Breve historia del medievalismo panhispánico: Primera tentativa. Con un apéndice bibliográfico de Álvaro Bustos Táuler. 9783964563231

Este amplio panorama ilustra el origen y evolución del hispanomedievalismo (etiqueta reivindicada al comienzo del libro)

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Breve historia del medievalismo panhispánico: Primera tentativa. Con un apéndice bibliográfico de Álvaro Bustos Táuler.
 9783964563231

Table of contents :
DECLARACIÓN DE INTENCIONES
1. ¿MEDIEVALISMO EN EL ÚLTIMO SIGLO MEDIEVAL?
2. INTROITO PROPIAMENTE DICHO
3. LA PROLONGACIÓN DEL MEDIEVO Y EL PROTOMEDIEVALISMO
4. EL SIGLO XVIII Y LA HISTORIA LITERARIA
5. SÁNCHEZ Y LA DIFUSIÓN DE NUESTRO MEDIEVO LITERARIO
6. LA EDAD MEDIA Y EL GRAN PÚBLICO: DEL RECHAZO A LA PASIÓN
7. AMADOR DE LOS RÍOS Y LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XIX
8. MENÉNDEZ PELAYO: COEVOS Y DISCÍPULOS
9. LOS PRIMEROS HISPANISTAS EXTRANJEROS
10. MENÉNDEZ PIDAL Y SU ESCUELA
11. LA ERUDICIÓN HISTÓRICO-FILOLÓGICA ANTES DE LA GUERRA CIVIL
12. EL MEDIEVALISMO DESDE ESPECIALIDADES AFINES
13. LA ESPAÑA DE LA POSGUERRA
14. MARTÍN DE RIQUER Y OTROS MAESTROS
15. EL HISPANISMO ESTADOUNIDENSE Y SU RAMA MEDIEVAL
16. PRESENTE Y FUTURO DE LA ESPECIALIDAD EN NORTEAMÉRICA
17. LA ESCUELA DE MEDIEVALISTAS BRITÁNICOS
18. LA EDAD MEDIA ESPAÑOLA EN FRANCIA
19. IBERÍSTICA, FILOLOGÍA ROMÁNICA Y OTROS ESTUDIOS EN ITALIA
20. EL ESTUDIO DE LOS CANCIONEIROS EN ITALIA, ESPAÑA Y PORTUGAL
21. LA SEGMENTACIÓN DE LA ROMANÍSTICA EN CENTROEUROPA
22. LA CULTURA PANHISPÁNICA: MEDIEVALISTAS EN HISPANOAMÉRICA E ISRAEL
23. LA ESPECIALIDAD EN ESPAÑA A DÍA DE HOY
24. LOGROS Y DESIDERATA
25. BIBLIOTECAS, MANUSCRITOS Y ANTIGUOS IMPRESOS
26. ENTRE FILÓLOGOS Y COMPARATISTAS
27. EL REENCUENTRO DE ESCUELAS Y CORRIENTES
28. LOS GRANDES ASUNTOS: UNA OCASIÓN PARA EL ENCUENTRO
APÉNDICE Una bibliografía selecta del hispanomedievalismo
INDICE ONOMÁSTICO
ÍNDICE

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Ángel Gómez Moreno Breve historia del medievalismo panhispánico (primera tentativa)

MEDIEVALIA HISPANICA Fundador y director Maxim Kerkhof Yol. 15

Consejo editorial Vicen9 Beltrán (Università di Roma "La Sapienza"); Hugo Bizzarri (Università de Fribourg); Patrizia Botta (Università di Roma "La Sapienza"); Antonio Cortijo Ocafia (University of California, Santa Barbara); Michael Gerii (University of Virginia, Charlottesville); Angel Gómez Moreno (Universidad Complutense, Madrid); Georges Martin (Université Paris-Sorbonne); Regula Rohland de Langbehn (Universidad de Buenos Aires) y Julian Weiss (King's College, London)

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Angel Gómez Moreno

Breve historia del medievalismo panhispánico (primera tentativa) Con un apéndice bibliográfico de Alvaro Bustos Táuler (Universidad Complutense de Madrid)

Iberoamericana • Vervuert «2011

Reservados todos los derechos O Iberoamericana, 2011 Amor de Dios, 1 - E-28014 Madrid Tel.: +34 91 429 35 22 Fax: +34 91 429 53 97 [email protected] www.ibero-americana.net © Vervuert, 2011 Elisabethenstr. 3-9 - D-60594 Frankfurt am Main Tel.: +49 69 597 46 17 Fax: +49 69 597 87 43 [email protected] www.ibero-americana.net

ISBN 978-84-8489-587-9 (Iberoamericana) ISBN 978-3-86527-635-3 (Vervuert) Depósito Legal: SE-5150-2011 Diseño de cubierta: Michael Ackermann The paper on which this book is printed meets the requirements of ISO 9706 Impreso en España por Publidisa

A Pedro M. Cátedra Garcia, Charles B. Faulhaber y Klaus Herbers, guiones del nuevo medievalismo en España, Norteamérica y Europa. Y a Carlos Alvar, eminente romanista.

DECLARACIÓN DE INTENCIONES

Cuando Julio Ortega tuvo la gentileza de pedirme que me ocupase de la sección relativa al Medievo en su libro Nuevos hispanismos interdisciplinarios y trasatlánticos, su encargo se me fue de las manos tanto en lo que a su alcance se refería como, de forma inevitable, en el número de páginas que inicialmente me asignó. Tras pedir clemencia a tan sabio y bondadoso amigo y, en paralelo, procurarla de nuestro editor (y también amigo querido, lo que suele ser menos frecuente), el infatigable Klaus Vervuert, ambos me propusieron que, ya que tenía tiempo, me sometiese a disciplina y redactase un nuevo capítulo y que las cincuenta páginas largas que les había entregado las llevase a crecer y las convirtiese en el librito que tienen en sus manos. Si me ha movido alguna intención al redactarlo, ésta ha sido la de poner un poco de orden en nuestra especialidad, cuyo devenir a lo largo de los tiempos ha ido cuajando en escuelas y corrientes, con sus temas de investigación y sus técnicas de análisis característicos. Aunque la mayoría de los datos que reúno en este libro los tenía ya en la memoria (por ello, he podido escribirlo con relativa rapidez), se imponía estructurarlos con arreglo a un doble criterio: cronológico y geográfico. El resultado, así las cosas, es una guía que tiene no poco de panorama o survey, de vademécum o companion, que recuerda mucho a los inefables Who is who y hace las veces de status quaestionis con relación a los estudios de la literatura española y las literaturas hispánicas del Medievo. Aunque lejos de la exhaustividad, tampoco han quedado al margen ni la literatura en lengua latina ni la que se expresa en otras lenguas románicas; con respecto al árabe y el hebreo, he procurado aportar algunas de las fichas principales. En realidad, he ampliado mi radio de acción cuanto he podido para atender incluso a las diferentes corrientes y especialidades historiográficas. No creo preciso explicar qué sentido puede tener una obra como ésta, de corte eminentemente didáctico o propedéutico. Si de algo estoy convencido es de que, con ella, daré en el gusto, antes que a nadie, a los más jóvenes; de hecho, uno de los estímulos más fuertes que me han inducido a escribirla lo he encontrado en mis clases, donde he comprobado que la historia de la historia

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literaria precisa de un tratamiento semejante al que damos a esta última. Este mismo propósito, en atención al conjunto de la literatura española, anima desde hace tiempo a unos cuantos estudiosos, especialmente lúcidos y dinámicos1, unos compañeros de oficio cuyos nombres irán aflorando a lo largo de las páginas que siguen. Además, al acometer esta tarea, satisfacía otra necesidad: disponer en todo momento de materia prima con la que ir enriqueciendo la gran base de datos de la Bibliografía Española de Textos Antiguos, que precisa de información prosopográfica fiable con relación al Medievo y a cuantos de él se han ocupado desde los orígenes del medievalismo hasta la fecha; por eso, este panorama puede considerarse también como uno de los frutos del Proyecto de Investigación del MICIIN con referencia FFI2009-12200, del que soy Investigador Principal y en el que colabora el profesor Charles B. Faulhaber, responsable general de Philobiblon, que a su vez dirige otro proyecto financiado por el National Endowment for the Humanities. Hasta ahora, sólo disponíamos de apuntes a vuelapluma, limitados a un espacio o a un momento, a una escuela o a un grupo determinados. Así las cosas, determiné que esta carencia precisaba de reparación urgente, pues con ese mismo carácter la reclamaban los estudiantes atraídos por el Medievo. Ellos precisan de una exposición amena, capaz de esquivar el tedio derivado de acumular nombres y más nombres. Con esa intención, he apostado, antes de nada, por la narratividad y, aunque a veces no lo parezca (sobre todo, cuando una nómina sigue a otra, y ésta a otra más), he sopesado los datos, los he ido concatenando con todo cuidado, los he encajado en la estructura previamente trazada y -quiero creerlo- he alcanzado el fin que pretendía: hacer historia de la historia de la literatura española medieval. Tal vez radique ahí el principal mérito de estas páginas, considerados el deseo que las mueve y el regusto y la seguridad que el historiador (también el del hecho literario) siente al medir fuerzas con el pasado, tanto cuando escribe (tarea que he asumido con entusiasmo) como cuando lleva a cabo una lectura crítica (la que espero por parte de cuantos, con todo arrojo, se animen a pasar de este prólogo al cuerpo del magro volumen que tienen entre manos). La búsqueda del orden es una tendencia natural del ser humano, la más clara señal de su capacidad cognitiva. Dar una clase o escribir un trabajo erudito son tareas que suponen un esfuerzo previo especialmente intenso: el derivado de organizar el material y articular el discurso. Quien no esté dispuesto a Esos adjetivos los merecen por igual Aurora Egido, José-Carlos Mainer y Leonardo Romero Tobar, tres maestros zaragozanos que, curiosamente, han llevado a cabo sus pesquisas de manera independiente. En atención a la literatura moderna, es también muy importante la labor desarrollada por Adolfo Sotelo Vázquez y su equipo de la Universidad de Barcelona.

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leer y releer para darles a los datos e ideas la coherencia y cohesión que precisan hará bien en replantearse su vocación docente e investigadora. Cada vez que iniciamos un trabajo, partimos de un mapa mental que va de lo más general a lo más concreto (toda una era, un siglo, un momento histórico, un grupo, un autor, un género, un título...), una cartografía que albergamos en la memoria o que nos habla desde las páginas de un artículo o libro. Por eso son tan necesarios los panoramas, más allá de la mera lista o relación de nombres y títulos de los repertorios bibliográficos. A día de hoy, contamos con no pocos asideros cuando desarrollamos nuestra labor; en mi parecer, no obstante, carecemos de una herramienta de trabajo como la que aquí ofrezco, que intuyo de especial utilidad para los más jóvenes, según decía al comienzo y remacho de nuevo. Las condiciones de trabajo eran duras hasta hace poco más de un cuarto de siglo; en realidad, eran las mismas a las que hubieron de enfrentarse los grandes maestros del siglo xix, desde el momento en que dispusieron del servicio de correos y el auxilio de la fotografía.2 De seguro, ni siquiera se las imaginan quienes han crecido pegados a un ordenador desde el que se accede a todo tipo de información, en cualquier lugar y sin ninguna dificultad; una herramienta que permite hacer y rehacer el texto, buscar en su interior y llevar a cabo otras tantas operaciones. En tiempos no tan lejanos, poner orden suponía, antes de nada, enterarse de lo que estaban haciendo cientos y cientos de medievalistas dispersos por todo el mundo, ya que la investigación estaba fragmentada en islotes inconexos, como decía Antonio Rodríguez Moñino al referirse a la creación poética en la España del siglo xvi.3 Lograrlo no era nada fácil; de hecho, sólo la ausencia de contactos o puntos de encuentro explica que, en los años setenta, cuatro investigadores (José Luis Coy, Michel García, Jacques Joset y Germán Orduna) estuviesen ocupados en la misma tarea, sin que ninguno supiese lo que estaban haciendo los otros tres: editar el Rimado de Palacio del Canciller Ayala. Además, ni esos cuatro editores ni casi nadie (fuera de su círculo de allegados) estaba al tanto de que Rafael Lapesa tenía bastante adelantada una edición de la obra allá por el año 1945, pues ésa es la data de la carta en que le refiere este hecho a su maestro, Américo Castro, definitivamente instalado en Princeton tras pasar por otras universidades. De todo ello, quedan las La máquina de escribir y la linotipia supusieron un formidable avance en otros sentidos, sobre todo a la hora de presentar el libro en imprenta y al darle forma. Construcción crítica y realidad histórica en la poesía española de los siglos xvi y xvn, Madrid: Castalia, 1968. El texto original, una charla con sus discípulos de Berkeley que dio en la plenaria que leyó en el IX Congreso Internacional de la International Federation for Modern Languages and Literatures, cuenta con una edición de bibliófilo, en traducción inglesa, de ese mismo año.

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cuartillas manuscritas que preparó junto a su mujer, Pilar Lago, las mismas que ha dado a la estampa María Teresa Echenique, en un bellísimo homenaje a este gran maestro.4 Por este botón de muestra queda clara la necesidad que ya por aquel entonces se tenía de algún mecanismo que facilitase las relaciones entre los hispanomedievalistas, particularmente entre cuantos, en términos generales, compartían intereses, por no hablar de cuantos coincidían en un mismo objeto de estudio. De alguna manera, eso es lo que pretendió - y ahí radica, sin duda, una de las claves de su formidable éxito- el recién desaparecido Alan Deyermond en la primera entrega de Historia y crítica de la literatura española, 1: Edad Media (1980): poner al descubierto los basamentos de la crítica reciente. Aquí, y más aún en su Primer suplemento (1991), esta obra cumplía otra función adicional, que le confería un valor añadido verdaderamente inestimable: en su revisión de lo que se había escrito o, en no pocas ocasiones, de lo que estaba en fase de gestación o no era más que un desiderátum (¡cuántos proyectos en marcha quedaron en vía muerta!, ¡cuántos libros de publicación inminente jamás llegaron a imprimirse!), el catedrático londinense ofrecía un status quaestionis de lo más útil, ponderado y fresco (como que, sección tras sección, se refería a numerosas investigaciones in fieri); de paso, su vademécum hizo las veces de Who is who, pues daba a conocer nombres que, de ahí en adelante, resultaron de lo más familiar. Téngase en cuenta -lo repito- que apenas si existían cauces de comunicación, que no había manera humana de saber quién se hallaba en activo y sobre qué asunto concreto estaba trabajando. Sólo por tan formidable aportación -y eso que hizo otras muchas a nuestra especialidad-, Alan Deyermond merecería un monumento más perenne que el bronce, como decían los clásicos. Entregado al recuerdo de aquellos ya lejanos años, siento aún cómo, apenas estrenada mi primera veintena, el manual ideado por Francisco Rico y llevado a la realidad por el maestro británico apuntaló firmemente mi recién nacida vocación, al igual que la de otros jóvenes que aspiraban a medievalistas; del mismo modo, el "libro del as de oros" insufló energía en grandes dosis entre los miembros de las generaciones previas, que sintieron cómo la especialidad que habían escogido años atrás se cargaba de sentido y cómo el interés por el Medievo crecía a pasos agigantados. El Primer suplemento representó algo distinto por completo: unos vieron en él una especie de alternativa (permítaseme apelar a este término taurino) o confirmación;

A esta fina filóloga se debe la iniciativa de publicar todo el material en facsímil (Valencia: Generalitat Valenciana, 2010), con un prefacio de Giuseppe di Stefano. La apostilla del titulo lo aclara todo: Esbozo de edición crítica por Rafael Lapesa Melgar. Con la colaboración de Pilar Lago.

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otros, los más veteranos, lo sintieron como el espaldarazo definitivo a una labor de muchos años. En cualquier caso, ambos tomos - y siento el pellizco en mi cuerpo hoy como entonces- ejercieron una innegable fascinación en todos nosotros. Transcurridos veinte años desde la publicación del Primer suplemento, a todos gustaría que a esta obra se le diese continuidad, no tanto por el auxilio bibliográfico que pueda prestar (pues a día de hoy esta necesidad la satisface, y de manera sobrada, el Boletín bibliográfico de la Asociación Hispánica de Literatura Medieval) como por reconocer a cada uno el mérito que le corresponde. Dado su carácter selectivo, la sola presencia de un trabajo propio en la bibliografía selecta d i Historia y crítica de la literatura española se ha considerado - y debo añadir que con toda razón- como un reconocimiento de la labor llevada a cabo, como un motivo de orgullo profesional por sí solo. Algo de ello, aunque sin procurarlo de antemano, hay en la sección final de mi magro vademécum, cuando hago referencia a las últimas dos décadas de nuestra especialidad y voy desgranando nombres y más nombres, comúnmente entretejidos con alusiones a grupos y líneas de investigación. Esa función de Historia y crítica de la literatura española se cumple aquí de alguna manera, aunque la razón por la que he redactado este breve panorama es bien distinta, como ya he confesado. Al hacerlo, no obstante, no he sido en absoluto cicatero: he reconocido el mérito incluso en aquellos casos en que, en razón de la materia estudiada o del método empleado, me sentía más distante. Es más, en todo momento me he guardado de airear pleitos eruditos, aunque este panorama me habría permitido zaherir al contrincante por medio de comentarios cáusticos o con silencios tanto o más dolorosos; sin embargo, he evitado ese modo de proceder, pues odio jugar con ventaja o actuar con lujo de fuerza. Al lector le quedará claro, según entiendo, que he dejado al margen todo tipo de fobias. Lo que no he podido -ni tampoco he querido- evitar es que en mi discurso afloren las filias, vale decir, la admiración que siento por determinados colegas, verdaderos guías del hispanomedievalismo. El lector atento notará mis afectos académicos en la propia selección del material y, sobre todo, en la altísima concentración de elogios que se percibe en determinados casos. Repetiré lo ya dicho: aunque me ocupo primordialmente de la literatura española medieval, también he atendido a la que se expresa en lengua latina; es más, he ensanchado mi horizonte de referencia para ocuparme de la literatura catalana, gallego-portuguesa y, sólo a retazos (pues no disponía de tiempo para llevar a cabo una batida profunda y sistemática), portuguesa. Incluso he tenido la osadía de acercarme, tímida y someramente (como tránsfuga, que decía Petrarca al apartarse por un rato de sus libri mei peculiares), a las literaturas

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árabe y hebrea de la Península Ibérica. Tampoco tenía sentido, ni era científicamente justificable, prescindir de la labor de los historiadores de distintas especialidades, cuyos nombres y títulos pugnaban en todo momento por hacerse un huequecito en estas páginas: nuestras empresas y nuestros intereses son, muy a menudo, los mismos. Aunque en este último caso me he quedado muy lejos de la exhaustividad, he recuperado algunos de los nombres que más importan, ya sea por su labor documental, editorial o exegética, o por coincidir con muchos de nosotros, y al cien por ciento, en el campo de la Historia de las Ideas o la Historia de la Cultura.5 Debo añadir que, de modo discrecional, he añadido no pocos nombres de especialistas que, desde vertientes alejadas (y mucho, a veces) del hispanomedievalismo, han ejercido una enorme influencia sobre esta especialidad. Unos y otros, aquí encontrarán a muchos de ellos porque no podía ser de otro modo: están, y están bien. Aviso también de que, en pos de la anhelada narratividad, sólo excepcionalmente doy fichas bibliográficas completas; de otro modo, este ensayo habría engordado en demasía, y si algo tengo claro es que ello no le conviene nada, pues podría resultar doblemente plúmbeo. Quien lo precise dispone de maneras cómodas y rápidas para completar esa información, como el célebre buscador de Google, entre otros utensilios de pesquisa y análisis. En la mayoría de los casos, las nóminas de hispanomedievalistas en activo que ofrezco no son más que eso: listas de nombres ocasionalmente acompañadas de algún comentario; de ellas, de un modo nada sistemático y voluntariamente alejado de la exhaustividad, cuelga alguna ficha bibliográfica y hasta alguna nota a pie de página. Aunque tengo claro que las retahilas de nombres entorpecen la narración y son de utilidad relativa, no he podido evitarlas, particularmente cuando iba acercándome al presente; de hecho, algunos lectores de mi primer borrador me dijeron que echaban en falta nombres y que la relación les resultaba corta en exceso. ¿Qué podía hacer? No se me escapaba que la nómina de los hispanomedievalistas norteamericanos en activo, por sí sola, podía ocupar numerosas páginas. En caso de limitarme a los principales maestros y escuelas, podía molestar a muchos compañeros con méritos sobrados para entrar dentro de esa categoría; si, por el contrario, me inclinaba por la relación extensa, el hecho de quedar fuera podía resultar aún más doloroso. La empresa se perfilaba, así, plagada de unas dificultades y riesgos que me han Hay, además, útiles para reconstruir este capítulo de nuestra historia cultural, como el libro de Benito Sánchez Alonso (1950) o los trabajos de Antonio Morales Moya (1993) y José Andrés Gallego (1999). Los tres titulan su labor del mismo modo: Historia de la historiografía española. Utilísima resulta la labor de Ignacio Peiró Martín y Gonzalo Pasamar Alzuria, Diccionario Akal de historiadores españoles contemporáneos, Madrid: Akal, 2002

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causado continuos quebraderos de cabeza. "¡En qué berenjenal te has metido!", me han dicho y me he dicho cuando difícilmente cabía la marcha atrás, dada la magnitud del esfuerzo realizado. Finalmente, en los capítulos más complejos, los correspondientes a Estados Unidos y España, he aplicado ambos criterios, para reconocer el mérito de muchos de los mejores y dar una idea precisa del presente de los dos grandes focos de hispanomedievalismo. Conscientemente, no he querido ir más lejos, pues el siguiente paso había de llevarme a confeccionar una lista con los trabajos de mayor relevancia publicados en esos últimos veinte años a los que machaconamente vengo refiriéndome. Aunque sé que a muchos les habría gustado conocer mr opinión exacta sobre el hispanomedievalismo reciente y aunque no ignoro lo útil que puede ser un trabajo de esas características, he preferido no abordarlo desde estas páginas. Confieso que, en esa decisión, ha podido más el temor a molestar que la pereza, pecado éste del que me considero limpio. Ni tan siquiera me he planteado algo distinto al pedirle al profesor Alvaro Bustos que se encargue de la bibliografía final del presente volumen: si yo he esquivado tan peligrosa tarea, jamás se me habría ocurrido imponérsela a él. Está al comienzo de una carrera que se promete brillante, por lo que una labor que comporta un riesgo cierto no le conviene nada. Ambos hemos acordado que su sección reunirá todas aquellas referencias que, con relación al devenir del hispanomedievalismo, permiten construir un discurso más amplio y detallado que el mío. Entiendo que con eso basta. Inevitablemente, la debilidad de la memoria y la brevedad de este panorama me habrán llevado a olvidar nombres de investigadores con méritos sobrados para estar en alguna de sus páginas, y sin embargo faltan. Por esa razón, he decidido añadir la coda Primera tentativa, en la seguridad de que, pasado un tiempo razonable, pondré de nuevo manos a la tarea para corregir errores y deshacer entuertos; es más, alcanzado cierto número de páginas, también borraré del título el adjetivo breve, pues a esas alturas ya no tendrá sentido. Así las cosas, y aun cuando he sometido este trabajo a la lectura crítica de algunos amigos y colegas, yo solo soy responsable de unos silencios que, cuando corresponda, obtendrán la reparación que merecen. Desde ahora mismo me emplazo a tomar la pluma por segunda vez para hacer precisamente eso: dar cuenta de posibles gazapos, modificar algunas opiniones y, sobre todo, hacer justicia por medio de una simple mención o de un comentario de amplitud variable. A cuantos tengan tiempo y humor para informarme sobre cualquier posible desliz, les doy las gracias de antemano; del mismo modo, quedo desde ahora en deuda con quienes me señalen cualquier dato relevante que echen en falta o me sugieran cualquier idea que ayude a llevar esta iniciativa al fin que anhelo.

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Antes de nada, persigo dotar al aprendiz de hispanomedievalista con una especie de guía de la especialidad que le permita saber dónde se halla con exactitud y le ayude a tomar un camino cierto. A todos cuantos, de un modo u otro, quieran implicarse en la empresa a que aquí doy inicio, no me resta sino decirles que estoy a su entera disposición y que pueden ponerse en contacto conmigo en cualquiera de estas dos direcciones: la postal (Departamento de Filología Española II [Literatura Española], Facultad de Filología, Universidad Complutense de Madrid, Ciudad Universitaria, 28040-Madrid); y, por supuesto, la electrónica ([email protected]). Antes de comenzar, les ruego, eso sí, que lean las palabras iniciales del capítulo que entregué hace unos meses a Julio Ortega para Nuevo hispanismo, que lleva por título "El hispanomedievalista del siglo xxi". Me importa sobremanera que me hagan este último favor antes de acometer la lectura (¡ojalá!) de este volumen, pues en ese lugar defiendo la legitimidad de dos etiquetas de las que me sirvo de continuo a lo largo de mi relación, Hispanomedievalismo e hispanomedievalista, aunque no aparezcan en el título. Al respecto, he escrito lo siguiente: Antes de nada, ruego que se repare en el título de esta sección y se caiga en la cuenta de que me sirvo de un término problemático, un supuesto neologismo que en realidad no lo es, ya que, a lo largo de las tres últimas décadas, se ha venido usando de manera regular. Ciertamente, hispanomedievalismo e hispanomedievalista son voces con cierta solera y no pocos valedores, particularmente Alan Deyermond, cuya autoridad indiscutible no ha sido razón suficiente para que arraiguen.6 Quienes a ello se oponen apelan al argumento de que, tras ambos términos, se intuyen otros dos, hispanismo e hispanista, por lo que, de usarlos, dejaríamos fuera a cuantos españoles e hispanoamericanos se ocupan del Medievo hispánico. Pero ni tan siquiera es así, ya que en ninguno de nuestros grandes diccionarios, incluido el DRAE, se dice que el hispanista sea necesariamente extranjero o que el hispanismo como ámbito de investigación englobe sólo a aquellos estudiosos foráneos que trabajan con la cultura hispánica.7 Es más, si, al margen de lo que digan los dicciona-

Se dice, no sé si con razón, que los dos términos han sido acuñados por este conspicuo medievalista. De lo que no cabe duda es de que él los ha defendido como nadie. Juan Antonio Frago García ha abordado el asunto en "Hispanismo, hispanista", Boletín de la Fundación Federico García Larca, 33-34 (2003), pp. 41-49; en ese lugar, no se aparta un ápice del parecer del DRAE. Sólo al final acota el terreno: "Por otro lado, al principio y durante un cierto tiempo, efectivamente, fueron los extranjeros versados, más que aficionados, en hispanismo los que justamente recibieron el título de hispanistas, pero como tales acabarían siendo llamados también los estudiosos españoles y los americanos, de manera ininterrumpida ya desde el primer Congreso de 1962 de la AIH [...]" (p. 47). A continuación, cita las palabras con que Dámaso Alonso se dirigió a los asistentes al II Congreso de

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rios, restringimos su uso en el sentido indicado - d e hecho, muchos lo venimos haciendo desde hace tiempo-, 8 hispanomedievalista debe quedar a salvo, ya que no deriva de hispanista, sino de la suma del adjetivo hispano y el sustantivo medievalista. En resumen, considero que debemos abandonar toda reticencia y servirnos de ambas voces, tan útiles como legítimas. Hay inñnidad de "palabros" que, con menos razón y sin titubeos, hemos encajado en nuestro cotidiano hablar o en nuestro metalenguaje profesional. Declaro que, de aquí en adelante, y no sólo en este libro, emplearé ambos términos sin que medie ningún aviso o apología. Entiéndase que lo hago por convicción, aunque en ello también va implícito mi reconocimiento a Alan Deyermond, a quien todos echamos ya de menos.

Madrid, marzo de 2011

la AIH, celebrado en Nimega, donde defendía la idea de que el hispanismo, auténtica posición intelectual, hermana a los estudiosos hispánicos y no hispánicos. No es de extrañar, por tanto, que, en ese volumen, a mi buen amigo Abraham Madroñal le haya correspondido ocuparse de "El hispanismo en España" (pp. 161-176). Ello no quita que españoles e hispanoamericanos formen parte de la Asociación Internacional de Hispanistas (nacida en 1962) y que la hayan presidido en el pasado, como Ramón Menéndez Pidal (de hecho, fue su primer presidente), o la presidan a día de hoy, como Carlos Alvar.

1. /.MEDIEVALISMO EN EL ÚLTIMO SIGLO MEDIEVAL?

Reconozco que este apartado es una adición de última hora y que con él respondo a una pregunta (que cabría sobreponer a la del propio título del epígrafe) que puede antojarse ociosa, aunque, como pronto verán, tiene su razón de ser. Una joyita literaria, única por múltiples razones, me ha animado a redactarlo: el Prohemio e carta al Condestable don Pedro de Portugal (ca. 1449) del Marqués de Santillana, un opúsculo con el que me estrené como investigador especializado en literatura castellana medieval y que me ha marcado de por vida.9 ¿Debería comenzar este libro aludiendo a un escrito que, al mismo tiempo que letra de envío y prólogo a todo un cancionero, es una historia de la poesía, una defensa del oficio poético, un conjunto de apuntes de teoría literaria y poética, y una encendida laus familiar? La pregunta sobra, como pueden ver (de ahí lo de ociosa), pues, con independencia de cuál sea mi parecer, ya me estoy ocupando de esa carta-prólogo, de inconmensurable importancia para nosotros y muy importante ya para el propio Marqués. Esto es lo que se deduce al comprobar que este opúsculo no sólo hizo las veces de "manual de instrucciones" del cancionero de sus obras que envió al joven noble portugués. Don ífligo, de hecho, lo mandó copiar de nuevo en otro cancionero (tras un poema petitorio y otro más, suyo, de respuesta): el que regaló, hacia el final de su vida, a su sobrino, el también inspirado poeta Gómez Manrique (ms. 2655 de la Biblioteca Universitaria de Salamanca). La periodización es un principio taxonómico de tipo primario, básico o cardinal: hace las veces de forjado y, de un modo u otro, sustenta cualquier aproximación a la obra literaria. Pues bien, aunque el siglo xv español merezca un tratamiento diferenciado en nuestras tareas docentes (hasta el punto de que los Estudios de Grado en español: lengua y literatura de la Universidad CompluMis primeros pinitos en crítica textual los hice con este opúsculo: "Tradición manuscrita y ediciones del Proemio de Santillana", Dicendo Cuadernos de Filología Hispánica, 2 (1983), pp. 77-110. El texto, con una introducción en que se desvelan sus fuentes y su propósito, lo edité en El "Prohemio e carta" del Marqués de Santillana y la teoría literaria del siglo xv. Barcelona: PPU, 1990. He abordado tan importante escrito teórico en mis tres ediciones de don íñigo (1988,2002 y 2003) y en varios artículos relativos a su cultura literaria.

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tense tienen, en su primer año, una asignatura obligatoria titulada "Literatura española medieval: desde los orígenes al siglo xiv", lo que deja aparte, de modo harto revelador, todo el Cuatrocientos, al que corresponde una asignatura completa en segundo año) y en nuestra labor investigadora (en ella, apelamos a etiquetas como prerrenacimiento, prehumanismo o protohumanismo), en la cronología al uso, continúa siendo un siglo medieval.10 En ese sentido, hablar de medievalismo y medievalistas en el siglo xv resulta un sinsentido. Esta impresión se refuerza al considerar que el Marqués se ocupa de un fenómeno, el trovadorismo, perfectamente vigente en sus años, a pesar de que sus raíces estuvieran en el Midi francés allá por la primera mitad del siglo xii." Ciertamente, la continuidad a que se refiere el noble castellano pone sobre aviso: su interés por los trovadores occitanos y por cuantos continuaron con su oficio no es el de un simple historiador sino el de alguien que cultiva aún los tópicos del amor cortés e, inevitablemente remozada, mantiene vigente la estética de la canso. De continuidad hay que hablar también en el caso de los preceptistas occitanos de la Corona de Aragón, a los que don Iñigo se refiere fugazmente en el Prohemio de los Proverbios, un pasaje en el que queda en deuda con lo que conocemos del Arte de trovar de don Enrique de Villena. La respuesta previa no resuelve el dilema por entero, pues don íñigo López de Mendoza, en su repaso histórico, no sólo muestra la pervivencia de los trovadores en sus propios días (y de trovadores es de lo que nos habla, precisamente, aunque también ofrezca un temprano uso de la voz poeta, que reserva para Francisco Imperial, con lo que le otorga una especie de timbre de distinción): también recuerda una estrofa arcaica, la cuaderna vía española, en varios de sus títulos. Todos tenemos ese pasaje del Prohemio e carta en mente, como aquellos versos de su tío Pedro López de Ayala que hacen las veces de certificado de defunción del viejo tetrástico monorrimo; en ese testimonio del Cancionero de Baena, redactado por la misma época en que acababa de compilar su Rimado de palacio, el Canciller responde a Fernán Sánchez Calavera y califica la cuaderna vía como "versetes algunos de antiguo rimar, // de los quales luego mucho me pagué" (w. 73-74). En este sentido, don íñigo está haciendo historia literaria, sin duda, aunque en absoluto le convenga por ello el nombre de medievalista. 10

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Más difícil lo tienen, y más se resisten, los expertos en literatura italiana al tener que etiquetar como medievales sus deslumbrantes Trecento y Quattrocento, algo que evitan tantas veces cuantas pueden. El asunto merece un tratamiento monográfico. Esta misma razón, la continuidad y la vigencia estética de los clásicos, explica que Aulo Gelio (siglo ii), a pesar de los ricos apuntes literarios y filológicos de sus Atticae Noctes, no merezca la consideración de estudioso del Mundo Antiguo. El universo literario del que nos habla, a pesar de la distancia cronológica, coincide con el suyo propio.

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Quienes se han acercado al Prohemio e carta no han tenido necesidad de hacerse esta misma pregunta, con independencia de que lo hayan recorrido aitimados por su interés por la literatura castellana, por la literatura gallego-portuguesa o por la literatura catalana. Desde el primer enfoque, nada puedo añadir a lo por mí escrito o al finísimo capítulo que Julián Weiss le dedica en un libro justamente elogiado;12 por su parte, los estudiosos de los cancioneiros han reparado en que guarda una referencia a un testigo desconocido: el poemario gallego-portugués que poseía doña Mencía, abuela del Marqués;13 por lo que atañe a la literatura catalana, remito sin más a cierto trabajo de Pep Valsalobre.14 El recorrido de este último por los más tempranos apuntes de la historia de la literatura en lengua occitana y catalana me interesa en especial porque recuerda cómo las historias nacionales, las historias particulares de ciudades, las apologías de la lengua vernácula y otros géneros laudatorios (y habría que añadir las galerías de retratos) tienden a incorporar a todo prohombre y artista de mérito, particularmente a los grandes literatos, muchos de ellos de época medieval. ¿Hay que ver en esos repasos una muestra de temprano medievalismo? Aunque la respuesta puede ser diferente en otra pluma, y aun cuando no conviene ser taxativo en casos como éste, en mi opinión no lo son. Los primeros medievalistas españoles - a continuación lo veremos- se sienten, al mismo tiempo, lejos del Medievo, porque su época es ya otra, y cerca del Medievo, considerada su fascinación como lectores y exegetas, y su labor como copistas ocasionales o abnegados editores. Por ese lado hay que buscar la diferencia entre el Marqués de Santillana, primero de todos los historiadores de nuestra literatura medieval, y los protomedievalistas del siglo xvi, que hubieron de zafarse de los prejuicios que lastraban los siglos medios. Los responsables de ese rechazo fueron los humanistas italianos, que arremetieron con toda contundencia contra el latín medieval y su propedéutica, como ya sabemos de sobra.15 Inevitablemente, ese desprecio

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"Literary Theory and Self-Justification: Santillana's Proemio e carta", The Poet's Art Literary Theory in Castile c. 1400-60 (Oxford: The Society for the Study of Mediaeval Languages and Literature, 1990), pp. 165-228. Alan D. Deyermond, "Baena, Santillana, Resende, and the Silent Century of Portuguese Court Poetry", Bulletin of Hispanic Studies, 59 (1982), pp. 198-210. "Llocs, formes i textos de la protohistória literaria catalana. Segles xv-xvn: del marqués de Santillana a Nicolás Antonio (1676)", Miscel.lánia d'Homenatge a Modest Prats, en Estudi General, 22 (2002), vol. II, pp. 309-352. ¿Es necesario decir que, aunque hoy disponemos de muchas páginas sobre el asunto (algunas propias, por cierto), quien nos aleccionó al respecto fue Francisco Rico? Sí, me refiero al autor de Nebrija frente a los bárbaros El canon de gramáticos nefastos en las polémicas del humanismo. Salamanca: Universidad de Salamanca, 1978.

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se hizo extensivo a la totalidad de la cultura de la Edad Media, completamente ayuna de civilización helénica, engolfada en una tradición clásica tan débil como imperfecta, y minusvalorada en lo que se refiere a su literatura vernácula. Sabemos de la alta opinión que Petrarca tenía del griego, lengua que ignoraba, y de su apuesta decidida por el latín. En el Quattrocento, al toscano aún le correspondía un puesto de segundón que sólo logró abandonar en el tránsito hacia el siglo xvi. La victoria definitiva del romance sobre el latín se produjo más o menos a la par en todas partes, aunque ningún pregonero se mostró tan orgulloso de su lengua materna como Antonio de Nebrija en el prólogo a su Gramática castellana (1492). Esta victoria del vernáculo fue determinante para que el medievalismo quinientista (en realidad, un ur-medievalismo) consiguiese enraizar. En el caso de los elogios a la nación, a una urbe concreta o a la lengua propia, los testigos más madrugadores nos llevan al Medievo: fundamentalmente al siglo xv, pero también a fechas anteriores, como he pretendido demostrar en varios de mis trabajos. Lo más común, no obstante, es que, en tales casos, el escritor se limite a alusiones escuetas, si es que no a listas de nombres ensartados; en ellas, en el caso de España, no faltan un Aristóteles que habría nacido en nuestra tierra, además de la sempiterna nómina de los escritores romanos naturales de Hispania. Junto a ellos (con la intención de demostrar que había contemporáneos tan capaces como los grandes hombres del Mundo Antiguo), o formando ramilletes separados, los biógrafos adjuntaron otras tantas fichas literarias inconexas, lo que las aleja de cualquier intento de hacer historia literaria. Es lo que hallamos en dos casos sobradamente conocidos: el de Fernán Pérez de Guzmán en Generaciones y semblanzas, en atención a Pero López de Ayala o Pablo de Santa María (a don Enrique de Villena sólo lo recuerda por nigromante, no por literato); y el de Hernando del Pulgar en sus Claros varones de Castilla, allí donde nos habla del Marqués de Santillana y de Alfonso de Cartagena. Llegados al siglo xvi, estas formas de la literatura laudatoria inundarán Europa entera; del mismo modo, en prólogos y pequeños tratados, escritores de todo género, antes de hablar de su propia obra, se referirán a cuantos los han precedido en el oficio, lo que supone conjugar los apuntes de preceptiva o poética con los de pura historia literaria. Tal práctica, que hemos considerado a través del Prohemio e carta, tiene antecedentes en la propia literatura clásica (en teatro, con los guiños de Terencio, o en epistolografía, con los de Séneca y Plinio el Joven); por añadidura, a don íñigo se le había adelantado la preceptiva occitana, que abunda en pasajes de esa naturaleza en sus dictáis, flors, leys y reglas para trovar. Luego vendrán las gramáticas de las lenguas romances, cuya selección de autores es el primer paso obligado para llevar a cabo la poe-

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tarum enarratio; a ese respecto, nuestro Nebrija fue el primero en etiquetar como gramática (hasta ese momento un término únicamente aplicable a la lengua latina, de la que era puro sinónimo) un libro que atiende tan sólo a una lengua vernácula. Lo que en ningún caso podemos exigirle a Nebrija, por el hecho de ser ya propiamente un humanista, es que marque distancia con la poesía de cancionero. Sería un sinsentido y un perfecto anacronismo, pues la poesía trovadoresca era la poesía de su tiempo y continuaría vigente incluso después de la publicación del primer poemario neopetrarquista: el que reúne a Garcilaso y su amigo Boscán, de 1543. 16 La Gramática de Nebrija está salpimentada de versos cancioneriles, que sin duda satisfacían al catedrático salmantino. Ni tan siquiera percibimos preferencias por las últimas hornadas de artistas de ese grupo frente a la que podría considerarse la generación de sus abuelos: nada permite suponer que anteponía los poemas amatorios de Diego de San Pedro a los de Jorge Manrique, Juan de Mena o el Marqués de Santillana, pues ia tríada por excelencia permite marcar unos jalones generacionales perfectamente equidistantes. Ciertamente, todos van en el mismo lote, sin ningún tipo de distingos. Ahora bien, en lo que a la poesía narrativa se refiere, aquella que se codifica en coplas de arte mayor, ni siquiera hace falta preguntarse si Nebrija marca o no un orden o prelación. La respuesta es tajante: como para la mayoría de sus coevos, Las Trescientas de Juan de Mena, dechado de virtudes literarias, van en primer lugar.17 No nos esforcemos en balde, ya que, como he dicho arriba, no están aquí las raíces del medievalismo. Las señas que permiten adivinar al verdadero medievalista las tenemos claras de sobra; por ello, conviene proceder sin más demora.

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Coincido en sus apreciaciones con el siempre brillante Juan Casas Rigali, Humanismo, gramática y poesia Juan de Mena y los auctores en el canon de Nebrija. Santiago de Compostela: Universidade de Santiago de Compostela, 2010. Los organizadores del Congreso Internacional "Juan de Mena: entre la corte y la ciudad", Córdoba, abril de 2011 con motivo del VI Centenario de su nacimiento, han tenido la gentileza de incorporarme a su Consejo Asesor e invitarme a participar en una mesa redonda; en ella, me ocupo de la recepción del Laberinto de Fortuna desde el siglo xv hasta el presente.

2 . INTROITO PROPIAMENTE DICHO

Hace un lustro, Jaume Aurell y Francisco Crosas tuvieron la feliz idea de reunir en un interesantísimo volumen (al que nada empece el hecho de que yo fuese uno de sus colaboradores) un total de diecinueve semblanzas de algunos de los maestros indiscutibles del medievalismo. El libro, valioso de veras para cuantos deseen saber quiénes fueron y qué hicieron exactamente los grandes medievalistas de la centuria pasada en sus diversos campos (en una variedad de especialidades que abarcan la Historiografía y la Filología en toda su amplitud), lleva un título de lo más revelador: Rewriting the Mddle Ages in the xxth Century (Turnhout: Brepols, 2005). Si me satisface la etiqueta escogida por sus dos editores, es porque, ciertamente, cada época interpreta o relee el pasado en la clave que, por distintas razones, más le agrada Como consecuencia, la historia literaria y su canon revelan unas características cambiantes, en relación con los siguientes factores: [1] de acuerdo con el enfoque adoptado y las herramientas de análisis empleadas, que varían al mismo ritmo que las tendencias o modas eruditas; [2] en consonancia con el control que se ejerza sobre las fuentes primarias, sin que quepa descartar, ni siquiera hoy, posibles hallazgos de importancia trascendental; y [3] siempre a expensas de los gustos y prejuicios que acompañan desde siempre al ser humano, que dirigen su atención hacia unos asuntos concretos, al tiempo que inducen a marginar otros de parecida o incluso mayor importancia. Estos tres factores se traducen en el empleo o, por el contrario, en el rechazo de determinadas metodologías, en la focalización de los expertos en aquello que se tiene por un hallazgo revolucionario o, en fin, en la sublimación de determinados autores, obras y aun géneros, frente a silencios tanto o más llamativos. El primer factor a que me refiero cuenta con verdaderos paradigmas, aunque me bastan dos casos especialmente representativos: (1) el de la crítica textual neolachmanniana, que, ignorada en España hasta hará unas tres décadas, goza hoy de un estado de salud envidiable, pues incluso se ha incorporado a buena parte de los planes de estudios de la mayoría de nuestras universidades;18 y (2) el de los Gender Studies o los Cultural Studies, cuyo poderío en Norteamérica - y básicamente sólo allí- decrece a pasos agigantados tras haberse enseñoreado casi 18

A decir verdad, los cambios más recientes -los sufrimientos que ahora nos toca padecer, tras pasar por otros- son el resultado de la aplicación del Pacto de Bolonia a los nuevos planes de estudios. El resultado es, sencillamente, penoso, dado el retroceso que supone en éste y en otros muchos sentidos.

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por completo, en ese mismo plazo de treinta años, de los departamentos que se ocupan de nuestra especialidad al otro lado del Atlántico. Ejemplos del segundo factor no me faltan, pero puestos a escoger algunos hitos, me quedo con la recuperación de las jarchas románicas por Samuel Stern en su mítico trabajo de 1948, que revolucionó a todos cuantos se venían interesando por la literatura de orígenes. Importantísimo también fue el hallazgo, en 1990 y en el lisboeta Archivo Nacional da Torre do Tombo, del Cancioneiro de don Denis de Portugal por Harvey L. Sharrer (no en balde este testigo, no más que un fragmento que pudo recuperarse de la encuademación de un libro notarial del siglo xvi, se conoce comúnmente como Pergamino Sharrer)-, de ese modo, el Pliego Vindel, que transmite las marinheiras de Martin Codax, recibía el refuerzo de un nuevo cancionero individual. En fin, verdadera conmoción provocó entre todos nosotros la aparición de un manuscrito que contiene el primer acto de la Celestina cuando Charles B. Faulhaber (a quien cupo en suerte) y yo mismo catalogábamos el fondo medieval de la Biblioteca de Palacio. En los tres casos, hubo ríos de tinta, con hipótesis extremas y enfrentadas, y consecuencias diversas, de orden genético, lingüístico o cronológico, en el primer caso, y ecdótico en los otros dos. Por lo que respecta al último factor, me viene muy bien el olvido del román courtois y la ficción narrativa en bloque por parte de Ramón Menéndez Pidal y su legión de discípulos directos e indirectos, o la atención primordial que ese mismo cuerpo de textos y la poesía de cancionero ha recibido a lo largo de estas tres últimas décadas. Así las cosas, con relación al román en España, fácil lo tuvo Alan Deyermond al recordar esta mutilación consciente - y hasta, habría que decir, voluntaria- en la investigación y la docencia de españoles e hispanistas hasta hace aproximadamente unos cuarenta años.19 Del mismo 19

De tal modo se expresaba en su plenaria de la Asociación Internacional de Hispanistas de 1971, "The Lost Genre of Medieval Spanish Literature", publicada más tarde en Híspame Review, 43 (1975), pp. 231-259; y luego también en las Actas del cuarto Congreso Internacional de Hispanistas, coord. por Eugenio Bustos Tovar (Salamanca: Universidad de Salamanca, 1982), vol. 1, pp. 791-814. En distintos lugares, he recordado que tal afirmación no atañe a una rama concreta, la catalana: muestra de ello son el longevo Pere Bohigas, cuya tesis doctoral, de 1924, versó sobre las versiones hispánicas de la Demanda del Santo Grial, y Martín de Riquer, cuya labor en torno a Chrétien de Troyes y sus continuadores merece un doble calificativo: inmensa y seminal. Discípulo directo de este último, el romanista Carlos Alvar hubo de dar rápidamente con una senda que ha retomado una y otra vez, para provecho de todos, moviéndose, con igual tino y provecho que su maestro, entre el trovadorismo y los primeros novelistas, y vuelta. Por fin, el caso de Carlos García Gual es el del comparatista formado y de amplísimos intereses, que inevitablemente pasó de la novela griega de aventuras al román courtois, con un primer título: Primeras novelas europeas. Madrid: Istmo, 1974.

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modo, el hispanomedievalismo se ha liberado de los prejuicios, manifiestos en algunos de los grandes maestros, que tuvieron arrinconada la poesía de cancionero en su práctica totalidad, pues ni siquiera quedó a salvo la tríada cancioneril. Pienso en particular en Pedro Salinas, cuando, con respecto a las canciones amatorias y la elegía de Jorge Manrique, dice respectivamente: "Cuanto más se lean, más claro está que, poéticamente, las unas valen muy poco y la otra está más allá de todo precio".20 Las últimas décadas han servido para recuperar esta singular poesía, que subyugó a los lectores del Medievo tardío, pero también a los del siglo xvi. Ni siquiera dejo fuera al genial Rafael Lapesa, en quien descubrimos (pues no los oculta) dos objetivos distintos a la hora de enfocar el trovadorismo peninsular y la poesía italianizante. Ciertamente, en su excelente monografía sobre íñigo López de Mendoza (La obra literaria del Marqués de Santillana [1957], un ensayo que, a día de hoy, conserva íntegramente su valor), percibimos al filólogo, al medievalista ejemplar y, por añadidura, al gran prosista que siempre fue; sin embargo, en su libro de conjunto sobre Garcilaso (La trayectoria poética de Garcilaso [1948]) tenemos mucho más que eso: sentimos cómo el maestro, inteligente y sensible, vibra ante los versos del toledano, atrapado por la autenticidad de su emoción o, si se prefiere, por la sinceridad de sus sentimientos. En otro lugar, he entresacado los pasajes de su libro en que más encarece tales virtudes, como cuando ensalza la Égloga /, por su "estrecha unión del sentimiento y la forma", o desvela los mecanismos de la Égloga III y otros poemas.21 Al respecto, yo mismo he escrito: Todavía más rotundo es el comentario a la égloga III, allí donde se indica que el poeta se refugia en el arte (p. 158); del mismo modo, la composición literaria perfecta y acabada le permite escapar de una realidad especialmente trágica y hace las veces de remedio o medicina. En su conclusión, el gran filólogo vuelve sobre esos que él tiene por grandes valores de la poesía del toledano: "Los poemas de Garcilaso brotan de este terreno emocionado y tiemblan siempre de inequívoca y fundamental sinceridad" (p. 169); "Tampoco es justo decir con Keniston [...] que su manera petrarquista es menos sincera [...]. No hay en toda la obra de nuestro poeta acentos más sinceros y emocionados" (p. 174).

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Jorge Manrique o tradición y originalidad (Barcelona: Seix Barral, 1974), pp. 9-10. De ello me ocupo en el prólogo a Jorge Manrique, Poesías completas (Madrid: Alianza, 2000), pp. 53-58, en especial. Ángel Gómez Moreno, "Garcilaso entre apuntes de poética y teoría literaria cuatrocentista", en José Luis Girón Alconchel et al., Estudios ofrecidos al profesor José Jesús de Bustos Tovar (Madrid: Universidad Complutense, 2003), vol. II, pp. 1241-1252. Las líneas que siguen son un extracto de algunas de mis conclusiones en ese trabajo.

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El exceso de una interpretación biográfica induce a alejarse de los cancioneros para buscar algo nuevo,22 como en el célebre soneto X ("Oh, dulces prendas por mi mal halladas"), en el que no parece que Garcilaso aluda -creo y o - a la muerte de Isabel (como la crítica ha venido afirmando machaconamente); en él, más bien, el poeta parece apelar a un motivo especialmente grato a la poesía trovadoresca: la ausencia de la amada. Es más, puede que sólo se trate de una muestra más de la tradicional figura de la dulce enemiga. También resulta perniciosa la interpretación biográfica al abordar el soneto IV, pues nada invita a pensar que Garcilaso se esté refiriendo a la prisión que padeció en la isla del Danubio; al contrario, lo más probable es que estemos ante un lugar común de la literatura amorosa de todos los tiempos: la imposibilidad de detener al amante en su deseo de llegar a la amada, como se desprende del mito clásico de Hero y Leandro, entre otras tantas leyendas de contenido similar. A este respecto, las rúbricas (todo indica que, en su mayoría, son ajenas a la mano de Garcilaso y reflejan una relectura posterior) pueden resultar peligrosísimas por no guardar ninguna relación con la voluntad del poeta. Así, la que introduce la copla II ("Canción habiéndose casado su dama") acompaña a una composición que recuerda a otras tantas de los cancioneros castellanos, con un amante dolido por el continuo desdén de su dama. Lo mismo cabe decir de la rúbrica a este mismo poema en otro testimonio, donde leemos "A doña Isabel Freyre, porque se casó con un hombre fuera de su condición". Téngase en cuenta que la composición dice tan sólo: Culpa debe ser quereros, según lo que en mí hacéis; mas allá lo pagaréis do no sabrán conoceros por mal que me conocéis. Por quereros, ser perdido pensaba, que no culpado; mas que todo lo haya sido así me lo habéis mostrado, que lo tengo bien sabido.

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Desde otro ángulo, refuerza mi propuesta, y de manera que tengo por definitiva dada la calidad de su investigación, Carmen Vaquero Serrano, Garcilaso, poeta del amor, caballero de la guerra. Madrid, Espasa Calpe, 2002, libro aparecido después de que yo diese a imprenta mi artículo. Aquí, Isabel Freire se eclipsa y surge todopoderosa Beatriz de Sá.

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26 ¡Quién pudiese no quereros tanto como vos sabéis, por holgarme que paguéis lo que no han de conoceros por mal que me conocéis!

Que todo haya ido por esos derroteros acaso nadie habría podido evitarlo; de hecho, de entonces para acá, cualquier intento de acercar nuestra antigua literatura al lector contemporáneo pasa obligatoriamente por una operación de esa misma índole, que consiste en probar su vigencia estética y su eficacia emotiva. Con ese fin, la pasión amorosa de Garcilaso por Isabel Freire, un sentimiento perfectamente vivo tras la muerte de la dama, aunque pasado por el fino tamiz del arte, fascinó al público español desde el primer Barroco. De ahí en adelante, el camino estaba expedito, pues el siglo xviii gustó, lógicamente, de los géneros y temas garcilasianos. ¿Y qué se puede decir del público romántico sino que en Garcilaso halló precisamente lo que más ansiaba? Por fin, el paso del Fin de Siglo a las vanguardias fue cómodo para un poeta que continuaba tocando no sólo la fibra sensible del profesional de las letras (particularmente la de varios poetas-profesores, que lo hicieron suyo) sino la del lector común. En comparación, ninguna época fue tan benévola con la literatura medieval. En España, sólo salieron adelante, y sin ayuda, los romances y, en parte, los cuentos, pues su carácter tradicional impedía los cortes cronológicos y aseguraba su vigencia. De las obras cultas o de autor, sólo dos -tardomedievales, por cierto- resistieron el paso de los años y el cambio en gustos y modas. No hubo que redescubrirlas, pues siempre estuvieron ahí: las Coplas de Jorge Manrique y La Celestina. Las demás obras del Medievo literario español hubieron de sobreponerse al olvido, superar cribas y esperar a que alguien -con la curiosidad, formación y clarividencia necesarias- las fuese reivindicando. Esa tarea les correspondió a lectores cultos y curiosos, a eruditos y bibliófilos, a españoles patriotas y a extranjeros enamorados de España, a los cultivadores de la Weltliteratur, a los romanistas y, por fin, a los hispanomedievalistas españoles y extranjeros. En ese largo proceso, hubo que superar numerosos escollos: diplomáticos, paleográficos, lingüísticos, métricos, genéricos, estructurales o exegéticos en un sentido amplio. Primero, no obstante, había que vencer el rechazo derivado de un arte literario estéticamente remoto, ajeno muchas veces a los principios artísticos vigentes. La historia de la recuperación (en su sentido más amplio) de la literatura española medieval coincide punto por punto con la historia del hispanomedievalismo.

3 . LA PROLONGACIÓN DEL MEDIEVO Y EL PROTOMEDIEVALISMO

El itinerario del medievalismo arranca en el propio siglo xvi con nombres como Álvar Gómez de Castro (ca. 1516-1580),23 Diego Hurtado de Mendoza (1503-1575),24 Gonzalo Argote de Molina (1548-1596),25 Fernando de Herrera (1534-1597) 26 o, ya fuera de la centuria, Francisco de Quevedo (1580-1645),27 dado el interés que en alguna ocasión (o de manera continua, como en el caso 23

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Apasionado por el Medievo, sus papeles varios de la Biblioteca Nacional de Madrid y El Escorial conservan materiales de la mayor importancia, como unos versos del Libro de buen amor correspondientes a un códice perdido y apuntes sobre textos historiográficos, cinegéticos u otros relativos a la preceptiva literaria con los que yo mismo trabajé en el pasado. En conjunto, véase el documentado libro de Carmen Vaquero Serrano, El maestro Álvar Gómez Biografía y prosa inédita. Toledo: Caja de Castilla-La Mancha, 1993. Claves fundamentales había aportado ya Antonio Alvar Ezquerra, Acercamiento a la poesía de Alvar Gómez de Castro (Ensayo de una biografía y edición de su poesía latina). Madrid: Universidad Complutense, 1980. Recordemos que su magnífica biblioteca, en la que por ejemplo estaba el Lapidario alfonsí, pasó íntegra a la del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Además de su biblioteca, que contenía varios manuscritos de los que nada se sabe (entre ellos, una copia del Libro de buen amor), su labor editorial revela verdadero entusiasmo por el Medievo, pues dio a la estampa El Conde Lucanor (1575), a través de un códice perdido hoy y distinto por completo del resto de la tradición textual; asimismo editó la Historia del gran Tamorlán de Ruy González de Clavijo (1582). Como los grandes humanistas italianos, Argote fue sagaz en la búsqueda de códices, como la que, en 1573 y en Granada, le llevó hasta un ejemplar del Libro de la montería, del que preparó una edición (1582). Lo incluyo en esta corta relación porque, aunque sentía la Edad Media como algo muy distante, conocía los Sonetos del Marqués de Santillana, a pesar de su paupérrima tradición textual, y los adujo en sus Comentarios a Garcilaso como anticipo de lo que luego haría el poeta toledano. Véase María José Alonso Veloso, "La recepción de la literatura medieval en Quevedo", en Carmen Parrilla y Mercedes Pampín, eds., Actas del IX Congreso de la Asociación Hispánica de Literatura Medieval (A Coruña, 18-22 de septiembre de 2001) (Noya: Toxosoutos, 2005), vol. I, pp. 277-300. Dentro del patrón literario de la pugna entre antiguos y modernos, Quevedo, en su España defendida, pone a la misma altura a los autores grecolatinos y los españoles del pasado más inmediato y del presente, y mezcla, pues para ese fin no convienen distingos, a Juan de Mena, Jorge Manrique o Garci Sánchez de Badajoz no sólo con Cristóbal de Castillejo, sino con los italianizantes, con Garcilaso y Boscán. con Aldana y Herrera.

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de Alvar Gómez de Castro, que también hubo de bucear en el siglo xv al encargarse de su principal empresa: su biografía del Cardenal Cisneros en su De rebus gestis a Francisco Ximeno Cisnerio) mostraron por el Medievo y su literatura, como editores o, con menos frecuencia, como exegetas.28 Los demás eruditos del Quinientos español que se asomaron al pasado medieval lo hicieron cargados de prejuicios y ayunos de información, lo que, en unos casos, llevaba a dar un salto desde la cultura hispano-latina hasta Antonio de Nebrija, como en el Pro adserenda hispanorum eruditione, sive de viris Hispaniae doctis narratio apologética (1553) de Alfonso García Matamoros (1490-1550);29 en otras ocasiones, los siglos medios se silenciaban por completo y se arrancaba del puro siglo xvi, con Boscán y Garcilaso al frente. El Discurso sobre la lengua castellana de Ambrosio de Morales (1513-1591), publicado junto a las obras de Hernán Pérez de Oliva en 1585, es un magnífico ejemplo de ello, aunque al menos incluye el elogio de un prosista tardomedieval, Hernando del Pulgar, por sus cartas y su labor historiográfica, que merecieron el beneficio de la imprenta bien entrado el siglo xvi. Es normal que cada nueva generación marque distancias con la que le precede; sin embargo, lo que ocurrió en la España del siglo xvi no tiene parangón. Entrada la centuria, intelectuales y artistas convinieron en que el Cuatrocientos caía dentro de una larga noche histórica que había durado un milenio aproximadamente. En nuestro caso, al mal común de todos los europeos, había que añadirle un agravante, la ocupación musulmana, como apunta Ambrosio de Morales en el prólogo a Las antigüedades de las ciudades de España (1575). Este humanista se queja de que nadie hubiese editado el manuscrito del Depreconiis Hispanie de Juan Gil de Zamora (ca. 1240-ca. 1318), y lo hace en un tono semejante al del erudito de nuestros días. A ese formidable polímata (pues no hubo palo que no tocase) del siglo X I I I se refiere para reforzar la idea de que sus páginas no sirvieron de otra cosa sino para (cito por la ed. de Madrid, 1792, vol. IX, p. vi):

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En absoluto puedo considerar medievalista a un Hernán Núflez (1475-1553), el Comendador Griego o el Pinciano, por cuanto su edición del Laberinto de Juan de Mena (1499 y, revisada, 1505) es la de un clásico vigente en aquel momento que pretendía elevar a la categoría de primer poeta nacional. Al respecto, hay que tener presente a Teresa Jiménez Cálvente, "Los comentarios a las Trescientas de Juan de Mena", Revista de Filología Española, 82 (2002), pp. 21-44. El texto completo del Pinciano, en edición de Julián Weiss y Antonio Cortijo Ocaña, puede leerse ahora en e-Humanista (sección Projects). Es revelador que esta obra se publicase nuevamente en el siglo XVIH, cuando nace de veras la Historia Literaria como disciplina (en edición de Francisco Cerdá y Rico, de 1769).

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dar a conocer su amor a la patria, y que, en medio de las tribulaciones que por espacio de seis siglos había padecido la España, aún no se habían extinguido del todo las semillas del buen gusto. Empezó éste a revivir en toda la Europa con la venida de los sabios griegos que, huyendo la ferocidad de los sarracenos que habían ocupado la capital de su Imperio, se difundieron en Italia y hallaron benigna acogida en la familia de los Médicis y en la protección de algunos papas sucesores de León X, digno hijo de aquella casa tan amante de los literatos.

Coincidamos en que las palabras de Morales se anticipan a las reflexiones de los estudiosos del Humanismo y del Renacimiento del siglo xix para acá; es más, si en varios lugares hace historia literaria con prurito de filólogo, aquí y en otros momentos tenemos a un verdadero experto en Historia de las Civilizaciones (avant la lettre, hay que apostillar necesariamente). Aunque algunos españoles quedan a salvo de sus dardos retóricos, las más de las veces Morales coincide con tantos otros intelectuales al vilipendiar a cuantos vivieron en los siglos medios. Ninguna época previa había provocado, ni provocaría en el futuro, un rechazo semejante (ni siquiera la reacción romántica frente a lo neoclásico, más que nada pura soflama). Ello explica silencios injustificables y, en resumidas cuentas, la ignorancia generalizada de la literatura de la Edad Media, fuera de aquella que seguía viva en el mercado editorial. Por ejemplo, la poesía cancioneril continuó activa hasta la última edición del Cancionero general, la de Amberes de 1573. Fuera queda ya la edición del Laberinto de Fortuna (1582) preparada por Francisco Sánchez de las Brozas, por cuanto Mena es para él un poeta del mayor interés, sí, pero un artista de antaño. La poesía contemporánea del Brócense (la activa estéticamente) era ya muy distinta, como leemos en su breve prólogo: "Ansí que no ay razón de desechar a Juan de Mena porque en nuestra edad ayan salido otros de estilo muy differente".30 La lejanía es la razón por la que el texto abunda en escollos editoriales (la culpa la tienen copistas e impresores, responsables de todo tipo de estragos), lingüísticos (sin enciclopedias, diccionarios y demás útiles, la lectura del poema supone un verdadero calvario) o exegéticos en general (por esos años, la dimensión heroica de Las Trescientas resultaba manifiesta, aunque esa lectura, porque así lo quiso su autor, no agotaba otras tantas posibles).

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El texto íntegro puede leerse en Ángel Gómez Moreno y Teresa Jiménez Cálvente, eds., Juan de Mena, Obras completas (con edición incluida de "Las obras del famoso poeta Juan de Mena nuevamente corregidas y declaradas por el maestro Francisco Sánchez, cathedrático de prima de Rhetórica en la Universidad de Salamanca") (Madrid: Turner [Biblioteca Castro], 1994), p. 9.

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Es una pena que lo hecho por el Brócense sea tan poco -el contraste de sus respectivas tareas así lo demuestra- y que en realidad, verso a verso, esté robándole el mérito a Hernán Núñez, que se había enfrentado al Laberinto casi un siglo antes, con la intención de convertir a Mena en nuestro poeta nacional, un vate a la altura de Dante; sin embargo, la historia literaria es, a veces, así de injusta, pues mientras todos se olvidaron del vallisoletano (de su cuna le venía precisamente el sobrenombre de Pinciano con que era conocido), el catedrático salmantino dejó una fama de sabio que ha llegado intacta a nuestros días, tanto por ésta como por otras labores. La edición del Brócense tuvo además la fortuna de que, cuando en los siglos xvm y xix renació el interés por Juan de Mena, fue precisamente su texto el que se dio de nuevo a la estampa.31 En el mercado permanecieron, básicamente, romances, cuentos y novelas populares, productos todos ellos sin fecha de caducidad, por lo que siguieron gozando de los beneñcios de la imprenta, sin apenas altibajos, hasta el mismo siglo xx; 32 por lo demás, el Medievo fue silenciado casi por principio. Y no sabe uno a qué carta quedarse, pues, cuando Juan de Robles (1575-1649), en la Primera parte del Culto Sevillano (1631 ),33 se atreve a disertar, con brevedad de telegrafista, sobre la literatura de aquellos tiempos, lo único que queda claro es que no sabe nada de nada: Esto advertido y asentado, ha de saber V. M. que este mismo discurso que dijimos que tuvo la lengua latina ha traído la nuestra desde el tiempo del rey D. Pelayo, que es desde cuando tenemos noticia della por los privilegios que los reyes han ido dando a personas y lugares, porque se vee por los tales instrumentos cuán niña comenzó, pues apenas se escribían las cosas necesarias, y esas con brevísimas razones y tan mal limado estilo que hoy lo entienden muy pocos. Lo cual duró hasta el rey D. Alonso el Sabio, primogénito sucesor de nuestro gloriosísimo y santo rey D. Fernando, el cual Sabio rey extendió algo los términos de la lengua en la Historia

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Basta comprobar la tradición textual impresa del Laberinto en la edición preparada por Maxim Kerkhof (Madrid: Castalia, 1997), pp. 52-53. En la edición de Ginebra, 1766, se dice: "Conforme a la Edición de Salamanca del año 1582"; en la siguiente, Madrid, 1804, leemos lo mismo: "Hemos hecho la presente edición siguiendo la que corrigió, declaró y comentó el doctísimo maestro Francisco Sánchez Brócense"; la tercera y última del siglo xix es, de nuevo, una reimpresión del texto de 1582. En el tercer caso, pienso en textos como La doncella Teodor, Oliveros de Castilla y Artús de Algarve o Roberto el Diablo. A su muerte, el texto quedó manuscrito hasta su publicación en 1883, de donde lo toma José Francisco Pastor, Las apologías de la lengua castellana en el siglo de oro (Madrid: Los Clásicos olvidados [NBAE], 1929), pp. 153-154. Ésa es la fuente que yo utilizo (con cambios en la puntuación y acentuación), aunque hay edición moderna de Alejandro Gómez Camacho (Sevilla: Universidad de Sevilla, 1992).

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general de España y las leyes de las Partidas. Esto se estuvo así por algunos siglos, porque, como estuvo siempre esta tierra entretenida con la conquista de sus ciudades y lugares, y procurando desterrar totalmente la vil canalla de los moros, no hubo lugar de descubrirse la viveza y profundidad de los ingenios españoles, ni de que se escribiesen libros de importancia, sino, cuando más, algunos de caballería, y tratando con la pluma lo que se ejercitaba con la espada, hasta que, llegando el felicísimo siglo de la monarquía del Emperador, nuestro señor, comenzaron [...].

En todos los sentidos, sobran comentarios, aunque no puedo dejar de mostrar mi sorpresa ante tamaña ignorancia, que lleva a situar los orígenes de nuestra literatura en la primera mitad del siglo viii, que sólo atina en su alusión a la prosa alfonsí y que busca rápido refugio en los escritores de la época de Carlos V y Felipe II (la cita incluye a Antonio de Guevara, Pedro Mejía, Fray Luis de León, Fray Luis de Granada, pero deja fuera a Garcilaso, contra todo pronóstico). De ese modo, se silencia - y ya no nos extraña- la abundante y exitosa literatura del siglo xv, incluso aquella compuesta a caballo entre dos eras, por haber visto la luz durante el reinado de los Reyes Católicos, a pesar de que la imprenta continuó publicando muchos de sus títulos tras el advenimiento de los Austrias. En semejante erial, no puede sino causar asombro la magnitud y la relativa precisión en los datos (entre fallos mayúsculos, como convertir a Gonzalo de Berceo en un autor del siglo xi: "Floruisse autem Gundisalvum sub Alphonso VI, rege circa annum MUOOC\ vol. II, pp. 4-5; situar las Flores de filosofía en los tiempos de Alfonso VII, ibid., p. 28; o mezclar en el tiempo cuaderna vía y arte mayor, ibid., p. 79, et sic vid) que caracteriza la Bibtíotheca Hispana Vetus (publicada postuma, en 1696) de Nicolás Antonio Nicolás (1617-1684). En el conjunto, destaca particularmente la segunda parte, la más difícil sin duda, que abarca de 1000 a 1500 y es la que aquí interesa; en ella, el insigne bibliógrafo se sirvió con frecuencia - y no siempre, frente a lo que comúnmente se dice- de obras secundarias o referenciales, cuyos datos plasmó a modo de ficha, por lo que, con toda justicia, se tiene por bibliografía y no por historia literaria. Muy distinto es el caso de su Bibliotheca Hispana Nova (1672), que comprende de 1500 hasta tiempos del autor, se apoya de continuo en fuentes primarias y es aún hoy de gran utilidad.34 Algo antes, y en paralelo a la redacción de diversas preceptivas (en latín y en romance) sobre el discurso historiográfico (que tendrían continuación en las de Luis Cabrera de Córdoba [1559-1623] y Bartolomé Lupercio de Argensola 34

De ahí que se haya publicado una traducción de un equipo coordinado por Gregorio de Andrés Martínez: Biblioteca hispana antigua, o de los escritores españoles que brillaron desde Augusto hasta el año de UD. Madrid: Fundación Universitaria Española, 1998.

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[1562-1631]), Antonio de Herrera y Tordesillas (1549-1626) acometió una empresa semejante a la de Nicolás Antonio, aunque en ella no iba más allá de la simple nómina. La materia, no obstante, se limitaba a los historiadores españoles, desde las crónicas primitivas hasta el padre Mariana, como se comprueba desde un título verdaderamente elocuente: Discurso y tratado de la Historia e historiadores españoles (de fecha harto dudosa). Por añadidura, a diferencia de la obra de Nicolás Antonio, las páginas de esta preceptiva e historia permanecieron inéditas hasta que el erudito vizcaíno Juan Antonio de Zamácola o Zamacola (1759-1819), que no sólo se ocupó de su tierra vasca (célebres son los tres tomos de su Historia de las naciones bascas [1818]), las incorporó a un volumen que recogía los Discursos morales, políticos e históricos (1804).35 Mucha más sustancia y basamentos mucho más sólidos ofrecieron a Nicolás Antonio los dos bibliógrafos extranjeros que le precedieron; de ellos, se desprendía un modelo perfectamente válido, aunque mejorable: el Catalogus clarorum Hispaniae scriptorum, qui latine disciplinas omnes humanitatis [..] evulgati sunt (1607), de Valerius Andreas Taxander (Walter Driessens [15881655]), y esa interesantísima (y a ratos muy caprichosa) miscelánea enciclopédico-bibliográfica que es la Hispaniae bibliotheca seu de academiis ac bibliothecis item elogia et nomenclátor clarorum Hispaniae scriptorum qui latine disciplinas omnes illustrarunt [...] tomis IIIdistincta (1608), del polígrafo flamenco Andreas Schott (1552-1629), un jesuita que, por un tiempo, estuvo enseñando griego en Toledo.36 Esta obra es un útilísimo compendio de materiales relativos a España, en atención a sus tierras, sus gentes, su historia y, punto fuerte (pero sólo un punto en el conjunto), sus escritores. Lo más llamativo, no obstante, es que, frente a su marcado interés por aquellos literatos que escribieron en lengua latina, apenas si presta atención a los que se sirvieron del vernáculo; de ese modo, a los grandes poetas medievales sólo les dedica algún párrafo suelto, aunque su tono es afortunadamente laudatorio.

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Puede verse el capítulo de José Cepeda Adán, "La historiografía", en Historia de la Cultura Española Ramón Menéndez Pidal, I: El siglo del Quijote (1580-680) Religión, Filosofía, Ciencia (Madrid: Espasa-Calpe, 1996), pp. 695-833 [705-706]. Para más detalles, léase Richard L. Kagan, "Clío y la Corona: escribir historia en la España de los Austrias", en Richard L. Kagan y Geoffrey Parker, eds., España, Europa y el mundo Atlántico Homenaje a John H. Elliott (Madrid: Marcial Pons, 1995), pp. 113-148. Para ambos títulos, sus autores y el propósito que animó a compilar la Historia y la Bibliotheca, véase Pedro M. Cátedra, "La biblioteca y los escritos deseados (España, c. 1605)", En Pedro M. Cátedra, Augustin Redondo y María Luisa López-Vidriero, dir.; Javier Guijarro Ceballos, ed., El escrito en el Siglo de Oro. Prácticas y representaciones, vol. V de El libro antiguo español (Madrid/Salamanca: Universidad de SalamancaPatrimonio Nacional/Sociedad Española de Historia del Libro, 1999), pp. 43-68.

