para la gestión más centralizada de las unidades productivas. En definitiva, el mundo del siglo VII se presentaría tan desigual como el mundo del siglo IV, al menos tal y como la desigualdad puede reconstruirse desde la cultura material. No se debe concluir, sin embargo, que variaciones en la distribución del ingreso no existieron. Es probable que el siglo V haya representado un momento de cambio en este sentido, aunque dicha tendencia parecería haberse revertido hacia el siglo VI. Las tendencias seculares identificadas por Piketty para los siglos XIX-XXI resultan imposibles de reconstruir a falta de información estadística y, tal vez, por el limitado impacto del excedente dentro del ingreso total en una economía agraria, pre-capitalista. En otras palabras, la posibilidad de variaciones significativas en la distribución del ingreso resulta difícil de imaginar en una economía como la tardoantigua, a menos que consideremos una catástrofe de gran magnitud que altere las condiciones de distribución del excedente (curiosamente, un argumento similar parece desprenderse del análisis de Piketty sobre los efectos de la segunda guerra mundial). El siglo V, si bien alteró ciertos parámetros estatales y sociales, no representó en la Península Ibérica una crisis de escala suficiente como para generar cambios drásticos en la distribución del ingreso (Kulikowski 2004; Arce 2007). Aunque casos puntuales de mejoras económicas para el campesinado pudo haber existido, la aristocracia terrateniente supo adaptarse

188

Damián Fernández

con rapidez a los eventos del siglo V y mantener el dominio de la gran propiedad en las relaciones económicas del mundo rural.

Bibliografía Abascal Palazón, J.M., Cebrián Fernández, R., Hortelano Úbeda, I. & Ronda, A.M. 2008. “Baños de la Reina y las villas romanas del Levante y de los extremos de la Meseta sur”, en Fernández Ochoa, García Entero & Gil Sendino 2008: 285-300. Alba Calzado, M. 2007. “Diacronía de la vivienda señorial en Emerita (Lusitania, Hispania): desde las domus altoimperiales y tardoantiguas a las residencias palaciales omeyas (s. I-IX)”, en G.P. Brogiolo y A. Chavarría (eds.), Archeologia e società tra tardo antico e alto medioevo, Mantova: 163-192. Arce, J. 2007. Bárbaros y romanos en Hispania, 400-507 A.D.2, Madrid. Arce, J., Chavarría, A. & Ripoll, G. 2007. “The urban domus in late antique Hispania: examples from Emerita, Barcino and Complutum”, en L. Lavan, L. Özgenel y A. Sarantis (eds.), Houses in late Antiquity. From palaces to shops, Leiden: 305-336. Ariño Gil, E., Dahí, S. & Sánchez, E. 2012. “Patrones de ocupación rural en el territorio de Salamanca. Antigüedad tardía y alta Edad Media”, en L. Caballero Zoreda, P. Mateos Cruz y T. Cordero Ruiz (eds.), Visigodos y Omeyas. El territorio, Madrid: 123-145. Ariño Gil, E., Barbero, L. & Díaz, P. 2004-2005. “El yacimiento agrícola en El Cuquero y el modelo de poblamiento en época visigoda en el valle del río Alagón (Salamanca, España)”, Lancia 6: 205-231. Ariño Gil, E. & Díaz, P. 2003. “Poblamiento y organización del espacio. La tarraconense pirenaica en el siglo VI”, Antiquité Tardive 11: 223-237. Azkárate, A. & Solaun Bustinza, J.L. 2008. “Excavaciones arqueológicas en el exterior de los conjuntos rupestres de Las Gobas (Laño, Burgos)”, Archivo Español de Arqueología 81: 133-149. Banaji, J. 2001. Agrarian change in late Antiquity. Gold, labour, and aristocratic dominance, Oxford. Banaji, J. 2009. “Aristocracies, peasantries and the framing of the early Middle Ages”, Journal of Agrarian Change 9: 59-91. Barbero, A. & Vigil, M. 1978. La formación del feudalismo en la Península Ibérica, Barcelona. Bowes, K. 2010. Houses and society in the later Roman empire, London. Bowes, K. 2013. “Villas, taxes and trade in fourth century Hispania”, en L. Lavan (ed.), Local economies? Production and exchange of inland regions in late Antiquity, Leiden: 191-226. Brogiolo, G.P. & Chavarría, A. 2005. Aristocrazie e campagne nell’Occidente da Costantino a Carlo Magno, Firenze.

