Akal Historia Del Mundo Antiguo 40

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Esta historia obra de un equipo de cuarenta profesores de va­ rias universidades españolas pretende ofrecer el último estado de las investigaciones y, a la vez ser accesible a lectores de di­ versos niveles culturales. Una cuidada selección de textos de au­ tores antiguos mapas, ilustraciones cuadros cronológicos y orientaciones bibliográficas hacen que cada libro se presente con un doble valor de modo que puede funcionar como un capítulo del conjunto más amplio en el que está inserto o bien como una monografía. Cada texto ha sido redactado por. el especialista del tema, lo que asegura la calidad científica del proyecto.

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A. C aballos-J. M . S errano, Sum er y A kka d . 2. J. U rru ela , Egipto: Epoca Tinita e Imperio Antiguo. 3. C . G . W ag n er, Babilonia. 4. J. U rru ela , Egipto durante el Imperio Medio. 5. P. Sáez, Los hititas. 6. F. Presedo, Egipto durante el Imperio N uevo. 7. J. A lvar, Los Pueblos del M ar y otros movim ientos de pueblos a fines del I I milenio. 8. C . G . W agner, Asiría y su imperio. 9. C . G . W agner, Los fenicios. 10. J. M . B lázquez, Los hebreos. 11. F. Presedo, Egipto: Tercer Penodo Interm edio y Epoca Sal­ ta. 12. F. Presedo, J. M. S erran o , La religión egipcia. 13. J. A lv ar, Los persas.

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J. C . Berm ejo, E l m undo del Egeo en el I I milenio. A. L ozano, L a Edad Oscura. J. C . Berm ejo, E l m ito griego y sus interpretaciones. A. L ozan o , La colonización gnegtf. J. J. Sayas, Las ciudades de Jonia y el Peloponeso en el perío­ do arcaico. R . López M elero, E l estado es­ partano hasta la época clásica. R . López M elero, L a fo rm ación de la democracia atenien­ se, I. El estado aristocrático. R . López M elero, La fo rm a­ ción de la democracia atenien­ se, II. D e Solón a Clístenes. D . Plácido, C ultura y religión en la Grecia arcaica. M . Picazo, Griegos y persas en el Egeo. D . Plácido, L a Pentecontecia.

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J. F ernández N ieto, La guerra del Peloponeso. 26. J. F ernández N ieto, Grecia en la primera m itad del s. IV. 27. D . P lácido, L a civilización griega en la época clásica. 28. J. F ernández N ieto , V. A lon­ so, Las condiciones de las polis en el s. IV y su reflejo en los pensadores griegos. 29. J. F ernández N ieto , E l m un­ do griego y F Hipa de Mace­ donia. 30. M . A . R a b a n a l, A lejandro Magno y sus sucesores. 31. A. L ozano, Las monarquías helenísticas. I: El Egipto de los Lágidas. 32. A. L ozano, Las monarquías helenísticas. II: Los Seleúcidas. 33. A. L ozano, Asia M enor he­ lenística. 34. M . A. R abanal, Las monar­ quías helenísticas. III: Grecia y Macedonia. 35. A. P iñero, L a civilización he­ lenística.

ROMA 36. 37. 38.

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J. M artín ez-P in n a, El pueblo etrusco. J. M artín ez-P in n a, L a Rom a primitiva. S. M ontero, J. M artín ez-P in ­ na, El dualismo patricio-ple­ beyo. S. M o n te ro , J. M artínez-P inn a, La conquista de Italia y la igualdad de los órdenes. G. Fatás, E l período de las primeras guerras púnicas. F. M arco, La expansión de R om a por el Mediterráneo. De fines de la segunda guerra Pú­ nica a los Gracos. J. F. R odríguez N eila, Los Gracos y el comienzo de las guerras civiles. M .a L. Sánchez León, R evuel­ tas de esclavos en la crisis de la República.

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C . G onzález R o m án , L a R e­ pública Tardía: cesarianos y pompeyanos. J. M. R oldán, Instituciones po­ líticas de la República romana. S. M ontero, L a religión roma­ na antigua. J. M angas, Augusto. J. M angas, F. J. Lom as, Los Julio-Claudios y la crisis del 68. F. J. Lom as, Los Flavios. G. C hic, La dinastía de los Antoninos. U . Espinosa, Los Severos. J. F ernández U biña, El Im pe­ rio Romano bajo la anarquía militar. J. M uñiz Coello, Las finanzas públicas del estado romano du­ rante el A lto Imperio. J. M. B lázquez, Agricultura y minería romanas durante el A lto Imperio. J. M. B lázquez, Artesanado y comercio durante el A lto I m ­ perio. J. M angas-R . C id, E l paganis­ mo durante el A lto Imperio. J. M. S antero, F. G aseó, El cristianismo primitivo. G . B ravo, Diocleciano y las re­ form as administrativas del I m ­ perio. F. Bajo, Constantino y sus su­ cesores. La conversión del I m ­ perio. R . Sanz, E l paganismo tardío y Juliano el Apóstata. R. Teja, La época de los Valentinianos y de Teodosio. D. Pérez Sánchez, Evolución del Imperio Rom ano de O rien­ te hasta Justiniano. G . B ravo, E l colonato bajoimperial. G. B ravo, Revueltas internas y penetradones bárbaras en el Imperio i A. Jim énez de G arnica, La desintegración del Imperio R o­ mano de Occidente.

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ROMA

Director de la obra: Julio Mangas Manjarrés (Catedrático de Historia Antigua de la Universidad Complutense de Madrid)

Diseño y maqueta: Pedro Arjona

«No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright.»

© Ediciones Akal, S.A., 1990 Los Berrocales del Jarama Apdo. 400 - Torrejón de Ardoz Madrid - España Teléf.: 656 56 11 - 656 49 11 Fax: 656 49 95 Deposito Legal: M - 8763-1990 ISBN: 84-7600 274-2 (Obra completa) ISBN: 84-7600-527-X (Tomo XL) Impreso en GREFOL, S.A. ' Pol. II - La Fuensanta Móstoles (Madrid) Printed in Spain

EL PERIODO DE LAS PRIMERAS GUERRAS FONICAS G. Fatás

Indice

I. La 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12. 13. 14. II.

I Guerra P ú n ic a ............................................................................................ Significación de la I Guerra Púnica ...................................................... Prolegómenos a la I Guerra Púnica ...................................................... Panorámica de las operaciones militares ............................................. El inicio de la guerra ................................................................................. Los años 263-261 y la toma de Agrigento ............................................ El nacimiento del poder naval de Roma ............................................. La victoria de Gayo Duilio en Milas y la extensión de la guerra en el mar (260-259) ............................................................................................... La batalla del Cabo Ecnomo (256). La guerra en Africa ................. Fracaso de la cam paña de Régulo en Africa ...................................... Nuevas desdichas navales y segunda expedición al Africa (255-252). Otras acciones en Sicilia: el asedio de Lilibeo y un nuevo fracaso de la flota romana ........................................................................................... Los años 248 a 242. Amílcar Barca ....................................................... La victoria de las Egates y el fin de la guerra. La paz de L utado Cátulo (242-241) ................................................................................................ Algunas consecuencias de la victoria siciliana ...................................

Roma entre las dos primeras Guerras Púnicas ........................................... 1. La guerra inexpiable. Córcega y Cerdeña en poder de Roma (240-237). 2. Los problemas de Roma en Italia y en la Galia Cisalpina ............ 3. Roma en la orilla oriental adriática. Las guerras IIfricas. Implica ción de Roma en el M undo Helenístico............................................... 4. Repercusiones internas de la expansión territorial r o m a n a ............

III. La 1. 2. 3. 4.

II Guerra Púnica ........................................................................................... El comienzo ................................................................................................. Los Barca en Hispania ............................................................................. El inicio de la II Guerra P ú n i c a ............................................................. La gran ofensiva anibálica: del Trasimeno a C a n n a s .......................

Págs. 7 7 8 10 11 12 15 16 18 20 22 24 28 29 31 32 32 34 35 36 40 40 41 42 44

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5. Las consecuencias de Cannas: un cuatrienio contemporizador y la guerra contra Filipo V ............................................................................... 6. La tercera fase de la guerra: contraofensivas romanas en todos los frentes ............................................................................................................ 7. El ascenso de Publio Cornelio Escipión. Comienzo del fin de la guerra en Hispania e I ta lia ....................................................................... 8. El final de la guerra. La batalla de Zam a (2 0 2).................................... 9. Consecuencias de la II Guerra P ú n i c a .................................................... Cronología....................................................................................................................... Bibliografía ......................................................................................................................

