Acudir a Dios en la angustia: El sentido de la oración de petición
 9788425436352

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Índice
INTRODUCCIÓN
ACUDIR A DIOS EN LA ANGUSTIA
EPÍLOGO
I
II
III
IV
V
INFORMACIÓN ADICIONAL

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KARL RAHNER

ACUDIR A DIOS EN LA ANGUSTIA EL SENTIDO DE LA ORACIÓN DE PETICIÓN Con una introducción del cardenal KARL LEHMANN Traducción de ROBERTO H. BERNET

Herder

Título original: Das Gebet der Not. Vom Sinn des Bittgebetes Traducción: Roberto H. Bernet Diseño de la cubierta: Purpleprint creative Edición digital: José Toribio Barba © 2013, Verlag Herder GmbH, Friburgo de Brisgovia © 2016, Herder Editorial S. L., Barcelona ISBN: 978-84-254-3635-2 Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com). Herder www.herdereditorial.com

Índice Introducción del cardenal Karl Lehmann Acudir a Dios en la angustia Epílogo de Andreas R. Batlogg y Peter Suchla

INTRODUCCIÓN

E

n los opúsculos de Karl Rahner aparecidos hasta el momento hemos seleccionado en gran parte ensayos y piezas individuales relativamente independientes. Cuando Andreas R. Batlogg y Peter Suchla, editores de este volumen, me propusieron escoger para el siguiente volumen el sermón «Das Gebet der Not» [«Acudir a Dios en la angustia»], de la obra de Rahner titulada Von der Not und dem Segen des Gebetes [Necesidad y beneficios de la oración],1 estuve de acuerdo inmediatamente. En efecto, en primer lugar, en las obras mayores de Karl Rahner hay capítulos individuales que son verdaderos tesoros y que, de todas maneras, pueden ser publicados alguna vez por separado. Pero yo tenía también un gran afecto personal por este impresionante sermón sobre la llamada oración de petición, porque ya en tiempos de mis estudios secundarios me había encontrado con este texto de Karl Rahner y porque el primer libro de Rahner que adquirí fue Necesidad y beneficios de la oración (en su tercera edición en alemán, Innsbruck, 1952). En aquel tiempo me inquietaba tal vez en menor medida la cuestión de la oración de petición, pero admiraba la enorme potencia expresiva del lenguaje de Rahner y el modo en que abordaba un tema semejante. Allí aprendí a pensar en lo religioso y lo espiritual. El trasfondo de este quinto capítulo, titulado en traducción española «Acudir a Dios en la angustia», es conocido y será desarrollado aún más en el epílogo de los editores. Karl Rahner dictó en Múnich, en la Cuaresma de 1946 —o sea, todavía en medio de las ruinas de la guerra—, cinco sermones sobre el tema de la oración que aparecieron después, en 1949, de forma un poco ampliada en la editorial Felizian Rauch de Innsbruck, con

una extensión de ocho capítulos. Hasta el día de hoy se han hecho, en diferentes ediciones, 16 reimpresiones de esta obra. De ese modo, Necesidad y beneficios de la oración es una de las publicaciones más difundidas de Rahner, y ello sin tener en cuenta las traducciones. Todo conocedor de Rahner y amante de sus obras sabe que dentro de su producción no se pueden colocar sus escritos de orientación espiritual «piadosa» en contraposición a los de formulación teológica más técnica.2 Con gusto suelo repetir lo que expresé en el 2006 de la siguiente manera, cuando hablé sobre los escritos Palabras al silencio [Worte ins Schweigen (1938)] y Necesidad y beneficios de la oración (1949): ¡Estos son, todavía hoy, textos magníficos! Quien quiera conocer a Karl Rahner debería comenzar por estos escritos. Uno percibe en ellos lo que hay detrás. Se puede estudiar cuanta filosofía o conocer cuanta historia de la teología se quiera: en estos opúsculos, junto a la tradición y el pensamiento filosófico, se ve ya una espiritualidad propia suya muy independiente y profunda. Y esto Rahner lo conservó siempre.3

