Akal Historia Del Mundo Antiguo 50

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H IS T O R IA ^M VNDO A n T IG V O

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LA DINASTIA DE LOS ANTONIMOS

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Esta historia obra de un equipo de cuarenta profesores de va­ rias universidades españolas pretende ofrecer el último estado de las investigaciones y, a la vez ser accesible a lectores de di­ versos niveles culturales. Una cuidada selección de textos de au­ tores antiguos mapas, ilustraciones cuadros cronológicos y orientaciones bibliográficas hacen que cada libro se presente con un doble valor de modo que puede funcionar como un capítulo del conjunto más amplio en el que está inserto o bien como una monografía. Cada texto ha sido redactado por. el especialista del tema, lo que asegura la calidad científica del proyecto.

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1.

A. C aballos-J. M . S errano, Sum er y A kka d . 2. J. U rru ela , Egipto: Epoca Tinita e Imperio Antiguo. 3. C . G . W ag n er, Babilonia. 4. J. U rru ela , Egipto durante el Imperio Medio. 5. P. Sáez, Los hititas. 6. F. Presedo, Egipto durante el Imperio N uevo. 7. J. A lvar, Los Pueblos del M ar y otros movim ientos de pueblos a fines del I I milenio. 8. C . G . W agner, Asiría y su imperio. 9. C . G . W agner, Los fenicios. 10. J. M . B lázquez, Los hebreos. 11. F. Presedo, Egipto: Tercer Penodo Interm edio y Epoca Sal­ ta. 12. F. Presedo, J. M. S erran o , La religión egipcia. 13. J. A lv ar, Los persas.

14. 15. 16. 17. 18.

19. 20 .

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22. 23. 24 .

J. C . Berm ejo, E l m undo del Egeo en el I I milenio. A. L ozano, L a Edad Oscura. J. C . Berm ejo, E l m ito griego y sus interpretaciones. A. L ozan o , La colonización gnegtf. J. J. Sayas, Las ciudades de Jonia y el Peloponeso en el perío­ do arcaico. R . López M elero, E l estado es­ partano hasta la época clásica. R . López M elero, L a fo rm ación de la democracia atenien­ se, I. El estado aristocrático. R . López M elero, La fo rm a­ ción de la democracia atenien­ se, II. D e Solón a Clístenes. D . Plácido, C ultura y religión en la Grecia arcaica. M . Picazo, Griegos y persas en el Egeo. D . Plácido, L a Pentecontecia.

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J. F ernández N ieto, La guerra del Peloponeso. 26. J. F ernández N ieto, Grecia en la primera m itad del s. IV. 27. D . P lácido, L a civilización griega en la época clásica. 28. J. F ernández N ieto , V. A lon­ so, Las condiciones de las polis en el s. IV y su reflejo en los pensadores griegos. 29. J. F ernández N ieto , E l m un­ do griego y F Hipa de Mace­ donia. 30. M . A . R a b a n a l, A lejandro Magno y sus sucesores. 31. A. L ozano, Las monarquías helenísticas. I: El Egipto de los Lágidas. 32. A. L ozano, Las monarquías helenísticas. II: Los Seleúcidas. 33. A. L ozano, Asia M enor he­ lenística. 34. M . A. R abanal, Las monar­ quías helenísticas. III: Grecia y Macedonia. 35. A. P iñero, L a civilización he­ lenística.

ROMA 36. 37. 38.

39. 40. 41.

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43.

J. M artín ez-P in n a, El pueblo etrusco. J. M artín ez-P in n a, L a Rom a primitiva. S. M ontero, J. M artín ez-P in ­ na, El dualismo patricio-ple­ beyo. S. M o n te ro , J. M artínez-P inn a, La conquista de Italia y la igualdad de los órdenes. G. Fatás, E l período de las primeras guerras púnicas. F. M arco, La expansión de R om a por el Mediterráneo. De fines de la segunda guerra Pú­ nica a los Gracos. J. F. R odríguez N eila, Los Gracos y el comienzo de las guerras civiles. M .a L. Sánchez León, R evuel­ tas de esclavos en la crisis de la República.

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45. 46. 47. 48. 49. 50. 51. 52.

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C . G onzález R o m án , L a R e­ pública Tardía: cesarianos y pompeyanos. J. M. R oldán, Instituciones po­ líticas de la República romana. S. M ontero, L a religión roma­ na antigua. J. M angas, Augusto. J. M angas, F. J. Lom as, Los Julio-Claudios y la crisis del 68. F. J. Lom as, Los Flavios. G. C hic, La dinastía de los Antoninos. U . Espinosa, Los Severos. J. F ernández U biña, El Im pe­ rio Romano bajo la anarquía militar. J. M uñiz Coello, Las finanzas públicas del estado romano du­ rante el A lto Imperio. J. M. B lázquez, Agricultura y minería romanas durante el A lto Imperio. J. M. B lázquez, Artesanado y comercio durante el A lto I m ­ perio. J. M angas-R . C id, E l paganis­ mo durante el A lto Imperio. J. M. S antero, F. G aseó, El cristianismo primitivo. G . B ravo, Diocleciano y las re­ form as administrativas del I m ­ perio. F. Bajo, Constantino y sus su­ cesores. La conversión del I m ­ perio. R . Sanz, E l paganismo tardío y Juliano el Apóstata. R. Teja, La época de los Valentinianos y de Teodosio. D. Pérez Sánchez, Evolución del Imperio Rom ano de O rien­ te hasta Justiniano. G . B ravo, E l colonato bajoimperial. G. B ravo, Revueltas internas y penetradones bárbaras en el Imperio i A. Jim énez de G arnica, La desintegración del Imperio R o­ mano de Occidente.

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ROMA

Director de la obra:

Julio M angas M anjarrés (Catedrático de Historia Antigua de la Universidad Complutense de Madrid)

Diseño y maqueta: Pedro Arjona

«No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright.»

© Ediciones Akal, S.A., 1990 Los Berrocales del Jarama Apdo. 400 - Torrejón de Ardoz Madrid - España Tels. 656 56 11 - 656 49 11 Fax: 656 49 95 D e p ó s ito L e g a l:M - 1 8 1 2 0 - ^ 9

ISBN: 84-7600 274-2 (Obra completa) ISBN: 84-7600 489-3 (Tomo L) Impreso en GREFOL, S.A. Pol. II - La Fuensanta Móstoles (Madrid) Printed in Spain

LA DINASTIA DE LOS ANTONIMOS G. Chic

Indice

Págs. I.

Nerva y Trajano ................................................................................................ 7 1. N e rv a ............................................................................................................. 7 a) La búsqueda de un nuevo ré g im e n ................................................... 7 b) La sucesión de Nerva ........................................................................... 10 2. M. Ulpio T r a ja n o ....................................................................................... 11 a) La continuidad ....................................................................................... 11 b) Las primeras guerras de conquista y regulación de las fronteras 15 c) El paternalism o absolutista de Trajano ............................................ 18 d) La política de « g ran d eu r» .................................................................... 22

15. H ad rian o ............................................................................................................ 1. El acceso al poder ...................................................................................... 2. Una nueva era: la política de fronteras estables ................................ 3. La atención a las provincias y el intervencionismo económico ..... 4. Profundización de la idea imperial ....................................................... 5. El levantamiento j u d í o ............................................................................... 6. La política religiosa .................................................................................... 7. La sucesión ...................................................................................................

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III. Antonino Fío y Marco A urelio........................................................................ 1. T. Aelio H adriano A n to n in o .................................................................... a) El apelativo de «Pío» ............................................................................ b) El estancam iento eco n ó m ico .............................................................. c) El despegue del m undo oriental ........................................................ d) Política militar ........................................................................................ e) Administración, religión y desarrollo legislativo ............................ 2. M arco Aurelio A n to n in o ............................................................................. a) El reinado com partido con L.V e ro ..................................................... b) El final de la pax rom ana ................................................................... c) Evolución económica y social ..........................................................

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d) Com plicación creciente del m ecanism o adm inistrativo .............. e) La religión: el tema de los cristianos ................................................ 3. C ó m m o d o ...................................................................................................... a) El reinado de los fa v o rito s................................................................... b) Evolución económica y social ............................................................ c) El program a teo crático ..........................................................................

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Bibliografía .................................................................................................................. 63

La dinastía de los Antoninos

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I. Nerva y Trajano

Se denom ina «dinastía de los A ntoni­ nos» a la serie de em peradores que, a p artir de Nerva (96-98), ocuparon el p o d e r con u n a cierta c o n tin u id a d m oral y política hasta la m uerte de C óm m odo en 193. J. P. M artín consi­ dera que el concepto de «siglo de los A ntoninos» quedó precisado en sus térm inos generales en el m om ento en que Septim io Severo, en 197 y en un acto sorprendente, se proclam ó hijo de M a rc o A u re lio y h e rm a n o de Cóm m odo. Para M artín es una época en la que reina un cierto acuerdo en­ tre el em p erad o r y el senado, cuya dignidad se respeta, au nque la verdad es que su poder, por la fuerza de los acontecim ientos, va siendo cada vez menor. Un m om ento histórico en el que la tiranía parece desterrada y la economía, mal que bien, se mantiene en unos niveles de estabilidad acepta­ bles hasta el últim o cuarto de siglo. U na etapa en la que se desarrolla el derecho y con él el m ayor respeto del individuo. Y sin em bargo, y com o suele suceder en todas las épocas en que parece reinar el equilibrio entre sus distintos elem entos com ponentes, el siglo II in cubaba los gérm enes de un m undo nuevo que había de eclosio n ar con fuerza en la etapa históri­ ca que vendría a continuación.

