Atrapados en el espejo [Primera edición] 9788425449338

El término narcisismo remite al relato mitológico de Eco y Narciso, recogido por Ovidio en las Metamorfosis y, como tal

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Spanish; Castilian Pages 176 [169] Year 2022

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Atrapados en el espejo [Primera edición]
 9788425449338

Table of contents :
Índice

Introducción
El narcisismo como fenómeno humano
El síndrome del espejo
La fama
La comparación
Atrapados en el espejo
1. Del mito al concepto psicológico
Pequeña historia del término «narcisismo»
Eco y Narciso: el amor imposible
Narciso en relación con los demás
La perspectiva clínica
El narcisismo de los narcisistas
La pandemia narcisista
2. El espejo mágico
Origen del narcisismo en el proceso de diferenciación del yo
Asimilación y acomodación
Proceso evolutivo de formación de la imagen
Dificultades evolutivas en la diferenciación del yo
El narcisismo proyectivo
El narcisismo fusional: la suplantación del yo
Negligencia y abuso: el déficit ontológico
Ser o parecer
3. La galería de los espejos
Un paseo por los salones de Versalles
Las tres modalidades de narcisismo
La perspectiva clínica
La perspectiva antropológica o existencial
De la metáfora política a la psicológica
4. El salón de los aristócratas
El narcisismo aristocrático
La modalidad exclusivista
La modalidad seductora
La modalidad despótica
La modalidad elusiva
La modalidad despectiva
La transversalidad del narcisismo
5. El olimpo de los meritócratas
El narcisismo meritocrático
La modalidad mística
La modalidad ascética
La modalidad idealista
La fatiga olímpica
6. El festín de los plutócratas
El narcisismo pluocrático
La modalidad cosmética
La modalidad crematística
La modalidad social
La modalidad virtual
La modalidad histriónica
La fragilidad del espejo
7. El espejo roto
La herida narcisista
Oscilaciones en la validación narcisista
La invalidación sistemática
La invalidación en la dinámica relacional de pareja
Mal de muchos
8. El espejo vacío
La psicoterapia del narcisista
Narcisismo y autoestima
Pequeña historia del concepto de autoestima
Concepto de autoestima
(Re)construir la autoestima
Diferenciarse de la mirada ajena
Desvelar la persona oculta bajo las apariencias
Identificar y legitimar las propias emociones y necesidades
Aprender a validarse socialmente
Respetarse y hacerse respetar
Conectar con el yo interior
Colofón y coda
Referencias bibliográficas

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Atrapados en el espejo

Manuel Villegas

Atrapados en el espejo El narcisismo y sus modalidades

Herder

Diseño de la cubierta: Toni Cabré Edición digital: José Toribio Barba © 2022, Manuel Villegas © 2022, Herder Editorial, S.L., Barcelona isbn pdf: 978-84-254-4933-8 1.ª edición digital, 2022 Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a cedro (Centro de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com)

Herder www.herdereditorial.com

Índice

Introducción  ......................................................................... 11 El narcisismo como fenómeno humano  ............................ 11 El síndrome del espejo  ..................................................... 12 La fama  ............................................................................ 14 La comparación  ............................................................... 18 Atrapados en el espejo  ...................................................... 21 1. Del mito al concepto psicológico  .................................. 23 Pequeña historia del término «narcisismo»  ....................... 23 Eco y Narciso: el amor imposible  ..................................... 24 Narciso en relación con los demás  .................................... 28 La perspectiva clínica  ....................................................... 31 El narcisismo de los narcisistas  ......................................... 34 La pandemia narcisista  ..................................................... 38

2. El espejo mágico  ................................................................ 41 Origen del narcisismo en el proceso de diferenciación del yo  .................................................... 41 Asimilación y acomodación  .............................................. 43 Proceso evolutivo de formación de la imagen  ................... 45 Dificultades evolutivas en la diferenciación del yo  ...... 47 El narcisismo proyectivo  ............................................ 47 El narcisismo fusional: la suplantación del yo  ............. 49 Negligencia y abuso: el déficit ontológico  ................... 53 Ser o parecer  .................................................................... 58

3. La galería de los espejos  ................................................... 59 Un paseo por los salones de Versalles  ................................ 59 Las tres modalidades de narcisismo  .................................. 61 La perspectiva clínica  ....................................................... 63 La perspectiva antropológica o existencial  ......................... 64 De la metáfora política a la psicológica  ............................. 67 4. El salón de los aristócratas  ............................................ 69 El narcisismo aristocrático  ................................................ 69 La modalidad exclusivista  ................................................. 71 La modalidad seductora  ................................................... 73 La modalidad despótica  .................................................... 75 La modalidad elusiva  ........................................................ 82 La modalidad despectiva  .................................................. 85 La transversalidad del narcisismo  ...................................... 88 5. El olimpo de los meritócratas  ......................................... 89 El narcisismo meritocrático  .............................................. 89 La modalidad mística  ....................................................... 92 La modalidad ascética  ...................................................... 97 La modalidad idealista  ...................................................... 99 La fatiga olímpica  ............................................................. 103 6. El festín de los plutócratas  ............................................. 105 El narcisismo pluocrático  ................................................. 105 La modalidad cosmética  ................................................... 106 La modalidad crematística  ................................................ 109 La modalidad social  .......................................................... 114 La modalidad virtual  ........................................................ 118 La modalidad histriónica  .................................................. 121 La fragilidad del espejo  ..................................................... 125 7. El espejo roto  .................................................................... 127 La herida narcisista  ........................................................... 128 Oscilaciones en la validación narcisista  ............................. 135

La invalidación sistemática  ............................................... 137 La invalidación en la dinámica relacional de pareja  ........... 139 Mal de muchos  ................................................................ 142 8. El espejo vacío  ................................................................... 145 La psicoterapia del narcisista  ............................................ 145 Narcisismo y autoestima  ................................................... 146 Pequeña historia del concepto de autoestima  .............. 147 Concepto de autoestima  ............................................. 149 (Re)construir la autoestima  .............................................. 154 Diferenciarse de la mirada ajena  ................................. 155 Desvelar la persona oculta bajo las apariencias  ............ 157 Identificar y legitimar las propias emociones y necesidades  .......................................................... 160 Aprender a validarse socialmente  ................................ 162 Respetarse y hacerse respetar  ...................................... 164 Conectar con el yo interior  ........................................ 166 Colofón y coda  ................................................................ 168 Referencias bibliográficas  ................................................... 171

Introducción

El narcisismo como fenómeno humano Cuando hablamos de narcisismo, hablamos de nuestra imagen. Y cuando hablamos de autoestima, hablamos del valor (a-precio) que atribuimos a nuestra imagen y que estamos dispuestos a defender a toda costa. Así que no es extraño que el narcisismo pueda ser considerado una experiencia universal y transversal. En este sentido, no hace falta imaginarse personajes estrafalarios o engreídos para pensar el fenómeno del narcisismo (Burgo, 2015; Malkin, 2016). El narcisismo es una cuestión que nos concierne a todos y que la aparición de las redes sociales no ha hecho más que potenciar. Continuamente estamos proyectando nuestra imagen a través de plataformas como Instagram, Facebook u otras, inundándolas de las fotos que previamente hemos tomado con nuestro teléfono móvil. Estas fotos llevan un nombre, selfies, que ya lo dice todo: fotos que yo he tomado de mí mismo, por mí mismo y para mí mismo, aunque luego las pueda compartir con otros para que, a su vez, me devuelvan sus comentarios. Naturalmente, nuestra imagen no se reduce solo a la representación de la apariencia corporal externa por medio de técnicas fotoquímicas o electrónicas, propias de la tecnología moderna. Ya los romanos fueron maestros en el retrato escultórico de grandes personajes, que podían pagarse el laborioso trabajo del artista que esculpía sobre piedra o fundía en bronce la figura de sus mecenas, tradición 11

Atrapados en el espejo

que retomaron los artistas renacentistas, barrocos y neoclásicos, siglos después. El valor dado a la imagen física o apariencia corporal tiene atenazada a gran parte de la población, tanto masculina como femenina, y se halla relacionada con fenómenos como el culto al cuerpo y la moda, o entre los factores desencadenantes de patologías graves, entre ellos, los trastornos alimentarios (Villegas, 1997). Ellen West (1888-1921), una paciente anoréxica que en su época fue diagnosticada de esquizofrenia, prefirió suicidarse antes que «llegar a ser vieja, gorda y fea», lema que encuentra su equivalente en el estribillo de la canción de María Isabel López: «antes muerta que sencilla», con el que una niña de 9 años embaucó a un auditorio dispuesto a jalear la cosificación del cuerpo de la mujer. El síndrome del espejo La imagen que tenemos de nosotros mismos no es de nuestra exclusiva pertenencia, sino que habitualmente se forma a partir del reflejo que recibimos o imaginamos recibir de los demás. De este modo, la mirada de los otros se convierte en el espejo en el que nos vemos reflejados, haciendo efectivo aquel aforismo de Antonio Machado en uno de sus proverbios y cantares: «el ojo que ves, no es ojo porque tú lo veas, es ojo porque te ve». Y en esa mirada ajena y enajenante es donde se produce el enamoramiento narcisista de la propia imagen. De este modo, el «espejo» desempeña un papel simbólico, a la vez que real, en el narcisismo. La dama del espejo Miriam ha cumplido recientemente 50 años. En la actualidad vive con su segunda pareja, el padre de su tercer hijo, que la maltrata psicológicamente. Conserva todavía un cuerpo atractivo, lo que ha sido la obsesión de su vida. Cuando era joven, se sentía una de las mujeres 12

Introducción

más bellas del mundo, pero tenía prisa por llegar a los cincuenta, porque estaba segura de que no tendría rival a esa edad; pero ahora se da cuenta de que está perdiendo atractivo y que su pareja puede llegar a rechazarla y ligarse a otras mujeres. Acude a terapia por unos celos que siente «incontrolables». La imagen que tiene de sí misma no es como persona, sino como mujer deseable a los ojos de los hombres. Según ella, la mujer ideal: Es una mujer bonita, ni deslumbrante ni sosa, con ideas muy claras, profesional y personalmente; cuerpo proporcionado sin celulitis, sin estrías, sin defecto. Una mujer poderosa y segura de sí misma, que consigue lo que quiere, a quien quiere y que no duda. A ojos de un hombre, una mujer perfecta o la mejor para él. Hasta ahora, y aún ahora, para mí la imagen ideal de la mujer la he aprendido de la idea que sacaba de los hombres. Es decir, mi punto de vista «masculino»: mujer sencilla pero guapa, humilde, femenina, que da su brazo a torcer, sacrificada, entregada, pasional y coqueta. Soy mujer porque soy mujer. No hay más. Sí que es verdad que fuera de los hombres me siento juzgada por las mujeres, siempre he tenido problemas con ellas. Pero ser mujer para mí es maravilloso; fuera del ámbito de los hombres, me aporta sensibilidad, empatía, dedicación… Pero no por ser mujer, sino por ser yo misma. El único handicap de ser mujer, para mí, es tener que justificarte, porque luces de alguna manera ante las mujeres, y en el caso de los hombres, demostrar que tras la fachada hay alguien.

En el diálogo terapéutico que sigue a esta autodescripción, Miriam remacha el clavo, diciendo: Miriam: Siempre me ha gustado que los demás me admiren y que se den la vuelta al pasar. Siempre ha sido así… Es un defecto que he tenido siempre, me ha gustado que me miren y ahora me miro al espejo y digo: «fíjate, ya se te está arrugando la cara y ya te estás volviendo fea, mira el pelo que se te está cayendo, la barriga que no se me quita». Yo misma me voy viendo, que ya he perdido, que ya no sirvo para que la gente me mire… 13

Atrapados en el espejo

Terapeuta: Yo me pregunto, ¿de joven qué importancia le dabas al físico, a tu cuerpo? M.: Siempre le he dado mucha importancia al cuerpo y a la inteligencia. Primero al cuerpo, después a la inteligencia. Porque teniendo el cuerpo siempre entras: tienes un buen cuerpo y vas arreglada y se te abren todas las puertas, ya puedes estar con la gente y la gente te admite. T.: Estás diciendo que lo que vales es como cuerpo, no como persona. La inteligencia viene luego, porque con el cuerpo se entra en la sociedad. O sea, me aceptan a través del cuerpo. Entonces si el espejo me dice que mi cuerpo es deseable, esto es lo que vale… M.: Sí, esto lo pienso muchas veces y digo: ¿y yo quién soy? Y me siento vacía. T.: Exacto, este es el tema. Pero si estoy con mi pareja, aunque me maltrate, significa que existo para alguien; pero si este alguien no me hace caso, ni me mira, entonces ¿quién soy yo? Es ahí donde me coge el «síndrome del espejo».

La fama Otra imagen que puede alcanzar un valor mucho más alto que el de la apariencia física es la que corresponde a la reputación social en los distintos ámbitos de la vida, cuyo significado condensamos en la palaba «fama». También entre los antiguos encontramos relatos dirigidos a ensalzarla e invocarla, hasta el punto de que para ellos era una de las divinidades de la mitología de la Edad Antigua, con su correspondiente altar en la ciudad de Atenas. La fama (etimológicamente, «lo que se dice de alguien») mueve el mundo del deporte, del cine o del espectáculo, del poder, de la moda e incluso de la ciencia. Ha sido buscada por aquellos a quienes sonríe y denostada por aquellos a quienes maltrata. En su célebre Oda a la vida retirada, Fray Luís de León la rehúye como fuente de alteración del estado de ánimo, cuando escribe: «No cura si la fama / canta con voz su nombre pregonera / ni cura si encarama / la lengua lisonjera / lo que condena la verdad sincera». 14

Introducción

En la actualidad, cualquier personaje avispado con una cámara, y aprovechándose de una plataforma digital al uso —YouTube, TikTok u otras—, puede llegar a ser alguien famoso sin demasiado esfuerzo, recogiendo miles de seguidores y convirtiéndose en influencer, de un día para otro, casi sin salir de casa. La fragilidad de la fama es también una experiencia universal, hasta el punto de que ha llevado a muchos a morir por alcanzarla o suicidarse antes que perderla. Difamar, por tanto, es uno de los peores ataques a la integridad personal, puesto que priva a la persona de su dignidad social y suscita uno de los sentimientos más destructivos, la vergüenza. La vergüenza es uno de los sentimientos sociales más primarios hasta el punto de que en algunas culturas, como la japonesa, está bien visto que una persona se dé muerte a sí misma para reparar su honor o evitar la deshonra a través del ritual suicida seppuku, más conocido habitualmente entre nosotros como harakiri. Su carácter ritual le otorga a esta forma de suicidio un aspecto reparador o expiatorio. La fama puede valer más que la vida En enero de 1993 Jean Claude Romand asesinó a su mujer Florence, a sus dos hijos y a sus padres e intentó suicidarse. Todo antes de que se descubriese que, desde los 18 años, su vida se había sustentado sobre una gran mentira que habían creído todos sus familiares, padres, esposa e hijos: nunca se había licenciado en medicina, como la gente suponía, ni trabajaba para la oms en Ginebra; mantenía su burgués estilo de vida a base de estafar a sus allegados con falsas inversiones. Una mentira de la que él era el único conocedor y artífice. El periodista y escritor Emmanuel Carrère (2000) se vio impelido a averiguar qué podía mover a una persona a cometer una atrocidad semejante, pero también se vio empujado a descubrir qué había llevado a un hombre aparentemente normal a vivir en una mentira desmedida de la que la tragedia solo era la consecuencia, quizás inevitable. 15

Atrapados en el espejo

Fruto de esta curiosidad fue el relato periodístico novelado, obtenido a través de una continuada y larga reconstrucción dialogada con el propio protagonista de la tragedia, publicado con el título de El adversario. La pregunta que inquietaba a Carrère era cómo podía ser posible que un hombre serio y formal, padre de familia, bien adaptado en su contexto social, hubiera podido llegar a esta situación a partir de una mentira banal. La reconstrucción de los hechos nos pone en la pista para comprenderlos. Jean Claude había cursado la carrera de medicina, pero no había obtenido el título, a falta de una asignatura de la que no se examinó y que le impidió completar las matrículas de los cursos posteriores. Sin embargo, nunca comunicó a su familia, por vergüenza, esta situación deficitaria, sino que les hizo creer que había obtenido la titulación correspondiente. Seguramente tenía los conocimientos: asistía siempre a clase, ayudaba a los compañeros, pero nunca regularizó su expediente. En estas condiciones no podía ejercer y se inventó un trabajo ficticio en la oms, a cuya sede en Ginebra acudía diariamente desde su residencia próxima en la frontera francesa. Allí pasaba las horas de «trabajo» en la biblioteca o en el parking del edificio o daba vueltas por los bosques o visitaba distintas ciudades y volvía casa, al final de la «jornada laboral». Para aportar un sueldo estable a la familia, desarrollaba una actividad paralela en base a préstamos e inversiones, que le permitían acumular un remanente del que extraía mensualmente «la paga». Así fue durante casi veinte años, vacaciones incluidas. El invento se fastidió porque Jean Claude se metió en algunos líos de faldas, el último de los cuales sospechó que alguna cosa no iba bien. La recién estrenada amante vivía en París y él tuvo que inventarse algunos motivos para viajar a la capital. Tratándose de París y de la oms no era difícil fingir algún congreso que le permitiera pasar unos días con ella. En uno de esos encuentros y ante las suspicacias que levantaron en él las dudas de ella, pretendió asfixiarla. La mujer huyó aterrorizada del coche y él emprendió una rápida vuelta hacia su residencia. Llegado a casa Jean Claude asesinó a sus padres con una escopeta de caza, que estos tenían en el garaje, así como a la mujer y a los hijos 16

Introducción

con la misma arma. Luego prendió fuego a la casa para morir también él dentro y borrar con ello las pruebas. Quería preservar su honor incluso después de muerto. Sin embargo, los vecinos advirtieron el fuego y llamaron a los bomberos, que le rescataron con vida. En su caso, la pelota cayó del lado contrario al esperado en su Match Point particular. A partir de aquí empezó un largo proceso, de meses y años, hasta que Jean Claude aceptó contar su historia al periodista, desde su celda en la prisión. ¿Cuáles eran los motivos que le habían llevado a actuar de este modo? El problema se planteó cuando falló en cumplimentar un examen de la carrera de medicina, lo cual le situaba en la condición de tener que volver a matricularse en la asignatura. Ahí se torció la historia. Posiblemente su vida posterior habría sido muy distinta sin ese desliz. Su autoconcepto, tal vez meritocrático, no podía admitir esta imperfección. ¿Cómo él, un chico estudioso y brillante, había podido fallar en una asignatura? Lo ocultaría a sus padres y a su entorno inmediato, para que no se supiera. Se casó y tuvo dos hijos, todo dentro de la más absoluta «normalidad». Sus acciones iban dirigidas a proteger su «honorabilidad» y a evitar la vergüenza. De este modo, un desliz insignificante, presente en el curriculum académico de cualquier estudiante de medicina que se ve obligado a repetir alguna que otra asignatura, se convirtió en una trampa mortal, de la que no podía escaparse. Se trataba de preservar la imagen, un auténtico reto narcisista. Y lo consiguió, durante años. Sin embargo, el enamoramiento parisino, así como la dificultad en seguir manteniendo los trapicheos económicos vinieron a desestabilizar el conjunto del sistema. No podía continuar manteniendo mucho más tiempo esta situación sin delatarse ante la familia, los padres, la esposa y los hijos. La alternativa a estos dilemas fue la destrucción de los testigos (incluidas las personas más próximas) y las pruebas físicas (incluido el propio protagonista y la casa) para evitar la vergüenza, no para expiar la culpa. En esta hecatombe estaba decidido a morir él también, pero salvando su honor aparente, simulando un asalto y un posterior incendio, cometido por algún ignoto asesino. 17

Atrapados en el espejo

La comparación Los seres humanos son la única especie cuyos individuos no están de acuerdo consigo mismos y por eso no cesan de compararse: quisieran ser otros o como otros, o más que otros, aunque con frecuencia se vean inferiores a ellos. Comparar significa emparejar, es decir, poner de lado un par de individuos o colectivos para señalar o destacar las igualdades y las diferencias, las superioridades o las inferioridades de uno respecto a otro. Estas comparaciones ya las hacen los padres desde que nacen sus hijos, los vecinos de la escalera y los profesores de la escuela que los ven crecer, y los niños, cuando juegan en el patio o compiten entre ellos. Las revistas del corazón o los programas de televisión continúan esta labor de zapa, una vez crecidos. Y lo más habitual es que las personas lo continúen haciendo por sí mismos, durante toda la vida. Niños y adultos son comparados en belleza, fuerza, riqueza, inteligencia. Se establecen competiciones deportivas y concursos de cocina, se conceden premios Oscar en Hollywood, premios Nobel de las más diversas ramas del saber en la Academia de Ciencias en Estocolmo y medallas al mérito deportivo en las distintas sedes olímpicas, cada cuatro años. Me reflejo en el espejo A veces estas comparaciones tienen por objeto aspectos tan banales como la longitud del pene. Esto es lo que pasó en una sesión de terapia grupal en la que la preocupación de un paciente sobre este complejo llevó a otro miembro del grupo, a quien llamaremos Carlos, a desarrollar este diálogo. Carlos: Claro, lo que pasa es que los hombres se miden por eso, a veces… Sobre todo de pequeño te comparan. Claro, es una parte importante. O sea, se entra en la comparación de yo más que tú. Y en los críos pasa mucho, o en los líderes. Siempre hay uno que manda más y otro que está más humillado y el otro que se rebota y eso siempre está y 18

Introducción

lo estará. Se forman como bandas. Uno tiene más personalidad o tiene más don de gentes, el otro es más cohibido y tiende a la soledad y siempre hay… A mí me pasaba, ¿no? Yo pasaba bastante de los líderes y había tenido problemas por pasar de los líderes, o sea no me gustaba que me manipularan. Y no me gustaba todo esto, y huía. Pasaba de ellos y entraba en conflicto por esto, por pasar. Se crean como unos estatus entre los críos, ¿no?… Los críos lo sufren. Y en eso, formas de cierta manera tu personalidad en el futuro. Si tú eres de una manera de pequeño, de adulto es posible que continúes igual. Si te dejas dominar por alguien, serás bastante sumiso en el futuro. Y el que es líder lo será. A mí siempre me hubiera gustado ser líder y nunca lo fui. Pero no dependía de mí, no iba conmigo y yo no me sentía bien siendo líder, o sea, es complejo… Terapeuta: Permíteme que te detenga aquí. Tú dices, «me hubiera gustado ser líder, pero no me sentía bien». ¿Qué quieres decir con esto? C.: Porque, para mí, ser líder implica mandar. T.: Por ese factor, claro; pero ahí hay una disociación. Justamente cuando a alguien no le va algo, ¿por qué tiene que desear algo que no le va? C.: Porque te comparas con los demás. T.: Ese es el problema. Es decir… Por eso querías volver al tema que planteaba el compañero. Porque, bueno, estas comparaciones también, lo que tu decías del espejo. Entonces llega un momento en el que, por ejemplo, a la anoréxica, el espejo no le sirve. O sea, la objetivación de la imagen no sirve. Porque la fuente de eso es el hecho de que uno se disocia… ¿Por qué una persona tiene que modificar su cuerpo para poder aceptarse? Es decir, cuando uno está en un punto donde no puede aceptarse sin modificarse, sin agredirse —porque la anorexia es una agresión—, cuando uno tiene que agredirse, entonces quiere decir que la aceptación está condicionada a una imagen. O sea, la imagen puede más que la sensación. Yo me siento… Pero dices, yo no me siento líder. C.: No, no, pero yo lo comparaba a que el líder siempre era más masculino, de pequeño. T.: No, no, un momento, un momento. Esa es una connotación falsa. Es decir, la masculinidad no viene por el liderazgo. Y, además, ¿por qué hay que ser líderes? ¿Por qué hay que ser dominante? Es decir, ¿por qué? 19

Atrapados en el espejo

C.: Bueno, pero es que estas cosas ya se aplican desde pequeño. Está el alumno más brillante, el alumno más tonto, ¿no? T.: Sí, pero ahora somos adultos. Ahora somos adultos y tenemos dos responsabilidades. Una con nosotros mismos y otra, si hay hijos, con nuestros hijos. O sea, con nosotros mismos, ¿por qué nos continuamos aplicando esquemas que son ajenos a nosotros? ¿Por qué nos los creemos? C.: Porque nos comparamos con los demás. T.: Eso. ¿Y por qué nos comparamos? C.: Porque queremos ser como ellos. T.: ¿Y por qué queremos ser como ellos y no como somos? C.: Para sentirnos más felices. T.: No, para sentirnos más felices, no. Mentira. Porque nunca te sentirás más feliz siendo distinto de ti. Eso es un engaño, eso es una mentira. C.: Para coger el mismo nivel, para no quedarse atrás. Tienes que estar al mismo nivel que los demás, simplemente. Yo, por ejemplo, hubiera estudiado y veo una persona que ha estudiado y veo que le va bien y que me acomplejo al lado de esa persona. Yo no he estudiado por una serie de motivos. A mí estudiar se me daba bastante bien. Con mucho esfuerzo, pero sacaba buenas notas. Pero yo me comparo con esa persona. Mira esa persona estudia y tiene tal y yo… nada. T.: Porque de entrada, cuando tú estudiaste ya no lo hiciste porque te interesara estudiar. Lo hiciste porque te interesaba compararte. C.: Y para superarme personalmente. T.: Para superar, para superar. Atención, para superar aquella situación en la que te sentías humillado, pero no porque te interesara estudiar. C.: No, no, que va. T.: O sea, si a ti no te interesa estudiar, no tiene por qué interesarte. Que te interese estudiar no te hace ni mejor ni peor. Lo que te hace mejor o peor es compararte. Esto es lo que te hace mejor o peor, que son adjetivos comparativos. Porque en el momento en que te comparas puedes encontrar siempre motivo para sentirte inferior. Siempre. C.: Sí, sí. Y es un cuento de nunca acabar. Nunca, porque siempre habrá alguien mejor, haciendo… T.: Lo que sea. Y si me comparo en deporte o en pintura o en no sé qué… Siempre seremos distintos, nunca seremos nosotros. 20

Introducción

C.: Pero uno llega a ese extremo a base de carencias. Cuando tú tienes carencias… T.: No es verdad. Tú tienes lo que tienes. Lo que pasa es que no lo aceptas. A ver, si uno es bajito, entonces, ¿qué tiene que hacer? Estirarse los huesos. Si uno es alto, ¿qué tiene que hacer? Cortarse la cabeza. C.: No, si uno es bajito, no tiene más remedio que aceptarse. T.: Pero hay gente que no se acepta. C.: De acuerdo, no se acepta. Pero es que la única posición que le queda es la de aceptarse. T.: Y, entonces, ¿por qué no aceptamos aceptarnos? Esta es la pregunta. C.: Porque nos reflejamos en los demás y vivimos de los demás y no vivimos nosotros mismos. T.: Ese es el problema. C.: Vivimos de las expectativas de los demás y eso es un error. T.: Ese es el error.

Atrapados en el espejo O sea que hay un error. Y ese error consiste en vivir pendientes del reflejo de los demás. Su mirada, real o imaginaria, se convierte en el espejo en el que quedamos atrapados. Ya no nos percibimos solo desde dentro (autopercepción) sino que nos vemos y evaluamos desde fuera. La imagen que refleja el espejo, aunque plana, bidimensional, invertida y frágil, suplanta la presencia; la apariencia sustituye la esencia. El retrato de Dorian Gray Este atrapamiento en el espejo se halla muy bien simbolizado en la novela El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde (2010 [1890]). Dorian Gray era un joven sumamente agraciado. Quiso el destino que el físico de Dorian llamase la atención de un renombrado artista, y este emprendió la tarea de pintar su retrato. También atrajo el interés del 21

Atrapados en el espejo

diletante Lord Henry, que se encargó de enseñar a Dorian los modos y maneras para desenvolverse en un mundo de sofisticación. Con halagos, Lord Henry sedujo a Dorian y le hizo creer que era muy especial debido a su excepcional belleza física. Convenció al joven de que estaba obligado a conservarla. Pero ¿cómo se pueden evitar los estragos del tiempo? Dorian empezó a estar muy preocupado por su apariencia. Apenado, pensó que la imagen del cuadro siempre lo mostraría como un joven radiante, feliz y guapo, mientras él envejecería y se iría deteriorando. Me haré viejo, horrible, espantoso. Pero la imagen de este cuadro continuará siempre. ¡Si fuese al revés! ¡Si yo me conservase siempre joven y el retrato envejeciera! ¡Daría cualquier cosa por eso! ¡Daría el alma!

Y eso fue lo que sucedió. Los años pasaron sin que su físico mostrara el menor signo de envejecimiento o de cambios. A los 50 años parecía que tuviera 20. Ninguna arruga que pudiera reflejar las preocupaciones de la vida surcaba su rostro. Su secreto era el retrato, que envejecía por él y mostraba la fealdad de una existencia vivida sin sentimientos. Pero Dorian había escondido el retrato y nunca lo miraba. Aparte de Dorian, nadie conocía la existencia del cuadro con excepción del pintor y de Lord Henry. Cuando el artista quiso ver de nuevo el retrato, Dorian lo asesinó. No obstante, al final Dorian no pudo resistir por más tiempo la curiosidad que sentía, ni la inquietud creciente que le atormentaba por dentro. Se arriesgó a ir hasta el sótano donde guardaba el cuadro y descorrió el velo que lo cubría. La expresión retorcida y torturada del rostro envejecido que vio le causó tal horror que cogió un puñal y rasgó el lienzo. A la mañana siguiente, sus sirvientes encontraron a Dorian caído en el suelo frente al cuadro, con un puñal clavado en el corazón.

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1. Del mito al concepto psicológico

Pequeña historia del término «narcisismo» El término «narcisismo» fue introducido en el campo de la psiquiatría por Paul Näcke en 1899, equiparándolo a una perversión sexual por la que «un individuo da a su cuerpo un trato parecido al que daría al cuerpo de un objeto sexual». Esta forma de autoerotismo era considerada por el autor como una «enfermedad». El sexólogo británico Havelock Ellis había usado con anterioridad la palabra «narcisismo» en un estudio psicológico sobre el autoerotismo, describiendo la raíz mitológica y literaria del mito de Narciso, a la vez que extendía el alcance de su significado a comportamientos no manifiestamente sexuales. Posteriormente, en 1908, Isidor Sadger, discípulo de Freud que intervenía en las reuniones de los miércoles en Viena, lo introdujo definitivamente en la terminología psicoanalítica. A partir de 1910, aparece frecuentemente en los escritos de Freud (1914, 1916 y 1923), y ocupa un lugar muy especial en los de otros autores posteriores, como Lacan (1938, 1946, 1983) o Kohut (1966, 1968, 1971), quien lo conceptualizó como un trastorno de personalidad, al igual que Otto Kernberg (1975) o Theodore Millon (1976). Al introducir la distinción entre narcisismo primario y secundario, Freud propuso la utilización del término en referencia a un estadio normal en el desarrollo de la libido. Por narcisismo primario entiende Freud el estado indiferenciado «inherente a la pulsión de 23

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autoconservación», y en este sentido «no sería una perversión», sino un estado de unidad originaria, anterior a la diferenciación sujetoobjeto. Aparte de la oscuridad de los términos en que se expresa la terminología psicoanalítica, apta solo para iniciados, y las controversias en el seno de la propia escuela, hay que recordar que Freud mismo, como corrobora Ernest Jones, no estaba nada satisfecho con su propia elaboración del concepto. Así, el 16 de marzo de 1914 escribía en carta a Abraham: «El narcisismo fue un parto difícil y presenta todas las deformaciones consiguientes». Aunque la elaboración psicoanalítica del concepto de narcisismo ofrece aportaciones sugerentes, prescindiremos en adelante de ellas, a causa de las razones apuntadas y de la perspectiva genéticoestructural de la que partimos, dentro de cuyo marco concebimos el trastorno narcisista de la personalidad como un déficit de descentramiento (Villegas, 2011), como una incapacidad de diferenciación entre el sujeto y su mundo, que continúa construyendo de forma egocéntrica. En cualquier caso, el término narcisismo remite al relato mitológico, recogido, entre otros, por Ovidio en las Metamorfosis y, como tal, tiene un carácter metafórico, que presidirá nuestra exposición a lo largo de este libro y que reproducimos en síntesis a continuación. Eco y Narciso: el amor imposible El mito de Eco y Narciso remonta la historia al adivino Tiresias, quien al nacer el bellísimo Narciso, hijo de la unión de la ninfa Liríope y del viento Cefis, predijo que viviría muchos años «si no llegara nunca a conocerse a sí mismo». Al ser tan bello, era deseado por todos, pero él, engreído en su superioridad, los rechazaba sistemáticamente, creyendo que solo podría enamorarse de una divinidad. Un día yendo de cacería por el bosque, perdió a sus amigos y empezó a gritar: «¿hay alguien por aquí…?». Y oyó una voz que decía: «por aquí…». Esta voz era la de Eco, la ninfa 24

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que había sido condenada por Juno a carecer de voz propia y repetir solo las últimas palabras que llegaban a sus oídos. Eco era incapaz de hablar por sí misma. Estaba privada de tener discurso, pero no de tener sentimientos propios, y se había enamorado de Narciso. Escondida en el bosque estaba esperando la ocasión para encontrarse con él, hasta que esta se produjo. Narciso entonces siguió preguntando: «¿Estás aquí, a mi lado?». Y Eco respondió: «a mi lado». «Acércate», dijo Narciso. Y Eco repitió: «acércate». «Juntémonos», exclamó Narciso, a lo que Eco respondió: «juntémonos». Estas palabras dieron a Eco el pretexto para salir de su escondite tras los árboles y echarse al cuello de Narciso para besarle, el cual, al verla, la rechazó como hacía con todo el mundo. Eco, desconsolada, se escondió de nuevo en el bosque para pasar el duelo, languideciendo poco a poco hasta convertirse en las rocas que repiten el eco de la voz. Por eso existe el eco en las montañas, que no es otra cosa que la voz de la ninfa que repite las últimas palabras de quien las pronuncia. Narciso se encontró solo y perdido y la diosa Juno, creyendo injusto el castigo del rechazo amoroso que Narciso le había infligido a Eco, lo condenó a sentir lo mismo que sintió ella al ser rechazada: quiso que Narciso se sintiera también rechazado. Llevado por la sed, Narciso se acercó a una fuente de agua cristalina y cuando se inclinó sobre el estanque que formaba vio una imagen reflejada en el agua y se enamoró de ella. Cuando sonreía, también lo hacía la imagen, pero cuando, enamorado de ella, la quería besar, la imagen desaparecía, y cuando la quería abrazar, casi se ahogaba y así sucesivamente. Narciso se pasó los días rogando para que la imagen saliera del agua, y al final se quedó tumbado esperando, durmiéndose y muriendo al fin. Cuando los amigos lo encontraron vieron que se había convertido en la flor que lleva su nombre. El mito contiene casi todos los elementos del narcisismo, desde la perspectiva clínica. • Desdoblamiento del yo (sujeto-objeto). Narciso ve una imagen de sí mismo reflejada en el agua, que él interpreta como otro y que en, consecuencia, piensa que está ahí fuera obje25

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tivamente, y por eso cree poder alcanzarla. Ningún ser animado ha sido dotado de un ojo externo que le permita contemplar su propio rostro, de ahí que la imagen que podamos contemplar de nosotros mismos a través del espejo es siempre una imagen invertida, que nos altera. El ojo está hecho para mirar, no para mirarse. Enamoramiento de sí mismo. Se enamora de esta imagen inalcanzable y por ello mismo la idealiza, persistiendo en su búsqueda, olvidándose y desconectándose de todo lo demás. Necesidad de reconocimiento. Espera la reciprocidad, pero esa no es posible porque no existe otro que él mismo. Tampoco la respuesta de Eco le satisface, puesto que en ella reconoce su voz a través del sonido que replica y que no dice otra cosa que la repetición de sus propias palabras. Engreimiento. Cree haber encontrado el amor absoluto, que va a colmar o saciar su sed. Este es un amor superior a cualquier otro que pudiera existir sobre la Tierra, lo que le otorga una dimensión casi divina. Narciso, en efecto, está endiosado de sí mismo. Incapacidad de amar. Dado que el amor se basa en la atracción y nada nos puede atraer si no es en relación a algo que nos supera, porque viene a colmar o satisfacer una carencia propia, Narciso no puede amar a nadie más, porque ya está lleno de sí mismo. Falta de empatía. De ahí se desprende la falta de interés por los demás, que no existen si no es en relación a él mismo y para él mismo. Nada más merece su atención. Reacción depresiva ante la frustración. Ante la imposibilidad de alcanzar el rostro aureolado de luz divina, Narciso se entristece y languidece en la espera, en una posición depresiva hasta morir.