Desigualdad económica, propiedad rural y cultura material…

189

Calleja Martínez, M.V. 2001. “El poblamiento de época visigoda en el sureste de la provincia de Valladolid”, en AA. VV., V Congreso de Arqueología Medieval Española, Valladolid: I, 125-130. Carneiro, A. 2010. “Em pars incerta. Estruturas e dependências agrícolas nas villae da Lusitânia”, Conimbriga 49: 225-250. Castellanos, S. 1998. “Terminología textual y relaciones de dependencia en la sociedad hispanovisigoda. En torno a la ausencia de coloni en las Leges Visigothorum”, Gerión 16: 451-460. Catalán, R., Fuentes, P. & Sastre, J.C. 2014. (eds.) Fortificaciones en la tardoantigüedad: élites y articulación del territorio (siglos V-VIII d.C.), Madrid. Cerrillo Martín de Cáceres, E. 1983. “La villa de ‘La Cocosa’ y su área territorial. Análisis de un asentamiento rural romano”, en AA. VV., VI Congreso de Estudios Extremeños, Madrid: 87-101. Chavarría, A. 2005. “Villas in Hispania during the fourth and fifth centuries”, en K. Bowes y M. Kulikowski (eds.), Hispania in late Antiquity. Current perspectives, Leiden: 519-552. Chavarría, A. 2007. El final de las villae en Hispania (siglos IV-VII D.C.), Turnhout. Cordero Ruiz, T. 2013. El territorio emeritense durante la antigüedad tardía (siglos IV-VIII). Génesis y evolución del mundo rural lusitano, Mérida. Díaz, P. 2007. “Sumisión voluntaria: estatus degradado e indiferencia de estatus en la Hispania visigoda”, Studia Historica. Historia Antigua 25: 507-524. Diogo, A.M.D. & Trinidade, L. 1999. “Ânforas e sigillatas tardias (claras, foceenses e cipriotas) provenientes das escavações de 1966/67 do teatro romano de Lisboa”, Revista Portuguesa de Arqueologia 2: 83-95. Esmonde Cleary, S. 2013. The Roman west, AD 200-500. An archaeological study, Cambridge. Fernández Ochoa, C., García Entero, V. & Gil Sendino, F. 2008. (eds.) Las villae tardorromanas en el occidente del Imperio: arquitectura y función. IV Coloquio Internacional de Arqueología en Gijón, Gijón. Fernández, D. 2016a. “Persuading the powerful in post-Roman Iberia: king Euric, local powers, and the formation of a state paradigm”, en H. Remitz y J. Kreiner (eds.), Motions of late Antiquity. Essays on religion, politics, and society in honor of Peter Brown, Turnhout: 107-128. Fernández, D. 2016b. “Property, social status, and church building in Visigothic Iberia”, Journal of Late Antiquity 9: 510-539. Fernández, D. 2017. “Statehood, taxation, and state infrastructural power in Visigothic Iberia”, en C. Ando y S. Richardson (eds.), Ancient states and infrastructural power, Philadelphia: 243-271.

190

Damián Fernández

Fernánez Ochoa, C., Gil Sendino, F. & Orejas Saco del Valle, A. 2004. “La villa romana de Veranes. El complejo rural tardorromano y propuesta de estudio del territorio”, Archivo Español de Arqueología 77: 197-219. García Merino, C. 2008. “Almenara de Adaja y las villas de la submeseta norte”, en Fernández Ochoa, García Entero & Gil Sendino 2008: 411-434. Gardina, A. 1999. “Esplosione di tardoantico”, Studi Storici 40: 157-180. Grey, C. 2011. Constructing communities in the late Roman countryside, Cambridge. Gutiérrez González, J.A. 2014. “Fortificaciones tardoantiguas y visigodas en el Norte Peninsular (siglos V-VIII)”, en Catalán, Fuentes & Sastre 2014: 191-214. Heather, P. 2010. Empires and Barbarians. The fall of Rome and the birth of Europe, Oxford. Hendy, M. 1988. “From public to private: the western Barbarian coinages as a mirror of the disintegration of late Roman state structures”, Viator 19: 29-78. Isla Frez, A. 2001. “Villa, villula, castellum. Problemas de terminología rural en época visigoda”, Arqueología y Territorio Medieval 8: 9-19. Isla Frez, A. 2007. “El lugar de habitación de las aristocracias en época visigoda, siglos VI-VIII”, Arqueología y Territorio Medieval 14: 9-19. Isla Frez, A. 2010. Ejército, sociedad y política en le Península Ibérica entre los siglos VII y XI, Madrid. Kulikowski, M. 2004. Late Roman Spain and its cities, Baltimore. Kunkel, B. 2014. “Pauper and richlings”, London Review of Books 36: 17-20. Lagóstena Barrios, L. 2001. La producción de salsas y conservas de pescado en la Hispania Romana (II a.C.-VI d.C.), Barcelona. Maloney, S. & Hale, J. 1996. “The Villa of Torre de Palma (Alto Alentejo)”, Journal of Roman Archaeology 9: 275-294. Martín Viso, I. 2006. “Tributación y escenarios locales en el centro de la península ibérica: algunas hipótesis a partir del análisis de las pizarras ‘visigodas’”, Antiquité Tardive 14: 263-290. Martín Viso, I. 2008. “Tremisses y potentes en el nordeste de Lusitania (siglos VI-VII)”, Mélanges de la Casa de Velázquez 38: 175-200. Martín Viso, I. 2013. “Prácticas locales de la fiscalidad en el reino visigodo de Toledo”, en X. Ballestín y E. Pastor (eds.), Lo que vino de Oriente. Horizontes, praxis y dimensión material de los sistemas de dominación fiscal en Al-Ándalus (siglos VII-IX), Oxford: 72-85. Martín Viso, I., Rubio Díez, R., López Sáez, J.A., Ruiz Alonso, M. & Pérez Díaz, S. En prensa. “La formación de un nuevo paisaje en el centro de la península ibérica en el periodo post-romano: el yacimiento de La Genestosa (Casillas de Flores, Salamanca).”, Archivo Español de Arqueología 90.