1. Nerva a) La búsqueda de un nuevo régimen D om iciano, que había desarrollado notablem ente la burocratización del Estado en la línea m arcada por su p a ­ dre, y que era bienquisto por el pueblo y por el ejército, se había convertido en cam bio, a los ojos de la aristocra­ cia senatorial y com o consecuencia de su tendencia al absolutism o, en un m o n stru o ab o rrec ib le. Tras v arias conspiraciones, el «tirano» fue asesi­ nado el 18 de septiem bre de 96 por un grupo de co njurados entre los que participaban los prefectos del preto­ rio y la propia esposa del em perador. Al día siguiente, el Senado condenó los actos del difunto y otorgó el po­ der, com o previam ente se había con­ venido, a M arco Cocceio Nerva. Este era un senador sexagenario, que tenía tras de sí toda una carrera de buen servidor del Estado y que, en cierto m odo, com o sostiene Albertini, podía recordar a G alba. Tam bién de él se esperaba una restauración del p rinci­ pado en la línea, sin em bargo cada vez más lejana, de Augusto. Pero en la m em oria de m uchos se m antenía

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.·* Bajorrelieve del Foro de Nerva en Roma.

fresco el recuerdo de aquel terrible año que siguió a la m uerte de N erón, y Nerva hizo todo lo posible por evi­ tar que la situación se pudiera volver a repetir. Para ello, y pese a que se de­ cía que D om iciano h abía desastrado el tesoro, procuró d ar satisfacción a la plebe y al ejército sin reparar en gas­ tos, com o en su d ía señ aló Syme (1930). El donativum a las tropas y un aligeram iento de las cargas fiscales (relativas a las sucesiones directas, al m antenim iento del cursus publicus en Italia, y al im puesto pagado por los judíos al C apitolio) para el pueblo en general, in ten taro n m ostrar la cara am ab le del nuevo régim en que se acababa de instaurar. Por otro lado, la im agen de m oderación era necesa­ ria, y por ello, au n q u e parezca p a ra ­ dójico, el em p erad o r instituyó una com isión de cinco senadores que h a ­ bría de estudiar la dism inución de los gastos públicos; pero m ientras, res­ tauraba el anfiteatro Flavio, concluía

el foro iniciado por D om iciano, m e­ jo rab a la red de acueductos rom anos y ofrecía un congiarium al pueblo del que nos han dejado recuerdo sus m o­ nedas (Cohén). Se llam aba a los exi­ liados de D om iciano, pero al m ismo tiem po se m antenía en sus puestos a sus principales auxiliares adm inistra­ tivos y políticos, pese a que hubiese tenido que ceder ante las exigencias de los pretorianos, dirigidos por el nuevo prefecto estoico C asperio Eliano, de que les entregase la cabeza de las dos personas a quienes considera­ b an responsables directos de la m uer­ te de su em perador. Se trataba en sum a de d ar la sensación de que se entraba en una nueva época sin rom ­ p e r v io le n ta m e n te los la z o s q u e u n ían a la conciencia p o p u lar con el pasado. Preocupado, com o no podía dejar de estarlo, p o r u n a crisis económ ica que afectaba fundam entalm ente a la producción p o r la falta de inversión

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La dinastía de los Antoninos

Estatua del emperador Trajano hallada en Itálica.

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—contra la que clam aba ya Colum el a - y con unos cam pos progresiva­ m ente concentrados en pocas m anos y éstas poco activas, Nerva intentó al­ gún rem edio volviendo sus ojos a las viejas leyes agrarias republicanas y com pró tierras para repartirlas a los cam pesinos desposeídos. La cuestión era seriam en te p re o cu p an te, com o agudam ente supo ver M azza, y a pe­ sar de los esfuerzos por reactivar la pro d u cció n realizados p o r los Flavios, y p articularm ente por Dom iciano, hay síntom as arqueológicos, tales com o el estudio de los pecios realiza­ do por Pascual G uasch, de que el ni­ vel de los negocios, a ju zg ar p o r el tráfico de m ercancías por m ar, no h a ­ bía hecho sino decrecer desde la gran crisis de m ediados del siglo I, que parce haber arrastrad o consigo a la dinastía Julio-C laudia. Com o señala C arradicc, pese a los esfuerzos de Dom iciano, la revaluación que realizó en la ley de sus m onedas de oro y p la­ ta en 82 no pasó de un acto de volun­ tad político-m oral que, al no verse sustentado en u na base real de san ea­ m iento económ ico im portante, p ro n ­ to devino en la necesidad de dar m ar­ ch a atrá s, d e v a lu a n d o la m o n e d a hasta los niveles neronianos (85) y m etiendo al em perador en una dura política fiscal que le hizo ser conside­ rado, am én de tirano, mpcix. Nerva, en cam bio, quería aparecer com o u n p a ­ dre benevolente; es más, necesitaba parecerlo para afirm ar su situación no dem asiado estable. De ahí su polí­ tica de repartos de tierra (que iba más allá que la solución dada p o r D om i­ tia n o al problem a de los subseciva y que disposiciones del tipo de la lex mandaría) y de ahí el interes puesto en esas instituciones de caridad co n o ­ cidas com o los alim enta (préstam os a agricultores, con garantías de sus tie­ rras, y cuyos réditos se dedicaban a la m anutención de niños pobres) y que Veyne nos recuerda que no son una invención de este em perador. Pero el problem a m ás inm ediato

Akal Historia del M undo Antiguo

que tenía que solventar Nerva era el de su propia sucesión.

b) La sucesión de Nerva El nuevo príncipe, em parentado con la fam ilia de los Julio-C laudios y que había m antenido excelentes relacio­ nes con los últim os m iem bros de esa dinastía, no parece que fuese, pese a las circunstancias, un adepto incon­ dicional de la política senatorial, y C izek (1983) se inclina a ver m ás bien en él a un seguidor de las doctrinas senequistas de la clem entia que p ro ­ pugnaban, en el m arco de los años fe­ lices para el S enado del quinquen­ nium Neronis, una conciliación entre un despotism o m oderado y benevo­ lente y los intereses de esa oligarquía de sabios que constituiría el Senado. A ceptaba adem ás el principio de la m o n arq u ía electiva, desarrollado d u ­ rante la época de los Flavios en el cír­ culo opositor de los Helvidios. Pero, com o sostiene Durry, Nerva no pertenecía a esa «oposición» de m atiz republicano, ni posiblem ente fuese esa oposición la que hubiese tram ado la sustitución de D om iciano, un hom bre querido por el ejército, sino que más bien el com plot debía de h aber estado tram ado p o r un grupo de senadores que, contentando a los tradicionalistas, contase desde un p ri­ m er m om ento con un vir militaris de talla que evitase los peligros de una guerra civil; p o r lo que, desde un p ri­ m er m om ento, se h ab ría pensado en la figura de M. U lpio Trajano, que h a ­ bía sido cónsul en 91 y luego legado en G erm ania superior, donde había desarrollado una m agnífica reputa­ ción de buen m ilitar, adm inistrador destacado y hom bre enérgico y justo. Lo cierto es que tras la revuelta de C asperio E liano (Rossi), Nerva sor­ p rendió a los inquietos pretoríanos con la adopción, en octubre de 97, de este general, h is p a n o de Itálica, a quien asoció al Im perio confiriéndole la potestad tribunicia. R. Symc esta­

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La dinastía de los Antoninos

bleció que la influencia de un im por­ tante grupo de senadores hispanos fue decisiva en este acceso al Im perio de Trajano. P. Petit (1974) adm ite la o p in ió n de las an tiguas fuentes de que debió, en parte al menos, su de­ signación a la influencia de los hispa­ nos Julio Serviano —casado con Dom icia Paulina, h erm an a de H a d ria­ no, y situado al frente del ejército d a ­ n u b ia n o — y sobre todo de Licinio Sura, a quien el epitom ador de A ure­ lio Víctor le atribuye u n a interven­ ción decisiva. Sea com o fuere, lo cier­ to es que los hispanos venían ocu­ pan d o un espacio cada vez más am ­ plio y, sobre todo, influyente en el Se­ nado al com pás del desarrollo econó­ mico de este extrem o occidental del Im perio. N um erosos estudios, recogi­ dos recientem ente p o r A. C aballos, h an puesto de m anifiesto cóm o el n ú ­ mero de los senadores hispanos, héti­ cos sobre todo, había ido creciendo desde la época de C lau d io (época quizá la de m ayor esplendor para la ec o n o m ía p e n in s u la r), e x p e rim e n ­ tando un salto im portante con Vespa­ siano (que asum e en este sentido la política de G alba) al hacer introducir num erosos homines novi hispanos en el senado, e ingresar inter patricios a algunos, com o M. U lpio Trajano p a ­ dre y M. A n n io Vero. D o m ic ia n o m antuvo esta política, aum entando la categoría de los senadores hispanos tras la revuelta del tam bién hispano L. A ntonio S aturnino en 89; precisa­ m ente para prem iar la buena actua­ ción de T rajano hijo en la represión de esta revuelta, el em perador le ap o ­ yó para que fuese cónsul sufecto en 91, com o antes señalam os. Sin em ­ bargo, la m ayor proporción de cónsu­ les hispanos por años de reinado se observa con Nerva. De este m odo el acceso al poder del hijo de aquel italicense ingresado en el Senado durante el reinado de N erón, M. U lpio Trajano, no puede resultar del todo sor­ prendente. Ni siquiera el hecho, su­ brayado p o r D. Kienast, de que tras la

