Bernardino de Sahagún 8476790228, 8476790570

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Bernardino de Sahagún
 8476790228, 8476790570

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BERNARDINO DE

SAHAGUN Miguel León - Portilla

historia 16 Quorum

BERNARDINO DE

SAHAGUN Miguel León - Portilla

historia 16 Quorum

Idea y dirección: Javier VillaJba. © Historia 16 • Información y Revistas, S. A. Hermanos García Noblejas. 41. 28037 Madrid. Para esta edición: © Historia 16 - Información y Revistas. S. A. Hermanos García Noblejas, 41. 28037 Madrid. © Ediciones Quorum Avda. Alfonso XIII, 118. 28016 Madrid. © Sociedad Estatal para la Ejecución. Programas del Q uinto Centenario. Avda. Reyes Católicos. 4. 28040 Madrid. Diseflo de portada: Batlle-Martí. 1.5. B.N.: 84-7679-022-8 obra completa. 1.5. B.N.: 84-7679-057-0 volumen. Depósito legal: M -U 110-1987. Impreso en España - Printed in Spatn. Edición para Iberoamérica CADE S.R.L. Impreso julio 1987. Fotocomposición: COE, S. A. Mejorada del Campo, 8. 28045 Madrid. Impresión y encuadernación: TEMI, Paseo de los Olivos, 89. 28011 Madrid.

BERNARDINO DE SAHAGUN

INTRODUCCION

Vida larga y rica en cosechas de cultura fue la de Bernardino de Sahagún. Nacido hacia 1500 en la vi­ lla del reino de León de la que hizo suyo el nombre, terminó su existencia en la ciudad de México a prin­ cipios de 1590. Por lo mucho que dejó escrito, con tes­ timonios recogidos de los ancianos y sabios indígenas, consta que fue trabajador sin reposo. El método que adoptó en sus pesquisas y lo extraordinario de su obra le han merecido el título de padre de la antropología en e l Nuevo M undo. En cambio, a paradoja sonará que sea relativamente poco lo que él mismo y otros que lo conocieron dejaron dicho acerca de los aconteceres externos que entretejieron los noventa años de su vida. Su obra, en la que intercaló reflexiones sobre lo que contemplaba y hacía, sigue siendo el mejor camino de acercamiento a su persona. En sus centenares de vie­ jos folios, al lado de los testimonios indígenas, surge en ocasiones la palabra de Sahagún que, venido de la España renacentista, no puede ocultar su asombro frente a realidades tan distintas —lenguas, alimentos, indumentarias, templos, ritos y creencias— como las ue a diario le salían al paso. Su mismo asombro le evó a inquirir cada vez con mayor amplitud y hon­ dura. Gracias a cuanto él allegó, podemos hoy cono­ cer mucho de lo que fue, en sus diversos aspectos, la cultura de los antiguos mexicanos. A este fraile franciscano, que tal profesión tuvo Sa­ hagún, debemos como fruto principal de su larga es­ tancia de sesenta años en tierras mexicanas el rescate

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de no pocas muestras de la literatura en lengua ná­ huatl (azteca o mexicana) de origen prehispánico. En­ tre otras producciones hizo él transcribir antiguos him ­ nos a los dioses y las palabras o discursos de los ancia­ nos, así como buena parte de los textos que integran la visión de los vendaos, los testimonios en lengua in­ dígena acerca de la Conquista. Como veremos, en su largo trabajo de investigador estuvo en ocasiones falto de apoyo y, por mal guiado celo de otros, llegó a verse privado de sus manuscri­ tos. A pesar de esto, por caminos no siempre conoci­ dos, buena parte de su obra se salvó y ha llegado has­ ta nosotros. Y conviene repetirlo, es ella tan rica y tan compleja, que los no pocos estudiosos —principal­ mente mexicanos, españoles, alemanes, estadouni­ denses, franceses y holandeses— que desde hace va­ rias décadas le han hecho objeto de su atención, no han alcanzado a abarcarla ni a traducir en forma com­ pleta cuanto incluye en lengua náhuad. Hombre de fino espíritu humanista, formado en la Universidad de Salamanca en los mejores tiempos del Renacimiento español, Bernardino de Sahagún es en cierto modo el responsable de que hasta hoy su mag­ na obra no haya sido abarcada y dada a conocer por completo. Su aportación no sólo es compleja por la di­ versidad de temas que comprende: lingüísdcos, de ca­ rácter doctrinal cristiano y los que constituyen testi­ monios de la cultura prehispánica. Quizá el meollo de su complejidad se derive de que Sahagún, por va­ rios motivos, hubo de hacer y rehacer casi toaos sus trabajos, cambiando unas veces su concepción y pla­ nes originales y, otras, enmendándolos, enriquecién­ dolos y en fin de cuentas modificándolos. De tales cambios en sus propósitos da cuenta el mis­ mo Bernardino en las reflexiones que intercala aquí y allá en sus escritos. Gracias a tales reflexiones —y en menor grado a los testimonios de otros frailes cronis­ tas y a algunos documentos que hablan de aconteceres en que se vio envuelto— podemos hoy acercarnos, mucho más que a su vida exterior, a su pensamiento y sentir, en su afán por comprender la cultura indí­ 8

gena. En su sentir ante ese m undo nativo afloró no pocas veces la ambivalencia. Dijo que se proponía in­ vestigar las cosas humanas, naturales y divinas del México antiguo y, corrigiéndose de inmediato, añadió o p o r m ejor decir idolátricas. Y expresó también que investigaba como hace el médico, que no puede apli­ car las medidas al enferm o sin que primero conozca de qué hum or o de qué causa procede la enfermedad. Así, para facilitar a los ministros del Evangelio su ta­ rea de médicos de las almas, inquirió acerca del hu­ m or o causa de la grave enfermedad, en este caso de la idolatría, y ritos idolátricos y supersticiones ido­ látricas... A medida que se adentró en esa búsqueda e iden­ tificación de la enfermedad de idolatría, se fue sin­ tiendo cautivado, no ya por los secretos y riqueza de la lengua indígena, sino por la cultura misma de esos mexicanos entre los cuales los sabios, retóricos, virtuo­ sos y esforzados eran tenidos en m ucho... devotísimos para con sus dioses, celosísimos de sus repúblicas, en­ tre sí m uy urbanos... A la ambivalencia del aue comenzó a inquirir co­ mo fraile misionero para detectar el mal de la idola­ tría y, atraído por el objeto de sus pesquisas, prosi­ guió hasta hacer suyo un nuevo método de investiga­ dor, pionero de la antropología cultural, se sumaron desde fuera incomprensiones, envidias y abiertas hos­ tilidades. Vida larga fue la de Sahagún, fecunda por no decir fecundísima, pero no exenta de zozobras y aun angustias. Bastará con anticipar que, ya en sus postreros años, se vio excomulgado por un padre co­ misario de actuación tan poco fraternal como jurídi­ camente absurda. Del hombre excepcional que fue Bernardino de Sa­ hagún —y más que nada de su biografía espiritual y su magna obra— tratará este libro. Ni afirmación re­ tórica ni menos aún alejada de la verdad será expresar de él aue tuvo un papel protagonista en la historia cul­ tural ael mundo americano, y en especial de México. Cabe decir que, gracias a él, ha llegado hasta nosotros en lengua indígena un universo de símbolos y tradi­ 9

ciones: los textos con la palabra del hombre del Méxi­ co antiguo. Por lo hasta aquí expuesto podrá ya entreverse el in­ terés que tendrá acercarse a la persona y la obra de Ber­ nardino de Sahagún. En lo que a m í concierne, ma­ nifestaré que he dedicado mucho tiempo a sus apor­ taciones a lo largo de cerca de treinta años. Entre otras cosas, he traducido al castellano varios de los textos en náhuatl, algunos de ellos verdaderas joyas litera­ rias que él rescató del olvido. Nuestro acercamiento se iniciará con lo que fueron la vida y formación de fray Bernardino en el ambien­ te de gran efervescencia cultural de la España rena­ centista. La atención se fijará luego en las impresio­ nes de Sahagún en su encuentro con el Nuevo Mun­ do y en sus primeras maneras de actuación en Méxi­ co. Buena parte del libro versará en seguida sobre su magno proyecto, que incluyó investigaciones lingüís­ ticas y trasvase conceptual del Evangelio y doctrina cristiana al contexto indígena, con ribetes ele enfoque renacentista, influencias milenaristas y otras como la del célebre Erasmo de Rotterdam. Y como gran apor­ tación esencialmente relacionada con los anteriores propósitos, se tornará presente su rescate de antiguos textos. En tal empresa adoptó un método que se an­ ticipó al que siguen hoy los etnólogos y los dedicados a la antropología cultural. Nuestro libro abarcará asimismo los prosteros años de la larga vida de fray Bernardino, con más trabajos, sinsabores y esperanzas. El acercamiento concluirá con una valoración del legado sahagunense: su obra a la luz de lo que fue en su momento y en nuestro propio tiempo.

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RAICES Y FORMACION EN LA ESPAÑA RENACENTISTA (1500-1529)

Varias antiguas crónicas y otros documentos hablan de un acontecimiento, en verdad inusitado, que tuvo lugar en Sevilla si no es que en Sanlúcar de Barrameda, a principios de 1529. Cosa sabida es que de Sevi­ lla —sobre el Guadalquivir— y de Sanlúcar —en su desembocadura— zarpaban desde bastantes años an­ tes galeones con rumbo a las llamdas Indias Occiden­ tales, es decir, al Nuevo Mundo. De allí habían par­ tido no pocas embarcaciones hacia las Antillas —La Española, Puerto Rico y Cuba— . Tan sólo en los años más cercanos al de 1529 algunos galeones habían sa­ lido teniendo como meta última la que se nombraba Nueva España, situada más allá de las islas, en tierra fírme, gran país con ciudades y muchas maravillas re­ cién conquistado por Hernán Cortés en 1521. Pues bien, gracias a crónicas como la del francisca­ no Jerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica india­ na, la del celebérrimo conquistador Berna! Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de Méxi­ co y. asimismo, por testimonios de cronistas indíge­ nas como Tezozómoc y Chimalpahin en sus respecti­ vas Crónica M exicáyotl y Relaciones, podemos ente­ ramos del inusitado acontecimiento que ocurrió en aquel año, precisamente al partir una nota con desti­ no a Veracruz en la Nueva España. Como en otras oca­ siones, embarcó entonces un grupo de frailes, veinte jóvenes franciscanos, diríamos que reclutados para evangelizar a los indios de esa Nueva España. Marcha­ ba al frente otro fraile ya experimentado y que, tras haber vivido en tierras mexicanas desde 1524, había 11

regresado a España para reunir este nuevo contingen­ te de misioneros. Hasta este punto, aunque debió llamar la atención de no pocos curiosos andaluces el embarque de los di­ chos frailes, lo que ocurría no era ciertamente inusi­ tado. Lo que en verdad hubo de soprenderlos fue que en su compañía partía también otro grupo, algo más numeroso, integrado por hombres nativos de la remota Nueva España. Habían sido llevados a la Península cer­ ca de un año antes por el conquistador Hernán Cortés. De varias formas, por sus atuendos y en particular por su aspecto, la presencia de esos indígenas, todos ellos de lengua náhuatl (conocida también como az­ teca o mexicana), venía a ser inusitada. Y cabe añadir que por las crónicas sabemos que, con excepción de unos indios expertos en el juego de la pelota y en otras maneras de divertim iento, todos los demás eran miembros de distintas ramas de la nobleza indígena de México. Entre otros, se embarcaban de regreso, tras haber sido presentados por Cortés al emperador Car­ los V y haber visitado lugares como el real monasterio de Guadalupe en Extremadura, nada menos que dos hijos del último Moctezuma, así como varios descen­ dientes de gobernantes de señoríos tan poderosos co­ mo los de Tetzcoco y Tlaxcala. Y así como conocemos los antecedentes y los nom­ bres de casi todos estos indígenas mexicanos que re­ gresaban a su patria a principios de 1329, también hay noticias acerca de los integrantes del grupo de jó­ venes franciscanos. Como es obvio, aauí queremos fi­ jarnos en particular en uno. Ostentaba éste el nom­ bre de Bernardino de Sahagún. Y, al decir de otro cro­ nista, también fraile, que lo conoció (Juan de Torquemada en su Monarquía Indiana, libro XX, capítulo XLVI), el dicho Bernardino también debió llamar la atención, si no de los andaluces, sí en cambio de las andaluzas, porque era este religioso varón de muy buena presencia y rostro, p o r lo cual, cuando mozo, lo escondían los religiosos ancianos de la vista común de las mujeres. Por supuesto que, al embarcarse con los otros frai­ 12

les y el grupo de los nobles mexicanos, debió ser im­ posible para los tales religiosos ancianos esconder a Bernardino de la vista común de las mujeres. Al mis­ mo fray Juan de Torquemada, que mucho lo trató, de­ bemos también el comentario, satisfacción del deseo de los frailes ancianos, en el sentido de que Bernardino era tan virtuoso que ninguna cosa le perturbó su espíritu porque desde su tierna edad lo tenía consa­ grado a Dios. Fray Bernardino de Sahagún, que contaba cerca de veintinueve años de edad, justo en la plenitud de su vida y vigor, debió experimentar entonces una pro­ funda expectativa. Estaba a punto de zarpar hacia ese Nuevo Mundo y con él viajaban, además de sus her­ manos franciscanos, todos esos indígenas nobles en su mayoría también hombres jóvenes. Tras un año de es­ tancia en España algo habría mejorado el conocimien­ to que empezaban a tener ellos de la lengua de Cas­ tilla que habían escuchado ya en México de labios de los conquistadores y otros frailes. Acercarse a dichos nobles de idioma náhuad iba a ser para Sahagún el comienzo de su prolongada y muy fecunda experien­ cia americana. Dejaba él atrás para siempre cuanto ha­ bía sido su propia existencia en España. Allí queda­ ban sus raíces; allí se habían desarrollado su cuerpo y su espíritu. En su bagaje no llevaba consigo ni avalorios para hacer trueques con los indios ni tampoco cualquier otro vestigio de ambición terrena. Lo mejor de él era la riqueza de que era portador su espíritu; cuanto había recibido al nacer y al formarse en la Es­ paña que vivía el Renacimiento. La villa donde nació Bernardino hada 1500 Acerca del lugar en que vino al mundo el hombre de cuya persona y obra aquí estamos tratando, dejó él mismo claro testimonio en el prólogo al primer libro de su Historia general de las cosas de Nueva España. Allí expresa: yo, fray Bernardina de Sahagún, frayle professo de la orden de Nuestro Seráfico padre San 13

Francisco, de la observancia, natural de la villa de Sahagún, en Campos... La alusión, como puede verse, es a una población que si nunca fiue muy grande sí tu ­ vo considerable importancia. A su ubicación geográ­ fica alude el propio fraile al notar que se halla en Campos, es decir, en la conocida como Tierra de Cam­ pos, comarca española que comprende partes colin­ dantes de las actuales provincias de Palencia, Valladolid y León, entre los ríos Carrión y Cea, y los montes de Torozos, región de tradicionales cultivos de cerea­ les. La Tierra de Campos era comarca de luenga histo­ ria, como lo muestran los vestigios arqueológicos que por todos lados se descubren en ella. Testimonio más cercano de su historia es el hecho de que fuera también conocida como Campos góticos en el reino de León. Respecto del año en que Bernardino nació en la mencionada villa de Sahagún en Tierra de Campos, él mismo asienta en el prólogo al segundo libro de su citada Historia que en 1570 era mayor de setenta años y, p o r tem blor de la mano, no puede escribir... Tal aseveración —al igual que lo consignado por fray Je­ rónimo de Mendieta, también franciscano, en su His­ toria Eclesiástica Indiana (libro V, parte I, capítulo XLI)—- ha llevado a señalar al año 1500 como el de la venida al mundo de Bernardino. Mendieta afirma textualmente que, habiendo muerto Sahagún en 1590, acabó sus días en venerable vejez, de edad de más de noventa años... Establecidos así lugar y fecha de nacimiento, como ha de hacerse en cualquier bien enhebrado relato his­ tórico, conviene enterarnos ya de cuanto podamos sa­ ber sobre la vida de Bernardino. Y hacerlo no como un acontecer aislado, sino en el contexto de los tiem­ pos y lugares en que transcurrieron su niñez y juven­ tud en España. De la villa de Sahagún en Tierra de Campos, donde nació, cabe decir ante todo que tenía larga historia y no escasa importancia. Conocida con el nombre de Cómala en la época de los romanos, en sus inmediaciones habían perdido la vida en testimo­ nio de su fe cristiana los hermanos Facundo y Metodio. Tenidos más tarde como santos, del nombre del 14

primero se derivó el que tuvo luego la antigua pobla­ ción romana. Así, Sanctus Facundas se transformó en Sanfacundo y éste en Sanfagún y Safagún, hasta ter­ minar en Sahagún. La villa, tal como existía al tiempo en que pasó en ella Bernardino su niñez y temprana juventud, incluía —y en parte hasta hoy conserva— testimonios arqui­ tectónicos que recuerdan el paso y establecimiento en ella de gentes de muy diversos orígenes. Así, a algu­ nos vestigios arqueológicos de la época romana se su­ man otros del período godo que justifican el califica­ tivo dado a esa tierra de Campos Góticos. Perduran además algunos elementos del arte mudéjar, y en épo­ cas más cercanas son visibles otros del arte románico, sobre todo en la iglesia dedicada a San Tirso. Entre otras antiguas edificaciones religiosas interesa mencionar la del convento franciscano, fundado en 1257, con una iglesia adjunta que se conoce como santuario de La Pe­ regrina, en razón del título dado a la Virgen María co­ mo patrona de los peregrinos que pasaban por allí con rumbo a Santiago de Compostela. Merecen también ser citados los templos de San Juan y de la Santísima Tri­ nidad, éste con su alta torre edificada en el siglo XVI. Sobresale en particular lo que hasta hoy subsiste del mo­ nasterio benedictino nombrado de San Facundo y San Metodio. Su iglesia comenzó a edificarse a principios del siglo Xll. Se concibió como de un estilo muy se­ mejante al de las naves de San Isidoro en León. En tiempos del rey Alfonso VI (1080-1109), que ha­ bía heredado de su padre el reino de León y tras un enfrentamiento con don Sancho su hermano, rey de Castilla, pasó a ser soberano de León y Castilla, el pue­ blo y monasterio de Sahagún alcanzaron gran floreci­ miento. Monjes benedictinos, procedentes de la céle­ bre abadía francesa de Cluny, se establecieron allí. El monasterio y los que en él vivían tuvieron luego pro­ minencia no sólo en materias religiosa y de cultura, si­ no también económica y como centro de poder polí­ tico que al modo feudal ejercía omnímoda autoridad en la región. Esto, como era de esperar, dio lugar en múltiples casos a violentos conflictos, tanto con los 15

miembros de la nobleza y burguesía, como con los la­ bradores que se veían obligados a tributar y prestar otros servicios ai monasterio. Estaba situada la villa de Sahagún en el que se co­ noce como Camino de Santiago, es decir, como pun­ to por el que tenían que pasar los miles de peregrinos que —de muchas partes de España y Europa Cen­ tral— iban con rumbo a donde se creía estaba la tum ­ ba del apóstol, Santiago de Compostela. Tal circuns­ tancia acrecentaba, como es natural, la riqueza y ca­ pacidad de irradiación religiosa y cultural del monas­ terio benedictino. Todo esto explica que en la villa sahagunense prosperaran también otros grupos étnicos, hecho que confirma la existencia de barrios conocidos como de la morería y la judería. Dato de interés es que en 1348 en el mismo Saha­ gún, bajo la autoridad de los benedictinos que co­ menzaron a conocerse como miembros de la orden de San Facundo, se estableció al modo universitario un centro de estudios generales. Con el paso del tiempo, sin embargo, la prepotencia de los benedictinos dis­ minuyó. En 1496 el monasterio perdió su plena inde­ pendencia, de tan antiguo arraigo benedictino, y pa­ só a quedar vinculado al de San Benito en Valladolid con no poca merma de su poder económico y políti­ co. Esto no significa que se hubiera visto desposeído de su carácter de importante centro de irradiación cul­ tural. Un solo hecho cabe aducir en apoyo de esto. Po­ cos años después de que Bernardino se embarcara con rumbo a tierras mexicanas, se intaló en el monasterio una imprenta. De ella procedió, como temprano y es­ pléndido fruto, una amplia obra de dos volúmenes, el primero de 239 folios impresos por ambos lados, y el segundo con 104, también dobles. La obra, resul­ tado de larga familiaridad con los textos de Aristóte­ les, había sido preparada por el padre Francisco Ruiz, vallisoletano, abad del monasterio sahagunense. Es­ crita en latín, su título es Index Locupletissimus, Dúobus Tomis Digestus, in Aristotelis Stagiritae Opera (Indice riquísimo, dispuesto en dos tomos, acerca de las obras de Aristóteles de Estagira). La magna apor­ 16

tación, cuya elaboración debió requerir varios años —desde el tiempo en que Bemardino se hallaba aún en España—, es digna de ser consultada hasta el pre­ sente. En realidad constituye un modelo de investiga­ ción en la que no sólo los autores citados por Aristó­ teles —con sus respectivas concepciones filosóficas— sino las ideas del maestro de Estagira son objeto de elucidación y referencias cruzadas, al modo de un mo­ derno índice analítico de grandes alcances. Este tra­ bajo del abad Francisco Ruiz, convincente muestra de que en el monasterio de Sahagún florecía la sabiduría renacentista, tras un largo proceso de investigación, se publicó como edición princeps de la imprenta allí ins­ talada, el año de 1540. La Familia de Bernardino Tal era la villa en que transcurrieron niñez y pri­ mera juventud de Bernardino. Acerca de la familia de éste y su condición social y económica no se conser­ van testimonios documentales. Sólo por inferencias puede pensarse que sus padres debieron gozar de un status, si no de nobleza, al menos acomodado. De no haber sido así resultaría muy difícil explicar cómo —antes de ingresar en la orden franciscana— pudo Bernardino acudir a Salamanca para estudiar en su cé­ lebre Universidad. Cosa más que rara sería que un hi­ jo de analfabetos labradores llegara siquiera a pensar en convertirse en letrado. Algunos modernos investigadores de la obra y per­ sona de Bernardino (como Angel María Garibay K., en su Historia de la literatura náhuatl, publicada en México en 1953-1954) han sostenido que procedía de una familia de judíos conversos. Dos géneros de apo­ yo a tal aseveración se han aducido. Por una parte, es­ tán las varias referencias bíblicas al Antiguo Testamen­ to en las obras de Bemardino, donde compara a veces a los indígenas con los judíos, mostrando casi siempre admiración y simpatía respecto de éstos. Por otra, se ha esgrimido también como argumento la afirmación 17

de que el nombre de familia de Bernardino era el de Ribeira, de posible origen judío-portugués. Sin pretender contradecir o aceptar aquí la hipóte­ sis del origen sefardita de Bernardino, cabe recordar al menos que en la España en que vivió nada extraño era que en multitud de familias hubiera vínculos con gentes de estirpe judaica. Lo que, en cambio, parece re­ querir comentario es la atribución del apellido Ribeira. Por vez primera difundió tal especie Jules César Beltrami, autor de un libro de divulgación intitulado Le M er­ que, aparecido en París, 1830. Dicho señor Beltrami tu­ vo la suene, hacia 1830, de localizar un antiguo ma­ nuscrito con una versión al náhuatl de los evangelios y epístolas dominicales. Su relación con el estudioso ita­ liano Bernardino Biondelli hizo posible que este últi­ mo publicara dicho manuscrito en espléndida edición. En ella atribuyó a Bernardino de Sahagún la versión al náhuatl de dichos evangelios y epístolas, Evangeliarium, Epistolarium et Lectionarium Aztecum sive Mexicanum, Mediolanii, 1838 (Evangelario, Epistolario y Leccionario Azteca o Mexicano, Milán, 1838). En su introducción al texto latino-náhuatl, Bionde­ lli acepta lo antes expresado por Beltrami y presenta a Sahagún como Bernardino de Ribeira. A partir de la edición llevada a cabo por Biondelli, otros estudio­ sos de la obra y figura de Sahagún aceptaron sin ma­ yor crítica que el apellido de éste era Ribeira. Tal fue el caso de los biógrafos sahagunenses Alfredo Chavero (1877), Luis Nicolau d ’OÍlver (1952) y Angel Ma­ ría Garibay (1953-1954). Con fina percepción, quien por muchos años ha trabajado hasta publicar, con ver­ sión al inglés, el llamado Códice Florentino de Saha­ gún, Artnur J. O. Anderson —en colaboración con Charles E. Dibble— se plantea la duda sobre tal atri­ bución —Florentine Codex, volumen I, Prefacio de M. León Portilla, Introduction and Indices por Arthur J. O. Anderson y Charles E. Dibble, Santa Fe, Nuevo México, 1982— . Reconoce Anderson que la es­ pecie propalada por Beltrami sobre el apellido Ribei­ ra —¿judeo-portugués?—, se introdujo sin aducir tes­ timonio alguno. Sin embargo, el mismo Anderson ha­ 18

ce renacer la cuestión. Consigna así que un señor Wayne Ruwet, de la College Library de la Universidad de California, en los Angeles, le ha comunicado que co­ noce un documento en el que se registra el nombre de un Bemardino Ribeira como estudiante en 1516 en la Universidad de Salamanca. Dado tjue hasta el presente dicho documento no ha sido publicado y como, por otra parte, había que mos­ trar también en qué contexto se habla de ese estu­ diante y si el mismo puede identificarse con Bernardino de Sahagún, la cuestión continúa lejos de escla­ recerse. Lo único que con certeza puede afirmarse es que nuestro Bernardino nadó en Sahagún, Tierra de Campos, hacia 1500, en un ambiente en el que con arraigada tradidón florecía la cultura. Por allí cruzaban gentes de muchos rumbos de Europa, los peregrinos que seguían el camino de Santiago. Y allí, en el mo­ nasterio benedictino de los santos Facundo y Metodio, a pesar de su declive económico y político, se prose­ guían trabajos de alta cultura como los estudios que lle­ vaba a cabo el abad Francisco Ruiz acerca de Aristóteles. De ese medio salió Bernardino para acudir como es­ tudiante a la Unversidad de Salamanca. Desconoce­ mos el año preciso en que tal cosa ocurrió. El ya cita­ do Jerónimo de Mendieta —libro V, parte I, capítulo XLI— registra escuetamente que, siendo estudiante en Salamanca, tom ó e l hábito de religión en e l con­ vento de San Francisco de aquella ciudad. Allí, como vamos a verlo, se abriría ante él un universo de cul­ tura mucho más amplio que aquel que florecía en su villa nata). Y, si algo sabía ya de las maravillas que se propalaban sobre el Nuevo Mundo, ahora tendría ac­ ceso a más numerosas y mejor fundadas noticias. Ber­ nardino marchaba entonces hacia uno de los grandes centros donde florecía el Renacentismo español. Bernardino de Sahagún en Salamanca La Universidad de Salamanca, fundada en el reina­ do de Alfonso IX a principios del siglo XIII, era hacia 19

la segunda década del XVI —cuando Sahagún ingre­ só en ella como estudiante— uno de los principales fo­ cos de cultura en la Europa occidental. En ella exis­ tían, entre otras cátedras, la de Filosofía, con maes­ tros tan célebres que llegó a hablarse de una escuela salmantina. En el campo de la teología y el derecho brillaron allí sabios tan notables como Francisco de Vi­ toria, Domingo de Soto, Melchor Cano y Juan López de Palacios Rubio. En los estudios gramaticales y re­ lativos a diversas lenguas, allí enseñó hasta 1507 nada menos que Elio Antonio de Ncbriia, el autor del pri­ mer A rte y Vocabulario del castellano. También h u ­ bo especialistas en hebreo, griego y árabe. Los dedi­ cados a tales estudios comenzaron a conocerse como los trilingües, designación que años más tarde aplica­ ría Bernardino de Sahagún a sus discípulos indígenas en un importante colegio que se erigió cerca de la ciu­ dad de México. Los trilingües de Sahagún serían a su vez expertos en latín, castellano y náhuatl. No siendo el propósito ofrecer aquí una relación del gran conjunto de otras cátedras existentes en Salaman­ ca durante la permanencia en ella de Sahagún, cabe añadir al menos que sobresalían las de Medicina, Ma­ temáticas, Astronomía, Música, Moral, Cánones e Historia. A varios de los maestros que impartían sus en­ señanzas, sobre todo de Gramática, Historia, Cánones, Moral y Teología, es casi seguro que acudió Bernardino. De hecho, más tarde, en algunos de sus escritos quedarán testimonios de los conocimientos que ad­ quirió en dichas ramas del saber. Aludirá, por ejem­ plo, a la historia, a partir de la de griegos y romanos. Se mostrará también muy atraído por el estudio de las lenguas, sobre todo del náhuatl o azteca y elaborará un arte y vocabulario trilingüe, además de introducir en sus manuscritos análisis de numerosos vocablos pa­ ra precisar su estructura morfológica. Como moralista y teólogo emitirá además diversos dictámenes y será consultado en casos difíciles. Como filósofo y teólogo expresará sus pareceres acerca del modo como hay que proceder en la trasmisión del mensaje cristiano a los indígenas, insistiendo en ocasiones en la forma como 20

deben emplearse o acuñarse determinados vocablos para poder expresar sutiles conceptos teológicos o filosóficos. En la Universidad de Salamanca, al igual que en otras tan famosas como las de Alcalá de Henares, Va­ lí ado lid, Barcelona, Valencia y Sevilla, se respiraba con intensidad un ambiente renacentista. De modo especial se deja sentir la influencia procedente de Ita­ lia, personificada incluso en la presencia en España de varones como Lucio Marineo Sículo y Pedro Manir de Anglería. Si del primero se conocen, entre otras co­ sas, sus Epístolas y sus De Rebus de Hispaniae Memorabilibus — (De las cosas memorables de Espa­ ña)—, del segundo, desde temprana fecha comenza­ ron a difundirse sus D e Orbe Novo Decades —(Dé­ cadas d el Nuevo M undo, Alcalá, 1516). Gracias a hu­ manistas italianos como éstos fue una realidad la di­ fusión de noticias sobre importantes acontecimientos recientes, valorados a la luz de una perspectiva re­ nacentista. En sus obras o en otras crónicas e historias Bernardino de Sahagún, estudiante en Salamanca, pudo en­ terarse de lo que fue y significó la toma de Granada en 1492. Consumada la reconquista de España, tuvo lugar la expulsión de los judíos, suceso que conmovió a la nación entera. En no pocos casos miembros de una familia hubieron de separarse. Los conversos se quedaban y los otros marchaban al exilio, uno de los varios que han afectado en su historia a los españoles. De los Reyes Católicos y su reinado también conoció poco. Supo en particular de las reformas introducidas por el cardenal Francisco Ximénez de Cisneros. El as­ censo al poder del emperador Carlos, nacido por cier­ to el mismo año que él, en 1500, y del que hizo más tarde varias alusiones, también debió dejar en él re­ cuerdo imborrable. Muy cerca hubo de seguir la serie de hechos que, a principios del reinado del joven monarca Carlos —en­ tonces de tan pocos años como el propio Bernardino— desembocaron en una abierta rebelión, la que se co­ noce como de las Comunidades de Castilla. Muy dis­ 21

gustados habían quedado los que participaron en las Cortes celebradas en Valladolid en 1518, ante la ac­ titud de los prepotentes señores flamencos que allí es­ tuvieron presentes. Como prenuncio de una repulsa, que estaba ya gestándose, se demandó la exclusión de los no españoles en cualquier cargo de gobierno civil o religioso. El rechazo se dirigía sobre todo al conjun­ to de flamencos, entre ellos, de modo particular, a Guillermo de Croy, señor de Chiévres, del séquito de Carlos, que pronto —en 1519—sería además corona­ do emperador. A tal primer enfrentamiento se sumaron, por una parte, la exigencia de que Carlos se expresara siem­ pre en castellano y, por otra, la negativa de los pro­ curadores en las Cortes convocadas en Santiago de concederle el subsidio que el soberano mandaba. Ha­ biendo partido éste a Alemania donde iba a ser un­ gido emperador, su disposición de dejar el gobierno de los reinos españoles en personas no del todo gratas a la nobleza y pueblo dio ya ocasión de un grave es­ tallido de violencia. En 1520 —cuando Bernardino se hallaba ya en Salamanca— se organizó la Junta San­ ta. Toledo, Segovia y Valladolid, y luego Salamanca, Zamora y otras ciudades y pueblos, se fueron adhi­ riendo al movimiento. Los comuneros de la Junta Santa, capitaneados por Juan de Padilla, se apoderaron de Torctesillas y Valla­ dolid. La rebelión parecía cundir como el fuego en un bosque. Carlos V, ya emperador, ordenó la represión de los alzados hasta su derrota total. Esto ocurrió en la batalla de Villalar, el 23 de abril de 1521. Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado —este úl­ timo representante de Salamanca— cayeron prisione­ ros y fueron ejecutados. Cinco años después, como consecuencia de esos hechos, el obispo de Salamanca era asimismo condenado a muerte. Todos estos acontecimientos, que parecían ensom­ brecer, justo en los comienzos de su reinado, a la fi­ gura de Carlos V, habrían de volvérsele presentes a Bernardino cuando, al tiempo de su llegada a Méxi­ co, se encontrara allí con una situación de violencia 22

—en cierto modo parecida— provocada por Ñuño Beltrán de Guzmán, presidente de la Primera Audien­ cia y que afectaba a los antiguos conquistadores, a los indios y a los frailes. Desde otro punto de vista, con el paso del tiempo, y consciente de la favorable acti­ tud de Carlos V hacia los franciscanos en la Nueva Es­ paña, Bernardino habrá de expresarse acerca de él con reconocimiento y aun elogio. Es de suponer que así como, siendo Sahagún estu­ diante en Salamanca, estaba atento a lo que ocurría en España, se enteraría además de algunos aconteceres en ámbitos mucho más lejanos. Respecto del N ue­ vo Mundo las noticias que se difundían de encuen­ tros con tierras y gentes de costumbres diferentes le atrajeron ya, según se desprende de las menciones que hará en sus escritos. Entre otros personajes, apa­ recen allí aludidos Cristóbal Colón y Hernán Cortés. Lo que había leído sobre la conquista de México —verosímilmente las cartas de don Hernando— y lo que luego contempló él mismo le llevaron más tar­ de a expresar algunos juicios de condena, como éste en que se compara la suerte de los indígenas con la de los judíos: Porque vino sobre ellos aquella maldición que Jeremías, de parte de Dios, fu lm in ó contra Ja ­ dea y Jerusalem, diciendo en e l capítulo quin­ to, yo haré que venga sobre vosotros, yo traeré contra vosotros una gente m uy de lejos, gente m uy robusta y esforzada, gente m uy antigua y diestra en e l poder, gente cuyo lenguaje no en­ tenderéis n i jamás oísteis su manera de hablar; toda gente fuerte y animosa, codiciosísima de matar. Esta gente os destruirá a vosotros y a vues­ tras mujeres e hijos, y todo cuanto poseéis, y des­ truirá todos vuestros pueblos y edificios. Esto a la letra ha acontecido a estos indios con los es­ pañoles; fueron tan atropellados y destruidos ellos y todas sus cosas, que ninguna apariencia les quedó de lo que eran antes... (Prólogo al 1 libro de su Historia general). 23