Desigualdad económica, propiedad rural y cultura material…

191

Noguera Celdrán, J.M. & Antolinos Marín, J.A. 2009. “Áreas productivas y zonas de servicio de la villa romana de Los Cipreses (Jumilla, Murcia)”, Archivo Español de Arqueología 82: 191-220. Oepen, A. 2012. Villa und christlicher Kult auf der Iberischen Halbinsel in Spätantike und Westgotenzeit, Wiesbaden. Peña Cervantes, Y. 2005-2006. “Producción de vino y aceite en los asentamientos rurales de Hispania durante la Antigüedad tardía (siglos IV-VII d.C.)”, Cuadernos de Prehistoria y Arqueología de la Universidad Autónoma de Madrid 31-32: 103-116. Peña Cervantes, Y. 2010. Torcularia: la producción de vino y aceite en Hispania, Tarragona. Piketty, T. 2013. Le capital au XXIe siècle, Paris. Quirós Castillo, J.A. 2009. (ed.) The archaeology of early medieval villages in Europe, Bilbao. Quirós Castillo, J.A. & Alonso Martín, A. 2007-2008. “Las ocupaciones rupestres en el fin de la Antigüedad. Los materiales cerámicos de Los Husos (Laguardia, Álava)”, Veleia 24-25: 1123-1142. Quirós Castillo, J.A. & Vigil-Escalera Guirado, A. 2006. “Networks of peasant villages between Toledo and Velegia Alabense, northwestern Spain (Vth-Xth centuries)”, Archeologia Medievale 33: 79-128. Remesal Rodríguez, J. 1986. La annona militaris y la exportación de aceite bético a Germania, Madrid. Reynolds, P. 2010. Hispania and the Roman Mediterranean, AD 100-700, London. Rio, A. 2006. “Freedom and unfreedom in early medieval France: the evidence of the legal formulae”, Past and Present 193: 7-40. Rio, A. 2012. “Self-sale and voluntary entry into unfreedom, 300-1100”, Journal of Social History 45: 661-685. Ripoll, G. & Velázquez, I. 1999. “Origen y desarrollo de las parrochiae en la Hispania de la Antigüedad tardía”, en AA. VV., Alle origini della parrocchia rurale (IV-VIII sec.), Vaticano: 101-165. Rodríguez Aguilera, Á., García-Consuegra Flores, J., Rodríguez Aguilera, J., Pérez Tovar, M. & Marín Díaz, P. 2014. “La villa bajoimperial y tardo antigua de Los Mondragones (Granada)”, Cuadernos de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Granada 24: 459-496. Rodríguez Martín, G. & Gorges, J.-G. 1999. “Prensas de aceite y de vino en una villa romana de la cuenca media del Guadiana (Torre Águila, Barbaño, Badajoz)”, en J.G. Gorges y G. Rodríguez Martín (eds.), Économie et territoire en Lusitanie romaine, Madrid: 403-426. Salido Domínguez, J. 2008. “Los sistemas de almacenamiento y conservación de grano en las villae hispanorromanas”, en Fernández Ochoa, García Entero & Gil Sendino 2008: 693-706.

192

Damián Fernández

Salido Domínguez, J. 2011. “El almacenamiento de cereal en los establecimientos rurales hispanorromanos”, en J. Arce y B. Goffaux (eds.), Horrea d’Hispanie et de la Méditerranée romaine, Madrid: 127-141. Sánchez Albornoz, C. 1971. Estudios visigodos, Roma. Sánchez Ramos, I. 2014. Topografía cristiana de las ciudades hispanas durante la Antigüedad tardía, Oxford. Sousa, É.M. 2001. “Contributos para o estudo da cerâmica foceense tardia (‘late Roman C ware’) no municipium Olisiponense”, Conimbriga 40: 199-224. Storch de Gracia y Asensio, J. 1998. “Avance de las primeras actividades arqueológicas en los hispano-visigodos de la Dehesa del Canal (Pelayos, Salamanca)”, Arqueología, Paleontología y Etnografía 4: 141-160. Teichner, F. 2008. Zwischen Land und Meer: Architektur und Wirtschftsweise ländlicher Siedlungsplätze im Süden der römischen Provinz Lusitanien (Portugal), Mérida. Velázquez, I. 2004. Las pizarras visigodas. (Entre el latín y su disgregación. La lengua hablada en Hispania, siglos VI-VIII), Burgos. Vera, D. 1999. “Massa fundorum. Forme della grande proprietà e poteri della città in Italia fra Costantino e Gregorio Magno”, Mélanges de l’Ecole Française de Rome. Antiquité 111: 991-1025. Vera, D. 2012. “Questioni di storia agraria tardoromana: schiavi, coloni, villae”, Antiquité Tardive 20: 115-122. Vigil-Escalera Guirado, A. 2000. “Cabañas de época visigoda: evidencias arqueológicas del sur de Madrid. Tipología, elementos de datación y discusión”, Archivo Español de Arqueología 73: 223-252. Vigil-Escalera Guirado, A. 2007. “Granjas y aldeas altomedievales al norte de Toledo (450-800 D.C.)”, Archivo Español de Arqueología 80: 239-284. Vigil-Escalera Guirado, A. 2013. “Ver el silo medio lleno o medio vacío: la estructura arqueológica en su contexto”, en A. Vigil-Escalera Guirado, G. Bianchi y J.A. Quirós Castillo (eds.), Horrea, barns and silos. Storage and incomes in early medieval Europe, Bilbao: 127-144. Vigil-Escalera Guirado, A. 2015. Los primeros paisajes altomedievales en el interior de Hispania. Registros campesinos del siglo V a.C., Bilbao. Ward-Perkins, B. 2005. The fall of Rome and the end of civilization, Oxford. Wickham, C. 2005. Framing the early Middle Ages, Oxford. Wood, S. 2006. The proprietary Church in the medieval west, Oxford.