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Por supuesto, estas obras son esquejes llevados a crecer del primero de tales compendios, el de Conrad von Gesner (1516-1565), esforzado autor de la Bibliotheca universalis (1545, con suplemento de 1555 que alcanza un total de unas quince mil referencias), que tanto pesó sobre Benito Arias Montano (1527-1598) al planificar la Biblioteca del Monasterio de El Escorial. En medio, queda la Bibliotheca selecta (1593) del jesuita Antonio Possevino (1534-1611) y, justo después, la relación de escritores que de su misma orden hizo Pedro de Ribadeneira (1526-1611), Illustrius scriptorum religiortis Societatis Jesu catalogas (1608), que cito solamente porque de ella tomó Nicolás Antonio su principal modelo.37

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Sobre todo ello, véase Aurora Miguel Alonso, "El sistema clasificatorío de las bibliotecas de la Compaflia de Jesús y su presencia en la bibliografía española", en Javier Vergara Ciordia (coord.), Estudios sobre la Compañía de Jesús: los jesuítas y su influencia en la cultura moderna (ss. xvi-xvm) (Madrid: Universidad Nacional de Educación a Distancia, 2003), pp. 361-422.

4 . E L SIGLO XVIII Y LA HISTORIA LITERARIA

Las noticias aducidas por Nicolás Antonio y, sobre todo, la consulta directa de fondos antiguos, como los de la Biblioteca Real y la recién constituida Real Academia Española, sirvieron de apoyo indispensable a la sección medieval del Diccionario de Autoridades (1713-1740), basada en una "Lista de los autores elegidos" que consta de un total de cuarenta asientos; además, los miembros de esta institución mostraron especial sensibilidad respecto del refranero, al considerarlo una mina lexicográfica, lo que, de manera indirecta (pues las fuentes de información son áureas en todos los casos, incluidos los Refranes que dicen las viejas tras elJuego, "impressos en Sevilla en el año 1508" y adjudicados al Marqués de Santillana por los editores de la época), llevaba de nuevo a la Edad Media. Los frutos derivados del esfuerzo de estos prohombres demuestran que la empresa que acometían era viable, a pesar de las dificultades de todo orden; por el contrario, para escribir la historia literaria de aquellos lejanos siglos nadie contaba con la preparación suficiente, y sin embargo había que poner manos a la labor sin más demora. A pesar de la debilidad de sus basamentos, los intelectuales del siglo XVIII se dieron a una empresa que no podían fiar al futuro: la de trazar panoramas histórico-literarios amplios y comprehensivos. Ciertamente, se carecía de todo lo necesario para sacar adelante un proyecto de esa naturaleza: masa crítica en cantidad suficiente, una taxonomía clara (si en la ordenación cronológica algo, aunque poco, podía haberse hecho y llegó a hacerse, en el de la agrupación genérica cualquier esfuerzo había de resultar estéril) y un discurso histórico suficientemente articulado. Si tenemos en cuenta de dónde se partía, el panorama era para desalentar a cualquiera, pero España (en esos términos se expresaban sus sabios) no podía esperar más; de hecho, por aquellos años no hay empresa erudita que no se acometa, en el seno de las Reales Academias o de las Reales Sociedades, aguijoneada por sentimientos patrióticos, y siempre tras manifestar una mezcla de vergüenza y deseo de emulación al contemplar el estado de cosas (¡tan distinto!, ¡tan deslumbrante!) en la vecina Francia. Lo ambicioso de los proyectos se refleja en unos títulos de una amplitud sorprendente que se dan de bruces con los libros que los portan, magros a más no poder.38

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Verdadero lugar común con fundamentos reales, se cuela nítido, por ejemplo, en la gran empresa erudita que supuso la compilación del Diccionario de Autoridades, allí donde

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Ni siquiera la labor mastodóntica de los hermanos (y franciscanos, para más señas) Pedro y Rafael Rodríguez Mohedano, en su Historia literaria de España, desde su primera población hasta nuestros días (1766-1791), escapa a tan rigurosa afirmación, toda vez que lo que reunieron en los nueve volúmenes que alcanzaron a publicar, con modelo en la Histoire littéraire de la France (1733), fue sólo un montón de fichas relativas exclusivamente a la literatura latina escrita por hispanos. Sus muchas páginas se antojan perfectamente prescindibles a día de hoy, aunque tienen un mérito que no sería justo regatearles: el acendrado estilo con que están escritas, que convierte su lectura en una gratísima experiencia. Desde el mismo prólogo, ponen de manifiesto el carácter reivindicativo de su empresa y un marcado sentimiento nacionalista que aflora al aludir a algunos intelectuales españoles de los siglos xvi y xvn; arribados a su propio siglo, hacen un encendido elogio de Feijoo, Flórez y Mayans. Inflamados por el amor a la patria, y con guía en Nicolás Antonio (como reconocen en el vol. I, p. 9 y 57-59, y en otros muchos lugares),39 los Mohedano acometieron una empresa para la que, objetivamente, no estaban preparados;40 por eso, acabaron dejándonos ayunos de información en la parte que más nos habría interesado: la alusiva a nuestros textos vernáculos.

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habla de verdadera vergüenza ante dos situaciones tan diferentes, como recordaba Fernando Lázaro Carreter, Crónica del Diccionario de Autoridades (1713-1740). Discurso de Ingreso en la RAE, 11 de junio de 1972; luego, "El primer diccionario de la Academia", en Estudios de lingüística (Barcelona: Crítica, 1980), pp. 83-148. Por lo que a la Gramática se refiere, en los mismos términos se expresa Gaspar Melchor de Jovellanos en su Memoria sobre educación pública, cuando reconoce que no tenemos nada parecido a los manuales franceses de Condillac, Dumarsais o Gébelin. Importantísima es la siguiente referencia, que demuestra cómo en el siglo xvm se percibían los rasgos que separan una bibliografía, la de Nicolás Antonio, de una historia de la literatura, la suya propia (vol. I, p. 93): "La Bibliotheca Española en su género es obra excelente y acaso la más perfecta que haya salido a la luz en esta especie de escritos, pero nosotros no escribimos bibliotheca sino historia literaria". La idea, precisa y atinada, se desarrolla a lo largo de tres páginas más. Así lo reconocen, al señalar la imposibilidad de acceder a los que, en esos años (y antes de que de la Biblioteca Real se desgajasen la de la Real Academia de la Historia y la Nacional), eran los dos reservorios principales de libros antiguos (vol. I, p. 54): "Es necesario tener presentes todos los libros que se han escrito en España por tantos siglos y en tan distintos y separados lugares. Crece la dificultad respecto de nosotros, que nos hemos criado y vivido siempre en la Andalucía, esto es, en una extremidad de España. Las obligaciones de nuestro empleo, el retiro y pobreza de nuestro estado no nos permiten hacer dilatados y costosos viages cuales se necesitaban para la debida execución de esta empresa. No podemos examinar por nosotros mismos las más copiosas y selectas librerías que están en el centro de España, como la Bibliotheca Real, la del Escorial y otras".

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Tras los Mohedano, vieron la luz otros dos proyectos movidos por idéntica voluntad abarcadora o comprehensiva: los siete tomos del Ensayo históricoapologético de la literatura española (1778-1781) del abate Lampillas (como se conocía al jesuita Francisco Javier Lampillas o Llampillas, por otro nombre Francisco Javier Cerdá [1731-1810]) y los diez tomos de Origen, progresos y estado actual de toda la literatura (1782-1786) del abate Juan Andrés (como era llamado el jesuita Juan Andrés y Morell [1740-1817]), que hizo las veces de manual para la cátedra de Historia Literaria, creada en 1786 en los Reales Estudios de San Isidro, en Madrid, bajo la dirección de los bibliotecarios Miguel de Manuel y Rodríguez (¿7-1798) y Cándido María Trigueros (17361798).41 Por los mismos pasos de los Mohedano anduvo el jesuita Juan Francisco Masdeu (1744-1817), y con idénticos resultados: nada menos que veinte tomos, con los que sólo pudo alcanzar al siglo xi, tiene su Historia crítica de España y de su cultura (1783-1805). La admiración que todos los citados sentían por Nicolás Antonio, fuente primordial para toda empresa erudita de esta naturaleza, llevó a reeditar, convenientemente ampliadas, tanto la Vetus (1788) como la Nova (1783-1788), con la colaboración, en la primera, de Francisco Pérez Bayer (1711-1794). Antes y después, hubo otros tantos estudiosos que se propusieron perfeccionar la bibliografía de Nicolás Antonio en varios sentidos, aunque sin éxito, ya que la labor de todos ellos permaneció perfectamente inédita.42 Frente a escritos tan abultados como ésos, estaban los compendios. El paradigma de esas obras dieciochescas, de título ambicioso y extensión propia más bien de un ensayo ligero, lo hallo en las 175 páginas en cuarto de los Orígenes de la poesía castellana (1754) de Luis José Velázquez de Velasco, Marqués de Valdeflores. De lo poco que alcanzó da justa medida Marcelino Menéndez Pelayo, cuando dice en su Historia de las Ideas Estéticas en España (Madrid, 1883), vol. III, p. 260: "Como libro de erudición, ha envejecido de todo punto y no puede hoy prestar servicio alguno al estudioso de nuestra bibliografía. Como libro de critica, es todavía más infeliz". Muy distintas son las 429 páginas, también en cuarto, de las Memorias para la historia de la poesía y de los poetas españoles (1775) del padre Martín Sarmiento (1695-1771), por cuanto hizo el enorme esfuerzo de rastrear distintos archivos y bibliotecas y leer aten-

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Este último dato lo tomo del magnífico panorama trazado por Francisco Aguilar Piñal, "La historia literaria", en su Introducción al siglo xvm (Madrid: Ediciones Júcar, 1991), pp. 182-188, que he usado como contraste del que yo, desde mi interés por la transmisión de la literatura medieval, había ido perfilando. Véase ahora José Cebrián García, Nicolás Antonio y la ilustración española. Kassel: Reichenberger, 1997.

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tamente a quienes, en unos cuantos casos, se le habían adelantado. Sólo así pudo dar a conocer el valioso Prohemio e carta (ca. 1449) del Marqués de Santillana, el Cantar de mió Cid, el Libro de Alexandre y varias obras de Berceo;43 además, sumó nombres y versos de poetas de cancionero y mostró, como en otros escritos suyos, una especial sensibilidad hacia la lírica tradicional y el refranero. En fin, las leves pinceladas que Blas Nasarre (1689-1751) y Leandro Fernández de Moratín (1760-1828) dieron respecto de nuestra literatura antigua impiden que los incluyamos en la nómina de los tempranos medievalistas. A lo sumo, los Orígenes del teatro español (1830-1831), que la Real Academia de la Historia acogió como uno de sus proyectos de más relieve, invitan a suavizar mi tajante afirmación en el caso de Moratín.44 Aunque sus apuntes dejan mucho que desear en cuanto a limpieza y precisión (con el desarrollo de sus principales útiles de trabajo, será el siglo xix el que se encargue de llevar los Estudios Histórico-Filológicos a su necesaria madurez), Sarmiento y varios de sus contemporáneos se esforzaron en llegar directamente al libro medieval; es más, algunos de ellos fueron metódicos amanuenses con los que aún estamos en deuda por habernos regalado copias únicas, o de la mejor calidad, de unos cuantos autores medievales. Desgranaré algunos de sus nombres, aunque sólo eso. Primero, van los copistas curiosos, como los padres Diego de Mecolaeta (fallecido hacia 1747), Domingo Ibarreta (1710-1785)45 o Francisco Javier de Santiago y Palomares (1718-1796), apoyados sobre unos Estudios Paleográficos que desembocarían en obras divulgativas como la Escuela de leer letras cursivas antiguas y modernas desde la 43

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Los fértiles rastreos de Francisco Aguilar Pifial han sido decisivos, en primera instancia, para los especialistas en siglo xvm y, de paso, para los hispanomedievalistas. Dato importantísimo y desconocido (doy fe de ello, pues yo tampoco conocía este testigo del Prohemio e carta) es el siguiente: "Quisiera destacar el nombre de dos académicos sevillanos cuya contribución a la Historia Literaria de España no ha sido reconocida hasta hace poco: José Cevallos fue el primer editor de la Carta-prohemio del marqués de Santularia (1756) y Cándido María Trigueros, que lo fue de los primeros versos del Poema del Cid (1775), aflos antes de su inclusión en una conocida antología" (ibid., p. 185). Evidentemente, se refiere a la obra de Tomás Antonio Sánchez, al que atiendo en el siguiente capítulo. Al respecto, del mismo investigador, véase "Cándido María Trigueros y el Poema del CicT, Nueva Revista de Filología Hispánica, 33 (1984), pp. 224-233. Las quince primeras páginas de Casiano Pellicer, oficial de la Real Biblioteca, en su Tratado histórico sobre el origen y progreso de la comedia y del histrionismo en España (1804), se interesan por los torneos, los toros y otros espectáculos festivos, así como por la presencia de juglares en las cortes reales, nobiliarias y eclesiásticas. Su nombre es de obligado conocimiento por habernos transmitido el mejor testigo textual de la obra de Gonzalo de Berceo, copia de un códice in folio del siglo xm perdido en el proceso de la Desamortización de 1835; de ese modo, la copia Ibarreta sirve como paradigma de la máxima recentiores, non deteriores.

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entrada de los godos en España hasta nuestros tiempos (1780), del padre Andrés Merino (1733-1787). A continuación, gracias a sus pesquisas eruditas, van intelectuales de la talla de José Antonio de Armona y Murga (1726-1792), Andrés Marcos Burriel (1719-1762), Rafael Floranes Vélez de Robles y Encinas (1743-1801),46 el padre Enrique Flórez (1702-1773),47 Juan de Iriarte y Cisneros (1702-1771), Eugenio Llaguno y Amírola (1724-1799), Gregorio Mayans y Sisear (1699-1781), o Tomás Antonio Sánchez (1723-1802), figuras preeminentes que forman parte de una nómina mucho más extensa, tras la que hay un riquísimo y apenas conocido caudal de información relativa a nuestro Medievo. Como muestra de lo que queda por hacer en este terreno, ahí están los incontables volúmenes de papeles varios que, en algunas de sus muchas colecciones, preserva la Real Academia de la Historia, que remiten insistentemente a las rebuscas eruditas de esa centuria y a los inicios de la siguiente. A veces, los papeles de un autor se hallan reunidos en un único lugar, caso éste de Juan de Iriarte, cuyos documentos (en su mayoría inéditos y, en muchos casos, relativos al Medievo) están en la magnífica biblioteca de la familia March, trasladada desde Madrid a Mallorca tras la muerte de su propietario, Bartolomé March Servera, en 1998. En la mayoría de los ocasiones, no obstante, el investigador habrá de esforzarse por reunir los disiecta membra correspondientes a la labor de algunos de tales estudiosos, caso éste de los cuadernos de apuntes misceláneos del padre Sarmiento, que dejó, junto a todos sus libros, en el monasterio de San Martín de Madrid, y que luego la Desamortización se encargaría de dispersar 48 El medievalismo español del siglo XVIII merece una amplia monografía de conjunto que aún no se ha escrito. 46

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La calidad de los trabajos de Floranes es sorprendente para su época; de hecho, sus papeles manuscritos de la Real Academia de la Historia y la Biblioteca Nacional presentan hallazgos que se anticipan incluso a los de la crítica contemporánea, como he comprobado en varias ocasiones en el caso del Marqués de Santillana. En su España sagrada, agavilló ingentes materiales relativos a nuestra Edad Media; además, reunió un sinfín de documentos y apuntes propios, de los que tenemos noticia gracias al catálogo manuscrito del padre Francisco Méndez, que se conserva en la Real Academia Española. Sus libros fueron a parar al monasterio de San Felipe el Real de Madrid, pero la inefable francesada y, desde luego, la Desamortización dispersaron su magnífica biblioteca, de la que quedan restos en la Biblioteca Nacional y la Real Academia de la Historia. Movidos por un prurito nacionalista muy marcado, es lo que han venido haciendo algunos estudiosos gallegos en los últimos años. El pistoletazo de salida lo dio, no obstante, Emilio Álvarez Giménez, Biografía del R. P. Fray Martin Sarmiento y noticia de sus obras impresas y manuscritas [...]: con indicación de los archivos y bibliotecas en donde se hallan [...], Pontevedra, 1884.

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Siglo en que se acometieron tantas empresas eruditas, científicas y humanísticas, por vez primera (por lo que merece mucha más atención de la que se le ha prestado), siglo en que la pasada hegemonía militar parecía resurgir a ratos (con continuas victorias en tierra y mar, como las del mítico Blas de Lezo), siglo de progresos en todos los aspectos imaginables (en la ordenación del territorio, en el trazado de las ciudades, en el avance de la sanidad, en los dominios de las artes plásticas, y hasta en una literatura que, por mucho tiempo, sólo ha recibido críticas y desaires, a pesar de que merece un tratamiento libre de prejuicios), en el Siglo de las Luces se atendió a nuestra disciplina desde distintas vertientes; de ese modo, no sorprende que los inicios de la incunabulística correspondan a esta época, gracias a la labor de fray Francisco Méndez (1725-1803), autor de la Tipografía española e Historia de la introducción, propagación y progresos del arte de la imprenta en España. A la que antecede una noticia general sobre la imprenta de la Europa y de la China, adornado todo con notas instructivas y curiosas (1796, con una segunda edición corregida y aumentada por Dionisio Hidalgo [1809-1866] de 1861). Como en parecidas ocasiones, en el prólogo se oye la voz del patriota, impelido por la importancia de su empresa y la vergüenza de que España no tenga nada parecido a las naciones punteras, con la vista puesta, según adivinamos, en la culta Francia (cito por la segunda edición, Madrid: Imprenta de las Escuelas Pías, 1861, p. v): Como he gastado toda mi vida al lado del reverendísimo P. maestro fray Enrique Flórez y de su dignísimo continuador el P. maestro fray Manuel Risco, envuelto entre el polvo de archivos y bibliotecas, presenciando sus molestísimas fatigas en desenterrar e ilustrar las antigüedades de nuestra España, he sido tocado de su mismo espíritu. El continuo manejo de libros antiguos despertó muchos años hace en mí un vivo dolor de que, teniendo otras naciones sus historias acerca del establecimiento de la imprenta, hubiese de carecer la nuestra de este ornamento y de las utilidades que de ésta pueden sacar los literatos.

La divulgación de nuestro patrimonio literario, aunque se pretendiese extensa, saltaba por encima de la Edad Media, y lo hacía, según entiendo, más por inseguridad que por un rechazo por motivos estéticos; además, tras la eficaz labor de Fernando de Herrera, había una especie de acuerdo tácito que situaba el orto de la alta poesía española en Garcilaso de la Vega. Así las cosas, en el prólogo al primero de los nueve tomos de su Parnaso español (17681778), Juan José López de Sedaño (1729-1801) no se atreve a recoger ningún texto medieval ("la presente colección no comprehenderá desde el primer origen de la poesía castellana", dice en la p. VI) sino que parte - y el hecho de que así sea ya no debe llamarnos la atención- de Boscán y Garcilaso. Esta tarea la

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tenía reservada Tomás Antonio Sánchez (1725-1802), a quien acaso - y sólo acaso, pues la referencia es voluntariamente vaga- esté aludiendo López de Sedaño al decir que la edición de nuestra poesía medieval correspondía a otros: "Este proyecto adoptaron algunas personas eruditas que empezaron a trabajar una colección semejante a la mitad del presente siglo" (ibid.). Las aportaciones de una larga nómina de eruditos, en su aproximación a nuestra Edad Media y su literatura, desbrozaban en parte un camino verdaderamente accidentado, pero practicable para los intelectuales más curiosos y esforzados. De madera bien diferente estaban -y están aún hoy- hechos los genealogistas, que en la práctica totalidad de los casos se mueven en universo en el que el medievalista nada tiene que ver, y viceversa. Sentada esta premisa, me permitiré citar un nombre, uno solo: el del príncipe de todos los de ese oficio, Luis de Salazar y Castro (1658-1734), y lo hago porque, además de saberlo todo sobre heráldica, apellidos y linajes, tuvo una formación histórico-literaria de sorprendente amplitud, basada fundamentalmente en su fantástica biblioteca (a ella, por donación, había ido a parar íntegra la de Pedro Portocarrero de Guzmán, arzobispo de Tiro y patriarca de las Indias), que, en los sesenta mil asientos (pues el simple recuento de documentos arroja un saldo mucho mayor) de que consta aproximadamente (de ahí los 49 tomos que suma su catálogo, a pesar de carecer de índices), se halla plagada de textos medievales. Tenemos la seguridad de que quiso que todos sus libros lo acompañasen a la otra vida, pues los legó al monasterio madrileño de Montserrat, en el que él mismo había de ser enterrado; por desgracia, la Desamortización acabó por llevárselos todos (impresos y manuscritos, ya fuese un valioso códice, un volumen facticio o un desafiante legajo de papeles varios) muy lejos de ese cenobio: primero a la Biblioteca de Cortes y, finalmente, al Edificio de Nuevo Rezado de la calle del León, que ocuparía la Real Academia de la Historia, donde actualmente se custodian.

5. SÁNCHEZ Y LA DIFUSIÓN DE NUESTRO MEDIEVO LITERARIO

Continuación de la empresa acometida por Sarmiento, la labor de Tomás Antonio Sánchez, recogida en los tres tomos de su Colección de poesías castellanas anteriores al siglo XV. Preceden noticias para la vida del primer Marques de Santillana, y la carta que escribió al Condestable de Portugal sobre el origen de nuestra poesía (1779), supuso un formidable avance. Lo que ofrece a esas alturas es ya la crema de nuestra vieja poesía narrativa: el Cantar de mío Cid, Gonzalo de Berceo, el Libro de Alexandre y el Libro de Buen Amor. Sánchez incluyó todo lo que pudo, como ese Libro de Alexandre que engalanó su volumen III, tras anunciarlo en el volumen I, donde acompaña a dos grandes ítems del catálogo de nuestra literatura perdida (p. 7):49 "También entrarán en esta colección, si se descubrieren a tiempo oportuno, el Poema de Alejandro, los Votos del Pavón y las poesías de don Juan Manuel, autor del Conde Lucanor. Y finalmente cualesquier poesías que los amantes de nuestra literatura quisieren comunicar". La huella dejada por el Prohemio e carta es formidable, por lo que no extraña que sirva para vertebrar la obra; mucho más sorprende el carácter abierto de la Colección, que los medievalistas del siglo xix sintieron como un auténtico acicate. El amor que los aragoneses sienten por su tierra y cultura tiene temprana plasmación en este tipo de obras; a decir verdad, sus principales aportaciones son contemporáneas de las pesquisas del padre Sarmiento sobre la lengua y literatura gallegas (que permanecerían inéditas por muchos años), y se anticipan, con mucho, al nacionalismo erudito catalán, vasco y navarro. A esa conclusión se llega cuando se hojean los tres volúmenes de la serie Biblioteca de los Escritores Aragoneses, compilados por el padre Félix de Latassa y Ortín (1733-1805), con los tomos de su Bibliotheca antigua de los escritores aragoneses que florecieron desde la venida de Christo hasta el 1500 (1796) y el Indice cronológico de los escritores aragoneses que componen la Biblioteca antigua de este Reyno, desde la venida de Jesu-Christo hasta el año 1500 (1789). En su empresa, Latassa contaba con los antecedentes del erudito y mecenas

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Se recogen en un importante trabajo inédito, distribuido en fotocopia, de Alan Deyermond, "The Lost Literature of Medieval Spain: Notes for a Tentative Catalogue", 1st. edition (February 1977), llevan respectivamente los números 159 y 78.

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Juan de Lastanosa Vincencio (o Vicencio) (1607-1681) y Juan Francisco Andrés de Uztarroz (1606-1653), que desarrolló una rica obra de cronista y, además, fue el primero en plantearse la publicación de una serie de volúmenes relativos a la antigua literatura aragonesa. Proyectada la empresa de Latassa hacia el siglo xix, su continuidad se percibe en las sucesivas ediciones (entre 1876 y 1915) de la Biblioteca de Escritores Aragoneses y en la reedición de su obra (1883-1886) por parte de Miguel Gómez Uriel, modesto archivero del Colegio de Abogados de Zaragoza del que apenas nada se sabe, aunque sacó adelante una brillante empresa erudita. Al mismo tiempo, Antonio de Capmany y de Montpalau y Suris (17421813), con los cinco tomos de su Teatro histórico-crítico de la elocuencia española (1786-1794), prestó atención a la prosa medieval, con la edición de varios textos de los siglos xiii al xv. Su aportación fue de la mayor importancia, pues tuvo rápido eco y se dejó sentir en otros autores, como en el Tesoro de los prosadores españoles desde la formación del romance castellano hasta fines del siglo xvm (1841) de Eugenio de Ochoa y Montel (1815-1872), epítome de la obra anterior según se apunta en el propio título: en el que se contiene lo más selecto del "Teatro histórico-crítico de la elocuencia española ". Aquí, Ochoa reconoce lo mucho que debe a Sarmiento, Sánchez y la Biblioteca selecta de literatura española, o modelos de elocuencia y poesía, tomados de los escritores mas célebres desde el siglo xiv hasta nuestros dias, y que pueden servir de lecciones prácticas á los que se dedican al conocimiento y estudio de esta lengua (1819) de Pablo de Mendíbil y Grao (1788-1832)50y Manuel Silvela y García de Aragón (1781-1832). Su aportación principal a nuestros estudios nada tiene que ver con la prosa sino con el verso (más concretamente con la tirada o serie épica), ya que fue Ochoa quien descubrió las Mocedades de Rodrigo en 1844, cuando catalogaba los fondos de la Biblioteca Nacional de París. Tal hallazgo permitió avanzar en los estudios de la épica castellana, la leyenda cidiana y el propio romancero. En mejorar y ampliar la labor de Sánchez, se esforzaron José Pedro Pidal (1799-1865) y Florencio Janer (1831-1877),51 que apenas si tocaron el título de 50

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Mendíbil fue el primer catedrático de español del King's College de la Universidad de Londres. Sobre su personalidad y obra, véase T. N. Wild, "Pablo de Mendibil: a Spanish Exile", Bulletin ofHispanic Studies, 5 (1928), pp. 107-120. Mientras Pidal añadió el Libro de Apolonio, la Vida de Santa María Egipciaca y la llamada Adoración de los Reyes, Janer aportó el Debate del alma y el cuerpo, el Tratado de la Doctrina de Pedro de Veragüe, el Poema de Fernán González, los Proverbios morales de Sem Tob, el Poema de Yuguf, el Rimado del Canciller Ayala, la Vida de San Ildefonso del Beneficiado de Ubeda, el Poema de Alfonso Onceno y hasta la Danza de la muerte.

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su predecesor al bautizar su propio libro como Poetas castellanos anteriores al siglo (1864). Esta obra vio la luz en la Biblioteca de Autores Españoles (BAE), primera gran colección de clásicos de nuestra literatura, nacida en 1846 por voluntad de Manuel Rivadeneyra (1805-1872) y Bonaventura Caries Aribau (1798-1862);52 en ella, y es algo que salta a la vista, a la Edad Media le correspondió un espacio menor, pues al volumen citado sólo le precedió el Romancero general o colección de romances anteriores al siglo xvm (1855) de Agustín Durán (cuyo nombre completo era Agustín Francisco Gato-Durán y de Vicente Yáñez [1789-1862]), estudioso que, junto a su amigo Ferdinand Wolf (de quien me ocuparé más adelante), hizo todo lo que estuvo en su mano para dar a conocer un género especialmente grato para el público romántico, subyugado por la literatura popular y, más que nada, por la noción del pueblo como creador.53 Los cancioneros castellanos del siglo xv, un verdadero laberinto en el que en breve se querría poner orden, recibieron la atención que se les había negado durante dos largos siglos (en concreto, desde la citada edición de Juan de Mena por el Brócense, de 1582) gracias al poeta Manuel José Quintana (1772-1857), con su Tesoro del Parnaso español o poesías selectas desde el tiempo de Juan de Mena hasta el fin del siglo xvm (1817). En su introducción, dedica un total de cuarenta y tres páginas a presentar nuestra antigua poesía, desde el Cantar de mió Cid hasta los cancioneros cuatrocentistas; en su edición, aparece bien definida -de una vez y para siempre- la principal nómina cancioneril o, si se prefiere, el trío obligado: el Marqués de Santillana, Juan de Mena y Jorge Manrique. Como continuación de esta labor, y con abundantes materiales de la Edad Media, presentaba Juan Nicolás Bóhl de Faber (1770-1836) la Floresta de rimas antiguas castellanas, ordenadas por Juan Nicolás Bóhl de Faber (1821). Fueron las Reales Academias las que animaron varios proyectos de envergadura, como la edición de las leyes viejas de España. De ello había algún antecedente, como El Fuero Viejo de Castilla, sacado y comprobado con el exemplar de la misma obra que existe en la Real Biblioteca de esta Corte y con otros Mss. (1771) y El ordenamiento de leyes, que D. Alfonso XI hizo en las Cortes de Alcalá de Henares el año de mil trescientos y quarenta y ocho (1774), ambos a cargo del gran biólogo y jurista aragonés Ignacio Jordán Claudio de Assó y del 52

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Llama la atención que, cargado de prejuicios, en el discurso preliminar (p. v) se hable del "desagradable contraste" derivado de leer a nuestros poetas primitivos tras haberse deleitado previamente con la mejor poesía renacentista. De signo contrario es el deseo del mismo Janer de dar al lector unas ediciones que él etiqueta como paleográficas, aunque en puridad no lo sean; no obstante, sus alegatos en defensa de una transcripción fidedigna son dignos de encomio (p. xii). Véase David T. Gies, Agustín Durán: A Biography and Literary Appreciation. London: Tamesis Books, 1975.

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Río (1742-1814) y de Miguel de Manuel y Rodríguez, a quien ya he aludido. Aunque su etiología difiera, jurisperitos y filólogos muestran un vivísimo celo textual, lo que justifica que ambos estudiosos se diesen aquí al cotejo de los códices; por añadidura, hubo de pesar lo suyo la obsesión taxonómica de todo naturalista. Al final, en un arranque de prudencia que añade valor a su obra, ambos determinaron indicar cualquier conjetura (emendatio ope ingenii) o lección ajena a los códices (p. LV): Igualmente, no hemos escusado el añadir una u otra palabra que echamos de menos en todos los MSS. para que la cláusula tenga perfecto sentido; pero, para manifestar nuestra buena fe, se ponen entre dos rayitas, y de letra bastardilla, a fin de que se conozca que ha sido adición nuestra, y que la sujetamos gustosos al examen y juicio del que las lea.

Con el nuevo siglo, llegó el turno de las Reales Academias. De ese modo, la Real Academia de la Historia se encargó de Las Siete Partidas (1807), los Opúsculos legales de Alfonso X (1836) o las Cortes de los antiguos Reinos de León y Castilla (1861-1903), 54 mientras a la Real Academia Española le correspondió publicar el Fuero Juzgo (1815). En 1879, a ambas instituciones se les sumó la iniciativa privada de la Biblioteca Jurídica de Autores Españoles, que pretendía editar todos los títulos legales aparecidos a lo largo de la Edad Media y que continuó publicándose bien entrado el siglo xx. Poco después, Domingo Alcalde Prieto (1830-1903), catedrático de la Universidad de Zaragoza y autor de numerosas obras de contenido legal e intención propedéutica, publicaba ¿as leyes de Toro (1880). Gracias al tesón de algún facultativo animoso, fueron viendo la luz fondos de particular importancia, como los publicados sucesivamente por el archivero Próspero de Bofarull y Mascaré (1777-1859), por su hijo Manuel de Bofarull y Sartorio (1816-1892) y, mucho más tarde, por su nieto Francisco de Asís de Bofarull y Sans (1843-1936), que cuajaron en los 41 volúmenes de la Colección de documentos inéditos del Archivo General de la Corona de Aragón (1876-1909), que, a pesar de su amplitud, quedó lejos de abarcar la totalidad de

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Hace un lustro, Alfonso Riudavets, primero de todos los libreros de la Cuesta de Moyano, puso en venta a 6 euros varias decenas de ejemplares de su importantísimo tomo IV; por esa razón, no es raro encontrarla en librerías de viejo. Dedico desde esta humilde nota un homenaje a esta figura clave de la historia cultural de Madrid, que ha marcado mi vida y la de tantos otros. Poco tiempo antes, nos había dado una sorpresa semejante: un buen montón de ejemplares de la edición del Arte de trovar de don Enrique de Villena por Francisco Javier Sánchez Cantón (Madrid: Victoriano Suárez, 1923), del que, dada hasta ese momento su rareza, se había publicado un facsímil (Madrid: Visor, 1991).

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lo que se pretendía. De pura iniciativa personal hay que hablar en casos como el de Pablo Ilarregui Alonso (1808-1874), secretario del Ayuntamiento de Pamplona, que rastreó los fondos medievales de la biblioteca del monasterio navarro de Fitero; en ese proceso, en 1844, encontró la canso occitana de Guilhem Anelier de Toulouse (que muchos identifican con Guilhem de Tudela, autor al que me referiré de inmediato), que editó en 1847 de manera poco satisfactoria. Por esa razón, volvería sobre ella Francisque-Xavier Michel (1809-1887), quien la dio a la estampa bajo el título Histoire de la Guerre de Navarre en 1276 et 7277 (1856). El animoso Ilarregui emprendería luego, junto a Segundo Lapuerta Auñamendi (1825-1889), otra tarea de mérito innegable: editar el Fuero General de Navarra (1869), que, por cierto, también cuenta con redacciones en lengua de oc. El interés suscitado por la poesía trovadoresca del Midi y por la épica francesa, patente en la obra de Milá i Fontanals como enseguida veremos, no fue suficiente para que alguno de nuestros medievalistas más formados se ocupase de la poesía heroica occitana, a pesar de sus estrechos vínculos con España. De hecho, en la Península Ibérica, el occitano no sólo fue una lengua literaria sino la lengua hablada por numerosas poblaciones pirenaicas entre Navarra y Cataluña.55 Por añadidura, tanto éste, por su tema, como los otros dos poemas épicos en lengua de oc, por su autoría y por su procedencia, remiten de forma directa a tierra española: si la Canso de la crozada contr 'els ereges d'Albeges es obra del navarro Guilhem de Tudela, la Canso d'Antiocha se conserva en un único manuscrito procedente de Roda de Isábena (Huesca), custodiado hoy en la Real Academia de la Historia;56 además, es muy probable que este poema fuese escrito por algún artista de la vertiente sur de los Pirineos. A pesar de que, como vemos, los tres textos tienen mucho de españoles, Milá sólo dio unas cuantas pinceladas en De los trovadores en España (1889); por el contrario, un romanista alemán, R. Diehl, volvió sobre el poema de Anelier (Guillem Anelier von Toulouse der Dichter des zweiten Teils der Albigenserchronik [1885]), mientras Paul Meyer (1840-1917) editó la Chanson de la Croisade (18751879) y la Canso d'Antiocha (1884), aunque en el segundo caso nunca pudo ver personalmente el manuscrito, lo que repercutió negativamente sobre su labor, que deja mucho que desear. 55

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Mucho más que yo sabe acerca del asunto Ricardo Ciérbide Martinena, "La scripta administrativa en la Navarrra medieval en lengua occitana: comentario lingüístico", Zeitschrift für Romanische Philologie, 105 (1989), pp. 276-312. Osado como soy, y seguro como estaba de mejorar las ediciones existentes hasta aquel momento, me entregué a esa labor en "Una nueva edición de la Canso d'Antioca (I)", Revista de Literatura Medieval, 6 (1994), pp. 9-42 + 8 láminas. En ese lugar, saco a relucir mis argumentos para estrechar los vínculos entre el poema y la Península Ibérica.

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Por estos años, la Filología Románica imperaba en toda Europa; de ella, salían dos largos brazos, que se ocupaban de la literatura italiana y franco-occitana. Comparadas con esos dos ricos veneros, las literaturas de la Península Ibérica se tenían como algo menor o marginal. Este estado de cosas sólo comenzó a evolucionar tras la Primera Guerra Mundial, cuando varios grandes romanistas centroeuropeos desembocaron abiertamente en la hispanofilia y, de ahí, en el estudio sistemático y concienzudo de las literaturas peninsulares. No se nos escape que, en los inicios del siglo xix, el hispanismo internacional no existía propiamente, pero ello no impidió que los romanistas extranjeros se diesen a la necesaria labor de recuperar nuestra antigua literatura y, apoyados en un desarrollo teórico más profundo que el de los eruditos españoles, aportasen el marco que precisaba nuestra historia literaria. Desde luego había antecedentes, especialmente profundos en el caso germánico, como luego veremos; no obstante, me permito adelantar una primera alusión a Friedrich Bouterwek (1766-1828) y su Geschichte der spanischen Poesie und Beredsamkeit seit dem Ende des 13. Jahrhunderts (1804), que recojo en este preciso lugar porque pronto fue traducida al español y adicionada por José Gómez de la Cortina y por Nicolás Hugalde y Mollinedo (1829). En realidad, esta obra no era más que el tomo III de su comprehensiva Geschichte der Poesie und Beredsamkeit seit dem Ende des Dreizehnten Jahrhunderts, ambicioso proyecto al que dio forma en un total de doce tomos, que vieron la luz entre 1801 y 1819. Lo que, por esas fechas, se hacía en España tenía un carácter local muy marcado y un alcance más bien corto, aunque, enjuiciado críticamente por un lector formado de nuestros días, ello no tenía por qué suponer inevitablemente una carencia de rigor científico. A nuestro Medievo literario se llegaba también desde vertientes muy diversas, como se comprueba en unos cuantos casos. El historiador y cervantista Martín Fernández de Navarrete (1765-1844) no mostró nunca especial interés por nuestra Edad Media, aunque apasionado por las empresas marítimas del Reino de Castilla y luego de España hubo de profundizar hasta el siglo xv: Colección de los viajes y descubrimientos que hicieron por mar los españoles desde fines del siglo XV, con varios documentos inéditos concernientes a la historia de la marina castellana y de los establecimientos españoles en Indias (1825); de todos sus hallazgos, el principal fue el relativo a los viajes de Colón, que documentó por medio de importantes testimonios manuscritos, entre ellos los correspondientes a los diarios del Almirante. Por su parte, Diego Clemencín (1785-1834) fluctuó entre el Medievo tardío y los Siglos de Oro, con su Biblioteca de libros de caballerías (1805) y el Elogio de la Reina Católica doña Isabel (1820), un grueso volumen que sorprende por su rica apoyatura documental y, a nuestros ojos, por el interés que manifiesta por

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asuntos tan apasionantes y actuales como la bibliofilia de la Reina, los espectáculos cortesanos o la formación del Príncipe don Juan, sobre los que la crítica volvería mucho después.57 Estos dos, como sus predecesores, mostraron ser más sensibles al hecho histórico que a los textos literarios; en ese sentido, sólo Sarmiento y Sánchez hicieron protofilología y, a retazos, historia literaria.

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Para ponderar justamente el valor del trabajo de este erudito, leamos lo que Elisa Ruiz (en un libro que, ya sí, supera con creces lo hecho por Clemencín 184 años antes) escribe acerca del ensayo de Francisco Javier Sánchez Cantón, Libros, tapices y cuadros que coleccionó Isabel la Católica. Madrid: CSIC, 1950: "A mi juicio, consultó sobre todo los testimonios editados por Clemencín como punto de partida de su información, pues incide en algunos errores materiales de lectura y omite las mismas entradas que el estudioso precedente" (en Los libros de Isabel la Católica Arqueología de un patrimonio escrito [Salamanca: Instituto de Historia del Libro y de la Lectura, 2004], p. 27). Respecto del malhadado príncipe, ha sido precisa la celebración del quinto centenario de su muerte, acaecida en 1497, para abordar de nuevo un tema de tanta trascendencia histórica y literaria, como vemos en las investigaciones de Miguel Ángel Pérez Priego (1997), Ángel Alcalá y Jacobo Sanz Hermida (1999), el propio Sanz Hermida como editor de Alonso Ortiz (2000), y Tomás González Rolán, José Miguel Bafios y Pilar Saquero Suárez-Somonte en El humanismo cristiano en la Corte de los Reyes Católicos: Las consolatorias latinas a la muerte del Principe Juan de Diego de Muros, Bernardino López de Carvajal-García de Bovadilla, Diego Ramírez de Villaescusa y Alfonso Ortiz, Madrid: Ediciones Clásicas, 2006.

6 . LA EDAD MEDIA Y EL GRAN PÚBLICO: DEL RECHAZO A LA PASIÓN

De cómo al Medievo peninsular le correspondía una cuota mínima en la consideración del gran público y en la de no pocos estudiosos, nos da una idea el erudito y bibliófilo Vicente Salvá (1786-1849), cuya famosa Gramática de la lengua castellana según ahora se habla (con sucesivas ediciones tras la primera, de 1829, publicada en el exilio de Gran Bretaña) revela su amor por la literatura del Siglo de Oro, al tiempo que el rechazo de los artistas neoclásicos, particularmente el poeta Cienfuegos, a quien tenía por verdadera bicha; sin embargo, ni siquiera la pasión romántica por la Edad Media, ni su propia biblioteca, rica en fondos de esa época, le llevaron a sumar citas a las contadas (con los dedos de una mano, hay que apostillar) que, en el apartado de prosodia y métrica, dedica al Poema de mió Cid, al romancero y a una sola canción popular recogida por Juan del Encina: "Ojos garzos ha la niña, // ¿quién ge los namoraría?".58 A ese respecto, pienso que no sólo hubo de pesar el hecho de que estuviese escribiendo una gramática sincrónica (aunque con base en autoridades literarias), que, como es de esperar en cualquiera de ellas, no pretendía otra cosa que reflejar el estado de la lengua del momento. En realidad, Salvá refleja la creencia de que nuestra lengua literaria sólo llegó al punto de bondad exigido por toda cultura que se precie gracias a Garcilaso de la Vega. En 1822, y por un año, Alberto Lista o Alberto Rodríguez de Lista y Aragón (1775-1848) impartió numerosas charlas sobre nuestra antigua literatura en la cátedra que le adjudicó con ese propósito el Ateneo de Madrid. Su plan, pues lo tenía, seguía el común criterio cronológico-evolutivo, lastrado de prejuicios respecto del Medievo y, antes de nada, movido por un sentimiento de verdadera repugnancia con relación al arte literario tardo-barroco. No es preciso leer su primera entrega (Lecciones de Literatura española explicadas en el Ateneo Científico Literario y Artístico [1836]), sino la página inicial de la segunda serie de sus Lecciones de Literatura Española (1853), ya que compendia todo lo escrito en aquélla y resume muy bien su opinión, compartida por tantos

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Como sabemos, su biblioteca fue adquirida por Ricardo Heredia, conde de Benahavis, luego subastada en París en 1891. Por fortuna, el Estado, presente en la subasta, consiguió recuperar algunos de los libros más valiosos. Véase Pedro Salvá y Mallen, Catálogo de la biblioteca Salvá, Valencia, 1872.

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otros, de que, tras siglos de rudos versos y después del fallido intento de Juan de Mena (más bien el de Hernán Núftez por hacer de él nuestro primer gran poeta nacional), nuestra alta poesía nació con Garcilaso, se mantuvo durante el Siglo de Oro y se vino abajo con la propia decadencia de España (p. iii): Empezamos nuestras esplicaciones por la poesía, y recorrimos todos sus ramos, escepto la dramática, desde los orígenes más remotos de la lengua castellana hasta nuestros días. Observamos aun en composiciones informes, como el Poema deI Cid, el de Alejandro y en los Berceos, la lucha perpetua entre un idioma todavía inculto y bárbaro y el genio de la inspiración, que pugnaba por dominarlo y plegarlo a sus movimientos. Esta lucha fue ya menos terrible en las composiciones del Arcipreste de Hita, y aun menos en las de los poetas del siglo xv. No olvidamos la atrevida empresa del genio español Juan de Mena de crear en nuestra versificación un lenguaje poético y esclusivo. En fin, llegamos al siglo de Garcilaso, espusimos los progresos rápidos de la poesía y del idioma, notamos las causas de su decadencia espantosa hasta mediados del siglo xvm, y de su restauración en el último tercio de este siglo, debida a los Luzanes, a los Moratines y los Meléndez.

Lista había dado previamente a la estampa su Colección de trozos escogidos de los mejores hablistas castellanos, en verso y en prosa hecha para el uso de la Casa de Educación sita en la calle de San Mateo de la Corte (1821), título genérico del que se sirvieron otros educadores de la época, como vemos en José Marchena Ruiz de Cueto (más conocido como el abate Marchena [ 1768-1821 ]), con los dos tomos de sus Lecciones de Filosofía moral y Elocuencia o Colección de los trozos más selectos de Poesía, Elocuencia, Historia, Religión y Filosofía moral y política de los mejores autores castellanos (1820), o en Antología literaria. Colección de trozos escogidos de los mejores hablistas en prosa y verso, desde el siglo xv hasta nuestros días (1860), de Carlos de Ochoa. En la obra de Lista, como en todas las de su serie, el Medievo queda inicialmente fuera, algo que no extraña si se tiene en cuenta el público al que iba destinada. Lo mismo sucede en el caso del abate Marchena, aunque los prejuicios que éste muestra respecto de nuestros primitivos son mucho más marcados. A éstos, unos pocos en realidad, sólo los considera de pasada en su Discurso preliminar acerca de la historia literaria de España y de la relación de sus vicisitudes con las vicisitudes políticas, aunque su atención se centra en el siglo xvi, en la idea de que nuestra literatura nació propiamente en los años del Emperador, y con una fuerte impronta italiana. No extraña por ello que, en una peculiar translatio studii, vaya de Italia a España sin aludir siquiera a la Francia medieval, gran motor literario, único e indiscutible, hasta alcanzar al Trecento. En fin, el Discurso poco dice sobre nuestro Medievo, y además lo hace en tono especialmente despectivo (p. vii):

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Ángel Gómez Moreno La literatura y las lenguas de los pueblos modernos de Europa se han ido formando en épocas distintas. La Italia fue la primera de las naciones europeas que vio perfeccionarse su idioma manejado por el audaz y sublime Dante, por el delicado cuanto puro Petrarca, por el donoso y castigado Bocaccio. Siguióse a esta nación inmediatamente la Espafla, que a fines del quinto décimo y principios del décimo sesto siglo pulió su tosca lengua, tan desaliñada en los poemas de Gonzalo de Berceo, tan llena de argucias escolásticas, y en uno tan boba y pobre en las trovas de los copleros de la trecena y cuarta décima centuria.

En el ambiente, para él de pura decadencia, de Juan II y (extraña mucho menos que así lo perciba, dadas las nieblas que tradicionalmente rodean su figura y su reinado) de Enrique IV, las letras españolas comenzaron su ascenso; de todo lo que se hizo por entonces, lo mejor es, de nuevo, el Laberinto de Fortuna, de cuyo autor dice: "remontábase a veces Juan de Mena hasta rayar lo sublime". Incómodo ya, el abate salta, y no podía ser de otro modo, a Garcilaso y Boscán, en una cita sabrosísima de veras, que no puedo silenciar: [...] convencidos de la analogía que en la índole, y más aun en la prosodia, de los idiomas toscano y castellano reinaba, trasladaron a España el metro florentino; y al fastidioso sonsonete de las coplas de arte mayor, al insípido ritornelo de las trovas de tres o cinco versos de siete y cinco sílabas, le sucedieron las variadas estancias, las magestuosas octavas, el severo y dificultoso terceto.

Tras tales reflexiones, no es de extrañar que, como en la antología primera de Lista, no haya una sola muestra de elocuencia extraída del Medievo. Lo cierto, no obstante, es que la Edad Media iba colándose inexorablemente en el imaginario de todos, españoles y europeos. De ese afianzamiento da cuenta la ya citada Antología española de Carlos de Ochoa, que ofrece pasajes de El Victorial y cartas sacadas del mendaz Centón epistolario de un inexistente bachiller Gómez de Ciudad Real; además, esta vez con buen juicio y acierto pleno, se recoge íntegro el Prohemio e carta del Marqués de Santillana, junto a muestras de Diego de Valera, Fernán Pérez de Guzmán, Alfonso de la Torre y Hernando del Pulgar. Por lo que respecta al verso, justo aquí se ofrece, perfectamente configurada para el gran público, la tríada de los cancioneros castellanos ya establecida por Quintana: Juan de Mena, el Marqués de Santillana y Jorge Manrique. A continuación, sin aducir un solo romance (cosa extraña, tras medio siglo de difusión de la obra de Agustín Durán), viene Garcilaso de la Vega. El romancero y la epopeya cidiana habían calado hondo entre los intelectuales románticos de toda Europa (valga como ejemplo de ello el inicio del citado manual de Bouterwek). Por esos años, un nombre causaba admiración y rechazo en dosis parejas entre cuantos se sentían atrapados por la grandeza de

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la leyenda cidiana: el del insigne arabista Reinhart Dozy (1820-1883), holandés con raíces francesas. En la figura del Cid, Dozy veía a un rebelde, a un fuera de la ley muy al gusto de los románticos, un personaje coincidente con el joven Rodrigo de buena parte del romancero, el mismo que acababa de mostrar su cara al rescatarse y editarse el manuscrito único de las Mocedades de Rodrigo,59 hasta entonces oculto en la Biblioteca Nacional de Francia. Frente a las Recherches sur l'histoire et la littérature de l'Espagne pendant le moyen âge (1849 y ss.) de Dozy, algunos historiadores españoles adoptaron una actitud de lo más beligerante, como el padre Fita, y la plana mayor de los arabistas, con sus tres puntales, Codera, Eguilaz y Simonet, al frente. En España, el Cid era sobre todo el héroe del romancero (donde presenta más facetas que la del mero vasallo rebelde), gracias a la formidable labor, ya aludida, de Agustín Durán, quien, con un criterio temático, publicó inicialmente cuatro volúmenes de romances (1828-1832); luego, convenientemente revisados, ampliados y anotados, dio nuevamente a la estampa los materiales que había logrado reunir, dispuestos ahora en dos volúmenes titulados Romancero general (1849-1851), correspondientes, respectivamente, a los tomos X y XI de la BAE. Faltaban, no obstante, vulgatas que alcanzasen a la población letrada y que ensanchasen el camino abierto por unos pocos libros, como las sucesivas ediciones decimonónicas del Romancero del Cid de Juan de Escobar (su príncipe, de 1605, tuvo continuaciones varias en esta última centuria, desde la edición madrileña de 1818); además, se necesitaban manuales escolares a mansalva, gracias a la reforma educativa (1856) de Claudio Moyano, que fortaleció el Plan del Duque de Rivas (1836) y el Plan Pidal (1845), y que inundó el mercado de compendios, prontuarios, lecciones o cursos de gramática y literatura.60 Ello vino a recuperar y dar nuevamente a la estampas las viejas colecciones de trozos y a preparar otras nuevas, pues había demanda más que sobrada. 59

El hallazgo se le debe al erudito Eugenio de Ochoa, que tropezó con tan importante pieza cuando investigaba en los fondos de la que, a la sazón, se conocía como Biblioteca Real de París. Su Catálogo razonado de los manuscritos españoles existentes en la Biblioteca Real de París vio la luz en 1844; en él, el poema cidiano aparece bajo el título de Crónica rimada. Nada más recibir la noticia, Francisque Michel, profesor de literatura extranjera en la Universidad de Burdeos, preparó una edición de la obra, que publicó en 1846, bajo el largo rótulo Crónica rimada de las cosas de España desde la muerte del Rey don Pelayo hasta Don Fernando el Magno, y más particularmente de las aventuras del Cid. De todo ello y de muchas más cosas hablo en "La épica castellana medieval y el ciclo cidiano", en Juan Carlos Elorza Guinea, dir., El Cid, del hombre a la leyenda (Burgos: Junta de Castilla y León/Ministerio de Cultura/Diputación Provincial de Burgos/Cabildo Metropolitano de Burgos, 2007), pp. 277-287.

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No abundo en tales datos, pues ya los tiene recogidos Leonardo Romero Tobar, "La Historia de la Literatura Española Materiales para el estudio", El Gnomo, 5 (1997), pp. 151 -183.

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Ahora bien, sabemos que la divulgación del saber, con altura y calidad, sólo es posible cuando se cuenta con fuentes de información fidedignas. Eso precisamente es lo que venía a ofrecer la Historia general de España (1850-1867) de Modesto Lafixente (1806-1866), que arrinconó de una vez por todas al padre Juan de Mariana (1536-1624) y a Jerónimo Zurita (1512-1580). En una circunstancia favorable como sin duda lo era ésa, vieron la luz manuales tan exitosos como el de Manuel Caballero de Rodas, autor de un Compendio dialogado de la historia de España desde los tiempos primitivos hasta nuestros dias (la cuarta edición, única de la que encuentro ejemplares, es de 1866); por su parte, Alejandro Gómez Ranera, gracias al respaldo que le dio el mercado, pudo pasar de su Breve compendio (1837) al nuevo Compendio de historia de España, que fue revisando y ampliando concienzudamente hasta la octava edición (1868); en fin, Ángel María Terradillos triunfó con su Prontuario de historia de España, remozado de continuo desde 1848, y con su propia Colección de trozos y modelos de literatura española (1883). A la par, dadas esa revisión en profundidad del discurso historiográfico y la progresiva recuperación de textos legales emprendida por las Reales Academias, el estudiante de Derecho disponía, por fin, de los panoramas históricos necesarios para seguir los cursos en la universidad y, antes de nada, para preparar las oposiciones a los cuerpos de funcionarios superiores del Estado. Con el propósito de satisfacer esta demanda, se publicaron obras como la Historia de la legislación española, desde los tiempos más remotos hasta la época presente (1849) de José María Antequera (muerto en 1891), un infatigable autor que, atraído como los mentados por la innegable bonanza del mercado, publicó compendios o prontuarios de otras tantas disciplinas, como Historia de España (1848), Geografía e Historia de España (1848), Derecho Romano (1855) o Mitología (1847), entre otras grandes parcelas del saber. La creación de la Biblioteca Nacional, separadas ya definitivamente la Real Biblioteca, el Archivo y Biblioteca de la Real Academia de la Historia y esta nueva institución, aportó un caldo de cultivo idóneo para el desarrollo de los estudios sobre la Edad Media, en los que los propios facultativos teman muchísimo que decir. El caso de Cayetano Rosell López (1817-1883) resulta singular, ya que, como oficial y luego facultativo, ocupó puestos preeminentes, entre ellos el de jefe del Cuerpo y, desde 1880, director de la Biblioteca Nacional; sin embargo, apenas si prestó atención a la catalogación del fondo antiguo o a la archivística (y eso que llegó a dirigir la Escuela Superior de Diplomática). En realidad, este erudito merece un puesto destacado en la historia de nuestra cultura, sí, pero como creador e investigador, aunque sus intereses como medievalista se resumen, y no es poco, en la edición de las Crónicas de los reyes de

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Castilla desde don Alfonso el Sabio hasta los católicos don Fernando y doña Isabel (1898), tomo LXVIII de la BAE. Ahora cabía la posibilidad de profundizar en nuestro Medievo literario por medio de un útil precioso (hasta cabría tildarlo de inimaginable, dados los débiles antecedentes con que contaba su autor a la hora de agavillar los datos y de articularlos en un discurso coherente): la Historia crítica de la literatura española (1861 -1865) de José Amador de los Rios (1818-1878), que supuso un formidable avance en todos los órdenes, como de sobra sabemos y como veremos enseguida.61 De ahí en adelante, la moda medieval, como había ocurrido en toda la Europa culta, impregnó la vida cotidiana de los españoles, un hecho del que dejan clara constancia su arte y su literatura. Como ha demostrado Rebeca Sanmartín Bastida en un espléndido libro que atiende a todas las manifestaciones imaginables, la fascinación por el Medievo fue acrecentándose desde el segundo cuarto del sigo xix para alcanzar su plenitud al final de la centuria. La explicación, si alguien la precisa aún, queda clara: la coincidencia en el tiempo de las diversas ramas del posromanticismo plástico y literario con el Modernismo hispánico y el Art Nouveau internacional, que continuaron bebiendo de ese venero.62 El medievalismo estético tendría un rápido final a causa de las vanguardias, que sintieron idéntico desprecio por cierto tipo de orientalismo, por el regionalismo y el historicismo.

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La pasión por el Medievo, verdadero mal du siécle, sale a relucir desde el propio prólogo, como apunta Leonardo Romero Tobar, "Una geografía imaginaria: la historia de la literatura española (Amador de los Ríos)", en Germán Gullón, La novela en libertad Introducción a la lectura cultural de la narrativa (Zaragoza: Anexos de Tropelías, 1999), pp. 83-100. Imágenes de la Edad Media: la mirada del Realismo. Madrid: CSIC, 2002 (con prólogo de Ángel Gómez Moreno).

7. AMADOR DE LOS RÍOS Y LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XIX

Cuando se consideran sus antecedentes, la Historia crítica de la literatura española (1861-1865) de José Amador de los Ríos (1818-1878), en siete gruesos volúmenes, causa verdadero asombro. A pesar de sus limitaciones metodológicas y de su falta ocasional de perspectiva (pues poco había que pudiera servir de apoyo fiable), es una auténtica mina de datos sobre la que hemos vuelto (sobre la que, de hecho, volvemos aún una y otra vez) en las postrimerías del siglo xx, con el objeto de recoger un aluvión de noticias que nuestros mayores en el oficio, inexplicablemente, fueron dejándose por el camino. Las continuas y a menudo largas citas que trufan el cuerpo de la obra,63 la incorporación ora de pasajes ora de textos íntegros en las notas, y los valiosos apéndices del último volumen (con la desaparecida Danza general de la muerte impresa en 1520 en Sevilla o el Libro de los pensamientos variables)64 dan la razón a quien, como yo, reivindica la figura de Amador de los Ríos y su monumental aproximación a nuestra literatura medieval, pues eso es lo único que ofrece bajo un título a todas luces genérico. Otro tanto cabe decir de un trabajo previo: su edición del primer Marqués de Santillana (Obras de Don Iñigo López de Mendoza, Marqués de Santillana. Madrid, 1852), que, a pesar de sus deficiencias ecdóticas (que, a decir verdad, privan al texto de todo valor) y de carencias importantes en su prólogo (como el hecho de que, en su estudio y edición, no se basase en los manuscritos de la que por aquel entonces era biblioteca particular del Duque de Osuna, que luego pasaría a la Biblioteca Nacional tras adquirirla el Estado por 800.000 pesetas), fue todo un referente. Por lo demás, entre sus títulos cabe destacar otra obra

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Esto, por sí solo, convertía la obra en una verdadera joya. Considérese la escasez de ediciones accesibles por esos años y se reparará de inmediato en este valor afladido de la obra de Amador de los Ríos. Este testimonio conserva su valor en el caso de la Danza, de paradero aún desconocido, a pesar de cierta pista falsa que yo mismo propagué; por lo que respecta al segundo texto, fue necesario el reencuentro con su único manuscrito cuando, hace ahora veinticinco años, catalogué gran parte del fondo medieval de la Biblioteca Nacional. El texto resucitó de alguna manera y mereció un par de ediciones: una de Esther Gómez-Sierra (London: Queen Mary and Westfield College, 2000) y otra de Óscar Perea (eHumanista, 2 [2002], pp. 23-62).

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extensa y ambiciosa: los tres tomos de su Historia social, política y religiosa de los judíos en España y Portugal (1875-1876). En Historia crítica de la literatura española, Amador de los Ríos ofrecía, por vez primera, un discurso coherente, trabado y repleto de datos, movido por una voluntad exhaustiva que sólo podía encontrar satisfacción en sus continuas rebuscas de testimonios literarios, las mismas que adivinamos en cada una de sus páginas, en sus notas y sus apéndices. Ahora sí, las guías para el estudiante en sus distintos niveles (universidad, instituto, seminario o escuela normal) tenían de donde partir, como vemos en la redactada por Manuel de la Revilla Moreno (1846-1881) y Pedro de Alcántara García Navarro (1842-1906), editada en dos tomos y titulada (la primera parte del título hace honor a la verdad, no así la segunda) Principios de literatura general e Historia de la literatura española (1872, con sucesivas ediciones aumentadas y refundidas); o sobre todo en la labor desarrollada por Ángel Salcedo y Ruiz (1859-1921), primero con su Resumen histórico-crítico de literatura española según los estudios y descubrimientos más recientes (s. a.), y luego con La literatura española. Resumen de historia crítica (1915), cuatro tomos de los que el primero corresponde íntegramente a la Edad Media, que redactó con un criterio panhispánico (al ocuparse del castellano, el gallego-portugués y el catalán) y con la voluntad de recoger los principales avances de la crítica especializada, de la que él (abiertamente lo reconoce) no formaba parte.65 Abierto el camino por Amador de los Ríos, era fácil retomarlo para abundar en aspectos concretos, como hizo Ángel Lasso de la Vega y Argüelles (1831 -1899) en La Danza de la Muerte en la poesía Castellana (1875). Dediquemos unas líneas contadas a la figura del erudito bibliófilo, ya que con él quedan en deuda los demás investigadores, al dar su pasión en catálogos, panoramas literarios y, cuando las circunstancias ayudan, valiosas bibliotecas. A este respecto, el siglo xix cuenta con dos figuras paradigmáticas (junto a la ya citada de Vicente Salvá): la de Bartolomé José Gallardo (1776-1852) y la de Pascual de Gayangos y Arce (1809-1897). Aunque cronológicamente al primero le correspondería ir en el apartado anterior, le he asignado este lugar porque su obra sólo pudo ver la luz en la segunda mitad del siglo, con la admiración y el aplauso del lector más formado, a menudo bibliófilo como él mismo. Su Ensayo de una Biblioteca española de libros raros y curiosos es, como digo, obra postuma, pues se comenzó a publicar en 1863 gracias al generoso esfuerzo de José León Sancho Rayón (1830-1900), bibliófilo y erudito a quien

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Por ejemplo, en el capítulo correspondiente al Cantar de mió Cid, se esfuerza por aportar las últimas investigaciones de Menéndez Pidal.

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muchos conocían por el sobrenombre de "El Culebro",66 y gracias también a Manuel Remón Zarco del Valle y Espinosa de los Monteros (1833-¿?). Ambos dieron dos tomos a la estampa; luego Menéndez Pelayo dirigiría la publicación del tercero y el cuarto; el resto, en forma de papeletas, se preservó en la biblioteca particular de Pedro Sainz Rodríguez (1897-1986), que a su muerte pasó íntegra a la Fundación Universitaria Española. La consulta de esta obra resulta obligada, aunque sólo sea por las particulares circunstancias en que la redactó y por la especial relación que Gallardo guardaba con muchos de los libros descritos en sus páginas, ya que pertenecían a su propia biblioteca. La segunda parte de la historia es bien conocida y corresponde a la pérdida de todos sus libros y papeles, que fueron a parar al fondo del Guadalquivir en la noche de San Antonio de 1823, cuando el erudito huía de Sevilla en el ocaso del Trienio Liberal.67 Por lo que a Gayangos se refiere, cabe destacar que fue catedrático de árabe en la Universidad Central, que residió en Inglaterra y, apasionado en general por el libro antiguo, se dio al estudio de la materia caballeresca, mostrando especial interés por la ficción del Quinientos español en Libros de caballerías, /(1857); de hecho, su aportación sólo quedó definitivamente superada cuando Daniel Eisenberg y María del Carmen Marín Pina publicaron su imprescindible catálogo (2000), mientras Carlos Alvar y José Manuel Lucía iniciaban la magna empresa de editar todos los testigos de dicho género en el Centro de Estudios Cervantinos de Alcalá de Henares.68 El interés de Gayangos por el Medievo cuajó en varios tomos de la BAE (La gran conquista de Ultramar [1858] o Escritores en prosa anteriores al siglo xv [1860]) y en otros de la Sociedad de Bibliófilos (El libro de las aves de caga del Canciller Pero López de Ayala con las glosas del Duque de Alburquerque [1869] y Enrrique Fi de Oliva rey de Iherusalem, emperador de Constantinopla [1871]).69 66

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A él se debe también la primera edición del Cancionero de Stúñiga (1872) y su labor como editor de la Colección de documentos inéditos para la historia de España. El fiie un erudito bibliófilo más, aunque su magnífica biblioteca se dispersó en vida; de sus ricos fondos, los pliegos sueltos, cancioneros y romanceros pasaron a la biblioteca del Marqués de Jerez de los Caballeros, que luego iría a parar íntegra a la Hispanic Society. Recuérdese el bello trabajo de Antonio Rodríguez Mofiino, Historia de una infamia bibliográfica: la de San Antonio de 1823. Realidady leyenda de lo sucedido con los libros y papeles de don Bartolomé José Gallardo. Estudio bibliográfico. Madrid: Castalia, 1965. De la labor de los primeros, resultó la Bibliografía de los libros de caballerías castellanos. Zaragoza: Prensas Universitarias de Zaragoza, 2000; gracias a su larga nómina de colaboradores, los segundos llevan dadas a la estampa 61 guías de lectura y 25 ediciones de libros de caballerías del siglo xvi. Véase Francisco López Estrada, "Pascual de Gayangos y la literatura medieval castellana", Alfinge, 4 (1986), pp. 11-29.

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A fecha de hoy, sigue siendo obligada la consulta del catálogo de los fondos españoles de la British Library preparado por Gayangos (Catalogue of the manuscripts in the Spanish language in the British Museum [1875-1893], obra ésta que, por cierto, descubre a la primera su riqueza en papeles dieciochescos, muchos de ellos con apuntes relativos al Medievo y abundantes copias de textos de aquella época).70 Del mismo modo, no pocas veces hay que recurrir a alguno de los libros de su propia colección, que pasó completa a la Biblioteca Nacional; en fin, menos frecuente resulta la consulta del Fondo Aljamiado (en el conjunto de los manuscritos árabes), que también le perteneció y lleva su nombre en la Real Academia de la Historia.71 El caso de Leopoldo Augusto de Cueto, marqués de Valmar ( 1815-1901 ), es interesante por partida doble: primero, porque ofrece otro paradigma, el del hombre de estado y el del diplomático entregado a los Estudios Literarios (en 10 que sigue, veremos otros casos semejantes), y no sólo a la creación, como se ha puesto de relieve en un reciente encuentro de especialistas.72 En segundo término, como editor de las Cantigas de Alfonso X el Sabio (1873), Cueto trazó un camino que nadie osó retomar; por ello, los estudios de la lírica gallego-portuguesa pronto quedaron en manos de especialistas centroeuropeos y, arribados al siglo xx, en las de los romanistas italianos, en las de algún experto americano y en las de los medievalistas portugueses. Del retorno de tales estudios a España me ocuparé más adelante, al hablar del presente de nuestra especialidad, aunque adelanto que, en esta parcela concreta, todos estamos en deuda con Carlos Alvar y Vicente Beltrán. Por el contrario, la investigación que Cueto llevó a cabo sobre el Cancionero de Baena (publicada en francés en la Revue des Deux Mondes [1857]), una especie de respuesta a la edición (1851) preparada por Eugenio de Ochoa y por Pedro José Pidal, marqués de Pidal (a quien se debe el extenso prólogo), sirvió como punto de partida de otras tantas iniciativas eruditas con relación a la poesía de cancionero y, más en concreto, al poemario antològico presentado por Juan Alfonso de Baena a Juan 11 de Castilla. 70

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Aún queda mucho por hacer en ese centro, como demostraron las pesquisas de David Mackenzie en los años ochenta y la reciente rebusca de Rebeca Sanmartín Bastida en 2008, realizadas respectivamente para BOOST y para BETA, acrónimos que identifican dos fases de un mismo proyecto (vid. infrá). Dada su línea de investigación en los años que pasó en la Universidad de Oviedo, se entiende el especial interés mostrado por Alvaro Galmés de Fuentes, Los manuscritos aljamiados-moriscos de la Biblioteca de la Real Academia de la Historia (Legado de Pascual de Gayangos). Madrid: Real Academia de la Historia, 1998. Véase Joaquín Álvarez Barrientes, ed., Se hicieron literatos para ser políticos. Cultura y política en la España de Carlos IVy Fernando VII. Madrid: Biblioteca Nueva, 2004.

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Mucho más difícil resulta encasillar al lector y editor curioso, el mismo que en ocasiones se lanzaba a trabajar con algún texto de época lejana. Esta condición, en el siglo xix, la encuentro en Marcos Jiménez de la Espada (18311898), explorador, naturalista y polígrafo. Viajero él, buscó a otro viajero medieval y lo dio a conocer con su edición de Andangas e viajes de Pero Tafur por diversas partes del mundo avidas (1435-1439), libro destinado a un público de bibliófilos (1874). En ese mismo cliente habían reparado ya algunos editores, como los Aribau, cuyas ediciones sumaban, a la anhelada pureza del texto, una tipografía idónea (en que, por ejemplo, se hacía uso de caracteres góticos y rúbricas), un papel con la calidad y el gramaje adecuados, y grabados de gran belleza. Queda dicho que su patriarca, el exquisito editor Bonaventura Caries Aribau, cofundó la Biblioteca de Autores Españoles junto a Manuel Rivadeneyra. Tras su deceso, no obstante, los talleres de los Aribau continuaron trabajando con el mismo primor, como vemos en Dos tratados de Alfonso de Palenda (1876), tomo V de la colección "Libros de antaño nuevamente dados a la luz", una esmerada edición con casi cien páginas de prólogo del político y polígrafo Antonio María Fabié Escudero (1832-1899). Otro personaje a quien con justicia hemos de tildar de curioso es Adolfo de Castro y Rossi (1823-1898), político, polígrafo, amante de la polémica (ahí están sus pleitos intelectuales con Gallardo, Amador de los Ríos o Ticknor) y de la superchería literaria, al tiempo que editor de un sinfín de obras, entre ellas las de Alfonso de la Torre, el doctor Francisco López de Villalobos (estos dos en sus Curiosidades bibliográficas. Colección escogida de obras raras de amenidad y erudición [1855]) y Leonor López de Córdoba (cuyas Memorias publicó en La España Moderna en 1902). El último integrante de este grupo de raros (me sirvo del adjetivo en sentido etimológico, aunque no sólo) es el periodista, político y editor José Gutiérrez de la Vega, cuyo nombre de cuna era José Antonio Manuel Bartolomé del Dulce Nombre de Jesús Gutiérrez y Moncloa (1824-1900), que publicó Bibliografía venatoria española (1877) y editó la obra cinegética de Alfonso XI (1877), don Juan Manuel y Pero López de Ayala(1979).73 Manuel Milá y Fontanals (1818-1884) es a la Universidad de Barcelona lo mismo que Amador de los Ríos a la Complutense, o Central: un gran maestro con discípulos, directos (como Menéndez Pelayo, de quien me ocuparé a continuación) e indirectos (su impronta, por ejemplo, se percibe nítida en Menéndez Pidal, a quien podemos considerar una especie de nieto intelectual de Milá). En el cordobés (pues Amador de los Ríos era natural de Baena), no fal73

Véase José Manuel Fradejas Rueda, "José Gutiérrez de la Vega (Sevilla, 1824-Madrid, 1900). Apuntes biográficos y bibliográficos", Epos, 15 (1999), pp. 449-463.

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tan apuntes relativos a las demás literaturas peninsulares (a las que, en ocasiones, dedica capítulos completos) y calicatas en otras literaturas europeas; sin embargo, el espectro de Milá tenía una amplitud mucho mayor, por razones de principio o método, dada su doble condición de folklorista y romanista. Diversos factores alimentaron su interés por el romancero y la épica, que animó sus Observaciones sobre la poesía popular (1853) y, sobre todo, De la poesía heroico-popular castellana (1874), un estudio que le permitió enmendar la plana al mismísimo Gastón París (1839-1903), echando por tierra su insostenible teoría sobre la precedencia de los romances respecto del poema épico. En la misma medida importa el hecho de que, gracias a Milá, nuestra Filología se abrió por vez primera al mundo románico, con una aportación señera: De los trovadores en España (1861).74 Esta línea de investigación será retomada en parte por Menéndez Pidal (considérese Poesía juglaresca y juglares, 1924) y, de manera decidida, por otros tantos estudiosos catalanes (a nadie extrañe que esa sea su cuna) que tocan cima con otro grande entre los grandes del siglo xx: Martín de Riquer. Gracias a los flujos románticos, Cataluña disfrutaba de un ambiente idóneo para la eclosión y difusión de obras relativas a su cultura medieval, incluido el trovadorismo occitano. La segunda mitad de la centuria fue, no obstante, especialmente adecuada, como se percibe en la obra del director del Archivo de la Corona de Aragón, Antonio Bofarull y Brocá (1821-1892), erudito protonacionalista y miembro de pleno derecho del grupo que activó la Renaixen?a. En su vertiente erudita, y dejada aparte su obra dramática y novelesca, se movió entre la historia, la literatura, los estudios lingüísticos y el folklore, como vemos en sus Hazañas y recuerdos de los catalanes ó colección de leyendas (1846), en una crestomatía del catalán (1864) y en los nueve tomos que dedicó a su Historia crítica (civily eclesiástica) de Cataluña (1876-1878). Con esta última obra, daba respuesta al literato, historiador y político Víctor Balaguer y Cirera (1824-1901), cuyo panorama porta un título verdaderamente revelador: Historia de Cataluña y de la corona de Aragón, escrita para darla a conocer al pueblo, recordándole los grandes hechos de sus ascendientes en virtud, patriotismo y armas, y para difundir entre todas las clases el amor al pais y la memoria de sus glorias pasadas (1860-1863); a éste le debemos también sus Obras históricas y críticas. Los frailes y sus conventos (1851) e Historia política y literaria de los trovadores (1878-79), obra ésta que escribió cuando se hallaba desterrado en Francia.