Aducir la que llama Sahagún maldición que fu lm i­ nó Jeremías, como paradigma para valorar lo que a la letra ha acontecido a estos indios, hace pensar que, ve* rosímilmente desde sus años de estudiante en Sala­ manca, conocía las denuncias de algunos frailes que habían regresado de las Indias Occidentales. Como las de los dominicos Antón de Montesinos y Bartolomé de las Casas, que con tanta fuerza hablaron ante el so­ berano de los agravios y destrucciones de que eran víc­ timas los indios. Sin que sea posible precisar cuáles fueron las noti­ cias referentes al Nuevo Mundo que más impresiona­ ron al joven Bernardino, no es desde luego vana hi­ pótesis suponer que, así como se vio influido honda­ mente por el ambiente renacentista de Salamanca, también hubo de vibrar su espíritu al enterarse de las realidades buenas y malas de esas tierras inmensas y de gentes hasta hace poco desconocidas. Como más tarde él mismo lo expresó, llegado e l tiem po por Nuestro Señor ordenado para m anifestar y traer al gre­ m io de su Iglesia esta m uchedum bre de gentes, rei­ nos y naciones, cerca de los años m il y quinientos, p u ­ so en e l corazón a la gente española que viniese a des­ cubrir p o r el mar océano hacia e l Occidente (prólogo de Sahagún a sus Coloquios y Doctrina Christiana, editados y traducidos del náhuatl por M. León-Porti­ lla, México, 1986). Hallándose Bernardino en el referido ambiente de ebullición cultural y de noticias acerca de un Nuevo Mundo, decidió —según lo consigna escuetamente el ya citado cronista Jerónimo de Mendieta— hacerse franciscano. Aunque nos es desconocido el año preci­ so en que ello ocurrió, dos circunstancias pueden ayu­ darnos a establecer con elasticidad el tiempo en que se convirtió en seguidor de San Francisco. Por una par­ te, consta, como lo indica Mendieta, que, siendo es­ tudiante en Salamanca, tom ó e l hábito de religión en e l convento de San Francisco de aquella dudad. Por otra, ello tuvo que suceder algunos años antes de su partida con rumbo a México en 1529, ya que para en­ tonces no sólo era fraile profeso, sino que había reci­ 24

bido también las órdenes sacerdotales. Cabe pensar, en consecuencia, que probablemente su ingreso en la Orden franciscana tuvo lugar hacia principios de los años veinte. Cumplió entonces con el período de no­ viciado, pronunció sus votos como fraile y continuó sus estuaios de cánones y teología en la Universidad, hasta ordenarse de sacerdote. Ahora bien, si el ambiente renacentista de Sala­ manca y las noticias del Nuevo Mundo debieron afec­ tar profundamente el ánimo del joven franciscano, las circunstancias y transformaciones que vivía durante ese mismo tiempo la orden religiosa a la que había in­ gresado iban a dejar asimismo en él huella imborra­ ble. La cristiandad entera se conmovía entonces con los varios movimientos de reforma, en particular el en­ cabezado por Martín Lutero. En España, de modo es­ pecial, se hacían sentir las influencias de diversas corrientes de pensamiento teológico y moral, también reformistas. Importa recordar los empeños del carde­ nal Francisco Ximénez de Cisneros, que hasta su muerte en 1517 luchó denodadamente por imbuir nuevo espíritu en la Iglesia española. Y también es ne­ cesario tomar en cuenta la presencia de los humanis­ tas seguidores del pensamiento de Erasmo de Rotter­ dam. Y ya en lo que específicamente toca a los fran­ ciscanos, poco o nada habrá de entenderse de sus ac­ titudes si no se valoran las transformaciones que, al menos entre muchos de ellos, se gestaron y culmina­ ron precisamente poco antes de que Sahagún ingre­ sara en dicha orden religiosa. Puesto que tales trans­ formaciones —reforma e ideas nuevas, algunas con viejas raíces— marcaron para siempre el pensamiento y destino del futuro misionero en México. De ellas va­ mos aquí a ocuparnos. La influencia erasmista y los movimientos reformistas entre los franciscanos Todavía en los últimos años del siglo XV —o sea, poco antes de que naciera nuestro Bernardino— se de­ 25

jaban sentir en España vientos de transformación re­ ligiosa. A Nebrija se debió desde 1495 el inicio de un creciente interés por los estudios bíblicos. El, que ha­ bía dado a la lengua de Castilla su primer arte gra­ matical, trabajaba ya en los comienzos del XVI en la que designó Gramática de las letras sagradas. Al mo­ rir, el 25 de noviembre de 1504, Isabel la Católica, que le había concedido su protección, asumió Nebri­ ja en Salamanca la cátedra de Gramática. Continuan­ do con su método, que hoy describiríamos como lingüístico-filológico, aplicado a los textos bíblicos, atra­ jo sobre sí la mirada adversa del inquisidor general fray Diego de Deza. Nebrija acudió entonces al car­ denal Cisneros, que buscaba por otros caminos, inclu­ yendo el de los estudios bíblicos, la renovación de la Iglesia. Gozando de la protección del cardenal, Nebrija lle­ gó a participar, aunque sólo por breve lapso, en la magna edición de la que se conoce como Biblia Polí­ glota. El cardenal, por su parte, tenía siempre en la mira una reforma que debía llevarse a cabo en Espa­ ña en prevención de otra radicalmente heterodoxa que se estaba entonces gestando en los países septentrio­ nales y en particular en Alemania. En la Universidad de Salamanca, donde estudiaba Bernardino, perduraba, entre otras muchas realidades del vigoroso Renacimiento español, el recuerdo de las aportaciones de Nebrija; y de modo particular su em­ peño por acercarse a las Sagradas Escrituras con el nue­ vo método lingüístico-filológico. Y es también natu­ ral que en el mismo ambiente de la Universidad sal­ mantina se conociera que en las tierras del septen­ trión, en este caso en Bélgica, Holanda y Alemania, existían parecidos intentos de acercamiento a los tex­ tos bíblicos, con propósito de renovación hacia fotmas de vida cristiana más puras y verdaderas. Comenzaron a conocerse los trabajos de Erasmo de Rotterdam, a quien, por cierto, el cardenal Cisneros había invitado a trasladarse a España para fomentar empresas de m utuo interés intelectual y religioso. Y si bien Erasmo no aceptó tal invitación, en cambio. 26

su estrecho contacto con el humanista valenciano Luis Vives, y sobre todo la difusión de sus obras en España —una de ellas, el Enchiridion, traducida y publicada en castellano en 1524— hicieron que sus ideas ejer­ cieran muy grande influencia en los medios intelec­ tuales españoles. Erasmo, como Nebrija, proclamó la necesidad de dar vida a una nueva forma de hum a­ nismo bíblico. Coincidía con su contemporáneo Mar­ tín Lutero en otorgar importancia primordial a las Sa­ gradas Escrituras como luz que debía guiar a los cris­ tianos, liberados de falacias y corrupciones. Por esto, cuando desde 1519 la actitud rebelde de Lutero quedó al descubierto, hubo sospechas y acusa­ ciones en contra de Erasmo. El ambiente de España estaba, asimismo, como nunca antes, caldeado en cuanto se refería a la fe y prácticas religiosas. A las per­ secuciones en contra de judíos falsos conversos pronto se sumaron las condenas de quienes parecían o eran sospechosos de herejía o de influencia luterana. Poco antes de que todo esto ocurriera, habían sur­ gido en España otros movimientos, si se quiere de ca­ rácter popular, pero dirigidos también a transformar la vida de los cristianos. Tal fue el caso de los llama­ dos iluminados, tendencia que prosperó entre algu­ nos grupos de franciscanos. Proclamando el don de profecía pretendían una gama de transformaciones, como acabar con el poder de los príncipes y el Papa y volver la mirada a la verdadera Jerusalén donde na­ ció la primitiva Iglesia. Numerosas beatas, que hacían revelación sobre sus visiones sobrenaturales, aparecen en distintos lugares de España. Mientras todo esto iba en aumento, el influjo de Erasmo, y a veces también el de quienes conocían las doctrinas de Lutero, la In­ quisición estaba en acecho para hacer, en su momen­ to, grandes escarmientos. A otro género de movimiento reformista que ha­ bría de influir de modo especial en Bemardino de Sahagún, siendo ya franciscano y luego trasladado a México, importa hacer aquí referencia. Desde luego que tal movimiento sólo puede valorarse de manera adecuada en función de las corrientes y personajes de 27

que hemos hablado. Instigador de la tendencia que nos interesa fue el también franciscano fray Juan de Guadalupe. Por su actitud y pensamiento aparece és­ te influido también por otra tendencia que, derivada de las doctrinas del monje cisterciense Joaquín de Fiore (1130-1202), había aflorado luego en diversos mo­ mentos de la historia franciscana. El propio San Fran­ cisco había encontrado diversas formas de inspiración en la obra de Joaquín de Fiore. Básicamente insistía éste en la importancia capital de las Sagradas Escritu­ ras, que debían armonizarse teniendo en cuenta a. la vez el Antiguo y Nuevo Testamentos. La pobreza ab­ soluta, un sentido de profecía y milenarismo de ins­ piración apocalíptica, llevaban a enfrentarse a las rea­ lidades corruptas y falsas de la sociedad civil y religio­ sa. Ya en el siglo XIV los llamados espirituales entre los franciscanos habían dado una nueva fuerza a las doctrinas de Joaquín de Fiore. Y ahora, en el contex­ to en que todo parecía requerir transformaciones, cuando se sabía, entre otras cosas, que el Viejo Mun­ do se había encontrado con uno nuevo, el franciscano Juan de Guadalupe retomaba con sus propias ¡deas al meollo del antiguo mensaje. Fray Juan logró del Papa Alejandro VI se le auto­ rizara a fundar casas o eremitorios para vivir allí en la pura observancia de la regla de San francisco..., en pobreza, estudio y meditación de la Biblia y con la m i­ rada abierta a su propio destino profético en un cris­ tianismo que debía sublimarse. Fray Juan erigió así su primer eremitorio en Granada. Pero ante la actitud ne­ gativa del obispo de esa ciudad, los seguidores de Juan de Guadalupe se trasladaron a Extremadura. Allí, pro­ vistos de nuevas bulas papales, establecieron cuatro se­ des en Alconchel, Salvaleón, Trujillo y Villanueva del Fresno, además de otra en Villaviciosa, Portugal. Pasado algún tiempo, los frailes establecidos allí lo­ graron su plena independencia de la provincia fran­ ciscana de Santiago, en cuya jurisprudencia habían en­ trado. Hacia 1306 surgió así la Custodia —(agregado de algunos conventos que no bastan para formar pro­ vincia)— , que ostentó el nombre del Santo Evangelio 28

de Extremadura. Esta habría de pasar a ser en 1318 la provincia franciscana de San Gabriel de Extrema­ dura. Pues bien, miembros de esta provincia francis­ cana, portadores de los renovados ideales ya descritos, iban a entrar muy pronto en relación perdurable con México y su conquista espiritual y, por tanto, con otros jóvenes frailes que participarían en esa empresa, en­ tre ellos, fray Bernardino de Sahagún. Bernardino, ya franciscano, y los miembros de la provincia de San Gabriel de Extremadura Coincidiendo con la transformación en provincia de la que hasta 1318 había sido Custodia d el Santo Evan­ gelio, correspondió a fray Martín de Valencia ocupar el cargo de provincial de Extremadura. Sin que él, ni sus hermanos de hábito, pudieran sospecharlo, muy pronto iba a abrírseles un campo hasta entonces des­ conocido, donde sus ideales de sublimación cristiana habrían de fructificar. En el mismo año de 1318 Juan de Grijalva, zarpando de Cuba, exploraba una parte de las costas que delimitan al que se conocería más tar­ de como golfo de México. Y un año después Hernán Cortés desembarcaba en Chalchiuhcueyecan, en e l lu ­ gar de la que tiene faldas de jade, es decir, en las pla­ yas donde se erigiría la Villa Rica de Veracruz y don­ de hasta entonces, según lo denota el topónimo en ná­ huatl, se adoraba con tal advocación a la diosa Ma­ dre, patrona de los indios mexicanos. Consumada por Cortés la conquista de México el 13 de agosto de 1321, menos de tres años después des­ embarcaban en las mismas playas donde se había ren­ dido adoración a la diosa Madre, de las faldas de Jade, fray Martín de Valencia en compañía de otros on­ ce franciscanos, todos ellos de la provincia de San G a­ briel de Extremadura. Los cronistas franciscanos Pedro Oroz, Jerónimo de Mendieta y Juan de Torquemada refieren puntualmente cómo fue que recayó en fray Martín de Valencia y sus once acompañantes la mi­ sión de dirigirse a tierras mexicanas. 29

Hernán Cortés había pedido al emperador el envío de religiosos que tuviesen a su cargo la evangelización de los nativos. Tres frailes flamencos fueron los pri­ meros que partieron enviados por Carlos V; uno de ellos, según dice, pariente suyo, Pedro de Gante, que, siendo hermano lego, mucho se distinguió como edu­ cador de los indios. Para obtener en mayor número misioneros que marcharan a la que comenzaba ya a co­ nocerse como la Nueva España, solicitó el monarca la intervención del Papa. Hallándose por ese tiempo en Roma los franciscanos Francisco de los Angeles y Juan Clapión, se ofrecieron al Pontífice para tal misión con la idea de reclutar ellos mismos a otros frailes. Acep­ tado su ofrecimiento, antes de partir con rumbo a México, hubieron de tomar parte en el capítulo o re­ unión de representantes de la Orden franciscana que se celebró en Burgos en la Pascua de 1523. Lo imprevisto sucedió entonces. Elegido general de la orden fray Francisco de los Angeles y fallecido poco después su acompañante Juan Clapión, el nuevo su­ perior puso los ojos en un fraile que se hallaba como participante en el capítulo celebrado en Burgos. Di­ cho fraile era Martín de Valencia. Como disposición providencial tuvo éste la misión que se le encomen­ daba y, a imitación de Jesucristo, quiso, como en el caso de los apóstoles, que fueran también doce los que marcharan, todos de la provincia de San Gabriel de Extremadura. Reflejo del esplritualismo franciscano es la interpre­ tación que más tarde baria de esto el franciscano na­ cido de Tlaxcala, Diego Valadés: si un Martín Lutero con su herejía apartaba por ese mismo tiempo de la Iglesia a muchos miles de hombres, otro Martín, es de­ cir, el padre Valencia, tendría por misión resarcir de la pérdida, trayendo a otros muchos miles de indios al verdadero cristianismo. Debemos a Bernardino de Sahagún que hacia 1564, con apoyo en viejos papeles y memorias, reconstruye­ ra la historia de la llegada a México de Martín de Va­ lencia y los suyos. Tema central de lo que entonces hi­ zo Sahagún fue poner por escrito, en náhuatl y caste­ 30

llano, los Coloquios o diálogos que en 1524 sostuvie­ ron los recién llegados franciscanos con los sabios y sa­ cerdotes indígenas sobre materia religiosa. El texto, en verdad dramático, da fe de la primera confrontación de ideas en el encuentro de dos mundos en tierra mexicana. Correspondió a uno de esos doce franciscanos, fray Antonio de Ciudad Rodrigo, regresar en 1527 a Espa­ ña para traer consigo otro buen número de jóvenes frailes dispuestos a participar en la empresa misional de la Nueva España. Reclutó éste, en efecto, una vein­ tena de franciscanos. Entre ellos hubo dos que, sien­ do estudiantes en la Universidad de Salamanca, ha­ bían tomado allí el hábito de su orden y libremente aceptaron la invitación de fray Antonio. Uno, natural de Murcia, fue Juan de San Francisco. El otro, como escribe Mendieta, enseñado bastantem ente en las co­ sas divinas, fue fray Bernardino de Sahagún. A partir de entonces su vida y destino quedaron unidos a los del conjunto de frailes que, con Martín de Valencia, habían establecido ya en México otra Custodia que, como la antigua Extremadura, llevó el nombre del Santo Evangelio. Fue dicha Custodia el antecedente de la provincia franciscana que hasta hoy perdura y si­ gue llamándose del Santo Evangelio de México. Como habría de repetirlo Sahagún en sus escritos —de modo especial en los ya citados Coloquios, en su Doctrina y en las versiones al náhuatl que dispuso de Evangelios y Epístolas— a estos frailes, venidos an­ tes del Concilio ae Trento, importaba por encima de todo difundir la palabra divina, el contenido del li­ bro por excelencia, las Sagradas Escrituras. Y, por su parte, como se verá luego, fray Bernardino lo haría, pero allanando paralelamente el camino con una in­ dagación larga y profunda acerca de las cosas natura­ les, humanas y divinas de la cultura de los antiguos mexicanos. El fraile, que había hecho suyo este destino, se em­ barcaba con sus otros compañeros y con el grupo de nobles indígenas que regresaban a México, un día a principios de 1529i allí, en el galeón que estaba a 31

punto de zarpar. Se despedía él entonces no ya sólo de Sevilla y Sanlúcar de Barrameda, sino, para siem­ pre, de España. Consigo llevaba su formación de hu­ manista, su celo misionero y su fe en la palabra del libro de salvación.

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ENCUENTRO CON EL NUEVO MUNDO: TURBULENCIAS SOCIALES. SAHAGUN, MISIONERO Y MAESTRO (1529-1540)

Partiendo —como el mismo Bernardino lo escribió mucho tiempo después— de San Lúcar hasta las Ca­ narias, de allí se sigue un golfo anchísimo de mar [el Atlántico], que llega hasta las islas de Santo D o­ m ingo. .. Transcurridos cerca de dos meses, con escalas en las referidas islas, fray Antonio de Ciudad Rodrigo, sus acompañantes franciscanos y el grupo de nobles indí­ genas que regresaban, desembarcaron hacia abril de 1529 en el puerto de Veracruz. Más que probable es que a lo largo de ese viaje Bernardino y otros de los jóvenes frailes conversaran con personajes tan distin­ guidos como don Pedro Moctezuma Tlacahuepantzin, el hijo del gran Moctezuma, y con varios otros nobles nahuas que venían a bordo. Sus charlas se desarrolla­ ban en lengua castellana por la simple razón de que los frailes desconocían el náhuatl, y los indígenas, en cambio, por su contacto con los españoles en México y luego por un año de estancia en la Península, te­ nían ya cierto dominio del idioma de los conquista­ dores. Respecto a Sahagún, es verosímil c|ue, en vista de su interés lingüístico, desde un principio aprove­ chara la ocasión para aprender un poco de náhuatl. Podemos así imaginarlo haciendo toda suerte de pre­ guntas a los indígenas para consignar luego por escri­ to las formas como se estructuraban los sustantivos, los verbos con sus pronombres y las distintas partícu­ las de la que era lengua general en la Nueva Espa­ ña. Así, no parecerá exageración afirmar que las in­ vestigaciones lingüísticas de fray Bernardino en tor­ 33

no al habla de los mexicanos se iniciaron antes de que llegara éste al país donde se hallaba el destino a e su vida. Y cosa muy probable es también que a las noticias que tenía ya Sahagún sobre la cultura de los habitan­ tes de esa Nueva España, derivadas de lecturas de obras como las Cartas de Relación de Cortés y lo re­ ferido, entre otros, por fray Antonio de Ciuaad Ro­ drigo, se haya sumado entonces la información dada por los hijos de Moctezuma y los otros señores mexi­ canos. Estos bien pudieron describirle algo de sus an­ tiguas formas de vida, sus ciudades, templos, pala­ cios, grandeza del país, variedad de gentes, climas, animales y plantas. Lo que pudo conocer así de ante­ mano fray Bemardino muy pronto se le iba a tornar impresionante realidad. La Nueva España en 1529 Del desembarco en Veracruz tan sólo sabemos que tuvo lugar hacia abril de 1529- De allí pasó la vein­ tena de frailes, guiados por Antonio de Ciudad Ro­ drigo, al centro del país. En su Historia general, es­ crita años más tarde, alude fray Bemardino a lugares y accidentes que seguramente contempló en su mar­ cha hacia México. Entre otras cosas, se refiere a la im­ presionante cumbre nevada del Pico de Orizaba di­ ciendo: Hay un m onte que se llama Poyauhtécatl — Señor de la niebla— ; está cerca de Ahuilizapan —Lugar de las aguas alegres (topónim o que se corrom­ p ió en el de Orizaba) —.... tenía la cumbre cubierta de nieve. Verosímil parece que hicieran algunos altos en el camino, sobre todo en lugares como Huexotzinco o Tlaxcala, en los que existían ya conventos fran­ ciscanos. Continuando su marcha, llegaron al fin a la región de los lagos. Como había ocurrido a Hernán Cortés y sus hom­ bres apenas diez años antes, Bemardino de Sahagún y los otros frailes debieron maravillarse de la belleza extraordinaria de esa gran cuenca y valle, rodeados de 34

montañas cubiertas de bosques, región de cielo es­ plendente, luz, agua y verdor. En las orillas de los la­ gos se erguían numerosas poblaciones. Viniendo del sur podía cruzarse el gran espejo de agua por la larga y estrecha calzada de Iztapalapa. Si, en cambio, ha­ bían estado antes en Tetzcoco, en la ribera oriental del lago, el paso hacia la metrópoli de México-Tenochtitlan, entonces en vías de reconstrucción, lo harían los frailes valiéndose de canoas. La antigua gran ciudad, sede del gobierno de Moc­ tezuma, había quedado destruida por obra del asedio de cerca de ochenta días, hasta que cayó en manos de Cortés. Al llegar Bernardino y quienes con él venían se continuaba la reedificación de la ciudad, de acuer­ do con una nueva traza al modo renacentista, conce­ bida por el alarife Alonso García Bravo. A un herma­ no de hábito franciscano, Toribio de Benavente, uno de los doce que habían llegado en 1524 y que babía adoptado el nombre náhuatl de Motolinía, e l que es pobre, debemos valiosa información sobre lo que fue reedificar la ciudad. Motolinía trata acerca de esto en su Historia de los indios de Nueva España, precisa­ mente al describir el gran conjunto de desgracias que habían caído sobre los nativos como consecuencia de la conquista. El título que dio al correspondiente ca­ pítulo fue el de Cómo esta tierra fu e herida de diez plagas m uy m is crueles que las de Egipto. La séptim a plaga —expresa Motolinía— fu e la edificación de la gran ciudad de México, en la cual los primeros años andaba más gente que en la edificación d el tem plo de Salomón, por­ que era tanta la gente que andaba en las obras, o venían con materiales y a traer tributos y m antenim ientos a los españoles y para los que trabajaban en las obras, que apenas podía hom bre rom per p o r algunas calles y calzadas, aunque son bien anchas, y en las obras a una tom aban las vigas y otros caían de lo alto, so­ bre otros caían los edificios que deshacían en una parte para hacer en otras; e la costum bre de las obras es que los indios las hacen a su cos­ 35

ta, buscando materiales y pagando los pedre­ ros o canteros y los carpinteros, y si no traen qué comer, ayunan. Todos los materiales traen a cuestas; las vigas y piedras grandes traen arrastrando con sogas; y como les faltaba el ingenio e abundaba la gen­ te, la piedra o la viga que había menester cien hombres, traían cuatrocientos; es su costumbre que, acarreando los materiales, como van m u­ chos, van cantando y dando voces, y estas voces apenas cesaban de noche ni de día... (Motolinía, Historia de los Indios de Nueva España, cap. I). Verosímil es que, ya en 1529, después de cerca de ocho años de trabajos, la ciudad estuviera en buena parte reedificada, aunque desde luego mucho faltara por hacer. Gracias a un testimonio conservado por el autor de la Monarquía Indiana, fray Juan de Torquemada, que la sacó a luz por vez primera en 1615, sa­ bemos que Sahagún alcanzó a ver no poco de las rui­ nas del principal de los templos indígenas de la anti­ gua ciudad de México. Antes de aducir lo consignado por Torquemada, importa notar que bien pudo Bernardino contemplar una pane de lo que era el Tem­ plo Mayor y los otros edificios que integraban el gran recinto sagrado en el corazón de la metrópoli, ya que aún hoy, varios siglos después, las excavaciones ar­ queológicas que entre 1978 y 1982 allí se han hecho, han puesto al descubicno impresionantes vestigios de esas grandes edificaciones. Juan de Torquemada. que escribía a principios del XVII, al ponderar la suntuo­ sidad del Templo Mayor, nos dice: Y para que los que estas cosas leyeren no quie­ ran pensar que hablo de gracia y sin lím ite..., quiero poner aquí las palabras d el padre fray Bemaraino de Sahagún, fraile de m i orden y uno de los que entraron m uy a los principios de este descubrimiento de la Nueva España, que fu e año de veinte y nueve, e l cual vido éste y los demás tem plos y vivió en la conversión de es­ to

tos indios... más de sesenta años, y supo sus an­ tiguallas m uy p o r m enudo y escribió muchísi­ mas cosas en su lengua. El cual, hablando de la hermosura, grandeza y sum ptuosidad de este celebérrimo tem plo, aunque malo p o r ser d el demonio, dice estas p a ­ labras: ... Había mucho que ver en los edificios de este tem plo; la pintura de él tenía mucho que ver, y yo le hice pintar en esta ciudad de México, y llevarónmele a España p or cosa m uy digna de ver y no lo he podido más haber... Y aunque en la pintura parecía tan lindo, lo era m ucho más, y vistoso e l edificio... (Monarquía Indiana, libro VIII, cap. XI). £1 hecho de que fray Bernardino se preocupara por hacer pintar lo que podía aún verse del Templo MaSor, o sea, verosímilmente poco tiempo después de su legada a México, nos revela ya un rasgo de su carác­ ter. Era hombre que desde un principio se interesaba por comprender las realidades de una cultura tan di­ ferente. V en verdad que grandes eran las diferencias, con respecto a lo que conocía en España, que de con­ tinuo le salían ahora al paso. Tierra de muy acusados contrastes, antigua grandeza indígena, destrucción y reedificaciones; opulencia de los nuevos señores y de algunos antiguos caciques, miseria y sufrimientos muy hondos del común de los indios, tal se mostraba el país conquistado a los ojos de los recién llegados vein­ te jóvenes frailes. Sus hermanos franciscanos llegados pocos años an­ tes trabajaban allí sin darse reposo. Dos años después de la caída de México habían arribado tres de origen flamenco. Uno de ellos, el célebre Pedro de Gante, se­ gún vimos, pariente no muy lejano de Carlos V, ha­ bría de sobresalir como educador y maestro excepcio­ nal. Poco después se contó ya con la presencia ae los célebres doce, de la ya mencionada provincia de San Gabriel de Extremadura, a cuyo frente estaba fray Martín de Valencia. Y otros más habían llegado luef ;o, poco antes ya de la venida de los veinte que traía ray Antonio de Ciudad Rodrigo. Así, en octubre de 37

1528 habían desembarcado en Veracruz para pasar de inmediato a la ciudad de México fray Juan de Zumárraga y fray Andrés de Olmos. El primero ostenta­ ba el carácter de obispo electo —es decir, aún no con­ sagrado— de México. El segundo pronto ¡ba a em­ prender la más temprana investigación acerca de las creencias y cultura en general de los indígenas. Su tra­ bajo, y el método que siguió en él. iban a ser ante­ cedente de la magna empresa que acometería años después Bernardino de Sahagún. Al llegar éste y sus compañeros mucho fue lo que escucharon de labios de quienes habían estado ya la­ borando en la evangelización de los indios. Esos más antiguos misioneros los debieron poner al tanto de las fundaciones de conventos en lugares fuera de la ciu­ dad, tales como Tetzoco, Tlaxcala, Huexotzinco y Tlalmanalco. Y, cosa asombrosa, como lo recordaría mucho después Sahagún: Nos fu e dicho, como ya se había dicho a los padres dominicos [que empezaron a laborar en México en 1526], que esta gente [los indios] ha­ bían venido a la fe tan de veras, y estaban casi todos baptizados y tan enteros en la fe católica de la Iglesia Romana, que no había necesidad al­ guna de predicar contra la idolatría porque la te­ nían dejada m uy de veras. Tuvimos esta información p o r m uy verdadera y milagrosa, porque en tan poco tiem po y con poca lengua y predicación y, sin milagro algu­ no, tanta m uchedum bre de gente se había convertido... Al expresar esto Sahagún muchos años después de su llegada a México, tenía ya —según veremos— opi­ nión muy contraria a lo que entonces escuchó y recor­ dó en las palabras citadas. Por el momento, en vez de entrar en disquisiciones sobre lo que hacia 1529 se ha­ bía logrado en materia de conversiones, importa aten­ der a otro conjunto de hechos de extrema significa­ ción que eran también pane de las realidades con que se toparon Bernardino y sus colegas al llegar a tierras 38

mexicanas. En tales hechos los franciscanos se halla­ ban inmiscuidos, con consecuencias bastante graves. Las disensiones y bandos entre los españoles que estaban en México Con estas palabras enunció fray Toribio de Benavente Motolinta la décima de las plagas que, en su opi­ nión, afligieron a los indígenas en los años que siguie­ ron a la conquista. Comentando lo que quiso signifi­ car al referirse a las tales disensiones y bandos, escribió: La décima plaga fu e las disensiones y bandos entre los españoles que estaban en México, que no fu e la menor, mas la que en mayor peligro puso la tierra para perderse, si Dios no tuviera a los indios como ciegos; y estas diferencias y bandos fueron causa de [ajfusticiar a muchos es­ pañoles, unos condenados a m uerte, otros afren­ tados y destinados; otros fueron heridos cuando llegaban a atravesarse, e no habiendo quien p u ­ siese paz n i se metiese enm edio, si no eran los frailes... (Historia de los Indios de Nueva Espa­ ña, capítulo I). Para comprender lo así enunciado por Motolinía es necesario recordar lo que había ocurrido en la Nueva España una vez consumada la conquista, o sea, du­ rante los ocho años anteriores al de 1529. Todo ello había afectado ya de modo muy hondo la labor de los franciscanos. Las ulteriores consecuencias de esos he­ chos vividas por fray Bernardino habrían de condicio­ nar asimismo su actuación. Por ello importa detener­ se en tales aconteceres. Tomada la metrópoli indígena el 13 de agosto de 1521, Conés hubo de ponderar lo que parecía más conveniente llevar a cabo. Abarcaba ello varios pun­ tos: traslado de la ciudad capital a otro sitio o reedi­ ficación de la misma; prosecución de la conquista de la tierra; otorgamiento de recompensas a los conquis­ 39

tadores; establecimiento de una determinada forma de gobierno, y cristianización de los indígenas. Respecto del primer punto, decidió que la ciudad debía reedificarse en el mismo lugar donde había exis­ tido. El símbolo del antiguo poder perduraría así re­ novado. En cuanto a ampliar las conquistas, muy pronto dispuso Cortés el envío de capitanes suyos a va­ rias regiones: Michoacán y Colima, por el rumbo del poniente; Tierra caliente —hoy Morelos y parte de Guerrero— , Oaxaca, Chiapas y Guatemala al sur, así como, por el ámbito del golfo de México desde el Pa­ nuco hasta la región de Tabasco, cerca ya de la penín­ sula de Yucatán. La expansión hacia el norte se em­ prendería más tarde. En lo tocante a recompensas a los conquistadores, éstas consistieron en tierras e indios concedidos en el régimen de encomienda, es decir, entregados a deter­ minada persona para que le sirvieran, con la condi­ ción de que el conquistador-encomendero cuidara de protegerlos y propiciara su cristianización. Respecto de esto último, Cortés solicitó además de la Corona el en­ vío sobre todo de frailes para que trabajaran en la evangelización de los indios. La cuestión, ciertamente fundamental, de la orga­ nización de una determinada forma de gobierno, se resolvió en principio cuando en octubre de 1522 el propio don Hernando fue nombrado capitán general y gobernador de la Nueva España. Ejerciendo este do­ ble cargo encaminó Cortés la nueva vida del país con­ quistado. Podría decirse que todo marchó a su volun­ tad hasta que, en octubre de 1524, el capitán general y gobernador decidió ausentarse de la ciudad de Méxi­ co para ir a castigar al capitán Cistóbal de Olid, que se fe había rebelado en tierras tan lejanas como eran las de Honduras. Cortés delegó entonces el gobierno de la Nueva Es­ paña en tres funcionarios reales: el tesorero Alonso de Estrada, el contador Rodrigo de Albornoz y el funcio­ nario del Ayuntamiento licenciado Alonso Zuazo. Los dos primeros, al igual que el factor Gonzalo de Salazar y el veedor Peralmíndez Chirinos, habían sido 40

nombrados por la Corona para cuidar de los intereses reales en materia de impuestos y vigilar la buena mar­ cha de la administración al cargo de Cortés. Por ello consideró éste que podía dejar en su au­ sencia el gobierno en manos de Estrada, Albornoz y Zuazo. Sin embargo, hallándose en Coatzacoalcos en el viaje con rumbo a Honduras, cansados ya Gonzalo de Salazar y Peralmíndez Chirinos, decidieron regre­ sar a México. Las instrucciones que les dio Cortés vi­ nieron a ser ocasión de que un oculto antagonismo diera lugar a un primer estallido en las que Motolonía calificó de disensiones y bandos. Los que regresa­ ban debían verificar si el tesorero Estrada y el conta­ dor Albornoz ejercían su autoridad en armonía. Si tal era el caso, Salazar y Chirinos debían asociarse sim­ plemente a ellos. Si, en cambio, había disensiones en­ tre el tesorero y el contador, Salazar y Chirinos debían asumir en forma exclusiva el mando. Llegados a México, determinaron que las circuns­ tancias prevalentes los obligaban a hacerse cargo, ellos solos, del gobierno. En opinión del licenciado Zuazo convenía, en cambio, que todos gobernasen juntos. La disensión estalló entonces. El tesorero y el conta­ dor fueron puestos en prisión. Algún tiempo después se propaló además la noticia de que Cortés había muerto en su expedición. Muchos de los antiguos con­ quistadores, con encomiendas otorgadas por don Her­ nando, comenzaron a ser perseguidos por Salazar y Chirinos. Para protegerse buscaron entonces asilo en el convento de los franciscanos. Desposeídos de tierras, sus indígenas encomendados pasaron al poder de otros, partidarios de Salazar y Chirinos. Nuevas for­ mas de exacción se aplicaron entonces a los indios. Motolinía describe, como otras plagas, las nuevas ca­ lamidades que los afligieron: esclavitud, trabajo en las minas, aumentos en los tributos y servicios personales. Muy difícil resultaba, en tales circunstancias, hacer rea­ lidad los ideales que consigo traían los franciscanos de instaurar entre los indios una cristiandad al modo an­ tiguo, inspirados en lo que había sido su propia doc­ trina en la provincia de San Gabriel de Extremadura. 41