Muchas personas hacen oración con regularidad, profusa e intensivamente. Algunas de ellas sienten que no se las escucha ni se las atiende en sus peticiones. Sienten sus oraciones como «palabras al silencio», pero un silencio que experimentan como una carga. Por eso, algunas se apartan de Dios o abandonan la oración, a pesar de que siguen considerándose creyentes.4 Por eso, fácilmente puede comprenderse también que las preguntas y, ocasionalmente, las polémicas acerca de la oración de petición integren por largo tiempo, una y otra vez, los temas y las armas de la crítica de la religión de todas las épocas. Este es también uno de los motivos por los cuales la teología actual se ha ocupado a menudo de la oración de petición.5 En ese contexto resulta extraño que, frente a la gran difusión de los sermones de Múnich, Karl Rahner sea citado y utilizado solo de forma relativamente infrecuente en este contexto (véase también el epílogo de los editores, nota 6). Es posible que esto tenga que ver también con el hecho de que, en los títulos, Rahner es más bien discreto en el uso del concepto de oración de petición. Pero, más allá de la primera publicación, de 1949, él se ocupó siempre de nuevo de este tipo de oración con la que se acude a Dios

en la angustia.6 Desde luego, también en la literatura sobre Rahner hay pocos estudios extensos al respecto.7 Sería muy deseable la realización de una nueva investigación que incluyera todos los textos a los que hoy se tiene acceso. Karl Rahner va por caminos muy propios en el estudio de la oración de petición. Si bien conoce la mentalidad de los contemporáneos y su actitud ante la oración de petición, no se aproxima al tema simplemente desde fuera. En tal sentido, el concepto de «apología de la oración de petición», utilizado a menudo por él, puede llevar también a confusión. Antes bien, Karl Rahner sufre él mismo como creyente las decepciones y objeciones contra la oración de petición. Con razón escribe Gabriela Grunden: Asumir el riesgo de orar y, al hacerlo, encontrarse con el Dios libre e indisponible, es algo de lo que nadie que busque a Dios se libra. Orar significa también enfrentarse a la duda que corroe y exponerse a la dificultad a veces existencial de no poder orar. Esto comprende el soportar la aridez y la soledad asociadas a la necesidad y a los beneficios de la oración.8

Estas tribulaciones de la fe y de la oración cristianas vinculan, sin duda, aquel tiempo de la posguerra con la actual perplejidad religiosa. Dios parece a muchas personas como un engañoso tapa-agujeros. Karl Rahner no nos dispensa de escuchar palabras duras, como, por ejemplo, el calificativo de «monólogo de egoísmo ciego» y el apóstrofe «hipócritas apocados». En última instancia, la teología solo puede encontrar una respuesta a partir de la vida y la muerte de Jesucristo: La Palabra eterna del júbilo divino se hizo grito temporal de la necesidad humana y así habitó entre nosotros. Esta es nuestra respuesta a la acusación contra la oración de petición. Esa respuesta se llama Jesucristo. […] Él encabeza nuestra oración de petición. Y por eso él es nuestra respuesta a la acusación contra la oración de petición, mientras en este tiempo de la fe el Dios de la eternidad calla y no está aún justificado por la venida del reino eterno de su justicia y de su misericordia».

En ello reside, al final, la esencia de la verdadera oración de petición cristiana. La respuesta definitiva de Karl Rahner reza: «¿Hemos explicado el misterio de la oración de petición? No; solo hemos reencontrado en su misterio el misterio de todo lo cristiano. Solo esta es nuestra explicación. Pero le basta a la fe […] ¿Cómo es posible? Es posible como existe Cristo».

Con extrema honradez dice Karl Rahner al final de sus consideraciones: «¿Quién entiende esta apología de la oración de petición? Solamente el que ora. Si quieres entenderla, ora, pide, llora». Karl Rahner plantea una gran exigencia a aquel que busca y pregunta. Pero tal cosa es posible porque él es siempre auténtico. La teología y la espiritualidad siguen teniendo todavía mucho que aprender de este opúsculo y de cada uno de sus capítulos. Estoy muy agradecido al P. Dr. Andreas R. Batlogg SJ y al Dr. Peter Suchla por haber hecho nuevamente accesible «Acudir a Dios en la angustia» como escrito individual en nuestra bien acogida serie y por habernos ayudado útilmente en su epílogo a estudiarla. Tal vez esta interpretación aliente a recurrir también a los otros sermones de Karl Rahner sobre la oración. Que este opúsculo encuentre muchas lectoras y lectores que puedan hallar en él respuestas a sus preguntas. Él alienta a confiarse a Dios, a pedirle con persistencia, tal como nos lo enseñan los niños y como a menudo lo hemos desaprendido en el curso de nuestra vida al confiar solamente en nuestras propias capacidades. Cardenal Karl Lehmann