adopción no tom ase el gentilicium de su padre adoptivo, conservando sus propios tria nomina. (D urry señala que, en realidad, la adoptio tomó la form a de u n a adrogatio). Al fin y al cabo no se hab ía im puesto una perso­ na, sino que en el fondo lo que había triunfado era una realidad: la vieja Italia, cansada y agotada aunque lle­ na de prestigio —com o la E uropa ac­ tu al— daba paso a aquella de la pro­ vincias que con m ayor vigor había desarrollado su vida en el m arco de la colonización rom ana. C u an d o Trajano, ese antiguo am i­ cus principis de D om iciano que sin em bargo no se hab ía visto com pro­ m etido en la política represiva de los últim os años de éste, recibió la noti­ cia de su adopción al poder, se en­ contraba en G erm ania Superior res­ tableciendo el orden en la frontera. P ara d ar satisfacción a los tradicionalistas de R om a, com o dice C izek, hizo venir ju n to a sí a una parte de las cohortes pretorias, incluyendo a los principales rebeldes, con Casperio E liano a la cabeza, y una vez allí los hizo ejecutar, d ando una m uestra de energía, restableciendo la autori­ dad de Nerva, que iba m ás allá de lo que se esperaba. Luego continuó las operaciones y recibió, junto con Nerva, el nom bre triunfal de G erm ánico. La asociación en el poder entre el civil N erva y el m ilitar Trajano duró poco, pues a fines de enero de 98 el prim ero m oría en los jardines de Salustio de u na neum onía. Trajano se encontra­ ba en Colonia.

2. M. (Jipío Trajano a) La continuidad N acido en Itálica (hoy Santiponce, ju n to a Sevilla) de una fam ilia anti­ qua magis quam clara, com o refiere Eutropio (Brev. 8, 2) y ya hem os seña­ lado al referirnos a su padre (cónsul en 68) com o prim er senador de la fa­

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A ka l Historia d el M undo Antiguo

m ilia, h abría visto la luz prim era h a­ cia el 52 ó 53, d u rante el reinado de C laudio, en el seno de una rica fam i­ lia de antiguo origon italiano estable­ cida en la Bética, donde habría hecho fortuna. Ya hem os hecho referencia a cóm o su padre progresó políticam en­ te bajo el reinado de N erón y poste­ riorm ente con Vespasiano. El m ismo había aco m p añ ad o a su padre en sus em presas m ilitares a las órdenes de Vespasiano en Palestina y Siria y lue­ go pudo m ostrar su valía m ilitar en el Rhin. A sus cuarenta y cinco años era un general experto que contaba con las sim p atías g en e raliza d as de sus co m p añ ero s del estam ento m ilitar. N adie pues discutió su acceso al tro­ no y pudo p erm anecer en G erm ania todo el p rim e r añ o de su rein ad o cum pliendo con su deber prim ordial de em p erad o r-so ld ad o de defender las fronteras (Albertini), dejando al Senado m ayor libertad en los asuntos civiles. Antes de volver a Rom a m ejo­ ró el trazado del limes ganando terre­

no a los herm unduros, desarrolló la red viaria de los agri decumates con­ quistados p o r D om iciano y creó ciu­ dades com o X anten (Castra Vetera) y N im ega (Noviomagus). F in alm en te, tras haber inspeccionado la frontera d an u b ian a, entró en Rom a a fines de 98 en m edio del entusiasm o popular, e inm ediatam ente inició una política m uy en la línea de Nerva, concilian­ do el entusiasm o despertado por D o­ m iciano en ciertos sectores, m ante­ niendo a su persona] asesor más va­ lioso, y apoyando al m ismo tiem po a personas com o Verginio Rufo, Plinio o Tácito, caídos en desgracia ante aquél. A ctuando con m odestia y parsim o­ nia en su vida privada, prom etió no hace uso de la lex Iulia Maiestatis, o ley de lesa m ajestad, que se había con­ vertido en u n arm a tem ible en m anos de los anteriores príncipes. Si Nerva había hecho votar a los com icios po­ p u lares sus leyes agrarias, T rajano fingía el m ism o respeto a las institu-

ReSseve de mármol con la «institutio alimentaria», creada por Trajano. (Siglo II).

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La dinastía de los Antoninos

Columna de Trajano (Años 110-113 d. C.) Foros imperiales de Roma.

14 Trajano

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También sobre la tribuna, por un escrú­ pulo semejante, te sometiste a las leyes, a unas leyes, César, que nadie redactó para el príncipe. Pero tú no quieres disfrutar de mayores derechos que nosotros: esa es la causa de que nosotros deseemos que te sea permitido más. Es ahora por primera vez cuando yo escucho y por primera vez cuando aprendo esto: «no es el príncipe el que está por encima de las leyes, sino las leyes por encima dej príncipe», y al,César en calidad de cónsul le están vedadas las mismas cosas que a los demás cónsules. Jura por las leyes ante los dioses atentos (¿y a quién prestarán más atención que al César?), jura en presencia de aquellos que han de jurar lo mismo, con pleno conoci­ miento, por otra parte, de que ninguno debe guardar con más escrúpulo el jura­ mento de aquel que está más interesado en que no existan perjuros. Así, al salir del consulado, juraste que no habías hecho nada contra las leyes. Hermoso juramento en el momento de hacer la promesa, pero más herm oso aún después de haberla cumplido. Aparecer tantas veces en la tri­ buna, pisar aquel lugar nunca escalado por la soberbia de los príncipes, recibir allí y allí deponer tus magistraturas, ¡qué digo es de ti y qué diferente de la costumbre de aquellos que después de haber ejercido el consulado durante unos pocos días o, me­ jor dicho, de no haberlo ejercido, se de­ sembarazaban de él mediante un edicto! Esto por asamblea, por tribuna y por jura­ mento; sin duda, para que el fin estuviera de acuerdo con el p rincipio y pudiera comprenderse que ellos habían sido cón­ sules tan solo por esto: porque otros no lo habían sido.

Otros han merecido el consulado antes de recibirle; tú, incluso en el momento de re­ cibirlo. Habíanse ya terminado las solem­ nes ceremonias de los comicios, si se con­ sidera que se trataba de un príncipe, y ya toda la multitud comenzaba a moverse, cuando tú, ante la admiración de todos, te acercas a la silla del cónsul y te ofreces a prestar juramento bajo una fórmula desco­ nocida para los príncipes, a no ser cuando obligaban a jurar a los demás. Compren­ des ahora cuán necesario fue que no re­ husaras el consulado. No te hubiéramos creído capaz de hacer tal cosa si hubieras rehusado. Yo me quedo estupefacto, pa­ dres conscriptos, y aún no doy bastante crédito a mis ojos y a mis oídos, y a veces me pregunto si lo he oído o lo he visto. Así, pues, el emperador, César, augusto y pon­ tífice máximo se mantiene en pie ante la si­ lla del cónsul; el cónsul queda sentado mientras el príncipe permanece en pie ante él, y queda sentado imperturbable, impasi­ ble y como si se tratara de un hecho co­ rriente. Más aún, el cónsul sentado toma juramento al que permanecía a pie firme ante él, y aquel juró, pronunció y articuló las palabras por las cuales ofrecía a la có­ lera de los dioses su cabeza y su casa si era conscientemente perjuro. Ingente glo­ ria la tuya, César, tanto si los príncipes ve­ nideros siguen tu ejemplo como si no lo si­ guen. ¿Puede haber alabanza bastante digna para loar que hiciste lo mismo al ser cónsul por tercera vez que al serlo por vez primera, que siendo príncipe obraste como un particular y siendo emperador como un súbdito? Ya no sé, no sé si es más hermo­ so que juras sin que ninguno te haya pre­ cedido con su ejemplo o que juraras si­ guiendo el ejemplo de otro.

Plinio el Joven, Panegírico en honor de Trajano, LXIV-LXV.

ciones tra d ic io n a le s asu m ien d o la potestad tribunicia el 10 de diciem ­ bre, que era la fecha en que entraban en funciones los antiguos tribunos de la plebe; en 100, cuando accedía al consulado por tercera vez, sabem os que prestaba ju ram ento de pie ante los antiguos cónsules que perm ane­ cían sentados como, sucedía bajo la República. Y en la m ism a línea de propaganda señalada para Nerva, re­ husó el título de pater patriae, la dedi-

cación de estatuas caras y tom ó m edi­ das contra algunos delatores fiscales; por lo dem ás siguió tom ando m edi­ das económ icas en favor de la plebe, a la que ofreció congiarios y entretu­ vo con fastuosos espectáculos de cir­ co que, com o se ñ a la Syme (1930), eran una p u ra continuación de la p o ­ lítica de su antecesor. Las m onedas, principal vehículo propagandístico, reflejan en las em isiones de estos p ri­ meros años esta política de concenso,