Narciso representa el trastorno de personalidad por el cual la persona se enamora de sí misma. Pero es importante también tener en cuenta la otra parte del mito, la que rechaza el amor de los demás. Narciso 26

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sufre cuando, preso de su propio encanto, no puede satisfacerse a sí mismo. Al intentar acercarse a sí mismo como a otro, descubre que no hay otro sino una imagen o reflejo de sí mismo, aunque no se reconoce en él. En el narcisismo no existe el amor hacia el otro, sino el enamoramiento hacia uno mismo. Entonces Eros, la fuerza de atracción, se destruye, porque se reinvierte hacia el propio sujeto, convirtiéndose en un agujero negro que queda absorbido por su propia energía. Amor a flor de piel Con frecuencia esta experiencia se reproduce en el proceso de enamoramiento, en el que uno se enamora de lo mejor de sí mismo y el cuerpo del otro se convierte en espejo o reflejo del propio. Teresa nos lo cuenta en un brillante ejercicio literario, como una búsqueda insaciable de amor físico, como complemento ontológico para un ser carente de sustancia propia. Esta búsqueda se pone de manifiesto en las innumerables relaciones más o menos formales que ha tenido a lo largo de su vida con novios o novietes, o a través de encuentros furtivos de una noche. Pero donde se manifiesta en toda su intensidad es en relación a un amor lésbico entre ella y Marcela, una mujer adivina que echaba las cartas, que conoció en Florencia, y a cuyo propósito escribe: Se llamaba Marcela y no sé cómo sucedió. El caso es que tras haberla visto un par de veces comprendí que me había enamorado de ella. Al principio me sorprendí mucho de aquel sentimiento tan inesperado. Sin embargo, era tan diáfano, tan bello, tan alegre, que por primera vez en mi vida me sentí fuerte y segura de mí misma. Marcela era dulce y suave en la cama, celosa y tiránica en cualquier otra situación. Acariciarla, amarla lentamente era acariciarme, amarme a mí misma fuera de mí misma, porque a través de su cuerpo, convertido en trasunto del mío, yo me congraciaba con algo tan insospechado como hermoso, algo que no tiene nombre y que en aquella época 27

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descubrí que habitaba en mí o que sencillamente era yo. Quiero decir que en algún sentido ella era mi doble, y que el deseo, pasión y la ternura que yo le ofrecía acababan retornando a mí como el rayo de luz que se proyecta en un espejo. De esta forma durante algunos meses, y gracias a Marcela, la relación conmigo misma adquirió una profundidad plácida, que yo no había conocido hasta entonces. Pero el influjo reconfortante de este amor residía y se propagaba únicamente en y desde la piel de Marcela; o a lo sumo tal vez emanaba de la reacción química que tenía lugar cuando su piel y la mía entraban en contacto. Porque si el entendimiento de nuestros cuerpos resultaba inmediato y completo, en cuanto hubieron transcurrido las primeras semanas de ensimismado ardor, la convivencia entre nosotras comenzó a convertirse en un infierno sutil que, como un cáncer, comenzaba a progresar imparablemente, contaminando y destruyendo insidiosamente los más pequeños resquicios de nuestros vínculos… A mediados de agosto, durante un viaje, me di cuenta de que nuestra relación estaba, si no muerta, finiquitada, y que nuestra única opción era separarnos. Fue en Grecia. Nuestras guerras domésticas hirieron de manera irremediable la hasta entonces prodigiosa armonía de los cuerpos, e incluso ese descalabro casi póstumo sirvió para revelarme una faceta de mí misma a la que hasta entonces no había concedido la importancia que de hecho tiene: me resulta insoportable la soledad de la piel.

Narciso en relación con los demás Para Narciso los otros no son sujetos, sino objetos, y eso le impide relacionarse con ellos de forma profunda, íntima, amorosa, y tener sentimientos hacia los demás; es incapaz de sentir empatía. Narciso se consume en este enamoramiento inalcanzable de sí mismo. A los demás los necesita como espejo, como eco, pero cuando encuentra a Eco en persona es incapaz de quererla. A los otros los trata como objetos que, en sí mismos, carecen de entidad. Ese tipo de relación se reproduce en muchas parejas en las que uno es narcisista y el otro dependiente, en las que uno cree tenerlo todo y el otro cree no tener 28

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nada. Se trata de relaciones asimétricas y deficitarias (Villegas y Mallor, 2010), donde realmente no hay nada que compartir más que un reflejo de una realidad inexistente. Narciso es imagen y Eco es voz, pero ninguno de los dos tiene entidad, porque uno se pierde en la imagen y el otro se pierde en la voz. Ambas son efímeras. La voz suena y desaparece, la imagen se diluye cuanto más te acercas a ella. Espejo y reflejo carecen de identidad; mientras Narciso se pueda mirar y el espejo aguante, puede durar la relación. Pero el espejo solo es un espejo, no tiene voz propia, se limitará a hacer de eco toda la vida de una imagen inalcanzable, si es que no se rompe antes. Tom y Jerry en pareja La pareja de origen esloveno, a los que llamaremos Claudia y Román, lleva unas semanas viviendo por separado por incompatibilidad en la convivencia. En esta ocasión intentan llegar a un acuerdo sobre algunos puntos concretos a través del intercambio de mensajes por chat. Claudia está resentida con Román por una aparente infidelidad de este último con una antigua novia, lo que se transfiere a la conversación, haciendo imposible cualquier acuerdo, ni siquiera sobre una propuesta de seguir unas clases de portugués. La naturaleza de estos intercambios reproduce una lucha por el poder entre dos narcisos, dirigido a dominar (Román) o neutralizarse (Claudia) mutuamente: Claudia: Voy a meditación a las 20.30 y después me voy a casa a mirar la serie. Román: ¡Ah! Ok. Podemos dormir juntos después de ver la serie. Si te parece. Si no, no nos vemos hasta el domingo. C.: ¿Quieres dormir conmigo? R.: ¿Y tú conmigo? Tengo las sábanas limpias. C.: Vienes tú, vale. ¿O voy yo? R.: Vale, sí… ¿Y el portugués? C.: El portugués pupa. 29

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R.: Pero si queremos ir allí (Portugal) a trabajar un par de meses necesitamos hacer unas clases. C.: Al máximo un profesor privado. R.: Sí, sí. Una profesora privada. C.: ¿Mujer? R.: ¿Si la busco, te apuntas? C.: ¿Y si yo quiero un hombre? R.: Yo la prefiero mujer. La busco y te digo. ¿Da igual portugués o brasileño, o nos hacemos los puristas? C.: El brasileño me da grima. R.: Bueno, entonces portugués, pero mujer. C.: Pero… ¿Por qué? R.: Claudia, ¿no puedes decir sí y ya está? C.: No, no puedo. Quiero saber qué cambia. R.: No, no cambia nada. Yo lo prefiero. Pero si hay que discutir, como siempre… El año anterior habías escogido tres profesoras, todas mujeres. C.: De hecho me da igual, pero si hay un hombre valioso no entiendo por qué no por principio, de verdad. R.: ¡Madre mía, qué difícil C.: Pero qué difícil eres tú, no yo. Búscatelo tú; así buscas lo que quieres. R.: Me gusta más una profesora mujer; lo prefiero, si para ti da lo mismo no veo cuál es el problema. Te das cuenta de que si no conseguimos ponernos de acuerdo por una clase de portugués no vamos a ningún lado. Estamos separados para no discutir y sin embargo si te propongo una cosa, nunca te va bien. Tú escoges hacer portugués y no brasileño y yo me encuentro más a gusto con una profesora mujer brasileña. Claudia, ¿adónde has llegado? ¿Puedes responderme por favor? C.: Estoy aquí. Desde luego es mejor que estemos separados. R.: Siempre estás dispuesta a discutir, siempre. Yo te estoy explicando lo que me has pedido. ¿Por qué es siempre tan difícil? ¿Por qué? Eres la primera en decir que para ti te es igual, pero si yo lo prefiero de alguna manera, tú entonces prefieres lo contrario antes que renunciar. No entiendo. Tesoro, ¿por qué no podemos estar de acuerdo? Claudia, estás de morros conmigo. ¿Por qué? ¿Por haberte propuesto hacer un curso juntos? 30

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C.: ¡Oh Dios! No. No aguanto discutir por cualquier cosa. Haz lo que te parezca, me da igual. Basta, dejémoslo aquí. R.: Primero discutes y después te lamentas de discutir. Ok. Me rindo. C.: Yo también. R.: ¿Pero por qué siempre estás enfadada conmigo? C.: Sí, sí, sí. Basta, que lo dejes de una vez. R.: Bye.

La perspectiva clínica En épocas recientes, a partir de 1980 y a través del dsm-iii, la personalidad narcisista ingresó en el diagnóstico psiquiátrico, recogido también en la International statistical classification of diseases and related health problems icd de la Organización Mundial de la Salud (2018). Desde el punto de vista clínico, se ha impuesto como una patología que exige un diagnóstico diferencial de los trastornos de personalidad, asociados al mismo, como los cuadros bordeline, histriónicos y antisociales del llamado «clúster B». También se ha relacionado con los trastornos evitativo y obsesivo de personalidad. Para tener una idea más adecuada acerca del término en un sentido descriptivo, nos remitiremos al criterio diagnóstico utilizado en el dsm de la American Psychiatric Association (apa), que desde que lo introdujo en su tercera edición —y lo ha ido manteniendo en las sucesivas— lo define como «un patrón general de grandiosidad (en la imaginación o en el comportamiento)», una necesidad de admiración y una falta de empatía, que empiezan al principio de la edad adulta y que se dan en diversos contextos como lo indican cinco (o más) de los siguientes ítems: • Tiene un grandioso sentido de autoimportancia (por ejemplo, exagera los logros y capacidades, espera ser reconocido como superior, sin unos logros proporcionados), como el expresado reiteradamente por Jose Mourinho en diversas ocasiones.

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«Si hubiera querido un trabajo fácil, me hubiera quedado en Oporto con una cómoda silla azul, el trofeo de la Champions League… Dios, y después de Dios, yo». • Está absorto por fantasías de éxito ilimitado, poder, brillantez, belleza o amor imaginarios. «Seré un genio, y el mundo me admirará. Quizá seré despreciado e incomprendido, pero seré un genio, un gran genio, estoy seguro de ello». (Salvador Dalí) • Cree que es «especial» y único y que solo puede ser comprendido o solo puede relacionarse con otras personas (o instituciones) que son especiales o de alto estatus. «No soy el mejor del mundo, pero creo que no hay nadie mejor que yo… Dios tiene que pensar que soy un tío cojonudo. Si no, no me hubiera dado tanto». (Cristiano Ronaldo) • Exige una admiración excesiva. «Desde la Revolución francesa ha ido afianzándose la viciosa y cretinizante inclinación a hacer creer a todos que los genios (dejando al margen su obra) son seres humanos más o menos parecidos en todo al resto de los demás mortales. Nada más falso. Y, si esto es falso para mí, que soy el genio de más amplia inspiración de nuestra época, el auténtico genio de los tiempos modernos, es todavía más falso para aquellos genios que alcanzaron la cumbre del Renacimiento, como Rafael, genio casi divino. […] La vida cotidiana de un genio, su sueño, su digestión, sus éxtasis, sus uñas, sus resfriados, su sangre, su vida y su muerte son esencialmente diferentes a los del resto de la humanidad». (Salvador Dalí) 32

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• Es muy pretencioso. Por ejemplo, expectativas irracionales de recibir un trato de favor especial o de que se cumplan automáticamente sus expectativas. «¿Por qué? ¿Por qué en cada semifinal pasa lo mismo? Estamos hablando de un equipo, el Barça, absolutamente fantástico, pero ¿por qué no pudo ir a la final el Chelsea hace dos años? ¿Por qué tiene este poder con los árbitros? ¿Por qué? Yo no entiendo por qué… No sé… No entiendo… ¿Por qué? Yo no entiendo por qué… De repente, por milagro, Pepe expulsado, equipo con 10. Íbamos a tratar de llegar un poco más lejos. ¿Por qué? Yo no entiendo por qué… ¿Por qué? Yo no entiendo por qué… ¿Por qué?». (Jose Mourinho) • Es interpersonalmente explotador. Por ejemplo, saca provecho de los demás para alcanzar sus propias metas. «Josep Guardiola es un gran entrenador, pero ganó una Champions que a mí me daría vergüenza tener» (Jose Mourinho) • Carece de empatía, es decir, es incapaz de reconocer o identificarse con los sentimientos y las necesidades de otras personas. «Barcelona es una ciudad cultural, con teatros importantes y este chico (Leo Messi) ha aprendido muy bien. Ha aprendido comedia». (Jose Mourinho) • Frecuentemente envidia a los demás o cree que los demás le envidian a él. «Será porque soy guapo, rico y un gran futbolista, porque me tienen envidia. No tengo otra explicación». (Cristiano Ronaldo) 33

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• Presenta comportamientos o actitudes arrogantes o soberbias. «No soy un entrenador más, soy campeón de Europa. Podéis llamarme The special one… 2010 fue el mejor año de mi carrera. Si hay que poner una nota desde el punto de vista profesional, de 1 a 10, me pongo un 11… Por favor, no me llaméis arrogante, soy campeón de Europa y creo que soy especial. Wenger, Ferguson y Benítez nunca serán tan especiales como yo». (Jose Mourinho). El narcisismo de los narcisistas ¿Es el narcisismo una categoría patológica específica, como parece deducirse de los manuales de diagnóstico clínico? ¿O bien se trata de una categoría antropológica universal, que solo en determinados casos alcanza dimensiones patológicas? Si retomamos las historias de los personajes que hemos presentado en nuestra introducción podemos preguntarnos, a propósito de ellos: • ¿Era Miriam una mujer narcisista antes de «enloquecer de celos», después de haber cumplido los cincuenta años? • ¿Era Jean Claude Romand un narcisista rematado antes de cometer su crimen? • ¿Era Carlos un sátiro insaciable, preocupado por el tamaño de su pene o por ocupar un puesto de poder a través de ejercer su liderazgo? La repuesta en todos los casos es, evidentemente, que no. Si volvemos a considerar cada una de estas historias, vemos que lo que está en juego es la preservación de la propia imagen narcisista, no su ostentación.

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La mujer en el armario Miriam es la hija mayor de un matrimonio que tuvo dos hijos, ella y un chico. El padre murió hace unos veintiséis años y ella ha tenido que hacerse cargo de la madre y del hermano. Casada muy joven, tuvo dos hijos, un chico que ahora tiene 31 años, que le está trayendo muchos problemas con la droga y su comportamiento asocial, y una chica de 30. Vive con un hombre con quien ha tenido su tercer hijo, de 22 años. La relación con este hombre vino a llenar el vacío que dejó el suicidio de su primer marido. Se conocieron y fueron a vivir juntos por primera vez hace veinticinco años y, al poco de tener el hijo, se separaron por maltratos. Durante estos años hasta la actualidad en que vuelven a vivir juntos, su relación ha sido tumultuosa, jalonada de separaciones y reencuentros, de desprecios, maltratos y persecución sexual. Miriam viene a terapia pidiendo ayuda no para liberarse de la humillación y el sometimiento al que se ve expuesta continuamente, sino de sus propios celos que se han disparado angustiosamente a partir del último reencuentro, que les ha vuelto a la convivencia. Sigue a su pareja a todas partes a escondidas, con el coche de su madre para que él no se dé cuenta, le espía el teléfono, se mete en sus cuentas de internet, ha acudido a «videntes», ha llegado a quedarse encerrada en el armario de la habitación para controlar si se iba a la cama con otra mujer. La razón de estos celos exacerbados parece radicar en unas condiciones de dependencia que ella misma ha ido favoreciendo al vender su piso e irse a vivir con él, habiendo gastado además sus ahorros en arreglar la casa de él; al empezar a sentir el deterioro de su principal activo, la belleza; al sentirse amenazada por la conducta violenta de su hijo mayor que mantiene cuentas pendientes importantes con la justicia. Por primera vez en su vida, ella, que ha hecho frente al cuidado de su madre y de su hermano, al suicidio del primer marido y a la crianza de los hijos, trabajando incansablemente por seguir adelante, rechazando pretendientes bien acomodados porque no quería depender de nadie, empieza a sentirse inválida y se agarra a un clavo ardiente. 35

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Miriam: He rechazado a muchos hombres con dinero y en cambio he escogido a hombres necesitados. Siempre he sido yo quien ha aportado los recursos… Tal vez porque yo no he querido depender de nadie… Lo que no me gusta es que yo ahora dependa de esta persona, cuando en toda mi vida no he dependido de nadie. Terapeuta: No querías depender de nadie y has terminado dependiendo de él. M.: Sea como sea tengo que buscar una solución a estos celos… a estas tonterías. T.: El problema de estos celos no está en si te engaña o no te engaña. El problema está en ti, en que no te quieres, porque su reconocimiento no lo puedes esperar, no lo tendrás nunca… Ahí está tu problema. Mientras te has sentido segura, te sentías guapa y tenías casa y trabajo no lo vivías como un problema, pero ahora que piensas que puedes perder la estabilidad, que ya no estás en tu casa, ahora te sientes insegura y estás intranquila, con el miedo de que este hombre te deje… Pero si tú estás pendiente de que el otro te rechace o no te rechace, y si eres capaz de hacer cualquier cosa aun a costa de tu dignidad, con tal de que no te deje, entonces el problema lo tienes tú misma, porque los celos nacen de ahí: ya no es lo que hace el otro, es tu inseguridad… Piénsalo, Miriam, estos celos no nacen de tu locura, sino de tus carencias o necesidades.

El falso médico Aunque, durante su juicio, Jean Paul Romand fue diagnosticado por cuatro psiquiatras forenses de un «trastorno de personalidad narcisista», esta es una etiqueta psiquiátrica aplicada a posteriori. Nadie, antes, le hubiera diagnosticado de este modo, sino que más bien le hubiera tenido por una persona honorable, discreta y formal. Si nos planteamos el caso desde la perspectiva de su desarrollo evolutivo, todo parece indicar que Jean Claude tuvo una infancia y una adolescencia adecuadas, que le permitieron el desarrollo de los distintos sistemas de regulación moral y emocional de una forma aceptable, sin que pudiera detectarse ningún trastorno de personali36

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dad. Su escolaridad siguió los procesos habituales hasta ingresar en la universidad, en la facultad de medicina. El problema se planteó cuando falló en cumplimentar un examen en el segundo curso de carrera, lo cual le situaba en la condición de tener que volver a matricular la asignatura. Ahí, como hemos señalado en la narración de los hechos en el capítulo introductorio, se fraguó la clave de su destino. Jean Claude tuvo que tapar con una máscara de honorabilidad el engaño sobre el que construyó su vida social consecutiva. Hasta ese momento, Jean Claude no había cometido ninguna infracción legal, no había ejercido de médico a falta de título, no había robado, se había «ganado la vida» con trapicheos en la bolsa y había procurado atender económicamente al sustento de la familia, de forma adecuada. Sus fallos habían sido de tipo relacional (engaño, simulación, adulterio). Quisiera anticiparme a una duda, totalmente razonable, que, llegado a este punto, le puede surgir al lector respecto al comportamiento de Jean Claude. Si la «honorabilidad» era el criterio que regulaba su comportamiento, ¿cómo es que en nombre de ella engaña, simula, traiciona y finalmente asesina? La respuesta no es otra que la de considerar que en la circunstancias que se produjeron, entre otras, a raíz de su relación con la amante parisina, se puso en riesgo la imagen narcisista, que hasta aquel momento se había mantenido preservada. Y esta le llevó a la destrucción de los testigos (incluidas las personas más próximas) y las pruebas físicas (incluido el propio protagonista) para evitar la vergüenza, cuando estuvo a punto de desmoronarse «la honorable fachada», tras la cual había construido el edificio de su vida social. El antilíder Finalmente, en el caso de Carlos, en lugar de un narcisismo engreído lo que nos encontramos es un notable complejo de inferioridad y una estructura de personalidad obsesiva y fóbica social. No parece 37

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que con estos condicionantes fuera pavoneándose por ahí o presumiendo de grandes logros. Más bien rehuía el contacto social y solo se abría en situaciones de aceptación y confianza. Podríamos hablar, en su caso, claramente, de un déficit de autoestima, que se hace difícil de confundir con un trastorno de personalidad narcisista, tal como viene descrito en los manuales. Sin embargo, se hace evidente que toda la dinámica fóbico-obsesiva que afecta a Carlos se pone en marcha ante cualquier amenaza a su imagen. Esta aparente incongruencia se resuelve fácilmente si tenemos en cuenta las características diferenciales que proponemos más adelante, en el capítulo tercero, sobre las diversas modalidades de narcisismo, que permiten descubrir motivaciones narcisistas bajo las más variadas circunstancias. La pandemia narcisista Celos, vergüenza, complejo de inferioridad no parecen precisamente atributos al uso de personalidades narcisistas, por lo que hemos de admitir que la herida narcisista es un riesgo al que todos los seres humanos estamos expuestos. Unos andan por el mundo ostentando o proyectando por doquier su imagen, a fin de obtener reconocimiento o validación; otros en cambio la protegen o la ocultan, a fin de evitar su invalidación. Esta característica prácticamente universal de exaltación o preservación de la imagen ha llevado a establecer una doble distinción entre narcisismo «manifiesto-encubierto» (overt-covert) (Wink, 1991, 1997, Rovik, 2001, Mirza, 2018), «de piel dura-de piel fina» (Rosenfeld, 1987), «inconsciente-hipervigilante» (Gabbard, 1989), o «grandioso-vulnerable» (Dickinson y Pincus, 2003). El primero, el narcisista manifiesto, andaría gallardeando por el mundo, ostentando su valía, seguro de su capacidad de atracción, seducción o dominio sobre los demás, ignorando la vulnerabilidad de su tendón de Aquiles, hasta que una flecha perdida acertase a dar en él. El segundo, el narcisista encubierto, siempre atento a prote38

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gerse de su punto débil, andaría sigilosamente por el mundo, más bien mendigando reconocimiento y protegiéndose de la crítica o la invalidación. Podríamos convenir en que estas manifestaciones ostentosas o sigilosas son las que habitualmente se identifican como narcisistas por definición en manuales académicos o en los libros de autoayuda al uso. Pero en este texto consideramos el narcisismo como una característica antropológica universal, derivada de la capacidad de la propia especie humana de desarrollar una conciencia de sí, de mirarse y de verse reflejada en el espejo. Más allá de la mirada clínica o diagnóstica sobre el narcisismo, nos interesa señalar que los trastornos de personalidad narcisista son la cara visible y llamativa de un fenómeno universal, como inherente a la condición de la conciencia humana, que se halla latente o potencialmente presente en todos y cada uno de nosotros. Por eso, cualquier amenaza a la estima de la propia imagen puede desencadenar una reacción imprevisible de furia destructiva, depresión profunda o ansiedad anticipatoria, fóbica o paranoide, tanto más probable en nuestros días, cuanto más expuesta nuestra intimidad al dominio público, el escarnio o la vergüenza, independientemente de los antecedentes clínicos. Prometeo, arrebatándoselo a los dioses, trajo el fuego a la humanidad. Hermes, por expreso encargo de Zeus, dotó a los humanos de conciencia moral. Y Narciso, al verse reflejado en las aguas cristalinas del estanque, dio origen a la conciencia especular. Como predijo el adivino Tiresias en el momento de su nacimiento, Narciso viviría muchos años «si no llegara nunca a conocerse a sí mismo». Vio su propia imagen y se enamoró de ella, languideciendo a su lado hasta morir y convertirse en la flor que lleva su nombre. Desde entonces, estamos todos atrapados en el espejo.

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2. El

espejo mágico

Origen del narcisismo en el proceso de diferenciación del yo Desde el momento en que un óvulo resulta fecundado por un espermatozoide, se inicia el proceso de formación de un nuevo individuo humano que está orientado a convertirse en un sujeto autónomo, diferenciado de su entorno. Sin embargo, este proceso pasa por un largo recorrido, lleno de vicisitudes evolutivas que hemos descrito en otra parte (Villegas, 2011, 2015) y que van configurando diversas etapas del desarrollo en base a diversos criterios de regulación, de menor a mayor independencia del entorno. Inicialmente, el sujeto no se halla diferenciado del mundo que lo rodea, puesto que se forma a partir de un estado simbiótico con la madre, que es característico del periodo fetal y neonatal. Luego, y en la medida en que se va constituyendo como un núcleo orgánico propio, diferenciado de la madre por el proceso expulsivo del parto y, más adelante, del destete, se le va planteando al bebé la necesidad de adaptarse a la nueva situación, creada por la dinámica del propio desarrollo madurativo que conlleva la adquisición de la posición erecta (sostenerse en pie), la capacidad ambulatoria (andar), la progresiva construcción del lenguaje (balbucear) y la interacción comunicativa (hablar). Estos procesos le plantean cada vez con más fuerza al bebé la necesidad de diferenciarse del otro que se presenta como otro, empezando por la madre misma. La conciencia de esta diferenciación genera el 41

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surgimiento del sí mismo como sujeto (yo) frente al mundo circundante (otro). De este modo se configura la conciencia reflexiva de sí mismo. «Yo soy yo y mi circunstancia», dejó escrito Ortega y Gasset (1914) en Meditaciones del Quijote. Pero esta «y» de mi circunstancia no equivale a un signo sumatorio, sino relacional: yo soy yo en medio de lo que me rodea (circunstancia), pero diferenciado de ella, como el feto se va diferenciando de la placenta, donde se engendra. Este proceso de diferenciación supone un primer momento de indiferenciación, o egocentrismo originario, previo a la distinción entre sujeto y objeto, que tendrá lugar más tarde en la fase del espejo (Lacan, 1983). En consecuencia, el concepto que queremos preservar es el de egocentrismo, siendo el de «narcisismo» un concepto de naturaleza metafórica para referirse a él, cuyo alcance, a través de todo el periodo evolutivo, ampliaremos con la triple distinción entre narcisismo aristocrático, meritocrático y plutocrático. En base a esa concepción consideramos la génesis del narcisismo como una derivación del proceso de diferenciación del yo, producto de la superación de la simbiosis originaria con la madre a partir de la representación del otro como otro, distinto al propio sujeto, lo que le convierte, como también a la propia imagen, en objeto de relación. En consecuencia, el narcisismo debe entenderse como una vicisitud posible en el proceso de diferenciación yo-otro, en el que el yo queda constituido como sujeto y el otro como objeto. En este proceso de diferenciación, el sujeto se conoce a sí mismo a través de la imagen que proyecta de sí en el espejo de los otros o en la que los otros le devuelven de él, antes de que pueda captarla en cualquier superficie reflejante. La cuestión es que el narcisista, como Narciso en las aguas del estanque, no se reconoce a sí mismo, sino la imagen desdoblada de sí mismo, pero que él interpreta como la de otro, de la que se enamora. De este modo, su imagen acaba sustituyendo a su ser. No hay una coincidencia entre él y su imagen, sino una sustitución del uno por la otra. A partir de este momento, su imagen pasa a ser su sustituto y su validación requiere el reconocimiento especular, que está siempre en poder de la mirada ajena, por lo que termina dependiendo de ella, 42

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hasta el punto de necesitarla. Narcisista es, pues, aquel que busca o necesita el reconocimiento especular. El narcisista ostentoso lo busca activamente a través de la validación ajena. El evitativo intenta, más bien, protegerse de su invalidación por parte de los demás. Esta capacidad de desdoblamiento sitúa en el punto de mira evolutivo la cuestión de la relación yo ↔ los otros. Como decía Karen Horney (1993), cabe la adopción de tres posiciones distintas: con/ contra/sin los otros. La forma en que vaya a responder cada uno de nosotros a esta nueva situación depende de si el sujeto va a intentar afrontar la resolución de esta crisis de un modo egocentrado (contra o sin los otros) o alocentrado (con los otros), o equilibrado como resultado de una síntesis entre ambas tendencias antagónicas. Asimilación y acomodación Las funciones adaptativas del organismo al medio, que desde el punto de vista evolutivo le permiten su supervivencia como individuo y como especie, se llevan a cabo a través de dos modalidades: la asimilativa y la acomodativa. La modalidad asimilativa busca eliminar las diferencias del otro para incorporarlo al propio mundo (egocentrismo). Esta función en el mundo biológico implica la destrucción de otro organismo, por ejemplo de un conejo, matándolo, despellejándolo, troceándolo y asándolo, para poder incorporar —es decir, asimilar al propio organismo— sus recursos energéticos, al comerlo. En el ámbito histórico y social podemos observar esta actitud asimilativa, por ejemplo, en el comportamiento del conquistador que asimila los pueblos indígenas eliminando su lengua, costumbres y cultura e imponiendo las suyas hasta conseguir borrar las diferencias, para hacerlos símiles (semejantes) a sí mismo. La modalidad acomodativa implica la actitud contraria, la adaptación al otro (alocentrismo). En el mundo de la biosfera eso implica modificar el organismo para poder sobrevivir a los cambios que se produzcan en ella. Por ejemplo, las especies que sobrevivieron al gran 43

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cataclismo climático de las eras glaciales lo hicieron gracias a las modificaciones que adoptaron en su propio organismo para acomodarse —sentirse cómodos— en el nuevo hábitat resultante. En el ámbito social o psicológico podemos señalar, como ejemplo, los cambios en los hábitos conductuales e incluso relacionales que alguien puede hacer a fin de ser aceptado o admitido en una secta, o la supeditación a otro en las relaciones de dependencia afectiva. Estas dos tendencias están siempre en tensión en la naturaleza. En el ámbito psicológico se expresan en la dialéctica entre egocentrismo (centramiento en el yo) y alocentrismo (centramiento en el otro), que acompaña todo el proceso evolutivo, dando lugar a tres posiciones posibles. El predominio de la función asimilativa está orientado a la confirmación de la propia imagen por negación o asimilación de la del otro. El de la función acomodativa da lugar a la supeditación de la aceptación de la propia imagen al reconocimiento de los demás. Finalmente cabe la síntesis conseguida en la equilibración de ambas tendencias. El equilibrio entre la función acomodativa y la asimilativa supone el reconocimiento propio como sujeto y del otro como «otro yo», dando origen a una relación sujeto-sujeto, mediada por el respeto y la empatía, sobre la base de la autoestima ontológica. Yo me quiero a mí mismo en cuanto ser único y propio, y al otro en cuanto entidad ontológica también, única y propia, con los mismos derechos que yo. Eso implica una capacidad de descentramiento por la que puedo verme a mí mismo como centro de mi experiencia y al otro como centro de la suya (egocentrismo acomodativo). El desequilibrio, en cambio, a favor de la función asimilativa, tiende a negar esta diferenciación, incluyendo al otro en el propio yo, negando su subjetividad, reduciendo su entidad a la de un objeto, convirtiendo la relación en una relación sujeto-objeto, situando al yo en una superioridad exclusiva, de dominancia o seducción, a la que llamamos narcisismo. En este contexto creado por la función asimilativa se entiende la aparición del narcisismo como enamoramiento de sí mismo, con exclusión del otro. En el mito relatado por Ovidio, el enamoramiento 44

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se produce de forma instantánea en el momento en el que Narciso se ve reflejado a sí mismo en las aguas del estanque, mientras rechaza las pretensiones amorosas de la ninfa Eco. A partir de este desdoblamiento especular a través de la imagen, esta se va a convertir en elemento de intercambio social, sometido a la cotización del «mercado de valores». Narciso va a privilegiar su imagen por encima de su ser, hasta el punto de preferir la muerte, en caso de no ser correspondido. De ahí surge la amenaza constante de invalidación en la que vive el narcisista, que da lugar a las distintas estrategias de mantenimiento de la imagen que desarrollamos en este libro y que agrupamos en tres modalidades: aristocrática, meritocrática y plutocrática, las cuales pueden propiciar un estado de tensión constante, inductor de ansiedad o de reacción depresiva frente al fracaso. Desde esta perspectiva, el narcisismo es una forma fracasada en el camino de la diferenciación del yo, por cuanto no puede concebirse al margen de la relación consigo mismo, donde el otro aparece como un rival a dominar, seducir, ignorar o despreciar. En este contexto se entienden la envidia o los celos, así como el maltrato. Al igual que el niño envidia el juguete del hermano o lo destruye cuando se frustra o ya no le complace, en las relaciones adultas el narcisista se comporta con las otras personas como si fueran sus juguetes, que puede destrozar cuando ya no le satisfacen. Por eso no puede soportar que otras personas sean socialmente más valoradas que él, porque lo vive como una invalidación propia. Proceso evolutivo de formación de la imagen La fase especular de representación o creación de la imagen de sí mismo, que se forja en los primeros años de vida, es prácticamente universal. La aparición de la conciencia lleva inexorablemente adosada la formación de una representación de sí mismo expuesta a la propia valoración, tanto como a la ajena. Sobre esta imagen se pueden proyectar tanto el amor como el odio. 45

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Por su propia naturaleza, el nacimiento presupone la experiencia de la primera diferenciación entre el organismo y el mundo simbiótico de la placenta del que se ha desprendido. Esta experiencia, así como posteriormente la del destete y demás experiencias progresivas de separación de la madre, o la misma tendencia hacia una constante mayor autonomía psicomotriz, van a influir en la formación de una conciencia de sí mismo como diferenciado del resto del mundo envolvente. Y como resultado de esta diferenciación aparece la conciencia especular de sí mismo a través del reflejo en el espejo, que no hay que limitar al de azogue, sino entender de manera metafórica, como queda dicho, en la mirada del otro. Los seres humanos somos los únicos que necesitamos validarnos después de nacer. Esta necesidad de posvalidación ha adquirido incluso sus formas ritualizadas, tanto en el ámbito religioso como en el social, el profesional o el académico. Las ceremonias, por ejemplo, del bautismo en las que se confiere nombre propio a la criatura, las puestas de largo en sociedad, los reconocimientos académicos o las distinciones honoris causa, los premios deportivos, los concursos de belleza o el reparto de las estatuillas de los Oscar, están orientadas a distinguir los agraciados del resto de los mortales. Ningún conejo, jirafa, ruiseñor o salmón tiene necesidad de validarse como tal en sociedad, ni de buscar el reconocimiento de los demás. El conejo no se vanagloria de su habilidad para sortear los obstáculos en su carrerea, ni la jirafa de la esbeltez de su largo cuello, ni el ruiseñor del embeleso de su canto o el salmón de su probada resiliencia. Esto sucede porque el ser humano se caracteriza por su capacidad de representación y evaluación de la realidad, aun en ausencia de ella. En este sentido, el narcisismo, como formación de la imagen especular de uno mismo, es un fenómeno universal que se gesta durante la infancia, entre los 2 y 6 años, en que se forma la conciencia reflexiva del yo, dando lugar a la aparición del egocentrismo.

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 Dificultades evolutivas en la diferenciación del yo Está claro que el primer paso para la diferenciación del bebé se da en relación al cuerpo de la madre, a partir del parto; pero la simbiosis materna posparto continúa con la lactancia. A su vez, el segundo paso para la diferenciación del yo se verá condicionado por el reflejo que el niño reciba de sí mismo a través de la mirada de la madre. De cómo esos ojos —a los que pronto se sumarán también los del padre, dando origen a la mirada parental— reflejen al niño y de lo que proyecten sobre él, van a depender, al menos en parte, los caminos por donde va a transcurrir el proceso de formación de la propia imagen a lo largo de las distintas fases evolutivas. Algunas condiciones permitirán la diferenciación espontánea y saludable del yo, mientras que otras la dificultarán, pudiendo dar lugar a su anulación o invalidación, a su exaltación o endiosamiento, o a la confusión proyectiva con la mirada ajena.  El narcisismo proyectivo Con frecuencia asistimos a proyecciones de padres en sus hijos, o de maestros en sus alumnos aventajados, de sus ideales frustrados, con lo que esperan conseguir llevar a cabo los sueños de excelencia que las circunstancias de su vida no les han permitido alcanzar personalmente. De esta manera, el narcisismo de los padres, al proyectarse sobre los hijos, va a impedir su desarrollo como personas autónomas e incluso, en algunos casos, va a suponer su aniquilación. Mi hija Hildegart Los casos de proyección narcisista, particularmente por parte de los padres, pueden llegar a extremos destructivos aberrantes en sus efectos sobre los hijos, sobre todo cuando se proyecta en ellos ideales prácticamente inalcanzables de carácter meritocrático, que persiguen 47

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la excelencia a través de logros sublimes. Películas relativamente recientes como El cisne negro (Darren Aronofsky, 2010), Camino (Javier Fesser, 2008) o Kreuz wege (Dietrich Brüggemann, 2014) tensan la cuerda de la perfección artística o espiritual hasta límites que lindan con la patología o la muerte. Pero entre todos estos relatos, la mayoría correspondientes a historias reales, destaca particularmente la historia llevada al cine por Fernando Fernán Gómez, estrenada en 1977 y titulada Mi hija Hildegart, a partir de un guion inspirado en el libro Aurora de sangre, de Eduardo de Guzmán (1972). Basada en un hecho real, ocurrido en la España republicana y con la eugenesia como trasfondo, la historia resulta absolutamente impactante (Villegas 2022). Aurora Rodríguez Carballeira concibe una hija con el propósito de hacer de ella una especie de revolucionaria socialista, feminista y libertaria. A fin de llevar a cabo su objetivo de la forma más radical posible, le busca un padre para la ocasión que no la vaya a reconocer nunca, un sacerdote castrense, con el que no volverá a entrar en contacto, creando de este modo las condiciones más próximas a una partenogénesis, como si se tratara de dar a luz un engendro divino. Muy pronto se encargó de trocarle la niñez por los estudios. Así lo dijo la niña en una entrevista de la época: «No he tenido infancia… La infancia la necesité para estudiar». Su madre la sometió a una dura instrucción pedagógica, y cuando con solo diez años entró en el colegio Cisneros para estudiar bachillerato en alemán, ella ya dominaba el francés, el inglés, el italiano, el portugués y el latín. Con 14 años empezó, acompañada por su madre, la carrera de Derecho y a los 18 obtuvo el doctorado, lo que le permitió, aun siendo menor de edad, abrir un bufete. También empezó las carreras de Letras, Filosofía y Medicina, que no llegó a concluir. Efectivamente, los desvelos en su educación dan como fruto una niña prodigio, que sin haber llegado aún a la mayoría de edad, puede jactarse de haber finalizado dos carreras universitarias, haber escrito varios libros y artículos y haberse convertido en una figura clave en el partido socialista, requiriendo su trabajo las más ilustres personalidades políticas e intelectuales del momento. 48

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Pero como toda adolescente, y con el handicap de haber pasado su vida bajo un estricto y cuasi asfixiante yugo materno, Hildegart ansía libertades y diversiones. El pecado imperdonable que comete llega en forma de enamoramiento. La madre, incapaz de soportar la más mínima desviación de su hija del camino que ha soñado para ella, la mata a sangre fría, con cuatro disparos, igual que un escultor, según sus propias palabras, «destruye su obra cuando la misma no ha alcanzado las cotas de perfección a que aspiraba. Como una gran artista que pudiendo destruir su obra si le place, porque un rayo de luz se la muestra imperfecta, así hice con mi hija, a quien había plasmado y era mi obra».  El narcisismo fusional: la suplantación del yo Una de las características del narcisismo es la actitud asimilativa por la que todo lo que le rodea tiende a fundirse con él. Esta tendencia es particularmente observable en las relaciones íntimas y estrechas, particularmente las de amistad, de pareja o maternofiliales, que pueden llegar hasta extremos literalmente destructivos, como hemos visto en el caso anterior de Aurora y Hildegart, en la que el narcisismo proyectivo de la madre no pudo soportar la desviación de la hija del camino trazado para ella. En otros casos, como el que veremos a continuación, no existe ni siquiera un camino trazado, que pueda recorrer el hijo, sino que la madre lo concibe como una parte de sí misma, sin permitir su diferenciación, como si todavía estuviera recluido en su seno o, si llegara a nacer, no consiguiera cortar el cordón umbilical para poder desarrollarse por sí mismo. En esos casos se hace muy difícil la diferenciación del yo, dado que la relación entre madre e hijo es todavía fusional. La identidad del hijo acaba siendo la que configura la madre.