ACUDIR A DIOS EN LA ANGUSTIA

L

as quejas y acusaciones pueden, a veces, estar justificadas. Pero, una vez presentadas, el acusado se encuentra siempre y tal vez inevitablemente en desventaja, justamente porque está acusado y, ya solo por eso, la defensa y la justificación es percibida a menudo por los demás como una secreta confesión de culpa. Si alguien tiene que defenderse, algo no debe de estar en orden, pues, de otro modo, no haría falta toda esa defensa —piensan, con demasiada facilidad, los hombres—. Siendo así que, por desgracia, esta curiosa ley realmente existe, se comprende que ya por este motivo es una tarea difícil asumir la defensa de la oración de petición, dejar hablar a la parte acusadora, tomarla en serio: tomar realmente en serio lo que el hombre atormentado y amargado dice contra la oración de petición, pero, después de todo cargo y descargo, después de toda alegación y réplica, creer y comprender interiormente que tenemos que pedir y no debemos desfallecer. Eso resulta difícil. En este caso, efectivamente, el acusador es todo el curso del mundo. Todos los corazones amargados y desesperados se han autoerigido en jueces. Y como testigos de cargo se apuntan las naciones unidas de todos los desdichados. ¿Y quién no se siente desdichado si es que puede acusar? Hasta si se quisiera ser estricto en la selección de los testigos de cargo y dejar fuera a los descarados y a los criticones, a los vividores y a los tarambanas, al final, mal que nos pese, todos somos pobres y desdichados y, de ese modo, terminamos reunidos todos en el banquillo de los testigos contra la oración de petición. Los acusadores provienen de

todas partes: de todos los países, de todos los tiempos, de todas las edades y clases. Y lo que dicen en contra de la oración de petición es una y la misma queja de desesperación, de decepción, de incredulidad airada o cansada. Y dice esa queja (que podría seguir tejiéndose sin nunca acabar): «Hemos rezado, y Dios no nos respondió. Hemos gritado, y él permaneció mudo. Hemos derramado lágrimas que quemaban nuestro corazón: no fuimos admitidos a su presencia. Habríamos podido demostrarle que nuestras pretensiones son modestas, que son realizables, siendo que él es el Omnipotente; podíamos hacerle ver con claridad que el cumplimiento de esas peticiones es en el más propio interés de su gloria en el mundo y de su reino. Si no, ¿cómo podría uno creer todavía que él es el Dios de la justicia y el Padre de la misericordia y el Dios de todo consuelo; que él existe, absolutamente? Más allá de todas las razones a favor y en contra queríamos apelar a su corazón, al corazón que simplemente se apiada y que con generosidad ordena a la justicia y a otras consideraciones darse por satisfechas; habríamos tenido la confianza que mueve montañas (si solo esta hubiese faltado); le habríamos mostrado por qué tenemos sobrados motivos para estar desesperados sobre su silencio; habríamos tenido un sinfín de documentación: la desoída oración por los bebés que murieron de hambre, la desatendida queja por los pequeños que se ahogaron a causa de la difteria; el lamento de las niñas deshonradas, de los niños golpeados hasta morir, de los esclavos explotados en el trabajo, de las mujeres engañadas, de los que se han quebrado por la injusticia, de los “liquidados”, de los lisiados, de los que fueron privados de su honor; junto con nuestro desvalimiento exterior le habríamos mostrado nuestros tormentos interiores, que no conmueven a Dios, los tormentos que brotan de las antiguas preguntas que aguardan respuesta desde Adán: ¿Por qué el malvado tiene éxito y el justo es el idiota? ¿Por qué los mismos rayos caen sobre buenos y pecadores? ¿Por qué pecan los padres y expían los hijos? ¿Por qué las mentiras tienen patas tan largas? ¿Por qué prosperan tan bien los bienes injustos? ¿Por qué la historia del mundo es un único torrente de estupidez, vileza y brutalidad? Y después de todas estas preguntas lo habríamos conjurado diciéndole: por tu honor, por tu gloria, por tu nombre en este

