Antología de la Filosofía americana contemporánea

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NTOLOGIA DE L

AMERICAN CONTEMPORANE

ANTOLOGIA DE LA FILOSOFIA AMERICANA CONTEMPORANEA

SECRETARfA DE EDUCACIÓN PúBLICA (SEP) Secretario: AGUSTÍN YÁÑEZ Sub-Srio. de Asuntos Culturales:

MAURICIO MAGDALENO COLECCIÓN «PENSAMIENTO DE AMtRICA» Bajo el patrocinio de la SEP Coordinador: MARCO ANTONIO MILLÁN Editor:

B.

COSTA·AMIC

lI Serie - Volumen 6 Publicados:

1 2 3 4

5 6

7

ANTOLOG!A DE ALFONSO REYES. Pró­ logo y selección de José Luis Martínez. ANTOLOGÍA DE JOSÉ CARLOS MARIÁ­ TEGUI. Prólogo y selección de Benjamín Ca­ rrión. ANTOLOG1A DE RóMULO GALLEGOS. Prólogo y selección de Pe dro Díaz Zeijas. ANTOLOGÍA DE RUBÉN DAR10. Prólogo y selección de Vicente Magdaleno. ANTOLOGÍA DE GABRIELA MISTRAL. Prólogo y selección de Emma Godoy. ANTOLOGfA DE LA ESCUELA NACIONAL P REPARATOHIA (En el Centenario de su fundación). Prólogo y selección de Manuel González Ramírez. ANTOLOGÍA DE LA FILOSOFÍA AMERI· CANA. Prólogo y selección de Leopoldo Zea. En prensa:

ANTOLOG1A DE HENRY DAVID THO· REAU. Prólogo y selección de J. Vásques Amaral. 9 ANTOLOGÍA D'E JOHN F. KENNEDY. Pró· logo y selección de Alejandro Gerzt Manero.

8

En preparación:

if ANTOLOGÍA DE RAFAEL HELIODORO U U IT

VALLE. Prólogo y selección de Wilberto Can­ tón. ANTOLOGÍA DE VICENTE ROCAFUERTE. Prólogo y selección de Demetrio Aguilera ' Malta. ANTOLOGÍA DE BALDOMERO SANIN CA­ NO. Prólogo y selección de Remando Téllez. ANTOLOGtA DE DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO. Prólogo y selección de Ger­ mán Arciniegas.

B 1001

Z117 ANTOLOGIA DE LA 1(

FILOSOFIA AMERICANA CONTEMPORANEA

Prólogo

y

selección de

LEOPOLDO ZEA ,

COLECCIÓN «PENSAMIENTO DE AMÉRICA» Segunda serie - Volumen 7

B. COSTA-AMIC, EDITOR MÉXICO, D. F.

-

1968

@

1968. Derechos reservados por el autor

IMPRESO EN MtXICO TALLERES DE

B.

/

PRINTED IN MEXICO

COSTA-AMIC, EDITOR / MESONES, 14 MÉXICO (1),

D. F.

PRóL O G O

1.

INTRODUCCIÓN

'Hasta hace poco tiempo, apenas unos años atrás, hubiera resultado ocioso y absurdo hablar de Filosofía Americana; más todavía si ello implicaba una referencia a la filosofía en Latinoamérica. A pesar de todo, la cuestión estaba en pie, y el interrogante sobre la existencia de una filosofía americana se ha hecho sentir con extraordinaria fuer­ za en estos últimos años. Se trata de una pregunta _:_y una preocu­ pación- que implica una interrogación más amplia: las posibilidades de la propia cultura americana. "Americana" en el sentido que el pen­ samiento en Latinoamérica da a ese término. "Americano", no como expresión de una región limitada del Continente -concretamente de los Estados Unidos de Norteamérica�, sino como expresión de una cultura por el pensamiento latinoamericano. "Americano" con la am­ plitud que dieron al término los emancipadores de esta parte de Amé­ rica; pues de América y de los americanos hablaron los Bolívar, San Martín, Hidalgo,

Morelos, Sucre,

O'Higgins y muchos otros. Sobre

América, sobre la cultura y la filosofía americanas hablaron entonces,

y hablaron más tarde, destacados líderes de la cultura que ahora lla­ mamos latinoamericana. Alcanzada la emancipación política, los latinoamericanos, "Ame­ ricanos", como ellos se llaman a sí mismos, se empeñan en una nueva forma de emancipación que completa la primera: la emancipación mental. Y es que el viejo espíritu impuesto por la Colonia mantenía aún hábitos y costumbres que impedían a esta parte de América alcan­ zar el desarrollo y el progreso que, tanto la otra parte de América, los Estados Unidos, como la llamada Europa

occidental, estaban alean·

LEOPOLDO ZEA

X

zando. Sacudirse esos hábitos y costumbres, crear otros, será esencial para poner fin no sólo a viejas servidumbres, sino también a los con· flictos que bajo la especie de guerras civiles y anarquías obstaculiza­ ban el desarrollo de esta América� El choque entre aquel viejo espí­ ritu y el que se necesitaba para hacer efectivo el progreso, provocaba ya en la segunda mitad de nuestro siglo XIX, la preocupación por lo que pudieran ser las posibilidades de una cultura americana, y el interés por sus diversas expresiones, entre las cuales se encontraba -como base de las mismas-, la definición de una literatura propia de estas tierras. Es la preocupación de los Sarmiento, Alberdi, Bilbao, Lastarria, Montalvo, y muchos otros. Esa misma preocupación planteó, ya entonces, el interrogante que, como dijimos, parecía absurdo hace apenas unos cuantos años: la cuestión sobre la existencia y las posibilidades de una filosofía ame­ ricana. Y es Juan Bautista Alberdi, el prócer argentino de la eman­ cipación mental latinoamericana, quien plantea esa cuestión y pro­ pone respuestas que serán tenidas en cuenta por otros pensadores que se hicieron, más tarde, la misma pregunta. "No hay -afirma Alberdi- una filosofía universal, porque no hay solución universal de las cuestiones que la constituyen en el fondo. Cada país, cada época, cada filósofo ha tenido su filosofía peculiar, que cundido más o menos, que ha durado más o menos, porque cada país, cada época y cada escuela han dado soluciones distintas a los problemas del espíritu humano." Toda auténtica filosofía, agregaba, ha "emanado de las necesidades más imperiosas de cada período y de cada país". En igual forma, habrá que surgir una filosofía america­ na". "Hemos nombrado la filosofía americana, y es preciso que haga­ mos ver que ella puede existir. . . Americana será la que resuelva el problema de los destinos americanos." 1 Respuesta que encontraremos repetida en varios de los pensadores y filósofos latinoamericanos con­ temporáneos al enfocar el misn.io problema.

1

Alberdi, Juan Bautista, Ideas para presú/,ir a la confección del curso de

filosofía contemporánea en el Colegio de Humanú/,ades. Montevideo, 1840.

PRÓLOGO

2.

XI

LA PREGUNTA SOBRE LA FILOSOFfA AMERICANA

La preocupación por las posibilidades de una cultura americana

y, como expresión concreta de la misma, las de una filosofía ameri­ cana, surge con gran fuerza en los comienzos de nuestro siglo. Y surge d�bido, en principio, a las difíciles experiencias históricas, sociales y cul­ turales del XIX, y, posteriormente, a la orfandad en que la crisis de la cultura europea --crisis evidenciada por las dos grandes guerras que han sacudido al mundo entero-- parece sumir a esta América. Latinoamérica, dicen sus pensadores, necesita un instrumento con­ ceptual, filosófico, que le permita enfrentar sus problemas, y les dé solución adecuada: lo que urge analizar no son los problemas de la filosofía en abstracto, sino los problemas de esta parte del mundo y proponer las posibles soluciones. Al mismo tiempo,

se

ha ido toman­

do conciencia de la forma cómo el pensamiento y la filosofía europeas han sido utilizadas para dar, de inmediato, solución a muchos de esos problemas. Todo ello, en la inteligencia de que lo que importa no es

la repetición de sistemas y filosofemas, sino el aprovechamiento posi­ tivo de aquellos que puedan servir para solucionar los problemas con­ cretos de esta parte de América. Este amplio criterio tiene su antecedente en el mismo Alberdi, quien al referirse al instrumento que

se

debía adquirir para trabajar

sobre la propia realidad, ya hizo notar la necesidad de seleccionar la filosofía europea y tomar de ella los elementos que pudiesen servir a los fines propios de esta América. Alejandro Korn, apenas iniciada la segunda década de nuestro siguo xx,

se

plantea también este problema al hablar sobre la filosofía

argentina . "¿Acaso tenemos filósofos? -empieza preguntándose, y se contesta-: ¿Se concibe que una colectividad humana unificada por sentimientos, intereses e ideales comunes, desarrolle su acción sin po· seer algunas ideas generales?" Basta desentrañar estas ideas para dar­ se cuenta de que todos los pueblos, de una manera u otra, tienen una posición filosófica, una filosofía. Y es en la búsqueda de esta filoso{ía, que el argentino Korn se lanza, investigando en la historia de las in­ fluencias filosóficas sufridas por la Argentina, el espíritu que determi­ nó la asimilación. De una manera

u

otra las corrientes filosóficas asi-

LEOPOLDO ZEA

XII

miladas expresaron los intereses del pueblo que las hacía propias, las utilizaba. "Tengamos ante todo una voluntad nacional -dice Korn-, luego hallaremos fácilmente las ideas que la expresan." Allí está el conjunto de ideas, ideologías y filosofías creadas por el hombre en el mundo, un conjunto del cual poder elegir, si así es necesario, para enfrentarse a Íos propios problemas. No imitar, no repetir, asimilar simplemente, que, al final de cuentas, es ésta la forma de la creaoión. Crear no es sacar algo de la nada, sino combinar, adaptar lo existen· te, a las circunstancias que la realidad va ofreciendo. "El esperar la · solución de los problemas que nos interesan personalmente, creyendo -dice Korn- que otros los van a resolver, en lugar de reconcentrar· nos y resolverlos con nuestras propias fuerzas, es una actitud que no nos honra. ¿Por qué hemos de vivir eternamente sometidos al pensa· miento extraño?" "En lugar de tomar en cuenta los antecedentes de nuestro pueblo y ver qué necesidades tenemos que satisfacer, estamos preguntando cuál es la filosofía verdadera que ha producido Europa." No se trata de encerrarse, ignorar o desconocer lo realizado por la fiiosofía en el mundo, sino de hacer lo propio. "La cuestión es inten­ sificarla y darle carácter propio hasta producir una obra realmente nacional." 2 Tal es lo que ya habían intentado los mayores, los Alberdi y Sarmiento. ¿Filosofía Americana? La pregunta de Alberdi y Korn, vuelve a surgir con gran fuerza al término de la Segunda Gran Guerra. La fuerza que le da la conciencia del desamparo en que parece encon· trarse la cultura en América como resultado de la crisis que sufre la cultura matriz en Europa. Los europeos, por un lado ya no se sienten el origen y fuente de toda posible cultura: la ruda experiencia de esa guerra les ha mostrado que su cultura es cultura entre culturas, y que, como hombres, sólo son hombres entre hombres. El historicis­ mo, el existencialismo y otras filosofías de postguerra relativizan la valorización de la cultura. Spengler, al término de la Primera Gran Guerra, expresaba ya este relativismo que alcanzaba a la misma filo­ sofía. Toynbee, al terminar la segunda, hacía lo mismo, y la filosofía de los Heidegger y Sartre daban contenido filosófico a esa actitud. ¿Filosofía Americana? Filosofía sin más, será la respuesta. Filosofía hecha por hombres concretos y desde situaciones igualmente concre2

Cf. las páginas 1-32 de esta antologÍa.

PRÓLOGO

�111

tas, pero humanas y, por humanas, al alcance de todos los hombres, a su disposición para enfrentarse, con ellas, a circunstancias que, de una manera u otra pudieran serles semejantes, ya que semejantes eran como hombres.

3.

HISTORIA E HISTORICISMO

La filosofía considerada como tal por excelencia, la filosofía euro·

pea, daría la razón al pensamiento latinoamericano empeñado, desde mediados del pasado siglo XIX, en una filosofía que diese respuesta a los problemas concretos de esta parte del mundo, como la había dado a los europeos. Expresión de la crisis interna de la cultura europea lo serán las últimas corrientes filosóficas a que hemos ya hecho refe­ rencia: vitalismo, historicismo, existencialismo, etc. Toma de concien· cia de las propias limitaciones, que será también toma de conciencia de las posibilidades de otros pueblos, de otras culturas como la latino· americana. Samuel Ramos se refería al extraordinario movimiento cul­ tural a que había dado origen la Revolución Mexicana. Un movimien· to empeñado en mostrar los valores propios de este trozo de América llamado México. "Era un movimiento nacionalista -escribía- que se extendía poco a poco a la cultura mexicana. En la poesía con Ra­ món López Velarde, en la pintura con Diego Rivera, en la novela con Mariano Azuela." En el campo educativo el magisterio de José Vasconcelos daba la consigna para "formar una cultura propia". "En· tretanto la filosofía no parecía caber dentro de ese cuadro ideal de . nacionalismo porque ella ha pretendido colocarse en el punto de vista universal humano, rebelde a las determinaciones concretas del espacio

y el tiempo." Pero he aquí que era de la misma Europa, el centro que irradiaba toda filosofía merecedora de tal nombre, precisamente el centro de donde venía una especie de nueva consigna; la histori· cidad y limitación de toda filosofía. Toda filosofía era, en alguna for­ ma, expresión concreta de una circunstancia, expresión de sus proble­ mas y posibles soluciones. El perspectivismo y el vitalismo filosófico europeo darían el instrumental de justificación para las preocupacio­ nes filosóficas de los latinoamericanos. ¿Filosofía Americana? Sí, co· mo ha habido filosofía griega, inglesa, francesa o alemana. Ortega y

LEOPOLDO

XIV

ZEA

Gasset -dice Ramos- vino a "resolver el problema mostrando la historicidad de la filosofía en el Tema. de 1U1estro tiempo. Reuniendo estas ideas con algunas otras que había expuesto en las Meditaciones

del Quijote,

aquella generación mexicana encontraba la justificación etimológica de una filosofía nacional".3 El filósofo uruguayo, Arturo Ardao destaca también la importan­ cia de la nueva filosofía europea en el afianzamiento de la preocu­

pación latinoamericana por originar una filosofía que sirviese a su rea­ lidad. Ha sido "el historicismo de nuestros días, a partir de Dilthey -dice--, impulsor directo o indirecto de un vasto movimiento en la materia". "Desde este ángulo, la historia de la filosofía en América cobra para nosotros los americanos un interés fundamental. Si no lo tiene como revelación de doctrinas o sistemas originales... , lo adquie­ re, en cambio, como expresión de nuestro espíritu en su historicidad personalísima: en sus ideas y circunstancias que han protagonizado su desenvolvimiento." Esto no implica el de5conocimiento de la exis­ tencia de una filosofía sin más, una filosofía universal; simplemente se muestra que a ella se llega por diversos y concretos caminos. Cada pueblo, cada nación, cada época ha dado su aporte. Latinoamérica puede dar también el suyo, el que le es propio, el que se origina de la situación especial que forma su circunstancia. Lo mismo han he­ cho otros pueblos, lo mismo tendrá que hacer el filósofo americano si ha de ser auténtico. Tal es lo que proclama la nueva filosofía europea. "El historicismo, en su esencia� proclama la originalidad, la individua­ lidad, la irreductibilidad del espíritu en función con las circunstancias de tiempo y de lugar." "Por esta vía América se descubre a sí misma como objeto filosófico." Latinoamérica ha tendido, a través de la his­ toria, a reflejar el pensamiento de Europa, a seguirlo, y de alguna forma, adaptarlo, "pero cuando éste, por su propio curso, desemboca en el historicismo, la conciencia de América, al reflejarlo, se encuen­ tra paradójicamente consigo misma... se vuelve entonces autocon­ ciencia, su reflexión se hace autoreflexión" .4 Otro mexicano, Emilio Uranga, realiza nuevo balance sobre una de las últimas expresiones de la filosofía europea y su impacto en el desarrollo de la filosofía en América, diciendo: "Al abordar el estu3 Ramos, Samuel, Historia del pensamiento filosófico 4

Cf. las páginas 115-128 de esta antología.

en

México. México, 1943.