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En comparación, poco es lo que aportó el citado Víctor Balaguer con su reivindicación patriótica en Historia política y literaria de los trovadores (1878-1879).

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Antes de pasar capítulo, creo necesario prestar atención, aunque fugazmente, a la erudición histórico-filológica en Cataluña en un ambiente muy concreto: el de la Renaixenfa y el temprano nacionalismo, fenómenos que nos llevan a lo que, desde hace tiempo, se etiqueta como Fin de Siglo. Un nombre fundamental es el de Mariano Aguiló y Fuster (1825-1897), autor de una Biblioteca Catalana que se publicó postuma bajo el nuevo título Catálogo de obras en lengua catalana impreso desde 1474 hasta 1860 (1923); con idéntico título, creó una colección de clásicos catalanes que acogió a Raimon Llull, Joanot Martorell o Ramón Muntaner. En ese momento y ambiente, el intelectual de referencia no es otro que Antonio Rubio y Lluch (1856-1937), discípulo aventajado de Milá, historiador y helenista, que se ocupó de la presencia de las tropas aragonesas en Atenas y el Peloponeso en el siglo xiv. Ese prurito nacionalista al que me refiero se percibe nítido en El renacimiento clásico en la literatura catalana. Discurso leído en su solemne recepción en la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona, el día 17 de junio de 1889, y se irá intensificando en las décadas siguientes. De erudición y bibliofilia hay que hablar en el caso de Ramón Miquel y Planas (1874-1950), beneficiario del optimismo y el dinamismo de la Renaixenfa, las tendencias estéticas del Fin de Siglo y el buen oficio de impresores como Fidel Giró y Brouil (1949-1926). Miquel fue el alma de la Societat Catalana de Bibliófils (1903-1912) y de la Asociación de Bibliófilos de Barcelona (1943); además, animó un sinfín de proyectos, con publicaciones periódicas, como la Revista d'Ex-libris (1903-1906) o Bibliofilia (1911-1914 y 1915-20). De todo lo hecho, lo principal para el medievalista es su Biblioteca Catalana, continuadora de la de Aguiló y Fuster; en ella, entre 1908 y 1950, se editó a Metge, Roís de Corella, Isabel de Villena y el Curial e Güelfa. Además de su mérito histórico-filológico, queda dicho que estos trabajos son piezas exquisitas, codiciadas por el bibliófilo. Eclipsado temporalmente tras la Guerra Civil, el catalanismo rebrotaría en la segunda mitad del siglo xx, bien que bajo un nuevo aspecto, en la obra de estudiosos como el bibliotecario y profesor universitario Jorge Rubio y Balaguer (1887-1982), hijo de Antonio Rubio y gran especialista en Raimundo Lulio y en Humanismo hispánico, al tiempo que autor de una útilísima Historia de la literatura catalana (1984-1987) que, junto al resto de sus obras completas, han ido publicando los benedictinos de Montserrat. Pero para llegar a ese momento, aún precisamos superar otras etapas, ya que las postrimerías del siglo xix y la primera mitad del siglo xx ofrecieron un sustrato especialmente rico para los estudios de la Edad Media.

8 . MENÉNDEZ PELAYO: COEVOS Y DISCÍPULOS

Sin Amador de los Ríos es imposible entender el medievalismo de quien más tarde ocupó su cátedra en la Universidad Central: Marcelino Menéndez Pelayo (1856-1912). El santanderino había sido su discípulo durante sus estudios de doctorado en Madrid; su licenciatura, no obstante, la había cursado en Barcelona, por lo que fue el magisterio de Milá el que le marcó de por vida. Esa doble huella no es la única que percibimos en Menéndez Pelayo, como se desprende de un simple título inducido por la tradición editorial: su Antología de poetas líricos castellanos, desde la formación del idioma hasta nuestros días (con trece volúmenes publicados entre 1890 y 1908 que recogen básicamente a poetas medievales, pues sólo llegó a Boscán), que recuerda casi al instante la labor iniciada por Sánchez, que luego retomaron Pidal y Janer. Ese deseo de continuidad también lo dejó claro el santanderino en la Nueva Biblioteca de Autores Españoles (NBAE), magna empresa cultural que impulsó desde 1905 y que recogía el testigo de la prolífica Biblioteca de Autores Españoles (BAE). Dada su pasión por el libro antiguo (como prueba, ahí está su biblioteca, heredada luego por la ciudad de Santander), para completar el retrato de don Marcelino, hay que apelar a otros dos modelos vitales, Gallardo y Gayangos, a cuya estirpe pertenece el insigne polígrafo. Su sabiduría universal, que causó general asombro, y las excepcionales dimensiones de su obra indujeron una especie de culto a Menéndez Pelayo, particularmente entre los intelectuales más conservadores, que se aferraron a su autoproclamación como "católico a machamartillo" y enemigo acérrimo del krausismo. Así las cosas, poco antes de la Guerra Civil, había quien pedía una reivindicación de su figura con carácter oficial (la edición de sus opera omnia la había iniciado su discípulo Adolfo Bonilla y, al morir éste prematuramente, la continuó Miguel Artigas, de quien hablaré un poco más adelante), un anhelo que cuajó finalmente gracias al tesón de Pedro Sainz Rodríguez, bibliófilo y bibliógrafo, catedrático de la Universidad Central y primer ministro de Educación Nacional del Estado Español. A los cuatro meses de tomar posesión de su cargo, en mayo de 1938 (envuelto como estuvo siempre en las tramas para la restauración monárquica, fue cesado antes de que pasase un año, concretamente en marzo de 1939),75 firmó un decreto de publicación de la Edición nacional 75

La figura de Sainz Rodríguez se agiganta sorprendentemente tras leer a Luis María Anson, Don Juan (Barcelona: Plaza & Janés, 1994). Por otra parte, las anécdotas que él

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de las obras completas de Menéndez Pelayo, proyecto que recayó en el recién creado Consejo Superior de Investigaciones Científicas y que concluyó con 66 tomos, mayoritariamente publicados en los años cuarenta.76 Por si no quedaba claro el carácter oficial de la empresa, el prólogo al tomo primero, con fecha de 1940, lo escribió el sucesor de Sainz Rodríguez en el Ministerio, José Ibáñez Martín, en el tono triunfalista y exaltadamente patriótico de quien acababa de ganar la guerra. El final de su introito suena así: La ingente producción de Menéndez Pelayo, tesoro inmenso de erudición y doctrina, es a la vez la dogmática de un españolismo férreo, exigente y lleno de emoción, nacido del estudio del alma española en la más noble de sus servidumbres, la cultura, y de tan firme y clara orientación que su doctrina debe ser guía luminosa para nuestra insobornable y heroica juventud. Y el ejemplo de su vida excepcional, en permanente vigilia para aumentar la gloria de la patria, debe ser norma inexorable, para todos los que, con verdad y noble espíritu de sacrificio, piensan trabajar por la grandeza de España. El Caudillo, seguro y firme rector de los destinos de la Patria, ampara con su augusta autoridad esta magna empresa que marca, con huella profunda, la irrevocable decisión de la España victoriosa, de trabajar por la cultura con su inconfundible y glorioso sentido universal. Con el paso de los años, Menéndez Pelayo pagó muy cara la defensa vehemente de su ideario y, sobre todo, el hecho de que una determinada España lo usase de bandera; como ejemplo, aún en 1962 el cuestionario oficial del Curso Preuniversitario incluía nada menos que un extenso tema titulado "Menéndez Pelayo: Su época y su obra literaria".77 Por entonces, los dictámenes del gran maestro se tenían por infalibles, por lo que apenas si mediaron tímidas, puntuales discrepancias y siempre, además, por parte de algún hispanista, nunca de un español (aunque otro tanto ocurría en el caso de Menéndez Pidal, como veremos más adelante). 78 Por décadas, un sentimiento de verdadera veneración lo

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amontona y las que uno mismo ha conocido por habérmelas contado tan ilustre personaje (a quien visité en varias ocasiones en verano de 1983) lo convierten en ejemplo de homo facetus. Aunque en total hay 67 tomos, el número 66 es en realidad una biografía de Menéndez Pelayo escrita por Enrique Sánchez Reyes. Para cubrir ese tema oficial, con un total de tres apartados y diecisiete epígrafes, Fernando Lázaro escribió Vida y obra de Menéndez Pelayo. Salamanca: Anaya, 1962. Con sus 188 apretadas páginas, esta introducción deja boquiabiertos a los profesores del presente por la profundidad con que antaño se esperaba abordasen cada tema unos estudiantes con tan sólo dieciséis o diecisiete años. El libro lleva un engañoso "Volumen I", ya que en realidad cubre la totalidad del tema. Así, Fitzmaurice-Kelly, en los agradecimientos del prólogo de A History of Spanish Literature (New York, 1898, p. vii), dice: "I owe special ackwoledgement to my friend

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libró de toda crítica; pasado el tiempo, las alusiones a su obra fueron cada vez más escasas, acaso porque muchas de sus aportaciones se sentían ya como bienes mostrencos, como ideas de todos y de nadie de las que podía hacerse libre uso; con todo, hubo de pesar lo suyo el hastío derivado de su condición de sabio oficial de la España moderna. Otros, más ñnos en su crítica, han cargado contra su particular enfoque y método, como también arremeten contra su abandono de las aulas (al igual que Manuel Gómez-Moreno y otros prohombres de las letras españolas, con Nebrija al frente, con los que todos hemos sido más benévolos). Revisemos, por ejemplo, los cargos que le imputa el siempre informado José-Carlos Mainer:79 Lo peor de Menéndez Pelayo es que todavía resulta el heredero del culto bibliofllico de sus mentores decimonónicos y que amó más la compilación que la edición cuidadosa, lo panorámico que la especialización, la erudición que la filología... Y consecuencia de todo esto, además de resultado de la índole de su carácter, fue que no supo ser maestro universitario, aunque fuera catedrático hasta 1898, cuando renuncia a su plaza para ser director de la Biblioteca Nacional. No tuvo discípulos y sus sedicentes seguidores serían a su remedo insuñcientes (tal Adolfo Bonilla San Martín) o un parvo pelotón de probos y laboriosos facultativos del Cuerpo de Archiveros.

Ahora bien, antes de que, injustamente, pasemos por encima de su Bibliografía hispano-latina clásica (en vida sólo vio publicar el tomo primero, en 1902, aunque dentro de la Edición Nacional verían la luz hasta catorce tomos) y de la Biblioteca de traductores españoles (cuatro tomos postumos, 19521953), antes de arrinconar una obra que causa asombro por su magnitud y la hondura de sus juicios, leamos la dedicatoria de un discípulo en la distancia, Mario Schiff (de quien me ocuparé más adelante), en su valiosísimo libro La bibliothèque du Marquis de Santillane (1905): "À M. Alfred Morel-Fatio, qui m'a fait connaître l'Espagne, et à D. Marcelino Menéndez y Pelayo, qui me l'a fait aimer, je dédie ce livre".80 Sumemos a ésta otras tantas dedicatorias y toda

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Sr. D. Marcelino Menéndez y Pelayo, the most eminent of Spanish scholars and critics. If I have sometimes disented from him, I have done so with much hesitation, believing that any independent view is better than the mechanical repetition of authoritative verdicts". "La invención de la literatura española", en Dolores Romero López, ed., Naciones literarias (Barcelona: Anthropos, 2006), pp. 201-230 [222-223]. En este trabajo Schiff hizo lo que Amador de los Ríos no pudo: reconstruir la biblioteca de don íñigo "desde dentro", partiendo del Fondo de los Duques de Osuna-Infantado de la Biblioteca Nacional, al que fueron a parar los libros del primer Marqués de Santillana. Como sabemos, su círculo cultural tuvo una excepcional importancia en el desarrollo del protohumanismo castellano del siglo xv.

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una retahila de elogios de parte de especialistas españoles y extranjeros, leamos o releamos al siempre deslumbrante don Marcelino y, libres de prejuicios, dejemos quieta su estatua en la entrada principal de la Biblioteca Nacional. ¿Y qué decir de sus discípulos, directos e indirectos, pues los tuvo? Uno de ellos fue, como ya se ha dicho, Adolfo Bonilla y San Martín (1875-1926), cuya vasta labor como editor, intérprete y traductor merece el reconocimiento que jamás ha tenido; el otro justificaría varías vidas dedicadas a la enseñanza: nada menos que Ramón Menéndez Pidal. Menos conocido es Joaquín Hazañas y la Rúa (1862-1934), aunque no por ello carezca de méritos, que paso a resumir: fue catedrático de Historia Universal y de Bibliografía en la Universidad de Sevilla, a la que dejó su estupenda biblioteca (y es que hasta la bibliofilia había heredado de su maestro); además, sirvió a esa institución y a la ciudad que la alberga con dos obras de gran importancia. Una versa sobre el fimdador de la Universidad, Rodrigo Fernández de Santaella, a quien conocemos bien por su importantísima labor como traductor y como lexicógrafo: Maese Rodrigo, 1444-1509 (1909); la segunda se ocupa del libro sevillano y supuso un gran avance para el conocimiento de la imprenta de su periodo incunable: La

imprenta en Sevilla: noticias inéditas de sus impresores desde la introducción del arte tipográfico en esta ciudad hasta el siglo xix (1892). Sabemos de muchos más discípulos (confesos o no) de don Marcelino, pero no fueron medievalistas. Verdad es, no obstante, que José Ramón Lomba Pedraja (1868-1951), primer catedrático de Lengua y Literatura Españolas en la Universidad de Murcia, retuvo el amor por el Medievo que le había inoculado el maestro; sin embargo, pesó más en él la amistad recíproca con Menéndez Pidal, su condiscípulo, con quien se dio a la labor de campo en busca de romances. 81

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Véase Francisco Javier Diez de Revenga, "José Ramón Lomba Pedraja, de la Filología, la erudición y la crítica literaria", Tonos digital: Revista electrónica de estudios filológicos, 13 (2007), pp. 127-134.

9 . LOS PRIMEROS HISPANISTAS EXTRANJEROS

Con la cita de Mario Schiff (1868-1915), entro en un ámbito de la mayor importancia para la cultura española en toda su dimensión y en sus diversas facetas, y no sólo para nuestra especialidad concreta: el del hispanismo y los hispanistas extranjeros, dada su extraordinaria aportación a nuestros estudios histórico-literarios y su interrelación con los investigadores españoles. En ese sentido, cabe partir de nuevo de Amador de los Ríos, aunque esta vez en atención a su temprana Historia de la literatura española escrita en francés por Sismonde [sic] de Sismondi, principiada a traducir, anotar y completar por José Lorenzo Figueroa y proseguida por José Amador de los Ríos (18411842), en la que lo mueve el propósito de remozar la endeble sección dedicada a España por el suizo Jean Charles Leonard Simonde de Sismondi (1773-1842) en su Histoire de la Littérature du Midi (1813), una empresa acometida antes por el abogado y erudito sevillano José Lorenzo Figueroa (¿?-1871). En su opus magnum, Amador de los Ríos alude también de continuo a un estudioso foráneo, un erudito que, esta vez sí, se centró por completo en nuestra literatura: el norteamericano George Ticknor (1791-1871). Las citas que de él hace Amador de los Ríos son muy frecuentes, ya sea para aplaudir o para refutar su History ofSpanish Literature (1849), traducida al español y publicada en cuatro tomos (1851-1857), con notas de Pascual de Gayangos.82 En su patria, Ticknor había tenido precursores de gran talla y no poca valía, como Washington Irving (1783-1859), aunque no por su obra literaria sino como estudioso del Almirante y sus viajes (con los cuatro tomos de A History of the Life and Voyages of Christopher Columbus [1828] y con The Voyages 82

Aunque en el presente existe The Ticknor Society (a Fellowship of Book Lovers), ni en su seno ni fuera del mismo se ha llevado a cabo un necesario estudio sobre su labor como hispanista, fácil de acometer gracias a que sus papeles y libros están en la Boston Public Library. Por supuesto, no olvido las valiosas notas de Franco Meregalli, "George Ticknor y Espafla", en Marta Cristina Carbonell y Adolfo Sotelo Vázquez, coords., Homenaje al profesor Antonio Vilanova, II: Estudios de Literatura española (Moderna y Contemporánea) (Barcelona: PPU, 1989), pp. 413-426; también tengo en cuenta a Wadda Ríos-Font ("National Literature in the Protean Nation: the Question of Nineteenth-Century Spanish Literary History", en Brad Epps y Luis Fernández Cifuentes, Spain beyond Spain Modernity, Literary History and National Identity [Lewisburg: Bucknell University Press, 2005], pp. 127-147) por descubrir el ideario romántico que impregna las páginas del bostoniano.

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and Discoveries of the Companions of Columbus [ 1831 ]); del mismo modo, en Ticknor se percibe la huella de William Hickling Prescott (1796-1859), autor de la influyente History of the Reign of Ferdinand and Isabella the Catholic (1837).83 Como verdadero hito en los estudios de cultura española medieval y moderna, hay que citar también los cuatro tomos que Henry Charles Lea (1825-1909) dedicó al Santo Oficio en A History of the Inquisition of Spain (1908), cimentados sobre un proyecto anterior, su History of the Inquisition of the Middle Ages (1888). ¿Qué había en la base? Pues mucho material, y muy diverso. Entre las ricas fuentes de información que manejó, no faltó la literatura hispanófoba nacida en torno a las Guerras de Flandes y los pleitos con Isabel I de Inglaterra;84 pero mucho más curioso es el hecho de que la mayor riqueza en datos se la aportase un español, más concretamente un oficial del Santo Tribunal (es más, llegó a ser su secretario general), el riojano Juan Antonio Llórente (1756-1823), quien, curiosamente, era un liberal afrancesado. Con lo mucho que escribió al respecto, acabó agavillando en el exilio francés, al que marchó en 1813, una Histoire critique de VInquisition d'Espagne (1817-1818), obra que en su segunda edición (1822) llegó a los diez volúmenes. Si no lo he incluido antes entre los estudiosos del tardío Medievo es, precisamente, por lo peculiar de sus circunstancias y por la singular la razón que le animó a redactar su obra: minar la Inquisición desde dentro. Más adelante, el hispanista de moda fue el británico James FitzmauriceKelly (1858-1923), cuya sucinta^ History ofSpanish Literature (1898) atiende debidamente al Medievo, 85 a pesar de que no era lo suyo (pues, antes de nada, él se consideraba un cervantista); en ese sentido, es muy revelador que, de sus diez Chapters on Spanish Literature (1908), uno lo dedique al Cid, otro al Arcipreste, uno más a la corte literaria de Juan II y el cuarto al romancero. También al inicio del siglo xx, Chandler Rathfon Post (1881-1959), experto en pintura española y catedrático en Harvard, redactó una obra modélica en su género, un trabajo que, a pesar de cimentarse sobre un material disperso, insuficiente y mal conocido (faltaban casi setenta años para que el británico Brian Dutton [1982] pusiese orden en el rompecabezas de los cancioneros castellanos, que constituyen la materia principal del libro de Post), tiene aún su impor83

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Véase George Ticknor, Life of William Hickling Prescott. Philadelphia: University of Pennsylvania, 1875. De ella nos hemos ocupado Antonio Cortijo y yo mismo en el denso prólogo con que arropamos a Bernardino de Mendoza, Comentarios de lo sucedido en las Guerras de los Países Bajos. Madrid: Ministerio de Defensa, 2008. La obra gozó pronto de traducción española de Adolfo Bonilla, de quien me ocuparé de inmediato.

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tancia: Medioeval Spanish Allegory (1915). Aquí, frente a todos cuantos venían afirmando que la alegoría de los cancioneros es de naturaleza puramente dantesca, él sostiene -y con sólidos fundamentos, aunque en ocasiones de un modo que considero tajante en exceso- que su modelo se halla fundamentalmente en la poesía francesa. Por lo demás, en Estados Unidos nuestra especialidad, por esos años, tenía otros nombres que nos resultan de lo más familiar: Hugo Albert Rennert (18581927), profesor de la University of Pennsylvania, especializado en Siglo de Oro y poesía cancioneril, que dio nombre a un cancionero castellano de la British Library (en concreto, el Add. 10431); el suizo-norteamericano Henry R. Lang (1853-1934), profesor de Yale, que trabajó en los cancioneros gallego-portugueses (particularmente, con la obra del rey don Denis de Portugal) y castellanos (con el Cancionero de Baena, cuyo facsímil [1902] preparó y prologó) y escribió un profundo estudio ecdótico del Cantar de mió Cid de más de 500 páginas, publicado en el volumen 66 de Revue Hispanique (1926); Karl Pietsch (18601930), experto en cuaderna vía española y editor de los Castigos y exemplos de Catón (1903); o bien John Miller Burnam (1864-1921), profesor de paleografía latina y romance de la University of Cincinatti, a quien debemos, entre otros trabajos, su Palaeographia Ibérica Facsímiles de manuscrits espagnols et portugais (ixe-xve siècles), avec notices et transcriptions. Premierfascicule (1912). Especialmente dinámico fue D. Charles Carroll Marden (1867-1932), profesor de Princeton, que ganó fama con su edición del Poema de Fernán González (1904), a la que siguieron las del Libro de Apolonio (1917) y los Milagros de Berceo (1929); John DriscoU Fitz-Gerald (1873-1946), profesor de la University of Illinois, que editó La vida de Santo Domingo de Silos por Gonzalo de Berceo (1904); Rudolph Schevill (1874-1946), cervantista de la University of Çalifomia-Berkeley, que tuvo que profundizar hasta el Medievo en un libro como Ovid and the Renascence in Spain (1913); Charles Philip Wagner (18761964), profesor en la University of Michigan, de quien queda justa memoria como editor de El libro del cavallero Zifar (1929); en último término, de Aurelio Macedonio Espinosa, Sr. (1880-1958) hay que decir que fue un formidable folklorista, enseñó en Stanford y estuvo asociado al Centro de Estudios Históricos, donde aprendió a relacionar la tradición oral y los testimonios literarios medievales, lo que le permitió publicar el Romancero nuevomejicano entre 1902 y 1910 y agavillar unos Cuentos populares españoles (1946-1947), que conservan todo su interés para el estudioso de nuestros días.86 86

Por eso acaban de ser reeditados en un grueso volumen que porta el título Cuentos populares recogidos de la tradición oral de España (introducción y revisión de Luis Díaz Viana y Susana Asensio). Madrid: CSIC, 2009.

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Desde la segunda mitad del siglo xix, la poderosa Filología Románica centroeuropea prestó atención a las literaturas hispánicas del Medievo, aunque por lo común de forma residual o marginal (como sabemos, los folkloristas fueron más madrugadores al reparar en nuestros cuentos y en el romancero, a la manera de Jakob Grimm [1785-1763] y Ferdinand Wolf [1796-1866]); de hecho, su atención la merecían primordialmente las literaturas francesa, italiana y occitana. De ese reducto, marcado primero por Friedrich Christian Diez (17941876), luego por Wilhelm Meyer-Lübke (1861-1936) y finalmente por Ernst Gamillscheg (1887-1971), escaparon pocos. El primero en mostrarse abiertamente interesado por España y su Medievo fue el citado Friedrich Bouterwek, quien en 1804 publicó su manual de literatura española, traducido al inglés, francés y español. Luego vendría Adolf Friedrich von Schack (1815-1894), también conocido como Conde von Schack, un apasionado de la cultura hispano-árabe (Poesie und Kunst der Araber in Spanien und Sizilien [1865], con traducción española de Juan Valera en 1881) al tiempo que notable estudioso de nuestro antiguo teatro, lo que le llevó a redactar su Geschichte der dramatischen Literatur und Kunst in Spanien (1845-1846; y 1854), traducido al español por Eduardo de Mier y editado en 1885-1887.87 En atención a la literatura hispano-hebrea, es obligada la cita de varios estudiosos de la Wissenschaft des Judentums, con nombres como Franz Delitzsch (1813-1890), Abraham Geiger (1810-1874) o Leopold Zunz (1794-1886). Ellos y otros tantos expertos se beneficiaron del hallazgo de la Geniza de El Cairo en 1896. En la segunda mitad del siglo, dos estudiosos se mostraban dinámicos de veras, aunque de uno de ellos poco o nada dicen los anales del hispanismo germánico. Me refiero a Hermann Knust (1821-1889), profesor en Bremen, que estudió la tradición textual del Rimado de palacio (1867) y editó Flores de filosofía, El caballero Plácidas, La estoria del rrey Guillelme, Castigos y doctri-

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En 1989, durante mi estancia en la Université d'Ottawa como profesor visitante, conocí al argentino Rodolfo Borello (1996), quien a la sazón era considerado uno de los máximos expertos en literatura argentina moderna; sin embargo, formado en la Universidad Central de Madrid, había desarrollado unos sólidos y amplios conocimientos sobre el Medievo que cuajaron en varios trabajos sobre el tópico del Ubi sunt en nuestra literatura. Si lo recuerdo ahora es porque me cogió en renuncio cuando, al informarle de que estaba preparando un libro sobre nuestro teatro medieval, me habló, y con simpatía, del escrito por el Conde von Schack, que él había tenido como libro de texto. Yo, para vergüenza mía, oculté que era la primera vez que oía mencionar a este estudioso. De lo que pueda valer la obra da buena cuenta José Rafael Valles Calatrava, "Algunas consideraciones acerca de las ideas románticas sobre el teatro de Schack", Teatro Revista de Estudios Teatrales, 1 (1992), pp. 147-154.

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ñas y la Chrónica del rey Guillermo (1878); Bocados de oro, Libro de los buenos proverbios y la Vida de Segundo filósofo (1879); El Conde Lucanor (1900, junto a Adolf Birch-Hirschfeld), así como las versiones españolas del De vita et moribus philosophorum de Walter Burley (1886), el Libro de Marco Polo (1903) y la Confessio amantis de John Gower (1909). Dado que falleció cuando se hallaba en mitad de la labor, este último trabajo fue rematado por Adolf Birch-Hirschfeld (1849-1917), un especialista en literatura francesa y occitana (concretamente, en el rico universo del román courtois y trovadorismo) que ya había colaborado con él en otras tareas.88 El segundo estudioso a que me refiero es Adolf Mussafía (1835-1905), catedrático de Viena, quien, además de atender a otras labores propias de un romanista, mostró, antes que nadie, su voluntad de poner orden en el complejo universo de la poesía cancioneril (Per la bibliografía dei Cancioneros Spagnuoli [1902]), algo que, como acabo de señalar, sólo fue posible gracias al Catálogo-índice de la poesía cancioneril del siglo XV (1982) de Brian Dutton; además, su nombre es de forzoso recuerdo gracias a la ley métrica de ToblerMussafia, que postula que, por observancia del patrón de la poesía gallego-portuguesa, algunos poemas castellanos con rima aguda no añaden una sílaba más. Una estudiosa, Carolina Michaelis de Vasconcelos (1851-1925) cobró fama por sus estudios sobre el romancero (particularmente el cidiano) y sobre el Amadís de Gaula y los libros de caballerías, a los que solía aplicar un enfoque panhispánico, aunque en otras ocasiones limitó su radio de acción al área lingüística portuguesa. A decir verdad, sobre todo fue una gran lusista y consiguió la celebridad por su monumental edición del Cancionero de Ajuda (1904). Como lusista a tiempo completo hay que catalogar también a Oskar Nobiling (1865-1912), acaso el primero de todos los estudiosos en ocuparse de un poemario individual gallego-portugués: el de Joan García de Guilhade, que publicó, en distinto formato, entre 1907 y 1908.

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Hugo O. Bizzarri, "La labor crítica de Hermann Knust en la edición de textos medievales castellanos: ante la crítica actual", Incipit, 8 (1988), pp. 81-97. Se han necesitado muchos años para superar la extensa y sólida tarea editorial de Knust, cuyos libros, por cierto, se encuentran difícilmente; de hecho, cuando preparó su magnífico catálogo de los manuscritos castellanos de El Escorial (obra de la que me ocuparé más adelante), Zarco Cuevas desconocía su edición del De vita et moribus, basada en un manuscrito escurialense (h.III.l), y resolvió la entrada de un modo inadecuado, al dar el texto como anónimo y titularlo Vidas y dichos de filósofos antiguos (Catálogo... [Madrid, 1924-1929], vol. I, pp. 209211). Ha tenido que pasar más de un siglo para ver un nuevo Burley que supere al de Knust: el preparado por Francisco Crosas, Vida y costumbres de los viejos filósofos. La traducción castellana cuatrocentista del "De vita et moribus philosophorum " atribuido a Walter Burley. Madrid/Frankíurt: Iberoamericana/Vervuert, 2002.

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El hispanismo francés en sus orígenes responde al estímulo de escritores y lectores cultos, fascinados, fundamentalmente, por el romancero español. En este sentido preciso, resulta paradigmático el caso de Abel Hugo (1798-1855), hermano mayor del gran Victor Hugo. De todos esos hispanófilos románticos, sólo uno fue más lejos: Théodore Joseph Boudet, Comte de Puymaigre (18161901), que editó el romancero (1878), pero también El Vîctorial (1867), redactó un manual de literatura medieval en dos tomos (Les vieux auteurs castillans, 1861 y 1888-1890) y hasta se ocupó de la gran transformación cultural del Cuatrocientos español en La cour littéraire de Don Juan II ( 1873), libro que, a estas alturas (y el hecho no deja de sorprender), no cuenta con nada equivalente, por lo que, a pesar de estar plagado de errores e imprecisiones, acaba de merecer un facsímil (2008). Más adelante, serán los romanistas, como el mencionado Gaston Paris, quienes se acerquen a la literatura española medieval en pos de claves para la suya propia. Por fin, los primeros hispanomedievalistas franceses que merecen ese nombre son Alfred Morel-Fatio (1850-1924), Raymond Foulché-Delbosc (18641929) y el ya citado, y justamente elogiado, Mario Schiff. El primero editó el Libro de los exemplos por a.b.c. (1878) y La conquista de Morea de Juan Fernández de Heredia (1885), para vaciar luego el fondo hispano-portugués de la Biblioteca Nacional parisina en su Catalogue des manuscrits espagnols et des manuscrits portugais (1892), obra clave para el estudio de nuestro Medievo.89 Por su parte, Foulché-Delbosc preparó una edición del Laberinto de Fortuna de Juan de Mena (1904), luego incorporada a los dos tomos de su Cancionero del siglo xv (1912-1915), sólo superados por los siete volúmenes in-folio de Dutton (a doble columna y en letra pequeña) publicados tres cuartos de siglo después (El cancionero del siglo xv, ca. 1360-1520 [1990-1991]); por añadidura, bibliófilo apasionado y experto bibliólogo como era, este eminente hispanista catalogó su propia biblioteca (1920), muchos de cuyos libros fueron luego a parar a la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, y preparó una guía para los profesionales de nuestro ramo, el Manuel de l'hispanisant (1920), al que más tarde haré referencia. En fin, de Mario Schiff cabe añadir que nunca retomó la materia de su espléndido libro sobre el Marqués de Santillana porque, andado el tiempo, derivó hacia la literatura francesa del Grand Siècle y porque su muerte prematura evitó un posible retorno a sus orígenes como investigador. En Italia, dejada aparte una hispanofilia que obligaría a calar mucho más hondo, los orígenes del hispanismo cuentan con una nómina de lo más ilustre: 89

Aunque a estas alturas precisa de una puesta al día que, antes de nada, habrá de pasar por la redacción de fichas codicológicas más detalladas y entradas catalográficas que propiamente lo sean.

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el romanista Ernesto Monaci (1844-1918), catedrático en Roma, que fue uno de los primeros en estudiar el códice de Per Abbat in situ y el primero de todos los expertos italianos del ámbito de las lenguas neolatinas que se dieron al estudio de los cancioneiros gallego-portugueses; el romanista e italianista Pio Rajna (1847-1930), catedrático en Milán y Florencia, que frecuentó los temas hispánicos en relación con las literaturas de Francia e Italia; Bernardo Sanvisenti, que estudió a Macías el Enamorado (1904) y escribió un importante ensayo: Iprimi influssi di Dante, del Petrarca e del Boccaccio sulla letteratura spagnuola (1907); Benedetto Croce (1866-1952), el gran teòrico del pensamiento y la literatura, que a ratos se sintió hispanista y nos dejó La Spagna nella vita italiana durante la Rinascenza (1907); y el más activo de todos cuantos atendían por esos años a nuestro Medievo, Arturo Farinelli (1867-1948), cuya aportación a nuestra cultura fue extraordinaria gracias a tres títulos: Dante, Petrarca, Boccaccio in Spagna (1905-1906), Viajes por España y Portugal desde la Edad Media hasta el siglo xx (1921-1930) y su Italia e Spagna (1929). En fin, hay que recordar a Luigi Sorrento (1886-1953), un romanista vinculado a la Universidad Católica de Milán que sólo esporádicamente atendió a nuestra época de interés, aunque esas ocasiones le sirvieran para editar con toda pulcritud el Prohemio e carta del Marqués de Santillana (Revue Hispanique, 1922) y estudiar el poemario manriqueño: La poesia e i problemi della poesia di Jorge Manrique ( 1941 ).

1 0 . MENÉNDEZ PIDAL Y SU ESCUELA

Ramón Menéndez Pidal (1869-1968) mantuvo relación con todas esas escuelas y con romanistas e hispanistas del resto del mundo. En su inusitada proyección internacional, que supera con creces la de cualquiera de sus predecesores (pienso en particular en su maestro directo, Menéndez Pelayo), coetáneos (como su colega de la Universidad Central, Adolfo Bonilla y San Martín, que mostró siempre un espíritu viajero y mantuvo relaciones con el hispanismo internacional)90 y descendientes intelectuales (todos lo somos, en mayor o menor medida), hay que buscar el primero de todos los estímulos que lo llevaron a romper de continuo con el marcado localismo de la universidad española, cuyo espíritu de pequeña parroquia denunciaba Yakov Malkiel en su impactante obituario del filólogo español.91 Por supuesto, esa apertura no era el fruto de un simple ejercicio voluntarista: había que superar los prejuicios y recelos de los romanistas foráneos y convencerlos de que desde España se podía trabajar en un plano de igualdad. Su éxito, lógicamente, dependió de otros factores: su excepcional capacidad para la investigación, sumada a su amplitud de miras como folklorista, filólogo e historiador, dispuesto a adentrarse en cualquier dominio. El radio de alcance de su pluma era el que corresponde a un romanista bien formado, con idéntica pericia para resolver problemas lingüísticos y literarios, y siempre asistido por una energía que no decreció con el paso de los años. No es preciso el testimonio de cuantos lo trataron, ya anciano, en su magnífica casa de Chamartín de la Rosa: basta comprobar cómo continuó revisan-

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Y digno también de recuerdo por la calidad y magnitud de su obra en varios campos del saber (aun cuando murió con cincuenta años justos): Derecho, Filosofía, Historia, Filologia, Economía... Discípulo directo de don Marcelino y enemigo furibundo de Emilio Cotarelo, mantuvo también relación con Fitzmaurice-Kelly, como queda dicho, con Farinelli y, sobre todo, con Rudolph Schevill, con quien editó a Cervantes completo (su pulcro trabajo sólo ha sido superado, ya en nuestros días, por la edición de Florencio Sevilla y Antonio Rey). Como Bonilla, hay también un Menéndez Pidal viajero que, en 1909, deslumhró a los estudiantes de la Johns Hopkins University de Baltimore con una serie de conferencias que acabaron en forma de libro: L'épopée castillane à travers la littérature espagnole. Paris: A. Colin, 1910; otro fruto de esa estancia es El romancero español. Conferencias dadas en la Columbio University de New York los dias 5 y 7 de abril de 1909 bajo los auspicios de The Hispanic Society Of America. New York: The Hispanic Society of America, 1910. "Era omne esencial...", Romance Philology, 23 (1970), pp. 371-411.

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do sus planteamientos y perfilando sus teorías hasta aproximadamente los noventa y cinco años.92 Don Ramón, como sus coetáneos, tenía fe ciega en un positivismo que suponía el uso de principios y métodos propios de las Ciencias Básicas o Aplicadas en la investigación en Ciencias Humanas. Los principales eran el método de Karl Lachmann (1793-1851) en crítica textual, una herramienta para la edición automática (recogida en la máxima recensere sine interpretatione et possumus et debemus) por la que el maestro español no mostró particular interés;93 y la neogramática de Hermann Osthoff (1847-1909) y Karl Brugmann (18491919), que cuajó en manuales de gramática histórica y diccionarios etimológicos o en la reconstrucción del indoeuropeo. Por otra parte, los fantasmas románticos seguían presentes en la cultura occidental, que veía en la literatura y el arte de otros tiempos (particularmente en aquellas formas artísticas etiquetadas como populares o tradicionales) el reflejo del espíritu de un pueblo (el Volksgeist de Herder). Las raíces de tal idea hay que buscarlas en tiempos lejanos, pero sólo los románticos la sublimaron; lo que importa, no obstante, es que llegó vigorosa a la centuria pasada gracias al citado Benedetto Croce, a Karl Vossler (1872-1949) y la Estilística Idealista, en su reacción frente a los neogramáticos, lo que los llevó a desempolvar las viejas tesis de Giambattista Vico (1668-1744) o las de los románticos Johann Gottfried von Herder (17441803) y Alexander von Humboldt (1769-1859) para fundirlas hábilmente con los modernos estudios de lingüística diacrònica (Entwicklung). De ese modo,

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Al respecto, me explayo en Ángel Gómez Moreno, "Ramón Menéndez Pidal (18691968)", en Jaume Aurell y Francisco Crosas, eds., Rewriting the Middle Ages in the xxth Century, op. cit., pp. 69-85, donde escribo: "Writing a biographical sketch on the man who, in all justice, we must consider to be our leading medievalist means following the paths taken by historical and philological studies in Spain over more than a century; in fact, the path left behind by Menéndez Pidal must be traced down to and beyond the master's death, for it stretches up until now. Coming to full stature at a period of time clearly marked by a Romanticism which can be applied the prefixes late- and post-, Don Ramón was also the first great beneficiary of European academic positivism, and this of a fundamentally Germanic tendency. In spite of the fact that a lifetime spanning a century will necessarily involve moments of crisis or sudden change for any biography, in this instance we can speak only of processes of evolution or, if one prefers, of constant revision of an intellectual ideology that revealed itself to be entirely mature long before the illustrious scholar had reached his fortieth year" [73]. Para una semblanza más completa, véase el estupendo libro de José Ignacio Pérez Pascual, Ramón Menéndez Pidal Ciencia y pasión. Valladolid: Junta de Castilla y León, 1998.

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Curiosamente, el primer español interesado por el método lachmanniano (concretamente a través del modelo de trabajo de Dom Henri Quentin) fue su discípulo Antonio García Solalinde, como luego se verá.

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es lógico concluir que la Estilística es al Idealismo romántico lo que el Neotradicionalismo al Tradicionalismo. No extrañe, por tanto, que Menéndez Pidal se empeñase en perseguir nuestra esencia en términos no sólo literarios, sino identitarios, lo que explica su empeño en establecer la idiosincrasia española. Ésta es una constante que percibimos en sus escritos de juventud y la materia primera de Los españoles en la literatura (cuyo germen está en "Caracteres primordiales de la literatura española", capítulo inicial de la Historia general de las literaturas hispánicas de Guillermo Díaz-Plaja [1909-1984]) y Los españoles en la historia: cimas y depresiones en la curva de su vida política, títulos sorprendentemente tardíos, pues vieron la luz en 1949. Del mismo modo, su teoría del autor-legión es reflejo de ese ideario: la recuperación de un mito romántico actualizado y pasado por el tamiz del positivismo, la clave de su aproximación a nuestra historia literaria, que supo reforzar con abundante documentación y dispensó al lector con un discurso tan trabado y coherente como atractivo. El tiempo no había pasado en balde: se había ido del Tradicionalismo de los románticos a un nuevo edificio teórico, el Neotradicionalismo, característicamente pidaliano. En rigor, método y contextualización, don Ramón dio pasos de gigante respecto de otro intelectual infatigable, Amador de los Ríos; a cambio, sus intereses se limitaron a unos géneros determinados (la antigua poesía épica y clerical, el romancero y las crónicas, fundamentalmente), dejados aparte dos grandes veneros: el de la poesía de cancionero (que había subyugado a sus maestros) y, como he apuntado al comienzo, el del román (frente a la atención que le prestaron Menéndez Pelayo y Bonilla). Distinto por completo es el criterio adoptado en su oficio de historiador, ya lo sea del hecho lingüístico o del devenir de España a lo largo de los siglos: si en un caso adoptó un enfoque panorámico que nada importante dejaba fuera, en el otro persiguió nada menos que la exhaustividad.94 Más importa que el maestro se acercase a la Edad Media sin los prejuicios de sus predecesores; para él, la literatura medieval no era un mero introito o pórtico al deleitable huerto de los clásicos de los Siglos de Oro sino un objeto de estudio digno de la mayor estima; de la técnica o poética de sus escritores nunca dijo aquello de que estaban en pañales o se hallaban en una fase germinal, como tampoco la sometía a contraste -para mal, claro está- con el genio renacentista o barroco. 94

Me refiero a su Historia de la lengua española. Madrid: Fundación Menéndez Pidal y Real Academia Española, 2005, que sólo ha podido publicarse gracias al tesón mostrado por Diego Catalán al ordenar los papeles que dejara su abuelo; y a la Historia de España, con un primer tomo a su cargo, Introducción a la historia de la España romana. Madrid: Espasa-Calpe, 1935. Tras el parón de la Guerra y la Posguerra y la muerte del maestro, el proyecto fue asumido por José María Jover en 1975 hasta llegar a los 68 volúmenes.

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Apasionado por la historia de la lengua castellana y sus dialectos, jamás habría usado adjetivos como 'ruda' o 'bárbara', a diferencia de lo que leemos en su tío-abuelo Pedro José Pidal o en Florencio Janer. No busquemos tampoco las etiquetas naïveté o naïf, que continuarán manchando muchas páginas relativas al arte literario o pictórico, cartográfico o musical del Medievo; de hecho, para Menéndez Pidal, nuestra literatura medieval sólo merecía ser asociada a unos rótulos determinados, como son realista, austera, morigerada o moral, los mismos de los que se sirve en los dos ensayos citados, que le permiten definir el modo de ser hispánico. En otro adjetivo, tradicional, se apoyó para defender algunas de sus ideas más sólidas y militantes sobre los españoles y su literatura y, más en concreto, sobre nuestra épica medieval, que compensaba la pérdida de testigos textuales con su continuidad -que alcanza, bien es cierto que de modo residual, a nuestros días, en que están a punto de desaparecer los últimos informantes válidos- a través del romancero. Ahora bien, aunque la moralidad es clave humana y literaria en su percepción de España y de lo español, don Ramón sólo alcanzó a seleccionar los textos, nunca a censurarlos, como otros habían hecho para dar fuerza a sus ideas o evitar escándalos. Pienso, concretamente, en el citado Pedro José Pidal, que colmó de puntos suspensivos su edición del Cancionero de Baena (1851) para salvar sus continuas alusiones sexuales.95 El rigor científico del gran maestro y su actitud de respeto ante posiciones radicalmente contrarias a la suya (postura que tiene, como ocurre en estos casos, mucho de metabòlica) nunca le habrían permitido castrar los textos o estigmatizar a cualquiera que discrepase de sus teorías. Por ello, y aun cuando en sus postulados neotradicionalistas se mostró verdaderamente militante, con su infatigable siembra dejó admiradores sin número, legiones de discípulos (dentro y fuera de España) y una larga nómina de colegas con los que mantuvo una relación marcada en todo momento por la cordialidad, aunque su enfoque fuese diferente e incluso opuesto por completo.96

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En el Catálogo de los manuscritos catalanes de la Biblioteca Nacional (Madrid: Blass Tip., 1931, pp. 43-44 y 76), Jesús Domínguez Bordona se sirvió del mismo subterfugio a la hora de dar entrada al Speculum al foderi, una especie de Kamasutra en catalán, con dos manuscritos en la Biblioteca Nacional. Del mismo modo, Francisca Vendrell de Millás, en su edición del Cancionero de Palacio (Barcelona: CSIC, 1945), ocultó los dibujos obscenos que acompañan el poemario, para afirmar (p. 87): "platónico era el amor". Importa mucho resaltar este dato, cuyos fundamentos se hallan en la correspondencia conservada en la Fundación Menéndez Pidal; de tan valioso material, se han ido dando a conocer algunos epistolarios determinados. Para hacerse una idea somera, remito a Diego Catalán, El archivo del romancero: patrimonio de la humanidad (Historia documentada de un siglo de historia), disponible en la Red.

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Sus postulados se impusieron por doquier, en España y fuera de España: tal fue la admiración (nunca el temor) que en todos despertaba el gran maestro. En Francia, nunca perdió fuerza la llama del individualismo bédierista; andado el tiempo, en el seno del hispanomedievalismo británico, brotaría lo que se conoce como neoindividualismo, todopoderoso entre los años sesenta y setenta, y desleído desde comienzos de los ochenta. Tras la muerte de Menéndez Pidal, los especialistas españoles supieron salvar gran parte de su legado con un eclecticismo que adoptó formas muy diversas, sobre todo desde el momento en que los postulados oralistas hicieron las veces de excipiente en el que se diluyeron, y perdieron fuerza, algunos de los planteamientos más extremosos (como el de Colin Smith, cuyo ideario se suavizó sobremanera gracias a la asimilación de las ideas de Edmund de Chasca con respecto al Cantar de mió Cid, como veremos más adelante). A día de hoy, merece la pena considerar qué es exactamente lo que queda en pie del formidable edificio pidaliano, construido a lo largo de toda una vida, y hasta qué punto siguen vigentes las enmiendas a la totalidad de algunos medievalistas británicos a los que aún dedicaré algunas líneas.

11. LA ERUDICIÓN HISTÓRICO-FILOLÓGICA ANTES DE LA GUERRA CLVIL

Al alborear el siglo xx, el amante de la literatura española medieval tenía a su alcance un buen número de instrumentos (muchos de ellos útiles a día de hoy y otros sólo recientemente superados) para darse a explorar territorios prácticamente virginales, como los catálogos de impresos de Cesáreo Fernández Duro (1830-1908), Juan Catalina García (1845-1911) o Cristóbal Pérez Pastor (1842-1908);97 a esas obras de referencia había que añadir las aportadas por el gran conocedor del incunable español, Konrad Haebler (1857-1946), con su deslumbrante Bibliografía ibérica del siglo xv (1903-1917), y por estudiosos como Jenaro Alenda y Mira de Perceval (1816-1893), oficial de la Biblioteca Nacional y autor de Relaciones de solemnidades y fiestas puiblicas de EspanPa (1903), un libro al que muchos hemos vuelto los ojos para documentar las entradas triunfales y recibimientos de las villas a los reyes, por ser de la mayor importancia para el estudio de los espectáculos en la Edad Media.98 De manuscritos e impresos se había ocupado también José Villaamil y Castro (1838-1910), en atención a su Galicia natal o con el propósito de dar a conocer los fondos manuscritos de la Universidad Complutense (Catálogo de los manuscritos existentes en la Biblioteca del Noviciado de la Universidad Central [1878]). Años después, vendrían dos herramientas preciosas, ya que la Biblioteca de El Escorial es el primer reservorio de textos españoles medievales, primacía que sólo le disputa la Biblioteca Nacional: me refiero al catálogo del beato Julián Zarco Cuevas (1887-1936), para los manuscritos castellanos (1926), y al del padre Guillermo Antolín y Pajares (1873-1928), para los códices latinos (1910-1923). Ambas obras supusieron una aportación de primer orden para un mejor conocimiento de la cultura española de la Edad Media. El medievalista podía desarrollar su olfato con estas y otras herramientas semejantes y darse a perseguir libros en paradero desconocido: de los hipotéti97

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Muchos de los instrumentos bibliográficos que podría enumerar obtuvieron el Premio Nacional de Bibliografía. Los autores premiados y el conjunto de su obra se estudian en el exhaustivo trabajo de Juan Delgado Casado, Un siglo de bibliografía en España. Madrid: Ollero & Ramos, 2001. El panorama no era precisamente un erial, como se comprueba en el Manuel de L'hispanisant de R. Foulché-Delbosc y L. Barrau-Dihigo (1920), obra de la que hablaremos más adelante.

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camente desaparecidos en la francesada, de los ilógica y disparatadamente extraviados y perdidos a causa de la Desamortización (un desastre que tiene como paradigma el fondo de Santo Domingo de Silos, disperso por distintas bibliotecas europeas) y, sobre todo, de aquellos que estaban saliendo de España por esas mismas fechas. España había perdido bibliotecas completas, como las de Salvá-Heredia, subastada en París en 1891-1894 y 1899," o la del Marqués de Jerez de los Caballeros, adquirida para la Hispanic Society of America en 1904; también salieron de España ejemplares tan valiosos como el Cancionero de Baena, robado de El Escorial y adquirido por la Bibliothèque Nationale francesa en 1836, o el Poema de mió Cid, tomado en préstamo al concejo de Vivar y nunca devuelto; desde 1854, el Códice de Per Abad pertenecía al Marqués de Pidal, aunque en 1960 acabó en la cámara de seguridad de nuestra Biblioteca Nacional gracias a la generosa donación de la Fundación Juan March. Quienes andaban en pos de libros medievales no sólo apelaban al catálogo o inventario o a la competencia probada de los facultativos: igual de importante era el auxilio de quienes más sabían sobre el asunto: los propios libreros. Entre todos ellos, Pedro Vindel Álvarez (1865-1921) hizo un servicio a la ciencia de especial importancia,100 como, al seguirles la pista a nuestras colecciones de incunables, recuerda certeramente Julián Martín Abad. Este incansable y preciso facultativo y bibliógrafo (a quien dedicaré toda una laudatio páginas más adelante) recuerda el interesantísimo Registrum pecatorum de Vindel (con datos que acabaría publicando su hijo Francisco), donde éste destapa algunos secretos de los que solo él era sabedor:101 Vindel ha dejado suficientes noticias para hacerse una idea de la masiva salida hacia el extranjero de incunables españoles a través de Karl W. Hiersemann, de Ludwig Rosenthals, de Bernard Quarich (cuando actúa de asesor Pascual de Gayangos, o de Maggs Bros).

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En realidad, la subastada fue la biblioteca de Ricardo Heredia y Livermoore, conde de Benahavis (1831-1896), quien antes había comprado la formada por Vicente Salvá y Pérez (1786-1849) y su hijo Pedro Salvá y Mallén (1811-1870), además de la perteneciente al marqués de Astorga o la de Jacques Charles Brunet (1780-1867). Librero como era, en ningún caso podemos reprocharle que, en 1918, vendiese el mítico Rótulo Vindel, precioso cancionero individual de Martin Codax, al diplomático, erudito, musicólogo y bibliófilo malagueño Rafael Mitjana y Gordón (1869-1921); en cambio, duele sobremanera que los herederos de éste se deshiciesen de la biblioteca y que ese valiosísimo testimonio fuese a parar a la Pierpont Morgan Library de Nueva York en 1977. Los incunables de las bibliotecas españolas. Apuntes históricos y noticias bibliográficas sobre fondos y bibliófilos (Valencia: Vincent García Editores, 1996), p. 13.

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Por añadidura, sus propios catálogos para la venta eran una verdadera mina, llenos como iban de todo tipo de sorpresas. De los cinco tomos del Catálogo de la librería de P. Vindel (1896-1912), el que más nos interesa es, sin duda, el tercero. Otra joya son los seis volúmenes del Manual gráfico descriptivo del bibliófilo hispano-americano (1475-1850), ordenado de la A a la Z (1475-185) (1930-1934), con sus cerca de tres mil quinientas láminas. Entre los libreros, el colega más estimado por la ayuda que a todos dispensaba era sin duda Antonio Palau y Dulcet (1867-1954) por los 35 tomos de su Manual del librero hispano-americano: inventario bibliográfico de la producción científica y literaria de España y de la América Latina desde la invención de la imprenta hasta nuestro días, con el valor comercial de todos los artículos descritos (1923-1945), llenos de datos para el negocio del libro.102 Comprobamos, de ese modo, los beneficios derivados de la relación del bibliófilo (muchos de nuestros protomedievalistas y medievalistas caen dentro de esta categoría) y del librero, movido por un prurito profesional que va más allá de la mera obtención de un beneficio económico.103 Las dos colecciones foráneas de mayor importancia, las preservadas por las bibliotecas nacionales francesa y británica, contaban con las que son aún obras de referencia inexcusable: el Catalogue des manuscrits espagnols et portugais de la Bibliothèque Nationale (1892), de Morel-Fatio, y el Catalogue of the Manuscripts in the Spanish Language in the British Muséum (1875-1893) de Pascual de Gayangos. Mucho después, en 1953, saldría a la calle el primer volumen del Inventario general de manuscritos de la Biblioteca Nacional, obra ésat que aún está lejos de ver su fin, pues falta por catalogar algo más de la mitad de los fondos de dicha institución. A diferencia de Francia (Manuscrits des bibliothèques publiques de France, activo desde 1885) e Italia (Inventan dei manoscritti delle biblioteche d 'Italia, iniciado en 1890), hemos carecido de un proyecto coordinado de publicación de los catálogos de las bibliotecas públicas españolas, especialmente necesario tras la Desamortización de Mendizábal (1834-1855), que llenó de libros los anaqueles de tales centros, aunque los grandes beneficiarios fueron la Real Academia de la Historia, el Archivo Histórico Nacional y la Biblioteca Nacional. El magisterio de Menéndez Pidal se reforzó gracias a la Junta para la Ampliación de Estudios, creada en 1907 y presidida por Santiago Ramón y

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Para fijar el primero de los datos que interesan al librero y al cliente, el precio, hoy son mucho más adecuados otros medios, como las páginas electrónicas de Abebooks o Iberlibro, entre otras. La ocasión me lleva a recordar a Antonio Rodriguez-Mofiino, Historia de los catálogos de librería españoles. 1661-1840. Madrid: Montero, 1966.

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Cajal. Uno de los brazos de ese organismo era el Centro de Estudios Históricos, que don Ramón dirigió desde su nacimiento en 1910, a iniciativa del Conde de Romanones; en su seno, el eminente filólogo se encargó personalmente de la sección de Filología y fundó la Revista de Filología Española (1914). En medio tan idóneo, formó una primera promoción de discípulos, con dos figuras prominentes, que descollaron desde muy pronto. Comenzaré con el granadino (en realidad, había nacido en Brasil) Américo Castro Quesada (1885-1972), que por esos tiempos era un filólogo entusiasta (con un interés especialmente marcado por la Historia de la Lengua o la Geografía Lingüística), un sólido medievalista (editor de textos legales, romanceamientos bíblicos, glosarios y opúsculos como la Disputa entre un cristiano y un judío) y un gran experto en autores áureos (editor de Tirso, Lope o Quevedo), particularmente en Cervantes (revolucionario en su momento y valiosísimo aún hoy es El pensamiento de Cervantes [1925]). La trayectoria de este estudioso daría un brusco giro en el exilio, al lanzarse apasionadamente a buscar las causas de la Guerra Civil en la difícil convivencia de las tres castas en la España medieval y en el problema converso durante los siglos xvi y xvii; con ese propósito, abandonó la Filología y apostó por una forma de ensayo erudito, basado en un peculiar análisis histórico (cuya cima se halla en La realidad histórica de España, que pasó por distintas fases entre 1948 y 1966) y en la búsqueda del converso y sus señales, para lo que se sirvió de una aquilatada técnica que le permitía escudriñar tanto las claves ideológicas del individuo de turno como también lo que podría denominarse su "postura vital". Decididamente, Castro abandonó las tesis europeístas para desarrollar estas nuevas propuestas, algo obvio en el caso de Cervantes (tras renegar de su libro de 1925 y tomar una nueva ruta en Hacia Cervantes [1957]). El segundo intelectual a que me refiero es Tomás Navarro Tomás (18841979), que derivó desde el medievalismo hacia la fonética y la métrica, materias ambas en las que por mucho tiempo fue la autoridad indiscutible (en mi parecer, sigue siéndolo).104 Como otros grandes investigadores, de los que me ocuparé enseguida, tuvo plaza de facultativo de Archivos, Bibliotecas y Museos, cuyas obligaciones hizo compatibles con sus actividades en el Centro de Estudios Históricos, donde dirigió un gran proyecto: el Atlas lingüístico de la Península Ibérica. En su caso, el exilio no supuso quiebra ninguna en su línea de investiga-

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Por fortuna, la Universidad Complutense conserva un ejemplar de su tesis doctoral inédita de 1909: "Notas filológicas sobre el libro de los emperadores, manuscrito aragonés del Gran Maestre de la Orden de San Juan de Jerusalem, Don Fray Juan Fernández de Heredia, siglo xiv".

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ción primordial sino justamente al contrario: por una parte, llevaba consigo muchos de los materiales del Atlas-, por otra, Columbia University, institución a la que estuvo vinculado desde 1939, le dio todo tipo de facilidades para que pudiese sacar adelante sus trabajos sobre fonología y fonética, así como diversos libros sobre métrica y versificación hispánicas, todos ellos de conocimiento obligado para cualquiera que se interese por la literatura española. Por cierto, a Columbia fue a parar otro de los hombres del Centro de Estudios Históricos, Federico de Onís Sánchez (1885-1966), que antes del exilio fue catedrático de literatura en Oviedo y Salamanca e hizo sus pinitos como medievalista, concretamente al colaborar con Américo Castro en la edición de los Fueros leoneses de Zamora, Salamanca, Ledesmay Alba de Tormes (1916). Desde su cátedra en el Instituto Ramiro de Maeztu partió también al exilio otro experto en métrica y fonética, al tiempo que medievalista ocasional (para atender al Amadís, pongo por caso): Samuel Gili Gaya (1892-1976).105 Los dos citados, Castro y Navarro Tomás, fueron la clave en el nacimiento de Clásicos Castellanos dentro de la Editorial La Lectura, absorbida luego por Espasa-Calpe (poderosa empresa editorial resultante de una fiisión que data de 1925);106 de ese modo, la colección quedó vinculada al Centro de Estudios Históricos desde sus orígenes, como se percibe en la nómina de sus primeros editores. Este hecho cultural resultó simplemente trascendental, pues reforzó un panorama en el que los proyectos editoriales eran contados y dependían del espíritu emprendedor de algún inversor, si es que no de la generosidad de un benefactor. Cuando esto escribo, pienso en casos concretos, como el del librero Victoriano Suárez y su Biblioteca Renacimiento (1910), luego continuada por Biblioteca Nueva (ambas con José Ruiz-Castillo como director);107 y La España Moderna (1889-1914), revista y editorial del acaudalado coleccionista (lo era por igual de libros y de obras de arte) José Lázaro Galdiano (18621947), cuya sede estableció en un edificio anejo a su palacio (conocido con el 105

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En las 199 entradas de que consta su bibliografía, hay varias notas y reseñas relativas al Medievo. Su ñuto principal en relación con este periodo es su edición de la obra de Diego de San Pedro para Clásicos Castellanos (1950). Antonio Marco García, "Propósitos filológicos de la colección Clásicos Castellanos de la Editorial La Lectura (1910-1935)", en Antonio Vilanova, dir., Actas del X Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas, Barcelona, 21-26 de agosto de 1989 (Barcelona: PPU, 1992), vol. III, pp. 81-95. Véase también Jesús A. Martínez Martín, dir., Historia de la edición en España (1836-1936). Madrid: Marcial Pons, 2001, obra a la que remito a quien desee conocer otras editoriales de la época Véase Raquel Sánchez García, "José Ruiz-Castillo, editor de la Edad de Plata (19101945)", Castilla. Estudios de Literatura, 27 (2002), pp. 123-140. A Victoriano Suárez ya he aludido al hablar de la edición del Arte de trovar de Enrique de Villena, dentro de la Biblioteca Española de Divulgación Científica.

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nombre de Jardín Florido, ya que su mujer se llamaba Paula Florido Toledo [1856-1932]) de la madrileña calle Serrano. Caldeado el ambiente, cabían ideas semejantes, como la que sacó a la calle la colección Los Clásicos Olvidados (Compañía Ibero-Americana de Publicaciones),108 nacida en 1928 y dirigida por Pedro Sainz Rodríguez, quien la planeó como continuación de la Nueva Biblioteca de Autores Españoles; por su parte, la Revista de Occidente (1923), también revista y editorial, de José Ortega y Gasset (1883-1955) mostró mayor capacidad para resistir el paso de los años. Comparativamente, el peso ejercido por Clásicos Castellanos fue muy superior, por la riqueza de su catálogo y una longevidad que acarició los tres cuartos de siglo; es más, de no mediar tan prestigiosa colección y otras nacidas a su calor, entre la Posguerra y el tardofranquismo, el desarrollo de nuestra especialidad se habría ralentizado de manera inevitable.

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Curioso resulta que el principal beneficiario de estas empresas culturales fuese el Cancionero de Álvarez Gato, editado por Emilio Cotarelo y Mori en la Imprenta de la Revista Española (1901) y luego por Jenaro Artiles en Los Clásicos Olvidados (1928).

12. E L MEDIEVALISMO DESDE ESPECIALIDADES AFINES

Prestemos atención al presente, aunque sea por un momento, y felicitémonos por el hecho de que estamos superando los encasillamientos académicos inducidos desde diferentes instancias: unas segmentaciones artificiales y de consecuencias generalmente funestas por cuanto carecen de fundamento científico y, lo que es peor, suelen dar en monstruos. De todas las taxonomías observadas a lo largo de los últimos años, acaso la más nociva haya sido la compartimentación geográfica, sobre todo en aquellas ocasiones en que se ha aplicado de manera estricta. Esto ha sido particularmente frecuente en todos los casos en que la investigación y los resultados de ella derivados han sido controlados desde las comunidades autónomas (al financiar un proyecto de investigación, conceder una beca o fijar los contenidos de los libros de texto para las enseñanzas primaria y secundaria), y no sólo las que tienen un sesgo nacionalista más marcado. En nuestro campo, ello ha impulsado el estudio de autores locales, y sólo de ellos, aunque su separación del resto de artistas (de su misma época o de su mismo grupo, hermanados por una poética o una militancia que alcanza a muchas otras parcelas de la existencia) sea una operación aberrante en sí misma. Por supuesto, la corrección a una trayectoria enteramente desviada, en mi opinión y la de muchos, no supone un rechazo de las bibliografías, historias o estudios locales, que conforman una tradición tan añosa como respetable, potenciada durante el Renacimiento y recuperada por los intelectuales románticos.109 Más nos está costando quebrantar las barreras que, de modo artificial, nos dividen en áreas de conocimiento y nos circunscriben a una de ellas en concreto. La tiranía de esta parcelación del saber es tal en España que, de no observarla a rajatabla, uno puede recibir un formidable castigo, en forma de plaza universitaria que no se obtiene o de tramo de investigación (los célebres sexenios) que se nos deniega por no habernos ceñido a los contenidos correspondientes a nuestra área. Yo mismo -lo reconozco- he dado marcha atrás al comprobar (y pongo sólo un ejemplo) cómo la antología bilingüe de poesía

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Valga como paradigma la obra de Tomás Muñoz Romero, Diccionario bibliográjicohistórico de los antiguos reinos, provincias, ciudades, villas, iglesias y santuarios de España. Madrid: M. Rivadeneyra, 1858.

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victoriana que me habían encargado Claudio Guillén y Carlos García Gual para la Biblioteca de Literatura Universal (BLU) de Espasa-Calpe iba a suponerme dos años de duro trabajo y que luego, dada mi área de conocimiento, difícilmente podría aducirla como mérito ante la Comisión Nacional de Evaluación de la Actividad Investigadora (CNEAI). 110 En este sentido, hemos perdido mucho respecto de aquellos lejanos tiempos, en que, desde distintas vertientes, los grandes maestros en activo hacían continuas aportaciones no sólo al medievalismo en general sino al hispanomedievalismo en particular, con independencia de su especialidad como docentes o investigadores. Pondré varios ejemplos especialmente significativos. Los expertos en lengua y literatura árabes supieron imbricar buena parte de sus tareas eruditas en las líneas de investigación punteras del ámbito de la Filología Románica y los estudiosos de la latinidad media, como vemos en la temprana obra de Leopoldo Eguilaz y Yanguas (1829-1906), paradigma de la maurofilia romántica, especialmente marcada en su Granada natal. En esta misma ciudad, Francisco Javier Simonet Baca (1829-1897) desarrolló una amplísima labor en atención a los árabes y su lengua y, sobre todo, con relación a los mozárabes, con Glosario de voces ibéricas y latinas usadas entre los mozárabes (1888) e Historia de los mozárabes de España (1897-1903). Tras pasar por Granada y Zaragoza, Francisco Codera Zaidín (1836-1917) ocupó la cátedra de la Universidad Central en la que justo antes había estado Gayangos; entre sus logros, el que mayor fama dio a Codera fue su descubrimiento, en 1884, del importante fondo de manuscritos moriscos en aljamía arábiga de la localidad zaragozana de Almonacid de la Sierra; de sus títulos, cabe destacar el Tratado de numismática arabigoespañola (1879) y su extensa Biblioteca arabigohispana (1882-1895), en las que afloran sus dos pasiones: Aragón, con su historia y cultura, y el mundo árabe, concretamente en su vertiente hispánica. Esa doble atención, a lo árabe y lo romance, fue marca característica de la Escuela Española de Estudios Árabes, pues la encontramos también en un discípulo del anterior, Julián Ribera (1858-1934), sagaz a la hora de captar la presencia del mozárabe en los textos por él analizados y primero de todos los arabistas en relacionar la poesía hispano-árabe con la lírica tradicional y el trovadorismo europeo; a él, también, se debe el empeño inicial en buscar conexiones entre la épica románica y los cantos heroicos de los árabes, línea de

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Y es una pena, porque me siento capaz de hacer alguna que otra aportación de interés sobre esa materia, por la que siempre he sentido verdadera pasión. Siento envidia al comprobar la libertad con que, libres de tales ataduras, se han movido y se mueven los especialistas foráneos. Válgame el ejemplo del británico Keith Whinnom, a quien enseguida me referiré.

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investigación que retomaron, poco más tarde, Menéndez Pidal en varios de sus trabajos sobre la epopeya castellana (en los que refuerza la tesis germánica, pero se muestra más benevolente con la tesis árabe que con la francesa), y mucho después Francisco Marcos Marín y, sobre todo, Alvaro Galmés de Fuentes, como veremos luego. Del mismo modo, Miguel Asín Palacios (1871-1944) y sus discípulos Ángel González Palencia (1889-1949) y Emilio García Gómez (1905-1995) mostraron su sensibilidad respecto de la literatura de la España cristiana y de la Romania en su conjunto. En la larga lista de publicaciones de Asín, sobresale un libro que obtuvo el reconocimiento que merecía entre los expertos en literatura italiana: La Escatología musulmana en la Divina Comedia (Madrid, 1919).111 En el caso de González Palencia, comprobamos cómo su medievalismo lo fue en atención a la literatura hispano-árabe, que, de pasada, le llevó a ocuparse de las versiones castellanas del Sendebar (1946); por lo demás, sus abundantes estudios sobre la literatura española se concentran en el Siglo de Oro, aunque por esa vía acabó recalando inevitablemente en la Edad Media, si bien de manera indirecta, como ocurre en su edición del Romancero general (1947). Entre las investigaciones de García Gómez hay dos títulos de conocimiento obligado para el hispanomedievalista: Poesía arábigo-andaluza, breve síntesis histórica (1952) y Las jarchas romances de la serie árabe en su marco (1975), ambos libros -y es marca de su particular factoría- deliciosamente escritos. En un ejercicio comparatista de amplio espectro, que en mi opinión todo especialista de nuestro campo está obligado a realizar (para encontrar, para sorpresa nuestra por tratarse de un poeta musulmán, hasta poemas enófilos), hay que leer a Ben Quzmán en la versión íntegra (los tres grandes tomos de Todo Ben Quzmán [1972]) o, como poco, en la versión esencial {El mejor Ben Quzmán en 40 zéjeles [1981]) de García Gómez. De los hebraístas españoles de esos mismos años hay que destacar dos nombres. El primero es el de Ignacio González Llubera (1893-1962), que conjugó con tino el hispanomedievalismo y el hebraísmo (en concreto, los estudios de cultura hispanojudía) desde su cátedra de Cambridge.112 Allí, en la biblioteca cantabrigense se conserva un precioso códice aljamiado que recoge las Coplas de Yoqef y la versión más antigua de los Proverbios morales de Sem Tov de

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Verdaderamente revelador se antoja el libro de Manuela Marín et al., eds., Los epistolarios de Julián Ribera Tarrago y Miguel Asín Palacios, catálogo e índices. Madrid: CSIC, 2009. "Judeophile" lo llama taxativamente Yakov Malkiel en su elogiosa necrológica de Romance Philology, 16 (1962), pp. 137-142. Al respecto, no se pierda de vista que María Rosa Lida lo consideró siempre como uno de sus grandes maestros.

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Carrión; a ambas, precisamente, dedicó este finísimo investigador gran parte de su energía como editor y como exegeta, aunque también atendió a don Juan Manuel, Antonio de Nebrija y otros prosistas. Cambridge, de hecho, acababa de dar una gran sorpresa al descubrirse que en sus dependencias había cincuenta cajas sin abrir procedentes de la Geniza de El Cairo, por lo que González Llubera se hallaba en el lugar idóneo para llevar a cabo una investigación puntera en su materia. El segundo nombre de referencia es el de Francisco Cantera Burgos (1901-1978), catedrático de hebreo de la Universidad Central y fundador del Instituto Arias Montano del CSIC y de la revista Sefarad; de todos sus libros, él que mayor eco ha tenido en nuestra especialidad es, sin duda alguna, el titulado Alvar García de Santamaría y su familia de conversos. Historia de la judería de Burgos y de sus conversos más egregios (1952). En el pasado, historiadores y filólogos se movían en campos próximos, si es que no conjugaban al mismo tiempo los estudios históricos, literarios y lingüísticos, como hacían desde sus respectivas parcelas Ramón Menéndez Pidal y Manuel Gómez-Moreno Martínez (1870-1970). Este era historiador y arqueólogo, al tiempo que un gran estudioso de la literatura (y no sólo de las crónicas, como se comprueba en La novela de España [1928]) y de la lengua (su discurso de entrada en la RAE se tituló precisamente Las lenguas hispánicas [1942]). Otro tanto se ha dicho antes, y con toda justicia, del citado Adolfo Bonilla y San Martín; lo mismo, por añadidura, hay que escribir al abordar la figura de Elias Tormo y Monzó (1869-1957), que, como todos los demás, desempeñó importantes cargos o funciones políticas en distintos momentos de su vida. Tormo, en concreto, fue quien llegó más alto, pues llevó las riendas del Ministerio de Instrucción Pública entre 1930 y 1931; no obstante, ahora me interesa más recordar que ocupó, sucesivamente, la cátedra de Derecho Natural en Santiago de Compostela, la de Teoría Literaria en Salamanca y la de Historia del Arte en la Universidad Central. Para un santillanista como yo, un caso elocuente es el del catedrático de Historia del Arte en la Escuela Superior de Magisterio y crítico Ángel Vegue y Goldoni, en su calidad de editor de los Sonetos fechos al itálico modo (1911). La formación integral de algunos historiadores les permitía aventurarse, con felices resultados, en temas muy diversos y con postulados que hacían de cada una de las investigaciones una empresa radicalmente nueva. Esta afirmación, aunque se haga de un modo genérico, tiene un nombre: el del eminente historiador Claudio Sánchez-Albornoz y Menduiña (1893-1984), que inició su andadura como facultativo de Archivos, Bibliotecas y Museos para ocupar luego, sucesivamente, la cátedra de Historia de España en Barcelona, Valencia, Valladolid y Madrid; luego, dato es de todos conocido, partiría a la Argentina, donde continuó con su frenética actividad como historiador y político, elegido

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como fue presidente de la República Española en el exilio. La lista de sus libros está repleta de títulos afamados, desde su librito Estampas de la vida en León hace mil años (1926) hasta La Edad Media española y la empresa de América (1983); con todo, aún quedaba el goteo de las publicaciones postumas. De común conocimiento (y no deja de sorprenderme el fenómeno, por alcanzar incluso a individuos prácticamente iletrados) es la disputa que mantuvo con Américo Castro sobre la esencia de España y los españoles, un asunto que ha merecido ríos de tinta.113 Un paradigma de poligrafía y polimatía (dados sus conocimientos de lenguas modernas, clásicas y orientales, que sumaba a una sólida preparación como folklorista y medievalista) es el que nos ofrece Julio Cejador y Frauca (1864-1927) cuando aún se hallaba en fase de formación, pues pasó largo tiempo en Líbano y Palestina; luego, tuvo cátedra de Lengua Hebrea en Deusto, de Latín y Español en un Instituto de Enseñanza Media y, finalmente, de Lengua y Literatura Latinas en la Universidad Central. Sus investigaciones sobre el hebreo y el vasco, o las relativas al latín y al español (para nosotros, es especialmente importante su Vocabulario español medieval [1929]), las unió a sus Estudios de Literatura Española, en toda su extensión (ahí están los catorce tomos de su Historia de la lengua y literatura castellanas [1915-1920]) o con el enfoque propio del folklorista (con los seis bellos volúmenes de La verdadera poesía castellana. Floresta de la antigua lírica popular [1921-1930]) y el medievalista (con su edición de La Celestina y, sobre todo, la del Libro de buen amor). Más adelante, haré referencia al estudioso atípico (lo etiqueto más concretamente como "cimarrón"), figura que tiene ya en Cejador un modelo por excelencia. Solitario, soberbio, rebelde y beligerante, don Julio arremetió en numerosas ocasiones contra otros filólogos, que a su vez respondieron a sus dardos desde prólogos y notas. Acaso los citados sean casos excepcionales, consideradas la energía e inteligencia que pusieron en todas las tareas que hicieron suyas. No obstante, lo común, por esos años, era que estudiosos de uno y otro signo cerrasen filas en empresas eruditas que hoy serían etiquetadas, de manera rimbombante, como proyectos de investigación interfacultativos o, como poco, interdepartamentales. A ese respecto, me viene muy bien el ejemplo, considerado por otras razones, del Centro de Estudios Históricos, donde había expertos en Historia, como Benito Sánchez Alonso (1884-1967), que desarrolló una sensibilidad filológica que no

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Véase, por ejemplo, José Luis Gómez-Martínez, Américo Castro y el origen de los españoles: historia de una polémica. Madrid: Gredos, 1975. Centrado en don Américo, el ataque más contundente es el de Eugenio Asensio, La España imaginada de Américo Castro. Barcelona: El Albir, 1976.