mundo (nombre por el que, a fin de cuentas, tienes que responder tú), cuida de que, en este mundo desolador, podamos encontrar un poco más claramente tus huellas: las huellas de tu sabiduría, de tu justicia y tu bondad. Pero, por favor —habríamos dicho después—, queremos experimentar tu ayuda de tal modo que no pueda decirse que semejante auxilio es inevitable aunque no haya Dios, que no pueda decirse que tantos aciertos los alcanza indefectiblemente cualquiera en la lotería de la vida, haya rezado o no; es decir, que no pueda decirse que no hace falta atribuir al poder de la oración un par de casuales aciertos felices. Nos habríamos remitido a su Hijo, que sabe cómo nos sentimos de ánimo y de cuerpo, puesto que compartió nuestra vida. Todo eso podíamos hacerlo. Todo eso lo habríamos hecho y, en realidad, lo hemos hecho. Sí, hemos rezado. Hemos rezado. Hemos suplicado, hemos lanzado hacia el cielo palabras ardientes, de conjura. De nada sirvió. Simplemente hemos llorado como niños que saben que, al final, el guardia lleva a los extraviados de regreso a casa. Pero nadie vino a enjugarnos las lágrimas de los ojos ni a consolarnos, a nosotros. Hemos rezado. Pero no fuimos escuchados. Hemos llamado. Pero no llegó respuesta alguna. Hemos gritado, pero todo permaneció tan mudo que, al final, nos habríamos sentido ridículos con nuestro griterío si no hubiese estallado justamente a fuerza de angustia y desesperación». Así se acusa a la oración de petición. Pero cuando después se procede a presentar la acusación, la querella contra la oración de petición, los representantes de la parte querellante no se ponen de acuerdo. La mayoría extrae de la acusación la brutal conclusión de que rezar no tiene objeto alguno: el Dios que pudiese escuchar una oración de petición no existe, no existe en absoluto o habita en un fulgor tan terrible que el grito de angustia no penetra hasta el oído de su corazón, sino que deja que su creación recorra el sangriento camino de su historia para su propia gloria, sin preocuparse de la miseria del mundo, a semejanza del modo en que, sin conmoverse, los grandes de esta tierra libran guerras calamitosas solo para entrar en la historia con alguna acción puntual. Y si, alguna vez, por unos instantes las cosas parecen andar un poco más placenteramente en el mundo, y la vida aquí abajo le parece a uno realmente muy soportable (¡con

tal de que las cosas siguiesen siempre tan bien y con tanto adelanto!), se acude enseguida a hondísimas consideraciones metafísicas que hasta pretenden prohibirle a Dios intervenir de forma demasiado palpable en el curso de la historia del mundo: «¡Oh!, realmente no es nada decoroso que el Dios excelso se inmiscuya de nuevo en las nimiedades de este mundo. Ciertamente, él tiene que haber construido desde el comienzo el reloj universal de tal modo que continúe andando de forma muy precisa y correcta y, en lo posible, por tiempo indefinido, sin que en su marcha deba notarse todavía algo de él mismo; el mundo ha de tener tan sublime sentido, recorrer su trayectoria tan definitivamente y en sí mismo que nadie debe darle impulso desde fuera; una oración de petición dirigida a Dios es infantil: se está pensando a Dios demasiado pequeño y considerándose a sí mismo demasiado importante». Así y de forma semejante se arguye con suficiencia (y es que uno puede darse el lujo, ya que todavía no le va a uno especialmente mal) y se pasa sin oración de petición (pero no sin sueldo, sin médico y sin policía). Después, cuando a uno le va de nuevo insoportablemente mal, uno se enfurece por no ser escuchado de inmediato (si cabe, incluso antes de haber comenzado a pedir) y, por ese motivo, una vez más se declara superflua la oración de petición. La minoría de la parte querellante es de otra opinión. Quiere permitir la oración de petición. Pero solo se ha de pedir por los bienes superiores del alma: no ya por el pan de cada día, no ya por la salud del cuerpo y una larga vida, no contra el rayo y la tormenta. Ya no se ha de rezar por que se eviten la peste, el hambre, la penuria y tiempos de tristeza y miseria, sino solo por la pureza del corazón, por la paciencia y disposición al sufrimiento, por la propia entrega a la voluntad de Dios. La usual oración de petición, se afirma, es solo la formulación infantil de la declaración de disponibilidad para entregarse de forma incondicional a la inescrutable voluntad de Dios; no se pide a Dios que evite males, sino la fuerza para sobrellevarlos; dejando aparte un par de milagros, con los que no se ha de contar, las oraciones solo son escuchadas en la interioridad del corazón, no en la dura realidad palmaria de este mundo, que sigue su inexorable curso en la naturaleza y la historia, pasando con indiferente objetividad también por encima de corazones sangrantes.