PRÓLOGO

XV

dio del existencialismo no lo hemos hecho para ser dóciles a la moda. Nos ha guiado otro motivo. Un afán, má,s bien un proyecto ... dar una descripción del hombre mexicano. En definitiva lo que decide el va­ lor del existencialismo es su capacidad de dar hase a una descrip­ ción sistemática de la existencia humana, pero no de una existencia humana en abstracto, sino de una existencia humana situada, en si­

tuación . . . encuadrada en habitar geográfico determinado, en un cua­ dro social y cultural." Ya, sin más, la filosofía europea, en este caso concreto, el existencialismo, como instrumento al servicio de una rea­ lidad concreta como lo es el hombre de México o el hombre de cual­ quier otra circunstancia determinada. "Sólo cuando podamos ofrecer esa descripción -agrega Uranga- estaremos justificados. Sólo enton· ces podremos decir que hemos asumido el sentido universalizante de esta filosofía, realizándolo concretamente en un ejemplo, concreto tam· bién, de existencia humana." ¿Filosofía mexicana? ¿Filosofía ameri· cana? No, simplemente filosofía sin más. "Por este sesgo, el mexica­ no se ha aproximado a lo universal y está en vísperas de un estilo ecuménico." "México -agrega Uranga- dará un giro peculiar que lo eleve a lo universal apropiándose sin, escrúpulos de lo europeo, co­ mo quien siente en este espíritu algo co-natural y superable a la vez." 1 Armada del instrumental filosófico europeo, la filosofía latino­ americana se lanzó a diversas tareas para clarificar, en primer lugar, la herencia resultante de una ineludible asimilación filosófica. Quié­ rase o no, existía un conjunto de ideas que daban sentido a esta his­ toria, una historia concreta, la de los pueblos de esta América. El ro­ manticismo en el siglo XIX y el historicismo en nuestros días, ofrecían el método adecuado para recurrir a este pasado de dónde había de ser deslindado el aporte propio de esta América. "La relación existen­ te entre el historicismo contemporáneo y la actual preocupación por la autenticidad de la filosofía mexicana -dice Ardao-- explica .. . que dicha preocupación derive al estudio del pasado filosófico de Améri· ca . . . Así fue para el romanticismo con la obra representativa de Hegel. .. Así ha sido para el historicismo de nuestros días." Alejan­ dro Korn y José Ingenieros en la Argentina originan una serie de tra­ bajos sobre los mismos temas concretados en una dirección a la que se ha llamado Historia de las Ideas. Allí están, entre otros los traba5

Uranga, Emilio, A nálisis del ser del mexicano. México, 1952.

'

LEOPOLDO ZEA

}..VI

jos de Samuel Ramos y José Gaos y sus discípulos en México; Artu· ro Ardao y Alberto Zum Felde en el Uruguay; Guillermo Francovich en Bolivia; José Luis Romero en la Argentina; Cruz Costa en el Bra· sil, Medardo Vitier en Cuba, Augusto Salazar Bondy en el Perú •

4.



.

PLOMO EN LAS ALAS DE LA FILOSOF1A

¿Filosofía americana? No, filosofía sin más; la filosofía propia de la realidad americana que, por serlo, le será también de lo hu­ mano en general. Pero sin mantenerse en una concreción aislante ni en un abstraccionismo que diluya toda realidad. Alas, pero también plo­ mo; universalización, pero al mismo tiempo concreción. Filosofía uni· \ersal; pero apoyada en lo concreto, a partir de una circunstancia concreta dada, a partir, no del Hombre, sino de un hombre; que en este sentido se ha originado toda auténtica filosofía. El filósofo mexi· cano, Antonio Caso, ha descrito este ideal con las siguiente palabras: "Ni Sancho ni Quijote . Ni grillete que impida andar, ni explosivo que desbarate; sino ánimo firme y constante de lograr algo mejor, sabien· do, a pesar de ello, que la victoria verdadera se alcanza si se pone plo­ mo a las alas." "Los ideales, como todas las cosas, pueden ser buenos o malos. Tan deplorable es quien limita su horizonte y lo cierra a cua­ tro palmos de su nariz, como quien para ensancharlo sin medida, al­ canza a disolver, en incolora vaguedad, la imperiosa urgencia de las cosas más próximas." 6 Semejante preocupación podrá apreciarse en los pensadores que de una forma u otra tratan de desentrañar el con­ tenido de la filosofía en América, en un determinado país o en una determinada circunstancia. Asimilar lo universal para concretizarlo y, a

partir de de esta concretización, universalizar lo propio. "México

debe tener en el futuro --escribe Samuel Ramos-- una cultura mexi· cana; pero no la concebimos como una cultura original distinta a to· das las demás. Entendemos por cultura mexicana la cultura universal hecha nuestra

.



.

para formar esta cultura mexicana, el único cami­

no que nos queda es seguir aprendiendo la cultura europea."

1

Reali-

6

Caso, Antonio, México (apuntamientos de cultura patria). México, 1943.

1

Cf. las páginas 57-74 de esta antologÍa.

PRÓLOGO

XVII

dad e ideal, plomo en las alas, repiten, uno a uno, los filósofos de es· ta América empeñados en hacer una filosofía que, siendo Filosofía lo sea también de hombres concretos, a partir de circunstancias y de­ terminadas.

"Yo pienso sinceramente -dice el boliviano Guillermo Franco· "Vich- que en vez de buscar en la raza o en lo telúrico, motivos para nuestro enclaustramiento espiritual, en vez de encerrarnos en los ámbi. tos de un nacionalismo

.





,

debemos tratar de elevarnos a la adquisi­

ción de esa universalidad hacia la que todos los pueblos tienden aho­ ra." ¿Cuál podrá ser el papel de estos pueblos dentro de la cultura universal? ¿Simples repetidores? Francovich lo expresa en una ima­ gen: "Todos los pueblos de la tierra . . . afinarán sus formas de vida de tal modo que contribuyeran con lo más puro de su originalidad, con su peculiar visión del mundo,

dar una forma más perfecta a la

expresión humana que representan en el mundo; que a la hegemonía, al monocorde treno que es actualmente, según

( tantos ) , la cultura

humana, sucediera una especie de orquestación grandiosa de los es­ píritus, en que cada pueblo diera sus notas propias." "Las diferen­ cias, en vez de separar a los hombres, los harían solidarios dentro de una grandiosa armonía universal."

8

Lo universal para completar lo

nacional y universalizarlo; lo nacional como punto de partida hacia lo universal, dicen, en general los pensadores y filósofos de esta Amé­ rica. El brasileño Gra�a Aranha escribe: "Ser brasileño es serlo todo." "La cultura europea no debe servir para prolongar a Europa, ni para una obra de imitación, sino como instrumento para crear cosas nue­ vas con elementos que proceden de la tierra, de las gentes, del propio salvajismo inicial y persistente."

1

Y el chileno Félix Schwartzmann

sostiene a su vez: "La verdadera universalidad de la idea del hombre no se contrapone al necesario engarce del individuo en las vivifica­ doras fuentes elementales de lo regional." Diego Domínguez Caballero, de Panamá, considera, como el resto de los pensadores latinoamerica­ nos, una urgente necesidad, la de partir del conocimiento de sí mis­ mo, de la propia realidad, para poder elevarse a la auténtica univer­ salidad: "Cuando nos conozcamos a nosotros mismos -escribe- po­ dremos contribuir a la gran obra de unificación mundial."

10

s

Cf. las páginas 75-87 de esta antología.

9

Citado por Cruz Costa en el trabajo recogido en esta antología.

10

Cf. las páginas 153-169 de esta antología.

XVIII

LEOPOLDO ZEA

Conocer la propia historia, analizar las ideas que justificaron la acción de sus pueblos, describir el modo de ser de los hombres que hacen esta historia, son expresiones de la filosofía que se realiza en América -en la América de· origen latino--, desde hace más de un siglo. Preocupación acrecentada, dijimos antes, a partir de la segunda década de este siglo xx en que vivimos; estimulada por las grandes crisis sufridas en la cultura europea y por la necesidad, cada vez más urgente, que sienten los pueblos de esta América por expresarse a sí mismos, por participar en un plano de igualdad con el resto de los pueblos del mundo, en una tarea que saben es común a todos ellos, común a todos los hombres. Y para esta labor, ya rica en frutos, pen· sadores y filósofos latinoamericanos se han senido del instrumental teórico y sistemático que les ha ofrecido la filosofía europea. El psico­ análisis para comprender, como un neecsario punto de partida hacia lo universal, al hombre de México, en Samuel Ramos; el existencia­ lismo haideggeriano en un nuevo enfoque sobre América como cultura, en Mayz Vallenilla; Spengler y To)'nbee para justificar las posibili­ dades del mundo incaico en lo universal, en la obra de un Franco­ vich; los grandes problemas de la ideología en la búsqueda que hace Miró Quesada de los instrumentos ideológicos que han hecho de re­ sorte en la marcha de la historia de nuestros pueblos. Todo, en fin, apuntando, a la demanda hecha desde el humanismo mexicano a la cultura europea, por Alfonso Reyes. "Hemos llegado a la mayoría de edad, muy pronto os habituaréis a contar con nosotros." "Somos una parte integrante y necesaria del hombre por el hombre. Quien nos desconoce es un hombre a medias." 11 Plomo en las alas de la filosofía, esto es, la realidad como punto de partida para el salto a lo universal, el salto que propone la filo­ sofía que tiene derecho a tal nombre. La filosofía europea, al fin, ha sido comprendida en lo que parecía su secreto innaccesible. La filoso­ fía europea al mostrar sus limitaciones ha mostrado, a su vez las po­ sibilidades de la filosofía en América. Allí está Jean Paui Sartre des­ cribiendo esta situación: "Era tan natural ser francés ... --escribe­ Era el medio más �encillo y económico de sentirse universal. Eran los otros ... , quienes tenían que explicar por qué mala suerte o culpa no eran completamente hombres." "Todavía somos franceses, pero la cosa 11

Reyes, Alfonso, La última Tule. México, 1942.

·

P R Ó L O ya no

es

G

O

XIX

natural. Ha habido un accidente para hacernos comprender

que éramos accidentales."

12

Esto es, hombres entre hombres. Y es,

precisamente, a través de esta limitación, de este accidente que mues· tra lo humano que, asu vez, los latinoamericanos han captado, no ya sus limitaciones, sino la universalidad de su humanidad, su ser hom· bres entre hombres. ¿Solos? ¿Limitados? Como todos los hombres y por ende solidarios con ellos. Allí están las palabras de Octavio Paz, poeta, pero también pensador y filósofo, de esta etapa que describi· mos: "Estamos al fin solos. Como todos los hombres." "Nos aguar· dan una desnudez y un desamparo. Allí en la soledad abierta, nos es­ pera también la trascendencia: las manos de otros solitarios. Somos por primera vez en nuestra historia,

contemporáneos de todos los

hombres." 13

5.

ALCANCES Y LtMITES DE ESTA ANTOLOGtA

La actitud fundamental y las ideas que hemos presentado a gran­ des rasgos, han orientado y orientan la producción y la expresión fi. losófica de esta parte de América. En esta antología se podrá apreciar cómo aquella preocupación: la posible originalidad de la cultura americana y, por ende, la de su instrumento de comprensión, la filosofía, se expresa diversamente. Preocupación por las posibilidades de una determinada filosofía nacional, o por las del Continente en general. Preocupación también, por el ser y el modo de ser del hombre que está haciendo posible esta cultura y esta filosofía. Preocupación, asimismo, por la capacidad de este hombre para colaborar en. una tarea que ya se considera uni· versal, esto, es tarea del hombre y para el hombre. Y, además, el hu­ manismo en una expresión muy especial, junto a esa anhelada uni· versalidad perseguida por los latinoamericanos. Por último, resúmenes de rustorias de las ideas, el pensamiento y la filosofía nacionales y latinoamericanas, como punto de partida para la construcción de una filosofía original, propia. Y a su lado, intentos de interpretación teÓ· 1'2

Sartre, Jean Paul, La muerte en el alma. Buenos Aires, 1950.

13 Paz, Octavio, El laberinto de la soledad, México, 1950.

XX

LEOPOLDO ZEA

rica sobre esa historia, y, sobre el hombre que la ha hecho: intentos en los que se ve la utilización de diversas filosofías importadas, pero asimiladas, convertidas en eso: en instrumento. En concreto, lo que esta antología pretende ofrecer, es la expresión tanto de la preocupa· ción y la actitud cardinales del pensador latinoamericano, como la ex· presión de las inflexiones particulares ó de los intereses más concre· tos referidos siempre a la preocupación fundamental. Para ello, se ha buscado reunir un variado número de filósofos latinoamericanos; desde luego a aquellos que han mostrado inquietud por los temas que parecen propios de esta América en el sentido que ya hemos definido. No están presente, sin embargo, todos los que tra­ bajan y han trabajado sobre estos temas. En primer lugar, han que­ dado fuera de esta antología los filósofos y pensadores que ya han sido, o serán, objeto de antologías especiales en esta misma colección. En segundo lugar la selección se ha realizado pensando más en la re­ presentación de zonas de esta América, que en la representación por países. De cualquier modo, están aquí presentes Argentina, Brasil, México, Perú, Chile, Venezuela, Bolivia, Uruguay y Panamá. En cuan­ to a la línea cronológica, se pone de manifiesto expresamente la forma cómo esta filosofía de América y sobre América y sus hombres ha ido presentándose: del argentino Alejandro Kom, uno de los patriar­ cas de la filosofía americana, hasta Ernesto Mayz Vallenilla, uno de sus más jóvenes intérpretes; desde la interpretación con el instrumen­ tal que, en las primeras décadas de este siglo, ofrecía el positivismo y el intuicionismo, hasta el historicismo y el existencialismo. Entre Bergson y Heidegger, entre Spencer y Dilthey; pero todos, en su con­ junto, animados por una misma y única preocupación; la que podrá seguirse fácilmente en las páginas seleccionadas. LEOPOLDO ZEA

ALEJANDR O K ORN [1860-1936]

Alejandro Korn representa en la filosofía argentina con­ temporánea, lo que Antonio Caso en la mexicana, Carlos Vaz Ferreira en la uruguaya y Alejandro O. Deústua en la peruana. Como ellos fue un incitador de la vocación filosófica, formó numerosos discípulos, y es meollo de las corrientes filosófi­ cas latinoameric�nas que se entrecruzan en el Continente. Na­ ció en 1860 en San Vicente, provincia de Buenos Aires. A los veintidós años se graduó en medicina. Ejerció su profesión en diversos centros hospitalarios y fue profesor de anatomía del Colegio Nacional de la Universiadd de Buenos Aires. Sin embargo, a la par de sus estudios de medicina sentía preocupación por la filosofía. En 1906 se inicia en la docen­ cia universitaria como profesor suplente de Historia de la Fi­ losofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la misma Uni­ versidad, siendo titular de la cátedra tres años más tarde. Tanto en esta Universidad, como en la de la Plata, una vez que abandona, definitivamente el ejercicio de la medicina, fue ofreciendo a sus numerosos estudiantes y discípulos, lecciones sobre las diversas disciplinas que forman la filosofía, espe­ cialmente gnoseología y metafísica. En 1916 fue elegido deca­ no de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. En 1930 'se retira de la actividad universitaria y muere el 9 de octubre de 1936. Publicó diversos ensayos y libros filosóficos, entre los que se destacan La libertad creadora en 1922; El concepto de Cien­ cia en 1926, y Axiología en 1930. No dejó de sentir preocu­ pación por las posibilidades de una filosofía argentina y por ende, de una filosofía americana. Preocupación que queda ex­ presa en los dos ensayos que aquí recogemos.