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nos ha pasado inadvertida y ofreció dos grandes útiles: su Historia de la historiografía española (1950), en la estela del gran Ed. (Eduard) Fueter (1876-1928),114 y sus Fuentes de la historiografía española (1919-1952).115 En Historia del Derecho o Derecho Romano, estaban Eduardo de Hinojosa y Naveros (18521919) y José Castillejo Duarte (1877-1945), que fue el responsable de la Junta de Ampliación de Estudios; en Historia de las Instituciones, el nombre de referencia era el de Luis García de Valdeavellano y Arcimís (1904-1985); y en Bibliografía, el de Homero Serís de la Torre (1879-1969), que tras el exilio se instaló en los Estados Unidos, más concretamente en Syracuse University. Al no haber segmentación radical en áreas de conocimiento, estos maestros se ocuparon de una gran variedad de asuntos en el dilatado ámbito de las Ciencias Humanas o las Ciencias Sociales, aunque a veces iban incluso más lejos. Un panorama como el descrito no era en absoluto privativo de esa institución. Añádase además el hecho de que el medievalista, con independencia de su adscripción última, tenía que medir fuerzas con los documentos, por lo que se imponía una formación comprehensiva en diplomática, paleografía, latín, instituciones, lingüística histórica, etc. Ese es el paisaje que se vislumbra cuando se lleva a cabo un rápido recorrido por publicaciones periódicas de especialidades diversas, como el Boletín de la Real Academia de la Historia (desde 1877), la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos (desde 1871) o como ese producto, que lo es y puro, del Centro de Estudios Históricos titulado Anuario de Historia del Derecho (1924), impulsado por los discípulos de Hinojosa tras la muerte del maestro. De esos deslindes voluntariamente imprecisos da cuenta, por otra parte, el Boletín de la Real Academia Española (desde 1917) en su ya largo recorrido. Me atrevo a decir que fueron los historiadores del Derecho, en su propósito de editar todos los fueros y cartas-puebla, quienes más rápidamente se pertrecharon con tales instrumentos, caso de Rafael Ureñay Smenjaud (1852-1930), en su labor editorial con el Fuero de Usagre (1907), el Fuero de Zorita de los Canes (1911) o el Fuero de Cuenca (1935).116 Ese prurito filológico, común en tales especialistas, les ha llevado desde siempre a sumar fuerzas con filólogos, aspecto este sobre el que aún volveré más adelante. También hemos visto cómo los filólogos (a la manera de Américo Castro y Federico de Onís) hicieron 114

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Me refiero a su Historia de la historiografía moderna, Buenos Aires: Editorial Nova, 1953 (original alemán de 1911 y traducción francesa, con notas y adiciones, de 1914). Juan Manuel Rozas, «Nuestros filólogos: Benito Sánchez Alonso», Boletín de Filología española, 14 (1965), pp. 3-8; del mismo autor, «Benito Sánchez Alonso. Necrología», Revista de Filología Española, 50 (1967), pp. 309-314. Véase Rosa Urefia Francés, Rafael de Ureña y Smenjaud, una biografía intelectual. Oviedo: Real Instituto de Estudios Asturianos, 2002.

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suyos los primitivos textos legales, considerados lo temprano de sus fechas y su inmenso interés lingüístico. Una obra en la que confluyen el olfato del historiador ante el documento y la sensibilidad respecto del texto característica del filólogo es la de Andrés Giménez Soler (1869-1938), historiador y arabista, archivero de la Corona de Aragón y, desde 1899, catedrático de Historia de España Antigua y Media, primero en Sevilla y un año más tarde en Zaragoza. Desde ese momento, ya no abandonó el territorio de la antigua Corona de Aragón, donde tenía su principal venero. Además de sus investigaciones sobre Alfonso V el Magnánimo (1909) y Fernando el Católico (1941), entre otras muchas, los especialistas en literatura medieval lo tienen muy presente por su libro Don Juan Manuel, biografía y estudio crítico. Obra premiada en público certamen por la Academia Española en el concurso de 1906 a 1908 e impresa a sus expensas (1932). Reflejo de esa doble competencia como investigador es el libro, de significativo título, La España primitiva según la filología (1913). Las zonas en que se mueven el medievalista y el folklorista caen tan próximas que no es de extrañar que a un mismo estudioso le sienten bien ambas etiquetas. Sin ir más lejos, Menéndez Pidal sumaba esa doble competencia, como también la de historiador de la lengua, dialectólogo e historiador a secas. Sus publicaciones de juventud caen de lleno en el ámbito del folklore, disciplina con lindes voluntariamente imprecisas que luego le socorrería, como la herramienta preciosa que es, en sus investigaciones sobre el romancero. Desde los años del Centro de Estudios Históricos hasta el presente del Seminario Menéndez Pidal, el trabajo de campo, característico del folklorista, es una técnica primordial para acceder a aquellos textos etiquetados como tradicionales por el maestro de maestros. Los estudios sobre el folklore y las tradiciones populares cuentan con largas nóminas de profesionales y aficionados con formación, intereses, criterios y técnicas diversas, que muchas veces dan a conocer sus resultados en revistas o series de carácter local y de escasa difusión. El folkorista, aun en el caso de que no sea medievalista, debe conocer el Medievo y frecuentarlo. Y a la inversa: un medievalista que se precie está obligado a conocer la tradición oral, que todavía hoy (y no por mucho tiempo) permite remontarse (en una operación que tiene mucho de fascinante) hasta los siglos que le interesan.117 Acaso los más atractivos para el medievalista sean,

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La formidable memoria de mi madre me ha servido para confirmar el carácter tradicional de varias de las composiciones recogidas por Margit Frenk en su Nuevo corpus de la antigua lírica popular hispánica (siglos xv a XVII). México: UNAM/E1 Colegio de México/Fondo de Cultura Económica, 2003. Véase Ángel Gómez Moreno, "Margit Frenk y su Nuevo corpus (2003)", Revista de Filología Española, 87 (2007), pp. 179-195.

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en principio, los trabajos de aquellos estudiosos del folklore que hurgan a la par en la tradición oral y la libraría, lo que nos obliga a remontarnos hasta los tiempos de Antonio Machado Álvarez, "Demófilo" (1848-1893), sobrino-nieto de Agustín Durán y padre de los célebres poetas Antonio y Manuel, que publicó, con Federico de Castro (1834-1903), Cuentos, leyendas y costumbres populares (1872), y que animó los once volúmenes de la Biblioteca de las tradiciones populares españolas. El primero de todos le correspondió nada menos que a Luis Montoto Rautenstrauch (1851-1929), erudito que más adelante publicaría los dos deliciosos volúmenes de Personajes, personas y personillas que corren por las tierras de ambas Castillas (1911 y 1921-1922). Enorme mérito tienen a nuestros ojos algunos facultativos de bibliotecas, como Antonio Paz y Melia (1842-1927), responsable de numerosas ediciones y estudios de textos medievales (con obras de Gómez Manrique [1885], la Biblia de Alba [1920-1922], Fernando de la Torre [1907], Alonso de Palencia [1914] y los diversos materiales incorporados en Sales españolas [1890-1902] y en Opúsculos literarios de los siglos xiv a xvi [1892]). De Casto Luis Rodríguez Miguel (1844-1916), sabemos que compaginó el oficio de archivero con la enseñanza en el Instituto de Toledo, aunque luego ganó cátedra de Literatura en la Universidad de Salamanca; en su fase toledana, escribió un exitoso Manual del archivero (1877), libro aplaudido por los expertos por ser el primero que respondía al nivel de exigencia de la moderna archivística.118 Mayor importancia tiene la obra de Manuel Serrano y Sanz (1866-1932), que pasó de facultativo con destino en la Biblioteca Nacional a ocupar la cátedra de Historia de la Universidad de Zaragoza; en ambas fases de su vida, no obstante, desarrolló una importante labor investigadora, en la que no faltaron los temas medievales, en atención a Fernando de Rojas y Juan de Lucena (1902) o sobre la imprenta incunable en Zaragoza (1915); además, junto a Adolfo Bonilla, continuó la obra de su común maestro, Menéndez Pelayo, en la que bautizaron como Nueva Biblioteca de Autores Españoles. También cabía -siempre ha cabido, de hecho- la pluma del individuo curioso y formado, diplomático o político, jurisperito o médico. Paradigma de ello puede ser el jurista Julio Puyol y Alonso (1865-1937), que dejó una obra amplísima como editor de fueros y cartas-puebla, de crónicas (las Crónicas de Sahagún, publicadas en el Boletín de la Real Academia de la Historia [1920], y la Crónica particular del Cid [1911]) y otros documentos, además de estudios sobre algunos monasterios y materias diversas (sobre el Libro de buen 118

Sus antecedentes, dentro del propio siglo xix, los recoge Mariano García Ruipérez, "D. Luis Rodríguez Miguel en Toledo (1872-1879)", Boletín de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo, 35 (1996), pp. 59-71.

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amor [1903], la Gesta de Sancho II de Castilla [1911] o Los cronistas de Enrique /K [1921], este último poco más que un opúsculo). Médico era, por ejemplo, Francisco Layna Serrano (1893-1971), a quien se deben sólidas investigaciones sobre el Marqués de Santillana y los Mendoza (Historia de Guadalajara y sus Mendozas en los ss. xvy xvi [ 1942]), entre muchas otras páginas relativas a la provincia de Guadalajara; no obstante, en razón de su mayor juventud, la práctica totalidad de sus escritos vieron la luz después de 1939 (entre sus principales obras sólo tienen data previa El monasterio de Óvila [1922], Castillos de Guadalajara [1933] y La arquitectura románica en la provincia de Guadalajara [1935]), por lo que nos viene bien para cerrar este apartado. Nada he dicho aún de los historiadores de la Iglesia, aunque de ella proceden muchos de los estudiosos hasta aquí citados, desde el siglo XVIII en adelante (Sarmiento, los Mohedano, etc.). El padre Luis González Alonso Getino (1877-1946), dominico especializado en la historia de su propia orden entre el Medievo y el Renacimiento, destaca por su labor editorial con el obispo Lope de Barrientes (1927).

1 3 . LA ESPAÑA DE LA POSGUERRA

A grandes trazos, éste era el panorama que se ofrecía a los ojos de un amante de las letras medievales: una breve pero ilustre nómina de medievalistas españoles, un hispanomedievalismo in crescendo en todo Occidente y varias colecciones en las que los autores medievales tenían cabida. Así siguió todo hasta la Guerra Civil, que supuso la división de la Escuela Española de Filología, marcadamente pidaliana en origen, en dos grupos: el del interior y el del exilio, nunca el de los ganadores y el de los perdedores, pues esta división simplista no resistiría el menor envite. Poco después de la contienda, se fue recuperando la perdida normalidad, a pesar de que pocos, muy pocos, de los medievalistas que permanecieron en España se habían mostrado abiertamente partidarios del bando nacional.119 Aunque poco interesa para el asunto que aquí me mueve (sí, y mucho, cuando se hace historia de la Guerra Civil),120 recordaré que hubo al menos dos grandes medievalistas que tomaron partido de una forma manifiesta: el historiador Antonio Ballesteros Beretta (1880-1949), conde de Beretta, que logró escapar con vida a pesar de hallarse atrapado en Madrid (se asiló en la Embajada de México, de donde pasó a la zona nacional, concretamente a Burgos, en 1937), y el filólogo Martín de Riquer (1914-), conde de Casa Dávalos, que huyó de la zona republicana y se integró en el Tercio de Requetés de Montserrat, unidad con la que luchó -y de modo valeroso, por cierto, de acuerdo con los documentos- en la batalla del Ebro. Acabada la contienda, este gran maestro de medievalistas, cuyo nombre ocupa merecidamente uno de los epígrafes de este panorama, siguió su propio camino al margen de tendencias y banderías, resaltando los lazos que unen las letras catalanas del Medievo con la cultura hispánica en su conjunto, y ésta con la europea. Lo veremos más adelante. En el camino, quedaron dos de los eruditos que más habían hecho por un mejor conocimiento de nuestra cultura medieval, muertos ambos por culpa del fanatismo antirreligioso: el citado beato Julián Zarco Cuevas, de la Orden de San Agustín, y el jesuita Zacarías García Villada (1879-1936), cuyo vademé119

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Para repasar el posicionamiento y la evolución ideológica de varios de ellos, recomiendo leer a Marino Gómez-Santos, Españoles sin fronteras. Madrid: Espasa-Calpe, 2000. Modestamente, éste es mi caso, como puede verse en un trabajo en que uno dos pasiones: "El Cid y los héroes de antaño en la Guerra Civil de Espafla", e-Humanista, 14 (2010), pp. 210-238.

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cum Metodología y crítica históricas (1921) marcó a varias generaciones de aprendices de medievalistas, tanto a historiadores como a filólogos. De nada sirvió que, desde 1935, este estudioso fuese miembro de número de la Real Academia de la Historia: su libro El destino de España en la historia universal (1936) les pareció a algunos razón suficiente para detenerlo y darle muerte. Si los cinco volúmenes de su Paleografía española (1929-1933) siguen siendo una importante obra de referencia, su inacabada Historia eclesiástica de España (1929-1936) nos recuerda el daño que a la cultura española le hicieron los asesinos de ambos bandos. Recordemos también que ya antes, en mayo de 1931, a resultas de los ruidos que siguieron a la proclamación de la Segunda República, fue incendiado el Colegio de los jesuítas del paseo de Areneros (hoy calle de Alberto Aguilera) y que, junto a su estupenda biblioteca, también se perdió el archivo del padre García Villada, con sus 30.000 fichas paleográficas y 2.000 fotogramas de códices medievales. Desde las trincheras del Régimen, no sólo salía la ganga erudita de un Ernesto Giménez Caballero (1899-1988), merecedor de cierta dispensa por lo mucho que hizo para implantar las Vanguardias en España:121 había maestros (injustamente relegados al olvido por su filofranquismo radical) como Fray Justo Pérez de Urbel (1895-1979), historiador de exquisita prosa que bebió de continuo en los textos literarios para hablarnos de Fernán González o la orden benedictina; o como el jesuíta Félix García Olmedo (quien solía firmar como Félix Olmedo o Félix G Olmedo), historiador de la educación española que dedicó dos bellos libros a Antonio de Nebrija (1942 y 1944). En términos generales, el Régimen buscó un nuevo marco para el desarrollo científico y humanístico, lo que, en plena Guerra, llevó a la disolución de la Junta de Ampliación de Estudios, merced a un decreto de 19 de mayo de 1938. En su lugar, nacía el CSIC el 24 de noviembre de 1939, bajo la presidencia de José Ibáñez Martín (1896-1969), caigo que ocupó hasta 1967; y con el padre José María Albareda Herrera (1902-1966) como secretario, cargo que mantuvo hasta su muerte. A pesar del aparente corte en seco con la Junta, y del marcado carácter cristiano de la nueva institución, siempre hubo una sensación de continuidad; de hecho, las instalaciones eran las mismas, situadas en los Altos del Hipódromo, en el caso de las disciplinas de orden científico, y en el antiguo Palacio de Hielo, en la calle Duque de Medinaceli, para las de carácter huma-

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Para que veamos lo compleja que ha sido siempre nuestra historia, que no responde nunca a un patrón ni se mueve por impulsos ciertos, merece la pena recordar que un tribunal presidido por Miguel de Unamuno adjudicó una cátedra de bachillerato a Giménez Caballero y suspendió nada menos que a Lapesa y al futuro gran lingüista Samuel Gili Gaya (1892-1976).

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nístico o social. Aunque no hay causa que lo explique, es preciso señalar que, al margen de los institutos de Historia e Historia de la Iglesia y de las especialidades de Árabe y Hebreo, el hispanomedievalismo no ha tenido cabida en el CSIC; de hecho, la llegada de medievalistas al Instituto de Historia de la Lengua se ha producido en fecha muy reciente. Luego lo veremos. El hispanomedievalismo tenía una escuela por excelencia, y era la de don Ramón; por eso, fue decisivo su regreso a España en el verano de 1939. Con él, literalmente arropándolo, estaban algunos de sus discípulos más fieles y capaces, pertenecientes a la que se podría considerar su segunda promoción. Éste es el caso de Dámaso Alonso y Fernández de las Redondas (1898-1990), medievalista a tiempo parcial (ahí están sus apuntes sobre las jarchas, en "Cancioncillas de amigo mozárabes" [1949], o su revelador "La primitiva épica francesa a la luz de una Nota emilianense" [1945]), como también el de Rafael Lapesa Melgar (1908-2001), medievalista antes de nada, ya fuese en su condición de experto en Historia de la Lengua o como autoridad indiscutible en poesía de cancionero, con su magistral libro La obra literaria del Marqués de Santillana (1957). Por cierto, en su tesis doctoral (Asturiano y provenzal en el "Fuero de Avilés" [1948]) se ofrece una muestra más de la comunión de intereses que siempre ha existido entre filólogos e historiadores en el apasionante ámbito de la Historia del Derecho.122 Entre los historiadores que iniciaron su actividad antes de la Guerra, el primero ya ha salido a relucir: Ballesteros Beretta, "don Antonio", que en 1906 ocupó la cátedra de Historia universal, antigua y media de Sevilla y que, en 1913, pasó, con idéntica cátedra, a la Central de Madrid. Aunque su obra como medievalista no es muy extensa (y eso que se estrenó con Sevilla en el siglo xm [1913]), su cita es obligada en razón de su Alfonso Xel Sabio (1963). Ballesteros fue, sobre todo, un generalista (con un fruto de la magnitud e importancia de su Historia de España y su influencia en la historia universal [1918-1941], en diez tomos) y un gran americanista, como lo demostró sobradamente tras acumular en Madrid (entonces se podía) una cátedra más: la de Historia de América. Entre otras tantas ideas destinadas a potenciar esta especialidad de nueva planta, dio vida al Seminario de Estudios Americanistas y apoyó decididamente al Instituto de Historia de América "Gonzalo Fernández de Oviedo", del CSIC, cuyos fondos fueron devorados por un incendio en 1979.123 122

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Quien más y mejor ha escrito sobre Lapesa y su obra filológica es María Teresa Echenique, finísima historiadora del castellano y el vasco que ha pasado revista al ideario de éste y otros maestros. Véase "Semblanza de un maestro en el centenario de su nacimiento", . Desde esa faceta lo retrata su hijo Manuel Ballesteros Gaibrois, "Maestro del americanismo: Antonio Ballesteros Beretta (1880-1949)", Quinto Centenario, 3 (1982), pp. 1-28.

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A continuación, el nombre obligado es el del prolífico Juan de Mata Carriazo Arroquia (1899-1989), discípulo de Gómez-Moreno en el Centro de Estudios Históricos, y catedrático en la Universidad de Sevilla. Sus ediciones de las crónicas del siglo xv son instrumentos de trabajo imprescindibles incluso a día de hoy, por lo que todos le quedamos agradecidos por su inmensa labor, paciente y abnegada. En la misma ciudad de Sevilla, y desde una cátedra de Instituto, inició su deslumbrante andadura como investigador de archivo Antonio Domínguez Ortiz (1909-2003), experto en Historia Moderna que, por fuerza, hubo de penetrar en los años de los Reyes Católicos, y a veces incluso más hondo, para buscar las raíces del problema converso; en este caso, hubo de alcanzar hasta Ferrán Martínez y la revuelta antisemita de 1391, como también tuvo que ocuparse de la Disputa de Tortosa de 1413-1414, de la Sentencia-Estatuto de Pedro Sarmiento de 1449, etc.124 De todos modos, sus intereses verdaderos (que nunca íueron propiamente los de un medievalista) se ponen de manifiesto en el subtítulo de su ópera prima: Orto y ocaso de Sevilla. Estudio sobre la prosperidad y decadencia de la ciudad durante los siglos xviy xvu (1946). En Madrid, Francisco Javier Sánchez Cantón (1891-1971), catedrático de Historia del Arte en la Central y director del Museo del Prado entre 1960 y 1968, se ocupó de vez en cuando de nuestro Medievo, en atención a personajes y títulos concretos: de Enrique de Villena editó el Arte de trovar (1923); de Isabel la Católica, el inventario de sus libros, cuadros y tapices (1950). Formado con Elias Tormo (que fue su director de tesis), con Gómez-Moreno y Menéndez Pidal, pocos recuerdan que Sánchez Cantón, antes de ocupar la cátedra de Historia del Arte, tuvo la de Literatura Galaico-Portuguesa en Madrid y la de Teoría de la Literatura y las Artes en Granada. Un navarro-aragonés, José María Lacarra de Miguel (1907-1987), se convirtió en el gran conocedor del Aragón medieval (para nosotros, tiene especial importancia su trabajo como editor, entre otros textos, de los Fueros de Navarra [1969-1975]) y también en el principal difusor de la cultura aragonesa de ese periodo desde su cátedra zaragozana, en la que estuvo más de cuarenta años y desde la que formó a cientos de discípulos. Tras él, vendría su discípulo Antonio Ubieto Arteta (19231990), figura trascendental para los historiadores de la literatura por haberse interesado no sólo por la historia de la Corona de Aragón, sino también por la épica castellana, en atención a La campana de Huesca (que dio a conocer en un artículo de Revista de Filología Española [1951]) y el Cantar de mió Cid (sus 124

Filias y fobias aparte, una buena guía para adentrarse en el pasado de la especialidad es la de Manuel Moreno Alonso, El mundo de un historiador Antonio Domínguez Ortiz. Sevilla: Fundación José Manuel Lara, 2009.

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principales aportaciones, básicas entre otras cosas para datar la obra, se reúnen en El «Cantar de Mío Cid» y algunos problemas históricos (1992). La generación posterior es ya la de quienes, al estallar la Guerra Civil, estaban en su primera juventud, esto es, en edad de empuñar las armas e ir al frente, como Federico Udina Martorell (1914-), uno de los grandes estudiosos de la historia catalana en el Medievo, que atendió fundamentalmente al Condado de Barcelona y a la ciudad de ese nombre; como Julio González González (19151991), maestro de medievalistas en la Universidad Complutense; o como Emilio Sáez Sánchez (1917-1988), de mención obligada en este panorama no sólo por sus ediciones, sino por su Repertorio de medievalismo hispánico (19551975) (1976), y (1955-1986) (1986), junto a Mercé Rossell. Tras ellos, va el grupo de los que no eran más que niños aquel 18 de julio,125 como el recién citado Ubieto Arteta, o como Eloy Benito Ruano (1921-), gran conocedor de la historia de Toledo y del problema converso; como Juan Pérez de Tudela y Bueso (1922-2004), experto en la gesta colombina, a caballo entre dos siglos y entre dos eras; o como el infatigable Luis Suárez Fernández (1924-), catedrático desde 1955 y medievalista avant tout. Entre los muchos miles de páginas de que consta su obra, con relación, sobre todo, al reinado de los Reyes Católicos, considero de especial importancia sus recopilaciones documentales, como los cuatro tomos relativos a la Política internacional de Isabel la Católica. Estudio y documentos (1965) o los tres de Documentos referentes a las relaciones con Portugal durante el reinado de los Reyes Católicos (1958-1963); en esta última obra, entre otros valiosos materiales, se esconde el importante momo (espectáculo o juego áulico) de la corte lisboeta con que se agasajó a los reyes portugueses en las navidades de 1500 (cuya importancia la han puesto de manifiesto numerosos expertos, desde que incidiera en ella un trabajo de Eugenio Asensio [1974]). Algunos de los exiliados volvieron con la intención de recuperar lo perdido, como Agustín Millares Cario (1893-1980), que durante largos años vio frustrada su solicitud para reincorporarse a su cátedra de Paleografía, Diplomática y Latín medieval en la Universidad Central. Al fin, cuando le fueron reconocidos sus derechos, en 1963, de nada sirvió, pues prefirió permanecer en la venezolana Universidad de Zulia, que lo contrató en 1959 y lo tuvo como profesor hasta su jubilación, acaecida en 1974; antes, entre 1939 y 1958, enseñó en la UNAM de México.126 Algunos simpatizantes declarados de la República decidieron

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Recordemos que los más jóvenes que marcharon al frente fueron los integrantes de la Quinta del Biberón, nacidos en 1920, todavía niños, como mi padre. 126 Para más detalle, véase José Antonio Moreiro González, Agustín Millares Cario: el hombre y el sabio. Las Palmas: Gobierno de Canarias, 1989.

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quedarse en España, aun a sabiendas de que les podía alcanzar alguna represalia; de todos ellos, fue a Antonio Rodríguez-Moñino (1910-1970) a quien le tocó pagar el precio más alto, pues se le incoó un expediente de depuración que lo apartó de su cátedra de Enseñanza Secundaria.127 Por fortuna, sus impresionantes conocimientos bibliográficos (que aplicó a su investigación sobre cancioneros y pliegos sueltos) le sirvieron para hacerse con la plaza de director de la biblioteca de la Fundación Lázaro Galdiano; luego, en 1960, marchó a la University of California-Berkeley, donde pasó años gozosos e hizo escuela (de sus discípulos hablaré más adelante). Como muestra de agradecimiento, el gran bibliógrafo entregó a la Bancroft Library en depósito permanente los cuatro fragmentos conocidos del Amadís medieval; del mismo modo, a la muerte de su viuda, María Brey Mariño (1910-1995), se hizo efectiva la donación de su rica biblioteca y su colección de arte a otra institución con la que se sentía igualmente obligado, la Real Academia Española, que lo nombró académico en 1966 tras vencer no pocos obstáculos. Como vemos, en la historia de nuestra cultura no faltan los cimarrones, como Rodríguez Moñino y otras figuras que cabe tildar de señeras en los dos sentidos del término. En dicha categoría cae, por su atípica trayectoria, Eugenio Asensio Barbarin (1902-1996), cuyo modesto destino como profesor de enseñanza secundaria en el Instituto Español de Lisboa contrasta con su sólida formación germánica (inducida en buena medida por Cejador y Frauca, quien lo tuvo como auxiliar de su cátedra en la Universidad Central) y sus innovadoras investigaciones, basadas con frecuencia en una riquísima biblioteca, que se dispersaría a su muerte. Entre sus muchos trabajos, los hay relativos al Medievo (como su innovador análisis formalista del paralelismo en las cantigas de amigo gallego-portuguesas y la lírica tradicional, en Poética y realidad en el cancionero peninsular de la Edad Media [1970]), aunque fue, sobre todo, un gran conocedor de la literatura espiritual quinientista y del teatro breve de los Siglos de Oro. Josep María Casas Homs (1894-1979), experto en tratadística trovadoresca catalana y castellana (editó a Luis de Averfó [1956], Pero Guillén de Segovia [1962] y Joan de Castellnou [1969]), fue también catedrático en el afamado Instituto Balmes de Barcelona, por el que había pasado antes el gran Manuel Milá y Fontanals y al que luego estuvo vinculado Guillermo Díaz-Plaja Contestí (1909-1984). El nombre de este último es de obligado recuerdo por su Historia general de las literaturas hispánicas, ya citada, a pesar de que él 127

Fue la cabeza visible de la Junta de Incautación y Protección del Tesoro Artístico; además, había prologado el Romancero general de la guerra de España, compilado por Emilio Prados, Madrid/Valencia: Ediciones Españolas, 1937.

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nunca atendió a la Edad Media de manera particular. Menos nombradla, aunque no menor mérito, tiene Eloy Díaz-Jiménez y Molleda (1885-1944), catedrático del Instituto de León que investigó algunas facetas desconocidas de autores leoneses, entre ellos alguno medieval como Clemente Sánchez de Verdal (1920). No menos sorprende el rico y diverso itinerario de Antonio Odriozola Pietas (1911-1987), bibliotecario, musicólogo, autoridad indiscutible en camelias (siempre llevaba una de estas flores a modo de corbata) y experto bibliólogo; a él debemos, entre otras perlas eruditas, un importantísimo trabajo bibliográfico sobre Antonio de Nebrija que precisa de una actualización con carácter urgente ("La caracola del bibliófilo nebrisense o la casa a cuestas indispensable al amigo de Nebrija para navegar por el proceloso mar de sus obras" [1946]).128 Ajeno por completo a los ruidos de la corte (pues nunca ocupó cátedra alguna, ni puesto oficial en organismos públicos de alta investigación, pues sólo se le dio, "a dedo", como él mismo decía, un cargo menor, el de director del Museo del Pueblo Español, en que estuvo once años, para luego causar baja voluntaria),129 el antropólogo Julio Caro Baroja (1914-1995) merece una fugaz mención porque muchas páginas de su extensa obra aparecen salpimentadas con alusiones al Medievo, aunque en puridad nunca fue un medievalista. Entre los miembros del Cuerpo de Facultativos de Archivos y Bibliotecas, una figura de enorme importancia es la de Miguel Artigas Ferrando (18871947), que dirigió la Biblioteca Menéndez Pelayo entre 1915 y 1930 (colección ésta que catalogó entre 1922 y 1927, lo que le permitió recuperar el Libro de miseria e omne [1929]) y, luego, la Biblioteca Nacional, cargo que abandonó para ocupar la recién creada Dirección General del Libro y las Bibliotecas. Destinado primero en la Biblioteca Nacional de Madrid (de la que fue nombrado director en 1917) y, luego, en la Biblioteca de Palacio (que dirigió desde 1931), Jesús Domínguez Bordona (1889-1963) fue un bibliólogo y un medievalista laborioso, que catalogó el fondo catalán de la Biblioteca Nacional (1931), preparó el catálogo de la Exposición de códices miniados españoles (1929), dio a la estampa ese bello libro (que espera una continuación actualizada de Julián Martín Abad), en dos tomos, titulado Manuscritos con pinturas. 128

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Para su obra, véase Xavier Agenjo Bullón y Julián Martín Abad, "La obra de Antonio Odriozola: aproximación bibliográfica", Boletín de Anabad, 37 (1987), pp. 579-592. Lo hecho por Odriozola en el tomo VII de la Revista de Bibliografía Nacional era ya la actualización de un trabajo previo del sevillano Pedro Lemus y Rubio en Revue Hispanique, 22 (1910), 459-508; y 29 (1913), 13-120. Al tiempo que nos informa sobre sus antecedentes familiares, Caro Baroja nos habla de sí y de esa marcada misantropía que lo llevó por otros derroteros en Los Baroja. Memorias familiares. Barcelona: Círculo de Lectores, 1986.

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Notas para un inventario de los conservados en colecciones públicas y particulares de España (1933) y editó las Generaciones y semblanzas (1924) y las Letras (1949) de Fernán Pérez de Guzmán. Página importantísima en nuestra historia cultural le corresponde al padre José López de Toro (1897-1972), que llegó a ser vicedirector de la Biblioteca Nacional y académico bibliotecario de la Real Academia de la Historia, y que, con gran mérito y escaso eco, estudió, editó y tradujo textos latinos de los años de los Reyes Católicos: mientras sus Décadas de Alonso de Patencia sólo las han superado Robert Brian Tate y Jeremy N. H. Lawrance (1998-1999), su traducción del epistolario de Pedro Mártir de Anglería [1953-1957] es obra para la que no hay sucedáneo (como curiosidad, recordaré que esta obra, que merece un facsímil, le valió el Premio Nacional de Traducción en 1956); por añadidura, él impulsó la publicación del Inventario general de manuscritos de la Biblioteca Nacional, cuyo primer tomo salió a la calle en 1953. Por su parte, Pere Bohigas i Balaguer (1901-2003), que inició su andadura como profesor de paleografía, fue bibliotecario de la Biblioteca de Cataluña y, en su larga y fértil vida, atendió, entre otros asuntos, a la leyenda artúrica en España (el prólogo a su edición de El baladro del sabio Merlín [1961] marcó época), Ausiás March o Francesc Eiximenis. En fin, aunque sólo esporádicamente penetró la barrera de 1500 (para atender a los orígenes y desarrollo del Humanismo, europeo, español y catalán), y no fue ajeno a la enseñanza universitaria (aunque, en concreto, en instituciones eclesiásticas como la Gregoriana de Roma), es forzosa la cita admirada del jesuíta Miquel Batllori (1909-2003). La formidable obra del librero Francisco Vindel Angulo (1894-1960) merece un aplauso desde nuestra vertiente, toda vez que el libro incunable, en que él fue autoridad indiscutible, es, para la mayoría de nosotros, herramienta de trabajo inexcusable. Sólo por la serie de diez tomos (en nueve volúmenes, agrupados por provincias), en gran formato y profusamente ilustrados, de El arte tipográfico en España durante el siglo xv (1945-1954), de gran belleza y valor bibliográfico y literario, merece aquí nuestro recuerdo admirado y agradecido.

1 4 . MARTÍN DE RIQUER Y OTROS MAESTROS

Quienes llevaron las riendas de la especialidad en la universidad española de Posguerra eran, lo repito, discípulos directos de don Ramón o, más bien, convendría llamarlos nietos intelectuales. Citaré sólo a los que fueron medievalistas avant tout o dejaron una extensa obra en nuestra especialidad. Entre todos ellos, sobresale un gran romanista, Martín de Riquer, cuya bibliografía es sencillamente apabullante en cantidad y calidad en una gran variedad de materias; en varias de ellas, su magisterio es reconocido a nivel mundial: [1] en trovadorismo occitano (Los trovadores [1975] continúa ocupando la primera plaza entre todas las obras que atienden a los poetas del Midi), [2] en épica francesa y occitana {Los cantares de gesta franceses [1952], un libro de conjunto, ampliado en la versión francesa [1968]) o [3] en román courtois entre Chrétien de Troyes (la primera traducción del escritor francés fue obra suya, concretamente un Perceval para la colección Austral [1961]) y el Quinientos español. En atención a la literatura peninsular, Riquer ha escrito miles de páginas de la mayor calidad [1] sobre la ficción caballeresca (con especial atención al Tirant lo Blanch, que ha editado en varias ocasiones [1947 y posteriores] y ha estudiado en un par de ensayos: Aproximació al Tírant lo Blanc [1990] y Tirant lo Blanch, novela de historia y de ficción [1992]), [2] sobre las diversas formas de la literatura militar (como editor y estudioso de las cartas de batalla, carteles de desafio, actas de pasos de armas, tratadística militar..., todo ello luego compendiado en un maravilloso libro de carácter divulgativo, Caballeros andantes españoles [1967]) y [3] sobre el Quijote (con una edición que suma méritos y virtudes de toda índole filológica, a la que se unen dos magníficas guías para no iniciados). Su magisterio es indiscutible tanto en el caso de [1] la literatura catalana (Historia de la literatura catalana [1964-1966 y ss.]), [2] la literatura española (siempre en la órbita cervantina), [3] la literatura francesa (ya queda dicho), [4] la literatura occitana (lo acabo de demostrar), [5] en toda la variedad y con las diversas formulaciones de las literaturas románicas y, al final del recorrido, [6] en literatura universal (célebre es su Historia de la literatura universal [19571959], con José María Valverde [1926-1996], a quien, en esta estupenda obra, correspondió ocuparse de la literatura moderna y contemporánea). Todas ellas las ha enfocado con un prisma tan comprehensivo como preciso, dada la amplitud de sus conocimientos y su rigor al aquilatar el menor de los datos (en ese

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sentido, sus notas al Quijote constituyen el mejor de los ejemplos de su particular modo de hacer alta Filología).130 La Filología Hispánica propiamente dicha tiene otro nombre en Cataluña: Joan Corominas (1905-1997). Su marcado sentir nacionalista (que exhibió con espíritu militante durante los años de la Dictadura, bien es verdad que cómodamente parapetado tras su pasaporte estadounidense, pues por muchos años fue profesor en la University of Chicago) le llevó a prestar atención preferente a la cultura catalana; sin embargo, su formación como sólido romanista (junto a Menéndez Pidal, en España y Jakob Jud, en Suiza) y una energía que a todos se antojaba inagotable le llevaron a concluir el Diccionari etimológic i complementan de la llengua catalana (1980-1991), al mismo tiempo que daba a la luz el Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico (1980-1991), junto a José Antonio Pascual. Si sus trabajos como lingüista suscitan un interés generalizado, su labor editorial con el Libro de buen amor es labor que atañe, antes que a nadie, al hispanomedievalista; con todo, su teoría de una doble redacción cuenta con pocos adeptos, al igual que su empeño en retocar los versos mixtos de7 + 8 y 8 + 7 sílabas, pues en su parecer son ajenos a la pluma de Juan Ruiz, y en dar como auténticos tanto los alejandrinos como los que se acogen al patrón 8 + 8. Si a ello unimos una larga relación de despistes ecdóticos y errores interpretativos abundantes, se concluye que Juan Ruiz derrotó al erudito catalán. Desgranemos los nombres de una generación de grandes maestros, capaces de desarrollar una labor de gigantes en condiciones inicialmente adversas. Con un criterio puramente cronológico, abro la lista con José Manuel Blecua Teijeiro (1913-2003), estupendo editor de textos medievales (don Juan Manuel, Juan de Mena, Fernán Pérez de Guzmán o Pero Marcuello) y áureos. La relación sigue con Francisco López Estrada (1918-2010), mi maestro, fallecido cuando concluía este trabajo, a quien etiquetaría automáticamente como medievalista (experto en épica, cuaderna vía, prosa de orígenes, teoría literaria cuatrocentista, romancero, etc., y autor de una útilísima Introducción a la literatura medieval española [1952], que revisó en numerosas ocasiones) quien no conociese el resto de su amplia y necesaria obra, que pasa por los Siglos de Oro y alcanza a muchos de los grandes autores del siglo xx (Ramón Gómez de la Serna, Juan Ramón Jiménez.. .).131 Aunque José Simón Díaz (1920-) nunca fue medievalista, su inclusión en esta lista de grandes maestros del medievalismo se justifica

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Para una semblanza y los diversos ingredientes de su impresionante obra erudita, véase "Martín de Riquer: investigación filológica e historia de una cultura", en Anthropos: Boletín de información y documentación, 92 (1989). Léase la autobiografía que precede (pp. 15-37) a la bibliografía comentada de Ángel Gómez Moreno y Javier Huerta Calvo, "Francisco López Estrada: retrato y semblanza

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por haber desbrozado el camino a cuantos lo eran o querían serlo al poner a su disposición los volúmenes II y III de su Bibliografía de la literatura hispánica (1951 y ss.). El caso de Manuel Alvar (1923-2001) causa asombro, pues sumaba una fortaleza sobrehumana a una sabiduría enciclopédica, lo que le permitió frecuentar -¡y cómo!- la literatura medieval (épica y poemas de clerecía, poesía de cancionero, romancero, poesía sefardí...) y otros tantos campos, mientras desarrollaba una monumental obra en Geografía Lingüística. Famoso por su portentosa memoria y sus infinitas lecturas, José Fradejas Lebrero (19242010) ha ahondado como nadie en el estudio del cuento, desde la Antigüedad hasta el presente.132 Por su parte, José Luis Pensado Tomé (1924-2000) unía su competencia como editor de obras castellanas y gallegas de la Edad Media (como el Tratado el albeitaría [2004] y un Livro de Tristón fragmentario [1962]) a su sólida formación como historiador de la lengua. Estudiosos hay que merecen una mención de honor por despacharse con un título significativo en el momento preciso, caso éste del romanista Andrés Soria Ortega (1922-2007), cuyo libro Los humanistas de la corte de Alfonso el Magnánimo (1956) es aún imprescindible; del mismo modo, hay que recordar al historiador José Antonio Maravall (1911-1986), que en las contadas ocasiones en que bajó a los siglos medios lo hizo para escribir una obra tan discutible y tan necesaria, al mismo tiempo, como El mundo social de "La Celestina" (1964). Del mismo modo, aunque no era medievalista, hay un par de aportaciones de Fernando Lázaro Carreter (1923-2004) de cita obligada: el prólogo al volumen modernizado de Teatro medieval (1958) y un artículo de los que hacen época: "La poética del arte mayor castellano" (1972). Hay que aplaudir de nuevo a los profesores de Enseñanza Secundaria que, en circunstancias cada vez menos favorables (desde la Reforma Villar Palasí para acá),133 más activos se han mostrado en sus investigaciones, como José María Azáceta y García de

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de un claro varón", en Cuadernos de Investigación de la Literatura Hispánica, 32 (2007), pp. 39-83. Con este gran maestro se han formado también otros medievalistas, como Fernando Gómez Redondo, e investigadores que conjugan los estudios de Edad Media con otros sobre los Siglos de Oro, como Víctor Infantes y Ana Vian. Una de sus líneas de investigación, las artes cinegéticas del Medievo, ha sido continuada por su hijo, José Manuel Fradejas Rueda, máxima autoridad en la materia. Formado en el tardofranquismo, en un Instituto Nacional de Bachillerato del barrio obrero de San Blas, al Este de Madrid (en el INB Gómez Moreno, para ser más preciso, así llamado a mayor gloría de don Manuel, no de un servidor), nadie puede negarme las virtudes de aquel sistema educativo, eficaz, democrático y meritocrático. Cuando reparo en el presente y oigo hablar a políticos y pedagogos (formados casi todos ellos, para más inri, en centros privados), me descompongo. Suscribo, por ello, punto por punto, el Panfleto antipedagógico. Barcelona: El Lector Universal, 2006, de Ricardo Moreno Castillo (hay edición de libre acceso en la Red).

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Albéniz, que, al tiempo que enseñaba en una Universidad Laboral (más tarde, Instituto Nacional de Enseñanzas Integradas), llevó a cabo una inmensa labor con la poesía de cancionero (como editor del Cancionero de Baena, el Cancio-

nero de Gallardo y el Cancionero de Juan Fernández de Ixar, y de varias antologías publicadas en los años ochenta). Herederos de don Ramón en todos los sentidos, al compartir método y sangre, fueron su hijo Gonzalo Menéndez-Pidal y Goyri (1911-2008), historiador de la Edad Media que buscó apoyo en la literatura del periodo, y dos filólogos de los que dejan huella: su sobrino-nieto Alvaro Galmés de Fuentes (19242003) y su nieto Diego Catalán Menéndez-Pidal (1928-2008). El primero, durante los largos años que pasó en la Universidad de Oviedo, logró formar un grupo de expertos en la edición de textos aljamiados; además, escribió un par de libros sobre el influjo de la épica árabe en la castellana (1978 y 2002) y otros dos en que analiza las jarchas en el contexto de la lírica románica (1994 y 1996). En cuanto a "Diego", como lo llamaban sus discípulos de la Universidad Autónoma de Madrid (Inés Fernández-Ordóñez, Óscar Mariano de la Campa, Juan Bautista Crespo o María del Mar Bustos), la University of California-San Diego (Suzanne Petersen) y el Seminario Menéndez Pidal (Jesús Antonio Cid, Ana Vian, Jon Juaristi, Ana Pelegrín, José Manuel Pedrosa...), cabe decir que poseía una inteligencia excepcional, sólo comparable a su capacidad para transmitir ideas y fascinar a cuantos las oían. Nunca con tanta razón como en su caso puede decirse que logró hacer escuela; además, ha dejado una bibliografía rica de veras, con ediciones de sorprendente pulcritud y estudios tan profundos como rigurosos, relativos en la mayoría de los casos a materias tan característicamente pidalianas como la épica, el romancero y las crónicas. A partir de los años cincuenta, los viajes al extranjero de unos (casi siempre en calidad de profesores visitantes)134 y las estancias cada vez más prolongadas en España de los otros sirvieron para reforzar los lazos nunca rotos con lo que comúnmente se llamaba "el exilio"; mucho más difícil, en cambio, era el retorno de quienes lo formaban, toda vez que el Régimen no estaba dispuesto a reponer a los expedientados en las contadas cátedras (ya cubiertas, por cierto) que tenía dotadas el Ministerio de Educación y Ciencia.135 En ese ambiente de admiración 134

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El más madrugador de todos fue Lapesa, invitado por su antiguo profesor, Américo Castro, a pasar un curso académico como visiting professor en Princeton. Corría el año 1948, como recuerda en "Semblanza de Américo Castro", Homenaje a Américo Castro (Madrid: Universidad Complutense, 1987), pp. 121-134; luego, recogido en Generaciones y semblanzas de filólogos españoles. Madrid: Real Academia de la Historia, 1998. El texto es delicioso y de lectura obligada, como los demás que recogió en este volumen. Si nada se procuraba, el retorno era problemático pero posible, como lo demuestra el caso del gran estratega del Ejército Popular de la República, el general Vicente Rojo

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a los grandes maestros de dentro y fuera, nació el moderno medievalismo, que experimentó un desarrollo inusitado a partir de los años setenta, gracias a una nómina de estudiosos que acaban de jubilarse o se acercan al retiro; tras ellos, van sus discípulos, cuya edad oscila, aproximadamente, entre los cincuenta (éste es mi lugar, por haber nacido en 1959) y los sesenta años, como luego podrá verse de manera pormenorizada. Momento es, no obstante, de volver a los hispanomedievalistas foráneos, pues durante largas décadas constituyeron el eslabón más fuerte de una larga cadena que abarca desde el protomedievalismo del siglo xvi hasta las últimas hornadas de medievalistas veinteañeros. Antes de nada, siento la necesidad de preguntarme cuáles han sido las causas del desarrollo de nuestra disciplina de entonces para acá, semejante, a decir verdad, al experimentado por la mayoría de las disciplinas en casi todos los campos del saber Todo lo facilitó (y hablo desde mi experiencia) un caldo de cultivo inmejorable: una Enseñanza Secundaria de alto nivel en la que había grandes maestros, que no pocas veces acababan ocupando alguna plaza universitaria (como Rafael Lapesa y José Manuel Blecua, como Andrés Amorós y Alberto Blecua, como Joaquín Rubio Tovar y Fernando Gómez Redondo, por poner ejemplos de tres generaciones distintas), aunque normalmente alcanzaban la edad de jubilación como catedráticos en algún Instituto Nacional de Bachillerato (como los citados Eugenio Asensio o José María Azáceta, en el pasado, o como Antonio Carreira, jubilado en fecha reciente).136 También los manuales (firmados frecuentemente por maestros indiscutibles, como Gonzalo Torrente Ballester [1910-1999], Eugenio de Bustos Tovar [1926-1996],137 José Manuel Blecua

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(1894-1966), que volvió a España en 1957, tras trabajar en Argentina y Bolivia como asesor militar. Menos extraña que el coronel Segismundo Casado (1893-1968), al volver a España, pretendiese el reconocimiento de su empleo y su reingreso en el ejército. De los intelectuales, es significativa la vuelta de Américo Castro a Madrid en 1969, ya jubilado. El principal escollo derivaba del hecho de que, por aquellos años, sólo existía la figura funcionarial del catedrático (faltaba mucho para que naciesen las categorías del adjunto y agregado); de hecho, el resto del profesorado, contratado y retribuido con salarios misérrimos, dependía del visto bueno del catedrático y carecía de cualquier estabilidad. Si comparamos esta situación con la que los filólogos exiliados tenían en Estados Unidos, donde casi todos acabaron recalando (con plaza de full-professor, tenure o permanencia y unos sueldos estratosféricos para los españoles de entonces), se entiende no sólo que permaneciesen en ese país, sino que se nacionalizasen norteamericanos, como ocurrió en la mayoría de los casos. Experto en Góngora de reconocido prestigio, Carreira se ha asomado al Medievo de refilón, y poco más. Desde su especialidad segunda, la de folklorista, ha escrito páginas muy valiosas para nuestra especialidad. Poco importa que algunos de estos manuales, como los de Torrente Ballester y Bustos, correspondiesen a la asignatura de Formación del Espíritu Nacional: lo único que a uno

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Teijeiro, Fernando Lázaro Carreter, Evaristo Correa Calderón [1899-1986] o Vicente Tusón Valls [1934-1999]) ayudaban lo suyo por su indiscutible calidad y, vistos desde nuestra particular orilla, por reflejar los hitos de nuestra literatura medieval, a pesar de que la parte principal les correspondía al Siglo de Oro, al Realismo y a la Generación del Noventa y ocho.138 En último término, un factor de primerísima importancia fue la presencia de varias editoriales españolas, nacidas mayoritariamente entre los años de la inmediata Posguerra y la década de los ochenta. Algunas de ellas han ido dejando un formidable legado, como Bruguera (nacida en 1910, como El Gato Negro, y desaparecida en 1986, para resurgir con el Grupo Zeta en 2006), Gredos (adquirida por RBA en 2006), Anaya-Cátedra, Revista de OccidenteAlianza (absorbida por el grupo anterior), Castalia (comprada en 2008 por Edhasa), Crítica-Grijalbo, Taurus-Alfaguara-Aguilar, Alhambra (absorbida por Longman), Akal, Siglo XXI, Siruela, Anagrama, Turner, Dickinson, Fundación Antonio de Castro y otras tantas, cuyas series y colecciones se han cuidado de reservar un espacio específico para las letras medievales. En paralelo, tanto las prensas universitarias como las editoriales vinculadas a organismos públicos o a fundaciones privadas se han ocupado debidamente de nuestra especialidad. Por desgracia, los cambios inducidos por la tecnología, que afectan de manera muy directa a los canales de transmisión del saber (para bien y para mal, Internet está en todo, y con deseos de acabar acaparándolo todo), y la actual crisis económica, especialmente virulenta en España, han llevado al cierre de algunas de estas editoriales, a su venta a grupos menos sensibles respecto de la alta cultura, o al desarrollo de políticas de empresa mucho más comerciales (lo que para nada beneficia a un mercado con un número de lectores, reales y potenciales, reducido, como es el nuestro), etc. Los tiempos no son buenos, pero la desesperación queda tan lejos que ni siquiera vislumbramos su silueta. Dispuestos a conjurarla, cerraré este panorama -lo anticipo- con una nueva salutación del optimista.

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le queda en el recuerdo es la bella selección de fragmentos literarios y el no menos bello hilván, ideológicamente aséptico en su mayor parte. Tan escuetos brochazos como doy deben reforzarse con el repaso minucioso, y de recorrido mucho más largo, de Leonardo Romero Tobar, "Entre 1898 y 1998: la historiografía de la literatura española", en Víctor García Ruiz, Rosa Fernández Urtasun y David K. Herzberger, eds., Rilce, 15 (1999) [Del 98 al 98. Literatura e historia literaria en el siglo xix hispánico], pp. 27-49.

1 5 . E L HISPANISMO ESTADOUNIDENSE Y SU RAMA MEDIEVAL

Cuando Miguel Romera Navarro calibró por vez primera la magnitud del hispanismo norteamericano - y hace de ello casi un siglo-, éste tenía unas dimensiones muy reducidas, pero daba ya para un grueso volumen: El hispanismo en Norte-América. Exposición y crítica de su aspecto literario (1917).139 El número de páginas que alcanza (nada menos que 451) se explica al comprobar que dedica todo un capítulo o un largo excurso a las figuras que en su opinión lo merecen; además, aprovecha para hacer una laus Hispaniae y hasta para trazar un retrato prosopográfico y etopéyico de los españoles. El autor, profesor de la University of Pennsylvania, celebra el hecho de que, a esas alturas, el hispanismo norteamericano comparta ya la primacía con el francés y de que en ningún lugar del mundo haya nada parecido a la Hispanic Society of America, el sueño realizado de Archer Milton Huntington (1870-1955), el rico filántropo que la fundó en 1904 sobre terrenos del Audubon Park, entre las calles 155 y 156 de Nueva York. De continuo, en ese libro aflora el orgullo patriótico: el pesimismo de la pérdida de las posesiones de Ultramar tiene ahora su antídoto en el optimismo que los españoles sienten por la buena salud de que goza su economía. Esa bonanza - l o sabemos de sobra- pronto se eclipsaría, pues era fruto de nuestra neutralidad durante la Gran Guerra. Al hacerse la paz, España quedó orillada de nuevo. Vengamos a fechas más recientes, aunque cada vez que lo considere preciso volveré al pasado para buscar las raíces de algunos fenómenos culturales activos a día de hoy, como la publicación de ciertas revistas de reconocido prestigio. En un artículo trasatlántico de significativo título, "El hispanismo entre dos orillas", Julio Ortega ha sabido tomar el pulso al importante hispanismo norteamericano; para ello, se apoya en hitos como la publicación, en Baltimore, del primer número de Modern Language Notes (1886), que dedicaba parte de su espacio a la literatura española. El nacimiento de Hispania. A journal devoted to the interests of the teaching of Spanish and Portuguese (1917), órgano de difusión de la American Association of Teachers of Spanish and Portuguese, fue un hecho de la mayor importancia, pues ofreció un punto de 139

Véase ahora Richard Kagan, ed., Spain in America. The Origins of Hispanism in the United States, Urbana/Chicago: University Press of Illinois, 2002.

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encuentro a sus socios, que forman una nómina inabarcable de profesores de español ligados a la High School, a algún College o a la Universidad, desde Alaska hasta Texas, desde New Hampshire hasta las Islas Hawái. El tercer mojón lo sitúa Ortega en 1983, año en que Brown University, la institución en la que él enseña, acogió a los asistentes al primer Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas.140 El desarrollo de los estudios relativos a nuestro Medievo literario en Estados Unidos merecería varios libros, consideradas su magnitud e importancia;141 de hecho, nuestra especialidad se halla implantada en la mayor parte de las aproximadamente tres mil instituciones con que cuenta el sistema universitario norteamericano y dispone de un espacio propio en un largo número de revistas de indiscutible prestigio. Algunas pertenecen al ámbito del hispanismo, como Hispanic Review (1933), animada desde la University of Pennsylvania; otras al de la Romanística, como Romance Philology (1947), nacida y desarrollada en la University of California-Berkeley, aunque desde hace años la editorial Brepols se encarga de su gestión; o como Romance Notes (1959), que depende de la University of Carolina-Chapel Hill. Revistas hay que atienden al medievalismo en toda su amplitud, a la manera de Speculum (1926), publicada por la Medieval Academy of America, que tiene su sede en Cambridge, Massachussets; o como Viator (1971), revista del Center for Medieval and Renaissance Studies de la UCLA, gestionada también por Brepols. Entre todas las revistas, sobresale una por serlo de nuestro ramo específico: se trata del órgano de difusión de los hispanomedievalistas de la Modern Language Association, que nació en 1972 con un modesto formato, aunque pronto alcanzaría la categoría de referee.142 Claro está que me refiero a La Coránica. A Journal of Medieval Hispanic Languages and Cultures, que ha tenido la fortuna de contar con prudentes editores, desde su creación hasta la actualidad, en que lleva las riendas la dinámica y aguda Sol Miguel-Prendes. Junto a esta publicación semestral, hay que colocar empresas eruditas unipersonales arribadas a buen puerto, como Celestinesca, revista dedicada íntegramente a la obra de Fernando de Rojas y a su herencia literaria. Como cualquier medievalista sabe, esta publicación fue creada por Joseph Snow en 1977, pero en poco tiem140

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En el número especial sobre Hispanismo, ya citado, del Boletín de la Fundación Federico García Lorca, 33-34 (2003), pp. 117-124. Joseph O'Callaghan atiende a nuestra especialidad en un contexto más amplio, redactado a modo de guía, en "Los estudios medievales en los Estados Unidos y el Canadá", Medievalismo Boletín de la Sociedad Española de Estudios Medievales, 4 (1994), pp. 199-214. En España, aún no se han enterado de este hecho algunos de los responsables de confeccionar las listas de revistas de Humanidades por orden de importancia o "impacto".

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po logró alcanzar y, lo que más importa, mantener unos estándares inobjetablemente elevados; en fecha reciente, y por voluntad del propio investigador, la Universidad de Valencia le ha tomado el relevo. Por iniciativa de Antonio Cortijo Ocafia y con apoyo de la University of California-Santa Barbara, desde 2001 se publica también una revista electrónica tan prestigiosa como conocida, eHumanista. Journal of Iberian Studies, que se ocupa del Medievo y Renacimiento peninsulares en toda su extensión. Entre tanto docente e investigador capaz de veras, nacido o crecido en aquellas tierras, se percibe el devenir de algunas escuelas de medievalistas (directa o indirectamente pidalianas casi todas ellas). En primer lugar, hay que aludir a la constituida por Antonio García Solalinde en la University of Wisconsin-Madison, continuada por sus discípulos Víctor Rudolph Bernhardt Oelschláger (1909-1993), James Homer Herriott (1895-¿?) y, sobre todo, Lloyd A. Kasten (1905-1999), el único de los tres que siguió en activo hasta poco antes de cumplir noventa años. Luego, para llevar a cabo algunos de los ambiciosos proyectos soñados por el propio Solalinde, Kasten se apoyó en su discípulo John J. Nitti, último de los directores del Seminary of Medieval Spanish Studies vinculados a esa institución académica del Midwest; de hecho, desde hace unos años el Seminary tiene su sede en la Hispanic Society de Nueva York y su director es John O'Neill, quien también dirige su biblioteca.143 Otra escuela de la mayor importancia es la de Américo Castro, en Princeton y en San Diego-La Jolla,144 prolongada gracias a discípulos como Stephen Gilman (1917-1986), en Harvard University. Las teorías de Gilman se beneficiaron de la llegada a Cambridge de un neocastrista heterodoxo y esforzado, brillante y original, Francisco Márquez Villanueva (1931-), que se incorporó en el curso 143

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Al respecto de este equipo y su labor, véase Charles B. Faulhaber y Ángel Gómez Moreno, "De BOOST a BETA: de Madison a Berkeley", en Pedro M. Cátedra, ed., Códices literarios españoles (Edad Media) Congreso Internacional de la Fundación San Millón, 28 de noviembre a 1 de diciembre de 2007 (San Millán: Cilengua/Ministerio de Cultura/Sociedad Estatal para la Conmemoración de Centenarios, 2009), pp. 281290. De Dennis P. Senniff es "Antonio García Solalinde (1892-1937): A Commemorative Bibliography", La Coránica, 17 (1988), pp. 109-115. Don Américo fue la cabeza visible del medievalismo de la diàspora a causa de la Guerra Civil, como se ve en su homenaje de la Universidad Complutense (1987) y en el que le hizo la University of Wisconsin-Madison (1988), con motivo de su centenario; junto a él, hay que poner a otro medievalista que lo fue por un solo libro: Pedro Salinas y su Jorge Manrique o tradición y originalidad, Buenos Aires: Sudamericana, 1947. Para sus prejuicios respecto de la poesía amatoria, inaceptables a día de hoy, véanse mis comentarios introductorios a este libro y mi prólogo a Jorge Manrique, Poesías completas. Madrid: Alianza Editorial, 2000. Aunque podía haber regresado a España mucho antes, sólo lo hizo en 1968, acuciado por su mujer.

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académico 1958-1959 y, tras una fugaz estancia en Canadá, volvió para quedarse definitivamente en Harvard.145 Allí se le encuentra, siempre atareado, en su despacho de la Widener Library.146 Discípulos suyos, y por tanto, nietos intelectuales de don Américo, son dos investigadores puertorriqueños, Luce LópezBaralt y el joven Luis Girón Negrón, cuya competencia en materias tan diversas como el latín, el hebreo, el árabe (y sus respectivas culturas), los Estudios Teológicos y hasta el Álgebra Abstracta (que, por cierto, también ha enseñado en Harvard) refuerzan su formidable formación como hispanomedievalista. Por largo tiempo, la University of Califomia-Berkeley tuvo la preeminencia indiscutible en el hispanomedievalismo norteamericano, lo que fue posible gracias a la coincidencia en tiempo y lugar de varias figuras de renombre: el primero de todos es el imponente Yakov Malkiel (1914-1998), que llegó a la Bay Area en 1942 y que, un lustro después, fundaba la prestigiosa Romance Philology.ul Cerca, y sólo eso, anduvo María Rosa Lida de Malkiel (19101962), discípula dilecta de Amado Alonso (1896-1952), discípulo éste, a su vez, de Menéndez Pidal.148 A cuantos conocen su vida al detalle y admiran su sólida obra (un servidor se cuenta entre ellos), les duele su peregrinar de universidad en universidad, ya que, en aquellos tiempos, las leyes de California impedían que marido y mujer enseñasen en la misma institución; de ese modo, Malkiel cerró el paso a Berkeley a su brillante esposa. Aunque este insigne lingüista no trabajó sino de forma indirecta con la literatura castellana, la labor editorial de María Rosa con los originales inéditos (manuscritos, en la mayor parte de lo que yo alcancé a ver en su día) justificaría por sí sola su inclusión en

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En el volumen especial que Anthropos, 137 (1992), dedicó a Márquez Villanueva puede leerse una autobiografía deliciosa (pp. 12-28). Aunque ha atendido a tantos otros asuntos, es medievalista en origen, pues su tesis doctoral (1958), dirigida por López Estrada, versó sobre Juan Álvarez Gato (1960); añádanse, además, sus estudios acerca de Hernando de Talavera (1961), la leyenda del Apóstol Santiago (2004), Alfonso X (1994 y 2004) o la Celestina (1993). En la estela de don Américo se mueve también María Rosa Menocal, con un libro de título elocuente: The Ornament of the World: How Muslims, Jews and Christians Created a Culture of Toleranee in Medieval Spain. Boston: Little, Brown & Co., 2002. Véanse las pinceladas biográficas y autobiográficas de Yakov Malkiel en Yakov Malkiel y Francisco Rico, "Breve autobibliografia analítica", Anuario de estudios medievales, 6 (1969-1972), pp. 609-639. La admiración hacia don Ramón es patente en la necrología laudatoria (frente a otras, muy propias de él, de contenido cáustico) escrita por Malkiel, "Era omne esencial", Romance Philology, 33 (1970), pp. 371-411. También me parece revelador que el número especial de esa misma revista dedicado a la memoria de su esposa (concretamente el 17 [1963]) se abra con una carta de don Ramón, seguida de un sobrecogedor obituario escrito por el propio Malkiel (pp. 9-32) y la bibliografía de la estudiosa (pp. 33-52).

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este panorama;149 pero además, supo insuflar en sus discípulos más directos la pasión por los textos en un sentido muy amplio, como se desprende de la obra de Jerry R. Craddock o Steven Dworkin, nietos intelectuales de la vieja Romanística centroeuropea. Estos dos estudiosos y Máximo Torreblanca Espinosa (193 8-) se cuentan entre los contados especialistas en Historia de la Lengua Española que permanecen en activo (aunque sólo Dworkin lo esté, dada su mayor juventud, como docente) en Norteamérica. Otro potente revulsivo para los Estudios Medievales y Áureos en esta institución pública del Estado de California fue la presencia de Antonio Rodríguez Moñino en calidad de lecturer (1960-1961 y 1963-1964) y, desde 1966 hasta su fallecimiento, como professor. Durante este tiempo, dirigió las tesis doctorales de dos expertos en Siglo de Oro, Rosalind J. Schwartz y Julián J. Randolph, y, por lo que aquí interesa, la de una medievalista: Louise O. Vasvari. Discípulo predilecto de don Antonio, por lo que luego se encargaría de actualizar su Diccionario de pliegos sueltos (1970), es Arthur L. F. Askins (la tarea a la que me refiero la llevó a cabo con Víctor Infantes [1997]). El sabio bibliógrafo y bibliófilo, campeón en el estudio de pliegos sueltos, cancioneros y romanceros, ejerció verdadera fascinación sobre todo el alumnado, como también sobre el propio claustro académico. Unos y otros hablan aún de los años dorados de Berkeley, marcados por los tres "Mo": Edwin Seth Morby (1909-1985), gran experto en literatura áurea; José Fernández Montesinos (1897-1972), de profunda formación generalista; y Antonio Rodríguez Moñino. 150 Recordemos que, como muestra de su agradecimiento, este maestro de bibliógrafos dejó en la Bancroft Library de la University of California, en depósito permanente, cuatro fragmentos del Amadís medieval, único testimonio directo que nos ha llegado de una obra que media España letrada declara haber leído en los siglos xiv y xv. No quiero concluir las referencias al pasado de esta institución californiana sin aludir a la profesora Dorothy Clotelle Clarke (1908-1992), nombre que alternaba con el de Dorothy Clarke Shadi (éste era su apellido de casada, con el que era más conocida entre estudiantes y colegas), segunda mujer que logró entrar en el Department of Spanish & Portuguese y primera que se hizo acreedora de justa fama por sus finos estudios métricos, centrados, primordialmente,

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En A Tentative AutobibliographyYakov Malkiel, Berkeley-Los Angeles: University of California Press, 1988-1989 (volumen especial de Romance Philology) ocupa toda una sección, la n. XV, "The Literary Legacy of Maria Rosa Lida de Malkiel", pp. 127-133. En 1996, el Prof. Luis Monguió contó la historia del Department of Spanish & Portuguese de la UCB a otro profesor, John H. R. Polt, lo que cuajó en Memorias de un hombre de acción y pensamiento. Berkeley: The Bancroft Library, 2003.

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en la poesía de cancionero. Sus dos libros sobre la materia, conocidos por todo especialista, son A Chronological Sketch of Castilian Versificaron (1952) y Morphology ofFifteenth-Century Castilian Verse (1964). A día de hoy, el hispanomedievalismo en Berkeley conserva un gran nombre, el de mi querido compañero de fatigas, Charles B. Faulhaber, que inició su andadura en esa institución poco antes de cumplir los veintiocho años. Es una lástima que, en la última década, sus muchas obligaciones como director de la Bancroft Library lo hayan apartado (parece que definitivamente) de una labor docente especialmente fructífera. Por fortuna, Joseph J. Duggan, profesor de francés y literatura comparada en Berkeley, sigue desarrollando una intensa actividad con respecto a la épica francesa (con su monumental edición de la Chanson de Roland en tres tomos [2005]) y, de paso, la épica española, en atención al problema de la oralidad y otros asuntos (The "Cantar de mió Cid": Poetic Creation in its Economic and Social Contexts [1989]). De los jóvenes que por allí han pasado (como estudiantes graduados o como assistant o associate professors) y de los que allí quedan me ocuparé en otros momentos. Cuando escribo estas líneas, sigue activo en la University of CaliforniaDavis el último gran pidaliano de Norteamérica, Samuel G. Armistead (1927-), brillante y prolífico estudioso de la épica, de las crónicas, del romancero, de la lírica tradicional y de las jarchas (durante años, en todas esas tareas le acompañó, casi por principio, su gran amigo Joseph H. Silverman [1924-1989]).151 Por su capacidad como investigador y su característica bonhomía, "Sam" ha hecho escuela no sólo en casa sino a miles de kilómetros de distancia, ya sea en cualquier punto de Norteamérica, de Europa o en cualquier otro rincón del orbe. En España, por ejemplo, ese gran comparatista que es José Manuel Pedrosa se refiere a él, a Margit Frenk, a Diego Catalán y a Julio Caro Baroja como sus maestros, porque ha crecido intelectualmente junto a ellos, aunque en realidad no haya estudiado con ninguno de los tres.152 Competente por igual en todas las ramas del romancero (viejo y oral, peninsular, sefardí o americano), Armistead hace las veces de faro para quienes trabajan en cualquier tema a ellas relativo. Aún añadiré que, fiel también a quienes fueran sus maestros (lo que le honra y lo que, en este caso concreto, acerca su figura a la del siempre leal Rafael Lapesa), Armistead continúa recordando, en sus escritos, en sus clases y en sus char151

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Discípulo de Américo Castro en Princeton, no siguió la nueva ruta que su maestro tomó en el exilio, sino la previa, que llevaba hasta el proyecto original de don Ramón, su abuelo intelectual en definitiva. Conscientemente, he dejado fuera a los dos poetas-profesores: a Jorge Guillén, porque no fue medievalista, y a Pedro Salinas, citado en nota previa, porque, vinculado a un College como estaba (aunque fuese el exclusivo Wellesley College), no podia formar expertas (toda vez que se trata de una institución femenina) en el Medievo.

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las, a su admirado Américo Castro, de quien sabe dar el mejor de los retratos que quepa imaginar. No quiero olvidarme de otros grandes nombres, como Agapito Rey (18921987), estudioso de la leyenda troyana y de la literatura gnómica medieval, o como Otis H. Green (1895-1961), que alternó los Estudios del Siglo de Oro y Edad Media; sobre este periodo versan dos importantes trabajos: Courtly love in the Spanish cancioneros (1949) y su postumo Spain and the Western Tradition: The Castilian Mind in Literature from El Cid to Calderón. (1963-66). Una figura de notable relevancia es la de Raymond S. Willis (1906-1991), nacido en México, crecido en México D. F. y en Barcelona, y vinculado a Portugal como agregado militar tras la Segunda Guerra Mundial; en su biografía, lo que más importa es que, antes y después de la guerra, estuvo ligado a Princeton como profesor de español y que, en esa institución, desarrolló una amplia obra relativa al Libro deAlexandre y sus relaciones con el Román d'Alexandre francés y la Alexandreis latina de Gautier de Chátillon. Otro gran especialista fue Aurelio Macedonio Espinosa, Jr. (1907-2004), experto folklorista que heredó la afición de su padre, a quien ya hice referencia arriba; a la generación inmediatamente posterior pertenecen investigadores como Jules Piccus (19201997), sabueso que dio con cancioneros desconocidos, desveló autorías inseguras y hasta fue el responsable del hallazgo de los dos manuscritos de Leonardo da Vinci en la Biblioteca Nacional de España. Esta relación la cierro con John E. Keller (1917-2010), catedrático de la University of Kentucky, cuya amplia obra atiende en especial a la prosa castellana de orígenes. Los mentados son propiamente medievalistas; sin embargo, es imposible aludir a la especialidad en aquella tierra y silenciar el nombre del recién fallecido Juan Luis Alborg (1914-2010), pues el primer tomo de su Historia de la literatura española (1972) a lo largo de los años setenta, y aun más allá, fue fuente de referencia obligada en la docencia universitaria, toda vez que plasmaba con exactitud el state of the art en cada uno de los temas. Este hecho, de enorme importancia por sí solo, merece el énfasis adicional que aquí le pongo, pues Alborg, profesor en Bloomington (Indiana), era fundamentalmente un generalista; de tener que acotar su área de especialización, hay que incidir en que el Medievo le caía muy lejos, pues su fuerte estaba en los siglos xix y xx, particularmente en su narrativa.

16. PRESENTE Y FUTURO DE LA ESPECIALIDAD EN NORTEAMÉRICA

A continuación, ofrezco una nómina selecta de estudiosos que se mueven en una generosa banda que oscila entre los cuarenta y los noventa años. En un primer grupo, nombres obligados son los de Reinaldo Ayerbe-Chaux, Spurgeon W. Baldwin, Barbara F. Weissberger, Carmen Benito-Vessels, Aníbal A. Biglieri, Marina Scordilis Brownlee, Ottavio di Camillo, Charles B. Faulhaber, David William Foster, Joaquín Gimeno Casalduero, E. Michael Gerli, Rosalie Gimeno, Harriet Goldberg, Georges D. Greenia, Conrado Guardiola Alcober, Olga T. Impey, Richard P. Kinkade, José J. Labrador, Francisco Marcos Marín (pues, tras enseñar en España e Italia, ha ido a Texas), John S. Miletich, Dana A. Nelson, Colbert I. Nepaulsingh, H. Salvador Martínez, Dennis P. Seniff (1949-1990), Harvey L. Sharrer, Ronald E. Surtz, Louise O. Vasvári, Anthony N. Zahareas...; de ahí, pasamos a Enrica Ardemagni, Matthew Bailey, Victoria Burrus, Anthony J. Cárdenas, Ivy A. Corfis, John Dagenais, Patricia E. Grieve, Joseph J. Gwara, Nancy F. Marino, María Rosa Menocal, Michael Solomon, Thomas D. Spaccarelly, Carlos A. Vega, Irene Zaderenko o John Zemke; en último término, están los expertos que frisan la cuarentena o se acercan a los cincuenta años, como Vincent Barletta, Lucia Binotti, Antonio Cortijo, Emily C. Francomano, Luis Girón Negrón, Ana María Gómez-Bravo, Sol Miguel-Prendes, Óscar Perea, Jesús D. Rodríguez-Velasco o Hernán Sánchez Martínez de Pinillos,153 Incluso podría añadir a algún treintañero, como el prometedor Ryan D. Giles. No olvido a un David Wacks que ha puesto muy alto el listón en los Estudios de Literatura Hispanohebrea;154 por su parte Alexander E. Elinson nos ha deleitado a todos con un libro en que atiende conjuntamente a la literatura hispano-árabe e hispano-hebrea, aunque se echa en falta un ejercicio comparatista 153

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Este último es medievalista por su tesis de la Universidad Complutense, dirigida por Nicasio Salvador (y publicada dos años después, "Castigos y dotrinas que un sabio dava a sus hijas". Edición y comentario [2000]), aunque luego derivase hacia la literatura áurea (gran cervantista y quevedista, su primera tesis, en Columbia University, la dirigió Gonzalo Sobejano), moderna y contemporánea, con unos intereses que van de Lope de Vega a Julián Marías a través de Juan Ramón Jiménez. En esa evolución y varios de sus temas, ha seguido a su padre, Antonio Sánchez Romeralo. Con su original y sesudo Framing Iberia: Maqamat and Frametale Narratives in Medieval Spain. Leiden: E. J. Brill, 2007.