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El período de las prim eras Guerras Púnicas

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I. La I Guerra Púnica

1. Significación de la I Guerra Púnica En la historiografía divulgadora, la II G uerra P única o G uerra Anibálica ocupa, respecto de la I, un lugar de vi­ sible privilegio. Empero, la conver­ sión de la República rom ana en una potencia de tipo helenístico, hegemónica en el M editerráneo occidental, el nacimiento de su poderío naval (cons­ truido paso a paso y edificado a costa de continuos fracasos y desastres), el surgimiento de su imperio transitáli­ co y, con ello, la adecuación del dis­ positivo jurídico público al hasta en­ tonces inexistente control de las pro­ vincias, son, entre otras, circunstan­ cias de prim er orden que aparecen en la historia rom ana precisamente al hilo de la lucha contra Cartago por la posesión de Sicilia. Lamentablemente, no disponemos ni siquiera de una sola fuente que na­ rre los acontecimientos de este largo conflicto desde el punto de vista car­ taginés: los textos del historiador grecosiciliano Filino de Agrigento se per­ dieron (aunque nos llegan sus a p a ­ gados ecos a través de otros escritores filorromanos) y no se conoce nada en absoluto que pueda denominarse his­ toriografía púnica. De ahí que, para la formación de un juicio de valor so­

bre el conjunto de estos avatares ocu­ rridos durante un cuarto de siglo y de sus co n se cu en c ia s, sea p a r tic u la r­ mente significativo conocer con al­ gún detalle los hechos, tal y como pueden recomponerse a través de las distintas fuentes supervivientes. En la monografía del profesor F. Marco, se sintetiza el pensamiento científico re­ ciente en torno al sentido y al signifi­ cado del que com únm ente llamamos «imperialismo» romano. Por ello, he­ mos elegido un tono deliberadamente narrativo y «fáctico» para la exposi­ ción de los sucesos de la guerra por Sicilia entre cartagineses y romanos. No obstante todo ello, será útil resu­ mir aquí, muy sucintamente, algunas de las ideas hoy dom inantes en torno al significado de la I G uerra Púnica y de sus causas más probables. Una vez que culm inó la conquista rom ana de Italia —de lo que entonces se conocía como Italia, noción que excluía los territorios v alp adanos—, había una cierta inevitabilidad en el intento de paso de las legiones a la vasta y apetitosa Sicilia: que ello fue considerado un riesgo probable por las potencias circundantes (Cartago o Tarento, po r ejemplo) parece probado por diversos tratados suscritos a fina­ les del siglo IV, en los cuales figuraba, aceptada por Roma, u n a cláusula de respeto hacia la Trinacria. Pero la go-

8 bernación del Estado rom ano nada tenía que ver con los mecanismos p o ­ líticos de una sociedad contem porá­ nea: ocasionalmente, el oligopolio ejer­ cido sobre las más altas magistratu­ ras y sobre los puestos políticos deci­ sivos por tales o cuales familias podía resular determinante en una coyuntu­ ra precisa. C ontrolado el Sur itálico tras la toma de Tarento, avenida la nobilitas rom ana con la aristocracia de C am p ania y de la M agna Grecia y absorbida en buena parte por Roma la economía y la política de las ciuda­ des griegas del Mezzogiorno (en m u ­ chos puntos, competitivas con las p ú ­ nicas), la presencia de determinadas familias (Atilia, Otacilia, Claudia, Fa­ bia, etc.) en el consulado y en tales o cuales momentos puede hacer lícita la postulación de nexos entre sus in ­ tereses particulares y las decisiones de Estado, en las que se advierten, a veces, algunas oscilaciones. Pero es preciso reconocer que, fue­ ran esas circunstancias como fueren, se aprecia con nitidez, ya com enzada la larguísima guerra —tam bién lla­ m ada G uerra S íc u la -, u na neta vo­ luntad, tenaz y persistente, de llevarla a cabo, aun a costa de esfuerzos gi­ gantescos, y a buen término: esta co­ hesión política manifestada tanto pol­ los magistrados y el Senado cuanto por los comicios populares durante un tracto temporal bastante dilatado (no obstante estar muy recientes las guerras contra Pirro, Tarento y Volsi­ nias) es uno de los síntomas más ca­ racterísticos de este período, al que podríamos d eno m in ar de la R epúbli­ ca germinalmente imperial. Sin duda esa experiencia, que fue muy extensa en el tiempo y en los ámbitos sociales afectados, c im e n tó en b u e n a m e ­ dida la m anera de entender los inte­ reses de la res publica por parte de la colectividad de los rom anos. Tam ­ bién parece claro que, desde el m o­ mento inicial y a raíz del episodio mamertino que fue la chispa para la deflagración, Rom a obró con inten­

A ka l Historia d el M undo Antiguo

ciones agresivas; si bien no midió con justeza, en primera instancia, la m ag­ nitud del esfuerzo que la guerra pro­ vocada iba a exigir a la com unidad de los rom anos y a sus numerosos aliados de Italia, fuesen griegos o italiotas. En cuanto a la explicación de las actitudes cartaginesas, la falta de do­ cum entación obliga al historiador a ser, en prim er lugar, prudentísimo; a trabajar con un alto grado de hipotetización y, por último, a resultar ine­ vitablemente esquemático: suele ser explicación muy frecuente de ciertos vaivenes de la política de Cartago el d ar por perm anentem ente sentada la existencia de dos grandes facciones: una —a la que se vinculan los Barca— con intereses preferentemente expansionistas y mercantiles y otra, tam po­ co desatenta a los beneficios del co­ mercio, pero acaso más proclive a de­ sarrollar las bases de un Estado fran­ camente territorial en territorio afri­ cano. Quizás fue éste un factor decisi­ vo pero es seguro que en ningún caso resultó única causa.

2. Prolegómenos a la I Guerra Púnica (227-265) D u ra n te la G uerra Pírrica, Sicilia, convertida en un vasto escenario de operaciones militares, había sido tea­ tro de sucesos bélicos de toda clase y, como no podía ser menos en un con­ flicto de características helenísticas, tam bién de la actividad de num ero­ sos contingentes de soldados profe­ sionales que com batían por la paga y el botín. F iguraban entre éstos un id a­ des procedentes de C am p ania y terri­ torios aledaños (de gentes llamadas, g en é ricam e n te , « c a m p a n ie n s e s» o «campanas»), las cuales hab ían ser­ vido, según conveniencias, tanto en uno como en otro bando. Estas tro­ pas, de extraordinaria e imprescindi­ ble utilidad en caso de conflicto, re­

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El período de las prim eras Guerras Púnicas

su ltab an un verdadero peligro p ú ­ blico una vez concluida la guerra; y, en caso de haber combatido junto al b a n d o perdedor, p ro c urab an resar­ cirse por su cuenta del impago de las soldadas o de la falta de botín. De esa m anera nacieron en la isla efímeros estados ciudadanos controlados por los campanienses que se imponían, p o r la fuerza, a algu n as ciudades grecosicilianas. Tal fue el caso de Messana (Mesina), particularmente llamativo por su condición de ciudad guardiana del Estrecho de su nom bre y que había sido tomada, mediante engaño, por un grupo de campanienses «mamertinos» (Mamers es un nom bre itálico de Marte). De acuerdo con las fuentes (y con Polibio y Diodoro, en particu­ lar), los m am ertinos h ab ían ido ex­ tendiendo su radio de acción, afec­ tando con sus tropelías gravemente a ciudades de la importancia de C a m a ­ rina y Gela. Otro contingente campaniense, a sueldo de Roma, acaudilla­

do por un tal Decio y por su propia iniciativa, se había adueñado de Rhegion (Reggio), al otro lado del Estre­ cho, con lo que la importante vía m a­ rítima estaba, de hecho, y en ambas orillas, en m anos no controladas por ninguna de las potencias hegemónicas del área y desarrollando una polí­ ticas de apoyo mútuo. Estos mercena­ rios llegaron, al decir de las fuentes, a poseer su propio territorio fiscal, en perjuicio tanto de púnicos cuanto de siracusanos. D urante un tiempo, el apoyo campaniense de Reggio a Mesina supuso la aquiescencia a tal proce­ der, así sólo fuese tácita, de Roma. El prestigio de la República —por cuya cuenta a c tu a b an , en principio, los campanienses de Reggio— quedaba por todo ello gravemente en entredi­ cho ante los griegos del sur y la C iu­ dad no tardó en castigar ejemplar­ m ente a estos m ercenarios, d a n d o muerte en el Foro a sus cabecillas, tras su captura, y devolviendo Reggio a sus ciudadanos helenos. En esta oca­

El teatro de Segesta, Sicilia (siglo III a. C.)