Desigualdad económica, propiedad rural y cultura material…

193

EL CAPITALISMO COMERCIAL EN EL MEDITERRÁNEO, DESDE EL FIN DE LA REPÚBLICA HASTA EL BIZANCIO TARDÍO1 Jairus Banaji (university of london)

L

a literatura sobre el capitalismo comercial está plagada de paradojas. Los marxistas hablan mucho sobre el capitalismo pero raramente sobre el capitalismo mercantil o capitalismo comercial. Su reticencia está enraizada en la idea (falsa) de que la distinción lógica entre producción y circulación que Marx presupone en El capital descarta cualquier interacción entre esas esferas en la historia real del capitalismo o en cualquier período anterior. La segunda gran paradoja es que mientras algunas tradiciones de la historiografía, sobre todo la de los historiadores que se reunieron libremente alrededor de Febvre y Braudel, hablan repetidamente del capitalismo mercantil o comercial, casi nunca definen el objeto de su discusión, salvo una notable excepción. En Écrits sur l’histoire, Braudel sugiere que el capitalisme marchand es nuestra mejor caracterización para el conjunto del período desde el siglo XIV al XVIII, pero todo lo que él parece significar con el término es que era un capitalismo dirigido por poderosas élites mercantiles y financieras que hicieron la mayor parte de su dinero por medio de préstamos estatales y comercio de lujo. La excepción fue Mauro, quien definió al capitalismo comercial (su término preferido) en varios escritos entre los años 1950 y 1960 como un sistema económico en el cual los mercaderes dominaban la producción y extraían la parte mayor de los beneficios de las mercancías que traficaban. Así, Mauro (1964: 99) escribe, por ejemplo, que el capitalismo comercial es “un sistema en el cual la dirección y los beneficios de la producción están en manos de los capitalistas comerciales”; en caso de que esto suene circular, dice en otro lugar “en manos de los mercaderes” como opuestos a les travailleurs (Mauro 1955: 117), esto es, en 1

Traducción de Carlos García Mac Gaw.

195

contraste con, digamos, los artesanos y operarios que formaban la base productiva de las industrias textiles medievales en gran parte de Europa. Este es el control del mercader sobre la producción que forma el núcleo del sistema. Vale la pena señalar que Mauro no afirma explícitamente que los beneficios extraídos por estos mercaderes sean luego reciclados en una posterior expansión de sus negocios mercantiles. Es posible que esto fuera demasiado obvio como para tener que afirmarlo separadamente. En segundo lugar, la definición estructural de Mauro le da una suerte de elasticidad histórica, no confinándola a ningún período específico. Por otra parte, es también compatible con el uso puramente histórico de Braudel. En otras palabras, como Braudel, él frecuentemente se refiere al capitalismo comercial como a una “época” en la historia económica de Europa y/o del mundo. En el que probablemente fuera su mejor trabajo desde los años 1980, Carandini respaldó la idea de que el capitalismo comercial era central para el Mediterráneo romano. En “Il mondo della tarda antichità visto attraverso le merci”, el ensayo que introduce el tercer volumen de Società romana e impero tardoantico, el del comercio, escribió (Carandini 1986: 15): “Déjenme concluir diciendo que el capitalismo comercial tiene una historia lo suficientemente larga (de la que Marx era consciente) y que el Mediterráneo en el período romano fue el teatro en el cual se ensayó primero antes de llegar a la Italia del siglo XIII. El Renacimiento fue el resurgimiento no solo de tradiciones intelectuales y artísticas sino también del propio capitalismo comercial antiguo. En esta perspectiva, guiada por Braudel, se puede finalmente [...] reconsiderar al gran Rostovtzeff quien puede ahora por fin descansar en paz habiendo obtenido el respeto de los académicos”.

Carandini continúa diciendo que una síntesis al estilo de Rostovzteff es por ahora única y que pasará un largo período antes de que alguien ose crear algo comparable. Después de sugerir que en contraste con el sistema-mundo de Wallerstein, el cual se definía –según Carandini– por su integración económica, plantea que el capitalismo comercial de Roma constituyó no tanto una economía mundial como un imperio mundial. Carandini (1986: 16) nota al pasar que en la historia occidental, el imperialismo de Roma, su imperio y el imperio tardío representaron el valor máximo alcanzado por el capitalismo comercial dentro de la estructura de un imperio mundial. El rasgo fascinante aquí es la referencia al “imperio

196

Jairus Banaji

tardío”, dado que Carandini sabía que la evidencia cerámica que había comenzado a ser excavada en Ostia se extendía de forma substancial hasta el siglo IV y sugería niveles muy altos de actividad comercial. Por supuesto, en los años en que vio la desintegración de la Unión Soviética y la auto disolución del Partido Comunista Italiano, Carandini (1993) giró hacia un pesimismo extremo, el cual se refleja luego en su ensayo “L’ultima civilità sepolta”. Aquí la Antigüedad tardía comienza temprano y se mueve con fuerza implacable como un maremoto que destruye cada uno de los sectores principales de una economía previamente floreciente. Entre los historiadores de Roma la única otra referencia seria al capitalismo comercial que he encontrado está en la obra de Étienne y Mayet (2004). En el estudio de Mayet (1984) sobre la industria de cerámica fina española, el aspecto decisivo de lo que llama “capitalismo comercial” es que la normalización en toda la industria solo se podría haber logrado y regulado por formas de capital con las suficientes movilidad y fluidez para evaluar las demandas del mercado y, a la vez, cubrir una extensión muy amplia de redes de producción. Las industrias de cerámica fina romanas no solo estaban basadas en formas rudimentarias de comercialización masiva que cubrían amplias franjas del territorio, sino que tanto los productores grandes como los pequeños trabajaban bajo normas que solamente podrían haber emanado de mercaderes en contacto con los mercados, o que los controlaban. Así Mayet (1984: 218 ss.) se refiere a “las normas impuestas (sobre los productores) por aquellos que realmente vendían los productos” y argumenta que “son los mercaderes quienes eran responsables de organizar la producción” de cerámica samia o terra sigillata. Este modelo, derivado del trabajo de Morel (1981) sobre la Campana A, la cerámica italiana más ampliamente producida en la República tardía, se ajusta bien con la forma en que Mauro define capitalismo comercial, en el sentido en que rechaza la falsa idea de que el capital mercantil es intrínsecamente externo a la producción. En la descripción de Morel sobre la cerámica campana, la habilidad para crear y dominar mercados está ligada a economías de escala basadas en una producción de gran volumen, normalización de formas, tamaños y repertorios, y procesos de trabajo simplificados que permiten a los trabajadores ejecutar operaciones comunes más rápidamente, todo lo cual muestra que es imposible establecer una separación artificial entre producción y circulación. Más aún, las redes de distribución para la Campana A eran enteramente marítimas, ampliamente extendidas por las costas del Mediterráneo occidental, algo que solo firmas