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La dinastía de los Antoninos

respeto a las instituciones, concilia­ ción y solidaridad (H. Cohén). Pero la m oneda, lógicam ente, no sólo era un vehículo de propaganda sino tam bién, y sobre todo, un medio p a ra el in te rc a m b io de bienes. Y, com o hem os señalado páginas atrás, el principal problem a del Im perio, en el orden económ ico, se encontraba en el cam po de la producción de bienes que, a su vez, incidía en el de la distri­ bución. D ión de P iusa, am igo de Tra­ jano, clam aba a su vuelta del exilio a que se había visto forzado por D om i­ ciano, en su Euboico, p o r el estado de m iseria de las ciudades griegas, ro­ deadas p or am plios territorios a b a n ­ donados, sin cultivadores, en tanto que en las urbes se am ontonaba una plebe ociosa que llenaba circos, tea­ tros y prostíbulos y vivía al día de la caridad pública o com o parásita de alg ú n p o te n ta d o . Y este tem a del aban d o n o de la tierra con la consi­ guiente falta de productividad, term i­ naba p or afectar a las ciudades en las que vivían los señores, que preferían gastar sus ingresos en actos de presti­ gio m ás bien que invertirlos en m e­ dios de producción aplicables a sus fincas —que p o r otro lado tendían a ser progresivam ente m ás am plias o m ás n u m ero sas p o r concentración, dada la tendencia a la oligantropía de las clases dirigentes—. Por otro lado la situación no era exclusiva de la parte griega del Im perio: en 107 otro am igo de T rajano, P linio Secundo, escribía a su am igo P aulino una carta que se puede com plem entar con frag­ m entos de otras) en la que pone de m anifiesto dificultades sim ilares en el cam po de la producción en sus tie­ rras italianas que le em pujaban a bus­ car una solución en el colonato ap a r­ cero, en la m ism a línea propuesta por D ión para las tierras valdías y que, com o ha señalado V. A. Sirago, sería retom ada poco después por la adm i­ nistración im perial (116-7) al redactar el reglamento del Fundus Villae Magne Variandi en Africa, sin que haya que

ver una relación de causa-efecto entre el d iscu rso y la d isp o sic ió n legal, com o ap untaba M. M azón. Ya hem os señ a la d o a n te rio rm e n te cóm o esta baja en la producción afectaba a la com ercialización, quedando refleja­ da en la arqueología subm arina, y es evidente que am bas cosas debían de hacerse sentir en el m arco de las ciu­ dades que se verían afectadas por am bos factores co m b in ad o s, sobre todo en la zona occidental, donde el com ercio no podía vivir con la m isma independencia de la producción agrí­ cola con que p o r el contrario podía vivir en parte en Oriente, gracias al com ercio de los artículos de lujo exó­ ticos requeridos por las aristocracias, tanto orientales com o occidentales. No es ninguna casualidad que desde finales del siglo I veamos cóm o los em peradores deben enviar a las ciu­ dades, em pezando por las italianas y continuando luego por las provincias, a determ inados curatores civitatis o rei publicae encargados de poner algún orden en las finanzas de algún que otro m unicipio. El Estado debía en­ frentarse a graves problem as de fon­ do, y Trajano se dispuso a afrontarlos com o m ejor sabía.

b) Las primeras guerras de conquista y regulación de fronteras Hem os señalado que Trajano m an ­ tuvo desde un prim er m om ento una política agresiva respecto a los países vecinos y que no regresó a Rom a lue­ go de ser nom brado E m perador sin haber antes asegurado y fortalecido el limes germ ánico, y sin haber desarro­ llado las com unicaciones de la región de la Selva Negra conquistada por D om iciano y que no sin razón debía d en o m in arse de los agri decumates (cam pos que pagan la décim a parte de su producción). Por la m ism a ra­ zón de fortalecer las fronteras rom a­ nas, cuando en 100 A grippa I murió,

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Akat Historia del M undo Antiguo

Trajano se hizo con el control directo de Iturea y H au rán , en la zona de la Celesiria. Pero h a b ría de ser de la D acia (aproxim adam ente la actual R um a­ nia) de donde le viniese la m ayor glo­ ria m ilitar y el m ayor provecho para el Im perio. Los dacios, cuyas tribus se em p aren tab an con los tracios, h abían form ado un a p otente org an izació n que, ya en época de la R epública, acuñaba m oneda propia a im itación de los tetradracm as griegos y form a­ b an un pueblo potente y rico. Sueto­ nio nos dice que entraba su conquista dentro de los planes de César, pero Augusto y sus sucesores se hab ían contentado con frenar sus frecuentes incursiones en la parte derecha del D anubio. D om iciano se había p la n ­ teado seriam ente el problem a de su som etim iento y el m ism o em perador había acudido a enfrentarse con su rey Decébalo; pero no pudo im poner­ se seriam ente, por la presión de los

yázigos, m a rc o m a n o s y cu ad o s, y hubo de contentarse con un cierto protectorado a cam bio de subsidios en dineros y asistencia de asesores m ilitares y civiles. Trajano no podía consentir este auténtico tributo paga­ do p o r R om a, y en la prim avera de 101, con las legiones de M esia y Panonia invadió Dacia, venció a Decé­ balo ju n to a Potaissa e im puso la paz bajo duras condiciones a este nuevo «aliado» del pueblo rom ano (102). Pero en realidad sólo se trató de una tregua. En 105 T rajano atravesó de nuevo el D anubio un poco más abajo de las Puertas de H ierro y m archó co n tra S arm izegetusa (Varhely, en Transilvania), que Decébalo incendió antes de suicidarse (107). A partir de este m om ento D acia fue anexionada com o provincia a las órdenes de un legado propretor. Entre la nueva pro­ vincia y Panonia quedaban los yázi­ gos, a quienes Trajano no atacó, pero dividió P an o n ia en dos provincias

Mercado de Trajano en Roma. (Primera década del siglo II).

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La dinastía de los Antoninos

Estatua del emperador Trajano, hallada en Ostia.

18 (Superior e Inferior, al O. y E.) para un m ejor control de la situación. La h azañ a h ab ría de q uedar inm ortali­ zada años m ás tarde (113) en la gran­ diosa colonna traiana que el em pera­ dor hizo colocar en su foro bajo la di­ rección de Apolodoro. Lo que la conquista de la Dacia su­ puso, aparte de su valor estratégico, en el p lano económ ico para Roma fue ya puesto de relieve en 1924 por J. C arcopino, y aunque no se pueda ad ­ m itir que la situación económ ica de­ rivada de la política de D om iciano era pésim a, nadie discute hoy que los enorm es aportes de plata y sobre todo oro de la con q u ista produjeron en Rom a un cam bio considerable de las perspectivas eco n ó m icas a corto y quizás tam bién a m edio plazo. A un­ que las cifras que C arcopino saca de la in terpretación del texto de Lido (165.500 kg de oro; 331.000 kg de p la­ ta) puedan ser discutibles, de lo que no cabe duda es de que el botín obte­ nido y la explotación consiguiente a la conquista de las m inas de Transilvania, le perm itieron al em perador meterse en una política de grandes gastos en obras públicas y m onum en­ tos por todo el Im perio, aum entar el nüm ero de legiones (XXX Vlpia y II Traiana), m ultiplicar el núm ero y la calidad de los congiarios a la plebe, re d u c ir im p u esto s, etc. O sea que puso en circulación enorm es ca n tid a­ des de m oneda de oro y de plata (ésta n uevam ente d ev alu ada en su fino, que pasa a ser del 85% frente al 90% de la época de N erón, aunque m ante­ niendo su relación de 25:1 con el au­ reus) que fue a p arar en buena m edi­ da a esa plebe cuyo poder adquisi­ tivo, al crecer, pudo activar de nuevo m o m en tán eam en te los negocios: el alza de la capacidad de consum o de­ bió de tirar de la producción, aunque ésta se hiciese sobre unas bases dis­ tintas de las de la época de Augusto, con quien se puede en cierto modo co m p arar en cuanto al im pacto de sus conquistas (Egipto, N.O. de H is­

Akal Historia del M undo Antiguo

p an ia, N órico) en el desarrollo del sistem a económ ico (M. Giacchero). Pero sobre ello habrem os de volver m ás ad e la n te. La co lo n izació n de Dacia, pese a la abundancia de asiáti­ cos, determ inaría que este país fuese una avanzada de la latinidad en el m undo oriental. «Según los m ism os principios, cier­ tam ente estratégicos y probablem ente económ icos —nos dice P. Petit—, fue en la m ism a época c o n q u ista d a y anexionada A rabia». En 105, el lega­ do de Siria, C ornelio Palma, entró en com bate contra los árabes nabateos y puso en m anos de Rom a la península del Sinaí, con su capital de Petra, y una b an d a de terreno litoral que pro­ ducía la continuidad con la provincia de Judea. Poco después, Palm ira re­ conocía la autoridad de Rom a y que­ daba bajo la dependencia del legado de Siria. La im portancia económ ica del control de estas cabezas de rutas caravaneras es evidente. En la m ism a línea, y antes de me­ terse en la gran em presa soñada por C ésar de llegar al golfo Pérsico, hay que situar el control que se logró ejer­ cer sobre la zona oriental del m ar N e­ gro, la C ólquida, haciendo aceptar la suprem acía rom ana a los íberos del C áucaso. El reino vasallo del Bosforo q u ed ab a unido así de algún m odo con el Asia M enor, donde las provin­ cias de G alatia y C apadocia queda­ ron nuevam ente separadas y la fron­ tera entre B ithynia y Asia fue des­ plazada hacia el Norte. Enfrente, la provincia de Tracia pasó del estatuto de procúratela, a estar gobernada por un legatus pro praetore.

c) El paternalismo absolutista de Trajano Ya hem os señalado que Trajano ac­ tuaba, en principio, en la m ism a línea que Nerva, com o si respetase las an ti­ guas instituciones republicanas. Es cierto que actuó con m iram ientos res-