10 sión (según el bizantino Zonaras, al menos) se produjo la primera colabo­ ración político-militar entre los ro­ m anos y Hierón (II) de Siracusa, -an­ sioso de lib rarse de las a m en a zas m ercenarias en la vecindad de los vastos territorios hegemonizados por Siracusa y que, de humildes orígenes, com enzaba por entonces su brillante y larga carrera militar. C asado con una herm ana del p o ­ deroso Leptinas y encargado por Si­ racusa de resolver el problem a mamertino, empleó para tal fin, en la primera línea de combate, a otros mer­ c e n a rio s de s im ila r c o n d ic ió n de quienes Siracusa deseaba verse libre, sin encontrar un procedimiento satis­ factorio. En los llanos de Mylae (Milas), en el río Longano, obtuvo Hicrón el primero de sus notables triun­ fos militares de m anos del nuevo ejér­ cito siracusano y la captura de los je ­ fes mamertinos. Diodoro narra cómo Hierón, que no repentizó la ca m p a ­ ña, tomó Milas, en la que enroló a 1.500 hombres y, tras ella, Ameselo, a cuyos defensores reclutó asimismo. En su m archa contra el enemigo rin­ dió H alesa y fue b ien acogido en Abaccno y Tíndaris, obteniendo, tam­ bién, el control de Tauromenio, con lo que se asom aba sobre bases sóli­ das tanto al M ar Jónico cuanto al de Sicilia. C uando llegó a territorio de Mesina contaba con 10.000 infantes y 500 jinetes, frente a los algo más de 8.000 mamertinos. El bello relato a n ­ tiguo puntualiza que el jefe mamertino, Cío, recibió augurios según los cuales pasaría esa noche en el campo enemigo; ello le decidió a atacar: cru­ zó el río Loitanus —Longano— pero Hierón había preparado u na comple­ ja añagaza. El ejercito m am ertino fue desbaratado y Cío, herido e incons­ ciente, capturado (pasando, en efecto, la noche, en la tienda misma de Hie­ rón y atendido por el médico perso­ nal de éste, con lo que se cumplió la predicción o racular, característica­ mente ambigua). El éxito de la cam ­

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p añ a y su brillantez valieron de in ­ mediato a Hierón (268) su aclam a­ ción como rey de Siracusa: pues, si bien Mesina no había sido tomada, la am enaza de sus revoltosos ocupantes p a r e c ía d e s v a n e c id a p a r a m u c h o tiempo.

3. Panorámica de las operaciones militares La conquista de Sicilia por los rom a­ nos fue un avance de norte a sur y de este a oeste, en líneas generales. Des­ de M esina y lograda la importantísi­ ma alianza de Siracusa, Roma p lan ­ teó el ataque a la plaza principal de los cartagineses en el sur, Acragas (Agrigento). Tras el 262 se desarrolló la guerra desde Mesina hacia el oeste, llegando el frente hasta Hímera, tras la victoria de Milas (Milazzo), y poco después, hasta Panorm o (Palermo), a la vez que se luchaba en el sur, en fo­ cos aislados de resistencia y entre Lilibeo y Cam arina. Después de la vic­ toria rom an a de Ecnomo (256) y del fracaso del d esem barco en Africa, Cartago controlaba aún el arco insu­ lar entre Heraclea y Palermo. Tom an­ do como centro Lilibeo, los púnicos desarrollaron una fuerte ofensiva, sin éxito: Rom a ocupó Palermo y única­ mente el área de Lilibeo y Drépano quedó bajo soberanía africana. La re­ sistencia cartaginesa, que se plasmó en contraataques desde el noroeste de Sicilia (Drépano, M onte Erice, a car­ go de Amílcar Barca), no sirvió para nada a causa del desastre naval de las islas Egadas con el que, virtualmentc, concluyó la guerra. Veamos, ahora, el desarrollo detallado de estas intere­ santísimas cam pañas en las que C ar­ tago, por vez primera, se em peñaba en una guerra de tanta duración y trascendencia y en las que R om a, tam bién por primera vez, a b a n d o n a ­ ba el escenario de la bota itálica y se aventuraba a luchar con el m ar de por medio.

El periodo de las prim eras G uerras Púnicas

4. El inicio de la guerra Según el relato filorromano de Polibio de Megalopolis —que vivió en R om a a mediados del siglo siguiente bajo la pro tecció n de los Escipiones—, en esta situación de apuro soli­ citaron los mamertinos, a un tiempo, ayuda a Cartago y Roma, enviando enseguida los púnicos u n a guarn i­ ción (que, según Diodoro de Sicilia, quien escribió un siglo más tarde que Polibio, fue más bien impuesta). Roma se encontró en u n a situación em bara­ zosa ante la disyuntiva de ayudar a unos revoltosos o, de no hacerlo, in ­ crem entar el poderío púnico que ya controlaba Africa, algunas partes de H ispania y las islas de los mares Sar­ do y Tirreno: pues el control çartaginés de Mesina podía suponer el de Si­ racusa a corto plazo. El Senado ro­ m ano, en las dilatadas discusiones que m antuvo sobre el particular, no llegó a conclusiones claras; pero la plebe —o i de polloi—, seguramente en asamblea comicial, optó por la oposi­ ción a Cartago, incluso mediante la guerra, y eligió para el m ando de la empresa al cónsul Appio Claudio. Las hostilidades, pues, podían con­ siderarse abiertas en ese año del 264 a. de C. y, con ellas, una nueva etapa en la historia de la República: como, siglos más tarde, aún subrayaba Tito Livio, por prim era vez las legiones Intervención popular en decisiones de política exterior y comienzo de la I Gue­ rra Púnica. «Los romanos consideraban, con razón, que si los cartagineses se apoderaban también de Sicilia serían unos vecinos te­ mibles y excesivamente peligrosos, pues los habrían rodeado y ejercerían su influjo sobre todas las partes de Italia. Estaba, pues, claro que, si no ayudaban a los ma­ mertinos, los cartagineses se adueñarían in­ mediatamente de Sicilia (...). Con todo ello a la vista y pensando que ni podían abando­ nar Mesina ni dejar que los cartagineses hi­ cieran desde ella un puente para sus ata­ ques contra Italia, deliberaron largamente»

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ciudadanas cruzaban el mar para com­ batir contra siracusanos y púnicos (aparentemente, en defensa de la alian­ za que comprometía a Roma con sus incómodos socios mamertinos) y se em barcaba Rom a en una difícil, dis­ tante y vasta empresa extraitálica. Los púnicos y Hierón formaron, con cuerpos de ejército separados, una tenaza en torno a M esina, en cuyo interior logró, con gran riesgo, penetrar Claudio, quien intentó, me­ diante tratos de urgencia, obtener la paz, que le fue rehusada por ambos asediantes, toda vez que se encontra­ ban en condiciones de mayor fuerza. Ante tal coyuntura, el cónsul decidió atacar prim eram ente al ejército de Si­ racusa, por sorpresa y aún a riesgo de que la d u ra ció n o el resultado del combate dejase en manos de Cartago la codiciada plaza. Consiguió la vic­ toria y, con ella, el regreso de Hierón a su tierra (según Diodoro, por creer que los cartagineses hab ían consenti­ do traicioneramente la llegada de los rom anos y pactado aparte con ellos). Al día siguiente, Appio Claudio dis­ puso el ataque contra los púnicos, de­ rrotándolos. Se dirigió a devastar el territorio siracusano y llegó a planear el asedio a su capital. Lo que, prácticamente, es opinión común de las fuentes disponibles (Ca­ sio Dión y Zonaras, entre otras, además de las dichas) es que el episodio ma«El Senado, por lo dicho, rechazó por completo la petición: las ventajas que trae­ ría dar esa ayuda eran menores que lo ab­ surdo de apoyar a los mamertinos. Pero la plebe, que estaba arruinada por las gue­ rras anteriores y que deseaba recuperarse como fuese, decidió, en último término, dar la ayuda, tanto por lo que se ha dicho sobre el interés común que esta guerra ofrecía cuanto porque los generales, en privado, andaban mostrando sus grandes y evidentes ventajas. El pueblo aprobó el decreto por votación (...)».