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Embarazo de nueve años No solo hay amores que matan, los hay que también ahogan, impiden crecer o confunden a los hijos, imposibilitándoles diferenciarse de sus padres, sobre todo ya desde los primeros años de vida. Una forma de invalidación ontológica por la que la fusión amorosa niega la alteridad o singularidad del ser del otro, así como su capacidad de autonomía. Tal es el caso de Ceci, cuyo amor narcisista, posesivo y fusional deriva frecuentemente en maltrato a su hijo Jorge, tal como se resume en el siguiente diálogo, en el que la paciente se plantea los motivos por los que descarga su enfado con su hijo, hasta el punto de cuestionarse si pueden definirse como maltrato o no. En el trascurso de la sesión hace referencia a sus dos hijos, la chica, de 20 años, y Jorge, el niño, de 9. La primera parte de la entrevista está dedicada a la exposición y exploración del fenómeno del maltrato: Ceci: Pero, exactamente, el maltrato psicológico, ¿qué es? ¿Tú crees que es maltrato psicológico que yo le diga al niño «este niño es tonto del culo»? Reconozco que mi hijo me pone muy nerviosa. Pues no sé qué voy hacer, porque no puedo comprender que un niño de 9 años sea tan rebelde. Y es que lo he probado todo. Pero por otra parte, luego me lo como a besos. El otro día le dije ¡una cosa más gorda…!: «Eres lo que más quiero en el mundo, pero antes de que me tomes el pelo, te ahogo en la bañera»… ¿Qué piensas? ¿Es el niño o soy yo? Terapeuta: Bueno, es algo relacional. Hay una relación entre tú y tu hijo… Porque en todas las relaciones siempre se crea una especie de dinámica o de juego. O sea, dices que él solo reacciona cuando te ve a ti sulfurada. Pero hay veces que te lo comes a besos, así, sin más. C.: Sí, soy muy cariñosa con él. Me apetecería cogerle, darle un abrazo y comérmelo a besos. Con mi hija no lo he hecho, por eso no lo entiendo, porque tengo con él una relación que lo quiero con locura… Yo lo necesito; no sé, me gusta. Desde siempre, desde que era bebé me lo como a besos, pero al mismo tiempo me pone muy nerviosa, mucho. T.: Tú has dicho «lo necesito»; o sea, que el niño puede percibir que él es un objeto que a ti te satisface. Pero a la vez, si te satisface tiene que ser un 50

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objeto para ti, no puede ser para sí mismo. Entonces la rebeldía es una especie de mensaje que te dice: «yo soy para ti, pero cuidado que yo soy yo». Y solamente cuando él ve amenazado ese amor, ese cariño tan grande, el afecto tuyo tan efusivo, convertido en odio, entonces reacciona. C.: Lo que hago con mi hijo también lo hago con mi marido. De golpe le doy un abrazo. T.: Me parece muy bien, pero tu marido es tu marido y tu hijo es tu hijo. Es decir: hay fronteras generacionales. La relación parental requiere una distancia, o al menos se tiene que ir transformando en la distancia. Este bebé que es un trozo tuyo, que forma parte de ti, que le das el pecho, se tiene que ir diferenciando de ti. Entre tú y él se tiene que desarrollar una distancia, no solo una diferencia física, sino también psicológica en el sentido de que no le puedes dar el afecto a un hijo que le das al marido, por ejemplo. El amor de padres a hijos es distinto. C.: Ya, ya. T.: Pero a mí me parece que este niño todavía no se ha diferenciado bien de ti. O sea, que no te ve como una madre, te ve como una compañera. Tú le das un amor tal que para él no hay fronteras, como si estuviera mezclado contigo, y entonces, solamente cuando ve amenazada esta fusión, reacciona. Pero al mismo tiempo tiene necesidad de diferenciarse… Entre los 2 y los 3 años es la etapa del despegue de la madre, evolutivamente, y parece que el niño no ha hecho este despegue. C.: Puede ser… T.: Pero no lo ha hecho porque se ha establecido un tipo de relación entre vosotros dos que o no se lo permite o no se lo facilita o no se lo provoca, en el sentido de que un niño, cuando tiene 2 o 3 años, se halla en la etapa en que decir «no» significa decir yo; o sea, «ya no soy una pieza de mi madre». Y claro, entonces todos los actos de rebeldía son actos de afirmación de él. Pero a la vez él se afirma y luego tú te fusionas con él [gesto de abrazo] como si no consiguiera separarse… C.: Él también corresponde. Te digo que él también es como yo, él abraza, no solo a mí, abraza a su padre. Y además de repente estás así y va y te da un beso así fuerte y a su hermana también. T.: Pero eso es demasiado fusional… Ahí es donde yo veo la parte relacional; si tú eres tan afectuosa con él, parece que a él no le ayuda. 51

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C.: Puede ser, puede ser, puede ser… T.: El niño tiene una identidad propia y tiene que empezar a relacionarse de otra manera. Pero claro, ahí es donde aparece la parte relacional; si tú eres muy afectuosa con él, parece que a él no le ayuda. Porque la efusión, ¿qué es lo que hace? C.: Confundirlo. T.: Lo confunde. Entonces, tal vez deberías repensar un poco esa necesidad. No te preguntes tanto si haces bien o mal, sino por qué necesitas tanto el afecto de tu hijo. ¿Qué tiene él que te compensa? C.: Pero yo no busco el afecto que él me da; necesito dárselo yo a él. T.: Ya, pero, ¿por qué necesitas dárselo? C.: No lo sé. Recuerdo que cuando nació sentí una felicidad que no había sentido en mi vida; la felicidad absoluta es cuando lo vi y pensé: «Ay, que bebé más bonito». Quería tener un bebé deseado y así fue. Pasaron años y cuando por fin me quedé embarazada, ni te cuento: ¡vaya embarazo más guapo! Yo estaba la mar de bien, disfrutando. Hasta me dio rabia dar a luz porque habría estado embarazada años, me encantaba… T.: Lo acabas de decir: todavía… C.: Estoy embarazada… Puede ser. Porque yo lo recuerdo con nostalgia; después, lo que recuerdo muy a menudo es cuando le daba el pecho, durante meses. T.: Bueno, pues ahí hay un problema de separación entre tú y él. Jorge representa tanto para ti que es como si no te hubieras separado de él y no le permitieses ser. C.: Ahora lo estoy notando: quiero estar embarazada de él, porque yo era feliz. El embarazo y la lactancia materna han sido el no va más… Y cuando dejé de darle el pecho ¡me dio una rabia…! Es que, además, yo soy una madraza: me gusta el contacto de madre, como cuando lo tenía conmigo en la teta, todo el día lo tenía enganchado. Y ha sido la época más feliz de mi vida. T.: Tú no has tenido un embarazo de nueve meses, sino de nueve años, ese es el tema. C.: Sí. Y los abrazos y los besos que le doy es como si fuera un bebé de meses. Yo también me doy cuenta, porque me sorprendo de la necesidad 52

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que tengo de besarlo. Entonces, lo que busco es recibir de él lo que sentí cuando era un bebé. T.: Claro, pero como ahora anda y corre y muerde y lo que sea, pues la teta ya no se la puedes dar. En ese caso, ¿qué pasa? Pues que si le haces creer que es el rey de la casa, ¿para qué tiene que exigirse nada, si el amor está garantizado por el deseo? Se puede desear a un hombre o a una mujer, pero no a los hijos. A los hijos hay que quererlos, no desearlos. C.: Claro, entonces lo que estoy haciendo no es quererlo, es desearlo. ¡Ah! Yo lo confundía…

Esta confusión se produce bajo múltiples modalidades en la educación de los hijos: en forma de sobreprotección, mimos empalagosos, coleguismo infantiloide, suplantación de la iniciativa del niño o proyección narcisista de los propios padres, como en el caso que acabamos de exponer, con el nefasto resultado de favorecer la creación de «pequeños tiranos» (Beyebach y Herrero, 2013). Estos niños llegan al mundo social con la convicción de ser especiales y únicos, de pertenecer a una clase superior, la de los aristócratas.  Negligencia y abuso: el déficit ontológico En el polo contrario hallamos el déficit ontológico, originado por la negación radical del ser ya en sus orígenes o nacimiento, manifestado en forma de descuido o desnutrición física y afectiva. Este déficit ontológico suele echar sus raíces en la primera infancia en la que resulta fundamental para el proceso evolutivo del ser humano que sus necesidades básicas sean cubiertas de modo adecuado: ello no hace referencia a las comodidades de un hogar moderno en una sociedad rica y avanzada, sino a la calidad de las relaciones vinculares que se establecen entre madre e hijo a través del cuidado y satisfacción de las necesidades primarias y que, en términos generales, determinan las diversas formas de apego más o menos seguro o estable. Para ello no se necesitan grandes recursos económicos, puesto que la naturaleza 53

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ha provisto incluso del alimento necesario a las madres, sino principalmente un cuidado amoroso, lo que está al alcance de todas las sociedades, incluso las más pobres. Desde el punto de vista psicológico, la necesidad más básica de todas es la de sentirse digno de amor, reconocido como persona. Esta es la nutrición esencial que requiere el desarrollo de la psique humana (Watson et al., 1993). La naturaleza, sin embargo, no ha dotado a las personas de amor incondicional hacia sus hijos. Algunos progenitores no consiguen establecer con sus hijos el vínculo amoroso que necesitan: tal vez los abandonan o los descuidan gravemente; tal vez les pueden proporcionar todos los recursos materiales que precisan para su desarrollo físico y social, pero permanecen afectivamente alejados de ellos; tal vez incluso los pueden sobreproteger, pero no con ello les legitiman en su ser. En cualquier caso se está generando un déficit difícil de reparar. La ausencia de esa experiencia acogedora o de aceptación del propio ser que ofrece el cuidado amoroso de la madre supondrá un vacío nutricional, difícil de contrarrestar de otro modo, que dará lugar a posibles formas alternativas de validación de tipo narcisista o a la instauración de la depresión originaria (Villegas, 2011, 2013) como estado de ánimo de fondo permanente. Los seres humanos pueden extraer las bases de su autoestima o reconocimiento ontológico como personas de muy diversas fuentes, más allá del amor maternal: otros parientes o vecinos, el grupo, la tribu, los maestros, los terapeutas, los compañeros, incluso de sí mismos. Esto constituye el fenómeno de la resiliencia. Pero cuando estas intervenciones reparadoras fallan o no se producen a lo largo del tiempo suelen recalar en la depresión que arrastran de origen. En este contexto, el descuido, la desprotección tan frecuente en las historias de abuso, el abuso mismo en cualquiera de sus modalidades, la invalidación constante o sistemática, el rechazo implícito o explícito son las formas más graves de desnutrición que van a mantener a muchas personas en una posición pasivo-agresiva en la que el autoodio y el sadomasoquismo van a perturbar sus relaciones afectivas (Smolewska y Dion, 2005). En estas circunstancias, la imagen 54

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de uno mismo queda gravemente dañada, expuesta al autodesprecio y las autolesiones, como vemos con frecuencia, por ejemplo, en el trastorno límite de la personalidad. El quinto principio Una experiencia de este tipo se encuentra descrita bajo el enigmático título de El quinto principio, libro en el que Paul Williams (2014) aborda la reconstrucción de una infancia carente de cuidado y de cariño, sometida a maltrato y abandono sistemáticos, poniendo de manifiesto las perturbadoras consecuencias que el déficit nutricional afectivo y el descuido material tienen sobre las vicisitudes en la formación de la psique infantil y adulta, más tarde. Nacido en sustitución de su hermana Carole, muerta a los cinco meses a causa de una disentería no atendida debidamente por sus padres, Paul vino para llenar el vacío dejado por la primogénita durante un tiempo, hasta que llegó otra hermana, Patricia, a sustituirle en el imaginario de la madre. Más tarde esta última se dio cuenta del error: no era una niña, sino un niño… Era el niño equivocado. Crecido en un ambiente hostil —alcoholismo del padre, abandonismo de la madre hasta el punto de no velar por su sustento— Paul aprendió a refugiarse en un bosque cercano y a robar comida de los establecimientos para poder subsistir durante el día. A su casa se acercaba solo por la noche y por la puerta trasera, para poder dormir. En la escuela fue objeto de desprecio y bullying por parte de profesores y compañeros. Este vacío nutricional, que empujó a Paul a «independizarse» de los vínculos parentales originarios para proveer por sí mismo a su sustento tanto en el ámbito material como relacional, le llevó en consecuencia también a desarrollar una serie de comportamientos y convicciones compensatorias, entre ellas las que él denominó como sus «principios», que redujo a cinco.

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Cuando tenía más o menos tres años ya había dejado de esperar de mi madre cualquier otra cosa que no fuera hostilidad. Hasta los cuatro años, más o menos, traté de interesarme por mi padre, con la esperanza de encontrar algo, aunque sin éxito. Su ebriedad y su desdén me apartaban. […] Cuando cumplí cuatro años, ya sabía que a ella no debía pedirle nada más y que tenía que hacerme invisible siempre que fuera posible. Siempre creí que esta desastrosa situación con mi madre era mi culpa. A pesar de que me obligó a volverme independiente de una manera muy dura, me sentía muy avergonzado de ser un fracaso como hijo. […] Mi vergüenza fue el crisol del que nació mi primer Principio de vida: todo lo que dije e hice estaba mal. Este Principio subyacía al segundo, al tercero y al cuarto, que, cuando tenía más o menos cuatro años, formulé a modo de estrategias que me permitieran lidiar con las consecuencias del primero. El segundo Principio era el siguiente: no creo en lo que me dicen. La verdad es lo opuesto a lo que me dicen. El tercer Principio rezaba: la rabia me mantendrá vivo. Y el cuarto era: si trabajo el doble que los demás, tal vez logre llevar una vida que se aproxime a una vida normal. Yo no hice nada erróneo. Yo era un error. […] Una de las consecuencias de que, de esta manera, se me considerara una niña desde el nacimiento y de que luego se me descartara no fue que yo me sintiera como una niña, ni que me volviera homosexual, sino que me sintiera como si no fuera nadie. Al mirarme, mi madre veía a otra persona. Yo sentía que no existía, que no es lo mismo que sentirse insustancial. […] Yo no podía amar ni sentirme amado. Cuando tenía alrededor de cuatro años, el suicidio comenzó a rondar por mi mente. […] Yo era un niño aterrorizado, desesperado, con la osadía de quien no tiene nada que perder y se preocupa tan solo de la primitiva supervivencia.

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El surgimiento de estos cuatro principios permitieron a Paul sobrevivir en un medio familiar totalmente negligente y hostil, anticipando la aparición de un quinto principio que debería asumir y superar a los cuatro anteriores en uno solo. Este quinto principio es fruto de un largo proceso de elaboración interior que tenía que ver con asumir la responsabilidad del cambio, entendiendo que ni el pasado ni las figuras de apego de la infancia iban a cambiar. El último Principio, el quinto, resultó el paso lógico que se seguía en la formulación de la secuencia de los Principios. Tomó la forma de una renuncia a los cuatro Principios anteriores, así como a las condiciones en las que se habían formulado y a las circunstancias en las que Carole, Patricia y yo nos habíamos visto obligados a vivir. Lo cierto es que jamás existió esperanza alguna de mejorar la situación de mi niñez. Era preciso que entendiese de una vez por todas que mis circunstancias habían sido irreversibles y que ningún esfuerzo por salvarlas, repararlas o mejorarlas podría suponer, o podría haber supuesto, ninguna diferencia. Imaginar lo contrario era una ilusión de la cual se alimentaba el deseo ficticio que había tenido cuando era un niño: la capacidad de cambiar a mi madre. […] La formulación del quinto Principio no era una negación del pasado, ni un acto de resentimiento, ni un intento de vencer a mis padres. Por el contrario, representaba la ampliación que una mente adulta hacía de una comprensión infantil. […] No fue fácil trasladar el quinto Principio a palabras, pues no solo hacía falta que surgiese de un pensamiento adulto, sino que también era necesario que permaneciese fiel a su inspiración, es decir, al deseo de escapar. […] Mi quinto Principio se convirtió en: ¡A la mierda! Gracias a él, comencé por fin a derribar el legado de vergüenza y de terror de mi infancia. […] Una particular e inesperada consecuencia de la adopción del quinto Principio fue que me volví más capaz de demostrar mi amor a quienes apreciaba.

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Ser o parecer La formación del sentido de una propia entidad digna de aceptación y estima por parte de uno mismo y de los demás no es el resultado de una secuencia natural del proceso evolutivo de la niñez a la edad adulta. Puede constituir más bien, como hemos tenido ocasión de ver, un recorrido lleno de dificultades y tropiezos para conseguir ocupar legítimamente un lugar en el mundo. Luchar por construirse «un lugar en el mundo» exige la consecución de un espacio personal en el que llegar a forjar una entidad propia. El reconocimiento de esta entidad vendrá muchas veces supeditado a la imagen reflejada por los demás o contemplada especularmente por uno mismo. Esta entidad solo se convertirá en identidad, si el sentido de sí mismo (idem-entidad) se construye desde la congruencia interna, dando lugar a la autoestima ontológica, derivada de la autoestima originaria de la fase neonatal. En ausencia de esta, es probable que aparezcan diversas modalidades de narcisismo como formas compensatorias de valoración, dado que en la plaza pública de las relaciones interpersonales o sociales, la imagen se propone como sustituto del «ser», al que solo tenemos acceso nosotros mismos, mientras que para los demás somos objeto de su mirada («parecer»). Parafraseando a Jean Paul Sartre (1944) en su obra de teatro A puerta cerrada, podemos afirmar que «el infierno son los otros», en la medida en que su mirada nos cosifica o nos juzga. No es extraño que para poder soportarlo dediquemos gran parte de nuestro esfuerzo a crear y sostener una imagen narcisística de nosotros mismos que sirva de máscara tras la cual protegernos. Dependiendo de su origen y función cada una de estas máscaras representará alguna de las modalidades del narcisismo que veremos pasearse por la galería de los espejos en el próximo capítulo.

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3. La galería de los espejos

Un paseo por los salones de Versalles La galería de los espejos en el palacio de Versalles es un espacio de 73 metros de largo por 10,50 de ancho que ocupa una antigua terraza que Luis XIV mandó cubrir. Con ello satisfacía dos aspiraciones: suprimir la terraza que consideraba mal diseñada y crear un ambiente de lujo y grandiosidad, gracias al mobiliario, las lámparas y las decoraciones y pinturas de techo y paredes, y a los grandes ventanales que inundan de luz toda la sala. Se llama galería de los espejos por los más de trescientos espejos que recubren las paredes contrapuestas a los ventanales y que reflejan su luz, dando todavía mayor sensación de grandiosidad, al tiempo que permite a los cortesanos verse reflejados en ellos, de cuerpo entero. Este reflejo posibilita recrearse en la contemplación de la propia imagen, a la vez que tomar conciencia de su fragilidad. La razón de esta fragilidad no se halla en la naturaleza de los materiales de los que están hechos los espejos, sino en el carácter enajenante de las imágenes que reflejan: son incorpóreas, bidimensionales, invertidas. Permiten verse a través de la mirada ajena, a uno mismo como otro, tal como le sucedió a Narciso al verse reflejado en las aguas del estanque. En este salón inmenso no solo se exhibe la aristocracia cortesana de la época de Luis XIV. En la actualidad, suprimida la monarquía e instaurada la democracia, tienen acceso las distintas clases sociales 59

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que compiten por lucir sus títulos nobiliarios, sus méritos deportivos, artísticos, científicos o técnicos, mientras otros se jactan de haber alcanzado la cúspide del poder e influencia social gracias a sus riquezas o su posición económica. El narcisismo en sus múltiples modalidades es una característica cada vez más presente en nuestra sociedad orientada a la apariencia, la exaltación de la excelencia, el desfile de modelos, la búsqueda de la fama a través de la presencia mediática o, con medios más modestos, a través de las selfies publicadas en Facebook o Instagram. Es más, podría decirse que nuestra civilización posmoderna es intrínsecamente narcisista: representa la exaltación del narcisismo en su propia configuración, hasta el punto de que algunos autores como Twenge (2009, 2014) han llegado a hablar a este propósito de una auténtica epidemia social. Desde una perspectiva sociológica, Cesareo y Vaccarini (2020) señalan el minimalismo, entendido como «la contracción de las expectativas» en la raíz de la pandemia narcisista que aflige nuestra sociedad. La contracción de las expectativas es el resultado, según ellos, de la desproporción entre las posibilidades reales y las fantasías ilusorias de omnipotencia. Estas condiciones sociales se materializan en el predominio del consumo compulsivo y la superficialidad, que caracterizan el posmodernismo. Se puede obtener (casi) todo sin esfuerzo. La gratificación no es la consecuencia del propio trabajo, sino del ajeno, o incluso enajenado, de los robots automáticos o de las invisibles masas de trabajadores de Bangladesh. Las clases medias de la sociedad occidental, aunque empobrecidas en los últimos años en su capacidad adquisitiva, han desarrollado un imaginario de mentalidad aristocrática que delega en la servidumbre, proveniente de la inmigración, los trabajos serviles que ya no considera dignos de su alto rango. Y con esta mentalidad engreída se pasea impúdicamente por la galería de los espejos de la realidad virtual, olvidándose de los límites de la realidad material. En este contexto cultural florece fácilmente la flor del narcisismo, caracterizado por el cierre autorreferencial y temporal en el aquí y ahora, por el debilitamiento de los vínculos familiares, afectivos y 60

3. La galería de los espejos

sociales, por el relativismo moral y axiológico, por la pérdida de la capacidad de simbolización que lleva a la banalización de la experiencia. Es un fenómeno claramente observable, por ejemplo, en la concepción del amor y del sexo, que según consideraba un paciente se reduce a «un intercambio de fluidos corporales», en el que los sujetos se convierten en objetos fácilmente intercambiables, puesto que no son otra cosa más que objetos de consumo. Una cita de Byung-Chul Han (2014) resume concisamente estos conceptos, contextualizándolos en las características de la sociedad actual: Vivimos en una sociedad que se hace cada vez más narcisista. […] El narcisismo no es ningún amor propio [autoestima] […] El sujeto narcisista no puede fijar claramente sus límites. De esta forma, se diluye el límite entre él y el otro. El mundo se le presenta solo como proyecciones de sí mismo. No es capaz de conocer al otro en su alteridad y de reconocerlo en esta alteridad. Solo hay significaciones allí donde él se reconoce a sí mismo de algún modo. Deambula por todas partes como una sombra de sí mismo, hasta que se ahoga en sí mismo.

Las tres modalidades de narcisismo La clasificación de las diversas modalidades de narcisismo que planteamos en este capítulo (Cuadro 1) sigue la metáfora de las diversas clases sociales dominantes a través de la historia: aristocracia (el gobierno de los nobles), meritocracia (el gobierno de los excelentes) y plutocracia (el gobierno de los ricos) en referencia a las formas a través de las cuales espera el sujeto obtener un reconocimiento social, basado en la búsqueda de un reflejo de excelencia de la propia imagen. Estas modalidades deben ser entendidas como dimensiones que pueden establecerse entre dos extremos: el del valor innato y el adquirido, el primero de los cuales (aristocracia) debe ser universalmente reconocido (va de soi), mientras que el segundo (plutocracia) 61

Atrapados en el espejo

depende totalmente de la «cotización del mercado», en el que es posible comprar acciones para ocupar los primeros puestos. Entre medio de estos dos extremos se halla la meritocracia, que basa su cotización en la consecución ideal de la excelencia a través de la búsqueda de la perfección (física, moral, intelectual, ejecutora, etc.). Podría argumentarse que en este triplete falta la democracia, pero precisamente su ausencia se debe a que esta, como gobierno del pueblo, parte del supuesto de la igualdad, no de la superioridad de unas clases sociales sobre otras. En la sociedad de consumo, sin embargo, la diferencia entre clases sociales ha sido sustituida por la división geopolítica entre países del primer, segundo o tercer mundo. NARCISISMO ADQUIRIDO

INNATO TIPOS Aristocrático

Meritocrático

Plutocrático

Debido

Ganado

Comprado

Reconocimiento

Cuadro 1

Como puede verse en el cuadro, el predominio de la dimensión innata o adquirida determina la naturaleza del valor que se atribuya a cada modalidad. Al aristócrata se le debe un reconocimiento incondicional en base a la nobleza de sus orígenes. El narcisista meritocrático merece este reconocimiento en función de la excelencia de los resultados obtenidos como fruto de su capacidad o esfuerzo. El plutócrata no necesita ni una cosa ni otra, le basta con la posibilidad de adquirirlo echando mano de sus recursos económicos, inde62

3. La galería de los espejos

pendientemente de cómo los haya conseguido, aunque sea de forma fraudulenta o mediante ingeniería especulativa o financiera. Estas tres modalidades se combinan perfectamente en la cultura posmoderna en la que la publicidad no se cansa de repetirnos: «tú lo vales, te lo mereces y lo puedes todo» (por un módico precio, siempre low cost, claro). La perspectiva clínica Otros autores, como Mosquera (2008), apoyándose en Millon (1998), Beck y Freeman (1990) especialmente, distinguen subgrupos de personalidades narcisistas en base, sobre todo, a dos criterios. El primero se define en virtud de su mayor o menor capacidad de adaptación social (narcisista sin principios, psicopático-sádico, práctico-funcional, elitista, límite). El segundo, que podríamos llamar «neurótico», en función de su mayor o menor grado de sufrimiento emocional (narcisista desesperado, frustrado, o «inflado», dependiente, aparentemente funcional, salvador, compensador, antisocial aprendido). De forma similar, Coderch (2004) distingue también dos subtipos, pero no en base a su mayor o menor adaptabilidad social, sino desde una perspectiva psicoanalítica, como narcisismo perverso, asimilable al narcisista asocial y narcisismo infantil, que equivaldría al neurótico. Con un lenguaje más neutral, algunos autores, más recientemente, describen también dos grandes familias narcisistas en base a características nucleares compartidas: los grandiosos/overt y los vulnerables/covert (Rovik, 2001). Ambos comparten un alto egocentrismo, presentan reacciones de ansiedad social, inseguridad, evitación y actitudes defensivas. Otros, finalmente, como Stone et al. (2020), detectan rasgos narcisistas como hostilidad, indiferencia y suspicacia, presentes en otros trastornos de personalidad, como el trastorno evitativo, trastorno obsesivo y paranoide (Dimaggo et al, 2008). 63

Atrapados en el espejo

En un estudio metaanalítico, Thomaes et al., (2009) identifican tres aspectos cruciales del narcisismo: la valoración de sí, la necesidad de admiración y la posición antagonista en las relaciones interpersonales. La alta valoración de sí mismos se caracteriza por un sentimiento de la propia importancia y una tendencia a considerarse superiores a los demás, por ejemplo en inteligencia, belleza o eficacia en la resolución de tareas complejas. La necesidad de admiración convierte a los narcisistas frecuentemente en el centro de atención de las conversaciones: manifiestan una clara preferencia por los cargos y posiciones preeminentes. En las relaciones afectivas escogen compañeros caracterizados por rasgos de relevancia social como belleza o prestigio, a la vez que muestran poco interés en los aspectos de intimidad y afectividad. Finalmente, según el mismo estudio, en las relaciones interpersonales adoptan más bien una actitud antagonista, que implica altanería, hostilidad, escasa empatía y propensión a manipular a los demás. Los narcisistas, concluyen los autores, renuncian a relaciones de intimidad y proximidad emocional (donde podrían ponerse fácilmente de manifiesto sus déficits emocionales) en beneficio de relaciones en las que puede ser admirados de lejos. La perspectiva antropológica o existencial Estas distinciones, basadas legítimamente en criterios clínicos y de diagnóstico evaluativo, no son las que seguimos aquí, sobre todo por dos razones. La primera es porque no consideramos el narcisismo como una característica patológica sino antropológica y universal. Esto no excluye que, en determinados casos, pueda derivar en comportamientos o actitudes asimilables a «patologías» recogidas por los manuales al uso como tales, o que pueda hallarse presente en el trasfondo de muchos de los considerados «trastornos de personalidad», de los estados depresivos, así como en otros trastornos de ansiedad, como las obsesiones, o de la conducta, como los relativos a la conducta ali64

3. La galería de los espejos

mentaria. Pero postulamos que para ello tiene que ponerse en juego el valor de la propia imagen, lo cual puede suceder ocasionalmente, en determinados periodos o formar parte de un estado de emergencia percibido como continuo, en el que la persona intenta proteger su bien más preciado, en que se halla literalmente «atrapada en el espejo». La segunda razón, porque el criterio para distinguir las tres modalidades que proponemos parte de una visión evolutiva (Villegas 2011, 2013, 2015) en el que situamos la aparición de cada una de ellas en relación a las distintas fases del desarrollo moral (Villegas y Mallor, 2012): narcisismo aristocrático (fase anómica), meritocrático (fase heteronómica), plutocrático (fase socionómica). Diálogo de narcisos En el cuadro que hemos venido comentando hasta ahora se representan los tres tipos de narcisismo en función de la dimensión «innata» o «adquirida» en base a su origen, y con la indicación del reconocimiento social que se espera por ello: debido (aristocracia), ganado (meritocracia), comprado (plutocracia). Un buen ejemplo de estas tres modalidades, observable entre la gente corriente, lo puede constituir el siguiente diálogo entre los dos miembros de una pareja que asiste a terapia. Margarita y Roberto son una pareja de treintañeros que acuden a terapia por sus continuas discusiones. Ella por sus orígenes familiares y la posición económica de sus padres, su historial académico, su profesión de azafata y su físico agraciado y esbelto pertenece a las categorías aristocrática y plutocrática del narcisismo. Él por sus orígenes humildes y su esfuerzo de superación en los estudios, el trabajo y la profesión pertenece a la categoría meritocrática del narcisismo. Esas diferencias se trasladan a la dinámica de la relación con continuas discusiones sobre el fondo de «yo soy más que tú», hasta el punto de que en sesión se hace evidente no solo en lo que dicen, sino en el posicionamiento postural. A propósito de esta observación, el 65

Atrapados en el espejo

terapeuta se dirige a ambos en un momento determinado de la sesión y les señala: Terapeuta: En el nivel del tono corporal, de la voz, se nota, por ejemplo, que tú [dirigiéndose a Margarita] tienes un tono de voz más elevado, un timbre más brillante, una posición corporal más erguida o asertiva; y tú [dirigiéndose a Roberto] tienes un tono más apagado y una posición corporal más dejada, pero cuando te cabreas te yergues y sacas el as de espadas, echándole en cara a ella que «durante dos años y medio ha estado en el paro». Lo digo en cuanto a la dinámica que se observa respecto al tono postural, la voz, la interacción, la música que acompaña al texto. La pregunta es: ¿qué hay detrás de estas manifestaciones posturales? Roberto: Hay un fantasma. El conflicto que tenemos es el tema, dicho en broma o en serio, pero que ella lo tiene muy interiorizado: «La guapa de la relación soy yo». Durante mucho tiempo era como el sentimiento de que «yo soy más que tú». A veces lo ha exteriorizado así, no solo por el tema físico, sino porque «he ido a un mejor colegio que tú». La posición económica de sus padres era mucho mejor que la de los míos en su momento… A mí me pasa eso: es la sensación de no ser suficiente. Sin embargo [dirigiéndose a ella], estás viviendo en mi casa, yo tengo un trabajo, estoy haciendo muchas cosas, diciéndote valora lo que estoy haciendo, valórame a mí, que lo que tú hiciste en el pasado o lo que has sido o lo que eres da igual, pero estás conmigo y te voy a dar lo mejor de mis posibilidades. Hay un poco de reivindicación por mi parte. Esta situación genera cierta tensión. Ella ha pasado muchas cosas: sus padres se han separado recientemente, el trabajo, los años de paro, etc. Ha habido un conflicto muy grande y a mí a veces eso me genera un poco de falta de reconocimiento por su parte… Cuando acabé la carrera era el primero de mi clase, siempre he tenido muy buen reconocimiento de todo el mundo, soy una persona que si mis amigos quieren contar con alguien van a contar conmigo. Soy fiable, soy una persona educada y que no me vea así mi pareja me irrita enormemente… Y ella me pasa por la cara que «yo he ido al liceo francés y tú al colegio público, hablas mal porque has ido a tal sitio o vienes de este barrio» y esto a mí me 66

3. La galería de los espejos

jode. Soy una persona bien reconocida en el trabajo, tengo mi piso, tengo mis cosas, he conseguido esto y lo otro, deberías estar orgullosa, estar contenta conmigo.

Este tipo de reproches se repiten constantemente porque cada uno interactúa desde su torre de marfil, exigiendo el reconocimiento del otro. Cuando discuten, ella se yergue y lo humilla desde su posicionamiento superior, y él se hunde hasta que conectando con la rabia se levanta y ataca exhibiendo su lista de méritos, y así se desarrolla el diálogo de narcisos repitiendo el mismo ciclo que genera el bucle del que no saben salir y que está en la base de las discusiones por las que acuden a consulta de pareja. De la metáfora política a la psicológica En el caso de Margarita y Roberto hemos podido ver en acción los tres tipos de narcisismo a los que nos hemos referido hasta ahora y cómo interactuaban entre ellos. Si estas modalidades narcisistas se constituyeran en agrupaciones de partidos políticos, podrían presentarse al concurso electoral bajo los correspondientes idearios. Los aristócratas apelarían a su nobleza de alta cuna, reclamando su lugar en la sociedad a partir de su pretensión de pertenecer a la clase social de mayor valía. Su lema podría ser: «valgo por hidalgo», es decir, por ser «hijo d’algo»; no un «don nadie», como la mayoría de sus votantes. Los meritócratas harían alarde de su talento y de su esfuerzo por conseguir mejoras reales en todos los ámbitos en base a los hitos conseguidos tanto en el campo de las ciencias y la tecnología como de las artes o los deportes. Su lema «tanto hago, tanto valgo» estimularía a sus votantes a trabajar por la excelencia profesional y productiva en beneficio de su país. Parafraseando a John F. Kennedy, se plantearían en voz alta aquel reto que planteaba el presidente de Estados Unidos a sus conciudadanos: «No te preguntes qué puede hacer América por ti, sino qué puedes hacer tú por América». 67

Atrapados en el espejo

Los plutócratas, por el contrario, animarían a los negocios especulativos, prometiendo a sus votantes riqueza y prosperidad en base a su lema «tanto tengo, tanto valgo». Podrían inspirarse en el principio opm (Other People’s Money) que Aristóteles Onassis había aprendido en su juventud del magnate Daniel Ludwing, y que consistía en mirar de sacar el máximo beneficio posible del dinero de los otros, lo que a la larga le convirtió en la mayor fortuna de su época. Pero desde la perspectiva de este libro nos interesan las implicaciones psicológicas de estos tipos de narcisismo, y no las políticas, por eso les vamos a dedicar un capítulo específico a cada uno de ellos en las páginas que siguen.

