Cambio semántico y competencia gramatical
 9783865278647

Table of contents :
ÍNDICE
Prólogo
Capítulo 1. Competencia gramatical y competencia textual
Capítulo 2. Competencia literaria
Capítulo 3. Gramaticalidad y literariedad. Concepto lingüístico de estilo
Capítulo 4. Connotación e isotopía
Capítulo 5. Motivación y arbitrariedad
Capítulo 6. Idiolecto y evolución de estilo
Capítulo 7. Figura retórica y figura gramatical
Capítulo 8. Fundamentos gramaticales del solecismo y del schema
Capítulo 9. Estructura del solecismo: metaplasmos, metataxis, metalogismos y metasememas. Las metáboles
Capítulo 10. Metaplasmos. El proceso de intensificación: morfología y léxico. Implicación lingüística y estilística
Capítulo 11. Metataxis: relaciones entre semántica y sintaxis. Isotopías y correlaciones
Capítulo 12. Metataxis: relaciones entre semántica y sintaxis. Anomalías sintácticas y discordancias
Capítulo 13. Metataxis: relaciones entre semántica y sintaxis. Procedimientos de negación
Capítulo 14. Metataxis: coherencia semántica y cohesión sintáctica
Capítulo 15. Metataxis: relaciones entre léxico y sintaxis. El registro lingüístico coloquial
Capítulo 16. Metalogismos: estudio lingüístico–semántico de la hipérbole
Capítulo 17. Metasememas: epíteto y metáfora
Capítulo 18. Metasememas: metáfora, polisemia y sinonimia
Capítulo 19. Metáboles: presencia de los distintos niveles del lenguaje en los juegos de significantes y significados
Capítulo 20. Metáboles: gramática y retórica
Capítulo 21. Metáboles: semántica. Monosemia y polisemia textual
Capítulo 22. Semiótica: aplicación de la tricotomía sígnica de Peirce
Capítulo 23. Semiótica: americanismos y noticias de América. Topónimos y gentilicios
Capítulo 24. Pragmática: la evidentia
Capítulo 25. Pragmática: texto y contexto
Referencias bibliográficas
Índice de conceptos

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LINGÜÍSTICA IBEROAMERICANA Vol. 33

DIRECTORES: Mario Barra Jover, Université Paris VIII Ignacio Bosque Muñoz, Universidad Complutense de Madrid Antonio Briz Gómez, Universitat de València Guiomar Ciapuscio, Universidad de Buenos Aires Concepción Company Company, Universidad Nacional Autónoma de México Steven Dworkin, University of Michigan Rolf Eberenz, Université de Lausanne María Teresa Fuentes Morán, Universidad de Salamanca Eberhard Gärtner, Universität Leipzig Johannes Kabatek, Eberhard-Karls-Universität Tübingen Emma Martinell Gifre, Universitat de Barcelona José G. Moreno de Alba, Universidad Nacional Autónoma de México Ralph Penny, University of London Reinhold Werner, Universität Augsburg Gerd Wotjak, Universität Leipzig

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Este Trabajo de Investigación ha sido realizado con la ayuda de una Beca Postdoctoral de la Fundación Caja Madrid.

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ÍNDICE

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Prólogo Capítulo 1.

Competencia gramatical y competencia textual

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Capítulo 2.

Competencia literaria

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Capítulo 3.

Gramaticalidad y literariedad. Concepto lingüístico de estilo

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Capítulo 4.

Connotación e isotopía

77

Capítulo 5.

Motivación y arbitrariedad

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Capítulo 6.

Idiolecto y evolución de estilo

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Capítulo 7.

Figura retórica y figura gramatical

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Capítulo 8.

Fundamentos gramaticales del solecismo y del schema

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Capítulo 9.

Estructura del solecismo: metaplasmos, metataxis, metalogismos y metasememas. Las metáboles

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Capítulo 10. Metaplasmos. El proceso de intensificación: morfología y léxico. Implicación lingüística y estilística

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Capítulo 11. Metataxis: relaciones entre semántica y sintaxis. Isotopías y correlaciones

243

Capítulo 12. Metataxis: relaciones entre semántica y sintaxis. Anomalías sintácticas y discordancias

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Capítulo 13. Metataxis: relaciones entre semántica y sintaxis. Procedimientos de negación

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Capítulo 14. Metataxis: coherencia semántica y cohesión sintáctica

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Capítulo 15. Metataxis: relaciones entre léxico y sintaxis. El registro lingüístico coloquial

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Capítulo 16. Metalogismos: estudio lingüístico–semántico de la hipérbole

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Capítulo 17. Metasememas: epíteto y metáfora

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Capítulo 18. Metasememas: metáfora, polisemia y sinonimia

355

Capítulo 19. Metáboles: presencia de los distintos niveles del lenguaje en los juegos de significantes y significados

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Capítulo 20. Metáboles: gramática y retórica

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Capítulo 21. Metáboles: semántica. Monosemia y polisemia textual

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Capítulo 22. Semiótica: aplicación de la tricotomía sígnica de Peirce

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Capítulo 23. Semiótica: americanismos y noticias de América. Topónimos y gentilicios

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Capítulo 24. Pragmática: la evidentia

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Capítulo 25. Pragmática: texto y contexto

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Referencias bibliográficas

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Índice de conceptos

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PRÓLOGO

Con rarísimas excepciones, las historias de la literatura dejan al margen, en su descripción y valoración de las obras que se incorporan al inventario, la consideración de su lenguaje. Hay apreciaciones acerca de los contenidos –según los casos– o de algunos aspectos constructivos, y tal vez se alude a la posición de las obras en una determinada serie literaria; pero sólo en muy contadas ocasiones se subrayan las aportaciones lingüísticas del escritor, y casi siempre a base de vagas generalizaciones –«prosa rica y variada», «lenguaje metafórico», «estilo entrecortado» y fórmulas análogas–, poco aptas o insuficientes para caracterizar un producto que es, antes de nada, una construcción verbal. Sin embargo, los historiadores de la lengua saben muy bien hasta qué punto las obras literarias del pasado les han permitido reconstruir el proceso evolutivo del idioma. Las mejores síntesis de historia del español –la de J. Oliver1, la de R. Lapesa2, la de R. Cano3, la de R. Menéndez Pidal4, etc.– son en buena medida historias de la lengua literaria, de las formas idiomáticas que han perdurado gracias a su uso en el lenguaje escrito. No disponemos de grabaciones para oír cómo hablaban las gentes del siglo XVI o del XVII, pero sí tenemos obras dramáticas, relatos, crónicas, coloquios, textos gramaticales, documentos de todo tipo que nos permiten rehacer un estado de lengua con el apoyo sustancial de los textos literarios. El estudio de la lengua literaria –es decir, de los usos artísticos del lenguaje– nos permite apreciar más cabalmente las obras y, a la vez, entender mejor el desarrollo del idioma, la multiplicidad de sus registros, la desaparición de unas formas y el auge de otras, la potenciación de las posibilidades expresivas del sistema gracias a la destreza y a la sensibilidad de los escritores. Y no suele ser esta faceta lingüística la más atendida en los estudios literarios, de modo que todos los acercamientos que puedan intentarse en este sentido serán pocos. Necesitaríamos, en efecto, poseer muchos más trabajos, más descripciones lingüísticas de estilos y autores, más vocabularios de escritores, más repertorios fraseológicos. Mientras tanto, debemos conformarnos con lo que tenemos y tratar de ampliarlo en la medida de nuestras fuerzas. La actual división en los estudios entre especialidades lingüísticas, por un lado, y literarias, por otro, y, como 1 2 3 4

J. Oliver (1941). R. Lapesa (1986). R. Cano (2004). R. Menéndez Pidal (2005).

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consecuencia, la inevitable quiebra de la antigua formación filológica unitaria, hace difícil que los investigadores de un futuro inmediato se hallen adecuadamente capacitados y, sobre todo, con el estímulo idóneo para orientarse con buen tino hacia esos rumbos necesarios. Pero hay que confiar, como afirma R. Senabre5, en que las circunstancias actuales no se prolonguen eternamente, y nada impide esperar que la filología retorne a las aulas y a la vida con energía renovada. Ahora bien, como sugiere R. Cano6, convendría que la filología, siempre tradicional en sus bases conceptuales, se abriera a otras corrientes teóricas, como la semántica, la pragmática, la lingüística del texto, la semiología, la retórica o la estilística. Haciéndome eco de esta propuesta, he intentado en este libro ampliar el enfoque filológico, renovándolo con otros puntos de vista; además del semántico, con el pragmático, con el textual, con el semiológico, con el retórico y con el estilístico. Dado que los estudios estilísticos han tenido que soportar la traba de la excesiva subjetividad y relativismo que imponía el entender el estilo como visión personal del autor, la máxima de la filosofía escolástica individuum est ineffabile resultaba inhibidora para emprender un estudio científico objetivo. Me pareció más productivo o fecundo considerar el estilo como técnica, al modo griego τη´χνη, o su correlato latino ars; es decir, sistema de reglas, conjunto de recursos expresivos que ya pueden ser controlados objetivamente en un estudio científico. En este sentido abunda el propio R. Jakobson7 cuando considera el estilo como un subcódigo dentro del código general de la lengua. Para J. M. González8 toda lengua, como sistema de signos, acoge pluralidad de usos. Estos usos son los hechos empíricos que han de permitir la formalización del sistema que los engloba. Entre esos usos, el literario, por sus enormes posibilidades y retos que plantea, me ha atraído especialmente. En él quiero seguir centrando mis esfuerzos con la presente investigación, que, desde ángulos diferentes, se acoge a ese enfoque lingüístico de las manifestaciones literarias o plantea diversas cuestiones acerca del lenguaje con el respaldo de textos literarios. Aspira a constituir, por ello, mi aportación personal a una inexistente historia de la lengua literaria9. Ya para terminar esta breve introducción sí quiero aclarar que una parte del trabajo que aquí presento es la continuación de un libro mío anterior titulado El 5

R. Senabre (1998), prólogo. R. Cano (1991), cap. 1º. 7 R. Jakobson (1974). 8 J. M. González (1999), Introducción. 9 Ha habido trabajos, desde el español, desde el vasco, desde el catalán, donde se trata esta cuestión, como, por ejemplo: H. Gavel (1919), F. Abad (1983) y (1998), F. Lázaro (1984), y C. Lleal (2001). 6

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Presentación

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lenguaje dramático de Lope de Vega10, puesto que constituye una ampliación y profundización de la investigación llevada a cabo ya en él. Ampliación, porque en momentos ocasionales abandono el terreno comediográfico de Lope de Vega, bien para roturar otras parcelas de su quehacer literario, bien para comparar su fórmula dramática con la de su hija, Sor Marcela de San Félix, a través de su obra teatral: loas, coloquios y romances. Profundización, ya que de las siete series estudiadas anteriormente (cuatro lingüísticas –semántica, fonética, sintáctica, léxica– y tres semiológicas –indicial, icónica, simbólica–), se vio que la más importante y decisiva para trabar la armazón de su código lingüístico–poético, era la serie morfosintáctica. De ahí la decisión tomada para realizar un estudio más específico, centrado en cuatro apartados, que abarca el solecismo, como son: pleonasmo, elipsis, anacoluto e hipérbaton, desde una perspectiva sincrónico–diacrónica, al estudiar tanto su estructura como su evolución, teniendo en cuenta la doble dimensión que le afecta: la gramatical y la semántica.

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M.ª A. Penas (1996a).

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CAPÍTULO 1

COMPETENCIA GRAMATICAL Y COMPETENCIA TEXTUAL1

E. Coseriu (1992) entiende por competencia lingüística el saber que aplican los hablantes al hablar y al configurar el hablar. Por lo que la teoría de la competencia lingüística será al mismo tiempo una teoría del hablar en sus rasgos básicos. ¿De qué naturaleza es ese saber? Puede ser un saber inseguro, una doxa, una opinión; una técnica2, un saber técnico, como el retórico, en gran medida; y un saber reflexivo, una ciencia, como la lingüística, la gramática y la estilística. En la Antigüedad y en la Edad Media había tres disciplinas lingüísticas diferentes: gramática, retórica y dialéctica, que enseñaban tres clases diferentes de competencia. En la gramática se trata de lo que es independiente de los tipos de texto, contextos y situaciones; de lo que es válido para el hablar en todas las formas de texto. La retórica, por el contrario, enseña el uso lingüístico que es adecuado a las situaciones y contextos. Enseña también normas de la competencia lingüística, pero no las gramaticales, sino aquellas que se comprueban, ciertamente, en una lengua particular3, y sin embargo tienen un status mucho más

1 Este capítulo y el siguiente han sido realizados en el marco del proyecto Lingüística de E. Coseriu y lingüística coseriana (FFI2008-04605), subvencionado por el Ministerio de Ciencia e Innovación y los fondos FEDER. 2 Técnica o arte, según la lengua latina. Crear significa, cuando se utiliza el concepto aristotélico enérgeia ‘que va más allá de lo aprendido’. Enérgeia es aquella actividad que precede a su propia potencia, dínamis. Hay actividades productivas que producen algo al aplicar una capacidad de hacer ya adquirida. En ese caso, primero se tiene esa capacidad de hacer y luego la aplicación de esa dínamis, la actividad productiva. Esto es lo que ocurre, por ejemplo, cuando producimos ciertos objetos, ciertas figuras retóricas, según un modelo ya formado y con una técnica ya aprendida. Pero también hay actividades en las que primero está la actividad, en las que ella es lo original, como sucede en los actos lingüísticos primigenios, una jitanjáfora, un hápax legomenon, una metáfora de segundo grado. En ese caso ella es invención; la dínamis viene después. La actividad precede a su dínamis: lo hecho a través de la actividad creadora puede convertirse en un modelo del que se deducen las normas para el hacer. Si se deducen esas normas de lo hecho, entonces pueden convertirse en una potencia, una dínamis, un saber hacer. 3 G. von der Gabelentz (1972: 76) afirma que el objeto de la investigación lingüística particular es la lengua como habla; es una ciencia descriptiva que a través de la descripción de la lengua particular explica el habla plenamente, al menos en cuanto que corresponde a un saber social. Más allá de esto únicamente existen la elección y la combinación individuales dentro de los recursos puestos a disposición por la lengua particular.

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general4. La dialéctica se refiere al uso coherente de la lengua en el diálogo, en el hablar unos con otros. El lingüista checo V. Skali…ka (1948) afirmó la necesidad de una lingüística del habla, pero no llegó a propuestas concretas sobre su estructura. Mucho más interesante es lo que propuso A. Pagliaro (1955) acerca de ella. El objeto de una lingüística del habla es el aspecto subjetivo del lenguaje: es el uso que hace el hablante individual de la funcionalidad de su lengua en una situación determinada. Ahora bien, a la lingüística del habla le interesan no las posibilidades mismas de la lengua particular, sino las peculiaridades de la utilización de las posibilidades de la lengua particular puestas a disposición del individuo. A. Pagliaro supone que las posibilidades mucho más amplias de la lengua particular se concentrarían de una manera determinada para un objetivo expresivo concreto. De esta manera se muestra cómo determinados escritores han utilizado la lengua particular y cómo han aplicado determinadas posibilidades de esta para expresar un sentido coherente en un texto. Según A. Pagliaro, el verdadero interés del lingüista es dicha lengua particular: el lingüista quiere ver cómo esta, en su condición de lo objetivo, es obligada a expresar lo subjetivo y cómo, a la inversa, lo subjetivo se objetiva de nuevo históricamente5. Esto último tiene lugar cuando una determinada utilización delimita las posibilidades6 de la lengua de una determinada manera y cuando esa delimitación puede ser asumida por otros hablantes, de tal modo que se origina una transformación en la lengua. B. Bloch (1948: 7) va más allá de la lengua particular y propone limitar el objeto de la descripción a la lengua de un único individuo. Con ese fin introduce el concepto de idiolecto: el dialecto de un hablante determinado en una determinada época. Una lengua histórica se convierte de esta manera en un número ilimitado de idiolectos7.

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La lengua particular es una capacidad, que concebida a partir de sus manifestaciones, quiere ser comprobada en ellas. Esta es la tarea que se impone la investigación lingüística particular y dentro de su círculo debe tratar esa capacidad como una capacidad que se mantiene igual en lo esencial. 5 La objetivación histórica de lo que ha sido creado ex novo, pero en base a una posibilidad ya dada. 6 La problemática que afronta la lingüística del habla es etimológica: se pregunta cómo surge lo nuevo a través de la utilización individual de la lengua particular, esto es, a través de la realización de posibilidades abiertas de la lengua particular o a través de su realización desviada, condicionada por la situación. 7 U. Eco (1975), propone una teoría que permita no sólo describir (teoría de caja negra), sino también explicar (teoría de caja translúcida) los códigos de significación y de comunicación que, a lo largo de la historia, han servido y configurado a los hombres, para las relaciones interdisciplinares entre lingüística general y poética.

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Competencia gramatical y competencia textual

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Para E. Coseriu (1992: 54) este concepto es erróneo y contradictorio. No hay una lengua individual. Aunque la comunidad lingüística se reduzca a un único hablante como en el caso de la lengua celta córnica, o la lengua románica dálmata, la lengua no es individual. Un hablante habla como si hubiera al menos dos individuos. Toda lengua presupone un ‘nosotros’, no un ‘yo’. N. Chomsky (1965: 4), por su parte, llama competencia8 al conocimiento de un sistema homogéneo comprobable en el hablante/oyente ideal, y a su realización efectiva la denomina explícitamente actuación9. Todo lo que es regla y 8 Frente a la concepción chomskyana de la competencia lingüística, D. Hymes (1974: 1461; 1977: 75) expone el concepto de competencia comunicativa [communicative competence], criticando el concepto de «hablante-oyente ideal» [ideal speaker-hearer]. D. Hymes sostiene que el hablante, con el fin de comunicar lingüísticamente de manera apropiada, tiene que estar en posesión no sólo de un sistema de reglas, como el definido por el concepto chomskyano de competencia lingüística, que comprende reglas sintácticas, fonológicas y semánticas, sino también de un sistema de reglas que establezca de modo pertinente la relación de aquellas reglas con el contexto de situación en que el hablante realiza sus actos de habla. Es decir, la competencia comunicativa implica la necesidad de reglas que permitan transmitir oraciones gramaticalmente bien formadas, pero implica, también, obligatoriamente, una dimensión pragmática, puesto que la aceptabilidad de una frase (o de un texto) depende, en gran parte, de factores pragmáticos. Según T. A. van Dijk (1972: 331) la competencia comunicativa se adquiere en un contexto histórico-social (la adquisición de reglas textuales, por ejemplo, depende en gran medida de elementos socioculturales), y se ejerce sólo en un contexto social conformado históricamente, incluso cuando los interlocutores parecen estar limitados a la esfera de su intimidad. No existe creatividad humana atópica y acrónica, ni existe creatividad lingüística, en particular, que no esté seleccionada siempre en circunstancias históricas y sociales. Sobre el nexo de la creatividad lingüística con el contexto de situación, cfr. M. A. K. Halliday (1973: 50). Estas críticas y restricciones, si bien es cierto que no invalidan necesariamente aspectos fundamentales de la teoría chomskyana de competencia lingüística, obligan, en cambio, a reconsiderarla en el sentido de formular una teoría que articule satisfactoriamente, y con rigor científico, la biología de la semiosis y los mecanismos y procesos histórico-sociales de la significación y comunicación humanas. 9 N. Chomsky (1965: 4) reconoce que su dicotomía competence/performance está relacionada con la distinción establecida por Saussure entre langue y parole, pero señala también algunas diferencias entre competence y langue. N. Chomsky critica el concepto saussureano de langue porque, a su entender, se limita a representar un «inventario sistemático» de elementos, un «depósito de señales» dispuesto para ser utilizado por los locutores, pero carente de capacidad creadora intrínseca. El dinamismo y la libertad se actualizan en la frase, y por ello la sintaxis no tiene derecho a un lugar en la ciencia lingüística estructural. A esta concepción estáticamente institucional de langue, N. Chomsky contrapone «la concepción humboldtiana de la competencia subyacente como un sistema de procesos generativos», esto es, la concepción de la competencia lingüística como un conjunto de reglas, como un «mecanismo», como un «proceso generativo» apto para explicar la creatividad lingüística de los hablantes. Tanto T. de Mauro (1976: 247) como R. Amacker (1975: 216), como E. Coseriu (1967b: 69-73) consideran que la langue aparecía en Saussure «no como un conjunto estático de sig-

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norma para los procesos generativos en el habla es competencia10. El habla, en cambio, es únicamente realización, esto es, realización con diferentes limitaciones que están relacionadas con las condiciones del hablar. En el habla, en el hablar, se comprueban sólo eventuales desviaciones11 con respecto a la competencia, o sea, realizaciones incompletas, insuficientes o incluso erróneas. Según N. Chomsky, de los hechos de la actuación, en sí mismos caóticos, hay que deducir el correspondiente sistema de reglas en el que se basa la actuación. Si esto es así, ¿puede haber también una lingüística del habla, una teoría de la actuación? N. Chomsky opina que sí, sólo que –exactamente como en F. de Saussure– en un segundo plano y únicamente desde la perspectiva de la competencia. Se trata, entonces, de comprobar por qué y en qué casos no se realiza la competencia tal como es, sino con determinadas limitaciones, y se trata también de determinar los tipos de limitaciones en la actuación. N. Chomsky (1965: 11) introduce el concepto de la corrección (grammaticalness), que corresponde a la competencia. Para la actuación sería aplicable, en cambio, otro concepto, la aceptabilidad (acceptability)12. El hablar13, la realización de la competencia, puede, por tanto, ser aceptable o no aceptable, y esto depende en el fondo de si la realización es también correcta o no lo es. Por con-

nos, sino como un mecanismo capaz de producir un número infinito de signos», y que la frase, en lugar de ser sólo un fenómeno de la parole, es también un fenómeno de la langue. 10 El término competencia existía, mucho antes de N. Chomsky y de su formulación por parte de la lingüística generativa, en el lenguaje corriente para designar un saber–hacer fruto del aprendizaje, del estudio y de la reflexión, esto es, para designar una techne¯, una ars (cfr. H. Lausberg, 1990: 59-79). 11 Para E. Coseriu la afirmación de que en la actuación, en el hablar concreto, se producen un sin fin de vacilaciones, irregularidades, desviaciones y errores, es ya en sí misma poco convincente, ya que si se observa el hacer de los hablantes, también hay que observar el hecho de equivocarse al hablar y cómo es corregido, puesto que también en la corrección se manifiesta el saber lingüístico. Hay que tener en cuenta que las vacilaciones que se comprueban en la actuación, en el habla concreta, responden a menudo a reglas todavía no registradas o pueden, de hecho, aludir a varias posibilidades. Según esto último, las desviaciones no muestran ninguna regularidad precisamente porque van en distintas direcciones. Si, por el contrario, una desviación va sólo en una determinada dirección, ya no es una desviación, sino una nueva regularidad. 12 La noción de gramaticalidad es más abstracta que la de aceptabilidad, pero tanto en un plano como en otro, debe admitirse la existencia de grados (cfr. N. Chomsky, 1965: 148-153). 13 Los hablantes valoran el hablar en el sentido de si responde a lo que por lo regular es esperable, es decir, si es «normal». La valoración se realiza mediante «valores cero», i. e. por la simple correspondencia con lo que es de esperar. Los valores negativos son los que llaman la atención, porque no alcanzan ni el mínimo esperable. Este es el caso, por ejemplo, de trastornos en el lenguaje como dislalia, disfasia, agrafia, entre otros. También entrarían aquí las figuras y tropos: metaplasmos, metataxis, metasememas y metalogismos.

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siguiente, se podría comprobar la aceptabilidad14 y la no aceptabilidad15 de construcciones que son correctas y así mismo también de construcciones que no lo son16. En la gramática propiamente dicha, el cometido de una investigación de la actuación consiste, según N. Chomsky (1965: 10), en identificar las construcciones aceptables y las no aceptables, determinar el grado de aceptabilidad o no aceptabilidad y conocer su motivación. Construcciones con poliptoton de que relativo son para este autor correctas, pero no aceptables. Su grado de aceptabilidad puede variar. Será alto si no son difíciles de entender, ya que son relativamente fáciles de percibir, pero suenan poco naturales. En otro tipo de construcciones como las de hipérbaton, N. Chomsky comprueba un grado mucho más elevado de no aceptabilidad: en las llamadas incrustaciones, que ya aparecen en G. von der Gabelentz (1972, 455) como «paréntesis» o «encajamiento» de oraciones. G. von der Gabelentz (1972: 469) alude a una enfermedad estilística del alemán, es decir, al recurso a oraciones parentéticas o encajadas: «Aunque el estilista desprecie y condene las espantosas configuraciones oracionales bulbiformes de F. Hegel17, el gramático tiene que aceptarlas como válidas»18.

14 Los juicios relativos a la congruencia no sólo son independientes de los juicios sobre la lengua particular, sino también de los juicios sobre los textos. La expresión «dos y dos son cinco» es, ciertamente incongruente desde el plano universal del hablar en general. Sin embargo, si quiero repetir la incongruencia de otro hablante, la incongruencia es lo adecuado. Así pues, tengo que citar la incongruencia o reproducir el contenido, si quiero hablar adecuadamente. 15 La expresión «el cuerno izquierdo del unicornio es negro» no se puede tomar como ejemplo de incorrección en una lengua particular, porque si quiero expresar precisamente lo incongruente, tengo que decirlo así en español. Hay una manera correcta en la lengua particular de decir también lo absurdo. 16 En efecto, se puede hablar de una manera totalmente congruente y adecuada, aunque no se hable correctamente, y, a la inversa, se puede hablar de manera plenamente correcta y al mismo tiempo incongruente e inadecuada. Manifestaciones como «he oído que a su viejo ya no le queda mucho tiempo de vida» son plenamente correctas, pero en absoluto adecuadas a ciertos contextos. El ejemplo típico de la no corrección que los hablantes consideran adecuada en muchas lenguas es cómo se habla la propia lengua con extranjeros que no conocen o no conocen bien esa lengua. Muchos hablantes consideran que esto es adecuado en esa situación, porque piensan que el oyente lo entiende mejor así: «Sí, tú mañana venir a mi casa, nosotros ir jardín, comer allí, luego ¡clic, clic! Hacer fotos». 17 En la opinión de F. Hegel (1985: 37) respecto al arte como producto de la actividad humana existe una serie de juicios al respecto: «encontramos primero la vulgar opinión de que el arte se aprende conforme a reglas. Pero lo que los preceptos pueden comunicar se reduce a la parte exterior, mecánica y técnica del arte; la parte interior y viva es el resultado de la actividad espontánea del genio del artista, fruto del espíritu, que saca de sí mismo las ideas y las formas». 18 E. Coseriu encuentra aquí exactamente la idea propugnada por N. Chomsky: hay construcciones gramaticalmente correctas que no son aceptables desde otra perspectiva.

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N. Chomsky (1965: 11-12) dice expresamente que es posible formular reglas19 para excluir construcciones no correctas, pero que es imposible formular reglas para la exclusión de construcciones no aceptables20. En otro momento N. Chomsky (1965: 126-127) habla, sin embargo, de reglas de la actuación (rules of performance). Trata allí hechos relativos al orden de palabras, de los que supone que no están regulados en la competencia (competence). Para dicho estudioso el orden sujeto-objeto es el normal; otro orden diferente tendría, en cambio, una función estilística21. Según esta concepción hay, pues, ciertas normas de actuación. Esta interpretación afirma que lo gramatical está exacta y estrictamente regulado22, pero que allí donde lo gramatical es facultativo, tendría que haber normas estilísticas complementarias o normas de la actuación. Se tendría una opción, una elección23, y se realizaría esa opción de acuerdo con determinados criterios24. N. Chomsky no considera autónoma a la actuación sino que la considera desde el punto de vista de la competencia, es decir, o como desviación individual casual o como limitación por diferentes motivos de lo posible según la competencia, por ejemplo, por el carácter limitado de la memoria. Por ello las normas de la realización no pueden ser formuladas con el mismo carácter absoluto que 19 Posteriormente sigue reformulando su pensamiento. Así, según N. Chomsky (1975: 133; 1972b: 69), la creatividad se afirma dentro de un sistema de reglas y formas, determinada en parte por facultades humanas intrínsecas. Sin tales restricciones tenemos una conducta arbitraria y fortuita, no actos creativos. N. Chomsky (1966: 22) distingue dos tipos de creatividad lingüística: una creatividad que cambia las reglas [rule–changing creativity] y una creatividad gobernada por reglas [rule-governed creativity]. La primera, detectable en el nivel de la performance, altera el conjunto de reglas gramaticales; la segunda, propia de la competence, deja inalterado el conjunto de reglas y se caracteriza por la recursividad, o sea, por la propiedad de que sus reglas pueden ser aplicadas indefinidamente. La gramática generativa se ocupa de la creatividad gobernada por reglas [rule-governed creativity]. 20 De ahí la dificultad del uso literario del lenguaje y las complejas relaciones entre gramática y retórica. 21 Según N. Chomsky (1972a: 32) las reglas que determinan el concepto de gramaticalidad no son reglas naturales, ni reglas impuestas por la legislación de autoridad alguna y, por ello mismo, pueden ser violadas, de tal manera que, a veces, los hablantes intentan alcanzar, con su transgresión, un efecto determinado: «son, si nuestra teoría es correcta, reglas construidas por la mente durante la adquisición del lenguaje. Pueden ser violadas y, de hecho, la desviación de las reglas pueden constituir, a menudo, un mecanismo literario eficaz». 22 En la lingüística tradicional, pero sobre todo en la gramática tradicional, nos encontramos básicamente con dos concepciones: a) una concepción distingue entre la gramática como el sector de lo regular y el léxico como el sector de la anomalía; b) la otra concepción distingue entre la analogía como la regularidad o proporcionalidad de la relación de contenido y expresión, y la anomalía como la irregularidad de esa relación. Esta última concepción resulta más útil para el análisis del discurso literario. 23 Cfr. N. E. Enkvist et alii (1974) ; N. E. Enkvist (1978). 24 Planteamiento coincidente con el de Ch. Bally (1926, 1937).

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las normas de la competencia. Con frecuencia son sólo normas estadísticas25, como cuando se dice que expresiones con una sola o con dos incrustaciones aparecen habitualmente y en un número bastante grande, y, en cambio, ya no expresiones con tres o más incrustaciones. El primer intento serio de trasponer el concepto de competencia lingüística al dominio de la poética, después de la publicación de la obra capital de N. Chomsky, Aspects of the theory of syntax (1965), se debió a M. Bierwisch (1970). Adoptando el modelo propuesto por la lingüística generativa chomskyana, M. Bierwisch (1970: 98) postula la existencia de una capacidad humana específica (human ability) que hace posible «producir estructuras poéticas y comprender su resultado», designando tal capacidad como competencia poética. M. Bierwisch subraya la inexactitud de concebir la estructura y el efecto poéticos en términos de desviación26 respecto a las reglas de gramaticalidad, ya que la agramaticalidad no crea necesariamente estructuras o resultados poéticos. Las desviaciones y transgresiones de la norma gramatical sólo desempeñan una función poética cuando adquieren carácter de regularidad, cuando se ordenan en un conjunto «de reglas que, en circunstancias especiales, producen, además, un orden de palabras anormal y suponen un valor en la escala de lo poético» (1970: 110). «Todo sistema modificado o incrementado presupone un sistema general sin el cual las modificaciones e incrementos serían imposibles»; «las modificaciones no son arbitrarias, sino que están sometidas a determinadas regularizaciones que son indudablemente accesibles a su estudio y reducibles a principios generales» (1970: 112). Contra el innatismo chomskyano se erige J. C. Beaver (1974: 27), uno de los pioneros en los estudios de métrica generativa y acuñador de la expresión competencia métrica, para quien las reglas constitutivas de lo que designa como competencia poética se aprenden conscientemente, de manera que no pueden ser explicadas en términos de conocimiento innato o tácito, si bien después del aprendizaje27 pueden llegar a ser interiorizadas e, incluso, automatizadas. R. Harweg (1973: 71), uno de los nombres más destacados en la lingüística del texto alemana, establece una demarcación nítida entre las reglas de la gramá-

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A mayor frecuencia corresponderá mayor aceptabilidad. Como ha demostrado J. M. Lipski (1977: 248-249) en un análisis rigurosamente minucioso del problema, la aplicación de gramáticas generativas a textos literarios con un alto índice de «desviaciones» y con «anomalías» profundas resulta irrelevante. 27 W. D. Mignolo (1978: 13) señala que el aprendizaje de la lengua se efectúa pronto y de una manera inconsciente, mientras que el aprendizaje de la literatura tiene lugar en una etapa relativamente tardía y de una manera consciente; entre lengua y literatura media una serie de niveles semióticos que establecen entre ambas diferencias específicas. 26

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tica –reglas que no han sido creadas por gramáticos, pero que «están ya profundamente arraigadas en la intuición del hablante ideal»– y las reglas de la poética en general, y de la métrica, en particular, reglas «que no están arraigadas en la intuición del hablante ideal, sino que se crean y destruyen por aquellos que las formularon por primera vez». A T. A. van Dijk (1972) se debe el intento más ambicioso y complejo de trasponer al dominio de la poética el concepto chomskyano de competencia lingüística. En la poética T. A. van Dijk distingue dos grandes áreas de investigación: el área de la poética teórica, que tiene como objeto formular hipótesis y teorías acerca de las propiedades abstractas de los textos literarios y de la comunicación literaria en general, y la poética descriptiva, que tiene como finalidad la descripción de textos particulares o de un conjunto determinado de textos, y en la que se integra, por ejemplo, la historia de la lengua literaria. La poética teórica tiene como objeto formal de estudio, por tanto, las propiedades universales28 de los textos literarios y de la comunicación literaria, pero posee como finalidad prioritaria «la descripción y explicación de la capacidad del hombre para producir e interpretar textos literarios: la llamada competencia literaria29» (1972, 170). En relación con el concepto chomskyano de competencia lingüística, el concepto de competencia literaria propuesto por T. A. van Dijk presenta una innovación importante: se trata de una competencia textual, es decir, de un saber que permite producir y comprender textos, y cuyo modelo sólo se elaborará adecuadamente mediante una gramática literaria del texto y no mediante una gramática literaria de la frase, en tanto que la competencia lingüística postulada por N. Chomsky es una competencia frasística a la que corresponde, en el plano teórico, una gramática de frase.

28 Los «universales literarios» mencionados por T. A. van Dijk (1976: 220) –«reglas literarias generales como las de permutación, repetición y antítesis»–, constituyen pseudo-universales literarios formales, ya que la existencia de tales reglas se puede verificar en cualquier texto, porque se trata, en el fondo, de reglas lógicas y la lógica es universal (cfr. W. V. Quine, 1973: 173). Al negar el carácter innato de las reglas que configuran la competencia literaria, en consecuencia, al negar la existencia de universales literarios análogos a los universales lingüísticos cuya existencia admite N. Chomsky para la competencia lingüística, V. M. de Aguiar e Silva (1980: 107) cree que se hace científicamente aconsejable, por no decir obligatorio, acabar con el uso de tal expresión y de tal concepto. 29 M. Riffaterre (1978: 5) amplía, como T. A. van Dijk, la designación de competencia literaria, especificando su significado: «esta consiste en la familiaridad del lector con los sistemas descriptivos, temas, mitologías de su sociedad y, sobre todo, con otros textos». Por lo tanto, se apela a la intertextualidad, al contexto poético, más allá de las reglas propugnadas desde la competencia lingüística del hablante nativo teorizada por N. Chomsky.

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Ante la evidencia de que no todos los hablantes están en disposición de percibir la literariedad en los textos, T. A. van Dijk (1972: 186) se ve obligado a aceptar que, en rigor, la competencia literaria «se circunscribe sólo a los miembros de la clase de los «usuarios de la literatura», esto es, a aquellos hablantes nativos que han aprendido, mediante un proceso de aprendizaje normal, las reglas y categorías subyacentes en los textos literarios». T. A. van Dijk llama a la competencia lingüística competencia primaria, que es innata; y a la competencia literaria la llama secundaria o derivada30 o subcompetencia –como lenguaje específico que es–, que no es innata, sino adquirida. Al rechazar el carácter innato de la competencia literaria y al afirmar que esta se adquiere mediante procesos de aprendizaje sociocultural, T. A. van Dijk tiene que relacionar lógicamente la gramática literaria con factores históricos y sociales, y acepta como indispensable la elaboración de una gramática literaria dotada de parámetros diacrónicos y pragmático-contextuales. E. Coseriu (1992) ahonda en estos conceptos. Así para él la corrección31 no es otra cosa que una relación entre lo realizado y lo que hay que realizar, el saber 30

T. A. van Dijk (1972: 193 y ss.), constata que la gramática que describe y explica un conjunto de textos literarios en una lengua natural dada (Gl), es una gramática más compleja y potente que la gramática que describe y explica un conjunto de textos no literarios en una lengua natural dada (Gn), pues no sólo contiene reglas que permiten describir cualquier texto de Ln, sino que comprende reglas suplementarias y específicas que permiten describir los textos de Ll. Si, como propone T. A. van Dijk (1972: 196), sustraemos Gn a Gl, obtendremos un resultado C que representa el conjunto de categorías y reglas complementarias y específicamente literarias. En este conjunto de reglas y categorías, hay que distinguir dos subconjuntos: el subconjunto Cm, constituido por las reglas de Gl, que modifican reglas de Gn y que configuran una competencia derivada (o secundaria) respecto a la competencia básica (o primaria) de los hablantes nativos de Ln; y el subconjunto Ce, constituido por reglas específicas que operan no sólo sobre categorías lingüísticas, sino también sobre categorías específicamente literarias (por ejemplo, reglas y esquemas métricos). El subconjunto Cm vendría a coincidir con las operaciones modificadoras según la quadripertita ratio de la retórica clásica: adiectio, detractio, transmutatio, inmutatio. 31 A veces se ha supuesto que lo que es de esperar como correcto es sencillamente lo que se entiende bien. Por lo menos se ha pensado que la inteligibilidad es un grado anterior a la corrección. Pero, en contra de esa opinión tan extendida, E. Coseriu cree que la simple inteligibilidad del hablar no es ningún criterio para la corrección. Por el contrario, la inteligibilidad pertenece al plano general del hablar. Es una condición previa para que, en definitiva, se pueda valorar el hablar como correcto o no correcto. Lo que no he entendido tampoco puedo valorarlo como correcto o incorrecto. Esta cadena podría ser prolongada: inteligibilidad → corrección → estilo. Así, M.ª J. Korkostegi (1992: 26-27) dice al respecto: «Por ello parece oportuno, antes de continuar la investigación, elucidar qué relaciones mantienen el estilo y la gramática [...] El estilo y la lengua mantienen unas relaciones tan estrechas que irremediablemente han de manifestarse en la gra-

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lingüístico. Esa relación es una correspondencia. Está dada cuando el hablar corresponde efectivamente al sistema de la lengua. No es la competencia misma la que es correcta, sino precisamente la realización de esa competencia. Es el hablar lo que se designa como ‘correcto’ o como ‘aceptable’ o como ambas cosas. Esto quiere decir que la aceptabilidad no es otra cosa que un plano o nivel de la corrección32. Ahora bien, la relación entre competencia y actuación no es simplemente una relación entre saber y aplicación mecánica de un saber, sino que los hablantes son creativos33 en el hablar y van más allá de la competencia que aplican creando34 nueva competencia. Para E. Coseriu (1967a/1975: 287-288) es un error estudiar el hablar desde la perspectiva de la lengua particular, como hace la lingüística moderna; hay que partir más bien del hablar, puesto que el hablar es mucho más35 que la simple realización de una lengua particular. En el hablar, la lengua concreta no tiene una existencia «sustantiva», sino «adverbial»: no es una cosa en sí, sino modalidad de una actividad. En latín, por ejemplo, se decía latine loqui36 para significar «hablar (en) latín».

mática. Si a esto añadimos la circunstancia de que hablar en términos de “corrección” e “incorrección” está muy en la línea de los estudios gramaticales desde antiguo, tendremos que aceptar que en mayor o menor medida la corrección gramatical se convierte en un requisito para poder hablar de “buen estilo”». Así pues, la última frase de E. L. Placer (1962: 218) «Parece cosa cierta que la corrección gramatical no significa precisamente buen estilo», podría ser completada y el resultado final sería: «Parece cosa cierta que la corrección gramatical no significa precisamente buen estilo, [pero sin ella es imposible tenerlo]». 32 No se puede decir que las anómalas construcciones de los escritores sean inaceptables. Se reconocen como intencionales, o sea, como limitación exagerada e irónica. Para la meta que el escritor quería alcanzar, sus construcciones eran lo dado y lo perfectamente aceptable. Nadie va a decir que tal escritor no debería haber escrito eso, sino que todos desearán poder formar una construcción semejante cuando quieran imitar una determinada forma de escribir. De ahí que lo que empezó siendo limitación acaba en posibilidad imitable e imitada. 33 Para E. Coseriu (1992: 100) la lengua funciona para y por los hablantes, y no para y por los lingüistas. En su comportamiento ‘naif ’ como hablantes, precisamente sin justificaciones reflexivas, son ellos y no los lingüistas los que marcan la pauta. Esto también es aplicable a los artistas. 34 Lo nuevo que crean los hablantes puede que a primera vista parezca una desviación. Si se mira más atentamente, se ve que también lo nuevo responde a reglas vigentes en una lengua o bien a una interpretación de tales reglas. 35 Como dice L. Hjemslev (1974), se habla no sólo con la lengua concreta, sino con todo el cuerpo, es decir, con la modulación de voz, con ademanes, mímica, etc. 36 El adverbio latine aparece como modalidad de la actividad que se designa mediante el verbo loqui. Este mismo concepto es extrapolable del saber idiomático al saber expresivo; así, también podemos decir «escribir al modo de Lope de Vega», o «hablar al modo de Gloria Fuertes».

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E. Coseriu (1992: 91-92) desarrolla el concepto del hablar estableciendo tres planos o niveles37 de la actividad del hablar en correspondencia con tres planos del saber lingüístico: 1. El hablar presenta aspectos universales38, comunes a todos los hombres; es el «hablar en general», en cuanto que enérgeia39; es el «saber elocutivo40» o «competencia lingüística general», en cuanto que dínamis41; y es la «totalidad de las manifestaciones», en cuanto que érgon42. 2. Todo hablar es hablar en una lengua determinada. Se habla siempre en una determinada tradición histórica43; es la «lengua particular», en cuanto que enérgeia; es el «saber idiomático» o «competencia lingüística particular», en cuanto que dínamis; y es la «lengua particular abstracta», en cuanto que érgon. 3. El hablar es siempre individual bajo dos aspectos: a) por una parte, siempre es un individuo el que lo ejecuta; b) por otra parte, el hablar es individual en el sentido de que siempre tiene lugar en una situación única deter-

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Quien recuerde a W. von Humboldt (1963) podrá establecer las relaciones que existen entre los niveles de E. Coseriu y su distinción entre la lengua como la totalidad del hablar, una lengua y el hablar de cada vez. 38 Con anterioridad a E. Coseriu, un psicólogo como W. Kohlberg sostuvo que categorías fundamentales como la causalidad, la sustancialidad, el espacio, el tiempo, la cantidad y la lógica, están contenidas a priori como «categorías de relación de objetos» en el bagaje biológico de que dispone el organismo humano (cfr. G. List, 1977: 127-128). En el ámbito de la biología y de la etología contemporáneas, en especial en las investigaciones de científicos como K. Lorenz, J. Monod (1970) e I. Eibl-Eibesfeldt (1977), se concibieron los esquemas de comportamiento humano transmitiéndose por herencia filogenética, de manera que debe concebirse a los hombres como seres programados, esto es, poseedores, de forma innata, de ciertos modelos de comportamiento que aseguran la existencia de una homogeneidad universal entre los hombres, por encima de la individualización histórico-cultural que los separa. Actualmente estos conceptos han sido retomados por la Retórica (S. Arduini, 2000) y por la Lingüística (G. Lorenzo y V. M. Longa, 2003). 39 Como la actividad misma, como hablar y entender, esta actividad es enérgeia, es decir, una actividad creativa que se sirve de un saber ya presente para decir algo nuevo y que es capaz de crear saber lingüístico nuevo. 40 El término elocutivo es convencional, intenta seguir una tradición. Quiere retomar el viejo concepto de la elocutio perteneciente a la retórica de la Antigüedad y que se refería al arte general del hablar. 41 Como el saber que subyace a la actividad, como competencia, como dínamis. 42 Como el producto que es creado por la actividad, como obra o érgon. 43 Esto es aplicable también al hablar en lenguas inventadas o construidas. Quien inventa una lengua artificial crea precisamente una nueva tradición del hablar. Como se puede observar no sólo las lenguas particulares son históricas, también hay tradiciones del hablar en general y hay, sobre todo, tradiciones textuales.

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minada. Para designar esta actividad individual en una situación determinada propone E. Coseriu –por el fr. discours– el término ‘discurso’. En alemán, a este plano se le llama también ‘texto’; por lo tanto, es el ‘discurso’, en cuanto que enérgeia; es el ‘saber expresivo’ o ‘competencia textual’, en cuanto que dínamis; y es el ‘texto’, en cuanto que érgon. En cada acto del hablar podemos diferenciar asimismo tres planos del contenido: designación, significación y sentido. Es decir, un acto de habla hace referencia a una ‘realidad’, a un estado de cosas extralingüístico; establece esa referencia por medio de determinadas categorías de una lengua particular; y en cada uno de los casos tiene una determinada función discursiva: a) La designación, situada en el plano lingüístico general, es la referencia a objetos extralingüísticos o a la «realidad» extralingüística44. b) El significado, situado en el plano lingüístico particular, es el contenido dado lingüísticamente en una lengua particular; la especial configuración de la designación en una lengua determinada45. c) El sentido46, situado en el plano del discurso, es lo ‘dicho’ con el decir; el especial contenido lingüístico que se expresa mediante la designación y el significado, pero que en un discurso individual va más allá47 de ambos, y que corresponde a las actitudes, intenciones o suposiciones del hablante. En cada acto del habla podemos también distinguir tres categorías lógicas de juicio: congruencia, corrección y adecuación. Los juicios que se emiten en los tres planos del hablar presentan una característica general: pueden ser anulados de abajo a arriba. Si algo es adecuado (plano individual – saber expresivo), es indiferente si es correcto (plano histórico – saber idiomático) o congruente (plano universal – saber elocutivo), y si algo es correcto, no importa si es tam-

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Atendiendo a la designación decimos si algo es congruente o incongruente. Atendiendo al significado decimos si algo es correcto o incorrecto. 46 Atendiendo al sentido decimos si algo es adecuado o inadecuado. 47 Para M. M. Bajtín (1976), un mismo signo tiene un significado, que se ha formado objetivamente a lo largo de la historia y que, en forma potencial, se conserva para todos los hablantes. Y tiene además sentido, que consiste en la elección de aquellos aspectos y relaciones ligados a la situación dada. El sentido es más amplio que el significado, ya que de las varias zonas del sentido, la más estable y específica, que se mantiene a través de los cambios contextuales, es el significado. Para este investigador no existe un límite estricto entre sentido y significado. Los define, respectivamente, como el límite más alto y más bajo de la significación lingüística. En la misma línea hace referencia a las significaciones contextualizadas del sentido y a las significaciones descontextualizadas del significado. 45

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bién congruente48. Así pues, la adecuación puede anular la incorrección y la incongruencia, y la corrección puede anular la incongruencia. La incongruencia del siguiente ejemplo: «El joven es profesor en un centro, cuyo padre dirige», está relacionada con la incongruencia de la referencia o designación. Tal como está formulada la expresión, se entendería que el centro tiene un padre y que ese padre dirige algo que no se dice. No queda claro que cuyo se refiere al joven y que el padre dirige esa escuela. Se trata aquí, según E. Coseriu (1992: 111), de una construcción llamada anacoluto, que señala en una dirección determinada y luego continúa en otra distinta. En construcciones de este tipo las conexiones son deficientes. Tales expresiones no se rechazan o no se consideran deficientes, porque las excluya una regla determinada de una lengua particular, sino porque normas generales del pensamiento49, válidas en todas las lenguas, las excluyen. Pero, ¿qué pasa cuando esas expresiones aparecen intencionadamente, cuando de alguna manera se da uno cuenta de que el hablante conoce las normas y que quiere desviarse de ellas? Entonces ya no estaríamos ante un caso de solecismo sino ante un caso de schema. El saber general, elocutivo, es un saber que nos permite interpretar lo dicho, aceptándolo como coheren-

48 Los principios generales del pensamiento y el conocimiento general de las cosas son válidos en principio sin límite alguno; pero pueden, sin embargo, ser anulados por las lenguas particulares. Así, el principio de que la negación de una negación corresponde a una afirmación es válido antes de la diversidad de las tradiciones lingüísticas. A todo hablar es aplicable que cuando negamos lo negado estamos afirmando lo contrario de lo que es negado. La negación negada «no he visto a nadie» sería igual a la afirmación de que he visto a todos o a algunos. Las lenguas particulares, sin embargo, pueden anular este principio. Hay muchas lenguas en las que dos negaciones no significan una eliminación, sino un refuerzo de la negación, y hay lenguas en las que dos negaciones es la regla. Cuando hay tales reglas de las lenguas particulares, toda discusión sobre la racionalidad o logicidad de las expresiones es absurda y superflua, puesto que la irracionalidad es anulada por la tradición lingüística. En español, por ejemplo, hay sólo una negación cuando una palabra negativa, una palabra que no niega directamente el verbo, está colocada delante de él, por ej. «nadie vino». Pero van necesariamente dos negaciones, la palabra negativa y la negación del verbo, cuando la palabra negativa está colocada detrás del verbo, por ej. «no vino nadie». En el plano lingüístico general se puede aceptar sin más el principio de que un singular hay que interpretarlo como unidad y no como pluralidad, cuando en la lengua correspondiente existe un plural para expresar la pluralidad. Ahora bien, cuando una lengua utiliza el singular para expresar pluralidad, por sinécdoque pars pro toto, aunque tiene un plural, se anula la norma general. 49 Ejemplos como «Los cinco continentes son cuatro; Los apóstoles eran doce; Pedro era un apóstol; por consiguiente, Pedro era doce» están relacionados con la incongruencia de la referencia. Atentan contra los principios del pensamiento, ya que se observan desviaciones del principio de la congruencia con respecto al número: en ninguna lengua puede cinco ser igual a cuatro; puede uno ser doce; y en ninguna lengua puede un hombre ser un número.

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te o rechazándolo como incoherente. En la interpretación de lo dicho se aplica el principio de confianza, y esto se hace, porque se supone que el hablar tiene que ser coherente y porque en este aspecto se tiene confianza en los otros. La suposición de que la experiencia normal habitual se utiliza como fundamento del hablar implica también suponer que hay una determinada normalidad de las cosas y que hay que presuponerla al hablar. Así, en la lingüística actual se ha observado que los nombres de las partes del cuerpo –e incluso se ha llegado a suponer que siempre es así–, normalmente no se utilizan sin alguna otra determinación, que no se dice, por ejemplo: «una mujer con piernas; un niño con ojos», etc., frases pleonásticas, sino que hay que añadir otra determinación: «una mujer con las piernas bonitas/feas/torcidas; un niño con los ojos azules/negros». Esas palabras se pueden emplear, naturalmente, también sin una determinación explícita, cuando esa determinación está de alguna forma implícita o se expresa de alguna otra manera, por ejemplo, por la entonación: «¡Esa sí tiene piernas!; ¡Ese sí tiene ojos!». Las frases pleonásticas son excluidas50 desde el hablar en general porque no son en modo alguno informativas, no dicen nada nuevo, sino sólo lo que de antemano se supone de las cosas. Es normal que una mujer tenga piernas, un niño ojos, un río agua, etc.; responde a nuestra experiencia normal en nuestro mundo. Basta, sin embargo, con que neguemos o cuestionemos la realidad normal para que las expresiones que parece que hay que excluir se conviertan sin más en expresiones absolutamente normales y aceptables. Por consiguiente, la negación y la pregunta van a actuar como factores correctores, superadores del pleonasmo. En la literatura51 de ciencia-ficción, en la que se representa el mundo de otra manera, es perfectamente posible hablar sin más de lo habitual en nuestro mundo, porque allí es precisamente lo que llama la atención, por ejemplo: «el monstruo tenía sólo una nariz y sólo dos ojos». En ese marco, el texto sería muy informativo. Si queremos extraer del saber elocutivo un aprovechamiento para la lengua literaria, podemos obtener tres conclusiones:

50 Pero también hay ejemplos de la anulación de la incongruencia con respecto al conocimiento de las cosas. Por ejemplo, cuando oímos: «Lo he visto con mis ojos, con mis propios ojos», nadie diría aquí que esas expresiones son tautológicas porque se dice únicamente lo evidente. Nadie se escandaliza ante tales expresiones, puesto que la tradición de la lengua particular las justifica plenamente. Tales expresiones se entienden como negación indirecta, pero enfática, de una información sólo indirecta. 51 También con respecto a las cosas suponemos siempre que lo dicho tiene un sentido y que de alguna manera es congruente con las cosas. Si la congruencia no es la habitual, suponemos otra congruencia. Esto sucede constantemente en el análisis del discurso literario.

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1. El conocimiento general de las cosas, tal como son normalmente, y del comportamiento normal no absurdo nos permite aceptar lo dicho por ser congruente con las cosas o rechazarlo por incongruente: es el caso de los anacolutos52. 2. El conocimiento de las cosas nos permite también no decir lo que se presupone o sobrentiende sin más como normal o esperable. Hace posible que excluyamos, por elipsis, lo que es de esperar como no informativo y desviado53: es el caso de los pleonasmos; o bien –en determinados contextos– que lo refiramos a otro mundo, a otra normalidad de las cosas, en las que hay que interpretarlo como inesperado, nuevo o informativo: es el caso de los tropos y figuras54. 3. Ese conocimiento de las cosas nos posibilita, además, interpretar lo ostensiblemente incongruente, por ejemplo, la identificación ‘personas-cosas’, propias de las metáforas y símiles cosificantes y antropomórficos, de una forma congruente. La atribución de congruencia viene dada a través del conocimiento de las cosas y se trata de ver qué tiene más sentido en un contexto o situación determinados. Al saber que se aplica a cómo se habla en determinadas situaciones y que posibilita los juicios sobre la adecuación lo llama E. Coseriu «saber expresivo». Centrándonos en el plano individual, en el discurso (en el habla o texto) tienen lugar anulaciones en mucho mayor número todavía. Hay por lo menos para E. Coseriu (1992: 141 y ss.) tres tipos de anulaciones en el discurso, todas ellas aplicables al discurso literario: 1. La anulación metafórica. 2. La anulación metalingüística. 3. La anulación extravagante.

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En el caso de la lógica tenemos los silogismos abductivos. No se dice lo virtualmente posible (lenguaje figurado: metáfora) y regular (pleonasmo, tautología), ya que o contradice nuestra experiencia de la realidad extralingüística o bien se supone de antemano en base al conocimiento de las cosas, de manera que no es necesario decirlo expresamente. 54 Cuando aparecen restricciones, cuando algo no suena normal, dice E. Coseriu, que tenemos que preguntarnos si esas restricciones están condicionadas por la lengua particular. Y para comprobarlo hemos de preguntar cómo se diría si se quisiera decir exactamente aquello que al parecer está excluido. De hecho, no se dice normalmente, pero sí metafóricamente, «Este árbol canta hermosas canciones de Navidad». Ahora bien, aunque parezca desviado es correcto en español, ya que si quiero decirlo, tengo que decirlo justamente así, y no es ninguna desviación de las reglas de la lengua particular. 53

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La anulación metafórica es un procedimiento general55 de anulación en el que la congruencia propiamente dicha no está dada directamente por la lengua particular, que como tal en ese punto sería todavía incoherente, sino por la transposición del significado de la lengua particular o también por los valores simbólicos que se atribuyen a las respectivas cosas designadas. En la lingüística teórica se ha estado discutiendo mucho tiempo sobre el famoso ejemplo de H. Steinthal (1855: 220): «Esta mesa redonda es cuadrada». H. Steinthal es de la opinión de que el gramático aceptaría sin más esta expresión a pesar de la contradicción entre ‘redondo’ y ‘cuadrado’, y que el lógico, sin embargo, la rechazaría. Es decir, la expresión es, en su opinión, gramaticalmente correcta, pero lógicamente incongruente y, por tanto, sin sentido. En cambio, para E. Coseriu, el lógico que rechace esta expresión sería bastante estrecho de miras, porque pensaría que ‘redondo’ y ‘cuadrado’ sólo pueden tener un único significado y que no es posible una transposición. Se podría suponer, por ejemplo, que ‘cuadrado’ designa el hecho de que cuatro personas están sentadas alrededor de la mesa en sentido rectangular. En este caso la expresión sería sin más congruente y, además, congruente por anulación metafórica, es decir, por transposición del significado a otra designación distinta a la habitual. En el primer artículo de sus Gesammelten Aufsätze zur Sprachphilosophie (1923), afirma K. Vossler que la lengua puede decir lo ilógico, absurdo y sin sentido, que a la lengua, por consiguiente, no le es inherente la logicidad. Como ejemplo de lo absurdo lingüísticamente aceptable cita el v. 2038 del Fausto de J. W. von Goethe: «Gris, caro amigo, es toda teoría». No se trata aquí de la ilogicidad de la lengua, sino de la anulación de la incongruencia lingüística general en un sentido metafórico. Los versos de J. W. von Goethe serían, efectivamente, incongruentes si con gris es toda teoría quisiera J. W. von Goethe dar una respuesta a la pregunta ¿Qué color tiene la teoría? y determinar su supuesto color. Pero J. W. von Goethe dice aquí otra cosa. Dice que el efecto de la teoría es análogo al efecto o a la impresión que se asocia al color gris como tal; caracteriza la teoría, por ejemplo, como cargante, no agradable, aburrida, etc. Aquí se trata del significado simbólico, del valor simbólico del color gris como tal. Lo típico y peculiar de todo lo metafórico es el hecho de que los dos significados están dados al mismo tiempo, el propio y el metafórico, y que la incongruencia que resulta del significado propio es anulada por la congruencia del significado simbólico. En el caso de la anulación metalingüística, la congruencia propia consiste en que lo incongruente es presentado como una realidad. E. Coseriu considera un

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Planteamiento coincidente con el de S. Arduini (2000: 170-171; 173-174; 177-178).

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ejemplo sencillo: «Juan dice, por la razón que sea, que 3 × 3 = 10. Pedro cuenta lo que ha dicho Juan diciendo: “Juan dice que tres por tres son diez”». La expresión 3 × 3 = 10 es, naturalmente, incongruente, pero es verdad, según nuestro supuesto, que Juan lo ha dicho. Pedro, si quiere informar acerca de la realidad del decir de Juan, tiene que decir exactamente lo que Juan ha dicho. Pedro utiliza metalingüísticamente la expresión incongruente para el decir mismo, esto es, como designación de ese decir. Esto es aplicable al discurso literario en la técnica de los apartes y acotaciones teatrales. La anulación extravagante, es la anulación que se produce en el caso de la afirmación intencional de lo absurdo e incongruente. Con la lengua también se puede jugar, crear juegos de palabras, jitanjáforas56, greguerías, anfibologías, ironías, etc.; lo absurdo es pensable, y, por tanto, se puede expresar. En la anulación extravagante sigue existiendo la incongruencia; esta es tolerada, porque se la reconoce como intencional. Si no fuera reconocida como intencional, como caprichosa, seguiría siendo y se la consideraría simplemente como incongruencia. Se supone, por tanto, que muy probablemente lo incongruente no se debe al no saber (solecismo), sino que ha de ser considerado como intencional y, por esa razón, como anulado (schema). Este principio general del hablar es válido también para el ejemplo tan frecuentemente discutido desde la aparición de Syntactic structures de N. Chomsky (1957, 15): «Colorless green ideas sleep furiously». El hablante corriente, normal, no diría en una primera toma de posición que es absurdo57, aunque las ideas no tienen ningún color, y es imposible que sean al mismo tiempo incoloras y verdes. Además, no se puede dormir furiosamente. Es probable que lo primero que

56 Para E. Coseriu los signos que se forman ex novo en el hablar se basan en operaciones o en procedimientos, y estos presuponen algo con lo que se puede operar, esto es, las unidades léxicas, que ya no pertenecen a la gramática. Ya en la primera mitad del s. XVI, el filósofo y retórico J. L. Vives (1531) hizo una crítica muy aguda de la actitud de los puristas y los gramáticos normativos, que tienden a considerar como no existente todo lo que no responde a determinadas normas o no aparece en determinadas autoridades. En la sección «De causis corruptarum artium» de su gran obra pedagógica De disciplinis, señala que no se podrían formar las oraciones más sencillas en latín si se siguieran las normas de los puristas y gramáticos normativos. Combinaciones como Petrum diligo, Rem mihi gratam vos tres feceritis, no podrían formarse siguiendo esas normas, ya que no están documentadas en los clásicos. Menciona, con razón, que los escritores no han podido escribir todo lo que en latín es posible (cfr. E. Coseriu, 1971: 243). Así, pues, Vives reconoció ya, intuitivamente al menos, que los juicios sobre la no existencia de combinaciones, sintagmas y oraciones, no tienen sentido. 57 Cuando no podemos interpretar una frase como congruente, no decimos inmediatamente que lo es, sino que, más bien, primero preguntamos sobre lo que se quiere decir en realidad. Y sólo una vez que no obtenemos una respuesta satisfactoria llegamos a la conclusión de que el otro ha hablado, efectivamente, de un modo incongruente.

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haga el hablante sea preguntar quién dice eso, cuál es el contexto58 y qué intención hay detrás. La frase podría, por ejemplo, estar en un poema o ser ella un poema entero. Como poema, la frase podría tener plenamente sentido debido a la anulación metafórica de la incongruencia dada en la lengua particular59. El saber expresivo es tremendamente variado y las normas correspondientes tienen un carácter obligatorio muy diferente. Para E. Coseriu la adecuación60 se presenta como el primer criterio de todos para los textos, porque bajo ese punto de vista, como ya se ha señalado anteriormente, se pueden anular normas lingüísticas no sólo generales sino también particulares. La lingüística del texto actual distingue entre la microestructura y la macroestructura de los textos, es decir, entre la estructura lingüística particular y la estructura de los textos como tal. En ella la valoración de la competencia textual, del saber expresivo, es autónoma. El hablar se valora de distinta manera en relación a su referencia a la lengua particular que en relación a la estructuración del texto. En este último caso no se tiene en cuenta si algo es correcto o no, sino que se comprueba si algo es adecuado o no adecuado a la cosa, a la situación o al oyente. El hablar puede ser perfectamente correcto bajo el punto de vista de la lengua particular y, a pesar de ello, no satisfacer el criterio de la adecuación. Este hecho pone claramente de manifiesto que la competencia textual es autónoma frente a la competencia lingüística particular61. Por lo tanto, se corresponden tres conceptos de acuerdo con los tres niveles o planos del hablar: 1. Adecuación respecto del texto (saber expresivo). 2. Corrección respecto de la lengua particular (saber idiomático). 3. Congruencia respecto del hablar en general (saber elocutivo). La adecuación es el primer criterio de todos, de acuerdo con el cual se valoran textos y discursos, respectivamente. La norma de la adecuación puede anular no sólo las normas lingüísticas generales, sino también incluso las particulares.

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La comprensión no tiene lugar únicamente a través del núcleo común, a través de lo que es común a dos o más sistemas diferentes. Tiene lugar, además, a través del conocimiento –por lo menos pasivo– del otro sistema y también a través de la determinación del hablar en el contexto y en la situación. 59 Cfr. R. Jakobson 1974: 74. 60 Además de la corrección lingüística particular hay, desde la Antigüedad, una norma general para los discursos, para el hablar en situaciones. Esa norma consiste en que el hablar ha de ser adecuado al destinatario, al objeto del hablar y a la situación específica. Si el hablar cumple esta norma, no llama la atención, pues lo adecuado como lo correcto es lo que es de esperar. 61 La anulación de la incorrección mediante la adecuación.

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Con respecto a la competencia textual, T. Silió62 en su Tesis doctoral: «La isomorfía lingüística sobre la base de la iteración recursiva, la coherencia estructural y la autosemejanza del lenguaje» (Madrid: UAM, 2004), ofrece una valiosa y original investigación sobre la textualidad. Trata de probar, entre otras hipótesis que defiende, la composicionalidad y recursividad de los sistemas formados por elementos y relaciones. Trata de demostrar que el isomorfismo estructural se da entre los sucesivos niveles conceptuales, primero; y dentro del propio lenguaje, después. Esto queda plasmado en los productos del lenguaje que se construyen con el mismo principio. En concreto, analiza el texto y el tópico textual y la relación que existe entre ellos. Ambos son equiparables en cuanto a su estructura, pero se diferencian en cuanto a su escala. Están relacionados entre sí por el proceso del análisis textual y su inverso, el de la síntesis textual. Se trata de dar cuenta de la iteración recursiva en términos de coherencia estructural de la estructura lógica de la ratio y de cómo se proyecta el tópico textual, unidad mínima estructural debida a la ratio, sobre el texto, proyectando la estructura actancial de las clases del tópico, que provee al texto de la estructura básica y del sentido básico, ambos iterados, produciendo coherencia en cuanto a la isomorfía y a la isotopía, en conjunción con la coherencia modal, dando como resultado la coherencia semiótica. Así, se atiende a cómo se estructura el tópico textual, de cómo está formado por un conjunto de clases básicas de categorías actanciales isorreferenciales, que son funciones intencionales que persisten a lo largo del texto. Esta ratio lógica, estructura mínima que se itera, consiste en el hexámetro universal hermenéutico de los septem loci retóricos (quis, quid, quur, quomodo, ubi, quando, quibus auxiliis), que forman el esquema básico de la predicación, a partir del cual se definen los actantes, por medio de la pregunta ‘Qu es X?’, por la que la variable queda ligada por el operador. Este esquema es el punto de partida del acto de comunicación semiótica. Demostrará la autora que esta ratio (con su triple componente: representación de la realidad, pensamiento y lenguaje), actúa varias veces a lo largo de la producción de un mensaje lingüístico y a lo largo de la recepción de dicho mensaje, dando forma a los sucesivos pasos que dan lugar a la comunicación lingüística, y poniendo en contacto sistemas diferentes, por su naturaleza de mediadores. Por otra parte, a lo largo del proceso se producen transformaciones de ordenación, adición y sustracción de elementos, que en la retórica clásica se llamaba quadripertita ratio, y en la gramática generativa se llama muévase α.

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Esta misma autora presentó una comunicación titulada «La estructura fractal del lenguaje humano», en el XXXVI Simposio de la Sociedad Española de Lingüística (Madrid, 1821 de diciembre de 2006).

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Los textos tienen también un contenido especial y autónomo. Para ese contenido introduce E. Coseriu el término sentido63 y lo contrapone al término designación en el plano lingüístico general y al término significado en el plano lingüístico particular. Si se quiere entender guten Morgen, no se debe entender sólo como designación con respecto a la realidad extralingüística y como significado en la lengua particular, sino que hay que captar también su sentido como texto. Hay que entender, por ejemplo, si se trata de una aseveración o un saludo, y estos si son irónicos o no. Con D. D. Bolinger (1975) puede decirse que no se trata tanto de rechazar construcciones por imposibles, sino más bien de encontrar contextos apropiados para esas construcciones. El examen de la competencia textual, del saber expresivo, es objeto de una disciplina especial de la ciencia del lenguaje, de la lingüística del texto. Uno de sus cometidos consiste en establecer las normas que configuran el saber expresivo y que subyacen a la valoración adecuado o no adecuado. Otro cometido consiste en captar el contenido especial de los textos, el sentido, y comprobar cómo se expresa64. G. W. Leibniz en 1684 en su tratado titulado: «Meditationes de cognitione, veritate et ideis» hace una distinción de los grados del conocimiento: cognitio → obscura

→ clara → confusa (lo estético) → distincta → inadaequata (lo técnico: retórico y gramatical65) → adaequata (lo científico: filosófico, estilístico, lingüístico).

D. Alonso en su libro Poesía española (1952) ha diferenciado también tres grados de conocimiento en el análisis de una obra literaria, que pueden equipa63

El sentido es el contenido que es propio a todo decir. También la lingüística del texto tiene parte en los tres planos de lo lingüístico: 1) en el plano del hablar en general: por ej.: exhortación; 2) en el plano de las lenguas particulares: por ej.: imperativo; 3) en el discurso, texto: por ej.: la exhortación individual efectiva con los rasgos suplementarios que en cada caso la caractericen. En el plano del discurso hay que aclarar si se trata de una exhortación en serio o irónica o es una exhortación a lo posible o a lo imposible. 65 Para E. Coseriu (1992: 235, nota 4), en términos como gramática hay una ambigüedad que también se encuentra en otros ámbitos, como el retórico. Tales términos pueden referirse, al mismo tiempo, al objeto de una ciencia o a una descripción científica y a la ciencia misma. Por un lado, está la gramática de una lengua, de la que puede decirse que es fácil o difícil (gramática-1, inadaequata, contenida en la lengua misma), y, por otro lado, está la gramática que describe el sistema gramatical de una lengua y de la que puede decirse que es correcta o falsa, adecuada o no adecuada (gramática-2, adaequata, que describe la gramática-1). 64

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rarse a los establecidos por G. W. Leibniz en sus Meditationes de cognitione , veritate et ideis (1684/1965): 1. el del lector que goza o no con una obra literaria ≈ cognitio clara confusa, 2. el del crítico que opina sobre la obra ≈ cognitio clara distincta inadaequata, 3. el del estilista que analiza e identifica los rasgos de la obra que han causado al crítico la impresión expuesta en su crítica ≈ cognitio clara distincta adaequata. El saber lingüístico es por naturaleza una cognitio clara distincta inadaequata, un saber intuitivo o técnico. En cambio, la lingüística es una cognitio clara distincta adaequata, un saber reflexivo, ya que dice lo que los hablantes ya saben, pero lo dice en un grado más elevado del conocimiento. El saber expresivo establece relaciones con los otros dos saberes: el idiomático y el elocutivo. El saber expresivo determina la aplicación e interpretación del saber idiomático. Así, por ejemplo, depende de la temática del discurso que sea del caso cómo hay que interpretar raíz. En una clase sobre gramática o lingüística no es probable que se piense que raíz pueda designar también la raíz de un árbol o de una muela. Por consiguiente, la interpretación de lo lingüístico viene determinada por la temática del discurso: lo aislado muchas veces no se puede interpretar con exactitud. Toda interpretación es primeramente la integración en una situación, o en un contexto y en un tipo de discurso66. Por otra parte, en el saber elocutivo y en el expresivo hay más bien normas, más exactamente normas de comportamiento, que reglas fijas. Esas normas de comportamiento, especialmente en el saber expresivo, pueden ser muy diferentes y heterogéneas. Sólo para la lengua funcional homogénea67 se plantea la pregun-

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Los fenómenos semasiológicos de la polisemia así lo demuestran. Según W. Labov (1973: 260-262), la lingüística de N. Chomsky postula la homogeneidad de las comunidades lingüísticas, acabando por confundir las estrategias epistemológicas con lo real, objeto de investigación científica, ya que toda lengua histórica es, más o menos acentuadamente, heterogénea, y comporta siempre subsistemas diatópicos, diastráticos y diafásicos, subsistemas relacionados, desde el punto de vista histórico-genético y funcional, con la diversidad de factores geográficos, económicos, socioculturales, etc., que configuran y caracterizan a las comunidades humanas. Por otra parte, dada la heterogeneidad ya referida de cualquier lengua histórica, la competencia comunicativa de todo hablante deberá implicar, en principio, que este posea una competencia multilectal de su lengua materna, desde el punto de vista activo y/o pasivo, competencia esta que implica la capacidad de articular apropiadamente los subsistemas antes mencionados, de índole predominantemente dialectal, sociolectal o estilístico-funcional, con determinados tipos de contextos de situación (cfr. D. Hymes, 1974: 1471-1472). 67

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ta por la estructuración en sentido estricto, la pregunta por las formas estables de las relaciones internas. Aquí podemos preguntar cómo está estructurada la técnica de una lengua funcional y comprobar los planos de su estructuración, que denominamos norma de la lengua, sistema de la lengua y tipo de la lengua. Una lengua histórica contiene una dimensión de futuro: no sólo comprende las normas realizadas de sus lenguas funcionales, sino también lo que en y con esas lenguas es factible, realizable, pero que todavía no se ha hecho. Los errores proceden casi siempre de una aplicación de las oposiciones funcionales del sistema que no coincide con la aplicación normal. Son realizaciones de posibilidades del sistema, pero que en la respectiva tradición lingüística por uno u otro motivo no se han utilizado o no se han realizado en esos casos concretos68. La norma puede coincidir con el sistema en cuanto que el sistema ofrece sólo una posibilidad de realización; también la realización individual puede asimismo, coincidir con la norma. El plano del tipo69 es el plano más alto de la técnica de la lengua que puede comprobarse. El tipo de la lengua comprende las categorías de oposiciones materiales y de contenido, los tipos de funciones y procedimientos de un sistema o de diferentes sistemas. Se trata, por tanto, de los principios funcionales de una técnica de la lengua y, desde este punto de vista, de la totalidad de las relaciones funcionales entre procedimientos y funciones que aparecen como diferentes en el plano del sistema. El sistema va más allá de la norma y el tipo más allá del sistema. La norma comprende únicamente los hechos ya realizados, mientras que el sistema abarca tanto los hechos realizados como los hechos posibles en base a oposiciones ya dadas; y los principios del tipo de la lengua posibilitan no sólo las funciones y oposiciones ya existentes, sino también muchas otras que posiblemente no se crearán nunca. El sistema es sistema de posibilidades con respecto a la norma, el tipo es sistema de posibilidades con respecto al sistema. En este sentido, toda lengua es una técnica abierta o dinámi-

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Campo abierto al solecismo > figura. Según W. von Humboldt (1963: 423) «es evidente... que en el concepto de la forma de la lengua no se pueden aceptar particularidades como hecho aislado, sino sólo en la medida en que se pueda descubrir en él un método de configuración de la lengua. A través de la presentación de la norma hay que reconocer el camino específico que sigue la lengua... para expresar los pensamientos». G. von der Gabelentz (1972: 481), sin referencia alguna a W. von Humboldt, postula unas relaciones configurativas análogas: «Parece también como si en la fisonomía de la lengua ciertos rasgos fueran más decisivos que otros. Habría que determinar esos rasgos; y luego habría que investigar qué otras características aparecen con regularidad junto con aquellos... qué gran beneficio supondría también poder acercarnos a una lengua y decirle: ¡tienes este y aquel otro rasgo específico, por consiguiente, tienes estas y aquellas otras propiedades y tal y cual carácter global!». 69

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ca. La norma puede modificarse en el proceso histórico70, mientras que el sistema permanece igual, y el sistema puede modificarse en la historia71 pero conservando en el tipo sus principios de configuración. La técnica de la lengua, como complejo de funciones y procedimientos, implica al mismo tiempo continuidad y posibilidad de evolución. Entre continuidad y evolución no existe ninguna contradicción real, puesto que la evolución interna de una técnica de la lengua se presenta como manifestación y confirmación de su continuidad.

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Una frase agramatical en español contemporáneo puede constituir una frase rigurosamente gramatical en español del siglo XVI, razón por la que se revela indispensable analizar y determinar la gramaticalidad en términos de transgramaticalidad, esto es, considerándola condicionada por parámetros diacrónicos. 71 Con este planteamiento E. Coseriu se desmarca de la corriente chomskyana. Recordemos que el concepto chomskyano de competencia lingüística excluye del ámbito de la lingüística, no sólo la noción de contexto de situación, sino también, más ampliamente la consideración de cualquier factor de orden histórico–social, ignorando o postergando la interacción de los factores biológicos de la semiosis con el universo de la historia y de la cultura en que vive el hombre y en el cual se inscriben los procesos semióticos y sus productos resultantes (cfr. G. Prodi, 1977).

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CAPÍTULO 2

COMPETENCIA LITERARIA

Afirma J. L. García Barrientos (1996: 40) que a partir del Romanticismo ha ido consolidándose una concepción de lo literario que pone el acento en el carácter creador y afirma la absoluta libertad del ‘genio’ creador. En la comunicación literaria el lugar del emisor no corresponde a un hablante o escribiente cualquiera, sino que exige ser ocupado por alguien especialmente cualificado, el autor. La misma etimología de la palabra lo pone de manifiesto: auctor, que se relaciona con auctoritas (autoridad), procede de augere, que significa aumentar, hacer progresar. Autor es en este sentido el que comunica un ‘descubrimiento’ que amplía los límites de la realidad dada, un conquistador de nuevos territorios para la inteligencia o la sensibilidad; un ‘creador’, en definitiva, de mundos nuevos, inexistentes o desconocidos antes de su palabra. Por ello E. Coseriu (1973a) sostiene que el lenguaje poético resulta ser, no un uso1 lingüístico entre otros, sino lenguaje simplemente (sin adjetivos): realización de todas las posibilidades del lenguaje como tal, y que la poesía es el lugar del despliegue, de la plenitud funcional del lenguaje2. Al hablar de plenitud de posibilidades, se pasa así de considerar el literario, como un acto de lenguaje defectuoso o desviado a reconocerlo como acto pleno y efectivo, pero radicalmente otro3.

1 Cfr. El artículo de J. M. González Calvo (1999: 11-31) para aclarar conceptos como lengua literaria, lenguaje literario, uso literario, registro literario, etc. 2 El lenguaje poético tiende a distanciarse, aunque en muy diferentes grados, del lenguaje corriente y puede llegar al límite de lo agramatical y de lo hermético. Pero esa distancia no es fruto del capricho ni apunta, desde luego, al disparate. El poema ‘habla’ así porque no puede hacerlo de otra forma (más comprensible), porque no se propone en realidad hablar, sino ‘decir’: revelar una verdad, realizar un descubrimiento. Y cuando se trata de auténtica poesía, lo consigue. Para profundizar en la relación entre lengua coloquial y lengua literaria puede consultarse R. Senabre (1998: 9-34). 3 Cuesta creer que el autor de una novela lo que hace es fingir que cuenta una historia. Parece más bien que su decir es un acto serio, efectivo, completo de lenguaje; aunque distinto del hablar práctico: un acto precisamente ficticio o imaginario, que no fingido. De hecho, la práctica literaria no ofrece acogida cómoda a usos vulgares y de jerga coloquial, salvo que formen parte de la ficción propuesta y, aun así, con muchas limitaciones, ya que el lector acepta que un personaje novelesco utilice coloquialismos en su discurso directo, pero no los toleraría en el discurso del narrador. Para Aristóteles poiesis (creación) es, por definición, mimesis (representación). El lenguaje es creador o poético si, y sólo si, se utiliza para representar mundos ficticios.

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Al concepto de creación E. Coseriu (1973b: 45) aplica otros dos conceptos aristotélicos como son: enérgeia y dínamis, que nos permiten profundizar en el proceso de creación. Para él crear significa ir más allá de lo aprendido, en consonancia con enérgeia, entendida como aquella actividad que precede a su propia potencia, dínamis. Hay actividades productivas que producen algo al aplicar una capacidad de hacer ya adquirida. En ese caso, primero se tiene esa capacidad de hacer y luego la aplicación de esa dínamis, la actividad productiva. Esto es lo que ocurre, por ejemplo, cuando producimos ciertos objetos, ciertas figuras retóricas, según un modelo ya formado y con una técnica ya aprendida. Por agotamiento4, siguiendo este camino, se pueden llegar a producir amaneramientos del tipo: «Iba por una espesura y me encontré con un cura», y metáforas opacas, lexicalizadas, como músculo. Reacciones contra el agotamiento se dan en ocasiones, como, por ejemplo, cuando el lenguaje se convierte, paradójicamente, en instrumento de incomunicación por superposición de voces insólitas extraídas de un código marginal de la germanía y acumuladas de modo anómalo hasta provocar una auténtica hipertrofia en el texto. Un brillante cultivador lo tenemos en F. de Quevedo con sus jácaras y romances de germanía. También en este mismo autor encontramos casos de anulación lingüística por conversión irónica de la palabra culta en palabra vulgar. En un soneto burlesco, el galán despechado se dirige a la dama para desdecirse de las galanterías y lindezas que le ha dedicado en otras ocasiones. Pero el procedimiento no consiste en negarlas o retirarlas, sino en nombrarlas con las denominaciones coloquiales correspondientes. Todo el léxico consagrado por la lírica petrarquista, que asigna a la amada los atributos de sol, luz, aurora, o que ve sus labios como rubíes, es puesto en solfa al reducir estas hiperbólicas imágenes a sus términos vulgares. Así, luz pasa a denominarse candil, que alumbra y llora; rubí lo hace como labio y jeta comedora. Pero también hay actividades en las que primero está la actividad, en las que ella es lo original, como sucede en los actos lingüísticos primigenios como puedan ser: jitanjáforas («Filiflama alabe cundre / ala olalúnea alífera / alveola jitanjáfora / liris salumba salífera5...»), hápax legomenon («Taquitán mitanacuní... / ... Pencacuní... / ... Chichicorí»6), o metáforas de segundo grado («Por la tarde salió Inés / a la feria de Medina, / tan hermosa que la gente / pensaba que amane-

4 Aquí también encajarían las lexicalizaciones: acero por espada, y los tópicos literarios: hermoso Adonis o loco amor, en oposición a las creaciones individuales: preciosas piedras por preciosas piedras preciosas, destruyéndose el sintema: piedras preciosas por anteposición epitética y elipsis. 5 Ejemplo extraído de L. J. Eguren (1987: 55). 6 Lope de Vega. Servir a señor discreto, vv. 2793; 2796 y 2809. Expresiones neológicas para imitar el guineano.

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cía»7). En estos casos ella, la actividad o enérgeia, es la invención; la dínamis viene después. Cuando la actividad precede a su dínamis, entonces encontramos la mayor tensión creadora del lenguaje literario. Insistiremos un poco más en el aspecto creativo del lenguaje, fijándonos en la jitanjáforas, ya que tienen un carácter de creación8 léxica individual. Son neologismos, términos inéditos. En la creación jitanjafórica se dan tres modelos representativos, según L. J. Eguren (1987: 137-142): 1. Palabras que no existen pero que pueden existir. Por ejemplo, el glíglico, ‘lenguaje musical’ cortaciano, que protagoniza el cap. 68 de Rayuela9: clinón, orgumio, merpasmo, agopausa... Con ellas se explotan las posibilidades léxicas del sistema. El glíglico se compone de jitanjáforas construidas sobre los esquemas fonológicos, morfológicos y sintácticos del sistema y rodeadas de un contexto gramatical codificado y de palabras con significado conceptual. La jitanjáfora así es una «palabra potencial10, virtual», un ‘camino abierto’ por las reglas del sistema. Las jitanjáforas de Cortázar son elementos léxicos que no existían pero que podían existir; de alguna manera estaban ‘latentes’ en el sistema, sólo faltaba que alguien los sacara a la luz. Este primer tipo de jitanjáforas pertenecen al lenguaje como posibilidades. En la terminología de E. Coseriu son los poetas los que transgreden sistemáticamente la norma, aprovechando al máximo las

7 Lope de Vega. El caballero de Olmedo, vv. 75-78. El verbo metafórico amanecía presupone a su vez una metáfora del tipo: Inés = sol, tópico metafórico-amoroso, ya que es frecuente la comparación de dama amada con sol, aurora o estrella. 8 La invención de palabras lúdicas –voces inexistentes que, desdeñando el significado conceptual, potencian el sonido y sus asociaciones– son un caso extremo de creatividad lingüística. Buena parte del interés que suscita un fenómeno como el de las jitanjáforas reside en su condición de hecho periférico de la lengua, mediante la privación, total o parcial, del significado lógico y la ruptura, más o menos extremada, de las estructuras del sistema. Su carácter de hecho periférico del lenguaje, puede aclarar ciertos puntos oscuros del núcleo de lo lingüístico: la pluralidad del significado, la creatividad reglada, los límites del simbolismo acústico. 9 J. Cortázar (1984), cap. 68. 10 Le parece a L. J. Eguren (1987: 71) importante resaltar que la jitanjáfora en su gran mayoría pertenece al lenguaje, si no como ‘palabra real’ de diccionario, ya acuñada y aceptada por los hablantes, sí como ‘palabra potencial’ y, desde luego, como voz significativa y comunicable. En el poema de Lope de Vega (A. Pelegrín, 1984: 67-68): «Piraguamonte, piragua, / piragua, jevizarizagua. / Bío, bío, / que mi tambo lo tengo en el río. / Yo me era niña pequeña, / y enviáronme un domingo / a mariscar por la playa / del río de Bío, Bío; cestillo al brazo llevaba / de plata y oro tejido. / Bío, Bío, / que mi tambo lo tengo en el río...», C. Bousoño (1970: I, 463; y 1981) comenta el efecto de las jitanjáforas en sus estudios sobre el irracionalismo poético como un caso de jitanjáfora ‘lícita’, es decir, aquella que puede reformularse conceptualmente al estar rodeada de palabras con significado lógico. R. Senabre (1998: 16) considera este tipo de jitanjáforas, insertas en el teatro menor –entremeses–, secuencias de sonido que, en un contexto determinado, sugieren un significado ocasional que el lector u oyente les presta.

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posibilidades11 del sistema, para conseguir una expresión inédita. Pero el problema es la ruptura del sistema más aún que la de la norma, puesto que la ruptura de la norma alimenta la creación poética; la del sistema bloquea la comunicación lingüística. La existencia de jitanjáforas en el lenguaje, con su gradual violación de los esquemas formales del sistema y su desdén por el significado conceptual, lleva el conflicto entre creatividad individual y comunicación por medio del lenguaje hasta límites extremos. 2. Palabras que ni existen ni pueden existir en el idioma, al salirse de los esquemas formales del mismo: «Mátira cóscora látura cal / Torcalirete, Turpolireta, / Lámbita múrcula séxjula ram...» (La saga/fuga de J. B12., de G. Torrente). J. B. construye un ‘idioma’ –no un alfabeto en clave– sentimental y poético; ‘idioma’ con sus propias reglas (entre ellas, su carácter monosilábico, de manera que el desplazamiento del acento puede convertir una «canción elegíaca» en un «soneto cruel»), que le sirve como autoexpresión y refugio y que surge de un impulso musical y rítmico que se plasma en los moldes métricos tradicionales. 3. Palabras que existen pero podrían no existir. Los «Bordorigma Darii» de Bustrófedon en Tres tristes tigres13 representan un caso peculiar: «Maniluvios con ocena fosforecen en repiso, / Catacresis repentinas aderezan debeladas / Maromillas en que aprietan el orujo y la regona, / [...]». La consulta del diccionario resuelve el ingenioso misterio: son entradas léxicas que existen en el diccionario pero que se perciben como jitanjáforas al no conocerse su significado. La intencionalidad de G. Cabrera es lúdica, juega con sonidos desusados y juega con sus significados, porque el texto en su conjunto no tiene sentido alguno, aunque lo tengan las palabras individualmente; todo lo contrario de J. Cortázar, que juega con sonidos inéditos y crea un texto significativo, aunque no lo sean las palabras por separado. Con este procedimiento, G. Cabrera riza el rizo jitanjafórico e implanta un doble nivel de juego e ironía: más allá de inventar palabras nuevas nos hace creer que palabras existentes son creaciones inéditas. El resultado es el establecimiento, al menos, de dos niveles de lectura, una primera lectura musical y lúdica y una relectura conceptual, una vez consultado el diccionario, que sigue siendo lúdica porque las definiciones son insospechadas y el conjunto, absurdo.

11 Dice al respecto J. M. González (1999: 12) que «también los usos artísticos surgen desde el código lingüístico, son posibilidades que se explican desde el sistema y depende de la capacidad, necesidad y gustos del usuario para su manifestación concreta». «Son posibilidades más o menos sistematizadas pero siempre abiertas a innovaciones, o a prescindir de esas posibilidades» (ibídem, 22). 12 G. Torrente (1980: 202-204). 13 G. Cabrera (1981: 210-211).

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Aunque para la creatividad lingüística nos van a interesar las posibilidades de una lengua particular, todavía más si cabe nos van a importar las peculiaridades de la utilización de las posibilidades de la lengua particular puestas a disposición del individuo. De esta manera se muestra cómo determinados escritores han utilizado la lengua particular y cómo han aplicado determinadas posibilidades de esta para expresar un sentido coherente en un texto. Por ello las variantes diafásicas14 o de estilo, aquellas que tienen que ver con los modos de expresión lingüística, resultarán las más interesantes. No todos los lingüistas se ponen de acuerdo sobre cómo ha de ser la utilización individual de la lengua particular. Según A. Pagliaro (1955) el verdadero interés del lingüista es dicha lengua particular: el lingüista quiere ver cómo esta, en su condición de lo objetivo, es obligada a expresar lo subjetivo y cómo, a la inversa, lo subjetivo se objetiva de nuevo históricamente (la objetivación histórica de lo que ha sido creado ex novo, pero en base a una posibilidad ya dada). B. Bloch (1948: 7) va más allá de la lengua particular y propone limitar el objeto de la descripción a la lengua de un único individuo. Con ese fin introduce el concepto de idiolecto: el dialecto de un hablante determinado en una determinada época. Una lengua histórica podría convertirse de esta manera en un número ilimitado de idiolectos. El concepto idiolecto corresponde al concepto lingua individuale (lengua de un individuo), que fue introducido por el lingüista italiano G. Nencioni (1946), y luego adoptado por diferentes lingüistas italianos. Para U. Eco (1975) el idiolecto de cada texto literario representa el mensaje concreto posibilitado por mecanismos específicos de semiosis literaria que están relacionados, sin duda, con mecanismos de semiosis biológica y que comportan categorías lógicas de validez universal15, pero que se constituyen, funcionan y actúan como fenómenos histórico-sociales. Para E. Coseriu (1992: 54) el concepto idiolecto es erróneo y contradictorio. No hay una lengua individual. Aunque la comunidad lingüística se reduzca a un

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La función estilística –término con que M. Riffaterre (1976) reformula la función poética de R. Jakobson– regula la cantidad de información que transmiten las demás funciones, es decir, el grado de atención que provocan en el descodificador. Es una función que puede modificar las otras con una intención de estilo, ya que todo puede ser objeto de estilo, incluso la neutralidad de una conversación fática, dependiendo de un reforzamiento en la intencionalidad, de una mayor carga de información, de la ruptura de lo conocido, de la sorpresa en definitiva. 15 Los «universales literarios» mencionados por T. A. van Dijk (1976: 220) (reglas literarias generales como las de permutación, repetición y antítesis) constituyen pseudo-universales literarios formales, ya que la existencia de tales reglas se puede verificar en cualquier texto, porque se trata, en el fondo, de reglas lógicas y la lógica es universal. Cfr. W. V. Quine (1973: 173).

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único hablante como en el caso de la lengua celta córnica, o la lengua románica dálmata, la lengua no es individual. Un hablante habla como si hubiera al menos dos individuos. Toda lengua presupone un ‘nosotros’, no un ‘yo’. Llegados a este punto podemos preguntarnos cómo surge lo nuevo a través de la utilización individual de la lengua particular: ¿surge a través de la realización de posibilidades abiertas de la lengua particular, o a través de su realización desviada, condicionada por la situación? Para contestar se hace necesario pararnos un poco en dos conceptos: el de gramaticalidad y el de aceptabilidad, que guardan una estrecha relación con los de cohesión y coherencia, respectivamente. N. Chomsky (1965: 11) introduce el concepto de corrección (gramaticalidad), que corresponde a la competencia. Para la actuación sería aplicable, en cambio, otro concepto, el de aceptabilidad. La noción de gramaticalidad es más abstracta que la de aceptabilidad, pero tanto en un plano como en otro, debe admitirse la existencia de grados (N. Chomsky, 1965: 148-153). Los hablantes valoran el hablar en el sentido de si responde a lo que por lo regular es esperable, es decir, si es ‘normal’. La valoración se realiza mediante ‘valores cero’, por la simple correspondencia con lo que es de esperar. Los valores negativos son los que llaman la atención, porque no alcanzan ni el mínimo esperable. Este es el caso, por ejemplo, de trastornos en el lenguaje como dislalia, disfasia, agrafia, entre otros. También entrarían aquí las figuras y tropos: metaplasmos, metataxis, metasememas y metalogismos. Hechos del lenguaje como errores de dicción, lapsus linguae, trabalenguas, juegos de palabras, disparates, lenguajes crípticos, etc., presentan afinidades creativas con respecto a los procedimientos expresivos literarios. El hablar, la realización de la competencia, puede, por tanto, ser aceptable o no aceptable, y esto depende en el fondo de si la realización es también correcta o no lo es. Por consiguiente, se podría comprobar la aceptabilidad y la no aceptabilidad de construcciones que son correctas y así mismo también de construcciones que no lo son. N. Chomsky (1965: 10) considera que construcciones con poliptoton de que relativo son correctas, pero no aceptables. Su grado de aceptabilidad puede variar. Será alto si no son difíciles de entender, ya que son relativamente fáciles de percibir, pero suenan poco naturales. En otro tipo de construcciones como las de hipérbaton, N. Chomsky comprueba un grado mucho más elevado de no aceptabilidad. Para este autor, aunque es posible formular reglas para excluir construcciones no correctas, es imposible formularlas para la exclusión de construcciones no aceptables. De ahí la dificultad del uso literario del lenguaje y las complejas relaciones entre gramática y estilística. El orden sujeto-objeto es el normal; otro orden diferente tendría, en cambio, una función estilística. Las reglas que determinan el concepto de gramaticalidad pueden ser violadas y, de

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hecho, la desviación16 de las reglas puede constituir, a menudo, un mecanismo literario eficaz. Para N. Chomsky no sólo la desviación es una vía de acceso al fenómeno literario, también allí donde lo gramatical es facultativo17, tendría que haber normas estilísticas complementarias que permitieran el acercamiento a lo literario. M. Bierwisch subraya la inexactitud de concebir la estructura y el efecto poéticos en términos de desviación respecto a las reglas de gramaticalidad, puesto que la agramaticalidad no crea necesariamente estructuras o resultados poéticos. «Las modificaciones para que sean poéticas, no deben ser arbitrarias, sino que deben estar sometidas a determinadas regularizaciones que son indudablemente accesibles a su estudio y reducibles a principios generales» (1970: 112). Para E. Coseriu la afirmación de que en la actuación, en el hablar concreto, se producen un sin fin de vacilaciones, irregularidades, desviaciones y errores, es ya en sí misma poco convincente, ya que si se observa el hacer de los hablantes, también hay que observar el hecho de equivocarse al hablar y cómo es corregido, puesto que también en la corrección se manifiesta el saber lingüístico. Hay que tener en cuenta que las vacilaciones que se comprueban en la actuación, en el habla concreta, responden a menudo a reglas todavía no registradas o pueden, de hecho, aludir a varias posibilidades. Según esto último, las desviaciones no muestran ninguna regularidad precisamente porque van en distintas direcciones. Si, por el contrario, una desviación va sólo en una determinada dirección, ya no es una desviación, sino una nueva regularidad. J. M. Lipski (1977: 248-249) tampoco está de acuerdo con el planteamiento desviacionista. Afirma que «estableciendo la gramática estándar para incluir frases desviadas escogidas, se corre el riesgo de sobregenerar un número incontrolable de cadenas inútiles desviadas y de limitarse a catalogar peculiaridades anómalas. Recíprocamente, considerando cada texto poético desviado como representante de una lengua única y elaborando una gramática para dar cuenta de esa lengua especial, tenemos como resultado un alto grado de paradojismo, haciendo difícil, si no imposible, la comparación con la lengua estándar». J. M. González (1999: 12) disiente de la postura desviacionista. Para él un neologismo léxico, como pleadiós, de J. R. Jiménez, sólo puede ser comprendido por su relación con pleamar. O la noluntad y nivolería de M. de Unamuno se proyectan sobre voluntad y novelería. Por consiguiente, no hay desvíos, sino creatividad a partir de los procedimientos y posibilidades del sistema lingüístico. 16 R. Jakobson también planteó las relaciones entre lingüística y poética en términos de desviación. 17 Se tendría una opción, una elección, y se realizaría esa opción de acuerdo con determinados criterios. Planteamiento coincidente con el de Ch. Bally (1926 y 1937).

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La creatividad se sustenta en el código, incluso cuando se intenta ir contra él, distorsionándolo. Á. López (1981) afirma que la elocutio incluía un conjunto de procedimientos lingüísticos tendentes a asegurar: la pureza del lenguaje (puritas), su claridad conceptual (perspicuitas), su adecuación a los hechos narrados (aptum) y su belleza (ornatus). A los tropos y figuras, como tácticas lingüísticas que son, la Retórica tradicional solía clasificarlas siguiendo estrictos criterios transformativos, es decir, gramaticales: adiectio, detractio, transmutatio, immutatio18. Pero este tipo de descripción, técnicamente correcto, tiene el inconveniente de concebir la figura por relación a un solo término estimado no-desviante, o sea, propende a presentarla como una fuente de plurisignificatividad controlada y además cerrada. La única forma de evitar dicha restricción no deseable es, según Á. López (1981: 127-128), que para un conjunto infinito de elementos de partida cualquiera de ellos pueda estar relacionado con todos los demás y no sólo con el que le sirvió de base. En el lenguaje natural existen dos tipos de estructuras regidos por idénticos parámetros funcionales –las relaciones fundamentales de la teoría de conjuntos–, y van a ser ellos los que le sirvan para definir cada tropo o figura retórica: 1) una serie de niveles sintagmáticos: 1’) nivel de rección (A∩B): dependencia; 1”) nivel de concordancia (A=B): equivalencia; 1’”) nivel de orden (A≠B): tópicofoco; 1””) nivel de énfasis (A⊃B): foco-presuposición. 2) una serie de relaciones distribucionales que vinculan categorías y que por ello, aunque manifestadas sintagmáticamente, son paradigmáticas19: 2’) intersección distribucional; 2”) equivalencia distribucional; 2’”) distribución complementaria; 2””) inclusión distribucional. Dada la semejanza formal de uno y otro criterio (1, 2), se puede definir cada tropo o figura como la combinación de un nivel y un procedimiento distribucional, lo que asegura la plurisignificatividad incontrolada formal suministrada por los schemata que deberá recibir múltiples contenidos de parte del lector. También T. A. van Dijk (1972: 193 y ss.) alude a las operaciones modificadoras según la quadripertita ratio de la Retórica clásica, cuando constata que la gramática que describe y explica un conjunto de textos literarios en una lengua natural dada (Gl), es una gramática más compleja y potente que la gramática que describe y explica un conjunto de textos no literarios en una lengua natural dada (Gn), pues no sólo contiene reglas que permiten describir cualquier texto de Ln, ⊃

18 Si los tropos se caracterizan por la sustitución, las figuras lo hacen por las restantes categorías modificativas: adición, supresión, variación de orden. 19 La clasificación de los tropos y de las figuras que aquí se propone está en la línea de R. Jakobson (1977 y 1984), que define la poesía como una sintagmatización de lo paradigmático, desarrollando aquella propuesta en términos estrictamente formales.

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sino que comprende reglas suplementarias y específicas que permiten describir los textos de Ll. En toda G. T. distingue T. A. van Dijk dos componentes: 1. Macrocomponente derivado de macroestructuras textuales o «estructuras abstractas subyacentes, forma lógica de un texto». Constituye su E. P. y puede definirse como derivado de la «representación semántica global que define el significado de un texto como un todo único». 2. Microcomponente, derivado de la microestructura o estructura superficial del texto, en la que caben otros dos niveles: la estructura profunda y la superficial de las frases ordenadas en secuencias. Su descripción está relacionada con la interpretación que la semántica hace de la Gramática Generativa. Los procedimientos que permiten construir la G. T. son: 1. Relaciones superficiales entre las frases, formalizadas por medio de operaciones lógicas (pronominalización, consecutio temporum, etc.). 2. Relaciones semánticas entre las frases, a partir del par tema/rema. 3. Construcción formal de la gramática de superficie, cuya regla inicial es recursiva y permite que la secuencia contenga un número infinito de frases: O => O (& On)

n≥Ø

El elemento & es un conectivo lógico de: ◊

◊ conjunción (asimilable a la adiectio) ◊ disyunción (asimilable a la detractio) ] implicación (asimilable a la transmutatio) ≡ equivalencia (asimilable a la inmutatio).

que sirve para establecer valores veritativos a partir de los cuales se introducen los primitivos semánticos que generan diversos tipos de relaciones entre las frases: equivalencia (≡), consecuencia (]), disociación (◊), causa (]), condición (]), concesión (◊ > ◊). J. Lyons (1997), desde la Semántica lingüística, también expone estas relaciones como funciones de verdad. Retoma las tres primeras: conjunción (&), disyunción (◊), implicación (→), y añade otra distinta: la negación (~), pero, a diferencia de T. A. van Dijk, ya sin rendimiento retórico, en el ámbito de una Teoría de la Estructura del Texto y la Estructura del Mundo. ◊

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E. Coseriu (1992) permite avanzar en la relación establecida entre gramaticalidad y aceptabilidad. No los concibe como conceptos independientes sino que considera que la aceptabilidad no es otra cosa que un plano o nivel de la corrección. Para él la corrección es una relación entre lo realizado y lo que hay que realizar, el saber lingüístico. Esa relación es una correspondencia. Está dada cuando el hablar corresponde efectivamente al sistema de la lengua. No es la competencia misma la que es correcta, sino precisamente la realización de esa competencia. Es el hablar lo que se designa como correcto o como aceptable o como ambas cosas. Por lo tanto, no se puede decir que las anómalas construcciones de los escritores sean inaceptables. Se reconocen como intencionales, o sea, como limitación exagerada e irónica. Para la meta que el escritor quería alcanzar, sus construcciones eran lo dado y lo perfectamente aceptable. Nadie va a decir que tal escritor no debería haber escrito eso, sino que todos desearán poder formar una construcción semejante cuando quieran imitar una determinada forma de escribir. De ahí que lo que comenzó siendo limitación acaba en posibilidad imitable e imitada: por ejemplo, J. R. Jiménez unificó la velar fricativa sorda en la grafía jota, J. Ortega y Gasset usó como femenina la palabra avestruz en su obra Amor, 193. La relación entre competencia y actuación no es simplemente una relación entre saber y aplicación mecánica de un saber, sino que los hablantes son creativos en el hablar y van más allá de la competencia que aplican creando nueva competencia. Así, E. Coseriu (1992: 100) considera que la lengua funciona para y por los hablantes, y no para y por los lingüistas. En su comportamiento ‘naif’ como hablantes, precisamente sin justificaciones reflexivas, son ellos y no los lingüistas los que marcan la pauta. Esto también creemos que es aplicable a los artistas, a los poetas. Lo nuevo que crean los hablantes, los poetas, puede que a primera vista parezca una desviación. Si se mira más atentamente, se ve que también lo nuevo responde a reglas vigentes en una lengua o bien a una interpretación de tales reglas. P. Baroja en su único libro de poemas: Canciones del suburbio (1944), ofrece interesantes ejemplos de supuestos solecismos: «En los bordes de este lago / hay varias cuevas labradas. / El Tajo de las Figuras, / y a más la Cueva pintada» (p. 1018). En estos versos puede haber en a más un uso elíptico poco frecuente de ‘a más distancia’. Pero también, como apunta M. Seco en su Diccionario de dudas..., podría darse una expresión ya en desuso: «A más, como equivalente de además, aunque está registrado en el Diccionario académico, no se usa hoy en la lengua general». Otro ejemplo: «Cervigón el elegante / empieza a estar desastrado, / y su amigo Echevarría / anda quizá a picos pardos» (p. 1021). En estos versos puede haber una creación estilística de P. Baroja, al deshacer una lexía: ‘andar de picos pardos, irse de picos pardos’20, 20 Recogidas ambas expresiones en el Diccionario fraseológico del español moderno, de F. Varela y H. Kubarth (1994).

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valiéndose para ello de otra frase hecha: ‘andar a la última pregunta’, que parece ser el sentido que prima en el ejemplo para establecer una isosemia con desastrado. También G. Fuertes ofrece casos de supuestos solecismos: «La rana se ha hecho un sombrero / y el ranito un pantalón» (Don Pato y Don Pito, 1976: 32). En este ejemplo podemos observar, en vez de renacuajo, el término usual de la cría de la rana, un término menos esperable, ranito. En algunas partes de España, según el DRAE, al macho de la rana se le llama rano, según la tendencia regular en español a establecer el género con la inflexión -o/-a, tendencia que los niños aceptan como la más natural. En Tigrita cumplía años (Don Pato y Don Pito, p. 36), de acuerdo con J. Martínez de Sousa (1983: 145), Tigra, como femenino de tigre, es un barbarismo; por el contrario, el DRAE lo registra como el equivalente de tigresa. Importante me parece la observación que hace E. Coseriu (1967) con respecto al error que supone estudiar el hablar sólo desde la perspectiva de la lengua particular, como hace la lingüística moderna. Para él hay que partir más bien del hablar, puesto que el hablar es mucho más que la simple realización de una lengua particular. En el hablar, la lengua concreta no tiene una existencia «sustantiva», sino «adverbial»: no es una cosa en sí, sino modalidad de una actividad. En latín, por ejemplo, se decía latine loqui para significar ‘hablar (en) latín’. Este mismo concepto sugerido por E. Coseriu nos parece que es extrapolable del saber idiomático al saber expresivo; así, también podemos decir ‘escribir al modo de Lope de Vega’; o ‘hablar al modo de J. Goytisolo’. Entre inteligibilidad y corrección hay una relación directa, lo mismo que entre corrección y estilo. La inteligibilidad es una condición previa para que, en definitiva, se pueda valorar el hablar como correcto o no correcto, ya que lo que no he entendido tampoco puedo valorarlo como correcto o incorrecto. Por otra parte, para M.ª J. Korkostegi (1992), el estilo y la lengua mantienen unas relaciones tan estrechas que irremediablemente han de manifestarse en la gramática. Considera que la corrección gramatical se convierte en un requisito para poder hablar de buen estilo, ya que parece cosa cierta que la corrección gramatical no significa precisamente buen estilo, pero sin ella es imposible tenerlo. Así, el hecho de que E. Coseriu (1992) establezca tres planos o niveles de la actividad del hablar en correspondencia con tres planos del saber lingüístico, permite clasificar conceptos como saber elocutivo, saber idiomático y saber expresivo en relación con otros tres conceptos respectivamente: designación, significación y sentido. Atendiendo a la designación decimos si algo es congruente o incongruente, inteligible o absurdo; atendiendo al significado decimos si algo es correcto o incorrecto; atendiendo al sentido decimos si algo es adecuado o inadecuado, comporta estilo o no.

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Los juicios que se emiten en los tres planos del hablar presentan una característica general: pueden ser anulados de abajo a arriba. Si algo es adecuado, es indiferente si es correcto o congruente, y si algo es correcto, no importa si es también congruente. Por lo tanto, la adecuación puede anular la incorrección y la incongruencia, y la corrección puede anular la incongruencia. Esto nos parece de vital importancia en su aplicación al lenguaje literario ya que permite entender mejor la naturaleza de los tropos y figuras, interpretados como anomalías semánticas. Al respecto se pronuncia S. Gutiérrez (1996: 91) cuando afirma que frente a las anomalías o incorrecciones sintácticas (que se mantienen como tales en cualquier tipo de discurso), las anomalías semánticas pueden dejar de ser tales si nos situamos en otro mundo de pertinencia. En los cuentos infantiles y en las fábulas los árboles hablan, los caballos y las alfombras vuelan. Este hecho ha llevado a la pregunta: ¿se trata de anomalías de lengua o son simplemente hechos que contradicen nuestra experiencia diaria de la realidad? Todos sabemos que se puede hablar de una manera totalmente congruente y adecuada, aunque no se hable correctamente, y, a la inversa, se puede hablar de manera plenamente correcta y al mismo tiempo incongruente e inadecuada. Manifestaciones como «He oído que a su viejo ya no le queda mucho tiempo de vida», que veíamos en el capítulo 1.º, son plenamente correctas, pero en absoluto adecuadas en ciertos contextos. El ejemplo típico de la no corrección que los hablantes consideran adecuada en muchas lenguas es cómo se habla la propia lengua con extranjeros que no conocen o no conocen bien esa lengua. Los principios generales del pensamiento y el conocimiento general de las cosas son válidos en principio sin límite alguno; pero pueden, sin embargo, ser anulados por las lenguas particulares. Así, también veíamos cómo el principio de que la negación de una negación corresponde a una afirmación es válido antes de la diversidad de las tradiciones lingüísticas. A todo hablar es aplicable que cuando negamos lo negado estamos afirmando lo contrario de lo que es negado. Las lenguas particulares, sin embargo, pueden anular este principio. Hay muchas lenguas en las que dos negaciones no significan una eliminación, sino un refuerzo de la negación, y hay lenguas en las que dos negaciones son la regla. Cuando hay tales reglas de las lenguas particulares, toda discusión sobre la racionalidad o logicidad de las expresiones es absurda y superflua, puesto que la incongruencia es anulada por la tradición lingüística. En el plano lingüístico general se puede aceptar sin más el principio de que un singular hay que interpretarlo como unidad y no como pluralidad, cuando en la lengua correspondiente existe un plural para expresar la pluralidad. Ahora bien, cuando el uso literario del lenguaje utiliza el singular para expresar pluralidad, por sinécdoque «pars pro toto», aunque tiene un plural, se anula la norma general.

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El anacoluto –donde las conexiones son deficientes, ya que se señala en una dirección determinada y luego se continúa en otra distinta21– no se rechaza o no se considera deficiente, porque lo excluya una regla determinada de una lengua particular, sino porque normas generales del pensamiento válidas en todas las lenguas, las excluyen. Pero, ¿qué pasa cuando esas expresiones anacolúticas aparecen intencionadamente, cuando de alguna manera se da uno cuenta de que el hablante conoce las normas y que quiere contravenirlas? Entonces ya no estaríamos ante un caso de solecismo sino ante un caso de schema. El saber general, elocutivo, es un saber que nos permite interpretar lo dicho, aceptándolo como coherente o rechazándolo como incoherente. En la interpretación de lo dicho se aplica el principio de confianza, y esto se hace, porque se supone que el hablar tiene que ser coherente y porque en este aspecto se tiene confianza en los otros. Si la congruencia no es la habitual, suponemos otra congruencia. Esto sucede constantemente en el análisis del discurso literario. Las frases siguientes22: «En el desayuno me he tomado ocho fonemas; Este árbol canta hermosas canciones de Navidad; He guisado mi viejo piano», sorprenden negativamente, pero no porque no se diga en español, sino porque no coincide con nuestro conocimiento normal de las cosas ni con nuestro conocimiento del comportamiento habitual, no absurdo. Uno sabe que no es razonable cocer pianos; ahora bien, si efectivamente lo he hecho o me lo imagino literariamente, tengo que decirlo así en español. El conocimiento normal de las cosas, el conocimiento de este orden, también nos permite negarlo, por ejemplo, en el uso literario del lenguaje, en determinados puntos y suponer otro orden o el desorden, un mundo que en todo momento nos pueda igualmente sorprender. Las frases pleonásticas son excluidas desde el hablar en general porque no son en modo alguno informativas, no dicen nada nuevo, sino sólo lo que de antemano se supone de las cosas. Basta, sin embargo, con que neguemos o cuestionemos la realidad normal para que las expresiones que parece que hay que excluir se conviertan sin más en expresiones absolutamente normales y aceptables. Por consiguiente, la negación y la pregunta van a actuar como factores correctores, superadores del pleonasmo. En la literatura de ciencia-ficción, en la que se repre-

21

Un ejemplo como El lugar del crimen fue una casa pequeña y ocurrió hace tres meses está relacionado con la incongruencia de la referencia, ya que se observa desviación del principio de la congruencia con respecto al tema-objeto: se ha empezado a hablar del lugar y se añade con y una frase que se refiere al crimen y no al lugar. De alguna forma se ha incurrido en digresión. 22 Al hablar en todas las lenguas también hay restricciones que se aplican a nuestro conocimiento de las cosas. Lo que no coincide con estas, o bien con nuestra representación de ellas, no se dice. Por estas razones las frases que siguen se juzgan como desviadas.

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senta el mundo de otra manera, es perfectamente posible hablar sin más de lo habitual en nuestro mundo, porque allí es precisamente lo que llama la atención, por ejemplo: «El extraterrestre tenía dos manos y sólo diez dedos». En ese marco, en cambio, el texto sería muy informativo. Por lo tanto, si quisiéramos extraer del saber elocutivo un aprovechamiento para la lengua literaria, podemos obtener tres conclusiones de lo anteriormente expuesto: 1. El conocimiento general de las cosas, tal como son normalmente, y del comportamiento normal, no absurdo, nos permite aceptar lo dicho por ser congruente con las cosas o rechazarlo por incongruente: es el caso del anacoluto (transmutatio). 2. El conocimiento de las cosas nos permite también no decir lo que se presupone o sobrentiende sin más como normal o esperable. Hace posible que excluyamos, por elipsis (detractio), lo que es de esperar como no informativo y desviado: es el caso del pleonasmo (adiectio); o bien, en determinados contextos, que lo refiramos a otro mundo, a otra normalidad de las cosas, en las que hay que interpretarlo como inesperado, nuevo o informativo: es el caso de los tropos y figuras (immutatio). En efecto, no se dice lo virtualmente posible (lenguaje figurado: metáfora) y regular (pleonasmo, tautología), ya que, o contradice nuestra experiencia de la realidad extralingüística, o bien se supone de antemano en base al conocimiento de las cosas, de manera que no es necesario decirlo expresamente. 3. Ese conocimiento de las cosas nos posibilita, además, interpretar lo ostensiblemente incongruente, por ejemplo, la identificación ‘personas-cosas’, propias de las metáforas y símiles cosificantes y antropomórficos, de una forma congruente. La atribución de congruencia viene dada a través del conocimiento de las cosas y se trata de ver qué tiene más sentido en un contexto o situación determinados. Al saber que se aplica a cómo se habla en determinadas situaciones y que posibilita los juicios sobre la adecuación lo llama E. Coseriu saber expresivo. Centrándonos en el plano individual, tienen lugar anulaciones en mucho mayor número todavía. Hay, por lo menos para E. Coseriu (1992: 141 y ss.), tres tipos de anulaciones en el discurso (en el habla o texto), todas ellas aplicables al discurso literario: la anulación metafórica, la metalingüística y la extravagante. 1. La anulación metafórica es un procedimiento general de anulación en el que la congruencia propiamente dicha no está dada directamente por la lengua particular, que como tal en ese punto sería todavía incoherente, sino por la trans-

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posición del significado a otra designación distinta a la habitual de la lengua particular, o también por los valores simbólicos que se atribuyen a las respectivas cosas designadas. Por lo tanto, anulación de la incongruencia lingüística general en un sentido metafórico. Lo típico y peculiar de todo lo metafórico es el hecho de que los dos significados están dados al mismo tiempo, el propio y el metafórico, y que la incongruencia que resulta del significado propio es anulada por la congruencia del significado simbólico. También S. Arduini (2000: 170-171; 173-174; y 177-178) considera la metáfora como un procedimiento general cognitivo y hermenéutico. Para él, lo mismo que para P. Ricoeur (1976) y P. Valesio (1986), la metáfora no es un desvío, sino la única manera posible de dar orden al mundo. Si se acepta la idea de que no existe un lenguaje figurado contrapuesto a uno estándar, las metáforas no se pueden reconducir a un grado cero porque cualquier operación de este tipo haría desaparecer con su forma también el sentido del que son portadoras. Por ello cualquier traducción23 se encontrará siempre frente a la contradicción que la figura implica por su misma consistencia. La metáfora es un escándalo que obliga siempre a poner en discusión el saber compartido. Por ello Aristóteles (Retórica: 1405a8-10) afirmaba que «y claridad y agrado y giro extraño los presta especialmente la metáfora, y esta no se puede tomar de otro». A juicio de S. Arduini (2000: 155) nuestro pensamiento se estructura, además de por medio de un modelo lógico-empírico, según un modelo que podríamos llamar retórico24 y que coloca en primer lugar las figuras. La figura no es, pues, un simple medio microestructural, que atañe a la cohesión textual o a la coherencia semántico-intensional, sino más bien un universal antropológico de la expresión25. Entonces, la figura no es un revestimiento sino un instrumento indispen23

Para S. Arduini (2000: 157) la figura no comunica algo que está por otra cosa, su significado propio, sino que constituye el modo a través del cual estamos en condiciones de representarnos el mundo; no es una lectura que se superpone a una lectura ya existente sino que es lo que permite una lectura posible. 24 G. Vico (1990) estableció cuatro campos figurativos: metáfora, metonimia, sinécdoque e ironía. S. Arduini (2000) estableció seis campos: metáfora, metonimia, sinécdoque, antítesis, repetición y elipsis. Estos campos figurativos implican procesos universales de la expresividad que no se limitan únicamente a la expresividad lingüística. Ha sido E. Cassirer (1961-66 y 1992) quien ha subrayado que el mito, como el arte y el lenguaje, es un modo de manifestación universal de la expresividad humana. El mito es continua reformulación, continua recapitulación en la búsqueda de los comienzos, de los orígenes. Y el mito habla por figuras, trabaja según un principio explícitamente metafórico. Esto ha sido claramente visto por N. Frye (1969) que ha intentado proponer un cuadro de la organización del mito en relación al texto literario. 25 Según Gorgias, las figuras no son un mero ornamento, medios que cooperan sólo en el nivel sintáctico o semántico, sino que son configuraciones que revelan algunas de las estructuras centrales de la expresividad humana. (Sobre Gorgias, cfr. M. Untersteiner (1967); R. Vitali (1971); G. B. Kerferd (1988); y P. Cole (1991).

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sable de conocimiento; no es el punto de llegada de un proceso que parte de los datos naturales, sino que es el punto mismo de partida. 2. En el caso de la anulación metalingüística, la congruencia propia consiste en que lo incongruente es presentado como una realidad; es decir, se utiliza metalingüísticamente la expresión incongruente para el decir mismo, esto es, como designación de ese decir. Esto es aplicable al discurso teatral en la técnica de los Apartes y Acotaciones. 3. La anulación extravagante es aquella que se produce en el caso de la afirmación intencional de lo absurdo e incongruente. Con la lengua también se puede jugar, creando juegos de palabras; lo absurdo es pensable, y, por lo tanto, se puede expresar. En la anulación extravagante sigue existiendo la incongruencia; esta es tolerada porque se la reconoce como intencional. Se supone, por tanto, que muy probablemente lo incongruente no se debe al no saber (solecismo), sino que ha de ser considerado como buscado a propósito y, por esa razón, como anulado (schema). Por ejemplo, en Colorless green ideas sleep furiously26, el hablante corriente no diría en una primera toma de posición que es absurdo, aunque las ideas no tienen ningún color, y es imposible que sean al mismo tiempo incoloras y verdes. Además, no se puede dormir furiosamente. Es probable que lo primero que haga el hablante sea preguntar quién dice eso, cuál es el contexto y qué intención hay detrás. La frase podría estar en un poema o ser ella un poema entero. En efecto, puede decirse, con D. D. Bolinger (1975), que no se trata tanto de rechazar construcciones por imposibles sino más bien de encontrar contextos apropiados para esas construcciones. Igualmente, como dice R. Jakobson (1974: 74), la comprensión no tiene lugar únicamente a través del núcleo común, a través de lo que es común a dos o más sistemas diferentes. Tiene lugar, además, a través del conocimiento –por lo menos pasivo– del otro sistema y también a través de la determinación del hablar en el contexto y en la situación. Otro aspecto que me interesa tratar del saber expresivo es el hecho de que es tremendamente variado y las normas correspondientes tienen un carácter obligatorio muy diferente. En el caso de los géneros de texto no resulta posible hablar de normas específicas. En nuestra tradición, las normas para escribir una novela, por ejemplo, son todavía normas muy generales que permiten muchísima libertad en la configuración del texto. Ahora bien, cuanto más breve es el tipo o clase de texto, tanto más específicas y unívocas son sus normas. El soneto es una clase de texto en la que lo que está explícitamente fijado no es el contenido27, como en

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N. Chomsky (1957: 15). En nuestro Barroco sí estaba fijado el contenido. Lope de Vega en su Arte Nuevo de hacer comedias en este tiempo (apartado 5, vv. 305-312) alude expresamente al tema del amor como idóneo para el soneto. 27

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el caso de la noticia, sino a la inversa, la forma, esto es, desde el punto de vista métrico. La clase de texto silogismo, en cambio, está fijada tanto en el contenido como en su forma general, no en su forma lingüística particular. Esta fijación en la forma y en el contenido la encontramos todavía en mayor medida en clases de textos muy breves que son tradicionales en comunidades. Una forma de texto de estas características es el saludo. Para E. Coseriu la adecuación se presenta como el primer criterio de todos para los textos, porque bajo ese punto de vista, como ya se ha señalado anteriormente, se pueden anular normas lingüísticas no sólo generales sino también particulares. El hablar puede ser perfectamente correcto bajo el punto de vista de la lengua particular y, a pesar de ello, no satisfacer el criterio de la adecuación. Este hecho pone claramente de manifiesto que la competencia textual es autónoma frente a la competencia lingüística particular. Por ello, además de la corrección lingüística particular hay, desde la Antigüedad, una norma general para los discursos. Esa norma consiste en que el hablar ha de ser adecuado al destinatario, al objeto del hablar y a la situación específica. Con respecto al destinatario, un discurso o texto es apropiado o inapropiado; con respecto al objeto representado, un discurso o un texto es adecuado o inadecuado; con respecto a la situación o a las circunstancias del hablar, un discurso o texto es oportuno o inoportuno. Los textos igualmente tienen un contenido especial y autónomo. Para ese contenido introduce E. Coseriu el término sentido y lo contrapone al término designación en el plano lingüístico general, y al término significado en el plano lingüístico particular. Si se quiere entender «Buenas tardes», no se debe entender sólo como designación con respecto a la realidad extralingüística y como significado en la lengua particular, sino que hay que captar también su sentido como texto. Hay que entender, por ejemplo, su fuerza ilocutiva, es decir, si se trata de una aseveración o un saludo, y estos si son irónicos o no. Al emitir un texto, el autor lo dota de una significación lingüística y de un sentido comunicativo, que será en parte creación o respuesta del propio receptor. Cuando un alumno extranjero28, ante el requerimiento de su profesor: «¿Quiere salir a la pizarra, por favor?», contesta: «No, gracias», demuestra que no ha comprendido el sentido eufemístico en el texto de la orden29.

28 Por eso el sentido se debe tener muy en cuenta en la enseñanza de una Lengua 2. Aprender una lengua es, más que adquirir léxico o estructuras sintácticas, aprender a significar, es decir, asimilar los usos del lenguaje y el potencial de significado a ellos asociado. 29 La orden se modula según los distintos planos en: exhortación (plano del hablar en general); imperativo (plano de las lenguas particulares); y la exhortación individual efectiva con los rasgos suplementarios que en cada caso la caractericen: exhortación irónica, exhortación a lo posible o a lo imposible (plano del discurso).

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U. Eco (1981) sostiene que la sustitución retórica es un caso típico de sentido indirecto. El lenguaje dice algo en el nivel denotativo que contradice nuestra experiencia, por lo que suponemos que la frase en cuestión transmite otro sentido. Para M. Bajtín (1976), un mismo signo tiene un significado, que se ha formado objetivamente a lo largo de la historia y que, en forma potencial, se conserva para todos los hablantes. Y tiene además sentido, que consiste en la elección de aquellos aspectos y relaciones ligados a la situación dada. El sentido es más amplio que el significado, ya que de las varias zonas del sentido, la más estable y específica, que se mantiene a través de los cambios contextuales, es el significado. Para este investigador no existe un límite estricto entre sentido y significado. Los define, respectivamente, como el límite más alto y más bajo de la significación lingüística. Así, hace referencia a las significaciones contextualizadas del sentido y a las significaciones descontextualizadas del significado. S. Gutiérrez (1996: 57) entiende por sentido de un mensaje la totalidad de contenidos que se transmiten en una comunicación concreta. El sentido, es por consiguiente, la conjunción y el resultado de diferentes dimensiones significativas30. No es una unidad de significación lingüística, sino un elemento de carácter pragmático. Para que un acto de comunicación no resulte fallido el receptor ha de captar todo cuanto el emisor desea transmitirle. Por lo tanto, la noción de sentido que propone S. Gutiérrez se aproxima a la conjunción de los tres tipos de significado de los que habla el filósofo inglés P. F. Strawson (1970: 19): el significado lingüístico, el significado referencial, la fuerza ilocutiva, las presuposiciones y los sobrentendidos. Lo aislado muchas veces no se puede interpretar con exactitud. Toda interpretación es primeramente la integración en una situación, o en un contexto y en un tipo de discurso. Los fenómenos semasiológicos de la polisemia y la homonimia así lo demuestran. A la lengua literaria le convienen más las posibilidades que las realizaciones. La distancia entre el mundo literariamente representado y el real está ya calculada en la Poética de Aristóteles cuando afirma que la diferencia entre el historiador y el poeta está en que uno dice lo que ha sucedido y el otro lo que podría suceder. Los conceptos coseriuanos de norma, sistema, tipo31, nos permiten

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F. François (1973), desde un punto de vista lingüístico, propone un análisis de la comunicación en tres niveles jerarquizados: a) un nivel propiamente lingüístico, el de la función distintiva de los fonemas y la función significativa conceptual de los monemas; b) un nivel expresivo, que recoge los rasgos afectivos o conativos no abarcados por el nivel anterior; y c) un nivel de elaboración lingüística, que superpone significaciones distintas a las ya obtenidas. 31 La distinción cuatripartita –tipo, sistema, norma y habla– y la concepción del sistema como haz de posibilidades abiertas se encuentran desarrolladas en E. Coseriu (1973a, 1977 y 1981b).

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entender el margen de creación que las posibilidades de la lengua ofrecen, ya que el sistema va más allá de la norma y el tipo más allá del sistema. La norma comprende únicamente los hechos ya realizados, mientras que el sistema abarca tanto los hechos realizados como los hechos posibles en base a oposiciones ya dadas; y los principios del tipo de la lengua posibilitan no sólo las funciones y oposiciones ya existentes, sino también muchas otras que posiblemente no se crearán nunca. El sistema32 es sistema de posibilidades con respecto a la norma, el tipo es sistema de posibilidades con respecto al sistema. En este sentido, toda lengua es una técnica abierta o dinámica. Cuando se habla de lenguaje figurado –ese nutrido elenco de tropos y figuras– pensamos en una terminología, en un lenguaje técnico, ya que las terminologías técnicas constituyen utilizaciones del lenguaje para clasificaciones diferentes y autónomas de la realidad o de ciertas secciones de la realidad. Las terminologías no están estructuradas, son simples nomenclaturas enumerativas que corresponden a delimitaciones en los objetos, aunque estos puedan pertenecer a una realidad abstracta o imaginaria como en los metaplasmos, metataxis, metalogismos y metasememas. Por lo mismo, las oposiciones terminológicas tienden a ser exclusivas; de acuerdo con el principio de contradicción, en cada nivel de la clasificación cada término, cada figura, cada tropo, intenta y aspira a ser distinto de todos los demás. Ahora bien, no siempre se logra, puesto que en la terminología figurada la traducción es un trabajo muy difícil cuando no imposible, ya que no se sustituyen los significantes sino que se transponen los significados con modificación tanto extensiva como intensiva, de tal manera que las oposiciones excluyentes propias de la nomenclatura terminológica se hacen con gran frecuencia incluyentes en la retórica, borrándose los límites entre enálage y figura, saltando de lo terminológico a lo lingüístico y a lo estilístico. Pongamos algunos ejemplos al respecto: si se abre el Libro de Buen Amor por la p. 20733, uno se encuentra con el «Enxienplo de lo que conteçió a don Pitas Payas pintor de Bretaña». Con referencia al esquema sintáctico intentaremos identificar en los nexos expresos dos aspectos: a) los usos sintácticos de éstos atendiendo a su información gramatical, con independencia del contexto lingüístico; y b) los usos estilísticos de los nexos atendiendo a su información semántica con dependencia del contexto lingüístico del enxienplo.

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Para E. Coseriu (1973a: 98) el sistema de la lengua no es sólo lo ya solidificado como herencia del pasado ni lo actualizado en el presente, sino también un haz abierto de posibilidades futuras aún no realizadas: «Podríamos decir que, más bien que imponerse al individuo, el sistema se le ofrece, proporcionándole los medios para su expresión inédita, pero, al mismo tiempo, comprensible para los que utilizan el mismo sistema». 33 J. Ruiz, Arcipreste de Hita (1988: 207-210).

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Si se comienza por lo primero propuesto, se ve cómo el pronombre relativo que independientemente de estar en este contexto o en otro que se pueda imaginar, siempre actúa como introductor de subordinadas adjetivas de relativo. Lo mismo ocurre con la conjunción subordinante condicional si, como introductora de subordinadas circunstanciales condicionales. Otros ejemplos pueden ser la conjunción completiva que con verbos dicendi o con verbos de percepción sensible o intelectual. En este caso, aunque se tiene en cuenta el contexto de estos verbos que preceden al nexo, la intención y sentimiento del autor no entra en juego. «Dijo que» o «vio que», siempre son estructuras introductoras de subordinadas sustantivas de objeto directo, esté en boca de J. Ruiz o de cualquier otro escritor-emisor; no es, pues, susceptible de manipulación por parte del poeta, ya que son esquemas fijados por la Gramática. En la misma situación se encuentran otros nexos, incluso alguno más complejo, como es el caso de la conjunción comparativo-modal más ... que. En ella el matiz modal corresponde más al terreno de la Gramática que al de la Estilística, puesto que es un componente asociado a la comparación de forma más estable por la sintaxis, que libre, por el autor–emisor. Si se pasa ahora al segundo punto, el que hace referencia a los usos estilísticos de estos nexos, nos encontramos con márgenes de mayor libertad o flexibilidad que la que proporciona la Gramática, dado que en este segundo apartado la intencionalidad afectiva del escritor ya entra en juego. Así, se dan la final por que, estrofa 476; la causal-consecutiva que, estr. 478; la modal-causal commo, estrs. 478, 483, 484; la copulativa-final e, estrs. 478, 482, 486; la completivacausal que, estr. 480; la causal-condicional que, estr. 483; la copulativa-condicional e, estr. 484; la consecutiva-causal por ende, estr. 485; la copulativa-temporal e, estr.486; la modal-condicional sí, estr. 487; la temporal-condicional quando, estr. 488; la concesiva-condicional quier, estr. 488; la concesiva-condicional que, estr. 489; y la causal-concesivo-condicional por ... que, estr. 489. En estos ejemplos se necesita del contexto lingüístico del enxienplo de Pitas Payas para la clasificación que se ofrece, pero ya no sirve otro contexto cualquiera que se pueda imaginar. Además se necesita de la intencionalidad y afectividad del escritor en muchas ocasiones para interpretar adecuadamente el matiz expresivo que actualiza el texto. Obsérvese, por otra parte, cómo en los nexos regidos por el esquema gramatical, aparece una clasificación bastante sencilla de estos nexos: o copulativos, o finales, o temporales, o comparativo-modales, como máximo. En cambio, en los otros nexos regidos por el esquema estilístico, surge una clasificación mucho más compleja; se habla entonces de copulativo-finales, consecutivo-causales, completivo-causales, copulativo-condicionales, concesivo-condicionales, o incluso, causal-concesivo-condicional.

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Para el lenguaje figurado resulta interesante la propuesta hecha por E. Coseriu (1991: 100-101), entre zona y ámbito34. De los dos conceptos, el segundo es el que va a dar más juego en el terreno literario. Si la zona es el espacio en el que se conoce y se emplea una palabra como signo lingüístico; el ámbito es el espacio en el que se conoce un objeto como elemento de un dominio de la experiencia o de la cultura. Un ámbito puede ser más estrecho que la zona correspondiente o, por el contrario, incluirla; puede ser totalmente exterior a una zona o coincidir con ella. Estas diferencias contribuyen a la resonancia estilística de las palabras, ya que, por ejemplo, toda palabra empleada fuera del ámbito al que se refiere evoca ese ámbito. Así, los dialectalismos o palabras con saber local, los vulgarismos o palabras con saber social. Es lo que S. Gutiérrez (1996) denomina connotaciones por nivel de lengua. A estas evocaciones les ha sabido sacar rendimiento el lenguaje figurado. B. Pottier (1963: 11-18; 1964: 130 y ss.; 1977: 72-83) las aprovechó incluyéndolas dentro del semema en el virtuema. Para B. Pottier (1976: 78): «Es virtual todo elemento que está latente en la memoria asociativa del sujeto hablante, y cuya actualización está ligada a los factores variables de las circunstancias de comunicación. El virtuema representa la parte connotativa del semema. Depende mucho de las experiencias socioculturales de los interlocutores». Por ejemplo, la connotación de ‘muerte’, ‘tragedia’ que en F. G. Lorca tiene el color verde, a raíz de la experiencia vital que en su niñez tuvo el poeta al ver una mujer flotando en un pozo con los cabellos extendidos, bañados por el limo. También el conocimiento de las cosas y las apreciaciones y opiniones concernientes a las cosas son importantes en lo que se refiere a la fraseología metafórica. En virtud de las correspondientes asociaciones, frases como en francés Il est un boeuf pour le travail, son de por sí más probables, y estilísticamente más eficaces que il est un canard pour le travail. Las frases metafóricas surgen fundamentalmente gracias a tales asociaciones y, por otra parte, contribuyen –como también los sintagmas estereotipados– a hacerlas tradicionales. La connotación, muy presente en el lenguaje figurado, establece una relación estrecha con el metalenguaje. L. Hjelmslev (1971: 165) considera que tanto el metalenguaje como la connotación son signos y que incluyen en uno de sus planos los estratos propios de otra semiótica (expresión y contenido). En el lenguaje figurado construimos un metalenguaje mediante lenguaje primario. Si el lenguaje primario es el lenguaje cuyo objeto es la realidad no lingüística, el metalenguaje35 es un lenguaje cuyo objeto es, a su vez, un lenguaje. Así, en una metáfora, el

34 Para una mayor información puede consultarse el artículo de E. Coseriu: «Determinación y entorno». 35 R. Jakobson (1971: 345-359) pone en tela de juicio la sustancial arbitrariedad de los signos lingüísticos y añade nuevos aspectos icónicos del lenguaje a los fonéticos y morfológi-

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término real nos sitúa en el lenguaje primario, mientras el término imaginario lo hace en el metalenguaje. Desde el punto de vista diacrónico, ciertos elementos surgidos en el metalenguaje del discurso poético pueden ser adoptados en el lenguaje primario y, de este modo, volverse elementos de lengua y entrar en oposiciones semánticas de lengua; así, en español la falda del monte se opone a la cima del monte y no a la blusa del monte, por ejemplo. Al oponerse falda a cima se están poniendo en relación la diacronía de falda con la sincronía de cima; o, si se quiere, un elemento de la lengua histórica con otro de la lengua funcional. Para la lengua literaria importa más la lengua histórica que la lengua funcional, puesto que la técnica sincrónica del discurso correspondiente a una lengua histórica no es nunca una técnica unitaria. Se registran, en efecto, en tal técnica, tres tipos de diferencias internas: diferencias diatópicas, diastráticas y diafásicas. En este sentido, una lengua histórica no es nunca un solo sistema lingüístico, sino un diasistema: un conjunto de sistemas lingüísticos, entre los que hay a cada paso coexistencia e interferencia. Aparejados con los conceptos, propuestos por E. Coseriu (1991: 118-123, de lengua histórica y de lengua funcional, van otros dos: arquitectura y estructura. Dichos conceptos van a tener su importancia en la aplicación al discurso literario. Se entiende por arquitectura de la lengua el conjunto de las relaciones entre los dialectos, los niveles y los estilos de lengua que constituyen la lengua histórica. La arquitectura de la lengua no debe confundirse con la estructura de la lengua, que corresponde exclusivamente a las relaciones entre los términos de una técnica del discurso determinada que constituye la lengua funcional. Entre los términos diferentes desde el punto de vista de la estructura de la lengua hay oposición; entre los términos diferentes desde el punto de vista de la arquitectura de la lengua hay diversidad. Por ejemplo, el hecho de que laminero y lambón sean términos diferentes (es decir, de que no signifiquen lo mismo), en el español dialectal, es un hecho de estructura, una oposición entre el uso dialectal aragonés y gallego. Por el contrario, la relación entre los términos diatópicos: laminero, lambón del español dialectal y el término goloso del español común, no dialectal, es un hecho de arquitectura de la lengua, una diversidad. En el lenguaje literario interesa más la diversidad que la oposición. La aportación de los buenos escritores se hace sobre todo desde la arquitectura de la lengua histórica, enriqueciendo el idioma mediante lo diverso. Por último, otro punto a favor de la lengua literaria es el hecho de que, si en la estructura de la lengua hay, en principio, solidaridad entre significante y signi-

cos: las figuras del significado –metáforas, metonimias, etc.– están parcialmente motivadas por la existencia de signos anteriores.

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ficado36, en la arquitectura de la lengua se registran significantes análogos para significados diferentes, y significados análogos expresados por significantes diferentes. Casos prototípicos de semasiología como la polisemia, la homonimia; y de onomasiología, como la sinonimia, tan utilizados y explotados en el lenguaje literario, obedecen a ella. Según todo lo expuesto, podemos decir que la competencia literaria permite diseñar un marco general donde queda inscrito el lenguaje literario y donde son entendidas sus peculiaridades, no tanto como desviaciones de la norma, sino más bien como posibilidades virtuales que ofrece el sistema de la lengua, abandonando así un criterio, que limita, por otro, que potencia.

36 Significantes diferentes corresponden a significados diferentes, y a la inversa. En este sentido L. Hjelmslev (1987: 186-187) propugnó su isomorfismo.

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CAPÍTULO 3

GRAMATICALIDAD Y LITERARIEDAD. CONCEPTO LINGÜÍSTICO DE ESTILO

Es claro que toda lengua, conservando un mismo núcleo, tiende a diversificarse en variantes –registros1– que se organizan, por un proceso de socialización, en lenguas especiales al servicio de los intereses específicos de los distintos grupos sociales. De ahí la conveniencia de fundamentar lingüísticamente el fenómeno literario, y de documentar históricamente la trayectoria de los estudios lingüísticos sobre la literatura, a través de sus principales hitos, para después desarrollar las mutuas relaciones existentes entre gramática y estilo, con una aportación personal de ejemplos, que sirvan no sólo de ilustración, sino también de confirmación, a la tesis que voy a defender en este capítulo. Empezando por lo primero que me he propuesto, diré que las fronteras entre lenguaje y literatura son más formales, de orden metodológico, que materiales, de naturaleza sustancial. R. Senabre (1995) en su artículo «Lengua coloquial y lengua literaria», parte de un solicitado consenso: «[…] todos convendríamos, si nos viéramos apremiados a hacerlo, en que la literatura es una forma de lenguaje». Esto último, «forma de lenguaje», tiene, cómo no, su versión coloquial –muy gráfica en la anécdota que se cuenta seguidamente en el artículo, ocurrida hace años en un café madrileño, famoso entonces por sus tertulias literarias–: «Tres o cuatro escritores hablaban de poesía en torno a una mesa, mientras el limpiabotas habitual del establecimiento pulía los zapatos de uno de ellos. En el momento de cobrar el servicio y aprovechando un breve silencio de los parroquianos, el limpiabotas apuntó: “Eso de la poesía, señores, no es más que una manera de decir las cosas, ¿no?”». Cualquier hablante con una mínima competencia idiomática, incluido nuestro limpiabotas de la anécdota, distingue con facilidad los variados registros que hay en el lenguaje oral y escrito, los siente como diferentes, los acepta o no según el grado de coherencia que muestren con respecto al contexto o a la situación en que se producen. Así, cualquier lector identificaría el perfil barriobajero de la frase de Las galas del difunto, de R. M.ª del Valle-Inclán: «Bastón y bombín para irme de naja, que me espera una gachí de mistó», tan distinta, por ejemplo, de

1 La estratificación del uso lingüístico, de ahí el uso literario del lenguaje –mejor que lengua literaria–, frente a otros usos tipificados

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aquel verso de R. Darío, que fuerza, por cierto, una entonación impostada, en su «Responso a Verlaine»: «Que púberes canéforas te ofrecen el acanto», del que, según se ha contado, Lorca afirmaba humorísticamente que sólo entendía el «que» inicial. Esta percepción de los diferentes registros se mezcla con otra intuición no menos operante que también se da en el usuario de cualquier lengua, de que existe un uso común, informativo, cotidiano del lenguaje, que nos sirve para comunicarnos con los demás en toda clase de funciones prácticas, y otro uso muy distinto, de carácter artístico, en que la elección de las palabras y la disposición de las frases son más calculadas, atienden al ornato de la expresión, se ajustan a ciertos artificios. El hecho de caracterizar el uso literario del lenguaje respecto de la oposición que marca con el uso coloquial, tiene su inicio en los estudios de los formalistas rusos, según V. Erlich (1974). Dice al respecto B. Eichenbaum (1965: 43) en «La teoría del método formal» que «la differentia specifica del arte no se expresa en los elementos que constituyen la obra, sino en el uso particular que de ellos se hace». Los formalistas opinan que al texto poético subyacen al menos dos sistemas diferentes: uno lingüístico, el otro poético o ‘connotativo’, que es el que importa. Por su parte, F. Rodríguez (1975) piensa que los rasgos característicos de la lengua literaria destacan mucho más si se los compara no con la lengua común, sino con una especialización en sentido contrario de ésta, la lengua científica, puesto que considera la lengua literaria como una de las dos especializaciones fundamentales de la lengua común. A. J. Greimas (1969), en cambio, en «Las relaciones entre la lingüística estructural y la poética», admite la afirmación de que todo texto poético, literario, es, básicamente, un texto lingüístico, en el sentido de que el texto poético es simplemente un uso muy particular de la lengua (por lo que la Poética no es sólo una teoría derivada, sino también una parte integrante de la Lingüística). J. Cohen (1977) en La estructura del lenguaje poético adoptará una postura intermedia entre los formalistas y los estructuralistas, al considerar que al texto poético le subyace sólo un sistema, pero especial: un sistema ‘connotativo’ o emotivo, incompatible con el sistema lingüístico, que es denotativo e intelectual. Defenderé la tesis de que al texto literario no subyace otro sistema que el lingüístico, aunque manifestado en un uso o norma que, total o parcialmente, contrasta con la manifestación normal o usual de ese mismo sistema lingüístico. Frente a la opinión de J. Cohen de que el texto poético viola la lengua, la tesis que propongo permite mostrar que tales ‘violaciones’ no afectan en absoluto al sistema, sino únicamente –y eso sólo en parte2– a la norma o uso que habitual2 Puesto que en la creatividad del cambio lingüístico hay límites. Es una ilusión la de que por encima de la palabra o de la oración, si se quiere, el autor disfruta de plena libertad. Al

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mente manifiesta ese sistema. J. Cohen habla de la lengua como de un código sin atender a la existencia en ella de una jerarquía de estratos (esquema, sistema, uso, habla) que L. Hjelmslev y E. Coseriu han sido los primeros en señalar; por eso ha llegado a conclusiones difíciles de aceptar por parte incluso de una teoría lingüística simplificada. Las correspondencias terminológicas entre L. Hjelmslev y E. Coseriu han sido observadas por O. Ducrot (1972: 163 y ss.) en «Norme»: L. Hjelmslev: esquema norma E. Coseriu: Ø sistema

uso3 Ø acto lingüístico norma social norma individual hablar concreto

R. Jakobson (1975: 395) en «Lingüística y Poética» hace un llamamiento, ya famoso, a la solidaridad que debe existir entre el lingüista y el literato: «Un lingüista que preste oídos sordos a la función poética del lenguaje y un estudioso de la literatura indiferente a los problemas lingüísticos y no familiarizado con los métodos lingüísticos son anacronismos flagrantes». V. Lamíquiz (1978), heredero de este espíritu solidario, se pregunta al principio de la Introducción de su libro Sistema lingüístico y texto literario: «¿Por qué la tarea del lingüista va a quedar reducida al estudio del texto común? La dedicación al trabajo de desentrañar las leyes del lenguaje humano puede y debe abarcar todo texto verbal comunicativo». Es más, «en el texto poético se consigue una condensación de los poderes del lenguaje», según P. Caminade (1970: 57); «el lenguaje poético realiza prácticamente la totalidad del código que el hombre tiene a su disposición», ahora con palabras de J. Kristeva (1967). Para V. Lamíquiz el texto lingüístico común se distingue del texto literario al quedar éste marcado por los rasgos de la literariedad; y el texto poético queda, a su vez, diferenciado por los rasgos de la poeticidad. En estos dos últimos tipos de mensajes no interesa el qué sino el cómo. Asimismo, considera que en la serie cronológica y cronogenética de la realidad textual, lo lingüístico precede a lo literario. De esto último no estoy tan segura. Creo poder aportar dos testimonios que podrían servir como contrarréplica al orden que formula V. Lamíquiz4. El primero viene de la mano de R. Jakobson (1981: 80), cuando en Lingüística, Poética, Tiempo dice que «Blok y Maiakovski, por otro lado tan diferentes, consideraban ambos que el elemento temporal era el principio determinante del acto de creación en poesía. Para ellos,

contrario, está atado a esquemas tradicionales, lo mismo para seguirlos que para alterarlos. Véase al respecto, E. Coseriu (1973c). 3 La glosemática sitúa el estudio del signo en el uso, entendido como conjunto de hábitos adoptados por una sociedad. 4 Otros testimonios pueden encontrarse en el libro de H. Montes (1975: 95 y 171-172).