1

FILOSOFÍA ARGENTINA

*

Me imagino la sonrisa del lector ante el epígrafe. ¿Desde cuándo tenemos filosofía argentina? ¿Acaso tenemos filóso­ fos? Y bien, a mi vez preguntaría: ¿Se concibe que una colec­ tividad humana unificada por sentimientos, intereses e ideales comunes desarrolle su acción sin poseer alguna ideas genera­ les? Pues si logramos desentrañar estas ideas implícitas del devenir histórico hallaremos, por fuerza una posición filosó­ fica. De hecho, nunca nuestro pueblo ha dejado de tenerla. Preveo una objeción más grave. Si es la filosofía la expre­ sión acabada del pensamiento humano, la verdad filosófica ¿puede ser distinta de un pueblo a otro? Séame lícito recor­ dar de paso que la filosofía no es una ciencia exacta, ni ha de revestir nunca una forma definitiva; debemos por el con­ trario apartar las ciencias exactas, autónomas en su estructura matemática, de la apreciación filosófica. En cuanto al fondo de la objeción, bastará tener presente que la supuesta verdad absoluta, cada época histórica y cada región geográfica la enun­ cian de distinto modo. Tenemos una filosofía griega y otra oriental, tenemos en los tiempos modernos una filosofía fran­ cesa, inglesa, alemana. Estas denominaciones étnicas han de tener su razón de ser. ¿Por qué, entretanto, a ejemplo de to­ do pueblo culto, no hemos de expresar también, en la medi*

Publicado en Influencias filosóficas en la

Aires, 1913.

evolución nacional. Buenos

6

FILOSOFÍA AMERICANA CONTEMPO RÁNEA

da de nuestras fuerzas, la verdad filosófica de acuerdo con nuestra manera de sentir? ¿Quizás por carecer los argentinos de un pensamiento propio? El lector no se ha de rendir tan fácilmente. Nosotros los argentinos, dirá, pertenecemos al ámbito de la cultura occi­ dental y hasta la fecha solamente hemos asimilado ideas im­ portadas. No podemos abrigar la pretensión de una filosofía propia, pues todo afán de nuestros hombres dirigentes se ha encaminado a europeizamos, a borrar los estigmas ancestra­ les, a convertimos en secuaces de una cultura superior pero

exótica. Este argumento no carece de fuerza. Yo mismo, al abordar el asunto, no me he atrevido a llamar a mi ensayo Historia de las ideas sino Historia de las influencias ideológicas. De allende los mares recibimos, en efecto, la indumentaria y la filosofía confeccionada. Sin embargo, al artículo importado le imprimimos nuestro sello. Si a nosotros se nos escapa no deja de sorprender al extranjero que nos visita; suele descu­ brimos más rasgos propios -buenos o malos- de cuanto nos­ otros mismos sospechamos. Por nuestra voluntad hemos aspirado a incorporamos a la cultura de Occidente; no es nuestra voluntad ser un conglo­ merado inorgánico de metecos. Si al regazo de la colonia que fuimos hubo que animarlo con nueva vida no fue con el pro­ pósito de enajenar el alma nacional. No podemos renunciar al derecho de discutir las diversas influencias que llegan hasta nosotros, ni el derecho de adaptarlas a nuestro medio; no re­ nunciamos tampoco a la esperanza de ser una unidad, y no un cero dentro de la cultura universal. Así es como durante medio siglo --desde Caseros hasta el novecientos- hemos tenido una filosofía propia, conjunto de ideas fundamentales sancionadas por el consenso común. Se suele magnificar las divergencias ocasionales; en realidad, una concordancia tácita se extendía de un extremo al otro. En to­ da esta época ninguna discrepancia ideológica ha dividido al pueblo argentino. Nuestras luchas fueron meras reyertas. El positivismo argentino es de origen autóctono; sólo este hecho explica su arraigo. Fue expresión de una voluntad co-

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lectiva. Si con mayor claridad y eficacia le dio forma Alherdi no fue su credo personal. Toda la emigración lo profesaba, todo el país lo aceptó. La constitución política fue su fruto, la evolución económica se ajustó a sus moldes. No es ahora ocasión de rastrear las fuentes de este positivismo, en el cual reminiscencias del utilitarismo sajón, del enciclopedismo fran­ cés, del regalismo español, del romanticismo alemán, contri­ buyeron a una concepción original, la creación más auténtica del espíritu argentino. Cuando tuvimos noticias del sistemati­ zado positivismo europeo el nuestro era viejo. Atento a los problemas reales de la vida nacional, nues­ tro positivismo no acertó a darse la estructura metódica de un sistema de filosofía. Cuando la generación de los próceres en edad avanzada, llegó hasta Spencer halló con sorpresa la con­ firmación de su propio pensamiento. Habían hecho filosofía sin sospecharlo; habían creado el caudal de ideas con el cual hemos medrado hasta la fecha. La generación subsiguiente -llamémosla de Caseros o del Régimen- pese a la leyenda que la considera la más talentosa, no acrecentó este caudal, ni se informó del movimiento filosófico extraño. Este interés intelectual se despierta en la tercera generación. El siglo XX nos encuentra todavía bajo la dirección espi­ ritual de los hombres del ochenta, denominación convenida con la cual distinguimos al grupo de universitarios que alre­ dedor del año 1882 se incorpora a las actividades de la vida pública. A haber triunfado la asonada del noventa ellos ha­ brían asumido la dirección política. Los acontecimientos pro­ rrogaron por más de veinte años el predominio de los intere­ ses creados y cuando éstos al fin se derrumban la generación del ochenta pertenecía al pasado. Su acción debió desen­ volverse en la magistratura, en el magisterio, por la palabra hablada o escrita. No alcanzó, salvo una que otra excepción, la eficiencia de la acción inmediata, pero fue directora en las esferas del pensamiento. Esta misión bien alta no la satisfizo. Un dejo de amargura persiste en el alma de los sobrevivien­ tes, defraudados a su juicio en legítimas aspiraciones, pues no se sienten amenguados cuando se comparan con los ante­ cesores o con los sucesores.

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El pecado de los intelectuales del ochenta, hombres de ga­ binete y de estudio, lo constituye la ausencia de una creación original. Con una cultura superior, con una información más vasta, con mayor probidad intelectual, nos revelaron a Stuart Mill y a Spencer, a Renán y Taine. El positivismo argentino ya era un hecho cuando ellos juzgaron necesario apoyarlo con el ejemplo europeo. Quisieron dejarlo de base filosófica y lo vistieron con traje postizo. Ellos mismos, ajenos a todo interés especulativo, indiferentes ante los problemas trascen­ dentes, atraídos por los asuntos de carácter pragmático, se li­ mitaron al comentario jurídico o histórico, a la pedagogía, a la psicología, a la sociología, sin perjuicio de convenir al fin, con ingenua honestidad, que la última palabra ya la había dicho Alberdi. Ideal más alto no tuvieron tampoco los pedagogos forma­ dos en la Escuela Normal del Paraná, alberdistas de segunda mano; se imaginan ser discípulos de Comte, sin sospechar el irreductible antagonismo entre las doctrinas del maestro y nues­ tro ambiente liberal e individualista. Ni los fundamentos auto­ ritarios de la sociocracia, ni los elementos místicos de la re­ ligión de la Humanidad, ni la negación de los derechos indi­ viduales, podían prosperar. El iniciador mismo del movimiento, un naturalista distinguido, hubo de hermanar el positivismo comtiano con agregados tan heterogéneos como la evolución darwiniana o las aspiraciones del Risorgimiento italiano. No obstante, esta doctrina híbrida fue fecunda; por intermedio del . magisterio normalista logró divulgar, en ambientes inaccesibles de otro modo, la posición agnóstica y el concepto de la filo­ sofía como síntesis de las ciencias naturales, principios comu­ nes a todos los matices del postivismo. Por lejos que estemos ahora de estos postulados casi dogmáticos no hemos de des­ conocer la gravedad de semejante mudanza para un pueblo de habla española. Distanciado, por algunos años y por nuevos conceptos, de la generación del ochenta, aparece José Ingenieros; su propó­ sito fue elevar el Positivismo a Cientificismo, con fines socia­ les. Formado en el estudio de las disciplinas médicas atraí­ do desde joven por la protesta incipiente del prole;ariado,

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una vocación espontánea le obliga a sistematizar los concep­ tos básicos de su acción militante. Sabemos el ascendiente que alcanzó. La claridad de su espíritµ meridional unida a una pronunciada sensibilidad estética le permitieron superar la es­ trechez de la ideología vulgarizada. Supo infundirle nuevo vi­ gor y prolongar por veinte años la vida del positivismo deca­ dente. No se le ocultó la necesidad · lógica de admitir una me­ tafísica. Desconocía empero, cohibido por una idosincrasia te­ naz, la verdadera angustia metafísica y no acertaba a compren­ der el fenómeno religioso. Ingenieros en presencia de un frai­ le se apresuraba a tocar fierro. Por rechazar el dogmatismo de las supersticiones místicas se entregó al dogmatismo de las ciencias naturales. Para Ingenieros, la filosofía, la metafísica misma no eran sino complementos hipotéticos de la intangible verdad científica; hasta una ética de alardes estoicos intenta­ ba fundar en el determinismo de la máquina universal. Las investigaciones de la epistemología contemporánea no lograron sugerirle alguna duda. Por otra parte -rasgo ar­ gentino- la especulación pura no le seducía. Sin achatarse en un plano inferior, su filosofía había de vineularse estre­ chamente a los problemas históricos, sociales o económicos. Y en tanto que en la trama de su cientificismo pretendía envol­ ver a la personalidad humana, imprimía a su obra precisamen­ te el sello de una personalidad fuerte y bien definida. De ahí su irradiación; primero en el medio nativo, luego más allá de las fronteras. Ingenieros fue durante años el publicista ar­ gentino más prestigioso. Complace recordar su actitud de lu­ chador infatigable; la voluntad de trabajo, la abnegación y la amplitud de espíritu que puso al servicio de sus ideas. Nos dio el noble ejemplo de una entereza en la cual no cabía du­ plicidad alguna entre el pensamiento y la vida. La polémica póstuma contra la posición filosófica de In­ genieros carece de objeto. En las postrimerías de una gran orientación filosófica, tocóle defender la última brecha. No se le puede juzgar ahora con abstracción de su momento, ni apli­ carle el criterio de una nueva actitud espiritual. Desde el na­ cimiento de Alherdi hasta la muerte de Ingenieros ha transcu­ rrido un siglo, en el cual el sentir de nuestro pueblo ha en-

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contrado de continuo su expresión adecuada, sin simular preo­ cupaciones ajenas a nuestra índole nacional, pero con la uni­ dad intrínseca del pensamiento propio. De este proceso no se ha de borrar la obra de Ingenieros como que no se han de extinguir tampoco los múltiples impulsos de su fecunda labor. Al declinar el siglo pasado, se inicia en Europa un cam­ bio que, para nosotros, se refleja primero en el movimiento literario. Las múltiples y opuestas escuelas finiseculares nos anuncian una revolución estética, violenta y abigarrada, al parecer inconexa dentro de sus propias tendencias. Es fácil comprobar su repudio de los viejos moldes, no tan sencillo descubrir su unidad esencial, tanto más cuanto la capacidad creadora no siempre concuerda con la exuberancia de los pro­ gramas y la acritud de la controversia. La sublevación lírica halló entre nosotros ambiente propicio y representantes desta· cados. Pocos sospecharon que este aspecto literario y artístico sólo podía ser parte de una intensa emoción espiritual, que por fuerza había de tener su repercución correlativa en el dominio de los conceptos filosóficos. La trasmutación no po­ día limitarse a los valores estéticos. Lentamente, con demoras, reticencias y malentendidos, la noticia de una nueva orientación intelectual también llega has­ ga hasta nuestros oídos. Con sorpresa y curiosidad nos ente­ ramos; el positivismo se había extinguido, sus herederos, el pragmatismo y el cientificismo, se aprestaban a seguirle ; un nuevo ritmo en la evolución filosófica volvía a plantear pro­ blemas olvidados. Así supimos de Renouvier, de Boutroux, de Bergson, de Croce, de multitud de nombres vagos y crepuscu­ lares. Estas novedades no penetraron fácilmente en nuestro medio. Hallaron una atmósfera densa, una decidida resisten­ cia a abandonar los viejos hábitos mentales. Asimismo halla­ ron la e;onvicción muy difundida de que cierta degeneración materialista de la vida nacional, el imperio exclusivo de las fi­ nalidades económicas, el descuido de las normas éticas re­ ciamaban el correctivo de una cultura más elevada y e ;piri­ tual. Las peripecias de este conflicto ideológico ocuparán la

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historia intelectual d e este primer cuarto de siglo. Alguna vez se le ha de contemplar en la debida proyección ; por ahora esta reseña la escribe un testigo que no aspira al premio de la imparcialidad. La presencia de Ortega y Gasset en el año 1916 fue para nuestra cultura filosófica un acontecimiento. Autodidactos y diletantes tuvimos la ocasión de escuchar la palabra de un maestro ; algunos despertaron de su letargo dogmático y mu­ chos advirtieron por primera vez la existencia de una filoso­ fía menos pedestre. De entonces acá creció el amor al estu­ dio y aflojó el imperio de las doctrinas positivistas. No nos trajo Ortega y Gaseet un sistema cerrado. Enseñó a poner los problemas en un plano superior, nos inició en las tendencias incipientes, dejó entrever la posibilidad de defi­ niciones futuras, nos incitó a extremar el esfuerzo propio. Mu­ cho le debo personalmente, pero creo poder emplear el plural y decir : mucho le debemos todos. De ahí arranca su justo prestigio en nuestra tierra. Tras una breve estada le vimos par­ tir eón pena, pero convencidos que no tardaría en darnos un concepto propio de la filosofía contemporánea. Esta esperan­ za no se ha confirmado : en vez de filosofía nos ha dado lite­ ratura. También sabemos apreciarla : admiramos el arte de deslizarse de continuo sin afirmarse nunca, con un donaire des­ consolador. Habríamos preferido una vigorosa visión sintéti­ ca, cimentada en tres o cuatro ideas directoras. Quizás a Es­ paña no le hagan falta ; a nosotros sí. Pero el Perspectivismo parece ser el arte del análisis sutil, juego o deporte tanto más ingenioso cuanto más menudo es el tema. Y no carecen de su teoría, adecuada naturalmente al caso : ¡ la delectación morosa en el problema como tal ! ¿ Es acaso un rasgo ibérico tener pro­ blemas y no hallarles solución? Alguna vez, cuando estas dis­ quisiciones ponen su nota delicada en el copioso fárrago de nuestros ''grandes rotativos", hemos pensado --discúlpese la herej ía- : ojalá el autor no escribiera tan bien ! Periodista -y eximio-- es también Eugenio D'Ors. Vino el año 20 con intenciones socráticas a ejercer entre nosotros el arte de la mayéutica:. Si poco sacó a luz no se ha de atri­ buir a torpeza del operador ; faltaba la gravidez. Hubiéramos

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deseado saber algo preciso sobre la racionalidad clásica y an· tiromántica localizada en el Mediterráneo y muy especialmen­ te en la tierra donde se dispone del "sen". El afán de las con· clusiones concretas, tangibles y vertebradas, es señal, sin du­ da, de una cultura poco refinada. Pero así es la nuestra. Sobre esta materia recibí una contestación muy espiritual. A alguna insinuación mía, el señor D'Ors esquivó la respues­ ta : luego, después de algunos circunloquios, halló ocasión de referirme la siguiente anécdota, la anécdota que debe elevar­ se a concepto : Erase un joven parisiense agotado por la vida absorbente de la capital. Tras largas vacilaciones cobra un día las energías necesarias para trasladarse por orden de sus mé­ dicos a Vichy. Dispuesto a cumplir con el régimen prescripto, sentóse a la mesa y pidió una botella de agua lustral. Y aquí lo imprevisto : el mozo le pregunta si prefiere la surgente de !'Hospital o de Clestins. Abrumado ante el dilema, el paciente junta las manos, invierte los ojos y con el acento de la más profunda congoja murmura : Ah mon dieu, il faut choisir! El señor D'Ors tuvo el buen gusto de no agregar la mo­ raleja. A mi vez me abstuve de comentar el lisonjero símil con este modernísimo asno de Buridán, neurasténico y abúlico. Convengamos, sin embargo, en que la saeta estaba bien clavada. ¿No es ridícula esta ansiedad que experimentamos con frecuencia los argentinos, de encasillarnos, de subordinar nuestro pensar al pensamiento extraño, de averiguar desespe· rados cuál es el último alarido de los poetas y de los filósofos? Hasta nuestros intelectuales, en lugar de ejercer su misión directora, prefieren ser pregoneros de la última novedad. Un día nos anuncian a Spengler, como si tuviera alguna atinencia con los destinos de un pueblo nuevo, este agorero fa. talista del ocaso que con intuición profética penetra los se­ cretos del hado y prevé el retorno cíclico de grotescos sincro­ nismos. Ni su propio pueblo agobiado por la derrota, ni el resto del mundo civilizado, han tomado en serio las fantasías de este juglar. Aquí había de dejarnos absortos. Es que a nues­ tros sociólogos positivistas les vino bien; ya bastante agota­ dos, pasaron con garbo del supuesto determinismo científico al determinismo místico. En fin, ya transcurrió.