Polibio, Historias, I, 110-11

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mertino fue un mero pretexto en el enfrentamiento inevitable por Sicilia entre dos potencias que, tras la victo­ ria virtual de Rom a en la Guerra Pírrica, tenían intereses poderosos y co ntrapu esto s p o r el control de la isla. Z on aras (historiador medieval bizantino, en cuya o bra confluyen buena parte de la historiografía y de la analística antigua) subraya que cada uno de los bandos pensó que la única solución residía en el completo desa­ lojo del otro. El relato de Zonaras, en algunos puntos muy detallista, difiere en parte del de Polibio y no carece de interés. Según el bizantino, los mamertinos, no pidieron ayuda simultá­ neamente a Rom a y Cartago, sino a la primera, nada más. Un cierto retra­ so p ro d u c id o en R om a, p ro b a b le ­ mente por las causas apuntadas por Polibio, condujo a la petición de apo­ yo Púnico, que no se hizo esperar: Car­ tago, de acuerdo con Hierón, incluyó, según esta versión, a los mamertinos de Mesina en el núm ero de sus alia­ dos, previniendo de este modo un po­ sible ataque legionario y guarnecien­ do fuertemente la plaza bajo el m a n ­ do de H annón. Según su relato, un tribuno romano, Gayo Claudio (posi­ blemente, pariente de Appio), entró, clandestinamente y a borde de un es­ quife, en Mesina, m anifestando a los cam panienses la intención rom ana de liberar la ciudad. Volvió a Reggio y, tras algunos avatares infortunados, los romanos intentaron una fuerte ac­ ción naval, logrando que H annón, en busca de una continuación del statu quo, devolviese al cónsul algunas n a­ ves y prisioneros capturados, como muestra de buena voluntad. Pero el cónsul en sus contactos con los mamertinos, convenciéndolos de que expulsaran a los púnicos y lo­ grando que apresaran al general car­ taginés. Sería entonces cuando H a n ­ nón, ante la imposibilidad de hacer nada útil, decidió ab a n d o n a r Mesina, liberando de la guarnición cartagine­ sa a sus antiguos aliados. Los cartagi­

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neses lo castigaron por ello y envia­ ron u n ultim átum a Roma, conm i­ nándola a a b a n d o n ar la isla en un día determ inado y poniendo, por su parte, en pie un fuerte ejército expedi­ cionario, del que eliminaron física­ mente a los mercenarios itálicos, asal­ tando, acto seguido, Mesina, con ayuda de H ie ró n , a s e d ia n d o la c iu d ad y m o ntando una guardia en el Estre­ cho. E n esas c irc u n sta n cias atacó Claudio por sorpresa a Hierón, cuya caballería era mejor, pero cuyos in­ fantes no pudieron resistir a los ro­ m a n o s , r e tirá n d o s e m o m e n t á n e a ­ mente a las m ontañas y, luego a Si­ racusa, tal y como expone la versión política. Por desgracia, se han perdido, prác­ ticamente por completo, los trabajos sobre esta guerra de Filino, historia­ dor siciliano y filopúnico, al cual so­ mete a severas e inteligentes críticas la historiografía romanófila (y, sobre todo, Polibio), no estando el historia­ dor actual en condiciones de zanjar la cuestión. Pero el filorromanismo de Polibio, a m enudo criticado por la ciencia reciente, se halla muy m atiza­ do y no está teñido de fobia a C arta­ go: razones por las cuales es capaz de censurar con dureza a escritores como Fabio Píctor (en las antípodas de Fili­ no) e, incluso, a personajes históricos de la casa de los Escipión, por cuyo incondicional hagiógrafo, a veces, se le quiere hacer pasar.

5. Los años 263-261 y la toma de Agrigento Al recibirse las noticias en Rom a los nuevos cónsules, M anio Otacilio y M anio Valerio, fueron enviados con todas sus tropas —4 legiones de a 4.300 hombres, más los aliados; entre treinta y cuarenta mil soldados, en total— a la isla. M uchas ciudades, a su llegada, se alzaron contra Siracusa y Cartago —Diodoro añade que su­ m aron sus tropas a las rom anas y que

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* Caralis Sulcis 258 Lipari Is. Panormus Lipara # Mylai 253 Drepanum Soluntum 260 260 242 m Thermal Tyndaris · . Messene (249) \ \ /3 9 257 · , 254 Rhegion Aegates Is. Segesta . pe^a ° Tauromenion 241 Lilybaeum * 263 (249) Hippo Diarrhytus Sellnous # Akragas Leontinoi # Utica 254 Herakleia Minoa . 261 * Megara Hyblaia Carthago (254) c. Ecnomo AKrai · _ , 25 g · · Syrakousai Clupea ° Tunis · Kamarina 2 5 6 .A dys? 255 Cossura 256 (256) 255

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Ruta de Aníbal en el 218 a. C. a través de los Alpes

La II Guerra Púnica.

nuar la lucha (aún a costa de tolerar negocios sucios y corrupciones escan­ dalosas. Livio dice que de esta m ane­ ra «la fortuna de los particulares se inmiscuyó en los asuntos de Estado); que se duplicó el tributo personal (con propósito de restituirlo una vez conclusa la guerra); que se aceleró el proceso de levas forzosas (incluidos

adolescentes y esclavos) y que el cla­ m or p o pular en pro de una guerra frontal y de batallas campales dió fin, dejando, más que nunca, el cam po li­ bre para la acción de la oligarquía se­ natoria tradicional, cuyo hombre sim­ bólico siguió siendo Fabio Cunctator. Y no está de más poner el énfasis en lo que, a la postre, resultó una eviden­ cia palmaria: la notable voluntad po­ lítica de la com unidad rom ana de re-

Cir

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GALLIA CISALPINA

Lipari is. Drepanum Pan° rmus My|a e “ . Rhegium Aegatesis. ° o . Messana* Lilybaeum® Agrigentum ·

Utica» Carthago · TEFRITORIO PUMCO

Clu*Pea

Cossura

Hadrumetum Melita

sistir a todo trance y de no d ar la guerra por perdida en ningún m o ­ mento, a costa de cualesquiera sacri­ ficios y recurriendo a todo género de arbitrios y expedientes. No muchos meses después del desastre, mal que bien, estaban en pie de guerra dieci­ nueve legiones completas, cuyo n ú ­ mero no dejaría de crecer en los años sucesivos. Y, también, un nuevo m o­ do de encarar las cosas, una m entali­

dad diferente y la emergencia de gru­ pos económicamente poderosos y so­ cialmente influyentes, hasta entonces alejados del ejercicio directo del po­ der político: riesgo grave en una so­ ciedad cuya clase gobernante era cuan­ titativamente tan pequeña. Aníbal evaluó bien los pros y los contras de su situación e intentó crear un frente oriental y adriático contra Roma. El protectorado rom ano en te­ rritorio ilírico era u n a perm anente tentación para Macedonia (a quien, por eso mismo, se oponía la Liga Eto­ lia). Aníbal y Filipo V pactaron, en 215, un a c u e rd o de m u tu o apoyo cuyo texto secreto, para su desgracia, cayó enseguida en manos de Roma, por captura del navio que llevaba a los negociadores macedones. Roma re acc io n a ría d e s p la z a n d o una p e­ queña parte de su flota al Adriático y haciendo intervenir por tierra a los etolios en una guerra de saqueos y de­ predaciones en la que Roma no m a­ nifestó otro interés que el de impedir su desbordam iento y su llegada a sue­ lo itálico (lo que no fue difícil, pues Filipo no disponía entonces sino de flotillas de escaso fuste). Este cuatrienio - e n el que destaca­ ron, como generales y jefes políticos, el viejo Fabio y Claudio M a r c e lo - no dejó de suponer un fuerte coste para ambos bandos. Se impidió que Cerdeña - e n donde los agentes cartagi­ neses habían alzado a los in d íg e n a s constituyese un peligro, aunque ello exigió una guarnición fija muy nutri­ da (dos legiones). Las luchas y los asedios fueron p erm a n en tes y por ambos bandos se aumentaron los efec­ tivos que, en el caso romano, llegaron a 22 legiones en el 213: la superiori­ dad num érica (muy visible) de los contingentes ro m an o s fue decisiva durante toda la guerra y el factor más estimulante para la resistencia encar­ nizada a aceptar la situación. Aníbal, tras la toma de varios puertos grecoitálicos (como Crotona y Locros), reci­ bió algunas fuerzas, si bien lo princi-

