Americas y la civilización: proceso de formación y causas del desarrollo desigual de los pueblos americanos 9802761907, 9789802761906

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Americas y la civilización: proceso de formación y causas del desarrollo desigual de los pueblos americanos
 9802761907, 9789802761906

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Fundación Biblioteca Ayacucho Consejo Directivo José Ramón Medina (Presidente) Simón Alberto Consalvi Pedro Francisco Lizardo Oscar Sambrano Urdaneta Oswaldo Trejo Ramón J. Velásquez Pascual Venegas Filardo Director Literario José Ramón Medina

LAS AMERICAS Y LA CIVILIZACION Proceso de formación y causas del desarrollo desigual de los pueblos americanos

Traducción: RENZO PI HUGARTE

DARCY RIBEIRO

LAS AMERICAS Y LA CIVILIZACION Proceso de formación y causas del desarrollo desigual de los pueblos americanos

Prólogo María Elena Rodríguez Ozán

Cronología y bibliografía Mercio Pereira Gomes

biblioteca

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© de esta edición BIBLIOTECA AYACUCHO, 1992 Apartado Postal 14413 Caracas - Venezuela - 1010 Derechos reservados conforme a la ley ISBN 980-276-190-7 (rústica) ISBN 980-276-191-5 (empastada)

Diseño I Juan Fresán Impreso en Venezuela Printed in Venezuela

PROLOGO

Presentar esta obra no es de ninguna manera una tarea fácil y no lo es por la significación de la misma en la historiografía americana y también por la personalidad de su autor. La historiografía sobre este continente es abundante, sin embargo, la mayoría de los estudios realizados tienden a analizar por un lado a la llamada América Anglosajona y por otro a la también llamada Amé¬ rica Latina. Pocos son, aún, los esfuerzos por globalizar estos cono¬ cimientos. Nuestra obra está precisamente encuadrada en esta última categoría. Además tiene la enorme importancia de considerar al conti¬ nente incluido en el mundo al que pertenece y no como un fenómeno aislado, cosa que ba hecho buena parte de la historiografía americana y europea. El libro forma parte de una serie de cinco volúmenes que totalizan casi dos mil páginas y que son estudios de antropología de la civilización. Comienza con una teoría de la historia en El Proceso Civilizatorio cuyo objetivos es situar a los pueblos iberoamericanos el caudal de la historia humana. El segundo volumen Las Américas y la Civilización —del cual nos vamos a ocupar— es una reconstrucción histórica del proceso de formación de los pueblos americanos, con un análisis antro¬ pológico de las causas de su desigual desarrollo. El tercer volumen: El Dilema de América Latina analiza la revolución en Latinoamérica y el contraste entre las Américas ricas y las pobres. En este análisis se proponen nuevas tipologías de las clases sociales y de las estructuras de poder en América Latina. Los Indios y la Civilización está dedicado a la denuncia del drama indígena y es un estudio de las transformaciones étnicas a través de las cuales los indios desgarrados de sus tribus fueron incorporados a la masa de mano de obra esclava. Cierra la serie con Los Brasileños en que se aplica el sistema explicativo global al Brasil. IX

Esta serie constituye la obra de conjunto más amplia que se ba escrito sobre América y también una de las más editadas y traducidas lo que demuestra la amplia repercusión que ha tenido. La serie de estos cinco volúmenes es vista desde la dimensión antropológica lo que constituye una renovación metodológica. Efectiva¬ mente con estos estudios se pasa de la paleología y la etnografía a una antropología dialéctica de las complejas sociedades para comprenderlas y transformarlas. En Las Américas y la Civilización se hace una clasificación de los pueblos americanos y ésta constituye el núcleo central del libro. Es indudable la originalidad del planteo y su significación, que por otro lado es el único intento similar hecho hasta el presente y además rea¬ lizado por un latinoamericano. Lo mismo podríamos decir del método o los métodos utilizados en la obra. Este instrumento tiene una impor¬ tancia relativa sobre todo en vista del resultado de la obra presentada en donde vemos reflejados y desfilando con una claridad y honestidad asombrosa a cada uno de los pueblos del continente. El tema se aborda —como decíamos— desde la perspectiva de la antropología social y se hace hincapié en los factores no sólo antro¬ pológicos sino culturales, sociales y económicos que determinaron la formación de las etnias nacionales y las causas que produjeron un desarrollo desigual. Es —como su autor declara— “un esfuerzo conjunto por aprender la realidad americana de nuestros días”. Quiere ser una obra de síntesis que integre todos los elementos de nuestro mundo americano. Para este fin y por su propia formación de antropólogo, escoge esta disciplina, que por su “amplitud de interés y por su flexibilidad metodológica” tiene más posibilidades de lograrlo. Darcy se defiende de posibles ataques explicando el valor limitado de un trabajo personal y las “ambiciones excesivas” que supone combinar una tipología histórico-cultural con un tratamiento temático. En este sentido recuerdo un pasaje de la tradición mexicana que habla del emperador azteca Moctezuma Ilhuicamina de quien dicen era el flechador de estrellas, que por supuesto nunca llegó a ninguna pero que fue más lejos que todos sus contemporáneos. Lo mismo pensamos que ha hecho Darcy Ribeiro en esta obra. El otro aspecto que consideramos hace compleja esta presentación es la personalidad de su autor. Darcy Ribeiro es un hombre multifacético y con una enorme riqueza en cada una de sus numerosas caras. Hay muchos Darcys y cada uno es igualmente interesante. Además todos le gustan a él muchísimo, como suele decir con frecuencia con ese sentido del humor, simpatía y desinhi¬ bición que lo caracterizan. Es al mismo tiempo intelectual riguroso y con una sólida formación científica, pensador y político igualmente com¬ prometido. En los últimos años, además, se ha revelado como novelista destacado. Un crítico tan importante como Antonio Cándido sostiene que Maira es una de las mejores novelas brasileñas del último cuarto de siglo. X

No es posible mencionar al intelectual sin destacar la importantísima obra realizada con y sobre los indios. Quizás esta primera etapa de la vida de nuestro autor, tan rica y abundante en sí misma, ya le habría valido un importante lugar en la cultura latinoamericana. No sólo adopta con entusiasmo la causa de los indios, sino que convive con ellos y publica muchos de los mejores estudios científicos que se han escrito, en particular sobre las etnias de Brasil y en especial del Amazonas. Los indígenas de esta última región se convirtieron en una de las pasiones que han acompañado a Darcy a lo largo de toda su vida. Otra fase importantísima de su quehacer intelectual es su labor como latinoamericanista. En repetidas ocasiones Darcy Ribeiro ha sos¬ tenido que el exilio político fue determinante en este aspecto de su vida. Según él, como un estudioso de la realidad del Brasil tenía ante sí un panorama tan vasto y complejo que no sentía la necesidad de ampliar sus conocimientos al continente. En el exilio comienza a conocer la América Latina y tratando de aprehender los nuevos países que lo albergan, comienza también a ver al suyo propio en otra dimensión. Uruguay, Venezuela, Chile, Perú son los países a que lo lleva su nuevo status político. Visita además otras naciones del continente y del Caribe con lo cual va adquiriendo su nueva formación. Esta etapa de su vida tiene una especial significación para la concepción de la obra que aquí analizaremos. También es dentro de este contexto que comienza su interés por las universidades de América Latina. El pro¬ yecto y organización de la universidad había ocupado un largo período anterior de su vida, cuando se dedica de lleno a la fundación de la Universidad de Brasilia. Muchas veces se ha escrito que Darcy, más que el primer rector de la Universidad de Brasilia es el padre y no nos cabe duda de esto. No sólo la organizó sino que además desde el principio su increíble imaginación hizo que idease una serie de apoyos, entre ellos el de los dominicos, con los que finalmente nació esta original universidad. La calificamos así pues no sólo combinó todas las concepciones modernas sobre universidades, sino que además revivió viejos estudios como los de teología. Así creó el Instituto de Teología Católica, que apoyó el Papa Juan XXIII, precisamente por la interven¬ ción de los dominicos. La experiencia de la Universidad de Brasilia la llevó al exilio y la fue enriqueciendo por todo el continente al extremo de ser —en la actualidad— una de las principales autoridades en la materia. Sus conocimientos han sido solicitados en México con fre¬ cuencia y durante la Presidencia de Luis Echeverría colaboró intensa¬ mente en el proyecto de una Universidad del Tercer Mundo. El político que hay en Darcy es siempre un hombre comprometido con su pensamiento. Casi toda su actuación en este campo ha estado vinculada con la cultura tanto en el período que fue Ministro de Edu¬ cación como cuando regresa, casi veinte años después, a la Vicegubernatura del Estado de Río de Janeiro. En esta oportunidad asume, también, la Secretaría de Estado para la Cultura y realiza una extraordinaria labor cultural con un programa especial de educación. Destaca en esta magnífica obra la construcción

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del Sambódromo, que alberga durante dos semanas aproximadamente la fiesta del carnaval y que una vez terminada se convierte en una escuela orientada de acuerdo a un moderno plan de educación con capacidad para 5.000 niños, que allí pasan toda la jornada. Numerosas fueron las escuelas que dejó en las zonas marginadas de Río, con el mismo sistema. En una visita a esa ciudad tuvimos oportunidad, un grupo de profesores, de conocer el funcionamiento de estas escuelas. Nuestra admiración fue enorme al ver la cantidad de niños a los que auténtica¬ mente se les estaban modificando sustancialmente las condiciones de vida. Una crítica que oímos, con frecuencia en esa oportunidad, era que este sistema, aunque bueno, no alcanzaba como mínimo a todos los niños de la ciudad, si no se podía a todo el estado carioca. En nuestra América los hombres de acción han aprendido, desde hace mucho tiempo, a aprovechar todas las coyunturas que se presentan y en este sentido han demostrado no tanto su oportunismo como su capacidad política. Aunque hubieran sido muchísimos menos los niños beneficiados, aún en ese caso, habría valido el esfuerzo realizado por nuestro autor. La última gran obra cultural en que participa Darcy Ribeiro es el Memorial de América Latina, a él se debe el programa y a Oscar Niemeyer la arquitectura. Esta gigantesca obra, inaugurada en 1989, es el centro cultural de integración de América Latina más importante que existe.

LAS AMERICAS Y LA CIVILIZACION La obra se publicó por primera vez en español en 1969, siendo esta edición anterior a la portuguesa. Desde su aparición la crítica se ha ocupado de ella con entusiasmo y las posiciones negativas se han escrito en el Cono Sur. Una crítica que quisiéramos destacar es la de cierto sector de la izquierda que acusó a nuestro autor de falta de ortodoxia marxista, de empobrecer la tradición clásica del marxismo. Veinte años después de publicado el libro, y con los cambios profundos que han experimentado las ideologías pensamos que Darcy fue un verdadero adelantado, y que el mayor mérito del trabajo es quizás la heterodoxia de que se lo acusó. En el caso argentino pareciera que hay un disgusto en los intelec¬ tuales al sentir al país englobado en un trabajo de este tipo y reclaman la falta de especificidad, el que el autor haya destacado como carac¬ terística de la identidad nacional a la pampa húmeda, o sea la zona del transplante migratorio. Nos preguntamos ¿no es esta parte del país la que ha tenido el poder y ha conducido los destinos nacionales? Por supuesto que en una obra como ésta no se puede entrar en todos los detalles, si así se lo hiciera no sería posible una labor de síntesis.

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LA CIVILIZACION OCCIDENTAL Y NOSOTROS El análisis sobre el desarrollo desigual en las sociedades americanas lleva al autor a repasar y criticar con erudición buena parte de las tesis existentes. Así expresa su intención de demostrar que los cam¬ bios o la perpetuación en las sociedades humanas son determinados por factores causales. Parte del supuesto de que el desarrollo desigual en el mundo contemporáneo sólo se puede explicar “como efecto de pro¬ cesos históricos generales de transformación” que alcanzaron a cada pueblo de una manera distinta. Con esta concepción las sociedades sub¬ desarrolladas no constituyen etapas anteriores de las desarrolladas sino su contraparte necesaria para la perpetuación del sistema del que forman parte. Dos revoluciones tecnológicas, la mercantil y la industrial, juegan un papel determinante en este desarrollo en América, ya que la primera aparece ligada a los pueblos ibéricos y la segunda al imperialismo industrial que impulsó a la civilización europea occidental. En la década de los cincuenta concluye A. Toynbee su Estudio de la Historia. La repercusión que tuvo la obra del historiador inglés, iniciada en los años treinta, fue enorme. El desarrollo de la expansión occidental y las consecuencias que produjo en todo el orbe son expuestas dentro de un nuevo concepto de la historia universal. En el caso de América Latina, subcontinente en donde la expansión del occidente había sido de tanta significación, no es de extrañar que la tesis de Toynbee haya tenido tanta aceptación. En libros como América en la Historia (1956) de Leopoldo Zea, es muy marcada esta influencia. Dentro de esta misma corriente encontramos esta obra de Darcy Ribeiro. En Las Américas y la Civilización siguiendo la tesis de Toynbee, sostiene que la historia de los últimos siglos es la historia de la expan¬ sión de la Europa Occidental y que la misma alcanzó a todos los individuos y pueblos del planeta. Los ideales de justicia, libertad, riqueza y poder que comenzaron como patrimonio europeo, terminan a través de esta expansión convirtiéndose en anhelos de los hombres en todos los confines de la Tierra. Además, para este proceso de expansión son de vital importancia las dos revoluciones tecnológicas a que nos hemos referido. En el panorama de Europa, nos parece importante la caracterización que hace Darcy Ribeiro de los pueblos ibéricos y de los rusos por su impulso expansivo. Los dos son pueblos mestizados, que desafían al invasor e inician la expansión con la reconquista de su propio territorio. También en esta concepción nos parece que la similitud con la obra de Zea es muy grande. En América en la Historia se habla de rusos e ibéricos como marginados, mestizos y con un enorme interés por per¬ tenecer a Europa. Estas coincidencias no son de extrañar en dos intelectuales que, pertenecientes a un mismo contexto latinoamericano, aunque uno sea brasileño y el otro mexicano, tratan de repensar su mundo y explicarlo.

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Hablamos de influencia de Toynbee, esto no quiere de ninguna manera significar aceptación plena de sus teorías. Por ejemplo, Darcy critica la posición de autores del centro y norte de Europa —entre los que se encontraría el propio Toynbee— que en sus interpretaciones ponen el acento en el proceso histórico que va mostrando el dominio del hombre blanco del norte y que termina justificando a los imperialis¬ mos, especialmente al inglés. En cambio atribuye a pueblos marginados, como los ibéricos y rusos, un papel pasivo. Para Darcy en estas áreas se dieron impulsos renovadores importantes que hicieron que estos pueblos se convirtieran en el siglo xvi en vastos sistemas mercantiles con un riguroso movimiento de conquista y colonización externa. Ambos pueblos son llamados por Darcy Imperios Mercantiles Salvacionistas. El autor destaca la paradoja de que, a pesar de ser los iniciadores de la revolución mercantil con una fundamental contribución tecnoló¬ gica y económica, no se convirtieran ellos mismos en sus beneficiarios. En efecto, en lugar de experimentar un proceso evolutivo, fueron que¬ dando marginados dentro de la propia Europa. Las cuantiosas riquezas que los ibéricos sacaron de América sirvieron en buena parte para gastos suntuarios, lo que produjo estancamiento y su transferencia sirvió para capitalizar otras regiones de Europa fuera de la Península Ibérica. Esta característica tiene una especial importancia para los pueblos iberoamericanos, que durante la revolución industrial van perdiendo los valores originales para irse convirtiendo en “proletariado externo” y quedan marginados como antes pasó con sus metrópolis. Con el avance de la Revolución Industrial las naciones colonialistas comienzan a justi¬ ficar sus acciones en nombre de la prosperidad europea. Es interesante el desarrollo histórico que hace el autor hasta llegar a la división del mundo al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Subraya el fin del mundo único y la aparición del Tercer Mundo. Por lo que respecta al marxismo, profesado por uno de los bloques vencedores en la guerra, es particularmente crítico. Lo acusa de sectarismo par¬ tidario, de debilitar su papel de conductor de las fuerzas renovadoras necesarias para la revolución social, de haber convertido a la doctrina en una justificación del ejercicio del poder y de no haber superado el riesgo permanente de orientarse hacia el despotismo. A tantos años de publicado el libro, estas objeciones al llamado “socialismo real” nos parecen premonitorias. Para Darcy el mundo perdió su diferenciación con la expansión europea. Hombres con lenguas y culturas peculiares van siendo adscritos a un sistema económico único y el resultado es el surgimiento de una uniformidad que no existía. La pérdida de lo auténtico por la imposición de una cultura europea no logra, sin embargo, acabar con las singula¬ ridades. Comienzan así a surgir las etnias nacionales, aunque dependien¬ tes, dentro del nuevo orden impuesto. En esta nueva perspectiva europea del mundo, la mestización y el sincretismo en lo religioso aparecen como un signo de inferioridad de la que no eran conscientes por la alienación que produjo el colonialismo. Es hasta nuestros días que se empiezan

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a superar estos prejuicios, y por ejemplo la figura nacional mestiza comienza a ser aceptada con orgullo. LOS PUEBLOS TESTIMONIO El proceso histórico de América Latina no es evolutivo sino que se interpreta en la obra como una actualización histórica traumática debida a la expansión occidental. Comienza el análisis para demostrar este trauma por los que designa Pueblos testimonio. En este primer grupo se incluye a poblaciones mexicanas, mesoamericanas y andinas. Todos ellos son sobrevivientes de antiguas y desarrolladas culturas que al chocar con la expansión europea se desploman entrando en un proceso de aculturación que todavía no se cierra. A estos pueblos los llama el autor Imperios Teocráticos de Regadío y sobre ellos inició la conquista el que a su vez denomina Imperio Mercantil Salvacionista. Es importante en el análisis de estas civilizaciones el hecho de que fueran urbanas, y que sus ciudades se hubieran convertido en centros desde donde se expandía la cultura a las áreas rurales y a las depen¬ dientes. Triunfante la conquista en América, se utilizó a estas mismas ciudades para difundir la nueva cultura. Valiéndose del Estado y la Iglesia los españoles inician el nuevo proceso en el cual las sociedades que se van formando son destinadas desde el inicio a constituir el proletariado externo y son incorporadas al mercado mundial como áreas coloniales esclavistas. De especial importancia es el surgimiento en estas nuevas sociedades de la cultura ladina. En ella, y como resultado del contexto traumatizado, neoindígenas y neoeuropeos comienzan a pro¬ ducir en el afán de adaptarse a una cultura cada vez más diferenciada de las matrices indígenas y europeas. En este proceso quedarán incluidas formas singulares de producción que combinaron viejas tecnologías indígenas con las traídas por los europeos. Lo mismo ocurrió con las instituciones y creencias en donde el sincretismo fue la norma. Una consecuencia importante fue la enorme diferenciación social entre capas dirigentes y pueblo que se estableció entonces y aún hoy perdura. Clases dominantes con clara conciencia de la continuidad histórica que debían sostener y sentimientos de irreden¬ ción en el pueblo, con un carácter milenarista, hasta épocas recientes, son los rasgos fundamentales que se asigna a los Pueblos Testimonio.

LOS MESOAMERICANOS Sin duda el autor siente una gran admiración por la ciudad de México, a la que llama la más prodigiosa del continente. En la carac¬ terización que hace de su cultura tanto indígena como colonial y mo¬ derna nos sentimos conmovidos. Todos los extranjeros cuando llegamos a esta ciudad quedamos impactados por el vigor de estas manifestaciones plasmadas con tanta fuerza.

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De las civilizaciones maya y azteca destaca que eran urbanas, basadas en una agricultura de regadío y con un amplio sistema mercantil. A la llegada de los españoles los aztecas marchaban hacia la con¬ solidación de su Imperio Teocrático de Regadío, basado en una economía agraria-artesanal, y con una organización consolidada como Estado Teocrático-militar absolutista. La sociedad estaba rígidamente estamentada y la nobleza, siendo burocrática, no era hereditaria sino que se obtenía como recompensa por servicios prestados al Estado. A los militares correspondían las funciones de policía y ejército y el clero se ocupaba del culto y la educación. Los siervos eran un estrato social minoritario al que se llegaba como castigo por algún delito. Toda la sociedad se encontraba asentada sobre una vasta capa rural libre. El factor religioso aparece en el libro como el elemento integrador más importante, carácter que se hace especialmente evidente a la llegada de los conquistadores. Muchos historiadores coinciden en señalar que de no haber existido esta cohesión religiosa y la tradición de que el vencedor ponía su culto sobre el del vencido, la capital de la Nueva España habría sido sin lugar a dudas Veracruz. La conquista desarticula la estrati¬ ficación de la sociedad azteca y la reacomoda de acuerdo a su espíritu empresarial apoyado por el impulso catequista de la Iglesia. La restructuración alcanza también a la economía, ya que el nue¬ vo status que se asigna a los pueblos descubiertos es el de proveedo¬ res de materias primas minerales. La imposición de una nueva cultura comienza a transformar a la sociedad que creció de manera espuria y necesitó de dos siglos para comenzar a rehacerse como etnia nacional. La independencia política de España sólo trajo ventajas a los grupos dominantes. Las luchas civiles posteriores nunca sirvieron al pueblo, ya que los conflictos surgieron por el reparto de la herencia colonial pero siempre los beneficiarios fueron los miembros de la oligarquía y la Iglesia. La masa popular, dividida en ladinos e indios, siguió sometida como en la etapa colonial. A partir de la Independencia tampoco logra la oligarquía un proyecto autónomo y se conforma con un estado neocolonial, sólo que ahora dependiente de otros centros de poder que ya no son el español. A la Revolución Mexicana de 1910 atribuye el autor un nuevo intento de reordenación política primero y social después. Además de ase¬ gurada la estabilidad en la década de los veinte se comienza a estructurar “un régimen liberal capitalista con una mayor capacidad de enfrenta¬ miento al intervencionismo norteamericano”. Para Darcy Ribeiro el momento más dinámico de la revolución lo constituyó el sexenio de Lázaro Cárdenas no solamente por la nacionaliza¬ ción del petróleo sino porque logró devolver a “las masas campesinas y obreras la confianza perdida en la revolución institucionalizada”. Una de sus mayores críticas al proceso revolucionario apunta a que tiene muchos riesgos de caer en graves deformaciones como la de haber consolidado en el Estado un poder monolítico. Cree que a pesar de todos los inconvenientes fue la primera nación latinoamericana capaz de realizar

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un proyecto propio de desenvolvimiento y también la primera en realizar un movimiento integrador de las masas marginadas. El análisis de la sociedad mexicana posrevolucionaria sigue siendo vigente. Quizás las variaciones políticas de los últimos años son los únicos cambios importantes desde la fecha en que se escribió el libro. El papel del Partido Revolucionario Institucional en el sistema político está seria¬ mente cuestionado, la clase media y los grupos obreros y campesinos cada vez son menos pasivos y una prueba de estas transformaciones sociales fueron las últimas elecciones presidenciales en 1988. Indudablemente el PRI trata de retomar el liderazgo nacional y en ese proceso se encuentra en el presente. LA AMERICA CENTRAL En la década de los sesenta, cuando se escribe este libro, la América Central no constituía una región geopolítica tan importante como en los ochenta. Esto explica que el análisis sobre esta parte del continente nos parezca hoy muy desbalanceado con respecto del resto de la obra. El autor considera que la región debe ser clasificada entre los Pueblos Testimonio, a pesar de su diversidad, por la enorme influencia de la matriz maya en la formación de su población tanto indígena como mestiza. Hace una dura crítica al modelo de subordinación que Estados Unidos le ha impuesto. El mejor ejemplo de esta situación lo constituye el atraso y la miseria de la región. “Esas banana republics —como ellos mismos las llaman— exponen al mundo de una manera concreta, visible y mensurable, lo que puede ofrecer este modelo de desarrollo”. Explica, además, cómo cada vez que alguno de los países de Centroamérica logra una brecha que le permita superar el sistema de explo¬ tación, los Estados Unidos encuentran la forma de establecer nueva¬ mente el orden y mantener el sistema de represión. A comienzos de una nueva década, y después del bloqueo a Nica¬ ragua, la protección decidida a los mercenarios llamados “contras”, la invasión a Panamá, el apoyo al represivo régimen político de El Salvador y a los otros países del área, las críticas de Darcy Ribeiro a la región nos parecen desgraciadamente vigentes. LOS ANDINOS Los Pueblos Testimonio de los Andes están constituidos por los actuales territorios de Bolivia, Perú y Ecuador, que integraban un com¬ plejo histórico-cultural que la colonización hispana y el proceso de independencia convirtieron en tres países. Hay admiración en nuestro autor por este Imperio Teocrático de Regadío al que considera uno de los más coherentes y mejor integrados de la historia. Señala lo inhóspito del terreno —el Altiplano— sobre

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el que se fue desarrollando esta extraordinaria civilización, que evolu¬ cionó de una estructura tribal de aldeas agrícolas indeferenciadas a un sistema de comunidades agroartesanales independientes. Para Darcy la civilización incaica no se relacionó nunca con la maya-azteca y su tipo de organización colectivista, con un Estado teocrático muy centra¬ lizado y una agricultura de regadío, se aproxima a lo que Marx llama “formación asiática”. Entre los caracteres básicos de la estructura político-social se destaca el hecho de que el Inca fuera el propietario nominal de toda la tierra, con lo cual las comunidades campesinas se aseguraban la sub¬ sistencia y cómo la producción y distribución era protegida por las autoridades imperiales. En suma: el Inca ejercía las funciones que en el marxismo se atribuyen al Estado. En la composición de la sociedad le interesa mucho que el campesino era un trabajador libre y que en sus conquistas el Imperio Incaico asimilaba a los pueblos dominados y no los esclavizaba. La conquista española detuvo la evolución de este imperio, que a partir de ese momento fue integrado por un traumático proceso de actualización histórica y rebajado a la condición de proletariado externo atado a un centro de poder extranjero. La organización social tan rígida de los incas ejercida por muchos siglos a través de la perpetuación de una jerarquía muy disciplinada quitó a la masa del pueblo la posibilidad de defenderse durante la conquista. Este orden que había constituido parte del éxito sociopolítico y económico del incaico se vuelve en su contra a la hora que se desarticula la cabeza política y lo mismo ocurrió con el sistema de provisión económica. Nunca más esta región ha disfrutado de la prospe¬ ridad y organización que tuvo en el período prehispánico. El hombre nuevo que resulta del choque cultural será un contin¬ gente deculturado, españolizado y cristianizado. La nueva sociedad que emerge tiene características especiales y el estatuto social del mitayo y el yanacona recuerda a Darcy más la esclavitud grecorromana que la servidumbre feudal. En el mestizaje le parece importante el fenómeno del cholo, con su bilingüismo y su función intersticial. Otro estrato diferenciado es el resultado de cruzamiento de indios, cholos, negros, chinos y japo¬ neses y blancos, monolingües y considerados inferiores a los cholos, incluso a la hora de distribuir los trabajos. Especial interés dedica a la composición y comportamiento del grupo blanco. Esta nueva sociedad tiene como característica principal su falta de integración, la ausencia de valores comunes como lo demuestra a través de su penetrante análisis del grupo blanco europeizado. Además la explotación de la clase domi¬ nante ya en el período colonial facilitó después de la independencia la introducción de intereses extranjeros. El indígena sigue reclamando la posesión de la tierra y un derecho a trabajarla sin interferencias extraindígenas. Esto dificulta un proyecto nacional y al mismo tiempo los convierte en contingentes inconformes en la sociedad.

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A partir de la supremacía de Estados Unidos en la región estos viejos reclamos de las comunidades indígenas de los Andes fueron considerados como subversión comunista que debía ser reprimida por los ejércitos nacionales, convertidos ahora en gendarmes de los intereses norteamericanos. La aparición en los últimos diez años de Sendero Luminoso y otros grupos guerrilleros ponen de manifiesto lo acertado del antici¬ pado análisis de esta obra. BOLIVIA REVOLUCIONARIA En el núcleo andino de los Pueblos Testimonio Bolivia aparece, en los años que se escribió el libro, como el más pobre, a pesar de lo cual es el único que logró iniciar una revolución social y esto se debió a la capacidad de acción revolucionaria de los mineros y a la voluntad de una intelectualidad militante. A partir de la independencia un sector empresarial, monoproductor y dominado desde el extranjero, controla el Estado nacional. Los gober¬ nantes son con más frecuencia militares que civiles, y el negocio fun¬ damental del país es el estaño. El autor es agudo en la descripción de los grupos de poder, la rosca especialmente, en marcar el carácter exógeno de la minería y el trauma nacional que deja la derrota en la Guerra del Pacífico y la condena a la mediterraneidad del país. Como antropólogo Darcy se interesa por el resultado de la guerra en la composición social. Así encuentra que, a pesar del desastre, surge una nueva solidaridad que rompe con las clases étnicamente estra¬ tificadas por siglos. La convivencia de la guerra cambió a la sociedad y le dio además objetivos comunes. La generación de intelectuales sudamericanos a la que pertenece nuestro autor vio con simpatía y esperanza la revolución nacionalista que encabeza en 1952 Víctor Paz Estenssoro. Quizás esto influyó mucho para que siguieran el proceso con interés y también fueran duros críti¬ cos ante el fracaso. Así muestra el programa radical de Paz Estenssoro, que indica la supresión de la rosca minera como poder absoluto, la reestructuración del ejército, la nacionalización de las minas de estaño, la reforma agraria, el voto de todos los bolivianos y el cogobierno de los sindicatos en las empresas estatizadas. Legalmente la revolución dio órdenes terminantes que después no pudo llevar a la práctica. Diferencias en el frente revolucionario y la retracción de los grupos obreros además de las presiones exteriores hicieron fracasar el intento que terminó en un tímido plan apoyado por los propios Estados Unidos. De la reforma agraria, por ejemplo, sólo quedó un sistema granjero incipiente. En el orden internacional, el boicot a la comercialización del estaño terminó con las ya reducidas posibilidades del gobierno.

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Para Darcy Ribeiro el cambio que promovió Víctor Paz Estenssoro resultó un movimiento más desarrollista que revolucionario, que sólo logró llegar a la antesala de las reformas y cuyo conductor nunca se pudo apartar del modelo de democracia uruguaya que deseaba instaurar en Bolivia.

LA REVOLUCION PERUANA La revolución realizada por los militares peruanos en 1968 tiene un fuerte impacto en América Latina. Su influencia se hace sentir en varias direcciones: en muchos ejércitos sudamericanos que como el argentino o brasileño habían producido dictaduras regresivas, y en otros que comienzan a considerar como viable este modelo de ordenación socioeconómica. Los intelectuales también fueron influidos por esta nueva posibilidad y entre ellos Darcy Ribeiro deja el trabajo que hacía en Chile durante el régimen de Allende para incorporarse al proceso peruano. Elogia la reordenación radical que inicia la revolución y destaca que no es socialista y especialmente su particular búsqueda de soluciones propias y nacionales. Sin embargo se preocupa por algunas medidas que siente como verdaderos errores. Un ejemplo sería la negativa a formar un partido y el vacío político que esto significaría, a la larga. Otro, el hecho de legitimar el poder sin usar las formas liberales de repre¬ sentación, que nunca produjeron democracia en el Perú, ni la dictadura del proletariado, que correspondía a una coyuntura distinta. La alter¬ nativa la encuentra en el regreso a conceptos rousseaunianos de voluntad general y bien común y a doctrinas corporativas ya muy degradadas por el fascismo. La ambigüedad del régimen, nos dice el autor, puede llegar a conjurar los defectos del socialismo y del capitalismo sin alcanzar las cualidades de ninguno de los dos. El tiempo transcurrido demuestra lo atinado de estas preocupacio¬ nes. El intento revolucionario fracasó para dejar el país mucho peor que antes. El deterioro económico y la descomposición social, con la aparición de diferentes grupos subversivos lo han llevado en nuestros días a niveles alarmantes. El fracaso reciente del aprismo no ha hecho más que agudizar el abismo en que ha ido cayendo el régimen político después de que se malograra la revolución realizada por los militares. LOS PUEBLOS NUEVOS El análisis étnico es la constante de la obra que comentamos. Siguiendo este lincamiento los pueblos nuevos surgen por la “conjun¬ ción y amalgama de etnias originalmente muy diferenciadas, lograda bajo condiciones de dominio colonial despótico”, y constituyen la “confi¬ guración histórico-cultural más característica de las Américas”.

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La organización productiva específica de estos Pueblos Nuevos fue alcanzada después de ser dominados étnicamente y sometidos a condiciones de opresión social y decul tur ación. El nuevo proceso capitalista utiliza el reclutamiento de esclavos que ingresa en la fazenda que es el antecedente rural de la fábrica moderna. Esta peculiar orga¬ nización empresarial tiene el monopolio de la tierra y el dominio de la fuerza de trabajo además de estar vinculada a la economía mer¬ cantil metropolitana. Constituye en sí misma una comunidad atípica cuya vida estaba regida por una voluntad externa. Es la institución básica de los Pueblos Nuevos. Pertenecen a esta categoría dos grupos de pueblos. En el primero se encuentran brasileños, venezolanos, colom¬ bianos, antillanos, algunos centroamericanos y los del sur de los Estados Unidos. En el segundo están Chile, Paraguay, Argentina y Uruguay, que después cambiaron a Pueblos Trasplantados. Nacidos de matrices diferentes: europea, americana y africana fueron uniformados todos por la dominación.

LOS BRASILEÑOS El estudio de la conformación y desarrollo del Brasil es, desde nuestro punto de vista, la parte más sustanciosa de Las Américas y la Civilización. El capítulo que años después se convirtió en libro, como se advierte en la obra, está muy ligado a la vida y personalidad del autor. Decíamos que Darcy Ribeiro es un hombre de múltiples facetas y en este ensayo sobre su Brasil natal encontramos muy clara¬ mente definidas algunas de ellas. El antropólogo social se preocupa por definir la constitución étnica del país, la formación multicultural y multirracial de la etnia nacional brasileña en la que participaron europeos, indígenas y negros. ¿Cómo se priorizan estos tres elementos que dan ser al Brasil actual? En este tema el autor ha polemizado con otros científicos sociales de su país. En este sentido resulta revelador que en el año 1977, ocho años después de escrito el libro que comentamos, la Biblioteca Ay acucho de Caracas publicó Casa-Grande y Senzala, de Gilberto Freyre. La obra trae un magnífico prólogo de Darcy Ribeiro en el que está expre¬ sada su discrepancia con el también antropólogo a quien llama “negrista inveterado” por el escaso valor que da al aporte cultural del hombre indígena. Lamenta el juego de contrastes que hay en Casa-Grande y Senzala, por el cual parece “necesario disminuir al protagonista indígena para resaltar al negro”. A pesar de estas carencias cree que Freyre dio en su obra una imagen de la herencia indígena superior a la de los estudiosos de su época. El reaccionarismo de Freyre lo hace atribuir las convulsiones en vastas regiones del Brasil a explosiones del primitivismo atávico here¬ dado de las poblaciones primitivas, en lugar de buscar su origen en la opresión y la desigualdad de que éstas son víctimas. XXI

Para Darcy el aporte del indígena fue mayor que el del negro porque el primero pudo transmitir todos los conocimientos de su medio mientras que para el segundo fue limitado por haber sido víctima del mayor proceso de deculturación que se conoce. El indígena por ejemplo había desarrollado una agricultura tropical con especies que estaban en estado salvaje y esta hazaña es sólo comparable a la de los orientales que domesticaron el centeno y el trigo. Las comunidades situadas a lo largo de toda la costa compartían racial y culturalmente una matriz tupí que les dio uniformidad y que hizo que los portugueses encontraran cierta homogeneidad racial. Este perfil tupí también se manifestó en el idioma, ya que todos estos pueblos hablaban variantes de una misma lengua. La mezcla de europeos y nativos dio origen a los núcleos brasileños. Para el autor las primeras décadas de la colonización fueron pací¬ ficas, pero la relativa buena convivencia se rompe cuando, implantada como sistema la fazenda, se quiere convertir al indígena en esclavo. La estructura social indígena estaba fundada en una sociedad igualitaria, por eso ante la esclavitud que se le impone reacciona con rebeldía y en muchos casos llega incluso a huir. El fracaso de la esclavitud indígena abre las puertas a la llegada del contingente negro, que proveniente de diferentes etnias, totalmente deculturado y sin conocimiento de la geografía no tiene más porvenir que adaptarse sin peligros de buidas. Además para estos nuevos pobladores el idioma portugués de los colo¬ nizadores se convierte en una necesidad, ya que provenientes de matrices tan diferentes no podían comunicarse entre ellos, por lo que esta lengua resulta un elemento de integración. La protocélula brasileña, piensa Darcy, ha heredado de los indígenas la forma de adaptación a la naturaleza para la subsistencia y el idioma común de los dos primeros siglos que fue el tupí. El hecho de considerar más importante la herencia indígena no quiere decir que el autor no valore en toda su dimensión el aporte del negro en la constitución del Brasil. Hace un detenido análisis de la presencia negra desde finales de la primera mitad del siglo xvi y destaca el tratamiento meramente económico que recibió. En sus conferencias Darcy suele decir que el comercio de la trata y la posterior utilización del negro en las fazendas, en donde morían en cantidades imposibles de establecer, sólo se puede comparar con la quema de carbón que hizo posible el nacimiento y desarrollo del mundo industrial. En el tercer elemento de la protoetnia brasileña, el blanco, destaca que su número elevado no se debe tanto a la inmigración europea como a la explosión demográfica de este grupo que era propiciada por las mejores condiciones de vida de que disfrutaba. La formación auténticamente marxista del autor lo lleva a pun¬ tualizar las diferentes etapas de la historia del país y así se ocupa de la economía azucarera, su apogeo y posterior decadencia cuando surge la producción antillana, del ciclo minero (con la explotación del oro y los diamantes), del cultivo del café, del algodón y del caucho. XXII

Especial interés demuestra en el análisis de la composición social del Brasil. Muestra cómo el orden oligárquico que lo rige tiene su origen en la fazenda, institución modeladora básica que ha determinado, aun después de la industrialización, la vida incluso política del país. Este orden oligárquico comprende la clase señorial de fazendeiros ampliada por políticos, profesionales y comerciantes. Hay, además, una ideología fazendeira que se encarga de explicar las diferencias sociales y de riqueza como resultado de un orden sabio y justiciero. Compara las fazendas con las antiguas plantaciones griegas y romanas del norte de Africa. Lamenta que Brasil nunca baya tenido granjeros libres como los Estados Unidos y que tampoco jamás haya logrado romper la dependencia. Hasta aquí podemos encontrar las acertadas reflexiones del antropólogo social que hay en nuestro autor. Pero hemos hablado del hombre de acción, del político activo. Creemos que éste predomina en el análisis de la política brasileña desde Vargas a Goulart y deja ver muy claramente el sentimiento de frustración que dejó el golpe militar de 1964. Darcy Ribeiro no sólo fue Ministro de Educación sino que llegó a ser jefe del gabinete del gobierno de Joáo Goulart. Como político tuvo una activa participa¬ ción en algunas de las medidas más radicales del gobierno que preten¬ dían sacar al país del subdesarrollo, como un proyecto de reforma agraria que cambiara la situación de las áreas campesinas y que no logró apro¬ barse por el derrocamiento del gobierno. El otro proyecto que fracasó fue el intento de modernización industrial que pretendía iniciar la autonomía nacional frente a la dominación de las transnacionales. Toda esta política y la defensa de los intereses de sus corporaciones es lo que impulsó a Estados Unidos a alentar el golpe de Estado en nombre de una amenaza comu¬ nista que nunca existió y en la que los propios Estados Unidos jamás creyeron.