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Otro caso es Freud. Nadie ha de negar el valor de sus investigaciones de psicólogo y de psiquiatra, pero hay quien supone que ha descubierto la _importancia del problema sexual. Antes de Freud no la hemos sospechado ; después de Freud sabemos que toda la humanidad padece de una obsesión sub­ consciente que la obliga a ver en el más inocente adminículo un trasunto del falo. Ya Platón habló de la bestia que se agita en nosotros, Pas­ cal lo repitió, Darwin volvió a insistir en ello ; también el psi­ coanálisis arrima al caso algunos datos. ¿ Se desprende de ahí que se debe alimentar a la bestezuela ? Sin duda es una cruel­ dad ética, pedir más bien que se la estrangule. "Sed compa­ sivos con el animal", sobre todo si lo lleváis en las entrañas. El éxito del freudismo se explica. No tanto que ante 'jóvenes alumnos y alumnas se le exponga como espécimen de la filosofía contemporánea. También esta ráfaga ha de pasar. El contraste inevitable ya asoma en nuestro horizonte. El nombre del señor conde de Keyserling empieza a divulgarse ; del oriente vendrá el remedio de nuestros males ; la cultura materialista hallará su panacea en la arcaica sabiduría que aniquiló en la inercia y la impotencia, las energías de media humanidad para ser explotada por la otra. No ha de faltar a este nuevo evangelio su auge momentáneo. Mucho depende de lo que disponga la "Calpe", reemplazante entre nosotros de "Alean". Al azar de sus publicaciones nos informamos. Por otra parte ya una avanzada teosófica ha preparado el terreno. Tan luego nuestros positivistas más genuinos se han sentido atraídos por la penumbra esotérica, donde se diseña un vago espectro ultramundano. No se niega impunemente la angus­ tía metafísica y el anhelo místico del alma humana ; por fin se satisface por caminos extraviados. El viaje al oriente es de. provecho y condición de retomar. La comparación entre la alta cultura del oriente y la de occi­ dente aclara las respectivas posiciones, nos revela las defi­ ciencias de la nuestra y también_ su superioridad. En el canje iríamqs a pura pérdida. Pertenecemos al mundo de la afir­ mación y de la acción ; el quietismo negativo es una posición reñida con nuestra manera de ser y para el pueblo americano

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la más absurda de todas. El opio al natural es menos peligro­ so. Felizmente la seducción del Nirvana se cultiva en cenácu­ los estrechos y para los más es un episodio pasajero ; apenas desgarrado el velo de Maya se apresuran a zurcirlo. Podría continuar todavía la enumeración de estos engen­ dros efímeros que, a semejanza de las otras modas, se acogen con fervor y se abandonan con displicencia. No vale la pena de insistir. Sirvan los ejemplos citados para prevenimos con­ tra esta actitud subalterna de antípodas embobados. Más inte­ resante sería examinar la infiltración de ideas por obra de publicistas que, con pertenecer a la literatura, rozan de con­ tinuo temas filosóficos. Así Maeterlinck, Unamuno, Romain Rolland, Bernard Shaw, Valery y tantos otros. En nuestro am­ biente ejercen una acción más inmediata que los filósofos de escuela, mucho menos leídos ; el oficio y la prudencia me acon­ sejan sin embargo referirme únicamente a éstos. Ante todo mencionemos el desarrollo de la renovada epis­ temología que con profundo sentido crítico, sin atribuirle ban­ carrota alguna, ha trasmutado la valoración de la verdad cien­ tífica. Los nombres de Meyerson y de Poincaré nos son más familiares ; muchos otros han colaborado en la misma tarea y nos han emancipado del cientificismo dogmático cuando no ingenuo. Así se ha fijado el valor relativo de los esquemas científicos, del carácter cuantitativo de la ley y al deslindar el dominio legítimo de las ciencias exactas y naturales, se ha substraído a su sistematización aritmética la autonomía de la personalidad humana. El determinismo mecánico del devenir queda reducido a una interpretación pragmática que no exclu­ ye el anhelo de libertad, resorte íntimo de la cultura humana. En este sentido es decisiva la influencia de Bergson, la autoridad más alta que ha logrado invadir nüestro ambiente. Le favorece el idioma en que escribe y nuestra simpatía in­ telectual ; su jerarquía empero no depende de estas circunstan­ cias accidentales. Le perjudica en nuestro concepto no haber desarrollado más que la parte teórica de su filosofía y no ha­ bemos dado aún la ética, el eslabón que la vincularía a los problemas prácticos de nuestra preferencia. Asimismo estu-

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diamos con creciente interés su obra y nos habituamos a res­ pirar un poco en las alturas. Ignoro hasta qué punto hemos de aceptar esta doctrina sin reparos, pues no me atrevo a generalizar mi impresión per­ sonal Es de admirar en Bergson la superación de rancias posiciones ya agotadas por una controversia secular ; la sa­ gacidad de su penetrante examen de conciencia que . de psico­ lógico se eleva a teoría propia del conocimiento, la seguridad de sus conclusiones que le llevan a la afirmación conjunta de la necesidad y de la libertad, sin incurrir en antinomia algu­ na. Es discutible la falta de delimitación entre el conocimien­ to real y la visión metafísica, la tentativa de calificar la in� tuición mística como una capacidad cognoscitiva y la inter­ pretación cartesiana de la actividad espiritual. Discutible tam­ bién es la eficacia de difusos argumentos biológicos, resabio naturalista de todo punto superfluo, destinado, a mal acoplar la ciencia y la filosofía. No obstante, de ninguna obra con­ temporánea fluye mayor enseñanza y siempre seremos due­ ños de aguar con un poco de prosa la efervescencia retórica del autor. La evolución creadora del ímpetu vital la seguire­ mos con referencia, no tanto en su proyección absoluta, cuan­ to al través de su manifestación concreta en la historia de la especie. Es la de Bergson filosofía de la acción y encierra una fuerte tendencia pragmática. Benedetto Croce nos interesa ante todo por su arrasadora polémica contra el positivismo, el racionalismo y las formas espúreas de la filosofía cientificista. Su construcción dialéc­ tica de la autoevolución del concepto universal-concreto, coin­ cidencia metafísica de los opuestos, unidad absoluta e inma­ nente del eterno devenir, si acaso no nos convence, pone en nuestro ánimo una visión amplia del proceso universal, sub specie aetermitatis. Absorbidos por intereses más inmediatos de los mundos. En el binomio universal-concreto nos interesa más el segundo término. A la par de la intelectualidad vigorosa de Croce, Gentile no pasa de ser un excelente profesor de filosofía, magíster en su cátedra, maleable y dúctil ante todas las contingencias de

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la vida académica, política y económica. No se puede ponti­ ficar sin autoridad moral. Por lo demás si pedimos a Italia una enseñanza, nos dirigimos a la patrÍ a del Renacimiento, que nos enseña, la pri­ mera, el culto de la personalidad rebelde a la sumisión rebañega. Desde que Spencer ocupa la categoría de un valor histórico, la filosofía inglesa pasa inadvertida en nuestro medio. . La obra epistemológica de Lord Haldane es poco conocida ; la obra de logistas como Russell nos resulta excesivamente abs­ tracta. Por tradición, la filosofía inglesa no se forja en la cá­ tedra y no por eso es diletantismo. Algún momento nos preocupó el Pragmatismo, nacido en Norteamérica, pobre tentativa filosófica que James, tan meri­ torio por otros motivos, debióse haber ahorrado. El Pragma­ tismo --es decir el concepto de la inteligencia como instru­ mento de la acción- es un integrante valioso de la filosofía actual ; convertido en sistematización del utilitarismo y del teo- . logismo americanos es una simpleza. Lo más importante que nos ha llegado de los Estados Unidos son las palabras de De­ wey al clausurar el reciente Congreso de Filosofía de Boston, después de lamentar la falta de una filosofía norteamericana recomendó a sus connacionales la necesidad de dedicarse a es­ tudios más intensivos. La patria de Emerson y de Royce ha de encontrar el ca­ mino de las cumbres. Por ahora• es una necedad ir a buscar allí una inspiración filosófica. Los elementos útiles de aquella civilización, cuya grandeza sería ridículo desconocer, Sarmien­ to nos los impuso. Con eso basta. De Alemania sabemos que allí nació Kant, personaje cons­ picuo en la filosofía contemporánea. Le ofrecemos de consi­ guiente a priori el homenaje de nuestro respeto, sin necesidad de conocer su obra. Le suponemos autor de una nebulosa me­ tafísica e ignoramos que demolió toda metafísica racional. Ignoramos que toda la filosofía alemana del siglo XIX fue una sublevación contra Kant ; primero de los románticos, luego de los positivistas, de los llamados neokantianos después. Igno­ ramos que la filosofía novísima en Alemania es la última

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arremetida contra el gran pensador. Ignoramos que, a pesar de todo, está en pie. Del movimiento actual pocos ecos llegan hasta nosotros. en la exuberante producción libresca no alcanzamos a dis­ tinguir una tendencia dominante, ni una personalidad genial. Solamente a mi amigo Francisco Romero le creo capaz de des­ envolverse con holgura en este laberinto. Dilthey, para mí la personalidad más atrayente, es todavía un ilustre desconocido. Un poco sabemos de Rickert ; sus tra­ bajos sobre los límites del conocimiento científico y su distin­ ción entre las ciencias naturales y culturales, son de la ma­ yor importancia. Por desdicha su teoría sobre los valores aca­ ba por perderse en la procelosa metafísica del objeto irreal. A Husserls, Ortega y Gasset le ha llamado "el mayor filóso­ fo viviente" ; esto anuncia quizás una próxima traducción de las Investigaciones lógicas. Al lector ansioso sólo puedo anti­ ciparle que las he leído ; me acuso y me arrepiento de ello ; la incomprensión sin duda está de mi parte. Interesa en Hus­ serl cierta afinidad entre su teoría y las corrientes estéticas del expresionismo. Max Scheler es "la mente más amplia y más fértil de la hora actual". Ya poseemos algunos de sus tra­ bajos vertidos al español. En todo este movimiento filosófico se trata de una reac­ ción de la Alemania católica éontra el exclusivo predominio de la cultura protestante. Se inicia en Bolzano y Brentano, continúa con Meinong, se afirma con Husserl y llega a su apogeo con Scheler, convertido recientemente al catolicismo. Filosofía de la cátedra, técnica y erudita, de sutileza escolás­ tica, ha creado la teoría del objeto irreal, la de los valores absolutos, ha intentado la construéción de un nuevo método lógico, apela en ocasiones a una socorrida intuición más o menos mística o Intelectual, pretende llegar al conocimiento de la quididad esencial y manifiesta un profundo interés por el problema religioso. No sabemos hasta qué punto la Iglesia · acompaña con su simpatía este movimiento, no siempre muy ortodoxo. Scheler, por ejemplo, repudia a Kant, pero también a Tomás de Aquino, a su juicio debiéramos volver a San Agus.;

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tín, ciertamente padre de la Iglesia, padre también de todas las herej ías. Por ser estas doctrinas las más novedosas, las más apar· tadas de la tradición, despiertan con preferencia nuestra cu­ riosidad. Sería, sin embargo, un error considerarlas como la corriente directora del pensamiento contemporáneo en Alema­ nia. Su importancia es más bien académica. Si intentáramos la síntesis de las fuerzas vivas que mueven a aquel complejo organismo en plena renovación llegaríamos a otras conclusio­ nes. Entre tanto, quien quiera aproximarse a la alta cultura germánica, hoy como ayer, se dirigirá a Kant y a Goethe y no a estos desabridos frutos de la cátedra. El último filósofo alemán es Nietzsche ; su acción póstuma, que es la eficaz, aho­ ra se inicia. El dio a la filosofía su orientación axiológica. Volvamos a la situación casera. Entre nosotros, en el trans­ curso de los últimos veinte años, si ha sobrevivido la decaden­ cia evidente de las doctrinas positivistas, no han sido reempla­ zadas por una orientación de igual arraigo. Se advierte el desconcierto de los períodos de. transición. De manera apre­ ciable ha crecido, sin embargo, el interés que los estudios fi. losóficos, aunque no siempre se nutre en las primeras fuentes. No estamos ya como a fines del siglo pasado, cuando en 1896 se logró fundar en la Universidad de Buenos Aires la Facul­ tad de Filosofía y Letras, la mejor obra de la generación del ochenta. Esta creación provocó un estallido de protestas y de burlas, testimonios de la más lamentable incomprensión. Ape­ nas nacida, se la quiso suprimir y fue menester apelar a los más altos padrinazgos para salvarla. Fue necesario compen­ sarla con una Facultad de Agronomía y Veterinaria y a sí, al fin se le ha perdonado su existencia. Alguna ojeriza subsiste asimismo ; coinciden en ella la extrema izquierda y la extre­ ma derecha. ¡Todavía se escucha de vez en cuando alguna pa­ labra airada contra estos estudios inútiles ! La nota más joco­ sa empero la ha dado un grupo de acaudalados vecinos, muy ofendidos porque la Facultad pretende levantar su edificio propio en un barrio aristocrático. Si mencionamos esta . ver­ güenza, agregamos para atenuarla que la protesta se perdió �n el vacío.

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En el año 1909 se fundó la Sociedad de Psicología por un núcleo distinguido de nuestros unversitarios. Fue la última afirmación consciente del pensamiento cientificista ; con rela­ ción a la situación europea ya era una actitud retardada. El discurso inaugural de .. su primer presidente, modelo de mé­ sura y de circunspección, todavía contempla la psicología co­ mo la disciplina central de la cual dependen las otras ramas de la filosofía, inclusive la metafísica, cuyo derecho a la exis­ tencia no se niega pero se subordina al método exacto e infa­ lible de las ciencias naturales, fuera de las cuales no cabe sal· vación alguna. La Sociedad alcanzó a publicar tres tomos de sus anales, con trabajos interesantes sobre temas especiales ; ninguno de ellos encara el problema fundamental de la posi· ción filosófica. Pero la fe empezaba a flaquear ; desvanecida la ilusión de la primera hora no cabía disimular el fracaso no tanto de la psicología experimental misma, como de sus pretensiones. Horacio Piñero, después de consagrarle todos los entusiasmos de su generoso espíritu, murió decepcionado. Los sucesores fueron meros epígonos de una causa perdida. Para la posteridad· el año del centenario de nuestra inde­ pendencia ha de marcar la iniciación de un nuevo período en la vida nacional En torno del vuelco político se aglomera una serie de hechos al parecer heterogéneos. Más adelante, cuando sea posible una visión de conjunto, se han. de unificar como la expresión de una honda conmoción, reflejo en parte de la crisis mundial, producto por otra del alma nativa. Quienes como espectadores o actores han debido vivir las gestaciones de los nuevos tiempos difícilmente podrán distinguir en este proceso lo aparente de lo fundamental, lo efímero de lo per· sistente, el mito de la verdad. Percibimos, eso sí, una estri­ dente discrepancia entre "los postulados" y los hechos, entre la talla de los histriones y el drama que traginan. La misma sonrisa escéptica nos merecen las plañideras añoranzas de los caídos y la suficiencia plebeya de los advenedizos. Muy ·por encima de la acción individual · sentimos, casi palpamos, el empuje de corrientes colectivas que nos envuelven, nos arre· batan a veces eri sus torbellinos, sin conmover la afirmación optimista del porvenir. Semejante · estado de ánimo afecta en

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primer lugar la sensibilidad de la nueva generación. Se siente llamada pero no acierta con su vocación. En los días de la Reforma universitaria, que surgió espontánea el año 18 en Córdoba y de improviso se extendió a todas nuestras univer· sidades, pudo suponérsele a la juventud una comm1ión espi· ritual capaz de vincularla en m1a obra orgánica. En realidad dispersó sus inquietas energías en tendencias divergentes, se disgregó en círculos, careció ooas veces de mesura, le sobró en ocasiones el instinto del provecho y siempre pospuso la tarea del día a finalidades remotas. La exegésis ideológica de la Reforma se ha hecho hasta rayar en el exceso ; pero las ideas sólo son fecundas al servicio de la voluntad. Sólo la vo­ luntad define las soluciones y fija los valores, no la dialéc· tica inagotable del debate. La voluntad fue deficiente. Pero en el fondo de este movimiento hervía un anhelo ideal de renovación, destinado a retoñar más depurado y más conscien­ te, pese al empaque de la petulancia académica. De este movido cuadro me toca destacar un modesto epi­ sodio filosófico. En 191 7 se reunió un grupo de jóvenes para fundar el Colegio novecentista, de vida breve y azarosa. Sus componentes concordaban en un principio negativo : combatir al Positivismo. Por lo demás no sabían con qué sustituirlo, víc­ timas de la más sabrosa anarquía. Empezaron por estudiar a Platón y acabaron por arrojarse los mamotretos a la cabeza, sin mayor eficacia penetrante. En el reducido seno de la congregación se reflejaba la desorientación general de la juven­ tud. Asimismo, cuando en aquel momento anoociaron como no­ vedad revolucionaria, y con escándalo de las personas mayores, hoy es una trivialidad. Les cupo un trioofo póstumo, pues sin sospecharlo fueron la avanzada aventura de un ejército en mar· cha. No obstante la exaltación agresiva de la hora, en su ma­ nifiesto inaugural hallaron para la ansiada renovación filo­ sófica una fórmula que, después de los años transcurridos, los hechos confirman como la única viable. Dijeron : "Del Posi­ tivismo nacidos y en él criados, los hombres de este siglo ad­ vierten que no podrían horrar de su tradición cultural, sin descalabro, la huella impresa en ella por la ideología que fue característica de lá época precedente. Cualquiera que sea su