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Nacimiento de sociedades de negocios al calor de las necesidades bélicas (año 215). Copiosas contribuciones volunta­ rias de las ciudades aliadas a los planes de Escipión el Africano (año 205) «Correspondía al pretor Fulvio (Flacco) ac­ tuar en los comicios, revelar al pueblo las necesidades de la República, exhortar a quienes habían acrecido su fortuna gracias a las contratas públicas y convencerlos de que pusieran su dinero a plazos a disposi­ ción de la misma República que les había posibilitado enriquecerse, corriendo con la adjudicación de suministros para el ejército de Hispania (año 215), bajo promesa de que, en cuanto que hubiera dinero en el erario, serían los primeros en cobrar (...) Se presentaron a la adjudicación tres socieda­ des, con un total de 19 personas, que pu­ sieron estas condiciones; una, ser liberados del servicio militar mientras estuviesen en el desempeño de este servicio público; otra, que el cargamento de las naves estaría aco­ gido a seguro a costa y riesgo de la Repú­ blica, contra los efectos de la violencia, fue­ ra ésta de las tempestades o del enemigo. Obtenidas ambas, se encargaron del asun­ to y, así, la fortuna de los particulares se in­ miscuyó en los asuntos del Estado». TITO LIVIO, Ab urbe condita, HHIII, 49

pal de la ayuda metropolitana tuvo como destino Hispania. Sicilia mantuvo, en buena parte, gracias a la acrisolada am istad del viejo H ierón II: pero a su m uerte (precisamente en el 215), su jovencísimo nieto, Jerónimo, firmó una alian­ za con Cartago. Derrocado y muerto tras un motín popular antim onárqui­ co (214), ello no cambió el signo de la alianza e, incluso, se llevó a cabo una brutal persecución con la que se eli­ minó físicamente a numerosos romanófilos. Perdida Siracusa —que no se recuperaría hasta el 212—, cayó, asi­ mismo Agrigento y se generalizó la romanofobia. Cuatro legiones hubie­ ron de actuar a un tiempo en la isla. Entre tanto, las armas rom anas pro­ gresaban en Hispania con bastante rapidez, si bien dejaban a retaguardia m uchos problem as irresueltos. E m ­

pero, Sagunto fue reconquistada en el 212 y, por el interior, la influencia ro­ m ana llegaba hasta los distritos m i­ neros del alto Guadalquivir. La gran «finca bárcida», en la que las m one­ das cartaginesas de plata mostraban el esplend or hispanopúnico, corría serios riesgos.

6. La tercera fase de la guerra: contraofensivas romanas en todos los frentes Los éxitos de Aníbal, no obstante las dificultades, continuaron. M etapo n­ to, Heraclea y Turios se pasaron a su bando. Tarento cayó en sus m anos (212), con lo que obtenía un apoyo im p o rtan te y nuevas posibilidades económ icas, am én de un eventual punto de desembarco para Filipo V (que no se usaría). Pero la reacción rom ana comenzó, fuertemente en Ita­ lia central, para abrirse paso hacia las tierras m eridionales y dem ostrar el grave error que cometían quienes de­ sertaban de su lado, con el asedio, toma (211) y cjemplificador castigo, militar y político, de Capua, cuyo go­ bierno fue entregado a prefectos ro­ m anos (el cónsul Fulvio Flacco diri­ gió el sitio, que se m ontó en toda regla, en una acción que atrajo a Aní­ bal a C am pania y en la cual llegó a am argar un ataque sobre Roma para intentar deshacer el asedio capuano), poco después de que las tropas sici­ lianas de Marcelo recuperasen Sira­ cusa (212, m uriendo Arquímedes d u ­ rante el suceso). Las dificultades e x p e rim en tad as por los cartagineses en su tierra, fren­ te a las hostilidades de Sífax de N u ­ midia obligaron a los púnicos a reti­ rar tropas de Hispania, lo que ayudó a la tarea de los Escipiones. Pero, en el 211. tras la firma del armisticio en Africa, C artag o p u d o reforza r sus efectivos en H ispania y ambos her-

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m anos fueron muertos en acción m o­ m entáneam ente, la presión rom ana sobre Asdrúbal se detuvo de golpe y todo el esfuerzo desarrollado en His­ pania pareció perdido. Aníbal, por su parte, hubo de limi­ tarse a controlar los territorios al sur del Sele y del Ofanto, llevando a cabo una cam paña de resistencia: aunque su extraordinaria capacidad militar le permitía salir victorioso de cada enfrentamiento en cam po abierto (en 210 murió el procónsul Centúm alo en H e rd o n ia), los ro m a n o s p ercibían con claridad el significado de la si­ tuación. No obstante la exhaustividad del esfuerzo y el estado de agota­ miento de m uchas ciudades lealmente aliadas (doce colonias latinas rehu­ saron prestación de nuevas ayudas, por imposibilidad material de procu­ rarlas) y aún de la misma Roma (se echó m ano de los tesoros de los tem­ plos), se triaba, según el senado advir­ tió con nitidez, de dar suficiente tiem­

po al desgaste de Aníbal, limitado cada vez más a los Abruzzos (el Brut­ tium) e invicto, pero incapaz de ven­ cer. Ahora iban a verse los frutos de la tenacidad senatorial y romana: Fa­ bio M áxim o (cónsul en 215 y 214, como su hijo lo fue en 213), obtuvo la magistratura por quinta vez, con más de 80 años, en el 209. Entre tanto, su gran c o lab o rad o r, M arcelo, ocupó consulados y proconsulados, ininte­ rrumpidamente, entre el 215 y el 208 (fecha de su muerte en combate, en una escaramuza cerca de Venosa).

7. El ascenso de Publio Cornelio Escipión. Comienzo del fin de la guerra en Hispania e Italia Dos objetivos principales se ofrecían a los estrategas rom anos: aislar a

Cam pam ento

U. Ras-el-Olga Númidas ligeros





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Aníbal por completo (arrebatándole Tarento) e impedir la llegada a Italia de las tropas de Asdrúbal, mediante la re a n u d ac ió n de las hostilidades ofensivas en Hispania. El joven Esci­ pión, hijo del cónsul del Tesino, fue el personaje elegido para dirigir la gue­ rra occidental, em peño que llevó a cabo con extraordinarias diligencia y capacidad, levantando oleadas de en­ tusiasmo a su alrededor y convirtién­ dose en u n a leyenda viviente, cuya fa m a ib a a s u m i n i s t r a r a R o m a - m u e r to Marcelo y agotada la vida de Fabio M á x i m o - un caudillo carismático. E scip ión no tenía sino 25 años cu a n d o , de fo rm a c o m p le ta ­ m en te irre g u la r y sin pre ced e n te s —pero explicable— le fue conferido nada menos que un imperium procon­ sulare para la Hispania en guerra y en apurada situación, como si hubiera sido cónsul de la República, cuando no había pasado, en su carrera políti­ ca, del rango de edil, siendo, por lo

tanto, un mero privatus, un simple particular. Puede decirse que, en cuatro cam ­ pañas, entre el 210 y el 206, desalojó a los cartagineses de la Península Ibéri­ ca. Su magistral planteamiento de la toma de Cartagena (209), su conducta para son los legionarios desm oraliza­ dos, para con los jefes indígenas del sureste y sus familias y, en términos generales, su atractivo (form idable­ mente ensalzado por el entorno de sus amigos intelectuales y helenizados y recogido, más adelante, por Po­ libio, com pañero de sus hijos) crea­ ron u n a leyenda viviente en un am ­ biente que la necesitaba. En Bécula (Bailén, no lejos de Cástulo) derrotó a Asdrúbal (208) y redujo a los territo­ rios circumgaditanos la presencia p ú ­ nica tras una nueva victoria en Ilipa. Puede decirse que, en el 205, u na vez rendida G a d ir (Gades), R om a no te­ nía enemigos africanos en Hispania. E n tre tan to , ca ía T aren to (290),