Estas son, en líneas generales, las demandas más importantes contra la oración de petición. Según la primera, el hombre en realidad se queda definitivamente solo en la tierra y se prohíbe a sí mismo la esperanza en la ayuda del cielo en este mundo; según la segunda, el hombre abandona desde un principio y sin lucha la tierra y escapa al cielo. Así se acusa a la oración de petición. Y el verdadero acusado en ella es, naturalmente, Dios mismo. Pero él calla. Deja tranquilamente que se formulen quejas y acusaciones. Él calla. Calla obstinadamente. Calla a lo largo de los milenios. Mandó decir que solo hablará cuando venga a juzgar. Y que, por eso, la acusación contra la oración de petición, la acusación proveniente del corazón quebrantado, del entendimiento cavilante, la acusación con la que cínicos o poetas petulantes demuestran su agudeza o su secreta impiedad, puede seguir articulándose. Pero, aun así, nosotros queremos orar y pedir. Porque sentimos, ciertamente, el tormento y las tribulaciones de las quejas contra la oración de petición, pero en nosotros vive también la fuerza invencible de la fe, que espera contra toda esperanza y sigue orando contra toda aparente decepción. Pues así se nos ha encomendado: cuando oréis, decid: Padre nuestro… danos hoy nuestro pan de cada día. Y por eso no queremos que se nos dé la razón al pleitear contra Dios, sino que quisiéramos encontrar el oído de la misericordia de Dios. No queremos resolver los misterios de la vida, entre los cuales se cuenta también la oración de petición, sino aprender la oración de petición. No queremos ser aún más sutiles que la acusación contra la oración de petición. Pues no queremos examinar la cuerda de la que pendemos sobre el abismo de la nada, sino agarrarnos a ella, para no caer en el abismo de la desesperación. Solo queremos tener tanta luz y tanta fuerza como para continuar orando, para que el corazón no desespere y la boca no comience a maldecir, continuar orando hasta que… sí, hasta que Dios hable y la suya sea la palabra de la misericordia y del consuelo eterno. ¿Qué queremos decir acerca de esta acusación contra la oración de petición? Si por un momento intentamos hacer callar nuestra avidez de vida y nuestra hambre de felicidad (¿o acaso son ellas realmente lo único y lo definitivo del mundo, lo que ha de tener siempre la última palabra?), la voz

de Dios nos dice ya desde siempre, en nuestra conciencia, algunas cosas muy esenciales sobre estas acusaciones contra la oración de petición. Nos pregunta: «¿Por qué de pronto exigís ayuda de parte de Dios para aquello que vosotros mismos habéis causado? ¿Acaso no gritáis solamente cuando os va mal a vosotros, mientras que calláis muy tranquilos cuando la desdicha y la infamia persiguen a los demás? ¿No ocurre siempre que solo queréis tener que ver con Dios cuando ya no os valéis por vosotros mismos, mientras que, si no, hipócritas apocados, lo queréis tener lo más lejos posible, porque cuando podéis olvidaros de él por un momento es cuando más felices os sentís? ¿Acaso no estáis muy contentos con el curso que sigue el mundo mientras os favorezca? ¿Acaso no consideráis en peligro el reino de Dios en el mundo cuando los bonos del reino que precisamente vosotros habéis comprado cotizan a la baja —del mismo modo como, en la mayoría de los casos, los príncipes solo se vuelven piadosos cuando los tronos comienzan a tambalear—? ¿Realmente habéis comprendido alguna vez que la gloria de Dios en el mundo es la cruz de su hijo? Afirmáis creer en la felicidad eterna en el más allá. ¿Por qué, entonces, sois tan exigentes también para el más acá, como los que solo conocen la mísera comodidad de esta tierra? »¿No sois también vosotros de los que consideran que más vale pájaro en mano que ciento volando, y no es esta actitud tan “razonable” precisamente lo contrario del cristianismo? ¿No veis acaso en vuestro propio éxito la bendición de Dios y su aprobación de vuestro actuar, autocomplacientes y presuntuosos como sois? ¿Y no preguntáis indignados qué es lo que no habéis hecho como es debido cuando él no corona de éxito las artimañas de vuestro egoísmo? ¿No estáis acaso llenos de infantil impaciencia cuando no podéis esperar el día en que él, el Eterno y Magnánimo, ajuste las cuentas con la historia entera del mundo y, sin llegar tarde a ninguna parte, corrija todo lo confundido y extraviado del tiempo en las vastedades de su eternidad? ¿Habéis comprendido realmente quién es Dios y quiénes vosotros? ¿Habéis comprendido que, si Dios es Dios, los caminos de Dios y los juicios de Dios tienen que ser tales que no los comprendáis? ¿Que la criatura no puede ir nunca a juicio con Dios? ¿Que no podéis comprender