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4. El salón de los aristócratas

El narcisismo aristocrático En el museo Thyssen-Bornemisza de Madrid se puede contemplar un cuadro renacentista de Carpaccio en el que la imagen central de un joven caballero apuesto y gallardo viene acompañada de una referencia alegórica a la pureza (¿de linaje?) a través de la imagen del armiño, al pie de su armadura, junto al cual puede leerse en latín la leyenda Malo mori quam foedari («prefiero morir a mancharme»). Igualmente, Leonardo da Vinci con anterioridad, hacia 1485, retrata a una joven con un armiño en un cuadro que se conserva en el Museo Czartoryski de Cracovia. Cuentan que este es el lema del armiño, mustélido de piel blanquísima, mimética en invierno con el color de la nieve del paisaje donde habita, que tiene una especial preocupación por su conservación y pureza, es decir, por mantener su imagen impoluta. Esta era la divisa en defensa del honor de la nobleza y este podría ser, sin duda, el lema del narcisismo aristocrático, orgulloso de la pureza de su linaje. El narcisismo aristocrático, como hemos comentado al final del capítulo anterior, parte del principio «valgo por hidalgo», es decir, atribuye su valor a los orígenes mismos de su nacimiento. El hidalgo es «hijo de algo», proviene de alta cuna, lo que le otorga por derecho propio la pertenencia a la casta de los mejores (αριστοι, aristoi, en griego) en contraposición al pueblo o vulgo, que carece de nobleza en sus orígenes. En consecuencia el reconocimiento se le debe por derecho, no es preciso ganarlo ni comprarlo. 69

Atrapados en el espejo

Sin embargo, nada asegura este reconocimiento de modo unánime e indefinido. La historia está llena de reyes destronados o decapitados, de nobles venidos a menos, desposeídos o arruinados. De este modo, el aristócrata tiene que mantenerse en guardia a fin de preservar su posición privilegiada ante posibles riegos de invalidación. Para ello, el narcisismo sigue una serie de estrategias que pueden catalogarse en alguna de estas cinco modalidades: 1) exclusiva, 2) seductora, 3) despótica, 4) elusiva y 5) despectiva (Cuadro 2), distribuidas a lo largo de la dimensión «necesidad de validación»-«evitación de la invalidación», para lo cual echará mano de distintos recursos. NARCISISMO ARISTOCRÁTICO INVALIDACIÓN

VALIDACIÓN TIPOS Exclusivo

Seductor

Despótico

Elusivo

Despectivo

Espejo

Conquista

Dominio

Fantasía

Desdén

Recursos

Cuadro 2

A algunos narcisistas, los exclusivos, les bastará el espejo para convencerse de su valía, mientras este responda a sus expectativas. Otros necesitarán seducir a su corte de aduladores, para que les sean reconocidos sus encantos. Para algunos, carentes de atractivo o encanto personal, será más efectivo utilizar directamente la fuerza, a fin de alcanzar una posición superior desde donde ejercer el dominio sobre los demás. En otras ocasiones la salida menos arriesgada y más secreta para mantener a salvo la imagen exaltada de sí mismos será la fantasía. A los menos agraciados y carentes incluso de imaginación les queda un recurso para sentirse por encima de los demás: el desdén desde su propia bajeza, con el que, parafraseando a Machado, «desprecian cuanto ignoran». 70

4. El salón de los aristócratas

Estas estrategias no son, sin embargo, exclusivas de los aristócratas de nacimiento. Pueden acceder a ellas otros individuos que quieren ocupar su lugar, por lo general procedentes de categorías sociales inferiores, pero que, circunstancialmente, se hallan en condición de sustituir o suplantar a los nobles caídos en desgracia. Esta condición se pone de relieve sobre todo en dictadores políticos, que desde procedencia humilde han conseguido llegar al poder y mantenerse en él, particularmente a través del ejercicio del despotismo más despiadado. La modalidad exclusivista En el punto álgido de esta dimensión hallamos el narcisismo exclusivo, que considera que no necesita ninguna validación externa personal o interpersonal, puesto que le basta el reflejo de la propia imagen en el espejo real o proyectivo de sí mismo. Aunque no siempre alcance dimensiones patológicas, sus rasgos son fácilmente observables en muchas personas. Muchos de los ejemplos que hemos referido hasta ahora responden a esta modalidad y evocan el prototipo de todos ellos, el propio personaje mitológico de Narciso. Así escribe Salvador Dalí en sus diarios: A los tres años quería ser cocinero. A los cinco quería ser Napoleón. Mi ambición no ha hecho más que crecer y ahora es la de llegar a ser Salvador Dalí y nada más. Por otra parte, esto es muy difícil, ya que a medida que me acerco a Salvador Dalí, él se aleja de mí.

Esta modalidad narcisística lleva al sujeto en el grado máximo de su egocentrismo a refugiarse en una torre de marfil, mostrándose inaccesible a los demás, puesto que constituyen una amenaza potencial a su indiscutible superioridad. No necesitan de nada ni de nadie, ellos son sus propios maestros, guías y tutores: Por lo que a mí respecta, como me gusta considerarme siempre la causa principal del bien o del mal que me acontece, siempre me he 71

Atrapados en el espejo

visto con satisfacción en la situación de ser mi propio alumno y en el deber de ser mi propio preceptor. (Giacomo Casanova)

La aparición de posibles rivales la vive con envidia y altivez: No me gusta que me comparen con nadie. Hay gente que dice que yo soy mejor y otros que dicen que es él [en referencia a Messi], pero al final del día ellos van a decidir quién es el mejor del momento. Yo creo que soy yo. (Cristiano Ronaldo).

No es frecuente, desde luego, que este tipo de narcisistas acudan a terapia, dado que les resulta relativamente fácil obtener por sí mismos la validación y solo cuando la ven seriamente amenazada entran en crisis. Aunque pueden torearla con distintas estratagemas, como la usada por Jose Mourinho de desvirtuar el título de mejor entrenador de 2012, concedido a Vicente del Bosque, en base a un supuesto «tongo» o la comparación con personajes de valor universal, como Jesucristo, que también han sido «víctimas» de injusticia: Si ni siquiera Jesucristo caía bien a todo el mundo, imagínate yo… Un amigo mío dice que con todas las piedras que lanzan contra mí se podría hacer un monumento.

Escribe Millon (1999) que Al hablar excesivamente de sí mismos estos narcisistas se exponen a que haya discrepancias entre lo que son y cómo se presentan. A diferencia de muchos narcisistas que advierten esta disparidad, los elitistas están absolutamente convencidos de su sí mismo. En vez de esforzarse por adquirir calificaciones y talentos genuinos, prácticamente todo lo que hacen va orientado a persuadir a los otros de su especialidad. […] En cualquier actividad a la que se dediquen invierten sus energías en hacerse propaganda, en jactarse de sus éxitos, ciertos o falsos, en conseguir que cualquier cosa que hayan hecho parezca maravillosa, mejor que lo hecho por los otros y mejor de lo que realmente es. 72

4. El salón de los aristócratas

La modalidad seductora En la modalidad seductora, Narciso sale de palacio para frecuentar otros salones de la nobleza, en los que lucir sus encantos y provocar el reconocimiento de los demás. Estos encantos pueden tener que ver con la belleza, la inteligencia, la capacidad para los negocios o para el liderazgo social o político. Pero la forma más fácilmente reconocible o común se pone de manifiesto en el galanteo amoroso, en el que según Giacomo Casanova, todo vale: Por lo que toca a las mujeres, se trata de engaños recíprocos que no entran en la cuenta, porque cuando el amor se mete por medio, es cosa común que los unos engañen a los otros.

En sus relaciones con los demás, particularmente las amorosas, los narcisistas se comportan de modo absorbente y excluyente, como Barba Azul, secuestrando a sus «víctimas» y aislándolas de su entorno, derivando fácilmente en maltrato, no siempre perceptible a primera vista, pudiendo llegar a engañar —como el conocido «estafador del amor»— a decenas de mujeres antes de llegar a juicio. Nueve semanas y media Nueve semanas y media es el título del libro autobiográfico de una joven ejecutiva de una gran empresa neoyorquina, publicado en 1978 con el seudónimo de Elizabeth McNeil. Ocho años después, Adrian Lyne (1986) recreó esta novela que se convirtió en un gran éxito de taquilla bajo la categoría de cine erótico. La secuencia de sugerentes escenas que reproducen los juegos sexuales de John y Elizabeth acabaron catapultando al firmamento de los iconos eróticos a sus protagonistas, Kim Basinger y Mickey Rourke. Elizabeth es una mujer divorciada e independiente que trabaja de galerista. Hace tiempo que no tiene una relación estable. Casualmente conoce a John, un misterioso hombre que desatará toda su sen73

Atrapados en el espejo

sualidad y pasión. John es un agente de la bolsa con buena posición social, que en su soltería busca nuevas aventuras sexuales. Los dos llenan el vacío de sus vidas con un fogoso romance. Elizabeth es la parte débil y John no se anda por las ramas: desde el inicio deja claro que tiene sus propias reglas y que ella debe seguirlas al pie de la letra, convirtiéndola en una pareja sumisa que en cada nuevo encuentro satisface diferentes demandas eróticas y sexuales. —Escucha, así son las cosas entre nosotros. Mientras estés conmigo, harás lo que yo te diga… La primera y última pregunta de cierta importancia que me plantearon fue: ¿Me dejas que te vende los ojos? A partir de entonces, no se volvió a plantear mi aceptación o mi protesta por algo; yo no tenía que ponderar prioridades o alternativas, prácticas intelectuales o morales, ni tenía que pensar en las consecuencias.

Es comprensible que la persona que ha pasado por una experiencia de abuso y maltrato no sea capaz de darle un significado a la misma. A distancia, me parece increíble haber sido yo quien pasó por aquel período. Solo me atrevo a mirar atrás, hacia aquellas semanas, como quien observa un fenómeno aislado, ya sumido en el pasado: un fragmento de mi vida, irreal como un sueño, carente de todo significado.

La única experiencia correctiva la expresa Elizabeth a través del llanto, que no sabe de dónde viene ni puede controlar, como el niño que no sabe lo que le ocurre, pero siente que no está bien, o el paciente que acude a terapia con la misma modalidad de llanto desconsolado para expresar su malestar, pero que tampoco sabe lo que le está sucediendo. Las palabras de Elizabeth en su relato son elocuentes: Mi cuerpo no tenía nada que ver conmigo. Era un señuelo, para ser utilizado en la forma que él decidiera, con el fin de excitarnos a los dos… Nada ni nadie me había preparado. Hacía unos años había 74

4. El salón de los aristócratas

leído La historia de O, intrigada al principio, horrorizada a las pocas páginas y asqueada mucho antes del final… Cualquier cosa, házmela; cualquier cosa, tómame; cualquier cosa, mátame, si te place… Hace dos meses que he perdido el control… No necesito controlar, él lo hace todo, lo hará hasta que me mate…

Esta actitud de sumisión es la contraparte a los planteamientos de una personalidad narcisista, descrita por nosotros (Villegas y Mallor, 2012) como la mezcla de una doble modalidad, seductora y despótica, que se caracteriza por tratar a los demás como objetos sin entidad propia, colocando a la víctima en la posición de ser controlada, con total entrega o renuncia de su voluntad. Las personalidades narcisistas tienen un gran poder seductor, basado en su exclusividad, capaz de hacer sentir a la víctima como un ser absolutamente entregado y sin capacidad de crítica: Así ocurrió, paso a paso… Un poder nuevo y consciente: una vulnerabilidad perversa en cuanto que es total abandono. Nunca se me ocurrió catalogar aquello de patológico. Nunca le puse una etiqueta. No se lo conté a nadie… No necesito controlar, él lo hace todo, lo hará hasta que me mate. No puede, no me matará, ambos somos demasiado egoístas para eso… Y recordar a cada instante: si me matas, tendrás que encontrar a otra, y ¿es fácil encontrar a una mujer como yo?

La modalidad despótica La modalidad despótica surge como una defensa protectora frente a la posible invalidación del narcisista. Corresponde a la modalidad que Millon (1999) denomina «sin principios» (con rasgos antisociales): amoral, fraudulento, desleal, arrogante, que se aprovecha de los demás. Convencido de que la mejor defensa es el ataque, el narcisista despótico instaura la ley del terror como método para asegurarse el 75

Atrapados en el espejo

reconocimiento de los demás: «La fuerza reside no en la defensa, sino en el ataque», afirmaba Hitler. Parte de una sensación casi paranoica de constante amenaza al propio reconocimiento. Por esto está siempre en vela, como la madrastra de Blancanieves, comprobando continuamente a través del espejo que nadie amenace su supremacía; y cuando esto sucede, ordenando eliminar a la posible causante de esta pérdida. La modalidad despótica resulta particularmente peligrosa en las relaciones interpersonales, pero puede alcanzar su máxima potencialidad destructiva cuando se encarna en personajes con poder de liderazgo sobre las masas. Tal es el caso de Adolf Hitler y tantos otros personajes de la historia, que han hecho de su narcisismo la justificación de su poder, como los emperadores romanos que llegaban a proclamarse «dioses» o divinos. En el caso de Hitler, que ascendió al poder «democráticamente» gracias al desespero de toda una nación y al manejo psicológico de las masas, este narcisismo se presentaba revestido de ideología. En primer lugar, la justificación de la ley del más fuerte, casta o raza a la que se cree pertenecer, en la propia naturaleza: La Naturaleza no conoce fronteras políticas: sitúa nuevos seres sobre el globo terrestre y contempla el libre juego de las fuerzas que obran sobre ellos. Al que entonces se sobrepone por su esfuerzo y carácter, le concede el supremo derecho a la existencia. […] Ante Dios y el mundo, el más fuerte tiene el derecho de hacer prevalecer su voluntad. La vida no perdona la debilidad. Al que no tiene la fuerza, el derecho en sí no le sirve de nada. […] Toda la naturaleza es una formidable pugna entre la fuerza y la debilidad, una eterna victoria del fuerte sobre el débil.

Este derecho justifica, en segundo lugar, la guerra y la violencia como medio: Lo esencial para el éxito es el ejercicio permanentemente constante y regular de la violencia. […] La lucha es el padre de todas las cosas. No es por los principios de la humanidad que el hombre vive, o es 76

4. El salón de los aristócratas

capaz de mantener por encima del mundo animal, sino únicamente por medio de la lucha más brutal. […] Cuando se inicia y desencadena una guerra lo que importa no es tener la razón, sino conseguir la victoria. Al vencedor no se le preguntará si decía la verdad.

En tercer lugar, la convicción de que estas razones conceden al líder una dimensión mesiánica por la que se ve llamado a salvar a la humanidad con la extirpación de sus partes insanas: Debo cumplir con mi misión histórica y la cumpliré porque la Divina Providencia me ha elegido para ello. […] La doctrina judía del marxismo rechaza el principio aristocrático de la naturaleza y antepone la cantidad numérica y su peso inerte al privilegio sempiterno de la fuerza y del poder. Creo hoy que estoy actuando de acuerdo con el Creador Todopoderoso. […] Al repeler a los judíos estoy luchando por el trabajo del Señor.

Desgraciadamente estas actitudes despóticas encuentran antecedentes históricos en todas las sociedades y en todos los tiempos. Faraones, sátrapas orientales o emperadores romanos, como Calígula (Villegas, 2022), llevan a sus espaldas cantidades ingentes de muertos, por motivos de antojo personal o de ideología política (Talarn, 2020) como los que en tiempos recientes se pueden atribuir además de a Hitler, a dictadores como Stalin, Franco, Mussolini, Mao Zedong o Pol Pot (que podía hacer matar a la gente por el solo hecho de llevar gafas o hablar más de un idioma). Seguramente en nuestros días podríamos añadir a esta funesta lista otros personajes recientes que la historia se encargará de señalar. Un elemento en común que comparten la mayoría de estos dictadores es su origen de clase humilde (no aristócratas de nacimiento, sino convertidos en mandatarios a través del despotismo). Pero no es necesario llegar a alcanzar cotas de poder político para experimentar la superioridad que te otorga disponer de la vida de los demás. Jimmy Massey, sargento de marines en Iraq, dice: 77

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Los civiles son una manada de ovejas, unos débiles mentales y nosotros somos guerreros, podemos morir en cualquier momento. Por eso el libertinaje está permitido y volarle a alguien la cabeza a 500 metros de distancia es una machada, lo he hecho muchas veces… Tu primer muerto se celebra, es un acto litúrgico, un bautismo de sangre. A partir de ahí, matar se convierte en un gozo casi sexual, llegas al nirvana, te sientes poderoso.

Tampoco hace falta llevar uniforme de los marines para sentirse todopoderoso con una arma entre las manos. Julio Santana, sicario brasileño que en una larga carrera de 35 años se ha cobrado él solo 492 vidas, un promedio de 14 anuales, sin recurrir a ideología alguna, ni necesidad de implicación personal, puramente por encargo de terceros, le cuenta al periodista Klester Cavalcanti (2018): «No os lo podéis imaginar, pero matar es un placer inmenso. Genera una enorme sensación de poder. Tener la vida de alguien en tus manos… Tienes poder sobre la vida. Te acerca a los dioses».  La visión clínica Si trasladamos estos comportamientos y actitudes al ámbito clínico podemos describir el narcisismo despótico, de acuerdo con Millon (1999), como caracterizado por un arrogante sentido de la propia valía, una indiferencia hacia el bienestar de los demás y unas maneras sociales fraudulentas e intimidatorias. Son conscientes de que explotan a los demás y de que esperan reconocimientos y consideraciones especiales sin asumir responsabilidades recíprocas. Funcionan como si no tuvieran otro principio que el de explotar a los demás en su propio beneficio. Carecen de un auténtico sentido de culpa y apenas tienen conciencia social, son oportunistas y charlatanes que disfrutan con el proceso de estafar al prójimo. Disfrutan jugando con los otros, se burlan de ellos y les desprecian por la facilidad con que han sido seducidos. Pueden llegar 78

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a ser sádicos. Sus relaciones se mantienen mientras tengan algo que ganar. Las evidentes características del narcisista sin principios apoyan la conclusión de que en estas personas se mezclan características narcisistas y antisociales.

Nadie me quiere Elliot Rodger saltó a las páginas de la prensa por una masacre que causó en la Universidad de Santa Bárbara (California), en la que mató a seis estudiantes, hirió a otros trece y finalmente se suicidó, a finales de mayo de 2014. En un manifiesto de 140 páginas, en el que describía toda su vida desde la infancia hasta el momento en que tomó la decisión de «resarcirse» de la injusticia, que según él la humanidad y, sobre todo las chicas, al rechazar sus propuestas amorosas habían cometido con él. Allí aparecen claramente las motivaciones narcisistas: Cuando pienso en la vida increíble y gozosa que podría haber vivido si las chicas se hubieran sentido atraídas por mí, todo mi ser se inflama en odio. Me han denegado el derecho a una vida feliz y como venganza les quitaré la vida. Es justo. No soy parte de la raza humana. La humanidad me ha rechazado. Las hembras de la especie humana jamás han querido estar conmigo, ¿cómo podría yo considerarme parte de la humanidad? La humanidad nunca me ha aceptado entre ellos, y ahora sé por qué. Soy más que humano. Soy superior a todos… La humanidad es una especie desagradable, depravada y malvada. Mi propósito es castigarlos a todos ellos. Voy a purificar al mundo de todos sus errores. En el día del castigo, yo seré realmente un dios poderoso, castigando a todos los que considero impuros y depravados.

Seguramente muchos de nuestros lectores y tal vez fiscales, abogados y jueces estarían dispuestos a suponer un arrebato de locura a propósito de las palabras y las acciones de Elliot y a excusarlas en base a un supuesto «trastorno mental». Sin ánimo de entrar en polémica, y al margen de que nunca había recibido un diagnóstico de este tipo de 79

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parte de los muchos psicólogos y psiquiatras a quienes había acudido Elliot Rodger, este discurso y esta actuación responden a la determinación de un narcisista despechado, igual que lo fue Hitler, solo que este último con unos medios y una proyección política, social y militar capaz de desencadenar una guerra mundial. La isla de Utoya El caso de Anders Behring Breivik, autor también de un manifiesto de más de 1 500 páginas, que arremetió contra las juventudes socialistas reunidas en isla de Utoya (Noruega), causando más de 70 muertos, es particularmente representativo de una ideología política de carácter xenófobo, que no tiene por qué atribuirse a enfermedad mental alguna, como ha puesto de relieve la sentencia unánime del tribunal que lo ha condenado a prisión. En su alegato se lee: Solicité un rifle semiautomático. En el formulario puse: para caza de venados. Me sentí tentado de poner: «para ejecutar marxistas culturales y traidores multiculturalistas», solo para ver su reacción. Mi solicitud fue aprobada y así pude conseguir el arma y los cartuchos.

El «manifesto» de Elliot Rodger, como el de Anders Behring Breivik, son el equivalente del Mein Kampf de Hitler. En el epílogo de su manifiesto, premonitorio de la matanza y suicidio posterior, escribe: Y es así como termina mi trágica vida. […] Hubo un tiempo en que pensaba que este mundo era un lugar bueno y feliz. De niño, todo mi mundo era inocente. No fue hasta que entré en la pubertad y empecé a desear chicas, que toda mi vida se convirtió en un infierno. Deseaba a las chicas, pero las chicas nunca me correspondieron.

Cualquiera de nosotros, si se encierra en su torre de marfil, aislado de la familia que cubre con dinero abundante la falta de amor y cuidado, frustrado por los avatares de la vida, volcado en la confección 80

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de un discurso reivindicativo y justiciero, puede terminar por no ver más que su propio ego herido y convertirse en la hiena que ataca despiadadamente, de imprevisto. Elliot Rodger hubiera podido ser un nerd (adolescente estudioso con gafotas, poco agraciado, al que no hacen caso las chicas) como Steven Spielberg, Woody Allen, Mark Zuckeberg, Steve Jobs o Bill Gates y tantos otros, dedicados a crear mundos imaginativos y operativos nuevos, en lugar de lamerse las heridas y soñar en la venganza destructiva como restitución de un supuesto agravio narcisista. El recurso a las armas no hace más que multiplicar la capacidad destructiva del odio. Para explicar este comportamiento no hace falta recurrir a la locura, a un trastorno de la química cerebral. O si se quiere recurrir a ella, que sea entrecomillada, como la «locura» a la que nos puede llevar en última instancia el «egoísmo» narcisista. Si Hitler hubiera sobrevivido en el bunker en el que se encerró sus últimos días hasta el suicidio y hubiera sido sometido a juicio de guerra en Nuremberg, nadie habría admitido la locura como eximente de sus crímenes. Como tampoco es plausible postularla para el estudiante de medicina, de adscripción racista, que iba por las calles de Lleida apuñalando a inmigrantes, o al pederasta que planificaba cuidadosamente sus violaciones en la Ciudad Lineal de Madrid, evitando los lugares vigilados por cámaras. El primero de ellos, Alejandro Ruiz, estudiante de cuarto curso de medicina, alegó, en el momento de su detención, sufrir un ataque de ira y tener la autoestima por los suelos. «Ya hacía días que no me sentía bien y hasta llegué a pensar en autolesionarme. Quería terminar con todo» (matar a todos sus compañeros con una bomba en la universidad). Según ha trascendido de su declaración ante la juez, también habría pensado en matar a sus padres con un cuchillo en casa y quitarse la vida él mismo. Sin embargo, escogió a sus víctimas en función de rasgos claramente raciales (una mujer magrebí cubierta con velo, un hombre peruano, uno chino, uno pakistaní y uno español de cutis muy moreno), en consonancia con sus antecedentes ideológicos e incluso delictivos de carácter claramente xenófobo, por los que tiene abierta una causa anterior, y solo cesó en su empeño al no poder recuperar el arma blanca del cuerpo del último de los acuchillados, por 81

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quedársele clavada en la espalda. El segundo, Antonio Ortiz, hábil y huidizo, había sido condenado ya con anterioridad por los mismos delitos de agresión sexual, pero había aprovechado el tiempo posterior a la condena para perfeccionar el arte de la ubicuidad inaprensible. El miedo que tenemos los humanos a los desvaríos de nuestra propia parte egoísta nos lleva a recurrir con frecuencia a la excusa de «estar mal de la cabeza» para evitar mirar de frente a la parte oscura y horrenda del «mal» que potencialmente habita entre todos nosotros, partícipes de una cultura materialista y profundamente narcisista. No se trata de trastornos cerebrales, sino de perversidades de nuestra mente egocéntrica. La modalidad elusiva Llamamos modalidad elusiva a aquella que intenta plasmar, a través de la fantasía, la representación de grandeza o superioridad que el narcisista no consigue proyectar en la vida real. De este modo, a través de la realización simbólica, «elude» o evita tener que confrontarse con el fracaso que podría suponer intentar llevar a cabo las demostraciones públicas de su valía personal (belleza, inteligencia, ingenio, poder, capacidad, etc.). Millon (1999) la considera compensatoria (con rasgos evitativos y negativistas), aplicable tanto a la modalidad elusiva como a la despectiva: contraataca para esconder o borrar las heridas a su autoestima; cae en fantasías de grandiosidad para compensar sus heridas, busca la admiración, el ascenso hacia estatus más altos para garantizar su buena autoestima. El Nobel de literatura «fantástica» Rubén es un hombre de 44 años, el mediano de cinco hermanos, separado de la mujer y padre de un hijo de 18. Su historia familiar está marcada por el maltrato: violencia física y psicológica por parte del padre. Su adolescencia fue turbulenta ya en sus inicios a causa de 82

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un enfrentamiento con el padre con arma blanca. Se movía en entornos marginales en los que se sentía fuerte (y protegido). Después del servicio militar, se casó y tuvo un hijo. Trabajaba en el mundo de la restauración, realizando tareas diversas. De manera intermitente, tiene problemas con diferentes drogas, como la cocaína, la marihuana y el alcohol. Estas situaciones le producen vergüenza y sentimiento de inferioridad. Sufre inestabilidad en el ámbito laboral, se cansa y frecuentemente lo echan por comportamiento rebelde (buen chico, pero pasota). Tiene baja autoestima, colapso vital. Se siente fracasado, sin trabajo, sin dinero, sin pareja, sin proyectos que le ilusionen. En estos casos, se dedica a fantasear. «Me meto en mi mundo»: fantasías de grandeza y éxito ilimitado, reparadoras de la autoestima. Rubén: Yo quiero a veces soñar o pensar en llegar a ser, vamos, buah… Hacer algo por la sociedad, pero normal, no pasar a ser algo ¡uah!, premio Nobel y tal… Pero no puedo evitarlo, termino siendo el premio Nobel. Aunque quiera ponerle límites, no puedo evitarlo… Y que he llegado a vender más libros que la Biblia. Sí, sí, cuando sueño que soy escritor y tal, termino vendiendo más libros que la Biblia. Terapeuta: ¿Te imaginas tú, ahora, sin esas fantasías? R: Bufff, estaría más frustrado todavía. Estaría hundido. Si me mantiene algo en pie es pensar que todo puede cambiar, y que un día me puede ocurrir esto, y cambiar mi vida y tal, no quiero perder las ilusiones o la fantasía. Es lo único que me restablece un poco el ánimo, y las ganas de salir delante.

Don Juan Tenorio en versión femenina Una experiencia prácticamente universal en la que Narciso se muestra en estado casi puro, como hemos tenido ocasión de ver en el caso de Teresa, que hemos titulado «amor a flor de piel», es la del enamoramiento. En el enamoramiento, Eros se despliega con toda su fuerza y anhelo. Nacido, según el mito, de la pobreza, la carencia, la necesidad 83

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o el déficit, busca saciarse de riqueza, belleza o poder. De este modo, Eros es el demonio del deseo, que busca afanosamente aquello de lo que carece y que al enamorarse cree descubrir en el otro el objeto que ha de colmar su indigencia. Le guía una ambición egoísta y narcisista. No puede ser saciado nunca plenamente, puesto que se extinguiría en el mismo acto de colmarse, dejaría de ser deseo. Independientemente de cuál sea el objeto de su amor, se empeña siempre en su consecución, sin nunca alcanzarlo plenamente; por eso solo es verificable en el mundo de la fantasía. El miedo a no poder controlar la pasión o a ser devorados por ella puede ser lo que lleva a algunas personas, como la paciente del siguiente fragmento, Ana, una mujer de 54 años, a protegerse de él, refugiándose en la fantasía desde la adolescencia: Terapeuta: ¿Enamorada, estabas? Ana: No [silencio]. Quizá también sea eso que llevo dentro… [en referencia a la tristeza]. Nunca me he dejado, no me he dado la oportunidad de enamorarme. Eso; no sé por qué, no sé… T.: Parece que no te lo has permitido. A.: No, no me lo he permitido. T.: ¿Qué implicaba enamorarse? A.: Pues no lo sé, no sé lo que implicaba… Si yo me hubiese enamorado, no lo hubiera podido controlar. Demasiado, hubiera sido demasiado y me podrían haber hecho mucho daño; entonces… He preferido dejarme querer… He querido querer a quien me quisiera. Pero claro, esa no soy yo… Ya te digo que es algo muy fuerte, todo en mi vida es muy fuerte; yo por unos ideales he hecho de todo… Y a la persona de la que me habría podido enamorar, no me he acercado… Creo que me he acercado a personas serias, que no supiesen tratar a la mujer. T.: ¿Y cómo quisieras que te amaran? A.: Como yo podría querer, pero claro, no me valía que ellos me amasen, como yo hubiese podido querer, si yo no quería, no hubiese valido, claro… Si yo hubiese podido encontrar una persona capaz de amar… Con un poco de sentimiento… Y yo hubiese amado como yo sé amar pues eso hubiera sido un desmadre [risas]. 84

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T.: ¡Un desmadre! [risas] A.: Sí, pero eso ya lo doy por perdido, yo sé que me moriré y ahí estaré. Yo me llevaré esto, aquí es el único sitio donde lo he explicado, mi secreto está aquí. Algo que llevaba conmigo yo ya estaba decidida a morirme con eso y ahora ha salido. T.: Tú, al principio, tenías el planteamiento de no dejarte enamorar. A.: Sí, por eso digo, es como si estuviera viviendo una segunda vida. T.: Esta vida sí que la viviste, cuando eras joven, en fantasía. A.: En sueños, sí. T.: Tú te has enamorado de una fantasía. A.: Pues… sí. T.: Y esa fantasía, tienes miedo de llevarla a la práctica, porque si la llevaras a la práctica el cuento se hubiera terminado. A.: Mis fantasías de amor yo las contaba a mis amigas y siempre terminaban, y yo no quería que terminaran y terminaban cuando la fantasía llegaba al paroxismo, cuando yo le daba un máximo, entonces se terminaba y eso me sabía mal, que terminase. T.: ¿Cuál es el máximo? A.: Cuando el amor había llegado a la cumbre, a lo más… Bueno, ya se ha terminado el cuento… Era de película. Sí, eran sentimientos, fantasías… Era un amor muy grande, de mucha pasión [risas]. Si yo hubiera sido un hombre hubiera sido un Don Juan Tenorio… Para que no se hubiese terminado el amor.

La modalidad despectiva A este tipo de narcisismo aristocrático lo llamamos despectivo, en la medida en que su estrategia se basa no en la negación del otro, lo que sería un autoengaño absurdo, sino en su desprecio. Al colocar a los demás en una posición inferior se evita que ensombrezcan la propia valía, haciendo posible continuar considerándose entre el grupo de los mejores. Se cuenta que Diógenes, el cínico, dio por respuesta a Alejandro Magno, el cual se le había acercado para interesarse por él, «Apártate, que me haces sombra». 85

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Javier, un periodista de 60 años, vuelve a su país de origen después de una vida profesional intensa por diversos países del mundo. Esto coincide con el cese de su actividad profesional en la práctica. Se le replantea el sentido de toda su existencia pasada y la necesidad de reorientar su vida actual. En un momento de la terapia expresa que «cuando se mira al espejo, no le gusta su imagen». Se refiere con ello metafóricamente a que no le gusta lo que ha sido y lo que es. Aparece su actitud narcisista en el descontento general respecto a su vida que se manifiesta en la «envidia» y el «rencor» hacia los demás. Algunos ejemplos recientes son la «envidia», desencadenada por un premio nacional concedido a un colega de su profesión aunque en una especialidad distinta, el «desprecio» manifestado hacia otro colega más joven que él que ha sido designado para sustituirle en sus destinos internacionales y la crítica acerba hecha en público contra una colega en una conferencia para demostrar su desacuerdo dejándola en ridículo. Descubre que sus pensamientos, sentimientos y comportamientos van dirigidos a destruir a los demás si no recibe el reconocimiento por parte de ellos. Utiliza dos estrategias: el aislamiento o retraimiento social (negación del espejo) o la agresión social a través de la envidia, el ataque o el rencor (destrucción del espejo). La compensación por empequeñecimiento o destrucción de los rivales es un recurso al que suelen echar mano los narcisistas cuando no consiguen sus objetivos de situarse en el podio de los vencedores. Jose Mourinho nos ofrece una variedad de demostraciones continuas en sus ruedas de prensa. He ganado dos Champions con el Porto y el Inter, luchando con mucho orgullo. Josep Guardiola es un fantástico entrenador, pero ganó una Champions que me daría vergüenza haber ganado por el escándalo de Stamford Bridge y si gana ahora será por el escándalo del Bernabéu. Y le deseo que gane una Champions neta y brillante, sin escándalos, que tiene otro sabor… Dejo ir una pregunta y espero la respuesta: ¿Por qué? ¿Por qué? Yo no entiendo por qué… (Declaraciones de Jose Mourinho después de perder la Champions League ante el Bayern de Munich, 26 de abril 2012) 86

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No han merecido ganar, pero les felicito porque han ganado y en el futbol se olvida todo menos el resultado. (Rueda de prensa de Jose Mourinho, después de perder el partido de final de Copa del Rey de 2013 frente al Atlético de Madrid)

Envidia y celos son dos pasiones destructivas que, con frecuencia, andan cogidas de la mano y pueden fácilmente apoderarse de este tipo de narcisistas. La envidia hace referencia a los bienes personales, materiales o sociales que posee la otra persona: belleza, riqueza, éxito profesional, etc. Los celos requieren la participación de una tercera persona, real o imaginaria, que actúa como catalizador del afecto, el amor o la admiración de la otra persona que se los disputa, porque juzga que le son debidos. Este mundo es una m… Pertenecen a esta categoría de manera estable quienes hablan siempre de lo mal que lo hacen los otros, de lo fatal que está el mundo para traer hijos a él, de lo injusta que es la vida y la sociedad, de la falta de sentido o el absurdo de la existencia humana. Estos pacientes suelen presentar una reactividad depresiva ante las dificultades de la vida. Se quejan de los males que les afectan, como si se debieran a la mala suerte, a las injusticias sociales o de la vida; encuentran carentes de significado la lucha por la obtención de las necesidades básicas, que consideran de poca categoría. Muestran fácilmente una actitud apática, ataráxica o alexitímica. Uno de ellos describe así su estado y actitudes habituales: Apatía, desidia, desilusión, desinterés, despreocupación, desimplicación, dispersión, holgazanería, incapacidad, indiferencia, irresponsabilidad, pereza, repulsión, inmadurez.

Este paciente, a pesar de que funciona relativamente bien en su vida cotidiana, ello lo consigue a través de múltiples triquiñuelas. Alcan87

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zó a terminar la carrera desarrollando un sofisticado y complejísimo sistema de «chuletas» que se guardaba en el cinturón. Ni siquiera se molestaba en hacer resúmenes y copiar síntesis de los temarios: sacaba fotocopias de libros enteros reducidas al tamaño de microfilms. En su vida profesional rellena con subterfugios verbales o con mentiras o dilaciones y excusas los vacíos de su incompetencia. No piensa en suicidarse pero no le importaría que se cayera su avión. La transversalidad del narcisismo Naturalmente, estas estrategias dirigidas a mantener o preservar la imagen, evitando su invalidación, no son exclusivas de los narcisistas aristocráticos. Lo que hemos descrito a propósito de ellos puede generalizarse a los otros tipos de narcisismo que analizaremos a continuación, con las adaptaciones que sean necesarias en cada caso, pero con una misma finalidad. Esta capacidad de transformarse y acomodarse del narcisismo a las más diversas circunstancias existenciales es la que lo convierte en un factor universal y transversal de la experiencia humana. Lo que pretende el narcisista seductor, desplegando el atractivo plumaje de sus encantos, a fin de captar la mirada validadora de los otros, puede intentarlo el meritocrático ostentando un apretado curriculum de éxitos académicos o de copas deportivas. El plutócrata, por su parte, puede buscar impresionar a su «clientela», amarrando en el puerto un imponente yate de cien metros de eslora, que deja empequeñecidos al resto de embarcaciones que comparten el mismo espacio. En los próximos capítulos intentaremos especificar las características propias de las modalidades meritocrática y plutocrática, más allá de las que hemos descrito hasta ahora, originarias de los narcisistas aristocráticos, aunque extensibles, algunas de ellas, al resto de tipologías narcisistas.

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El narcisismo meritocrático Algunas personas se inician en la vida en el polo opuesto al narcisismo aristocrático y no pueden apelar a sus orígenes o a su linaje, considerándose «hijos d’algo» (hidalgos), para hacerse valer. En su lugar parten de una situación de inferioridad, producto de una invalidación inicial, que intentan compensar a través de acumular méritos. De ahí el nombre de «meritócratas» que les otorgamos: «tanto hago, tanto valgo». Dado que el narcisismo meritocrático procede de una invalidación originaria o sobrevenida más adelante por una pérdida o mengua de la autoestima, presenta algunos elementos en común con las últimas modalidades que hemos considerado en el narcisismo aristocrático, como la elusiva y la despectiva, orientadas a una función preventiva y compensatoria. Pero, a diferencia de estas últimas, que se refugian en la fantasía o se compensan rebajando al otro, se trata aquí de obtener la exaltación mediante la acumulación de méritos. Se observa en la declaración de Jose Mourinho: Mi trabajo no se valora nunca en modos absolutos sino en función de lo que he conseguido y la culpa es mía porque he ganado tanto que las expectativas son siempre más altas de lo que después consigo.