La tempestad lejos estaba de haber concluido. El te­ sorero Estrada y el contador Albornoz, que habían si­ do depuestos del gobierno, trataron de recuperarlo. Los enfrentamientos se sucedieron. Dando por muer­ to a Cortés, se dispuso se le hicieran solemnes honras fúnebres. Enseguida se procedió a vender en almone­ da sus propiedades. Rodrigo de Paz, que, además de alguacil mayor, era primo de don Hernando y había auedado como custodio de sus bienes, fue entonces detenido y sometido a tormento para que revelara lo que supiera de los tesoros que, según se decía, tenía ocultos Cortés. El primo del conquistador corrió en­ tonces parecida suerte a la de Cuauntémoc, último go­ bernante de los mexicanos o aztecas, ejecutado en el viaje a las Hibueras por Cortés. Tras quemarle los pies, de suerte que, al decir de los cronistas, el fuego le co­ mió hasta los tobillos, Rodrigo de Paz fue ahorcado en la plaza Mayor. Los franciscanos se vieron envueltos en la contien­ da, tanto por actuar frente a Salazar y Chirinos en de­ fensa de los indios como por dar asilo a los partida­ rios de Cortés. En un momento dado Salazar y Chi­ rinos con violencia sacaron del convento de San Fran­ cisco a algunos de los que en él se habían refugiado. Fray Martín de Valencia puso entonces a la ciudad en entredicho y decidió marcharse con los demás frailes a Tlaxcala. La alarma creció en México y Salazar optó por devolver a quienes tenía presos. Todos estos he­ chos fueron el comienzo de las graves perturbaciones que, acentuadas en extremo, iba a conocer Bernardino de Sahagún en 1329. Por lo pronto, entrado ya el año de 1326, las di­ sensiones habían llegado a tal punto que el licencia­ do Alonso Zuazo envió a Cortés una misiva en la que le expresaba la necesidad de su regreso. Don Hernan­ do lo apresuró y llegó a México en junio de 1326. Su retorno, leios de aquietar la situación, dio lugar a nue­ vas perturbaciones. Casi al mismo tiempo apareció, procedente de España, el licenciado Juan Ponce de León, en calidad ae juez de residencia de Cortés. Los nombramientos de éste como gobernador y capitán 42

general quedaron entonces en suspenso, y a pesar de que poco después enfermaron y murieron Ponce de León y quien lo sucedió como juez de residencia, la suspensión de los cargos prevaleció. De ello tomó oca­ sión el tesorero Alonso de Estrada para enfrentarse a don Hernando. Este, para evitar una lucha abierta, se retiró a Tlaxcala y estando allí decidió luego viajar a España para hacer personal defensa de sus intereses, tanto en vista del juicio de residencia como por los despojos perpetrados en contra suya y de otros con­ quistadores. Fue entonces cuando, según vimos, par­ tieron con él dos hijos de Moctezuma y otros varios no­ bles indígenas que, en 1329, regresarían a México en el mismo barco en que viajaron Sahagún y los otros frailes. Ahora bien, la más inmediata disposición del mo­ narca español ante los conflictos que por momentos se agravaban en la Nueva España hizo verdad aquello de que «el remedio fue peor que la enfermedad». A fines de 1328 la Corona creó la primera Audiencia en México. A tal cuerpo judicial y administrativo se iba a confiar el gobierno de la Nueva España. Bernardino de Sahagún, testigo de acrecentadas disensiones y violencias Como presidente de la Audiencia fue nombrado, aunque suene casi increíble, un personaje que duran­ te los dos años anteriores se había distinguido por sus acciones siniestras en calidad de gobernador de la nor­ teña provincia del Pánuco, Ñuño Beltrán de Guzmán. Difícil es explicar tal designación. Quizá ésta se expi­ diera en su favor porque contaba con el apoyo de no pocos de los enemigos de Cortés, que habían hecho llegar a la Corona informes tendentes a debilitar su prestigio y poder. Otros cuatro oidores fueron también nombrados. Llegados a Veracruz en la misma embarcación en que viajaron el primer obispo electo, fray Juan de Zumárraga, y su colaborador, fray Andrés de Olmos, es­ 43

tableados ya en la ciudad de México, dos de ellos mu­ rieron poco después de pulmonía. Los otros dos, los licenciados Diego Delgadillo y Martín Ortiz de Matienzo, iban a rivalizar en sus desmanes con el presi­ dente de la Audiencia, Ñuño Beltrán de Guzmán. De este último eran bien conocidas sus actuaciones en la gobernación del Pánuco. Entre otras cosas, había es­ clavizado allí a miles de indígenas, que luego enviaba en barcazas a la isla de Santo Domingo, tan requeri­ da de mano de obra barata. Y se refiere que Ñuño lle­ gó a hacer trueques de veinte indios esclavos por un caballo. Cuando el padre Antonio de Ciudad Rodrigo y sus jóvenes misioneros, entre ellos Bernardino de Sahagún, entraron en la ciudad de México hacia mayo de 1529, la situación que allí reinaba por obra ae los corruptos miembros y presidente de la Audiencia era en verdad alarmante. Diversos testimonios se conser­ van acerca de lo que ocurría, violencia sobre violen­ cia, que ponían a la Nueva España en peligro de per­ derse. Los enfrentamientos fueron numerosos entre Ñuño y los partidarios de Cortés y, asimismo, de mo­ do especial, entre el mismo Ñuño y los franciscanos, al frente de los cuales estaba el obispo electo fray Juan de Zumárraga. De tales enfrentam ientos habla una larga carta que, en forma clandestina y casi pin­ toresca, logró enviar Zumárraga al soberano. Hay, asimismo, otras comunicaciones, como la del escri­ bano real Jerónim o López, y dos informaciones con testigos juram entados, una promovida por Ñuño Beltrán de Guzmán y la otra por fray Juan de Zumárraga. Las acusaciones, varias de ellas terribles, incluían, f ior pane de Ñuño Beltrán de Guzmán, atribuir a los ranciscanos querer alzarse con la tierra propiciando un movimiento independentista y, asimismo, cargos variados de corrupción, como el de que algunos frai­ les habían tenido comercio sexual con mujeres indias. A su vez Zumárraga y los otros que actuaron contra los desmanes de Ñuño y sus comparsas hicieron de­ nuncias tan serias que, a la postre, provocaron su des­ 44

titución en 1530. De lo mucho que ocurrió y se dijo interesa hacer breve resumen, ya que tales hechos constituyeron la más temprana experiencia de fray Bernardino en la Nueva España. A pesar de nuevas disposiciones del Consejo de In­ dias para delimitar la esclavitud de los indios, Ñuño continuó con su antigua práctica y llegó a autorizar la compraventa de grandes cantidades de esclavos. En lo tocante a las encomiendas, la amistad de Ñuño con el antiguo factor Gonzalo Salazar, lo hizo seguir por el camino que había adoptado éste de quitárselas a los adictos a Cortés. El enfrentamiento del presidente de la Audiencia y los franciscanos se inició a propósito de las exacciones de que eran víctimas los indios de Huexotzinco. La en­ comienda de ese lugar correspondía a Cortés, circuns­ tancia que ayuda a comprender por qué Ñuño se fi­ jara en ella. Centenares de nativos tenían que cruzar entre los dos volcanes, Popocatépetl e Iztaccmuatl, pa­ ra bajar al valle de México con sus cargas de tributos. Muchos de esos infelices perdían la vida llevando a cuestas pesadas cargas. Ante tales hechos el obispo electo Zumárraga habló con franqueza a Ñuño. La res­ puesta de éste fue de rechazo. El obispo no tenía por qué intervenir en asuntos de administración pública. Y, yendo más allá, para amedrentar a Zumárraga le dijo que se acordara de lo que poco antes había ocurri­ do al obispo de Zamora, que fue ahorcado cuando se había inclinado al partido de los comuneros de Cas­ tilla. Bernardino de Sahagún que, sin duda, hallándose en Salamanca conoció cómo había muerto el dicho obispo de Zamora, hubo de enterarse, apenas recién llegado a México, de la amenaza de Ñuño, el voraz enemigo de los indios. Zumárraga, lejos de arredrarse, propició que en una misa a la que acudieron el presidente y los otros dos miembros de la Audiencia, el predicador les repren­ diera sus desmanes en contra de los naturales de la tierra. Lo inverosímil ocurrió entonces. El oidor Die­ go Delgadillo, según lo refirió el conquisitador Jeró­ 45

nimo López como testigo de vista, en una cana al monarca, se levantó en p ie y a voces mandó que fuese echado d el pulpito, lo cual así fu e hecho, y derrocaron al dicho fraile del dicho búlpito aba­ jo , lo cual hizo un alguacil e un Villaroel e otros que de su opinión se llegaron, diciéndole feas palabras, en lo cual se tuvo m uy gran desacato a Dios y al tem plo donde estaban, y fu e grande alboroto a los vecinos de la cibdad de México e a los naturales que lo vieron... El fraile provisor, acatando órdenes de Zumárraga, hizo saber a los miembros de la Audiencia que ha­ bían incurrido en excomunión. La situación se agravó al asilarse el provisor en el convento de San Francisco. Ñuño ordenó entonces se impidiera la posibilidad de cualquier suministro a los frailes que allí estaban. La [>az que al fin se logró fue sólo transitoria. Levantada a excomunión, Ñuño suspendió el cerco al convento. Los atropellos del presidente y sus secuaces siguie­ ron en aumento. Así, además de la oposición a cual­ quier intervención de Zumárraga en favor de los in­ dios, se llegó a extremos tales como sacar de una es­ cuela para jóvenes indígenas a dos de ellas de buen aspecto para convertirlas en concubinas, y a profanar sepulturas de indios y españoles para adueñarse de cualquier ofrenda u objeto valioso que pudiera encon­ trarse en ellas. El enfrentamiento tal vez más serio ocurrió cuando el presidente de la Audiencia dispuso que, con lujo de tuerza, se sacara del convento fran­ ciscano a dos clérigos seculares que allí se encontra­ ban en espera de juicio eclesiástico por su mala con­ ducta. La reacción de Zumárraga fue ir a exigir se le devolvieran. Para ello marchó en procesión acompa­ ñado del otro único obispo que había en la Nueva Es­ paña, el dominico fray Julián Garcés, de Tlaxcala, y de otros varios frailes, entre ellos posiblemente Sahaf;ún. El oidor Delgadillo, tras un intercambio de vioentas palabras, llegó a ofender a Zumárraga con un tiro de lanza que le atravesó el hábito. 46

Esta vez la reacción fue aún más enérgica. Zumárraga excomulgó a los oidores y, puesta la ciudad en en­ tredicho, se retiró con los otros frailes a Tetzcoco. Era entonces urgente informar a la Corona de cuanto es­ taba ocurriendo. Tan sólo que, como con grandes por­ menores lo refiere Jerónimo López, el conquistador es­ pontáneo informante del rey, Ñuño tomó providen­ cias para impedir que saliera comunicación alguna con destino a España. Debemos al mismo Jerónimo López la descripción de cómo el obispo pudo hacer llegar al soberano sus denuncias: Con esto embarcó secretamente [Zumarrága] otros despachos que dio a un vizcaíno, los cua­ les trujo m etidos en un barrilejo de aceite con cera, e en un tocino... Las denuncias surtieron efecto. El soberano y su ma­ dre la reina Juana tuvieron como cosa urgente depo­ ner a los miembros de esa Audiencia y nombrar a otros de bien probada solvencia moral. Así fue como, a fi­ nes de 1530, estaban designados, como presidente, el obispo de Santo Domingo, Sebastián Ramírez de Fuenleal, y Vasco de Quiroga, Alonso Maldonado, Juan de Salmerón y Francisco Ceynos. Con su llega­ da, que casi coinciaió con el regreso de Cortés proce­ dente de España, iban a mejorar las cosas en México. Según lapidariamente lo expresó el maestro y polí­ grafo mexicano Justo Sierra (1842-1912), con Ramí­ rez de Fuenleal se inició e l largo período de p a z en que se fu e form ando la nación mexicana. De los otros miembros de la Audiencia cabe decir que eran, todos, varones letrados y justos. Uno de ellos, Vasco de Quiroga, sobresaldría como realizador de u to ­ pías. A él se debió la creación de los célebres p u e ­ blos-hospitales, en los que los aspectos social y eco­ nómico de las comunidades indígenas fueron objeto de particular atención. De Vasco de Quiroga, que pocos años después fue consagrado obispo de Michoacán, se ha dicho que con sus obras hizo reali­ dad la utopía, que tanto adm iró, del hum anista y santo Tomás Moro. 47

Muy poco antes de la llegada de los integrantes de la segunda Audiencia había regresado a México Her­ nán Cortés con ios títulos de marqués del Valle de Oaxaca y capitán general de la Nueva España. Ello ocurrió en julio de 1530. La presencia del conquista­ dor en México, que se prolongaría algo menos de diez años, hasta su retomo definitivo a España en enero de 1540, fue muy significativa, pero no ya tanto en el terreno de la administración y la política cuanto en el de sus propósitos de explorar la mar del Sur y la gran isla, situada al occidente, que resultó ser California. Favorecedor siempre de los franciscanos, su permanen­ te adversario Ñuño Beltrán de Guzmán en uno de los varios expedientes que promovió, en este caso contra el obispo Zumárraga, adujo en él testigos para que de­ pusieran en el sentido de que e l dicho fray Juan de Zumárraga... es parcial a don Hernando Cortés e a sus cosas e criados, e los favorece en cuanto puede, en público e en secreto, e ansí lo predica en los p u lp ito s... e an­ s í lo facen los fraues franciscanos, form ando ban­ do e parcialidad en don H ernando... En lo que a Sahagún concierne, siendo muy proba­ ble que lo conociera en persona, hablará de él en va­ rios lugares de su Historia general, sobre todo en el libro de la conquista y en otras obras suyas, como los Colloquios y Doctrina Christiana. Y puede afirmarse que, al referirse a Cortés, lo hace con bastante obje­ tividad. Reconociendo su valor, señala asimismo que por obra de la conquista los indios se vieron en extre­ mo afligidos, de tal modo que no les quedó sombra de lo que fueron. La empresa cortesiana de explora­ ción en el Pacífico, aunque contó con la participación de algunos franciscanos que fueron como misioneros, 3 uedó ya fuera del campo del interés de fray Bernarino. Así, lo último que acerca del conquistador es­ cribió Sahagún volvió a estar relacionado con la con?|uista y con la llegada en 1524 de los doce primeros ranciscanos a México. Sobre ello versa precisamente el último capítulo de una segunda versión del libro 48

de la conquista, elaborado con testimonios indígenas, siendo ya muy anciano Sahagún, en 1585. Primeras actividades de Bernardino de Sahagún Ciertamente que fray Bernardino debió asombrarse y contristarse ante los hechos que vivió durante su pri­ mer lapso de estancia en la Nueva España. Tal vez re­ cordando el caos, fruto del desgobierno de la primera Audiencia, puesto en parangón con las formas de re§ imiento político de los antiguos mexicanos, como él egó a conocerlas, escribió más tarde que en las cosas de policía [gobierno] echan e l p ie delante a otras m u­ chas naciones que tienen gran presunción de p o líti­ cas... (Historia general, prólogo al libro I). Siendo probable que, al menos en los primeros me­ ses, permaneciera fray Bernardino en la ciudad de México para irse informando de los frailes más anti­ guos acerca de las realidades de la Nueva España, consta que todavía en su ju v en tu d fu e guardián de principales conventos (fray Jerónimo de Mcndieta, Historia Eclesiástica Indiana, V, XLI). De su estancia en uno de ellos, el de San Luis Obispo de Tlalmanalco, en las estribaciones de los dos grandes volcanes, se conservan algunas noticias. Fue precisamente entre 1532 y 1533 cuando se terminó ae edificar una pri­ mera iglesia franciscana en dicho pueblo. Hallándose allí, según lo recuerdan fray Jerónimo de Mendieta y fray Juan de Torquemada, refiere [fray Bernardino] que, siendo é l con­ ventual en eídicho pueblo de Tlalmanalco, fu e a visitar aquella casa e l santo fray Martín [de Va­ lencia], que era custodio la segunda vez, y co­ mo era pública voz y fam a que se arrobaba en la oración, una mañana, acabando de rezar las horas canónicas, viendo que se había apartado e l varón santo a un rincón que estaba a un lado d el coro, tuvo voluntad de ir a ver cómo estaba. Y, llegado al lugar de donde le podía acechar, vio una claridacTo cosa sem ejante (que no pudo 49

determ inar qué fuese), que lo encandiló y privó de la vista, de suerte que no pudo ver cosa al­ guna, n i tampoco a l siervo de Dios fray Martín que a llí estaba; y así se volvió atrás turbado y con m iedo de lo que, interior y exteriormente, había sentido (Monarquía Indiana, libro XX, cap. XII). La convivencia con fray Martín, en quien Sahagún reconocía ejemplo de genuina virtud franciscana, con­ tribuiría sin duda a reforzar en él los ideales en que se había formado desde que fue miembro de la pro­ vincia de San Gabriel de Extremadura. Era necesario aprovechar la oportunidad excepcional aue ofrecían los indígenas mexicanos de ser encaminados hacia un cristianismo en el que, en lugar de la codicia y la en­ vidia, florecieran la pureza de vida y un hondo sen­ tido comunitario. Las recientes discordias y violentos enfrentamientos que se habían producido entre los es­ pañoles confirmaban la idea de que, para hacer rea­ lidad los ideales buscados, era necesario apartar a los indios de los españoles que se habían venido a impo­ ner sobre ellos. Urgía conocer mejor el alma indígena y su cultura. Sólo así podría irse edificando una cris­ tiandad verdadera, como la de los primeros tiempos de la Iglesia. Fray Bernardino, en tanto que laboraba entre los nativos de ese pueblo de Tlalmanalco, debió seguir pensando en esos ideales, preocupado por lograr que él y sus hermanos de hábito los transformaran, poco a poco, en realidad viviente. Las idolatrías, que tan­ tas veces le salían al paso, sólo podrían ser erradicadas cuando se conocieran en verdad las raíces más ocultas del modo de pensar, creer y vivir de los indígenas. Pa­ ra ello había que hacer pesquisas, tarea muchas veces nada fácil. Los rumores de que cerca de su misión de Tlalmanalco —aunque en lugar muy difícil de alcan­ zar— perduraban pujantes formas de idolatría, mo­ vieron a Bernardino a emprender una ascensión nada menos que a los dos elevados volcanes que limitan por el oriente el gran valle de México. De tal subida, por no decir proeza, él mismo dejó noticia: 50

Hay un m onte m uy alto, que humea, que es­ tá cerca de la provincia de Choleo [en la que se hallaba Tlalmanalco], que se llama Popocatép etl, quiere decir 'm onte que hum ea es m on­ te monstruoso de ver, y yo estuve encima de él. Hay otra sierra ju n to a ésta, que es la Sierra Nevada, y llámase lztactépetl, quiere decir 'Sierra blanca'; es monstruoso de ver lo alto de ella, donde solía haber mucha idolatría. Yo la vi y estuve sobre ella (Historia general, libro XI, cap. XII). Tal ascensión a los dos elevados volcanes confirma lo dicho acerca del carácter de fray Bernardino, tan in­ clinado a investigar las realidades naturales y hum a­ nas de la tierra a la que había llegado. Y, asimismo, subir a esos volcanes de cerca de 5.500 metros de al­ tura deja ver que era hombre decidido y de buena constitución física. Estaba emulando la muy pondera­ da hazaña del conquistador Diego de Ordaz y sus dos acompañantes, que en busca de azufre escalaron el Popocatépetl al tiempo de la conquista. Hablando en un apéndice al mismo libro XI de su Historia de varios sitios en los que supo él se practicaban idolatrías, pro­ porciona Sahagún otra noticia sobre su también tem­ prana estancia en Xochimüco, pueblo situado al sur de la ciudad de México. Allí descubrió él un testimo­ nio del culto que se rendía al dios Tláloc, señor de la lluvia: Hay otra agua o fu e n te m uy clara y m uy lin ­ da en Xochimilco, que ahora se llama Santa Cruz, en la cual estaba un ídolo de piedra de­ bajo d el agua, donde ofrecían copal. Yo vi el ídolo y entré debajo d el agua para sacarle, y p u ­ se a llí una cruz de piedra, que hasta ahora está a llí en la misma fuente. La iglesia que hacia 1535 comenzó a edificarse jun­ to al convento franciscano de Xochimilco llevó a la ad­ vocación precisamente de San Bernardino. Como cosa probable puede pensarse que Sahagún quisiera así honrar a su santo patrono. De hecho, sabemos que él 51

tenia particular devoción ai mismo, como lo muestra el que años adelante escribiera un opúsculo que inti­ tuló Vida de San Bemardino. Si el cronista Mendieta expresó, según vimos, que Sahagún en su juventud estuvo en varios conventos, consta al menos que se halló en los de Tlalmanalco y Xochimilco. A principios de 1536 iba a cambiar su destino. En vez de continuar sus trabajos de misione­ ro entre poblaciones indígenas, se le asignó entonces el cargo de maestro en el Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, que formalmente se inauguró el 6 de ene­ ro de 1536. Sahagún, maestro a partir de la fundación del Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco Fecunda, desde varios puntos de vista, fue la larga vinculación de fray Bernardino con el colegio que se estableció en el barrio de Tlatelolco, al norte de la ciu­ dad de México. La idea de erigir allí un centro de en­ señanza para jóvenes indígenas, hijos de señores prin­ cipales, y escogidos por su talento, se debió origina­ riamente al obispo Zumárraga y a Sebastián Ramírez de Fuenleal, que, como presidente de la segunda Au­ diencia, gobernaba la antes tan alterada Nueva Espa­ ña. Ambos varones, hombres del Renacimiento espa­ ñol, se habían percatado de la necesidad de contar con un colegio en el que se propiciara el acercamiento de culturas —la española y la indígena— y se formara, con un alto nivel, a jóvenes indígenas que más tarde habían de influir en sus respectivas comunidades. El colegio empezó a funcionar tentativamente desde 1533. Su inauguración formal y solemne, con asisten­ cia de Zumárraga y Fuenleal, v del recién llegado pri­ mer virrey, Antonio de Menaoza, tuvo lugar, como se dijo, tres años después, en la fiesta de la Epifanía o D ía de Reyes, como si se quisiera simbolizar que el colegio se abría para ilustración de los gentiles del Nuevo Mundo. Al escoger los maestros del colegio se puso particu­ 52

lar empeño en que fueran los más doctos que pudie­ ran hallarse. Así, además de que debían ser excelen­ tes en el conocimiento de la lengua náhuatl, debían de gozar de reconocida fama como expertos en algu­ na o varias ramas de las humanidades, la teología y los estudios bíblicos. Maestros de retórica, lógica y fi­ losofía fueron fray Juan de Gaona, que había enseña­ do en la Sorbona de París, y fray Juan Fucher, a su vez doctorado en leyes en la antes mencionada uni­ versidad. Maestro de gramática fue fray Andrés de Ol­ mos, que había iniciado ya sus investigaciones sobre las antigüedades indígenas y habría de disponer la pri­ mera amplia gramática o arte de la lengua mexicana, así como trabajos afines sobre la totonaca, tepehua y huaxteca. De latinidad, historia y otras materias tam­ bién humanísticas fueron profesores fray Arnaldo de Bassacio y fray Bernardino de Sahagún. Este último, que pasó diversos períodos de su vida en el Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, donde for­ mó a sus principales colaboradores indígenas, habla de ese centro de docencia e investigación en diversos lugares de sus obras. De modo particular dedica va­ rias páginas al mismo en una Relación d el autor dig­ na de ser notada, que intercaló entre los capítulos XXVII y XXVIII del libro X de su Historia general. Allí, tras referirse a las habilidades y oficios, así como a los vicios y virtudes de los indígenas mexicanos en el tiempo de su gentilidad, discurre luego sobre los cambios ocurridos desde la llegada de los españoles. Al escribir fray Bernardino acerca de esto bastantes años más tarde, lo hizo sobre la base de su larga ex­ periencia. Como investigador conocía mejor que na­ die lo que había sido la antigua cultura; como maes­ tro y misionero se había adentrado en el alma de los indios contemporáneos suyos. Así, respecto de las ha­ bilidades del hombre náhuatl, habla con minucia de las muchas en que se había distinguido en los tiem­ pos prehispánicos como artista que trabajaba la pie­ dra, el barro, la plum a y los metales; como sabio y maestro en sus escuelas; conocedor de minerales, plan­ tas y animales; médico, comerciante, astrólogo, ora­ 53

dor y poeta. En lo tocante ya a los tiempos de la Nue­ va España, nota luego: Tenemos p o r experiencia que en los oficios mecánicos son hábiles para aprenderlos y usar­ los... También los oficios de sastres, zapateros, sederos, impresores, escribanos, lectores, conta­ dores, músicos de canto llano y de canto de ór­ gano, tañer flautas, chirimías, sacabuches, trom ­ petas, órganos; saber gramática, lógica, retórica, astrología y teología; todo esto tenem os p o r ex­ periencia que tienen habilidad para ello y lo aprenden y lo saben, y lo enseñan, y no hay ar­ te ninguna que no tenga habilidad para apren­ derla y usaría. Pasando luego al campo del regim iento de la repú­ blica y de las cosas morales y de religión reconoce que en los tiempos antiguos eran para más, porque edu­ caban a sus hijos m uy conforme a la filosofía natural y moral. Todo ello, sin embargo, cesó p o r la venida de los españoles y porque ellos aerrocaron y echaron p o r tierra todas las costumbres y maneras de regir que tenían estos naturales y quisieron regirlos a la manera de vi­ vir de España, así en las cosas divinas como en las humanas; teniendo entendido que eran idó­ latras y bárbaros, perdióse todo e l regimiento que tenían... Hubo, por consiguiente, que poner remedio y, pa­ ra ello —continúa Sahagún— se intentó implantar va­ ria formas de educación en la juventud indígena. Tras referirse a ellas, atiende ya de modo directo al Cole­ gio de Santa Cruz: Luego que vinim os a esta tierra a implantar la fe juntam os a los muchachos en nuestras ca­ sas, como está dicho, y les comenzamos a ense­ ñar a leer y escribir y cantar y, como salieron bien con esto, procuramos luego de ponerlos en e l estudio de la gramática, para e l cual ejercicio se hizo un colegio en la ciudad de México, en 54

la parte de Santiago d el Tlatilulco, en el cual to ­ dos los pueblos comarcanos y de todas las pro­ vincias se escogieron todos los muchachos más hábiles y que m ejor sabían leer y escribir, sin sa­ lir fuera sino pocas veces... Trabajando con ellos dos o tres años vinieron a entender todas las materias d el arte de la gra­ mática, a hablar latín y entenderlo, y a escribir en latín, y aun a hacer versos heroicos... Yo me hallé en la fundación d el dicho colegio... Para valorar lo que comenzó a ser la vida intelec­ tual de maestros y educandos en el colegio podrían aducirse numerosos testimonios, unos de admiración y otros de crítica. Los primeros, entre ellos uno sus­ crito por Zumárraga y por el también obispo Julián Garcés, reconocen los frutos que se iban logrando en lo intelectual y moral. Los segundos, de crítica y alar­ ma, como el que en seguida veremos del ya conocido antiguo conquistador Jerónimo López aue, en carta dirigida al soberano, del 25 de febrero ae 1545, des­ cribe los peligros que cree percibir en la adquisición de tantos conocimientos por los jóvenes indígenas: Mucho favor e regalo que se ha hecho a los in ­ dios, donde se ha encajado en ellos e l refrán que dice que “mucha conversación acarrea m enos­ precio. . . ” [Como] en poner los indios en la pulieía [cul­ tura] de la lengua latina, haciéndoles leer cien­ cias, donde han venido a saber todo e l principio de nuestra vida p o r los libros que leen, e de dón­ de procedemos, e cómo fu im o s sojuzgados de los romanos e convertidos a la fe , de gentiles, e todo lo demás que se escribió en este caso que les causa decir que tam bién nosotros venimos de gentiles e fu im o s suejtos e ganados e sojuzga­ dos, e fu im o s sujetos de los romanos e nos raza­ m os e rebelamos e fu im o s convertidos a l bautis­ m o, tanto mayor número de años, e aún no so­ m os buenos cristianos; que q ué les pedim os a ellos de tan poco tiem po que se convirtieron. Es­ 55

tos indios que así han estudiado son muchos; los frailes la tierra adentro y en México les dan ve­ ces de predicar; dicen e predican lo que quieren destas cosas e otras que se les antoja... Cieno era que, bajo la guía de maestros en verdad tan distinguidos como los que se han nombrado, en­ tre ellos Bernardino de Sahagún, los jóvenes nahuas pronto hicieron grandes progresos. Y era también ver­ dad aleo que no alcanzó a percibir el espontáneo in­ formador Jerónimo López: además de que en ese co­ legio se enseñaba a los estudiantes lengua latina, gra­ mática, historia, religión. Sagradas Escrituras y filoso­ fía, también se había dado entrada a temas relaciona­ dos con la antigua cultura indígena. Para ello se ha­ bía buscado la presencia de algunos maestros nativos. De modo especial fue esto así, al menos por algún tiempo, en lo tocante a medicina indígena. Fruto de tal colaboración llegó a ser con el paso de los años el que se conoce como Códice Bedtano, herbario dis­ puesto al modo europeo pero de contenido indígena. Elaborado por el médico nahua Martín de la Cruz, fue traducido luego al latín hacia 1552 por otro in­ dio, Juan Badiano, con el título de lib ellu s de Indorum M edicinalibus Herbis. Y también el propio Sa­ hagún habría de obtener allí, según veremos, nume­ rosos textos de materia médica proporcionados por los sabios nativos, cuyos nombres preservó del olvido. De hecho, para fray Bernardino el colegio de Santa Cruz de Tlatelolco no iba a ser tan sólo ámbito para la docencia de materias humanísticas, sino también es­ pacio abierto para las investigaciones a las que dedi­ caría buena parte de su vida, con el propósito de ahon­ dar en el conocimiento de la antigua cultura indíge­ na. Y además de que allí iba a contar con la presen­ cia de viejos sabios, maestros en sus antigüedades, que se convertirían en informadores suyos, encontraría lue­ go, en algunos de sus estudiantes, eficaces colabora­ dores en su ulterior empresa. A cuatro de ellos que, como él lo expresó, fueron colegiales y discípulos su­ yos, habrá de referirse varias veces: uno se llama A n ­ tonio Valeriano, vecino de Azcapotzalco; otro Alonso 56

Vegerano, vecino de Cuauhtitlán; otro Martín Jaco bi­ ta, vecino deste Tiatilulco, y Andrés Leonardo, tam ­ bién de Tiatilulco... Conquista espiritual y pervivencia de las antiguas creencias La que algunos han llamado conquista espiritual de México estaba por esos años de 1536 y siguientes en proceso de expansión, ni tan profunda como algunos han pretendido ni tan superficial como lo han soste­ nido otros. Desde 1526 los dominicos habían llegado para reforzar a los franciscanos, y en 1533 los agusti­ nos se sumaron a las tareas de los miembros de esas dos órdenes. Ya en el virreinato de don Antonio de Mendoza comenzaron a edificarse no pocos conventos en territorios de los que hoy son los Estados centrales de México y en regiones más apartadas como las de Oaxaca, Chiapas y Guatemala. Bernardino de Sahagún mantuvo nondo escepticismo frente a las optimis­ tas cifras de conversos difundidas por hombres como fray Toribio de Benavente Motolinía. Así, según este último, para el año de 1539 podía decirse que: p o r manera que, a m i juicio y verdaderamen­ te, serán bautizados en este tiem po que digo, se serán [desde 1324] quince años, más de nueve m illones de ánimas de indios (Historia de los in ­ dios de Nueva España). Por su parte, fray Bernardino, que muchos años después, en 1585, se mantenía aún escéptico respecto de esas conversiones, expresó entonces que esta Igle­ sia nueva quedó fundada sobre falso. El, en cambio, quiso desarrollar otra forma de acercamiento al hom­ bre y la sociedad indígena. A su parecer el único ca­ mino seguro era a partir de un conocimiento profun­ do de su antigua cultura. Como prueba patente de que era poco lo alcanzado hasta fines de la década de los años treinta tuvo conocimiento de numerosos ca­ sos de idolatrías, que continuaban vivas. Más aún, tu ­ 57

vo que participar en procesos que se abrieron por par­ te de Zumárraga en contra de indios tenidos como re­ lapsos, ya que convertidos al cristianismo —al menos en apariencia— habían vuelto a su religión nativa. El más famoso de tales procesos fue el que se siguió en contra de don Carlos Ometochtzin, señor de Tetzcoco, nada menos que hijo del afamado Nezahualpilli y nieto del más ponderado sabio señor Nezahualcóyotl. Zumárraga actuó entonces como obispo e inquisi­ dor apostólico y tres frailes franciscanos como intér­ pretes. Uno fue Antonio de Ciudad Rodrigo, con quien Bernardino había viajado a México; otro, Alon­ so de Molina, el primer lexicógrafo de la lengua ná­ huatl, que sacó a luz su Vocabulario en 1555, y el otro, precisamente Sahagún, que, para entonces, de­ bía sobresalir ya por su conocimiento del idioma in­ dígena. Pudo él enterarse así de modo directo sobre lo arriesgadas que habían sido las rápidas conversio­ nes de los indios. De lo mucho que —según declara­ ron los acusadores y testigos— había expresado don Carlos Ometochtzin correspondió a Sahagún traducir, al menos una parte, al castellano. Así, entre otras co­ sas, se decía que Ometochtzin había manifestado; Mira, oye, que• m i agüelo Nezahualcóyotl y m i padre N ezahualpilli ninguna cosa nos dixeron cuando murieron, n i nombraron a ningunos n i quiénes habían de venir, entiende, hermano, que m i agüelo y m i padre miraban a todas par­ tes, atrás y delante... y sabían lo que se había de hacer en largos tiem pos y lo que se hizo, co­ mo dicen los padres e nombraron los profetas, que de verdad te digo que profetas fueron m i agüelo y m i padre que sabían lo que se había de hacer y lo que estaba hecho. Por tanto, her­ mano, entiéndem e, y ninguno ponga su cora­ zón en esta ley de Dios e divinidad... ¿Qué es esta divinidad, cómo es, de dónde vino? Si los más sabios de entre los antepasados nada ha­ bían dicho acerca de la nueva ley y la nueva divini­ 58

dad, por mucho que insistieran los frailes acerca de ellas en sus escuelas y en sus cartillas, no había razón para cambiar la forma de pensar. Otra manera, bastante sutil, de crítica consistió en destacar que, aun entre los mismos frailes, había dis­ tintas maneras de religión, de lo cual se seguía que también las creencias y las prácticas prehispánicas de­ bían tener su propio lugar y validez. Mira que los fray les y clérigos cada uno tiene su manera de penitencia; mira que los frayles de San Francisco tienen una manera de doctrina y una manera de vida y una manera de vestido y una manera de oración, y los de San A gustín tie­ nen otra manera, y los de Santo Domingo tie­ nen de otra, y los clérigos de otra, como todos lo veemos, y así m ismo era entre los que goardaban a los dioses nuestros, que los de México tenían una manera de vestido y una manera de orar e ofrescer y ayunar, y en otros pueblos de otra; en cada pueblo tenían su manera de sacri­ ficios, y su manera de orar y de ofrescer, y así lo hacen los frayles y clérigos, que ninguno con­ cierta con otros... A todo esto añadía también don Carlos, según los declarantes, la idea de que la nueva doctrina interfe­ ría de modo directo con lo que cada uno, para su con­ tento y solaz, podía hacer en su vida personal. Así, en­ tre otras cosas, decía: ¿ Qué hacen la m ujer y e l vino a los hombres? ¿Por ventura los cristianos no tienen muchas mujeres y se emborrachan sin que les puedan im pedir los padres religiosos? ¿Pues qué es esto que a nosotros nos hacen los padres? Que no es nuestro oficio n i nuestra ley im pedir a nadie lo que quisiere hacer. Dejémoslo y echémoslo por las espaldas lo que nos dicen... Tales fueron —según el testimonio coincidente de varios declarantes— las principales formas de argu­ mentar de don Carlos Ometochtzin, expresiones que 59

fray Bemardino hubo de traducir del náhuatl al cas­ tellano. Actuar en procesos como éste —que terminé con la condenación de Ometochtzin a la hoguera— y en otros, como el de un Pochtecatl Tlailotlaqui, an­ tiguo jefe de mercaderes, acusado de encubrir las imá­ genes de los dioses adorados en el Templo Mayor de México-Tenochtitlan, debió ser revelador para Sahagún. ¿Cómo podría alcanzarse la conversión de hom­ bres cuya cultura y creencias se desconocían? ¿Podría seguirse pensando que así iban a implantarse entre los indígenas una fe y una caridad como las de los tiem­ pos de la primitiva cristiandad? Revelador y doloroso a la vez debió ser para Bemardino ese proceso inqui­ sitorial en el que, como intérprete, tuvo que partici­ par. Y bien pudo consolarse un poco algunos años después, cuando los indígenas, como cristianos tier­ nos en la fe , quedaron fuera de la jurisdicción del lla­ mado Santo Oficio. Otras formas de acercamiento a las comunidades nativas eran necesarias. Sahagún tuvo ocasión de con­ vencerse aún más de ello al interrumpir en 1540 su primera estancia en el colegio de Santa Cruz de Tlatelolco. Entonces volvió a trabajar, por cerca de cinco años, entre indígenas del valle de Puebla. A tal ex­ periencia seguiría luego la puesta en marcha de su ori­ ginal proyecto de evangilización sobre la base del res­ cate y conocimiento de la palabra y cultura indígenas.