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(en que, de no ir más lejos, le habría bastado con la literatura latina y románica peninsular) que podía haber desembocado en una monografía de culto.155 De ambas se ocupa el vademécum coordinado por María Rosa Menocal, Raymond P. Scheindlin y Michael Sells, The Literature of al-Andalus (2000).156 Acabo aquí una relación de nombres perfectamente ampliable. A los nombrados les pido también perdón, porque no puedo atender con el detalle que merecen a sus libros y artículos, que en no pocos casos han supuesto un formidable avance en alguno de los muchos temas que competen a nuestra especialidad. País de puertas abiertas, el continuo flujo de españoles,157 hispanoamericanos (como el argentino Juan Bautista Avalle-Arce [1927-2009], famoso por su labor sobre el siglo xvi y Cervantes, aunque en otros trabajos, como en Amadís de Gaula: El primitivo y el de Montalvo [1990], se centra enteramente en el Medievo; o como el colombiano Reinaldo Ayerbe-Chaux, gran conocedor de don Juan Manuel) y europeos (como el británico Brian Dutton [1935-1994], primero entre los expertos en Berceo y, como ya queda dicho, autoridad máxima en la poesía de los cancioneros cuatrocentistas) explica la presencia de otras muchas escuelas o el desarrollo de nuevas corrientes de análisis en los Estados Unidos. A algunos de ellos habría que considerarlos medievalistas esporádicos, como a Gonzalo Sobejano Esteve (1928-), que alguna vez ha abandonado su magisterio absoluto sobre Quevedo, Clarín o la novela española del siglo xx para atender, por ejemplo, a Berceo (en su temprano libro sobre El epíteto en la poesía española [1956]); o a Antonio Sánchez Romeralo (1924-1996), a quien todos tenemos presente por El villancico: estudios sobre la lírica popular en los siglos xv y xvi (1969) y por varios estudios sobre el

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El recuerdo del perdido esplendor de un lugar a la vista de sus ruinas nos lleva desde Hildebert de Lavardin o los Mirabilia urbis Romae, a través de un largo número de testigos entre el Trecento y el Siglo de Oro español (basta recordar a Rodrigo Caro y su Canción a las ruinas de Itálica), hasta llegar al Romanticismo, con su bien conocida obsesión por las ruinas (en clave plástica o literaria), particularmente las pertenecientes a ciudades que tuvieron un pasado esplendoroso o a civilizaciones desaparecidas siglos atrás. Por su parte, el lamento ante la pérdida de una ciudad permite parecidas asociaciones, como vemos en el Planto "¡Ay Iherusalem!", en el Romance por la pérdida de Alhama y en otros tantos testimonios. A pesar de ello, su libro, Looking Back at al-Andalus. The Poetics of Loss and Nostalgia in Medieval Arabic and Hebrew Literature, Leiden-Boston: Brill, 2009, es delicioso.

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De la propia Menocal son The Arabic Role in Medieval Literary History: A Forgotten Heritage. Philadelphia: The University of Pennsylvania Press, 1990, y The Ornament of the World: How Muslims, Jews and Christians Created a Culture of Tolerance in Medieval Spain. Boston: Little, Brown, 2002. Desde García Solalinde para acá, la nómina es muy extensa, pero basta con los nombres que he ido entreverando en la relación previa.

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romancero, aunque, antes de nada, ha dejado memoria por ser el gran editor de Juan Ramón Jiménez. De otros nombres ya he dado cuenta. Del mismo modo, algunos estudiosos de origen italiano han desarrollado su vida profesional en Norteamérica, a la manera de Carmelo Gariano (19222004), quien, tras recibir una sólida formación en Argentina, pasó a California State University, donde se le tuvo por profesor ejemplar (así lo muestran sus numerosas distinciones); por añadidura, dejó una obra con sello propio, caracterizado por prospecciones en clave comparatista (como vemos en El enfoque estilístico y estructural de las obras medievales [1968], El mundo poético de Juan Ruiz [1968] o Juan Ruiz, Boccaccio, Chaucer [1984]). En The University of Chicago, Paolo Cherchi (1937-) se ha mostrado competente por igual en su italiano materno y en un español que pronto ganó su atención y lo llevó al estudio del tardío Medievo y el Prerrenacimiento cuatrocentista. Por su parte, el siciliano Benito Brancaforte aprovechó el contacto con sus colegas del Seminary of Medieval Spanish Studies de Madison para aparcar por un tiempo sus investigaciones sobre los Siglos de Oro y darse a la edición antològica de Alfonso X el Sabio (1984), trabajo éste de gran interés por dar a conocer materiales inéditos hasta ese momento, pertenecientes a la cuarta parte de la General estoria. Sin duda alguna, el mercado de trabajo de aquel gran país no es el que fue, sobre todo cuando se enfoca desde nuestra especialidad y se tiende la vista a los felices años cincuenta. Aquello era una bendición, pues a la hiperabundancia de puestos de trabajo se añadían unos salarios, más que elevados, inimaginables en cualquier país europeo, particularmente en España. Aunque, como sabemos, no hay edad de jubilación obligatoria en los Estados Unidos, aquella generación ha dejado la docencia en su práctica totalidad. Los que vinieron después padecieron el ascenso irresistible de la literatura hispanoamericana y la postergación de la literatura peninsular, particularmente la perteneciente a los siglos medios; por añadidura, a ese despiadado asalto a nuestros bastiones en los departamentos de Spanish and Portuguese o, en otros casos, a las secciones departamentales de español en departamentos de Romance Languages o Modem Languages, se añadió el arrinconamiento de la Filología y de la Historia de la Literatura como herramientas de análisis. Los años ochenta y noventa fueron verdaderamente devastadores; sin embargo, sin apenas darnos cuenta, las aguas han ido volviendo a su cauce, aunque dudo que vuelvan a su estado primero. A todo ello me referiré al final del presente panorama; por ahora, lo que me importa es comprobar que, aunque nunca como en el pasado, en las reuniones anuales de la MLA no faltan entrevistas de trabajo para cubrir plazas de medievalista. De todos modos, no cabe sino admitir la realidad: a día de hoy, la figura del star professor especia-

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lizado en Edad Media española es una rareza; más infrecuente aún es que el hueco dejado por un full-professor se cubra con otro docente de idéntica categoría, pues las instituciones prefieren un assistant professor (con o sin tenuretrack), mucho más barato y menos comprometido (en el sentido de que se puede prescindir de sus servicios en el momento que se desee). Poco a poco, no obstante, el panorama va cambiando e invita al optimismo. A este respecto, basta mirar las listas de los asistentes a los sucesivos encuentros anuales de medievalistas en Kalamazoo (Michigan), muy concurridos incluso en años de vacas flacas. En el celebrado en mayo de 2010, las ramas del hispanomedievalismo han mostrado su vigor en un programa conjunto que suma nada más y nada menos que ¡222 páginas! Un simple vistazo a las múltiples sesiones de este evento y un repaso de la nómina de los hispanomedievalistas revela la inevitable parquedad del presente capítulo, en que, al ocuparme de la más rabiosa actualidad del medievalismo norteamericano, he procedido por medio de lo que no es más que un simple muestreo. Aunque aún volveré a excusarme por tantos nombres como he tenido que silenciar, pido de nuevo comprensión y paciencia, pues en el futuro inmediato me ocuparé con mayor detalle de las corrientes y escuelas norteamericanas, ya sea en una ampliación del presente trabajo o por medio de una publicación exenta. Cuando en Norteamérica se atiende a Canadá, ni siquiera puede hablarse de fronteras o de movilidad, pues muchos hispanistas formados en Estados Unidos enseñan o han enseñado en alguna institución académica canadiense (me sirvo de nuevo del ejemplo de Márquez Villanueva, vinculado por un tiempo a British Columbia para luego retornar a Harvard, de donde procedía); y al contrario (así, H. Salvador Martínez, profesor de New York University, obtuvo su doctorado en Toronto). Por lo que a nuestra especialidad se refiere, la situación no invita al optimismo en ningún punto de la extensa geografía de esa nación (aunque la vida académica se circunscribe a las grandes urbes, situadas todas ellas en la línea meridional de la frontera con los Estados Unidos), pues sus principales representantes han fallecido (como Louise Fothergill-Payne [19331998] o Félix Carrasco [1929-2007], aunque éste sólo fuera medievalista a ratos), se han jubilado (nada menos que Marcelino Amasuno, James F. Burke, José Jurado Domínguez [1925-] y Francisco Javier Hernández, cuya actividad hasta hace poco más o poco menos de una década marcó una especie de edad de oro de los estudios de Edad Media peninsular en Canadá) o se acercan a la edad de jubilación (como Derek C. Carr). Poco es lo que queda de un medievalismo con cierto vigor; además, el relevo generacional, hoy por hoy, no se atisba ni de lejos. En su plenitud sólo puedo citar a Maijorie Ratcliffe, profesora de la University of Western Ontario, que acaba de rematar sus investigaciones sobre la mujer en la épica castellana con una monografía titulada Mujeres épi-

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cas españolas: silencios, olvidos e ideología, que verá la luz al mismo tiempo que este repaso de nuestra profesión. Menos clara se ve, si cabe, la situación de una especialidad en retroceso generalizado, la otrora poderosa Filología Románica, que en Canadá se apoyaba en un nombre alemán: el del ya fallecido Erich Freiherr von Richthofen (1913-1988), gran conocedor de la épica y del román courtois. Los Estudios de Literatura Catalana Medieval tienen aún un nombre de gran relevancia: el de Curt J. Wittlin (1941-), suizo de cuna y discípulo de Germán Colón en Basilea que, desde la University of Saskatchewan, ha llevado a cabo una infatigable labor como editor y como lector de diversos autores; en su caso, tampoco ha sido posible asegurar el fiituro por medio de una escuela consolidada. Tan sólo cabe ser optimista con respecto a los Estudios del Folklore Sefardí en relación con las antiguas literaturas hispánicas, gracias al entusiasmo que las investigaciones de Oro Anahory-Librowicz han despertado en la importante comunidad judía de Montreal, de la que proceden varios de sus discípulos. Como quiera que pinte el futuro (por ahora, sus tonos son más bien oscuros), debo recordar varios hitos de nuestra especialidad que remiten directamente a Canadá. Uno es el importantísimo libro del benedictino Richard Donovan, The Liturgical Drama in Medieval Spain (1958), del Pontifical Institute of Mediaeval Studies de Toronto. El segundo, The Spanish Kingdoms (1976-1978), es un manual de historia medieval de España en que Jocelyn N. Hillgarth (1929-), un londinense vinculado a la University of Toronto, apela por principio, y a diferencia de otros historiadores, a la literatura como fuente de información primordial. Con su obra historiográfica, que revela un profundo conocimiento de la Corona de Aragón y de la literatura en lengua catalana, Hillgarth ha marcado la pauta a muchos jóvenes medievalistas. En último término, hago justicia al recordar no un libro, sino toda una obra, la de Paul Frederick Grendler (1936-), un estadounidense que ha desarrollado su labor de historiador en esa misma institución y que ha sido presidente de la prestigiosa The Renaissance Society of America. Sus trabajos sobre el Renacimiento y el Humanismo en Italia y Europa, desde sus orígenes hasta bien entrado el Cinquecento, son fundamentales; en ellos, además, hay continuas referencias a la España de los siglos xv y xvi (como en su influyente Schooling in Renaissance Italy: literacy and learning, 1300-1600 [1989]). Su caso, de hecho, sirve también de paradigma de lo mucho que cabe aportar a nuestros estudios desde fuera de ellos.

1 7 . LA ESCUELA DE MEDIEVALISTAS BRITÁNICOS

En las Islas Británicas, el hispanismo y el lusismo (por lo común, hermanados en los departamentos y cultivados con frecuencia por el mismo especialista) tuvieron la suerte de contar con dos estudiosos que escrutaron nuestra literatura con un enfoque de notable amplitud. El primero es Aubrey F. Bell (1881-1950), lusista e hispanista que, en sus bajadas al Medievo (pues su fuerte estaba realmente en el Renacimiento y en el Barroco), atendió, antes de nada, a los cancioneiros gallego-portugueses en varios de sus grandes autores (Martin Codax, Pero Meogo, Joan Zorro...); por desgracia, rechazó seguir la carrera docente, aunque ello, en definitiva, resultara beneficioso para sus investigaciones, que desarrolló desde su residencia en tierra portuguesa. El segundo experto es William J. Entwistle (1895-1952), reputado profesor oxoniense y autor de dos libros escritos con un enfoque panhispánico y paneuropeo verdaderamente atinado: el primero es TheArthurian Legend irt the Literatures of the Spanish Península (1925) y su aproximación al trovadorismo y la lírica popular en European Balladry (1939). La cátedra de Oxford (tras pasar por Manchester y Glasgow) la ocupó luego Peter Russell (1913-2006), a quien tanto debemos por sus estudios sobre el Cantar de mió Cid, con una primera propuesta neoindividualista que cuajó particularmente en Gran Bretaña, aunque supuso un toque de atención a los estudiosos de cualquier lugar del mundo, con independencia de su adscripción metodológica; además, se especializó en La Celestina, en calidad de editor (1991) y, antes aun, de exegeta, en atención a un ingrediente básico: la magia (1963); también mostró su tino al abordar las traducciones cuatrocentistas, con un librito, Traducciones y traductores en la Península Ibérica (1400-1550) (1985), que consiguió reactivar el interés por un asunto que se antoja primordial cuando se trata de tomarle la temperatura al protohumanismo cuatrocentista.158 El penúltimo medievalista de Oxford (el último, por ahora, es Juan Carlos Conde, tras su estancia previa en la University of Bloomington-Indiana),159 ya jubilado, es Ian Michael (1936-), autor de The Treatment of Classical Material

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Entre tanta anécdota que convendría no perder, recordaré que Russell desarrolló una importantísima labor (sobre la que nunca quiso hablar) en el Servicio de Inteligencia británico, durante la Segunda Guerra Mundial. Conde ha trabajado con el siglo xv en toda su amplitud, con especial énfasis en La Celestina, el fenómeno de la traducción y otros asuntos; por ahora, su opus magnum

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in the 'Libro de Alexandre' (1970) y responsable de una de las ediciones más populares del Cantar de mió Cid (1976). Por desgracia para todos nosotros, desde los años ochenta se dedicó, más que nada, a la escritura de exitosas novelas policiacas, bajo el pseudónimo de David Serafín: el gran público ganó en la misma medida en que los medievalistas perdimos. Más o menos a la par se retiró David G Pattison, cuyas contribuciones en el campo de la épica española y las crónicas del Medievo son encomiables. Casi en paralelo, otro especialista británico, Colin Smith (1928-1997), publicaba su estupenda edición del poema (1976), con un prólogo en el que su neoindividualismo militante se atempera con los postulados oralistas de Edmund de Chasca (1903-1987);160 a ese respecto, sus páginas más radicales se reúnen en Estudios cidianos (1977) y, sobre todo, en The making of the Poema de mió Cid (1983), tras el que se hizo el silencio de los neoindividualistas. Es preciso añadir que Smith, casi siempre original y no poco provocador, ha sido, sin duda, el más afamado representante del hispanomedievalismo en Cambridge, una especialidad que, a tiempo parcial, cultivó quien ftiera el primer catedrático de español de esta prestigiosa institución, John B. Trend (1887-1958). Formado con el gran musicólogo Edward Joseph Dent (que solía firmar E. J. Dent [1876-1957]), no extraña que las investigaciones más valiosas de Trend se ocupen de los vihuelistas del Siglo de Oro o de la música de Manuel de Falla; por lo demás, fue un notable divulgador, que dejó una veintena de libros, entre estudios y ediciones, sobre las más diversas materias y periodos. Desde mi particular enfoque, he de destacar su antología del Marqués de Santillana (1940). En esas décadas, el hispanomedievalismo británico ocupaba, sin duda, una posición hegemónica, toda vez que a los anteriores se unían otros estudiosos tan dinámicos como capaces: Keith Whinnom (1927-1986), especialista en cancioneros y novela sentimental y editor de Diego de San Pedro (consiguió, hábil él, atraer la atención de todos y dirigirla hacia ambos géneros), al tiempo que experto en materias tan distintas como las lenguas criollas y la ornitología ibérica (y no olvidemos que, tras cada británico, hay un jardinero y un ornitólogo en potencia);161

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sigue siendo su tesis doctoral, La creación de un discurso historiográfico en el Cuatrocientos castellano: "Las siete edades del mundo " de Pablo de Santa Maria: (estudio y edición critica). Salamanca: Universidad de Salamanca, 1999. Un repaso a su vida y a su tardía vocación como hispanista ofrecen Alan Deyermond y Joseph T. Snow. "Edmund de Chasca 1903-87: Two Memoirs: Part 1. A Transatlantic View (Alan Deyermond); Part 2. Iowa Days (Joseph T. Snow)", La Coránica, 15 (1987), pp. 351-59. Porque lo sé de primera mano, y porque Whinnom lo hace constar en el prólogo de A Glossary of Spanish Bird-Names. London: Tamesis Book, 1966, debo añadir que buena parte de sus materiales se los entregó generosamente Brian Dutton.

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Robert Brian Tale (1921-), hispanista y catalanista, autoridad indiscutible en humanismo peninsular (Joan Margarit i Pau [1965 y 1976], o Ensayo sobre la historiografía peninsular del siglo xv [ 1970]) y editor de varios prosistas de los siglos xrvxv, vernáculos (don Juan Manuel, Hernando del Pulgar y Directorio de príncipes) y latinos (a Alonso de Palencia lo ha editado en sus cartas [1984], junto a Rafael Alemany, y en sus Gesta [1998-1999], junto a Jeremy N. H. Lawrance);162 Ian R. Macpherson (1934-), experto en don Juan Manuel y poesía de cancionero; por su parte, casi coevo suyo, G B. Gybbon-Monypenny (1923-2002) mostró especial interés por el mester de clerecía, particularmente como editor, y fino de verdad, del Libro de Buen Amor (1988). El caso de Derek William Lomax (1933-1992), el hispanomedievalista de Birmingham, es un tanto especial, pues fue, más que un hispanista propiamente, un experto en historia de la Iglesia española medieval; de todos modos, ello no extraña, pues su tesis doctoral portaba el título La orden de Santiago, 1170-1275 (1965). A una generación posterior pertenece Roger M. Walker (1938-1999), especialista en ficción narrativa que atendió a la poética del Libro del cavallero Zifar (1974), obra que, inevitablemente, le llevó a la leyenda de San Eustaquio, que no es otra que la de El cavallero Plácidas-, por ello, acabó editando este relato (1982) a partir de un manuscrito escurialense que ya le había servido al publicar la Estoria de santa María Egigiaca (1972 y 1977); por su parte, Roger Wright (1947-) ha trabajado con los primeros documentos en lengua romance, que el medievalista debe tener muy presente al abordar la literatura de orígenes (así, por ejemplo, su edición del Tratado de Cabreros [2000]); su colega en la University of Liverpool, la norteamericana Dorothy S. Severin (1942-), ha trabajado con La Celestina, la novela sentimental y la poesía cancioneril; en fin, Martin J. Duffell es experto en métrica inglesa e hispánica y ha desarrollado su labor docente en el Queen Mary College de Londres (en nuestra especialidad, su principal aportación es Modern Metrical Theory and the 'Verso de arte mayor'[ 1999]). Por el peso que han ejercido en nuestra disciplina, debo citar a cuatro formidables comparatistas británicos: Gilbert Highet (1906-1978), Arthur T. Hatto (1910-2010), Stephen Reckert (1923-) y Peter Dronke (1934-). El primero, aunque escocés de cuna y formado en Oxford, desarrolló su labor docente e investigadora en los Estados Unidos, concretamente en Columbia University, donde tenía cátedra de latín y escribió su influyente The Classical Tradition: Greek and Román Influences on Western Literature (1949), libro al que María Rosa Lida dio fama en el mundo hispánico de la manera más peculiar: por 162

Como pura curiosidad, recordaré que, en la Segunda Guerra mundial, Tate fue capitán de gurkas nepalíes.

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medio de una dura reseña, considerada la escasa atención que el libro presta a España.163 Vinculado al Departamento de Alemán de la Universidad de Londres desde 1938, Hatto se ha ocupado de fenómenos universales como la épica y la lírica, abordadas ambas con una técnica contrastiva en la que salen a relucir sus conocimientos de diversas lenguas y tradiciones literarias; de ese modo, la literatura turca y la literatura oral de los indios de California confluyen con la europea en sus más recientes estudios, en que se ha ocupado de la poesía heroica, aunque el espectro más amplio es el que aplica en su bello estudio y antología Eos. An Enquiry into the Theme ofLover 's Meetings and Partings at Dawn in Poetry (1965). Estadounidense de nacimiento, aunque vinculado al hispanismo británico gracias a su cátedra de español y portugués de Londres, Reckert ha acuñado la denominación lyra mínima (así titula su libro de 1970), aplaudida por los expertos en lírica medieval, que periódicamente celebran un congreso bajo esta precisa denominación; suyo es también un formidable ejercicio comparatista, en el que salen a relucir sus profundos conocimientos de las literaturas del Lejano Oriente: Beyond Chrysanthemus (1993), libro revisado y ampliado a conciencia en su versión española, en la que el título corresponde ahora a otro verso del mismo poema japonés del que procede el título inglés, Más allá de las neblinas de noviembre (2001). Nacido en Alemania, crecido en Nueva Zelanda y madurado intelectualmente en las Islas Británicas, desde su cátedra cantabrigense, Dronke ha sido el más deslumbrante valedor de la Literatura Comparada en aquella tierra; de sus muchas publicaciones, hay que descatar dos libros que han ejercido un gran peso sobre todos nosotros: Medieval Latin and the Rise of the European Love-Lyric (1965-1966) y su manual The Medieval Lyric (1968). El comparatismo es marca impresa, con mayor o menor fuerza, en el conjunto del hispanismo británico. Importa añadir que la transición hacia los más jóvenes (Andrew M. Beresford, Rosa Vidal, Louise M. Haywood o Juan Carlos Bayo Julve, que ha dado recientemente el salto desde Exeter a Fatih, en Turquía) la garantiza una generación que podríamos llamar intermedia, con tres figuras de solvencia científica reconocida: el primero, por edad, es Robert Archer, experto en literatura catalana y castellana tardomedievales, y autoridad en Ausiás March, establecido definitivamente en Gran Bretaña tras una larga estancia en Australia (en concreto, en La Trove University); el segundo es Jeremy N. H. Lawrance, que, desde su sólida formación como latinista, ha buceado en el siglo xv y nos ha dado sucesivas lecciones gracias a su labor con Ñuño de Guzmán o Alonso de Palencia, o al considerar fenómenos como la Lay Literacy y el Vernacular 163

Puede leerse en La tradición clásica en España (Barcelona: Ariel, 1975) pp. 339-397.

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Humanism\ de los tres, el más joven es Julián Weiss, cuya obra se enmarca entre dos títulos innovadores, The Poet 's Art Literary Theory in Castile c. 1400-60 (1990) y The 'Mester de Clerecía'Intellectuals and Ideologies in Thirteenth-Century Castile (2006). En fin, si cabe hablar de un punto de encuentro entre generaciones y generaciones, entre escuelas y escuelas, a uno y otro lado del Atlántico, es en el caso de Alan D. Deyermond (1932-2009). La magnitud y calidad de su obra (su estudio de las fuentes petrarquistas de la Celestina [1975], su edición y estudio de las Mocedades de Rodrigo [1969], su panorama de la épica castellana [1987], su prólogo a don Juan Manuel [1992], sus calicatas en la novela sentimental [1993], su catalogación de la literatura perdida del Medievo [1995] o sus famosos manuales sobre literatura española medieval [1971, 1979 y 2001], entre miles y miles de páginas) le harían merecedor de un espacio destacado en este panorama; sin embargo, mucho más importa que, a lo largo de su vida, supo animar y encauzar a cientos de investigadores de todo el mundo (en especial, a los más jóvenes) y del modo que más provecho les deparaba. Por otro lado, gracias a él, las publicaciones del Westfield College de la Universidad de Londres han adquirido un relieve extraordinario, lo que resulta de particular importancia al haber desaparecido colecciones tan meritorias como la creada por Keith Whinnom (Exeter Hispanic Texts). Verdadero ángel custodio de cuantos se acercan a la British Library es Barry Taylor, hispanomedievalista de mucho mérito, responsable de las Hispanic Printed Collections y editor del Electronic British Library Journal.16* Una revista de calidad, que ha acogido numerosos estudios sobre la Edad Media (y monográficos tan importantes como el número especial de enero [vol. 62] de 1985, "Medieval Studies") y que ha dado finalmente en dos publicaciones distintas, es el Bulletin of Hispanic Studies, nacido en 1923 y que hoy se edita por separado en Liverpool y Glasgow (en esta sede, la revista ha recuperado su título original, Bulletin of Spanish Studies). Resta añadir que, en la vecina Irlanda, se cuenta con la presencia de David Mackenzie, antaño ligado al Seminario de Wisconsin-Madison, cuyas principales tareas acometió con diligencia (fue coeditor con quien esto firma de BOOST, redactó un manual para el Dictionary of Oíd Spanish Language [DOSL] y editó a Alfonso X, Juan Fernández de Heredia y Diego Rodríguez de Almela); desde hace un tiempo, este investigador se ha entregado en cuerpo y alma al estudio de la cultura gallega.

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Junto a Giles Mandelbrote, acaba de publicar un importante libro: Libraries within the Library: The Origins of the British Library 's Printed Collections. London: British Library, 2009.

1 8 . LA EDAD MEDIA ESPAÑOLA EN FRANCIA

Lástima que el príncipe del hispanismo francés sólo atendiese a las postrimerías del último siglo medieval en su libro sobre la Celestina (1961): me refiero, claro está, a Marcel Bataillon (1895-1977), cuyo Erasme et l'Espagne (1937) porta tácitamente la etiqueta de "la Biblia del Hispanismo"; con todo, los medievalistas apreciamos mucho, por su contenido y su enfoque comparatista, apuntes como los que dedicó al Romance de Fontefrida ( Varia lección de clásicos españoles [1964]). He aquí algunos de los grandes nombres del siglo pasado que no pueden faltar, con el de Georges Cirot (1870-1946) al frente de todos, por sus estudios sobre las crónicas medievales y por unos tempranos y reveladores apuntes en que relaciona el mester de clerecía español con sus congéneres ultrapirenaicos (1942).165 A continuación, van tres reputados expertos nacidos a comienzos del siglo pasado, a poco quintos: Félix Lecoy (1903-1997), prestigioso romanista que, entre otras ocupaciones (nada menos que la dirección de la prestigiosa revista Romanía, tras la muerte de Mario Roques, y la de la colección Classiques Français du Moyen Âge), atendió a España en sus Recherches sur le "Libro de Buen Amor" de Juan Ruiz (1938);166 Pierre Le Gentil (1906-¿?), otro afamado romanista que escribió un estudio fundamental sobre los cancioneros tardomedievales (en aspectos concretos, sólo ha sido superado en fecha reciente por las investigaciones de Vicente Beltrán y Juan Casas Rigall): La Poesie lyrique espagnole et portugaise à la fin du Moyen Age, I, Les Thèmes et les genres (1949) y Deuxième partie: les formes (1952); finalmente, Paul Bénichou (1908-2001), filósofo y ensayista que, entre sus muchas ocupaciones, sacó tiempo para atender al romancero (en un largo número de artículos y un par de libros de 1968). Figura de relieve por diversas razones (nunca pasaba inadvertido en un seminario o congreso), el recuerdo del franco-argentino Daniel Devoto (19162001) es el de un apasionante y apasionado investigador literario, pero también

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Véase la "Bibliographie de Georges Cirot", Bulletin Hispanique, 59 (1948), pp. 537-601 (al cuidado de M. Núfiez de Arenas y J. Clavel). Por desgracia, Lecoy, que comenzó su singladura como exegeta e hispanista, pues sus Recherches constituyeron el epicentro de su tesis doctoral, derivó hacia la literatura francesa del Medievo, ahora en tareas editoriales con Chrétien de Troyes, el Roman de la Rose, Tristan et Iseu, etc.

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el de un gran bibliófilo y un finísimo musicólogo. Desde nuestra óptica, el Devoto que más importa es el que atendió a Berceo y don Juan Manuel, el Libro de Apolonio o el Amadís, aquel que defendía denodadamente, en ásperas polémicas, su particular visión del romancero y la lírica tradicional. Por su parte, Jean Roudil (1918-) es el gran editor de textos jurídicos (Fuero de Baeza [1962], Jacobo el de las Leyes [1986 y 2000], etc.), el filólogo riguroso y exigente. A continuación, va el grupo de los medievalistas jubilados recientemente, como Jeanne Battesti-Pelegrin, experta en poesía cancioneril que ha estudiado y editado la poesía de Lope de Stúñiga (1982); Michelle Débax, estudiosa del romancero y autora de una antología de romances (1982); Michel Garcia, admirable, entre otras labores, por su edición del Rimado de Palacio (1978) y su aproximación a la figura de Pero López de Ayala (1983); el gran cervantista Jean Canavaggio, que ha sacado tiempo para dejarnos frutos de notable importancia relativos a nuestra especialidad (como el tomo primero de su Historia de la Literatura Española [1993], con Bernard Darbord, Guy Mercadier, Jacques Beyrie y Albert Bensoussan, un volumen vertido al español un año después bajo la dirección de Rosa Navarro); o René Pellen, el medievalista de Poitiers, experto en la aplicación de herramientas electrónicas a nuestros textos medievales. Tras ellos van los medievalistas en activo, con Bernard Darbord, Monique de Lope, Georges Martin (cuyo libro Les juges de Castille [1992] merece mención especial), Françoise Maurizi o François Delpech (cuyo enfoque difiere del resto al moverse entre el Folklore y la Antropología). A continuación, tenemos a los medievalistas que andan por debajo de los cincuenta años, como Amaia Arizaleta (gran conocedora del Libro de Alexandre), Carlos Heusch (atento a los escollos interpretativos del roman español, La Celestina, los tratados de amore, etc.),167 Jean-Pierre Jardin (que pronto, apenas licenciado, destacó por su inteligente lectura de las crónicas) o Mario Barra Jover, un inteligente lingüista que de tarde en tarde (aunque su temprana edición de Razón de Amor [1989] es el resultado de un trabajo de ¡primer año de carrera!) aborda algún asunto de nuestra especialidad. Entre las publicaciones periódicas del hispanismo francés, tras desaparecer la prestigiosa Revue Hispanique (1894-1933), el primer título de referencia es 167

De Heusch y Jardin es un estupendo status quaestionis que casi podría haberme liberado de ocuparme del presente de la especialidad en Francia: el resumen de unas jornadas celebradas en Poitiers, en mayo de 2006, bajo el título "La Recherche sur le Moyen Âge dans L'hispanisme Français", accesible en Internet. Sobre el fenómeno del hispanismo francés en su conjunto versó la tesis doctoral de Albert Cécile Coutu, Hispanism in France from Morel-Fatio to the Present (circa 1875-1950), Washington, D. C.: The Catholic University of America Press, 1954.

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el Bulletin Hispanique. Aunque poblados fundamentalmente por historiadores de diferentes áreas y disciplinas, de vez en cuando los Cahiers de civilisation médiévale de Poitiers abren sus páginas a asuntos relativos a la Península Ibérica, al igual que la reputada revista Romanía, cuya andadura se inició en 1872 bajo la dirección del gran romanista Paul Meyer, a quien ya he citado por sus estudios de la épica en lengua de Oc. De corta vida (1991-1999), pero de indiscutible calidad, Atalaya. Revue française d'etudes médiévales hispaniques fue una iniciativa de Michel García, desde su cátedra de La Sorbonne Nouvelle (Paris-III), a la que se sumó un equipo internacional en el que destaca la figura de Pedro Cátedra. Me consta - y me alegra sobremanera que así sea- que hay voluntad de reactivar esta revista, cuyo solo nombre despierta respeto entre los hispanomedievalistas. Francia está presente en nuestra especialidad desde distintas vertientes. Profunda y duradera es, por ejemplo, la huella de Étienne Gilson ( 1884-1978), con La Philosophie au Moyen Âge (1952), libro con una sorprendente amplitud de miras, lo que lo convierte en una de las pocas obras de lectura verdaderamente inexcusable para cualquiera que pretenda darse al estudio del Medievo. Del mismo modo, el teólogo Henri de Lubac (1896-1991) es frecuentado por todo medievalista en los cuatro volúmenes de Exégèse médiévale. Les quatre sens de l'Ecriture (1959-1964). Experto en literatura francesa medieval, la obra de Paul Zumthor (1915-1995) ha tenido un fuerte impacto entre todos nosotros, sobre todo al virar desde la historia literaria a las nuevas corrientes de análisis en su Essai de poétique médiévale (1972), libro éste que tuvo su acuse de recibo en España por medio de un largo artículo-reseña de López Estrada (Anuario de Estudios Medievales [1974-1979]); mayor pudiera haber sido el influjo ejercido por otros tres libros suyos de corte paneuropeo, comparatista y antropológico, respectivamente, por contar con traducciones españolas: La lettre et la voix. De la "Littérature" Médiévale (1987), Introduction a la Poésie Orale (1983) y La Mesure du Monde Représentation de L'espace au Moyen Age (1993). En fin, los Estudios Orientales tienen un nombre, el de Henri Pérès ( 1890-1983), profesor en Argel y autor de La Poésie Andalouse en Arabe Classique auxie Siècle (1937), revisado años más tarde (1953) y vertido al castellano en la edición enriquecida de Mercedes García-Arenal (1983), estudiosa a la que aludiré más adelante. Los estudiosos de la literatura francesa medieval forman parte de la larga nómina con la que el hispanomedievalista debe estar familiarizado, toda vez que Francia brindó los principales modelos literarios hasta el Trecento y continuó influyendo en nuestras letras hasta el final de la Edad Media. Del mismo modo que nadie puede ocuparse del roman en España y obviar a Chrétien de Troyes o la Vulgata artúrica, es imposible dejar de lado la labor erudita que

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Jean Frappier (1900-1974) llevó a cabo con dicho género. Claro está que, en este panorama del hispanomedievalismo, sólo puedo limitarme a recordar nuestra obligación de conocer la literatura de la Francia medieval, al menos en la parcela concreta por la que nos movamos. Igual que el estudioso del roman en España y Portugal debe saberlo casi todo sobre sus antecedentes o congénerse franceses, habría que hacer lo mismo en el caso de la épica, el teatro, la poesía narrativa en sus varias formas (en series, tetrásticos monorrimos, dísticos narrativos y otras formas), el fabliau, el grant chant courtois, las enciclopedias, los clásicos latinos romanceados, las moralizaciones de Ovidio, etc. Y no para ahí la cosa. Entre los nombres de cita obligada, no faltan los foráneos en ninguna de las grandes familias textuales que acabo de señalar. De limitarme al ejemplo seleccionado, el del roman courtois, el estudiante español que desee iniciarse en su estudio habrá de hacerlo con el panorama de Carlos García Gual a mano (Primeras novelas europeas [1974 y ss.]) y con la lectura de las traducciones de Martín de Riquer y, sobre todo, las de Carlos Alvar y su equipo (y teniendo al lado ese útil precioso que es El Rey Arturo y su mundo. Diccionario de mitología artúrica [1991]). En el caso de la ficción narrativa medieval, los nombres foráneos son también inevitables por otras tantas razones; de hecho, el libro que explicó la particular poética del roman, con la técnica del entrelazamiento, lo escribió un ruso, Eugène Vinaver (1899-1979), formado, eso sí, en Francia, y nada menos que junto a Joseph Bédier. Luego, no obstante, Vinaver desarrolló su importante obra (de la que aquí destaco The Rise of Romance [1971]) desde su cátedra de Manchester. Dada la importancia extrema que la literatura francesa medieval tiene para el hispanomedievalista, éste habrá de disponer de los mejores útiles posibles para adentrarse en ella, y siempre con ediciones fiables a mano, como las de Textes Littéraires Français (Droz-M. J. Minard) o como las de Classiques Français du Moyen Âge (Honoré Champion); por su parte, el estudiante debe partir de algo tan elemental y atinado como los panoramas de Daniel Poirion (Précis du Littérature Française du Moyen Âge [1983]) o Jean Charles Payen (Littérature Française, 1. Le Moyen Âge [1984]); del mismo modo, ha de tener a mano el magnífico Dictionnaire des Lettres Françaises. Le Moyen Age de Robert Bossuat et al., en la version revisada por Geneviève Hasenohr y Michel Zink (1992); tampoco debe faltar algún accessus a la métrica, como el de Maurice Grammont (Petit traité de versification française [1965]); y algún diccionario básico, como el Dictionnaire de L'ancien Français Jusqu 'au Milieu du xive Siècle (1968 y ss.) de A.-J. Greimas. En ningún caso perdamos de vista el extraordinario influjo ejercido por la todopoderosa historiografía francesa, con la que todos hemos de estar convenientemente familiarizados, como pasamos a ver.

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Ellos, los historiadores, han influido sobremanera en nuestros Estudios Literarios desde las distintas generaciones de la Escuela de Annales. Son Marc Bloch (1886-1944) y Lucien Febvre (1878-1956), fundadores de la misma; Fernand Braudel (1902-1985), que aplicó el método en sus prospecciones en los siglos xvi y xvii; Georges Duby, padre de la Historia de las Mentalidades (1919-1996); Jacques Le Goff (1924-), que añade a la historia social el ingrediente, básico desde nuestra óptica, de la historia cultural; y el aún joven maestro Roger Chartier (1945-), que tanto nos ha enseñado sobre la historia del libro y su difusión. Aunque su atención primordial se centra en la cultura francesa u otras culturas europeas, merece la pena mencionar a Pierre Riché (1921-), André Vauchez (1938-), Jacques Verger (1943-) o Jean-Philippe Genet (1944-). La nómina de historiadores especializados en la España medieval o la de aquellos otros que, de vez en cuando pero con mucha pericia, se acercan a los siglos medios es larga e ilustre, con Joseph Perez (1931-), Jacques Heers (1924-), Adeline Rucquoi y otros muchos. En fin, dado que la materia médica es objeto primordial de estudio de muchos medievalistas y que en ella se halla la clave para otros muchos textos, narrativos o líricos, es obligado citar a un investigador, Guy Beaujouan (1925-2000) con el que todos estamos en deuda gracias a su magnífico catálogo: "Manuscrits Médicaux du Moyen Âge Conservés en Espagne" {Mélanges de la Casa de Velázquez [1972]).

19. IBERÍSTICA, FILOLOGÍA ROMÁNICA Y OTROS ESTUDIOS EN ITALIA

En una breve y muy reciente historia del hispanismo en Italia, Laura Dolfi toma como referente las primeras oposiciones a catedrático de Literatura Española en un año tan problemático para Italia, Europa y el mundo entero como fue 1941.168 En aquella ocasión, salieron victoriosos, y no deja de ser revelador, tres medievalistas: el citado Bernardo Sanvisenti, Camillo Guerrieri-Crocetti (18921978) y el padre Giovanni Maria Bertini (1900-1995), que cubrieron, respectivamente, las cátedras de Milán, Génovay Venecia. Guerrieri-Crocetti tema, como es aún común en Italia, formación de romanista, lo que explica que, al tiempo que se ocupaba de investigaciones relativas a Gonzalo de Berceo o la leyenda cidiana (II Cid e i Cantari di Spagna [1957]), cultivase materias como el trovadorismo (La lirica dei Trovatori [1946]) o Dante; de hecho, acabó abandonando la hispanística para ocuparse de una cátedra de Filologia Romanza. Por su parte, Bertini, primer presidente de la Associazione Ispanisti Italiani (AISPI), era propiamente un iberista, volcado al estudio del Medievo castellano y catalán, que cuajó en frutos como sus Testi Spagnoli del Secolo xv (1960), donde recoge, entre otros títulos, el Diálogo de vida beata de Juan de Lucena (esta edición sólo recientemente se ha visto superada por la de Olga Perotó [2004]). Su nombre es de cita obligada en cualquier aproximación al hispanismo italiano por haber fundado, en 1942 y en su nueva cátedra de Turín, los prestigiosos Quaderni iberoamericani. Arraigado el hispanismo en Italia, y pasada la Segunda Guerra Mundial, varios nombres ganaron rápida fama, como Mario Penna (1899-1968), que editó unos cuantos títulos de los tres grandes prosistas españoles del Cuatro-

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"El hispanismo italiano: origen y desarrollo", en ínsula, 757-758 (2010) [Entre Italia y España], pp. 38-41. Ya antes Franco Meregalli había hecho un esfuerzo similar en "Perspectiva personal del hispanismo (e hispanoamericanismo) italiano", en Lía Schwartz Lerner e Isaías Lerner, eds., Homenaje a Ana María Barrenechea (Madrid: Castalia, 1984), pp. 301-306. Aquí, se vuelve sobre una materia abordada poco antes por Oreste Macri, "L'ispanismo italiano d'area spagnola dal '50 ad oggi", en Convegno Letterature Straniere Neolatine e Ricerca Scientifica: Firenze Maggio 1978 (Roma: Bulzoni, 1980), pp. 59-76; con una bibliografìa del hispanismo italiano por Gaetano Chiappini, pp. 77-129. Véase también Renata Londero, "El hispanismo italiano en los umbrales del siglo xxi (1998-2000): balance y perspectivas", Arbor, 168 (2001), pp. 575-587, que también adjunta una bibliografia general sobre los hispanistas de Italia.

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cientos (Alonso de Cartagena, Alonso de Palencia y Diego de Valera) en Prosistas castellanos del siglo xv [1959]), escribió un exitoso panorama de literatura italiana y dirigió el Instituto Italiano de Cultura de Madrid entre 1946 y 1950. Dos grandes hispanistas, Franco Meregalli (1913-2004), recordado también como fundador de Rassegna Iberistica (1978), y Oreste Macri (1913-1998) sólo ocasionalmente bajaron al Medievo: el primero para dejar sus Cronisti e Viaggiatori Castigliani del Quattrocento (1957) o para planificar la Storia della Civiltà Letteraria in Spagna (publicada en paralelo, en edición vigilada por Francisco Rico y con una nómina italo-española, Historia de la literatura española [1990]); el segundo para, dejados el Siglo de Oro o el Fin de Siglo, Juan Ramón Jiménez o la Generación del 27, atender a la problemática métrica del Medievo. De Jole Maria Scudieri-Ruggieri, una medievalista más que notable, tenemos muy pocas noticias, a pesar de que dejó un largo número de estudios y ediciones, en atención a las Mocedades de Rodrigo (1947), el trovadorismo hispánico (Poesia cortese dei secoli xiv e xv nella penisola iberica [1956]), el Tratado notable de Amor de Juan de Cardona (1960) o su importante ensayo Cavalleria e Cortesia nella Vita e nella Cultura di Spaglia (1980). Desgraciadamente para nosotros, la deriva de Mario di Pinto (1925-2005) hacia un terreno alejado del medievalismo se inició a poco de publicar Due Contrasti D'amore nella Spagna Medievale ("Razón de amor " e "Elena y Maria") (1959). Volcado en la creación literaria, Carmelo Samonà (19261990) mostrò un temprano interés teórico por La Celestina (1953) y la novela sentimental (1960), que luego abandonó; por su parte, Elisa Aragone de Terni, discípula predilecta de Oreste Macri (su tesis fue la primera que dirigió el gran maestro), frecuentó poco el Medievo, aunque nos dejó una buena edición del Diálogo entre el amor y un viejo (1961). Por fin, Margherita Morreale (1922-) se ha revelado por décadas como una editora incansable y metódica, como intérprete sagaz de todo tipo de textos medievales (Biblias vernáculas, el Arcipreste de Hita, la Danza de la Muerte, los Doce trabajos de Hércules de Enrique de Milena...). Rematemos este pasado no tan alejado de nuestros días, con una nota agradecida a un gran hispanista de Pisa, Guido Mancini (1918-1990), por fundar los prestigiosos Studi Ispanici, que han acogido numerosos trabajos relativos a nuestra Edad Media. Hispanomedievalistas de renombre en activo son Aldo Ruffinatto, editor de Berceo y estudioso de don Juan Manuel; Paola Elia, una neolachmanniana especialmente ducha en su oficio, que se ha movido entre los cancioneros del siglo xv y San Juan de la Cruz;169 Patrizia Botta, que ha empleado esas mismas 169

Suyo es el importantísimo Repertorio Bibliografico degli Ispanisti Italiani, Chieti: Università G D'Annunzio, 1992 (actualizado en 1998 y 2001).

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herramientas en La Celestina; Emma Scoles, otra gran experta en crítica textual que ha medido fuerzas, una y otra vez, con esa misma obra; Francisco J. Lobera Serrano, que comparte con las anteriores la pasión por la obra de Fernando de Rojas; Marcella Ciceri, editora de varios escritores de los siglos xiv (el Arcipreste de Hita) y xv (el Arcipreste de Talavera y la poesía cuatrocentista); Giovanni Caravaggi, experto en poesía de cancionero; Blanca Periñán, experta que, por medio de los juguetes poéticos de Juan del Encina, se ha ocupado antes que nadie de la poética de los poetas tardomedievales; Giuseppe di Stefano (1936-), uno de los máximos conocedores del romancero en su transmisión impresa y un referente obligado del hispanismo en Italia; Antonio Gargano, cuyo principal mérito continúa siendo la recuperación del Triunfo de amor de Juan de Flores (1981); Giuseppe Mazzocchi, sagaz editor de poesía de cancionero; o Carla de Nigris, editora de Juan de Mena, tras la estela de Alberto Varvaro (1934-), maestro de romanistas al que se debe el Manuale di Filologia Spagnuola Medievale (1965-1969) y Premesse ad Un 'edizione Critica delle Poesie Minori di Juan de Mena (1964), muestra preclara de la pericia ecdòtica de los hispanistas y romanistas italianos. En las últimas generaciones de hispanistas, no faltan los expertos de nuestro campo de especialización, como Elisabetta Paltónièri (suyos son II Libro egli Inganni tra Oriente e Occidente. Traduzione, Tradizione e Modelli nella Spagna Alfonsina [1992] y La Spagna Letteraria. Dalle Origini al xvi Secolo [2002]), Andrea Baldissera (que trabaja ejemplarmente en cualquier asunto relativo al Medievo hispánico, con hitos en sus ediciones de Alfonso de Cartagena [2003] y Clemente Sánchez de Berciai [2005], o su investigación sobre el léxico del Setenario alfonsi [2003]), Ines Ravasini (editora de la versión castellana de la Historia de duobus amantibus de Eneas Silvio Piccolomini [2003] y del poemario del Comendador Escrivá [2008]), Isabella Tomassetti (experta en el género del villancico [2006 y 2008] y la lírica áulica de los siglos xv y xvi), Andrea Zinatto (editor del Mar de historias de Fernán Pérez de Guzmán [1999], del Isagogicon castellano de Leonardo Bruni [2003] y del Cancionero de la Marciana [2005]) o como la joven y brillante historiadora Isabella Iannuzzi, que acaba de sorprendernos con El poder de la palabra en el siglo xv: Fray Hernando de Talavera (2009). Otros romanistas que atienden a las literaturas peninsulares son Massimiliano Andreoli (que se ha ocupado de Ausiàs March y Quirós), Luciano Formisano (gran conocedor de la literatura de viajes y descubrimientos), Giuseppe E. Sansone (catalanista del mayor prestigio que ha editado el Curial e Guelfa [1982] o el Tirant lo Blanch [1984]), Giuseppe Grilli (catalanista y cervantista, en atención a sus bases caballerescas, que se ha preocupado por lo mismo que yo, aquí y ahora, en sus Modelli e caratteri dell 'Ispanismo italiano [2002]), Alberto

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Limentani (muerto prematuramente [1935-1986], tras abordar una gran variedad de problemas teóricos con un inteligente enfoque panrománico, aplicado, sobre todo, a la poesía heroica), Mariá Luisa Meneghetti (a quien el trovadorismo ha llevado inevitablemente a saltar fronteras), Marco Piccat (que ha editado opúsculos en prosa en relación con la Regla de San Benito y otros asuntos, en castellano y catalán) o Costanzo de Girolamo, experto en métrica (Teoría e Prassi della Versificazione [ 1976 y 1983]), en trovadorismo (/ Trovatori [ 1989]) y en Ausiàs March {Pagine del Canzoniere [1996 y 1998]), que ha dado forma a varios instrumentos filológicos de especial utilidad, como su Introducción al estudio de la literatura (1988) o Critica della Letterarietà (1978). Desde sus respectivas atalayas, con un magisterio que ha dejado cientos y cientos de discípulos (muchos de ellos ya maestros), los grandes romanistas italianos nos han marcado muchas veces el camino, con independencia de su foco de atención. La relación de estas autoridades inobjetables de la Filología se abre obligatoriamente con Gianfranco Contini (1912-1990), por sus sólidos trabajos sobre los poetas del Duecento, Dante, Petrarca, el Quattrocento, etc.; a su lado, tenemos que situar a su discípulo D'Arco Silvio Avalle (1920-2002), por trazarnoz el extenso mapa de la poesía narrativa en la Romania (y, en particular, por explicarnos cuál es la dimensión del tetrástico monorrimo en ese mismo espacio) y por un libro tan original como Le Maschere di Guglielmino. Strutture e Motivi Etnici nella Cultura Medievale (1989). Otros nombres del mayor prestigio son los de Vittore Branca (1913-2004), cuyo magisterio con Boccaccio, entre otros tantos temas de investigación como abordó, hace de su nombre una referencia obligada para todo medievalista; como Aurelio Roncaglia (1917-2001), máximo especialista en la literatura románica primitiva, occitanista reputado, gran conocedor del trovadorismo paneuropeo (lo que le llevó a adentrarse en los cancioneiros en más de una ocasión) y director de la prestigiosísima revista Cultura neolatina; o como el reputado semiólogo y medievalista Cesare Segre (1928-), que, además, es uno de los más asiduos visitantes del Medievo hispánico. En lo que sigue, aquí y allá, irán aflorando otros nombres. Consciente de la magnitud de la Romanistica italiana, sé que, por mucho que me esfuerce, sólo alcanzaré a ofrecer un pálido reflejo de lo que fue en el pasado y de lo que continúa siendo en el presente. Por cierto, el hispanomedievalista cuenta con otros nombres de referencia, como el de un especialista en literatura inglesa llamado Emilio Cecchi (1884-1966), que sumó sus fuerzas a las de un experto en el Trecento italiano, Natalino Sapegno (1901-1990), para impulsar la justamente famosa Storia della Letteratura Italiana, obra en 10 volúmenes publicada por la editorial Garzanti (1965-1969). Del mismo modo, por sus atinadas prospecciones y su útilísima antología de textos literarios, los volúmenes de Letteratu-

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ra Italiana Laterza (para la totalidad de su historia literaria, se han publicado 66 en total) han prestado un servicio impagable a cuantos atendemos a otras literaturas nacionales relacionadas con Italia. También nos hemos apoyado en herramientas del tipo del Mannaie di Metrica Italiana (1990) de Mario Pazzaglia y en diccionarios históricos diversos (ahora, en la red, puede consultarse el

Tesoro della Lingua Italiana delle Origini). Antes de nada, hay que admitirlo, los filólogos italianos nos han dotado de los instrumentos ecdóticos necesarios para abordar cualquier labor editorial, pues el método de Lachmann ha tenido allí valedores sin cuento y cuajó en planteamientos teóricos tan elaborados y precisos como los del italianista Michele Barbi (1867-1941) y los latinistas Giorgio Pasquali (1885-1952) o Sebastiano Timpanaro (1923-2000). Aun cuando ha habido no pocas novedades en el cuarto de siglo transcurrido desde su publicación, el panorama y selección de textos de Alfredo Stussi en La critica del Testo (1925) continúa siendo una manera idónea de adentrarse en este universo. Si la crítica textual de corte neolachmanniano, en sus planteamientos teóricos y en su praxis, tiene una laiquísima relación de nombres, hay otras parcelas en las que el referente es uno solo, como en el caso de la historia de la lectura, cuyo hombre (socio de Roger Chartier y de tantos otros estudiosos de distintas nacionales y de intereses muy diversos) en Italia es Guglielmo Cavallo (1938-), experto en paleografía griega de La Sapienza 170 En un espacio diferente, el de los Estudios de Humanismo y Renacimiento, la cosecha de nombres -muy larga, por cierto- es otra, como otros son los departamentos y unidades docentes a los que aparecen ligados, en Filología, Filosofía o Historia. Como digo, al ser éste un tema de interés nacional, los nombres dignos de cita son muchos; por ello, me referiré a diferentes generaciones de estudiosos por medio de unas cuantas figuras especialmente representativas. El siglo xix, pongo por caso, tiene un gran nombre, el de Remigio Sabbadini (1850-1934), y un título, Le Scoperte dei Codici latini e Greci ne ' Secoli xiv e xv (1905-1914). En el siglo xx, hay varios nombres inexcusables, como el de Eugenio Garin (1909-2004), cuya obra tiene reflejo automático en cualquier investigación sobre la cultura renacentista, desde su temprano libro sobre Giovanni Pico della Mirandola (1937) o por medio de sus clásicos II Rinascimento Italiano (1941), L'Umanesimo Italiano (1952) y Medievo e Rinascimento (1954). Aunque Roberto Weiss (1906-1969) nació en Milán, en realidad fue fruto del mundo académico británico, en el que se formó y donde 170

Parte de ese entramado de relaciones académicas se pone al descubierto en su codirección con Roger Chartier, Histoire de la Lecture dans le Monde Occidental. Paris: Éditions Laterza et Éditions du Seuil, 1997 (trad. esp. 1998).

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trabajó como docente e investigador (en concreto, en el University College de Londres); de todos sus libros, el que mayor influjo ha tenido sobre los especialistas en el siglo xv peninsular apareció postumo por unos pocos días: The Renaissance Discovery of Classical Antiquity (1969). De Giuseppe Billanovich (1913-2000) basta decir que ha sido uno de los puntales de los estudios petrarquistas y que ha aportado algunas de las claves a todos cuantos nos hemos interesado por el Humanismo en toda su extensión y magnitud; puestos a escoger, entre una selva de magníficos y extensos trabajos, me quedo con una pequeña joya, un artículo de 1965 que hizo época y que la Universidad Autónoma de Barcelona publicó, con buen juicio, en forma exenta, aunque tiene tamaño de folleto: Auctorista, Humanista, Orator (1989). Representativo de toda una generación que se halla ahora en plena madurez investigadora es Mirko Tavoni, brillante en todas sus aproximaciones, ya se trate de la questione della lingua,m de temas dantescos o de otros tantos asuntos. El último en la nómina es el joven Guido M. Cappelli, formado en Italia e instalado en España, a quien cito por su panorama El Humanismo italiano. Un capítulo de la cultura europea entre Petrarca y Valla (2007). Otro reducto, el de la escena y la teatralidad medievales, obliga a sumar algunos nombres italianos por haber atendido a España de forma lateral pero continuada. Es el caso de Federico Doglio, alma, durante muchos años, de los encuentros internacionales sobre teatro medieval que, en 1975, impulsaron la fundación del Centro Studi sul Teatro Medioevale e Rinascimentale de Viterbo; éste es el caso, también, de Luigi Allegri, historiador y teòrico de la teatralidad y el espectáculo en la Edad Media, cuyos postulados se difundieron en España desde comienzos de los años noventa a través de colaboraciones en distintos medios y de su asistencia a congresos y cursos sobre la materia. Ya antes, un valioso artículo de Carla Casagrande y Silvana Vecchio ("L'interdizione del Giullare nel Vocabolario Clericale del XII e del XIII Secolo", publicado en 1978 y en 1989), al que luego fueron añadiendo distintas reflexiones y material diverso, había situado a ambas investigadoras a la altura de los maestros Farai y Menéndez Pidal, ya que ellas atendían al juglar en Italia con el mismo enfoque paneuropeo que habían empleado ambos al ocuparse, respectivamente, de los casos francés y español.

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Uno de sus mejores trabajos es "The 15th-century Controversy on the Language Spoken by the Ancient Romans: an Inquiry into Italian Humanist Concepts of 'Latin', 'Grammar', and 'Vernacular'", Hisioriographia Linguistica, 9 (1982), pp. 237-264.

2 0 . E L ESTUDIO DE LOS CANCIONEIROS EN ITALIA, ESPAÑA Y PORTUGAL

En otra parcela, la lírica gallego-portuguesa, la primacía italiana fue indiscutible por mucho tiempo: primero con Ernesto Monaci, como ya vimos arriba, y luego con Cesare de Lollis (1863-1928) y Giulio Bertoni (1873-1942); 172 más tarde, vinieron Silvio Pellegrini (1900-1972) o Jóle Ruggieri Scudieri (19041973), que utilizó el foco adecuado al ocuparse de la cultura panhispánica en conjunto en un libro póstumo, que tituló Cavalleria e Cortesía nella Vita e nella Cultura di Spagna (1980). El dúo de referencia obligada lo han formado durante años Luciana Stegagno-Picchio (1920-2008) y Giuseppe Tavani (1922-), a quienes han seguido otros tantos romanistas, como Anna Ferrari, Giulia Lanciani o Giovanna Marroni. Un romanista, Giuseppe Cario Rossi (1908-1983), salió de ese espacio acotado para ocuparse de la literatura portuguesa en todas sus formas (y, aunque quede al margen de nuestros intereses, para atender también a la literatura brasileña), como se percibe en sus trabajos sobre la presencia de Petrarca o Boccaccio en la literatura portuguesa o en obras tan aplaudidas como su Storia della Letteratura Portoghese (1953). El dominio italiano de las letras portuguesas, particularmente en lo relativo a su lírica medieval, fue inobjetable por largo tiempo. La situación sólo comenzó a cambiar cuando, hace unos veinticinco años, dos romanistas españoles, Carlos Alvar y Vicente Beltrán, se dieron al estudio de los cancioneiros de manera continua y sistemática (en las aulas, su Antología de la lírica gallegoportuguesa [1985] vino a satisfacer una necesidad acuciante, dada la insuficiencia de la labor, no poco meritoria, de Carmen Martín Gaite y Andrés Ruiz Tarazona en Ocho siglos de poesía gallega [1972], útil de trabajo de uso común en las aulas). A estos dos grandes medievalistas, se unieron otros expertos españoles y portugueses del ámbito de la Filología Gallega y Portuguesa (a varios de ellos haré referencia más adelante), tras su estela y la más distante de la citada Carolina Michaélis, o la de su esposo José Leite de Vasconcelos (1858-1941), a la que deben añadirse otros grandes nombres. El primero de todos es el de Teófilo Braga (1843-1924), con su temprana Historia da Poesía Popular Portuguesa (1867) y su Historia da Literatura Portuguesa (1870), 172

Su extensísima bibliografía fue recogida por Guido Stendardo en Cultura Neolatina, 12 (1952), pp. 15-78.

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que tanto énfasis pone en el alma lírica de esa nación hermana. Poco más joven era José Joaquim Nunes (1859-1932), profesor de latín y griego en la Universidad de Lisboa, cuyos desvelos eruditos se dirigieron a la lengua nacional y cuajaron en sus ediciones de las cantigas de amigo (1926-1928) y de las cantigas de amor (1932), útiles indispensables de trabajo hasta el presente. Su estela fue seguida por el gallego José Filgueira Valverde (1906-1996) que, en inteligentísimas reflexiones, se ocupó de problemas como el de la hipotética existencia de una épica gallego-portuguesa en el Medievo (fue su discurso de ingreso en la Real Academia Gallega en 1971); o por el brasileño Celso Ferreira da Cunha (1917-1989). Entre todos los estudiosos activos a lo largo del siglo xx, hay que destacar al portugués Manuel Rodrigues Lapa (18971989), por sus investigaciones sobre la poesía gallego-portuguesa del Medievo (Poesía Lírica em Portugal na Idade Média [1928]), por sus indagaciones sobre la transmisión peninsular de la leyenda artúrica (con su estudio de la Demanda [1930]) y, sobre todo, por su edición de las cantigas de escarnio y maldecir (1965, con una edición revisada y ampliada en 1970), sobre las que tenía ricos materiales por añadir que aún permanecen inéditos. Obligada es la cita de la pareja formada por Elza Pacheco Machado y José Pedro Machado (1914-2005), así como la de Luís Filipe Lindley Cintra (1925-1991), por su pericia en este terreno y, sobre todo, por su competencia probada en el difícil universo de las crónicas medievales castellanas y portuguesas. Por lo que a las revistas italianas se refiere, hay dos que destacan sobre todas cuantas acogen trabajos relativos al Medievo hispánico: una es Medioevo Romanzo, nacida en 1974; la otra, Studi Ispanici, cuyo primer número salió a la calle en 1976. Tras una fase de declive, esta publicación cobró nuevas fuerzas desde el número de 1997-1998, bajo la dirección de una animosa Loreto Busquets. En Portugal, Aires Augusto Nascimento es el alma de una gran revista que se ocupa no sólo del Mundo Antiguo, sino también de la magna transformación cultural que supusieron los prerrenacimientos medievales y, sobre todo, de la que recorrió toda Europa desde el temprano Trecento en adelante (que todos, sin ambages ni reticencias, conocemos como Renacimiento): me refiero a Evphrosyne. Revista de Filología Clássica, que inicialmente adopta un enfoque panhispánico de lo más atinado, aunque, al final, se abra a todas aquellas propuestas que permiten avanzar en los vastísimos dominios de la cultura clásica, en la Península, en Europa y en el universo mundo.

2 1 . L A SEGMENTACIÓN DE LA ROMANÍSTICA EN CENTROEUROPA

En la Europa central vuelven a soplar aires que auguran la recuperación de su antaño potente Filología Románica, ahora fragmentada en especialidades en atención a las diversas lenguas, entre las que el español ocupa la primera plaza, frente a la pasada hegemonía del francés y el italiano. Un hito tras la Segunda Guerra Mundial fue la publicación de Europäische Literatur und Lateinisches Mittelalter (1948) de Ernst Robert Curtius (1886-1956), un experto en la literatura francesa de la Edad Media que, para la ocasión, amplió inteligentemente su ámbito de estudio. Otro grande fue el romanista Erich Auerbach (1892-1957), gracias sobre todo a Mimesis: Dargestellte Wirklichkeit in der Abendländischen Literatur (1946), libro que redactó fuera ya de la Alemania nazi, concretamente en Turquía, desde donde marchó a Estados Unidos; en su país de acogida, creó escuela, firmemente instalado en su cátedra de Yale. Fueron numerosos los filólogos e historiadores judíos que, crecidos intelectualmente entre Berlín y Viena, escaparon del nazismo y se asentaron definitivamente en otros países, principalmente en los Estados Unidos. Éste es el caso de dos grandes romanistas, Yakov Malkiel y Leo Spitzer, y de dos grandes historiadores del Renacimiento y el Humanismo, Paul Oskar Kristeller y Hans Baron. Al primero, ya he tenido ocasión de referirme; de los otros tres, aún habré de ocuparme en lo que sigue. En 1945, Alemania tenía ante sí una empresa que se antojaba imposible: resurgir literalmente de las cenizas. Apenas nada quedaba en pie, pero el tesón de los naturales de aquella tierra logró convertirla nuevamente en el motor económico de Europa en dos décadas contadas; bastante más, por el contrario, tardaron en asomar los brotes de varias disciplinas universitarias en las que Alemania había llevado la batuta hasta antes de la guerra, entre ellas la Filología Románica, que volvió a la palestra sin grandes nombres en los que apoyarse y diluida en los modernos Estudios de Lenguas Extranjeras. En semejante páramo, volvieron a sonar nombres alemanes, aunque esta vez eran los de unos cuantos teóricos que han ido dejado una fortísima huella en el presente del medievalismo en general y en el del hispanomedievalismo en particular;173 al 173

El influjo de los romanistas es fácil de explicar, pero el de los germanistas hay que aclararlo en cada caso. Por ejemplo, el de Hugo Kuhn (1909-1978) deriva de haber compartido espacio teórico con Jauss y otros medievalistas de ámbitos distintos del suyo.

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mismo tiempo, fueron surgiendo varios proyectos de hondo calado, con los que Alemania comenzó a recuperar parte del prestigio perdido. Considerémoslos. Una gran aportación del mundo académico alemán fue la Teoría o Estética de la Recepción de Hans Robert Jauss (1921-1997), especialista en literatura francesa que, desde los años cincuenta, osciló de Proust al Medievo europeo, con un enfoque original, ecléctico y ponderado que en absoluto ha perdido su vigencia. Dada su atención al emisor, al receptor y a la relación de ambos con el texto (de ahí el principio básico del Horizonte de Expectativas), esta corriente de análisis permite enfoques muy diversos, ya se trate de estudios estrictamente inmanentistas o endocríticos o bien de catas en clave sociológica, psicológica o contrastiva. En esa diversidad de aproximaciones o enfoques posibles por parte del estudioso radica una de las grandezas de la Teoría de la Recepción como método analítico. Desde 1962, y con otro gran teórico y medievalista, Erich Kóhler (1924-), Jauss dirigió el Grundriss der Romanischen Literaturen des Mittelalters (1968-2005), vademécum importantísimo tanto si se considera conjuntamente como si se presta atención a las partes que lo constituyen. En lo que a nosotros respecta, hay que cargar las tintas sobre dos tomitos del Grundriss: la introducción de Giuseppe Tavani a la lírica gallego-portuguesa o la de Margit Frenk a la lírica española pretrovadoresca. En proyectos de gran envergadura, la cultura germánica sigue mostrándose especialmente vigorosa, con el Lexikon des Mittelalters (1977-1999), el Lexikon der Romanistischen Linguistik (1988-2003) de Günter Holtus, Michael Metzeltin y Christian Schmitt, o el Diccionario del español medieval (1987-) de Bodo Müller, cuya anunciada y deseada integración en el Diccionario histórico de la lengua española de la Real Academia Española, dirigido por José Antonio Pascual, se ha frustrado por ahora. Justo al final de este panorama me referiré a un gran proyecto que persigue la confluencia de expertos de distintos países, con formación, intereses y sensibilidades de lo más dispar: el International Research Consortium de la Universidad de Erlangen, una hermandad erudita viable gracias al tesón, la eficacia y la competencia académica de Klaus Herbers. Por su parte, con apoyo en la moderna tecnología, que permite captar imágenes digitalizadas de alta calidad, la Universidad de Mannheim está llevando a cabo una importantísima labor a través del proyecto Camena, que pone a disposición del investigador todas las herramientas de trabajo que se precisan para apoyar su lectura interpretativa de la vieja literatura: polyantheae, enciclopedias de la época, diccionarios antiguos (entre ellos, los etiquetados como calepinos), repertorios de loci communes, etc. La fortaleza de los Estudios de Lingüística Románica explica la presencia permanente de grandes figuras, que en algunos casos han atendido esporádica o primordialmente al español medieval y al corpus documental que lo transmite.

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El último grande entre los grandes fue Kurt Baldinger (1919-2007), profesor de Heidelberg, lingüista admirable (máxima autoridad en terrenos tan vastos y apasionantes como el de la lexemática) que, para desgracia nuestra, no puso jamás las manos en nuestros textos antiguos para editarlos o interpretarlos. La universidad alemana ha hecho de sus estudiantes unos lingüistas competentes, aunque a fecha de hoy muestran escaso interés por la exégesis o interpretación literaria. En cualquier caso, es esperanzadora la nueva savia que reverdece el viejo árbol de la Romanística germánica y anima unos Estudios Hispánicos de nuevo cufio, pues en la lejanía sólo unos pocos, como Ludwig Pfandl (1881-1942), merecen ser etiquetados como hispanistas y no romanistas. Incluso Karl Vossler, figura fundamental para el estudio de la literatura española, fue antes de nada un teórico (y padre indiscutible del Idealismo Lingüístico y la Estilística); en segundo lugar, fue un sólido romanista, conocedor en profundidad de las literaturas francesa e italiana; sólo en último término, y a pesar de sus contactos con España (a través del Centro de Estudios Históricos), merece la etiqueta de hispanista. Por otra parte, su interés por la literatura española medieval fue lateral, es decir, le vino por el lado de la Filología Románica (de ahí sus Formas literarias en los pueblos románicos, título de la traducción al castellano de 1944); de hecho, como hispanista, su atención se dirigió a nuestros autores áureos. Tras la Segunda Guerra Mundial, la estela de nuestra especialidad la marcaron historiadores de la literatura como Hans Flasche (1911-1994) o editores como Walter Mettmann (1926-), a quien debemos la edición al uso de las Cantigas de Santa María alfonsíes (1986). La trayectoria de Leo Pollmann (19302009) es reveladora de la evolución de la especialidad en Alemania, al oscilar de la Filología Románica (en su época de Erlangen, marcada por libros como La épica en las literaturas románicas. Pérdida y cambios [1973]) a la literatura española e hispanoamericana contemporáneas (vinculado ya a la Universidad de Regensburg). Entre los recién jubilados, destaca Hans-Josef Niederehe (1937-), experto en historia de las gramáticas y las ideas lingüísticas, desde Alfonso X en adelante (no en balde, es autor de Alfonso Xel Sabio y la lingüística de su tiempo [1987]); de Mechthild Crombach, profesora en Heidelberg, apenas si hay noticia a partir de los años noventa, tras sus valiosas ediciones de Bocados de oro (1971) y los Libros de axedrez, dados y tablas de Alfonso X (1987). En pos de ellos, va toda una generación de medievalistas a tiempo completo o parcial, como Javier Gómez-Montero, Susana Zapke, Christoph Rodiek o una jovencísima Folke Gernert que está llamada a reactivar la antaño poderosísima Romanística alemana.174 174

Eso me atrevo a afirmar a la vista de los dos volúmenes de Parodia y "contrafacta" en la literatura románica medieval y renacentista, San Millán de la Cogolla: Cilengua,

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En Austria, resulta fundamental la presencia del suizo Metzeltin, pero quedan muy lejos los años del genial Leo Spitzer (1887-1960), quien, por cierto, hizo la mayor parte de su carrera en Alemania, antes de huir a Estados Unidos y vincularse a la Johns Hopkins University.175Las primeras investigaciones de Spitzer prestaron atención a la literatura francesa, pero pronto osciló hacia la lingüística románica, en atención al italiano y a las lenguas ibéricas, para desembocar en el estudio de la literatura española medieval y áurea; al respecto, fue también determinante su paso por el Centro de Estudios Históricos. En nuestra especialidad, célebres son sus trabajos sobre el Cantar de mió Cid o la Razón de amor (menos convincente, a decir verdad, éste que aquél), que analizó con fino olfato y su particular aplicación de la Estilística Idealista, un método que él tenía por personal e intransferible; por eso, a sus lectores y discípulos solía repetirles la lacónica frase: "No me sigáis". Conviene apostillar, con todo, que el "círculo filológico" de Spitzer, criticado por subjetivo y ametódico, merece otro tipo de calificativos, como los recién utilizados (personal e intransferible) u otro más, intuitivo, que él mismo se aplicaba con gusto y que se compendia en la frase: "El buen sentido es la única guía válida del crítico".176 En Suiza,177 tierra que dio grandes romanistas (como Adolf Tobler [18351910], Wilhelm Meyer-Lübke [1861-1936], Jakob Jud [1882-1952], Paul Aebischer [1897-1972] o Reto R. Bezzola [1898-1983]), nuestra especialidad fue impulsada por Arnald Steiger (1896-1963), cuya doble formación como romanista y arabista se la debía, tanto o más que a sus maestros suizos (entre ellos, Jud, cuya cátedra de Zúrich ocuparía luego), a los profesores con los que

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2009. Esta investigación (estudio, edición y bibliografía) se ha realizado con el enfoque panrománico característico del medievalismo más pujante a día de hoy, lo que, al mismo tiempo, le permite conecta con la tradición erudita alemana. Sobre la formación de Spitzer y sus vínculos con España, véase el importante trabajo de María Teresa Echenique Elizondo, "Quince años de Filología Española en el contexto europeo (1912-1927). A propósito de la publicación del libro Leo Spitzers Briefe an Hugo Schuchardt', Revista de Filología Española, 87 (2007), pp. 373-380. Para seguir la evolución de Spitzer, no hay nada mejor que la guía y selección de trabajos por Fernando Lázaro Carreter en Leo Spitzer, Estilo y estructura en la literatura española. Barcelona: Crítica, 1980. Para los tímidos inicios de la hispanística en esta tierra, véase la nota de Yakov Malkiel, "Necrology: Amald Steiger (1896-1963)", Romance Philology, 18 (1965), pp. 284-296, que, bajo el pretexto de un obituario, lleva a cabo tal repaso. El maestro de Berkeley justifica el esfuerzo realizado por esta razón concreta, como aclara al inicio de su nota necrológica en tono cáustico: "Steiger, advantageously known on both sides of the Atlantic for his expertise in Hispano-Oriental culture, has left, it may be argued, no oeuvre of such originality, monumental proportions, or powerful impact as to justify a necrological essay of almost forbidding length".