LOS GRANCOLOMBIANOS Muy diferente es la organización social y económica que se dio en la costa noroeste de América del Sur. Colombia y Venezuela, pueblos mestizos con una clase dominante integrada en su mayoría por blancos, son testimonio de una sociedad organizada sobre una estructura verticalista preexistente. Las matrices indígenas que dieron origen a estos pueblos del con¬ tinente son caracterizadas por el autor como estados rurales artesanales con una sociedad muy estratificada, especialmente en el caso de los Chibchas, que tenían veneración por los nobles. En este tipo de organización fue fácil, a la llegada de los colonizadores, suplantar a los nobles por los españoles y así acelerar el proceso de dominación. Sin una preocupación por el comercio de los minerales, como ya tenían los europeos, trabajaban el oro sólo para adornos, de los que nos han legado las producciones más bellas de la América indígena. La nueva

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dependencia cambió completamente a estos pueblos, y para fines del siglo xvi los sobrevivientes estaban deculturados habiendo perdido su lengua, sus técnicas y su saber. En la nueva cultura, sin embargo, permanecieron junto al elemento hispánico los componentes del patrimonio indígena y a esta matriz étnica se agregaron posteriormente otros grupos indígenas y negros, aunque su importancia cualitativa fue muy relativa pues todos estaban muy disminuidos por la esclavitud, de modo que no modificaron nada. El autor destaca además la distinta modalidad que tuvo la introducción de negros en esta zona, a diferencia del Brasil, donde vienen para in¬ corporarse a la iproducción agrícola, aquí llegan para trabajar primero en las minas y después se integran a las empresas agrícolas de exportación. Muy interesante resulta el manejo que se hace en el libro de los factores económicos que al comienzo de la colonia hicieron que Vene¬ zuela tuviera un desarrollo muy peculiar y que llegan a dar incluso fundamento a la independencia de España. El tener menos minerales de oro y plata que Colombia la dejó librada un poco a su suerte. La pobreza en metales preciosos hizo que los españoles se dedicaran a exportar indios para el trabajo en las minas colombianas. Posterior¬ mente, desilusionada la Corona por estas tierras, la hipoteca a la com¬ pañía alemana Welser, que también buscó oro y fracasó, regresando la zona al control español. En todo este proceso el comercio con España fue escaso, en cambio contrabandistas ingleses, franceses y holandeses arribaron a sus costas en busca de productos tropicales. Paulatinamente, sostiene Darcy, se fue formando un nuevo grupo social que difería de las tres matrices. Esa gente era activa y más liberal que la de cualquier otra región y con una autonomía en la producción y el comercio que la convirtieron en cabeza de la emancipación. En estas raíces encuentra la causa de esta disponibilidad para el progreso y de la falta de ataduras a tradiciones conservadoras. Por eso esta región dio tantos hombres ilustres y precursores de la emancipación americana. La independencia fue para el autor un cambio estrictamente político que coincidió con el fracaso de las luchas populares; por eso la utopía unionista de Bolívar para formar “la patria grande” se atomiza, y cada caudillo en cada puerto concibe un nuevo proyecto de nación que por supuesto resulta no viable. La consecuencia es que terminada la domi¬ nación española se pasa a la dependencia de Inglaterra y finalmente de los Estados Unidos. La presencia norteamericana en la zona tiene características nefastas: la pérdida de Panamá por Colombia con motivo de la construcción del Canal, la bananización del país por la United Fruit y la introducción de las compañías transnacionales que comenzaron a controlar la mayor parte de la producción y exportación de Colombia. En Venezuela la suerte no es muy diferente. Con los ingleses se produce la pérdida del territorio de la Guayana, y cuando los europeos bombardean los puertos venezolanos exigiendo el pago de deudas atrasadas, los norteamericanos que están ocupados en apropiarse de Panamá se desentienden dando una especial interpretación a la Doctrina Monroe.

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Darcy Ribeiro es particularmente crítico en el análisis del proceso histórico venezolano y del siglo xx. Destaca la relación entre la política nacional y las imposiciones y usufructos norteamericanos, especialmente en el caso del petróleo y el hierro. Preocupado siempre por los procesos sociales, Darcy muestra los intentos para cambiarlos y se duele por los fracasos para conseguirlo.

LOS ANTILLANOS El estudio de los pueblos que conforman las Antillas es rico, especialmente en aquellos temas que encontramos como constantes en esta obra: las etnias nacionales y el proceso que les dio origen. El mestizaje intenso, las diferencias con el resto del continente por la falta de una madre indígena que enseñara el arraigo a la tierra y a las tradiciones, la contraposición de los dos perfiles antillanos, el hispanocatólico y el inglés, francés u holandés protestante, son algunos de los tópicos que se tratan. En el análisis del comportamiento de los negros antillanos encuentra que el problema más penoso es que asimilaron tanto ellos como los mulatos, los valores discriminatorios del blanco. Considerándose a ellos mismos gente de segunda categoría, no encontraron una autodefinición dignificante ni un camino de emancipación. La organización colonial basada en el sistema de plantations pro¬ dujo ganancias millonadas a Europa y posteriormente a los Estados Unidos, en especial durante los siglos xvn y xviii. Estas islas fueron, para el autor, “las madres de la riquísima y orgullosa república yanqui”, y además “la contraparte negra, esclava y miserable de la América del Norte blanca, rica y libre”. Así las dos economías resultaron comple¬ mentarias, crecieron y se desarrollaron juntas. Dentro de las Antillas Españolas el autor dedica especial atención a Cuba, a la que califica como la más rendidora de las neocolonias de Norteamérica. En la interpretación que hace de la Revolución Cubana coincide con pensadores latinoamericanos como Leopoldo Zea. Para ambos, los líderes revolucionarios no tenían en los primeros meses un modelo ordenador, sino que afrontaron directamente los problemas, com¬ prometidos solamente con resolverlos, sin posiciones doctrinarias y con el apoyo del pueblo. La actitud asumida por el gobierno norteameri¬ cano, que quería mantener sus privilegios, y la decisión irreductible de los revolucionarios de efectuar cambios a la sociedad y la economía del país son inconciliables. Así el camino socialista se va imponiendo a los cubanos como “el cauce natural por donde habrán de correr las aguas del embalse roto si se mantenían fieles a sus designios de reestruc¬ turar la sociedad de acuerdo con el interés nacional y popular”. No solamente tienen esta visión de la revolución pensadores como Leopoldo Zea o Darcy Ribeiro. Ernesto Guevara —el Che—, un importante miembro de este movimiento, presenta una similar interpretación en carta a Ernesto Sábato.

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Pensamos que los juicios y el entusiasmo de Darcy sobre la Revo¬ lución Cubana son típicos, representativos de los intelectuales compro¬ metidos en la década de los sesenta. Conociendo el agudo espíritu crítico de nuestro autor estamos seguros de que en estos años noventa haría sensibles cambios a muchas de sus interpretaciones.

LOS CHILENOS El autor parte en su síntesis histórica de Chile de la tesis de Toynbee sobre los estímulos o impedimentos para el florecimiento de las civilizaciones. Considera que consiguieron “fundar una etnia peculiar, más madura y más viril que otros asentados en tierras más ricas y menos castigadas. . . Especial interés dedica a la experiencia socialista. El triunfo de Salvador Allende en 1971 en unas elecciones democráticas coloca a Chile en el camino de transición al socialismo y marca un hito impor¬ tante en el proceso histórico de nuestro continente. La victoria de la Unidad Popular es imposible de comprender, según nuestro autor, sin tener en cuenta que Chile logró “institucionalizar una democracia par¬ lamentaria desde muchos años atrás” con influencia de organizaciones obreras y partidos de izquierda combativos. Darcy Ribeiro hace un análisis elogioso y positivo de la figura de Allende y una crítica muy dura a la actuación de la Unidad Popular. Explica cómo se intentó un cambio estructural a corto plazo utilizando el aparato gubernamental y la institucionalidad constitucional. Las di¬ ficultades para este plan fueron múltiples y quizás la principal se en¬ cuentra en “la ineptitud de la Unidad Popular para explicitar a sus propios cuadros en qué consistía esa vía, cuáles eran los requisitos indispensables para su éxito y cuál era el alcance de las reformas institucionales que ella demandaba”. El problema fundamental era que la izquierda que debía realizar el cambio estaba formada ideológicamente en la doctrina del socialismo revolucionario y la dictadura del proletariado, las dos completamente opuestas al camino evolutivo que se proponía. Para Darcy, en el plano ideológico Allende “era un hombre solo, sin ayuda, incomprendido”. “Aquel hombre solo, encabezaba, diseñaba y dirigía el proceso político más generoso y complejo del mundo moderno, elevando a Chile a alturas incomparables de creatividad teórica y a osadías impen¬ sables de repensar todo lo que las izquierdas tenían como dogmas. Su tarea era nada menos que abrir una ruta nueva, evolutiva, al socialismo. Una tarea sólo comparable a la de Lenin. Para esta gigantesca tarea político-ideológica, Allende estaba solo”. La falta de visión de los distintos sectores de la izquierda es duramente analizada para concluir que “hay mucho que aprender de esta experiencia única de repensar con originalidad los principios de la política económica para brindar un cauce de transición al socialismo”. XXVI

La etapa histórica de Allende y su posterior fracaso ha dejado una profunda nostalgia en nuestro autor. Invitado por el Presidente a colaborar en su gobierno se traslada a Santiago, donde realiza su labor como asesor. Estando integrado al gobierno de la Unidad Popular, es llamado por el gobierno militar del Perú a trabajar en un proyecto de educación. Darcy cuenta que Allende comprendió perfectamente la implicación política de esta situación, a pesar de lo cual siempre ha lamentado no acompañar a su admirado estadista hasta el final de su vida. Para un político como Darcy Ribeiro era de extraordinaria importancia que un gobierno militar latinoamericano le pidiera su par¬ ticipación cuando llevaba muchos años de exilio por causa de otro gobierno, también militar, el de Brasil.

LOS PUEBLOS TRASPLANTADOS Este tercer grupo de pueblos del continente permite al autor ahondar en las raíces históricas de un proceso peculiar que tiene un origen similar y ha seguido dos caminos divergentes al punto de generar dos regiones distintas en las que se contraponen el desarrollo y el es¬ tancamiento. En ambos casos la matriz fundamental la constituyen los europeos, que emigran en grupos familiares y tratan de rehacer en el nuevo mundo las características de los países de que provenían. Expulsados de Europa por diversas causas, los recién llegados se dirigen en la América del Norte a los Estados Unidos y Canadá, y en la América del Sur a la Argentina, Uruguay y el sur de Brasil. En el norte se instalan en territorios despoblados y nunca se mezclan con los primitivos habitantes que tenían una cultura muy rudimentaria; en el sur, en cambio, entran en competencia con los mestizos de confi¬ guración étnica anterior, a los que desplazan por la violencia. Al norte van con preferencia los anglosajones protestantes, que llevan un proyecto de autocolonización y utilizan toda la tecnología de la Revolución Industrial y una capacidad integradora de la sociedad que les permitió echar las bases de una economía capitalista. Al sur llegan los latinos, católicos, con un grado de desarrollo menor, y con¬ forman pueblos más parecidos a los del resto de la América Latina. Los anglosajones trataron de anglicanizar a todos los europeos que llegaron, y al organizarse a partir de granjas familiares consolidaron una sociedad más igualitaria. Los europeos que llegan al sur se encuen¬ tran con el sistema de haciendas ya establecido, con el monopolio de la tierra, de modo que ellos van a ocupar el lugar marginal que tienen los indios en muchos de los otros pueblos nuevos. Estas sociedades a las que los inmigrantes aspiraban integrarse tienen ya un carácter autoritario que la inmigración no logra modificar. El resultado de este proceso tan distinto es la formación de repú¬ blicas democráticas en el norte con una clase media muy amplia y con predominio del trabajo manual dignificado. En cambio al sur se XXVII

constituyeron repúblicas oligárquicas, en las que el trabajo manual es denigrante y el vasallaje y la esclavitud usuales. Especial hincapié hace Darcy en el factor religioso como explica¬ ción de las diferencias. Así, sostiene que, a pesar de ser protestantes y católicos variaciones de una misma tradición religiosa, a la hora de aplicarlas produjeron sistemas de vida totalmente distintos. Los protestantes tendieron a crear sociedades capitalistas con un ideal de progreso indefinido. La práctica de su religión con la lectura de la Biblia como factor esencial fue un estímulo para la alfabetización. La falta de vínculos con la jerarquía romana les permitía moverse más libremente dentro de un proceso mercantilista justificado (admitido) por su propia religión, que desembocó en el capitalismo, además trataron de mantenerse al margen del poder político. Todo el culto tiene carac¬ terísticas modestas que se expresan muy bien en la construcción de templos de una arquitectura sencilla, de modo tal que quedan excedentes que van a permitir la construcción de obras de interés general como escuelas o caminos, elementos indispensables para la creación de una sociedad desarrollada. La religión protestante fue más activa y popular, no presentó casos de sincretismo, por la falta de mestización, y tuvo un elemento muy negativo que fue su alto grado de intolerancia. Los católicos provenientes de la Península Ibérica pertenecían originalmente a sociedades que habían quedado rezagadas respecto de otros pueblos europeos, y obedecían a valores de corte aristocrático y conservador, de acuerdo a los que predicaban la resignación frente a la pobreza y la ignorancia. Ligada su religión al poder temporal, les permitió vincularse a los vaivenes de la política. Buena parte de los excedentes que se obtenían de la producción se destinaron a hacer templos suntuosos, verdaderas obras de arte que existen en muchos de los pueblos, especialmente en los que el autor denomina testimonio. La asociación de la Iglesia Católica con el poder político sirvió para perpetuar el dominio colonial y mantener las jerarquías impuestas. Hace, además, el autor una dura crítica a órdenes religiosas como la de los jesuítas, que con sus reducciones concretaron admirablemente las utopías pero sometieron a los indios a un vasallaje aún más duro. Estos son algunos de los antecedentes históricos que permiten a Darcy Ribeiro trazar un cuadro comparativo y explicar la relación desigual entre las dos Américas, en las que el trasplante produjo una sociedad industrial imperialista en el norte y una sociedad dependiente y sometida al dominio neocolonial en el sur. LOS ANGLOAMERICANOS Los Estados Unidos constituyen el mayor de los pueblos trasplan¬ tados, ya que recibieron el sesenta por ciento de los europeos que emigraron. Llegaron en grupos familiares, con contratos de trabajo que los mantenían por varios años en condiciones de servidumbre temporaria. Al igual que los primeros colonizadores de la región, no se mestizaron con los indígenas ante los cuales manifestaron siempre una actitud XXVIII

de rechazo. Cuando se inicia la competencia por el dominio del territorio y su europeización, terminan encerrando a los grupos indígenas en reservaciones. Los europeos que se trasladan a Norteamérica provienen de las masas pauperizadas por la ruptura del orden semifeudal o son perseguidos políticos o religiosos. La inmigración negra tuvo características similares a la que llegó al Brasil o al Caribe, pero en contraste con otros lugares del continente el alud migratorio europeo la convirtió en minoría. Darcy Ribeiro sostiene que a diferencia de la América Latina, que conforma una sociedad mestiza, los norteamericanos hacen una so¬ ciedad estratificada, en la que los grupos marginados son numerosos. Destaca a los latinoamericanos, chinos y japoneses en el grupo de “no gentes”; “casi gentes” a los italianos, eslavos y judíos, y “la gente” que son estrictamente los WASP. Las matrices básicas del poblamiento son los blancos, que comenzaron como granjeros, y los negros, que se iniciaron como esclavos. En esa dualidad encuentra el autor las raíces de la Guerra de Secesión, por la que se consolida el triunfo del norte anglosajón. En lo sucesivo, la situación del negro, a pesar de la abolición de la esclavitud, será siempre marginal. Las guerras mun¬ diales y las épocas de crisis han sido oportunidades de movilidad, de ascenso para estos grupos, pero las opciones se han vuelto a restringir cuando se superan estos períodos. Especial interés tiene el autor por los llamados “padres funda¬ dores” del pueblo norteamericano. Estos eran progresistas, defensores de los derechos humanos y reformadores del mundo de su tiempo, por lo que muchos de nuestros pueblos los sintieron como un modelo. Ellos organizaron un mundo democrático a partir de elementos que les eran comunes y familiares, mientras para la América Latina estos princi¬ pios democráticos eran conocidos sólo por minorías privilegiadas. Ya en el siglo xx el autor destaca al período de Franldin Delano Roosevelt y su política de “buena vecindad” como el mejor momento de relaciones interamericanas y a J. F. Kennedy como “aquél que hubiese podido ser”. El comportamiento de los Estados Unidos en los dos siglos se caracteriza por un proceso acelerado de expansión, algo no deseado por los fundadores, y que ha sido posible por un mayor desarrollo económico desde el período colonial. Darcy Ribeiro analiza el desarrollo capitalista norteamericano, pun¬ tualiza sus aciertos, destaca cómo al comienzo del siglo tiene la mayor manufactura del mundo y hace hincapié en las relaciones con la América Latina. Explica el abandono de la doctrina de buena vecindad y la sustitución por la del buen socio para llegar, en la segunda mitad del siglo a la Doctrina de la Seguridad Nacional que justifica la expan¬ sión militar. El análisis de la historia y desarrollo de los Estados Unidos está en nuestra opinión, hecho con conocimiento y honestidad, ahora bien, es duro y crítico en lo que respecta a las relaciones de este país con nuestra América pero no podía ser de otra forma. Darcy parte XXIX

siempre de una preocupación social por la justicia, y la política de Esta dos Unidos hacia América Latina dista mucho de este supuesto. LOS RIOPLATENSES En el grupo de pueblos trasplantados, los rioplatenses constituyen el bloque austral. Integrado por argentinos y uruguayos el autor los contrasta con los del norte del continente y destaca su origen latino su religión católica y “el atraso en que se hallan en lo que respecta a la incorporación de los modos de vida de las civilizaciones industriales modernas”. Estudia la ordenación social rioplatense, en la que señala al patriciado ladino, al gaucho y al inmigrante. En la interpretación que hace de este último hay originalidad y también fue motivo de polémica con los críticos de la zona. La inmigración masiva fue el resultado de un proyecto de la clase dominante, que se propuso sustituir a la población por “gente de mejor calidad”. En este sentido —nos dice— ningún otro país logró tan en profundidad cambiar la composición étnica. El autor examina las características de los inmigrantes y muestra cómo casi todos ellos eran originarios de zonas rurales, pertenecientes a grupos que no habían aún definido sus nacionalidades modernas y en su mayoría hablaban dialectos. La asimilación fue lenta y se produjo un interesante fenómeno de españolización lingüística. Nos parece acertada la tesis de que el proyecto del patriciado liberal de Mitre, Sarmiento y Avellaneda para traer inmigrantes y así cambiar el país y salir del subdesarrollo, se malogra. Nuestro autor atribuye la causa de este fracaso a que los inmigrantes llegaron a tierras que ya estaban repartidas, y ocuparon el espacio social del gaucho o del indio de otras regiones de Latinoamérica. Al no sentirse arraigados a las zonas rurales, muchos regresan a las áreas urbanas, desvirtuando así el proyecto original del gobierno. En este aspecto marca la diferencia con la América del Norte, donde los pequeños o grandes grupos, dueños de sus tierras, iniciaron, desde el comienzo, un proceso de colonización estable que sentó las bases de la nación desarrollada. Los descendientes de inmigrantes, a pesar de su elevado porcentaje respecto de la población total, no lograron modificar la estructura social oligárquica y tampoco estampar su impronta en la ideología nacional; a pesar de esto su influencia fue importante y para fines de siglo tanto la Argentina como el Uruguay pesaban en el mercado mundial como exportadores de carne y cereales. Con fuertes ligas desde entonces con el capitalismo inglés, se va a iniciar la sustitución por el capital norte¬ americano a partir de la Segunda Guerra Mundial, coincidentemente con la declinación del imperialismo británico. En el caso del Uruguay el análisis destaca las diferencias en el proceso histórico con la Argentina. Muestra cómo el inmigrante fue incorporado más democráticamente a la sociedad. Elogia las reformas de XXX

Batlle, que hicieron posible las primeras nacionalizaciones del continente. Para el autor el Uruguay logró una imagen nacional más real y, a pesar del deterioro de las últimas décadas, el reto, considera, es regresar a los niveles de vida que tenía. Es también interesante la interpretación que hace el autor del surgimiento de nuevos grupos nacionalistas y del populismo. Compara a Perón con Batlle Ordóñez y con Vargas, ya que los tres se detuvieron ante el problema agrario renunciando así a la única posibilidad de realizar una reforma profunda que hubiese dado oportunidad a una real trans¬ formación industrial. Es decir, en los tres regímenes se dejó intacto el sector básico de una sociedad de estructura oligárquica. Para Darcy Ribeiro el peronismo fue una forma de populismo al estilo nasserista pero que se inclinó a la derecha. Hace una dura crítica al golpe militar que lo derrocó por ser “antirrepublicano, anticivil y antidemocrático” y que asumió el poder “en nombre de la salvación nacional”. Califica a las dictaduras militares que se han sucedido en los últimos años como “regresivas y represivas”. Este análisis de la Argentina hecho por Darcy Ribeiro, un brasileño y además importante figura de la cultura latinoamericana, molestó a muchos nacionales. Se quejaron de que había reactualizado la visión de los liberales, que sólo se ocupaba del país formal y no del real, que lo reducía a la pampa húmeda y al puerto de Buenos Aires; en última instancia, que no tenía en cuenta a esa otra Argentina que constituyen las provincias. Hace tiempo, ese sagaz observador de la realidad latino¬ americana que fue el dominicano Pedro Henríquez Ureña, quien vivió muchos años en Buenos Aires, escribió que la Argentina europea termi¬ naba en Córdoba y allí comenzaba la América Latina. Esta opinión coincidiría con las observaciones anteriores y daría la razón a los críticos de esta obra, pero los años transcurridos desde que se escribió han acercado más a la Argentina a la visión de nuestro autor que a la expuesta por sus comentaristas. La sociedad argentina manifiesta, en este fin de siglo, grandes dolencias, una falta de amalgama y sobre todo una incapacidad política para conducir su destino. Afortunadamente los pueblos no son entes estáticos y es de esperar que la dinámica de las nuevas generaciones permita abandonar los estereotipos y lograr un futuro más promisor, partiendo de una realidad nacional en donde la protoetnia original sea parte del mismo, en donde se reactualicen figuras como el Martín Fierro en su justa medida y no como una añoranza romántica que es como se ha presentado y donde todos los sectores, incluyendo por supuesto a los inmigrantes y sus numerosos descendien¬ tes, queden integrados en el ser nacional.

MODELOS DE DESARROLLO En la última parte de esta obra se analizan los modelos de desarrollo en el mundo a partir de la Revolución Industrial. La aparición de nuevos centros de poder desde la segunda mitad del siglo xvm en Inglaterra XXXI

y en el siglo xix en Francia, los Países Bajos y los Estados Unidos, coincide con el proceso de desarrollo industrial que los convirtió en modelos precoces de este sistema. Alemania y Japón son considerados como modelos tardíos de un tipo de desarrollo industrial logrado mediante esfuerzos por conseguir autonomía, camino seguido posteriormente por Italia. La segunda gran ruptura en el sistema capitalista la constituyen —para el autor— la industrialización de áreas marginales como los países escandinavos al comienzo de este siglo y de las áreas dependientes como Canadá, Australia y Nueva Zelandia. Finalmente, la tercera ruptura al capitalismo la constituye la aparición de los modelos socialistas de desarrollo industrial encabezados por la Unión Soviética. Para Darcy Ribeiro, de los sistemas de desarrollo industrial el capitalista tardío y el socialista tienen un interés teórico por romper con la dominación y enfrentar las causas internas que los mantienen en el atraso. Sin embargo, considera que la ruptura del cerco industrial se hizo, muchas veces, por caminos heterodoxos, como es el caso de Alemania e Italia. Destaca la diferencia enorme que hubo entre países como Alemania y Japón, que ya eran pueblos autónomamente integrados y los del Tercer Mundo, que tienen que luchar con un atraso histórico. La vía socialista la ejemplifica Darcy con la Unión Soviética. Elogia el gran salto que da este país entre 1930 y 1940, cuando no sólo recupera la capacidad que tenía la Rusia de los Zares antes de la Revolución de 1917, sino que la multiplica creando un sistema industrial que le permitió resistir la invasión nazi y lograr altas tasas de creci¬ miento. Explica el autor cómo estas características del modelo socialista lo hicieron atractivo para el Tercer Mundo, que vio en él un alto ritmo de crecimiento económico, la posibilidad de elevar el nivel de vida de grandes masas de la población y de acelerar el paso de estructuras sociales rígidas de su condición agroartesanal a industrial. Por todas estas circunstancias, lo considera como una salida natural para los países atrasados. El nacionalismo modernizador aparece para Darcy Ribeiro como una vía alternativa de ruptura con el sistema capitalista y la estructura de poder que la sostiene. Esta última opción le interesa especialmente por haber sido intentada, aunque sin éxito, en algunos países de América Latina. El libro tiene ya varios años de publicado y la filiación de su autor hacia el socialismo es muy clara. Sin embargo, son interesantes las críticas que hace a este modelo ya en época tan temprana, y que resultan un poco premonitoras de lo que ha sucedido en años recientes. Así nos dice que “el mundo socialista todavía no ha madurado suficiente¬ mente para cooperar en forma destacable en los esfuerzos de desarrollo industrial de las formaciones nacionalistas-modernizadoras, como para compeler a las potencias imperialistas a distender sus formas de domi¬ nación y explotación”. XXXII

PATRONES DE ATRASO HISTORICO El caso de América Latina queda incluido en los pueblos atrasados de la historia aunque fueron coetáneos de los desarrollados. El mejor ejemplo de esto sería la comparación con los Estados Unidos. El autor considera que hubo distintos esfuerzos en nuestra América por romper —aunque sólo fuera parcialmente— las estructuras de atraso. Destaca a la Revolución Mexicana de 1910, la Revolución Boliviana de 1952 y a la de los militares peruanos de 1968, aunque en todos estos casos no se lograra éxito. Tampoco prosperaron otros intentos de naciones atra¬ sadas que proyectaron capitalizar las tensiones internacionales a través del “capitalismo de estado”, como fue el caso del Brasil con Getulio Vargas o de la Argentina con Juan Domingo Perón. Para salir del subdesarrollo, América Latina no puede esperar una solución como la europea, que logró el desarrollo industrial en el siglo pasado, sacando parte de la población fuera de su ámbito. El anhelado desarrollo y el acceso a todo lo que la revolución tecnológica supone sólo se puede lograr, para los pueblos subdesarrollados, con una revolución social interna y con el enfrentamiento de los centros de poder en la órbita internacional, únicas vías por las que pueden obtener los instrumentos para la formulación de un orden social más justo. El libro prologado tiene muchos aciertos que hemos destacado a lo largo de todo este trabajo, pero además queremos agregar que es un excelente texto para las cátedras de Historia de América Latina de nuestras universidades, posee una buena bibliografía básica y sobre todo representa un intento de sistematizar y explicar nuestro mundo partiendo de él, y está realizado ejemplarmente por un latinoamericano, condiciones estas que se han dado muy poco en nuestra historiografía. María Elena Rodríguez Ozán

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CRITERIO

DE ESTA EDICION

Para la presente se ha utilizado la tercera edición en castellano de Las Américas y la Civilización, publicada en Buenos Aires, en 1985, por el Centro Editor de América Latina.

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LAS AMERICAS Y LA CIVILIZACION

PREFACIO A LA PRIMERA EDICION CASTELLANA

independiente, integra una serie de cuatro estudios de antropología de la civilización en los que se procura repensar los caminos por los cuales los pueblos americanos llegaron a ser lo que son ahora, y discernir las perspectivas de desarrollo que se les abren. El primero de ellos, El Proceso Civilizatorio 1 es un esquema de la evolución socio-cultural ocurrida en los últimos diez milenios, elabo¬ rado con el propósito de establecer categorías clasificatorias de las etapas de desarrollo, aplicables a los pueblos americanos del pasado y del presente. El segundo, Las Américas y la Civilización es el presente volumen que constituye una tentativa de interpretación antropológica de los factores sociales, culturales y económicos que presidieron la formación de las etnias nacionales americanas y un análisis de las causas de su desarrollo desigual. El tercero, El Dilema de América Latina 2 está dedicado al estudio de la situación actual de las Américas Pobres y las Américas Ricas dentro del cuadro mundial y de sus relaciones recíprocas, con el objetivo de determinar las perspectivas de progreso que tienen delante, de carac¬ terizar las estructuras de poder vigentes en América Patina y las fuerzas virtualmente insurgentes que se alzan contra ellas. El último, El Brasil Emergente es un estudio de caso en el que se aplica al Brasil el esquema conceptual general desarrollado en los trabajos anteriores, buscando explorar el valor explicativo que tienen los esfuerzos del pueblo brasileño por configurarse como una nación moderna. Este libro, aunque

1 Editado en portugués por Editora Civilizado Brasileira, Río de Janeiro, 1968; en inglés, por Smithsonian Institution Press, Washington, 1968, y por Harper & Row (papsrback) N. York, 1971, y en español por CEAL, Buenos Aires, 1971; en alemán, por Suhrkamp Verlag, Frankfurt, 1971. 2 Editado en castellano por Siglo XXI, México, 1971.