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La dinastía de los Antoninos

m iento y potenciación de las institu­ ciones a lim e n ta ria s (alimenta) son una m uestra del carácter paternal y hum anitario que quiso im prim ir a su reinado. Pero no debemos engañamos. El era provinciano, y las provincias se vieron am pliam ente representadas

pecto al Senado, que perm itió que las elecciones de m agistrados se hiciesen por escrutinio secreto y que apenas ejerció el cargo de cónsul, que sólo ocupó cuatro veces. Tam bién es cierto que actuó liberalm ente con el pueblo, com o hem os señalado, y el m anteni­

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AkaI Historia del M undo Antiguo

Gran sala del mercado de Trajano en Roma.

en el Senado. Se calcula que una sex­ ta parte del m ism o era de hispanos; pero a partir de él los orientales ocu­ paro n un puesto de m ayor relevancia en consonancia con la política im pe­ rial cada vez m ás pendiente de esta zona. El Senado aparecía pues com o un a asam b lea cosm opolita, pero a pesar de ello el em perador quiso re­ saltar la im portancia de Italia y obli­ gó p o r ley a todos los senadores a in ­ vertir en esta zona al m enos un tercio de sus bienes. Pese a ello, no sentía escrúpulos en enviar, cuando lo co n ­ sideraba necesario, a curatores que con­ tro la se n las fin a n z a s m u n ic ip a le s dentro de Italia e incluso de legados personales (correctores) para que re­ solviesen p ro b lem as en provincias que eran senatoriales, a cuyos gober­ nadores controlaban estrecham ente, y apareciendo el em perador con el tí­ tulo de procónsul tanto'en las provin­ cias im periales com o en las senato­ riales. En realidad, pese a las ap arien ­ cias formales, el Senado tenía cada

vez m enos poder, pero Trajano supo m antener contento a este cuerpo (que le otorgó el título de Optumus en 114, lo que tendía a identificarle con Júpi­ ter, dios rom ano que reina sobre el cosm os) haciendo que los senadores, individualm ente, ocupasen los pues­ tos más im portantes en los ejércitos y en la adm inistración, ju n to a los ca­ balleros. Su política interna se basó siem pre en la concordia ordinum, en el m ante­ nim iento de un orden entre las clases y estam entos que salvaguardase los privilegios de los honestiores (senado­ res y caballeros) sin herir los senti­ m ientos ni lesionar los intereses de las capas inferiores, de los que esta­ ban m ás pegados a la tierra (humus) o humiliores. El estoicism o im perante, com o nos recuerda P. Petit, hace que el trabajo sea cada vez m ás conside­ rado com o un instrum ento de perfec­ ción m oral, y las asociaciones corpo­ rativas com ienzan a lograr el recono­ cim iento de su dignidad, sobre todo

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La dinastía de los Antoninos

Basamento de la Columna de Trajano.

22 en las p ro v in c ia s, c o n v irtié n d o se pronto un motivo de recelo en un ele­ m ento útil p ar el aparato adm inistra­ tivo del Estado, que controla m uy es­ trictamente a estos collegia, como tien­ de a controlar progresivam ente a to­ dos los elem entos de la sociedad. U na prueba de ello es que la burocracia im perial crece notablem ente, y los es­ tudios de Pflaum (1950) h an puesto de m anifiesto que de las 62 procúrate­ las desem peñadas p o r personal del estamento ecuestre en la época de D o­ m iciano se pasa a unos 80 de estos despachos generales en la época que ahora analizam os. Nerva había cum plido la form ali­ dad de convocar al pueblo para que ap ro b ara sus m edidas agrarias. En adelante se prescindiría de ello y toda la legislación se h aría por senadoconsulto o sim plem ente por decreto del príncipe. De igual m odo dejó de recurrirse a esa institución republicana que eran los jurados criminales, cuyas funciones pasaron a ser desem peña­ das bien por el m ism o Senado o bien por el propio príncipe o sus repre­ sentantes. El Senado aconsejaba al príncipe, que procuraba som eterlos todos los tem as im portantes. Pero aún en este cam po hay que precisar que previa­ m ente el príncipe deliberaba con un grupo de consejeros, los amici princi­ pis, entre los que se encontraban fa­ m iliares, los prefectos del pretorio, ge­ nerales, funcionarios principales, ju ­ risconsultos y personajes influyentes en los círculos culturales y políticos, que ejercían un gran influjo sobre el príncipe, aú n cuando no estaban to­ davía especializados en distintas fun­ ciones com o lo estaría n p o ste rio r­ m ente en época de H adriano. En realidad el poder del príncipe era absoluto, pero lo ejercía con m e­ sura, m irando siem pre por el interés público de sus súbditos com o un p a ­ dre providente. Es p or ello por lo que C izek com para su m andato con lo que hubiese podido ser el quinquen­

Aka! Historia del M undo Antiguo

nium Neronis, los cinco años en los que Séneca y Burro intentaban hacer reinar el estoicism o práctico, recor­ dándonos que fue bajo N erón cu a n ­ do se produjo la prom oción al S ena­ do del padre de Trajano, y que en ciertos aspectos éste siguió la política del últim o de los Julio-C laudios: en política dan u b ian a, en política orien­ tal y en m ateria de obras públicas.

d) La política de «grandeur» Los tesoros de Egipto hab ían perm iti­ do a Augusto su gran política de gas­ tos públicos que tan gran im pulso dieron a la econom ía de los últim os años anteriores al cam bio de Era y cuyo reflejo se m antuvo aún durante m edio siglo más. Ahora, los tesoros de D acia vinieron en parte a ju g ar un papel sem ejante a com ienzos del si­ glo II, reactivando el com ercio m edi­ terráneo, com o se puede observar cla­ ram ente en el gráfico que registra los pecios, realizado por Pascual Guasch. Pero sólo sem ejante, pues faltó ese gran im pulso colonizador organiza­ do que caracterizó a la época de A u­ gusto, cuando tras las guerras civiles decenas de miles de personas, deseo­ sas de paz y prosperidad, llenaron de nuevas ciudades plenas de vitalidad provincias que hasta entonces sólo hab ían sido explotadas. A hora no se produce u n a g ran desm ovilización com o antaño, y aunque se coloniza algo (recuérdese la colonia Vlpia Traia­ na que sustituye a Sarm izegutusa) ya hem os señalado cóm o los cam pos p e­ riclitaban por la falta de una m asa trabajadora que se hiciese cargo de la labor de los mismos. Es más, ya he­ mos indicado cóm o el Em perador, en 116 ó 117, en la línea m arcada por D om iciano, debe in citar al tiem po que regular la ocupación de los subseciva (sobrantes de m edida en la obra de centuriación) con vistas a que las tierras sean labradas en régim en de colonato aparcero, d ando derecho a su uso al prim ero que las labre de for-

La dinastía de los Antoninos

nía regular. Bien es verdad que en este caso se trata de tierras africanas (C/L, VIII, 25943), d onde se quiere d ar el m áxim o de facilidades a las gentes para que p lanten árboles o vi­ des que los lijen a la tierra y perm itan con ello el afianzam iento de la vida sedentaria. Pero no es m enos cierto que, pese a los avances observados en Panonia o en la propia Dacia, cuya colonización, zonal, sí parece que de­ bió de ser bastante intensa, la civili­ zación rom ana no experim entó ah o ­ ra el m ism o avance que a com ienzos del Im perio, y que, pese a todo, las ciudades ven con frecuencia cóm o se em p an tan an sus econom ías y cómo el estatuto de decurión com ienza en muchos casos a no ser apetecido dadas las cargas financieras que conllevaba. Pero, com o hem os señalado, au n ­ que sobre bases en partes distintas, el aflujo de oro dacio se notó m uy posi­ tivam ente y perm itió a T rajano una política de m agnificencia en todos los órdenes, que pasam os a an alizar so­ m eram ente. T rajano que había renunciado, a su acceso al trono, al aurum coronarium o contribución extraordinaria que de­ bían entregar con este motivo las pro­ vincias, y que había reducido el n ú ­ mero de las personas sujetas a la vicessima hereditatum o 5% sobre las he­ rencias, realizó distribuciones de di­ nero y alim entos gratuitos en una m e­ dida muy superior a com o lo había hecho D o m ician o (acu sad o por la p ro p a g a n d a oficial de m an irro to ), destacando particularm ente el CONGIARIVM TERTIVM que aparece en m onedas que siguen a la victoria dácica. E ntre los años 107 y 110, en p a­ labras de G arzetti, se produjo una au ­ téntica guirnalda de fiestas que cele­ b raro n el triunfo del em perador, con la m uerte de miles de anim ales en la arena y el sangriento enfrentam iento de cerca de 5.000 gladiadores, en ta n ­ to que se festejaban invitando a em ­ bajadores de naciones bárbaras, y en p a rtic u la r a los indios, de los que