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juicio sobre el Positivismo es ante todo reconocimiento de un fenómeno dado, irremediable en el desarrollo de la cttltura. Afectos, sin embargo, a nuevas maneras de pensamiento y con nuevos matices de sensibilidad, reputan insuficiente la expli­ cación positivista y aspiran a columbrar horizonte mental más amplio que sea a un tiempo mismo, crítica y superación." Da­ da la inexperiencia de los autores esto es casi un exceso de sensatez. El fracaso de esta y de otras tentativas tiene su razón de ser. La filosofía abstracta sólo nos inspira un mediano inte­ rés ; con el m ayor calor en cambio discutimos sus consecuen­ cias sociales, pedagógicas, económicas o políticas. No concebi­ mos a la filosofía sino como solución de las cuestiones que por el momento nos apasionan, si bien lentamente aprende­ mos a buscarla en un plano más alto. Mientras estuvimos de acuerdo sobre nuestros problemas tuvimos una ideología na­ cional. Llegado empero, como había de llegar, el momento de la revisión de los valores históricos, conmovidas las viejas bases, planteados nuevos problemas en un ambiente nuevo, las disidencias habían de estallar, exacerbadas por la intromisión de factores accidentales y extraños. Sentimos trabada en tor­ no de nosotros - en tomo del alma argentina- la contien­ da de fuerzas adversas entre sí, afanadas por imponemos su dominio. Y ahí divagamos, como un personaje de Pirandello, en busca de la personalidad propia. En busca de nuestra filo­ sofía en este caso, como si la pudiéramos adquirir por com­ pra o préstamo y la pudiéramos estrenar de improviso sin ajustarla a nuestra medida. El empeño es vano ; el esfuerzo propio, que ha de ser una evolución, no puede ahorrarse. Tengamos ante todo una voluntad nacional, luego hallaremos fácilmente las ideas que la expresan. Así Alberdi halló la so­ lución para su momento histórico y para tres generaciones su­ cesivas. Hagamos otro tanto. Espero no dar lugar a ningún mal entendido ; nadie me suponer un autóctono atormentado por atavismos pre­ de ha colombinos. La amplitud de espíritu nos distingue como ar­ gentinos. Ningún problema humano puede semos indiferente. Que no sea, sin embargo, con abstracción de los nuestros. ·

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Estamos en una encrucijada ; retroceder no podemos. La concepción determinista y pseudocientífica que convierte al universo en un mecanismo, no concibe sino una moral utili­ taria, confunde la cultura con la técnica y equipara el pro­ ceso histórico al proceso natural, todo eso es siglo XIX. No po­ demos aceptar una filosofía que anonada la personalidad humana, reduce su dignidad a un fenómeno biológico, le nie­ ga el derecho de forjar sus valores y sus ideales y le prohibe trascender con el pensamiento el límite de la existencia em­ pírica. Eso sí, persistimos en el culto de la Ciencia y man­ tendremos, aunque encuadrado ·en más justos conceptos eco­ nómicos, el impulso dinámico de nuestro desarrollo material. Y, puesto que argentino y libre son sinónimos, elevaremos la triple invocación de nuestro himno al concepto de la Libertad creadora.

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UNA POSICIÓN ARGENTINA *

He trazado anteriormente el esquema del estado actual de la filosofía, y, como habrán notado, no muy halagador. Se trata de un conjunto de tentativas dispersas y contradictorias, entre las que no se advierte la gran orientación que marque el rumbo del siglo xx. El panorama filosófico del presente es más bien un ejemplo de la desorganización intelectual, de la anarquía del pensamiento contemporáneo, que el cuadro de un esfuerzo orgánico que realmente exprese las necesida­ des y · el pensamiento del momento actual. He señalado los principios que, a mi juicio, informan este movimiento, considerando como una reacción contra las co­ rrientes positivistas del siglo pasado -es decir, en cuanto adopta una posición negativa frente a los principios formu­ lados en el siglo XIX pero que carece de energía creadora para poder reemplazar los conceptos que desaloja por otros nuevos. Entre las tentativas que me parecen estériles, he debido in­ cluir, contrariando un poco mis simpatías, uno de los movi­ mientos metafísicos más dignos de ser tenidos en cuenta, el de Bergson ; el cual, no obstante la genialidad de su autor, -

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Publicado en Exposición crítica de la filosofía actual,, Buenos Aires, 1917.

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entiendo que, cuando mucho, puede ser el antecedente, el pre­ cursor, de algún sistema futuro. Como orientación más fecun­ da me he referido al historicismo que, conservando el princi­ pio de la evolución --en cuanto nos interesa a nosotros como miembros de la especie humana- trata de encarar principal­ mente el desenvolvimiento de la cultura humana. Y, junto con ésta, he recordado la teoría de los valores, que es una consecuencia de la reafirmación de la dignidad personal y que, frente al proceso natural, reconoce al hombre la facul­ tad de seleccionar, de elegir, aquello que prefiere y de impo­ ner al proceso natural su propia voluntad. Pero también la teo­ ría de los valores tiende, con excesiva frecuencia, a conver­ tirse en una visión metafísica, atribuyendo a los valores que formula la voluntad humana un valor absoluto. Por último señalé cómo, obligado por las circunstancias históricas que vivimos, ha persistido, a despecho de todas esas tentativas, una interpretación económica de los fenómenos con­ temporáneos, que reafirma en ·su orientación fundamental, aunque no en su desarrollo accidental, el pensamiento de Marx. La cultura filosófica tiene sus centros especiales. No po­ demos hablar de una filosofía que corresponda al orbe cultu­ ral de Occidente, sin tener en cuenta que dentro de ésta hay ciistintos centros. Están en Francia, en Alemania, en Italia y en las naciones anglosajonas. Pues bien ; podemos pasar re­ vista a cada uno de estos círculos particulares dentro del gran círculo de la cultura occidental, y vamos a encontrar en todos el mismo fenómeno. En Italia la autoridad de Croce ha descendido. De su obra sólo queda en pie la actitud polémica contra el positivismo ; pero no su aporte original, que era una tentativa de revivir el sistema hegeliano. En cuanto al compatriota de Croce, Gentile -que tiene un gran sistema metafísico sobre el acto puro-- es evidente que entre su sistema metafísico y la realidad italiana hay muy poco contacto ; y aun entre el sistema y su autor, que es hom­ bre que sabe adaptarse a todas las circunstancias. Ha sido ministro del régimen actual y la obra concreta que ha dejado

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es haber vuelto a introducir la enseñanza del catecismo en las escuelas italianas. Para realizar es� obra no había ne�­ sidad, ciertamente, de construir un gran sistema metafísico: eso lo pudo haber hecho cualquier reaccionario que aspira a hacemos volver al pasado. En Francia, no hay autoridad que pueda compararse con Bergson. La visión de Bergson, que concibe el principio abso­ luto como una potencia creadora que continuamente lleva la realidad por nuevos rumbos, es simpática ; pero su última con­ clusión también nos lo muestra más o menos al servicio de ten· dencias regresivas. La realidad francesa tiene poco que ver con el sistema filosófico de Bergson. En el mundo anglosajón sigue imperando el viejo utilita· rismo británico y las especulaciones filosóficas están al mar· gen de la realidad. Han tenido que abandonar el gran sistema que elaboró Spencer, la expresión más alta que pudo alcanzar el liberalismo burgués ; pero las tentativas de introducir en este ambiente las ideas hegelianas, de carácter metafísico, es· tán al margen de la realidad que se vive. En Alemania tene· mos una producción filosófica extraordinaria. Cada profesor universitario de filosofía nos provee, año tras año, de un grue­ so volumen filosófico ; pero toda esa agitación se desenvuelve únicamente en el ambiente de la cátedra. También puede afir­ marse que la realidad alemana tiene poco que ver con este movimiento filosófico, salvo la gran figura de Dilthey, que es­ tá surgiendo veinte años después de su muerte, llamándonos a buscar la solución de nuestros problemas en el estudio del proceso histórico que elabora la humanidad. Lo demás, por ejemplo, la fenomenología --que en un momento despertó gran expectativa- se ha· mostrado completamente impotente, Hus· serl, que nos quería dar un método nuevo, está perdiéndose en tentativas metafísicas que viven un momento y no tardan en ·

desaparecer. Se destacó en cierto momento la interesante figura del fi. lósofo Max Scheler. Ma:x; Scheler fue un romántico que pre· tendió resolver todos los problemas, no con una demostración lógica, sino con el impulso, con la visión genial que no nece· sita justificarse en nosotros y que consiste en revivir antiquí-

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simas teorías psicológicas y antropológicas descomponiendo al hombre en cuerpo, en alma y en espíritu y haciéndonos entre­ ver los secretos más profundos de este enigma que tenemos por delante. Cuando por obligación hay que leerlo, nos sor­ prende en Scheler esta manía : cada vez que llega a un pro­ blema realmente grave, a un problema metafísico que exige una explicación, nos dice : "Muy bien, esto lo voy a explicar en mi próxima obra sobre antropología filosófica o en mi pró­ ximo tratado sobre metafísica." Lo grave es que se ha muerto antes de escribir la antropología, la metafísica y los libros que eran necesarios para aclarar lo que había dejado sin ex­ plicar : ha muerto él y con él ha muerto su obra. Otro gran representante de la filosofía alemana, que tam­ bién tiene admiradores, es Heidegger, quien no hace más que revivir las visiones de los místicos que equiparaban el ser con la nada y que, en resumidas cuentas, nos insinúan que el prin­ cipio absoluto y metafísico es el tiempo. Bien : este tiempo eterno es un poco difícil de captar, y el señor Heidegger últi­ mamente ha resuelto conformarse con el tiempo actual que está viviendo y se ha incorporado al régimen que rige en Ale­ mania. Y si ése es el resultado de este esfuerzo metafísico, podemos declarar que es bien pobre. Acabo de recibir hace algunos días el último número de la revista de filosofía más importante de Alemania, que se llama Kant-Studien (Estudios Kantianos) , en la que hay una breve exposición sobre el estado actual de la filosofía alema­ na. A pesar de que es una revista filosófica que tiene que desempeñar su papel y expresamos las grandes conquistas de la filosofía alemana, nos dice secamente : "El rasgo caracte­ rístico de este momento es la fuga de la Filosofía ; tenemos otros problemas de qué ocupamos." Es decir, es la confesión de que todo este esfuerzo metafísico se desvanece en la este­ rilidad. ¿ Por qué? Porque la humanidad está ocupada con problemas que no son metafísicos. Desechando la metafísica, podríamos esperar de una fi­ losofía agnóstica que reconozca la angustia metafísica que sue­ le apoderarse del espíritu humano, que tratara de llevar a conceptos generales las ideas predominantes del momento.

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Tampoco eso podemos conseguir. Es evidente que aún llama· da la filosofía a este terreno más circunscripto no tiene una solución que pueda satisfacer en este momento. Hace algunos años estuvo entre nosotros, por segunda vez, Ortega y Gasset, a quien personalmente estimo. En la última conversación que tuve con él me dijo : "Las cosas han llega­ do a tal punto que, de un momento a otro, tiene que surgir un gran sistema metafísico." Nos . despedimos y yo quedé a la espera del gran sistema metafísico. Han transcurrido unos cuantos años y no ha llegado : supongo que no será por culpa del correo. Lo que ha habido en los años de este siglo es un gran anhelo, una gran ilusión, una esperanza de llegar a captar algo de lo que se pierde para nosotros en un abismo inson­ dable, un esfuerzo por apartar nuestra atención de los pro· blemas reales que, sin embargo, nos absorben. Frente a esta situación, estamos nosotros, alejados de los centros donde se elabora la cultura filosófica. Vivimos de prestado, y así como yo he estado esperando que llegue la obra que me anunciaba Ortega y Gasset, así vivimos todos, esperando que de allá nos venga la gran palabra que nos ilu­ mine, algo que nos suministre la posición intelectual y las fuerzas morales para afrontar los problemas de la actualidad. Y hacemos mal en esperar. No puede desconocerse que tamhién)1en nuestro medio se ha intensificado el interés por los pro'B&mas filosóficos y me· tafísicos. Yo recuerdo épocas en que hablar de metafísica re­ sultaba entre nosotros casi una mala palabra. En cambio, aho­ ra tenemos círculos -no muy extensos, es verdad, pero un ambiente relativamente considerable al fin- cuyos integran· tes se están apresurando a informarse de todo lo que puede ser un conocimiento metafísicq. Las cosas se han dado vuelta, y ahora se mira con cierto desdén el que persiste en negar la posibilidad de una metafísica. Tengo el placer de que se me diga con cierta frecuencia y con mayor o menor urbanidad y franqueza : "Es natural ; usted es hombre del siglo pasado, tiene arraigadas las ideas del positivismo y no puede ponerse en una actitud sincrónica

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con los progresos que hemos realizado." Es posible que haya algo de eso. ¿Por qué lo voy a negar? Pero contemplo un po­ co sonriente tales esfuerzos y, aunque quizás no llegue a ver su desenlace, no tengo la menor duda de que también este episodio pasará, como he visto pasar tantos otros. Aunque no puede afirmarse de una manera categórica me atrevería a decir que ha llegado a su colmo y empieza la decadencia de este movimiento. El esperar la solución de los problemas que nos interesan personalmente, creyendo que otros los van a resolver, en lu­ gar de reconcentramos y resolverlos con nuestras propias fuer­ zas, es una actitud que no nos honra. ¿ Por qué hemos de vi­ vir eternamente sometidos al pensamiento extraño ? Estamos sometidos a él, no solamente en filosofía, sino también, en gran parte, en literatura. En este campo podemos observar el mismo fenómeno que hemos señalado en la filosofía. A fines del siglo pasado se produjo en Francia un intenso movimien­ to literario, perfectamente concordante con los antecedentes de la cultura francesa, pero que nuestra juventud creyó de­ finitivo y ante el cual se sintió obligada a tomar posición. Ese movimiento se disgregó en una cantidad considerable de escuelas, como se disgrega ahora el movimiento filosófico. A un muchacho argentino que quería producir una obra litera­ ria, se le presentaba entonces este problema : ¿ a qué escuela debo incorporarme? Así, nuestros poetas incipientes resolvían previamente la escuela dentro de la cual debían escribir. Todas las escuelas poéticas estaban representadas entre nosotros ; lo que no teníamos eran poetas. No había poetas por­ que el poeta obedece a su propio y espontáneo impulso ; escri­ be lo que cree que debe decirnos, sin preguntar ni averiguar en qué forma, si con mayúscula o minúsculas ; escribe sus ver­ sos porque brotan naturalmente de su alma, de su espíritu individual o del espíritu de su pueblo. Eso mismo nos pasa en filosofía. En lugar de tomar en cuenta los antecedentes de nuestro pueblo y ver qué necesi­ dades tenemos que satisfacer, estamos preguntando cuál es la filosofía verdadera que se ha producido en Europa. Lo de filosofía verdadera ya es de por sí absurdo, porque preten-