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se formó en la Universidad Central de Madrid: nada menos que Menéndez Pidal y los arabistas Ribera y Asín Palacios; por ello, no es de extrañar que su obra de mayor importancia, en la que da cumplida cuenta de ambas vertientes eruditas, fuese su Contribución a la fonética del hispano-árabe y de los arabismos en el ibero-románico y el siciliano (1932), trabajo que había desarrollado antes como tesis de habilitación; un segundo hito es su edición de los Libros del Acedrex, dados y tablas alfonsíes (1941).178 Tras abandonar Suiza por problemas tan turbios como graves (fue acusado de ciertas irregularidades por la propia Universidad de Zúrich) e instalarse en Madrid gracias a una cátedra dotada de manera extraordinaria, la Filología Románica helvética perdió al primero de todos sus maestros. Más tarde, llegaron dos especialistas de renombre, Gerold Hilty (1927-) y Germán Colón (1928-), cuyas cátedras de Zúrich y Ginebra, a su jubilación, fueron ocupadas por dos brillantes filólogos de amplio espectro: Georg Bossong y Carlos Alvar.179 Aunque de tarde en tarde, el hispanoamericanista Gustav Siebenmann (1923-), desde su cátedra de San Galo, abordó temas medievales, como en el folleto Estado presente en los estudios celestinescos (1956-1974) (1975), publicado inicialmente como artículo en Vox Romanica. Diferente aún se percibe el panorama en los países escandinavos, donde faltan herederos para los suecos Gunnar Tilander (1894-1973), verdadera autoridad en textos jurídicos medievales (con su edición de Los Fueros de la Novenera [1951]), y Regina af Geijerstam (1918-), experta en la obra de Juan Fernández de Heredia. Finlandia cuenta con Timo Riiho, buen conocedor de las lenguas ibéricas, de las que se ocupa con un método diacrònico que, inevitablemente, le ha llevado a publicar su propia Crestomatía iberorrománica: 178

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Sobre esa faceta concreta, véase Georg Bossong, "Arnald Steiger et la Fascination de l'Orient". Contribution au Colloque Les Linguistes Suisses et la Variation Linguistique: http://www.rose.uzh.ch/seminar/personen/bossong/boss_span_102.pdf. Hay también una edición impresa, Les Linguistes Suisses et la Variation Linguistique: Actes d'un Colloque Organisé à l'occasion du Centenaire du Seminaire des Langues Romanes de l'Université de Zurich. Zürich: Francke, 1997. Posteriormente, Carlos Alvar ha pasado de Basilea a Ginebra, donde está formando a varios jóvenes romanistas, como Sarah Finci, que aúna la alta divulgación y la imagen en su tesis doctoral, constituida por un total de cuatro documentales. Una nueva generación de profesores ordinarios cuenta con los siguientes nombres: Hugo O. Bizzarri, Tobias Brandenberger o Itzíar López Guil. Los estudios de Edad Media peninsular tuvieron la suerte de que, a tiempo parcial, se ocupasen de ellos expertos de renombre como Gustav Siebenmann; con él han colaborado Rainer Hess, Mireille Frauenrath y Tilbert Stegmann en uno de esos útiles vademécum con que nos regalan los expertos centroeuropeos: el Diccionario terminológico de las literaturas románicas (1995; orig. alemán 1989).

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textos paralelos de los siglos xiu-xvi (1993), junto a Lauri Juhani Eerikáinen. En Dinamarca, Frede Jensen, un filólogo inicialmente interesado en la lírica gallego-portuguesa (The Earliest Portuguese Lyrics [1978]), derivó hacia la literatura francesa y occitana, y la lingüística románica; además, tras formarse tanto en su país natal, como en Francia y España, el resto de su carrera académica lo ha desarrollado en los Estados Unidos. Holandés era el influyente historiador del arte Johan Huizinga ( 1872-1945), cuyo libro El otoño de la Edad Media (el original holandés salió a la calle en 1919) se tiene por una de las primeras aportaciones de relieve en el terreno de la Historia de la Cultura. En los Países Bajos, hubo un momento dorado para la Filología Románica, gracias al romanista húngaro Benedek Elemér Vidos (1902-1987) y a Jan Herman Terlingen (1902-1965), ambos vinculados a la Universidad de Nimega. En esta misma ciudad, continúa activo un filólogo excepcional, Maximiliaan P. A. M. Kerkhof, cuyas ediciones del Marqués de Santillana y Juan de Mena sólo pueden calificarse de modélicas; además, a pesar de haberse jubilado, sigue siendo un espejo de editores, como vemos en su reciente La coronación o Las cincuenta-, del mismo modo, su magisterio se extiende a la gramática diacrònica del español y el portugués, a las lenguas criollas o a los sefardíes en Holanda.'80 Por el contrario, la jubilación de Henk de Vries lo ha sido en todos los órdenes; de ese modo, su silencio indica que no volverá a publicar nuevos trabajos, unas investigaciones harto peculiares por maridar las Matemáticas y los Estudios Literarios.181 Tras la desaparición, por deceso o jubilación, de todos estos medievalistas, la especialidad queda al descubierto en Holanda. Reconozco que nada sé acerca de Yo ten Cate, fuera de que su verdadero nombre era Johanna Paulina y que obtuvo el doctorado en Filosofía y Letras por la Universidad de Amsterdam en 1942 con su edición del Poema de Alfonso XI que acabaría publicando de nuevo en España en 1952. Semejante es la situación de Bélgica, patria del historiador del pensamiento Edgard de Bruyne (1898-1959), célebre por su monografía La estética de la Edad Media (con original francés de 1947), y tierra también de los romanistas Rita Lejeune (1906-2009) y Jules Horrent (1920-1981), dos grandes conocedores de la leyenda rolandiana y de su literatura, aunque el segundo prestó más atención a su proyección hispánica. Por muchos años, el hispanomedievalismo 180

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Por desgracia, sus discípulos Rob Lepair y Dirk Tuin, que colaboraron en dos ediciones del Marqués de Santillana (el primero, que también le ayudó a rastrear la tradición textual del Laberinto de Mena [1989], editó los Proverbios [1988], mientras el segundo editó los Sonetos [1985]), han abandonado definitivamente nuestra especialidad. Aquilatado con un autor de inicios del siglo xvi, Juan de Padilla (Materia mirable [1972]), luego aplicó su método a obras de la Edad Media como el Cantar de mió Cid o La Celestina.

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belga ha descansado sobre los hombros de un reputado especialista (que se ha movido entre los orígenes de nuestra literatura y, en los últimos años, los autores del boom hispanoamericano), Jacques Joset, editor de Juan Ruiz (1974 y ss.) y del Rimado de Palacio del Canciller Ayala (1978), al tiempo que estudioso de asuntos de lo más variopinto entre la literatura de orígenes y el siglo x. Jubilado él también, quedamos a la espera de otro hispanomedievalista belga de su misma talla. Antes de cerrar este apartado, pasemos revista al mundo editorial en estos países, pues su importancia para la cultura hispánica y las letras medievales crece de día en día. Por ejemplo, ante el abandono o la quiebra de no pocas editoriales españolas, el sello germano-español de Klaus Vervuert está mostrando un dinamismo que a todos beneficia, pues considera cualquier trabajo de calidad y tiene presta la colección Medievalia Hispanica, dirigida por Maxim Kerkhof, para acoger ediciones o ensayos. Su magna labor ha obtenido el más elevado de los reconocimientos: nada menos que un doctorado honoris causa por la Universidad de Münster, otorgado en diciembre de 2009. Por desgracia, lo medieval sólo aparece excepcionalmente en el catálogo del matrimonio Reichenberger, que ha hecho una tarea digna de encomio con relación al teatro de los Siglos de Oro. Por su parte, Bélgica cuenta con un importantísimo activo, la editorial Brepols, cuyos cuarenta años de existencia han servido para fortalecer el estudio de la Edad Media en sus principales componentes: en primer lugar, en atención a la literatura de la Antigüedad tardía; en segundo término, como recipiente idóneo para los abundantes materiales de lo que se conoce con el título de Corpus Christianorum; por fin, como primer referente del medievalismo que quiere ser en atención a todos y cada uno de los apartados de esa especialidad. Es tanto y tan importante lo publicado hasta la fecha que resulta difícil destacar algo en especial (acaso su Typologie des Sources du Moyen Age Occidental)', no obstante, mucho más importa que Brepols se haya convertido en el primer difusor de herramientas (vale decir, ediciones, actas, corpora, revistas, colecciones, medios electrónicos, bibliografías...) para el estudio de la Edad Media en todas sus vertientes. En el capítulo correspondiente a las revistas, Alemania tiene en su haber dos que poseen por igual veteranía y prestigio: la Zeitschrift für Romanische Philologie, que nació nada menos que en 1877, y Romanische Forschungen, cuya creación data de 1883; en Suiza, desde 1936, la revista de referencia se llama Vox Románico.

2 2 . LA CULTURA PANHISPÁNICA: MEDIEVALISTAS EN HISPANOAMÉRICA E ISRAEL

La atracción por el Medievo no dejó indiferentes a los artistas románticos de la América de habla española, aunque en ningún caso llegó a cuajar en un medievalismo hispanoamericano; para que ello fuera posible, se precisó de una segunda inmersión en el periodo, lo que ocurrió gracias al Modernismo, a sus valedores y sus principales artistas.182 El primer nombre de cita obligada es el del germano-chileno Friedrich Ludwig Christian Hanssen, españolizado como Federico Hanssen (1857-1919), que, en 1889, abandonó Alemania para ocupar una cátedra de Filología Clásica en el Instituto Pedagógico de Santiago de Chile. Pronto osciló del latín al castellano, en atención a nuestros autores y textos primitivos, como experto que erea en métrica e Historia de la Lengua. Desde principios del siglo xx, en Hispanoamérica se desarrollaron dos grandes focos de medievalismo, ubicados en los que, inobjetablemente, son sus motores culturales: México y Argentina. En ambos casos, la pasión por el Medievo la despertaron, allá por los años veinte, dos ensayistas venerados, y con toda razón: Pedro Henríquez Ureña (1884-1946) y Alfonso Reyes Ochoa (18891959), ambos significativamente vinculados al Centro de Estudios Históricos, en el que Menéndez Pidal lo era todo. Nacido en la República Dominicana, Henríquez Ureña fue un perfecto cosmopolita, aunque la memoria lo asocia a la Universidad de Buenos Aires, donde desarrolló una obra tan comprehensiva como original, en la que atendió a nuestros autores medievales, especialmente a los poetas y, más en concreto, a su métrica.183 De todos sus trabajos sobre esta materia, el más célebre es La versificación irregular en la poesía española (1920), libro que escribió durante su estancia en Estados Unidos y España. Desde su título, queda al descubierto la impronta pidaliana, pues don Ramón veía en el anisosilabismo una de las marcas más características de la primitiva literatura española; por eso, no es de 182

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Algo he dicho ya al respecto en "Modernismo y Edad Media", en Tomás Albaladejo, Javier Blasco y Ricardo de la Fuente, coords., El Modernismo Renovación de los lenguajes poéticos, I (Valladolid: Universidad de Valladolid, 1990), pp. 81-91. Su enfoque, además, fue el de un romanista, como recuerda Alfredo Grieco y Bavio, "Historiografía literaria y estilística en Pedro Henríquez Ureña", en José Luis Abellán y Ana María Barrenechea, coords., Pedro Henríquez Ureña, Ensayos (Madrid eí al.: ALLCA, 1998), pp. 671-682 [674],

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extrañar que el maestro aceptase prologar la segunda edición de la obra (1933), en la que se expresa en los siguientes términos (p. v): Cuando en 1917 di a conocer el fragmento épico de Roncesvalles, pensaba, al examinar su interesantísima versificación: "¡Adiós las ilusiones de los partidarios de la regularidad silábica del Mió CidV\ Creía poder dar yo como indisputable que los juglares de gesta y los juglares de metros más cortos, por ejemplo, los autores de Santa María Egipcíaca o de Elena y María, usaban habitualmente un metro de desigual número de sílabas, metro que debería estudiarse en adelante sin los prejuicios propios de los que creen que en todo caso deben imperar los principios de la métrica isosilábica.

Alfonso Reyes, el gran polígrafo mexicano, no sólo se ocupó de los siglos medios en sus artículos periodísticos sino que se interesó por el Arcipreste de Hita y, en 1919, llegó a modernizar la edición pidaliana del Cantar de mió Cid, una labor que llegó al gran público a través de la colección Austral; de ese modo, la edición de Reyes se convirtió en la vulgata de nuestro gran poema épico, que, gracias a su esfuerzo, pudo ser saboreado por un lector neófito, apenas formado en las letras medievales (por eso, en los años en que cursaba el bachillerato, fue mi primer Cantar). Claro está que hay una explicación para el medievalismo de Reyes y ésta radica en que, durante su exilio en España (1914-1924), trabajó en el Centro de Estudios Históricos a las órdenes de Menéndez Pidal. 184 En 1939, Reyes fue nombrado presidente de la Casa de España en México, institución fundada por Daniel Cosío Villegas (1898-1976) y por el presidente de la República, Lázaro Cárdenas, para acoger a los intelectuales republicanos que abandonaban España; de ese modo, así lo sentía Reyes y así se expresó, estaba en condiciones de devolver los favores recibidos durante la década que pasó en nuestra tierra. Poco después, en 1943, la institución acabaría transformándose en El Colegio de México; en 1947, Raimundo Lida y el propio Alfonso Reyes impulsaron su mítico Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios, donde se vienen desarrollando algunos de los proyectos culturales de más relieve y se publica la Nueva Revista de Filología Hispánica, a la que me referiré de inmediato.185 Debo añadir que la figura de Cosío es de una importancia trascendental para la cultura panhispánica en su conjunto y para el hispanomedievalismo 184

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Véase James W. Robb, "Alfonso Reyes, Tomás Navarro Tomás y el Centro de Estudios Históricos", Nueva Revista de Filología Hispánica, 37 (1989), pp. 603-620. La relación con este estudioso argentino aclara por qué Reyes estaba tan bien informado acerca de la labor de su hermana María Rosa y por qué, desde la más profunda admiración, le dedicó varios poemas que merece la pena leer.

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en particular, pues fue el creador del Fondo de Cultura Económica (1934), editorial nacida inicialmente para aportar los títulos necesarios para la Escuela Nacional de Economía de la UNAM, que amplió su horizonte para ir incorporando las materias más diversas. Los medievalistas castellanoparlantes pudieron acceder a algunos de los principales títulos de la especialidad gracias a los estupendos traductores de la FCE, con Auerbach y Mimesis (1950), con Highet y La tradición clásica (1954), con Curtius y Literatura europea y Edad Media latina (1955), etc. A día de hoy, en México cabe hablar de dos polos de atracción, que corresponden a dos figuras eminentes: Margit Frenk (1925-), en la UNAM, y Antonio Alatorre (1922-2010), en El Colegio de México, sede de la Nueva Revista de Filología Hispánica, publicación nacida en 1939, en Argentina, por iniciativa de Amado Alonso (como Revista de Filología Hispánica), quien la llevó a México en 1947. Frenk es autoridad indiscutible en la lírica tradicional, desde sus primeros testimonios (Las jarchas mozárabes y los comienzos de la lírica románica [1975]) hasta nuestros días. No sólo ha editado y estudiado ese material (más adelante, aludiré a su libro principal, el Nuevo corpus [2003]), sino que ha desarrollado un importante cuerpo teórico {Poesía popular hispánica. 44 estudios [2006]), que inevitablemente ha llevado al problema de la oralidad (Entre la voz y el silencio (La lectura en tiempos de Cervantes) [1997]). Al otro grande, Antonio Alatorre, se debe, antes de nada, la traducción, junto a la propia Frenk, del magnum opus de Curtius (también es el traductor de las obras fundamentales de Bataillon y Highet), de ahí la influencia que ese ensayo ha tenido en nuestra especialidad; no obstante, su obra erudita atiende fundamentalmente a los Siglos de Oro. Discípulo de ambos estudiosos es Aurelio González Pérez, medievalista y folklorista con numerosos trabajos de referencia sobre lírica tradicional y romancero. Entre los jóvenes folkloristas que han ido renovando la savia de la UNAM, está la argentina Mariana Masera, instalada en México y ligada a varios equipos de investigación españoles (particularmente, Salamanca y Alcalá), tras doctorarse en la Universidad de Londres. Por otra parte, la conjunción de los esfuerzos de los medievalistas de la UNAM y los de El Colegio de México, a los que se suman los miembros del equipo de la Universidad Autónoma Metropolitana, con la dinámica Lillian von der Walde Moheno, tiene un nombre: Proyecto Medievalia. Una de sus ramas es la revista Medievalia, que suma un total de 39 números; la otra, la editorial del mismo nombre, que posee un catálogo con 37 títulos publicados hasta el presente. En Argentina, los orígenes del medievalismo se remontan a 1923, año en que nació el Instituto de Filología y Literaturas Hispánicas de la Universidad de Buenos Aires, por iniciativa de Menéndez Pidal. Entre 1927 y 1946, Amado

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Alonso llevó las riendas de ese organismo, al que acabó dándole su propio nombre y en el que formó a una de las grandes medievalistas de todos los tiempos: María Rosa Lida. Los Estudios de la Edad Media se vieron reforzados gracias al historiador Claudio Sánchez Albornoz, ligado, primero, a la Universidad de Mendoza y, finalmente, a la de Buenos Aires. Sin embargo, es imposible entender el hispanomedievalismo argentino de nuestros días sin apelar a la figura de Germán Orduna (1926-1999), fundador, en 1978, del SECRIT (Seminario de Edición y Crítica Textual) de Buenos Aires e impulsor, desde 1981, de la revista Incipit, especializada en problemas de crítica textual. En circunstancias nada favorables, Orduna desarrolló una importante obra sobre el Canciller Ayala y formó a varios especialistas de valía, como Leonardo Funes, Georgina Olivetto o Hugo O. Bizzarri, hoy catedrático en Friburgo (Suiza). Independientemente del grupo anterior, Regula Rohland de Langbehn (1940-), una alemana que marchó a Argentina en los años setenta, ha publicado trabajos en los que imperan el rigor y la pulcritud, como en sus ediciones del Marqués de Santillana (1997) y la Triste deleytagión (1983), además de sus diversos estudios sobre la ficción sentimental. Egresado de la Universidad Nacional del Sur (Bahía Blanca), Aníbal Alejandro Biglieri viene desarrollando su vida académica en los Estados Unidos. Si me muestro cicatero y no incluyo Puerto Rico en esta relación es porque los tres grandes nombres que me vienen a la mente no permiten hablar de un medievalismo asentado en esa tierra; de hecho, a pesar de su importante labor con el teatro medieval, Humberto López Morales es un prestigioso lingüista, y lingüistas es lo que ha formado en Río Piedras; por otra parte, aunque de vez en cuando atiende al Medievo, Luce López-Baralt se ha especializado en la mística del siglo xvi; en último término, el joven y brillante medievalista Luis Girón Negrón es cien por cien producto de Harvard, donde se ha formado y donde enseña.186 Dada su especial relación con el mundo hispánico, me permito añadir una coda alusiva a Israel, donde nuestra especialidad se muestra inobjetablemente débil a día de hoy. Ciertamente, fuera de casos como el de Sofía Kantor (ya jubilada, por cierto), nuestra materia se ha abordado siempre en relación de dependencia absoluta respecto de los estudios de historia del pueblo judío, como en Yitzhak Baer (1888-1980), Haim Beinart (1917-2010), Benzion Netanyahu ([1910-] cuya carrera académica la ha vivido vinculado a Cornell University) o Yom Tov Assis. Otras veces, los hebraístas atienden a nuestra

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El hecho de que, antes de cumplir los cuarenta años, haya alcanzado la cátedra en la misma institución que lo formó (¡en Harvard, nada menos!) es algo excepcional en Estados Unidos. Matemático, musicólogo, estudioso de las religiones, arabista, hebraísta, latinista e hispanista, su nombre es una apuesta segura en nuestra especialidad.

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literatura en los márgenes de la literatura hebrea, con el ejemplo preclaro de las jarchas romances, a las que se enfrentó el hebraísta Samuel Stern (1920-1969) por hallarse trasliteradas al final de algunas moaxajas de poetas judíos (1948). Para decirlo todo, es preciso recordar que este estudioso no partía de la nada sino que estaba siguiendo las pistas detectadas antes por Menéndez Pelayo y José María Millás Vallicrosa (1897-1970). Novedoso de verdad es el libro del musicólogo Edwin Seroussi, como se desprende de su propio título: Incipitario sefardí: El cancionero judeo-español en fuentes hebreas (2009), que ya había publicado un Cancionero sefardí (1995). Es de agradecer que losef Tobi, estudioso de la literatura hebrea medieval, se asome asiduamente a las literaturas románicas de ese mismo periodo. En un terreno como éste, que los estudiosos judíos sienten lógicamente como patrimonial, recalan hispanistas israelíes especializados en otras materias, como Isaac Benabú, experto en teatro áureo de la Universidad Hebrea de Jerusalén. La conexión entre los Estudios Hebraicos centroeuropeos y los desarrollados en Israel es el lógico resultado de la huida de algunos expertos, que lograron escapar de una muerte segura, como el gran Hayyim o Jefim Schirmann (1904-1981), nacido en Kiev y formado en Berlín; a su lado, se formaron dos discípulos: Ezra Fleischer (1928-2006), gran conocedor de la poesía religiosa, y Dan Pagis (1930-1986), su equivalente en poesía secular187. Las lecciones aportadas por ese finísimo estudioso de la exégesis bíblica en la tradición sefardí que es Moshe Idel no sólo nos informan y nos forman a ese respecto, sino que pueden ser extrapoladas y aplicadas en nuestro propio campo. Entre los expertos en historia y literatura judías, Eleazar Gutwirtz merece mención aparte, considerados su conocimiento y su sensibilidad respecto de las literaturas románicas en general (no sólo las peninsulares), que sabe relacionar con su objeto de investigación primero. Hay además folkloristas, musicólogos e incluso intérpretes que, desde el cancionero y romancero sefardíes, no han dudado en penetrar en nuestra lírica primitiva o en una cuentística que obliga a realizar calicatas comparatistas muy profundas, modo de proceder éste de Tamar Alexander. Es de agradecer la extraordinaria labor de Ruth Fine y de la Asociación de Hispanistas de Israel, que con tanta eficacia preside; sin embargo, duele sobremanera que, en ese medio, los estudios de nuestro Medievo romance se perciban como algo indiscutiblemente marginal. Afortunadamente, entreveo un futuro halagüeño gra-

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De la escuela de Schirmann se ocupa Esperanza Alonso en el panorama a que arriba aludía. Como bien indica, junto a Moshe Idel, a quien conozco bien por haber coincidido con él en numerosos encuentros internacionales, hay que poner a Mordechai Cohén y Paul Fenton.

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cias a jóvenes doctorandos como Victoria Prilutsky. El fortalecimiento de los vínculos entre España e Israel, países hermanos, puede resultar decisivo a este respecto; por ello, todos estamos en deuda con Aviva Doron, profesora emérita de la Universidad de Haifa y experta en Yehudah ha-Levi, que se viene dedicando en cuerpo y alma a esta tarea desde hace un par de décadas, y, por cierto, con resultados excepcionales. Su tesón y su grandeza de espíritu son tales que ha conseguido más: una especie de hermandad erudita que se esfuerza por determinar áreas de interés común y, por ende, razones para el diálogo con estudiosos de países árabes como Egipto o Marruecos.

2 3 . LA ESPECIALIDAD EN ESPAÑA A DÍA DE HOY

De lo acontecido en España en el último cuarto de siglo poco debo escribir porque ya me he explayado en otro lugar.188 Lo principal es que los garantes de la preservación y conocimiento de la cultura española medieval dejaron de serlo, fundamentalmente los hispanomedievalistas foráneos, cuando - e s un decir- pasaron el testigo a un nutrido grupo de expertos españoles. La especialidad se activó (¡y cómo!) en los años de mayor prosperidad económica que se recuerdan en la historia de España, desde comienzos de los ochenta para acá. Esa energía dinamizó la vida académica en todos los órdenes, aunque también hubo otros factores, entre ellos la publicación por Alan Deyermond del volumen correspondiente a la Edad Media en Historia y crítica de la literatura española (1980), dirigida por Francisco Rico, un hito al que he hecho refencia en el introito. El Primer suplemento, único aparecido hasta la fecha, salía a la calle once años después (1991). En tan breve intervalo, mucho había cambiado la situación, como indica el gran especialista británico y yo mismo acabo de señalar.189 Ese grupo de medievalistas entusiastas puso manos a la tarea con energía inusitada, en permanente contacto con lo más granado del hispanomedievalismo internacional, bajo la blanda férula de los maestros que arriba nombré y con el acicate del más joven de todos ellos, Francisco Rico (1942-). Al respecto, me atrevo a decir que cada uno de los trabajos de este investigador ha servido de banderín de enganche de los Estudios Medievales y Renacentistas, y no sólo en la Universidad Autónoma de Barcelona, desde su temprano "Las letras latinas del siglo XII en Galicia, León y Castilla" (1969), y a través de sus investigacio-

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"Historia y canon de la literatura española medieval: 20 años de evolución y cambios", en Leonardo Romero Tobar, dir., Historia literaria y canon (Zaragoza: Universidad de Zaragoza, 2004), pp. 161-175. 189 "Conocía ya desde muchos años antes trabajos valiosísimos de colegas españoles, dignos sucesores de los grandes del pasado; sin embargo, lo que realmente me sorprendió en aquella ocasión fue el número de jóvenes investigadores de primer orden y su deseo de ponerse en contacto con los medievalistas extranjeros. Se me hizo patente que el centro de nuestros estudios, que se había desplazado al extranjero (sobre todo, a los países anglófonos) a causa de la translatio studii que supuso la guerra civil, con la diàspora de intelectuales y el consiguiente auge del hispanismo norteamericano y británico, volvía a España." (Historia y crítica de la literatura española, 1/1 Edad Media Primer suplemento [Barcelona: Crítica, 1991], p. 1).

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nes sobre Alfonso X (1972), Petrarca (1974 y 1978), Nebrija (1978), el mester de clerecía (1985) o el humanismo italiano, español y europeo (1993), hasta alcanzar a sus títulos más recientes. La sombra de don Ramón levitaba sobre todos, maestros y discípulos, con consecuencias diversas, pues unas veces estimulaba (para trabajar en sus temas predilectos o avanzar en el desarrollo de manuales de gramática histórica, diccionarios etimológicos y demás herramientas) y otras actuaba en sentido contrario.190 Antes de nada, había que liberarse de sus fobias respecto de ciertos géneros y familiarizarse con algunos métodos filológicos por los que nunca sintió estima, como la crítica textual de corte neolachmanniano o bedierista, que, al inicio de los años ochenta, contaba con un formidable cuerpo teórico y un sinfín de aplicaciones en las literaturas clásica y vernácula (la Filología Románica la hizo pronto suya en las universidades italianas). Frente a tamaña riqueza, el panorama español se antojaba simplemente desolador: nada cabía buscar fuera del temprano recurso a la ecdótica por parte de Antonio García Solalinde en la General estoria I (1930), y con sus discípulos, Lloyd Kasten y Víctor OelschlSger, en la General estoria 7/(1957); nada tampoco fuera de las primeras pinceladas, certeras pero sintéticas en exceso, del padre García Villada en su ya citada Metodología y crítica histórica (1921). De hecho, fue un romanista italiano,191 Giorgio Chiarini, el primero en aplicar el método de Lachmann a las claras en un texto español del Medievo: nada menos que el problemático (pues lo es en todos los órdenes, no sólo el ecdótico) Libro de buen amor (1964). Algo después, el holandés Maxim P. A. M. Kerkhof iniciaba su ejemplar labor con sucesivas ediciones del Marqués de Santillana (la primera de todas, la Comedieta de Ponza, 1976, y la última sus Poesías completas, 2003, junto a Gómez Moreno) y Juan de Mena (Laberinto de fortuna, 1995, y La Coronación, 2009), que estimuló a algunos aprendices de medievalista, como quien esto escribe. Fecha para el recuerdo es 1983, en que, tras diversas aplicaciones de un método en el que él ya era maestro (La transmisión textual de "El Conde Lucanor" [1980]), Alberto Blecua publicó su Manual de crítica textual, primer título teórico escrito por un español (luego 190

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Este hecho no es privativo de España Para comprobarlo, basta echar un vistazo al país vecino, donde los postulados del gran Joseph Bédier (1864-1938) lo fueron todo en cuanto a enfoque (en los estudios de la épica, su individualismo impregnó a la práctica totalidad de la crítica francesa desde entonces hasta hoy) y método (su rechazo del método de Lachmann y su observancia del principio del bon manuscrit son marca de la Escuela Francesa). La cátedra de Bédier en el Collège de France le conferia, ya de entrada, el halo de sabio entre los sabios, pues había sustituido en ella a Gastón Paris, muerto en 1903. Italia es el paraíso de la escuela neolachmanniana, con una larga lista de manuales y desarrollos teóricos, además de numerosas ediciones que se sirven de tal método.

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vendrían los de Miguel Ángel Pérez Priego [1997] y Pedro Sánchez-Prieto [1998], o bien los de Francisco Marcos Marín [1994] y José Manuel Lucía [2007], que ponen de manifiesto la utilidad de la electrónica en estas tareas). Nacida a finales de los años setenta, la Crítica Genética de Louis Hay, con postulados en gran medida coincidentes con los anteriores o complementarios respecto de ellos, sólo comenzó a sentirse en nuestro medio a finales de los ochenta. No sólo en esta parcela concreta cabe hablar de evolución y expansión de nuestra especialidad: el progreso se ha producido en todos los órdenes gracias al empuje de varias generaciones de filólogos. Tranquiliza comprobar que el relevo de los maestros está asegurado. 192 Pienso en Francisco Rico y Alberto Blecua en la Autónoma de Barcelona, en Joaquín González Cuenca en Castilla-La Mancha, en José Antonio Pascual en la Carlos III,193 en Miguel Ángel Pérez Priego en la UNED, en Pedro Piñero en Sevilla, en Nicasio Salvador Miguel en la Complutense,194 en Julio Rodríguez Puértolas o en un Domingo Ynduráin (1943-2003) aficionado a la Edad Media en la Autónoma de Madrid, en Eukene Lacarra Lanz en el País Vasco... En todos esos lugares y en algunos más cabe hablar, gracias a ellos, de focos irradiadores del medievalismo, aunque, también por sus méritos, conviene resaltar unos cuantos casos. Aludiré a algunos discípulos directos de los nombrados, muchos de ellos maestros reputados a día de hoy: Guillermo Serés, Bienvenido Morros, Gonzalo Pontón y Antoni Rossell, en la Autónoma de Barcelona; aunque ligado a la Universidad del País Vasco, Carlos Mota Placencia es también discípulo directo de Francisco Rico. Ana Rodado, sigue en Castilla-La Mancha los pasos de González Cuenca (la carrera de Óscar Perea, ligado antaño a esta institución, se está desarrollando en los Estados Unidos). En el área de Lengua Española de la misma Universidad, Adelino Álvarez, experto en Juan Fernández de Heredia, ha formado su propio equipo, con Ángeles Romero Cambrón o Ignacio J. García Pinilla. En la UNED, Nieves Baranda es discípula de Pérez Priego; allí enseña también Juan Victorio, formado en Bélgica junto a Jules Horrent; en fecha reciente, a este equipo se ha unido Elena González-Blanco, que se docto192

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Algunos ya se han jubilado; otros se hallan en la recta final. Mucho más traumático, no obstante, resultó para todos el cambio en la legislación que, a finales de los ochenta, adelantó la jubilación a los 65 años, con lo que, de la noche a la mañana, perdimos a maestros como Fernando Lázaro Carreter y Manuel Alvar. En realidad, su magisterio se ha sentido en Salamanca, donde ha formado a numerosos historiadores de la lengua y a expertos editores. En el Departamento de Lengua Española de la Complutense hay otros medievalistas, como Jesús Bustos Tovar, Eugenio Bustos Gisbert, José Luis Girón Alconchel, Silvia Iglesias Recuero o Ramón Santiago Lacuesta, recién jubilado.

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ró conmigo con un recorrido exhaustivo por la cuaderna vía europea. En el área de Filología Catalana de esta institución, Julia Butifiá desarrolla una meritoria labor, sola o en compañía de otros especialistas de distintos ámbitos del medievalismo (merece la pena recordar sus trabajos en colaboración con Antonio Cortijo Ocafia, de la Universidad de California-Santa Barbara, en atención al Humanismo peninsular). Discípulos de Nicasio Salvador y profesores en la Complutense son Santiago López-Ríos y Carlos Sainz de la Maza; en esta institución, Alvaro Alonso y Ana Vian atienden también a la Edad Media y han formado a varios medievalistas, aunque su atención se dirija preferentemente al siglo xvi. Discípulos míos son dos medievalistas de la casa, Rebeca Sanmartín Bastida (con un magnífico estudio del medievalismo decimonónico, luego transformado en libro [2002]) y Alvaro Bustos Táuler (con un penetrante panorama de la poesía de Juan del Encina, publicado poco después [2009]). En la Autónoma de Madrid, Jesús Gómez Gómez, es discípulo de Domingo Ynduraín; allí, en mis años de Profesor Ayudante, dirigí las tesis doctorales de Pilar Castro (sobre el fenómeno del neotrovadorismo, luego transformada en libro [1993]), Juan Carlos Conde (una edición de Las siete edades del mundo de Pablo de Santa María, que daría luego en libro [1999]) y José Guadalajara Medina (un estudio sobre la leyenda del Anticristo en el Medievo, que desembocó en dos libros [1996 y 2004]) y la tesis de licenciatura de Azucena Palacios Alcaine (una edición del Fuero Real, que luego iría a las prensas [1991]); de allí salió, y ha regresado luego, un medievalista que dejó de serlo a poco de acabar su tesis (que versó concretamente sobre materia astrológica y defendió en California), Luis Miguel Vicente. Queda dicho, no obstante, que la estrella del medievalismo en aquella casa era Diego Catalán, que ha dejado ilustres discípulos de los que he hecho la correspondiente relación. A ratos, y es de agradecer dada su competencia como profesores e investigadores, abordan la literatura medieval Pablo Jauralde (que ha llegado a editar el Libro de buen amor [1988]), Antonio Rey Hazas (que acaba de ocuparse de las artes de bien morir [2003]) y Florencio Sevilla (certero en sus estudios sobre el Libro de buen amor o La Celestina, entre otros). La nómina de los medievalistas de Zaragoza es excepcional: Juan Manuel Cacho Blecua, María Jesús Lacarra Ducay y Alberto Montaner Frutos, a tiempo completo; y Aurora Egido, Leonardo Romero Tobar, José Aragüés Aldaz, Alberto del Río Nogueras y María del Carmen Marín Pina, ocasionalmente, pero siempre con extraordinario tino.195 Sólido a más no poder es el equipo sal195

Como muestra de que la semilla ya ha germinado, citaré a Ana Carmen Bueno, joven doctoranda y experta en el universo del román medieval y los libros de caballerías del siglo XVI.

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mantino cohesionado por el magisterio de Pedro Cátedra (fundador del prestigioso SEMYR, Seminario de Estudios Medievales y Renacentistas),196 a quien, en su atención a las letras medievales, acompañan dos veteranos en estas lides, Ana María Álvarez Pellitero (experta en poesía religiosa de cancionero y en teatro medieval) y Emilio de Miguel Martínez (uno de los grandes expertos en La Celestina). Con independencia del SEMYR, un segundo equipo salmantino lleva veinticinco años dedicado a la edición de textos médicos y a su vaciado con fines lexicográficos: el resultado es el Diccionario español de textos médicos antiguos o DETEMA (1996), dirigido en el pasado por la romanista María Teresa Herrera y hoy por la lingüista Nieves Sánchez. Por desgracia para todos, Carmen Pensado Ruiz, romanista de excepcional preparación e inteligencia, y prematuramente jubilada, no se ha ocupado de problemas literarios o labores editoriales. En la misma ciudad, contamos con la figura fundamental del franciscano Antonio García y García (1928-), experto en Historia del Derecho Canónico de la Universidad Pontificia, a quien debemos trabajos tan importantes como la reciente edición, tanto tiempo prometida y esperada, del Libro de las confesiones de Martín Pérez (2002). Muy activos se muestran los medievalistas de Valencia, que han impulsado el LEMIR (Literatura Española Medieval y Renacimiento), con Rafael Beltrán y Marta Haro, bajo la dirección de José Luis Canet. Si aquéllos son propiamente medievalistas, este último es un experto en el temprano teatro del siglo xvi, que, en muchos de sus trabajos, se ocupa de nuestro Cuatrocientos. Los especialistas en teatro áureo no dudan en bajar, cuando es necesario, hasta los años de los Reyes Católicos, cuando menos, a la manera de Joan Oleza, Evangelina Rodríguez Cuadros, Josep Lluis Sirera, Antoni Tordera y el llorado Luis Quirante Santacruz (1959-2000), que por muchos años fue quien animó las actividades relacionadas con el Misterio de Elche y el teatro en Levante. Punto de encuentro de medievalistas y no medievalistas son las diversas publicaciones enmarcadas por Parnaseo, que incluyen Lemir, Celestinesca (revista que Joseph T. Snow ha cedido a la Universidad de Valencia tras su jubilación en Michigan State University), Stichomythia o Tirant, con bibliografías, repertorios, colecciones de textos y estudios.197 En el área de Filología Catalana de 196

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Sus integrantes, sólidos medievalistas, son Jacobo Sanz Hermida, Francisco Bautista Pérez, Miguel Marón García-Bermejo Giner, María Isabel Toro Pascua o Juan Miguel Valero Moreno. Aunque desarrolle su carrera académica en Estados Unidos, Jesús D. Rodríguez Velasco es miembro del equipo. Reconozco que nada sé de Vicenta Blay Manzanera, buena conocedora de la novela sentimental, desde su salida de la Universidad de Valencia y tras una larga estancia en Gran Bretaña. Según las últimas noticias de que dispongo, de hace unos diez años, trabajaba como profesora de Enseñanza Secundaría.

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esta universidad, hay un gran nombre: Albert-Guillem Hauf i Valls, experto en la cultura catalano-aragonesa medieval y editor de Raimundo Lulio y Francisco Eiximenis. En Historia de la Lengua, el nombre de referencia es el de María Teresa Echenique Elizondo. En Alcalá de Henares se han reunido reputados especialistas de distintas áreas de conocimiento: nada menos que el prolífico y justamente laureado maestro Carlos Alvar, responsable de la Revista de literatura medieval (desde 1989), editor, traductor e historiador de las literaturas románicas; Fernando Gómez Redondo, deslumbrante autor de Historia de la prosa medieval castellana (1998-), entre un sinfín de títulos, y editor de la Revista de poética medieval (desde 1997); el gran antropólogo y comparatista José Manuel Pedrosa; varios latinistas expertos en el Medievo a los que aludiré en la sección que les tengo reservada justo al final de este libro; el romanista Joaquín Rubio o el historiador de la lengua Pedro Sánchez-Prieto Boija, que está aportando sólidos cimientos para el estudio del español de orígenes y ha coordinado una monumental edición de la General estoria alfonsí (2009).198 Tampoco quiero silenciar el nombre del joven profesor Jairo Javier García Sánchez, cuyo conocimiento de la lexemática, la lingüística románica y la Historia Antigua y Medieval le permiten realizar interesantísimos experimentos en el terreno de la toponimia. En la Universidad de Barcelona ha quedado la huella del gran romanista Vicente Beltrán (editor del Boletín de la Asociación Hispánica de Literatura Medieval [desde 1987]) antes de su marcha a Roma-La Sapienza. En esa misma institución, Lola Badia es todo un referente, con su vasta e inteligente labor en torno a Llull, Eiximenis y Ausiás March, y con sus múltiples calicatas en toda una diversidad de asuntos relativos a la transformación cultural hispánica de los siglos xiv y xv, al mismo tiempo que dirige el CODITECAM (Corpus Digital de Textos Catalanes Medievales). En la Rovira i Virgili de Tarragona, la figura fundamental es Francesc Massip Bonet, el gran experto en teatro catalán del Medievo (Historia del teatre catalá, 1. Deis origins a 1800 [2007]), a la vez que magnífico conocedor de todas las formas de la teatralidad y la espectacularidad medievales en un marco de mayor amplitud: unas veces, hispánico; otras, europeo (como en La monarquía en escena [2003]).

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Siempre asociado a su maestro, los vínculos de José Manuel Lucía con Alcalá y su Centro de Estudios Cervantinos siguen siendo muy fuertes, aun cuando desde hace aflos enseña en la Complutense. También en la Complutense enseña otro discípulo suyo, Víctor de Lama. A la inversa, al equipo de investigadores de Alcalá (aunque con destino docente en la UNED) acaba de incorporarse mi discípula Elena González-Blanco.

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La SEMYR ovetense (Sociedad, y no Seminario, de Estudios Medievales y Renacentistas) está al cuidado del hagiógrafo Fernando Baños Vallejo como director, junto a sus maestros Jesús Menéndez Peláez, gran animador de la vida cultural de esa ciudad y director de Archivum, e Isabel Uría, experta en Gonzalo de Berceo y el mester de clerecía, ya jubilada. Al menos conviene recordar a tres maestros por la profunda huella que han dejado en aquella institución: el lingüista Emilio Alarcos Llorach (1922-1998), que fue medievalista sólo de tarde en tarde (en atención, además, a problemas lingüísticos y rara vez a asuntos literarios); el romanista Alvaro Galmés de Fuentes, que dejó allí un nutrido grupo de expertos editores de textos aljamiados arábigos, y el latinista José Luis Moralejo, que hizo escuela en esa institución académica antes de trasladarse a Alcalá de Henares. Por lo demás, la nómina de hispanomedievalistas españoles no puede dejar de incluir los siguientes nombres (y pido excusas por lo telegráfico del sistema de citas de que me sirvo): en Alicante, Rafael Alemany, cuya aparcería con Robert B. Tate al editar las Epístolas de Alfonso de Palencia (1984) merece mención destacada; en Barcelona, Isabel de Riquer, Gemma Avenoza, Lourdes Soriano y Gemma Gorga; en Cáceres, tras desaparecer el maestro Juan Manuel Rozas (1936-1986), a cuya labor como medievalista me referiré más adelante, tenemos a Jesús Cañas Murillo y Francisco Javier Grande Quejigo; en Córdoba, que nunca ha sido propiamente un foco irradiador de nuestra especialidad, acaba de incorporarse la joven Cristina Moya; en Gerona, Jorge García López y Rafael Ramos; en Granada, desaparecido Jesús Montoya (1930-2007), quedan Juan Paredes y Paloma Gracia en Filología Románica e Isabel Montoya en Lengua Española; en Jaén, José Julio Martín Romero y Cristina Castillo; en La Coruña, jubilada Carmen Parrilla, siguen en activo José Ignacio Pérez Pascual en Lengua Española, Cleofé Tato en Literatura Española, Gema Vallín en Filología Románica, y Francisco Nodar Manso, con sus atrevidas propuestas sobre los cancioneiros gallego-portugueses en la especialidad de Teoría de la Literatura. En León, la medievalista es Luzdivina Cuesta; en Murcia, Luis Rubio García (1924-2001), catedrático de Filología Románica, hizo una gran labor en diversos frentes, como cuando reunió los documentos del Marqués de Santillana (1983) o documentó los espectáculos urbanos y religiosos en la Murcia medieval durante la fiesta del Corpus (1983), junto a otros tantos trabajos relativos al Cantar de mió Cid, La Celestina y otros clásicos, sin dejar por ello de atender a los Estudios Lingüísticos, su especialidad primera por ser discípulo directo de Lapesa; en Literatura Española, Francisco Javier Diez de Revenga Torres se ha mostrado capaz en todos los terrenos que ha pisado, como al atender a Alfonso X el Sabio. En la Pompeu Fabra, tenemos a varios medievalistas de probada competencia, como Victoria Cirlot, José María Micó y María

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Morrás; en Santiago de Compostela, un siempre certero Juan Casas Rigall y José María Viña Liste en Literatura Española; Mercedes Brea, Pilar Lorenzo Gradín y Elvira Fidalgo en Estudios Gallegos, y Eva Castro Caridad en los latinos (por sus trabajos sobre el teatro medieval); en Toledo, Francisco Crosas López; y en Vigo, Xosé Ramón Pena, experto en Estudios Gallegos; en Valladolid, María Jesús Diez Garretas en Literatura Española y Emilio Ridruejo en Historia de la Lengua. El CSIC destaca primordialmente como centro difusor de la literatura sefardí, con Elena Romero y Paloma Díaz-Mas, tras el fallecimiento del maestro Iacob Hassán (1936-2006);199 en su seno se han formado jóvenes investigadores, como Aitor García Moreno, experto en aljamía y en literatura de controversia religiosa. Providencial ha sido que, en paralelo, el Instituto de Lenguas y Culturas del Mediterráneo y Oriente Próximo haya incorporado a un rastreador de códices hebraicos como Francisco Javier del Barco del Barco, que refuerza la presencia de María Teresa Ortega Monasterio en este mismo organismo; del mismo modo, Esperanza Alfonso, a pesar de su juventud, ha realizado importantes aportaciones sobre la literatura apologética y la polémica de las tres religiones en la España medieval. El veterano del equipo, Carlos del Valle Rodríguez, cuenta con un bagaje de gran importancia para nuestra especialidad al atender a la polémica judeo-cristiana o al verter al castellano colecciones agavilladas bajo dos formas de gran importancia para el hispanomedievalista, como el diván o la macama, que nos permiten enfocar (a través de la tradición o transmisión, según unos, y por poligénesis o por contraste, según) problemas como el de la narratividad de ciertos poemarios o, de venir a un caso concreto, la unidad del Libro de buen amor. Los nombrados son el relevo de una generación anterior, en la que ha habido nombres tan prestigiosos como José Luis Lacave Riaño (1935-2000), cuya obra no acaba con su traducción, muy enriquecida, del libro de Yitzhak Baer sobre los judíos en la España medieval.200 Tras su jubilación, nada se sabe de Encarnación Marín Padilla, historiadora de los judíos en España que, en sus batidas en el Archivo de Protocolos, recuperó dos antiquísimos romances, sobre el Arzobispo de Zaragoza [1997] y Alfonso V [2000], este último editado y estudiado junto a José Manuel Pedrosa. Recordemos, además, que este grupo 199

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Discípulo directo de Hassán es Aitor García Moreno, que ha editado textos en prosa (Coloquio entre un cristiano y un judío. London: Queen Mary and Westfield Colleges, 2003) y verso (coplas sefardíes). Merece la pena leer a Iacob M. Hassán, "Decálogo cronológico de José Luis Lacave (1935-2000)", en Elena Romero, Judaismo hispano: Esludios en memoria de José Luis Lacave Riaño (Burgos/Madrid: Diputación Provincial de Burgos/The Rich Foundation/CSIC, 2002), pp. 17-36.

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del CSIC cuenta con una prestigiosa revista, Sefarad. Entre los arabistas, hay que mencionar, por su magisterio, a Mercedes García-Arenal (cuya amplia obra va mucho más allá de su traducción, de nuevo muy enriquecida, de Henri Pérès en Esplendor de al-Andalus. La poesía andaluza en árabe clásico en el siglo xi [1983]) o María Isabel Fierro Bello,201 entre otros investigadores; por lo que a la revista periódica de la especialidad se refiere, es nada menos que Alqantara. En el de Instituto de Historia, ha habido y hay medievalistas, como Horacio Santiago-Otero (1928-1997), muy próximo a nuestros intereses por sus investigaciones sobre historia de la educación o literatura bíblica (a ellas me referiré más adelante). Junto a él, trabajaron el historiador de la Iglesia, José María Soto Rábanos, recientemente jubilado, e Isabel Beceiro Pita, experta en bibliotecas medievales y difusión de la cultura en el Medievo español. En Historia Social, fuera propiamente de nuestro ámbito, hay otros nombres, como los de Rey na Pastor de Togneri (1931-) o Carlos Estepa; en artes plásticas, las investigaciones de Isabel Mateo Gómez han tenido gran repercusión entre nosotros, dadas sus continuas apoyaturas literarias, que nos devuelve enriquecidas. Aunque gran experto en Siglo de Oro, Alfredo Alvar ha abordado asuntos a caballo entre dos eras, como la figura de Isabel la Católica (Isabel la Católica: una reina vencedora, una mujer derrotada [2002]) o los orígenes y evolución del Santo Tribunal {La inquisición española, 1478-1834 [1997]). Por desgracia para nuestra especialidad, los miembros del Instituto de Historia de la Medicina y de la Ciencia, tras la jubilación (José María López Piñero [1933-]) o muerte (Luis García Ballester [1936-2000]) de sus grandes maestros, centran su atención en fenómenos que abarcan del siglo XVIII al siglo xx, preferentemente. Pero no todo ha de quedar en lamentos; de hecho, nuestra especialidad se ha beneficiado de la atención que, desde ámbitos más o menos próximos, le han venido dispensando unos cuantos intelectuales de renombre. A este respecto, el CSIC me aporta una figura paradigmática: la del polígrafo Luis Alberto de Cuenca, cuya curiosidad sin límites y capacidad para crear opinión a través de la prensa y otros medios nos han hecho mucho bien. Otro tanto he de decir de cuantos, entre la investigación y la divulgación periodística, arremeten con valentía contra una hispanofobia, interior (alimentada en especial por los nacionalismos radicales y excluyentes) y exterior (basada en la leyenda negra, con sus ramificaciones europeas y su peculiar plasmación en Hispanoamérica), que continúa perfectamente activa. Pienso, 201

Aunque el ideario que mantengo en mis trabajos es distinto por completo, reconozco el gran valor de perlas eruditas como "Alfonso X 'The Wise': The Last Almohad Caliph?", Medieval Encounters, 15 (2009), pp. 175-198.

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sin ir más lejos, en otro investigador del CSIC, el americanista de amplio espectro Manuel Lucena Giraldo; del mismo modo, tengo presentes a Ricardo García Cárcel, de la Universidad de Barcelona; Fernando García de Cortázar Ruiz de Aguirre, de la Universidad de Deusto; o a Serafín Fanjul, de la Universidad Autónoma de Madrid. A ellos, hay que agregar a varios periodistas que lo merecen, como José Javier Esparza y, por supuesto, Arturo Pérez Reverte.202 Aunque estos combates ideológicos encuentran sus argumentos en la dilatada cronología que va desde el advenimiento de la Era Moderna hasta el presente, quienes en ellos participan bajan de continuo al Medievo. Eri la Universidad de Navarra se siente la jubilación de Fernando González Ollé (1929-), pues se ocupaba por igual de la lengua y la literatura del Medievo, lo que cuajó en un libro como Lengua y literatura españolas medievales: textos y glosario (1980). Historia del medievalismo, y medievalismo ocasional hace Luis Galván desde el área de Teoría Literaria, con frutos como su espléndido estudio sobre la recepción del Cantar de mió Cid, que abarca desde la edición de Tomás Antonio Sánchez al estallido de la Guerra Civil.203 La presencia entre los profesores de Teología de mi antiguo alumno Alvaro Fernández de Córdova Miralles garantiza otro punto difusor de medievalismo en la Universidad de Navarra.204 Aparte, hay buenos (algunos magníficos de veras) medievalistas en otros centros académicos de Enseñanza Superior, como tampoco faltan en los Institutos de Enseñanza Secundaria. Entre estos últimos, destacan José Guadalajara Medina, con sus investigaciones sobre el Anticristo en la Edad Media (1996 y 2004) y sus novelas históricas ambientadas en esa época; Luis Fernández Gallardo, máxima autoridad en Alfonso de Cartagena (2002 y 2009) y autor de un estupendo panorama sobre Humanismo renacentista (2000); Pedro Martín Baños, experto epistológrafo (2005); Fernando Cantalapiedra Erostarbe, que, desde su cátedra de francés en un instituto jiennense, ha desarrollado numerosos trabajos sobre La Celestina; Miguel Pérez Rosado, experto en la recepción de Boecio en la España Medieval; Ana Huélamo, cuyos estudios sobre Juan de Gales (o los muy tempranos, que dedicó a la dominica sor Constanza) dejan ver su inteligencia y 202

Por supuesto, el elogio a los mentados no supone la comunión, punto por punto, en un mismo ideario. Frente a quienes declaraban la extinción definitiva de la leyenda negra, he de decir que da verdadero miedo asomarse a Youtube o a determinados foros de Internet. 203 £¡ "Poema del Cid" en España, 1779-1936: recepción, mediación, historia de la filología. Pamplona: EUNSA, 2001. De ahí en adelante, soy yo quien sigue la pista en "El Cid y los héroes de antaño en la Guerra Civil de España", en e-Humanista, 14 (2010), pp. 210-238. 204 Muy valioso es su libro La corte de Isabel I: ritos y ceremonias de una reina (14741504). Madrid: Dykinson, 2002.

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su pericia; Concepción Salinas Espinosa, que ha hecho importantes aportaciones sobre la prosa y el verso del siglo xv y es una de las grandes conocedoras de Alfonso de la Torre; Carmen Albert (profesora de inglés en los jesuítas de Chamartín) y María del Mar Fernández Vega, autoras de un sólido trabajo sobre historia del libro y la cultura, Un inventario anónimo en Castilla la Nueva: 1494-1506 (2003); o bien José Luis Pérez López, que desde su cátedra toledana ha hecho aportaciones sobre distintos asuntos, particularmente sobre poesía de cancionero. Por desgracia, la brillante María del Carmen Vaquero Serrano rara vez baja de 1500; de hacerlo, nos daría sorpresas tan gratas como las relativas a Garcilaso de la Vega o Alvar Gómez de Castro. La labor realizada por los traductores no es menos importante, aunque, lastrados por prejuicios inadmisibles, muchos de tales ejercicios no han recibido el reconocimiento que merecen; de hecho, gracias a ellos, nuestra literatura medieval no es una completa desconocida para el gran público. Puestos a buscar ejemplos, me quedo con el Poema de mió Cid modernizado por Alfonso Reyes, arriba aludido, y por la sabrosa actualización del Libro de buen amor llevada a cabo por Nicasio Salvador Miguel (que debe manejarse en la versión que vio la luz en 1985, por su magnifico prólogo) El tiempo y el esfuerzo de hispanomedievalistas, romanistas, germanistas, latinistas, helenistas y especialistas en las más diversas lenguas ha resultado fundamental para la difusión de nuestra labor; además, nos sirve a nosotros mismos en tanto en cuanto nos acerca textos escritos en lenguas con las que no estamos suficientemente familiarizados. Al escribir las líneas previas, tenía la mente puesta en Ángel Crespo (19261995) y su traducción de la Divina Commedia, o en la continua y seminal labor de Carlos Alvar y su equipo con el conjunto de las literaturas románicas medievales (pues ha traducido del occitano, el francés, el italiano, el alemán, el catalán y el gallego-portugués); pienso también en el magnífico poemario goliardesco de Teresa Jiménez Cálvente, Sátira, amor y humor en la Edad Media latina: cincuenta y cinco canciones de goliardos (2009), o en la traducción que Carlos García Gual llevó a cabo de Calimaco y Clisórroe (1982), que nos informó sobre la pervivencia de la novela griega de aventuras en la Bizancio medieval; pienso, en fin, en el trabajo de tanto arabista y hebraísta de mérito, que nos han permitido leer la literatura peninsular escrita en ambas lenguas (con don Emilio García Gómez y Todo Ben Quzmán [1972] como paradigma) o en aquellos comparatistas que han tenido la gentileza de hacernos legibles testigos literarios pertenecientes a las culturas más alejadas y exóticas. En último término, sabemos que los studia humanitatis se han beneficiado siempre de la pasión y el tesón de eruditos ajenos de entrada a nuestro particular microcosmos. Así, un notario, Antonio Linage Conde (1931-), es el gran

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experto en la Orden de San Benito o en la historia de la villa segoviana Sepúlveda, lo que supone flecos literarios especialmente importantes en el primero de los casos; por su parte, un diplomático, Antonio Serrano de Haro (1929-), se ha ocupado de la labor diplomática de Pero López de Ayala (2001) o del poemario de Jorge Manrique, como editor (1986) y como intérprete (Personalidad y destino de Jorge Manrique [1975]); en fin, el ingeniero José Manuel Ortega Cézar, bibliófilo manriqueño y propietario de la casa en que supuestamente murió don Jorge (en Santa María del Campo Rus, Cuenca), ha escrito la mejor bibliografía del poeta (Catálogo razonado de una biblioteca manriqueña [2009]). Tras echar un vistazo a tan formidable conjunto, queda claro que, a día de hoy, nuestra especialidad goza de una salud inmejorable.

2 4 . LOGROS Y DESIDERATA

El recorrido que traigo tiene su razón de ser. Nadie lo tome a título de inventario o como simple prueba de erudición (si es que acaso puede tenerse por tal, que no lo creo). En principio, comporta un mensaje que a estas alturas percibo diáfano: somos los herederos de una tradición que estamos obligados a conocer; de no ser así, correremos el peligro de descubrir continuamente el Mediterráneo, lo que dará en la burla de los más avisados. Con su praxis, que comporta casi en idéntico grado placer y sacrificio, los maestros del medievalismo nos enseñan a no caer en la trampa de las plantillas metodológicas y, de venir al presente, a no usar, sin previo filtro, la información fácil que llega a través de Internet (donde a menudo se nos plagia sin misericordia, lo que automáticamente convierte nuestras reflexiones, publicadas o transmitidas en clases y conferencias, en bienes mostrencos). Claro está que nadie puede prescindir de una tecnología que nos socorre en circunstancias que ni siquiera podíamos imaginar cuando se inició en España esta verdadera Edad de Oro de los Estudios Medievales.205 Hoy nos beneficiamos del auxilio que nos prestan las series de libros digitalizados y ediciones de la Biblioteca Virtual Cervantes y Parnaseo, a las que ya he hecho referencia. De igual manera, disponer de la erudición histórico-filológica más añosa y difícil de encontrar, sin necesidad de moverse de casa o gastar un solo céntimo, es algo que les debemos a Google y a Internet Archive.206 En paralelo, hay un sinfín de proyectos que se interesan por temas muy concretos y acaban volcando sus resultados en la Red del modo más generoso posible. A uno de ellos, Camena, de la Universidad de Mannheim, ya me he referido; a otros, como el relativo a la Biblia medieval, aún haré alusión en lo que resta. De un día para otro, vemos cómo crece el número de revistas accesibles al mismo tiempo en papel y en formato electrónico, caso éste de todas las editadas por la Universidad Complutense. Ciertamente, el acceso a la información no supone hoy mayor problema, frente a lo que ocurría hace bien poco, en que dependíamos de los catálogos de librerías, como la británica Grant & Cutler o 205

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José Manuel Lucía Megías ha sido uno de los primeros expertos que han puesto de relieve las infinitas posibilidades de Internet en trabajos como Filología románica en Internet (2001 y 2006). A día de hoy, una simple cámara digital compacta resuelve la mayoría de los problemas a los que, poco menos que desesperados, nos enfrentábamos hace bien poco.

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la española (zaragozana para mas señas) Pórtico, aunque pronto acudió en nuestro auxilio La Coránica y luego el Boletín de la Asociación Hispánica de Literatura Medieval. A día de hoy, lo que más cuesta es filtrar o discriminar el formidable volumen de datos que llega no ya al despacho sino a cualquier rincón de la casa, la calle o el lugar más alejado e impensable. En este maremágnum, todo especialista debe hacer lo posible para obtener la información a partir de fuentes rigurosas y, por ello mismo, dignas de crédito.207 La primera referencia obligada es la Asociación Hispánica de Literatura Medieval y su Boletín de la Asociación Hispánica de Literatura Medieval, compilado por Vicente Beltrán y su equipo, que refleja el esfuerzo hecho en España en las últimas tres décadas por parte de los expertos en la materia y de los organismos que difunden su labor: editoriales de naturaleza privada y pública, principalmente las vinculadas a universidades, autonomías, diputaciones y ayuntamientos, además de instituciones y fundaciones de diferente índole. En paralelo, las bibliotecas, sobre todo las universitarias, se han dotado de infraestructuras y fondos bibliográficos en un grado que, en no pocos casos, merece la consideración de óptimo. Esta abundancia de libros y medios contrasta con la penuria del pasado, cuyo origen estaba en las pobres partidas presupuestarias que recibían los departamentos para la adquisición de tales fondos; por el contrario, desde hace años se cuenta con el apoyo de las propias instituciones y con el del Estado, que ha venido dedicando cantidades sustanciosas a fortalecer las bibliotecas universitarias, a través de programas como el Express Way (que se publicaba a final de año para gastar el dinero remanente del Ministerio de Educación en necesidades prioritarias) o el de Mención de Calidad. Cuando esto escribo, el panorama está cambiando a pasos agigantados por una crisis que todo lo destruye y ha acabado con un sinfín de proyectos editoriales. No obstante, en el mercado del libro siempre ha habido disgustos: si en 207

Desde luego, no cabe fiarse de la Wikipedia, donde abundan las entradas de gran calidad, junto a una ganga difícil de percibir por parte de los no iniciados. Aunque aquilatemos el dato, el fallo nos espera en el lugar menos pensado: es lo malo que tiene escribir; sobre todo, si se escribe mucho. Por ejemplo, en un panorama reciente ("Del Duecento al Quattrocento: Italia en España, España en Italia", en Entre Italia y España, número especial de ínsula, coordinado por Aurora Egido, 757-758 [2010], pp. 7-11), se me ha colado una fecha errada de esas que duelen: 1397, en lugar del correcto 1400, como año del nacimiento de Ausiás March. La primera data ha quedado arrinconada tras las investigaciones de Jaume J. Chiner Gimeno ("1997, any March? Noves dades sobre el naixement d'Ausiás", en Rafael Alemany, Ausiás March i el món cultural del segle xv [Alicante: Institut Interuniversitari de Filología Valenciana, 1999], pp. 13-43). Lo curioso es que, paradójicamente, si hubiese prestado atención a la Viquipédia catalana, habría evitado el error.

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los años ochenta, Espasa-Calpe puso punto final a los Clásicos Castellanos, cuyos tomos fueron a parar a las librerías de saldo y ocasión; si la presión de algunas editoriales cerró las puertas de Editora Nacional, de carácter público, a pesar de su extraordinaria labor y aun cuando terna las cuentas bien saneadas, no hizo falta la crisis de 2008 para ver mucho antes, en los estantes de las Cafeterías Vips (y a 5,99 euros), un libro tan valioso como el de Luis García Ballester, La búsqueda de la salud. Sanadores y enfermos en la España medieval (2001), un extraordinario panorama sobre Filosofía Natural y Medicina en el Medievo (en mi opinión, el mejor que se haya escrito).208 Afortunadamente, otros títulos han corrido mejor suerte y se venden en las librerías de un modo que podríamos calificar de regular; como complemento, la Red ofrece digitalizados en versión íntegra muchísimos libros exentos de derechos de autor; en el caso de los títulos que conservan tales derechos, Google ofrece una amplia muestra de su contenido, lo que ha originado problemas legales derivados de la inobservancia de las leyes que protegen la propiedad intelectual. Así las cosas, contamos con ediciones y estudios de un largo número de escritores y obras del Medievo, ediciones y traducciones de autores foráneos (por parte de Akal, Cátedra, Gredos o Siruela), catálogos e inventarios de un largo número de archivos y bibliotecas, repertorios, bibliografías y demás útiles de trabajo (manuales de paleografía y diplomática, de codicología e incunabulística, retóricas, artes métricas, enciclopedias de época, poliantheas, etc.), imprescindibles de todo punto, aunque a menudo les pongamos la fea e injusta etiqueta ancilares o auxiliares.109 Por añadidura, un servicio que en el pasado se limitaba a unos pocos países (y que era particularmente común en los Estados Unidos), el interlibrary loan o préstamo interbibliotecario, se ha extendido con carácter general y goza de gran estima en España. Lo más sorprendente, no obstante, es el inabarcable volumen de datos, de libre acceso unos y de pago otros, que los estudiosos tienen a su disposición. Incluso estos últimos, dispensados con el sistema pay per view, son en realidad gratuitos para la mayoría de los investigadores, pues los ofrecen los servidores de las instituciones académicas, que pagan elevadas sumas por la consulta de paquetes de revistas de todas las áreas de conocimiento.

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Lo mismo había ocurrido con autores posteriores, caso éste de la ejemplar edición a cargo de Emilio Blanco de Fray Antonio de Guevara, Relox de principes, s. 1.: ABL Editor-Conferencia de Ministros Provinciales de España, 1994. En nuestra especialidad se echan en falta herramientas del tipo de las reunidas por la editorial Brepols en la colección L'Atelier du Médiéviste, que hasta la fecha lleva publicados once tomos.

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Antes de nada, convengamos en que la tecnología y los medios que ésta pone a nuestra disposición no serían nada sin el esfuerzo de los medievalistas, que conocen su materia y que, por la pasión que por ella sienten, están dispuestos a dedicarle muchas horas diarias. De todo esto y de mucho más dispone hoy el estudioso de la literatura española medieval, gracias al progreso de la tecnología y, más que nada, al dinamismo que han venido mostrando nuestros compañeros de oficio en los últimos treinta años. Por muy adversas que sean las circunstancias, partimos de una posición privilegiada, por lo que sólo cabe pensar que seguiremos progresando a parecido ritmo. Tiempos hubo peores y se salió de ellos airosamente y con energía redoblada.

2 5 . BIBLIOTECAS, MANUSCRITOS Y ANTIGUOS IMPRESOS

Acaso el progreso principal en nuestros estudios sea el resultante de la catalogación del fondo antiguo de nuestros archivos y bibliotecas, tarea que ha ocupado a filólogos, historiadores y bibliotecarios en un último cuarto de siglo de actividad frenética.210 Sólo así se explica que en tan corto espacio de tiempo se hayan dado a conocer, de manera parcial o completa, las colecciones de manuscritos de la Real Academia Española,211 el Palacio Real,212 la Fundación Lázaro Galdiano213 o la Universidad de Salamanca;214 además, se ha progresado mucho en la catalogación de algunas instituciones de especial riqueza y complejidad, como la Biblioteca Nacional215 o la laberíntica Real Academia de la Historia.216 Los últimos fondos revisados por Faulhaber y por mí de modo sistemático son los pertenecientes a la Universidad Complutense y a la Duquesa de Alba, donde, como siempre, ha habido varios hallazgos importantes.217 En conjunto, las grandes desconocidas son las bibliotecas de la Iglesia española, aunque de algunas sabemos ya bastante. Éste es el caso de las catedrales de Burgo de Osma, León, Córdoba, Segovia o Sevilla, que cuentan con 210

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Aunque el proceso se había iniciado algo antes, un panorama certero es el que ofrece ya Julián Martín Abad, Manuscritos de España. Guía de catálogos impresos. Madrid: Arco libros, 1989; y Suplemento. Madrid: Arco libros, 1994. Carmen Crespo Tobarra y Mariano de la Campa, Catálogo de Manuscritos de la Real Academia Española. Madrid: Real Academia Española, 1991. María Luisa López Vidriero, dir., Catálogo de la Real Biblioteca: Manuscritos. Madrid: Real Patrimonio, 1994. Juan Antonio Yeves Andrés, Manuscritos españoles de la Biblioteca Lázaro Galdiano. Madrid: Ollero & Ramos/Fundación Lázaro Galdiano, 1998. Óscar Lilao Franca y Carmen Castrillo González, Catálogo de manuscritos de la Biblioteca Universitaria de Salamanca. Salamanca: Universidad de Salamanca, 1997-2002. Inventario general de manuscritos de la Biblioteca Nacional. Madrid: Biblioteca Nacional, 1953-1995. La primera labor desbrozadora se debe a Remedios Contreras Miguel, "Archivo y Biblioteca de la Real Academia de la Historia", Boletín de la Real Academia de la Historia, 179 (1982), pp. 365-381. Así, un códice del Espéculo de los legos desconocido por José María Mohedano Hernández (Madrid: CSIC, 1951) y un Flos sanctorum castellano del que tampoco se tenía noticia. Doy estas dos fichas como mero ejemplo del intenso trabajo realizado a lo largo de casi treinta afios, en los que ha habido periodos verdaderamente frenéticos.

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algún tipo de catálogo o inventario, al igual que la Colegiata de San Isidoro en León o diversos fondos desamortizados y trasladados a centros públicos, como los de los Monasterios de San Pedro de Cardeña o San Millán de la Cogolla, custodiados hoy en la Real Academia de la Historia, o como los códices de la Catedral de Toledo, hoy en la Biblioteca Nacional.218 Por el contrario, hay centros que precisan de una catalogación urgente y sistemática, por lo mucho que de ellos se espera (como las catedrales de Palencia y Zamora).219 En cualquier caso, como la experiencia indica, la sorpresa puede surgir donde menos la imaginamos, y al hacer esta afirmación ni siquiera excluyo los fondos ya inventariados o catalogados, pues muchas veces quien ha llevado a cabo la labor no ha hecho su trabajo debidamente o ha sido insensible a los textos copiados en el interior de las encuademaciones, en las probationes calami, en maculaturas al descubierto, en marginalias y demás reservorios potenciales de material literario.220 Nadie piense que, a este respecto, nuestro caso se ofrece como excepcional, toda vez que las dos grandes empresas nacionales de catalogación de manuscritos en Francia e Italia continúan abiertas; además, se sigue trabajando en otros instrumentos, como los Manuscrits Datés des Bibliothèques de France (proyecto del CNRS cuya primera entrega tiene fecha de 2002, y que tiene su correspondencia en España, como veremos en breve) o los íncipits, de los que se viene ocupando el Institut de Recherche et d'Histoire des Textes (In principio, en Internet desde 2003). De lo mucho que aún cabe esperar de la crítica de exploradores en Italia, da buena cuenta un caso reciente: la recuperación, tras la correspondiente batida, del primer testimonio lírico de la literatura italiana.221 En este sentido preciso, resulta fundamental la implicación de bibliotecarios y archiveros para recuperar un legado cultural de enorme importancia que, en estantes, en cajas o en simples rimeros, espera la interpretación de un inves218

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Remito a la ficha bibliográfica propia de la nota siguiente, aunque, con respecto a esos dos fondos monacales custodiados en la Real Academia de la Historia, debo recordar que los ha vuelto a catalogar, con el nivel de exigencia de nuestros días, Elisa Ruiz, Catálogo de la Sección de Códices de la Real Academia de la Historia. Madrid: Real Academia de la Historia, 1997. El punto de partida lo marcó Julián Martín, de quien todo este capítulo es propiamente una laudatio, en Manuscritos de España. Guía de catálogos impresos, Madrid: Arco Libros, 1989, y Suplemento. Madrid: Arco Libros, 1994. Aunque hijo propio, me atrevo a recomendar el panorama trazado por Ángel Gómez Moreno y Maxim R A. M. Kerkhof, "Bibliotheken: Spanien und Portugal", Lexikon der Romanistischen Linguistik (Tübingen: Max Niemeyer Verlag, 2001), vol. 1,2, pp. 11381155. Alfredo Stussi, "Versi D'amore in Volgare tra la Fine del Secolo xii e L'inizio del xm", Cultura Neolatina, 59 (1999), pp. 1-69.