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La realización de una empresa de esta envergadura presentó, como es comprensible, enormes dificultades. La primera de ellas fue ocasio¬ nada por las limitaciones de las propias disciplinas científicas que pro¬ porcionan los instrumentos de análisis de que puede disponerse. En verdad, los científicos sociales están preparados para hacer estudios cuidadosos y precisos sobre temas restringidos y en último término irrelevantes. Sin embargo, siempre que se excede estos límites escogiendo los temas por su significación social, se excede también la capacidad de tratarlos “científicamente”. ¿Qué hacer ante este dilema? ¿Proseguir acumulando investigaciones detalladas que en algún momento imprevisi¬ ble permitirán elaborar una síntesis significativa? ¿O aceptar el riesgo de errar que suponen las tentativas pioneras cuando se trata de temas amplios y complejos respecto de los cuales no estamos armados para estudiarlos con la sistematización deseable? En las sociedades que enfrentan graves crisis sociales, las exigen¬ cias de la acción práctica no permiten dudas en cuanto a lo que es nece¬ sario hacer. Pueden los científicos de los pueblos satisfechos con su destino dedicarse a investigaciones de por sí válidas como contribuciones para pulir el discurso humano sobre el mundo y el hombre. Pero los científicos de los países insatisfechos consigo mismos, están por el contrario urgidos de usar los instrumentos de la ciencia para volver más lúcida la acción de sus pueblos en la lucha contra el atraso y la ignorancia. Sometidos a esta compulsión, deben emplear de la mejor manera posible la metodología científica y, además, utili¬ zarla urgentemente a fin de discernir, tanto del punto de vista táctico como del estratégico, todo aquello que resulta relevante dentro de la perspectiva de esta lucha. En nuestras sociedades subdesarrolladas, y por esta razón descon¬ tentas consigo mismas, todo debe ser puesto en tela de juicio. Es preciso que todos indaguen los fundamentos de todo, preguntándose respecto de cada institución, de cada forma de lucha e incluso de cada persona, si contribuye a perpetuar el orden vigente o si por el contrario su actuación propende a su transformación y a la institución de un orden social mejor. Este orden social mejor no representa una entelequia. Representa tan sólo aquello que permitirá al mayor número de personas comer más, vivir decentemente y educarse. Una vez alcanzados los niveles de abundancia, salubridad y educación que la tecnología moderna permite pero que impide la estructura social existente, recién podremos entrar en el diálogo de los ricos, sobre las angustias de los pueblos prósperos, y posiblemente tengamos entonces algo que decir sobre los sinsabores de la riqueza. Pero por ahora, se trata de llevar adelante nuestra lucha contra la penuria y contra todos los que desde dentro o desde fuera de nuestras sociedades las quieren tal cual son, cualesquiera sean sus moti¬ vaciones. En esta lucha, las ciencias sociales así como toda las otras ciencias, se hallan involucradas y por su voluntad o a su pesar sirven a una de las facciones en pugna. El presente estudio es una tentativa de integración de los enfoques antropológico, económico, sociológico, histórico y político en un esfuerzo

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conjunto por aprehender la realidad americana de nuestros días. Cada uno de estos enfoques ganaría en unidad si se aislara de los demás, pero perdería en capacidad explicativa. Debe agregarse además, que existen ya demasiados estudios particulares de este tipo sobre los diversos problemas tratados aquí, sí no agrupados en obras de conjunto, por lo menos dispersos en artículos. De lo que carecemos es de intentos por integrarlos de manera orgánica a fin de verificar qué contribuciones pueden hacer las ciencias sociales al conocimiento de la realidad en que vivimos y a la definición de las perspectivas de desarrollo que tenemos delante. Como antropólogo, supongo que esta integración se alcanza mejor en el ámbito de la antropología que, por su amplitud de intereses y por su flexibilidad metodológica, presenta una aptitud mayor para emprender obras de síntesis. Muchos pensarán que es prematuro intentar una obra de esta natu¬ raleza. Otros dirán que la misma sólo podría ser realizada por un equipo mediante un estudio interdisciplinario. Unos y otros parecen dispuestos a esperar la acumulación de estudios parciales que permita, algún día, abordar el macroanálisis. Nuestra actitud es diferente. Creemos inapla¬ zable este esfuerzo, aunque más no sea para colocar al lado de las inter¬ pretaciones corrientes de la realidad fundadas en el sentido común, los resultados de estudios sistemáticos, en los que el lector pueda confrontar su percepción de los problemas sociales con un análisis más cuidadoso de los mismos. Estamos plenamente de acuerdo en que sería deseable que tal análisis fuese realizado por un equipo. Es sin embargo improbable que las acaudaladas instituciones dedicadas a las investigaciones sociales en América Latina tomen en sus manos esta tarea. Su campo de trabajo será siempre el de los micro-estudios con pretensiones cientificistas, y el de los informes programáticos redactados en equipo con el muy realista propósito de contribuir a la perpetuación del statu quo. Sabemos que nuestra contribución tiene el valor limitado de un trabajo personal, y que presenta una deformación antropológica derivada de la especiali¬ dad del autor. Como tal deberá ser entendida. El enfoque básico de este estudio consistió en el desarrollo de una tipología histórico-cultural que permitió agrupar a los pueblos ame¬ ricanos en tres categorías generales explicativas de su modo de ser, y que al mismo tiempo facilitó la elucidación de sus perspectivas de progreso. Esta tipología hizo posible también superar el nivel de análisis puramente histórico, incapaz de generalizaciones, para enfocar así cada pueblo de una manera más amplia y comprensiva que la permitida por las categorías antropológicas o sociológicas habituales. En los estudios de casos realizados a la luz de esta tipología, el procedimiento más recomendable sería el análisis de cada pueblo a partir del mismo esquema, de modo que pudieran así hacerse comparaciones sistemáticas. Tal enfoque tendría sin embargo el inconveniente de tornar todo el texto extremadamente reiterativo y de explorar con igual profundidad situaciones relevantes e irrelevantes. Tara obviar esos incon¬ venientes, hemos orientado los estudios de casos al análisis de aquellos

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aspectos de la realidad socio-cultural que ofrecen mayor valor explicativo. De este modo, en el caso de Venezuela, por ejemplo, examinamos detalla¬ damente los mecanismos de dominio económico ejercidos por las empre¬ sas norteamericanas, que allí se muestran en toda su crudeza. Por las mismas razones, profundizamos en el caso de Colombia, el estudio de la función social de la violencia. En el de las Antillas, estudiamos las relaciones interraciales y los efectos de la dominación colonial a través del sistema de plantaciones, así como la primera experiencia socialista americana. Al tratar el Brasil analizamos la estructura agraria —especialmente el papel y la función de la fazenda como institución ordenadora de la vida social— y procedemos a un examen más cuida¬ doso del carácter de la industrialización recolonizadora. En todos los demás casos seleccionamos los aspectos que tienen mayor significación para un análisis en profundidad. Combinando aquella tipología histórico-cultural con este tratamiento temático, pudimos estudiar exhaustivamente diversas situaciones ejem¬ plares, respetando sus características concretas e integrando a todos ellos al final del libro, en un análisis conjunto de los modelos de desarrollo autónomo y los patrones de atraso histórico. Bien sabemos que las ambiciones de este estudio son excesivas. Por ello sólo pretendemos iniciar un debate sobre la calidad del conocimiento que los pueblos americanos tienen de sí mismos y sobre sus problemas de desarrollo. Esperamos que este panel general estimule estudios monográficos más detallados, a la luz de los cuales pueda mañana ser rehecho con más saber y más arte. Esta serie de estudios fue posible por la combinación de varios factores. Entre ellos se destaca la acogida que me dispensó la Univer¬ sidad de la República Oriental del Uruguay gracias a un contrato como profesor de Antropología en régimen de tiempo integral. Otro factor es mi propia condición de exiliado político, que ha traído aparejada la obsesión —común a todos los proscriptos— por comprender los pro¬ blemas de la patria. No menos importante y ciertamente más esclarecedora, es mi doble experiencia de antropólogo y de político. Luego de diez años de labor científica dedicada al estudio de indios y sertanejos de Brasil, fui llamado al ejercicio de funciones políticas y de asesoramiento, durante diez años más, los últimos de ellos como Ministro de Estado del gobierno Goulart. A esta experiencia personal se debe tanto la temática como la actitud del autor. Ella explica el interés por com¬ prender los procesos socio-culturales que dinamizan la vida de los pueblos americanos, llevando a algunos de ellos al desarrollo pleno y condenando a otros al atraso. También ella justifica la actitud con que el autor realizó estos análisis: no como un ejercicio meramente académico, sino como un esfuerzo deliberado por contribuir a una toma de conciencia activa de las causas del subdesarrollo. Muchos de mis colegas, investigadores sociales, desearían que fuera tan imparcial como es posible serlo en la realización de estudios sin relevancia social, en los que se practica el virtuosismo metodológico y el objetivismo cientificista. Muchos compañeros políticos gustarían

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de un libro aún más militantemente comprometido, que fuese un testi¬ monio de mis experiencias, una denuncia y un programa normativo. Fiel a algunas de las lealtades profesadas por unos y otros, procuré utilizar, tanto como lo permitía mi formación científica, el acervo de los conocimientos antropológicos y sociológicos en el análisis de los problemas en que se debaten los pueblos americanos. Pero procuré, por igual, elegir los temas por su relevancia social y estudiarlos con el propósito de influir en el proceso político en marcha. Probablemente no he llegado a satisfacer a unos ni a otros. Pero tengo la esperanza de que estos estudios habrán de ser útiles a un tipo particular de lectores, más ambiciosos en el plano de la comprensión y más exigentes en el plano de la acción, por estar predispuestos a entender para actuar y actuar para comprender. Debo una palabra de gratitud a mis compañeros de exilio y a los colegas universitarios uruguayos y argentinos que me ayudaron con sugerencias a lo largo de los tres años dedicados a estos estudios. A mi mujer le debo la colaboración que los tornó posibles. Darcy Ribeiro

Montevideo 1968

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Primera Parte

LA CIVILIZACION OCCIDENTAL Y NOSOTROS

INTRODUCCION I.

LAS TEORIAS DEL ATRASO Y DEL PROGRESO Este es un tiempo crítico para las ciencias sociales; no un tiempo para cortesías. Robert Lynd

Dos esquemas conceptuales, profundamente interpretados pero dis¬ tinguibles por sus orientaciones opuestas, sobre todo en el plano pros¬ pectivo, inspiran la mayoría de los estudios sobre el desarrollo desigual de las sociedades americanas; la sociología y la antropología académicas y el marxismo dogmático. El primero de esos esquemas se basa en la idea de asincronías en un proceso natural de transición entre formaciones arcaicas y modernas, caracterizado por el pasaje de economías de base agroartesanal a econo¬ mías de base industrial. Y en la idea adicional de que en este tránsito se configuran áreas y sectores progresistas y retrógrados en cada sociedad, cuya interacción sería el factor dinámico ulterior del proceso. Su expre¬ sión más elaborada son los llamados estudios de “dualidad estructural”, “modernización”, “movilidad social” y de transición de la “modalidad tradicional” a la “modalidad industrial” de las sociedades.1 En las formulaciones más extremas de este esquema conceptual, las sociedades subdesarrolladas llegan a ser descritas como entidades híbridas o duales, porque coexisten en ellas dos economías y dos estruc¬ turas sociales desfasadas en siglos. Una de ellas como polo del tradicio¬ nalismo, se caracterizaría por el aislamiento, la estabilidad y el atraso, que tenderían a extenderse sobre el conjunto. La otra, como polo de la modernidad, se caracterizaría por la vinculación y la contemporanei-

1 Ejemplifican esta orientación en el plano teórico, las obras de S. M. Lipset, 1964; J. A. Boecke, 1953; K. H. Silvert, 1962; Gino Germani, 1965; Jacques Lambert, 1958; Charles Moraze, 1954; A. O. Hirschman (Ed.), 1963; D. Lerner, 1958; A. Gerschenkron, 1962; S. N. Eisenstadt, 1963; Bourricaud, 1967; Bert Hoselitz, 1960; Peter Heintz, 1965. (Las citas traen la indicación del nombre del autor, la fecha de publicación de la obra, seguida del número de la página cuando hay cita textual. Los títulos de las obras se hallan en la bibliografía distribuida de acuerdo con los capítulos respectivos).

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dad con el mundo de su tiempo, por sus tendencias industrialistas y capitalistas, de las que sería foco difusor.2 En algunas obras más elaboradas, la oposición entre los dos polos de transición llega a extremos de virtuosismo descriptivo. Desprovistos, sin embargo, de una teoría explicativa que controle la selección de hechos examinados, estas descripciones, aparentemente factuales, se trans¬ forman en mistificaciones. Los estudios inspirados en el esquema con¬ ceptual de la Antropología, oponen, en el plano socio-económico, “socie¬ dades de folk” —predominantemente rurales, servidas por economías “naturales”, inclinadas a la subsistencia y motivadas por valores tra¬ dicionales— a sociedades modernas, predominantemente urbanas, fun¬ dadas en economías mercantiles e impulsadas por el más vivido espíritu de empresa. (Ver R. Redfield, 1941; J. Gillin, 1955; J. Steward, 1955). Algunos estudios de orientación sociológica, clasifican las naciones latinoamericanas de acuerdo a ciertos factores estructurales, identificando un modelo “moderno” caracterizado por la presencia de amplios sectores de “clases medias”. La acción progresista de este sector habría de inducir sus sociedades a un desarrollo espontáneo. (J. Johnson, 1961; E. Lieuwen, 1960; K. H. Silvert, 1962; R. N. Adams, 1960; Charles Wagley, s/d.). Otros apelan a factores múltiples (principalmente G. Germani, 1965) atribuyendo siempre, no obstante, el atraso latinoameri¬ cano a carencias de atributos que se encontrarían en la sociedad norte¬ americana, tales como: ciertos cuerpos de valores; determinados tipos de personalidad; ciertos estratos sociales o determinadas instituciones socio-políticas. Se refieren, por ejemplo, a la falta de espíritu empresarial capitalista pero olvidan como se advierte, que las naciones atrasadas de las Américas ya nacieron encuadradas en economías mercantiles pro¬ ductoras de bienes exportables, y que sus estratos dirigentes nunca carecieron de un atinado espíritu empresarial. En el plano tecnológico, esos esquemas oponen un sistema pro¬ ductivo basado en la energía muscular humana y animal y en proce¬ dimientos artesanales, a los sistemas industriales basados en energía inanimada y en procedimientos mecánicos. También aquí se omite la circunstancia de que ha sido el dominio de una tecnología más avanzada —sobre todo en el plano militar y de la navegación marítima— lo que permitió la implantación de las factorías americanas. Y la de que éstas siempre se sirvieron de la más alta tecnología cuando se trataba de instrumentarlas para la producción de artículos exportables o de pre¬ servar la expoliación colonial. Se escamotea, así, el hecho de que los

2 No hemos analizado acá las “interpretaciones clásicas” de América Latina, por¬ que ellas no llegan a articular una teoría del cambio social. Partiendo de una actitud fatalista algunas de ellas atribuyen el atraso al clima o a la raza (D. F. Sarmiento, 1915; C. O. Bunge, 1903; Oliveira Vianna, 1952; A. Arquedas, 1937); o a cualidades negativas del colonizador (M. Bomfin, 1927/1931; J. Ingenieros' 1913; S. Ramos, 1951). Otras, apenas llegan a cuestionar aquellos determinismos (J. B. Alberdi, 1943; Euclides da Cunha, 1911; Gilberto Freyre, 1954; S. Buarque de Holanda, 1956; E. Martínez Estrada, 1933; Octavio Paz, 1950; H. A. Murena, 1964) sin oponerles cualquier teoría congruente.

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pueblos de América Latina sufrieron el impacto de la Revolución Indus¬ trial —como los demás pueblos atrasados— en condición de consumi¬ dores de los productos industrializados por otros, introducidos, con la limitación necesaria para hacer más eficaces sus economías de produc¬ tores de materias primas, y siempre con la preocupación de mantenerlas dependientes. En el plano estructural, estos estudios focalizan la presencia de clases medias y, según su proporción dentro de cada sociedad, se explica el relativo éxito alcanzado en la modernización de las instituciones políticas. En ese caso se trata de una proyección hacia los sectores intermedios, de las observaciones de Marx sobre el papel protagónico del proletariado industrial en la evolución social, en forma de una doctrina política reaccionaria. En el plano de la organización familiar, tales esquemas oponen dos modelos hipotéticos. Uno, integrado por sociedades fundadas en el parentesco, estructuradas en familias extensas, estables y solidarias, cultivadoras de los vínculos de sangre y establecidas en castas endogámicas. El otro, formado por sociedades que se basan en relaciones contractuales, estructuradas en familias conyugales e inestables, estrati¬ ficadas en clases abiertas y activadas por una movilidad social más intensa. Estos dos paradigmas describen apenas el sistema familiar de las clases dominantes en los modelos coloniales y modernos de las socie¬ dades latinoamericanas. Nada nos dicen de la estructura familiar matricéntrica de las capas mayoritarias de estas poblaciones que nunca tuvie¬ ron oportunidad de integrarse en familias con aquellas características. En el plano motivacional, el esquema se extiende en la contra¬ posición de las características de ambos modelos. El arcaico se caracteriza como un orden tradicionalista, fundado en las costumbres, impregnado de concepciones sagradas y místicas, temeroso de cualquier cambio y resistente al progreso. El moderno estaría caracterizado por el espíritu progresista, que exalta los cambios, laiciza las instituciones y seculariza las costumbres. Una vez más se evidencia aquí, la propensión europea de confundir sus imágenes medievales con las sociedades americanas del pasado y del presente. Por ello sus descripciones no retratan nada de las Américas de ayer y de hoy, con sus poblaciones, primero masiva¬ mente degradadas por la esclavitud y compulsivamente deculturadas y, después, marginadas del sistema productivo e inmersas en una “cultura de la pobreza”. Tales condiciones nunca permitieron al pueblo el libre cultivo de creencias originales o de tradicionalismos como no fuera a través de la redefinición de motivos religiosos y míticos en la forma de cultos secretos o para servir de base a las rebeliones mesiánicas. En todos los casos, no se trata de simples errores. En realidad, lo que se propone a través de estas comparaciones es la tesis de una vía espontánea para el desarrollo que, partiendo de las condiciones de atraso de los pueblos subdesarrollados, progresaría por la adición de trazos modernizadores hasta alcanzar la actual situación de las socie¬ dades capitalistas industriales, convertidas en modelos ideales de orde¬ nación social. Es así como, aplicados a la explicación de la riqueza

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y la pobreza en los pueblos de las Américas, esos esquemas describen ia prosperidad de norteamericanos y canadienses como anticipación his¬ tórica de un proceso común de desarrollo espontáneo. Tal proceso, aún en curso, estaría afectando con distintos ritmos a todos los pueblos americanos, y conduciría a su homogeneización en algún tiempo futuro. Los Estados Unidos y el Canadá representarían, por lo tanto, paradigmas de la evolución sociocultural humana a la que se estarían encaminando, más o menos rápidamente, los demás pueblos del continente. Dentro de este razonamiento, las formas de producción, de organización del trabajo, de regulación de la vida social y de concepción del mundo vigentes en aquellos países, surgen como patrones normativos de esta sociología justificatoria.3 Este esquema se presta admirablemente para dos propósitos. Pri¬ mero, para un tipo de investigación científica que se satisface con documentar copiosamente las diferencias entre sociedades atrasadas y avanzadas y con registrar, mediante igual abundancia de detalles, los contrastes de modernidad y tradicionalismo tan evidentes en las socie¬ dades subdesarrolladas. El carácter conformista y episódico de esos estu¬ dios satisface, naturalmente, las exigencias intelectuales de naciones contentas con su sistema social y que por ello, no esperan de sus estudiosos ninguna contribución a la tarea de transformarlo. (L. Bramson, 1961; M. Stein, 1960). En segundo lugar, esos estudios se prestan útilmente para el esfuer¬ zo de adoctrinación que las naciones avanzadas cumplen en relación con las atrasadas, para inducirlas a una actitud de resignación ante la pobreza o su equivalente; la creencia en las posibilidades de una supera¬ ción espontánea del atraso. Operan, de esta manera, como formas ideológicas disuasivas de cualquier intento para diagnosticar las causas del atraso o para formular proyectos autonomistas intencionales de movilización popular tendientes al desarrollo generalizable a toda la población. Aunque asentadas en la idea de una progresión histórica desde lo tradicional a lo moderno, las investigaciones inspiradas en el esquema conceptual académico se circunscriben a un ámbito sincrónico de análisis y sus esfuerzos de explicación causal se reducen a explicaciones sobre interdependencias funcionales. En verdad, los estudiosos inscriptos en esta corriente no pueden investigar la naturaleza de aquella progresión ni los factores causales que la impulsan, por dos buenas razones. Primero, porque esto sólo sería factible mediante una aproximación de alto alcance histórico y una teoría general de la evolución de las sociedades humanas que la sociología académica se abstiene de formular explícitamente. Segundo, porque la admisión de factores determinantes y condicionantes

3 Ejemplos de reacción a la sociología académica se encuentran en las obras críticas de Robet Lynd (1944); C. Wright Mills (1961); Gunnar Myrdal (1944 y 1953); L. A. Costa Pinto (1965); Pablo González Casanova (1965); A. Gunder Frank (1967); R. Stavenhagen (1965); Florestan Fernandes (1963); Fernando Henrique Cardoso (1965); Octavio Ianni (1965 y 1966).

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y de secuencias históricas necesarias, haría impracticable el ejercicio de su función principal: contribuir a la perpetuación del statu quo.A Encerrada en este encuadre de carácter ideológico, la sociología académica reduce sus investigaciones, en el plano explicativo, a meras descripciones de contrastes y, en el plano normativo, a la formulación de doctrinas desarrollistas propugnadoras de una intervención estra¬ tégica y limitada al sistema económico, destinada más bien a preservarlo que a transformarlo.4 5 El horizonte teórico de esta aproximación rara¬ mente excede la búsqueda de factores psicológicos, culturales y economicistas, más o menos propicios a la introducción de innovaciones tecno¬ lógicas o al surgimiento de empresariados innovadores.6 La mayoría de los estudios antropológicos sobre problemas de dinámica cultural se encuadra, también, en la postura designada aquí como académica. En verdad, los antropólogos —como por otra parte todos los científicos sociales— parecen preparados para emprender investigaciones minuciosas sobre problemas restringidos y sin relevancia social, pero incapaces de focalizar las cuestiones cruciales en que se debaten las sociedades modernas, aun las que se sitúan de lleno en el campo de su preocupación científica. La explicación más corriente de esta infecundidad está expresada en términos de un compromiso unívoco del hombre de ciencia con el progreso del saber. Este lo llevaría a seleccionar los objetos de su estudio sólo con la apreciación de su valor explicativo. Y también, a abordar un tema solamente si contase con una metodología capaz de ofrecer enteras seguridades de rigor científico e imparcial. En este caso, la preferencia por los microestudios y el rechazo a las teorías más audaces se atribuirían a contingencias de carácter metodológico. Y representarían un retardo necesario a la madurez de las ciencias sociales que, a través de ese camino, estarían reuniendo el material empírico necesario para enfrentar, en el futuro, temas más ambiciosos. (T. Parsons, 1951). Otras explicaciones más verosímiles relacionan la temática de esos estudios con factores extra-científicos. Entre ellos se destaca la

4 Estas limitaciones rigen para los estudios sociológicos generalmente considerados serios. Aparte de ellos, todo un ejército de pesquisantes-espías investigan en Amé¬ rica Latina y en el mundo subdesarrollado, mediante subvenciones de organismos tan extraños al mundo académico como la CIA y los ministerios de Defensa y de Relaciones Exteriores de los Estados Unidos. El ejemplo más conocido es el denominado Proyecto Camelot. Decenas más, sin embargo, han sido llevados a cabo o están realizándose a través de instituciones de investigación y de departamentos universitarios tanto norte como latino-americanos (G. Selser, 1966). 5 El fruto principal de esta orientación es el “desarrollismo”. En su forma oficial más cautelosa puede ser ejemplificado por la producción de los expertos de la CEPAL y de otros organismos internacionales. Y en su versión reformista más osada por H. Jaguaribe, 1961; J. L. Lebret, 1961; Celso Furtado, 1961; J. Medina Echeverría, 1962; Aníbal Pinto, 1965; K. H. Silvert, 1965. 6 Los mejores ejemplos de esta clase de estudios están dados, en el campo económico, por E. Stanley, 1964 y por W. W. Rostow, 1961 y 1964 y, en lo sociológico, por R. Lippit, 1958.

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impregnación ideológica y el compromiso político que alcanza a los científicos, como miembros de sus sociedades. Estos vínculos, frecuen¬ temente hacen de esos estudiosos meros propagadores de doctrinas políticas orientadas a la manutención del orden establecido. El ideal científico de la mayoría de los estudios antropológicos de problemas de la dinámica cultural, parece ser la transposición a las sociedades nacionales de la metodología desarrollada en las investiga¬ ciones etnológicas. Como la magnitud y la complejidad del nuevo objeto de estudio no encuadran dentro de aquellos límites, los investigadores proceden a reducciones arbitrarias de su campo de observación. Ese objetivo es alcanzado mediante una selección de situaciones concretas de contacto en las que se contraponen representaciones arcaicas y modernas de las matrices étnicas de la sociedad nacional. Estas situa¬ ciones de conjunción son objeto de observaciones exhaustivas y minu¬ ciosas, de las que se espera una contribución para formular una teoría general del cambio cultural. Ocurre no obstante, que, habiendo sido previamente aisladas de las secuencias históricas en que se plasmaran, del contexto nacional en que se insertan y del sistema económico mundial en que actúan, el análisis de estas situaciones ya no puede contribuir ni a una explicación de ellas mismas. La preocupación taxonómica de estos estudios, justificable en las investigaciones etnográficas, los transforma frecuentemente en la simple búsqueda de hábitos y costumbres exóticas, de idiosincrasias y de ideas “locales”. Buenas ilustraciones del valor explicativo de esta clase de estudios se encuentran en la ensayística antropológica que procura explicar el atraso de los latinoamericanos en términos de atributos sin¬ gulares de su “carácter” y de su “cultura”. Dentro de estas peculiari¬ dades, se cita con frecuencia el culto del machismo y del caudillismo, las relaciones de compadrazgo, la complacencia en la tristeza, la exacer¬ bación de los sentimientos de honor y de dignidad personal, la aversión al trabajo, el pavor de la muerte y el miedo a los fantasmas. (J. Gilin, 1955). A la luz de este material es que se intenta demostrar el carácter necesario del atraso de las comunidades estudiadas y, por extensión, de las masas campesinas o de los estratos mestizos de las sociedades nacionales americanas. La carencia de una teoría explicativa explícita que obligue a considerar los factores que efectivamente operan, reduce estos estudios a un “psicologismo” espurio, inaceptable para la propia psicología. Pero permite comprometer a los antropólogos como consejeros de programas asistenciales que se contentan con develar el papel negativo de rasgos y normas culturales, sin poner nunca de manifiesto las compulsiones del colonialismo, del esclavismo, del latifundio, y de la explotación patronal como factores causales del atraso.7 7 Constituyen excepciones a esta orientación, los estudios antropológicos que retornan la perspectiva evolucionista (V. Gordon Childe, 1937 y 1964; Leslie White, 1959; Julián Steward, 1955). Y también los estudios que enfocan el contraste rural-urbano, debidos a R. Redfield, 1956 y 1963; los estudios de G. Foster (1962)

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Ejemplifican exhaustivamente este orden de limitaciones los estu¬ dios de antropología aplicada, cuyo carácter colonialista llega a avergon¬ zar a los estudiosos con un mínimo de sentido autocrítico. Ejemplos menos escandalosos pero de la misma naturaleza, se encuentran en los estudios de aculturación, realizados como parte de programas “desarrollistas”. Insertos en las redes de compromisos no siempre explícitos, estos estudios están produciendo un vasto recetario práctico que, al mismo tiempo, niega el carácter desinteresado de aquellas investigaciones y comprueba su vinculación con los programas más retrógrados.8 El segundo esquema conceptual, correspondiente al marxismo dog¬ mático, se basa en la idea de que las diferencias de desarrollo de las sociedades modernas se explican como etapas de un proceso de evolución, unilineal e irreversible, común a todas las sociedades humanas. Dentro de esta perspectiva, serían naciones atrasadas aquellas que cuentan con una mayor suma de contenidos de las etapas pasadas de la evolución humana, como la esclavista y la feudal. Los estudios inspirados en esta concepción raramente van más allá de un esfuerzo para transponer mecánicamente a las Américas los esquemas interpelativos de Marx. Se reducen por eso a meras ilustra¬ ciones, con ejemplos locales, de tesis marxistas clásicas sobre el desarrollo del capitalismo en Europa. Aplicados a América Latina, esos estudios se detienen preferentemente en la búsqueda de residuos feudales en el pasado o en el presente de diversos países, presentando estas diserta¬ ciones como si fueran explicaciones causales del atraso. Como en toda la región se registraron también relaciones esclavistas de trabajo que dejaron profundas huellas en las respectivas sociedades, así como rela¬ ciones capitalistas fundadas en el trabajo asalariado, el esquema se des¬ dobla, a veces, en categorías híbridas tales como formaciones feudalesclavistas, semi-feudales, feudal-capitalistas, etcétera. El presupuesto básico de este esquema es, como vemos, un evolu¬ cionismo unilineal según el cual las sociedades latinoamericanas son entidades autárquicas y asincrónicas que estarían viviendo ahora, con siglos de atraso, los mismos pasos evolutivos experimentados por las sociedades avanzadas. En sus formulaciones más extremas, esta perspectiva no tiene en cuenta la trama de interrelaciones económicas, sociales y culturales en que se inscriben las sociedades contemporáneas, que constituyen por sí solo, un obstáculo a la reproducción de las etapas arcaicas en su forma original. No desarrolla, tampoco, un esfuerzo auténtico por indicar los factores causales y condicionantes de la dinámica social. Lo paradójico es que esta concepción teórica nominalmente revo¬ lucionaria, resulta con frecuencia ultraconservadora. Abandonando la sobre la matriz ibérica; las tentativas de construcción de tipologías de los pueblos americanos de hoy (D. B. Hcarth y R. N. Adams) (Ed. 1965). Y aún, los estudios sociológicos de la descolonización (G. Balandier, 1955) y las investigaciones recientes de O. Lewis (1964 y 1966) sobre la cultura de la pobreza. 8 Ver, principalmente, Georgs Foster (1964); E. H. Spicer (1952); R. N. Adams (1960); S. Andreski (1966).

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perspectiva de análisis de los clásicos marxistas, esos estudios se reducen a ejercicios académicos de demostración de la universalidad de las tesis marxistas. Con ello no sólo las empobrecen, sino que llegan al extremo de convertirlas —contra su voluntad— en un sistema ideológico de sustentación indirecta del statu quo. Son ejemplos de estudios de esta orientación aquéllos que propugnan —como perspectiva de lucha contra el subdesarrollo y como táctica para alcanzar el socialismo— un mero esfuerzo modernizador de erradicación de los “restos feudales” cuando no la propia consolidación de los contenidos “capitalistas”, como una etapa necesaria en la evolución de las sociedades latinoamericanas.9 Las dos aproximaciones son, por eso mismo, igualmente infruc¬ tuosas como explicaciones del desarrollo desigual de las sociedades con¬ temporáneas, e inoperantes como esfuerzos de formulación de estrategias de lucha que conduzcan a la ruptura con el atraso. Basada en un realismo miope, la sociología académica se contenta con acumular datos empíricos, sin ser capaz de formular una teoría científica que los explique en su dinámica y variedad. El marxismo dogmático, pese a originarse en una teoría explicativa y en una perspectiva histórica fecunda, se pierde en la búsqueda de evidencias de una reiteración cíclica de etapas o pierde el camino en vanas tentativas de encuadrar la realidad en antinomias formales. Ambos resultan doctrinarios. La “sociología académica” cumple, no obstante, su función fundamental de instrumento conservador del statu quo. El marxismo dogmático, mientras tanto, deja de cumplir su vocación de proporcionar una teoría explicativa de los procesos sociales, apta para formular una estrategia destinada a la transformación intencional de las sociedades latinoamericanas en períodos previsibles. 1.

PROGRESO Y CAUSALIDAD

En este análisis procuraremos demostrar que las sociedades humanas son llevadas al cambio o a la perpetuación de sus formas por factores causales que no pueden ser confundidos con el registro de contrastes resultantes de su acción diferenciadora. En cualquier proceso de cambio social, partes o sectores de la sociedad pueden presentar desniveles o asincronías en el sentido de la mayor o menor madurez de tendencias transformadoras, o del reflejo —intenso o incipiente— de alteraciones ya alcanzadas en un sector, sobre los demás. La explicación de la dinᬠmica social impresa en forma diferencial sobre la sociedad, no puede buscarse en desemejanzas entre fases distintas ni en la interacción entre contenidos “arcaicos” y “modernos”, como momentos de un reordena¬ miento natural de la sociedad, la economía y la cultura. Debe ser buscada, sí, en las fuerzas generadoras de tales cambios y en las condiciones

9 Estudios elaborados dentro de esta perspectiva se encuentran en N. W. Sodré, 1944 y 1963; Rodney Arismendi, 1962; Rodolfo Puiggrós, 1945. Y críticas a esta aproximación en Caio Prado Jr., 1966; Wanderley Guilherme, 1963; Paul Baran, 1964; A. Gunder Frank, 1957.

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sociales en que operan, susceptibles de acarrear el surgimiento y la perpetuación de los extremos de atraso y progreso. Se trata, por lo tanto, de invertir la perspectiva de análisis de la sociología y de la antropología académicas y de reconsiderar crítica¬ mente la aproximación marxista con el fin de enfocar, en primer término, los factores dinámicos de la evolución de las sociedades humanas durante largos períodos de tiempo; y, posteriormente, estudiar los condiciona¬ mientos sobre los cuales actúan esos factores. Esto fue lo que procuramos a través de un estudio general de la evolución socio-cultural tal como la que operó en los últimos diez milenios,10 cuyos resultados serán pre¬ sentados a continuación bajo la forma de un sucinto análisis del desarrollo de la civilización industrial, de sus características esenciales y de sus proyecciones sobre los pueblos americanos. Nuestro propósito consiste en analizar los procesos de formación y los problemas de desarrollo de los pueblos americanos, basándonos en las generalizaciones alcanzadas en aquel estudio. De este modo, esperamos llegar a una mejor comprensión de las disparidades de desa¬ rrollo registrables en las Américas y, también, a nuevas generalizaciones significativas sobre la naturaleza de los procesos de dinámica social. A la luz del esquema conceptual así elaborado, podremos examinar sincrónicamente las situaciones sociales concretas en que se encuentran hoy los pueblos americanos, con el objetivo de determinar las perspec¬ tivas de progreso que se les abren y las amenazas de perpetuación del atraso a que se enfrentan. En estos análisis partimos del supuesto, que el desarrollo desigual de los pueblos contemporáneos se explica como efecto de procesos históricos generales de transformación que alcanzan de modos distintos a todos ellos. Fueron estos procesos los que generaron, simultánea y correlativamente, las economías metropolitanas y las coloniales, confor¬ mándolas como un sistema interactivo compuesto por polos mutuamente complementarios de atraso y de progreso. Y configurando a las socie¬ dades subdesarrolladas no como réplicas de etapas anteriores de las desarrolladas, sino como contrapartes necesarias para la perpetuación del sistema que componen. Ante las disparidades del desarrollo, debe observarse en primer lugar que muchas de las naciones que hoy se identifican como sub¬ desarrolladas conocieron, en el pasado, períodos de esplendor y de prosperidad como altas civilizaciones. Y, a la inversa, que los naíses europeos que primero expresaron la civilización de base industrial con¬ formaron, hasta el siglo xvil, áreas atrasadas, señalables por su medio¬ cridad más que por su progreso. Esto indica que estamos ante efectos divergentes de un proceso civilizatorio general, que se manifiesta en algunos casos como estancamiento y regresión y, en otros, como desarrollo y progreso.

10 Darcy Ribeiro: El Proceso Civilizatorio: Etapas de la Revolución Socio-cultural, Caracas, Ediciones de la Biblioteca de la Universidad Central de Venezuela, 1970.

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Al encarar esas disparidades debe observarse, además, que las so¬ ciedades contemporáneas no son entidades aisladas sino componentes ricos y pobres de un sistema económico de ámbito mundial, en el que cada uno de ellos ejerce papeles prescritos, mutuamente complementarios y tendientes a la perpetuación de las posiciones y de las relaciones recíprocas. Procuraremos demostrar que las situaciones de atraso o de progreso de los diferentes pueblos insertos en este sistema interactivo, son resultantes de los impactos de las sucesivas revoluciones tecnológicas que han venido transformando las sociedades humanas. Estas revoluciones, al alcanzarlas diferencialmente las alteran a ritmos distintos generando tanto desfasajes entre las sociedades como desniveles regionales y sec¬ toriales. Como cada una de esas revoluciones tecnológicas y los procesos civilhatorios que ellas generaron, comenzó en cierto momento histórico y continuó actuando aún después de haberse desencadenado otras revo¬ luciones, se impone una observación adicional: nos enfrentamos tanto a una continuidad histórica de efectos sucesivamente desencadenados como a una simultaneidad de contrastes interactivos de carácter funcional. Las principales aproximaciones metodológicas de que se dispone para el estudio de los factores causales del desarrollo social son el fun¬ cionalismo y el marxismo. El primero, comprometido en actitudes con¬ servadoras y cultivado principalmente en los países desarrollados y contentos de sí mismos, convierte al estudio de los problemas de la dinámica social en meros esfuerzos de caracterización del modo por el que los contenidos presentes de cada situación concreta contribuyen a la perpetuación de las formas de vida social. Aunque se preocupen, accidentalmente, por factores de alteración (disfunción, función latente), estos estudios se reducen casi siempre a demostraciones de interdepen¬ dencias funcionales. En ellos, los sistemas sociales son descritos como configuraciones complejas de pautas culturales o de instituciones sociales en las que cada componente es igualmente capaz de actuar como factor causal. Dentro de esta perspectiva la comprensión de la vida social se torna imposible, a no ser como el resultado residual de múltiples se¬ cuencias independientes de fenómenos que se mueven con arbitrariedad y en las que no se puede distinguir regularidades de sucesión, de causali¬ dad o de condicionamiento.11 El marxismo —explícitamente comprometido en el reordenamiento intencional de las sociedades humanas— se funda en una teoría explicativa general del proceso de evolución socio-cultural, entendido como una secuencia genética de etapas o de “formaciones económico-sociales”. Parte de una constatación: el modo de producción de una sociedad (tecnología más relaciones de trabajo) en cada momento de su evolución, determina las superestructuras institucionales y las formas de conciencia que en ella se observan. Y de otra constatación adicional: en una situación dada, surgen conflictos entre el grado de desarrollo de las fuerzas

11 Sus frutos teóricos más ambiciosos son las “teorías de alcance medio”, deri¬ vadas de la obra de T. Parsons, 1951; R. K. Merton, 1959; M. J. Levy, 1952.

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productivas y las superestructuras construidas sobre ellas, desencade¬ nando movimientos de cambio social. Estos movimientos se configuran como polarizaciones en las que fuerzas contrarias chocan mediante esfuerzos de superación de sus contradicciones. La principal de esas contradicciones se presenta en la forma de oposiciones entre los intereses de una clase social -—defendida por un sistema de institucionalización de la propiedad— y los intereses de las demás clases. Tales contradic¬ ciones generarían conflictos entre clases opuestas, que operarían como el principal factor dinámico de la historia humana. Como se ve, al contrario del funcionalismo, el marxismo cuenta con una teoría de causalidad social; con un esquema histórico de alto alcance, explicativo de la evolución socio-cultural y con una aproxima¬ ción diagnóstica de la praxis social. Esta última consiste en un método de análisis de las contradicciones actuantes dentro de cada situación histórica particular, que permite identificar los complejos de intereses en oposición para distinguir entre ellos la contradicción responsable de la dirección del proceso. Estas contradicciones cubren ámbitos muy variados, tales como las oposiciones entre sistemas económicos internacionales, o entre entidades nacionales, o entre componentes clasistas dentro de una so¬ ciedad. Serían discernióles, sin embargo, en cada situación concreta, las contradicciones estructurales básicas que actúan como los motores de las acciones más plenas de consecuencias. Su conocimiento tiene para los marxistas, además de un valor explicativo, una relevancia práctica, porque permite formular estrategias de intervención en el flujo de los acontecimientos sociales, con el objetivo de orientarlo hacia rumbos más propicios al desencadenamiento de la revolución social. Fue mediante esta metodología dialéctica que Marx procuró expli¬ car los procesos de transformación cumplidos por las sociedades humanas en el pasado y avizorar las etapas emergentes. Siempre examinó esos procesos como el producto de la confrontación de innumerables fuerzas con posibilidades múltiples de desarrollo. Pero no como fuerzas mera¬ mente interactivas, con iguales potencialidades de determinación; ni como un flujo arbitrario, imposible de ser interpretado científicamente y, por lo tanto, de ser previsto y hasta disciplinado, en cierto límite, por la voluntad humana. (Ch. Wrigth Mills, 1962; L. Althusser, 1967). Algunos estudiosos que sucedieron a Marx aplicaron en forma fecunda el mismo análisis, tanto en el estudio de nuevas situaciones como en el reexamen de viejos problemas. Contribuyeron así, simultᬠneamente, a alcanzar una mejor comprensión de aquellos problemas y a enriquecer el propio esquema conceptual marxista.12 Otros, todavía más fieles al lenguaje filosófico de la época de Marx que a su perpectiva de análisis de la realidad social, reificaron los conceptos marxistas

12 V. Lenin, 1941, 1943; L. Trotzki, 1963; A. Gramsci, 1958, 1960; G. Lukacs, 1960; K. Kosik, 1965; J. P. Sartre, 1963; H. Marcuse, 1964; P. A. Baran y P. Sweezy, 1966; L. Althusser, 1967; D. I. Chesnokov, 1967.