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Atrapados en el espejo

El alcornoque Con frecuencia el esfuerzo más importante del narcisista meritocrático está dirigido a superar el complejo de inferioridad, como en el caso de Araceli, a quien su madre llamaba «alcornoque», por considerarla dura de entendimiento. En la sesión de terapia, dirigida a tratar sus sentimientos al respecto, se produce el siguiente diálogo: Terapeuta: ¿Qué es para ti sentirte despreciada? Araceli: Sentir como que no soy digna de que me quieran, de que me traten bien, como a mí me gusta que me traten. Me siento como inferior, ¿no? Como poca cosa. Quizás me falte seguridad también en aceptar mis dificultades, entonces como yo no las acepto, pienso que los demás tampoco las aceptan… Quizás porque mi madre me machacó mucho de que no servía para nada, bueno, que siempre hacía las cosas mal y que «¡es que vas a ser una desgraciada toda tu vida como yo… trabajando, por no tener estudios». Entonces ese complejo. Yo creo que eso ahí me crea una inseguridad, porque yo quiero ser, quizás, importante para algunas personas, y a lo mejor pienso que no lo soy, porque me falta cultura, porque me faltan conocimientos, me falta no sé… T.: ¿Qué necesitarías para ello? A.: Mi deseo, por ejemplo, sería estar más alto, ser más culta, ser más educada, ser más… Y claro, a lo mejor no he llegado hasta donde yo me puse la meta. Entonces es como que me falta algo y yo creo que quizás es esta ansiedad mía de aprender, de hacer cosas, de madurar, de ser, siempre intentando ser buena esposa, buena madre, buena amiga. Pero también puede ir relacionado con mi exigencia, ¿no? Y mi ser perfeccionista. Entonces es esa exigencia mía de querer ser cada vez mejor, aunque nunca voy a conseguir ser perfecta. Pero bueno, es eso, que los demás me respeten, o quizás también que me admiren; podría ser también, ¿no? T.: Como una necesidad de ser admirada. A.: Sí, respetada e importante. T.: Y tú lo relacionas con el hecho de que tu madre te inculcó que no valías. 90

5. El olimpo de los meritócratas

A.: Sí, porque para ella nunca estaba a la altura, porque mi madre también era perfeccionista y muy exigente. Y ella, pues, estaba como muy acomplejada toda la vida porque había estado siempre sirviendo. Quería para mí algo diferente. No quería que yo fuera como ella, porque había sufrido mucho. «Porque es un trabajo muy duro, porque es el trabajo que todo el mundo desprecia». Y claro, me lo inculcó de una manera que siempre fracasaba: «es que vas a ser como yo, vas a ser una desgraciada», cuando el trabajo es tan digno.

Pero más importante que la acumulación de resultados es la perfección o ausencia de defecto en ellos, que es lo que le otorga mérito a la obra: T.: Pero has hablado de «no puedo ser perfecta». A.: Bueno, sí, claro. A mí me gusta hacer las cosas lo mejor que pueda, en todos los sentidos… Me gustaría ser perfecta para que los demás… me quisieran. T.: Has dicho «no puedo ser perfecta, pero yo quisiera». El tema es por qué quiero ser perfecta. A.: Pues porque no me gusto yo y al no gustarme yo, entonces a los demás tampoco. Si gusto, me siento mejor, porque los demás me reafirman o me hacen de espejo, ¿no? Me dan el valor y entonces pienso que dejo en sus manos mi valor como persona. T.: ¿Y esta reafirmación cómo te hace sentir? A.: Me hace sentir que soy mejor. ¡Que valgo! También hay una parte de ego: ¡que me admiren! Pues eso, me siento que valgo, que soy más importante de lo que pienso que soy. T.: Entonces necesitas que los otros te acepten para sentir que vales. A.: Pero no debería ser así, claro… El valor que no me dan ellos, pues tendría que trabajármelo yo y quererme [risas].

No siempre la consecución de méritos es fruto del esfuerzo material. Estos méritos también pueden conseguirse a través de una sublimación mística, ascética o ideal.

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Atrapados en el espejo

La modalidad mística Dentro de las modalidades del narcisismo meritocrático podemos señalar, en primer lugar, la mística. Esta basa la capacidad de contrarrestar el complejo de inferioridad en la supremacía de la gracia divina, de la que se cree beneficiaria. Esa operación se ejerce a través de dos maniobras: el desprecio del mundo y la elección divina, aunque con frecuencia se combinan ambas entre sí. La primera corresponde a la modalidad ascética, la segunda a la mística, cuyo máximo exponente lo podemos encontrar en la poesía mística de Santa Teresa de Jesús: Vivo sin vivir en mí, / y tan alta vida espero, / que muero porque no muero. / Vivo ya fuera de mí, / después que muero de amor; / porque vivo en el Señor, / que me quiso para sí: / cuando el corazón le di / puso en él este letrero, / que muero porque no muero. // Esta divina prisión, / del amor en que yo vivo, / ha hecho a Dios mi cautivo, / y libre mi corazón; / y causa en mí tal pasión / ver a Dios mi prisionero, / que muero porque no muero. // Aquella vida de arriba, / que es la vida verdadera, / hasta que esta vida muera, / no se goza estando viva: / muerte, no me seas esquiva; / que muero porque no muero.

La compensación narcisista a través de la modalidad mística se alimenta, como queda dicho, de dos fuentes complementarias de carácter claramente maniqueas: el desprecio de lo mundano y la fusión en la divinidad. La primera devalúa el mundo material, incluido el valor de la propia vida («tan alta vida espero»), consiguiendo anular toda traza de «humanidad» hasta desear la muerte como liberación de la prisión corporal. Catalina de Siena lo decía de forma más prosaica: Cuanto más el alma está poseída por el amor de Dios, tanto más siente un odio santo por la parte sensitiva, por la propia sensualidad… ¡Oh, hijos míos, mantened siempre este odio hacia vosotros mismos! […] Maldición, sí dos veces maldición, al alma que no tiene este odio. 92

5. El olimpo de los meritócratas

Según la visión mística, basta con que el alma humana se una a Dios para que esta se purifique y engrandezca, de modo que llegue a posesionarse de los atributos divinos, al hacer al propio Dios su «cautivo y prisionero». Aunque en la vida civil estos arrebatos, dignos del Bernini más barroco, no lleguen a los extremos de la transverberación teresiana, se manifiestan frecuentemente con la adhesión ostentosa a prácticas espirituales de distinta procedencia, doctrinas religiosas o morales que se incorporan o sobreponen de forma iluminista a la filosofía de la vida cotidiana, con el seguimiento proselitista de dietas ortoréxicas o la ciega afección al ideario de gurús soteriológicos (Osho, Joe Dispenza) y libros reveladores que no paran de aparecer constantemente en el amplio mundo de la literatura de autoayuda, sirviendo de este modo a la satisfacción narcisista de tipo místico, ofreciendo a quienes los siguen un supuesto camino de perfección o de excelencia (es decir, procedente del cielo) espiritual sobre los demás mortales (característica presente en casi todas las religiones). El club de Meditación Uno de estos gurús posmodernos, Agustín Vidal, escribe en Instagram: Mi especialidad es fusionar sabiduría ancestral con necesidades actuales. Esto comenzó con mi primera meditación en el año 2006, cuando comencé a descubrir la profundidad de la autoexploración. Las lecturas milenarias abren mi mente y cultivan mi intelecto, pero viajar, conocer y contemplar hacen que pueda aplicar todos estos conceptos en mi día a día. Así nace este nuevo perfil de Instagram para El Club de Meditación. Además de compartir novedades de El Club encontrarás fotos de mis viajes por distintas partes del mundo donde, de manera sincronizada, elaboro reflexiones que enriquezcan tu momento de meditación y también tu vida. 93

Atrapados en el espejo

Al calor de la diosa Otra de las tribus que se presenta en las redes sociales es la encabezada por el seudónimo Montse Kamala, quien convoca a un encuentro con estas palabras: Tal vez te preguntes qué significa exactamente «Al Calor de la Diosa». ¿Quién es la Diosa? Te diré primero quién no es: No es una mujer. No tiene que ver con el género, ya que se trata de la Energía Femenina, que está en todas y todos, creando equilibrio con la Energía Masculina. Tampoco es un término religioso, ni dogmático, aunque sí es espiritual, por eso hablamos de Energía Divina o Sagrada. La Diosa eres tú, es cada un@ de nosotr@s. La Diosa es la Madre Tierra y todos los seres que la habitan. La Diosa es la Vida en su verdadera Esencia. La Energía que es Vacío y que ocupa todo. La Diosa es tu Verdad Esencial. Vibrar en esta energía es vibrar en el Amor, en la Paz, en la Prosperidad; es vibrar en la energía de lo que sueñas, de lo que te hace Feliz. Si logras mantener la Energía de la Diosa, estarás sintiendo e irradiando tu Luz, con presencia hacia ti y hacia los demás. La Energía de la Diosa está siempre de tu parte, compasiva, amable, te aporta consuelo y cuando la sientes, sientes plenitud y confianza. Plenamente conectada con su sabiduría interna y su intuición. Sabe escuchar a esa voz interna, es valiosa y le habla verdades. Conocedora de las Leyes Universales se alinea con ellas, en sintonía con su Verdad y sus Valores, en Conexión con la Naturaleza y sabiendo que la Vida está de su parte. Sabe cómo generar los estados que le sientan bien, es amable, compasiva y generosa, sosteniendo un perfecto equilibrio en el Dar y el Recibir. Sabiéndose canal de energía, en el fluir. Es la Encarnación de la Prosperidad y la Abundancia de Bendiciones… Ven y exploraremos juntas las infinitas posibilidades de nuestro Ser Ilimitado y Radiante, durante un período en que podrás realmente profundizar, atender a tu mente, tus emociones, tus hábitos… y medir con mucha más claridad tus progresos, celebrarlos, ser cons94

5. El olimpo de los meritócratas

ciente de tu transformación en cada área de tu vida, gracias a todos los procesos en que te guiaré y acompañaré, junto al resto de la Tribu en «Al Calor de la Diosa».

Todas estas tendencias comparten un elemento común que es la búsqueda de la perfección a través de formatos externos al propio proceso individual y, con frecuencia, olvidan lo que la propia Santa Teresa comentaba cuando se servía de la prosa en lugar de la poesía: «entre los pucheros anda Dios», a fin de fomentar la humildad o lo que es lo mismo, «tocar de pies en el suelo». De este modo se forja una propia superioridad inexpugnable, que asegura la pertenencia al círculo de los elegidos. Se trata de desvelar «la esencia divina que hay en ti». Belén Sambucety, creadora de la web Menteconciencia, nos ofrece este curso para conectar con nuestra esencia divina: En menos de cinco días arranca la serie de videoentrenamientos gratuitos como lanzamiento al curso «Desaprender para brillar». En estos vídeos te mostraré información de valor basada en mi propia experiencia y búsqueda personal sobre el potencial gigante que tenemos todos para manifestar una nueva realidad. Mi intención con este curso gratuito es que te empoderes y descubras en tu interior la fuerza y la luz que te ayuden a reconectar con tu esencia divina para crear la vida de tus sueños.

Las tradiciones orientales. La moda occidental, relativamente reciente en términos históricos, de importar prácticas espirituales del Extremo Oriente, India incluida, para suplir, al menos en parte, el abandono de las tradiciones religiosas de Occidente, ha propiciado el fomento de estas tendencias narcisistas en los habitantes de los grandes núcleos urbanos, que alegremente las han incorporado en sus gimnasios (yoga, meditación, etc.), desprovistas de su contexto originario. 95

Atrapados en el espejo

La búsqueda de la excelencia espiritual o moral constituye, desde luego, una causa noble. Sin embargo, el lenguaje con que se transmite puede apelar directa o indirectamente a motivaciones narcisistas, de las que los místicos ya advertían que había que protegerse precavidamente, mediante la humildad. La práctica de la disciplina Falun Dafa (Falun Gong), por ejemplo, corriente espiritual sincrética de diversas tradiciones chinas como quicong, meditación y otras enseñanzas morales (movimiento, por cierto, perseguido y prohibido por las autoridades comunistas por su capacidad de autoorganización al margen del partido) se describe como: La ley de los seres iluminados. Es la ciencia más prodigiosa, insondable y sobrenatural entre todas las exposiciones académicas del mundo. Si uno abre este campo entonces tiene que cambiar los conceptos de la gente común desde la raíz, de otro modo, la verdadera apariencia del universo quedará por siempre como un mito para la humanidad y la gente común se arrastrará para siempre dentro del marco delineado por su propia ignorancia… Para revelar completamente los enigmas del universo, de los espacios-tiempo y del cuerpo humano, únicamente existe él.

Su maestro fundador, Li Hongzhi, aun teniendo en cuenta la peculiar retórica china, se presenta con las siguientes palabras: Hace muchos años maestros de qigong transmitieron gong (materia de alta energía), pero todas las cosas que enseñaban pertenecían al nivel de eliminar enfermedades y fortalecer el cuerpo. No estoy diciendo que los métodos de otras personas no sean buenos, solo digo que ellos no han transmitido cosas de nivel alto. Tanto dentro como fuera del país, en cuanto a transmitir verdaderamente gong hacia niveles altos, actualmente soy la única persona haciéndolo. Además tampoco puede transmitirlo el común de la gente pues ello implica tocar cosas pertenecientes a muchos sistemas de qigong. […] El propósito principal de mi venida al público es llevar genuinamen96

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te a la gente hacia niveles altos. […] Mis raíces están todas atadas al universo y si alguien puede tocarte, entonces puede tocarme a mí, hablando claramente, puede tocar a este universo. […] En el presente no hay una segunda persona transmitiendo gong, genuinamente hacia niveles altos, así como yo…

La modalidad ascética Aunque difícil de disociar de la estrategia mística, la modalidad ascética se distingue fundamentalmente por su insistencia en la negación o desprecio del cuerpo y del mundo. Lo hemos visto resonar con crudeza en las palabras de Catalina de Siena y encuentra un eco potentísimo en el discurso de multitud de anoréxicas restrictivas como ella. Marya Hornbacher (1998) afirma que la bulimia cede a las tentaciones de la carne, mientras que la anorexia es ascética, una total separación del mundo animal. La bulimia recuerda la época hedonista romana de los placeres y de los grandes banquetes; la anorexia, la era medieval de la mortificación y del ayuno voluntario.

La primera operación es el desprecio de la carnalidad. Según De Clerq (1990, 1995): Desprecio el comportamiento de los demás. Es vulgar comer, hacer el amor, desear. Cada vez que engordo un poquito, siento un profundo desprecio por las personas que comen, hacen el amor, ríen. Todo lo que me rodea es obsceno y desagradable.

Este tipo de perfeccionismo ascético mezclado con idealismo, que da lugar a una visión heroica de sí mismas, es frecuente en las anoréxicas restrictivas. Sobre Ellen West, por ejemplo, su biógrafo Ludwig Binswanger (1945) nos cuenta que en una poesía de su juventud expresaba su ardiente deseo de ser chico «porque así podría ser soldado, no temer 97

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ningún enemigo y morir gozosamente blandiendo la espada». Podría tener que ver algo (Villegas, 1988), probablemente, con su deseo absoluto aut Caesar aut nihil, de muerte prematura y elección divina «los favoritos de los dioses mueren jóvenes», que cumplió suicidándose a los 33 años. Esta es la alternativa que Ellen West escogió, fiel a su narcisismo, antes de volverse «vieja, gorda y fea». Narcisismo que subyace a tantas depresiones originadas por un fracaso en la proyección del propio yo, que solo puede aceptarse si corresponde a la imagen reflejada en un imaginario colectivo, socialmente compartido. Tendencia que no cesa de reforzarse en nuestra sociedad de la imagen y que encuentra su equivalente en el estribillo de aquella canción «Antes muerta que sencilla», con el que María Isabel López, de 9 años, ganó el concurso de Eurovisión Junior en 2004. La anorexia es el síntoma que traduce por excelencia las exigencias del narcisismo ascético. A través de la restricción de los alimentos, dejando de comer, la persona anoréxica reduce al máximo los riesgos de la carnalidad. El ayuno voluntario con sus efectos de emaciación sobre el cuerpo la sustrae al deseo de los demás y le otorga, al mismo tiempo, la fantasía del dominio sobre sí misma. Con este nuevo estilo de vida empecé a perder peso y a desafiar a la pubertad. A medida que se iban los kilos empezaba a sentirme más pura dentro de mí. No tenía amigos, pero la obsesión por la forma del cuerpo, la pérdida de peso y la gimnasia enmascaraban mi necesidad de amistad. En lugar de sentirme como una marginada, que no merece amigos, mi obsesión me permitía sentir que era yo la que les rechazaba a ellos. No tenía necesidad de nadie y, en efecto, era mejor que todos, porque al no comer, me volvía pura (Bills, 1995).

Su motivación es la de espiritualizar el cuerpo, negando su dimensión carnal. Renegando de su corporalidad han renunciado a su humanidad; pero esto no las perturba, al contrario, las conforta y confirma: son seres casi espirituales, han alcanzado un plano superior. El asceta renuncia a escuchar sus propias necesidades y deseos para guiarse 98

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exclusivamente por normas o ideales externos, como el buen soldado que tiene un elevado motivo por el que morir, pero ninguno por el que vivir. La modalidad idealista La modalidad idealista puede considerarse la versión laica del misticismo y el ascetismo, que constituyen el camino para la excelencia a través de la aproximación a la divinidad, la cual se constituye en el espejo donde se refleja la imagen del devoto, de acuerdo con los versos de Teresa de Jesús: Fuiste por amor criada / hermosa, bella, y así / en mis entrañas pintada, / si te perdieres, mi amada / alma, buscarte has en Mí. // Que yo sé que te hallarás / en mi pecho retratada, / y tan al vivo sacada, / que si te ves te holgarás, / viéndote tan bien pintada.

En la versión laica, la perfección se constituye en el sustituto de la divinidad como camino para la excelencia (que proviene del cielo). Esta exige al practicante la entrega total y continua en cualquier campo de aplicación: el saber, el orden, la justicia, la integridad moral, la pureza, etc. Estas categorías se convierten en la prueba del valor de la persona. De ahí el carácter obsesivo del narcisismo meritocrático o, inversamente, el carácter narcisista de la personalidad obsesiva: solo me salvaré si evito el pecado (la impureza, la imperfección, el error, etc.) o si la pureza, la perfección se convierten en el signo inequívoco de la elección divina. El trastorno obsesivo implica un exceso de perfeccionismo, escrupulosidad, falta de espontaneidad, rigidez, idealismo, obstinación que influyen negativamente en la vida personal, laboral, relacional y social del sujeto. La presencia de fallos, defectos o errores en la ejecución de cualquier actividad se hace intolerable para el obsesivo, dando lugar a sentimientos de vergüenza o culpa, indistintamente o por separado. 99

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Una nota en el parabrisas Vergüenza y culpa es lo que siente Carlos, paciente de 30 años, al que ya nos hemos referido en la introducción de este libro, por haber aparcado muy justo el coche y haber encontrado en el parabrisas una nota escrita a mano del convecino del parking en la que se podía leer: «No se crea que es usted el único que aparca aquí en este parking». Teme además el posible descontrol emocional que pueda producirle encontrarse con él por sorpresa sin haber tenido tiempo para planificar su reacción. Carlos: Aparqué un poco mal el coche, un poco salido. Y el chico que aparca al lado mío, pues me puso una nota, con muchas faltas de ortografía: «No se crea que usted es el único que aparca aquí en este parking». Yo me enfadé y pensé: «Prefiero que me lo diga a mí personalmente y pase lo que pase…Yo le diré: “Oye perdona, otro día lo pondré bien”». En cambio me deja una nota y más me enfadó la manera en que me la dejó: «No se crea que usted es el único…» Terapeuta: ¿Qué hay en esa manera? C.: Para mí es de una posición muy mezquina dejar una nota. En una servilleta de restaurante, ¡que es peor! Ni papel de calidad… Nunca se me hubiera ocurrido escribir en una servilleta… No es lo mismo decir «No se crea que es usted el único que aparca» que «Apárqueme por favor bien el coche», hay mucha diferencia.

La excesiva reactividad emocional de Carlos frente a un episodio tan intrascendente, reconocida incluso por él, se explica por la importancia trascendental atribuida al juicio de los otros ante los propios fallos, que constituyen una mácula en su honor y un motivo de vergüenza y culpa. Es como si la mirada de reproche de los demás lo desnudase por la calle y lo mostrase con todos sus defectos. Llevando estas exigencias al extremo, el idealista, como hemos visto también a propósito de las anoréxicas restrictivas, rehúye el contacto con el mundo «vulgar» de la materia y la carne. Así, por ejemplo, otro paciente, Lionel, se identifica con «los intelectuales», con lo que piensan, sienten, argumentando que muchas veces no 100

5. El olimpo de los meritócratas

fueron comprendidos en su época; «gente adelantada a su tiempo y por lo tanto muy solitaria». Su discurso está lleno de datos precisos, de citas de grandes pensadores, de certezas y fría racionalidad. Utiliza términos técnicos, incluso de la psicología. Muestra escaso contacto emocional: ni alegría, ni dolor, ni tristeza, ni enfado. Racionalidad hasta el punto de renegar de su condición física, considerándose «víctima de necesidades fisiológicas como dormir, comer, orinar, defecar…» que nos rebajan a la condición de lo bestial. Las relaciones entre personas siempre se le han dado mal, con dificultades en la intimidad. Él mismo se define como una persona que se aísla bastante, que se siente a gusto con su tranquilidad y su soledad, aunque a veces «quizás le gustaría encajar un poquito más». La Barbie humana Otras personas, movidas por razones más glamurosas, buscan una personalidad virtual con la que identificarse, bebiendo de su inspiración y mimetizando sus atributos, como la «Barbie humana», a fin de hacer aceptable su propia imagen. Con frecuencia la persecución de esta imagen está ligada a restricciones alimentarias, con motivaciones contradictorias entre la espiritualización del cuerpo y la estilización de la figura. En uno de los muchos videos dedicados a exponer su caso, se resume de este modo su ideología: Valeria Lukyanova, modelo ucraniana conocida como la «Barbie humana», por presentar un aspecto mimético al de la famosa muñeca, ha revelado que se está preparando para vivir únicamente de luz y aire. La joven, de 23 años, ha admitido el uso de la cirugía plástica y photoshop para cultivar su aspecto de muñeca, pero su diminuta cintura también podría ser el resultado de no comer durante semanas: «En las últimas semanas no he tenido hambre en absoluto, estoy esperando a la última etapa antes de que pueda subsistir de aire y luz». Lukyanova afirmó que se está convirtiendo al «Respiracionismo», una secta que cree que el agua y la comida no son necesarias para la 101

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supervivencia humana. No es la primera vez que hace declaraciones de este tipo. Ha venido afirmando insistentemente que ella es una maestra espiritual y puede hablar con los extraterrestres a través de la luz; también piensa que es de otro planeta.

El amor romántico Para otras personas el ideal narcisista está configurado en relación a una concepción romántica del amor. La capacidad de darse, de dejarlo o entregarlo todo, incluso en ocasiones los bienes materiales, constituye una prueba irrefutable de su valía amorosa. La falta de correspondencia, sin embargo, se experimenta como una invalidación insoportable que aumenta la predisposición a adoptar posiciones de sumisión y dependencia. Un diálogo de este tipo es el que se desarrolla entre Silvia, que afirma darlo todo en el amor, y el terapeuta. A la pregunta de este sobre el origen de su queja, relativa a la falta de correspondencia, contesta: Silvia: Pues yo esperaría un amor más intenso. No sé cómo decirlo: yo soy una persona muy emocional y sensible. Entonces supongo que quiero recibir lo mismo que doy. Y eso me pasa con todo el mundo. Pero no acabo de recibirlo. Pienso que esto me pasaría con esta y con cualquier otra pareja. O sea que es un problema, digamos, mío. Terapeuta: Exacto, muy bien, ya sabes mucho. Sabes que es un problema tuyo. Entonces conviene plantearse qué significa esta concepción que tú tienes de dar. De dar mucho para que te den. S.: Bueno, yo creo que lo doy todo, sencillamente. T.: ¿Y qué pasaría si no dieses tanto, si te quedases un poco para ti? S.: Con mi pareja, por ejemplo, ya lo hemos hablado más de una vez y él siempre me dice: «quiéreme, pero no te preocupes tanto por mí». Es decir, muchas veces llego a esta situación, que de tanto preocuparme caigo en una serie de preguntas repetitivas: le molesto, le agobio. Se convierte en un círculo vicioso. Incluso nos llegamos a separar el verano anterior porque yo estaba tan insoportable… Pero ahora estoy con él y quiero estar con él. 102

5. El olimpo de los meritócratas

T.: ¿Qué significado tiene todo esto? Es como si tuvieses la concepción de que solo existes en la donación al otro como si fueses no un ser, sino dos. Yo no existo si no veo al otro que me mira; pero claro, para saber si el otro me mira, tengo que mirarle, como si viviese en un espejo, esperando que el espejo me devuelva mi «esencia» que yo antes le he dado. Y el espejo me la devuelve, pero una esencia que no está en mí, sino en la relación… Es como si encontraras tu esencia en el otro, que no es la del otro, sino el reflejo de la tuya. Como si tú sola no tuvieras sentido en ti misma y por ti misma y solo lo tuvieras en esta relación. S.: Pues, puede que sea así. Porque interiormente sigo dependiendo de él; porque es cierto: mi vida ahora mismo sin él quedaría totalmente oscurecida; en parte es normal porque existe un vínculo, pero por otra parte es enfermizo, porque todos en el fondo estamos solos. T.: ¿Y qué crees que lo hace enfermizo? S.: Pues mi actitud de espera constante. T.: Sí, pero esto me parece más el efecto que la causa. S.: La causa es un déficit mío, claro. T.: ¿Cuál? S.: De autoestima, porque parece como si no me quisiera a mí misma, que necesite al otro. Una falta de identidad. O sea: ¿quién soy yo?

La fatiga olímpica La consecución de la excelencia personal y el reconocimiento de los otros a través de los méritos es un camino arduo y exigente que requiere un alto nivel de activación que en muchas ocasiones conlleva notable ansiedad y estrés. Solo pocos corredores reciben la medalla olímpica. Este tipo de narcisismo meritocrático tiene su coste, que suele subyacer en muchos de los trastornos de ansiedad, clasificados habitualmente como neuróticos, como los trastornos obsesivos, fóbicos, evitativos y restrictivos. No es de extrañar, pues, que muchas personas prefieran ahorrarse esta experiencia y busquen obtener el reconocimiento social de una manera más asequible y menos costosa en términos de esfuerzo per103

Atrapados en el espejo

sonal. La misma Valeria Lukyanova parece que en estos últimos años ha decidido dejar de intentar ser todo el rato la Barbie perfecta y de perseguir un ideal imposible de sostener, adoptando un aspecto más «normal», que le permite «ser ella misma». María Isabel López, por su parte, la niña que con 9 años ganó en Eurovisión, a sus 26 años ha decidido abandonar el mundo de la música por no soportar la ansiedad que le produce. Muchos influencers están abandonando también sus perfiles en las redes ante la imposibilidad de mantenerse siempre en la cima de la popularidad, al igual que sucede en el ámbito del deporte y en otras tantas actividades públicas. La alternativa más rápida y menos cruenta a todo este camino de espinas viene dada por la adquisición del reconocimiento social a golpe de talonario, al que todos rinden pleitesía. Como dice el poema satírico de Francisco de Quevedo, «Madre, yo al oro me humillo / él es mi amante y mi amado / pues de puro enamorado / anda continuo amarillo. / Que pues doblón o sencillo / hace todo cuanto quiero / poderoso caballero es don dinero». A este tipo de narcisismo, basado en el valor añadido, que hemos llamado plutocrático, está dedicado el capítulo que sigue a continuación.

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6. El festín de los plutócratas

El narcisismo plutocrático Relacionada con el fracaso en la consecución del reconocimiento espontáneo o de la integración social exitosa, tenemos la alternativa narcisista consistente en la cotización de la imagen en función de un valor añadido (riqueza, belleza, fama, etc.). La plutocracia, del griego πλουτος (plutos), «el gobierno de los ricos», intenta compensar los déficits personales con la adquisición de bienes apreciados socialmente. A falta de nobleza de estirpe o de méritos contraídos, una tercera alternativa para conseguir la exaltación frente al resto del mundo es la distinción que procura la acumulación de los bienes materiales o sociales, que pueden dar lugar a la fama en círculos más próximos o lejanos o incluso virtuales… («tanto tengo, tanto valgo»). Responde a la primera alternativa del dilema «tener o ser» (Fromm, 1995). Y si no se tiene, se puede aparentar. Todos estamos invitados a la mesa en que se celebra el gran festín de los plutócratas. Basta con adquirir el ticket de entrada, aunque sea lowcost. Probablemente, el narcisismo plutocrático sea la modalidad más acorde con el Zeitgeist de la era posmoderna, caracterizada por la fragmentación de la experiencia. Una implicación directa de esta fragmentación es, de acuerdo con Luckmann (1976), el relativismo moral, la falta de valores sólidos, la imposibilidad de reconocer una jerarquía en el significado de las cosas. En el supermercado de los bienes económicos o culturales, todos los productos son intercambiables por otros, es 105

Atrapados en el espejo

decir, literalmente in-diferentes. Es cuestión, según las leyes del marketing, de simplemente conseguir un envoltorio más llamativo que el resto de productos que compiten en los estantes. En definitiva, todo se reduce a una cuestión de apariencia. La modalidad cosmética Esta modalidad narcisista adquiere su máximo esplendor en la persecución de la apariencia exterior, de la fama efímera, de la ostentación consumista como fin por sí misma. También en la exhibición impúdica de las interioridades personales y relacionales en revistas del corazón y tertulias televisivas o en las redes sociales, en las fotos satinadas de portada de revistas descaradamente narcisistas ya en su título, como Glamour, o en la publicación continuada de selfies en Instagram. El mundo consumista que promueve la publicidad se centra particularmente en el culto a la corporalidad. El objetivo final es proyectar una imagen atractiva de sí mismo. La apariencia física se convierte en un medio importante para el ascenso social. El cuerpo, desnudo o sugerentemente velado, como le gusta utilizarlo a la publicidad, se convierte en la carta de presentación en sociedad. Como decía Miriam, el primer testimonio que hemos citado en la introducción de este libro: Siempre le he dado mucha importancia al cuerpo y a la inteligencia. Primero al cuerpo, después a la inteligencia. Porque teniendo el cuerpo siempre entras: tienes un buen cuerpo y vas arreglada y se te abren todas las puertas, ya puedes estar con la gente y la gente te admite.

El carácter casi obsesivo de estas prácticas, señaladas hace ya mucho tiempo por Lasch en La cultura del narcisismo (1981), se pone de manifiesto particularmente en el miedo a envejecer que en el narcisista parece superar el miedo mismo a la muerte. De ahí toda la cultura de consumo de la industria de la estética, que moviliza gran parte de la economía mundial. 106

6. El festín de los plutócratas

Las apariencias engañan La necesidad de aparentar utilizando medios estéticos que pueden afectar tanto a la modificación del cuerpo (operaciones, maquillaje, —trucco, en italiano—) como a la indumentaria o complementos es un recurso que con un poco de imaginación y buen gusto está al alcance de muchas personas, sin tener que arruinarse en el intento. De este modo, vemos sustituir en las calles de las grandes ciudades los espacios comerciales destinados antes a oficinas bancarias por salones de belleza, peluquerías, gimnasios, o vemos pulular los pequeños negocios dedicados a la manicura o la depilación. Este culto al cuerpo, sin embargo, no se lleva a cabo, en muchas ocasiones, sin costes más psicológicos que económicos, como el conjunto de trastornos agrupados bajo el nombre genérico de «dismorfofobia» y en casos más graves de trastornos alimentarios, como la anorexia. En otros casos menos dramáticos, se cumple igualmente aquel adagio que dice: «si quieres presumir, tendrás que sufrir». Tacones altos Esta es la observación que, a este propósito, hace Araceli, la paciente a la que su madre llamaba «alcornoque» y a la que ya nos hemos referido anteriormente en el capítulo de la meritocracia. Araceli: Por ejemplo, ahora yo voy muy cómoda [se refiere a la vestimenta]. Pero antes ir desarreglada para mí era lo último… Porque claro, yo pensaba que así no me iban a aceptar. Entonces iba muy arregladita Terapeuta: ¿Y hoy no vas arreglada? A.: Hoy voy normal, bien, y me siento bien y cómoda. T.: Pero entonces… ¿cómo ibas antes? A.: Entonces siempre me dolían los pies. Porque yo tengo los pies muy delicados y era mi afán de ir siempre con mis zapatitos de tacón, toda muy arregladita. Y con los pies que me dolían horrores. Y yo decía: «¿por 107

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qué tengo que llevar zapatos que me hacen daño?». Porque me hacían daño los zapatos, me dolían los pies. Iba incómoda. Y era por aparentar hacia los demás, que valía algo. Pero yo toda la juventud la pasé incómoda, queriendo dar una imagen con la que yo no me sentía bien, porque me veía guapa y pensaba: como yo me veo, pienso que me ven los demás. Entonces yo me veo arregladita y me veo guapa. Porque claro, yo siempre pensé que no, que era fea. Por eso si me arreglaba un poquito, iba bien arregladita, era muy delgadita, tenía buen cuerpo, pues yo me miraba al espejo, me veía bien, pues claro los demás me iban a ver bien. Pero era una necesidad; era presentarme hacia los demás bien, y en el momento que yo me viera bien, yo pensaba que los demás también me verían bien. Y así yo me aceptaba más. T.: ¿En qué sentido te sentías inferior? A.: Que soy menos culta, más fea, menos interesante… El hecho de que me valoro por las cosas que puedo adquirir, no por lo que yo realmente soy como persona, ¿no? Es cierto que yo como persona me he valorado pocas veces, siempre en base a mi presencia. Claro, porque si los demás me admiran, entonces yo también me considero admirable… Simplemente yo creo que alimento mi autoestima. Porque yo necesito tener una autoestima, quererme, aceptarme. Entonces si los demás me aceptan, quiere decir que soy mejor de lo que yo creo que soy. T.: ¿Qué quieres decir con esto? A.: Pienso que no valgo lo suficiente, que soy un alcornoque o que podría ser mucho más. Podría dar más. T.: ¿Y por qué piensas que no vales? A.: Claro, ¿por qué tengo yo que estar gustando a los demás, cuando es una cosa que me molesta muchísimo? Porque en el fondo a mí me molesta tener que agradar a los demás, o sea me molesta tener que decir «me tengo que arreglar para que los demás me acepten». A mí me gustaría presentarme tal como soy. Yo ahora me encuentro muy cómoda aquí contigo. ¿Por qué? Porque me siento bien con lo que llevo y con lo que hago, ¿no? Porque me siento yo misma. Pero claro, si estoy con otras personas que encuentro superiores a mí, es como que me encojo, y entonces ya no me encuentro a gusto. Y para encontrarme a gusto, ¿qué hago? Pues resaltar para que se fijen en mí como que valgo algo. 108

6. El festín de los plutócratas

T.: Como te gustaría que te vieran. A.: Exacto, segura de mí misma, bien arreglada, bien presentada, y demostrando que en el fondo no soy tonta, para que ellas me admiren… Verme guapa. También el estatus económico o social o lo que sea… No me gusta sentirme inferior a nadie. Entonces desarrollo las estrategias que hagan falta para aparentar. Porque para mí todo ha sido valorar a nivel de tener.