23 existía una colonia en A lejandría y con los que el Im perio m antenía unas intensas relaciones comerciales. P or otro lado T rajano construyó m ucho. Por todas partes se m ejoró y am plió la red viaria y portuaria, que debía facilitar las com unicaciones (se agiliza el servicio de correo im perial) y los abastecim ientos. En Italia se re­ construyen nuevos puertos m arítim os (Civitavecchia, Terracina, A ncona) y se dota a R om a de un nuevo puerto (113) hexagonal, con una superficie de 32 Ha y 6 m de profundidad, y do­ tado de todas las instalaciones que pudiesen facilitar la labor, al tiem po que se agrandaba y adaptaba el puer­ to creado por C laudio. Se crearon ca­ nales, se hicieron nuevos puentes, se desecaron zonas pantanosas, etc. Y las obras en las provincias fueron igualm ente innum erables: acueduc­ tos, puentes, diques, carreteras... que debieron de potenciar las canteras e industrias conexas con la construc­ ción. La preocupación del em perador por el régim en de abastecim ientos alim enticios de la plebe de Rom a y a los ejército s, o ste n sib le ya en las obras de infraestructura viaria a que hem os hecho alusión, debieron de potenciar la industria alim entaria, so­ bre todo de algunas zonas com o la provincia Bctica, productora de con­ servas de pescado y de aceite de bue­ na calidad y en cantidades que hacen suponer que a precios no muy altos. Aparte de las entregas que se pudie­ ran realizar a título de im puesto en especie, sabem os p o r P linio que el Estado com praba grandes cantidades de productos para la Annona, cuyo aparato adm inistrativo hubo de desa­ rrollarse notablem ente. En O cciden­ te, la elevación del poder adquisitivo de las personas afectadas por los re­ partos y em pleadas en las obras p ú ­ blicas, tiró de la dem anda de artícu­ los de prim era necesidad, lo que fa­ voreció a zonas com o la Bética que se e n c o n tra b a n bien p re p a ra d a s para atender esa dem anda, aunque pronto

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A ka l Historia del M undo Antiguo

Itinerarios supuestos

ARMENIA

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Itinerarios confirmados

Edesa

de Van

Ejército de Adiabenes _ _ * Nisibis

Gaugamela

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Beroe Antioquía

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A r b e ,a s

Ejército y flota del Eufrates

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(Kirkuk)

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MAR MEDITERRANEO

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MESOPOTAMIA

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Is · ^ • ■—*■« Ozogardana

La guerra contra los partos (114-117)

• Apamea

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Ctesifonte

• Babilonia

La Guerra Pártica (según Cizek)

com enzaría a notarse una incipiente com petencia de Africa que atestigua­ ba el éxito de la política im perial en esta zona. La prosperidad de antaño, basada en el comercio, parecía rena­ cer con vigor, aunque a veces la dis­ persión de esfuerzos en la com erciali­ zación hiciera subir los precios. En Oriente las ciudades com ienzan a re­ surgir con fuerza (y su peso se nota progresivam ente en el núm ero de sus representantes en el Senado: 34,6% de los senadores de origen provincial, según H am m ond, para subir hasta el 60,8% bajo Cóm m odo), beneficiándo­ se del desplazam iento de los ejes co­ m e rc ia le s (v ía R in -D a n u b io -M a r Negro) y del com ercio con el Extremo Oriente; un com ercio de.artículos de lujo que, a cam bio del oro que ateso­ ra la capa m ás alta de la sociedad ro­ m an a, hace afluir h acia el m undo

m editerráneo una cierta cantidad de m aterias de lujo que hacen resaltar el prestigio de la clase que los detenta. Es interesante observar cóm o Tra­ ja n o , que era o cc id e n tal y que se preocupó con su política m onetaria favorecedora de la plata frente al oro, com o antes señalam os, por beneficiar a las clases m edias industriosas y a los pequeños ahorradores que fun­ cionaban en base a la plata, se vio obligado por la inflación generada por su política em isora de abundante m oneda, a llevar una política hábil y flexible, que com binase los grandes gastos con una política fiscal rigurosa (ya apenas hay distinción entre fiscus y aerarium ) y sobre todo con u n a preocupación por el aum ento de la producción y de la productividad de los trab ajo s agrícolas, base fu n d a ­ m ental de toda la econom ía en el

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La dinastía de los Antoninos

m undo antiguo - n o debem os de ol­ vidar que el 90% de los entre 40 y 60 m illones de habitantes que tiene el Im perio viven en los cam pos (P. Pe­ tit)—. Veremos cóm o, poco a poco, la preocupación de los em peradores por la producción se va haciendo angus­ tiosa, y que el intervencionism o del Estado en el cam po de la producción, por un lado, y en el de la distribución.

por otro, irá in crescendo con el paso del tiem po debido a la idea obsesiva de m antener un estado de cosas, una política de humanitas, que se considera ideal. En este sentido tenem os que si­ tuar la política seguida respecto con los suhseciva en Africa o los alimenta (préstam os a bajo interés a los agri­ cultores) en Italia, o el interés por una explotación m áxim a en las m inas:

Detalle del fuste de la Columna de Trajano. Bajorelieves con escenas de las guerras contra Dacia.

26 sólo un alza en la producción podía obviar la inflación. Y sin embargo este occidental, preo­ cupado siem pre p or el equilibrio y el buen orden en su zona, se vio irresis­ tib lem en te atra íd o p o r ese m un d o oriental en donde gastaban su oro los m agnates del Im perio. La fascinación por ese Extrem o O riente de donde ve­ nían exquisitos tejidos de seda, bellas cerám icas y exóticos anim ales, como esos tigres que a veces eran hechos llegar de la India en unas relaciones que se h ab ían intensificado m ucho desde el descubrim iento del régimen de los m o n zo n es, hizo a T rajano, com o a César, seguir las huellas de A lejandro M agno, poniéndose bajo la advocación de ese sem idiós de los estoicos, benéfico y conquistador al m ism o tiem po, que era el Hércules G ad itan o (Jaczynowska). Com o C é­ sar, T rajan o p re p aró c o n c ie n z u d a ­ m ente su em presa contra los partos, principal obstáculo en su cam ino, su­ poniendo Cizek que incluso se pudo concluir alianza con principados in ­ dios con este fin, y que, com o en el caso de César, esta expedición se en ­ m arca en el progreso de una m ística teocrática y un refuerzo del absolutis­ mo a partir de 112. Las conquistas y anexiones realiza­ das en el área oriental del M editerrá­ neo, y la de A rabia Petrea muy p arti­ cularm ente, habían puesto las bases de una em presa con la que, según Tá­ cito, Trajano soñaba desde 98: la co n ­ quista del reino parto. Este se encon­ trab a d eb ilita d o tras la m uerte de Vologese' y varios jefes locales eran prácticam ente independientes, lo que facilitaba la tarea que los rom anos se proponían. El pretexto para la guerra vino dado p or los siem pre difíciles asuntos de A rm enia, donde existía u n a co n v en ció n p arto -ro m an a que otorgaba el trono, com o vasallo de Rom a, al segundogénito de la d in as­ tía parta. Pero ahora el rey parto Osroes quiso sustituir al príncipe Axidares, investido ya p or Rom a, p o r Par-

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tham asiris. T rajano desem barcó en A ntioquía en 114 y ocupó A rm enia con ayuda de poblaciones del C áucaso, q u ed a n d o expedita así esta vía para R om a (Petit). En 115, con la ayuda del príncipe de O sroena, conquistó buena parte de M esopotam ia. E n 116 realizó una in ­ cursión al este del Tigris, en A diabe­ na, y bajando a lo largo del río tomó Seleucia y Ctesifente y llegó al Golfo Pérsico m ientras huía el rey Osroes. T rajano recibía el sobrenom bre de Particus. Pero este im perio conquistado que­ daba por consolidar, y si bien la po­ b lació n helénica debió recibir con entusiasm o la dom inación rom ana, y la población irania, incapaz de reac­ cionar, se m antuvo indiferente (Albertini), la población sem ítica de ára­ bes y judíos, que eran num erosos en las ciudades com erciales (y especial­ m ente los últim os, arruinados en sus negocios por la guerra y que aborre­ cían a Rom a desde la tom a de Jerusa­ lem por Tito), provocaron violentos disturbios, m ediante consignas tran s­ m itidas rápidam ente por los carava­ neros, que afectaron a las ciudades de C ire n a ic a , Egipto y C h ip re d onde eran num erosos y las revueltas se ex­ tendieron a la O sroena y M esopota­ mia. Y aunque los generales de Trajano castigaron duram ente a los insu­ rrectos, la fortaleza de H atra, en M e­ sopotam ia, resistió a Rom a. Osroes volvió a aparecer en Ctesifonte y Tra­ ja n o , d e sa n im a d o y enferm o, em ­ prendió el regreso a Rom a, dejando a sus generales el encargo de pacificar y som eter totalm ente la zona. H a ­ biendo desem barcado en Selinonte, en Cilicia, ante un agravam iento de su enferm edad, m urió de u n a hem o­ rragia cerebral entre el 7 y el 9 de agosto de 117, aunque su m uerte no fue hecha pública m ás que el día 11, pues lo im previsto del desenlace h a ­ bía dejado poco asegurada la suce­ sión que se presum ía sólo que habría de recaer en H adriano.