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PUESTA EN MARCHA DE UN ORIGINAL PROYECTO DE EVANGELIZACION Y RESCATE DE LA PALABRA INDIGENA (1540-1558)

Por el mismo fray Bernardino sabemos que en 1540 concluyó su primera estancia en Santa Cruz de Tlatelolco. Yo fu i —escribió al hablar del colegio— e l que los prim eros cuatro años —de 1536 a 1540— con ellos trabajé y los puse en todas las materias de la la­ tinidad. Su vida de maestro se interrum pió para vol­ ver a la de misionero. Su nuevo destino fue el valle de Puebla, con sede en el convento de Huexotzinco, una de las primeras fundaciones franciscanas en la Nueva España. Desde Huexotzinco visitaría luga­ res tan im portantes en la historia y en la cultura nahuas como Choluia, Tepeaca, Tecamachalco, Tehuacán, Calpan y otros, donde en fechas cercanas los franciscanos edificaron asimismo iglesias y conven­ tos. Del año de 1540 data la primera obra que escribió Sahagún y que hasta hoy se conserva inédita, aunque de ella se hicieron varias copias en el siglo XVI. Es un sermonario en náhuatl de todas las dominicas y algu­ nas fiestas de santos a lo largo del año litúrgico. El pro­ pio Sahagún, al revisar y corregir, años adelante, este temprano trabajo suyo, lo describe así: Sígnense unos sermones de dominicas y de santos en lengua mexicana. No traducidos de sermonario alguno sino compuestos nuevam en­ te a la m edida de la capacidad de los indios: breves en materia, y en lenguaje congruo, ve­ nusto y llano, fá cil de entender para todos los que lo oyeren, altos y bajos, principales —se­ ñores y caciques— y macehuales —gente del 61

pueblo— , hombres y mujeres. Compusiéronse e l año de 1540... Una copia temprana de dicho sermonario se conser­ va hasta ahora en la Colección Ayer, Ms. 1485, de la Biblioteca Newberry, en Chicago. Consta de 202 pá­ ginas, en papel indígena, es decir, hecho de la corte­ za del árbol amate, del género de los ficus. Respetando el testimonio de fray Bernardino, es ne­ cesario reconocer que escribió este sermonario en 1540, hallándose ya en el convento de Hucxotzinco. Sin embargo, atendiendo al trabajo que supone pre­ parar 52 sermones en náhuatl, de todas las domini­ cas, desde elprim er dom ingo de Adviento hasta e l de­ cimonono después de Pentecostés, así como otros en honor de varios santos, parece verosímil pensar que, desde antes, todavía en Tlatelolco, había iniciado es­ ta obra. Para valorar su importancia conviene verla, no como algo aislado, sino en función del gran con­ junto de lo que fueron luego las aportaciones sahagunenses. Lo primero que importa destacar es que la escribió en lengua náhuatl. Siendo cierto que ya otros frailes predicaban en ese idioma, lo realizado por fray Ber­ nardino tuvo un nuevo propósito. Estaba él persuadi­ do de que no tendría sentido hacer meras improvisa­ ciones o intentar traducir sermonarios ya existentes en latín o castellano. Por ello subraya que sus sermones los ofrece no traducidos de sermonario alguno, sino compuestos nuevam ente a la m edida de la capacidad de los indios... Y añade que los ha dispuesto breves en materia y valiéndose de un lenguaje congruo, ve­ nusto y llano, lo que equivale a expresión congruen­ te, oportuna (congrua), hermosa, agraciada (venusta) y claro, sin complicaciones (llano). Dicho sermonario, dispuesto con tales atributos, era la primera dentro de una larga serie de aportaciones de Sahagún, concebidas en consonancia con un crite­ rio que, probablemente desde que empezó a enseñar en el colegio de Tlatelolco, se fue gestando en su pen­ samiento. Había aue partir de un conocimiento cíe las realidades culturales ae aquellos entre quienes iba a 62

trabajar y a los que se quería evangelizar. Necesaria­ mente el acercamiento a ellos debía hacerse en la que era su lengua. Sólo así se lograría una presentación del cristianismo adaptada a la mentalidad indígena: de todos los que lo oyeren, altos y bajos, principales y macehuales, hombres y m ujeres... En 1540 Sahagún pensaba que tal propósito podía alcanzarse por medio de obras que, como ésa, harían posible una comunicación adecuada con los indios. Con el paso del tiempo su criterio se afinaría hasta per­ catarse de que eso en modo alguno era suficiente. Siendo necesario que los misioneros supieran con pro­ fundidad la lengua, era también imprescindible que penetraran de verdad en el conocimiento de la anti­ gua cultura. Esto explica que fray Bernardino se satis­ ficiera con el sermonario que había elaborado hacia 1540 y lo revisara, corrigiera y añadiera después con esmerada atención. Y también de ello se derivó que, unos siete años después, iniciara sus trabajos encami­ nados a recopilar un conjunto de textos clásicos en ná­ huatl, tanto para estudiar mejor la lengua a través de ellos, como para acercarse más hondamente al pensa­ miento indígena. No parece, por consiguiente, mera suposición admitir que, a la par que volvía a sus que­ haceres de misionero en la región de Huexotzinco, afloraba ya en su pensamiento la necesidad de pro­ gramar y poner en marcha un original proyecto de evangelización y rescate de la palabra indígena. Huexotzinco, su región y vestigios culturales Varias son las noticias que proporciona Sahagún so­ bre sus experiencias en el valle de Puebla. Por una par­ te, allí tenía él ante sus ojos tres formas distintas de realidades: la de numerosos pueblos indígenas apenas tocados por la acción misionera; la de algunas cabe­ ceras, como Huexotzinco, donde se había implantado ya un centro de irradiación evangélica y —no muy le­ jos— la de un establecimiento netamente español, la Puebla de los Angeles, ciudad fundada el 16 de abril 63

de 1531 por los miembros de la Segunda Audiencia. En lo que toca a Huexotzinco, situado en las lade­ ras orientales del Iztaccíhuatl, a una altura de cerca de 2.300 metros sobre el nivel del mar, cabe recordar que fue cabecera de un importante señorío prehispá­ nico, aliado unas veces a Tlaxcala y otras inclinado a la esfera de poder de México-Tenochtitlan. Allí había gobernado, poco antes de la venida de los españoles, el señor Tecayehuatzin, que se distinguió además co­ mo forjador de cantos. Sahagún tuvo noticia de que en dicho lugar había florecido el arte de la poesía y el canto e hizo referencia a las composiciones desig­ nadas como Huexotzincáyoti, o sea, obra y pertenen­ cia de las gentes de Huexotzinco. Según vimos, consumada la conquista, la primera encomienda establecida en ese lugar se la adjudicó a sí mismo Cortés. Hacia 1532 se había nombrado allí un corregidor y, poco después, la jurisdicción de éste abarcó los pueblos de San Salvador y San Martín Texmelucan (al norte) y Cal pan, Acapetlahuacan y Huaquechula (al sur). Los franciscanos se establecieron allí hacia marzo de 1525. Como primer guardián de un conventillo que se edificó fue nombrado uno de los doce primeros frailes, Juan Juárez. A él le sucedió en 1529 —el año en que llegó Sahagún a México— fray Toribio de Benavente Motolinía. Fue entonces cuan­ do tuvieron lugar las exacciones de Ñuño Beltrán de Guzmán en contra de los indios de Huexotzinco que motivaron, según vimos, la airada intervención de Zumárraga. También por ese tiempo se cambió de lugar el pue­ blo y convento. Al parecer en las barrancas cercanas se habían refugiado muchos miles de indígenas hu­ yendo de las violencias que trajo consigo la conquis­ ta. El traslado significó la reubicación de cerca de cua­ renta mil vecinos, al decir del cronista fray Jerónimo de Mendieta. Correspondió ocuparse de tan dificulto­ sa empresa a fray Juan de Alameda, a quien se atri­ buye además haber dado comienzo al gran convento que hasta el día de hoy allí se yergue. Cuando fray Bernardino llegó a Huexotzinco se pro­ 64

seguía trabajando en la fábrica del convento e iglesia, los que no se terminaron sino hasta 1570. De las ac­ tuaciones religiosas en Hucxotzinco, describe una Sahagún que lleva a pensar, una vez más, en los ideales cuya implantación buscaban los franciscanos. Para lo­ grar un reflorecimiento del cristianismo al modo an­ tiguo, en el que las cosas materiales no fueran sino medios para hacer posible la dedicación a la vida del espíritu, era necesario ofrecer a los indígenas un am­ biente propicio para ello. Nuevas formas de organiza­ ción comunitaria debían crearse y precisamente en vinculación estrecha con quienes eran portadores del mensaje evangélico. He aquí lo que al respecto des­ cribe Sahagún: Hízose tam bién a los principios una diligen­ cia en algunos pueblos de esta Nueva España donde residen tos religiosos, como fu e en Cholula y en Huexotzinco, que los que se casaban los poblaban p o r sí, ju n to a los monasterios, y a llí moraban, y de a llí venían todos a misa cada día a l monasterio, y les predicaban e l cristianis­ m o, y e l m odo de la cohabitación matrimonial, y era m uy buen m edio éste para sacarlos de la infección de la idolatría y otras nudas costum ­ bres. .. (Historia General, libro X, Relación del autor). Casi seguro es que en tales predicaciones se valiera de su sermonario en náhuatl. Al igual que en el co­ legio de Santa Cruz de Tlatelolco, también en Huexotzinco buscaba él sobre todo el acercamiento con los jóvenes. En ellos, mucho más que en los por tantos años arraigados en sus antiguas creencias, de­ bía florecer de manera más fácil el cristianismo. En­ tregado a labores misioneras, recorriendo lugares cer­ canos, experimentó —como antes frente al Templo Mayor de México-Tenochtitlan— muy honda admira­ ción ante otros impresionantes vestigios de la antigua religiosidad indígena. En dos sitios de su Historia ge­ neral pondera la grandeza extraordinaria de Cholula. En el prólogo al libro VIII dice: 65

Los que de esta ciudad huyeron [alude a Tollan-Teotihuacán], edificaron otra m uy próspe­ ra, que se llama Cholula, la cual p o r su grande­ za y edificios los españoles en viéndola le pusie­ ron Roma p o r nom bre... Y, describiendo la gran pirámide, que cabe repe­ tirlo, es la mayor que en el mundo se conoce, para ex­ plicarse cómo pudo ser hecha acude a la vieja y uni­ versal persuasión de una remota existencia de gi­ gantes: aun parece ser cosa indecible asegurar que son edificados a mano — [los edificiosJ—, y no lo son ciertamente, porque los que los hicieron en­ tonces eran gigantes, y aun esto se ve claro en e l cerro o m onte de Ceolula, pues manifiesta es­ tar hecho a mano, porque tiene adobes y enca­ lado (Historia general, libro X, cap. XXIX). Y así como los monumentos de la antigua cultura tanto lo admiraron, también las realidades naturales fueron objeto de su atención. Se refiere, por ejemplo, a un río que se llama Néxatl, que quiere de­ cir ' lefia o agua pasada p o r ceniza”; de esta ca­ lidad esté un río entre H uexotzinco y Acapetlahuacan que desciende de la sierra que humea, que es e l volcán, que comienza desde lo alto de él; es agua, se derrite en la nieve, y pasa p o r la ceniza que echa e l volcán; súmese bien cerca de él, y tom a a salir abajo p o r entre H uexotzinco y Acapetlahuacan. Yo v i e l origen y lugar donde se sum e que es ju n to a la nieve y e l lugar donde to rn a a salir (H istoria general, libro X I, cap. XII). El ya notado sentido de observación de fray Bernardino vuelve a quedar aquí al descubierto. Describe la naturaleza del agua que forma ese río. Es nieve derre­ tida que, al pasar por entre cenizas arrojadas por el volcán, adquiere una calidad muy especial, como de lejía, en opinión suya. Y él, que cada vez se intere­ saba más por lo lingüístico y cultural, nota también 66

que por tal circunstancia el río se llamaba Néxatl, agua pasada por ceniza (de atl, agua y nex [di], ceniza). Y, asimismo, de sus correrías por esa región, pro­ porciona otras noticias. Una de ellas se refiere igual­ mente a corrientes de agua: Yo vi dos arroyos, uno entre Huexotzinco y San Salvador —Texmelucan— , y otro entre H uexotzinco y Calpan, que manan y corren el tiem po que llueve, y cesan de correr y manar en e l tiem po de secas... Esta que a primera vista parecería consideración bas­ tante simple la formula Sahagún en un contexto en el que quiere recoger algo de la clasificación que ha­ cían los pueblos nahuas de los diversos géneros de corrientes de agua. Según las noticias que allegó, las fuentes que brotan en tierra llana se nombran ameyalli (de a[tl], agua, y meya, manar). Las corrientes que unas veces corren y otras no, sin que tenga ello relación con la época del año, se designan pinahuiza tl (de a[tl], agua, y pinahuiz[tli], vergüenza), «por­ que —según dice— la vergüenza de los que pasan, las contiene». Y respecto de los ríos o arroyos, como los que ha descrito, cuyas corrientes se rigen por la temporada de lluvias, nota que a veces las llaman teztzáuatl (a[tl], agua y tetzáuh[tli], portento), porque corriendo tan sólo en ciertos tiempos, sus avenidas pueden alarmar a las gentes. Volviendo la atención a los montes, tres son las re­ ferencias que hace de su estancia en Huexotzinco. Una es al ya mencionado Poyauhtécatl, Señor de la niebla, el pico más alto en territorio mexicano (5.747 m.): Hay un m onte que se llama Poyauhtécatl, es­ tá cerca de Ahuilizapan —Orizaba, Veracruz— . Ha pocos años com enzó a arder la cumbre de él, y yo le vi muchos años que tenia la cumbre cu­ bierta de nieve, y después vi cuando com enzó a arder, y las llamas aparecían de noche y de día, de más de veinte leguas —distancia aproximada desde Huexotzinco— , y ahora, como e l fuego ha gastado mucha parte de lo interior d eím o n 67

te, ya no se aparece e l fuego, aunque siem pre es­ tá a rd ien d o (H isto ria g en era l, lib ro X I, cap. XII). Hechas estas observaciones sobre la actividad volcá­ nica del que hoy se conoce como Pico de Orizaba, alu­ de luego brevemente a otra montaña, menos elevada, pero que tenía connotaciones religiosas para los nahuas: Hay otro gran m onte cerca de Tlaxcala, que llaman Matlalcueye, quiere decir m ujer que tie­ ne las naguas azules. Tal nombre, bien lo sabía él, era uno de los títulos de la diosa Madre en su relación con las aguas que fe­ cundan a la tierra. Y cabe añadir, de paso, que sil Mat­ lalcueye se le cambió luego el nombre para adjudicar­ le otro, también de mujer. La Malinche, es decir, el de la célebre indígena que actuó como intérprete y compañera de Hernán Cortés. Una referencia más al Popocatépetl llevó a fray Bernardino a hacer denuncia de lo que había descubierto en un pueblo situado en su falda. Tal recordación del tiempo de su estancia en Huexotzinco, ya que dicho pueblo caía en la jurisdicción, la hizo en una N ota en su Historia general, en la que condenó varias prácti­ cas religiosas que, a su juicio, no eran sino encubier­ tas formas de idolatría. He aquí lo que refiere: A la raíz d el volcán, en un pueblo que se lla­ ma Tianquizmanalco, San Juan; hacían en ese lugar gran fiesta a honra d el dios que llamaban Telpochtli —el joven—, que es Tezcatlipoca —espejo humeante—, y como los predicadores oyeron decir que San Juan Evangelista fu e vir­ gen, y el tal en su lengua se llama Telpochtli, tomaron ocasión de hacer aquella fiesta como la solían hacer antiguam ente, paliada debajo d el nombre de San Juan Telpochtli, como suena por fuera, pero a honra d el Telpochtli antiguo que es Tezcatlipoca, porque San Juan a llí ningunos milagros ha hecho... (Historiageneral, libro XI, nota). 68

El comentario sahagunense sobre lo que ocurría en Tianquizmanalco, al pie del volcán cerca de Huexotzincn, como habremos de verlo, se integró en una más amplia denuncia que haría hacia 1576 de lo que ocurría en otros lugares, donde nuevas formas de cul­ to se habían superpuesto a las practicadas antes en ho­ nor de los dioses prehispánicos. Y, por cierto, al decir de fray Bernardino, otro de esos sitios se hallaba en un montecillo, el Tepeyácac, en la nariz d el m onte, donde el culto a la Virgen de Guadalupe sustituía o paliaba al antiguo de Tonantzin, Nuestra Madre, la suprema deidad femenina. Retorno a un Tlatelolco muy cambiado En 1545, probablemente obedeciendo una orden de sus superiores, volvió Sahagún al Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco. En cinco años no eran pocos los cambios que allí se habían producido. Acerca de la si­ tuación que prevalecía, nos dice Sahagún: Enseñaron los frailes a los colegiales y estuvie­ ron con ellos más de diez años —[desde enero de 1336 y aun desde antes de la apertura fo r­ mal] —, enseñándoles toda la disciplina y cos­ tum bres que en e l colegio se habían de guardar y ya que había entre ellos quienes leyesen —die­ ran clases— y quienes a l parecer fuesen hábiles para regir e l colegio, y dejáronlos que leyesen y se rigiesen ellos a sus solas... (Historia general, libro X, Relación d el autor digna de ser notada). Fue así como el colegio, cuando volvió a él fray Ber­ nardino en 1545, se había transformado en una ins­ titución que, si bien continuaba bajo la supervisión de los frailes, contaba ya con un personal académico indígena. Aunque no consta quiénes eran el rector y los maestros nanuas en ese año, sabemos por el Códi­ ce de Tlatelolco que seis después, en 1551 —cuando el virrey Mendoza muy poco antes de marcharse al Pe­ rú hizo una donación al colegio— se encontraba co­ 69

mo rector Pablo Nazareo, natural de Xaltocan, que desde su niñez se había criado con los doce primeros franciscanos. Al decir del oidor Alonso de Zorita, fue m uy buen latino y retórico, y lógico y filósofo, y no m al poeta en todo género de versos. Eran también en­ tonces maestros del colegio Martín Espiridión y Anto­ nio Valeriano de Azcapotzalco. Este último será lue­ go el mejor de los colaboradores de Sahagún y llegará a ocupar el cargo de gobernador indígena de México. Lo que así se presentaba como una primera culmi­ nación del proyecto hubo de verse afectado, como la ciudad toda y buena parte del país, por una gravísi­ ma epidemia de matlazáhuatl, enfermedad del géne­ ro del tifus, que en ese año estalló. De ello habla Sahagún: E l año de 1545 hubo una pestilencia grandí­ sima y universal, donde en toda esta Nueva Es­ paña murió la mayor parte de la gente que en ella había. Yo m e hallé en e l tiem po de esta pes­ tilencia en la parte de Tlatelolco y enterré m is de diez m il cuerpos y a l cabo de la pestilencia diom e a m í la enferm edad y estuve m uy a l cabo (Historia general, libro XI, cap. XI). La aseveración de fray Bernardino de haber sepul­ tado m is de diez m il cuerpos debe entenderse obvia­ mente en el sentido de haber participado, dirigiendo o colaborando, en los entierros en masa de los afecta­ dos por la peste. Es muy probable que se ocuparan en ello no pocos de sus estudiantes. Quizá a esto mis­ mo se debió que muchos de ellos murieran contagia­ dos y que el propio Sahagún cayera tan gravemente enfermo que, según lo expresa, estuvo tan al cabo, o sea, que poco le faltó para morir. Volviendo sobre esta misma epidemia, recordaba fray Bernardino en 1576 que la pestilencia que hubo ahora treinta y un años ha, dio gran baque —golpe— al colegio... Tanto se había extendido la epidemia que las cifras de muertos dadas por distintos cronistas cau­ san en verdad pavor. Así el agustino fray Juan Grijalva, en su Crónica agustiniana de Michoacán, tras con­ 70

signar que, como prenuncio de dicha poestilencia, se vieron llamaradas en el volcán Popocatépctl y hubo otra serie de malos augurios, llega a afirmar que cin­ co sextas partes de los indios perecieron. El ya citado espontáneo informante del emperador, el antiguo conquistador Jerónimo López, en una carta del 10 de septiembre de 1545, escribió al monarca que tan sólo en diez leguas a la redonda de la capital habían muer­ to cerca de cuatrocientos mil individuos. Según el cro­ nista Torquemada, el número se dobló en lo que en­ tonces era la Nueva España. Nada extraño fue, como lo notó Sahagún, que di­ cha pestilencia diera tan gran baque o golpe al cole­ gio. Para remediar en cuanto se pudo la disminución de los estudiantes, entre ellos algunos de los más aven­ tajados, al decir del virrey Mendoza, se abrieron en­ tonces las puertas a jóvenes, no ya sólo de la antigua nobleza indígena, sino de cualquier extracción social. Unica condición para ser admitidos y retenidos era la de mostrar una adecuada capacidad intelectual. Vol­ vió así a ponerse en marcha el antiguo proyecto de educación superior en el que habrían de converger va­ liosos elementos culturales del Viejo y Nuevo Mundos. La primera investigación de fray Bernardino en tomo a la antigua cultura La idea que, según vimos, se iba forjando fray Ber­ nardino, de conocer a fondo la cultura indígena co­ mo condición necesaria para poder llevar a cabo una labor evangélica sobre base firme, le movió durante estos años a dar un primer paso, antecedente de lo que serían luego sus investigaciones con un enfoque integral. Si acerca del tiempo en que emprendió este trabajo, él mismo proporciona información, en cam­ bio, sobre el lugar en que la llevó a cabo, la cosa está menos clara. Quienes se han ocupado de su persona y obra han expresado así diferentes opiniones al res­ pecto. En tanto que unos piensan que ello ocurrió en el ámbito del colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, 71

otros se han inclinado por el pueblo de Tepepulco, hoy Tepeapulco, al sur del actual estado de Hidalgo, cerca del moderno centro industrial que atinadamen­ te fue bautizado con el nombre de Ciudad Sahagún. No hay duda alguna —ya que el mismo investiga­ dor lo escribió— que cuando en 1558 su superior fran­ ciscano le hizo encargo formal de inquirir acerca de las antigüedades indígenas, Sahagún se trasladó, para iniciarlas, al referido pueblo de Tepepulco. En cam­ bio, es acerca de su primer trabajo, asimismo de in­ vestigación sobre la cultura náhuatl, emprendido en 1547, donde ha surgido la diferencia ae pareceres. Respecto de la fecha, proporciona él una noticia que permite fijarlo con certeza en 1547. Tal noticia apa­ rece al final del libro VI del Códice Florentino, que incluye la postrera elaboración de su Historia General en náhuatl y castellano. Dicho libro VI está integrado por una colección de textos, muestras de la A ntigua palabra, discursos que se pronunciaban en momentos y circunstancias muy significativas en la vida del hom­ bre y la sociedad indígenas. Esos textos, muestras ex­ traordinarias de la literatura de tradición prehispáni­ ca, se conocen como H uehuehtlahtolli, A ntigua pala­ bra. Pues bien, al final del libro en que se transcri­ ben esos testimonios dispuso nuestro fraile se incluye­ ra la siguiente nota: Fue traducido en lengua española p o r e l di­ cho padre fray Bemardino de Sahagún, después de treinta años que se escribió en lengua m exi­ cana, este año de 1577. Restando treinta años al de 1577, nos encontramos con el de 1547, que fue cuando Sahagún recopiló sus 39 huehuehtlahtolli en lengua náhuad. La pregunta que, en cambio, queda por resolver es dónde llevó a cabo tal investigación. Para responder es necesario atender a los datos que Bernardino y otros proporcio­ nan acerca de este lapso de su vida. El examen de las referencias que se conservan nos muestran que perma­ neció él desde 1545 hasta 1558, salvo breves salidas, en el Colegio de Tlatelolco. Además, respecto de otro 72

muy importante texto —del que luego trataremos— que también recogió e hizo transcribir en náhuatl ha­ cia 1553, consta que la correspondiente investigación la llevó a cabo hallándose en Tlatelolco. Estos hechos parecen dar fundamento a la idea de que el inicio de las investigaciones sahagunenses so­ bre la antigua cultura ocurrió en 1547 en el contexto del Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, en el que, por ese tiempo, se emprendían además otros trabajos también de rescate cultural en materia de medicina in­ dígena y de elaboración de documentos, como uno de carácter cartográfico y otros relacionados con códices o libros al modo antiguo. Cosa probable fue que fray Bernardino, que conocía los trabajos de otro francis­ cano, Andrés de Olmos, que haDÍa transcrito otros huehuehtíahtolli', testimonios de la antigua palabra, inquiriera entre los ancianos indígenas que solían acer­ carse al convento y al colegio de Tlatelolco. Sus pri­ meras búsquedas cristalizaron al fin cuando pudo es­ cuchar ya de labios nahuas los textos extraordinarios en los que, como lo expresó, se contenía el meollo de la retórica y filoso fia m oraly teología de la gente m exi­ cana, donde hay cosas m uy curiosas tocantes a los p ri­ mores de su lengua y cosas m uy delicadas tocante a las virtudes morales. Abundando en su apreciación del significado espi­ ritual y valor literario de estos huehuehtíahtolli, Sahagún no dudó en hacer comparación con testimonios que consideró afines de otros pueblos de la antigüe­ dad clásica, así como de los tiempos modernos. Todas las naciones, nos dice, han puesto los ojos en los sa­ bios y poderosos para bersuadir, y tam bién en los hombres em inentes en tas virtudes morales... Y, acto seguido, compara y dice: Hay de esto tantos ejemplos entre los griegos, latinos, franceses, españoles e italia­ nos, que están los libros llenos de esta materia. Tal aprecio por la retórica, filosofía moral y teología flo­ recidas en la propia cultura, se usaba tam bién en esta nación indiana y más principalm ente entre los m exi­ canos, entre ¡os cuales los sabios, retóricos, virtuosos y esforzados eran tenidos en m ucho. 73

Son en verdad estos testimonios de la antigua p a ­ labra muestra de lo más elevado en la sabiduría del México prehispánico. Hay entre ellos varias oraciones al Dios supremo, Tloqueh Nahuaque, D ueño de la cercanía y de la proxim idad; discursos a propósito de la muerte del principal gobernante, y elección y en­ tronización de otro; consejos de los padres a hijos e hijas, mostrándoles lo que es bueno y lo que es malo en la tierra y, en suma, otro conjunto de exhortacio­ nes y reflexiones que se expresaban en los principales momentos del ciclo vital, desde el nacer, ingresar a la escuela, salir de ella ya formado, contraer matrimo­ nio, noticia del embarazo de la joven esposa, hasta la enfermedad y la muerte. Fray Bernardino, al recoger estos textos, incremen­ tó no poco su admiración por lo que se le presentaba como un espiritualismo insospechado en el pueblo vencido. Y como, al parecer, cuando tales huehuehtlahtolli fueron conociéndose entre los españoles, so­ bre todo frailes, hubo algunos que dudaron de su au­ tenticidad, y supusieron que era atribución hecha por Bernardino, hombre en verdad sabio, éste, disgusta­ do, escribió: En este libro se veri m uy claro que lo que al­ gunos ém ulos han afirmado que todo lo escripto ... son ficciones y mentiras, hablan como apa­ sionados y mentirosos; porque lo que en este li­ bro esté escripto no cabe en entendim iento de hombre hum ano e l fingirlo n i hombre viviente pudiera fin g ir e l lenguaje que en é l está. Y to­ dos los indios entendidos, si fueran pregunta­ dos, afirmarán que este lenguaje es e l propio de sus antepasados y obras que ellos hacían (Histo­ ria general, libro VI, prólogo). Esta cosecha de testimonios en el lenguaje propio de los sabios antiguos vino a ser valiosa aportación y asimismo poderoso incentivo de continuar en la inves­ tigación. Comenzaba a cristalizar el empeño por ahondar en el conocimiento del alma del hombre in­ dígena como condición imprescindible para poderlo 74

encaminar luego hacia un cristianismo puro y verda­ dero, como el de la Iglesia de los tiempos apostólicos. Docencia, más investigaciones y otros quehaceres, en Tlatelolco Fray Bemardino continuó su estancia en el Colegio de Santa Cruz, que había de prolongarse esta vez has­ ta 1358. Además de seguir actuando, al lado ya de los nuevos profesores indígenas, como maestro de gra­ mática y latinidad, tuvo ocasión entonces de estrechar más su relación con algunos de sus antiguos estudian­ tes, los trilingües —hablaban náhuatl, latín y caste­ llano— que años después serían colaboradores en su magna investigación. El virrey Antonio de Mendoza, que tantos trabajos había promovido y realizado, desde fundar nuevos pueblos y ciudades, organizar expediciones al norte del país, someter grupos rebeldes, como el muy céle­ bre que dio lugar a la llamada guerra d e l M ixtón en 1542 en territorio de Jalisco y Zacatecas, a la que alu­ de Sahagún en el capítulo II del libro VIII de su His­ toria general, había prestado su apoyo a proyectos en el campo del desarrollo de la cultura espiritual. Entre éstos sobresalen el establecimiento de la imprenta en 1539. la creación de nuevas escuelas como el colegio de San Juan de Letrán para jóvenes mestizos, así co­ mo la obtención de la cédula de Carlos V, de 22 de septiembre de 1551, en virtud de la cual se creó la Universidad de México con los mismos estatutos y pri­ vilegios que la de Salamanca. En lo concerniente al conocimiento de las culturas indígenas para informar acerca de ellas al emperador, puede recordarse que fue Mendoza quien dispuso se elaborara el códice que hasta hoy lleva su nombre. En las tres partes de que consta dicho manuscrito se re­ presenta al modo prehispánico la secuencia en la ex­ pansión de los antiguos mexicanos, durante el perío­ do de cada uno de los gobernantes supremos; se des­ criben luego, cualitativa y cuantitativamente, los tri­ 75

butos que recibían de diversas provincias y, finalmen­ te, se ofrece un cuadro, bastante preciso y completo, de lo que hoy podría describirse como la etnografía prehispánica: formas de gobierno, educación, alimen­ tos, atavíos, etcétera. AI virrey, que había demostrado considerable inte­ rés por lo tocante a las manifestaciones superiores de la cultura, tanto la indígena como la hispánica, corres­ pondió encargar al colegio de Santa Cruz hacia 1548 ó 1549 la elaboración de un mapa de la ciudad de México y sus contornos. Dado que es muy probable que en tal trabajo participaran Sahagún y sus más cer­ canos colaboradores, conviene recordar cómo fue que se llevó a cabo dicho trabajo. En abril de 1546 el prín­ cipe Felipe, regente en ausencia del emperador Car­ los, había pedido a Mendoza que se realizaran traba­ jos de índole cartográfica para disponer mejor la ad­ ministración del virreinato. Igualmente él y su padre habían manifestado su deseo de conocer cómo era la tan renombrada ciudad de México. El virrey, al ente­ rarse de tal interés, consideró que, dado que en el co­ legio inaugurado por él en Tlatelolco se desarrollaban importantes trabajos que incluían la copia de antiguos cóaices, bien podía encargarse allí la elaboración del deseado mapa. A su debido momento, hacia 1550, el virrey enviaría el resultado de su encargo al cosmógra­ fo real Alonso de Santa Cruz, con quien mantenía fre­ cuente correspondencia, para que lo revisara y, si lo consideraba digno, lo hiciera llegar a Carlos V. El mapa, concebido al modo renacentista, con la idea de recrear e l paisaje en el que existía la ciudad novohispana, efectivamente, se elaboró pintado sobre dos trozos de piel unidos, con una superficie de 1,14 metros de ancho por 78 centímetros de alto. En este mapa, de gran colorido, convergieron de hechos dos tradiciones cartográficas: la del México antiguo y la es{>añola renacentista. En él se representa la isla sobre a que se erguía México-Tenochtitlan y, al norte, Tla­ telolco, con el convento y el colegio, en un tamaño mucho más grande que rompe la escala del conjunto. Los lagos circundan la isla y, más allá de éstos, apa­ 76

recen las regiones ribereñas en la gran cuenca de Méxi­ co. El mapa, que puede designarse como de MéxicoTenochtitlan y sus contornos hacia 1550, incluye ade­ más cerca de 200 glifos topónimos al modo indígena, así como muchas escenas en las que se reflejan la vida y los quehaceres en la isla y en la región de los lagos. Como producción que fue de indígenas nahuas guia­ dos por el fraile, maestro en el colegio de Santa Cruz, el mapa pone de relieve los méritos de quienes allí se ocupaban en trabajos de alta cultura. También por ese mismo tiempo quedó terminado el Libellus de M edicinalibus lndorum Herbis, conoci­ do como Códice Badiana y del cual ya se hizo men­ ción. En dicho herbario, dedicado en 1552 por los mé­ dicos indígenas de Tlatelolco a don Francisco de Men­ doza, hijo del virrey, se hizo rescate de no poco de lo mejor en la farmacología indígena. Todas estas for­ mas de relación del colegio con don Antonio, el virrey, ayudan a comprender por qué éste, como lo recoraó fray Bemardino bastantes años después, hablando de la situación económica del colegio, lo había proveído de cierto apoyo. S i e l señor don A ntonio de Mendoza, que en gloria sea, virrey que fu e de esta Nueva España, no los hubiera proveído de su hacienda y ae una poca rentilla que tienen, con que se sustentan pocos y mal, ya no hubiera memoria d el colegio y d el colegial... (Historia general, libro X, Re­ lación d el autor digna de ser notada). Grande fue la estimación en que tuvo Bernardino al virrey Mendoza, al que conoció el día 6 de enero de 1536 cuando se inauguró solemnemente el colegio de Santa Cruz. Por diversas razones, a lo largo de su vida se vería él en relación con varios de los virreyes. Así, después de la partida de Mendoza con rumbo al Perú, gobernando ya don Luis de Vclasco, el prime­ ro, encontramos que Sahagún y otros franciscanos, en­ tre ellos el provincial fray Juan de San Francisco, el co­ misario general Francisco de Bustamante, el guardián de México, Diego de Otarte, Antonio de Ciudad Ro­ 77

drigo y Toribio de Benavente Motolinía, reunidos, co­ mo dicen, en nuestra congregación capitular, escriben una carta al emperador don Carlos, de fecha 20 de oc­ tubre de 1552. En tal misiva piden al soberano deslinde la autori­ dad del virrey de la que compete a la Audiencia, de suerte que el primero, que tiene m uy gran deseo y vo­ lu n ta d de favorecer y defender a estos pobres natura­ les, pueda gobernar más libremente. Del hecho de que fray Bernardino aparezca firmando esta carta, se confirma además lo que el cronista Jerónimo de Mendieta había expresado de él, que a veces fu e definidor de esta provincia d el Santo Evangelio. Ejercer tal car­ go significaba participar en el definitorio, consulta y gobierno franciscanos, al lado del padre superior o (>rovincial y de otros como el comisario y algunos de os principales guardianes o superiores de conventos. Tal cargo, aunque requería tiempo y atención, no apartaba en realidad a Sahagún de sus ocupaciones en Tlatelolco. El libro de la conquista: la «visión de los vencidos» Justamente por ese tiempo fray Bernardino, en su empeño por comprender los sentimientos y formas de pensar del hombre indígena, acometió otra tarea de muy grande interés: recopilar testimonios de labios de quienes habían presenciado o participado en los he­ chos de la conquista. Sabemos por el mismo investi­ gador que tal empresa la llevó a cabo en Tlatelolco ha­ cia 1553-1555. Revisando lo que conservaba de sus pa­ peles en 1585, quiso Sahagún corregir y enriquecer sus antiguos testimonios nahuas acerca de la conquista. Al comienzo de lo que fue su nueva versión notó lo siguiente: Cuando esta escriptura —acerca de la conquis­ ta— se escribió, que ya ha más de treinta años, toda se escribió en lengua mexicana. Los que me ayudaron en esta escriptura fueron viejos prin­ cipales y m uy entendidos... que se halfaron pre­ 78

sentes en la guerra cuando se conquistó esta ciudad. En e l libro, donde se trata de esta Conquista, se hicieron varios defectos, y fu e que algunas co­ sas se pusieron en la narración de esta Conquis­ ta que fueron m al puestas, y otras se callaron, que fueron m al calladas. Por esta causa, este año de m il quinientos y ochenta y cinco, enm endé este libro... Si restamos algo más de treinta años al de 1585, nos encontramos en 1553-1555, que fue el lapso d u ­ rante el cual el fraile investigador obtuvo sus testimo­ nios de esos viejos que se hallaron presentes en la guerra cuando se conquistó esta ciudad. Tales testi­ monios, en los que claramente se ve que son tlatelolcas los que hablan, los incorporaría más tarde, como libro XII, en la Historia general en náhuatl y en cas­ tellano. En un breve prólogo A l lector indica Bernardino, con ciertas reticencias y aparente vacilación, cuál había sido su propósito. Por una parte expresa que: A unque muchos han escrito en romance la conquista de esta Nueva España, según la rela­ ción de los que la conquistaron, quítela yo es­ cribir en lengua mexicana, no tanto p o r sacar al­ gunas verdades de la relación de los mismos in ­ dios que se hallaron en la conquista, sino p o r p o ­ ner e l lenguaje de las cosas de la guerra y de las armas que en ella usan los naturales, para que de a llí se puedan sacar vocablos y maneras de de­ cir, propias para hablaren lengua mexicana acer­ ca de esta materia. Pretende Bernardino que su propósito fue básica­ mente lingüístico, ya que afirma que así se podrán sa­ car voces y maneras de decir en náhuatl sobre la Íjucrra. De esto parecería desprenderse que la guerra e parecería tema de particular interés, cosa que él mis­ mo contradice en vanos lugares de su obra, pues la tie­ ne como uránica y destructora. En cambio, prosi­ guiendo en su mismo prólogo, no puede ocultar la que ha sido en realidad su ¡dea rectora: conocer lo que 79

significó en la conciencia indígena el drama de la conquista. Los que fueron conquistados y supieron y die­ ron relación de muchas cosas que pasaron entre ellos durante la guerra, las cuales ignoraron los que los conquistaron, p or las cuales razones me parece que no ha sido trabajo superfino e l ha­ ber escrito esta historia, la cual se escribió al tiem po en que eran vivos los que se hallaron en la m isma Conquista y ellos dieron esta relación, y personas principales y de buen juicio, y que se tiene p o r cierto que dijeron toda la verdad. El relato en náhuatl de ios vencidos se inicia con la evocación de las señales y pronósticos que aparecieron antes de que vinieran los hombres de Castilla, y con­ cluye con la rendición de los mexicanos después de ochenta días de asedio a su ciudad, la prisión del prín­ cipe Cuauhtémoc y una amonestación de Cortés a los señores de México, Tetzcoco y Tlacopan (los de la Tri­ p le Alianza), requiriéndoles la entrega del oro que, se decía, tenían oculto. No es éste ciertamente el tes­ timonio indígena más antiguo del mismo Tlatelolco, y que ostenta la fecha de 1528. Sí es, en cambio, el texto más amplio y de mayor fuerza, en el que los ven­ cidos hablan por sí mismos y dan a conocer lo que fue para ellos su enfrentamiento y derrota ante los hom ­ bres de Castilla. Este relato, dramático testimonio derivado de las pesquisas de Sahagún, despertó enorme interés desde el siglo XVI. Fray Juan de Torquemada en su Monar­ quía Indiana lo cita y proclama que nadie podrá en­ tender lo que fue la conquista si no toma también en cuenta el parecer de los indígenas. Por mi parte diré que, con el título de Visión de los vendaos, he di­ fundido este testimonio que sigue cautivando la aten­ ción en tal grado que son muchas las impresiones que de él se han hecho, así como traducciones a catorce lenguas. Ciertamente que fray Bernardino, al recopi­ lar estos textos, hizo extraordinaria aportación. De sus otras actividades anteriores a 1558, cuando. 80

ampliados sus propósitos, inició la investigación inte­ gral de la antigua cultura, im pona recordar tres de panicular significación. Una fue la prosecución de su acercamiento, cada vez más penetrante, al náhuatl. Indicio de que era bien conocido y apreciado tal in­ terés suyo fue que, al publicar fray Alonso de Molina su Vocabulario en lengua castellana y mexicana en 1555, según se hace constar en el colofón: Fue vista y examinada esta obra p o r e l reve­ rendo padre fray Francisco de U ntóm e, guardián d el monasterio de Sant Francisco de México, y p o r el reverendo padre fray Bemardino de Sahagún, de la dicha orden, a quien e l examen de ella fu e cometido. El segundo género de actividad consistió en conti­ nuar con la tarea que dentro de su plan de acerca­ miento al hombre indígena se había echado a cues­ tas: la traducción al náhuad de textos bíblicos. Pen­ saba él —como luego lo expresó formalmente en su prólogo al libro de los Colfoquios y D octrina Christiana—, que la palabra de las Sagradas Escrituras de­ bía hacerse llegar al pueblo nativo. De hecho, según veremos, en 1561 dio por concluida su traducción al náhuatl de todas las epístolas y evangelios que de­ ben leerse en los domingos y principales fiestas del año. La última actuación suya, anterior al inicio de su más amplia investigación, parece haber tenido lugar poco antes de 1558. Fue entonces cuando se trasladó a Michoacán en calidad de padre visitador de los frai­ les que allí laboraban y que integraban aún una Cus­ todia, es decir, un conjunto menor en rango al de una provincia franciscana. Acerca de los habitantes indí­ genas de Michoacán habría de inquirir más tarde, cuando, recopilando textos para su Historia general, fue transcribiendo noticias en náhuatl sobre los prin­ cipales grupos nativos de la Nueva España. Allí re­ uniría los testimonios de sus ancianos informantes acerca de los señoríos y reinos que habían florecido en la antigüedad, como Teotihuacán, Cholula, Tula y 81

otros, así como de lo que los mexicanos pensaban so­ bre gentes de lenguas y culturas diferentes. Tales tes­ timonios fueron, según vamos a verlo, una parte tan sólo en el gran conjunto de textos que pasaron a in­ tegrar su magna Historia general.