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el ritmo era lo primordial y la palabra lo secundario». V. Maiakovski5 describió la manera cómo comenzaba a componer un poema en su célebre folleto Cómo hacer versos: «Ando y gesticulo, berreo –apenas sin palabras aún– acorto el paso para no entorpecer este bramido o bien berreo más de prisa, al compás de mis pasos. Así se va puliendo y va tomando forma el ritmo, base de todo lo poético, que lo atraviesa como un rumor. Gradualmente, de este rumor se empiezan a sacar palabras aisladas. ¿De dónde procede este ritmo-rumor fundamental? No se sabe. Para mí es toda repetición en mí de un sonido, de un ruido, de un balanceo o incluso, mirándolo bien, la repetición de cada fenómeno que marco mediante el sonido». El fenómeno de la repetición al que alude V. Maiakovski me sugiere, inevitablemente, la propia etimología del término versus, el verso contiene la idea de un retorno regular; al contrario que la prosa, a la que la composición etimológica del término prosa (provorsa) presenta como una progresión directa. También me sugiere el propio concepto de función poética de R. Jakobson, que quedó formulado en esta ley: «La función poética proyecta el principio de equivalencia, del eje de la selección sobre el eje de la combinación». El segundo testimonio viene de parte de J. Saramago cuando en la entrevista titulada «Ética de la palabra»6 confiesa, refiriéndose a su quehacer novelístico, que «yo mismo, a veces, para penetrar el sentido de un texto, lo leo en voz alta. No sé si esto, desde el punto de vista artístico, es más o menos eficaz, pero a veces siento la necesidad, cuando estoy escribiendo y lo que tenía que decir ya está dicho desde un punto de vista informativo o puramente lógico, de añadir por musicalidad unas cuantas palabras que eleven y sostengan la frase». De nuevo, por tanto, la palabra –elemento lingüístico– subordinada al ritmo –elemento poético–. Es ahora cuando la frase de I. Tynianov7 parece cumplirse: «La libertad de creación aparece como un slogan optimista, pero no se corresponde con la realidad, y cede su puesto a la “necesidad de creación”». Permítaseme aportar otro dato que extraigo de F. Lázaro en Estudios de Poética8. Al estimarse la fuerza modeladora del verso, su capacidad para imponer una configuración a la lengua poética y a la poesía misma, cita F. Lázaro a F. de Herrera, tal vez como el primer español que empleó la palabra estructura, «y precisamente en un tratado sobre poesía [1580: 399], era ya consciente de tal influencia, y daba la palma a los poetas cuyos versos “fuercen la materia” sobre aquellos otros “en que la materia fuerce los versos [1580: 283]”». Por lo tanto, lo poético precede a lo lingüístico.

5 6 7

V. Maiakovski [1998]. J. Saramago: (1996: 9). I. Tynianov (1927: 132).

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Igualmente, también se dan casos donde lo extralingüístico puede preceder a lo lingüístico; por ejemplo, en el proceso de creación de la etimología popular. Deslizaré una anécdota de tipo personal. Se refiere a mi hijo mayor, cuando tenía cuatro años y era aprendiz de inglés, refiriéndose a ‘Peter Pan’ lo llamó Peter man. Posteriormente, mi hijo pequeño, también por esa edad, me corrigió el término ‘trabalenguas’ sustituyéndolo por tragalenguas, que era, por supuesto, el que consideraba apropiado. Tanto el lingüista como el literato se preocupan por el mismo objeto: el texto literario o poético. Y no son los únicos. Pero la observación de ese mismo objeto queda realizada desde diferentes puntos de vista. La lingüística considera el texto como resultado comunicativo de un poner en funcionamiento el conjunto de leyes dinámicas de la estructura de la lengua. Es, pues, una consecuencia de la operatividad lingüística de la génesis verbal9. Se ve el texto en su producción, o sea, de la lingüística al texto. La literatura, en cambio, toma el texto ya resuelto en comunicación y lo precisa en una serie de datos de época, autor y pensamiento, en todo estudio posible de un enfoque o consideración históricos, para lograr una interpretación explicativa suprahistórica o ahistórica; es decir, del texto a la literatura10. Simplificando un tanto las cosas, podría decirse que la historia de la lengua española, tal como se encierra en las más conocidas monografías existentes, es fundamentalmente una historia de la ‘lengua literaria’, es decir, de los usos lingüísticos registrados y preservados en las obras escritas que han llegado hasta nosotros. Paralelamente, también podría decirse que la historia literaria es un dilatado recorrido por aquellas obras que, contempladas desde nuestra perspectiva, constituyen los modelos máximos de lenguaje en cada época. Decía al respecto H. Schuchardt que «el lenguaje, nacido de la necesidad, alcanza su cima en el arte»11. Recuérdese que en esta línea fueron los primeros pasos dados por la Real Academia Española en el s. XVIII, en su concepción de la Gramática como arte y no como ciencia12. Terminaré este primer punto de la primera parte citando a F. Rodríguez con las siguientes palabras: «En el concepto de ‘lengua literaria’ nos encontramos en

8

F. Lázaro (1976: 78). Para el desarrollo de esta perspectiva viene muy bien la doble concepción humboldtiana de lengua como energía y como érgon. También la concepción dinámica de la lengua por parte de un B. Croce, un K. Vossler, un L. Spitzer, un E. Coseriu, etc. 10 Cfr. R. Harweg (1973). 11 Referencia tomada de R. Lapesa (1988: 1773). 12 Una buena documentación acerca de la gramática como la primera de las tres artes liberales del Trivium nos la ofrece H. Lausberg (1990: 70-79), en el tomo I. 9

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un punto en que los de lengua y estilo vienen a identificarse. La “lengua literaria” es, por una parte, lengua; por otra, es lengua dotada de unas características especiales que más o menos claramente identificamos con hechos de estilo. El estilo no es otra cosa que un uso especial de la lengua dentro de unas características comunes, de ello deriva, en definitiva, la conclusión de que literatura y lengua no son más que caras o aspectos diferentes de una misma realidad»13. Si ahora continúo con el segundo punto de esta primera parte, es decir, con la trayectoria histórica de los estudios literarios que han seguido las distintas corrientes lingüísticas, tanto en España como fuera, me remitiré sólo a los principales hitos, mencionando en primer lugar a R. Menéndez Pidal y su Escuela. Es sabido que la Filología hispánica ha hecho de siempre un principio suyo fundamental el conjuntar el estudio de la lengua con el de la literatura. Con esto seguían un viejo principio, pues la gramática se creó en Grecia precisamente en el curso del estudio de los textos literarios y como contribución a su interpretación. No está de más recordar aquí el común origen etimológico de gramática y literatura. En realidad, durante algún tiempo ésta ha podido parecer una actitud tradicionalista, desfasada respecto de lo que se hacía en otras partes del mundo. Pues había sucedido que Lingüística y Literatura se habían convertido en dos campos totalmente independientes. La expulsión violenta de la Literatura del campo de la Lingüística tuvo lugar, como se sabe, por obra del movimiento de la Gramática histórica y comparada, que surgió en Alemania en el s. XIX. Desde un punto de vista historicista y relativista, las valoraciones de los distintos estados de lengua por su valor normativo o, al revés, como fases aún no maduras o corruptas, no tenían razón de ser. Estas valoraciones procedían de hechos de historia cultural y literaria. Se aprendió a mirar directamente a la realidad de la lengua en todas sus manifestaciones, incluso las más humildes. De ahí no había más que un paso hasta considerar la lengua literaria algo así como una lengua falsificada, alejada de la verdad del idioma, artificial. Su estudio quedó relegado a la literatura, o a una retórica o teoría del estilo impresionista y deficiente. El nuevo impulso que recibió en el s. XX el estudio sincrónico de las lenguas actuó en un principio en este mismo sentido. F. de Saussure desvalorizó y dejó prácticamente fuera del estudio científico, en calidad de ‘habla’ (parole), todo aquello que no pertenece al núcleo más íntimo del sistema, a las regularidades que indefectiblemente siguen todos los hablantes. La lengua literaria quedó así apartada del estudio de la Lingüística, proscrita tanto de la diacronía como de la sincronía, cual una nueva Palestina, en tierra de nadie.

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F. Rodríguez (1975: 74-75 y también 71).

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La Escuela de Copenhague postuló un estudio puramente formal de la lengua, la constitución de un ‘álgebra del lenguaje’ que estudiara las funciones entre las distintas unidades desde puntos de vista absolutamente formales, y desentendiéndose para establecer esas unidades de los criterios semánticos, a pesar de que esta escuela reconoce que a la forma de la expresión corresponde siempre una forma del contenido. Pero, salvo excepciones como el estudio de la categoría del caso por L. Hjelmslev (1935), era la forma de la expresión lo realmente estudiado; y en todo caso se trata del núcleo más central de la lengua, no de una zona marginal, como es la lengua literaria. En relación otra vez con L. Hjelmslev, J. A. Martínez (1975: 101), citando a B. Christensen (1967a: 61), recoge una idea fecunda para la creación estilística, de la que me hago eco: «Como puede verse, sólo Hjelmslev [a diferencia de Martinet y Chomsky] admite la posibilidad de que los signos cambien totalmente sin que lo haga la lengua, y de que ésta siga siendo la misma lengua». Asimismo, la Escuela descriptivista americana, que comenzó como una técnica para la descripción de las lenguas indígenas de Norteamérica, empezó despreocupándose del sentido. Aunque para la segmentación de unidades es evidente que en el fondo contaba con el sentido ya que la técnica de la conmutación se basa en su existencia. Pero para determinar las unidades (morfemas o palabras) de la lengua objeto de estudio, el investigador se limitaba a preguntar al informante si, al sustituir una unidad paradigmática por otra, resultaba un sentido total igual o diferente en el sintagma; no entraba en cuál era la diferencia. Ahora bien, también en el siglo XX, fuera de España, se han dado algunos puntos de arranque a partir de los cuales vuelve a establecerse o puede esperarse que se establezca la nueva conexión entre lengua y literatura. Uno de ellos es la nueva Estilística. Precisamente un discípulo de F. de Saussure como es Ch. Bally (1926/1977) llegó pronto a interesarse por aquello que es más cambiante en la lengua: por los elementos expresivos y afectivos del habla, que luego, históricamente, se fosilizan y sistematizan hasta convertirse en parte de la Gramática14. De sus estudios se deduce que toda esta zona marginal que es el estilo envuelve al núcleo de la lengua y es esencial para comprender la evolución de este último. Aunque desde la Estilística del habla, K. Vossler viene a coincidir con Ch. Bally al proclamar que los cambios lingüísticos han sido creación antes que evolución, estilo antes que gramática. Por esta vía de la nueva Estilística en sus dos vertientes (lengua y habla), la Gramática estructural ha llegado a penetrar en los problemas de la lengua literaria. Por aquí, también se ha confluido con las ideas avanzadas por los formalistas rusos.

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Cfr. V. Demonte (1995-96).

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Por otra parte, en los estudios de Semántica, un autor como S. Ullmann (1964 y 1965) conjunta el estudio de la Semántica con el del estilo, lo que se explica por la conexión íntima de ambos; son las más matizadas fluctuaciones del sentido de las unidades gramaticales y léxicas las que se ponen al servicio de la intención profunda del escritor. Dentro de la misma Escuela descriptivista americana acabó por surgir por obra de autores como P. Garvin (1964a), E. Pike (1954-60) y otros, un interés por los problemas semánticos, lo que inmediatamente los llevó a interesarse por las zonas límite de los sistemas semánticos, que son las aprovechadas por la lengua literaria. Es realmente interesante comprobar que la Gramática transformacional que ha partido de principios bien alejados de toda ciencia literaria, ha desembocado en este camino. Si se trataba de posibilitar una descripción total de la lengua mediante la compilación de un corpus de «oraciones nucleares», del que, mediante unas cuantas leyes de transformación se dedujeran todas las oraciones posibles en la lengua en cuestión –así empezó N. Chomsky–, pronto se chocó con el hecho de lo que los mismos transformacionalistas han llamado grados diferentes de gramaticalidad15 y con los problemas de indeterminación entre los límites de la sintaxis y la semántica. Secuencias que no genera la gramática, bien por no ser aceptables (hay una mejilla acelerada, G. Diego), bien por no ser gramaticales (Verde que te quiero verde, F. G. Lorca), caen fuera de los dominios de la sintaxis, como N. Chomsky reconoce explícitamente en Aspects of Theory of Syntax (1965). Pero ahí están, y nada menos que empleadas por poetas insignes. ¿Cómo puede cifrar G. Diego o F. G. Lorca un mensaje, suspendiendo la vigencia del código total o parcialmente; y, sobre todo, cómo puede el lector descifrarlo y establecer las debidas correspondencias significativas? El tratar de explicarlo como hace M. Nasta (1967), apelando a un contexto cultural y a una norma expresiva creada por él, en los cuales hay necesidad de penetrar para poder

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N. Chomsky en Aspectos de la teoría de la sintaxis (1971: 140-45), ha distinguido tres tipos de desviaciones, que él denomina grados de agramaticalidad, de acuerdo con los tres tipos de reglas que cada una de ellas violan: a) desviaciones por violación de reglas de categorización, resultante de la inserción léxica de un término marcado por el «lexicón» (diccionario) como perteneciente a una categoría, p. e. [+N] en una terminal de derivación que especifica otra categoría, p. e. [+Adj.]; b) desviaciones por violación de reglas de subcategorización estricta, resultante de la inserción léxica de un término verbal marcado por el diccionario con el rasgo contextual –SN (es decir, [+Transitivo] en una terminal que especifica [+Intransitivo]); y c) desviaciones por violación de reglas selectivas, resultante de la inserción léxica de un Nombre-sujeto, marcado por el diccionario con, p. e., el rasgo inherente [+Abstracto], en un contexto como SN-V, en que V selecciona el rasgo contextual: +[Sujeto-[+Humano]].

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entender, es sólo, a mi modo de ver, una explicación parcial por demasiado generalizadora hacia lo externo cultural, y demasiado particularizadora hacia la norma individual –idiolecto–. Precisamente, la teoría de los grados diversos de gramaticalidad ha sido utilizada por S. R. Levin (1974) para definir la lengua literaria por su bajo grado de gramaticalidad, lo que viene a equivaler a desviación, anomalía, incluso extrañamiento, pero tratando de darles una base teórica más concreta. También aquí, en definitiva, se llega a la literatura como una prolongación de la zona nuclear de la lengua, y lo mismo en cuanto al sentido, pues se trata de la zona intermedia entre los sentidos «lógicos», es decir, comunes y mostrencos, y aquellos que, en el otro extremo de la escala, son absurdos porque no son interpretables ni siquiera metafóricamente. Se me viene a la memoria porque sintoniza con lo que acabo de exponer, tanto para el significante como para el significado, el esfuerzo de vanguardia lingüística que supone, por ejemplo, la jitanjáfora –como se sabe, creación de A. Reyes– al consistir en una secuencia de sonidos que, en un contexto determinado, sugieren un significado ocasional que el lector u oyente les presta. En el entremés Los órganos y sacristanes, de L. Quiñones de Benavente, un pretendiente dice a su amada: «Muérome por tus amores, / por darte cachumba chum». Nadie dudaría, al oír esto, de la intención del galán, aunque, de hecho, ningún diccionario acredite, ni por el significante ni por el significado, la existencia de la locución dar cachumba chum, que, sin embargo, cobra momentáneamente un significado inequívoco en un significante ocasional, merced a la colaboración del contexto, de la situación y, ya en el escenario, de otros factores no menos decisivos: la voz, el gesto y la expresión. Quizá tenga razón L. Hjelmslev cuando cree que los signos, al pertenecer al uso, se modifican, cambian, pero la lengua se mantiene en su mismidad. Lo novedoso consiste en que en la jitanjáfora, como signo primigenio, no hay significado, sino sentido, con terminología de M. M. Bajtín16: «Un mismo signo tiene un significado, que se ha formado objetivamente a lo largo de la historia y que, en forma potencial, se conserva para todos los hablantes. Y tiene además sentido, que consiste en la elección de aquellos aspectos y relaciones ligados a la situación dada. El sentido es más amplio que el significado, ya que de las varias zonas del sentido, la más estable y específica, que se mantiene a través de los cambios contextuales, es el significado». Podría hablarse, en otras palabras, de las significaciones contextualizadas del sentido y de las significaciones descontextualizadas del significado. De ahí que la jitanjáfora podría oponerse, contrastar con los usos retóricos. Estos son estabilizacio-

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Cfr. M.ª A. Penas Ibáñez (1995a: 359).

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nes de los signos poéticos, literarios; su potencia estética disminuye al aumentar el grado de su codificación. Se podría creer que lo característico de las creaciones literarias es que tienden a percibirse como signos contextuales y ocasionales. En ellos lo individual es el contexto, la ocasión, no la norma, que seguirá siendo supraindividual, puesto que afecta al emisor-receptor. Por lo tanto, en la jitanjáfora, y signos poéticos primigenios, se debiera hablar de creación (recreación, según E. Coseriu) más que de variante libre o variación, donde aún se mantendría una estabilidad, fijeza social por puro hábito y porque, en última instancia, la lengua es una herencia social. Terminaré este repaso histórico recalando en la corriente de la lingüística del texto. En ella, éste o discurso, cualquiera que sea, hablado o escrito, largo o breve, antiguo o nuevo, literario o no literario, puede estar constituido por una palabra, por una frase, o por un gran número de ellas (por ejemplo, las que constituyen El Quijote). El texto, pues, como unidad teórica, no tiene una extensión prefijada. Z. S. Harris (1952) en su monografía «Discourse Analysis», fue uno de los pioneros de esta orientación lingüística, al considerar el discurso –o texto– no sólo como un objeto legítimo de la Lingüística, sino al presentar un programa para el análisis sistemático de los textos. El análisis del discurso para él no es más que una extensión a un dominio más amplio que el de la frase, de la metodología distribucionalista, que concibe el sistema como un producto de la descripción, y no está ligado a ningún componente de carácter mental o significativo. El trabajo de Z. S. Harris fue discutido en 1965 por M. Bierwisch (1971/73), que señala que el método descriptivo distribucionalista no sirve: no permite distinguir entre series aceptables de oraciones y una mera sucesión de oraciones inconexas. El problema reside en determinar qué constituye la conexión entre las oraciones de un discurso. Así, M. Bierwisch fue el primero en formular lo que más tarde se llamó problema de coherencia de texto, aunque no dio ninguna clave para su resolución. Hoy se tiende a identificar el concepto de coherencia con el de gramaticalidad referido a la oración, que redunda en su aceptabilidad. A finales de la década de 1960, sobre todo por influjo de la gramática generativa como vimos antes, se intenta extender la posibilidad de distinguir entre oraciones y no oraciones, y distinguir grados de aceptabilidad al texto, así, J. S. Petöfi17 o T. A. van Dijk (1983 y 1984). Un cultivador de la lingüística del texto en España es A. García Berrio (1979b). Precisamente a través de él se vincula la Lingüística del texto con la Retórica. Afirma este estudioso que históricamente la Retórica es, como la Poética, disciplina clásica del discurso. El discurso poético es siempre literario, el retórico no lo es, si bien también en este caso se trata de

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J. S. Petöfi and H. Reiser (eds.), (1973) y J. S. Petöfi, (ed.) (1979).

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discurso que posee características artísticas fundamentales, puesto que, como dice H. Lausberg18, la Retórica es a la vez un arte y una ciencia. El texto es el producto de la actividad retórica. Para A. García (1984: 11): «El interés de la Retórica por las estructuras textuales y extratextuales asociadas a éstas, así como la explicación que ofrece de la compleja producción del discurso, sin olvidar su tratamiento de la construcción artística del nivel oracional de éste, permite una implantación indiscutible de la teoría retórica en el estudio del objeto lingüístico». Paso ahora ya a abordar la parte segunda de la investigación, es decir, las mutuas relaciones existentes entre Gramática y estilo. Acabo de mencionar la Retórica19 como antecedente de la Lingüística textual; también se la puede considerar antecedente de la Estilística lingüística. Efectivamente, la Retórica estaba en la época clásica tradicionalmente relacionada con la Gramática, que históricamente se ocupaba de la correcta utilización de la lengua desde el punto de vista normativo. Para M. F. Quintiliano (Institutio Oratoria) es el ars bene dicendi, mientras que la Gramática es recte loquendi scientia. Para el discurso retórico no es suficiente la corrección lingüística, que, sin embargo, es un requisito indispensable. Es necesaria para aquel, además, la adecuada construcción en sus diferentes niveles y la apropiada emisión, de tal manera que como construcción textual que es comunicada responda a las exigencias que la finalidad persuasiva impone al orador en punto a su relación con el destinatario. La correcta elaboración gramatical del discurso no garantiza la cualificación retórica del texto, si bien contribuye a ella en tanto en cuanto es indispensable para la elaboración discursiva. La función de la enarratio poetarum20, interpretación de los escritores, en la Gramática tiene repercusiones muy importantes para la Retórica, en la que el estilo es un elemento fundamental. M.ª J. Korkostegi (1992: 26-27) en su libro Pío Baroja y la Gramática..., abunda en esta idea cuando dice que “el estilo y la lengua mantienen unas relaciones tan estrechas que irremediablemente han de manifestarse en la gramática”. Si a esto añadimos la circunstancia de que hablar en términos de corrección e incorrección está muy en la línea de los estudios gramaticales desde antiguo, tendremos que aceptar que en mayor o menor medida la corrección gramatical se convierte en un requisito para poder hablar de buen estilo. Así pues, la última frase de E. L. Placer (1962: 218) podría ser completada y el resultado final sería: «Parece cosa cierta que la corrección gramatical no significa precisamente buen estilo [, pero sin ella es imposible tenerlo]».

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H. Lausberg, op. cit. Véase también T. Albaladejo (1993). 20 La Gramática consta de dos partes (Quint., Institutio... 1,4,2): la recte loquendi scientia y la poetarum enarratio. 19

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Sabido es que la Gramática es una de las partes de que consta la lingüística y ello exige, por tanto, comenzar atendiendo a la participación de ésta en los estudios estilísticos. La respuesta afirmativa a la importancia de su colaboración la dan J. Spencer y M. Gregory (1974: 82): «El enfoque lingüístico, que exige y lleva a cabo una observación atenta y una descripción detallada y continua de los fenómenos lingüísticos, puede ser de gran utilidad en el trabajo estilístico». También estos autores apuntan que una diferencia fundamental entre la explicación estilística y la lingüística es que la primera es, necesariamente, comparativa. Todos los conceptos del estilo implican la consciencia de unas normas y la posibilidad de apartarse de ellas. Pondré un ejemplo: «[…] y esta fuerza tan caliente / del alto sol ardiente hora quebranta» (Garcilaso de la Vega). Aquí tan caliente es un adjetivo cuantificado, pospuesto, restrictivo de fuerza, que se convierte en epíteto propio por el contexto determinativo del alto (restrictivo, aunque antepuesto, porque delimita la hora del cenit) sol ardiente (epíteto propio, aunque pospuesto). Por lo tanto, la acción del contexto es decisiva para considerar el adjetivo como epíteto21, aun cuando dicho adjetivo venga pospuesto o cuantificado, entrando así en competencia con la norma del restrictivo. El hecho de que este tipo de epítetos vengan contextualizados, quizá se deba a un deseo innovador de atraer a la esfera de la epítesis el adjetivo especificativo, borrándose los límites entre éste y el adjetivo explicativo. También puede subyacer una necesidad de crear, imaginar un referente para adjetivos con opacidad22 epitética, es el caso de los epítetos surrealistas, por ejemplo: «Y en el oscurísimo beso punzante debajo de las almohadas» (F. G. Lorca)23. N. E. Enkvist24, por su parte, afirma que «sin duda que la gramática tradicional de tipo normativo está repleta de coincidencias de tipo estilístico y gramati-

21 J. Cohen en Estructura del lenguaje poético prueba que tanto la impertinencia como la redundancia aparentes del epíteto coinciden en referir el lenguaje poético a un destino común: la metáfora; haciendo ver que el epíteto más superfluo en apariencia requiere una traslación de sentido para justificarse poéticamente. En este sentido ya A. López Pinciano indicaba, explicando a Aristóteles, que el epíteto propio, en un caso como blanca leche, «viene a se hazer peregrino, usándole adónde se pudiera dexar por manifiesto». 22 En donde el adjetivo es tan inesperado que la primera reacción es dudar de si se trata de un mensaje real. «Demasiada información en un enunciado limitado conduce a la oscuridad. La lengua económicamente ideal sería aquella en la que cada una de las palabras, cada uno de los fonemas pudieran entrar en combinación con todos los demás, produciendo cada vez un mensaje. Nuestro modo de hablar cotidiano está lejos de esto. La lengua del poeta ‘hermético’ tiende hacia este ideal» (A. Martinet (1972: 240). 23 Como se ha visto en los ejemplos comentados, no estamos ante epítetos pleonásticos ni propios, sino ante adjetivos virtualmente epítetos accidentales del sustantivo respecto del cual son adyacentes, que se convierten estilístico-funcionalmente en propios por acción del contexto. Cfr. M.ª A. Penas (2002 y 2003), para una mayor profundización. 24 N. E. Enkvist (1964: 35).

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cal». Ahí están los ejemplos de la estilística de las formas verbales, y la del adjetivo epitético, como los dos casos más asumidos. La definición del estilo como elección es hoy comúnmente aceptada, y el mismo F. Rodríguez (1980) la ha seguido y justificado en un capítulo de su Lingüística estructural, donde ha dejado bien claro que esto no establece una distinción absoluta entre estilo y lengua. Pues el estilo consiste precisamente en elegir entre hechos de lengua, con terminología de A. H. Gardiner (1951: 68-93 y 106 y ss.), y ni siquiera, muchas veces, entre hechos marginales dentro del sistema de la lengua. Muy frecuentemente los rasgos de estilo son transportados por elementos lingüísticos totalmente normales. A veces, ciertamente, lo que es normal es la forma, mientras que el contenido se ha transformado, así en el caso de la metáfora tradicional. En Tirano Banderas, R. M.ª del Valle-Inclán pone en boca de un personaje el adjetivo meticuloso, para referirse a un homosexual. En este ejemplo, como en la etimología popular, hay aprovechamiento lúdico de un material homofónico (una palabra derivada de miedo se utiliza como palabra compuesta de meter y culo), pero su móvil no es la ignorancia lingüística sino la sátira deliberada; el caso contrario, donde el significado es normal y lo que ha cambiado es el significante, lo podemos hallar, por ejemplo, en F. de Quevedo: «Y así había de haber, si fuera verdad (como hay quirománticos), nalguimánticos, y frontimánticos, y codimánticos, y pescuecimánticos y piedimánticos»25, mediante una creación estilística a partir de posibilidades que el sistema ofrece, se extiende a otros lexemas del mismo campo semántico el esquema derivativo del que se parte para la burla. Casos donde el significante y el significado son anormales también se dan: por ejemplo, la jitanjáfora, o los poemas vanguardistas de J. Larrea, en donde se crea un significado nuevo desde un referente nuevo y con un significante también nuevo, pensemos en «Estanque», de su libro poético Versión celeste26. Pero, otras veces, forma y contenido son normales, sólo es anormal la frecuencia o la distribución; pensemos en la paronomasia común27: «Un tumulto es un bulto que les suele salir a las multitudes» (R. Gómez de la Serna)28. Obsérvese que sucede lo mismo que en el ejemplo que pone E. Coseriu (1973a: 71) de «Artajo trajo la valija abajo».

25

Tomo el ejemplo de E. Náñez (1973). Puede consultarse el interesante capítulo de J. M.ª Bardavio (1975), «La imagen en la palabra». 27 Resulta muy útil el estudio de M. García-Page (1992), «Datos para una tipología de la paronomasia». 28 Los significantes relacionados paronomásticamente entran en una relación de semejanza, proyectándose el principio de equivalencia del eje de la selección sobre el eje de la combinación (función poética). 26

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Ni siquiera puede decirse que los hechos de convergencia o los de redundancia, característicos del estilo, sean ajenos a la lengua. Ambos han sido trabajados por mí en el artículo «Tentativas de fonología expresiva en Gabriel Celaya»29. La idea de la convergencia, es decir, de la confluencia en un pasaje de rasgos estilísticos diversos con la misma función, nos hace recordar que en Lingüística son normales los hechos de redundancia, esto es, la marca de un significado mediante varios significantes simultáneos. J. Gil (1988: 69) en Los sonidos del lenguaje también advierte del «considerable grado de redundancia que define a todos los hechos del habla». Para N. E. Enkvist (1974: 22) un problema de gran alcance a la hora de enseñar una lengua extranjera, es el de inculcar al estudiante un sentido del estilo, que no sólo consiste en proporcionarle descripciones lingüísticas del texto de acuerdo con un grupo u otro de categorías lingüísticas, sino enseñarle también a reaccionar ante los estímulos textuales del modo aceptado, ya que el estilo es un lazo entre el contexto y la forma lingüística. «Si fuera posible –dice– señalar con exactitud los rasgos textuales que provocan reacciones estilísticas en el informante nativo, ello significaría añadir un arma más al arsenal ya existente de métodos educativos. Cuando G. Fuertes (1976) dice en uno de sus cuentos: «¿Y qué es umbría? / (Preguntó la vaca “desaboría”) / (Desaborida quiere decir: / Indiferente, sosa, aburrida)», se puede ver muy bien cómo hay aspectos estilísticos (la pronunciación meridional en [desaboría], y no extensible probablemente a las otras palabras con /s/, del fonema alveolar fricativo sordo como predorsal, y no ápico-alveolar) que son explicables dentro del ámbito de la oración, si bien aquí la oposición desaboría/desaborida (además sólo esta última, con exclusión de la voz dialectal, genera una función metalingüística) adquiere significación estilística sólo cuando se ve a la luz de una norma superior a la de una sola oración: la del folclore andaluz. N. E. Enkvist (1978) sugiere que el estilo de un texto está en función de la relación que existe entre las frecuencias de sus elementos fonológicos, gramaticales y léxicos, y las frecuencias de esos mismos elementos en una norma relacionada contextualmente. Para este investigador resulta necesario para una definición del estilo como selección, distinguir entre la selección gramatical, no estilística y estilística. «La gramática distingue entre lo posible y lo imposible, lo correcto y lo incorrecto, mientras que la selección no estilística y la estilística implican alternativas gramaticalmente opcionales, ya que eligen entre diferentes posibilidades gramaticalmente permitidas»30. «La selección estilística es una

29 30

Véase M.ª A. Penas (1995b). Ibídem, pp. 34-35.

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opción entre elementos que significan más o menos lo mismo, mientras que la no estilística implica selección entre significados diferentes»31. En otras palabras, la selección entre sal y cloruro de sodio es de tipo estilístico; entre sal y pimienta, no lo es. Pero este tipo de selección tiene a su vez consecuencias estilísticas. Supongamos que en una novela leemos: «Paseaba una bella mujer por el parque», clasificaríamos a bella dentro del epithetum ornans. Pero si en esa misma obra, después leyéramos: «Mientras paseaba la bella dama por el parque, se le acercó su amado», bella al calificar a dama y no a mujer (selección estilística entre dama y mujer), se convertiría de epithetum ornans en epithetum constans, por tópico literario cortés en la relación galán (amado)-dama. Si en un primer momento el concepto de estilo se vinculó con el de elección, más tarde se ha insistido en el concepto de anomalía o desviación, que serían las verdaderas productoras del estilo. Así, M. Riffaterre (1971) y E. HernándezVista (1964 y 1976) se han ocupado de estudiar estas anomalías o desviaciones sintagmáticamente, en función del contexto, y otros, como S. R. Levin (1965: 225 y ss.) y P. Koch (1963: 411 y ss.) se han preocupado de estudiar el valor estilístico de un elemento en función del paradigma en que se integra. Pero con esto nos movemos ya dentro del terreno clásico de las unidades lingüísticas en general. Pues es sabido que cualquier unidad de la lengua modifica su sentido en función de la distribución o contexto y que, dentro de una distribución dada, es el paradigma en que se integra el que la define. Cuando J. Goytisolo (1980) se expresa sintácticamente de la manera siguiente: «[…] un grabado en colores con diferentes especies de hojas: envainadora (trigo), entera (alforjón), dentada (ortiga), digitada (castaño de Indias), verticilada (rubia)», como se puede ver, lo que hace es que aparezcan sólo las especies de hojas en el discurrir del sintagma a través de adjetivos; en cambio, el autor aísla en su paradigma, representado por los paréntesis, los sustantivos a los que se atribuyen dichos adjetivos. De tal modo que los adjetivos en el eje sintagmático funcionan como especificativos, restrictivos, dada la enumeración; pero en el eje paradigmático, respecto de los sustantivos que vienen entre paréntesis, actúan como explicativos, no restrictivos, al aislarlos de la sucesión. De tal manera que se combinan las posibilidades que ofrece el sintagma y el paradigma, para salir enriquecidos estilísticamente de la intersección los adjetivos seleccionados. Pero un problema acecha, el peligro de poder relacionar estilo con belleza. Ante esto sale al paso Stendhal32, al concebir el estilo como un añadido cuya función se define no en términos de belleza, sino más concretamente, de eficacia y

31 32

Ibídem, p. 36. Apud J. T. Shipley (ed.) (1955: 398).

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efecto. V. Aleixandre sintoniza perfectamente con Stendhal, cuando manifiesta que «hace mucho tiempo que pienso que la poesía no es cuestión de fealdad o de hermosura, sino de mudez o de comunicación...»33. La eficacia del estilo para J. W. von Goethe34 radica en considerarlo como un elevado y activo principio de composición por medio del cual el escritor penetra y revela la forma interna de su materia. El estilo se opone a la imitación pasiva de la naturaleza o a la fácil aplicación de manierismos a la materia. Por lo tanto, el estilo puede degradarse. K. Burke (1940) advierte que el estilo tiene la virtud de la «complejidad» [= convergencia, redundancia, intensificación, desviación]35, junto con el peligro de la dispersión (la prosa última de J. Joyce constituye para este estudioso un buen ejemplo del estilo debilitado por la dispersión). Por este camino de la degradación de estilo, se puede llegar a lo que P. Goodman (1954: 215) ha denominado «carencia de estilo» de la mala poesía, que no es otra cosa que una confusión de estilos neutralizados. Pensemos en el siguiente amaneramiento: «Iba por una espesura y me encontré con un cura», donde resulta una rima forzada, no en cuanto al significante -ura, perfectamente aceptable en poesía, sino en cuanto al significado, ya que son lexemas asimétricos poéticamente, dado que en los Vocabularios existentes de autores literarios espesura es mucho más esperable que cura, con un índice de frecuencia menor, que lo aleja de la norma literaria y lo aproxima a la norma gramatical. Por consiguiente, para los lingüistas, la investigación del estilo no es sino, esencialmente, una descripción científica de ciertos tipos y series de estructuras lingüísticas –recursos expresivos– que aparecen en un texto determinado, así como de su distribución. Los ejemplos del español que he aportado han intentado ilustrar, espero que también lo hayan logrado, la especificidad de esa parte de la lengua que se llama estilo, oponiéndome de alguna forma a la identificación exclusiva entre estilo y unicidad –individualidad–, que nos podría llevar al aforismo infecundo, por estéril, de la Antigua Escolástica: «Individuum est ineffabile», porque impediría cualquier posible conato de explicación.

33

Referencia tomada de la página de presentación del libro de V. Lamíquiz (1978). En Einfache Nachahmung der Natur, Manier, Stil, estudiada y citada por E. Ermatinger (1921: 199). 35 Ejemplos muy complejos de creación estilística se encuentran en «Los pasos lejanos», de C. Vallejo: «[mi madre] Está ahora tan suave, / tan ala, tan salida, tan amor» (segundo poema del libro titulado Canciones del Hogar), con metábasis muy extremas. También en este poeta se observa la desviación respecto del paradigma temporal de los verbos, ya que se superponen los planos temporales, de modo que futuro y pretérito se integran en una sola realidad. De ello hay constancia en numerosos versos; «Me moriré en París con aguacero, / un día del cual tengo ya el recuerdo»... «El traje que vestí mañana», basten como citas ejemplares que sería muy fácil multiplicar (cita tomada de H. Montes (1975: 86, nota 2). 34

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CAPÍTULO 4

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Un aspecto del significado que vertebra el lenguaje literario es el sentido connotativo. La connotación orienta la reflexión lingüística a la problemática de la significación: al semantizar la totalidad del material verbal, al pluralizar los planos de lectura, al pervertir la legalidad denotativa, la connotación demuestra con evidencia que los mecanismos de producción del sentido son infinitamente más complejos que lo que puede dejar suponer la clásica teoría del signo, mucho más sutiles y a veces más indirectos1. Las variantes sinonímicas, más o menos metafóricas, de connotación, revelan con evidencia el carácter incierto del objeto, que ellas pretenden denotar: se habla del ‘halo’ de las palabras; de sus ‘periferias’; se habla también de ‘aureola connotativa’; de ‘suplemento de sentido’. A pesar de su extrema flexibilidad de juego, los mecanismos connotativos no dependen de factores inefables, aspecto al que aludíamos en el capítulo anterior, sino que son susceptibles de una descripción en términos de unidades bifaciales, donde pueden especificarse su anclaje significante y su contenido en el plano del significado; una parte importante del trabajo de C. Kerbrat-Orecchioni (1983)2 consistió precisamente en elaborar un inventario de los diferentes tipos de soportes connotantes y de valores connotados3. Hay que evitar que el trabajo de la ‘significación’ degenere en su perversión, la ‘significosis’, ya que es evidente que una lectura plural incontrolada, que no logra poner barreras a los desbordes anárquicos del sentido, llega, por caminos

1 Contra las certezas de la teoría del signo, la connotación tiene el mérito de obligar al lingüista a volver a formular en términos más complejos el problema de la manifestación del sentido. 2 En esta obra la autora propone cinco tipos de connotaciones, agrupadas del modo siguiente: connotaciones semánticas, que procuran informaciones acerca del referente del enunciado: onomatopeyas fonéticas, rítmicas y sintácticas; valores asociados; valores implícitos; connotaciones estilísticas; y connotaciones enunciativas. Para un mayor desglose tipológico de las connotaciones puede consultarse un trabajo anterior que dediqué a esta cuestión en «Sentido plural, connotación y polisemia», Analecta Malacitana 31, 2 (2008b). 3 Los únicos soportes del sentido que la lingüística tradicional reconoce oficialmente son los significantes léxicos y algunas construcciones sintácticas. Pero, según esta investigadora, la connotación explota, además de esos soportes, la totalidad del material lingüístico.

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inversos, al mismo resultado que la lectura monológica, es decir, a la necrosis del sentido y a la negación del texto: si puede leerse cualquier cosa bajo cualquier texto (y es cierto que la lectura paragramática, por ejemplo, autoriza esta polisemia infinita) entonces todos los textos se vuelven sinónimos, el soporte textual se torna inútil y el texto un simple pretexto. Gracias a la connotación se pudo cuestionar cierta concepción monosemántica y monológica del texto. Sabemos ahora que el sentido es plural y construido. Y que el sujeto interviene en la construcción del sentido tanto en la codificación como en la descodificación, movilizando el conjunto de sus competencias lingüística, cultural e ideológica. Es así como después de haber transitado a través del vasto dominio de la connotación, se va a dar naturalmente con el territorio enunciativo4. J. Verschueren (2002: 20-21) manifiesta la evidencia de que la noción de intencionalidad es deficiente, ya que los hablantes no solo quieren decir, sino que dicen sin querer, o bien sucede que el lenguaje, con su poderosa maquinaria de evocaciones y connotaciones, dice por sí mismo lo que el hablante no quiso decir. Y el asunto se complica más si cuestionamos la noción de intención desde un punto de vista psicológico, pues el sujeto no es un ente monolítico, dueño de una intención inequívoca, o se supercomplica si dejamos entrar en la teoría la distinción entre querer decir y poder decir, pues el poder de decir o no decir es esencial en las prácticas lingüísticas, y doblega intenciones y relevancias. La famosa definición de significado propuesta por H. P. Grice (1957), según la cual el significado no natural, o sea el lingüístico, consiste en la intención del hablante de producir un efecto en el oyente, efecto que se consigue por el reconocimiento, por parte del oyente, de esta intención, abrió el camino para el estudio del significado implícito, al hacer posible teorizar cómo transmitimos implicaturas5. En ese conjunto heterogéneo de objetos teóricos que funcionan como unidades mínimas que articulan el nivel de los contenidos, los connotemas ocupan, al lado de los semas6, un lugar de privilegio7. La heteromorfía semántica afecta a las estructuraciones denotativas tanto como a los sistemas connotativos8. En los Problemas teóricos de la traducción, G. Mounin (1980) insiste en las dificultades que provoca la connotación en la práctica de la traducción, sin negar por ello la heteromorfía denotativa.

4 De la semántica léxica a la semántica de la enunciación, pasando por la semántica de la connotación. 5 Y por ello constituyó y sigue constituyendo la base de los proyectos más difundidos de la pragmática actual. 6 Lo que el análisis semántico describe es la manera en que los semas se articulan en sememas vehiculados por significantes léxicos organizados a su vez en frases, dado que la semántica es una disciplina formal.

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Se entiende por denotativo el sentido que interviene en el mecanismo referencial, es decir, el conjunto de las informaciones que vehicula una unidad lingüística y que le permiten entrar en relación con un objeto extra-lingüístico, durante los procesos onomasiológico (denominación) y semasiológico (extracción del sentido e identificación del referente). La significación denotativa constituye el mínimo necesario para asegurar la comunicación de una noción. En un contexto dado, una palabra dada recibe un valor denotativo único en general. Todas las informaciones subsidiarias9 serán consideradas como connotativas. En rubios cabellos / cabellos rubios, los dos sintagmas son denotativamente sinónimos, pero se oponen connotativamente: aquí, el significante de connotación tiene una existencia autónoma, que le es dada por la anteposición del adjetivo (que puede, por otra parte, funcionar como significante de denotación: cfr.: pobre hombre / hombre pobre, etc.); el significado de connotación es algo como ‘perteneciente a la lengua poética estereotipada’. Los valores connotativos susceptibles de transportar los giros sintácticos son los siguientes: a) pertenencia del mensaje a tal o cual tipo de discurso (connotación estilística); b) el giro sintáctico que proporciona información acerca del sujeto de la enunciación (connotación enunciativa); y c) la construcción sintáctica como connotador que refuerza el significado de denotación10 y aporta informaciones implícitas suplementarias (connotación semántica).

7 El estudio del funcionamiento connotativo de la significación es un complemento indispensable para el análisis semántico y sobre todo componencial. La relación Significante/Significado es mucho más compleja que la que nos deja sospechar la concepción saussureana del signo, que los soportes significantes son extremadamente variados, que los niveles significados son múltiples, que la relación entre unos y otros puede ser muy indirecta, y que un mismo texto explota varios códigos paralelos. 8 Así como un mismo elemento de contenido puede expresarse denotativa y connotativamente. 9 Se sabe, desde el Curso de lingüística general de F. de Saussure, que un término dado es como el centro de una constelación, el punto en que convergen otros términos coordenados. En la Retórica general del Grupo µ se define la connotación de un término como el conjunto de las asociaciones de la palabra con otras palabras y las asociaciones del referente de esta palabra con otras entidades del mundo real. Y. Ikegami (1972: 64) insiste en que la connotación de una palabra puede tener dos fuentes: la asociación de la palabra con otras palabras de la lengua, y la asociación que suscita el referente de la palabra. U. Eco (1972) en la Estructura ausente habla de la connotación basada en hiponimia, hiperonimia y antonimia. 10 Sirva el siguiente ejemplo: Primero un poco espaciadas, como las primeras gotas de una lluvia de verano; luego, se acercaron y reunieron en compases triples y cuádruples, que caían en cascada los unos sobre los otros. En él, la elipsis del segundo pronombre personal no tiene ningún valor denotativo. Su función es ilustrar miméticamente la situación descrita, a través de un significante de connotación (la cercanía de los verbos) y de un significado de connotación (la cercanía, hasta la total fusión, de las gotas sonoras). Se trata, de algún modo, de una onomatopeya sintáctica.

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El conjunto de los componentes semánticos se divide en dos subconjuntos: los rasgos denotativos y connotativos. A los primeros, el análisis componencial los detecta sobre la base de su distintividad. Pero esta propiedad no es suficiente para definir el estatuto del rasgo denotativo, pues los rasgos connotativos son también distintivos, ya que solamente el eje del nivel de lengua permite oponer el valor semántico de catre al de cama. Ahora bien, la pertinencia de los rasgos connotativos es muy diferente; su uso depende de la situación de comunicación, de la naturaleza particular del locutor, siendo independiente de las propiedades objetivas del referente, ya que no se puede justificar el uso de catre basándose en la observación del objeto denotado11. Pero estos rasgos poseedores de un estatuto peculiar, como observa G. Mounin (1972: 220), participan plenamente en la significación del término: «Puede pensarse que la noción de rasgo semánticamente pertinente explica... el hecho de que ciertos términos incluyen en su significación (en las reglas de su uso) la actitud del locutor respecto del referente; así como otros términos incluyen en su significación su uso geográfico (chango en vez de chico) o social (prole, cabecita, trompa por patrón) etc.». Una unidad léxica como guita acumula dos especies de información: a) una información denotativa, por la cual el sentido propiamente dicho, el conjunto de los semas, permiten al significante remitir a una clase circunscrita de denotados; b) una información connotativa, según la cual la palabra pertenece a un tipo de registro. El significante, y no el signo global, es el que funciona como connotador. La connotación familiar de guita es totalmente independiente de su significado, que es exactamente el mismo que el de dinero, que es su equivalente extensivo. Será necesario insistir en el hecho de que los ejes denotativo y connotativo tienen un valor y un estatuto radicalmente diferentes, y convendrá disociar claramente los dos principios de estructuración del léxico. Por ejemplo, la relación semántica entre zapato y tamango no es en absoluto la misma que la que puede establecerse entre silla y taburete, aun cuando en los dos casos una de las dos unidades comporte los mismos rasgos que la otra, más uno. Sólo en el último hay relación de dominación, es decir, inclusión de las comprensiones y las extensiones (la comprensión de silla está incluida en la de taburete, cuya extensión está incluida en la de silla); pero zapato y tamango tienen la misma extensión, aun cuando no posean la misma comprensión. Sería entonces desatinado asignar a las dos relaciones el mismo tipo de representación gráfica: silla [baja] taburete; zapato [estándar] tamango [familiar]. Del mismo modo, las reglas de combina-

11 Efectivamente, aunque cama y catre no tengan el mismo valor connotativo, poseen la misma clase de denotados.

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toria connotativa, que dan cuenta de la exigencia de homogeneidad estilística, no deben emparentarse con las reglas de restricción selectiva que rigen la coherencia denotativa. En principio, la distinción entre los rasgos de connotación estilística y los rasgos denotativos es clara. Así, la palabra matungo, que es polisémica, contiene dos sememas que pueden describirse de la siguiente manera: matungo1 = {conjunto de los semas que definen caballo} + [de mala calidad o en mal estado, opuesto en este caso a corcel, que pertenece por otra parte a un nivel de lengua más formal]. El rasgo [de mala calidad] tiene un estatuto ambiguo: es evaluativo y por lo tanto depende parcialmente de la connotación axiológica; pero al mismo tiempo desempeña una función denotativa, ya que señala una propiedad del referente; matungo2 = {conjunto de los semas que definen caballo} + [lengua familiar]. Este rasgo es, en cambio, puramente connotativo. En la denotación el sentido es formulado explícitamente, de manera irrefutable (su descodificación es general). G. Genette (1968a: 28) habla de «semántica explícita», por oposición a los «efectos de sentido que son secundarios». En la connotación el sentido es sugerido12, y su descodificación es más aleatoria. Los contenidos connotativos son valores semánticos flotantes, que sólo se imponen si son redundantes o si, por lo menos, no se contradicen con el contenido denotativo. Los valores connotativos virtuales sólo se actualizan si lo permite la denotación. Esto es lo que explica que en todas las definiciones de connotación aparezca la idea de valores ‘en exceso’. Así, por ejemplo, L. Bloomfield (1933/1964) en Language habla de «valores adicionales», H. Mitterand en «L’idéologie du mythe dans Germinal»13, de «sobre-significaciones», o del «juego de significaciones segundas que se prenden a la denotación»). Se habla de connotación, por lo tanto, cuando se comprueba la aparición de valores semánticos que tienen un estatuto14 especial por doble motivo: a) porque su naturaleza misma es específica: las informaciones que proporcionan esos valores van referidas a algo que nada tiene que ver con el referente del discurso

12 Por eso toda frase connota sus inferencias y sus condiciones de validez, según O. Ducrot (1973). En el mismo sentido, para J. Ricardou (1968), todo texto connota, en última instancia, su propio trabajo de escritura. Asimismo, para C. Kerbrat-Orecchioni (1983), el mecanismo connotativo convierte la ausencia ‘anormal’ de un significante de denotación en significante de connotación. 13 En P. León, H. Mitterand, P. Nesselroth y P. Robert (1971: 83-92). 14 El estatuto de connotación se basa en la naturaleza particular del significado: la pertenencia a un determinado nivel de lengua o tipo de discurso; el valor afectivo; el valor axiológico; la imagen asociada; y algunos valores semánticos adicionales que surgen a causa de mecanismos asociativos diversos (efectos de la polisemia, alusiones, colocaciones, etc.).

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y/o b) porque su modalidad de afirmación es específica: vehiculados por un material significante mucho más diversificado que el que sostiene a la denotación. Para A. J. Greimas (1972a: 95) los connotadores son unidades que pertenecen a uno y otro de los siguientes planos: fonológico: forma de la expresión; gramatical: forma del contenido; fonética: sustancia de la expresión; semántica: sustancia del contenido. Por ejemplo, el significado ‘vulgaridad’ puede ser connotado por: la forma de la expresión: una determinada neutralización fonológica; la forma del contenido: una determinada locución sintáctica; la sustancia de la expresión: una determinada realización de fonema; la sustancia del contenido: un determinado campo semántico (sexualidad, escatología, etc.). P. R. León (1969: 73-84), acuñador del término fonoestilema, dice que una secuencia fónica transmite dos tipos de informaciones: a) las que pertenecen al área de la función representativa (N. S. Trubetzkoy), o referencial (R. Jakobson), cuyos soportes significantes son los fonemas; y b) las informaciones que tienen que ver con la función emotiva, o expresiva, cuyas unidades pertinentes de expresión se llaman fonoestilemas. La segunda categoría nos aporta una información suplementaria. Sin dejar de proporcionar una información lingüística, el mensaje ‘llueve’, por ejemplo, puede transmitir a la vez la cólera, la ternura, un acento regional, un efecto enfático, etc. Este segundo mensaje, fonoestilístico, es facilitado por la redundancia de la lengua hablada. Los fonoestilemas son unidades de connotación, en la medida en que las informaciones que transmiten no conciernen al referente del discurso (la situación que el discurso describe) sino al sujeto de la enunciación; se parecen a lo que podríamos llamar las connotaciones enunciativas. Pondremos algunos ejemplos pertenecientes al plano de la expresión, como son: el acento o la pausa. En la frase No me refiero a eso, según que el acento recaiga o no en la palabra eso, el sentido denotativo de esa palabra, y por consiguiente de la frase, cambia notablemente: [éso] = ‘todo lo contrario’, con ironía; [refiéro] = ‘otra cosa’, sin ironía. No en vano una de las funciones esenciales del acento consiste en señalar la jerarquía de los elementos de información y en especial la naturaleza del focus15, elemento sobre el cual recae verdaderamente la aserción como respuesta a una pregunta implícita. Así, la frase: Pedro comió patatas fritas es ambigua por escrito, en la medida en que puede responder a las preguntas siguientes: ¿Quién

15 En la lengua oral el acento especifica la naturaleza del focus. Así, responder chistosamente me da lo mismo, no estoy apurado, a la frase el alcohol mata lentamente, es fingir tomar como focus de la frase la palabra lentamente; pero si la frase se enuncia con una entonación normal, lo que se focaliza es todo el conjunto del predicado verbal y más especialmente el verbo.

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comió patatas fritas?; ¿Qué hizo Pedro?; ¿Qué comió Pedro?; ¿Cómo eran16 las patatas que Pedro comió? Además de este valor denotativo, el acento tiene también un valor connotativo, que es doble: puede ser un índice de origen geográfico del locutor, así como un indicador emotivo, afectivo. La pausa, denotativamente, permite suprimir la ambigüedad. Como valor específico, señala el grado de cohesión sintáctico-semántica entre las unidades constitutivas de la frase. Establece una proporción entre su longitud y su grado de independencia. En el nivel de la frase, en que a la solidaridad psicológica de los elementos se agrega una solidaridad gramatical17, la lengua escrita sobrecarga los vacíos con signos particulares, los llamados signos de puntuación. Connotativamente, el valor expresivo de la pausa radica en servir como índice de la pertenencia social18 del locutor (connotación enunciativa). El simbolismo fonético también tiene su espacio aquí. Para neutralizar el factor semántico19, los experimentadores trabajan en general sobre logátomos (secuencias fonológicas vacías de sentido). En todas las lenguas, los fonéticos –hombres de ciencia– denominan los sonidos por medio de metáforas análogas: hablan ‘simbólicamente’ de vocales claras u oscuras, de consonantes mojadas o líquidas. Algunos tests efectuados a niños de diversas edades y diversos países, niños que utilizan diferentes sistemas de escritura, obtuvieron resultados parecidos: la gran mayoría de los sujetos, según I. Fonagy (1970), perciben la [i] como pequeña, clara y amable; la [u] es sombría y malvada; la [a] es gorda y grasa; la [t] y la [k] son duras y malvadas, etc. En 1921 E. Sapir20 presenta a sujetos ingleses sesenta pares de logátomos del tipo mil / mal y les pregunta cuál de estas dos pseudo-palabras corresponde al objeto más grande. Esta experiencia pone en evidencia el hecho de que los sujetos establecen una proporcionalidad perfecta entre el grado de apertura de la vocal y el tamaño del objeto correspondiente. Por lo tanto, se encuentra una

16 No ¿Cómo estaban? Ya que patatas fritas no responde a dos entidades, expresadas sintagmáticamente; sino a una sola entidad, expresada sintemáticamente. 17 Si nos preguntamos cuál es la propiedad que define realmente al verso en relación a la prosa, nos vemos llevados a aceptar, como J. Cohen (1977), que su especificidad consiste en la agramaticalidad, es decir, en la existencia, en el mensaje, de algunos desajustes conflictivos entre la división métrica (marcada en el texto escrito por la tipografía y en el nivel oral por la pausa) y la división sintáctico-semántica. 18 Hay relaciones evidentes entre el manejo de los hechos prosódicos y el medio sociocultural del emisor, y que, por lo tanto, estos hechos tienen capacidad para funcionar como connotadores. 19 El simbolismo fonético se basa en el apoyo semántico. 20 También, E. Sapir, W, Bright, V. Golla (1989).

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correspondencia entre las características físicas y simbólicas de los sonidos. La explicación articulatoria parece tener un alcance más general que la acústica, aunque no debe excluirse completamente la explicación de tipo acústico, es decir, que algunos sonidos son particularmente aptos para simbolizar ciertas realidades en la medida en que producen un efecto acústico análogo (las bilabiales fricativas imitan el soplo del viento; la [l] reproduce el ruido de un líquido en movimiento, etc.). Sin embargo, esta explicación solamente es válida en los casos, muy limitados, en que lo denotado es de naturaleza sonora. Simbolismo fonético y connotación guardan estrechas relaciones. Así, cuando los semas potenciales que acompañan al material fonético se actualizan en el discurso y vemos surgir, a favor del simbolismo fonético, ciertos valores semánticos21 particulares, en ese caso estamos frente a un mecanismo connotativo. Por otra parte, dentro del fenómeno del armonismo, tanto la asonancia como la aliteración, no pueden tratarse en términos exclusivamente cuantitativos, ya que la posición (sintaxis) de los rasgos en cuestión o la importancia particular de los lexemas (semántica) en los que figura, pueden desempeñar un papel preponderante en la constitución del connotador. Con respecto a la rima y la paronomasia, al valor de pertenencia a la lengua poética, función de euforización, juego lingüístico para favorecer la memorización de la fórmula, se añade otro más específico, que es el que consiste en que la rima y la paronomasia refuerzan el vínculo semántico que une las unidades léxicas. Con ello se constata que, a pesar de la arbitrariedad del signo, se tiende a interpretar la afinidad fonética como una afinidad semántica. Ahora bien, la semejanza fonética no acarrea necesariamente la afinidad semántica (por lo menos denotativa), como la diferencia fonética parcial o total no acarrea tampoco la diferencia semántica denotativa. En este principio se basa la motivación relativa de la flexión y la derivación morfológica. Sin embargo, este mismo principio no deja de padecer deficiencias. Para expresar significados diferentes la lengua debería utilizar significantes lo más divergentes posible. Pero este procedimiento, como dice A. Martinet (1967), sería incompatible con las latitudes articulatorias y la sensibilidad auditiva del ser humano. Por debajo del nivel denotativo, se insinúan valores connotativos virtuales que solamente se actualizan al producirse la convergencia de las redes semánticas contextuales, y entonces puede producirse, aunque solamente en el nivel sintagmático, una mutación de la jerarquía de ambos planos: 1º denotación → 2º connotación > 1º connotación → 2º denotación, al cual aludiremos más adelante. R. Jakobson (1968: 241) afirma que en poesía el vínculo entre el sonido y el sentido pasa a ser patente, sale de su estado latente, y se manifiesta del modo 21 Tuvimos la ocasión de investigar estos aspectos en G. Celaya. Cfr. M.ª A. Penas (1995b).

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más palpable e intenso. E incluso la textura fónica de un verso o un poema puede transportar una corriente subyacente de significación. Por ello, tal vez los casos de motivación son más frecuentes en el dominio de la connotación que en el de la denotación, puesto que la naturaleza indicial de los significantes de connotación resulta del carácter fluctuante, incierto e inestable de los valores connotados. Las unidades de denotación exhiben su sentido, mientras que las unidades de connotación lo insinúan tímidamente, siempre que el contexto no lo desmienta. Son signos presuntivos o, si se quiere, indiciales. Por otra parte, su descodificación es a menudo trabajosa, ya que se trata de reconstruir un sentido definido a partir de una serie de indicios convergentes. Se puede decir entonces, con J.-C. Coquet (1973), que el connotador funciona como una señal, que desencadena la búsqueda del sentido oculto. Queda por analizar el problema de la connotación en relación con la motivación de las palabras. El análisis componencial describe el significado sin tener en cuenta en absoluto la estructura del significante, a la que se considera como no pertinente. Para P. Guiraud (1967 y 1972) el mecanismo semiológico no es exactamente el mismo en el caso de silla, palabra arbitraria, que en los casos de términos parcial o diversamente motivados como puf. Al respecto, G. Genette (1971) propone el siguiente ejemplo para ilustrar la variedad de las palabras que designan el mismo objeto según las diversas faces, o circunstancias, bajo las cuales puede ser encarado. Así, el sacerdote en latín es llamado sacerdos, en la medida en que ejerce funciones sagradas; presbyter a causa de su edad; antistes porque se mantiene de pie delante del altar; pontifex como encargado del mantenimiento de los puentes; praesul para poder ser el primero en saltar, etc.; estos términos, denotativamente sinónimos, se oponen en el nivel de lo que puede llamarse sus imágenes asociadas. De este modo, la motivación de un término connota a este. Otro aspecto de la motivación lo constituye el hecho de que el valor connotativo que se aplica al significante lingüístico y el valor denotativo unido al referente tienden a influenciarse mutuamente. Es decir, un término connotado como ‘vulgar’ tiene tendencia a vulgarizar al denotado al que remite, en virtud de un efecto de contagio; y a la inversa, los términos estilísticamente ‘normales’ que designan realidades sexuales o escatológicas tienden a percibirse como ‘bajos’ en la medida en que la desvalorización que se asocia desde un principio con el mero elemento denotado termina por afectar a la palabra en sí misma. En este sentido no es una casualidad que el lunfardo utilice los términos peyorativos de la lengua normal (pilcha, cascajo, chirola, yugo) a veces con cambios en el significante (cotorro de cotarro, yuta, para referirse a la policía, de yunta, catrera de catre) ya que expresa una función esencialmente desvalorizante del mundo. De este modo, la connotación del término afecta al elemento denotado, de acuerdo al proceso de contagio siguiente:

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[lengua familiar] (connotación estilística pura)

→ [desvalorización del objeto] → (connotación axiológica: relación entre el sujeto de enunciación y lo denotado)

[mala calidad intrínseca del objeto] (denotación pura)

Tanto el armonismo (asonancia y aliteración), la rima, la paronomasia como el anagrama, el retruécano o el paragrama tienen en común el hecho de utilizar como soporte significante configuraciones sintagmáticas de fonemas o grafemas, extraídas del material de la denotación, pero sin coincidir con los cortes de este. Sin embargo, su función semántica consiste en inscribir en el texto aparente otros sentidos ocultos y otras palabras debajo de las palabras. Un solo ejemplo: las vociferaciones que reemplazan a las palabras en el ejército y cuyo contenido importa mucho menos que su violencia articulatoria. T. Todorov (1974b: 230) comenta también que la relación de los significantes provoca siempre una relación entre los significados. Observa cómo en la siguiente frase: «Como no pudo alejar a los Césares, se conformó con hacer saltar las cesuras»22, las palabras César y cesura no tienen ningún sema en común, si nos atenemos al diccionario. Pero la significación con que están provistos los signos en el vocabulario no es idéntica al sentido que se transmite en el discurso, como nos lo enseñó E. Benveniste. Leídos en la frase de Hevesi, César y cesura se convierten en antónimos, porque lo esencial ‘alejar a los Césares’ se opone en ella a lo insignificante ‘hacer saltar las cesuras’. En efecto, en César/cesura, el juego paronomástico, acentuado por la simetría sintáctica y rítmica, instituye en este contexto particular una especie de relación de antonimia funcional, connotativa, entre los dos términos; esta relación no existe en el nivel denotativo. Con respecto a la metáfora de invención, P. Ricoeur (1977/2001) dice asimismo que desafía al análisis sémico porque el nuevo valor constituye un desvío en relación al código léxico que el análisis sémico no puede contener; ni siquiera el código cultural de los lugares comunes, según M. Black (1967), basta para aprehenderlos; es preciso evocar entonces un sistema de referencias ad hoc que empieza a existir precisamente a partir del enunciado metafórico mismo. Ni el código léxico ni el código de los clichés contienen el nuevo rasgo constituyente del significado que se desvía de los dos códigos. Estas reflexiones son inquietantes y molestas para el que pretendiera construir un modelo capaz de dar cuenta y de prever todos los efectos de sentidos connotativos susceptibles de manifestarse en un idiolecto textual. De ello se deduce que resulta conveniente relativizar la noción de invención, ya que nada 22

S. Freud [1978: 65-66].

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de lo que ocurre en el nivel de la manifestación textual es totalmente inédito. Incluso las metáforas vivas explotan una regla estándar de fabricación, y a pesar de que las conexiones que las fundan no están institucionalizadas, sin embargo, están ya culturalizadas antes que el artista las justifique, aun cuando parezca que él las instituya y las descubra; la connotación de ‘insignificancia’ que adquiere la palabra cesura en la frase de Hevesi, según acabamos de ver, no emerge ex nihilo, sino que resulta de un conjunto de factores en cierta medida codificables: 1. César y cesura son parónimos; 2. Cuando dos parónimos se asocian sintagmáticamente, se refuerza la relación semántica que existe entre los contenidos denotativos, y en un contexto apropiado, pueden agregarse a ella una relación de sinonimia o de antonimia connotativas (en el nivel de los valores asociados). 3. El contexto ‘que no pudo alejar a x, alejó a y’, favorece el surgimiento de una relación de antonimia entre x e y. 4. César connota con frecuencia ‘la grandeza’; cesura denota un objeto que en la historia de la humanidad desempeña un papel más bien secundario y además designa una especie de vacío discursivo; en la situación de confrontarse en relación de antonimia con César, no es difícil que connote ‘la insignificancia’. Vemos que la connotación implica tanto al significante como al significado, los dos elementos componenciales del signo23. Según esto, cabe hacernos la 23

Tampoco hemos de olvidar lo designado por el signo: su denotatum. E. Coseriu (1991) toma como ejemplo de lo denotado extralingüístico como connotador, todas aquellas connotaciones simbólicas que cada colectividad aplica a los animales que la rodean. Afirma que las ideas de ‘fuerza, de resistencia, etc., se desprenden del objeto buey (o de su imagen), pero no de la palabra /[(buey)]/; el objeto buey produce esas ideas en la comunidad francesa y no en francés, como dice Ch. Bally (1951). Esas ideas y opiniones, que pueden ser tradicionales, conciernen precisamente a las cosas y no al lenguaje como tal; son una forma de la cultura lingüística reflejada por el lenguaje. Con ello, E. Coseriu pone de relieve la dualidad de las connotaciones simbólicas: por un lado, preexisten a toda verbalización y su naturaleza es extralingüística; por otra parte, se reflejan en la lengua, es decir, la lingüística debe tenerlas en cuenta. Cuando la lengua habla de las cosas, cuando convierte a los objetos en denotados, integra estos símbolos extralingüísticos y recupera las connotaciones referenciales (pensemos en otros casos, como ‘perro → fidelidad’; ‘negro → duelo’; ‘lirio → pureza’). Se trata más bien de valores potenciales, al modo de B. Pottier (1983), que la lengua neutraliza o confirma según los casos. Por esta razón todo análisis semántico debería esforzarse por disociar cuidadosamente: a) las connotaciones que tienen como soporte significante el objeto mismo, independientemente de toda verbalización. A la pregunta: ¿puede el referente ser poético?, J. Cohen (1977) responde que hay cosas con vocación poética, la luna, por ejemplo; como S. Mallarmé mismo [1965] lo dice con respecto a la muchacha: elle est poétique, la garce!, y quizá fuera

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siguiente pregunta: ¿las connotaciones pertenecen a la lengua o al habla? Intentar responder a esta pregunta equivale a subrayar la ambigüedad de estos conceptos. Ambigüedad que contamina, por otra parte, al término idiolecto24 que designa tanto la competencia individual de un sujeto considerado en sus aspectos idiosincrásicos, como el código que subyace a un texto25 particular. La pregunta anterior, por otra parte, puede inscribirse en un marco más amplio al referirse al eje gradual: diasistema/dialectos/sociolectos/idiolectos. A. Martinet, y con él otros muchos lingüistas, identifica connotación y valores individuales. En cambio, T. Todorov (1972) opone radicalmente la connotación (colectiva) y las asociaciones individuales, mientras que O. Ducrot (1973) declara que si se puede hablar de lenguaje connotativo... solamente se puede hacer en la medida en que el uso de las connotaciones obedece a un código determinado, donde existe una regla de juego en la que todos concuerdan. Por su parte, B. Pottier (1964 y 1974) considera que la virtualidad (o sea, la connotación, el conjunto de las connotaciones que se asocian con una palabra y que constituye su virtuema) puede ser común a todos los individuos de un grupo, o puede limitarse a un subconjunto, o ser individual. Ninguna connotación parece ser un mero hecho de habla; aunque el virtuema sea inestable, sin embargo, se sitúa en la competencia en un momento dado. Las connotaciones deben someterse al trabajo de explicitación de la competencia

lícito emprender la construcción de una poética de las cosas. Por ello, para J. Cohen el cuento de hadas no es, lingüísticamente hablando, poético: la poesía emana de cosas, en el cuento de hadas, y no de palabras. A Lope de Vega también podríamos aplicarlo cuando habla de sus mujeres: Isabel de Urbina, Micaela de Lujan, Marta de Nevares...; b) aquellas connotaciones que sólo aparecen en el tratamiento lingüístico del objeto, ya que el léxico transporta además connotaciones poéticas autónomas, como, por ejemplo, la que va unida a la palabra bajel. La existencia de pares léxicos del tipo barco/bajel, muestra a las claras que el lugar de inscripción del valor poético puede ser el significante verbal y no el contenido denotativo (como tampoco el significado correspondiente, que en los dos casos es el mismo). 24 Un modelo que pretenda ser adecuado, es decir, que tenga la ambición de dar cuenta lo mejor posible de la intuición lingüística de los sujetos hablantes, debe integrar y señalar las diferentes variantes de registro. Es lo que hacen los lexicógrafos, pero ateniéndose a lo que creen que es la norma diasistemática. Un modelo de competencia amplia también deberá tener en cuenta, en la medida de lo posible, las variaciones idiolectales, e integrar reglas generales que prevean la acción modificadora del contexto y de la situación sobre el potencial connotativo de la palabra en el código. 25 Cada texto crea su propia norma, que puede ser inversa respecto de la del diasistema, como en la novelística de C. J. Cela, donde los términos que instituyen la isotopía estilística son los términos considerados comúnmente como familiares o vulgares. También cada comunidad se ve afectada por su propia norma; así, por ejemplo, la expresión estar en ascuas, que el DRAE clasifica como «familiar», pertenece, para un hablante argentino, al registro de la lengua escrita y literaria.

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implícita, y la tarea no es totalmente inconcebible. Puede concebirse un diccionario de las colocaciones26, de las connotaciones estilísticas y simbólicas, de los semas potenciales que se asocian con los fonemas, de los valores connotativos que se asocian con las estructuras entonativas, rítmicas o sintácticas (como el anacoluto y la elipsis), de los valores sugeridos y asociados, que habría que extraer de un corpus lo más extenso posible. También pueden concebirse léxicos de autores, que no solamente enumerarían valores idiolectales sino que intentarían elucidar la manera en que se estructura el universo semántico en una obra27. La constitución semántica del lexema no es monolítica, ya que los ítems léxicos acogen diferentes tipos de informaciones. Parece, por lo tanto, razonable mantener, dentro del conjunto de los rasgos constantes, la existencia de un subconjunto de rasgos verdaderamente distintivos, que corresponden a lo que los lógicos escolásticos28 llaman los ‘atributos esenciales’ o ‘diferencia’ del concepto. La teoría escolástica dice al respecto que si para una especie dada, se puede reconocer un atributo o un conjunto de atributos que la distinguen de todas las otras, se han obtenido sus atributos esenciales o su diferencia; los otros atributos de la especie serán sus propiedades, o los que le son propios. Así, la especie ‘hombre’ tiene como atributo ‘razonable’, y como propio ‘la risa’. En cuanto a los rasgos propios o periféricos, que según F. Kiefer (1974: 73), pertenecen a la definición enciclopédica (aunque sea injusto negarles todo estatuto lingüístico), podrán ser recuperados por el sentido connotativo. En cuanto a las propiedades variables, los rasgos que se asocian con frecuencia con el semema, como por ejemplo ‘confortable’ en el caso de ‘sillón’ no pueden identificarse con los rasgos denotativos, como lo prueban los tests de conmutación. Pero la connotación los tomará a su cargo, en cambio, integrándolos en lo que, según las terminologías, se denomina virtuema o imagen asociada. Con respecto a las propiedades ocasionales, plantean un problema análogo al de los nombres propios; se trata de lo que J. Dubois (1966) llama la «polisemia sintagmática». La idea que transmite el término se ajusta al problema. Durante el desarrollo textual, dice J. Dubois, cualquier término se vuelve polisémico, ya

26 Las connotaciones basadas en la colocación pueden denominarse de rección semántica. La expresión es de B. Pottier y designa el hecho de que cada lexema posee cierto número de virtualidades combinatorias que pueden caracterizarse con un índice muy aproximativo de probabilidad; por ejemplo, compartir + entre (60%); compartir + con (30%); compartir + en (5%). Estas colocaciones estarían inscritas en el código léxico y tendrían su surgimiento en un idiolecto textual. 27 Intentaremos en los capítulos que siguen hacer, fundamentalmente, aunque no exclusivamente, ya que se tienen en cuenta otras muchas obras y otros distintos autores, una aportación, a través del corpus idiolectal de Lope de Vega, a su universo semántico. 28 Cfr. J.-C. Milner (1973: 21).

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que, entre el comienzo y el final del texto, no porta las mismas informaciones, hasta el punto de que, en dos momentos distintos, puede corresponder a dos traducciones diferentes en otra lengua. Se puede decir que en el caso de la polisemia sintagmática, estamos frente a un texto que engendra paulatinamente su propio subcódigo y donde, en todo momento, los términos son la suma de las informaciones de que han sido objeto en el enunciado. Esto provoca graves dificultades en el tratamiento automático de los textos. Otro aspecto del mismo problema lo constituye el hecho de que las posibilidades combinatorias de un término están determinadas por sus rasgos distintivos, por el conjunto de sus rasgos constantes, pero también por la totalidad de los rasgos variables, facultativos y alternativos, que pueden añadírseles. Sería justo, pues, conferir un estatuto connotativo a todos estos rasgos ocasionales que reflejan las propiedades específicas de un objeto denotado particular. Pero su cantidad es considerable y dificulta concebir el modo como podrían integrarse en las entradas léxicas las descripciones de todas las propiedades que pueden caracterizar a todos los objetos a los que una palabra puede designar. Los semas pertenecen al dominio de la denotación. Los metasemas, en cambio, pertenecen al dominio de la connotación. Se llama metasemas de un Sm1 a los rasgos que es necesario postular para rendir cuenta de sus transformaciones metafóricas. Estas unidades metasémicas pueden funcionar a la vez como semas, es decir, como rasgos que oponen el Sm1 a otros sememas del mismo campo semántico; pero no es este, sin duda, el caso más general. Cuando, en cambio, se convierten en elementos constituyentes de un Sm2 derivado por metaforización del Sm1, los metasemas de Sm1 se convierten, en Sm2, en semas propiamente dichos. Pongamos el ejemplo de oso: Sm1 = ‘mamífero, carnívoro, plantígrado...’ [insociabilidad]: metasema (rasgo que no es de ninguna manera determinante para la elección o interpretación del ítem léxico, pero que se vincula connotativamente con la imagen asociada del animal y sirve como punto de partida para la transferencia metafórica). Sm2 = ‘hombre insociable’ [insociabilidad]: sema (rasgo que funda la adecuación denominativa de oso2).

La operación de metaforización consiste, pues, en la transmutación de un metasema en sema. Las unidades de connotación son por lo tanto unidades formales y mantienen entre sí relaciones análogas a las que existen entre los contenidos de denotación (sinonimia, antonimia...) y perfectamente independientes de estas. Así, el uruguayo caballo y el brasileño cavalo son sinónimos desde el punto de vista denotativo y casi antónimos desde el punto de vista connotativo; el primero simboliza la estupidez y el segundo la habilidad. De un modo inverso,

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en el nivel de sus connotaciones simbólicas, y sólo en este, el perro, la prostituta, la bruja y el verdugo pueden ser, según L. Hjelmslev (1972: 119)29, equivalentes de una sociedad a otra. Pero existe el siguiente problema: en la mayoría de los casos, la extrema flexibilidad de los mecanismos connotativos y la fluidez de su semantismo obligan al que realiza la descripción a atenerse casi exclusivamente a su intuición lingüística, y convierten en azarosa cualquier tentativa por probar objetivamente la existencia de un hecho de connotación en un punto preciso del texto. ¿Dónde hay que detener la proliferación del sentido, y cómo limitar la arbitrariedad de la descripción? No es fácil dar respuesta a tal pregunta, máxime cuando sabemos que los semas tienen todos el mismo estatuto y en general se organizan en ‘configuraciones’; por lo tanto, son homogéneos y estructurados. En cambio, los rasgos connotativos son heterogéneos y desorganizados; la cantidad de elementos pertenecientes a un mismo subconjunto connotativo puede ir de uno (connotación estilística o axiológica) a casi el infinito (connotación asociativa). De esa manera, el contenido connotado de un lexema se presenta como un magma de valores más o menos estables o inestables, centrales o periféricos, dudosos o certeros. Ahora bien, no hay que olvidar tampoco que los hechos de connotación tienden a organizarse en redes y a constituir isotopías. El efecto de sentido surge precisamente de esta convergencia de unidades connotativamente homogéneas30. Todas las isotopías no se organizan del mismo modo. En lo que hace a la conno-

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El modelo hjelmsleviano opone el lenguaje de denotación, que se caracteriza por la asociación de los dos planos de la expresión y del contenido, al metalenguaje, cuyo contenido es ya un lenguaje. El lenguaje de connotación es un análogo invertido del metalenguaje. En L. Hjelmslev (1972) el signo denotativo en su conjunto funciona como significante de connotación; en cambio, en U. Eco (1972) en La Estructura ausente, únicamente el significado de denotación funciona como significante de connotación, y lo hace en cadena. Esas cadenas connotativas se parecen mucho a las cadenas de conversión de que nos habla T. Todorov (1964) en «La description de la signification en Littérature», cuando analiza la frase ritual: Las personas nacidas con luna roja se convertirán en reyes, y muestra que esta fórmula se basa en una cascada de asociaciones simbólicas: persona/luna → luna/roja → roja/sangre → sangre/potencia → potencia/rey. 30 Las connotaciones tienen implicaciones lingüísticas múltiples. Juegan un papel preciso, por ejemplo, en el funcionamiento de los mecanismos combinatorios. Observa acertadamente J. Mc Cawley (1968: 135) en «The role of semantics in grammar», que las imposiciones de homogeneidad connotativa son menos fuertes en inglés y en francés [extensible al español], donde siempre son posibles las rupturas de isotopía estilística, que en lenguas como el japonés o el coreano. Pero el hecho mismo de que esas rupturas sean experimentadas como tales, prueba la realidad del principio de coherencia connotativa, que incita a los emisores, salvo si desean deliberadamente producir efectos burlescos, a practicar espontáneamente la armonía estilística.

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tación axiológica, por ejemplo, únicamente los términos que poseen un mismo índice de valorización/desvalorización, pueden asociarse sintagmáticamente en el discurso, y especialmente en la coordinación, que une términos de un mismo nivel; así como en la comparación y la metáfora, que sólo pueden vincular realidades de connotación afín. Toda infracción a esta ley de homogeneidad, cualquier ruptura en la isotopía axiológica, produce un efecto burlesco. Según F. Rastier (1972: 82), «una isotopía tiene una definición sintagmática pero no sintáctica, es decir, no está estructurada; se trata de un conjunto no ordenado». A veces, los elementos constitutivos de la isotopía no sólo son recurrentes sino que se organizan cronológica y lógicamente, por lo cual se hace necesario distinguir, desde este punto de vista, diferentes tipos de isotopías: fonéticas, prosódicas, estilísticas, enunciativas, retóricas y presuposicionales. En cuanto a las isotopías semánticas, se distinguen isotopías denotadas (continuas y organizadas sintácticamente) e isotopías connotadas (es el caso, por ejemplo, de la metáfora hilada o continuada). Por lo general, un texto presenta una isotopía denotativa, a la cual se añaden una o varias isotopías connotadas, que desvían en su propio provecho ciertas unidades del lenguaje de la denotación. El problema de la manifestación sintagmática de las unidades de connotación nos lleva del problema de la isotopía al de la pluriisotopía. Por ejemplo, en francés Quand les parents boivent, les enfants trinquent31, el juego de palabras descansa en el hecho de que el verbo trinquer (con el doble sentido de ‘brindar’ y de ‘pagar el pato’), que en la frase significa, de hecho, ‘sufrir las consecuencias’, hace reaparecer hábilmente su sentido de ‘brindar’ o ‘entrechocar los vasos’, a causa del verbo boire (‘beber’) que lo revitaliza. Estos dos verbos constituyen, así, una especie de isotopía oblicua, denotada en el primer nivel, connotada en el segundo. A su vez, del problema de la isotopía y del de la pluriisotopía pasamos al problema del sentido plural: isotopía > pluriisotopía > sentido plural. Se entiende por sentido plural la actualización superpuesta y simultánea de varios valores semánticos diferentes en un mismo punto de una secuencia discursiva. Si para que se pueda hablar de connotación deben cumplirse simultáneamente dos condiciones: a) pluralidad de los estratos informacionales; b) jerarquía de estos niveles (esta condición se subordina a la anterior), en el caso del sentido plural basta sólo con la primera condición.

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Cuando los padres beben, los hijos brindan.

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Para comprender mejor cómo se articulan los dos problemas de la connotación y de la polisemia discursiva (o sentido plural), vamos a tomar ejemplos de explotación del material significante con fines lúdicos o poéticos: 1. Casos que no se vinculan con el sentido plural ni con la connotación: la invención de las palabras-sandwichs, palabras compuestas y otros neologismos basados en amalgama: snark < shark + snake. 2. Casos que se incluyen en la connotación sin que haya verdaderamente sentido plural: • ruptura de una locución estereotipada, ya sea por sustitución o por permutación de los elementos o por la inserción de una unidad parásita: tanto va el cántaro a la fuente que al final se llena. La ruptura de la lexía reactiva su sentido propio, sin que pueda hablarse tampoco de creación de sentido adicional; • procedimientos que refuerzan connotativamente el significado de denotación: la rima, la paronomasia, la figura morfológica, el juego etimológico, la afinidad fonética o histórica de los significantes, la aliteración, la asonancia. 3. Casos que se incluyen tanto en la connotación como en el sentido plural: • neologismos morfológicos con alusión paronímica: versos comunicantes alude a ‘vasos comunicantes’; • anagrama, retruécano, paragrama y otros mecanismos de ‘palabras debajo de las palabras’; • el calambur por alusión, donde los dos sentidos presentan una jerarquía; • el tropo, la ironía, la lítote, la enálage (de persona, de tiempo, de aspecto), y todos los mecanismos que se vinculan con la ‘retórica del desvío’ (desajuste entre el sentido literal y el sentido intencional). 4. Casos vinculados con el sentido plural, pero donde el concepto de connotación no es utilizable, porque los diferentes niveles semánticos que se actualizan simultáneamente no se jerarquizan entre sí: • • • •

el calambur sin alusión; la alegoría; la ironía, cuando se generaliza a la totalidad del texto; la explotación de la polisemia de los términos, sin que exista realmente un calambur (es decir, conflicto entre dos interpretaciones rivales), sino

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simplemente superposición de sentidos complementarios que coexisten pacíficamente, como, por ejemplo, «el habla extrae sus giros (en el sentido estilístico y lúdico del término) de todo un conjunto de códigos culturales y oratorios». Por lo tanto, los campos de aplicación de estos dos conceptos (connotación y sentido plural) están en una relación de intersección. Conviene conservar el concepto de connotación, porque da cuenta del hecho de que, en la mayor parte de los casos de polisemia discursiva, los diferentes niveles semánticos presentan una jerarquía y no tienen el mismo estatuto. M. Arrivé (1972: 23) tiene razón en este punto al afirmar que sólo el concepto de connotación permite explicar de un modo satisfactorio el funcionamiento del tropo. El concepto de connotación es, pues, extremadamente productivo, porque permite el ‘juego’ de (y sobre) los textos. Detallaremos algo más algunos de estos fenómenos en lo que sigue. Así el anagrama puede darse in praesentia32 (y en ese caso es un tipo particular de paronomasia) o in absentia. En el anagrama in praesentia: x e y figuran ambos en el texto. Su valor reside en que refuerza el vínculo semántico que existe entre dos palabras y hace que estas se perciban como dos avatares superficiales de un mismo concepto profundo. En el anagrama in absentia: x, única palabra expresada explícitamente, disimula (connota) a y, y es su anagrama. Los pseudónimos explotan, sobre todo, este procedimiento; por ejemplo, Lope de Vega Carpio (y) > Gabriel Padecopeo (x). El retruécano es, en el nivel del sintagma o de la frase, lo que el anagrama es en el nivel de la palabra. En el retruécano, como en el anagrama in absentia, un

32 Desde F. de Saussure se tiene tendencia a plantear como equivalentes: las relaciones paradigmáticas = in absentia y las relaciones sintagmáticas = in praesentia. En realidad, las cosas se presentan de un modo más complejo: en el código léxico, cada unidad constituye el centro de una red de relaciones paradigmáticas (asociaciones basadas en la semejanza semántica y/o fonética) y sintagmáticas (asociaciones basadas en afinidades combinatorias). Estas relaciones son puramente virtuales, es decir, in absentia. Cuando la unidad se actualiza en un enunciado, se encuentra en la intersección de los dos ejes paradigmático y sintagmático, y mantiene relaciones in absentia con otras unidades que podrían figurar en su lugar; e in prasentia con los elementos de su entorno lingüístico. El mecanismo connotativo es muy diferente según que la relación sea in praesentia o in absentia. La relación in absentia crea siempre un enriquecimiento semántico, ya que al sentido denotativo de la unidad actualizada x se sobreañade en forma de connotación simplemente sugerida, el sentido de la unidad ausente en la que x hace pensar. La relación in praesentia se conforma con reforzar el vínculo existente entre las dos unidades. Así, por ejemplo, la paronomasia agrega a la relación semántica denotativa una conexión connotada por el parecido fonético, instaurando además una connotación estilística, ya que la explotación sintagmática de una relación paradigmática particular produce en general el efecto retórico de una figura.

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significante aparentemente único se presta a dos lecturas: la lectura normal nos proporciona el significado de denotación (literal); la lectura anagramática obliga a un reajuste del significado porque pasa por un reordenamiento de los grafemas. El anagrama y el retruécano operan, pues, una mutación en la jerarquía de los niveles semánticos; encontraremos esta inversión de jerarquías en el estudio del tropo, donde el significado de denotación es falaz, engañoso, ilusorio. Su existencia no tiene seriedad. Sólo existe para que se lo atraviese y poder alcanzar así el significado de connotación, que es el único que importa verdaderamente (cfr. Petit Robert: x es ‘elegido especialmente’ para evocar a y). Vemos aquí que el carácter “secundario” de la connotación respecto de la denotación está muy lejos de implicar su condición de ‘accesorio’. El palíndromo de G. Cabrera Infante [Nada, yo soy Adán], [dábale arroz a la zorra del abad], aunque se parezca al anagrama y al retruécano, no presenta ningún interés (salvo de curiosidad), porque no introduce ningún exceso de sentido: por definición, la significación del mensaje es invariante, ya sea que se lo descifre en una u otra dirección. El único valor que el palíndromo añade al enunciado es la connotación lúdica33. Con respecto al paragrama, en 1964, J. Starobinsky34 publica 99 cuadernos manuscritos de F. de Saussure que revelan que sus estudios minuciosos de poesía latina o latinizante habían llevado a Saussure a observar que estos poemas presentaban con frecuencia una recurrencia curiosa de algunos fonemas diseminados a lo largo del texto y que, además, si se ordenaban esos fonemas linealmente, constituían un significante35 léxico cuyo significado equivalía a la o a las palabras–tema del poema. Estas palabras-tema36 representan uno o varios nombres propios que están en el centro del poema y a veces, además, uno o varios nombres comunes que condensan la significación de la obra. Se puede o no enunciarlos explícitamente, recurriendo al mecanismo semiológico normal (denotativo); en este caso, Saussure habla de ‘paragrama no criptográfico’ (in praesentia): se caracteriza porque el significado de connotación refuerza el significado de denotación. Si no es así, estamos frente a un ‘paragrama criptográfico’ (in absentia); aunque sea fundamental, el significado sólo existe en estado connotado. 33

Cfr. G. Cabrera Infante (1976), Exorcismos de esti(l)o. J. Starobinsky (1964/1971). 35 Todo texto ofrece un material grafemático lo suficientemente rico como para que un nombre pueda inscribirse en él paragramáticamente. La única manera de probar la existencia de un paragrama es mostrar que los grafemas constitutivos de la supuesta palabra-tema están representados en el texto con una frecuencia superior a la frecuencia aleatoria de distribución de las unidades distintivas. 36 La palabra-tema es a la vez el tema del discurso (su condensación semántica) y el generador del discurso (fonético y semántico). 34

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Algunos críticos han considerado este descubrimiento como espectacular y han hablado de una segunda revolución saussureana; el descubrimiento muestra en todo caso que para F. de Saussure el mecanismo de producción de sentido no se deja reducir a la teoría del signo. El significado no sólo nace de un significante léxico formado por unidades distintivas contiguas, sino que además puede transmitirse por medio de grafemas diseminados, que constituyen un significante discontinuo de un nuevo tipo. Aunque el paragrama (como las Diseminaciones → Recolecciones o los Acrósticos), sólo ha podido observarse en el discurso escrito, podrían concebirse, también, ‘paráfonos’ orales. Los paragramas son hechos de connotación, porque tienen un significante específico y un significado implicado. Si el anagrama y el retruécano explotan la totalidad del material fónico de la denotación, el paragrama solicita solamente algunas unidades de ese material. En efecto, en la rima y paronomasia el connotador es la semejanza parcial de dos significantes léxicos. En el anagrama y retruécano, su significante de connotación es la totalidad de las unidades constitutivas de una palabra, un sintagma o una frase, pero permutadas. En el paragrama el significante es un morfema discontinuo constituido por grafemas diseminados en el texto y separados por unidades no pertinentes. Como la paronomasia y el juego de palabras surrealistas, el paragrama nos demuestra que el discurso es capaz de desplegarse de acuerdo a una dinámica propia, que es la del encadenamiento de los significantes; en esta medida, el discurso escapa a la iniciativa y al control del sujeto creador. La noción de paragrama subvierte también la concepción monológica del texto. Nos advierte que una palabra puede esconder otra. Nos invita a que añadamos a la lectura ‘normal’ (denotativa) una descodificación diferente, más activa, tal vez, ya que la lectura deja en ese caso de ser un registro pasivo para convertirse en un trabajo sobre el significante; esta descodificación busca, por debajo del carácter lineal del significante, otro ordenamiento de los signos. Nos orienta hacia una concepción pluralista de los niveles semánticos. Bajo el nombre de anagrama, paragrama, hipograma o criptograma, F. de Saussure designa la posibilidad de leer en un texto o, mejor dicho, como él mismo lo dice, bajo un texto, palabras diferentes de las que se nos muestran en una lectura normal. Esta última divide la cadena sintagmática en unidades de significación, las cuales, en cada etapa del corte (frases, sintagmas, morfemas), asocian un significante y un significado isomorfos. El otro texto, en cambio, va a obtenerse transgrediendo esta división y va a combinar fonemas o grupos de fonemas extraídos del texto sin tener en cuenta la unidad del signo lingüístico, ni sus fronteras, ni el carácter lineal del discurso.

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El calambur es la explotación37 de un doble sentido (para un significante único, se actualizan varios significados al mismo tiempo; la ausencia de monosemización resulta bien de un contexto bivalente, bien de que una palabra se inserta en dos estructuras contextuales que no seleccionan el mismo semema). Se tiene, pues, un único y mismo significante y varios significados. Pero la fórmula es ambigua, ya que un único significante puede querer decir: a) dos (o más) ocurrencias de un mismo significante (una sola palabra-tipo, varias palabras-ocurrencia); en este caso, hay calambur in praesentia, que la retórica tradicional llama antanaclasis38: «el corazón tiene sus razones que la razón desconoce»; b) En cambio, cuando el doble sentido se vincula con una ocurrencia única del significante, una connotación semántica puede agregarse a esta connotación estilística siempre presente: «No hablaré de dólares, sino de liras (si no deliras)39». En el tropo distinguiremos: comparación de metáfora. La comparación (x es como y), enuncia una relación de analogía que se percibe entre dos objetos denotados, sobre la base de una propiedad común p, que puede permanecer implícita o explicitarse lingüísticamente: la tierra es como una naranja. La metáfora in praesentia (x es y), suprime el ‘como’ e identifica a los dos objetos denotados. Se pasa así de la comparación a la identificación: la tierra es una naranja. La metáfora in absentia (y que reenvía a un x implícito), opera una metamorfosis en el referente, acompañada por una doble sustitución: sustitución de x por y (perspectiva onomasiológica), y sustitución del sentido literal de y por su sentido figurado (perspectiva semasiológica): vivimos sobre una naranja. Cabe preguntarse por dónde reside la diferencia entre la comparación y la metáfora in praesentia. En principio, cuando digo que la tierra es como una naranja, declaro que x posee algunas propiedades, y solamente algunas de y; mientras que cuando afirmo que la tierra es una naranja, digo aparentemente que x posee todas las propiedades de y sin excepción. Pero esto es verdad solo en principio, porque, incluso M. Le Guern (1978) reconoce que la metáfora opera una selección sémica que permite que la expresión metafórica exprese solamente un aspecto de la realidad que designa.

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Su fin conscientemente lúdico permite oponer el calambur a la ambigüedad involuntaria (criterio ilocutorio). 38 La antanaclasis consiste en repetir varias veces un mismo significante haciendo variar su valor semántico en relación con el contexto reducido en que se inserta. 39 Estamos ante un caso de homofonía. Cuando se produce la convergencia de homofonía y homografía, el calambur puede explotar una homonimia.

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También en la comparación hay diferencia. Si comparamos tú eres bella como un camión con tú eres como un camión, observamos: 1º) en tú eres bella como un camión, una frase elidida que se presupone (‘un camión es bello’); por lo tanto, estamos ante un enriquecimiento de y; 2º) en tú eres como un camión, la descodificación de la metáfora conserva intacto el contenido de y, y trata de extraer de él algunos valores que van a enriquecer la representación del sujeto denotado por tú. La comparación exhibe el momento de la semejanza y la metáfora lo disimula bajo la apariencia de una identidad ficticia; nadie, en efecto, se engaña con la cópula ser, ya que la tierra no es realmente una naranja; se trata de una manera de hablar, de una astucia40 del discurso. Entre comparación y metáfora hay tres grados de explicitación/implicitación de la expresión de la analogía 41: 1. comparación: explicitación total (como); 2. metáfora in praesentia: implicitación parcial (es designa la identidad, pero sugiere la analogía)42; 3. metáfora in absentia: implicitación total (ausencia de todo indicador de distancia entre x e y). Es digna de asombro la paradoja del tropo, que sitúa a los sujetos codificador y descodificador en una posición que es al fin y al cabo poco cómoda, puesto que se supone que perciben la impostura que constituye el sentido literal y que lo atraviesan para alcanzar un sentido derivado más fácil de recibir, sin que ello sea razón para que lo expulsen totalmente: el sentido literal cede resistiendo, pero resiste cediendo y conserva cierta validez hasta el final (en forma de marcas connotativas que vienen a sobredeterminar el sentido derivado que se ha vuelto, en la circunstancia, denotado); sin esa validez, el tropo perdería toda legitimidad.

40 Es una de las tantas estrategias de uso del lenguaje que explotan la interacción entre lo explícito y lo implícito en la generación de significado. 41 El cambio analógico, no en la esfera semántica sino en la parcela gramatical, ha sido muy bien estudiado por J. Elvira (1998) 42 A diferencia de lo que ocurre en la comparación, la metáfora nunca es connotativamente inútil, ya que en cierto nivel instituye una equivalencia entre dos términos no sinónimos x e y, de los cuales x es el primero en beneficiarse porque, pese a las apariencias, la fórmula x es y no es simétrica, ya que y predica de x pero no al revés. No es ecuativa. Por otra parte, ninguna metáfora es equivalente a su traducción literal; por eso es intraducible, ya que se opera una inversión semántica: el sentido literal = sentido connotado; y el sentido figurado = sentido denotado. La metáfora tiene existencia real solamente cuando el sentido propio es inaceptable en el contexto y remite obligatoriamente a un sentido figurado que se integra en la isotopía denotativa. La metáfora es, por lo tanto, plenamente informativa.

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En algunas experiencias oníricas o alucinatorias bajo el efecto de la mescalina, por ejemplo, la percepción de los objetos es semejante a la lectura del tropo, si damos crédito a esta declaración de J. P. Sartre en una entrevista cinematográfica realizada por A. Astruc: «Yo sabía que era un paraguas, pero me era inevitable verlo como si fuera un buitre». Esta experiencia perceptiva, verbalizada, toma las mismas formas de la metáfora. Las relaciones movilizadas por la sinécdoque y la metonimia –como la relación entre un objeto complejo y sus partes, o la contigüidad espacial entre dos objetos– pueden observarse en la experiencia cotidiana independientemente de la creación de metonimias y sinécdoques. La metonimia y la sinécdoque se limitan a valorizarlas. La metáfora, por el contrario, enfoca 43 o incluso crea la analogía. En nuestra experiencia, todo puede presentar analogías con todo o con nada; la metáfora es la que impone a esta red 44 de analogías puramente virtuales un marco conceptual definido. Por este hecho, la metáfora adquiere, entre los tropos, un relieve singular: más que recordarnos un enigma con clave, se presenta como un conflicto conceptual abierto, desprovisto de una salida predeterminada; más que como una valorización de esquemas conceptuales adquiridos, aparece como un instrumento de creación45 conceptual. La ironía es la manera de burlarse (de alguien o de algo) diciendo lo contrario de lo que se quiere hacer entender. Por lo tanto, en un punto de una secuencia discursiva, un significante recibe la carga de dos valores heterogéneos en cuanto a su estatuto, esto es: un valor literal y un valor asociado.

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Siguiendo a M. Black (1954), se llama foco al componente figurado del tropo, y marco al componente literal. En la metáfora L’amore è un’erba spontanea, el componente literal El amor enmarca al foco una hierba espontánea. El foco puede afectar a un segmento puntual del enunciado trópico, o dilatarse hasta cubrir la totalidad del enunciado. La retórica clásica distingue entre tropos en una sola palabra y tropos en varias palabras basándose en la extensión del foco. 44 Respecto a la extensión del foco se plantea el problema de la coherencia interna del contenido complejo de los enunciados trópicos. Si coexisten en un mismo enunciado segmentos literales y figurados, su contenido es en principio contradictorio; contradicción que impide una interpretación literal del enunciado; por este hecho, la predicación alegórica no es contradictoria: una isotopía manifiesta y una isotopía oculta se desarrollan paralelamente sin interferirse. Ahora bien, en el momento en que el segmento figurado se dilata hasta cubrir el conjunto del enunciado, el tropo recubre su coherencia interna ajustándose a la isotopía figurada. 45 Según M. Prandi (1995), si la imagen de la metonimia y de la sinécdoque todavía es esencialmente la de la retórica clásica, los recursos conceptuales específicos de la metáfora, en el momento en el que se ha despertado de nuevo el interés por la tropología, han llevado a alterar completamente la noción misma de esta última. A una definición centrada en la noción de transferencia analógica se le ha opuesto una definición que valora el conflicto conceptual y su potencial de creación.

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Hay que distinguir dos clases de insinceridad: – la mentira: L dice A, piensa no-A, y quiere hacer entender A; – la ironía: L dice A, piensa no-A, y quiere hacer entender no-A. En ambos casos L puede fracasar ya que, al querer mentir, puede comunicar no-A, y al querer ironizar puede comunicar A. Esto no afecta al hecho de que los índices de la inversión semántica, aun cuando en general sean los mismos (contradicción interna, entonación, mimo-gestualidad), tengan un estatuto diferente en cada caso: el emisor que miente se esfuerza por atenuar cuidadosamente toda huella de esa inversión, mientras que el emisor que ironiza actúa de tal manera que aparezcan índices, aunque sutiles, e incluso disfrazados, de su insinceridad. La mentira pretende ofrecer una apariencia de verdad, mientras que la ironía debe ser codificada como tal. Una secuencia irónica se presenta como un significante único con el cual se relacionan dos niveles semánticos, en el momento de la codificación y descodificación, en caso de que la comunicación se logre. Estos dos niveles son: significado1: literal, manifiesto, patente; significado2: intencional, sugerido, latente. Estos dos significados no tienen el mismo estatuto: el sentido literal es el primero que se descodifica gracias a la competencia léxica del sujeto; el sentido intencional se vincula con lo implícito discursivo y se deduce del sgdo1, al término de un razonamiento complejo y azaroso. En esta perspectiva, el significado2 se presenta como una consigna (‘invertir el significado1’), y el signo irónico como un operador de inversión semántica, que, en realidad, muestra que la relación entre significado1 y significado2 no es siempre de una antonimia46 estricta. La descodificación de la ironía moviliza no sólo la competencia lingüística sino también las competencias ideológica y cultural de los participantes de la alocución (es decir, el conjunto de sus conocimientos y sistemas de interpretación del referente), las cuales pueden no coincidir. La noción de contra-verdad es tan relativa como la de verdad, que está supuesta en ella. Se comprueba que adverbios y frases adverbiales como por supuesto, realmente, evidentemente, en efecto, por cierto, en verdad, seguramente, ciertamente, como se sabe, etc., acompañan muy a menudo a una secuencia irónica. La

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Cuando un enunciado comporta dos secuencias contradictorias, uno de los modos de reabsorber la anomalía es hacer que una de ellas sufra la inversión irónica. Pero es necesario insistir sobre el hecho de que, al igual que la metáfora, la ironía no debe compararse con la contradicción interna, puesto que esta funciona solamente como una señal, por el hecho de que en un punto del texto (en el nivel del significante), es conveniente operar una transformación semántica.

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razón de ello es que estos modalizadores son intensivos y es en calidad de intensivos que señalan la ironía; una afirmación sospechosa, pero en última instancia aceptable, que se enuncia en términos moderados, deja de ser aceptable si se la superlativiza. Por ese motivo la hipérbole puede connotar la ironía, a pesar de la aparente paradoja. Un procedimiento análogo permite identificar un tipo muy frecuente de ironía: la ingenuidad fingida47, la torpeza simulada tal como la practican Sócrates, G. Chaucer, B. Pascal o Voltaire. En la ironía, como en la metáfora, el sentido sugerido es el verdadero sentido; este último sentido es el que hay que comprender realmente para captar el enunciado y el que asegura su coherencia (la salida de ese sentido verdadero se produce por lo general por el deseo de restaurar la coherencia en una secuencia aparentemente contradictoria), y es él y no el sentido literal el que se integra en la isotopía denotativa. El valor segundo no es en absoluto secundario, periférico, marginal (características todas estas de los contenidos connotados). Por lo tanto, contenido denotado = sentido intencional; contenido connotado = sentido literal (que se presenta explícito y que es preciso atravesar para captar el sentido verdadero). Con ello, se observa en la ironía la misma inversión de los niveles semánticos que caracteriza también al tropo: contrariamente a los casos generales, el sentido literal es connotado y el sentido segundo es denotado. Traducir una secuencia irónica o una secuencia metafórica en lenguaje racional de primer grado es eliminar el ‘ruido’ retórico, es decir, el sentido literal. Entre metáfora e ironía, por un lado; y alusión intertextual, por otro, aun teniendo en común el hecho de enriquecer una secuencia con valores adicionales que vienen a añadirse a otros anteriores, favorecidos por diversos mecanismos, existe una diferencia básica, que consiste en que estos valores son exógenos en el caso de la alusión intertextual, y endógenos en el caso de la ironía y la metáfora. Pero, al igual que la alusión, la ironía sólo existe in absentia, porque el significante que corresponde al significado intencional debe permanecer implícito, si es que no quiere perder su carácter picante. En esto, la ironía se opone al calambur y a la metáfora, que pueden darse también in praesentia. La metáfora es una de las tácticas que se integran en una estrategia general, que consiste en sugerir algo diferente de lo que se afirma. La ironía es otra táctica, por la cual sugerimos lo contrario de lo que decimos retirando nuestra afirmación en el mismo momento en que la postulamos. Pero esto es válido si nos referimos a la mayoría de los mecanismos asociativos (otro ejemplo es la paro-

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mente.

Lope de Vega hace mucho uso de ella en su teatro. Pensemos en La dama boba, simple-

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nomasia, la cual sugiere una afinidad semántica que no existe necesariamente en el plano denotativo); todos ellos ponen en evidencia que la connotación mantiene relaciones privilegiadas con lo implícito48 discursivo. En efecto, las connotaciones de un término se conservan por lo general, al igual que los presupuestos, cuando ese término se niega (No es un cascajo, connotación axiológica; No es un tamango, connotación estilística. La negación está usada normalmente, o sea, sin valor metalingüístico); como los sobrentendidos, las connotaciones se sugieren en vez de ser objeto de verdaderas aserciones; su semantismo es fluctuante, su descodificación azarosa, y su actualización depende del contexto. Dadas estas condiciones, es comprensible que a menudo se asocien la connotación y el implícito discursivo. Tanto P. Ricoeur como O. Ducrot utilizan explícitamente el término de connotación para ilustrar el hecho de que toda frase connota sus propios presupuestos, sus inferencias y sus condiciones de validez. Según P. Ricoeur (1977/2001) la significación explícita de una palabra es su designación; su significación implícita es su connotación. Para O. Ducrot (1973: 219-222), toda frase presupone la existencia de los referentes de los que ella habla. Así, hablar de un rey es una manera de afirmar que hay un rey. Pero, añade, que por lo general si digo que el rey es prudente, lo digo para predicar a propósito del rey y no para afirmar su existencia. En cambio, en algunos empleos connotativos, un enunciado puede utilizarse para afirmar lo que presupone; en esos casos, el verdadero significante no es el enunciado mismo, sino la posibilidad lingüística del enunciado. Lo que se significa entonces es que las condiciones de esa posibilidad se han cumplido. Del mismo modo, la frase el coche está en el garaje, puede tener como finalidad semántica principal la de señalar (o hacer creer) a mi interlocutor que tengo un coche. El problema del tratamiento connotativo de lo implícito49 discursivo no es simple. El mecanismo es análogo al que caracteriza la metáfora y la ironía: la descodificación del sentido literal se encuentra bloqueada por ciertos factores situacionales o contextuales, y nos obliga a una interpretación segunda más verosímil. Puede hablarse, en este caso, de tropo ilocutorio. Pero entonces es evidente que la presuposición de existencia cambia de estatuto (cuando es ella la que constituye el verdadero objeto de la aserción), convirtiéndose así en denotado (en vez de connotado, cosa que por lo general es), de acuerdo a un proceso de

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Por ello, según Le Guern (1978), el nivel connotativo es el nivel interpretativo del len-

guaje. 49 La noción de implícito es embarazosa, ya que los semas también constituyen en alguna medida, como lo han demostrado Ch. Fillmore (1971), y B. L. Whorf (1964), covert categories, es decir, categorías latentes, o implícitas, que pueden tratarse en términos de presuposición.

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mutación de los niveles semánticos análogo al que se observa en la metáfora y la ironía. En todos ellos se puede ver una subversión de niveles semánticos. El lenguaje connotativo se prende de la materialidad del lenguaje de denotación para desviar a este en su propio beneficio y semantizarlo en lugares inesperados. Pero no hay que inferir de esta subordinación lógica una supuesta jerarquía evaluativa. La connotación es segunda pero no secundaria. U. Eco (1972: 91) declara al respecto que el funcionamiento de un significante, en el proceso de la semiosis, acuerda la misma importancia a estas dos formas [denotativa y connotativa] de los significados. Si relegamos la segunda forma a un universo al que la semántica no tiene acceso50, se podrá estudiar con mucha exactitud la función referencial del lenguaje, pero se perderá toda la riqueza del proceso de comunicación. Aunque la connotación desorienta y retrasa el trabajo de la descodificación transgrediendo las reglas comunes de lo legible, pervirtiendo la evidente simplicidad del lenguaje denotativo y haciendo proliferar los sentidos en todas direcciones, al mismo tiempo, se pone al servicio de la denotación ya que, al afectivizarla, favorece una mayor adhesión al mensaje, y multiplicando el sentido, aumenta su caudal semántico. Por todas partes encontramos connotaciones en el lenguaje. Es cierto que su lugar de despliegue predilecto es el discurso literario; describir un texto literario es esencialmente detectar las redes connotativas que lo atraviesan y lo estructuran. Pero las connotaciones proliferan también en el intercambio verbal cotidiano. Incluso llegan a investir el discurso científico. En todo texto coexisten los sentidos denotados (engendrados en virtud de los mecanismos comunes de la denotación, ítems léxicos y construcciones sintácticas, que nunca se subvierten por completo), y los valores connotados por todos los mecanismos complejos que se han ido enumerando, mecanismos evocadores y asociativos, internos al enunciado, es decir, el conjunto de las estructuras paradigmáticas y sintagmáticas que definen el idiolecto textual. Los dos tipos de valores semánticos (denotativo y connotativo) no son exclusivos sino complementarios. La lectura paragramática no suprime la lectura lineal, así como tampoco la interpretación metafórica desaloja definitivamente a la interpretación literal. Nada es insignificante en un texto y todo contribuye al despliegue de la polifonía textual. El discurso literario tiene la peculiaridad de otorgar un lugar preponderante a los hechos de connotación. Esto se hace sobre todo evidente en el hecho siguiente: suele ocurrir que los mecanismos connotativos no solamente permiten multi-

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Cfr. R. Carnap (1947).

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plicar las significaciones textuales, sino que además pueden llegar a ser los portadores exclusivos de la coherencia sintagmática, pudiendo así, en algunos casos, colmar los vacíos del lenguaje denotativo. En muchos textos de J. Joyce, que parecen ilegibles en el nivel literal, a causa de la ambigüedad generalizada de los anafóricos, la indeterminación de los actantes y las perturbaciones de la cronología, la lectura connotativa es la única que hace posible una interpretación51 que no sea equívoca sino coherente. T. A. van Dijk (1973: 387), define el signo poético léxico como el conjunto del signo denotativo y de sus regiones de posibilidad asociativa; formula luego la hipótesis siguiente: en el poema, se pueden establecer relaciones entre las regiones asociativas de los diferentes signos, de tal manera que solamente esas relaciones pueden determinar la coherencia semántica (isotópica) de ciertas combinaciones del texto. Existe, pues, una catálisis de elementos paradigmáticos (virtuales) en el texto realizado. Esto quiere decir –y T. A. van Dijk proporciona ejemplos apropiados– que en poesía los valores asociados, que es preciso catalizar, y no sus contenidos sémicos, son los que aseguran con frecuencia el vínculo semántico entre dos unidades léxicas sintagmáticamente asociadas. Hay connotaciones libres y obligatorias52. Según M. Le Guern (1978: 21), el caso más típico de connotación libre es el texto poético, que no se puede interpretar satisfactoriamente en el nivel denotativo. El texto poético presenta de algún modo lagunas lógicas, que cada lector es invitado a llenar con su imaginación, con su experiencia, su cultura o su conocimiento de la personalidad del poeta. Estos elementos forman parte de la connotación, ya que no están inscritos en la estructura lógica del texto. Se puede comprobar que se trata de una connotación libre si se confrontan las diversas interpretaciones, igualmente legítimas, que críticos igualmente calificados dan de un mismo poema. Pero en los casos en que el hecho connotativo sea estrictamente necesario para la mínima comprensión de la secuencia, como en la metáfora, estaremos ante una connotación obligatoria. Afirma M. Le Guern al respecto que la peculiaridad de la metáfora consiste en que une una denotación marcada por un proceso de selección sémica con una connotación psicológica obligatoria, aun cuando se trate de un contexto limitado. Los fenómenos de connotación adquieren una gran importancia en el discurso literario; hecho que acarrea las siguientes consecuencias:

51 El ámbito infinitamente variable de los géneros de habla o los juegos de lenguaje constituyen lo substancial de las actividades interpretadas, tanto las actividades del discurso como los acontecimientos del habla, que proporcionan marcos de significado para la negociación de las interpretaciones. 52 Esta oposición no tiene nada que ver con la que J. Molino (1971) defiende.

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a) durante la operación de traducción debemos conservarlos en la medida de lo posible, ya que son tan pertinentes y significativos como las unidades denotativas. Por ejemplo, para traducir al inglés los versos de P. Verlaine: «Les sanglots longs / des violons / de l’automne» (Los largos sollozos / de los violines / del otoño), hay que traducir también el fenómeno del simbolismo fonético por el cual la consonante y las tres vocales nasales connotan, de acuerdo a su valor habitual, cierta melancolía crepuscular. Pero el inglés no posee vocales nasales; sin embargo, si leemos la traducción inglesa: «When a sighing begins / in the violins / of the autumn-song», vemos que el traductor, consciente o inconscientemente, ha compensado esa carencia del sistema fonemático de la lengua inglesa multiplicando las consonantes nasales (que son siete orales, ocho gráficas, en estos tres versos), lo cual produce el mismo efecto, ya que el rasgo nasal es el único que sirve como soporte al sema potencial; b) comprobar esto permite, por otra parte, definir cuál es la tarea esencial que corresponde a la estilística, disciplina que persigue como cometido el dar cuenta lo más precisamente posible, en su especificidad e idiosincrasia, de los textos realizados, por oposición a la textología, que se ocupa de inferir las reglas generales del funcionamiento textual; esa tarea consiste, en un primer momento, en identificar todos los hechos de connotación –soportes significantes y contenidos connotados– que comporta un texto dado, y en un segundo momento, ver cómo esos hechos de connotación se organizan en isotopías, cuáles son los tipos de significación producidos por su convergencia y de qué manera se articulan con el lenguaje de la denotación. Finalmente, la función semántica de la connotación es doble: 1) al recuperar, en beneficio propio, lo que la denotación descuida, al semantizar la totalidad del material verbal, la connotación multiplica los planos de lectura, hace que el sentido desborde en todas direcciones, y que el marco estrecho de la literalidad53 estalle de tal modo que, siguiendo a P. Ricoeur (1977/2001: 38), la dosis de literariedad que implica un texto sería directamente proporcional a la cantidad de niveles semánticos que se invierten en él. En efecto, la literatura, justamente, nos pone en presencia de un discurso donde se significan varias cosas a la vez, sin que sea necesario que el lector elija una en detrimento de las otras. Así, una definición

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Pese a la paronimia, la literariedad es todo lo contrario de la literalidad.

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semántica de la literatura, es decir, una definición formulada en términos de significación, puede obtenerse en base a la proporción de significaciones secundarias implícitas o sugeridas que comporta un discurso; 2) en coherencia con esto, la connotación subvierte, en cierta medida, el funcionamiento normal, denotativo, de la designación; para ella, un pan no es necesariamente un pan, y al revés. Al exhibir el trabajo de producción del sentido, al sacar a luz, en vez de ocultarla, la distancia que existe siempre entre la verbalización y lo verbalizado, la connotación introduce una perturbación en el funcionamiento lingüístico y contribuye así eficazmente a denunciar el carácter relativo de todo sistema de representación y a proyectar una sombra de sospecha sobre la ilusión de que existe un discurso verdadero y adecuado. Sin embargo, sería un absurdo no ver en ella nada más que un agente de subversión. Esta afirmación solamente es válida en referencia a cierto tipo de fenómeno connotativo (a la metáfora en primer lugar, y a cierta clase de prácticas discursivas como, por ejemplo, los textos que rozan lo ininteligible). Aunque es innegable que la connotación, a veces, cambia las reglas, en la mayoría de las ocasiones, sin embargo, se deja gobernar por ellas54. N. Gueunier (1969) demuestra de manera convincente que las infracciones poéticas, o bien son solo aparentes, o bien se integran en un subsistema lingüístico; en otros casos, su alcance se ve limitado por el hecho de que, en general, se dejan reducir fácilmente a una pequeña cantidad de connotaciones transparentes; por ejemplo, la escritura llamada automática en el caso de algunos enunciados surrealistas. Se sabe que un enunciado surrealista, aparentemente ilegible, deja de inquietar en cuanto es considerado como producto de la escritura automática; en este caso, el desvío se reabsorbe en provecho de un tipo particular de norma. No existe ningún desvío que no se convierta a su vez en una regla. Esta es la hipótesis de trabajo de J. Cohen (1977: 14), cuando afirma que en todo fenómeno de desvío existe una regla inmanente al desvío mismo; esta no existe a priori, en el caso de las verdaderas innovaciones; pero se constituye siempre a posteriori, permitiendo así generar detrás de sí, una serie de desvíos análogos. A propósito del paragrama, P. Wunderli (1972: 44), se pregunta si hay que considerar que el abandono del principio de la linealidad es una libertad o una ley. Se puede decir que es ambas cosas al mismo tiempo. Todo acto de emanci-

54 Aludimos aquí a los dos tipos de creatividad que distingue N. Chomsky: la que cambia las reglas y la que es regida por las reglas.

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pación se deja recuperar inmediatamente por la ley. Por esa razón, la poesía debe inventarse constantemente nuevos ‘lugares’, lo cual explica que no haya cesado de exacerbar las marcas de su especificidad, a lo largo de su historia; es esta una condición de supervivencia para la poesía, que está condenada a una eterna huida hacia adelante. Por otra parte, los procedimientos connotativos no son los únicos que introducen esta distancia entre el nivel verbal y el del objeto verbalizado. Los mecanismos metalingüísticos, tal como los manipula S. Beckett55, por ejemplo, contribuyen a desacreditar parcialmente el enunciado al que comentan, relativizando así la verdad del decir. Pero la actitud metalingüística por excelencia es la del lingüista, que dice explícitamente lo que la poesía sugiere. Con ello se demuestra que el lenguaje es doblemente arbitrario y que los códigos de representación son convencionales. Si la literatura, entendida como el conjunto de los textos trabajados por la función poética, se caracteriza por la presencia insistente y conjugada de la connotación y del metalenguaje, ella desempeña entonces un papel primordial en el intento de demoler las pretensiones de naturalidad del lenguaje denotativo, añadiendo a esto una reflexión más o menos implícita acerca del trabajo de escritura. De acuerdo con esto, se podría definir el texto literario como aquel que posee como connotación última esa connotación escritural. Aunque todo texto connota en última instancia su propio trabajo de escritura, siempre lo hace de manera discreta. En autores como J. Joyce, S. Beckett, S. Mallarmé, G. Cabrera o L. R. Sánchez, la connotación aflora explícitamente en el feno-texto; se trata casi de una connotación obligatoria. La connotación escritural es un hecho propiamente semántico que consiste en que, al mismo tiempo que nos habla de cualquier otra cosa (cualquier tema), el texto nos sugiere, por medio de mecanismos diversos (como la asociación simbólica, la evocación paronímica o polisémica, o la transferencia metafórica), que en otro nivel se trata del trabajo de producción textual. En otras palabras, escribir no es solamente relatar sino también decir que se relata, y reflexionar, aun cuando el escritor no parezca hacerlo, sobre la práctica de la escritura. La función del texto literario, en virtud de su funcionamiento connotativo, es, por consiguiente, doblemente polémica: toma partido por la polisemia discursiva en contra de la lectura monológica, y además exhibe su trabajo de producción textual desmintiendo así la seguridad falaz del lenguaje transparente de la denotación56, que disimula su artificio bajo la falsa apariencia de lo natural.

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Cfr. G. Celati (1973). El lenguaje verbal (denotativo) denota de un modo diferente al connotativo, es decir, a través de la arbitrariedad y no por motivación. Ahora bien, la convención hace su aparición 56

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Pero la oposición entre connotación y denotación no es tan tajante como pudiera pensarse, puesto que la connotación compromete dos aspectos importantes, como son: la referencia y la enunciación. Con respecto al problema de la referencia, las connotaciones, salvo quizá las connotaciones estilísticas, también denotan; lo hacen las connotaciones enunciativas porque aportan informaciones acerca del sujeto de la enunciación, el cual forma parte del referente, aun cuando su lugar sea específico; también denotan las connotaciones semánticas, ya que refuerzan, por medio de procedimientos paralelos, el contenido denotativo, o lo enriquecen con valores asociados, que siempre pueden parafrasearse en lenguaje denotativo. La diferencia entre este tipo de connotaciones y las unidades de denotación no es una diferencia de contenido sino de estatuto. Afirmar que las connotaciones denotan no implica paradoja alguna, si la hay es sólo aparente. Esta se resuelve si se admite que denotar es, polisémicamente: – hablar del referente en el modo denotativo (las connotaciones, en este sentido, no pueden denotar); pero de un modo más general, denotar es también – aportar informaciones sobre el referente del mensaje, cualquiera que sea su naturaleza o estatuto. Según esto último, habría que definir la connotación como un proceso generador de valores semánticos auténticos, que tienen forzosamente un correlato referencial. Por otra parte, al recorrer el vasto dominio de la connotación, se tropieza con la problemática de la enunciación. Según J. Dubois y J. Sumpf (1969: 3-7), la connotación implica la incidencia del sujeto hablante en el discurso; entienden al sujeto hablante como productor específico del enunciado. Además, como ya hemos visto anteriormente, se incluye en la connotación todo aquello que se integra en el implícito discursivo. En este aspecto, la connotación nos lleva a otra vertiente de la lingüística de la enunciación, a la del valor ilocutorio de los enunciados. H. Clark y P. Lucy (1973) oponen al sentido conveyed (literal) el sentido intended (implícito57, pero que aspira a ser percibido) y observan que con mucha frecuencia el valor ilocutorio verdadero del enunciado se expresa en el registro de lo intended. Así, la frase ¿tienes un cigarrillo?, suscita una respuesta doble (comportamiento verbal o gestual de afirmación + gesto de tender el paquete) en por todas partes en el lenguaje; rige tanto los códigos denotativos como los connotativos, por lo que sería un peligro interpretar la noción de denotación como ‘la verdad del lenguaje’. 57 Cfr. E. Buyssens (1970: 711-714).

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la medida en que comporta un doble valor ilocutorio, interrogativo y de orden, el segundo de los cuales se subordina al primero: ‘¿tienes un cigarrillo? si tienes, dame uno’. Es legítimo, por lo tanto, considerar que el valor interrogativo se denota, y el valor de orden es un valor connotado58; se trata, en esta frase, de un tropo ilocutorio, que se integra en lo que podría llamarse la retórica del desvío59, junto con la lítote, la ironía o la metáfora. También la problemática de la connotación exige una reflexión sobre la semántica de la frase en los términos siguientes: necesidad de elucidar los conceptos de contenido informacional, de modalización, de explícito/implícito, y de jerarquía de los elementos de información dentro del enunciado. Por consiguiente, la connotación es un concepto productivo. Productivo en sí mismo, por la utilidad de que da prueba y por los hechos que pone en evidencia; productivo, además, porque desemboca en dos problemas importantes, que son: la polisemia textual y la subjetividad de la captación y verbalización del referente.

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Connotación enunciativa en su dimensión pragmática. El lenguaje poético no es el único que perturba la norma; también lo hacen el discurso patológico o el habla popular. 59

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CAPÍTULO 5

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En el capítulo anterior se ha planteado la vinculación que existe entre connotación y motivación. Por ello, en este capítulo resulta necesario profundizar1 algo más en los distintos aspectos a los que la motivación y arbitrariedad lingüísticas afecta. Según F. de Saussure, el signo lingüístico es arbitrario puesto que la conexión entre significante y significado no se basa en una relación causal. La prueba de tal afirmación reside en el hecho de que las distintas lenguas han desarrollado diferentes signos, esto es, diferentes vínculos entre significantes y significados; de otra forma, sólo una lengua existiría en el mundo. Ahora bien, aun aceptando la arbitrariedad del signo en lo que respecta al vínculo entre significante y significado, esta conexión no es del todo arbitraria para quienes usan una misma lengua, porque si esto fuera así, los significados no serían estables y desaparecería la posibilidad de comunicación. El lazo que une el significante al significado es arbitrario, con lo que, el signo lingüístico también lo es: «Así, la idea de soeur [hermana] no está ligada por ninguna relación interior con la serie de sonidos s-ö-r que le sirve de significante; también podría estar representada por cualquier otra, y prueba de ello son las diferencias entre las lenguas y la existencia misma de lenguas diferentes: el significado boeuf tiene por significante b-ö-f a un lado de la frontera, y o-k-s (Ochs) al otro» (Curso de Lingüística General, 1989:104). Este principio domina toda la lingüística y sus consecuencias son innumerables. No todas aparecen al primer golpe de vista con la misma evidencia; sólo se las descubre de forma mediata, y con ellas la importancia primordial del principio. F. de Saussure se pregunta si los modos de expresión están basados en signos completamente naturales o los adoptados por la sociedad descansan, en principio, sobre una costumbre colectiva, sobre una convención. Los signos de cortesía, por ejemplo, dotados a menudo de cierta expresividad natural (piénsese en el chino que saluda a su emperador postrándose nueve veces hacia el suelo, o en el árabe que eructa tras una buena comida), están fijados por una regla prag-

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Profundización llevada a cabo dentro del marco del Grupo de Investigación reconocido por la Universidad Autónoma de Madrid bajo el nombre de Grupo de Semántica Latino-Románica (Grupo: SemLatRom), del cual soy coordinadora.

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mática, que obliga a emplearlos, y no por su valor intrínseco, de ahí que haya resaltado las palabras: nueve y buenas, que vienen a demostrarlo. F. de Saussure emplea la palabra símbolo para designar el signo lingüístico, o más exactamente lo que él llama el significante, cuya característica esencial es su arbitrariedad. La palabra arbitrario no debe dar idea de que el significante depende de la libre elección del sujeto hablante, ya que no está en manos del individuo cambiar nada en un signo una vez establecido este en un grupo lingüístico; sino de que es inmotivado, es decir, arbitrario en relación al significado, con el que no tiene ningún vínculo natural en la realidad. La primera de las limitaciones con las que se enfrenta este principio la encontramos tradicionalmente en las onomatopeyas, que vienen a demostrar, paradójicamente, que la selección del significante es relativamente arbitraria. Las onomatopeyas son de dos tipos, según hayan adquirido con el tiempo valores onomatopéyicos asociados, o los conserven ab initio. Así «palabras como fouet o glas pueden resonar en ciertos oídos con sonoridad sugestiva; pero para ver que no tienen ese carácter desde su origen, basta remontarse a sus formas latinas (fouet deriva de fagus, y glas de classicum); la cualidad de sus sonidos actuales, o mejor dicho la que se les atribuye, es un resultado fortuito de la evolución fonética» (Curso..., 1989: 106). En cuanto a las onomatopeyas de origen (las de tipo glú-glú, tic-tac), no solamente son poco numerosas, sino que su elección es ya en cierta medida arbitraria, porque son la imitación aproximativa y semiconvencional de ciertos ruidos (compárese el francés ouaoua y el alemán wauwau). Además, una vez introducidas en la lengua se ven más o menos arrastradas por la evolución fonética, morfológica, etc., que sufren las demás palabras (pigeon deriva del latín vulgar pipió, derivado a su vez de una onomatopeya), prueba evidente de que han perdido algo de su carácter primero para incorporar el del signo lingüístico en general, que es inmotivado. La segunda limitación la hallamos en la exclamaciones, muy cercanas a las onomatopeyas, que dan lugar a observaciones análogas. F. de Saussure ve en ellas expresiones espontáneas de la realidad, dictadas, por así decir, por la naturaleza. Pero, para la mayor parte de ellas, no hay un lazo necesario entre el significado y el significante. Basta comparar dos lenguas a este respecto para ver cuánto varían esas expresiones de una a otra (por ejemplo, al francés aie! corresponde el alemán au!). Se sabe, además, que muchas exclamaciones comenzaron siendo palabras de sentido determinado (¡ojalá!, ‘quiéralo Alá’; ¡mordieul!, ‘mort Dieu’). El principio de arbitrariedad se manifiesta solidario con el de diversidad. Respecto a la diversidad de las lenguas F. de Saussure se muestra sorprendido por las diferencias lingüísticas que aparecen cuando se pasa de una región a otra,

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o incluso de un distrito a otro. Si las divergencias en el tiempo escapan a menudo al observador, las divergencias en el espacio saltan inmediatamente a la vista. Un pueblo toma conciencia de su idioma mediante las comparaciones con otra lengua. Para los antiguos, la lengua es un hábito, una costumbre análoga a la de la ropa o a la del armamento. El término idioma designa la lengua que refleja los rasgos propios2 de una comunidad. En griego tenía ya el sentido de ‘costumbre especial, propia, particular’. Cada pueblo cree en la superioridad de su idioma. Un hombre que habla una lengua distinta fácilmente es considerado como incapaz de hablar o torpe para hacerlo; así, la palabra griega βα´ ρβαρος parece haber significado ‘tartamudo’, y estar emparentada con el término latino balbus; en ruso, los alemanes son llamados Nemtsy, es decir, ‘los mudos’. De este modo, la diversidad geográfica fue la primera comprobación que se hizo en lingüística; ella determinó la forma inicial de la investigación científica en materia de lengua, incluso entre los griegos, aunque sólo sobre la variedad existente entre los diferentes dialectos helénicos, porque su interés apenas traspasaba los límites de la Grecia misma. Puesto que los idiomas difieren, los hablantes nos vemos inducidos a descubrir en ellos analogías. Los campesinos gustan de comparar su patois con el de la aldea vecina; las personas que practican muchas lenguas observan los rasgos que tienen en común. Pero, cosa curiosa, la ciencia ha tardado un tiempo enorme en utilizar las comprobaciones de este género; así, los griegos observaron muchas semejanzas entre el vocabulario latino y el suyo, pero, por el motivo que fuera, no sacaron ninguna conclusión lingüística al respecto. La observación científica de estas analogías emprendida por los comparatistas, sobre todo del s. XIX, así como por los tipologistas, ya en el s. XX, permitió afirmar en ciertos casos que dos o más idiomas están unidos por un lazo de parentesco, es decir, que tienen un origen común. Un grupo de lenguas así relacionadas se denomina una familia. La lingüística moderna ha reconocido sucesivamente las familias indoeuropea, semítica, amerindia, etc. Estas familias, a su vez, pueden ser comparadas entre sí y a veces se esclarecen filiaciones más amplias y más antiguas. Pero las comparaciones de este género chocan pronto con barreras infranqueables, puesto que no hay que confundir lo que puede ser con lo que es demostrable. El parentesco universal de las lenguas no es probable, pero aunque lo fuese, no podría probarse a causa del excesivo número de cambios ocurridos. Así, al lado de la diversidad en el parentesco, hay una diversidad absoluta, sin parentesco reconocible o demostrable. Hay una multitud infinita de lenguas y de 2 No hay que confundirlo con un atributo, no ya de la nación, sino de la raza, como el color de la piel o la forma de la cabeza.

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familias de lenguas irreductibles unas a otras. La comparación siempre es posible y útil; se debe hacer sobre la gramática; se compararán asimismo hechos de orden diacrónico, como la evolución fonética de dos o más lenguas. A este respecto, las posibilidades, aunque se presenten incalculables en número, están de hecho limitadas por ciertos datos constantes, fónicos y semánticos, en cuyo interior, como sustancia de la expresión y del contenido, debe constituirse toda lengua; y a la recíproca, es el descubrimiento de estos datos constantes lo que constituye la meta principal de toda comparación hecha entre lenguas irreductibles unas a otras. La diversidad que existe en el seno de las familias de lenguas ofrece un campo ilimitado a la comparación. Dos idiomas pueden diferir en todos los grados; parecerse sorprendentemente, como el zend y el sánscrito; o parecer completamente diferentes, como el sánscrito y el irlandés; todos los matices intermedios son posibles; así, el griego y el latín están más cercanos entre sí que con el sánscrito. F. de Saussure llama dialectos a los idiomas que sólo divergen en un grado débil, pero no da a este término un sentido rigurosamente exacto, ya que entre el dialecto y la lengua, no sólo hay una diferencia de cantidad, sino también de naturaleza. F. de Saussure no llegó a perfeccionar su teoría, pues murió incluso antes de poder corregirla para su publicación. Esa es la razón de que lingüistas posteriores hablen, no de errores en la concepción saussureana, sino de insuficiencia, de conceptos desarrollados deficientemente, que han dado lugar a interesantes reflexiones y deducciones, como, por ejemplo, es el caso de E. Coseriu, P. Guiraud, J. Lyons, A. Martinet, G. Mounin, E. Alarcos, o Á. Alonso-Cortés, entre otros. E. Coseriu se basa en J. Locke y en G. W. Leibniz –cuyos descubrimientos, por cierto, también inspiraron la obra de F. de Saussure–, para ampliar los conceptos de arbitrariedad / motivación, aplicados a la polisemia en una misma lengua (que no debe confundirse con la polivalencia de las unidades lingüísticas), y a las acepciones que sugieren asociaciones semánticas. En alemán, liegen significa ‘hallarse en posición horizontal, estar echado o acostado’, del latín iacere. Ahora bien, Die Frau liegt , ‘la mujer está echada’, liegende Frau, ‘mujer acostada’, son expresiones perfectamente posibles mientras que expresiones como Die Stadt liegt, liegende Stadt, con las mismas formas verbales aplicadas a Stadt, parecen, a primera vista, ‘imposibles’, precisamente porque todas las ciudades liegen siempre. Sin embargo, las mismas expresiones pueden muy bien emplearse con una determinación adicional y ya no de validez general, para especificar ulteriormente lo dicho por liegen: Die Stadt liege im Tal, eine im Tal liegende Stadt, puesto que no todas las ciudades liegen en valles. Por su parte, para P. Guiraud (1994), en las palabras el sentido está directamente relacionado con sus empleos. El sentido, tal como nos es comunicado en el discurso, depende de las relaciones de la palabra con las otras palabras del

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contexto y estas relaciones son determinadas por la estructura del sistema lingüístico. El sentido, o mejor, los sentidos de cada palabra, son definidos por el conjunto de estas relaciones y no por una imagen de la cual aquella sería portadora. La palabra sentido vuelve a encontrar así su etimología ya que indica ‘dirección’, es decir, orientación hacia otros signos. Esta idea deriva de la noción que tiene F. de Saussure de valor3, o sea, de la relación del signo con las otras formas del lenguaje. Así, tomando un ejemplo simplificado, los valores y, en consecuencia, los empleos de la palabra |rojo, -a| dependen en primer lugar de la existencia o no existencia en el idioma de palabras como naranja, rosa, púrpura..., etc., y, en segundo lugar, en ausencia ya de estas, la sangre, la luna y una mandarina se combinan con [rojas]. Es, pues, el estado del idioma el que determina los valores de la palabra, que no son otros que las posibilidades de relación que definen un campo de empleo en el discurso. Prosiguiendo el análisis de F. de Saussure, muchos lingüistas modernos consideran que el idioma no es más que un sistema de valores y que las palabras no tienen sentido o que, en todos los casos, dicho sentido no podría ser definido como una imagen o un contenido mental, cuyo signo sería su portador. P. Guiraud cree, al igual que F. de Saussure, en la necesidad de las dos nociones de valor estructural y de contenido semántico. Lejos de excluirse se complementan. Por una parte, la palabra se encuentra abierta hacia posibilidades de relación que van de acuerdo con la estructura del sistema lingüístico; pero, por otra parte, a medida que dichas relaciones, virtuales hasta entonces, son efectivamente realizadas en el discurso y reconocidas por los hablantes, el efecto de sentido que resulta de ello se fija en la memoria y se adhiere desde ese momento al signo, confiriéndose un contenido. Para este autor el signo es arbitrario en la medida en que no existe entre el significante y el significado ninguna relación que no sea una pura convención entre los hablantes; en caso contrario, el signo se dice motivado. Uno de los postulados de la lingüística moderna es que la lengua es un sistema de símbolos arbitrarios e inmotivados: no hay ningún nexo natural entre el nombre y la cosa nombrada y, por lo tanto, sólo en virtud de una relación netamente convencional las palabras caballo, horse o Pferd designan tal animal. El problema de la arbitrariedad del signo lingüístico ha suscitado desde F. de Saussure numerosas discusiones. Parece, efectivamente, que F. de Saussure tenía en mente sobre todo la teoría, entonces en boga, de un origen onomatopéyico de los sonidos, sin excluir la noción de motivación en otros planos.

3 De nuevo nos encontramos con otra dicotomía: en el paradigma (valor); en el sintagma (valencia).

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Para P. Guiraud hay tres nociones: arbitrariedad, motivación y convención. Arbitrario se opone a motivado y tiene como corolario convencional, dado que en ausencia de toda motivación únicamente la convención fundamenta la significación. Pero convencional no excluye a motivado. Por otra parte, la esencia del signo lingüístico es la convencionalidad y no lo arbitrario; convencionalidad que tiende a la desmotivación del signo, y por lo mismo a la arbitrariedad, pero que no excluye la motivación; simplemente, en este caso, la motivación constituye una característica secundaria, no necesaria inmediatamente, y que por lo mismo tiende a alterarse, a oscurecerse y a menudo a borrarse. La observación de los fenómenos lingüísticos permite afirmar dos hechos indiscutibles. Primero, una vasta gama de las palabras que empleamos efectivamente es motivada y dicha motivación, más o menos consciente, según los casos, determina el empleo de esas palabras y su evolución. Segundo, toda nueva creación verbal es necesariamente motivada, toda palabra es siempre motivada en su origen y conserva esta motivación por más o menos tiempo, hasta el momento en que acaba por caer en la arbitrariedad, dado que la motivación ha cesado de ser percibida. He ahí la gran diferencia entre los códigos y los lenguajes: en un código, todo nuevo término es dado explícitamente con su definición (los lenguajes científicos como el álgebra o la física son códigos en cierta medida). En el lenguaje de comunicación, por el contrario, la convención no es nunca explícita; el sentido del nuevo término se encuentra implicado en la situación que permite al interlocutor reconocerlo e interpretarlo; y en la medida en que esta nueva palabra es reconocida, aceptada y repetida se instituye una convención; convención tácita a partir de la cual la motivación inicial pierde su función etimológica y tiende a oscurecerse. La motivación constituye, por lo tanto, una de las características fundamentales del signo lingüístico. Puede tomar dicha motivación cuatro formas: fonética, metasémica, morfológica y paronímica, siendo externas las dos primeras e internas las dos últimas, por lo que P. Guiraud las agrupa, a su vez, en dos tipos: motivación exoglótica y motivación endoglótica. Motivación exoglótica es aquella que se basa en una relación entre la cosa significada y la forma significante, fuera del sistema lingüístico. Esta es fonética, directa y natural, en las onomatopeyas que se basan en una analogía entre la forma fónica y la cosa designada. La onomatopeya es acústica cuando reproduce un ruido (run-run, chasquear). Es fonocinética cuando los órganos que emiten la palabra reproducen el movimiento designado (picar, toque); es también fonometafórica cuando compara un ruido o movimiento a formas, colores, sentimientos, etc. El signo onomatopéyico tiene siempre como base una convención y tiende a desmotivarse, aunque no deja de ser cierto que todas las lenguas explotan la motivación fonética, que, bajo formas diversas, desempeña un papel muy importante. Esto es particularmente evidente en el lenguaje poético.

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Hay motivación metasémica en el caso de los cambios de sentido. La significación es entonces relevada. Así, en la metáfora que designa a un pez con el nombre de loup (lobo), tenemos un significante acústico primario (la forma fónica loup), que designa normalmente cierto mamífero, y este primer significado constituye un significante secundario que lleva a un segundo significado, el de pez. Hay un doble sistema de signos, el significado primario, que constituye un significante secundario, y entre significado y significante secundario se vuelven a encontrar los mismos problemas semánticos de la motivación y de su oscurecimiento subsiguiente. Este proceso es de gran importancia en la creación poética, mítica y simbólica. Motivación endoglótica es la que se origina en el interior del propio sistema glótico, es decir, de la propia lengua. La relación motivante ya no está aquí entre la cosa significada y la forma significante, sino entre la palabra y otras palabras que ya existen en esa lengua. Podrá ser morfológica o morfemática, el tipo más general y más fecundo; basado en la composición, por ejemplo, al formar platanar a partir de plátano, siguiendo el antecedente de pinar... etc. La motivación paronímica, menos regular y más accidental, se basa en la comparación o la confusión, a veces, de dos formas idénticas (homónimas) o vecinas (parónimas). En muchos casos, la motivación endoglótica se combina con la exoglótica, por lo que ciertas onomatopeyas pueden ser precipitadas y actualizadas debido a estructuras existentes en el léxico. Ocurre lo mismo con las metáforas o con algunos préstamos. P. Guiraud también contempla el proceso de desmotivación. Parte de que todas las palabras son etimológicamente motivadas, ya se trate de préstamos (cuya motivación se encuentra en la lengua original), de onomatopeyas, de derivados o compuestos, o de cambios de sentido. Aunque en teoría nada se opone a la creación de palabras de manera completamente arbitraria, de hecho, según este lingüista, tales creaciones no existen. Todas las palabras son, en consecuencia, etimológicamente motivadas, pero, y esto es lo importante, esta motivación no es ni determinada ni determinante. No es enteramente determinada, porque la relación continúa siendo siempre libre dentro de ciertos límites. Es contingente: cualquier modo de motivación es siempre posible; se designa al cuco por onomatopeya, al carpintero por metáfora, al petirrojo por sinécdoque. En francés se considera que las especias son vendidas por el especiero, pero que el tabaco lo es por el comerciante de tabaco, a la vez que los remedios son vendidos por el boticario. Por otra parte, la motivación no es determinante, pues no es necesaria para el sentido, que se actualiza por una asociación convencional. De ello resulta que termine por ser olvidada. De esta suerte, ya no se ve la asociación etimológica entre un Banco (comercial, hipotecario) y un banco de sentarse. ¿Y quién asocia un sándwich con Lord Sandwich o los espejuelos con un espejo?

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Este oscurecimiento de la motivación no es tan sólo un fenómeno general, sino a menudo imprescindible para evitar una restricción del sentido. Por ejemplo, un cuco es ciertamente un ave cuyo canto es sugerido por su nombre onomatopéyico, pero este rasgo no es su única característica. La palabra en uso, no debe evocar un rasgo único, sino el conjunto de la cosa que designa4. El rasgo motivante no es siempre lo realmente esencial; tal es el caso de tortuga, cuyo étimo no alude a su caparazón sino a sus patas torcidas. De lo anterior se concluye que en el uso cotidiano la motivación debe borrarse en provecho del sentido al que, en caso contrario, amenazaría con restringir, y aun con alterar. En cambio, en el lenguaje poético, muchas veces se busca voluntariamente la recreación semántico-etimológica de un término para fines lúdicos e hilarantes. En consecuencia, lo arbitrario del signo es una condición de su buen funcionamiento social y pragmático. Son sólo los lenguajes ‘puros’, como el álgebra, aquellos que forjan sistemas de símbolos carentes de toda asociación extraconvencional. Pero, a pesar de todo, la motivación es una fuerza creadora inherente al lenguaje social, que es un organismo vivo de origen empírico. Sólo después de creada y motivada (natural o endoglóticamente) la palabra, las exigencias de función semántica traen consigo un oscurecimiento de la motivación etimológica que, al borrarse, puede causar una alteración del sentido. El estudio de este doble proceso constituye uno de los problemas esenciales de la semántica. En conclusión, la lengua es un sistema de signos que nos sirve para comunicar, evocando en la mente del otro las imágenes conceptuales de las cosas que se forman en nuestra propia mente. La palabra no transmite la cosa, sino la imagen de la cosa. El signo lingüístico es una asociación de dos imágenes mentales, una forma acústica significante o nombre y un concepto significado o sentido. Esta asociación es un proceso psíquico, bipolar y recíproco, ya que el nombre evoca el sentido y el sentido evoca el nombre. La asociación significante es convencional, resulta de un acuerdo entre los que emplean la lengua. Sin embargo, la palabra siempre está originalmente motivada, sea que haya una relación natural entre forma acústica y la cosa significada (onomatopeya, exclamaciones), o una relación endoglótica entre las palabras en el interior de la lengua, relación que puede ser de orden morfológico (derivación, composición) o semántico (cambio de sentido). Pero esta motivación etimológica, que es una de las fuerzas creadoras del lenguaje, continúa siendo contingente: el creador de una palabra queda siempre en libertad de elegir entre los diferentes modos de motivación creadora. Por otra parte, tampoco es esencial, ni semánticamente determinante y tiende a oscu-

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Piénsese en persona, emparentada etimológicamente con per-sonare.

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recerse y a borrarse en provecho de la asociación convencional que es la única que acredita el sentido. Si miramos al pasado, las dos tesis rivales enfrentadas entre sí en la filosofía del lenguaje, desde los griegos, son la naturalista platónica (las palabras poseen sus significados ‘por naturaleza’, en virtud de una correspondencia intrínseca entre el sonido y el sentido), y la convencionalista aristotélica (el significado es una cuestión de tradición, de convención, una especie de ‘contrato social’). F. Rabelais es partidario de esta última: C’est abus dire que ayons langage naturel: les langages sont par institutions arbitraires et convenances des peuples; les voix, comme disent les dialecticians, ne signifient naturellement, mais á plaisir5.