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en forma de categorías místicas o de antagonismos formales. Ya inten¬ tamos mostrar que su papel es casi tan nocivo como el de la sociología académica.13 En verdad las ciencias sociales no ofrecen ninguna teoría de alto alcance histórico explícitamente formulada que se oponga a la de Marx. Excepto, tal vez, el funcionalismo, que no es una teoría general de la dinámica social porque se preocupa más de la estabilidad que del cambio. De esta forma la oposición académica a las concepciones marxistas no ofrece una alternativa consistente para el anáHsis de las fuerzas motrices del cambio social. No retoma las concepciones marxistas en su totalidad, para renovarlas a la luz de los desarrollos recientes de las ciencias sociales en el estudio de los problemas específicos. Como en muchas instancias no se puede prescindir de una concepción global de la sociedad y de la evolución socio-cultural, todos los científicos sociales apelan frecuentemente (aunque contra su voluntad) al marxismo como fuente inconfesa de sus mejores inspiraciones. Este es el caso de lo que se ha llamado sociología crítica, responsable por los estudios que se acercan a un análisis capaz de tratar las sociedades humanas como estructuras coherentes, susceptibles de ser estudiadas con rigor científico.14 Frente a la oposición paralizadora entre las ciencias sociales academicistas y el marxismo dogmático, lo que corresponde hacer a quienes desean y necesitan comprender la realidad social para actuar sobre ella, es superar ambas posiciones. Superar las falsas ciencias del hombre, desenmascarando su ineptitud para elaborar una teoría de la realidad social debido a su compromiso con la perpetuación del statu quo. Superar el marxismo dogmático denunciando su carácter de escuela exegética de textos clásicos, incapaz de focalizar la realidad en sí misma para extraer de ella su conocimiento. Esta doble superación implica un retorno a la actitud indagativa y a la metodología científica de Marx. Pero significa también la desacralización de sus textos, el más importante de ellos escrito precisamente hace un siglo, que no puede ya pensarse conserven intacta su actualidad y su valor explicativo de la realidad toda. Recordemos que Marx no pretendió crear una doctrina filosófica nueva sino asentar las bases de una teoría científica de la sociedad fundada en el estudio cuidadoso de todas las manifestaciones de la vida social y que, por este esfuerzo, debe ser considerado el fundador de las ciencias sociales modernas. En tal carácter, exige tres tipos de compromiso por parte de aquellos que deseen estar a la altura de su obra. Primero, el de tratar sus proposiciones como a cualquier afirmación científica, o sea, sometiéndolas permanentemente al enfrentamiento

13 F. V. Konstantinov y otros, 1960; O. V. Kuusisen y otros, 1964; O. Yajot, 1965; A. Viatkin y otros (s/d-1966) y A. Makarov y otros, 1965. 14 Ejemplifican esos esfuerzos Max Weber, 1964; K. Mannheim, 1950; T. H. Veblen, 1951; R. Lynd, 1939; C. Wrigth Mills, 1960, 1961, 1962; E. Shils, 1956; M. Stein, 1960; F. Lundberg, 1960; y D. Riesman y otros, 1964.

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crítico de los hechos y aceptando su validez sólo mediante su continua reformulación. Segundo, el de proseguir su esfuerzo, no encaminándolo a la exégesis de sus textos sino volviendo a la observación de la realidad social para inferir por medio del análisis sistemático de sus formas aparentes, las estructuras que las determinan y sus procesos dinámicos. Tercero, considera al propio Marx como el fundador de las ciencias sociales, ni mayor ni menor de lo que han sido Newton o Einstein para la Física y, en esa calidad igualmente incorporado a la historia de la ciencia, que no debe ser confundida con la ciencia misma. La ciencia que heredó la temática y la metodología del materia¬ lismo histórico es la antropología (J. P. Sartre, 1963), ya que ella es la que ha cumplido el más amplio esfuerzo de elaboración de una teoría explicativa de lo que las sociedades humanas han llegado a ser y de las perspectivas que tienen en un futuro inmediato. Esta herencia no pertenece, sin embargo, a ninguna de las antropologías adjetivas como culturales, sociales o estructurales que se cultivan actualmente y que han sufrido un desgaste similar al de la sociología académica. Pertenece a una nueva antropología que tendrá como características distintas, en primer lugar, una perspectiva evolucionista multilineal que permita situar cada pueblo del presente y del pasado en una escala general del desarrollo socio-cultural. En segundo lugar, una noción de causalidad necesaria fundada en el reconocimiento de la diferente capacidad de determinación que presentan los diversos contenidos de la realidad socio-cultural. Y en tercer término, una actitud deliberada¬ mente participante de la vida social, capacitada para enjuiciarla con lucidez, como una ciencia comprometida con el destino humano. A esta antropología dialéctica procuramos contribuir con nuestro esfuerzo por extraer el valor explicativo de la realidad socio-cultural americana, buscando formular algunos principios interpretativos de las causas del desarrollo desigual de las sociedades y determinar los caminos de superación del atraso que se abren a las naciones subdesarrolladas. Inicialmente, es necesario precisar que la realidad social cuya dinámica queremos estudiar tiene como característica principal su natu¬ raleza de producto histórico del proceso de humanización. A través de ese proceso el hombre viene construyéndose mediante la creación de formas estandarizadas de conducta cultural, transmisibles socialmente de generación en generación, cristalizadas en sociedades con sus respec¬ tivas culturas. Este proceso se desdobla en varias etapas correspondientes al desencadenamiento de sucesivas revoluciones tecnológicas (agrícola, urbana, de irrigación, metalúrgica, pastoril, mercantil, industrial y termo¬ nuclear) y de movimientos correlativos de reordenamiento de las socie¬ dades humanas en distintas formaciones: (tribus, etnias nacionales, civi¬ lizaciones regionales, civilizaciones mundiales). Cada sociedad es una resultante de esos procesos civilizatorios, que se imprimieron diferencial¬ mente en ella debido a su capacidad reordenativa, y a la manera en que la alcanzaron. Los análisis de inspiración marxista dividen gene-

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raímente esta realidad en una infraestructura de contenido tecnológicoeconómico y en una superestructura socio-cultural. A los efectos de nuestros estudios es más adecuado distinguir tres contenidos básicos, es decir, lo adaptativo, lo asociativo y lo ideológico. Cada uno de ellos es lo suficientemente integrado como para ser considerado un sistema, y lo suficientemente diferenciado de los demás como para ser enfocado en términos de una entidad conceptual distinta. El sistema adaptativo comprende el conjunto de prácticas a través de las cuales una sociedad actúa sobre la naturaleza en el esfuerzo para proveer a su subsistencia y reproducir el conjunto de bienes y equipamiento de que dispone. El sistema asociativo comprende el complejo de normas e insti¬ tuciones que permiten organizar la vida social, disciplinar la convi¬ vencia humana, regular las relaciones de trabajo y regir la vida política. Finalmente el sistema ideológico está representado por los cuerpos de saber, de creencias y de valores generados en el esfuerzo adaptativo y asociativo. Estos tres sistemas se estratifican en niveles superpuestos. En la base está el sistema adaptativo, porque tiene relación con los propios requisitos materiales de la supervivencia humana. En el nivel intermedio está el sistema asociativo, que es responsable de las formas de disciplina de la vida social para el trabajo productivo. Y en el ápice, el ideológico, más fuertemente modelado por los demás y sólo capaz de alterar la vida social mediante la introducción de innovaciones en las formas de acción adaptativa o asociativa. En los análisis sincrónicos, el conjunto y la integración de los tres sistemas es designado como estructura cuando se desea destacar el papel de las formas de asociación (L. A. Costa Pinto, 1965). El mismo conjunto es denominado cultura cuando la atención se enfoca principal¬ mente en el carácter de pautas estandarizadas de conducta, transmitidas socialmente a través de la interacción simbólica, de los modos de adapta¬ ción, de las normas de asociación y de las explicaciones y valores (Leslie White, 1964). En los análisis diacrónicos, el conjunto de los tres siste¬ mas se denomina formación, cuando se quiere indicar un complejo de sociedades representativas de una etapa de la evolución humana. (D. Ribeiro, 1970). El sistema adaptativo tiene como contenido especial la tecnología; el asociativo encierra como elemento básico, en las sociedades complejas, la forma de estratificación social en clases económicas; y el ideológico, posee como componentes más significativos los cuerpos del saber, de valores y de creencias, desarrollados en el esfuerzo de cada grupo huma¬ no para comprender su propia experiencia y organizar la conducta social. Estos tres órdenes de contenidos básicos de los sistemas adap¬ tativo, asociativo e ideológico, mantienen conexiones necesarias entre sí y actúan en la vida social como complejos integrados. Es así que la tecnología no actúa directamente sobre la sociedad, sino estableciendo los límites en que pueden ser explotados los recursos naturales. La explotación efectiva de esos recursos, al igual que su distribución, se cumple por intermedio de formas específicas de organización en las

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relaciones humanas para la utilización de la tecnología a través del trabajo, y se procesan de acuerdo con los cuerpos del saber, de valores y de creencias que motivan y orientan la conducta personal. (R. Mac Iver, 1949). Por consiguiente, cada etapa de la evolución humana sólo es intebgible en términos del complejo formado por la tecnología efectiva¬ mente utilizada en su esfuerzo productivo, por el modo de regulación de las relaciones humanas que en ella prevalecen y por los contenidos ideológicos que explican y califican la conducta de sus miembros. La comprensión de la vida social y de los factores dinámicos que en ella operan exige, por lo tanto, que los análisis en abstracto de cada uno de estos factores se refieran siempre a los complejos integrados en que ellos coexisten y actúan conjugadamente. Estos complejos, sin embargo, no sólo combinan sino que también oponen, en cada momento, ciertos contenidos de tecnología productiva con determinadas formas de organización social y con cuerpos dados de creencias y valores. Dentro de este campo de fuerzas se generan y acumulan tensiones por la introducción de innovaciones tecnológicas, por la oposición de intereses de grupos y por los efectos de las trans¬ formaciones ocurridas en un sector sobre los demás. Estas innovaciones, oposiciones y redefiniciones son los actores causales de la dinámica social que actúan coyunturalmente dentro de complejos que ellas accionan pero que, a su vez, las condicionan. Examinando sincrónicamente estas totalidades interactivas se cons¬ tata que, en un caso dado, cualquier factor puede representar un papel causal. Examinándose, sin embargo, no sólo cortes del continuum histórico sino el propio continuum a través de análisis diacrónicos, se verifica la posición determinante del factor tecnológico. En los análisis de alcance medio, resalta la capacidad condicionante de la estructura social como forma de organización de las relaciones entre los hombres para los objetivos de producción de bienes, de reproducción del con¬ tingente humano y de satisfacción de las necesidades fundamentales de la vida asociativa. Es notorio, por ejemplo, el poder condicionante de la forma latifundista de propiedad sobre la tecnificación de la agricultura y sobre el modo de vida de las sociedades subdesarrolladas. También en los análisis sincrónicos se observa que los contenidos ideológicos de la cultura, representados por los productos mentales generados en el esfuerzo adaptativo y asociativo, o heredados de otros patrimonios cul¬ turales, operan como factores fecundantes o limitativos de la dinámica social. Vale decir que tienen poder para retardar o acelerar los procesos renovadores según su carácter espurio o auténtico, su sincronía o desfasaje en relación a las alteraciones en las otras esferas. Estas generalizaciones sobre las diferencias del poder de determi¬ nación de los contenidos adaptativos, asociativos e ideológicos de las estructuras socio-culturales no son meramente clasificatorias. En los capítulos siguientes serán aplicadas a la explicación de las diferencias de desarrollo de los pueblos americanos. Nuestra hipótesis es la de que los pueblos del mundo moderno tuvieron como generador de su actual

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modo de ser —actor causal básico—, el impacto sufrido bajo las fuerzas transformadoras desencadenadas por las dos revoluciones tecnológicas, la Mercantil y la Industrial, que produjeron la “civilización europea occidental” en sus perfiles capitalista-mercantil e imperialista-industrial. Y de que aquellas revoluciones tecnológicas, operando diferencialmente sobre los distintos contextos nacionales —en la medida en que actuasen como un proceso de evolución autónoma o como una acción refleja de núcleos anteriormente desarrollados— otorgaron privilegio a algunos pueblos, instrumentándolos con poderes de dominio y explotación sobre los demás, en forma de núcleos rectores, y degradaron a otros transfor¬ mándolos en condiciones de existencia de los primeros. El poder condicionante de los factores asociativos será examinado mediante el estudio del modo de incorporación de la nueva tecnología al sistema productivo de las sociedades dominadas. Aquí podremos veri¬ ficar cómo esta modernización, al ser regida por los agentes de la dominación colonial asociados a las clases privilegiadas locales —en un esfuerzo de apropiación de los productos del trabajo de los pueblos colonizados y de preservación de los privilegios de las clases dominan¬ tes—, condicionó las potencialidades de la nueva tecnología al man¬ tenimiento de los vínculos externos y a la preservación de intereses minoritarios. Operada bajo estas condiciones, la tecnología industrial fue apenas parcialmente absorbida por las sociedades dependientes, modificando ios modos de vida de grandes sectores de su población pero sólo incor¬ porando una ínfima parte a la fuerza de trabajo de los sectores moder¬ nizados. De este modo se establecieron situaciones antagónicas: de privilegio para los que se integraron a la civilización industrial, y de miserabilidad aún mayor para quienes quedaron al margen de ella. Para configurar el cuadro de las sociedades americanas modernas contribuyó, finalmente, el poder limitativo o fecundante de los factores ideológicos. Es lo que procuraremos demostrar a través del estudio de la alienación cultural sufrida por los pueblos subdesarrollados de América y de sus esfuerzos por redefinir los contenidos espurios de su cultura y por formular proyectos propios de desarrollo, como condición para superar la dependencia y el atraso. 2.

ACELERACION EVOLUTIVA Y ACTUALIZACION HISTORICA

El estudio del proceso de formación de los pueblos americanos y de los problemas de desarrollo con que se enfrentan en nuestros días, exige un análisis previo de las grandes secuencias histórico-culturales en que fueron generados. Tales resultan ser las revoluciones tecnológicas y los procesos civilizatorios a través de los cuales se propagan sus efectos y que corresponden a los principales movimientos de la evolución humana. Conceptuamos las revoluciones tecnológicas como innovaciones prodigiosas en el equipamiento de la acción sobre la naturaleza y en la

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forma de utilización de nuevas fuentes de energías que, una vez alcan¬ zadas por una sociedad, logran su ascenso a otra etapa del proceso evolutivo. Esta progresión opera a través de la multiplicación de su capacidad productiva con la consiguiente ampliación de su monto poblacional; de la distribución y composición del mismo; del reordenamiento de las antiguas formas de estratificación social; y de la redefinición de contenidos ideológicos de la cultura. Opera, también, mediante una ampliación paralela de su poder de dominación y explotación de los pueblos que están a su alcance y que resultaron atrasados en la historia, por no haber experimentado los mismos progresos tecnológicos. Cada revolución tecnológica se expande a través de sucesivos procesos civilizatorios que al difundirse promueven transfiguraciones étnicas de los pueblos a los cuales alcanzan, remodelándolos a través de la fusión de razas, de la confluencia de culturas y de la integración económica, para incorporarlas en nuevas configuraciones históricoculturales. Los procesos civilizatorios actúan por dos vías opuestas, en la medida en que afecten a los pueblos como agentes o como recipientes de la expansión civilizadora. Primero, la aceleración evolutiva, en el caso de las sociedades que, dominando autónomamente la nueva tecno¬ logía, progresan socialmente preservando su perfil étnico cultural y, a veces, expandiéndolo sobre otros pueblos, en forma de macro-etnias. Segundo, la actualización histórica, en el caso de los pueblos que, su¬ friendo el impacto de sociedades más desarrolladas, tecnológicamente, son subyugados por ellas perdiendo su autonomía y corriendo el riesgo de ver traumatizada su cultura y descaracterizado su perfil étnico. A partir del siglo xvi, se registraron dos revoluciones tecnológicas responsables por el desencadenamiento de cuatro procesos civilizatorios sucesivos. Primero, la Revolución Mercantil, que en un impulso inicial de carácter mercantil-salvacionista activó a los pueblos ibéricos y rusos, lanzando aquéllos a las conquistas oceánicas y éstos a la expansión continental sobre Eurasia. En un segundo impulso de carácter madura¬ mente capitalista, la Revolución Mercantil, después de romper el estan¬ camiento feudal en ciertas áreas de Europa, lanzó a los holandeses, ingleses y franceses a la expansión colonial de ultramar. Siguió a con¬ tinuación la Revolución Industrial, que a partir del siglo xvm promovió una reordenación del mundo bajo la égida de las naciones situadas a la cabeza de la industrialización, a través de nuevos procesos civilizatorios: la expansión imperialista y la reordenación socialista. Al mismo ritmo con que se desencadenaban estos sucesivos pro¬ cesos civilizatorios, las sociedades por ellos alcanzadas como agentes o recipientes, se configuraban como componentes dispares de diferentes formaciones socio-culturales, en la medida en que experimentasen una aceleración evolutiva o una actualización histórica. Así fue que se modelaron, como consecuencia de la expansión mercantil-salvacionista, por aceleración evolutiva, los Imperios Mercantiles Salvacionistas y, por actualización histórica, sus contextos Coloniales Esclavistas. Más tarde,

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como consecuencia del segundo proceso civilizatorio, se cristalizaron por aceleración las formaciones Capitalistas Mercantiles y, por actualización, sus dependencias Coloniales Esclavistas, Coloniales Mercantiles y Colo¬ niales de Voblamiento. Finalmente, como fruto del primer proceso civi¬ lizatorio provocado por la Revolución Industrial, surgieron, por acele¬ ración, las formaciones Imperialistas Industriales y, por actualización, su contraparte Neocolonial. Y en seguida, como resultado de un segundo proceso civilizatorio, las formaciones Socialistas Revolucionarias, Socia¬ listas Evolutivas y Nacionalistas Modernizadoras, generadas como acele¬ raciones evolutivas aunque con distintos grados en capacidad de progreso. El proceso global que describimos con estos conceptos es el de la expansión colonial de las nuevas civilizaciones sobre amplias áreas, a través de la dominación colonial de territorios poblados o del traslado intencional de poblaciones. Su motor es un desarrollo tecnológico precoz que confiere a los pueblos que lo emprenden el poder de imponerse a otros pueblos, vecinos o lejanos, sometiéndolos al saqueo episódico o a la explotación económica continua de los recursos de su territorio y del producto del trabajo de su población. Sus resultados fundamentales, pese a ello, son la difusión de la civilización nueva mediante la expansión cultural de las sociedades que promueven la conquista y, por esta vía, la formación de nuevas entidades étnicas y de grandes configuraciones histórico-cultur ales. La actualización histórica opera por medio de la dominación y del avasallamiento de pueblos extranjeros, seguida por el reordenamiento económico-social de los núcleos en que se aglutinan los contingentes dominados, al efecto de instalar nuevas formas de producción o explotar actividades productivas antiguas. Este reordenamiento tiene como obje¬ tivo básico vincular los nuevos núcleos a la sociedad en expansión, como parte de su sistema productivo y como objeto de difusión delibe¬ rada de su tradición cultural, por medio de agentes de dominación. En la primera etapa de este proceso predominan el exterminio intencional de sectores de la población agredida y la deculturación de los contingentes avasallados. En la segunda etapa tiene lugar cierta creatividad cultural que permite plasmar, con elementos tomados de la cultura dominadora y de la subyugada, un cuerpo de comprensiones comunes, indispensables para posibilitar la convivencia y orientar el trabajo. Tal se da a través de la creación de proto-células étnicas que combinan fragmentos de los dos patrimonios dentro del encuadre de dominación. En una tercera etapa, estas células pasan a actuar aculturativamente sobre su contexto humano de personas desgarradas de sus sociedades originales, alcanzando tanto a los individuos de la población nativa como a los contingentes trasladados como esclavos y, aún más, a los propios agentes de dominación y a los descendientes de todos ellos. Estas nuevas células culturales tienden a madurar como proto-etnias y a cristalizar como el cuadro de auto-identificación nacional de la población formada en el área. En una etapa más avanzada del proceso, la proto-etnia se esfuerza por independizarse con el fin de ascender

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de la condición de variante cultural espuria y de componente exótico y subordinado a la sociedad colonialista, a la condición de sociedad nacional autónoma servida por una cultura auténtica. Esta restauración y emancipación sólo se alcanza a lo largo de un proceso extremadamente conflictivo en el que entran en conjunción tanto factores culturales como sociales y económicos. Es presidido por un esfuerzo persistente de auto-afirmación política por parte de la proto-etnia con el fin de conquistar su autonomía e imponerse un proyecto propio de existencia. Alcanzada esta meta, se está ante una etnia nacional, o sea, la correspondencia entre la auto-identificación de un grupo como una comunidad humana en sí, diferenciada de todas las demás, con un estado y un gobierno propios, en cuyo cuadro ella pasa a vivir su destino. Cuando estas etnias nacionales entran, a su vez, a expandirse sobre vastas áreas, colonizando quizás otros pueblos, con respecto a los cuales pasan a ejercer un papel de dominación y de reordenación socio-cultural, se puede hablar de una macro-etnia. Una vez alcanzado, sin embargo, cierto nivel de expansión étnico-imperial sobre un área de dominio, la propia actuación aculturativa y la difusión del patrimonio técnicocientífico en que se funda la dominación tiende a madurar las etnias subyugadas capacitándolas para la vida autónoma. Se vuelve de este modo, una vez más, el contexto contra el centro rector, quebrándose los vínculos de dominación. La situación resultante es la de etnias nacionales autónomas en interacción unas con otras y susceptibles de ser activadas por pro¬ cesos civilizatorios emergentes de nuevas revoluciones tecnológicas. Esas etnias nacionales, producto de la acción acelerativa y actualizadora de anteriores procesos civilizadores, presentan una serie de discrepancias altamente significativas para la comprensión de su existencia ulterior. Estas varían según dos líneas básicas. Primero, de acuerdo con los grados de modernización de la tecnología productiva que hayan alcanzado y que les abre perspectivas más amplias o más limitadas de desarrollo. Segundo, conforme al carácter de la remodelación étnica que hayan experimentado y que las conformó en diferentes configuraciones his¬ torie o-culturales. Vale decir, en distintas categorías de pueblos que, por encima de sus diferencias étnicas específicas, presentan uniformi¬ dades resultantes del paralelismo de su proceso de formación. En el caso de los procesos civilizadores regidos por Europa, estas configura¬ ciones contraponen y aproximan los pueblos de acuerdo a su perfil básico de sociedades europeas o europeizadas; de pueblos extraeuropeos oriundos de antiguas civilizaciones; u oriundos de poblaciones de nivel tribal; remodeladas y degradadas unas, restauradas otras, en mayor o menor grado. Ejemplos clásicos de procesos civilizatorios responsables por el surgimiento de distintas configuraciones histórico-culturales se encuen¬ tran en la expansión de las civilizaciones de regadío, como la mesopotámica, egipcia, china, hindú, mexicana e incaica; de talasocracias como la fenicia y la cartaginesa; de los imperios mercantiles esclavistas griego

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y romano, todos ellos responsables por la transfiguración y remodelación de innúmeros pueblos. Y, más recientemente, en la expansión de la formación despótico salvacionista islámica y otomana; y, sobre todo, en la propia expansión europea, tanto en su ciclo mercantil-salvacionista ibérico y ruso como en el capitalista-mercantil e imperialista industrial, posteriores. Sólo mediante el estudio cuidadoso de cada uno de esos procesos civilizatorios singulares y por la comparación sistemática de sus efectos, se podrá formular una teoría explicativa de modo de con¬ formación de las etnias nacionales y de modelación de las configuraciones histórico-culturales en que ellas se insertan. Dentro de esta perspectiva, los estudios de aculturaáón ganan una dimensión nueva. En vez de circunscribirse a las situaciones y a los resultados de la conjunción entre entidades autónomas, pasan a enfocar principalmente el proceso de formación y de transfiguración de las etnias en el curso de la expansión de pueblos activados por procesos civilizatorios y de la subyugación de poblaciones que ellos avasallan por fuerza de la actualización histórica. Este proceso puede ser estudiado en todas las situaciones globales en que se tropieza con agencias colonialistas de sociedades en expansión, servidas por una tecnología más avanzada y por una alta cultura, actuan¬ do sobre contextos socioculturales extranjeros. Tales agencias no reflejan aquella alta cultura sino en los aspectos instrumentales, normativos e ideológicos, indispensables para el cumplimiento de sus funciones de explotación económica, de dominio político, de expansión étnica y de difusión cultural. Actúan, generalmente, junto a poblaciones más atra¬ sadas y profundamente diferenciadas cultural, social y, a veces, racial¬ mente de la sociedad dominante. En el esfuerzo de subyugación, aquellas agencias colonialistas toman elementos culturales del pueblo dominado, principalmente técnicas adaptativas a las condiciones locales para pro¬ visión de la subsistencia. Pero se configuran, esencialmente, como variantes de la sociedad nacional en expansión, cuya lengua y cultura son impuestas a los nuevos núcleos. En estas agencias interactúan una minoría oriunda de la sociedad dominante y una mayoría proveniente de las poblaciones locales subyugadas o de poblaciones internacional¬ mente trasladadas en atención a objetivos del grupo expansionista. A través de la integración de estos contingentes es que se plasma la cultura nueva, tendiente, por un lado, a perpetuarse como cultura espuria de una sociedad dominada; pero por otro, a atender las necesidades espe¬ cíficas de su sobrevivencia y crecimiento y, por ese camino, a estruc¬ turarse como una etnia autónoma. Como se ve, no se trata del supuesto proceso de inter-influencia de entidades culturales autónomas que entran en conjunción, conforme a los esquemas conceptuales de los estudios clásicos de aculturación. Lo que encontramos aquí son situaciones concretas de dinámica cultural en que los respectivos patrimonios culturales no se ofrecen a la inter¬ influencia; y tampoco llega a existir una conjunción de culturas autó¬ nomas. Los condicionamientos fundamentales de estas conjunciones no son, por lo tanto, la autonomía cultural o la reciprocidad de influencias

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sino la dominación unilateral de la sociedad en expansión y el desfasaje cultural entre los colonialistas y los contextos sobre los que ellos se implantan. Sólo en los casos de interacción de pueblos en nivel tribal se puede hablar de la aculturación como de un proceso en el que los respectivos patrimonios se ofrecen, efectivamente, con la posibilidad de selección libre de los trazos que se adopta, del dominio autónomo de éstos y de su integración completa en el antiguo contexto. El propio concepto de autonomía cultural exige una redefinición, ya que sólo circunstancialmente se puede hablar de independencia cuando se trata de sociedades alcanzadas como agentes o recipientes en el curso de procesos civilizatorios. Las situaciones que se presentan, en este caso, son de núcleos en expansión y contextos correspondientes, sobre los cuales ellos se difunden y ejercen su influencia deculturativa y aculturativa. Esos núcleos pueden ser únicos y se ampliarán sucesiva¬ mente en el correr del tiempo. O ser múltiples y actuar simultáneamente, formando distintas configuraciones de acuerdo a las situaciones de conjunción y a las características originales de los contextos sobre los cuales actúan. En cualquier caso, operan como cabezas del mismo proceso civilizatorio cuando se fundan en la misma tecnología básica, en el mismo sistema de ordenamiento social y en cuerpos comunes de valores y creen¬ cias que difunden a los pueblos conscriptos en sus redes de dominación. Las relaciones político-sociales son de superordenamiento o de sub¬ yugación; las culturales son de dominación, deculturación e incorpora¬ ción en el seno de una gran tradición. En estas conjunciones, ni la agencia colonialista situada fuera de su sociedad, ni la población sobre la que ella actúa, constituyen entidades servidas por culturas realmente autóctonas; cada cual depende de la otra y ambas componen con el centro rector metropolitano un conjunto interdependiente. Apenas se puede hablar de autonomía, como auto-comando del propio destino, en el caso de las entidades que ejercen la dominación y, aún éstas, como regla, están insertas en amplias constelaciones socio-culturales, cuyos integrantes preservan sólo parcialmente su independencia. En las situa¬ ciones de conjunción resultantes de procesos de expansión étnica, lo que resalta es la diferencia entre el poder de imposición de su tradición por parte de la entidad dominante, y la limitación de resistencia a la descaracterización étnica y cultural, por parte de los contextos dominados. Empleamos el término deculturación para designar el proceso que opera en las situaciones especiales en que contingentes humanos des¬ garrados de su sociedad (y, por lo tanto, de su contexto cultural) a través del avasallamiento o del traslado, y reclutados como mano de obra en empresas ajenas, se ven en la situación de abandonar su patrimonio cultural propio y de aprender nuevos modos de hablar, de hacer, de interactuar y de pensar. En estos casos, el énfasis está colocado más en la erradicación de la cultura original y en los traumas resultantes de ello, que en la interacción cultural. La deculturación es casi siempre una etapa previa y un prerrequisito del proceso de acultu¬ ración. Esta sigue a la deculturación cuando comienza el esfuerzo de cristalización de un nuevo cuerpo de comprensiones comunes entre domi-

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¡fiadores y dominados que torna viable la convivencia social y la explo¬ tación económica. Y se expande cuando, constituida esta proto-célula, tanto la socialización de las nuevas generaciones de la sociedad naciente, como la asimilación de los inmigrantes, pasan a hacerse por su incor¬ poración en el cuerpo de costumbres, creencias y valores de aquella etnia embrionaria. Finalmente, usamos con preferencia el concepto de asimilación para señalar los procesos de integración del europeo en las sociedades neoamericanas, cuyas semejanzas lingüísticas, culturales, en lo relativo a visión del mundo y a las experiencias de trabajo, no justifican el empleo de los conceptos de aculturación y deculturación. Se supone, obviamente, que su forma de participación será limitada en los primeros casos; más amplia, después; y que pueda completarse en una o dos generaciones, cuando el inmigrante alcanza el nivel de miembro indife¬ renciado de la etnia nacional. Como tales etnias admiten formas y grados variables de participación —resultantes por ejemplo, de la socia¬ lización en áreas culturales distintas o de inmigración más o menos reciente— estas diferencias de grado de asimilación pueden asumir el carácter de modos diferenciados de expresar la auto-identificación con la etnia nacional. Otro concepto que debimos formular fue el de cultura auténtica y cultura espuria, inspirado en Edward Sapir (1924), pero utilizado aquí en el sentido de culturas más integradas internamente y más autónomas en el comando de su desarrollo (auténticas), en oposición a culturas traumatizadas y correspondientes a sociedades sometidas a vínculos exter¬ nos de dominación que se vuelven dependientes de decisiones ajenas y cuyos miembros están más sujetos a la alienación cultural, o sea, la internalización de la visión dei dominador sobre el mundo y sobre sí mismos (espurias). Estos perfiles culturales contrastantes son los resultados naturales y necesarios del propio proceso civilizatorio que, en los casos de acele¬ ración evolutiva, preserva y fortalece la autenticidad cultural y, en los de actualización histórica, frustra cualquier posibilidad de preservar el ethos original o de redefinirlo con libertad de selecionar o de incor¬ porar en el contexto cultural propio las innovaciones oriundas de la entidad colonialista. En estas circunstancias se quiebra irremediablemente la integración cultural que pierde los niveles mínimos de congruencia interna, cayendo en alienación por nutrirse de ideas ajenas no digeridas, no correspondientes a su propia experiencia sino a los esfuerzos de justificación del dominio colonial.

3.

CONCIENCIA CRITICA Y

SUBDESARROLLO

Dentro de los procesos civilizatorios descriptos y por vía de la actualización histórica es que fueron avasalladas las sociedades ameri¬ canas de nivel tribal, las ya estructuradas en estados rurales-artesanales (como los Chibcha, por ejemplo) y aun los imperios teocráticos de

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regadío (Inca, Maya, Azteca) para integrarse en un sistema económico de ámbito mundial como área de explotación colonial. Es de este modo que los indígenas americanos y también los negros africanos condu¬ cidos a América saltaron a una etapa más alta de evolución humana —como participantes de formaciones mercantiles— pero fueron simultᬠneamente incorporados como “proletariados externos” de economías metropolitanas. Esta progresión, procesándose por la vía de la actua¬ lización histórica, importó en la pérdida de su autonomía étnica y en la descaracterización de sus culturas. Y, finalmente en su conversión en componentes ancilares de complejos imperiales modelados como áreas coloniales —esclavistas de una formación mercantil— salvacionista o del capitalismo mercantil. La humanidad habrá experimentado crisis semejantes en ocasión de la transición entre las etapas evolutivas básicas, como el pasaje del nivel de sociedades tribales de recolectores y cazadores a las aldeas agrícolas, con la Revolución Agrícola; la evolución de éstas a los primeros estados rurales artesanales, con la Revolución Urbana. Algunas sociedades de entonces vivieron el impacto de la renovación tecnológica directamente, como una aceleración. Otras lo experimentaron por efecto reflejo, como una actualización. En ambos casos se generaron fuertes tensiones. En el primer caso, sin embargo, estas tensiones se configu¬ raron como una crisis de crecimiento que hizo a tales sociedades expe¬ rimentar los efectos disruptivos de la explosión demográfica, de la renovación estructural, de la bipartición de los hombres en una condición campesina y una condición urbana, y de la estratificación de la sociedad en castas o clase sociales. En estas circunstancias se dieron condiciones para renovar progresivamente sus sociedades, haciéndolas más homogé¬ neas aunque desigualitarias. En el segundo caso, correspondiente a la actualización, aquellas tensiones fueron enormemente superiores conde¬ nando a las sociedades atrasadas en la historia a entrar en descomposición étnica por tener sus poblaciones esclavizadas o transformadas en provee¬ doras de bienes y servicios para las más avanzadas, sin condiciones para superar esta subalternidad. La situación de los pueblos insertos en una u otra condición no sólo es distinta sino también opuesta y complementaria. Los pueblos céntricos, compeliendo a los dependientes a convertirse en la condición material de su existencia y de la perpetuación de su forma, tienen posibilidades de experimentar un progreso ininterrumpido. Los pueblos dependientes, alienados de sí mismos y transformados en objeto de la acción y de los proyectos de los pueblos céntricos, se ven condenados a una situación de atraso que sólo les propicia una modernización refleja, la cual los torna más eficaces como economías complementarias, pero los mantiene siempre desfasados como pueblos atrasados en la historia, o según la expresión clásica, como sociedades contemporáneas pero no coetáneas. La ruptura de esta condición sólo puede hacerse mediante prolon¬ gados procesos de reconstitución étnica, de luchas cruentas por la emancipación del yugo de la etnia parasitaria y de proscripción de

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los agentes internos de la dominación comprometidos con el sistema. En cualquier caso, sin embargo, la nueva etnia surgirá traumatizada porque conduce dentro de sí tradiciones en choque que deberá amal¬ gamar, contraposiciones de grupos de intereses y de estratos socia¬ les y, más aún, dependencias externas que, de alguna forma, deberá atender. En su nueva configuración, ulterior a la dominación, se destacan tres contenidos culturales distintos. Primero, la presencia de elemen¬ tos de tecnología más alta cuya ausencia en su propia cultura la hiciera caer en vasallaje. Estos contenidos progresistas no se configuran, em¬ pero, como una infraestructura tecnológica de una economía autónoma sino como implantaciones auxiliares del centro rector, que de él depen¬ den para su renovación y mejoría. Segundo, las formas institucionales de ordenación de la sociedad, plasmadas para atender a objetivos de perpetuación del dominio colonial y de los privilegios de la estrecha capa nativa de agentes y asociados de la dominación. Tercero, los cuerpos sincréticos de creencias y valores sobrevivientes del viejo pa¬ trimonio o absorbidos durante la dominación. Estos últimos, principal¬ mente, como alicientes y justificativos del yugo colonial. Frente a esta herencia contradictoria, cabe a los pueblos atrasados dominar los contenidos tecnológicos nuevos e incrementar su uso autó¬ nomo, a fin de que puedan, un día, ascender de un sistema de sustenta¬ ción de la complementariedad desigualitaria a un sistema económico de atendimiento a las necesidades de su propia población y de intercambio internacional condicionado a los imperativos de su autonomía y creci¬ miento. Les corresponde rehacer, también, todo el sistema institucional para erradicar de él las contingencias de la dominación externa y, en la medida de lo posible, las formas de preservación de los intereses minoritarios opuestos a la renovación tecnológica. A ciertos pueblos, además, les corresponde intervenir en la fijación del idioma y en la redefinición de sus cuerpos de valores, por la síntesis de sus dos herencias; prosiguiendo en el proceso de europeización si él ha adelan¬ tado tanto como para que no se pueda retroceder —tal el caso de los mexicanos y los andinos— o emprendiendo la renovación tecnológica e institucional a partir del patrimonio cultural propio como en el caso de los árabes o los indianos. Sólo a través de un esfuerzo deliberado y conducido estratégica¬ mente, se torna posible la ruptura con esta cadena auto-perpetuadora de dominación. Las crisis económicas del sistema global ofrecen las principales oportunidades de intentar esta ruptura porque debilitan el núcleo dominante y porque lo compelen a ejercer formas más despó¬ ticas de expoliación, con el objetivo de transferir las tensiones que está soportando. Sin embargo, cuando estas crisis coinciden con la emergencia de nuevos procesos civilizatorios, conducentes al alzamiento de nuevos centros rectores, implican el riesgo de que la ruptura con una esfera de dominación se reduzca a la transferencia a otra esfera, como sucedió con el impacto de la Revolución Industrial y las luchas independentistas que desencadenó en las Américas.