La modalidad crematística Descartada la aristocracia como modelo con el que identificarse, por su carácter elitista poco democrático, al que solo unos pocos pueden aspirar en base a sus orígenes de rancio abolengo; marginada la meritocracia por su elevado coste personal en términos de preparación, esfuerzo, constancia, compromiso moral y responsabilidad, queda la plutocracia como alternativa fácil y atractiva por fundamentarse en los intercambios comerciales, canalizados por las grandes multinacionales del consumo, que cotizan en el siempre abierto y variable mercado de valores. La aparición relativamente reciente en la historia de la humanidad del dinero, como sustituto intercambiable de cualquier producto, ha favorecido la potencial acumulación ilimitada en manos de unos pocos de todo tipo de productos que ya no requieren espacios físicos específicos, sino que pueden estar esparcidos por todo el mundo y que son renovables indefinidamente, en la medida en que continúan produciéndose. Estos pocos, sean individuos o corporaciones, suelen moverse por una codicia insaciable (Villegas, 2018), que no hace más que aumentar la distancia entre los ricos y los pobres. Especialmente afectadas se ven las clases medias, mermadas o destruidas, y la economía productiva, dejada al albur de la economía financiera. Su referente mitológico bien podría ser el rey Midas. Hijo de un campesino que llegó al trono de Frigia por voluntad de los dioses, creció obsesionado por las riquezas. Por ello, cuando Dionisos le ofreció satisfacer un deseo por haber ayudado a Sileno, un sátiro 109

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compañero suyo, Midas le pidió que todo lo que tocase se convirtiese en oro. Pronto pudo ver cumplido su deseo, que mantuvo tercamente a pesar de las advertencias del dios del vino. Pero pronto también pidió renunciar a él, porque efectivamente todo lo que tocaba lo convertía en oro: las mujeres se convertían en estatuas de oro y la comida se transformaba en manjares de oro también. De este modo, no podía ni siquiera comer y se veía condenado a morir de inanición y estéril sin dejar descendencia, aunque inmensamente rico. Los bienes materiales no solamente dan seguridad, sino también prestigio social y sirven para ensalzar a su poseedor: negocios, coches, casas, veleros, joyas, ropa de marca, etc. No siempre la riqueza ha acompañado a la nobleza, con frecuencia arruinada, sino que ha dado lugar a la aparición de una nueva casta, «los nuevos ricos», los cuales carecen de abolengo pero lo compensan con la posesión o adquisición de bienes que les permiten competir con los mejor situados socialmente. Tal es el tipo de relación que se estableció entre Aristóteles Onassis y Maria Callas, en la que se juntaron la riqueza material y el prestigio social. La diva y el sátiro De origen humilde, hija de padres griegos inmigrados a Estados Unidos, aunque formada en el conservatorio de la ópera de Atenas, Maria Callas llegó a convertirse en la diva del bel canto, durante más de una década, entre los años 1950-1965, hasta que empezó su declive. La causa de este declive hay que buscarla en una relación amorosa con el magnate Aristóteles Onassis, por quien dejó su carrera en la ópera. Como reconocerá ella más tarde, primero perdió la voz, después la figura, y al final también a Onassis. Por mucho que se llamara Aristóteles, era un inculto rematado. No le gustaba la ópera en absoluto y se enorgullecía de ello. Decía que las arias o los duetos «le sonaban como una turba de cocineros italianos, cantando las recetas del risotto, a grito pelado». 110

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Al juntarse con este potentado armador y magnate de las petroleras, Maria Callas renunciaba a su ideal. Le entregaba su vida, su cuerpo, su voz. Por él dejó de cantar; no le gustaba que ensayara en casa. Llegó a decirle: «Tú te crees la gran cosa porque tienes un pito en la garganta; pero no hay para tanto». De este modo, cambiaba el amor casi espiritual del bel canto por un amor hedonista, terrenal. Y lo peor es que no le sirvió de nada, porque el hombre más rico del mundo acabó por abandonarla a ella, también por otra mujer, Jacqueline, la viuda de John F. Kennedy, el presidente asesinado de Estados Unidos, con quien al final se casó el 20 de octubre de 1968 y que le llevó a la desesperación a causa de su vida caprichosa y despilfarro ostentoso. Maria Callas fue aquí víctima del intento de superar un complejo de inferioridad que provenía ya de su infancia. Venía de una familia de emigrantes, sin recursos económicos. Sus padres se separaron y la madre y sus dos hijas tuvieron que trabajar muy duro para seguir adelante. Onassis la deslumbró con su riqueza; él también había empezado de la nada, limpiando cristales. «Al poco de habernos conocido», recuerda ella, «un día bailando se dio cuenta de que yo me encogía para estar a su altura. Yo era más alta que él, le pasaba más de medio palmo. Y, sonriente, me dijo: No hace falta que te encojas. Si me subo sobre mi fortuna, estoy por encima de todos». Deslumbrada ella también por esa fortuna, cambió una carrera marcada por el reconocimiento meritocrático por el mundo del glamour plutocrático, del dinero, fiestas y placeres, entrando por la puerta principal, que le abría Onassis. Primero la sedujo de una forma abrumadora con ramos de flores, viajes, fiestas, promesas, pasión desaforada. «Me hacía sentir la reina del mundo, con su irresistible picardía, me convirtió en un animal domesticado… No me amaba a mí, sino lo que yo representaba». Después la fue aislando cada vez más. En primer lugar, de su marido, después de su ambiente musical, hasta que se la llevó con él a su yate, a su isla de Skorpios, a sus mansiones en la costa Azul, a París, a Londres, a Montecarlo, siempre dentro de su mundo, nunca dentro del de ella. 111

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Como comentaría más tarde en sus memorias su primer marido, Giovanni Battista Meneghini, al que ella abandonó repentinamente para irse tras Aristóteles Onassis: «Prefirió dejarme, para unirse al fascinante tren de vida de Onassis, antes que seguir ligada a un hombre como yo, hecho a la antigua y viejo. Quería abrazar la vida, sentirla en su piel, pero esta fue su ruina». Quiso probar el amor de un sátiro rico, seductor, hombre de éxito y poder casi ilimitado, y acabó siendo víctima de su despotismo despectivo. Aunque Maria lo intentó, Onassis nunca aceptó casarse con ella. Decía que no era la clase de relación que él quería. Tampoco quiso tener hijos suyos. Después de la separación, todos los intentos de la Callas para volver a los escenarios fracasaron. Terminó por retirarse a su apartamento en París, donde se dejó morir los 53 años (1977). Sus restos fueron dispersados por las aguas del mar Egeo. Aristóteles Onassis la había precedido dos años antes (1975), dos años también después de la trágica muerte de su hijo, Alexander (1973), en un accidente de aviación. El lobo y el cordero La película El lobo de Wall Street se basa en la historia del corredor de bolsa neoyorquino Jordan Belfort (2007), quien afectado probablemente de affluenza (Villegas, 2015, 2018), ya en la década de 1980, perseguía el sueño americano de enriquecimiento sin fin. Pronto aprendió que lo más importante no era obtener beneficios para sus clientes, sino ser ambicioso y ganar cuantiosas comisiones. Su enorme éxito y fortuna le valió el mote de «el lobo de Wall Street». Dinero, poder, mujeres y drogas terminaron por dominar su vida y arruinar la de los demás. Convertido en gestor de su propia firma de corredores de bolsa, Stratton Oakmont, se dirige así a sus empleados, en un momento de la película dirigida por Martin Scorsese (2013): Les voy a decir algo. La pobreza no tiene nada de noble. He sido rico y he sido pobre y ser rico siempre es mejor. Si creen que soy 112

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superficial o materialista, ¡trabajen en McDonald’s, porque ahí es donde deberían estar! Así que escúchenme bien: ¡Quiero que arreglen sus problemas volviéndose ricos! Si quieres ser millonario, ten valor, toma una decisión. A mí me funcionó porque trabajé duro. Si no funciona para ti es porque eres flojo. Trabaja en McDonald’s. Nadie te impide ser libre económicamente. Y nadie te impide ganar millones. No te quedes sentado en casa o tu vida soñada se te irá.

Sam Polk es la contrapartida de Jordan Belfort, por lo que ha sido llamado «el cordero de Wall Street». Dejó su puesto de bróker tras ver que estaba enganchado al dinero. A los 30 años, tan joven y tan viejo, se levantó de su despacho, cogió la chaqueta y pegó un portazo, según cuenta él mismo. Polk (2016) dejó atrás una vida de millonario. Ya no quería ser Gordon Gekko, el prototipo cinematográfico de la codicia financiera, a quien se atribuye esta frase: La codicia, a falta de una palabra mejor, es buena; es necesaria y funciona. La codicia clarifica y capta la esencia del espíritu de evolución. La codicia en todas sus formas: la codicia de vivir, de saber, de amor, de dinero; es lo que ha marcado la vida de la humanidad… Los fuertes aplastan a los débiles, así es como funciona.

Eso sucedió en 2010. Hacía tiempo que Polk había comprendido que estaba enganchado a la riqueza. En febrero de ese año, en su último ejercicio en Wall Street, le correspondió una prima de beneficios de 3,6 millones de dólares. Le pareció poco. «Quiero ocho millones». Sus jefes aceptaron si se comprometía a permanecer una buena temporada en la empresa. De pronto vio la luz. Cogió los 3,6 millones y se despidió. Así cerró ocho años como bróker bursátil. Su curación de la avaricia la ha relatado en «Por amor al dinero», una larga tribuna publicada en The New York Times: Trabajé como un maníaco. La adicción a la riqueza afecta a todo Estados Unidos, pero Wall Street es su mayor expresión. La gente que va allí no se preocupa de qué hace para conseguirlo. De lo único 113

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de lo que se preocupa es de ser rico. Crees que si no eres rico no eres nadie, es una cuestión de poder. Por eso eres capaz de trabajar una locura de horas. En los diarios y en la televisión se reitera que la gente rica y famosa es la que importa. Creí en esto durante mucho tiempo. Incluso ahora, cuando he huido y ya no me lo creo, todavía me resulta difícil porque es un mensaje muy enraizado en nuestra cultura. De vez en cuando sufro un ataque de pánico. ¡Oh, Dios, no estoy ganando dinero, no tengo poder! No sabes cuándo parar. Si eres adicto al dinero, nunca tienes suficiente. Por mucho que ganes, siempre hay alguien que gana más y, por tanto, quieres más. Quieres ser ese otro…

La modalidad social Otra forma de compensar el déficit de méritos personales es rodeándose de personas o contextos que mejoren el prestigio social como por contagio. «Quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija». Incluso los reyes más absolutos necesitan hacerse acompañar de una corte de nobles o gente de prestigio que exalten su realeza. Este tipo de personalidades se jactan de su círculo de amistades, de sus contactos con personas famosas o influyentes o de sus relaciones amorosas con personas de destacado atractivo que ostentan como un trofeo. Los plutócratas sociales conocen «a medio mundo» y hacen ostentación de los contactos con profesionales de alto prestigio o políticos influyentes. En el mundo periodístico algunos se hacen especialistas en fisgonear en los entresijos de la realeza o en las intimidades de los famosos, o bien situados en la cima de la fama se hacen rodear del mundillo del espectáculo o de la televisión. La conga En la película italiana La gran belleza (2013), de Paolo Sorrentino, el periodista Jep Gambardella ha seducido, con su particular estilo, a los habitantes de Roma durante décadas. El éxito de su única novela 114

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le ha mantenido, desde que la publicó en su juventud, en boca de todos los círculos sociales y culturales de la ciudad, y su lujosa vida está llena de admiradores que le siguen allá donde vaya. A Jep le encanta también el lujo, las fiestas, las mujeres. Considera que lo tiene todo, que no hay nada más que pueda pedir para ser feliz. La película describe en un estilo glamoroso las estrategias de exaltación propia y humillación ajena, seguidas durante décadas por su protagonista, hasta el momento de cumplir 65 años. Sin embargo, como reza la ficha de presentación de la película, al llegar a esta edad, Jep se encuentra de pronto atascado, sin saber qué hacer o cómo seguir viviendo. A la pregunta de por qué no ha vuelto a escribir otro libro, responde: Buscaba la Gran Belleza. Pero no la he encontrado… Me he pasado todos los veranos de mi vida haciendo propósitos para septiembre. Ahora ya no. Ahora paso el verano recordando los propósitos que hacía y que se han desvanecido, por pereza o por olvidarlos…

A partir de ahí su vida se ha convertido en un vagar por la ciudad, sus calles, sus palacios, sus monumentos, sus fiestas, sus excentricidades. Se ha subido a un tren que, como la conga que baila con sus amigos, no lleva a ninguna parte. Lo vemos bambolearse en una hamaca, fumar echado en la cama, fisgonear por las ventanas o desde la terraza. Las miradas de Jep se pierden en el vacío. Rezuman nostalgia de un paraíso perdido que nunca ha existido en ninguna parte: «¿Qué tenéis en contra de la nostalgia, eh? Es la única distracción posible para quien no cree en el futuro». Llegado a los 65 años se pregunta: ¿Quién soy yo? Naturalmente no hay respuesta… Esta es mi vida y no es nada… Termina siempre así, con la muerte. Pero antes hubo vida. Escondida debajo del bla, bla, bla. Y todo, sedimentado bajo los murmullos y el ruido. El silencio y el sentimiento, la emoción y el miedo. Los demacrados, caprichosos destellos de belleza. Y luego la desgraciada miseria y el hombre miserable. Todo sepultado bajo la cubierta de la vergüenza de estar en el mundo… Más allá, está el más allá. Yo no me ocupo del más allá. 115

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Seguramente la imagen más repetida para simbolizar la vida en la literatura, e incluso en los sueños, es la del viaje. Jep Gambardella se apunta a esta metáfora en sus reflexiones con estas palabras: Viajar es útil, ejercita la imaginación. Todo lo demás es desilusión y fatiga. Nuestro viaje es enteramente imaginario. Ahí reside su fuerza. Va de la vida a la muerte. Personas, animales, ciudades y cosas, todo es inventado. Es una novela, nada más que una historia ficticia… En el fondo, es solo un truco. Sí. Es solo un truco.

Aunque la mona se vista de seda Otros, menos afortunados, forman parte de la corte de los famosos, esperando que, a través de su ídolo, como por ósmosis, se les contagie el glamour del personaje al que admiran y, con frecuencia, envidian. Olvidan que «aunque la mona se vista de seda, mona se queda». El caso que proponemos como ejemplo sigue la lógica de una identificación vicaria: brillo si me mimetizo a través de la relación con alguien que tenga luz propia. Ricardo, de 30 años, vive con sus padres, es arquitecto y trabaja como tal. Acude a terapia porque nada lo ilusiona desde que terminó, hace un año, la relación con Daniel, su expareja: «es que no me siento ni bien ni mal, las cosas ni me afectan ni me hacen estar bien». No obstante, aunque la relación haya terminado mal, Ricardo sigue teniendo la esperanza de volver a estar con él. Se percibe más como un niño que como un hombre. Por ejemplo, no toma café ni fuma, porque no es lo suficientemente hombre para hacerlo. No se pone gafas de sol porque si lo hiciera se sentiría como si estuviera disfrazado de hombre: «con las gafas de sol me sentiría incómodo, sería como un niño que juega a ser adulto y esto la gente lo notaría». Desde la adolescencia vive la fantasía de que un día tendrá un piso bonito, una pareja que le guste y un buen trabajo estable, pero ya ha cumplido 30 años y no ha conseguido todavía nada de esto. 116

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Se ve feo, poco masculino y poco atractivo. Comenta que cuando encontró a su expareja pensaba haber encontrado al hombre perfecto que tanto había soñado. Era atractivo, guapo y masculino. La relación duró ocho meses y la vivieron a distancia porque Ricardo vivía en Londres en esa época y Daniel, su pareja, en París. Se conocieron a través del chat y el primer encuentro fue en París. Ricardo explica que en los primeros tres meses la relación iba muy bien y se veían dos veces al mes: «él era muy atento conmigo, me quería, me decía cosas bonitas, decía que me amaba». Ricardo había empezado a sentirse seguro y atractivo; «como él era guapo yo también me sentía guapo, como él era masculino yo también me sentía masculino». Terminados los tres meses, las cosas cambiaron. Daniel empezó a distanciarse y, según lo que cuenta Ricardo, cambió muchísimo: «se volvió agresivo, mentiroso, manipulador». Cuando la relación terminó, Ricardo perdió toda la ilusión que tenía y toda la seguridad que esta relación le había dado. Reconoce estar muy enganchado a esta relación, sobre todo durante el primer periodo, y se ha creado la fantasía que un día Daniel volverá con él: Es verdad, yo he estado un año pensando en los primeros tres meses vividos con él, porque esto me hacía estar bien. Todavía me cuesta pensar que las cosas no puedan cambiar, que él no volverá y no será todo como antes, todo perfecto. Es así, yo vivo mucho en la fantasía. Llevo no sé cuantos meses con la idea de que me quiero ir de casa pero todavía no me he ido, porque estoy esperando el piso perfecto. Tiene que ser céntrico, con tiendas, bares, pero no debe ser ruidoso ni estar muy lejos de mis amigos para que yo los pueda invitar a mis fiestas, que haré los fines de semana. Debe tener una terraza bonita y no debe ser caro, porque en este momento no me puedo permitir muchos gastos.

Hace todo esto porque ya que no se gusta a sí mismo al menos quiere que guste su piso. Además, intenta que el piso parezca el de un chico moderno para que los demás piensen que él lo es, aunque no se sienta así. No dice sentirse el mejor, pero comprarse cosas bonitas lo hace sentir seguro: 117

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Si decido organizar algo, tiene que estar todo perfecto, o los demás se darán cuenta de quién soy realmente. El más bajito, el más feo, el más sencillo… Cuando me compré un perro, me compré el perro más bonito según mis posibilidades, así el coche y la moto, es como si yo me sintiera menos, de esta manera me siento más.

Lo mismo pasó con sus padres: reformó todo el piso donde ellos vivían para que cuando vinieran sus amigos pudieran ver que sus padres eran modernos y no eran humildes y sencillos: «es que yo nunca quería que vinieran mis amigos a casa de mis padres, luego, cuando reformé el piso, los invitaba para que vieran que mis padres eran modernos». La modalidad virtual Existen motivaciones que escapan, al menos en lo inmediato, a la interacción con los demás y se despliegan en el ámbito de lo imaginario, en consonancia con la representación que cada uno tiene de sí mismo, muchas veces a causa de dificultades reales en sostener relaciones sociales efectivas. En esa representación cuenta mucho, con frecuencia, la imagen que queremos dar externamente para agradar a los demás en general o a alguien en particular y relacionarnos a través de ella. A veces se llega a crear una identidad sustitutoria, particularmente a través de las redes sociales, identificándose con algún personaje real o ficticio o suplantando virtualmente la personalidad. Es una forma de adquirir por usurpación un prestigio que cotice. Arashi Mónica, de 28 años, acude a terapia a causa de una depresión que la mantiene aislada de la familia, de sus amistades, en un estado en el que ni siquiera se cuida de la comida ni del aseo. Se hace llamar Arashi, por identificación con un personaje femenino de un manga, y se dedica, cuando está mejor de ánimo, a la difusión de la cultura japonesa (lengua, gastronomía, mangas, etc.) entre su círculo de in118

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fluencia. Huyó de su familia de origen porque le parecían demasiado provincianos y vino a Barcelona para entrar en el mundo ideal del manga. Terapeuta: ¿De dónde te viene este sobrenombre? Mónica: ¿Arashi? ¡Uff! De cuando tenía 12 o 13 años, de un personaje de manga que me gustaba mucho. Era una chica fuerte, con el pelo largo. Yo por aquel entonces llevaba el pelo negro y largo. Era súper dura y el nombre significa «tempestad». A mí me gustaba el nombre y cómo era. Le sale una espada de la mano, y participa en la guerra apocalíptica para salvar a los humanos. Es una sacerdotisa del templo. Y bien, también era la relación que más me gustaba del manga. Era muy seria y muy profesional y tal. Y que el típico chico que hace las bromas se enamoraba de ella y me gustaba esta historia de amor entre opuestos.

Influencers Las posibilidades que ofrece el mundo virtual de las redes sociales han permitido también la aparición de personajes que ejercen sobre sus seguidores una gran influencia, llamados por ello influencers, en temas como la moda, el maquillaje, los videojuegos, la música, los deportes o la gastronomía. Las redes sociales se convierten de este modo en un gran espejo que permite reproducir una imagen prácticamente hasta el infinito, un paraíso para narcisos que, además, reciben casi al instante el reflejo de, a veces, millones de seguidores. Algunos, como grandes deportistas o músicos, tenían ya con anterioridad a su presencia en las redes una gran notoriedad. Otros, en cambio, la han creado a partir de su aparición en plataformas como Instagram, Twitch, Facebook, Youtube, Tik Tok o Wechat (o cualquier otra), hablando de cosas tan banales como lo que han comprado el día anterior, sobre todo en el campo de la moda, o relatando incluso las pequeñeces de su vida cotidiana; aunque también pueden haber conseguido miles de seguidores tratando de temas más trascendentes como la maternidad o la alimentación sana. 119

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Otros ya están sustituyendo su presencia real en la pantalla por avatares creados por inteligencia artificial, que los puedan suplir eficazmente, porque, como admite uno de ellos, las redes ofrecen difusión pero también mucho estrés. Son voraces, insaciables, tiranas. «Hace falta tiempo para crear y no lo tenemos, porque somos esclavos del algoritmo. Algunos hay que casi desearían que Instagram cerrase, sería como una liberación». La tribu de las posibilidades infinitas Existen también tribus virtuales, orientadas a entusiasmar a las personas con promesas de recursos fáciles para obtener todo tipo de beneficios personales, materiales y profesionales, que les cambiarán la vida. Olivia Reyes Mendoza anima desde México a sus seguidores con esas palabras: En unas horas cerramos las inscripciones a la Tribu de Posibilidades Infinitas. Al probar la Tribu de Posibilidades Infinitas puedes ganar mucho. Pero primero quiero preguntarte: ¿Cuántas cosas hay en tu vida que no te hacen sentir rica? Y no solamente rica en dinero sino en amor por ti, rica en felicidad, facilidad en la vida y apoyo divino. ¿Te gustaría abrirte más a la abundancia y al éxito en tu vida? Hay mucha magia en este mundo y la recibe gente común y corriente. Mi madre es un ejemplo de recibir: ella ha recibido grandes regalos como propiedades, dinero en efectivo, viajes, vacaciones pagadas y un sinfín de cosas. Y si no los has recibido hasta ahora, déjame decirte que yo puedo ayudarte a lograrlo y por eso te quiero regalar gratis el primer módulo de mi nuevo curso titulado Matrix Detox. Este curso es la recopilación exacta de herramientas que les han dado mejores resultados a mis clientes de coaching y después de esto, que vamos a hacer el día de mañana, vas a darte permiso de experimentar cosas nuevas y mágicas en tu vida. Te espero para ayudarte a Elegir y Diseñar Tu Vida Desde El Merecimiento. ¡Saludos, mucha luz y mucho amor! 120

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La modalidad histriónica La necesidad de sostener una imagen socialmente reconocida y admirada puede llevar a desarrollar la estrategia de fingirla. Podría confundirse a primera vista con algunas características de las modalidades virtuales o ficticias, pero la diferencia estriba en que en ellas existe una distinción claramente percibida entre la persona y el personaje; mientras que en la modalidad fingida esta distinción se borra o se falsea. Algunos narcisistas utilizan modalidades expresivas propias del histrionismo o teatralidad que afecta tanto al argumento como a las maneras. Particularmente los narcisistas seductores y elusivos echan mano frecuentemente de estos recursos. No es difícil detectar rápidamente a las personalidades histriónicas que recurren a la expresividad manierista, casi dieciochesca, de teatralidad exagerada en la expresión de sus emociones: gritos, llantos, increpaciones, chantajes emocionales y hasta desmayos, para llamar la atención, si el guion lo exige. Sin embargo, hay otro grupo de personas que más que interpretar una obra de teatro la escriben a través de su propia conducta. Es decir, llegan a construir un argumento vital o a suplantar la personalidad de algún personaje real o imaginario, cargado de un fuerte valor social, a fin de conseguir la admiración, la compasión o el terror, si conviene, con tal de obtener la atención de los demás, convirtiéndose en el centro de sus miradas. No se trata de obtener un beneficio económico sino una notoriedad. El morbo de las víctimas «fingidas» Tal es el caso, por ejemplo, de Enric Marco, quien durante 30 años se hizo pasar por el exprisionero número 6 448 del campo de concentración de Flossenburg. Esto le permitió llegar a presidir la asociación Amical de Mauthausen, a pesar de no haber estado nunca en ninguno de los campos de exterminio nazis. Su historia, como él mismo admitió al ser descubierto, era una farsa. Su narración, que arrancó 121

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las lágrimas a los asistentes al Parlamento cuando contaba cómo les desnudaban o les mordían los perros, era un invento. Pero era la que iba contando en conferencias en ateneos e institutos de enseñanza. Lo mismo cabe decir de Alicia Esteve Head, vecina del barrio de Tres Torres, en Barcelona, quien había trabajado de secretaria de un directivo japonés, hasta pocos meses antes del fatídico 11 de septiembre de 2001, y que se hacía pasar por Tania Head, víctima superviviente del atentado de las torres gemelas. Su papel activo en el movimiento memorialista le llevó a presidir la Red de Supervivientes del World Trade Center. Ante la revelación periodística en portada de The New York Times de que aquella mañana ella no se hallaba en la ciudad, sino en Barcelona, tuvo que admitir su farsa. Había construido una historia, cargada de detalles propios de una película: su novio había fallecido en la otra torre, un desconocido apagó las llamas de su vestido, había entregado a una viuda el anillo que le dio su marido poco antes de morir… Crónica de un duelo El siguiente caso podría parecer la historia de un delirio si no fuera porque todo el montaje estaba pensado para impresionar a los amigos y urdido a través de varios meses de preparación. Se trata de una «crónica de un duelo», manuscrito en forma de diario que inicia un 4 de noviembre y termina un 31 de diciembre del mismo año con un anexo fechado el 1 de enero del siguiente mes y año. Al día siguiente, 2 de enero, Rania, nombre ficticio que damos a la paciente, lo manda a unos amigos como un original «regalo» de Reyes, esperando que «pueda serles útil». En este diario cuenta una historia absolutamente romántica: amor a primera vista con juramento de amor eterno a la segunda noche entre la protagonista y un apuesto músico danés del que nadie de su entorno llegó a tener nunca conocimiento y con un final trágico (accidente de moto del chico con resultado de muerte). Esta historia «sucede» a finales de verano entre Madrid (con paradas en París y 122

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Londres) y su ciudad natal, una importante población del norte de Castilla. Los acontecimientos, muerte trágica incluida, se desarrollan en el lapso de un mes, del 27 de agosto al 27 de septiembre, al margen de cualquier testigo, puesto que todos sus amigos residen en Barcelona y a sus familiares nunca se lo contará. El diario está lleno de evocaciones, de encuentros maravillosos con el amante y alusiones despectivas a otras amigas que no saben qué es el amor. Pero, a la vez, como está escrito ya en pleno otoño, después de la muerte del amante, se dedica a describir un proceso de duelo, «una odisea del dolor», salpicado de citas de libros de autoayuda, en el que constantemente implica a sus amistades para conseguir su apoyo y comprensión. Como dirá en uno de sus escritos: En esos momentos resulta difícil pronunciarse una misma palabras de consuelo. Necesitamos de alguien que lo haga por nosotros. Por eso en esa etapa es esencial contar con una red de amigos que te nutra y te sostenga. Contar con un círculo de afecto de personas que te importan y a las que tú sientas que les importas es esencial.

Y más adelante: El amor es un sentimiento que hay que vivir y que hay que compartir… Yo aún me considero una mujer enamorada, pero que tiene un problema con mayúscula. Y que, para resolverlo, necesito de mis amigos. Os necesito porque sois el «don» más preciado que aún me queda. Necesito saberos cerca, aunque estéis físicamente lejos.

Paralelamente a este manuscrito, dedicado a dos amigos masculinos, escribe una larga carta en forma de diario iniciado el 31 de octubre del mismo año, solo cinco días antes de empezar a redactar el «regalo», dirigido a una amiga para contarle una historia de amor «que aún no acabo de creer». En él se regodea contando detalles de su relación amorosa, sin centrarse apenas en la elaboración del «duelo» y se excusa de no haberle contado antes nada de esta historia, sobre todo: 123

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porque me parecía egoísta e injusto rebotarte mi historia de amor desenfrenado, cuando lo tuyo con Carlos no es que fuera viento en popa. Lo entiendes, ¿verdad? Eso espero.

En ambos escritos se alude a un encontronazo con el novio de su hermana. Parece que de todo su círculo de relaciones fue el único que no veía clara toda esa historia y que le reprochó su egocentrismo tachándola de manipuladora, egoísta, hipócrita, estrecha, corta de miras, etc. En un texto que ella reproduce entre comillas las palabras del novio de la hermana habrían sido: Tú nunca has querido a nadie, y no solo eso, sino que por tu personalidad egoísta y egocéntrica nunca podrás querer a nadie ¿me oyes? A nadie.

Según ella, esta discusión fue la que le hizo contactar con el dolor de la pérdida de su amante. ¿Fue ahí cuando decidió escribir estos manuscritos? No se sabe, pero es posible. ¿Necesitaba convencer a los demás de que era capaz de experimentar un gran amor? Tal vez. Lo cierto es que, fuera por lo que fuera, esta historia es inventada: ni existió un músico danés que ella conociera a finales de verano, ni este sufrió un accidente montado en una moto prestada por un amigo, atropellado por un camión. La misma paciente lo reconoce en una carta escrita a los amigos a los que había dedicado su regalo, extensiva a otros que también habían sido involucrados en la historia, pidiendo perdón, «aunque sabe que no lo merece». Lo primero que destaca es: Sé que sonará como la fábula de «Pedro y el lobo», y aun a riesgo de que no me creáis y ya que se ha destapado el pastel voy a ser sincera: Sí existió el músico danés, rubio y de «carne y hueso» que vivió y murió en mi corazón… Mi vida ha sido una mentira, y lo creáis o no, solo los últimos meses (aunque desfasados en el tiempo) han sido en realidad verdad, porque he sentido todo lo que en su momento no me dejé sentir…

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6. El festín de los plutócratas

Estos y otros casos muestran la proximidad de rasgos compartidos como, por ejemplo, entre narcisismo e histrionismo o narcisismo y rasgos antisociales. Esta transversalidad da cuenta también de las oscilaciones o fluctuaciones a las que, con frecuencia, se ven sometidos los narcisistas. La fragilidad del espejo Son muchas las formas bajo las cuales puede manifestarse la necesidad de provocar un reflejo de validación en el ámbito social, que hemos catalogado como narcisismo plutocrático. De ellas, algunas resultan exitosas, otras terminan en fracaso. Lo mismo sucede con las modalidades del narcisismo meritocrático, e incluso con las del aristocrático. El éxito o el fracaso parecen no residir tanto en la modalidad cuanto en los avatares históricos o biográficos que acompañan su curso. A veces el narcisismo subyacente se manifiesta de forma sintomática, bajo la apariencia de un trastorno de personalidad, de ansiedad o depresión. Otras veces, se presenta en estado puro, dando lugar a lo que se califica habitualmente de «trastorno de personalidad narcisista» (Akhtar y Thomson, 1982). En cualquier caso, lo que está en juego es la integridad de la imagen, que, a causa de su fragilidad, corre el riesgo de romperse en mil pedazos como el espejo que la refleja.

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7. El espejo roto

El primer reflejo que busca el narcisista es el de sí mismo en el espejo, donde se recrea en la contemplación de su unicidad. El delantero del Manchester United, Wayney Rooney, explica que su excompañero Cristiano Ronaldo tenía la necesidad de mirarse en todos los espejos de Old Trafford: «Tenía uno en el spa y no paraba de mirarse. Lo observé y vi que en el túnel de vestidores, donde también hay espejos, se quedaba mirando durante minutos». La sola dependencia del espejo, aunque sea el reflejo de la propia imagen y no entre para nada la representación del otro, abre una rendija al desencanto y la frustración el día en que este no le responde con el halago de costumbre, como el espejo mágico de la madrastra de Blancanieves. Esta consultaba diariamente a su «espejo mágico» para saber si había en su reino alguna mujer más hermosa que ella, a lo que el espejo respondía invariablemente que no. Hasta que un día el espejo dio la respuesta inesperada de que Blancanieves lo era más que ella, lo que provocó la ira de la madrastra que reaccionó rompiéndolo en mil pedazos que no cesaban de repetir: «Sí, mi señora, Blancanieves es más hermosa que vos». Voz insoportable que la madrastra quiso acallar definitivamente, dando orden de matar a la hijastra. El resto de la historia ya tiene que ver con los siete enanitos. Cuando el espejo no da la respuesta deseada, queda siempre la solución de romperlo en mil pedazos. El problema es que estos no dejan de reflejar una imagen, ahora fragmentada, que en lugar de validarla 127

Atrapados en el espejo

la invalidan, la afean y distorsionan de continuo, haciendo inútiles los intentos de recomponerla, al multiplicarla por mil. Los cristales rotos del espejo acaban hiriendo de muerte a quien intenta recogerlos con sus manos. La herida narcisista Entendemos por herida narcisista aquella que se deriva de una afrenta a la valoración o aceptación social que el sujeto no reconoce como tal, sino que interpreta, a veces con modalidades paranoides, como una agresión injustificada. Independientemente de lo justificado o no de las desconsideraciones de los demás, una de las lecciones que ya desde la adolescencia debemos superar es que no podemos agradar a todo el mundo, que las relaciones frecuentemente son conflictivas y que no podemos esperar a que los demás nos acepten para hacernos cargo de nosotros mismos. Dar el esquinazo Agustín pertenece a aquel grupo de personas que creen que el mundo ha sido injusto con ellos y se deprimen por acontecimientos banales (en relación a la gravedad de otros que les han sucedido) pero que no afectan a su autoestima. Con 56 años viene a terapia de grupo en un estado generalizado de desgana, desmotivación y abulia. Casado en segundas nupcias, se separó de la primera mujer, la cual quedó embarazada de otro hombre durante el noviazgo. Agustín se vio «obligado» por amor a la chica a aceptar el niño y darle su apellido. Más tarde se separaron, cuando el niño tenía 5 años, aunque mantuvo con él contactos intermitentes durante su niñez y adolescencia. Con notable carga emocional hace mención explícita de las cartas que se escribieron padre e hijo mientras el chico hizo la mili y que todavía conserva. A la vuelta del servicio militar el muchacho compró un coche con el que, al cabo de pocos días, se mató. Agustín 128

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lo relata quejándose de que el resto de acompañantes salió ileso o con pocas heridas, mientras su hijo, que era el conductor, se mató. Con motivo de la muerte del hijo desarrolló una fobia a viajar en coche, que trató con éxito de forma conductual. En cambio acude ahora a terapia con el diagnóstico de depresión: duerme muchas horas, no hace ninguna actividad física, está de baja laboral. Examinando los motivos de la depresión actual, que para él no tiene que ver con la muerte del hijo, aparece que la causa hay que buscarla en el modo en que le han tratado en el trabajo: «Todo esto viene de lo que me pasó en el trabajo, lo del hijo hace ya 10 o 12 años que lo tengo superado». Intentando entender qué fue esto tan grave que pasó en el trabajo, solo es capaz de referirse a un evento que sucedió hace un año en una escuela municipal en la que trabajaba como conserje. El resumen de lo acontecido se puede sintetizar en la expresión «darle a alguien con la puerta en las narices». La directora y la cocinera del colegio estaban preparando una fiesta de Reyes con los niños de parvulario, cuando él, acompañando a un inspector escolar, se asomó a la clase en la que se hacía la fiesta. La directora, sin mediar palabra, le cerró la puerta para evitar la interrupción de la actividad escolar. Este acontecimiento adquirió para Agustín tintes de tragedia hasta el punto de que, basándose en la Constitución y los reglamentos de los centros escolares, interpuso una reclamación ante las autoridades de la Consejería de Enseñanza. A fin de evitar una escalada de acusaciones absurdas, las autoridades municipales decidieron darle otro destino, esta vez en el archivo comarcal donde había una baja transitoria. Inicialmente se adaptó bien, pero a los pocos meses llegó un archivero titulado que impuso criterios técnicos para llevar a cabo el trabajo. De nuevo se sintió relegado y en la obligación de hacer frente a actividades para las que no estaba preparado, lo que interpretó como una forma de darle el esquinazo. No aceptaba que una persona de grado superior le tratara de ese modo. Todo esto me hizo sentir subestimado, desprestigiado y aparcado… Y claro todo esto me ha ido taladrando hasta el punto de tener que dejar el trabajo y pedir la baja por depresión. 129

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Las emociones predominantes en casos de depresión debida a una pérdida narcisista tienen que ver con el sentimiento de desvalorización y ocultan un gran resentimiento hacia quienes de alguna manera han intervenido en el proceso de los acontecimientos. Con frecuencia, las reacciones depresivas en las personalidades narcisistas son intermitentes, aunque recurrentes, y alternan con otros estados de grandeza o euforia, aunque, como en nuestro caso, se pueden instaurar como la reacción predominante y crónica, sobre todo cuando las oportunidades vitales ya no ofrecen perspectivas de compensación. A pesar del potencial para la descompensación grave, comenta Millon (1999): la mayoría de los narcisistas funcionan con éxito en la sociedad si poseen un mínimo de base y talento para recuperar su confianza. Las dificultades aparecen cuando existe una marcada disparidad entre sus presunciones y su competencia real, y más especialmente cuando son objeto de una afrenta dolorosa a su orgullo (fracaso laboral grave, embarazosa pérdida de estima pública o un repentino cambio de actitud por parte de alguien a quien idolatran, por ejemplo) pudiendo precipitar un trastorno depresivo que provoque un intolerable malestar. Es en estos momentos cuando las personalidades narcisistas suelen acudir a terapia.