Más tarde, la teoría naturalista ganó terreno sobre el origen del lenguaje. G. W. Leibniz y otros muchos tras él vieron en la onomatopeya la forma primitiva del habla humana. Por ejemplo, entre los románticos6, Ch. Nodier publicó en 1808 un Dictionnaire raisonné des onomatopées françaises. Aunque F. de Saussure hiciera hincapié en la arbitrariedad del signo lingüístico, como uno de los principios básicos del lenguaje con algunas excepciones desechadas como insignificantes, otros lingüistas, como H. Schuchardt y O. Jespersen, concedieron bastante más importancia a estas excepciones. S. Ullmann ha entendido que hoy carece de objeto preguntar si el lenguaje es convencional o motivado, y elabora una nueva terminología, distinguiendo entre palabras transparentes y opacas; todo idioma contiene palabras que son arbitrarias y opacas, sin ninguna conexión entre el sonido y el sentido, y otras que son, al menos en cierto grado, motivadas y transparentes. Para él hay tres aspectos principales en esta cuestión que son los siguientes: cómo opera en una lengua particular (descriptivo); cómo puede cambiar en el transcurso del tiempo (histórico); finalmente, cómo varía su radio de acción de una lengua a otra (comparativo). Este autor opina que muchas palabras son enteramente opacas e inanalizables, hecho tan evidente de suyo que apenas requiere ninguna prueba. No obstante, menciona brevemente algunos de los argumentos objetivos que confirman esta impresión subjetiva. Estos argumentos son de tres clases, según apuntamos

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Citado por S. Ullmann (1991). El interés de los románticos franceses por la onomatopeya produjo algunas raras nociones sobre la materia. H. Balzac descubrió una rectitud fantástica y una casta desnudez en el adjetivo vrai, mientras que Ch. Nodier, la principal autoridad en la onomatopeya, quedó admirado de la expresividad de la palabra catacombe porque le recordaba el estruendo del ataúd rodando de peña en peña detenido de golpe en medio de las tumbas. 6

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más arriba: descriptivos, históricos y comparativos, que ilustra con un solo ejemplo: la palabra inglesa meat: – descriptivos: si hubiera una conexión necesaria entre el nombre y el sentido, sería de esperar que los mismos sonidos significaran siempre la misma cosa, y a la inversa, que la misma cosa fuese siempre denotada por los mismos sonidos. Sin embargo, el vocablo inglés meat tiene varios homónimos con significados totalmente diferentes: el verbo to meet ‘encontrar’, el adjetivo arcaico meet ‘apto, idóneo’, el nombre mete ‘frontera’, y el verbo to mete (out) ‘distribuir’. Por otro lado, meat ‘carne’ tiene un cuasisinónimo en la palabra flesh ‘carne, de los animales vivos y frutas’. Los dos términos están muy cercanos en cuanto al significado y con todo no tienen apenas sonidos comunes7; – históricos: si el enlace entre el nombre y el sonido fuese necesario, cabría esperar que ambos elementos permanecieran inalterados. Pero ambos han cambiado, independientemente uno de otro, desde los tiempos del anglosajón; – comparativos: las diversas lenguas tienen palabras enteramente diferentes para el mismo objeto. Al vocablo inglés meat corresponde viande en francés, carne en italiano y español, kott en sueco, hús en húngaro, etc. Recíprocamente, los mismos –o aproximadamente los mismos–, sonidos representan cosas diferentes en otras lenguas: el alemán miet ‘alquiler’, el francés mite ‘ácaro del queso’, y mythe ‘mito’, etc. A pesar de que muchas palabras son enteramente convencionales, como acabamos de ver, otras son motivadas de diversas maneras, ya que la motivación puede radicar bien en los sonidos mismos, bien en la estructura morfológica de la palabra, bien en su fondo semántico; aspectos que analiza S. Ullmann separadamente. La motivación fonética (onomatopeyas, fundamentalmente), como artificio estilístico, se basa no tanto en las palabras individuales como en una juiciosa

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Para J. Lyons (1990:131), es evidente que algunos lexemas, si no todos, se relacionan, por un lado, con otros lexemas de la misma lengua (vaca se relaciona con animal, toro, ternero, etc.) y con entidades, propiedades, situaciones, relaciones, etc., del mundo exterior (vaca se relaciona con rancho, ruedo, religión, etc.). Diremos que un lexema relacionado de modo pertinente con otros lexemas presenta con ellos una relación de sentido; y que un lexema relacionado con el mundo exterior presenta una relación de denotación. Por ejemplo, vaca, animal, toro, ternero, etc.; rojo, verde, azul, etc.; tomar, obtener, cobrar, comprar, robar, etc., constituyen conjuntos de lexemas con diversos tipos de relaciones de sentido.

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combinación y modulación de los valores sonoros, forzados por factores tales como la aliteración, el ritmo, la asonancia y la rima. S. Ullmann hace al respecto una distinción entre la onomatopeya primaria y la secundaria. Su forma primaria es la imitación del sonido mediante el sonido. Aquí el sonido es verdaderamente un eco del sentido: el referente mismo es una experiencia acústica que es, más o menos, rigurosamente imitada por la estructura fonética de la palabra. Términos como buzz ‘zumbar’, crack ‘crujir’, whizz ‘silbar’, y otros muchos, pertenecen a esta categoría. En la onomatopeya secundaria los sonidos evocan, no una experiencia acústica, sino un movimiento: slink ‘escabullirse’, squirm ‘retorcerse’, wriggle ‘rebullir’, o alguna cualidad física o moral, usualmente desagradable: grumpy ‘gruñón’, mawkish ‘empalagoso’, wry ‘torcido’. Uno de los aspectos de la semántica que más interés ha despertado es el de la onomatopeya. La voluminosa literatura al respecto se extiende desde las caprichosas fantasías sobre el color de los sonidos del habla hasta los experimentos realizados bajo las condiciones del laboratorio. Las implicaciones estilísticas, así como las puramente lingüísticas del fenómeno, han recibido igual atención. Puesto que la onomatopeya entraña una semejanza intrínseca entre el nombre y el sentido, sería lícito esperar que tales formaciones fueran similares en diferentes lenguas. Esto es, efectivamente, así en muchos casos, de los que los más conocidos son los nombres del cuco, que son rigurosamente paralelos en un gran número de idiomas: el francés coucou, el español cuclillo, el italiano cuculo, el rumano cucu, el latino cuculus, el alemán Kuckuck, el ruso kukushka, el finlandés kaki, etc. El paralelismo es asombroso y no puede explicarse por un origen común o por una influencia mutua; es un caso de lo que ha sido llamado ‘afinidad elemental’, la semejanza fundamental en el modo como gentes diferentes oyen y traducen el mismo ruido. La filología comparada cuida muy bien de eliminar tales correspondencias cuando intenta aducir pruebas de parentescos o influencias históricas. Al mismo tiempo es absurdo dar demasiada importancia a tales afinidades elementales. Incluso allí donde hay una genuina semejanza de percepción hay también marcadas diferencias debidas al hecho de que la imitación es solo parcial, ya que cada lenguaje la ha convencionalizado a su propia manera. Además sucede con frecuencia que formaciones patentemente onomatopéyicas en diferentes idiomas guardan poca o ninguna similitud unas con otras. El inglés transcribe el canto del gallo como cock-a-doodle-do; el francés, como cocorico; el alemán, como kikeriki; el español, como kikiriki. El ladrido del perro es reproducido como bow-bow en inglés; como guau-guau, en español; y como oua-oua, en francés. El sonido de un tiro es traducido como bang o crack, en inglés; y como pum o paf en español. Es una condición sine qua non de la motivación fonética el que haya alguna semejanza o armonía entre el nombre y el sentido. Los sonidos no son expresi-

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vos por sí mismos; solo cuando acontece que se ajustan al significado es cuando sus potencialidades onomatopéyicas cobran realidad. Esto puede verse mejor contrastando distintas parejas de homónimos, uno de los cuales es onomatopéyico, mientras que el otro no lo es: el pealing ‘repique’ de una campana, con la peeling ‘mondadura’ de las patatas; el tolling ‘tañido’ de una campana, con el toll ‘peaje’ pagado en una barrera; una risa grating ‘estrepitosa’, con el adjetivo great ‘grande’; un ring ‘timbrazo en la puerta’, con un wedding-ring ‘anillo de boda’. Un ejemplo particularmente interesante es la palabra francesa para nombrar la amapola, coquelicot. Este término, cuya forma primitiva era cóquelicoq, era originariamente una imitación onomatopéyica del canto del gallo; denotaba, en primer lugar, al gallo mismo, y luego, metafóricamente, a la flor cuyo color rojo recordaba a la gente una cresta de gallo. En esta acepción secundaria, que es la única que ha sobrevivido, la palabra ya no es onomatopéyica, puesto que los sonidos no guardan ninguna relación con el sentido. Incluso allí donde los sonidos parecen más naturalmente8 adaptados para expresar el significado, la onomatopeya solo entrará en juego cuando el contexto le sea favorable. El contexto ha de tomarse aquí en sentido más amplio, abarcando tanto el engarce verbal como el contexto de situación. Las palabras extranjeras son particularmente idóneas para dar origen a fantasías onomatopéyicas que pueden sorprender al nativo como bastante extrañas. La palabra inglesa Angeis, usada como nombre de lugar, le recuerda a P. Verlaine la calma y la frescura de un cisne, en tanto que A. de Vigny se entusiasma con la frase for ever, ‘para siempre’, que le parece incluso más melancólica que la francesa pour toujours, con sonidos tan vagos como la voz de los espíritus en las nubes. También los nombres propios ocupan una buena parte de estas asociaciones. El elemento sonoro en los nombres propios tiende a forzar la atención con particular intensidad y a encarecer sus posibilidades onomatopéyicas. Desembarazada de cualquier significado, la fantasía del escritor tendrá el campo libre. Algunas de las asociaciones parecen perfectamente arbitrarias, aunque pueden muy bien tener un fondo personal, como cuando el poeta alemán Ch. Morgenstern observa secretamente que todas las gaviotas tienen el aspecto de que su nombre fuese Emma. En otras ocasiones, una asonancia casual parece haber suscitado el proceso de leer significados recónditos en un nombre. J. Romains, por ejemplo, discutiendo los ruidos de la calle Réaumur (la rumeur de la rue Réaumur), dice

8 Cualquiera que sea la fuerza expresiva que pueda haber latente en una palabra, solo cobrará vida si se ajusta al efecto general de la locución. El verbo ring en el sentido acústico es, como ya se indicó, onomatopéyico en sí mismo, pero esto es meramente una cualidad potencial que aguarda una oportunidad para manifestarse.

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que el nombre mismo suena como un canto de ruedas y de paredes, como una trepidación de inmuebles, como la vibración del hormigón bajo el asfalto, como el zumbido de los trenes subterráneos. La motivación morfológica y semántica abarca otra gran categoría de palabras por su estructura formal. Una palabra como preacher ‘predicador’, es transparente porque puede ser analizada en morfemas componentes que tienen por sí mismos algún significado: el verbo preach ‘predicar’, y el sufijo -er, que forma nombres agentes a partir de los verbos: speak-er ‘hablador’, read-er ‘lector’, sing-er ‘cantor’, think-er ‘pensador’, etc. Un extranjero que oye la palabra preacher por primera vez, la comprenderá si está familiarizado con el verbo y el sufijo. Ocasionalmente puede desorientarse por una falsa analogía: un poser ‘problema’ no es una persona que posa (poses), ni una súper ‘cena’ es una persona que cena (sups). En la mayoría de los casos, sin embargo, funcionará el sistema. Las palabras compuestas son motivadas de la misma manera. Cualquiera que conozca sus componentes comprenderá formaciones como penholder ‘portaplumas’, o penknife ‘cortaplumas’; con un poco de imaginación también será capaz de adivinar el significado de pen-friend ‘aficionado a escribir’, penman ‘pendolista’, o penname ‘seudónimo’. En muchos casos la conexión entre los dos elementos puede ser remota u oscura, como por ejemplo en butterfly ‘mariposa; literalmente manteca-mosca’, kingfisher ‘rey-pescador’, o lady-bird ‘cochinilla; literalmente dama-pájaro’; pero no es menos obvio que tales palabras están morfológicamente motivadas. Un tercer y último tipo de motivación se basa en factores semánticos. Cuando hablamos del bannet ‘bonete’ o la hood ‘caperuza, capota’ de un coche, de una coat ‘casaca, capa’ de pintura, o de patatas cocidas con jacket ‘chaqueta, cáscara’, estas expresiones son motivadas por la semejanza entre las prendas de vestir y los objetos referidos. Del mismo modo, cuando decimos the cloth ‘el paño, la sotana’, en lugar del clero, o town and gownd ‘la ciudad y la toga’, en vez de la ciudad y la universidad, hay motivación semántica debido al hecho de que las vestiduras en cuestión están estrechamente asociadas con las personas a las que designan. Ambos tipos de expresión son figurativos: el primero es metafórico, basado en una semejanza entre los dos elementos; el segundo es metonímico, fundado en alguna conexión externa. Los tres tipos de motivación dan cuenta de una proporción muy considerable del vocabulario. Abarcan todos los términos onomatopéyicos, los derivados, los compuestos y las expresiones figuradas del lenguaje. Solo aquellas palabras que no son motivadas de ninguna de estas maneras pueden calificarse de convencionales. Naturalmente a lo largo de la historia de las lenguas muchas palabras pierden su motivación, mientras que otras, que eran o se habían vuelto opacas, se hacen transparentes en el transcurso de su devenir. Puede haber una pérdida de la moti-

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vación fonética por el cambio de los sonidos. Las palabras están expuestas a toda clase de accidentes fonéticos (asimilación, disimilación y similares), que pueden también anular sus efectos onomatopéyicos. Un ejemplo sería el hecho de que del latín vulgar pipio, pipionem, viene el francés pigeon (de donde el inglés pigeon ‘pichón’). El término del latín vulgar, formado a partir del verbo onomatopéyico pipire ‘piar’, era una imitación del chirrido de las crías de esta ave, y la palabra significaba originariamente ‘palomino, pichoncillo’, tanto en francés como en inglés. Posteriormente, todo rastro de motivación fue eliminado por el cambio de sonidos, y esto facilitó sin duda el que la palabra adquiriese su significado presente. También existe la pérdida de la motivación morfológica, que puede ocurrir de tres modos: – por cambio fonético: la palabra inglesa lord ‘señor’, por ejemplo, procede del inglés antiguo hlaford, anteriormente hlafweard, un compuesto perfectamente transparente de hlaf (loaf) ‘pan, hogaza’, y weard (ward) ‘guardián’. Como los dos elementos se han fundido, la palabra se ha vuelto un morfema indivisible. Algunos compuestos no han ido tan lejos. Así, aunque la etimología de boatswain ‘contramaestre; literalmente botezagal’, ha sido oscurecida por factores fonéticos y de otra índole, la ortografía tradicional todavía mantiene un poco de transparencia. El cambio de sonidos puede también romper el vínculo entre el derivado y su palabra-raíz, privando así al primero de su motivación. Del vocablo latino directus se formó en el latín vulgar un verbo transparente directiare. Posteriormente directus se convirtió en droit ‘derecho, recto’, en francés, mientras que directiare se transformó en dresser ‘enderezar, adiestrar’. Para el hablante moderno ya no hay ninguna conexión entre los dos términos, ni guardan ninguna semejanza con la forma culta direct ‘directo’, tomada del latín en la Edad Media. Esto se refleja asimismo en el inglés, donde nadie, salvo un etimologista, conectará dress ‘aderezo, atavío’ con direct ‘directo, derecho’; – por desuso: los compuestos y derivados pueden perder también su motivación si cualquiera de sus elementos cae en desuso. Los días de la semana son un caso a propósito. Solamente Sunday ‘domingo; literalmente día del sol’, y, quizá Monday ‘lunes; literalmente día de la luna’, son plenamente analizables en inglés9; los demás se han vuelto opacos desde la desaparición de las deidades paganas en las que se basaban. Las palabras inglesas

9 En el caso del español se hace extensivo a todos los días de la semana, excepto el sábado, más opaco por su motivación hebrea y acadia.

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están al menos parcialmente motivadas por la presencia del elemento day, pero los nombres franceses ni siquiera tienen ese apoyo ya que el -di, del latín dies ‘día’, no ha sobrevivido como una palabra independiente, sino como un oscuro sufijo en lundi ‘lunes’, mardi ‘martes’, etc., y en midi ‘mediodía’, y como un prefijo en dimanche ‘domingo’; la palabra ordinaria para ‘día’, jour, proviene de la latina diurnum. El mismo factor del desuso puede anular también la motivación de los derivados. Visage fue motivado en el antiguo francés por la existencia de su palabra-raíz, el sustantivo vis ‘cara’; desde la desaparición de este, visage ha cesado de ser analizable; – por distanciamiento sémico: hasta cuando los elementos están vivos y fonéticamente intactos, los compuestos y derivados perderán su motivación si hay una brecha demasiado amplia en cuanto al significado entre ellos y sus componentes. El término francés débonnaire ‘bondadoso, complaciente’, que también ha pasado al inglés, procedía de la frase de bonne aire, que originariamente significaba ‘de buena cepa’, pero solo el etimologista advertirá su conexión con aire ‘nido de ave de rapiña’; para el hombre ordinario, débonnaire es enteramente opaco. Los derivados, por su parte, están expuestos al mismo proceso. ¿Quién asociaría contemplate ‘contemplar’ con temple ‘templo’; consider ‘considerar’ con sideral; o el francés regarder ‘mirar’ con garder ‘guardar’? En inglés la última pareja incluso se escribe de modo diferente: regard-guard, lo cual es usualmente una señal de que no se percibe ninguna conexión entre las dos palabras. La pérdida de la motivación semántica puede resultar de los mismos factores. El cambio fonético no es de gran importancia aquí, aunque se puede notar en circunstancias especiales. Así, el vocablo francés pavillon inicialmente significaba ‘tienda de campaña’, y provenía del término latino papilio, papilionem ‘mariposa’; fue, al comienzo, una metáfora gráfica sugerida por la semejanza entre una tienda y las alas extendidas del insecto. Pero ninguna huella de esta conexión queda en el francés moderno, en donde la mariposa se llama papillon, una forma irregular que no muestra el cambio normal francés de /p/ a /v/ entre vocales. Puede suceder igualmente que los significados literal y translaticio de una palabra se diferencien por estar ligados a formas variantes: en alemán Rabe ‘cuervo’/Rappe ‘caballo negro’; en inglés person ‘persona’/parson ‘clérigo’; en español los dobletes etimológicos del tipo clave/llave, cadera/cátedra, etc. Si el sentido literal de una palabra cae en desuso, su significado figurativo perderá su motivación. Quizá el ejemplo más famoso de este proceso sea la palabra francesa para designar la cabeza, tête, cuyo antepasado latino testa, significaba ‘olla, cántaro’, y que se aplicó a la cabeza metafóricamente en el latín vul-

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gar10. Cuando el primitivo significado desapareció, tête ‘cabeza’, se volvió opaco y ahora está rodeado de sinónimos más expresivos y jocosos, tales como poire ‘pera’ o citrouille ‘calabaza’. Un ejemplo menos conocido es la historia de la palabra scrupule. En latín, scrupulus significaba literalmente una ‘piedra pequeña, afilada o puntiaguda’, y figuradamente ‘inquietud, escrúpulo, ansiedad’; puesto que el significado literal ha desaparecido y solo ha sobrevivido el figurado la palabra ha quedado inmotivada. El proceso inverso, la adquisición de la motivación, puede ser fonética, cuando el caprichoso cambio de sonidos, que anula la expresividad de muchas palabras, dota a otras de nuevos efectos onomatopéyicos. Del inexpresivo vocablo latino fagus ‘haya’, el francés ha derivado la forma diminutiva fouet ‘látigo, azote’, y el verbo fouetter ‘azotar’, que tienen cierta cualidad imitativa. Los verbos franceses gémir ‘sollozar’ y geindre ‘gimotear, lloriquear’, tienen más fuerza onomatopéyica que el latino gemere, del que se han derivado a través de una serie de cambios fonéticos y morfológicos. El nombre propio Cicero se ha vuelto más expresivo en el italiano cicerone, porque la palatalización de la velar oclusiva sorda /K/ ha reforzado su significado, puesto que el nuevo sonido está admirablemente adaptado a la cháchara de un guía. La adquisición de la motivación fono–morfológica y semántica por el proceso comúnmente conocido como etimología popular, criticado a menudo, y ciertamente popular, es uno de los aspectos más conocidos de la semántica. Algunos de estos errores fueron cometidos, no por el pueblo, sino por la gente ilustrada o semi-ilustrada, como los copistas medievales, los humanistas del Renacimiento11 y otros. La fuerza impulsora que hay detrás de la etimología popular es el deseo de motivar lo que es o se ha vuelto opaco en la lengua. La motivación que las palabras reciben de este modo es sicológica más que histórica; se basa en las asociaciones del sonido con el sentido y nada tienen que ver con los hechos de la etimología científica. Mencionaremos brevemente sus formas características y las ilustraremos con uno o dos ejemplos: a) en algunos casos la nueva motivación afectará al significado de una palabra, pero dejará intacta su forma. El adjetivo francés ouvrable se deriva del antiguo verbo ouvrer (< lat. operari) ‘obrar, trabajar’, que fue reem-

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El proceso completo, a través de cuatro fases, como son: comparación, metáfora, valor estilístico y semantización, puede verse en P. Guiraud (1988: 45-48). 11 Contra ellos arremete en muchas ocasiones el Brocense en su Minerva.

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plazado por travailler en el s. XVII, y sólo ha sobrevivido en el uso técnico. Desde el eclipse virtual de ouvrer, ouvrable, ha entrado en la órbita del verbo ouvrir ‘abrir’, de manera que jour ouvrable ‘día laborable’, es comúnmente interpretado como un día en que están abiertas las tiendas, oficinas, etc; b) inversamente, hay casos en que la nueva motivación alterará la forma de una palabra, mientras que el significado permanecerá invariable. Un ejemplo muy conocido es el vocablo inglés bridegroom ‘novio’, que procede del antiguo inglés brydguma, un compuesto de bryd, [bride] ‘boda’, y guma, [man] ‘hombre’. Cuando el último término desapareció, el segundo elemento del compuesto se volvió opaco y posteriormente se identificó con la palabra groom ‘mozo’; de aquí la forma moderna, que se remonta al s. XVI; c) en muchos casos la etimología ejercerá su impacto tanto en la forma como en el significado de las palabras. El nombre alemán del diluvio bíblico, Sündflut, fue originariamente sint-vluot ‘diluvio universal’, el cual se alteró bajo la influencia de la palabra Sünde ‘pecado’. Esta interpretación históricamente errónea no sólo ha afectado a la forma, sino que también ha introducido la idea del pecado y del castigo por los pecados en el significado de la palabra. Otro ejemplo interesante es el término arcaico y dialectal sand-blind ‘medio ciego, corto de vista, cegato’. Usualmente es considerado como una deformación del antiguo inglés samblind, cuya primera sílaba, el prefijo sam ‘medio, semi’ se volvió opaco y fue identificado falsamente con sand ‘arena’. Esta asociación no solo es responsable de la forma moderna, sino que también parece haber repercutido en su significado; en el diccionario encontramos la siguiente definición: «el que tiene un defecto en los ojos, en virtud del cual parece que flotan pequeñas partículas delante de ellos». En The Merchant of Venice, acto II, escena 2, la conexión espuria con sand se manifiesta forzadamente cuando Launcelot Gobbo dice: «This is my true-begotten father, who, being more than sandblind, high-gravel blind, knows me not»12; d) en las lenguas que tienen un sistema no fonético de ortografía, la etimología popular puede limitarse a la palabra escrita sin afectar a su pronunciación. Así, el vocablo inglés island ‘isla’, debe su /S/ a la influencia de la palabra isle ‘islote’, con la que no tiene conexión histórica, y la (g) de sovereign ‘soberano’, es debido a la confusión con reign ‘reino’. Siempre

12 Tendremos ocasión de ver muchos más ejemplos en esta línea, sobre todo, dentro de los juegos de significantes y significados, en el teatro de Lope de Vega.

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hay una posibilidad de que tales letras mudas cobren vida merced a lo que se conoce como pronunciación ortográfica. El término francés legs ‘legado, manda’, se escribía originariamente lais y se derivaba del verbo laisser ‘dejar’; luego se remodeló su escritura bajo la influencia de la palabra latina legatum, y se asoció con el verbo léguer ‘legar’. Finalmente, la ortografía empezó a reaccionar sobre el sonido y hoy mucha gente pronuncia la palabra con una [g]. Las palabras extranjeras son particularmente vulnerables a la etimología popular, puesto que se hallan inmotivadas y sin raíces en el idioma receptor, de tal manera que las asociaciones entre el sonido y el sentido tendrán el campo libre; así el vocablo francés choucroute ‘col fermentada’, del alsaciano sûrkrût (alemán Sauerkraut), será considerado como si fuera un compuesto de las palabra francesas chou ‘col’ y croûte ‘corteza, costra’. El contraste entre la etimología científica y la popular nos advierte de la necesidad de distinguir entre el punto de vista histórico y el descriptivo en la lingüística. Las ideas del hombre ordinario acerca de la derivación de las palabras son un hecho lingüístico digno de la atención del filólogo, incluso cuando contradicen su propio conocimiento de las etimologías. Esto ya era evidente para algunos de los gramáticos del sánscrito, y ha sido vigorosamente recalcado por J. Gilliéron y otros geógrafos lingüistas. Es, quizá, una señal de los tiempos el que en la primera edición del Curso de F. de Saussure la etimología popular fuese desechada como un fenómeno patológico, mientras que esta descripción desapareció de las ediciones sucesivas. Por otra parte, el radio de acción de la etimología popular pudiera ser mucho más amplio de lo que hasta ahora se ha admitido13. Sería interesante verificar una investigación estadística para encontrar por qué mucha gente conecta, efectivamente, noise ‘ruido’ con noisome ‘fétido’, scare ‘espantar’ con scarify ‘escarificar’, nigger ‘negro’ con niggard ‘tacaño’, y otras parejas análogas de palabras no relacionadas históricamente; en español sería el caso, por ejemplo, de pene y penetrar. La etimología popular, puede también proporcionar motivación semántica a un término opaco. Cuando dos palabras son idénticas en sonido y no demasiado desemejantes en cuanto al significado, habrá una tendencia a considerarlas como una sola palabra con un sentido literal, ortosémico, y otro traslaticio, figurado. Un ejemplo interesante en inglés es ear ‘oreja’, nombre del órgano, y su homónimo ear ‘espiga o cabeza de los cereales’. Las dos proceden de raíces enteramen-

13 Una reflexión acerca de esta posibilidad en M.ª A. Penas (1996b), «El componente de ficcionalidad en la reconstrucción etimológica».

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te diferentes, estando la primera relacionada con la alemana Ohr y la latina auris, y la segunda, con la alemana Ahre y la latina acus, aceris. Su homonimia en inglés ha conducido a la invención de un enlace semántico totalmente injustificado por la historia: la mayoría de la gente consideraría, probablemente, la ‘oreja de los cereales’ como una metáfora basada en la similitud entre la parte alta de la espiga y el órgano o parte del cuerpo. Una vez más sería útil tener algunos datos estadísticos objetivos para mostrar por qué muchas personas perciben estas conexiones, falsas lingüísticamente, aunque no tanto referencialmente. Á. Alonso-Cortés (1992: 215) aporta luz al respecto de lo anterior, cuando dice que se distingue la homonimia por tener carácter diacrónico, y la polisemia por ser de naturaleza sincrónica. La convergencia en /aterrar/ de dos significados: ‘echar tierra’ y ‘producir terror’, sería homonimia; mientras que los dos significados de /cabo/: ‘geográfico’ y ‘grado militar’, sería polisemia. No hay relaciones de sentido en ningún caso, pues el hablante no tiene conciencia de la etimología, en el primer caso, y en el segundo, cada significado o sentido es una palabra diferenciada en el léxico del hablante. La ambigüedad que origina cabo o aterrar solo se da en el oyente. Se trata de una ambigüedad en la actualización lingüística. Cuando un hablante profiere [Me senté en el banco], sabe lo que quiere decir, pero el oyente puede fracasar en la comprensión si el contexto de actuación no es explícito. Por otra parte, las palabras polisémicas no lo son en el sistema. La subcategorización y selección semántica de un verbo como atracar, requiere /banco/ (institución); el verbo descansar, selecciona /banco/ (asiento). La etimología popular puede entrar en juego incluso cuando las dos palabras no son idénticas, sino fonéticamente parecidas. En tales casos, la forma de una de las palabras se alterará para hacerla homónima con la otra. Así, la francesa souci ‘caléndula, maravilla’, proviene del lat. solsequia, y originariamente nada tenía que ver con souci ‘cuidado, solicitud’, derivada de la latina sollicitare. Sin embargo, en el s. XVI, la flor llegó a ser considerada como símbolo del cuidado y se acomodó su nombre de conformidad con él; de una primitiva soucie y otras variantes, cambió a su fórmula moderna y así se identificó con la otra souci. Un ejemplo análogo es la palabra francesa flamme ‘lanceta’, que no tiene ninguna conexión histórica con flamme ‘llama’; procede de la grecolatina phlebotomus y tenía la forma flieme en el francés antiguo, que pasó al inglés como fleam. Posteriormente se asoció con la otra flamme, y su forma cambió hasta lograr la identificación completa. En el francés moderno, tanto souci ‘maravilla’, como flamme ‘lanceta’, son motivadas y consideradas como significados traslaticios de las palabras para designar ‘cuidado’ y ‘llama’. Finalmente, la motivación de los signos y la ausencia de motivación de estos se imbrican de diversas maneras. Un hispanófono no tiene el sentimiento de que julo o gruyer puedan relacionarse con otros lexemas de la lengua, y no ve en tales

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palabras estructura analizable alguna. Del mismo modo la secuencia gráfica era de mera, pera, vera, lera no desempeña función lingüística alguna. Por el contrario, observamos que prácticamente todos los verbos españoles en -ecer son incoativos, y el fenómeno tiene sus raíces en latín (verbos en -scere). De igual modo, casi todos los verbos franceses en -oir expresan modalidad (savoir, pouvoir, devoir, valoir, voir...), hecho que tiene sus raíces en latín (verbos en -e¯re). Hay siempre una poderosa necesidad de motivación, que se expresa a través de las etimologías populares y de las falsas aproximaciones del tipo fr. ouvrable (‘laborable’) de la serie ouvrier (‘obrero’), oeuvrer (‘trabajar’), relacionado con ouvrir (‘abrir’), mencionado anteriormente. El isomorfismo Significante/Significado, es otro tipo de motivación, ya que se ha observado a menudo que hay una correlación entre la marca semántica (mayor número de semas) y un aumento físico del significante: jabalí/jabalina, burgués/burguesa, pensamos/pensábamos, venir/no venir, partir/repartir. No se puede generalizar, pero se trata de un ejemplo de la naturalidad del comportamiento semiológico. Este hecho nos lleva al concepto de motivación interna. Es posible que los elementos de la palabra sean identificables. Quince difícilmente recuerda a cinco (lat. quindecim, quinque), mientras que diecisiete es explícito. Carnívoro manifiesta a las claras que se trata de comer carne, pero vegetariano no sugiere más que el vegetal sin otra precisión. Cuando una lengua evita los préstamos, explicita la neología con sus propios elementos. En chino bicicleta se dice zì xíng che¯, es decir, ‘individual-desplazamiento-vehículo’. La palabra española automóvil era un término claramente motivado, pero se ha olvidado con rapidez la motivación. Los mixónimos son el resultado de una mezcla de significados paralelo al de los significantes. V. Huidobro ha escrito una Canción de la Muervida. La política económica de R. Reagan dio lugar a la Reagonomía. En las series derivacionales se mantiene la estabilidad de su núcleo sémico, constante. Así, el mismo carácter gráfico japonés kyo¯ ‘enseñar’, va a encontrarse en las combinaciones que significan ‘aula de clase, educación, iglesia’. Obsérvese, asimismo, la variedad de los significantes del español, como en la serie siguiente, por ejemplo, en la que se reconoce sin esfuerzo un núcleo sémico: ojo, ver, gafas, telescopio, mirar, espejo, etc. Razón por la que B. Pottier (1993: 42) considera que cuando se comparan los significantes de las lenguas desde una perspectiva de posibles relaciones genéticas, conviene tener presente este tipo de afinidades y, en consecuencia, buscar las lexías que, por ejemplo, significan ‘tabaco, cigarrillo, fumar, cenicero, pipa’, etc., susceptibles de presentar un lexema común. Las motivaciones metafóricas están muy presentes en todas las lenguas y se potencian en el registro lingüístico literario con fines estilísticos. En numerosas

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lenguas se establecen series metafóricas sobre la base del antropomorfismo. Se dan equivalencias entre los brazos y las ramas, los ojos y los frutos, las orejas y los champiñones que crecen alrededor de los árboles. Así, se dice al pie de la torre, en la boca del metro. Las partes del cuerpo sirven de modelo de organización espacial y funcional, de la misma forma que el léxico textil se aplica al dominio del lenguaje (perder el hilo, la trama del discurso, cortar la palabra, seguir el hilo; incluso apelando a un origen metafórico, ahora opaco para la mayoría de los hablantes, lo encontramos en texto, proveniente de tejer). Estas últimas motivaciones, las metafóricas, nos abren al gran espacio que ocupa en el funcionamiento del lenguaje la necesidad de distanciarse de lo que se siente como banal, anodino o previsto. De ahí los tratados de retórica que incluyen los procedimientos que juegan con el significado y/o el significante de los signos y de las relaciones entre los signos. Van de los tropos clásicos a la retórica de los juegos de palabras14 y a los ejercicios desarrollados por OULIPO15.

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Ph. Dubois (1982). OULIPO (1981).

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CAPÍTULO 6

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Nuestro marco de trabajo de aplicación de estos dos conceptos –idiolecto y estilo–, expuestos en los capítulos precedentes, va a ser Lope de Vega en su faceta comediográfica, seleccionada tanto cronológica como temáticamente, y clasificada por elementos semánticos y semiológicos tanto cuantitativa como cualitativamente, con el fin de que nos sea posible perfilar el estilo de Lope en su producción dramática de comedias como peculiar manera de expresión lingüística del autor, como su idiolecto; y también para que nos permita conocer la evolución de su estilo1, desde una perspectiva global, general2. El número de comedias analizadas ha sido treinta: – Atendiendo a la cala cronológica, se ha trabajado con tres épocas de producción comediográfica: Primera época: del año 1579 a 1603; Segunda época: del año 1603 a 1615; Tercera época: del año 1615 a 1635. La división en estas tres épocas viene a recoger todos los años que comprenden las treinta comedias. Las fechas tope de comienzo y final vienen marcadas por la cronología que aportan S. G. Morley y C. Bruerton (1968). En ella observamos las siguientes fechas en dos obras que nos van a servir como marco de referencia inicial y final; así, encontramos que entre los años 1579 y 1583 se escribió Los hechos de Garcilaso y el moro Tarfe. Esta comedia se distingue de las veintinueve restantes que hemos analizado en este capítulo, por el hecho de que no está dividida en tres actos como las demás, sino de que se halla dividida en cuatro jornadas. No en vano es la comedia más antigua de toda su producción. Igualmente encontramos que entre los años 1630 a 1635 se escribió El guante de doña Blanca, por lo que podemos pensar que fue una de las últimas comedias escritas por Lope, si no la última. No obstante hay serias dudas en si esta fue la

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En lo que sigue consúltense los gráficos de M.ª A. Penas (1996a). Más adelante abordaremos una aplicación detallada, exhaustiva, de los recursos expresivos empleados, con especial atención a los de sentido figurado y a los de construcción. 2

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última comedia o no, ya que figura como una de las últimas la comedia titulada: Las bizarrías de Belisa, fechada en 1634. En cualquier caso, tanto Los hechos de Garcilaso como El guante de doña Blanca, pertenecen al mismo grupo temático: el de comedias de historia nacional. – Atendiendo a la cala temática, se ha trabajado con nueve grupos temáticos de comedias, según la clasificación dada por A. Zamora (1969). Clasificación hecha sobre la de M. Menéndez Pelayo (1907), en sus numerosos estudios sobre el teatro de Lope de Vega. Dichos grupos temáticos son los siguientes: a) comedias de historia nacional: Los hechos de Garcilaso, El remedio en la desdicha, Peribáñez y el comendador de Ocaña, Fuente Ovejuna, El caballero de Olmedo, y El guante de doña Blanca; b) comedias pastoriles: El verdadero amante, La Arcadia y La selva confusa; c) comedias de Santos: San Segundo de Ávila, Barlaán y Josafat y La vida de San Pedro Nolasco; d) comedias caballerescas: El marqués de Mantua, La mocedad de Roldán y El premio de la hermosura; e) comedias de historia extranjera: La Imperial de Otón, El gran duque de Moscovia y El rey sin reino; f) comedias de enredo y costumbres: El galán Castrucho, La dama boba y Las bizarrías de Belisa; g) comedias sobre historia clásica: Roma abrasada, Las grandezas de Alejandro y Contra valor no hay desdicha; h) comedias mitológicas: Adonis y Venus, La fábula de Perseo y El amor enamorado; e i) comedias extraídas de novelas: El halcón de Federico, Servir a señor discreto y El castigo sin venganza3. De estos nueve grupos temáticos, ocho de ellos presentan el análisis de tres comedias, una por cada época cronológica; y sólo un grupo, el de las comedias de historia nacional, presenta el análisis de seis comedias, dos por cada época cronológica, puesto que quizá sea el grupo de más relevancia dentro de las comedias de Lope. El hecho de que hayamos analizado setenta y seis elementos semánticos y no setenta y cinco o setenta y siete, y once elementos semiológicos y no diez o doce, por ejemplo, se debe a dos motivos fundamentalmente; primero, por inducción, ya que el mismo análisis de las treinta comedias seleccionadas nos lo ha ido ofreciendo; segundo, por deducción puesto que desde una síntesis de todos los materiales analizados, hemos decidido la aplicación de la red del código lingüísticopoético a los treinta mensajes teatrales en tanto en cuanto que textos para ser escenificados. Dada la naturaleza textual de los mensajes teatrales se hizo necesario un estudio semántico desde la perspectiva lingüística; pero dada la naturaleza escenificable de los mismos se hizo también necesario un estudio semiológico desde la perspectiva extralingüística, puesto que cualquier mensaje teatral como hecho comunicativo integrador que es, resulta abordable desde cualquier

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Consúltese la bibliografía para cada uno de los títulos aportados.

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tipo de signo: tanto desde los signos lingüísticos verbales como desde los signos no lingüísticos indiciales, icónicos o simbólicos. Los setenta y seis elementos semánticos se han estructurado a partir de los dos elementos componenciales de todo signo lingüístico: significante y significado; entendiendo en el significado aquellos valores denotativos, connotativos y de estereotipo que el sistema de la lengua otorga a cada palabra, signo lingüístico por excelencia. Así tenemos presentados por orden alfabético: I) Por el significante: trece elementos semánticos que componen la serie fonética: amaneramiento, arcaísmo, calambur, coloquialismo, cultismo, hápax legomenon, neologismo, onomatopeya, paronomasia, pluralidad, retruécano, ultracorrección, y vulgarismo. II) Por el significado: veintiún elementos semánticos que componen la serie semántica: anfibología > ambigüedad, antonimia, antonomasia, cambio semántico, deíctico lingüístico, epíteto, eufemismo, ex-abrupto, hipérbole, hiperonimiahiponimia, intensivo léxico y morfológico, metáfora, metonimia y sinécdoque, palabras que provocan una situación de incertidumbre, personificación-animalización-cosificación, pleonasmo, símil, sinonimia, sustantivo epiceno, término meliorativo (positivo), y término peyorativo (negativo). III) Por el significante y el significado: nueve elementos semánticos que componen la serie léxica: anadiplosis y epanadiplosis, contraste o antítesis, etimología popular, figura etimológica, ironía, juego de significantes y significados, poliptoton, repetición y anáfora, y simplex pro composito. IV) Por el significante o el significado o ambos a la vez, con respecto a una construcción sintáctica: treinta y tres elementos semánticos que componen la serie morfosintáctica: anacoluto, anacronismo, anticlímax-clímax, apóstrofe, corrección, correlación, descripción impresionista, desproporción → comicidad, diseminación → recolección, elipsis, estructuras morfosintácticas poco usuales en la actualidad, «fabla» amorosa, fórmulas de tratamiento, frase hecha, funciones del lenguaje, gradatio, hendíadis, hipálage, hipérbaton, hysteron proteron, incompatibilidad semántica, negación expresiva, paralelismo y quiasmo, perífrasis, polisíndeton, pregunta retórica, preterición, prolepsis, reticencia, sinestesia, sintagma plurimembre, superlativo de la idea, y zeugma. Por lo tanto, el grupo más abundante es el IV (serie morfosintáctica), con treinta y tres elementos semánticos; y el grupo más escaso es el III (serie léxica), con nueve elementos semánticos. Los once elementos semiológicos se han estructurado a partir de los tres elementos componenciales del triángulo de C. K. Ogden & J. A. Richards (1956):

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significante-significado-referente o elemento extralingüístico. Entendiendo en el significado aquellos valores semánticos que reflejan los principios socioculturales de un país, de una civilización, y que son explicados y comprendidos desde dichos parámetros, que los sustentan y causan. Así tenemos presentados por orden de progresión, no por orden alfabético: I) Convencionalidad motivada por relación de contigüidad: cuatro elementos semiológicos que componen la serie indicial: índice, deíctico lingüístico y semiológico, frase con valor de acotación, y diálogo de sordos. II) Convencionalidad motivada por relación de semejanza: un elemento semiológico que compone la serie icónica: icono. III) Convencionalidad no motivada o arbitraria: seis elementos semiológicos que componen la serie simbólica: símbolo, tópico cultural, elemento sociocultural, cultismo semiológico, elemento extrarracional y esotérico, y topónimo y gentilicio. Por lo tanto, el grupo más abundante es el III (serie simbólica), con seis elementos semiológicos; y el grupo más escaso es el II (serie icónica), con un elemento semiológico. Si los elementos semánticos encuentran su base en la serie morfosintáctica, los elementos semiológicos la encuentran en la serie simbólica. Atendiendo a la cala cronológica, con respecto a las tres épocas que hemos señalado en este capítulo, cabe preguntarse por cuál de ellas resulta ser la más fecunda y, por lo tanto la más representativa, y viceversa. Pues bien, tanto para los elementos semánticos como para los elementos semiológicos, en una perspectiva global de los nueve grupos de comedias en su conjunto, podemos decir que la segunda época es la más fecunda en casos y en variantes cualitativas; luego le sigue la primera época, y por último tenemos la tercera época. Parece como si Lope en su etapa de juventud empezara con ánimo y fuerzas, estas fueran tomando pujanza y vigor en la etapa de madurez, y ya en la etapa de senectud, las fuerzas fueran aflojando y decayendo, salvo en algunas pocas comedias, en las que parece que Lope lucha por mantener viva la fuerza creadora de sus mejores tiempos. Pongamos por caso: Las bizarrías de Belisa o El castigo sin venganza. Si esto es así en una perspectiva global, al pasar a una perspectiva individual de cada uno de los grupos de comedias por separado, podemos encontrarnos con modificaciones a lo establecido desde la generalidad. Así, por ejemplo, en los elementos semánticos estudiados en el grupo de comedias pastoriles encontramos que es la primera época la que acumula más casos y más variantes cualitativas en el apartado de elementos semánticos considerados como recursos más abundantes

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o frecuentes. Por el contrario vemos que es la segunda época la que acumula más casos y más variantes como recursos menos abundantes o frecuentes. Por lo tanto, si en el primer caso podemos hablar de modificación a lo establecido desde la generalidad, en el segundo caso ya nos situamos en un plano de consolidación de lo establecido desde la perspectiva global. Si el ejemplo lo hemos tomado de los elementos semánticos igualmente podríamos hacerlo extensivo para los elementos semiológicos. Atendiendo ahora a la cala temática, con respecto a los nueve grupos temáticos de comedias que hemos señalado aquí, podemos también preguntarnos por el grupo de comedias que resulta ser más representativo y, por lo tanto, más significativo y viceversa. Pues bien, situándonos en una perspectiva global de los nueve grupos de comedias en su conjunto, y si comenzamos por los elementos semánticos y atendemos al mayor y menor número de casos y de variantes cualitativas que presentan temáticamente, diremos que el grupo de comedias más representado es el de comedias de enredo y costumbres; y el grupo de comedias menos representado es el de comedias de historia extranjera. Si pasamos ahora a los elementos semiológicos y atendemos, como antes, al mayor y menor número de casos y de variantes cualitativas que presentan temáticamente, diremos que los grupos de comedias más representados son los de comedias sobre historia clásica y comedias mitológicas; y el grupo de comedias menos representado es el de comedias de historia extranjera. Es curioso observar cómo, atendiendo a la cala cronológica, coinciden los resultados obtenidos tanto de los elementos semánticos como de los elementos semiológicos, puesto que ambos elementos nos presentan la segunda época como la más fecunda y pujante, y la tercera época como la menos fértil y productiva. Pero si atendemos a la cala temática, ya no se observa una coincidencia tan exacta entre los resultados obtenidos de los elementos semánticos y de los elementos semiológicos, ya que por un lado si en los elementos semánticos el grupo de comedias más representado era el de comedias de enredo y costumbres, en los elementos semiológicos los grupos de comedias más representados vemos que son el grupo de comedias sobre historia clásica y el de comedias mitológicas. Por lo tanto no hay coincidencia. Por otro lado, tanto en los elementos semánticos como en los elementos semiológicos vemos que el grupo de comedias menos representado es común: el de comedias de historia extranjera. Por lo que sí hay coincidencia. Si esto es así en una perspectiva global, al pasar a una perspectiva individual de cada uno de los grupos de comedias por separado, podemos encontrarnos con modificaciones a lo establecido desde la generalidad. Así, por ejemplo: en los elementos semiológicos, desde una perspectiva global de los nueve grupos temáticos de comedias en su conjunto, los grupos más representados eran los de comedias sobre histo-

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ria clásica y comedias mitológicas, pues bien, ahora en una perspectiva individual de cada grupo por separado, vemos que el panorama ha cambiado por completo. Por de pronto, los grupos de comedias sobre historia clásica y comedias mitológicas han perdido su hegemonía, ya que sólo presentan dos y un elementos semiológicos como recursos más abundantes o frecuentes respectivamente. En cambio, el grupo de comedias de historia nacional pasa a primer plano, puesto que presenta cinco elementos semiológicos como recursos más abundantes o frecuentes. Desde una perspectiva global el grupo menos representado era el de comedias de historia extranjera, ahora desde una perspectiva individual vemos igualmente que el panorama ha cambiado, puesto que el grupo menos representado es el de comedias pastoriles ya que presenta dos elementos semiológicos como recursos menos abundantes o frecuentes, frente al grupo de comedias de historia extranjera que sólo presenta un elemento semiológico como recurso menos abundante o frecuente. Si el ejemplo lo hemos tomado de los elementos semiológicos igualmente podríamos hacerlo extensivo para los elementos semánticos. En cuanto a la evolución cualitativa de los elementos semánticos y semiológicos a lo largo de las distintas épocas de la producción lopesca, nos encontramos con el siguiente panorama para los elementos semánticos: En la primera época tendríamos en líneas generales y esquematizando bastante: un estilo profuso en términos meliorativos o positivos, antonomásico, perifrástico, sinonímico, sinestésico, con hendíadis, políptotos, zeugmas, elipsis, retruécanos..., dado que en la primera época estos, entre otros, son los elementos semánticos que no presentan empate con otras épocas, y que ofrecen un mayor número de variantes cualitativas. En la segunda época tendríamos un estilo profuso en deícticos lingüísticos, en intensivos léxicos y morfológicos, en juegos de significantes y significados, en hipérbatos, con distintos registros lingüísticos, un estilo irónico, metonímico, metafórico, con frases hechas, con estructuras morfosintácticas poco usuales en la actualidad, con paralelismos y quiasmos, con calambures, con hipálages, un estilo repetitivo y anafórico, onomatopéyico, anticlimático o climático... En la tercera época podríamos hablar de un estilo donde predominan los términos peyorativos o negativos, las fórmulas de tratamiento, las gradatios, apóstrofes, prolepsis, preguntas retóricas, diseminaciones y recolecciones, correlaciones, los polisíndetos, un estilo pleonástico, amanerado y más tópico. Si estos últimos datos los queremos expresar con términos que R. Lapesa (1977) emplea en Introducción a los estudios literarios, diremos: – en relación con el lenguaje, el estilo de las tres épocas vendría a ser mixto; es decir, ni cortado ni periódico, aunque no en la misma proporción;

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– en relación a la mayor o menor condensación de la idea, el estilo de la primera época sería más conciso que el de las otras dos; y el estilo de la segunda época sería menos conciso que el de la primera, pero menos ampuloso que el de la tercera época; – en relación a la parquedad o abundancia de imágenes, figuras y epítetos, el estilo de la primera época sería más llano que el de las otras dos; el estilo de la segunda época sería el más pomposo o florido; y el de la tercera época sería un estilo menos llano que el de la primera época, pero menos pomposo que el de la segunda época. En cuanto a los elementos semiológicos tendríamos en líneas generales y esquematizando bastante: En la primera época: un estilo no definido como tal, ya que todos los elementos semiológicos con mayor número de variantes cualitativas presentan empate con otras épocas. En la segunda época tendríamos un estilo profuso en deícticos lingüísticos y semiológicos, en elementos extrarracionales y esotéricos, en cultismos semiológicos, en tópicos culturales y en topónimos y gentilicios, dado que en la segunda época estos son los elementos semiológicos que no presentan empate con otras épocas, y que ofrecen un mayor número de variantes cualitativas. En la tercera época podríamos hablar de un estilo donde predominan los elementos socioculturales. Si quisiéramos ahora observar la caracterización del empleo de los recursos que hace Lope de Vega en cada uno de los grupos temáticos de comedias, veríamos que, por ejemplo, de los setenta y seis elementos semánticos podemos considerar como recursos más abundantes o frecuentes a los deícticos lingüísticos, las funciones del lenguaje, los intensivos léxicos y morfológicos, los términos meliorativos, los términos peyorativos, las antonimias, las fórmulas de tratamiento, las metáforas, las metonimias-sinécdoques, los cambios semánticos, las palabras que provocan una situación de incertidumbre y las frases hechas. Si quisiéramos intentar dar una razón de por qué estos elementos semánticos son los recursos más abundantes o frecuentes en los distintos grupos de comedias, sin quedarnos sólo con la evidencia del peso cuantitativo que tienen por sí mismos la mayoría de estos elementos, podríamos arriesgar alguna posible explicación: elementos como deícticos lingüísticos, funciones del lenguaje, fórmulas de tratamiento, palabras que provocan una situación de incertidumbre y frases hechas, de alguna manera vienen exigidos por la naturaleza dramática de las comedias, textos para ser representados. En esa representación escénica se necesita de múltiples apoyos o ayudas verbales para que los personajes puedan hacer

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su oficio, preferentemente el de servir de buenos y fieles nexos entre el autor (en este caso Lope de Vega) y el público auditorio. – Los deícticos lingüísticos (no semiológicos) permiten no olvidar contenidos semánticos importantes para la transmisión del mensaje, a través de ‘flechas’, permítasenos la metáfora, pronominales y adverbiales que recogen o retoman anafóricamente sucesos o hechos antes mencionados, o bien anticipan, organizando el universo informativo, catafóricamente para advertir de lo que próximamente en un futuro va a suceder. – Las funciones del lenguaje permiten una elocución correcta del texto, de acuerdo con los planes del autor. Elocución correcta utilísima para la buena interpretación del contenido semántico de los discursos de los personajes. El motivo de no incluir la función poética en este apartado se debe a que todo el análisis de los elementos semánticos y semiológicos viene a ser una exposición de los mecanismos de los que se vale dicha función poética. Mecanismos que permiten ver cómo la función poética se superpone a la función representativa, modificando la expresión de los mensajes todavía no poéticos. – Las fórmulas de tratamiento son de eficacísima ayuda para ordenar la direccionalidad del diálogo en la acción dramática desde el yo del emisor al tú del receptor, en una especie de movimiento pendular. – Las palabras que provocan una situación de incertidumbre mantienen viva la expectación del público; en este sentido son un recurso solidario del principio «in medias res». En cuanto que llamada de atención al receptor es un procedimiento que rivaliza con la función conativa o apelativa del lenguaje. – Las frases hechas, en general, por ser secuencias manidas de discurso, obedecen a las leyes de automatización del lenguaje, por lo tanto no se repara en ellas para descifrar su contenido, pero se las utiliza en las comedias como recurso de mero contacto entre los mensajes que median entre dos o más personajes, aproximando su función a la de la función fática. No obstante, en algunos contextos, las frases hechas se hacen perceptibles, brillando con luz propia, al ser altamente expresivas en dicho contexto. Compárese expresiones como: «sea bien venido» (v. 529 de Fuente ovejuna), que resulta menos expresiva y más manida, con expresiones del tipo: «quien no te entiende, te compre» (v. 1538 de El remedio en la desdicha). Al lado de estos hay otros elementos semánticos como: intensivos léxicos y morfológicos, términos meliorativos, términos peyorativos, antonimias, metáforas, metonimias-sinécdoques, y cambios semánticos, que se explican más bien

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como recursos propios de un código poético-literario; procedimientos que desempeñan en mayor o menor medida la función poética, literaria, artística o estética, según la nomenclatura que queramos emplear. Los tres primeros elementos que acabamos de mencionar, es decir, los intensivos léxicos y morfológicos, los términos meliorativos y los términos peyorativos, cumplen con la función poética en menor medida que los otros cuatro elementos restantes. ¿Por qué? Porque: – Los términos intensivos léxicos y morfológicos sirven para realzar o potenciar palabras o grupos de palabras en un contexto lingüístico. En este sentido son enfatizadores de contenidos y por ello no sólo desempeñan una función poética (realzando el mensaje por sí mismo) sino también una función expresiva (sirviendo de canalización a la expresión afectiva y psíquica del autor). – Los términos meliorativos y peyorativos nos indican qué porcentaje de léxico presenta estereotipo positivo y negativo en relación con el léxico que podríamos llamar neutro o indiferente al estereotipo; sabemos que los términos neutros son menos expresivos lingüística y literariamente que aquellos que presentan actualizado algún estereotipo. Al ser los términos con estereotipo actualizado más expresivos que los términos neutros, permiten el desempeño de la función poética de forma más eficaz, por lo que son preferentemente elegidos en los textos poéticos (recuérdese, además, que presentan una cuantificación y porcentaje muy altos en el conjunto total de los setenta y seis elementos semánticos). Además de desempeñar una función poética, estos elementos se acercan bastante al desempeño de las funciones expresiva y conativa, puesto que los términos con estereotipo positivo entran a formar parte, muy frecuentemente, de las frases-optación e, igualmente, los términos con estereotipo negativo entran a formar parte de las frases-imprecación. Frases que, por un lado, expresan un deseo para que, por otro lado, sea cumplido y llevado a efecto como deseo-orden en la persona destinataria de tu buen o mal deseo. – Las antonimias permiten los contrastes o antítesis a través de relaciones de oposición; son recursos expresivos que sirven para realzar el mensaje poético bipolarizándolo en el caso de la antonimia absoluta o perfecta, la antonimia complementaria y la antonimia recíproca; o bien atomizándolo en el caso de la antonimia gradual; antonimia , esta última, que permite la conexión con otro elemento semántico que hemos estudiado: la gradatio; e incluso, de forma más distanciada, con el elemento semántico anticlímaxclímax y sus distintas variantes cualitativas. Las relaciones de oposición son consustanciales a la estructura de acción dramática dialogada. – Las metáforas, metonimias-sinécdoques y demás cambios semánticos son procedimientos lingüísticos de los que se vale la función poética para ofre-

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cer un mensaje novedoso, extrañador desde la potenciación de los elementos mismos del mensaje: las palabras, aprovechando posibilidades que el sistema de la lengua ofrece, y forzando o tensionando la norma lingüística y estética hasta incluso llegar en algunas ocasiones a contravenirla. Además permiten mostrar el buen hacer, el arte e ingenio del autor que las emplea, en este caso Lope de Vega. A través de ellas, sin exclusión de otros recursos, se pueden ver las capacidades y excelencias de su cultivador. Igualmente, de los setenta y seis elementos semánticos podemos considerar como recursos menos abundantes o frecuentes a la preterición, el retruécano, el calambur, el superlativo de la idea, el hápax legomenon, el polisíndeton, la reticencia, el zeugma, los arcaísmos, la hipálage, los coloquialismos, la descripción impresionista, la prolepsis, la incompatibilidad semántica, los neologismos, las onomatopeyas, los anacronismos, la fabla amorosa, el amaneramiento, el anacoluto, el ex-abrupto, la ultracorrección, los vulgarismos, etc. Si quisiéramos, como antes, intentar dar una razón de por qué estos elementos semánticos son los recursos menos abundantes o frecuentes en los distintos grupos de comedias, sin quedarnos sólo con la evidencia del peso cuantitativo que tienen por sí mismos la mayoría de estos elementos, podríamos arriesgar alguna posible explicación: elementos como arcaísmos, coloquialismos, prolepsis, fabla amorosa, y vulgarismos, son recursos de alguna manera exigidos por la naturaleza dramática de las comedias, que en un momento dado de una comedia, pueden resultar útiles para caracterizar a un personaje en concreto en un grupo de comedias en particular, como es el caso de: a) Arcaísmos, coloquialismos, vulgarismos (eje diastrático: personaje → clase social): Función dramática: – no irónica, arcaísmos en las comedias pastoriles – irónica, vulgarismos en las comedias mitológicas, por ejemplo. b) Fabla4 amorosa (personaje → intriga amorosa): función dramática → pareja de amantes: galán/dama; o bien, pueden resultar útiles para anticipar elementos argumentales que luego recogerá la acción dramática en escena, como es el caso de las prolepsis. Estas tienen una doble función; por un lado, le permiten organizar mejor la trama al autor ya que este va

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Cfr. A. Salvador (1992).

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lanzando ideas o datos embrionarios de acción que más adelante los desarrollará en la trama mediante el discurso dialogado o la escenificación de la acción. Por lo tanto, son una buena guía para el autor; por otro lado, permiten captar la atención y expectación del receptor en un primer momento –datos embrionarios de acción– para después concederle al auditorio la vivencia de coherencia interna de la obra al presentarle aquellos datos, que ha retomado, en su plenitud de desenvolvimiento dramático, bien por la vía del discurso dialogado de los personajes, bien por la vía de la escenificación misma de la acción teatral. Al lado de estos hay otros elementos semánticos, como son todos los restantes anteriormente citados, que se explican más bien como recursos propios de un código poético-literario; son procedimientos que desempeñan en mayor o menor medida la función poética. Ahora bien, como estos elementos semánticos son menos abundantes o frecuentes, tienen una menor presencia y, por lo tanto, un menor peso específico en la configuración de la función poética. De tal manera que si tanto las metáforas como, por ejemplo, las hipálages son recursos propios de la función poética desde un punto de vista cualitativo, no ocurre lo mismo desde un punto de vista cuantitativo, ya que las metáforas comprometen un espacio mayor de dicha función poética que las hipálages. Además de los recursos más o menos abundantes o frecuentes tenemos un buen número de recursos medianamente abundantes o frecuentes. Estos recursos medianamente abundantes o frecuentes, aunque no son las puntas del iceberg, puesto que no adquieren valores máximos ni mínimos, sí tienen una importancia no desdeñable al ser la gran base del iceberg, ya que adquieren valores intermedios. Vienen a ser como la gran columna vertebral, del conjunto total de los recursos en la aplicación de la red del código lingüístico-poético. Ahora, quizá fuera conveniente fijarnos un poco más en los elementos semánticos ausentes o presentes en cada grupo temático de comedias, con el fin de caracterizar cada uno de los grupos con respecto a los otros. Atendiendo a las ausencias y siguiendo con el ejemplo de los elementos semánticos, podemos seleccionar cuatro recursos: – Los ex-abruptos sólo están presentes en las comedias de enredo y costumbres. Esto podría explicarse por el carácter coloquial de las mismas. Carácter coloquial que puede presentar momentos climáticos como son la intensificación de coloquialismos en vulgarismos; o bien, como es el caso del único ejemplo registrado en El galán Castrucho, la salida de tono dentro del clima coloquial mediante el empleo del ex-abrupto. A pesar de que las comedias de enredo y costumbres se desarrollan en un ambiente coloquial,

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en este grupo los coloquialismos no serán elementos semánticos que podamos clasificar como recursos más abundantes o frecuentes. Los hemos clasificado como recursos medianamente abundantes o frecuentes. – Con respecto a la fabla amorosa podemos comprobar que es un elemento semántico presente en todos los grupos de comedias, menos en las comedias de santos y comedias sobre historia clásica. En el caso de las comedias de santos parece bastante comprensible que no haya ejemplos de fabla amorosa, ya que ese grupo de comedias presenta un carácter religioso, y no profano. En el caso de las comedias sobre historia clásica ya el intento de explicación resulta algo más forzado, puesto que su carácter histórico no parece ser suficiente, ya que también participan de ese carácter histórico otros dos grupos de comedias, como son: comedias de historia nacional y comedias de historia extranjera. Quizá se deba a que en aquel grupo histórico de comedias –las de historia clásica–, el autor se centre más en recrear la anécdota que se localiza en unos años ya pasados, vistos como lejanos, aunque bien conocidos, con el consiguiente esfuerzo de documentación de una época considerada brillante, con prestigio; y ello pudiera haberle impedido, o mejor obstaculizado, fijar su atención en anécdotas amorosas expresadas lingüísticamente, en sus momentos álgidos, a través de discursos que presentan ejemplos de fabla amorosa. – En cuanto a los anacronismos, es un elemento semántico presente en todos los grupos de comedias, menos en las comedias pastoriles, comedias caballerescas, comedias de historia extranjera, comedias de enredo y costumbres y comedias extraídas de novelas. Por lo que se puede ver, todos estos grupos de comedias, a excepción de las comedias de historia extranjera, tienen un carácter no histórico, por lo que el peligro de incurrir en inexactitudes anacrónicas se reduce bastante. En cambio, las comedias de historia nacional, las comedias sobre historia clásica, y las comedias mitológicas (estas últimas podrían ser consideradas como una variante fabulística o imaginística de las comedias sobre historia clásica, pero haciendo la salvedad de historia no real sino de historia mitológica, irreal o de leyenda), presentan un carácter histórico, de tal manera que, por su propia naturaleza, a veces incurren en inexactitudes anacrónicas. El porqué en dos grupos de comedias históricas aparecen ejemplos de anacronismos, pueda deberse a que en las comedias de historia extranjera el mundo de referencias histórico-culturales le era más desconocido que el de la época grecolatina o española, por este orden. De tal modo que le pudo exigir no sólo una cierta documentación sino un respeto relativamente fiel por los datos, no demasiado extensos ni profundos, de la historia extranjera que eligiera. Por consiguiente nos encontramos, si tenemos

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en cuenta la fabla amorosa y los anacronismos, con los tres grupos de comedias históricas caracterizadas por la siguiente oposición: Comedias histórico-amorosas con presencia de fabla amorosa (Comedias de historia nacional) (Comedias de historia extranjera)

Comedias históricas con ausencia de fabla amorosa (Comedias sobre historia clásica)

Comedias histórico-anacrónicas mundo de referencias histórico-culturales bastante conocido → confianza en el autor → peligro de anacronismos (Comedias de historia nacional) (Comedias sobre historia clásica)

Comedias históricas no anacrónicas mundo de referencias histórico-culturales poco conocido → mayor sujeción a los datos → no peligro de anacronismos (Comedias de historia extranjera)

Los anacronismos tienen una vertiente negativa, cuando responden a lagunas de documentación, ignorancia de la historia, y por otra parte tienen una vertiente positiva, cuando obedecen a un deseo de actualización, aproximación de hechos pasados, alejados en el tiempo. – Los hipérbatos son elementos semánticos que están presentes en todos los grupos de comedias, menos en las comedias sobre historia clásica. Esto resulta curioso, máxime cuando vemos que el grupo de comedias que más hipérbatos presenta es el de comedias mitológicas, grupo de comedias culto. Y resulta curioso porque, siendo el hipérbaton un recurso poético culto, muy utilizado en las lenguas clásicas griega y latina, no aparece ningún ejemplo relevante, suficientemente significativo, en las comedias sobre historia clásica. No sabemos si esta eliminación de hipérbatos en este grupo de comedias ha sido casual o si, por el contrario, fue algo conscientemente buscado por el poeta como efecto de contrapunto. En esta misma línea se constata también en las comedias sobre historia clásica la ausencia de diseminaciones → recolecciones. Parece como si en este grupo de comedias Lope hubiese querido simplificar, aligerar el período sintáctico que nos lleva al contenido de la historia clásica. Atendiendo ahora a las presencias seleccionaremos asimismo otros cuatro recursos: – Las metáforas son elementos semánticos que están presentes de forma abundante en todos los grupos de comedias menos en las comedias de his-

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toria extranjera, comedias sobre historia clásica y comedias extraídas de novelas. Parece como si estos tres grupos de comedias fueran menos metafóricos o imaginísticos que el resto. En el conjunto de los nueve grupos de comedias, el grupo que más metáforas presentaba era el de comedias de enredo y costumbres, y el que menos metáforas presentaba era el de comedias de historia extranjera. De esto podemos quizá deducir que de los tres grupos de comedias históricas, es el grupo de comedias de historia nacional al que le presta Lope mayor cuidado y atención artística, poética, al menos a nivel de imágenes metafóricas. – En cuanto a las metonimias-sinécdoques son elementos semánticos que están presentes de forma abundante en todos los grupos de comedias, menos en las comedias caballerescas, comedias de enredo y costumbres, y comedias extraídas de novelas. Por consiguiente, parece como si las comedias caballerescas y las comedias de enredo y costumbres se apoyaran más en los recursos metafóricos que en los recursos metonímicos. En el caso de las comedias extraídas de novelas parece que sus apoyos fueran por vía de otros recursos, ya que ni los procedimientos metafóricos ni los metonímicos aparecen en un primer plano. Entonces ¿cuáles podrían ser esos otros recursos en los que se apoya poéticamente de forma relevante? Podemos contestar que fundamentalmente son dos: las antonimias y las fórmulas de tratamiento. Estos dos recursos son también fundamentales en otros grupos de comedias como las comedias de historia nacional, comedias pastoriles, comedias de santos, comedias caballerescas, comedias de historia extranjera (a este grupo sólo le afectan las fórmulas de tratamiento), comedias de enredo y costumbres, comedias sobre historia clásica, y comedias mitológicas (a este grupo sólo le afectan las antonimias). Si comparamos las metáforas y metonimias-sinécdoques, por una parte; y, por otra parte, las antonimias y fórmulas de tratamiento, podemos darnos cuenta de que son los dos pilares básicos en el código lingüístico-poético aplicado por Lope a sus comedias. Y de estos dos grupos es precisamente el segundo: Antonimias y fórmulas de tratamiento, el que cubre mayor campo en las comedias analizadas, ya que los nueve grupos de comedias los registran: siete grupos de forma total (antonimias y fórmulas de tratamiento) y dos grupos de forma parcial (antonimias en las comedias mitológicas o fórmulas de tratamiento en las comedias de historia extranjera). Si hasta aquí las referencias las hemos tomado de los elementos semánticos igualmente podríamos hacerlo extensivo para los elementos semiológicos. Ya para finalizar debemos tratar de examinar lo que hay de lexicalización e incorporación al sistema general de la lengua, lo que hay de tópico literario en un

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discurso repetido, y lo que hay de creación individual o aportación personal de Lope de Vega tanto en los elementos semánticos como en los elementos semiológicos, pero haciendo un especial hincapié en los elementos semiológicos, ya que en todo el apartado anterior las referencias y ejemplos los hemos tomado de los elementos semánticos. Situándonos, pues, en los elementos semiológicos, diremos: – En la serie indicial, los índices se mueven en la esfera de los tópicos literarios: así, por ejemplo: «teñirse de blanca nieve» (v. 201, acto II de Peribáñez y el comendador de Ocaña); «nieve»: metáfora en tercera fase de ‘canas’. Canas → índice de ‘vejez’. Ejemplo clasificado en el tipo de índice-icono; «nubes purpúreas» (v. 2315 de Contra valor no hay desdicha): índice de ‘sol en arrebol’. – En la serie icónica, los iconos se mueven en la esfera de los tópicos literarios principalmente, aunque también aparecen algunos casos de creaciones individuales: a) Ejemplo de tópico literario: «el sueño es imagen de la muerte» (v. 2150 de El premio de la hermosura). En este verso «sueño» actúa como un icono simbólico de ‘muerte’. Ejemplo clasificado en el tipo de icono-símbolo. b) Ejemplo de creación individual: No sé quién me ha respondido, Pues bien sé que no es el eco, Que aunque del valle en lo hueco Resuena el aire oprimido, Si yo dijera no o sí, Respondiérame sí o no

(v. 2211) (v. 2212) (v. 2213) (v. 2214) (v. 2215) (v. 2216)

En estos versos de El premio de la hermosura se presenta un caso muy curioso de icono indicial: «eco»: palabra con significado icónico por el lexema eco → «resonar»: palabra con significado icónico por el morfema prefijo re-sonar →«no o sí → sí o no»: palabras con el significante icónico. A través del quiasmo, de la inversión se imita la acción del eco, y en un proceso indicial de causa-efecto.

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– En la serie simbólica, los símbolos, los elementos socioculturales y los cultismos semiológicos se mueven en la esfera de los tópicos literarios. Los tópicos culturales se mueven en la esfera de los tópicos literarios principalmente, aunque también aparecen algunos casos de creaciones individuales: a) Ejemplo de tópico literario: «Lucrecia» (v. 2918 de El halcón de Federico), como personaje tópico en la literatura; símbolo en esta comedia de la castidad en la mujer. En otras comedias funciona como símbolo de la necedad desde una perspectiva de la desmitificación barroca de mitos clásicos (véase v. 433 de El castigo sin venganza). a) Ejemplo de creación individual: Ríos revueltos de celos, Ganancia de aborrecidos.

(v. 1126) (v. 1127)

En estos versos de La Arcadia observamos una modificación léxica del refrán «A río revuelto, ganancia de pescadores». Esta modificación léxica que hace Lope, se debe al hecho de aplicar el refrán al campo amoroso que interesa al autor en esta comedia pastoril, mediante el recurso polifónico de la transtextualidad. Por lo tanto, en la serie indicial sólo aparecen los tópicos literarios. En la serie icónica y simbólica predominan los tópicos literarios. En los elementos semiológicos tenemos una ausencia de lexicalizaciones y una presencia de creaciones individuales y tópicos literarios, abundando estos últimos. Para hallar ejemplos de lexicalizaciones tenemos que buscarlos en los elementos semánticos. En estos elementos no encontramos ausencias ni de lexicalizaciones ni de creaciones individuales ni de tópicos literarios. Abundarán las lexicalizaciones y escasearán los tópicos literarios. Por consiguiente, podemos ver que entre los elementos semánticos y los elementos semiológicos se da una relación inversa. Es decir, mientras que en los elementos semánticos lo que más abunda son las lexicalizaciones e incorporaciones al sistema general de la lengua, en los elementos semiológicos no es que escaseen sino que no aparecen. Mientras que en los elementos semánticos lo que más escasea son los tópicos literarios, en los elementos semiológicos son los que más abundan. Así en los elementos semánticos tenemos que:

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– en las series fonética y morfosintáctica predominan las lexicalizaciones, – en la serie semántica predominan los tópicos literarios, y – en la serie léxica sólo aparecen las creaciones individuales. Ejemplo de lexicalización: – «correr viento en popa» (v. 3162 de La dama boba). Expresión coloquial que en su día tuvo un valor metafórico marinero, pero que se ha lexicalizado haciéndose opaca y pasando a incorporarse al sistema general de la lengua por medio de un proceso de extensión semántica. – «Pues por vida de mi vida» (v. 847 de El galán Castrucho). Expresión superlativa que en un principio fue altamente poética –a través de un superlativo de la idea–, pero que se ha vaciado, si no del todo, en gran parte, de esa expresividad inicial para convertirse en algo manido. Si nos fijamos un poco más en la obra comediográfica de Lope de Vega5, y hacemos una selección de los elementos semánticos y semiológicos que mejor se prestan a observación, podemos profundizar en ellos para examinar más de cerca lo que hay de lexicalización e incorporación al sistema general de la lengua, lo que hay de tópico literario en un discurso repetido, y lo que hay de creación o aportación personal de Lope. En la exposición de los mismos, vamos a presentar los elementos semánticos de acuerdo con cuatro estructuraciones, y los elementos semiológicos de acuerdo con tres estructuraciones, que nos han parecido convenientes introducir como un buen factor de ordenación entre otros posibles6. Elementos semánticos I. Estructuración por el significante. Serie fonética Arcaísmos – – – – – 5

Coloquialismos Cultismos Neologismos Vulgarismos Hápax legomenon

No en toda, sino en las 30 comedias seleccionadas cronológica y temáticamente. Por lo que respecta a los elementos semánticos y a su estructuración nos hemos basado en el Manual de investigación literaria, de P. Jauralde (1981). 6

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En los arcaísmos no se aprecian ni lexicalizaciones ni creaciones individuales del autor, sino más bien tópicos lingüístico-literarios, con función dramática caracterizadora de personajes. Así, por ejemplo: – «huego» (v. 220 de Fuente ovejuna) es un arcaísmo de la lengua pastoril por aspiración de la [f-]. En los coloquialismos se aprecian lexicalizaciones e incorporaciones al sistema general de la lengua; tópicos literarios; y creaciones individuales de Lope. En ellos las lexicalizaciones e incorporaciones al sistema general de la lengua son las más abundantes. Así, por ejemplo: – «tomar el viento» (v. 1212 de La Imperial de Otón), por ‘beber los vientos por alguien’. Expresión que en su día tuvo un valor metafórico, imaginístico, pero que se ha lexicalizado haciéndose opaca y pasando a incorporarse al sistema general de la lengua; – «puesto ya el pie en el estribo» (v. 2434 de El rey sin reino). Esta es una frase hecha sobre un tópico literario (nos recuerda por ejemplo a Cervantes), que se ha popularizado, coloquializado. – «Roberto el Diablo» (v. 1497 de La mocedad de Roldán). Término familiar, hipocorístico para el diablo. Podría ser un hápax legomenon en la comedias analizadas de Lope y, por lo tanto, una aportación individual del autor. En los cultismos no encontramos tópicos literarios, pero sí abundantes lexicalizaciones e incorporaciones al sistema general de la lengua, y algunas aportaciones individuales de Lope. Así, por ejemplo: – «requiescat in pace» (v. 1821 de El galán Castrucho), como frase optativa funeraria. Este es un ejemplo, entre otros más, de lexicalización e incorporación formularia al sistema general de la lengua; – «gaticidio» (v. 476 de La dama boba) y “pitonicida” (v. 1077 de El amor enamorado), podrían considerarse ejemplos que presentan cierta creación individual del autor, sobre esquemas analógicos. En los neologismos nos encontramos fundamentalmente con creaciones más o menos individuales de Lope. Así: – «Taquitán mitanacuní» (v. 2793 de Servir a señor discreto), es una imitación, inventada por Lope, del guineano a modo de préstamo. Este ejemplo podría considerarse un hapax legomenon.

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En los vulgarismos aparecen casos de tópicos literarios; de lexicalizaciones e incorporaciones al sistema general de la lengua; y de creaciones individuales del autor. De ellos tres abundan más las lexicalizaciones e incorporaciones al sistema general de la lengua. Así, por ejemplo: – «zorras» (v. 1591 de Las bizarrías de Belisa), por ‘borracheras’. Este, entre otros más, es un ejemplo de lexicalización de procesos metafóricos usados en el argot del hampa en un principio, que ya se han vuelto opacos y, por lo tanto, se han incorporado al sistema general de la lengua; – «Tirte ahuera» (v. 600 de Fuente Ovejuna), por ‘tírate afuera’. Este es un ejemplo de lexicalización + tópico literario teatral, puesto que ya M. de Cervantes con un sentido de humor creador la utiliza lexicalizada (con lo que indica su mucho uso, sobre todo en el teatro): «[...] y quiso hacer tirte afuera de la sala» (Quijote, II, cap. XLVII), por ‘quiso irse de la sala’. Antes de M. de Cervantes apareció en la versión literaria de la serranilla de Bares del Marqués de Santillana, en boca de la vaquera; – «mí» por ‘yo’ (v. 1305-1317 de Las bizarrías de Belisa). En estos versos se ve muy claramente cómo a dos personajes de clase social (eje diastrático) distinta, corresponde dos tipos de registros lingüísticos diferentes: • clase social alta (Belisa = dama) ~ registro lingüístico culto: empleo de «yo» (v. 1305) • clase social baja (Finea = criada) ~ registro lingüístico vulgar: empleo de «mí» (v. 1317) Esta contraposición diastrática de «yo»/«mí» entra dentro de la creatividad u originalidad del autor, aprovechando un material lingüístico existente previamente. En los Hapax legomenon aparecen de forma exclusiva las creaciones individuales de Lope. Así, por ejemplo: – «matante» (v. 2571 de La mocedad de Roldán), por ‘asesino’. Por lo tanto, en estos seis elementos semánticos que hemos seleccionado de la serie fonética, podemos observar a modo de consideraciones finales el hecho de que: – los arcaísmos se mueven en la esfera de los tópicos literarios; – los coloquialismos, en la esfera de las lexicalizaciones principalmente, aunque también aparecen algunos casos de tópicos y creaciones individuales;

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– los cultismos, en la esfera de las lexicalizaciones principalmente, aunque también aparecen algunos casos de creaciones individuales; – los neologismos, en la esfera de las creaciones individuales; – los vulgarismos, en la esfera de las lexicalizaciones principalmente, aunque también aparecen algunos casos de tópicos y creaciones individuales; y – los hapax legomenon, en la esfera de las creaciones individuales. De modo que si quisiéramos ver esquematizado en progresión de mayor a menor lo anteriormente expuesto, diremos: las lexicalizaciones e incorporaciones al sistema general de la lengua > las creaciones y aportaciones individuales del autor > los tópicos literarios.

II. Estructuración por el significado. Serie semántica – – – –

Epítetos Metáforas-símiles Metonimias y sinécdoques Sinonimia

En los epítetos no se aprecian lexicalizaciones, sino más bien tópicos literarios y algún ejemplo de creación individual del autor. Abundan los tópicos literarios. Así: – el epíteto constans «hermoso Adonis» (v. 1359 de Barlaán y Josafat), es un tópico literario; – el epíteto ornans «dulce voz» (v. 1600 de Las bizarrías de Belisa), también es un tópico literario; además, en todos los grupos de comedias aparecen casos de epítetos ornans, que al ser tópicos culturales, literarios, sociales, se convierten en posibles epítetos constans; – «loco amor» (v. 964 de El guante de doña Blanca), es un tópico literario que hunde sus raíces en la obra titulada De rerum natura, de Lucrecio. Aunque la mayoría de los casos registrados pertenecen a tópicos literarios, hay algún ejemplo de creación individual de Lope. Así, en la comedia mitológica titulada El amor enamorado, aparece un caso de epíteto ornans que merece comentario aparte por su originalidad; en el verso 2548: «preciosas piedras», destruye el sintema: piedras preciosas, para así realzar más con el epíteto ornans el sustantivo ‘piedras’, que ya aparece en el texto como término especializado, con el significado de ‘piedras preciosas’, en cuanto que ‘valiosas y no hermosas’.

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En las metáforas encontramos lexicalizaciones, tópicos literarios y creaciones individuales de Lope. De ellos tres, abundan más los tópicos literarios, y escasean las lexicalizaciones; las creaciones individuales se encuentran en un lugar intermedio. Así, por ejemplo: – «teatro/del mundo» (vv. 88-89 de La fábula de Perseo), aparece el tópico literario del mundo visto como un gran teatro. Como ejemplo de metáforas gramaticalizadas o lexicalizadas podríamos poner el siguiente: – «por las faldas de esas sierras» (v. 596 de La Arcadia), es una lexicalización que permite la incorporación al sistema general de la lengua, puesto que podría considerarse una metáfora ya opaca. Como ejemplos de creaciones individuales podríamos hablar de metáforas visionarias7, dobles metaforizaciones, y metáforas de segundo grado, ya que precisamente en ellas encontramos los ejemplos más novedosos y creativos: – «Aunque Palma como vos / toca con la frente al cielo» (vv. 2686-2687 de Servir a señor discreto), constituye un ejemplo de una metáfora visionaria sobre la base de una hipérbole; – En los versos 967-972 de El guante de doña Blanca encontramos un ejemplo muy creativo de doble metaforización8: El guante de Doña Blanca: REY: Diéronme, Blanca, tu guante, y quiso mi loco amor Que le perdiese el temor y le calzase arrogante; Mas por donde algún diamante Rompió el telliz celestial De tu azucena real, No sé qué blanco miré, y en la vaina reparé De tu espada de cristal.

(963) (964) (965) (966) (967) (968) (969) (970) (971) (972)

7 Metáforas en las que el término real toma características y atributos irreales, casi cósmicos. Esta terminología está sacada de Carlos Bousoño (1968). 8 Más adelante en el capítulo 18 desarrollamos un esquema que explica su complejidad relacional semántica.

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Podríamos hablar de una reduplicación de dos metáforas mediante un esquema paralelo, según adelantamos en la nota 8. Pero todavía más; entre los términos metafóricos: ‘telliz’ y ‘vaina’ (vv. 968 y 971) media una relación de sinonimia; y entre los términos metafóricos: ‘vaina’ y ‘espada’ (vv. 971-972) media una relación de antonimia recíproca. Como metáfora de segundo grado podríamos mencionar los versos 74-78 de El caballero de Olmedo: Por la tarde salió Inés a la feria de Medina, tan hermosa que la gente pensaba que amanecía:

«amanecía» (v. 78) presupone una metáfora del tipo: *Inés = sol; la comparación de la dama con el sol o la aurora era un tópico metafórico de la literatura amorosa. Con la metáfora de segundo grado se intenta revitalizar un discurso que por repetido se ha vaciado de resonancia significativa. Por ello lo introducimos en la modalidad de creación individual, no tanto porque fuera Lope quien creara este ejemplo en concreto, puesto que no lo creó, sino por el hecho de ser un procedimiento revitalizador, regenerador de algo ya manido, que necesita de cierta tensión creativa. No obstante, las metáforas de segundo grado con el uso pueden convertirse a su vez en tópicos literarios, según hemos visto. Como puede observarse los tres tipos de metáforas que pertenecen al grupo de las creaciones individuales son muy propias de la estética barroca, ya que entrañan una complejidad de base; y así, en las metáforas visionarias nos hallamos ante un caso de hipérbole; en las dobles metaforizaciones, ante un caso de reduplicación por incrustación; y en las metáforas de segundo grado, ante un caso de reduplicación por presuposición. En los símiles vemos tópicos literarios, creaciones individuales del autor, y lexicalizaciones. Los más abundantes son los tópicos literarios y los menos abundantes son las creaciones individuales. Así, por ejemplo: – «Moviste la lengua aprisa / como el áspid...» (vv. 2031-32 de La imperial de Otón), en ellos se hace alusión al tópico de lengua viperina; – «Es como espejo la cara, / adonde el alma se mira» (vv. 173-174 de La Arcadia), es una lexicalización e incorporación al sistema general de la lengua; – «Destos mis ojos / saldrán unos rayos vivos, / como espíritus visivos, / de sangre y de fuego rojos, / que se entrarán por los vuestros» (vv. 789-793 de La dama boba), es un símil visionario que aporta una cierta creación y

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originalidad del autor sobre la base de un tópico literario que alude al mítico basilisco, que mataba con la mirada. En el caso de los versos de La dama boba es un matar de amor, por lo que es una forma de renovar el tópico. En las metonimias y sinécdoques hallamos tópicos literarios, lexicalizaciones y creaciones individuales. Las más abundantes son las lexicalizaciones, y las menos abundantes son las creaciones individuales. Así, por ejemplo: – «cielo» (v. 209 de Los hechos de Garcilaso), por ‘Dios’; – «tierra» (v. 682 de Los hechos de Garcilaso), por ‘hombres’. Estos son, entre otros, ejemplos de lexicalizaciones e incorporaciones al sistema general de la lengua. Como ejemplos de tópicos literarios podríamos decir: – «corona» (v. 864), por ‘reino’; y «plumas» (v. 871), por ‘escritores’, de San Pedro Nolasco; y como ejemplos de creaciones individuales tenemos: – «idea» (v. 2618 de Roma abrasada), por ‘cabeza’. Esta metonimia del tipo abstracto por concreto es un hapax legomenon, ya que sólo la hemos documentado una vez y en esta comedia. Los casos que hemos denominado con el nombre de «metonimias de segundo grado», de alguna manera presentan una cierta creación individual del autor puesto que resultan un tanto novedosas por su complicación: – «pecho» (v. 196 de La fábula de Perseo), por ‘sentimiento’, a través de ‘corazón’: «pecho» por ‘corazón’ + ‘corazón’ por ‘sentimiento’ (metonimia: continente-contenido) (metonimia: concreto-abstracto) En los sinónimos encontramos creaciones individuales, pero no aparecen casos ni de lexicalizaciones ni de tópicos literarios. Y así, ejemplos originales dentro de la sinonimia que suponen una aportación individual del autor serían: – «cabeza y capitán» (v. 759, acto II, de Peribáñez y el comendador de Ocaña) son dos quasi-sinónimos léxicos que presentan un mismo significado etimológico;

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– «laurel» y «lauro» (vv. 438 y 529, respectivamente, de El premio de la hermosura) son dos sinónimos léxicos, de distinto registro social: «laurel» + voz patrimonial, a través del occitano laurier; «lauro» + cultismo latino; – «vacío... lleno de aire» (v. 112 de El galán Castrucho), son dos sinónimos léxicos altamente expresivos, porque se realizan a través de dos antónimos complementarios: «vacío» + procedimiento sintético; «lleno de aire» + procedimiento analítico. Por lo tanto, en estos cinco elementos semánticos que hemos seleccionado de la serie semántica, podemos observar a modo de consideraciones finales el hecho de que: – los epítetos se mueven en la esfera de los tópicos literarios principalmente, aunque también aparecen algunos casos de creaciones individuales; – las metáforas, en la esfera de los tópicos literarios principalmente, aunque también aparecen algunos casos de creaciones individuales y de lexicalizaciones; – los símiles, en la esfera de los tópicos literarios principalmente, aunque también aparecen algunos casos de lexicalizaciones y de creaciones individuales; – las metonimias y sinécdoques, en la esfera de las lexicalizaciones principalmente, aunque también aparecen algunos casos de tópicos literarios y de creaciones individuales; y – los sinónimos, en la esfera de las creaciones individuales. De modo que si quisiéramos ver esquematizado lo anteriormente expuesto, en progresión de mayor a menor, diremos: los tópicos literarios > las creaciones individuales > las lexicalizaciones e incorporaciones al sistema general de la lengua. III. Estructuración por el significante y el significado. Serie léxica – Juego de significantes y significados En los juegos de significantes y significados no se aprecian ni lexicalizaciones ni tópicos literarios, sino más bien creaciones individuales del autor. Así, por ejemplo: – «Adiós ... Ese te guarde» (v. 1507 de El galán Castrucho): «Ese» → *Dios (pronominalización)

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Este verso reproduce el proceso: * Dios > a Dios > adiós). Ese

Ejemplo que hemos clasificado dentro del apartado: proceso semántico-etimológico. Por lo tanto, en este único elemento semántico que hemos seleccionado de la serie léxica, podemos observar a modo de consideraciones finales el hecho de que: los Juegos de significantes y significados se mueven en la esfera de las creaciones individuales. IV. Estructuración por el significante o el significado o ambos a la vez, con respecto a una construcción sintáctica. Serie morfosintáctica – – – – –

Descripción impresionista Fabla amorosa Frases hechas Perífrasis o circumloquio Superlativo de la idea

En las descripciones impresionistas no encontramos ni lexicalizaciones ni tópicos literarios, sino más bien creaciones y aportaciones individuales del autor. Así: – «Miraba a pie la pendencia / todo tabaco y bigotes» (vv. 169-170 de Las bizarrías de Belisa), en donde el v. 170 está por ‘fumando mucho a través de unos grandes bigotes’. En la fabla amorosa no se aprecian creaciones individuales, pero sí observamos tópicos literarios a través de fórmulas gramaticalizadas y, sobre todo, lexicalizadas. Así, tenemos: – «¿Dónde estás, señora mía, / causa de todo mi mal? / Ya que me has muerto, visita / en este punto postrero, […]» (vv. 2636-39 de La imperial de Otón), versos que nos evocan a Don Quijote cuando se dirigía a Dulcinea. En las frases hechas no aparecen ni tópicos literarios ni creaciones individuales, sino más bien lexicalizaciones e incorporaciones al sistema general de la lengua. Así:

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– «ganar por la mano a alguien» (v. 639 de Fuente Ovejuna), en el sentido de ‘anticiparse y quitarle lo que pretendía’. En las perífrasis encontramos tópicos literarios, lexicalizaciones y creaciones individuales. Abundan los tópicos literarios y las lexicalizaciones, y escasean las creaciones individuales. Así, tenemos: – «el niño ciego» (v. 103 de Los hechos de Garcilaso), por ‘Cupido’: tópico literario; – «dormir el postrer sueño» (v. 1006 de El gran duque de Moscovia), por ‘morir’: lexicalización de un proceso metafórico en su origen y posible incorporación al sistema general de la lengua; – «teatro/lutífero» (vv. 2236-37 de Las bizarrías de Belisa), por ‘cadalso’: creación individual de Lope. En los superlativos de la idea se aprecian creaciones individuales y lexicalizaciones. Abundan las primeras y escasean las segundas. Así, por ejemplo: – «Allá me aguarda entre las rosas, rosa» (v. 1419 de El guante de doña Blanca). Este ejemplo, aunque no es el clásico de Superlativo de la idea: «rosa de las rosas», podría considerarse una variatio expresiva, estilística; – «Pues por vida de mi vida» (v. 847 de El galán Castrucho): lexicalización e incorporación al sistema general de la lengua. Expresión que en un principio fue altamente poética, pero que se ha vaciado, si no del todo, en gran parte, de esa expresividad inicial para irse convirtiendo en algo manido. Por lo tanto, en estos cinco elementos semánticos que hemos seleccionado de la serie morfosintáctica, podemos observar a modo de consideraciones finales el hecho de que: – las descripciones impresionistas se mueven en la esfera de las creaciones individuales; – la «fabla» amorosa, en la esfera de los tópicos literarios; – las frases hechas, en la esfera de las lexicalizaciones; – las perífrasis, en la esfera de los tópicos literarios y las lexicalizaciones principalmente, aunque también aparecen algunos casos de creaciones individuales; y – los superlativos de la idea, en la esfera de las creaciones individuales principalmente, aunque también aparecen algunos casos de lexicalizaciones.

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De modo que si quisiéramos ver esquematizado lo anteriormente expuesto, en progresión de mayor a menor, diremos: las lexicalizaciones > las creaciones individuales > los tópicos literarios. Si ahora comparamos los esquemas obtenidos en las cuatro estructuraciones, podríamos concluir que en ellas predomina el siguiente esquema para los diecisiete elementos semánticos seleccionados: Las lexicalizaciones > las creaciones individuales > los tópicos literarios. – – – –

En la serie fonética predominan las lexicalizaciones. En la serie semántica predominan los tópicos literarios. En la serie léxica sólo aparecen las creaciones individuales. En la serie morfosintáctica predominan las lexicalizaciones.

Elementos semiológicos I. Convencionalidad motivada por relación de contigüidad. Serie indicial – Índices En los índices encontramos algún ejemplo de tópicos literarios. Así, tenemos: – «teñirse de blanca nieve» (v. 201, acto II de Peribáñez y el comendador de Ocaña); «nieve»: metáfora (relación de semejanza) de canas, que, a su vez, es un índice de vejez. Ejemplo clasificado en el tipo de índice + icono. Por lo tanto, en este único elemento semiológico que hemos seleccionado de la serie indicial, podemos observar a modo de consideraciones finales el hecho de que: los índices se mueven en la esfera de los tópicos literarios. II. Convencionalidad motivada por relación de semejanza. Serie Icónica – Iconos En los iconos se aprecian algunos ejemplos de tópicos literarios y de creaciones individuales. Abundan los primeros y escasean los segundos. Así, tenemos como tópicos literarios: – «el sueño es imagen de la muerte» (v. 2150 de El premio de la hermosura). En este verso «sueño» actúa como un icono simbólico de muerte. Ejemplo clasificado en el tipo de icono + símbolo.

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Como ejemplo de creación individual del autor tenemos: No sé quién me ha respondido, pues bien sé que no es EL ECO, que aunque del valle en lo hueco RESUENA el aire oprimido, Si yo dijera NO o SÍ, Respondiérame SÍ o NO.

(2211) (2212) (2213) (2214) (2215) (2216)

En estos versos de El premio de la hermosura se presenta un caso muy curioso de icono indicial: eco

palabra con significado icónico por lexema eco

resonar

palabra con significado icónico por morfema prefijal re-sonar

no o sí > sí o no

palabras con el significante icónico. A través del quiasmo, de la inversión se imita la acción del eco. Y en un proceso de causa-efecto (indicial).

Por lo tanto, en este único elemento semiológico que hemos seleccionado de la serie icónica, podemos observar a modo de consideraciones finales el hecho de que: los iconos se mueven en la esfera de los tópicos literarios principalmente, aunque también aparecen algunos casos de creaciones individuales. III. Convencionalidad no motivada o arbitraria. Serie simbólica – – – –

Símbolos Tópicos culturales Elementos socioculturales Cultismos semiológicos

En los símbolos no se aprecian ni lexicalizaciones ni creaciones individuales del autor, sino más bien tópicos literarios. Así, por ejemplo: – «laurel» (vv. 1779-80 de El amor enamorado), como símbolo del ‘desdén femenino’. Además es un cultismo semiológico (evoca la historia mitológica de Dafne y Apolo). En los tópicos culturales hallamos tópicos literarios y algún caso de creación individual del autor. Así:

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Si bravo le parecí Entre libros y letrados, Agora le desafío Entre espadas y venablos.

(1397) (1398) (1399) (1400)

Estos versos de La imperial de Otón, que aluden al tópico literario de “Armas y letras”, son un ejemplo que hemos clasificado en el apartado de lemas sociales. Ahora bien, la mayoría de los tópicos literarios los encontramos en el apartado de Términos literarios y principios de la Crítica literaria: Oh Fabia, oh retrato, oh copia de cuanto naturaleza puso en ingenio mortal!

(41) (42) (43)

En estos versos de El caballero de Olmedo se alude al tópico crítico-literario horaciano de la «Imitatio Naturae». En los tópicos culturales hay muy poco espacio para la creación individual del autor; no obstante, hemos hallado algún ejemplo. Así, podemos hablar de Ríos revueltos de celos, ganancia de aborrecidos.

(1126) (1127)

En estos versos de La Arcadia observamos una modificación léxica del refrán: «A río revuelto, ganancia de pescadores». Esta modificación léxica que hace Lope, se debe al hecho de aplicar el refrán al campo amoroso que interesa al autor en esta comedia pastoril. Por lo tanto, estamos ante un caso del principio pragmático de transtextualidad polifónica. En los elementos socioculturales no encontramos ni lexicalizaciones ni creaciones individuales, sino más bien tópicos literarios: DUQUE: Ya comienzas desatinos. FEBO: No, lo ha pensado poeta destos de la nueva secta que se imaginan divinos.

(17) (18) (19) (20)

En estos versos de El castigo sin venganza se critica la poesía culterana y a los poetas culteranos (las oposiciones y rivalidades entre escuelas literarias). En los cultismos semiológicos no se aprecian ni lexicalizaciones ni creaciones individuales, sino algunos casos de tópicos literarios. Así, por ejemplo: – «basilisco» (v. 596 de Adonis y Venus), en donde se alude al mítico animal que mataba con la mirada.

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Por lo tanto, en estos cuatro elementos semiológicos que hemos seleccionado de la serie simbólica, podemos observar a modo de consideraciones finales el hecho de que: – los símbolos se mueven en la esfera de los tópicos literarios; – los tópicos culturales, en la esfera de los tópicos literarios principalmente, aunque también aparecen algunos casos de creaciones individuales; – los elementos socioculturales, en la esfera de los tópicos literarios; y – los cultismos semiológicos, en la esfera de los tópicos literarios. De modo que si quisiéramos ver esquematizado, en progresión de mayor a menor, lo anteriormente expuesto, diremos: los tópicos literarios > las creaciones individuales. Si ahora comparamos los esquemas obtenidos en las tres estructuraciones, podríamos concluir que en ellas predomina el siguiente esquema para los seis elementos semiológicos seleccionados: los tópicos literarios > las creaciones individuales. – En la serie indicial sólo aparecen los tópicos literarios. – En la serie icónica predominan los tópicos literarios. – En la serie simbólica predominan los tópicos literarios. Por consiguiente, retomando las conclusiones obtenidas en los elementos semánticos para contrastarlas con las que hemos obtenido en los elementos semiológicos, podemos ver que entre ambos elementos se da una relación inversa: siendo E. S. T. = elementos semánticos; y E. S. G. = elementos semiológicos, el esquema conjunto final sería el siguiente: Lexicalizaciones

Creaciones individuales

Tópicos literarios

E. S. T.

+

+–



E. S. G.

0



+

Es decir, mientras que en los elementos semánticos lo que más abunda son las lexicalizaciones e incorporaciones al sistema general de la lengua, en los elementos semiológicos no es que escaseen sino que no aparecen. Mientras que en los elementos semánticos lo que más/menos abunda/escasea son las creaciones individuales, en los elementos semiológicos es lo que más escasea. Y mientras que en los elementos semánticos lo que más escasea son los tópicos literarios, en los elementos semiológicos son los que más abundan.

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CAPÍTULO 7

FIGURA RETÓRICA Y FIGURA GRAMATICAL

Antes de abordar un estudio más exhaustivo sobre los procedimientos lingüísticos de sentido figurado y de construcción, conviene detenernos en su exposición teórica. Para ello partiremos de la doctrina sanctiana, ya que el Brocense es coetáneo de Lope de Vega, y, además, como lingüista y rétor, recoge todo el saber clásico greco-latino, con gran originalidad y novedad, dado su acusado espíritu crítico. En el Organum dialecticum et rhetoricum [1984: 337], el Brocense define la figura como «la elocución por la que el discurso se aleja del vulgar. Los griegos la llaman ‘esquema’, esto es, hábito y casi gesto del discurso»1. En la Minerva o De causis linguae latinae [1995: 55 y 439], el Brocense nos ofrece dos definiciones del término ‘figura’. La primera –pág. 55– resulta ser un tecnicismo gramatical, ya que por figura va a entender el Brocense la formación de palabras compuestas o, mejor, la figura es la palabra resultante de la composición. En la edición de Institutiones de 1572 y 1576 se decía, breve, pero claramente, que «la figura es la que da cuenta de si una palabra es simple o compuesta». En la página 439 aparece la segunda definición, ya retórico-gramatical, cuando dice que las figuras de construcción «consisten en anomalía o desigualdad de las partes; esta anomalía se produce, según la quadripertita ratio, por defecto ‘elipsis’ o ‘zeugma’; por exceso ‘pleonasmo’; por enálage o discordancia ‘silepsis’; y por cambio de orden ‘hipérbaton’. Tanto las figuras como los tropos conforman una ars (techne), entendida como un sistema de reglas2. Frente a éstas (praecepta, regulae) se alza la licen-

1

Consúltese en H. Lausberg (1984: 35), el origen metafórico de schema. Regla, según el Brocense, y éste basándose en Paulo, «es aquello que refleja brevemente la realidad. El gramático si no demuestra lo que dice con razón y con ejemplos, no será digno de crédito en nada, y menos en gramática. Los gramáticos, en efecto, como dice Séneca, son los guardas de la lengua latina, no sus creadores» (Minerva, p. 43). La clasificación clásica de las artes en dos tipos: artes in agendo positae o artes prácticas (retórica, dialéctica, música) y artes in inspectione (cognitio + aestimatio) positae o artes teóricas (gramática, aritmética, geometría, astronomía), no parece tan clara en el Brocense para el caso de la retórica y la gramática, puesto que esta última, como se ha visto, necesita de razón y ejemplos, para que sus reglas lleguen a ser auténticamente reflejo breve de la realidad. No en vano, en la Minerva se insiste mucho en el uso. Así, por ejemplo, según la opinión de Varrón (Minerva, p. 65): «el objetivo de la gramática no es explicar el significado de las palabras, sino 2

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tia, que es limitada precisamente por las reglas. Algunas infracciones, generalmente condenadas, contra las reglas se las pueden permitir a ciertos artistas y a ciertos géneros artísticos como una licentia3. Ahora bien, el Brocense no se subyugará a la tiranía de la Ars, sino que ésta se apoyará en la razón: «y es que todo arte, como dice brillantemente Santo Tomás, debe cambiar, siempre que el entendimiento encuentra algo mejor» (Minerva, p. 37). El Brocense relaciona las tres disciplinas del Trivium dándoles un orden diferente: la primera es la Gramática, que echa de la frase los solecismos y barbarismos, la segunda es la dialéctica, que busca la verdad de la palabra, y la tercera es la retórica, que busca la belleza4 de la misma. El objetivo del gramático es la oración, el objetivo del dialéctico es el razonamiento o silogismo y el objetivo del rétor es la elocutio o frasis. La elocutio centra su estudio en el estilo. Con respecto a éste el Brocense deja traslucir algunas opiniones claras: «La lengua debe ser aprendida de los escritores y no de la gramática; la gramática no enseña a hablar latín, sino que adapta el latín a una técnica gramatical; a hablar latín se aprende después, imitando a los latinos» (Minerva, p. 239). «Los que al fin han conseguido un conocimiento técnico de la lengua latina –me refiero, por ejemplo, a Pedro Bembo, a Osorio, o a nuestro Pinciano–, lo han conseguido, no hablando, sino escribiendo, meditando e imitando. [...] Hay que cultivar con diligencia el estilo; él es, como dice Marco Tulio, el mejor maestro del arte de hablar y artesano extraordinario» (Minerva, p. 673). «Como dice Fabio, libro 1, 6, una cosa es hablar latín y otra hablar con corrección gramatical. Si se dice ego amo deum, se habla sin duda con corrección gramatical, pero no se habla latín5. Así hablan los que practican la lengua, no el estilo latino. Y es que no basta con buscar expresiones latinas; hay que añadir exquisitez en la unión de las palabras» (Minerva, p. 675). su uso». En otro momento de la Minerva, exactamente en la p. 673, se nos recuerda que «Los maestros de las artes son el uso y la experiencia...». A veces, el Brocense, aceptará o desestimará expresiones, apelando al principio del uso o costumbre, si encuentra ejemplos en autores antiguos relevantes, ya que para este autor, una frase no es de una lengua por el simple hecho de que cumpla las reglas de esa lengua; es necesario que esté atestiguada. La obsesión del Brocense por aceptar sólo aquello que está atestiguado en algún autor es constante en la Minerva. 3 Si falta la virtus (= areté) aparece la kakía (= vitium). La virtus puede perderse y convertirse en vitium debido a un exceso (hiperbolé) o a un defecto (elipsis) en las realizaciones de los medios artísticos, pues cada areté es un méson entre dos extremos. 4 Si la virtud gramatical es la pureza o corrección idiomática, las virtudes retóricas son la claridad, el ornato y el decoro. Estas tres presuponen la primera. 5 Efectivamente, la norma de una lengua, su uso tradicional, informan del estilo acerca de esa lengua. La mera corrección gramatical nos viene dada por el cumplimiento de sus reglas gramaticales. Se adquiere el estilo con la práctica y el uso.

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Como vamos viendo el estilo presupone corrección lingüística, pero no lo es todo. Desde las posibilidades que ofrece el sistema de una lengua, y a través de la realización en el habla, se adquiere por tradición la norma que caracteriza y define dicha lengua respecto a todas las demás; es decir, se alcanza el estilo de esa lengua. Retomando el ejemplo anterior, en ego amo deum se practica la lengua latina, en ego deum amo se practica el estilo latino. Para el libro IV de la Minerva, el Brocense ha dejado aquello que le merece un análisis más profundo y que, sobre todo, nos descubre la naturaleza de la lengua latina, porque son la base de su teoría gramatical: las figuras de construcción. Si en el libro III del Organum Dialecticum et Rhetoricum (edición de 1588), dedicado a la elocutio, el Brocense trató con bastante extensión los tropos6 y las figuras7, en la Minerva (edición de 1587) sólo había dedicado su atención a las figuras de construcción, adoptando una perspectiva gramatical8, no retórica. Las estudiará como algo absolutamente nuclear y necesario a la lengua. De las cuatro que trata dará una mayor importancia a la elipsis, definida como la falta de una o varias palabras para que exista una frase construida según la norma9. La elipsis, por lo tanto, es un procedimiento lingüístico que interviene

6 En los tropos incluyó cuatro fenómenos: metonimia, metáfora, ironía (con eufemismo) y sinécdoque. 7 En las figuras distinguía figuras de pensamiento, divididas en cuatro géneros: petición o réplica, ficción, interrupción y amplificación. De ellos cuatro, sólo el tercer género, interrupción, tendrá interés gramatical, ya que consta de cuatro tipos: digresión (emparentada con la aposición explicativa), aversión (emparentada con el anacoluto), reticencia (emparentada con la elipsis) y corrección (emparentada con la adversación exclusiva en una frase y con la coordinación explicativa en una palabra). Y figuras de palabra o dicción, divididas en tres géneros: repetición, conmutación y ritmo. A su vez, cada uno de ellos presentará subtipos: repetición: anáfora, epífora, epanástrofe, círculo o epanadiplosis, epizeuxis, anadiplosis, epanalepsis, epanodos, ploce y polisíndeton. Conmutación: por orden: clímax y antimetabolé o retruécano; por caso: poliptoton, homoioptoton y homoioteleuton; por significado: paronomasia y corrección. Ritmo: natural y artificial. 8 Tuve la ocasión de profundizar en esta perspectiva durante el Curso de Doctorado que di en el Departamento de Filología Española, Facultad de Filosofía y Letras, de la Universidad Autónoma de Madrid, curso académico: 1994-95, titulado: “Fundamentos gramaticales de las figuras retóricas”. 9 Para el Brocense sólo se debe suplir aquello que es necesario para que una frase se adapte a las normas de la analogía o del sistema. La elipsis opera no esporádicamente, sino sistemáticamente; no es un procedimiento lingüístico aislado, sino frecuente en el paso del esquema racional al esquema de uso. La teoría de la elipsis era ya conocida por gramáticos anteriores al Brocense. En la antigüedad, concretamente, en Apolonio Díscolo y en Prisciano. La noción de elipsis se deriva de la consideración sintáctico-semántica de la oración como la perfección o ‘completud’ de forma y de sentido; la elipsis descubre aquello que debe suplirse para que una oración sea perfecta o

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en la generación de determinados giros que no responden al esquema racional y teórico; aplicando a ellos la elipsis se llega a ese esquema racional. El criterio fundamental, según el Brocense, para saber si hay elipsis de una palabra es la existencia de ejemplos con el mismo contexto en el que aparece la misma. A veces, faltan palabras que no se pueden suplir sin cometer un error, pero que la gramática suplirá necesariamente10. Desde el punto de vista de la gramática, hay elipsis de palabras y desde el punto de vista de la retórica, hay aposiopesis, es decir, reticencia o corte de frase. El zeugma, llamado de otra forma unión o conexión, consiste en unir a un solo verbo muchos conceptos, cada uno de los cuales, aun estando solo, exigiría ese verbo: Sociis et rege recepto. Esto es lo que los gramáticos han llamado prolepsis. El Brocense distingue entre elipsis y zeugma, al pronunciarse sobre la conjunción, en contra de la opinión de casi todos: «La conjunción une oraciones entre sí, como en Caesar pugnat et Cicero scribit; y cuando se dice Cicero scribit et vigilat, hay dos oraciones en las que encontramos la figura del zeugma; así también en Cicero et filius valent; aquí la figura es la de la elipsis; sería valet Cicero et valet filius» (Minerva, p. 403). El pleonasmo se produce cuando a una construcción ya completa se añade algo. Es realmente un pleonasmo la adición del adverbio magis a los comparativos. El rétor J. Rufiniano llama pleonasmo a vivere vitam, pugnere pugnam, servire servitutem..., pero el Brocense le daría fácilmente la razón, siempre que no piense que son también pleonasmos las expresiones longam vitam vivere, y hunc furere furorem, ya que, de la misma forma que vidi oculis es un pleonasmo, porque se puede prescindir de oculis, así también His oculis vide, no lo es, ya que no se puede prescindir de oculis, sino que su aparición es necesaria. En las frases pleonásticas, tanto si se añade como si se quita el acusativo, permanece el mismo sentido y todas las palabras permanecen con el mismo valor; y es que es lo mismo vivo que vivo vitam; ¿cómo iba a existir en pasiva formas como egetur, sedetur, statur, si no se dijera en activa egeo egestatem, sedeo sessionem, sto sta-

completa. Es un fenómeno que se mueve a nivel lingüístico y que es explicado desde un análisis del lenguaje; no es, por tanto, una figura poética o retórica. Para Prisciano, seguidor de Apolonio Díscolo, también el concepto de elipsis, como su contrario el concepto de pleonasmo, es un concepto lingüístico. 10 Están aquí presentes los conceptos de ‘aceptabilidad’ en uso, y de ‘gramaticalidad’ en sistema, tan frecuentes en la lingüística moderna, mencionados por N. Chomsky o E. Coseriu, entre otros, como ya hemos visto en los caps. 1, 2 y 3; es el caso de Tuas spes non curo quibus me allicis (donde falta el sustantivo, ya que el relativo, para el Brocense, se coloca entre dos casos del mismo nombre); o de Mare Caspium dulcius caeteris (donde falta prae, puesto que el sexto caso depende siempre de una preposición).

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tum o stationem?11. Dice, al respecto, el Brocense (Minerva, p. 241): «Se me objetará con esta pregunta: ¿por qué no encontramos estos acusativos? Sencillamente porque sería una falta expresarlos o, al menos, un arcaísmo, ya que en otro tiempo era frecuente decir nocere noxam y servire servitutem –con el nomen cognatae significationis expreso–; ahora, salvo que haya que añadir un adjetivo, su uso es pleonástico». El Brocense discrepa de M. F. Quintiliano, cuando éste cree que ambulare viam es un solecismo, ya que opina que mejor hubiera dicho un pleonasmo. La silepsis, es decir, la conceptio, ocurre cuando las palabras parecen no concertar en género y en número, aunque muchas veces, la no concordancia de género, sobre todo, ha sido explicada por el Brocense recurriendo a una elipsis. Véase, por ejemplo, avis, mons, arbor. De la misma forma que en la silepsis de número tiene prioridad, a la hora de la concordancia, la primera persona y después la segunda, así, en la silepsis de género, tiene prioridad el masculino, si aparece con otros géneros. Resulta curioso cómo en este apartado el Brocense no habla del anacoluto, del cual, en cambio, hablará cuando trate del hipérbaton, aun admitiendo que el anacoluto se acerca mucho al solecismo. M. F. Quintiliano desarrolla ampliamente el tema del solecismo en su Institutio Oratoria; la silepsis tratada por el Brocense, sería sólo una pequeña parte –per accidentia partibus orationis– de la teoría de M. F. Quintiliano acerca del solecismo. Cuando el Brocense se ocupa de la elipsis de las preposiciones, refuta de nuevo a M. F. Quintiliano en la pág. 553 de su Minerva: «De todas formas, me atrevo a afirmar esto: los nombres de ciudades se encuentran más veces con preposición que sin ella; Tito Livio, en efecto, casi siempre utiliza la preposición. Y no se debe hacer caso a M. F. Quintiliano quien piensa que es un solecismo la expresión veni de Susis in Alexandriam». El hipérbaton es el desplazamiento o cambio de orden de una palabra por encima de la lógica gramatical. Distingue varios tipos: anástrofe o inversión en el orden de las palabras; tmesis o corte de una expresión compuesta o que tiene varios elementos unidos; paréntesis o interrupción del sentido completo de la frase, antes de que se termine12; sínquisis u orden excesivamente confuso de las

11 Los razonamientos son complementarios: puesto que todo verbo debe tener necesariamente un sujeto en nominativo, no existen los verbos impersonales; ningún verbo en pasiva es impersonal: necesariamente lleva al lado, aunque sea sobrentendido, un nombre. Como contrapartida, ese mismo verbo, en activa, tiene necesariamente un objeto, aunque no esté expreso. 12 En el Organum Dialecticum et Rhetoricum aparece como digresión breve en las figuras de pensamiento.

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palabras; y anacoluto o inconsequens, que se acerca mucho al solecismo, pero es más bien, para el Brocense, una figura de los rétores13. A modo ya de conclusiones, podríamos decir que 1) Se intuye en el Brocense la necesidad de diferenciar entre figura retórica y figura gramatical, a la hora de estudiar y analizar su alcance y sus mecanismos, pero el autor no nos dice, por ejemplo, en la silepsis, dónde están los límites entre ambas. Sólo se infiere la importancia que da a ésta, como procedimiento lingüístico-gramatical, y no retórico, en el número de páginas y en el detallado análisis que hace de la elipsis. 2) En sus escritos retóricos –el Organum Dialecticum et Rhetoricum–, ofrece una definición retórica de figura, que desarrollaremos más adelante, como no podía ser de otra manera. En cambio, en su tratado gramatical –la Minerva o De causis linguae latinae–, ofrece dos definiciones de figura: a) como término gramatical especializado, que tiene que ver con la composición de palabras, y b) como término retórico-gramatical, ya que la define, tanto en la Minerva como en el Organum Dialecticum et rhetoricum, como la elocución por la que el discurso se aleja del vulgar, con un planteamiento moderno, en cuanto que afín al de R. Jakobson y su teoría del extrañamiento y de la función poética. 3) En sus escritos retóricos trata por igual los tropos y las figuras, tanto de pensamiento como de palabra o dicción. Con la novedad de que el Brocense respecto de los tropos, disiente de M. F. Quintiliano y del resto de rétores, al incluir la ironía, que tradicionalmente se sitúa entre las figuras de pensamiento. Actualmente, recordemos que el Grupo de Lieja tampoco la incluye entre los tropos. Por el contrario, en sus tratados gramaticales, seleccionará para su estudio sólo las figuras de construcción; es decir, se olvida de los tropos y de las figuras de pensamiento tildándolas de «partos de los montes de los gramáticos»14, o sea, de insignificantes, sin importancia alguna. Obsérvese que su denominación ha cambiado, ya no mantiene el rótulo de figuras de dicción o de palabra, sino de construcción, haciéndose más hincapié en el eje sintagmático del discurso sintáctico. El Brocense las estudia en el libro IV de la Minerva, puesto que le merecen un análisis más profundo, dado que nos descubren la naturaleza de la lengua al ser la base de su teoría gramatical. 4) Las figuras de construcción consisten en anomalía o desigualdad de las partes. Esta anomalía se produce, según la quadripertita ratio, por defecto o per detractionem (elipsis y zeugma), por exceso o per adiectionem (pleonasmo), por 13

Aquí, el Brocense podría haber apuntado la relación existente entre solecismo, anacoluto y barbarismo. 14 Consúltese su Minerva, p. 439.

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discordancia o per immutationem (silepsis), y por cambio de orden o per transmutationem (hipérbaton). Si se comparan las clasificaciones del Brocense y de M. F. Quintiliano al respecto, se observará fácilmente una continuidad de puntos de mira en cuanto a defecto, exceso y cambio de orden; ahora bien, también se observará una discrepancia de enfoque en cuanto al tercer punto, discordancia, ya que resulta más completo el estudio que hace M. F. Quintiliano acerca del solecismo, que incluiría el anacoluto, así como la silepsis, entre otros más, con respecto al estudio que nos ofrece el Brocense, el cual sólo repara en la silepsis, ya que es la falta de concordancia en género, número o ambos a la vez. Quizá el reduccionismo operado en el Brocense, se deba a la superespecialización gramatical del concepto concordancia, puesto que, con toda la razón, la concordancia entre las palabras se da en el género, el número y el caso; pero la falta de concordancia sólo se puede dar en el género y en el número, y esta falta de concordancia es explicada como una silepsis. Creo que el concepto barajado por M. F. Quintiliano, como vamos a ver más adelante, da más juego, es más fecundo gramaticalmente que el del Brocense, excesivamente reduccionista. 5) Esta reducción, por un rigor gramatical quizá mal entendido en el autor, desvió al anacoluto al cuarto lugar, al cambio de orden, y es tratado muy sucintamente por el Brocense, en el apartado dedicado al hipérbaton. De hecho, no sabe qué hacer con él. Cito: «El anacoluto, llamado también inconsequens, se acerca mucho al solecismo15, pero es más bien una figura de los rétores» (Minerva, p. 595). Evidentemente, como bien anotaba el profesor E. Sánchez Salor (1996: 199), «adjudicar la figura a los rétores es una forma de evitar el tener que dar una explicación gramatical a la misma»16, que es precisamente en la Gramática donde la tiene. Y 6) El Brocense ofrece dobletes terminológicos para un mismo fenómeno que pueden falsamente inducir a considerarlos sinónimos. Es el caso de elipsis en el campo gramatical o reticencia en la esfera retórica, paréntesis en el campo gramatical o digresión en la esfera retórica. Es posible que en el propio autor estos términos, a modo de dobletes terminológicos, hayan sufrido una especialización semántica, significando conceptos distintos, de tal manera que la elipsis gramatical sea una realidad bien diferente de la reticencia retórica.

15 «Recuérdese que la falta contra la corrección idiomática en los verba coniuncta se llama soloecismus. [...] En cuanto a los verba coniuncta se trata de la sintaxis idiomática» (H. Lausberg, 1984: 34). 16 Nota 9 de la página 595 de la Minerva.

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Sabido es que, aunque para el Brocense las artes sean de hecho convergentes, para su enseñanza deben ser consideradas corpora distintos y, por lo tanto, metodológicamente, deben ser enseñadas por separado, sin interferencias de otras disciplinas. Las conclusiones que acabamos de extraer no hacen sino corroborar y darle la razón al insigne catedrático de prima de Retórica y profesor de Griego de la Universidad de Salamanca. Ahora, en lo que sigue, voy a centrarme únicamente en los escritos retóricos de F. Sánchez de las Brozas, exactamente en su Ars dicendi o Arte de hablar y en su Organum dialecticum et rhetoricum o Tratado de dialéctica y retórica para extraer aquellos conceptos gramaticales manejados por el Brocense en su quehacer retórico y así, dada su importancia, profundizar sobre cuestiones aludidas anteriormente. Como es sabido, en diciembre de 1573 tomaba posesión Francisco Sánchez de las Brozas de la Cátedra de Retórica de la Universidad salmantina, vacante al morir el Maestro F. Navarro. Con anterioridad, y desde el año 1554, el rétor extremeño había impartido casi de forma continuada enseñanzas de la mencionada disciplina; fruto de esa actividad primera fue su obra Ars dicendi, que compuso cuando en 1556 el Claustro de la Universidad de Salamanca le encargó la enseñanza de la retórica a la juventud salmantina. La segunda obra a la que he aludido, el Organum, publicada por vez primera en el año 1579, supone, sin lugar a dudas, la reflexión madura, recopilación y revisión por tanto de ideas expresadas anteriormente, sobre el corpus de enseñanzas retóricas y, más en concreto, sobre la relación de ésta con la dialéctica. Es, por tanto, una obra sacada a la luz en el cenit de su carrera docente, a mitad de camino entre la filosofía y la retórica, y que rezuma esa independencia y osadía intelectuales, que tantos problemas acarreó al autor. No en vano el Organum dialecticum et rhetoricum fue puesto en tela de juicio por la Inquisición, ya que por él se le acusó de «ser autor muy insolente, atrevido, mordaz, como lo son todos los gramáticos17 y erasmistas [...] pues este autor destruye los fundamentos de la lógica18, de los cuales se sirve la theología escolástica y aun la antigua de los santos...»19. A pesar de la controversia en la que estuvo metido el Organum, debida probablemente a la asociación de la obra con las ideas ramistas, éste escapó de ser incluido en el Index de libros prohibidos. Metodológicamente el Brocense en sus escritos retóricos puede tildarse de ecléctico, puesto que entresaca de M. T. Cicerón, M. F. Quintiliano, Hermógenes

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No dice retóricos, cosa curiosa. Lógica era sinónimo de dialéctica. 19 Cfr. A. Tovar y M. de la Pinta (1941: 76). Otras referencias al Organum se encuentran en las pp. 75, 115, 120 y 122 de la misma obra. 18

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de Tarso y Aristóteles su forma de proceder científicamente, uniendo las dos grandes corrientes de la cultura medieval: la tradición griega y la tradición latina. Verdad es que en esto no es un innovador: eso mismo lo había hecho el cretense J. de Trebizonda, quien en 1435 había redactado un tratado de retórica en cuatro libros en los que las ideas provienen de Hermógenes de Tarso y M. T. Cicerón, uniendo también de esta forma ambas tradiciones. Pero ese eclecticismo hay que valorarlo positivamente pues no acepta el Brocense un solo modelo, sino que escoge ideas de los mejores. Él sigue a éstos, pero «marcando su propio camino»20 ya que coloca en orden, y esa es una de sus aportaciones personales, los principales preceptos –no todos– de antiguos rétores griegos y latinos. En la exposición del contenido de los dos libros, el autor echa mano del sentido pragmático, dotándolos de esa manera de un método de exposición analítico y estructural. Por ello, resulta fácil hacer un cuadro sinóptico de los mismos. De ahí su obsesión por las clasificaciones y subclasificaciones claras. En este sentido sigue un método que es genuinamente medieval y escolástico. Pero en la Edad Media esas subdivisiones eran probablemente excesivas y prolijas, de forma que muchas veces se perdía con ellas visión de conjunto. El Brocense sigue en esta línea el método de clasificaciones y subclasificaciones; sin embargo, su racionalismo humanista permite que su análisis no sea excesivamente complicado, sino que se convierte en una ordenada exposición de temas con una finalidad claramente pedagógica. El método doctrinal de ambas obras consiste en la exposición de los distintos temas sacados de principios universales y generales y aplicados a casos individuales y particulares. Antes de empezar a desglosar los distintos conceptos gramaticales insertos en el Organum aludiré a unas palabras que el propio Brocense refiere en la introducción, puesto que nos darán la clave para entender la presencia tan íntima del componente gramatical en sus escritos retóricos: «El arte imita la naturaleza y el orden natural exige que primero hablemos, después razonemos y finalmente adornemos el discurso; es necesario que vaya por delante la gramática para ordenar las palabras, que siga la dialéctica para disponerlas racionalmente y que aporte el colofón la retórica, que es la que cambia y adorna con figuras las palabras»21. Aunque M. F. Quintiliano sometió la música, la lógica, la cosmografía y la geometría a la gramática, opina F. Sánchez de las Brozas que todas las artes serían enseñadas más correctamente, si fuesen transmitidas cada una con sus propios

20 21

Ars dicendi, Prólogo, p. 37. Tratado de dialéctica y retórica, en Obras, I. Escritos retóricos, p. 183.

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preceptos, a fin de que nada mixto y ajeno fuera inculcado. Por lo tanto, como en tantas otras ocasiones, el Brocense se aparta del dictado de los clásicos y ejerce su independencia intelectual, sin menoscabo, por otra parte, del respeto debido al principio de autoridad.

Elenco de conceptos gramaticales 1. Sujeto y predicado: En el prólogo al Organum, y en el último punto se habla de los términos establecidos que, de acuerdo con la opinión de Aristóteles, son tan sólo dos: sujeto y predicado. Éstos, en el libro I, que trata sobre la Invención, se desarrollarán: «Así pues, toda cuestión para hablar más claramente que los antiguos, tiene dos partes, que son denominadas ‘términos’. Uno va por delante y se llama ‘menor’ o sujeto, el otro sigue a continuación y es denominado ‘mayor’, predicado o atributo, como si hay que indagar el hecho de “si la virtud ha de ser amada”, ‘virtud’ es el término menor y “ha de ser amada”, el mayor; son denominados ‘menor’ o ‘mayor’, porque aportan menos o más fuerza a la prueba22. Llamamos sujeto a aquello de lo que se dice algo, predicado lo que se dice de otro»23. En el libro II, que trata sobre la disposición, se retoman estos dos conceptos al hablar del silogismo: «El silogismo, denominado en latín ‘colección’ o ‘raciocinio’, es una argumentación, en la que, dados y admitidos unos presupuestos, se saca necesariamente como conclusión algo diferente de tales presupuestos. En todo silogismo se dan dos proposiciones, denominadas premisas, de las que surge la conclusión [...]. Cualquiera de estas proposiciones consta de dos ‘extremos’, a los que hemos convenido en llamar ‘términos’: sujeto y predicado. Así pues, entre las dos premisas tiene que haber cuatro términos; sin embargo, como siempre uno de ellos es tomado dos veces, decimos que sólo hay tres. Al que es tomado dos veces se le denomina ‘medio’, porque une a los dos extremos». El término medio, ya que sólo puede disponerse de tres maneras, origina tres figuras de silogismos: «[…] si es colocado en medio de las dos premisas, de forma que en la primera sea sujeto y en la segunda predicado, surge la primera y principal figura; si es colocado en ambas premisas al final, de modo que en las dos sea predicado, surge la segunda; si es dispuesto en ambas premisas al principio, de manera que en las dos sea sujeto, surge la tercera figura, que casi no sirve para nada»24.

22 Aunque existe una evidente afinidad en el uso, no hay que confundirlos con los conceptos de ‘premisa mayor’ y ‘premisa menor’, que conforman la estructura de los silogismos (véase el libro II del Organum). 23 Tratado de dialéctica y retórica, p. 195. 24 Ibídem, pp. 281 y 283.

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2. Causa y efecto: Cuatro son los tipos de causas que recoge el autor, basándose en Aristóteles: final, formal, eficiente y material, según el orden de disgregación, que se denomina análisis; pero, según el orden de procreación, que se denomina génesis, el orden sería justo el contrario: material, eficiente, formal y final. 2a. Causa final: El fin es la causa para la que algo se hace, así el fin de la retórica es el «bien hablar». Esta causa es la más noble de todas y a ella hacen referencia las demás. En griego se denomina telos del verbo telein, esto es, ‘alcanzar’, porque cada cosa alcanza su meta con la consecución de su fin. De los ejemplos que presenta el Brocense, algunos pertenecen a lo que sintácticamente clasificamos como oraciones finales: «¿Para qué a mí la fortuna, si no se me concede usarla?», pero otros no serían finales por su forma gramatical, sino que semánticamente equivaldrían a finales: «¿Qué intención tenían tus armas?». Por lo tanto hay un solapamiento parcial de los componentes gramatical y retórico. 2b. Causa formal: Forma es aquello por lo que cada cosa es lo que es y se distingue de las demás. El oficio de la causa formal es ‘dar forma’ a cada cosa, de ahí que se la denomine con propiedad ‘forma’, y ‘distinguir’ las cosas entre sí, por lo que se denomina ‘diferencia’25. En los ejemplos que a renglón seguido se aportan no hay ninguna oración que pudiéramos llamar causal sintácticamente: «Había un palacio augusto, enorme, sostenido por cien columnas...». Por el contrario, sí hallamos asindéticas semánticamente causales: «Este animal capaz de prever, sagaz, complejo, penetrante, dotado de memoria, lleno de razón e inteligencia26, al que nosotros llamamos hombre, ha sido creado en una situación excepcional por la suprema divinidad27; es el único entre tantos animales de toda especie y naturaleza que participa de la razón y de la reflexión, mientras que todos los demás están privados de ellas». 2c. Causa eficiente: La causa eficiente es aquella por medio de la cual algo existe. Es múltiple y variada, pero en una primera instancia se divide de esta triple manera: atendiendo a la cosa que obra, se denomina absoluta y auxiliar; si se atiende a la cosa realizada, se denomina procreante y conservante; y si se atiende al modo de obrar, la causa es espontánea y no espontánea.

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El principio de oposición, la marca o rasgo pertinente del estructuralismo lingüístico no serían en principio sino un desarrollo de esta causa, aunque deliberadamente no haya sido su punto de partida. 26 Aludiendo a la causa formal alaba M. T. Cicerón al hombre, al ser éste partícipe de la razón; M. T. Cicerón piensa que la razón es la forma del hombre y que por ella se diferencia de los demás animales. 27 En este punto y coma puede perfectamente sobrentenderse un nexo causal del tipo puesto que, ya que...

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Precisamente en la causa eficiente es donde se encuentran los ejemplos de las oraciones causales a nivel sintáctico. La causa absoluta o principal es aquella por cuya única acción se produce la cosa, como el fuego lo es del calor. Estamos ante una causa ontológica, pero no formulada o expresada lingüísticamente como causa. La causa auxiliar es la que presta ayuda a otra o es ayudada por otra, como son los ministros y los instrumentos. Con frecuencia las causas auxiliares son explicitadas en latín por las partículas a, ab, per; de ahí el error de los gramáticos, al pensar éstos que una oración en voz activa puede, con el mismo sentido, convertirse en pasiva, pues cuando se dice «te daré dinero» y «dinero será dado por mí a ti», en el primer caso se hace referencia a una causa absoluta, y en el segundo a una auxiliar, como demuestra el Brocense con amplitud y claridad en la gramática28. En el ejemplo aducido, como puede observarse, no se está hablando de oraciones causales sino de complementos agentes, quasicausales. Causa procreante es la que produce por primera vez una cosa: el padre lo es del hijo; y así, los inventores y artífices de las cosas. El término ‘procreante’ hay que entenderlo referido a todos los seres que producen algo a partir de sí mismos: «No eres hijo de una diosa, ni Dárdano fue el autor de tu raza, Pérfido; ha sido el horrendo Cáucaso quien te engendró»; «¡Ay! Perezca quienquiera que fuese el que inventó las naves y las velas». De nuevo estamos ante causas ontológicas, formuladas desde la lógica pero no desde la lingüística. Las causas conservantes son las que mantienen el estado de las cosas ya hechas, como las leyes, los jueces, los magistrados. No es raro el hecho de que una única causa sea a la vez procreante y conservante, como la afirmación que hizo Q. F. Horacio sobre la sabiduría: «De nada admirarse es casi la única cosa, Numicio, / y la sola que puede hacer y guardar al dichoso». Como se ve en el ejemplo horaciano, la causa pertenece a la lógica y se expresa léxicamente, no sintácticamente, puesto que no compete a la gramática. Las causas eficientes, que obran de manera espontánea o no, las presenta el Brocense según las explica Aristóteles en la retórica a Teodecte: Cualquier cosa que hacen los hombres, o la hacen por sí mismos o no; si la hacen por sí mismos, la hacen por costumbre o por apetencia; tal apetencia, o es racional y se denomina voluntad, o es irracional y se divide en dos: ira y pasión. A su vez, si no la hacen por sí mismos, la pueden hacer de dos maneras: por suerte o por necesidad; y ésta última obliga de dos maneras: por presión interna, como la naturaleza y por presión externa, como la violencia.

28 Observación muy interesante que hace el Brocense a la automática conversión de la voz activa en pasiva, subordinando la gramática a la retórica y dialéctica.

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En este tipo de causas encontramos el concepto de causalidad expresado lingüísticamente en los ejemplos aportados: «Enojado por la locura y la ira»; «Por pasión o placer se hacen aquellas cosas que se presentan bajo el atractivo de ser agradables, aunque no lo sean». No obstante, se siguen dando casos de oraciones asindéticas que semánticamente equivalen a causales: «Apenas puedo contenerme29; hasta tal punto ardo en ira». 2d. Causa material: La materia es la causa a partir de la cual algo se hace, como el bronce lo es de la estatua. Lingüísticamente se expresa a través del complemento circunstancial de materia en la mayoría de los casos: «Construyámosles veinte navíos de la encina de Italia». 2e. Efecto: Efectos son las cosas que existen a partir de las causas. ‘Efectos’, ‘realizaciones’, ‘acontecimientos’, ‘acciones’, son términos que se usan con un significado casi idéntico. Los tipos de efectos son tantos como los de las causas, pues las causas y los efectos son los nombres que indican una mutua relación y así, una vez que vemos las causas de una cosa establecida, indagamos qué se sigue de ellas. Lingüísticamente pueden expresarse por el modo verbal: perífrasis verbal modal de obligación: «En tres días, a lo más cuatro, Milón habrá de morir»30. También por oraciones consecutivas: «Nada tengo de qué avisaros, nadie hay tan privado de razón que no comprenda que, si nos dormimos en esta ocasión, la tiranía que deberíamos soportar, sería no sólo cruel y arrogante, sino también ignominiosa». Pero otras veces no discurre por los cauces gramaticales de los tópicos sintácticos, sino que simplemente se asiste a una descripción nocional de los efectos. De tal manera que se enumeran los efectos que se derivan de algo o de alguien: «¿Qué no señala la embriaguez? Lo oculto descubre: / manda confirmar esperanzas, arroja al inerme a la lucha...». Aunque Cicerón refiere los efectos tan sólo a las causas eficientes, porque, cuando hace mención de las causas, únicamente incluye a las eficientes, y aunque R. Agrícola denomina “acontecimientos” a todos los tipos de hechos y propiamente “efectos” a los que surgen de las causas eficientes, y “proyectos” a los que se producen a partir de la causa final, el Brocense, desmarcándose tanto de M. T. Cicerón como de R. Agrícola, llama efectos a los provenientes de cualquier causa, pudiéndose considerar también entre éstas a la causa material. 3. Sujetos y adjuntos: Los sujetos y adjuntos se relacionan entre sí como las causas y los efectos. Los sujetos son los que sirven de base a los adjuntos; los adjuntos son los que se unen a los sujetos. De todos ellos se da una triple distin29

En el punto y coma perfectamente se sobrentiende un nexo causal. Lingüísticamente sería la proposición principal de una causal que se presupone; en pura lógica correspondería al efecto de una causa. 30

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ción: o están en la cosa misma y se llaman ‘accidentes’ (aunque en Aristóteles el nombre de ‘accidente’ tiene una extensión mayor), o versan sobre la cosa y se llaman ‘objetos’, o tan sólo están alrededor de la cosa y pueden denominarse “circunstancias”. 3a. Accidentes: En la primera modalidad se dice que el espíritu es sujeto de la virtud, del vicio, de la habilidad y de la inhabilidad: éstos se llaman ‘bienes del espíritu’. El cuerpo es también sujeto de la cantidad, de la cualidad, de la fuerza física, de la salud y de la belleza, que son denominados ‘bienes del cuerpo’. Lingüísticamente vienen expresados sintagmáticamente: «Los cabellos rojizos»31, y oracionalmente: «Los cabellos son rojizos». 3b. Objetos: Por la segunda modalidad la vista versa sobre los colores y el objeto del oído es el sonido, del olor el olfato, de la gramática la frase adecuada, de la retórica el adorno, de la dialéctica el discurso. Con ellos se relacionan los acusativos internos latinos y las figuras etimológicas en español; es decir, estamos en la esfera del objeto directo pleonástico. 3c. Circunstancias: En la tercera modalidad se enumeran precisamente las circunstancias que rodean a una cosa, como el vestido, los muebles, los camaradas, el cortejo, etc. Las circunstancias de cualquier cosa, por decirlo de una manera general, son cinco, y son tenidas muy en cuenta por los escritores para las descripciones: la persona, el lugar, el tiempo, el modo y la causa. En esta ocasión la expresión lingüística normal es la del complemento circunstancial, pero no la única. Fijándonos en la primera circunstancia, la de la persona, ésta participa de diecisiete atributos. Uno de ellos me interesa especialmente: el nombre. Éste comprende la designación y los derivados. La designación o raíz o etimología32 es la auténtica interpretación de un nombre. Todos los nombres propios hebreos y griegos poseen su etimología. En los nombres comunes su uso es más frecuente, como cónsul de consultar33, rey de regir, senado de senectud34. Los derivados

31 En esta ocasión el sujeto es sujeto del adjunto, pero no necesariamente es sujeto oracional, a diferencia del primer concepto gramatical desglosado, donde el sujeto es sujeto del predicado, y por tanto, sujeto oracional. 32 A veces cuando se plantea el significado de una palabra o escrito cuyo valor se indaga, ocurre una causa sobre definición. Así «eso no es matar al tirano, porque aún vive». Aquí se recurre casi siempre a la etimología, según la cual «matar es golpear y privar de la vida»; ahora bien, «el tirano aún vive; luego no ha sido matado». 33 Consultare significa «deliberar a favor del Estado». 34 Recoge el Brocense una serie de palabras explicadas hasta el momento por antífrasis: bellum por no ser ‘bella’ la guerra; Parcae, porque non parcunt; lucus, porque non lucet, etc. El Brocense, con muy acertado criterio, no acepta ninguna de estas etimologías, como lo explica en otros de sus libros (Ars dicendi y Paradoxa). Así,pues, la antífrasis entra en rela-

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son los que nacidos de la misma raíz, se permutan indistintamente, como justo, justicia, justamente35. 4. Comparados: Hay comparación cuando dos o más cosas se dan cita en el seno de otra tercera. Hay tres tipos de comparación: de igualdad, de superioridad y de inferioridad. Las marcas de las comparaciones son tam ... quam; tanto ... quanto; talis ... qualis y similares. Se puede observar una diferencia en los términos ‘superior’ e ‘inferior’ entre el planteamiento dialéctico y el planteamiento gramatical. Puesto que la invención, como parte de la Dialéctica, es el procedimiento encaminado a encontrar argumentos que prueben la cuestión, en el argumento de los comparados, el Brocense, siguiendo a Aristóteles, llama ‘superior’ no a lo que realmente lo es, ni a lo que se expresa con las marcas gramaticales pertinentes “más que”, sino a lo que tiene más importancia de la cosa y aporta más fuerza a la prueba. Siempre se procede por negación: «Si Hércules no pudo, tú tampoco podrás». Asimismo se dice ‘inferior’ a lo que menos fuerza aporta para probar un asunto, sin aparecer las marcas gramaticales ‘menos que’. Siempre procede por afirmación: «Si tomó una ciudad, también podrá hacer lo mismo con una aldea». 5. Opuestos: Aquí encontramos ya esbozada la teoría semántica de los antónimos, con todos los reajustes que el momento actual exige. Para el Brocense opuestos o desacordes son aquellos que no pueden afirmarse o negarse al mismo tiempo de la misma cosa. Los opuestos36 se dividen en contrarios y repugnantes. 5a. Contrarios: Son aquellos que, como unidad, se oponen a otra unidad en virtud de una ley fija, como «la blancura o la negrura». 5b. Repugnantes: Son aquellos que, en virtud de una misma ley, se oponen como unidad a otras muchísimas unidades, como «leer y dormir», «Sócrates y Platón», «hombre y piedra». Los contrarios, a su vez, se dividen en cuatro géneros: adversos, relacionados, privativos y contradictorios.

ción directa con la etimología popular. Para F. Sánchez de las Brozas, si esta expresión, la antífrasis, se entendiese correctamente, se trataría de una forma de ironía, por la que significamos lo contrario de lo que decimos, como apunta Plutarco sobre Homero; como cuando decimos «un no mal autor» en vez de «bueno» (lítotes al revés). 35 El hecho de que el Brocense diga que se permutan indistintamente, nos hace pensar en el paradigma de la lengua y en el concepto más conveniente de conmutación. 36 Cuando el Brocense habla de la invención de los rétores, exactamente sobre los recursos de una causa conjetural, distingue en la refutación dos conceptos: denegación y oposición. Denegación es la absoluta negación de la justificación, como «no está permitido enterrar»; oposición es la negación de alguna circunstancia de la justificación, como «aunque estuviera permitido, no lo estaría para ti o de ese modo, o en ese lugar o en ese momento».

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5b1. Adversos: Son aquellos que, aun perteneciendo a la misma especie, se diferencian mucho entre sí, como la «virtud y el vicio», que pertenecen a la especie de ‘hábitos’; «lo blanco y lo negro», que pertenecen a la especie ‘color’; «lo dulce y lo amargo», que pertenecen a la de ‘sabor’. Los adversos, a su vez, pueden ser entendidos en un doble sentido, ya que algunos de ellos tienen término medio, como «lo dulce y lo amargo»37; y otros carecen de término medio, como «lo par e impar”. En el caso de los primeros, sucede que, si se afirma uno, es negado el otro38, pero no sucede lo contrario; así, si algo es dulce, no es amargo; pero, si no es dulce, puede que sea soso o ácido; en el caso de los segundos, el razonamiento es válido en uno y otro sentido: si algo es par, no es impar; y si es impar, no es par. 5b2. Relacionados: Son aquellos cuyo sentido y naturaleza residen en que están en mutua relación, como «el padre y el hijo»; «el señor y el siervo»; «lo grande y lo pequeño»39. A estos opuestos Aristóteles los llama «ad aliquid»; M. T. Cicerón, «relacionados» y «que están en relación o comparación con algo». 5b3. Privativos: Son los que ponen de manifiesto la privación y la apariencia de algo40, así «la noche y el día»; «sereno y borracho»41, «dignidad e indignidad»42. La preposición in quita a la palabra el significado que tendría si no estuviera la preposición. Los privativos se diferencian de los adversos, porque en el caso de los adversos se trata de cosas que pertenecen a la misma especie, mientras que en el de los privativos se trata de cosas simplemente distintas, como el día y la noche43; se diferencian de los relacionados, porque estos están en relación entre sí; de los contradictorios, porque una negación afecta a todo aquello que no está en lo afirmado (criterio lingüístico), mientras que la privación sólo a aquello que no está en la cosa que por nacimiento ha recibido un hábito (criterio lógico); así, un animal puede ser llamado ciego o sordo, pero una piedra no; una piedra debe ser llamada «no vidente»44 o «no oyente»45. 5b4. Contradictorios: Son aquellos de los cuales uno es afirmado y otro negado, siendo sin embargo lo mismo; así, «Sócrates enseña» y «Sócrates no enseña». La contradicción puede hacerse de estas tres formas:

37 38 39 40 41 42 43 44 45

Pertenecerían al tipo de los antónimos graduales. Estaríamos ante antónimos complementarios. Pertenecerían al tipo de los antónimos recíprocos. Estarían dentro de la antonimia complementaria. Ambos ejemplos expresados por medio de procedimiento léxico. Ahora por medio de procedimiento morfológico. Distinción irrelevante para el planteamiento semántico actual. Que no ve. Que no oye.

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5b41. Afirmación/negación del predicado de un mismo sujeto: «Pedro es justo»/«Pedro no es justo». 5b42. Afirmación/negación del sujeto de un mismo predicado: «Todo hombre es cándido»/«ningún hombre es cándido». 5b43. Afirmación/negación de predicados de distintos sujetos: «Todo hombre es cándido»/«algunos hombres no son cándidos». Es curiosa la advertencia que lanza el Brocense con respecto a los contrarios. Advertencia hecha desde la Dialéctica-Retórica, y no desde la Gramática. Dice: «El uso de contrarios es frecuentísimo cuando faltan causas y adjuntos. Los demás argumentos son claros a la hora de enseñar; a la hora de empujar, los contrarios tienen más fuerza. Efectivamente, el que no ha podido ser convencido con justas razones, puede de vez en cuando ser movido por la absurda secuencia de un contrario: y es que hay algunas mentes tan depravadas que se convencen antes con golpes que con razones»46. 6. Definición: Definición es una frase que explica sucintamente la naturaleza de una cosa. Llama naturaleza a la propia esencia de la cosa. Una definición propia se basará sólo en las causas. De lo contrario, habrá que llamarla descripción47, ya basada en los efectos: «El amor es algo lleno de solícito temor», ya en los adjuntos: «La fama es el mal más veloz de todos», ya en los contrarios: «La virtud consiste en huir del vicio», ya en lo semejante: «Tonto, ¿qué es el sueño sino la imagen de la gélida muerte?». Podríamos afirmar que de muchas de estas descripciones participan buena parte de las definiciones lexicográficas aún hoy, a pesar de que para el Brocense los axiomas o reglas de la definición sean: «La definición propia debe constar del género y de las diferencias, aunque, como las diferencias de las cosas no son conocidas, se recurre, en lugar de a las diferencias, a las afecciones»; «las definiciones deben comenzar desde el principio»; «debe ser breve, pero clara»; «deben usar palabras propias y no metáforas»48. 7. Ambigüedad: La ambigüedad se da cuando un texto tiene muchos significados49, como lo escrito en un testamento: «Que mi heredero dé a mi esposa cien libras de la plata que elija»; queda la duda de quién debe elegirla. 8. Cambio semántico: Tropo50es la elocución en las palabras tomadas aisladamente; mediante éste, el significado propio de una palabra se cambia en otro. 46

Tratado de Dialéctica y Retórica, p. 247. Para el Brocense también la perífrasis es una descripción. 48 Tratado de Dialéctica y Retórica, p. 255. 49 Actualmente se diría cuando dos (o más) estructuras profundas se manifiestan con una misma estructura superficial. 50 El libro III, Sobre la elocución, se corresponde, salvo ligeras discrepancias, con el libro del mismo título del Ars dicendi, del mismo F. Sánchez de las Brozas. La Retórica es el arte de 47

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Y, aunque todo cambio de la significación propia se efectúa o bien de las causas a los efectos, o de los sujetos a los accidentes, o de lo comparado a lo comparado, o de lo opuesto a lo opuesto, o del todo a la parte, o viceversa, sólo existen cuatro tipos de tropos: metonimia, metáfora, ironía y sinécdoque. 8a. Metonimia: Es el cambio de significado efectuado de las causas a los efectos y de los sujetos a los accidentes51, y viceversa. «A ésta», afirma M. T. Cicerón en el Orator, «los rétores denominan hipálage, porque es como si se permutan palabras por palabras; los gramáticos, por su parte, la llaman metonimia, porque son transferidos los nombres»52. La primera modalidad de este tropo consiste en referirse a los efectos por sus causas. De esta manera, Marte por ‘guerra’, Vulcano por ‘fuego’; así, se pone el inventor en lugar de lo inventado o dirigido por él, y la materia por lo hecho de esa materia, pues la materia es la causa, como hierro por ‘espada’, pino por ‘nave’. La segunda modalidad resulta más familiar a los poetas, cuando quieren referirse a las causas a partir de sus efectos, como castigo en lugar de ‘falta’, corona por ‘triunfo’. A este tipo se refieren los epítetos impropios, como ‘perezosa diligencia’, ‘dulce amargor’53. La tercera modalidad de este tropo se produce cuando el nombre de un sujeto pasa a significar un accidente de ese sujeto, como el continente por el contenido. Así, Italia por ‘los italianos’; así también llamamos a ‘la bebida’ vaso y a ‘las ciudades’ moradas. A este tipo pertenece también el hecho de poner al poseedor por la cosa poseída. La cuarta modalidad se produce cuando nos referimos al sujeto a partir de un accidente, como vicio por ‘vicioso’, amor por ‘amante’. La quinta modalidad, compuesta de las anteriores, se basa en poner un accidente por otro accidente, y ello no de una sola forma, pues hay a veces dos epítetos anejos a dos sujetos, pero impropiamente, a no ser que sean restituidos cada uno a su sujeto. Virgilio nos ofrece un buen ejemplo: «Iban oscuros por las sombras bajo la sola noche»54, es decir, ‘iban solos bajo la oscura noche’. Este tropo se denomina hipalage, cada vez que decimos algo cambiando el orden de las cosas. Se toma también un accidente por otro accidente por metalepsis, cuando se pone lo cercano por lo cercano o lo semejante por lo semejante, como laevus

adornar el discurso; tiene dos partes: Elocución y Acción. La elocución consiste en el adorno del discurso y consta de dos procedimientos: tropo y figura. 51 Un tipo de adjuntos. 52 Se trata, como es evidente, de los significados etimológicos de hipálage y metonimia. 53 Costosa diligencia > perezosa diligencia; y amoroso amargor > dulce amargor. 54 Eneida, VI, 268: «Ibant obscuri sola sub nocte per umbras».