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tigador sagaz, sensible y preparado. La responsabilidad de los facultativos, ayudantes y auxiliares en los centros públicos, la del personal contratado en centros privados o fundaciones (con el ejemplo profesional y humano de Juan Antonio Yeves Andrés en la Fundación Lázaro Galdiano de Madrid, recién aludido), y la de los archiveros y canónigos en los religiosos (como Vicente Beltrán de Heredia y Ruiz de Alegría [1885-1973] o Florencio Marcos Rodríguez en Salamanca, José María Fernández Catón [1929-2009] en León, Ramón Gonzálvez Ruiz [1928-] en Toledo, etc.) y su equipo no termina en el desbroce de caminos para el historiador o para el filólogo, como tampoco, por muy importante que sea, en la catalogación de los fondos que son de su competencia. Ya hemos visto lo mucho que algunos de estos profesionales hicieron en el pasado por nuestra especialidad. Lógicamente, la cosa no acaba ahí, como vemos hoy en las continuas aportaciones de María Luisa López Vidriero (en la serie de encuentros sobre El libro español antiguo, junto a mi homenajeado Pedro Cátedra) o, sobre todo, en la inigualable labor de Julián Martín Abad, un verdadero fenómeno por su precisión en el dato y su sobrehumana capacidad para el trabajo. Aunque de forma rauda y somera, pasaré revista a algunas de las aportaciones de bibliotecarios y archiveros en el último medio siglo. Como punto de partida, me viene que ni pintiparada la publicación, en 1960, de "Tres nuevos poemas medievales" en la Nueva Revista de Filología Hispánica por parte de la archivera María del Carmen Pescador del Hoyo; por añadidura, al hallarse los tres en el mismo manuscrito, también dio a conocer en ese lugar el primitivo poema judío El Dio alto que los cielos sotiene, el planto \Ay, Iherusalem! y unos Diez mandamientos en pareados narrativos;222 más adelante, esta facultativa aportó datos de gran interés sobre la personalidad de Juan Álvarez Gato (1972-1973). El siguiente jalón, tanto o más importante, es el hallazgo, por parte de las archiveras Carmen Torroja Menéndez y María Rivas Palá (al catalogar el Archivo de Obra y Fábrica de la Catedral de Toledo [1977]), de Alonso del Campo y su labor dramática en el marco de la Catedral de Toledo (Teatro en Toledo en el siglo XV: "Auto de la Pasión " de Alonso del Campo [1977]). Un artículo de Alberto Blecua resaltó aún más el valor de esta formidable aportación, al poner de relieve que esa pieza dramática se monta sobre material preexistente;223 de hecho, esta pista, unida a las noticias de Felipe Fernández Vallejo y a una alusión del Arcipreste de Talavera en su Corba222

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En ese número, el trabajo constituye una unidad con el que le sigue: nada menos que una glosa de Eugenio Asensio: "¡Ay, Iherusalem! Planto narrativo del siglo XII". Alberto Blecua, "Sobre la autoría del Auto de la Pasión", en Homenaje a Eugenio Asensio (Madrid: Gredos, 1988), pp. 79-112; recogido luego en Signos viejos y nuevos. Estudios de historia literaria, ed. y apéndice bibliográfico de Xavier Tubau (Barcelona: Crítica, 2006), pp. 89-134.

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cho (1438), permiten hablar de una tradición teatral religiosa en Toledo que, a la luz de la documentación más reciente, va calando en el tiempo y recortando la distancia que la separa del Auto de los Reyes Magos. El medievalista precisa formarse en codicologia, disciplina que se ocupa de los manuscritos, cuyas herramientas recordaré algo más adelante. Su importancia es enorme; de hecho, si ignoramos sus principios básicos, podemos incurrir en errores de muy diversa índole, no sólo de naturaleza paleogràfica o diplomática. También están en nuestra memoria fracasos sonados por desconocer las características elementales del libro incunable o posincunable (como cierta edición crítica de La Celestina, que se estrelló por no observar algunas reglas de conocimiento obligado de la incunabulística, la bibliografía material y la bibliografía textual), una formación que, si no media un docente experto, se puede adquirir apelando a la Introducción al estudio de los incunables de Haebler, con la glosa del siempre deslumbrante Julián Martín Abad (1995). En un segundo nivel, su libro Los primeros tiempos de la imprenta en España (c. 1471-1520) (2003), divulgativo sólo en apariencia, recoge parte de sus infinitos conocimientos y de su experiencia (única de veras) con el libro incunable, al que dedica todos y cada uno de sus días desde hace tres largas décadas. La inusitada capacidad de trabajo de este investigador está a punto de conseguir dos objetivos que se antojaban inalcanzables hasta hace poco: un catálogo de los incunables de la Biblioteca Nacional, que superará todas las carencias de Diosdado García Rojo y Gonzalo Ortiz de Montalbán (1945 y 1958), y un catálogo de los incunables de las bibliotecas españolas, que enmiende el anterior de Francisco García Craviotto (19901991), pues, aunque muy meritorio, nació incompleto.224 El camino que había que seguir pasaba por un conocimiento profundo del libro de esa época, que él posee como nadie; además, a manera de aviso, había marcado el terreno en varias ocasiones, como en Los incunables de las bibliotecas españolas. Apuntes históricos y noticias bibliográficas sobre fondos y bibliófilos (1996). Dado que el hispanomedievalista se mueve, cada vez con más frecuencia, fuera de su demarcación geográfica natural (para pasar de Castilla a España, de ésta a la Península Ibérica en su conjunto, y de ahí a la Romania, si es que no a toda Europa), precisará conocer el mundo del libro incunable con la amplitud y detalle que permiten las fichas del Gesamtkatalog der Wiegendrucke, obra abierta que se viene publicando desde 1925 y que alcanzará un total de 27 gruesos tomos (la idea que impulsó este proyecto se debe a Karl Dziatzko [18421903], aunque fue decisva la presencia del ya citado Konrad Haebler).

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De hecho, ni uno ni otro individualiza ejemplares o da signaturas, que es lo mínimo que cabría esperar en casos como éstos.

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Cada vez sabemos más sobre los impresos del siglo xvi, importantes reservónos de la literatura de la centuria previa y hasta de textos mucho más añosos, como los Castigos y ejemplos de Catón (acaso de finales del siglo XIII), transmitidos gracias a varios pliegos sueltos quinientistas.225 No es, por ello, ociosa la permanente revisión de los principales útiles de trabajo; de ese modo, el Diccionario de pliegos sueltos poéticos (siglo xvi) (1970) de Rodríguez-Mofiino es ahora el Nuevo diccionario de pliegos sueltos poéticos (siglo xvi) (1997) de Rodríguez-Moñino, Arthur L. F. Askins y Víctor Infantes.226 Lo mismo cabe decir de los impresos de las dos primeras décadas del siglo xvi, conocidos como post-incunables o posincunables, catalogados por F. J. Norton en un trabajo ejemplar (A descriptive catalogue of printing in Spain and Portugal, 1501-1520 [1978]), que ahora se ve superado en todos los órdenes por ese gigante que es Julián Martín Abad (Post-incunables ibéricos, 2001 y 2007). Aunque conservada en recipientes áureos, el aroma de la lírica tradicional lleva automáticamente al Medievo, por lo que es forzoso conocerla con detalle, por razones científicas y por el puro placer de su lectura, desde el primer año de la carrera;227 para ello, hasta hace poco era imprescindible repasar uno a uno los testigos de Margit Frenk en su Corpus de la antigua lírica popular hispánica (siglos xv a xvn) (1990 y 1992), pero ahora ese trabajo queda en nada comparado con su Nuevo corpus de la antigua lírica popular hispánica (siglos xv a 228 XVII) (2003). Dado lo escurridizo de la materia, toda cautela es poca, aunque la propia Frenk nos auxilia ahora con algo parecido a una piedra de toque: una recopilación titulada Poesía popular hispánica: 44 estudios (2006). Nuestra profesión precisaba de un andamiaje del que ahora dispone. A ese respecto, hay aportaciones individuales especialmente valiosas, como la de 225

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El caso del Amadis de 1508 merece mención aparte, aunque ya he aludido a los cuatro fragmentos del manuscrito de don Antonio Rodríguez Moftino y a las investigaciones sobre el asunto de Juan Bautista Avalle-Arce. En el batiburrillo montado entre versiones viejas y nuevas, la que envié a imprenta de cierto poema (para una ocasión muy concreta, hay que añadir) no se ocupa de los pliegos sueltos: "El Tratado del desprecio del mundo ¿de Juan del Encina?", en Antonio Cortijo Ocaña & Martha Schaffer, ed., Middle Ages and Renaissance in Hispania Studies in Honor of Arthur Askins (Berkeley: University of California Press, 2006), pp. 207-220. Son cosas que pasan cuando tienes ochocientos asuntos entre manos. En breve haré justicia a esta importante composición. Tácitamente, todos estamos de acuerdo en este punto, pues raro es el programa de introducción a la literatura medieval que no se apoya en Margit Frenk, Lírica española de tipo popular, cuya primera edición vio la luz en México: UNAM, 1966, para luego pasar a la madrileña editorial Cátedra. Véase mi artículo-reseña "Margit Frenk y su Nuevo corpus (2003)", Revista de Filología Española, 87 (2007), pp. 179-195.

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Charles B. Faulhaber, cuya labor se ha basado siempre en una revisión metódica, exhaustiva y entusiasta de las fuentes primarias. Ésa fue su guía al volver sobre Menéndez Pelayo y sus teorías acerca de la retórica clásica en el Medievo español (Latin Rhetorical Theory in Thirteenth and Fourteenth Century Castile [1972]).229 Aquí se demuestra la necesidad del rastreo sistemático, del trabajo con el libro en la mano, a la manera de los grandes maestros de todos los tiempos y como uno de ellos en especial, Paul Oskar Kristeller (19051999), a quien aludiré enseguida. Además, Faulhaber nos ha enseñado cómo hay que catalogar un fondo antiguo (los manuscritos y documentos de la Hispanic Society [1983 y 1993]) y la importancia que tienen las bibliotecas medievales para reconstruir la historia cultural del periodo (Libros y bibliotecas en la España medieval: una bibliografía de fuentes impresas [1987]). Mucho más ambicioso, no obstante, es su proyecto (junto a Gómez Moreno, desde nuestro encuentro en Madison, en 1982, y con la incorporación posterior de Ángela Molí, Antonio Cortijo Ocaña y Óscar Perea) de catalogar todos los manuscritos e impresos en que se transmite la literatura castellana medieval (BETA, acrónimo de Bibliografía Española de Textos Antiguos, antaño BOOST, Bibliography of Oíd Spanish Texts), hermanado con los proyectos que se ocupan de la literatura catalana, valenciana y mallorquína (BITECA, antaño BOOCT, de Vicente Beltrán, Gemma Avenoza y Lourdes Soriano) y la literatura gallego-portuguesa (BITAGAP, antaño BOOPT, de Arthur L. F. Askins, Harvey L. Sharrer, Aida Fernanda Dias y Martha E. Schaffer), accesibles los tres en el portal electrónico Philobiblon. De seguro, este proyecto muestro proyecto- continuará colaborando con todo investigador que lo desee y con otros equipos de investigación con intereses comunes, como el del corpus Manuscritos datados españoles de la Edad Media, proyecto integrado en CiLengua, a través de la Fundación San Millán, y que cuenta con el respaldo científico de Pedro Cátedra y Francisco Gimeno Blay. No se trata de un do ut des: quienes han llamado a nuestra puerta saben de nuestra generosidad; de hecho, no pocas veces hemos pasado referencias desconocidas hasta la fecha, algo que la práctica totalidad de los estudiosos (no todos ellos, por desgracia) reconocen en el capítulo reservado a agradecimientos. 229

Había tomado en consideración una certera hipótesis de López Estrada en su temprana investigación "La retórica de las Generaciones y Semblanzas de Fernán Pérez de Guzmán", Revista de Filología Española, 30 (1946), pp. 310-52 [311]: "Ignoro cuál podía ser el Ars poética que conociese Pérez de Guzmán, pero el fondo retórico medieval es común en la romanidad y en la zona de su influencia [... ] Aun teniendo en cuenta que el estudio de estas Artes en España está aún por realizar, no creo que difiriesen mucho los hispánicos de los recogidos por Faral". Por cierto, Faulhaber publicó la relación de manuscritos retóricos en Abaco, 4 (1973), pp. 151-300.

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Hay importantes antecedentes para la mayoría de estas aventuras eruditas, como el repertorio de filigranas (Les Filigranes, Dictionnaire Historique des Marques de Papier dès leur Apparition vers 1282 jusqu'en 1600 [1907]) del suizo Charles Moïse Briquet (1839-1918); o como los Estudios Codicológicos (con su famoso Les manuscrits [ 1949 y 1964]) de Marie-Alphonse Dain ( 18961964), que era helenista en origen.230 Mucho más satisfactorios, por responder a las exigencias de nuestros días, son los trabajos de Jacques Lemaire (Introduction à la Codicologie [1989]), Maria Luisa Agati (Il Libro Manoscritto. Introduzione alla Codicologia [2003]) o Armando Petrucci (1932-), hábil divulgador de nociones filológicas, como vemos en La Descrizione del Manoscritto. Storia, Problemi, Modelli (1984) o en Prima Lezione di Paleografia (2004). En los últimos años, varios expertos españoles han mostrado su pericia en esta materia; además, han visto la luz dos manuales: la Introducción a la codicologia [2002] de Elisa Ruiz y El llibre manuscrit [2002] de M. Josepa Arnall i Juan. Lo cierto, sin embargo, es que en España se ha sentido especial interés por unas disciplinas muy concretas, algo que encuentra explicación en el marco de determinadas escuelas. En ese sentido, las investigaciones de Francisco de Asís de Bofarull y Sans (1843-1936) sobre el papel y los molinos de los que éste procede son características de la Escuela de Barcelona. Ahora bien, más allá del grupo está el individuo con nombres y apellidos y su tesón, que lo blinda frente a tareas devastadoras, como puede ser la de actualizar uno o varios sistemas de signaturas en centros distintos, o en el desplazamiento de fondos o colecciones de una a otra biblioteca. Esto es lo que hizo en sus sucesivos artículos el bibliólogo belga Guy René Fink-Errera.231 A algunas de las principales herramientas paleográficas y codicológicas ya me he referido, pero aún quedan otras, como las conocidísimas de Adriano Cappelli (1859-1942), que conviene tener siempre a mano,232 o como los manuales paleográficos de Ángel Riesco 230

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Su biografía es apasionante, pues fue piloto de avión durante la Primera Guerra Mundial, lo que le valió la Croix de Guerre. De su abultada bibliografía entresaco trabajos tan útiles como «Une Institution du Monde Médiéval: la "Pecia"», Revue Philosophique de Louvain, 60 (1962), pp. 187210 y 216-243; o "La Produzione dei Libri di Testo nelle Università Medievali", en Guglielmo Cavallo, ed., Libri e Lettori nel Medioevo: Guida Storica e Critica (Roma/Bari: Laterza, 1977); de todos modos, para nuestra especialidad, su aportación principal fue "A Propos des Bibliothèques d'Espagne Table de Concordances", Scriptoriurn, 13 (1959), pp. 89-118; y "Manuscrits des Bibliothèques d'Espagne", Hispania sacra, 6 (1953), pp. 87-135. Me refiero tanto a su Lexicon Abbreviaturarum: Dizionario Di Abbreviature Latine ed Italiane. Milano: Ulrico Hoepli, 1929 y ss., como a Cronologia, Cronografia e Calendario Perpetuo. Milano: Ulrico Hoepli, 1906.

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Terrero, con su Diccionario de abreviaturas hispanas de los siglos Xlll al xvm (1983) y la Introducción a la paleografía y la diplomática general (1999). Otras herramientas tan meritorias como la de Jacques Berlioz y sus colaboradores (Identifier sources et citations [1994]) cuentan, a día de hoy, con el formidable respaldo del buscador de Google. Desde distintos frentes, sólo ahora estamos dando satisfacción a R. Foulché-Delbosch y L. Barrau-Dihigo, cuando, en su Manuel de L'Hispanisant (1920), confesaban que su intención última era ofrecer las bases para el desarrollo de tres herramientas imprescindibles: (1) un diccionario biográfico español, que pronto será realidad dado lo avanzado de las tareas acometidas por la Real Academia de la Historia en un proyecto que lleva justamente ese título, Diccionario biográfico español, (2) una bibliografía de todos los impresos, españoles o foráneos, relativos a nuestra literatura (aunque aquí, lógicamente, intentan desbrozar tímidamente el por entonces enmarañado capítulo del libro incunable), ambiciosísimo anhelo que han ido satisfaciendo los expertos de entonces para acá, con la excepcional aportación, recién comentada, de Julián Martín Abad; (3) y en último término, un inventario de todos los documentos históricos de archivos, bibliotecas y museos, que es exactamente lo que ofrecen las tres ramas de Philobiblon con relación a la cultura peninsular del Medievo.

2 6 . ENTRE FILÓLOGOS Y COMPARATISTAS

El conocimiento de nuestros archivos y bibliotecas, la catalogación de sus fondos, el uso de todos los instrumentos que aporta la crítica textual y la aplicación de los útiles que la Filología ha desarrollado con el paso de los siglos sólo pueden tener una feliz consecuencia: ediciones fiables (aún nos faltan muchas), que permitan leer las obras y compararlas con sus congéneres, así como conocer a los autores y relacionarlos con sus coevos. Sólo con esos basamentos, se hace posible la determinación de poéticas y la diferenciación de géneros y modelos literarios, lo que ya se ha conseguido en cuerpos textuales como el de la poesía épica (Carlos Alvar, Deyermond o Mercedes Vaquero), el mester de clerecía (López Estrada, Rico, Salvador Miguel, Gómez Moreno o, últimamente, Elena González-Blanco), la poesía de cancionero (Salvador Miguel, Dutton, Casas Rigall o Beltrán, y, en el ocaso de la misma, Alvaro Alonso o Alvaro Bustos), la novela sentimental (Whinnom, Deyermond, Gerli, Rohland, Cortijo Ocaña o Carmen Parrilla) o las crónicas (Diego Catalán con sus discípulos de la Universidad Autónoma, y, por supuesto, Gómez Redondo, cuya extensa Historia de la prosa medieval castellana [1996-] pone orden en éste y otros géneros con su precisión y rigor taxonómico acostumbrados). A partir de ahí, son posibles las lecturas o interpretaciones (ya sea en un ensayo ligero o en el sesudo, y a veces plúmbeo, libro para especialistas), sin temor a despeñarse. No pocos disparates tienen su origen en malas lecturas de manuscritos poco fiables, cuando hay otros, limpios de tales tachas, que habrían librado del error, pero se hallaban en bibliotecas sin catalogar o habían caído en manos de editores inexpertos.233 Aunque las futuras generaciones de hispanomedievalistas gozarán de ventajas y facilidades que ni tan siquiera sospechamos, nosotros, que hemos desarrollado nuestra labor investigadora en dos épocas, que aparcamos la máquina de escribir y el corrector en fecha no muy lejana, nos sentimos unos verdaderos privilegiados porque, respecto de quienes nos han precedido, jugamos con todo tipo de ventajas y podemos extender nuestras pesquisas dentro de un radio de acción de enorme amplitud, lo que alimenta ciertas pasiones que han llevado tradicionalmente más allá de la ficción literaria. Hoy más que nunca, el estudioso de la literatura española se siente legitimado para trabajar con tratados médicos, fueros, libros de heráldica y arte mili233

Nadie queda libre ante el asalto de la pereza. Recuerdo, por ejemplo, la sorpresa que me produjo que el laborioso, abnegado e infatigable Amador de los Ríos, al editar la Qiiestión

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tar, manuales de albeitería o vidas de santos, sin necesidad de dar explicaciones,234 también está obligado a manejar los textos latinos y los repertorios donde éstos aparecen. Cuando esto escribo, no sólo tengo la cabeza puesta en aquellos catálogos de fondos latinos que abundan en noticias sobre obras vernáculas, como el del padre Antolín sobre El Escorial o el Iter Italicum de Kristeller, que procedió al vaciado de bibliotecas de todo el mundo.235 Me refiero, más bien, a los clásicos latinos y a su difusión en España, por ser éste un termómetro cultural infalible;236 para ello, acudiremos a L. D. Reynolds (Texis and Transmission: A Survey of the Latín Classics [1983]) y a Lisardo Rubio (Catálogo de los manuscritos clásicos latinos existentes en España [1984]). A ellos, hay que unir los textos latinos medievales, que conocemos en gran medida gracias a los desvelos de Manuel C. Díaz y Díaz y su equipo de expertos.237 Al atender a Pablo de Santa María, Alfonso de Cartagena, Alfonso de Madrigal, Alonso de Palencia o Antonio de Nebrija, en su doble dimensión, latina y vernácula, y al trabajar con autores que sólo se sirvieron del latín en sus escritos, como Diego García de Campos al filo del siglo x i i i o Juan Gil de Zamora, entrada la centuria, damos la razón a Keith Whinnom (Medieval Spanish Historiography: Three Forms ofDistortion [1967]) y quebrantamos sin complejos unas barreras lingüísticas tan claramente perniciosas como escasamente cientí-

del Marqués de Santillana a don Alfonso de Cartagena y la detallada respuesta de éste, dejase de lado todos los códices medievales e hiciese todo el trabajo con un descriptus del siglo XVIII. 234

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Por diversas razones, y no sólo desde la peculiar óptica del Medievo, las categorías enumeradas caen dentro de la órbita literaria. Esto es cierto, en especial, en el caso de la hagiografía, entroncada como se muestra con los géneros más linajudos, particularmente con la épica, el cuento y el román, según he recordado en mis Claves hagiográficas de la literatura española (del Cantar de mió Cid a Cervantes). Madrid/Frankfiirt: Iberoamericana/Vervuert, 2008, donde me he servido de las investigaciones previas de José Aragtlés Aldaz, Femando Baños Vallejo o Jesús Moya, junto a las de Carlos A. Vega, John R. Maier y Thomas D. Spaccarelly, Billy Thompson o Leonardo Romero Tobar; además, he trabajado con unos cuantos cientos de títulos, entre los miles que forman la bibliografía general sobre hagiografía. Iter Italicum: Accedunt Alia Itinera: a Finding List of Uncatalogued or Incompletely Catalogued Humanistic Manuscripts of the Renaissance in Italian and Other Libraries, London/Leiden: The Warburg Institute-E.J. Brill, 1963-1992. Me refiero a Ángel Gómez Moreno, "Letras latinas, tradición clásica y cultura occidental", eHumanista, 7 (2006), pp. 37-54. En solitario, compiló el Index Scriptorum Latinorum MediiAevi Hispanorum, Salamanca: Universidad de Salamanca, 1958; en equipo por él coordinado, el HISLAMPA: Hispanorum Index Scriptorum Latinorum Medii Posteriorique Aeui (Autores Latinos Peninsulares da Época dos Descobrimentos, 1350-1560). Lisboa: Imprensa Nacional CasadaMoeda, 1993.

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ficas. Del mismo tenor es el recordatorio que, con respecto a los humanistas italianos y su obra neolatina, ha vertido Christopher S. Celenza (The Lost Italian Retiaissance. Humanists, Historians and Latin 's Legacy [2004]). Lo que en Whinnom era teoría lo llevó a la práctica un jovencísimo Francisco Rico en su trabajo, ya citado, de 1969, donde ya señalaba la importancia del Codex Calixtinus, la Garcineida, la Chronica seminense, la Crónica najerense o Analecta hymnica por sí y como herramientas para el estudio de la literatura vernácula. Los maestros de la generación previa habían marcado el camino con total nitidez, particularmente al trabajar con la transformación espiritual del Quinientos (Marcel Bataillon, Eugenio Asensio, Dámaso Alonso...), pero se precisaba un nuevo toque de atención para romper un encasillamiento en áreas o disciplinas de estudio que, por desgracia, fue a más, y con unos resultados verdaderamente perniciosos.238 Como muestra de que las aguas están volviendo a su cauce es reveladora la publicación, en el órgano de expresión de los hispanomedievalistas de la Modern Language Association, de todo un volumen dedicado al Humanismo latino en España: La Coránica. A Journal of Medieval Hispanic Languages and Cultures, 37, 1 [Fall] (2008): Antonio Cortijo Ocaña y Teresa Jiménez Cálvente, eds., "Salió buen latino": los ideales de la cultura española tardomedieval y protorrenacentista". Creo que, no muchos años atrás, esto habría sido sencillamente impensable. Aunque, a lo largo de las páginas previas, ya me he referido a los estudios de más amplio espectro, aquellos que se abordan desde la óptica del Folklore y la Antropología (lo que me ha llevado a sumar decenas y decenas de nombres dentro y fuera de España), ahora que nos acercamos al final, siento la necesidad de darles la razón en su ambiciosa empresa; en ella, el objeto de investigación es múltiple, pero coadyuva a conocer los cimientos de una civilización determinada y, al cabo, a captar un poco mejor la esencia del ser humano, a lo largo de los siglos y sobre toda la faz de la tierra. De venir a nuestro terreno, lo fundamental es que estos estudiosos, por principio, se apoyan a la par en la oralidad pura y en las diferentes formulaciones de la cultura libraría, lo que, de paso, ha desembocado en algunas de las páginas de mayor importancia que se hayan escrito sobre nuestro objeto de estudio. En ese sentido, hemos comprobado cómo la distancia, si es que la hay de veras, entre antropólogos y comparatistas puede ser mínima, y cómo su separación en ámbitos académicos dife-

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Por desgracia, en España corremos un peligro cierto cuando nos movemos en los márgenes o fuera del área de conocimiento a la que estamos obligatoriamente adscritos y pretendemos el reconocimiento de un sexenio de investigación por parte de la Comisión Nacional de Evaluación de la Actividad Investigadora (CNEAI). Tal losa no pesa sobre nuestros colegas extranjeros.

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rentes depende muchas veces de la organización universitaria en facultades y departamentos. He puesto especial énfasis en la praxis comparatista británica y en la Escuela de Harvard (concretamente, en Milman Parry (1902-1935) y su discípulo Alfred Lord (1902-1991), cuya memoria perdura en el Seminario que lleva el nombre del primer estudioso en el corazón de la Widener Library), pero también he apuntado la deriva, poco menos que inevitable, hacia ese ámbito de maestros como el suizo Paul Zumthor. Por el contrario, he silenciado las bases teóricas sobre las que se fue desarrollando el comparatismo, que nos llevarían a esos mismos ámbitos, al tiempo que a instituciones académicas alemanas y rusas, en las que tales métodos fueron aquilatándose desde la eclosión de la Weltliteratur en Alemania, allá por la primera mitad del siglo xix. En la segunda mitad de la centuria, los Estudios Comparatistas fueron fortaleciéndose gracias al desarrollo de un cuerpo teórico,239 al auxilio del formalismo como método de análisis y a la confluencia en una materia especialmente idónea: la cuentística, que obligaba a surcar la geografía universal, a recorrer la historia ab ovo y a apoyarse en una gran variedad de textos transmitidos de las más diversas maneras, entre la oralidad pura y la cultura libraría más apegada a la escritura. Huelga decir que ni éste es el lugar idóneo para abordar un asunto de tamaña importancia, ni, de serlo, disponemos aquí de espacio suficiente para ello, dada la concisión del presente panorama; sin embaigo, no quiero dejar de aludir al que, con toda justicia, hemos de considerar el detonante de un comparatismo debidamente articulado en España: las cuatro charlas que sobre Literatura Comparada dio Claudio Guillén Cahen (1924-2007), a la sazón vinculado a Harvard University, en la Fundación Juan March en 1980.240Con independencia de que este lúcido investigador hispano-norteamericano, que luego presidiría la Sociedad Española de Literatura General y Comparada, no fuese medievalista, ese ramillete supuso un verdadero reactivo para un auditorio marcadamente joven y con una gran variedad de intereses, que no excluían la pasión por los siglos medios. A esa cita, a sugerencia de don Francisco López Estrada, acudieron ilusionados los estudiantes de cuarto año de especialidad de la Universidad Complutense, entre los que me contaba.

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A decir verdad, los ensayos teóricos sobre la materia son hijos, en su mayor parte, del siglo xx, y aparecen ligados a dos escuelas en particular: la francesa y la norteamericana. Como todos los ciclos de conferencias impartidos en su sala de la madrileña calle de Castellò, están a disposición del interesado en la página web de la Fundación Juan March.

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Hoy, la Literatura Comparada en España es disciplina que goza de común respeto e, incluso, cuenta con unos cuantos desarrollos teóricos, como el manual de María José Vega Ramos y Neus Carbonell, La literatura comparada: Principios y métodos (1998). La vastedad del comparatismo (como la de la crítica textual, que sólo para un iluso puede compendiarse en un puñado de recetas) es tal que, a lo sumo, sólo cabe alcanzar a dar ejemplos de desarrollo teórico y casos concretos de aplicación, lo que demuestra la pertinencia del título escogido por Dolores Romero López para agavillar once estudios de lo más variado en sus Orientaciones en literatura comparada (1998); con todo, dado el largo recorrido que traen escuelas comparatistas como la francesa, es conveniente verter al español algunas de sus propuestas más claras y estimulantes, caso éste del volumen dirigido por Pierre Brunel e Yves Chevrel, Précis de Littérature Comparée (1989), traducido como Compendio de literatura comparada (1994).

2 7 . EL REENCUENTRO DE ESCUELAS Y CORRIENTES

También estamos logrando acabar con la fiinesta segmentación en corrientes de análisis, que amenazaba con seccionar el poderoso brazo norteamericano del cuerpo del medievalismo hispánico; de hecho, en sus filas han sido frecuentes las derivas hacia los Gender Studies, Queer Studies, Body Studies y Cultural Studies.241 De ese modo, Elena Gascón Vera dejó el enfoque tradicional (en clave de pura y simple historia literaria) de Don Pedro, Condestable de Portugal (1979) en beneficio del feminismo en Un mito nuevo: la mujer como sujeto/objeto literario (1992). Hay unas páginas de este volumen en que esta estudiosa se retrae: curiosamente aquellas que recogen los dos trabajos que dedica al Medievo. Más llamativa me parece la sorprendente trayectoria de David William Foster, que dejó el estudio de la Edad Media, en la que fue toda una joven revelación (ya que publicó nada menos que tres libros de mucho mérito en un solo año: The Early Spanish Bailad, The Marqués de Santillana y Christian Allegory in Early Hispanic Poetry [1971]), para estudiar, fundamentalmente, la literatura hispanoamericana en una llamativa variedad de temas. En este nuevo y dilatado ámbito, el punto de inflexión hemos de buscarlo en un libro de Foster que porta un título de lo más elocuente: Gay and Lesbian Themes in Latín American Writing (1991); desde ahí, sus investigaciones se pueblan con términos como gender, queer, homoerotism y otros semejantes. Nadie piense, no obstante, que critico su abandono de los Estudios Medievales o el cambio en su método de análisis, pues ambas son decisiones personales de lo más respetable, que nadie tiene derecho a juzgar. Simplemente, apunto su caso porque puede servir de paradigma y levanto acta para seguir los caminos diver-

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Provocadora como siempre, Elena Gascón Vera ofrece una magnífica prueba de ese divorcio al oscilar de la Historia Literaria (su tesis sobre don Pedro de Portugal [1979]) a los estudios de género y feminismo. Públicamente, se ha quejado de que en España hacemos una crítica muy aburrida. ¿Será posible ahora el reencuentro? Creo que sí; es más, un repaso de la bibliografía muestra que, también en ese terreno, han cabido formulaciones inteligentes y ponderadas, asumibles desde cualquier perspectiva. Basta un nombre para comprobarlo, Eukene Lacarra, y uno de sus trabajos: su ponencia "Sobre la evolución del discurso del género y del cuerpo en los estudios medievales (1985-1997)", en Santiago Fortuño Llorens y Tomás Martínez Romero, eds., Actes del VII Congrés de l 'Associació Hispánica de Literatura Medieval (Castelló de la Plana, 22-26 de setembre de 1997) (Castellón de la Plana: Publicacions de la Universität Jaume 1,1999), vol. I, pp. 61-100 (con un magnífico repaso bibliográfico).

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gentes tomados por la crítica norteamericana y europea a lo largo del último cuarto de siglo.242 En ese sentido, también son elocuentes los simples títulos y resúmenes de libros y artículos, los nombres escogidos para las revistas más recientes (como el Spanish Journal of Cultural Studies) o las denominaciones oficiales de los departamentos o secciones departamentales, revisadas en los últimos años para su adaptación a las nuevas circunstancias.243 Además, quien pretendía una plaza de profesor universitario en los Estados Unidos sabía que debía extenderse sobre alguno de esos enfoques y evitar cualquier alusión a la Filología o la Historia de la Literatura. Me sorprende que, todavía hoy, en aquel país haya un rechazo generalizado de la más importante de nuestras actividades: la edición de textos antiguos. En Norteamérica, el ensayo cotiza al alza y las ediciones muy a la baja, aunque hay que admitir que en España pasa lo mismo; de ese modo, a la hora de evaluar los méritos de un investigador (los archiconocidos tramos o sexenios), se distingue entre libro y edición. Esta última, además, va en el mismo rango, y por ende merece la misma estima, que un capítulo de libro, una bibliografía o un prólogo. Por fortuna, las posiciones de los medievalistas norteamericanos y europeos se han ido aproximando, aunque para ello ha habido que sufrir un desgaste que podíamos habernos evitado. Afortunadamente, hemos tenido de nuestro lado a sabios como los norteamericanos Alian Bloom (1930-1992) y Harold Bloom (1930-) o como el europeo George Steiner (1929-), cuya defensa conjunta de conceptos como canon o tradición ha resultado decisiva, pues vino a insuflar fuerzas a cuantos las necesitaban, y en un momento en que comenzaba a cundir, más que el desánimo, la desesperación. Injustamente ninguneados y tildados de reaccionarios y eurocentristas, esos estudiosos han resistido en un medio hostil; por eso, pasado lo peor, es de esperar que, lentamente (pues, de seguro, costará un par de generaciones), las aguas vayan volviendo a su cauce. Aunque parece inevitable, sería de desear que las tendencias o modas sociales no determinaran en tal grado los derroteros de la actividad investigadora en Ciencias Humanas, pues el precio que se paga por ello es demasiado alto: por el camino, quedan demasiados cadáveres; además, cuando lo que se implanta no es mejor que lo que se suprime, el peijuicio causado puede convertirse en un pesadísimo lastre para toda una especialidad y acarrear consecuencias funestas. 242

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De ello se ocupa Purificación Martínez, "Cómo hablar con los muertos: respuestas y retos del Hispanomedievalismo estadounidense en los últimos veinte años", Revista de poética medieval, 21 (2008), pp. 357-377. Este trabajo, del que discrepo en varios sentidos, parte de una magnífica idea: tomar la temperatura a la revista La Coránica y ver su evolución y su línea en cada momento. El resultado obtenido es revelador de veras. Christopher Maurer ha reparado en todo ello en "Carta desde Boston: Novohispanismos", en Boletín de la Fundación Federico García Lorca, 33-34 (2003), pp. 149-156.

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Mucho peor es que la injerencia en el mundo académico provenga de la política, ya que da en monstruos como la segmentación del saber contra toda lógica (cuando se pretende observar o reforzar el espíritu autonómico, según hemos visto arriba) o como la postergación de asuntos primordiales (en opinión del medievalista) por otros acuciantes (en opinión de algún político), pues, hipotéticamente, sirven para poner orden en la sociedad española o en el mundo entero. Por ejemplo, nadie ha reaccionado ante el enorme dislate que supone el uso del Boletín Oficial del Estado para convertir la alianza de las civilizaciones en tema de investigación prioritario del MICINN en la convocatoria de 2009. Sin duda alguna, se trata de una de las directrices principales que viene siguiendo el partido que actualmente gobierna en España, para lo que ha impulsado el Foro de la Alianza de las Civilizaciones. Al respecto, no cabe sino decir que, si la pertinencia de esta medida es discutible en términos estrictamente políticos, la invasión del ámbito académico por el ideario de un partido -del signo que sea- me merece los más duros calificativos. Dejémoslo estar.244 La aproximación entre corrientes y tendencias (una realidad, no sólo un deseo) ha sido posible gracias al progreso de métodos de análisis comprehensivos y contrarios al reduccionismo, como la Teoría de la Recepción o la Historia de la Cultura y de las Ideas (que no debe confundirse con los Cultural Studies norteamericanos, cuyos intereses son otros), que no dudan en servirse de todo lo bueno que aportan las corrientes crítico-formales (de carácter inmanentista), la sociología literaria o la psicocrítica. En un caldo de cultivo tan idóneo, son especialmente gratos los Estudios Comparatistas o Contrastivos, que apelan a herramientas propias de folkloristas y antropólogos; de hecho, aun cuando todos estamos encasillados en áreas de conocimiento y departamentos, son cada vez más frecuentes las ocasiones en que, por razones de objeto y método, nos sentimos hermanados con colegas de otras especialidades filológicas, filosóficas o historiográficas. Sirva de ejemplo la comunión de muchos de nosotros en eso que Enrique Moreno Báez (1908-1976) llamaba Nuevo Comparatismo, que consiste en el estudio comparado de los textos literarios, las artes plásticas y el pensamiento (por temas, géneros, corrientes o generaciones artísticas, etc.).245 Pues bien, un enfoque de la importancia de éste, con sólidos antecedentes teóricos (las primeras reflexiones que abren el camino a este tipo de análisis las

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Afortunadamente, las universidades españolas han reaccionado frente a la posible imposición de una asignatura troncal, "Feminismo", en sus planes de estudios, como propuso la ya ex ministra del también desaparecido Ministerio de Igualdad, Bibiana Aído. "El nuevo comparatismo", en Historia y estructura de la obra literaria (Madrid: CSIC, 1971), pp. 49-56.

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encontramos en el propio Sistema de las artes de Georg Wilhelm Friedrich Hegel [ 1770-1831 ], que atraviesa la Estética alemana del siglo xix y alcanza de lleno a Benedetto Croce) y con diversos ejemplos de aplicación del método (en España, tenemos la praxis de Juan Manuel Rozas en el caso concreto de los Milagros de Berceo,246 la de López Estrada y Emilio Orozco en autores de los Siglos de Oro,247 la de López Estrada, de nuevo, y Gómez Moreno en el Modernismo...), aporta las bases a estudios como el de Rebeca Sanmartín en Imágenes de la Edad Media: la mirada del Realismo (2002), verdadero paradigma en tanto en cuanto se mueve entre el pensamiento y las artes plásticas, entre la vida diaria y la literatura. Del mismo modo, se ha vuelto sobre fenómenos tan importantes como la oralidad, trayendo al presente las tesis de los citados Milman Parry y Alfred Lord o las más modernas del jesuíta Walter J. Ong (1912-2003), con Orality and Literacy: The Technologizing of the Word (1982), Zumthor y Frenk (la labor de los dos últimos ya ha sido considerada). Lo mismo cabe decir acerca de asuntos como la alfabetización y el desarrollo de la pasión lectora, individual y callada, que ha merecido abundantes páginas de Fernando Bouza (cuyos resultados en la cultura áurea son generalmente extrapolables a la Edad Media), Pedro Cátedra o Víctor Infantes, que comparten intereses y postulados con Roger Chartier. La comunión de pareceres es más que eso: se trata de una sociedad erudita en la que los mentados comparten objeto y método de estudio, al tiempo que entran en contacto con grupos de investigación afines, como el de Carlos Sáez (1953-2006) en la Universidad de Alcalá, cuyas riendas cogió luego el dinámico Antonio Castillo Gómez.248 Hay que destacar el hecho de que Sáez supó llevar a su equipo por unos derroteros idóneos, eliminó todo tipo de adherencias indeseables (como, de entrada, el adjetivo auxiliar o, peor aun, 246

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Véase su edición de los Milagros, Barcelona: Plaza & Janes, 1986, donde recoge su artículo "Composición literaria y visión del mundo: El clérigo ignorante de Berceo", en Studia Hispánico in honorem R. Lapes a (Madrid: Gredos, 1975), vol. III, pp. 447-456, y las ideas apuntadas en Los Milagros de Berceo, como libro y como género. Cádiz: UNED, 1976. Al respecto, véanse los planteamientos teóricos de López Estrada en "Werner Paul Friederich, maestro del comparatismo", 1616: Anuario de la Sociedad Española de Literatura General y Comparada, 9 (1995), pp. 67-69. En el Siglo de Oro, su método lo aplica en casos como el de "Pintura y literatura: Una consideración estética en torno de la Santa Casa de Nazaret, de Zurbarán", Archivo Español de Arte, 39 (1966), pp. 25-50. Es algo que se echa de ver si se siguen las actividades del Instituto de Historia del Libro y la Lectura. Altamente revelador resulta el simple hecho de pasar revista a la bibliografía reunida por Fernando Bouza, Comunicación, conocimiento y memoria en la España de los siglos xvi y xvii. Salamanca: SEMYR, 1999. Téngase en cuenta que, en origen, el libro corresponde a un curso de doctorado que impartió en The Johns Hopkins University.

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ancilar que se ha colgado tradicionalmente a la paleografía) y sobrepuso nuevas fragancias en una disciplina que, de siempre, desprendía un tufillo rancio. En ello, este investigador estuvo en la brecha junto a otros que he ido mentando a lo largo de las páginas previas; a ellos se deben los progresos experimentados por nuestra especialidad en las últimas décadas. Para ello, ha sido fundamental que todos, desde reductos distintos, y a menudo distantes, fuésemos conscientes de lo mucho que teníamos en común. Asumido este principio, lo demás era fácil. Realmente, hemos hecho que salten las barreras que nos separaban de nuestros iguales. Ahora, lo normal es coincidir, en coloquios, proyectos de investigación y en los espacios más diversos, con colegas de las especialidades que enumero. En primer lugar, nuestros intereses, compartidos en la mayor parte de los casos, nos hermanan con los historiadores de la Edad Media española. En cuántas ocasiones hemos estado en la mesa con Julio Valdeón Baruque (1936-2009) y José Luis Martín Rodríguez (1936-2004); en cuántas seguimos compartiéndola con historiadores que trabajan sobre los mismos temas que nosotros, como Santiago Aguadé (historia de las universidades y la cultura), Juan Cuadrado, Manuel González Jiménez (Alfonso X, sin ir más lejos), José Ángel García de Cortázar (cultura medieval en un sentido amplio), José Enrique Ruiz-Doménec (la leyenda cidiana, la caballería medieval, la corte, el trovadorismo o el román courtois), Flocel Sabaté (representación del poder, espectáculos y teatralidad en el marco de la corte) o, en mi caso, con mis colegas del Departamento de Historia Medieval de la Universidad Complutense, particularmente con Miguel Ángel Ladero, Emilio Mitre, José Manuel Nieto Soria, Concepción Quintanilla, María Pilar Rábade o Ana Isabel Carrasco Manchado. Para que nada quede en el tintero, entre otros artículos panorámicos, remito sin más a la XXV Semana de Estudios Medievales (Estella, 14-18 de julio de 1998). La historia medieval en España. Un balance historiográfico (1968-1998) (1999), donde Nicasio Salvador Miguel hacía repaso del hispanomedievalismo literario, mientras el historiográfico corre a cargo de José Ángel García de Cortázar y Ruiz de Aguirre y Julio Valdeón Baruque. No olvidemos tampoco a los paleógrafos y codicólogos, como Mariano Usón Sese (1889-1944), Ángel Canellas López (1913-1991), el padre Tomás Marín Martínez (1919-1995), Klaus Wagner Erbskorn (1937-2005), Ángel Riesco Terrero, José María Ruiz Asencio, Elisa Ruiz, Paloma Cuenca (en origen, filóloga y editora de textos medievales y áureos, como el Tractado de la divinanga de Lope de Barrientes [1994], sobre el que versó su tesis doctoral) o el equipo de Alcalá, recién citado y convenientemente elogiado por haber sabido trascender su materia adentrándose por derroteros del mayor interés. Tengamos presentes también a los expertos en Derecho medieval, cuya colaboración

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con los filólogos y los historiadores de otros campos viene de lejos y tiene su paradigma en la edición de Los Fueros de Sepúlveda (1953) por Emilio Sáez, Rafael Gibert (1919-2010), Manuel Alvar y Atilano González Ruiz-Zorrilla (1914-1981);249 en algunos casos, puede hablarse de proyectos editoriales tan ambiciosos como el dirigido en Valladolid por Gonzalo Martínez Diez (1924-), editor infatigable que fracasó en su intento de editar íntegramente el corpus legal de Alfonso X (todo quedó en la edición del Espéculo [1985] y el Fuero Real [1988]). Hay casos, por añadidura, en que el experto de esta área se adentra por un territorio que no es propiamente el suyo, como Rogelio Pérez-Bustamante González de la Vega, catedrático de Historia del Derecho que ha abordado un sinfín de asuntos que nada tienen que ver con el devenir de la legislación, como su biografía de don íñigo López de Mendoza {Iñigo López de Mendoza, Marqués de Santillana: (1398-1458) [1981]) o la catalogación de los documentos relativos a esta misma figura (El Marqués de Santillana. Biografía y documentación [1983]). Y en ningún momento se nos escapen los historiadores de la Ciencia (y tengo la mente puesta en la escuela valenciana de José María López Pifiero o en autoridades como el padre Juan Antonio Paniagua Arellano [19202010], máximo especialista en Arnaldo de Vilanova, todos ellos discípulos de Pedro Laín Entralgo [1908-2001], quien, a diferencia de sus discípulos, nada tenía de medievalista). A los historiadores de la Iglesia les debemos instrumentos tan valiosos como el Diccionario de historia eclesiástica de España (1972-1987) de Quintín Aldea Vaquero (1920-), Tomás Marín y José Vives; la Biblioteca bíblica ibérica medieval (1986) de Klaus Reinhardt y Horacio Santiago-Otero; ediciones como la del De Preconiis Hispanie de Juan Gil de Zamora (1955) por parte de otro franciscano, Manuel de Castro y Castro (1918-2002), que también catalogó el fondo franciscano de la Biblioteca Nacional (1973); o las llevadas a cabo con Planeta de Diego Hispano (1943) y el Defensorium Unitatis Christianae de Alfonso de Cartagena (1943) por el jesuíta Manuel Alonso Alonso (1893-1965), que se ocupó también de otros autores de la Escuela de Traductores de Toledo;250 panoramas históricos sobre las principales diócesis peninsulares, como los preparados por José Sánchez Herrero; estudios como el relativo a

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De los cuatro, el historiador del Derecho era un peculiar, aunque muy preparado, Rafael Gibert Sánchez de la Vega. Es una pena la obcecación de este autor, como luego la de otro sacerdote formadísimo, José Hernando Pérez, por adjudicarle a Diego Hispano o Diego García de Campos la mayor parte de los títulos de nuestra literatura primitiva (en Hispano Diego García, escritor y poeta medieval, y el 'Libro de Alexandre'. Burgos: Aldecoa, 1992.

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la reforma religiosa y cultural de los Reyes Católicos y el Cardenal Cisneros, materia de la que se ocupa el franciscano José García Oro (con un libro tan valioso como Los Reyes y los libros. La política libraría de la Corona en el Siglo de Oro (1475-1598) [1995]); o aportaciones como la de Ildefonso Adeva, quien, desde su investigación con un escritor quinientista, Alonso Venegas de Busto, supo tirar de un hilo, el de las artes bene moriendi, y activar las distintas e importantes investigaciones que, sobre este género, se han realizado en las dos últimas décadas (con nombres como el de Gerli, Rey Hazas, Sanmartín Bastida o González Rolán-Saquero-Caerols).251 Las anteriores son sólo unas cuantas muestras selectas de los historiadores de esta especialidad, ya que la deuda adquirida con todos ellos, en cantidad y calidad, es, más que enorme, inconmensurable.252 También estamos en deuda con los estudiosos de las artes plásticas, algunos tan sensibles al hecho literario como Joaquín Yarza Luaces (1936-), Francesca Español, Anna Muntada, Santiago Sebastián (1931 -1995) o Víctor Nieto Alcaide (1940-); con musicólogos como Higinio Anglés Pamiés (1888-1969), en el pasado lejano, y luego con José Romeu Figueras (1917-2004) e Ismael Fernández de la Cuesta (1939-) o María del Carmen Gómez Muntané, por dar tres saltos generacionales; con los heraldistas, como el propio Martín de Riquer, a ratos, o Faustino Menéndez Pidal y Navascués (1924-), a tiempo completo; o con los expertos en historia militar, ocasionales o centrados por completo en la materia, que encuentran una caja de resonancia estupenda en la Revista de Historia Militar del Instituto de Historia y Cultura Militar o publican en alguna de las muchas series y colecciones animadas por el Ministerio de Defensa, cuya impresionante labor merece mayor reconocimiento por parte de todos nosotros.253 La combinación de dos competencias al más alto nivel arroja resultados especialmente atractivos y comúnmente novedosos, como es el caso de María José Vega Ramos, que ha aplicado sus conocimientos musicales a los Estudios Literarios, aunque, atrapada por su interés en el Quinientos español y europeo, sólo de tarde en tarde se adentra en la Edad Media. Aún me queda un nombre por añadir, el de Joaquín Díaz González (1947-), el genial folklorista, musicó251

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"Los artes de bien morir en España antes del maestro Venegas", Scripta Theologica, 16 (1984), pp. 405-415. En este caso, la exhaustividad sería imposible, a no tratarse de una monografía en varios volúmenes. Piénsese, además, en que nos interesan, tanto como los textos castellanos, las propias fuentes latinas de los miracula Virginis Mariae, las vitae sanctorum, los tratados religiosos, las glosas bíblicas, etc. Durante largos años, el técnico responsable del Servicio de Publicaciones fue ese magnífico historiador militar llamado Femando Castillo Cáceres, cuyo retomo todos anhelamos.

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logo e intérprete, cuya labor (que ha cuajado en cerca de ochenta discos) ha sido decisiva, entre otras cosas, para difundir el romancero y el cancionero medievales. Desde la Fundación que lleva su nombre, sita en el pintoresco pueblo de Urueña (Valladolid), Joaquín Díaz continúa perfectamente activo; de hecho, aunque hace muchos años que no graba canciones, viene impulsando continuos encuentros eruditos, que luego cuajan en libros en que los temas medievales tienen un espacio reservado. Non plus ultra de la hospitalidad bien entendida, Joaquín Díaz cuida de cualquier experto que -primero curioso y luego cautivado por la persona y el medio en que desarrolla su labor cotidianase acerque a este bello pueblo de Los Torozos. En el caso de otras disciplinas filológicas, hemos buscado el contacto con arabistas, como Emilio García Gómez o Federico Peirone (1920-1989), en el pasado; o con Alan Jones, Richard Hitchcock, James T. Monroe,254 Federico Corriente, Mercedes García-Arenal, María Jesús Rubiera Mata, Julio Samsó, Concepción Vázquez de Benito, Juan Vernet Ginés (1923-) o María Jesús Viguera Molins, en un devenir que ha implicado a muchos de ellos en la polémica sobre las jarchas y otras joint-ventures (pienso, por ejemplo, en la aparcería de Samsó con Pedro Cátedra en El "Tratado de astrología" atribuido a Enrique de Villena [1983]); hemos compartido aficiones, y más que eso, con hebraístas como Amparo Alba, Yolanda Moreno Koch, Ángeles Navarro, Ángel Sáenz-Badillos,255 Judith Targarona o Julio C. Trebolle Barrera en la Complutense; María José Cano y Ana Riaño López (prematuramente fallecida en 2005) en Granada, sede de la prestigiosa Miscelánea de Estudios Árabes y Hebreos; Carlos Carrete Parrando y Fuencisla García Casar en Salamanca; los citados Esperanza Alfonso, Javier del Barco256 y Arturo Prats Oliván en el CSIC; y fuera de España, junto a todos los arriba nombrados y otros que podrían ampliar esta relación por sus muchos méritos, dos estudiosos especialmente cercanos: Eleazar Gutwirtz, desde su enfoque como historiador de la cultura judía, o el polifacético Luis Girón Negrón.

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Los cinco primeros nombres tienen todo que ver en la polémica relativa a las jarchas, como sabe bien cualquier iniciado. Para la primera fase de la disputa, nada hay más claro que Samuel G. Armistead, "A Brief History of Kharja Studies", Hispania, 70 (1987), pp. 7-15. Suyo es un estupendo status quaestionis, "El estudio de la poesía y la prosa hispanohebrea en los últimos cincuenta años", Miscelánea de Estudios Árabes y Hebraicos, 50 (2001), pp. 133-161. Breve pero enjundioso es su trabajo "A Survey of Semitic Studies in Spain (1975-2000) I: Hebrew Bible, Jewish, and Ancient Near East Studies", Religious Studies Review, 28 (2002), pp. 131-137.

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Mantenemos una relación basada en una comunidad de intereseses con aquellos colegas que se ocupan de otras literaturas europeas sin quitar la vista de la nuestra, como los italianistas españoles, tras el ejemplo de Joaquín Arce (1924-1982) y la praxis de María de las Nieves Muñiz Mufiiz, María Hernández Esteban o Lorenzo Bartoli, y con maestros italianos tan interesados por la literatura peninsular como Cesare Segre 257 o Michelangelo Picone (19432009).258 Menos cuesta entender que nos mezclemos con los historiadores de la lengua española, más concretamente con los lexicógrafos (con ellos se ha colaborado en empresas de la importancia del Corpus Diacrònico del Español [CORDE] de la Real Academia Española o en la confección de los diccionarios del español medieval que hasta hace unos años preparaba el Seminary of Medieval Spanish Studies de la University of Wisconsin-Madison), 259 pues muchos de nosotros (particularmente cuando nos hemos dado a tareas editoriales) lo somos a ratos.260 Mención especial merecen los latinistas, pues su aportación a nuestra especialidad merece un único calificativo, y éste es 'formidable'. Aludiré sólo de un modo fugaz, y por orden alfabético, a todos aquellos grupos de investigación e investigadores españoles de los que tengo noticia. Comienzo con Alcalá de Henares y sus dos medievalistas propiamente dichos, José Luis Moralejo y Teresa Jiménez Cálvente;261 y continúo con la Autónoma de Madrid, donde pesa el magisterio, en tantas materias, de Benjamín García Hernández; Barcelona, con Mercè Puig Rodríguez-Escalona y Pere Joan Quetglas Nicolau, que continúa con el Glossarium Mediae Latinitatis Cataloniae de M. Bassols, J. 257

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De ahí lo razonable que resulta el artículo de Elisa Constanza Zamora Pérez, "Cesare Segre, hispanista", Discurso. Revista Internacional de Semiótica y Teoría Literaria, 1920 (2007), pp. 239-277. Como prueba de la amplitud de miras de este experto en Boccaccio, basta recordar que, de los dieciséis textos que selecciona y prologa (con 45 pp. magistrales, de lectura obligada para cualquier medievalista) en II racconto, Bolonia: II Mulino, 1985, nada menos que cinco guardan relación directa con España. Mientras redactaba estas líneas, me ha llegado la dolorosa noticia de su muerte. Desde estas líneas, mando mi pésame a Mary Anne y Roberto Picone, con quien tantos momentos gratos pasé en Montreal y Zurich. Los materiales del que también se conoce como Hispanic Seminary están ahora depositados en la sede neoyorquina de la Hispanic Society of America, bajo la supervisión de John O'Neill. De ahí la importancia que la labor editorial tiene para los lexicógrafos, que se comprueba en la página electrónica (antaño libro, junto a David J. Billick, Lexical Studies of Medieval Spanish Texts. A Bibliography of Concordances, Glossaries, Vocabularies and Selected Word Studies, Madison: Hispanic Seminary of Medieval Studies, 1987) de Steven N. Dworkin y Francisco Gago-Jover, Lexical Studies of Medieval Spanish Texts. Otros dos expertos que suelen acercarse a ese periodo con el gran angular que precisa el estudio de la tradición clásica son Antonio Alvar Ezquerra y Luis Alfonso Hernández.

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Bastardas; con Cádiz (con su ramificación alcañizana, pues Alcañiz ha acogido muchas de sus actividades eruditas), donde imparte su ciencia el dinámico y certero José María Maestre Maestre; con Cáceres, donde se hallan Santiago López Moreda y Eustaquio Sánchez Salor; y, por supuesto, con la Complutense de Madrid, con Juan Luis Arcaz, Virginia Bonmatí, José-Joaquín Caerols, Vicente Cristóbal, Francisco García Jurado, Tomás González Rolán, Antonio López Fonseca, Pilar Saquero Suárez-Somonte o Isabel Velázquez. La llama está igualmente viva en Córdoba, con Andrés Laguna Mariscal; en Gerona, con Mariángela Vilallonga Vives, que tanto ha hecho para dar a conocer el humanismo latino catalán; en Huelva, con un magnífico Antonio Ramírez de Verger Jaén, que debería subir con más frecuencia al Medievo para beneficio de todos nosotros; en León, con Maurilio Pérez González, Manuel Antonio Marcos Casquero (infatigable y lúcido en los muchos temas a que atiende) y el citado Juan Francisco Domínguez Domínguez; en Salamanca, con la (y a uno le parece mentira) recién jubilada Carmen Codoñer y sus discípulos, y con Gregorio Hinojo Andrés; en Santiago de Compostela, con Eva Castro Caridad y José Manuel Díaz de Bustamante; en Sevilla, con el maestro de maestros Juan Gil (cuya extensa obra sobre el descubrimiento de América, una faceta más del temprano humanismo hispánico, cuenta con la compañía de una gran experta en Historia de América del CSIC hispalense, su esposa Consuelo Várela) y con Emma Falque Rey; en Valladolid, con Avelina Carrera de la Red, Miguel Ángel González Manjarrés, Enrique Montero Cartelle y, en el recuerdo, Millán Bravo Lozano; en Vitoria, con ífiigo Ruiz Arzálluz, Marco Antonio Gutiérrez Galindo y Vitalino Valcárcel; y en Zaragoza, con un agudo Javier Iso Irigoyen y con Pilar Cuartera Sancho, que acaba de darnos una formidable lección con respecto al uso de Geremia da Montagnone por parte de Juan Ruiz.262 He dicho que todos los nombrados (y algunos más, que se me han quedado en el tintero) han hecho contribuciones decisivas al estudio de la Edad Media española y europea; no obstante, mucho más valiosa es su contribución a la materia a que aludo desde este preciso instante: el Renacimiento y el Humanismo, en su inmensa vastedad y con sus infinitas ramificaciones. No perdamos, en fin, de vista a helenistas tan sabios, versátiles y necesarios para nuestros estudios como los que a continuación enumero, que cito por alguna contribución especialmente valiosa a nuestra especialidad, si es que no

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Véase su importante contribución en el conjunto de un estupendo volumen al cuidado de Bienvenido Morros y Francisco Toro, al congreso celebrado en Alcalá la Real, 9-11 de mayo de 2002 (Alcalá la Real: Ayuntamiento Alcalá la Real/Centro para la Edición de los Clásicos Españoles, 2004), pp. 215-234, que puede leerse, como los demás, íntegramente en la Red: .

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por sus continuas aportaciones a los Estudios de la Edad Media o a cualquiera de las disciplinas que de ella se ocupan: José Alsina Clota (1926-1993) en la Universidad de Barcelona; Luis Gil (1927-), Antonio Bravo, Antonio Guzmán o Carlos García Guai, en la Universidad Complutense; Jorge Bergua en la de Málaga; Juan Signes Codoñer en la de Valladolid; o el equipo de la Universidad de León, al que pertenece Jesús María Nieto Ibáñez y donde se publica esa magnífica revista, que debería reivindicarse con todo orgullo desde el seno de esa institución, que es Silva, fundada por Gaspar Morocho (1941-2002) y magistralmente dirigida por el latinista Juan Francisco Domínguez Domínguez. Nombres míticos, con los que tropieza de continuo el medievalista, aunque caigan enteramente fuera de su especialidad, hay muchos: son los de Antonio Tovar (1911-1984), Manuel Fernández-Galiano (1918-1988), José S. Lasso de la Vega (1928-¿ 1997?), Francisco Rodríguez Adrados (1922-) o Martín Sánchez Ruipérez (1923-), y los más jóvenes Javier de Hoz (1940-), José Luis García Ramón, Juan Antonio López Férez o Ignacio Rodríguez Alfageme.263

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Los centros de Enseñanza Secundaría, así como la empresa pública y privada, ocultan algunos nombres de gran mérito, como, por venir a nuestro caso, el de José Antonio Ochoa Anadón, un helenista que dedicó buena parte de su tiempo a trazar la ruta de Ruy González de Clavijo en la Embajada a Tamorlán.

2 8 . LOS GRANDES ASUNTOS: UNA OCASIÓN PARA EL ENCUENTRO

Los estudios sobre ese entramado universo artístico-cultural obligan a ser permeable a todo tipo de investigaciones y a entrar en contacto con expertos de todos los ámbitos y especialidades imaginables. Ambos conceptos están íntimamente relacionados, hasta el punto de que hay quien llega a usarlos como sinónimos; sin embargo, si hablamos con propiedad, con Renacimiento nos referimos a un periodo histórico (que, en Italia, abarca desde el primer Trecento hasta el Cinquecento), con sus formas de vida, su pensamiento político, su particular religiosidad (considerada en términos espirituales y, lo que más nos importa, puramente filológicos, pues los grandes humanistas midieron fuerzas tanto o más con la Biblia que con los clásicos grecolatinos), su arte, sus avances científicos, etc. Por su parte, Humanismo y humanista son dos etiquetas a las que recurrimos para identificar un movimiento cultural y unos ideales de vida basados en la imitatio atque emulatio veterum, lo que dio un fuerte impulso a los Estudios HistóricoFilológicos (vale decir, a nuestra profesión, por lo que los humanistas son nuestros predecesores naturales) e hizo posible el nacimiento de nuevas disciplinas, como la Arqueología, la Epigrafía y la Numismática. El breve resumen que acabo de hacer da una idea de lo necesarias que son las relaciones científicas de amplio espectro cuando se abordan fenómenos como el aludido, que entre otras cosas hermana de continuo al estudioso del siglo xv (que hoy constituye toda una subespecialidad entre los medievalistas) y al del siglo xvi (que cae ya dentro de la Era Moderna, según la periodización más elemental). En casos como éste, o el de los prerrenacimientos medievales (el de Carlomagno y el del siglo XII), es casi inevitable que afloren los prejuicios, y hasta que ideas heredadas, como la del retraso cultural de España, sigan activas aún en el presente y se proyecten hacia el futuro en panoramas tan conocidos como los de R. R. Bolgar y John Edwin Sandys.264 Como vemos, no 264

Del primero es The Classical Heritage and its Beneficiaries. Cambridge: University Press, 1954; del segundo, A History of Classical Scholarship. New York/London: Hafner, 1967. Otros títulos, tan difundidos en su momento como el de Hans Wantoch, Spanien, das Land ohne Renaissance. München: G Müller, 1927, dan en el puro panfleto hispanófobo. Las conclusiones de Bolgar y Sandys, sesgadas y carentes de rigor en el caso de España, fueron corregidas en mi libro España y la Italia de los humanistas. Primeros ecos. Madrid: Gredos, 1994.

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deberíamos limitar nuestros movimientos al espacio que delimitan las áreas de conocimiento o las denominaciones departamentales; de hecho, ahí radica el mayor peligro para el investigador, como he intentado demostrar. Al atender al hispanomedievalismo italiano, he dedicado unas líneas a expertos tan apartados de nosotros y, en realidad, tan próximos a nuestros intereses, como los estudiosos del Humanismo y el Renacimiento de distintas áreas, con los que el estudioso del siglo xv español está verdaderamente familiarizado. De tener que prestarles atención pormenorizada, habría que escribir otro panorama como el presente, en el que pasarían ante nuestros ojos otros muchos nombres de historiadores, filólogos y estudiosos de las materias más diversas (y hasta exóticas) que quepa imaginar. Ahora bien, dado que este ámbito de investigación ha atraído a estudiosos de todas las nacionalidades, escuelas, y corrientes de análisis desde el siglo xix (y aun antes) hasta hoy mismo, una revisión del fenómeno y un status quaestionis sorprenderían por la extensión de su nómina y por su marcado carácter internacional ¿Cómo no citar, de Jakob Burckhardt para acá, cuando menos, los panoramas y las guías fundamentales de Eric W. Cochrane, Paul F. Grendler, Anthony Goodman y Angus Mackay, Anthony Grafton, John Hale, Jill Kraye, Ann Moss, Albert Rabil, John Stephens, Christopher S. Celenza, etc., cuyas páginas concentran a su vez cientos de nombres de estudiosos de mérito? ¿Quién puede obviar aportaciones como el Civic Humanism de Hans Baron (1900-1988) en su seminal The Crisis of the Early Italian Renaissance: Civic Humanism and Republican Liberty in an Age of Classicism and Tyranny (1955)? De profundizar hasta el Prerrenacimiento del siglo XII, ¿a quién se le ocurrirá dejar aparte la obra de Charles H. Haskins, The Renaissance of the Twelfth Century (1927) y sus continuadores? ¿Cómo silenciar la magna aportación de Jean Destrez (1887-1950) al ocuparse del sistema de copia por pecias en esa misma centuria en La Pecia dans les Manuscrits Universitaires du xnie et du xive Siècle (1935)? Lo mismo reza cuando se da uno al estudio de fenómenos paneuropeos de la magnitud (por su expansión por todo el continente y por su pervivencia más allá de la Edad Media) de la gesta rolandiana, el trovadorismo o la leyenda artúrica. En el primer caso, los nombres españoles son fundamentales (en una continuidad manifiesta maestro-discípulo, que tiene tres referentes obligados en Menéndez Pidal, Riquer y Carlos Alvar), como bien sabemos, aunque las aportaciones más recientes nos obligan a repasar una amplia bibliografía internacional.265 En los otros dos casos, hay que volver sobre panoramas como el de 265

Lo más granado se recoge en las notas y la bibliografía selecta del capítulo de Jane Gilbert, en Simon Gaunt y Sarah Key, eds., The Cambridge Companion to Medieval French

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Reto-Roberto Bezzola (1898-1983), en los tres tomos de Les Origines et la Formation de la Littérature Courtoise en Occident, 500-1200 (1944-1963); luego, por prudencia y rigor científico, nos informaremos sobre los inicios de la poesía trovadoresca, desde su cuna occitana, y, a través de sus múltiples ramificaciones, hasta llegar a su disolución en los poetas petrarquistas del siglo xvi. Este marco general es necesario antes de proceder a acotar la materia en atención a los cancioneiros gallego-portugueses, los trovadores aragoneses y su preceptiva, o la poesía castellana de tipo cancioneril. Tal modo de proceder es también el único recomendable cuando se trabaja con el teatro y los espectáculos del Medievo. Permítanme exponer esta necesidad, que todo estudioso siente, por medio de una pregunta que sólo admite una respuesta negativa: si nos damos concretamente al estudio del teatro castellano medieval, ¿podemos dejar de lado las tradicionales aportaciones de Alessandro d'Ancona (1835-1914) y Vincenzo de Bartholomaeis (1867-1953) respecto de Italia, las de Louis Petit de Julleville (1841-1900) o Gustave Cohén (18791958) con relación a Francia o las muy recientes de Francesc Massip en torno a la Corona de Aragón? Lo repito: la respuesta sólo puede ser "no", a no ser que, conscientemente, queramos privar a nuestra investigación de algunos de sus principales fundamentos y desemos reducir nuestro campo de visión contra toda lógica. Ya puestos, impongámonos una limitación más para acabar nublando nuestra vista por completo: en una nueva operación reduccionista dejemos fuera cualquier referente que no sea vernáculo, como las comedias elegiacas (editadas por el propio Gustave Cohén y sus colaboradores en Francia, y por Ferruccio Bertini [ 1941 -] y los suyos en Italia). Que no tiemble el pulso: sacrifiquémoslas sin más, pues ni siquiera estamos seguros de que alguna vez se hayan representado. ¿Habrá quien me siga en una propuesta tan desatalentada como ésa? La materia de la que me he ocupado en los últimos tiempos es la que -lo tengo comprobado- con más fuerza empuja al investigador a saltarse todo tipo de líneas de demarcación (lingüísticas, cronológicas o genéricas): la hagiografía. En la introducción a mi reciente libro sobre las vitae sanctorum y su influjo en la ficción literaria, pretendía reflejar con exactitud mis esfuerzos y desvelos, parecidos a los de cualquiera que se adentre en un universo de referencia tan apasionante como inabarcable. En nuestro caso, no basta con el maremágnum de la Legenda aurea y sus ramificaciones, ni con el devenir del

Literature. Cambridge: University Press, 2008. Si se prefiere bucear en las largas relaciones del Bulletin Bibliographique de la Société Rencesvals, el resultado es lisa y llanamente apabullante. Como dije arriba, algunas de las aportaciones más valiosas tienen que ver con la labor de Joseph J. Duggan.

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discurso hagiográfico en el siglo xvi, que, en el caso de España, alcanza su máxima expresión en Pedro de Ribadeneira y se proyecta en las sucesivas revisiones y ampliaciones de su Flos sanctorurrr, de hecho, en la base y en el propio proceso evolutivo, hay un sinfín de referentes que en ningún caso podemos soslayar, como nos han enseñado Fernando Baños Vallejo y José Aragüés Aldaz, con respecto a la literatura castellana, e Isabel Velázquez, en relación con sus fuentes latinas. Estas son mis palabras sobre una materia tan fértil como inabarcable:266 No, ningún investigador con una mínima prudencia se limitará a unas u otras, y eso a pesar de que la consideración de este conjunto de materiales, y nada más que de ellos, se presenta ya como una tarea capaz de sepultar al estudioso más fuerte y abnegado. Pero ni tan siquiera bastará con ello, como digo, pues resulta obligado adentrarse en un sindn de leyendas hagiográficas, algunas de las cuales se antojan ajenas por completo, o bien revelan un contacto mínimo o tangencial, respecto de la cultura hispánica. Si eso es así en lo que atañe a las fuentes primarias, es fácil imaginar el panorama que ofrecen las fuentes secundarias o referenciales: una lista verdaderamente interminable de títulos en todas las lenguas de cultura. Como botón de muestra, invito a echar una simple ojeada al fichero que bajo la voz Hagiography ofrece la base de datos electrónica de la Modem Language Association. El resultado es sencillamente apabullante, aunque mucho peor se antoja realizar esa misma consulta en el maremágnum de Google.

Sólo un referente literario, y con base en un único texto, ha merecido más atención que las vidas de los santos, y con mayor dispersión espacio-temporal y mucha más variedad en los códigos artísticos que lo recogen: la Biblia. Sí, el texto bíblico, en sus temas y sus maneras de exégesis está por doquier, hasta empaparlo todo; y sin embargo, cuánto nos falta por saber y cuántos huecos obvios quedan por colmar en las bibliografías. Ha pasado demasiado tiempo desde que Sister Francis Gormly publicara The Use of the Bible in Representative Works of Medieval Spanish Literature, 1250-1300 (1962) y, desde luego, no basta con el acuse de recibo, pues no es más que eso, de Diego Catalán en su nota de Hispanic Review (1965). La maduración de la cultura occidental se produce gracias al pulso de los exegetas con la Biblia y con los clásicos, a través de los cuatro sensits del texto sagrado (literal, alegórico, moral y anagògico) y del 266

En mis Claves hagiográficas de la literatura española (del Cantar de mió Cid a Cervantes), (Madrid/Frankfürt: Iberoamericana/Vervuert, 2008), pp. 8-9. Los trabajos de los dos estudiosos aludidos son convenientemente glosados y aplaudidos en diversos lugares de mi libro. El trabajo de Velázquez, del que tuve noticia más tarde, es La literatura hagiográfica. Presupuestos básicos y aproximación a sus manifestaciones en la Hispania visigoda. Segovia: Fundación Instituto Castellano y Leonés de la Lengua, 2007.

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accessus ad auctores como primer estadio en el estudio de Virgilio y, por extension, de los demás escritores latinos. En atención al texto sagrado, la monografía, ya citada, de Henri de Lubac es sólo el comienzo, como lo es también el libro de culto de Northrop Fiye (19121991 ), The Great Code ( 1981 ). Hay que volver sobre ese entramado y ver sus consecuencias en la literatura occidental, como ha hecho A. J. Minnis (Medieval Theory ofAuíhorship [1984] o A. J. Minnis y A. B. Scott, Medieval Literary Theory andCriticism, c. 1100-c. 1375. The Commentary Tradition [1988 y 1991]), magna tarea descompuesta en un sinfín de iniciativas particulares. Por fortuna, tras lo que parecía un parón, la obra de Pierre Riché y Guy Lobrichon, Le Moyen Âge et la Bible (Bible de tous les temps, 4 [1984]) tiene ahora continuidad en libros tan clarificadores como el de Gilbert Dahan {Lire la Bible. Essais d'Herméneutique Médiévale [2009]) y en un proyecto tan ambicioso como el que se resume en esta dirección electrónica, que pone todas las versiones bíblicas de la Edad Media a disposición de cualquiera interesado (se trata de un proyecto de Andrés EnriqueArias y Mark Davies): . Los contactos a todos los niveles nos enriquecen y, de paso, fortalecen nuestras investigaciones; por eso, en nuestra profesión, es fundamental alimentar la curiosidad y ver lo que hacen los demás, aunque sus intereses, en principio y sólo en apariencia, caigan lejos de los nuestros. La revolución tecnológica de las últimas tres décadas facilita todo tipo de consultas, accesos directos y visitas virtuales; además, la Unión Europea y, particularmente, algunos de sus estados-miembros potencian empresas eruditas de toda índole, que han cuajado en sociedades que se caracterizan por poner un marcado énfasis internacional e interdisciplinar. Me bastan dos ejemplos: el primero es el de la poderosa European Science Foundation, con sede en Estrasburgo y apoyada por la Unión Europea, cuya estrategia pasa por convocar anualmente ayudas para reuniones preparatorias (Exploratory Workshops) en todas las áreas de conocimiento, incluidas las humanísticas, que dependen del llamado Standing Committee for the Humanities [SCH]). El segundo es el recién creado International Research Consortium in the Humanities, de la Universidad Friedrich Alexander de Erlangen-Nuremberg, financiado por el Ministerio Federal de Educación e Investigación de Alemania y dirigido por Michael Lackner, Klaus Herbers y Thomas Froehlich.267 Estos tres lúcidos estudiosos, asistidos por un nutrido

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Aunque los tres son investigadores capaces y brillantes, y sienten verdaderea pasión por los fenómenos más diversos, sólo Herbers es propiamente un experto en España y la Historia Peninsular; más en concreto, es un reputado especialista en Historia de la Iglesia y del papado, en Hagiografía y en la leyenda de Santiago Apóstol, entre otros muchos asuntos. Su dinamismo le ha llevado a organizar equipos mixtos, centroeuropeos y españoles, en

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grupo de investigadores veteranos y de otros en fase de formación, velan por ampliar las relaciones académicas en un sentido doble: al quebrantar las adscripciones en razón de área de conocimiento o materia de estudio, por un lado, y de ámbito geográfico o lingüístico, por otro.268 En fin, no puedo cerrar este libro sin aludir al incipiente medievalismo de algunos países africanos (en Marruecos, en Egipto o en distintos países del África Negra), a aquel otro que tiene su semillero en países considerados emergentes (pertenecientes varios de ellos al antiguo Bloque Comunista) o el que puja por crecer en naciones ricas pero de cultura distinta y distante de la occidental. En este sentido, mientras China está dando un paso formidable en todos los ámbitos de los Estudios Humanísticos (la presencia de estudiantes chinos en las aulas universitarias españolas es un fenómeno de los dos últimos años), el hispanomedievalismo japonés apenas si existe. Y es una pena, pues uno ha tenido ocasión de conocer a estudiantes especialmente dotados, como Kayoko Takimoto, autora de una magnífica memoria de DEA en la Universidad Complutense (2004): "Estudio del discurso en la Crónica de los Reyes Católicos de Fernando del Pulgar". Aunque la animaba a proyectar este trabajo hasta desembocar en una tesis doctoral que se prometía estupenda, ella me respondía una y otra vez que las necesidades de los departamentos japoneses son otras, por lo que no encontraba aliciente alguno en mi oferta. La Keio University tiene hoy en sus filas a una buena profesional, pero pudo contar con la primera gran hispanomedievalista del Lejano Oriente. Ahora sí, pongo punto final a mi recorrido. Sólo me resta añadir que, gracias a todos, los nombrados o los aludidos en referencias de conjunto,269 podemos encarar el futuro con fundado optimismo.