El capitalismo comercial en el Mediterráneo

197

mercantiles podrían haber manejado exitosamente. Étienne, Makaroun y Mayet (1994) extienden este modelo a su estudio de la industria de salazón de pescado del estuario de Sado en Portugal. La monografía trata, por supuesto, sobre Troia donde la industria exportaba alrededor de dos millones de ánforas cada año. Esta escala de organización tiene que haber requerido “empresas de negocios a gran escala”, sobre las que habla D’Arms (1981: 42), y lo que muestra es que estas últimas no estaban confinadas a la aristocracia. La propia sugerencia de Mayet de que el rol de los mercaderes a gran escala (negotiatores) en la industria de cerámica fina española puede ser comparada con el Verlagssystem medieval me parece que presupone mucho, dado que todavía tenemos solo una idea muy vaga de cómo eran los diferentes modelos posibles de la organización empresarial romana. Vidrio, ladrillos, aceite de oliva, cerámicas samias, etc., eran todas industrias de producción en serie cuya organización interna estaba destinada a reflejar los rasgos peculiares de cada sector. Por ejemplo, en la reconstrucción de Steinby (1986) de la industria del ladrillo de Roma, la aristocracia de la ciudad controlaba el sector tercerizando la producción a officinatores o gerentes de talleres que eran empresarios por derecho propio pero solamente a cargo de la producción final de la industria, un poco como los productores de ropa coreanos de hoy día, quienes trabajan con contratos de suministro para grandes cadenas minoristas en el occidente que no tienen interés en la producción. Aquí los mercaderes apenas parecen importar y las ventas probablemente ocurrieran directamente a través de agentes empleados por los domini. Este era un montaje completamente diferente de las cerámicas samias o de la industria de la salazón de pescado del Sado o incluso del aceite de oliva español. En el último caso tenemos los nombres de literalmente cientos de mercatores, todos ellos libertos pero no necesariamente carentes de recursos o iniciativa. Un rasgo sorprendente del capitalismo comercial del imperio temprano es la amplia acumulación de liberti, por miles, quienes eran activos en los negocios como parte de redes familiares extendidas conectadas con familias de élite, pero también deben de haber trabajado en provecho propio a juzgar por la amplia movilidad ascendente de los libertos más prósperos en puertos como Ostia y Puteoli. Su habilidad para permanecer sobre su propia base financiera es ilustrada por el ejemplo de Torelli (1980) sobre los extensos intereses en el comercio del mármol de los Cossutii, porque cuando esta misma familia eventualmente desapareció los negocios parecen haber sido llevados por sus libertos.

198

Jairus Banaji

Dannell y Mees (2013: 165) señalan que el hecho de que “la producción de sigillata, tanto en Italia como en Galia, fuera de una escala y complejidad raramente encontrada en cualquier otra sociedad pre-industrial” nos dice algo de la economía romana en su conjunto, su auténtico nivel de sofisticación y la extremadamente impactante capacidad de organización romana. Los autores sugieren que la cerámica samia proveniente de La Graufesenque “se montaba ‘a cuestas’ de las redes de transporte para mercancías primarias”. Estas redes eran totalmente una función del capital comercial. También dicen que “la dispersión de cantidades relativamente menores de cerámica especializada enfatiza que las manufacturas estaban desconectadas de la eventual distribución de su producción. Esto era una cuestión de marketing en manos de cadenas de distribución mercantil”. Y finalmente, lo más interesante: “mientras los mercaderes de Narbona aún mantenían sus mercados tradicionales, probablemente se encontraron en competencia progresivamente con aquellos basados en Arles” (Dannell & Mees 2013: 174, 176). Aquí la sugerencia es que en la economía romana con su tipo particular de organización capitalista, la competencia ocurría entre mercaderes más que entre productores. Sobre esto hay dos puntos que vale la pena señalar. Primero, la organización comercial en el Mediterráneo romano tendió a prescribir fuertes identidades locales; nótense las poderosas asociaciones mercantiles mayoristas atestiguadas en el Foro delle Corporazioni en Ostia a fines del siglo II y principios del III, todas designadas por su proveniencia geográfica. La división del trabajo entre Ostia y Portus era, por supuesto, que Ostia manejaba “los negocios asociados con el comercio antes que el manejo físico de los cargamentos a granel”, que ocurrían en Portus (Keay 2012: 44). El piazzale contenía las oficinas comerciales de grupos de comerciantes geográficamente etiquetados. Segundo, la competencia fue frecuentemente más intensa entre puertos y centros manufactureros que tenían alguna proximidad entre sí. Ciertamente, proximidad es un término vago y puede cubrir tanto la distancia entre Ostia y Puteoli como aquella entre Delos y Corinto o entre Corinto y Atenas. En el siglo IV y a comienzos del V las lámparas atenienses inundaban los mercados griegos y egeos, apartando a los competidores corintios, hasta que más tarde, a mediados del siglo V, estos últimos recuperaron terreno. Y, desde entonces en adelante, las cerámicas finas africanas encontraron una firme competencia de las cerámicas rojas chipriotas y foceas. La competencia de este tipo es una constante en la historia comercial del Mediterráneo y alcanza su ver-