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La dinastía de los Antoninos

II. Hadriano

1. El acceso al poder T rajan o tuvo u n a h e rm a n a , U lpia M arciana, que había tenido una hija, M atidia, de su m atrim o n io con C. M atidius Patruinus. Esta había casa­ do m uy joven con L. Vibius Sabinus y había tenido dos hijas, M atidia y Sa­ bina, la últim a de las cuales se había convertido en la esposa de P. Aelio H adriano. Este hab ía sido tutelado por Trajano cuando recibió la noticia de su acceso al Im perio por adopción de Nerva, pero, en opinión de Paribeni, no podía tener m ucha sim patía p or este joven de naturaleza «inquie­ ta, desbordante, fantástica, desigual, exagerada en los vicios y en la virtud, h isp an a y helénica al m ism o tiem ­ po»; pero en cam bio la em peratriz Plotina, de carácter m ás próxim o al suyo, le tuvo gran afecto. Am bas, P lo­ tina y Sabina, aco m p añ ab an a Trajano cuando éste, que no tenía hijos ni h a b ía d esig n ad o heredero aunque, influido p or Licinio Sura, había m os­ trad o su preferencia p o r H a d rian o (que fue cónsul en 108), entró en ago­ nía y m urió en Selinunte. Para enton­ ces, 117, H ad rian o era gobernador en Siria y recibió con dos días de dife­ rencia las noticias de su adopción y de la m uerte del em perador, lo que le­ v an tó so sp e c h a s y su sp ic a c ia s en cuanto a la legitim idad de la ad o p ­

ción. Los soldados lo recibieron de buena gana. En el Senado Avidio Nigrino, uno de los mejores genera­ les de Trajano, contaba con adep­ tos, entre ellos los tam bién genera­ les C ornelio Palm a, Publio Celso y Lusio Quieto, pero el prefecto del pretorio A ttiano se adelantó en Rom a a la llegada del nuevo em perador para deshacerse de los presuntos com petidores del príncipe, que luego afectó no saber nada del tem a y lo aprovechó para alejar de su puesto, sin que m ediase condena alguna a aquel perfecto a quien debía de­ m asiado. H adriano era, com o su tío-abuelo T rajano, de origen hispano. H ab ía nacido el 24 de enero de 76, posible­ m ente en Itálica, siendo su m adre, D o m ic ia P a u lin a , g a d ita n a . A la m uerte de su padre, y ya en Roma, Trajano se había hecho cargo de su educación y fue entonces cuando se aficionó a la cultura griega. Luego, gracias al apoyo del em perador, hizo una rápida y brillante carrera tanto civil com o m ilitar, m an d an d o la Le­ gio I Minervia en la guerra dácica en 106 y siendo gobernador en 107 de P an o n ia Inferior. Ya hem os dicho que alcanzó el consulado en 108 y que estaba al frente de la provincia de Siria, y por tanto de im portantes tro­ pas, en 117 (A. Garzetti).

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2. (Jna nueva era: la política de fronteras estables Albertini sospecha que la oposición que se despertó entre otros generales se debió, m ás que al nom bram iento en sí, a la política exterior al punto em prendida p o r H adriano. Su fino sentido de la realidad, am pliam ente dem ostrado a lo largo de su reinado, le hizo com prender enseguida que el Im perio no estaba en condiciones de m antener una guerra pártica que se prom etía difícil y com prom etía las fi­ nanzas del Estado. En consecuencia evacuó M esopotam ia de forma orde­ nada, situando en A rm enia de nuevo y a un rey vasallo (el arsácida Vologe­ se) y dejando la O sroena de form a que siguiese desem peñando su papel de E stad o tap ó n am igo de R om a. C on el reino del C áucaso se siguieron m anteniendo buenas relaciones. No se cuestionó el ab an d o n o de A rabia, ni, com o algunos quisieron sugerir, tampoco de la Dacia, de im portancia estratégica y económica indiscutible. Lo que p o r el co n trario hizo, aquí como en cualquier otro punto fronteri­ zo del Imperio, fue reforzar las defen­ sas, sustituyendo en m uchas ocasiones p or auténticos m uros de piedra los sim ples terraplenes o em palizadas de la época anterior. Viajero infatigable, curioso y des­ confiado al m ism o tiem po, visitó to­ das las provincias periféricas. Pero, com o decía Piganiol (1965), «no viajó a través del Im perio p or diletantism o, sino para inventariar y m ovilizar a todas las fuerzas vivas del Im perio contra la am enaza de una decadencia inm inente». De ahí su interés por fi­ ja r los límites y fronteras, tanto entre unas tierras y otras dentro del Im pe­ rio, com o las del Im perio mismo. Así, luego de ag ran d ar los Agri Decumates llevando la frontera m ás al oriente del río Neckar, organizó la región de los Alpes en tres distritos militares, que form aban provincias procuratoriales y aseguraban la protección de

A ka l Hisloria del M undo Antiguo

Italia. En la frontera del R hin dism i­ nuyó los efectivos para poder reforzar la vigilancia —sin am pliar los gastos en las fronteras del D anubio y el Eu­ frates, donde consideraba que el peli­ gro era m ayor a causa de los sárm atas—. En B ritania (entre 122 y 127) construyó frente a los brigantes un sistem a defensivo de 117 km de longi­ tud, con trincheras, m uros y fuertes, que atravesaba la isla de Este a Oeste (e n tre Solw ay y Tyne) se p a ra n d o , aproxim adam ente, Inglaterra y Esco­ cia. En Africa creó colonias en p u n ­ tos estratégicos, realizando grandes esfuerzos por asentar a la población frente a los nóm adas y por ganar te­ rreno al desierto, y desplazó la legión hacia el Oeste, a Lam baesa. U na la ­ bor sem ejante de organización la de­ sarrolló igualm ente en la M auritania C esariana, tras un levantam iento de los nóm adas que fue reprim ido en 117 p o r M arcio Turbo. Por todas partes el em perador p ro ­ curó tener un ejército bien equipado y disciplinado (tenem os curiosas no­ ticias de la asistencia del em perador al desarrollo de m aniobras tácticas de entrenam iento). Pero el Im perio había pasado sin em bargo a la defen­ siva y su expansión territorial se h a ­ bía term inado. El concepto de limes cam bia, y de ser un punto de partida hacia territorios enemigos, pasa a ser una zona de confines, protegidos y vi­ gilados, «que separa al m undo civili­ zado rom ano del m undo bárbaro pe­ ligroso e in c u lto y recibe así u n a significación tanto m oral com o m ate­ rial» (P. Petit, 1974). Los fortines que protegían antaño el cam ino que se­ guía la frontera, natural o artificial, que separaba del territorio no contro­ lado, p asan a estar progresivam ente unidos por m uros de piedra o prece­ didos por una fuerte em palizada p ro ­ tegida por un foso. Parece evidente que el reinado de H ad rian o supone en principio, aun sólo considerando este aspecto de su política m ilitar, una innovación evi­

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La dinastía de los Antoninos

Calle principal de Gerasa, Jordania, porticada, con 260 columnas. (Siglo II d. C.).

dente: del dinam ism o m ás o menos agresivo de épocas anteriores se pasa a un sistem a m ás conservador y ten­ dente a la defensa m ás que al ataque. Hoy prácticam ente todos los estudio­ sos están de acuerdo en que la política de H ad rian o era la más prudente e in­ teligente que se podía desarrollar en ese m om ento dadas las circunstancias ge­ nerales de falta de dinam ism o interno. Un hecho interesante en relación con la estabilidad del sistema defen­ sivo es el de que el reclutam iento para cada legión se produce ahora norm alm ente en la provincia donde la m ism a se encuentra de guarnición, o sea sólo en las provincias im peria­ les, de form a que los ejércitos tienden a regionalizarse, suponiendo ello, co­ m o es de im aginar, un germ en peli­

groso con vistas al futuro de la inte­ gridad del Im perio. Lo m ism o apro­ x im ad am en te, a u n q u e a un ritm o algo m ás lento, sucedió con las co­ hortes y alas de caballería auxiliares. De todas formas, para corregir esta tendencia, en cierto m odo, se em pe­ zaron a u tilizar desde la época de Trajano, pero con un desarrollo pro­ gresivam ente m ayor conform e p asa­ ba el tiempo, los numeri, cuerpos irre­ gulares de indígenas (de infantería, de caballería o mixtos) que se utiliza­ ban fuera de sus lugares de origen y que com prendían ordinariam ente en ­ tre 500 y 900 hombres dirigidos, eso sí, por un oficial rom ano. Es notable el caso de los brigantes deportados como soldados-colonos a los Agri Decumates (Petit, 1974).

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A kal Historia d el M undo Antiguo

En cuanto a las cohortes pretorianas y urbanas seguían com poniéndo­ se de italianos y provinciales de las zonas más rom anizadas, lo que hacía que al ser m ás civilizados fuesen m i­ lita rm en te m enos efectivos, p o r lo que los em peradores, desde H adriano al m enos, tendieron a confiar su cus­ todia tam bién a un cuerpo de jinetes, form ado p o r soldados de élite (equites singulares), destacados de las distintas alas de caballería. Finalm ente, y en cuanto al sistem a defensivo en g en eral, debem os de concluir diciendo que H adriano, fren­ te a Trajano, redujo de nuevo el nú­ m ero de legiones de 30 a 28.