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En el curso de estas luchas, la mayoría de las sociedades neoamericanas experimentó un nuevo proceso de actualización histórica. A través del mismo, apenas consiguieron ascender de la condición de colonias esclavistas de las metrópolis ibéricas, a la de áreas de explotación neocolonial del imperialismo industrial. En esta nueva condición, expe¬ rimentaron muchos progresos modernizadores de sus instituciones sociopolíticas y de su sistema productivo, pero permanecieron dependientes de los centros de poder externo. De este modo, fueron contenidas y condicionadas en su desarrollo por los designios de sus nuevos domi¬ nadores, que operaban en el sentido de perpetuar su existencia como economías complementarias y subalternas y, en consecuencia, como pueblos inferiorizados y culturas espurias. Lo que está detrás de los contrastes entre las sociedades contem¬ poráneas y explica la pobreza de los pueblos retrasados en la historia es siempre el motor de la dinámica social, que se encuentra en el advenimiento de una tecnología de alta energía. Pero es también la vía por la que estas sociedades rezagadas fueron llamadas a integrarse en la revolución industrial: la actualización histórica impuesta por el efecto constrictor de la estructura social regida por los agentes externos de dominación y por los estratos privilegiados internos obstinados en perpetuarse, sea por la preservación de los modos primitivos de orde¬ nación social, sea por la transmutación condicionada al mantenimiento del orden global. Relacionando estas proposiciones alcanzadas a través de estudios de alto alcance histórico con análisis coyunturales, procuraremos de¬ mostrar que la sucesión de las etapas evolutivas se procesa mediante la interacción conflictiva entre las sociedades y entre sectores de cada sociedad. En esta interacción, las sociedades se organizan en estruc¬ turas de dominación y subordinación y dentro de cada sociedad se estamentan en clases sociales, formando grandes complejos interdepen¬ dientes. Ambos se modelan en formas estables, capaces de operar durante largos períodos por el mantenimiento de las posiciones relativas. Jamás se cristalizan, sin embargo, porque se encuentran en permanente alteración, movidas por factores externos al complejo, por innovaciones ocurridas dentro de él o por tensiones entre sus componentes. De este modo, un área colonial puede independizarse en la forma de una aceleración evolutiva que la capacita para desarrollarse autóno¬ mamente como un nuevo foco de expansión. O apenas independizarse formalmente y por vía de la actualización histórica, ascender de la condición colonial a la neo-colonial. Simultáneamente las estructuras internas experimentan dos tipos de alteración. En el primer caso, lo que era una clase dominante colonial y, por lo tanto, parcela del complejo global, se transforma en una clase dominante nacional autono¬ mista, como ocurrió en Norteamérica. En el segundo caso —como sucedió en los demás países americanos— los estratos dominantes cambian apenas de función en calidad de asociados a las nuevas esferas de ipoder externo, para las que pasan a ejercer el papel de agentes de la explotación neo-colonial. Correlativamente, se alteran también las

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clases subalternas. En el primer caso, lo que era un “proletariado ex¬ terno” de otra sociedad creada y mantenida como una factoría provee¬ dora de ciertos artículos y servicios, puede convertirse en un proleta¬ riado nacional que procura vincularse con el exterior en un intercambio menos expoliatorio. En el segundo caso, se perpetúa la condición de “proletariado externo” y, con él, un tipo de vinculación neocolonial limitador de las posibilidades de desarrollo autónomo. Como vimos, en todos estos casos operan fuertes tensiones. En los primeros, sin embargo, ellas tienden a ablandarse porque son pro¬ blemas de una fase de transición o de una crisis de crecimiento. En los casos opuestos en que las innovaciones son introducidas para atender a necesidades ajenas, estas tensiones asumen una forma traumática con¬ ducente a situaciones de crisis no superables por el simple desarrollo del proceso. Ya no son, en este caso, crisis de crecimiento. Son desvíos en el curso del proceso renovador que no llevan a un desarrollo inde¬ pendiente y autosustentado, sino a configurar estructuras económicas ancilares, capaces tan sólo de experimentar efectos reflejos de los progresos ajenos. Tal es el subdesarrollo. Por todo esto, no puede ser explicado como una polaridad de contrastes interactivos como pretenden los teóricos dualistas. Ni como una crisis de transición entre el feudalismo y el capitalismo que afecte uniformemente a todos los pueblos inmersos en esta etapa de la evolución, como quiere el marxismo dogmático. El subdesarrollo es, en verdad, el resultado de procesos de actualización histórica sólo explicables por la dominación externa y por el papel constrictor de las clases dominantes internas, que deforman el propio proceso de renovación, transformándola de una crisis evolutiva en un trauma paralizador.15 Desarrollándose dentro de este esquema, la mayoría de las naciones americanas evolucionaron como estructuras actualizadas. Primero, al integrarse al capitalismo mercantil como formaciones coloniales de varios tipos; después, al incorporarse al imperialismo industrial como áreas neocoloniales. En todas las etapas de esta progresión eran más pobres y atrasados que las sociedades que las parasitaban y, también, más pobres y atrasadas de lo que son hoy. Pero desde el punto de vista mercantil, eran altamente lucrativas y, como tales, contribuyeron decisi¬ vamente a la prosperidad de sus explotadores, nativos y foráneos. En el plano ideológico, la sociedad como un todo era, sin embargo, pasiva ante este estado de cosas. Explicaba la pobreza y la riqueza por con¬ ceptos místicos destinados a infundir una actitud de resignación en las capas dominadas. Esta situación no podía alterarse por la comunidad de intereses de los estratos dominantes nativos y de los agentes externos de explotación, empeñados ambos en mantener la esclavitud, el lati-

15 Los estudios marxistas de expansión del imperialismo industrial y de sus efectos enfocan, bajo la denominación de “desarrollo desigual o combinado” (V. I. Lenin, 1941; L. Trotzki, 1963; Paul Baran, 1964), problemas aquí estudiados como efectos de procesos de actualización histórica.

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fundió y la monocultura de la que todos, al fin, vivían. Solamente en los estratos subalternos hervía el espíritu de rebelión contra el orden social, sobre todo entre negros esclavos y entre indios explotados que se levantaban, periódicamente, en insurrecciones. Estas asumían, en general, una hechura mesiánica porque tenían como único patrón de reordenamiento social una idealización del pasado remoto en el que no existían señores ni esclavos. Aunque victoriosas no se capacitaban para reordenar intencionalmente la sociedad según un proyecto propio econó¬ micamente viable y progresista. Por ello acabaron todas derrotadas. El sistema global tampoco era capaz de evolucionar hacia formas autónomas y progresistas de ordenamiento de la sociedad y de la economía. Cuando las condiciones de vida en un área alcanzaban niveles demasiado bajóos, eclosionando en actos desesperados de explosión místico-religiosa de la penuria, eran aplastados muy pronto, en nombre del orden. Los restos de población originados dentro de cada región eran distribuidos en otras, yendo a engrosar las fronteras de penetración en las regiones inexploradas o regresaban a la economía de subsistencia, estructurándose como una “cultura de la pobreza”. Estas formas de escape disminuían las presiones ejercidas sobre la estructura social, incapaz de integrar a toda la población en el sistema económico y tam¬ poco de incorporar una tecnología de productividad más alta. Pero era lo suficientemente poderosa para asegurar su perpetuación, lo ade¬ cuadamente integrada para no admitir dudas sobre la legitimidad de las regalías que gozaban las clases dominantes. Sólo con la eclosión de nuevos procesos civilizatorios que posibili¬ taron reordenamientos globales de la sociedad, que interesaban por igual a ciertos sectores de los estratos superiores y a amplias capas de las clases subalternas, fue que surgieron condiciones históricas para el rompimiento de la estructura tradicional. Entonces aquellas sociedades dejaron de ser meramente atrasadas para convertirse en subdesarrolla¬ das. Tal es lo que sucedió en el período bolivariano y ésta es la coyun¬ tura de nuestros días. Las situaciones de atraso histórico difieren esencialmente del estado de subdesarrollo por esta característica ideológica: la relativa confor¬ midad y resignación con el atraso y con la pobreza que se conseguía infundir en amplias capas de la población, en contraste con la toma de conciencia de la pobreza y el atraso como enfermedades curables. Esta percepción del sistema social como un problema es, proba¬ blemente, un subproducto ideológico de las fuerzas reordenadoras que actúan sobre el sistema productivo y exigen transformaciones correla¬ tivas en el ordenamiento social y en la visión del mundo. Cuando las sociedades humanas comenzaban la Revolución Mer¬ cantil, surgió también una conciencia crítica equivalente: el florecimiento intelectual del Renacimiento. Lo mismo ocurrió con el desencadena¬ miento de la Revolución Industrial, que generó la ideología libertaria de las revoluciones burguesas y de los movimientos de emancipación del siglo pasado. En todos estos casos se verifica un alargamiento de la “conciencia posible” sobre la realidad social como consecuencia ideo-

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lógica de profundas alteraciones en los modos de adaptación y de asociación. (K. Marx, 1956). En nuestros días, una nueva ola de creatividad intelectual y de conciencia posible se expresa críticamente en el mundo de los pueblos desheredados. Es la disconformidad con su lugar y su papel en el sistema mundial y la conciencia de sus estructuras sociales como problema. Tal se da concomitantemente con una extraordinaria acele¬ ración de las innovaciones tecnológicas ocurridas en el curso de la Revolución Industrial, que están dando lugar a la irrupción de un nuevo brote renovador, la Revolución Termonuclear, destinada a influir en las sociedades humanas con un poder transformador aún más pro¬ fundo. La conciencia crítica característica del subdesarrollo es, proba¬ blemente, un efecto reiterado de los mismos procesos estructurales re¬ sultantes de alteraciones en las formas de producción de las sociedades humanas, que fuerzan la renovación institucional y dan lugar a la autosuperación ideológica. Examinada desde este ángulo, la oposición entre una literatura nominalmente científica sobre la dinámica social producida en los países prósperos y caracterizada por su desaliento y conservadurismo y los esfuerzos por crear esquemas conceptuales adecuados al análisis de su problemática elaborados en los países subdesarrollados y caracteriza¬ dos por cualidades opuestas, son ambos producto de condiciones externas a la conciencia. En el primer caso, son mistificaciones destinadas a sustituir la ensayística correspondiente a la mentalidad arcaica por un discurso sofisticado pero igualmente conformista. En el segundo, son esfuerzos de desenmascaramiento de esta trama ideológica, derivados de una conciencia crítica tornada posible a causa de reestructuraciones profundas aunque reflejas, experimentadas en los últimos decenios por las sociedades subdesarrolladas. Esta concientización no se circunscribe, naturalmente, a círculos intelectuales sino que alcanza a amplios sectores —como algunos gru¬ pos religiosos, hasta hace poco situados en la posición opuesta—, encendiendo a todos con una visión progresista de sus sociedades, con¬ fiada en el futuro humano. En esta coyuntura, a la miseria crónica y silenciosa se oponen aspiraciones de mejoría en todos los niveles de vida; a la resignación se antepone la disconformidad; al conservadu¬ rismo se contraponen ideas reformistas o revolucionarias. Las diferencias fundamentales entre la antigua situación y la nueva no se encuentran, por lo tanto, en la miseria y el atraso presentes en ambas y hasta mayor antes que ahora. Se hallan, sí, en la nueva dinᬠmica social, caracterizada por la conciencia de la incapacidad del sistema global para dar soluciones a los problemas generados por la moder¬ nización refleja y de satisfacer el nivel de aspiraciones de la población. Esta es la diferencia que separa a las sociedades rezagadas en la historia de las subdesarrolladas. Unas, encerradas en su penuria, produciendo una ensayística amarga y reaccionaria; las otras, activadas por movi¬ mientos inconformistas que ven posibilidades históricas de romper

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con los factores causales de su retraso y representadas, en el plano ideológico, por una intelectualidad revolucionaria. El elemento fundamental de esta concientización es la propia con¬ cepción del subdesarrollo como producto del desarrollo de otros pueblos, alcanzando a través de la expoliación de los demás y como efecto de la apropiación de los resultados del progreso tecnológico por minorías privilegiadas dentro de la propia sociedad subdesarrollada. Es, asimismo, la comprensión de que permaneciendo en el cuadro de estos condiciona¬ mientos internos y externos, las sociedades dependientes sólo experi¬ mentarán una modernización refleja, parcial y deformada, generadora de crisis demográficas y sociales imposibles de superar dentro de las estructuras vigentes. Es, por fin, la percepción de que esta situación de atraso sólo puede ser rota revolucionariamente. Y en consecuencia la comprensión de que la tarea crucial de los científicos sociales en las sociedades subdesarrolladas es el estudio del carácter de la revolución social y la búsqueda de las vías por las cuales ella pueda ser desenca¬ denada para dar lugar a movimientos de aceleración evolutiva.

II.

LA EXPANSION EUROPEA Una

de

las

consecuencias

de

la

expansión

del

Occidente fue colocar en una misma canasta, pre¬ ciosa y precaria, todos los huevos de la Humanidad.

J. A. Toynbee La historia del hombre en los últimos siglos es principalmente la historia de la expansión de la Europa Occidental, que al constituirse en núcleo de una nueva civilización, se lanzó sobre todos los pueblos de la Tierra en oleadas sucesivas de violencia, de codicia y de opresión. En este movimiento, el mundo entero fue revuelto y recompuesto de acuerdo con los designios europeos y conforme a sus intereses. Cada pueblo y aun cada individuo, dondequiera que hubiese nacido y vivido, fue finalmente alcanzado y envuelto en el ordenamiento europeo y en los ideales de riqueza, poder, justicia o santidad por él inspirados. Ningún proceso civilizatorio anterior se reveló tan vigoroso en su impulso expansionista, tan contradictorio en sus motivaciones, tan dinámico en su capacidad de renovarse, tan eficaz en su acción des¬ tructiva, ni tan fecundo como matriz de pueblos y nacionalidades. La amplitud y la profundidad de su impacto fue tan grande que se hace necesario preguntarse respecto a lo ocurrido en el mundo de estos últimos cinco siglos, cuánto se debe a la especie humana en sus diver¬ sas configuraciones sociales y culturales, y cuánto realmente a esta variante expansiva, dominadora e insaciable que ha sido la civili¬ zación europea occidental.

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Los pueblos europeos pudieron protagonizar la historia moderna como sus agentes civilizadores debido a que, al anticiparse en cuanto a dos revoluciones tecnológicas —la Mercantil y la Industrial—, se habían puesto al frente de nuevas etapas de la evolución socio-cultural. En consecuencia, experimentaron primero las alteraciones correspon¬ dientes y formularon con prioridad las ideologías resultantes de la nueva forma de civilización en la que ingresaba la humanidad. Sus descubrimientos, creencias, ideales, son por eso, más que expresiones de la creatividad europea, el producto de la propia evolución humana que, allí, vivía precozmente un nueva etapa. El mundo feudal europeo, resultante del levantamiento del contexto bárbaro sobre la civilización grecorromana, hacía ya siglos que venía sufriendo innovaciones tecnológicas y sociales acumulativas que final¬ mente restauraron el sistema mercantil y conformaron una nueva civi¬ lización. El Renacimiento constituyó el momento dramático en que esta civilización se reveló al propio europeo, que vio el mundo duplicado con el descubrimiento de América, redefinida la concepción del universo, escindida la Iglesia Romana, implantando el Imperio Otomano en Constantinopla, y echadas las bases del Imperio Ruso. Una sola generación —en el transcurso del siglo xvi— conoció descubridores como Colón, Vasco de Gama, Cabral y Vespucio; con¬ quistadores feroces como Cortés, Pizarro y Jiménez; humanistas como Tomás Moro, Erasmo de Rotterdam, Maquiavelo, Garcilaso de la Vega, Vives y Las Casas; escritores como Ariosto y Rabelais, y también épicos como Camóens y místicos como Santa Teresa; predicadores e inquisidores poseídos de furia sagrada como Savonarola y Torquemada; reformadores y restauradores como Lutero, Calvino, Knox, Swinglio. Münzer y Loyola; artistas geniales como Leonardo da Vinci, Rafael, Miguel Angel, Botticelli, Tiziano, Gil Vicente, Correggio, Durero y Holbien; astrónomos como Copérnico y Behaim; naturalistas como Paracelso y Vesalio; los papas mundanos, los mecenas florentinos y los primeros grandes empresarios financistas modernos. Toda una revolución tuvo lugar en el saber, en la religión, en las artes, desgarradas de las trabas teológicas y vueltas hacia el culto de la antigüedad clásica. Se desencadenó un interés nuevo por el saber empírico-inductivo, por la observación de la naturaleza, por la com¬ prensión de la sociedad, por la experimentación científica, por las artes mecánicas. En una parte de Europa, la búsqueda del ascetismo-religioso y del éxtasis místico dio lugar a movimientos paralelos de reforma religiosa, de secularización de las costumbres, de experimentación científica, de especulación racionalista y de indagación filosófica que vendrían a mo¬ dificar profundamente en los siglos siguientes, los modos de actuar, de vivir y pensar de todos los pueblos. En otra parte de Europa, se volvió a encender el fervor religioso enardeciendo pueblos hasta entonces marginales a la cristiandad que asumieron el papel de celosos guardianes de la fe y de nuevos cruzados de un catolicismo misionero y conquistador. Fueron estos los pueblos

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ibéricos y rusos, por cuyo impulso expansivo Europa se proyectó sobre otros territorios, creando las bases de la primera civilización mundial. Los ibéricos, gracias al desarrollo de su capacidad de navegantes, se lanzan a la aventura ultramarina, descubriendo, conquistando y subyugando los mundos nuevos; luego lograrán que el Papa determine la división de los dominios portugueses y españoles confiriéndole a esta situación real una naturaleza sacrosanta. Los rusos, como pueblos continentales, se expandieron sobre su contorno. A partir de su base original en el Dniéper se arrojaron por el Oeste, sobre la Europa eslava y balcánica dominada por los otomanos; por el Este y por el Norte sobre el gran mundo euroasiático de las correrías tártaro-mongólicas, ampliando sus fronteras hasta China y apropiándose, ellos también, en el extremo de su territorio, de un pedazo de América: Alaska. Iberos y rusos enfrentaban un desafío similar: la reconquista del propio territorio sometido por pueblos de otras religiones. El ímpetu para la misión de reconquista alcanzando con la invocación de valores religiosos, los maduraría para la expansión externa llevándolos, después de cumplida la unificación, contra todas las etnias minoritarias enquis¬ tadas en su territorio, y más allá de éste al dominio de otros pueblos, vecinos lejanos. Las interpretaciones de este movimiento histórico de importancia crucial para el destino humano, debidas a autores del centro y del norte de Europa, han sufrido deformaciones de dos órdenes: Primero, la de convertirse en esfuerzos tendientes a concatenar los antecedentes históricos que llevaron a Inglaterra, a Holanda y más tarde a Francia, a estructurarse como formaciones capitalistas mercantiles. Segundo, la de formularse como epopeyas que dignificaban las hazañas del hombre blanco y justificaban el dominio imperialista inglés, francés u holandés según el caso. Así encuadrado, este discurso explicativo describía la progresión de los pueblos europeos como una ruptura interna con el feudalismo, laboriosamente elaborada a través de siglos de creatividad tecnológica y cultural por los italianos, holandeses e ingleses, que finalmente habría logrado madurez con la Revolución Industrial. Atribuía a los pueblos ibéricos y extraeuropeos un papel meramente pasivo, o bien consideraba que éste había consistido principalmente en el suministro de zonas cuyo saqueo hizo posible la acumulación primitiva de capitales. Tal enfoque no explica las razones por las cuales los primeros impulsos renovadores tuvieron lugar justamente en las áreas marginales a aquéllas que se habrían de configurar luego como potencias capita¬ listas mercantiles y, después, imperialistas industriales. Tampoco explica cómo sociedades inmersas en el feudalismo pudieron consolidar la unidad política y económica necesaria a la expansión europea. Si feudalismo significa disyunción política de las antiguas estructuras imperiales, diso¬ ciación económica de los antiguos sistemas mercantiles y deterioro de los modos esclavistas de producción, el concepto no es aplicable a la Península Ibérica ni a la Rusia del siglo xvi. Ambas se caracterizaban precisamente por opuestos atributos: el centralismo político y burocrá-

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tico, la creación de vastos sistemas mercantiles, y la realización de vigo¬ rosos movimientos de conquista y colonización externa. Todos estos hechos llevan a suponer que antes de que maduraran las formaciones capitalistas mercantiles, tuvo lugar otro proceso civilizatorio con el que comenzaría la destrucción del feudalismo europeo y que provocaría el surgimiento de una nueva formación socio-cultural: la mercantil salvacionista. La Revolución Mercantil le dio su base tecnoló¬ gica; la navegación oceánica, las armas de fuego, el hierro fundido así como otros elementos, pondrían fin al predominio militar de la caballe¬ ría mantenida desde un milenio atrás, y permitirían iniciar un nuevo ciclo de expansión mercantil marítima. Es cierto que simultáneamente algunos puertos italianos se trans¬ formaron en verdaderos núcleos mercantiles —superando así su anterior condición de escalas en la ruta de Bizancio— en tanto que otros puertos holandeses e ingleses pasaban a constituirse en centros de una red mercantil de alcance continental. No obstante, la maduración de estos núcleos como componentes de formaciones capitalistas así como su vertiginosa expansión, adquirieron viabilidad únicamente gracias a la expansión previa de las naciones ibéricas, y a los fantásticos recursos —producto del saqueo y la sojuzgación de cuantiosas poblaciones ame¬ ricanas, asiáticas y africanas— que éstas pusieron en circulación. En las teorías históricas este evento trascendental generalmente es aludido como si se tratara de un simple factor coadyuvante de un proceso civilizatorio originado y desenvuelto a partir del establecimiento del sistema mercantil europeo. En apoyo de esta tesis se da por sentado que la drástica acentuación de la creatividad tecnológica experimentada en Europa antes de la Revolución Industrial, fue el resultado de un proceso autónomo; de este modo se olvidaba que las innovaciones deci¬ sivas en las técnicas de navegación, de producción y de guerra que darían base a la expansión ibérica, procedían del mundo extra europeo ya que habían sido transmitidas por los árabes. Otra consecuencia de este eurocentrismo teórico es la propia conceptuación del feudalismo, carac¬ terizada por una ambigüedad tal, que resulta aplicable a cualquier situa¬ ción históricamente atrasada en relación al capitalismo. Pero puede darse una explicación más satisfactoria a estos mismos hechos partiendo de la comprobación que, con anterioridad a la Revo¬ lución Industrial ocurrió otra revolución tecnológica. Esta fue la Re¬ volución Mercantil, cuyo soporte estaría dado por la tecnología referida (navegación oceánica y armas de fuego sobre todo), y de la que se originarían dos procesos civilizatorios cristalizados como formaciones socio-culturales de doble naturaleza: primero, la mercantil salvacionista y la colonial esclavista; segundo, la capitalista mercantil y la colonialista mercantil. Estas formaciones dobles fueron el resultado de las mismas fuerzas renovadoras. Actuando éstas sobre ámbitos diferentes, desatarían procesos de aceleración evolutiva que llevarían a unos pueblos a elevarse desde la condición feudal a una etapa superior (mercantil y salvacio¬ nista y capitalista mercantil); y, a la vez, procesos de actualización

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histórica que someterían a otros pueblos a la dominación externa (co¬ lonial esclavista y colonialista mercantil). La competencia y el conflicto entre estas dos formaciones y entre los componentes interactivos de cada una de ellas, habría de favorecer a la más progresista que se encontró luego en condiciones de emprender la Revolución Industrial, con lo que no sólo superó a la otra sino que subordinó a todos los pueblos. En esta nueva etapa, los núcleos capitalistas mercantiles evolucionan hacia formaciones imperialistas indus¬ triales; las formaciones mercantiles salvacionistas así como sus espacios coloniales, experimentan modernizaciones parciales o reflejos por los procesos de actualización histórica, convirtiéndose en zonas de explo¬ tación neocolonial.1 1.

EL CICLO SALVACIONISTA

La expansión europea de los siglos xv y xvi se inicia en dos puntos marginales, ambos sometidos al dominio extranjero: islámico en el caso de los pueblos ibéricos, y tártaro-mongólico en el de los rusos. No obstante contribuir a la generalización de las principales innovaciones tecnológicas de la Revolución Mercantil, ligadas casi todas a la navegación oceánica y a las armas explosivas, los países ibéricos y Rusia apenas lograron constituirse como dos formaciones socio-cul¬ turales de carácter mercantil, despótico y fanático. Se hicieron Imperios Mercantiles Salvacionistas semejantes al islámico y al otomano, e igual¬ mente exaltados en sus dimensiones épica, codiciosa y mística. De este modo, los modeladores de la primera vía de ruptura con el feuda¬ lismo europeo y de transición al capitalismo mercantil, no consiguieron estructurarse según la formación socio-cultural que les hubiera corres¬ pondido. Esta nueva etapa de la evolución humana, el capitalismo mercantil, se cristalizaría en algunas de las ciudades que venían conso¬ lidando, desde hace dos siglos, el sistema mercantil europeo. Por esto mismo, cuando la Revolución Mercantil —que había otorgado prece¬ dencia a la Península Ibérica y a Rusia— dio lugar a nueva etapa evolutiva con la Revolución Industrial, ambas áreas se vieron, una vez más, marginadas y preteridas como pueblos atrasados en la historia. Este paso evolutivo colocaría en el centro de la historia humana, como focos irradiadores de un nuevo proceso civilizatorio —el capitalismo industrial— a otros pueblos europeos hasta entonces marginales a las grandes corrientes de civilización: los ingleses y holandeses primero; los franceses y alemanes después. Algunos tipos humanos de los dos imperios mercantiles salvacio¬ nistas dan la medida de los valores que después de siglos de vida mediocre les sirvieron de motivación para romper el yugo moro y

1 Este tema es ampliamente tratado por el autor en “El Proceso Civilizatorio: Etapas de la Evolución Sociocultural”, Caracas, 1970.

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mongólico y convertirse en la vanguardia de la nueva civilización. El mundo ibérico puede ser representado aquí, en primer término, por el joven rey Don Sebastián el que, encendido de fervor religioso, juega toda la nobleza lusitana en una batalla contra los moros: Alcacerquibir. Con su muerte, Portugal cae bajo el dominio español y se ahonda en el desaliento. La impresión que causó esta tragedia y la desaparición del propio cuerpo del joven rey se hace sentir hasta nuestros días, en Portugal y en Brasil, en forma de movimientos mesiánicos (sebastianistas) en que multitudes fanatizadas rezan, se flagelan y sacrifican inocentes en la esperanza de que se cumpla el mito del retorno de Don Sebastián que estaría “encantado”. Otra figura expresiva fue Henrique el Navegante, mezcla de sabio renacentista poseedor de los conocimientos náuticos que hicieron posible la navegación oceánica, y de místico, permanentemente mortificado por un cinturón de cilicio. Fundó, incluso, una de las herejías más difundidas de la cristiandad portuguesa: la del advenimiento de la Era del Divino Espíritu Santo, que después del tiempo del Padre y del Hijo, permitiría al hombre la creación del paraíso cristiano en la propia tierra. Una tercera figura característica fue Isabel la Católica. Criada entre campesinos al lado de su madre loca, se convirtió en reina de la España unificada que venció al último bastión musulmán y expulsó a los árabes en el mismo año en que se descubrió América. Isabel tomó como tarea primordial la erradicación de los elementos moriscos que habían impregnado las poblaciones peninsulares durante siete siglos de dominio islámico; se hizo madrina de la Santa Inquisición some¬ tiéndose a los dominicos que se convirtieron en los rectores de la hispanidad; aspiró piadosamente a erigirse en protectora de las poblacio¬ nes subyugadas del Nuevo Mundo, y, para salvar sus almas de la condenación eterna y al mismo tiempo asegurar el enriquecimiento de los conquistadores, los condenó a la forma más hipócrita de esclavitud: las encomiendas. En el mundo ruso resaltan como símbolos las personalidades de Iván III y de Iván IV, el Terrible. El primero, al poner bajo el dominio de Moscú los principados de Kiev, Yaroslav, Rostov y Novgorod, echó las bases del Imperio. El segundo se coronó Zar de todas las Rusias, venció a la Horda de Oro quebrantando así las bases de la expansión tártara sobre Europa, e inició un proceso de colonización mercantil y de catcquesis cristiano-ortodoxa que progresivamente incorporaría toda Eurasia al imperio ruso. Sometió por el terror a la nobleza feudal boyarda y además instauró el patriarcado moscovita, llevado por la aspiración de hacer de Moscú una tercera Roma, rectora de la cristiandad. Simultáneamente con esos desarrollos de las áreas marginales, Europa nórdica y céntrica prosiguió los esfuerzos por romper con el feudalismo mediante la restauración de un sistema mercantil inter¬ nacional. Este proceso, comenzado en las ciudades portuarias italianas, flamencas e inglesas, convertidas en centros de producción manufac¬ turera, condujo a una nueva formación socio-cultural congruentemente capitalista mercantil. Por esta razón, presentaría una aptitud mayor para

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emprender el nuevo salto de la evolución tecnológico-cultural, fundada en el dominio de nuevas fuentes de energía y en su aplicación a dispositivos mecánicos de producción en masa, como sería la revolución industrial. La Europa que se enfrentaba a la América indígena, representada por España y Portugal, estaba constituida por sociedades nacionales de base agrario-artesanal rígidamente estratificadas. Su clase superior estaba formada en mayor medida por una jerarquía sacerdotal que por un nobleza hereditaria, dada la posición de la Iglesia como principal propietaria de tierras, esclavos y siervos, y la especialización guerrera de una parte del clero compuesta por sacerdotes-soldados. La nobleza, superabundante en número, era pobre y aun paupérrima, aunque por eso mismo en extremo celosa de su rango, por lo que evitaba confun¬ dirse con la gente común a la que incumbía el trabajo productivo. La función propia de la nobleza era la guerra contra el moro, determinada por el Papa y por el Rey, y conducida por el clero; o bien, del lado del moro, la lucha contra la expansión clerical cristiana. Fuera de su principal motivación religiosa esta guerra santa daba también frutos temporales, sobre todo al clero, ya que toda la tierra tomada al infiel pasaba a la Iglesia. En las ciudades, una clase de artesanos —principalmente moris¬ cos— y de mercaderes —principalmente judíos— equivalente a la que formaría la burguesía comercial de creciente influencia en otras naciones como Inglaterra, Alemania, Holanda y Francia, era mantenida bajo un rígido control. Control religioso, ya que estaba integrada en gran parte por musulmanes, judíos y cristianos nuevos, por lo que no infundía confianza a la Iglesia. Control social, ejercido por la no¬ bleza para cuidar así sus privilegios, pero sobre todo por la codicia que despertaban sus bienes y tierras. Control estatal, puesto que gran parte de las rentas de la corona provenían de los impuestos apli¬ cados a los comerciantes y artesanos. La primacía del clero y la perse¬ cución sistemática y furiosa contra las minorías islámicas y judaicas, fue un impedimento decisivo para la constitución de una clase interme¬ diaria de empresarios ricos y de artesanos libres que configurase una burguesía capaz de disputar un lugar y una influencia saliente en el Estado. En la época de los descubrimientos, la Península Ibérica contaba con una población calculada en 10 millones; un millón y medio de éstos eran portugueses. En la misma época, los británicos constituían 5 millones, los holandeses 1, los franceses 20 y los alemanes 12. ¿Cómo se explica que justamente esta zona marginal, que no era la más avanzada económicamente ni la más poblada, fuera capaz de llevar a cabo el proceso de expansión transoceánica de Europa Occidental? Se suman aquí muchos factores entre los cuales debe destacarse por su importancia crucial, el que los ibéricos fueran herederos directos de la tecnología islámica, más avanzada que la europea de entonces, sobre todo en los sectores decisivos para la navegación oceánica. Y también el haberse empeñado durante ocho siglos —de 718 a 1492— en

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una lucha de emancipación contra la dominación sarracena, lo que exigió movilizar y mantener vivas las energías morales de sus pueblos durante ese vastísimo período en que la frontera avanzaba o retrocedía conforme se intensificase la presión islámica o la cristiana. Estas dos circunstancias harían de los iberos de la reconquista los promotores de la conquista. Del mismo modo resultarían los iniciadores de la Revolución Mercantil, por su fundamental contribución tecnológica y económica; no obstante, no serían sus beneficiarios ya que al lanzarse a la gran hazaña, en lugar de constituir formaciones capitalistas mercan¬ tiles, se configuraron como Imperios Mercantiles salvacionistas. Ni siquiera al final del ciclo más brillante de su historia consiguieron alcanzar un grado de modernización mayor, como tampoco se integraron luego a la Revolución Industrial. Por el conrtario, debieron ceder su imperio colonial esclavista y mercantil a los nuevos imperialismos capi¬ talistas industriales. De esta manera, tanto Portugal como España se insertaron en la economía mundial como áreas dependientes de confor¬ mación neocolonial. Como formación mercantil salvacionista que suma en sí las energías de un imperialismo incipientemente mercantil y el empuje de una religión imbuida de expansionismo misional, la Península Ibérica ma¬ dura para la empresa del descubrimiento, la conquista y la colonización del Nuevo Mundo, proyectando sobre éste y sobre el mundo todo el acendrado espíritu bélico nacido de la guerra nacional contra la domi¬ nación musulmana y de la guerra santa contra los herejes. De este modo, durante todo el siglo xvi, emprende en Europa guerras de restauración de la cristiandad católica contra la Reforma, en tanto lleva a cabo campañas internas de eliminación de judíos y moros que después lograrían permanencia institucional con la Inquisición. Acomete igualmente la destrucción de las altas culturas americanas y la escla¬ vización de su pueblos; a éstos agregaría luego millones de negros africanos, con lo que llegaría a componer la mayor fuerza de trabajo que el mundo conociera hasta entonces. Absorbida más tarde por la organización de sus colonias americanas, obligada a una prudencia mayor por la capacidad de represalia que revelaban las naciones emer¬ gentes de la Europa capitalista y protestante, y contenida por el Papado en su afán evangelizador sobre Europa, la Península Ibérica fue, poco a poco, restringiendo su propósito hegemónico misionero y mercantil a las posesiones ultramarinas, y dirigiendo su anhelo purificador a su propia población. Restablece así sus vínculos mercantiles con Europa, y éstos habrán de crecer dentro de un sistema caracterizado cada vez más por los trueques entre formaciones tecnológicamente desfasadas en las cuales, las más evolucionadas perjudican fatalmente a las más atrasadas. En esta contextura económica, las estructuras evolucionadas eran Holanda, Inglaterra y Francia —pese a que nada habían recibido en la división del mundo operada por el Tratado de Tordesillas— porque ya consti¬ tuían formaciones Capitalistas Mercantiles. Atrasadas eran España y

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Portugal, aún Imperios Mercantiles salvacionistas cuyas economías se basaban en el colonialismo esclavista. En este marco, las dos naciones arcaicas acoplaban bienes desti¬ nados más a enriquecer una nobleza ostentatoria, señorial y mística o a financiar los proyectos de hegemonía universal de sus reyes austríacos, que a ser aplicados de manera fructífera. También en esto se revela su carácter mercantil salvacionista que las compelía a actuar tal como siempre lo hicieron las formaciones incipientemente mercantiles, orienta¬ das más hacia el atesoramiento y el gasto suntuario que hacía la capitalización y la inversión productiva. El oro y la plata arrancados de América en enormes cantidades servirían apenas para costear el consumo metropolitano de bienes y manufacturas importadas de otras zonas, así como para mantener los ejércitos. España y Portugal se transformaron así en meros depósitos de metales preciosos, especias, y más tarde azúcar y otros productos tropicales, para provecho de los mercaderes de toda Europa. Ni siquiera fueron capaces de crear un sistema propio de distribución de los productos coloniales en los mer¬ cados europeos, perdiendo de este modo hasta las ganancias de su comercialización. En consecuencia, los bienes saqueados de América o producidos por sus poblaciones que por los sistemas de sujeción aplicados —como la esclavitud o las encomiendas— eran mantenidas en un nivel mínimo de consumo, irían a costear el enriquecimiento y sobre todo la indus¬ trialización de otras áreas. Agréguese a esto, como tendencia regresiva, el hecho que los iberos habían destruido su propio sistema de pro¬ ducción artesanal así como también su sistema mercantil en aras del fanatismo salvador, al expulsar centenares de miles de moros y judíos. Empujados por la naturaleza misma de su formación socioeconómica a un empobrecimiento creciente, acentuado por otra parte por el exage¬ rado peso de las clases no productivas —particularmente el clero—, Portugal y España contrajeron con los banqueros europeos deudas cada vez más humillantes, a la vez que ensayaban toda clase de expedientes lucrativos —como la venta de títulos nobiliarios— tanto en la península como en América. Bajo el reinado de Felipe II que encarna, aún más que Isabel, el fanatismo salvador ibérico, el clero español alcanza la proporción fan¬ tástica del 25% de la población adulta. Según Oliveira Martins (1951, pág. 306): “. . .un censo efectuado durante el reinado de Felipe II (1570) registra 312 mil sacerdotes, 200.000 clérigos de órdenes menores y 400.000 frailes”. A comienzos del siglo xvm, otro censo consignará con respecto a otras categorías sociales igualmente parasitarias: “. . .cerca de 723 mil nobles, 277 mil criados de nobles, 70 mil burócratas y dos millones de mendigos”. En el mismo período, sólo en la región de Sevilla, los telares de seda y de lana se habían reducido de 16 mil a 400 y el ganado ovino de 7 a 2 millones de cabezas. La propia población ibérica cayó de

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diez a ocho millones de habitantes (op. cit., págs. 306/7), bajo el peso de ese propósito salvador. En el plano cultural se da una decadencia proporcional. El estu¬ diantado de Salamanca se reduce de 14 a 7 mil a fines del siglo xvi. La Inquisición dirigida por Torquemada secuestra y quema a millares los pocos libros existentes en la Península, y a la vez que establece la censura y el índex, implanta el terror. En dieciocho años Torquemada procesa 100 mil personas; quema en efigie, de seis a siete mil, y en carne y hueso a nueve mil. Con la Inquisición, el fanatismo y la intolerancia de la Iberia salvadora sirven de sustento a la venganza y la tortura, transformados en procedimientos institucionales en nombre del santo combate a la herejía. Esta Europa ibérica, obsoleta en el terreno económico frente a la ascensión del capitalismo europeo, y en el religioso fanática y conven¬ cida de su misión salvadora, presidió la transfiguración cultural de América Latina, marcando profundamente su perfil y condenándola también al atraso. Es probable, sin embargo, que sin los contenidos catequistas que las motivaron, la expansión ibérica, lo mismo que la rusa, no hubiesen tenido la fuerza asimiladora que les permitió convivir y actuar frente a pueblos muy diferentes, a los que impuso su marca cultural y religiosa.