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der distinguir entre todas las escuelas y tendencias filosóficas de que he hablado, una filosofía verdadera, es precisamente no tener criterio filosófico. Con esto no pretendo, ni mucho menos, oponerme a que nos informemos y estudiemos el movimiento de la cultura europea, ni que rechacemos las influencias que podamos asi­ milar y concuerden y encuadren con nuestras necesidades pro­ pias. Es cierto que no nos vamos a encerrar dentro de nues­ tras fronteras para crear una filosofía pampeana. Pero el con­ tacto con las culturas a que pertenecemos lo hemos de mante­ ner, no a los efectos de reproducir aquello y admitirlo como un dogma, sino a los efectos de enriquecer nuestro espíritu para resolver los problemas que nos afectan. Y no hay cuida­ do que por eso nos alejemos demasiado de la cultura actual. Ese es un peligro tan remoto que no hay que tomarlo en con­ sideración. Hemos de mantener el contacto con la filosofía de Europa, porque, en el fondo, nosotros también somos euro­ peos. Lo que reclamo es que no nos sometamos sin criterio propio a lo que nos viene de allá ; que no estemos esperando ansiosos que nos manden, bajo sobre, la verdad filosófica. Pero la necesidad -y esto es siquiera halagador-· de mayor cultura filosófica se nota entre nosotros. La cuestión es intensificarla y darle carácter propio hasta producir una obra pedir esto porque realmente nacional. Y tenemos derecho Tenemos vez. el honor de poseer ya lo hemos realizado una una producción filosófica propia y no hay motivo para aver­ gonzamos de ello y menos para no tomarla en cuenta. Este país ha realizado una evolución extraordinaria que lo distingue entre todas las repúblicas hispanoamericanas, pro­ greso que no ha sido la obra del acaso, sino que se ha rea­ lizado bajo la dirección de ideas claras y precisas, enuncia­ das en su momento oportuno y que han regido los destinos de tres generaciones. Los jóvenes que constituyeron la Asocia­ ción de Mayo, dispersados por la dictadura, se refugiaron en distintos países de la América del Sur y cuando volvieron al país después de Caseros, ya hombres, venían con una visión clara de lo que había que hacer. No eran filósofos ni se ocupaban de resolver problemas

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abstractos ; estaban frente a problemas concretos de la cultur� argentina, y, encarándolos valientemente, señalaron el rumbo que habíamos de seguir. Así nos dieron, inconscientemente, una filosofía propia. Esa filosofía no fue una creación · sin an· tecedentes ni una copia de creaciones extrañas ; fue un con· jm1to de ideas que encarnaron hondamente en nuestro pueblo, de las que han participado todas las generaciones después de Caseros y que todavía viven en el espíritu del pueblo ar· . gentino. Quien mejor expresó este conjunto de ideas fue Alberdi. No eran ideas exclusiva de él, ni él fue un genio que tuviera una concepción propia, puramente personal, que imponer. Al­ berdi fue quien expresó con más claridad ideas que eran co­ munes dentro del grupo de los emigrados y que se difundieron entre nosotros después de caída la dictadura. Alberdi no fue el creador de aquel conjunto de ideas, sino su más destacado expositor y el que les dio su expresión filosófica. Por eso lo tomo como representante. Los demás emigrados . -Sarmiento, Mitre, Vicente Fidel López, Juan María Gutiérrez, Florencio Varela (que no volvió ) - participaban de la misma posición ideológica. Esta orientación no nace sin antecedentes. La revolueión de Mayo, para desalojar las ideas de la época colonial -teo­ lógicas, más que filosóficas-- asimila las ideas de la revolu­ ción francesa, es decir, el Enciclopedismo del siglo pasado. Esa asimilación se produce, precisamente, en el momento que declinaban en Francia a causa de la Restauración. También se inicia el conocimiento del utilitarismo inglés a través de Smith y de Bentham. Cuando Rivadavia fundó la Universidad de Buenos Aires el modelo que se adoptó para la enseñanza fueron las obras de Bentham. Alberdi se formó en tales corrientes ideológicas, a las que se añadieron las influencias de la época romántica. Vino lue. go una reacción colonial representada por la dictadura de Ro­ sas, pero los emigrados !?iguieron los primeros impulsos que habían recibido. Nos queda sobre esta cuestión un documento, a mi .juicio, notable : un artículo que AJberdi publicó en Montevideo poco

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después de haber tenido que emigrar. Ese artículo se publicó el año 1841, si mi memoria no me engaña, y es poco conocido porque no está en , la edición oficial de las Obras Completas de Alberdi, sino entre un montón de cosas más o menos útiles, que se publicaron bajo el título de Obras Póstumas. En ese artículo -cuya lectura recomiendo a todos los que se intere­ sen por los . antecedentes de nuestro movimiento ideológico­ Alberdi dice verdades fundamentales que, a pesar de los años transcurridos, debemos admitir nosotros. Dice Alberdi : "No hay, pues, una filosofía universal, por­ que no hay una solución universal de las cuestiones que la constituyen en el fondo. Cada país, cada época, cada filósofo, ha tenido una filosofía peculiar, que ha cundido más o me­ nos, porque cada país, cada época y cada escuela ha dado soluciones distintas a los problemas del espíritu humano. No hay, pues una filosofía en este siglo. No hay sino sistemas de filosofía ; · esto es, tentativas más o menos parciales de una fi. losof ía definitiva. Así la dirección de nuestros estudios será, más que en el sentido de la filosofía especulativa, de la filo­ sofía en sí, en el de la filosofía de aplicación, de la filosofía positiva y real de la filosofía aplicada a las instituciones so­ ciales, políticas, religiosas y morales de estos países. El pue­ blo será el gran ·ente cuyas impresiones, cuyas leyes de vida, de movimiento, de pensamiento y progreso trataremos de es­ tudiar y de determinar. La abstracción pura, la metafísica en sí, no echará raíces en América. Nuestra filosofía, pues, ha de salir de nuestra necesidad. ¿ Cuáles son los problemas que América está llamada a establecer y resolver en estos momen­ tos? Son los de la libertad, de los derechos y goces sociales de que el hombre puede disfrutar en el más algo grado en el orden social y político ; son los de la organización pública más adecuada a las exigencias de la naturaleza perfectible del hombre en el suelo americano. De aquí es que la filosofía americana debe ser esencialmente política y social en su obje­ to, ardiente y profética en sus instintos, sintética y orgánica en su método, positiva y realista en sus procederes, republicana en su espíritu y destinos. Nos importa, ante todo, darnos cuen­ ta de las primeras condiciones necesarias a la formación de .

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una filosofía nacional. Pero no se puede llegar a esto sino por el medio que hemos indicado, es decir, averiguado dónde es· tá el país, y a donde va, y examinando para descubrir hacia dónde va el mundo y lo que puede el país en el destino de la Humanidad." No se puede dar un programa más perfecto y más adecua­ do a nuestras necesidades. Este es el problema que todavía tiene que regirnos : buscar dentro de nuestro propio ambiente la solución de nuestros · problemas.

FRANCISCO R OMER O ( 1891-1962]

Filósofo argentino, nacido en 1891 en Sevilla, España ; vive en la Argentina desde la edad de tres años. Sigue la ca­ rrera militar, como ingeniero de ferrocarriles, pero pronto se deja sentir en él vocación por la filosofía. En ella participa el pedagogo correntino, J. Alfredo Ferreira, de formación posi­ tivista y reformador de la famosa Escuela de Paraná, de don­ de surge la reforma normalista de la Argentina. Pero quien mayor influencia alcanza en la vocación del futuro filósofo será Alejandro Korn con el cual forma, en 1929, la Sociedad Kantiana de Buenos Aires. En 1930, al jubilarse Korn, Ro­ mero ocupa sus cátedras de Gnoseología y Metafísica de la Universidad de Buenos Aires y se retira del ejército a donde alcanzó el grado de mayor. Este mismo año funda el Colegio Libre de Estudios Superiores en Buenos Aires en donde ofre­ ce cursos y conferencias. En 1946, solidarizándose con los nu­ merosos catedráticos de las universidades argentinas, cesados por la demagogia política que sacude al país en esos años, renuncia a sus cátedras universitarias. Regresa a ellas en 1955 y es designado director del Instituto de Filosofía de la Uni­ versidad de Buenos Aires. Fallece el 7 de octubre de 1962. Francisco Romero da un gran impulso, no sólo a la filo­ sofía en su patria, sino a la filosofía en toda la América La­ tina buscando conexiones y creando estímulos para el pleno logro de las que llamaba "etapa de normalidad filosófica de Latinoamérica." Funda revistas y dirige la colección filosófica de la Editorial Losada. Su obra tiende hacia una filosofía universalista, pero enraizada en la realidad propia de sus crea­ dores,. en esta América. Su obra es extensísima, destacándo en ella trabajos como Filosofía de la Persona, en 1944, Papeles para una filosofía en 1945, El hombre y la cultura en 1950

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y la máxima expresión de su filosofía,

Teoría del hombre,

publicado en 1952. En los dos ensayos aquí publicados, se hace clara su preocupación por conectar la llamada filosofía universal con la originada en este continente.

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SOBRE LA FILOSOFÍA EN IBEROAMÉRICA

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Una de las sorpresas de estos últimos años es el rápido crecimiento del interés por la filosofía en lberoamérica. Casi ningún país en el Continente y sus islas hace excepción, aun­ que naturalmente, no todos ostenten la curiosidad y capacidad filosófica en el mismo grado. En algunos, la preocupación fi­ losófica encama de momento en unos pocos estudiosos, aun­ que es presumible, por varios síntomas, un incremento a corto pla zo. En otros es visible el arraigo y aun la organización del trabajo filosófico en la gradación de las generaciones. Cito, sólo por vía de ejemplo, al Perú, que cuenta con la figura ad­ mirable y patriarcal de Alejandro O. Deustua, con buen nú­ mero de hombres en distintos escalones de una productiva ma­ durez, y con crecida cantidad de jóvenes animosos. La apa­ rición de libros de filosofía es ya crn;a frecuente. En las re­ vistas de cultura abundan los artículos filosóficos : he regis­ trado personalmente más de cien aparecidos durante los años 1939 y 1940, y si se piensa en los que no han llega do a mi conocimiento, una tercera parte por lo menos, acaso la mitad, y en las meras notas bibliográficas, excluidas de mi cómpu­ to, se tendrá una idea aproximada de la considerable masa *

Publicado en el diario La Nación el 29 de diciell\.bre de 1940.

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de tales publicaciones en la América de nuestro idioma. El hecho es digno de atención y merece algunos comentarios. Ha de señalarse ante todo la distinta calidad de la actual proyección hacia la filosofía, comparada con la de otras épo­ cas. En tiempos distantes se ha filosofado sin duda en la Amé­ rica de habla española y portuguesa, pero sin que ello atesti­ guase un interés notable por la intensidad ni por la e::\.1:ensión. O se filosofaba en función de la cátedra, por exigencia de planes de estudio, o el interés personal era tan solitario que constituía rareza y quedaba sin eco efectivo. En época más próxima comienzan a surgir, aquí y allá, hombres con voca­ ción bien definida, antecedes inmediatos del movimiento pre­ sente. Su capacidad y energía, la magnitud del esfuerzo que debieron cun1plir no necesitan ser ponderados : maestros de sí mismos, nada han debido sino a su propio esfuerzo, y se apli­ caron a lila tarea que ni tuvo el estímulo del auxilio magis­ tral ni- se vio incitada por lila consideración o respeto gene­ ral hacia este género de estudios. A veces ejercieron influjo en pequeños núcleos; a la larga el resultado de su magisterio ha sido grande, mayor probablemente de lo que ellos mismos esperaban. Uno de los rasgos de esta serie de maestros eminen­ tes ha sido el aislamiento. Salvo una que otra excepción, es­ taban acostumbrados a la soledad, y hasta podría decirse que contaban con ella por adelantado : ni los desanimó ni se re­ belaron contra ella. Hasta donde yo puedo juzgar, lo habi tual es que no hubiera relación personal entre ellos. Carecieron hasta de las más merecidas sanciones, hasta de los más legí­ timos halagos. Pese a todo, han dejado una obra por lo gene­ ral respetable, en ciertos casos� de subido valor. Y dejan ade­ más tras sí lil elevado ejemplo de vida limpia y austera, sin desmayos, sin vanidad, sin resentimientos. Sobre todo esto ha­ brá que volver Cltras veces más de propósito. Esta soledad y aun esquivez de los pensadores iberoame­ ricanos que realizaron su tarea --0 lo principal de ella- antes del actual despertar filosófico, es ya cosa del pasado. El mo­ mento presente marca el ingreso de la preocupación filosófica en el común cauce cultural. Los lectores de filosofía rebasan ya con mucho los cfrculos reducidísimos y fácilmente identifi-

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cables de hace algunos años ; abundan, están en todas partes y aun donde menos se los pudiera sospechar. Contra lo suce­ dido hasta hace poco, cuando toda formación seria debía bus­ carse fuera del aula, y el interesado corría todos los peligros que acechan al autodidacto, comienza a ser posible una ade­ cuada formación escolar que provea de los instrumentos esen­ ciales y garantice mediante ellos el rendimiento pleno del tra­ bajo individual. Y los que se dedican a estos estudios se co­ nocen y buscan la relación, practican un intercambio cada vez más activo. De este modo se van dando las condiciones externas favorables para una producción intensa y continua­ da, con la conciencia de participar en un trabajo solidario y conexo ; la filosofía deja de ser vista como propensión arbi­ traria, caprichosa, y se aprovechan vocaciones, puesto que pa­ ra profesarla con asiduidad no es ya indispensable el temple excepcional de los varones de la tanda anterior. En pocas pa­ labras, se inicia una etapa de normalidad filosófica. Veamos lo que entendemos por "normalidad filosófica" en este caso. Ante todo, el ejercicio de la filosofía como función ordinaria de cultura, al lado de las otras ocupaciones de la inteligencia. No ya como la meditación o creación de unos pocos entendimientos conscientes de la indiferencia circundan­ te ; tampoco, por lo mismo, como la actividad exclusiva de unos cuandos hombres dotados de una vocación capaz de man­ tenerse firme a pesar de todo. Como cualquier oficio teórico, la filosofía permite y aun requiere el aporte de mentes no evtraordinaria s : basta el indispensable sentido para estos pro­ blemas, la seriedad, la información, la di�ciplina. La lectura corriente de escritos filosóficos por interesados cada día más numerosos, el mutuo conocimiento e intercambio entre quienes activamente se ocupan en filosofía, van originando lo que po­ dríamos denominar el "clima filosófico", una especie de opi­ nión pública especializada que obra y obrará cada vez más, y según los casos, como estímulo y como represión, como im­ pulso y como freno : esto es, como una vaga, indeterminada sanción continua que antes y después de los juicios expresos de la crítica, corrigiendo lo que hubiera en éstos de partidismo y apreciación individual, promoverá calladamente ciei1as co-

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sas, impedirá o dificultará otras, distinguirá planos y esta­ blecerá jerarquías. Crecerá así la comprensión para el esfuer­ zo serio, la estima para el aporte válido ; disminuirá el aprecio hacia la improvisación brillante, hacia cualquier cona­ to de suscitar la sorpresa o el deslumbramiento. La labor filo­ sófica actual se considerará. inserta en la línea del desarrollo multisecular del pensamiento ; no como un salto, sino como un progreso, cuando en verdad lo sea. Se irán corrigiendo dos opuestos y engañosos puntos de vista, igualmente nocivos am­ bos para la dignidad de estos estudios : el que sostiene que todo ha sido dicho ya, y no queda sino repetir devotamente los esquemas ilustres, y el que espera revelaciones portento­ sas, novedades inauditas, creaciones ex nihilo. Lo primero im­ porta decretar la radical esterilidad del presente y del futuro, negarles sin ninguna razón valedera la virtud innovadora que late en toda época, y acogerse a una plácida contemplación de la riqueza allegada por los añtepasados. Es la cómoda ac­ titud del heredero, que cuando se extrema culmina en la necia dilapidación del legado. En cuanto a la espera y de­ manda de portentosas revelaciones -residuo de la actitud mítica-, acusa ignorancia, porque la historia de la filosofía atestigua en cada uno de sus instantes la continuidad y arti­ culación del pensamiento filosófico, que hasta en sus gran­ des recodos e inflexiones cuenta con las adquisiciones sucesi­ vas y en ellas se apoya para perfeccionarlas y aun para con­ tradecirlas. Uno de los signos más promisorios es la voluntad de agru­ pación y de mutuo conocimiento entre quienes se consagran a la faena filosófica por profesión o vocación. Van surgiendo núcleos o sociedades en varios países, que reúnen a muchos, si no a todos los que en ellos trabajan en filosofía. Ultima­ mente, y con muy corto intervalo, se han fundado agrupacio­ nes de esta índolo (que yo sepa) en México, en Perú y en el Uruguay ; entre nosotros, la Cátedra Alejandro Korn, recién creada en el Colegio Libre de Estudios Superiores, responde, aunque sólo en parte, a los mismos fines. La simultaneidad de estas iniciativas, su intención pareja, revelan que obedecen a una necesidad real y unánime, y descubren una vez más

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el sorprendente sincronismo en muchos aspectos del desenvol­ vimiento cultural iberoamericano, impresionante si se tiene en cuenta la parcial o casi total incomunicación entre ciertas zo­ nas, y la débil conexión entre las demás. Pero ha de notarse que el afán de aproximación no se queda en buscar la for­ mación de tales grupos nacionales. La filosofía está animada en nuestra América de un enérgico sentido continental. Es ya habitual que los estudiosos mantengan relación frecuente e intercambio de publicaciones, y hasta que, pese a las limita­ ciones del comercio epistolar, conversen y discutan a la dis­ tancia sobre proyecto y preocupaciones. El designio de comu­ nicación comienza a anidar también en los grupos que se or­ ganizan, con los que el intercambio revestirá contornos colec­ tivos y planeados, robusteciéndose así poderosamente y con­ virtiéndose en régimen estable y en obligación lo que hasta ahora quedaba librado a la buena voluntad o la amistad oca­ sional entre unos cuantos. Con todo esto nos aproximamos a la organización y coor­ dinación de la vida filosófica en nuestro ámbito. Ciertas ex­ presiones que como espontáneamente se vienen al teclado de la máquina de escribir de este tema, dicen más en su conci­ sión de fórmulas con largos y circunstanciados desarrollos ; expresiones como clima filosófico, vida filosófica, conciencia filosófica, designan una disposición actual de nuestra cultura y nombran lo que acaso constituye en ella la dimensión más reciente, la novedad más fresca y prometedora. Y al mismo tiempo expresiones como éstas, si se atiende con estrictez a lo que enuncian, salen al paso a posibles malentendidos. No se afirma, por ligereza o vanidad pueril, la aparición inexpli­ cable y repentina en el área de nuestra cultura de un pensa­ miento robusto y autónomo, ni ninguna milagrería por el es­ tilo y ajena al curso natural de las cosas. Tal acontecimiento, de ocurrir, sería sospechoso de artificiosidad y habría que ver en él un resultado fortuito sin raigambre ni porvenir. Lo existente es mucho más modesto, pero también mucho - más sólido y autoriza cualquier esperanza, ya que es el supuesto su tiempo una fi. indispensable para que surja y prospere todas partes; por aflora filosófica vena La losofía original.