A la fuerza ahorcan Este es el caso de Gerardo, que en nuestra clasificación entraría en la categoría del narcisismo elusivo, que acude a terapia ante un grave fracaso profesional. Gerardo es un empresario «a la fuerza». Él se considera, de acuerdo con su formación como ingeniero técnico en mecánica, un inventor de componentes útiles para la maquinaria agrícola. Sin embargo, las circunstancias familiares le han llevado a la gerencia de la empresa que había iniciado su padre, debiendo desarrollar funciones de gestión de personal, comercial y administrativa para las que no se considera preparado. La crisis del sector, junto con 130

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su incompetencia, han llevado la empresa al borde de la quiebra y esto ha dado origen a conflictos laborales que él ha intentado vanamente afrontar «con buena voluntad», aunque hayan terminado en los tribunales. Esta situación pone de manifiesto la dificultad de Gerardo para gestionar las relaciones personales a causa de su regulación egocéntrica que le dificulta hacerse cargo de la realidad. Se hace planteamientos idealistas y fantasea con diálogos imaginarios con los demás en lugar de afrontar los problemas de manera resolutiva o escuchar las razones de los otros. En una carta al terapeuta, después de la última sesión y ante la inminencia de una resolución judicial desfavorable, escribe lo siguiente: Al volver a casa, después de la última sesión, de repente lo vi todo muy claro. Me había estado quejando de que nadie me comprendía, de que me atacasen a pesar de ser buena persona. Y esto, para darle un aire más trágico, era el ocaso de los valores en el mundo moderno. Te decía que mantenía diálogos imaginarios con las personas que no comprendían mis razones, que me habían hecho daño y dudaban de mis valores. Y comprendí, por fin, qué quería decir «egocentrismo». Comprendí que cada uno sigue su camino y que a veces te encuentras con el otro y a veces no; y que en una conversación imaginaria nadie se acerca y que en una real, la mayoría de las veces, tampoco. Volví a casa con una sensación de soledad y de liberación, al mismo tiempo. Solo, porque he intentado retener en mi mundo a los demás y ya he aprendido que no los puedo retener. Liberado, porque no depende de mis explicaciones retenerlos. Fui a cenar con mi mujer y le dije que creía que había cambiado, porque no quería continuar sintiendo rabia. Hablamos de nosotros, de nuestra relación. Le pregunté si me veía distante (cerrado en mi mundo). Me dijo que a veces me concentraba en cosas inverosímiles y eso tenía cosas positivas, como dar lugar a conversaciones curiosas, pero a la vez tenía aspectos negativos, porque se sentía poco escuchada, porque yo me complacía en mi propio discurso. 131

Atrapados en el espejo

Y esta semana he estado sin rabia, ni lamentos, a pesar de la grave situación en la empresa. No me he equivocado en ser buena persona. Me he equivocado en pensar que todo el mundo debería compartir y aprobar lo que sinceramente siento; me he equivocado en creer que mis razones deberían imponerse siempre simplemente porque me parecían honestas; me he equivocado en no precaverme del mal que me podían hacer otras personas por maldad simplemente, o por ver las cosas de manera diferente, interesada o no. En el trabajo he fracasado porque no hacía lo que me gustaba, sino otras muchas cosas que no me tocaban. Porque quería fundamentar las relaciones laborales en la proximidad personal y, en consecuencia, cuando el otro no cedía tenía que ceder yo hasta el final. Y en lugar de ver al otro, me preocupaba solo de la verdad de mis razones, que tenían que ser absolutamente intachables, con lo que iba vendido por el mundo. En las relaciones he fracasado porque me he centrado demasiado en la pureza de mis sentimientos y menos en los intereses o necesidades de los demás. A pesar de todos los errores estoy satisfecho de mí mismo, porque tengo cosas buenas. He diseñado algunas máquinas que funcionan muy bien. Rectificaría algunas cosas mías, pero no me cambiaría por nadie. No tengo rabia contra el delegado sindical que tanto daño me ha hecho, aunque le devolvería el golpe si pudiera, claro… Pero se ha terminado el diálogo imaginario. Quiero vivir cuando se acabe esto. La vida tiene muchas cosas tristes, pero hemos de hacer que sea un poco más agradable, ¿no te parece? Te he escrito esta carta no porque crea que necesite una consulta, sino porque necesitaba compartir contigo estos sentimientos.

El paso implacable del tiempo En otras ocasiones la herida narcisista no nos es infligida por la desconsideración o invalidación de los demás, sino por la vida misma. El paso del tiempo, las limitaciones y los fracasos propios o el des132

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encanto de los sueños de juventud pueden llevar a una reactividad depresiva ante el oscurecimiento de la propia imagen. Nadie ha roto el espejo, pero este ya no refleja la imagen luminosa y espléndida que nos habíamos forjado de nosotros mismos. El cristal empañado por el desgaste de los años nos devuelve una imagen borrosa y fea que, como Dorian Gray, preferimos no mirar o terminamos por destruir con nuestras propias manos. Tal es el caso de la paciente Carina, que después de un trasplante de hígado no puede reconocerse en el espejo con la cicatriz que le ha quedado. Carina, de 55 años, a quien hemos dedicado amplio espacio en otra publicación (Villegas, 2013), llega a terapia después de un trasplante de hígado a causa de una cirrosis hepática. Todavía no puede independizarse, está en período convaleciente, no tiene pareja, trabajo ni casa. No le queda otra que refugiarse en la casa paterna, ahora propiedad de su hermana Sara, que ha ahijado a sus hijos. Tras la operación considera que la vida le da una segunda oportunidad, que no va a despreciar. Acude a terapia. En una sesión Carina habla en el grupo del fracaso de sus múltiples relaciones, a través de su larga historia. Intenta encontrar una explicación que en un primer momento atribuye a su falta de compromiso o apego, pero que en otro momento reflexiona que podría atribuirse a su deseo de mantenerse siempre joven. La constante variación de parejas podría ser en este contexto una prueba de su eterna juventud y un conjuro contra el pánico a envejecer. Terapeuta: ¿Y tú, a qué le tienes miedo, Carina? Carina: ¡Buah! A muchas cosas. A envejecer, a la soledad y a dejar de valerme por mí misma. T.: ¿A nivel económico, quieres decir? C.: Claro. De momento a nivel económico. No quiero pensar ni siquiera a nivel físico, vamos. Antes de que pasara eso, preferiría morirme, sinceramente. A envejecer y estar sola como estoy ahora. Yo necesito a alguien y no lo tengo. Y echo de menos mis salidas, mis amigos… Echo de menos una vida que he tenido antes y ahora no tengo. Echo de menos el sexo, echo de menos muchas cosas… 133

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T.: Porque ahora, en este momento de tu vida estás sola. C.: Sí, y me planteo muchas veces por qué he hecho mal las cosas. Por ejemplo, con las parejas, me he equivocado siempre de pareja. O mi manera de ser, al ser tan abierta en el sentido de no querer retener a las personas y ser tan libre y tan liberal o tan desapegada… No sé, tal vez solo sea que yo no estoy preparada para seguir envejeciendo, al menos no así. Quizás nunca he querido ser vieja. Siempre he querido morir joven. Es algo que desde muy joven lo he dicho, lo he pensado. Quizás es eso. Yo desde muy joven no quería llegar a vieja, sabía que no podría asumirlo. T.: ¿No querías llegar a vieja o mantenerte siempre joven? C.: No quería llegar a ser vieja, no quería envejecer. Entonces, si no quería envejecer, prefería morirme antes… T.: ¿Y qué encontrabas en envejecer, para no querer llegar a ser vieja? C.: Quizás no poder tener esa vitalidad, no estar guapa, no estar atractiva, quizá esto ha sido muy importante para mí. Y ahora es así… Y lo veo así. Y he llegado a lo que no quería llegar… Pero ahora no tengo nada. Y este es el punto al que no quería llegar… Me falta algo y lo siento. Ahora todo se reduce en nada… Me encuentro como vacía.

Este miedo se ha agravado ahora con las consecuencias de la operación del trasplante, a pesar de que desde el punto de vista médico ha sido un éxito total. Pero ella considera que la afea la cicatriz. En un momento dado de la entrevista comenta este propósito. C.: El otro día salí con una amiga, fuimos a cenar las dos solas y luego fuimos a tomarnos unas copas por ahí. Pues… había unos tíos que se nos acercaron… Pero estoy tan, como tan… A ver… Después de la operación y todo esto a mí el cuerpo no se me ha quedado igual. Y yo me siento como… Que no me gusta, que no me gusto por fuera. T.: ¿Por la cicatriz? C.: ¡Claro! Por la cicatriz, porque esto [sujetándose la barriga] se me ha quedado flojo, porque ha estado mucho tiempo estirado. Porque yo he estado 10 meses con la barriga así, llena de líquido. ¿Me entiendes? Que me la tenían que sacar cada 4 días. Y por eso, quieras que no, la piel se ha quedado más fofa, esto se me ve más fofo, la cicatriz afea… 134

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Yo… ¡Claro! Me siento diferente. ¿Me entiendes? Y está ahí [señala su cabeza]. Está ahí, y no me gusta. Pero trato de decir «no, estás bien. Dentro de todo, después de todo lo que has pasado, pues, estás muy bien ¿no?». Pero…

Oscilaciones en la validación narcisista La división en subtipos que hemos establecido en la dimensión narcisista tiene un carácter propedéutico. En consecuencia, las transiciones entre unos estados y otros pueden obedecer a oscilaciones en virtud de las amenazas a las que pueda verse expuesta la organización narcisista a lo largo del continuo validación-invalidación. En general estas oscilaciones pueden relacionarse con contextos diferentes o cambiantes. Es muy probable que el narcisista experimente la mayoría de las veces en su amplitud todos o al menos varios de los estados mentales que acompañan a las diversas modalidades narcisistas descritas hasta ahora y que los subtipos mencionados se caractericen por el estado mental más relevante y manifiesto en cada caso. La mayoría de pacientes presenta un tipo mixto con algunos rasgos más predominantes que otros. El gusano, la hiena y el león Dimaggio y colaboradores (2003) presentan el caso de Katia, de 28 años, en cuyo discurso pueden detectarse un conjunto de estados mentales que reproduce los diversos subtipos. Identifica tres personajes, cada uno de los cuales representa un estado mental: el gusanillo, o sea, el débil, expuesto a la vergüenza y humillación; la hiena, que lucha en el estado de transición para proteger al gusanillo; el león, un mixto de fantasías grandiosas y de distanciamiento aséptico, que se ha alejado del mundo y vive solitario. He aquí parte del relato a través de un fragmento de sesión: 135

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Terapeuta: El otro día decías que te sentías un gusanillo que tiene necesidad de una coraza protectora… Katia: Lo que me sale en esos momentos es justamente lo contrario al gusanillo; es la hiena… El gusanillo es la parte más sensible, más empática con las demás personas. Esta de estos días es la parte cínica que pasa de los demás, que está como en un mundo aparte, como una coraza. La distancia es una protección para ambas partes, si me alejo muerdo menos. T.: Supongamos que aquí hay tres personajes: el gusanillo, el personaje de la coraza y el personaje distante. Busquemos el nombre para estos dos últimos. K.: Al personaje de la coraza lo llamaría la hiena y al personaje distante, el león… Es el rey de la selva, se siente un poco «el no va más», es una distancia arrogante, de desprecio por todo lo demás. T.: Me puedes describir estos tres personajes… K.: Por orden de aparición… El gusanillo: es un animalito bueno, muy bueno. Por esto debe estar muy atento y procurar protegerse porque el gusanillo es un poco como el pobre minino y por tanto no tiene coraza. Por eso las cosas le llegan de golpe. Entonces yo pienso que cuando las cosas le llegan de golpe y alguien se aprovecha de eso… Y cuando le llega un bastonazo entre los dientecillos entonces el gusanillo se transforma en una hiena, que es muy sarcástica, muy calculadora, y está siempre al acecho. Y es bastante agresiva, al contrario del gusanillo, que es muy acomodaticio, que busca una solución de compromiso. La hiena no. Va directa a su objetivo. T.: La hiena es quien interviene cuando ve que han herido al gusanillo… K.: La hiena es muy mala, hay que estar atentos. Pero la hiena es mejor que el león, porque la hiena es agresiva [narcisismo despótico] y, por tanto, interactúa con el mundo exterior, cosa que el león no. Cuando llega el león adiós a todos. T.: ¿Y cuándo llega el león? K.: No lo sé. Quizás cuando la hiena se harta de ser hiena porque no es justo que uno sea solo agresivo, uno se aburre. Y entonces llega el león que se distancia de este mundo cruel y vive en un mundo de justicia e 136

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injusticia y está absolutamente protegido porque al león no le importa nada de nada. Mientras la hiena agrede o es agredida, ¡al león no le pasa nada! El león es frío, hace que las cosas mueran por congelación, es inalcanzable [narcisismo exclusivo y despectivo].

La invalidación sistemática La pervivencia de la vergüenza o del pudor, con sus más y sus menos, como un sentimiento generalizado en todas las culturas, hace evidente la función social de la buena imagen, hasta el punto de que el deterioro ostensible de esta (escarnio, difamación, calumnia, etc.) pone en entredicho la dignidad y los derechos humanos, o constituye una grave falta de autoestima, si la fuente de humillación o desprecio deriva de la propia persona. Esta reactividad es particularmente intensa en las historias de abuso o negligencia. El abuso mismo, en cualquiera de sus modalidades, la invalidación constante o sistemática, el rechazo implícito o explícito son las formas más graves de destrucción de la imagen que pueden mantener a muchas personas en una posición pasivoagresiva donde el autoodio y el sadomasoquismo van a perturbar su vida afectiva. En estas circunstancias la imagen de uno mismo queda gravemente dañada, expuesta al autodesprecio y a las autolesiones, como vemos con frecuencia en el trastorno límite de la personalidad, entre otros. Tú vales para fregar platos Irene, una mujer de 29 años, soltera, trabaja en hostelería; es la mayor de tres hermanos, hija de padre español y de madre sudafricana. Tengo muchos problemas para relacionarme con todo el mundo. Desde que tengo uso de razón, he tenido un complejo de inferioridad enorme. No he salido nunca con nadie. Los hombres me duran dos horas. Tengo 137

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muchos problemas. En el trabajo la gente me hace lo que quiere, me manipulan totalmente. Tengo el sentimiento de que si pasa algo es por algo y me tengo que aguantar. Como si fuera un castigo por algo que yo he hecho. No puedo evitar tener este pensamiento en la cabeza. O sea, mi pensamiento es «Mira, tu vales para eso, para fregar platos». Voy a las discotecas a pasármelo bien y me gustaría sentir por una vez que a la gente le gusta estar conmigo. Quizá es mi actitud, pero no sé: me gustaría sentirme deseada. Para mí ser mujer es ser persona; y ser persona significa sentirme deseada por alguien. Pero yo nunca he sentido eso. Para ser deseada debería ser atractiva. Yo solo querría saber qué se siente. Nunca me he sentido deseada por nadie. Y supongo que si me sintiera, me sentiría también atractiva.

La alternativa a este modo de pensar es la fantasía (narcisismo elusivo), mediante la cual intenta compensar la falta de autoestima: Imaginándome atractiva, con un hombre a mi lado a quien pueda explicar todo. Entonces empiezo a tener fantasías: ¡Ah! Pues mira esta noche saldré con Joaquín [el exnovio] porque me llamará; y no sé qué, no sé cuántos… Pero entonces esa parte de mí que dice que no, que no puedo pensar así porque no va a ser verdad… Y la única manera de parar todo eso es pues eso, hacerme daño [autolesiones]. Es una forma de castigarme. Las autolesiones consisten en quemarme o clavarme cosas… Cuando era pequeña era daño físico, más tarde fue psicológico, en plan de insultarme todo el día. No permitirme hacer las cosas que quería hacer, supongo. Ahora es un poco de todo… Hace cinco años, más o menos, que he vuelto a hacerme daño físico, pero el psicológico continúa, está ahí. Porque mis sesiones de ponerme delante del espejo y empezar a insultarme son para grabarlas. ¡Vamos!… Me quedo muy relajada, eso sí. De alguna forma es como si estuviera confirmando lo que ya pienso. Entonces las cosas ya están en su sitio.

Irene sitúa el origen de sus problemas en la infancia y en la peculiaridad de su posición respecto a los hermanos y en relación a los padres. 138

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Yo supongo que el problema, en parte, es desde muy pequeña porque para mi padre yo lo hacía todo mal. Yo siempre he querido escribir y claro, como mi padre es escritor, yo siempre que he escrito algo de pequeña iba corriendo ilusionada y se lo enseñaba a mi padre y me decía «eso es una mierda». No me decía has de mejorarlo así o asá, como yo esperaba. ¡NO! Simplemente yo no valía para nada. Entonces llegó un momento en que ya no quise escribir. Cuando cumplí los 16 años mi padre decidió que tenía que ponerme a trabajar y me buscó trabajo en un bar. Decidió que no servía para estudiar y menos para escribir y que ahora era yo quien tenía que llevar dinero a casa.

La invalidación en la dinámica relacional de pareja El ámbito de las relaciones interpersonales (Martinez-Lewi, 2010) y, en particular, el de las de pareja, es un campo especialmente susceptible a la invalidación de la propia imagen, derivada en gran parte de la problemática narcisista soterrada que interfiere en ellas y que se pone particularmente de manifiesto en la esfera de la convivencia. Las flechas de Cupido siempre hieren y a veces matan Esta invalidación es singularmente hiriente en las relaciones amorosas, cuando provienen de la infidelidad o la traición. La historia de Andrea, que reproducimos a continuación, lo expone con claridad. Acude a terapia después de tres ingresos hospitalarios por otros tantos intentos de suicidio, todos ligados a pérdidas afectivas; la más importante de ellas fue su divorcio. Andrea: Lo que pasa es que yo vivía en la Luna… Yo no sé por qué llegué a un punto en que desconecté del mundo en que vivía… No sé dónde estaba yo; él [en referencia al exmarido] me anuló totalmente… Terapeuta: Te dejaste anular, lo que significa que antes eras alguien. Lo dejaste todo por tu pareja, tu marido. Te viniste a Barcelona, dejaste 139

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tu ciudad natal, dejaste tu trabajo, lo dejaste todo… Y encima te anulaste, dejaste hasta tu identidad. A.: Sí, porque yo, al hacer esto… Pensaba retenerlo a mi lado… T.: Y esa fantasía también se rompió… Que lo dejarías todo por un amor, un príncipe azul que te cuidara, que te llevara en volandas… Se rompió también esa fantasía. A.: Una historia rota. T.: Te dejó sin amigos, sin familia, sin trabajo… Todo un proyecto vital… A.: Encima yo soy una persona que piensa mucho las cosas, que no las hago porque sí… Y ahora pienso que no debería haberlo hecho… La verdad es que me arrepiento… No se puede dejar ni dar nada por nadie. Ni por la persona que más quieras del mundo. Tienes que ponerte por delante. T.: ¿Qué consideras que dejaste? A.: Todo. Lo dejé todo. Dejé mi trabajo, dejé mis amigas, mi círculo de relaciones, dejé a mi padre, a mi hermano, dejé a mi sobrino… Todo lo que había vivido siempre… Mis viajes, mi independencia… El coche también lo perdí, no pude venderlo… Pienso que son diez años de mi vida tirados a la basura. Porque no me aportaron nada; no he sacado nada bueno. Llevo ocho años intentando recuperarme de esto. Debí caer muy bajo… Lo dejé todo por él y lo perdí todo por él. T.: Y él te dejó a ti por otra. A.: Según él, me había querido mucho. Cuando él conseguía algo, costase lo que costase, una vez que lo tenía, lo desechaba. Y actuaba así con todo, con las personas, con los coches, con todo. Era todo una ilusión enorme, pero en cuanto lo conseguía, ya estaba, ya perdía la gracia. A por otra cosa. Ya tengo el juguete, lo tiro o lo arrincono, ya no me sirve… Así me sentí yo. Ahora ya no me importa, ahora me da igual, pero hasta que no he llegado a este punto de no acordarme de él, me ha costado muchísimo. Bueno, llegué a decirle que preferiría poder llevarle flores a la tumba que vivir así. Y no le deseo la muerte a nadie, pero bueno, en aquel momento, sí. Para mí aquello era muy duro y el divorcio me destrozó.

En cualquier caso, en situaciones como esta, serán de esperar la aparición de emociones y sentimientos intensos de vergüenza o tristeza, 140

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o de ira y agresividad desenfrenadas, sensaciones de desengaño, desesperación, desilusión e indiferencia. Pelea entre amantes Juan y Sandra se describen como amantes, puesto que Juan está casado y tiene hijos, y no se decide a separarse de su mujer. Se conocieron en el trabajo y pronto surgió entre ellos un gran atractivo personal. Juntos han pasado las mejores horas de sus vidas, compartiendo intereses, placeres y momentos de gran creatividad en su trabajo. Para ella, Juan ha supuesto el anclaje en Cataluña, dado que llegó emigrada de Argentina, después de dejar atrás una relación, y a través de él pudo sumergirse plenamente en la cultura, la tradición y la lengua, a la vez que integrarse socialmente. Pero sobre todo ha supuesto la potenciación de sus capacidades creativas y organizativas, la extracción de lo mejor de sí misma. Conocerla a ella ha supuesto para Juan la revitalización de sus energías, la reactivación de sus ilusiones, el despertar a un nuevo interés sexual y emocional. Su relación, sin embargo, ha sufrido un fuerte revés, no solo porque él no se compromete con ella, escogiéndola y separándose de la legítima esposa, sino porque un acontecimiento en el mundo laboral ha generado una insalvable fractura en su relación. A causa de cuestiones relativas a la distribución de proyectos y reorganización en el trabajo, de las que en parte Juan la culpa a ella por errores anteriores en la gestión del personal, la dirección ha dispuesto que no vuelvan a trabajar juntos, provocando que finalmente ella se haya autoexcluido y haya dejado el trabajo. En esta ocasión él no ha sabido defenderla y ha preferido asegurarse su carrera profesional. Posteriormente también él ha abandonado la empresa, cambiando por un puesto mejor en otra de la competencia, pero sin contar con ella. Sandra se ha sentido enormemente ofendida y rechazada por todo ello, reclamando una reparación no solo moral, sino también profesional. Él le reclama su amor (sexo), que considera independiente de las vicisitudes laborales. Ella se siente excluida y doblemente repudiada frente a la 141

Atrapados en el espejo

esposa y la empresa, reducida a un objeto erótico. Su narcisismo se siente profundamente herido. Se suceden las escenas de ruptura y reconciliación con gran intensidad pasional, se establece entre ellos una lucha aguerrida en la que ella busca una reparación imposible y él un amor entregado, que se trasfiere, reproduciéndose, a las sesiones de pareja. Aunque su relación parecería haber surgido de una profunda y sincera amistad, está tan erotizada que destruye cualquier atisbo de empatía, respeto y comprensión. Se avivan los sentimientos de odio, desprecio, venganza junto a los reclamos de amor, perdón y comprensión. Solo con el tiempo se va produciendo el distanciamiento, aunque a costa de un nuevo trabajo y una nueva relación poco estimulantes para ella y una intensa reabsorción en el mundo profesional, en ausencia de un interés erótico por parte de él. Mal de muchos Aunque la mayoría de manuales al uso se centra en las características de la personalidad con trastorno o rasgos narcisistas más o menos acusados, resulta evidente que la presencia de «reacciones» narcisistas como fenómeno ocasional es prácticamente universal, puesto que nadie, o casi nadie, permanece ajeno a las amenazas a la preservación de su imagen. Estas reacciones pueden estar claramente mediadas por la fuente de posible invalidación, como bien reconoce el proverbio que reza «no es la miel para la boca del asno», o bien aquel otro que dice «a palabras necias, oídos sordos». Pero estas sentencias pueden ser un intento vano de paliar la herida narcisista cuando esta ya ha sido infligida, haciendo verosímil aquella otra que dice «mal de muchos, consuelo de…». Porque, efectivamente, el narcisismo no es solo mal de muchos, sino de la humanidad entera, que tiene en el culto a la imagen su tendón de Aquiles. La ausencia de reconocimiento, el rechazo o la invalidación provocan en el ser humano una reacción de pánico de consecuencias imprevisibles que puede llevar, como hemos visto en el caso de Jean 142

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Claude Romand, al asesinato o al suicidio como reacciones más extremas, o a otras más moderadas, pero no menos destructivas, como la depresión, el delirio o la paranoia psicóticas, el aislamiento social o las crisis de angustia. No sirve diagnosticar a toro pasado a alguien con la etiqueta de trastorno narcisista de la personalidad porque haya reaccionado de este modo, centrándose en sí mismo de forma egocéntrica, aun a costa de todos los demás. Con frecuencia acudimos al diagnóstico psiquiátrico para ocultar o disimular los aspectos más oscuros de la psique humana, como nuestros antepasados echaban mano de la posesión diabólica para explicar los mismos fenómenos para los que ahora hemos creado una etiqueta científica, esperando con ello tranquilizar nuestra conciencia. El valor otorgado a la imagen en la especie humana, creada según el libro del Génesis, a «imagen y semejanza de Dios», llevó ya a nuestros padres Adán y Eva en el Paraíso a morder la manzana ofrecida por la serpiente, con la promesa de llegar a ser «como dioses». La hybris pagana entendida como desmesura y ambición, castigada siempre por los dioses; la soberbia señalada como pecado capital por los eremitas del desierto egipcio, ya en los albores del cristianismo; el narcisismo como metáfora psicológica de la fragilidad de nuestro equilibrio psicológico, basado en la valoración de nuestra imagen, comprada a cualquier precio, a veces al de nuestra salud o incluso al de nuestra vida, ponen de manifiesto el punto débil de la especie humana, marcada por la predicción de Tiresias, que aseguró que Narciso viviría muchos años «si no llegara nunca a conocerse a sí mismo». Y Narciso se enamoró de sí mismo, al verse reflejado en las aguas del estanque, que actuaron como espejo. La psicoterapia puede ser el espejo en el que «el conocimiento de sí mismo» no lleve al enamoramiento engreído de Narciso, sino al reconocimiento del propio ser como objeto de estima ontológica. Este es el remedio que vamos a explorar en el próximo capítulo, dedicado precisamente a la psicoterapia del narcisismo.

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8. El espejo vacío

La psicoterapia del narcisista El objetivo de la terapia con el narcisista es convertir el narcisismo en autoestima. Si Narciso se hubiera reconocido a sí mismo en la imagen del estanque y no se hubiera visto «como otro», no se habría empeñado en perseguirla, enamorándose de ella. Narciso siempre va consigo mismo, se pertenece a sí mismo, mientras que su imagen pertenece al espejo. Este le enajena, supeditando su valor a la admiración de los demás (narcisismo aristocrático), al reconocimiento de sus méritos (narcisismo meritocrático) o a la cotización en la bolsa de valores sociales (narcisismo plutocrático). Para llevar a cabo la transformación de la estima narcisista en autoestima se hace necesario recuperar la distinción primaria entre yo sujeto y tú sujeto. Esta permite a la persona acceder a sí mismo, reconocer a los demás como seres originarios y aprender a amar al prójimo como a sí mismo. Es la base de la empatía, la aceptación incondicional y el respeto. Estas actitudes llevan a excluir cualquier tipo de comparación con los demás y a evitar cualquier crítica o juicio sobre ellos. El manejo de la frustración es otro aspecto a considerar en la terapia del narcisista. El fracaso en la obtención de un deseo, del reconocimiento de los demás, la comisión de un error o las pérdidas inevitables de la vida pueden ser vividas como injusticias intolerables ante las que reaccione de forma airada o depresiva. Enfocar estas 145

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circunstancias de modo terapéutico supone aprender de los errores, limitar las aspiraciones hinchadas de engreimiento, aceptar los avatares de la vida y desarrollar la gratitud hacia la naturaleza y los demás. La humildad, entendida como el realismo de tocar con los pies en el suelo, es un buen antídoto contra el narcisismo. La realidad no se puede modificar, mientras que la imagen sí, aunque sea con el Photoshop. Por parte del terapeuta se exige empatía, objetivos e ideas claras, humildad y suavidad en el procedimiento. Es posible que el narcisista ofrezca resistencias, escribe Millon (1999), que «hacen de la reestructuración de la personalidad un objetivo difícil de alcanzar; insisten en culpar a los demás de todas sus dificultades y adoptan una posición de superioridad frente al terapeuta percibiendo cualquier intento de confrontación constructiva, como una crítica humillante». El terapeuta deberá estar vigilante para que sus intervenciones no deriven en un pulso entre él y el paciente. De ahí que su estrategia deba estar orientada más bien a contextualizar las reacciones del paciente que no a confrontarlas directamente. Desde esta perspectiva, el proceso terapéutico con los narcisistas está dirigido a sustituir la estima especular por la estima ontológica. La coexistencia entre estima ontológica y estima narcisista es posible, siempre y cuando el peso excesivo de la imagen no venga a desestabilizar o alterar el equilibrio entre una y otra, lo que podría dar pie a graves descompensaciones psicológicas en forma de trastornos depresivos o de personalidad. Es preciso, pues, que intentemos clarificar los dos conceptos. Narcisismo y autoestima Si el espejo está roto, parecería que lo adecuado para repararlo fuera recomponerlo o sustituirlo por otro: una terapia dirigida a la reconstrucción de la imagen. Pero no es así; como hemos visto, los cristales rotos del espejo continúan hiriendo las manos de quienes intentan recomponerlo. Se trata precisamente de eliminar la dependencia del 146

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espejo, de dejar el marco vacío para que su lugar lo ocupe la autoestima, que en nuestro caso, y para evitar de nuevo confusiones con la valoración de la imagen, llamaremos «estima o amor ontológico». Conviene desarrollar en paralelo estos dos conceptos, narcisismo y autoestima, puesto que no pueden entenderse plenamente el uno sin el otro. La autoestima procede de la legitimación del propio ser, previa a cualquier reconocimiento externo, aunque solo se convierte en un dinamismo psicológico a través de un proceso de interiorización consciente, de otro modo vendría a coincidir prácticamente con el instinto de conservación, presente en todos los seres vivos, que no precisa de ningún proceso de formación consciente. En síntesis, se trata de entender la autoestima como estima ontológica, basada en el amor al ser que es cada uno de nosotros, previo a cualquier representación especular o evaluativa del tipo que sea. El narcisismo, en cambio, debe entenderse como un enamoramiento de la imagen de sí mismo, proyectada de forma real o virtual sobre los demás, o reflejada por ellos. Tal como hemos visto a lo largo de este escrito, la formación de una imagen especular es el resultado inevitable del proceso de diferenciación yo-otro. No podría existir, en efecto, el concepto de otro sin referencia al propio yo. El otro es tal en la medida en que es distinto de mí. Esta diferenciación me lleva a la pregunta de cómo me ve el otro, qué imagen se forma y se lleva de mí, así como yo veo al otro y me formo una imagen de él. Esta imagen, a su vez, se convierte en objeto de afecto narcisista que es capaz de recorrer todo el espectro que va del amor al odio, de la admiración al desprecio.  Pequeña historia del concepto de autoestima Perfilando ambos conceptos deberíamos ser capaces, en consecuencia, de diferenciar entre estima ontológica y estima narcisista, a fin de poder sanar la una con la otra. Esta distinción nos permite también acotar desde el inicio el alcance limitado del concepto «autoestima» en el ámbito psicológico. Este vocablo compuesto nace en la 147

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psicología estadounidense del ámbito de la psicología funcionalista, como un derivado de la autoconciencia. Ya en la obra de Wiliam James (1890), recogida más tarde en la psicología humanista (Maslow, 1954 o Rogers, 1961, por ejemplo), se define en relación a realidades y potencialidades en términos de éxito y expectativas. El sociólogo Morris Rosenberg (1965) en la década de 1960 la definió como «el sentimiento del propio valor» y desarrolló la Escala de Autoestima Rosenberg Self-Esteem Scale (rses), ampliamente usada en las ciencias sociales. Nathaniel Branden (1990) la describió ya a finales de esa misma década como «la experiencia de competencia frente a los retos básicos de la vida». Una definición ómnibus de autoestima puede concretarse en el siguiente fragmento, fruto de una síntesis ecléctica de otras muchas, recogida por la plataforma de internet «Significados»: Autoestima es la valoración positiva o negativa que una persona hace de sí misma en función de los pensamientos, sentimientos y experiencias propias. Es un término de psicología aunque se utiliza en el habla cotidiana para referirse, de un modo general, al valor que una persona se da a sí misma. Está relacionada con la autoimagen, que es el concepto que se tiene de sí mismo, y con la autoaceptación, que se trata del reconocimiento propio de las cualidades y los defectos. La forma en que una persona se valora está influida en muchas ocasiones por agentes externos y puede cambiar a lo largo del tiempo.

Albert Ellis (2005) opone a este concepto el de autoaceptación incondicional, por considerar la autoestima un concepto irracional y poco ético: Autoaceptación quiere decir que la persona se acepta a sí misma plenamente y sin condiciones, tanto si se comporta como si no se comporta inteligente, correcta o competentemente, y tanto si los demás le conceden como si no le conceden su aprobación, su respeto y su amor.