2.

LA EUROPA CAPITALISTA

La otra Europa, enriquecida por la transferencia de los productos de la explotación colonial ibérica y que luego ella misma emprendería al madurar como formación capitalista mercantil, pudo saltar hacia una nueva etapa de la evolución socio-cultural: la Revolución Industrial. Esta era una etapa natural y necesaria que habría de ocurrir en uno de los múltiples contextos feudales. La circunstancia de que esta etapa floreciera en Europa daría al hombre blanco una supremacía en el ámbito mundial que, al prolongarse por siglos, lo llevaría a que con¬ siderara su raza y su cultura como intrínsecamente superiores a las otras, y a suponer que en consecuencia estaba destinada a subyugar, explotar y civilizar los restantes pueblos de la tierra. Alistados en la nueva revolución tecnológica y armados de un instrumental de acción sobre la naturaleza cada vez más prodigioso, los europeos rompieron el equilibrio y el estancamiento en que ellos mismos se habían visto sumergidos al igual que otras civilizaciones, como la musulmana, paralizada por la expansión otomana, y las orientales, inmer¬ sas en el feudalismo. Sobre todas ellas, y también sobre las civilizaciones americanas así como sobre los pueblos tribales de la Tierra entera, se lanzaron los europeos como la vanguardia de una nueva revolución tecnológica. Ante su impacto, el mundo sufrió una transformación simi¬ lar a la experimentada diez milenios antes, cuando la Revolución Agraria de las primeras sociedades de labradores y pastores produjo la multiplica¬ ción del contingente humano; similar también a la producida cinco

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mil años atrás al dar la Revolución Urbana impulso a algunas sociedades que vieron su población dividida en campesinos y ciudadanos y estrati¬ ficada en las clases sociales, y que se encontraron en condiciones de intentar las primeras expansiones imperiales. Basándose en las nuevas formas de acción sobre la naturaleza, en las nuevas instituciones y en las nuevas ideas, el europeo reconstruyó el mundo con la finalidad de abastecerse de bienes y servicios. Saqueando las riquezas atesoradas por otros pueblos, enganchando en el trabajo esclavo o servil a cientos de millones de hombres, Europa pudo llevar adelante su propia Revolución Industrial, transfigurando sus pueblos, renovando y enriqueciendo sus ciudades, engalanándose de poderes y glorias. El mundo extraeuropeo, compuesto por pueblos proveedores de materias primas y consumidores de manufacturas, fue construido du¬ rante siglos mediante la opresión y el terrorismo. Las viejas civilizaciones sobrevivientes, decadentes unas, vivas otras, pero capaces todas hasta entonces de ordenar la vida de sus sociedades, fueron sucesivamente dominadas, degradadas y adscritas al sistema mercantil de dimensión mundial regido por los europeos. Nuevos pueblos nacieron por la traslación de millones de hombres de sus territorios de origen a tierras lejanas donde —desde el punto de vista europeo— podían ser más útiles y productivos. Millares de grupos tribales resistentes al régimen servil u hostiles a la explotación de sus territorios, fueron diezmados por las matanzas, por las enfermedades que les trasmitía el hombre blanco, o por el desengaño y la desmoralización subsiguientes a la destrucción de aquellos valores que daban sentido a su existencia. Pero además, en este proceso de expansión Europa impuso pro¬ gresivamente en el resto del mundo aquellas fórmulas que le eran propias y que definían la verdad, la justicia y la belleza. Tales valores se cimentaban no sólo en la fuerza persuasiva de su universalidad sino, además, en los mecanismos coactivos a través de los cuales se difundían. Al mismo tiempo sus lenguas, originarias todas de un mismo tronco, pasaron a ser habladas por mayor número de personas que cualquier otro grupo de lenguas antes existente. Sus diversos cultos, nacidos de una misma religión, se hicieron ecuménicos. Su ciencia y su tecnología se difundieron también mundialmente. Su arte se convirtió en expresión universal de belleza. Sus instituciones familiares, políticas y jurídicas, constituyeron los modelos ordenadores de la vida social de la mayoría de los pueblos. El cumplimiento de esta hazaña resultó posible porque Europa contaba con una tecnología naval, militar y productiva más avanzada, así como con un nuevo cuerpo de instituciones sociales y económicas que ampliaron la capacidad de expansión de los mercados hasta integrar al mundo entero en un sistema mercantil unificado. Europa poseía, además, una sed de saber constantemente renovada que todo lo indagaba y aun cuando aferrada a lo que parecía constituir su verdad última, volvía sin embargo a dudar de ello y a investigar. Tenía también una voluntad de autoafirmación individual que motivó a miles de aventure-

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ros, despertándolos al goce de la vida terrena y haciéndolos audaces empresarios. Contaba por último, con un viejo cuerpo de tradiciones y creencias, redefinido para servir a una sociedad menos preocupada ya por los riesgos de la condenación eterna y más por la expansión del reino de Dios, que era también la expansión del dominio europeo. A todos estos elementos se sumaría, como una de las armas deci¬ sivas de la conquista, un conglomerado de agentes patógenos a los que los pueblos europeos, asiáticos y africanos estaban adaptados pero que se abatirían sobre los pueblos autóctonos de América y Oceanía como nuevas plagas bíblicas, volviéndolos además inermes a la agresión y al sometimiento. Se calcula que luego de los primeros contactos con hombres blancos murió contaminada la mitad, y en ocasiones las tres cuartas partes de la población aborigen americana, australiana y de las islas oceánicas, víctimas de dolencias pulmonares y venéreas, de la viruela y de otras enfermedades que desconocían. Durante el transcurso de su expansión mundial, Europa se renueva de continuo, enriqueciendo su patrimonio de instrumentos de domina¬ ción y alterando radicalmente su propio perfil. Fue siempre, empero, el agente y paciente principal de los procesos civilizatorios que puso en marcha y dirigió. Las naciones que primero se transfiguraron por la Revolución Mercantil y luego por la Industrial, fortalecieron enorme¬ mente su poder de coacción sobre sus vecinos y sobre el mundo extra europeo. No obstante, se vieron compelidas al mismo tiempo a reordenar sus propias sociedades, llevando a sus pueblos a experimentar las trans¬ formaciones más radicales. A cierta altura del proceso los propios europeos se volvieron, también ellos, un ganado humano de exportación; no para representar ya el papel dominador prescripto anteriormente para el hombre blanco, sino el de simple mano de obra, en ocasiones más barata y frecuentemente tan miserable como la esclava. De este modo, el avance de la Revolución Industrial provocó también en Europa misma, una sucesión de desarraigos masivos y la emigración de enormes con¬ glomerados humanos a todos los rincones de la tierra. Los ideales y creencias europeos se modificaron a través de los siglos como en un caleidoscopio. Pese a ello constituyeron, para diversas generaciones, verdades y fidelidades que motivaron las acciones más fanáticas, y que siempre guardaron un vínculo funcional con los imperati¬ vos de la perpetuación del sistema europeo de dominio. Así, en tanto perduró el celo catequístico, flageló a los pueblos impíos de todo el mundo concitándolos compulsivamente al redil cristiano. Simultáneamente, em¬ pero, los alistaba en los sistemas económicos y políticos de dominación. Cuando el fervor misionero declinó en las colonias, se volvió sobre el contexto europeo para erradicar a sangre y fuego las herejías que se multiplicaban dividiendo la cristiandad en grupos más opuestos entre sí que respecto a los pueblos infieles. Aún entonces conservó su funcio¬ nalidad, ya que con la Reforma contribuvó a liberar a los empresarios capitalistas de aquellos vínculos que se habían vuelto obsoletos, a fin de santificar su furor adquisitivo e inducir a las capas subalternas a adaptarse a las nuevas formas de estratificación social. La Contrarreforma

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y el impulso salvador, coadyuvaron en tanto a mantener el sistema tradicional de dominio. Al desencadenarse el proceso civilizatorio de la Revolución Industrial, viejos ideales de libertad, igualdad y justicia, tantas veces sostenidos por las civilizaciones anteriores y tantas veces olvidados y abandonados como utopías carentes de viabilidad, renacieron en Europa más llamativos y aparentemente con mejores posibilidades de concreción. De este modo, la formulación liberal burguesa de los ideales republicanos se volcó por entero a la afirmación de la libertad del individuo frente al Estado, la iglesia y la sociedad. Este ideario se manifestó en un sistema congruente de instituciones mercantiles (como las sociedades anónimas y las técnicas bancarias), y de instituciones políticas (como la democracia liberal) que persuadieron tanto a los europeos como a las clases dominantes de los pueblos adscriptos a su red de explotación económica, que dentro de este cuadro la prosperidad y la libertad serían finalmente logradas. Al calor de estas nuevas ideologías liberales y laicas se disolvió la vehemencia re¬ formista, así como el afán redentor que había hecho del conquistador europeo una mezcla de traficante y de cruzado, para dar lugar a otros dos nuevos fervores: el empresarial y el revolucionario liberal. Ambos se basaron en la misma instrumentalidad con respecto a los imperativos del tráfico y de la dominación. En el terreno político, el absolutismo monárquico fue reemplazado por el estado republicano y democrático que lograría la primera con¬ creción en un contexto extraeuropeo con la revolución norteamericana. El esclavismo, reeditado históricamente en escala gigantesca en las colonias americanas, sufrió la oposición de los ideales de dignidad humana y de igualdad que demostraron su mayor funcionalidad como anticipación de la renovación social impuesta por los progresos de la Revolución Industrial. Esta, al crear y poner en uso nuevas y porten¬ tosas formas de energía, volvió prescindibles al esclavo y al siervo posibilitando así una concepción más libertaria del hombre. A través de todas estas variantes ideológicas se mantiene, hasta fines del siglo xix, la posición rectora de Europa sobre el resto del mundo; del mismo modo que las disputas entre los países de aquel continente por el dominio mundial. La precedencia de los descubridores ibéricos fue puesta en jaque desde las primeras décadas siguientes a la división de Tordesillas. Holandeses, franceses e ingleses se apode¬ raron de partes diversas de un mundo que parecía estar condenado a ser objeto de aprovechamiento del europeo más audaz. Al entrar otros en el reparto, las posesiones portuguesas y españolas debieron progresiva mente, limitándose por último a los territorios de ultramar, conservados gracias a acuerdos consentidos de coparticipación con los pueblos europeos que más habían avanzado en la Revolución Industrial. Es el tiempo de los pueblos ingleses, holandeses, franceses y alemanes que habrían de ocupar el centro europeo de dominio mundial. Esta sustitución de ibéricos por nórdicos y centroeuropeos, mar¬ caba el pasaje del predominio de la civilización mercantil a la civili-

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zación industrial. En la primera de ellas, los ibéricos y los rusos tuvieron la prioridad en su carácter de agentes de una nueva expansión civiliza¬ dora. Su configuración híbrida de Imperios Mercantiles salvacionistas, sólo incipientemente capitalistas, no les permitió alcanzar congruencia como sistemas capitalistas, ni crear una estructura que les permitiese enfrentar las tareas de una industrialización autónoma. Las regalías concedidas a la nobleza tradicional y la injerencia del clero en los nego¬ cios del Estado con la consiguiente pérdida de flexibilidad de su estructura social, los inhabilitarán para el desarrollo de la tecnología y de las instituciones sociales en que se asentaría la Revolución Industrial. La competencia con las regiones donde estas nuevas formas lograron madurez y capacidad expansiva, volvería obsoletos a ambos imperios: los rusos y los ibéricos, lo mismo que los pueblos iberoamericanos, fueron adscriptos a los sistemas de dominación económica de las poten¬ cias imperialistas industriales en ascenso. Los pueblos iberoamericanos, formados en el curso de la Revolu¬ ción Mercantil, no experimentaron una aceleración evolutiva sino una mera actualización histórica que los hizo subir en la escala de la evo¬ lución sociocultural, al costo de la pérdida de sus perfiles étnicos originales y de su alistamiento como “proletariado externo” del Imperio Mercantil salvacionista ibérico. Con el nuevo ciclo de renovación inau¬ gurado por la Revolución Industrial, estos pueblos volvieron a sufrir un proceso de actualización histórica mediante el cual dejaron de formar parte de una estructura de dominación para caer en otras respecto de las cuales constituyeron también sus proletariados externos, o bien limitaron su papel a satisfacer las condiciones de existencia y pros¬ peridad de otros pueblos. 3.

LA CIVILIZACION POLICENTRICA

La expansión ibérica se justificó al principio por el derecho al disfrute de sus descubrimientos, lo que era corroborado por las decisiones papales. Sin embargo, a consecuencia de la polémica suscitada por Fray Bartolomé de las Casas con respecto a las prerrogativas naturales de los indígenas, se elaboró una doctrina colonialista fundada en el acatamiento por parte de los europeos de tres condiciones: debían evangelizar a los infieles, puesto que su salvación dependía de la adopción del cristianismo; como hijos de Dios tenían el derecho de tomar su parte en los bienes comunes del Universo creados por la Divina Providencia, pero ese derecho se limitaba a aquellos bienes ignorados o despreciados por los pueblos salvajes; los asistía como pueblos más evolucionados, el deber de conducir a los más atrasados hacia la civilización. La mejor expresión de esta ideología se encuentra en las obras del teólogo español Francisco de Victoria, que fue por mucho tiempo el principal teórico del colonialismo. En el siglo xix, las naciones colonialistas, justificaron su acción en nombre de la prosperidad europea y de la conservación de su propio

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orden social. Así lo expresó a mediados del siglo pasado el francés Ernesto Renán: “Una nación que no coloniza está abocada irrevocablemente al socialismo, a la guerra del rico y del pobre. La conquista de un país de raza inferior por parte de una raza superior que se establece en él para gobernarle no tiene nada de extraño. Inglaterra practica este tipo de colonización en la India, con gran provecho para la India, para la humanidad en general y para sí misma. Así como deben ser criticadas las conquistas entre razas iguales, la regeneración de las razas infe¬ riores o bastardas por parte de las razas superiores está, en cambio, dentro del orden providencial de la humanidad. . . Regere imperio populos, he aquí nuestra vocación”. (ApudR. Aron, 1962: 145). A su vez, el inglés Cecil Rhodes, en el último cuarto del mismo siglo decía: “Estoy íntimamente persuadido de que mi idea representa la solución del problema social, a saber: para salvar a los cuarenta millones de habitantes del Reino Unido de una guerra civil funesta, nosotros los políticos coloniales, debemos dominar nuevos territorios para ubicar en ellos el exceso de población, para encontrar nuevos mercados en los cuales colocar los productos de nuestras fábricas y de nuestras minas. El imperio, lo he dicho siempre, es una cuestión de estómago. Si no queréis la guerra civil, debéis convertiros en imperialistas”. {Apud, G. Behyau, 1963: 5). No obstante la lucidez de tales planteos, no pudo impedirse el despertar de los pueblos subyugados y la liquidación de las bases de la supremacía europea. Cuando esto ya se hacía evidente, otro europeo dio la señal de alarma. Oswald Spengler escribía en la época de la Primera Guerra Mundial: “. . .a fines del siglo la ciega voluntad de poderío empieza a cometer errores decisivos. En vez de mantener secreto el saber técnico, el mayor tesoro que los pueblos blancos poseían, fue ofrecido a todo el mundo orgullosamente, en todas las escuelas superiores, de palabra y por escrito, y se aceptaba con orgullosa satisfacción la admiración de los hindúes y los japoneses. Iniciase la conocida ‘dispersión de la industria’ incluso a consecuencia de la reflexión que conviene aproximar la producción a los consumidores para obtener mayores provechos. En lugar de exportar exclusivamente productos, comiénzase a exportar secretos, procedimentos, métodos, ingenieros y organizadores. Incluso hay inventores que emigran. . . Todos los hombres de color penetraron en el secreto de nuestra fuerza, lo comprendieron y lo aprovecharon. Los insustituibles privilegios de los pueblos blancos han sido dilapidados, gastados y traicionados. Los adversarios han alcanzado a sus modelos y acaso los superen con la mezcla de las razas de color y con la archimadura inteligencia de civilizaciones antiquísimas”. (O. Spengler, s/f.: 135/6). En realidad, el desarrollo del proceso civilizatorio termina por quebrar la doble base de sustentación de la hegemonía y riqueza europeas: su dominio y explotación de los pueblos coloniales y su

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monopolio de la tecnología industrial moderna. Nuevas nacionalidades surgieron en el mundo extra europeo que adquirieron autonomía no sólo política, sino también económica, llegando incluso a competir con el antiguo centro al desarrollar industrias propias. En esta etapa, la civilización unicéntrica europea dio lugar a un sistema policéntrico, cuyos núcleos de poder habrán de situarse en varios continentes. En torno a cada uno de ellos, incluso en Europa, el grado de incorporación de los distintos países a los procesos productivos de la tecnología industrial moderna, produjo chocantes contrastes de riqueza y pobreza. Cada país industrializado se convirtió en un centro de explotación de pueblos atrasados vecinos o distantes, viéndose impulsado a profun¬ dizar y consolidar su dominio sobre ellos, ya que siendo la explotación el mecanismo fundamental de su enriquecimiento, resultaba condición necesaria de su prosperidad. Pero al igual que las sociedades que les dieron origen, los nuevos centros rectores, constituidos sobre la base del viejo modelo capitalista, se vieron también limitados en la expansión de sus potencialidades. Por un lado actuaron los conflictos resultantes de la estrechez de los cuadros nacionales para contener la competencia económica, lo que generó conflictos resueltos en guerras periódicas. Y por otro, las luchas internas de las clases subordinadas contra la explotación de que eran víctimas en economías orientadas exclusiva¬ mente al logro de ganancias. En Europa misma fue que se formularon, y también en este caso con prioridad, el diagnóstico y el pronóstico de los factores que sofoca¬ ban su propia civilización. Esto ocurrió desde mediados del siglo pasado con el surgimiento de las ciencias sociales y de las doctrinas socialistas, modernas, merced las obras de una larga serie de pensadores que analiza¬ ron los problemas sociales y les propugnaron soluciones. Esencialmente consistieron éstas en teorías de la evolución social que al mismo tiempo formulaban explicaciones sobre el pasado de las sociedades humanas y anticipaban sus desarrollos futuros, configurando nuevos modelos de organización económica, social y política que prometían liberar al hombre de la guerra, la miseria, la ignorancia y la opresión. Munidos con estas teorías, surgieron nuevos movimientos políticos tendientes a erigirse en conductores de la historia gracias a la dirección de luchas revolucionarias orientadas a reordenar totalmente las socie¬ dades de acuerdo con el modelo socialista. Al no poder reordenarse de manera racional, las sociedades europeas debieron soportar las más violentas transformaciones sociales, econó¬ micas y culturales; las viejas disputas nacionales se agravaron y alcanza¬ ron niveles críticos las tensiones de clases. Careciendo de un ordena¬ miento político supra nacional así como de un régimen socioeconómico que asegurara una mayor igualdad, los países europeos no pudieron evitar la irrupción de fuerzas disgregantes que extenderían sus efectos al mundo entero. Los países tardíamente desarrollados y menos bene¬ ficiados en el reparto del mundo procuraron romper el sistema con la guerra, obligando así a redistribuir las zonas de influencia. Después, completamente deterioradas sus bases políticas y culturales, toda Europa

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se ve amenazada por la presión de las capas populares —sobre todo por los movimientos obreros— que ensayan la reforma de las bases de la estratificación social y de la organización política. En esta coyuntura, una revolución victoriosa instaura la primera sociedad de tipo socialista. Una vez más, sin embargo, el nuevo modelo de organización social no logró concreción en Europa Occidental sino en Rusia, que formaba parte de su contexto externo, tal como un siglo antes otro territorio extra europeo —Norteamérica— había anticipado la revolución liberal. El nacimiento de este retoño de la vieja civilización europea, que crecería en el marco de otro sistema, provocó una violenta polarización de las fuerzas. En todo Occidente, una oía de desesperación histérica cundió entre las capas sociales superiores ante el riesgo de su proscripción, y también entre las capas medias, temerosas de que sus parcas ventajas fueran anuladas por una reordenación social hecha en favor de las clases más desheredadas y principalmente del proletariado. Las fuerzas socialmente conservadoras, enfrentadas a estas antiguas y renovadas tensiones, buscaron defender sus intereses con el auxilio de la poderosa tecnología del momento, lo que generó deformaciones ideológicas, institucionales y políticas que rebajaron todos los valores e ideales de la propia civilización occidental. Esto ocurre principal¬ mente en Italia y Alemania con el fascismo y el nazismo, establecidos y fomentados como instrumentos necesarios para enfrentar la amenaza de la revolución social en esos países. Contando con el amparo de los estadistas europeos, cuyo objetivo era doblegar a la Rusia socialista sociocultural hasta entonces conocida, llegando a exigir una guerra mundial para su extirpación definitiva. La guerra consolidó el sistema policéntrico ya en proceso; y la paz mostró el surgimiento de dos potencias: los EE.UU., nuevos pala¬ dines del capitalismo, y la U.R.S.S., en donde había florecido el socia¬ lismo ya extendido a otras regiones. El conflicto entre los dos nuevos focos de poder provocaría, al poco tiempo, la sustitución de la concep¬ ción anterior de un “mundo único”, nacida al influjo del esfuerzo bélico común, por la más real de un mundo dividido entre dos grandes potencias contrapuestas. Mientras las zonas de dominio imperialista componían apenas los residuos del viejo sistema que antes cubría el mundo entero, el nuevo motor revolucionario actuó como una fuerza dinámica, atrayendo nuevas áreas hacia una toma de posición autonomista, de neutralidad, o de franca hostilidad al antiguo orden. Efectivamente, las dos esferas se oponen a causa de las diferencias de sus papeles históricos: el imperia¬ lismo neocolonialista, al repetir insistentemente el discurso liberal ya obsoleto y falto de viabilidad incluso para él mismo, se transforma en la fuerza conservadora por excelencia del statu quo; la ideología marxista presentándose como una doctrina cimentada en las más altas tradiciones humanísticas, se propone llevar a cabo una completa reordenación de la sociedad.

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Comprimidos entre la esfera capitalista y la socialista, los pueblos retrasados en la historia han sido desde entonces sometidos a las mayores tensiones. Para la primera, ellos constituyen un coto de caza que debe ser conservado como objeto de explotación; para la otra, el área natural de expansión de su influencia ideológica, en la que además se ha entablado la lucha por la conquista de alianzas y posiciones estratégicas. Frente a los dos grandes, sin embargo, se fue levantando la multitud de los pequeños, como un tercer mundo caracterizado por la miseria de sus pueblos, por su disconformidad con el destino que les ha sido asignado y con el lugar que les tenían reservado en el concierto mundial. Rápidamente este tercer mundo ha tomado conciencia de la especificidad de sus intereses y de la identidad de la contienda en que se halla empe¬ ñado para alcanzar el progreso económico y social. Desde entonces, los tres mundos se enfrentan en el plano ideológico como si fueran respec¬ tivamente una coalición anti-revolucionaria, una ortodoxia revoluciona¬ ria y una rebelión inconformista. Las dos últimas esferas parecerían compelidas a asociarse, no tanto por la identidad de su posición ideoló¬ gica como por la oposición frontal de intereses entre naciones céntricas y periféricas dentro del encuadramiento imperialista. En este mundo tripartito, convulsionado por las guerras y por la explotación económica, maduran tres complejos ideológicos como sis¬ temas de creencias y valores que son ofrecidos a sus respectivos pueblos, y especialmente a las nuevas generaciones, con el fin de definir las posiciones y los papeles que deben asumir y cumplir en su propia sociedad y con relación a la humanidad. En el mundo capitalista, principalmente en las naciones más avan¬ zadas, el temor a la revolución social compromete a todos en el man¬ tenimiento del statu quo, condenando a sus pueblos y sobre todo a la juventud, a la anomia y al desaliento causados por la incapacidad de señalarles metas generosas para la conducción racional del destino humano. Este temor y este apego a formas anticuadas de organización social, ha aparejado la esterilidad histórica y el oscurantismo moral. La intelectualidad de este nuevo “occidente”, sin causa y sin pasiones “exhausto de ideologías revolucionarias”, tiende a inclinarse cada vez más al cinismo frente a cualquier convicción, al desengaño frente a la espe¬ ranza y, sobre todo, al reaccionarismo frente a la voluntad de cambio y de progreso. Para los pueblos retrasados en la historia, esta marea reaccionaria impone la opción entre resignarse al atraso o tomar las armas para ejercer, a cualquier precio, el derecho de dirigir su propio destino. En consecuencia, en sus sociedades se enfrentan dos ideologías opuestas. Una, la de las clases dominantes, ultra conservadoras debido a su conformidad con el mundo actual y más que nada temerosas de las alteraciones que puedan sobrevivir. Otra, la de los sectores más lúcidos para los cuales todo es cuestionable. Estos mantienen una actitud inda¬ gatoria ante las ideas políticas, las instituciones sociales, el saber, en un esfuerzo permanente por vislumbrar aquello que pueda contribuir a transformar el mundo y su sociedad, así como también por desentrañar

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los factores que impiden esa transformación. La oposición al complot internacional que pretende mantenerlos en el atraso y en la pobreza, los hace nacionalistas. La lucha contra los agentes internos del sub¬ desarrollo, los vuelve antioligárquicos. En el mundo socialista, la aceptación del compromiso de orientar intencionalmente la transformación social para conducirla a la construc¬ ción de sociedades cada vez más libres y prósperas, permitió crear un nuevo orden moral, capaz de infundir en todos sus pueblos la idea de que a ellos corresponde la tarea de emancipar al hombre. Sin embargo, la forma por la cual este nuevo orden moral fue instituido, rodeado por la hostilidad externa y esclerosado en lo interno por la ortodoxia doctrinaria, lo transformó en una comunión sectaria tan opresiva como cualquier culto fanático. Si en esta dimensión ética era posible comu¬ nicar a las multitudes un profundo sentimiento de solidaridad humana y exigir de cada intelectual, artista o ideólogo una alta responsabilidad moral, en ella era también mayor el riesgo para la sociedad de dejarse dominar por el despotismo de los nuevos guardianes de la verdad. El marxismo, al erigirse en dogma y constreñirse por el sectarismo partidario, perdió gran parte de su capacidad de interpretación de la vida social y de comprensión de la propia experiencia vivida por las sociedades socialistas. En consecuencia, se debilitó su papel de conductor de las fuerzas renovadoras requeridas por la revolución social. El precio de la uniformidad así lograda fue —también en este caso— la unanimi¬ dad resignada con las verdades oficiales proclamadas para todos los campos del saber, y la esterilización de la propia creatividad del movi¬ miento intelectual marxista. Al pasar de la condición de método de interpretación de la historia y de prefiguración del futuro humano, a la de directriz renovadora de la sociedad rusa, el marxismo se redujo a ser una doctrina justificatoria del ejercicio del poder, susceptible de distanciarse de sus fundamentos filosóficos y de las lealtades humanísticas que profesaba. Como debió edificarse bajo el condicionamiento de un cerco amenazante, el socia¬ lismo revolucionario consiguió enfrentar victoriosamente la conjura inter¬ nacional montada para destruirlo, pero resultó ideológicamente estrecho, y se vio además ante el riesgo constante de orientarse hacia el despotismo. Al impacto representado por la revelación de los crímenes de la era staliniana, se sumaría poco después la disidencia chino-soviética, con lo que el ánimo de los militantes socialistas del mundo entero se vio aún más debilitado. Este desentendimiento, que comenzó saludable¬ mente como una polémica de carácter ideológico referida a la coexistencia pacífica, a los caminos de la revolución mundial y a las críticas por los errores stalinistas, se fue agudizando hasta configurar una hostilidad abierta. Los debates sobre las deformaciones habidas durante la implanta¬ ción del socialismo y la acritud del enfrentamiento entre chinos y sovié¬ ticos, tuvieron a pesar de todo el efecto positivo de desmitificar los movimientos socialistas. Los hombres que aprendieron en este siglo a ver y aceptar mejor las dimensiones recónditas de su propia naturaleza

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biológica, cultural y psíquica, capacitándose así para orientar racional¬ mente sus imperativos, han aprendido ahora a ser más cautelosos res¬ pecto a la utopía de las sociedades perfectas y de los regímenes a prueba de deformaciones. Es de suponer que las fuerzas implicadas en la renovación social, con la madurez adquirida gracias a estas lecciones, procurarán una objetividad mayor en el estudio de las sociedades, una mayor amplitud de miras y una mayor tolerancia en la formulación de soluciones para los problemas humanos. Unicamente por este camino se logrará la base amplia y sólida que siempre faltó para un entendimiento más profundo y fraterno entre los militantes de los movimientos revolucionarios. En todo el mundo comienzan a apuntar los frutos de esta nueva actitud abierta, inquisitiva y crítica. Liberados por la revisión del stalinismo y desmitificados por la polémica chinosoviética, los movimientos comunistas retoman —aunque de manera morosa y tardía— su capacidad de autocracia. Se esfuerzan hoy por volver a sus raíces humanistas y fi¬ losóficas a fin de trazar sus caminos como fuerzas revolucionarias y de reasumir sus compromisos éticos olvidados, para tornarse así efecti¬ vamente capaces de cumplir su propuesto destino de fuerzas emanci¬ padoras del hombre. Pero ese propósito por retomar sus propias fuentes teóricas —sobre todo del mismo Marx— con la capacidad necesaria para cuestionarlas y para criticar los subproductos espurios a que ellas dieran lugar, se ve aún dificultado por su inmersión en la praxis social bajo condicionamientos deformantes. Este esfuerzo autocrítico se nota también en otras corrientes ideo¬ lógicas, principalmente en los movimientos socialistas-cristianos que pro¬ curan sacudir sus iglesias orientándolas a la aceptación de responsabi¬ lidades sociales, cosa que siempre evitaron por su carácter de fuerzas comprometidas únicamente con el mantenimiento de la tradición y el orden social, cualesquiera que ellos fuesen. Se dan así condiciones para la apertura de un diálogo fecundo entre las diversas corrientes huma¬ nistas. Los científicos sociales y la intelectualidad de todo el mundo, apartados de los movimientos revolucionarios por su amargura ante el sectarismo o por su compromiso con el conservadurismo, también ganan con este reencuentro una nueva dimensión y una dignidad renovada. Progresivamente se acrecienta su empeño por ampliar el conocimiento del hombre y de la sociedad, no ya como un acto simple de disfrute intelectual o como una misión académica, sino con el objetivo de perfec¬ cionar la sociedad humana y de ayudar a que adquieran realidad sus potencialidades más generosas. Las actitudes prescinden tes y cínicas, tanto como las sectarias y fanáticas, entrañan alianzas con el atraso y el oscurantismo. La ruptura de los movimientos de izquierda con el sectarismo y la aceptación de compromisos revolucionarios por parte de otras corrien¬ tes, van abriendo perspectivas tendientes a intensificar estas aproxima¬ ciones. De ellas se espera un caudal de experiencias económicas y sociales, formas de acción política fundamentales en la búsqueda de nuevos caminos, y soluciones a los problemas cruciales de las naciones

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avanzadas; pero sobre todo, la expectativa se centra en sus contribu¬ ciones para la superación del atraso en que viven las tres cuartas partes de los seres humanos. Es el comienzo del deshielo ideológico; y en tales circunstancias, la conjura reaccionaria se ve desenmascarada y rota, liberando una vez más las fuerzas virtualmente progresistas de todo el mundo que habrán de emprender la tarea de la reconstrucción racional de la sociedad. Esta es la misión de los filósofos y de los científicos, pero también del hombre común y de las direcciones revolucionarias. 4.