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LA MAGNA EMPRESA DE INVESTIGACION CON APORTACIONES LINGÜISTICAS, HISTORICAS Y EN LO QUE SE LLAMA ANTROPOLOGIA CULTURAL (1558-1580)

Convergencia de dos empeños fue el inicio de la lar­ ga etapa de investigación integral emprendida por Sanagún. De una parte estaba su ya antiguo interés de ahondar en el conocimiento de la cultura indígena pa­ ra poder edificar sobre base firme la nueva cristian­ dad. De otra, en 1558, recibió un mandato muy par­ ticular del recién nombrado décimo provincial del Santo Evangelio, fray Francisco de Toral. A m í m e fu e mandado p o r sancta obediencia —escribe fray Bernardino— de m i prelado m a­ yor que escribiese en lengua mexicana lo que m e pareciese ser ú til para la doctrina, cultura y manutenencia de la cristiandad destos naturales desta Nueva España, y para ayuda de los obre­ ros y ministros que ¡os doctrinan... (Historia ge­ neral, libro II, prólogo). Y en otro lugar, puntualizando más cuál era el sen­ tido del mandato recibido, expresa que: p o r mandato d el m uy reverendo padre, fray Francisco de Toral, provincial desta provincia d el Santo Evangelio, y después obispo de Campe­ che y Yucatán, escribí doce libros de las cosas di­ vinas o, p or m ejor decir, idolátricas, y humanas, y naturales desta Nueva España... (Historia ge­ neral, libro I, prólogo). Acerca de la vida y obra del padre Francisco de To­ ral proporciona noticias el cronista Mendieta. Sabe­ mos que había nacido en Ubeda, Andalucía. Años 83

después de ingresar a la Orden franciscana, pasó a México. Allí fue el primero en aprender las lenguas popoloca y náhuatl, habladas amDas en la región de Tecamachalco, en el actual estado de Puebla. Como cosa probable puede pensarse que durante esa etapa de su vida pudo haber tratado más de cerca a fray Bernardino, que, entre 1540-1545, laboraba como misio­ nero en Huexotzinco, no muy lejos de Tecamachalco. Conociendo y compartiendo el interés de éste por la lengua náhuad y por ahondar en el conocimiento de la cultura indígena, al ser elegido provincial para el trienio de 1558 a 1561, y de común acuerdo con Sahagún, le hizo entonces formal encomienda p or santa obediencia de emprender la investigación que a Bernardino tanto interesaba. Las motivaciones de Sahagún Antes de ver cómo inició éste su trabajo, es nece­ sario inquirir más acerca de las motivaciones que lo in­ dujeron a él. Falso sería, como algunos parecen pre­ tenderlo, postular que Sahagún trabajó movido en es­ pecial por intereses que hoy calificaríamos de cientí­ ficos. Y, sin embargo, también estaría alejado de la verdad afirmar que se entregó a su obra guiado por un celo exclusivamente misional. Parece cierto que su motivación original fue de carácter religioso. Sin am­ bages lo declara él en su prólogo al libro I de su His­ toria general. Allí, comparando al evangelizador con el médico, escribe: El médico no puede acertadamente aplicar las medicinas al enfermo sin que primero conozca de qué hum or o de qué causa procede la enfer­ medad. De manera que el buen médico convie­ ne sea docto en e l conocimiento de las m edici­ nas y en el de las enfermedades para aplicar con­ veniblem ente a cada enferm edad la medicina contraria. Los predicadores y confesores, m édi­ cos son de las ánimas para curar las enferm eda­ des espirituales: conviene tengan esperitia de las 84

medicinas y de las enfermedades espirituales. El predicador de los vicios de la República para en­ derezar contra ellos su doctrina, y e l confessor para saber preguntar lo que conviene y enten­ der lo que dijeren tocante a su oficio, conviene m ucho que sepan lo necessario para ejercitar sus officios. N i conviene se descuiden los ministros aesta conversión con decir que entre esta gente ' 's pecados que de borrachera, hurto y Porque otros muchos peccados hay entre ellos muy más graves y que tienen gran necessidad de remedio. Los pecados de la idolatría y ritos idolátricos, y supersticiones idolátricas y agüeros, y abusiones y cerimonias idolátricas no son aún perdidos d el todo. Para predicar contra estas cosas y aun para sa­ ber si las hay, m enester es de saber cómo las usaban en tiem po de su idolatría que, p o r fa l­ ta de no saber esto, en nuestra presencia hacen m uchas cosas idolátricas sin que lo en ten ­ damos. De lo dicho por fray Bernardino queda claro que obró motivado por su condición de misionero que ha de conocer la antigua cultura, con todos sus ritos e ido­ latrías, para desterrarlas y poder plantar el cristianis­ mo. Ahora bien, más adelante, en ese mismo prólo­ go, pone él mismo al descubierto otras razones que lo han movido. Una de ellas es el interés lingüístico, li­ gado ciertamente al motivo anterior (propiciar la evangelización) pero ya con visos de tenerse como atrayen­ te por sí mismo: Esta obra como una red barredera para sacar a lu z todos los vocablos desta lengua con sus p ro­ pias y methaphóricas significaciones y todas sus maneras de hablar y las más de sus antiguallas, buenas y malas; es para redem ir m il canas por­ que con harto menos trabajo de lo que a q u í m e cuesta podrán, los que quisieren, saber en poco tiem po muchas de sus antiguallas y todo e l len­ guaje desta gente mexicana. 85

Conocer los vocablos con sus significaciones m e­ tafóricas, todas sus maneras de hablar, lenguaje y an­ tiguallas, son objetivos que parecen atraer por sí so­ los, aunque desde luego alcanzarlos será de gran ayu­ da a todo misionero. A bundando en esto, casi al fi­ nal de este prólogo en una nota A l sincero lector, añade: Cuando esta obra se comenzó, comenzóse a decir, de los que lo supieron, que se hacía un Calepino; y aún hasta agora, no cesan muchos, de m e preguntar, ¿que en qué térm inos anda el Calepino? Ciertamente fuera harto provechoso hacer una obra tan ú til para los que quieren de­ prender esta lengua mexicana como Ambrosio Calepino la hizo para los que quieren depender la lengua latina y la significación de sus voca­ blos. Pero ciertamente no ha habido oportuni­ dad, porque Calepino sacó los vocablos, y las sig­ nificaciones dellos, y sus equivocaciones y metháp horas de la lectiÓn de los poetas, y orado­ res, y de los otros authores de la lengua latina, autorizando todo lo que dice con los dichos de los authores; e l quid fundam ento m e ha faltado a m í; por no haber letras, n i escriptura entre es­ ta gente y ansí m e fu e im possible hacer Calepi­ no. Pero eché los fundam entos para quien qui­ siere, con facilidad le pueda hacer borque por m i industria se han escripto doce libros de len­ guaje propio y natural, desta lengua mexicana, donde allende de ser m uy gustosa y provechosa escriptura, hallarse han tam bién en ella todas las maneras de hablar, y todos los vocablos que es­ ta lengua usa: tam bién authorizados y ciertos, como lo que escribió Vergilio y Cicerón, y los de­ más authores de la lengua latina. Y así como mucho significó para Sahagún el inte­ rés lingüístico, también, a medida que se adentraba en su investigiación, fue creciendo en él la atracción por conocer, por sí misma, la antigua cultura. De ello habla muchas veces en su Historia general y también 86

en este prólogo que venimos citando del libro I. Así expresa que aprovechará mucho toda esta obra para cono­ cer e l quilate desta gente mexicana, e l cual aún no se ha conocido... A n sí están tenidos por bár­ baros, y p o r gentes de bayísimo quilate, como se­ gún verdad en las cosas de política (cultura, re­ finam iento) echan el p ie delante a muchas otras naciones que gran presunción tienen de p o ­ líticas. .. Y en el contexto en que escribió esto ofrece luego una breve síntesis de la historia prehispánica, que de­ be calificarse de extraordinaria. Habla allí de la anti­ güedad de los pobladores y aduce el testimonio de las pinturas o códices indígenas. Pondera los monumen­ tos dejados por los distintos habitantes creadores de reinos y señoríos que se fueron sucediendo, desde Tula-Teotihuacán (Tula en el sentido de ciudad), Cholula, Xochicalco, Tula-Xicocotitlan, hasta Méx¡co-Tenochtitlan. Metido ya en el tema de la historia y la cul­ tura, no oculta su admiración y escribe: Hay grandes señales de las antiguallas de estas gentes, como hoy día parece en Tula y en Tulantzico, y en un edificio llamado Xochicalco, que es­ tá en los términos de Cuauhnáhuac —Cuernavaca— . Y casi en toda esta tierra hay señales y ras­ tro de edificios y alhajas antiquísimos... D el saber o sabiduría desta gente hay fam a que fu e mucha, como parece en e l libro déci­ mo, donde en e l capítulo 29 se habla de los p ri­ meros pobladores desta tierra, donde se afirma que fueron perfectos filósofos y astrólogos y m uy diestros en todas las artes mecánicas... En lo que toca a la religión y cultura de sus dioses, no creo que ha habido en e l m undo idólatras tan reverenciadores de sus dioses, ni tan a su costa como éstos desta Nueva España... Al descubierto quedan así, desde el prólogo al li­ bro I de la Historia general, las tres motivaciones cla­ 87

ves en la empresa de investigación que realizó fray Bernardino: de índole religiosa, lingüística e histéri­ co-antropológica o cultural. Corresponde ahora ver có­ mo echó a andar su proyecto. La minuta o esquema de las materias que debían investigarse A fray Bernardino debemos la descripción del mo­ do como organizó su trabajo. Así en el prólogo al II libro de la Historia general, explica: Rescebido este mandamiento —el que le ha­ bía hecho el provincial fray Francisco de Toral—, hice en lengua castellana una m inuta o m em o­ ria de todas las materias de que había de tratar, que fu e lo que está escripto en los doce libros y la postilla y los cánticos,.. Estas breves palabras requieren ciertamente comen­ tario. Deseable es reconstruir, hasta donde sea dado, la m inuta o memoria, es decir, el esquema y estruc­ tura de aquello que se propuso abarcar en su trabajo. Añade luego Sanagún que lo abarcado fue precisa­ mente el contenido de los doce libros en que al fin quedó dividida su Historia general y además la pos­ tilla y los cánticos. En realidad fray Bernardino, al es­ cribir esto en la década de los años setenta, a modo de resumen alude a la mayor parte de lo que había llevado a cabo a partir de 1558. Lo que a lo largo de esos años fue recopilando en materia de textos indíge­ nas, así como el ordenamiento que hizo de los mismos, y lo que de cuenta propia fue escribiendo en náhuatl y en castellano, todo ello había sido objeto de sucesivas revisiones y reelaboraciones. De tal afán perfeccionista, en su empeño de reestructurar cada vez mejor el con­ junto de su trabajos, se deriva, tanto la riqueza como la complejidad que todos los especialistas en historia an­ tigua de México reconocen en su obra. El examen de la documentación más antigua que se conserva como pane de los textos en náhuatl reco­ 88

gidos por Sahagún sobre cultura indígena es sin duda el mejor camino para enterarnos de cómo estructuró él su minuta o memoria. Los folios que pertenecen a esa más antigua documentación que, como veremos.la obtuvo en el pueblo de Tepepulco, tienen la caracte­ rística de incluir numerosas pinturas al modo indíge­ na y textos que son la declaración o lectura de las mis­ mas. El propio Sahagún distribuyó esos Primeros m e­ moriales —como los designó el mexicano don Fran­ cisco del Paso y Troncoso al reproducirlos en facsímile en 1906— en cinco grandes capítulos. Aunque de ellos sólo se conservan cuatro, de su examen se des­ prende qué es lo que originalmente quiso abarcar al buscar tal información sobre la cultura indígena. Los dos primeros capítulos en náhuatl versan sobre «cosas divinas», uno acerca de los dioses y el otro sobre lo que hay en el cielo y en el inframundo. Los siguien­ tes dos capítulos abarcan cosas humanas, el tercero las tocantes al Señorío y el cuarto a otras realidades per­ tenecientes a los seres humanos. Hubo un quinto ca­ pítulo, del cual se sabe que incluía textos sobre las co­ sas naturales o de la tierra. Hay incluso noticia de que los folios correspondientes estuvieron en posesión de un impresor madrileño de apellido Sanz. Se dice que en dicho manuscrito había pinturas de plantas y ani­ males, o sea, que su contenido guardaba relación con las cosas naturales. La pista de dichos folios, por des­ gracia, se ha perdido. Si se compara esta distribución de materiales, en los que constituyen los textos más antiguos recopilados y organizados por fray Bernaidino, con lo que él mis­ mo, en su prólogo al libro I, ha descrito como el ob­ jetivo de su investigación, veremos que hay coinciden­ cia plena. Allí expresó que su intención fue escribir so­ bre las cosas divinas, o, p o r m ejor decir, idolátricas y humanas, y naturales, desta N ueva España. Algunos estudiosos de la gran aportación sahagunensc se han preguntado de dónde pudo haber deri­ vado nuestro fraile la concepción y organización de su obra. Dado su carácter de acercamiento integral a una cultura, se ha pensado en que pudo haber tomado co­ 89

mo modelo la Historia Natural, de Plinio, o, al decir de otros, la obra de San Isidoro de Sevilla, sus enci­ clopédicas Etimologías, o de Bartholomeus Anglicus, que en el siglo XIII escribió D e Proprietatibus Rerum (De las propiedades de las cosas) y abarcó muchos de los mismos temas que atrajeron el interés de Sahagún. No siendo posible dar una respuesta tajante a esta cuestión sobre posibles obras que, leídas por fray Bernardino, hayan sido para él fuente de inspiración, pa­ rece suficiente recordar que en el contexto renacentis­ ta en que se había formado, en la Universidad de Sa­ lamanca, se respiraba un interés, de alcances universalisitas, por acercarse al conocimiento de las realida­ des culturales y naturales de los pueblos de la anti­ güedad clásica y, en muchos casos, también de los tiempos modernos. El método de la investigación Llevando consigo su m inuta o memoria, se trasla­ dó Bernardino hacia fines de 1538 o principios del año siguiente al pueblo de Tepepulco —hoy Tepcpulco, al sur del estado de Hidalgo— y entonces perte­ neciente a la provincia de Aculhuacan o Tetzcoco. Respecto del dicho pueblo conviene recordar que pre­ cisamente en 1558 dieron principio los franciscanos a su actividad misional en ese lugar. Allí habrían de edi­ ficar, pocos años después, el imponente convento que hasta hoy perdura. Si bien el interés evangelizador podría explicar que se trasladara Sahagún a Tepepulco, no debe perderse de vista que su intención en ese momento no era tan­ to actuar como misionero sino cumplir el encargo de su superior, inquirir acerca de las cosas divinas, o por m ejor decir idolátricas, y humanas, y naturales, aesta Nueva España. A la luz de tal propósito cabe pregun­ tarse por qué precisamente escogió el pueblo de Te­ pepulco. El muy distinguido bibliógrafo y editor de crónicas, don Joaquín García Icazbalceta (1825-1849), en su valioso ensayo acerca de Sahagún, alude con 90

buen acuerdo a la circunstancia de que el señor indí­ gena de Tepepulco era a la sazón un personaje casado con una hila del antiguo soberano ae Tetzcoco, Ixtlilxóchitl el Segundo. Dicha princesa había llevado consigo a varios distinguidos tetzcocanos, algunos de ellos hombres muy versados en su historia y tradicio­ nes. El mismo señor d e l pueblo, mencionado también en algunas crónicas tetzcocanas, fue quien facilitó a Bernardino el inicio de sus pesquisas. En e l dicho pueblo —escribió éste— hice ju n ­ tar todos los principales, con e l señor d el p u e­ blo, don Diego de M endoza —[conocido ya, con tal nombre castellano, pero llamado antes Tla­ tentzin 1— , hom bre anciano, de gran marco y habilidad, m uy experimentado en todas las co­ sas curiales, bélicas y políticas, y aun idolátricas. Habiéndolos juntado, propáseles lo que preten­ día hacer y pedtles m e diesen personas hábiles y experimentadas con quien pudiese platicar, y m e pudiesen dar razón de lo que les pregunta­ se. Ellos m e respondieron que se hablarían cer­ ca de lo propuesto y que otro día m e responde­ rían. Y ansí se despidieron de m í (Historia ge­ neral, libro II, prólogo). De don Diego de Mendoza Tlatentzin nos dice el cronista tetzcocano Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, que más tarde lo conoció, que fu e principal y natural ae Tepepulco, de edad de casi noventa años, hombre m uy leído... que tam bién tiene historias y relaciones, que alcanzó a ver la ciudad de Tetzcuco, y los hijos d el rey N ezahualpiltzintli se lo declararon. Pues bien, este señor Tlatentzin aceptó colaborar con Sahagún: Otro día vinieron, e l señor, con los principa­ les; y hecho un m uy solemne parlamento, como ellos entonces lo usaban hacer, señaláronme has­ ta diez o doce trincipales ancianos, y dijéronme que con aquellos podía comunicar, y que ellos me darían razón de todo lo que les preguntase. Estaban tam bién a llí hasta cuatro latinos, a los cuales yo pocos años antes había enseñado la gra91

marica, en e l colegio de Santa Cruz, en e l Tlarilulco. Con estos principales y gramáticos, tam ­ bién principales, platiqué muchos días cerca de dos años, siguiendo la orden de la m inuta que yo tenía hecha. Todas las cosas que conferimos m e las dieron por pinturas, que aquella era la escriptura que ellos antiguam ente usaban. Y los gramáticos las declararon en su lengua, escribiendo la declara­ ción al p ie de la pintura. Tengo aún agora estos originales. Estas palabras de Bernardino, tan escuetas, consti­ tuyen la mejor descripción del método concebido y adoptado por él. A partir de un esquema y cuestio­ nario —la m inuta—, se dirigió en busca de sus fuen­ tes de información. Estas fueron el testimonio oral de los conocedores de la cultura indígena y de su histo­ ria, y, asimismo, los códices o pinturas. Como hoy di­ ríamos, concibió su investigación con un enfoque etnohistórico. Al modo de los modernos antropólogos culturales buscó sus informantes. Pero no por ello des­ deñó las fuentes escritas: las pinturas indígenas. Y, para llevar a cabo su tarea, trabajó en equipo con sus ’ramáticos o estudiantes trilingües, antiguos discípuos suyos en el colegio de Hatelolco. Los nombres de éstos ya nos son conocidos. En varios lugares de sus obras los reitera. Así, inquiriendo en náhuatl, con esos largos parla­ m entos o diálogos, a los que los nahuas son tan incli­ nados, Sahagún fue adentrándose en un mundo de cultura que Te era desconocido. Y la cosecha fue co­ piosa y en extremo interesante, como vamos a verlo al describirla. Pero, al igual que recogía Bernardino ta­ les testimonios sobre creencias y tradiciones indígenas, hizo él también siembra de la semilla cristiana que, no debe olvidarse, era la que, por encima de todo, le interesaba plantar. A ello se refiere cuando, después de hablar de los textos y pinturas que hizo copiar en Tepepulco, añade: en ese tiem po dicté la postilla y los cantares: escribiéndolos los latinos —sus estudian­ tes— en e l mismo pueblo de Tepepulco.

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La postilla, muchas veces mencionada en sus escri­ tos, no era otra cosa sino el conjunto de comentarios sobre los evangelios y epístolas expresados a modo de sermones. Con tal sentido se usaba el vocablo posti­ lla, según lo muestra una cita, incluida en el Diccio­ nario de Autoridades, de la Real Academia Española, a propósito de la obra de fray Damián Cornejo: Es­ cribió postillas sobre la Sagrada Escritura..., comentó los cuatro evangelios y las epístolas de San Pablo... De hecho, según ya vimos, hacia 1540 había termina­ do una primera redacción de sus sermones para todas las dominicas y principales ñestas de santos a lo largo del año. Ahora, hallándose en Tepepulco, revisó y amplió, con su criterio perfeccionista, su antiguo tra­ bajo. Hay referencias que permiten afirmar que a la revisión de los sermones acompañó entonces la ver­ sión cuidadosa de los fragmentos bíblicos del Nuevo Testamento que corresponden a las lecturas domini­ cales en la celebración de la misa. Respecto a los que llama cantares y también psalmos, inspirándose en las formas de expresión, incluso giros y metáforas, de los antiguos cantos indígenas, los com­ puso durante su estancia en Tepepulco para que los en­ tonaran los indios y sustituyeran a aquellos otros idolá­ tricos de sus tiempos antiguos. Dictando lo que era su propia inspiración, escribiéronlos sus estudiantes indí­ genas. Lo elaborado así en Tepepulco se difundió lue­ go en diversas comunidades con autorización del virrey don Luis de Velasco, según lo hace notar Sahagún en el prólogo al lector, al imprimirse, hasta 1583, esos can­ tares bajo el título de Psalmodia Christiana, único libro suyo aue Bemardino vio salir de las prensas. Trabajó Bernardino en Tepepulco hasta que termi­ nó su hebdómada, es decir, su semana o período —de tres años— que fray Fancisco de Toral, el provincial, le había hecho el encargo de investigar. Refiere él en­ tonces lo que hacia principios de 1561 ocurrió: Me mudaron de Tepepulco; Uevando todas m is escripturas, fu i a morar a Santiago d el Tlatilulco —es decir, al convento vecino al colegio de Santa Cruz. 93

Allí iba a ponerse a trabajar sobre los testimonios que había reunido. Importa desde luego que nos en­ teremos ya del contenido de ésas que llamó sus escripturas. Los testimonios recogidos en Tepepulco Aunque no se conservan los más antiguos papeles con las pinturas y su declaración en náhuatl al pie, o sea, los originales que menciona Sahagún como fruto de su pesquisa en Tepepulco, existe una transcripción de ellos, hecha en el siglo XVI bajo la mirada del frai­ le precursor de la moderna antropología cultural. Di­ cha copia se elaboró en Tlatelolco. Bernardino nos da incluso los nombres de quienes la dispusieron para él, también antiguos estudiantes del Colegio de Santa Cruz. Los escribanos que sacaron de buena letra to ­ das las obras son Diego de Grado, vecino del Tlatitulco, d el barrio de la Concepción; Bonifa­ cio M aximiliano, vecino d e l Tlatilulco, del barrio de San Martín; Matheo Severino, vecino de Suchimilco, de la parte de Ullac (Historia ge­ neral, libro II, prólogo). La antigua copia de los textos recogidos en Tepe­ pulco —en los que está como germen la obra que con­ tinuó luego creciendo— se conserva hoy, encuaderna­ da sin su orden original, en dos volúmenes, cada uno de los cuales se halla en diferente biblioteca de Ma­ drid. Esos dos volúmenes se conocen entre los espe­ cialistas como Códices matritenses (de la Historia ge­ neral de las cosas de Nueva España, de fray Bernardi­ no de Sahagún). Abarcan estos códices buena parte de la documentación en náhuatl que él reunió y tan sólo una pequeña parte de sus versiones al castellano. Más adelante veremos en qué circunstancias fueron llevados a España tales manuscritos. Por el momento baste recordar que, encuadernados en desorden esos papeles sahagunenses, quedaron unos en la Bibliote­ 94

ca del Palacio Real y otros en la de la Real Academia de la Historia. El infadgable rastreador de documentos, Francisco del Paso y Troncoso — 1842-1916— , hacia fines del si­ glo pasado dedicó bastante tiempo a estos Códices m a­ tritenses de Sahagún. Su intención era publicarlos, traducido su texto del náhuatl. Pero la vida no le al­ canzó para tan magna empresa. Estudiándolos, se dio cuenta del desorden con que habían sido encuader­ nados los manuscritos que correspondían a distintas etapas en la investigación de Bernardino. Dispuso al menos una reproducción facsimilar de los mismos y, con muy buen tino y sentido crítico, en su edición reordenó los textos atendiendo a las que le parecieron ser las varias etapas de su elaboración. A cada conjun­ to documental, en la edición facsimilar que sacó a la luz en tres grandes tomos, en Madrid (1905-1907),le adjudicó la designación que, a su juicio, mejor le cuadraba. Los manuscritos más antiguos, es decir, los corres­ pondientes a Tepepulco, recibieron el título de Pri­ meros memoriales. De los otros textos y sus designa­ ciones nos ocuparemos en su lugar correspondiente. Los dichos Primeros memoriales son así —junto con los ya descritos huehuehtlahtolli, testimonios de la A ntigua palabra y el libro de la conquista— los tes­ timonios más antiguos recogidos por el fraile antro­ pólogo cultural. Teniendo a la vista el manuscrito de estos Primeros memoriales, vemos qué es lo que, en­ tre 1558 y 1561, pudo allegar Bernardino en Tepe­ pulco. Ante todo debe reiterarse que su temática corresponde a lo que se proponía indagar, de acuerdo con su m inuta o cuestionario: cosas divinas, humanas y naturales. Por desgracia los textos y pinturas que se conservan sólo comprenden los dos primeros temas. Del tercero, o sea, el referente a las cosas naturales, ya se dijo que hav indicios de que lo tenía en su po­ der, hacia fines del siglo XVIII, un impresor madri­ leño de nombre Antonio Sanz. Hasta ahora se tiene perdida la pista de su paradero. Por lo menos, el te­ ma de las cosas naturales volvería a ser objeto de la 95

atención de Bernardino en etapas siguientes de su in­ vestigación y así, acerca del mismo, se conserva am­ plia documentación en lengua indígena. El conjunto de textos de los Primeros memoriales comprende 88 folios por ambos lados (numerados, co­ mo páginas, del 1 al 176). Todos los textos incluidos están en náhuatl. Hay, asimismo, numerosas pinturas de estilo que tira al de carácter prehispánico. En cas­ tellano tan sólo existen algunas glosas y anotaciones del propio Sahagún que se propuso distribuir sus ma­ teriales en capítulos y párrafos. Los testimonios que versan sobre las cosas divinas abarcan 112 páginas (o sea, 56 folios por ambos la­ dos). Se inician con una relación de las fiestas a lo lar­ go de cada una de las dieciocho veintenas del año (18 x 20 = 360 más 5 días tenidos como aciagos al fi­ nal). A cada fiesta acompaña una pintura en color. Aunque Sahagún enriqueció luego su información so­ bre estas celebraciones, hay ya en estos textos infor­ mación muy estimable. La vida religiosa indígena se vuelve presente en ellos con sus sacrificios y otros rituales. A modo de m anual litúrgico aparece en seguida otro conjunto de textos sobre las formas de servicios o ceremonias a los dioses, tales como ofrendas, encen­ dido del fuego sagrado, acción ritual de barrer, comer tierra, es decir, tocarla con la boca para hacer jura­ mento, sacrificios de aves y, por supuesto, también de seres humanos. En la mayoría de los casos los textos están acompañados de pinturas a color. Otras dos sec­ ciones guardan asimismo relación con la liturgia: el elenco ae los diversos géneros o clases de sacerdotes y la descripción de los atavíos de los principales dioses. Se incluye en esta sección una pintura esquemática del Templo Mayor de México-Tenochtitlan. Aparecen a continuación algunos textos menores, residuos de la más antigua documentación, la trans­ crita en el mismo Tepepulco. Tratan de las ofensas a los dioses, las funciones o atributos de ellos, ritos dia­ rios a horas fijas, ejercicios en el templo y votos y juramentos. 96

Apañado de sumo interés es la transcripción de veinte himnos sacros, con sus correspondientes glosas explicativas en náhuatl. Tuvo fray Bernardino a estos himnos como textos exotéricos y nunca intentó tradu­ cirlos al castellano. En ellos, en verdad, estaba no po­ co del meollo de la vieja idolatría. Secciones, ya muy diferentes, pero relacionadas en el pensamiento indígena con el universo de los dio­ ses, son las referentes a lo que está sobre nosotros, las realidades celestes, y también, bajo la tierra, el inframundo. Encontramos así, en primer lugar, un apar­ tado sobre el sol, la luna, la gran estreua —Quetzalcóatl, es decir, Venus— , algunos conjuntos de estre­ llas, cometas, y eclipses. Relacionadas también con los ciclos de fiestas, los sacrificios y otros rituales, así como con los destinos del hombre, vinculado siempre a los dioses, ocupan luego amplio espacio las cuentas del tiempo, es decir, los cómputos calendáricos. Por una parte, hizo transcri­ bir Sahagún una xiuhmolpiUi, atadura de años, ciclo de 52 años solares, que aparecen con sus antiguos signos jeroglíficos con transcripción alfabética. Por otra, varios folios se dedican, asimismo, a la presentación del tonalpohualli, la cuenta de los días y los destinos. Fun­ damental importancia tenía este sistema que funciona­ ba a base de veinte signos y numerales, del uno al tre­ ce. Con base en él recibían su nombre todos los días del afio y los años mismos. Consultando el tonalpohuaUi, se predecían los destinos favorables o adversos de cuanto era importante en la vida humana. Transcribien­ do a continuación algunos textos acerca de agüeros y sig­ nificados de los sueños, concluyó Sahagún lo que tuvo como prim er capítulo, por cieno muy largo. Dentro de la misma sección sobre las cosas divinas, dio en seguida entrada a otro capítulo que, en cam­ bio, resultó muy breve. Versó éste acerca del inframundo, la región de los muenos y otros lugares del más allá, destinos y moradas de los muertos. Con este segundo capítulo terminó la primera pane de los que llamó don Francisco del Paso y Troncoso Primeros memoriales. 97