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Se ha relacionado también con la asertividad, el autoconcepto, la autoevaluación, etc. La rae la define como: «consideración, aprecio o valoración de uno mismo». Si en este libro entendiéramos por «autoestima» este concepto formal de «autorrepresentación evaluativa», hueco, carente de contenido, no continuaríamos escribiendo una línea más sobre el tema. Al contraponer estima narcisística y estima ontológica hacemos referencia a un concepto fuerte de estima, sinónimo de amor, como en catalán, lengua en la que el verbo «estimar» no solo significa «amar», sino que se usa preferentemente en su lugar. Así como el narcisismo carecería de fuerza conceptual si no implicara el enamoramiento de sí mismo, la autoestima serviría de poco si no significara el amor a sí mismo. De este modo podemos acuñar el siguiente aforismo: «La autoestima es al amor lo que el narcisismo es al enamoramiento». Curiosamente no existe una palabra en la psicología que trasmita esta idea. Ni «amor propio» (que en el uso ordinario hace referencia más bien a orgullo o engreimiento) ni «autoaceptación» tienen a nuestro parecer la fuerza de la palabra autoestima a la que añadimos el calificativo de «ontológica» a fin de evitar las veleidades evaluativas de si es alta o baja, fuerte o débil, positiva o negativa. El amor a sí mismo basado en el ser no admite grados, se reconoce o no se reconoce, se siente o no se siente. No se basa en el balance entre virtudes y defectos, éxitos o fracasos, sino en el amor del ser que es uno mismo. No podría llamarse tampoco autoerotismo, por las claras implicaciones sexuales o libidinosas que contiene el término, ni se cubre su significado con el término de autoaceptación por muy incondicional que se suponga, puesto que sugiere una posición pasiva más que activa, que es la que corresponde, en cambio, al amor.  Concepto de autoestima A partir de las consideraciones precedentes podemos intentar una aproximación al concepto de autoestima tal como lo entendemos en este libro, en relación a la estima (ontológica) y en contraposición al 149

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narcisismo (especular). Tal definición aproximativa podría sintetizarse en la siguiente proposición: «Actitud proactiva benevolente hacia el ser que es uno mismo». Esta definición sintética implica una serie de supuestos que desarrollamos a continuación: • La identificación con el propio ser. El yo que se quiere a sí mismo no es otro que el propio ser que soy yo (no que hay en mí). Este ser es el fundamento de la propia identidad (en cuanto que la «ídem-entidad» es la propia entidad igual a sí misma). De manera que para la pregunta «¿quién soy yo?» no hay otra respuesta que: «yo». No ¿cómo soy?, sino ¿quién soy? Este ser originario que nace y muere con nosotros, y que no es otro que cada uno de nosotros, puede ser de muchas maneras, pero nunca dejará de ser nosotros mismos mientras viva. Este es el ser al que hay que cuidar, amar y respetar de manera espontánea y natural, o, una vez tomada conciencia de él, de forma expresa y reflexiva, lo mismo que al de los demás, lo que constituye la autoestima y la base para el respeto hacia los demás. • La legitimación de las propias necesidades y el reconocimiento de los propios derechos. Sobre la base de esta conciencia ontológica se erige el fundamento de la legitimación de necesidades y derechos, para que este ser pueda llegar a desarrollarse, lo cual no implica que los demás estén obligados a satisfacerlos, sino solamente a reconocerlos y respetarlos, al igual que lo estamos nosotros respecto a los de los demás. Solo en casos de dependencia o incapacidad podemos esperar que el prójimo o el Estado, por amor o por solidaridad, se quiera hacer cargo de la satisfacción de nuestras necesidades. Sí que podemos esperar, sin embargo, que el Estado se haga cargo del reconocimiento y defensa de nuestros derechos, puesto que en esto consiste su función, y que los demás los respeten, que en esto se basa la posibilidad de la convivencia y la fundamentación del «derecho». • El cuidado de sí mismo (benevolencia: quererse bien). Dado que la estima no es solo aprecio, sino también amor, la autoestima exi150

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ge la actitud y la responsabilidad de cuidarse a sí mismo, lo que constituye, a su vez, la primera forma de contribuir al bienestar social. El hombre virtuoso, dice Foucault (2002), «no puede ser una carga para los demás», por eso debe cuidarse de sí mismo. En efecto: «el cuidado de sí es éticamente primordial, en la medida en que la relación consigo mismo es ontológicamente la primera. El cuidado de sí resultará beneficioso para los demás». Cuidarse a sí mismo implica proporcionarse los bienes necesarios para la propia subsistencia y bienestar, así como protegerse de los males y peligros que pueden atentar contra la propia vida o salud, tanto física como psíquica. • La comprensión (que no es lo mismo que condescendencia). El amor no puede ser solo un sentimiento, sino que debe estar basado en la comprensión. Esta nos permite entender el significado de nuestras experiencias. Se trata de comprender, no de dar explicaciones o justificaciones (excusas). Comprender no implica ser condescendiente o indulgente con uno mismo y la propia conducta, sino entender cómo funcionamos para poder aprender a regularnos de forma más adaptativa a nuestras necesidades y las de los demás, de modo que se haga posible el cambio, cuando este sea necesario. • La aceptación positiva incondicional. Significa la aceptación de sí mismo, no supeditada a ninguna valoración o evaluación añadida, sea del orden que sea, o pertenezca a la categoría que pertenezca, de tipo innato (belleza, fuerza, talento) o adquirido (habilidad, destreza, mérito, etc.). Esta aceptación supone la famosa distinción entre el pecado y el pecador. Podemos rechazar el pecado, pero no por ello al pecador. Aceptar a la persona es posibilitar el cambio: la persona puede cambiar sus acciones y continuar siendo ella misma. Nadie debería definirse por sus actos, ni sus síntomas, ni sus adhesiones ideológicas. «Pedro es un asesino» es una mala traducción de «Pedro ha cometido un asesinato»; «Pedro es un psicópata» es una mala traducción de «Pedro tiene comportamientos antisociales»; «Pedro es nazi» 151

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es una mala traducción de «Pedro milita en el partido nazi». Como tampoco nadie es carpintero o filósofo, sino que trabaja de carpintero o estudia filosofía. • El reconocimiento de la singularidad. La concepción ontológica de la autoestima no supone una visión metafísica ni mística del ser. No habita en nosotros el Ser, ni nosotros habitamos en él, como podría pretender una visión panteísta. Tampoco hay en nuestro interior ningún «Buda de oro», como a veces se dice en el mundo del coaching para fomentar la autoestima; no se trata de «apreciarse a sí mismo» por el valor espiritual (Buda) o material (oro), sino de amarse. Cada uno de nosotros es un ente singular, un ser único e irrepetible. Y como tal no tiene sentido ser comparado con nadie, ni verse sometido a las fluctuaciones del mercado de valores sociales (meritocracia o plutocracia). • El respeto. El valor de la persona es de naturaleza intrínseca, no extrínseca. Tiene que ver con la dignidad del ser humano, por lo que no admite ningún tipo de ultraje, vejación o maltrato. El respeto es la actitud de consideración (la doble mirada: respectum) del ser en su propio ser, sin ningún derecho de alteración en su entidad ni alteridad. Este respeto debe ser mutuo, de los demás hacia mí y de mí hacia los demás, puesto que entre humanos se parte de la igualdad ontológica (nadie es superior a nadie). Respetarse y hacerse respetar es un objetivo intrínseco de la autoestima y cuando una actitud, comportamiento o relación es contraria a este principio, hay que rechazarla como nociva. • La humildad. La igualdad ontológica de la que partimos nos lleva también a otra consecuencia característica de la autoestima: la humildad. Si todos somos iguales, nadie es superior a nadie, nadie puede imponerse a nadie. El narcisismo, por definición, necesitado de una autoexaltación constante para quererse, se halla a las antípodas de la autoestima: al carecer de humildad lo que más teme es la humillación, la cual puede causar auténticos estragos en su equilibrio emocional. 152

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Un texto que a menudo se atribuye a Charles Chaplin, que pudo haber leído en ocasión de su septuagésimo aniversario, nos acerca, con un lenguaje sencillo, al concepto de amor a sí mismo: En cuanto empecé a amarme comprendí que en cualquier circunstancia yo estaba en el lugar correcto y en el momento preciso y entonces pude relajarme. Hoy sé que eso tiene un nombre: autoestima. En cuanto empecé a amarme pude percibir que mi angustia y mi sufrimiento emocional no son sino señales de que voy contra mis propias verdades. Hoy sé que eso es autenticidad. En cuanto empecé a amarme dejé de desear que mi vida fuera diferente y comencé a ver que todo lo que acontece contribuye a mi crecimiento. Hoy sé que eso se llama madurez. En cuanto empecé a amarme comencé a comprender por qué es ofensivo tratar de forzar una situación o a una persona solo para alcanzar aquello que deseo, aun sabiendo que no es el momento o que la persona, tal vez yo mismo, no está preparada. Hoy sé que el nombre de eso es respeto. En cuanto empecé a amarme comencé a librarme de todo lo que no fuese saludable, personas y situaciones, cualquier cosa que empujara hacia abajo. Al principio mi razón llamó egoísmo a esa actitud, hoy sé que se llama amor hacia uno mismo. En cuanto empecé a amarme dejé de preocuparme por no tener tiempo libre y desistí de hacer grandes planes. Hoy hago lo que encuentro correcto, lo que me gusta, cuando quiero y a mi propio ritmo. Hoy sé que eso es simplicidad. En cuanto empecé a amarme desistí de querer tener siempre la razón y con eso erré muchas menos veces. Así descubrí la humildad. En cuanto empecé a amarme desistí de quedar reviviendo el pasado y de preocuparme por el futuro. Ahora me mantengo en el presente, que es donde la vida acontece. Hoy vivo un día a la vez y eso se llama plenitud. En cuanto empecé a amarme comprendí que mi mente puede atormentarme y decepcionarme pero cuando yo la controlo al servicio de mi corazón, es una valiosa aliada y eso es saber vivir. 153

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(Re)construir la autoestima La (re)construcción de la autoestima es por sí misma una tarea terapéutica, que puede aplicarse a cualquier tipo de patología psicológica. Si tomamos un ejemplo simple como dejar de fumar, se puede intentar intervenir mediante fármacos (ansiolíticos, antidepresivos, parches de nicotina, etc.); o bien enfocarlo como una conducta reforzada, cuyos refuerzos hay que intentar extinguir o convertir en aversivos; o considerarla una actividad cargada de significados sociales como manifestación asertiva de uno mismo, expresión de masculinidad o de asimilación feminista, como manifestación de rebeldía juvenil, como un hábito o adicción adquirida, como un ansiolítico o desestresante en sí mismo, y así hasta el infinito. Pero es mucho más fácil y certero plantearse cuál es el significado que tiene este hábito para el propio sujeto. Hay menos riesgo de equivocarse y más posibilidad de acertar en el tratamiento que sea adecuado para esta persona en concreto. Incluso es posible que descubramos que este problema no se puede desconectar de otros más nucleares de su existencia, como el de la propia autoestima o estima ontológica. Montse Barderi (2008), por ejemplo, en Perdre per guanyar, un libro muy sugerente en el que explica su proceso de desapego de sus tres grandes adicciones (los amores tóxicos, la obesidad mórbida como efecto de una compulsión en la comida y la dependencia del tabaco) escribe en la página 247: Ya no fumo y estoy convencida de que no volveré a fumar nunca más. De repente dejé el tabaco, aun cuando todavía no lo había decidido.

Y más adelante, en la página 253: Así que pude dejar de fumar de forma clara, contundente y precisa, justamente cuando ya me quería un poco más, cuando ya había madurado en mi interior un sincero amor hacia mí. 154

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Cuando se detecta una ausencia o deterioro de la autoestima, una parte del trabajo terapéutico, al menos, debe ir dirigido a (re)construirla. Las operaciones que conviene llevar a cabo se pueden sintetizar básicamente en las siguientes: • • • • • •

Diferenciarse de la mirada ajena. Desvelar la persona oculta en tu cuerpo. Identificar y legitimar las propias emociones y necesidades. Aprender a validarse socialmente. Respetarse y hacerse respetar. Conectar con el yo interior.

 Diferenciarse de la mirada ajena Lo primero que hay que conseguir en el proceso de (re)construcción de la autoestima es liberarse de la mirada ajena para construir una mirada interior. Es muy significativo que el ser humano, a pesar de caracterizarse por su conciencia reflexiva, no disponga de un órgano (una especie de ojo) externo, como un periscopio, que le permita verse a sí mismo, sino que para ello necesite de un instrumento exterior, el espejo (ahora también las selfies), o bien requiera de la mirada especular de los demás. Seguramente eso significa que el narcisismo no entra en los planes biológicos de la evolución, sino como una derivación antropológica, característica de nuestra especie. Y, a su vez, probablemente también significa que la mirada ontológica es una mirada interna, organísmica, de dentro hacia fuera. Ningún animal cuestiona su ser, ni se compara con otro, ni se acompleja de sí mismo, lo que no impide que pueda sentir miedo ante un depredador o agresividad ante un invasor. (Re)construir la autoestima implicará pues, reconstruir la mirada interna, liberándose de la externa.

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«¡Vaca!, ¿adónde vas?» En el diálogo siguiente, desarrollado en un contexto grupal, aunque por brevedad haya sido expurgado de otras intervenciones, el discurso va dirigido al objetivo de diferenciarse de la mirada externa y conectar con la mirada interior. La paciente, Nadia, de origen alemán, se debate ante una situación de falta de trabajo, agravada por temas de falta de aceptación de sí misma relacionadas con bulimia y alcoholismo, a partir del autodesprecio y el autoodio. Nadia: En las relaciones yo siempre he sido la que ha dado. Los hombres siempre se han aprovechado de mí físicamente, monetariamente, de mi amistad, de mis conocimientos… He torcido toda mi vida para agradar y gustar a los demás, pero se acabó. Si no te caigo bien, peor para ti… Yo tengo unas formas de pensar diferentes, más extremas, más rígidas que otros, sí. Terapeuta: Muy sinceras. N.: Si no, no sería yo, y esto es una cosa que he aprendido en los últimos años tras alejarme de las drogas. Yo quiero ser yo, y no quiero hacerme al gusto de otros… Se puede decir que los atracones de comida los he tenido desde pequeña. Mi forma de consolarme muchas veces ha sido esta, pero sin vómitos. Esto lo he aprendido bastante más tarde, como una forma de darme algo de afecto a mí misma, una sensación de bienestar o algo así. T.: Entonces, ¿el atracón era amigo o enemigo? N.: Era amigo hasta que me di cuenta de que estaba mucho más gorda que el resto de los niños de mi edad. Entonces empezó a ser enemigo. Me daba muchísima vergüenza… T.: O sea, que ya desde pequeña empezaste a sentirte rechazada y te fuiste protegiendo con los atracones. N.: No es que me sintiera rechazada, es que te rechazaban abiertamente. Eras «la gorda» y te apartaban un poco. Aun teniendo la edad que tengo, todavía duele: ¡si me lo siguen diciendo por la calle! Pero tú a mí me puedes decir muchas cosas… Solo si se meten con mi peso, pues con este tema ya me siento muy discriminada… La presión real me la pongo yo y a lo mejor me la imagino; cierta o equivocadamente, a mí me da la 156

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impresión de que me desprecian por el peso que tengo. Y además es eso, que nadie te lo dice a la cara. T.: ¿Preferirías que te lo dijeran a la cara? N.: Los graciosos de la calle te lo dicen, «¡Vaca!, ¿adónde vas? Si yo fuera como tú, no saldría a la calle». Pero las personas que realmente cuentan ¿por qué no me cogen y me dicen que físicamente no les caigo bien? T.: De acuerdo, pero tú puedes pasar de si le gustas a la gente o no. Hay momentos en los que no te aceptas, tú misma lo has dicho, en los que no te gustas a ti misma. N.: Pero no puedo aceptarme, si me veo en el espejo y pienso: ¡qué asco! T.: Bueno, sientes rechazo hacia ti. ¿Y eso cómo te hace sentir? N.: El 50%, pensar en lo que hay en la nevera, y el otro 50%, que todo el mundo se vaya a freír espárragos. Y aquí estoy yo y os voy a enseñar… Hasta que venga un desgraciado a decirme otra vez. T.: ¡Ah! ¿Entonces viene alguien de fuera? Y a ese alguien, de alguna manera, ¿le haces caso? N.: Me recuerda otra vez lo que yo trato de controlar. Me quita la alfombra de debajo de los pies. T.: Sí, eso es, eso es. Te quita la alfombra y, en lugar de ir a buscar la alfombra, tú te arrastras… ¿Por qué tengo que hacerle caso? ¿Por qué le dejo que me haga vacilar? N.: No lo hago yo: lo hace el resto de la sociedad. T.: Y tú aceptas que el resto de la sociedad lo haga. En el momento en que la gente tiene una consideración y tú la asimilas, te pones de parte de los otros, no de tu parte; en ese momento te enajenas, te pones en la mente de los demás y te ves a ti misma como crees que te ven los demás o algunos de ellos.

 Desvelar la persona oculta bajo las apariencias La primera impresión que causamos a las otras personas, como deja bien claro el caso anterior, es a través del cuerpo o del aspecto externo. A través de él los demás se forman una imagen que nos enajena. Por eso, en algunas culturas o religiones, la toma de imágenes foto157

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gráficas se vive (o vivía) como un secuestro del alma o de su esencia, llegando a constituir una auténtica ofensa cultural. En distintas tradiciones religiosas se ha negado a los humanos la capacidad de representar la imagen divina, hasta originar violentas destrucciones iconoclastas en base justamente al criterio de que la imagen no puede representar la esencia. El objetivo de la cámara cinematográfica Precisamente la distinción fundamental entre narcisismo y estima ontológica tiene que ver con la distinción entre imagen y esencia, cuerpo y espíritu, soma y psique. Es decir, con la mirada exterior o la interior de la que hablábamos en el apartado anterior. En consecuencia, mal andamos si nuestra aceptación pasa por el tamiz de la imagen narcisista. A nuestra paciente anterior, Nadia, el rechazo de su imagen corporal la alejaba de la gente y la llevaba a la bulimia, el alcohol y la depresión. A Marilyn Monroe la llevó a plantearse si toda su carrera artística, por no decir toda su vida, no era más que un fraude. En un diálogo terapéutico imaginario con ella (Villegas, 2022) se aborda esta inquietud: Terapeuta: ¿Y en qué se basaba la idea de que podías ser un fraude? Marilyn: Cuando se estrenó la película Los caballeros las prefieren rubias recibía cartas de las fans, era solicitada por todo el mundo, productores, exhibidores. Yo no entendía por qué. Tenía la sensación de estar engañando a alguien. No sé a quién; tal vez a mí. T.: Y constatar ese existir en función de tu imagen, ¿qué te hacía sentir? M.: Una gran inestabilidad. Lo mismo podía ser una estrella, como un fraude. Al final todo se reducía a lo mismo. Si quería ser una estrella no podía defraudar. Me sentía insegura, poco preparada. T.: Y tú, ¿cómo intentabas neutralizar esta inseguridad? M.: Seguramente el alcohol, los barbitúricos, las pastillas para dormir, las recetas médicas, los ingresos puntuales en clínicas psiquiátricas, las sesiones de psicoanálisis eran intentos de paliar la angustia que me hacía 158

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sentir fuera de lugar. Ciertamente llegué a pensar con frecuencia en el suicidio o al menos en morirme. T.: Son pensamientos que a veces nos pasan por la cabeza en momentos de desesperación. Hablas también de un estado deprimido en relación a problemas amorosos. M.: Sí. Había llegado a la conclusión, después de tantos desengaños, de que el amor es imposible. En uno de mis poemas dejé escrito: «Creo que siempre me ha aterrorizado profundamente llegar a ser realmente la esposa de alguien, puesto que la vida me ha enseñado que no se puede amar realmente nunca a otra persona». T.: ¿Y esta conclusión, a qué te llevaba? M.: En el viaje a Corea para cantar delante de las tropas estadounidenses allí desplazadas, al ver el entusiasmo que suscitaba mi presencia en aquellos miles de hombres, entendí que «puesto que no podía ser amada, al menos podía ser deseada». A pesar de que odiaba ser un objeto, convertirme en un sex symbol, un pedazo de carne, pensaba que, si me había tocado serlo, prefería serlo del sexo que de otras cosas. Reconozco que era agradable ocupar un espacio en la fantasía de la gente, pero también me hubiera gustado ser aceptada por lo que era. T.: Acabas de identificar el núcleo de tu problema: te habría gustado ser aceptada por lo que eres. Y parece que no lo conseguiste. La gente, incluso la que amaste, se quedó deslumbrada por tu cuerpo sin llegar a traspasar la superficie de tu piel. M.: En mi actuación en Corea ante miles de hombres, por primera vez, me sentí en mi ambiente. Por primera vez en la vida sentí que la gente me miraba y me aceptaba, les gustaba. Supongo que eso es lo que siempre he deseado. T.: Deseo que nadie fue capaz de satisfacer plenamente. M.: Porque nadie fue capaz de acercarse a mí como persona, más allá del esplendor de mi cuerpo… Nunca más he confiado plenamente en nadie, ni en mí misma. ¿Y cómo me podría fiar, si no me gusta como soy, hermosa por fuera, según dicen, pero horrible por dentro? T.: Si cuando te preguntas cómo eres vuelves a tu imagen, que tú misma ves amenazada por el paso de los años y la veleidad de los hombres, no podrás amarte nunca plenamente… Con frecuencia sucumbimos a la 159

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tentación de dejarnos definir por los demás, porque nos presentan un espejo en el que reflejar una imagen.

 Identificar y legitimar las propias emociones y necesidades El ser humano está constituido no solo por un ente metafísicamente definido, sino por un ente materialmente determinado, cuyo mundo interior está formado por necesidades, deseos y emociones junto a pensamientos, experiencias y significados. Fomentar la estima ontológica implica el reconocimiento y legitimación de este mundo interior frente a los intentos de invalidación de los agentes externos. La Cenicienta Mari Carmen es una paciente de 48 años que asiste a un grupo de terapia en un centro de salud mental. Es la mayor de nueve hermanos. Desde muy pequeña tuvo que hacerse cargo de sus hermanos menores, puesto que la madre estaba muy ocupada en la crianza de los que iban naciendo. Por esa causa tuvo que abandonar la escuela, que era lo que ella más apreciaba, antes de los 10 años. Le hubiera gustado estudiar medicina y se sentía con capacidad y ganas de estudiar, pero esas circunstancias truncaron su proyecto. La madre la trató siempre mal, como a una auténtica «cenicienta», anulando su voluntad y sus ilusiones a fin de tenerla sometida. Solo se sentía querida y valorada por el padre, que trabajaba en una explotación minera del pueblo, donde murió un día en un accidente cuando ella tenía 13 años. Se casó joven para huir de la situación que vivía en casa, pero fue a dar con un hombre alcohólico y maltratador, muy celoso, que la quería en casa y le boicoteaba cualquier intento de autonomía. Tuvo dos hijos con él, que en la actualidad ya son adultos. En el fragmento de una sesión de terapia grupal que reproducimos a continuación se alude a muchas de las injusticias sufridas en 160

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el pasado, pero más en particular a un episodio reciente por el que tiene que afrontar un juicio de faltas con unos vecinos, quienes en una disputa por asuntos de la comunidad le atacaron y apalearon rompiéndole una mano y produciéndole una luxación en un hombro, lesiones de las que todavía se está recuperando y por las que los vecinos la acusaron («quien da primero da dos veces») a fin de tener ventaja en el juicio. La sesión grupal está dirigida a reconocer la validez de sus sentimientos y a animarla a asumir una actitud asertiva para hacer frente a su legítima defensa en base a su propia conciencia, sin dejarse atemorizar por jueces y acusadores. A su vez, se puede observar la manifestación de sus emociones a través de gritos, sollozos, patadas en el suelo que acompañan todo el diálogo y que movilizan la atención y los cuidados del grupo. Mari Carmen: Yo estoy en una etapa de rencor. Tengo un bloqueo muy grande: estoy llena de rencor, amargura, tristeza, es todo negativo, son todos sentimientos negativos, y eso no me hace estar bien conmigo tampoco. Terapeuta: ¿Tenías una cita judicial, no? ¿Para cuándo? M.C.: Tengo que ver al forense el día 9 de noviembre, pero el juicio no será todavía. Yo ya pasé una vez por esto… Ahora ya ni me imagino, estoy con una angustia cada día que pasa… Viniendo de camino para acá me han venido ganas de ponerme a gritar: «¿Por qué, por qué, por qué?». Y quizá me hubiera hecho falta, pero no lo he hecho, siempre pensando en los demás. Es normal que llegue a hacer esto, pero la sociedad no lo entiende… T.: Ahora lo puedes decir aquí: ¡no hay derecho! M.C.: Sí, sí… Pero… Me sale mucha rabia. ¿Cómo se puede pasar de la tristeza a la rabia y de la rabia a la tristeza en un momento? T.: Porque son dos caras de la misma moneda: la rabia y la tristeza. La rabia es fuerza y la tristeza es impotencia. M.C.: Pues ahora no puedo… T.: Por eso ahora no puedes gritar… Como si tuvieras una afonía, pero te vamos a ayudar. Vamos a decir todos: «no hay derecho». Todos: ¡no hay derecho! 161

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M.C.: ¡No hay derecho! T.: Eso es: no hay derecho. [Mari Carmen llora]. Puedes llorar. Ahora se mezcla la rabia con la tristeza y es bueno llorar. Y cuando te preguntes por qué, si no hay respuesta es porque no hay derecho. Es una agresión gratuita: llora, llora… déjate llorar. Sácalo, sácalo, saca lo que tengas. No te retengas. M.C.: No puedo más, no puedo más… ¡Noooooo! T.: Eso, sácalo. Saca ese aire, sácalo, sácalo. M.C.: ¿Por qué a mí? ¿Por qué a mí? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? [cae el suelo desmayada; permanece así varios minutos hasta que, cuidada por los miembros del grupo, vuelve en sí]. M.C.: ¡No, no, no, no, no, no! [grita] T.: No, claro que no. Todavía tienes ese grito dentro. No hay derecho. No hay… Queríamos que gritaras, que sacaras el dolor. Todos estábamos aquí esperando que pudieras liberarte de esto, que lo pudieras decir. M.C.: Gracias. Me cuesta mucho. Me cuesta pedir ayuda porque… Pienso que soy un estorbo.

 Aprender a validarse socialmente (Re)construir la autoestima implica aprender a validarse ante los demás, no esperar la aprobación, ni temer la desaprobación de los demás, para sentirse válido ante sí mismo y ante el mundo. La validez ontológica no significa validez funcional; la primera pertenece al ser, la segunda al hacer; la primera se basa en la dignidad de la naturaleza humana, que es universalmente idéntica en todas las personas; la segunda en las habilidades aprendidas, que es variable según las diversas aptitudes desarrolladas a través de la formación y la experiencia de cada uno. No todos valemos («servimos») para lo mismo; pero todos valemos lo mismo. Por lo tanto nadie es superior (ni inferior) a nadie. Aunque parezca solo un principio psicológico, en realidad lo es también filosófico, moral, social, político y jurídico: sobre él se apoya la legitimización de la democracia y la abolición de la pena de muerte. 162

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La invalidez funcional, que puede derivarse de déficits congénitos o traumáticos (por ejemplo, la ceguera) requiere una compensación social; sin embargo, la invalidez social, producto de la invalidación basada en el juicio ajeno, tiende a anular la validez ontológica, y requiere un reconocimiento de los propios derechos. Las etiquetas psiquiátricas o las sentencias judiciales en el campo de la salud mental pueden vaciar de contenido el principio de la validez ontológica, cuando a alguien se le cuelga el sambenito de una etiqueta psiquiátrica, al igual que de cualquier otro género. Si se quiere preservar la validez ontológica es preciso abandonar el uso de calificativos con connotaciones evaluativas referidas a la persona. Se pueden evaluar las acciones o los estados, pero no las personas (el pecado, pero no el pecador). En el diálogo que sigue, se retoma el caso de Mari Carmen iniciado en el apartado anterior, que está pendiente de un juicio de faltas por un conflicto en el vecindario, apelando directamente, como estrategia terapéutica, a la validación autónoma. Departamento de validaciones Mari Carmen: Pero es que yo me veo juzgada por todo el mundo, que me están juzgando, ya antes de que llegue el juicio… Porque me invalidan. Terapeuta: Eso es, te invalidan, el tema es este: has sido invalidada. M.C.: Yo soy un cero a la izquierda… Si no sé todavía quién soy. T.: A ver, un momento: tú has dicho bien que te han invalidado, el problema es que te han invalidado, pero como no va a venir nadie de fuera a validarte… M.C.: Igual estoy esperando… T.: Igual estás esperando, de alguna manera estás esperando. Tú tienes una cuestión pendiente de cuando eras pequeña entre tu padre y tu madre: tu padre era tu validador y tu madre era tu invalidadora; pero tu padre murió cuando todavía eras una niña. Y no te has movido de esta posición porque de alguna manera es como si esperaras que te dieran 163

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permiso para decir ahora ya te puedes validar, como si primero los que te invalidaron te tuvieran que validar para que tú te pudieras validar. No sé si es un trabalenguas, ¿no? M.C.: Es un trabalenguas; pero algo he cogido. T.: Pues eso, si esperamos de fuera al validador, si nos mantenemos en una posición de víctima, nos mantendremos en el malestar… Como si necesitáramos un departamento de validaciones que nos reconociera en nuestros derechos. M.C.: Indudablemente es así, es cierto. Hasta hoy es así, no sé qué pasará más adelante. Ni yo puedo cambiar a una persona, yo he estado siempre esperando de mi madre. T.: Ahí está: estás siempre esperando, no esperes. M. C.: He estado toda mi vida esperando, esperando un tren y ese tren no llega nunca.

 Respetarse y hacerse respetar En consonancia con lo expuesto en el apartado anterior hay que subrayar que la propia validación no puede quedarse en algo nominal, sino que tiene que traducirse en la vida práctica respetándose y haciéndose respetar, lo cual puede que genere desconcierto entre los propios allegados, rompa expectativas de sumisión y dependencia en las relaciones más estrechas; en suma, puede que dé la impresión a propios y extraños de que la persona ha cambiado, de que les ha salido la «criada respondona». El bocadillo te lo haces tú En ese fragmento de sesión terapéutica de grupo, Raquel, paciente a la que ya hemos aludido en otras ocasiones (Villegas 2011, 2013), habla de cómo está experimentando este cambio en la vida real con su hijo y su marido. Inicia el diálogo una paciente a la que hemos llamado Luisa. 164

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Luisa: ¿Y vivir como Raquel te implica dejar de hacer cosas que tú hacías por los demás? Raquel: A ver, ayer, por ejemplo, hice una cosa que no había hecho nunca: mi hijo, como se levanta a la cinco, nunca quiere hacer nada; no se hace la habitación, no se hace nada… Pues ayer llega y dice: «Mama, no te olvides de hacerme el bocadillo para mañana, porque estoy cansado». Has ido a trabajar, de las cinco hasta las tres, te has sentado en el sofá, no has hecho la habitación, no has ido ni siquiera a sacar la basura y ahora voy a hacerte el bocadillo… Y me tuve que agarrar a la silla… Pero no se lo hice y pensé: «No soy mala, soy justa». ¿Y de qué me sirvió? De ver que hoy se iba al trabajo como siempre y tan normal… Es como que tengo las cosas tan claras que no me importa enfadarme, que si me tengo que enfadar con mi hijo, pues me voy a enfadar. Ayer también con mi marido; habíamos quedado para ir a Barcelona, y cuando estaba ya para irme, va y me dice: «¡Ay! es que he quedado con Carlos que voy a escuchar música a su casa». En estos momentos me vine abajo, pero luego pensé: «¿Y tú te vas a ir abajo?» ¡No! le dije: «Mira, a partir de ahora que sea tu mujer no te da derecho a que me dejes plantada, a mí no me dejas más plantada; si has quedado conmigo, te vendrás conmigo y le dices a la otra persona que no puedes quedar que ya has quedado, porque yo soy tu mujer y no me puedes dejar plantada, ¿me entiendes?». Me verá justa o no, pero fui tan clara y tenía tan claro lo que tenía que decirle, que lo ha aceptado y supongo que no lo volverá a hacer. L.: Pero es hay que verlo para creerlo. Veo que es muy importante, es que yo tengo que empezar de cero, no me veo capaz. R.: Yo he empezado de cero, pero me ha costado y he estado aquí en terapia y ya llevo aquí más de un año. Es difícil, no es fácil, porque hacer cambios no es fácil. Ni para ti porque tú los haces y para ti van a ser difíciles, cuanto más para los que están a tu lado, que están viendo un cambio y también se pueden asustar o verlo de otra manera… Yo ayer le dije a mi hijo que no le hacía el bocadillo y luego pensaba: «¡ostras!»… Pero yo ahí agarrándome a la silla pensaba: «Pues no, no se lo hago». Y se lo ha hecho él. Terapeuta: ¿Y si no se lo hubiera hecho? 165

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R.: Pues yo no se lo hago. Ya no se lo hago. Pienso que tiene que ser él. Es que tengo las cosas muy claras, es que quiero ser yo, quiero vivir yo. Que porque sea la madre no quiero que me tengan que atornillar y porque sea la mujer no me tengan que valorar. ¡No señor! Es lo que le dije ayer a mi marido: «yo soy tu mujer, pero eso es un papel; yo soy más que eso y si has quedado conmigo, has quedado». T.: Que te tienen que tratar como persona. R.: Exactamente eso es lo que le dije. Tal vez eso no lo entiendan y necesiten unos días de prórroga y de paciencia. Pero si tiene que haber cambios son cambios también para toda la familia. Y desde luego no quiero ser cómoda ni quiero acomodarme en una depresión ni nada, porque veo también gente que se acomoda en una depresión porque tal vez es más fácil vivir en una depresión que echarle cara. Porque tengo 40 años y no sé lo que me queda de vida, yo quiero vivir… Y mis miedos los tengo, pero cuando los tengo me centro y pienso qué es lo que me hace cambiar la actitud.

En la práctica, el autorrespeto equivale a ejercitar la famosa «asertividad», entendida como sentir, pensar y actuar desde el yo. Para muchas personas la asertividad es vivida como una forma de egoísmo. El egoísmo implica el pronombre reflexivo «mí»: hago las cosas en beneficio propio, exclusivamente para mí. Por eso muchas personas temen ser asertivas. Asertividad, por el contrario, implica el uso del pronombre personal «yo», válido para ambos géneros, puesto que hace referencia exclusivamente a la persona. Sentir, pensar y actuar desde el yo no es egoísmo, es autenticidad o congruencia.  Conectar con el yo interior Las condiciones externas pueden ser más o menos favorables para el establecimiento de un contacto con el propio yo interno; pero en último término no va a depender de estas, sino del proceso o camino que cada persona haga en solitario hacia este santuario oculto bajo tantas capas de expectativas sociales o relacionales. 166

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Peleas con el espejo El fragmento que sigue a continuación pertenece a la sesión de despedida de Raquel, la paciente a la que nos hemos referido en el apartado anterior, en el que habla de su proceso de cambio que le ha llevado a asumir una posición autónoma frente a la actitud dependiente de sus creencias y de las relaciones afectivas, con la que había gestionado su vida hasta la muerte de su padre. Terapeuta: ¿Qué tal? ¿Cómo estás? Raquel: Bien, muy bien… Procesos de cambio. T.: Esto lleva un tiempo. No solo es un tiempo, sino un tiempo para hacer cosas: es un proceso interno. Explícanos, Raquel, ¿cómo es tu proceso? R.: Primero de aceptación. Es aceptar que yo tenía una forma de pensar que no era la mejor, que no ha ido bien. Pues ese es el cambio, aceptándolo, viviéndolo de otra manera. Por ejemplo, me siento tan bien ahora, es como que me siento yo; si río, me río yo; y si lloro, lloro yo; y si me enfado, me enfado yo. Eso es como lo estoy viviendo… Pues aceptar eso: que ha sido toda la vida mi forma de pensar que no me ha ayudado mucho, reconocer que me esperaba de los demás otra cosa. Entender que tampoco era tan importante esperar también me ha servido. Porque a veces esperamos; pero lo importante es que lo que tiene que haber es un cambio en mí y eso yo lo tengo clarísimo. Pero yo siempre he reclamado a los demás, siempre he estado muy pendiente, o sea, he querido mucho, mucho; pero al mismo tiempo quería que me quisieran y reconocer que no era tan importante que me quisieran, como que yo me quisiera… Es la pelea que he tenido con el espejo… Empecé a mirarme al espejo para ver si era verdad que yo era tan horrible y decía: «Bueno, te quiero… y tal». Pero a la semana siguiente me decía: «Ahora no te quiero, ni eres mona ni nada… Eres horrorosa, ¿qué quieres que te diga?». Me quiero porque tengo que quererme, porque soy yo. Entonces, a partir de estos días, las veces que me miraba eran peleas con el espejo, puede parecer una tontería, pero yo en estos momentos lo necesitaba. Me enfadaba y decía: «No, no eres tan guapa, pero ¿qué pasa?». Entonces empezaba a valorar las cosas y a ver los fallos y, al mismo tiempo que iba aceptando 167

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cómo soy, porque, a ver, puede que yo no sea inteligente, ni tenga una carrera, pero ¿por eso no me voy a querer? Reconocer que me pedía, que me exigía y que no me tengo que exigir. Así me siento en la vida.

Colofón y coda La autoestima es el reconocimiento de la propia entidad: del yo puro, del yo ontológico, de la entidad que soy yo. No se puede tener id-entidad sin tener entidad. Desde la antigüedad, el objetivo de la filosofía era «conocerse a sí mismo». Pero, qué quiere decir conocerse a sí mismo sino autoposeerse, llegar a establecer un contacto profundo consigo mismo. Esto no puede entenderse como una tarea descriptiva, que es lo que le pasó a Narciso al ver su imagen reflejada en las aguas del estanque. La imagen de mí es una distorsión, es algo que subsiste siempre fuera. Responde al cómo, no al quién. La mayoría de las personas responden de forma descriptiva o evaluativa cuando se hacen (o se les hace) las preguntas «¿quién soy yo?» y «¿quién eres tú?». Desde el punto de vista existencial somos seres en continuo devenir o proceso, en los que se realiza la paradoja del cambio: todo fluye y todo permanece al mismo tiempo. Como el río («nuestras vidas son los ríos», decía el poeta) que nunca lleva la misma agua, pero siempre es el mismo río; a veces sus aguas son frescas y cristalinas, otras sucias y fangosas, incluso hay momentos en los que el río está casi seco, mientras que en otros se desborda, pero eso no cambia su cauce. También nosotros estamos en perpetuo flujo, pero sin embargo continuamos siendo los mismos. El amor ontológico se dirige a esta id-entidad que permanece, los cambios se producen para garantizar su permanencia. Nuestra esencia es la existencia, por eso no podemos ser clasificados por nuestras acciones ni aficiones, por nuestros aciertos ni nuestros fallos. No podemos definirnos por las profesiones ni las relaciones. No somos carpinteros ni psicólogos ni economistas: ejercemos, si acaso, estas profesiones. No somos ni maridos ni esposas, novios o amantes; mantenemos, si acaso, este tipo de relaciones. 168

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Ciertamente somos responsables de nuestros actos, pero no podemos identificarnos ni ser identificados con ellos. Alguien que ha cometido un asesinato no es un asesino, continúa siendo un ser humano. Es culpable de asesinato y debe responder por él o reparar sus consecuencias; pero puede cambiar y, por lo tanto, dejar de «ser un asesino». De lo contrario ni la psicoterapia ni la reinserción social tendrían ningún sentido. Sobre esta premisa se asienta la aceptación positiva incondicional que es la base de esta actitud que llamamos «autoestima» o estima ontológica. La comprensión empática permite distinguir la persona de su evaluación («se dice el pecado y no el pecador»). Sin duda las personas podemos mejorar en nuestro comportamiento, puesto que cometemos fallos o tenemos defectos, pero no por esto dejar de amarnos. El valor ontológico de una persona está en su ser, no en su tener o parecer (Fromm, 1995). Podemos dejar de ser algo o de alguna manera (por ejemplo «víctima» o «rencoroso»), pero no podemos dejar de ser alguien, nosotros mismos; lo contrario es la muerte. En la medida en que una persona se somete a evaluaciones extrínsecas, se enajena de sí misma y deja de poder regularse de forma autónoma. Por eso las personas no se pueden comprar ni vender, porque no tienen un precio, no están (o, al menos, no deberían estarlo) sometidas al valor de mercado. Su valor es intrínseco a su ser. Una declaración de amor Un texto de Virginia Satir (1975), titulado «Mi Declaración de Autoestima», lo expresa bellamente y merece ser reproducido como colofón de cuanto dicho en este libro. Dice así: Yo soy yo. En todo el mundo no existe nadie exactamente igual a mí. Hay personas que tienen aspectos parecidos, pero nadie es exactamente como yo. Por consiguiente, todo lo que provenga de mí es auténticamente mío porque yo así lo he decidido. 169

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Soy dueña de todo lo que hay en mí: mi cuerpo, incluyendo todo lo que hace; mi mente, con todos sus pensamientos e ideas; mis ojos, incluyendo todas las imágenes que perciben; mis sentimientos, cualesquiera que sean: ira, alegría, frustración, amor, decepción, emoción; mi boca, y todas las palabras que de ella salen, refinadas, dulces, o cortantes, correctas o incorrectas; mi voz fuerte o suave, y todas mis acciones, ya sean dirigidas a otros o a mí misma. Soy dueña de mis fantasías, mis sueños, mis esperanzas, mis temores. Son míos mis triunfos y mis éxitos, todos mis fracasos y errores. Como soy dueña de todo lo que hay en mí puedo conocerme íntimamente. Al hacerlo, puedo llegar a quererme y sentir amistad hacia todas mis partes, puedo hacer posible que todo mi ser trabaje en beneficio de mis intereses. Reconozco que hay aspectos en mí que me intrigan y otros que desconozco. Pero mientras yo me estime y me quiera, puedo buscar con valor y esperanza soluciones a estos interrogantes y los medios para ir descubriéndome cada vez más. Como quiera que parezca y suene, cualquier cosa que diga y haga, piense y sienta en un momento determinado, seré yo. Esto es auténtico y representa lo que soy en ese momento. A la hora de un examen de conciencia, respecto de lo que he dicho y hecho, de lo que he pensado y sentido algunas cosas resultarán inadecuadas; pero puedo descartar lo inapropiado, conservar lo bueno e inventar algo nuevo que supla lo descartado. Puedo ver, oír, sentir, decir, y hacer. Tengo los medios para sobrevivir, para estar unida a los demás, para ser productiva y encontrar sentido y orden en el mundo de las personas y cosas que me rodean. Me pertenezco y así puedo construirme. Yo soy yo y estoy bien.

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