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m ed ian te u n a traición fructífera y Aníbal se vio obligado a centrar sus operaciones en torno a un estrecho territorio con base en Metaponto. Iba a ponerse en escena el penúltimo acto importante de u na guerra que duraba ya diez años en suelo italiano: el de­ sesperado intento de Asdrúbal de lle­ var refuerzos a su hermano, de nuevo a través de la ruta alpina. En efecto, logró salvar el cerco escipiónico y, cruzando sin oposición los territorios de los galos, en donde reforzó nota­ blemente sus efectivos, entró en Italia del Norte en el 207. Los romanos, m e­ diante u n golpe de suerte, intercepta­ ron las comunicaciones entre los ge­ nerales cartagineses y transformaron su inicial acción defensiva en un ata­ que. El cónsul C lau dio Nerón, co­ m an dan te de las fuerzas m eridiona­ les, se unió, a marchas forzadas a su colega, Livio, en el norte peninsular. Asdrúbal, que proseguía su avance por la costa adriática, se halló cerca­ do por los dos ejércitos consulares a orillas del rio Metauro. Un estudio cuidadoso del dispositivo táctico car­ taginés dió u na completa victoria a los romanos. El mismo Asdrúbal ca­ yó en el combate y las esperanzas de Aníbal —a quien los rom anos hicie­ ron saber, directa y cruelmente, de su v ic to r ia - se vinieron abajo, de un solo golpe. El fracaso cartaginés fue bien eva­ luado en Roma: las celebraciones po­ pulares que lo siguieron h an sido ca­ lificadas de histéricas p o r algunos autores recientes, tal fue la desborda­ da alegría que produjo la victoria del Metauro y la notable exhibición de pericia realizada en la batalla por Nerón. En el año 205 fue elegido cón­ sul Escipión, que ab a n do nó H isp a­ nia, decidido a im pon er —mientras Aníbal malvivía aún en el Bruttium el viejo punto de vista de Régulo: la guerra contra Cartago había de ser ganada en Africa. A ello se dedicaron los esfuerzos r o m a n o s en los tres años siguientes.

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8. El final de la guerra. La batalla de Zama (202) El frente griego, intermitente activo, se cerró, concluyendo así la I Guerra Macedónica. Macedonia había ven­ cido a los etolios y Roma, práctica­ mente sin aliados de importancia en disposición de seguir combatiendo, y Filipo firmaron, en el 205, la Paz de Fenice, que iba a establecer el marco de las futuras acciones de Roma en territorio griego y que, en sustancia, reconocía las victorias m acedonias en el frente oriental. La propuesta de Escipión era relativamente arriesga­ da: su rapidísim a carrera lo hacía sospechoso de ambiciones excesivas ante personalidades como el viejo Fa­ bio - q u e se opuso a sus p l a n e s - o como Catón, a quien repugnaban los aires helenísticos e innovadores de Escipión y sus amigos. No faltó, pues, o p o sició n entre q uienes p referían acabar con el casi inmovilizado Aní­ bal antes de pasar a Sicilia y al Afri­ ca. Pero la presión p opular fue muy fuerte y, au nque el senado se negó a decretar nuevos esfuerzos excepcio­ nales (encom endando al mismo Esci­ pión la consecución de medios), éstos se obtuvieron, con el notable apoyo de las ciudades etruscas (que figura­ ban entre las menos directamente afec­ tadas por los desastres de la guerra). En el 204, Escipión llegaba al Afri­ ca, cerca de Utica. Cartago no cedió: dio orden a Aníbal de m antener acti­ vos los frentes en el Bruttio y la Luca­ nia; envió a su herm ano M agón a re­ clutar tropas en las Baleares y a ata­ car las costas tirrenas de Italia: pero el apoyo galo fue m uy escaso - a u n ­ que Magón llegó a atacar G é n o v a - y hubo que rendirse a la evidencia de que Escipión no iba a a b a n d o n ar el territorio africano, en el que había obtenido el apoyo de Masinissa, p rín­ cipe de la N um idia oriental y antiguo jefe de la caballería cartaginesa en H ispan ia (mientras que Sífax, más

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La convulsión moral en Roma a causa de la Guerra Anibática «A medida que la guerra se prolongaba y que los éxitos y fracasos hacían variar no sólo la suerte sino el estado de ánimo de la gente de Roma, invadieron la Ciudad tales prácticas religiosas, en gran parte extranje­ ras, que repentinamente pareció o bien que los hombres o bien que los dioses habían cambiado. Se abandonaron los ritos roma­ nos, pero no sólo en privado, entre las pare­ des de las casas, sino en público, en el Foro, en el Capitolio, donde podía contem­ plarse cómo multitud de mujeres no guar­ daban las costumbres ancestrales ni en sus sacrificios ni en sus plegarias a los dioses. Sacrificadores y adivinos se adueñaban de los espíritus y su número aún creció a cau­ sa de la llegada a la Ciudad de plebeyos del campo, expulsados de sus tierras por el miedo y la carestía y a quienes tan larga guerra hacía rudos y peligrosos (...)». «Al principio se oía a algunos ciudadanos de bien indignarse en privado; luego, el asunto llegó al senado y las quejas se hicie­ ron públicas. Los ediles y los oficiales de justicia, recriminados duramente por el se­ nado al no haber puesto coto a tales practi­ cas, estuvieron a punto de ser golpeados cuando intentaron echar a la muchedumbre del Foro e impedir los preparativos de se­ mejantes ceremonias. Cuando se advirtió que el mal era demasiado grave como para que le pusiesen remedio los magistrados in­ feriores, el senado encomendó al pretor ur­ bano, M. Aurelio, que liberase al pueblo de esas prácticas. Aurelio comunicó a los co­ micios la decisión formal del senado y man­ dó que cualquiera que tuviese listas de pro­ fecías, fórmulas de ruegos mágicos y re­ cetas del 1.° de abril, prohibiendo que en todo recinto público o consagrado se hicie­ ra cualquier sacrificio que siguiese ritos no­ vedosos o extraños». TITO LIVIO, Ab Urbe condita, XXV, 1

poderoso y enfrentado a Masinissa, decidía ayudar a Cartago). Tras unos meses de estancamiento - e n los que Escipión llegó a m an te­ ner conversaciones diplomáticas co­ mo artimaña para mejorar su situa­ c i ó n - , el jefe rom ano dio muestras de su genio estratégico en la acción

del Bagradas o de los Ccimpi Magni, con un empleo verdaderamente refi­ n a d o de las táctica s envolventes. A unque la acción no desmoronó la resistencia cartaginesa tuvo, además de un fuerte impacto moral, la virtud de expulsar a Sífax (que fue captura­ do) de su propia plaza fuerte (Cirta), en la que fue proclam ado Masinissa rey de am bas Numidias. La cercanía del enemigo (acam pado a unos vein­ ticinco kilómetros de Cartago misma) obligó al gobierno púnico a ordenar el regreso al Africa de las tropas de Aníbal y de M agón (el cual no sobre­ vivió a la travesía). Se n egoció s e ria m e n te u n a p az —que llegó a ser ap ro b a d a p o r el senado —, por la que Cartago re n un­ ciaba a Hispania y a sus elefantes, li­ mitaba su ilota a la cantidad simbóli­ ca de 20 naves de guerra y se com ­ prom etía al pago de 5.000 talentos. Pero un incidente en el que m urieron legados romanos, la llegada venturo­ sa de Aníbal (con unos 15.000 vetera­ nos) y ciertas ayudas del sucesor de Sífax, impidieron la culm inación de los tratados. En el 202, Aníbal y Esci­ pión, con fuerzas aproxim adam ente eq u iv ale n te s (en to rn o a los 35 ó 40.000 hombres cada uno), se enfren­ taron en las cercanías de Zaina Regia (Naraggara), a orillas del actual Uadi Ras el Olga. Aníbal contaba con bas­ tantes elefantes, pero su infantería no era com parable con la romana. La caballería núm ida luchaba en ambos bandos. La capacidad de los genera­ les parecía decisiva en un combate que no podía ser rehuido puesto que, pocos días, antes, las conversaciones en busca de un acuerdo desarrolladas directa y dram áticam ente entre a m ­ bos jefes, h ab ían fracasado. Aníbal empezó el combate con ata­ que en masa de sus proboscidios. Las tropas ligeras ro m an as los hostiga­ ron, m ie n tra s q ue los m a n íp u lo s , ab a n d o n a n d o su tradicional forma­ ción escaqueada, form a b an en co­ lu m n a s , d e j a n d o g ra n d e s trecho s