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fuera estupidez o malevolencia exigir que las aguas broten desde luego abundantes y cristalinas, cuando en países de muy madura civilidad a veces hubo apenas hilillos precarios. La naciente filosofía tiene que ir mucho a la escuela todavía ; y auri se la debe incitar a que prolongue la escolaridad, por­ que todas las precocidades -y más las de la inteligencia­ son peligrosas, y en los casos menos graves se resuelven en la­ mentables pérdidas de tiempo. Lo esencial en definitiva e s esto : que e n nuesra espiritualidad la vocación filosófica ha llegado a adquirir conciencia de sí y busca su expresión. To­ davía tendrá que crearse ella misma las circunstancias pro­ picias, el ambiente favorable ; pero todo organismo vivaz sa­ be recortarse su propio medio, neutralizar los obstáculos y ase­ gurarse un contorno que favorezca su existencia y crecimiento. Lo que se ha adelantado en estos últimos años es tanto que apenas vale la pena recordar ciertas indiferencias culpables, los dictámenes de quienes argumentaban más o menos así : "Puesto que hasta ahora no ha existido verdadera filosofía entre nosotros, es que somos negados para el filosofar." Como si en alguna parte hubiera habido plena y compacta filoso­ fía . . . antes de haberla. Uno de los síntomas de que nuestra vocación filosófica, alimentada en todos los grandes veneros del pensamiento, ha alcanzado conciencia de sí como energía plural y unánime, es su amorosa vuelta hacia el pasado. Toda autoconciencia, al averiguar lo que se es, plantea con ello un problema d e orígenes, pregunta de dónde s e viene. La aclaración e inven­ tario de nuestro pasado filosófico preocupa en estos instantes a buena cantidad de jóvenes estudiosos iberoamericanos, la mayor parte de ellos, con seguridad, ignorantes de que otros indagan al mismo asunto en otros países. Hasta se han cons­ tituido grupos ad hoc para estas averiguaciones, que sea cual fuere su importancia en el estricto plano filosófico, han de enriquecer y completar la historia general trayendo a ella el aspecto, muy descuidado hasta ahora, de la marcha de las ideas y sus repercusiones. Esta última consideración debe pre­ ponderar, para que en muchos casos la evidente escasez de originalidad y de ímpetu especulativo no lleve a descuidar el

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examen de corrientes de pensamiento cuya influencia en la vida americana ha sido considerable. El estudio retrospectivo -cuya intensidad, cuando · se refiera con algún detalle, será una sorpresa para quien no se haya enterado por su cuenta de este movimiento novísimo- se complementa con las edi­ ciones y reediciones de viejas obras americanas de filosofía, como los cursos de Lafinur y Femández de Agüero editados en Buenos Aires, las Lecciones de filosofía de Félix Varela publicadas en La Habana, y los libros de fray Alonso de Ve­ racruz y de Gamarra que se preparan en México. La presente preocupación por la filosofía en lberoamé­ rica ofrece condiciones y aspectos muy ricos y diversos que suscitan la exposición y el comentario ; pero por debajo de los hechos visibles y patentes, la manera como se ha incubado y continúa germinando en lo profundo este movimiento, y las consecuencias que deben extraerse de esta nueva etapa en la maduración de la conciencia continental, sobrepasan con mu­ cho en magnitud y alcance el mero registro de un haz de nue­ vas faenas culturales y las halagüeñas perspectivas que pue­ den deducirse para el porvenir cercano o distante de estos es­ tudios. Los hechos y lo que late bajo ellos invitan a reflexio­ nar sobre temas mucho más amplios : sobre el curso total de la cultura en estas tierras, sobre su papel futuro dentro y fue­ ra del orbe americano, sobre la índole y los caminos de la espiritualidad de América . . y sobre la peculiaridad del "he­ cho" americano, enmascarado bajo el desmigajamiento de "los hechos" americanos y de su engañosa asimilación de otros he­ chos dispares. Acaso más adelante sigan a estas notas preli­ minares otras consideraciones sobre algunos de esos puntos. Entre las manifestaciones del interés hacia el pasado filo­ sófico, la proyección hacia el pretérito más inmediato tiene carácter especial, porque envuelve una tentativa de repara­ ción o reivindicación, en algunos casos felices, todavía en vida de los hombres que merecieron este homenaje. Por todas par­ tes se abre paso un deseo de honrar a los que callada y es­ forzadamente pusieron los cimientos de este edificio en cons­ trucción. Ninguno de estos hombres deja tras sí un sistema articulado y total; hacer hincapié en ello fuera miopía, porque .

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ni en filosofía valen exclusivamente las sistematizaciones com­ pletas, ni la ocasión les consintió siquiera olvidarse de la vi­ da en torno para meditar en un laborioso retraimiento. Ante la demanda de obra teórica más configurada y copiosa, casi todos hubieran podido responder con las palabras conmovedo­ ras de uno de ellos : "La vida no me dejó." Filosofaron e hi­ cieron además muchas otras cosas, y por lo general con ener­ gía y clarividencia ; contribuyeron de varios modos al progre­ so espiritual de sus patrias y su aporte fue así más efectivo y oportuno que si se hubieran apartado en una reclusión que en su caso fuera egoísmo. El examen de sus escritos pone de manifiesto la seriedad de una información obtenida con in­ gente sacrificio y empeño, la hondura de una meditación que no tiene que envidiar en calidad a la de las más famosas in­ teligencias de otras culturas. Si no pareciera ocioso reiterar lo dicho varias veces, habría que volver, como por vía de ejemplo, sobre la excelsa personalidad de Korn ; si no temiera herir una excesiva modestia, hablaría de las virtudes excep­ cionales de vida y de pensamiento de otro filósofo próximo a nosotros, para el cual hay que recurrir a las palabras que califican la más noble y pura grandeza. Y esto para no recor­ dar ahora sino a los menos distantes en tiempo y espacio de la magnífica constelación. De muchas manera se patentizan lo inmediato y genuino de la actual laboriosidad filosófica, su carácter de expresión fiel de una conciencia. Aun sin el menor aliciente exterior, sin otro estímulo que no sea su propio impulso, la vocación aparece y se consolida ; la filosofía prospera en las universi­ dades, pero también surge y crece fuera de los recintos acade­ micos, y aun asombraría al divulgarse la diaria ocupación profesional de algunos entre los hombres de más alto rango especulativo. Por lo común, el auxilio externo, aun el más debido y natural, no ha sido considerable : todo se ha impues­ to por su íntima energía, corroborada en ocasiones por singu­ lares incitaciones forasteras. Una justa excepción ha de ano­ tarse en cuanto concierne a la ayuda externa : la parte de los diarios mayores y de las revistas ha sido grande en el arrai­ go y extensión de estas preocupaciones. No se han contentado

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con acoger la colaboración filosófica, sino que la han solici­ tado y aun promovido, menudeándola en sus páginas, con fre­ cuencia _más de una en un mismo número, estimulando al es­ critor, familiarizando al lector con estos asuntos, suscitando indirectamente la voluntad de comunicación e intercambio en­ tre quienes veían una y otra vez sus firmas bajo artículos de parecido jaez. Algunas revistas han llegado a abrir apartado especial para lo filosófico, y una, la de la Universidad Cató­ lica Bolivariana (Colombia) , se ha adelantado a dar este título a una sección permanente : La filosofía en América.

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TENDENCIA CONTEMPORÁNEA EN EL PENSAMIENTO HISPANOAMERICANO * La mayor actividad intelectual en los países de la Amé­ rica Latina se han aplicado principalmente hasta ahora, fuera de los problemas de índole práctica, tan agudos y numerosos en naciones de vida independiente tan breve todavía, a los es­ tudios históricos y a la creación literaria. Era natural que las primeras faenas de orden puramente intelectual fueran la re­ cuperación y aclaración documental de un pasado que desem-: boca directamente en el presente, y la transformación en sus­ tancia poética del hombre y de la vida americanos -que es como la toma de conciencia por el hombre de su propio ser y su propio mundo--, en un esfuerzo de comprensión, expresión, tipificación y destaque de las esencias americanos. Al lado de estas ocupaciones principales, que como digo debían ser previas, la vocación filosófica aparece poco a poco, y sólo en nuestros días puede decirse que se generalizan, alcanzando el carácter de una común función de cultura. Desde los tiempos de la Colonia no han faltado expresio­ nes, a veces sumamente interesantes, de la preocupación filo­ �ófica. En los primeros tiempos se mantienen en el plano de la obligación docente, como parte de la enseñanza más bien que como preocupación autónoma y personal, salvo pocas ex* Publicado en 1942 y reproducido en el libro Filosofía de ayer y de hoy, Buenos Aires, 1947.

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cepciones. Los fundadores de la filosofía latinoamericana, los hombres que filosofan por su cuenta y con resuelta consagra­ ción salvo casos aislados, pertenecen a la etapa positivista y al subsiguiente impulso antipositivista. Tras esta reacción con· tra el positivismo, el interés filosófico se amplía, gana en hondura y continuidad y, podría decirse, se normaliza, acor· tando sucesivamente la distancia respecto a los países de vida filosófica intensa, cuyo pensamiento se estudia con ahinco y se medita en sus últimas manifestaciones, en un afán por re­ pensar los grandes temas de la actual problemática, que se va consolidando, sin que hasta ahora haya logrado la autonomía. Las siguientes indicaciones someras son más un esquema que un resumen ; no permite otra cosa la índole de esta comu­ nicación y el escaso espacio concedido. Los hombres citados -y más aún los pocos libros que se recuerdan por excepción­ se consignan por vía de ejemplo y no de enumeración selec· tiva, por lo cual no sería lícito señalar ni menos reprochar omisiones. Como su título lo anuncia, estas referencias se li­ mitan a la América de habla española (Hispanoamérica ) , y no tienen por lo tanto en cuenta al Brasil, aunque se haga so­ bre él alguna indicación al paso. La primera gran ampliación del interés filosófico -y con ella la entrada en lo contemporáneo, a que esta comunicación exclusivamente se refiere- la trae el positivismo. La situación social de lberoamérica contribuye sin duda al arraigo y apro­ piación de tal filosofía, porque estos países se hallaban enton­ ces en la urgencia de constituir las bases más efectivas y con­ cretas de la convivencia y en la necesidad de organizar la explotación de sus recursos naturales, de manera que la pro­ yección del interés colectivo en lo social, lo político y lo eco­ nómico, coincidía con el espíritu del movimiento positivista. Cierto positivismo vivido y difuso, consustancial con la situación histórica, prepara el terreno y acompaña después corroborán­ dolo al positivismo teórico importado de Europa, y éste a su vez reobra sobre aquél, tanto en cuanto concepción general de la vida y el mundo, como en cuanto sistema de principios in­ formantes de ciertos dominios particulares, como el derecho, la educación, etc. Con el positivismo, la filosofía rebasa los

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ambientes académicos, encarna en pensadores vigorosos que meditan por su cuenta las tesis en boga, halla abundantes lec­ tores, primero entre las capas cultas y luego también en las semicultas. Probablemente la figura mayor del positivismo iberoamericano es el cubano Enrique José Varona ( 18491933) , uno de los patriarcas de la cultura en nuestra Amé­ rica. El positivismo encuentra representantes en casi todos los países de la América Latina. En Brasil y Chile, además de quienes aisladamente profesan esta doctrina, se constituyen gru­ pos ortodoxos de larga duración. En México ( Gabino Barreda en primer término) en Puerto Rico (Hotos) , en Perú ( Gon­ zález Prada, Cornejo, Prado, Villarán, etc. ) , en Bolivia, etc., el positivismo tiene su período de auge y dominación. En la Argentina, J. Alfredo Ferreira, recientemente fallecido, suscita un movimiento comtiano, considerable sobre todo por el poder de aglutinación, la amplitud de miras, la convicción fervorosa y las consecuencias aplicativas. Como una de las mentes más originales y productivas del positivismo hispanoamericano hay que contar a José Ingenieros ( 1877-1925) , cuyos Principios de psicología biológica es acaso la obra cumbre en la direc­ ción cientificista de todo el positivismo en Latinoamérica, ya más cerca de las atrevidas hipótesis de Haeckel que de Com­ te y Spencer. La refutación teórica del positivismo, muy jus­ tificada desde el punto de vista de las ideas, ha pecado de injusticia respecto a él al olvidar, en el fragor de la disputa, la función civilizadora que le tocó realizar en estos medios, introduciendo preocupaciones científicas y aun sociales, y ac­ tuando como un enérgico fermento de renovación. La reacción contra el positivismo debe, pues, indudable­ mente, mucho al positivismo mismo, que había acostumbrado a examinar libremente los problemas generales ; aprovecha también esa reacción la nueva situación histórica, esto es, la consolidación ya lograda en buena parte de la estructura polí­ tico-social de los países hispanoamericanos, lo que permitía una posición teórica más pura y mejor arraigada en las tra­ diciones filosóficas, y también determina y acelera la reacción el notable incremento de las relaciones con Europa, de donde

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llegan sin demora a estos países los ecos de las nuevas em­ presas del pensamiento. Las corrientes anteriores, así las positivas y cientificistas como las que las precedieron, habían contado con alguno de los hombres más eminentes de nuestro pensamiento filosófico y aun de toda nuestra cultura ; baste recordar, al lado de los nombres citados, los de un Bello, un Varela, un Luz Caballero, entre otros. En los combates contra el positivismo se aumenta este grupo con filósofos ilustres, que vienen a completar el equipo de los que merecen llamarse los fundadores, es decir, los que, por la capacidad especulativa, la autenticidad de la voca­ ción y la autoridad moral (esto último tan importante en cual­ quier tentativa de ensanchamiento espiritual ) , echan las bases del pensamiento filosófico iberoamericano, que hoy se desen­ vuelve en gran parte bajo su advocación y reconociendo su in­ fluencia directa o indirecta, por otra del estímulo, el ejemplo, el magisterio y el aporte doctrinal. Entre estos que llamo los fundadores, han de contarse, para el postpositivismo, entre otros, a Vasconcelos, Caso, Vaz Ferreira, Kom y Deustua. To­ dos ellos tienen una significación singular, un puesto aparte en los cuadros de la inteligencia hispanoamericana. Ya ellos filosofan por una íntima necesidad, que es en algunos como · tm destino ; pero, avanzadas todos ellos de un ejército aún in­ existente cuando comienzan su labor, filosofan en la soledad, sin compañía ni resonancia, sin que el contorno atribuya ma­ yor valor a su esfuerzo, por lo menos en la primera etapa. Uno de los deberes de nuestra actual filosofía, densas ya las filas y vuelta la atención general hacia estos problemas, ha de ser la reverencia hacia estos fundadores y el estudio y valo­ ración de sus vidas y obras. Grandes constructores en tiempos hostiles a la pura faena intelectual, no siempre sus escritos bastan para que pueda apreciar en su alcance justo lo que re­ presentan en nuestra cultura, en la cual su presencia viva de varones de excepción señala y define un instante decisivo, la aparición de la verdadera y activa conciencia filosófica. La polémica antipositivista parece haber ocurrido, en di­ ferente medida, en casi toda el área iberoamericana ; luego se sosiega poco a poco, y se va transformando en el trabajo