El capitalismo comercial en el Mediterráneo

199

dadero crescendo con las grandes luchas entre las ciudades mercantiles italianas, que ciertamente habían comenzado hacia comienzos del siglo X cuando Venecia literalmente destruyó Comacchio. Dado que mi principal interés son los siglos tardíos, me centraré ahora en Bizancio. La monografía de Cracco (1967) sobre Venecia es un notable estudio sobre lo que hacia el siglo XII era un microcosmos de las concentraciones sustanciales de capital comercial que luchaban por el control del Mediterráneo. Cuando Braudel decidió definir el conjunto del período entre los siglos XIV y XVIII como la “época” del capitalismo comercial, estaba amalgamando efectivamente dos modelos más bien diferentes. El primero era uno mediterráneo, en gran medida medieval y con un herencia de la Antigüedad; el segundo era más puramente moderno y basado en el Atlántico. Por supuesto, como repetidamente enfatizó Verlinden (1966), había hilos complejos que corrían del primero al segundo, sobre todo en el sentido de que los imperios coloniales comenzaron en realidad con el control absoluto que Génova y Venecia ejercieron sobre el Mediterráneo oriental. Verlinden estaba absolutamente en lo cierto al insistir en que la economía atlántica tenía orígenes estrictamente medievales. Una parte mayor de la historia de la dominación comercial veneciana radica, por supuesto, en la forma en que Venecia y los otros estados marítimos italianos pudieron integrar a Bizancio en su esfera económica, un proceso bien encaminado hacia el siglo XII y luego decisivamente consolidado con la cuarta cruzada. Pero, ¿qué ocurre con los siglos oscuros del medio? ¿Qué hay sobre la historia del Mediterráneo entre, digamos, el siglo VII y los puntos más altos de los siglos XI y XII? Este período coincide en forma general con lo que normalmente se describe como el imperio bizantino medio. A finales del siglo VII y comienzos del VIII se alcanzó la marca demográfica más baja del imperio, seguida después por una gradual y sostenida recuperación desde fines del siglo VIII hasta el X (y luego por una vigorosa expansión en el XI y el XII). Magdalino (2000: 222) ha mostrado convincentemente que la plaga de 542 forzó una gran relocación de los negocios y las residencias desde la costa sur del Cuerno Dorado hacia la costa del sur de Constantinopla (Mármara) porque los cuerpos estaban siendo vertidos al mar y no podían ser arrastrados por la marea en ese sector. El Cuerno Dorado emergió nuevamente como la arteria comercial de la capital solo siglos después cuando Amalfi, Venecia, etc., solicitaron concesiones en esa área para colocar sus barrios comerciales. Lo que resulta fascinante de esta

200

Jairus Banaji

reconstrucción es que Magdalino también sugiere que los italianos fueron atraídos primariamente hacia el Cuerno Dorado porque los comerciantes “árabes” con quienes ellos tenían negocios ya estaban bien establecidos allí. Incluso más extraordinario es su sugerencia de que el mitaton árabe en Perama “debe haber sido establecido a fines del siglo VII”. Esto evoca un cuadro del siglo VII muy diferente del deprimente pozo ciego de atrofia comercial que han pintado las visiones catastrofistas. Un discípulo de Wickham, Zavagno (2011-12), recientemente ha argumentado en favor de una “insospechada solidez económica en Chipre en los siglos VII y VIII”, y, en la misma Roma, tradiciones manufactureras tardoantiguas (en vidrio, metalurgia, etc.) sobreviven hasta el fin del siglo VII. La visión de Pirenne (1939) de que el siglo VIII constituyó el punto mínimo de la vida económica en gran parte de Europa y el Mediterráneo debido a las disrupciones causadas por los árabes ha sido socavada repetidamente, en buena medida por la revalorización de Bruand (2002) del dinamismo de la economía carolingia y la más reciente demostración de Gelichi (2008: 83) de que “el siglo VIII no fue, en el nivel económico, en ningún caso un período de estancamiento”. El trabajo de Gelichi se centra en la región del norte de la costa del Adriático y tiene dos rasgos especialmente interesantes. Primero, los restos de ánforas de Comacchio (justo al norte de Ravena) indican “la existencia de sustanciales importaciones del sur de Italia e, incluso más sorprendente, desde el este durante el siglo VIII y tal vez en parte del IX”. Segundo, Gelichi subraya correctamente la ferocidad con que Venecia respondió a los competidores, notablemente a Comacchio, que después de un terrible ataque en 932 desapareció para siempre. El tema de la competencia reaparece de una manera central. La región noroeste del Adriático era “un área extremadamente dinámica, marcada por lugares que parecen haber competido entre sí en por lo menos dos niveles (geográficos)”, tanto local como regional (2008: 92, 111). Pero creo que el modelo más general, que conduce la expansión de los nuevos centros dinámicos de lo que se transformó en el capitalismo comercial plenamente desarrollado de la Edad Media, está bien resumido en la historia de Amalfi, el gran competidor de Venecia hacia el sur, en la costa de la península sorrentina. La historia de Amalfi es intrigante. Hacia el siglo X, Ibn Hauqal la describe como el centro comercial más próspero de la costa tirrena, mucho más fuerte que Nápoles, que era un centro manufacturero únicamente por sus telas de lino gigantes. Lo que hizo Amalfi, ciertamente varias décadas antes que Venecia, fue mezclar dos flujos comerciales mayores en un comercio triangular que