LA CIVILIZACION EMERGENTE

Nada en el mundo dejó de ser alcanzado por las fuerzas desenca¬ denadas por la expansión europea. Ella está en la base de la reordena¬ ción de la naturaleza, cuya flora y cuya fauna se uniformaron en todas las latitudes. Ella es la causa fundamental de la desaparición o dismi¬ nución de millares de etnias, de la fusión de razas y de la extensión lingüística y cultural de los pueblos europeos. En el curso de esta expansión se difundieron y generalizaron las tecnologías modernas, las formas de ordenación social y los cuerpos de valores vigentes en Europa. Su producto verdadero es el mundo moderno, unificado por el comercio y por las comunicaciones, movido por las mismas técnicas, inspirado por un sistema básico de valores comunes. Europa, que comenzó a expandirse armada de la hipótesis de que la Tierra tenía la forma de un globo que podía contornearse en ambos sentidos llevó a cabo finalmente, en el orden humano, esta convertibilidad de los pueblos y culturas originales ampliamente diver¬ gentes, en una humanidad única cada vez más integrada. Solamente tomando en consideración esta aventura y desventura suprema del hom¬ bre que fue la expansión europea occidental y cristiana, resulta inteli¬ gible el mundo de nuestros días, víctima y fruto de este proceso civilizatorio. Trasladado el predominio mundial a otros centros rectores origi¬ nados por aquella expansión o por la liberación progresiva de los pueblos anteriormente dominados —de Asia, Africa y América Latina—, la civilización occidental ha sobrevivido no obstante en todos ellos en lo que se relaciona con sus contribuciones fundamentales al saber y a la técnica y con los ideales humanistas que hoy inspiran a estos pueblos más que a los europeos, escépticos y agnósticos. Sin embargo, esta tradición no se configura ya como una civilización particularizada, sino como el pródromo de la civilización humana. La disputa por el dominio del mundo —o de ciertas regiones del mismo— que prosigue en nuestros días, es un resabio tendiente a desaparecer ahogado por la voluntad de autonomía de todos los pueblos. Nuevas nacionalidades se sucederán en adelante empujadas, sin embargo, por las viejas banderas que mañana tendrán tanto de occidentales, europeas y cristianas como de griegas y romanas, de musulmanas, de

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americanas, eslavas o chinas. En este proceso, la civilización europea occidental ha perdido su carácter autónomo, aglutinante de pueblos para la acción dentro de ciertas pautas. Asumió la forma de una vetusta tradición. Así mueren las civilizaciones; mueren cuando dejan de constituir núcleos motores identificados con centros de poder, para transformarse en meras corrientes de ideas y aspiraciones. La civilización europea no muere para dar lugar a otras civiliza¬ ciones particularizadas sino para crear las bases de la Civilización Humana. Esta estaba ya implícita en el propio impulso renovador de la Revolución Industrial que aseguró a Europa un momento de hegemonía y de gloria. Incapaces de unificarse en un sistema político armónico, las nacio¬ nes europeas permanecen divididas hoy como ayer. Pero se debaten ya dentro de los marcos de la nueva civilización. Son en nuestros días simples conglomerados de pueblos, divididos entre los dos sistemas políticos de alcance mundial. Entre ellos pasan las fronteras de la órbita socialista y capitalista, reuniendo de uno y otro lado las antiguas potencias del mundo, más que por actos de voluntad, como consecuencia de su posición geográfica. Europa, península occidental de Asia proyec¬ tada sobre Africa, se reduce así a sus verdaderas proporciones y cada uno de sus antiguos centros de poder retrocede a sus propias fronteras insulares o provinciales. La conciencia crítica del europeo referida al mundo y a esta Europa reducida ahora a sus dimensiones precisas, fue expresada por Sartre con estas palabras: “Era tan natural ser francés. . . Era el medio más sencillo y econó¬ mico de sentirse universal. Eran los otros a quienes tenían que explicar por qué mala suerte o culpa no eran completamente hombres. Ahora Francia está tendida boca arriba y la vemos como una gran máquina rota. Y pensamos: era esto un accidente del terreno, un accidente de la historia. Todavía somos franceses pero la cosa ya no es natural. Ha habido un accidente para hacernos comprender que éramos accidentales”. (.Apud L. Zea, 1957: 115). Sucediéndose a muchas civilizaciones, aplastando la promesa de otras tantas, Europa actuó como un reductor, abriendo caminos con la negación final de sí misma para la creación de esta nueva civilización humana ecuménica. La ascensión de los pueblos asiáticos, africanos y lati¬ noamericanos tendiente a la conducción autónoma de sus destinos, ya se cumple dentro del marco de la nueva civilización. Al oponerse a la dominación y al despojo de los que por siglos fueron víctimas, no se enfrentan a la Europa Occidental sino a las formas de opresión impe¬ rialista por ella inauguradas, hoy en manos de otro núcleo dominador. Por paradojal que parezca, la lucha por los ideales más generosos de libertad, fraternidad, independencia y progreso expresados en Europa, se lleva a cabo en nuestros días de manera preferente contra la órbita de poder que suele denominarse civilización europea occidental. Al mundo galvanizado por potencias militarizadas que amenazan la propia sobrevivencia humana, responden los pueblos atrasados •—arma-

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dos con la autoridad que les da el ser víctimas del proceso histórico— con su voluntad de progreso y de paz y con su disposición de sobrevivir para recrear el mundo si fuera necesario, pero esencialmente, con su desafío para que unos y otros se embarquen también en el remedo de la pobreza, en la cicatrización de las heridas dejadas por la explotación colonial, en la superación de las formas de dominio y opresión colonia¬ lista que aún subsisten. Entre los pueblos desheredados probablemente nadie confíe dema¬ siado en esta promesa de colaboración armónica por la paz y la felicidad humana. Pesan todavía los resabios de la vieja civilización occidental de la que todos nacieron; su naturaleza inhumana es por demás evidente, y su aprecio por el viejo orden motivado por los intereses que en él comprometieron, resulta excesivamente poderoso como para infundir confianza. Frente a tales defectos y ambiciones, cumple a los pueblos subdesarrollados generar por sí mismos la energía necesaria para negarse a continuar pactando con un sistema obsoleto que depara únicamente para sus pueblos miseria y sufrimiento. Como factores fundamentales de autosuperación, cuentan con esta esperanza en el futuro, este optimismo, esta fe en el progreso carac¬ terística de los pueblos que asumen su propia conducción. Y sobre todo, cuentan con la memoria vivida de la trágica experiencia del pasado de dominio colonial y del presente de explotación imperialista, que les templa el ánimo para proseguir la lucha por la liberación y por el desarrollo, para emprender su reconstrucción como sociedades y culturas auténticas. Pero también tienen a su favor la pérdida cre¬ ciente de viabilidad económica del sistema imperialista de explotación, cuyo sostenimiento sólo puede lograrse mediante guerras que implican gastos mucho mayores que los intereses que pretenden preservar. Y finalmente, el hecho de que una vez impuesta la paz, sólo las medidas tendientes al desarrollo —cumplidas a través de nuevos sistemas de intercambio entre los pueblos— podrán hacer funcionar el engranaje industrial; únicamente así podrán enfrentar los imperativos de la nueva revolución tecnológica que se inaugura en nuestros días (la termo¬ nuclear) , devolviendo de este modo a la juventud de los países subde¬ sarrollados un sentido de misión que dignifique su existencia. Para el logro de este objetivo se impone a los pueblos extra¬ europeos —tanto a los pueblos nuevos que son subproductos de la expansión europea como a los viejos pueblos, vestigios de las antiguas civilizaciones degradadas por esa expansión— repensar el propio pro¬ ceso civilizatorio desde su perspectiva de pueblos desheredados y opri¬ midos, para rehacer el mundo de acuerdo con las tradiciones del huma¬ nismo perdido y para redefinir, una vez más, el rumbo de la marcha humana. Esta es una tarea que sólo a ellos cabe, tal como —según Hegel— cabía al esclavo el papel de combatiente de la libertad, y al amo, envilecido por su propio poder, el papel de guardián del despotismo. Desmitificada la humanidad de las viejas creencias instrumentales y de las nuevas utopías en nombre de las cuales se procuraba dar sentido a la existencia, apenas resta al hombre su vida y su felicidad como

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objetivo último e irreductible. Y esto, en nuestro tiempo, impone la tarea primordial de reducir la brecha que separa las naciones ricas de las pobres, hasta su anulación. La batalla por este objetivo inflamará los corazones de nuestra generación y de las próximas, y les enseñará a marchar hacia el mañana. Entonces ellas se unirán para llevar adelante, en un mundo finalmente pacificado e integrado, la construcción de la nueva civilización que se anuncia: la civilización humana que hará de la Tierra el hogar de los hombres, finalmente reconciliados y liberados de la miseria, del miedo, de la opresión y del racismo.

III.

LA TRANSFIGURACION CULTURAL Cada generación debe escribir su historia universal. Y ¿cuándo existió una época en que esto fuera tan necesario como en el presente? W. Goethe

1.

LO AUTENTICO Y LO ESPURIO

En el proceso de la expansión europea millones de hombres —dife¬ renciados por sus lenguas y culturas autónomas, que participaban de concepciones del mundo que les eran propias y que regían su vida por costumbres y valores peculiares—, no sólo se vieron adscriptos a un sistema económico único sino que experimentaron además una violenta transformación en sus modos de ser y de vivir, que se carac¬ terizarían en adelante por la uniformidad. En consecuencia, las múltiples facetas del fenómeno humano se empobrecieron drásticamente. No para integrarse en pautas nuevas y más avanzadas; simplemente perdieron su autenticidad, hundiéndose en formas culturales espurias. Sometidos a los mismos procedimientos de deculturación y a idénticos sistemas productivos que se organizaban de acuerdo con formas estereotipadas de dominio, todos los pueblos alcanzados se empobrecieron desde el punto de vista cultural. Cayeron así en condiciones de extrema miseria y deshumanización, que vendrían a ser desde entonces el denominador común del hombre extra europeo. Simultáneamente, sin embargo, un nuevo patrón humano elemental, común a todos, ha ido elevándose, adquiriendo vigor y difusión. Las aspiraciones divergentes de la multiplicidad de pueblos diferenciados —cada uno perdido en esfuerzos más estéticos que prácticos de componer el tipo humano acorde con sus ideales— se fueron agregando como los eslabones de una cadena que envolvería la humanidad en un único ideario, con cuyos puntos esenciales habrían de comulgar todos los pueblos. Una misma visión del mundo, un mismo instrumental de acción sobre la naturaleza, los mismos modelos de organización de la

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sociedad y, sobre todo, las mismas reivindicaciones esenciales del sus¬ tento, de auto-expresión, de libertad, de educación, se aunaban como requisitos imprescindibles para la edificación de una civilización humana, ya no europea ni occidental, y apenas cristiana. Cada contingente humano involucrado en el sistema global se volvió al mismo tiempo más uniforme respecto a los demás y más desemejante con relación al modelo europeo. Dentro de la nueva unifor¬ midad se destacan así variantes mucho menos diferenciadas que antes, pero suficientemente remarcadas como para mantener su singularidad. Cada una de ellas, al ser capaz de mirarse a sí misma con visión propia y de proponerse proyectos de reordenación de su sociedad, se volvió progresivamente capaz de considerar al europeo bajo un ángulo más realista. Es en este momento que comienzan a madurar como etnias nacionales, rompiendo a la vez con el pasado remoto y con el presente de sujeción al europeo. A partir de entonces, la periferia se vuelca indagativamente sobre el antiguo centro rector. No indaga, sin embargo, sobre la veracidad última de las verdades que le habían sido inculcadas; ni sobre la justicia intrínseca de los ideales de bondad que aquél profesaba, ni tampoco sobre la perfección de los cánones de belleza ajenos que había integrado ya a su cultura. Se pregunta por la aptitud del sistema social, político y económico global que los incluía para crear y extender a todos los hombres aquellos anhelos de prosperidad, saber, justicia y belleza. Los designios pregonados pero jamás cumplidos quedaban al des¬ nudo. Esta circunstancia no conducía, empero, a dudar de la validez del propio proyecto —como ha ocurrido con el europeo cada vez más escéptico— sino a desenmascarar su falta de autenticidad. Se genera¬ liza la convicción de que los ideales pregonados reconocían una íntima ligazón con las ganancias que se extraían; que la belleza y la verdad veneradas no eran más que alicientes del enganche servil, sólo destinadas a mantener un mundo dividido en posiciones diametralmente opuestas de riqueza y miseria. El proceso conducente a esta reducción puede ejemplificarse por medio del análisis de lo ocurrido a los pueblos americanos a lo largo de cuatro siglos de conjunción con los agentes de la civilización europea. En el curso de este proceso, todos los pueblos americanos resultaron profundamente afectados. Sus sociedades fueron remoldeadas desde la base, se vio alterada su composición étnica y degradadas sus culturas por la pérdida de la autonomía en la dirección de las transformaciones que experimentaban. Se operó de este modo la transmutación de una multiplicidad de pueblos autónomos poseedores de tradiciones auténti¬ cas, en unas pocas sociedades espurias, de cultura alienada, cuyo estilo de vida más reciente presenta una tremenda uniformidad como efecto de la acción dominadora de una voluntad externa. Los sobrevivientes de las viejas civilizaciones americanas y las nuevas sociedades surgidas como subproductos de las factorías tropi¬ cales, adquirieron una nueva conformación. Resultaron de la aplicación de proyectos europeos acometidos para hurtar las riquezas acumuladas

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o explotar las vetas de minerales preciosos en unos sitios, para producir azúcar o tabaco en otros, pero que en todos los casos tuvieron como única finalidad la obtención de ganancias. Sólo incidentalmente y casi siempre como algo no esperado ni querido por los promotores de la empresa colonial, este esfuerzo dio como resultado la constitución de sociedades nuevas. Unicamente en el caso de las colonias de poblamiento hay una deliberada intención de dar origen a un nuevo núcleo humano, suficientemente explicitada y planeada para condicionar el impulso em¬ prendedor a las exigencias de ese objetivo. Aún en estos casos, las nuevas formaciones parecen tan espurias como las demás, ya que ellas también son el resultado de proyectos ajenos y de designios extraños a sí mismas. Solamente gracias a una obstinación secular operada en las esferas más profundas y menos explícitas de la vida de estas sociedades colo¬ niales, se fue cumpliendo el proceso de su reconstrucción. En estos niveles recónditos se ejercía su creatividad cultural de auto-edificación. Primero, como etnias diferenciadas de las matrices originales luchando por liberarse de las condiciones impuestas por la degradación colonial. Más tarde, como nacionalidades dirigidas a conquistar al comando su propio destino. Inicialmente, este empeño se cumplió sólo en los sectores apartados, en donde el control de las autoridades coloniales era más débil. Después se extendió a todas partes, pugnando por contrarrestar la acción oficial celosamente orientada a mantener y ahondar la sumisa vinculación con la metrópoli. Los permanentes obstáculos no interrumpieron esta reacción natural y necesaria que iba componiendo la urdimbre de la nueva configuración socio-cultural auténtica dentro de la espuria. Cada paso adelante exigía tenaces esfuerzos, ya que todo conspiraba contra su autenticidad. En el orden económico, la subordinación al comercio exterior que regulaba la mayoría de las actividades y aplicaba a la producción de artículos exportables casi la totalidad de la fuerza de trabajo. En la órbita social, el obstáculo estaba en la propia contextura de la pirámide de estratificación social, rematada por una clase que a la vez que constituía la dirección oligárquica de la sociedad nueva formaba parte de la clase dominante del sistema colonial, actuando consecuentemente en la conser¬ vación de la dependencia con la metrópoli. En el plano ideológico, operaba un complejo aparato de instituciones reguladoras y adoctrinan¬ tes cuyo efecto fue coartar la independencia de criterio y generar aliena¬ ción, al imponer la aceptación de los valores religiosos, filosóficos y políticos destinados a justificar el colonialismo europeo. Estos sistemas de coacción ideológica cobraban enorme poder por¬ que inducían al pueblo y a las élites de la sociedad sometida, a interna¬ lizar una visión del mundo y de sí mismos que les era ajena y que tenía por función real el mantenimiento del dominio europeo. Esta adopción de la conciencia del “otro” determina el carácter espurio de las culturas nacientes, impregnadas en todas sus dimensiones de valores exógenos y desarraigantes.

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Así como Europa llevó a los pueblos abarcados por su red de dominación sus variadas técnicas e inventos (como los métodos para extraer oro o para cultivar la caña de azúcar, sus ferrocarriles y telégra¬ fos) , también introdujo en ellos su carga de conceptos, preconceptos e idiosincrasias referidos a sí misma y al resto del mundo, incluidos los correspondientes a los pueblos coloniales. Estos, privados de las riquezas por siglos acumuladas y del fruto de su trabajo bajo el régimen colonial sufrieron, además, la degradación de asumir como imagen propia lo que no era más que un reflejo de la visión europea del mundo que los consideraba racialmente inferiores por ser negros, indíge¬ nas o mestizos. En consecuencia, explicaba su atraso como una fatalidad derivada de características innatas e ineludibles, de pereza, de falta de ambición, de tendencia a la lujuria, etcétera. Al vedarles el estatuto colonial la dirección de sus asuntos políticos y económicos, tampoco dio lugar a la necesaria autonomía en su creatividad cultural. Se frustraba de esta manera toda posibilidad de asimilación e integración, en el contexto cultural propio, de las innova¬ ciones que les eran impuestas, rompiéndose así irremediablemente la integración entre la esfera de la conciencia y el mundo de la realidad. En estas circunstancias, alienadas por ideas ajenas mal asimiladas, extra¬ ñas a su propia experiencia y vinculadas en cambio a los afanes europeos por justificar el despojo y fundamentar desde el punto de vista ético el dominio colonial, se apretaban más sus lazos de dependencia. Aun las capas más lúcidas de los pueblos extra europeos se acostumbraron a verse a sí mismas y a sus pueblos como una infrahumanidad destinada a un papel subalterno, por ser intrínsecamente inferior a la europea. Unicamente en las colonias de poblamiento, fun¬ dadas en climas y paisajes más parecidos a los de la patria de origen y cuyos integrantes eran racialmente europeos, dejaron estas formas de dominio moral de representar su papel alienador. Por el contrario, estos trasplantes humanos mostraban, al igual que los europeos, el orgullo de su blancura, de su clima, de su religión, de su lengua, atribuyendo los éxitos que finalmente lograran a la excelencia de tales características. Para los pueblos que tenían por cimiento las viejas civilizaciones americanas y para los nacidos de las factorías tropicales, compuestos por gentes de piel morena o negra y situados en ambientes distintos, estas formas de alienación significaron una deformación retardataria de la que sólo en nuestros días han comenzado a liberarse. En estos casos, la cultura naciente en lo que concierne al ethos nacional, se configuró bajo la erradicación compulsiva de las concepciones etnocéntricas tribales del indio y del negro, que les permitían aceptar con orgullo su propia imagen, para ellos prototipo de lo humano. En segundo término, la formación de una nueva concepción de sí mismos, que por reproducir las ideas de sus dominadores, era necesariamente degradante, puesto que los describía como criaturas grotescas, intrínsecamente inferiores y por eso incapacitados para el progreso.

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Esta autoimagen espuria, generada en el esfuerzo de situarse en el mundo, de encontrar explicación a su propia experiencia y atribuirse una predestinación, se corporiza como una colcha de retazos, en la que se han unido trozos provenientes de sus antiguas tradiciones y de las europeas, tal como éstas podían ser percibidas desde su perspectiva de esclavos y dependientes. A nivel del ethos nacional, esta ideología toma el cariz de una explicación del atraso y la pobreza, fundada en la inclemencia del clima tropical, en la inferioridad de las razas de piel oscura, en la pérdida de cualidades positivas resultante del mestizaje. En la esfera religiosa, se plasma en cultos sincréticos en los cuales el cristianismo se mezcla con creencias africanas e indígenas, que dan lugar a variantes más distanciadas aún de las corrientes cristianas europeas que cualquiera de las más heterodoxas herejías de aquel origen. Estos cultos llenaban satisfactoriamente, sin embargo, su cometido genérico de dar consola¬ ción al hombre ante la miseria de su destino terreno; del mismo modo se adecuaban también sus funciones específicas de soporte del sistema, justificando alegóricamente el dominio blanco europeo, e induciendo a las multitudes a una actitud pasiva y resignada frente al mismo. En el orden social, el nuevo ethos produjo actitudes conformistas frente a la estratificación social al concebir la prevalencia de los blancos y la subordinación de los morenos, la riqueza de unos y la pobreza de otros, como naturales y necesarias. Respecto de la organización de la familia, contrapone dos modelos: el de la clase dominante, revestido de los sacramentos que le daban legitimidad y continuidad; y el de las clases populares que degeneraba en apareamientos sucesivos al modo de una regresión a formas anárquicas de matriarcado. En este universo espiritual espurio, los propios valores que dan sentido a la existencia y mueven al individuo a luchar por fines socialmente prescriptos, se for¬ mulan como justificativos del ocio y la rapiña practicados por las capas oligárquicas, en tanto que paralelamente, implican un llamado a la humildad y laboriosidad dirigido a los pobres. En el plano racial, el ethos colonialista se configura como una justificación de la jerarquización racial por la internalización, tanto en el indio como en el negro y el mestizo, de una conciencia mistificada de su sujeción. Se explica así el destino de las capas subalternas por sus caracteres raciales y no por la explotación de que son víctimas. De este modo, el colonialista no sólo impone su dominio sino que también se autodignifica, al mismo tiempo que subyuga al negro, al indio y a sus mestizos y degrada las imágenes étnicas que tenían de sí mismos. Además de despersonalizarlos —porque se convierten en mera condición material de la existencia del estrato dominador— las capas subalternas son alienadas en lo más recóndito de sus conciencias por la asociación del color “oscuro” con la idea de sucio, y del color blanco con la de limpio. Los mismos contingentes blancos que caen en la pobreza confun¬ diéndose con las otras capas por su modo de vida, capitalizan la “no¬ bleza” de su color que les da una marca distintiva compartida con la capa dominante casi exclusivamente blanca o blanca-por-definición. El

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negro y el indio que se liberan de la condición de esclavos ascendiendo a la de trabajadores libres, continúan sustentando esta conciencia alienada que opera insidiosamente, impidiéndoles percibir el carácter real de las relaciones sociales que los inferiorizan. En cuanto prevalece este ethos alienador, el indio, el negro y sus mestizos no pueden abandonar estas actitudes que los compelen, tanto a comportarse socialmente según aquellas expectativas —que los describen necesariamente rudos e infe¬ riores— como a desear “blanquearse”, ya sea por la conducta resignada “de quien conoce su lugar” en la sociedad, o por el cruzamiento prefe¬ rencia! con elementos blancoides para producir una prole “más limpia de sangre”. Todas estas concepciones justificatorias de la dominación colonial constituyen la más pesada herencia dejada por la civilización occidental y cristiana a los pueblos cogidos en las mallas de su expansión. Actuaron en conjunto como cristales deformadores colocados ante las culturas nacientes, que les han impedido crear una imagen auténtica del mundo, una concepción genuina de sí mismas y, sobre todo, las han vuelto ciegas a las realidades más notorias. Frente a su evidente adaptación a las condiciones climáticas en que vivían, las élites coloniales suspiraban por la “amenidad” del clima europeo, mostrando de distintas maneras cómo las incomodaba el calor “sofocante”. Parecían desterrados en su propia tierra. No obstante su notoria preferencia por las mujeres morenas, ansiaban la blancura de las europeas, lo que estaba en consonancia con el ideal de belleza feme¬ nina que les había sido inculcado. La intelectualidad de los pueblos coloniales, sumergida en esta alienación, únicamente utilizaba conceptos de este tipo para explicar el atraso de sus pueblos, en relación al progreso de los blancos europeos. Tanto se enredaba en estas malezas ideológicas, que jamás llegó a per¬ cibir la evidencia mayor y más significativa puesta delante de sus ojos y que era la sujeción en que siempre estuvieron uncidos, por sí sola más explicativa de su modo de ser y de su destino que cualquiera de los supuestos percances que tanto la preocupaban. La ruptura de esta alienación por parte de los pueblos morenos de América, sólo se iniciaría después de siglos de esfuerzos pioneros tendien¬ tes a desenmascarar la trama. En realidad recién en nuestros días se está alcanzando esta superación, gracias a que la propia figura nacional mestiza es ya aceptada con orgullo; a que se ha logrado apreciar de manera crítica el propio proceso formativo; y a que se ha reconquistado una autenticidad cultural que comienza a hacer del ethos nacional el reflejo de la imagen verdadera y de las experiencias concretas de cada pueblo, y también una incitación para enfrentar las causas del atraso y la miseria imperantes durante siglos. El nuevo ethos de los pueblos extra europeos, fundamentado en sus valores propios, les va devolviendo a un tiempo el sentimiento de su dignidad y la capacidad de integrar sus poblaciones en sociedades nacionales auténticas y dotadas de unidad. Comparado con el ethos de

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algunas sociedades arcaicas, que se derrumbaron ante el ataque de grupos numéricamente inferiores, las nuevas formaciones presentan una calidad distinta debido a su coraje de autoafirmación y a su capacidad de defensa y agresión. A fin de percibir esta diferencia, basta comparar los episodios de la conquista española del siglo xvi, o de las campañas inglesas, holandesas y francesas en Africa y Asia tres siglos después, con las luchas de la independencia de las naciones americanas en el pasado siglo y, en nuestros días con la guerra de liberación de Argelia, las revueltas de los pueblos del Congo y Angola, de los Mau-Mau y, sobre todo, la actuación de los vietnamitas de boy. En todos estos casos, a pesar de la superioridad de sus equipos bélicos las grandes potencias van siendo vencidas. El surgimiento de este nuevo ethos es el síntoma más incontestable de que el ciclo civilizador europeo-occidental llega a su conclusión. La civilización romana, y tantas otras, después de actuar por siglos como centros de expansión volcados sobre amplias regiones a las que sometían fácilmente, vieron cómo los pueblos de ese circuito, una vez maduros gracias a la adopción de las técnicas y valores de la civilización expansionista, se volvían sobre el antiguo centro en incontenibles avalanchas. Del mismo modo, la civilización occidental experimenta en nuestros días el reflujo de los pueblos que puso bajo su égida. Pero este proceso ya no se cumple en forma de ataques destructores del antiguo centro rector, sino como rebeliones libertarias de pueblos sojuzgados que reasumen su imagen étnica y se asignan papeles protagónicos en la historia humana. Por otra parte, este reflujo no habrá de aparejar la caída en una nueva “edad oscura” con la inmersión de los pueblos en nuevos feudalismos. Producirá el sacudimiento del yugo del sistema policéntrico que sucedió a la dominación europea, para integrar todos los pueblos en el conjunto de una nueva civilización, por fin ecuménica y humana. Bolívar, en un discurso de 1819, se preguntaba por el lugar que ocuparían y por el papel que habrían de tener los pueblos latino¬ americanos en la nueva civilización que se anunciaba y comparaba el mundo hispanoamericano con el europeo en estos términos: “Al desprenderse la América de la monarquía española, se ha encontrado semejante al Imperio Romano, cuando aquella enorme masa cayó dispersa en medio del antiguo mundo. Cada desmembración formó entonces una nación independiente, conforme a su situación o a sus intereses; pero con la diferencia de que aquellos miembros volvían a restablecer sus primeras asociaciones. Nosotros ni conservamos vestigios de lo que fue en otro tiempo: no somos europeos, no somos indios, sino una especie media entre los aborígenes y los españoles. Americanos por nacimiento y europeos por derechos, nos hallamos en el conflicto de disputar a los naturales los títulos de posesión y de mantenernos

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en el país que nos vio nacer, contra la oposición de los invasores; así nuestro caso es el más extraordinario y complicado”.1 Este razonamiento pone de manifiesto, la perplejidad del neoamericano que al volverse sujeto activo de la historia, inquiere qué es entre los pueblos del mundo, puesto que no pertenece a Europa, a Occidente, o a la América original. Al igual que los pueblos del ámbito extra europeo, los mismos europeos emergentes del dominio romano no eran ya idénticos a su ser anterior. Siglos de ocupación y de aculturación los habían trans¬ formado desde el punto de vista cultural y lingüístico. Francia es una empresa cultural romana, como lo son también los pueblos ibéricos y Rumania, frutos todos de la sujeción de pueblos tribales al cónsul, al mercader, al soldado romano; pero también frutos de las invasiones bárbaras posteriores. Las tribus germánicas y eslavas más resistentes a la romanización arribaron a la condición de pueblos, impulsadas por la acción civilizadora de Roma, transformándose igualmente a lo largo de este proceso. El poder coercitivo de la civilización europea sobre su área de expansión americana fue, sin embargo, muy superior al de la romana. En toda Europa sobreviven lenguas y culturas no latinas, e inclusive dentro de regiones latinizadas, subsisten bolsones étnicos que atestiguan hasta qué punto resultó viable la resistencia a la romanización. En las Américas, exceptuando las altas civilizaciones indígenas y el caso del Paraguay, aislado de contactos por su temprano encierro, a los que Europa no consiguió asimilar de una manera concluyente, el resto resultó moldeado por completo de acuerdo con el patrón lingüístico y cultural europeo. El español, el portugués y también el inglés hablados en las Américas, son mucho más homogéneos e indiferenciados que los idiomas de la Península Ibérica y de las Islas Británicas. Esta unifor¬ midad lingüística, cultural y también étnica, sólo es explicable como resultado de un proceso civilizatorio mucho más intenso y poderoso, capaz por ello de fundir los contingentes más dispares en la constitución de nuevas variantes de las etnias civilizadoras. La macroetnia postromana de los pueblos ibéricos, que ya había resistido el prolongado dominio de los moros musulmanes africanizándose racial y culturalmente, debió pasar en América una prueba similar. Al ponerse en contacto con millones de indígenas y con otros tantos millones de nfegros sufrió una nueva transfiguración, enrique¬ ciendo su patrimonio biológico y cultural por el mestizaje y la acultu¬ ración. Debió, sin embargo, impedir su desintegración a fin de imponer su lengua y su perfil cultural básico a las etnias que haría nacer. Esta hazaña fue cumplida por unos doscientos mil europeos que en el siglo xvi llegaron a dominar a millones de indios y negros, fundiéndolos en un complejo cultural diferente cuya extraordinaria uniformidad fue proporcionada por el cimiento ibérico.

1 Discurso de Bolívar ante el Congreso de Angostura, pronunciado el 15 de febrero de 1819.

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Los latinoamericanos son hoy el producto de dos mil años de latinidad, mezclada con poblaciones mongoloides y negroides, aderezada con la herencia de múltiples patrimonios culturales y cristalizada bajo la compulsión de la esclavitud y de la expansión salvacionista ibérica. Es decir, que son una civilización tan vieja como las más antiguas en lo que respecta a su cultura, a la vez que constituyen pueblos tan nuevos como los más recientes en cuanto a etnias. El patrimonio antiguo se expresa socialmente en lo que tienen de peor: la pose consular y alienada de las clases dominantes, los hábitos caudillescos de mando y el gusto por el poder personal, la profunda discriminación social entre ricos y pobres que separa más a los hombres que el color de su epidermis, las costumbres señoriales que llevan implícitos el gusto por la holganza, el cultivo de la cortesanía entre patricios y el desprecio por el trabajo; el conformismo y la resignación de los pobres con su pobreza. Lo nuevo se manifiesta en la afirmación enérgica que brota de las clases oprimidas, por fin conscientes del carácter profano y erradicable de la miseria en que siempre han vivido. Se expresa también en la asunción cada vez más lúcida y orgullosa de su propia imagen étnica de mestizos, así como la percepción precisa de las causas reales de su atraso y su consecuente alzamiento contra el orden vigente. La revolución social latinoamericana implica el choque de estas dos concepciones de la vida y la sociedad. Ella devolverá un día a los pueblos de la América morena el impulso creador perdido hace ya siglos por sus matrices ibéricas; perdido desde el momento en que quedaron al margen de la Revolución Industrial entrando por ello en decadencia. Significará también el ingreso de los latinoamericanos en el diálogo entablado a escala mundial, puesto que tienen una contribución específica que hacer a la nueva civilización ecuménica. Y esta con¬ tribución consistirá, esencialmente, en lo que ellos son como configura¬ ción étnica. Más humanos porque incorporan más rasgos raciales y culturales del hombre. Más generosos, porque permanecen abiertos a todas las influencias y se inspiran en una ideología integradora de todas las razas. Más progresistas, ya que su futuro se cifra únicamente en el desarrollo del saber y en la aplicación generalizada de la ciencia y la técnica. Más optimistas, porque saliendo de la miseria saben que el mañana será mejor que el ayer y el hoy. Y también más libres, puesto que sus proyectos nacionales de progreso no suponen la opresión ni el despojo de otros pueblos.

2.