Este primer acercamiento de Bemardino al mundo espiritual de los antiguos mexicanos ponía ante sus ojos a un pueblo paradójico que practicaba repugnan­ tes sacrificios de seres humanos y a la vez daba mues­ tras de profunda y elevada espiritualidad. Era necesa­ rio seguir ahondando en el alma indígena, liberada del demonio, para implantar en ella la religión ver­ dadera, un cristianismo como el de los tiempos apostólicos. La segunda parte, de las cosas humanas, está distri­ buida también en dos capítulos. El primero se inicia con tres listas de gobernantes, acompañadas de bre­ ves comentarios en náhuatl, así como de efigies de los soberanos: los de México-Tenochtitlan, Tetzcoco y Huexotla. Al hablar acerca de los de la metrópoli mexicana, hay una anotación en náhuatl a propósito del señor indígena que los españoles mantenían para que rigiera a los nahuas que vivían en la isla: In ipan xih u itl ticate, in motenehuaya orne acatl, es decir, que dicho señor gobernaba hasta el momento mismo en que se escribían esos textos, en e l año en que es­ tamos, se que nombra 2-Caña, correspondiente al de 1559. En tal año, según lo vimos, Sahagún recolecta­ ba sus testimonios en Tepepulco. Referentes al estatus de los señores son también las secciones acerca de los que los asistían, las ocupacio­ nes de los nobles, sus manjares y bebidas. Incluyó va­ rias pinturas a color de los vestidos propios de los se­ ñores y las señoras. Siguen varias nóminas o elencos complementarios de utensilios, muebles, enseres y edificaciones. Don Francisco del Paso y Troncoso, que reordenó los textos de estos Primeros memoriales, ya que —según notamos— se hallan encuadernados en arbitraria secuencia en los Códices matritenses, inclu­ yó luego otros materiales, fruto asimismo del afán de saber que mostró Bernardino en Tepepulco. Tales ma­ teriales, siempre en náhuatl, son dos nóminas de hombres y de mujeres, buenos y malos. Aunque sin duda tales textos y otros que aparecen luego provie­ nen todos de Tepepulco, su reordenamiento debió ser difícil de llevarse a cabo. El propio fray Bernardino no 98

se sentía aún seguro del lugar que les correspondía en el conjunto de su obra que habría de reorganizar y am­ pliar varias veces. Los dichos textos versan sobre la educación, el ori­ gen de los chichimecas —gentes seminómadas del norte, que, fusionadas con Tos toltecas, creadores de alta cultura, eran tenidas como ancestros de los nahuas— y el poderío de los señores. El capítulo se acer­ ca a su fin con varias muestras de huehuehtlahtolli, testimonios de la A ntigua palabra, amonestaciones al pueblo y enunciación de las causas principales del eno­ jo y la tristeza que puedan afligir a los que gobiernan. El capítulo segundo de esta parte sobre las cosas h u ­ manas rebasa los límites de lo que concierne a los que gobiernan y da cabida a numerosos, aunque breves, testimonios sobre términos de parentesco, nombres de las panes del cuerpo, enfermedades y remedios. Dos secciones se incluyen que vuelven a tener relación preferencial con los gobernantes y nobles. Una, acompa­ ñada de numerosas pinturas a color, proporciona las designaciones de las armas e insinúas tales como toca­ dos, penachos y escudos; otra, al final de lo que se con­ serva de los Primeros memoriales, recoge algunos m o­ dos de cortesía y de vituperio, tanto los propios de los señores, como los que usaban las gentes del pueblo. De la tercera parte, acerca de las cosas naturales, na­ da podemos decir fuera de la vaga referencia, ya alu­ dida, de que incluía pinturas de plantas y animales. Cualquier estudioso, historiador antropólogo, o bien persona entendida que haya leído la Historia general de las cosas de Nueva España, de fray Bernardmo, tal como se ha publicado varias veces en castellano, reco­ nocerá en lo hasta aquí descrito que los textos en ná­ huatl de los llamados Primeros memoriales constitu­ yen algo así como un germen o núcleo, muy valioso en sí mismo, de lo que fue luego la obra reestructu­ rada y grandemente enriquecida. A las siguientes eta­ pas de trabajo de Sahagún se debieron sus varias re­ elaboraciones, llevadas a cabo siempre con un sentido perfeccionista. De tales empeños hablaremos a con­ tinuación. 99

La nueva aportación en Tlatelolco (1561-1565) Instalado en el convento de Santiago Tlatelolco, muy cerca del colegio de Santa Cruz, Bernardino pro­ siguió sus trabajos, en los que cabe llamar sus tres frentes, de índole doctrinal, lingüística e histórico-cultural. De lo que, recién llegado a Tepepulco, empezó a acometer, él mismo da cuenta: Fui a morar a Santiago d el Tlatelulco. D on­ de, juntando los principales, los propuse e l ne­ gocio de mis escripturas y los m andé me señala­ sen algunos principales hábiles con quien exa­ minase y platicase las escripturas, que de Tepe­ pulco traía escripias. E l gobernador, con los al­ caldes, me señalaron hasta ocho o diez princi­ pales, escogidos entre todos, m uy hábiles en su lengua y en las cosas de las antiguallas; con los cuales y con cuatro o cinco colegiales, todos tri­ lingües, p o r espacio de un año y algo más, en­ cerrados en e l colegio, se enm endó, declaró y añadió todo lo que de Tepepulco truxe escripto. Y todo se tom ó a escribir de nuevo, de ruin letra, porque se escribió con mucha priesa. En este escutrinio o examen el que más trabajó de todos los colegiales fu e Martín Jaco bita, que en­ tonces era rector del colegio, vecino del Tlatilulco, d el barrio de Sanctana. Volvió a aplicar Sahagún el mismo método que en Tepepulco. Buscó, como allá lo había hecho, sus in­ formantes, también en este caso m uy hábiles en su lengua y en las cosas de sus antiguallas. Contó otra vez con el auxilio de sus colegiales trilingües, y, de modo especial, con el de quien entonces era rector del Colegio de Santa Cruz,Martín Jacobita. A su pesqui­ sa dedicó algo más de un año. Él resultado nos lo des­ cribe: se enm endó, declaró y añadió todo lo que de Tepepulco truxe escripto. Los ancianos de Tlatelolco, al aportar sus testimonios, permitieron que Sahagún enmendara o corrigiera algunos puntos. Con sus estu­ diantes hizo declaración de las nuevas aportaciones, es 100

decir, las comentó hasta entenderlas cabalmente, ya que en esta etapa no procedió aún a preparar traduc­ ción alguna al castellano. En suma, nos dice el fraile incansable investigador que se añadid, es decir, se hi­ zo un primer enriquecimiento de materiales. Tan só­ lo que, como se escribió con mucha priesa, el manus­ crito resultó de ruin letra. Rebuscando en los ya descritos Códices matritenses, los modernos estudiosos de la obra sahagunense han querido identificar, si es que allí se incluyen, esos tex­ tos escritos de ruin letra. Probable parece que se con­ serven, encuadernados también en desorden, algunos folios que corresponden a esa etapa de primera revi­ sión y añadidos. De hecho, en el conjunto de textos ya descritos y que integran los Primeros memoriales, puede hacerse un distingo. La mayor parte, con sus pinturas a color, están muy bien escritos. Tal vez ya venían así de Tepepulco, donde verosímilmente se hizo copia a partir de las primeras notas o borradores. Hay, sin embargo, algunas páginas de ruin letra, que po­ drían coincidir con lo que refiere Bernardino. Se inclu­ yen además en los Comees matritenses otros folios, tam­ bién de pobre grafía, que difieren del modo de presen­ tación de todos los restantes que, según veremos, se dis­ tribuyen en columnas. Estos otros folios, siempre en ná­ huatl, abarcan todo el ancho de la página. Versan so­ bre la diosa Tlazoltéod, fomentadora de la lujuria, y el ritual de confesión que se le hacía; adagios sobre el sol y la luna y tradiciones sobre su restauración en la quin­ ta edad cósmica; gobernadores mexicas hasta Diego Huitznahuatlailótlac, que gobernó en Tlatelolco al tiempo en que allí trabajaba Sahagún. Don Francisco del Paso y Troncoso, el editor del facsímil de los Códi­ ces matritenses y ordenador de su contenido, designó a estos textos con el nombre de Segundos memoriales. Como puede verse, los modernos sahagunistas, pa­ ra acercarse a la magna aportación de fray Bernardi­ no, han tenido que realizar en ocasiones labor casi detectivesca. Los problemas distan de ser pocos y salen al paso en los dos volúmenes, con folios en desorden, de los Códices matritenses. 101

Otros muchos textos, fruto de la revisión y reelabo­ ración que continuó Bernardino en el Colegio de San­ ta Cruz, se incluyen en dichos códices. Sobresale un conjunto muy grande de folios, con numerosas ano­ taciones de Sahagún para distribuirlos y ordenarlos de diversas formas. Tal conjunto aparece en tres colum­ nas en cada folio, aunque sólo la del centro incluye texto, el que está escrito en náhuatl. Las otras dos las reservó Sahagún para su versión castellana —columna derecha— . Unicamente hay en los mismos Códices matritenses algunos folios en los que las tres colum­ nas se llegaron a completar. Dado que Bernardino alargó esta nueva estancia en Tlatelolco hasta 1565, el perspicaz escudriñador de documentos, Francisco del Paso y Troncoso, llamó a ese gran conjunto de textos en tres columnas, con só­ lo la del centro escrita, Memoriales en tres columnas. Sobre tal cuerpo documental iba a proseguir trabajan­ do Sahagún en una nueva etapa que importa descri­ bir. El caudal de informaciones era cada vez más gran­ de. El mundo de los antiguos dioses comenzaba a co­ nocerse mejor. Las sutilezas del calendario, la astrología, las fiestas y agüeros, se tornaban un poco menos misteriosas. Y también lo tocante a las cosas naturales empezaba a ser percibido con sus complejidades y ri­ quezas. De modo especial las enfermedades y sus re­ medios habían sido objeto de detenida investigación en Tlatelolco. Fray Bernardino mismo, consciente de la importancia de su recopilación de materia médica, conservó los nombres de los titicih, médicos nativos, que le hicieron entrega de su antiguo saber. Lo sobre­ dicho —escribió— fu e examinado p or los médicos mexicanos cuyos nombres se siguen: Juan Pérez de Sanct Pablo, Pedro Pérez de Sanct Juan, Pedro H er­ nández de San Joan ,Joseph H ernández de San Joan, M iguel García de San Sebastián, Francisco de la Cruz de X iuitenco, Balthasar Juárez de San Sebastián, A ntonio M artínez de San Joan. (H istoria general, li­ bro X, cap. XXVIII en Códice m atritense de la Real Academ ia). Y, en otro lugar, al concluir su trans­ cripción de textos acerca de los remedios de las en­ 102

fermedades, añade a la lista de nombres de médicos lo siguiente: Esta relación, arriba puesta, de las hierbas m e­ dicinales... dieron los médicos d el Tlatilulco Santiago, viejos y m uy experimentados en todas sus cosas de la medicina y que todos ellos curan públicam ente... Gaspar Martín, vecino de la Concepción; Pedro de Santiago, vecino de San­ ta Inés; Francisco Sim ón y M iguel Damián, ve­ cinos de Santo Toribio; Felipe Hernández, veci­ no de Santa Ana; Pedro de Requena, vecino de la Concepción; M iguel Garda, vecino de Santo Toribio y M iguel García, vecino de Santa Inés (Historia general, libro XI, cap. VII, párrafo 6). La actitud de Bernardino ante estos médicos indí­ genas fue la de quien desea aprender. Años adelante, cuando en 1576 otra grave pestilencia azotó a la Nue­ va España, se dolerá de que ya no había médicos in­ dígenas en el colegio, dando a entender así que esti­ maba sus remedios y formas de proceder. Inmerso como estaba en la transcripción de lo que le hacían saber los médicos nativos y los ancianos ver­ sados en sus antigüedades, todavía encontró tiempo para acometer en 1564 otra empresa también muy im­ portante. Refiere Bemadino que Hará a e l propósito... saber que esta doctri­ na, con que aquellos doce apostólicos predica­ dores —los frailes llegados en 1524— a esta gen­ te desta Nueva España comenzarona convertir, ha estado en papeles y memorias hasta este año de m il y quinientos y sesenta y cuatro, porque antes no hubo oportunidad de ponerse en orden n i de convertirse en lengua mexicana bien con­ grua y limada; la cual se volvió y lim ó en este co­ legio de Santa Cruz d el Tlatilulco este sobredicho año con los colegiales más hábiles y entendidos en lengua mexicana y en la lengua latina que has­ ta agora se han en e l dicho colegio criado; de los cuales uno se llama Antonio Valeriano, vecino de Azcapotzalco; otro Alonso Vegerano, vecino de 103

Cuauhtitlán; otro Martín Jacobita, vecino deste Tlatilulco y Andrés Leonardo, también de Tlatilulco. Limóse asimismo con cuatro viejos muy plá­ ticas, entendidos ansí en su lengua como en to­ das sus antigüedades (Colloquios y Doctrina Christiana, A Jprudente lector). La obra a la que alude aquí Sahagún abarcó varias partes. La primera, las pláticas y confabulaciones que buho entre los doce religiosos y los principales y. se­ ñores y sátrapas de los ídolos —sacerdotes indíge­ nas—... Dicha primera pane, en náhuatl y en versión resumida al castellano, es de enorme interés. En ella se reconstruyen los coloquios o diálogos que, en con­ frontación de creencias, habían tenido lugar ¡poco des­ pués de la llegada de los doce primeros franciscanos a México. En las respuestas de los sacerdotes indígenas hay palabras de hondo dramatismo. Entre otras cosas exclamaron éstos ante la condenación que habían he­ cho los frailes de sus creencias: ¡Que no muramos, que no perezcamos, aun­ que nuestros dioses hayan m uerto...! Y ahora nosotros, ¿destruiremos la antigua regla de vi­ da? ¿La regla de vida de los chichimecas, los toltecas, los colhuacas, los tecpanecas? Porque así en nuestro corazón entendem os a quién se debe la vida, nacer, crecer, desarrollarse. Por esto los dioses son invocados, suplicados... No podem os estar tranquilos y ciertamente no lo tenemos p o r verdad, lo que decís, aun cuan­ do nos ofendamos... Es ya bastante que hayamos dejado, que ha­ yamos perdido, que se nos haya quitado, im pe­ dido, la estera, e l sitial —el m ando—. S i en el mismo lugar permaneceremos provocaremos que a los señores los pongan en prisión (Colo­ quios..., capítulo VII). Acompañaban al texto de estos diálogos o confabu­ laciones otras dos partes: una doctrina cristiana y la fa­ mosa postilla, de todas las epístolas y evangelios de las dominicas de todo el año (que es la predicación 104

que hasta agora se ha usado), m uy apropiada en len­ gua y materias a la capacidad de los indios, la cual se está limando y será otro volumen p or sí, por que éste no sea m uy grande. En tanto que se han conservado una parte de los Co­ loquios y la postilla, o sea, el sermonario de las do­ minicas con los comentarios a las versiones de evan­ gelios y epístolas, la Doctrina Christiana no ha llega­ do hasta nosotros. Sahagún logró obtener licencia pa­ ra publicar su transcripción de los diálogos o Colo­ quios, pero, de hecho, nunca pudo ver tal obra im­ presa. Aunque tal vez sea pecado de vanidad, diré que he tenido el privilegio de sacar a luz en facsímile el manuscrito de esos Coloquios, con la paleografía y versión castellana del texto en náhuatl de los mismos. Dicho trabajo apareció en 1986, es decir, cuatrocien­ tos veintidós años después de que lo dejó dispuesto nuestro amigo, el gran Bernardmo. Una estancia de tres años en el convento de San Francisco de la ciudad de México Como casi siempre, es el mismo Sahagún quien nos proporciona la consiguiente información acerca de su nuevo traslado: H abiendo hecho lo dicho en e l Tlatilulco, vi­ ne a morar a Sanct Francisco de México con to­ das m is escripturas; donde, p o r espacio de tres años, pasé y repasé a m is solas todas m is escrip­ turas, y las to m é a enmendar; y dividílas p o r li­ bros, en doce libros, y cada libro, en capítulos; y algunos libros p o r capítulos y párrafos... (His­ toria general, libro II, prólogo). Así, dicho en pocas palabras, tenemos la historia de lo que fue el quehacer principal de Bernardino entre 1565 y 1568. Sus escripturas en náhuatl incluían ya un impresionante tesoro de testimonios. Tantos y tan fundamentales para conocer la cultura prehistórica de México, como ningunos otros de los muchos que, por 105

diversos caminos, han llegado también hasta nosotros. El buen fraile debió sentirse más que impresionado con tal cúmulo de textos. En tanto que no había de­ jado de atender a su postilla, versiones de evangelios y epístolas, y doctrina cristiana, tampoco había ceja­ do en sus pesquisas en torno a las cosas divinas, hu­ manas y naturales de los pueblos antiguos desta N ue­ va España. Y cabe pensar que quizá llegó Bernardino a preguntarse alguna vez si no era excesivo continuar penetrando en estas creencias y tradiciones, haciéndo­ las transcribir en náhuatl, dando posible pie a su pre­ servación con funestas consecuencias idolátricas. Si es­ to no lo aceptó Sahagún, pronto habría otros, herma­ nos suyos de hábito, que sí tuvieron como en extre­ mo peligroso lo que era el gran trabajo de su vida. El hecho es que en el convento de San Francisco, Bernardino, a sus solas, siempre perfeccionista, tom ó a repasar y enm endar sus escripturas. De ese proceso, que duró tres años, el mejor testimonio son los cen­ tenares de anotaciones que incluyó sobre todo en los textos a tres columnas que integran la mayor parte de los Códices matritenses. Tales anotaciones son a veces difíciles de leer, precisamente porque ya desde enton­ ces sufría Bernardino de un temblor de manos, que tanto se le recrudeció pocos años después, que, na­ ciendo referencia al de 1570, expresará que, p o r tem ­ blor de la mano, no puede escribir nada. El examen de sus anotaciones y reordenamientos hechos por Sahagún en sus escripturas pone de mani­ fiesto que concibió por lo menos cuatro formas dife­ rentes de organización, aunque guiado siempre por la misma idea de abarcar los temas de carácter religioso, humano y tocantes a las cosas naturales. Así, por ejem­ plo, en una de sus etapas de trabajo introdujo anota­ ciones en sus textos para distribuirlos en nueve libros. A la postre decidió incorporar a sus escripturas los más antiguos materiales, recopilados a parar de 1547, es decir, los huehuehtlahtoili, testimonios de la Antigua palabra y el libro acerca de la conquista. La magna obra quedó formada por doce libros y, como dato in­ teresante, debe notarse que al final ac cada uno qui­ 106

so él estampar su firma, de rasgos que denotan tem­ blor de mano, como para dejar plena constancia de que así quería que auedara dispuesta. La temática de cada libro es la siguiente: I. Los dio­ ses adorados por los mexicanos; II. De las fiestas y sa­ crificios a los dioses en cada veintena de días con la transcripción de veinte antiguos himnos sacros; III. Relaciones acerca del origen de los dioses y en par­ ticular acerca de Tezcatlipoca y Quetzalcóatl, con apéndices sobre los destinos después de la muerte y, menos estructurados, sobre la educación; IV. Libro del tonalpohualli o cuenta de 260 días; V. Augurios y abusiones; VI. Libro de los huehuehtlahtolli, testi­ monios de la A ntigua palabra; VII. El sol, la luna, las estrellas y la atadura de los años; VIII. De los reyes y nobles y de las formas de su gobierno, elecciones y ma­ neras de vivir; IX. De los mercaderes, oficiales de oro y piedras preciosas y de trabajos de arte plumario; X. De los vicios y virtudes de la gente y de las partes del cuerpo humano, sus enfermedades y medicinas, con un último capítulo acerca de las naciones que a esta tierra han venido a poblar. XI. De las cosas na­ turales, animales, árboles, plantas, metales y diversas piedras; XII. El libro de la conquista de México. En el contenido de esos doce libros pueden estable­ cerse algunas distinciones desde el punto de vista del origen de los textos nahuas que allí se incluyen, no ya sólo en cuanto que fueron recogidos en Tepepulco o en Tlatelolco, sino con respecto a su antigüedad y ca­ rácter de testimonios culturales. Una parte son, en sentido estricto, expresiones de la tradición prehispá­ nica. Se trata de textos que, conservados en forma sis­ temática, se entonaban o pronunciaban en circunstan­ cias particulares. Tal es el caso, por ejemplo, de los veinte himnos sacros a los dioses, también los huehuehtlahtolli o testimonio de la A ntigua palabra y alSrunos relatos, con ritmo, como los que pertenecen a os orígenes del quinto sol o Teotihuacán o acerca de la vida y portentos de Quetzalcóatl.Dichos textos constituyen muestras relevantes de la literatura pre­ hispánica en náhuad. 107

Otra pane de los materiales incluidos por Sahagún en su obra representa las respuestas más o menos es­ pontáneas que, también en náhuatl, le dieron sus in­ formantes. Dichos textos, aunque no son en sentido estricto muestra de literatura prehispánica, puede te­ nerse como reflejo de las tradiciones y formas de pen­ sar que prevalecían en el contexto cultural de los pue­ blos nahuas. A esta categoría pertenecen las descrip­ ciones de algunas fiestas, las recordaciones de los agüe­ ros que se hacían en determinadas circunstancias y las referencias a los atavíos y alimentos de los señores. Hay, asismismo, otro género de expresiones compi­ ladas por Bemardino, que constituyen respuestas a cues­ tionarios que había él propuesto a sus informantes. Di­ chas respuestas siguen una pauta que corresponde, con variantes, a la estructura de los cuestionarios. Ejemplos de este género son los referentes a las condiciones, bue­ nas y malas, de diversas personas y profesiones, así co­ mo los que versan acerca de lo que pensaban los na­ huas sobre otros grupos étnicos. Como puede verse, en la magna aportación de este gran investigador hay una gama de testimonios, cuya comprensión más plena exi­ ge varias formas de análisis, tomando en consideración su procedencia. Sahagún, como los modernos etnólo­ gos, al reunir sus testimonios, dio entrada a expresiones que no sólo provenían de diversos lugares, sino tenían también orígenes culturales diferentes entre sí. Concluida la revisión y reordenamiento de sus escripturas, todas ellas en náhuatl, nuestro fraile iba a dar varios nuevos pasos en firme relacionados con su misma Historia general y con los otros trabajos que te­ nía entre manos y sometía también a revisiones y en­ riquecimientos. Para llevar a cabo todo esto, volvió de nuevo a su Colegio de Santa Cruz. Cuarta y más larga estancia en Tlatelolco De lo que hacia 1568 llevó consigo a su colegio de Santa Cruz y lo que allí fue objeto directo de su aten­ ción, el mismo Bernardino nos informa: 108

Después desto, siendo provincial, e l padre fray M iguel Navarro y guardián d el convento de México e l padre fray Diego de Mendoza, con su favor se sacaron en blanco, de buena letra, to ­ dos los doce libros. Y se enm endó y sacó en blanco la postilla y los cantares y se hizo un arte de la lengua mexicana, con un vocabulario apén­ dice y los mexicanos enmendaron, y añadieron muchas cosas, a los doce libros, cuando se iban sacando en blanco. D e manera que e l prim er cedazo, p o r donde m is obras se cernieron, fueron los de Tepepulco; e l segundo, los d e l Tlatilulco; e l tercero, los de México. Y en todos estos escrutinios hubo gramáticos colegiales... Frutos de los primeros años de su nueva estancia en Tlatelolco fueron las revisadas copias de la Postilla y de los cantares (con el texto que publicaría en 1583 de la Psalmodia christiana), y de un A rte y vocabula­ rio de la lengua mexicana. De este último trabajo, va­ rias veces mencionado por Sahagún, tan sólo se con­ servan, según veremos, algunos fragmentos. Copia en blanco, logro de suma importancia fue también la transcripción, concluida al parecer en 1569, de los do­ ce libros en náhuatl de la Historia general. Dicho ma­ nuscrito, ahora perdido, probablemente sirvió de ori­ ginal para preparar, pocos años después, una o quizá dos nuevas transcripciones de los textos en náhuatl con versión al castellano. Con cierto gracejo comentó Sa­ hagún que en la tarea de sacar en blanco el dicho ma­ nuscrito se gastaron hartos tom ines, monedas enton­ ces usadas en México. Lapso propicio para él fue éste en que contó con el favor del provincial, Miguel Navarro, y del guardián del convento de México, Diego de Mendoza. Nos lo confirma una Relación y descripción de la provincia d el Santo Evangelio de México, dirigida en 1569, por los visitadores de la misma, al visitador real, licencia­ do Juan de Ovando. En su escrito, entre otras muchas cosas, manifiestan lo siguiente: 109

Este dicho religioso, fray Alonso de Molina —el lexicógrafo— , y otro que se llama fray Bernardino de Sahagún son los que pueden volver cualquiera cosa en la lengua mexicana y escribir en ella, como lo han hecho de muchos años acá y lo hacen al día de hoy sin cansarse. Sería gran servicio de Dios y de Su Majestad, y bien de los naturales, mandar al virrey y a los prelados de la Orden que, mientras viven estos dos religio­ sos que son ya viejos, les den todo e l favor y ca­ lor posible para que se ocupen en escribir en la dicha lengua mexicana, porque será dejar m u­ cha lum bre para los que adelante hubieren de entender en predicar y adm inistrarlos sacramen­ tos a los naturales de la Nueva España; que en­ tiendo ninguno de ellos calará tanto los secretos y propiedad de la dicha lengua como estos dos, que la sacaron d el natural hablar de los viejos... Pero a los tiempos y circunstancias favorables no es raro que sigan aconteceres adversos. Así, no obstante recomendación tan positiva como la que se hacía al vi­ sitador Ovando, pronto iba a iniciarse una larga se­ cuencia de contrariedades que afligieron a Bernardino. Todo parece haber comenzado con el cambio de provincial, cargo para el que fue elegido fray Alonso de Escalona. Este, lejos estuvo ya de querer proteger y auxiliar a Sahagún. Las envidias, que suelen corroer los ánimos de los mediocres, se habían despertado ya en contra de nuestro fraile investigador. Este tenía conciencia de ello y así se refiere varias veces a algu­ nos émulos y envidiosos que había entre sus mismos hermanos de hábito religioso. Un primer intento de preventiva defensa promovió el mismo Sahagún, que, teniendo ya sacadas en blan­ co sus escripturas, el autor dellas demandó al padre comissario..., que se viesen de tres o cuatro religiosos para que ellos dijesen lo que les parecía dellas en el capí­ tulo provincial que estaba propincuo —cerca­ no— . (Historia general, libro II, prólogo). 110

La respuesta y juicio fueron favorables, ya que die­ ron relación dellas al definitorio —junta ae los supe­ riores franciscanos— , diciendo lo que les parecía y di­ jeron en e l definitorio que eran escripturas de mucha estima y que debían ser favorecidas para que se aca­ basen... Mas, a pesar de ello, fue en ese mismo defi­ nitorio donde la tempestad comenzó a formarse en contra de Bernardino: A algunos de los definidores les pareció que era contra la pobreza gastar dineros en que es­ cribiese aquellas escripturas, y ansí mandaron al autor que despidiese a los escribanos y que él só­ lo escribiese de su mano lo que quisiese en ellas... La privación de auxilio —tan contraria a lo que se recomendaba al visitador Juan de Ovando— resultó fatal para Sahagún. El mismo nos lo dice: como era mayor de setenta años y, p o r tem blor de mano, no puede escribir, n i se p u d o alcanzar dispensación des­ te mandamiento, estuviéronse las escrituras, sin hacer nada en ellas, más de cinco años. Apelaciones al Consejo de Indias y al Papa en medio de las adversidades El superior provincial, Alonso de Escalona, incita­ do tal vez por otros frailes, ordenó entonces a Saha­ gún le entregara todos sus libros y éstos se esparcieron por toda la provincia... La intención era tal vez doble. Por una parte, se buscaban nuevos juicios que podrían esperarse serían adversos en contra de esos libros en los que se preservaban tantas cosas idolátricas. Por otra, ca­ bía pensar en que, al dispersarlos, sería difícil que su autor volviera a recobrarlos en su totalidad y, en con­ secuencia, desistiera ya de ponerlos en castellano. Sahagún, obedeciendo, hizo entrega de sus escrip­ turas en náhuatl, pero además quiso hacer llegar al Consejo de Indias y al Papa información acerca de lo que estaba investigando: lll

En este tiem po —hacia 1570— e l autor hizo un sumario de todos los libros, y de todos los ca­ p ítulos de cada libro, y los prólogos, donde en brevedad se decía todo lo que se contenía en ¡os libros. Este sumario llevó a España e l padre Mi­ g u el Navarro —antiguo provincial favorable a Bernardino— y su compañero, e l padre fray Ge­ rónimo de M endieta, y ansí se subo en España lo que estaba escripto cerca de las cosas desta tierra. Tal vez conocía fray Bernardino la recomendación que de él habían hecho sus anteriores superiores en el Informe de 1569, que ya se citó, y que iba dirigido al mismo Ovando en su calidad de visitador. Al me­ nos Bernardino nos dirá que supo que Ovando, pre­ sidente ya del Consejo de Indias, se contentó del Su­ mario que le entregaron los padres Navarro y Mendie­ ta. Y quiso además hacer llegar su propia voz hasta Roma para conocimiento del Pontífice. Sabiendo que iba a celebrarse en tierra italiana un próximo capítulo o reunión general de la Orden franciscana, entregó también a los dichos padres Navarro y Mendieta otro opúsculo, con la súplica de que fuera entregado al Pa­ pa. El título de tal escrito es: Para Nuestro Sanctíssimo Padre Pío Q uinto, Papa, un Breve Compendio de los Ritos idolátricos que los Indios desta Nueva Espa­ ña usaban en e l Tiempo de su G entilidad. En tanto que el Sumario, dirigido a don Juan de Ovando, está hoy desaparecido, el Compendio desti­ nado a Pío V se conserva hasta el presente en el Ar­ chivo Secreto Vaticano. Podemos así enteramos de 3 ue en dicho Compendio incluyó Sahagún, además e un prefacio dirigido al Papa, una parte del primer libro de su H istona general, es decir, el referente a los dioses de los pueblos nahuas, así como varias sec­ ciones o capítulos del segundo libro, acerca del ¡Ca­ lendario de las fiestas destos naturales. El opúsculo lo fechó el mismo Bernardino a 25 de diciembre de 1570. Y si, como ya lo señaló el propio Sahagún, su Sumario le traería favorable atención de Juan de Ovando, en cambio, del Compendio no se sabe qué 112

es lo que expresó Pío V, si es que algo llegó a mani­ festar sobre tal trabajo. Corrieron varios años y, al decir de nuestro amigo incansable investigador, en este tiem po —de 1571 a 1575— ninguna cosa se hizo en ellos —en sus escri­ tos— . Seguían éstos dispersos, en grave riesgo de per­ derse para siempre. Fue por ese tiempo cuando, ha­ llándose en la Nueva España el célebre protomédico d e F elip e II, el d o c to r Francisco H ern án d ez — 1517-1587— conoció algunos de esos manuscritos y se aprovechó de ellos. Había llegado al México en 1571 y en él permanecería hasta 1577 con la misión de estudiar la historia natural del país y de modo es­ pecial su farmacología. De hecho, con base en lo que investigó, preparó mego en España su magna H isto­ ria natural de Nueva España. En ella, y sobre todo en otras obras como sus Antigüedades y Conquista de la Nueva España, hizo suyas no pocas de las noticias alleSjadas por Sahagún. Dado que Hernández conocía sóo un poco de náhuatl, contó para ello y para toda su investigación con el auxilio de intérpretes. Fray Bernardino, aun privado de sus papeles y de todo auxilio, algo alcanzó a hacer durantes estos años hasta el de 1575, según consta por las fechas que apa­ recen en varios lugares de su Historia general. Radi­ cando en el colegio de Santa Cruz de Tlatelolco hizo por entonces algunas salidas a pueblos que le eran ya conocidos. Consta, por ejemplo, que hacia febrero de 1573 pasó algún tiempo en su antigua misión de Talmanalco, cerca de los volcanes. De tal estancia habla en una carta fray Cristóbal de Briviesca, dada a cono­ cer por don Alfonso Toro, otro estudioso de la vida y obra de Bernardino. La recuperación de «las escripturas» y la venida del padre comisario fray Rodrigo de Sequera Providencial fue para Bernardino la llegada a Méxi­ co en 1577 del comisario general de los franciscanos, fray Rodrigo de Sequera. Ese mismo año murió el pre113

sídente dcl Consejo de Indiasjuan de Ovando. Y tam­ bién, poco antes, regresado ya ei antiguo protector de Sahagún, el padre Miguel Navarro, se logró recuperar las dispersas escripturas: Después de algunos años, volviendo d e l capí­ tulo general —celebrado, como vimos, en Ro­ ma, donde entregó el Compendio a Pío V— e l padre M iguel Navarro... en censuras (im ponien­ do penas caso de no ser obedecido), tom ó a re­ cogerlos dichos libros a petición d el autor y, des­ que estuvieron recogidos, de a h í a un año poco más o menos, vinieron a l poder d el autor... En el lapso, tal vez de un año, desde la recupera­ ción de sus papeles hasta la llegada de fray Rodrigo de Sequera en 1575, Sahagún pudo hacer algo con sus escripturas. Por mi pane me inclino a pensar que fue por entonces cuando inició ya la traducción al cas­ tellano de sus textos y empezó también a disponer una paite al menos de su obra, según el plan que te­ nía, en tres columnas, con el texto náhuatl al centro, la versión castellana a la izquierda y las glosas lingüís­ ticas a la derecha. Se conservan en el conjunto documental de los Có­ dices matritenses dos secciones que dan testimonio de esto. Una que incluye la versión castellana de los que fueron luego los libros I —acerca de los dioses— y V —sobre agüeros y abusiones— de la Historia general. A estos textos designó don Francisco del Paso y Troncoso en su facsímile de dichos códices con el título de Memoriales en español. A la otra sección, que, por cierto, el mismo don Francisco no llegó a abarcar del todo como un conjunto, la nombró Memoriales con escolios, o sea, con los comentarios lingüísticos. Di­ chos memoriales comprenden tan sólo algunos capí­ tulos de los libros VII —sobre el sol, la luna, su res­ tauración en Teotihuacán, eclipses y otros fenómenos celestes— y X —acerca de parentescos y personas de diferentes edades y condiciones— . Es de muy grande interés citar aquí las palabras que con su mano tem­ blorosa escribió Sahagún al principio del folio 160, 114

donde comienzan estos Memoriales con escolios: Desta manera que está este cuaderno —h— a de ir toda la obra. Significa ello obviamente que los llamados Memoriales con escolios son muestra de la forma co­ mo Bernardino había concebido presentar su Historia general. En ella las anotaciones lingüísticas —las glo­ sas puestas en la columna derecha— debían tener un lugar destacado. Y cabe añadir que hay en los Códices matritenses otras dos secciones en las que también se adopta esta misma presentación, aunque no están tan bien saca­ das en limpio como las antes mencionadas. Esas otras dos secciones versan sobre rituales y agüeros, relacio­ nados con las horas del día y la noche, los astros y otros fenómenos celestes, así como acerca de parentes­ cos. Tales folios parecen ser, en parte, borradores de los mejor elaborados Memoriales con escolios. Una vez más el perfeccionismo de Sahagún quedó allí al descubierto. Hallándose Bernardino en posesión ya de sus recu­ peradas escripturas e intentando aplicar la forma de presentación que tenía él concebida, tuvo lugar, co­ mo ya vimos, la llegada, en septiembre de 1575, del comisario general de la Orden, fray Rodrigo de Se­ quera. Como providencial pudo tenerse su venida, aunque, muy pronto, a los buenos augurios se suma­ ron nuevas calamitosas realidades. He aquí el testimo­ nio de Sahagún: E l padre comisario general, fray Rodrigo de Sequera, vino a estas partes y los vio —los libros de la Historia general—, y se contentó mucho de ellos y m andó a l dicho autor que los tradu­ jese en romance. .. Respecto de esto último, el mismo Bernardino ha­ bía escrito poco antes que no hubo quien favoreciese para acabarse de traducir en romance, lo que implica, como lo dijimos antes, que ya él había empezado di­ cha traducción, de la que son muestra los Memoriales en español y Memoriales con escolios. Ahora el padre Sequera 115

proveyó de todo lo necesario para que se es­ cribiesen de nuevo la lengua mexicana en una columna y e l romance en la otra, para los enviar a España, porque los procuró e l ilustrísimo se­ ñor don Juan de Ovando, presidente d el Con­ sejo de Indias, p o r razón d el Sumario que e l di­ cho padre fray M iguel Navarro había llevado a España... Lo que Sahagún ignoraba era que, a pesar de tan buenos augurios, la muerte de Ovando y las quejas de otros frailes habían hecho llegar a España —de­ nunciando su obra como portadora de creencias ido­ látricas— iba a atraerle otra adversidad. Y también se­ rían parte en todo esto las disposiciones del Concilio de Trcnto, cuyo cumplimiento más estricto iba enton­ ces a exigir el Santo Oficio de la Inquisición. La elaboración de un nuevo manuscrito de la Historia en medio de grandes calamidades Fue en el mes de agosto de 1576 cuando comenzó a afligir, sobre todo a la población indígena de la Nue­ va España, una nueva y terrible pestilencia, conocida como hueycocoliztli, gran enferm edad. El ya conoci­ do protomédico, doctor Francisco Hernández, descri­ be así los síntomas que aparecían en los afectados por dicha peste: Las fiebres eran contagiosas, abrasadoras y continuas, m is todas pestilentes y en gran parte letales. La lengua seca y negra. S ed intensa, ori­ nas de color verde marino, verde y negro, mas de cuando en cuando pasando de la coloración verdosa a la pálida. Pulsos frecuentes y rápidos, más pequeños y débiles; de vez en cuanao has­ ta nulos. Los ojos y todo e l cuerpo, amarillos. Se­ guía delirio y convulsión, postem as detrás de una o ambas orejas, y tum or duro y doloroso, dolor de corazón, pecho y vientre, tem blor y gran angustia y disenterías. La sangre, que sana 116

a l cortar una vena, era de color verde o m uy pá­ lido, seca y sin ninguna serosidad. Algunos gan­ grenas y esfacelos invadían los labios, las partes pudendas y otras regiones d el cuerpo con m iem ­ bros putrefactos, y les manaban sangre de los oí­ dos; a muchos en verdad fluíales la sangre de la nariz; de los que recaían casi ninguno se salva­ ba. Con e l flu jo de la sangre de la nariz muchos se salvaban, los demás perecían... Atacaba espe­ cialm ente a los jóvenes y rara vez a los viejos, quienes, aun inválidos p o r ella, frecuentem ente ograban vencerla y salvarse... A unque al pare­ cer esto fu e al intcio, ya que poco a poco fu e afectando a todos los grupos de población sin di­ ferencia de edad y sexo... Por su pane, fray Bernardino, que se encontraba en el colegio de Santa Cruz y trabajaba ya en la elabo­ ración de su nuevo manuscrito de la Historia general, t radas al apoyo que había recibido del padre fray Rorigo de Sequera, escribe también acerca de la hueycocoliztli, de 1576, aludiendo de paso a aquella otra de 1545 en la que él mismo cayó enfermo:

Í

La pestilencia que hubo agora ha treinta y un años dio gran baque —golpe— a l colegio, y no le ha dado m enor esta pestilencia de este año de 1376, q ue casi no está ya nadie en e l co­ legio, m uertos y enferm os casi todos son sa­ lid o s... Yo he visto con m is ojos... que en la p esti­ lencia de ahora ha treinta años que, p o r no ha­ ber quien supiese sangrar n i administrar las m e­ dicinas como conviene, murieron los más que murieron y de hambre, y en esta pestilencia pre­ sente acontece lo mismo, y en todas las que se ofrecieren será lo m ismo basta que se acaben... (Historia general, libro X, Relación d el autor digna de ser notada). El azote de la peste siguió afligiendo a la población hasta casi fines de 1577. Para Sahagún, que se encon­ traba inmerso en sus trabajos de transcripción de la 117

Historia general, además de ver con sus ojos cómo mo­ rían tantos miles de personas, se sentía afectado, con­ templando muy de cerca cómo perecían también mu­ chos de sus estudiantes en el colegio. Este, al cumplir en 1576 justamente cuarenta años de su formal inau­ guración, se hallaba en crisis desde los puntos de vis­ ta económico, académico y demográfico. En lo econó­ mico había decaído, al decir de Bernardino, por la ma­ la administración d el mayordomo que tenía a su car­ go e l colegio, que era español. En lo tocante al aspec­ to económico había habido negligencia y descuido del rector y conciliarios —que eran ya indígenas— y tam ­ bién, p or descuido de los frailes que no cuidaban de mirar cómo iban las cosas, hasta que todo dio en tierra. En lo demográfico, además de una disminu­ ción natural de alumnos, la pestilencia se había ceba­ do entre quienes aún permanecían allí. Percatarse de esto fue muy doloroso para Bernardino y los que ha­ bían dedicado tantos esfuerzos a este colegio. En él veían un semillero del que saldrían jóvenes indígenas, cristianos genuinos, humanistas, guías para su pue­ blo. Sólo con hombres así formados sería posible la implantación de un cristianismo verdadero. Y ahora la realidad parecía desvanecer tales propósitos. En Sahagún fue creciendo el pesimismo. Sin embargo, no se resignó a dejar al colegio en abandono. Así, al de­ cir del cronista fray Juan de Torquemada, las paredes d el colegio, que buenas y recias están y m uy buenas aulas y piezas —fueron— aumentadas p o r e l padre fray Bernardino de Sahagún, que hasta la m uerte ¡o fu e sustentando y am pliando cuanto p u d o ... (Monar­ quía Indiana, libro XV, cap. XLII1). En medio de estos quehaceres y pesadumbres, Sa­ hagún distraía un poco de su tiempo en perfeccionar otro conjunto de escritos en náhuatl de tema religio­ so. Eran éstos los que llamó Adiciones y apéndices a la postilla. Entre otras cosas abarcaban unos Exercicios quotidianos en lengua mexicana, una Declaración breve de las virtudes teologales y otros textos, conce­ bidos como opúsculos aparte, entre ellos un M anual d el cristiano. 118

Ocupado así en revisar y enriquecer dichos manus­ critos y sobre todo en la tarea principal de copiar en limpio su Historia general, auxiliando a los afligidos por la pestilencia, recibió Bernardino en el mismo 1577 dos noticias que inevitablemente hubieron de perturbarlo. La primera fue la publicación de un edic­ to con el que el Santo Oficio de la Inquisición prohi­ bía se imprimiera, copiara o difundiera cualquier escriptura sagrada en lengua de los indios o en otra vul­ gar, Consecuencia de tal edicto fue que se hiciera re­ quisición de cualquier texto de epístolas y evangelios, e incluso de un libro del Eclesiastés, que se encontra­ se en náhuatl o en otros idiomas nativos. En relación con esto fray Bernardino hubo de recordar que cinco años antes, en 1572, el mismo Santo Oficio de la In­ quisición le había solicitado, al igual que a fray Alon­ so de Molina, a fray Juan de la Cruz y al dominico fray Domingo de la Anunciación, que manifestara qué libros ae la Escritura conocía estaban en lengua indígena; si la prohibición de los mismos sería nega­ tiva para la doctrina de los indios y si convenía que al menos los ministros del Evangelio dispusieran de ellos o si sería necesario prohibir dichas traducciones en for­ ma total. Fray Bernardino había respondido que sabía exis­ tían traducidos al náhuad algunos capítulos del libro de los Proverbios y que también había oído que el Eclesiastés se había vertido a dicha lengua de modo Earafrástico. En lo referente a la necesidad que tenían >s sacerdotes de disponer, tanto de los textos de epís­ tolas y evangelios para las dominicas del año, como de comentarios acerca de los mismos, su opinión fue en el sentido de que ambas cosas eran necesarias. Tex­ tualmente expresó entonces lo siguiente: Me parece que aún hay mucha fa lta de ayuda para tos predicadores; p o r tanto, m e parece que una Postilla con sus sermones que se ha hecho de pocos años acá, la pueden tener los predica­ dores, porque les dará grande ayuda; es sobre to­ dos los evangelios y epístolas de los domingos y principales fiestas d e t año. H9

Obviamente había aludido a sus propios trabajos, su célebre Postilla y sus versiones al náhuatl de los evangelios y epístolas para todas las dominicas del año. Y ahora, en 1577, el edicto expedido por el San­ to Oficio mostraba que su parecer no se tomaba en cuenta y que las traducciones que él mismo había he­ cho venían a ser materia peligrosa que debía ser en­ tregada de inmediato a los ministros de la Inquisición que seguramente iban a proceder a su confiscación y eventual destrucción. No se sabe si esto ocurrió con al­ guna copia de las versiones al náhuatl de panes de la Biblia preparadas por Sahagún. Consta, al menos, que si de algo tuvo que hacer entrega al Santo Oficio de la Inquisición, perduraron otras varias copias de ese trabajo suyo y que son las que hasta hoy se conservan en varias bibliotecas, entre ellas en la Nacional de México. La otra noticia, que Sahagún no alcanzó a conocer en su sentido verdadero, fue que el virrey don Manín Enríquez había recibido una real cédula, de fecha 22 de abril de ese año, en la que Felipe II le ordenaba el envío de todos los textos que en náhuatl y caste­ llano había dispuesto Bernaraino en relación con la cultura indígena. Cuando Sahagún se enteró de di­ cha solicitud real, la interpretó con ingenuidad en el sentido de que el monarca y sus servidores del Consejo de Indias estaban muy interesados en aden­ trarse en el conocimiento de las antigüedades de los pueblos de la Nueva España. Desconociendo el con­ tenido mismo de la real cédula, puso pronto en ma­ nos del virrey lo que le pareció más conveniente. Por desgracia la significación de la real cédula era muy distinta. En ella se traslucían las viejas envidias de esos otros frailes que lo habían acusado de propiciar la preservación de idolatrías y que, eso sí lo sabía Bernardino, lo venían molestando desde m ucho tiem­ po antes. El texto de la real cédula, que no conoció Sahagún, es el siguiente: E l Rey. D on Martín Enríquez, nuestro Visorey Gobernador y Capitán General de la Nueva España, y presidente de la nuestra Audiencia 120

Real de ella. Por algunas cartas que nos han escripto de esas provincias, habernos entendido que fray Bemardino de Sahagún, de la Orden de San Francisco, ha compuesto una Historia Universal de las cosas más señaladas de esa N ue­ va España, la cual es una computación m uy co­ piosa de todos los ritos, ceremonias e idolatrías que los indios usaban en su infidelidad, repar­ tida en doce libros y en lengua mexicana; y aun­ que se entiende que e l celo d e l dicho fray Bernardino había sido bueno, y con deseo que su trabajo sea de fruto, ha parecido que no convie­ ne que este libro se im prim a n i ande de ningu­ na manera en esas partes, p o r algunas causas de consideración; y así os mandamos que luego que recibáis esta nuestra cédula, con m ucho cuidado y diligencia procuréis haber estos libros, y sin que ae ellos quede original n i traslado alguno, tos enviéis a buen recaudo en la prim era ocasión a nuestro Consejo de las Indias para que en é l se vean; y estaréis advertido de no consentir que, p o r ninguna manera, persona alguna escriba co­ sas que toquen a supersticiones y manera de vi­ vir que estos indios tenían, en ninguna lengua, porque así conviene a l servicio de Dios Nuestro Señor y nuestro. Fecha en Madrid, a veinte y dos de abril de m ü quinientos setenta y siete. Yo e l Rey. Por mandado de S. M ., Antonio de Eraso. Consecuencia inm ediata de esta orden fue que el franciscano investigador incansable hiciera entrega de un manuscrito que fue luego rem itido a España. Los modernos estudiosos sahagunistas se devanan los sesos preguntándose cuál fue precisamente el ma­ nuscrito del que hizo entrega Sahagún. Es cierto que estaba él trabajando, con el apoyo del padre Seque­ ra, en sacar en limpio los doce libros de su Historia, el texto náhuatl en una columna y la versión caste­ llana en otra, con hermosas ilustraciones. Pero no fue ese manuscrito el que se entregó al virrey Enríquez. La razón de esto es obvia. La elaboración del mismo no se concluyó sino hasta fines de 1579. Ade­ 121

más fue el propio Sequera quien lo llevó consigo a España. En tanto que algunos investigadores han supuesto que Sahagún había estado elaborando por ese tiempo otra copia en limpio, que sería la que se entregó al virrey, por mi parte manifestaré que tengo tal hipó­ tesis como poco aceptable. Si los escribanos de Saha­ gún tardaron desde 1576 hasta fines de 1579 en dis­ poner la otra copia con el apoyo del padre Sequera, no parece posible que en un lapso mucho menor, cir­ cunscrito casi a unos meses de 1577, pudiera haberse concluido otra transcripción de la Historia. A mi pa­ recer, lo que entregó Sahagún al virrey fue una parte de los manuscritos que él mismo tenía y que desde luego no le eran indispensables en la copia que esta­ ba entonces preparando de la totalidad de su obra. Po­ dría pensarse que dichos manuscritos fueron una par­ te al menos de los que hoy se conocen como Cóaices matritenses. La ironía de lo que significó este envío para fray Bernardino podrá valorarse mejor si se recuerda que, al no tener éste noticia alguna de una posible opinión del rey o de su Consejo de Indias acerca del manus­ crito que le había enviado, decidió escribir por su cuenta una cana, indicando que, si no se había reci­ bido el envío hecho por el virrey, podría él mismo re­ mitir otros manuscritos. La contestación del monarca no tardó en llegar. Nuevamente se conminó al virrey, puesto que al decir del fraile tenía él todavía en su po­ der otros textos, se le exigiera su inmediata entrega. Sahagún, aunque privado de buena pane de sus textos, y en medio de las referidas desventuras —des­ de la pestilencia hasta la intervención del Santo Ofi­ cio de la Inquisición— prosiguió con su trabajo de transcripción que tanto le interesaba. La protección del padre comisario general iba a lograr lo que, en ta­ les circunstancias, debió parecer imposible. Conser­ vando los materiales necesarios para disponer la copia completa de los doce libros de su Historia general, convenirla al fin en realidad su propósito. 122

El llamado hoy Códice Florentino: su terminación y afortunada preservación La lectura de los diversos prólogos, noticias, relacio­ nes y otras muchas referencias que se incluyen en el nuevo manuscrito que, por conservarse actualmente en la biblioteca Mediceo-Laurenziana de Florencia, se conoce como Códice Florentino de Sahagún, nos per­ mite hacer varias precisiones respecto a su elaboración. Esta, según ya lo dijimos, se inició en 1576 y se con­ cluyó en 1579. El trabajo se llevó a cabo en el colegio de Santa Cruz de Tlateíolco; para ello contó Sahagún con el auxilio de sus escribanos indígenas. En reali­ dad mucho fue lo que entonces se hizo. Entre otras cosas, se tradujo, por vez primera, la mayor parte de los textos que habían permanecido sólo en náhuatl. Cabe recordar, por ejemplo, que, según lo hizo cons­ tar Sahagún, los huehuehtlantolli, testimonios de la A ntigua palabra, que pasaron a integrar el libro VI de la Historia, se vertieron al castellano en 1577, es decir, a la mitad de ese proceso de transcripción. En la obra participaron también artistas nativos, entre ellos casi seguramente uno llamado Agustín de la Fuente, natural de Tlateíolco, del que otro fraile, Juan Baptista, en el prólogo a un Sermonario, impreso en 1606, asienta que toda su vida no ha entendido en otra cosa sino en escribir a —para— los padres fray Bemardino de Sahagún y fray Pedro de Oroz. Del di­ cho Agustín consta que era, además de escribano e im­ presor, excelente dibujante y pintor. La obra abarcó los doce libros de la Historia gene­ ral, con los temas que han sido descritos anteriormen­ te. En la columna izquierda se incluyó el texto en ná­ huatl, dividido en libros, capítulos y, algunas veces tam bién, en párrafos. En la columna derecha apare­ ce la versión castellana. Esta no es literal, sino que en ocasiones resume lo expresado en el texto indíge­ na y a veces tam bién lo comenta. En la obra se in­ cluyen varios centenares de ilustraciones, la mayor parte a color. El estilo de estas ilustraciones refleja muy grande influencia europea renacentista. Podría 12J

decirse que en las dichas pinturas, como sucedió an­ tes con el mapa de México-Tenochtitlan, que, según vimos, se elaboró tam bién en el colegio hacia 1550, la influencia del encuentro del Viejo y Nuevo Mun­ dos se torna patente. Las pinturas son de influencia europea, pero aquello que representan es en alto gra­ do indígena. La obra terminada se encuadernó en cuatro volú­ menes. Fueron éstos los que, seguramente con pro­ funda complacencia y dando gracias a Dios, puso Sahagún en manos de su protector, el padre Rodrigo de Sequera. A él dedicó la obra en una bella inscripción latina. El padre Sequera partió con rumbo a España a principios de 1580. Bernardino podía pensar que su obra en cierto modo quedaba concluida y sería pre­ servada en alguna gran biblioteca europea para que allí fuera ampliamente conocida y estudiada. No obs­ tante, en su cabeza revoloteaba aún la idea de perfec­ cionarla y enriquecerla todavía más. Nada tiene de ex­ traño que en los años siguientes volviera a ocuparse de su magna Historia. En cambio, como lo escribió ha­ cia mediados de 1585, quien había llevado consigo sus cuatro volúmenes, fray Rodrigo de Sequera, nunca m e ha escripto en qué pararon aquellos libros... y no sé en cuyo poder estén agora. .. De hecho, Bernardino nunca volvió a saber acerca del paradero de esos cuatro libros suyos que él descri­ be como muy historiados. Ello sin duda debió serle causa de inquietud y pesadumbre, pero no de des­ aliento, ya que, con más de ochenta años de edad, quiso aún enriquecer, según veremos, algunas de las >artes de su Historia. Hoy, al menos, conocemos que os libros que se llevó el padre Sequera, lejos de per­ derse, se conservan con esmero —encuadernados, de nuevo, ahora en tres volúmenes— en la ya referida Bi­ blioteca Medicea Laurenziana de Florencia. Y puede añadirse que, justo cuatro siglos después de ese año de 1579 en que se concluyeron de transcribir, los di­ chos volúmenes de algún modo han regresado a Méxi­ co y están además presentes en muchos otros lugares del mundo. En 1979 el Archivo General de la Nación

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de México sacó a luz una en verdad fiel y preciosa edi­ ción facsimilar de los mismos, en tiraje de dos mil ejemplares. De lo que sucedió a partir de 1580 —cuando par­ tió para España Sequera con los libros de la H isto­ ria—, hasta diez años después, en 1590, cuando fray Bernardino emprendió a su vez el viaje definitivo, tra­ taremos a continuación.

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HASTA EL FIN, CON MAS TRABAJOS, SINSABORES Y ESPERANZAS (1580-1590). EL LEGADO DE FRAY BERNARDINO

Partido para España el padre Rodrigo de Sequera, continuó laborando Bernardino en su colegio de San­ ta Crua de Tlatelolco. Conservaba, ya lo vimos, pane ¡mponante de sus escripturas, aquellas que le habían servido de originales para la transcripción que hizo gracias al apoyo del padre comisario general. Algunos de esos papeles, después de muerto Sahagún, habrían de volver a dispersarse, según lo confirman las noti­ cias que ofrecen varios cronistas y otras personas que los tuvieron en su poder y los aprovecharon de dife­ rentes formas. Entre ellos estuvieron fray Juan de Torquemada, Chimalpahin Cuauhtlehuamtzin y Juan Suárez de Peralta, todos ellos autores de importantes trabajos históricos. Por su parte, nuestro fraile, que nunca pensó haber concluido del todo el conjunto de obras en las que por tantos años se mantuvo ocupa­ do, iba a hacer todavía valiosas aportaciones estrecha­ mente relacionadas con su Historia general y con otros escritos que tenía antre manos. En lo que concierne a estos últimos, él, que nunca había logrado la impresión de ninguno de sus traba­ jos —en tanto que otros, como fray Alonso de Moli­ na, había visto publicadas muchas de sus obras— , sin desesperar siguió gestionando la publicación de los cantares que desde mucho antes había compuesto en náhuatl. Desde julio de 1578 había alcanzado que el arzobispo Pedro Moya de Contreras dispusiera que esos cantares fueran examinados. El fallo que se dio fue que se trataba de un libro lim pio de toda sospe­ cha de error o herejía, m uy necesario y provechoso p a ­ ñi

ra la erudición destos naturales. Un paso más, defini­ tivo para la publicación de esa fecha, fue la licencia concedida por el virrey, conde de La Coruña, muy po­ co antes de morir, el 19 de junio de 1583. Publicación de la Psaltnodia christiana En medio de tantas incertidumbres y sinsabores, ya que continuaba ignorando qué había pasado con los volúmenes de su Historia general, considerable satis­ facción fue para Sahagún, más que octogenario, ver al menos publicada una de sus obras, compuesta por él muchos años antes. Así, en 1583, con pie de im­ prenta, En Casa de Pedro Ocharte, apareció la Psalm odia christiana y Sermonario de los Sonetos d e l año, en lengua mexicana: compuesta p o r e l M uy Reveren­ do Padre Fray Bemardino de Sahagún, de la Orden de Sant Francisco. Ordenada en Cantares o Psalmos para que Canten los Indios en los Areytos que Hacen en las Iglesias. En su breve Prólogo a l Lector comienza Sahagún re­ cordando la importancia que tenían en la antigua cul­ tura indígena los cantares que entonaban a honra de sus dioses, y para recordar las hazañas de los guerre­ ros y otros relevantes aconteceres. Duélese en seguida de que, a pesar de los ya muchos años de evangelización, porfían de volver a cantar sus cantares antiguos en sus casas o en sus teepas [teepantli, casas comuna­ les o palacios]... Y a manera de comentario, expresa algo que vuelve a poner al descubierto una arraigada preocupación suya. El que perduren tales cantos pone harta sospecha en la sinceridad de su fe christiana, porque en los antiguos cantos, p or la mayor parte, se cantan cosas idolátricas, en un estilo tan oscuro que no hay quien bien los pueda entender... Así, con la misma intención con que se puso a trabajar desde que llegó a la Nueva España en 1529, que fue la de cono­ cer la cultura indígena lo mejor posible para curar a lo indígenas de los que consideraba gravísimos dolen­ cia de idolatría, hasta lograr su plena conversión al 128

cristianismo, ahora se ufana de haber logrado la im­ presión de su Psalmodia para que d el todo cesen los cantares antiguos... y para que alaben a Dios y sus sanctos con loores christianos y católicos. Por todo eso agradece, primero al virrey don Martín Enríquez y lue­ go al conde de La Coruña, haberle concedido licen­ cias para publicar su obra. Concluyendo ya su Prólo­ go, suplica a las autoridades seculares den su consen­ tim iento y favor para que esta obra se divulgue entre los naturales, mandándoles so graves penas no canten jam ás los cantos antiguos sino solamente los de Dios y de sus sanctos. La Psalmodia de Sahagún incluye composiciones en náhuatl para muchas de las fiestas a lo largo del año. Se distribuyen éstas, a modo de capítulos, en los doce meses. Entre las fiestas principales para las que hay allí varios cantares, sobresalen la de la Circuncisión del Señor, Epifanía, Purificación de María, Santo Tomás de Aquino, San Gabriel, San José, la Anunciación, la Resurrección del Señor, la Ascensión, Pentecostés, Corpus, Apóstoles Pedro y Pablo, y otras muchas más, entre ellas una que vale mencionar, la de San Bernardino. Cabe recordar en este contexto que el propio Sa­ hagún, según el testimonio del cronista Torquemada (Monarquía Indiana, libro XIX, cap. XXXIII), había escrito algunos años antes, a petición de los indios de Xochimilco, una vida de San Bernardino, patrono del convento de ese lugar y también de nuestro fraile. Los salmos o cantares compuestos por Sahagún, en los que campea muchas veces la inspiración de las an­ tiguas producciones indígenas, incluso con sus giros y metáforas, merecieron luego una especial recomenda­ ción del Tercer Concilio Mexicano que se reunió en la metrópoli del país en 1585. Irónico resulta, a la luz de todo esto, que mucho tiempo después, mediado ya el siglo XVIII, otro franciscano interesado también en temas históricos, fray Francisco de la Rosa Figueroa creyera descubrir conceptos peligrosos en la Psal­ m odia christiana. Su aberrante celo lo llevó entonces a denunciar dicha obra ante el Santo Oficio de la In­ quisición y a actuar por cuenta propia, quemando to­ 129

dos los ejemplares que pudo haber a su alcance. ¡De este modo Bernardino llegó a ser objeto de persecu­ ciones aun después de muerto! Bernardino prosigue su actuación con sus discípulos en Hatelolco y recoge allí nuevos testimonios Un curioso episodio tuvo lugar en el colegio de San­ ta Cruz con motivo de la visita del nuevo comisario franciscano, Alonso Ponce, a mediados de octubre de 1584. Había llegado éste a la Nueva España un mes antes y había empezado por la región central. Su mi­ sión, que debía prolongarse por varios años, termina­ ría pronto en una violenta confrontación en el seno mismo de su Orden. En tal conflicto el ya muy an­ ciano fray Bernardino iba a verse seriamente involu­ crado. Sin imaginar que tal cosa iba a ocurrirle, Sa­ líagón participó en la bienvenida que se dio a fray Alonso Ponce en el colegio de Santa Cruz. Se organi­ zó con tal fin una especie de representación o sainete que, por el tema sobre el cual versó, muestra clara­ mente la intervención de Sahagún. Este, en esa Rela­ ción del autor digna de ser notada que hemos citado varias veces y que él incluyó en el libro X de su His­ toria generas, había denunciado las contradicciones y ataques que varios españoles, seglares y eclesiásticos, habían hecho en agravio del colegio de Santa Cruz. Primero se había burlado diciendo que nadie sería p o ­ deroso para enseñar gramática a gente tan inhábil to­ m o esos jóvenes indígenas. Mas cuando vieron los grandes progresos de los colegiales, espantáronse m ucho... y comenzaron a con­ tradecirlo y a boner muchas objeciones contra él para im pedirle... Decían que, pues éstos no ha­ bían de ser sacerdotes, de qué servía enseñarles la gramática, que era ponerlos en peligro de que hereticasen, y tam bién que, viendo la Sagrada Escritura, entenderían en ella cómo los patriar­ cas antiguos tenían juntam ente muchas m uje­ res, que era conforme a lo que ellos usaban, y 130

que no quem an creer lo que ahora les predicá­ semos, que no puede nadie tener más que una m ujer... Muchas otras altercaciones se tuvieron acerca de este negocio, las cuales serta cosa pro­ lija ponerlas aquí. Lo que pareció a Bernardino cosa prolija de escri­ bir, se transformó ante el padre Ponce en asunto de la actuación cómica. La representación ante al padre comisario dio comienzo con interlocutores que se ex­ presaban en latín y en castellano. Uno de los que ac­ tuaron, reconociendo su condición de colegial, irrum­ pió hablando en latín y dijo en tono irónico que era verdad que todos cuantos allí estudiaban no eran sino urracas y papagayos que pronto olvidarían lo que se les enseñaba. Prosiguió el sainete con la aparición de otro mucha­ cho indígena de buenas proporciones ataviado como español. Este ya no habló en latín, sino tan sólo en castellano, única lengua que el supuesto español sa­ bía, y comenzó a hacer crítica de lo que era, a su jui­ cio, el colegio de Santa Cruz. Educar a esos indígenas serviría tan sólo para lograr que se criasen otros mu­ chos borrachos más y desgraciados. A modo de desen­ lace entró luego otro colegial disfrazado de maestro. Haciendo frente al que representaba al español, lo in­ crepó y le dijo: M iente e l bellaco, que p o r cierto que son bue­ nos hijos y cuidadosos de la virtud y de su estu­ dio; sino que vosotros nunca sabéis abrirla boca sino para decir m al de ellos, y cualquiera cosa que les es próspera os llega al corazón, que no queriades sino que siempre anduviesen con la carga a cuestas, ocupados en vuestro servicio. La burla iba dirigida, como es obvio, a poner ante los ojos del visitador Ponce realidades que interesaba conociera. Al acompañante de fray Alonso, fray An­ tonio de Ciudad Real, le impresionó tanto lo allí re­ presentado que recogió por escrito el episodio en la crónica que escribió sobre el viaje del comisario gene­ ral. Sahagún, muy probable inspirador de la farsa, de131

bió solazarse no poco con ella y con la lección que así se daba al padre Ponce. Concluida la visita del mis­ mo, pudo Bemardino retornar a las nuevas investiga­ ciones en que entonces se ocupaba. Versaban éstas so­ bre cuatro asuntos diferentes, cosa más que extraordi­ naria si se toma en cuenta su edad, más de ochenta y cuatro años. Los cuatro temas de trabajos eran un nuevo Kalendario mexicano, latino y castellano; una revisada exposición del Arte adivinatoria que usaban los mexicanos en tiem po de su ydolatría, llamada to nalámatl, que quiere decir libro en que trata de las venturas y fortunas de los que nacen, según los signos o caracteres en que nacen; una nueva relación de la conquista española, y su ya antiguo proyecto de un Arte —gramática— y vocabulario trilingüe, náhuatl, latín y castellano. El nuevo Tratado acerca d e l calendario Respecto del calendario, conservado en una copia en la Biblioteca Nacional de México, importa señalar que lo elaboró teniendo presente ya la reforma grego­ riana (1582), que entró en vigor en México en 1584. El propósito fue presentar un calendario indígena también reformado, de suerte que en vez de las 18 veintenas de días, más los cinco días aciagos al final — 18x20 + 5 = 365— , distribuyó tales días adversos en cinco de las veintenas. De modo un tanto extraño alteró también la fecha que había fijado en su H isto­ ria general para el comienzo del año, del 2 al 1 de fe­ brero. Por lo demás incluyó asimismo una distribu­ ción sumaria de los ritos y sacrificios a lo largo de ca­ da veintena de días. A continuación dio cabida a una serie de veinte ta­ blas con los signos jeroglíficos propios de los días de cada veintena y la representación de un símbolo correspondiente al nombre del mes o veintena. O b­ viamente el propósito último de fray Bernardino era conferir una aplicación práctica a lo que había él in­ querido sobre materia calendárica al preparar su Hisl} 2

torta general. Pensaba ahora gue, reformado así el ca­ lendario indígena y correlacionado con el existente después de la reforma gregoriana, sería de utilidad a los misioneros para estar prevenidos e identificar, a lo largo de las fiestas del año, posibles superviviencias idolátricas. De hecho, otro fraile, un agustino, fray Martín de León, copió lo expuesto por Sahagún en lo tocante al calendario indígena y lo incluyó en una obra que, titulada Camino d el Cielo, publicó en México en 1611. El A rte adivinatoria Esa misma preocupación por poner al descubierto idolatrías, que al parecer se exarcebó en fray Bernardino con el paso ae los años, lo llevó a disponer una nueva versión de lo llamado por él Arte adivinatoria. En ella, trabajando verosímilmente sobre un texto en náhuatl, ya que habla de «ponerla en romance», ofre­ ció un texto muy semejante al de los primeros treinta y un capítulos del libro IV de su Historia general. Lo más interesante de este trabajo es su Prólogo. Allí, co­ mo se mencionó al hablar de sus primeras impresio­ nes recién llegado a México, es donde hace acerba crí­ tica del método que se había seguido en la evangelización de los indios y de los frutos obtenidos. El, que desde su vinculación con los franciscanos de la provin­ cia de San Gabriel, había participado en las ideas que animaban a varones como fray Martín de Valencia, sentía ahora más que nunca, en 1585, profunda de­ cepción. Los ideales de implantar entre los indios la semilla que debía nacer y desarrollarse, vigorosa, de una cristiandad al modo ae la primitiva Iglesia, no se habían convertido en realidad. Entre otras muchas co­ sas escribe en su prólogo: Hallóse después de pocos años muy evidente­ m ente la falta que ae la prudencia serpentina hubo en la fundación de esta Iglesia —consejo evangélico «sed prudentes como las serpien­ tes»— , porque se ignoraba la conspiración que 133

habían hecho entre sí los principales y sátrapas, de recibir a Jesucristo entre sus dioses como uno de ellos... De esta manera se inclinaron a tom ar p o r dios a l Dios de los españoles, pero no para que dejasen los suyos antiguos y esto ocultaron en e l Catecismo cuando se baptizaron... Y así es­ ta Iglesia nueva quedó fundada sobre falso, y aun con haberle puesto algunos estribos, está to­ davía bien lastimada y arruinada... Y en seguida expresa que a propósito de que este avieso —perversidad— se haya enmendado, se ha es­ crito e l Calendario y ahora se escribe este tratado d el A rte adivinatoria. Entre los indígenas, al decir de fray Bernardino, han ocurrido, como entre los seguidores de Mahoma, muchas falsas conversiones. Es, por tan­ to, indispensable estar enterado de las creencias anti­ guas para desenmascararlas. Tras hacer un breve elen­ co de los atributos de varios de los dioses adorados por los antiguos mexicanos, llega a decir que el tratado que ha escrio sobre arte adivinatoria bien se puede lla­ mar breve confutación de la idolatría. A la luz de to­ do esto podrá comprenderse mejor lo que menos de diez años antes había escrito sobre esa devoción tam ­ bién sospechosa de Nuestra Señora de Guadalupe en el montecillo Tepeyácac, donde tenían un tem plo de­ dicado a la madre de los dioses, que llaman Tonantzin, que quiere decir Nuestra M adre... (Historia ge­ neral, libro XI, Adición sobre supersticiones). El nuevo libro de la conquista, el arte y el vocabulario Como lo había hecho muchos años antes, hacia 1553 ó 1554 —así lo asentó Sahagún, ha ya más de treinta años—, también ahora volvió a realizar pes­ quisas con algunos ancianos que vinieron a conversar con él allí en el colegio de Santa Cruz, para escuchar de ellos sus recuerdos acerca de la conquista. Al decir de Bernardino emprendió esta nueva investigación porque en el antiguo libro de su Historia general 134

donde se trata de esta conquista, se hicieron varios defectos, y fu e que algunas cosas se p u ­ sieron en la narración de esta conquista que fu e ­ ron m al calladas. Por esta causa, este año de m il quinientos ochenta y cinco enm endé este libro... A continuación se señala la nueva forma como ha decidido presentarlo. La arraigada idea suya de ofre­ cer en columnas sus textos reaparece aquí. Y otro tan­ to puede decirse del interés no sólo histórico sino tam­ bién lingüístico. Fray Bernardino seguía siendo el mis­ mo, incansable, perfeccionista y —digámoslo de una vez— un tanto ambivalente: sentía que debía descu­ brir y perseguir idolatrías, pero se interesaba también muy hondamente por las antigüedades indígenas, sus cosas divinas, humanas y naturales. La conquista que, como él lo expresó varias veces, había alterado todo tan de raíz, era también asunto de vital interés. Este libro, nos dice: va escripto en tres columnas. La prim era es e l lenguaje indiano, ansí tosco, como ellos lo pro­ nunciaron y se escribió entre los otros libros —de la Historia general—. La segunda columna es enm ienda de la primera, ansí en vocablos como en sentencias. La tercera columna está en roman­ ce, sacado según las enmiendas de la segunda colum na... Si estuvo en lenguaje tosco la primera relación acer­ ca de la conquista, ésta nueva implicó enmiendas, tan­ to lingüísticas —de vocablos—, como de contenido — de sentencias—. Como no es creíble que en tales enmiendas procediera en forma arbitraria, a su solo antojo, hemos insinuado que en su tarea volvió a es­ cuchar los testimonios de ancianos informantes. La in­ tención de Bernardino queda en seguida enunciada: Los que tienen este tractado en la lengua m exi­ cana solamente —como fray Juan de Torquemada que lo tuvo y otros vanos, según Sahagún— sepan que están enmendadas muchas cosas en és­ te que va en tres columnas en cada plana... 135

Infortunada cosa es que del tractado en tres colum­ nas no haya llegado hasta nosotros ni el original ni co­ pia alguna. Sólo se conoce el texto en romance, es de­ cir, la versión castellana según las enmiendas. Y aun­ que parezca cosa rara, existe una sola edición comple­ ta de dicha versión castellana del nuevo libro que acer­ ca de la conquista ofreció Sahagún. Esa única edición la sacó a la luz el político mexicano y prolífico editor de antiguos textos, Carlos María de Bustamante en 1840. Dado que en la Biblioteca de la Universidad de Boston se conserva una antigua copia del mismo tex­ to (sólo en castellano), cabe esperar nueva publicación crítica de este trabajo de Sahagún —uno de los últi­ mos que acometió— tomando en cuenta dicha copia y el texto de la no muy cuidada y curiosa edición de Bustamante. Tan curiosa, por no decir extravagante, fue la tal publicación que, por razones que a fray Bernardino lo hubieran dejado perplejo, apareció precedida del extraño título de Aparición de N ues­ tra Señora de G uadalupe de M éxico, comprobada con la refutación d e l argum ento negativo que p re ­ senta don Juan Bautista M uñoz —cronista español del siglo XVIII— , fundándose en e l testim onio d e l padre fray Bernardino de Sahagún, o sea, la H isto­ ria original de ese escritor, que altera la publicada en 1829... Bustamante había tenido el mérito de ser el prime­ ro en rescatar y editar, en 1829, las Historia general. Poco después cayó, en cambio, en la pintoresca idea de valerse de la nueva versión de la conquista para de­ mostrar que el texto antes publicado por él —donde Sahagún califica de sospechoso el culto a la Virgen de Guadalupe en el Tepeyácac— debió ser transcripción errónea o que, por Ib menos, como en el libro de la conquista, existiría otra redacción que enmendaba lo allí mal puesto. Así, tantos años después de la muer­ te de Sahagún, por motivaciones nacionalistas —ya que la Virgen de Guadalupe fue símbolo que hicie­ ro n suyo los insurgentes en la guerra de independen­ cia de México— su obra fue, si no ya objeto de per­ secuciones, sí de manipulaciones. 136