3. La atención a las provincias y el intervencionismo económico H ad rian o tuvo el m érito de com pren­ der que, a com ienzos del siglo II, el Im perio no descansaba ya sobre Ita­ lia, sino más bien en las provincias (el núm ero de senadores provinciales, que era el 22% del total con D om icia­ no, sube al 42% con H adriano), y por ello y, com o hem os señalado, para fortalecer las bases económ icas de ese Im perio, consagró su vida a lograr la prosperidad de dichas provincias, aunque sin dejar p or ello de ayudar y proteger a Italia (Rostovtzeff). Esta fue la causa de que viajase continua­ m ente a través de su Im perio en un intento por conocerlo plena y perso­ nalm ente, exaltando sus característi­ cas peculiares de u n a form a positiva y no com o país conquistado com o ve­ n ía s ie n d o la c o s tu m b re (Μ . K. T h o rn to n ). Este fue ig u alm en te el m otivo que im pulsó su política siste­ m ática de u rb anización de las regio­ nes que por su situación eran base de las principales fronteras m ilitares, en un intento continuo por crear nuevos núcleos de civilización y progreso y fijar la población; y ésta fue, en fin, la razón de que procurase m ejorar la

suerte de los p eq u eñ o s lab rad o res con vistas a lograr —en palabras de R ostovtzeff- «un vigoroso núcleo de agricultores industriosos que introdu­ je ra n form as superiores de cultivo, p ro p o rcio n aran excelentes soldados al ejército y p ag asen regularm ente sus im puestos al Estado». Piganiol ha puesto de m anifiesto cóm o esta polí­ tica d ata m uy posiblem ente de los co­ m ienzos de su reinado, a juzgar por unos papiros egipcios de 117 por los que se otorga una casi-propiedad p ri­ vada a quienes saquen rendim iento a tierras reales o públicas m al explota­ das. Pero en este sentido quizá el do­ cum ento m ás característico de la po­ lítica agraria de H adriano sea posi­ blem ente la lex Hadriana de rudibus agris et iis qui per X annos continuos in­ culti su n t («ley so b re los ca m p o s agrestes y aquellos que lleven diez añ o s seguidos sin cultivar»), cuya existencia está atestiguada por varios docum entos epigráficos encontrados en el norte de Africa, y que parece te­ ner ciertos paralelos en Delfos y M e­ sia. De acuerdo con esta ley, que en opinión de J. C arcopino y de A. Piga­ niol sería extensible a todo el Im pe­ rio, se concedía la exención de toda la renta anual (1/3 de la cosecha) d u ra n ­ te diez años a los que plantasen oliva­ res en tierras anteriorm ente incultas o a b an d o n ad as a los dom inios im pe­ riales, o reem plazasen viejas p lan ta­ ciones p o r nuevas, cosa que ya se daba en la vieja lex Manciana de épo­ ca flavia; pero a diferencia de ésta, que afectaba en principio sólo a los subseciva y que sólo concede el dere­ cho de cultivar (Jus colendi), la lex Hadriana otorga al que cum pla las condiciones dadas de dedicación y continuidad, el «derecho de poseer, disfrutar y dejar a su heredero» la fin­ ca puesta en cultivo. En la inscrip­ ción de A in-el-D schem ala (C/L, VIII, 25943) queda claro que el deseo del em perador es el de que aum ente la p o b la c ió n activa. E sta p o lítica de crear u n a clase de propietarios agrí­

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La dinastía de los Antoninos

colas libres, al tiem po que atados a la tierra por el interés puesto en la pose­ sión de unos olivos y unas vides que hab ían tardado años en d ar fruto, p a­ rece ser que se desarrolló con éxito en un a región com o Africa - d o n d e exis­ tían grandes propiedades im periales, dirigidas p or conductores o arren d ata­ rios generales, que se ven sujetos ah o ­ ra a esta no rm ativ a— que se hallaba expuesta a ataques de tribus nóm a­ das y donde, hasta fines del siglo I, los rom anos h ab ían desalentado la viticultura y la oleicultura, m ás renta­ bles que el trigo, y que se esperaban reservar para Italia, favoreciendo en cam bio aquí el cultivo de los cereales que Rom a necesitaba. U n indicio cla­ ro del desarrollo de Africa en este sentido puede ser el hecho, constata­ do por C. Panella, de que a partir de la época de H ad rian o el aceite de la región tripolitana em pieza a hacerse claram ente presente en el puerto ro­ m ano de Ostia ju n to con el bético, que —por razones que m ás tarde a n a ­ liz a re m o s- experim enta igualm ente un fuerte im pulso en su exportación. H ay que hacer no tar que este deseo de increm entar la población produc­ tiva y la productividad en últim o ex­ trem o, con el fin de frenar la tenden­ cia in flacio n aria que am en azab a a un Im perio que vivía claram ente por encim a de sus posibilidades, sobre todo en las ciudades, no sólo se trad u ­ jo en una reglam entación que afecta­ se a la agricultura en las tierras públi­ cas, sino que se dio igualm ente en el cam po de la m inería. La Lex metallis Vipascensis, o ley para las m inas del distrito de Vipasca (Aljustrel, Portu­ gal), que en opinión de S. D usanic y C. D om ergue debió valer igualm ente, en sus líneas fundam entales se en ­ tiende, para todo el Im perio, determ i­ na u n a form a de ex p lo tació n que bien podem os com parar con los re­ glam entos relativos a la agricultura a que nos hem os referido: se establece la posibilidad de un régim en de colo­ nato aparcero para aquellos que ocu­

pen una zona sin explotar, aunque tam bién aquí existan unos conducto­ res generales del distrito, con la con­ dición de que no se puedan poseer más de cinco pozos al m ismo tiem po y que la explotación sea continuada. La m itad de la produción obtenida ha de ser para el dueño de la m ina, o sea para el Estado, pero para evitarse éste los gastos derivados del m anteni­ m iento de una fundición, se explícita que el colono ha de com prar al Esta­ do su m itad del m ineral sacado de la m ina. Se establecen adem ás toda una serie de m edidas para g arantizar la seguridad del trabajo en la m ina, con lo que so capa de humanitas se procu­ ra garantizar el m áxim o rendim iento evitando interrupciones derivadas de las inundaciones o derrum bes. La li­ m itación en el núm ero de pozos que pueden ser explotados por un colono tam bién está dirigida a excitar el tra­ bajo y la producción, pues al existir posibilidades lim itadas de lucro el afán habrá de ser mayor. Junto a la producción, el lem a de la distribución de los bienes constituía otra de las m áxim as preocupaciones del Estado rom ano y sobre todo de un tipo de régimen, com o era el im pe­ rial, que se basaba en buena m edida en m antener satisfechas a las m asas populares rom anas a las que se había privado en la práctica de sus dere­ chos políticos, m ediante una política de pan y circo (panem et circenses); y sobre todo a un ejército perm anente, establecido fundam entalm ente en las fronteras (provincias im periales), a cuyas necesidades h ab ía necesaria­ m ente que subvenir para evitar peli­ grosos descontentos. En un reciente libro, J. Remesal ha recogido la preo­ cupación constante de los em perado­ res en este sentido. Era necesario adqui­ rir trigo y otros productos de prim era necesidad, bien por los im puestos en especies o bien por las ventas obliga­ torias del tipo frum entum in cellam. Plinio, en su Panegírico, nos dice que Trajano com praba lo que necesitaba

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en u n sistem a n o r m a l de m ercado, c o n p re c io a c o r d a d o m u tu a m e n te . H a d ria n o , en u n a in scrip ción co n se r­ v a d a en A te n a s , e s ta b le c e q u e los oleicultores d e b e rá n entregar en ven­ ta obligatoria al Estado, al precio que estuviese en la región, u n tercio de su cosecha (a no ser qu e su tierra perte­ nezca a esa categoria de ager octona­ rius que a p a re c e ta m b ié n en la in s­ cripción de H e n c h ir M ettich [Túnez] re g la m e n ta n d o el c o lo n a to de Villa M a g n a Variana, de 117). P o sib le m e n ­ te nos e n c o n tre m o s de nuevo en este caso a n te u n re g la m e n to p a rtic u la r p ara Atenas, co m o antes en el caso del reg lam e n to m in e ro de Vipasca, que derive de u n a n o rm ativ a general sobre el aceite. Y decim os esto p o rq u e las referencias fiscales escritas sobre las á n fo ra s a n d a lu z a s de aceite, e n ­ c o n tra d as p o r m illones en R o m a for­ m a n d o el m o n te Testaccio, se a d a p ­ tan en esta época en su c o n te n id o a estas d is p o s ic io n e s , qu e , sin d u d a , a m p lia b a n otras de é p oca anterior. Del éxito de esta m e d id a referente al aceite bético nos h a b la de nuevo la estadística realizada en Ostia sobre las ánforas olearias p a ra esta época, que casi cuadriplican a las de época flavia. Requisiciones im positivas en espe­ cie y ventas obligatorias al E stado, i n ­ cluso a precio de m e rca d o p ara evitar perjuicio a los p ro d u c to re s, p o d ía n so lu c io n a r el p ro b le m a del aba ste c i­ miento. Pero el p ro b le m a q u izás m ás difícil era lograr que las m e rcan cías llegasen de los p u n to s de origen a su destino. S abem o s que esto se hacía re cu rrien do n o r m a lm e n te a la in ic ia ­ tiva privada, pero ta m b ié n sab e m os que d icha iniciativa se m o stra b a rea­ cia a tr a b a ja r p ara el E stado d a d o s los perjuicios qu e le c a u sa b a la p r o ­ verbial len titud a d m in is tra tiv a , que inm ovilizaba a los barcos en los p uer­ tos d u r a n te se m a n a s y se m a n as. El p ro b le m a era antiguo, y ya C la u d io h a b ía tenido que conceder, p a ra m o ­ verlos a actuar, a los pro pietarios de barcos m ercantes, la exención de la

Akal Historia del M undo Antiguo

Vallum A n to n in i V allum H ad rian i

ψ BRITANIA

GERMAN INFERIO

I BELGICA LUGDUNfcNSIS

■GALLIA

I AQU ITANIA

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NARBO NENSIS

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HISPANIA *T a rra c o

M AU R E TA N IA CESARIENSIS

Viajes de Hadriano.

La d ina stía d e los A n to n in o s

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Viajes d e ADRIANO

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G ER M AN IA

\ iE R M A N IA s u p e r io r AGRI DECUM ATES NORICUM PANNONIA 12 1 ( 2 °)

DACIA PONTUS EUXINUS MOESIA INFERIOR

MOESIA SUPERIOR ITALIA

A R M ENIA

132

CORSICA

PONTUS

TH RACIA

•R o m a

BITHYNIA

117