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por sinister. Así P. Virgilio dijo: «divinidades laeva (izquierdas)»55 en lugar de “sinistra (favorables)”, pues sinister56 , derivado del verbo sino, significa ‘favorable’ en los augurios. Se da otro tipo de metalepsis cuando llegamos al significado propio de forma gradual. En P. Virgilio leemos: «Después de algunas aristas»57: por ‘aristas’ se llega a ‘espigas’, por ‘espigas’ a ‘mieses’, por ‘mieses’ a ‘veranos’ y por ‘veranos’ a ‘años’. Así también M. V. Marcial llamó al pez negruzco del Nilo «gloria primera de la gula Pelea»58, cuando lo que quiso decir era ‘alejandrina’, ya que Alejandro Peleo fundó Alejandría. 8b. Metáfora: o traslación es el cambio de significado de algo hacia aquello con lo que se compara o cuando mencionamos algo por otra cosa que le es semejante, como «florecen las mejillas», «la luz de la mente». Si la metáfora resulta un tanto forzada, se llama catacresis, pero no es un tropo diferente; es más, todo tropo debería ser llamado correctamente catacresis. En realidad, M. T. Cicerón, siguiendo a Aristóteles, inserta la catacresis en la metáfora. Por ejemplo, cuando decimos discurso lleno por ‘grande’, espíritu frívolo por ‘pequeño’, o cuando aducimos vicios próximos a las virtudes en lugar de las mismas, como osado por ‘fuerte’, liberal en lugar de ‘pródigo’. Los latinos llamaron a este tipo de metáfora abusión; si la metáfora, como suele suceder, es continuada, se la denomina alegoría o inversión; tratándose de enseñanzas morales, se la llama parábola, y no es un tropo distinto de la metáfora. La alegoría intrincada y oscura es denominada enigma, aunque puede haber enigma sin que haya tropo. Así son los símbolos de Pitágoras. 8c. Ironía: La ironía o ilusión o simulación es el cambio de significado de algo a su opuesto. La ironía a veces es continuada, pero no por eso cambia de naturaleza, como cree M. F. Quintiliano59, quien incluye este tipo de ironía entre las figuras de pensamiento, aduciendo un símil que se vuelve contra él mismo. A este tropo llamado ironía se refiere el sarcasmo, esto es, la burla mordaz; también el micterismo, risa disimulada, aunque no oculta; igualmente el asteismo, esto es, lenguaje gracioso y delicado. Además, la ironía se usa para expresar la desgracia con palabras agradables o para significar algo por su contrario como reconocimiento a una persona honra-

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Geórgicas, IV, 7: «numina laeva». La etimología de sinister no es clara: el lado izquierdo era el favorable según los etruscos. La explicación del Brocense es: laevus y sinister significan lo mismo; etimológicamente sinister significa también ‘favorable’, y por metalepsis, laevus también. 57 Bucólicas, I, 69: «Post aliquot aristas». 58 Mart., XIII, 85, 1: «gloriam primam gulae Pellaeae». 59 Como se ve el Brocense disiente de M. F. Quintiliano, antes también lo hizo con respecto a M. T. Cicerón al hablar de la catacresis. 56

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da; este tropo se llama en griego eufemismo, como inmolar por ‘matar’; bendecir en lugar de ‘maldecir’. 8d. Sinécdoque: La sinécdoque es el cambio de significado del todo a una parte o viceversa; cuando el Brocense dice ‘todo’ y ‘parte’, se refiere también al género y a la especie. En latín se llama concepción o intelección. Se produce de cuatro modos: El primero, cuando se toma el todo por la parte: el río Janto por ‘parte de él’. El segundo, cuando se toma la parte por el todo, como techo por ‘casa’. El tercero, se produce cuando se toma el género por la especie, como poeta por ‘Homero’ o ‘Virgilio’. Este modo tiene un nombre propio, pues se llama antonomasia; a él se refiere también el uso del número plural por el singular60: nosotros por ‘yo’. El cuarto, cuando se toma la especie por el género: así decimos Nerón por ‘persona cruel’, Mecenas en lugar de ‘patrono de las letras’. A esto hay que añadir el uso del singular por el plural: el diestro ibero por ‘los diestros iberos’. 9. Agramaticalidad o desvío: La figura es la elocución por la que el discurso se aleja del vulgar. Los griegos la llaman esquema, esto es, ‘hábito y casi gesto del discurso’. Hay dos tipos: uno de pensamiento, otro de palabra o dicción. M. T. Cicerón afirma que entre la conformación de las palabras y de los pensamientos se da esta diferencia: «[…] que la de las palabras desaparece, si éstas se cambian; la de los pensamientos permanece con las palabras que quieras usar»61. 9a. Figura de pensamiento: La figura de pensamiento se da en la comprensión de toda la frase y, por tanto, aunque cambien las palabras, puede mantenerse en su totalidad. Las figuras del pensamiento pueden dividirse en cuatro géneros: el primero, petición o réplica; el segundo, ficción; el tercero, interrupción; el cuarto, amplificación. De ellos cuatro, sólo el tercer género, interrupción me va a interesar para el plano gramatical ya que contempla cuatro tipos: digresión, aversión, reticencia y corrección. 9a1. Digresión: La digresión consiste en el paso a otro del tema que se está tratando, sin ser aquél ajeno a éste; si resulta muy larga, es denominada por los griegos parecbasis; si es breve, paréntesis. La digresión retórica está directamente relacionada con la aposición explicativa sintáctica. 9a2. Aversión: La aversión, en griego apóstrofe, es el cambio o interrupción del discurso en su curso recto y natural, para pasar a otro, como, por ejemplo, para referirse a un dios, al cielo, a la tierra... Así en P. Virgilio: «Infeliz Dido,

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Aquí entrarían todos los plurales expresivos, mayestáticos... De Oratore, III, 42, 201: «quod verborum tollitur, si verba mutaris; sententiarum permanet, quibuscumque verbis uti velis». 61

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¿ahora te tocan hados impíos?»62. La aversión retórica abre claramente el camino a las construcciones gramaticalmente anacolúticas. 9a3. Reticencia: La reticencia, aposiopesis, es la interrupción por la que alguna parte de la frase se deja en suspenso y el discurso casi se rompe. Si en el caso anterior se puede comprometer la coherencia del discurso, ahora simplemente se ofrece una parte del total de éste, restándose información pero no corrección gramatical. De nuevo en P. Virgilio leemos: «A los que yo [...] pero lo primero es [...]»63. 9a4. Corrección: La corrección es la asunción y enmienda de una frase propuesta. Por ejemplo, en M. T. Cicerón: «Prefirió adornar Italia antes que su propia casa, aunque su casa me parece más adornada que Italia una vez adornada»64. La corrección65 es también de una única palabra, y se define como cambio en una palabra, cuando ésta es corregida. Se hace de dos modos: si la palabra es corregida antes de ser pronunciada, se llama prodiortosis. En P. Terencio escuchamos: «Así pues, te lo pido, o mejor, te lo ruego, Davo»66. Y si se corrige la palabra, cuando ya ha sido dicha, se llama epanortosis. M. T. Cicerón dice: «Hombre afortunado, que tiene mensajeros de este calibre, o mejor, pegasos»67. 9b. Figura de palabra o dicción: La figura de palabra no se espera en la frase del discurso, sino en la conformación y concinidad de una o muchas palabras y, por tanto, si se cambian las palabras, la figura desaparece. De tal manera que este segundo tipo de figuras resulta ser más solidario y estar más próximo al orden gramatical. Pueden dividirse en tres tipos: repetición, conmutación y ritmo. 9b1. Repetición: Las figuras de palabras, fundadas en la repetición, son diez: anáfora, epífora, epanástrofe, círculo o epanadiplosis, epizeuxis, anadiplosis, epanalepsis, epanodos o simetría, ploce68 y polisíndeton69 . En las ocho primeras se sigue un orden, aunque variado. En las dos últimas sin orden fijo se 62

Eneida, IV, 596: «Infelix Dido, nunc te fata impia tangunt?». Eneida, I, 135: «Quos ego ... sed motos praestat». 64 Off., II, 76: «Italiam ornare quam domum suma maluit, quamquam Italia ornata domus ipsa mihi videtur ornatior». 65 Por consiguiente, la corrección la incluye el Brocense tanto en las figuras de pensamiento como en las de palabras, ya que participa de ambas. 66 Andr., 190: «Dehinc postulo, sive aequum est, te oro, Dave». 67 Quinct., 25, 80: «O hominem fortunatum, qui huiusmodi nuntios, vel potius pegasos habeat». 68 Hay también ploce o implicación, cuando un mismo vocablo, usado dos veces, tiene significados diferentes. Como, por ejemplo, en P. Virgilio: «ser amado (amari) es agradable, si nada hay en ello de amargo (amari)», en Ecl., VII, 70. 69 Esta figura, dice el Brocense, en poco o en nada se diferencia de la anterior, es decir, ploce o traducción. 63

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repiten las mismas palabras. En cualquiera de los dos casos estamos ante repetición léxica, con variación del lugar de colocación. 9b2. Conmutación: La conmutación se da en el orden, en el caso y en el significado. 9b21. Orden: Las figuras del orden son: clímax y antimetabolé. 9b21a. Clímax: El clímax o gradación es el cambio del orden, por el que no se pasa a la palabra siguiente sin haberlo hecho por la anterior. Como, por ejemplo, en P. Virgilio: «La torva leona sigue al lobo; el lobo a la cabra, etc.»70. Como se ve, estamos ante una repetición léxica concatenada según un orden. Se establece, pues, una relación muy estrecha con la anadiplosis. 9b21b. Antimetabolé: La antimetabolé, conmutación o inversión de la frase, consiste en la repetición de palabras en diversos casos, nosotros diríamos ahora funciones sintácticas. No se trataría tanto de una repetición léxica locativa o espacial (inicio-medio-fin), sino, más bien, de una repetición léxica gramatical (morfosintáctica). En Q. F. Horacio encontramos: «No vivo para comer, sino que como para vivir»71. Esta figura se denomina también retruécano. Obsérvese que en esta figura están comprometidos orden y régimen, no sólo orden. 9b22. Caso: En la conmutación del caso se producen tres figuras: poliptoton, homoioptoton y homoioteleuton. 9b22a. Poliptoton: El poliptoton es la variación del caso en un nombre o verbo. Por lo tanto, una repetición gramatical de orden sintáctico en series léxicas distintas. P. Virgilio: «Pido litorales enfrentados a litorales, olas a olas, armas a armas; que luchen los mismos nietos»72. 9b22b. Homoioptoton: El homoioptoton, desinencia casual semejante, consiste en la terminación de las cláusulas con los mismos casos. Al decir ‘casos’, no sólo entiende por ello el Brocense ‘nombres’, sino también las restantes partes de la oración. M. T. Cicerón: «Con los tristes severamente, con los remisos agradablemente, con los ancianos, seriamente, con la juventud, alegremente»73. Como se ve, aquí ya se prescinde del soporte léxico, sólo interesa la repetición meramente formal, gramatical: morfológica, más que sintáctica, aunque sin prescindir del todo de esta última. 9b22c. Homoioteleuton: El homoioteleuton, desinencia semejante, consiste en la terminación de las cláusulas con el mismo sonido. Por lo tanto, repetición

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Églogas, II, 63: «Torva leaena lupum sequitur, lupus ipse capellam». Epist., I, 1, 19: «Non ut edam vivo, sed ut vivam edo». 72 Eneida, IV, 628: «Litora litoribus contraria, fluctibus undas imprecor, arma armis; pugnent ipsique nepotes». 73 Cael., 6, 13: «Cum tristibus severe, cum remissis iucunde, cum senibus graviter, cum iuventute comiter». 71

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fónica, a modo de quasirrima, sin tener en cuenta tampoco la base léxica. M. T. Cicerón: «¿Quién es en los placeres inquinatior (más corrompido)? ¿Quién en los trabajos patientior (más paciente)? ¿Quién en el robo avarior (más avaro)? ¿Quién en la largueza effusior (más generoso)?»74. 9b23. Significado: En la conmutación de significado se dan dos figuras: paronomasia75 y corrección. 9b23a. Paronomasia: Paronomasia, es decir, nominación, es el cambio a una palabra semejante. M. T. Cicerón: «He aquí por qué el maestro se convirtió de orador en arador»76. En la paronomasia se establece una relación fónico-semántica, ya que se reúnen o aproximan voces parecidas fonéticamente pero de distintos significados para así resaltar sus diferencias o semejanzas. 9b23b. Corrección: La corrección, vista anteriormente en el apartado 9a4 de las figuras de pensamiento, es el cambio en una palabra, cuando ésta es corregida. Por lo tanto, mayor exigencia de precisión semántica. En este caso el significado tira del significante, ya que la matización semántica necesita de un ‘excipiente’ formal para su expresión. 9b3. Ritmo: El ritmo es la composición modulada del discurso, que se aprecia en los incisos, miembros y períodos. 9b31. Inciso: El inciso o coma es una expresión imperfecta, parecida en su desarrollo a ocho sílabas77, como dice Hermógenes de Tarso, o, como dice M. T. Cicerón, a dos pies y medio. Estaríamos, por lo tanto, en el nivel sintáctico de una frase. 9b32. Miembro: El miembro o colon es una frase acabada, pero referida a otra; es parecido en su extensión al hexámetro. Estaríamos, por lo tanto, en el nivel sintáctico de una proposición. 9b33. Período: El período78, ámbito, circuito, redondez, conversión, comprensión, continuación y circunscripción (con estas palabras lo usa M. T. Cicerón) es una frase perfecta y acabada. Estaríamos, por lo tanto, en el nivel sintáctico de una oración. Existe el período formado por un solo colon, denominado esquenotenes. Existen períodos de dos colon, que se denominan dícolon. Si los dos miembros son iguales entre sí, se llama isocolon o comprar: «Si la alabanza no puede

74 Cael, 6, 13: «Quis in voluptatibus inquinatior? Quis in laboribus patientior? Quis in rapacitate avarior ? Quis in largitionibus effusior?». 75 El Brocense sistemáticamente en el Organum denomina a esta figura paranomasia. 76 Phil., III, 9, 22: «En cur magister ex oratore arator factus est». 77 Coincidencia con el grupo fónico español. 78 Véase el libro de M.ª Luisa López Grigera (1994: 41 y 121), donde se habla de la oposición soluta prosa/prosa vincta, según estuviera ausente o presente el período.

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empujarnos a obrar con rectitud, tampoco el miedo puede alejarnos de los hechos vergonzosos». Hay períodos de tres miembros, denominados trícolon. Los hay, finalmente, de cuatro miembros y son denominados tetracolon. Si el período es más largo, ya no sería un período o frase circunscrita, sino un pneuma, esto es, lo que se puede pronunciar en un respiro. Quizá con estas palabras el Brocense esté aludiendo a un nivel sintáctico superior al de la oración, es decir, el del párrafo y el del texto. El ritmo es natural o artificial; uno y otro, a su vez, poético u oratorio. 9b34. Ritmo natural: El ritmo natural se basa en el juicio de los oídos. De ahí que haya que evitar aquellos ejemplos de vocablos ásperos. De ahí que haya que huir de los hiatos de vocales. De ahí la observación de que hay que elegir las palabras en función de la materia tratada (adecuación pragmática de carácter fónico-semántico). Hay que huir también de la cacofonía. En los vocablos largos hay que recurrir a la síncopa (como amassem < amavissem). «Hay además algunos tipos de palabras», dice M. T. Cicerón79, «en las que está inherente el sonido agradable; bien las que terminan con desinencia semejante, bien las que son paralelas a otras, bien las que se oponen entre sí, son por su naturaleza rítmicas, aunque nada se haga para que así sean». Como es observable, la propia concinidad genera ritmo. 9b35. Ritmo artificial: El ritmo artificial consta de pies. Un pie es una medida de cantidad de, al menos, dos sílabas. Hay pies disilábicos, trisilábicos y tetrasilábicos. Estos pies son poéticos y oratorios80. El ritmo oratorio es más libre y suelto y los pies no se colocan siempre según la misma ley; es más, en cuanto puede, rehuye la semejanza con el verso, aunque busque su placer. Así pues, evitando la coincidencia de frase con verso, de principio de discurso con principio de poema y de final de discurso con final de poema, se permitirá conseguir el ritmo con los pies que se quiera, con tal de que no se recurra siempre a los mismos pies, ya que con la variedad se endulzan los oídos. En todo período hay inicio, medio y cláusula. Los inicios no deben carecer de ritmo. El medio del período, porque se oye más sordamente que los inicios o finales, suele ser más descuidado. Pero todo debe estar así reglamentado: que el medio no discrepe del inicio y que el final no desdiga del medio. La parte final del período, llamada propiamente cláusula, requiere diligente cuidado. Aquí, efectivamente, descansa el oído y se recrea con ansiado gozo del ritmo. Y si en

79 Orat., 49, 164-5: «Sunt etiam quaedam genera verborum in quibus ipsis concinnitas inest; quae sive casus habent in exitu similes, sive paribus paria reddunt, sive opponuntur contraria, suapte natura numerosa sunt, etiam si nihil est factum de industria». 80 Se puede establecer la débil frontera rítmica entre verso y prosa, a través del concepto híbrido de prosa poética.

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un discurso hay algo agradable ello debe dominar al final81. Por «final» no sólo hay que entender el del período, sino también el de los incisos y miembros. 10. Pronunciación: La pronunciación es la apropiada expresión de una elocución ya ideada. No hay, pues, otra doctrina de la pronunciación que la de la elocución, ya que, como es el pensamiento, así es la pronunciación82. Esta contiene dos partes: la voz y el gesto. 10a. Voz: La voz, de ahí que se la denomine pronunciación, afecta a los oídos (código lingüístico: sistema fonético-fonológico). 10b. Gesto: El gesto, por lo que se llama acción83, afecta a los ojos (código Kinésico: sistema auxiliar del lenguaje oral). Conclusión A modo de conclusión podríamos decir que, efectivamente, en el arte retórico conviven de muy buen grado gran número de conceptos de la ciencia gramatical. En este capítulo sólo nos hemos fijado en diez, pero sin duda hay muchos más. Como se ha podido comprobar los conceptos gramaticales barajados son de índole muy variada, ya que afectan a todos los niveles del lenguaje, bien por separado: el fónico, el morfológico84, el sintáctico y el semántico85, bien en conjunto: el fónico-semántico86, el morfosintáctico87, el sintáctico-semántico88 o el sintáctico-léxico89. 81

En el verso esto siempre lo han tenido muy en cuenta los poetas. Onomasiológicamente, del significado al significante o, si se quiere, el significante está al servicio del significado. 83 Recuérdense las cinco partes constitutivas de la retórica: inventio, dispositio, elocutio, memoria y actio. El Brocense sintetiza el esquema clásico, atrayendo la memoria a la esfera de la dispositio, puesto que la memoria es la firme percepción, por parte de la mente, de la disposición del contenido y de la forma: nada hay más seguro y fiel que un orden y una disposición seguros. Por lo cual, quien ordene según un método lo que escriba o recopile metódicamente los escritos de otros, fácilmente aprenderá de memoria lo que quiera. Igualmente, atrae la actio a la elocutio, ya que la acción, finalmente, es como una cierta elocuencia del cuerpo. 84 Obsérvese, por ejemplo, lo dicho en el Homoioptoton con respecto a los otros dos: poliptoton y homoioteleuton. 85 Aquí entrarían todos los tropos, explicados como cambios semánticos. 86 Lo que entiende el Brocense por la pronunciación o por la paronomasia sería un buen exponente. 87 Véase la antimetabolé, dentro de las figuras de palabra o dicción por conmutación. 88 Evidenciable en el concepto de ambigüedad, entendida como falta de adecuación entre estructura superficial y profunda. 89 Es el caso de todas las figuras de palabras fundadas en la repetición. Como se vio en su momento, en ellas se tienen en cuenta dos parámetros: repetición léxica, no semántica, y orden de colocación en el eje sintagmático. 82

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En otras ocasiones se ha podido constatar cómo la retórica ha restado claridad al concepto gramatical, es el caso de la digresión retórica o aposición explicativa sintáctica, de la aversión retórica o el anacoluto gramatical. En el mismo sentido se podría traer a colación la deficiente conceptualización hecha desde fines retóricos a los términos comparados ‘superior’ e ‘inferior’, que dejan que desear desde el rigor exigible gramaticalmente. O la confusión, notoriamente constatable, entre el plano lógico (derivado directamente de la dialéctica) y el lingüístico90 (derivado de la gramática). Pero esto no afea, en absoluto, la reflexión científica del Brocense, ya que son gajes del oficio de lo interdisciplinar; la visión conjunta de Gramática y Retórica tiene sus límites; algunos ya se han marcado aquí. Ahora bien, como no podía ser de otra manera en un autor tan original y atrevido como F. Sánchez de las Brozas, es elogiable en sus aciertos. Por ejemplo, cuando en el concepto de causa, distinguiendo en la causa eficiente: la causa absoluta y la causa auxiliar, advierte de la imposibilidad de traducción automática perfecta entre las voces activa y pasiva. Asimismo, la útil y perspicaz distinción entre definición y descripción, con consecuencias todavía aprovechables para el quehacer lexicográfico. O, incluso, podríamos citar, entre muchos otros más, la intuición progresista de entrever dos planos: el de la expresión y el del contenido91, solidariamente imbricados en el concepto de ambigüedad, o el atisbo certero de colocar un cuarto grado de formalización expresiva, por encima de la frase, la proposición y la oración. Eso que él de forma imprecisa denomina pneuma, y que actualmente se podría traducir de forma más precisa como párrafo y texto, dentro de la Lingüística de la comunicación.

90 Recuérdese lo expuesto en las causas: nos encontrábamos con causas lógicas, de orden ontológico, pero no formuladas lingüísticamente como tales. También cabe recordar el concepto de los opuestos, exactamente cuando el Brocense intenta diferenciar los privativos (criterio lógico) de los contradictorios (criterio lingüístico). 91 Reformulados posteriormente según la visión del método estructural o del generativo.

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CAPÍTULO 8

FUNDAMENTOS GRAMATICALES DEL SOLECISMO Y DEL SCHEMA

Si en el capítulo anterior hemos desarrollado los puntos más importantes de la teoría sanctiana, ahora nos vamos a parar en la teoría acerca del solecismo expuesta por M. F. Quintiliano, una de las fuentes indiscutibles en las que se basó el Brocense, y posiblemente el más grande rétor de todos los tiempos. De los XII libros de que consta la Institutio Oratoria, encontramos recogida información acerca del solecismo en el I, II, VIII y IX. Precisamente han sido los libros VIII y IX los más utilizados en el ámbito de la Teoría y de la Crítica Literaria, así como de la Lingüística del texto, Estilística y Pragmática, puesto que están dedicados a la elocutio –«quo modo dicamus»–. Explican detalladamente los medios y los procedimientos del estilo: los tropos, las figuras y la compositio. M. F. Quintiliano ofrece una amplia gama de reglas técnicas y un extenso muestrario de tropos y de figuras. Pero en modo alguno era la Retórica la disciplina que enseñaba, en exclusiva, las figuras y su uso. Tal cometido estaba asignado en primer lugar a los estudios gramaticales. Para determinar el sentido y el valor de las artes medievales, hay que tener muy presente el significado que en la Edad Media se asigna al término Gramática y el alcance de esa disciplina. Como recuerda J. J. Murphy (1986: 146), «El Ars grammatica no incluía sólo la corrección en el hablar o escribir (ars recte loquendi), sino también el estudio ulterior de lo que hoy llamamos teoría de la literatura (enarratio poetarum, o análisis e interpretación de las obras literarias existentes)». Así pues, hay que considerar la dimensión múltiple de la Gramática medieval que abarca, además de las cuestiones hoy consideradas como estrictamente ‘gramaticales’, gran parte del ámbito asignado a la Retórica. Concretamente, la Gramática medieval anterior al año 1200 se dedica preferentemente al estudio de la sintaxis y de las figurae. «La ciencia de éstas, según E. R. Curtius (1984, I: 74), carecía de un sistema satisfactorio.» Efectivamente, aunque existía una distinción tradicional entre ‘figuras verbales’ y ‘figuras de sentido’, había que añadir las ‘figuras gramaticales’ y las ‘figuras retóricas’, como apuntan J. A. Hernández y M.ª C. García (1994: 70). Por lo tanto, no resulta llamativo que, a las puertas del siglo XIII, A. de Villedieu confiera un carácter multidisciplinar a la Gramática, a la que considera en su Doctrinale (1199) «al servicio de la Lógica, maestra de la Retórica, intérprete de

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la Teología, refrigerio de la Medicina y fundamento glorioso del Cuadrivium»1. La obra del retórico medieval M. Capella, De nuptiis Philologiae et Mercuri es una alegoría en la que aparecen las 7 artes liberales que, en conjunto, constituirán todo el saber medieval: Gramática, Dialéctica, Retórica, Geometría, Aritmética, Astronomía y Música, agrupadas, más adelante, en Trívium (que compendiaba todo lo relativo al dominio de las palabras) y en Quadrívium (que reunía los conceptos matemáticos). De las artes del Trivium (Gramática, Dialéctica, Retórica) se ponía especial énfasis en los estudios gramaticales, como base de las otras dos. Hay que recordar, sin embargo, las continuas interpolaciones entre Gramática y Retórica que hemos apuntado más arriba, y especialmente en el capítulo precedente, lo que dificulta considerablemente una distinción efectiva entre ambas materias. Dejando el medievo y viniendo a nuestros días, T. Albaladejo (1991: 117), siguiendo las pautas y la nomenclatura de la Lingüística del texto, define la elocutio como «la operación retórica por la que se obtiene una construcción macroestructural correspondiente al nivel de «dispositio», por lo que en el eje de representación vertical del modelo retórico la «elocutio» viene a continuación de la «dispositio», sobre cuyos materiales actúa». Señala su situación en el nivel microestructural del texto, nivel formado por las oraciones como significante complejo de índole textual, y de esta manera, explica la estrecha relación –en el medievo podría incluso decirse confusión– que inevitablemente mantiene con la Gramática, concebida como ars recte dicendi. Y haciendo un juego de palabras con el adverbio recte, ‘rectamente’, por la vía del simplex pro composito se nos convierte inmediatamente en ‘correctamente’ para así enlazar con el solecismo, que tan directamente se vincula con los conceptos de corrección lingüística y de norma lingüística. Por consiguiente, de la Retórica a la Gramática y viceversa. La elocutio es asociada sin problema alguno al componente verba del discurso, por ser el objeto de aquélla precisamente la obtención de las verba al servicio de la finalidad global del texto retórico. Pero ese componente, como ya hemos visto, también es vinculado a la operación de dispositio, lo cual implica una relación próxima entre estas dos operaciones, cuyos límites prácticos no pueden ser fijados fácilmente, si bien son más claros que los que separan la dispositio de la inventio, como señala A. García Berrio (1977: 57-58). M. F. Quintiliano había asociado inequívocamente la elocutio a las verba y vinculaba también la dispositio a aquéllas (Institutio Oratoria, 8,6). El problema de la relación entre dispositio y elocutio puede ser planteado como el de la conexión entre construcción intensional subyacente y manifestación lingüística de la misma, para cuya elucidación es necesaria la explicación que ha ofrecido A. García

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En B. Mortara (1991: 50).

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(1977: 412) de la relación de res y verba en la obra literaria: «Se trata de un modo más de afrontar la eterna cuestión de la conjunción entre fondo y forma, significante y significado, como «haz» y «envés» indesglosables en la serie de unidades-signos que constituyen el lenguaje literario». A propósito de la función exteriorizadora y culminante de la elocutio , M. F. Quintiliano (Institutio Oratoria, 8,15) ofrece una bellísima formulación de esta operación: «En efecto, hacer la elocución (eloqui) es expresar todas las cosas que hayas concebido en la mente y hacerlas llegar a los oyentes, sin lo cual las cosas anteriores son inútiles y semejantes a una espada guardada e inmóvil dentro de su vaina». La conexión, que veíamos antes, de Gramática y elocutio está perfectamente situada en la naturaleza verbal de esta operación. Leemos en la Institutio Oratoria (8,1,1): «Así pues, lo que los griegos llaman phrasis lo denominamos en latín elocutio. Esta es tomada en consideración en las palabras o separadas o unidas». Decisivo para la constitución de la microestructura del discurso retórico y caracterizador de éste en grandísima medida es el ornatus, cualidad de la elocutio que consiste en el embellecimiento del texto retórico en su manifestación textual lineal mediante dispositivos expresivos inherentes a la propia estructura del lenguaje que son actualizados en esta operación con el fin de de producir una construcción de nivel de elocutio que atraiga la atención por su elaboración artística, principalmente basada en la exornación lingüística. Como ha explicado J. M.ª Pozuelo (1988: 169), «la exornación elocutiva hace que el discurso artístico sea verbalmente más denso que el de la lengua común»; esa densidad es equivalente, como indica J. M.ª Pozuelo, al concepto de opacidad de T. Todorov (1974b: 234), para quien lo que los recursos ornamentales que son las figuras retóricas tienen en común es «su opacidad, es decir, su tendencia a hacernos percibir el discurso mismo y no sólo su significación». El que el receptor se detenga en el elemento formal gracias al ornatus, en el discurso mismo, está estrechamente relacionado con la función poética de R. Jakobson (1975: 347-395; y 358 y ss.), caracterizadora, aunque no exclusiva, de la lengua literaria, en la que es la función dominante. Esta función había sido estudiada anteriormente por R. Jakobson como función estética. J. Mukarovsky (1977: 195-201) emplea esta denominación de función estética para una función equivalente a la poética por la cual el interés se concentra en el propio signo, gracias a la intencionalidad estética2. El Grupo de Lieja o Grupo µ llama función retórica a la función poética o estética y se sirve de ella como noción que sustenta el lenguaje artístico del texto literario y del texto retórico. En este planteamiento del Grupo de Lieja3 tiene un importante papel la noción de desvío artístico, heredada de anterio-

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Véase A. García (1973: 113-114) Retórica general, pp. 56 y ss.; 77 y 86.

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res posiciones teóricas de índole formal, que en su relación con la norma lingüística, que constituye el grado cero, permite una explicación del estilo. La retórica tradicional nos ofrece un exhaustivo y magnífico inventario de los dispositivos con los que se realiza el ornatus y con los que, por tanto, es activada la función poética, retórica, impulsada por la intención del orador de elaborar un discurso en el que hay esenciales modificaciones lingüísticas perfectamente integradas en el sistema de la elocutio como parte de la Retórica. Recuérdense al respecto los libros VIII y IX de la Institutio Oratoria. En ellos M. F. Quintiliano se refiere a la consideración de la elocutio «en las palabras o separadas o unidas» (verbis aut singulis aut coniunctis), pero es el ornatus la característica elocutiva especialmente vinculada a la tradicional oposición in verbis singulis-in verbis coniunctis, pues de ésta surge la división fundamental en tropos y figuras: los tropos son producidos a partir de palabras tomadas separadamente y las figuras proceden del sintagma, de las palabras agrupadas y relacionadas en el discurso. El solecismo pertenece a estas últimas, a las figuras. En la Edad Media destaca la diferenciación entre el ornatus difficilis, que consiste en la utilización de tropos, y el ornatus facilis, constituido por las figuras. Con frecuencia se ha empleado el término «figuras» para designar globalmente el conjunto formado por los tropos y por las figuras propiamente dichas, por lo que está justificada la expresión «lenguaje figurado» para referirse al lenguaje en el que unos y otros dispositivos se encuentran implantados como elementos sustancialmente caracterizadores del mismo. Tanto los tropos como las figuras están sometidos a una segunda clasificación, que depende de las operaciones de modificación a las que es sometido el material lingüístico para la obtención sistemática del ornatus; éstas constituyen la quadripertita ratio, que contiene las categorías operacionales de adiectio, detractio, transmutatio, e inmutatio. Aplicada esta clasificación al solecismo, quedaría así: a) La adiectio, aumento, consiste en la adición de elementos, (M. F. Quint. 8, 3, 53: «pleonasmo es la adición superflua de una sola palabra: «ego oculis meis vidi», sat enim est «vidi»». Si lo que sobra es una oración o todo un pensamiento, el pleonasmo se convierte en perissología y macrología –sin que quepa distinguir claramente entre el contenido de ambos vocablos, según observa H. Lausberg (1984: 37)–. Cuando la adiectio consiste en la repetición desacertada de la misma palabra o del mismo grupo de palabras, entonces la falta lleva el nombre de tautología (M. F. Quint. 8, 3, 50); Con la macrología y la perissología están relacionados los schemata de la sinonimia, la perífrasis, la congeries y el epíteto, que están permitidos; b) la detractio, detracción, es la operación por la que se produce supresión de elementos. La omisión de una parte de la oración, necesaria o que los críticos tienen por tal, se llama meíosis; «Debe evitarse la meíosis, cuando al discurso le falta algo por lo que sea menos pleno» (M. F. Quint. 8, 3, 50). Como detractio permitida corresponden al vitium los

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schemata de la elipsis, de la silepsis y de la aposiopesis; c) la transmutatio, cambio de lugar, es la modificación del orden de los elementos. Se llama también inversio = anástrofe (M. F. Quint. 1, 5, 40). Como transmutatio permitida corresponden al vitium los schemata de la anástrofe y del hipérbaton. También hay que incluir aquí la tmesis; y d) la inmutatio, sustitución, es el cambio de un elemento por otro (M. F. Quint., Institutio Oratoria, 1, 5 , 38-41; H. Lausberg, Manual de Retórica Literaria, II: 12-17). Si la inmutatio afecta al cuerpo entero de la palabra (empleada en el contexto de la frase) –p. ej., si se pone la palabra «hombre» en vez de la palabra «león»–, tenemos el vitium de la improprietas al que como virtus corresponde el tropo (los tres tipos de tropos que ofrece M. F. Quintiliano son la metáfora, metonimia y sinécdoque). El tropo, en cuanto que cambio semántico, cae fuera de la Gramática, y dentro del ornatus. También cae fuera del solecismo, que es figura de dicción. Pero si la inmutatio afecta a las partes de la oración o dentro de las partes de la oración a sus subcategorías gramaticales, entonces tenemos d1) solecismos per partes orationis y d2) solecismos per accidentia partibus orationis. Según d1) se puede confundir nombre por adverbio, verbo infinitivo por sustantivo, verbo por participio, participio por verbo, y combinaciones de los esquemas anteriores (M. F. Quint. 1, 5, 48; 9, 3, 9; 9, 3, 10). El empleo incorrecto de partículas sintácticamente importantes lo califica M. F. Quintiliano (1, 5, 50) de solecismo: así «eo intus» o «intro sum». Lo mismo ocurre en todo tipo de pronombres, interjecciones y preposiciones. Si pasamos a d2) tenemos la confusión de género, de número, de casos, de tiempos verbales, de modos verbales, de comparación, de persona, y de inconveniencia, a ésta última hace referencia M. F. Quintiliano (1, 5, 51): «es también solecismo, en una oración de un sólo período, la posición inconveniente de los elementos que siguen y de los primeros entre sí». Como schemata tenemos el zeugma complicado, el anacoluto, el paréntesis, el apóstrofe, la metábasis, la enálage, la hipálage, la mutatio, etc. J. M.ª Pozuelo (1988: 172) interpreta la distinción de figuras y tropos en su relación con la oposición establecida por R. Jakobson entre combinación, que es de índole sintagmática, y selección, que está basada en la relación paradigmática: las figuras se constituyen por combinación sintagmática y los tropos por selección paradigmática; aquéllas se basan en relaciones in praesentia y éstos en relaciones in absentia. De los dos tipos de figuras de que habla M. F. Quintiliano: figuras de dicción y figuras de pensamiento, el solecismo pertenece a las figuras de dicción. J. A. Mayoral (1994: 80-81; 126) introduce los solecismos dentro de las figuras morfológicas o metamorfemas, así como dentro de las figuras sintácticas o metataxis, siguiendo en gran medida la nomenclatura barajada por el Grupo de Lieja, o Grupo µ. Dicho grupo clasifica las metábasis (o cambios, o desviaciones del

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código que supone la lengua literaria) por el plano de la expresión y por el plano del contenido. A nosotros para el solecismo sólo nos interesa el plano de la expresión; a su vez este plano se pone en relación con dos parámetros: la palabra y unidades inferiores a ella; por otro lado, la oración y unidades superiores a ella. Así tenemos metaplasmos y metataxis. Los metaplasmos son las metáboles que afectan al significante en la palabra o en unidades inferiores modificando la forma de la expresión al alterar su continuidad fónica o gráfica; son figuras de dicción de índole fonofonológica y morfológica. Las metataxis son las metáboles que conciernen al significante en la oración o en la agrupación de oraciones, con modificación de la estructura oracional; son figuras de dicción de carácter sintáctico. Por consiguiente, tenemos al solecismo dentro de las figuras de dicción con una amplia cobertura gramatical, tanto morfológica como sintáctica; pero, a su vez, será un fenómeno retórico considerado en la categoría de licentia. Estas licencias son objeto de una doble estimación en la doctrina gramatical y retórica tradicional. En tanto que manifestaciones espontáneas de un conocimiento deficiente del código idiomático por parte de los hablantes, gramáticos y rétores de todas las épocas se han referido a dichos fenómenos como vitia«vicios» que atentan contra la virtus-«virtud» de la corrección o pureza idiomáticas, con la clásica denominación de Soloecismus (H. Lausberg, 1984: 34). En esta línea vienen muy a propósito las observaciones que hace A. de Nebrija en su Gramática [edic. de 1981, 213]: «Si en el ayuntamiento de las partes de la oración no hay vicio alguno, llámase Frasis, que quiere decir perfecta habla. Si se comete vicio intolerable, llámase Solecismo», concepto que se define más adelante como «vicio que se comete en la juntura y orden de las palabras de la oración, contra los preceptos y reglas del arte de la gramática» (Ib., 214). Ahora bien, la doctrina de la «incorrección gramatical» sintetizada en el concepto de solecismo, quedaría incompleta si se dejara de hacer referencia a los márgenes de tolerancia o permisibilidad representados por el concepto de licencia retórica, que hacen aceptables esas mismas incorrecciones, siempre que se produzcan en unas situaciones discursivas determinadas, como con claridad expone el propio A. de Nebrija cuando acto seguido observa que los citados vicios gramaticales, si por alguna razón «se pueden excusar», dejarán de ser considerados Solecismos y pasarán a una nueva consideración: la de Esquema (gr. Schema), término que suele alternar con el más difundido de Figura en la terminología retórica latina y romance. Así pues, se puede concluir recordando una vez más a H. Lausberg (1984: 34-36) que bajo la denominación genérica de Figura (gr. Esquema) se integrará un vastísimo campo de fenómenos lingüístico-discursivos definidos y caracterizados de forma unánime como infracciones, conscientes y deliberadas, que afectan al componente gramatical –morfológico y sintáctico–, del código idiomático. No obstante, precisaremos un poco más el

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concepto de solecismo que vamos a manejar seguidamente en nuestro análisis, a partir de la Institutio Oratoria de M. F. Quintiliano. Se da por bueno que la falta contra la corrección idiomática en los verba coniuncta se llama soloecismus. Como la morfología está ordenada completamente a la sintaxis, se contarán como solecismos formas falsas y confundidas, aunque siempre quepa preguntarse si no se tratará de un barbarismus (M. F. Quint. 1, 5, 16; 1, 5, 34-37). Como pasa con todos los vitia (M. F. Quint. 8, 3, 55: «toda palabra que ni favorece el entender ni el adorno, puede decirse viciosa») también el soloecismus puede aparecer en los autores como licentia; en este caso, es una virtus y se llama schema (M. F. Quint. 1, 5, 52; 9, 3, 1-2), o figura (M. F. Quint. 9, 3, 6). La definición que de schema = figura da M. F. Quintiliano (9, 1, 14) es: «figura sit arte aliqua novata forma dicendi», ‘en el arte sea figura cualquier forma novedosa de decir’. Lo decisivo es, pues, el «desviarse» (novata forma) de la forma corriente de hablar. Ahora bien, este desviarse no ha de ser al azar, sino conforme a ciertas reglas de arte. El fin de la aplicación de los schemata = figurae es la variatio: «muy útil en una sola cosa, para que quite el hastío del discurso cotidiano y siempre igual y para que nos defienda del estilo vulgar de hablar; (...) pero quien se haya afectado demasiado, perderá aquella especial gracia de la variedad» (M. F. Quint. 9, 3, 3). La fuerte variabilidad histórica de la lengua en la consuetudo sintáctico–fraseológica trae consigo el que soloecismus y cambio lingüístico en la sintaxis sean fenómenos idénticos y que la lengua literaria pueda buscar schemata en la tradición literaria (auctoritas, vetustas): «verdaderamente las figuras de las palabras no sólo se han cambiado siempre, sino que, cuando la costumbre lo permite, se cambian; Así, si comparamos el lenguaje antiguo con el nuestro, casi ya cualquier cosa que decimos es una figura...» (M. F. Quint. 9, 3, 1). Si hojeamos dos diccionarios actuales y leemos en ellos las definiciones de solecismo, comprobaremos que en el Diccionario de términos filológicos, de F. Lázaro (1990: 378) se define en oposición a barbarismo: «... mientras éste es un error cometido por el empleo de una forma inexistente en la lengua, el solecismo consiste en el mal uso de una forma existente...»; en el Diccionario práctico de recursos expresivos, de F. Marcos (1989: 130) nos aparece una definición algo más ambigua, por lo que puede entrar en contacto con el anacoluto, cuando dice: «transgresión viciosa de las normas sintácticas de una lengua sin que con ello se pretenda ningún efecto expresivo determinado». Vamos a hacer ahora una breve aplicación del solecismo en su dimensión negativa, como vitium, en un autor tildado de incorrecto gramaticalmente y descuidado, falto de estilo. Nos estamos refiriendo concretamente a Pío Baroja. Dejo para más adelante un estudio pormenorizado y exhaustivo del solecismo en su dimensión positiva, como licentia, schema = figura, en Lope de Vega.

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Los solecismos que encontramos en la obra prosística de Pío Baroja son de muy variada índole, como se verá por los ejemplos presentados. Comenzando por la ‘prosa periodística’, hemos manejado ensayos y artículos de crítica teatral, del tomo V de sus Obras completas: – «Divagaciones apasionadas» (1924: 491563); y – «Vitrina pintoresca» (1935: 715-816); así como Memorias, del tomo VII de sus Obras completas: – «Desde la última vuelta del camino» (1944-49): «El escritor según él y según los críticos» (1944: 389-494); En la ‘prosa teatral’, La leyenda de Jaun de Alzate (1922); y en la ‘prosa cuentística’: Vidas sombrías (1900). La distribución que registran los solecismos en la obra seleccionada de P. Baroja es la siguiente: ‘prosa periodística’: nueve apartados: adición de preposiciones: «Quizá no valía la pena de dar esta explicación» («Vitrina pintoresca», p. 716); confusión de preposiciones: «La cuestión del predominio del idioma se ha de resolver por el tiempo» («Divag. apasionadas», p.532); supresión de preposiciones: «hombre de casino y de café gozaba fama en París por sus excentricidades» («Vitrina pintoresca», p. 766); confusión per partes orationis: «en el instante en que van a hacerse demasiados escabrosas (las situaciones) para el público» («Divag. apasionadas», p. 551); confusión per accidentia partibus orationis: confusión de casos: leísmo de cosa: «No le he hecho por varias razones» («Divag. apasionadas», p. 560), confusión de tiempos: «Esto no creo que sería para asustar a los legos y jesuitas» («Vitrina pintoresca», p. 795), confusión de géneros: «Hay una palabra de sentido muy semejante a la de cultura, la palabra civilización» («Divag. apasionadas», p. 504), confusión de número: «mató a tenientes suyos de quien estaba celoso» («Divag. apasionadas», p. 538). Dentro de este apartado, como un subapartado especial, podríamos mencionar la concordancia ad sensum: «En esta obra se señalan y caracterizan toda clase de mendigos» («Vitrina pintoresca», p. 730), y confusión de grado: «Es indudable que para el hombre hay un rango en las actividades humanas, y las más altas, las más óptimas pertenecen a la cultura» («Divag. apasionadas», p. 506); adición de artículo: «Es curioso el creer que porque un hombre hable mucho tenga mucha razón» («Divag. apasionadas», p. 543), omisión de artículo: «a mismo tiempo», «todos colores» («Vitrina pintoresca», p. 795); caso ambiguo de adición u omisión: «Antes, no sé si ahora, las rapaces se dividían en dos (*grupos) de familias» («Vitrina pintoresca», p. 796); caso híbrido de supresión y adición: «Es como el soldado poltrón que gritara...» («Divag. Apasionadas», p. 521), equivalente a ‘es como si el soldado poltrón gritara’. ‘Prosa teatral’: 7 apartados (Jaun de Alzate): adición de preposiciones: «se franquea la entrada y pasan los compañeros de Jaun a adentro» (p. 209); confusión de preposiciones: «Es un signo éste que habéis tomado a los cristianos» (p. 199); supresión de preposiciones: «si es así ... dame tu hija» (p. 72); confusión per partes orationis: «Y viendo el poder que viene adonde mí» (p. 191); confusión per accidentia partibus orationis:

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confusión de casos: leísmo de animal: «Yo le quiero tocar», referido a una lagartija grande (p. 191), laísmo de persona: «Creo que las voy a decir que se vayan» (p. 217); adición de pronombres: pleonasmo catafórico leísta: «Sería conveniente que le conocieras a ese joven» (p. 38); confusión de perífrasis verbales: «Debíamos de haber vuelto a Easo; hubiera sido lo mejor», con sentido de obligación (p. 130). ‘Prosa cuentística’: cinco apartados: adición de preposiciones: «Marichu salió de la casa con el niño en brazos y, sin esperar a más, fue recorriendo...» («Marichu», p. 990); confusión de preposiciones: «Justa, la tabernera, hubiera hecho su negocio a no tener un marido perezoso» («Las coles del cementerio», p. 1028); confusión per accidentia partibus orationis: confusión de casos: leísmo de animal: «¡Anda! ¡Alcánzale!», referido a un chivo («La sima», p. 1023), laísmo de persona: «María respondía a los saludos que la dirigían» («Playa de otoño», p. 992), laísmo de cosa: «Esa era su vida: apilar leña, cubrirla luego con helechos y barro, y después pegarla fuego» («El carbonero», p. 1005), confusión de tiempos: «Como se casó tu hermana, la Inés, podías tú también» («Caídos», p. 1026), confusión de modos verbales: «No me convencen los átomos –murmuré–. Creo que tenga derecho a que no me convenzan los átomos» («La vida de los átomos», p. 1042); adición de pronombres: «a él ya no se le importaba manifestar su vejez» («Bondad oculta», p. 981); adición de un mismo sustantivo, antecedente (tautología): «con lo cual suponían que Pachi hacía alusión a una historia falsa, aunque tenía sus visos de verdadera, en la cual historia se aseguraba que el vicario...» («Las coles del cementerio», p. 1029). Por lo tanto, vemos ausencia total de solecismos per transmutationem o inversión, fundamentalmente de preposiciones y conjunciones. De los otros tres tipos, el más abundante es el de per inmutationem, estando más representado el subtipo per accidentia partibus orationis que per partes orationis. Después le sigue el tipo per adiectionem y el menos abundante, es el solecismo per detractionem. También observamos que la ‘prosa periodística’ es la que acumula mayor diversidad de solecismos, le sigue la ‘prosa teatral’, y por último tenemos la ‘prosa cuentística’. Dentro de la ‘prosa periodística’, los ensayos y artículos presentan más solecismos que las Memorias, que adolecen de cierta escasez; con ello se juntan los extremos cronológicos, puesto que el libro de cuentos analizado registra la cronología más temprana –año 1900– y el relato de memorias seleccionado registra la cronología más tardía –año 1944–. Tanto la ‘prosa periodística’ como la ‘teatral’ presentan confusión per partes orationis como per accidentia partibus orationis. Ahora bien, la ‘prosa periodística’ desglosa en cinco apartados los casos per accidentia...; en cambio, la ‘prosa teatral’ sólo lo desglosa en un punto. Por su parte, la ‘prosa cuentística’ únicamente presenta confusión per accidentia partibus orationis, faltándole el subtipo per partes orationis. Con respecto a la confusión de casos, y sólo en este aspecto, la ‘prosa periodística’ se

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muestra más pobre que las otras dos, puesto que únicamente registra leísmo de cosa. Por el contrario, la ‘prosa cuentística’ se presenta la más rica, puesto que observamos leísmo de animal, laísmo de persona y laísmo de cosa. P. Baroja no parece ser loísta. En un lugar intermedio se encuentra la ‘prosa teatral’, con leísmo de animal y laísmo de persona. Pero no olvidemos que es en el teatro donde aparece la adición de pronombre (pleonasmo), o si se quiere, duplicación de objetos (de complemento directo de persona pospuesto). A modo ya de conclusión final, ¿qué explicación global podemos dar a la presencia de solecismos en la obra barojiana analizada? En el tomo V, p. 1061 de sus Obras completas podemos escuchar de boca del mismo P. Baroja: «Para mí no es el ideal del estilo, ni el casticismo, ni la elocuencia, ni el adorno; lo es en cambio, la claridad, la precisión y la elegancia». Palabras éstas que hemos subrayado, porque nos recuerdan inevitablemente al mismo M. F. Quintiliano cuando nos hacemos eco de cuáles eran las principales cualidades del estilo oratorio para él: «la claridad, el orden y la precisión terminológica». Aconsejaba también el uso moderado de las sentencias o máximas, y mostraba sus preferencias por la sobriedad del estilo ático. Aunque la ascendencia vasca de P. Baroja y su «relativo» desconocimiento de la gramática y norma académicas del castellano, hayan sido tenidos en cuenta no sólo por críticos sino por el mismo autor (tomo V, Obras completas: 1062-63), quizá el factor más decisivo haya sido el intento, incluso empeño, de P. Baroja por reflejar, de una manera natural, el habla de los personajes para la introducción de tantos solecismos. En este caso, más que solecismos serían figuras o licencias de las que haría uso el escritor con objetivos muy definidos: huir de toda artificiosidad, literaturización retórica, optando por el lenguaje espontáneo, conversacional del hombre de la calle. El propio P. Baroja abordó este tema: «Hay incorrecciones que se aceptan, porque son más cómodas y expresivas (...). Cuando estas irregularidades son una fórmula popular, me parece bien...»4. Por lo tanto, no se apunta a la norma académica sino a la norma conversacional, y no sólo a la española, sino como ha estudiado M.ª J. Korkostegui (1992), a la del País Vasco. J. Albérich (1964: 180) cree que en la lengua de P. Baroja es preciso distinguir entre errores gramaticales y rasgos perfectamente normales de la expresión oral, es decir, rasgos legitimados «por el uso lingüístico contemporáneo». Así por ejemplo la falta de concordancia entre sujeto y verbo (cuando psicológicamente hay varios posibles sujetos) sería uno de los errores por el que se le ha criticado sin percatarse de que a ningún hablante, por muy culto que sea, le choca. J. Albérich, al destacar la importancia de la lengua hablada, da un paso hacia adelante ya que se despega de ese criterio obse-

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Obras completas, t. V, p. 1064.

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sivamente asfixiante de «incorrección» que no deja dilucidar cuál es la dimensión real del estilo sintáctico barojiano. No basta, por lo tanto, con saberse de memoria el Bello y Cuervo ni la Gramática de la Academia, sería preciso tener ideas muy claras sobre la gramática del español oral moderno, y un amplio conocimiento de sus múltiples tendencias innovadoras, es decir, creativas.

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CAPÍTULO 9

ESTRUCTURA DEL SOLECISMO: METAPLASMOS, METATAXIS, METALOGISMOS Y METASEMEMAS.

LAS METÁBOLES

En este capítulo vamos a detallar la estructura del solecismo, según la teoría del Grupo µ, principalmente.

1. Introducción. Cuestiones preliminares: la persuasión Dos factores son imprescindibles en la consideración de la Retórica: la persuasión y la idea de texto1. La finalidad de la Retórica es persuadir por medio del lenguaje, para lo cual han de ser construidos discursos que, por sus características, puedan cumplir ese objetivo. A propósito de la persuasión, había introducido Aristóteles una puntualización que, sin duda, enriquece nuestra comprensión y nuestro planteamiento de la Retórica, al afirmar de ésta: «no es su misión persuadir, sino ver los medios de persuadir que hay para cada cosa particular»2, y al exponer más adelante: «Sea Retórica la facultad de considerar en cada caso lo que cabe para persuadir»3. Atendiendo a la época de Lope de Vega –donde haremos la aplicación práctica–, según J. A. Hernández (2004: 48), si bien «es cierto que el Barroco supuso una nueva ‘literaturización’ de la Retórica clásica que se traduce en el auge de un estilo recargado, bien por su densidad conceptual, bien por un amplio desarrollo del ‘ornato’, también es verdad que la ‘densidad conceptual’ y el desarrollo del ‘ornato’ –los procedimientos decorativos– poseen una singular fuerza explicativa, expresiva, comunicativa e, incluso, persuasiva». Pese a sus numerosos detractores, esta preocupación esteticista prevaleció durante todo el siglo XVII y, en algunos casos, se extendió hasta comienzos del siglo siguiente. También se produjo una ‘retorización’ de la literatura, cuyas

1 La Retórica forma parte, de este modo, de una ciencia general del texto, junto con la Lingüística textual. Para estas cuestiones puede consultarse M. Casado (1997). 2 Aristóteles [1971: 1355b10-12]. 3 Cfr. Ibídem, 1355b25-26.

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composiciones se valoran también por su ‘elocuencia’4, por su fuerza persuasiva, perlocutiva5, de los discursos, por su poder comunicativo6.

2. El texto El texto es el producto de la actividad retórica7. En las diferentes operaciones de dicha actividad queda configurado estructural y comunicativamente el texto, pues la Retórica ofrece los dispositivos para la obtención de esta unidad lingüística global y para su emisión, en la que se mantiene la globalidad discursiva. La Retórica está tradicionalmente relacionada con la Gramática8, que históricamente se ocupaba de la correcta utilización de la lengua desde el punto de vista normativo. Para M. F. Quintiliano, como acabamos de ver, la Retórica es el ars bene dicendi9, mientras que la Gramática es recte loquendi scientia10. Para el discurso retórico no es suficiente la corrección lingüística, que, sin embargo, es un requisito indispensable. Es necesaria para aquel, además, la adecuada construcción en sus diferentes niveles y la apropiada emisión, de tal manera que como construcción textual que es comunicada responda a las exigencias que la finalidad persuasiva impone al emisor en cuanto a su relación con el destinatario. La correcta elaboración gramatical del discurso no garantiza la cualificación retórica del texto, si bien contribuye a ella en tanto en cuanto es indispensable para la elaboración discursiva. Entre los principios que otorgan a un conjunto de expresiones la textualidad, es decir, la calidad de texto, podemos destacar dos: la cohesión y la coherencia11. La cohesión guarda relación con la gramaticalidad12 del texto y la coherencia con la aceptabilidad. La cohesión proporciona conexión o enlace entre los constituyentes textuales (la gramaticalidad), pero insistimos no garantiza por sí sola la coherencia de tal texto (su aceptabilidad).

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Cfr. M. Fumaroli (1984: 23 y ss). Cfr. J. L. Austin (1971 y 1982). También E. Benveniste (1971); J. C. Anscombre (1979); J. C. Anscombre y O. Ducrot (1994). 6 Cfr. A. Martí (1972: 12). También, L. López Grigera (1994), en especial el capítulo I: «La Retórica como código de producción y de análisis literario», 17-32; y el capítulo V: «La Retórica griega post-aristotélica en el Siglo de Oro», 69-83. 7 Cfr. J. M. Klinkenberg (1992). 8 Cfr. V. Lamíquiz (1978). 9 Cfr. M. F. Quintiliano [1970: 2, 17, 27]. 10 Cfr. Ibídem [1, 4, 2]. 11 Cfr. T. Reinhardt (1980); P. Sgall (1983); R. Hasan (1984); A. Vilarnovo (1990 y 1991); M. Charolles (1994); M. Díaz (2001); J. C. Moreno (2002); R. González (2003a y 2003b). 12 Cfr. Mª V. Escandell (2004: 17-36). 5

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E. Coseriu13 estudió en profundidad estas cuestiones14, a las que hemos hecho referencia en el cap. 1º. Así, recordaremos que en cuanto a la extensión de la competencia lingüística la analiza en tres planos: 1) plano del hablar en general (afectado por juicios congruentes / incongruentes; contenido por designación o referencia; saber elocutivo); 2) plano de la lengua particular (afectado por juicios correctos/incorrectos; contenido por significado; saber idiomático; 3) plano del discurso (afectado por juicios adecuados/inadecuados; contenido por sentido; saber expresivo). Para lo que vamos tratando se destacan los dos últimos planos, ya que la gramaticalidad está vinculada con los juicios correctos / incorrectos del saber idiomático; y la aceptabilidad, en cambio, lo está con los juicios adecuados / inadecuados del saber expresivo.

3. El discurso retórico y gramatical La Retórica, como τε´χνη15 proporciona al emisor del discurso retórico, el instrumental necesario para que este construya de modo adecuado y efectivo dicho discurso en todos sus aspectos. Como J. J. Murphy (1983: 3) afirma, la Retórica es «el análisis sistemático del discurso16 humano con el propósito de aducir preceptos útiles para el discurso futuro». Para T. Albaladejo17 en el s. XVII, época de Lope de Vega18, se produce una especial aportación de índole retórica con la sistematización doctrinal del concepto debida a B. Gracián, que hace un brillantísimo planteamiento de la creación estético-verbal basada en la agudeza19 . El sistema retórico acogía así en el Barroco20 una contribución fundamental en el apartado de la elocutio con un fuerte enraizamiento en la construcción semántica21. 13

E. Coseriu (1992: 106). También puede consultarse H. Mederos (1988). 15 Cfr. H. Lausberg (1990: §§1-11). 16 Cfr. Enrique del Teso (2003). 17 T. Albaladejo (1993: 36). Para el presente capítulo he seguido la división en tropos y figuras que propone este autor. 18 No olvidemos que fue el mismo Gracián quien incluyó en su lista de autores conceptistas a Lope de Vega. 19 Cfr. B. Gracián [1969]. Véase de forma complementaria, F. Lázaro (1977). También pueden consultarse los siguientes estudios: F. Monge (1966); A. García (1968). 20 Para una visión de conjunto actualizada, cfr. P. Ruiz Pérez (2004). También M.ª L. Lobato y F. Domínguez (eds.), (2004). 21 La construcción lingüística que es la elocutio debe manifestar adecuadamente los contenidos del discurso con el fin de que el emisor alcance con el discurso la finalidad que pretende con relación al destinatario. 14

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Para el Grupo µ la función retórica depende de la intención retórica del hablante, que modifica cualquiera de los diferentes elementos de la lengua e incluso de la relación entre el texto y el referente, fundamental en el hecho de la comunicación lingüística, para dirigir hacia el texto la atención del receptor22. Tanto en el planteamiento del Grupo µ como en la explicación tradicional de la elaboración artística de la elocutio subyace el reconocimiento de la potencialidad expresiva del lenguaje; es decir, el hecho de poner en tensión la lengua con el fin de actualizar y aprovechar en grado máximo todas sus posibilidades expresivas. M. F. Quintiliano23 ofrece una clasificación de los procedimientos elocutivos, muy útil, que depende de las operaciones de modificación a las que es sometido el material lingüístico para la obtención sistemática del ornatus (una de las cuatro cualidades elocutivas, junto con la puritas –corrección gramatical–; perspicuitas –claridad–; y urbanitas –elegancia, adecuación al contexto y cotexto24)–. Éstas constituyen la quadripertita ratio, que contiene las categorías operacionales25 de adiectio, detractio, transmutatio e inmutatio, ya mencionadas anteriormente. En su precisa sistematización de las figuras en sentido estricto, la Rhetorica recepta ofrece una importante distinción entre figuras de dicción y figuras de pensamiento. Las primeras son modificaciones que atañen a los niveles fonofonológico, morfológico y sintáctico de la microestructura textual, mientras que las segundas afectan al nivel semántico de la propia microestructura, pero llegan a trascenderlo y a alcanzar el nivel semántico-intensional textual e incluso el semántico-extensional, ya en el ámbito del referente. Las figuras de dicción son divididas en el corpus doctrinal de la Rhetorica recepta según las tres categorías operacionales relativas a las figuras: adiectio, detractio y transmutatio26 . Las figuras de pensamiento han sido tradicionalmente divididas en figuras frente al público27 y figuras frente al asunto, según que la alteración semántica afecte a uno o a otro de estos elementos del hecho retórico28, y también se les ha aplicado Cfr. Grupo µ (1987: 54-55 y 61-62). M. F. Quintiliano [1970: 1, 5, 38-41]; también H. Lausberg (1990: §462). 24 Cfr. J. M. Bustos (1996). 25 Obsérvese que también la Gramática (Morfología y Lexicología) funciona con estas mismas categorías operacionales. Un caso ejemplar lo tenemos en R. Almela (1999: 33). En el terreno de la Estilística la clasificación que nos presenta P. H. Fernández (1975), obedece a la quadripertita ratio. 26 Cfr. H. Lausberg (1990: §239 y ss). 27 De ahí que J. A. Mayoral (1994: caps. 8-12), amplíe la clasificación de las figuras en figuras textuales, semánticas y pragmáticas, con una subdivisión en licencias (donde tiene cabida el concepto de solecismo frente a figura) y equivalencias (donde tiene cabida el concepto de cohesión). En las figuras textuales (licencias textuales) también amplia el número de categorías operacionales al incluir la inmutatio. 28 Cfr. H. Lausberg (1990: §757 y ss). 22 23

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para su clasificación el conjunto de categorías de modificación formado por adiectio, detractio y transmutatio. Es de gran interés para la teorización retórica la clasificación de metáboles29, como conjunto de figuras y tropos, realizada por el Grupo µ en su Retórica general. Para su sistematización, el grupo de Lieja parte de unos criterios estrictamente lingüísticos que permiten una distribución de las metáboles de la que surge la clasificación. Distinguen, por un lado, el plano de la expresión y el plano del contenido, que constituyen dos secciones en las que se agrupan las figuras en sentido amplio o metáboles que son modificaciones fonofonológicas, morfológicas y sintácticas y las que son semánticas, respectivamente. Por otro lado, separan el plano de la palabra y unidades inferiores y el plano de la oración y unidades superiores para agrupar de acuerdo con su dimensión correspondiente las metáboles. De la combinación de estas dos dicotomías surge una clasificación general de las metáboles: a) los metaplasmos son las metáboles que afectan al significante en la palabra o en unidades inferiores modificando la forma de la expresión al alterar su continuidad fónica o gráfica; son figuras de dicción de índole fonofonológica y morfológica; b) las metataxis son las metáboles que conciernen al significante en la oración o en la agrupación de oraciones, con modificación de la estructura oracional; son figuras de dicción de carácter sintáctico; c) los metalogismos son metáboles que afectan al nivel oracional y supraoracional en el plano del contenido, en el que constituyen cambios lógico-semánticos, son las figuras de pensamiento; d) los metasememas están situados en el nivel de la palabra y actúan en el plano del contenido; consisten en las modificaciones del significado al ser sustituido un semema por otro; son los tropos.

4. Las figuras Las figuras30, como dispositivos retóricos que se generan in verbis coniunctis, dependen en su activación in praesentia de la dimensión lineal del significante del signo lingüístico complejo que es el texto retórico. La presentación de las figuras que sigue está organizada según la distinción entre figuras de dicción, que incluyen los metaplasmos y las metataxis, y figuras de pensamiento, que son los metalogismos.

29 30

Su concepto análogo en Gramática sería enálages. Cfr. M. Prandi (1995); D. Pujante (2003). También S. Arduini (2000); G. Reyes (2002).

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4.1. FIGURAS DE DICCIÓN De acuerdo con la estructura de los niveles lingüísticos, pueden ser de carácter fonofonológico y morfológico (metaplasmos) y de carácter sintáctico (metataxis). 4.1.1. Los metaplasmos más representativos en el teatro de Lope de Vega son los siguientes: 4.1.1.1. Aliteración. Consiste en la repetición de sonidos semejantes con el fin de producir un efecto fonosemántico. Ejemplo: ANFRISO: «Ésa tiene / una F». SILVIO: «No por firme; / que de mudable y ligera / por falsa, fingida y fiera / la letra se la confirme»31. 4.1.1.2. Paronomasia. Es la repetición de significantes muy parecidos, pero diferentes, de palabras distintas. La paronomasia es uno de los recursos basado en los juegos de palabras. Ejemplos: «celos ... cielos»32; «hombre ... nombre»33. 4.1.1.3. Antanaclasis, también llamada equívoco o dilogía. Como en el caso anterior constituye un juego de palabras. Es la repetición de significantes idénticos que pertenecen a palabras distintas por sus significados. Ejemplos: BELISA: «¡Jesús! ¿Qué hay aquí?». FINEA: «¡Ay, señora, / un hombre!»34. Significantes idénticos por homofonía, desde la oralidad del espectáculo teatral. Otro ejemplo de significantes idénticos, ahora por homografía: INÉS: «Éste llaman don Enrique / Tercero». CASILDA: «¡Qué buen tercero!»35. 4.1.1.4. Calambur. Es igualmente un juego verbal, consiste en la agrupación de sílabas de una o más palabras de modo diferente al normal con el fin de obtener una composición léxica distinta. El calambur puede estar asociado con las metataxis por lo que tiene de composición sintáctica. Ejemplos: GIRÓN: «Toda es trazas la pobreza». DON PEDRO: «Es trazas, Girón, y estraza, / que se pasa con cualquiera / tinta que la suerte escribe»36. Este calambur pertenece al que hemos clasificado como tipo a): el que expresa las dos posibilidades léxicas que la ambigüedad semántica del calambur ofrece. Ahora mostramos un ejemplo de calam-

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La Arcadia, vv. 288-292. El guante de doña Blanca, v. 347. El remedio en la desdicha, v. 499. Las bizarría de Belisa, vv. 2152-53. Peribáñez y el comendador de Ocaña, vv. 970-71. Servir a señor discreto, vv. 1811-14.

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bur de tipo b): el que sólo expresa una posibilidad léxica de las dos que la ambigüedad semántica del calambur ofrecería, dada la oralidad de la escena teatral: RODULFO: «Tus manos, Isabel, pido; / Mal dije, dame tus pies»37. 4.1.1.5. Onomatopeya. La onomatopeya es la aliteración que consigue imitar sonidos reales; o movimientos reales, por medio del ritmo de las palabras o los sonidos. Ejemplo: ‘murmurar’, ‘arrullos’, ‘crujidero’38. Son voces de origen onomatopéyico, ya un tanto opacas. Ofrecemos ahora un ejemplo curioso, donde se alude de forma indirecta a una voz onomatopéyica, pero no se nos expresa directamente. Esta voz onomatopéyica aludida es la del eructo: PIERRES: «Yo me llamo..., / pero tengo algún temor / de pronunciar tantas erres, / que es mi nombre ocasionado / para después de brindado, / porque, en fin, me llamo Pierres»39. En el siguiente ejemplo no nos encontramos ante una onomatopeya, ya que no se crea una palabra nueva, sino que estamos ante un caso de armonía imitativa, puesto que se utiliza una palabra ya existente en el léxico de la lengua para imitar un sonido, en este caso el del buey: ELVIRA: «Estoy muy ...». GIRÓN: «Muy es razón / de buey que con celos pace»40. 4.1.1.6. Amaneramiento. Entendemos por tal la rima forzada, mecánica y escasamente poética, que se establece entre dos o más versos. Este término resulta ser sinónimo de ripio: palabra o giro que sirve para completar la medida del verso o para ajustarse a las exigencias de la rima, pero cuya inclusión en el mismo es superflua o poéticamente desafortunada. Ejemplo: BATO: «Y nadie se asombre, / que era mujer y no hombre, / y esto lo puedo jurar, / aunque nunca le vi nadar»41. 4.1.1.7. Ultracorrección. Es el fenómeno que se produce cuando el hablante interpreta una forma correcta del lenguaje como incorrecta y la restituye a la forma que él cree normal. Ejemplo: MARGARITA: “Y por las selvas se absconde”42 (absconderse por esconderse). 4.1.1.8. Similicadencia. Consiste en usar dos o varias palabras en el mismo accidente gramatical. Ejemplo: CARDÁN: «Mil regocijos hicieron / en la tierra y en el mar / soldados y marineros»43. 37 38 39 40 41 42 43

El gran duque de Moscovia, vv. 496-97. Fuente Ovejuna, vv. 728, 770, 1171. La vida de San Pedro Nolasco, vv. 567-72. Servir a señor discreto, vv. 2422-23. El amor enamorado, vv. 1149-52. El gran duque de Moscovia, v. 2941. Barlaán y Josafat, vv. 126-28.

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No podemos olvidar que estas figuras tienen unas implicaciones semánticas muy importantes, ya que las repeticiones o conexiones fonofonológicas y morfológicas se proyectan en el nivel semántico de la microestructura. 4.1.2. Las metataxis más importantes son: 4.1.2.1. Asíndeton. Figura de supresión por la que son cancelados los conectivos coordinantes. Ejemplo: BATO: «Eso no es cosa tan fea; / Mas no hay hombre que la vea / que pueda vivir después: / Un rinoceronte es nada, / es un peñasco de hielos, / es una mujer con celos, / es una suegra enojada; un pedregoso barranco / es la frente»44. 4.1.2.2. Elipsis. Figura de supresión consistente en la cancelación de uno o varios elementos de la oración que a partir del cotexto pueden ser recuperados. Aunque necesarios gramaticalmente, no lo son semánticamente, para ser interpretados. Ejemplo: CASTRUCHO: «¡De cólera, por Dios, me atemorizo! / Tan ciego estoy, que porque no le cueste / tantas vidas al mundo el meter mano, / quiero esperar que el fanfarrón se apreste» 45 (por meter mano a la espada). 4.1.2.3. Zeugma. Es también una figura basada en la supresión, pero en este caso el elemento cancelado está expresado en el cotexto de modo idéntico o parecido. Ejemplo: a) de modo idéntico: FADRIQUE: «Sin padre entonces quedé, / heredando sólo entonces / un barco, pobre aun de remos, / (pobre aun) de dichas y (pobre aun) de favores»46; b) de modo parecido: RODULFO: «Moviste la lengua aprisa, / como el áspid (la mueve) cuando ve...»47. 4.1.2.4. Aposiopesis. Figura por supresión. Es la omisión de uno o varios elementos que se espera que aparezcan a continuación de lo expresado o que se presuponen. Se trata de una omisión que se realiza bruscamente, con la consiguiente ruptura de la continuidad sintáctica. Ejemplo: ALDA: «... Oh príncipe!». CARLOTO: «Si vivo / y alcanzo a ver...; mas esto no es de cuerdo»48.

44 45 46 47 48

El amor enamorado, vv. 170-78. El galán Castrucho, vv. 920-23. La selva confusa, vv. 427-30. La imperial de Otón, vv. 2031-32. El marqués de Mantua, vv. 397-98.

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4.1.2.5. Polisíndeton. Es una figura de adición consistente en la repetición de conectivos coordinantes. Ejemplo: AGRIPINA: «De mil coronas cívicas, y láureas / murales y castrenses y gramíneas»49. 4.1.2.6. Anadiplosis. Figura por adición en contacto; es la repetición al comienzo de una agrupación sintáctica o de un verso de uno o varios elementos presentes al final de la agrupación inmediatamente anterior. Ejemplo: «... armonía / armonía...»50. 4.1.2.7. Anáfora. Figura por adición. Es la repetición a distancia de uno o varios elementos en el comienzo de grupos sintácticos o métricos próximos entre sí. Ejemplo: «Cuál... / cuál ... / cuál ... / cuál ... / cuál ... / cuál ...»51 (Es el caso más extremo que hemos encontrado en las comedias lopescas. Ritmo sexanario del pronombre-adjetivo exclamativo). 4.1.2.8. Epanalepsis o geminación. Figura por adición en contacto. Es la repetición de uno o varios elementos idénticos en el comienzo de una oración o de un verso. La epanalepsis es un dispositivo anafórico en contacto. Ejemplo: «Come, come...»52. Un caso extremo del artificio lo encontramos en «Aprisa, aprisa, hinchid, hinchid»53. 4.1.2.9. Epífora. Es figura por adición. Es la repetición de elementos, en contacto o a distancia, en el final de un grupo sintáctico o métrico. Ejemplo: «... de Polonia, de Polonia»54. 4.1.2.10. Epanadiplosis o redición. Figura por adición a distancia. Consiste en la repetición del mismo elemento al comienzo y al final de una oración, grupo oracional o verso. Ejemplo: «Ofensa... ofensa»55; Un ejemplo más complejo lo tenemos en: ARRÁEZ: «¿Qué hiciste con él, qué hiciste?»56.

49 50 51 52 53 54 55 56

Roma abrasada, vv. 988-89. Fuente Ovejuna, vv. 380-81. Adonis y Venus, vv. 1233; 35; 37-40. El verdadero amante, v. 2283. Roma abrasada, v. 2986. El rey sin reino, v. 261. El castigo sin venganza, v. 1581. El remedio en la desdicha, v. 2788.

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4.1.2.11. Poliptoton. Figura de adición que se basa en la repetición de elementos similares por ser formas de un mismo verbo, nombre o pronombre. Ejemplo: Alejandro: «Pues ofendiéndote estás / para dejarle ofendido»57. 4.1.2.12. Enumeración. Figura de adición constituida por la agrupación de elementos lógicamente relacionados entre sí. Ejemplo: GOSFOROSTRO: «Sino que a caza por los montes ande, / o que pesque en la margen de este río. / Matar las aves y los peces mande / en tierra y mar que aqueste es gusto mío»58. 4.1.2.13. Gradación. También es una figura de adición. Es una enumeración que sigue un orden determinado. Ejemplo: HIPÓMENES: «Por mortal hermosura, al fin prestada, / flor, sombra, viento, nada ...»59 (En estos versos vemos una gradatio desrealizadora al modo de los versos de L. de Góngora: «en polvo, en humo, en aire, en sombra, en nada»60). 4.1.2.14. Isocolon o paralelismo. Figura de organización sintáctica consistente en el establecimiento de construcciones semejantes repetidas en dos o más grupos sintácticos o métricos. Ejemplo: FABIA: «Él te sirve; tú le estimas. / Él te adora; tú te has muerto. / Él te escribe; tú respondes»61. Las diversas estructuras paralelísticas han sido muy atentamente estudiadas por la estilística y por la crítica lingüístico-literaria en general como armazón fundamental de la organización del texto literario62. También la semántica se ha ocupado de estos aspectos desde el concepto de isotopía63. 4.1.2.15. Quiasmo. Es una figura de organización sintáctica. Consiste en la disposición cruzada, según la forma de la letra griega χ, de dos grupos de palabras, de manera que se relacionan simétricamente y no de modo paralelo. Ejemplo: OCTAVIO: «Yo no vengo a reñir, a matar vengo»64. Si en Lope el esquema más frecuente de paralelismo es el de nombre-verbo, en el caso del quiasmo el esquema más repetido es el de nombre-adjetivo.

57

Las grandezas de Alejandro, vv. 218-19. El premio de la hermosura, vv. 828-31. 59 Adonis y Venus, vv. 832-3. 60 Tomo el ejemplo de T. Albaladejo (1993: 144). 61 El caballero de Olmedo, vv. 839-41. 62 Cfr. A. Alonso (1969 y 1982); D. Alonso y C. Bousoño (1970); C. Bousoño (1970); S. R. Levin (1974); J. Cohen (1977); o F. Lázaro (1974 y 1976); R. Trujillo (2002), entre otros. 63 Cfr. G. Genette (1968b); P. Fontanier (1968); A. J. Greimas (1989); P. Guiraud (1994); J. Lyons (1997); Á. López (1977 y 1981), como más representativos. 64 Las bizarrías de Belisa, v. 2029. 58

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El correlato semántico del quiasmo lo encontramos en la hipálage, figura de organización sintáctico–semántica, por transmutatio, que consiste en aplicar a un sustantivo, a veces a un verbo, un adjetivo que semánticamente corresponde a otro sustantivo o verbo. Ejemplo: PIERRES: «Piadoso escucha y favorece atento»65. 4.1.2.16. Hipérbaton. Figura de organización sintáctica por la que se abandona el orden normal en la construcción oracional. Se produce por la colocación del sujeto o del verbo al final del grupo sintáctico, por la alteración del orden normal de la construcción de régimen preposicional, por la separación de sustantivo y adjetivo, etc. Ejemplos: a) hipérbaton suave, que afecta al régimen preposicional, también llamado tmesis: «Este a la puerta de tu cuadra junto, / iba saliendo»66; b) hipérbaton violento por combinación de varios procedimientos sintácticos: JUEZ 2º: «Cuál quedará por reina / del rojo oriente y la madeja hermosa, / donde la suya peina / el claro sol alegre, y victoriosa / ceñirá, de amarantos ...»67. Si lo reordenamos queda así: «Cuál quedará por reina / del rojo oriente, y (cuál) / ceñirá victoriosa la madeja / hermosa de amarantos, / donde la suya peina / el claro sol alegre...»68. Hay, por lo tanto, una elipsis de (cuál), y una descolocación de cuatro elementos sintácticos: 1) núcleo verbal; 2) objeto directo; 3) complemento del nombre; y 4) subordinada adverbial de lugar. El complemento predicativo (victoriosa) ha sufrido un cambio de orden (anteposición > posposición) con respecto al verbo, que dado el contexto poético en el que viene inscrito, no resulta relevante a efectos de hipérbaton.

4.2. FIGURAS DE PENSAMIENTO De acuerdo con la estructura de los niveles lingüísticos, son de carácter semántico (metalogismos). 4.2.1. De los metalogismos vinculados con el público destacan los siguientes: 4.2.1.1. Apóstrofe. Es una figura por la que el orador o el escritor se dirigen exclamativamente a un ser distinto del destinatario normal del texto; puede ser

65

La vida de San Pedro Nolasco, v. 903. El gran duque de Moscovia, vv. 884-5. 67 El premio de la hermosura, vv. 470-74. 68 Con ello hemos intentado respetar en la medida de lo posible los metros octosílabos y endecasílabos. 66

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también cualquier interpelación exclamativa. Ejemplo: PERIBÁÑEZ: «¡Con qué diversa alegría, / oh campos, pensé miraros / cuando contento vivía!»69. 4.2.1.2. Interrogación. Es una figura que consiste en una pregunta retórica que va dirigida al destinatario de modo enfático y de la que no se espera respuesta. Ejemplos: ARNALDO: «¿Hay desdicha como aquesta?»70; Aportamos otro ejemplo por lo que tiene de curioso: JACINTO: «¡Oh amor! ¿Faltábate más! / hoy me casas mi pastora»71. En este último ejemplo es importante fijarse en la tipografía, puesto que los signos de puntuación ¿...! reflejan el hecho de que estas preguntas retóricas sufren un desplazamiento de la función conativa a la función expresiva. 4.2.2. De los metalogismos vinculados con el asunto resultan ser los más importantes: 4.2.2.1. Antítesis. Es una figura por adición que produce oposición semántica. Consiste en la contraposición de elementos léxicos72 o grupos sintácticos semánticamente contrarios. Por ello, se vale con frecuencia de la antonimia73. Ejemplos: 1) elementos léxicos: OTÓN: «Porque, en fin, es de cobardes / ser con mujeres valientes»74; 2) grupos sintácticos (a través de poliptoton): CARDÁN: «No digas que yo te he dicho»75. 4.2.2.2. Oxímoron. Figura por adición de la que surge oposición. Es la agrupación de dos palabras de significado contrario por poseer semas incompatibles, lo cual produce una contradicción en el interior de un elemento en el que falta la coherencia sémica interna. Ejemplo: «fuerza suave»76. El Grupo µ incluye el oxímoron entre los metasememas por considerar que se basa en una relación in 69

Peribáñez y el comendador de Ocaña, vv. 838-40. La mocedad de Roldán, v. 544. 71 El verdadero amante, vv. 474-75. 72 En el teatro de Lope el tipo de antonimia más usado es el de antonimia complementaria léxica como el que se ofrece en el ejemplo 1). Aunque la oposición cobarde/valiente pueda graduarse, en el texto adquiere un sentido complementario. El tipo de antonimia menos usado es el de antonimia complementaria léxico-morfológica, que sólo aparece en las Comedias mitológicas: El amor enamorado, vv. 1801, 1803: «agradecer/ingratas», ya que la oposición no se establece entre *gratas/ingratas, ni entre agradecer/desagradecer. 73 J. A. Mayoral (1994: 262 y ss), hace un buen estudio de la antítesis y su relación con la antonimia en el apartado de equivalencias semánticas o isosememas. Reserva la sinonimia para el paralelismo o la gradación. El quiasmo, en cambio, participa de ambos fenómenos semánticos. 74 La imperial de Otón, vv. 962-63. 75 Barlaán y Josafat, v. 141. 76 La dama boba, v. 1099. 70

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absentia por la que la construcción presente está en sustitución de otra con la que tiene una relación de carácter paradigmático; así, en el ejemplo, el oxímoron estaría basado en que ‘fuerza suave’ habría sustituido a ‘fuerza ruda’ en una operación de supresión-adición77. 4.2.2.3. Paradoja o antilogía. Es una figura de adición a partir de la cual surge oposición semántica. Consiste en la unión de construcciones semánticas que son incompatibles aparentemente. Ejemplo: OLIMPO: «¿Qué hay de aquella bella ingrata, / que me da la vida y me mata / como deidad celestial?»78. 4.2.2.4. Lítotes. Es una figura de supresión-adición por la que se cancela un elemento léxico o sintáctico y se añade una negación de otro elemento de significado opuesto. Obedece a la ley del eufemismo79. Ejemplo: TIRRENO: «... no hay más que algún pan, / y no muy blanco»80. 4.2.2.5. Ironía. Figura de supresión-adición. Consiste en presentar una expresión cuyo significado es contrario al que realmente tiene, si bien a partir del cotexto e incluso del contexto el receptor puede reconstruir el significante que el emisor desea que se entienda81. Ejemplos: 1) ironía léxica: FABIO: «¡Pobre halcón! Más de tus daños / consuelan otros mayores. / Ansí pagan los señores»82; 2) ironía morfológica: PIERRES: «Todas las más son devotas / de San Trotín, y disfrazan...»83 (a través de un diminutivo irónico-cómico). 4.2.2.6. Comparación o símil. Es una figura de pensamiento en la que dos elementos son comparados con la finalidad de presentar uno de ellos con más fuerza semántica ante el receptor, para lo cual el emisor se sirve del término con el que lo compara. Los dos elementos aparecen en el sintagma, lo que diferencia de los tropos esta figura. Ejemplo: BATÍN: «Vio pasar un animal / de aquestos, como poetas, / que andan royendo papeles»84. Cfr. Grupo µ (1987: 194-196). La Arcadia, vv. 2576-78. 79 Por lo tanto no hay que confundir lítotes con negación expresiva, que persigue el efecto contrario, el de realzar: Sevilla: «no es poco galán», por ‘es muy galán’ (El marqués de Mantua, v. 844). Incluso hay negaciones expresivas de afirmación: PASCUALA: «Y yo sospecho / que te han de engañar, Laurencia». LAURENCIA: «¿A mí?». PASCUALA: «Que no, sino al cura», por ‘claro, no va ser a otra persona’ (Fuente Ovejuna, vv. 212-14). 80 Las grandezas de Alejandro, vv. 2753-54. 81 Cfr. W. C. Booth (1986). 82 El halcón de Federico, vv. 2800-02. 83 La vida de San Pedro Nolasco, vv. 2013-14. 84 El castigo sin venganza, vv. 2383-85. 77 78

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4.2.2.7. Hipérbole. Figura de pensamiento; se basa en la exageración consistente en poner las posibilidades semántico-extensionales y semántico–intensionales en su límite máximo e incluso en transgredirlas. Ejemplos: a) BARTOLO: «¿Tan dormido, estáis, Llorente?». LLORENTE: “Pardiez, Bartol, que quisiera / que en un año amaneciera / cuatro veces solamente»85. Si la hipérbole era temporal, ahora veremos un caso de desproporción espacial: b ) FADRIQUE: «Que de un traidor poderoso / mal se puede hallar defensa, / desde los brazos del sol / hasta el centro de la tierra»86. Un caso de metáfora hiperbólica lo tenemos en c) BATO: «Eso no es cosa tan fea; / mas no hay hombre que la vea / que pueda vivir después: / un rinoceronte es nada / es un peñasco de hielos, es una mujer con celos, es una suegra enojada; un pedregoso barranco / es la frente»87. También encontramos en el teatro de Lope casos de metáfora hiperbólica metonímica: d) TOLEDO: «Don Juan de Toledo soy». Federico: «¿Y piénsasme poner miedo / si fueras todo Toledo?»88. Hay ejemplos curiosos como el de inversión ontológica: e) ALCALDE: «¿No teníades / manos para un rapaz?» / FELICIO: «Roberto el Diablo / no fue travieso en competencia deste»89. Si lo normal en la hipérbole es maximizar cualidades, acciones, cantidades, etc., también hay algunos casos, los menos, de minimizar: f) REMÓN: «... apenas tengo / más tierra que por donde huyendo vengo»90. En las comedias de Lope el tipo de variante cualitativa más usado en la hipérbole es el de acción: g) FINEA: «Sacó un zoquete de palo / y al cabo una media bola; / pidióme la mano sola / (¡mira qué lindo regalo!), / y apenas me la tomó / cuando, ¡zas!, la bola asienta, / que pica como pimienta, / y la mano me quebró»91. Y el tipo de variante cualitativa menos usado es el de acción + tiempo: h) DUQUE: «Que escrita en sangre se lea / en largos siglos mi historia»92. 4.2.2.8. Preterición. Es una figura por la que se aparenta que se omite lo que en realidad se está diciendo. Ejemplo: MENGO: «Yo no sé filosofar; / leer, ¡ojalá supiera! / pero si los elementos / en discordia eterna viven, / y de los mismos reciben / nuestros cuerpos alimentos ... / cólera y melancolía, / flema y sangre, claro está»93.

85 86 87 88 89 90 91 92 93

Peribáñez y el comendador de Ocaña, vv. 391-94. La selva confusa, vv. 198-201. La vida de San Pedro Nolasco, vv. 170-78. La imperial de Otón, vv. 204-6. La mocedad de Roldán, vv. 1496-98. La vida de San Pedro Nolasco, vv. 332-3. La dama boba, vv. 365-72. El marqués de Mantua, vv. 2169-70. Fuente Ovejuna, vv. 371-78.

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Efectivamente, aunque Mengo nos ha dicho que no sabe filosofar, en los versos siguientes nos demuestra lo contrario, ya que este personaje establece su teoría del amor sobre las bases aristotélicas, en su interpretación de la sicología médica de la época con la teoría de los temperamentos: el colérico, el melancólico, el flemático y el sanguíneo. La perpetua discordia de los elementos crea esta diversidad y la variedad de temperamentos.

5. Los tropos Como se ha expuesto, los tropos se caracterizan por una relación in absentia que procede de una organización de los elementos lingüísticos in verbis singulis. Los tropos son la metáfora, la metonimia y la sinécdoque, mecanismos lingüísticos de índole semántica que están incluidos en el conjunto de los metasememas del Grupo µ. Por estos dispositivos semánticos, en la microestructura textual se encuentra un elemento en sustitución de otro; lo que distingue entre sí los tropos es la forma en la que se establece la fundamentación de dicha sustitución. El hecho de que sean metasememas por sustitución, basados en una relación in absentia y, sobre todo, el que sean una clara manifestación del ingenio del orador y del escritor, que cuentan con la colaboración del receptor para que este pueda establecer la relación con el elemento ausente, ha separado tradicionalmente los tropos de las otras modificaciones retóricas elocutivas. La función retórica de los tropos se encuentra en la desautomatización comunicativa que en el receptor produce la presencia de un elemento léxico en lugar de otro, que sería el esperado en ese cotexto, y asimismo en la operación de interpretación que lleva a cabo el receptor para identificar el elemento que ha sido sustituido. El dispositivo general de formación de los tropos actúa también en la lengua común, pero es en la lengua del texto retórico y del texto literario donde, como en el caso de las figuras, es sustancial su implantación. 5.1. La metáfora es el dispositivo retórico que mayor atención ha recibido, por lo que la bibliografía dedicada a su estudio es extensísima. Uno de los últimos estudios corresponde a M.ª C. Bobes (2004), en versión libro, y otro de los más recientes corresponde a T. Albaladejo (2004), en versión artículo. La metáfora es un metasemema de supresión-adición que consiste en la sustitución de un elemento léxico por otro con el que tiene uno o varios semas en común. Esta sustitución implica un cambio de significado, puesto que el elemento que sustituye al que está ausente adquiere como significado traslaticio el del elemento sustituido. Ejemplos de metáforas en Lope son los siguientes:

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5.1.1. En la clasificación formal el tipo de metáfora más utilizado es: 5.1.1.1. La metáfora pura o metáfora en 3.ª fase: Federico: «Ahora bien, tu astrología / dice que a la garza mía / alcance con un halcón»94. (‘garza’ por la ‘amada’ a la que debe conquistar, es también un tópico cinegético de la poesía amorosa). Y la variante menos empleada es: 5.1.1.2. La metáfora gramaticalizada: «ojos de puentes»95. 5.1.2. En la clasificación semántica el tipo de metáfora más utilizado es: 5.1.2.1. La metáfora tópica: «El teatro... /... del mundo»96 . Y la variante menos empleada es: 5.1.2.2. La metáfora visionaria: Olimpo: «Cuando mis blancos ganados, / escuadrón que un río se bebe / forman montañas de nieve / sobre esos húmedos prados»97 (en la metáfora visionaria el término real toma características y atributos irreales, casi cósmicos, según terminología de C. Bousoño [1968]). Aristóteles afirma en la Retórica98 que la metáfora tiene gran importancia en la poesía y en la oratoria, y hace referencia al tratamiento que de la misma realiza en su Poética. Para Aristóteles, que define la metáfora como «traslación de un nombre ajeno»99, la fundamentación principal de aquella es la analogía, que funciona cuando existen dos relaciones de correspondencia entre miembros que pueden ser intercambiados. La sustitución se lleva a cabo porque poseen rasgos comunes los elementos que se intercambian. Por eso, E. Coseriu (1992: 258 y ss.) afirma que la analogía consiste en la regularidad de la expresión, y no en la semejanza de la expresión y del contenido. Con ello se está, efectivamente, aludiendo a la proporcionalidad de expresión y contenido. Cuando hay analogía, X está en la misma proporción con respecto a Y que X’ con respecto a Y’. Escribe Aristóteles: «Entiendo por analogía el hecho de que el segundo término sea al primero como el cuarto al tercero; entonces podrá usarse el cuarto en vez del segundo o el segundo en vez del cuarto»100. Uno de los ejemplos 94 95 96 97 98 99 100

El halcón de Federico, vv. 844-46. El galán Castrucho, v. 265. La fábula de Perseo, vv. 88-89. La Arcadia, vv. 913-16. Aristóteles [1971: 1405a3-1405b21]. Aristóteles [1974) 1457b6]. Aristóteles [1974: 1457b16-19].

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que pone Aristóteles es éste: «La vejez es a la vida como la tarde al día; llamará, pues, a la tarde vejez del día»101. En la analogía tenemos, por tanto, regularidades; motivación analógica de la expresión por las relaciones en el contenido. Las ideas de traslación y analogía sustentadas por Aristóteles a propósito de la metáfora constituyen unas constantes teóricas que fundamentan la sustitución de elementos y la base lingüística y cultural de la misma. R. Jakobson (1976), por su parte, considera que la metáfora es el resultado de una combinación por similitud, en virtud de la cual se produce una selección y una sustitución de carácter paradigmático de un elemento léxico por otro con el que comparte determinados semas que apoyan la referida similitud. Sin embargo, esta semejanza puede ser distorsionada de tal forma que, aunque existan semas comunes en los dos términos, se pierda la proporción entre el explícito y el implícito, lo cual produce una gran violencia semántica; esta situación lingüística es lo que caracteriza la catacresis o metáfora catacrética, en la que el elemento explícito supone una exageración de los mencionados semas comunes. Ejemplo de metáfora catacrética: don Pedro: «Aunque Palma como vos / toca con la frente al cielo»102. La gramática generativa hace posible considerar la metáfora como construcción en la que se alteran las restricciones de selección y en la que se produce anomalía semántica103. Hace ya bastantes años que J. Middleton (1951: 17) buceaba con acierto en los misteriosos fondos de la metáfora, convencido de que: «[...] la verdadera metáfora, lejos de ser adorno, no tiene mucho que ver ni siquiera con un acto de comparación. Lógicamente, por supuesto, se basa en un acto de comparación [...]. Pero la más alta literatura creadora es indócil al análisis lógico, y en el desarrollo de un gran maestro como Shakespeare podemos ver la superación gradual del acto de comparación. La metáfora se convierte casi en un modo de aprehensión»104. J. Ortega y Gasset (1961: 548-549) elevó la metáfora a expresión filosófica de la realidad: «[...] la metáfora es un procedimiento intelectual por cuyo medio conseguimos aprehender lo que se halla más lejos de nuestra potencia conceptual. Con lo más próximo y lo que mejor dominamos podemos alcanzar contacto mental con lo remoto y más arisco. Es la metáfora un suplemento a nuestro brazo intelectivo, y representa, en lógica, la caña de pescar o el fusil».

101

Ibídem, 1457b22-25. Servir a señor discreto, vv. 2686-87. 103 Cfr. J. L. Tato (1975). También Cfr. S. Gutiérrez (1996: 145-58). 104 En esta línea se mueven otros estudios más recientes como el de S. Arduini (2000). 102

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«Porque no existe perfecta conmensurabilidad –aclara A. Machado (1957: 964) por boca de J. de Mairena– entre el sentir y el hablar, el poeta ha acudido siempre a formas indirectas de expresión, que pretenden ser las que directamente expresen lo inefable... Para ello acude siempre a imágenes singulares, o singularizadas, es decir, a imágenes que no pueden encerrar conceptos, sino intuiciones, entre las cuales establece relaciones capaces de crear a la postre nuevos conceptos.» La metáfora constituye un medio lingüístico de enorme fuerza expresiva. «La metáfora –afirma W. Kayser (1961: 168)– es uno de los medios más activos para ampliar el ámbito de significado y para poner en movimiento lo que penetra en él. Al mismo tiempo, precisamente por medio de la metáfora, se torna claro que las palabras no poseen sólo su respectivo significado, sino también energías sugestivas, valores sociales, ideas secundarias de todo género, etc.» Con ello se está aludiendo a las relaciones lingüístico-semánticas de metáfora y sinonimia; se está haciendo también alusión a la metáfora como fuente de polisemia; así como a conceptos de la Semántica moderna como son: denotación, connotación, virtuema. W. Kayser (1961: 149), si bien rechaza la interpretación de las figuras retóricas en cuanto “ornamentos”, reconoce su vigencia cuando «interpretadas como fenómenos lingüísticos son estudiadas por el lingüista y el investigador del estilo». Tanto es así que B. Crocce (1909: 79) explica la expresividad de la metáfora a partir de la palabra misma que sustituye a la palabra ausente y justifica que la palabra metafórica quede implantada como palabra propia, de tal modo que desplaza en el uso lingüístico a la sustituida, que sería ya inadecuada. 5.2. La metonimia es un tropo por el que un término es sustituido por otro con el que mantiene una relación de contigüidad, que puede ser de causa a efecto, de continente a contenido, de materia a objeto, etc. Es un metasemema de supresión-adición consistente en la sustitución de un elemento léxico por otro con el que se relaciona por combinación. La sustitución en la metonimia está, según R. Jakobson (1976), basada en la contigüidad que produce la combinación sintagmática, si bien dicha sustitución se realiza en el paradigma; se trata, pues, de una relación in absentia. En cambio, M. Le Guern (1978: 26 y ss.) basa la relación que da origen a la metonimia en la proximidad que en el referente existe entre el término presente y el sustituido. Por otra parte, se trata de un tropo por correspondencia en la explicación de P. Fontanier (1968: 79), según el cual la correspondencia se basa en la exclusión de los objetos puestos en relación. En la interpretación que P. Ricoeur (1980: 86-87) hace de dicha explicación este insiste en la correspondencia en la realidad, como concepto distinto del de contigüidad, que veíamos en R. Jakobson. Ejemplos:

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5.2.1. 5.2.2. 5.2.3. 5.2.4. 5.2.5. 5.2.6. 5.2.7.

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Lugar-habitante del lugar: «cielo» por ‘Dios’105; «tierra» por ‘hombres’106. Lugar-producto del lugar: «holanda» por ‘tela, lienzo, tejido’107. Materia-objeto: «acero» por ‘espada’108. Causa-efecto: «gloria» por ‘vino’109. Continente-contenido: «venas» por ‘sangre’110. Concreto-abstracto y viceversa: «Justicia» por ‘cargo’111. Símbolo-simbolizado: «corona» por ‘reino’112 .

La variante más usada por Lope en sus Comedias es la de lugar-habitante del lugar; y la menos utilizada es la de lugar-producto del lugar. 5.3. La sinécdoque es un tropo por el que se sustituye un elemento léxico por otro con el que mantiene una relación del todo a la parte o de la parte al todo. La sinécdoque es un metasemema estrechamente asociado a la metonomia. Para P. Fontanier (1968: 87), la sinécdoque es un tropo de conexión, relación basada en la inclusión de un objeto en otro. Si pensamos en metonimias del tipo lugarhabitante del lugar, o continente-contenido, o abstracto-concreto, entendemos que sea frecuente la consideración de la sinécdoque como una forma de metonimia, por estar basada en un tipo de relación perfectamente agrupable entre las diferentes relaciones que fundamentan la metonimia. A. Henry (1971: 18 y ss.) ha establecido una importante distinción entre metonimia y sinécdoque; la primera se basa en la comprensión y la segunda en la extensión. En la metonimia se produce la sustitución de una palabra por otra de comprensión diferente al focalizarse uno de los semas del término sustituido y emplearse el elemento léxico que expresa dicho sema en lugar del que expresa el conjunto de semas. En la sinécdoque se da un cambio de extensión lógica, al ser sustituido un término por otro de extensión diferente, es decir, se trata de términos de referentes no coincidentes; ese cambio se origina en el hecho de que los

105

Los hechos de Garcilaso y el moro Tarfe, v.209. Ibídem, v. 682. Este ejemplo constituiría una sinécdoque para P. H. Fernández (1975: 95). Este autor también incluye dentro de la sinécdoque la antonomasia (Ibídem, p. 98). 107 La mocedad de Roldán, v. 1540. 108 La imperial de Otón, v. 197. Este ejemplo también constituiría para P. H. Fernández (op. cit., p. 96), una sinécdoque. 109 Contra valor no hay desdicha, v. 444. 110 El guante de doña Blanca, v. 1010. Este ejemplo podría igualmente considerarse una sinécdoque (cfr. P. H. Fernández, op. cit., p. 95). 111 El verdadero amante, v. 1988. Otro ejemplo considerado por P. H. Fernández (op. cit., p. 98), una sinécdoque. 112 La vida de San Pedro Nolasco, v. 864. 106

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términos relacionados pertenecen al mismo campo de asociaciones semánticas, en el que se encuentran conectados. Las principales especies de sinécdoques son las siguientes: 5.3.1. Mención de la parte por el todo: «caja» por ‘tambor’113. 5.3.2. Mención del todo por la parte: «mortales» por ‘personas’114. 5.3.3. Mención del número determinado por el indeterminado: Cardán: «Hanle dado mil victorias» por ‘muchas, muchísimas’115 . La variante más utilizada en el teatro de Lope es la de parte por todo; y la menos usada es la de número determinado por indeterminado. Hay autores que consideran la antonomasia como un tipo más de sinécdoque, es el caso del ya mencionado P. H. Fernández (1975: 98): «la antonomasia es un caso especial de sinécdoque; a) designa a un individuo insigne con un nombre común o viceversa; b) destaca la cualidad que más define a la persona o al objeto». Ejemplos: a) «el filósofo» por ‘Aristóteles’116; «el macedón» por ‘Alejandro Magno’117; b) «profundo» por ‘infierno’118; ‘«brutos» por ‘animales de carga’119. Ya para finalizar mencionaré algunos casos curiosos de metonimia y sinécdoque. Así, en el v. 716 de Los hechos de Garcilaso y el moro Tarfe, nos encontramos con un ejemplo mixto de 1) sinécdoque del tipo pars pro toto; y 2) metonimia del tipo lugar-habitante del lugar: «suelo» por ‘tierra’ > ‘tierra’ por ‘hombres’ (esta última también considerada por algunos estudiosos, como hemos visto, una sinécdoque). En el v. 196 de La fábula de Perseo hallamos una doble metonimia, que podríamos llamar metonimia de 2.º grado, ya que debemos presuponer una metonimia anterior intermedia: Júpiter: «Ya sabes que mi pecho te declaro»: «pecho» por ‘sentimiento’ a través de ‘corazón’. En el v. 2618 de Roma abrasada nos encontramos con una metonimia rara, del tipo abstracto-concreto, que podría ser incluso un hapax legomenon: «idea» por ‘cabeza’. También hay casos de mixtura entre tropos de diferente naturaleza: metáfora y metonimia-sinécdoque. Así, en la clasificación semántica de las metáforas, 113

El rey sin reino, v. 1787. La fábula de Perseo, v. 2726. También podría clasificarse por mención del género por la especie. 115 Barlaán y Josafat, v. 69. 116 Fuente Ovejuna, v. 1090. 117 El remedio en la desdicha, v. 1309. 118 Roma abrasada, v. 144. 119 Ibídem, v. 82. 114

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aparece un tipo de metáfora metonímica: «árbol de nave»120, metáfora del tipo B de A, basada en un proceso metonímico del tipo materia-objeto; y también se basa en una metáfora tópica: ‘nave = leño (árbol)’, que constituye un cultismo semiológico. Quizá Lope de Vega haya querido recrear, renovando dicha metáfora tópica: ‘nave = leño’, intentando así una metáfora de 2.º grado, un tanto sui generis. Otro ejemplo lo encontramos en JUAN: «Tened gran veneración / a la Iglesia y su cabeza, / y al Rey lealtad y firmeza, / obediencia y afición»121 . Aquí estamos ante una doble sinécdoque, del tipo pars pro toto: ‘Papa = cabeza de la Iglesia = persona más importante de la Iglesia’. U. Eco (1971: 108 y ss.), ha asociado la metáfora y la metonimia al proceso de semiosis, en cuya dinámica surgen afectando al plano del contenido y al plano de la expresión. Los tropos, en su construcción significativa, llegan a producir la utilización de un significante, y en definitiva de un signo, no sólo lingüístico, sino, como vamos a ver, también semiológico, para expresar un significado diferente. En La fábula de Perseo, vv. 1176-77, hallamos el siguiente ejemplo: POLIDETES: «... pues eres / el espejo en que miro lo que he sido». La metáfora A = B establece relaciones icónicas de semejanza entre el término real y el metafórico. En este ejemplo el término metafórico ‘espejo’ es, a su vez, un icono del tipo b): palabras que designan un objeto que permite realidades que presentan una relación icónica. En esta misma comedia, vv. 1323-25, encontramos otro ejemplo similar al anterior: MEDUSA: «Muestra a ver ¡Qué hermosa cara!». FINEO: «En que es la sombra repara / del sol por quien vivo y muero». Volvemos a encontrarnos en La fábula de Perseo con una metáfora del tipo A = B, en donde el término imaginario B: ‘sombra’ es, a su vez, un icono, pero ahora, del tipo c): palabras que designan realidades que presentan una relación icónica.

120 121

Ibídem, v. 2042. El rey sin reino, vv. 2038-41.

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CAPÍTULO 10

METAPLASMOS. EL PROCESO DE INTENSIFICACIÓN: MORFOLOGÍA Y LÉXICO. IMPLICACIÓN LINGÜÍSTICA Y ESTILÍSTICA

En el presente capítulo me basaré en datos e información que sobre Lope de Vega tengo acerca de los intensivos, intentando mostrar su importancia lingüística, y sobre todo procurando apostar por su función estilística en este autor. Pero basarme en lo investigado sobre Lope no quiere decir en modo alguno ceñirme sólo a la sincronía de Lope, sino más bien desearía que ello fuera un pretexto para una reflexión más amplia del fenómeno de intensificación en el español actual, retomando, cuando sea necesario, etapas históricas anteriores del origen y formación de esta lengua a partir del legado clásico latino, fundamentalmente. Sabemos que tanto los intensivos léxicos como los intensivos morfológicos son recursos propios de un Código poético–lingüístico, en tanto en cuanto que podemos considerarlos procedimientos que desempeñan en mayor o menor medida la función poética1, puesto que estos términos sirven para realzar o potenciar palabras o grupos de palabras2 en un contexto lingüístico. En este sentido son enfatizadores pragmáticos de contenidos y por ello no sólo desempeñan una función poética –realzando el mensaje por el mensaje mismo–, sino también una función expresivo-conativa –sirviendo de canalización a la expresión afectiva y psíquica del hablante, dirigida a un receptor–. Una posible definición de los intensivos léxicos, que empleamos en Lope, sería la de palabras en las que diacrónicamente no se puede rastrear ningún componente intensificador prefijal o sufijal, y que son capaces de transmitir por el lexema un significado reforzado, enfatizado. Por ejemplo: quemado > abrasado3 miedo > terror

En ellos nos encontramos ante una intensificación lograda por medio de un procedimiento léxico-semántico. 1

R. Jakobson (1984). J. M. González (1988). 3 Abrasado presenta un prefijo no intensificador, sino conversor de un sustantivo en verbo: brasa > abrasar, por derivación. Existió un antiguo brasar. 2

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Incluso en el primer ejemplo, el de quemado, podríamos añadir una variante del procedimiento léxico por medio de estructuras sintácticas del tipo: quemado hasta la raíz, en donde el sintagma preposicional hasta la raíz actúa de intensificador del adjetivo verbal quemado; pero este sintagma preposicional, a su vez, contiene en el núcleo del sintagma nominal un lexema, raíz, que presenta, entre otros, un sema intensivo de profundidad, con vinculación estrecha a lo temporal en el sema de origen, también presente. Por otra parte, podríamos definir los intensivos morfológicos como aquellas palabras en las cuales, desde una perspectiva sincrónica o diacrónica, podemos encontrar morfemas gramaticales prefijos o sufijos que permiten reforzar el significado del lexema. Por ejemplo: bueno > buenísimo don > perdón, o su derivado verbal perdonar.

En los dos casos nos encontramos ante una intensificación lograda por medio de un procedimiento morfológico; ahora bien, si en el primer caso nos hallamos en el plano sincrónico (sea la sincronía de Lope: ss. XVI-XVII; sea la nuestra del siglo XX), puesto que ambas formas están en plena vigencia, buenísimo funciona como intensivo máximo de ‘bueno’, sin necesidad de adoptar otra perspectiva que la del tiempo presente que tomemos como sincrónico; en el segundo caso ya nos situamos en la perspectiva diacrónica, dado que la forma intensificada de «don», perdón, sólo tiene su razón de ser en el rastreo histórico que podamos hacer del prefijo intensivo: per-4, ya que en la sincronía para un hablante común, este valor intensificador pasa completamente desapercibido. A propósito del último ejemplo presentado: perdón, perdonar, en el caso que nos ocupa de los intensivos morfológicos prefijales, es de suma importancia su 4

Efectivamente, si hacemos un breve estudio diacrónico de este prefijo intensivo pero, basándonos en el capítulo que M. Bassols de Climent (1992:143-166) dedica a las preposiciones en su Sintaxis latina, veremos que el latín lo heredó entre otros, como ab, ante, de, ex, in, per, pro, s-ub, o s-uper, del sistema de preposiciones del indoeuropeo. Ahora bien, la mayoría de las preposiciones latinas, incluso éstas heredadas del indoeuropeo, derivan de adverbios. Para comprender este proceso quizá convenga recordar que en un principio los adverbios, que con el tiempo se convirtieron en preposiciones, dependían directamente del verbo y no regían ningún caso. Una frase como speluncam in currunt significaba «corren adentro, a la cueva», con el tiempo, sin embargo, se produjo una dislocación relacionándose el adverbio in ya con el verbo, con lo cual surgió el compuesto incurro, ya con el sustantivo del cual se convirtió en un determinante, asumiéndo, pues, el papel de posposición (speluncam in) o, y es el caso más frecuente en latín, de preposición (in speluncam). Así, pues, una misma partícula podía usarse como adverbio, preverbio y preposición. Además ver estudio etimológico en J. Corominas y J. A. Pascual (1991).

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relación histórica con los preverbios. Así las preposiciones en latín podían usarse como preverbios, es decir, eran susceptibles de unirse a los verbos para modificar su significado, en el sentido que el verbo expresa la idea fundamental, la preposición aporta sólo una determinación de carácter circunstancial (originariamente de índole local), así deferre «llevar de lo alto»; perferre «llevar a través», etc. El estudio de los distintos preverbios5 latinos atiende a señalar las alteraciones que se producen a veces en el significado de los elementos de un verbo compuesto. A este respecto observaremos: a) El significado del preverbio a veces se debilita, con lo cual desaparece la diferencia entre el simple y el compuesto, así: comedere = edere. En estos casos la lengua clásica acostumbra a prescindir de las formas compuestas, en cambio el habla popular de las simples, recuérdese la herencia románica a partir de comedere, prescindiendo naturalmente de manducare. b) En ocasiones el significado del preverbio se impone al del verbo, con lo cual el verbo compuesto evoca no la idea del verbo simple, sino la de la preposición, así coniungo con olvido de la idea de ‘uncir’ pasa a significar ‘unir’, que es el significado que impone la preposición. Obsérvese el resultado en español: cónyuge, conyungo (= fórmula del matrimonio). c) El preverbio a veces pierde su acepción precisa y concreta y se usa con las siguientes acepciones de índole abstracta: cl) Para reforzar el verbo (en el capítulo se intenta desarrollar únicamente el estudio de este punto), p. ej.: pernovi; en español, ejemplos como: delimitar, perdonar. Posteriormente con extensión al área nominal: rebueno. c2) Para negar el verbo, p. ej.: displicere; en español podríamos mencionar: reprobar. Más tarde con extensión al área nominal: demente. c3) Para atribuirle un aspecto puntual: comburere ‘pegar fuego’. En español un ejemplo como asolar. d) A veces se altera simultáneamente el significado del verbo y de la preposición, con lo cual el compuesto no evoca idea alguna que se relacione con los elementos que lo integran, por ej.: debeo, < de-habeo. En español este mismo ejemplo nos valdría: deber, o exagerar frente a otro verbo de su mismo campo semántico exorbitar, donde todavía quedaría cierto significado del verbo y de la preposición ‘fuera de órbita’.

5

Un estudio pormenorizado lo encontramos en B. García Hernández (1980).

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Ahora bien, hay que advertir que si la lengua clásica latina rehúye en general la determinación de un verbo por dos preverbios a la vez, por ej.: superadduco; no sucedía igual en el habla popular, donde estas aglutinaciones eran gratas, transcendiendo a la literaria, en especial a partir de la época postclásica, así: circumadspicio, en Plinio (M. Bassols de Climent, 1992: 151), etc. Aunque en español esta estructura morfemática, así como en el resto de las lenguas románicas, no es la más frecuente, sí hay ejemplos como: excompañero o reinventar, con un primer prefijo más moderno, que actúa en la sincronía: excompañero/ compañero, reinventar/inventar; y un segundo morfema prefijal más antiguo, que funciona en la diacronía a través de la reconstrucción histórica: compañero (< «cum panis»), inventar (< «invenire < in venire»). A veces, especialmente en poesía y prosa poetizante, los escritores usan el verbo simple en vez del compuesto (simplex pro composito), a pesar de que el sentido de la frase y el contexto exigen el empleo de la forma compuesta. En realidad es éste un recurso estilístico destinado a dar mayor fuerza expresiva a la frase, ya que al dejar sin expresar ciertos matices se obliga al lector o interlocutor a suplirlos. Ejemplos: propinquare por appropinquare, o flammaverat por inflammaverat, en Tácito (M. Bassols de Climent, 1992: 151). En español también aparecen muchos casos; por ejemplo: en el castellano del siglo XIV, El Arcipreste de Hita en la estrofa 486 de su famoso enxiemplo de lo que conteçió a Don Pitas Payas pintor de Bretaña6, aparece dos veces la forma verbal sigue, con el significado intensivo más que locativo en el texto de ‘persigue’, es decir, no ‘seguir a través de’, sino ‘seguir sin descanso’: Pedro levanta la liebre e la mueve del covil; non la sigue nin la toma; faze commo cazador vil; otro Pedro que la sigue e la corre más sotil toma la. Esto contesçe a caçadores mill.

B. Pottier (1968: 123), nos dice cómo los prefijos tienen afinidades con la categoría de las preposiciones. Así el gramema de indica alejamiento de un límite. Aplicado a una lexía como el latín tonare, ‘atronar’, este alejamiento arrastra consigo la interpretación de ‘alejarse de la noción de atronar’. Pues bien, existen dos maneras de hacerlo: alejarse de ‘atronar’ atronando más y más, y de ahí detonare-l = ‘atronar muy fuerte’, o bien alejarse de ‘atronar’ atronando cada vez menos, y de ahí detonare-2 = ‘cesar de atronar’. A propósito de esto último, nótese la gran sintonía que ofrece este planteamiento de B. Pottier con el de M. Bassols de Climent cuando hablaba del preverbio con función reforzadora o negadora del verbo. 6

Juan Ruiz, Arcipreste de Hita [1988: 207-210].

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El fenómeno de la intensificación es muy amplio en el español. El Esbozo (1991: 416-17) habla de los intensificadores de la cualidad en los siguientes términos: a) Entre los medios que posee el idioma para intensificar la cualidad que significa el adjetivo, ya aludimos en la Morfología (& 2,4,8) a los sufijos -ísimo, -érrimo; se usan, además, en el habla coloquial los prefijos re- (con sus reiterativos rete-, requete-), archi-, super-7 , sobre-, etc. (archipobre, superfino, sobrehumano). Importan aquí las agrupaciones de dos o más palabras que intensifican o atenúan el significado del adjetivo, es decir, que expresan grados diversos de la cualidad. Las más numerosas son las formadas por los adverbios de cantidad antepuestos al adjetivo; v. gr.: muy (muy alto); bastante (bastante lejano); algo (algo tímido) (...), y algunos adverbios de modo usados con significación cuantitativa; v. gr.: bien desdichado, extraordinariamente rico (...). b) Por su mayor frecuencia, el más importante entre los adverbios enumerados en el apartado anterior es muy, el cual figura en las gramáticas, al lado de los adjetivos en -ísimo, como característica del elativo o superlativo absoluto. A pesar de su origen docto y de su propagación tardía en la historia del idioma, el empleo de -ísimo ha progresado tanto en los últimos siglos, que ambas expresiones concurren en la lengua actual, en proporción variable según los estilos. Con todo, la fórmula «muy + adjetivo» predomina en conjunto. (...) c) Entre las fórmulas intensificadoras, el habla coloquial se vale de la repetición del adjetivo con la partícula que: ¡tonto que tonto! (...). Al mismo tipo exclamativo responden frases como: ¡Malo, más que malo! (...) ¡Es tan hipócrita! (...). También es ponderativa la locución corriente la mar de, aplicable a adjetivos y sustantivos; p. ej.: Estoy la mar de contento; Tenía la mar de libros.

A. Bello [1984: 87-89] en el capítulo XII de su Gramática, trata de los nombres aumentativos y diminutivos, así como de los superlativos absolutos. Precisamente en el Apéndice que dedica a los superlativos absolutos, p. 91, dice algo tan interesante como: Los medios de que nos servimos para formar superlativos, no son todos de igual valor entre sí, pues unos encarecen más que otros. Cualquiera percibiría la graduación de grandemente, extremadamente, sumamente. Salvá observa que la inflexión tiene más fuerza que la frase; que doctísimo, por ejemplo, dice más que muy docto. Hay adjetivos que no admitiendo la inflexión ni la frase, porque su significado lo resiste, modificado éste de manera que la cualidad sea susceptible de más y menos,

7 En el habla juvenil urbana recientemente puede oírse el frecuente uso del prefijo super-: superbien, supercómodo, etc., acompañado de una serie de prefijos afines, como: archi-, hiper-, mega-, ultra-; incluso, amalgamados: archisuperhipermegaultra-. También en el habla juvenil madrileña se oyen expresiones prefijoides como: mazo bien, mazo guapo.

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pueden construirse con muy, como cuando decimos que un hombre es muy nulo (tomando a nulo por inepto). En este caso se hallan también no pocos sustantivos cuando pasan a significación adjetiva: muy hombre, muy filósofo, muy alhaja, muy fantasma. A veces la inflexión superlativa es sólo enfática, como en mismísimo, singularísimo. Lo que debe evitarse como una vulgaridad es la construcción de la desinencia superlativa con los adverbios más, menos, diciendo, v.gr. más doctísimo, menos hermosísima. Ni es de mucho mejor ley su construcción con muy, tan, cuan. Pero mínimo, íntimo, ínfimo, próximo, se usan a veces como si no fuesen superlativos, pues se dice corrientemente la cosa mas mínima, mi íntimo amigo, a precio tan ínfimo, una cosa tan próxima.

Estas últimas observaciones de A. Bello las tendremos en cuenta cuando aportemos ejemplos de Lope de Vega, y los comentemos en relación con el presente de nuestra lengua. G. Sobejano (1970: 330-31) habla del epíteto enfático, que puede ser de tres tipos: positivo, intensificativo y negativo: Epítetos enfáticos de signo positivo son los más frecuentes. Tales: augusto, celestial, excelso, majestuoso, sublime (...). Epítetos enfáticos de función meramente intensificativa se dan sobre todo en aquellas agrupaciones en que la significación del epíteto está incluida de manera tan obvia en la del sustantivo que aquél no hace sino amplificar a éste, prolongando por su mera comparecencia la onda de irradiación que parte del sustantivo. Así ocurre en casos como: ímpetu sonante, ronco estruendo, abismo insondable, suavísima ternura. Otros son menos obvios, pero resultan hiperbólicos o tienen un puro valor superlativo: silencio profundo, voz tronante, gigante huracán. En cuanto a los epítetos enfáticos de sentido negativo son muy frecuentes: vil, cobarde, mísero, aciago (...).

En todos estos epítetos enfáticos, su contenido significativo apenas importa, pues lo capital en ellos es la extremada ponderación. En la p. 229 del libro citado de G. Sobejano podemos leer, cuando habla del epíteto clásico en F. de Herrera: «Herrera utiliza en cantidad considerable epítetos de encarecimiento, puramente enfáticos». Más adelante, en la p. 252, también refiriéndose al epíteto clásico y a F. de Herrera, nos da la definición de este epíteto por oposición al epíteto típico: «Si los epítetos típicos delatan el ideal renacentista anheloso de escoger la cualidad que presenta al objeto en su aspecto mejor, los epítetos encarecedores demuestran ese mismo ideal de una manera indeterminada, sin precisión objetiva, pero cumplen la misma función tipificadora, de presentar o manifestar todo en su posible perfección». Cuando tratamos el tema de la intensificación parece conveniente hablar de los superlativos, de los aumentativos, pero puede resultar chocante incluir los

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diminutivos. G. Sobejano (1970: 269) hace referencia también al diminutivo intensificador en L. de Góngora: En los siguientes ejemplos, aunque los epítetos son genéricos y tipificadores, la apreciación de la cualidad se logra en un grado singular e intenso8 merced a la presencia del diminutivo: I 306 La paz del conejuelo temeroso I 331 Del ternezuelo gamo.

A. Alonso (1982: 187-88) ofrece una clasificación del diminutivo considerada ya clásica: «hacia el objeto nombrado o lo dicho: nocionales, emocionales, de frase, estético–valorativos; hacia el interlocutor: afectivo–activos, de cortesía, efusivos; y hacia ambos a la vez: representacionales o elocuentes»9. No obstante, A. Alonso (1982: 164) se mostraba cauto con la acción intensificadora del diminutivo en páginas anteriores: La idea de ponderación es a veces cierta, entendiendo por tal un énfasis del afecto y un realce de la representación. Pero no veo que contenga un ‘muy’ como variante conceptual en correspondencia con una modificación objetiva. La idea de aumento o la de superlativo, ya abiertamente referida al concepto, ya a variaciones del objeto, me parece poco sostenible para el español. No niego la posibilidad de que una palabra en diminutivo conlleve la idea de aumento o de grado alto; pero ha de verse si esa variante conceptual está significada por nuestro sufijo o por otro procedimiento: andaba despacíiito, puede significar ‘muy despacio’, pero lo hace con el alargamiento de la vocal acentuada, no con el sufijo. Lo mismo da andaba despáaacio. Quizá haya algunos ejemplos que me hagan cambiar de opinión, pero los presentados hasta ahora han sido, sin excepción, mal interpretados.

Para un estudio del diminutivo en el español clásico y moderno, acudimos al libro de E. Náñez titulado: El diminutivo. En el capítulo II, dedicado al diminutivo en los siglos XVI y XVII, entresacamos las siguientes citas: E. Náñez (1973: 186), refiriéndose al Lazarillo de Tormes: «La expresividad irónica y ponderativa la podemos ver en el caso de golpecillo (...) “Fue tal el golpezillo, que me desatinó y sacó de sentido, y el jarrazo tan grande, que los pedaços dél se me metieron por la cara, rompiéndomela por muchas partes, y me quebró los dientes sin los quales hasta oy día me quedé”. (Trat. 1, pág. 88). Como se ve, el golpecillo no fue cosa de broma. La expresividad de este diminutivo se agranda por el

8 9

La cursiva es nuestra. La cursiva es nuestra para indicar intensificación en el diminutivo.

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sentido general del sufijo y por la contraposición de jarrazo, que expresa la acción violenta propinada por el ‘jarrillo’: (...)». Más adelante, en la p. 220, tratando a M. de Cervantes: «Por ser -ico sufijo que expresa en grado sumo la afectividad positiva, es muy idóneo para la expresión irónica, que se manifiesta a modo de interjección centelleante, y para la reconvención humorística y cariñosa, por lo que cuadra muy bien en el lenguaje activo (...) “¡Tate, tate folloncicos / De ninguno sea tocada; / Porque esta empresa, buen rey, / Para mí estaba guardada” (II, LXXIV, 8º, pág. 333)». Situándonos ya en Lope de Vega, E. Náñez (1973: 235-36) nos informa: «El sufijo puede hacer las veces de un resalte ponderativo del gusto que se recibe: GERARDA: ¡Cuál está el tocinillo! Dame a beber... , (A. II, E. VI, pág. 81)». Pero el fenómeno de intensificación no sólo se da en el registro literario del lenguaje, sino en su registro coloquial. A. M.ª Vigara (1992) dedica todo el III capítulo al realce lingüístico. En el apartado B de éste se habla de los procedimientos de realce de una parte del enunciado, como el énfasis ‘funcional’, el énfasis ‘semántico’: Iteración, fórmulas pleonásticas (...). Otros procedimientos, tales como: insistencia, gradación, adjetivos irónicos, adjetivos adverbializados, duplicación de la categoría gramatical, partículas (+ entonación expresiva), ‘cantidad’, morfología flexiva, sufijación ‘peculiar’, locuciones, adjetivo de identidad, imprecisión, esquema sintáctico propio, proposición consecutiva, hipérbole, metáfora y comparación. Nos fijaremos especialmente en la morfología flexiva, puesto que nos permite enlazar con las citas que hemos introducido de A. Alonso y de E. Náñez, respectivamente: Así, en A. M.ª Vigara (1992: 169), podemos leer: Pueden aparecer también plurales poco usuales, aunque su intención enfática es dudosa (si no van acompañados de entonación afectiva): *los cafeses no me sientan bien *Estuvimos de pubes hasta las cuatro.

Aquí debemos recordar la idea de A. Alonso acerca del ‘alargamiento de la vocal acentuada’ refiriéndose al supuesto valor aumentativo de los diminutivos. También, en A. M.ª Vigara (1992: 169), leemos: y el diminutivo es empleado con frecuencia para enfatizar irónicamente: *Mi padre dice que soy un hereje porque como él es muy cristianito y muy así...

Ahora enlazamos con el pensamiento de E. Náñez respecto de ‘la expresividad irónica y ponderativa’ de los diminutivos.

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Por lo tanto, retomando ideas expresadas anteriormente en la definición de los intensivos, recordaremos, para luego avanzar, que: 1) Los intensivos léxicos sólo se rastreaban en una sincronía; en cambio, los intensivos morfológicos tanto podían rastrearse en una sincronía como en una diacronía. 2) En los intensivos léxicos el elemento reforzante lo hallábamos en todo el lexema a través de un procedimiento léxico-semántico o léxico-sintáctico; en cambio, en los intensivos morfológicos el elemento reforzante lo encontrábamos en los morfemas gramaticales prefijos y sufijos, a través de un procedimiento morfológico. Si hasta aquí la exposición de contenidos, a modo de introducción general del tema, se ha situado en un plano teórico de la lengua, ahora nos situaremos en el terreno práctico de unos textos concretos, de un autor particular, y de una época determinada, con el fin de poder ver no sólo cómo las afirmaciones hechas anteriormente se cumplen, sino también cómo se enriquece nuestro estudio con nuevas precisiones. Para ello nos colocaremos en el eje diacrónico del Español, partiendo de la sincronía de Lope de Vega, su producción teatral comediográfica, de donde tomaremos los ejemplos y referencias, para contrastarlos con el panorama que ofrece la sincronía del Español actual. Así, durante los años 1579 a 1603, en la producción comediográfica de Lope, contamos con10: – 77 variantes de intensivos morfológicos, entre prefijación y sufijación; con la salvedad de que si desglosamos por grupos temáticos, las comedias pastoriles y las comedias extraídas de novelas, sólo presentan prefijación; el resto de los grupos de comedias presentan los dos tipos; y – 83 variantes de intensivos léxicos. De 1604 a 1615, tenemos: – 85 variantes de intensivos morfológicos, entre prefijación y sufijación, para los nueve grupos temáticos de comedias sin excepción; y – 84 variantes de intensivos léxicos.

10 Todos los datos numéricos que presentamos, los hemos sacado de nuestra Tesis Doctoral, publicada en microfichas, 1993, tomo 1, pp. 325-349.

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Finalmente, de 1616 a 1635, registramos: – 74 variantes de intensivos morfológicos, entre prefijación y sufijación, con la excepción de las comedias pastoriles, las comedias de Santos y las comedias extraídas de novelas, que sólo presentan prefijación; el resto de los grupos de comedias muestran ambos tipos; y – 84 variantes de intensivos léxicos. De todo ello se puede deducir: a) Que en su aplicación al registro literario, la lengua de Lope presenta restricciones, puesto que en algunos grupos de comedias, y en los tramos temporales primero y último, sólo se actualiza la prefijación para los intensivos morfológicos. b) Parece que la lengua de este autor, en su quehacer comediográfico, potenciara la prefijación, prefiriéndola a la sufijación, contraviniendo la tendencia general del Español, lengua con un mayor rendimiento sufijal. Este hecho no sólo debe ponerse en relación con los registros lingüísticos, común y literario –ya que si en la lengua común se tiene en cuenta la importancia lingüística de los elementos intensivos, en la lengua literaria se tendrá más en cuenta su importancia estilística–, sino que también podría ser quizá un índice en la evolución del Español literario de los siglos XVI y XVII al de los siglos XX y XXI, en la preferencia por una clase determinada de afijos: de los prefijos a los sufijos. Aunque esto último que sugiero, sin duda precisa de comprobaciones más exactas, como sugiere la nota 7 del presente capítulo. Acabamos de ver que el vector temporal puede ser un elemento diferenciador, pero no siempre lo es pues hay algunos ejemplos que nos confirman lo contrario. En las comedias de Lope analizadas aparecen, como los intensivos más usados, sólo dos ejemplos léxicos, con exclusión de los morfológicos: tanto, -a, con su variante morfo–fonética: tan; y más. Ejemplos que perfectamente volverían a aparecer en el Español actual como de los más frecuentes, sin existir cambio cualitativo notable alguno con los siglos XVI y XVII. Con respecto a los intensivos menos usados, se registran en las comedias un buen número de ellos, tanto léxicos como morfológicos, como puedan ser: – entre los intensivos léxicos: prolijo11, tórrido12, loco de contento13, o devorar14; 11

La imperial de Otón, v. 2350.

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– entre los intensivos morfológicos: rebueno15, insufrible16, muy feísima17, o picarón18. De estos ejemplos, el Español de nuestros días puede hacer perfectamente una diferencia entre intensivos léxicos cultos, con connotaciones literarias, librescas, como ‘prolijo’ o ‘tórrido’, frente a expresiones más corrientes como ‘muy extenso’ o ‘muy caliente’, equivalentes a aquella; y por otra parte, intensivos léxicos más coloquiales, con menos regusto libresco, como ‘devorar’ o ‘loco de contento’, de uso frecuente en la actualidad. En cambio, casi todos los intensivos morfológicos nos resultarían cotidianos, como ‘insufrible’, ‘rebueno’, o ‘picarón’. En el ejemplo de Las bizarrías de Belisa: ‘muy feísima’, no sólo se observa la vigencia sino la modernidad de esta expresión de Lope de Vega empleada en el año 1635, ya que ahora esta puede escucharse a veces como término ingenioso y cómico, con ciertas connotaciones aparentes de neologismo, aunque en realidad es un volver a revivir voces de antaño. A pesar de que antes habíamos visto rechazada esta expresión en A. Bello por vulgar, no es infrecuente su empleo cómico. R. Lapesa (1986:396) acerca de esto, nos informa: Al siglo XVI corresponde la naturalización del superlativo en ísimo. Aunque hay ejemplos sueltos en la Edad Media, y a pesar del latinismo dominante en el siglo XV, Nebrija había podido declarar: «Superlativos no tiene el castellano sino estos dos: primero y postrimero; todos los otros dize por rodeo de algún positivo y este adverbio mui». Pero el doble ejemplo del latín y del italiano influyó sobre la literatura, y ésta a su vez sobre la lengua hablada. Valdés emplea perfettissima; Garcilaso celebra al «clarísimo Marqués» de Villafranca y a su esposa la «ilustre y hermosísima María», o describe cómo, al atardecer, la sombra desciende por la falda «del altísimo monte». El uso se incrementa en la segunda mitad del siglo: abundan las muestras en fray Luis de León y en las Anotaciones de Herrera; y en tiempo de Cervantes ya estaba plenamente arraigado, siquiera fuese posible sacar partido cómico de su profusión: recuérdense el discurso de la dolorosísima dueñísima Trifaldi y la respuesta del escuderísimo Sancho Panza. Todavía Correas, en 1626, calificaba de «latina i no española, i en pocos usada» esta forma de superlativo, pero ya entonces se había consolidado. 12 13 14 15 16 17 18

Barlaán y Josafat, v. 1332. El verdadero amante, v. 2498. Contra valor no hay desdicha, v. 1593. Fuente Ovejuna, v. 2046. Fuente Ovejuna, v. 2395. Las bizarrías de Belisa, v. 1172. El galán Castrucho, v. 2388.

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Por lo tanto, posible hibridismo formal, en el ‘muy feísima’ de Lope, de castellanismo e italianismo latinizante. M. Morreale (1955: 51-52), en su estudio sobre «El superlativo en ‘íssimo’ y la versión castellana del “Cortesano”», nos dice: No hay que olvidar, por una parte, que la fuerza intensiva del superlativo absoluto italiano en Castiglione ya está bastante gastada –por el mismo proceso de debilitación que afecta esta forma, por ejemplo, en la koiné o en el bajo latín, y aún hoy en expresiones coloquiales ‘incorrectas’19 en las que el superlativo solo no basta (por ejemplo, ‘muy guapísimo’)–. Por otra parte, muchos adjetivos y participios usados adjetivamente conservan en español una intensidad notable en su grado positivo: grande, bienaventurado, perdido, extraño, entrañable y otros. Tanto es así, que de muchos aun hoy no se suele usar el intensivo en –ísimo.

Más adelante, en la p. 57, esta estudiosa nos ofrece un nuevo dato de interés: Séame aun permitido citar el ejemplo de un autor que escribe bajo la influencia directa de Castiglione, Villalón; éste, sin acercarse ni mucho menos a la abundancia de superlativos que arriba hemos comprobado, no tiene reparo en admitir formas como ‘eficacísimo’ (...), ‘sapientísimo’ (...), ‘consumatísimo’ (...), ‘perspicacísimo’ (...). El uso de las formas en –ísimo va aumentando: en el Crotalón registran mis fichas que aparece treinta veces con dieciocho adjetivos distintos, incluyendo ‘acérrimo’ y ‘paupérrimo’; y en el Patrañuelo, ciento diecinueve, con treinta y tres adjetivos, dándose formas como ‘infinitísimo’ y ‘muy prudentísimo’, ‘cuán riquísimo’, ‘tan mortalísimo’, ‘el más sapientísimo’ (...), que muestran cómo el recurso gramatical ya no satisface del todo la fantasía del narrador.

Ese posible hibridismo, aludido antes, en ‘muy feísima’, quizá en Lope de Vega haya empezado a tener una razón semántica de desgaste del superlativo, más que de sentido irónico de la expresión, que también se da. En los intensivos morfológicos, como nos hemos situado en una perspectiva sincrónico-diacrónica, podemos observar por una parte, ejemplos morfológicos sincrónicamente, como infinito, resonante, donde la oposición infinito/finito, resonante/sonante, es plenamente operativa y, por lo tanto, funcionalmente pertinente. Pero al lado de estos ejemplos citados, nos encontramos por otra parte, con intensivos morfológicos diacrónicamente, como exagerar, perfección, donde la oposición exagerar/*agerar, perfección/*fección, ya no es operativa ni funcio-

19 Obsérvese el sentir común de M. Morreale y A. Bello, cuando éste decía que tales construcciones debían evitarse por vulgares.

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nalmente pertinente, sino que haciendo una broma con el juego de palabras a que da lugar, se nos convierte en impertinente20. Es precisamente en este último tipo de intensivos donde se ven confirmadas las afirmaciones hechas al principio del trabajo, acerca de la importancia estilística de estos elementos en la lengua literaria, dado que en los textos de Lope de Vega pueden ser utilizados como intensivos, porque permiten adoptar y aplicar la perspectiva histórica a sus afijos –prefijos, en los ejemplos seleccionados: exagerar y perfección–. En la lengua común o estándar, independientemente de si nos situamos en la época barroca o actual, no serían considerados intensivos, al no ser explotada en la diacronía la posibilidad de reconstrucción semántico-etimológica de los afijos. Por consiguiente, la vieja tesis de que la lengua literaria aprovecha recursos lingüísticos, que ofrece la lengua común, con fines estilísticos de peculiaridad artística y expresiva, una vez más se confirma. En Lope de Vega vemos, primero: cómo hay lingüísticamente más intensivos léxicos que morfológicos; recuérdese al respecto que los intensivos más usados eran léxicos, en cambio los menos usados eran léxicos y morfológicos. Normalmente el procedimiento sintáctico–léxico es más productivo que el morfológico en cualquier lengua que elijamos21. Pero, segundo: constatamos cómo hay estilísticamente una potenciación de los intensivos morfológicos, con un favorecimiento de la prefijación en detrimento de la sufijación, haciendo posible en una perspectiva histórica la recreación semántico–etimológica de estos afijos.

Apéndice final Por razones de economía vamos a prescindir de todos los intensivos léxicos y morfológicos, que aparecen en las treinta comedias de Lope analizadas22, para fijarnos sólo en los intensivos más y menos usados en las tres épocas cronológicas seleccionadas.

20

Por falsa interpretación etimológica, se podría creer que en exagerar hay dos preverbios –morfemas prefijales–: “ex-” y “ad-” con un lexema verbal latino “gero” > lal. vg.: *gerare. Todos estos ejemplos y algunos más se pueden consultar en el Apéndice final del capítulo. 21 Lexema como clase abierta: número ilimitado de unidades, frente a morfema como clase cerrada: número limitado de elementos. 22 Para un estudio exhaustivo, se recomienda consultar los tres tomos de la Tesis, citada en la nota (10), así como los nueve tomos de los Apéndices que acompañan dicha Tesis. Los ejemplos de intensivos que ofrecemos presentan fonética actualizada.

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Así, los intensivos, tanto morfológicos como léxicos, más usados en las tres épocas cronológicas son: a. Comedias historia nacional: tan, tanto -a: 540 casos (p. ej.: El guante de Doña Blanca, v. 192) b. Comedias pastoriles: tan, tanto -a: 315 casos (p. ej.: La selva confusa, v. 40) c. Comedias de Santos: más: 148 casos (p. ej.: San Segundo de Ávila, v. 99) d. Comedias caballerescas: tan, tanto -a: 152 casos (p. ej.: La mocedad de Roldán, v. 10) e. Comedias de historia extranjera: tan, tanto -a: 220 casos (p. ej.: El Rey sin reino, v. 25) f. Comedias de enredo y costumbres: más: 221 casos (p. ej.: La dama boba, verso 63) g. Comedias sobre historia clásica: tan, tanto -a: 284 casos (p. ej.: Roma abrasada, v. 72) h. Comedias mitológicas: tan, tanto -a: 260 casos (p. ej.: La fábula de Perseo, v. 98) i. Comedias extraídas de novelas: más: 174 casos (p. ej.: El halcón de Federico, v. 359) Los intensivos, tanto morfológicos como léxicos, menos usados en las tres épocas cronológicas son: a. Comedias historia nacional: con un caso: (Los hechos de Garcilaso): preeminente (v. 314) mínimo, -a (v. 438) omnipotente (v. 1703) (El remedio en la desdicha): singular (v. 114) pertinaz (v. 1062) perjuro, -a (v. 2346)

exagerar (v. 317) copia (v. 625) multiplicar (v. 1745)

caudaloso (v. 421) magnánimo (v. 2090)

(Peribáñez y el Comendador de Ocaña): exquisito, -a (v. 810) octava maravilla (v. 921) (Fuente Ovejuna): sust. terminado en sufijo

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aumentativo –ón (v. 244) colmar (v. 745) rebueno, -a (v. 2046) solemnemente (v. 2266) insufrible (v. 2395) (El caballero de Olmedo): muerto de risa (v.116) valor connotativo de los numerales (v. 1845)

aniquilar (v. 1220) asolar (v. 2134) embeber (v. 2266) perverso, -a (v. 2422)

docto, -a (v. 1581) quinta esencia (v. 2297)

(El guante de Doña Blanca): innumerable (v. 2571) b. Comedias pastoriles: con un caso: (El verdadero amante): prolijo, -a (v. 46) obstinado ,-a (v. 1111) colmar (v. 1748) diestro, -a (v. 2212) frenesí (v. 2443)

sin igual (v. 791) satisfecho, -a (v. 1171) solemne (v. 1821) perverso, -a (v. 2349) loco de contento (v. 2498)

(La Arcadia): monstruo (v. 1980) superlativo morf. sintético en –ísimo, -a (v. 2816)

cebar (se) (v. 2084) enorme (v. 3163)

(La selva confusa): robusto, -a (v. 11) arrogante (v. 2929)

maestro, -a (v. 1931)

c. Comedias de Santos: con un caso: (San Segundo de Ávila): diestro, -a (v. 663) sobrar (v. 832) renovar (v. 955) multitud (v. 1283) autoridad (v. 2150)

perjuro, -a (v. 975) obstinación (v. 1420) fervor (v. 2199) afán (v. 2538)

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escandalizar (v. 2387) medrar (v. 2540) (Barlaán y Josafat): numeroso, -a (v. 65) principal (v. 346) exquisito, -a (v. 858) veneración (v. 979) eminente (v. 1277) tórrido, -a (v. 1332) nada (v. 1821) perpetuo, -a (v. 2105)

satisfacción (v. 154) ínclito, -a (v. 512) singular (v. 869) docto, -a (v. 1277) absoluto, -a (v. 1313) suntuoso, -a (v. 1784) prolijo, -a (v. 1871) extraño, -a (v. 2846)

(La vida de San Pedro Nolasco): mayordomo (v. 76) sin igual (v. 294) caudaloso, -a (v. 1323) fulminar (v. 1719)

arrogancia (v. 113) sacrosanto, -a (v. 834) ímpetu (v. 1705) insuperable (v. 1781)

d. Comedias caballerescas: con un caso: (El marqués de Mantua): gigante (v. 95) susts. en –azo, –aza (v. 125) encarecer (v. 1031) abundante (v. 1327) estrépito (v. l724) ciego de amor (v. 2757)

perfecto, -a (v. 110) soberano, -a (v. 894) ostentación (v. 1056) herido de muerte (vv. 1486-7) perpetuo, -a (v. 2743)

(La mocedad de Roldán): exagerar (v. 5) persuadir (v. 6) profundo, -a (v. 213) asegurar (v. 288) asombrar (v. 310) recio, -a (v. 457) maravilla (v. 783) inexorable (v. 1277) terrible (v. 1278) furor (v. 1608) cumbre de buena fuerza y de ingenio (vv. 1633-4) bastante (v. 1946) brío (v. 1779) inestimable (v. 2148) obligar (v. 2731) de prisa (v. 2902) (El premio de la hermosura): vencido de amor (v. 44) insigne (v. 1765)

solemne (v. 963)

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e. Comedias de historia extranjera: con un caso: (La imperial de Otón): terror (v. 88) extraordinario, -a (v. 991) raro, -a (v. 1620 célebre (v. 1928)

prodigio (v. 687) perfecto, -a (v. 1043) magno, -a (v. 1800) proeza (v. 1930) prolijo, -a (v. 2350)

(El gran duque de Moscovia): solemne (v. 387) absoluto, -a (v. 525) exorbitante (v. 1765) fabuloso, -a (v. 2063) profundo, -a (v. 2207) inaudito, -a (v. 2978)

inmortal (v. 459) excelso, -a (v. 1046) inmenso, -a (v. 1893) persuadir (v. 2199) copia (v. 2295)

(El Rey sin reino): infinito, -a (v. 1192) singular (v. 2215) ínclito, -a (v. 2518)

fragoso, -a (v. 1963) peregrino, -a (v. 2279)

f. Comedias de enredo y costumbres: con un caso: (El galán Castrucho): todo junto (v. 48) consumir (v. 262) valor connotativo de los numerales (v. 443) laurel de habladores (v. 706) sin segundo (v. 1174) susts. y adjs. en –ón (v. 2388) rematado -a (v. 2545) quemado hasta las raíces (v. 2828) (La dama boba): nada (v. 218) copioso, -a (v. 680) catedrático, -a (v. 2090)

reverendo, -a (v. 84) alarde (v. 559) proeza (v. 1100) ahíto, -a (v. 2368) excelente (v. 2709) experto, -a (v. 2919)

sin fin (v. 548) repulido, -a (v. 863) inmortal (v. 2414)

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(Las bizarrías de Belisa): inmenso, -a (v. 36) idolatrar (v. 554) intenso, -a (v. 998) encarecer (v. 1285) heroico, -a (v. 2111)

fulminar (v. 91) ejército de ... (v. 708) en mi vida (v. 1223) exceso (v. 1931) semejante (v. 2291)

g. Comedias sobre historia clásica: con un caso: (Roma abrasada): duro, -a (v. 72) entero, -a (v. 563) insufrible (v. 197) consumir (v. 822) relumbrar (v. 623) sin par (v. 1414) infinito, -a (v, 965) solemnizar (v. 2142) coraje (v. 1439) valor connotativo de los numerales (v. 2418) (Las grandezas de Alejandro): inmortal (v. 225) prodigio (v. 536) maestro, -a (v. 997) ciego de... (v. 1427) exorbitancia (v. 1766) en tropa, tropel (v. 2560)

El Magno (v. 266) rey de los pintores (v. 695) campo de mujeres (v. 1405) insigne (v. 1433) de polo a polo (v. 2324) sin fin (v, 3102)

(Contra valor no hay desdicha): perfección (v. 35) horror (v. 183 soberano, -a (v. 656) sobrar (v. 1311) terrible (v. 1414) unánime (v. 1571) copia (v. 1786) autoridad (v. 2040) inexorable (v. 2272)

igual (v. 72) semejante (v. 582) caudaloso, -a (v. 1159) voraz (v. 1350) atroz (v. 1470) devorar (v. 1593) monstruo (v. 1921) numeroso, -a (v. 2208)

h. Comedias mitológicas: con un caso: (Adonis y Venus): perseverar (v. 248)

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harto (v. 537) de polo a polo (v. 461) infinito -a (v. 1337) solemnizar (v. 836) valor connotativo de los numerales (v. 2239) (La fábula de Perseo): terrible (v. 204) estrépito (v. 484) refulgente (v. 1059) príncipe de los latinos (v. 1772) éxtasis (v. 2201) (El amor enamorado): reverendo, -a (v. 149) igual (v. 606) sí, resí, tatarasí (v. 1610) intrépido -a (v. 1763) frígido, -a (v. 1882) consumir (v. 1961) vigor (v. 2146) recio, -a (v. 2751)

lo sumo (v. 221) enorme (v. 787) redundar (v. 1151) la cosa más querida del alma (vv. 2344-5)

copia (v. 456) excelso (v. 1350) susts. en –ón (v. 1658) insigne (v. 1791) celo (v. 1933) atroz (v. 2063) perjuro, -a (v. 2475)

i. Comedias extraídas de novelas: con 1 caso: (El halcón de Federico): nada (v. 59) semejante (v. 1191) sobredorar (v. 1590) pertinaz (v. 1877) (Servir a señor discreto): insigne (v. 25) exagerar (v. 1029) peregrino, -a (v. 2197) valor connotativo de los numerales (v. 2362) superlativo morfológico sintético en –ísimo (v. 2692) (El castigo sin venganza): inexorable (v. 705)

caudal (v. 785) recio, -a (v. 1519) multiplicar (v. 1714) firme (v. 2343)

rematar (v. 531) consumir (se) (v. 1147) raro, -a (v. 2218) bastantemente (v. 2510) solemnizar (v. 2713)

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resonante (v. 1182) estruendo (v. 1356) numeroso, -a (v. 1691) gigante (v. 2133) superior (v. 2654) dilatar (v. 2857)

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exhortar (v. 1179) vivo, -a (v. 1188) poderoso, -a (v. 1605) alabar (v. 1905) perfecto, -a (v. 2315) infalible (v. 2765)

Por lo tanto, frente a dos ejemplos léxicos de los intensivos más usados: tan, tanto -a; y más, tenemos un buen número de los intensivos menos usados, que, cuantificados, quedan así: a. b. c. d. e. f. g. h. i.