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filosófico actual. Me referiré exclusivamente a lo sucedido en los tres países donde el movimiento contra el positivismo me parece haber sido más orgánico y considerable. En México, el positivismo predomina desde los años se­ senta hasta principios del siglo xx. En los primeros años de éste llegan de otros países los informes de los movimientos adversos, y a poco se emprende una activa cruzada antiposi­ tivista, buscando apoyo y argumentos ante todo en las ideas de Boutroux, Bergson y W. James. En este despertar filosófico tiene notable significación el grupo denominado Ateneo de la Juventud, entre cuyos principales animadores se cuenta el do­ minicano Pedro Henríquez Ureña. La acción antipositivista ha­ lla sus abanderados en Antonio Caso y José Vasconcelos. El primero pronuncia una serie resonante de conferencias mos­ trando la caducidad de la doctrina impugnada ; Vasconcelos se aparta pronto de las nuevas filosofías para plasmar un sis­ tema propio que denomina "monismo estético". Ambos influ­ yen ampliamente, mediante una continua e importante obra es­ crita, y el primero además como profesor por cuyos cursos pasan casi todos los que luego se ocupan de filosofía en el país. En el Perú, la lucha contra el positivismo y las escuelas cientificistas y materialistas concomitantes estuvo a cargo de Alejandro O. Deustua, que a lo largo de una laboriosa vida se convierte en el maestro venerable, respetado sin discrepan­ cias. Se inicia como profesor de estética y profundizando in­ tuiciones tempranas, se consagra a elaborar una estética pro­ pia en la cual se pone la libertad como principio informador de toda belleza, y se procura integrar los conceptos de orden y libertad en una síntesis superior. La filosofía de Deustua viene a ser una larga meditación sobre la libertad, y en este punto principalmente se contrapone a las tendencias determi­ nista del positivismo y del cientificismo, que refuta sin des­ canso. Estudia a Bergson y lo introduce en el Perú, donde cobra desde entonces un influjo incomparable. La acción de Deustua no se limita a la cátedra y a la tarea de escritor ; es también un reformador, una fuerza viva y rectora en mu­ chos aspectos de la cultura de su país, y deja su huella sobre

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todo en el campo de la enseñanza pública en todos sus grados, por cuya elevación ha pugnado de continuo. En la Argentina, la renovación filosófica tiene su sede principal en la Facultad de Filosofía y Letras de la Univer­ sidad de Buenos Aires, donde aún perdura el positivismo con representantes distinguidos de Spencer y J. Stuart Mill. Pre­ para el terreno un maestro eminente, Rodolfo Rivarola, y li­ bran la batalla antipositivista ante todo Alejandro Kom y Co­ riolano Alberdini, el primero con una tenaz oposición que no le impide cierta estimación y am1 respeto hacia el adversario, el segundo con una permanente polémica tan acre como eficaz. La crítica se hace introduciendo algmrns de las nuevas co­ rrientes, Boutroux, Renouvier, Bergson, Croce, luego también Gentile ; la atención tiende luego a fijarse en Bergson y, en menor medida, en Croce. La nueva filosofía alemana no se difunde todavía, pero ocurre una especie de "vuelta a Kant", que impone desde entonces el autor de la Crítica de la razón pura con una autoridad excepcional en las cátedras argentinas. A partir de este momento, la figura de Korn se agranda hasta llegar a ser el maestro indiscutible -"maestro de saber y de virtud"- del actual pensamiento filosófico argentino. En el Uruguay, la superación del positivismo encarna en la noble y pura personalidad de Carlos Vaz Ferreira, la ma­ yor figura intelectual ahora de su país y una de las mayores de Iberoamérica, filósofo, psicólogo y sociólogo, mente rica y activa que ha prodigado una labor notable por la profundi­ dad y la abundancia de motivos. Acallada poco a poco la polémica anti positivista, la filo­ sofía hispanoamericana empieza a entrar en sus cauces nor­ males. Se emprende por todas partes m1 trabajo más lento y metódico que el anterior, caracterizado ante todo por el co­ nocimiento, cada vez más directo y al día, de lo que va ocu­ rriendo en los países de producción original. Muchas de las corrientes de la filosofía actual hallan quiénes las represen­ ten e informen sobre ellas en la cátedra, en conferencias o cursos libres, en el libro o el artículo, unas veces como expo­ sitores más o menos neutrales y otras veces como adherentes. Y al mismo tiempo que incorporan los resultados del pensa-

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miento universal, buen número de estudiosos procuran ir esta­ bleciendo una posición propia ; siendo de notar que aunque estos esfuerzos suelen cumplirse en conexión con la cátedra universitaria, tienen por lo común el carácter de un esfuerzo personal en el que cada uno se busca su propio camino, sin que falten mentes del más alto valor filosófico por la versa­ ción y aun la creación, que son totalmente ajenas a la do­ cencia. De la filosofía alemana, tras el natural interés por cier­ tas figuras de transición muy resonantes a su hora ( un Eucken, un Wundt) , se introduce a Dilthey, Rickert, N. Hartmann, Hus­ serl, Scherler y Heidegger en primer término, sin que los de­ más filósofos de renombre sean ignorados. Sobre todos se dic­ tan cursos y se publican libros o artículos. Si bien casi todos quedan relegados a los círculos especializados, los dos últi­ mos suscitan una curiosidad más extensa, que para Scheler se satisface en algunas versiones de sus escritos, y para Heideg­ ger, de quien es poquísimo lo traducido, en exposiciones y co­ mentarios. Contribuyó a la importación del pensamiento ale­ mán el filósofo español José Ortega y Gasset con sus cursos en Buenos Aires y la colección filosófica dirigida en Madrid por él. Entre los filósofos alemanes anteriores, los más estudiosos y seguidos son Kant y Hegel, y Marx y sus continuadores den­ tro de los círculos afines a esa ideología. Han sido estudiadas y expuestas también la dirección neopositivista ( Camap, Rei­ chenbach, etc. ) y algunas corientes psicológicas como la de Spranger y la de la "Gestalt". De la filosofía francesa contemporánea corresponde espe­ cial mención para Bergson, cuya influencia ha sido y sigue -siendo enorme ; quizás haya sido el pensador contemporáneo más estudiado en lberoamérica. Meyerson y algunos otros tra­ tadistas del problema de la. ciencia son también frecuentados y comentados. Maurice Blondel y Gabriel Marcel han susci­ tado algunas de las preocupaciones más complejas e inteligen­ tes. La sociología de Durkheim y Lévy Bruhl es enseñada en ciertas cátedras, y algunos círculos católicos siguen con fer­ vor a Maritain, muy respetado también fuera de ellos. De los h'.11ianos, sólo Croce y Gentile se difunden. Entre los filósofos

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de lengua inglesa, W. James es sin duda el más conocido e influyente, y mucho menos Baldwin ; Dewey se estudia ante todo como pedagogo, se lee bastante a B. Russell y llega al­ guna noticia de los neo-realis�as norteamericanos. Ultimamen­ te aparece viva curiosidad por A. N. Whitehead y Santayana. En general, el pensamiento de habla inglesa que tanto influyó en nuestros países durante el positivismo, es después escasa­ mente conocido ( salvo en países cuyo contacto cultural con Estados Unidos es directo, como Puerto Rico, Panamá, Cuba, México) , y sólo ahora vuelve a intensificarse, en un acerca­ miento espiritual que está en su fase inicial. Otra línea im­ portante de influencia es la de la filosofía tomista, profesada sobre todo en los institutos católicos de alta cultura, muy di­ fundidos en Iberoamérica. De los españoles, el aporte de más bulto corresponde a José Ortega y Gasset. Con todas estas corrientes y otras que no nombro por me­ nos considerables, se nutre la inteligencia iberoamericana. El estudio no es ya la plácida faena de antes, sino un esfuerzo serio de ahondamiento y de apropiación, el designio de repen­ sar los problemas cada vez con mayor autonomía, pero sin un abandono prematuro de los guías insignes. El mal de Ibe­ roamérica, o uno de sus males en lo intelectual, ha sido la improvisación fácil, la falsa plenitud de un verbalismo irres­ ponsable. Casi todos nuestros estudiosos de filosofía están muy distantes de la vana palabrería de otros tiempos, y practican la parquedad y el rigor. Entre estas doctrinas que constituyen el variado paisaje· de la filosofía contemporánea, la mente iberoamericana en­ saya sus primeras fórmulas propias. Gérmenes por ahora, más que otra cosa, para llegar a definiciones y tipificaciones ha­ bría que entrar en consideraciones que rebasarían la índole y límites de esta comunicación. Con mucho riesgo y provisio­ nalmente, se podría acaso indicar que nuestra filosofía parece sentir marcada predilección por las cuestiones atinentes al es­ píritu, los valores y la libertad, y aurr intuir la profunda unidad de estos tres términos, tendiendo a la afirmación del espíritu como la esencia o el ápice de la realidad, y viendo ante todo en el espíritu la libre realización del valor. La cutM-·

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tión o el sentimiento de la libertad está de continuo presente en muchos filósofos de nuestras tierras ; ya ocupaba lugar cén­ trico en el pensamiento de un Vaz Ferreira, de un Deustua, de un Kom, para no citar otros, y parece afirmarse entre los de las nuevas generaciones. Para el hombre americano, la li­ bertad es una experiencia tanto colectiva corno individual, por­ que las naciones de América se constituyen y nacen mediante actos de liberación, y porque el individuo tiene ante sí un am­ plio horizonte social y geográfico abierto a su libre iniciativa. Acaso esta doble experiencia concordante contribuya a que su · pensamiento teórico siga tal dirección, no corno promoción metafísica de una casual experiencia, sino corno ocasión para que ante él se revele y descubra la última esencia o funda­ mento de la realidad. La vocación filosófica de Iberoamérica es notoria, aunque sólo ahora empieza a tornar conciencia de sí ; múltiples expre­ siones de ella surgen independientemente unas de otras por todo el vasto territorio continental e insular, mostrando con la espontaneidad de su aparición la autenticidad del interés y su íntima necesidad. Y la energía de este impulso hacia la filosofía se acredita aún más si se piensa en los graves irnpe­ dirnientos que lo dificultan. Ante todo, nuestros países viven muy incomunicados, y los núcleos filosóficos de cada uno de ellos, siempre minoritarios e inconexos, se ignoraban entre sí, careciendo por tanto el estudioso del vivo y necesario es­ tímulo de la comunicación; sólo en los últimos años se ini­ cia una resuelta acción de intercambio y de mutuo conoci­ miento conscientemente planeada, uno de cuyos órganos ha sido la Cátedra Alejandro Kom del Colegio Libre de Estudios Superiores de Buenos Aires. Por otro lado, el régimen de nues· tras universidades no favorece la consagración exclusiva a una especialidad. El profesor- debe repartir su tiempo entre la cátedra y otra ocupación extrauniversitaria, o bien entre di­ versas cátedras superiores y de enseñanza secundaria, y en tales condiciones el trabajo filosófico constante atestigua en muchos casos una tenacidad y aun un sacrificio de los que no pueden tener idea clara quienes disfrutan en otros países de una organización universitaria más racional. Pese a éstos

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y otros inconvenientes, aumenta la ocupación filosófica, a cuyo incremento no ha sido ajena en los últimos años la incorpo­ ración a ciertas Universidades de eminentes profesores emigra­ dos de España, y excepcionalmente de otros países europeos.

SAMUEL RAMOS

[ 1897-1959]

Nacido en Zitácuaro, Michoacán, en 1897, Samuel Ramos representa en la filosofía mexicana, uno de sus más grandes jalones. Discípulo de Antonio Caso, José Vasconcelos y Pedro Henríquez Ureña, resume la preocupación de ellos por la rea­ lidad mexicana y latinoamericana. Apoyándose en Freud y Adler saca a flote lo que considera sentimiento de inferiori-· dad del mexicano, y, por extensión, del latinoamericano, en­ frentándose a él. Haciendo a un lado este sentimiento y apo­ yándose en las grandes expresiones de la filosofía contempo­ ránea -especialmente en José Ortega y Gasset- habla de las posibilidades de una filosofía que, sin dejar de serlo, se en­ frente a la realidad, a la circunstancia o situación mexicanas para poder ofrecer las soluciones que día a día van deman­ dando sus ineludibles problemas. Fruto de esta preocupación fue su obra, ya clásica, El Perfil del Hombre y la cultura en México, en 1934. Esta preocupación, justificada por sus maestros mexicanos y por las lecturas de los clásicos de la filosofía contemporá­ nea, tiene su origen en la formación del filósofo mexicano. En 1911 inicia sus estudios, encaminados a la carrera de mé­ dico cirujano, en la Universidad de San Nicolás de Hidalgo, en Morelia. En esta universidad se encuentra con el positivis­ ta mexicano José Torres, con el que aprende Lógica. En 1915 estudia en la Escuela de Medicina y posteriormente en la Mé­ dico Militar de México. Pero ya se siente atraído por el filó­ sofo mexicano Antonio Caso, con el que estudia hasta 1922. Cuando conoce a José Vasconcelos, afianza con él su preocu­ pación por la filosofía latinoamericana y en México. El ma­ gisterio de Vasconcelos le hace pensar en la necesidad de una filosofía que se preocupe por la realidad mexicana y com-

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pleta el enfoque cultural que se va realizando en el país, como fruto de la Revolución Mexicana. Un enfoque nacionalista que se hace sentir en la pintura, la poesía, la música y la litera­ tura. Ortega, decíamos, le ofrece la justificación ideológica de esta preocupación, en el campo de la filosofía. Otros fru­ tos de esa misma preocupación serán sus libros Hacia un Nue­ vo Humanismo, en 1940 e Historia de la Filosofía en México, en 1943.

EL

PERFIL DEL HOMBRE Y LA CULTURA EN MÉXICO *

1 EL INDíGENA Y LA CIVILIZACIÓN

El habitante de la capital de México olvida con frecuencia que dentro del país coexisten dos mundos diversos que apenas se tocan entre sí. Uno es primitivo y pertenece al indio, el otro civilizado y es del dominio del hombre blanco. Pero este último puede encontrar ese dualismo con sólo examinar su propia conciencia en donde se agitan sin armonizarse un im­ pulso primitivo y otro civilizado, a veces en éonflicto dramá­ tico. Keyserling observó ese dualismo psicológico en la Amé­ rica del Sur, como un refinamiento, que el hombre posee, a pesar de su fondo primitivo. Es sin duda un fenómeno extraño, que debe considerarse como rasgo universal del carácter his­ panoamericano. Por supuesto el alma del indio puro no participa de este dualismo, pero con su presencia lo crea en la civilización del país. El indio está allí todavía ante nosotros más enigmático que nunca. Se le ha atribuido; a priori, un espíritu semejante al del blanco, sólo que de un desarrollo retrasado. Sería pues una raza en minoría de edad a la que hay que tratar como a los niños. Sin embargo, una más atenta observación psicoló* Tomado de El perfü del hombre y la cuJtura en México, México, 1934.

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gica desmiente este punto de vista. Si el espíritu indígena no difiere en esencia al del hombre blanco, ¿ por qué esa indife­ rencia desconcertante, ese desprecio y aun la resistencia que opone a la civilización que a ojos vistas es superior a la suya ? Tal actitud no puede interpretarse como el signo de una infe­ rioridad mental, pues los numerosos indígenas que viven en la sociedad de los blancos demuestran tener la misma capaci­