su amor y su misericordia —tampoco estos, y en particular estos—, que tienen que pareceros como ira y justicia? Y hay más: ¿no sois vosotros los que habéis pecado y causado la desgracia? ¿Por qué queréis la causa y exigís que se os condone la consecuencia? ¿Puede alguno de vosotros decir que no ha merecido “eso”? Si lo dice, es un mentiroso y la verdad no está en él. Pues el hombre es un pecador, y todo pecado merece más de lo que sufre. Más aún: ¿habéis tomado alguna vez en serio el pecado? Mentirosos, tenéis mil disculpas: que está condicionado por la herencia y por el medio, o que la intención no es tan mala y que, a fin de cuentas, no se tiene nada contra Dios, pero que él debe entender que en este valle de lágrimas se quiera tener también un poquito de felicidad, y que el hecho de que haya que recogerla de un árbol prohibido es lamentable, pero, al fin y al cabo, no es nuestra culpa que existan tan pocos árboles que no estén prohibidos. Así con la mentira dais vuelta el pecado. Y, aun así, el pecado es una ofensa al Santísimo, y es obra vuestra. ¿Por qué no banalizáis alguna vez vuestra angustia? ¿Está tan mal que buena parte de la especie humana sucumba regularmente en la lucha por la existencia? ¡Si vosotros mismos habéis aprobado mucho en los últimos decenios tales teorías! En cualquier caso, pocas son las noches sin dormir que os ha traído la praxis que de ellas deriva. ¿Es acaso tan evidente que eso tenga que parecerme normal también a mí? ¿Por qué os dais tanta importancia si consideráis tan poco importante la gloria y la voluntad de Dios? ¿Habéis comprendido quién soy yo y quiénes vosotros cuando comenzáis a enfadaros y a ser duros si vuestro grito de angustia no encuentra de inmediato el eco que vuestro egoísmo y vuestra obstinación esperan? »¿Tiene Dios que demostrar que él es bueno y santo, o no sois más bien vosotros los que debéis demostrar que también amáis sin premio y sin seguro de vida? ¿Cómo sabéis que todas las estrellas se apagan si, según vuestra impresión, junto con vosotros oscurece? ¿Cómo sabéis que caéis en el vacío si no sabéis más de qué debéis cogeros? ¿Cómo sabéis que él no existe si no podéis aprehenderlo o comprenderlo más? “¡Pero, hombre! ¿Quién eres tú para replicar a Dios?” (Rom 9,20).

»Y hay más: ¿cómo es eso de los «males» de los que queréis ser librados? ¿Estáis seguros de que, según mis criterios, los criterios últimos, son realmente males? Bien puede ser así, y justamente por eso quiero que vosotros pidáis. Pero ¿podéis formular vosotros el juicio último al respecto, o tenéis que dejármelo a mí? ¿No decís acaso (si se escucha exactamente el verdadero sentido de vuestras peticiones, ese sentido que vosotros mismos no admitís del todo) en vuestra oración de petición: “Dame pan, dame salud, seguridad y paz, entonces te serviré, te amaré fielmente y de corazón”. Pero ¿lo habéis hecho cuando teníais pan y una vida tranquila? En cambio, ¿no fueron vuestro pan y vuestra vida un “mal”, puesto que os llevaban a olvidaros de mí, un mal del que mi vigorosa benignidad tenía que redimiros para que encontrarais vuestra salvación? No: que con vuestra oración hayáis traído realmente ante mi presencia vuestras verdaderas o presuntas necesidades y males, que realmente hayáis acudido a mí, al Santo y Eterno, y que en vuestra oración no mantenéis un mero monólogo de egoísmo ciego con vosotros mismos lo reconoceréis si vuestra petición se transforma en una pregunta dirigida a mí, en esta pregunta a mi inescrutable sabiduría y eterna bondad: ¿qué es mejor para mí, la necesidad o la felicidad, el éxito o el fracaso, la vida o la muerte? Si vuestra petición no se transforma en esa pregunta en el momento en que penetra en la silenciosa incomprensibilidad de mis planes eternos, es un signo de que no habéis orado, sino que os habéis rebelado contra la majestad de vuestro Dios, a quien le corresponde adoración especialmente cuando le pedís ayuda en la necesidad de vuestra existencia terrena». Así podría responder nuestra conciencia a las acusaciones contra la oración de petición. Pero con ello no hemos mencionado para nada la respuesta esencial que Dios ha dado al hombre: la respuesta que él da al hacerse él mismo mendigo en este mundo, al hacerse carne y dejar que de su propio corazón atormentado hasta el desgarro se eleve el grito de angustia hacia el desconsolador silencio del Dios lejano. Cuando el coro de lamentos y llantos de la oración de petición de la historia del mundo amenazaba con ahogarse y enmudecer, pues ese coro duraba ya demasiado tiempo y seguía sin venir respuesta alguna que no fuesen los inacabables