Comedias historia nacional: Comedias pastoriles: Comedias de Santos: Comedias caballerescas: Comedias de historia extranjera: Comedias de enredo y costumbres: Comedias sobre historia clásica: Comedias mitológicas: Comedias extraídas de novelas:

27 ejemplos léxicos y morfológicos 17 ejemplos léxicos y morfológicos 35 ejemplos léxicos y morfológicos 30 ejemplos léxicos y morfológicos 25 ejemplos léxicos y morfológicos 30 ejemplos léxicos y morfológicos 39 ejemplos léxicos y morfológicos 30 ejemplos léxicos y morfológicos 31 ejemplos léxicos y morfológicos

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CAPÍTULO 11

METATAXIS: RELACIONES ENTRE SEMÁNTICA Y SINTAXIS.

ISOTOPÍAS Y CORRELACIONES

Hemos seleccionado dos elementos retóricos que están muy próximos y, por lo tanto, permiten ver desde perspectivas ligeramente diferentes, un mismo planteamiento en las relaciones entre Semántica y Sintaxis en un lenguaje específico como es el literario. Ello nos posibilita mostrar la riqueza de matices estilísticos y variantes lingüísticas de cada uno. Estos elementos retóricos son Correlación y Diseminación → Recolección. Empezando por el primero de ellos, podemos entender por Correlación la ordenación de varios conjuntos semejantes conforme al siguiente esquema general1: A1 A2 A3… … … …An B1 B2 B3… … … …Bn C1 C2 C3… … … …Cn

Cada línea horizontal de dicho esquema recibe el nombre de pluralidad de correlación o simplemente pluralidad2 y, como veremos, los elementos que pertenecen al mismo paradigma están en el eje horizontal. Hay diversos elementos léxicos diferentes para la misma función sintáctica, de modo que la diversidad paradigmática está incluida en el eje sintagmático. Para los ejemplos nos fijaremos en Lope de Vega, ya que los siglos XVI y XVII fueron los más importantes y representativos en cuanto a estos recursos lingüísticos y poéticos. Dichos ejemplos pertenecen a distintos tipos y constituyen formas estilísticas diferentes. Hay variantes semánticas y sintácticas, aunque predominan las semánticas. Empezaremos con las más numerosas:

1 2

Cfr. F. Lázaro (1990). Cfr. D. Alonso y C. Bousoño (1970).

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1. Variantes semánticas a) Por atributos simbólicos3: ‘Júpiter’;

‘Mercurio’;

‘toros’

‘cisnes’

‘Febo’

(v. 2156)

‘ciervos’ (v. 2158)

b) Por referente4: ‘tierra’;

‘mar’ (v. 127)

‘soldados’

‘marineros’ (v. 128)

c) Por metonimia: lugar → producto del lugar5: ‘campo’ ‘caza’

‘fruta’

‘río’ (v. 1869) ‘leche’

‘pesca’ (v. 1870)

Este tercer tipo ofrece una pequeña variante con los dos anteriores: para un término como campo ya no tenemos otro término, sino tres: caza, fruta, leche. Es un caso de variante con amplificatio, lo contrario a lo que vamos a ver en Diseminación → Recolección. d) Por referente y función6:

3 4 5 6

‘caza’ ‘montes’ (v. 828);

‘pesque’ ‘río’ (v. 829)

‘aves’ (v. 830)

‘peces’ (v. 830)

‘tierra’ (v. 831)

‘mar’ (v. 831)

La Arcadia, vv: 2156 y 2158 Barlaán y Josafat, vv. 127-128. La mocedad de Roldán, vv. 1869-1870. El premio de la hermosura, vv. 828-831.

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Metataxis... Isotopías y correlaciones

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Este cuarto tipo ofrece una variante morfológica con respecto a las otras tres: si hasta ahora todos los elementos aparecidos son nombres, aquí tenemos un verbo pesque, todos los demás serán igualmente nombres. e) Por relación de cualidad esencial: e1) A través de epítetos constantes7: ‘angélico’ (v. 536);

‘mortal’ (v. 537)

‘eterno’ (v. 538)

‘fin’ (v. 538)

Gramaticalmente tenemos tres adjetivos con un sustantivo, cuando lo esperable hubiera sido otro adjetivo para no importunar la correlación, no sólo en el nivel léxico-semántico, sino también en el morfosintáctico; esto es, en lugar de ‘fin’ se podría esperar *finito. Morfosintácticamente hay una asimetría, que podría ser justificada o salvada en el texto por metábasis: ‘fin’ con el significado de ‘finito’, un nombre usado como adjetivo, no en la forma, sino en la función y en el significado, en el nivel sintáctico y semántico, aparentemente con exclusión del morfológico. e2) A través de epítetos ornans que, por tópico literario, se convierten en epítetos constans8: ‘azul’

‘amarillo’ (v. 2208)

‘cielo’

‘sol’ (v.2209)

Aunque aquí tenemos dos categorías gramaticales: adjetivos y sustantivos, la correlación está tenida en cuenta puesto que un adjetivo se corresponde con un sustantivo en ambos casos. f) Por sinestesia9:

7 8 9

‘azúcar’

‘retama’ (v. 67)

‘dulce’

‘morena’ (v. 68)

La dama boba, vv. 536-538. Adonis y Venus, vv. 2208-2209. El castigo sin venganza, vv. 67-68.

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En este ejemplo lo esperable hubiera sido ‘retama’ *amarga –gusto–, más que ‘morena’, con efecto sinestésico. Sin embargo, de este modo el campo semántico es ampliado con la ayuda del campo asociativo, dado que gusto y vista están ambos basados en asociaciones sensoriales. Estos dos adjetivos son epítetos constantes de los sustantivos con los que se corresponden semántica y sintácticamente. g) Por sinécdoque; en el ejemplo el subtipo de pars pro toto está enfatizado10: ‘flores’ (v. 1925)

‘aves’ (v. 1926)

‘hojas’ (v. 1928)

‘picos’ (v. 1928)

2. Variantes sintácticas: a) Por correlación11: ‘vino’

‘amor’ (v. 582)

‘licor, uno’

‘otro, veneno’ (v. 583)

Como puede observarse aquí, los elementos pronominales sintácticos distributivos están expresos: ‘uno, otro’, que constituyen marcas sintácticas de correlación en el nivel semántico; es decir, marcas de la simetría de la atribución de cualidad, gracias a un quasisinónimo objetivo en ‘vino’ = ‘licor’, o gracias a un quasisinónimo subjetivo en ‘amor’ = ‘veneno’, a través de la relación establecida entre el sujeto y su atributo nominal, en ambos casos. Si ahora nos fijamos en el segundo elemento retórico seleccionado: Diseminación → Recolección, podríamos decir que consiste en disponer en un texto literario –poético o prosístico–, los elementos de forma que al principio se citen disgregados, para luego retomarlos al final agrupados12. Aunque ésta es la modalidad más ortodoxa y típica, hay variaciones dentro de ella, como podemos ver en los siguientes ejemplos:

10 11 12

El amor enamorado, vv. 1925, 1926 y 1928. Roma abrasada, vv. 582-583. Cita supra en la nota (1)

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a) 1º Diseminación → 2º Recolección léxica total13: «Dime, blanca, Hermosa mano: (v. 181) ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... Esos ojos, (v. 185) ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... Pues ¿preguntaré a la boca? (v. 192) ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... Pues ¿a los tiernos oídos? (v. 196) ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... El gusto, si está olvidado, (v. 200) ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... Mas ¿qué importa, ojos, oídos, (v. 204) Boca, manos, gusto, haceros (v. 205) Testigos, si he de perderos» (v. 206)

Debemos observar cómo la diseminación selecciona el principio y el final de cada verso para realzar las palabras colocadas en esas posiciones, así como minimiza el período sintáctico nuclearizándolo en torno al sustantivo o al verbo fundamentalmente. También debemos señalar que en este ejemplo la recolección presenta morfológicamente una variante alomórfica del plural en la palabra ‘mano’ > ‘manos’. El resto de las palabras coinciden en su morfología y forma léxica. Por otra parte, la recolección puede ser total o parcial. En el ejemplo expuesto la recolección es total, porque todas las palabras diseminadas han aparecido al final; en caso contrario, si sólo aparecen unas pocas, sería parcial. b) 1º Diseminación → 2º Recolección léxico-conceptual14: … … … … ‘cazadores’

y

‘monteros’ (v. 1288)

… … … … ‘vuelo, caza , guerra y montería’ (v. 1294)

En este ejemplo, primero hay una recolección léxica con un quiasmo derivativo, a través de la familia léxica: ‘cazadores’ < ‘caza’ ‘monteros’ > ‘montería’,

13 14

El remedio en la desdicha, vv. 181, 185, 192, 196, 200, 204 y 205. El marqués de Mantua, vv. 1288 y 1294.

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seguido de una recolección conceptual: ‘caza’ → ‘vuelo’, a través de *aves ‘montería’ → ‘guerra’, a través de ‘perros’ y *escopetas.

c) 1º Diseminación → 2º Recolección conceptual15: «Marte fiero… … … … ardientes llamas (v. 241) Malicia… … … … … … … … … (v. 245) Maldad… ... ... ... … … … codicia (v. 249) Hurto, traición, mentira, incendio y guerra» (v. 254),

donde encontramos las siguientes correspondencias: → → → → →

‘codicia’ ‘maldad’ ‘malicia’ ‘ardientes llamas’ ‘Marte fiero’

‘hurto’ ‘traición’ ‘mentira’ ‘incendio’ ‘guerra’

Las cuatro correspondencias primeras se basan en una relación metonímica de causa-efecto; la última correspondencia, en cambio, se basa en una relación metonímica de símbolo-simbolizado. Este ejemplo establece, elemento a elemento, la relación conceptual, semántica; pero hay también ejemplos en donde varios elementos diseminados se recolectan en uno solo. Hasta aquí, estos son los tres tipos básicos de esta figura de discurso. Sin embargo, el tipo a) y el tipo b) van a tener a su vez subvariantes. Así: a1) 1º Diseminación → 2º Recolección léxica en acróstico16: ‘amor’ (v. 255) ‘noche’ (v. 257) ‘fortuna’ (v. 259) ‘razón’ (v. 260) ‘injuria’ (v. 261) ‘sabiduría’ (v. 262) ‘oro’ (v. 263)

15 16

}

‘A N F R I S O’ (v. 316) (antropónimo)

Cfr. quot. nota (10), vv. 241, 245, 249 Y 254. Cfr. quot. nota (3), vv. 255-263; y 316.

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a2) 1º Diseminación → 2º Recolección léxica con quiasmo17: «Canta ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... (v. 1616) Habla ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... (v. 1617) Habla ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... canta» (v. 1623)

a3) 1º Diseminación → 2º Recolección léxica con variatio sinonímica18: «... ... ... don Juan de Cardona (v. 221) de Cardona, aragonés (v. 223) ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... Don Juan... ... ... ... ... ... ... ... (v. 801) … … … … Cardona … … … … (v. 802) Caballero de Aragón ... ... ... ...» (v. 803),

donde hallamos la variatio sinonímica formulada con doble procedimiento: ‘aragonés’ (procedimiento morfológico-sintético)

>

‘de Aragón’ (procedimiento sintáctico-analítico)

En este ejemplo nos puede sorprender pasar de los vv. 221-223 a los vv. 801803. No obstante, debemos entenderlo como un caso en que el autor retoma versos anteriores para lograr unidad coherente en la trama de la obra, por enlazar con información que previamente ha presentado, y que, por lo tanto, ha propiciado una función proléptica; a4) 1º Diseminación amplia/restringida → 2º Recolección léxica19: «Sale vestida la nave (v. 983) ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... Florece un árbol temprano (v. 993) ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... Por más que el nido esconda (v. 1003) ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... Nave en el mar parecía (v. 1013) ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... Árbol vestido de flor (v. 1015)

17 18 19

El galán Castrucho, vv. 1616, 1617 y.1623. Las bizarrías de Belisa, vv. 221, 223 y 801-803. Cfr. quot. nota (18), vv. 983,993, 1003; 1013; 1015; 1017; y 1022.

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... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... Nido que el ave tejía (v. 1017) ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... Puso al pie de su corona (v. 1021) La nave, el árbol y el nido» (v. 1022)

Aquí hay una diseminación amplia en los vv. 983 a 1012, con tres divisiones: 983 → 992; 993 → 1002; y 1003 → 1012. También hay una diseminación restringida en los vv. 1013; 1015; y 1017. El último verso, 1022, sería la recolección léxica total; b1) 1º Recolección (o conjunto inicial) → 2º Diseminación léxico-conceptual, con reduplicación20: «Que cabras, sarna y mujeres (v. 1513) son golosas y andariegas. (v. 1514) Todo el monte anda la cabra, (v. 1515) Y la sarna un cuerpo todo; (v. 1516) La mujer, del propio modo, (v. 1517) Come y anda, cunde y labra» (v. 1518)

Ahora, hay un primer conjunto inicial o recolección en el v. 1513, y una primera diseminación en los vv. 1515-1516 y 1517. Esta diseminación es perfecta léxicamente en el caso de ‘sarna’, pero imperfecta morfológicamente, por la actualización del alomorfo de plural, en el caso de ‘cabras’ > ‘cabra’, y ‘mujeres’ > ‘mujer’. Igualmente hay un segundo conjunto inicial o recolección en el v. 1514, y una segunda diseminación en los vv. 1515 y 1518. Esta segunda diseminación será imperfecta léxicamente en el caso de ‘andariegas’ < ‘anda’, aunque sobre la misma familia léxica (palabra derivada-palabra primitiva); y conceptualmente o semánticamente imperfecta, pero no léxicamente, en el caso de ‘golosas’ → ‘come’. Llegados a este punto, es posible profundizar en el análisis: ‘golosas’ establece relaciones semánticas con ‘come’ una vez en el v. 1518, sin la intervención de ningún otro elemento; sin embargo, ‘andariegas’ establece relaciones semánticas y léxicas con ‘anda’ dos veces, en los vv. 1515 y 1518. Es digno de atención el hecho de que los verbos ‘cundir’ y ‘labrar’: ‘cunde’ y ‘labra’, que aparecen en el último verso, pierdan su propio significado denotati-

20

El gran duque de Moscovia, vv. 1513-1518.

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vo21 para asimilarse a los verbos ‘comer’ y ‘andar’, como términos connotativos intensivos: ‘come y anda mucho’22, entendiendo ‘gran trabajo23 en ello’. Por último, vamos a considerar una variante más compleja: b2) 1º Diseminación → 2º Recolección léxica → 3º Conjunto inicial → 4º Diseminación léxica, con reduplicación implícita y quiasmo24: «¿Dónde está verdes riberas, (v. 1060) ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... Si os pisa, dichosas flores, (v. 1062) ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... Mostrádmela, claras fuentes; (v. 1066) ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... Aves sonoras que hacéis (v. 1070) ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... Riberas, flores y fuentes, (v. 1078) Aves, ¿dónde está? ¡Ay de mí! (v. 1079) ¿No es aquella fuente? Sí, (v. 1080) ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... Flores, pues de vuestras hojas (v. 1082) ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... Riberas, pues os bordáis (v. 1084) ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... Aves, pues cantáis al son». (v. 1086)

La primera diseminación está localizada en los vv. 1060-1070, con su recolección léxica, en los vv. 1078-1079, que, además, forman el conjunto inicial de la segunda diseminación, situada en los vv. 1080-1086. Por lo tanto, es necesario entender una reduplicación implícita en los vv. 1078-1079, ya que, como se ha mencionado, estos dos versos son al mismo tiempo la recolección de una diseminación previa y el conjunto inicial de una diseminación ulterior. Habría en ellos un contraste del tipo de los antónimos absolutos. También hay que entender un quiasmo, en dos sentidos:

21 22 23 24

En el caso de labrar no parece ser en el texto una acepción relevante la de ‘bordar’. En relación semántica con cunde. En relación semántica a su vez con labra < labora. Cfr. quot. nota (6), vv. 1060; 1062; 1066; 1070; 1078; 1079; 1080; 1082; 1084 y 1086.

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– De fondo: 1.° Diseminación

Recolección

2.º Conjunto inicial (Recolección previa),

Diseminación

– De forma:

sin variatio

riberas, flores, fuentes, aves 1º 2º 3º 4º 1º 2º 3º 4º riberas, flores, fuentes, aves 1º 2º 3º 4º

con quiasmo fuente, flores, riberas, aves 1º 2º 3º 4º

Si en ‘riberas’, el primer elemento > al tercer elemento; y en ‘fuentes/fuente’, el tercer término > primer término, estamos ante la presencia de un quiasmo parcial orientado desde el 1º término al 3º término, primándose la posición inicial sobre la final de verso. Este quiasmo parcial se debe poner en relación con la segunda Diseminación final, que presenta, por un lado, tres palabras sin variación morfológica: ‘flores’, ‘riberas’ y ‘aves’, todas en plural; y, por otro lado, una palabra con variación morfológica a través del alomorfo de plural: ‘fuentes’ > ‘fuente’. Por lo tanto, de todo lo expuesto en este capítulo podríamos extraer las siguientes conclusiones: 1) Estos dos procedimientos retóricos trabajan con campos semánticos y con campos asociativos: • Campos semánticos, donde se comparten semas, como: ‘codicia’ → ‘hurto’ ‘maldad’ → ‘traición’ ‘malicia’ → ‘mentira’ ‘ardientes llamas’ → ‘incendio’ ‘Marte fiero’ → ‘guerra’

o

‘angélico’

‘mortal’

‘eterno’

‘fin’

• Campos asociativos, donde se comparten referentes, como:

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‘Júpiter’,

‘Mercurio’,

‘Febo’;

‘toros’

‘cisnes’

‘ciervos’

‘campo’, ‘caza’

‘fruta’

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‘río’ ‘leche’

‘pesca’

La correlación los presenta de forma simétrica. Se avanza verticalmente con un desarrollo o despliegue horizontal simultáneo. Los elementos de un mismo paradigma están en el eje horizontal. Tenemos varios elementos léxicos distintos para una misma función sintáctica. Estos elementos léxicos distintos deben ser ordenados semántica o asociativamente por el receptor –oyente o lector–, quien tiene un papel activo en la interpretación. En cambio, la diseminación → recolección los presenta de forma asimétrica, diseminándolos primeramente y luego recolectándolos. Pero esto es mera cuestión de forma, de presentación, ya que el método procedimental es común, pues tanto en la correlación como en la diseminación → recolección, se incluye la diversidad paradigmática dentro del eje sintagmático. 2) La Correlación parece que es el procedimiento más antiguo puesto que: 2a) La diseminación → recolección resulta ser una derivación del primero, con variantes más complejas, dado que en oposición a a1, a2, a3, a4, an , sólo hay b1 y b2. Además la correlación presenta a veces casos de diseminación; por ejemplo, cuando pone en relación tres elementos, no con otros tres, sino con uno sólo, como ocurre en el ejemplo c) de la correlación. 2b) En la correlación se observan variantes semánticas y sintácticas. En cambio, en la diseminación → recolección sólo observamos variantes semánticas, ya que los procedimientos sintácticos del tipo el uno ... el otro, dejarían demasiado clara la distribución de cada uno de los elementos de los distintos paradigmas; Esto no sería bueno por dos razones: primero, el receptor –lector u oyente–, tendría que esforzarse menos en la interpretación y comprensión del texto, limitando su parte de implicación o involucración; y segundo, sería aburrido leer una diseminación incrementada sintácticamente, ya que siempre es significativamente más larga que una correlación.

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3) También se observa cómo las palabras pierden en la pluralidad del paradigma su significado denotativo para convertirse, con el apoyo de la connotación, en sinónimos funcionales de palabras no esperadas. Este es el caso del ejemplo b1 de diseminación → recolección: «Come y anda, cunde y labra». En él, los verbos subrayados pierden su significado y se asimilan a ‘come’ y ‘anda’, como quasi-sinónimos intensivos de la acción de ‘comer’ y ‘andar’. Habría una superlativización semántico-connotativa, por procedimiento léxico. En ‘labra’, es posible hacer una recreación semántico-etimológica de su origen latino laborare: ‘trabajar’, puesto que ‘comer’ y ‘andar’ serían las dos funciones femeninas, con cierta crítica misógina: «trabaja sólo para comer dulces (‘golosa’) y sólo para andar con chismes (‘andariega’)». Se puede observar la sutil crítica a las mujeres, tan presente en la literatura de la época. La actitud crítica, típica del siglo XVII, incluso lleva a dar un valor relativo al otro significado25 polisémico de ‘labra’: ‘borda’, como una labor femenina sin importancia, para el texto. 4) Igualmente, debemos señalar que en ambos elementos retóricos se restringe el período sintáctico nuclearizándolo en torno al sustantivo y el verbo fundamentalmente –elementos morfológicos fundamentales en cualquier oración–, donde quedan plasmadas las funciones de sujeto y predicado, respectivamente. A veces aparecen sustantivo-adjetivo; e, incluso, sustantivo-adjetivo-verbo, que son básicamente variantes del modelo típico de sintagma nominal y sintagma verbal. De todos ellos predomina el modelo nominal sobre el verbal, pero a través de sustantivos, no de adjetivos. Respecto de estos elementos morfológicos –nominales o verbales–, la correlación parece que no tiene en cuenta el principio y final de los versos; en cambio, en la diseminación → recolección, sí hay una tendencia marcada a colocarlos en lugares estratégicos del verso. 5) Finalmente, y como resultado de todo lo anterior, tanto correlación como diseminación → recolección, presentan los contenidos semánticos apoyados también en el plano rítmico del lenguaje; es decir, el nivel fonético y el semántico se hacen nuevamente solidarios, de acuerdo con las tesis defendidas por Ch. Bally (1977) en El lenguaje y la vida, o R. Jakobson (1981) en Lingüística y Poética, respectivamente.

25

Cfr.: Real Academia Española (1990).

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CAPÍTULO 12

METATAXIS: RELACIONES ENTRE SEMÁNTICA Y SINTAXIS.

ANOMALÍAS SINTÁCTICAS Y DISCORDANCIAS

Un tipo de discordancias sintácticas que caracteriza nuestro teatro barroco lo presenta el habla vizcaína. Bajo el nombre genérico de vizcaíno se designaba en Castilla y en otras regiones a toda persona oriunda del País Vasco. Así lo certifica el Padre Mariana: “Verdad es que en Castilla todos los de aquel señorío y lengua los llamamos vizcaínos”1. Por lo tanto estamos ante un término antonomásico y por ello englobador o hiperonímico, puesto que acoge no sólo la variante vizcaína, sino también la guipuzcoana y la alavesa. La primera aparición del vizcaíno en el teatro se debe a B. de Torres Naharro. En su Propalladia (1517) se incluye la comedia Tinelaria2, en la que aparecen varios personajes hablando las más diversas lenguas. Uno de ellos es el vizcaíno. Aquí todavía el vizcaíno es un tipo genérico, no un personaje individualizado. La ascensión del vizcaíno como tipo cómico parece haber sido fulgurante en años posteriores por el número de autores y obras teatrales que lo recogen. En el Diálogo de la lengua, de J. de Valdés, encontramos ya indicios de una cierta familiaridad con las características e idiosincrasia de este personaje3. Al llegar a mediados del s. XVI, el personaje del vizcaíno está finalmente consolidado en la escena española. Recordemos las conocidas palabras de Cervantes sobre el teatro de Lope de Rueda: [...] Las comedias eran unos coloquios como églogas entre dos o tres pastores y alguna pastora: adereçávanlas y dilatávanlas con dos o tres entremeses, ya de negra, ya de rufián y ya de bobo y ya de vizcaíno: que todas estas quatro figuras y otras muchas hazía el tal Lope con la mayor excelencia y propiedad que pudiera imaginarse4.

El habla del vizcaíno está presente en autores tan importantes de nuestro Siglo de Oro como M. de Cervantes, F. Lope de Vega, L. Vélez de Guevara, Tirso de Molina –en España–, o Sor Juana Inés de la Cruz –en América–, entre otros. 1 2 3 4

Citado por A. de Legarda (1953: 10). B. de Torres Naharro [1973]. J. de Valdés [1969]. Cita apud R. Schevill, y A. Bonilla (1916: 6).

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Con respecto a Lope de Vega el Doctor L. A. Santos en su espléndida tesis doctoral titulada Las hablas marginales en la literatura española: morisco, guineo y vizcaino, leída en 1983 en la Universidad Autónoma de Madrid, y dirigida por el Prof. Dr. D. F. Marcos Marín, afirma que: “Lope tampoco olvidó al vizcaíno; aunque no lo recoge en sus comedias, lo hace aparecer en un Romance vizcaíno de 1615 y en un Segundo coloquio entre un portugués y un castellano y un vizcaíno ... , de 1615”5. El presente capítulo desea rectificar tal afirmación, completándola con un ejemplo del habla del vizcaíno que hemos hallado en una comedia de Lope de Vega titulada: El castigo sin venganza, fechada en 1631. Pero antes de presentarlo, consideramos necesario para su estudio y análisis, caracterizar lingüísticamente las deformaciones en las que incurre esta habla. Desde el punto de vista fonético–fonológico, la jerga teatral del vizcaíno –que ya está consolidada a mediados del s. XVI– presenta los siguientes rasgos lingüísticos: – Adición de una vocal anaptítica ante palabras que comienzan por el fonema alveolar vibrante múltiple /rr/, rasgo éste típico del vascuence, p. ej: arromance; arrascar. – Vacilación de timbre en las vocales velares /o/ y /u/6; p. ej: hau; Bilbau. – Convergencia en un solo fonema bilabial de la /b/ y /v/7; p. ej: Vilbao; bos.

5

L. A. Santos (1983: 209). En las pp. 87 y 88 de El Diálogo de la lengua –cita supra en la nota (3)– se nos advierte de esta peculiaridad de los vascos. Dice el texto: 6

MARCIO. A la u y a la o nunca acabo de tomarles tino, porque unos mesmos vocablos veo escritos unas vezes con la una letra, y otras con la otra. Acerca desto desseo me digáis vuestro parecer. VALDÉS. Tenéis muy gran razón en lo que dezís, pero avéis de notar que la mayor parte deste error nace de los vizcaínos, porque jamás aciertan quándo an de poner la una letra o quándo la otra. Pecan también algunas vezes los castellanos en el mesmo pecado, pero pocas, y una de ellas es quando la o es conjunción disyuntiva, poniendo u en lugar de o, lo qual de ninguna manera me contenta [...]. 7

Cfr. A. Alonso, (1967: 24-5). En estas páginas se nos menciona la conocida confusión de los hablantes vascos entre b y v, como afirmaba Ch. de Bovelles en 1533: «[...] A la parte de este pueblo asentada en el Pirineo y sometida al reino de los españoles, éstos los llaman biscaínos o viscaínos. A la otra porción, establecida al lado de acá del Pirineo, dentro del reino de Francia, los franceses los llaman ora vascones, ora baschas, el vulgo gascons o basques. Pues por defecto de los labios estas tres letras b, g y v simple e incluso vv doble alternan entre sí fre-

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Pero los rasgos lingüísticos más sobresalientes del vizcaíno se hallan en el nivel morfosintáctico: – Mal uso de los artículos, con supresión a veces de éstos cuando no corresponde8; p. ej: el huerta, asida le tengo mula. La razón de estos trueques estaría, según J. de Urquijo9, en la carencia de géneros gramaticales en vascuence. – Solecismos. Sin duda lo más tópico del vizcaíno es lo que J. de Urquijo denominó «concordancias vizcaínas», expresión aplicada a frases «que pecan contra las reglas de concordancia gramatical» 10. S. de Covarrubias, en su Tesoro de la lengua castellana o española (1611), entiende por solecismo «una composición de oración desbaratada, cuyas partes no convienen entre sí y el ejemplo es muy propio en los vizcaínos que empiezan a hablar nuestra lengua, por conjugar y adjetivar mal»11. En el verbo son muy abundantes las faltas de concordancia, sobre todo en la desinencia o morfema gramatical de número y persona, con especial relevancia en la confusión de primeras y segundas personas. La segunda persona será la forma no marcada puesto que puede suplir a la primera persona, y no sólo a la primera sino a todas las demás12, p. ej: gente toda estar honrado, yo no quieres porfiar.

cuentemente. Por lo cual los vizcaínos, vascones, gascones y baschas son un mismo pueblo y tienen una sola lengua». 8 Cita supra en la nota (3), pp. 70-71: CORIOLANO: [...] y decidme si tenéis por cosa de mucha importancia la observación de estos artículos. VALDÉS: Yo os diré de qué tanta, que en Castilla tenemos por averiguado que un extranjero, especialmente si no sabe latín, por maravilla sabe usar propiamente de ellos, tanto que hay muchos vizcaínos en Castilla que, después de haber estado en ella cuarenta o cincuenta años y sabiendo del resto muy bien la lengua, muchas veces pecan en el uso de los artículos. 9

J. de Urquijo (1926: 95). Cita supra en la nota (9), pp. 93-98. 11 S. Covarrubias [1993: 943]. 12 Cita supra en la nota (9), pp. 96-97: la explicación de estos cambios en la flexión verbal está relacionada con las formas de relación del euskera. Para demostrarlo cita una frase de un vasco auténtico: «Que porque te llueves se suspende el partido»; y la explica así: «En vascuence ‘llueve’ se dice euria da, literalmente ‘lluvia es’; pero en la conjugación familiar, asociando a la persona con quien se habla, euria dek, es decir, ‘lluvia tienes’ [...]». Esta forma con duk, dok, dek, según los dialectos, es la que –según J. de Urquijo– da origen a frases como la citada. 10

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– Empleo de un pronombre redundante que, en muchas ocasiones, no concierta con la persona de la que se habla13, p. ej: ¿que le so Perucho? (¿que soy Perucho?); si le vives (si vives)14. – Confusión en la utilización de los pronombres; p. ej: con mí, vos por tú (vos no tienes). – Empleo del infinitivo por formas flexivas; p. ej: pensayste que ser ladrón (pensaste que era ladrón); ¿qué hablar? (¿qué habláis?). – Elipsis de elementos sintácticos –además del artículo, según vimos antes–; p. ej: corto palabras (corto de palabras); Juras Sant Pedro Juras a San Pedro). – Orden de palabras: estructura hiperbática. Se pretende caracterizar al vasco por una sintaxis en la que el orden de elementos no sigue la estructura del castellano; p. ej: ¡el agua cuán presto verás que al gato llevas!; y también: Aguas, no sabes cocinas, tinajas dónde están puestas. A menudo aparece el verbo al final. Este fenómeno puede estar relacionado con el hecho de que el vasco es esencialmente una lengua con la estructura Sujeto-Objeto-Verbo, en contraste con las lenguas europeas modernas15. En cuanto al plano léxico–semántico, podríamos decir que este se caracteriza por la – introducción de vasquismos, p. ej: en la obra de L. Vélez de Guevara El amor en vizcaíno, tenemos la típica expresión vasca Juan Gaycua (201) y Juan Gaycoa (313), al lado de Andrea María (202), del vasco andere ‘señora, señorita’, aunque la forma andrea es la usual desde el siglo XII16; – la deformación de refranes y frases hechas es un procedimiento cómico muy usado en este tipo de hablas17, p. ej: buey cuerno, hombre palabra

13

Cfr. F. Marcos Marín (1980b: 91 y 94). Cfr. A. Llorente, y J. Mondéjar (1974: 10 y 14). En un ejemplo como el aducido por A. Llorente y J. Mondéjar, eperra dut (‘yo la tengo la perdiz’), la forma verbal dut (‘tengo’) se analizaría así: d- es el morfema objetivo, anafórico de un objeto, en este caso eperra ‘la perdiz’; -u- es la raíz verbal ‘tengo’ y -t es un morfema subjetivo anafórico del pronombre personal nik ‘yo’. Una forma verbal vasca ofrece así dos posibilidades: a) Morfema objetivo (2°) + raíz verbal + morfema subjetivo. b) Morfema objetivo (2°) + raíz verbal + morfema objetivo (3°) + morfema subjetivo. La presencia de un morfema o índice de referencia objetiva es obligatorio, aunque no aparezca el objeto. 15 Cfr. T. Montgomery (1977: 96-97). 16 R. Lafon (1960:73). 17 El habla morisca, guinea y vizcaína. 14

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(deformación de “el buey por el cuerno y el hombre por la palabra”); así como que bien lame su cuerpo buey que no prenden (por “buey suelto, bien se lame”). Una vez caracterizada el habla del vizcaíno, pasemos al ejemplo que hemos encontrado en El castigo sin venganza, para ver en él qué rasgos lingüísticos de todos los expuestos presenta: BATÍN: Albéitar, juras a Dios18 Dijo, es mejor que doctora Y yo y macho desde agora Queremos curar con vos.

(v. 2237) (v. 2238) (v. 2239) (v. 2240)

Estos versos no ofrecen ningún rasgo importante a nivel fonético-fonológico. En cambio en el plano morfosintáctico sí los presenta (también en el léxicosemántico, como más adelante veremos): 1) Solecismos: – Doctora por ‘doctor’; véase en el verso anterior que el personaje Batín ha dicho “albéitar”, sustantivo masculino. – Es por ‘eres’ (3.ª persona por 2.ª). – Juras por ‘juro’ (2.ª persona por l.ª). – Juras a por ‘juras por’ (posible cruce entre jurar por y votar a); 2) Empleo del infinitivo por formas flexivas: – Curar por ‘que nos cures’; 3) Confusión en la utilización de los pronombres: – Vos por ‘tú’ (forma exigida por el contexto: ‘contigo’). En el nivel léxico-semántico aparece: 1) Desproporción → comicidad:

18

Proverbial fue el típico juramento vizcaíno de ‘juras Dios’ –por elipsis de elemento sintáctico preposicional–, o ‘juras a Dios’; con variante eufemística ‘juras diez’ o ‘juras a diez’, tan común en todos los personajes de este tipo.

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a) Basada en una hipérbole del tipo inversión ontológica: – Albéitar (clasema animal)... mejor que doctora (clasema persona). Desproporción entre clasemas que está reforzada por el zeugma: yo (elemento que no conviene; aunque sí a doctora) albéitar macho (elemento que sí conviene a albéitar) b) Basada en una animalización, puesto que la persona se transfiere al mundo animal. Con ello se refuerza igualmente la desproporción del tratamiento vos en boca de sujeto tan poco sutil. – Yo (clasema persona) y macho (clasema animal). Desproporción entre clasemas que también está reforzada por otro zeugma: yo ( elemento que conviene a verbos de voluntad) queremos macho (elemento que no conviene a verbos de voluntad); 2) Impropiedad semántica: – Curar por ‘sanar’19. La posibilidad de entender una impropiedad semántica está en relación directa con el hecho de que en curar veamos un empleo del infinitivo por forma flexiva, ya que * nos cures, actualizaría la primera acepción del verbo sanar: ‘restituir a uno la salud que había perdido’ → perspectiva activa desde el que cura. Esta posibilidad parece estar apoyada por el texto mismo en las palabras: ‘albéitar’ o ‘doctora’

nivel léxico

‘con’

nivel sintáctico

19 Aunque la tercera acepción de curar, ‘sanar las dolencias o pasiones del alma’, permite una sinonimia en el campo síquico.

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No obstante, cabría otra posibilidad; es decir, la de no entender en curar una impropiedad semántica. Esta segunda posibilidad estaría en relación directa con el hecho de que en curar veamos un infinitivo sin más, con su significado, que resulta ser sinónimo de sanar en su 2ª acepción: ‘recobrar el enfermo la salud’ → perspectiva pasiva desde el que ‘tiene que ser curado’; 3) Quiasmo: – Entre zeugmas: (–) yo → (+) albéitar

queremos (+) → macho (–)

– Entre elementos léxicos: albéitar

doctora

yo

macho

4) Macho: especialización semántica por un proceso antonomásico: ‘mulo’, ya no cualquier animal del sexo masculino. 5) No hay casos de vasquismos ni tampoco hay deformaciones de refranes. Aunque sí aparece en el léxico la frase proverbial del tópico juramento del personaje del vizcaíno: «juras a Dios», en el v. 2237.

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CAPÍTULO 13

METATAXIS: RELACIONES ENTRE SEMÁNTICA Y SINTAXIS.

PROCEDIMIENTOS DE NEGACIÓN

En el presente capítulo se hará una aproximación a los distintos procedimientos de los que se vale Lope de Vega para marcar la negación. Se tendrán en cuenta recursos1 lingüísticos como la antonimia y retóricos como la antítesis, la ironía, la corrección, la negación expresiva, la pregunta retórica, la preterición, la paradoja y la lítotes, fundamentalmente. O. Ducrot (1986) afirma que las expresiones negativas, en francés, en alemán –y quizá en todas las lenguas naturales– descartan solamente lo que está expuesto y conservan lo presupuesto, de ahí su gran rendimiento en el plano retórico. Razón por la que E. Coseriu (1992) considera la negación como un factor superador del pleonasmo2. Así, ¿por qué se tiene la impresión de que expresiones como ‘ese niño tiene piernas; un río con agua, etc.’, están excluidas? Se debe a que no son en modo alguno informativas, no dicen nada nuevo, sino sólo lo que de antemano se supone de las cosas. Es normal que un niño tenga piernas o que un río lleve agua; responde a nuestra experiencia normal en nuestro mundo. Basta, sin embargo, con que neguemos o cuestionemos la realidad normal para que las expresiones que parece que hay que excluir se conviertan sin más en expresiones absolutamente normales y aceptables. Con respecto a la antonimia mencionaré tres ejemplos3 que nos permitirán aproximarnos a los procedimientos de negación empleados por Lope de Vega: 1) «Y que Fabia fuese el ángel, / Que al infierno de los palos / Cayese por levantarte»4. Nos encontramos con un sentido irónico de la conjunción coordi-

1

Para una información exhaustiva de los datos cuantitativos y de las variantes cualitativas que presentan cada uno de ellos en el conjunto de la obra dramática de Lope de Vega puede consultarse M.ª A. Penas (1996a). 2 El pleonasmo es un buen ejemplo de la anulación de la incongruencia con respecto al conocimiento de las cosas, ya que tales expresiones se entienden como negación indirecta, pero enfática, de una información sólo indirecta. 3 Se registran más ejemplos en M.ª A. Penas (1992). 4 El caballero de Olmedo, vv. 538-540).

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nante copulativa: y = ‘ni’. Hallamos una metáfora A = B: ángel = ‘Fabia’, que connota una Fabia vista como Lucifer, el ángel caído a los infiernos. También ángel es una voz polisémica, ya que en el texto conserva las dos acepciones actualizadas: a) ángel = ‘criatura celestial’ (con un sentido irónico, puesto que es desautorizado por el contexto situacional al que se opone); y b) ángel = ‘Lucifer’ (también irónicamente usado; obsérvese que se dice después infierno de los palos). Por otra parte, y a la vez, se establece una antonimia absoluta, dado que estamos ante un mismo término –aunque no repetido, por eso no es una antanaclasis – con sentidos contrarios, como luego paralelísticamente se propaga en la antítesis: caer/levantar, con distribución quiástica: ángel ↑ – infierno ↓ caye–se ↓ – levantar–te ↑

y correlativa: ángel – caer ↓ ↓ infierno – levantar

Y todo ello contribuiría a reforzar la antítesis en un oxímoron o antiepíteto, esto es, una contraposición de dos términos ‘contradictorios’ que no conocen elemento intermedio: *Dios/*Lucifer. También en estos versos se pueden establecer tres parejas de antónimos: – Antonimia general

}

– Antonimia absoluta

}

caer/levantar: antónimos recíprocos (por > pora > para)5 *cielo / infierno: antónimos graduales (términos contrarios propiciadores de la antítesis)6 ángel (‘criatura celestial’)/ángel (‘Lucifer’): antónimos complementarios (términos contradictorios propiciadores del oxímoron).

2) «[...] apenas viva / El alma sensitiva [...]»7. Apenas viva (restrictivo de afirmación) = casi muerta (restrictivo de negación). Mediante estas partículas restrictivas se igualan el vivir y el morir; Desproporción y comicidad en el texto al igualarse realidades tan contrarias. 5 6 7

En función el uno del otro. A través de *tierra, que se da por supuesto en Fabia. El castigo sin venganza (vv. 277-278).

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3) «Dios se lo pague, y le torne / Con bien de cualquier camino, / Que vaya del sur al norte, / Que cierto que mos comía / Ese maldito serpoche / En montañas y en aldeas / Los ganados y los hombres»8. En estos versos se sucede un juego de antónimos complementarios (ser/no ser), estableciéndose tres oposiciones claramente definidas: sur/norte9; montañas/aldeas; ganados/hombres (las dos últimas parejas atendiendo al clasema: humano/no humano). Tras aludir muy brevemente a la complejidad lingüística que entraña el concepto de la negación, vamos a situarnos ahora en el terreno estilístico10 para introducirnos en el campo figurativo, puesto que acabamos de ver que la negación actúa como factor corrector del pleonasmo. Muy especialmente tendremos en cuenta aquellas figuras relacionadas directamente con la negación, desde una perspectiva maximalista, ya que estableceremos vinculaciones no sólo nocionales o intensivas, sino también distribucionales o extensivas. Los antiguos nos han legado un inventario extenso de las figuras con una terminología que generaciones de gramáticos han oscurecido incluso al transmitirse definiciones cuyo contenido no se percibe siempre con claridad y en las que, por otra parte, se confunden los términos griegos con sus equivalencias latinas. El término latino figura traduce dos vocablos griegos: schema y tropos; el primero pertenece a la retórica del siglo IV y tiene un valor muy próximo al de implicación conversacional de P. Grice (1975), que la sitúa dentro de una concepción más amplia que considera los intercambios lingüísticos entre los hablantes regulados por un principio de colaboración que orienta la comunicación hacia un objetivo o conjunto de objetivos. Tal principio lo denomina P. Grice principio de cooperación. Junto a este principio P. Grice presenta otras categorías relacionadas con él: cantidad, cualidad, relación y modo. Especialmente interesante resulta para la negación la de cualidad: proporcionar una contribución verdadera, no diciendo lo que sabes que es falso, no diciendo aquello de lo que no se poseen pruebas adecuadas. Ahora bien, en los intercambios lingüísticos cotidianos es muy frecuente que estas máximas no sean satisfechas por varios motivos: para engañar, porque quien participa en el intercambio lingüístico no quiere comunicar o porque quien habla quiere burlarse de una máxima. En este último caso es en el que se produce una implicación conversacional por medio de la cual la máxima no es violada sino explotada (aprovechada). Por ejemplo, algunas figuras pertenecientes al campo de la elipsis se encuadran en esta explotación de la primera máxima de la

8

El amor enamorado (p. 113). Antónimos graduales que en el texto funcionan como complementarios, dada la relevancia prestada a los términos polares. 10 Para P. Guiraud (1967b), el estudio de las figuras se ubica en el centro de la Estilística, concebida como ciencia de la expresión lingüística. 9

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cualidad; es el caso de la ironía, de la lítotes y de la hipérbole, figuras, por cierto, muy aprovechadas por el ‘gracioso’ en la comedia lopesca. El segundo vocablo latino de figura, en cambio, es estoico11, y fueron propiamente los estoicos quienes introdujeron la idea de la figura como un artificio gracias al cual una expresión se desvía de su significado propio. Gorgias es considerado el autor que por primera vez se ocupó de la lexis tratando de introducir algún principio clasificador de las figuras (Diodoro, XII, 53, 4). Para Gorgias12 la figura no es meramente exornativa, se presenta como una concepción creativa de la figura, tomando, podríamos decir, para explicarla, prestado el uso del término de W. von Humboldt [1963] según el cual la figura es enérgeia y no ergon. Las figuras son configuraciones que revelan algunas de las estructuras centrales de la expresividad humana. Al concebir el discurso como objeto de una techné hallamos un punto muy importante en relación con el pensamiento de Aristóteles porque, saliendo de una óptica estrictamente persuasiva, permite entender el texto como constructor de un horizonte. Gracias al discurso es posible dar un orden al mundo13. Actualmente hay que reconsiderar la noción de figura y su rendimiento estilístico; es decir, replantear el problema de la expresión. En opinión de S. Arduini (2000) la figura no nace creando un añadido a la palabra, sino que nace por medio de intersecciones, antítesis, inclusiones, contigüidades, supresión de áreas conceptuales. Según este autor la retórica no debe ser entendida como teoría del uso específico únicamente del lenguaje literario, ya que las figuras representan algo más profundo14: unas estructuras universales de organización expresiva del

11

Cfr. A. Plebe (1990). E. Tesauro (Raimondi, E., ed., 1960: 75), ya en época barroca, construye en el cannochiale aristotélico una teoría de la metáfora como principio universal de conocimiento, ya no es un puro artificio. Análogamente a Gorgias también para E. Tesauro la metáfora individualiza significados originales de otro modo no comunicables. Por tanto, E. Tesauro parece pensar que gracias a las figuras podemos trazar los procesos fundamentales a través de los que el hombre expresa el propio pensamiento. Posteriormente M. Black (1967) e Ivor Armstrong Richards (1936) han profundizado en la función ontológica y cognoscitiva de la figura; así como M. Prandi (1995). 13 Ya para Aristóteles la figura era altamente informativa y cognoscitiva. En la Retórica [1971: 1410b13] afirma que «es la metáfora la que nos enseña especialmente», en cuanto nos pone ante relaciones inesperadas o que en cualquier caso «va más allá de las normales fuentes de expectativa» (Retórica, 1411b). Allí donde nos esperaríamos un cierto término, la figura nos propone algo distinto, y esto nos obliga a reorganizar nuestras coordenadas cognoscitivas, el mundo se nos presenta distinto porque no se ha añadido sólo una nueva expresión sino con ella una parte de realidad dada a través de la expresión. 14 G. Lakoff y M. Johnson (2001), al analizar la metáfora, han adelantado la hipótesis de que esta es un procedimiento cognitivo general, ya que es un medio esencial para leer el mundo; como para los tratadistas del Barroco, es una lente que permite ver la realidad. 12

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pensamiento no reducibles a la simple dialéctica norma-desvío. De este modo se encuentra una respuesta a la paradoja de la retórica subrayada por G. Genette (1982), esto es, que la figura es una desviación del uso que está en el uso: se trata de hecho de procesos inventivos que crean el uso y con este el modo de mirar el mundo. Es posible reconducir a unos pocos campos el enorme número de figuras que la tradición nos ha transmitido, con la guía de cuanto se ha intentado al menos desde G. Vico (1990) y partiendo de la idea hjelmsleviana15 de la existencia de constantes subyacentes a los procesos. Si es posible elaborar una psicología de las lenguas, será necesario tener en cuenta los grandes esquemas sublingüísticos que definen la función pensante, como el tiempo, el espacio, la esencia, la existencia, etc. G. Vico estableció cuatro campos figurativos: metáfora16, metonimia17, sinécdoque18 e ironía19. Por su parte, G. Bottiroli (1993) ha visto en las cuatro figuras clásicas de la tradición –sinécdoque, metáfora, metonimia y negación – cuatro provincias figurales que constituyen a la vez estrategias textuales y un principio de conocimiento20. S. Arduini incrementa el número en seis campos: metáfora, metonimia, sinécdoque, antítesis, repetición21 y elipsis. T. A. van Dijk (1972a) establece tres procedimientos que permiten construir la Gramática Textual; especialmente interesante será el tercero con respecto a la quadripertita ratio: 1. Relaciones superficiales entre las frases, formalizadas por medio de operaciones lógicas (pronominalización, consecutio temporum, etc.). 2. Relaciones semánticas entre las frases, a partir del par tema/rema.

15

L. Hjelmslev (1974). Sustitución por semejanza. 17 Sustitución por causalidad, asociación, contigüidad. 18 Sustitución por causalidad, inclusión, parcialidad. 19 Afirmación mediante negación. La fuerza ilocutiva modifica siempre el contenido del dictum y en ocasiones puede representar la negación misma del contenido ‘literal’. Ante un error evidente, el autor exclama malhumorado: «¡Qué listo soy!». Los oyentes que siguen el desarrollo de los hechos descubren que, irónicamente, está diciendo lo contrario de lo que dice: ‘¡Qué idiota soy!’. 20 Vemos, entonces, cómo las figuras retóricas que son consideradas, con cierto acuerdo, centrales por la tradición se relacionan con procesos más generales, sobre los que se había detenido Aristóteles y sus intérpretes (metáfora, antítesis y vigor). 21 Forman parte de esta área numerosas figuras. Entre ellas importan para la negación: la equivocidad, la antanaclasis. También el clímax como modalidad en que a veces se formaliza la antítesis. 16

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3. Construcción formal de la gramática de superficie, cuya regla inicial es recursiva y permite que la secuencia contenga un número infinito de frases: O → O (& O)n

n≥Ø

El elemento & es un conectivo lógico de: Λ Conjunción (≈ adición, en la quadripertita ratio) V Disyunción (≈ sustracción, en la quadripertita ratio) ➢ Implicación (≈ cambio de orden, en la quadripertita ratio) ≡ Equivalencia (≈ sustitución, en la quadripertita ratio) que sirve para establecer valores veritativos a partir de los cuales se introducen los primitivos semánticos que generan diversos tipos de relaciones entre las frases (equivalencia, consecuencia, disociación, causa, condición, concesión). J. Lyons (1997: 190-203) reformula los conectivos lógicos de T. A. van Dijk dándoles el estatus de funciones de verdad. Las clasifica en tres tipos: Funciones de verdad (1): conjunción y disyunción; Funciones de verdad (2): implicación; y Funciones de verdad (3): negación; por lo tanto, prescinde de la equivalencia en favor de una nueva: la negación, como G. Bottiroli. Á. López (1981) insiste de nuevo al afirmar que en el lenguaje natural existen dos tipos de estructuras regidos por idénticos parámetros funcionales, las relaciones fundamentales de la teoría de conjuntos, y van a ser ellos los que le sirvan para definir cada tropo o figura retórica: 1) una serie de niveles sintagmáticos: 1’) nivel de rección (A ∩ B): dependencia; 1’’) nivel de concordancia (A = B): equivalencia; 1’’’) nivel de orden (A ≠ B): tópico-foco; 1’’’’) nivel de énfasis (A ⊃ B): foco-presuposición; 2) una serie de relaciones distribucionales que vinculan categorías y que por ello, aunque manifestadas sintagmáticamente, son paradigmáticas: 2’) intersección distribucional; 2’’) equivalencia distribucional; 2’’’) distribución complementaria; 2’’’’) inclusión distribucional. ⊃

Dada la semejanza formal de uno y otro criterio (1, 2) se puede definir cada tropo o figura como la combinación de un nivel y un procedimiento distribucional, lo que asegura la plurisignificatividad incontrolada formal suministrada por los schemata que deberá recibir múltiples contenidos de parte del lector. Más adelante veremos su aplicación a la negación.

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P. Valesio (1986: 153-154) afirma que la figura de la antítesis22 tiene una importancia estratégica en la actual teoría retórica a causa de su prospectiva dialéctica, ya que la dialéctica es el modo de manifestación preferido de la retórica. Indudablemente el área de la antítesis está llena de otras muchas figuras: negación, inversión, ironía, oxímoron, paradoja, retruécano. Afecta, además, a un área importante de nuestro modo de representarnos el mundo. Por ejemplo, un papel importante es desempeñado por la antítesis en el modo de representación de la muerte, muerte metafórica en el caso del soneto amoroso nº 137 de Lope de Vega23: Es la mujer del hombre lo más bueno, y locura decir que lo más malo, su vida suele ser y su regalo, su muerte suele ser y su veneno. Cielo a los ojos cándido y sereno, que muchas veces al infierno igualo, por raro al mundo su valor señalo, por falso al hombre su rigor condeno. Ella nos da su sangre, ella nos cría, no ha hecho el cielo cosa más ingrata; es un ángel y a veces una arpía. Quiere, aborrece, trata bien, maltrata, y es la mujer, al fin, como sangría, que a veces da salud y a veces mata.

Inmediatamente se detallan los siguientes tipos de oposiciones semánticas entre unidades léxicas: 1) oposición implícita ‘entre relativos’ (madre / hijo); 2) explícita ‘entre contrarios’ (bueno-ángel-cielo/malo-arpía-infierno); explícita ‘entre privativos’ (muerte-mata/vida-da salud); 4) implícita ‘entre contradictorios’ (ser/no ser, a través de la perífrasis modal: suele ser). De las seis maneras posibles en que se hace la antítesis, según formula B. Jiménez Patón (1621: cap. X), en el soneto se ve actualizada la primera: «palabra sencilla a palabra sencilla se opone 22 T. Albaladejo (1986) ha reformulado el triángulo propuesto por J. Petöfi (1974 y 1975), sobre otros anteriores a su vez, como son los de C. K. Ogden y J. A. Richards (1956) y J. Lyons (1977), al transferirlo al nivel textual. En él define el texto como mecanismo transformativo reordenador, donde se actualizan gran parte de las estrategias, entre las que se distinguen tres: la semejanza, la imitación, la analogía, con las que se relacionan las técnicas manipuladoras sobre las que se basan figuras y tropos. A. Plebe y P. Emanuele (1988) añaden, tomándola prestada de los sofistas y de Aristóteles, la antítesis; los dos autores especifican además tres técnicas de manipulación: supresión, adición y permutación. 23 F. Lope de Vega [1999].

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y contradice», en tres ocasiones; y sólo en una, para la oposición ‘entre relativos’, se actualiza la cuarta (en el primer verso del primer terceto): «cuando dos contrarios mostramos darse en un sujeto» («modo que se dice cohabitación»). La antítesis pone a prueba la comprensión, crea una tensión creativa que rompe certezas definidas e ilumina las cosas con un sentido no reconocible inmediatamente. Por ello resultó ser muy apreciada entre los conceptistas, con B. Gracián a la cabeza en su Agudeza y Arte de Ingenio. La antítesis bajo forma de paradoja la encontramos igualmente en la retórica latina con M. T. Cicerón que dedicó una obra, los Paradoxa stoicorum, a las paradojas estoicas. La paradoja crea una laceración porque pone a prueba la pereza intelectual, porque asume el riesgo del absurdo para expresar las contradicciones que construyen al hombre. En este caso la antítesis y la paradoja se transforman incluso en instrumento antropológico, están consustanciadas a la misma condición del hombre, permiten definir al hombre contradictorio que fue Lope de Vega en su vida amorosa, religiosa, e incluso poética24. Para G. Genette (1969: 191-192) la figura es conciencia de figura, el espacio que se abre entre lo escrito y lo pensado. Para él no existe lenguaje no figurado, y el grado cero se convierte en virtual; así, para la retórica, la proposición te quiero no tiene forma, no implica ninguna modificación particular. El hecho retórico comienza allí donde puedo comparar la forma de esta frase con la de otra frase a la que habría podido, en cierto sentido, sustituir. En sí misma, la expresión no te odio no tiene más forma retórica que la que tenga te quiero. La forma retórica –la figura– reside en el uso de no te odio para significar el amor (lítotes). Así, la existencia y el carácter de la figura están absolutamente determinados por la existencia de signos virtuales con los que comparo los signos reales mostrando su equivalencia semántica. G. Genette añade que un desvío es productor de figuras sólo cuando produce una connotación, al decir no te odio por te quiero denoto el amor pero simultáneamente connoto la motivación a través de su antónimo, a través del giro sensible y afectivo al grado opuesto de la misma cualidad impreso en el significado, y por ello cierta modalidad de visión o intención. En las figuras hay sentido traslaticio (transmutatio, translato), que no se debe confundir con mentira. Las mentiras, en efecto, no son verdaderas literalmente como no lo son trasladadamente. No se trata, por tanto, de velar la verdad, sino de proponerla de modo más evidente. En ello se persigue un fin comunicativo25,

24

Cfr. M.ª A. Penas (2004). Según J. L. García Barrientos (1996) el estudio del lenguaje literario tiene que plantearse en términos de comunicación y no sólo de lengua. 25

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pragmático. Las figuras quedan enmarcadas dentro de la teoría26 de los ‘actos de lenguaje’ (speech acts), que estudia la adecuación de las formas lingüísticas a la situación comunicativa (interlocutores, objetivos, estrategias, etc.). Con respecto al tema que nos ocupa –la negación–, esta se distribuye, grosso modo, a lo largo de tres tipos de figuras: a) las figuras de construcción, que se relacionan con la sintaxis, el orden de palabras. En ellas tendríamos la oposición; Se define como «amplificación que consiste en desarrollar un pensamiento con una expresión bimembre en la que uno de los términos niega lo contrario de lo que afirma el otro»27: «No hay que esperar, Olimpo, de mi vida / Otro gusto mayor que aborrecerte»28; b) las figuras verbales o tropos, que son cambios de sentido. Aquí encontraríamos la ironía; Consiste en «comunicar algo usando de una expresión que ocasional y humorísticamente nos sugiere por su contexto lo contrario de lo que debería entenderse por su sentido literal»29: «Si es temor / ¡Por mi vida, que es donoso! / ¡Oigan qué lindo martelo!»30; «Doyle yo, pobre escudero, / Diez mil y cama de ropa, / Y ¡una copilla me das!»31; También encontramos la hipálage; Consiste en «atribuir a un sustantivo un adjetivo que significativamente no le corresponde pero que resulta más expresivo (vid. Impropiedad)»32: «La oscura sombra de la noche fría»33; c) las figuras de pensamiento que toman la forma de las ideas mismas. Entre ellas estarían la lítotes. Se trata de «resaltar una idea atenuando su importancia. Su expresión habitual es la de negar lo contrario de lo que se afirma»34: «Bien pueden revocar sentencias tales; / Que no es su tribunal inaccesible»35; la antítesis; Entendida como «contraposición o discrepancia entre dos ideas o pensamientos para destacar uno de ellos. Las palabras, frases u oraciones antitéticas aparecen normalmente en contacto inmedia-

26

Corrientes como la Estética de la recepción, la Neorretórica, la Pragmática o la Deconstrucción lo ponen de manifiesto. 27 F. Marcos Álvarez (1989: 98). 28 La Arcadia, vv. 2357-2358. 29 F. Marcos Álvarez (1989: 86). 30 Roma abrasada, vv. 1606-1607. Ejemplo de ironía léxica. 31 El remedio en la desdicha, vv. 1121-1123. Ejemplo de ironía morfológica. 32 F. Marcos Álvarez (1989: 77). 33 Las bizarrías de Belisa, v. 2498. 34 F. Marcos Álvarez (1989: 89). 35 La fábula de Perseo, vv. 2728-2729.

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to»36: «Porque, en fin, es de cobardes / Ser con mujeres valientes»37; Igualmente, tendríamos la interrogación; Definida como «enunciación que se realiza en forma de pregunta para dar más vigor e interés al pensamiento. La respuesta posible resulta innecesaria por no interesar o por hallarse ya implícita»38: «Cuando eso fuera / ¿Quién39 se pudiera excusar?»40; Asimismo, se incluye en este apartado la preterición; Se trata de «aparentar que no se va a tratar sobre algo que de hecho será mencionado y así resaltar su interés»41: «[...] Breve seré, / Si en penas puedo ser breve. / [...] / Hasta aquí / Has dicho; deja que empiece / Y diga yo quién llegó, / Pues has dicho cuanto quieres»42. S. Arduini (2000: 86) recoge la lítotes como tropo de desplazamiento de límite; la ironía como tropo de dislocación o salto; la antítesis como figura de pensamiento per adiectionem; y la ironía como figura de pensamiento per immutationem. Por lo tanto, la ironía es clasificada bien como tropo bien como figura de pensamiento. T. Todorov (1972) ofrece un catálogo nuevo del ornatus en el que distingue ante todo las violaciones de las reglas lingüísticas, que llama ‘anomalías’, de las figuras en sentido estricto que no violan reglas lingüísticas propiamente dichas. Según este autor la paradoja es una anomalía de la semántica; la ironía, la lítotes, la interrogación, la preterición y la concesión, son anomalías de la relación signo–referente43; por el contrario, la antítesis y la corrección serán figuras semánticas. J. A. Martínez (1975), siguiendo a T. Todorov, distingue desviaciones de anomalías. Como desviaciones presenta: la hipálage44, y el oxímoron45. Como ano-

36

F. Marcos Álvarez (1989: 21-22). La imperial de Otón, vv. 962-963. 38 F. Marcos Álvarez (1989: 85). 39 Hay una neutralización a favor del archilexema totalizador negativo: ‘nadie’. 40 Peribáñez y el comendador de Ocaña, vv. 139-140. 41 F. Marcos Álvarez (1989: 114-115). 42 La selva confusa, vv. 2090-91-2140-2143. A pesar de que el personaje Fadrique desea ser breve, por Flora nos enteramos de que ha dicho cuanto ha querido, pues se ha pasado del v. 2090 al v. 2143, hablando y relatando sus penas. 43 Ya que, por ejemplo, la ironía, consiste en un texto que es desautorizado por el contexto situacional al que se opone. 44 Consistente en una reducción por permutación. La considera una simple variante de la metonimia. Los llamados ‘desplazamientos calificativos’ entrarían aquí. 45 Guarda muy estrechas relaciones con otras tres figuras: la ironía, la paradoja y la antítesis. De ellas, sólo paradoja, oxímoron e ironía , pertenecientes a la serie metafórica, constituyen desviaciones reductibles por metasemia, ya que en los textos que siguen hay un término 37

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malías menciona la antítesis o isotopía de contenido; el retruécano; la antanaclasis46 o isotopía de expresión, consistente en repetir una misma palabra en dos sentidos diferentes47. J. A. Mayoral (1994) clasifica la preterición dentro de las licencias textuales por supresión; la antítesis, el oxímoron y el retruécano como figuras semánticas en la modalidad de equivalencia; la ironía como figura semántica, tropo de la serie metafórica, en la modalidad de licencia. La dubitación y la interrogación, en cambio, las considera figuras pragmáticas. Con respecto a la interrogación, en opinión de O. Ducrot (1986: 20), al mecanismo de la connotación debe atribuirse el tipo de codificación que puede convertir las manipulaciones estilísticas en figuras retóricas, ya que por dicho mecanismo de connotación, preguntar la hora significa lo mismo que decir que uno se aburre; olvidar, en un razonamiento, una premisa evidentemente necesaria, significa afirmar esta premisa, etc. El proceso termina cuando la significación originalmente explícita se olvida, y es totalmente sustituida por la que originalmente ponía en práctica un mecanismo discursivo. Es lo que sucede con la llamada pregunta retórica48, que ya sólo sirve para expresar una duda, y que ha perdido su valor de pregunta, su poder de obligar al otro a responder49. De ahí que en los textos dramáticos lopescos se encuentren las preguntas retóricas entre llaves de interrogación y admiración: «¡Oh amor! ¿Faltábate más! / Hoy me casas mi pastora»50.

[metasemémico] que no entra a formar parte de la expresión reducida: «que muero porque no muero» (Santa Teresa) > [sufro, padezco mucho]; «muda canción de serpiente» (F. G. Lorca) > [inaudible casi]; «es tan difícil que lo haría jugando un niño de dos años» (habla coloquial) > [muy fácil]. En el oxímoron los términos de la desviación son los términos antónimos: muerono muero; muda canción. En la antífrasis o ironía, en cambio, no son los términos de la desviación, sino el metasemémico y el reducido los que son términos antónimos : difícil-[muy fácil]. 46 La Arcadia, vv. 94-98: «Si tuvieras mejor dicha / En una palabra dicha, / Toda mi desdicha, Anarda, / Es que la muerte me aguarda / En los brazos de Salicio». 47 Establece vínculos con la paronomasia, ya que si se consideran los significantes relacionados paronomásticamente y los relacionados por antanaclasis, se puede ver que los primeros entran en una relación de semejanza (o intersección), mientras que los segundos lo hacen en una relación de igualdad. Los términos de la antanaclasis, homófonos, difieren en sus contenidos (lo que diferencia esta figura de la repetición), pero pueden diferir tan sólo como variantes contextuales o sintácticas de un único lexema. 48 J. M. González (1998a) considera el caso de las interrogativas retóricas, no como desvío o anomalía, sino como potencialidad codificada. 49 A medida que nos orientamos en este sentido, la significación implícita desaparece como tal y se transforma en una nueva significación explícita. 50 El verdadero amante, vv. 474-475.

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Para el Grupo µ (1987: 95) la negación se mueve en los metalogismos, fundamentalmente: oxímoron51, lítotes52, antítesis, eufemismo53, ironía54, paradoja55, inversión lógica56, hipérbole57. El retruécano58 está clasificado como metaplasmo; y como metataxis encontramos la distribución en la que aparece con frecuencia expresada la negación en Lope: la correlación59 y la diseminación → recolección60. De L. López (1994: 100-102)61 extraigo las figuras de elocución (schemata), provenientes de las siete «ideas» de Hermógenes de Tarso [1570]62, quien las 51

La dama boba, v. 1099: «fuerza suave». Figura antieconómica, como la perífrasis, dada su relación atenuante con el eufemismo. Un ejemplo de ley retórica viene dado por la lítotes, que hace interpretar un enunciado como si dijera más de lo que expresa su significación literal. La ley litotética, como la de exhaustividad, se refiere solamente al expuesto, ya que los presupuestos permanecen idénticos cuando se pasa de una interpretación litotética a otra que no lo es. De ahí la necesidad de haber disociado expuesto y presupuesto previamente a la interpretación de la lítotes. 53 E. Benveniste (1971: 106) habla de retórica del inconsciente que tiene, como el estilo, sus figuras. Por ejemplo, figuras como el eufemismo, la alusión, la ironía, la preterición, la lítotes, entran de pleno derecho entre los medios que producen las sustituciones creadas por el tabú. Ya antes R. Jakobson (1977), en «Dos aspectos del lenguaje y dos tipos de trastornos afásicos», identificaba los procesos de condensación/desplazamiento y de simbolización del sueño con los mecanismos de la metonimia/sinécdoque y de la metáfora. Los elementos del inconsciente se manifiestan por medio de desplazamientos, actos fallidos, lapsus, etc., que están muy próximos a las figuras, presentando una realidad que no puede ser dicha de otro modo, o si lo fuese adquiriría otro significado; por consiguiente, no es el grado cero de ello. La imposibilidad de parafrasear un poema demuestra que en rigor sus metáforas son insustituibles y que en gran medida el poema es sus metáforas. 54 Como táctica dialéctica se relaciona con la ironía, la concessio, que consiste en aceptar provisionalmente argumentos de la parte contraria para luego tratarlos irónicamente y demostrar que si fuesen ciertos se seguirían consecuencias inesperadas que todavía apoyan más la propia causa. 55 El amor enamorado, vv. 2395-2397: «Desenamórame, Amor. / Si soy amor, ¿cómo puedo / Ser desamor?». 56 Son casos de hysteron proteron. Por ejemplo, Los hechos de Garcilaso y el moro Tarfe, vv. 67-68: «¡Oh dura y desigual naturaleza, / Nacida y engendrada por mi daño!». 57 El amor enamorado, vv. 173-176: «Un rinoceronte es nada, / Es un peñasco de hielos, / Es una mujer con celos, / Es una suegra enojada». Este ejemplo de hipérbole se basa en una exageración respecto al referente al que incluye. 58 El premio de la hermosura, vv. 288-290: «Y tener con libertad, / Los ojos sin voluntad, / Y la voluntad sin ojos». 59 La dama boba, vv. 536-538: «Que donde el fuego angélico me aplica, / ¿Cómo podrá mortal poder tocarme, / Que eterno y fin contradicción implica?». 60 La mocedad de Roldán, vv. 2133-2135: «No soy sino Carlos roto: / Carlos soy por presunción / Y roto por nacimiento». Este ejemplo presenta la variante: recolección → diseminación. 61 También en la p. 45 del mismo libro nos informa acerca de las fechas de introducción de términos como: figuras (s. XIII: 1220-50) o antítesis (1495). Muchos términos aparecen 52

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divide, a su vez, en veinte subtipos. Encontramos el contenido de negación repartido entre cuatro ideas: en la idea 2: Grandeza: 2.3. Vehemencia: «una pregunta es también una forma apropiada de dirigirse al adversario, si se trata de casos en que la afirmación no puede ser contradicha». Es el caso de la pregunta retórica, una falsa pregunta desde el punto de vista informativo. 2.4. Brillo, Esplendor: «las figuras apropiadas son la negación». 2.5. Solemnidad: «las figuras que dan solemnidad son las que producen esplendor y vehemencia: refutaciones, declaraciones irónicas». 2.6. Abundancia, Circularidad: «la enumeración o cualquier figura que parezca una enumeración: correlación, diseminación → recolección; una figura que incluye afirmación y negación crea abundancia al hacer el pasaje más completo; construcciones copulativas que incluyen una negación». En la idea 3: Belleza: «las frases balanceadas, el clímax o gradación63, la división de pensamientos pareados, en isocola64». En la idea 6: Sinceridad, Verdad: «las mismas cosas que para la vehemencia; duda o perplejidad; juicios que comportan dudas; corrección de una declaración previa». En la idea 7: Gravedad. Decoro: «las figuras apropiadas son las de Brillo, Esplendor, Solemnidad y Abundancia, Circularidad. Pero puede incluir todas. En J. Cohen (1977) quizá podamos incluir la negación y figuras afines en el concepto de impropiedad semántica, el absurdo. Si lo normal es A × B = C, el absurdo se halla en A × B = 0. Se han clasificado como impertinentes: los colores distintos de los que por definición poseen los objetos: noche verde, ya que la noche no lo es; los colores atribuidos a objetos que por naturaleza carecen de color: blanca agonía; y la hipálage: «me dio mi esposa, en esta aljuba triste, / Mortaja que mi muerto cuerpo viste!»65. Es como si en su lenguaje el poeta obedeciera a una evidencia del sentimiento que para él es tan apremiante como la evidencia empírica. Á. López (1981) afirma que la elocutio incluía un conjunto de procedimientos lingüísticos tendentes a asegurar: la pureza del lenguaje (puritas), su claridad conceptual (perspicuitas), su adecuación a los hechos narrados (aptum) y su belleza (ornatus). A los tropos y figuras, como tácticas lingüísticas que son, la

como de fines del siglo XVI, pero están en la Rhetorica de M. de Salinas de 1541: tropos: ironía (1611, Cor.). Y otros aparecen por primera vez, probablemente, en M. de Salinas: interrogación, corrección. 62 Hermógenes de Tarso influyó en el Barroco y en Lope de Vega como ha demostrado L. López (op. cit.). 63 Adonis y Venus, vv. 189-190: «De otro sol parece aurora, / Y de otra aurora la estrella». 64 Peribáñez y el comendador de Ocaña, vv. 69-70: «Para el invierno aterido / Y para el verano ardiente». 65 El marqués de Mantua, vv. 1699-1700. El adjetivo triste, aunque va modificando al sustantivo aljuba, en realidad debería modificar al sustantivo esposa.

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Retórica tradicional solía clasificarlas siguiendo estrictos criterios transformativos, es decir, gramaticales: por adiectio, detractio, transmutatio, immutatio. Pero este tipo de descripción, técnicamente correcto, tiene el inconveniente de concebir la figura por relación a un solo término estimado no-desviante, o sea, propende a presentarla como una fuente de plurisignificatividad controlada y además cerrada. La única forma de evitar dicha restricción no deseable es, según Á. López (1981: 127-128), que para un conjunto infinito de elementos de partida cualquiera de ellos pueda estar relacionado con todos los demás y no sólo con el que le sirvió de base. Aplicando su teoría, ya expuesta en páginas anteriores, el concepto de negación se reparte: 1) entre las figuras que oponen tajantemente a dos elementos (A ≠ B) manifestando su falta total de vinculación, tenemos: 1.1) dentro del nivel de orden (A ≠ B): 1.1.a) el equívoco66, que consiste en repetir un elemento a por lo general al final de un período (a’), pero de manera que polisémica u homonímicamente a y a’ se hallen enfrentados y la equivalencia se destruya (se trata de una falsa ‘redición’); 1.1.b) el retruécano67 es un equívoco donde el enfrentamiento resulta de la repetición de un cierto grupo de palabras pero en distinto orden; 1.2) dentro del nivel de rección (A ∩ B): 1.2.a) el oxímoron68, que viene a ser un ‘antiepíteto’, esto es, la contraposición de dos términos ‘contradictorios’ que no conocen elemento intermedio; 1.2.b) la antítesis69 supone un debilitamiento de la figura anterior, pues los semas contrapuestos son simplemente ‘contrarios’ admitiendo elementos intermedios; 1.2.c) la hipálage70, consiste en que dos versos intercambian sus complementos, dos sustantivos sus adjetivos adyacentes, y en general dos series emparentadas desde el punto de vista gramatical alguno de sus términos respectivos; 2) entre las figuras que implican inclusión de un elemento en otro (A ⊃ B) se cuenta: 2.1) dentro del nivel de rección (A ∩ B): 2.1.a) la gradación71, es una enumeración de elementos sucesivamente incluidos –gradación ascendente o clímax– o sucesivamente incluyentes –gradación descendente–; 3) entre las figuras intersectivas (A ∩ B) se hallan: 3.1) dentro del nivel de orden (A ≠ B): 3.1.a) la correlación72 por la que la serie de elementos del primer verso es completada gramaticalmente por la serie de elementos del ⊃

66

La vida de San Pedro Nolasco, vv. 924-925: «Moro soy, pues donde moro / Todo es noche y confusión». 67 Cfr. Nota 58. 68 Cfr. Nota 51. 69 Cfr. Notas 36 y 37. 70 Cfr. Notas 33 y 44. 71 Cfr. Nota 63. 72 Cfr. Nota 59.

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segundo, de forma que a A1 corresponde B1, a A2 corresponde B2, etc.; 3.1.b) el paralelismo73 por el que cada verso o frase presenta la misma sucesión de categorías que el anterior; 3.1.c) el quiasmo74 responde al esquema A1, B1/B2, A2, es decir, constituye la combinación de los dos anteriores; 3.2) dentro del nivel de rección (A ∩ B): 3.2.a) el sinatroísmo (congeries) es una enumeración de perífrasis o términos sinónimos (expolición): «maricones ... amujerados ... medio hombres»75, o de elementos pertenecientes a un mismo campo asociativo que intersectan entre sí: «ciego estoy ... estoy sin vista»76; 3.2.b) la paradiástole es un sinatroísmo en el que los sinónimos se oponen, es decir, en el que se insiste en las partes del conjunto que no intersectan: «No es venganza de mi agravio; / que yo no quiero tomarla / en vuestra ofensa, y de un hijo / ya fuera bárbara hazaña. / Este ha de ser un castigo / vuestro no más, porque valga / para que perdone el cielo / el rigor por la templanza»77. Se puede observar en esta estructuración de Á. López que por lo que respecta a los ‘niveles’: el de ‘orden’ propende a la reiteración de elementos (equívoco, retruécano, correlación, paralelismo, quiasmo...); el de ‘rección’ se caracteriza porque a la vinculación sintáctica se suma además la vinculación semántica de los elementos implicados, con el consiguiente refuerzo (oxímoron, antítesis, hipálage, gradación, sinatroísmo, paradiástole). Por su parte, el análisis de las figuras retóricas conforme a la ‘relación distribucional’, ya no como antes conforme a los niveles, conduce igualmente a resultados coherentes: así «A = B», se traduce en un conjunto de figuras igualativas (geminación, redición, etc.); «A ≠ B», deriva en figuras opositivas (equívoco, retruécano, disimilitud, oxímoron, antítesis, hipálage); «A ⊃ B», genera figuras paradigmatizadoras (gradación, pues hace referencia a un paradigma semántico); «A ∩ B» caracteriza un conjunto de figuras sintagmatizadoras (correlación, paralelismo, quiasmo, sinatroísmo, paradiástole). En cuanto a las figuras pragmáticas, figuras de pensamiento, vinculadas con la negación, bien nocionalmente bien distribucionalmente, se hallan: 1) las figuras ligadas a la función representativa: 1.1) la digresión consiste en cambiar repentinamente de representación y está organizada sobre el esquema «A ≠ B»; en el nivel oracional se llama aposición; 2) las figuras ligadas a la función emotiva y a la función apelativa: 2.1) la exclamación parte de «A ≠ B», en donde se ⊃

73 74

Cfr. nota 64. Barlaán y Josafat, vv. 387-388: «No he visto cosa más rara / De cuantas cosas he

visto». 75 76 77

Fuente Ovejuna, vv. 1779-80; 1789. El marqués de Mantua, v. 413. El castigo sin venganza, Jornada III, Escena XII.

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da cabida a ciertas preguntas retóricas; 2.2) la dubitación responde al mismo esquema pero con modus interrogativo: «¿qué haré?», equivalente a ‘no sé qué hacer’; 2.3) la reticencia78 (reyección) es una figura basada en el desequilibrio existente entre el emisor y el receptor: el hablante crea unas expectativas de comunicación que luego no satisface, incapacitando al oyente para que sobre las mismas pueda eslabonar una respuesta coherente; 2.4) la preterición79 es una figura consistente en ampliar desmesuradamente una información que se supone de poca importancia. Su efecto es contrario al de la reticencia, es decir, estriba en sobrepasar las expectativas de conocimiento del receptor; 2.6) la corrección es una ampliación de expectativas debida al estado de los hechos y no a la voluntad del emisor. Ya para terminar quisiera aludir a E. Coseriu (1992: nota 3) cuando habla de la anulación de la incongruencia en el discurso. Especialmente para el tema que nos ocupa va a interesar la anulación extravagante, y en un segundo plano, la anulación metalingüística. La anulación extravagante es la anulación que se produce en el caso de la afirmación intencional de lo absurdo e incongruente. Con la lengua también se puede jugar, crear juegos de palabras, dobles sentidos, ironías, etc.; lo absurdo es pensable, y, por lo tanto, se puede expresar. En la anulación extravagante sigue existiendo la incongruencia; esta es tolerada, porque se la reconoce como intencional. Si no fuera reconocida como intencional, como caprichosa, seguiría y se la consideraría simplemente como incongruencia. Muchas escenas de La dama boba están basadas en este principio. En el caso de la anulación metalingüística la congruencia propia consiste en que lo incongruente es presentado como una realidad. Esto es también aplicable al teatro de Lope de Vega, cuando pensamos en la técnica de los Apartes, en las Acotaciones, donde asistimos a un hacer no haciendo, a un decir no diciendo, a una verdad mintiendo, y a un afirmar negando.

78

Adonis y Venus, vv. 1690-1693: «Ni de Ixión la rueda, / Ni las cincuenta hermanas... / Caronte alzó los remos / de su mohosa barca». En este ejemplo ofrecemos el caso extremo de reticencia, con mención explícita de la interrupción del discurso, ocasionada más por carencia de referente que por voluntad del emisor, aunque este cree falsas expectativas. 79 Fuente Ovejuna, vv. 371-378: «Yo no sé filosofar; / [...] / Pero si los elementos / En discordia eterna viven, / Y de los mismos reciben / Nuestros cuerpos alimentos...». Como táctica dialéctica se relaciona con la preterición, aunque sólo estructuralmente, la evidentia, entendida como una ampliación del estado de la causa mediante la descripción detallada de todos los aspectos que el público no esperaba, ni había tomado en consideración. Véase también más adelante en el capítulo 24 de este libro la dimensión pragmática de la evidentia.

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CAPÍTULO 14

METATAXIS: COHERENCIA SEMÁNTICA Y COHESIÓN SINTÁCTICA

Nadie discute hoy que hablamos y nos comunicamos por textos, no por oraciones. Tampoco, en la actualidad, a nadie se le ocurre rebatir que hablar es un acto condicionado por factores extralingüísticos como la persona humana, el espacio y el tiempo; en consecuencia, existen elementos o factores no lingüísticos que permiten, condicionan y hacen posible los actos concretos de habla, es decir, los hechos o productos lingüísticos. La Pragmática1 lingüística es una disciplina reciente que se centra en el estudio de los actos de habla o actos lingüísticos y de los contextos en que se usan. Un acto de habla supone necesariamente un yo, un aquí y un ahora. Sin estos factores extralingüísticos, que son fundamentales pero no los únicos, sería imposible todo acto de habla, y más si hablamos de teatro. En efecto, la correcta interpretación semántica de un texto teatral, por ejemplo, puede depender más o menos parcialmente de estas y otras circunstancias extralingüísticas. J. Á. García (1998: 214) considera que hoy podríamos decir que la estructura profunda de un texto ha de ser formulada pragmáticamente, no semánticamente; es decir, ha de contemplarse al texto en su funcionamiento contextual, en su uso, y no limitarse a hacer un estudio lingüístico abstractivo del mismo. La acepción que este autor actualiza de discurso es la de texto instrumentalizado en una situación comunicativa determinada. Serán competencia de una lingüística del discurso no sólo las estructuras de signos lingüísticos, sino también las modalidades de enunciación y las situaciones discursivas2. Ch. Morris (1938) y [1974] introdujo el término Pragmática para designar «la ciencia de los signos en relación con sus intérpretes». De este modo, la Pragmática pasaba a ocupar un lugar junto a la Semántica y a la Sintaxis. La Pragmática toma el lenguaje tal como se manifiesta, es decir, inmerso en una situación comunicativa concreta. Al dar cuenta de los principios que regulan la comunicación humana, investiga los elementos extralingüísticos que condicionan el uso 1 Una buena vision de conjunto puede verse en M.ª V. Escandell (2003); así como, en J. Portolés (2004). También en G. Reyes (1995). Resulta útil para lo lingüístico consultar el libro de A. Berrendonner (1987); y para lo literario, la obra de J. A. Mayoral (ed.) (1987). 2 Cfr. J. Lozano, C. Peña-Marín y G. Abril (1982).

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efectivo del lenguaje. La llamada Teoría de la enunciación, que tiene en Francia importantes investigadores, se basa en estos factores extralingüísticos. Son factores de índole lógica, sociológica, personal o psicológica, patológica, histórica, cultural, de experiencia cotidiana, etc. Eso que E. Coseriu (1967a) en su conocido artículo «Determinación y entorno» llamó entorno, entorno extralingüístico. J. M. Bustos (1996: 22-30) distingue tres fuentes extratextuales de información: situación, contexto y cotexto. Por situación se entiende las condiciones comunicativas, no lingüísticas, ni directamente relacionadas con el conocimiento, que afectan al intercambio. Son condiciones de entorno que afectan a la interacción, tales como la naturaleza de los interlocutores y la relación existente entre ellos, el tipo de canal utilizado, la situación psico y sociolingüística de la interacción, etc. Resulta oportuno, a la hora de ejemplificar lo que se entiende como situación, recordar las acotaciones que aparecen en cualquier obra de teatro, donde se nos da buena cuenta de todos estos aspectos. Al hablar de contexto entramos directamente en el campo del conocimiento y, más específicamente, en el de la información. Todo acto de habla se establece sobre una base de conocimiento compartido al respecto del tema del que se trate. Se configura a partir de lo que el emisor sabe sobre ese tema, sumado a lo que sabe que su receptor conoce al respecto del mismo; a esto se añade aquel grado de conocimiento que le atribuye al lector/auditorio (aunque este pueda desconocerlo), más el conocimiento que resulta que este tiene, pero que el emisor no se lo da por supuesto. Por tanto, una incorrecta definición del contexto puede llevar a una falta de información (por ser atribuida) o a un exceso de la misma (puesto que el lector/público, efectivamente, ya conoce los conceptos implicados). Cuanto mayor sea la relación entre emisor y receptor, más fácilmente podrá establecerse el contexto. La adecuación contextual reside esencialmente en la correcta interpretación del hipotético lector/auditorio de un texto. Por ello, es frecuente que encontremos, en nuestros Siglos de Oro, escritos encabezados por prólogos o prefacios que indican explícitamente en qué clase de lector/público se está pensando. Mediante el cotexto se hace referencia a dos tipos de información explícita (y en esto se diferencia de contexto y de situación). De un lado, la incluida en el texto propiamente dicho. De otro, la que aparece polifónicamente en textos paralelos anteriores o posteriores al texto del que se trate. Con respecto a la segunda información, su consideración es fundamental desde dos perspectivas. Desde la macroestructura, porque, por un lado, define y decide el grado de redundancia que debe incluir el texto en un momento dado y, por otro, condiciona la conformación de la cohesión del texto (en tanto que explica la jerarquización informativa del mismo). Desde la microestructura, porque condiciona el funcionamiento de los mecanismos de repetición y progresión.

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Pero el lenguaje no es sólo comunicación, sino también expresividad. ¿Son desvíos las imágenes y metáforas? En absoluto, cree J. M. González (1998b: 19), pues se afirman en lo que de expresividad tiene el lenguaje como sistema de signos, se asientan en la capacidad o posibilidad de manipulación creadora como algo constitutivo del código lingüístico. Si de este proceso generador y productivo pasamos a la mera repetición de asociaciones que otros han establecido o fijado, se cae en los tópicos y se va perdiendo el valor expresivo hasta desembocar incluso en el ridículo. Los fraseologismos son combinaciones no libres de palabras, pero estas combinaciones fijas se insertan en el discurso libre, cuando hablamos. Forman parte de textos más amplios, y hay que adaptarlos al momento adecuado del discurso libre. Así los reconocemos mejor y tienen un sentido en el acto comunicativo. Colaboran a la expresividad y sentido del texto en que están incluidos. Sin perspectiva textual y pragmática no hay interpretación completa del fraseologismo, como puede comprobarse en los siguientes ejemplos: PASCUALA: «¡Anda ya! Que nadie diga: / “de esta agua no beberé”»3. ROLDÁN: «En un refrán español, / pienso que os satisfaré: / “Haz lo que tu amo manda, / y sentaráste a su mesa”»4. Y gracias al texto y a la pragmática es posible entender ajustadamente las manipulaciones a las que, por motivos lúdicos o poéticos, en definitiva, expresivos, pueden ser sometidas esas estructuras fijas: ANARDA: «Ríos revueltos de celos, / ganancia de aborrecidos»5. Las posibilidades del hablante son variadas para matizar su comunicación. No sólo dice algo, sino que adopta una actitud ante lo que dice. Es conocida la distinción gramatical entre el modus y el dictum6 para la clasificación de la oración simple. Algunas escuelas lingüísticas distinguen entre enunciación (el acto de decir algo) y enunciado (el producto de la enunciación). Ello permite comprender cómo en las oraciones simples: DIANA: «¡Ojalá que me diviertan!»7 y «Deseo que me diviertan», la actitud de enunciación es la misma (‘comunicar algo’), pero la actitud del enunciado es diferente (‘desiderativa’ en un caso y ‘aseverativa’ en otro). El significado de actitud ante lo que se dice es difícil de asir científicamente y de sistematizar. Entra de lleno en la subjetividad de los interlocutores, en sus

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Fuente Ovejuna, vv. 185-186. La mocedad de Roldán, vv. 2834-37. 5 La Arcadia, vv. 1126-27. Modificación léxica del refrán: «A río revuelto, ganancia de pescadores». 6 Desde la semántica funcional se aportan otros términos sinónimos: signo enunciativo / esquema sintagmático. 7 El perro del hortelano, v. 1641. Tomo este verso como base para diferenciar la actitud de enunciación de la actitud del enunciado. 4

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intenciones solapadas, lúdicas o no; en suma, en sus estrategias comunicativas y en las variedades de estilo o diafásicas. Las actitudes y las estrategias comunicativas conducen a veces al uso del lenguaje por el lenguaje mismo, al juego conceptual y verbal, al subjetivismo lúdico en la comunicación de algo, a la jitanjáfora, a la manipulación y hasta el lucimiento ingenioso por la palabra: BELISA: «¡Jesús! ¿Qué hay aquí?». FINEA: «¡Ay!, señora, / un hombre»8. Un concepto fundamental en la teoría pragmática es el de presuposición9. Dicho con palabras simples, la presuposición es todo aquello10 que es conocido y compartido por los interlocutores de un acto de habla, por lo que no es necesario verbalizarlo11. Muchas de las escenas de intriga de las comedias lopescas, sustentadas en los diálogos que mantienen el gracioso con el galán o dama, se basan en presupuestos, así como en sobrentendidos. Dos figuras de pensamiento oblicuas12, como son la ironía y la alusión, pueden servirnos de ejemplos. Con respecto a la ironía, en ella se da a entender lo contrario de lo que se dice. Del griego ‘interrogar fingiendo ignorancia’, dice lo contrario de lo que quiere decir. J. Ortega y Gasset dice de ella que «en lugar de decir lo que pensamos, fingimos pensar lo que decimos»13. La ironía constituye en realidad un desdoblamiento e implica otro hombre14 que conozca la doblez, lo que se quiere

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Las bizarrías de Belisa, vv. 2152-53. Al afirmar, negar o interrogar, la presuposición permanece, como más adelante veremos al hablar de O. Ducrot. 10 Presupuestos tácitos que el hablante asume al enunciar una frase. 11 La presuposición es la elisión de elementos extralingüísticos consabidos o dados como consabidos. En cambio, la elipsis, como enseguida comprobaremos, es la elisión de elementos lingüísticos que están, antes o después, en el contexto verbal, o que están en un contexto de presencia. Ahora bien, ¿es siempre posible recuperar explícitamente los elementos lingüísticos elididos? Si en las estructuras comparativas hablamos de elipsis, no resulta posible construir gramaticalmente, a partir de «yo vivo más lejos que tú», un *«yo vivo más lejos que tú vives lejos», y menos aún, a partir de «este tipo es más tonto que la puñeta», un *«este tipo es más tonto que la puñeta es tonta». 12 Para P. H. Fernández (1975: 83-89), las figuras oblicuas o intencionales se caracterizan por expresar los pensamientos de una forma indirecta y se prestan para el humor. 13 Tomada la cita de S. Vilas (1968: 95-96). 14 Por eso O. Ducrot (1984), afirma que hablar de una manera irónica equivale, para un locutor L, a presentar la enunciación como si expresara la posición de un enunciador E, posición que por otra parte se sabe que el locutor L no toma bajo su responsabilidad y que, más aún, la considera absurda. Sin dejar de aparecer como el responsable de la enunciación, L no es homologado con E, origen del punto de vista expresado en la enunciación. De este modo la distinción entre locutor y enunciador permite explicitar el aspecto paradójico de la ironía. Por lo tanto, hallamos una modalidad de la polifonía en los textos irónicos, que se caracterizan por presentar dos niveles de contenido contrarios o contradictorios: el significado literal y el sentido irónico. Paralelamente se distinguen dos tipos de sujetos de discurso: los enuncia9

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decir además de lo que se dice. La ironía usa de la paradoja o antítesis superada que asume ideas contrarias en un solo pensamiento: FINEA: «Sacó un zoquete de palo / y al cabo una media bola; / pidióme la mano sola / –¡mira qué lindo regalo!– / y apenas me la tomó, / cuando, ¡zas!, la bola asienta, / que pica como pimienta, / y la mano me quebró»15. No es más que un absurdo aparente, ya que esconde una verdad o un modo nuevo de ver la verdad. Por ello, para M. de Unamuno [1994: 731]: «[…] la paradoja no es sino el repensamiento, la revisión de un lugar común y no pocas veces el lugar común mismo presentado por otra cara». También la alusión tiene que ver con la presuposición. Consiste en una perífrasis que hace referencia a persona o cosa conocida sin nombrarla. Según W. Kayser (1961: 150-151), «en la alusión es necesario que el oyente añada algo para que el sentido se torne completamente comprensible. En la lectura de textos antiguos, el lector necesita, por ejemplo, considerables conocimientos de mitología para comprender bien las alusiones. [...] Del mismo modo, los conocimientos bíblicos del lector moderno en general no bastan para entender todas las alusiones de las obras poéticas antiguas»16. Esto es perfectamente aplicable a las comedias mitológicas; así, en Adonis y Venus17 se hace alusión al laurel y desdén femenino a través de Dafne, un cultismo semiológico; o a las comedias de Santos, como en La vida de San Pedro Nolasco18, donde se alude a las fuerzas malignas mediante Luzbel, otro cultismo semiológico. Otro concepto pragmático importante es el de implicatura o sobrentendido. Las implicaturas, tal como las entiende el filósofo del lenguaje H. P. Grice (1981), son un medio de obtener significados derivados a partir de significados literales19. Son típicas en nuestro teatro áureo las escenas de malentendidos basadas en sobrentendidos. De ellos se desprende un gran ingenio y habilidad por parte del escritor a la hora de manejar las escenas, sobre todo, las de enredo y

dores y el locutor. Los enunciadores son el origen de cada una de las voces que se perciben en un texto polifónico. El locutor es el autor responsable, el que hace hablar a sus enunciadores, el que desautoriza unas y suscribe u homologa las otras. 15 La dama boba, vv. 365-372. 16 W. Kayser, op. cit., p. 151, sigue diciendo: «Al extranjero, la mayor parte de las veces se le escapan las alusiones a proverbios y modismos locales. Cuanto más se cuente con un público –sobre todo con un público homogéneo–, tanto más vasto será el papel de la alusión en un texto literario. Es uno de los medios estilísticos más útiles para determinar la atmósfera social en torno a una obra». 17 Adonis y Venus, v. 262. 18 La vida de San Pedro Nolasco, v. 20. 19 Sabemos que el significado lingüístico es complejo, con sus denotaciones, connotaciones, polivalencia significativa.

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costumbres. Por ejemplo, en El caballero de Olmedo20 encontramos un curioso ejemplo: ALONSO: Con qué te podré pagar / la vida, el alma que espero, / Fabia, de esas santas manos? TELLO: ¿Santas? ALONSO: ¿Pues no, si han de hacer / milagros?. TELLO: De Lucifer21. FABIA: Todos los medios humanos / tengo de intentar por ti, / porque el darme esa cadena / no es cosa que me da pena: / más confiada nací. TELLO: ¿Qué te dice el memorial ALONSO: Ven, Fabia, ven, madre honrada, / porque sepas mi posada.

En estos versos, por otra parte, se puede observar un tipo mixto de diálogo de sordos, que nos lleva a otro concepto: el de las explicaturas conversacionales: 1) de tipo implícito (v. 201: De Lucifer), por cambio de sentido, sólo dirigido al público, no al personaje en escena, que se sobrentiende en las propias frases; 2) de tipo explícito (v. 207: ¿Qué te dice?), por cambio de sentido expresado a través del elemento morfosintáctico, verbo dicendi, dirigido en primera instancia al personaje en escena, y en segunda instancia al público de la representación. Tal vez la aplicación más intensa y coherente de la implicatura o acto locutivo indirecto se haya producido en el terreno de las llamadas interrogativas retóricas. Estas estructuras, literalmente, son preguntas, pero lo que se obtiene de ellas es todo lo que no es ‘interrogar’; con ellas se afirma, se niega, se desea, se duda, se exclama, se exhorta con órdenes o prohibiciones o avisos o ruegos, etc.: GIL: «Cuando eso fuera, / ¿quién se pudiera excusar?»22. Ante la asimetría que en ellas observamos entre el plano sintáctico y el semántico, cabe preguntarnos: ¿son las interrogativas retóricas una variedad curiosa de las oraciones interrogativas o más bien una variedad muy expresiva de las oraciones enunciativas (afirmativas o negativas), desiderativas, dubitativas, exclamativas y exhortativas? Las implicaturas enunciativas y exhortativas que se pueden obtener de las preguntas retóricas han constituido el campo más fecundo de su análisis. Por otra parte, el llamado condicional de cortesía en: SILVIA: «Dafne, el miedo sería / quien a mentir le provoca»23, puede ser examinado desde la teoría de las 20

El caballero de Olmedo, vv. 197-209. Obsérvense los significados graduales derivados a partir del significado literal: ‘milagros de Lucifer > milagros del demonio > milagros de pacotilla > milagros no válidos > no milagros > pecados > sacrilegios’. 22 Peribáñez y el comendador de Ocaña, vv. 139-140. 23 El amor enamorado, vv. 185-6. 21

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implicaturas, de donde se obtiene el significado derivado de que es precisamente el miedo la causa del mentir, y no otra cosa. Por lo tanto, se está calificando indirectamente al sujeto de cobarde, de miedoso. Como dice S. Gutiérrez (1996: 60 y ss.), es relativamente frecuente que los mensajes estén constituidos por informaciones que se codifican directamente y, a la vez, por otros contenidos que se afirman de forma más solapada e indirecta (presuposiciones) o que, no estando implicados en lo que se dice, el receptor ha de deducir a partir de las circunstancias del discurso (sobrentendidos). Existen, según O. Ducrot (1986: 19), tres nociones que conviene no confundir: a) Lo puesto, lo dado en el mensaje, es decir, la información directamente codificada. b) Lo presupuesto dentro del marco del enunciado. Por ejemplo, FINEA: «¿No sabes desabrazar?»24, presupone que Laurencio ‘la había abrazado antes’. c) Lo sobrentendido, lo que se deja para que el receptor capte a través de su capacidad de inferencia. Es una información que no compromete al emisor, un decir sin haber dicho. Así, SIRENA: «¿Las flores te hablaron?». ALCINO: «Sí; / y no fue la vez primera», permite sobrentender que ‘a Alcino le hablaron las flores muchísimas veces más’, por procedimiento, litotético, de ostensión-inferencia. Sostiene O. Ducrot (1986: 20) que presupuestos y sobrentendidos son hechos de naturaleza diferente: 1. Los presupuestos siguen siendo afirmados en la interrogación y en la negación. Los enunciados: «¿no sabes desabrazar?», «Laurencio no sabe desabrazar», siguen presuponiendo ‘Laurencio había abrazado antes’. Por el contrario, 2. Los sobrentendidos, no. En los enunciados: «¿no fue la vez primera?», «fue la vez primera», desaparece el contenido ‘no fue la vez primera’. Como los presupuestos pertenecen al sentido ‘literal’ de una secuencia, el hablante es responsable de lo que se afirma en ellos. Por el contrario, los sobrentendidos se distancian y se añaden al sentido ‘literal»’. No están incluidos en él y permite decir algo ‘sin decirlo, pero diciéndolo’. El hablante no es responsable legal de los sobrentendidos.

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La dama boba, v. 1759.

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Los presupuestos pertenecen al componente lingüístico25. Los sobrentendidos se inscriben en el componente retórico26, son hechos de habla, de actuación. En tanto que lo afirmado es lo que afirmo como locutor, y lo sobrentendido lo que dejo deducir a mi oyente, lo presupuesto es lo que presento como si fuera común a los dos personajes del diálogo, el objeto de una complicidad fundamental que liga entre sí a los participantes del acto de comunicación. Por lo tanto, se presupone desde un tiempo pasado por un nosotros; se afirma desde un tiempo presente por un yo; y se sobrentiende desde un tiempo futuro por un tú. El presupuesto es un implícito inmediato, con terminología de Ch. Baylon y P. Fabre (1978: 96). El oyente accede a él por el simple procedimiento de la descodificación. Por el contrario, el alcance del sobrentendido exige un ejercicio discursivo, la aplicación por parte del receptor de su capacidad de inferencia. En este razonamiento se parte no sólo de datos de información lingüística precedente, sino también de conocimientos extralingüísticos. Es común asimismo la aplicación de algunas leyes pragmáticas: – Ley de economía: el oyente tiende a considerar útiles todas las informaciones que se transmiten. A partir de, FEDERICO: «y seré el primer alnado / a quien hermosa parezca / su madrastra»27 se llega al sobrentendido de que no le gustan las demás damas, sólo a ella prefiere, en contraste con el resto de los mortales, porque si le gustaran las demás sería antieconómica la introducción de los adjetivos «primer» y «hermosa». 25 Aunque todas las presuposiciones sean contenidos expresados por la lengua, sólo algunas veces se manifiestan a través de diferencias formales de los enunciados en los que tales presuposiciones no existen. En la secuencia: FABIA: «con los hombres, las mujeres / llevamos seguridad» (El caballero de Olmedo, vv. 597-98), el contenido presupuesto «Yo (nosotras) llevo (llevamos) seguridad» halla manifestación a través de la discordancia entre el sujeto y el verbo. Por otra parte, La diferencia de contenido existente entre los decursos: MENDO: «que os ha de vencer a entrambos / un nuevo galán, por nuevo» (no se presupone que tenga más) y «un nuevo galán, por nuevo» (se presupone la posesión de más) halla conformación sintáctica en dos estructuras diferentes. En el primer caso, nuevo es atributo de un predicado nominal elidido, mientras que, en el segundo, funciona como adyacente nominal de galán (El guante de doña Blanca, vv. 129-130). 26 J. L. Austin (1980: 95 y ss.), dice que al hablar estamos realizando varios actos simultáneos: acto locucionario (el hablante transmite una serie de significados al oyente mediante esa forma lingüística; se trata del significado semánticamente codificado); acto ilocucionario (el hablante realiza un determinado acto, una acción, en un determinado contexto mediante la transmisión de esos significados; se trata de un significado pragmático o fuerza ilocucionaria); acto perlocucionario (mediante su acto ilocucionario, el hablante influye de alguna manera sobre el oyente, provoca una reacción en él; se trata de un significado retórico o intención perlocucionaria). La presuposición se inscribiría dentro de los dos primeros actos; por el contrario, el sobrentendido pertenecería al tercer tipo de actos. 27 El castigo sin venganza, vv. 646-648.

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– Ley de lítotes: las normas de cortesía impiden en ocasiones expresar la verdad cruda y desnuda. En tales ocasiones se hace uso de la atenuación, del eufemismo. Alguien a quien le es familiar el robo dice, como para no molestar: GOSFOROSTRO : «Los que hacienda ajena entretuvieren»28. Lo que el oyente debe interpretar es ‘soy uno de los que acostumbran a practicar tal oficio sin ningún tipo de escrúpulos’. Los sobrentendidos coinciden con lo que S. Gutiérrez (1981: 117) ha denominado significación deducida. Son muy frecuentes en el discurso ‘diplomático’, en las indirectas y en muchas otras situaciones de habla. Cuando Tello comunica a Don Rodrigo: «Si os sirve en algo / daréla a un criado vuestro»29, lo que realmente le está diciendo es ‘que sabe la verdad de lo sucedido, así se finge dueño de la capa y simula que no la considera con suficiente categoría para dársela a Don Rodrigo –que es su verdadero amo–, sino a un criado. Con esto tapa la boca a Don Rodrigo para que no pueda decir que es él, ya que la capa fue encontrada abandonada en el suelo, puesto que pasaría por un cobarde, atributo indigno de su clase social’. En esta misma comedia, una voz canta: «Sombras le avisaron / que no saliese...»30 lo que realmente le está comunicando a Don Alonso es su vuelta a Medina, por peligro de muerte. La pragmática lingüística es imprescindible para el estudio de la lingüística del texto. El llamado contexto verbal supera con creces el límite de la oración. Por eso, al emplear el término contexto, conviene especificar en cada caso si es el verbal o el extralingüístico (en este entra la pragmática). En cuanto a los antecedentes de la lingüística del texto, debemos mencionar dos ramas de la lingüística, una clásica31 y otra moderna, que superaron el marco de estudio oracional: la retórica y la estilística, que trabajaban sobre los textos literarios, como más recientemente la semiótica. Hay una forma de lingüística del texto, la que se ocupa del texto como nivel de la estructuración de un determinado idioma, que me importa especialmente para el estudio de la obra de Lope de Vega. Recibe diversas denominaciones: gramática del texto, gramática transoracional, análisis transoracional32... Su objeto es, por tanto, la constitución de textos en determinadas lenguas, en la medida en que existen reglas específicamente idiomáticas que se refieran a ellos. Se trata, en realidad, de una parte de la gramática de un idioma, aquella que describe los

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El premio de la hermosura, v. 844. El caballero de Olmedo, vv. 938-939. 30 Ibídem, vv. 2386-92. 31 Ya Aristóteles había bosquejado lo que hoy llamamos una teoría de la acción verbal. 32 Cfr. E. Coseriu (2007, III, 3: 320-339), donde hace un análisis pormenorizado de estos conceptos. 29

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hechos idiomáticos que exceden el ámbito oracional, tales como la denominada topicalización o tematización, el orden de palabras, la elipsis, la sustitución, la enumeración33, etc. Todos estos hechos, como dice E. Coseriu (1981c: 21), «van de alguna manera, más allá de los límites de la oración y no parece posible describirlos, al menos de una manera completa, en el marco de una gramática de la oración». Desde esta perspectiva el texto representa uno de los varios niveles con que opera la gramática de un idioma determinado: palabra, frase, oración, texto. Estos fenómenos transoracionales pueden ser de diverso tipo: a) Hechos que se extienden a lo largo de varias oraciones: estilo directo: TEODORO: «Extrañamente me aprieta / vuseñoría. “Esos ojos / (le dije), esas niñas bellas, / son luz con que ven los míos”»34 e indirecto: DUQUE: «Escríbeme el Pontífice por ésta / que luego a Roma parta»35, enumeraciones: INFANTE: «Traía del campo y río / caza, fruta, leche y pesca»36, etc. b) Hechos que son característicos de un cierto tipo de texto: por ejemplo, la elipsis en el estilo telegráfico o en los anuncios publicitarios por palabras. Lope de Vega la utiliza, junto con el anacoluto, en la comedia titulada El castigo sin venganza, para remedar con cierta ironía y burla el habla vizcaína: BATÍN: «albéitar, juras a Dios, / dijo, “es mejor que dotora, / y yo y macho desde agora / queremos curar con vos”»37. c) Hechos que, aunque se dan en el ámbito de una oración, apuntan no obstante más allá de ella: determinadas partículas o marcadores discursivos: OTÓN: «Porque, en fin, es de cobardes / ser con mujeres valientes»38; fenómenos lingüísticos de sustitución, por sentido en el texto: casos de simplex pro composito del tipo: responder39 por corresponder, o tener40 por detener; anáfora: «Aprisa, aprisa, hinchidlo, hinchidlo»41 etc. Los veremos de forma pormenorizada más adelante. Estos tres tipos de hechos poseen en común dos propiedades:

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La gramática del texto se ocuparía de responder, por ejemplo, a la pregunta de cómo se expresa de modo correcto, la enumeración, la digresión o la elipsis en una determinada lengua histórica. 34 El perro del hortelano, vv. 1056-59. 35 El castigo sin venganza, vv. 1682-83. 36 La mocedad de Roldán, vv. 1869-70. 37 El castigo sin venganza, vv. 2237-40. 38 La imperial de Otón, vv. 962-3. 39 Vida de San Pedro Nolasco, v. 39. 40 El Rey sin reino, v. 599. 41 Roma abrasada, v. 2986.

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1) Conciernen a textos (unidades superiores al nivel de la oración). 2) Pertenecen a un idioma determinado. Por ello, a la lingüística del texto42 se la ha llamado también Lingüística supraoracional, para contraponerla a la lingüística o gramática oracional. En el enfoque textual hubo al principio una tendencia que consistía en partir de la idea de que entre texto y oración existe una relación similar a la que se observa entre oración y sintagma, o entre sintagma y palabra, o entre palabra y morfema. El texto se concebía como una suma de oraciones más determinadas condiciones de coherencia, igual que una oración se puede entender como una suma de palabras o sintagmas más condiciones de coherencia. Si una gramática es capaz de explicar cómo a partir de determinados sintagmas podemos llegar a una oración, también, dentro del mismo modelo, podríamos explicar cómo a partir de una sucesión de oraciones llegamos al texto. Este enfoque textual no sería más que una ampliación de la gramática oracional a un nuevo nivel. Sin embargo, pronto se abandonó esta perspectiva para adoptar una tendencia dinámica que supone un enfoque comunicativo. Así, se suele definir la unidad texto como «la unidad mínima de la comunicación verbal», pues hablamos por textos, no por oraciones. Como ya dijimos al principio el sentido completo sólo está en el texto. Desde un punto de vista teórico y metodológico resulta de gran importancia la distinción entre función textual (sentido) y función idiomática (significado), distinción sobre la que se apoya la diferenciación entre Lingüística del texto y Gramática del texto. La función textual, o sentido, designa el contenido propio de un texto o de una parte de un texto. Así, por ejemplo, ‘pregunta’, ‘respuesta’, ‘orden’, ‘asentimiento’, ‘conclusión’, ‘resumen’, etc., son, entre otros muchos, contenidos posibles de textos, o sea, funciones textuales o sentidos. La función idiomática, o significado, designa el contenido proporcionado por las unidades idiomáticas de una lengua histórica determinada. Este tipo de contenido lingüístico se encuentra organizado de manera peculiar en cada idioma. Se suelen distinguir dos grandes clases de significado: léxico y gramatical, sin que resulte fácil establecer una separación radical entre una y otra clase. La distinción entre ambas funciones, textual e idiomática, resulta manifiesta en la falta de correspondencia entre funciones textuales y categorías de significado gramatical. Así, por ejemplo, aunque es frecuente que la función textual ‘pre-

42 Durante los decenios de 1960 y 1970 una nueva forma de acercarse al estudio del lenguaje vio la luz y adquirió un rápido desarrollo: la lingüística del texto. Al nacimiento y fundamentación de esta nueva corriente lingüística se encuentran asociados nombres como los de W. Dressler, E. Coseriu, S. J. Schmidt, J. S. Petöfi, H. Weinrich, T. A. van Dijk, R. A. de Beaugrande, E. Bernárdez, A. García, T. Albaladejo, C. Fuentes, M. Casado, etc.

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gunta’ se exprese mediante la categoría idiomática ‘oración interrogativa’, no es raro encontrar realizada dicha función textual en estructuras gramaticales distintas de la oración interrogativa, como «Indíqueme, por favor, dónde está la catedral», «Quiero ir a la catedral, pero me encuentro perdido», «No me resulta fácil dar con la catedral», etc. Y a la inversa, el significado gramatical ‘oración interrogativa’ no expresa necesariamente función textual ‘pregunta’, sino que puede manifestar funciones textuales como ‘información’, ‘orden’, ‘afirmación’ enfática, ‘petición’, ‘rechazo’, ‘sorpresa’, ‘duda’, etc., como reflejan las siguientes construcciones interrogativas: «¿Sabes lo caros que se han puesto los pisos?» (información enfática), «¿Te quieres callar?» (orden), «¿Hay crimen más repugnante que el infanticidio?» (afirmación enfática), «¿Podrías decirme la hora?» (petición), «¿Estás loco?» (rechazo, refutación, réplica), «¿Todavía estás aquí?» (sorpresa), «Si hiciera buen tiempo, saldríamos a pasear, pero ¿quién sabe?» (duda)43. Entre los principios que otorgan a un conjunto de oraciones la textualidad, es decir, la calidad de texto, podemos destacar dos: la cohesión y la coherencia. La cohesión guarda relación con la gramaticalidad del texto y la coherencia con la aceptabilidad. Un texto persigue transmitir informaciones con una intención muy precisa. Así considerado, el texto es fuente de información. La información ha de presentarse adecuadamente jerarquizada, indicando claramente qué informaciones son esenciales y cuáles secundarias, estableciendo correctamente44 las relaciones, sea cual sea su naturaleza, que se establecen entre ellas. Si lo logramos, obtendremos un texto con un elevado grado de cohesión. Además, los conceptos no han de contradecirse, deben expresarse de la manera más precisa en beneficio de su inteligibilidad y no debe haber ambigüedades, ya sea en el campo de la representación, de la repetición o de la progresión de contenidos. Si alcanzamos estas metas, podremos asegurar que el texto tiene un alto grado de coherencia45.

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Ya antes aludimos a ello con respecto a la pregunta retórica. Corrección es el sometimiento a las normas lingüísticas vigentes, con el fin de no cometer solecismos ni barbarismos. Consúltese la Gramática de la Real Academia sobre los vicios de dicción. También resulta útil desde un punto de vista práctico consultar D. Cassany (1988 y 2000) y J. Martínez de Sousa (1993). 45 Las cualidades de claridad y propiedad contribuyen a la coherencia. La claridad busca evitar dificultades en la comprensión o errores de interpretación. Cuando falta la claridad se produce la ambigüedad o anfibología, en que la frase o el vocablo se prestan a más de una interpretación y hace, por lo tanto, poco inteligible la idea. La propiedad está relacionada con la claridad y consiste en el uso de la palabra exacta que traduzca fielmente el pensamiento. Un peligro es el de no saber distinguir el matiz que separa a los vocablos, lo que hace que no existan verdaderos sinónimos. 44

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Una vez establecido el entorno de creación, a través de las relaciones situacionales, contextuales y cotextuales, se plantea el análisis de la creación misma del texto como fuente transmisora de información. Para que este objetivo creador se alcance, es necesario dotar al texto de dos cualidades base, como ya apuntamos anteriormente: cohesión y coherencia. La cohesión está constituida por el conjunto de todas aquellas funciones lingüísticas que indican relaciones entre los elementos de un texto. Esta característica proporciona trabazón entre los constituyentes del texto, pero no garantiza por sí sola la coherencia de tal texto. En efecto, como dice E. Coseriu (1977b: 219), «los textos no se elaboran sólo con medios lingüísticos, sino también –y en medida diversa según los casos– con la ayuda de medios extralingüísticos». Dicho de otra manera, en la construcción de un texto entra en juego no sólo la competencia idiomática del hablante, sino también lo que se denomina, según diferentes autores o escuelas, ‘competencia expresiva’ y ‘saber elocutivo’ (E. Coseriu, 1992), ‘competencia pragmática’ (N. Chomsky, 1965 y 1974) o ‘competencia comunicativa’ (D. Hymes, 1974 y 1977). La cohesión hace referencia a la organización estructural de la información. Atiende a los mecanismos existentes para jerarquizar las informaciones presentadas. Tiene en cuenta tres grandes cuestiones: la puntuación ortográfica46, los mecanismos sintácticos como marcadores del discurso, y finalmente, la sustitución léxica (el uso de proformas47). Es decir, está constituida por el conjunto de todos aquellos fenómenos o elementos lingüísticos que indican relaciones entre los componentes o partes de un texto. Esta característica proporciona conexión o enlace entre los constituyentes textuales (la gramaticalidad), pero, insistimos, no garantiza por sí sola la coherencia de tal texto (su aceptabilidad)48. Los elementos de la cohesión textual son conocidos en una buena parte porque proceden de la gramática oracional: el ritmo, la entonación y demás rasgos prosódicos como

46 En los vv. (1746-49)-(2357-60) de La Arcadia, podemos ver cómo se modifica el sentido por el cambio de puntuación. Hay progresión a partir de esquemas redundantes: ANFRISO: «No hay que esperar, Olimpo de mi vida, / otro gusto mayor; que aborrecerte / mi alma es imposible, y a quererte / la firme voluntad está rendida» > BELISARDA: «No hay que esperar, Olimpo, de mi vida / otro gusto mayor que aborrecerte / mi alma; es imposible ya quererte: / la firme voluntad está rendida». 47 En los vv. 475-80, acto II, de Peribáñez y el comendador de Ocaña, podemos observar un caso mixto de marcador de discurso con sustitución léxica–proforma verbal: COMENDADOR: «¡Si gente no hubiera! ... / mas despertarán también.». LEONARDO: «No harán que son segadores; / y el vino y cansancio son / candados de la razón / y sentidos exteriores». 48 Con independencia de los absurdos que se puedan detectar en la construcción informativa, parece que una inadecuada configuración de la cohesión tiene mucha culpa de la casi total ininteligibilidad del texto.

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la pausa y la juntura; la recurrencia total o parcial de palabras o estructuras49: ARRÁEZ: «¿Qué hiciste con él, qué hiciste?»50; la concordancia y el régimen apropiados, que no haya silepsis: ni por número: LEANDRO: «Pues más de algún marquesote, / a codicia del dinero / pretende la bobería / desta dama, y a porfía / hacen su calle terrero»51, ni por género: FRONDOSO: «y por diosa Venus macho»52; que no se atente contra las correlaciones temporales, modales y aspectuales: CELIO: «¿Por qué cuando llegó no me llamabas?»53; que no se vulnere la correcta categorización y subcategorización de las estructuras y funciones sintácticas: ROLDÁN: «¿Qué la quieres?», EMPERADOR: «Preguntadla / qué tiene contigo»54, BORIS: «sin que Moscovia murmurarme pueda»55; la paráfrasis: «ciego estoy... estoy sin vista»56; FABIO: «Él es ladrón», OTAVIO: «Sin duda a robar venía»57. Elementos típicos de la cohesión son la anáfora: FABIA: «Hija, mi rosario y misa: / esto, cuando estoy deprisa»58 y la catáfora: INÉS: «Espera, / ¿qué es lo que traes aquí?», FABIA: «Niñerías que vender / para comer...»59; es decir, los elementos deícticos, los elementos de contenido pronominal. Destacan los pronombres, que pueden establecer referencia a algo que está fuera de la oración en que ellos aparecen: BELISA: « (porque estos no son de aquellos / que repiten para cofres)»60. Los determinantes, entre los que sobresale el artículo determinado, tienen también importancia en este terreno: JARIFA: «Porque tu curso lleves, / famoso río, con mayor creciente, / y la margen renueves / que en tus orillas hizo

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Aquí se incluye una gama amplia de fenómenos lingüísticos: anáforas: MITILENE: «Peñas de nieve, a quien el austro...» (El premio de la hermosura, v. 1209), reduplicación: por anadiplosis: BARRILDO: «Mengo, todo es armonía. / Armonía es puro amor» (Fuente ovejuna, vv. 380-1); por epanadiplosis: CASANDRA: «[...] si fuera / ofensa pensar la ofensa» (El castigo sin venganza, vv. 1580-1), concatenación: MENANDRO: “De otro sol parece aurora, / y de otra aurora la estrella» (Adonis y Venus, vv. 189-190), polisíndeton: TORCATO: «Proa su amor, y su cruz, / y el árbol y la mesana» (San Segundo de Ávila, vv. 1230-1), repetición diseminada: FEBO: «Que cabras, sarna y mujeres / son golosas y andariegas. / Todo el monte anda la cabra, / y la sarna un cuerpo todo; / la mujer, del propio modo, / come y anda, cunde y labra» (El gran duque de Moscovia, vv. 1513-18), retruécano: MENALCA: “Pues gana el que ha de perder, / y pierde el que ha de ganar» (El verdadero amante, vv. 1101-2). 50 El remedio en la desdicha, v. 2788. 51 La dama boba, vv. 136-140. 52 La Arcadia, v. 951. 53 La fábula de Perseo, v. 1103. 54 La mocedad de Roldán, vv. 2984-85. 55 El gran duque de Moscovia, v. 851. 56 El marqués de Mantua, v. 413. 57 El perro del hortelano, vv. 115-6. 58 El caballero de Olmedo, vv. 344-5. 59 Ibídem, vv. 338-41. 60 Las bizarrías de Belisa, vv. 191-2.

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la corriente»61. Sin olvidar los adverbios pronominales (aquí, allí, etc.): INÉS: «Espera / ¿qué es lo que traes aquí?», FABIA: «Niñerías que vender / para comer, por no hacer / cosas malas», LEONOR: «Hazlo ansí, / madre, y Dios te ayudará»62. La elipsis63 es una forma especial de sustitución con referencias extraoracionales, pues la ausencia de un elemento lingüístico concreto en un punto preciso de la cadena sintáctica puede incluso tener fuerza deíctica, como se ve en el segundo ejemplo muy especialmente: LAURENCIA: «¿De adónde bueno, pariente?»64; SANCHO: «¿Cuál es el rey, señor?», DON ENRIQUE: «Aquel que arrima la mano agora al pecho»65. Especial importancia para la cohesión textual se otorga hoy a los llamados «enlaces extraoracionales»; son piezas lingüísticas (marcadores textuales o de discurso) que tienen como función marcar relaciones que exceden los límites de la sintaxis oracional. Estas partículas o marcadores discursivos66 pertenecen a categorías gramaticales diferentes: conjunciones, interjecciones, adverbios, locuciones adverbiales, prepositivas y conjuntivas, etc. Coinciden en su carácter invariable y en su total, o casi total, lexicalización: además67, en fin, en efecto, o sea, en conclusión, claro, bueno, etc.: DON ALONSO: «En fin, es la quinta esencia / de cuantas acciones viles / tiene la bajeza humana / pagar mal quien bien recibe»68; DON ALONSO: «Con este engaño, en efeto, / le dije a mi amor que escriba / este papel»69. Las llamadas conjunciones de coordinación (coordinantes) actúan sintácticamente al relacionar oraciones independientes como enlaces conjuntivos extraoracionales. Frente a los subordinantes, los coordinantes no pertenecen a ninguna de las oraciones que conectan. Por esta razón, cuando es posible el cambio de orden de las oraciones el coordinante no se desplaza con ninguna de ellas: Y cena

61 El remedio en la desdicha, vv. 31-34. Los dos artículos determinados pueden sustituirse por el posesivo tu, constituyendo una variatio estilística de este. 62 El caballero de Olmedo, vv. 338-443. 63 La elipsis suprime elementos de la frase (sin perjuicio de la claridad), dotándola de brevedad, energía, rapidez y poder sugestivo. Es de muchísimo uso. Para esto es necesario: primero, que las palabras omitidas sean de las que supone o suple sin trabajo la persona con quien se habla; es un caso de sustitución; segundo, que con la brevedad de la cláusula se evite cierta redundancia y pesadez que en otro caso tendría. 64 Fuente Ovejuna, v. 448. 65 El mejor alcalde, el rey, vv. 1328-29. 66 J. Portolés (1998: 146) ofrece la siguiente clasificación: estructuradores de la información, conectores, reformuladores, operadores discursivos y marcadores de control de contacto, como más adelante veremos. 67 En El marqués de Mantua y en Las bizarrías de Belisa aparece como simplex pro composito las variantes: más (v, 1122) y demás (v. 1132), respectivamente. 68 El caballero de Olmedo, vv. 2300-03. 69 Ibídem, vv. 171-3.

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sosiégate un poco frente a Sosiégate un poco y cena70. En la parataxis oracional hay, sintácticamente (no semánticamente), conexión de oraciones o enunciados independientes; son las mayores o menores interdependencias semánticas entre los miembros de la parataxis las que restringen o impiden el cambio de orden de las oraciones por originarse con ello alteración de significado o producirse significados absurdos. Es el caso de los hysteron proteron: ‘Que me desespera y, por ello, me mata’,* «Que me mata y desespera»71. Por lo tanto, comprobamos que en las relaciones paratácticas (yuxtaposición y coordinación oracionales), no hay simetría entre sintaxis y semántica, pues a muy estrechas interdependencias semánticas les puede corresponder una relación de independencia sintáctica. S. Gili Gaya (1990: 326) había observado con tino que las conjunciones no son sólo signos de enlace dentro de un período, sino que expresan también transiciones o conexiones mentales que van más allá de la oración, relacionando, por ejemplo, la oración en que se encuentran con el sentido general de lo que se viene diciendo. Sobresalen en este papel, las copulativas: LUCRECIA: «Fuime y déjela, y sospecho / que cansada de esperar»72, las adversativas: PERIBÁÑEZ: «que el Comendador, Casilda, / me la ciñó, cuando menos. / Pero este menos, si el cuando / viene a ser cuando sospecho, / por ventura será más», CASILDA: «El favor, sí; que yo sé / que es bien debido a los vuestros. / Mas ¿qué podrá una villana / dar a un capitán?»73 y, especialmente, las consecutivas: ALCALDE: «Fue su término de modo / que la plaza alborotó»74; FINEA: «¿Cuál? ¿Esta redonda? / ¡Letra!», RUFINO: «¡Bien!», FINEA: “Luego, ¿acerté?»75; FLORES: “En efeto, fue la furia / tan grande que en ellos crece, / que las mayores tajadas / las orejas a ser vienen»76; MAESTRE: “El consejo de Fernando, / y el interés, me engañó, / injusto fiel; y ansí yo / perdón humilde os demando»77. Tienen como función la continuidad del discurso y, a la vez, la transición a otro miembro del mismo. Pero S. Gili Gaya se refiere también a otros procedimientos que sirven para establecer conexiones, semánticas y sintácticas, que van más allá de la oración, tales como la repetición, la anáfora, la elipsis, el ritmo (acento, cantidad, entonación y pausas). ¿Se acaban los vínculos formales entre oraciones con el estudio de los elementos conjuntivos? ¿No existen otros medios sintácticos que relacionan las

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Peribáñez y el comendador de Ocaña, v. 2589. Servir a señor discreto, v. 1829. El galán Castrucho, v. 2121. Peribáñez y el comendador de Ocaña, vv. 2410-14; 2418-21. Fuente Ovejuna, vv. 1317-18. La dama boba, vv. 331-2. Fuente Ovejuna, vv. 1988-91. Ibídem, vv. 2318-21.

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oraciones dentro de la yuxtaposición? Para S. Gili Gaya sí existen. Afirma que si en las oraciones yuxtapuestas78 no hay enlaces, puede haber en cambio otras conexiones gramaticales que contribuyan a proporcionar cohesión: a) los dos verbos tienen el mismo sujeto: PEDRO: «Hidalgo soy, que no quiero / decir que soy caballero»79; b) se repite en la segunda oración alguna palabra de la primera (en el ejemplo que presentamos, a través de un poliptoton): PEDRO: «O no supistes mi calidad como extranjero o debéis de ser loco. Si entendiera que la sabíades, os hiciera matar...»80; c) las relaciones pueden acentuarse con el empleo de pronombres: LEONOR: «De qué trata ese papel?», GIRÓN: «Cinco elogios milagrosos / de capitanes famosos / vienen escritos en él»81, adverbios: ELVIRA: «Señor pan y catorce, allá en su nave / le diga esos requiebros a un piloto»82 o adjetivos: ELVIRA: «pues yo tengo por muy bueno / mi color porque el moreno / dicen que a los hombres mata»83. También los adjetivos enumerativos: «Es el primero..., / el segundo..., / el tercero..., / Dél es el cuarto / por quinto de estos varones»84 En realidad, las piezas lingüísticas que tienen como función marcar relaciones que exceden los límites de la sintaxis oracional constituyen un conjunto bastante heterogéneo de elementos. La diversidad de términos con que se las designa es suficientemente revelador: marcadores textuales o de discurso, operadores discursivos, ordenadores del discurso, operadores pragmáticos, conectores discursivos, enlaces extraoracionales, etc. M.ª A. Martín (1992) aboga por el mantenimiento del término tradicional partícula. Se trata de piezas lingüísticas como las que aparecen destacadas en los enunciados que siguen: «Evidentemente, esta discusión carece de sentido». «Le han suspendido cuatro asignaturas; o sea, un desastre».

78 En todo fenómeno lingüístico hay una parte central, más fácil de determinar, y una parte periférica. Determinados aspectos de la periferia se mezclan con la periferia de otro fenómeno lingüístico colindante. Esto explica, en parte, la vida del idioma, su evolución y sus posibles cambios. No debe extrañar, pues, que la yuxtaposición oracional tenga límites poco claros con la sucesión de oraciones independientes y con la relación de oraciones en el período mediante conjunciones o locuciones conjuntivas. El avance en el estudio de los elementos de cohesión y coherencia textuales puede ayudar a estudiar las relaciones que establecen las oraciones en la yuxtaposición. 79 Servir a señor discreto, vv. 70-71. 80 Ibídem, papel leído entre los vv. 148 y 149. 81 Ibídem, vv. 438-41. 82 Ibídem, vv. 662-3. 83 Ibídem, vv. 539-41.

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«Juan ha descubierto un documento muy interesante. –Por cierto, yo tengo copia de ese documento»85 «Hace mucho frío. –Pues a mí no me lo parece. –Claro, llevando ese abrigo...»86. «En Italia existen volcanes en actividad. Por ejemplo, el Vesubio». «Bueno, vamos a terminar la reunión». «Su nombre no era Ulises. En realidad, no tenía nombre». «En primer lugar, está la belleza de su poesía; en segundo lugar, la importancia de sus temas. Luego está lo sugerente de los símbolos. Y, por fin, la antítesis de que gustó manejar»87.

Lo primero que salta a la vista es la heterogeneidad en lo que respecta a la categoría gramatical de las piezas que se incluyen en la clase ‘marcadores discursivos’: conjunciones, interjecciones, locuciones adverbiales, prepositivas y conjuntivas, adverbios, etc. Pero, al mismo tiempo, coinciden en su carácter invariable y en su casi total lexicalización. Es frecuente, asimismo, la acumulación de partículas: pues bien, ni aun siquiera, o sea que, etc.: FERNANDO: «Si habéis tomado, señora, / o pues por ventura os agrada / algo de lo que hay aquí»88. Otro rasgo general de los marcadores consiste en la dificultad de establecer su valor general de lengua (invariante semántica), es decir, el significado subyacente a todos los posibles empleos discursivos. Tal dificultad se agrava por la multifuncionalidad de muchas partículas (su aptitud para operar en un marco transoracional y para servir también de elementos relacionales de distinto tipo en la sintaxis de la oración), lo que determina que no siempre quede claro, para muchas de ellas, si se usan como operadores modales en el discurso o si, simplemente, representan conexiones interoracionales89. Se clasifican los marcadores discursivos en dos tipos90: 1) Adverbios modificadores oracionales. 2) Marcadores de función textual.

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La dama boba, vv. 442; 446; 458; 468; 476. Servir a señor discreto, vv, 1477-78: DIEGO: «Por cierto que los Córdobas han sido / y son agora gloria y honra a España». 86 Peribáñez y el Comendador de Ocaña, vv. 2408-9: PERIBÁÑEZ: «Pues sabed que soy hidalgo / y que decir y hacer puedo»; El Caballero de Olmedo, vv, 1750-1: ALONSO: «No los creo, claro está, / pero dan pena». 87 El caballero de Olmedo, v. 2305: FERNANDO: «Finalmente, ¿venís determinado?». 88 El caballero de Olmedo, vv. 409-11. 89 M.ª A. Martín (1992: 115). 90 Seguimos la clasificación de M. Casado (1997). 85

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Con respecto a los adverbios modificadores oracionales, se trata de adverbios que presentan una función no identificable con la de aditamento. Compárense: a) «Quién esa canción te ha dado, que tristemente has cantado»91 y b) «Quién esa canción te ha dado, que, tristemente, has cantado». En a) tristemente cumple función típica de aditamento, conmutable por el proadverbio de modo así: «que así has cantado»; es decir: ‘con tristeza’. En b), en cambio, no es posible tal conmutación: *«que, así, has cantado»; es decir, no ‘con tristeza’, sino ‘por desventura’. – Caracterización de los adverbios modificadores oracionales. J. Alcina y J. M. Blecua (1975: 870 y 884-886) denominan esta función adverbial «comentario oracional periférico». E. Alarcos (1990: 42) propone el nombre de «modificador oracional» (al término ‘atributo oracional’ renunció hace ya tiempo). Los modificadores oracionales no determinan el contenido léxico del verbo, como hacen los adverbios aditamentos, sino que afectan a la oración en su totalidad, introduciendo comentarios relativos a elementos externos a la oración. «Cumplen, en suma, un papel contextualizador, en virtud del cual el mensaje queda ubicado en una situación comunicativa más amplia»92. De ahí el carácter marginal o periférico que se les atribuye. Comparten una serie de rasgos con los adverbios y locuciones adverbiales de función textual. Así, desde el punto de vista distribucional, se desplazan libremente por la oración; y fónicamente, van entre pausas: OTAVIO: «Sin duda, a robar venía»93; «a robar, sin duda, venía»; «a robar venía, sin duda». No admiten la sustitución por adverbios interrogativos: «Sin duda, a robar venía», *«¿Cómo venía a robar? –Sin duda». Frente a: «Venía a robar con sigilo», ¿Cómo venía a robar? –Con sigilo. Tampoco admiten su integración en la unidad enfatizada de una estructura ecuacional. Compárese: «venía, sin duda, a robar». *«Sin duda, fue como él venía a robar», frente a «Venía a robar con sigilo.» «Con sigilo fue como él venía a robar.»

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El caballero de Olmedo, vv. 2398-99. A. I. Álvarez (1988: 226). Para estas cuestiones también pueden consultarse los trabajos de J. A. Martínez (1994). Así como de S. Gutiérrez (1997). 93 El perro del hortelano, v. 116. 92

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Aun cuando pueden combinarse con adverbios o sintagmas en función de aditamentos, no pueden coordinarse con ellos, lo que demuestra una vez más su carácter heterofuncional: «Él venía a robar con sigilo, sin duda», *«Él venía a robar con sigilo y sin duda (‘indudablemente’)». – Clasificación de los adverbios modificadores oracionales. Podemos clasificar los adverbios oracionales en función de aquello que comentan. El comentario oracional puede expresar la actitud del hablante acerca del contenido del enunciado (ciertamente, desgraciadamente, claramente, verdaderamente, realmente, felizmente, naturalmente, etc). También puede referirse el comentario a la producción misma del enunciado, o sea, a la enunciación, ya sea del hablante o del oyente (francamente, sinceramente, honradamente, honestamente, etc.). O, en último lugar, puede tratarse de algún comentario que afecte al texto en cuanto tal. Este comentario puede ser: a) metatextual (brevemente, esquemáticamente, escuetamente, resumidamente, etc.). b) temático (expresa el tema, aspecto, punto de vista, etc.: estilísticamente, formalmente, etc.) c) expresivo de algún tipo de orden o relación lógica (primeramente, posteriormente, simultáneamente, finalmente, consiguientemente, etc.). Con respecto a los marcadores de función textual, se incluye un conjunto numeroso, abierto, de piezas lingüísticas, no todas fácilmente catalogables en los repertorios tradicionales de clases de palabras (adverbio, preposición, conjunción, interjección). Un rasgo de los marcadores de función textual es su acusada multifuncionalidad, con la dificultad que esto supone a la hora de deslindar el valor general de lengua, de los diferentes usos o empleos ocasionales (acepciones). Dado que la lista es muy amplia ofreceremos sólo algunos ejemplos: ANARDA: «El verte, señora, ansí, / y justamente enojada»94; SANCHO: «Todo duerme seguro. Finalmente, / me robaron a [mí], mi prenda amada»95, DON TELLO: “¿Sois por dicha, hidalgo, vos / el alcalde de Castilla que me busca?»96. La coherencia textual apunta a un ámbito conceptual de enorme complejidad. Se dice que un texto posee coherencia cuando hay continuidad de sentidos o ausencia de contradicción cognoscitiva. Los conceptos y relaciones conceptuales

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El perro del hortelano, vv. 203-4. El mejor alcalde, el rey, vv. 1055-56. Ibídem, vv. 2245-47.

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que se configuran en el texto constituyen el mundo textual, el cual remite a una configuración de conceptos y relaciones extralingüísticos que forman parte del mundo real. No tiene por qué haber siempre simetría entre esos dos mundos, entre el significado textual y el extralingüístico. Se puede manipular el contenido extralingüístico mediante los significados textuales. Aquí reside la potencialidad creadora y expresiva del lenguaje, ya que los significados denotativos lingüísticos, los significados actitudinales y los contenidos proyectados por las estrategias discursivas de los interlocutores confluyen a menudo en la actuación comunicativa para hacer más compleja, rica y variada la referencia al mundo extralingüístico. Todo ello da el sentido completo del texto97. Por consiguiente, podemos decir que por coherencia se entiende la conexión de las partes en un todo. Esta propiedad implica, pues, la unidad. Para algunos autores, como E. Coseriu (1992), la coherencia representa un caso particular de lo que denomina congruencia o conformidad de la actividad lingüística con las normas universales del hablar. Estas normas universales del hablar constituyen el denominado saber elocutivo, integrado por el conocimiento del mundo y de las cosas, los principios98 generales del pensar humano, la exigencia de claridad y de no repetición léxica, el no decir lo obvio, lo imposible o lo extravagante, etc. Hablar de coherencia tiene que ver con estudiar los mecanismos merced a los cuales se transmite la información desde la concepción del texto como resultado del equilibrio entre la progresión y la redundancia informativa. Como todo texto implica una representación del mundo en tres niveles: persona, tiempo y espacio, habrá que estudiar también los mecanismos de representación de los que se haga uso: deixis personal, deixis temporal, deixis espacial. Recurso importantísimo para la formación del mundo textual es la repetición de componentes conceptuales. La repetición es la base fundamental sobre la que se apoya la coherencia textual. Hay repetición mediante sinonimia, antonimia, implicación, conversión, hiponimia, hiperonimia, lenguaje figurado, etc. La coherencia se sirve de la repetición para el establecimiento de la estabililidad cognoscitiva. Del tópico o conjunto tópico textual surgen las redes isotópicas99 que establecerán los vínculos entre las diversas partes de un texto. 97 S. Gutiérrez Ordóñez (1996), entiende por sentido de un mensaje la totalidad de contenidos que se transmiten en una comunicación concreta. La noción de sentido se aproximaría a la conjunción de los tres tipos de significado de que habla P. F. Strawson (1970): el significado lingüístico, el significado referencial, la fuerza ilocutiva, las presuposiciones y los sobrentendidos. 98 Por otra parte, los citados principios pueden suspenderse intencionadamente cuando el hablante juzga que hay razones suficientes para hacerlo, como un procedimiento más para lograr un determinado sentido en su discurso. 99 Al igual que en el resto de las unidades de la lengua, dentro del significado lingüístico existen dos dimensiones: la paradigmática y la sintagmática. Tenemos rasgos con función

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Si el texto se define como el resultado del equilibrio entre información nueva e información conocida, los mecanismos de repetición tienen como función primordial garantizar los niveles de redundancia exigidos a la hora de facilitar una correcta interpretación textual. Su existencia tiene dos grandes razones de ser. De un lado, porque sirven de recordatorio de contenidos ya conocidos. De otro, porque en el momento de actualizar determinados conceptos, permiten seleccionar unos u otros dentro del total que aparece en el texto. Por todo ello, su función es doble: en primer lugar, como recuperadores conceptuales; en segundo, como desambiguadores textuales. Efectivamente, la redundancia no es tanto una cualidad como una necesidad textual. Un exceso de la misma genera un desequilibrio que afecta directamente al texto desde una perspectiva estilística. Si bien la repetición cumple una función esencial en el equilibrio de la información, ya que casos de pleonasmos, tautologías y figuras etimológicas deliberadamente buscados pueden muy bien aceptarse en los textos, desde una perspectiva estilística no debe olvidarse que en español se condena la repetición léxica sistemática, por no ser estilísticamente recomendable, aunque la redundancia esté preservada. Los mecanismos de repetición se definen en términos de correferencialidad, en tanto que permiten que dos unidades lingüísticas compartan un mismo referente. Funcionan siempre con valor temático, esto es, como unidades informativas ya conocidas que se recuerdan y actualizan. En ocasiones, el referente compartido puede no ser idéntico, pero sí de la misma naturaleza: MARCELA: «Una vez dice: “Yo pierdo / el alma por esos ojos”. / Otra: “Yo vivo por ellos”»100. No se trata de la misma vez, sino de entidades de valor equivalente. Los modelos de repetición más importantes para J. M. Bustos (1996) son: la anáfora, la elipsis y la sustitución léxica. Según la naturaleza de las unidades correferenciales, contamos con dos grandes modelos de repetición: repetición designativa y repetición léxica. En el primer caso, observamos que uno de los correferentes es un deíctico, ya sea personal, espacial o temporal. En el segundo, los dos elementos de la repetición son léxicamente independientes: «Jerusalén, la ciudad»101

opositiva, diferenciadora y otros de función combinatoria. Con respecto a estos últimos, el clasema está constituido por uno o varios rasgos de significación que definen las posibilidades combinatorias de naturaleza semántica de un signo léxico. Por ello, los clasemas tejen concordancias de contenido que forman una isotopía o nivel de coherencia semántica. Cuando esta se viola se genera lo que se ha denominado anomalía semántica: *el reloj me sonríe. Frente a las anomalías o incorrecciones sintácticas (que se mantienen como tales en cualquier tipo de discurso), las anomalías semánticas pueden dejar de ser tales si nos situamos en otro mundo de pertinencia. Este hecho viene ligado indefectiblemente a las figuras de discurso. 100 El perro del hortelano, vv. 264-66. 101 San Segundo de Ávila, vv. 624; 626.