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Contribuciones voluntarias de las ciuda­ des aliadas a los planes de Escipión el Africano «En cuanto a levar nuevos reclutas, Escipión no logró nada (del Senado), unque se había empleado a fondo. Obtuvo, al menos, permiso para llevar voluntarios en su ejérci­ to. Y como había anunciado que la flota por construir no supondría gastos a la Repúbli­ ca, también logró permiso para aceptar los ofrecimientos de los aliados con vistas a la construcción de barcos nuevos. Los pue­ blos de Etruria, primero, cada cual según sus medios, prometieron ayuda al cónsul: las gentes de Caere, trigo para los aliados marítimos y suministros de toda clase; los de Populonia, hierro; los de Tarquinia, teji­ dos para velámenes; los de Volterra, efectos para los barcos y grano; los de Arretio, tres mil escudos, otros tantos cascos, dardos y jabalinas y picas largas hasta un total de cincuenta mil de todas las clases, hachas,

palas, hoces, cestas, muelas y todo el equi­ po preciso para armar cuarenta barcos de guerra, cien mil raciones de grano y provi­ siones de camino para decuriones y reme­ ros; los de Perusa, Clusio y Ruselas, made­ ra de abeto para barco y gran cantidad de grano (...) Los pueblos de Umbría y, ade­ más, las gentes de Nursia, de Reate y Aminterna y todo el territorio sabino prome­ tieron soldados; los marcos, pelignios y marrucinos mandaron las islas de muchísimos voluntarios para la flota. Los de Camerino, unidos a Roma por un tratado, mandaron una cohorte de seiscientos hombres arma­ da al completo. Apenas preparadas en los astilleros treinta carenas de barco (...), Esci­ pión mismo comunicó su impulso a las ta­ reas y, cuarenta y cinco días después de haberse talado los troncos, los barcos, ar­ mados y pertrechados, estaban a flote».

abiertos para que los animales no en­ contrasen resistencia. Escipión inten­ tó aplicar a Aníbal su propia táctica envolvente, de modo similar a como había hecho en el Bagradas, pero el general cartaginés había previsto el m o v im ie n to r o m a n o y re s p o n d ió adecuadam ente, sosteniendo el ata­ que con sus veteranos de Italia, a quienes m antuvo como tercera línea de reserva para la infantería de cho­ que. El combate no tuvo, hasta ese momento, vencedor claro. Pero la ac­ ción de los jinetes de Masinissa y de Cayo Lelio (alas derecha e izquierda, respectivamente, enfrentadas a m uni­ das y cartagineses) rompió las alas m ontadas enemigas. R enunciando a aniquilarlas, los rom anos y sus alia­ dos envolvieron en el mom ento ade­ cuado a los infantes de Aníbal, cerca­ dos irremisiblemente, como los ro­ m anos en Cannas. El ejército cartagi­ nés (con más de 20.000 muertos y mi­ llares de prision ero s) desapareció. Aníbal fue uno de los pocos supervi­ vientes y a c o n s e jó en C a rta g o la aceptación de la paz (201) que, natu­ ralmente, fue impuesta en términos más duros, duplicándose la indem ni­ zación y q u e d a n d o p rá c tic a m e n te

a n u la d a la au to n o m ía de Cartago. Roma —sin rival en todo el occidente mediterráneo y dueña de la única flo­ ta del área— había vencido por com ­ pleto.

TITO LIVIO, Ab Urbe condita, HHVIII, 45

9. Consecuencias de la II Guerra Púnica Otros apartados de esta obra se ocu­ pan, específicamente, de reflejar la evolución institucional y socioeconó­ mica de R om a durante el período. En ellos encontrará el lector un desarro­ llo más intenso de los efectos a corto, medio y largo plazo de este notable conflicto rom anopúnico. Pero ello no empece a que subrayemos aquí algu­ nos hechos más evidentes. El primero y más visible es el de la instauración de un poder hegemónico de muy amplio alcance territorial por parte de Rom a sobre países conti­ nentales e insulares del occidente me­ diterráneo, d estacan do , entre ellos - p o r su magnitud física y los proble­ mas que su conquista iba a plantear hasta su completa culminación, casi doscientos años más tard e— H ispa­ nia. pronto dividida en dos provin­

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cias (Citerior y Ulterior) y cuyo con­ trol exigía, a medio plazo, el de los territorios entre el Valle del Po y el P i­ rineo. Roma se instituía como un p o ­ der capaz de codearse con los gran­ des Estados helenísticos del oriente mediterráneo con los cuales ya no so­ lamente iba a m antener contactos di­ plomáticos más o menos laxos - c o ­ mo con las Ligas griegas, con Rodas o con el reino l á g i d a - sino relaciones directas, incluso de tutela antimacedonia. La duración de la guerra, las tácti­ cas de tierra q uem ada llevadas a cabo tanto por Aníbal cuanto por el go­ bierno de Rom a a partir de Cannas, la cruel dism inución demográfica de las clases campesinas libres, las gran­ des extensiones de tierras m antenidas sin cultivo, el prestigio y poder perso­ nales alcanzados por caudillos p o ­ lítico-militares como Escipión —con clientelas acrecentadas—, los nego­ cios de particulares por cuenta del Estado, etc., hicieron que Rom a ya no fuese la misma. La Rom a del 218, a los efectos, no poseía m oneda propia. C uando terminó el conflicto, había nacido el denario de plata y su siste­ ma, que iba a pervivir multisecularmente —sin cambios esenciales, h as­ ta el siglo TIT d. de C.—, tanto en su materialidad, cuanto en su simbolis­ m o (de denarius v ie n e n p a l a b r a s como «dinero» y «dinar»). Según ha subrayado recientemente M. C raw ­ ford, la necesidad de am onedación planteada por la G uerra de Aníbal hubo de ser resuelta mediante recur­ so a un expediente revolucionario si atendemos a la práctica tradicional romana: el crédito, en muy variadas formas. En el 211 nacía el nuevo siste­ ma, con piezas de oro (por valor de 60, 40 y 20 ases de doce onzas cada uno) y de plata (denario, quinario y sestercio de 10, 5 y 2,5 ases, respecti­ vamente) y con divisores de bronce (semis, triente, cuadrante, sextante, onza y semuncia) principalmente. El legítimo orgullo por una victoria

tan manifiesta y conseguida m edian­ te tan vastos sacrificios alteró, asimis­ mo, el ser de la colectividad romana. Tras el terror pánico sentido hacia Aníbal, este orgullo tendió a desbor­ darse. H ab ía que olvidar la aparición del histerismo colectivo, el recurso a cultos exóticos, a la magia, a los sacri­ ficios hum anos, a la importación so­ lem ne de cultos foráneos —en 205, por cuenta del Estado, la G ra n Diosa M adre frigia fue oficialmente instala­ da en el Capitolio, en forma de un betilo negro e identificada con Rhea Sil­ via, la m adre del fundador de la C iu­ d a d — y, con ella, sus cultos y sacer­ dotes, los galos y a rc h ig alo s c a s ­ trados. El prestigio del oriente griego fue visible en el terreno literario y artísti­ co, influyendo fuertemente en la len­ gua latina: por un lado, a través de tra d u c c io n e s e im itac io n es de las obras homéricas (Livio Andrónico) o m ediante la composición de trabajos a imitación de la épica (el pater E n ­ nio, con sus Annales, que comenzó a escribir en el 203, origen de la histo­ riografía nacional; Nervio, con su Be­ llum Punicum) y la comedia griegas (las comedias de Plauto, que no era rom ano de nacimiento, al igual que los otros tres autores citados, se repre­ sentaron desde el 212). Por otro, pro­ vocando u n a especie de reacción n a ­ cionalista teñida de xenofobia, cuyo paradigm a fue la actitud de Catón el Mayor, seguidor, en este punto, de Fa­ bio, llam ado Pictor («el pintor»), cu­ yas Hazañas Romanas, aunque escri­ tas en griego, son la prim era obra plenam ente rom ana en prosa, carga­ da de sentimiento patriótico y desti­ nada al público culto helénico y ro­ mano. C atón el Censor, en obras es­ critas en latín (como los Origines), de­ mostró que la capacidad expresiva de la lengua del Lacio era capaz de com ­ petir con el griego en muchos puntos, incluso en el nivel retórico, dotando de dignidad literaria a la lengua de Roma.

El período de las prim eras G uerras Púnicas

Cronología de la época de las 1 y 11 Guerras Púnicas

Fechas

Sucesos

272

Rendición de Tarento a Roma. Fin de la conquista romana del Sur.