El capitalismo comercial en el Mediterráneo

201

reintegraba los mercados mediterráneos y bizantinos. En su forma más simple, esto significa que el oro adquirido por la exportación de granos y madera hacia África del Norte, y luego hacia Egipto, era utilizado para comprar seda, joyas, tapices y otras costosas mercancías para venderlas a los mercados papales, patricios y monásticos de Italia. El trabajo de Citarella (1968; 1977) de fines de los años 1960 y durante 1970 vuelve repetidamente sobre este modelo que, para mí, es la mejor forma de explicar la renovada evolución del capitalismo medieval a lo largo de las grandes fronteras políticas y religiosas, que intentaron contrariamente balcanizar el mar en zonas comerciales en gran medida auto-contenidas. Su virtud principal es que comienza a conectar el gran hueco del siglo VIII y nos muestra dónde debemos comenzar a mirar para organizar una narrativa coherente de la Edad Media. Y por supuesto, esto hace justicia a la visión de Lombard (1971) del Islam como la nueva fuerza dinámica que no solo soldó enormes zonas económicas, desde las fuentes del oro en Sudán (más particularmente el Niger medio) hasta el Mediterráneo, el Océano Índico, etc., sino que contribuyó para la propia renovación de Bizancio a partir del siglo IX. La prodigiosa demanda de los consumidores de las florecientes ciudades musulmanas inyectaron un nuevo elemento de dinamismo en el comercio mediterráneo y permitieron que Italia emergiera como su centro decisivo. Delogu (1999: 256) está en lo cierto cuando dice que “el Mediterráneo no se volvió un área subdesarrollada como consecuencia de la desintegración del mundo romano”, y que los síntomas de una renovada vitalidad comercial y política que aparecen desde fines del siglo VIII estaban ligadas a “la reanudación de la expansión islámica, ahora hacia Italia, y pronto seguida por nuevas empresas bizantinas”. En las principales ciudades de Italia el capital mercantil estableció una aplastante supremacía gracias a su control del estado y de los medios de violencia, de allí la descripción de Cracco (1967: 58, 75) de Venecia como una “comuna de capitalistas”, un estado gobernado por una “oligarquía capitalista” (cf. 202: lo stato dei grandi capitalisti). Esto mismo no es verdad, por supuesto, ni para Bizancio ni para el mundo islámico donde los mercaderes debían lidiar con el estado como una fuerza más extraña. Por ejemplo, cuando al-Maqrīzī resumió la estructura social de la ciudad islámica típica como divida esencialmente en una élite de poder, ricos mercaderes y comerciantes minoristas o mayoristas pequeños, la división entre las primeras dos categorías habría tenido poco sentido en la Venecia de su época. Sin embargo, en términos de una historia

202

Jairus Banaji

económica del Mediterráneo medieval escrita desde el punto de vista de su evolución capitalista, son los mundos bizantino e islámico los que se han investigado menos adecuadamente, a pesar de los estudios sobre la Geniza de El Cairo. Los trabajos seminales realizados por Labib (1969) y Inalcik (1969) sobre el capitalismo en el mundo islámico han permanecido exactamente como eso. Por otra parte, la cultura de negocios del Bizancio medieval ha visto algunos finos trabajos de Oikonomidès, Laiou, Jacoby, Balard y otros, pero no tanto como merecería. La segregación entre propietarios de barcos y mercaderes es invariante entre las piezas mayores de la ley bizantina que trata sobre cuestiones marítimas. Está presente ciertamente allí, en la ley rodia sobre el mar, un derecho consuetudinario sobre el mar que solo se codificó en el último cuarto del siglo IX como parte de las reformas legislativas de León VI. No se deduce de allí que los propietarios de barcos no fueran ellos mismos ricos mercaderes. Lo que ellos eran está probado por la última de las diez famosas “fechorías” o actas de opresión atribuidas a Nicéforo por Teófanes. Se dice que el emperador había forzado a los “principales propietarios de barcos de Constantinopla” a tomar préstamos de 12 libras de oro por cabeza a una exorbitante tasa de interés. Lo que implica esto es que a comienzos del siglo IX el gobierno veía a los propietarios de barcos como una clase acaudalada. Oikonomidès (1997: 145, 150 ss., 165 ss.), quien afirmaba que una “concepción capitalista del mundo” comenzó a formarse en Bizancio hacia el siglo XI, también veía que este capitalismo era “mantenido bajo control” por el estado y eventualmente subordinado en forma drástica por el influjo del capital italiano. Los mercados del imperio griego se volvieron “una parte integral del mercado europeo”, generando un amplio resentimiento “contra el imperialismo económico de los mercaderes occidentales asentados en el este”. Sin embargo, Oikonomidès (1988: 327) también señala que “las sociedades de negocios greco-latinas eran muy comunes”, y que hacia el siglo XIV las guildas bizantinas adquirieron un “carácter capitalista” muy similar al de sus contrapartes italianas, a la vez que la aristocracia se movió hacia el comercio en forma amplia. En un artículo, Balard (1997) desarrolla el segundo de estos aspectos conflictivos en el análisis general de Oikonomidès de la cultura comercial bizantina. Balard (1997: 265) argumenta que las prácticas comerciales bizantinas estaban tan avanzadas como las italianas hacia el siglo XIV, y que el despertar de una burguesía comercial bizantina en los siglos XIV y XV refleja la amplia transformación de una economía entonces con retraso en el umbral de lo que llama “el

El capitalismo comercial en el Mediterráneo

203

capitalismo comercial y financiero del mundo moderno”. Finalmente, Jacoby (1991-92) también subraya el grado de evolución interna en un brillante artículo que trata de la expansión de la industria de la seda bizantina hacia las provincias occidentales, donde, en centros como Tebas y Corinto, los arcontes financiaron una industria indígena que, a más tardar en el siglo XII, producía telas de alta calidad y medias de seda. Lo que esto refleja es una “democratización de la demanda” a lo largo de amplias regiones del imperio, algo a lo que Laiou (2013) ha dirigido su atención en el último de los trabajos que ella publicó.