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(repetición léxica); REY: “Y éste se esconde en su casa / cuando paso por su puerta...»102 (repetición designativa). Repetición anafórica: se trata de un patrón en el que se dan dos elementos correferentes, donde uno de ellos tiene carácter pronominal o adverbial y el otro, normalmente, aunque no siempre, es un sintagma nominal. Se dice que la relación es anafórica cuando el pronombre o el adverbio aparece en segundo lugar: FINEA: «Con todo eso, seré / obediente al padre mío; fuera de que es desvarío / quebrar la palabra y fe», CLARA: «Yo haré lo mismo»103; LAURENCIO: «A Nise / yo no puedo negar que no la quise; / mas su dote serán diez mil ducados, / y de cuarenta a diez, ya veis, van treinta, / y pasé de los diez a los cuarenta», LISEO: «Siendo eso ansí, como de vos lo creo, / estad seguro que jamás Liseo / os quite la esperanza de Finea»104; NERÓN: «¿Quieres que la mujer venga / en el papel?», POPEA: «¿Cuyo es?», NERÓN: «De una romana matrona»105. Elipsis: se trata de un caso especial de repetición. En ella uno de los elementos repetidos se elide, puesto que se puede deducir automáticamente del cotexto. Existen, de forma general, tres modelos de elipsis: nominal, verbal y oracional, según el elemento que desaparece106: Elipsis nominal: el elemento elidido es un nombre o un sintagma nominal: «– ¿Quisiste una alforja de mentiras? –No, no quise (una alforja...)»107. Cuando el S.N. cumple función de O.D. sólo es posible la elisión si éste es de naturaleza inespecífica. En caso contrario solo es aceptable la anáfora: «–¿Quisiste esa alforja de mentiras? –Sí, la quise». En casos como: FABIO: «que las demás no sabrán / lo que deseas y están / rindiendo al sueño el sentido»108, a pesar de que parezca que hay una elisión antes del verbo ‘están’, la relación es realmente anafórica. Recordemos que la morfología verbal cumple, entre otras, una función designativa. ‘Están’ implica un correferente ‘ellas’ presente en su desinencia. Por tanto, es un caso más de anáfora pronominal. Elipsis verbal: la elisión verbal es la más frecuente en los textos escritos. Presenta dos modalidades: Elisión de verbo: FABIO: «El sol la lámpara fue, / Ícaro, el

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El villano en su rincón, vv. 1072-73. La dama boba, vv. 1569-73. 104 Ibídem, vv. 1600-07. 105 Roma abrasada, vv. 2877-79. 106 La retórica tradicional distingue también un modelo de elipsis especial, que afecta a los conectores, conocida como Asíndeton. 107 El perro del hortelano, vv. 459-61. He modificado parcialmente el ejemplo original, que, al presentar personificación, lleva introducido el O.D. por la preposición a: TRISTÁN: «Pardiez, yo quise una vez, / con esta cara que miras, / a una alforja de mentiras». 108 Ibídem, vv. 154-56. 103

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sombrero (fue)»109; Elisión de S.V.: TELLO: «que ya Medina del Campo / no quiere aurora más bella»110, [pero yo, sí (quiero aurora más bella)]111. Este tipo de elipsis se debe representar mediante una coma (,) en la puntuación del texto. Elipsis oracional: se suprime una oración subordinada completa: «Federico disimular sabe el descontento. El duque también sabe (disimular el descontento)»112, «Otavio tenía la ilusión de que Diana se casara con el conde de Belflor, pero ella no quiso (que su padre le insinuara que se casara con el conde de Belflor)»113. Puede afectar a subordinadas construidas sobre verbos personales, como en el ejemplo anterior. Sin embargo, esta elipsis es más frecuente en aquellas que incluyen una forma no personal. Nos fijaremos en primer lugar en las construcciones del tipo verbo + infinitivo. En este caso, si se trata de perífrasis construidas sobre la base de verbos modales o aspectuales, la elipsis es posible: Nise sabe leer, pero Finea no sabe (leer)114. En el resto de los casos, debe optarse por una construcción anafórica: INÉS: «no hay fuerza que el ser impida, / don Alonso, tu mujer»115, [aunque sí se lo impida don Rodrigo]116. El problema principal es decidir la nómina de los verbos modales que pueden dar lugar a construcciones perifrásticas de esta naturaleza. E. Alarcos (1994: 259-265) sólo cita poder, deber y soler. M. Seco (1995) incluye deber, poder, querer, saber y soler. Finalmente, L. Gómez (1988) nos proporciona una información más exhaustiva al respecto. El hecho de que un verbo modal vaya seguido de un infinitivo no es razón suficiente para hablar de perífrasis verbales. Éstas se caracterizan, entre otras cosas, precisamente porque no permiten forma pronominalizada como variante sustitutoria. Así: COMENDADOR: «Debéisme honrar»117 «Debéis (me honrar)» *«Debéislo»

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Ibídem, vv. 129-30. El caballero de Olmedo, vv. 1125-26. 111 Modificación que introduzco con respecto al ejemplo original del que parto. 112 El castigo sin venganza, v. 1121. Sobre el original: FEDERICO: «disimular supiera el descontento», he practicado modificaciones. 113 El perro del hortelano, v. 97. Sobre el original: OTAVIO: «de no te querer casar», he amplificado texto que permite el contexto teatral de la escena. 114 Ejemplo deducido del v. 310 de La dama boba: NISE: «¿Conoce las letras ya?». 115 El caballero de Olmedo, vv. 1038-39. 116 He completado el ejemplo tomando texto elidido de la trama escénica posterior. 117 Fuente Ovejuna, v. 55. 110

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Desde esa perspectiva, hay que distinguir verbos como desear, temer, intentar, que aunque pueden compartir rasgos semánticos con verbos generadores de perífrasis, no pueden considerarse como base de ellas, por lo que no dan lugar a construcciones elípticas, sino a anafóricas. Compárense los ejemplos siguientes, construidos sobre la base de dos verbos, querer y desear, equivalentes desde un punto de vista semántico: «Diana quiere quedar sola118, pero Otavio no quiere (que quede sola)». «Diana desea quedar sola, pero Otavio no lo desea». *«Diana desea quedar sola, pero Otavio (no desea)».

La construcción elíptica sólo será posible en el marco de las perífrasis verbales modales o aspectuales de infinitivo inmediato. Los verbos que las configuran son poder, soler y deber. A ellos hay que añadir los que L. Gómez llama verbos fronterizos, saber, pensar, dejar, osar y querer, generadores de semiperífrasis, y que, desde el punto de vista de la elipsis, se comportan de forma idéntica a los anteriores: –¿Piensas heredarle?119 –No pienso (heredarle).

Fuera de las construcciones perifrásticas o semiperifrásticas, la elipsis es inaceptable, debiéndose hacer uso de la anáfora: «don Rodrigo prefiere servir a doña Inés, pero don Fernando no lo prefiere»120. En el caso de que la oración subordinada sustantiva necesite de un conector que u otro similar para la construcción de una subordinada, habitualmente la elipsis no es aceptable: «Nise sabía que Finea era torpe, pero Liseo no lo sabía»121 *«Nise sabía que Finea era torpe, pero Liseo no sabía».

No obstante, la excepción a esta regla la tenemos en los verbos dejar y querer, que sí permiten la elisión de la subordinada: 118

Ejemplo construido sobre el v. 161 de El perro del hortelano: FABIO: «¿Quieres quedar sola?». DIANA: «Sí». 119 Ejemplo construido sobre el v. 250 de El castigo sin venganza: FEDERICO: «pensé heredarle, [...]». 120 Ejemplo modificado con respecto al v. 429 de El caballero de Olmedo: RODRIGO: «Quien más servirla desea?», y con la ayuda del contexto lingüístico anterior. La sustitución por el verbo preferir la hemos hecho sobre la base semántica de ‘desear + más’. 121 Ejemplo extraído de la trama de la comedia La dama boba.

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DIANA: ¿Quieres que yo trate desto?122 MARCELA: Sí quiero (que tú trates desto)123; TEODORO: Fue / detenelle y deslumbralle, / porque si adelante pasa, / no dejara que él pasara”124. Tristán: Pues, yo sí le dejara (que él pasara).

Finalmente, cuando la oración se construye sobre la base de un participio, sólo es posible la variante anafórica, y nunca la elipsis: CINTIA: «que ya el duque, tu señor, / está acostado y dormido»125, [pero él no lo está]126. Sustitución léxica: el último mecanismo de repetición está basado en la pura sustitución de una pieza léxica por otra cuyo significado sea textualmente equivalente. Básicamente se puede hablar de cuatro modelos de sustitución léxica: sinónimos, hiperónimos e hipónimos, comodines y sinónimos textuales. Sinónimos: se trata de unidades léxicas que comparten los mismos rasgos de significado y resultan intercambiables desde un punto de vista textual: «gentileshombres... caballero»: RICARDO: «De aquellos gentileshombres / llama al descolorido», CELIO: «¡Ah caballero...»127. A priori se admite la convergencia de los significados de ‘gentilhombre’ y ‘caballero’. Hiperónimos e hipónimos: se parte del hecho de que entre lexemas se establece con frecuencia una relación no de similitud, sino de subordinación o superordinación desde el punto de vista del significado. Así, añafiles128 es hipónimo de instrumentos (porque todos los añafiles son instrumentos), flor129 es hiperónimo de rosa (porque no todas las flores son rosas, aunque todas las rosas son flores). El carácter generalizante de los hiperónimos facilita que, en un texto, sea frecuentísima la sustitución léxica que hace uso de estos mecanismos: aldea y población establecen entre sí una relación de hipónimo-hiperónimo. Comodines: toda lengua goza de una nómina de lexemas de carácter polisémico que, por su propia naturaleza, pueden sustituir a cualquier unidad previa que les dota de sentido. En determinados casos resultan útiles para evitar la pura

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El perro del hortelano, v. 282. La contestación afirmativa la he reconstruido a partir del verso 283 original: MARCELA: «¡Qué mayor bien para mí!». 124 Los versos originales de El perro del hortelano, no modificados, sobre los que me he basado son los vv. 357-60. 125 El castigo sin venganza, vv. 123-24. 126 Información inferida de los versos precedentes: vv. 91-92, y de los versos siguientes: vv. 129-30. 127 El perro del hortelano, vv. 2437-38. 128 Los hechos de Garcilaso y el moro Tarfe, vv. 1172 y 1174. 129 El verdadero amante, v. 574. 123

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reiteración léxica. No obstante, por su imprecisión o indefinición no debe abusarse de ellos, puesto que afectan directamente al estilo: LEANDRO: «Oigo decir que un hermano / de su padre la dejó / esta hacienda, porque vio / que sin ella fuera en vano / casarla con hombre igual / de su noble nacimiento, / supliendo el entendimiento / con el oro», LISEO: «Él hizo mal»130, TURÍN: «¿Has de comer?», LISEO: «Ponme lo que dices, presto, / aunque ya puedo escusallo», LEANDRO: «¿Mandáis, señor, otra cosa?»131. Sinónimos textuales: en el texto puede ocurrir que muchas unidades léxicas, aun cuando carezcan de rasgos semánticos comunes, sean correferenciales. Este hecho se deduce de la información textual o extratextual: TELLO: «¿Qué te dice el memorial?», ALONSO: «Ven, Fabia, ven, madre honrada»132 . ‘El memorial’ y ‘Fabia’ funcionan, como sinónimos textuales, sobre una construcción metafórica. Su correferencialidad forma parte del conocimiento del contexto en el que se emite y se recibe ese texto. Muchas veces, la deducción de la sinonimia es estrictamente cotextual o textual, como ocurre en el ejemplo siguiente: LEONARDO: «don Diego López de Estúñiga, / que Justicia mayor llaman; / y el mayor Adelantado / de Castilla, de quien basta / decir que es Gómez Manrique»133. Todos los modelos de repetición aparecen de forma simultánea en el marco de un solo texto. El modelo menos frecuente es la elipsis, puesto que comporta limitaciones de tipo sintáctico que no se observan en los dos restantes. De hecho, el elemento elidido debe cumplir la misma función sintáctica en el nivel oracional que su correferente, algo que no sucede en los casos de la anáfora y la sustitución léxica. La ordenación de hechos y secuencias tiene también mucha importancia en este aspecto. El orden de los constituyentes en los enunciados del texto contribuye a la formación del sentido de este y a su cohesión, en función de la importancia o novedad de sus contenidos. La llamada topicalización o tematización, problema de cohesión y coherencia al mismo tiempo, consiste precisamente en la selección de un elemento como tópico o tema de la predicación; existen en español diferentes formas de marcar esa selección: asignando al elemento topicalizado la posición inicial del enunciado, o bien separándolo del resto de la oración por una pausa, o bien mediante reduplicaciones léxicas, etc. Otros dispositivos de la coherencia son las presuposiciones y las implicaturas de conversación a partir de los factores pragmáticos de la enunciación (interlocutores, espacio y tiempo) y del entorno (factores psicológicos, culturales, históricos, sociológicos, etc.).

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La dama boba, vv. 157-64.. Ibídem, vv. 167-70. El caballero de Olmedo, vv. 207-8. Peribáñez y el comendador de Ocaña, vv. 2152-56.

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Bastantes de los recursos o procedimientos vistos por separado en la cohesión y en la coherencia son de cohesión y coherencia al mismo tiempo. Hay eruditos que prefieren hablar, no de cohesión y coherencia, sino de coherencia interna y coherencia externa. Muchas veces ambos aspectos son inseparables. Por ejemplo, para M. Casado (1997: 18-36) serán procedimientos de cohesión: a) La recurrencia, que presenta tres subtipos134: a.1) La mera reiteración léxica: se repite un elemento léxico en su identidad material y semántica135: RODRIGO: «Para sufrir el desdén / que me trata desta suerte, / pido al amor y a la muerte / que algún remedio me den. / Al amor, porque también / puede templar tu rigor / con hacerme algún favor; / y a la muerte, porque acabe / mi vida; pero no sabe / la muerte, ni quiere amor»136. a.2) La repetición léxica sinonímica137: el hablante reitera el significado de un elemento utilizando un sinónimo léxico. Es conocido que los sinónimos estrictos (palabras con idéntico valor semántico pertenecientes a una misma lengua funcional) son extremadamente raros en el léxico común de las lenguas naturales; en la terminología, en cambio, se dan con relativa frecuencia: pretérito indefinido o perfecto simple. Así: CLARA: «¿Qué es amor, que no lo sé?», PEDRO: «¿Amor? ¡Locura, furor!»138. a.3) La repetición léxica de lo designado: se produce identidad referencial o coincidencia en la designación extralingüística: «acero-espada»139; «oro-dineros»140. La recurrencia va frecuentemente asegurada y reforzada por la presencia de determinadas piezas lingüísticas con función anafórica o catafórica: artículo, determinantes, así como otros elementos de valor próximo (tal, semejante, tanto...). Otro uso del artículo que posee relevancia cohesiva es el denominado “uso anafórico asociativo”, basado en el conocimiento general del mundo y en el hecho de compartir unos mismos presupuestos culturales: FEBO: «y las flores en los prados, / y las aves en los nidos / hacen salva a su lucero / con las hojas y los

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Mediante los subtipos a.2) y a.3) de recurrencia se logra la variatio retórica. Casos de poliptoton, anáfora, anadiplosis, epanadiplosis, correlación, diseminaciónrecolección, etc., también pueden incluirse aquí. 136 El caballero de Olmedo, vv. 461-70. 137 También se podría añadir la variante de quasisinónimos léxico-morfológicos, a través de un doblete etimológico: COMENDADOR: «De estos cien labradores hacer quiero / cabeza y capitán a Peribáñez» (Peribáñez y el Comendador de Ocaña, vv. 1807-08). 138 La dama boba, vv. 811-12. 139 La imperial de Otón, v. 197. 140 Barlaán y Josafat, v. 1223. 135

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picos»141. En la anáfora asociativa tienen comportamiento diferente el artículo142 y los demostrativos. Así como es posible la secuencia anafórica: «Envíame seis gallinas, / que las pechugas quitadas, / con dos yerbas destiladas...»143 , no lo es, en cambio, *«Envíame seis gallinas, / que estas pechugas quitadas, con dos yerbas destiladas». b) La sustitución, que presenta tres subtipos: b.1) Las proformas léxicas son lexemas especializados en la sustitución. Pueden tener valor nominal (como los sustantivos cosa, persona, hecho) o valor verbal (como el proverbo hacer144). Corresponde a la descripción gramatical establecer las restricciones que puedan existir en el uso de las proformas. Así, por ejemplo, el verbo hacer serviría de sustituto a verbos que significan ‘acción’, pero no podría sustituir a formas como estar, parecer, ser, etc.: TELLO: «Tú, Fabia, enseñada estás / a hablar al diablo»145. *[Y lo mismo hace Tello]146, por ‘y lo mismo le sucede a Tello’. Se puede considerar la sustitución con proformas léxicas como un caso más de sustitución léxica mediante hiperónimos (lexemas que poseen un significado muy general y abarcador): PERIBÁÑEZ: «Éstos hicieran joyas, y buscaran / cadenas de diamantes, brincos, perlas, / telas, rasos, damascos, terciopelos»147. b.2) Los pronombres. Entre ellos, sólo los de 3.ª persona pueden considerarse sustitutos textuales, es decir, sustitutos de elementos ya aparecidos (o por aparecer: función catafórica) en el texto: TRISTÁN: «Ricardo y Federico me han hablado, / y que te dé la muerte concertado», TEODORO: «¿Ellos a mí?»148. La forma ellos del ejemplo anterior cumple una función endofórica: remite a unidades presentes dentro del texto. También pueden remitir a referentes que están fuera del texto (referencia exofórica), pero que resultan identificables por los

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Ibídem, vv. 1925-28. En griego el artículo definido muchas veces era permutable por el determinante posesivo. Esta posibilidad de equivalencia entre artículo y posesivo, permitiría explicar también en español su uso anafórico asociativo, en contraposición con el determinante demostrativo, que no lo permite. 143 La Arcadia, vv. 1220-22. 144 El verbo hacer puede emplearse también con función catafórica, menos frecuente que la anafórica, que resulta ser la habitual: TURÍN: «Qué haremos?», LISEO: «Ponte a caballo, / que ya no quiero comer» (La dama boba, vv. 172-73). 145 El caballero de Olmedo, vv. 609-10. 146 Modificación que agrego al verso original. 147 Peribáñez y el comendador de Ocaña, vv. 807-09. 148 El perro del hortelano, vv. 2523-25. 142

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oyentes: RICARDO: «Aquel moreno del color quebrado / me parece el más bravo, pues que todos / le estiman, hablan y hacen cortesía», CELIO: «De aquellos gentileshombres / llama al descolorido»149. Los pronombres personales de 1.ª y 2.ª persona se usan siempre, en cambio, con función exofórica (hacen referencia a las personas –yo, tú– que intervienen en la comunicación), por lo que sólo se consideran sustitutos textuales los pronombres personales de 3.ª persona. Poseen también función sustitutiva textual los llamados reflexivos, recíprocos, los relativos, indefinidos, posesivos y demostrativos. b.3) Los proadverbios pueden emplearse para sustituir elementos del texto con función adverbial (en empleo endofórico): OTAVIO: «Vente conmigo», Finea: «¿A dónde?», OTAVIO: «Donde te aguarda / un notario»150. El uso exofórico, en cambio, carece de relevancia textual: (Un Paje, entre) PAJE: «Aquí / tus pies vienen a besar / dos regidores, de parte / de su noble ayuntamiento»151. c) La elipsis152, que presenta cinco subtipos: c.1) La elipsis telegráfica es característica de textos como los telegramas, titulares periodísticos, señales indicadoras, anotaciones informales, recados, etc. Las supresiones de elementos en este tipo de elipsis afectan sobre todo a los determinantes, morfemas verbales, preposiciones, conjunciones. Es frecuente en la elipsis telegráfica el carecer de contexto lingüístico. Sólo el conocimiento de la situación, de las circunstancias de la enunciación, pueden orientar la interpretación del texto. Se trata de una elipsis dependiente del contexto extralingüístico. Algunos lingüistas han pedido mayor atención hacia este tipo de elipsis. Su empleo es tan frecuente y sistemático que no puede considerarse como una forma anómala de comportamiento verbal. La expresión elíptica representa, muchas veces, lo esperado y lo

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Ibídem, vv. 2434-37. La dama boba, vv. 1957-59. 151 Peribáñez y el comendador de Ocaña, vv. 942-45. 152 El término elipsis designa un conjunto de fenómenos lingüísticos bastante heterogéneo. El diccionario académico lo define así: «Figura de construcción, que consiste en omitir en la oración una o más palabras, necesarias para la recta construcción gramatical, pero no para que resulte claro el sentido»: DAFNE: «¿Qué tú la viste?», por ‘¿Qué tal tú la viste?’ (El amor enamorado, v. 133). En este capítulo no tendré en cuenta la elipsis lexicalizada como, por ejemplo: El marqués de Mantua: v. 155: ROLDÁN: «¡Que estos perros me hagan fieros!»; El galán Castrucho: vv. 921-23: CASTRUCHO: «Tan ciego estoy, que porque no le cueste / tantas vidas al mundo el meter mano, / quiero esperar que el fanfarrón se apreste»; La fábula de Perseo: vv. 1348-53: PERSEO: «Antes de llegar al fuerte, / me parece justo, Celio, / pues ya no deben estar / sus muros y torres lejos, / pedir al cielo favor, / que es el camino derecho». 150

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El castigo sin venganza, vv. 2237-40. La dama boba, vv. 2603-05. 155 Ibídem, vv. 1884-86. 156 Ibídem, vv. 1760-63. 157 Toda frase nominal elíptica contiene algo de información nueva que es justamente en lo que se diferencia de su antecedente. 158 He tomado como base los vv. 2455-56 de La dama boba. 154

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c.2.b) La elipsis verbal. Nos encontramos ante una elipsis verbal cuando el lugar que en una construcción corresponde a una forma verbal, sola o acompañada de adyacentes, está vacío por presuponerse en el contexto verbal o situacional. Si como contexto actúa una oración contigua, normalmente la precedente, la elipsis tiene carácter cohesivo159. La elipsis verbal puede afectar a formas verbales personales o a formas verbales no personales. c.2.b.1) La elipsis de formas personales del verbo: generalmente la elipsis de las formas verbales personales se da en respuestas a preguntas por la confirmación o la identidad del verbo en forma no personal: «¿Va a pedirte para su mujer, Liseo?». «No, a entretener»160. En la elipsis del verbo en forma personal se presuponen determinados elementos de la oración precedente: el propio verbo elidido y, consecuentemente, la persona y el número, el tiempo y la voz. c.2.b.2) La elipsis de formas no personales del verbo: la elipsis de verbo no personal se encuentra rigurosamente restringida a un conjunto de verbos, tales como deber, pensar, poder, querer, saber, soler, lograr, conseguir..., que poseen la particularidad de poder combinarse con infinitivo: «¿Solemos los españoles poner la letra ca en nuestra lengua?». «No, no solemos jamás»161. Algunos verbos no admiten ir solos en la respuesta y necesitan un pronombre átono que remite al verbo no personal, como, por ejemplo, conseguir, odiar, intentar: ALCINO: «¿De los gigantes el mayor Tifonte / subir intenta a la región divina? –Sí lo intenta; No, no lo intenta; *Sí intenta, *No, no intenta»162. c.2.c) La elipsis comparativa163. Cuando en estructuras comparativas como: LEONARDO: «¿Y no será mejor hidalgos todos [que no ciento de gente labradora y ciento de hidalgos]?»164; BATÍN: «Si cantan, ¿no quieres cantar?». «No, prefie-

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H. Mederos (1988: 177). La dama boba, modificación de los versos originales: vv. 2457-58: «pues va a pedirte, ¡ay de mí!, / para su mujer, Liseo». 161 Ibídem, modificación de los vv. 319-21: RUFINO: «Esta es ca. Los españoles / no la solemos poner / en nuestra lengua jamás». 162 El amor enamorado, vv. 253-4: ALCINO: «De los gigantes el mayor Tifonte / subir intenta a la región divina». He introducido dos modificaciones: insertarlos en una interrogación y añadirles respuestas. 163 M. A. K. Halliday y R. Hasan (1976) dividen el tratamiento de la elipsis en nominal, comparativa y oracional. 164 Peribáñez y el comendador de Ocaña, vv. 1799-1804: COMENDADOR: «Que se echen bandos / y que se alisten de valientes mozos / hasta docientos hombres, repartidos / en dos lucidas compañías, ciento / de gente labradora y ciento hidalgos», LEONARDO: «¿Y no será mejor hidalgos todos?». 160

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ro escuchar [a cantar]»165, omitimos los términos de la comparación (que no ciento de gente labradora y ciento de hidalgos, a cantar) por estar presentes en el contexto verbal, estamos ante un empleo cohesivo de la comparación. La elipsis cohesiva se establece generalmente omitiendo el término de la comparación (anáforo cero), que enlaza cohesivamente con un segmento precedente para su adecuada interpretación. Siempre, por tanto, que en una estructura comparativa se omite el término de comparación por aparecer este en el contexto verbal, se entabla un lazo cohesivo. d) La función informativa y el orden de los constituyentes. Topicalización. Otro factor lingüístico que contribuye a la cohesión de un texto es la organización o estructuración ‘informativa’ de los elementos del enunciado. Desde este punto de vista ‘informativo’, los componentes de un enunciado suelen polarizarse en elementos ‘conocidos’ (lo que suele llamarse tema, tópico, presuposición...) y elementos ‘nuevos’ (rema, foco, comentario). El hablante puede utilizar esta posibilidad de polarizar la información de acuerdo con la finalidad de su discurso, y en función de factores contextuales o situacionales de diverso tipo: a) «El mal que se entretiene menos aflige». b) «Menos aflige el mal que se entretiene»166. Se suele entender por tema aquello acerca de lo cual trata el mensaje; o bien, la información que se considera ya conocida. Rema, en cambio, es aquello que se dice sobre el tema; o bien, lo que se presenta como información nueva. Según este planteamiento, en un enunciado simple como el a), con el orden sujeto-verbo, el sujeto sería el tema, y el verbo, el rema; mientras que en los enunciados con el orden verbo-sujeto, como en b), el verbo sería temático y el sujeto remático167. Ahora bien, como resulta extraño que al interpretar la estructura verbo-sujeto se considere al verbo como tema; y como, por otra parte, comprobamos que los enunciados con estructura verbo-sujeto se presentan sobre todo como respuestas a la pregunta, explícita o implícita, “¿Qué hay?”, “¿Qué ha pasado?” (pregunta que no concierne a un actante –como, por ejemplo, «¿quién?»–, sino que es una pregunta global, que se refiere a un suceso o a un hecho), parece más acertado

165 El castigo sin venganza, v. 952: BATÍN: «si cantan, quiero cantar». He modificado parcialmente el original. 166 El caballero de Olmedo, v. 1390: FERNANDO: «Menos aflige el mal que se entretiene». 167 Suponiendo que la entonación y el énfasis acentual no contradigan lo expresado por el orden de los constituyentes.

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concluir que tales enunciados V-S no son bimembres, sino que comprueban un hecho global, indivisible168. En cualquier caso, la pregunta fundamental es si los enunciados a) y b), que se diferencian formalmente por el orden de sus constituyentes, tienen también alguna diferencia de contenido y, en ese caso, en qué consiste tal diferencia. Frente a la teoría según la cual todos los enunciados poseerían una estructura informativa dicotómica o bimembre (tema y rema), piensa M. Casado (1997: 26 y ss.) que existen dos tipos de enunciados: a) los de estructura informativa dicotómica, con el orden Sujeto–Verbo, bimembres, analizables en tema y rema (enunciados categóricos, siguiendo la terminología de M. Ulrich antes aludida); y b) los de estructura informativa unimembre, de tipo global, sin tema y sin rema, que en varias lenguas (las románicas entre ellas) se expresan esencialmente mediante el orden Verbo–Sujeto (enunciados téticos). La oposición tético/categórico169 se refiere, pues, al tipo de información que proporciona un enunciado, establecida en términos de ‘referencia a un hecho’/‘referencia a un actante’: un enunciado tético establece un hecho de modo global y posee, por ello, una estructura informativa unimembre: «entren esos dos villanos»170; y un enunciado categórico representa una ‘predicación’ acerca de un actante y es, por ello, bimembre (tema: actante; y rema: predicación): «La caída ha sido grande»171. El enunciado de estructura informativa unimembre (tética) puede subdividirse en varios tipos: a) Enunciado presentador de existencia: «aquí habrá criados»172. b) Enunciado presentador de suceso: «Amaneció»173. La estructura tética puede tener (salvo el caso de verbo sin actante: «Llueve, nieva, amanece...») uno, dos o tres actantes:

168

M. Ulrich (1989). En español la oposición tético/categórico se realiza a través del orden de los constituyentes del enunciado: V-S/S-V. 170 El mejor alcalde, el rey, v. 999. 171 El caballero de Olmedo, v. 2024. 172 Ibídem, v. 2026. 173 El amor enamorado, v. 201. 169

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c) Construcciones téticas con verbos intransitivos y un solo actante: «Cayó don Rodrigo»174. d) Construcciones con dos actantes: «Acabóseme el papel»175. e) Construcciones con tres actantes: «ha dado me le176 / su dama»177. Son muy frecuentes en español las construcciones téticas con actante primero indeterminado y verbo en 3.ª persona del plural: «Riñan»178. La estructura categórica puede presentar diferentes subtipos: a) b) c) d)

S-V: «yo torno / a la plaza»179. S-V-OD: «yo tengo por muy bueno / mi color»180. S-V-OD-OI: «que ningún poder humano puede quitar / el sol a ti»181. OD-V-S; OI-V-S: «Eso digo yo”182; “A mí me parecen años»183.

El orden tético, en tanto que expresión de una comprobación, tiene una función ‘introductiva’, enmarcadora y descriptiva (designa lo simultáneo) en los textos, mientras que el orden categórico es ‘continuativo’ y, por ello, narrativo. Por último, el orden de palabras puede estudiarse en los diversos estratos gramaticales: frase, oración, texto. Así, por ejemplo, en «mejillas bellas / bellas mejillas»184, estamos ante un caso de funcionamiento del orden de palabras en el nivel de la frase. Respecto de oraciones del tipo «Menos aflige el mal que se entretiene», observa atinadamente E. Coseriu (1987: 259) que «el orden de constituyentes puede considerarse desde dos perspectivas diferentes: en el nivel de la oración, es facultativo (mera variación estilística, en contraste con «El mal que se entretiene menos aflige»); pero no es facultativo en el nivel gramatical del texto, ya que a este nivel expresa lo tético en cuanto opuesto a lo categórico».

174 175 176 177

El caballero de Olmedo, v. 2014. Ibídem, v. 1728. Leísmo, le pronominaliza a papel (v. 383) Ibídem, vv. 384-85, con manipulación de orden del verso original: «me le ha dado / su

dama». 178 Acotación, como muchas otras, de El caballero de Olmedo, p. 198 de la edición por la que cito. 179 El caballero de Olmedo, vv. 2027-28. 180 Servir a señor discreto, vv. 539-40. 181 El mejor alcalde, el rey, vv. 1043-44: SANCHO: «que no te puede / quitar el sol ningún poder humano». Para el ejemplo he ordenado el hipérbaton. 182 Fuente Ovejuna, v. 2259. El verso original carece de sujeto expreso: «Eso digo». 183 El mejor alcalde, el rey, v. 1532. 184 El galán Castrucho, v. 1613.

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En el nivel del texto los hechos materiales de orden de palabras pueden emplearse para diversas formas de topicalización. Esta, o también llamada tematización, consiste en la selección de un elemento como ‘tópico’ o tema de la predicación. En español existen diferentes formas de marcar esa selección: asignando al elemento topicalizado la posición inicial, o bien –si esa posición ya le corresponde– separándolo del resto de la oración por una pausa, anteponiéndole expresiones topicalizadoras, así como mediante reduplicación léxica, procedimientos fónicos, etc.: «–¡Mi padre!, –¿Ha de entrar?»185; «Yo, ¿qué moros he vencido / para castillos y bandas?»186; «¡Celio, Julio! ¡Hola, criados, / estos villanos matad!»187; «Éste llaman don Enrique»188; «Éste, estudiar le divierte»189. Existen en español algunos marcadores especializados en la función tematizadora, tales como en cuanto a, por lo que se refiere a, por lo que respecta a, en lo concerniente a, sólo, etc.: «que yo no trato aquí de las discretas: / sólo a las bachilleras desengaño»190; «Y, ¿qué hay de vuestro yerno»191; «¡Vivan la bella Isabel, / y Fernando de Aragón / pues que para en uno son, / él con ella, ella con él!»192. Un procedimiento tematizador particularmente frecuente en la lengua coloquial consiste en la reduplicación léxica, según M.ª V. Escandell (1991). El tema aparece en infinitivo, y el verbo se repite después en forma personal, incrementado con las correspondientes marcas flexivas de persona, número, modal-temporales, etc.: «Leer, leo, pero no escribo», «Nevar, sí que nevó», «Como tenerlo, lo tiene». En el teatro de Lope de Vega encontramos aproximaciones al modelo, del tipo poliptoton: «a mirar y a ser mirado»193; «Pues ofendiéndote estás / para dejarle ofendido»194. Existe un procedimiento paralelo con adjetivos, que consiste en extraer el atributo o el predicativo y anteponerlo. En este caso sí se mantienen los morfemas de concordancia de género y número en el atributo o en el predicativo antepuesto: «Listo, sí que es listo»; «Listo, sí que lo es». Este tipo de ejemplos no lo hemos encontrado en las comedias de Lope, pero sí variantes del tipo atributo

185

El caballero de Olmedo, v. 1169. Peribáñez y el comendador de Ocaña, vv. 2054-55. 187 El mejor alcalde, el rey, vv. 1105-06. 188 Peribáñez y el comendador de Ocaña, v. 970. 189 San Segundo de Ávila, v. 2253. 190 La dama boba, vv. 219-20. 191 Ibídem, v. 243. 192 Fuente Ovejuna, vv. 2035-38. 193 Barlaán y Josafat, v. 210. Entendiéndose ‘A mirar, sí; pero, también a ser mirado’. 194 Las grandezas de Alejandro, vv. 218-19. Interpretándose: ‘Te ofendes, de acuerdo; pero, para dejarle ofendido’. 186

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tematizado con elipsis del verbo copulativo: «¿Has visto, Girón, mujer / de más lindo parecer? ¡Qué aseada, qué briosa, / qué limpia! ¡Bien haya, amén, / el caballero que amó / tu madre, pues engastó / ébano en marfil tan bien!»195; del tipo de anteposición del atributo opuesto adversativamente a otro cuantificado y de signo positivo, que genera a su vez una consecutiva cuantificada: «pobre soy, pero tan noble / que no habrá mal que me doble»196; del tipo focalización por tmesis: «Cierto que personas tales / poca tienen caridad»197. Cuando el componente tematizado es una frase nominal determinada, no se admite la repetición, sino que debe aparecer un pronombre átono correferencial con la frase198: TEODORO: «Yo no imagino que están / desa suerte las mujeres, / sino todas cristalinas, / como un vidro trasparentes», TRISTÁN: «¡Vidro! Sí, muy bien lo sientes, / si a verlas quebrar caminas»199; NUÑO: «¡Cien ovejas! ¡Veinte vacas! / Será una hacienda gentil / si por los prados del Sil / la primavera los200 sacas»201. También podríamos incluir aquí el superlativo de la idea, como una excepción a la norma anterior: JUAN: «Allá me aguarda entre las rosas, rosa»202; VANDALINO: «¿Qué causa es esa que las causas mueve?»203.

195

Servir a señor discreto, vv. 819-25. Ibídem, vv. 1153-54. 197 El castigo sin venganza, vv. 51-52. 198 Apud supra nota 191, p. 78. 199 El perro del hortelano, vv. 449-54. 200 Se da una silepsis de género: concordancia ad sensum, ya que las ovejas, las vacas son animales. 201 El mejor alcalde, el rey, vv. 555-58. 202 El guante de doña Blanca, v. 1419. 203 San Segundo de Ávila, v. 1438. 196

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CAPÍTULO 15

METATAXIS: RELACIONES ENTRE LÉXICO Y SINTAXIS. EL REGISTRO LINGÜÍSTICO COLOQUIAL

Si ya es interesante de por sí estudiar el español coloquial, ese que nos acerca al de la calle, al de todos los días, el cual, por sernos tan familiar, lo tenemos tan ignorado en nuestra reflexión lingüística, mucho más atractivo puede resultarnos estudiar el discurso coloquial entreverado en el uso literario que un dramaturgo hace del lenguaje, por el contraste que suscita. No nos parece baladí que un autor de Comedias, por lo tanto un medio teatral y escénico, nos ofrezca buenos ejemplos de coloquialismos. Recuérdese al respecto que una de las fuentes para el estudio del latín vulgar la hallamos en las comedias de T. M. Plauto o P. Terencio. Aunque el teatro está sometido a las leyes de la literariedad, por exigencias de escenificación y diálogo, se ve obligado a captar el interés del auditorio, reflejando en muchas ocasiones el habla viva de la comunidad social, desde premisas de inmediatez y simultaneidad. Sabemos que el acto coloquial es la única circunstancia comunicativa en que la actualización de todos y cada uno de los elementos que intervienen en la comunicación (interlocutores, mensaje, canal, código de uso y contexto) es estrictamente simultánea y, además, activamente interinfluyente. En la realización coloquial hay distintos grados; sin lugar a dudas el mayor tiene lugar en la conversación cotidiana: espontánea e irreflexiva, en la que emisor y receptor son interlocutores activos que cuentan mutuamente el uno con el otro, y cuyo mensaje es codificado, alterado o completado en virtud del contexto inmediato; lógicamente, no suele haber en los hablantes atención lingüística consciente o voluntad de estilo (comunicación literaria, como puede ser el caso de muchos de los ejemplos que estudiaremos en Lope), ni una intención pedagógica marcada (sermón, conferencia, clase), ni una formalización lingüística previa del tema que se trata, ni deseo de automarginación (jergas), etc. Existe un nutrido número de términos afines a ‘coloquial’ como ‘familiar’, ‘popular’, ‘vulgar’, ‘corriente’, ‘normal’, ‘estándar’, ‘común’, ‘informal’, ‘viva’, ‘diaria’, para caracterizar la lengua hablada. Sin embargo, los adjetivos ‘familiar’, ‘popular’ y ‘vulgar’, nos dice A. M.ª Vigara (1992:18), especifican variedades diastráticas (o sea, niveles de lengua,

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colectivos). En cambio, los adjetivos ‘corriente’, ‘normal’ e ‘informal’ no son especificativos de nivel, sino más bien descriptivos de cualidad: tanto la lengua hablada como la escritura pueden ser más o menos ‘informales’, ‘normales’ o ‘corrientes’. ‘Estándar’ y ‘común’ designan modalidades, basándose en criterios de difusión (mediante la escuela, la radio, las relaciones oficiales...) y extensión (a todas las capas de la población, más allá de las variaciones locales o sociales): son pues, variedades acircunstanciales, que como tales, se oponen diametralmente a ‘coloquial’, tan íntimamente ligado a la circunstancia contextual. Lo mismo que antes establecíamos grados de realización coloquial, podríamos establecer también niveles o formas de realización en el eje diastrático o en el diatópico, y hablar de un lenguaje coloquial culto, medio y vulgar, o del lenguaje coloquial de La Mancha, o de la Comunidad extremeña, por ejemplo. Ahora bien, en la medida en que lo específicamente coloquial es circunstancial, por más que en el coloquio se refiere inevitablemente también lo subyacente a los interlocutores, los niveles o estratos reflejados en él serán de interés secundario en el estudio de esta parcela del lenguaje. Por otro lado, la tendencia a la nivelación diafásica es sin duda una de las más claras en la comunicación coloquial: de una parte, debido a la heterogeneidad característica del acto coloquial, los interlocutores intentan espontáneamente la sintonización o aproximación mutua; de otra, por efecto directo del influjo de los medios de comunicación, la tendencia a la igualación es, además de inconsciente, progresiva. El registro coloquial es sin duda un terreno abonado para un estilo que participaría de gran parte de las características del código restringido, que es el considerado propio del nivel ‘vulgar’. Sin embargo, ninguna de las peculiaridades más representativas del estilo ‘vulgar’, es necesariamente consustancial a ‘coloquial’; y menos que ninguna la incapacidad para cambiar de registro, en la medida en que ésta no depende de la circunstancia comunicativa, sino de las personales cualidades del sujeto hablante. Consecuentemente, ‘popular’, ‘vulgar’ y ‘coloquial’ no deberían aparecer como sinónimos, pese a que se han visto empleados como tales en no pocas ocasiones. Tres podrían ser, para A. M.ª Vigara (1992), los criterios fundamentales que permiten asignar a coloquial una casilla con valor propio dentro del sistema de la terminología lingüística descriptiva: su carácter de manifestación oral, conversacional y circunstancial. De tal forma que en el coloquio, el lenguaje se organiza en torno a un núcleo pragmático actualizado y el sentido global de la comunicación transciende el mero significado del lenguaje. Mientras que lo que llamamos significado lo podríamos abstraer con cierta objetividad de los términos léxicos empleados y de su ordenación en el mensaje, el sentido global, que es lo que interesa en el coloquio, no es una abstracción,

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sino una realidad subjetiva y puntualmente compartida por los interlocutores, ya que el sentido de un mensaje es inherente a la conexión establecida entre los interlocutores en la comunicación. No es exagerado afirmar que lenguaje y contexto son inseparables en el acto de habla coloquial, con un grado de influencia bastante similar en la expresión y comprensión del sentido global del mensaje. El contexto general del coloquio no es una simple suma lineal, sino la conjunción, imposible de prever y precisar, de todos los posibles contextos explícitos e implícitos que lo forman. Con respecto a los textos literarios con pretensiones coloquiales como puedan ser muchos de los teatrales, tienen limitaciones fundamentales: la primera, y más importante, es que nunca participan del entorno real del coloquio; además, son siempre elaboraciones de la lengua hablada, creación y recreación si se quiere, pero que responden a una actitud singular y previa del escritor; prescinden, en muchas ocasiones, también de la momentaneidad del coloquio, por necesidad del medio en que se manifiestan; y eliminan la posibilidad de expresión a todo lo que se articule con sonidos diferenciados e interpretables, porque –como ocurre, en realidad, en toda manifestación escrita– no disponen de recursos verdaderamente eficaces de incorporación contextual al texto. No obstante, las fuentes escritas teatrales han sido y seguirán siendo tenidas en cuenta para el estudio del registro lingüístico coloquial. Sabemos que el material de los ejemplos para la confección de El Español Coloquial, de W. Beinhauer (1968), procede en parte de observaciones propias hechas a lo largo de muchos años de estancia del autor en España, y en parte de un minucioso análisis de diversas obras, sobre todo teatrales, y en particular de comedias y sainetes del llamado género chico. El propio W. Beinhauer era consciente de las limitaciones que se desprendían del carácter literario de estas obras, y sale al paso en la página 11 del prefacio a la primera edición alemana, cuando manifiesta: «Al escogerlas (comedias y sainetes del llamado ‘género chico’), no lo hice guiado por un criterio puramente literario, sino por el exclusivo interés que me merecían desde el punto de vista lingüístico. Por ello he traído a colación con mayor frecuencia obras de Arniches que, por ejemplo, de Benavente, muy superiores y de más categoría por su contenido, pero menos populares y ‘realistas’ que las de aquél por su lenguaje». Ya para terminar esta breve introducción al estudio que pretendemos acometer en las Comedias de Lope de Vega, nos vamos a hacer eco de las palabras de V. García de Diego (1963, II: 7): «Y aun la lengua vulgar tiene su arte y... puede a veces parangonarse con la literaria»; y a continuación: «En el habla popular, no todo es plebeyo, sino que hay voces de abolengo que fueron de reyes o de los más altos documentos».

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Efectivamente, por lo que respecta a España, más que a ningún otro pueblo europeo, se advierten, ya desde los primeros testimonios literarios medievales, interferencias de elementos populares, e incluso vulgares, en los textos más sublimes; igual que, al revés, intrusiones de elementos cultos, e incluso eruditos, en el habla popular. A pesar de lo sugestivo de este último tema, no es propiamente el objeto de nuestro análisis. La materia expuesta a continuación tiene la intención de sacar algunas instantáneas del lenguaje coloquial, de algunas de sus características fonético-fonológicas, morfosintácticas, léxico-semánticas y pragmáticas, con el objeto de despertar el interés por el conocimiento del español coloquial de los siglos XVI y XVII, en tanto en cuanto que lejano o próximo al del español actual. Nos valemos para ello de ejemplos extraídos de la producción comediográfica de Lope de Vega a lo largo de toda su vida artística, teniendo en cuenta todos los grupos de comedias que cultivó. En el nivel fonético-fonológico, una de las primeras sorpresas la constituyen los esquemas entonativos, sin duda más numerosos de los que habitualmente se describen en las gramáticas, sobre todo, esquemas melódicos interrogativos y exclamativos. Destacarían los empleados como procedimientos retóricos. Así: JACINTO: «¡Oh amor! ¿Faltábate más! / Hoy me casas mi pastora»1. Estos versos no coinciden con el esquema entonativo de la simple pregunta ante una mala audición, con un tonema descendente, sino con el de un simple rechazo o sorpresa ante lo afirmado, es decir, con un tonema ascendente. A este recurso alude Ana M.ª Vigara (1992:66) con el siguiente ejemplo: «¿Qué he hecho yo para merecer esto?», seguido de una nota muy enjundiosa, puesto que en ella podemos leer lo siguiente: «Éste es precisamente el expresivo título de una película de Pedro Almodóvar, que él escribe así, con interrogación inicial y exclamación final añadida, intentando reproducir esta expresión simultánea de modalidad expresiva-afectiva que se produce bajo la forma de la interrogación». No encontramos casos gráficos de alargamientos vocálicos enfatizadores y expresivos, aunque el contexto nos haga entender en algunos pasajes de La dama boba2, alargamientos fónicos en la recitación escénica del personaje del maestro, que intenta enseñar a leer y escribir en una cartilla elemental las primeras letras a dama tan torpe. Podemos perfectamente imaginar un maestro desesperado y vociferante, en boca de un actor que se vale de la entonación y el alargamiento vocálico, para expresar esos sentimientos al público. En el nivel morfosintáctico destacarían los siguientes rasgos: el orden de palabras, los anacolutos y las construcciones suspendidas o sincopadas. 1 2

El verdadero amante, vv. 474-475. La dama boba, vv. 318-348.

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Empezando por lo primero, encontramos un orden de palabras alterado por el hipérbaton3 en todas las comedias que hemos analizado: Barlaán: «Y aun dicen que sabe a pan. / No porque es pan, aunque al gusto / Lo parezca, olfato y vista»4. Ejemplo de hipérbaton no violento o débil por inversión, con tematización de los dos últimos sentidos, al ir dislocado sintácticamente del primero, el del gusto. Y un guarda: «Este a la puerta de tu cuadra junto, / Iba saliendo;...»5. Ejemplo de hipérbaton violento o fuerte, por disyunción, a través de la separación de los dos elementos que forman la locución adverbial: ‘junto a’. El anacoluto también es un procedimiento muy usado por Lope de Vega, que se enmarca dentro de los parámetros de la coloquialidad, y que exige, por ello, menos la coherencia semántica o la cohesión gramatical que la conexión o mantenimiento de la tensión comunicativa. Así: MENGO: «Señor, ¿en qué os ofendí, / Ni el pueblo, en cosa ninguna?»6, donde aparece un sincretismo entre pregunta y respuesta, en las formas negativas: ‘ni’ y ‘ninguna’. Casos de reticencia o construcción sincopada, podemos encontrar en el diálogo entre: ALDA «[...] Oh príncipe!» y CARLOTO: «Si vivo / Y alcanzo a ver ...; mas esto no es de cuerdo»7 . Aquí la frase está cortada antes de que se haya completado la unidad de sentido, y así nos lo hacen ver los tres puntos suspensivos tras la perífrasis verbal. Abundan los solecismos: OLIVEROS: «Dejemos de hablar en eso»8. Aparecen también algunos casos de sintagmas preposicionales con más de una preposición: ETELFRIDA: «¿Entrar quieres? / Y a en mi casa no ha de ser»9, en donde nos encontramos ante un posible cruce de construcciones: ‘entrar en, ir a (dentro)’. Utilización, a veces, del adverbio de lugar ‘adonde’ en lugar de ‘donde’: ELISA: «Huye, Conde». A lo que contesta éste: «Por adónde?»10. Un recurso coloquial dimanado de un diálogo vivaz y cómico lo tenemos en la objetivación del personaje-emisor, bien mediante un tú narrativo, cuando se dirige a sí mismo desde la segunda persona, simulando un falso diálogo: CAS-

3 Sabemos que en poesía, como es el caso que nos ocupa, hay que tomar los hipérbatos con cierta reserva, dadas las exigencias de cómputo, acentuación y rima. 4 Barlaán y Josafat, vv. 880-881-882. 5 El gran duque de Moscovia, vv. 884-885. 6 Fuente Ovejuna, vv. 1.239-1.240. 7 El marqués de Mantua, vv. 397-398. 8 Ibídem, v. 2.534. En la época de Lope podía no resultar un solecismo claro (cfr. A. Serradilla, 1996). 9 La imperial de Otón, vv. 2.419-2.420. 10 El rey sin reino, v. 834.

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«Agora sí que reñiste / Castrucho, por seis leones»11, bien mediante la tercera persona, para dirigirse a sí mismo: PIERRES: «¡Pobre fray Pierres!»12. Empleo catafórico o anafórico de los pronombres personales y demostrativos: TEODORA: «Que eso es gustoso, lo que más se alcanza»13. Uso estilístico del verbo, al no ser respetada la concordancia gramatical de éste, aunque sí su consecutio lógica: CELIO: «¿Por qué cuando llegó no me llamabas?»14, ‘llamabas’ en lugar de ‘llamaste’, que sería lo correcto gramaticamente, acercando la acción pasada a su deseo revivido de emprenderla. Uso estilístico del pronombre personal seudorreflexivo: LUCINDO: «Qué, ¿ya te nos vas al cielo?»15, con un pronombre seudorreflexivo incoativo ‘te’ y un seudorreflexivo enfático, simpatético, ‘nos’. En ocasiones se hace un empleo pronominal del adjetivo posesivo ‘cuyo-a’: MARQUÉS: «¿Vives en esta sierra?» / CARDENIO: «Sí, señor» / MARQUÉS: «¿Cúya es, y cuál su nombre?»16; o bien un mal uso adjetivo de ‘cuyo-a’ por ‘dicho-a’, basándose en una deíxis anafórica de ambos términos, puesto que la señalización parcial de ‘cuya’ pasa a ser total, por suplantación errónea con ‘dicha’, en el siguiente ejemplo: Sevilla: «Es cerrar la puerta a Dios, / Por cuya puerta a Dios vi»17. Hay casos de laísmos, loísmos y leísmos: ROLDÁN: «¿Qué la quieres?», a lo que contesta el emperador: «Preguntadla»18. En el laísmo se hace con frecuencia la extensión analógica de ‘la’ a todo complemento (indirecto a directo) de género gramatical femenino. Utilización de verbos con complementos sin régimen preposicional: BORIS: «Sin que Moscovia murmurarme pueda»19. En esta expresión, la construcción gramatical esperada es la de verbo + suplemento (murmurar de mí), que se convierte en construcción transitiva, por transformación del suplemento en objeto directo, ya que la lógica del sentido global del término transformado lo favorece y permite. Con miras a conseguir una sintaxis sincopada o condensada, para abreviar y realzar lo que interesa aparecen casos de elipsis: TISBE: «¿Qué tengo de hacer, viviendo en / Vuestras cóncavas y riscos»20. «Cóncavas» por ‘cuevas’ cóncavas, TRUCHO:

11 12 13 14 15 16 17 18 19 20

El galán Castrucho, vv. 978-979. La vida de San Pedro Nolasco, v. 1.358. Cita supra nota (11): v. 2.211. La fábula de Perseo, v. 1.103. San Segundo de Ávila, v. 2.814. Cita supra nota (7): vv. 1.306-1.307. Ibídem, vv. 688-689. Traducible por ‘por dicha puerta’ o ‘por la cual’. La mocedad de Roldán, v. 2.984. Cita supra nota (5), v. 851. Cfr. A. Serradilla (1996), como posible no solecismo. El premio de la hermosura, vv. 1.018-1.019.

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‘grutas’, dado el contexto lingüístico de ‘riscos’. Es precisamente el contexto –un contexto de hendíadis–, el que permite eliminar muchos detalles favoreciendo así una expresión elíptica y por consiguiente inteligible. De este modo, la aparente independencia sintáctica de este tipo de expresiones encubre su dependencia directa del contexto comunicativo ‘en las cóncavas de vuestros riscos’. Como consecuencia de todo ello, podríamos decir que en la lengua coloquial no hay palabras principales y palabras accesorias, puesto que su jerarquía semántica puede quedar neutralizada por el contexto, que facilita la completa intelección entre los comunicantes. También aparecen casos de braquilogías: CASTRUCHO: «Tan ciego estoy, que porque no le cueste / Tantas vidas al mundo el meter mano, / Quiero esperar que el fanfarrón se apreste»21. En «el meter mano» por ‘meter mano a la espada’, se emplea una expresión corta, equivalente a otra más amplia o complicada. Aunque su naturaleza es semejante a la elipsis, se diferencia de ella porque los términos sobrentendidos no están en el contexto lingüístico, sino en el situacional. Igualmente registramos casos de descripciones impresionistas: BELISA: «Miraba a pie la pendencia, / Todo tabaco y bigotes»22. Como puede notarse las secuencias se añaden a medida que acuden a la mente del que habla; se acumulan y se cortan. Si hasta aquí hemos venido refiriéndonos a una sintaxis abreviada, condensada, incluso podríamos decir, sincopada, también aparecen buenos ejemplos de lo contrario, una sintaxis amplificada, perifrástica, por realce lingüístico: «agua celestial»23 por ‘Bautismo’, presenta un alargamiento en la expresión así como un rodeo referencial. Abundan los casos de polisíndeton de ‘y’, con su variante negativa ‘ni’: TORCATO: «Proa su amor, y su cruz, / Y el árbol y la mesana»24. En este apartado registramos los ejemplos de poliptoton: ALEJANDRO: «Pues ofendiéndote estás / Para dejarle ofendido»25. Todos estos procedimientos lingüísticos estarían en función de la expresividad, que, junto con la comodidad, forman los dos pilares básicos sobre los que se sustenta la técnica del coloquio. Se ha dicho en ocasiones que la sintaxis coloquial es sencilla, pero resulta más compleja de lo que a primera vista pudiera parecer, puesto que es una sinta-

21 22 23 24 25

Cita supra nota (11), vv. 921-922-923. Las bizarrías de Belisa, vv. 169-170. Cita supra nota (4), v. 1.176. Cita supra nota (15), vv. 1.230-1.231. Las grandezas de Alejandro, vv. 218-219.

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xis sin fuertes ataduras sintácticas, propiciada por factores psicológicos, de expresividad, de realce, por factores pragmáticos, a los que aludiremos al final, que tiene su razón de ser en la comunicación inmediata y actual. El hablante no dispone previamente su discurso, pero siempre pretende que su oyente lo entienda al instante. Por ello vuelve una y otra vez sobre las partes que considera importantes o poco claras, insiste, desdobla su expresión, se autocorrige; de ahí que algunos autores hayan afirmado que la sintaxis coloquial es acumulativa y repetitiva muchas veces. El emisor busca en su intervención la mayor expresividad posible, se reafirma, de aquí su carácter egocéntrico; apela al oyente para mantener y desarrollar la conversación, le hace partícipe e incluso cómplice de lo que dice y para ello se vale de numerosos recursos, algunos de los más característicos estamos mostrando. El léxico coloquial presentaría los siguientes fenómenos: expresiones comodines del tipo ‘caso’ o ‘cosa’, hiperónimos de términos más específicos, que resultan muy socorridos para ocultar lo que no se sabe nombrar, o para ganar tiempo si lo que se va a mencionar no se recuerda, o no conviene decirse. Son frecuentes las pretericiones, como expresiones autorreafirmativas propias, o directamente atribuidas al yo–hablante, sujeto real que pondera lo que va a decir, dejando en el oyente la sensación de que hay algo más, muy importante, detrás de lo que dice: CARLOTO: «No prosigas; / Pero bien es que lo digas»26. Las gradatios marcan la insistencia mediante sinónimos aproximados o la enumeración, que provocan generalmente una gradación en la expresión de lo ponderado: FILIS: «Los años de mis suspiros / Y los siglos de mis penas»27. En su afán enfatizador, el emisor llega continuamente, de forma inconsciente, al incumplimiento de las restricciones gramaticales y/o semánticas: así encontramos impropiedades y redundancias semánticas: CASTRUCHO: «Que hay róbalos / En el río de Sevilla»28. «Río» está usado impropiamente por ‘mar’29, ya que los «róbalos» viven en este medio. A pesar de la impropiedad, la comunicación no se ha roto. Como redundancia seleccionaremos dos ejemplos de pleonasmo: uno, automatizado, convertido en cliché, casi una frase hecha: ‘entrar dentro’ o ‘proseguir adelante’30, otro, más novedoso, con mayor tensión creativa: FEBO: «Deje

26

Cita supra nota (7), vv. 248-249. La Arcadia, vv. 581-582. 28 Cita supra nota (11), vv. 1.906-1.907. 29 Posiblemente la justificación sea referencial ya que en Sevilla el Guadalquivir es navegable, estableciéndose una estrecha relación entre lo fluvial y lo marítimo. 30 Cita supra nota (6), v. 1.902, y cita supra nota (1), v. 912. 27

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la lisonja tierna / Del criado adulador»31. En este último ejemplo, podemos observar cómo ‘adulador’ funciona como un epíteto conceptual. Pero además de todos estos procedimientos podríamos citar algunos más como la hipérbole: FINEA: «¡Ni en todo el año / Saldré con esta lición!»32, o la negación expresiva: ISABELA: «Este es Rodulfo, de quien / No soy celebrada poco»33, o la ironía: ORTUÑO: «Y ¡una copilla me das!»34, así como los vulgarismos: «pese a quien me parió»35, y los coloquialismos: «ponerse ten con ten»36, etc. Desde un enfoque pragmático encontramos una sintaxis con abundantes elementos deícticos, contextualizadores para los interlocutores, y favorecedores de mantener el sentido global del diálogo coloquial: tanto deícticos pronominales y adverbiales: FINEA: «Cuantas has hecho hasta aquí, / Bien pueden ser bizarrías»37, como deícticos fáticos y conativos: «como sabes», «está atento»38, así como deícticos interjectivos personales: «ay de mí» 39. Hallamos igualmente nexos conjuntivos desemantizados sintácticamente, que sólo cumplen un papel de ilativos conversacionales no específicos: ‘pues’40. Por último haremos referencia a las preguntas retóricas, que sirven al hablante para confirmar o ponderar su opinión, obligando además en cierto modo al interlocutor, que no tiene opción de respuesta, al acuerdo: ARNALDO: «¿Hay desdicha como aquésta?»41.

31 32 33 34 35 36 37 38 39 40 41

El castigo sin venganza, vv. 140-141. Cita supra nota (2), vv. 307-308. Cita supra nota (5), vv. 454-455. El remedio en la desdicha, v. 1.123. Cita supra nota (11), v. 2.821. Cita supra nota (1), v. 606. Cita supra nota (22), vv. 1.952-1.953. Cita supra nota (4), v. 498, y cita supra nota (9), v. 1.519. Cita supra nota (7), v. 327. Cita supra nota (4), v. 499. Cita supra nota (18), v. 544.

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CAPÍTULO 16

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Es de todos conocido que si la Poética de Aristóteles influyó mucho en la preceptiva barroca también lo hizo su Retórica. La técnica del Barroco en el arte fue una técnica de MOVER los ánimos del público, de influir en él, en su psicología; de ahí que la Extremosidad fuera un principio retórico importante. El lenguaje alambicado del Barroco tuvo una doble vertiente: por un lado, envilecedora, en la que entró a formar parte de su poética la categoría de lo feo, empezando a tener un uso literario las voces de germanía; y, por otro lado, embellecedora, heredera del Buen Gusto y Decoro del Renacimiento. Asimismo se ha dicho que el lenguaje del Barroco intensificó los procedimientos retóricos y poéticos del Renacimiento, puesto que utilizó la hipérbole, la elipsis, la antítesis, el retruécano, el calambur, el zeugma, el oxímoron, los juegos de palabras, el cultismo semántico y semiológico, la metáfora de segundo grado, el hysteron proteron, entre muchos más que podríamos añadir. Efectivamente no cabe ninguna duda en considerar a la hipérbole como una figura retórica propia de la estética barroca, por lo que supone de extremosidad bien hacia lo vil y feo, bien hacia lo bello y delicado. B. Gracián [1969], y F. Lázaro (1990: 222) lo recoge en su Diccionario de términos filológicos, define la hipérbole como una figura retórica centrada en la exageración, que ‘atiende sólo a encarecer la grandeza del objeto, o en panegiris o en sátira’. Para obtener una información más amplia y contrastada con otras figuras retóricas acerca de la hipérbole, debemos consultar el Manual de retórica literaria, de H. Lausberg (1984: 80), que se basa en la obra de M. F. Quintiliano [1970]: Institutio oratoria, en la obra de L. von Spengel (1853): Rhetores Graeci, y en la obra de K. Halm (1964): Rhetores latini minores, puesto que en él se nos dice que la hipérbole es ‘un rebasamiento onomasiológico extremo y, en su sentido literal, increíble del verbum proprium’. La hipérbole es una metáfora gradual, con efectos evocadores y poéticos, que en la retórica se utilizan en sentido del interés de la causa (augere / minuere) y en la poesía como recurso de representación afectiva. Como la metáfora también la

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hipérbole se puede resolver en la forma de la comparación; más adelante veremos algunos ejemplos. La hipérbole es definida por M. F. Quintiliano [1970: 8, 6, 67] como «decens veri superiectio», es decir, ‘conveniente, apropiado, incluso concerniente a lo verdadero, a lo real es la hipérbole’. Subrayamos real y no verdadero, porque el concepto de realidad se relacionará con el de evidentia y res, que mencionaremos seguidamente. Por ello también se dice (H. Lausberg, 1984: 300) que la hipérbole es un «medio de amplificatio gradual y es como figura de pensamiento una intensificación de la evidentia». Su finalidad y también su límite radican en la creación de una momentánea evidencia poética, de modo que la verosimilitud cede el puesto por un momento en favor de una evidencia penetrante (verosimilitud a verdadero, lo que evidentia a real). El mantenerse dentro de los límites de ésta es difícil; por consiguiente, sigue diciéndonos M. F Quintiliano [1984: 8, 6, 74], «el público, arrebatado por el encanto poético de la hipérbole, se deja llevar de la simpatía hacia el orador; pero un forzamiento de esa buena predisposición suscita la risa, quiéralo o no el orador». Como figura apropiada a lo real, se dice también que la hipérbole ha de tener su base en la cosa misma. Igual que la amplificatio sigue dos direcciones, así también la hipérbole se desarrolla hacia arriba (decíamos antes augere) o hacia abajo (minuere). La hipérbole como figura de pensamiento se vierte en los siguientes medios expresivos (H. Lausberg, 1984: 301): intensificación gradual, signa, metáfora, similitudo y comparatio. Fijémonos en estas dos últimas. Existe la expresión directa, no comparativa, de la hipérbole (separatim: «Tu hermana no come, devora») y la hipérbole comparativa, que a su vez se subdivide en la forma positiva (similitudo: ‘niveus candor’1) y la comparativa (praestantia: ‘melle dulcior’)2. La hipérbole pertenece al audacior ornatus; es decir, no es un ornato cualquiera sino ‘más audaz’. Las hipérboles singularmente atrevidas han de introducirse mediante fórmulas preventivas de precaución eufemísticas (remedium) tales como ‘ut ita dicam’3, ‘si licet dicere’4, etc., lo mismo que las metáforas atrevidas y los neologismos atrevidos. Ya antes apuntábamos una relación existente entre hipérbole y amplificatio por la doble dirección que seguían: bien hacia lo mucho (augere), bien hacia lo

1 Nívea blancura o níveo candor, con acepción figurada. El significado de ‘níveo’ no es denotativo sino connotativo metafórico, por relación de semejanza con respecto a blancura o candor: blancura-nieve blanca > nívea blancura. 2 El significado de ‘más dulce’ es denotativo con respecto a miel, por relación de excelencia. Por lo tanto, intensificación gramatical: ‘dulcior’ y semántica: ‘praestantia’. 3 Como así diga, por así decirlo. 4 Si se puede decir, si es lícito decir.

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poco (minuere). Aun podríamos ir más allá en esa relación afirmando que la hipérbole es una amplificatio. El incrementum, esencia de la amplificatio, consiste en nombrar el objeto que se ha de amplificar, por medio de una designación lingüística que asciende de abajo a arriba gradualmente. El presupuesto imprescindible para el empleo del incrementum es el conocimiento de los grados de intensificación y comparación de la res, así como el dominio de la proximidad conceptual de los sinónimos. Se debe distinguir entre la forma previa elemental del incrementum y el incrementum propiamente dicho. La forma elemental del incrementum consiste en la elección parcial de los sinónimos que refuerzan o debilitan la res. El efecto de esta species amplificandi es mayor cuando la palabra amplificada se contrapone antitéticamente –en una especie de correctio– a la palabra normal: el ejemplo antes citado de hipérbole por separatim: «Tu hermana no come, devora». El incrementum propiamente dicho consiste en la designación gradualmente ascendente en la que, siendo ya fuertes los grados inferiores, quedan después superados por el último grado: «Eso no es cosa tan fea; / Mas no hay hombre que la vea / Que pueda vivir después: / Un rinoceronte es nada, / Es un peñasco de hielos, / Es una mujer con celos, / Es una suegra enojada»5. La intensificación en este ejemplo se ha hecho también, como factor coadyuvante, por medio de una enunciación sucesiva de circunstancias agravantes. Resulta especialmente efectista esta gradación del incrementum propiamente dicho, cuando su punto culminante (el objeto o res de que se trata) carece de designación y como tal se añade a una serie, más o menos breve, de expresiones intensificadas: «Su mujer, con quien es fea / La que a Grecia Troya hurtó»6. Si como punto de partida consideramos perfectamente válidas las definiciones que B. Gracián, F. Lázaro y H. Lausberg dan de la hipérbole, nos vamos a fijar en un autor clásico español, paradigmático de nuestro siglo XVII, como fue Lope de Vega, aunque nacido en el siglo XVI, y por ello heredero del Renacimiento, con el fin de matizar el aspecto cualitativo de este recurso lingüísticoretórico. En él hemos registrado ocho variantes semánticas en la hipérbole: l. atribución de cualidad; 2. inversión ontológica; 3. desproporción temporal; 4. acción + tiempo; 5. desproporción espacial; 6. acción; 7. metáfora hiperbólica, y 8. atribución de cantidad. Ilustremos con ejemplos estos contenidos, haciendo algunas observaciones de carácter gramatical:

5

El amor enamorado, vv. 170-176. Roma abrasada, vv. 1669-70. La res no designada es Elena, heroína de la Guerra de Troya, y bellísima. Para este último término aparece expreso, por contraste, su antónimo fea. Para Elena tenemos explícita, por amplificatio, una perífrasis: la que a Grecia Troya hurtó. 6

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– Atribución de cualidad: «Excedía las más bellas / Lo que excede al cuerpo el alma, / Al mirto humilde la palma, / y la luna a las estrellas»7. Comparación parcialmente explícita por la elisión del identificativo mismo en el sintagma nominal ‘lo que’. Circunstancia que permite presentar una intensificación gradual de elementos con los que se compara la belleza en una mujer, de manera alegórica, durante tres momentos metafóricos en segunda fase. Aquí tenemos al adjetivo calificativo ‘bellas’, en grado superlativo relativo; por lo tanto cuantificación máxima del sentido panegírico de los versos, expresado de forma directa sin antítesis ni amplificaciones, aunque con la amplificación de la alegoría. – Inversión ontológica: «–¿No teníades / Manos para un rapaz? / –Roberto el Diablo / No fue travieso en competencia déste;»8. Comparación parcialmente explícita por el sintagma preposicional «en competencia déste». Competencia es un término más agresivo que comparación, término más esperable, lo cual podría inducir a pensar que entre competencia y comparación media una impropiedad semántica. No obstante, ésta es sólo aparente ya que la cuarta acepción de competencia en el DRAE es ‘aptitud, idoneidad’, y si recurrimos al verbo competir, vemos que presenta una segunda acepción de ‘igualar una cosa a otra análoga, en la perfección o en las propiedades’, semas que comparte con comparación (obsérvese que ‘idoneidad’ e ‘identidad’ tienen un próximo origen semántico). Aparece un adjetivo calificativo en grado positivo, ‘travieso’, formando parte de una negación expresiva, no litotética, que potencia la sátira final de los versos. – Desproporción temporal: «–¿Tan dormido, estáis, Llorente? / –Pardiez, Bartol, que quisiera / Que en un año amaneciera / Cuatro veces solamente.»9 Hipérbole amplificada por proposición consecutiva correlativa, ya no por comparación, cuyos nexos son: ‘tan ... que’. Precisamente a través de la consecuencia del contexto lingüístico, vemos que la causa no es estar ‘dormido’, sino ser perezoso, perezosísimo, cualidad por praestantia del personaje del pícaro, que le sirve a Lope para lograr la sátira, y que viene en el texto expresada por medio de un adjetivo verbal en grado positivo: ‘dormido’, aunque intensificado léxicamente por el morfo ‘tan’. – Acción + Tiempo: «Yo he disimulado, Ortuño, / Que si no, de punta a puño, / Antes de dos horas breves / Pasara todo el lugar»10. No hay comparación aquí. Nos encontramos ante una hipérbole por separatim, en donde el sintagma preposicional ‘de punta a puño’, el adjetivo calificativo en grado positivo ‘breves’, y el

7 8 9 10

Adonis y Venus, vv. 17-20. La mocedad de Roldán, vv. 1496-99. Peribáñez y el comendador de Ocaña, vv. 391-94. Fuente Ovejuna, vv. 1052-55.

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preartículo y morfo totalizador ‘todo’, intensifican las acciones verbales de ‘pasar’, y secundariamente de ‘disimular’. De todo ello, por contexto lingüístico, se desprende una sátira fuerte a la fanfarronería del personaje, que encubre su falta de valor, cualidades también por praestantia del pícaro. – Desproporción espacial: «Que de un traidor poderoso / Mal se puede hallar defensa, / Desde los brazos del sol / Hasta el centro de la tierra»11. Hipérbole por separatim, sin comparación, en donde se advierte una intensificación gradual a través de sintagmas preposicionales, nuclearizados en torno a los sustantivos ‘sol’ y ‘tierra’, que, en cuanto referentes distantes, funcionan como signos intensivos (recuérdese que la hipérbole como figura de pensamiento se vertía en cinco medios expresivos: intensificación gradual, signa, metáfora, similitudo y comparatio). Aquí la hipérbole de tipo panegírico no está cimentada sobre un adjetivo calificativo, puesto que ‘traidor’ está sustantivado y reforzado léxicamente por el adyacente ‘poderoso’, ni tampoco sobre un verbo, como en casos anteriores, sino, como acabamos de apuntar, sobre sustantivos. – Acción: «Pidióme la mano sola / (¡mira qué lindo regalo!), / y apenas me la tomó / Cuando, ¡Zas!, la bola asienta, / Que pica como pimienta, / y la mano me quebró»12. Hipérbole por separatim, sin comparación, a través de la acción verbal ‘quebró’. Aquí no se satiriza el método pedagógico del maestro, sino la torpeza intelectual de la discípula, a través del sentido irónico del adjetivo calificativo intensificado: ‘qué lindo’. – Metáfora hiperbólica: «–Don Juan de Toledo soy. / –¿Y piénsasme poner miedo / Si fueras todo Toledo?»13. Metáfora del tipo A = B, cuyo término irreal constituye a su vez una Metonimia del tipo ‘lugar-habitante del lugar’, ‘Toledo’ por ‘toledanos’. Nos encontramos con el primer caso hasta ahora de hipérbole por similitudo y no por praestantia, con una clara intención satírica por la actitud de reto del segundo dialogante. El elemento gramatical en el que se cimienta la hipérbole es el totalizador ‘todo’, que antepuesto como va a ‘Toledo’, puede ser interpretado desde una doble perspectiva: como modificador del sujeto tú (= ‘Don Juan’), o como modificador del atributo ‘Toledo’. Si conmutáramos a la posición pospuesta (‘Toledo todo’), sólo podría ser interpretada la modificación de este totalizador en relación con el atributo. – Atribución de cantidad: «Referirte aquí los daños / (...) / será como contar las estrellas, / o las arenas del mar»14. Comparación parcialmente explícita por elisión del morfo comparativo ‘como’: «Referirte aquí los daños ... será (como)

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La selva confusa, vv. 198-201. La dama boba, vv. 367-72. La imperial de Otón, vv. 204-6. Contra valor no hay desdicha, vv. 279-84.

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contar las estrellas, o las arenas del mar», aludiendo así al adjetivo calificativo ‘interminable’. Hipérbole basada fundamentalmente en sustantivos: ‘estrellas’, ‘arenas del mar’, que connotan ‘inconmensurabilidad’. Aquí sólo se tiene en cuenta el componente semántico, no referencial (sol-tierra), como sucedía en el ejemplo de desproporción espacial: ‘brazos del sol’, ‘centro de la tierra’, que, como referentes distantes, funcionaban como signos intensivos. No hay intensificación gradual, pero sí amplificatio, ya que la disyuntiva ‘o’ no opone antónimos (correctio), sino que presenta una oposición entre sinónimos (similitudo). Estos dos últimos ejemplos que hemos expuesto de atribución de cantidad, exageran la cantidad hacia lo máximo (augere). Pero tenemos un ejemplo donde se hiperboliza la cantidad hacia lo mínimo (minuere) por praestantia y correctio: «[...] apenas tengo / Más tierra que por donde huyendo vengo»15, a través de los adverbios antitéticos: ‘apenas’ / ‘más’, y la acción verbal: ‘huyendo’, que como verbo de movimiento intensivo, logra un efecto altamente satirizador del miedo cobarde del sujeto en cuestión. En este mismo apartado de atribución de cantidad, podemos observar en: «Mis lágrimas, Alcino, son bastantes / A vencer la corriente deste río, / Cuando las suyas por su Dafne exceden / Las ondas desa mar»16, una intensificación del recurso al presentarnos una hipérbole sobre otra hipérbole. Algo así como una superhipérbole, por similitudo a través de la acción verbal ‘exceden’, y del sustantivo ‘mar’, con una amplificatio de la hipérbole por vía léxica en el texto, entre términos quasisinónimos, por pertenecer al mismo campo semántico cada uno: ‘son bastantes’ > ‘exceden’, y ‘río’ > ‘mar’. Aparentemente pasamos de menos a más, cuando en realidad incrementamos el más en supermás, fortaleciendo el panegírico, al superar el llanto por su amada las lágrimas que Peneo derramó por Dafne, siendo ya muchas. Intensificación del procedimiento también, pero ahora de tipo metafórico: «y en espín erizado / De orgulloso caballo transformado, / (...) / y quedó tan pacífico y humilde / Que fue un enano en sus arzones tilde»17. Hipérbole amplificada al final por proposición consecutiva correlativa, sin comparación, a través de los nexos ‘tan ... que’. En este ejemplo no tenemos que deducir la causa por la consecuencia, puesto que Lope de Vega ya nos la da en versos precedentes: «de orgulloso caballo transformado». Pero en su inicio la hipérbole es por similitudo, ya que estamos ante una metáfora en segunda fase con los dos términos presentes: el real (‘orgulloso caballo’) y el metafórico (‘espín erizado’), a través de una relación de semejanza expresada por la acción verbal (‘transformado’). A diferencia del ejemplo ante15 16 17

La vida de San Pedro Nolasco, vv. 332-33. El amor enamorado, vv. 2679-82. El castigo sin venganza, vv. 283-88.

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rior, ahora pasamos de más a menos, reafirmando el menos. Aquí la hipérbole se sustenta en adjetivos calificativos en grado positivo y sustantivos, no en acciones verbales, para conseguir la sátira. Pasemos a analizarlos con más detalle para darnos cuenta de su intrincada estructura gramatical y semántica: ‘orgulloso caballo’ > ‘espín erizado’. Aquí tenemos una primera metáfora de segunda fase, presentada mediante una estructura quiástica: (adjetivo-sustantivo)-(sustantivo-adjetivo). Observamos en ella un doble proceso de degradación: 1) a través de la connotación de los adjetivos: ‘orgulloso’, cualidad moral > ‘erizado’, cualidad física; 2) a través del estereotipo de los sustantivos: ‘caballo’, estereotipo positivo > ‘espín’, estereotipo negativo (elipsis de puerco espín). Por lo tanto, parece haber un reparto entre connotación y adjetivo por un lado, y entre estereotipo y sustantivo, por otro; es decir, entre componente semántico y categoría gramatical. También observamos una ampliación del campo semántico de los adjetivos a través de sus connotaciones, mediante una presentación en quiasmo de estos: ‘orgulloso’ al connotar en el texto ‘guerrero’, ‘fogoso’, ‘violento’, se opone a ‘pacífico’; ‘humilde’ al connotar ‘bajo’ ( < humus, ‘suelo’), ‘de poco tamaño’, se opone: 1) retrospectivamente a ‘espín erizado’ (contraste que genera una desproporción y una comicidad); 2) prospectivamente a ‘enano ... tilde’ (aquí tenemos la segunda metáfora de estos versos. Metáfora cosificadora que refuerza el aspecto material, con exclusión del moral), y que permite el siguiente esquema en el campo de los adjetivos: – Oposición horizontal: c. física/c. moral, pudiendo ser cada uno de ellos físico y moral a la vez, dada la polisemia de los adjetivos; – Oposición oblicua: Dentro de cualidad física o moral, se opone en c. física: ‘alto/bajo’, y en c. moral: ‘altivo/sosegado’. Esquematizándolo quedaría así: erizado

pacífico

c. física

c. moral

orgulloso

humilde

c. moral

c. física

Podríamos decir que en estos versos hay una doble hipérbole metafórica, ya que ‘espín’, término imaginario de la primera metáfora (< ‘caballo’ = ‘espín’), permite la entrada de una segunda metáfora cosificante ( < ‘enano’ = ‘tilde’).

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En conclusión, aunque aparentemente pueda parecemos la hipérbole un recurso lingüístico–retórico relativamente sencillo como exageración, bien hacia lo panegírico bien hacia lo satírico, la verdad es que si prestamos una mayor atención a su contenido semántico en relación con el componente gramatical, comprobaremos que ofrece una complejidad nada desdeñable y sí muy digna de tener en cuenta en nuestra reflexión sobre algunas técnicas retóricas del Barroco: como por ejemplo (sólo retomamos el primer verso del texto poético en que sucede el fenómeno de que se trata): 1. Intensificación del proceso hiperbólico, por reduplicación de hipérboles: «Mis lágrimas, Alcino, son bastantes [...]». 2. Potenciación en la hipérbole de los contrastes: a) Semánticos, por antítesis: «y en espín erizado [...]». b) Sintáctico–estilísticos, por quiasmo: «Eso no es cosa tan fea [...]». 3. Variantes hiperbólicas que extreman las relaciones naturales trastocándolas; éste es el caso de las inversiones ontológicas: «Pues ¿hay en limón o en cedro […]»18 4. Hipérboles cuya base semántica la encontramos en el sutil equilibrio de las connotaciones (asociadas a la categoría gramatical de los adjetivos), y de los estereotipos (asociados a la categoría gramatical de los sustantivos): «Y en espín erizado [...]». 5. Hipérboles con estructura metafórica del tipo A = B, cuyo término irreal resulta ser a su vez una metonimia; en el ejemplo aducido, metonimia del tipo lugar-habitante del lugar: «Don Juan de Toledo soy [...]». 6. Aparecen tres tipos básicos de hipérboles: – No comparativas, por separatim: «Yo he disimulado, Ortuño, [...]». – Comparativas: a) por praestantia: «Excedía las más bellas [...]»; b) por similitudo: «Referirte aquí los daños [...]». Por último, 7. Gramaticalmente las hipérboles analizadas se fundamentan en los adjetivos calificativos, en los sustantivos y en los determinantes totalizadores;

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Servir a señor discreto, vv. 274-77.

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y, secundariamente, en los verbos y adverbios. Desde el punto de vista formal se expresan básicamente de dos maneras: o bien, mediante las comparaciones parcialmente explícitas en la mayoría de los casos, aunque no en todos, dado que se elide una parte de los modos comparativos, o bien, mediante las proposiciones consecutivas correlativas, como amplificación de la hipérbole.

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CAPÍTULO 17

METASEMEMAS: EPÍTETO Y METÁFORA

Es de gran interés para la teorización retórica la clasificación de metáboles, como conjunto de figuras y tropos, realizada por el Grupo de Lieja o Grupo µ (1987) en su Retórica general. Según esta corriente los metasememas están situados en el nivel de la palabra y actúan en el plano del contenido; consisten en las modificaciones del significado al ser sustituido un semema por otro; son los tropos. Estos se caracterizan por una relación in absentia que procede de una organización de los elementos lingüísticos in verbis singulis. Como P. Ricoeur (1980: 86) explica en La metáfora viva, aunque los tropos se resuelven en la aparición de una sola palabra en el texto, proceden de la relación «entre dos ideas por transposición de una a otra». Los tropos son la metáfora, la metonimia y la sinécdoque, mecanismos lingüísticos de índole semántica. Por estos dispositivos semánticos, en la microestructura textual se encuentra un elemento en sustitución de otro; lo que distingue entre sí los tropos es la forma en la que se establece la fundamentación de dicha sustitución. El hecho de que sean metáboles por sustitución, basados en una relación in absentia y, sobre todo, el que sean una clara manifestación del ingenio del orador y del escritor, que cuentan con la colaboración del receptor para que este pueda establecer la relación con el elemento ausente, ha separado tradicionalmente los tropos de las otras modificaciones retóricas elocutivas. La importancia suprema de la metáfora como fuerza creadora en el lenguaje siempre ha sido reconocida ya desde la antigüedad clásica. Para Aristóteles en su Retórica [1971: 1405a8-10], «la cosa más grande es, con mucho, poseer el dominio de la metáfora. Esto es lo único que no puede ser impartido por otro; es la marca del genio». Según Á. López [1981: 129 y ss.] en «Algunas consideraciones sobre los tropos y las figuras», la metáfora, tropo por excelencia englobador de todos los demás, presenta: nivel de rección sintagmática (A ∩ B), y relación de intersección (A ∩ B) paradigmática. Así, la metáfora resulta de la superposición de dos sentidos relacionados entre sí, de forma que utilizamos el significante del segundo para manifestar los significados de ambos significantes conjuntamente, de ahí que sea una de las fuentes de la polisemia.

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La metáfora como manifestación del esquema (A ∩ B), tanto en el plano de los niveles como en el de las relaciones distribucionales, incluye a todos los demás niveles y a todas las demás relaciones distribucionales, pues de A ∩ B resulta A = B si sólo consideramos la parte que ambos conjuntos tienen en común; A ≠ B si atendemos a las partes en que ambos conjuntos no coinciden, y A ⊃ B si relacionamos la parte común con uno cualquiera de los conjuntos implicados. De ahí, también, que históricamente se le haya confundido con otros tropos, como metonimia, sinécdoque; o con otras figuras, como silepsis, similitud. La metáfora, como tropo que combina lo sintagmático con lo paradigmático, incluye obviamente lo que es sólo sintagmático, es decir, a las figuras. Ya los autores clásicos –M. F. Quintiliano [1970] en la Institutio Oratoria, entre otros–, consideraban la inmutatio como una reducción de la transmutatio, la cual a su vez resultaba de combinar la adiectio y la detractio. Otra cuestión es la de qué tipo de relación guardan entre sí los signos vinculados por la metáfora: para H. Konrad (1958), en Étude sur la metaphore, se trataría de un proceso de intersección por el que dos especies emparentadas pasan a fusionarse en un género nuevo. I. A. Richards (1936), en The Philosophy of Rhetoric, coincide con el anterior en que este tropo nace de un acercamiento entre el soporte-contenido y el vehículo-expresión, pero considera que en la metáfora no sólo vale lo que ambos tienen en común, sino también la diferencia que originariamente les separaba que pertenece a ella también. Por eso S. Freud (1969), en Le mot d’esprit, define ciertas metáforas oníricas como un proceso de condensación. Por otra parte, la relación de semejanza que subyace a la metáfora se origina no sólo en el referente, sino fundamentalmente en la significación. Es, pues, una relación interna semémica. No obstante, algunos autores, como S. Ullmann (1991), en Semántica. Introducción a la ciencia del significado, han cuestionado la relación metáfora–comparación, hablando de que hay una intensificación expresiva, que vincularía metáfora con antonomasia1. J. A. Mayoral (1994: 136-137), en Figuras retóricas, destaca el hecho de que el epíteto fuera incluido por M. F. Quintiliano en la categoría de los Tropos [1970: VIII, 6], estatuto que siguió manteniendo todavía en autores como G. Correas [1954: 395-403], en Arte de la lengua española castellana. Así, J. A. Mayoral, basándose en H. Lausberg [1984: §682-685], en Manual de Retórica literaria, II, señala una peculiaridad en el funcionamiento discursivo de esta ⊃

1 He profundizado en la relación que establece la metáfora, no sólo con la antonomasia o la ironía, sino también con el epíteto en los siguientes artículos: «Adjetivación lingüística y epítesis retórica: un enfoque semántico», en RSEL, 32/2, 2002, 555-590; «Epíteto de significado y epíteto de referente», en Rilce, 19. 2, 2003, 265-291.

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figura, que tiene que ver con hechos de significación, según que los epítetos estén empleados en su significado propio o en diversos sentidos traslaticios, metafóricos o metonímicos. Los virtuales sentidos traslaticios de que pueden ser susceptibles los epítetos, sólo son detectables en la cadena del discurso en las relaciones contraídas por estos y los respectivos significados de los sustantivos que califican. Hay que hacer notar, no obstante, a este respecto que buena parte de tales relaciones de significado vendrán a menudo codificadas por la propia tradición poética. Relaciones metafóricas entre epíteto y sustantivo pueden observarse en esta secuencia: «Qué otra cosa es verdad sino pobreza / en esta vida frágil y liviana?»2, donde se compara implícitamente la vida con una vasija de barro. Relaciones metonímicas entre los significados del epíteto y del sustantivo, en particular relaciones de causa (representada por el sustantivo)-efecto (representado por el adjetivo), pueden verse reflejadas en este ejemplo: «¡Afrentoso temor, tarda pereza / que estorbáis la victoria al desengaño!»3, donde el valor metonímico es reconocible en la perífrasis: «temor afrentoso» = ‘temor que produce afrenta’. Por otra parte, también la relación de los epítetos empleados en su significación propia, ortosémica, con la palabra superpuesta, es, en último extremo, la de una inserción sinecdóquica, puesto que «en ‘scelus abominandum’, por ejemplo, el scelus está caracterizado por su inserción en el genus de las cosas abominanda; por tanto, tenemos una relación de género y especie»4. El arquetipo metafórico y metonímico ha permitido a J. A. Martínez (1975), en Propiedades del lenguaje poético, hablar de dos tipos de reducción de la desviación, aplicables tanto a la hipálage como al epíteto: uno, la reducción por combinación (metonimia) en que el hablante interpreta la desviación (o incompatibilidad semántica de rasgos, por ejemplo: ‘encabritados relinchos’) sin necesidad de cambio alguno de significado, y con copresencia de todos los términos: ‘relinchos (de caballos) encabritados’. El otro tipo de reducción de la desviación es la reducción por metasemia que caracteriza a la metáfora donde desde la superposición a la reducción se implica un cambio de significado: ‘carnívoro cuchillo > desgarrador’. Como tropos que son metáfora y metonimia no están tan distanciados. De hecho, los componentes del Grupo de Lieja (1987), han dicho que la metáfora es el producto de dos sinécdoques; más exactamente, el producto de una sinécdoque generalizadora y otra particularizadora o viceversa: Sg. + Sp. o Sp. + Sg. Los términos metafóricos se conciben como conjuntos en intersección que luego 2 3 4

F. de Quevedo [1981: 6]. J. de Arguijo [1971: 179]. Cfr. H. Lausberg (1984, II: §681).

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se superponen o identifican. Tomemos el proceso de metaforización en su primera fase, en la fase de aproximación del término real al término metafórico, propio del símil o imagen: ‘tus dientes son blancos como perlas’. En ‘dientes blancos’ asistimos a una sinécdoque particularizadora en la nota cromática: dientes blancos, de entre amarillos, marrones, grises, negros...; en ‘blancos como perlas’ asistimos a una sinécdoque generalizadora por un proceso de antonomasia: perlas por perlas blancas, las mejores en su especie, por lo tanto, representativas del género perla, y en donde ya dientes sólo pueden ser blancos, con exclusión de otras tonalidades cromáticas dentro del paradigma de color. Hasta aquí hemos tratado del lenguaje metasemémico que vamos a utilizar, como marco general, y que nos va a permitir aplicarlo al terreno amoroso en la obra dramática de Lope de Vega. Pero antes, hagámosle una contextualización sociohistórica, como persona y escritor, ya que, como buen conocedor de todo lo concerniente al amor, lo supo plasmar en dos recursos expresivos esenciales: el epíteto y la metáfora. Que Lope estuvo dotado para el amor no cabe la menor duda. El mismo Lope en una ocasión exclamaba con irrefrenable sinceridad: «Yo nací en dos extremos, que son amar y aborrecer: no he tenido medio jamás»5, aludiendo a su propio origen, cuando la madre de Lope logró atraer de nuevo a su marido, tras un fugaz devaneo amoroso, y de esta reconciliación nació Lope de Vega, de lo que tenemos testimonio literario en su Epístola de Belardo a Amarilis, incluida en La Filomena: «Hicieron amistades, y aquel día / fue piedra en mi primero fundamento / la paz de su celosa fantasía. / En fin, por celos soy, ¡qué nacimiento! / Imaginadle vos, que haber nacido / de tan inquieta causa fue portento». Esta pugna de opuestos que él ha vivido en propia carne, la ha formalizado en numerosas ocasiones sobre el papel. Un ejemplo paradigmático lo tenemos en el Soneto CXXVI de sus Rimas, donde se apilan, a través de series antonímicas, un sinfín de adjetivos epítetos, propios de un galán para con su dama: Desmayarse, atreverse, estar furioso, áspero, tierno, liberal, esquivo, alentado, mortal, difunto, vivo, leal, traidor, cobarde y animoso; no hallar fuera del bien centro y reposo, mostrarse alegre, triste, humilde, altivo, enojado, valiente, fugitivo, satisfecho, ofendido, receloso; huir el rostro al claro desengaño,

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C. A. de La Barrera [1973-74: 266].

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beber veneno por licor suave, olvidar el provecho, amar el daño; creer que un cielo en un infierno cabe, dar la vida y el alma a un desengaño, esto es amor, quien lo probó lo sabe.

De 1583 a 1586 Lope recibió lecciones en la Academia Real de Matemáticas fundada por Felipe II. También recibió clases de esgrima del famosísimo maestro Pablo de Paredes. Con ello Lope de Vega iba apuntalando su perfil de cortesano, hombre de armas y letras: buen galán, guapo (de buenas partes, como se decía en la época), simpático, generoso, celoso y extremado. En efecto, tuvo dos esposas (Isabel de Urbina y Juana de Guardo), tres amantes oficiales (Elena de Osorio, Micaela de Luján y Marta de Nevares) y un buen número de aventuras amorosas ocasionales, conocidas hasta ocho, entre ellas podemos citar: María de Aragón, Antonia Trillo de Armenta, Jerónima de Burgos o Lucía de Salcedo... Paradójicamente, a pesar de haber tenido tantos amores, su descendencia fue escasa. Sólo de su hija legítima, Feliciana, casada con Luis de Usátegui, tuvo dos nietos: la nieta, Agustina, que profesó en un convento de Arévalo, y el nieto, Luis Antonio, que fue capitán de Infantería en los Estados de Milán. En la época de Lope, el galán estimaba en su dama tres cosas: rostro bello, gentil talle y blancas manos. La indumentaria del galán era guitarra, espadas, broquel y casco, vestidos para las distintas ocasiones y bigotes tiesos. Lope tuvo en esto, como en otras cosas, sus precedentes familiares. Su padre, había mostrado rasgos sicológicos que heredará el hijo: fogosidad amorosa, caridad y arrepentimiento cristianos, afición a hacer versos, por lo que Lope se debatió entre extremos: el alma y el cuerpo; la religión y el sexo; lo divino y lo humano; el genio y el hombre; el arte y la naturaleza; lo culto y lo popular. Casi todos los conflictos trágicos surgen en Lope entre el amor y el honor, entre el amor y los celos. Si Lope de Vega llevó su vida a su obra fue porque en buena parte su vida era ya novelesca, atípica; por ejemplo, fue autor del rapto de una dama principal de Madrid, Isabel de Urbina (1588-1594), pero, además, el rapto se verificaría apenas salido Lope de la cárcel y antes de ir a cumplir el destierro en 1588, cuando fue procesado por libelos contra la familia de Elena Osorio. En 1611 intentaron asesinar a Lope según este cuenta en una carta al Duque de Sessa. Ya sacerdote, entabla relaciones amorosas ilícitas con Marta de Nevares. Mientras tanto, el Duque de Sessa, cuya obsesión por coleccionar las obras y autógrafos de Lope ha llegado a maniática locura, exige que el poeta le entregue las cartas íntimas de su amante. Lope mismo, o su hija Marcela, habrían de recobrar estos papeles para entregárselos al Duque. El hogar de la calle de Francos, desde 1610 hasta su

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muerte en 1635, recogió los distintos hijos habidos de Lope, tanto legítimos como ilegítimos: Marcela y Lope Félix –Lopito–, hijos de Micaela Luján; Feliciana, la hija legítima habida con doña Juana de Guardo; y Antonia Clara, fruto de sus últimos amores con Marta de Nevares, amante que cegaría y enloquecería, recobrando posteriormente la razón pero no la vista. Su propia hija, Antonia Clara, en 1634, será raptada por un galán, un cortesano experto en amores, servidor de Felipe IV, llamado don Cristóbal Tenorio. Con ello Lope de Vega recuerda el rapto que hizo en su propia juventud de Isabel de Urbina. Pero en Lope el amor no es sólo fuerza arrebatadora que enajena los sentidos, también es arte medido que las reglas de la sociedad y la retórica han codificado. En su Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo, en los vv. 307-318, nos da información acerca de la función poética de los distintos versos, cito por la edición del prof. F. B. Pedraza (1990): Las décimas son buenas para quejas; el soneto está bien en los que aguardan; las relaciones piden los romances, aunque en otavas lucen por estremo. Son los tercetos para cosas graves, y para las de amor, las redondillas. Las figuras retóricas importan, como repetición o anadiplosis; y en el principio de los mismos versos aquellas relaciones de la anáfora, las ironías y adubitaciones, apóstrofes también y esclamaciones.

La materia amorosa fundamentalmente se vierte en sonetos y romances, en octavas y redondillas. Los tropos son especialmente adecuados para la expresión erótica; sobre todo, la metáfora y el epíteto. Sabido es que la combinación de la galantería y el honor daba al amor un cierto carácter platónico, que, si bien se desmentía alguna vez con las obras, se denotaba siempre en las palabras. La amada no es una mujer, sino un ideal que reclama adoración. Las almas, apenas se ven, han de quedar prendadas. Entra por los ojos, no por los oídos. Como Amor nace del deseo engendrado de los ojos, en él es más fuerte la imaginación que la vista. Por eso es padre de la Poesía. Las definiciones epitéticas que dan los antiguos acerca del amor son diversas. T. M. Plauto lo llama gran fuerza del sentido y blando dolor del alma; P. Virgilio, cruel y sangriento; D. J. Juvenal, ciego; S. A. Propercio, esclavo; P. Ovidio, solícito; L. A. Séneca, yugo estrecho; P. Terencio lo tilda de loco, ya que carece de razón y de consejo. Quizá el epíteto más difundido sea el de ciego, junto con

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el de loco. Como tal, Amor arroja sus flechas a tientas, que pueden ser de oro, si aman, o de plomo, si odian. En el lenguaje de la comedia la palabra gozar muchas veces es sinónima de ‘conseguir’, es decir, de ‘correspondencia’. Pero otras envuelve un sentido grosero de ‘amor carnal’. Hacerle la corte a una mujer, o ser novio de ella, se llamaba servirla. Pero servir es tanto como ‘padecer’ y ‘sufrir’. Todo es conquista y porfía; los amantes como los soldados siempre están en guerra. A las mujeres que hablaban y obraban con estudiado regalo y afectación, mediante versos almibarados, se las llamaba melindrosas. Usábase el nombre de coquinas para designar a las mujeres que hacían cocos a los hombres, es decir, monadas, garatusas, para atraerlos o cautivarlos sin verdadero amor. Cocar era hacer cocos por burla, palabra onomatopéyica tomada del sonido que hace la mona para espantar, según podemos leer en el Diccionario de Autoridades [edic. de 1990]. Por lo tanto, no parece claro del todo que provenga del término francés coquine, ‘pícara, bribona, o bellaca’, como informan S. de Covarrubias [edic. de 1994] y J. Corominas y J. A. Pascual (edic. de 1991), en el Tesoro y en el Diccionario crítico-etimológico, respectivamente, aunque sí presenta un cruce semántico evidente con ella. Era corriente en la época de Lope de Vega que una mujer recibiese joyas y vestidos de su galán. De entre las joyas, eran famosos los Agnus o firmezas (término, este último, claramente metonímico), que consistían en láminas en las que iba pintada o estampada la imagen del Cordero divino o de algún santo, según A. Liñán y Verdugo atestigua en la Guía y avisos de forasteros (1620), [cito por la edic. de 2001]. Dichas firmezas las traían las damas sobre el pecho, pendientes del cuello. Los abecés de amor eran como un juguete de la pasión de los jóvenes. Palabras de doble sentido y aun de sentido oculto, equivalentes al lenguaje por cifra de los amantes, entraban en su composición en tertulias y reuniones. Lope de Vega los pone en varias de sus comedias; por ejemplo, en Peribáñez y el Comendador de Ocaña. Mediadores entre los amantes para concertarlos eran los terceros o terceras (términos de significado metonímico), criados generalmente; aunque otras veces eran auténticas alcahuetas que perseguían su ganancia. A principios del siglo XVII aún eran tolerados los vocablos alcahuete (palabra árabe que significa ‘intermediario’, pero que ha adquirido un estereotipo negativo), alcahuetería, alcahuetear y alcahuetazgo, como derivados de ella. Luego se desterraron del lenguaje culto, y quedaron relegados al uso del vulgo, remilgo del que se burlaron nuestros dramaturgos. Lope de Vega en Los ramilletes de Madrid emplea para alcahuete dos términos metafóricos: estafeta amorosa y estudiante de la facultad de amor. Información que tomo de Ricardo del Arco y Garay (1941) en su obra La sociedad española en las obras dramáticas de Lope de Vega.

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Los amantes usaban requiebros6 para dirigirse a la amada y enamorarla por el oído. En El perro del hortelano, en boca de Teodoro aparecen algunos ejemplos: TEODORO:

Esos ojos (le dije), esas niñas bellas, son luz con que ven los míos; y los corales y perlas de esa boca celestial’ [...] Cosas como estas son la cartilla, señora, de quien ama y quien desea.

En Las burlas veras, aparecen nuevos requiebros en boca de Fabio: FABIO:

... ojos míos, dulce amor, querida prenda7, yo soy vuestro, yo os adoro, sois cielo, sois gloria y pena de esta alma que os di, mi bien.

En La Dorotea, en conversación de Fernando y Julio, opina éste: «Tienen oro y mujer correspondencia y simpatía; ni hay requiebro que las agrade como decirles que son como un pino de oro; y esto, no porque son altas, sino porque es el árbol más grande, para que sea más el oro». Donde se hace una alusión a la codicia femenina, hostigada por la vanidad. Reina era otro requiebro que ha perdurado. En Lo cierto por lo dudoso, a la pregunta de Justa: «¿Quién llama? ¿Quién está ahí?», Ramiro contesta: «Mi reina, dos olvidados». Eran tópicos comparar la tez a la nieve; las mejillas a los claveles; la luz de los ojos a la del sol; los ojos a los cielos de amor. La sociedad elegante e ilustrada del siglo XVII usaba tales vocablos en la conversación y, sobre todo, en la correspondencia epistolar amorosa. El tú era el tratamiento de los amantes, un tratamiento familiar que estrechaba lazos. Por el contrario, Lope retrata la atracción sexual en la clase baja, primaria y franca, sin

6 Etimológicamente proviene la palabra del latín recrepare: ‘hacer resonar, resonar, crujir, chasquear, castañetear, estallar’. Para encontrar el camino que nos lleve al significado amoroso, tenemos que acudir al latín tardío, exactamente, según J. Corominas y J. A. Pascual (1991), a San Agustín, con el significado de ‘reventar’, y a Prudencio, con el significado de ‘ romperse’. A partir del sentido traslaticio, por metáfora, de ‘quebrado, deshecho por el amor’, llegamos al terreno profano, ya no religioso, de ‘galantear, lisonjear, halagar’. 7 Significa ‘alhaja’, y de ahí, por metonimia, ‘lo que se ama intensamente’.

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sutilezas ni distingos. En Las sierras de Guadalupe8, Toribio se dirige a Teresa con estas palabras: TORIBIO:

Más te quiero, Teresa, que el cochino el salvado de la artesa; que el burro a la cebada, y más que a la cereza sazonada el tordo cuando chilla y el aire con las alas acuchilla; más que el agua el sediento, y más que a su dinero el avariento; más que al vino el borracho; que, en efecto, eres hembra; yo só macho. ¡Llégate, no seas terca!

Esa misma ausencia de sutilezas hace que el pueblo considere el amor como algo aristocrático. En La noche toledana, Gerarda manifiesta: GERARDA: Pensé que amor se trataba a lo señor, y andaba entre ellos no más. No creí que en los mesones hallaba el amor posada.

El amor lleva aparejados los celos9 porque son hijos suyos, pero hijos bastardos. Entrambos se persiguen. En El silencio agradecido10, en boca de un músico se oye: MÚSICO:

Los celos son en amor lo que es el agua en la fragua, que crece el fuego con agua y el querer con el rigor11.

El concepto de la bastardía de los celos si no lo creó Lope de Vega, al menos le dio categoría, tanta, que llegó a ser un lugar común, un valor casi proverbial.

8 Para esta comedia he tenido en cuenta las notas 219 y 263 del libro de R. del Arco y Garay (1941), antes citado. 9 Obsérvese la especialización semántica de ‘celos’ con respecto a ‘celo’, a través de una oposición morfológica de número. 10 Como recoge R. del Arco y Garay (1941) en las notas 90, 137 y 244. 11 Repárese en las relaciones proporcionales que el principio de analogía que rige el proceso metafórico ofrece tan simétricamente en este ejemplo.

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La esposa celosa no tiene importancia, aunque sufrirlos la hace heroína. Es más grave que los sienta el marido. Los celos de este, cuando son averiguados, se llaman cuernos, según el chistoso estudiante Leonardo de El peregrino en su patria. Dar martelo12, martelar o amartelar se decía a ‘dar el galán celos o alguna pesadumbre a la dama’, de propósito, o viceversa. También significó ‘enamoramiento y aventura galante’13. En este sentido lo empleó F. de Quevedo en Historia de la vida del buscón don Pablos: «Dieron las diez, y yo dije que era plazo de cierto martelo, y que así me diesen licencia». Igualmente, Lope de Vega en El halcón de Federico: «Las más de éstas piensan dallos / para amar y amartelallos». Es rica la imaginería metafórica empleada por Lope para definir los celos. Por ejemplo, los compara con una sombra de noche, con una pintura vista de lejos, con una sombra de amor, con un suelo resbaladizo que al más fuerte le hace caer en los lodos del amor, con un infierno donde las almas arden, con los cielos, con la misma envidia. En otras ocasiones hay otras comparaciones, con el reloj, con la sed, con el juego de la gallina ciega, con los niños caprichosos, con un anteojo de larga vista, con un soñar despierto. Otras veces se compara a los celos con un día que amanece claro y acaba en agua, con el agua que en la fragua aviva el fuego, con una linterna de noche que no se sabe quién la mueve. En El caballero del Sacramento, Lope de Vega dice que los celos son como mala poesía, que los consonantes fuerza, astrólogos que adivinan lo que no saben, justicia nueva, que entra furiosa y después se ablanda. En La burgalesa de Lerma Lope afirma que la gente los pinta con una mano de hierro para quebrar y la otra de estopa para excitar la sospecha. De hecho, levantan mil testimonios a mujeres honradas y deshacen casamientos. Pero, a pesar de su carga negativa, ya que en muchas ocasiones se convierten en involuntarios terceros del pretendiente, los celos son, por excelencia, maestros de amor. Según el Leonardo de la comedia Quien todo lo quiere..., «amor enseña en dos mil años, lo que celos en un hora». Según los Emblemas de A. Alciato [cito por edic. de 1985] el ciego Amor lleva a cuestas los celos porque los sufre, pero le enseñan el camino. La superstición tenía el color azul como emblema de los celos. Para ya analizar más de cerca los epítetos y metáforas utilizados por Lope de Vega en su teatro nacional, me fijaré, para los epítetos, en los dos grupos de comedias que presentan el número mayor y el número menor de ellos, como son, 12 Proviene del italiano martello, que a su vez deriva del latín tardío martellus. Obsérvese el significado metonímico del término.

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respectivamente, las comedias mitológicas y las comedias de enredo y costumbres. En El galán Castrucho aparecen 15 casos de epítetos: 12 constans y 3 ornans; en La dama boba, 12 casos: 6 constans y 6 ornans; y en Las bizarrías de Belisa, 26 epítetos: 19 constans y 7 ornans. Ello hace un total de 53 epítetos. Por otro lado, en Adonis y Venus se registran 90 casos de epítetos: 58 constans y 32 ornans; en La fábula de Perseo, 64 casos: 46 constans y 18 ornans; y en El Amor enamorado, 82 epítetos: 64 constans y 18 ornans. En total suman 236 epítetos. Como se puede observar en los dos grupos de comedias se registran más epítetos constans que ornans. Así, en el grupo de comedias mitológicas aparecen 168 epítetos constans y 68 epítetos ornans. En el grupo de comedias de enredo y costumbres aparecen 37 epítetos constans y 16 epítetos ornans. Los epítetos constans aplicados al tema amoroso resultan ser un lugar común: blanca nieve14, roja sangre15, verde laurel16, preciosa joya17, verdes álamos18, amenos prados19, o hermoso Adonis20. Epítetos ornans que se repiten en el discurso erótico son: mejillas bellas21, alba hermosa22, dulce voz23, dulce amor24, o hermosos pies25. En todos los grupos de comedias aparecen casos de epítetos ornans que, por tópico literario, se convierten en epítetos constans: blanca mano26, constituye un tópico literario, relativo al retrato femenino; gallardos caballeros27, galán hermoso28, bella dama29, hermosa Finea30, constituyen un tópico literario en la relación amorosa ‘galán-dama’; loco amor31, locos desatinos32, constituyen un 13 Sólo esta acepción es recogida por el Diccionario de Autoridades [1990]. En cambio, el DRAE (2001) recoge las dos citadas. 14 El guante de doña Blanca: v. 1582. 15 Fuente Ovejuna: v. 156. 16 El verdadero amante: v. 285. 17 La dama boba: v. 3044. 18 Las bizarrías de Belisa: v. 1471. 19 La dama boba: v. 2642. 20 Barlaán y Josafat: v. 1359. 21 El galán Castrucho: v. 1613. 22 Las bizarrías de Belisa: v. 1660. 23 Las bizarrías de Belisa: v. 1600. También en Adonis y Venus: v. 1351. 24 Roma abrasada: v. 2397. 25 El amor enamorado: v. 44. 26 Los hechos de Garcilaso: v. 366. 27 El caballero de Olmedo: v. 2607. 28 El premio de la hermosura: vv. 912-913. 29 La imperial de Otón: v. 634. 30 La dama boba: v. 61. 31 El guante de doña Blanca: v. 964. 32 Las bizarrías de Belisa: v. 2535.

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tópico literario que hunde sus raíces en Lucrecio y Terencio; o ingrata Dafne33, como tópico literario del desdén femenino. Con respecto a las metáforas, el grupo de comedias que mayor número presenta es el de las comedias de enredo y costumbres, con 465 casos. Curiosamente registraba el menor número de epítetos. Y el grupo de comedias con menos metáforas es el de las comedias de historia extranjera, con 189 casos. En cuanto a las comedias de enredo y costumbres se observan 16 variantes cualitativas, según una doble clasificación: formal, con 10 variantes; y semántica, con 6 variantes. Así, atendiendo a la Clasificación formal: 1. A = B: 21 casos, El galán Castrucho; 31, La dama boba; y 25, Las bizarrías de Belisa. En total, suman 77 casos: «Que eres un angelito»34. A través de la ironía se distorsiona el lenguaje galante. 2. 2ª fase: 19 casos, El galán Castrucho; 12, La dama boba; y 19, Las bizarrías de Belisa. En total, 50 casos: «Mas como la primavera / sale con pies de marfil»35. Se insiste en el tópico femenino de la piel blanca. 3. Aposicional: 3 casos, El galán Castrucho; 3, La dama boba; y 11, Las bizarrías de Belisa. En total, 17 casos: «Amiga Celia en mi coche, / tan sol de mi libertad»36. Resulta un lugar común comparar la dama con astros y cuerpos celestes. 4. B de A: 13 casos, El galán Castrucho; 7, La dama boba; y 6, Las bizarrías de Belisa. En total, 26 casos: «Ya el tiempo las ha secado / y el invierno de mis penas»37. Se está aludiendo al hecho de que el amor, junto con las pasiones, unido a los celos da pesadumbre. 5. 2º grado: 2 casos, El galán Castrucho; 3, La dama boba; y 3, Las bizarrías de Belisa. En total, 8 casos: «Yo haré/ un ramillete de fe, / pero sembrado de celos»38. Ramillete presupone la metáfora fe = flor. 6. Sentido metafórico de la frase: 27 casos, El galán Castrucho; 4, La dama boba; y 5, Las bizarrías de Belisa. En total, 36 casos: «aunque no ha de menester plumas/ quien en tales pies las lleva»39. Con el modismo ‘llevar plumas en los pies’ se significa ‘ser veloz y sigiloso’.

33 34 35 36 37 38 39

La Arcadia: v. 2770. El galán Castrucho: v. 323. La dama boba: vv. 1165-1166. Las bizarrías de Belisa: vv. 86-87. El galán Castrucho: vv. 1709-1710. La dama boba: vv. 1228-1229-1230. Las bizarrías de Belisa: vv. 561-562.

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7. 3ª fase: 60 casos, El galán Castrucho; 23, La dama boba; y 27, Las bizarrías de Belisa. En total, 110 casos: «ya es tarde para la plaza, / y mucho mejor iremos / a parte donde podremos / levantar alguna caza»40. ‘Caza’ como ‘conquista femenina, dama’, es un tópico. 8. Alegoría: 11 casos, El galán Castrucho; 4, La dama boba; y 15, Las bizarrías de Belisa. En total, 30 casos: LEANDRO: Es Madrid una talega de piezas, donde se anega cuanto su máquina pare. Los reyes, roques y arfiles Los demás que van y vienen son como peones viles: todo es allí confusión. LISEO:

No es Octavio pieza vil’.

LEANDRO: Si es quien yo pienso, es arfil, y pieza de estimación41.

Tienen estos versos el valor de ser el antitópico del locus amoenus, el lugar del encuentro amoroso. 9. Gramaticalización: 1 caso, El galán Castrucho; 0, La dama boba; y 0, Las bizarrías de Belisa. En total, 1 caso: « y si cuando los dientes, / haciendo fueren horcas en la boca, / o cual ojos de puentes»42. Se alude al antirretrato femenino de una antidama. 10. Doble metaforización: 2 casos, El galán Castrucho; 0, La dama boba; y 2, Las bizarrías de Belisa. En total, 4 casos: « que estoy sin culpa yo, que sólo he sido / lechón de aqueste pródigo perdido»43. Versos con valor semiológico, ya que recuerdan el pasaje evangélico de la Parábola del Hijo Pródigo. También ofrecen un lenguaje degradado, acorde con la descripción que se hace del antigalán. Atendiendo ahora a la

40 41 42 43

El galán Castrucho: vv. 197-198-199-200. La dama boba: vv. 106-116. El galán Castrucho: vv. 263-264-265. Las bizarrías de Belisa: vv. 1161-1162.

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Clasificación semántica: 1. Antropomórficas: 2 casos, El galán Castrucho; 1, La dama boba; y 1, Las bizarrías de Belisa. En total, 4 casos: «que es el propio Barrabás / la punta de aquesta espada»44. Con un lenguaje distorsionado por el antiheroísmo del antigalán. 2. Zoomórficas: 30 casos, El galán Castrucho; 10, La dama boba; y 12, Las bizarrías de Belisa. En total, 52 casos: «verla no me ha de matar, / aunque es basilisco en mí»45. Nuevamente se alude a un tópico para destruir el retrato femenino de la dama, construyendo el de la antidama. 3. Cosificantes: 14 casos, El galán Castrucho; 8, La dama boba; y 10, Las bizarrías de Belisa. En total, 32 casos: «a la música soy áspid / veneno a fuentes y flores»46. Otra vez se insiste en el antirretrato femenino. 4. Visionarias: 3 casos, El galán Castrucho; 1, La dama boba; y 3, Las bizarrías de Belisa. En total, 7 casos: «Abre aquí, vieja borracha, / (...) / ... hespital / lleno de mil pestilencias»47. Se vuelve a recrear el lenguaje antiheroico de la antidama. 5. Tópicas: 17 casos, El galán Castrucho; 11, La dama boba; y 13, Las bizarrías de Belisa. En total, 41 casos: «Las damas de la Corte son / todas un fino cristal»48. Se recrea el tópico de la ‘tez blanca y transparente, además de fina’, de la dama. Alude irónicamente también a una simbología sexual del principio de ‘castidad’. 6. Metonímicas: 7 casos, El galán Castrucho; 1, La dama boba; y 2, Las bizarrías de Belisa. En total, 10 casos: «Dadme la mano, mis ojos»49. ‘Ojos’, por ‘algo muy preciado, muy delicado’. Por lo tanto, en la clasificación formal abundan las metáforas de 3ª fase o puras; muy seguidas de las metáforas de 2ª fase, A = B. Escasean las metáforas gramaticalizadas, seguidas muy de cerca de las dobles metaforizaciones. En la clasificación semántica, abundan las metáforas zoomórficas y escasean las antropomórficas. Con respecto a las comedias de historia extranjera se registran 13 variantes cualitativas, según una doble clasificación: formal, con 8 variantes; y semántica, con 5 variantes. Atendiendo a la

44 45 46 47 48 49

El galán Castrucho: vv. 1281-1282. La dama boba: vv. 179-180. Las bizarrías de Belisa: 289-290. El galán Castrucho: vv. 1954; 1965-1966. La dama boba: vv. 56-57. Las bizarrías de Belisa: v. 949.

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Clasificación formal: 1. A = B: 20 casos, La imperial de Otón; 17, El gran duque de Moscovia; y 15, El rey sin reino. En total, 52 casos: «eres de engaños escuela»50. Donde se hace un antirretrato etopéyico del galán. 2. 2ª fase: 3 casos, La imperial de Otón; 9, El gran duque de Moscovia; y 6, El rey sin reino. En total, 18 casos: «[...] porque un príncipe / tiene en la voz la espada, de suerte / que el basilisco en la mirada fiera / porque es matar decir que un hombre muera»51. Aquí no tanto se retrata el galán-amante, cuanto el galánhéroe, papel que solía desempeñar un noble. 3. Aposicional: 5 casos, La imperial de Otón; 2, El gran duque de Moscovia; y 1, El rey sin reino. En total, 8 casos: «Constantino, el que llamaron / El Magno por sus grandezas, / nuevo Alejandro cristiano, / gran defensor de la Iglesia»52. Otra versión, a lo divino, del galán-héroe. 4. B de A: 1 caso, La imperial de Otón; 7, El gran duque de Moscovia; y 5, El rey sin reino. En total, 13 casos: «nuestra vida veloz, que va corriendo / al mar de nuestra muerte»53. A través del tópico manriqueño de la muerte se contrarresta el tema amoroso del carpe diem. 5. Sentido metafórico de la frase: 3 casos, La imperial de Otón; 21, El gran duque de Moscovia; y 14, El rey sin reino. En total, 38 casos: « poner en prisión la palabra»54. El galán-héroe debe tener entre sus atributos morales el ser discreto para con su dama. 6. 3ª fase: 11 casos, La imperial de Otón; 17, El gran duque de Moscovia; y 9, El rey sin reino. En total, 37 casos: « Ay, mi querido león! / ¿qué pronósticos son esos?»55. La dama Margarita se dirige a su amante a través del apelativo ‘león’, animal que simboliza el ‘valor’ y la ‘fuerza’, tan consustanciales a todo galán-héroe. 7. Alegoría: 7 casos, La imperial de Otón; 9, El gran duque de Moscovia; y 6, El rey sin reino. En total, 22 casos: « que ya por su cielo asoma / aquella estrella divina:/ mal dije, aun el sol es poco»56. Comparar a la dama con astros celestes era muy corriente, sobre todo, con el sol o la aurora, como vamos a comprobar en la siguiente variante:

50 51 52 53 54 55 56

La imperial de Otón: v. 1236. El gran duque de Moscovia: vv. 1829-1832. La imperial de Otón: vv. 268-271. El gran duque de Moscovia: vv. 1563-1564. El rey sin reino: v. 848. La imperial de Otón: vv. 642-643. El rey sin reino: vv. 2397-2398-2399.

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8. Doble metaforización: 0 casos, La imperial de Otón; 1, El gran duque de Moscovia; y 0, El rey sin reino. En total, 1 caso: MARGARITA: «Nuevo Alejandro Segundo, / ¿vais a conquistar el mundo? / ¿Sol lleváis?». DEMETRIO: «El de esa aurora»57. Atendiendo ahora a la Clasificación semántica: 1. Antropomórficas: 0 casos, La imperial de Otón; 0, El gran duque de Moscovia; y 1, El rey sin reino. En total, 1 caso: «este reino, a los cuidados, / que eran de su cetro espías»58. Redunda la metáfora en el buen oficio del gobernar, una de las funciones del héroe. 2. Zoomórficas: 2 casos, La imperial de Otón; 6, El gran duque de Moscovia; y 1, El rey sin reino. En total, 9 casos: «¡Oh, perro! ¿Contra mí sacas la espada?»59. Nuevo ejemplo de lenguaje antiheroico. 3. Cosificantes: 0 casos, La imperial de Otón; 2, El gran duque de Moscovia; y 4, El rey sin reino. En total, 6 casos: «Qué importa que se acabe y envejezca / Huríades, si quedan estas plantas / para que su fortuna resplandezca?»60. Lenguaje metafórico y galante para aludir a la descendencia de Huríades, en concreto, a sus hijas. 4. Tópicas: 1 caso, La imperial de Otón; 6, El gran duque de Moscovia; y 5, El rey sin reino. En total, 12 casos: «y alza el velo de su cara, / se descubren con su fuerza / las azucenas y rosas»61. Se está aludiendo al color blanquirrosado de las mejillas de la dama. 5. Metonímicas: 6 casos, La imperial de Otón; 5, El gran duque de Moscovia; y 3, El rey sin reino. En total, 14 casos: «Tened gran veneración / a la Iglesia y su cabeza, / y al Rey lealtad y firmeza, / obediencia y afición»62. Se hace mención del Papa como la cabeza de la Iglesia. Por otro lado, se hace propaganda social del trato que los súbditos han de dar al Rey, el supremo galán-héroe. En el microcosmos del matrimonio, la esposa, como súbdita, ha de tener también lealtad, firmeza, obediencia y afición a su marido, su señor.

57 58 59 60 61 62

El gran duque de Moscovia: vv. 2548-2549-2550. El rey sin reino: vv. 429-430. La imperial de Otón: v. 1698. El rey sin reino: vv. 523-524-525. El rey sin reino: vv. 319-320-321. El rey sin reino: vv. 2038-2041.

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Por consiguiente, en la clasificación formal abundan las metáforas de 2ª fase, A = B, seguidas de los sentidos metafóricos de la frase y de las metáforas de 3ª fase o puras. Escasean las dobles metaforizaciones, seguidas de las metáforas aposicionales. En la clasificación semántica, abundan las metáforas metonímicas y escasean las antropomórficas. A través de este breve repaso por algunas de las obras teatrales de Lope de Vega, se puede comprobar cómo, si la comedia cumple una función especular con respecto a la sociedad, ya que imita sus vicios y virtudes, para corregirlos y fomentarlas, también el epíteto y la metáfora desempeñan una función paralela, puesto que permiten acercarnos, como signos lingüísticos y semiológicos que son, al prototipo de galán-dama, y en oposición, al antirretrato masculino y femenino de esa misma relación amorosa. Con ello, Lope no sólo es un creador del lenguaje, en el plano del contenido, semánticamente hablando, sino también un creador formal de los papeles sociales que esos prototipos llevaban a cabo.

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CAPÍTULO 18

METASEMEMAS: METÁFORA, POLISEMIA Y SINONIMIA

En este capítulo profundizaremos en el comportamiento semántico de la metáfora, ya que, no en vano, es el tropo que Aristóteles más significó. Sabemos que la metáfora etimológicamente significa en griego un ir más allá; es un viaje o paso que, según nos han enseñado tradicionalmente, tiene su punto de partida en el término real (A) y su punto de llegada en el término irreal, imaginario o metafórico (B). La relación que media entre ambos términos es una relación de semejanza o identidad. Por ello muchas veces se entiende por metáfora «el tropo mediante el cual se presentan como idénticos dos términos distintos»1. Su fórmula más sencilla es A es B (tus dientes son perlas) y la más compleja o metáfora pura, responde al esquema B en lugar de A (tus perlas en lugar de dientes, ya con el significado de tus dientes). Se puede confundir a veces metáfora e imagen o símil, dada su proximidad por una relación de semejanza común, pero se diferencia en que el símil, como inicio del proceso metafórico, se basa en una comparación explícita a través del morfo modal-comparativo ‘como’, mientras que en la metáfora tal explicitación no se da. Retomando su significado etimológico no es de extrañar que en las retóricas medievales se la definiera como tropo del tipo totum pro toto, en oposición a otro tropo muy próximo a ella como es la sinécdoque, en su doble variante: totum pro parte o pars pro toto. Por lo tanto, vamos viendo que la metáfora está en relación con el símil y con la metonimia; pero, no sólo su relación se extiende a estos dos tropos o figuras retóricas, sino que transcendiendo el terreno retórico y literario, se sitúa en el terreno lingüístico, para así estudiarla como una de las fuentes de la polisemia y consecuentemente como un recurso sinonímico. Efectivamente, y volviendo al ejemplo tópico de metáfora pura que hemos presentado antes, cuando decimos que ‘tus perlas’ ya no tiene el significado de ‘perlas’, ‘abalorios’, sino que adquiere un nuevo significado: el de ‘dientes’, estamos con ello ampliando el espectro semántico de la palabra ‘perlas’. Esta-

1

F. Lázaro (1990).

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mos consiguiendo que la palabra perlas matice su significado denotativo con una nueva acepción, que no ha surgido por el mero poder imaginativo del poeta, sino que tiene su razón de ser en una relación de semejanza objetiva entre los referentes dientes y perlas. De tal modo que: significante «perla» =

significado < acepción 1 (‘perla’) → «perla» < acepción 2 (‘diente’) → «diente»

se nos convierte en una voz polísema, con dos acepciones sinónimas puesto que ‘perla’ equivale a ‘diente’, según el esquema onomasiológico clásico de la sinonimia: ~ Significado = Significado Significante ≠ Significante

Cuando decimos un mismo significado, debemos entender equivalente o parecido, ya que sinonimia perfecta2 sólo se da en el lenguaje terminológico, científico. Así, por ejemplo, en Química ‘hierro’ = (Fe). Ahora bien, ‘perla’ equivale a ‘diente’ sólo en un contexto determinado; bien en un contexto lingüístico: «tus perlas me enamoran», en un poema lírico; bien en un contexto situacional, imaginemos una escena de amor en una representación teatral, donde el personaje diga «¡Qué perlas!», señalando los dientes de la amada. Sea como fuere, en ambos casos nos movemos dentro de una literariedad. Por consiguiente, en la palabra «perla» resulta decisivo el virtuema, en detrimento del clasema y del semantema, para que ésta adquiera la acepción de diente, puesto que según sea el contexto así adopta un sentido u otro. Por lo que vamos viendo la metáfora es una de las fuentes de la polisemia, y esta última introduce un elemento de ductilidad en el lenguaje, pues no hay nada definitivo en relación con el cambio semántico: una palabra puede adquirir un nuevo sentido, o varios sentidos nuevos, sin perder su significado original. Algunas de estas innovaciones son accidentales y de corta vida, reducidas a un solo

2 Sinónimos estrictos, en los que encontramos palabras con idéntico valor semántico pertenecientes a una misma lengua funcional.

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autor o incluso quizá a un solo contexto; otras pasarán del habla a la lengua y perdurarán en cambios permanentes, dando lugar a expresiones figuradas de uso coloquial, con cierta automatización del lenguaje. El axioma de G. W. Leibniz: «Natura non facit saltus» («La Naturaleza no da saltos») es enteramente aplicable al cambio semántico –y no olvidemos que la metáfora es esencialmente esto, un cambio semántico–, pues debe haber siempre alguna conexión, alguna asociación entre el significado viejo y el nuevo, tanto la metáfora esté basada en una relación de semejanza objetiva (metáfora tradicional-asociación por denotación) como subjetiva (metáfora sinestésica-asociación por connotación). La importancia suprema de la metáfora como fuerza creadora en el lenguaje siempre ha sido reconocida ya desde la antigüedad clásica. Según Aristóteles, «la cosa más grande es, con mucho, poseer el dominio de la metáfora. Esto es lo único que no puede ser impartido por otro; es la marca del genio»3. La metáfora es uno de los artificios expresivos más importantes del que dispone el lenguaje y la literatura. Así los escritores modernos gustan de producir efectos sorprendentes trazando paralelos inesperados entre objetos dispares. El poeta surrealista A. Breton en su Manifiesto ha declarado: «Comparar dos objetos, lo más lejos posible uno de otro en cuanto al carácter, o juntarlos por algún otro método de una manera repentina y sorprendente, esto sigue siendo la más alta tarea a que la poesía puede aspirar». En efecto, cuanto más remotas estén las cosas acopladas, la tensión creada será, por supuesto, mayor, ya que la sorpresa aumentará por lo inesperado de la novedad4. Entre las innumerables metáforas en que se ha expresado la imaginación del hombre, hay cuatro grupos principales que se repiten en las más diversas lenguas y estilos literarios: metáforas antropomórficas, metáforas zoomórficas, de lo concreto a lo abstracto, y metáforas sinestésicas, distribuidas según una clasificación formal y semántica más amplia. Así tenemos que en la clasificación formal nos encontramos con diez tipos fundamentales de metáforas5: 3

Cfr. Retórica de Aristóteles en lo referente a la elocutio. Cfr. la teoría del extrañamiento de R. Jakobson (1975). 5 Como puede observarse, todos los ejemplos presentados aquí los hemos sacado de la obra comediográfica de un autor clásico español del Barroco como es Lope de Vega. Hecho que demuestra la gran calidad artística del poeta, tanto por su variedad (en total trabajamos con 17 tipos de metáforas: 10 formales y 7 semánticas), así como por su originalidad en el intento de renovación del lenguaje poético (hablamos de metáforas de 2º grado, dobles metaforizaciones, metáforas visionarias, metáforas metonímicas, metáforas sinestésicas, metáforas eufemísticas y metáforas cuyo término metafórico es a su vez un icono). 4

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– Metáforas A = B: El remedio en la desdicha: NARVÁEZ: ¡Oh Nuño!, todo soy fuego,

(v. 526)

– Metáforas en 2ª fase: La Arcadia: CARDENIO: Bato, merezco que un roble Lleve por fruta mi cuello’,

(v. 3251) (v. 3252)

– Metáforas aposicionales: El premio de la hermosura: MITILENE: ¡Ah, celos, sombra que sigue Al amor!... ... ... ...

(v. 762) (v. 763)

– Metáforas B de A: San Segundo de Ávila: SEGUNDO: Que aunque es verdad que pacía De Las hierbas ponzoñosas De su antigua idolatría

(v. 1162) (v. 1163) (v. 1164)

– Metáforas de 2º grado6 El caballero de Olmedo ALONSO:

Por la tarde salió Inés A la feria de Medina Tan hermosa que la gente Pensaba que amanecía

(75) (76) (77) (78)

(«amanecía» (v. 78) presupone una metáfora del tipo: ‘Inés = Sol’; tópico metáforico amoroso, ya que es frecuente la comparación de dama amada con Sol, o Aurora, como ya hemos visto).

6

Metáforas que presuponen otra metáfora.

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– Sentidos metafóricos de la frase (de lo concreto a lo abstracto): El marqués de Mantua VALDOVINOS: Da rienda a su atrevimiento

(v. 652)

– Metáforas en 3ª fase (metáforas puras): San Pedro Nolasco: MONFORT:

A quien nunca el dragón miró eclipsada (12) Ni ofendió su cristal mácula alguna (13) («su cristal» (v. 13) por ‘su carne blanca, pura’)

– Alegorías: Las grandezas de Alejandro: FILIPO:

Entre tales columnas, Rey de Epiro, Como dos Alejandros, hijo y yerno, Seguro el templo de mi ingenio miro. («tales columnas»... «el templo» son muestras de la metáfora continuada).

(v. 344) (v. 345) (v. 346)

– Metáforas gramaticalizadas: La Arcadia: ARFRISO:

Por las faldas de esas sierras.

(v. 596)

El Galán Castrucho: TEODORA:

ojos de puentes

(v. 265)

– Dobles metaforizaciones: El guante de doña Blanca: REY:

Diéronme, Blanca, tu guante, Y quiso mi loco amor Que le perdiese el temor Y le calzase arrogante; Mas por donde algún diamante Rompió el telliz celestial

(v. 963) (v. 964) (v. 965) (v. 966) (v. 967) (v. 968)

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De tu azucena real, No sé qué blanco miré, Y en la vaina reparé De tu espada de cristal.

(v. 969) (v. 970) (v. 971) (v. 972)

El esquema metafórico de estos versos presenta una reduplicación paralela de dos metáforas: (vv. 967-8-9): ‘guante’ = «telliz de tu azucena real» metáfora 3ª fase (‘mano blanca pura’)

metáfora 3ª fase Paralelismo (vv. 971-2): ‘guante’ = «vaina de tu espada de cristal» metáfora 3ª fase (‘mano blanca pura’)

metáfora 3ª fase

Por lo tanto tenemos una metáfora de 3ª fase incrustada en otra metáfora de 3ª fase: Metáfora 3ª fase Metáfora 3ª fase

Y un doble juego de sinonimia-antonimia: «Telliz»

(v. 968)

«vaina»

(v. 971)

«vaina»

(v. 971)

«espada»

(v. 972)

} }

sinónimos

antónimos recíprocos7

7 La relación de reciprocidad está íntimamente unida a otra relación, la de contigüidad metonímica, entre ambos términos.

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y en la clasificación semántica nos hallamos con siete tipos fundamentales de metáforas: – Metáforas antropomórficas: El galán Castrucho: CASTRUCHO: ‘Que es el propio Barrabás La punta de aquesta espada’. (‘punta de espada’ = ‘Barrabás’)

(v. 1281) (v. 1282)

– Metáforas zoomórficas: La fábula de Perseo: CELIO:

Culebras fieras Los cabellos se han vuelto. (‘cabellos’ = ‘culebras’)

(v. 1730) (v. 1731)

– Metáforas cosificantes: El verdadero amante: MENALCA:

Que yo propio quiero (v. 2715) Ser de aqueste traidor cuchillo fiero. (v. 2716)

– Metáforas visionarias8: Servir a señor discreto: DON PEDRO: Aunque Palma como vos Toca con la frente al cielo.

(v. 2686) (v. 2687)

– Metáforas tópicas (valor semiológico): La fábula de Perseo: LISARDO:

... ... ... ... teatro Del mundo ... ... ...

(v. 88) (v. 89)

8 Aquellas metáforas en las que el término real toma características y atributos irreales, casi cósmicos. Esta terminología la hemos sacado de C. Bousoño (1968).

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– Metáforas-Metonimias 9: Barlaán y Josafat: «árbol de nave»

(v. 2042)

(metáfora del tipo B de A, basada en un proceso metonímico del tipo materia-objeto hecho con esa materia; y también se basa en una metáfora tópica: ‘nave’ = ‘leño’ (‘árbol’)-cultismo semiológico. Quizá Lope de Vega haya querido recrear, renovar dicha metáfora tópica: ‘nave’ = ‘leño’, intentando así una metáfora de 2º grado un tanto sui generis).

– Metáforas sinestésicas: El premio de la hermosura: CIUDADANO: Porque como son los ojos, Que con la beldad se ciegan, Presidentes de esta sala, y oidores de pocas letras’. (‘ojos’: vista; ‘oidores’: oído)

(v. 341) (v. 342) (v. 343) (v. 344)

No obstante, las clasificaciones, por generalizadoras, son inexactas, al no tener en cuenta excepciones y casos curiosos, que merecen comentario aparte, bien por su ingenio bien por su hibridismo. Éste es el caso de «atabales» por ‘nalgas’ o «rabel» por ‘trasero’, que figuran en los versos (1651) y (2063) respectivamente de Fuente Ovejuna, y son metáforas en 3ª fase eufemísticas. En la Fábula de Perseo leemos los siguientes versos: POLIDETES: ... ... ... pues eres (v. 1176) El espejo en que miro lo que he sido (v. 1177)

Aquí tenemos una metáfora del tipo A = B, que establece relaciones icónicas de semejanza entre el término real y el metafórico. Pero además el término metafórico ‘espejo’ es, a su vez, un icono del tipo b): «palabra que designa un objeto que permite realidades que presentan una relación icónica». En esta misma comedia hallamos otro ejemplo similar al anterior:

9

Metáforas que tienen relación con las metonimias.

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Metasememas: metáfora, polisemia y sinonimia

MEDUSA: FINEO:

Muestra a ver ¡Qué hermosa cara! En que es la sombra repara Del sol por quien vivo y muero.

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(v. 1323) (v. 1324) (v. 1325)

Aquí volvemos a encontrarnos con otra metáfora del tipo A = B, en donde el término metafórico B: ‘sombra’ es, a su vez, un icono del tipo c): «palabra que designa realidades que presentan una relación icónica». Quizá, antes de terminar, debiéramos profundizar algo más en la diferencia existente entre metáforas de 2º grado y dobles metaforizaciones: – En el caso de las metáforas de 2° grado nos hallamos ante una metáfora que presupone otra; bien puede darse por complicación del artificio en sí, bien por deseo de renovar un modelo metafórico que empieza ya a ser manido y a estar desgastado10. En muchas ocasiones ambos motivos se dan juntos. – Por el contrario, en el caso de las dobles metaforizaciones, no hay presuposición sino presencia de las dos metáforas, con incrustación de una en otra, por complicación del artificio en sí.

10 Recuérdese el ejemplo, ya tópico, de L. de Góngora: «las blancas hijas de sus conchas bellas» por ‘perlas’ ← ‘dientes’.

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CAPÍTULO 19

METÁBOLES: PRESENCIA DE LOS DISTINTOS NIVELES DEL LENGUAJE EN LOS JUEGOS DE SIGNIFICANTES Y SIGNIFICADOS

Sirva como introducción el fijar los parámetros desde los cuales vamos a abordar el cometido que nos hemos propuesto, que no es otro que el de tratar de demostrar, como en un principio sospechamos, la relación existente entre los tres niveles del lenguaje y los juegos de significantes y significados. Esta relación será distribucional por niveles lingüísticos según el tipo de variante cualitativa del que se trate, como se verá en las conclusiones. Para ello hemos trabajado con un autor clásico español, como es Lope de Vega, y con una parte de su obra dramática, las Comedias. Si bien es cierto que en un primer momento pensamos encontrar sólo unos pocos tipos de juegos de significantes y significados, más tarde pudimos comprobar cómo la variedad cualitativa de estos, crecía considerablemente hasta alcanzar el nada desdeñable número de doce tipos diferentes, que son los siguientes: – Polisemia – Polisemia > Homonimia sincrónica – Homonimia diacrónica – Juego fonético1 – Recreación semántica (etimológica) – Derivación morfológica (familia léxica) – Derivación morfológica + Heteronimia – Composición atrevida tipográficamente – Anteposición o posposición de una palabra > distinto significado – Anteposición o posposición de una palabra > distinto significado en un sintema o sintagma – Asociación por referente – Proceso semántico-etimológico

1 Entendemos por juegos de significantes y significados aquellas parejas o grupos de palabras que establecen una relación ingeniosa, chocante o divertida entre sus significantes (relación formal) y sus significados (relación semántica). La mayoría de estos juegos están basados en asociaciones fónico-connotativas.

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Ilustraremos los contenidos con ejemplos significativos de cada uno de ellos: – Polisemia: INÉS:

Este llaman don Enrique Tercero

CASILDA: ¡Qué buen tercero!2

Obsérvese que en este ejemplo la sintaxis no es ambigua sino el sentido, irónico o no, según la entonación. Pero ésta no decide la acepción de la polisemia, lo hace la grafía. Cosa que no ocurrirá en el segundo ejemplo de Homonimia diacrónica (hay ... ay), donde la entonación es absolutamente necesaria para marcar la homonimia, dado que la estructura sintáctica resulta ambigua. Por lo tanto, en este segundo caso, el nivel fonético-fonológico trabajará en favor del nivel léxico-semántico, a expensas del plano morfosintáctico. ‘numeral ordinal’ «tercero» ‘alcahuete’

(Mayúsculas: «Tercero», como apelativo real, nombre propio; y minúsculas: «tercero», como nombre común.) LINDA

Vamos, que entre tantas flores, Narcisos te dan aviso De cómo te has de mirar3.

‘flores’ «Narcisos» ‘personaje mitológico > Narcisismo’

2 3

Peribáñez y El comendador de Ocaña, vv. 970-971. El premio de la hermosura, vv. 1157-1159.

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– Polisemia > Homonimia sincrónica: ANARDA:

Si tuvieras mejor dicha

BELISARDA: En una palabra dicha, Toda mi desdicha, Anarda, Es que la muerte me aguarda En los brazos de Salicio4.

(«dicha» (v. 94) = ‘fortuna’ (sustantivo); «dicha» (v. 95) = ‘participio de pasado de decir’ (verbo).) «el peso de mi pesar»5 «peso»

‘dimensión física (pesado/ligero)’;

«pesar»

‘dimensión psíquica (sufrir/gozar)’.

– Homonimia diacrónica: PEREGRINO: Moro soy, pues donde moro Todo es noche y confusión6. (1º «moro» < maurus-a-um: adjetivo calificativo; 2º «moro» < morare: verbo. Con presentación en epanadiplosis). BELISA: FINEA:

¡Jesús! ¿Qué hay aquí? ¡Ay, señora, Un hombre!7

(«hay» < habere: verbo; «Ay» < Ay: interjección.) – Juego fonético: PASCUALA:

4 5 6 7 8

Que al villano el gorrión ... ... ... ... ... ... ... ... ... Diciéndole «tío, tío» ... ... ... ... ... ... ... ... ... Dicen: «judío, judío»8

La Arcadia, vv. 94-98. El halcón de Federico, v. 36. San Pedro Nolasco, vv. 924-925. Las bizarrías de Belisa, vv. 2152-2153. Fuente Ovejuna, vv. 252, 256 y 264.

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(En «tío, tío» y «judío, judío» se imita el ‘pío, pío’ del gorrión. Podríamos hablar de una armonía imitativa). FINEA:

¿Qué quiere, Nise, el maestro, Quebrándome la cabeza Con ban, bin, bon?9

(En el último verso se imita una clase donde se están aprendiendo las letras. Clase de lectura con connotaciones de sonsonete verbal y bombardeo mental). – Recreación semántica (etimológica): COMENDADOR: Destos cien labradores hacer quiero Cabeza y Capitán a Peribáñez,10

(«cabeza» y «capitán» < lat. caput, -itis). MITRÍDATES:

Crióle mi mujer, púsole Ciro, Por la perra que el pecho le había dado (Que así se llama en nuestra lengua)11,

(«perro» en griego: κυ´ων, κυνο´ ς: homofonía con Ciro → Etimología popular). – Derivación morfológica (familia léxica y campo morfológico): PAJE 2º RUFINO:

¡Hola, pajes! ¡Pajes, hola! ¿Qué sirve tanto holear?12

(«holear» < hola, con presentación en epanadiplosis. También se da un caso de neologismo, que podría ser considerado un hapax legomenon.) OLIMPIA:

9 10 11 12 13

Ya no soy mujer, soy furia; Di que soy mujer furiosa.13

La dama boba, vv. 385-387. Peribáñez y el comendador de Ocaña, vv. 758-759. Contra valor no hay desdicha, vv. 1090-1092. El gran duque de Moscovia, vv. 1935-1936. Las grandezas de Alejandro, vv. 294-295.

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– Derivación morfológica + Heteronimia: FRONDOSO: Por este monte sube Agora un jabalí cerdoso y fiero: Si quieres que te sirva de montero, Sígueme, Adonis, y darás la muerte Con esta jabalina.14

< ‘jabalín’ (jabalí macho cuya hembra es la jabalina: significado latente para el juego lingüístico). «Jabalina» < javeline (arma arrojadiza a modo de venablo: significado patente en el texto, sobre la base de una homonimia diacrónica15). – Composición atrevida tipográficamente: En los versos (1746-1759)-(2357-2360; 2369-2372; 2376-77; 2385-90) > (3195-96) podemos ver cómo cambia el sentido por el cambio de puntuación, y todo ello provoca (en los versos 3195-3196) una anfibología > ambigüedad. ANFRISO:

Sí, sí: comienza a leer. «No hay que esperar, Olimpo de mi vida, Otro gusto mayor; que aborrecerte Mi alma es imposible, ya quererte La firme voluntad está rendida» [...] BELISARDA: Dice ansí: «No hay que esperar, Olimpo, de mi vida Otro gusto mayor que aborrecerte Mi alma; es imposible ya quererte: La firme voluntad está rendida». [...]

BELISARDA: Yo las digo, Anarda, yo; Que no hayas miedo que tornes a los engaños pasados,

14

Adonis y Venus, vv. 2084-2088.

(v. 1745) (v. 1746) (v. 1747) (v. 1748) (v. 1749) (v. 2356) (v. 2357) (v. 2358) (v. 2359) (v. 2360)

(v. 3192) (v. 3193) (v. 3194)

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Ni que con cartas provoques, Leídas con dos sentidos, A que te digan amores.16

(v. 3195) (v. 3196) (v. 3197)

(Como se puede observar en el primer párrafo nos hallamos en una aceptación del amor. Pero ya en el segundo párrafo ha habido un cambio: amor > aborrecimiento, y esto se ha conseguido manipulando el texto por medio de los signos de puntuación.) – Anteposición o posposición de una palabra > Distinto significado: MENDO: Que os ha de vencer a entrambos Un nuevo galán, por nuevo.17

‘otro’ FEBO:

‘joven’

Parece que en Dafne miro Nuevo ver, semblante nuevo.18

‘otro’

‘distinto, diferente’

(presentación en epanadiplosis). – Anteposición o posposición de una palabra > Distinto significado en un sintema o sintagma: SEGUNDO:

No dudes Que el Espíritu Santo te lo enseñe y que te influya un nuevo y santo espíritu.19

(«Espíritu Santo» = ‘Trinidad’. Nombre propio, donde no hay libre permutación para el adjetivo «Santo», en el sintema; «santo espíritu» = ‘no Trinidad’. Nombre 15 El contexto situacional también nos indicaría esta segunda interpretación, puesto que en «esta» podemos sobrentender un deíctico lingüístico y semiológico, con señalamiento gestual en escena. 16 La Arcadia, vv. 1746-1759, 2357-2360, 2369-2372, 2376-2377, 2385-2390 y 3196. 17 El guante de doña Blanca, vv. 129-130. 18 El amor enamorado, vv. 1207-1208. 19 San Segundo de Avila, vv. 2169-2171.

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común, donde sí hay permutación libre en el adjetivo «santo», con respecto a otros disponibles, como, por ejemplo: ‘libre’, ‘generoso’ o ‘sabio’, en el sintagma.) En este ejemplo la grafía de mayúsculas o minúsculas es un rasgo asociado al sintema o sintagma respectivamente, pero no pertinente, ya que los distintos significados vienen especificados a través del nivel sintáctico, con la posición fija, a modo de lexía, del adjetivo con respecto al sustantivo. – Asociación por Referente: PREGONERO: Mi padre, aunque zapatero, Me crió para contralto.20 («zapatero», ‘oficio humilde, bajo socialmente’, ‘quien trabaja con zapatos’ (‘pies’); «contralto», ‘oficio elevado socialmente’, ‘quien trabaja con la garganta, con las cuerdas vocales’ (‘cabeza’).) Aquí entra en juego no sólo la designación referencial → ‘pies’ → ‘cabeza’, sino también la connotación:

→ ‘oficio humilde, pobre’ → ‘oficio elevado, rico’,

el estereotipo:

→ ‘negativo, bajo socialmente, sin prestigio’ (–). → ‘positivo, alto socialmente, con prestigio’ (+).

y

– Proceso semántico-etimológico: Adiós ... Ese te guarde21.

(«Ese» → * Dios (pronominalización); Este verso reproduce el proceso: *Dios > a Dios > adiós).

Ese 20 21

La imperial de Otón, vv. 505-506. El galán Castrucho, v. 1807.