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torno a temas de interés común y con el apoyo de algún colega español con parecido empuje, como José Manuel Nieto Soria o Julio Valdeón. Los resultados han cuajado en libros como Julio Valdeón, Klaus Herbers y Karl Rudolf, coords., España y el"Sacro Imperio". Procesos de influencias y acciones recíprocas en la época de la "europeización" (siglos xi-xm). Valladolid: Universidad de Valladolid, 2002. En su interior aparecen algunos de los historiadores alemanes, austríacos y suizos que más intensamente se ocupan de temas peninsulares. Para comprobar hasta qué punto es cierta la diversidad a que me reñero, basta echar un vistazo a su Advisory Board, del que inmerecidamente formo parte. De nuevo, pido perdón a cuantos se consideren injustamente ausentes de este trabajo, ya sea por olvido (la memoria es flaca, que decían nuestros autores medievales) o por ignorancia (tantas cosas hay que uno no sabe); no obstante, el subtítulo de este libro revela mi voluntad de poner nuevamente mano a la pluma en un futuro cercano para deshacer cualquier entuerto o desaguisado.

APÉNDICE

Una bibliografía selecta del hispanomedievalismo Por Alvaro Bustos Táuler Universidad Complutense de Madrid

Mucho se ha dicho ya acerca de 1980 como annus mirabilis del medievalismo hispánico. El maestro Alan Deyermond se refiere precisamente a cuestiones de cronología en las primeras páginas del citado volumen Historia y crítica de la literatura española, 1: Edad Media (1980). En concreto, habla de 1948 como de año clave en los Estudios de Medievalismo Hispánico por la coincidencia en él de algunas de las obras señeras de Américo Castro, Ernst R. Curtius y Leo Spitzer, a los que se suma el hallazgo y difusión de las jarchas mozárabes gracias a Samuel Stern. La generación que transcurre entre 1950 y 1980, como ha quedado profusamente documentado en lo que precede, penetró con agudeza y amplitud en los distintos capítulos de la literatura española medieval, a menudo de la mano de grandes especialistas y centros de investigación asentados lejos de España. De mantener esta misma horquilla generacional, queda claro que la siguiente treintena, la que va de 1980 a 2010, ha presenciado una ambiciosa y detallada profundización, hasta situar los Estudios Literarios Medievales en un vasto horizonte en el que las distintas perspectivas adoptadas por los estudiosos se enriquecen recíprocamente y favorecen un panorama cada vez más abarcador. El propio Deyermond explicó en el suplemento a su manual (1991) que esta generación de Estudios Medievales se ha caracterizado, entre otros rasgos, por llevar a la práctica aquella translatio studii de la que se ha hablado más arriba: los grupos y revistas de investigación, los principales estudios y ediciones, las grandes obras filológicas de los últimos treinta años ya no son mayoritariamente foráneos, sino que proceden, en una notable proporción, de universidades, grupos de trabajo y publicaciones sólidamente instaladas dentro de nuestras fronteras (algo que ha podido comprobarse con detalle en el capítulo 21). Tal descripción es patente para cualquier medievalista que se introduzca con cierta hondura en alguno de los temas que integran lo que podríamos considerar un curso tipo de literatura española medieval: de la épica y el romancero a

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Apéndice

la lírica popular y cortesana, pasando por las lecciones y lecturas dedicadas al mester de clerecía, la historiografía en prosa, el cuento medieval, la ficción sentimental o las traducciones humanistas, entre otras tantas posibles. Instalados en el icónico año 2010, a treinta años de distancia del volumen de 1980 (y reciente aún la muerte de Deyermond, acaecida en septiembre de 2009), resultaba completamente necesaria una puesta al día, lo que es, entre otras cosas, el conjunto que nos ofrece el profesor Gómez Moreno. Precisamente, otra de las notas que el estudioso advierte en las investigaciones recientes radica en la abundancia de reflexiones, panoramas y recorridos sobre el devenir de la propia disciplina. Se diría que el cambio de siglo, consolidada ya en España una amplia tradición de Estudios Filológicos Medievales, trajo consigo la necesidad de sopesar el conjunto de lo hasta aquí hecho. Se trata de un balance que, de acuerdo con la máxima unicuique suum, persigue dibujar un completo mapa de las investigaciones desarrolladas por multitud de instituciones y personalidades españolas o foráneas. Como siempre, el problema a día de hoy es acertar al elegir entre la infinidad de fichas y textos que acoge la web, o las que nos ofrecen las monografías y estudios de referencia sobre el Hispanismo. Por otra parte, un libro con vocación divulgativa y docente como éste parece pedir una cierta selección bibliográfica que sirva de guía a quien desee profundizar en el hispanismo actual y, más en concreto, en los Estudios Medievales sobre Literatura Española; de este modo será posible prolongar algunas de las líneas de fuerza a las que se ha aludido en capítulos anteriores. Eso es justamente lo que aquí se ofrece: una bibliografía selecta del hispanismo en la que se presta particular atención al Medievo. Como toda selección, conviene insistir en el indeterminado "una" (puesto que cabrían muchas otras posibles) y en el calificativo "selecta" (puesto que una relación más abarcadora excedería el propósito y la extensión del presente libro). El puñado de referencias bibliográficas que ofrezco a continuación se agavilla con arreglo a varios criterios. Antes de llegar a las referencias sobre literatura medieval propiamente dicha, he creído pertinente seleccionar un conjunto de trabajos que reflexionen teóricamente sobre el concepto mismo de hispanismo. Con frecuencia, este tipo de panoramas y revisiones adopta la forma de libro en colaboración o número extraordinario de revista especializada. En el segundo epígrafe, he seleccionado varios de estos trabajos, que, por su naturaleza y por la amplitud de perspectivas que comportan, pueden resultar de gran ayuda al estudiante y al estudioso del asunto que nos ocupa. Los congresos y boletines de la Asociación Internacional de Hispanistas, así como los números de la revista Studies in Medievalism, apenas reseñados aquí, constituyen dos extraordinarios complementos bibliográficos para tomar el pulso al hispanismo

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global y a sus tendencias hermenéuticas. Un tercer epígrafe reúne algunos trabajos que permiten cartografiar un cierto mapa de Estudios sobre Literatura Española según las distintas áreas geográficas y lingüísticas. A continuación, he llevado a cabo una breve selección de aquellos Estudios de Medievalismo Hispánico que ofrecen materiales de interés para un primer contacto con la disciplina: su contexto, obviamente, lo ofrece el conjunto de trabajos reseñados en los tres epígrafes anteriores.

A) Hispanismo: aproximaciones al concepto -

Blecua, Alberto: "Hispanismo", en Mapa del hispanismo, Aurora Egido (coord.), pp. 73-78. Ortega, Julio (ed.): Nuevos hispanismos interdisciplinarios y trasatlánticos. Madrid/Frankfurt: Iberoamericana/Vervuert, 2010. Pozuelo Yvancos, José María y Rosa María Aradra: Teoría del canon y literatura española. Madrid: Cátedra, 2000. Romero Tobar, Leonardo: "La historia de la literatura española. Materiales para el estudio", El Gnomo, 5 (1997), pp. 151-183. Sánchez Laílla, Luis: "Bibliografía ordenada sobre el hispanismo", en Mapa del hispanismo, Aurora Egido (coord.), pp. 379-395. Schwartz, Lía: "De hispanismos, los siglos xvi y xvn y el olvido de la historia", Ciberletras, 2 (2002).

B) Hispanismo (parte general): panoramas, números monográficos y obras generales -

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Álvarez Barrientes, Joaquín (ed.): El hispanismo que viene, número monográfico de la revista Arbor. Ciencia, pensamiento y cultura, n. 664. Madrid: CSIC, 2001. Blackmore, Josiah y Gregory S. Hutcheson (eds.): Queer Iberia: Sexualities, Cultures, and Crossings from the Middle Ages to the Renaissance. Durham: Duke University Press, 1999. Botrel, Jean-François, Christoph Strosetzki y Manfred Tietz (eds.): Actas del I encuentro franco-alemán de hispanistas (Mainz, 9-12 de marzo de 1989). Frankfurt: Vervuert Verlag, 1991. Brizuela, Mabel et alii (eds.): El hispanismo alfinal del milenio. V Congreso Nacional de la Asociación Argentina de Hispanistas. Córdoba: Comunicarte, 1999.

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Apéndice

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Egido, Aurora (coord.): Mapa del hispanismo, número monográfico de Boletín de la Fundación Federico García Lorca, 33-34 (2003). - Foster, David William, Daniel Altamiranda y Carmen de Urioste (eds.): Spanish Literature. Current Debates on Hispanism. New York: Garland, 2001.

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Gies, David Thatcher: The Cambridge Companion to Modern Spanish Culture. Cambridge: Cambridge University Press, 1999. Graham, Helen y Jo Labanyi (eds.): Spanish Cultural Studies: An Introduction. The Strugglefor Modernity. Oxford: Oxford University Press, 1995. Herrera, Javier y Cristina Martínez-Carazo (eds.): Hispanismo y cine. Madrid/Frankfurt: Iberoamericana/Vervuert, 2007. Lucía Megías, José Manuel: Literatura románica en Internet: los textos. Madrid: Castalia, 2002. Lucía Megías, José Manuel: Literatura románica en Internet: las herramientas. Madrid: Castalia, 2006. Mariscal, Beatriz y Aurelio González (eds.): Actas del XV Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas: "Las dos orillas". México: Fondo de Cultura Económica, 2007. Miralles, Ricardo (ed.): El hispanismo y la historia contemporánea de España, número monográfico de Historia contemporánea, 19 (1999). Quimera, número monográfico, n. 139 (1995). Revista de la Universidad Complutense, número monográfico dedicado a Estudios actuales de Hispanística, 1984. Romero Tobar, Leonardo (dir.): Historia literaria y canon. Zaragoza: Universidad de Zaragoza, 2004. Romero Tobar, Leonardo: La literatura en su historia. Madrid: Arco Libros, 2006. Zugasti, Miguel (ed.): Estudios de Hispanismo contemporáneo. Actas del Primer Simposio Internacional sobre "Hispanismo en el sigo xx". Delhi: Embassy of Spain, 1990.

C) Hispanismo (parte especial): pistas para una topografía panhispánica -

Bernardo, José Manuel (ed.): El hispanismo angloamericano: aportaciones, problemas y perspectivas sobre historia, arte y literatura españolas (siglos xvi-xvni). Córdoba: Obra Social y Cultural Cajasur, 2001. Blanco Picado, Ana Isabel y Teresa Eminowicz (eds.): Europa del Centro y del Este y el mundo hispánico. Cracovia: Komitet Badan Naukowych/ Ministerio de Asuntos Exteriores Español, 1996.

Breve historia del medievalismo panhispánico -

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Boletín de la Asociación Internacional de Hispanistas, 14 (2007), El hispanismo en el mundo: Bibliografía y crónica. Soria: AIH/Fundación Duques de Soria. Coutu, Albert Cécile: Hispanism in France from Morel-Fatio to the Present: circa 1875-1950. Washington: Catholic University of American Press, 1954. Elia, Paola: Repertorio Bibliografico degli Ispanisti Italiani. Chieti: Università G D'Annunzio, 1992 (1998 y 2001). Fine, Ruth: "El hispanismo en Israel", en Mapa del hispanismo, Aurora Egido (coord.), pp. 107-115. Grilli, Giuseppe: Modelli e caratteri dell'ispanismo italiano. Lucca: Mauro Baroni Editore, 2002. Haensch, Günter y Cosme Alfonso Muñoz: Las aportaciones del hispanismo alemán y su recepción en España. Madrid: Instituto Cervantes, 1996. Kagan, Richard (ed.): Spain in America: Origins of Hispanism in the United States. Urbana: University of Illinois Press, 2002. Lavaud-Fage, Eliane (ed.): La recherche des Hispanistes Français, 19841998. Paris: Société des Hispanistes Français de l'Enseignement Supérieur, 2000. Martínez, Purificación: "Cómo hablar con los muertos: respuestas y retos del hispanomedievalismo estadounidense en los últimos veinte años", en César Domínguez (coord.): Medievalismo/s: De la disciplina y otros espacios imaginados, II, pp. 357-377. Meregalli, Franco y Manuel Sito Alba: El hispanismo italiano. Madrid: CSIC, 1986. Moreno Fernández, Francisco (coord.): El hispanismo en Brasil, suplemento de Anuario Brasileño de Estudios Hispánicos, 2000. Niño Rodríguez, Antonio y Francisco la Rubio Prado: El hispanismo en los Estados Unidos: discursos críticos, prácticas textuales. Madrid: Visor, 1999. O'Callaghan, Joseph: "Los Estudios Medievales en los Estados Unidos y el Canadá", Medievalismo Boletín de la Sociedad Española de Estudios Medievales, 4 ( 1994), pp. 199-214. Ortega, Julio: "El hispanismo y la geotextualidad atlántica", Bulletin of Spanish Studies, 84 (2007), pp. 671-676. Puente Ojea, Gonzalo: Hispanismo francés hoy. Madrid: CSIC, 1979. Read, Malcolm K.: Educating the Educators: Hispanism and its Institutions. Newark: Delaware, 2003. Redondo, Augustin: Los centros de investigaciones del hispanismo francés. Paris: Société des Hispanistes Français, 1986.

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Apéndice

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Strosetzki, Cristoph (ed.): Bibliographie der Hispanistik in der Bundesrepublik Deutschland, Österreich und der Deutschsprachigen Schweiz, Band 7:1999-2001. Frankfurt: Vervuert Verlag, 2002. - Workman, Leslie J. (ed.): Medievalism in England. Oxford: Trustees of the Society for the Study of Medievalism, 1979. - Workman, Leslie J. (ed.): Medievalism in Europe. Cambridge: Brewer, 1994.

D) Hispanomedievalismo -

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Alvar Ezquerra, Carlos y José Manuel Lucía Megías: Diccionario filológico de literatura medieval española: textos y transmisión. Madrid: Castalia, 2002. Aurell, Jaume y Francisco Crosas (eds.): Rewriting the Middle Ages in the xxth Century. Turnhout: Brepols, 2005. Carreras, Juan José: "Edad Media, instrucciones de uso", en Encarna Nicolás y José Antonio Gómez (eds.): Miradas a la historia. Murcia: Universidad de Murcia, 2004, pp. 15-28. Domínguez, César: "Literatura comparada, medievalismo y la crisis del eurocentrismo. ¿Emergencia de una nueva disciplina?", Voz y Letra. Revista de literatura, 12 (2001) Domínguez, César (coord.): Medievalismo/s: De la disciplina y otros espacios imaginados (I y II), números monográficos de Revista de poética medieval, 20-21 (2008). Gómez Moreno, Ángel: "Historia y canon de la literatura española medieval: 20 años de evolución y cambios", en Leonardo Romero Tobar, (dir.): Historia literaria y canon, pp. 161-175. Guerreau, Alain: El futuro de un pasado. La Edad Media en el siglo xxi. Barcelona: Crítica, 2002. Lucía Megías, José Manuel: "La informática humanística: una puerta abierta para los Estudios Medievales en el siglo xxi", en César Domínguez (coord.): Medievalismo/s: De la disciplina y otros espacios imaginados, I, pp. 163-185. Ortega, Julián M. y Rebeca Sanmartín (eds.): Visitando la Edad Media: Representaciones del Medievo en la España del siglo xix. Teruel: Fundación Amantes de Teruel, 2009. Salvador Miguel, Nicasio: "Una cultura del libro. La literatura medieval española (1968-1998)", en XXVSemana de Estudios Medievales. La historia medieval en España. Un balance historiográfico. Paínplona: s. e., 1999, pp. 383-401.

Breve historia del medievalismo panhispánico -

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San José Lera, Javier (dir.): La fractura historiográfica: las investigaciones de Edad Media y Renacimiento desde el tercer milenio. Salamanca: SEMYR, 2008. Sanmartín, Rebeca: Imágenes de la Edad Media: La mirada del Realismo, Madrid: CSIC, 2002. Sanmartín, Rebeca: "De Edad Media y medievalismos: propuestas y perspectivas", Dicenda, 22 (2004), pp. 229-247. Utz, Richard y Jesse G. Swan (eds.): Postmodern Medievalisms, número monográfico de Studies in Medievalism, 2004. Walde Moheno, Lilian von der (ed.): Propuestas teórico-metodológicas para el estudio de la literatura hispánica medieval. México, UNAM/UAM, 2003.

INDICE ONOMÁSTICO

Abellán, José Luis 143 Adeva, Ildefonso 184 Aebischer, Paul 139 Agati, María Luisa 171 Agenjo Bullón, Xavier 98 Aguadé Nieto, Santiago 182 Aguilar Piñal, Francisco 36, 37 Aguiló y Fuster, Mariano 60 Alatorre Chávez, Antonio 145 Alarcos Llorach, Emilio 155 Alba Cecilia, Amparo 185 Albaladejo Mayordomo, Tomás 143 Albareda Herrera, José Maria 93 Albert, Carmen 159 Alborg, Juan Luis 112 Alcalá, Ángel 47 Alcalde Prieto, Domingo 44 Alcántara García Navarro, Pedro de 55 Aldea Vaquero, Quintín 183 Alemany Ferrer, Rafael 120,155,162 Alenda y Mira de Perceval, Jenaro 77 Alexander, Tamar 147 Alfonso, Esperanza 156, 185 Alfonso de Cartagena 14 Alfonso Muñoz, Cosme 199 Allegri, Luigi 133 Alonso, Amado 109, 145, 146 Alonso Alonso, Manuel 183 Alonso Carro, Esperanza 147 Alonso Miguel, Álvaro 152, 173 Alonso Veloso, María José 27 Alonso y Fernández de las Redondas, Dámaso 14, 94, 175

Alsina Clota, José 188 Altamiranda, Daniel 198 Alvar Ezquerra, Alfredo 27,157 Alvar Ezquerra, Antonio 186 Alvar Ezquerra, Carlos 15, 23, 56, 57, 126, 134,140, 154, 159,173,190, 200 Alvar López, Manuel 102, 151,183 Álvarez Barrientes, Joaquín 57, 197 Álvarez Giménez, Emilio 38 Álvarez Pellitero, Ana María 153 Álvarez Rodríguez, Adelino 151 Amasuno Sárraga, Marcelino V. 116 Amorós Guardiola, Andrés 104 Anahory-Librowicz, Oro 117 Andreas Táxander (nacido Walter Driessens), Valerius 32 Andreoli, Massimiliano 130 Andrés de Uztárroz y López, Juan Francisco 42 Andrés Martínez, Gregorio de 31 Andrés y Morell, Juan 36 Anglés Pamiés, Higinio 184 Anson Oliart, Luis María 61 Antequera, José María 52 Antolín y Pajares, Guillermo 77, 174 Antonio Nicolás, Nicolás 13, 31-33, 34-36 Aradra Sánchez, Rosa María 197 Aragón Marques de Villena, Enrique de 18, 20,44,60,81,95, 129, 185 Aragone de Terni, Elisa 129 Aragüés Aldaz, José 152,174, 192 Arcaz Pozo, Juan Luis 186 Arce, Joaquín 186

204 Archer, Robert 121 Ardemagni, Enrica 113 Arias Montano, Benito 33 Anbau, Bonaventura Caries 43, 58 Arizaleta, Amaia 124 Armistead, Samuel G 111, 185 Armona y Murga, José Antonio de 38 Arnall i Juan, María Josepa 171 Artigas y Ferrando, Miguel 61, 98 Artiles, Jenaro 82 Asensio, Susana 67 Asensio Barbarin, Eugenio 96, 97, 104, 167,175 Asín Palacios, Miguel 85,140 Askins, Arthur L. F. 110, 169, 170 Assis, Yom Tov 146 Assó y del Rio, Ignacio Jordán Claudio de 43 Auerbach, Erich 136, 145 Aureli, Jaume 22, 73, 200 Avalle, D'Arco Silvio 131 Avalle-Arce, Juan Bautista 114, 169 Avenoza Vera, Gemma 155, 170 Ayerbe-Chaux, Reinaldo 113, 114 Azáceta y García de Albéniz, José María 102, 104 Badia Pàmies, Lola 154 Baer,Yitzhak (Fritz) 146, 156 Bailey, Matthew 113 Balaguer y Cirera, Víctor 59 Baldinger, Kurt 138 Baldissera, Andrea 130 Baldwin, Spurgeon W. 113 Ballesteros Beretta, Antonio 92, 94 Ballesteros Gaibrois, Manuel 94 Baños Baños, José Miguel 47 Baños Vallejo, Fernando 155, 174, 192 Baranda Leturio, Nieves 151 Barbi, Michele 132 Barco del Barco, Francisco Javier del 156,185 Barletta, Vincent 113 Baron, Hans 136, 190 Barra Jover, Mario 124 Barrau-Dihigo, Louis 172 Barrenechea, Ana Maria 128,143

Ángel Gómez Moreno Bartholomaeis, Vincenzo de 191 Bartoli, Lorenzo 186 Bassols de Climent, Mariano 186 Bastardas Parera, Juan 187 Bataillon, Marcel 123,145,175 Battesti-Pelegrin, Jeanne 124 Batllori i Munné, Miquel 99 Bautista Crespo, Juan 103 Bautista Pérez, Francisco 153 Bayo Julve, Juan Carlos 121 Beaujouan, Guy 127 Beceiro Pita, Isabel 157 Bédier, Joseph 126, 150 Beinart, Haim 146 Bell, Aubrey Fitz Gerald 118 Beltrán Llavador, Rafael 153 Beltrán Pepió, Vicente (Vicen?) 57, 117, 134, 154,162, 170, 173 Beltrán de Heredia y Ruiz de Alegría, Vicente 167 Benabú, Isaac 147 Bénichou, Paul 123 Benito-Vessels, Carmen 113 Bensoussan, Albert 124 Beresford, Andrew M. 121 Bergua Caverò. Jorge 188 Berlioz, Jacques 172 Bernardo, José Manuel 198 Bertini, Ferruccio 191 Bertini, Giovanni Maria 128 Bertoni, Giulio 134 Beyrie, Jacques 124 Bezzola, Reto Roberto 139, 191 Biglieri, Aníbal Alejandro 113, 146 Billanovich, Giuseppe 133 Billick, David James 186 Binotti, Lucia 113 Birch-Hirschfeld, Adolf 69 Bizzarri, Hugo Óscar 69, 140 146 Blackmore, Josiah 197 Bianco, Emilio 163 Blanco Picado, Ana Isabel 198 Blasco Pascual, Francisco Javier 143 Blay Manzanera, Vicenta 153

Breve historia del medievalismo panhispánico Blecua Perdices, Luis Alberto 104, 150, 151, 167, 197 Blecua Teijeiro, José Manuel 101, 104, 105 Bloch, Marc Léopold Benjamin 127 Bloom, Allan David 179 Bloom, Harold 179 Bofarull y Brocá, Antonio 59,171 Bofarull y Mascaré, Próspero de 44 Bofarull y Sans, Francisco de Asís de 44 Bofarull y Sartorio, Manuel de 44 Bohigas i Balaguer, Pere 23, 99 Böhl de Faber, Juan Nicolás 43 Bolgar, Robert R. 189 Bonilla y San Martin, Adolfo 61,62,64,66, 72, 74, 86,90 Bonmatí Sánchez, Virginia 187 Borello, Rodolfo A. 68 Boscán Almogáver, Juan 21, 28, 39, 50 Bossong, Georg 140 Bossuat, Robert 126 Botrel, Jean-François 197 Botta, Patrizia 129 Bouterwek, Friedrich 46, 50, 68 Bouza Álvarez, Fernando Jesús 181 Branca, Vittore 131 Brancaforte, Benito 115 Brandenberger, Tobias 140 Braudel, Fernand 127 Bravo Garcia, Antonio 188 Bravo Lozano, Millán 187 Brea López, Mercedes 156 Brey Mariflo, María 97 Briquet, Charles Moïse 171 Brizuela, Mabel 197 Brugmann, Karl 73 Brunei, Pierre 177 Brunet, Jacques Charles 78 Bruni, Leonardo 130 Bruyne, Edgard de 141 Bueno Serrano, Ana Carmen 152 Burke, James F. 116 Burckhard, Cari Jacob Christoph 190 Burley (Burleigh), Walter 69 Burnam, John Miller 67 Burriel y López, Andrés Marcos 38

205

Burrus, Victoria 113 Busquets, Loreto 135 Bustos, María del Mar de 103 Bustos Gisbert, Eugenio 23, 151 Bustos Táuler, Álvaro 13, 152,173 Bustos Tovar, Eugenio de 104 Bustos Tovar, José Jesús de 24, 151 Butiñá Jiménez, Julia 151 Caballero de Rodas, Manuel María 52 Cabrera de Córdoba, Luis 31 Cacho Blecua, Juan Manuel 152 Caerols Pérez, José Joaquín 184, 187 Camillo, Ottavio di 113 Campa Gutiérrez, Óscar Mariano de la 103, 165 Canavaggio, Jean 124 Canellas López, Ángel 182 Canet Vallés, José Luis 153 Cano Pérez, María José 185 Cantalapiedra Erostarbe, Fernando 158 Cantera Burgos, Francisco 86 Cañas Murillo, Jesús 155 Capmany y de Montpalau y Suris, Antonio de 42 Cappelli, Adriano 171 Cappelli, Guido M. 133 Caravaggi, Giovanni 130 Carbonell, Marta Cristina 65 Carbonell Camós, Neus 177 Cárdenas del Río, Lázaro 144 Cárdenas-Rotunno, Anthony J. 113 Caro Baraja, Julio 98, 111 Carr, Derek C. 116 Carrasco, Félix 116 Carrasco Manchado, Ana Isabel 182 Carreira, Antonio 104 Carrera de la Red, Avelina 187 Carreras, Juan José 200 Carrete Parrando, Carlos 185 Casado López, Segismundo 104 Casagrande, Carla 133 Casas Homs, Josep Maria 97 Casas Rigali, Juan 21, 123, 156, 173 Castillo Cáceres, Femando 184

206 Castillo Gómez, Antonio 181 Castillo Martínez, Cristina 155 Castillejo Duarte, José 88 Castrillo González, Carmen 165 Castro, Pilar 152 Castro Caridad, Eva María 156, 187 Castro y Castro, Manuel de 183 Castro y Fernandez, Federico de 90 Castro y Quesada, Américo 9, 80-81, 87, 88, 103, 104, 108, 111, 112, 195 Castro y Rossi, Adolfo de 58 Catalán Menéndez-Pidal, Diego 74, 75,103, 111, 152, 173, 192 Catalina García López, Juan 77 Cate, Yo (Johanna Paulina) ten 141 Cátedra García, Pedro Manuel 32, 108, 125, 153, 167,170,181, 185 Cavallo, Guglielmo 132,171 Cebrián García, José 36 Cecchi, Emilio 131 Cejador y Frauca, Julio 87, 97 Celenza, Christopher Silvio 175,190 Cepeda Adán, José 32 Cevallos, José 37 Chartier, Roger 127,132,181 Chasca, Edmund de 76, 119 Cherchi, Paolo 115 Chevrel, Yves 177 Chiappini, Gaetano 128 Chiarini, Giorgio 150 Chiner Gimeno, Jaume Jose 162 Ciceri, Marcella 130 Cid Martínez, Jesús Antonio 103 Ciérbide Martinena, Ricardo 45 Cirlot Valenzuela, Victoria 155 Cirot, Georges 123 Clarke, Dorothy Clotelle (Dorothy Clarke Shadi) 110 Clemencín y Viñas, Diego 46-47 Cochrane, Eric W. 190 Codera Zaidín, Francisco 84 Codofier Merino, Carmen 187 Cohen, Gustave 191 Cohen, Mordechai 147 Colón Domènech, Germán 117, 140

Ángel Gómez Moreno Conde, Juan Carlos 118,152 Condillac, Étienne Bonnot de 35 Contini, Gianfranco 131 Contreras Miguel, Remedios 165 Corfis, Ivy A. 113 Coromines i Vigneaux, Joan 101 Correa Calderón, Evaristo 105 Corriente Córdoba, Federico 185 Cortijo Ocafla, Antonio 28, 66, 108, 113, 152,169, 170,173, 175 Cosío Villegas, Daniel 144 Cotarelo y Mori, Emilio 72, 82 Coutu, Albert Cécile Sister 124, 199 Coy, José Luis 9 Craddock, Jerry R. 110 Crespo Pérez de Madrid, Ángel 159 Crespo Tobarra, Carmen 165 Cristóbal López, Vicente 187 Croce, Benedetto 71, 73,181 Crombach, Mechthild 138 Crosas López, Francisco 22, 69, 73, 156, 200 Cuartera Sancho, Pilar 187 Cuenca Muñoz, Paloma 182 Cuenca y Prado, Luis Alberto de 157 Cuesta Torre, Luzdivina 155 Cueto López de Ortega, Leopoldo Augusto de, marqués de Valmar 57 Curtius, Ernst Robert 136,145, 195 d'Ancona, Alessandro 191 Dagenais, John 113 Dahan, Gilbert 193 Dain, Marie-Alphonse 171 Darbord, Bernard 124 Davies, Mark 193 Débax, Michelle 124 Delgado Casado, Juan 77 Delitzsch, Franz 68 Delpech, François 124 Dent, Edward Joseph 119 Destrez, Jean 190 Devoto, Daniel 123, 124 Deyermond, Alan David 10, 13, 14-15, 19, 23, 41,119, 122, 149,173, 195-196

Breve historia del medievalismo panhispánico Dias, Aida Fernanda 170 Díaz de Bustamante, José Manuel 187 Díaz González, Joaquín 184-185 Díaz-Jiménez y Molleda, Eloy 98 Díaz-Mas, Paloma 156 Diaz-Plaja Contestí, Guillermo 74, 97 Díaz Viana, Luis 67 Díaz y Díaz, Manuel Cecilio 174 Diehl, R. 45 Diez, Friedrich Christian 68 Diez de Revenga Torres, Francisco Javier 64,155 Diez Garretas, María Jesús 156 Doglio, Federico 133 Dolfi, Laura 128 Domínguez Bordona, Jesús 75,98 Domínguez Domínguez, Juan Francisco 187, 188 Domínguez Ortiz, Antonio 95 Domínguez Prieto, César Pablo 199,200 Donovan, Richard 117 Doron, Aviva 147 Dozy, Reinhart 51 Dronke, Ernest Peter Michael 120,121 Duby, Georges Michel Claude 127 Duffell, Martin J. 120 Duggan, Joseph J. 111, 191 Dumarsais, César Chesneau, sieur 35 Durán, Agustín 43, 50, 51,90 Dutton, Brian 66, 69, 70, 114, 119,173 Dworkín, Steven Norman 110, 186 Dziatzko, Karl Franz Otto 168 Echenique Elizondo, María Teresa 10, 94, 139, 154 Eerikainen, Lauri Juhani 141 Egido Martínez, Aurora 8, 152, 162, 197, 198 Eguílaz y (de) Yanguas, Leopoldo 84 Eisenberg, Daniel 56 Elia, Paola 129, 199 Elinson, Alexander-E. 113 Elliott, John Huxtable 32 Elorza Guinea, Juan Carlos 51 Eminowicz, Teresa 198

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Enrique-Arias, Andrés 193 Entwistle, William James 118 Epps, Brad 65 Escobar, Juan de 51 Español Beltrán, Francesca 184 Esparza, José Javier 158 Espinosa, Aurelio Macedonio Jr. 112 Espinosa, Aurelio Macedonio Sr. 67 Estepa Diez, Carlos Julián 157 Fabié Escudero, Antonio María 58 Falla y Matheu, Manuel de 119 Falque Rey, Emma 187 Fanjul, Serafín 158 Faral, Edmond 133,170 Farinelli, Arturo 71, 72 Faulhaber, Charles Bailey 8, 23, 108, 111, 113, 170 Febvre, Lucien 127 Feijóo y Montenegro, Benito Jerónimo 35 Fenton, Paul 147 Ferreira da Cunha, Celso 135 Fernandes Braga, Joaquim Teófilo 134 Fernández Catón, José María 167 Fernández Cifuentes, Luis 65 Fernández Duro, Cesáreo 77 Fernández de Heredia, Juan 70, 140, 151 Fernández de Moratín, Leandro 37, 49 Fernández de Navarrete, Martín 46 Fernández de Oviedo y Valdés, Gonzalo 94 Fernández de Córdova Miralles, Alvaro 158 Fernández de la Cuesta, Ismael 184 Fernandez de Santaella, maese Rodrigo 64 Fernández-Galiano, Manuel 188 Fernández Gallardo, Luis 158 Fernández Montesinos, José 110 Fernández-Ordóñez, Inés 103 Fernández Urtasun, Rosa 105 Fernández Vallejo, Felipe Antonio 167 Fernández Vega, María del Mar 159 Ferrari, Anna 134 Fidalgo Francisco, Elvira 156 Fierro Bello, María Isabel 157 Figueroa, José Lorenzo 65

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Ángel Gómez Moreno

Figueroa y Torres, Álvaro de (conde de Romanones) 80 Filgueira Valverde, José Fernando 135 Finci, Sarah 140 Fine, Ruth 147, 199 Fink-Errera, Guy René 171 Fita Colomé, Fidel 51 Fitz-Gerald, John Driscoll 67 Fitzmaurice-Kelly, James 62, 66, 72 Flasche, Hans 138 Fleischer, Ezra 147 Floranes Vélez de Robles y Encinas, Rafael de 38 Flórez, Fray Enrique 35, 38, 39 Formisano, Luciano 130 Fortufio Llorens, Santiago 178 Foster, David William 113, 178, 198 Fothergill-Payne, Louise 116 Foulché-Delbosc, Raymond 70, 172 Fradejas Lebrero, José 102 Fradejas Rueda, José Manuel 102 Frago García, Juan Antonio 14 Francomano, Emily C. 113 Frappier, Jean 126 Frauenrath, Mireille 140 Frenk Freund, Margit (Margarita Ana Maria) (también conocida como Margit Frenk Alatorre) 89,111, 137,145, 169,181 Friederich, Werner Paul 181 Froehlich, Thomas 193 Frye, Hermán Northrop 193 Fuente Ballesteros, Ricardo de la 143 Fueter, Eduard 88 Funes, Leonardo Ramón 146

García-Bermejo Giner, Miguel Marón 153 García Cárcel, Ricardo 158 García Casar, Fuencisla 185 García de Cortázar Ruiz de Aguirre, Femando 158 García de Cortázar Ruiz de Aguirre, José Ángel 182 García de Valdeavellano y Arcimís, Luis 88 García Gómez, Emilio 85,159, 184,185 García Craviotto, Francisco 168 García Gual, Carlos 23, 84, 126,159 188 García Hernández, Benjamín 186 García Jurado, Francisco 187 García López, Jorge 155 García Moreno, Aitor 156 García Olmedo Félix (firmaba como Olmedo, Félix .y G Olmedo, Félix) 93 García Oro, José 184 García Pinilla, Ignacio Javier 151 García Ramón, José Luis 188 García Rojo, Diosdado 168 García Ruipérez, Mariano 90 García Ruiz, Víctor 105 García Sánchez, Jaira Javier 154 García Solalinde, Antonio 73, 108, 115, 150 García Villada, Zacarías 92-93, 150 García y García, Antonio 153 Garcilaso de la Vega (en realidad, Lasso de la Vega, Garci) 21,24-26,27,28, 31, 39, 48, 49, 50, 159 Gargano, Antonio 130 Gariano, Carmelo 115 Garin, Eugenio 132 Gascón Vera, Elena 178 Gato-Durán y de Vicente-Yáfiez, Agustín

Gago-Jover, Francisco 186 Gallardo y Blanco, Bartolomé José 55-56, 58,61 Gallego, José Andrés 12 Galmés de Fuentes, Álvaro 57, 85, 103,155 Galván Moreno, Luis 158 Gamillscheg, Ernst 68 Garcia, Michel 9, 124, 125 García-Arenal, Mercedes 125,157, 185 García Ballester, Luis 157, 163

Francisco (vid. Durán, Agustín) Gayangos y Arce, Pascual de 55-57, 61, 65, 78, 79, 84 Gébelin, Antoine Court de 35 Geiger, Abraham 68 Geijerstam, Regina af 140 Genet, Jean-Philippe 127 Gerli, E. Michael 113, 173, 184 Gemert, Folke 138 Gesner, Conrad von 33

Breve historia del medievalismo panhispánico Gibert y Sánchez de la Vega, Rafael 183 Gies, David Thatcher 43,198 Gil Fernández, Juan 187 Gil Fernández, Luis 188 Gilbert, Jane 190 Giles, Ryan D. 113 Gili Gaya, Samuel 81,93 Gilman, Stephen 108 Gilson, Étienne 125 Giménez Caballero, Ernesto 93 Giménez Soler, Andrés 89 Gimeno, Rosalie 113 Gimeno Blay, Francisco Miguel 170 Gimeno Casalduero, Joaquín 113 Giró y Brouil, Fidel 60 Girolamo, Costanzo de 131 Girón Alconchel, José Luis, 24, 151 Girón Negrón, Luis 109,113,146,185 Goldberg, Harriet 113 Gómez-Bravo, Ana María 113 Gómez Camacho, Alejandro 30 Gómez de Castro, Álvar 22, 27-28, 159 Gómez de la Cortina, José 46 Gómez Gómez, Jesús 152 Gómez Hernández, José Antonio 200 Gómez-Martínez, José Luis 87 Gómez Moreno, Ángel 17, 24-26, 29, 45, 51, 66, 73, 89, 92, 101, 108, 143, 149, 150, 159, 162, 166, 170, 173, 174, 181, 189, 192, 196, 200 Gómez Moreno Martínez, Manuel 63,86,95 Gómez-Montero, Javier 138 Gómez Muntané, María del Carmen 184 Gómez Ranera, Alejandro 52 Gómez Redondo, Femando 102,104,154,173 Gómez-Santos, Marino 92 Gómez-Sierra, Esther 54 Gómez Uriel, Miguel 42 González Alonso-Getino, Luis 91 González-Blanco García, Elena 151,154,173 González Cuenca, Joaquín 151 González González, Julio 96 González Jiménez, Manuel 182 González Llubera, Ignacio 85 González Manjarrés, Miguel Ángel 187

209

González Ollé, Fernando 158 González Patencia, Ángel 85 González Pérez, Aurelio 145, 198 González Rolán, Tomás 47, 184, 187 González Ruiz-Zorrilla, Atilano 183 Gonzálvez Ruiz, Ramón 167 Goodman, Anthony 190 Gorga López, Gemma 155 Gormly, Francis (Sister) 192 Gracia Alonso, Paloma 155 Grafton, Anthony 190 Graham, Helen 198 Grammont, Maurice 126 Grande Quejigo, Francisco Javier 155 Green, Otis Howard 112 Greenia, Georges D. 113 Greimas, Algirdas Julien (nacido Greimas, Algirdas Julius) 126 Grendler, Paul Frederick 117, 190 Grieco y Bavio, Alfredo 143 Grieve, Patricia E. 113 Grilli, Giuseppe 130, 199 Grimm, Jakob 68 Guadalajara Medina, José 152, 158 Guardiola Alcober, Conrado 113 Guerreau, Alain 200 Guerrieri-Crocetti, Camillo 128 Guijarro Ceballos, Javier 32 Guillén y Álvarez, Jorge 111 Guillén Cahen, Claudio 84, 176 Gullón, Germán 53 Gutiérrez Cuadrado, Juan 182 Gutiérrez de la Vega, José (nacido José Antonio Manuel Bartolomé del Dulce Nombre de Jesús Gutiérrez y Moncloa) 58 Gutiérrez Galindo, Marco Antonio 187 Gutwirtz, Eleazar 147, 185 Guzmán Guerra, Antonio 188 Gwara, Joseph J. 113 Gybbon-Monypenny, G B. 120 Haebler, Konrad 77, 168 Haensch, Günter 199 Hale, John 190 Hanssen, Friedrich Ludwig Christian 143

210 Haro Cortés, Marta 153 Hasenohr, Geneviève 126 Haskins, Charles Homer 190 Hassán, Iacob M. 156 Hatto, Arthur Thomas 120, 121 Häuf i Valls, Albert-Guillem 154 Hay, Louis 151 Haywood, Louise Margaret 121 Hazañas y la Rúa, Joaquín 64 Heers, Jacques 127 Hegel, Georg Wilhelm Friedrich 181 Henriquez Urefla, Pedro 143-144 Herbers, Klaus 13 7, 193-194 Herder, Johann Gottfried von 73 Heredia y Guilhou, Ricardo (Conde de Benahavis) 48, 78 Heredia y Livermoore, Ricardo 78 Hernández, Francisco Javier 116 Hernández Esteban, María 186 Hernández Miguel, Luis Alfonso 186 Hernando Pérez, José 183 Herrera, Fernando de ("el Divino") 21,27,39 Herrera, Javier 198 Herrera Hernández, María Teresa 153 Herrera y Tordesillas, Antonio de 32 Herriott, James Homer 108 Herzberger, David K. 105 Hess, Rainer 140 Heusch, Carlos 124 Hidalgo, Dionisio 39 Hiersemann, Karl W. 78 Highet, Gilbert 120, 145 Hillgarth, Jocelyn Nigel 117 Hilty, Gerold 140 Hinojo Andrés, Gregorio 187 Hinojosa y Naveros, Eduardo de 88 Hitchcock, Richard 185 Holtus, Günter 137 Horrent, Jules 141, 151 Hoz Bravo, Javier de 188 Huélamo San José, Ana María 158 Huerta Calvo, Javier 101 Huizinga, Johan 141 Huntington, Archer Milton 106 Hugalde y Mollinedo, Nicolás 46

Ángel Gómez Moreno Hugo, Joseph-Abel 70 Humboldt, Friedrich Wilhelm Heinrich Alexander Freiherr von 73 Hutcheson, Gregory S. 197 Iannuzzi, Isabella 130 Ibáflez Martín, José, conde de Marín, 62, 93 Ibarreta, Domingo 37 Idel, Moshe 147 Iglesias Recuero, Silvia 151 Ilarregui Alonso, Pablo 45 Impey, Olga Tudorica 113 Infantes de Miguel, Víctor 102,110,169,181 Iriarte y Cisneros, Juan de 38 Irving, Washington 65 Iso Irigoyen, José Javier 187 Janer y Graells, Florencio 42, 43,61, 75 Jardin, Jean-Pierre 124 Jauralde Pou, Pablo 152 Jauss, Hans Robert 136,137 Jensen, Frede 141 Jerez de los Caballeros, marqués de (Manuel Pérez de Guzmán y Boza) 56,78 Jiménez Cálvente, Teresa 28, 29, 159, 175, 186 Jiménez de la Espada, Marcos 58 Jones, Alan 185 Joset, Jacques 9,142 Jovellanos, Gaspar Melchor de 35 Jover Zamora, José María 4 Juaristi Linacero, Jon 103 Jud, Jakob 101, 139 Jurado Domínguez, José 116 Kagan, Richard L. 32, 106, 199 Kantor, Sofía 146 Kasten, Lloyd A. W. 108,150 Keller, John Esten III 112 Kerkhof, Maximilian (Maxim) Paul Adriaan Maria 30, 141,142, 150,166 Kinkade, Richard P. 113 Knust, Hermann 68 Köhler, Erich 137 Kraye, Jill 190

Breve historia del medievalismo panhispánico Kristeller, Paul Oskar 136, 170, 174 Kuhn, Hugo 136 Labanyi, Jo 198 Labrador Herraiz, José Julián 113 Lacarra de Miguel, José María 95 Lacarra Ducay, María Jesús 152 Lacarra Lanz, Eukene 151, 178 Lacave Riaño, José Luis 156 Lachmann, Karl Konrad Friedrich Wilhelm 73, 132 Lackner, Michael 193 Ladero Quesada, Miguel Ángel 182 Lafuente, Modesto 52 Laguna Mariscal, Andrés 187 Lain Entralgo, Pedro 183 Lama de la Cruz, Victor de 154 Lanciani, Giulia 134 Lang, Henry R. 67 Lapesa, Rafael 9, 10, 24, 93, 94, 103, 104, 111, 155,181 Lapuerta Auñamendi, Segundo 45 Lara, José Manuel 95 Lasso de la Vega y Argüelles, Ángel 55 Lastanosa Vincencio (o Vicencio), Juan de 42 Latassa y Ortín, Félix de 41-42 Lavaud-Fage, Éliane 199 Lawrence, Jeremy N. H. 99,120,121 Layna Serrano, Francisco 91 Lázaro Carreter, Fernando 35, 62, 102, 105, 139, 151 Lázaro Galdiano, José 81 Le Gentil, Pierre 123 Le Goff, Jacques 127 Lea, Henry Charles 66 Lecoy, Félix 123 Leite de Vasconcelos Cardoso Pereira de Melo, José 134 Lejeune, Rita 141 Lemaire, Jacques 171 Lemus y Rubio, Pedro 98 Lepair, Rob 141 Lerner, Isaías 128 Lida, Raimundo 144

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Lida de Malkiel, Maria Rosa 85, 109, 110, 120, 144, 145 Lilao Franca, Óscar 165 Limentani, Alberto 131 Linage Conde, Antonio 159 Lindley Cintra, Luís Filipe 135 Llaguno y Amírola, Eugenio 38 Llampillas (Cerdà), Francisco Javier 28, 36 Llórente, Juan Antonio 66 Lobera Serrano, Francisco J. 130 Lobrichon, Guy 193 Lollis, Cesare de 134 Lomax, Derek William 120 Lomba y Pedraja, José Ramón 64 Londero, Renata 128 Lope, Monique de 124 López-Baralt, Luce 109, 146 López de Carvajal-García de Bovadilla, Bernardino 47 López de Mendoza, Iñigo (marqués de Santillana) 17-20, 21, 24, 34,37,41,43, 50, 54, 63, 70, 71, 91, 94, 119, 141, 146, 150, 155, 174,178, 183 López de Sedano, Juan José 39,40 López de Toro, José 99 López de Villalobos, Francisco 58 López Estrada, Francisco 56, 101, 109, 125, 170, 173, 176, 181 López Férez, Juan Antonio 188 López Fonseca, Antonio 187 López Guil, Itziar 140 López Morales, Humberto 146 López Moreda, Santiago 187 López Piflero, José María 157, 183 López-Ríos, Santiago 152 López-Vidriero, María Luisa 32, 165, 167 Lord, Alfred 176, 181 Lorenzo Gradín, Pilar 156 Lubac, Henri-Marie de 125,193 Lucena Giraldo, Manuel 158 Lucía Megías, José Manuel 56, 151, 154, 161, 198, 200 Luis de León (fray) 31 Lupercio de Argensola, Bartolomé 31

212 Machado Pacheco, Elza 135 Machado, José Pedro 135 Machado Álvarez, Antonio (Demófilo) 90 Machado Ruiz, Antonio 90 Machado Ruiz, Manuel 90 Mackay, Angus 190 MacKenzie, David 57, 122 Macpherson, Ian Richard 120 Macri, Oreste 128,129 Madroñal Durán, Abraham 15 Maestre Maestre, José María 187 Maeztu, Ramiro de 81 Maier, John R. 174 Mainer Baque, José-Carlos 8, 63 Malkiel, Yakov 72, 85, 109, 110, 136,139 Mancini, Guido 129 Mandelbrote, Giles 122 Manuel y Rodríguez, Miguel de 36, 44 Maravall Casesnoves, José Antonio 102 Marco García, Antonio 81 Marcos Marín, Francisco 85, 113, 151 March Servera, Bartolomé 38 Marchena Ruiz de Cueto, José 49 Marcos Casquero, Manuel Antonio 187 Marcos Rodríguez, Florencio 167 Marden, Charles Carroll 67 Mariana, Juan de 52 Marín, Manuela 85 Marín Martínez, Tomás 182, 183 Marín Padilla, Encarnación 156 Marín Pina, María del Carmen 56,152 Marino, Nancy F. 113 Mariscal, Beatriz 198 Márquez Villanueva, Francisco 108-109, 116 Marroni, Giovanna 134 Martin, Georges 124 Martín Abad, Julián 78, 97, 98, 165, 166, 167-169, 172 Martín Baños, Pedro 158 Martín Gaite, Carmen 134 Martín Rodríguez, José Luis 182 Martín Romero, José Julio 155 Martínez, Ferrán 95 Martínez, Hipólito Salvador 113, 116

Ángel Gómez Moreno Martínez, Purificación 179,199 Martínez-Carazo, Cristina 198 Martínez Diez, Gonzalo 183 Martínez Martín, Jesús A. 81 Martínez Romero, Tomás 178 Masdeu, Juan Francisco 36 Masera, Mariana 145 Massip Bonet, Francese 154, 191 Mata Carriazo y Arroquia, Juan de 95 Mateo Gómez, Isabel 157 Maurer, Christopher 179 Maurizi, Françoise 124 Mayans y Sisear, Gregorio 35, 38 Mazzocchi, Giuseppe 130 Mecolaeta, Diego de 37 Méndez, fray Francisco 39 Mendíbil y Grao, Pablo de 42 Meneghetti, María Luisa 131 Menéndez Peláez, Jesús 155 Menéndez Pelayo, Marcelino 36, 56, 58,6164, 72, 74, 90,170 Menéndez Pidal, Ramón, 15, 23, 55, 58, 59, 62, 64, 72-76, 85, 86, 89, 94, 95, 100, 101, 103, 109, 111, 133, 140, 143, 144, 145,150, 190 Menéndez-Pidal y Goyri, Gonzalo 103 Menéndez Pidal y Navascués, Faustino 184 Mendoza, Bernardino de 66 Menocal, María Rosa 109, 113, 114 Mercadier, Guy 124 Meregalli, Franco 65, 128, 129, 199 Merino, Andrés 38 Mettmann, Walter 138 Metzeltin, Michael 137,139 Meyer, Marie-Paul-Hyacinthe 45, 125 Meyer-Lübke, Wilhelm 68, 139 Michel, Francisque-Xavier 45, 51 Michael, Ian (David Serafín) 118 Michaëlis de Vasconcelos, Carolina Wilhelma 69,134 Micó Juan, José Maria 155 Mier, Eduardo de 68 Miguel Alonso, Aurora 33 Miguel Martínez, Emilio de 153 Miguel-Prendes, Sol 107,113

Breve historia del medievalismo panhispánico Milá i Fontanals, Manuel 45, 58-60, 61, 97 Miletich, John S. 113 Millares Cario, Agustín 97 Millás Vallicrosa, José María 147 Minnis, Alastair J. 193 Miquel y Planas, Ramón 60 Miralles, Ricardo 198 Mitjana y Gordón, Rafael 78 Mitre Fernández, Emilio 182 Mohedano Hernández, José María 91, 165 Molí Dexeus, Ángela 170 Monaci, Ernesto 71,134 Monguió Primatesta, Luis 110 Monroe, James Thomas 185 Montaner Frutos, Alberto 152 Montero Cartelle, Enrique 187 Montoto Rautenstrauch, Luis 90 Montoya Martínez, Jesús 155 Montoya Ramírez, María Isabel 155 Moralejo Álvarez, José Luis 155,186 Morales Moya, Antonio 12 Morby, Edwin Seth 110 Morel-Fatio, Alfred Paul Víctor 63, 70, 79 Moreiro González, José Antonio 97 Moreno Alonso, Manuel 95 Moreno Báez, Enrique 180 Moreno Castillo, Ricardo 102 Moreno Fernández, Francisco 199 Moreno Koch, Yolanda 185 Morocho Gayo, Gaspar 188 Morrás Ruíz Falcó, María 156 Morreale de Castro, Margherita 129 Morros Mestres, Bienvenido 151, 187 Moss, Ann 190 Mota Placencia, Carlos 151 Moya, Jesús 174 Moya García, Cristina 155 Moyano, Claudio 51 Müller, Bodo 137 Muntada Torrellas, Anna 184 Muñiz Mufliz, María de las Nieves 186 Muñoz Romero, Tomás 83 Muros, Diego de 47 Mussafia, Adolf 69

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Nasarre y Férriz, Blas Antonio 37 Nascimento, Aires Augusto 135 Navarro Durán, Rosa 124 Navarro Tomás, Tomás 80, 81 Navarro Peiro, Ángeles 185 Nebrija, Antonio de 19-21, 28, 61, 93, 98 Nelson, Dana A. 113 Nepaulsingh, Colbert I. 113 Netanyahu, Benzion 146 Nicolás Marín, María Encarna 200 Niederehe, Hans-Josef 138 Nieto Alcaide, Víctor Manuel 184 Nieto Ibáñez, Jesús María 188 Nieto Soria, José Manuel 182, 194 Nigris, Carla de 130 Niño Rodríguez, Antonio 199 Nitti, John J. 108 Nobiling, Oskar 69 Nodar Manso, Francisco 155 Norton, Frederick John 169 Nunes, José Joaquim 135 Núflez, Hernán 28, 30,49 O'Callaghan, Joseph F. 107, 199 O'Neill, John 108, 186 Ochoa, Carlos de 49, 50 Ochoa Anadón, José Antonio 188 Ochoa y Montel, Eugenio de 42, 51, 57 Odriozola Pietas, Antonio 98 Oelschlager, Víctor Rudolph Bemhardt 108, 150 Oleza Simó, Joan 153 Olivetto, Georgina 146 Ong, Walter Jackson 181 Onís Sánchez, Federico de 81, 88 Orduna, Germán 9, 146 Orozco Díaz, Emilio 181 Ortega, Julio 7, 14, 106-107, 197,199, 200 Ortega Cézar, José Manuel 160 Ortega Monasterio, María Teresa 156 Ortega y Gasset, José 82 Ortiz, Alfonso Alex 47 Ortiz de Montalbán, Gonzalo 168 Osthoff, Hermann 73

214 Pagis, Dan 147 Palacios Alcaine, Azucena 152 Palau y Dulcet, Antonio 79 Paltrinieri, Elisabetta 130 Pampin Barrai, Mercedes 27 Paniagua Arellano, Juan Antonio 183 Paredes Núñez, Juan Salvador 155 Paris, Gaston Bruno Paulin 59, 70, 150 Parker, Geoffrey 32 Parrilla García, Carmen 155,173 Parry, Milman 176,181 Pasamar Alzuria, Gonzalo 12 Pascual Rodríguez, José Antonio 101, 137, 151 Pasquali, Giorgio 132 Pastor, José Francisco 30 Pastor De Togneri, Reyna 157 Pattison, David G 118 Payen, Jean Charles 126 Paz y Meliá, Antonio 90 Pazzaglia, Mario 132 Pellen, René 124 Pellicer, Casiano 37 Pedresa Bartolomé, José Manuel 103, 111, 154,156 Peiró Martín, Ignacio 12 Peirone, Federico 185 Pelegrín Sandoval, Ana María 103 Pellegrini, Silvio 134 Pena, Xosé Ramón 156 Penna, Mario 128 Pensado Ruiz, Carmen 153 Pensado Tomé, José Luis 102 Perea Rodríguez, Óscar 54, 113, 151, 170 Pérès, Henri 125, 157 Perez, Joseph 127 Pérez Bayer, Francisco 36 Pérez-Bustamante González de la Vega, Rogelio 183 Pérez González, Maurilio 187 Pérez de Tudela y Bueso, Juan 96 Pérez de Urbel, Fray Justo 93 Pérez López, José Luis 159 Pérez Pascual, José Ignacio 73,155 Pérez Pastor, Cristóbal 77

Ángel Gómez Moreno Pérez Priego, Miguel Ángel 47,151 Pérez Reverte, Arturo 158 Pérez Rosado, Miguel 158 Perillán, Blanca 130 Perotti, Olga 128 Pescador del Hoyo, María del Carmen 167 Petersen, Suzanne 103 Petit de Julleville, Louis 191 Petrucci, Armando 171 Pfandl, Ludwig 138 Piccat, Marco 131 Piccus, Jules 112 Picone, Mary Anne 186 Picone, Michelangelo 186 Picone, Roberto 186 Pidal y Carniado, Pedro José, marqués de Pidal 42, 57,61,75, 78 Pietsch, Karl 67 Pinto, Mario di 129 Piñero Ramírez, Pedro Manuel 151 Poirion, Daniel 126 Pollmann, Leo 138 Polt, John H. R. 110 Pontón Gijón, Gonzalo 151 Portocarrero de Guzmán, Pedro 40 Possevino, Antonio 33 Post, Chandler Rathfon 66 Pozuelo Yvancos, José María 197 Prats, Modest 19 Prats Oliván, Arturo 185 Prescott, William Hickling 66 Prilutsky, Victoria 14 Puente Ojea, Gonzalo 199 Puig Rodríguez-Escalona, Mercé 186 Puymaigre, Théodore Joseph Boudet, comte de 70 Puyol y Alonso, Julio 90 Quaritch, Bernard Alexander Christian 78 Quentin, Dom Henri 73 Quetglas Nicolau, Pere Joan 186 Quevedo y Santibáflez Villegas, Francisco de 27 Quintana, Manuel José 43

Breve historia del medievalismo panhispánico Quintanilla Raso, María Concepción 182 Quirante Santacruz, Luis 153 Rábade Obrado, María del Pilar 182 Rabil, Albert 190 Rajna, Pio 71 Ramírez de Verger Jaén, Antonio 187 Ramírez de Villaescusa, Diego 47 Ramón y Cajal, Santiago 79 Ramos Nogales, Rafael 155 Randolph, Julian J. 110 Ratcliffe, Matjorie 116 Ravasini, Ines 130 Read, Malcolm K. 199 Reckert, Stephen, 120, 121 Redondo, Augustin 32, 199 Reichenberger, Kurt 142 Reichenberger, Roswitha 142 Reinhardt, Klaus 183 Remón Zarco del Valle y Espinosa de los Monteros, Manuel 56 Rennert, Hugo Albert 67 Revilla Moreno, Manuel de la 55 Rey, Agapito 112 Rey Hazas, Antonio 72, 152, 184 Reyes Ochoa, Alfonso 143, 144, 159 Reynolds, Leighton Durham 174 Riaño López, Ana María 185 Ribadeneira, Pedro de 33, 192 Ribera y Tarragó, Julián 84, 140 Riché, Pierre 127,193 Richthofen, Erich Freiherr von 117 Rico Manrique, Francisco 10, 19, 109, 149, 151, 175 Ridruejo Alonso, Emilio 156 Riesco Terrero, Ángel 171,182 Riiho, Timo 140 Río Nogueras, Alberto del 152 Rios, José Amador de los 53, 54-60, 61, 63, 65, 74, 173 Ríos-Font, Wadda C. 61 Riquer, Martín de 59,92,100-105,126, 184, 190 Riquer Permanyer, Isabel de 155 Risco, Manuel 39

215

Riudavets, Alfonso 44 Rivadeneyra, Manuel 43, 58 Rivas Palá, María 167 Robb, James W. 144 Robles, Juan de 30 Rodado Ruiz,Ana María 151 Rodiek, Christoph 138 Rodríguez Cuadros, Evangelina 153 Rodríguez de Lista y Aragón, Alberto 48 Rodrigues Lapa, Manuel 135 Rodríguez Adrados, Francisco 188 Rodríguez Alfageme, Ignacio 188 Rodríguez Miguel, Casto Luis 90 Rodríguez Mohedano, Pedro y Rafael 35-36 Rodríguez Moflino, Antonio 9, 56, 79, 97, 110, 169 Rodríguez Puértolas, Julio 151 Rodríguez-Velasco, Jesús D. 113, 153 Rohland de Langbehn, Regula 146, 173 Rojo Lluch, Vicente 103 Romera-Navarro, Miguel 106 Romero Cambrón, Ángeles 151 Romero Castelló, Elena 156 Romero López, Dolores 63, 177 Romero Tobar, Leonardo 8, 51, 53, 105, 149, 152, 174, 197, 198, 200 Romeu Figueras, José 184 Roncaglia, Aurelio 131 Roques, Mario 123 Rossell, Antonio 151 Rossell, Mercé 96 Rosell y López, Cayetano 52 Rosenthals, Ludwig 78 Rossi, Giuseppe Cario 134 Roudil, Jean 124 Rozas López, Juan Manuel 88, 155, 181 Ruano, Eloy Benito 96 Rubiera Mata, María Jesús 185 Rubio, Lisardo 174 Rubio García, Luis 155 Rubio Prado, Francisco la 199 Rubio Tovar, Joaquín 104, 154 Rubió y Balaguer, Jorge 60 Rubió y Lluch, Antonio 60 Rucquoi, Adeline 127

216 Rudolf, Karl 194 Ruffinatto, Aldo 129 Ruggieri Scudieri, Jóle 129,134 Ruiz Arzálluz, ífiigo 187 Ruiz Asencio, José María 182 Ruiz-Castillo, José 81 Ruiz-Doménec, José Enrique 182 Ruiz García, Elisa 47,166, 171,182 Ruiz Tarazona, Andrés 134 Russell, Peter 118 Sabaté i Curull, Flocel 182 Sabbadini, Remigio 132 Sáez Sánchez, Carlos 181 Sáez Sánchez, Emilio 96, 183 Sáenz-Badillos Pérez, Ángel 185 Sainz de la Maza Vicioso, Carlos 152 Sainz Rodríguez, Pedro 56, 61-62, 82 Salazar y Castro, Luis de 40 Salcedo y Ruiz, Ángel 55 Salinas, Pedro 24, 108,111 Salinas Espinosa, Concepción 159 Salvá y Mallén, Pedro 48, 78 Salvá y Pérez, Vicente 48, 55, 78 Salvador Miguel, Nicasio 113, 152, 159, 173, 182, 200 Samoná, Carmelo 115, 129 Samsó Moya, Julio 185 San José Lera, Javier 201 Sánchez, Mana Nieves 153 Sánchez, Tomás Antonio 37, 38, 41-43, 47, 61, 158 Sánchez Alonso, Benito 12, 87-88 Sánchez-Albornoz y Menduiña, Claudio 8687, 146 Sánchez Cantón, Francisco Javier 47, 95 Sánchez de las Brozas, Francisco 29-30, 43 Sánchez de Verdal, Clemente 98 Sánchez García, Raquel 81 Sánchez Herrero, José 183 Sánchez Laílla, Luis 197 Sánchez Lasso de la Vega, José 188 Sánchez Martínez de Pinillos, Hernán 113 Sánchez-Prieto Boija, Pedro 151, 154 Sánchez Reyes, Enrique 61

Ángel Gómez Moreno Sánchez Romeralo, Antonio 114 Sánchez Ruipérez, Martín 188 Sánchez Salor, Eustaquio 187 Sancho Rayón, José León 55 Sandys, John Edwin 189 Sanmartín Bastida, Rebeca 53, 57,152,181, 184, 200,201 Sansone, Giuseppe E. 130 Santiago Lacuesta, Ramón 151 Santiago-Otero, Horacio 157, 183 Santiago y Palomares, Francisco Javier de 37 Sanvisenti, Bernardo 71, 128 Sanz Hermida, Jacobo 47, 153 Sapegno, Natalino 131 Saquero Suárez-Somonte, Pilar 47,184,187 Sarmiento, Martín (Pedro José García Balboa) 36, 38,41-42, 47,91 Schack, Adolf Friedrich von (Conde von Schack) 68 Schaffer, Martha E. 169, 170 Scheindlin, Raymond P. 114 Schevill, Rudolph 67, 72 Schiff, Mario 63, 65, 70 Schirmann, Hayyim (Jefim) 147 Schmitt, Christian 137 Schott, Andreas 32 Schwartz, Rosalind J. 110 Schwartz Lerner, Lía 128, 197 Scoles, Emma 130 Scordilis Brownlee, Marina 113 Scott, Alexander Brian 193 Scudieri-Ruggieri, Jóle María 129, 134 Sebastián López, Santiago 184 Segre, Cesare 131,186 Sells, Michael Anthony 114 Serés Guillén, Guillermo 151 Seniff, Dennis Paul 108, 113 Serís de la Torre, Homero 88 Seroussi, Edwin 147 Serrano de Haro, Antonio 160 Serrano y Sanz, Manuel 90 Severin, Dorothy Sherman 120 Sevilla Arroyo, Florencio 72, 152 Sharrer, Harvey L. 23, 113, 170

Breve historia del medievalismo panhispánico Siebenmann, Gustav 140 Signes Codoñer, Juan 188 Silvela y García de Aragón, Manuel 42 Silverman, Joseph H. I l l Simón Díaz, José 101 Simonet Baca, Francisco Javier 51, 84 SireraTuró, Josep Lluis 153 Sismondi, Jean Charles Léonard Simonde de 65 Sito Alba, Manuel 199 Smith, Colin 76, 119 Snow, Joseph Thomas 107, 119, 153 Sobejano Esteve, Gonzalo 114 Solomon, Michael 113 Soria Ortega, Andrés 102 Soriano Robles, María Lourdes 155,170 Sorrento, Luigi 71 Sotelo Vázquez, Adolfo 8, 65 Soto Rábanos, José María 157 Spaccarelly, Thomas D. 113, 174 Spitzer, Leo 136, 139, 195 Stefano, Giuseppe di 10, 130 Stegagno-Picchio, Luciana 134 Stegmann, Tilbert 140 Steiger, Amald 139-140 Steiner, George 179 Stendardo, Guido 134 Stephens, John 190 Stern, Samuel 23, 147, 195 Strosetzki, Christoph 197, 200 Stussi, Alfredo 132,166 Suárez, Victoriano 81 Suárez Fernández, Luis 96 Surtz, Ronald E. 113 Swan, Jesse G 200 Takimoto, Kayoko 194 Targarona Borrás, Judith 185 Tate, Robert Brian 99,120,155 Tato García, Cleofé 155 Tavani, Giuseppe 134,137 Tavoni, Mirko 133 Taylor, Barry 122 Terlingen, Jan Herman 141 Terradillos, Ángel Maria 52

217

Thompson, Billy 174 Ticknor Curtís, George 58, 65, 66 Tietz, Manfred 197 Tilander, Gunnar 140 Timpanaro, Sebastiano 132 Trebolle Barrera, Julio C. 185 Trigueros de Lara y Luján, Cándido Melchor María 36, 37 Tobi, Iosef 147 Tobler, Adolf 69, 139 Tomassetti, Isabella 130 Tordera Sáez, Antoni 153 Tormo y Monzó, Elias 86, 95 Toro Ceballes, Francisco 187 Toro Pascua, María Isabel 153 Torreblanca Espinosa, Máximo 110 Torrente Ballester, Gonzalo 104 Torroja Menéndez, Carmen 167 Tovar Llórente, Antonio 188 Trend, John Brande 119 TubauMoreu, Xavier 167 Tuin, Dirk 141 Tusón Valls, Vicente 105 Ubieto Arteta, Antonio 95, 96 Udina Martorell, Federico 96 Urefla y Smenjaud, Rafael de 88 Uría Maqua, Isabel 155 Urioste Azcorra, Carmen de 198 Usón Sese, Mariano 182 Utz, Richard 200 Valdeón Baruque, Julio 182, 194 Valcárcel Martínez, Vitalino 187 Valera Espín, Juan 68 Valero Moreno, Juan Miguel 153 Valle Rodríguez, Carlos del 156 Valles Calatrava, José Rafael 68 Vallín Blanco, Gema 155 Valsalobre, Pep 19 Val verde Pacheco, José María 100 Vaquero, Mercedes 173 Vaquero Serrano, María del Carmen 22, 27, 159 Várela Bueno, Consuelo 187

218 Varvara, Alberto 130 Vasvári Fainberg, Louise Olga 110,113 Vauchez, André 127 Vázquez de Benito, Concepción 185 Vecchio, Silvana 133 Vega, Carlos Alberto 113,174 Vega Ramos, Maria José 177, 184 Vegue y Goldoni, Ángel 86 Velázquez de Velasco, Luis José 36 Velázquez Soriano, Isabel 187, 192 Vendrell de Millás, Francisca 75 Vergara Ciordia, Javier 33 Verger, Jacques 127 Vervuert, Klaus 142 Vemet Ginés, Juan 185 Vian Herrero, Ana 102, 103,152 Vicente, Luis Miguel 152 Vico, Giambattista (Giovanni Battista) 73 Victorio Martínez, Juan 151 Vidal Doval, Rosa 121 Vidos, Benedek Elemér 141 Viguera Molins, María Jesús 185 Vilallonga Vives, Mariàngela 187 Vilanova, Antonio 65, 81 Villaamil y Castro, José 77 Villar Palasi, José Luis 102 Vinaver, Eugène (Yevgeny Maksimovich Vinaver) 126 Vindel Álvarez, Pedro 78-79 Vindel Angulo, Francisco 78, 99 Viña Liste, José María 156 Vives Gatell, José 183 Vossler, Karl 73, 138 Vries, Henk de 141 Wacks, David 113 Wagner, Charles Philip 67

Ángel Gómez Moreno Wagner Erbskom, Klaus 182 Walde Moheno, Lillian von der 145,200 Walker, Roger Michael 120 Wantoch, Hans 189 Weiss, Julian 19, 28, 122 Weiss, Roberto 132 Weissberger, Barbara F. 113 Whinnom, Keith 84,119, 173, 174, 175 Wild, T. N. 42 Willis, Raymond S. 112 Wittlin, Curt J. 117 Wolf, Ferdinand 43, 68 Workman, Leslie J. 200 Wright, Roger 120 Yafiez, Vicente 43 Yarza Luaces, Joaquin 184 Yeves Andrés, Juan Antonio 165, 167 Ynduráin Muñoz, Domingo 151,152 Zaderenko, Irene 113 Zahareas, Anthony N. 113 Zamáicola, Juan Antonio de 32 Zamora Pérez, Elisa Constanza 186 Zapke, Susana 138 Zarco Cuevas, beato Julián 69, 77, 92 Zemke, John 113 Zinatto, Andrea 130 Zink, Michel 126 Zugasti Zugasti, Miguel 198 Zumthor, Paul 125, 176, 181 Zunz, Leopold 68 Zurbarán, Francisco de 181 Zurita y Castro, Jerónimo 52

ÍNDICE Declaración de intenciones 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12. 13. 14. 15. 16. 17. 18. 19. 20. 21. 22. 23. 24. 25. 26. 27. 28.

7

¿Medievalismo en el último siglo medieval? Introito propiamente dicho La prolongación del Medievo y el protomedievalismo El siglo XVIII y la Historia Literaria Sánchez y la difusión de nuestro Medievo literario La Edad Media y el gran público: del rechazo a la pasión Amador de los Ríos y la segunda mitad del siglo xix Menéndez Pelayo: coevos y discípulos Los primeros hispanistas extranjeros Menéndez Pidal y su escuela La erudición histórico-filológica antes de la Guerra Civil El medievalismo desde especialidades afines La España de la Posguerra Martín de Riquer y otros maestros El hispanismo estadounidense y su rama medieval Presente y futuro de la especialidad en Norteamérica La escuela de medievalistas británicos La Edad Media española en Francia Iberística, Filología Románica y otros estudios en Italia El estudio de los cancioneiros en Italia, España y Portugal . . . . . . La segmentación de la Romanística en Centroeuropa La cultura panhispánica: medievalistas en Hispanoamérica e Israel La especialidad en España a día de hoy Logros y desiderata Bibliotecas, manuscritos y antiguos impresos Entre filólogos y comparatistas El reencuentro de escuelas y corrientes Los grandes asuntos: una ocasión para el encuentro

17 22 27 34 41 48 54 61 65 72 77 83 92 100 106 113 118 123 128 134 136 143 149 161 165 173 178 189

Apéndice. Una bibliografía selecta del hispanomedievalismo por Alvaro Bustos Táuler

195

índice onomástico

203

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