Bibliografía Allouche, A. 1994. Mamluk economics. A study and translation of al-Maqrīzī’s Ighāthah, Salt Lake. Avramea, A. 1997. Le Péloponnèse du IVe au VIIIe siècle, Paris. Balard, M. 1997. “Les hommes d’affaires occidentaux ont-ils asphyxié l’économie byzantine?”, en G. Arnaldi y G. Cavallo (eds.), Europa medievale e mondo bizantino, Rome: 255-265. Banaji, J. 2016. Exploring the economy of late Antiquity. Selected essays, Cambridge. Braudel, F. 1969, Écrits sur l’histoire, Paris. Bruand, O. 2002. Voyageurs et marchandises aux temps carolingiens. Les réseaux de communication entre Loire et Meuse aux VIIIe et IXe siècles, Brussels. Carandini, A. 1986. “Il mondo della tarda antichità visto attraverso le merci”, en A. Giardina (ed.), Società romana e impero tardoantico, III: le merci, gli insediamenti, Roma: 3-19. Carandini, A. 1993. “L’ultima civiltà sepolta o del massimo oggetto desueto, secondo un archeologo”, en A. Schiavone (ed.), Storia di Roma, III/2, Torino: 11-38. Citarella, A.O. 1968. “Patterns in medieval trade: the commerce of Amalfi before the Crusades”, Journal of Economic History 28/4: 531-555. Citarella, A.O. 1977. Il commercio di Amalfi nell’alto Medioevo, Salerno. Cracco, G. 1967. Società e stato nel Medioevo veneziano (secoli XII-XIV), Firenze. D’Arms, J.H. 1981. Commerce and social standing in ancient Rome, Cambridge, Mass. Dannell, G.B. & Mees, A. 2013. “New approaches to Samian distribution”, en M. Fulford et al. (eds.), Seeing red. New economic and social perspectives on “terra sigillata”, London: 165-187. Delogu, P. 1999. “Transformation of the Roman world: reflections on current research”, en E. Chrysos et al. (eds.), East and West. Modes of communication, Leiden: 243-257.

204

Jairus Banaji

Étienne, R., Makaroun, Y. & Mayet, F. 1994. Un grand complexe industriel à Tróia (Portugal), Paris. Étienne, R. & Mayet, F. 2004. L’huile hispanique, Paris, 2 vols. Gelichi, S. 2008. “The eels of Venice: the long eighth century of the Emporia of the Northern region along the Adriatic coast”, en S. Gasparri (ed.), 774. Ipotesi su una transizione, Turnhout: 81-117. Hopkins, J.F.P. 1981. Corpus of early Arabic sources for west African history, Cambridge. Inalcik, H. 1969. “Capital formation in the Ottoman empire”, Journal of Economic History 29/1: 97-140. Jacoby, D. 1991-92. “Silk in western Byzantium before the fourth crusade”, Byzantinische Zeitschrift 84/85, 452-500. Keay, S. 2012. “The port system of imperial Rome”, en S. Keay et al. (eds.), Rome, Portus and the Mediterranean, London: 33-67. Labib, S.Y. 1969. “Capitalism in medieval Islam”, Journal of the Economic and Social History of the Orient 29: 79-96. Laiou, A. 2013. “The Byzantine city: parasitic or productive?”, en Id., Economic thought and economic life in Byzantium (C. Morrisson, ed.), Aldershot: parte XII (1-35). Lombard, M. 1971. L’Islam dans sa première grandeur (VIIIe-XIe siecle), Paris. Lombard, M. 1972. Espaces et réseaux du haut moyen âge, Paris. Magdalino, P. 2000. “The maritime neighborhoods of Constantinople: commercial and residential functions, sixth to twelfth centuries”, Dumbarton Oaks Papers 54: 209-226. Magdalino, P. 2002. “Medieval Constantinople: built environment and urban development”, en A.F. Laiou (ed.), The economic history of Byzantium from the seventh through the fifteenth century, Washington D.C.: 529-537. Mauro, F. 1955. “Pour une théorie du capitalisme commercial”, Vierteljahrschrift für Sozial- und Wirtschaftsgeschichte 42: 117-121. Mauro, F. 1964. L’expansion européenne (1600-1870), Paris. Mayet, F. 1984. Les céramiques sigillées hispaniques, Paris. Morel, J.-P. 1981. “La produzione della ceramica campana: aspetti economici e sociali”, en A. Giardina et al. (eds.), Società romana e produzione schiavistica, Rome: vol. 2, 81-97. Oikonomidès, N. 1988. “Byzantium between East and West (XIII-XV cent.)”, Byzantinische Forschungen 13: 319-32. Oikonomidès, N. 1997. “Entrepreneurs”, en G. Cavallo (ed.), The Byzantines, Chicago: 144-171. Pirenne, H. 1939. Mohammed and Charlemagne [1937], London.

El capitalismo comercial en el Mediterráneo

205

Schminck, A. 1999. “Probleme des sog. ‘ȃȩȝȠȢǥȇȠįȓȦȞȞĮȣIJȚțȩȢ’”, en E. Chrysos et al. (eds.), Griechenland und das Meer, Mannheim: 171-178. Steinby, M. 1986. “L’industria laterizia di Roma nel tardo impero”, en A. Giardina (ed.), Società romana e impero tardoantico, Rome: vol. 2, 99-164. Torelli, M. 1980. “Industria estrattive, lavoro artigianale, interessi economici: qualche appunto”, en J. D’Arms et al. (eds.), The seaborne commerce of ancient Rome, Rome: 313-323. Verlinden, C. 1966. Les origines de la civilisation atlantique de la Renaissance à l’Age des Lumières, Neuchâtel. Zavagno, L. 2011-12. “At the edge of two empires: the economy of Cyprus between late Antiquity and the early Middle Ages (650s-800s CE)”, Dumbarton Oaks Papers 65-66: 121-156.

206

Jairus Banaji

Esta edición se terminó de imprimir en octubre de 2017, en los talleres de Bibliografika, ubicados Carlos Tejedor 2815, Munro, Provincia de Buenos Aires, Argentina.