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SIRENA: Venus le envía a matarme. BATO: ¿Qué viernes, o qué embeleco?22

(Aquí nos encontramos con un subtipo dentro de este apartado. Subtipo que podríamos denominar: Proceso semántico-etimológico con cierta recreación semántica. «Viernes» < *Veneris, genitivo singular de ‘Venus’ .) De todos ellos, el tipo de juego de significantes y significados más usado por Lope en sus comedias, es el de la Polisemia –hecho que también vuelve a repetirse de forma muy significativa en la obra teatral de su hija Sor Marcela de San Félix, como veremos en el capítulo 21º–, y los tipos de juegos de significantes y significados menos usados son: – Anteposición o posposición de una palabra > distinto significado en un sintema o sintagma. – Asociación por referente y significado. – Proceso semántico-etimológico con cierta recreación semántica. Temáticamente23, el grupo de comedias que más juegos de significantes y significados presenta es el de Comedias de enredo y costumbres, con 60 casos; y el grupo de comedias que menos juegos de significantes y significados presenta es el de Comedias de historia extranjera, con 19 casos. Cronológicamente24, tanto la segunda época como la tercera época de producción de Lope coinciden en tener el mayor número de datos cuantitativos –primera época: 105 casos; segunda y tercera épocas: 139 casos–; pero sólo la segunda época resulta tener la mayor variedad semántica de tipos de juegos de significantes y significados –primera época: 41 variantes; segunda época: 48 variantes, y tercera época: 43 variantes–. En cuanto a la cala temática, no es de extrañar que sea el grupo de Comedias de enredo y costumbres precisamente el más representado, puesto que este grupo necesita del ingenio25 para establecer las relaciones de enredo entre los personajes. 22

El amor enamorado, vv. 2309-2310. Recordemos que son nueve grupos de comedias: a): historia nacional; b): pastoriles; c): de Santos; d): caballeresca s; e): historia extranjera; f): enredo y costumbres; g): historia clásica; h): mitológicas; e i): extraídas de novelas. 24 Primera época (años 1579-1603); segunda época (años 1603-1615); tercera época (años 1615-1635). 25 Palabra clave en el Barroco; recuérdese el libro paradigmático de B. Gracián: Agudeza y Arte de Ingenio. 23

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Por lo que respecta a la cala cronológica, la segunda época –época de madurez y máxima creatividad en el autor, aunque mantenida en muchos artificios durante la tercera época– resulta ser la única en la que coinciden mayor número de datos cuantitativos con mayor número de variantes cualitativas; hecho que resulta ser una constante en otros recursos lingüístico-retóricos –configuradores, por otra parte, del estilo del poeta, como su idiolecto dramático– empleados por Lope de Vega en su obra teatral. A modo de consideraciones finales, podríamos decir que buena parte del ingenio de Lope radica en la habilidad de utilizar los Juegos de Significantes y Significados en sus distintas variantes, y muy especialmente en la Polisemia y en la Homonimia, tanto sincrónica como diacrónica. Asimismo, hay que considerar cómo la variante que hemos denominado recreación semántica (Etimológica), a su vez presenta dos subvariantes: a): la etimológica propiamente dicha: veáse el ejemplo anteriormente citado («Cabeza-Capitán» < lat. caput, -itis); y b): la seudoetimológica, puesto que asistimos a un caso de etimología popular (léase explicación referida a «Ciro – κυ´ων, κυνο´ ς»). Es también digno de mencionar cómo la subvariante etimológica propiamente dicha, establece relaciones de proximidad con la subvariante que hemos llamado proceso semántico-etimológico con cierta recreación semántica: véase el último ejemplo que hemos presentado («Venus- viernes» < lat. Veneris). La diferencia entre ambas subvariantes es que en «Cabeza-Capitán», las dos palabras proceden de un mismo étimo latino caput, que no aparece expreso. En cambio, en «Venus-viernes», se nos dan las dos palabras: una, la etimológica en nominativo ‘Venus’, aunque sabemos que el étimo de la palabra patrimonial propiamente deriva del genitivo Veneris, y otra, la voz patrimonial ‘viernes’ a la que ha dado lugar la etimología, pero con la que establece una relación semántica, opaca, desproporcionada por distanciada y, por tanto, cómica. Finalmente podemos resaltar como conclusiones, el hecho de que en los juegos de significantes y significados, el nivel léxico-semántico, unas veces se ve ayudado fundamentalmente • Por el nivel fonético–fonológico, en: 1) 2) 3) 4)

Polisemia: primer ejemplo («Tercero-tercero»), por la grafía. Homonimia diacrónica: segundo ejemplo («hay-ay»), por la entonación. Juego fonético («tío-tío; judío-judío»), por armonía imitativa. Recreación semántica: segundo ejemplo («Ciro – κυ´ων, κυνο´ ς»), por homofonía y etimología popular. 5) Derivación morfológica –familia léxica– («furia-furiosa»), por relación por el significante y el significado.

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6) Composición atrevida tipográficamente, por signos de puntuación, que manipulan el sentido del texto. Y otras, principalmente • Por el nivel morfosintáctico en: 1) Polisemia > Homonimia sincrónica («Si tuvieras mejor dicha / En una palabra dicha»). Aquí es el contexto lingüístico de las estructuras sintácticas el que nos deja ver el significado funcional de la palabra: sustantivo o verbo-complemento directo o núcleo de predicado. 2) Homonimia diacrónica: primer ejemplo («Moro soy, pues donde moro»). Aquí también es el contexto lingüístico, a través del discurso sintáctico, el que nos aclara el significado funcional de las palabras: adjetivo o verboatributo o núcleo de predicado. 3) Anteposición o posposición de una palabra > distinto significado en un sintema o sintagma: («Espíritu Santo-santo espíritu»), por posición fija, a modo de lexía, del adjetivo con respecto al sustantivo; y con permutación libre o no del adjetivo con respecto al sintagma o al sintema, respectivamente. 4) Proceso semántico-etimológico: primer ejemplo («Adiós... Ese te guarde»), por función de pronominalización. La mayoría de las veces resulta ser el nivel fonético-fonológico el que ayuda al nivel léxico–semántico, en detrimento del nivel morfosintáctico; no obstante, hay casos en que el nivel léxico-semántico no es ayudado por ninguno de los otros niveles, y se basta a sí mismo, en: 1) Polisemia: 2º ejemplo (‘flores’ - ‘Narcisos’ - ‘mirar’), por los lexemas de las palabras. 2) Recreación semántica –etimológica–: ejemplo 1º («Cabeza-Capitán»), por omisión del étimo latino caput. 3) Anteposición o posposición de una palabra > distinto significado («nuevo»). En este tipo de adjetivos homónimos parece ser que su significado distinto tiende a seleccionar posición en el eje sintáctico, pero nunca con la fijeza que veíamos en el sintema. 4) Asociación por referente, con connotación y estereotipo asociados («zapatero-contralto»), por paso de un plano extralingüístico a otro lingüístico. 5) Proceso semántico-etimológico: ejemplo 2º («Venus-viernes»), por alusión al étimo veneris, aunque el texto nos ofrece la palabra latina en nominativo: «Venus», para coincidir con el nombre de la diosa. Tal omisión per-

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mite que la palabra patrimonial «viernes» aparezca, para así marcar mejor la desproporción entre el registro culto y el vulgar, y con ello la comicidad. Por consiguiente, parece haber variantes dentro de los juegos de significantes y significados, más dúctiles que otras para apostar con su presencia por más de un nivel lingüístico. En este grupo se encuentran: Nivel fonético-fonológico La polisemia Nivel léxico–semántico Nivel fonético-fonológico La homonimia diacrónica Nivel morfosintáctico Nivel fonético-fonológico26 La recreación semántica Nivel léxico-semántico27 Nivel fonético-fonológico La derivación morfológica + heteronimia Nivel léxico-semántico Nivel morfosintáctico El proceso semántico-etimológico28 Nivel léxico-semántico

26 27 28

Etimología popular. Etimología propiamente dicha. Cuando hay función de pronominalización.

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En el otro grupo entrarían el resto de las variantes, que sólo se localizan en un nivel lingüístico, y son mayores en número: El juego fonético Nivel fonético-fonológico

La derivación morfológica29 La composición atrevida tipográficamente La polisemia > homonimia sincrónica30

Nivel morfosintáctico La anteposición o posposición de una palabra > distinto significado en un sintema o sintagma La anteposición o posposición de una palabra > distinto significado Nivel léxico-semántico

La asociación por referente El proceso semántico-etimológico31

29

Derivación morfológica (familia léxica). Presenta un mismo significante. 31 Cuando no hay función de pronominalización, sino homonimia sincrónica, con distinto significante por doblete etimológico. 30

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CAPÍTULO 20

METÁBOLES: GRAMÁTICA Y RETÓRICA

Introducción En este capítulo voy a estudiar los recursos expresivos de los que se vale Lope de Vega en los sonetos de la parte primera de sus Rimas, desde una doble perspectiva: la gramatical y la retórica. De las Artes del Trivium se sabe que la Gramática atendía al principio de la corrección gramatical, como la Dialéctica y la Retórica, a los principios de verdad y belleza, respectivamente. Por lo tanto, me centraré en el mensaje elocutivo –quo modo dicamus– para explicar detalladamente los procedimientos lingüísticos del estilo a través de los tropos y figuras empleados, ya que en ellos se halla el lugar de encuentro entre dos conceptos lingüísticos: isotopía (refuerzo de la norma) y metábole (desvío de ésta). Como ha explicado J. M.ª Pozuelo (1988: 169): “la exornación elocutiva hace que el discurso artístico sea verbalmente más denso que el de la lengua común”. Esa densidad es equivalente, como indica J. M.ª Pozuelo, al concepto de opacidad de T. Todorov (1974a: 234), para quien lo que los recursos ornamentales que son las figuras retóricas tienen en común es «su opacidad, es decir, su tendencia a hacernos percibir el discurso mismo1 y no sólo su significación2». En el planteamiento que hace el Grupo µ (1987: 56 y ss., 77 y 86) acerca de la función poética (ellos la llaman función retórica), tiene un importante papel la noción de desvío artístico, heredada de anteriores posiciones teóricas de índole formal, que en su relación con la norma lingüística, que constituye el grado cero, permite una explicación del estilo. Tanto los tropos como las figuras están sometidos a una doble clasificación: la primera está vinculada a la tradicional oposición in verbis singulis (in absentia, por selección paradigmática → tropos)/in verbis coniunctis (in praesentia, por combinación sintagmática → figuras); la segunda depende de las operaciones de modificación a las que es sometido el material lingüístico para la obtención sistemática del ornatus; éstas constituyen la quadripertita ratio, que contie-

1 2

Función poética. Función representativa.

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ne las categorías operacionales de adiectio, detractio, transmutatio e immutatio. A esta última clasificación muy especialmente van a ir dedicadas las siguientes páginas. En estricta correspondencia con las unidades básicas de palabra y oración, los vicios contra la virtud gramatical de la corrección idiomática aparecen tipificados desde antiguo bajo los términos clásicos de barbarismo y solecismo, respectivamente, que estudia H. Lausberg (1984, §470), y a los que tanto A. de Nebrija [1992: 211-212]3 como G. Correas [1954: 386-387] dedicarán sendos capítulos de sus Gramáticas, siguiendo en esto las pautas fijadas por los gramáticos de la tardía latinidad, por ejemplo, Donato [1864: 392-394, t. IV]4. Bajo el término barbarismo queda englobada toda forma de incorrección que afecte a la palabra en cuanto unidad aislada, y bajo el término solecismo, toda forma de incorrección que afecte a la “juntura de las palabras” en la unidad oración. Los vicios representados por los conceptos anteriores serán objeto de constantes censuras, por parte de gramáticos y rétores, siempre que se consideren reflejo de un deficiente conocimiento del código de la lengua. No obstante, barbarismo y solecismo perderán circunstancialmente, por razones artísticas de ornato, su condición de vicios censurables y adquirirán el estatuto de una nueva categoría, según la cual quedarán tipificados bajo las también clásicas denominaciones de metaplasmo y figura5 o metaplasmo y metataxis, según terminología del Grupo µ, como recoge T. Albaladejo (1991: 137). La investigación que aquí llevo a cabo está basada en una selección de sonetos de la parte primera de las Rimas, que figura en las Obras escogidas de Lope de Vega [1964: 49-68, t. II], y como ya adelanté, va a tomar como referencia las cuatro categorías modificativas constitutivas de la Quadripertita ratio de M. F. Quintiliano [1987: I, 5], conocidas con los términos de: 1) 2) 3) 4)

Adición (lat. Adiectio, gr. Pleonasmos) Supresión (lat. Detractio, gr. Endeia) Permutación o Inversión (lat. Transmutatio, gr. Anastrophe) Sustitución (lat. Immutatio, gr. Enallage).

Tales categorías representan un conjunto de operaciones básicas de modificación que, actuando ya sobre la palabra, ya sobre la oración, marcan precisamente

3 Resulta útil el libro de A. Ramajo (1987), Las gramáticas de la lengua castellana desde Nebrija a Correas. 4 Puede consultarse R. H. Robins (1974). 5 Cfr. H. Lausberg (1984: §471)

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la transición del dominio de la Gramática al de la Retórica, hecho que J. A. Mayoral (1994: 33) representa de forma esquemática del modo siguiente:

Dominio de la Gramática Niveles lingüísticos:

Dominio de la Retórica Categorías modificativas

– Palabra Nivel fónico

Adición, Supresión,

Nivel léxico

Inversión, Sustitución Sustitución

Metaplasmos Tropos

Adición, Supresión, Inversión, Sustitución

Figuras:

– Oración Nivel gramatical

– de palabra – de pensamiento

En este capítulo sólo atenderé a la primera y a la última de las categorías operacionales de adición y sustitución, por ser muy representativas, para llevar a cabo un análisis exhaustivo.

Esquema del material analizado desde el ámbito de la retórica al de la gramática Así se registran 21 fenómenos6 distintos, que se van a mover fundamentalmente en dos niveles: a) nivel léxico en la palabra: tropos; b) nivel gramatical en la oración: figuras b1) de dicción o palabra, b2) de pensamiento.

6

Cfr. F. Marcos Álvarez (1989). También A. Martí (1972).

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a) Nivel léxico en la palabra: tropos: se registran 10 tipos de figuras semánticas con 210 casos. De ellas haré una división: a1) Equivalencias semánticas: 6 tipos con 137 casos: – – – – – –

Sinonimia: 26 ejemplos Antonimia: 71 ejemplos Doblete etimológico: 2 ejemplos Antítesis: 20 ejemplos Oxímoron: 8 ejemplos Perífrasis: 10 ejemplos

} }

paradigma, palabra

sintagma, oración

a2) Licencias semánticas: tropos: 4 tipos con 73 casos: – – – –

Metáfora: 49 ejemplos Metonimia: 8 ejemplos Sinécdoque: 2 ejemplos Alegoría: 14 ejemplos

}

paradigma, palabra sintagma, oración

b) Nivel gramatical en la oración: figuras: b1) Figuras de dicción: 8 tipos con 185 casos. De ellas haré una división: b1a) Figuras morfológicas: b1a1) Equivalencias morfológicas: 3 tipos con 12 casos: – Poliptoton: 9 ejemplos – Anfibología: 2 ejemplos – Paronomasia: 1 ejemplo (nivel morfo7-fonológico8) b1b) Figuras sintácticas: 5 tipos con 173 casos. De ellas haré otra división: b1b1) Equivalencias sintácticas: 2 tipos con 8 casos:

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Figura. Metaplasmo.

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– Diseminación-recolección: 2 ejemplos – Paralelismo: 6 ejemplos b1b2) Licencias sintácticas: 3 tipos con 165 casos: – Epíteto: 150 ejemplos – Pleonasmo: 10 ejemplos – Hendíadis: 5 ejemplos b2) Figuras de pensamiento: figuras textuales: 3 tipos con 8 casos. De ellas haré una división: b2a) Equivalencias textuales: 1 tipo con 4 casos: – Anáfora: 4 ejemplos b2b) Licencias textuales: 2 tipos con 4 casos: – Negación expresiva: 3 ejemplos – Amplificatio (corrección): 1 ejemplo.

Tipología y estructura de los ejemplos estudiados Detallaré cada uno de estos 21 fenómenos o tipos distintos9: 1) En la sinonimia nos encontramos con 3 subtipos: 1a) Sinonimia en el paradigma de la lengua española: ‘victorias-triunfos’, p. 5710; ‘inmortal-eterno’, p. 60; ‘lisonjas-engaños’, p. 62; ‘desierta-yerma’, p. 62. En estos ejemplos predomina el procedimiento léxico sobre el morfológico; y se establece entre ambos términos sinónimos una relación biunívoca, de tal manera que victoria es igual a triunfo y viceversa.

9

Pueden consultarse de A. García Berrio (1979a) y (1980). La paginación corresponde a la edición manejada de las Obras escogidas de Lope de Vega [1964d], según figura en las referencias bibliográficas. 10

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1b) Sinonimia en el sintagma de la lengua española (sinónimos funcionales): A ‘ruinas ‘incendio ‘sin color ‘heroico ‘trágico

B / pedazos’ p. 53 / fuego’ p. 53 / oscura’ p. 63 / generoso’ p. 65 / infeliz’ p. 66

Aquí predomina también el procedimiento léxico sobre el morfológico-sintáctico, pero se establece entre ambos términos sinónimos una relación sólo unívoca, ya que A entraña a B, y no al revés: las ruinas son pedazos pero los pedazos no son necesariamente ruinas. 1c) Sinonimia múltiple asociada: 1c1) En el paradigma: «palabras locas-conceptos vanos»’, p. 67. 1c2) En el sintagma: «enojado-valiente-fugitivo / satisfecho-ofendido-receloso», p. 60. 1c3) En el paradigma-sintagma: «Noche, fabricadora de embelecos, / loca, imaginativa, quimerista»11, p. 61. Ahora sólo está presente el procedimiento léxico. 2) En la antonimia nos encontramos con 4 subtipos: 2a) Antonimia complementaria: 2a1) En el paradigma: ‘razón/contra razón’, p. 50; ‘gusto/disgusto’, p. 50; ‘mortales/inmortales’, p. 53; ‘partir sin alma/ir con alma ajena’, p. 55. En estos ejemplos se arbitra el procedimiento morfológico-sintáctico. ‘ama/aborrece’, p. 52; ‘propio/extraño’, p. 53; ‘quedarse /partirse’, p. 55; ‘alegría /tristeza’, p. 58; ‘vida/muerte’, p. 63; ‘paz/guerra’, p. 64.

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La negrita corresponde al sintagma; la negrita cursiva, al paradigma.

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Ahora se hace presente el procedimiento léxico. 2a2) En el sintagma (antónimos funcionales): ‘amado/odioso’12, p. 58; ‘desmayarse/atreverse’13, p. 60; ‘alentado/mortal’14, p. 60; ‘hiela/enciende’15, p. 61; ‘antigua/nuestra’16, p. 65; ‘armada/desnuda’17, p. 62. En estas parejas de términos antónimos sólo se observa el procedimiento léxico. 2b) Antonimia recíproca: 2b1) En el paradigma: ‘noche/día’, p. 53; ‘da/recibe’, p. 54; ‘nací/ muero’, p. 55; ‘pagas/debes’, p. 59; ‘ganado/perdido’, p. 67. Sólo se detecta el procedimiento léxico, y no se observan ejemplos en el sintagma de antónimos recíprocos funcionales. 2c) Antonimia gradual: 2c1) En el paradigma: ‘pobre/rico’, p. 49; ‘negra/blanca’, p. 53; ‘medio/extremos’, p. 59; ‘humilde/altivo’, p. 60; ‘bajo/alto’, p. 65; ‘pesados/livianos”, p. 67. Aquí, en estos ejemplos, se utiliza el procedimiento léxico. 2c2) En el sintagma (antónimos graduales funcionales): ‘llano/alto’18, p. 49; ‘breves/muchos’19, p. 50; ‘nueva/antigua’20, p. 64; ‘estrecho/grandeza’21, p. 65. 12 Las antonimias marcadas paradigmáticamente serían: ‘amado/odiado’, o ‘amoroso/odioso’. 13 Igualmente, ‘acobardarse/atreverse’ o ‘desmayarse/estar consciente’. 14 ‘Alentado/desalentado’ o ‘mortal/inmortal, viviente’ 15 ‘Hiela/abrasa’ o ‘enciende/apaga’. 16 ‘Antigua/moderna, actual’ o ‘nuestra/suya, ajena’. 17 ‘Armada/desarmada’ o ‘desnuda/vestida’. 18 Las antonimias marcadas paradigmáticamente serían: ‘llano/ondulado’ o ‘alto/bajo’. 19 Igualmente, ‘breves/extensos’ o ‘muchos/pocos’. 20 ‘Nueva/vieja’ o ‘antigua/moderna’. 21 ‘Estrecho/anchura’ o ‘grandeza/pequeño’. Obsérvese, también, la irregularidad paradigmática al oponer adjetivo a sustantivo, y no a otro adjetivo, que sería gramaticalmente lo esperable.

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En estas parejas de antónimos sólo se emplea el procedimiento léxico. 2d) Antonimia múltiple asociada: 2d1) A través de antónimos en diferentes planos: «creer sospechas/ negar verdades»22, p. 55 2d2) A través de antónimos en idénticos planos: «desengaño ... muerte/engaño ... vida»23, p. 58 2d3) A través de sinónimos-antónimos: «dos contrarios24, dos muertos25, dos deseos26, / pues muero en fuego y me deshago en llanto»27, p. 66. 2d4) Mezcla de los tres casos anteriores: «Desmayarse, atreverse, estar furioso, / áspero, tierno, liberal, esquivo, / alentado, mortal, difunto, vivo, / leal, traidor, cobarde y animoso»28, p. 60.

22 La oposición ‘creer/negar’ se establece en el sintagma entre antónimos complementarios funcionales, puesto que en el paradigma las oposición sería: ‘creer/dudar’ o ‘negar/afirmar’. Obsérvese que ‘creer’ puede funcionar como quasisinónimo de ‘afirmar’, pero ‘sospechas’ no actúa sinonímicamente con respecto a ‘verdades’, ya que cuando se sospecha se corre el doble riesgo de la verdad o mentira. Por otra parte, la oposición ‘sospechas/verdades’ se establece en el paradigma entre antónimos graduales, puesto que se puede establecer el siguiente orden: *mentiras/sospechas/verdades. En el mismo caso estaría el siguiente ejemplo: «tierno se allega, airado se retira». A través de la negrita se marca la antonimia gradual sintagmática, y mediante la negrita cursiva, la antonimia complementaria paradigmática. 23 Tanto la pareja ‘desengaño/engaño’ como ‘muerte/vida’ se mueven dentro de la antonimia complementaria en el paradigma. La única diferencia observable es el procedimiento lingüístico empleado; en la primera pareja: procedimiento morfológico sintético y en la segunda pareja: procedimiento léxico. 24 Aclara la antonimia. 25 Aclara la sinonimia entre ‘muero’ y ‘deshago’. 26 Vuelve a aclarar la antonimia entre los dos contrarios: ‘fuego’/‘llanto’. 27 Entre ‘muero’ y ‘deshago’ se estable una sinonimia en el sintagma a través de una relación unívoca, ya que morir es deshacerse, pero deshacerse no es necesariamente morirse. Entre ‘fuego’ y ‘llanto’ se establece una antonimia complementaria funcional en el sintagma, puesto que en el paradigma las oposiciones serían: ‘fuego/hielo’ o ‘llanto/risa’. 28 Entre ‘desmayarse’ y ‘atreverse’ se establece una antonimia complementaria en el sintagma, pero entre ‘atreverse’ y ‘estar furioso’ se establece una sinonimia en el sintagma e introduce la variante de antonimia gradual a la antonimia complementaria anterior. Entre ‘áspero’ y ‘tierno’, y entre ‘liberal’ y ‘esquivo’ se establece una antonimia gradual en el sintagma, respectivamente. Pero, a su vez, entre ‘áspero’ y ‘esquivo’, y entre ‘tierno’ y ‘liberal’ se establece una sinonimia en el sintagma. Entre ‘alentado’ y ‘mortal’ se establece una antonimia complementaria en el sintagma, pero entre ‘difunto’ y ‘vivo’ se establece una antonimia complementaria en el paradigma. A su vez, entre ‘alentado’ y ‘vivo’, y entre ‘mortal’ y ‘difunto’ se establece una sinonimia en el

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3) En el doblete etimológico nos encontramos con dos subtipos: 3a) Doblete etimológico de base morfológica: ‘rompida’-‘rota’, p. 64. participio pasado regular, débil/participio pasado irregular, fuerte29.

3b) Doblete etimológico de base fonética: ’huyeron-fugitivo’, p. 51 f- > h’- > ø / f- latina conservada -ge,i- > y / -ge,i- > x

4) En la antítesis nos encontramos con seis subtipos: 4a) Verbo-adjetivo: procedimiento léxico: «Árboles, ya mudó su fe constante», p. 50; «hablar entre las mudas soledades», p. 55. 4b) Sustantivo-adjetivo: procedimiento léxico: «En tus mudanzas ¿quién será constante?», p. 52. 4c) Adjetivo-adjetivo: procedimiento léxico: «frías cenizas de la ardiente llama», p. 54. 4d) Sustantivo-sustantivo: procedimiento léxico y morfosintáctico: «por quien los males de tu bien padezco, p. 55; «lince sin vista», p. 61. 4e) Verbo-sustantivo: procedimiento léxico: «¿cuándo se mudará vuestra firmeza?», p. 58. 4f) Antítesis múltiple asociada: 4f1) Adjetivo-adjetivo-verbo: procedimiento léxico: «los duros jaspes, los rebeldes bronces / se ablandan...», p. 52.

paradigma. Entre ‘leal’ y ‘traidor’ se establece una antonimia complementaria paradigmática, pero entre ‘cobarde’ y ‘animoso’ se establece una antonimia gradual (recuérdese «desmayarse, atreverse, estar furioso» del primer verso) paradigmática. A su vez, entre ‘cobarde’ y ‘desmayarse’ se establece una sinonimia en el sintagma, y entre ‘ animoso’ y ‘atreverse’ se establece una sinonimia en el paradigma. En el mismo caso estaría el siguiente ejemplo de la pág. 60: «mostrarse, alegre, triste, humilde, altivo, / enojado, valiente, fugitivo, / satisfecho, ofendido, receloso». 29 Dicotomía en la que he profundizado dentro del marco del proyecto de Investigación: “Semántica y sintaxis de los verbos con doble participio en español: herencia latina e indoeuropea en la diátesis y en la voz” (09/SHD/038), como investigadora responsable, cofinanciado por la CAM-UAM.

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4f2) (Verbo-sustantivo)/(Verbo-sustantivo): procedimiento léxico: «olvidar el provecho, amar el daño», p. 60. 5) En el oxímoron nos encontramos con 4 subtipos, actualizándose el procedimiento léxico en todos ellos: 5a) Adjetivo-sustantivo: «humilde hazaña», p. 59. 5b) Adjetivo-verbo: «con pálido color, ardiendo en ira», p. 66. 5c) Adjetivo-adjetivo: «con clara voz y pocas veces mucha», p. 60. 5d) Oxímoron múltiple asociado: 5d1) (Sustantivo-adjetivo)/(sustantivo-adjetivo): «los montes llanos y los mares secos», p. 61. 6) En la perífrasis nos encontramos con tres subtipos, actualizándose el procedimiento léxico en todos ellos: 6a) Sintagma nominal: 6a1) Determinante-adjetivo-adjetivo participial-sustantivo: «y estuvo la greciana, hurtada joya», p. 65 (por ‘Elena’). 6a2) Determinante-sustantivo-adjetivo: «mas tal hielo aún no teme el fuego eterno», p. 53 (por ‘infierno’). 6b) Frase: 6b1) (Sintagma nominal + sintagma preposicional): «Divino sucesor del nuevo Alcides», p. 54 (por ‘el duque de Alba’). 6b2) (Sintagma nominal + sintagma preposicional + sintagma preposicional): «Milagro del autor de cielo y tierra», p. 63 (por ‘Dios’). 6c) Oración: 6c1) (Antecedente) + (subordinada adjetiva de relativo): «de la ciudad famosa que se llama / ejemplo de soberbias acabadas», p. 54 (por ‘Troya’) 7) En la metáfora nos encontramos con dos subtipos: 7a) Metáfora en segunda fase, con 41 casos, que a su vez se subdivide en: 7a1) Metáfora B de A (S. nominal + S. preposicional): 21 casos: «el cierzo de la edad ligera», p. 52.

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7a2) Metáfora A es B (sujeto-cópula-atributo): «si eres el mismo Dios», p. 64. 7a3) Metáfora aposicional (B, A, B, B, B ... ): «Alba, Lucinda, cielo, sol, / luz, día», p. 66. 7a4) Metáfora coordinante: «encarcelando al sol dorado y rubio», p. 58. 7a5) Metáfora de relativo: «seque la rosa que en tus labios crece», p. 52. 7b) Metáfora en tercera fase, con 8 casos: «encendida la nieve en dos corales», p. 62. 8) En la alegoría nos encontramos con tres subtipos: 8a) Alegoría en segunda fase, con 4 casos, que a su vez se subdivide en: 8a1) Metáforas B de A (S. nominal + S. preposicional) encadenadas: «y cuando el arco de marfil bruñido / de sus dientes Lucinda los despojos / con la saeta de su lengua asido ...», p. 64. 8a2) Metáforas que presentan una variante de B de A, con alejamiento y elisión de A por presencia del determinante posesivo ‘su’: «el mar del tiempo, ni su blanca espuma / cubra tu frente en su nevado invierno»30, p. 68. 8a3) Metáforas A es B (sujeto-cópula-atributo) en quiasmo: «[...] siendo entonces / la tinta sangre y el cuchillo pluma», p. 52. 8b) Alegoría en tercera fase, con 7 casos: «Suspenso aquel divino movimiento / del sol de sus estrellas celestiales», p. 62. 8c) Alegoría múltiple asociada, en segunda fase-tercera fase, con 3 casos y 2 variantes: 8c1) Variante B de A: «sol de hermosura... / norte del mar... / émula al sol como a la luna faro»31, p. 63. 8c2) Variante de B de A, dados el alejamiento y elipsis de A, por presencia de los determinantes posesivos ‘su’ y ‘tu’: «lloran mis 30

El primer determinante posesivo presupone cohesivamente «el mar del tiempo», el segundo determinante posesivo, presupone también cohesivamente todo lo anterior «la blanca espuma del mar del tiempo», quedando el resultado final reconstruido coherentemente como sigue: ‘cubra tu frente el nevado invierno de la blanca espuma del mar del tiempo’. 31 La negrita pertenece a la tercera fase; en cambio, la negrita cursiva corresponde a la segunda fase de metaforización.

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ojos con igual porfía / su claro sol32, que otras montañas dora», p. 64; «Santa verdad, dignísimo decoro / del mismo cielo, que tu sol33 encierra», p. 64. 9) En la metonimia nos encontramos con cuatro subtipos: 9a) Símbolo-simbolizado: «César», p. 59 (por ‘Jefe supremo’); «estrella», p. 62 (por ‘destino’); «pecho», p. 65 (por ‘valor’); «coronas», p. 65, (por ‘reinos’). 9b) Lugar-habitante del lugar: «Roma», p. 61 (por ‘romanos’); «cielo», p. 65, (por ‘Dios’). 9c) Materia-objeto: «acero», p. 62 (por ‘espada’). 9d) Concreto-abstracto: «lengua», p. 66 (por ‘decir’); «pluma», p. 66 (por ‘escribir’). 10) En la sinécdoque nos encontramos con un subtipo: pars pro toto: «hacienda ... ... alma ... ... conquista / oro ... ... amor ... ... resista»34, p. 64; «rendida, pues, la mano victoriosa», p. 67 (por ‘persona’). 11) En el poliptoton nos encontramos con dos subtipos: 11a) Poliptoton ortodoxo, con mayor número de casos, que presenta un doble ritmo: 11a1) Ritmo binario. Seis casos: «si sabes, tú sabrás si eres dichosa», p. 57. 11a2) Ritmo ternario. Un caso: «pensar que piensa en otro si en mí piensa», p. 64. 11b) Poliptoton heterodoxo, con dos casos: 11b1) O bien, porque no cambia la forma verbal como en los casos anteriores, sino que hay presencia/ausencia del clítico personal átono seudorreflexivo incoativo: «ir y quedarse y, con

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‘El claro sol de la amada’. ‘El sol de tu cielo, es decir, el sol del cielo que tú eres, referido a la amada; por lo tanto, el sol del cielo de la amada’. 34 En las dos primeras parejas (‘hacienda-oro’; ‘alma-amor’) la relación de contigüidad se establece por un proceso de antonomasia. En la última pareja (‘conquista-resista’), ya no hay relación de contigüidad, sino una antonimia complementaria en el sintagma. 33

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quedar, partirse, / partir sin alma e ir con alma ajena»35, p. 55. 11b2) O bien, porque se sale de la esfera del sintagma verbal propia del poliptoton, aplicándose el mismo recurso derivativo al sintagma nominal; es decir, se pasa del paradigma de la conjugación al de la declinación36: «que esté seguro yo de mí conmigo», p. 55. En este ejemplo se ve muy bien marcado el ritmo ternario. 12) En la anfibología nos encontramos con dos subtipos: 12a) Sustantivo real (< metáfora opaca) o sustantivo metafórico: «Ciego, llorando, niña37 de mis ojos», p. 66. 12b) Verbo en participio de pasado o sustantivación del participio de pasado: «vos mi ganado38 y yo vuestro perdido», p. 67. 13) En la paronomasia nos encontramos con un subtipo: 13a) Nombre propio/concreto-nombre común/abstracto: «trocando el bajo por el alto polo, / a Fez en fe, y a vuestros montes claros...», p. 65. 14) En la diseminación-recolección nos encontramos con dos subtipos: 14a) Se respeta la morfología de las palabras que se recogen, no así el orden sintáctico: «Muerte / Marte / Amor / Muerte, Amor, Marte», p. 58. 14b) Ni se respeta la morfología (en cuanto al número: singular/plural, en distribución quiástica) de las palabras recogidas ni el orden de colocación: «ribera / orillas / lirios / agua / arena / lirios, orilla, arena, agua y riberas», p. 51 35

Además, en este segundo subtipo hay una complicación del artificio ya que se establece el poliptoton entre dos verbos antónimos complementarios: ‘quedar/quedarse’, en oposición a ‘partir/partirse’, reforzándose el ritmo binario con su múltiplo el cuatro. 36 Como se sabe en el pronombre personal quedan restos de la declinación latina. 37 Niña: ‘pupila’ y ‘término hipocorístico de cariño mío’. 38 Verbo ganar en participio de pasado en oposición a “perdido”, aunque se genere gramaticalmente una silepsis (‘dama = ganado’), y una sustantivación del participio de pasado con significado colectivo de ‘animal’: sustantivo de discurso.

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15) En el paralelismo se observan tres subtipos: 15a) Paralelismo teniendo en cuenta el parámetro antonimia: 15a1) Por procedimiento morfosintáctico en el paradigma: «aguardar ... ... desengaño / no aguardar ... ... engaño», p. 64. 15a2) Por procedimiento léxico en el paradigma-sintagma: «vida ... ... regalo / muerte ... ... veneno»39, p. 67. 15b) Paralelismo teniendo en cuenta el parámetro sinonimia en el sintagma: 15b1) Por procedimiento léxico: «fuego ... ... frío / abrase ... ... frescor / rojos ... ... verdes, pp. 50-51. 15c) Paralelismo múltiple asociado, teniendo en cuenta tres parámetros: 15c1) Sinécdoque + antonimia complementaria en el sintagma: procedimiento léxico: «hacienda ... alma ... conquista / oro … ... amor ... resista», p. 64. 15c2) Antonimia gradual en el sintagma-paradigma + sinonimia en el paradigma: procedimiento léxico-morfosintáctico: «de tibieza en hielo ... ... se deshace / de mi fuego ... ... se consume y arde»40, p. 51. 15c3) Anáfora total + anáfora parcial (verbo-sustantivo de la misma familia léxica): procedimiento léxico: «alegre ... ... llorando / alegre ... ... llanto», pp. 52-53. 16) En el epíteto nos encontramos con tres subtipos: 16a) Epíteto propio, con 63 casos: 16a1) Antepuesto: 41 casos: «olorosa verbena», p. 50; «duros jaspes», p. 52; «verde hierba», p. 65.

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La negrita corresponde al paradigma; la negrita cursiva, al sintagma. La oposición ‘hielo/fuego’ se marca en el paradigma; ‘tibieza’ paradigmáticamente se opondría a *calentura o a *frialdad, dada la gradatio. Por otra parte, ‘arde’ es un sinónimo sintagmático, por metáfora, de ‘se consume’, y este último es un sinónimo paradigmático de ‘se deshace’. Aunque también permite la lectura de un hysteron proteron: 1º arde > 2º se consume. 40

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16a2) Pospuesto: 22 casos: «a Júpiter olímpico», p. 50; «céfiro blando», p. 53. 16b) Epíteto accidental, con 75 casos: 16b1) Antepuesto: 32 casos: «hermosos ojos», p. 53; «dulce desdén», p. 55. 16b2) Pospuesto: 43 casos: «galán rico y mancebo», p. 64; «la primavera deleitosa», p. 65. 16c) Epíteto contextual41, con 12 casos: 16c1) Antepuesto: seis casos: «cándidos grumos de lavada cera», p. 52; «oír la dulce voz de una sirena», p. 55. 16c2) Pospuesto: seis casos: «del Tajo la corriente caudalosa», p. 50; «saliendo de la casa húmeda y fría del Escorpión», p. 54. 17) En el pleonasmo nos encontramos con cuatro subtipos: 17a) Verbo-adjetivo: dos casos: 17a1) S. V. (núcleo) – S. Adj. (sujeto): elementos de oraciones distintas, y que sirven de base para la hipérbole: «huyeron más que el aire fugitivo», p. 51. 17a2) S. V. (núcleo) – S. Adj. (ady. modal): elementos de la misma oración, que no incurren en hipérbole: «me has engañado con firmas falsas», p. 59. 17b) Verbo-sustantivo: cinco casos: 17b1) S. V. (núcleo)-S. N. (sujeto): elementos de la misma oración, que no incurren en hipérbole: «lloran mis ojos con igual porfía», p. 59. 17b2) S. V. (núcleo)-S. N. (O. directo): elementos de la misma oración, que no incurren en hipérbole: «lloraré mis daños», p. 54. 17b3) S. V. (núcleo)-S. prep. (ady. modal): elementos de la misma oración, 41 Para precisar el concepto de epíteto contextual, puede consultarse M.ª A. Penas (1997), (2002) y (2003).

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– que no incurren en hipérbole: «como durmiendo en regalado sueño», p. 67; – que sí incurren en hipérbole: «ni con más ojos mira el firmamento», p. 65. 17c) Verbo-adverbio: un caso: 17c1) S. V. (núcleo)-adverbio (ady. modal-locativo): elementos de la misma oración que no incurren en hipérbole: «mas como las reliquias dentro encierra», p. 59. 17d) Pleonasmo múltiple asociado: dos casos: 17d1) Verbo (S. V. núcleo)-subordinada adjetiva de relativo sustantivada con oficio de objeto directo: «deja que goce lo que más le agrada», p. 66. 17d2) Verbo (S. V. núcleo)-sustantivo (S. N. O. directo de otro S. V. núcleo ‘alzando’)-sustantivo (S. N. O. directo de ‘dijo’): elementos de oraciones distintas, que no incurren en hipérbole: «dijo, alzando la voz, palabras tales», p. 62. Se establece en nueve casos un ritmo binario y sólo en verbo-sustantivo-sustantivo, un ritmo ternario. 18) En la hendíadis nos encontramos con dos subtipos: 18a) En la mayoría de los casos la estructura sintáctica viene representada por una coordinación copulativa y al corregirse la hendíadis, se genera un sintagma nominal + un sintagma preposicional, con inversión léxica de los términos en los que se establece dicha hendíadis, con aparente hipérbaton sintáctico: «Este es el río humilde y la corriente», p. 50 → ‘la corriente del río’; «perdióse su corona y su riqueza», p. 52 → ‘la riqueza de su corona (por ‘reino’)’; «Es fuerza de mi estrella y su aspereza», p. 58 → ‘de la aspereza de mi estrella’; «Templa de Etna y volcán la ardiente fragua», p. 58 → ‘del volcán de Etna’ → ‘del volcán Etna’. (en aposición especificativa, tras la elisión del sintagma preposicional).

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18b) En sólo una ocasión se genera, al corregirse la hendíadis, un sintagma nominal, ya no un sintagma nominal + un sintagma preposicional como en los 4 casos anteriores, sin inversión léxica de los términos: «si en palabras me traes y en engaños», p. 59 → ‘si en palabras engañosas42 me traes’. 19) En la anáfora nos encontramos con dos subtipos: 19a) Anáfora, atendiendo al significante: tres casos: 19a1) Sintagma preposicional anaforizado: dos casos: – Con ritmo ternario: «Entre aquestas... / Entre aquestas. / Entre aquestas...», p. 54. – Con ritmo heptenario: «Con... / ... ... ... / Con...», p. 60. 19a2) Verbo anaforizado: un caso, ritmo binario: «Vense... Vense...», p. 59. 19b) Anáfora, atendiendo al significado: un caso: 19b1) Conjunción anaforizada (con el mismo significado causal): ritmo binario: «que pues os vuelvo a mis entrañas rotos», p. 67. 20) En la negación expresiva nos encontramos con dos subtipos: 20a) Negación de un sintagma preposicional: 20a1) no cuantificado: «y no con alma ingrata y mano escasa», p. 64. 20a2) cuantificado: «ni con más ojos mira el firmamento / cuando la noche calla más serena», p. 65. 20b) Negación de un sintagma verbal:

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Ya no ‘engaños’, por lo tanto, ha habido una transcategorización de sustantivo a adjetivo. Equivale a ‘palabras hechas de engaños’, donde se salva la perspectiva adjetiva de la construcción preposicional.

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20b1) Cuantificado: «no me ablandara más que bronce/o jaspe», p. 68. 21) En la amplificatio nos encontramos con un subtipo: 21a) Amplificación de una corrección: «Y si esto es poco, del mar Indio al Mauro», p. 64. En consecuencia, de los cuatro tipos de figuras estudiadas (figuras semánticas, morfológicas, sintácticas y textuales), los resultados que se derivan de la presente investigación son los siguientes, según el orden de importancia que presentan: 1) 2) 3) 4)

Figuras semánticas: 10 tipos analizados, 210 ejemplos registrados. Figuras sintácticas: cinco tipos analizados, 173 ejemplos registrados. Figuras morfológicas: tres tipos analizados, 12 ejemplos registrados. Figuras textuales: tres tipos analizados, 8 ejemplos registrados.

Por lo tanto, – Primera consecuencia: las figuras semánticas son preferentemente las empleadas por Lope de Vega en los Sonetos de la Parte I de sus Rimas, seguidas de las figuras sintácticas a cierta distancia; la proporción es todo43 (100%)/ 52,10%; todo (100%)/42,92%, aproximadamente, en la cuantificación: 210/403 frente a 173/403, respectivamente. Y ya a bastante distancia se hallan las otras dos figuras, las morfológicas y las textuales, bastante igualadas entre sí: la proporción es todo (100%)/2,97%; todo (100%)/1,98%, en la cuantificación: 12/403 frente a 8/ 403, respectivamente. – Segunda consecuencia: dentro de las figuras semánticas, son más abundantes las equivalencias semánticas (6 tipos-137 casos) que las licencias semánticas (4 tipos-73 casos). Con respecto a las equivalencias semánticas y atendiendo al eje paradigmático en la unidad palabra, la variante o tipo más registrado es el de la antonimia, exactamente la antonimia complementaria por procedimiento léxico; y atendiendo al eje sintagmático en la unidad oración, la variante más registrada es la de la antítesis. Por consiguiente, el binomio antonimia-antítesis, se revela como un pilar semántico fuerte en el sistema retórico y gramatical de Lope de Vega. Con respecto a las licencias semánticas, y atendiendo al eje paradigmático en

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Obtenido de la suma de los parciales: 210 + 173 + 12 + 8 = 403.

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la unidad palabra, el tipo más empleado es el de la metáfora, que tiene su prolongación en la alegoría en el eje sintagmático de la oración. Abundan las metáforas de segunda fase, frente a las de tercera fase, y se reparten la presencia o el uso a un 50% las metáforas B de A, con las metáforas expresadas lingüísticamente a través de una oración atributiva, A es B. Por el contrario, en la alegoría, abunda la metaforización en tercera fase. De nuevo encontramos en la metáfora otro pilar semántico fuerte que añadir al anterior, el antonímico–antitético, para configurar las claves retóricas y gramaticales en la lírica lopesca. – Tercera consecuencia: en las figuras sintácticas, abundan, en cambio, las licencias sintácticas y, dentro de ellas, el lugar preferente lo ocupa el epíteto. Lope de Vega emplea tres tipos de epítesis: propia, accidental y contextual. He podido comprobar que los más numerosos son precisamente los epítetos accidentales y dentro de ellos los postpuestos al sustantivo, con 43 casos; seguidos muy de cerca por los epítetos propios antepuestos, con 41 casos. Como curiosidad he de apuntar que si en los epítetos propios abunda la anteposición y en los epítetos accidentales abunda la posposición, en los epítetos contextuales aparece un empate en la posición antepuesta y pospuesta que ocupa este tipo de epíteto con respecto al sustantivo. En las equivalencias sintácticas el puesto preferente lo ocupa el paralelismo, y sus tres procedimientos están equilibrados en el número de ejemplos que presentan, teniendo en cuenta un triple parámetro: a) antonimia, b) sinonimia y c) antonimia-sinonimia o sinécdoque-antonimia. En los tres hay un predominio del procedimiento léxico. – Cuarta consecuencia: con respecto a las figuras minoritarias, es decir, las morfológicas y las textuales, por este orden, se observa: a) en las figuras morfológicas sólo aparecen equivalencias morfológicas, ya no licencias morfológicas. Y en ellas el recurso más abundante es el poliptoton ortodoxo de ritmo binario; b) en las figuras textuales o pragmáticas, aparecen tanto las equivalencias como las licencias textuales. En el grupo de las equivalencias textuales el único tipo registrado es la anáfora. Predomina la anáfora por el significante (sintagma preposicional) y el ritmo binario. Y en el apartado de las licencias textuales, abunda la negación expresiva a través de un sintagma preposicional que incluye un término cuantificado. Con ello, y según lo expuesto anteriormente, me adhiero a la cita de L. Wittgenstein (1986: 59), cuando dice: «Entender una oración significa entender una

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lengua. Entender una lengua significa dominar una técnica», ya que, efectivamente, para llegar a entender los textos poéticos de Lope de Vega, no sólo necesitamos entender unas cuantas oraciones de una lengua, la española en su contexto sociocultural de los siglos XVI y XVII, sino que nos resulta absolutamente imprescindible bucear en la técnica, tanto gramatical como retórica, que los constituye e ilumina.

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CAPÍTULO 21

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El presente capítulo va a tratar del análisis del discurso literario de Sor Marcela de San Félix, la hija ilegítima que Lope de Vega tuvo con su famosa amante Micaela de Luján. Dicho análisis estará centrado fundamentalmente en el estudio del comportamiento del fenómeno semasiológico de la polisemia, tanto lexicográfica como textual. Con ello se pretenderá mostrar la continuidad del modus operandi lopesco. Aunque la obra de Sor Marcela se fecha en el siglo XVII, se ha trabajado con el DRAE (222002), cuando las palabras presentaban semejanza en las acepciones entre este diccionario y el de Autoridades. Pero cuando un término del corpus manejado ha presentado una discrepancia entre ambos diccionarios académicos, se ha primado el Diccionario de Autoridades por ser el más próximo en el tiempo a Sor Marcela. En los casos de palabras específicas propias del siglo XVII; por ejemplo, guarda infante, duelos y quebrantos , se ha hecho uso del Tesoro de la lengua castellana o española de S. de Covarrubias y del Diccionario crítico etimológico español e hispánico de J. Corominas y J. A. Pascual. Con ello se ha intentado algo poco usual, como es la actualización del significado de un texto de otra época anterior a la nuestra. Sí es frecuente, en cambio, ver actualizaciones del significante. La actualización semántica que hemos realizado nunca ha traicionado el significado original del s. XVII, ya que siempre se ha partido de él, teniéndolo en cuenta, pero a la vez permitiendo la entrada de nuevas acepciones, en esa actualización, para obtener una mayor riqueza polisémica que nos pudiera permitir un aprovechamiento y rendimiento estilísticos. En esa entrada de nuevas acepciones ha habido sus limitaciones, puesto que se han evitado flagrantes anacronismos del tipo americanismos de última hora, o acepciones excesivamente novedosas que dificultan ser asumidas en una interpretación prudente del texto. Como se puede observar desde el título, al ser el objeto de la investigación el análisis del discurso literario, se hace necesario un estudio funcional de la polisemia en los textos de Sor Marcela, así como sus vinculaciones con otros fenómenos semánticos como la homonimia, la sinonimia y la antonimia, fenómenos para los que hemos precisado el manejo del Diccionario general de sinónimos y antónimos de J. M. Blecua. Para alcanzar este objetivo, se ha escogido un muestrario de 250 versos a partir de los Coloquios, y en particular el titulado «La muerte del Apetito» (Véase bibliografía). De los 250 versos se ha trabajado con un corpus de

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378 palabras. Es de notar que sólo se ha tenido en cuenta las palabras lexemáticas como sustantivo, adjetivo, verbo y adverbio. Estas palabras han sido organizadas por categorías dentro de una familia léxica. Dentro de esas categorías se han agrupado también las palabras por series gramaticales: 1a para los verbos; 1b para los sustantivos; 1c para los adjetivos; y 1d para los adverbios. En la polisemia, cuando se tiene idéntica entrada léxica con acepciones distintas actualizadas, se coloca el mismo número del ejemplo, pero añadiendo un dígito más: 5.1, 5.2, etc., cuando aparece una sola categoría; y 5a1, 5b2, etc., si aparecen varias categorías. Por otra parte, la homonimia sincrónica, como variante de la polisemia, se ha marcado con superíndice como en: afecto1 y afecto2. Junto con la polisemia y la homonimia, fenómenos semasiológicos, se analiza también el fenómeno onomasiológico de la sinonimia; sin olvidar las oposiciones de significado antonímicas, puesto que en las definiciones de las acepciones aparecen nociones sinonímicas y antonímicas con gran frecuencia. Estas han sido contrastadas con los diccionarios de sinónimos y antónimos existentes. En total se han manejado 7 fenómenos semánticos: la polisemia, la homonimia, la sinonimia, la antonimia, la hiperonimia-hiponimia, la tautología y el pleonasmo. Partiendo de estos fenómenos, se ha realizado el análisis de la obra de Sor Marcela, que ha conducido a unas conclusiones repartidas en tres calas: 1) la monosemia lexicográfica y textual, 2) la monosemia adquirida textualmente; o sea, la polisemia en el diccionario y monosemia en el texto, 3) la polisemia tanto en el diccionario como en el texto. 1) En el primer grupo, se ha observado una monosemia per se; es decir, una monosemia en diccionario y texto. Se han registrado 23 palabras monosémicas, tanto lexicográfica como textualmente1. En ellas se contempla un variado tipo de definiciones: 1a) Basadas en la sinonimia: 15 palabras2 . Por ejemplo, la definición de congoja (Coloq. I, v. 209): ‘angustia, aflición, pena, opressión de corazón’, según Autoridades, y ‘desmayo, fatiga, angustia y aflicción de ánimo’, según el DRAE, están basadas en sinónimos. En ambas se recogen 4 sinónimos, 2 comunes:

1 Afectos, aflicción, amplia, basquiña, congoja, continuación, continuamente, delicioso, desmayado, disculpas, gana, ignorante, importunando, Jesús, loores, macilenta, mohín, mozuelo, necesitado, perjudicial, sinrazones, sólo y tranquilamente. 2 Amplia, basquiña, congoja, continuamente, delicioso, desmayado, disculpas, gana, ignorante, importunando, loores, macilenta, mohín, mozuelo y sólo.

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‘angustia, aflicción’, de entre los 6 primeros que presenta el diccionario de sinónimos, desechándose los otros 15. 1b) Basadas en la tautología: 4 palabras3. Por ejemplo, aflicción (Coloq. I, v. 20) constituye una definición tautológica: ‘efecto de afligir o afligirse’, en el DRAE, ya que remite al verbo de su misma raíz léxica4 ; en cambio, en el de Autoridades, se mantiene todavía el patrón sinonímico: ‘desconsuelo, ahogo, pena, tormento u opressión’, compartiendo a su vez 2 sinónimos con congoja: ‘pena y opressión’. 1c) Basadas en la hiperonimia-hiponimia: 2 palabras5. Por ejemplo, afectos (Coloq. I, v. 248) definido en Autoridades como ‘passión del alma, en fuerza de la qual se excita un interior movimiento, con que nos inclinamos a amar, o a aborrecer, a tener compasión y misericordia, a la ira, a la venganza, a la tristeza y otras afecciones y efectos proprios del hombre’ y en el DRAE como ‘cada una de las pasiones del ánimo, como la ira, el amor, el odio, etc. Y especialmente el amor o el cariño’, se basa en los hiperónimos (interior movimiento, afecciones y efectos, pasiones), y los hipónimos, distribuidos en un doble orden: sinonímico (afecto/amor) y antonímico (afecto/ira, odio). 1d) Basadas en la antonimia tautológica, vía perífrasis: 1 palabra. Así necesitado (Coloq. I, v. 135), cuya definición en Autoridades es ‘part. pass. del verbo Necessitar en sus acepciones’6, y en el DRAE es ‘que carece de lo necesario para vivir’, constituye una tautología en cuanto a ‘necesidad de alguna cosa’, ‘necesario para vivir’; una perífrasis en el conjunto total de la definición en ambos diccionarios; y sólo en el DRAE una antonimia explícita en cuanto a “carece de lo necesario”, que resulta ser implícita en Autoridades. En efecto, si se ha menester, si se tiene precisión o necessidad de alguna cosa, esto necesariamente presupone que no se tiene, que se carece de ella. Por lo tanto, el DRAE lo único que hace es manifestar de forma expresa lo que ya está implicado, porque lo contiene el de Autoridades. 1e) Basadas en la designación: 1 palabra. Así Jesús (Coloq. I, v, 21), definido en Autoridades7 como ‘nombre venerable y Dulcíssimo que se da a la segunda Persona de la Santíssima Trinidad hecha hombre para redimir el género huma-

3 4

Aflicción, continuación, perjudicial y tranquilamente. Es de notar que en todos los casos de tautología se ha procedido por derivación morfoló-

gica. 5

Afectos y sinrazones. Necessitar: ‘vale también haber menester, o tener precisión o necessidad de alguna cosa. En este sentido es verbo neutro’. 7 Resulta muy curioso constatar cómo en este diccionario aparece registrada la entrada Jesusear: ‘repetir muchas veces el nombre de Jesús, o como interjección, o como consuelo’. 6

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no. Es nombre Hebreo que significa Salvador’; y en DRAE como ‘Para los cristianos, segunda persona de la Santísima Trinidad hecha hombre para redimir al género humano’. Ambas se basan en la extensión o clase designativa; es decir, a quién se puede aplicar el nombre de Jesús, a través de los hiperónimos, según el caso: ‘nombre, Persona’, en Autoridades; sólo ‘persona’, en el DRAE. Es verdad que al constituir un nombre propio, un antropónimo, es difícil hallar una definición basada en la significación, aunque no es imposible, pues sabemos que muchos nombres de persona sí significan; por ejemplo, Eugenio, ‘el bien engendrado, el bien nacido’. Se ha observado que en el apartado 1 se procede mayoritariamente por vía sinonímica, con 15/23 casos; y en el polo opuesto nos encontramos con un solo caso para la antonimia y la designación. En el caso de la antonimia, nos hemos encontrado con hibridismos de antonimia y sinonimia, como en continuamente, donde hallamos una definición sinonímica por vía de la antonimia: ‘sin intermisión’; de antonimia y tautología en necesitado, puesto que para definir esta palabra, el DRAE utiliza la antonimia al mismo tiempo que la tautología: ‘pobre, que carece de lo necesario’. Asimismo, hemos observado que la sinonimia presenta una rica variedad de subtipos, cinco en concreto: 1a1) Sinonimia: 4 casos, en congoja, gana, importunando, macilenta. 1a2) Sinonimia tautológica: 5 casos, en delicioso, loores, mohín, mozuelo, sólo. 1a3) Sinonimia perifrástica: 3 casos, en basquiña, disculpa, ignorante. 1a4) Sinonimia antonímica: 2 casos, en continuamente, desmayado. 1a5) Sinonimia metafórica: 1 caso, en amplia. También en este grupo 1 hemos encontrado palabras con una tendencia a la polisemia. Son las siguientes: delicioso, disculpa, mohín y mozuelo. Estas palabras monosémicas en el diccionario, abren una vía para la polisemia en el texto. Por ejemplo, mohín8 tiene como definición en el DRAE, ya que Autoridades no lo registra como tal, ‘mueca, gesto’. En cambio, en las definiciones de estas dos palabras no aparece ‘mohín’. A su vez, mueca es monosémica, mientras que gesto tiene siete acepciones. En la tercera acepción de gesto no aparece ‘mueca’, sino la definición de mueca, que es la ‘contorsión burlesca del rostro’. Por lo tanto, estamos ante un proceso de retroalimentación tautológica parcial.

8 Curiosamente la palabra mohino, na, de la que deriva mohín, aunque es un adjetivo, en la novena acepción se presenta como el sustantivo ‘mohín de disgusto’.

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2) Con relación al grupo 2; es decir, a la monosemia adquirida textualmente o monosemia que procede de la polisemia en el diccionario, hemos registrado un total de 140 palabras9. De ellas encontramos un amplio espectro. Así, desde palabras que han perdido textualmente una acepción de las dos que presentaban en el diccionario, como albondiguillas, hasta palabras que han perdido textualmente 37 acepciones de 38 que registraban en el diccionario, como pudimos ver en véteme. Al igual que las palabras monosémicas, tanto en el diccionario como en el texto, sus definiciones presentan una variada tipología: 2a) Basadas en la sinonimia: 94 palabras10. Por ejemplo, la definición de contenta, (Coloq. I, v. 68) según Autoridades: ‘satisfecho, gustoso, y en cierta manera alegre y regocijado’; y según el DRAE: ‘alegre, satisfecho’, está basada en los sinónimos: ‘contento-alegre-satisfecho-regocijado’. Como pudimos comprobar, de los 15 sinónimos que aparecen en el diccionario de sinónimos y antónimos, el diccionario de Autoridades escoge 4, mientras que el DRAE simplifica a favor de los dos más representativos: ‘satisfecho’, en detrimento de ‘gustoso’11; y ‘alegre’ en detrimento de ‘regocijado’12. 9 Acción, acostar, admira, ahora, ajustada, albondiguillas, algarrobilla, alma, amable, amar, ameno, amiga, andar, antojos, atormentar, atrevo, barato, beber, bien, bosque, calor, cama, cansada, caricia, cobarde, coche, conformar, conformes, contenta, contentas, corten, cosa, crear, cuándo, culpa, cultivar, (ha ) dado, daños, (el) decir, desayunando, descalzo, deseo, desnuda, desnudar, despedilla, despensa, dificultad, Dios, diré, divino, dominio, dormir, Dueño, empezando, enferma, enojos, enorme, estás, estiman, estoy, exento, fin, (en ) fin, formador, frío, fruta, Gloria, gozaba, guarda infante, gula, gusto, habitación, hará, honrada, importara, infelicísima, jardín, lejos, levantada, licencia, límite, mal, mando, más, media noche, menos, mira, mirado, mire, mesa, morirás, mortifica, mucho, no, noche, obedientes, ora, original, otras, palma, pasear, pendencias, pienso, poco, porfiada, precepto, presto, presumen, puso, quedo, quietud, quimeras, rebelión, recta, rígida, salvación, satisfecho, sé, serás, servida, sirve, soy, suspensa, también, tan, tanta, (se) tarde, ten, tener, tiene, todo, tortilla, tratar (de), tratas, vaya, vean, venido, véteme, vida, vivo. 10 Acción, admira, ajustada, alma, amable, ameno, antojos, atormentar, atrevo, barato, beber, bien, cansada, caricia, cobarde, conformar, conformes, contenta, corten, cosa, crear, culpa, cultivar, (ha) dado, deseo, desnuda, desnudar, despedilla, dificultad, diré, dominio, dormir, empezando, enojos, enorme, estiman, estoy, exento, fin, (en) fin, formador, gozaba, guarda infante, gusto, hará, importara, infelicísima, lejos, levantada, licencia, límite, mal, mando, media noche, menos, mira, mirado, mire, mesa , morirás, mortifica, mucho, otras, palma, pasear, pendencias, pienso, poco, porfiada, precepto, presto, presumen, puso, quedo, quietud, quimeras, recta, rígida, salvación, satisfecho, sé, servida, sirve, suspensa, (se) tarde, ten, tiene, todo, tortilla, tratar (de), tratas, vean, venido, vivo. 11 Palabra que abarca la esfera no sólo de percepción intelectual, sino también de percepción sensible. 12 Palabra desechada por el DRAE ya que tiene connotaciones arcaizantes de voz en retroceso de uso, salvo como variante diatópica, o incluso diafásica.

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2b) Basadas en la hiperonimia-hiponimia, vía perífrasis: 17 palabras13. Así, la definición de jardín (Coloq. I, v. 219), según Autoridades como ‘parage donde hai abundancia de sugetos hermosos, especialmente mugeres, u de otras cosas de especial bondad, o agradables y deleitosas a los sentidos’; y según el DRAE, como ‘terreno donde se cultivan plantas con fines ornamentales’, constituye su definición hiperonímica14; pero el conjunto de la definición supone una perífrasis descriptiva. 2c) Basadas en la tautología: 16 palabras15. Por ejemplo, la definición de albondiguillas (Coloq. I, v. 115) en todos los diccionarios como ‘albóndiga pequeña’, es tautológica, puesto que remite a una palabra de la misma raíz, palabra primitiva de la que deriva. 2d) Basadas en la información gramatical: 10 palabras16. Por ejemplo, la definición de no (Coloq. I, v, 123), en Autoridades como ‘se usa también preguntando, y significa el deseo de que se apruebe, se confirme o se conceda lo que se propone o se trata, como haciendo cargo al otro de la verdad de lo que se dice, y dando a entender que no lo puede o no lo debe negar’; y en el DRAE, como ‘en sentido interrogativo, para reclamar o pedir contestación afirmativa’, nos informa sobre el uso gramatical y pragmático de esta palabra en una pregunta retórica; no da una definición propiamente dicha. 2e) Basadas en la metonimia pleonástica: 3 palabras17. Como podemos ver en el ejemplo de el decir18 (Coloq. I, v. 131), según el DRAE: ‘dicho (palabra o conjunto de palabras)’, constituye, en cuanto que “dicho”, su definición metonímica (causa/efecto), y en cuanto que “palabra o conjunto de palabras”, su definición pleonástica. Constituye, en realidad, una solidaridad léxica del tipo implicación, ya que todo el lexema determinante ‘palabras’ funciona como rasgo distintivo complementario en el lexema determinado ‘decir’. Como en el primer grupo, las definiciones mayoritariamente se basan en la sinonimia, con 94/140 casos; Por otra parte, en el polo opuesto nos encontramos con tres casos para la metonimia pleonástica.

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Bosque, calor, cama, coche, cosa, despensa, Dios, Dueño, frío, fruta, Gloria, habitación, jardín, noche, ora, tanta, vida. 14 La 1ª acepción que da el diccionario de Autoridades: ‘huerto’, constituye también un hiperónimo de ‘jardín’. 15 Ahora, albondiguillas, algarrobilla, amar, amiga, contentas, daños, desayunando, descalzo, divino, enferma, honrada, obedientes, original, rebelión, tiene. 16 Andar, cuándo, estás, no, serás, soy, también, tan, tener, vaya. 17 El decir, frío, más. 18 En Autoridades no aparece el uso sustantivo del verbo en singular. La única referencia al valor nominal del verbo es la siguiente: ‘Usado en plural. Significa murmuraciones u detracciones. Tiene raro uso’.

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Asimismo, hemos observado dentro de la sinonimia una amplia variedad de subtipos, seis en concreto: 2a1) Sinonimia: 48 casos, en alma, amable, ameno, antojos, beber, bien, caricia, conformar, conformes, contenta, cosa, (ha) dado, dificultad, enojos, enorme, exento, fin, (en) fin, gusto, importara, levantada, límite, mando, menos, mira, mire, mortifica, mucho, otras, palma, pendencias, pienso, poco, porfiada, precepto, presto, quedo, quietud, recta, rígida, satisfecho, sé, servida, sirve, suspensa, ten, venido, vivo. 2a2) Sinonimia perifrástica: 28 casos, en admira, atormentar, barato, cansada, crear, culpa, cultivar, deseo, desnudar, despedilla, dominio, dormir, empezando, gozaba, guarda infante, lejos, licencia, mal, media noche, pasear, presumen, quimeras, salvación, (se) tarde, tiene, todo, tratar (de), tratas. 2a3) Sinonimia tautológica: 7 casos, en acción, ajustada, corten, estiman, estoy, formador, puso. 2a4) Sinonimia pleonástica: 4 casos, en atrevo, diré, hará, vean. 2a5) Sinonimia antonímica: 4 casos, en cobarde, desnuda, infelicísima, morirás. 2a6) Sinonimia metonímica: 3 casos, en mesa, mirado, tortilla. Si comparamos los dos grupos observamos que el grupo 1, de monosemia lexicográfica y textual, procede de la siguiente manera en la definición de las acepciones: 1º por sinonimia → 2º por tautología → 3º por hiperonimia-hiponimia → 4º por antonimia tautológica → 5º por designación. En cambio, el grupo 2, el de polisemia lexicográfica, pero monosemia textual, procede: 1º por sinonimia → 2º por hiperonimia-hiponimia → 3º por tautología → 4º por información gramatical → 5º por metonimia pleonástica. Por lo tanto, en el grupo 2 hemos encontrado casos de definiciones basadas en la información gramatical y en la metonimia pleonástica, que no aparecían en el grupo primero. Por el contrario, en el grupo 1 hallamos casos de definiciones basadas en la antonimia tautológica y en la designación no hallados en el grupo segundo. La definición por sinonimia, en ambos grupos, es la más utilizada. En cuanto a los subtipos comunes de sinonimia, los dos grupos presentan: sinonimia, sinonimia perifrástica, tautológica y antonímica. En relación a los subtipos no comunes, el grupo 1 registra sinonimia metafórica; en cambio, el grupo segundo registra sinonimia pleonástica y metonímica. También hemos podido comprobar que en este segundo grupo, salvo algunas pocas excepciones, se da una constante a la hora de actualizar acepciones el texto

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de Sor Marcela. Así, cuando la polisemia lexicográfica es muy amplia, las acepciones actualizadas se encuentran entre las 6 primeras y, dentro de ellas, los casos más abundantes son los de la 1ª acepción, con 84 casos, seguida de lejos de los de la 2ª acepción, con 28 casos. Por lo tanto, Sor Marcela utiliza palabras comunes de la lengua española, muy usadas coloquialmente, que les aporta un caudal polisémico alto; así como una actualización de las primeras acepciones, que normalmente coinciden con las ortosémicas, generales, concretas. En este segundo apartado, también se utilizan las definiciones no ortosémicas. Abundan las metonímicas y escasean las metafóricas. 3) Por último, en el tercer grupo; es decir, en las palabras polisémicas lexicográficas y textuales, es donde se potencia más claramente la polisemia. Se han registrado 215 palabras19 polísemas, tanto en el diccionario como en el texto. Son palabras que conservan desde 2 acepciones textuales (147 palabras20), hasta 5 acepciones en el texto (3 palabras21).

19 Abone, abre, absoluto, abuela, acción, adoren, (se) aflige, (me) afliges, agradara, ahoga, alabanzas, alegre, amantes, animal, años, apetito, aprietas, asisto, ayunando, bien, buscaré, busco, califique, caminas, cansas, caridad, casa, cenar, cierto, clausura, colación, comer, comiera, cómo, complacer, condenar, condición, conformes, conoces, conserva, consorte, (me) consumen, convence, convento, corazones, corta, corten, cosas, costumbres, creo, cuenta, cuido, deja, déjame, dejar (me), desahogar, deseada, desensiones, deseos, desnuda, destierro, dichas, donaire, escandalices, escúcha (me), espera, estoy, estrechura, excepciones, faltan, fatiga, fatigas, felicidad, feliz, (en) fin, fuera, gala, gloria, goce, gozar(le), gracia, graciosa, gradúe, gran, guarda, guarde, gustar, gustares, gusto, hace, hacer, hallares, harás, haré, historia, hombre, (se) interpone, juguemos, justa, justicia, justo, lado, loco, locos, logren, llevarás, madre, mala, manos, más, matas, menos, merendar, misma, morir(se), Mortificación, (me) muero, muerte, muestran, mujer, nada, necia, niñería, noble, notable, obligaciones, obrar, ocasiones, ofrece, oír, ojos, paciencia, pacíficos, padecer, palabra, paraíso, pasaba, pasares, pasear, pasiones, paz, pena, pequeña, perdición, perfección, perfecta, pernil, pesares, pido, (no) podrás, pone, porfíes, precipicios, pretensión, prosperidades, quesadillas, quiera, quieres, quiero, regalada, regalo, reglas, rendían, reñir (me), repares, reprehensiones, resistencia, retirada, rico, (no) ríes, sáca (me), (se) sacia, saliera, salud, santa, seguridad, Serpiente, servir, sirvo, sosiégate, sufrir, Supremo, tal, tanta, temeraria, temo, ten, tendrás, tener, tenga, tiene, tienes, tocino, tolerar (me), tomen, trabajos, trate, triunfarás, uso, vanidad, vanos, vas, vecina, (se) vence, ver, verano, vicio, victoria, vida, villano, virtud, vivir, vivo, vuelva, ya. 20 Marcamos en negrita la acepción que mejor se ajusta de entre todas las textualmente actualizadas: – 2/2: agradara (1ª, 2ª), cenar (1ª, 2ª), convence (1ª, 2ª), desensiones (1ª, 2ª), Mortificación (1ª, 2ª), prosperidades (1ª, 2ª), (se) sacia (1ª, 2ª), Serpiente (1ª, 2ª), victoria (1ª, 2ª). – 2/3: alabanzas (1ª, 2ª), complacer (1ª, 2ª), consorte (1ª, 2ª), deseada (1ª, 2ª), dichas (1ª, 2ª), donaire (1ª, 3ª), donaire (1ª, 3ª), excepciones (1ª, 2ª), (se) interpone (1ª, 2ª),

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Las definiciones de estas palabras ofrecen tipológicamente el mayor elenco de variedades:







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misma (1ª, 3ª), niñería (2ª, 3ª), perfecta (1ª, 2ª), pernil (1ª, 2ª), pesares (1ª, 2ª), precipicios (2ª, 3ª), quesadillas (1ª, 2ª), reprehensiones (1ª, 2ª), seguridad (1ª, 2ª), temeraria (1ª, 3ª). 2/4: (se) aflige (3ª, 4ª), (me) afliges (2ª, 3ª), amantes (1ª, 3ª), cansas (1ª, 3ª), conserva (1ª, 2ª), convento (1ª, 2ª), estrechura (3ª, 4ª), feliz (2ª, 3ª), gran (1ª, 3ª), notable (1ª, 2ª), ocasiones (1ª, 3ª), paraíso (1ª, 4ª), perfección (1ª, 2ª), pretensión (1ª, 3ª), regalada (2º, 3ª), temo (2ª, 3ª), tolerarme (1ª, 3ª), villano (2ª, 3ª). 2/5: animal (1ª, 2ª), cuido (1ª, 2ª), gozar(le) (1ª, 2ª), gustares (3ª, 5ª), muestran (2ª, 3ª), mujer (1ª, 2ª), nada (3ª, 5ª), oír (1ª, 3ª), (no) podrás (1ª, 2ª), Supremo (1ª, 2ª), triunfarás (1ª, 2ª), vanidad (1ª, 2ª), vecina (1ª, 4ª). 2/6: buscaré (1ª, 2ª), clausura (3ª, 4ª), conformes (1ª, 2ª), espera (3ª, 4ª), graciosa (2ª, 4ª), más (1ª, 4ª), merendar (1ª, 2ª), muerte (1ª, 2ª), obrar (1ª, 2ª), pequeña (2ª, 5ª), regalo (1ª, 2ª), verano (1ª, 3ª). 2/7: abuela (2ª, 7ª), califique (1ª, 5ª), cierto (1ª, 5ª), (me) consumen (1ª, 5ª), corta (4ª, 7ª), cosas (1ª, 2ª), desahogar (1ª, 2ª), noble (2ª, 5ª), paciencia (1ª, 3ª), salud (2ª, 4ª). 2/8: años (3ª, 7ª), corazones (3ª, 4ª), desnuda (1ª, 3ª), gradúe (1ª, 2ª), ya (1ª, 2ª). 2/9: gala (1ª, 3ª), hallares (4ª, 9ª), pasiones (1ª, 5ª), pena (2ª, 3ª), resistencia (1ª, 2ª), rico (1ª, 2ª). 2/10: absoluto (1ª, 3ª), asisto (2ª, 4ª), condenar (2ª, 8ª), conoces (2ª, 3ª), historia (6ª, 9ª), loco (1ª, 2ª), locos (1ª, 2ª), obligaciones (2ª, 3ª), quiera (3ª, 4ª), quieres (1ª, 5ª), quiero (1ª, 2ª), tal (2ª, 3ª). 2/11: ahoga (6ª, 11ª), comer (1ª, 2ª), comiera (1ª, 2ª), condición (2ª, 10ª), faltan (2ª, 11ª), morir (se) (3ª, 7ª), pido (4ª, 5ª). 2/12: alegre (1ª, 2ª), cuenta (9ª, 10ª), justicia (3ª, 7ª), vivir (4ª, 8ª), vivo (4ª, 11ª). 2/13: abone (1ª, 2ª), acción (1ª, 2ª), cómo (12ª, 13ª), guarde (1ª, 2ª), mala (1ª, 10ª), ofrece (1ª, 2ª), rendían (2ª, 8ª). 2/14: lado (4ª, 13ª), madre (1ª, 2ª), madre (3ª, 13ª). 2/16: bien (9ª, 11ª), santa (1ª, 3ª), trate (3ª, 5ª). 2/19: matas (1ª, 13ª), sirvo (1ª, 13ª). 2/20: vida (6ª, 7ª). 2/23: llevarás (8ª, 11ª). 2/24: ojos (1ª, 2ª), tendrás (2ª, 13ª), tener (2ª, 12ª), tenga (12ª, 13ª), tienes (2ª, 4ª). 2/28: estoy (1ª, 6ª). 2/31: sáca (me) (1ª, 6ª). 2/34: abre (1ª, 6ª). 2/38: fuera (1ª, 5ª), vas (9ª, 10ª). 2/39: tomen (6ª, 22ª). 2/41: saliera (1ª, 2ª). 2/44: pone (1ª, 2ª). 2/64: pasaba (33ª, 42ª). – 5/8: vanos (1ª, 4ª, 5ª, 6ª, 7ª). 5/15: (se) vence (4ª, 5ª, 8ª, 14ª, 15ª). 5/22: ver (2ª, 3ª, 7ª, 10ª, 20ª).

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3a) Basadas en la sinonimia: 151 palabras22. Por ejemplo, la definición de pena (Coloq. I, v. 20), en Autoridades como ‘Vale también cuidado, sentimiento, congoja y dessazón grande’, y en el DRAE como ‘cuidado, aflicción, o sentimiento interior grande’, constituye su definición sinonímica, en cuanto “cuidado, congoja, aflicción, dessazón”, e hiperonímica, vía perífrasis, en cuanto “sentimiento interior grande”. De los 29 sinónimos que aparecen en el Diccionario de sinónimos, Autoridades ha escogido ‘congoja’, que, a su vez, es sinónimo de ‘aflicción’, presente en el DRAE. 3b) Basadas en la tautología: 20 palabras23. Por ejemplo, la definición de ayunando (Coloq. I, v. 121), en Autoridades como ‘Se dice también dexar de comer en ciertas horas, y los días determinados por la Iglesia, como Quaresma, Témporas y Vigilias; y también en los que se toman por devoción’, y en el DRAE como ‘guardar el ayuno eclesiástico’, constituye su definición tautológica, con especialización religiosa en este último, pero en Autoridades la definición es antonímica, negando el antónimo. 3c) Basadas en la hiperonimia-hiponimia: 19 palabras24. Por ejemplo, la definición del término metonímico gala (Coloq. I, v. 185), en Autoridades como ‘Vestido alegre, sobresaliente, rico, y costoso, para las funciones de fiesta, regocijo, lucimiento, y fuera del modo ordinario de vestir de cada uno’, y en el DRAE como ‘vestido sobresaliente y lucido’, constituye su definición hiperonímica en cuanto a ‘vestido’, y su definición hiponímica, vía perífrasis antonomásica, en cuanto ‘vestido sobresaliente y lucido’. Observamos una vez más cómo el DRAE asume al Diccionario de Autoridades, simplificando toda la información recogi-

22 Abre, absoluto, adoren, (se) aflige, (me) afliges, agradara, ahoga, apetito, aprietas, asisto, buscaré, busco, califique, cansas, cierto, clausura, comer, comiera, cómo, complacer, condenar, condición, conformes, conoces, (me) consumen, convence, convento, corta, cosas, creo, cuenta, cuido, deja, déjame, dejar (me), desahogar, deseada, desensiones, desnuda, dichas, donaire, escandalices, espera, estoy, estrechura, excepciones, fatiga, fatigas, fuera, gloria, goce, gozar(le), graciosa, gradúe, gran, guarda, guarde, gustares, gusto, hacer, hallares, harás, historia, (se) interpone, justa, lado, loco, logren, llevarás, mala, manos, matas, menos, merendar, misma, morir(se), muerte, muestran, nada, necia, noble, notable, obligaciones, obrar, ofrece, ojos, paciencia, pacíficos, padecer, paraíso, pena, pequeña, perfecta, pesares, pido, (no) podrás, pone, porfíes, precipicios, pretensión, quiera, quieres, quiero, regalada, regalo, rendían, reñir (me), repares, resistencia, retirada, rico, (no) ríes, saca, (se) sacia, saliera, santa, seguridad, Serpiente, sirvo, sosiégate, sufrir, Supremo, tal, tanta, temeraria, temo, tendrás, tener, tenga, tienes, tolerarme, tomen, trabajos, trate, triunfarás, uso, vanidad, vanos, vas, vecina, (se) vence, ver, verano, vicio, victoria, villano, virtud, vivir, vivo, vuelva, ya. 23 Abone, acción, alabanzas, alegre, amantes, animal, ayunando, cenar, conserva, corten, deseos, destierro, feliz, hace, juguemos, Mortificación, perfección, perfección, servir, vida. 24 Años, caridad, casa, colación, costumbres, felicidad, gala, hombre, justicia, madre, mujer, niñería, palabra, pasear, pasiones, paz, prosperidades, quesadillas, salud.

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da en este, ya que sólo recoge el adjetivo ‘sobresaliente’, que se erige en archilexema de los otros tres: ‘alegre, rico, y costoso’. Con respecto a los sustantivos que aparecen en Autoridades: ‘fiesta, regocijo, lucimiento’, sucede lo mismo. Sólo se tiene en cuenta informativamente, a modo de archilexema de todos los demás, el sustantivo ‘lucimiento’, bajo la forma adjetiva ‘lucido’. En esa simplificación, el DRAE ha convertido una nota sustantiva en adjetiva, de manera que lo que en Autoridades se formulaba como contexto designativo: ‘... para las funciones de fiesta, regocijo, lucimiento...’, en el DRAE se formula como sustancia semántica, sema, del lexema ‘gala’: ‘lucido’. 3d) Basadas en la metonimia: 15 palabras25.Así, la definición de corazones (Coloq. I, 246), en Autoridades como ‘Vale también Voluntad, benevolencia o amor’, y en el DRAE como ‘buena voluntad’, representa el continente por el contenido, o símbolo por lo simbolizado, y constituye su definición metonímica. 3e) Basadas en la sinécdoque: 6 palabras26. Por ejemplo, la definición de consorte (Coloq. I, 230), en Autoridades como ‘Se toma especialmente por el marido y por la muger’, y en el DRAE como ‘marido respecto de la mujer, y mujer respecto del marido’, constituye su definición sinecdóquica, la parte por el todo, a través de antónimos recíprocos. 3f) Basadas en la designación, vía antonomasia: 3 palabras27. Por ejemplo, la definición de la palabra abuela (Coloq. I, v. 176), en Autoridades como ‘Se llama assí muchas veces al hombre anciano, quando no se le sabe el nombre, o por atención a su edad, o por veneración de sus canas’, y en el DRAE como ‘persona anciana’, constituye su definición designativa, vía antonomasia hiperonímicohiponímica. 3g) Basadas en el pleonasmo: 1 palabra. Así, la definición de haré (Coloq. I, v. 110), en Autoridades como ‘Junto con algunos nombres significa actual exercicio de los verbos que se forman de los tales nombres a que corresponden: como Hacer estimación vale estimar, hacer gastos, gastar, hacer burla, burlarse, & c... Otras veces vale usar o valerse de lo que los nombres significan: como Hacer señas, gestos, figuras, & c.’, y en el DRAE como ‘usar o emplear lo que los nombres significan’, constituye su definición pleonástica, además de desemantizada, gramatical. Como en los dos grupos anteriores, 1 y 2, las definiciones mayoritariamente se basan en la sinonimia, con 151/215 casos; y en el polo opuesto nos encontramos con 1 caso para el pleonasmo.

25 Bien, bien, caminas, corazones, faltan, (en) fin, gracia, gustar, justo, más, ocasiones, oír, pasaba, perdición, reprehensiones. 26 Consorte, (me) muero, pernil, ten, tiene, tocino. 27 Abuela, locos, madre.

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Igualmente, hemos observado dentro de la sinonimia una variedad de subtipos, aunque menor que en los casos anteriores, tres en concreto: 3a1) Sinonimia: 87 casos, en abre, absoluto, (se) aflige, (me) afliges, aprietas, asisto, busco, califique, cansas, cierto, clausura, comiera, cómo, complacer, condición, conformes, conoces, (me) consumen, corta, cuenta, cuido, déjame, dejar (me), desahogar, deseada, desensiones, dichas, donaire, estoy, estrechura, fatigas, gloria, graciosa, guarda, guarde, gustares, gusto, loco, llevarás, manos, matas, misma, morir(se), muerte, nada, necia, noble, obrar, ofrece, ojos, padecer, pequeña, pesares, pone, porfíes, precipicios, pretensión, quieres, quiero, regalada, rendían, resistencia, rico, (no) ríes, (se) sacia, sirvo, sufrir, Supremo, tal, tener, tolerarme, tomen, trabajos, trate, triunfarás, uso, vanidad, vanos, vas, vecina, (se) vence, verano, vicio, villano, virtud, vivo, ya. 3a2) Sinonimia perifrástica: 48 casos, en adoren, apetito, buscaré, comer, condenar, convence, convento, cosas, creo, desnuda, escandalices, espera, fatiga, felicidad, fuera, goce, gozarle, gran, hacer, hallares, historia, (se) interpone, justa, lado, logren, mala, menos, muestran, notable, obligaciones, paciencia, pacíficos, paraíso, perfecta, pido, regalo, reñir (me), repares, retirada, saca, santa, Serpiente, sosiégate, tanta, temeraria, tendrás, vivir, vuelva. 3a3) Sinonimia tautológica:16 casos, en ahoga, agradara, excepciones, gradúe, harás, merendar, mujer, pena, perdición, (no) podrás, saliera, seguridad, temo, tienes, ver, victoria. Si comparamos este grupo 3, el de polisemia lexicográfica y textual, con los dos anteriores, comprobamos que el 3 y el 1 proceden de la misma manera en la definición de las acepciones: 1º por sinonimia → 2º por tautología → 3º por hiperonimia-hiponimia.Y estos, aunque en otro orden, son también comunes al grupo 2, como ya indicamos. Con respecto a las otras definiciones, si la metonímica la comparte con el grupo 2, el de polisemia lexicográfica pero monosemia textual; la designación la comparte con el grupo 1, el de monosemia lexicográfica y textual. Por otra parte, se revelan como definiciones propias de este grupo 3º, la sinécdoque y el pleonasmo. La definición por sinonimia en los tres grupos es la más utilizada. En cuanto a los subtipos de sinonimia, los tres que registra el grupo 3: sinonimia, sinonimia perifrástica y sinonimia tautológica, son comunes a los otros dos grupos anteriores. De aquí se deduce que las definiciones por sinonimia metafórica son características del grupo 1; en cambio, las definiciones por sinonimia metonímica y pleonástica lo son del grupo 2. Por su parte, la definición por sinonimia antonímica sólo es común a los grupos 1 y 2.

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Resulta característico de este grupo 3, el de polisemia lexicográfica y textual, la actualización de varias acepciones. Ya dijimos que su espectro oscilaba entre 2 y 5 acepciones. De ellas las que mejor se ajustan al texto aparecen con la siguiente frecuencia: acepción 2ª: 66 casos; acepción 1ª: 51 casos; acepción 3ª: 26 casos; acepción 4ª: 23 casos; acepción 5ª: 15 casos; acepción 6ª: 8 casos; acepción 13ª: 6 casos; acepción 9ª: 5 casos; aceps. 8ª, 11ª, 15ª, 20ª, 21ª: 3 casos; aceps. 11ª, 12ª, 14ª, 17ª, 19ª, 22ª y 42ª: 1 caso. Curiosamente, en este 3 grupo, es la acepción 2ª la más cuantificada, seguida de la acepción 1ª, estableciéndose una diferencia con el grupo 2, donde ocurría justo lo contrario, según antes comentamos. Como en el grupo precedente, las acepciones actualizadas presentan 2 modalidades: las ortosémicas y las no ortosémicas. Las que aparecen con mayor frecuencia en el grupo 3 son las no ortosémicas metonímicas, con dos variantes a su vez: generales y especializadas. Dentro de las variantes, la más numerosa es la general, concreta, seguida de la especializada. Las variantes no ortosémicas metafóricas son las menos utilizadas, todas ellas generales, concretas. Por el contrario, en el grupo 2 predominan las variantes ortosémicas, seguidas de las no ortosémicas metonímicas y metafóricas. Por lo tanto, la monosemia textual procede ortosémicamente, frente a la polisemia textual que lo hace no ortosémicamente, a través de esquemas metonímicos. De la investigación se deduce que Sor Marcela utiliza más las palabras con definiciones no ortosémicas, metonímicas, que no ortosémicas metafóricas. De ahí, también, que primen las no ortosémicas sobre las ortosémicas en las palabras polísemas. Igualmente, predomina lo general, concreto, sobre lo especializado, abstracto, y, curiosamente, dentro de lo especializado, no prevalece lo religioso, como hubiera sido de esperar. Es de notar que en este 3 grupo hay de 2 a 5 acepciones actualizadas, pero sólo una se adapta al texto. La que mejor se adapta textualmente es la que coincide con el sentido discursivo del contexto. Así, en el ejemplo nº 177 del corpus28 manejado: “si al Apetito no matas”, la acepción de matar que mejor se adapta al texto de Sor Marcela es la acepción 2ª del Diccionario de Autoridades: ‘Significa también apagar: como Matar la luz, el fuego, & c. Lat. Extinguere’; así como la acepción 13ª del DRAE: ‘extinguir, aniquilar’, con respecto a la acepción 1ª en

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El corpus pertenece al Trabajo de Investigación: «Análisis del discurso literario: fenómenos semánticos de orden semasiológico y onomasiológico en la obra de Sor Marcela de San Félix», de Marie Claire Kamdem Tchouga, dirigido por María Azucena Penas Ibáñez, y defendido ante el Tribunal correspondiente de la UAM, en octubre de 2002, que le otorgó la Suficiencia Investigadora con la calificación de Sobresaliente. De mutuo acuerdo hemos decidido publicar algunas de sus conclusiones.

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ambos diccionarios: ‘quitar la vida’, que también se actualiza en el texto. Vemos que la acepción que mejor se adapta es no ortosémica, metafórica, de uso general, concreta, mientras que la acepción 1ª es ortosémica, de uso general, concreta. El hecho de primar la acepción metafórica se debe al valor intensificador de ‘aniquilar, extinguir’, que lleva asociado, con respecto a ‘matar’. Finalmente, en cuanto al uso de acepciones con rendimiento literario, la autora opta por las 4 primeras acepciones de las palabras polísemas, en este 3º y último grupo.

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CAPÍTULO 22

SEMIÓTICA: APLICACIÓN DE LA TRICOTOMÍA SÍGNICA DE PEIRCE

La investigación semiótica teatral en España, se mueve en torno a tres líneas1 fundamentalmente: – La primera línea sería una vuelta al texto dramático, pero no ya considerándolo como un fenómeno estrictamente literario, sino como un dispositivo verbal que se ha escrito y dispuesto en función de su puesta en escena. – La segunda línea consistiría en mantenerse aún en el momento de la representación teatral; La corriente estructuralista privilegió como objeto esencial el hecho de la representación escénica, que debía asumir todos los signos que se producen en el escenario, esto es, un conjunto de signos teatrales simultáneos, de procedencia heterogénea (palabra, gesto, música, sonidos, pintura, vestuario, mímica, etc), que además se ofrecen en el espectáculo durante un tiempo irreversible y efímero. – Finalmente, la tercera línea correspondería a un movimiento paralelo que se ha aplicado recientemente tanto en lingüística como en la teoría del arte. Se trata de lo que se llama la recepción de la obra artística y que tiende a identificar en el receptor de la misma, sea lector o espectador, la significación estética. Aunque las tres líneas de investigación no son otra cosa que variantes de una perspectiva semiológica común, vamos a fijarnos en la primera de ellas para proceder a la aplicación de la tricotomía de los signos del norteamericano Ch. S. Peirce a la obra de teatro, entendida como aquel sistema de signos que nos conduce a una realidad significada en la obra. El método semiótico tiende a respetar el carácter significante y autónomo2 de la obra como representación compuesta de signos. En dicha representación pier-

1

A. Tordera (1988). Una representación es un sistema de signos y no un sucedáneo de la realidad. Lo que aparece sobre el escenario no es naturaleza pero tampoco debe contemplarse como una imitación de esa naturaleza, a la manera del viejo precepto horaciano. 2

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de parte de su importancia la diferencia hombre/objeto3, para centrarse en el papel relevante, aunque no exclusivo, de los signos. Si la lengua es un sistema de signos vocales que expresan ideas, se puede concebir una ciencia que estudie la vida de los signos en el seno de la vida social. Para F. de Saussure (1967: 46 y 60) tal ciencia sería parte de la psicología social y, por consiguiente, de la psicología general. La semiología nos enseñará en qué consisten los signos y cuáles son las leyes que los gobiernan. Las leyes que la semiología descubra serán aplicables a la lingüística, y así es como la lingüística se encontrará ligada a un dominio bien definido en el conjunto de los hechos humanos. A pesar de su descubrimiento, F. de Saussure4 no dedicó a la semiología la atención que le concedió Ch. S. Peirce, su contemporáneo americano. Este consagró su vida al estudio de los signos, símbolos, iconos, etc., y empleó el término de J. Locke para designar la nueva disciplina: semiótica5. J Locke había concebido dos siglos antes la existencia de una ciencia de los signos y de las significaciones, a partir de la 1ógica concebida como ciencia del lenguaje. En realidad, J. Locke resucitó el viejo término estoico, semiótica, que indicaba en un principio una de las tres ramas de la medicina, encargada del diagnóstico y pronóstico de las enfermedades a través de sus síntomas. Los estoicos hicieron de ella una división básica de la filosofía, y su tradición se perpetuó a través de la Edad Media, de G. W. Leibniz y del empirismo inglés6. Pero habría que esperar al siglo XX para que dos autores coetáneos y sin relación entre sí postulasen esta ciencia: el norteamericano Ch. S. Peirce (1839-1914) y el suizo F. de Saussure (1857-1913). En la década de los cuarenta la semiótica y la semiología recibieron nuevas consideraciones, pero aún se mantenían dos corrientes tajantemente delimitadas: la corriente europea de raigambre saussureana, denominada semiología, y la corriente americana, heredera de la semiótica de Ch. S. Peirce, llamada semiótica7. Diversos lingüistas post-saussureanos intentaron construir la semiología que reclamaba F. de Saussure. El primer intento sistemático fue el de E. Buyssens (1943), quien publicó Les langages et le discours. Para E. Buyssens, la semiología es el estudio de todos los sistemas de comunicación no lingüísticos, y plantea una comparación entre los procedimientos de comunicación de las lenguas naturales y de otros sistemas semiológicos8. 3

J. Veltruski (1964). Curso de lingüística general (1967). 5 Ch. S. Peirce (1931: 5). 6 Cfr. Ch. S. Morris (1962: 273-275). 7 Ch. Morris (1938) trazó la historia de la semiótica, tratando esencialmente de la escuela americana e ignorando a F. de Saussure, L. Hjelmslev, etc. Vid. también el trabajo de Th. A. Sebeok (1976). Cfr., asimismo, U. Eco (1972) y (1981). También E Casetti (1980). 8 Véase E. Buyssens (1967: 7). 4

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L. J. Prieto (1964, 1967, 1973, 1977, 1980) y G. Mounin (1972b)9 seguirán esta concepción de la semiología, aunque en el análisis y desarrollo difieren los tres autores en muchos puntos. Sin embargo, en los presupuestos generales de la disciplina hay acuerdo entre ellos. Si la semiología se ocupa del estudio de los sistemas de signos no lingüísticos empleados para la comunicación, habrá que distinguir entre hechos o signos que no corresponden a una intención de comunicación y hechos que corresponden a una intención comunicativa. Para que haya comunicación es preciso influir sobre otro y que éste se dé cuenta y colabore. En esto radica la esencia de la semiología de la comunicación, como la designa L. J. Prieto (1973: 94). Se distingue así entre señales e indicios. Las señales son medios utilizados para influir en los demás y reconocidos como tales por aquel sobre quien se quiere influir; las señales poseen, pues, un carácter convencional. Los indicios son hechos inmediatamente perceptibles que nos hacen conocer algo a propósito de otro hecho que no es perceptible: no hay intención de comunicar; son actos reflejos y no tienen carácter convencional. La semiología de la comunicación sólo estudia las señales. Evidentemente, no siempre es fácil trazar el límite entre señal e indicio. Cuando ha habido un aprendizaje social de un código o sistema, la intención de comunicación es más fácil de evidenciar. El objeto de la semiología de la comunicación es el estudio de los sistemas de los signos no lingüísticos, de las semias (según la terminología de E. Buyssens), de los códigos (según la terminología de L. J. Prieto). Una semia o código comprende un sistema de semas organizados según relaciones de oposición. El carácter abstracto del sema lo distingue del acto sémico concreto. La comunicación se realiza a través de un acto sémico en el que existen una serie de elementos funcionales (que constituyen el sema) comunes a otros casos en los que la misma comunicación se produce. Pero, curiosamente, ha sido la obra de R. Barthes la que, a la vez, ha divulgado el conocimiento de la semiología y ha introducido algunas de las confusiones que constituyen el escollo más importante de la semiología moderna10. En 1957 R. Barthes publicó Mythologies, y parecía convencido de que sus estudios sobre los mitos no eran sino un fragmento de esa vasta ciencia que F. de Saussure postuló con el nombre de semiología. Esta, para R. Barthes, es una translingüística que examina todos los sistemas de signos como reductibles a las leyes del lenguaje. Así, el mito contemporáneo es un lenguaje, el lenguaje de la cultura llamada de masas. En los diversos hechos o mitos analizados por R. Barthes (un combate de catch, un plato cocinado, una exposición de plástico, etc.) hay repeti-

9 10

Para éstas y otras cuestiones semiológicas, cfr. P. Guiraud (1972); y J. Martinet (1976). Cfr. A. Yllera (1974: 129).

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ción. R. Barthes dice que no sabe si las cosas repetidas agradan, pero cree que al menos significan, y lo que él ha buscado son las significaciones. E. Buyssens y L. J. Prieto se dieron cuenta enseguida de que lo que R. Barthes llamaba semiología desde 1957 era algo muy diferente a lo que ellos hacían. La semiología de E. Buyssens y L. J. Prieto se limita a las señales. R. Barthes extiende el dominio de la disciplina a todos los hechos que signifiquen, tengan o no intención de comunicar algo11. Por esto L.J. Prieto denomina semiología de la significación a lo que R. Barthes hace12. El planteamiento de R. Barthes ha sido adoptado por la mayoría de los llamados formalistas franceses. Además, la teoría de la información ha afirmado que toda la vida social es comunicación, luego estudiable por la semiología13. La diversidad existente entre la semiología de la comunicación y la de la significación habría que buscarla en la polisemia del término comunicación, que puede ser sinónimo de ‘indica, quiere decir’ o de ‘transmite’. La semiología de la comunicación entiende el término en su acepción más restringida, R. Barthes lo toma con el significado más amplio14. Efectivamente, cuando R. Barthes entiende por «lenguaje» todo signo, o sistema, que significa, que tiene significación, toma el término en un sentido excesivamente laxo, y de ahí sus palabras sobre lingüística y semiología. Parece que R. Barthes no ha entendido a L. Hjelmslev cuando éste afirma que una lengua es la semiótica a la que pueden traducirse todas las demás semióticas (tanto las demás lenguas como las demás estructuras semióticas concebibles). Las lenguas son estructuras semióticas concretas, la lingüística se ocupa sólo de esas semióticas concretas. Tal vez por ser la lengua el modelo de estructura semiótica, se ha hablado siempre, en sentido metafórico, de lenguaje al referirse a otras estructuras semióticas. Pero hacer lo mismo con la disciplina lingüística en trabajos científicos supone un error de apreciación. No se puede negar el interés de la llamada semiología de la significación, pero aquí nos interesa sobre todo delimitar el objeto de la lingüística. Y en L. Hjelmslev está muy claro. Según este lingüista, la elaboración de una verdadera lingüística que sea algo más que una ciencia auxiliar exige comprender el lenguaje no como un conglomerado de fenómenos no lingüísticos (físicos, fisiológicos, psicológicos, lógicos, sociológicos), sino como una totalidad autosuficiente, como una estructura sui generis. Sólo se puede someter el lenguaje a tratamiento científico construyendo una teoría lingüística que descubra y enuncie las premisas de tal lingüística, que establezca

11 Los signos no verbales que estudiamos participan de la convencionalidad y de la intencionalidad comunicativa. 12 L. J. Prieto (1973: 93-95). El mismo R. Barthes la denomina así. 13 Cfr. C. Segre (1970: 51). 14 Cfr. G. Mounin (1972b: 131).

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sus métodos e indique el camino15. R. Barthes, por el contrario, entiende el lenguaje en sentido general: todo lo que sirve para expresar o manifestar algo, todo lo que puede ser interpretado de alguna manera; así se habla del lenguaje de los cielos estrellados, del lenguaje de las flores, del lenguaje de las aves o del lenguaje de los mitos en la sociedad contemporánea. Pero la lingüística estudia sólo el lenguaje del hombre16. Y es que cuando se dice que la lingüística es la ciencia del lenguaje, no cabe más remedio que plantearse el problema de qué entiende la lingüística por lenguaje. Según A. Martinet, se trata del lenguaje del hombre. Pero, en la acepción general del término lenguaje, el código de circulación es también lenguaje del hombre, y no es objeto de la lingüística. A. Martinet, por ello, evita la acepción general (que designa los usos traslaticios del término lenguaje) y precisa el sentido propio de la expresión lenguaje. En este sentido, el lenguaje designa la facultad que tienen los hombres de entenderse por medio de signos vocales17 . Volviendo a la corriente norteamericana de la semiótica, Ch. S. Peirce (1931: 35) hizo popular la división tripartita de los signos en iconos, índices y símbolos. Este autor entiende por Icono «el signo que nos refiere al objeto que denota meramente en virtud de sus características intrínsecas»; índice, «el signo que nos refiere al objeto que denota en virtud de que está siendo afectado de hecho por ese objeto»; y símbolo sería «el signo que se constituye en signo mera o principalmente por el hecho de que se utiliza y entiende como tal». Por lo cual podríamos decir que el icono y el índice son signos más naturales o menos artificiales que el símbolo, ya que entre ellos media una relación de convencionalidad motivada –semejanza para el icono y contigüidad para el índice–, y, en cambio, en el símbolo, la relación existente se plantea en términos de convencionalidad no motivada o arbitraria. Icono, índice y símbolo tienen algo en común y es su condición de signo. Para Ch. S. Peirce signo es «algo que a alguien le está trayendo a la mente, de una u otra manera o capacidad, otra cosa». Si bien Ch. S. Peirce no se decantó por ninguno de los tres signos en especial desde un punto de vista teórico, P. Pavis (1975 y 1976) sí lo hizo en favor del icono en el terreno práctico del teatro. Para este investigador el icono es el signo teatral fundamental, puesto que en la escena vemos, sin la intervención de una descripción, a unos actores y un decorado. El cuerpo y la voz de los actores son tan reales en la escena como en la vida; el signo es, así pues, literal: vuelve a sí mismo. Entre el significante actor y

15 16 17

Un buen ejemplo lo tenemos en L. Hjelmslev (1971: 14-15). Cfr. A. Martinet (1968: 12). Ibídem.

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el significado personaje, la diferencia en este aspecto es casi insensible. El lenguaje del actor se iconiza por ser pronunciado por el actor. Según P. Pavis (1976) se puede distinguir entre iconos literales e iconos miméticos. La mayoría de los iconos teatrales son miméticos, imitan la realidad y el actor imita lo mejor posible la figura que encarna; el signo tiende entonces a una imitación y motivación absolutas. Ahora bien, en ciertos espectáculos que son en realidad casos límite de teatro-espectáculo, como el Circo, el Happening o el Living Theatre, el icono ya no imita a su objeto, sino que es él mismo literalmente idéntico. A veces el icono se comporta recíprocamente como literal y mimético: andar sobre escena no exige al actor hacer mimo, cuando anda forma un signo literal; pero si tiene que correr en un escenario inmóvil se verá obligado a hacer mimo. No obstante, P. Pavis (1975) admite que emplea el término icono teatral de una manera un tanto abusiva, como el signo del cual el referente –quizá mejor el referido– está actualizado en escena. En términos de R. Jakobson (1975) se podría decir que la obra teatral es un mensaje donde la «función referencial» está concretamente representada. Si pasamos a aplicar la tricotomía de Ch. S. Peirce a las Comedias de Lope de Vega, partiendo del texto dramático en su proyección no sólo literaria sino también escénica, podremos comprobar si, como dice P. Pavis, es el icono el signo fundamental en el teatro. Para ello nos vamos a fijar en una parte que previamente hemos seleccionado de toda su obra, como son treinta comedias pertenecientes a los nueve grupos temáticos –ya conocidos de todos por la clasificación hecha de A. Zamora (1969)–, y a las tres épocas cronológicas de su producción –inicio, medio y fin o madurez de su quehacer artístico–. En estas comedias de Lope que hemos escogido, para mejor trabajar y estudiar elementos semióticos como son los Índices, Iconos y Símbolos, hemos podido observar cómo aparecen otros ocho elementos semióticos asociados a ellos y, a su vez, susceptibles de ser estructurados a partir de los tres elementos componenciales del triángulo de C.K. Ogden & J.A. Richards (1956): (Significante → Significado) → (Referente): SIGNO LINGÜÍSTICO Y NO LINGÜÍSTICO ELEMENTO EXTRALINGÜÍSTICO

I) Convencionalidad motivada por relación de contigüidad: 4 elementos semióticos, por orden de progresión, que forman la serie indicial: índices, deícticos lingüísticos y semiológicos, frases con valor de acotación, y diálogos de sordos (elementos que fácilmente actúan como índices teatrales, en un grado de mayor a menor). II) Convencionalidad motivada por relación de semejanza: 1 elemento semiótico, que conforma la serie icónica: iconos.

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III) Convencionalidad no motivada o arbitraria: 6 elementos semióticos, por orden de progresión, que constituyen la serie simbólica: símbolos, tópicos culturales, elementos socio-culturales, cultismos semiológicos, elementos extrarracionales y esotéricos, y topónimos y gentilicios18 (elementos que fácilmente actúan como símbolos teatrales, en un grado de mayor a menor). Según esta estructuración, el grupo más abundante es el tercero: serie simbólica, con seis elementos; y el grupo más escaso es el segundo: serie icónica, con un elemento, ya que es el único grupo que no presenta otros elementos asociados a él. Ahora bien, esto no nos debe dar una falsa idea de la presencia de los iconos en el teatro de Lope de Vega, puesto que los datos cuantitativos19 así nos lo confirman según la siguiente cuantificación y porcentajes que aportamos, ahora por orden alfabético: cultismos semiológicos, 5.589 casos: 21,68%; deícticos lingüísticos y semiológicos, 1.962 casos: 7,61%; diálogos de sordos, 68 casos: 0,26%; elementos extrarracionales y esotéricos, 466 casos: 1,80%; elementos socioculturales, 5.319 casos: 20,63%; frases con valor de acotación, 423 casos: 1,64%; iconos, 1149 casos: 4,45%; índices, 1554 casos: 6,02%; símbolos, 1.999 casos: 7,75%; tópicos culturales, 4.333 casos: 16,81%; y topónimos y gentilicios, 2.912 casos: 11,29%; (total, 25.774 casos: 100%). Por lo tanto, el índice de frecuencia más alto lo tenemos en los cultismos semiológicos, con 5.589 casos: 21,68%; y el índice de frecuencia más bajo lo encontramos en los diálogos de sordos, con 68 casos: 0,26%. Quedándonos ahora con los tres elementos semióticos que hemos seleccionado, es decir, con los Índices, Iconos y Símbolos, y abstrayéndonos de los ocho restantes asociados a ellos, podemos observar cómo cada uno de estos elementos presenta subdivisiones, que nos permiten matizar más su contenido y funcionamiento. Así, los Índices registran tres variantes cualitativas, presentes en las tres épocas cronológicas de su producción comediográfica: a) Índices, b) índices icónicos, c) índices simbólicos. Ejemplos: a) «cenizas» → ‘fuego’ (v. 1726 de El remedio en la desdicha), b) «[...] este retrato / Gran muestra del cielo ha sido» (vv. 2262-63 de La fábula de Perseo), en donde tenemos el elemento icónico en «retrato» y el elemento indicial en «muestra», c) «acero» –previa metonimia materia/objeto–, por ‘espada’ → símbolo de ‘caballero’ (v. 1721 de La selva confusa). De ellas tres, en una perspectiva global, el

18

A estos dos últimos les dedicamos el capítulo 23, por su vinculación con América. Datos cuantitativos que hemos extraído de M.ª A. Penas: Elementos semánticos y semiológicos en el estilo de Lope de Vega (1993) y El lenguaje dramático de Lope de Vega (1996a). 19

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tipo de variante cualitativa más usado en los índices es el a) índices, y el tipo menos utilizado es el b) índices icónicos. Temáticamente, el grupo de comedias que más índices presenta es el de Comedias pastoriles, con 216 casos; y el grupo que menos índices registra es el de Comedias de historia extranjera, con 118 casos. Cronológicamente, entre los nueve grupos temáticos contamos: en la primera época (años que hemos fijado entre 1579 y 1603): 572 casos y 20 variantes, en la segunda época (entre 1603 y 1615): 463 casos y 20 variantes, y en la tercera época (entre 1615 y 1635): 519 casos y 18 variantes. Por consiguiente, la primera época de producción de Lope de Vega resulta tener más datos cuantitativos que las otras dos; pero es, tanto en la primera como en la segunda épocas, en donde encontramos la mayor acumulación de variantes cualitativas. Todos los índices analizados pueden clasificarse de acuerdo con cinco puntos: 1) aquellos índices que establecen una relación metonímica del tipo causaefecto; por ejemplo, «sangre» → ‘herida’ → ‘muerte’ (v. 1683 de El marqués de Mantua); 2) aquellos que tienen un significado de prueba; por ejemplo, «testigos» (v. 1329, de El premio de la hermosura); 3) aquellos que presentan una asociación por el referente; por ejemplo, «nubes purpúreas» → ‘sol’ (v. 2315 de Contra valor no hay desdicha); 4) aquellos que tienen un significado indicial; por ejemplo, «indicio» (v. 1030 de El premio de la hermosura), y 5) aquellos que presentan un valor jerárquico social; por ejemplo, «criados» → ‘señor, amo’ (v. 1272 de Barlaán y Josafat). En cuanto a los Iconos, éstos registran cuatro variantes cualitativas, presentes en las tres épocas cronológicas de su producción comediográfica: a) iconos, b) iconos indiciales, c) iconos simbólicos, y d) iconos indiciales-simbólicos. Ejemplos: a) « estampar» (v. 463) y « ensayar» (v. 445) de San Pedro Nolasco, b) « No sé quién me ha respondido, / Pues bien sé que no es el eco, / Que aunque del valle en lo hueco / Resuena el aire oprimido, / Si yo dijera no o sí, / Respondiérame sí o no» (vv. 2211-16 de El premio de la hermosura). Ejemplo, este último, de gran complejidad: ‘eco’ (palabra con significado icónico por el lexema) → ‘resonar’ (palabra con significado icónico por el morfema prefijal) → ‘no o sí’ > ‘sí o no’ (palabras con significante icónico, puesto que a través del quiasmo se imita la acción del eco mediante un proceso indicial de causa-efecto), c) « sombra», como símbolo de ‘la Muerte’ (v. 2538 de Las grandezas de Alejandro), d) « cruces» (v. 1551 de El galán Castrucho), mediante una ‘imagen o figura de Cruz’, se está indicando ‘la muerte que sufrió Cristo’, juntamente con la función

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de símbolo cristiano que tiene. De ellas cuatro, en una perspectiva global, el tipo de variante cualitativa más usado en los Iconos es el a) iconos, y la variante menos utilizada es la d) iconos indiciales-simbólicos. Temáticamente, el grupo de comedias que más iconos presenta es el de Comedias sobre historia clásica, con 162 casos; y el grupo que menos iconos registra es el de Comedias de historia extranjera, con 88 casos. Cronológicamente, entre los nueve grupos temáticos contamos: en la primera época: 338 casos y 23 variantes, en la segunda época: 453 casos y 23 variantes, y en la tercera época: 358 casos y 21 variantes. Por lo tanto, la segunda época de producción de Lope de Vega resulta tener más datos cuantitativos que las otras dos; pero es, tanto en la primera como en la segunda épocas, en donde encontramos la mayor acumulación de variantes cualitativas. Todos los iconos analizados pueden clasificarse de acuerdo con tres puntos: 1) aquellos que tienen un significado icónico; por ejemplo: «semejante» (v. 2301 de El verdadero amante), 2) aquellos que designan un objeto que permite realidades que presentan una relación icónica; por ejemplo: «espejo» (v. 852, III acto, de Peribáñez y el Comendador de Ocaña), y 3) aquellos que designan realidades que presentan una relación icónica; por ejemplo: «sombra» (v. 1877 de La imperial de Otón). Si ahora pasamos a los símbolos, éstos también registran cuatro variantes cualitativas, presentes en las tres épocas cronológicas de su producción comediográfica: a) símbolos, b) símbolos indiciales, c) símbolos icónicos, y d) símbolos indiciales-icónicos. Ejemplos: a) «áspid», como símbolo del ‘demonio’, del ‘mal’ (v. 1427 de El galán Castrucho), «corona», «cetro», como símbolos reales (vv. 1021 y 1436, respectivamente, de Las bizarrías de Belisa), b) «hostia», símbolo de ‘Cristo’ a través del ‘pan’ (v. 1092 de El gran duque de Moscovia), «rueca y espada», utensilios simbólicos, en el verso, de ‘mujer’ y ‘hombre’, por su uso (v. 1622 de El amor enamorado), c) «lunas azules», símbolo moro (v. 519) y «los castillos y leones / y barras aragonesas», símbolos cristianos (vv. 1119-20, de Fuente Ovejuna, con base pictográfica ambos), y d) «Cruz de Santiago», símbolo de ‘la Orden Militar de Santiago’ a través de una imagen de ‘cruz’, que nos indica la ‘muerte que sufrió Cristo’. Valor indicial → icónico → simbólico (vv. 1287-88 de Servir a señor discreto); «encomienda», ‘cruz bordada o sobrepuesta que llevan los caballeros a la capa o vestido’. Valor indicial → icónico → simbólico (v. 16 de El castigo sin venganza). De ellas cuatro, en una perspectiva glo-

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bal, el tipo de variante cualitativa más usado en los Símbolos es el a) símbolos; y la variante menos utilizada es la d) símbolos indiciales-icónicos. Temáticamente, los grupos de comedias que más símbolos presentan son los de Comedias de historia extranjera y Comedias sobre historia clásica, con un empate a 257 casos; y el grupo que menos símbolos registra es el de Comedias caballerescas, con 146 casos. Cronológicamente, entre los nueve grupos temáticos contamos: en la primera época: 586 casos y 25 variantes, en la segunda época: 750 casos y 23 variantes, y en la tercera época: 663 casos y 25 variantes. Por consiguiente, la segunda época de producción de Lope de Vega resulta tener más datos cuantitativos que las otras dos; pero es, tanto en la primera como en la tercera épocas, en donde encontramos la mayor acumulación de variantes cualitativas. Todos los símbolos analizados pueden clasificarse de acuerdo con cuatro puntos: 1) aquellos que presentan un valor social; por ejemplo: «dar los brazos» (v. 80 de El remedio en la desdicha), «besar la mano», como ‘saludo cortés’ (v. 47 de El caballero de Olmedo), 2) aquellos que tienen un significado simbólico; por ejemplo: «luto» (v. 202 de El verdadero amante), «letras» (v. 1522 de Las grandezas de Alejandro), por lo que supone de arbitrario cualquier sistema gráfico, 3) aquellos que tienen un valor emblemático; por ejemplo: «estandarte» (v. 1304 de Los hechos de Garcilaso), «banderas» (v. 738 de La Arcadia), y 4) aquellos que tienen un valor de atributo; por ejemplo: «rayo», por ‘Júpiter’ (v. 2932 de Las grandezas de Alejandro), «palomas», como ‘atributo de Venus’ (v. 1049 de Adonis y Venus). Según todo lo expuesto hasta ahora, los signos más abundantes en la obra de Lope de Vega estudiada, son los Símbolos, con un total de 1999 casos, y los menos abundantes son los iconos, con 1149 casos, quedando los índices, evidentemente, en un lugar intermedio, con 1554 casos en total. Ahora bien, tanto los iconos como los símbolos registran una mayor riqueza cualitativa que los índices, ya que presentan cuatro variantes: icono, iconos indiciales, iconos simbólicos e iconos indiciales-simbólicos; asimismo, símbolos, símbolos indiciales, símbolos icónicos y símbolos indiciales-icónicos. En cambio, los Índices sólo presentan tres variantes cualitativas: índices, índices icónicos e índices simbólicos. No obstante, esta menor riqueza cualitativa de los Índices se ve compensada por los cinco puntos, que hemos mencionado anteriormente, de acuerdo con los cuales pueden clasificarse dichos Índices, frente a los cuatro y tres puntos de los Símbolos e Iconos, respectivamente. Por lo tanto, aunque P. Pavis centra su atención teatral en el icono, al estudiarlo en las comedias de Lope de Vega, se puede constatar cómo no es el ele-

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mento semiológico principal, ya que resulta ser de los tres tenidos en cuenta aquí, precisamente el menos abundante cuantitativamente y el menos representado cualitativamente. Cronológicamente, tanto los iconos como los símbolos presentan en la segunda época de producción comediográfica, más datos cuantitativos; en cambio, los Índices los presentan en la primera época. Si la información que nos aportan los datos cuantitativos la confrontamos con la que nos aportan las variantes cualitativas, podemos observar cómo los índices y los iconos registran el mayor número de ellas tanto en la segunda como en la primera épocas; en cambio, los símbolos lo hacen tanto en la primera como en la tercera épocas. Con esto últimos datos podríamos hacer el siguiente esquema20: 1ª ÉPOCA

2ª ÉPOCA

3ª ÉPOCA

ÍNDICES

D.C./V.C.

0/V.C.

0/0

ICONOS

0/V.C

D.C./V.C.

0/0

SÍMBOLOS

0/V.C.

D.C./0

0/V.C.

De tal modo que podríamos concluir diciendo que el teatro de Lope de Vega en cuanto a comedias se refiere, empieza siendo indicial, para terminar siendo simbólico, a través de un período intermedio icónico. Tal conclusión aminoraría en su teatro el papel tan relevante que ha querido dar P. Pavis al icono.

20 D.C. = datos cuantitativos y V.C. = variantes cualitativas. Los índices tienen su intersección en la primera época, quedando libre la tercera época. Los iconos tienen su intersección en la segunda época, quedando libre la tercera época. Los símbolos no presentan intersección, pero lo compensan ampliamente manteniendo ocupadas las tres épocas.

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CAPÍTULO 23

SEMIÓTICA: AMERICANISMOS Y NOTICIAS DE AMÉRICA. TOPÓNIMOS Y GENTILICIOS

Partiremos de unos elementos semióticos con vinculación al eje diatópico, como son los topónimos y los gentilicios; entendiendo por topónimo todo nombre de lugar, y por gentilicio el adjetivo o sustantivo que denota el origen, raza o patria. En nuestro estudio, como en otros casos anteriores, tendremos en cuenta, de toda la obra de Lope de Vega, sólo sus Comedias; y de estas únicamente nos fijaremos en 30 obras, que hemos seleccionado previamente, atendiendo a la cala temática1 y a la cala cronológica. Desde el punto de vista cronológico hemos trabajado con tres épocas de su producción comediográfica2: – primera época: años 1579-1603, – segunda época: años 1603-1615, – tercera época: años 1615-1635. Estas tres épocas nos van a permitir observar la distribución y evolución, tanto de los datos cuantitativos como de las variantes cualitativas, que los topónimos y gentilicios muestran. Así, entre los 9 grupos temáticos de comedias contamos: – en la primera época con 1.076 casos, – en la segunda época con 1.054 casos, y – en la tercera época con 782 casos. Por lo tanto, es la primera época la que presenta mayor número de casos y es la tercera época la que presenta el menor número de ellos. Con respecto a las variantes cualitativas contamos entre los nueve grupos temáticos de comedias:

1 2

Véase A. Zamora (1969). Véase S. G. Morley y C. Bruerton (1968).

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– en la primera época: 66 variantes cualitativas, – en la segunda época: 68 variantes cualitativas, y – en la tercera época: 61 variantes cualitativas. Por consiguiente, la primera época de producción de Lope resulta tener más datos cuantitativos que las otras dos; pero es en la segunda época en donde encontramos la mayor acumulación de variantes cualitativas, siendo la tercera época la que registra tanto el menor número de ellas, como el menor número de casos. Los tipos de variantes cualitativas presentes en las tres épocas cronológicas son: TOPÓNIMOS:

– Europeos: – No europeos:

GENTILICIOS:

– Europeos: – No europeos:

Españoles No españoles Asiáticos Africanos Americanos Españoles No españoles Asiáticos Africanos Americanos

De ellos diez, en una perspectiva global, abstrayéndonos de los nueve grupos temáticos que venimos considerando, diremos: los tipos de variantes cualitativas más usados en los topónimos y gentilicios son los de: TOPÓNIMOS: GENTILICIOS:

– Europeos: no españoles – Europeos: no españoles

y los tipos de variantes cualitativas menos usados en los topónimos y gentilicios son los de TOPÓNIMOS: GENTILICIOS:

– Americanos – Americanos

Se registran en una banda intermedia y con un orden de progresión descendente: 1) los topónimos y gentilicios europeos españoles, 2) los topónimos y gentilicios asiáticos, 3) los topónimos y gentilicios africanos.

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Semiótica: americanismos y noticias de América

Centrándonos ya en los topónimos y gentilicios americanos, podemos echar un vistazo, si quiera por curiosidad, a las épocas y grupos de comedias en los que aparecen. Empecemos por los topónimos: Los topónimos americanos se encuentran en la primera época en solo un grupo de comedias: las Comedias extraídas de novelas; en la segunda época se hallan en dos grupos de comedias: las Comedias de enredo y costumbres y las Comedias extraídas de novelas; y en la tercera época se encuentran en tres grupos de comedias: las Comedias de historia nacional, las Comedias de Santos, y las Comedias de enredo y costumbres. Los gentilicios americanos se encuentran en la primera época en cinco grupos de comedias: las Comedias de Santos, las Comedias caballerescas, las Comedias de historia extranjera, las Comedias sobre historia clásica, y las Comedias mitológicas; en la segunda época se hallan en cuatro grupos de comedias: las Comedias de Santos, las Comedias de historia extranjera, las Comedias de enredo y costumbres, y las Comedias extraídas de novelas; y en la tercera época se encuentran en tres grupos de comedias: Las Comedias de historia nacional, las Comedias mitológicas, y las Comedias extraídas de novelas. Por lo tanto, podemos afirmar que en las Comedias de Lope de Vega hay una mayor presencia de gentilicios americanos que de topónimos americanos; pero se observa cómo hay una relación inversa de evolución a lo largo de la cala cronológica entre ellos: TOPÓNIMOS:

GENTILICIOS:

primera época

segunda época

tercera época

1 grupo

2 grupos

3 grupos

primera época

segunda época

tercera época

5 grupos

4 grupos

3 grupos

Efectivamente, y según el esquema anterior, los topónimos a lo largo de las épocas registran una evolución ascendente –de 1 a 3 grupos–; en cambio los gentilicios manifiestan un desarrollo descendente –de 5 a 3 grupos–. Comparando topónimos con gentilicios vemos cómo en la primera y segunda épocas se registra una mayor presencia de gentilicios que de topónimos, puesto que frente a 1 grupo tenemos 5 en la primera época, y frente a 2 grupos tenemos 4 en la segunda época; sin embargo, en la tercera época ya no podemos hablar de predominio sino de empate, puesto que tenemos 3 grupos en ambos elementos.

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Temáticamente, el grupo de comedias que más topónimos y gentilicios presenta es el de Comedias sobre historia clásica, con 467 casos; y el grupo de comedias que menos topónimos y gentilicios presenta es el de Comedias pastoriles, con 89 casos. Igualmente los grupos de comedias que más variantes cualitativas presentan son los de Comedias de enredo y costumbres, Comedias extraídas de novelas, y Comedias de historia nacional, con un empate a 10 tipos de variantes; y el grupo de comedias que menos variantes cualitativas presenta es el de Comedias pastoriles, con 2 tipos de variantes nada más. Por consiguiente, vemos cómo las Comedias sobre historia clásica, aunque registran el mayor número de casos de topónimos y gentilicios, no así presentan el mayor número de variantes cualitativas. Por lo que no hay correspondencia entre lo cuantitativo y lo cualitativo; En cambio, sí vemos que hay tal correspondencia por lo que respecta a las Comedias pastoriles, ya que registran el menor número de casos y también de variantes cualitativas. Si quisiéramos ahora intentar dar una razón de por qué estos dos elementos semióticos –topónimos y gentilicios–, junto con otros cinco recursos más3, son los procedimientos más abundantes o frecuentes en los distintos grupos de comedias, sin quedarnos sólo con la evidencia del peso cuantitativo que tienen por sí mismos la mayoría de estos elementos, podríamos arriesgar alguna posible explicación: elementos como topónimos y gentilicios de alguna manera vienen exigidos por la naturaleza dramática de las comedias, textos para ser escenificados. En esa escenificación se necesita de múltiples apoyos o ayudas verbales y gestuales para que los personajes puedan hacer su oficio: preferentemente el de servir de buenos y fieles nexos entre el autor y el público auditorio. Tanto topónimos como gentilicios son ayudas verbales contextualizadoras, ya que nos sitúan en un lugar. De esa ubicación locativa recibimos informaciones connotadoras de mensajes inherentes o asociados al lugar, que permiten reforzar o ironizar ciertas escenas o ciertos diálogos. Por ejemplo, en la comedia sobre historia clásica titulada: Contra valor no hay desdicha, aparecen en los vv. 1648 y 1649 dos topónimos reforzadores de dos sustantivos, por un proceso de antonomasia: «león de Albania» (v. 1648) «sierpe de Libia» (v. 1649)

}

famosos en el mundo entero

Pasemos ya a ilustrar con algunos de los ejemplos más significativos, los tipos de variantes cualitativas antes aludidos, haciendo una mención especial a 3 Cultismos semiológicos, deícticos lingüísticos y semiológicos, elementos socioculturales, símbolos y tópicos culturales.

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los topónimos y gentilicios americanos. Así, y empezando por los topónimos, tenemos: Topónimos: 1. Europeos: a) Comedias de historia nacional: Los hechos de Garcilaso: Españoles: «Granada» (v.125) «España» (v.1146) No Españoles: «Roma» (v. 1232) «Grecia» (v. 1268) 2. Asiáticos: c) Comedias de Santos: Barlaán y Josafat: «Asia» (v. 71) «Ceylán» (v. 820) 3. Africanos: d) Comedias caballerescas: El marqués de Mantua: «África» (v. 1962) El premio de la hermosura: «Numidia» (v. 281) 4. Americanos: f) Comedias de enredo y costumbres: La dama boba: «Las Indias» (v. 13) «Panamá» (v. 2242)

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Las bizarrías de Belisa: «Potosí» (v. 933) «La Florida» (v. 934) Gentilicios: 1. Europeos: g) Comedias sobre historia clásica: Roma abrasada: Españoles: «español» (v. 360) «mallorquinas» (v. 2079) No Españoles: «romano» (v. 3) «britanos» (v. 2133) 2. Asiáticos: b) Comedias pastoriles: El verdadero amante: «hircana» (v. 2675) La Arcadia: «Scitas» (v. 3166) 3. Africanos: h) Comedias mitológicas: Adonis y Venus: «libio» (v. 1256) «etíope» (v. 1352) 4. Americanos: e) Comedias de historia extranjera: El gran duque de Moscovia: «indio» (v. 38)

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h) Comedias mitológicas: Adonis y Venus: APOLO:

Yo no quiero que al mundo Como otras veces vayas, Ceñida de serpientes, y de diamante armada, A destruir la Europa, A disfamar el Asia, Al Africa desierta, Ni a las indianas playas.

(v. 1632) (v. 1633) (v. 1634) (v. 1635) (v. 1636) (v. 1637) (v. 1638) (v. 1639)

Parece que Lope de Vega va haciendo un repaso a todo el orbe conocido: Europa, Asia, África y América: «las indianas playas», se nos dice en el v. 1639. Dada la época en la que está ubicada esta comedia mitológica, nos encontramos ante un anacronismo, que resultaba perfectamente tolerable para el público español del Barroco. No obstante, es útil este ejemplo porque se observa muy bien cómo «indianas» actualiza en su significado la acepción de ‘oriundas de las Indias de América’, a finales del siglo XVI y principios del siglo XVII. Recordemos que esta comedia está fechada entre 1597 y 1603. i) Comedias extraídas de novelas: Servir a señor discreto: «indio» (v. 7) e «indiano»4 (v. 120)

actúan como sinónimos; y esto sucede en una comedia que nos sitúa cronológicamente en el siglo XVII, ya que su fecha de composición va de 1610 a 1612. El castigo sin venganza: FEDERICO: El cazador con industria Pone al pelícano indiano Fuego alrededor del nido

(v. 1502) (v. 1503) (v. 1504)

«indiano» (v. 1503) es un sinónimo de ‘indio, originario de las Indias de América’. En esta comedia, fechada en 1631, se observa cómo en los últimos años de vida del Fénix, «indiano» seguía siendo sólo una variante sinonímica de ‘indio’, cuando iba referido a sustantivos con clasema animal o de cosa. Sin embargo, cuando el sustantivo tenía actualizado el clasema persona, el adjetivo indiano

4

Cfr. E. M.ª Güida (2004).

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adquiría el significado de ‘español que volvía de las Indias cargado de riquezas, jactándose de haber intervenido en episodios inverosímiles’. El tipo de capitalista, del hombre adinerado, en las comedias de Lope de Vega, es, por tanto, el indiano, transformación original de la figura tradicional del rico, del antiguo pretendiente que basaba sus conquistas en los regalos y el dinero. Lope tuvo un concepto pésimo de los indianos y, en general, de cuantos iban a nuestros dominios de América a enriquecerse. Se convirtió en una frase hecha decir de alguien sin escrúpulos: «es más ancho que una conciencia en las Indias». A su vez, en el Perú llamaban chapetón al español que pasaba a establecerse allí; el vocablo era sinónimo de novato. En La Dorotea, Gerarda llama al indiano Bela chapetón de la Corte5. Por el contrario, se denominaba perulero a la persona que venía del Perú a España. En el siguiente pasaje de El valiente Céspedes6 aparecen ambos apelativos: ANA:

Luego ¿chapetón venís?

CÉSPEDES: Nunca he sido perulero, ni he pasado a ver el oro que ha conquistado Colón.

Lope de Vega conocía bien la idiosincrasia de los indianos, por haber sufrido las liberalidades de uno de ellos. Así se explican sus censuras. Lope llevó a La Dorotea un tipo real de indiano, Don Bela. En esta novela se nos dice que una de sus cualidades era ser ingenioso. En la comedia De cosario a cosario, sin embargo, se insiste en uno de los vicios más sobresalientes de los indianos: «hablar mucho y dar poco». Pero ese hablar mucho sabemos que era soez y grosero, como nos da noticia el propio Lope en otra de sus comedias, La moza de cántaro. Dentro del grupo de las Comedias de historia nacional, vamos a ampliar la nómina de las treinta obras iniciales, con dos nuevos títulos, que son especialmente idóneos para profundizar en la aportación lingüística indigenista de Lope de Vega. Nos estamos refiriendo a El Nuevo Mundo descubierto por Cristóbal Colón7, y a El Brasil restituido8. En ellas analizaremos los sustantivos comunes,

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Acto II, escena IV. Acto I, Ac., XII, 199-202. Hacia 1598-1603. De 1625.

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así como propios, tanto topónimos con sus derivados gentilicios, como antropónimos, que ofrecen información acerca del continente americano. En el caso de los topónimos y gentilicios, intentaremos contextualizarlos de forma más general con la toponimia utilizada en las otras comedias, para ver las posibles constantes o divergencias que pudieran presentar, y extraer de todo ello algunas conclusiones provisionales, puesto que lo que presentamos en este capítulo es sólo una muestra de toda la extensa y profunda investigación que el tema compromete. Por ello, haremos una breve introducción teórica al complejo fenómeno del préstamo lingüístico, ya que es de todos conocido que el estudio de las voces americanas se inscribe dentro de él. En efecto, desde muy antiguo se reconoce que una lengua puede contener elementos, especialmente elementos léxicos, que proceden de otra, y que el contacto entre hablantes de lenguas diversas puede acelerar este proceso de penetración. En el Cratilo9 Platón [1989] descubre étimos procedentes de otras lenguas para un número de palabras del griego de su época, y más específicamente dice que los helenos, sobre todo los que viven bajo la dominación de los bárbaros (extranjeros), han tomado de estos gran número de nombres. Históricamente, en la sucesión de los siglos, respecto de los extranjerismos se han podido adoptar distintas posturas: desde una postura neutra, heredada de Platón, donde simplemente se señala el fenómeno como tal, pasando por una postura a favor, como la de J. de Valdés en el siglo XVI, en su Diálogo de la lengua10, hasta una postura contraria, la de los puristas españoles del siglo XVIII. Sí quisiera resaltar algo que J. de Valdés apunta en la p. 223 de su Diálogo11, cuando aclara que toma vocablos de otras lenguas no sólo por necesidad, sino también por ornamento, ya que en el caso de Lope de Vega, en estas dos comedias de tema americano, el aparente ornamento se convierte en una necesidad real de caracterizar lingüísticamente los textos. Posteriormente otros lingüistas como, por ejemplo, T. E. Hope (1971) utilizan en su modelo clasificatorio para el estudio de los préstamos léxicos, el concepto de préstamo de necesidad para la atribución, de modo ineludible y al mismo tiempo urgente, de designaciones lingüísticas a conceptos, instituciones, categorías, objetos, etc., que eran total o parcialmente desconocidos. Así, los españoles tuvieron que inventar, en un primer momento desde su propio código lingüístico, nombres basados en las características de lo que se encontraron en América, de donde resultó armadillo para designar un pequeño

9 10 11

Hacia el siglo IV a.C. De 1435. Cito por la edición de 1969.

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animal del Nuevo Mundo. Usaron por analogía nombres europeos para realidades americanas: pavo y gallo o gallina de la tierra o de las Indias para el ave a la que los taínos llamaban guanajo y los aztecas guaiolote; lagarto tanto para el caimán como para la iguana. Es decir, si al primer ejemplo, armadillo, lo podríamos denominar invención metafórica, a todos los demás que operan por analogía, los llamaríamos mejor adaptación. Otros ejemplos adaptados del español a la realidad americana, sin duda más abundantes que los inventados, serían las voces españolas que se han empleado para designar realidades exclusivas del Nuevo Mundo. Son muy frecuentes en las denominaciones de animales, plantas, árboles, frutos y conceptos relacionados con ellos: barbear12 significa en América, ‘coger una res vacuna por el hocico y el cuerno, y torcerle el cuello hasta dar en la tierra con el animal’. En español peninsular tiene otro significado, el de ‘llegar con la barba a cierta altura’. Es interesante que este verbo, desde los orígenes del español, junto al verbo cabecear, se empleaba con frecuencia para referirse a los animales, especialmente a los caballos, por lo que no puede extrañar que el americanismo se especializara en una acción ejercida sobre las reses. M. A. Morínigo (1985) en su Diccionario de americanismos sitúa la geografía de la palabra en Colombia, Cuba, Guatemala, Venezuela y Méjico. Un significado muy parecido al del americanismo lo encontramos en Extremadura (España): ‘dominar física o moralmente’, según el Diccionario extremeño de A. Viudas (1988). Son de uso general en América palabras como botar, arribar, mazamorra..., que perdieron el significado originario y su referencia a conceptos náuticos: botar como americanismo tiene el significado de ‘arrojar, tirar, echar fuera a una persona o cosa’. Pero en la Península es un término náutico ‘lanzar barcos al mar’. Aunque sólo sea de pasada mencionaremos los casos de voces andaluzas que comparten un espectro semántico común con América, como agujeta ‘alfiler largo y de adorno usado por las mujeres para sujetar el sombrero’ (And., Ven., Cub.) o canilla ‘pierna’ (And., Arg., Méj.), ya que es lógico que en el léxico hispanoamericano encontremos palabras andaluzas, dada la relevante relación de los andaluces con el fenómeno de la conquista y repoblación americanas13. Hay casos también de arcaísmos como voces antiguas, que perviven en algunas zonas de la geografía americana y que han quedado anticuadas o no se usan ya en la Península, como, por ejemplo, pollera, por ‘falda’.

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Información sacada del artículo de M. Aleza (1991: 36). Cfr. P. Boyd-Bowman (1964).

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Ahora bien, este concepto tradicional de arcaísmo ha surgido de una visión simplificadora de la realidad, en cuanto que parte del español peninsular como única referencia, como única norma, y no de la pluralidad de normas que defendía Á. Rosenblat (1965: 57) cuando decía: «No hay más remedio que admitir que el habla culta de Bogotá, de Lima, de Buenos Aires o de México es tan aceptable como la de Madrid. La realidad lingüística postula, para la lengua hablada culta, una pluralidad de normas». De tal forma que podríamos hablar de un arcaísmo diacrónico, tradicional, en relación con el uso o desuso, y de un arcaísmo sincrónico relacionado con el concepto de norma. Un ejemplo de arcaísmo diacrónico lo tenemos en taita ‘padre’, de uso extendido en autores clásicos de la literatura española –ahora sólo pervive en Murcia–, pero es una forma de uso general en América, principalmente en zonas rurales. Generalmente es forma de tratamiento de respeto al padre o personas de consideración. Esta breve visión de la adaptación del código lingüístico español a la nueva situación americana, quedará completada con la inclusión de los términos americanos que se han formado mediante un proceso morfológico sobre una voz española (los derivados léxicos). Se trata de voces que se han formado con la anexión de un sufijo o prefijo que ha perdido su valor gramatical y se ha convertido en elemento fijo. Estos nuevos vocablos derivan de palabras españolas y son auténticos americanismos. Su significante no existe en la Península. Por ejemplo, cueriza (de cuero) ‘azotaina, zurra de golpes’. Otro ejemplo actual e ingenioso, chupetero (de chupete) ‘ vendedor de chupa-chups’, llamados también chupetes. Tras esta primera fase nos encontramos con una segunda, que correspondería a la adquisición por parte de la lengua española de indigenismos americanos. Sería la fase, ya no de la invención y adaptación, sino del préstamo. La mayoría de las voces amerindias que se han extendido por el español de América y el español de España, son voces de la familia arawaco-caribe y del quechua. Las islas del Caribe constituyeron el primer terreno de cultivo del español americano, sobre todo Santo Domingo, tal como ha sido descrito por numerosos investigadores. J. C. Zamora (1992: 974) en un sugerente trabajo titulado: «La penetración de los indoamericanismos léxicos en el español del siglo XVI», nos ofrece una información valiosa acerca de los préstamos americanos, cuando dice que la velocidad de incorporación de los americanismos léxicos al español resulta evidente de los datos que aporta J. R. Arboleda (1978) en «Derivations of French Hispanisms». La intención de J. R. Arboleda nada tiene que ver con los indigenismos; lo que él pretende es demostrar la penetración temprana y supervivencia

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de hispanismos en el francés. Pero lo que interesa para lo que decimos aquí, es que de 50 hispanismos que J.R. Arboleda documenta en francés entre 1500 y 1550, y que aún sobreviven en esa lengua, 15 (es decir el 30%) son de procedencia amerindia, que el autor no señala. Efectivamente, sólo la integración y vitalidad de esos elementos dentro del español de la época pueden explicar que en escasamente medio siglo ya se hubiera transferido al francés una proporción tan alta de voces de origen amerindio. Este autor –J.C. Zamora–, ya en 1976 publicó un libro: Indigenismos en la lengua de los conquistadores. Para su elaboración no buscó fuentes literarias ni dirigidas a un público peninsular, sino documentación escrita en América para ser leída allí: actas de cabildo, contratos y otros documentos notariales, que reflejaran la vida y usos cotidianos. Esto le permitió un mayor acercamiento a la realidad de la lengua durante los primeros años del contacto, de fines del siglo XV a finales del siglo XVI. Según él mismo nos dice, encontró –como esperaba– un número mucho más reducido del que puede entresacarse de cualquier crónica de la época. G. Fernández de Oviedo en su Historia general y natural de las Indias (1535-55) usa más de medio millar de indigenismos; J. C. Zamora no pudo documentar más que 229, excluyendo topónimos y antropónimos. Por lo tanto, el uso cotidiano, jurídico, parece restringir la nómina de préstamos indígenas con respecto al uso literario o histórico, que lo incrementaría. Aunque el número de indoamericanismos en uso en el español americano hasta fines del siglo XVI no es tan alto como podrían indicar otras fuentes, no cabe duda de que el español de América contenía un número mayor de voces de origen amerindio que el español peninsular de la época. En 1492 en el hemisferio occidental había decenas de familias lingüísticas y bastante más de un millar de lenguas. Sólo un pequeño grupo de ellas sabemos que contribuyó al caudal de los indigenismos del español general, tanto peninsular como americano: el Caribe continental y de las Antillas Menores, el taíno de Cuba, la Española, Puerto Rico y Jamaica, el nahuatl de los aztecas mexicanos, el quechua peruano y el tupíguaraní de la zona de Paraguay. Otras lenguas con contribuciones importantes pero bastante limitadas geográficamente son, además del mayaquiché en la zona de Guatemala, Honduras y Yucatán, el cuna y el chibcha, ambos de la misma familia, en Colombia y Panamá, el aymara de Bolivia y el araucano o mapuche de Chile. J. C. Zamora cree que los indigenismos antillanos adquirieron prestigio con respecto a los demás, puesto que los grandes conquistadores y descubridores: V. Núñez de Balboa, H. Cortés, F. Pizarro, y los hombres que le siguen, todos iniciaron su carrera en las Antillas Mayores. En este caso lo prestigioso no era la lengua fuente de los indigenismos, sino el haber estado en contacto con ella, y la

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experiencia y veteranía que ese contacto acreditaba. Así, Lope de Vega toma antropónimos indígenas americanos de los cronistas de Indias, como sucede, por ejemplo, con Ongol, nombre de una divinidad pagana, que ya aparece en La Araucana, de A. de Ercilla. Dicho esto, de las dos comedias de Lope de Vega que hemos incorporado a nuestro estudio, empezaremos el análisis y aplicación pormenorizados por la primera cronológicamente: El Nuevo Mundo descubierto por Cristóbal Colón, fechada por S. G. Morley y C. Bruerton entre 1598 y 1603. En esta obra podemos encontrar una serie de sustantivos comunes informantes de la realidad americana, que podríamos clasificar en: 1. Alusivos al nuevo continente: «otro mundo, jamás visto» (v. 13) «nuevo cielo y tierras varias» (v. 96) «un Nuevo Mundo» (v. 125) «no conocidas tierras» (v. 794) «no vista tierra y mar» (v. 806) «un mundo nuevo» (v. 891) «tierra fuera del camino del sol y las estrellas» (vv. 914-15) «ganar un mundo» (v. 930) «tierra no vista» (v. 1003) «tierra nueva» (v. 1119) «¡tierra, tierra, tierra, tierra! » (v. 1467) «reino indiano» (v. 2781) «otro mundo segundo» (v. 2971)

Se observa una voluntad en Lope de Vega por no repetirse. Todos los ejemplos vienen en minúscula excepto «un Nuevo Mundo», que siempre que aparece –exactamente en 13 ocasiones– viene con mayúscula en un sintagma fijado, casi una lexía. Se hace alusión a ese mundo o tierras, como hiperónimo, a través del adjetivo «nuevo», tanto antepuesto como pospuesto: ‘un nuevo mundo nuevo’; a través del participio de pasado, negado, de dos verbos ver, conocer (como efecto intelectual del perceptivo sensorial ver, al cual presupone); a través de un quasi-sinónimo perifrástico, con sema de lejanía actualizado «fuera del camino del sol y las estrellas»; a través de un infinitivo «ganar», sinónimo funcional de conquistar, en tanto en cuanto que ‘no tenido o poseído’; a través de un sustantivo «tierra» reiterado, que, dado el contexto exclamativo en que viene, connota ‘tierra a la vista’, ‘tierra nueva’; a través de un gentilicio «indiano» aplicado a «reino»; y, por último, a través de un numeral ordinal «segundo», con presuposición de ‘pri-

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mero’ en la estructura distributiva ‘uno’… … ‘otro’, que permite la siguiente analogía: *‘uno’ = *‘primero’; ‘otro’ = ‘segundo’. En El Brasil restituido, fechado en 1625, no aparece ningún sustantivo alusivo al continente americano como Nuevo Mundo. 2. Préstamos léxicos indígenas: «cacique» (v. 1143), del Caribe, taíno de Santo Domingo: ‘jefe, reyezuelo entre los indios’. «areito» (v. 1147), de las Antillas: ‘canto, danza popular’. «tambos» (v. 1226), del quechua: ‘posada, ranchería-posada aislada’. «guacamayo’ (v. 1235), del haitiano: ‘ave de América de la especie del papagayo’. «mezquique» (v. 1239), del nahuatl azteca: ‘árbol gomero parecido a la acacia’. Se aprecia un error de transcripción, debería ser mezquite < mizquitl. «tuna» (v. 1239), del taíno: ‘higuera de tuna’. «tiburón» (v. 1240), del Caribe: ‘pez escuálido marino’. «mayquiz» (v. 1244), del arawaco: ‘maíz’. «cazavi» (v. 1245), del taíno: ‘galleta hecha con harina de mandioca’. «chiles» (v. 1245), del nahuatl: ‘pimiento’. «buhío» (v. 1348), de las Antillas: ‘cabaña rústica, sin más respiradero que la puerta’. La forma acuñada ha sido ‘bohío’. «mandioca’ (v. 1683), del guaraní: de su raíz se extrae la tapioca. «anacona»14 (v. 2212), del quechua: ‘indio sirviente de los españoles’. «hamaca» (v. 2214), del haitiano: ‘red suspendida a modo de cama’. «canoa» (v. 2357), del Caribe: ‘embarcación ligera sin quilla’15.

Lo que más abundan son los indigenismos caribeños y antillanos, seguidos de los quechuas. Sólo aparece una palabra guaraní, «mandioca». 3. Sustantivos comunes de origen latino: Éstos a su vez se subdividen en dos: 3a) Voces marineras:

14 El Diccionario general de americanismos de F. J. Santamaría (1943) presenta como equivalentes ‘yanacona’ y ‘anacona’. 15 J. M.ª Enguita (1992: 261) nos dice que: «las lenguas indígenas de América suministran, en fin, cuatro bases léxicas: acal, canoa, nahes y piragua».

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«tres carabelas» (v. 963), del gallego-portugués. «entenas» (v. 1130), del catalán. «almirante» (v. 2892), del árabe a través del griego bizantino y del bajo latín.

3b) Voces exóticas que pueden funcionar por su exotismo como indigenismos para Lope de Vega y su público, no por su origen etimológico: «avestruz» (v. 1233), del lat. avis y strutio < griego. «linaoel» (v. 1876), del lat. lignum aloe < griego.

4. Perífrasis en español que aluden a un indigenismo, a modo de paráfrasis: «oveja que sufre carga» (v. 1236), por ‘llama’: mamífero rumiante, voz quechua. En el DRAE (222002) leemos acerca de este animal: «[...] se aprovecha su leche, carne, cuero y pelo, que esquilan anualmente, como la lana de las ovejas; y domesticado, sirve como bestia de carga». Si todos estos datos tratamos de contrastarlos con los de El Brasil restituido, veremos que en el apartado segundo: sustantivos comunes que son préstamos léxicos indígenas, no encontramos ninguno. En el apartado tercero: sustantivos comunes de origen latino, sólo nos topamos con la primera subdivisión: voces marineras: de origen latino; «nave» (v. 187), «general» (v. 190), «velas» (v. 318), «armada» (v. 319), «popa» (v. 331), «proas» (v. 556), «canalla» (v. 839), «corsarios» (v. 1929) y «puertos» (v. 2093). De origen francés y nórdico: «quillas» (v. 983), «barlovento» (v. 1002) y «chalupa» (v. 1011). De origen árabe: «almirante» (v. 906). En el apartado cuarto: perífrasis en español alusivas a un indigenismo, no encontramos ninguna. 5. Sustantivos comunes que ofrecen una valoración de la empresa conquistadora: En el Nuevo Mundo seleccionaremos los siguientes términos: se dice de los indios que son «idólatras» (v. 943), «sodomitas» (v. 1531-50), y «antropófagos» (v. 2006-9). Esto se ve compensado por la perspectiva religiosa, como empresa evangelizadora de la conquista española: «bautismo» (v. 2904), «salvación» (v. 1978), «conversión» (v. 2139), «redención» (v. 2869), también por la visión positiva que al final de la comedia se nos va a dar del indio: «buen indio» (v. 2314), con la doble matización de en cuanto hombre, y comparado con otros hombres (ántropos): «no rudo» (v. 1928), pero en cuanto que comparado con Dios (brotós): «animales indios» (v. 1943), así como por la realidad del mestizaje (v. 2192-95).