270

Toma de Rhegium.

269

Primera acuñación romana de didracmas de plata en la ceca de Tarento.

268

Colonias latinas en Beneventum y Ariminium. Hierón II, rey de Sicilia.

267

Toma de Brundisium.

266

Apulos y mesapios, aliados de Roma.

264-241

I Guerra Púnica.

264

Primer espectáculo gladiatorio. Colonia latina de Firmium. Toma de Volsinias (fin de la conquista del Norte). Alianza mamertina. El ejército romano, en Sicilia.

263

Colonia latina en Aesernia. Alianza por 15 años con Hierón de Siracusa. Los púnicos centran su resistencia en Agrigento (Akragas).

262

H an nón en Heraclea y Herbeso. Toma de Agrigento por los romanos.

261

Construcción de la flota romana (100 quinquerremes y 20 tri­ rremes).

260

La ilota se hace a la mar. Cneo Escipión («el Asno») capturado en Lípara. Victoria de Mylae (uso de «corvi»). Triunfo naval del cónsul Duilio. Victorias en Segesta y Macela.

58

Akal Historia d el M undo Antiguo

259

Refuerzos púnicos a Cerdeña. Bloqueo romano de Cerdeña. Cartago ejecuta a Aníbal (el de Agrigento). Ocupación romana de Córcega.

259-258

Tomas de Hippana, Mitístrato, C am arina y Enna. Asedio de Lípara.

257

Victoria de Atilio Régulo en Tíndaris.

256

Nueva ilota de 330 naves. Victoria de Ecnomo. Régulo pasa al Africa.

255

Exigencias, derrota y captura de Régulo por Jantipo en los Lla­ nos del Bagradas. Regreso de Jantipo a Esparta. Victoria del Cabo Hermco. Naufragio romano en el Cabo Paquino.

254

Toma de Panormo.

253

Naufragio en Palinuro con pérdida de más de 150 naves ro­ manas.

250

Construcción de 50 naves. Victoria en Panormo. Captura de ele­ fantes púnicos a Asdrúbal, ejecutado luego en Cartago. Asedio de Lilibeo.

249

Derrota naval de Pulquer en Drépano. Naufragio desastroso de la ilota romana.

248

Toma de Erice por Junio Pulo. Amílcar devasta las costas de Italia.

247

Comienzo de la ofensiva de Amílcar en Sicilia occidental.

244

Fundación de Brundisium (colonia de derecho latino).

243

Construcción de una ilota rom ana de tipo rodio con aportacio­ nes voluntarias.

242

Creación del «praetor peregrinus».

241

Victoria de L utado en las Egadas. Firma de la paz. Roma ocupa Sicilia. Colonia latina en Spoletium. Reforma de los comicios por centurias.

241-237

Revuelta de los mercenarios contra Cartago (Guerra Inex­ piable). .

238-225

Ocupación de Córcega y Cerdeña. Dominio romano del Ti­ rreno.

El periodo de las prim eras G uerras Púnicas

238-230

C am pañas contra los ligures. Tomas de Pisa y Luna.

237

Amílcar Barca desembarca en Hispania.

236

Primera comedia de Nevio. Incursiones galas en el Norte de Italia.

235-234

Clausura del templo de Jano.

232

Distribución viritana del «ager Picenus et Gallicus» por el tri­ buno Flaminio.

231

Em bajada romana a Amílcar en Hispania.

229

Asdrúbal sucede a Amílcar en Hispania.

229-228

I Guerra Ilírica. Entrega de Corcira. La reina Teuta acepta la paz.

227

Relaciones de Roma con Atenas y Corinto. Pretores para la «provincia Sicilia» y para las islas tirrénicas (?).

226

Tratado romano-cartaginés del Ebro.

225-222

Guerras contra los galos.

225

Victoria sobre los galos en el Telamón.

223

Flaminio vence a los ínsubros. Acciones conjuntas de Demetrio de Faros y Antigono de Macedonia.

222

Toma de Mediolanum. Batalla de Clastidium. Rendición de los ínsubros.

221-220

Establecimiento del «limes» en los Alpes Julios.

221

Aníbal sucede a Asdrúbal, asesinado, en Hispania. Petición sa­ gú ntina de ayuda a Roma.

220

Flaminio, censor. Construcción de la vía Flam inia (RornaAriminium).

219

II Guerra Ilírica. Derrota de Demetrio: destrucción de Faros. Aníbal toma Sagunto.

218-201

11 Guerra Púnica.

59

A kal Historia del M undo Antiguo

60

218

Aníbal asedia y toma Sagunto. Prohibición de los grandes nego­ cios marítimos a los senadores. Colonias latinas en Placentia y Cremona. Desembarco romano en Ampurias, Aníbal entra en Italia. Derrotas romanas del Tesino y el Trebia.

217

Victoria de Aníbal en el Trasimeno y muerte de Flaminio. Dic­ tadura de Fabio Máximo. Aníbal craza Campania.

216

Desastre de Cannas (2 de agosto). Defecciones en Italia (Ca­ pua).

215

Duplicación del «tributum». Alianza entre Aníbal y Filipo V de Macedonia tras la muerte de Hierón. Derrota de Asdrúbal en Dertosa.

214-205

I Guerra Macedónica.

214

Muerte de Jerónimo de Siracusa. Levino en Iliria.

213

Aníbal en Tarento. Asedio romano de Siracusa. 22 legiones movilizadas.

212

Sitio de Capua. Aparición del denario. Alianza con la Liga Eto­ lia. Representaciones teatrales (Plauto, etc.).

211

Aníbal marcha sobre Roma. Roma castiga a Capua y toma Si­ racusa (muerte de Arquímedes). Armisticio entre Cartago y los númidas. Los Escipión mueren en Hispania.

210

Doce colonias latinas rehuyen aportar contingentes. Toma de Agrigento. El futuro Africano llega a Hispania.

209

Quinto consulado de Fabio. Reconquista de Tarento. Toma de Carthago Nova por Escipión.

208

Muerte de Marcelo tras ocho años de mando. Victoria de Baecula.

207

Asdrúbal vencido y muerto en el río Metauro.

206

Batalla de Hipa (fin de la guerra en Hispania). Filipo V y los etolios.

205

Consulado de Escipión, que pasa a Sicilia. Paz de Fcnice con Macedonia. Introducción del culto a la G ran Diosa Madre en Roma. .

204

Escipión pasa al Africa. Alianza con Masinissa. Sífax apoya a Cartago. Ataques púnicos en el Tirreno.

El periodo de las prim eras Guerras Púnicas

61

203

Victorias de Escipión en Africa. Captura de Sífax. Masinissa controla ambas Numidias. Aníbal vuelve a Cartago. Derrota de Magón en la Galra:

202

Victoria de Escipión en Zam a Regia.

201

Rendición de Cartago. Masinissa, rey de Numidia. Atalo y Ro­ das solicitan ayuda romana contra Filipo V.

200-196

II Guerra Macedónica.

62

Akal Historia del M undo Antiguo

Bibliografía

En general, para el lector español, hay u na bibliografía muy extensa y porm eno­ rizada, actualizada hasta su fecha de edi­ ción en el excelente libro de J.M. R oldan H ervás, La República romana, M adrid, 1981, 676-686. con inclusión de los tra­ bajos de autores españoles más im p o r­ tantes. Acquaro, E.: Cartagirte. Un imperio sui M e­ diterraneo. Cività e conquiste della grande nemica di Roma. Rom a, 1978. Baker, G.P.: Annibal. 247-138 av J.-C. (trad, fr.. revis.). París. 1952. Beltrán, F.: « H an n ib a l Pyrenaeos trans­ greditur», IV Coloquio Internacional Puigcerdá, 1984. Bloch, R.: «Religion rom aine et religion pu n iq u e à l’époque d ’IIan n ib al» , Mélan­ ges offerts a J. Heurgon, Rom a, 1976, 3340. Brunt, P.A.: Italian Manpover. 225 B.C.A.D. 14. Oxford. 1971. Caven, B.: The Punic Warts, L o n d re s, 1980. Combetfarnoux, B.: Les guerres puniques, Paris, 1967. Crawford, M.H.: Coinage and Money under the Roman Republic. Italy and the Medite­ rranean Economy, L ondres, 1985, págs. 25116. Charles-Picard, G. y C.: La vie quotidienne à Carthage au tem ps d'H annibal. Paris, 1968.

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