Pero, volviendo a los quehaceres de nuestro fraile, nos encontramos con que, en su pensamiento, la nue­ va versión del libro de la conquista estaba concebida como complemento de sus proyectos de comprensión y enseñanza lingüísticas: También m e m oví a enm endar este tractado porque tengo propósito que, en acabando e l ar­ te y vocabulario de la lengua mexicana, en que agora voy entendiendo, leer a nuestros religio­ sos e l arte de este lengua mexicana y tam bién el vocabulario, y esta conquista, leyendo la lengua propia mexicana, como allí esté escrita... El tema del arte y gramática y el del vocabulario, que sabemos debía ser trilingüe —náhuatl, latín y cas­ tellano— tantas veces mencionado a lo largo de su vi­ da por Sahagún, reaparece aquí. A los ochenta y cin­ co años o poco más. está entendiendo en él, bien ocu­ pado por cierto. Y su propósito en todo esto es leer a nuestros religiosos, es decir, enseñarlos, capacitar­ los, para que con el arte, vocabulario y nuevos textos acerca de la conquista, penetren más en los secretos de la lengua náhuatl y también en la cultura indíge­ na que tan golpeada quedó por el triunfo de las ar­ mas de Hernán Cortés. Desenmascarar idolatrías, im plantar el cristianis­ m o, hacerlo a fondo conociendo los secretos de la lengua en que había que predicar, y valorando lo que era la antigua cultura, esto seguía integrando el meollo mismo de las motivaciones de Bemardino. A convertir en realidad sus propósitos había dedicado ya cerca de cincuenta y seis años de su vida, desde 1529 hasta 1585. Postrera tempestad en que fray Bernardino se vio envuelto Vimos ya cómo, desde septiembre de 1584, se ha­ llaba en México el comisario general fray Pedro Ponce. Sahagún lo había conocido durante la referida vi­ 137

sita que hizo al colegio de Santa Cruz. La actuación del padre Ponce poco tiempo pudo desarrollarse en forma sosegada.. Una primera alteración se sintió en­ tre no pocos miembros de la provincia franciscana del Santo Evangelio de México, cuando éstos se percata­ ron de la condescendencia de fray Pedro Ponce ante la actitud del arzobispo Moya de Contreras, muy in­ clinado a entregar a clérigos seculares las parroquias que, en forma de misiones y doctrinas, hasta enton­ ces continuaban teniendo a su cargo los franciscanos. En tales circunstancias llegó la noticia de que había si­ do elegido un ministro general de la Orden francisca­ na en Roma. Tal hecho fue aducido como argumento por el provincial del Santo Evangelio, fray Pedro de San Sebastián. A su juicio, el cambio de ministro ge­ neral anulaba la autoridad con que actuaba el padre Ponce. Este, por su parte, apoyó la vigencia de su nombramiento como comisario general en un Breve de Pío V y en otras disposiciones legales de la Orden. El conflicto se agravó hasta convertirse en abierta tempestad entre los franciscanos del Santo Evangelio. El provincial, fray Pedro de San Sebastián, se enfren­ tó entonces abiertamente al padre Ponce y obtuvo en ello el respaldo del virrey, don Alvaro Manriquez de Zúñiga, marqués de Villamanrique. En el episodio in­ tervino asimismo su esposa, doña Blanca Velasco, de­ vota del provincial franciscano. Gravísima fue la de­ terminación tomada por el virrey. Hizo éste detener al padre comisario y dispuso luego su expulsión. Así, emprendió éste el viaje con rumbo a Guatemala ha­ cia principios de 1586. Para desgracia de fray Bernardino, la tormenta muy pronto lo afectó en forma muy directa. En tanto que se encontraba inmerso en sus trabajos de revisión y en­ riquecimiento del A rte adivinatoria y de la nueva ver­ sión del Libro de la conquista, había recaído en él ocu­ par el cargo de primer definidor, en virtud de la elec­ ción de que fue objeto al celebrarse el capítulo pro­ vincial del Santo Evangelio, el 20 de junio de 1585. Ahora bien, fray Pedro Ponce, al salir ae la ciudad de México en calidad de deportador con rumbo a Gua138

témala, manifestó que correspondía a fray Bernardino de Sahagún, precisamente en su calidad de primer definidor, ser acatado como comisario general de la provincia del Santo Evangelio. Bemardino, de más de ochenta y cinco años de edad, que debió sentirse ya muy incómodo con la elección como primer definí* dor, se vio entonces en extremo perturbado con la na­ da fácil carga de actuar como comisario general en ta­ les circunstancias. Ello podría acarrearle un enfrenta­ miento con el provincial Pedro de San Sebastián y con otros miembros de la provincia. El padre Ponce, dando muestras de muy escasa ca­ pacidad conciliatoria, encomendó además a dos fran­ ciscanos que hicieran una especie de registro, para ave­ riguar quiénes aceptaban y quiénes rechazaban a fray Bemardino como comisario general. Como es obvio, tal disposición muy lejos estuvo de propiciar que se aquietara el conflicto. Dado que hubo varios frailes que declararon daban obediencia a lo dispuesto por el antiguo comisario, el virrey, que, como nemos vis­ to, era partidario del provincial Pedro de San Sebas­ tián, hizo aprehender a los tales. Los detenidos fue­ ron enviados al fuerte de San Juan de Ulúa, en Veracruz, para que embarcaran con rumbo a España. En tanto que aguardaban allí su deportación, hicieron una sene de acusaciones y denuncias, de suma grave­ dad, ante representantes del Santo Oficio de la Inqui­ sición. Al decir de dos de dichos franciscanos, fray Juan Cancino y fray Andrés Vélez, se les había apre­ sado injustamente, siendo la única razón que no se ha­ bían plegado a la actitud del provincial. Según su de­ claración, éste y otros frailes se habían mofado de lo dispuesto por el padre Ponce, que había refrendado sus órdenes bajo pena de excomunión. Además, de­ clararon que el provincial y sus seguidores habían di­ cho que por encima de todo debía acatarse al virrey como cabeza de estos reinos, en lo tem poral y en lo espiritual. Esto, al decir de los quejosos, no era otra cosa sino una herejía luterana, como la que existía en­ tonces en Inglaterra. Cuanto ocurría debió dejar per­ plejo a fray Bemardino, que se veía así obligado a 139

apañarse de su estudio para atender a cuestión tan es­ pinosa que tan de súbito le había caído con ocasión de su reciente cargo de primer definidor de la pro­ vincia. Pocos son los investigadores que se han ocupado en esclarecer en qué estuvo el meollo de esta tempestad que tanto afectó a los franciscanos de México en 1385 ' los años siguientes. Más reducido es el número de os que han tratado de explicar la que se convinió lue­ go en tajante actitud de fray Bernardino en tales cir­ cunstancias. Un estudioso español, transterrado en México, Luis Nicolau D ’Olwer, en la biografía que es­ cribió de Bernardino de Sahagún, interpretó los acon­ tecimientos en términos de un enfrentamiento entre los franciscanos de origen peninsular y aquellos otros nacidos ya en la Nueva España. Según esto, Ponce re­ presentaría a los peninsulares, en tanto que el provin­ cial, Pedro de San Sebastián, sentaba banderas con los hijos de la tierra. Sahagún había quedado en un prin­ cipio del bando de los peninsulares al recibir la orden de Ponce de hacerse cargo del oficio del comisario ge­ neral. Sin embargo, la cuestión se complicó cuando en abril de 1586 Sahagún manifestó que el verdadero superior seguía siendo el provincial Pedro de San Se­ bastián. El nombramiento que tenía él de comisario general lo entregó entonces al virrey. Declaró asimis­ mo que la pena de excomunión que pretendía impo­ ner el padre Ponce era nula, pues éste carecía ya de autoridad. Afirmándose en esta postura, con su auto­ ridad de primer definidor y con la participación de los otros, también definidores —superiores— de la pro­ vincia del Santo Evangelio, suscribió una carta el 16 de mayo de 1587, dirigida al padre Ponce, en la que se le hacía saber que se daba por finiquitado su anti­ guo nombramiento de comisario general. Como res­ puesta, fulminó éste, el 19 de diciembre del mismo año, excomunión en contra de Sahagún y los otros de­ finidores. El cambio de actitud de fray Bernardino, que se adhirió al bando del provincial, Pedro de San Sebastián, ha sido visto, en dicha forma de interpre­ tación, como un indicio de senilidad.

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En cambio, en relación asimismo con toda esta se­ rie de hechos, que mucho debieron afectar a Bcrnardino, de más de ochenta y siete años de edad, se ha elaborado otra, probablemente más adecuada, inter­ pretación. Se debe ella al profesor francés Georges Baudot. Tomando éste en cuenta varias comunicacio­ nes firmadas por los cuatro definidores de la provin­ cia, entre ellos Bernardino de Sahagún, y también por el provincial Pedro de San Sebastián y el célebre cro­ nista Pedro Oroz, dirigidas nada menos que a Feli­ pe II, llega a conclusión muy diferente. En dichas co­ municaciones, que habían permanecido olvidadas en el Archivo General de Indias de Sevilla, quienes las suscriben aluden a sí mismos como defensores decidi­ dos de los indígenas. Insisten ante el rey en que han vivido en estrecha observancia religiosa sin poseer pro­ piedad alguna, y que su único propósito ha sido im­ pedir las desviadas intenciones que tenía el comisario Ponce. El, por razón de su amistad con el arzobispo Moya de Contreras, pretendía que los franciscanos del Santo Evangelio entregaran sus conventos y doctrinas al clero secular. En opinión de Sahagún y quienes con él suscribieron dichas canas, tal medida, de haberse implantado, hubiera afectado de modo negativo y muy seriamente a la gran empresa de cvangelización de los naturales de la Nueva España. Acuden, por tan­ to, al rey para que él los libere de los peligros a que ha dado lugar la presencia del padre Ponce. Tomando en cuenta esta documentación, cabe in­ terpretar de modo muy distinto lo que ocurría. La oposición de los franciscanos, encabezados por el pro­ vincial Pedro de San Sebastián en contra de las medi­ das que pretendía tomar el padre Ponce, y la actitud 3 ue pronto asumió con plena resolución fray Bernarino no son sino refrendo de los antiguos ideales que, desde sus comienzos, habían florecido en la custodia y luego provincia del Santo Evangelio. El proyecto del padre Ponce implicaba incorporar a los indígenas al sistema de las parroquias seculares, haciéndolos así participar en las mismas formas de vida de los espa­ ñoles y mestizos. De triunfar tal propósito, desapare­ c í

cena para siempre la posibilidad de instaurar en el Nuevo Mundo los ideales de un cristianismo más pu­ ro, a la manera antigua, aquel con que soñaron quie­ nes habían dado origen a la provincia de San Gabriel de Extremadura.. Muchas amenazas se habían cerni­ do ya en contra de dichos ideales, pero ésta, en caso de triunfar, constituiría la ruina total de todo aquello por lo que habían trabajado los doce primeros, enca­ bezados por fray Martín de Valencia. Fray Bernardino de Sahagún debió sentirse agobiado y también, en de­ terminados momentos, perplejo. Precisamente hacia 1385, en las últimas páginas de su segunda versión del lib ro de la conquista, había él vuelto a recapacitar sobre lo que había sido y seguía siendo el proceso de cristianización de los indígenas mexicanos. Recordó allí cómo la tarea de la evangelización de los muchos jpueblos indígenas que vivían en la gran extensión de la Nueva España había sido en­ comendada desde un principio a los franciscanos. E l capitán don Hernando Cortés se quedó por gobernador desta tierra —al conquistar a los az­ tecas o mexicas— , y luego é l y todos los demás capitanes y personas principales deltas escribie­ ron al invictísim o emperador Carlos V ... en que suplicaban que se enviasen a estas partes predi­ cadores de la fe católica y frailes de Sant Fran­ cisco recoletos, para que predicasen a esta gente indiana e idólatra, la ley de D ios... Lo cual el emperador escribió al Sum o Pontífice... E l Papa Adriano VI, e l cual había sido ayo d el empera­ dor, proveyó este negocio de manera que envió a esta tierra doce frailes de San Francisco, reco­ letos, españoles, de la provincia de San Gabriel de Extremadura, con toda su autoridad, para fundar y regir a todos los que destos indios se convirtiesen... Recordar esto reforzaba en el ánimo de fray Bernar­ dino la decisión que había adoptado en el conflicto. Los franciscanos, herederos de los ideales de la pro­ vincia de San Gabriel de Extremadura, no podrían ha­ 142

cer entrega de las almas de tantos indígenas aue te­ nían a su cargo desde que el emperador y el Papa Adriano VI se las habían confiado. Pero, a la vez que se vendrían a su mente tales recuerdos, es muy pro­ bable que siguiera meditando en lo que, también ha­ cia 1585, había escrito sobre los grandes riesgos que existían de que la nueva Iglesia estuviera fundada en falso. Con frecuencia los mismos franciscanos habían actuado muy poco prudentes, desconociendo las raí­ ces de la antigua cultura indígena y bautizando indios en forma precipitada. Esto era aún más grave aue el intento del padre Ponce de condescender con el arzobispo Moya de Contreras en sus propósitos de secularización de las misio­ nes y doctrinas. Como lo había escrito en 1576, al es­ tar pasando en limpio su Historia general, se corría el peligro de que en la Nueva España se repitiera una vieja historia. Fray Bernardino, por la forma en que alude a ella, se nos revela hondamente preocupado y, en cierto modo, pesimista. Agobios de esta índole ti­ ñeron la trama ae sus últimos años de vida. Un in­ tento al menos de acercamiento haremos a ese postre­ ro lapso de su existir sobre la tierra. En la última vejez Lo que escribió hacia 1585, tanto en su prefacio del Arte adivinatoria como en varios lugares de su nuevo libro acerca de la conquista, nos deja percibir un Sahagún que reflexiona, preocupado, sobre lo aue ha­ bía sido el afanarse de su viaa, ante realidades que no le resultaban halagüeñas. Asunto capital era el de la implantación de la fe cristiana. Allí estaba la expli­ cación de su ida a tierras mexicanas. Pero la historia ofrecía una lección sombría. Los intentos de arraigar el cristianismo habían terminado en fracaso en no po­ cos lugares del mundo. Así lo pensaba él y lo haDía incluso escrito: La Iglesia m ilitante com enzó en Palestina y allí caminó p or diversas partes d el m undo... 143

Partióse —alejóse— la Iglesia de Palestina, y ya en Palestina viven y reinan y señorean in ­ fieles; de a llí fu e a l Asia, en la cual ya no hay sino turcos y moros; fu e tam bién a l Africa, donde ya no hay cristianos; fu e a Alem ania donde ya no hay sino herejes; fu e a la Europa, donde en la m ayor parte de ella no se obedece a la Iglesia. D onde ahora tiene su silla más quietam ente es en Italia y España, de donde, pasando e l mar océano ha venido a estas partes de la India Oc­ cidental, donde había diversidades de gente y de lengua, de las cuales ya muchas se han aca­ bado y las que restan van en camino de acabar­ se; lo más poblado y más bien parado en todas estas Indias Occidentales ha sido y es esta N ue­ va España... Paréceme que poco tiem po podrá perserverar la fe católica en estas partes, lo uno es porque las gentes se van acabando con gran priesa..., y todo se va ya acabando, que e l pan vale m uy ca­ ro y no se puede haber, y los religiosos se van enfermando y cansando... Y, como si en medio de tanta amarga toma de con­ ciencia buscara alguna esperanza, alude fray Bcrnardino a lo que ha oído acerca d el Reyno de la China, donde, según se dice, hay gente habilísima, de gran policía y saber. Quien había trabajado durante tantos años en la Nueva España, y reunido tan valiosos tes­ timonios, debió sin duda sentirse afligido por las con­ tradicciones de que tantas veces fue objeto. ¡Se le ha­ bía negado ayuda para disponer de escribanos, adqui­ rir papel y tinta! Sus esenpturas habían sido dispersa­ das y, desde que se las llevó el padre Rodrigo de Se­ quera, no volvió a saber acerca de ellas. Y luego, ya en su última vejez, había tenido que afrontar la temiestad provocada por el padre Ponce. Si los indios de a Nueva España iban a acabarse y si la fe cristiana no había echado raíces, ¿para qué se había él afanado en reunir testimonios y ahondar en las cosas divinas, hu­ manas y naturales de estas gentes?

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144

Un universo de incertidumbres y pesares debió ago­ biar a fray Bemardino. El, sin embargo, también ha­ bía escrito hacia 1376 una frase que suena casi a sen­ tencia lapidaria. Y ella era portadora de un prenun­ cio muy distinto: Tengo para m í que siempre habrá cantidad de indios de estas tierras (Historia general, libro XI, Adición). Muy difícil cosa es penetrar en el secreto de una con­ ciencia. Ello se torna imposible cuando se trata de la conciencia de alguien que se ha marchado para siem­ pre. Para opinar de lo que, en estos sus últimos años, vivió fray Bemardino en su conciencia —acerca sobre todo de sí mismo, su obra de investigador y misione­ ro y el destino que entreveía como sino de los indios— nos queda al menos un camino. Lo ofrecen quienes lo conocieron, trataron muy de cerca y dejaron su tes­ timonio acerca de él y sus postreros años. En esto so­ bresale con creces lo que dejó dicho fray Jerónimo de Mendieta. Pone éste de relieve la perseverancia de Bernardino en cumplir hasta el fin con lo que creía era su obligación: con toda su vejez, nunca se halló que faltase de m aitines y de las aemás horas —la oración en comunidad— . De su carácter añade que siguió siendo manso, hum ilde, pobre, y, en su conversación, avisado y afable a todos. Y, como si quisiera el padre Mendieta explicarnos a qué pudo deberse que, trabajando tanto y con tran grandes contradicciones, fray Bemardino pudiera al­ canzar tan avanzada edad, añade: En su vida fu e m uy reglado y concertado, y así vivió más tiem po que ninguno de los antiguos, porque lleno de buanas obras, fu e e l últim o que murió de ellos, acabando sus días en venerable vejez, de edad de más de noventa años. De la muerte de fray Bemardino hablan el mismo padre Mendieta y también varios cronistas indígenas. Según Mendieta, en 1590 se vio afectado por un ca­ tarro que a muchos atacó por ese tiempo. Temiendo los otros frailes que con él moraban en Tlatelolco que se les fuese de las manos, insistían en llevarlo a la en­ fermería del convento de San Francisco de México. A 145

esto respondía Bernardino: Callad, bobillos, dejadme que aún no es llegada m i hora. Tanto lo importunaron que al final aceptó ser tras­ ladado a la enfermería. Allí, según las palabras suyas, recogidas por Mendieta, dijo él al hermano enferme­ ro: A q u í m e hacen venir aquellos bobillos de m is her­ manos sin ser menester. Pudo aún regresar por poco tiempo a su querido Tlatelolco, hasta que al cabo de algunos días volvió a recaer y en­ tonces dijo: Agora s í que es llegada la hora. Y mandó traer ante a a sus hijos, los indios que criaba en e l colegio, y despidiéndose de ellos, fu e llevado a México donde, acabados de recibir devotam ente los sacramentos en e l convento de San Francisco de la dicha ciudad, m urió bien­ aventuradamente en e l Señor y está a llí enterra­ do (Mendieta, Historia eclesiástica indiana, libro V, parte I, cap. XLI). De los varios testimonios indígenas en náhuatl acer­ ca de su muerte, de sólo dos haré recordación. Uno procede del manuscrito conocido como Anales m exi­ canos, número 4, que, inéditos, se conservaban en el archivo adjunto al Museo Nacional de Antropología de la ciudad de México. He aquí sus palabras: A cinco días del mes de febrero, 1590, fu e cuando m urió nuestro querido padre fray Ber­ nardino de Sahagún. Había estado en Tlatelol­ co y aquí fu e enterrado en San Francisco. Vinie­ ron a su entierro los señores de Tlatelolco. El otro testimonio, más amplio y sentido, lo de­ bemos al cronista indígena, antiguo alumno del co­ legio de Santa Cruz cíe Tlatelolco, Domingo Chim alpahin C uauhtlehuanitzin. Por una parte, en su M em orial breve acerca de la fundación de Culbuacán recuerda lo que fue el meollo de la obra de Sahagún: Escribió, según lo que interrogó a los que eran ancianos en tiem pos antiguos, a los que conser­ vaban los libros de pinturas, según lo tenían pin146

todo en ellas; así allá, en tiem pos antiguos, los que eran ancianos. Gracias a ellos habló de todas las cosas que su­ cedieron en la antigüedad... Por otra parte, además de esta sucinta descripción de lo que fue el trabajo al que dedicó su vida fray Bernardino, consignó también el mismo cronista indíge­ na, en la primera página de su Diario, la noticia de su muerte con palabras casi idénticas a las de los ya citados Anales mexicanos: Y e l 5 de febrero m urió nuestro m uy querido padre fray Bemardino de Sahagún. Había resi­ dido en Tlatelolco. A q u í fu e enterrado en San Francisco... Como en el caso de otros beneméritos franciscanos —entre ellos fray Pedro de Gante, Toribio de Benavente Montolonía y Alonso de Molina—, el recuerdo de la vida y la muerte de fray Bemardino se conservó no sólo en las crónicas de su Orden, sino también en los anales de los indios. Bien conocían éstos a los frai­ les que habían venido a su tierra para luchar en su de­ fensa y dar a conocer al m undo el testimonio de su A ntigua palabra y su cultura. El legado de Sahagún Nos hemos acercado, a lo largo de este relato, a la vida y obra de este franciscano que laboró en México por más de sesenta años. Nos hemos enterado así de lo que fue su magna empresa de investigador de las cosas humanas, dtvinas y naturales de las gentes de la que se llamó Nueva España. Traía él en su propio ba­ gaje espiritual una rica formación humanista adquiri­ da sobre todo en Salamanca. Sus ideales apostólicos se nutrían en la doctrina y forma de concebir el m un­ do de ese grupo de frailes que había dado origen a la provincia franciscana de San Gabriel de Extremadura. Como ellos, había creído Bemardino que en el N ue­ vo Mundo podría recrearse una cristiandad, pura y 147

santa, como la de la primitiva Iglesia. Para lograrlo condición indispensable era conocer el alma y la cul­ tura de esos hombres entre quienes iba a implantarse la cristiandad. Sahagún, como otros de sus hermanos de hábito, experimentó adversidades, vio cómo dis­ minuían los indígenas, se vio privado de auxilio en sus trabajos, despojado de sus escripturas y, ya en su última vejez, estuvo envuelto en un triste conflicto en­ tre los mismos franciscanos. Parece cosa cierta que una recia amargura y un cúmulo de dudas llegaron a aden­ trarse en su alma. Mas el hecho de que, casi hasta el final, volviera siempre a lo que había sido la trama de su vida —perfeccionista empedernido que enrique­ cía una y otra vez sus varios trabajos— nos muestra, por encima de todo, un Sahagún plenamente conven­ cido de la significación trascendente de su obra. Esta, creo que así lo pensó él, habría de perdurar como an­ torcha que alumbra y se pasa de unas manos a otras para mostrar el camino a muchos. El legado de Sahagún abarca el gran conjunto de fo­ lios en los que se conserva su obra escrita. Tanto la que fue creación suya personal, como la que, fruto de sus investigaciones, recoge los testimonios de los an­ cianos y sabios indígenas. De la mayor parte de sus textos hemos hablado ya y no tendría sentido volver a enumerarlos. En pocas palabras cabe decir de ellos que integran el más rico caudal de testimonios, en la que fue lengua franca del México antiguo, para pene­ trar en los secretos de su cultura. Gracias a Bernardino conocemos muestras muy valiosas de la literatura de tradición prehispánica, como los huehuehtlahtolli, antigua palabra, y los him nos sacros de los dioses. Y también debemos a él haber recogido los relatos de quienes vivieron el choque violento de la invasión y conquista de los hombres de Castilla. Por obra de Sa­ hagún se mostró la posibilidad de rescatar e l punto de vista de los otros, la que llamamos Visión de los vencidos. Tan importante como la recopilación de ese caudal de textos fue el método mismo, ideado y aplicado por Bernardino durante sus muchos años de investigador. 148

Ya lo hemos descrito y hemos visto cómo, adelantán­ dose a su tiempo, sentó las bases de la etnología y la más moderna aún etnohistoria. Con razón ha sido lla­ mado él, no sólo por mexicanos y españoles, sino tam­ bién por otros estudiosos europeos y de Norteaméri­ ca, padre de la antropología del Nuevo Mundo. Otro mérito, que debe subrayarse asimismo al ha­ blar del legado de Sahagún, es su capacidad de maes­ tro, tanto en el colegio de Santa Cruz de Tlatelolco —donde fructificó de modo extraordinario el encuen­ tro de los dos Mundos— como al actuar en sus inves­ tigaciones, adiestrando en ellas a jóvenes nativos. Su­ po él motivar a diversos grupos de colaboradores, tra­ bajando en equipo con ellos y haciendo converger in­ tereses de personas con orígenes culturales muy dis­ tintos entre sí. Por una pane, tuvo siempre consigo a sus trilingües, los antiguos estudiantes suyos, en cali­ dad de consultores y comentaristas y, asimismo, a otros, formados también en el mismo colegio de San­ ta Cruz, que actuaban como escribanos y copistas de glifos y pinturas. Por otra pane, logró interesar a an­ cianos, señores principales, sabios y grupos de médi­ cos indígenas, para que le proporcionaran, a lo largo de varios años,textos de la antigüedad prehistórica y otros valiosos testimonios e informes. Con respecto a sus trilingües, cuyos nombres repite en varias ocasiones, debe añadirse que fray Bernardino se propuso hacer de ellos nuevos investigadores que pudieran actuar luego por sí mismos. Como se diría noy, supo form ar escueta. A ese grupo de antiguos es­ tudiantes suyos debemos la recopilación de otros tes­ timonios de la tradicción prehispánica, tales como conjuntos de antiguos cantares y poemas, viejos ana­ les e incluso otro género de obras, casi siempre en len­ gua náhuatl, fruto de la propia inventiva o de la in­ dagación histórica. La lista efe los trabajos que así se {>rodujeron y han llegado hasta nosotros es bastante arga. Sobresalen las transcripciones de cantares m exi­ canos, de diversos anales, como los de Cuauhtitlán, así como varias obras personales, entre ellas las que es­ cribieron Pablo Nazareo de Xalocan, Antonio Vale­ 149

riano, Martín Jacobita, Hernando Alvarado Tezozómoc y Chimalpahin Cuauhdehuanitzin. De las obras mismas de fray Bernardino, aportación rica y compleja según hemos visto, mucho falta aún por estudiar y dar a conocer. En tal sentido es cierto que estamos lejos de habernos beneficiado con su le­ gado en plenitud. Por extraño que parezca, las edi­ ciones que se han difundido de la versión castellana de su Historia general de las cosas de Nueva España proceden de una copia con mutilaciones y otras ma­ neras de alteración, hecha al parecer sobre la base de la transcripción que llevó consigo a España el padre Rodrigo de Sequera. Dicha transcripción, con el texto náhuatl y castellano en dos columnas, es la que se co­ noce como Códice florentino. A todas luces este có­ dice, elaborado bajo la mirada de Sahagún, es fuente de fiar y no así la copia defectuosa que, por haberse conservado mucho tiempo en el convento franciscano de Tolosa, se nombra Manuscrito tolosano. Y al igual que no se dispone de ediciones de fácil adquisición en las que pueda leerse el texto castellano de fray Ber­ nardino, transcrito con fidelidad al modo de las edi­ ciones críticas, tampoco puede decirse que se hayan es­ tudiado y publicado todos los materiales en náhuatl recogidos por él. Cierto es que varios volúmenes han sido sacados a la luz por investigadores alemanes, como Eduard Seler y Leonhard Schultze Jena, y mexicanos como An­ gel María Garibay K. y quien esto escribe, con textos en náhuatl de los Cóaices matritenses pero, para dar un solo ejemplo, los Primeros memoriales, los más tempranos testimonios que recogió Sahagún, sólo en pane han sido publicados. Y a ironía puede sonar que de los testimonios en náhuatl del Códice florentino só­ lo haya una versión completa en lengua inglesa, de­ bida a los beneméritos estudiosos Charles Dibble y A nhur Anderson. Finalmente, de la mayor pane de las obras de tema religioso que escribió nuestro fraile, muy poco es lo hasta ahora editado. Teniendo esto a la vista debemos repetir que, hasta hoy, sólo en parte ha sido aprovechado el gran con­ 150

junto de aportaciones que integran el legado de fray Bernardino. La conclusión, que como cosa obvia se impone, es que hace falta ampliar los estudios e in­ vestigaciones sobre el gran corpus sahagunense. Tan sólo cuando se tenga al alcance, en ediciones críticas, la totalidad de lo aportado por fray Bernardino, será en verdad posible aprovecharlo como fuente para la elaboración de otros trabajos sobre una gran variedad de temas relacionados con las cosas divinas, humanas y naturales de los antiguos mexicanos. Maestro, infatigable investigador, pobre en bienes materiales, de natural manso y humilde, pero que más de una vez hizo suyo el clamor de los profetas para defender a los indios, Bernardino de Sanagún dejó a México y al mundo un rico legado de cultura. Su pre­ sencia y su trabajo en tierras mexicanas son perenne testimonio de lo mejor del humanismo español rena­ centista. A través de él, y por las vidas y las obras de otros grandes varones como Toribio Motolinía, Sebas­ tián Ramírez de Fuenleal, Vasco de Quiroga y Barto­ lomé de las Casas —y no por las armas y conquistas— , México y España se acercan y se hermanan. Bemardino es en verdad uno de los protagonistas en la histo­ ria del Nuevo Mundo, que para siempre vincula a mexicanos y españoles. Su legado, siendo nuestro, es también universal.

151

CRONOLOGIA FRAY BERNARD INO D E SA H A G U N

1500

Nace en G ante. Bélgica, el que seria Carlos I de Esparta.

1518

Juan de Grijalva navega hasta las costas de Veracruz.

1519

Lutcto rompe con la Iglesia católica.

15191521

Conquista de México por H cm ín Cortés.

15281529

Hernán Cortés en Esparta. Recibe título de marqués del Valle de Oaxaca.

1542

Carlos I prom ulga las Leyes Nuevas de Indias. Los portugueses entran en contacto con Japón.

1545

Se inicia el Concilio de Tremo.

1555

Carlos V abdica. Le sucede Felipe II.

15641565

Miguel de Legazpi conquista las Filipinas.

1566

Los turcos penetran en Hungría.

1569

D on Juan de Austria dirige la lucha contra los moriscos.

1571

Batalla de Lepanto.

1580

Felipe 11 incorpora Portugal a su corona.

152

CRONOLOGIA EL M U N D O

Hacia 1300

Nace Bernardino en la villa de Sahagún, León.

Hacia 15181323

Estudia en la Univeisidad de Salamanca.

Hacia 1523

Ingresa en la O rden franciscana.

Hacia 1528

Se ordena de sacerdote.

1529

Embarca con rum bo a la Nueva Espafla.

15361340

Profesor en Tlatelolco. Inicia su Sermonario en náhuatl.

15411545

En Huexouinco y otros lugares de la región poblana.

1545

Gran pestilencia. Sahagún vuelve a Tlatelolco.

15531555

Obtiene testimonios indígenas sobre la conquista.

1564

Termina la traducción al náhuatl de evangelios y epístolas y el L ib ro d e h s c o lo q u io s.

15651568

Revisa sus manuscritos en el convento de San Francisco en México.

1569

Copia en lim pio de la H isto ria g e n e ra l.

1571

Vuelve Sahagún a Tlatelolco.

1576

Con apoyo de fray Rodtigo prepara una nueva transcripción de la H isto ria g e n e ra l, e n náhuatl y castellano.

1579

Concluye Sahagún la copia bilingüe de su obra (C ó d ice flo ­ re n tin o ), la P o stilla y otros apéndices.

1580

El padre Sequera lleva consigo a España la dicha copia.

153

CRONOLOGIA FRAY BERNAREHNO D E SA H A G U N

1583

Fundación de una primera colonia inglesa en Tcrranova.

1585

Miguel de Cervantes cscnbe La Galatea.

1)90

El jesuíta José de Acosta publica su Historia natural y moral de las Indias y Garcilaso de la Vega su traducción de los Diá­

logos del amor.

154

CRONOLOGIA EL M U N D O

1583

Se imprime en México la Psalmodia christiana.

1585

Elabora Bernardino un nuevo Calendario mexicano, Arte adi­ vinatoria y otra versión del libro de la conquista.

15851589

Definidor en la provincia franciscana.

1590

Muere en el convento de San Francisco de México.

155

BIBLIOGRAFIA

Bibliografías y estudios de su obra (por orden crono­ lógico) García Icazbalceta, Joaquín: Vida de fray Bernardina de Sahagún, Bibliografía Mexicana d el siglo XV I. Catálogo razonado de libros impresos en México de 1339 a 1600. Con biografías de autores y otras ilus­ traciones. México, 1886. Nueva edición por Agus­ tín Millares Cario, México, Fondo de Cultura Eco­ nómica, 1954. Jiménez Moreno, Wigberto: Fray Bemardino de Sa­ hagún y su obra. Introducción a fray Bemardino de Sahagún. Historia general de las cosas de Nueva Es­ paña. 5 v., México, Editorial Pedro Robredo, 1938. Garibay K., Angel M .“: La obra de Sahagún como m onum ento literario, en Historia de la Literatura N á h u a tl. E d ito ria l P o rrú a , 2 v ., M éxico, 1953-1954, t. II, p. 63-88. Nicolau D'OIwer, Luis: Fray Bemardino de Sahagún (1499-1390), México. Instituto Panamericano de Geografía e Historia, 1952. León-Portilla, Miguel: Significado de la obra de Fray Bemardino de Sahagún. A lum no de Salamanca, padre de la antropología en e l Nuevo M undo. Sa­ lamanca, Publicaciones de la Asociación de anti­ guos alumnos y amigos de la Universidad de Sala­ manca, 1966. Ballesteros Gaibrois, Manuel: Vida y obra de Fray Bernardino de Sahagún. León, Institución Fray Bernardino de Sahagún, 1973. 157

Ediciones de obras de Sahagún Códices matritenses d el Real Palacio (Textos en ná­ huatl de los indígenas informantes de Sahagún), edición facsimilar de Francisco del Paso y Troncoso, vols. VI (2.a parte), VII y VIII, Madrid, fototi­ pia de Hauser y Menet, 1906-1907. Códices matritenses de la Historia general de las cosas de la Nueva España de Fray Bemardino de Saha­ gún. Trabajo realizado por el Seminario de Estu­ dios Americanistas bajo la dirección de Manuel Ba­ llesteros Gaibrois, 2 v., Madrid, Ediciones José Porrúa Turanzas, 1964. (Colección Chimalistac, núms. 19 y 20). Historia general de las cosas de Nueva España. Edi­ ción prepa rada por Angel M .a Garibay K., 4 v., Editorial Porrúa, México, 1956 (existen varias reim­ presiones). Códice florentino (textos nahuas con versión al int lés), libros I-XII, publicados por Charels E. Dib­ le y Arthur J. O. Anderson: Florentine Codex, 12 V . , Santa Fe, Nuevo México, 1950-1982. Coloquios y doctrina cristiana (los diálogos de 1524se­ gún e l texto de fray Bemardino de Sahagún y sus colaboradores indígenas). Edición facsimilar del manuscrito original, paleografía, versión del ná­ huatl, estudios y notas de Miguel León-Portilla, Universidad Nacional Autónoma de México y Fun­ dación de Investigaciones Sociales, A. C., Méxi­ co, 1986.

158

INDICE

Págs. Introducción .......................................................

7

Raíces y formación en la España renacentista (1500-1529) .........................................................

11

Encuentro con el nuevo mundo: Turbulencias so­ ciales. Sahagún misionero y maestro (1529-1540)

33

Puesta en marcha de un original proyecto de evangelización y rescate de la palabra indígena (1540-1588) ........................................................

61

La magna empresa de investigación con aportacio­ nes lingüísticas, históricas y en lo que se llama an­ tropología cultural (1559-1580) ..........................

83

Hasta el fin, con más trabajos, sinsabores y espe­ ranzas (1580-1590). El legado de fray Bemardino

127

Cuadro cronológico .............................................

153

Referencias bibliográficas y documentales..........

157

Indice...................................................................

159

159