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También se muestra el choque entre dos códigos lingüísticos distintos: el español y el indígena. Se atraviesa por una primera etapa de incomprensión (v. 1509-12; y v. 1660-89): a los significantes les corresponderá distintos significados referenciales; y luego por una segunda fase de entendimiento lingüísticopragmático (v. 1706-10; y 2150-58): la orden de un español entendida por un indio. Con respecto a lo lingüístico Lope de Vega denomina oportunamente a la lengua de la Península con el término español (v. 2150), y no castellano16. En El Brasil restituido sólo aparece una visión negativa del indio: «idólatra» (v. 51-52), «antropófagos» (v. 1183), débilmente paliada en el v. 2045, cuando en boca del holandés Alberto se oye «indio cruel», cualidad no atribuida por esencia al aborigen, sino por la circunstancia de haber matado al coronel, su padre. Se hace clara alusión a la empresa evangelizadora de la conquista: «religión» (v. 154), «bautismo» (v. 524) y «evangélica» (v. 612). Hay una presencia del negro en América, que no la tenemos en la comedia anterior: «negros», pero sin alusión explícita a su papel de ‘esclavos’ (v. 2175). No aparecen escenas de conflicto lingüístico entre el código español y el aborigen americano. Pero sí aparece una copresencia del español con el portugués: los versos portugueses 849-50 y 851 vienen incrustados en el texto español de la comedia. Por consiguiente, era un código relativamente familiar. Recuérdese que de 1580 a 1640 España y Portugal estuvieron unidos bajo la corona española. Tenemos una curiosa noticia del origen etimológico de Brasil en el verso 1358, donde se nos dice que proviene precisamente del árbol oriundo de aquellas tierras, llamado «brasil». De forma casi impresionista se nos describen sólo las dádivas de los indios: «perlas, corales y nácar» (v. 989). En cambio en El Nuevo Mundo, frente a la dádiva indígena: «oro» (v. 1988-91), hallamos la dádiva española: «espejo y cascabeles» (v. 169091), con atenuaciones en el verso 1995: «menos codicia», y en el verso 2243: «no soborno». 6. Nombres propios: Topónimos (con sus derivados gentilicios): utilizaremos, por coherencia, la misma clasificación que empleamos al principio de este capítulo, tanto para los topónimos como para los gentilicios: En El Nuevo Mundo encontramos los siguientes topónimos: 97 españoles (v. 978: «Palos de Moguer»), 28 europeos no españoles (v. 126: «Portugal»), 18

16 Para un estudio más pormenorizado de la oposición: español/castellano, consúltese «El español como lengua internacional: pasado y futuro» (M.ª A. Penas, 2006).

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asiáticos (v. 165: «Palestina»), 12 africanos (v. 846: «Fez») y 29 americanos (v. 2120: «Haití»). En cuanto a los gentilicios: 12 españoles (v. 55: «español»), 6 europeos no españoles (v. 559: «inglés»), 1 asiático (v. 334: «alarbes»), 11 africanos (v. 161: «numidio») y 14 americanos (v. 764: «indios»). En esta comedia se distingue entre la «India» (v. 584) y las «Indias de Occidente» (v. 729). Aparecen un gran número de topónimos españoles andaluces, pero ninguno extremeño. Sí aparece representada Canarias en el verso 938: «Fortunadas Islas». Tenemos dos sinónimos para un mismo topónimo: uno diacrónico (v. 62: «Lusitania»), el otro sincrónico (v. 126: «Portugal»). Encontramos seis indigenismos: «Guayra» (v. 1223), «Potosí» (v. 1223), «Guanahaní» (v. 1949), «Barucoa» (v. 1953), «Haití» (v. 2120) y «Chile» (v. 2180). En El Brasil restituido encontramos los siguientes topónimos: 68 españoles (v. 233: «Sevilla»), 53 europeos no españoles (v. 163: «Holanda»), 5 asiáticos (v. 1927: «Constantinopla»), 6 africanos (v. 935: «Cabo Verde») y 34 americanos (v. 631: «América»). En cuanto a los gentilicios: 26 españoles (v. 2248: «vizcaíno»), 52 europeos no españoles (v. 169: «portugueses»), 6 asiáticos (v. 1932: «turco»), 1 africano (v. 491: «etiópico») y 9 americanos (v. 51: «indio»). Aparecen dos sinónimos en los gentilicios: uno, diacrónico (v. 551: «hispano»), el otro, sincrónico (v. 841: «español»). Sólo tenemos dos indigenismos y ambos se nos presentan deformados: «Fernambuco», en el v. 977, por Pernambuco (deformación lingüística por el significante17), ‘Brasil como isla’, en el v. 486 (deformación designativa, geográfica, por el referente). Además en los gentilicios: holandés, español, portugués y castellano, tenemos una doble variante con minúscula, cuando el gentilicio se atribuye individualmente; y con mayúscula, cuando se atribuye colectivamente (sinécdoque: habitante-lugar): «Holandés», por ‘Holanda’ (v. 1523), «Español», por ‘España’ (v. 1576), «Portugués», por ‘Portugal’ (v. 1577) y «Castellano», por ‘Castilla’ (v. 1577). Si estos datos los contextualizamos con todo el corpus estudiado de comedias del autor, vemos cómo efectivamente el predominio de los topónimos sobre los

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En cuanto al significado es muy posible la connotación de ‘Fernando’, ya que la conquista de América por C. Colón se realizó en el reinado de los Reyes Católicos. Por lo que subyace un mecanismo muy próximo al de la etimología popular.

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gentilicios se mantiene. Lo que varía es el número de topónimos y gentilicios americanos, ya que en estas dos últimas comedias que hemos incorporado y, sobre todo, en El Nuevo Mundo, superan los gentilicios americanos a los gentilicios españoles, hecho que no ocurre en ninguna de las otras comedias anteriores. También se confirma, a través de estas dos comedias trabajadas, que el grupo que mayor riqueza cualitativa registra en los topónimos y gentilicios, continúa siendo el de Comedias de historia nacional. Ya para terminar abordaremos el último punto: 7. Nombres propios: antropónimos indígenas En El Nuevo Mundo aparecen «Tecué», «Auté», «Palca», «Mareama», «Dulcanquellín», «Tacuana», «Tapirazú» y «Ongol». Estos nombres han podido ser sacados de los relatos históricos de las Indias, como ya apuntábamos antes. «Tapirazú» parece ser que Lope de Vega lo sacó de los Comentarios de Á. Núñez, Cabeza de Vaca, y «Ongol» –nombre de una divinidad pagana– ya aparece en La Araucana de A. de Ercilla. En El Brasil restituido sólo aparecen dos: «Ongol» y «Tupalaguaya». Para la caracterización semántica de los antropónimos mencionaré un trabajo de I. Coca (1992: 201) haciéndome eco de algunas de sus afirmaciones: «Cada nombre propio personal además del significado denotativo que le corresponde, presenta una carga semántica importante de sobreañadidos: afectivos, religiosos, políticos, culturales, generacionales... El semema en cada antropónimo busca o posee indefectiblemente, al menos desde una perspectiva sincrónica, un estereotipo positivo». Más adelante este autor en la p. 205 del mismo artículo dice: «Los antropónimos, a pesar de su opacidad, a pesar de que en su uso se prescinde del significado etimológico, fonéticamente son autosuficientes para la comunicación, de modo que, cumpliendo la función distintiva personal, desempeñan a la vez la función pragmática comunicativa».

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CAPÍTULO 24

PRAGMÁTICA: LA EVIDENTIA1

Cuando se habla de lenguaje figurado; es decir, de ese nutrido elenco de tropos y figuras, debemos pensar en una terminología, en un lenguaje técnico, no en un lenguaje natural, ya que las terminologías científicas y técnicas no pertenecen al lenguaje ni, por consiguiente, a las estructuraciones léxicas del mismo modo que las palabras usuales: constituyen utilizaciones del lenguaje para clasificaciones diferentes y, en principio, autónomas de la realidad o de ciertas secciones de la realidad. Como muy bien dice R. Almela (1999: 12-13): «el hablante marca límites entre la palabra, que responde a una intuición expresiva colectiva, y el término, artificiosamente producido, en mayor o menor medida, al margen de la aceptación o intuición generalizada». En parte, las terminologías no están estructuradas, son simples nomenclaturas enumerativas que corresponden a delimitaciones en los objetos. Por esta razón, las delimitaciones taxonómicas terminológicas son precisas, en relación con la realidad designada, y son delimitaciones definidas o definibles por criterios objetivos, o sea, por rasgos que pertenecen a los objetos reales, aunque estos pueden pertenecer a una realidad abstracta o imaginaria como en las figuras retóricas. Por lo mismo, las oposiciones terminológicas tienden a ser exclusivas, de acuerdo con el principio de contradicción (en cada nivel de la clasificación cada término, cada figura, cada tropo, intenta y aspira a ser distinto de todos los demás), mientras que las oposiciones lingüísticas son muy frecuentemente inclusivas, esto es, que el término negativo o no marcado de una oposición puede englobar al término positivo o marcado: así ocurre en el lenguaje con el masculino, que puede incluir el femenino; mientras que en gramática ‘masculino’ y ‘femenino’ son, naturalmente, términos excluyentes. Ahora bien, aunque las terminologías científicas y técnicas puedan ser traducidas, en principio, sin dificultad, en toda comunidad que posea las mismas ciencias y técnicas en el mismo grado de desarrollo, puesto que traducción, en este caso, significa simplemente ‘sustitución de los significantes’ y no ‘transposición, con modificación, de los significados de una lengua a los significados de otra lengua’, 1

Este capítulo ha sido realizado en el marco del proyecto La Comedia y la Tragedia romanas. Estudio y tradición (FFI2008-01611), subvencionado por el Ministerio de Ciencia e Innovación y los fondos FEDER.

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en la terminología figurada2 la traducción es un trabajo muy difícil cuando no imposible, ya que no se sustituyen los significantes sino que se transponen los significados con modificación tanto extensiva como intensiva, de tal manera que las oposiciones excluyentes propias de la nomenclatura terminológica se hacen con gran frecuencia y versatilidad incluyentes en la retórica, borrándose los límites entre enálage y figura, saltando de lo terminológico a lo lingüístico y a lo estilístico. Al respecto se hace necesaria la distinción propuesta por E. Coseriu (1991: 100-101) entre ‘zona’ lingüística y ‘ámbito’ objetivo, compartido este último tanto por la terminología como por la estilística. La ‘zona’ es el espacio en el que se conoce y se emplea una palabra como signo lingüístico; el ‘ámbito’ es el espacio en el que se conoce un objeto como elemento de un dominio de la experiencia o de la cultura. Un ‘ámbito’ puede ser más estrecho que la ‘zona’ correspondiente o, por el contrario, incluirla; puede ser totalmente exterior a una ‘zona’ o coincidir con ella. Estas diferencias contribuyen a la «resonancia estilística» de las palabras, ya que, por ejemplo, toda palabra empleada fuera del ‘ámbito’ al que se refiere evoca ese ‘ámbito’. Desde este mismo punto de vista es ‘técnica’ toda palabra cuyo ‘ámbito’ es más estrecho o exterior con respecto a una ‘zona’ determinada. Así, las palabras extranjeras empleadas como tales para objetos también ‘extranjeros’ son palabras ‘técnicas’, independientemente del carácter figurado o no que tengan en las lenguas de origen. También los dialectalismos o palabras con saber local, los vulgarismos o palabras con saber social, etc. Estas ideas y opiniones evocadas por el ‘ámbito’ objetivo, afectan, precisamente, a las ‘cosas’, no al lenguaje como tal: son una forma de la cultura no lingüística reflejada por el lenguaje. En efecto, toda cosa puede asociarse con otra que se encuentre constantemente o a menudo en el mismo contexto real –como el arado y el buey del ejemplo de Ch. Bally (1940: 195)–, pero esto no tiene en sí nada de lingüístico. Del mismo modo, las ideas de fuerza, de resistencia, etc., es el objeto buey el que las evoca (o su imagen), no la palabra boeuf; y las evoca en la comunidad francesa, no en francés, como dice Ch. Bally (1951) en su Traité de Stylistique française.

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También en un texto puede emplearse el lenguaje como realidad y puede hablarse sobre el lenguaje. Si esto ocurre, lo «dicho» (como realidad u objeto del decir) ya no puede traducirse. Así, un texto español puede traducirse sin mayores dificultades al inglés, por lo que se refiere a lo extralingüístico, pero no puede traducirse el español que se emplee en un texto como «realidad» sintomática (por ejemplo, un modo de hablar regional empleado para caracterizar a un personaje); del mismo modo, tampoco se pueden traducir las expresiones españolas que sean objeto del decir y que, por lo tanto, no pertenezcan a lo «designante», sino a lo «designado». En tales casos ya no son posibles traducciones propiamente dichas, sino sólo adaptaciones.

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A estas evocaciones les ha sabido sacar rendimiento el lenguaje figurado. También B. Pottier3 las aprovechó incluyéndolas dentro del semema en el virtuema. El conocimiento de las cosas y las apreciaciones y opiniones concernientes a las cosas son importantes en lo que se refiere a la fraseología metafórica. En virtud de las correspondientes asociaciones, frases como en francés il est un boeuf pour le travail, son de por sí más probables, y estilísticamente más eficaces, que, il est un canard pour le travail. Las frases metafóricas surgen fundamentalmente gracias a tales asociaciones y, por otra parte, contribuyen –como también los sintagmas estereotipados– a hacerlas tradicionales. Por otra parte, en el nivel figurado construimos un metalenguaje mediante lenguaje primario. Si el lenguaje primario es el lenguaje cuyo objeto es la realidad no lingüística, el metalenguaje es un lenguaje cuyo objeto es, a su vez, un lenguaje. Así, en una metáfora, el término real nos sitúa en el lenguaje primario, mientras el término imaginario lo hace en el metalenguaje. Esta distinción –señalada ya por San Agustín [1994]4, desarrollada luego en la doctrina medieval de las suppositiones5 y retomada por la lógica moderna–, es tan importante en la semántica como en la retórica. Es preciso señalar, sin embargo, que, desde el punto de vista diacrónico, ciertos elementos surgidos en el metalenguaje del discurso pueden ser adoptados en el lenguaje primario y, de este modo, volverse elementos de lengua y entrar en oposiciones semánticas de lengua; así, en español la falda del monte se opone a la cima del monte y no a la blusa del monte, por ejemplo. Al oponerse falda a cima se están poniendo en relación la diacronía de falda con la sincronía de cima; o, si se quiere, un elemento de la lengua histórica con otro de la lengua funcional. En efecto, el conocimiento de la lengua en los hablantes y, por consiguiente, sus posibilidades de funcionamiento sobrepasan la actualidad abstracta, puntual. Sobre todo en el caso de las lenguas con gran tradición literaria, se conocen siempre formas, construcciones y oposiciones que ya no se emplean, pero que pueden, eventualmente, emplearse, por ejemplo, como arcaísmos intencionales. Y también fuera de las tradiciones literarias, se conocen en todo momento diferencias diacrónicas: se reconocen formas que ciertos hablantes emplean todavía o que otros hablantes empiezan a emplear.

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B. Pottier (1963: 11-18). También, (1964 : 130 y ss.) y (1977: 72-83). Consúltese también A. Alberte (1992). 5 En el siglo XIII, Petrus Hispanus presentó un análisis semántico bastante avanzado, al distinguir significatio, es decir, el significado de la palabra, o sea la relación que hay entre una palabra y lo que está designado por ella, y suppositio, o sea la capacidad de una palabra de ser sustituida, justamente en vista de su significado, por otra palabra. Así, por ejemplo, la palabra homo significa ‘hombre’ (significatio) y, por lo tanto, puede sustituir a la palabra ‘Sócrates’ (suppositio). 4

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Tales diferencias se podrían, ciertamente, considerar como diferencias de estilos de lengua. La técnica sincrónica del discurso correspondiente a una lengua histórica no es nunca una técnica unitaria. Se registran, en efecto, en tal técnica, tres tipos de diferencias internas, que pueden ser más o menos profundas: diferencias en el espacio geográfico o diferencias diatópicas; diferencias entre los estratos socioculturales de la comunidad lingüística o diferencias diastráticas; y diferencias entre los tipos de modalidad expresiva o diferencias diafásicas. En este sentido, una lengua histórica no es nunca un solo sistema lingüístico, sino un diasistema: un conjunto de sistemas lingüísticos, entre los que hay a cada paso coexistencia e interferencia. Por el contrario, una técnica del discurso homogénea desde esos tres puntos de vista será una lengua funcional, como ya sabemos. Las lenguas son ante todo técnicas históricas del discurso, pero las tradiciones lingüísticas distan mucho de contener sólo técnica para hablar, contienen también lenguaje ya hablado, trozos de discurso ya hecho y que se pueden emplear de nuevo, en diferentes niveles de la estructuración concreta del habla. Ciertas unidades del discurso repetido como frases metafóricas, proverbios, dichos, sentencias, refranes, como, por ejemplo, cada palo aguante su vela, sólo son conmutables en el plano de las oraciones y de los textos, con otras oraciones y con textos enteros. Además, estas unidades se interpretan sólo en el plano de las oraciones y de los textos, independientemente de la transparencia de sus elementos constitutivos. Son, en realidad, textos y fragmentos de textos que, en el fondo, constituyen documentos literarios englobados en la tradición lingüística y transmitidos por la misma. En cuanto textos, estas unidades son a menudo traducidas, de manera que se las vuelve a encontrar en muchas lenguas, aun fuera de toda relación genealógica. Por ello su estudio pertenece, en rigor, a las ciencias literarias y a la filología: la lingüística no puede intervenir aquí más que en calidad de ciencia auxiliar –por ejemplo, en lo que concierne a la etimología de los elementos de tales textos–. Aparejados con los conceptos de lengua histórica y de lengua funcional, van otros dos: arquitectura y estructura. Dichos conceptos van a tener su importancia en la aplicación al discurso literario. Se entiende por arquitectura de la lengua el conjunto de las relaciones entre los dialectos, los niveles y los estilos de lengua que constituyen la lengua histórica. La arquitectura de la lengua no debe confundirse con la estructura de la lengua, que corresponde exclusivamente a las relaciones entre los términos de una técnica del discurso determinada que constituye la lengua funcional. Entre los términos diferentes desde el punto de vista de la estructura de la lengua hay oposición; entre los términos diferentes desde el punto de vista de la arquitectura de la lengua hay diversidad. Por ejemplo, el hecho de que laminero y lambón sean términos diferentes (es decir, de que no signifiquen lo mismo), en el español dialectal, es un hecho de estructura, una

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oposición entre el uso dialectal aragonés y gallego. Por el contrario, la relación entre los términos diatópicos: laminero, lambón del español dialectal y el término goloso del español común, no dialectal, es un hecho de arquitectura de la lengua, una diversidad. En el lenguaje literario interesa más la diversidad que la oposición. La aportación de los buenos escritores se hace sobre todo desde la arquitectura de la lengua histórica, enriqueciendo el idioma mediante lo diverso, aunque sin negar lo opuesto. Por otra parte, en la estructura de la lengua hay, en principio, solidaridad entre significante y significado (significantes diferentes corresponden a significados diferentes, y a la inversa. En este sentido L. Hjelmslev6 propugnó su isomorfismo). En la arquitectura de la lengua, por el contrario, se registran significantes análogos para significados diferentes, y significados análogos expresados por significantes diferentes. Casos prototípicos de semasiología como la polisemia, la homonimia; y de onomasiología, como la sinonimia, así lo demuestran. Según esto, la presente investigación intentará profundizar en algunos aspectos de la diversidad que nos presenta Lope de Vega, como buen arquitecto del idioma español que fue, sobre todo en lo que respecta a las variantes diafásicas o variantes de estilo; es decir, aquellas que tienen que ver con las diferencias entre los tipos de modalidad expresiva. Cuando se habla de estilo, se puede estar tentado de pensar que se trata del concepto moderno de que la lengua es la expresión espontánea del yo profundo del escritor. Pero en el siglo XVII ese término no tenía ninguna de esas significaciones. Correspondía a él en materia de teorías, los preceptos de los genera dicendi, y en materia de práctica, la teoría de la imitación. Con respecto a los genera dicendi, desde la metodología retórica no se podía concebir una obra sin que no hubiera una íntima e indisoluble trabazón entre la inventio, como principio generador; es decir, todos los aspectos temáticos: fábula, ideas, argumentos, personajes; la dispositio o estructura; y la elocutio o estilo. Además, debían ponerse todas ellas en función de las tres dimensiones del hecho comunicativo: el emisor, el receptor y la referencia. Esa adecuación de cada uno de estos tres componentes del hecho de habla, exigía lo que la retórica llamaba decoro7:

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L. Hjelmslev (1937-38: 3-4) y (1987: 186-187). También, Actes Oslo, VIII Congreso de Lingüística, p. 646. 7 De la palabra decoro se usó y abusó. De un valor originario de ‘dignidad’, lo ‘adecuado a la naturaleza’, lo ‘propio’, pasó a significar ‘adorno superfluo’, porque en eso acabó el decoro, en total falta de decoro, en exageración, en hipertrofia, así nos lo indica la palabra española decorar. El detonante lo hallamos en una larga corriente que va de L. Valla (Elegantiae, IVI, 1448. Trad. Española, 1998) y R. Agrícola ([1967]. Reprod. Facsímil de Coloniae, apud Ioannem Gymnicum, 1539), pasando por J. L. Vives (1536). Trad. cast. De L. River, hasta P.

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decoro del que habla, decoro del que escucha y decoro de lo que se dice. Para ello la retórica había desarrollado con detalladísimas distinciones, los métodos8 de organizar las ideas y de desarrollar los textos, tanto en los aspectos narrativos como en los argumentales. En Hermógenes9 de Tarso se llega al máximo, hasta 20 distinciones (20 subdivisiones a partir de 7 ideas). Por consiguiente, la retórica, persuasiva siempre, lejos de ser la causante de recargos de adornos, se nos presenta como creadora de textos armoniosos o decorosos, adecuados, que producen la sensación de estar presentando al vivo la realidad, la naturaleza sin artificio ninguno, y sin ninguna intencionalidad extra estética. Para conseguirlo echaba mano, entre otras, de una figura muy importante y presente en todo el Barroco y también en Lope de Vega. Me refiero a la evidentia. Volveremos sobre ella más adelante. Según las teorías de la imitación que se desarrollan en el Renacimiento y Barroco, al calor de la retórica, la grandeza de una obra literaria no residía en lo que hoy llamamos originalidad, sino en la belleza, armonía y funcionalidad de la composición; con ese fin se podía y se debía acudir a infinitas fuentes10 para componer un texto: tanto en el plano elocutivo como en el de la invención.

Ramus (1549) y [1970], quien propicia la separación, que lleva a cabo, quedando convertida la retórica en pura elocutio. Como ejemplo de la degradación de la palabra decoro, en El halcón de Federico, en boca de Perote escuchamos: «Para ser poeta, hermano, / muy poco habréis menester, / (...) / llamar al agua cristal, / a los madroños coral, / conceptos a las razones: / para decir que amanece, / contar que el alba salía, / y que el sol un cuello hacía / de círculos doce o trece, / y otros cien mil disparates». En su actitud anticulterana, Lope de Vega también desliza, a través de su crítica a la secta gongorina, opiniones sobre el ornato excesivo y huero: «El fundamento del edificio culto es trasponer y separar los adjetivos de los sustantivos y amontonar metáforas y tropos». Y añade: «No hay poeta que no haya usado de estas licencias; pero el arte exige templanza» (Respuesta de Lope a un papel que escribió un señor de estos reinos. En La Filomena, 1621). Publicada en Rivadeneyra XXXVIII, pp. 137-141. Actualmente algunos aspectos del decoro han sido retomados por la Pragmática en el principio de cooperación. 8 Curiosamente, según ha señalado Walter J. Ong (1974: 230), el término Methodus, término que marca la época de Petrus Ramus, no llega ni de la lógica ni de las ciencias, sino de la retórica. 9 La mixtura de estilos achacada a Hermógenes de Tarso también la vemos en Lope de Vega al dar cabida en su teatro, a la vez, a lo cómico y a lo trágico, a lo noble y a lo plebeyo. Este tipo heterodoxo de comedia nacional era anatematizado por todos los tratadistas renacentistas, que llamaban a su producción monstruo hermafrodito. Referente a Hermógenes de Tarso pueden consultarse las siguientes obras: De ratione inveniendi (1570), De dicendi generibus, sive de formandi orationum (1571), On types of Style (1987), Sobre los tipos de estilo y Sobre el método del tipo Fuerza (1991). 10 Así se produjeron en Europa multitud de catálogos de sabiduría o Polyanteas. Cuando la crítica post-kantiana descubrió que muchos de nuestros autores áureos, entre ellos Lope de

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A partir del concepto de imitación renacentista y barroca, el escritor, valiéndose de esas fuentes, a través de la prosopopeya, no copiaba una persona viva, sino que, una vez determinada su función en las acciones, escogía cada una de las circunstancias propias de tal carácter. Y esto se debía tratar por razones lógicas, o dialécticas, no porque en ellas hubiera algo digno de ser considerado, algo distintivo. Todo lo contrario, estas ‘pinturas’ no tratan de copiar la realidad, la naturaleza real, sino la idea11, lo que según la naturaleza de las cosas deben ser sus circunstancias. El llamado realismo de nuestros Siglos de Oro no era la imitación directa de la realidad, ni como ideal ni como procedimiento, sino que se trataba del uso de varios recursos combinados que no tenían nada que ver con adornos sobrepuestos; sino que, en la producción misma del texto, en sus dos vertientes de res et verba, eran la médula misma del texto, el cual pasando por una conceptualizadísima amplificación12 se plasmaba en formas lingüísticas adecuadas para producir la impresión de que se estaban viendo hechos y cosas. La misma retórica preceptuaba que había que contemplar con la propia «fantasía» las cosas como si estuvieran presentes, para luego poder producir el mismo efecto en los demás. Quizá una prueba de que nuestro llamado realismo parece proceder del uso de estas figuras de sentencia, entre ellas la evidentia, y no de la imitación directa de la naturaleza, sería el hecho de que el momento que logra el mayor efecto realista, y aun naturalista, de nuestra literatura áurea es el siglo XVII, para el que la fórmula era: «El arte supera a la naturaleza» y también: «La naturaleza imita al arte». Dentro de la primera parte de la retórica, en la inventio, se estudiaban las formas de la amplificatio, que debían emplearse en los discursos que buscaban más el persuadir que el demostrar. La amplificatio se desarrollaba por los mismos «lugares» que la argumentación, pero se dedicaba a exaltar la grandeza, o la miseria del asunto tratado. En esos casos en que el discurso no atendía tanto a las funciones que hoy llamaríamos referenciales, es decir, al ajuste de las palabras con las cosas, sino a sacudir la emotividad del receptor del mensaje, estaban preceptuadas las diversas formas de la amplificación.

Vega, por otra parte tan criticado por ello, habían usado estas polyanteas, rasgándose las vestiduras de la sabiduría original, dio en considerar que dichas obras se usaban clandestinamente, como de rondón; pero en verdad muchos de estos manuales eran requeridos a veces por el maestro en la clase, para que el alumno tuviera a mano esas copiae del pensamiento y de la elocución clásicas, que necesitaba citar y amplificar en sus ejercicios. No eran diccionarios secretos, sino thesaurus, tan cualificados en la época como lo pueden ser hoy las mejores enciclopedias. 11 Se retoman los esquemas platónicos. 12 La evidentia, como figura de pensamiento que actúa por acumulación detallante, per aditionem, forma parte de la amplificación.

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Cada uno de los aspectos del plano de la invención tenía su correlato en el de las palabras: a la amplificatio de la inventio, correspondían en el caso de la elocutio ciertas figuras de pensamiento entre las que se destacaba muy especialmente la que se proponía poner delante de los ojos –del receptor– fictivamente las ideas plastificadas, con el objeto de mover sus afectos. M. F. Quintiliano [1987: IX, II, 2], distingue entre las figuras que sirven para probar y las que se usan augendis affectibus. Las figuras acomodadas para aumentar los afectos se componen principalmente de la ficción. Y dentro de esta, M. F. Quintiliano distingue a su vez otras dos: la fictio personae, llamada prosopopeya y la evidentia. Aunque por prosopopeya13 normalmente se entiende el atribuir cualidades, acciones y sentimientos humanos a seres que por su naturaleza carecen de ellos; también el suponer comportamientos animados en seres inanimados o ideas abstractas, como sucede en los Autos Sacramentales; en realidad, es una sermocinatio por antonomasia. Como tal sermocinatio participa de la atribución a personas reales o personajes de ficción de palabras y de reflexiones que les son extrañas, pero que sirven para caracterizarlos. Para encarecer este valor de caracterización M. F. Quintiliano [1987: IX, II, 29-30], cita a M. T. Cicerón [1976]: «no sólo varía la oración, sino que la hace más excitante», y agrega que «con ella sacamos los pensamientos –hasta de los adversarios– como si hablaran entre sí». La dimensión dialógica de esta figura, bien como soliloquio, con subyección14 o no, bien como percontatio15, con dialogismo o no, la hace idónea para el uso dramático y lírico. Un ejemplo dramático de soliloquio con subyección lo encontramos en Lope en los siguientes versos: ¿Yo para qué nací? Para salvarme. Que tengo que morir es infalible. Dejar de ver a Dios, y condenarme, triste cosa será, pero posible. ¡Posible! ¿Y río, y duermo y quiero holgarme? ¡Posible! ¿Y tengo amor a lo visible? ¿Qué hago? ¿En qué me ocupo? ¿En qué me encanto? Loco debo de ser, pues no soy santo16.

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He manejado la obra de F. Marcos Álvarez (1989: 118). Consiste en formular una o más preguntas y darse a continuación el mismo autor las respuestas originándose así un diálogo aparente. También se dice de la anticipación que adopta la forma de preguntas y respuestas. 15 Diálogo imaginario entre el autor y un interlocutor ficticio para expresar con viveza determinados pensamientos y reflexiones. 16 Ejemplo tomado de F. Marcos Álvarez (1989: 131). 14

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También hallamos otro ejemplo lírico de percontatio, con dialogismo en sus Rimas sacras17 (XXX): ¿Qué tengo yo que mi amistad procuras? ¿Qué interés se te sigue, Jesús mío, que a mi puerta, cubierto de rocío, pasas las noches del invierno oscuras? ¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras, pues no te abrí!¡Qué extraño desvarío si de mi ingratitud el hielo frío secó las llagas de tus plantas puras! ¡Cuántas veces el ángel me decía: alma asómate agora a la ventana, verás con cuanto amor llamar porfía! ¡Y cuántas, hermosura soberana: «Mañana le abriremos», respondía, para lo mismo responder mañana!18

Con respecto a la segunda de las figuras encaminadas a mover los afectos, la evidentia, aunque no aparece como tal ni en el Ad Herennium19 ni en M. T. Cicerón20, en tiempos de M. F. Quintiliano parece que había alcanzado una excepcional importancia, cuando dice: «Aquello de poner la cosa, como dice Cicerón, ‘sub oculos subiectio’, se suele hacer cuando se cuenta un hecho, no simplemente, sino que se presenta como ha sucedido y no globalmente sino por partes». Y agrega que los griegos la llaman hypotíposis, esto es, «una pintura de las cosas hecha con expresiones tan vivas, que más parece que se percibe con los ojos que con los oídos»21. Y tan importante debía de ser esta figura de la evidentia que, al hablar en general del ornatus, M. F. Quintiliano incluye un apartado especial sobre ella, y advierte que sus contemporáneos distinguían multitud de variedades que él reduce a tres: una «cuando ponemos la imagen de las cosas como en una pintura», a

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Consúltese Lope de Vega [1983 y 1999]. Ejemplo tomado de F. Marcos Álvarez (1989: 110). 19 Retórica a Herenio, Madrid: Gredos, 1997. introd., trad. y notas de Salvador Núñez. 20 Marco T. Cicerón, Rhetorica, Oxford: Oxford Classical Texts, 1903, 2 vols., ed. de A. S. Wilkins. 21 M. F. Quintiliano [1987: IX, II, 40] 18

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la cual denomina L. López (1994: 135) evidencia estática, otra «cuando enumerando partes se traza ante nuestros ojos la imagen de una escena o hecho», evidencia dinámica, y una tercera «cuando usamos de símiles» o alegoría, es decir, el presentar delante de los ojos, en imágenes sensibles ideas abstractas, virtudes, vicios. Esta figura de la evidentia, que aparece en los tratadistas griegos tardíos y en los latinos menores, tiene en San Isidoro22 [1951] un puesto dentro de sus listas de tropos y figuras. Su uso en los textos medievales latinos habría producido esos efectos de realismo ya señalados por los críticos del siglo XX. Uno de nuestros tratadistas del XVII, B. Jiménez Patón [1980: 326], en su Elocuencia española en Arte, dice que «los libros que dicen de cavallerías están llenos de esta exornación»23. Si nos retrotraemos al siglo XVI, esta figura no tiene cabida en el Artis Rhetoricae (1515), de A. de Nebrija (1529: BN: R/14395), pero sí, en cambio, un puesto singular en A. García Matamoros24 (1548). En su tratado De ratione dicendi la sitúa en el apartado relativo al género deliberativo. En el cap. XI dice así: «Para mover los afectos se presta maravillosamente la demostración25 a la que significativamente los griegos llamaron hypotíposis, porque a la cosa la pone delante de tal modo como si fuera vista, contemplada, en lugar de narrada. Es muy útil para la evidencia –claridad26– de la oración y para mover los afectos. Además agrega no poca jocundidad si el asunto es cómico». En 1576 para Fray L. de Granada27 en su Ecclesiasticae Rhetoricae, bajo el nombre de evidentia, ya tiene una importancia tan destacada que ocupa un apartado especial: en la p. 285 leemos: «Entre [las figuras] ocupa el primer lugar la Energía, que se llama en latín Evidentia o Representatio, la cual pone y muestra evidentemente a los ojos28 la cosa para que se mire». Muy poco más tarde, en las Anotaciones de F. de Herrera29 a Garcilaso, en 1580, estos conceptos aparecen con mucha frecuencia. En la anotación 305, se lee: «que en lengua latina se dice evidencia [...] cuando las cosas, la persona, el

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En el original: Etymologiarum libri XX, Libro II, cap. 21. Dato que extraigo de L. López (1994: 135, nota 18). 24 Posteriormente hay otra edición en Alcalá: Andrés de Angulo, 1561. 25 Apelativo sinonímico de evidentia, hypotíposis, energía, representación. 26 Las cualidades por excelencia de la tradición clásica retórico-gramatical eran cuatro: corrección, claridad, ornato y decoro. La primera era la cualidad gramatical, las tres restantes eran las cualidades retóricas. 27 Fray L. de Granada (1576: 285, BN: R/26942). Trad. cast. Barcelona, 1793. Ed. moderna en F. L. de Granada, Obras, vol. III, BAE. 28 Obsérvese el pleonasmo de la expresión latina evidentia. 29 También en A. Gallego (ed.) (1972). 23

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lugar y el tiempo se exprimen de tal suerte con palabras que parece al que oye que lo ve con los ojos30 más que no que lo siente con las orejas». Esta presentación de la evidentia como pintura de cosas, personas, tiempos, lugares, va a ser ya la única en los tratadistas posteriores. El jesuita B. Bravo (1596) en su Liber de Arte Poetica, le da tal relevancia que casi es la única figura ‘afectiva’ que presenta. Otro jesuita, F. de Castro (1611), en su De Arte Rhetorica, da también lugar de privilegio a esta figura, pero sin que aparezcan rasgos dinámicos en ella. En el siglo XVIII, G. Mayans y Siscar (1757) en su Rhetorica ya no recoge la figura de la hypotíposis o evidentia. En Lope de Vega se encuentran muchos puntos de contacto entre Poesía y Pintura. Por ejemplo, en La hermosa Alfreda31 comparten el poeta y el pintor el ser lisonjeros: FLORISEO: De cuantos arte y labor hoy el mundo considera reducidos a primor, no hay cosa más lisonjera que el poeta y el pintor.

M. Menéndez y Pelayo en Estudios de crítica literaria (1907: 331 y 345), se refiere a Lope de Vega en los siguientes términos, con respecto a Calderón: «Lope de Vega es gráfico»; «En Lope apenas hay expresión suya que no tenga fuerza sensible, y sus cuadros no son un adorno exterior, sino que dan la visión de la cosa misma». De todas las Bellas Artes, merecieron su continuada atención la pintura32 y la música; de la arquitectura y de la escultura apenas hay menciones en su obra dramática. Varias veces en su obras no dramáticas, Lope de Vega se dedicó a ensalzar el arte de la pintura y a algunos de sus cultivadores33. Acaso él mismo no fue profano34 en ella, y, desde luego, consta que hizo algunos dibujos35. En el poema 30 Pleonasmo explicado ahora desde la expresión sinestésica romance. La sinestesia también se hace presente desde la Pintura. En las obras líricas Lope de Vega no escasea elogios a P. P. Rubens. En un soneto le llama «gran poeta de los ojos». 31 Ac. N. VI, 2II-a. 32 Las referencias a pintores son más abundantes que las relativas a músicos. 33 Como Juan de Juanes, Alonso de Berruguete, Sánchez Coello, Felipe de Liaño o Pantoja, entre otros. Véanse los versos 329-336 del Canto XIII, de La hermosura de Angélica, donde aparecen citados. 34 Ya en un principio se le debió instruir en el oficio de bordador de su padre, puesto que demostró más adelante condiciones de dibujante no vulgares, y el dibujo era la labor esencial del bordado. 35 Al respecto puede consultarse la obra de Pérez Pastor (1901: 225), Proceso de Lope de Vega por libelos contra unos cómicos.

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La hermosura de Angélica hay un elogio de la pintura y un canto a las excelencias de esta arte36. Con respecto a ella se trata de una nativa disposición y de un influjo del arte sobre la literatura, al mismo tiempo. Por eso dice en el Laurel de Apolo: Dos cosas son al hombre naturales, o pintar o escribir en tiernos años, que plumas y pinceles son iguales;

En 1633, V. Carducho publicó sus Diálogos de la Pintura, que contienen (folios 81 y 82) una «Silva en que celebra Lope de Vega la excelencia de la Pintura en ponernos delante todo lo pasado y que ha consumido el tiempo». Más curioso es un breve escrito del mismo V. Carducho en que elogia a Lope de Vega, considerando sus creaciones poéticas desde el punto de vista pictórico37 ; útil para establecer las conexiones entre Lope y la Pintura. El carácter divino del pintor se revela en su capacidad de remedar la obra del Creador, y aun de mejorar la Naturaleza, paliando o suprimiendo sus faltas. Así, según J. F. Montesinos (1935: VIII, 273), se explican esas descripciones de paisaje en que lo natural parece visto a través de la pintura. Visualidad pictórica la de Lope de Vega, que nada tiene que envidiar a L. de Góngora, si nos asomamos a los versos 621-628 de su obra Corona trágica: Ya miran cuadros de diversas flores, ya los de la pintura soberana, arte de Reyes, donde son pintores, nueva en criar naturaleza humana; veinte lienzos mostraban los primores que penetró la industria veneciana, de las veinte mujeres heroínas a quien dieron laurel letras divinas.

Pero ya antes que en L. de Góngora, en La Arcadia de Lope de Vega se observa el uso de series descriptivas de seres de la naturaleza, con un gran valor pictórico: flores, frutos, animales terrestres, platos de una comida, aves de cetrería, pescados, etc. Como ejemplo tomo los quince primeros versos del libro V de la novela pastoril:

36 37

Cfr. M.ª A. Penas (2004). Carducho, V. [2001: 308]: Obras sueltas, XVII.

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El durazno y avellano, álamo, ciruelo, higuera, sauce, albérchigo y manzano, el sauce que la ribera baña alegre el tronco llano; el albarcoque, el serbal, con el discreto moral, el alto y derecho pino, con el provechoso lino, verde florido e igual; el ajo que no se encubre, la cebolla, que no pierde la fuerza a quien la descubre; la haba, el garbanzo verde, se han de sembrar por octubre...

Lope de Vega en El castigo sin venganza, por boca del Duque de Ferrara nos da una definición de la comedia que se sustenta en una imagen pictórica: «la comedia es espejo de la vida, retrata nuestras costumbres». En numerosas ocasiones Lope al referirse al drama como representación de acciones humanas ofrece el sinónimo de pintura de las costumbres. Esta relación abre paso a otra, la que se establece entre comedia y prosa narrativa. Al respecto R. Menéndez Pidal (1910) ha escrito en L’Epopée castillane que «la prosa narrativa imprimió a nuestra comedia un carácter definitivo. Concebida de esta manera, la comedia española se ha constituido bajo la forma de una epopeya dramática, y el principio al cual obedece no es otro que este: todo lo que puede ser narrado puede también ser llevado a la escena38. Por eso, en nuestro teatro se atiende con preferencia a desarrollar el argumento39, generalmente complicado, y se piensa que sus obras están emparentadas con crónicas y novelas, mejor que con las tragedias y las comedias de tipo clásico»40.

38 De hecho hay un grupo de comedias extraídas de novelas extranjeras. También las comedias caballerescas y de historia nacional establecen conexiones con la poesía épica del romancero. 39 La evidentia y la prosopopeya, compartidas tanto por la narrativa como por el teatro, son figuras de la elocutio, que, en su correspondencia con la inventio, pertenecen a la amplificatio dentro de la argumentatio. 40 Opinión secundada, entre otros, por George Ticknor (1965). Trad. española: Historia de la literatura española, ed. y prólogo de José A. Orla; adiciones y notas críticas por P. de Gayangos y E. de Vedia; con un apéndice sobre la literatura española del siglo XIX por M. Menéndez y Pelayo. Buenos Aires, Bajel, 1948.

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El propio Lope de Vega afirmó en el proemio de su novela El desdichado por la honra41: «Demás que yo he pensado que tienen las novelas los mismos preceptos que las comedias». Esto explica que Lope llamara a La Dorotea, esa aparente novela, «acción en prosa», es decir, una obra de contenido dramático, pero no representable, repitiéndose la estrecha relación existente entre novela y comedia, ya apuntada en las Novelas a Marcia Leonarda. Por eso mismo, en El peregrino en su patria, los personajes no están tratados como héroes de una narración, sino de una comedia de intriga, con todas las contradanzas típicas del teatro lopesco. El procedimiento formal que unirá comedia con pintura y comedia con prosa narrativa es el mismo y consistirá en la figura de la evidentia. De ahí su importancia para entender su función estructuradora del discurso literario en Lope de Vega. Veamos en Lope algunos ejemplos de evidentia a lo largo de su obra: – En La Dorotea, Acto I, vv. 1-20: Unas doradas chinelas, Presas de un blanco listón, Engastaban unos pies, Que fueran manos de amor. Unos blancos zapatillos, De quien dijera mejor, Que eran guantes de sus pies, Justa, aunque breve prisión; Descubriendo medias blancas Poco espacio, de temor De que no pudiera serlo Sin esta justa atención; Asiendo las blancas manos Un faldellín de color, Alfileres de marfil, Que dieron uñas al sol, Me enamoraron un día Que, con esta misma acción, La bellísima Amarilis Un arroyuelo saltó.

41 Una de las cuatro Novelas a Marcia Leonarda, incluida dentro de La Circe (1624) en Lope de Vega [1983a].

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se hace una descripción exhaustiva y dinámica42 de Amarilis sujetándose las faldas al saltar un arroyuelo. La descripción va detallando de abajo a arriba y se va apoyando en notas cromáticas expresadas a través de los adjetivos. Sobresale la presencia de dos colores: el blanco, a través del adjetivo correspondiente, y del sustantivo «marfil»; y el amarillo, a través del adjetivo «doradas», y del sustantivo «sol», que resultan ser epítetos tópicos en el retrato femenino. También aparece el hiperónimo «color», pero en función hiponímico-antonímica: ‘no blanco’, con neutralización de todos los colores restantes. – En La Arcadia, Libro I, «¡Oh, Libertad preciosa!»: Aquí la verde pera Con la manzana hermosa De gualda y roja sangre matizada, Y de color de cera La cermeña olorosa Tengo, y la endrina de color morada. Aquí de la enramada Parra que al olmo enlaza, Melosas uvas cojo. Y en cantidad recojo, Al tiempo que las ramas desenlaza El caluroso estío, Membrillos que coronan este río.

estamos ante la presencia de naturaleza muerta, a modo de un bodegón, siguiendo los cánones del tópico del Beatus ille horaciano. Para ello se vale de una descripción estática43, basada en notas de color fundamentalmente epitéticas. No sobresale aquí ningún color. Se utilizan de forma equipolente todos: ‘verde’, ‘gualda’, ‘roja’, ‘morada’, mediante sus correspondientes adjetivos. – En el soneto XCIV de las Rimas humanas, «Al triunfo de Judith»44:

42

Se ofrece una gradatio desde el pie hasta la mano, pasando por medias y faldellín. Los elementos estáticamente descritos resultan ser equipolentes, en cuanto al color y en cuanto a la fruta. 44 Los mitos antiguos habían sido utilizados muchas veces en la lírica culta dentro de un soneto como un cuadro, férreamente enlazados por los endecasílabos, bajo los que se puede reconocer una viva presencia de las artes plásticas. 43

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Cuelga sangriento de la cama al suelo El hombro diestro del feroz tirano, Que opuesto al muro de Betulia en vano, Despidió contra sí rayos al cielo. Revuelto con el ansia el rojo velo Del pabellón a la siniestra mano, Descubre el espectáculo inhumano Del tronco horrible, convertido en hielo. Vertido Baco, el fuerte arnés afea Los vasos y la mesa derribada, Duermen las guardas que tan mal emplea; Y sobre la muralla coronada Del pueblo de Israel, la casta hebrea Con la cabeza resplandece armada.

nos encontramos ante una escena que recuerda muy de cerca al famoso cuadro de Tintoretto del Museo del Prado. De nuevo naturaleza muerta, pero ahora mediante descripción dinámica, con todo lujo de detalles escénicos, tanto corporales como ambientales. Las notas cromáticas se suceden en una gradatio descendente-ascendente45, básicamente evocadas por verbos y sustantivos. Así, ‘rojo’ a través de «sangriento»; ‘blanco’, a través de «hielo»; y ‘amarillo’, a través de «rayos» (sol) y de «coronada-resplandece» (oro). – En El peregrino en su patria, libro V: Pánfilo, dejando su bordón entonces [...], puso en los brazos el cuerpo, que acordándose de que así llevaba a Jacinto, le pareció que pues ya trataba en llevar y traer muertos, no estaba lejos de estarlo, y consolado de que ya no era el difunto a lo menos era las andas, caminó con aquel hidalgo al monasterio, que con remisas palabras, interrumpidas de la vecina muerte, le refería la ocasión de ella. Llegó el peregrino a la puerta, en cuyo frontispicio con los rayos de la luna se veía una imagen de la que sobre ella tiene sus hermosas plantas, dando claridad al retrato, cuyo original había tenido nueve meses al sol en las entrañas. Mientras llamaba, le dijo Pánfilo que se encomendase a ella; oyó el portero los golpes, y llegando a la puerta se informó del caso, y respondiéndole que con otro engaño semejante ciertos bandoleros de Jaca habían una noche robado al monasterio, no quiso abrir sin licencia del superior. Rogó-

45 Se procede de arriba a abajo, para volver otra vez a arriba: hombro, mano, tronco, arnés, cabeza.

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le Pánfilo que se diese prisa; pero como hasta su celda hubiese gran distancia y se pasase una huerta, entretanto el caballero expiró en sus brazos. Pálido le miraba Pánfilo y con vehementes voces le animaba al temeroso tránsito, habiéndole puesto de dos ramas de murta una cruz sobre el pecho, cuando sintió una tropa de caballos, cuyos dueños, divertidos por varias sendas le buscaban.

se hace una descripción preferentemente dinámica mediante el uso de verbos de movimiento, o que entrañan movimiento: ‘dejar’, ‘poner’, ‘caminar’, ‘llegar’, ‘llamar’, ‘llegar’, ‘no abrir’, ‘darse prisa’ (relación inferencial sémica, no sintáctica, con «tropa de caballos», a través de ´tropel`), ‘buscar’. Aunque las notas cromáticas son escasas, sí se observa el énfasis que se hace en el color blanco, a través de los sustantivos «luna» y «claridad»; y en el color amarillo a través del sustantivo «sol». – En La Gatomaquia, Silva I, vv. 74-89: Asomábase ya la primavera Por un balcón de rosas y alhelíes, Y Flora, con dorados borceguíes, Alegraba risueña la ribera; Tiestos de Talavera Prevenía el verano, Cuando Marramaquiz, gato romano, Aviso tuvo cierto de Maulero, Un gato de la Mancha, su escudero, Que al sol salía Zapaquilda hermosa, Cual suele amanecer purpúrea rosa Entre las hojas de la verde cama, Rubí tan vivo, que parece llama; Y que con una dulce cantilena En el arte mayor de Juan de Mena, Enamoraba el viento.

estamos ante una descripción dinámica muy detallada de la estación y el momento de aparición de un personaje en escena, a través de verbos de movimiento: ‘asomar’, ‘tener aviso’, ‘salir’, ‘amanecer’. Hay, por otra parte, profusión de notas de color, aludidas directamente por medio de adjetivos: «dorados», «purpúrea», «verde»; o indirectamente por medio de sustantivos: rojo «rosas», «rosa», «rubí», «llama»; y blanco «alhelíes». Todos ellos epítetos propios, excepto el primero, «dorados», que es un epíteto accidental, quizá tópico, referido a la indumentaria femenina.

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– En Rimas humanas y divinas del licenciado Tomé de Burguillos, en «La pulga»: Picó atrevido un átomo viviente Los blancos pechos de Leonor hermosa, Granate en perlas, arador en rosa, Breve lunar del invisible diente; Ella dos puntas de marfil luciente Con súbita inquietud, bañó quejosa, Y torciendo su vida bulliciosa, En un castigo dos venganzas siente. Al expirar la pulga, dijo: «¡Ay triste, Por tan pequeño mal, dolor tan fuerte!» «Oh pulga –dije yo– dichosa fuiste; Detén el alma, y a Leonor advierte Que me deje picar donde estuviste, Y trocaré mi vida con tu muerte»

de nuevo una descripción dinámica a través de verbos de movimiento como: ‘picar’, ‘con súbita inquietud bañar’, ‘torcer’, o ‘detener’. Se vuelve a insistir en dos notas cromáticas que a lo largo de los textos elegidos se han constituido en valores repetidos: el color blanco a través del adjetivo «blancos» y de los sustantivos «marfil», «perlas»; y el color rojo, a través del adjetivo «granate» y del sustantivo «rosa». Todos ellos responden en el soneto a notas epitéticas. En cuanto a blanco, es un epíteto tópico de la piel del cuerpo femenino; en relación a rojo, es un epíteto propio de sangre producida por la picadura de la pulga. También en las Rimas humanas y divinas, pero en la composición titulada «Al Nacimiento de Nuestro Señor», en los dos primeros versos incluso se llega a introducir lo que va a expresar, mediante el verbo ver: – Despierta, Gil, y verás Una cosa nunca vista, si puede ser que resista el águila de más vuelo ver bordado todo el cielo de soles a medianoche, y que de la luna el coche las cubiertas levantadas, entre nubes esmaltadas conduce, cantando amores,

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aves de tantas colores como flores tiene el prado. – Deben de haberse casado la luna y el sol, Andrés. El sayo traigo al revés con la prisa que me diste; toda la nieve se viste de claveles y de rosas. ¡Oh, qué lindas mariposas, con alas de azul y oro, van por el aire sonoro! ¡Quién una dellas cogiera! – No hables desa manera: que con rostros y cabellos parecen ángeles bellos y dorados querubines, como aquellos serafines que adoran el arca santa. Ya Llorente se levanta. – Buenos días, mayorales. – Tan buenos que nunca tales se vieron como se ven en los montes de Belén. ¡Cosa que lleguen los días que nos promete Esaías, y el divino Emanuel venga a comer leche y miel!...

Lo que se va a ver son signos celestes extraordinarios. Constituye una descripción estática, a modo de mosaico. Las notas cromáticas que se aportan son: el blanco, evocado indirectamente a través de una metáfora de ‘estrellas’: «soles a medianoche», también de los sustantivos: «luna» y «nieve»; el amarillo, evocado indirectamente a través del sustantivo «sol» y «oro», y del adjetivo «dorados»; el rojo, a través de los sustantivos «claveles» y «rosas»; el azul, directamente a través del adjetivo correspondiente. Y una mención hiperonímica a toda la gama cromática existente, a través del sustantivo «colores». Todos los adjetivos, a excepción de «azul»46, resultan ser epítetos propios. 46

«¡Oh, qué lindas mariposas, / con alas de azul y oro.» Epíteto accidental.

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En todos estos textos que hemos aportado se erigen como notas cromáticas preferidas por Lope en la evidentia, el blanco junto con el amarillo, seguidos de cerca por el rojo, y ya quedan más alejados el verde y el azul. Si atendemos al valor simbólico que pudieran tener estos colores en Lope podemos, a modo de ejemplo, tomar como referencia los vv. 255-262 de La Dragontea, en el canto II: Ya los bizarros jóvenes vestidos de diferentes sedas y colores, dando en ellas indicios y sentidos a la diversidad de sus amores; leonado, ausencias, pardo a los olvidos, azul a los celos, rojo a los favores, pajizo a los desdenes, blanco al alma, entre la tierra y mar están en calma...

Un aspecto muy característico que presenta la evidentia en Lope de Vega es el de incluir a menudo lo que he dado en llamar la descripción impresionista. Esta consiste en la exposición detallada de un sentimiento, acción o pensamiento, por medio de la selección de todas aquellas notas que conmueven o impresionan nuestro ánimo de forma muy gráfica, por lo que se hace necesario que la sintaxis se abrevie significativamente, elidiendo nexos, sobre todo verbales, necesarios en un ordo syntacticus47 del período. Hemos trabajado este aspecto en las comedias de Lope de Vega y hemos podido comprobar48: 1) 41 casos de descripción impresionista en los 9 grupos de comedias analizados. 2) La primera época (1579-1603) es donde más datos cuantitativos se acumulan49, pero se distribuyen proporcionalmente a lo largo de las tres épocas de su producción dramática las distintas variantes cualitativas50. De

47 Anteriormente investigué el ordo syntacticus renacentista en «Sintaxis renacentista y variatio estilística: un prototipo de ordo syntacticus en el Lazarillo de Tormes» (M.ª A. Penas, 2002). 48 Hemos extraído estos datos de M.ª A. Penas (1996a). 49 Primera época: 18 casos; segunda época: 12 casos; y tercera época: 11 casos. 50 Primera, segunda y tercera épocas: 5 tipos de variantes, con la siguiente distribución: primera época: 2 variantes, tanto las comedias de santos como las comedias de enredo y costumbres; 1 variante, las comedias de historia nacional; segunda época: 2 variantes, las comedias mitológicas; 1 variante, tanto las comedias de historia nacional, como las comedias caballerescas y las comedias sobre historia clásica; tercera época: 2 variantes, tanto las comedias

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todas las variantes, el tipo morfosintáctico más usado es el de sintagma verbal + sintagma nominal; y el más utilizado semánticamente es el metonímico51. Veamos algunos ejemplos: Primera época (1579-1603): Comedias de santos: San Segundo de Ávila: – (Sintagma nominal + sintagma preposicional – metáfora segunda fase): HERMÓGENES: que tiene el vientre por Dios (v. 653)

Por ‘vulgo comilón, materialista, egoísta’. – (Sintagma verbal + sintagma nominal – metonimia): VANDELINO:

y no por eso dejó (v. 1351) el mundo de hacelle templo (v. 1352)

Por ‘adorarlo’.

Comedias de enredo y costumbres: El galán Castrucho : – (Sintagma nominal – metáfora sobre metonimia): CASTRUCHO: Mozalbitos de buen talle, Puntas, tajos y reveses.

(v. 1111) (v. 1112)

Por ‘pendencieros, duchos en el combate’. caballerescas como las comedias de enredo y costumbres; 1 variante, las comedias de historia nacional. 51 En la investigación que llevamos a cabo en el teatro de Sor Marcela de San Félix, la hija que Lope tuvo con Micaela de Luján, pudimos comprobar cómo también el procedimiento metonímico se imponía al metafórico en el comportamiento textual de la polisemia. Cfr. Capítulo 21 de este libro.

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– (Sintagma preposicional + sintagma verbal + sintagma verbal + sintagma nominal + sintagma preposicional – metáfora sobre metonimia): CASTRUCHO:

¡Oh vieja de Belcebú que a tú por tú te pongas con quien ayer te hizo ver estrellas a mediodía!

(v. 1946) (v. 1947) (v. 1948) (v.1949) (v. 1950)

Por ‘discutir con quien le pega a uno de lo lindo’. Comedias de historia nacional: El remedio en la desdicha: – (Sintagma verbal + sintagma nominal – metonimia): ABINDARRÁEZ: Aquí llega, Jarifa, vuestra víctima; abrid, que pasa ya la luna errática.

(v. 2113) (v. 2114)

Por ‘venirse la noche de prisa y sin rumbo’.

Segunda época (1603-1615): Comedias mitológicas: La fábula de Perseo: – (Sintagma verbal + sintagma nominal – metonimia): DIANA

Os puso en una nave, pretendiendo daros la muerte sin manchar la espada

(v. 1074) (v. 1075)

Por ‘dar la muerte sin clavar, hincar la espada provocando sangre’. – (Sintagma verbal + sintagma nominal + sintagma preposicional – metonimia): FINEO: Quien prueba el filo al cuchillo

(v. 1331)

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Por ‘quien es acuchillado’52. Comedias de historia nacional: Peribáñez y el comendador de Ocaña: – (Sintagma nominal + sintagma verbal + sintagma nominal + sintagma preposicional – metáfora A = B): COMENDADOR: ¡Si gente no hubiera!... Mas despertarán también.

(v. 475) (v. 476)

LEONARDO:

(v. 477) (v. 478) (v. 479) (v. 480)

No harán, que son segadores; Y el vino y cansancio son candados de la razón y sentidos exteriores.

Por ‘segadores rendidos de sueño a causa del trabajo y no lúcidos a causa del vino’. Comedias caballerescas: La mocedad de Roldán: – (Sintagma verbal + sintagma nominal + Sintagma preposicional – metonimia): FELICIO:

Y que a mí me ha tirado muchas piedras con una honda.

(v. 1494) (v. 1495)

ALCALDE: ¿A vos con una honda?

(v. 1495)

FELICIO:

(v. 1496)

A mí con una honda.

ALCALDE: ¿No teníades Manos para un rapaz?

(v. 1496) (v. 1497)

Por ‘¿no pudiste cogerlo para pegarle?’.

52 Ofrecen el ejemplo y su interpretación semántica una perspectiva de deíxis inversa y no de recorrido diatético. Posteriormente he seguido investigando en estas cuestiones para el siglo XVI; «Cuestiones semánticas y pragmáticas en torno al recorrido diatético en el Tratado de la Concordia de Villafáfila (1506)» (M.ª A. Penas, 2008).

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Comedias sobre historia clásica: Las grandezas de Alejandro: – (Sintagma nominal + sintagma preposicional – metáfora sobre metonimia): VITELO:

Toque, y véngase conmigo, verá mi rancho en seis ramas; mas para yegua de vientre cualquier establo le basta.

(v. 2075) (v. 2076) (v. 2077) (v. 2078)

A la esposa dedicada a la crianza de los hijos la denomina, no sin ironía, gráficamente ‘yegua de vientre’.

Tercera época (1615-1635): Comedias caballerescas: El premio de la hermosura : – (Sintagma nominal + sintagma verbal + sintagma verbal + sintagma preposicional – metáfora A = B): TISBE:

¿Qué vida será la mía entre estas hayas y pinos, donde solas fuentes hay, y son de los ojos míos?

(v. 1022) (v. 1023) (v. 1024) (v. 1025)

Por ‘llorar de forma inconsolable’. – (Sintagma preposicional + sintagma nominal + sintagma preposicional – metonimia): TISBE:

¡Ay triste, que un preso es! ¿Si va a morir? ¿Quién lo duda, con la garganta desnuda y tanto hierro a los pies?

Por ‘preso a punto de ser ejecutado’.

(v. 2191) (v. 2192) (v. 2193) (v. 2194)

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Comedias de enredo y costumbres: Las bizarrías de Belisa: – (Sintagma nominal + sintagma nominal – metáfora A = B, en frase nominal pura, sobre metonimia): BELISA:

Miraba a pie la pendencia, todo tabaco y bigotes.

(v. 169) (v. 170)

Por ‘fumando mucho a través de unos grandes bigotes’. – (Sintagma verbal + sintagma preposicional – metonimia): BELISA:

(porque estos no son de aquellos (v. 191) Que repiten para cofres) (v. 192)

Por ‘caballos viejos’, ya que los cofres se forraban con cuero de caballo, que es de suponer sería con los ya viejos e inútiles para la carrera o el tiro. Comedias de historia nacional: El caballero de Olmedo: – (Sintagma nominal + sintagma nominal – metonimia): INÉS:

Espera (v. 338) ¿Qué es lo que traes aquí?

(v. 339)

FABIA:

Niñerías que vender para comer, por no hacer cosas malas.

(v. 340) (v. 341) (v. 342)

LEONOR:

Hazlo ansí, Madre, y Dios te ayudará.

(v. 342) (v. 343)

FABIA:

Hija, mi rosario y misa; Esto, cuando estoy deprisa, que si no...

(v. 344) (v. 345) (v. 346)

Por ‘las ocupaciones de una mujer devota, amante de la Iglesia’.

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3) El grupo de comedias que más utiliza este recurso es el de enredo y costumbres, con 20 casos. 4) El grupo de comedias que menos lo utiliza es el de historia clásica, con 1 caso. 5) Hay 3 comedias que no presentan ningún caso de este tipo de descripción impresionista: pastoriles, de historia extranjera, y comedias extraídas de novelas. 6) En las descripciones impresionistas53 no encontramos ni lexicalizaciones ni tópicos literarios, sino más bien creaciones y aportaciones individuales del autor, como, por ejemplo, en: Las bizarrías de Belisa: Miraba a pie la pendencia, Todo tabaco y bigotes.

(v. 169) (v. 170)

Porque éstos no son de aquéllos Que repiten para cofres).

(v. 191) (v. 192)

53 En la serie morfosintáctica a la que pertenece la descripción impresionista, sin embargo, predominan las lexicalizaciones.

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CAPÍTULO 25

PRAGMÁTICA: TEXTO Y CONTEXTO

Empezaremos por fijarnos en unos textos dramáticos y en unos contextos1 escénicos propios del medio teatral. Intentaremos estudiar cómo textos de esta naturaleza no son autónomos en sí, sino que dependen, puesto que se ven seriamente comprometidos e influidos por él, de un público, o mejor, de la interpretación que unos receptores, bien oyentes bien lectores, hagan de ellos. Aunque ya podemos adelantar que el margen mayor para la interpretación por parte del público lo vamos a encontrar en la modalidad de receptores en tanto en cuanto que oyentes, nuestro cometido aquí será demostrarlo en la medida que nos sea posible, sin olvidarnos de la segunda modalidad que hemos apuntado, la de receptores en cuanto posibles lectores; modalidad ésta, aunque secundaria, no por ello menos real. Pues bien, partamos de unos elementos que fácilmente actúan como índices teatrales, en un grado de mayor a menor, como son: los deícticos lingüísticos y semiológicos, las frases con valor de acotación y los diálogos de sordos. Empezando por los primeros que acabamos de mencionar, los deícticos lingüísticos y semiológicos, ya nos situamos a caballo entre texto dramático y contexto escénico, puesto que deíctico lingüístico y semiológico es toda palabra que señala algo que está presente ante nuestros ojos «demonstratio ad oculos»; y que, por el contexto, podemos deducir y suponer no sólo una deíxis verbal, lingüística, sino una deíxis física, gestual en escena, también. Baste un par de ejemplos para ilustrarlo. En La dama boba aparece en el v. 339 y en boca del personaje Rufino lo siguiente: Di aquí: b, a, n: ban.

Fácilmente en este verso podemos entender: Di aquí y ahora, señalando el maestro una cartilla de leer, con un deíctico espacio-temporal. En La Arcadia el personaje Bato nos dice en los vv. 1922-1923:

1 Posteriormente hemos profundizado en este concepto y hemos ampliado su aplicación a A. Buero Vallejo y a S. Beckett, desde un enfoque semántico (2007: 889-903).

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Daca el vino, socarrón. Tu paño es éste.

En estos versos, no sólo se designan las realidades verbalmente, sino que podemos pensar que se señalan físicamente con la mano, con el rostro, etc., en la representación escénica de la comedia por parte de los personajes. Con respecto a las frases con valor de acotación, podemos definirlas como aquellos grupos sintagmáticos que forman parte del texto dramático; por lo tanto, que establecen una comunicación intratextual y cuya función principal es la de informar al personaje o personajes en escena, de acciones de otros personajes de la comedia, tanto de entrada, salida, como de otra índole. Dichas acciones pueden estar ubicadas en el tiempo pasado –retrospectivas–; por ejemplo, en El marqués de Mantua, Carloto dice en el v. 763: ¡Tío mío, padre amado!,

a lo cual replica Galalón en el verso siguiente, el 764: ¡Qué haces arrodillado?

Este verso entre admirativo e interrogativo presupone el haberse arrodillado el personaje en el verso anterior. Es un texto bivalente, ya que desempeña la función expresiva o emotiva en la relación texto-personaje, pero con respecto al actor que encarna en escena a este personaje de ficción teatral, desempeñará la función conativa o apelativa del lenguaje. Igualmente estas frases pueden estar localizadas en el futuro –prospectivas–; por ejemplo, en La fábula de Perseo oímos en boca de Polinestor, v. 591: Lisandro es éste; y justo después leemos entre paréntesis y en cursiva (Sale Lisandro).

Esta acotación propiamente dicha, que figura detrás del v. 591, entre paréntesis, viene a reforzar el verso como frase con valor de acotación prospectiva, siéndole al texto dramático redundante. A propósito de esto, las frases con valor de acotación se diferencian de las acotaciones propiamente dichas en que estas últimas tipográficamente suelen venir escritas en letra cursiva y entre paréntesis, como anteriormente hemos

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señalado, y establecen una comunicación extratextual; es decir, la parte del texto dramático que se lleva a escena, no verbalizada. En tercer lugar hablaremos de los diálogos de sordos o apartes, como mensajes que se escuchan en escena por parte del público, pero que ciertos personajes fingen no captar; Dichos mensajes, que el texto dramático ofrece, desempeñan una función indicial, porque indican, señalan al público bandas de información para conseguir dos niveles de comunicación, proporcionando una anfibología → ambigüedad y, por lo tanto, alcanzando una matización más rica en el nivel semántico y semiológico. Los diálogos de sordos van expresados de forma implícita, cuando los notamos por el cambio de sentido en la frase; y van expresados de forma explícita, cuando algún elemento morfosintáctico expreso nos revela falta de comunicación o, mejor dicho, dos niveles de comunicación: – Intratextual de los personajes. – Extratextual de los personajes con el público. Como ejemplo de forma implícita podemos mencionar los vv. 1048-1051 de La Arcadia: BATO: Ya si yo fuera caballo ... CARDENIO: Para rocín eras bueno. BATO: Pudiera llevar a tres Desde la cola al pescuezo.

Por el cambio de sentido en la frase, parece que Cardenio se lo dice a sí mismo y al público, pero que no lo oye Bato, que sigue hablando desde su postura de caballo y no de rocín. Además este cambio de sentido en la frase se ve acompañado en la escena de un cambio en la entonación. Como ejemplo de forma explícita citaremos el que aparece en El marqués de Mantua, en los vv. 491-493: ALDA: CARLOTO: ALDA: CARLOTO:

¿... ... Has de hacer lo dicho? Como pudiere ¿Qué dices? Que ansí ha de ser.

En estos versos, a través del elemento morfosintáctico explícito, verbo dicendi: «¿Qué dices?», se nos manifiestan los dos niveles de comunicación:

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– Intratextual de los personajes: desde este nivel la respuesta a la pregunta: «¿... Has de hacer / lo dicho?», es: «Que ansí ha de ser», con ‘actitud sumisa’. – Extratextual de los personajes con el público: desde este otro nivel la respuesta a la misma pregunta de antes será: «Como pudiere», con ‘actitud irónico-burlesca’, que anula la interpretación anterior. En El caballero de Olmedo encontramos un tipo mixto de diálogo de sordos: l) Implícito, en los vv. 200-201, y 2º) explícito, en el v. 207: ALONSO: ¿Con qué te podré pagar La vida, el alma que espero, Fabia, de esas santas manos? TELLO: ¿Santas? ¿Pues no, si han de hacer ALONSO: Milagros? De Lucifer. TELLO:

Aquí, por cambio de sentido en el texto, y por cambio de entonación en la escena, sobrentendemos en la propia frase un diálogo de sordos; máxime cuando continúa Fabia diciendo: FABIA:

TELLO:

Todos lo medios humanos Tengo de intentar por ti; Porque el darme esa cadena No es cosa que me da pena; Mas confiada nací”. ¿Qué te dice el memorial?

Ahora a través del verbo dicendi, «¿Qué te dice?», nos damos perfecta cuenta de que lo anterior debe el actor que represente a Tello fingir que no lo ha oído en escena, para bien encarnar así su papel de personaje teatral que le ha tocado representar; no así el personaje de Don Alonso, que perfectamente sigue el hilo del diálogo cuando interviene, acto seguido en los vv. 208-209, contestando a Fabia y no a Tello, a quien ignora: ALONSO: Ven, Fabia, ven, madre honrada, Porque sepas mi posada.

Este tipo mixto de diálogo de sordos sólo aparece en esta comedia, por lo que podría constituir un hapax legomenon dentro de su obra comediográfica.

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Por lo tanto, los diálogos de sordos tipográficamente vienen formando texto junto con el resto de los versos, aunque se separan de él a nivel de comunicación como ha quedado probado. Ya para terminar de perfilar el contexto escénico, haremos alusión a los calambures, como elementos-puente entre el texto y su autor por un lado, y, por otro, entre la escenificación de los personajes y su público. El calambur se produce cuando las sílabas de una o más palabras, agrupadas de otro modo, producen o sugieren un sentido radicalmente inverso o distinto. Es un fenómeno de fonética sintáctica con repercusiones en el plano del significado, generando una anfibología → ambigüedad. Hay dos tipos de calambur: – Calambur del tipo a): el que expresa las dos posibilidades léxicas que la ambigüedad semántica del calambur ofrece; por ejemplo, en Períbáñez y el comendador de Ocaña se nos dice en los vv. 533-537 del III acto: PERIBÁÑEZ: Alojé mi compañía Y con ligereza extraña, He dado la vuelta a Ocaña ¡Oh, cuán bien decir podría: Oh caña, la del honor!

– Calambur del tipo b): el que sólo expresa una posibilidad léxica de las dos que la ambigüedad semántica del calambur ofrecería; por ejemplo, en San Segundo de Ávila leemos en los vv. 330-331: DIEGO:

Vuelto, pues, a la ocasión Del agua que darme toca,

Dada la oralidad de la escenificación teatral, podemos entender dos textos diferentes: – ‘que darme’ (relativo y verbo dar) – quedarme’ (verbo quedar) En El castigo sin venganza encontramos un ejemplo interesante, en tanto en cuanto puede ser considerado como calambur en un contexto escénico teatral no textual, en los vv. 1761-1762: BATÍN:

Y encrespando su turbante, Turco por la barba roja,

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Atendiendo al texto en su contexto lingüístico, el determinante «la» (v. 1762), impide que «barba roja» pueda ser entendido como el famoso marino y pirata ‘Barbarroja’, aunque hay apoyos léxico-semánticos en dicho contexto lingüístico, exactamente en las palabras: «turbante» (v. 1761) y «turco» (v. 1762). Pero si atendemos al contexto situacional, a la escena teatral, entonces podemos arriesgarnos a interpretar este ejemplo como calambur del tipo b). Para ello necesitamos suponer que en el teatro, en la representación escénica, pueda perderse audición; por ejemplo, del determinante «la», antes aludido. Ello facilitaría el posible calambur:

«barba roja»

{

‘barba roja’ (S.N.) ‘Barbarroja’ (sobrenombre del famoso pirata)

además de contar con esos apoyos semánticos antes aludidos en las voces: «turbante» (v. 1761) y «turco» (v. 1762). Por otra parte, apoyos gráficos, como el hecho de que «barba roja» venga con minúsculas y separado (en cambio, ‘Barbarroja’ vendría con mayúsculas y todo junto), sólo pueden considerarse tales apoyos en el texto escrito, pero no en el texto escenificado, ya que la oralidad del mismo no lo tendría en cuenta. Por lo tanto, podemos afirmar que en el teatro es de suma importancia la interrelación existente entre el texto del autor y el contexto escénico. El dramaturgo, sabedor de esta peculiaridad, no sólo la tiene en cuenta sino que muchas veces la potencia, al darle a la escena un papel relevante sobre el libreto, aprovechando todos los recursos que le ofrece la oralidad en cuanto a fonética sintáctica y entonación se refiere. Con ello se intenta comprometer al público en el fenómeno teatral, llamando su atención, no sólo para que no desconecte de la obra, sino para que interprete, semántica y pragmáticamente, el texto desde una perspectiva más amplia que la del mero personaje al servicio de un papel fijado por su autor. Recreado el contexto escénico, intentaremos ahora asomarnos al contexto personal de Lope de Vega a través de unos signos de naturaleza semiótica, como puedan ser los tópicos culturales. Si acudimos a la definición de este concepto, diremos que entendemos por tópicos culturales todas aquellas expresiones que remiten a fórmulas o clichés estereotipados, por constituir «lugares comunes2», topoi, dentro de la escala de valores de una determinada cultura. Como referencia informativa, traemos aquí los datos cuantitativos y las variantes cualitativas de los tópicos culturales, que presentan las comedias analizadas cronológica y temáticamente. 2

En Pragmática se habla también del saber enciclopédico.

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Datos cuantitativos: Cala cronológica – Primera época (años 1579-1603): 1.234 casos, – Segunda época (años 1603-1615): 1.579 casos, – Tercera época (años 1615-1635): 1.520 casos. por lo tanto, es la segunda época la que presenta mayor número de casos; y es la primera época la que presenta el menor número de ellos. Datos cualitativos: Cala cronológica – Primera época (años 1579-1603): 242 variantes cualitativas, – Segunda época (años 1603-1615): 268 variantes cualitativas, – Tercera época (años 1615-1635): 262 variantes cualitativas. por consiguiente, la segunda época de producción de Lope resulta tener más datos cuantitativos y mayor acumulación de variantes cualitativas que las otras dos épocas; y la primera época es la que presenta menos datos cuantitativos y menor acumulación de variantes cualitativas que las demás. Los tipos de variantes cualitativas presentes en las tres épocas cronológicas son: – – – – – – – – – –

Lemas sociales. Nombres propios (topónimos y antropónimos). Refranes, proverbios. Nombres comunes. Metáforas y símiles tópicos. Principios o axiomas. Términos científicos. Tópicos femeninos (que revisten crítica a la mujer). Términos literarios y principios de la Crítica literaria. Tópicos sociales.

De los diez, en una perspectiva global, abstrayéndonos de los nueve grupos temáticos que venimos considerando, diremos: el tipo de variante cualitativa más usado en los tópicos culturales es el de términos literarios y principios de la crítica literaria; y el tipo de variante cualitativa menos usado en los tópicos culturales es el de nombres propios (topónimos). Estos datos no nos deben extrañar, ya que no en vano Lope de Vega era un hombre de letras, un literato.

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Temáticamente, el grupo de comedias que más tópicos culturales presenta es el de comedias mitológicas, con 550 casos; y el grupo de comedias que menos tópicos culturales presenta es el de comedias de santos, con 304 casos. Veamos, pues, algunos ejemplos de tópicos culturales en sus distintas variantes cualitativas para conocer un poco más de cerca a Lope, hombre de carne y hueso, y a Lope, hombre de teatro.

1. Lemas sociales Efectivamente, el autor se nos revela como un hombre de su tiempo puesto que participa de lemas sociales propios de la época como son: la limpieza de sangre; la oposición moro / godo, a favor de los godos como antepasados históricos ilustres; el menosprecio de Corte y alabanza de Aldea; el tópico de armas y letras, etc. La imperial de Otón: TOLEDO: Si bravo le parecí Entre libros y letrados, Agora le desafío Entre espadas y venablos. (vv. 1937-1940) (Tópico de armas y letras)

2. Nombres propios (topónimos y antropónimos) Con respecto a los nombres propios, tanto topónimos como antropónimos, en San Segundo de Ávila aparece en el v. 610: «El Pilar de Zaragoza» lugar emblemático nacional y religioso; o en la Dama boba se registra en el v. 1347: «El Prado», y en el v. 1349: «Recoletos», lugares muy conocidos en el Madrid del momento. Parece como si Lope se identificara con estos lugares por su valor emblemático, simbólico, de España como nación, y de Madrid como su capital.

3. Refranes, proverbios Si nos fijamos ahora en los refranes y proverbios, podemos observar cómo los hay de tradición latina y de tradición hispánica. Así, por ejemplo: Peribáñez y el comendador de Ocaña:

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CASILDA: Inés, plumas y palabras Todas se las lleva el viento. (vv. 916-7, acto II)

Como se puede ver en estos versos, Lope de Vega alude al aforismo latino: verba volant, scripta manent. En muchas ocasiones Lope, hombre de teatro, representa el papel de paladín de lo español; él mismo, como hombre de carne y hueso, se siente español y con orgullo de serlo. Así, en La mocedad de Roldán: ROLDÁN: En un refrán español Pienso que os satisfaré; «Haz lo que tu amo manda, y sentaráste a su mesa. (vv. 2834-7)

En este apartado de refranes y proverbios hay variantes estilísticas, de polifonía textual, que manifiestan un ingrediente de creación personal, individual por parte de Lope poeta. En las comedias pastoriles tituladas El verdadero amante, y La Arcadia podemos encontrar buenas muestras de ello. La Arcadia: ANARDA: Ríos revueltos de celos, Ganancia de aborrecidos. (vv. 1126-7)

En este ejemplo el autor modifica léxicamente el refrán: «A río revuelto, ganancia de pescadores», para darle una lectura en clave poético-amorosa. Nuestro Lope, hombre de carne y hueso, fue un gran amador de damas, y su experiencia personal parece ponerla al servicio de su oficio de hombre de letras.

4. Nombres comunes Si pasamos ahora a los nombres comunes, nos encontramos, a lo largo de todas las comedias que hemos seleccionado en nuestro análisis, con nombres que hacen referencia a una tradición socio-literaria de la cual Lope de Vega resulta ser su portavoz; por lo tanto, Lope-autor ayuda a consolidarla en el público permitiéndoles oír lo que ellos desean y esperan oír. Así, nombres como «moscatel» (v. 561), de El caballero de Olmedo, como apelativo del gracioso-criado tonto; o «pícaro» (v. 1376), de San Pedro Nolasco, como palabra cargada de una tradición socio-literaria; o «toro» (v. 651), «donaire» (v. 27), de El guante de doña

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Blanca, como palabras-símbolo de nuestra cultura nacional, popular y literaria; o «ingenio» (v. 96), «vulgo» (v. 652), «decoro» (v. 1256), de San Segundo de Ávila, como términos portadores de una tradición clásica literaria y social. Por lo tanto, Lope de Vega guarda un equilibrio entre tradición (hombre de carne y hueso en cuanto hombre-ciudadano o persona social) y novedad (hombre de carne y hueso en cuanto hombre-individuo o persona; y hombre de Letras en cuanto hombre-artista o persona de teatro). Y este equilibrio bipolar se reparte a lo largo de una división trifásica que podemos distinguir en Lope: – Como hombre-individuo o persona – Como hombre-ciudadano o persona social – Como hombre-artista o persona de teatro. Como hombre-ciudadano o persona social, es decir, como un español más entre los españoles de su época, Lope de Vega parece someterse de buen grado al juego de ser paladín, portavoz o propagador de tópicos culturales bien arraigados en la sociedad española barroca. Lope como ciudadano nunca atacará los pilares básicos sobre los que se asienta la sociedad y cultura de la España de los siglos XVI y XVII; desempeñará una función conservadora de una tradición. Pero como hombre-individuo y como hombre-artista, es decir, como persona y como poeta dramaturgo, se nos muestra poco o nada tradicional y sí bastante novedoso, pasional, creativo. En cuanto hombre-individuo o persona, es conocido por todas sus múltiples aventuras amorosas, incluso en su etapa sacerdotal. En cuanto hombre-artista u hombre de teatro, fue un creador lingüístico en muchísimas ocasiones –como hemos intentado demostrar en este libro y esperamos haberlo conseguido–, y el autor de un Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo.

5. Metáforas y símiles tópicos Si nos fijamos ahora en las metáforas y símiles tópicos, constataremos una vez más la función conservadora de Lope de Vega como hombre-ciudadano de una sociedad con sus tradiciones y tópicos culturales y literarios. Así, por ejemplo, en La fábula de Perseo: LISARDO: Que el universal teatro Del mundo apellida Fénix, (vv. 88-9)

Una vez más se alude a un tópico cultural-literario en la forma de metáfora B de A: «el mundo visto como un teatro donde cada hombre representa su papel».

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6. Principios o axiomas En el apartado principios o axiomas encontramos buenos ejemplos de tópicos culturales. Fuente Ovejuna: FLORES: Católico Rey Fernando, a quien el cielo concede La corona de Castilla, Como a varón excelente. (vv. 1948-51) En estos versos se hace referencia al principio formulado por Fray. H. F. Paravicino de que la Monarquía tiene un origen divino. Lope de Vega nunca criticará el estamento monárquico ni el estamento eclesiástico. Al contrario, hará una defensa y propaganda social de los mismos; en la cúspide de la pirámide social se encuentra el Rey, y, por encima del Rey, únicamente Dios.

7. Términos científicos En lo referente a términos científicos, podemos decir que Lope era conocedor de las teorías filosófico-científicas de Aristóteles, Heráclito, Platón o Pitágoras. Así, por ejemplo, en El Amor enamorado: ALCINO: Dos causas la materia y la eficiente Estaban para ser, no habiendo sido, En acto aquésta, y en potencia aquella, (vv. 224-6) En estos versos el autor alude a la teoría hilemórfica aristotélica. San Pedro Nolasco: PIERRES: Los elementos son guerra, Todo es guerra cuanto vive. (vv. 1504-5) Aquí Lope de Vega nos hace una referencia claramente heraclitiana. En este apartado de términos científicos, el autor cita muchas veces la astrología y las prácticas astrológicas, pero, como en tantas ramas del conocimiento,

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sin apartarse de lo que era general creencia en su tiempo. Nunca adoptó una actitud herética. 8. Tópicos femeninos Lope de Vega utiliza mucho en sus comedias tópicos femeninos (que revisten crítica a la mujer). En El halcón de Federico: LUDOVICO: Mucho te fuiste de boca; Eres, Julia, al fin, mujer. (vv. 965-6)

Ya en la literatura hubo una corriente misógina con raíces bíblicas: Eva que indujo al pecado a Adán en el Génesis; o El Corbacho del Arcipreste de Talavera, pongamos por caso.

9. Términos literarios y principios de la crítica literaria La variante cualitativa de términos literarios y principios de la crítica literaria dentro de los tópicos culturales es la que está más representada en la obra lopesca. Así, Lope de Vega se nos manifiesta como el hombre-artista que es, teniendo dominio del arte y técnica teatrales, y ya no sólo como un mero improvisador arrebatado por la fuerza de la inspiración poética. Hay una serie de términos literarios y principios de la Crítica literaria que son buenos indicadores de que Lope conocía bien la Poética de Aristóteles y el Ars poetica de Horacio. El remedio en la desdicha: ABINDARRÁEZ:

Nadie las ciencias podría Sin la experiencia saber; Mas no es posible aprender El Amor y la Poesía: El hacer versos y amar Naturalmente ha de ser. (vv. 744-9)

En estos versos se alude al innatismo en poesía: el poeta nace y luego se hace. Recordemos al respecto lo que pensaba Aristóteles de la metáfora, al considerarla como el único tropo que no podía ser enseñado. Hay otra serie de términos literarios y principios de la Crítica literaria que van a ser buenos indicadores de que Lope conocía bien su época y su coetanei-

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dad, de que Lope era buen testigo de su tiempo. Así, a veces el autor se objetiva como un escritor más de entre los existentes en el momento presente o inmediatamente reciente que le tocó vivir. Peribáñez y el comendador de Ocaña: INÉS: Traedme un moro, Belardo. BELARDO: Días ha que ando tras ellos. Mas, si no viniere en prosa, Desde aquí le ofrezco en verso. (vv. 361-4)

En estos versos se alude al principio de «la obra dentro de la obra»; o la variante «el autor dentro de la obra». En los versos en cursiva se aludiría a los personajes de su obra épica titulada La Jerusalén conquistada, escrita en 1605 y publicada en 1609. Por otra parte, Lope de Vega hace referencia en muchas ocasiones al tópico de las tensiones literarias de las Academias. En Peribáñez y el comendador de Ocaña, el autor se mofa de las duras críticas que los neoaristotélicos de la época le habían dirigido por no haber acomodado su práctica teatral a la de los clásicos, aduciendo que eran escritores absolutamente desconocidos por el Fénix. Así, en el v. 267 del acto III, Peribáñez pregunta: ¿Ya íbades a la escuela?,

a lo cual Belardo le responderá en el v. 275 del mismo acto: Yo sé escribir sin leer.

Como se puede ver, Lope de Vega, por un lado, critica a los académicos de las Escuelas y, por otro lado, aprovecha el texto dramático de las comedias para defenderse de tales críticas como hombre de teatro. A menudo Lope también aprovecha sus textos teatrales para difundir a través de ellos su teoría sobre el Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo. Así en El castigo sin venganza: DUQUE:

Agora sabes, Ricardo, Que es la comedia un espejo …………………….. Retrata nuestras costumbres O livianas o severas, Mezclando burlas y veras, Donaires y pesadumbres. (vv. 214-225)

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En estos versos se hace referencia a la comedia y su código semiótico icónico principalmente; y al concepto híbrido, minotáurico, de comedia como tragicomedia. Hay un grupo de ejemplos que nos indican cómo Lope de Vega era un buen lector, tanto de los clásicos como de los modernos. – LECTOR DE LOS CLÁSICOS: Las grandezas de Alejandro: DEMOFONTE: Canto del hijo divino De Júpiter y de Marte Las armas. (vv. 1698-1700)

Aquí se alude al primer verso de la Eneida de P. Virgilio: «Arma virumque cano». – LECTOR DE LOS AUTORES MODERNOS: En este apartado cabe una doble clasificación: a) Lectura no desmitificadora: En Servir a señor discreto se cita La cárcel de amor en el v. 1503, famosa novela sentimental de D. de Sampedro; o en El castigo sin venganza se cita La vida es sueño en los vv. 928-929, famosa comedia de P. Calderón de la Barca. b) Lectura desmitificadora (propia de la estética del Barroco): Roma abrasada: NERÓN: Aquilillos era un loco, Arrogante y fanfarrón. (vv. 1399-1400)

Se hace una desmitificación barroca del héroe griego Aquiles, a través de un sufijo diminutivo irónico más tres adjetivos peyorativos. En muchas ocasiones también Lope de Vega desmitifica la figura histórico-literaria de Lucrecia. Entre el vulgo de los s. XVI y XVII Lucrecia era sinónimo de ‘puta y necia’; y no de ‘honrada y casta’. 10. Tópicos sociales Ya para terminar, abordaremos el último tipo de variante cualitativa dentro de los tópicos culturales. Nos estamos refiriendo a los tópicos sociales. A través de

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ellos podemos ver a Lope de Vega como hombre-ciudadano o persona social guardadora de la tradición de un pueblo a tres niveles: a) NIVEL FAMILIAR: Peribáñez y el comendador de Ocaña: PERIBÁÑEZ: Ya sabes que la mujer Para obedecer se casa; …………… Amar y honrar su marido Es letra deste abecé, (vv. 398-409)

Lope apuntala bien la función social y familiar de la mujer en la España oficial del siglo XVII, tomando como modelo La perfecta casada, de Fray Luis de León. b) NIVEL NACIONAL: Las bizarrías de Belisa: D. JUAN:

Nací segundo en mi casa, Y así mi padre envióme A Flandes, donde he servido Desde los años catorce Hasta la edad en que estoy. (vv. 225-9)

Se hace referencia a la carrera militar de los hijos segundones para servir a su Patria; la otra carrera que podían seguir era la eclesiástica. c) NIVEL RELIGIOSO: Servir a señor discreto: D. PEDRO: Mas no he tenido por cierta Ninguna adivinación (vv. 1681-2) Eso con la religión SEVERO: y con la verdad concierta. (vv. 1683-4)

Se alude al rechazo social de supersticiones y brujerías, que van en contra de los dictados de la auténtica Religión y de la Razón. Por consiguiente, podríamos decir que, haciendo un repaso por los tópicos culturales y las diez variantes cualitativas que hemos seleccionado, Lope de Vega se nos revela como un hombre de carne y hueso en cuanto hombre-ciudadano o persona social, fundamentalmente. Guardador y propagador de las tradiciones socioculturales de la España de los siglos XVI y XVII; e igualmente se nos manifiesta como un hombre de letras en cuanto hombre-artista o persona de teatro. Innovador del lenguaje y creador de un nuevo tipo de Comedia Nacional,

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pero sin dar la espalda a la herencia clásica aristotélica y neoplatónica, que transforma en algo distinto para que responda mejor a las necesidades del gusto del público de la España del Barroco.

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ÍNDICE DE CONCEPTOS

absurdo, 17n, 27-29, 40, 47, 49-50, 52, 69, 106, 121, 270, 275, 278, 283, 291, 294 acento, 37, 40, 82-83, 294 acepción, 122, 225, 251n, 260-261, 279, 330, 328n, 347n, 356, 366, 400-401, 402n, 404, 409-410, 414-415, 429 aceptabilidad, 15n, 16-17, 19n, 22, 42, 46, 70, 166n, 202-203, 290-291 acotación,136, 313n, 416-417, 467-468 acróstico, 96, 248 activa/pasiva, 166, 167n, 174, 188 acústico, -a, 39n, 84, 116-118, 121, 122n adaptación, 432-433 adecuación, adecuado, -a, inadecuado, -a, 13, 17n, 24-25, 27, 30n, 32n, 44, 47-48, 50, 53, 7, 88n, 90, 106, 176, 187, 186, 202-204, 218, 265, 271, 275, 280, 281, 290, 291n, 311, 342, 445-447 adiectio,21n, 44-45, 50, 192, 204-205, 276, 338, 378 adjunto, 175-176, 179, 180n adversación, 165 afirmación, afirmar, 16n, 21, 25n. 29. 43. 48. 52. 62. 82. 94, 101-102. 106. 108. 111.113, 116, 167, 174. 177, 179, 201, 213, 256, 264, 267n, 268, 273, 275, 278, 282n, 290, 319, 384n, 425, 472, aglutinación, 226 agramaticalidad,19, 43, 68n, 83n, 182 alegoría, 93, 181, 190, 330, 349, 351, 359, 380, 387, 395, 450, 483 aliteración, 84, 86, 93, 121, 206-207 alomorfo, alomórfico, -a, 250, 252 alusión, 93, 11, 154, 197, 218, 274n, 282283, 344, 374, 435, 438, 471 amalgama, 93 amaneramiento, 76, 135, 142, 207 ambigüedad, ambiguo, -a, 32n, 81-83, 88, 97, 104, 129, 135, 179, 187n, 188, 195, 197, 206-207, 290, 300, 366, 369, 469, 471, 487, 508

ámbito, 23n, 35n, 45, 57, 74, 104n, 185, 189, 204, 218, 288, 298, 379, 442 americanismo, indoamericanismo, 432-434 amplificatio, 244, 328-329, 332, 381, 394, 447-448, 453n anacoluto, 11, 25, 49-50, 89, 135, 142, 165n, 167-169, 188, 193, 195, 288, 321 anacronismo, 63, 135, 142, 144-145, 397, 429 anadiplosis/epanadiplosis, 135, 165n, 183184, 209, 292n, 306n, 342, 367-368, 370 anáfora, anafórico, -a, repetición, catáfora, epífora, 20, 41n, 51n, 64, 135,138, 165n, 183-184, 187n, 192, 206, 209210, 227, 258n, 273n, 276, 280-281, 288n, 290, 292, 294, 299-307, 309, 315, 322, 342, 381, 390, 393, 395, 413 analogía, análogo, -a, analógico, -a, 9, 18, 20n, 28, 34n, 59, 83-84, 89, 90-91, 9799, 101-103, 106, 112-113, 116, 123, 128-129, 150, 165n, 205n, 216-217, 266, 269, 322, 330, 345n, 432, 436445 anáptixis, 189 anástrofe, 167, 193 anfibología, 135, 290n, 369, 380, 389, 469, 471 anomalía,18n, 69, 75, 100n, 163, 168, 217,272, 273n, 300n antanaclasis, 97n, 206, 264, 267n, 273n antífrasis, 176n-177n, 273n antítesis, 20n, 41n, 51n, 135, 141, 212, 263264, 266-267, 269, 274, 277, 283, 296, 327, 330, 334, 380, 385, 394 antonimia, antónimo, -a, 79n, 86-87, 90, 100, 135, 139-141, 146, 154, 156, 177, 178n, 212, 251, 263-265, 270, 273n, 299, 328n, 332, 360, 380, 382-384, 385n, 388n-389n, , 390, 394-395, 397400-401, 403, 406-407 antonomasia, 135, 182, 219n, 220, 338n, 340,388n, 407, 426, 448

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anulación, 26n, 30n, 27-30, 38, 50-52, 263n, 278 aparte, 152, 362 aposición, 165n, 182, 188, 277, 392 aposiopesis, 166, 183, 193, 208 apóstrofe, 135, 182, 193, 211 aprehensión, 217 aptum, 44, 275 arbitrariedad, arbitrario, -a,18n, 19, 43, 57n, 84-85, 91, 106n, 107, 111-112, 114-119, 122, 136, 160, 415, 417, 420 arcaísmo, arcaico, -a, 120, 127, 135, 142, 149-151, 167, 432-433, 443 argot, 151 argumentación, argumento, 119, 172, 177, 179, 274n, 445, 447, 453 armonismo, armonía, 84, 86, 91, 121, 207, 209, 292n, 368, 373, 446 arquitectura/estructura, 58-59, 444-445, 451 asimetría/simetría, 86, 183, 245, 247, 284, 294, 299 asimilación, disimilación, 124 asíndeton, 208, 301n asonancia, 84, 86, 93, 121-122 aspecto, 14, 26, 39, 49, 52, 77, 85, 90, 93, 97, 108, 122, 197, 225, 228, 282n, 298, 305, 329, 333, 416, 460 aspiración, 150 atributo, 89, 113n, 172, 246, 286n, 287, 297, 314-315, 331, 374, 387, 420 aumentativo/diminutivo, 213, 227-228, 229230, 237, 480 automatización, 140, 353 barbarismo, 47, 168n, 195, 378 braquilogía, 323 cacofonía, 186 calambur, 93, 97, 101, 135, 142, 206-207, 329, 471-472 cambio, cambio semántico, 62, 118, 124126, 135, 163, 167, 169, 179-185, 193, 195, 211, 215, 219, 232, 268, 275, 279, 284, 291, 293-294, 339, 356-357, 369370, 469, 470 campo semántico, 73, 82, 90, 225, 246, 332333 catacresis, 42, 181, 217

catálisis, 104 categoría, subcategoría, categorización, subcategorización, 67, 68, 82, 121, 123, 129, 193, 194, 226, 230, 287, 290, 292, 296, 319, 327, 333-334, 338, 345, 378, 398 causa, 45, 81, 85, 92, 104, 113, 147, 157, 160, 173-176, 177n, 180, 188, 218-219, 332, 339-340, 402, 418, 463 clase, clasema, 13, 21, 31, 33, 52-53, 62, 80, 100, 106, 119, 124, 130, 142, 151, 196, 232, 235n, 260, 265, 280, 287, 289, 296, 298, 300n, 317, 341, 344, 356, 368, 400, 429, 447n cláusula, 184, 186, 293n cliché, 86, 324, 472 clímax-anticlímax, 135, 141, 165n, 184, 267n, 275-276 codificación, decodificación, codificar, 70, 78, 81, 85, 87, 96, 98, 100, 102-103, 273, 285-286, 317, 339, 342 código, 10-11, 40n, 38, 44, 63, 68, 86, 88, 89n, 94n, 116, 134, 141, 143, 146, 187, 194, 202n, 223, 281, 317-318, 378, 413, 415, 431, 433, 438, 480 cognición, 51, 266n coherencia, 31, 42, 51, 61, 70, 81, 91n, 99n, 101, 104, 106, 143, 183, 202, 212, 279, 289-291, 298-299, 295n, 300n, 305-30, 321, 438 cohesión, 42, 51, 83, 202, 204n, 279-280, 290-293, 295, 305-306, 311, 321 colocación, 89n, 184, 187n, 211, 389 coloquialismo, coloquial, 37n, 38, 61-62, 135, 142-144, 149-151, 227, 230, 233234, 279n, 314, 317-321, 323-325, 357 comodín, 304, 324 comparación, 39n, 43, 56, 92, 97-98, 114, 117, 126n, 154, 177-178, 193, 213, 217, 230, 311, 328-332, 338, 355, 358, 412 competencia/actuación, 114-16, 18-22, 23n, 25, 30-32, 33n, 35n, 37, 42, 46, 53, 59, 61, 72, 88n, 100, 203, 214, 279, 291, 309, 330 competencia comunicativa, 15n, 33n, 291 competencia idiomática, 61, 291, 309 competencia individual, 88 competencia léxica, 100

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Índice de conceptos competencia lingüística/gramatical, 13, 15n, 16, 16n, 18, 19, 20, 20n, 21, 21n, 22, 23, 23n, 24, 30, 31, 32, 33n, 35n, 46, 53, 72, 88, 88n, 100, 203, 279, 309, 330 competencia literaria, 20-21, 37, 39, 41, 43, 45, 47, 49, 51, 53, 55, 57, 59 competencia métrica, 19 competencia multilectal, 33n competencia poética, 19, 291 competencia pragmática, 291 competencia textual, 13, 15, 17, 19-21, 2324, 25, 27, 29-33, 35, 53 composición, compuesto, -a, 64, 73, 76, 93, 117-118, 123-125, 127-128, 163, 167168, 180, 185, 206, 224n, 225-226257, 343, 365, 369, 374, 376,411, 429, 446, 458, comprensión/extensión, 30, 30n, 52, 70, 80, 99n, 104, 129, 149, 165, 176, 182, 185, 201, 203, 219, 225, 253, 270, 290, 290n, 318-319, 322, 400, 438 comunicación, comunicativo, -a, 14-15, 20, 31, 33n, 37, 40, 53-54, 57, 63, 65, 76, 79-80, 100, 103, 111, 116, 134, 188, 201-202, 204, 215, 265, 270-271, 278282, 286, 289, 291, 297, 299, 308, 317319, 321, 323-324, 412-414, 440-441, 445, 468-469, 471 concepto, 13n,14-16, 18n, 19-20, 22n, 23, 34n-35n, 38, 41-42, 47, 61, 64-65, 70, 75, 89, 93-94, 109, 118, 130, 166n, 169, 175, 176n-177n, 186n-187n, 188, 191, 194-195, 203, 204n-205n, 210, 218, 229, 265, 275-276, 282-284, 328, 345, 377, 391n, 430-431, 433, 445, 447, 467n, 472, 480 concesión, 45, 268, 272 concordancia, discordancia, 44, 163, 167, 169, 196, 198, 255, 257, 268, 286n, 292, 300n, 314, 315n, 322 condición, 14, 21n, 39n, 41, 45, 47, 92, 95, 107, 118, 121, 268, 270, 378, 404n406n, 408, 415 congeries, 192, 277 congruencia, 17n, 24-25, 26n, 27-30, 49-52, 278, 299 conjunción, 31, 45, 54, 56, 166, 191, 256n, 264, 268, 298, 299n, 319, 393

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conmutación, 67, 89, 165n, 177n, 183-185, 187n, 297 connotación, connotativo, -a, connotema, connotar, 57, 62, 77-97, 98, 101-107, 109, 111, 135, 218, 237, 239-241, 251, 254, 270, 273, 328n, 333, 357, 365n, 371, 374, 439, consecuencia, consecutivo, -a, 10, 20n, 45, 56, 65, 75, 92, 104, 111, 115, 117-118, 130, 175, 188, 230, 268, 279, 294, 315, 323, 330, 332, 335, 394-395 contagio, 85 contexto, 13, 15n, 17n, 20n, 27, 30, 32-33, 35n, 39, 48, 50, 52, 54-56, 68, 72, 61, 68-70, 74-75, 79, 85-87, 88n, 97, 98n, 102, 104, 115, 122, 129, 140-141, 166, 193, 204, 211, 213, 223, 226, 259, 264, 271, 272n, 279-280, 282n, 286n, 287, 302n-303n, 305, 308-311, 317, 319-320, 323, 330-331, 356-357, 370n, 374, 396, 407, 409, 435, 442, 467, 471-472 contradicción, contradictorio, -a, 15, 28, 35, 41, 51, 55, 99n, 100-101, 177-178, 188n, 212, 264, 269-270, 274n, 276, 282n, 298, 441 convención, convencional, convencionalidad, 23n, 107, 111-112, 115-120, 123, 136, 159-160, 230, 413, 414n, 415-417 conversión, 38, 91n, 174n, 185, 299, 437 coordinación, parataxis,92, 165, 293-294, 392 corrección, incorrección, correcto, -a, incorrecto, -a, 16, 17n, 21-22, 24-25, 30, 42-43, 46-48, 53, 71, 135, 164-165, 168n, 182-183, 185, 189-190, 194-195, 198-199, 202, 204, 207, 264, 272, 275, 278, 290n, 300n, 377-378, 381, 394, 450n correlación, 130, 135, 243, 245-246, 253254, 275, 277, 306n cortesía, 111, 229, 284, 287, 308 cotexto, 208, 213, 215, 280, 301 creación, creatividad, innovación, recreación semántico-etimológica, 13n, 15n, 18n, 20, 39n, 40-41, 43-44, 37n, 38-40, 46, 53, 55, 62n, 63-65, 67, 69-70, 73, 76n, 93, 99, 106n, 116-117, 147-

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150, 151-152, 154-155, 158, 160-161, 203, 291, 319, 328, 373, 441n, 475 cultismo, culto, -a, 38, 124, 135-136, 145, 151, 156, 160, 198, 221, 283, 318, 327, 341, 343, 362, 375, 433, 446n, 455n debilitación, lenición, 234 deconstrucción, 271n0 definición,37n, 73-74, 78, 89, 92, 95, 99n, 105-106, 116, 127, 163, 168, 176n, 179, 188, 195, 223, 228, 231, 275, 280, 398403, 406-408, 453, 472 deíctico, deixis, 135-136, 299-300, 370n, 467 denotación, denotativo, -a, denotar, 54, 62, 77-87, 88n, 89-90, 91n, 92-93, 94n, 9598, 101-109, 120n, 135, 218, 250, 254, 283n, 299, 328n, 356-357, 415, 423, 440 dependencia, 44, 55, 268 derivación, derivado, derivacional, derivativo, -a, 45, 68n, 73, 84, 90, 98, 112, 118, 124, 126, 128, 130, 181, 188, 223n, 224, 247, 253, 285, 365, 368-369, 373, 375-376, 389, 399n designación, designar, 16n, 20n, 24-25, 2829, 32, 47, 51-53, 90, 102, 106, 112, 125, 129, 176, 192, 203, 279, 306, 329, 343, 371, 399-100, 403, 407-408, 412, 431-432, 439 desinencia, 184, 186, 228, 257, 301 desviación, desvío, 16n, 18, 22n, 27n, 43n, 46, 49n, 51, 69, 75-76, 86, 93, 106, 182, 191, 267, 270, 273n, 339, 377 determinación, 26, 30n, 52, 57n, 114, 225226, 280 detractio, 21n, 44-45, 50, 192, 204-205, 276, 338, 378 diacronía, diacrónico, -a, 11, 21, 35n, 58, 66, 114, 129, 223-224, 226, 231, 234-234, 365-367, 369, 373-375, 433, 439, 443 diafásico, -a, 33n, 41, 58, 282, 318, 401n, 444-445 dialéctica, dialéctico, -a, 13-14, 163-164, 170-174, 176177, 179, 188, 190, 267, 269, 274, 278, 376-377, 447 dialecto, dialectalismo, dialectal, 14, 33n, 41, 57-58, 74, 88, 113-114, 127, 257n, 444-445

diálogo, dialogismo, 14, 136, 140, 255, 256n, 284, 286, 317, 321, 325, 431, 448-449, 470 diasistema, 58, 88, 444 diastrático, -a, 33n, 58, 142, 151, 317-318, 444 diatópico, -a, 33n, 58, 318, 401, 423, 444-445 dicción, 42, 165n, 168, 182-183, 187n, 193194, 204-206, 290n, 379-380 digresión, 49n, 165n, 167n, 169, 182, 188, 277, 288 dilogía, 206 discurso, discursivo, -a, 18n, 24, 26n, 27, 29-30, 32n, 33, 37n, 48-50, 52-54, 58, 70-71, 79, 81-82, 84, 86-87, 92-94, 95n, 96, 98-100, 102-108, 109n, 114-115, 131, 140, 143-144, 147, 149, 154, 162, 168, 171, 176, 180n, 181-183, 185-187, 190-192, 194-195, 201-203, 233, 248, 266, 273, 278-279, 281-282, 288-291, 293-295, 299, 300n, 311, 317, 324, 338339, 347, 377, 389n, 397, 409, 443-444, 447, 454 diseminación-recolección, 135, 243-244, 246-254, 274-275, 306n, 381, 389 disociación,45, 268 dispersión, 76 distribución, 44, 73, 75-76, 95n, 196, 205, 253, 264, 268, 274, 389, 423, 460n disyunción, 45, 268, 321 dubitación, 273, 278 ecuativo, -a, ecuacional, 99n, 297 elativo, 227 elección, 13n, 24n, 43n, 54, 62, 69, 73, 75, 90, 112, 329 elipsis, elisión, 11, 27, 38n, 50, 51n, 79n, 89, 135, 138, 163, 164n, 165-169, 193, 208, 211, 258-259, 265, 267, 282n, 288, 293-294, 300-305, 308-311, 315, 322323, 327, 330-331, 333, 387, 392 elocutio, elocución, 23n, 44, 140, 162, 164165, 168, 179, 180n, 182, 187, 189-192, 203n, 204, 274-2755, 357n, 445, 446n447n, 448, 453n, enálage, 55, 93, 163, 193, 442 énfasis, enfático, -a, 26n, 44, 82, 190, 212, 228-230, 263n, 268, 311, 322, 457

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Índice de conceptos enigma, 99, 181 entonación, entonativo, -a, 26, 62, 82n, 89, 100, 230, 291, 294, 311n, 320, 366, 373, 469-470, 472 entorno, 57n, 94n, 280, 291, 305, 319 enumeración, 75, 210, 275-277, 288n, 324 enunciación, enunciativo, -a, 77n, 78-79, 82-83, 86, 92, 108, 109n, 272, 279-281, 282, 284, 298, 305, 308, 329 enunciado, 72n, 77n, 86, 90, 94n, 95, 99n100n, 101-103, 106-109, 230, 274n, 281, 285, 298, 305, 311-312 epanalepsis, 165, 183, 209 epiceno, 135 epíteto, antiepíteto, 72, 74n-76n, 135, 139, 152, 156, 180, 192, 228-229, 245-246, 264, 276, 325, 337-340, 342, 346-348, 353, 381, 390-391, 395, 455, 457-459 equivalencia, 44-45, 64, 77, 98n, 268, 270, 273, 276, 307n equivocidad, equívoco, 206, 267n, 276-277 especialización semántica, especializar, 169, 261, 345n, 432 estereotipo, 135, 141, 333, 343, 371, 374, 440 estilística, estilístico, -a, 10, 14, 17, 41n, 32, 33n, 42, 46, 56-57, 67, 71-75, 76n, 79, 81, 86, 88n, 91, 94, 97, 102, 105, 120, 126n, 158, 189, 204n, 210, 223, 226, 233, 235, 265n, 266, 287, 293n, 300, 313, 322, 442, 460n estilo, 9-10, 21n-22n, 41, 47, 61, 66-68, 7176, 133, 138-139, 164-165, 189, 192, 195, 198-199, 201, 218, 274n, 282, 288, 305, 317-318, 373, 377, 417n, 445, 446n estructura profunda/estructura superficial, 45, 179n, 187n, 279 etimología, etimológico, -a, 14n, 37, 64-66, 73, 93, 115-118, 124-129, 135, 155, 157, 176, 177n, 180n-181n, 224n, 235, 254, 300, 306n, 343-344, 355, 365, 368, 371-376, 380, 385, 397, 437-438, 439n, 440, 444 etimología popular, 65, 73, 126-129, 135, 177n, 368, 373, 375n, 439n eufemismo, eufemístico, -a, 53, 135, 165n, 182, 213, 259n, 274, 287, 328, 357n, 362

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evidentia, evidencia, 21, 77-78, 83, 102, 109, 111, 139, 142, 186, 275, 278n, 328, 413, 426, 441, 446-451, 453n evolución, 11, 35, 67, 112, 114, 116, 133, 138, 232, 295n, 423, 425 ex-abrupto, 135, 142-143 exclamación, 277, 320 exoglótica/endoglótica, 116-118 explícito, -a, explicitación, 26, 81, 98n, 101102, 109, 116, 129-130, 217, 273n, 279n, 280, 284, 306, 311, 319, 330-331, 335, 355, 399, 438, 469-470 expuesto, presupuesto, 50, 59, 152, 156, 159, 162, 188n, 215, 247, 252, 263, 274, 286, 329, 332, 395, 420 fabla, 135, 142, 144-145, 157-158 feno-texto, 107 figura, 34n, 44, 51, 55, 84, 93, 94n, 134135, 163, 166, 168-169, 172, 180, 182184, 185n, 193-195, 204n, 208-214, 227, 248, 265-270, 272-273, 274n, 275276, 278, 308n, 327-328, 331, 339, 378, 380-381, 416-418, 430, 441-442, 446, 447n, 448-451, 454, 468, 480 figura etimológica, 135 filología, filológico, -a, 10, 66, 121, 165n, 195, 327, 444 flexión, 16n, 47, 77, 84, 107, 109, 128, 170, 173, 188, 223, 227-228, 257n, 317, 334 fonético, -a, fónico, -a, fonoestilístico, -a, fonocinético, -a, fonometafórico, -a, 11, 57n, 73, 77n, 82-85, 92-93, 94n-95n, 96, 105, 112, 114, 116-117, 120-121, 124127, 135, 148-149, 151, 159, 161, 185, 187, 194, 205, 232, 234, 235n, 256, 259, 280, 283n, 314, 320-321, 365-367, 373-376, 379, 3,85, 440, 471-472, fonología, fonológico, -a, fonema, fonoestilema, fonemático, -a, 15n, 39, 74, 82-83, 105, 187, 194, 204-206, 208, 256, 259, 320, 366, 373-376, 380, formalización, formal, 10, 78n, 81, 123, 173, 173n, 184, 185, 188, 191, 192, 216, 234, 268, 317, 335, 348, 350, 351, 353, 357, 365n, 377, 454 fórmulas de tratamiento, 135, 138, 139, 140, 146

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frase/oración/párrafo/texto, 15n-16n, 20, 22n, 29n, 30, 35n, 47, 49n, 52, 54, 61, 64, 70-71, 81n, 82-83, 86-87, 91n, 92, 94, 96, 98, 102, 108-109, 122, 125, 135136, 150, 164-167, 176, 179, 182-186, 188, 193, 223n, 226-227, 229, 257n, 261, 270, 277, 282n, 288, 290n, 293, 309, 313, 315, 321, 324, 348, 351, 353, 359, 386, 430, 465, 468-470 frase/verso, 28, 46, 62, 64, 76n, 83n, 85, 93, 105, 147-148, 151-155, 157, 159-161, 186, 186n, 187n, 207, 209-210, 215, 236, 247, 249-252, 254, 259, 264-265, 270, 276-277, 281n, 284, 304n, 307n, 310n, 313n, 320, 330, 332-334, 339, 341-343, 349, 360, 362, 368-371, 385n, 397, 419, 438-439, 448, 451n, 452, 458, 467-469, 471, 475, 477-480 frase hecha, fraseologismo, fraseología,47, 57, 135, 150, 281, 324, 430, 443 función lingüística, multifuncionalidad, función poética, 19, 41n, 63-64, 73n, 107, 130, 140-141, 143, 168, 191-192, 223, 296, 298, 342, 377 geminación, 209, 277 germanía, 38, 327 gesto, gestual, 69, 108, 163, 182, 187, 370n, 400, 411, 467 glíglico, 39 gradatio, 135, 141, 210, 390n, 455n, 456 guineano, 39n, 150 grafema, gráfico, -a, 11, 33n, 61, 80, 83, 86, 95-96, 99, 105, 113, 125, 128-130, 133, 149, 179, 188, 194, 205, 231-232, 288, 291, 308, 320, 357n, 381n, 397-398, 404, 407-409, 417-121, 423, 434, 439, 451, 460, 470, 472 gramática, gramatical, gramático, gramema, 11, 14, 17-21, 22n, 28, 29n, 31, 32n, 33, 35n, 39, 42-45, 47, 55-56, 61, 65-68, 70-72, 73n, 74, 76, 78, 82, 98n, 114, 128, 163-165, 166, 167-171, 173-174, 176-177, 179-180, 182-184, 187-191, 193-194, 198-199, 202-205, 207, 217, 226-227, 230, 234, 257, 265, 267-268, 276, 281, 287-291, 296, 307-308, 313, 320-322, 328n, 329, 331, 333-334, 377-

380, 394, 396, 402-403, 407, 433, 450n, 441 gramaticalidad, 16n, 18n, 35n, 19, 42-43, 46, 61, 69-70, 166n, 202-203, 290-291 gramaticalización, gramaticalizar, 349 greguería, 29 habla del vizcaíno, 255-256, 259 hapax legomenon, 150-152, 155, 220, 368, 470 hendíadis, 135, 138, 323, 381, 392-393 hermenéutica, hermenéutico, -a, 31, 51 heteromorfía, 79 heteronimia, 365, 369, 375 hipálage, 135, 138, 142-143, 180, 193, 211, 270, 272, 275-277, 339 hipérbaton, 11, 17, 42, 135, 145, 163, 167, 169, 193, 211, 313, 321, 392 hipérbole, 101, 135, 153-154, 214, 230, 260, 266, 274, 325, 327-335, 391-392 hiperonimia-hiponimia, 79n, 135, 299, 398399, 402-403, 406, 408 hipocorístico, 150, 389n historia de la lengua literaria, 10, 20 hysteron proteron, 135, 274, 294, 327 homofonía, homofónico, -a, homófono, -a, 73, 97n, 206, 368, 373 homografía, 97n, 206 homonimia, homónimo, -a, 54, 59, 97, 117, 120, 122, 128-129, 365-367, 369, 373374, 376, 397-398, 445 icono, icónico, 57n, 135-136, 147, 159-160, 221, 337n, 362-363, 412, 415-421, 480 idiolecto, idiolectal, 14-15, 41, 69, 86, 8889, 103, 133, 373 ilocutivo, ilocutorio, ilocucionario, 97n, 102, 108-109, 286 implicación, implicar, implicación conversacional, 45, 95, 183n, 223, 253, 265, 268, 299, 402 implicatura, 78, 283-285, 305 implícito, -a, implicitación, 26, 77n, 78-79, 82, 89, 97-98, 100-102, 106-109, 217, 251, 269, 272, 273n, 284, 286, 311, 319, 399, 469-470 imprecación, 141 impropiedad semántica, 260-261, 275, 330

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Índice de conceptos in praesentia/in absentia, 94-95, 97-98, 101, 193, 205, 213, 215, 218, 337, 377 inclusión, 44, 80, 207, 219, 267n, 268, 276, 433 incompatibilidad semántica, 135, 142, 339 incongruencia, 17n, 25, 26n, 28-30, 48, 49n, 51-52, 263n, 278 índice, indicial, indicio, 11, 19n, 76, 83, 85, 89n, 92, 100, 135-136, 147-148, 159160, 162, 232, 255, 258n, 413, 415-418, 420-421, 460, 467, 469, indigenismo, 433-434, 436-437,439 inferencia, inferir, 81n, 102-103, 105, 285-286 inflexión, flexión, flexivo, -a, 47, 84, 227228, 230, 257n, 260 información, informativo, -a, 26-27, 41n, 49-50, 55, 57n, 62, 64, 72n, 79-80, 82, 98n, 109, 140, 483, 189, 223, 249, 263, 266n, 275, 278, 280, 285-286, 290-291, 293n, 299-300, 302, 304n, 305, 309, 311-312, 327, 342-343, 402-403, 406407, 414, 421, 431, 432n, 433, 469, 472 inmutatio, 21n, 45, 192-193, 204, 338 inteligibilidad, ininteligibilidad, 21n, 47, 290, 291n intencionalidad, 40, 41n, 56, 78, 191, 414n, 446 intensificación, 76, 143, 223-224, 227-228, 229n, 230, 328-332, 334, 338 intensivo léxico/morfológico, 135 interpretación, interpretar, 18, 20, 22n, 2527, 29n, 33, 45-46, 49-50, 54,56, 65-66, 71,84, 90, 99n, 100, 102-104, 108, 127, 140, 176, 189, 215, 218, 226, 235n, 253, 274n, 279-281, 287, 290n, 300, 308, 311, 370, 397, 463n, 467, 470, 472 interrogación, interrogar, 212, 272-273, 275n, 282, 284-285, 310n, 320 intersección, 44, 75, 94, 268, 273n, 337339, 421n intertextualidad, 20n inversión, 95, 98n, 100-101, 147, 160, 167, 181, 184, 197, 214, 260, 269, 274, 321, 329-330, 378-379, 392-393 ironía, 40, 51n, 82, 93, 99-103, 109, 135, 165n, 168, 177n, 180-181, 213, 263, 266, 269, 271-273, 274n-275n, 282-283, 288, 325, 338n, 348, 464

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isomorfismo, 31, 59n, 130, 445 isosemia, isosemema, 47, 212n isotopía, pluriisotopía, 31, 88n, 91-93, 98n99n, 101, 105, 210, 243, 273, 300n, 377 ítem, 89-90, 103 iteración, 31, 230 jerarquía, jerarquización, 63, 82, 84, 92-95, 103, 109, 280, 323 jerga, 37n, 256, 317 jitanjáfora, 13n, 29, 38-40, 69-70, 3, 282 juego de palabras, juegos de significantes y significados, 92, 96, 127n, 138, 156157, 190, 206, 235, 365, 372-373, 375 leísmo, laísmo, loísmo, 196-198, 313, 322 lema, 161, 473-474 lengua histórica/lengua funcional, 14, 3334, 41, 58, 288-289, 306, 356n, 443-445 lenguaje oral/escrito, 9, 61, 187 lexema, lexemática, archilexema, 89, 91, 120n, 130, 147, 160, 223-224, 231, 235n, 272n-273n, 402, 407, 418 lexía, 46, 93, 226, 371, 374, 435 lexicalización, lexicalizar, 146, 149-151, 153-154, 158, 293, 296 léxico, léxico, -a, lexicología, 11, 18n, 3839, 43, 53n, 68n, 78n, 80, 86, 88n-89n, 90, 94n, 95-96, 100, 104, 117, 129, 131, 135, 141, 148-149, 156-157, 159, 161, 178, 184-185, 187n, 204, 206-207, 212213, 215, 217-219, 223-224, 231, 235, 245, 247-251, 254, 258-261, 271n, 281n, 289, 291n, 297, 299-301, 304307, 314, 317, 320, 324, 332, 365-366, 368, 373-375, 376n, 379-386, 390, 392395, 398, 432, 471-472, 484 lexicografía, lexicográfico, a, 179, 188, 397398, 403-404, 408-409 ley de economía, 286 licentia, 163-164, 194-195 linealidad, lineal, 96, 103, 106, 191, 205, 319 lingüística del habla, 14-16 lingüística del texto, textología, textualidad, 10, 19, 30-32, 70, 105, 189-190, 202, 287, 289-290 lingüística teórica, 28

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María Azucena Penas Ibáñez

literal/intencional, 93, 95, 97-104, 108, 125126, 128, 267n, 271, 274n, 282n, 284n, 285, 327, 415-416 literariedad, 21, 61, 63, 105, 317, 356 lítote, ley de lítotes, 93, 109, 177n, 213, 263, 266, 270-272, 274n, 287 locución, locutivo, locucionario,69, 82, 93, 122n, 227, 284, 286n, 321 logátomo, 83 lógica, logicidad, lógico, -a, 20n, 23n, 25n, 27n, 28, 31, 39n, 41n, 45, 48, 51, 64, 103-104, 167, 170-171, 174, 175n, 178, 188-189, 205, 217, 219, 268, 280, 298, 322, 324n, 432, 443, 446n, 467 lunfardo, 85 marcadores del discurso, operadores discursivos, 291, 293n, 295 meíosis, 192 meliorativo, 135, 138-141 metábasis, 76n, 193, 245 metábole, 194, 201, 205, 337, 365, 377, 397 metáfora, metafórico, -a, metaforización, 9, 13n, 27-28, 30, 38, 39n, 50-51, 57, 58n, 72n, 73,77, 83, 86-87, 90, 92, 97-98100n, 101-104, 106-107, 109, 116-117, 123, 125, 126n, 129-131, 135, 138-141, 143, 145-147, 149-154, 156, 158-159, 163n, 165n, 179-181, 193, 214-218, 220-221, 230, 264, 266n, 267, 269, 272n, 273, 274n, 281, 305, 327-329, 330-334, 337-340, 342-343, 344n-345n, 346, 348-353, 352-353, 355-363, 380, 386-387, 389, 390n, 395, 400, 403-404, 408-410, 414, 432, 443-444, 446n, 459, 461-465, 473, 476, 478, metalenguaje, metalingüístico, -a,27-29, 50, 52, 57-58, 74, 91n, 102, 107, 278, 443 metalepsis, 180-181 metalogismos, 16n, 42, 55, 201, 205, 211212, 274, 327 metaplasmos, 16n, 42, 55, 194, 201, 205206, 223, 379 metasememas, 16n, 42, 55, 201, 205, 212, 215, 337, 355 metataxis, 16n, 42, 55, 193-194, 201, 205206, 208, 243, 255, 263, 274, 279, 317, 378

metonimia, metonímico, -a, 51n, 58, 99, 123, 135, 138-139, 141, 146, 152, 155156, 165n, 180, 193, 214-215, 218-221, 244, 248, 267, 273n-274n, 331, 334, 337-339, 343, 344n, 346n, 350, 352353, 355, 357n, 361n, 362, 380, 388, 402-404, 406-407, 417, 461-465 métrico, -a, 21n, 19-20, 40, 53, 76, 83n, 98n, 209-210, 253, 345 mixónimo, 130 modalización, 109 modismos, 283 monosemia, monosémico, -a, 397-398, 400401, 403, 408-409 morfología, morfológico, -a, morfema, morfemático, -a, metamorfema, 39, 57n, 67, 84, 83, 96, 112, 116-118, 120, 123124, 126, 135, 138-141, 147, 160, 178n, 184, 187, 193-194, 204-206, 208, 212213, 223-224, 226, 231-236, 241-242, 245, 247, 249, 252, 254, 257, 258n, 271n, 289, 306n, 308, 314, 345n, 365, 368-369, 373, 375-376, 380, 382, 384n, 385, 394-395, 399, 418, 433 motivación, motivado, -a, 17, 58n, 84-85, 107n, 111-112, 114-121, 123-130, 136, 157, 160, 217, 270, 415-417 negación, negar, negación expresiva, 20n, 25n, 26, 45, 48-49, 78, 102, 135, 177179, 213n, 225, 263-265, 267-269, 271, 274-277, 282n, 285, 325, 301, 330, 381, 384n, 393, 395, 402, 414, 445 neologismo, neología, 39, 43, 93, 130, 135, 142, 149-150, 152, 233, 328, 368 neutralización, neutralizar, 82-83, 272n, 455 onomasiología, onomasiológico, -a, 59, 79, 97, 187n, 327, 356, 398, 409n, 445 onomatopeya, onomatopéyico, -a, oposición, oponer, opuesto, 38n, 58, 62, 74, 80-81, 97n, 99n, 104n, 105, 108, 141, 145, 173, 177n, 180-181, 185n, 192193, 195, 212-213, 228, 234, 253, 269271, 312n, 313, 315, 332-333, 345n, 353, 355, 377, 383n-384n, 389nn-390n, 400, 402, 407, 413, 438n, 441, 444-445, 456, 474

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Índice de conceptos optación, 141 oralidad, oral, 61, 82n, 187, 198-199, 206207, 318, 471-472 oratoria, oratorio, -a, 71, 94, 121, 167, 186, 189-193, 195, 198, 216, 327, 338 orden, 18-19, 35n, 42, 44, 49, 51, 53n, 61, 63, 109, 114, 118, 135-136, 141, 144, 163-164, 165n, 167, 169, 171, 173, 180, 183-184, 187n-188n, 193-194, 198, 210-211, 258, 266, 268, 271, 276-277, 288-290, 293-294, 298, 305, 311-314, 320-321, 384n, 389, 394-395, 399, 408409, 416-417, 419, 424, 438 ornatus, 44, 191-193, 204, 272, 275, 328, 377, 449 ortografía, ortográfico, -a, 124, 127-128, 291 ortosemia, ortosémico, -a, 128, 339, 404, 409-410 oxímoron, 212-213, 264, 269, 272-274, 276-277, 327, 380, 386 palíndromo, 95 paradiástole, 277 paradigma, paradigmático, -a, 44, 67, 75, 76n, 94n, 103-104, 115n, 177n, 193, 213, 217-218, 243, 253-254, 268, 277, 299n, 329, 337-338, 340, 372n, 380382, 383n-385n, 389-390, 394 paradoja, 98, 101, 108, 213, 263, 267, 269270, 272, 274, 283 paráfono, 96 paráfrasis, 292, 437 paragrama, 86, 93, 95-96, 106 paragramática, 95n, 78, 103 paralelismo, 121, 135, 138, 210, 212n, 277, 360, 381, 390, 395 paréntesis, 17, 75, 167, 169, 182, 193, 468 paronomasia, parónimo, paronímico, -a,73, 84, 86-87, 93-94, 96, 101, 107, 116-117, 135, 165n, 185, 187n, 206, 273n, 380, 389 partícula, 127, 174, 193, 224, 227, 230, 264, 288, 293, 295-296 pausa, 82-83, 292, 305, 314 percontatio, 449 perífrasis, 135, 157-158, 175, 179n, 192, 197, 269, 274n, 277, 283, 32-303, 321, 329n, 339, 380, 386, 399, 402, 406, 437

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perlocutivo, perlocucionario, 286n permutación, permutar, 20, 41, 93, 269n, 272n, 370-371, 374, 378 perspicuitas, 44, 204, 275 pertinencia, pertinente, 15n, 48, 72n, 80, 82, 85, 96, 105, 120n, 173n, 177, 234-235, 275, 300n, 309, 371 peyorativo, 85, 135, 138-141, 480 pleonasmo, 11, 26-27, 49-50, 135, 163, 166168, 192, 197-198, 263n, 265, 300, 324, 378, 381, 391-392,398, 407-408, 450n451n pluralidad, 10, 25n, 39n, 48, 92, 135, 243, 254, 433 plurisignificatividad, 44, 268, 276 polifonía, 103, 282n, 475 poliptoton, 17, 42, 135, 165n, 184, 187n, 210, 212, 295, 306n, 314, 323, 380, 388-389, 395 polisemia, polisémico, -a, 33n, 54, 59, 77n, 78, 81, 89-90, 93-94, 107-109, 114, 129, 218, 254, 264, 276, 304, 333, 337, 355356, 365-367, 372-376, 397-398, 400401, 403-404, 408-409, 414, 445, 461n, polisíndeton, 135, 142, 165n, 183, 209, 292n, 323 pragmática, pragmático, -a, 10, 15n, 21, 54, 78n, 109, 11, 118, 161, 171, 186, 189, 204n, 223, 271, 273, 277, 278n, 279, 281-283, 286-287, 291, 295, 305, 318, 320, 324-325, 395, 402, 438, 440-441, 446n, 463n, 467, 472, predicado, 82n, 123, 172, 176n, 179, 254, 286n, 374 prefijo/sufijo, prefijación/sufijación, afijo, 123, 125, 127, 147, 223n, 224, 226-227, 229-236, 235, 433, 480 pregunta retórica, 135, 212, 263, 273, 275, 290n, 402 presuposición, presuposicional, presupuesto, presuposición-foco,44, 92, 102, 154, 172, 263, 268, 274n, 282-283, 285-286, 306, 311, 329, 363, 413, 435 préstamo, 117, 130, 150, 431, 433-434, 436437 preterición, 135, 142, 214, 263, 272-273, 274n, 278 preverbio, 224n, 225-226, 235

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principio de colaboración, principio de cooperación, 265, 446n principio de confianza, 26, 49 proforma, 291, 307 prolepsis, 135, 138, 142, 166 pronominalización, pronominal, 45, 156, 246, 267, 292-293, 301-302, 322, 325, 371, 374, 375n-376n, pronunciación, pronunciar, 74, 127-128, 186-187, 207 proposición, 175n, 185, 188, 230, 270, 330, 332 prosodia, prosódico, a, 83n, 92, 291 puntuación, 83, 212, 291, 302, 369-370, 374 puritas, 44, 204, 275 quadripertita ratio, 21n, 31, 44, 163, 168, 192, 204, 267-268, 377-378 quiasmo, 135, 138, 147, 160, 210-211, 212n, 247, 249, 251-252, 261, 277, 333334, 387, 418 rección, 44, 89n, 268, 276-277, 337 reconstrucción, 128n, 226, 235 redición, 209, 276-277 redundancia, 72n, 74, 76, 82, 280, 293n, 299-300, 324 reduplicación, 154, 251, 292n, 314, 334, 360 referencia, referente, correferencialidad, 2425, 30, 34n, 49n, 54-56, 65n, 72-73, 76n-77n, 79-82, 85, 87n, 97, 100, 106, 108-109, 121, 133, 136, 173-174, 193194, 203-204, 216, 218, 229, 244, 258n, 274n, 277, 278n, 280, 283, 291-292, 299-300, 305, 307-308, 312, 324, 338, 357n, 365, 371-372, 374, 376, 378, 402n, 416, 418, 432-433, 439, 445, 446n, 460, 472, 475, 477, 479-481, refrán, 148, 161, 281, 475 régimen, regir, 176, 184, 211, 292, 322 registro, 37n, 80, 88n, 96, 108, 130, 151, 156, 230, 232, 317-319, 375 regla, 16, 25, 45, 48-49, 87-88, 106, 111, 163n, 268, 303 repetición, 20n, 41n, 51n, 64, 135, 165n, 183-184, 187n, 192, 206, 209-210, 227, 273n, 276, 280-281, 290, 292n, 294, 299-301, 304-306, 315, 342, 413

restricción, restricción de selección, 44, 81, 118, 276 reticencia, 135, 142, 165n, 166, 169, 182183, 278n, 321 retórica, retórico, -a, 10, 13, 18n, 21n, 23n, 29n, 31-32, 44-45, 51, 54-55, 66, 70-71, 79n, 93-94, 97, 99n, 101, 109, 131, 135, 163-166, 166n, 168-171, 172n, 173-174, 176, 179, 182-183, 187-191, 194, 198, 201-205, 212, 215, 246, 263, 265-270, 274n, 275-276, 286n, 287, 290n, 301n, 306n, 327, 329, 334, 337-338, 342, 355, 357n, 377, 379, 394, 396, 402, 442-443, 445-447, 448n, 450n retruécano, 86, 93-96, 135, 142, 165n, 184, 269, 273, 277, 292n, 327 rima, 76, 84, 86, 93, 96, 121, 207, 321n ritmo, rítmico, -a, 40, 64, 77n, 86, 89, 121, 165n, 183, 185-186, 207, 209, 254, 291, 294, 388-389, 392-393, 395 saber elocutivo, 23-24, 26,30, 33, 47, 50, 203, 291, 299 saber expresivo, 22n, 24, 27, 30, 32-33, 47, 50, 52, 203 saber idiomático, 22n, 23-24, 30, 33, 47, 203 schema, 25, 29, 44, 49, 52, 163, 189, 192195, 265, 268, 274 sema, semema, metasema, sémico, -a, metasémico, -a, metasemia, metasemémico, 57, 86, 89-90, 97, 104105, 116-117, 125, 130, 205, 212, 219, 224, 272n-273n, 337,339-340, 400, 407, 413, 435, 440, 443, 457 semántica, semántico, -a, semantismo, semantización, 10-11, 15n, 45, 48, 51, 55, 58, 67-68, 73, 77n, 78-84, 86-87, 89-97, 98n, 100-104, 111n, 114-115, 117-118, 120-121, 123, 125-126, 128130, 133-149, 151-152, 153n, 156, 159, 162, 165n, 169, 173, 177, 178n, 179, 185-187, 193, 203-208, 210-218, 220, 223, 225, 230-231, 234-235, 243-246, 248, 250, 251n, 252-255, 258-261, 263, 267-270, 272-273, 275, 277, 279, 281, 284, 286, 294, 296, 300n, 303, 305-306, 320-321, 323-324, 327, 328n, 329-330,

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Índice de conceptos 332-334, 337-339, 343, 345n, 348, 350, 352-353, 355-357, 361, 365-366, 368, 371-376, 380, 385n, 394-395, 397-398, 407, 409n, 417n, 432, 440, 443, 463n, 467n, 469, 471-472, semasiología, semasiológico, -a, 33n, 54, 59, 79, 97, 397-398, 409n, 445 semiología, semiológico, a, 10-11, 85, 95, 130, 133-140, 146-149, 159-162, 221, 283, 327, 349, 353, 361-362, 370n, 411412, 413n, 417n, 412-414, 416-417, 421, 426, 467, 469 semiosis, semiótica, 15n, 31, 35n, 41, 57, 103, 221, 287, 411-412, 414-415, 423, 472 semiótico, -a, 31, 57, 287, 411-412, 414416, 423, 472, 480 sentido, 9-10, 14, 15n-16n, 23-24, 26n, 2728, 29n, 30-32, 34, 37, 40-42, 47, 50-51, 53-55, 58, 59n, 62, 64, 66-69, 72n, 7475, 77-86, 89, 91-98, 100-103, 105-106, 108, 112-122, 125-126, 128-129, 133n, 140-141, 151, 158, 163, 165n, 166-167, 171, 174, 178, 188-189, 196-197, 203205, 212n, 223, 225-226, 228-230, 234, 263-264, 270-272, 273n, 281, 282n, 283-285, 288-289, 291n, 294-295, 299, 301, 304-305, 308n, 318-319, 321-322, 325, 327, 330-331, 342-343, 344n, 346, 348, 351, 356, 366, 369, 374, 399n, 402, 409, 414-415, 444-445, 469-471 señal, 85, 100n, 125, 128, 413 sermocinatio, 448 significación, 14n-15n, 24, 47, 53-54, 74, 77, 79-80, 85-86, 95-96, 102, 105-106, 116-117, 180, 191, 227-228, 273, 274n, 287, 300n, 338-339, 400, 411, 414 significado, significativo, -a, significar, 20n, 22, 24, 28, 32, 39-40, 45, 47, 51, 53-54, 58n, 68-70, 73-74, 76, 77-80, 81n, 82, 85-87, 88n, 91n, 93, 95-96, 98n, 101, 104n, 105, 111-113, 115, 117-120, 122131, 135-137, 145, 147, 152, 154-157, 160, 163n, 165n, 175, 176n, 178-182, 184-185, 187n, 189, 191, 203, 205, 212213, 215, 218, 221, 223-229, 245, 250, 254, 261, 266n, 270, 274n, 281, 282284, 285, 286n, 289-290, 294, 296, 299,

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304, 306-307, 318, 328n, 337-339, 343, 344n, 346n, 355-357, 365-366, 369-370, 372-374, 376, 389n, 393, 397-398, 414, 416, 418-420, 426, 429-430, 432, 439n, 440, 443n, 445, 471, significante, 58, 69, 73, 76-77, 79-80, 81n, 82, 85-87, 88n, 91n, 93, 95-97, 99-103, 111-112, 115-118, 130-131, 135-136, 147, 149, 156-157, 160, 185, 187n, 190191, 194, 205, 213, 221, 337, 356, 373, 376n, 393, 395, 397, 411, 415-416, 418, 433, 445 significosis, 77 silepsis, 163, 167-169, 193, 292, 315n, 338, 389n silogismo, abductivo, 27n, 53, 164, 172 símbolo, simbólico, simbolismo, simbolización, 28, 39n, 51, 83n, 84, 87n, 105, 112, 115, 118, 129, 135-136, 147-148, 159-160, 162, 181, 219, 244, 248, 274n, 296, 388, 407, 412, 415, 417-421, 426, 460, 474, 476 simetría/asimetría, 86, 183, 245-246, 284, 294, 299 símil, 27, 50, 102, 135, 152, 154, 156, 181, 213, 340, 355, 430, 450, 473, 476 similicadencia, 207 similitud/disimilitud, 121, 129, 217, 277, 304, 338 simpatético, 322 simplex pro composito, 135, 190, 226, 288, 293n síncopa, 186 sincretismo, 321 sincronía, sincrónico, -a,11, 58, 66, 129, 223-224, 226, 231, 234, 365, 367, 373374, 376, 398, 433, 439-440, 443-444 sinécdoque, 25n, 48, 51n, 99, 117, 135, 139141, 146, 152, 155-156, 165n, 180, 182, 193, 215, 219-221, 246, 267, 274, 337340, 355, 380, 388, 390, 395, 407-408, 439 sinestesia, 135, 245, 451n sinonimia, sinónimo, cuasi-sinónimo, 59, 78-79, 85, 87, 90, 98n, 120, 126, 135, 152, 154-156, 169, 170n, 192, 207, 212n, 218,246, 254, 260n, 261, 277, 281n, 290, 299, 304-306, 318, 324, 329,

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332, 355-356, 360, 380-382, 384, 385n, 390, 395, 397-399, 400-403, 406-408, 414, 429-430, 435, 439, 445, 453, 480 sínquisis, 167 sintagma, sintagmático, -a, sintagma plurimembre, 29n, 44, 57, 67, 75, 79, 84, 86, 89-90, 92, 94, 96, 103-104, 115n, 135, 168, 187n, 192-193, 213, 218, 224, 243, 253-254, 268, 277, 281n, 289, 298, 299n, 301, 321, 330-331, 337338, 365, 370-372, 374, 376-377, 380, 382-383, 384n-385n, 386, 388n, 389390, 392-395, 435, 443, 461-465, 468 sintaxis, sintáctico, -a, morfosintáctico, -a, 11, 15n, 39, 48, 51n, 53n, 55-56, 68n, 77n, 79, 82-84, 86, 89, 92, 103, 135136, 138, 145-149, 157-159, 165n, 168169n, 173-175, 182, 184-189, 193-224, 230-231, 235, 243, 245-247, 249, 253255, 257-260, 263, 271, 273n, 277, 279, 284, 286n, 291-296, 300n, 305, 317, 320, 322-325, 366, 371, 374-376, 380381, 385, 389-390, 392, 394-395, 457, 460, 461, 466n, 469, 471-472 sintema, 38n, 152, 365, 370-372, 374, 376 síntesis/análisis, sintético, -a/analítico, -a, 9, 31, 134, 156, 171, 237, 241, 249, 384 situación, 14, 15n, 17n, 23-24, 27, 30, 33, 35n, 42, 50, 52-54, 56, 61, 69, 79n, 80, 82, 87, 88n, 116, 122, 135, 139-140, 173, 190, 217, 270, 279-280, 297, 308, 433 sobrentendido, 54, 102, 167n, 282-283, 285287, 299n, 323 sociolecto, 88 solecismo, 11, 25, 29, 34n, 46-47, 49, 52, 164, 167-169, 189-190, 192-198, 201, 204n, 257, 259, 290n, 321, 322n, 378 solidaridad, 58, 63, 83, 402, 445 subcategorización, 68n, 129, 292 subcódigo, subsistema, 10, 34n, 90, 106 subordinación, hipotaxis, 64, 103, 211, 302304, 386, 392 subyección, 448 sujeto, 18, 42, 57, 68n, 78-79, 82-83, 86, 88, 96, 98, 100, 108, 112, 167n, 172, 175-176, 179-180, 198, 211, 246, 254, 258, 260, 270, 282n, 285, 286n, 295,

311-312, 313n, 318, 324, 331-332, 387, 391 superlativo de la idea, 135, 142, 149, 157158, 315 sustitución, 44n, 54, 93, 97, 193, 213, 215219, 267n, 268, 288, 291, 293, 297, 300, 303n, 304-305, 307, 337, 378-379, 441 tabú, 274n tautología, 27n, 50, 192, 197, 300, 398-400, 402-403, 406, 408 técnica, 10, 17n, 29, 34, 35, 38, 52, 58, 67, 164, 278, 323, 327, 396, 442, 444, 478 tecnicismo, 163 tema-objeto, 49n tema/rema, 45, 267 teoría de conjuntos, 44, 268 terminología, 13n, 39, 55, 69, 73, 119, 153n, 194, 216, 265, 286, 306, 312, 318, 361n, 378, 413, 441-442 texto, textual, 9-10, 13-15, 17n, 19-21, 23n, 24, 26-27, 30-32, 38, 40-41, 43-45, 5053, 56, 62-66, 70-71, 74, 76, 78, 79n, 81n, 83n, 86-96, 100n, 103-107, 109, 131, 134, 139-141, 152, 179, 186, 188189-191, 201-202, 204-205, 210-211, 212n, 215, 226, 231, 235, 245-246, 251n, 253-254, 256n, 260, 264, 265n, 266-267, 269n, 272n, 273, 279-281, 282n, 283, 287-291, 295-302, 304-305, 307-309, 311, 313-314, 319-320, 330, 332-334, 337, 369-370, 374, 381, 394398, 400-401, 403-404, 408-411, 416, 426, 431, 438, 442n, 444, 446-447, 450, 458, 460, 461n, 467-472, 475, 479 timbre, 256 tmesis, 167, 193, 211, 315 tonema, 320 tópico, 31, 38n-39n, 44, 75, 136, 138-139, 146-162, 175, 216, 245, 257, 261, 268, 281, 299, 305, 311, 314, 318, 344, 347351, 355, 358, 363n, 417, 423, 426n, 455. 457-458, 466, 472-474, 476-481 tópico-foco, tópico-comentario, focalizar, 44, 219, 268 topónimo y gentilicio, 136 traducción, 51, 55, 78, 98n, 105 183n, 188, 441-442

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Índice de conceptos transgramaticalidad, 35n transmutatio, 21n, 44-45, 50, 192-193, 204205, 211, 270, 276, 338, 378 tropo, 16n, 27, 42, 44, 48, 50, 55, 93-95, 97-99, 101-102, 109, 131, 165n, 180182, 193, 218-219, 268, 272-273, 337-339, 342, 355, 377, 379-380, 441, 446n, 450478 ultracorrección,135, 142, 207 universales, 28n, 41n, 51n, 171, 266, 299 urbanitas, 204 valor/valencia, 19, 28, 66, 75, 79-80, 81n, 83-86, 88n, 97n, 94-95, 99, 101-102, 105, 108-109, 112, 115, 126n, 136, 149150, 166, 176n, 189, 224, 227-228, 230,

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237, 239-241, 254, 265, 273, 281, 296, 298, 300, 306-307, 318, 331, 339, 345, 349, 356n, 361, 402n, 410, 416-420, 433, 445n, 448, 452, 460, 467-468, 474 vasquismo, 258, 261 verba, res, 140, 169n, 182n, 190-191, 195, 328-329, 432, 447, 475 virtuema, virtual, 39, 57, 88-89, 127, 218, 270, 356, 443 vulgarismo, vulgar, 17n, 38, 85, 112, 124, 135, 151, 163, 168, 182, 195, 233, 317319, 375 yuxtaposición, 294-295 zeugma, 135, 138, 142, 163, 166, 168, 193, 208, 260-261, 327

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