TIPOLOGIA ETNICO-NACIONAL

Los pueblos extraeuropeos del mundo moderno pueden ser clasi¬ ficados en cuatro grandes configuraciones histórico-culturales. Cada una de ellas engloba poblaciones muy diferenciadas pero también suficiente¬ mente homogéneas en cuanto a sus características étnicas básicas y en cuanto a los problemas de desarrollo que enfrentan, como para ser legítimamente tratadas como categorías distintas. Tales son las de

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los Pueblos Testimonio, los Pueblos Nuevos, los Pueblos Trasplantados y los Pueblos Emergentes. Los primeros están constituidos por los representantes modernos de viejas civilizaciones autónomas sobre las cuales se abatió la expansión europea. El segundo grupo, designado como Pueblos Nuevos, están representado por los pueblos americanos plasmados en los últimos siglos como un subproducto de la expansión europea por la fusión y aculturación de matrices indígenas, negras y europeas. El tercero —Pueblos Trasplantados— está integrado por las naciones constituidas por la implantación de contingentes europeos en ultramar que mantuvieron su perfil étnico, su lengua y cultura originales. Por último, componen el grupo de Pueblos Emergentes las naciones nuevas de Africa y de Asia cuyas poblaciones ascienden de un nivel tribal, o de la condición de meras factorías coloniales, a constituir etnias nacionales. Estas categorías se fundan en dos premisas. Primero, la de que la apariencia que presentan en nuestros días los pueblos que las forman, es el resultado de la expansión mercantil europea y de la reordenación posterior del mundo por la civilización industrial. Segundo, la de que habiendo sido estos pueblos originalmente distintos en lo relativo a su raza, organización social y cultural, conservaron características peculiares que, al mezclarse con las de otros pueblos, dio como resultado la for¬ mación de componentes híbridos singulares. Estos presentan suficiente uniformidad tipológica como para ser tratados como configuraciones distintas y explicativas de su modo de ser. Estas configuraciones no deben ser consideradas como entidades socioculturales independientes como son las etnias puesto que carecen de una integración mínima que las ordene internamente y les permita actuar como unidades autónomas; tampoco deben ser confundidas con formaciones económico-sociales o socioculturales 2 porque ellas no repre¬ sentan etapas necesarias del proceso evolutivo sino meras condiciones bajo las cuales éste opera. Las entidades efectivamente actuantes son las sociedades y culturas [particulares que las componen y, sobre todo, los estados nacionales en que se dividen. Ellos constituyen las unidades operativas tanto en lo que respecta a la interacción económica como a la ordenación social y política; constituyen además los marcos étnicos nacionales reales dentro de los cuales se cumple el destino de los pueblos. Las formaciones económico-sociales son categorías de otro tipo —como el capitalismo mercantil o el colonialismo esclavista— igual¬ mente significativas, pero distintas de las aquí descritas. Las configuraciones histórico-culturales propuestas forman catego¬ rías congruentes de pueblos, fundadas en el paralelismo de su proceso histórico de formación étniconacional, en la uniformidad de sus carac¬ terísticas sociales y de los problemas de desarrollo con que se enfrentan. Para determinar la situación de cada pueblo extra europeo en el ámbito mundial y explicar cómo han llegado a ser lo que ahora son, resulta

2 Sobre formaciones económico-sociales o socioculturales, ver D. Ribeiro.

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mucho más útil la referencia a estas amplias configuraciones que la consideración de las nacionalidades, composiciones raciales o factores climáticos, religiosos y de otro tipo que presenta. Se hace posible de este modo entender por qué los pueblos han vivido procesos históricos de desarrollo social y económico tan diferenciados y determinar en cada caso, qué elementos han actuado como aceleradores o retardadores de su integración al estilo de vida de las sociedades industriales modernas. La tipología que expondremos a continuación pretende ser una clasificación de categorías históricas, resultantes de los procesos civilizatorios cuyo cumplimiento en los últimos siglos afectó a todos los pueblos de la condición de sociedades y culturas autónomas, a la de componentes subalternos de sistemas económicos de dominación mundial distinguidos por el carácter espurio de sus culturas y que, en el momento actual, cuando han ingresado en el curso de la civilización moderna, protagonizan movimientos de emancipación tendientes a devolverles la autonomía. La primera de estas configuraciones, que designamos como Pueblos Testimonio, está integrada por los sobrevivientes de altas civilizaciones autónomas que sufrieron el impacto de la expansión europea. Son los resultantes modernos de la acción traumatizante de aquella expansión y de sus esfuerzos de reconstrucción étnica como sociedades nacionales modernas. Aunque han reasumido su independencia no han vuelto a ser lo que fueron debido a que en ellos se ha operado una transformación, no sólo por la conjunción de las dos tradiciones, sino por el esfuerzo de adaptación a las condiciones que tuvieron que enfrentar como inte¬ grantes subalternos de sistemas económicos de ámbito mundial y por los impactos directos y reflejos que sufrieron de la Revolución Mercantil y la Revolución Industrial. Más que pueblos retrasados en la historia son pueblos despojados de la historia. Contaban originalmente con enorme acopio de riquezas que ahora podrían ser utilizadas para costear su integración en los sistemas industriales de producción, si no hubieran sido saqueados por el europeo. Este pillaje prosiguió en los siglos posteriores con el despojo del producto del trabajo de sus pueblos. Casi todos se encuentran aún adscritos al sistema imperialista mundial que les fija un lugar y un papel determinados, lo que limita sus posibilidades de desarrollo autó¬ nomo. Siglos de subyugación les dejaron profundas deformaciones que no sólo empobrecieron sus poblaciones sino que también traumatizaron toda su vida cultural. Su problema básico es el de integrar en su propio ser nacional las dos tradiciones culturales que han heredado y que frecuentemente re¬ sultan opuestas. Por un lado, la contribución europea consistente en técnicas y en contenidos ideológicos, cuya incorporación al antiguo patrimonio cultural se cumplió a costa de la redefinición de todo su modo de vida así como de la alienación de su visión de sí mismos y del mundo. Por otro, su antiguo acervo cultural, que a pesar de haber sido dramáticamente reducido y traumatizado, pudo conservar algunos elementos, como por ejemplo lenguas, formas de organización social,

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conjuntos de creencias y valores, que permanecieron profundamente arraigados en vastos contingentes de la población, además de un patri¬ monio de saber vulgar y de estilos artísticos peculiares que encuentran ahora oportunidades de reflorecer como instrumentos de autoafirmación nacional. Atraídos simultáneamente por las dos tradiciones, pero incapaces de fundirlas en una síntesis a la que toda su población le confiera un significado, mantienen aún hoy dentro de sí el conflicto entre la cultura original y la civilización europea. Algunos de ellos experimentaron una “modernización” dirigida por las potencias europeas que los dominaron; otros se vieron compelidos a promoverla intencionalmente o a inten¬ sificarla como condición de sobrevivencia y de progreso ante el excesivo despojo soportado, o bien como medio de superar los inconvenientes del atraso tecnológico y lo arcaico de sus estructuras sociales. En este bloque de Pueblos Testimonio se encuentran la India, China, Japón, Corea, la Indochina, los países islámicos, y algunos otros. En América están representados por México, por algunos países de América Central y por los pueblos del altiplano andino, sobrevivientes de las civilizaciones Azteca y Maya los primeros, y de civilización incaica los últimos. De los Pueblos Testimonio únicamente Japón y más recientemente, aunque de modo incompleto, China consiguieron incorporar a sus res¬ pectivas economías la tecnología industrial moderna y reestructurar sus propias sociedades sobre bases nuevas. Todos los demás se caracterizan por dividirse en un estamento dominante más europeizado, a veces biológicamente mestizo pero culturalmente integrado en los estilos mo¬ dernos de vida, opuesto por ello a las grandes masas principalmente campesinas, marginales sobre todo por su adhesión a modos de vida arcaicos que las hacen resistentes a la modernización. Los dos núcleos de Pueblos Testimonio de América, como pueblos conquistados y sometidos de manera total, sufrieron un proceso de compulsión europeizante mucho más violenta que arrojó como resultado su completa transfiguración étnica. Sus perfiles étniconacionales de hoy ya no son los originales. Los descendientes de la antigua sociedad, mestizados con europeos y negros, adquieren nítidos perfiles neohispánicos. Mientras que los demás pueblos no europeos de alta cultura, no obstante haber sufrido también los efectos del sometimiento, apenas matizaron su figura étnicocultural original con influencias europeas, en América es precisamente la etnia neoeuropea la que se tiñe con los colores de las antiguas tradiciones culturales, sacando de ellas carac¬ terísticas que la singularizan. Comparados con las otras etnias americanas, los Pueblos Testimonio se distinguen tanto por la presencia de los valores de la vieja tradición que mantuvieron y que les confieren la imagen que ostentan, como por su proceso de reconstrucción étnica muy diferenciado. En las so¬ ciedades mesoamericanas y andinas, los conquistadores españoles se establecieron desde un principio como una aristocracia que desplazó a la vieja clase dominante y puso a su servicio a las clases intermedias

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y a toda la masa servil. Gracias a esta sustitución pudieron construir palacios que superaban a los más ricos de la vieja nobleza española, y erigir templos de un lujo jamás visto en la península. Ello les per¬ mitió sobre todo montar un sistema compulsivo de eurooccidentalización que, partiendo de la erradicación de la clase dominante nativa y de su capa erudita, montó finalmente un fantástico dispositivo de asimi¬ lación y represión que iba desde la catequesis masiva y la creación de universidades, al mantenimiento de fuertes contingentes militares, prontos a actuar ante cualquier tentativa de rebelión. Al margen de las tareas que implica el desarrollo socioeconómico, comunes a todas las naciones subdesarrolladas, los representantes con¬ temporáneos de los Pueblos Testimonio se enfrentan con problemas culturales específicos resultantes del desafío que significa incorporar sus poblaciones marginales en el nuevo ente nacional y cultural que surge, desligándolas de las tradiciones arcaicas menos compatibles con el estilo de vida de las sociedades industriales modernas. Algunos de sus componentes humanos básicos constituyen entidades étnicas distintas por su diversidad cultural y lingüística y por su autoconciencia de etnia diferenciada dentro de la nación que integran. No obstante los siglos de opresión tanto colonial como nacional en el curso de los cuales todas las formas de apremio fueron utilizadas con el propósito de asimi¬ larlos, ellos continuaron fieles a su identidad étnica conservando modos de conducta y concepciones del mundo peculiares. Esta resistencia secular nos está diciendo que probablemente estos contingentes permanecerán diferenciados, a semejanza de los grupos étnicos enquistados en la mayoría de las nacionalidades europeas actuales. En el futuro partici¬ parán en la vida nacional, sin renunciar a su carácter, como lo hacen los judíos o los gitanos en tantas naciones, o bien constituirán bolsones étnico-lingüísticos equivalentes a los existentes en España, Gran Bretaña, Francia, Checoslovaquia y Yugoslavia. Para alcanzar esta forma de inte¬ gración, sin embargo, será necesario concederles un mínimo de autonomía que nunca poseyeron y acabar con el empeño de forzar su incorporación a la vida nacional como componentes indiferenciados. Asimismo, se requerirá que los Pueblos Testimonio acepten su carácter real de enti¬ dades multiétnicas. La segunda configuración histórico-cultural está constituida por los Pueblos Nuevos, surgidos de la conjunción, deculturación y fusión de matrices étnicas africanas, europeas e indígenas. Los denominamos Pueblos Nuevos en atención a su característica fundamental de especienovae, puesto que componen entidades étnicas distintas de sus matrices constitutivas y que representan, en alguna medida, anticipaciones de lo que probablemente habrán de ser los grupos humanos de un futuro remoto, cada vez más mestizados y aculturados y, de este modo, uniformados desde el punto de vista racial y cultural. Los Pueblos Nuevos se formaron por la confluencia de contingentes profundamente dispares en cuanto a sus características raciales, cultu¬ rales y lingüísticas, como un subproducto de proyectos coloniales europeos. Al reunir negros, blancos e indios en las grandes plantaciones

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tropicales o en las minas, con la finalidad exclusiva de surtir los mer¬ cados europeos y de producir ganacias, las naciones colonizadoras plas¬ maron pueblos profundamente diferenciados de ellas mismas y de todas las etnias que los componían. Aunados a las mismas comunidades, estos contingentes básicos, aunque ejercían papeles sociales distintos, acabaron mezclándose. Así, al lado del blanco que desempeñaba la jefatura de la empresa del negro esclavo, del indio también cautivo o tratado como mero obstáculo que debía eliminarse, fue surgiendo una población mestiza en la que se fundían aquellas matrices en las más variadas proporciones. En este encuentro de pueblos aparecen “linguas francas” como instrumentos indispensables de comunicación y surgen culturas sincréticas, formadas por elementos procedentes de los diversos patrimonios que mejor se ajustaban al nuevo modo de vida. Pocas décadas después de inauguradas las empresas coloniales, la nueva población, nacida e integrada en aquellas plantaciones y minas, ya no era europea, ni africana, ni indígena, sino que configuraba las protocélulas de una nueva entidad étnica. Al crecer vegetativamente o por la incorporación de nuevos contingentes, aquellas protocélulas fueron conformando los Pueblos Nuevos que paulatinamente tomarían conciencia de su especificidad constituyendo luego nuevos complejos cul¬ turales y, por último, etnias pretensoras de su autonomía nacional. Los Pueblos Nuevos surgieron jerarquizados, del mismo modo que los Pueblos Testimonio, a causa de la gran distancia social que separaba a su clase señorial compuesta por hacendados, dueños de minas, comer¬ ciantes, funcionarios coloniales y clérigos, de la masa esclava utilizada exclusivamente como fuerza productiva. Su clase dominante no llegó a componer, sin embargo, una aristocracia extranjera que rigiera el proceso de europeización, entre otras razones, porque no encontró una antigua clase noble y letrada a la que hubiera que suplantar. Por lo común la componían rudos empresarios, señores de sus tierras y de sus esclavos, forzados a vivir en su empresa y a dirigirla personalmente con la ayuda de una pequeña capa intermedia de técnicos, capataces y sacer¬ dotes. En los lugares donde la explotación adquirió prosperidad suma, como en las zonas azucareras y mineras de Brasil y las Antillas, pudieron darse el lujo de erigir residencias señoriales, viéndose precisados a ampliar la clase intermedia tanto en los ingenios como en las villas costeras dedicadas al comercio con el exterior. Estas villas se convirtieron luego en ciudades que exhibían, principalmente en sus templos, la opulencia económica de esta clase. Sin destacarse tanto como la aristo¬ cracia de los Pueblos Testimonio, alcanzó no obstante mayor brillo y “civilización” que la clase alta de los Pueblos Trasplantados. Pero no era ésta la cumbre de una sociedad auténtica, sino apenas la clase gerencial de una empresa económica europea en los trópicos. Sólo muy lentamente lograron sus miembros la capacidad que les permi¬ tiría asumir la jefatura nativa y, cuando esto ocurrió, impusieron a la sociedad entera transformada en nacionalidad, una ordenación oligár¬ quica basada en el monopolio de la tierra, con lo que aseguraron la

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continuación de su papel rector y mantuvieron invariable la situación de las clases populares: simple fuerza de trabajo servil o libre, puesta al servicio de sus privilegios. Ninguno de los pueblos de este bloque constituyó una nacionalidad multiétnica. En todos ellos el proceso de formación fue lo suficiente¬ mente violento como para compeler a la fusión de las matrices originales en nuevas unidades homogéneas. Solamente Chile, por su formación peculiar, conserva en el contingente Araucano de casi doscientos mil indios, una microetnia diferenciada de la nacional, históricamente reivindicativa del derecho de ser ella misma, por lo menos como modalidad diferenciada de participación en la sociedad nacional. Los chilenos y las paraguayos contrastan también con los otros Pueblos Nuevos por la ascendencia principalmente indígena de su pobla¬ ción y por la ausencia del contingente negro esclavo y del sistema de plantaciones que tuviera papel tan relevante en la formación de los brasileños, antillanos, colombianos y venezolanos. Ambos representan por esto, conjuntamente con la matriz étnica original de los rioplatenses, una variante de los Pueblos Nuevos. La composición predominantemente indoespañola de los Pueblos Testimonio se diferencia de esta variante de los Pueblos Nuevos, porque en éstos sus poblaciones indígenas origi¬ nales no habían alcanzado un nivel de desarrollo cultural comparable al de los mejicanos o al de los incas. En su forma acabada, los Pueblos Nuevos son el producto de la selección de aquellos elementos raciales y culturales de las matrices formadoras que mejor se ajustaron a las condiciones que les fueron impuestas, de su esfuerzo por adaptarse al medio así como de la presión que sobre ellos ejerció el sistema socioeconómico en que se injertaron. Un papel decisivo en su formación le cupo a la esclavitud ya que, al operar como fuerza destribalizadora, apartó las nuevas' criaturas de las tradiciones ancestrales transformándolas en el subproletariado de la sociedad naciente. En ese sentido, los Pueblos Nuevos se originaron tanto por la deculturación de sus patrimonios tribales indígenas y africanos, como por la aculturación selectiva de esos patrimonios, a lo que hay que agregar la creatividad de los mismos frente al nuevo medio. Desvinculados de sus matrices americanas, africanas y europeas y desligados de sus tradiciones culturales, constituyen hoy pueblos en situación de disponibilidad, condenados a integrarse a la civilización industrial como gente que solamente tiene futuro en el futuro del hombre. Es decir, su futuro depende de su integración progresiva en el proceso civilizatorio que les dio origen, aunque ya no como regiones coloniales esclavistas del Capitalismo Mercantil, ni como dependencias neocoloniales del Imperialismo Industrial, sino como formaciones autó¬ nomas, capitalistas o socialistas, capaces de incorporar la tecnología de la civilización moderna a sus sociedades y de elevar su población al nivel de educación y de consumo de los pueblos más avanzados. La tercera configuración histórico-cultural está representada por los Pueblos Trasplantados, que corresponde a las naciones modernas creadas por la migración de poblaciones europeas hacia los nuevos espa-

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dos mundiales, donde procuraron reconstruir formas de vida idénticas en lo esencial a las de origen. Cada una de estas poblaciones se estruc¬ turó de acuerdo con los modelos económicos y sociales proporcionados por la nación de que provenía y llevó adelante en las tierras adoptivas procesos de renovación ya existentes en el ámbito europeo. Inicialmente fueron reclutados entre los grupos europeos disidentes, sobre todo en materia religiosa; más tarde se agregaron los inadaptados que las naciones colonizadoras condenaban al destierro; finalmente crecieron gracias al alud migratorio de individuos desarraigados de sus comunidades rurales o urbanas, que venían a tantear suerte en las nuevas tierras, principalmente como trabajadores enganchados mediante contratos que los sometían al trabajo en condiciones serviles por algunos años. No obstante, un gran número consiguió ingresar más tarde en las categorías de granjeros libres, de artesanos también independientes o de asalariados. Los Pueblos Trasplantados presentan como características básicas, una homogeneidad cultural mantenida desde el principio por el común origen de su población y por la asimilación de los contingentes llegados con posterioridad: un grado mayor de igualdad en sus sociedades, gober¬ nadas por instituciones democráticas locales y autónomas y en las que era más fácil que el labrador se hiciera propietario de la tierra que tra¬ bajaba; y una “modernidad” referida a la sincronización de sus modos de vida y sus aspiraciones, con los de las sociedades capitalistas pre¬ industriales de las que procedían. Integran el bloque de Pueblos Trasplantados, Australia y Nueva Zelandia y, en cierta medida, los bolsones neoeuropeos de Israel, de la Unión Sudafricana y Rhodesia. En América, están representados por los Estados Unidos y Canadá y también por Uruguay y Argentina, los que componían el 53,7% de la población del continente, sumando 239,2 millones de personas en 1965. En los primeros casos consideramos naciones resultantes de proyectos de colonización aplicados en territorios cuyas poblaciones tribales fueron diezmadas o confinadas en reservations, para instalar en ellos una nueva sociedad. En el caso de los países rioplatenses, vemos que ellos derivan de una empresa peculiarísima realizada por una élite criolla enteramente alienada y hostil a su propia etnia de Pueblo Nuevo, que adopta como proyecto nacional la sustitución de su propio pueblo por europeos a los que atribuía una perentoria vocación para el progreso. La Argentina y el Uruguay contemporáneos son, ipues, el resultado de un proceso de sucesión ecológico deliberada¬ mente conducido por las oligarquías nacionales, a través del cual una configuración de Pueblo Nuevo se transformó en Pueblo Trasplantado. En este proceso, la población ladina y gaucha originaria del mestizaje de los pobladores ibéricos con el indígena, fue aplastada y sustituida como contingente básico de la nación por un alud de inmigrantes europeos. Al contrario de lo que ocurrió con los Pueblos Testimonio que des¬ de sus comienzos constituyeron sociedades complejas, estratificadas en estamentos profundamente diferenciados que iban desde una rica aristo-

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cracia de conquistadores europeos hasta la masa indígena servil, los Pueblos Trasplantados tuvieron en su mayoría, al principio, el carácter de colonias de poblamiento dedicadas a las actividades granjeras, arte¬ sanales y de pequeño comercio. Mientras trataban de consolidar su establecimiento en el territorio desierto, vegetaban en la pobreza, pro¬ curando vitalizar económicamente su existencia mediante la producción de artículos de exportación a mercados más ricos y especializados. En estas circunstancias, no pudo surgir en ellos una minoría dominante capaz de imponer una ordenación social oligárquica. Aunque pobres, y hasta paupérrimos, vivían en una sociedad razonablemente igualitaria. No pudieron tener universidades, ni templos, ni palacios suntuosos, pero alfabetizaron su población. Esta solía congregarse en modestas iglesias de madera para leer la Biblia, y estas reuniones sirvieron frecuentemente para resolver problemas locales, con lo que echaron las bases del autogobierno. De este modo ascendieron colectivamente como pueblo a medida que la colonia se consolidaba y enriquecía y, al final, formada ya una sociedad más homogénea y apta para llevar adelante la Revolución Industrial, se emanciparon. Las condiciones peculiares de su formación así como el patrimonio de tierras y recursos naturales que heredaron aseguraron a los Pueblos Trasplantados condiciones especiales de desa¬ rrollo que, fecundadas por el acceso a los mercados europeos y por las facilidades lingüísticas y culturales de comunicación con Inglaterra, los pusieron en posesión de la tecnología industrial. Esto permitió a algunos de los Pueblos Trasplantados aventajar a sus países de origen, logrando altos niveles de desarrollo económico y social. Asimismo todos ellos progresaron con mayor rapidez que las demás naciones americanas, en un principio mucho más prósperas. El cuarto bloque de pueblos extraeuropeos del mundo moderno está constituido por los Pueblos Emergentes. Lo integran las poblaciones africanas que ascienden en nuestros días de la condición tribal a la nacio¬ nal. En Asia se encuentran también algunos casos de Pueblos Emergentes que cumplen en este momento ese tránsito, sobre todo en el área socia¬ lista, en donde una política de mayor respeto por las nacionalidades permite y estimula esta gestación. Esta categoría no se dio en América, a pesar del abultado número de poblaciones tribales que en el tiempo de la conquista contaban con centenares de miles y hasta con más de un millón de habitantes. Este hecho, más que cualquier otro, es demostrativo de la violencia del dominio tanto europeo como nacional a que fueron sometidos los pueblos tribales americanos. Algunos fueron exterminados muy pronto; sub¬ yugados y consumidos en el trabajo esclavo los demás, solamente sobre¬ vivieron unos pocos. Sometidos éstos a las más duras formas de com¬ pulsión, todos se extinguieron como etnias y como sustratos de nuevas nacionalidades en tanto que sus equivalentes africanos y asiáticos, a pesar del terrible impacto sufrido, ascienden hoy a la vida nacional. Los Pueblos Emergentes enfrentan problemas específicos de desa¬ rrollo, causados por deformaciones resultantes de la explotación colonial

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a que los sometieron las potencias europeas, por el empeño en lograr la destribalización de gran parte de su población para incorporarla a la vida nacional; por la necesidad de descolonizar a sus propias élites que en el proceso de occidentalización se alienaron culturalmente apar¬ tándose de sus pueblos, o se transformaron en representantes locales de intereses foráneos. Emergiendo hoy a la condición de nacionalidades autónomas del mismo modo que los latinoamericanos de un siglo y medio atrás, enfren¬ tan la amenaza de caer igualmente bajo el yugo de nuevas formas de dominación económica. El desafío fundamental que encaran es el de obligar a sus élites a que no conviertan la independencia en un proyecto para su exclusivo beneficio; de otro modo, su único resultado sería la sustitución del antiguo amo extranjero por una capa dominante nativa. Para esto cuentan con la experiencia de los pueblos que los precedieron y con una coyuntura mundial más favorable, que parece propiciar una conducción más autónoma y progresista de su modernización. Las cuatro categorías de pueblos examinados hasta ahora, aunque significativas e instrumentales para el estudio de las poblaciones del mundo moderno, no implican tipos puros. Cada uno de los modelos experimentó intrusiones que afectaron regiones más o menos extensas de sus territorios y que aparejaron la diferenciación de conjuntos ma¬ yores o menores de su población. Así, en el sur de los Estados Unidos una vasta intrusión negra, originada en el sistema productivo de tipo plantación, dio lugar a una configuración más próxima a la de los Pueblos Nuevos que a la de los Pueblos Trasplantados. Dicho de otro modo, gran parte de los problemas actuales de la nación norteamericana derivan de la presencia de este grupo humano basta ahora no asimilado, aunque vencido y disperso en el conjunto de la nueva configuración. Brasil experimentó una inserción deí tipo de población trasplantada con la inmigración masiva de europeos en la región sur, lo que le confirió una fisonomía peculiar y originó un modo diferenciado de ser brasileño, Argentina y Uruguay, como ya lo señalamos, surgieron a la existencia nacional como Pueblos Nuevos, de una protoetnia neoguaranítica equiva¬ lente a la paraguaya. Con todo, sufrieron un proceso de sucesión etnoló¬ gica por medio del cual se transformó su propio carácter étnico nacional dando origen a una entidad nueva, predominantemente europea por la procedencia de sus competentes básicos. Ambos tomaron por lo tanto el cariz de Pueblos Trasplantados de un tipo especial, pero vieron impe¬ dido su desarrollo socioeconómico por la supervivencia de una oligarquía arcaica de grandes propietarios rurales, característica de su configuración anterior. En cada uno de los pueblos americanos, inclusiones menores matizan y singularizan ciertas porciones de la población nacional así como también las regiones del país donde más se concentran. Debe señalarse, empero, que algunas poblaciones del mundo extra¬ europeo moderno parecen no encajar en estas categorías, particularmente algunas naciones insólitas como el Africa del Sur y Rbodesia, Nyasalandia y Kenya. La dificultad clasificatoria, en estos casos, parece reflejar la propia anomalía de estos engendros, fundados en el dominio de

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núcleos étnicos trasplantados sobre poblaciones nativas numéricamente mayoritarias. Más que naciones son factorías regidas por grupos blancos que, aunque llegados a ellas tardíamente, siguen hasta ahora sin asimilarse y son incapaces de plasmar una configuración de Pueblo Nuevo. Su falta de viabilidad como formación nacional es tan evidente que se puede vaticinar el levantamiento inevitable de las categorías subyugadas y el derrocamiento de la casta dominante, incapaz de inte¬ grarse racial y culturalmente en su propio contexto étnico nacional. En el caso de los demás pueblos extraeuropeos, el carácter nacional y el perfil étnico cultural básico de cada unidad es explicable como resultado de su formación global como Pueblos Testimonio, Pueblos Nuevos, Pueblos Trasplantados y Pueblos Emergentes. Esta escala corres¬ ponde, “grosso modo” a la caracterización, en el caso de América, de los respectivos pueblos como predominantemente indoamericanos, neoamericanos o euroamericanos. Las dos escalas, sin embargo, no se equivalen ya que muchos otros pueblos como los paraguayos y los chilenos de formación básicamente indígena, se volvieron Pueblos Nuevos y no Pueblos Testimonio al fundirse los elementos europeos con grupos tribales que no habían llegado al nivel de las altas civilizaciones. Este es el caso también de los euroamericanos, presentes en todas las formacio¬ nes étnicas del continente, pero que sólo a los Pueblos Trasplantados imprimieron una configuración nítidamente neoeuropea. La designación de neoamericanos no sustituye adecuadamente por otra (parte a la de Pueblos Nuevos, ya que en muchos sentidos y sobre todo como suce¬ sores de las poblaciones originales del continente, todos sus pueblos son hoy neoamericanos. 3.

FUSION Y EXPANSION DE LAS MATRICES RACIALES

El análisis cuantitativo de la composición racial de los pueblos americanos en el pasado y en la actualidad, presenta enormes dificulta¬ des y obliga a trabajar con cálculos más o menos arbitrarios. Los mismos datos oficiales —cuando se encuentran disponibles— no merecen fe, tanto por la falta de definiciones censales uniformes de los grupos raciales como por la interferencia de actitudes y preconceptos de las propias poblaciones censadas. Esto conduce, por ejemplo, en el caso de los Pueblos Trasplantados, a confundir en un solo grupo a los negros y mulatos; en el de los Pueblos Nuevos a sumar al contingente blanco europeo todos los mestizos y mulatos claros; y en el de los Pueblos Testimonio a identificar como mestizos a gran número de individuos puros desde el punto de vista racial, por el hecho de haberse incorporado a los estilos de vida modernos. Con todas las reservas resultantes de esta precariedad de las propias fuentes, es posible sin embargo, establecer algunas proyecciones vero¬ símiles sobre el desarrollo probable de las matrices raciales y de sus mezclas en la composición de tres grandes bloques de pueblos americanos. Puede apreciarse en el cuadro siguiente que la población indígena

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original experimentó en 1500 a 1825 una reducción del orden de 10 hacia menos de uno en los tres bloques (de 100 millones a 7,8 millones); de 1825 a 1950 consiguió duplicar su número (de 7,8 a 15,6 millones), sobrepasando este aumento en los Pueblos Testimonio (6,1 millones a 13,8 millones), pero aproximándose a la extinción completa en los Pueblos Nuevos (de 1,0 a 0,5 millón).3 El contingente blanco europeo aumentó en todas las regiones, entre 1825 y 1950 (de 13,8 millones a 225 millones); aunque de forma más explosiva en los Pueblos Trasplantados (de 10 millones a 163 millones). La población predominantemente caucasoide de éstos, tuvo un creci¬ miento superior al experimentado por los otros grupos raciales por el elevado y continuo aporte inmigratorio europeo. América del Norte cuadruplicó su población de 1800 a 1850 (de 5,3 a 23,3 millones), y volvió a cuadruplicarla de 1850 a 1900 (de 23,3 a 92,3 millones). Lo mismo ocurrió en la Argentina, cuya población pasó de uno a 4,7 millones entre 1850 y 1900, llegando a 17,2 millones en 1950. El ritmo de crecimiento del grupo negro africano en el mismo período, fue mucho más lento que el del caucasoide (de 17 a 29,3 millones), superando, no obstante, al del grupo indígena. En las re¬ giones donde más se concentraron —ocupadas por los Pueblos Nuevos— los negros apenas multiplicaron su contingente por tres (de 5 a 14 millones entre 1825 y 1950) mientras que los “blancos-por-definición” crecían más de veinte veces y los mestizos casi diez veces. Los datos relativos a Brasil en cuanto a períodos más cortos, confirman lo res¬ tringido de ese incremento. Ellos demuestran que el gruño negro se redujo incluso en su número absoluto (de 6,6 a 5,7 millones) entre 1940 y 1950. Este bajo índice de crecimiento no se explica por la miscigenación sino por la precariedad de sus condiciones de vida durante la esclavitud —la cuantía del elemento africano se mantuvo únicamente por la importación continua de esclavos— y también por las dificultades experimentadas al pasar de la condición de esclavo a la de trabajador libre. Entre los Pueblos Testimonio, los negros sufrieron reducciones absolutas (de 500 a 300 mil) explicables por los mismos factores pero además, probablemente, por un proceso más intenso de absorción en la población global a través del mestizaje. Después del caucasoide, el contingente mestizo y mulato fue el que más aumentó desde la independencia (de 7,5 a 72 millones), con¬ centrándose principalmente en los Pueblos Testimonio, en los que el elemento preponderante de estos dos es el mestizo indoeuropeo (de 3,0 a 36,1 millones), y en los Pueblos Nuevos (de 3,5 a 32,2 millones) donde predomina el mulato. La evolución racial de la población americana es congruente con el análisis tipológico que hemos venido haciendo y puede ser compren¬ dida en términos de procesos divergentes de sucesión ecológica. Por

3 Sobre la población precolombina y su proceso de exterminio, ver W. Borah (1962), y Dobyns y Thompson (1966).

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uno de ellos, poblaciones europeas inmigrantes concentradas en núcleos homogéneos estructurados en familias y contando por eso con la presencia de mujeres y niños, se imponen a las poblaciones originales. Este es el caso de los Pueblos Trasplantados; en ellos los contingentes indígenas prácticamente desaparecen, en tanto que los negros y mulatos pasan a ocupar una posición marginal en la nueva etnia. En el caso de los Pueblos Nuevos y de los Pueblos Testimonio encaramos un pro¬ ceso ecológico distinto, en el cual el núcleo europeo minoritario, com¬ puesto principalmente por hombres apartados de sus comunidades de origen, se constituyó en agente activo del mestizaje en razón de la prevalencia que su posición rectora le daba respecto de los otros grupos raciales. Ello le otorgó una extraordinaria capacidad para “blanquear” a los demás, lo que dio lugar a vastas categorías mulatas y mestizas que son en los Pueblos Testimonio el componente principal de la pobla¬ ción (36,1 millones de mestizos frente a 10,2 millones de “blancos-pordefinición”), y en los Pueblos Nuevos el segundo contingente, aunque por poca diferencia con el primero (32,2 millones de mestizos y 41,8 millo¬ nes de “blancos-por-definición”). Algunas proyecciones pueden ser hechas también, en lo relativo al desarrollo de las diversas matrices raciales de los tres grupos de pueblos americanos, por medio de la comparación de sus contingentes actuales con sus tendencias al aumento o a la reducción. Al lograr niveles más altos de desarrollo, las sociedades nacionales de los Pueblos Trasplantados han experimentado en consecuencia una fuerte disminución en el ritmo de incremento de su población, lo que hace suponer que su crecimiento futuro será menor que el de los otros. América del Norte, que venía cuadruplicando su población cada 50 años, no consiguió siquiera dupli¬ carla entre 1900 y 1950, y ocurre lo mismo con Argentina y Uruguay en las dos últimas décadas. Los otros dos bloques, con bajos niveles de desarrollo, se encuentran todavía en una fase de expansión demogrᬠfica por lo que sus poblaciones seguramente mantendrán un ritmo acelerado de crecimiento en las próximas décadas. Los datos estadísticos disponibles indican que las poblaciones de los Pueblos Testimonio y de los Pueblos Nuevos, predominantemente mestizas y mulatas, eran en su conjunto poco menores en 1960 que el total de la población de los Pueblos Trasplantados (182,8 y 220,5 millones respectivamente). Sin embargo, su ritmo intenso de incremento hará que superen ampliamente esa diferencia en los próximos años. En el año 2000 se estima que sumaran 549,5 millones, en tanto que los Pueblos Trasplantados tendrán una población de 391,5 millones. Esas diferencias en el ritmo de aumento demográfico se deben esencialmente a que los Pueblos Trasplantados experimentaron su período de mayor crecimiento cuando contaban con una población relativamente pequeña (Estados Unidos tenía 5,3 millones en 1800 y 23,3 en 1850), en tanto que el mismo fenómeno deberá ocurrir ahora en América Latina sobre la base de una población muy superior (204 millones en 1960), que aun creciendo a un ritmo considerablemente menor, para el año 2000 habrá llegado a triplicarse.

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A largo plazo, por lo tanto, quien más tiende a crecer es la América morena, fruto del mestizaje de sus contingentes básicos. Y este hecho es ineludible, a menos que los vastos programas de birth-control que los norteamericanos quieren imponer en esta área consiguen alterar las tendencias señaladas. Pero parece muy improbable que tales programas lleguen a cumplirse, no sólo por las dificultades de la empresa misma, puesto que se trata de inducir a pueblos atrasados y pobres a adoptar hábitos correspondientes a poblaciones adelantadas, sino también por la oposición a tales programas de los líderes latinoamericanos más lúcidos. Estos tienen cada vez mayor conciencia de los riesgos que entraña una contención demogenética artificial: aparejará fatalmente no sólo la reducción de su magnitud relativa en el mundo, sino, sobre todo, el envejecimiento precoz de sus poblaciones en las cuales una mayoría de menores de 18 años de edad (cerca del 50%) sería sustituida pro¬ gresivamente por una proporción creciente de mayores de 60 años, lo que en las condiciones vigentes de subdesarrollo representarían un peso muerto. Este envejecimiento artificial de la población latinoamericana im¬ puesto por una política de gran potencia antes de haberse logrado los niveles mínimos de desarrollo económico y social que naturalmente conducirían a este efecto —como ocurrió con todos los países plena¬ mente industrializados— podría inhabilitar a los latinoamericanos para los cometidos del desarrollo al privar a sus sociedades del factor básico de renovación social: las fuerzas de comprensión demográfica y las tensiones sociales correlativas. Su logro, a través de vastos programas subsidiados de distribución de píldoras anticonceptivas y de estímulos al aborto, pondría a los latinoamericanos en la situación de depender —si no de una manera permanente, por un plazo imprevisible— del amparo y la solicitud de los ricos vecinos del Norte, con la consecuente perpetuación de su hegemonía, aun cuando fueran en ese entonces manifiestamente minoritarios. La precariedad de los datos disponibles sobre la composición racial de las poblaciones americanas y la variedad de factores que pueden intervenir en el crecimiento relativo de cada contingente en las próximas décadas, no permiten calcular por medio de proyecciones estadísticas seguras su crecimiento futuro. Sin embargo, es posible extraer algunas hipótesis verosímiles respecto al incremento probable de cada compo¬ nente racial de los tres grupos, y a las alteraciones probables de su respectiva proporción. La primera hipótesis es que la proporción regis¬ trada en 1950 en las poblaciones americanas en qu elos “blancos-pordefinición” se encontraban en una relación de dos a uno respecto de la “gente de color”, se altere profundamente para lograr una supremacía morena del orden de los 485 millones contra 456 millones de blancos al final del siglo. Esto se debería al hecho que el contingente blanco presente un nivel de vida más alto y obtiene, en consecuencia, un ritmo de incremento demográfico menor.

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La población indígena, en el mismo período, probablemente llegue a superar el doble de lo que sumaba en 1960 (de 15 a 35 millones). Aunque simultáneamente habrá de perder sus características culturales al integrarse a los modos de vida de las poblaciones neoamericanas. Estos grupos constituirán tal vez, al final, diferentes modalidades de participación en las etnias nacionales, unificadas más por las lealtades a sus matrices de origen que por las características étnico-culturales que presenten. El grupo negro deberá cuadruplicar su número (de 29,3 millones en 1950 alcanzará los 130 millones en el año 2000) por las razones ya indicadas y también porque su presumible elevación del nivel de vida en las próximas décadas, le conferirá una expectativa de vida más alta. Sin embargo, a causa de la amalgama racial, puede ocurrir que se tiendan a colorear las matrices blancas aumentando el cuadro mulato en perjuicio de la expresión de su propio patrimonio genético en poblaciones negras más amplias. Los mestizos, finalmente, experimentarán según lo suponemos un aumento más intenso que todos los demás, quintuplicando su contin¬ gente (de 72 millones a 320 millones) por la conjunción de diversos factores tales como la elevación de su nivel de vida que apenas se inicia, y que deberá combinarse con un alto ritmo de incremento; la generalización de matrimonios interraciales y la aceptación de su propia figura étnica, con lo que no se hallarán ya en la contingencia de mimetizarse ideológicamente en “blancos-por-definición”. Todas las premisas anteriores se fundan en la expectativa de una miscigenación intensa que mezcle de manera aún más profunda las poblaciones americanas. De este modo llegarán a configurar, en el ámbito mundial, una representación cada vez más homogénea de lo humano que poseerá por eso una mayor aptitud para convivir e identificarse con todos los pueblos. Entretanto, considerando las diversas regiones de América, varios factores pueden provocar la intensificación o la reducción de estas tendencias. Por ejemplo, si la lucha racial entre negros y blancos en América del Norte se resolviera por un camino integracionista, se intensificará la tendencia homogeneizadora. Pero si por el contrario llegara a prevalecer la segregación, y sobre todo si los angloamericanos tuvieran éxito en su propósito de reducir sus pobla¬ ciones “negras” y los contingentes morenos de América Latina por la imposición de una política de contención demogenética, el resultado será el fortalecimiento de la heterogeneidad y del racismo. El crecimiento de las poblaciones latinoamericanas debería elevarlas a 650 millones en el año 2000, según cálculos basados en la expectativa de una tasa de aumento relativamente baja. Esa expectativa no tiene en cuenta las posibilidades de un crecimiento todavía mayor por la elevación del nivel sanitario, por los progresos médicos en el trata¬ miento de enfermedades esterilizantes, ni los factores sociales, como la probable reducción de la edad de casamiento y del número de uniones libres, generalmente menos fecundas. Cabe por todo esto esperar un

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crecimiento todavía mayor. Esta explosión demográfica no es en sí misma evidentemente un hecho positivo; representará para América Latina un desafío aún más grande en el esfuerzo de superación de su atraso.4 Este desafío exigirá intensificar el esfuerzo desarrollista, con miras a lograr una reducción de la tasa de incremento demográfico y una madurez de la población como consecuencia del progreso económico y no en lugar de él, lo que podría ocurrir mediante una política de con¬ tención demográfica, como la propugnada y costeada por una potencia extranjera como su proyecto para el futuro de los latinoamericanos.

4 Se supone que para un aumento anual de la población de un 2,5% se requiere una tasa de inversión del orden del 10% de la renta nacional a fin de mantener estrictamente la misma proporción de equipo productivo por persona activa.

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