consuelos que se dan remitiendo al último día, del Dios eterno no vinieron duras palabras con la orden de seguir rezando hasta que a él le plazca escucharnos en la venida de su reino eterno. No, él hizo que su Palabra eterna se hiciera carne a fin de que se uniera a ese agonizante coro de lamentos y llorara diciendo: Señor, haz que venga tu reino, el reino en que todos los sueños se acaban y tú escuchas el llanto de los pobres y el grito de angustia de todo tormento humano. La Palabra eterna del júbilo divino se hizo grito temporal de la necesidad humana y así habitó entre nosotros. Esta es nuestra respuesta a la acusación contra la oración de petición. Esa respuesta se llama Jesucristo. Él no nos enseña una metafísica de la oración de petición, no resuelve teóricamente las oscuras preguntas: cómo se concilian la voluntad de alcanzar lo pedido y la entrega a la voluntad de Dios; la libertad de Dios, sobre la que no puede ejercerse influencia, y el poder de la oración sobre el corazón de Dios; la promesa de escucha de toda oración de petición hecha en el nombre de Jesús y la experiencia de vida de las peticiones no escuchadas. Pero él encabeza nuestra oración de petición. Y por eso él es nuestra respuesta a la acusación contra la oración de petición, mientras en este tiempo de la fe el Dios de la eternidad calla y no está aún justificado por la venida del reino eterno de su justicia y de su misericordia. Nuestra respuesta es Jesucristo. Él, de quien está escrito que «en los días de su vida mortal, presentó, a gritos y con lágrimas, oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado en atención a su piedad reverencial» (Heb 5,7). Si Jesucristo es la respuesta a nuestra pregunta, entonces su oración de petición es nuestra enseñanza. Al hablar de enseñanza nos estamos refiriendo a tres palabras de su oración de petición: la palabra de la petición realista, la palabra de la confianza celestial, la palabra de la entrega incondicional. Jesús pronuncia la palabra de la petición realista: «Aparta de mí este cáliz»; lo pide con todo el fervor del hombre acosado por la angustia y el horror, suplica sudando sangre por la angustia, implora bajo los estertores de un tormento de muerte. No pide cosas sublimes, celestiales; pide lo más miserable, que, para nosotros, seres terrenos, es lo más valioso: pide la vida, pide que pasen de él el tormento y la vergüenza

de la ejecución. Su oración de petición es de una confianza celestial: «Yo bien sabía que me escuchas siempre» (Jn 11,42). Su oración de petición es una oración de entrega incondicional: «No se haga mi voluntad, sino la tuya», y en tal medida es una entrega incondicional que el abandonado de Dios, el fracasado, el martirizado en la cruz, coloca todavía con entrega y con confianza su alma en manos del Padre. ¿Cómo se armonizan estas palabras en su alma? Jesús lucha con la voluntad de Dios hasta la sangre y, sin embargo, se ha entregado desde siempre a él. Lanza hacia lo alto su grito de angustia y, no obstante, se siente desde siempre seguro de ser escuchado; sabe que es escuchado siempre y en todo y, aun así, no quiere hacer otra cosa que la incomprensible voluntad de Dios; pide realmente con fervor por su vida y, sin embargo, su oración por su propia vida no es más que un ofrecimiento de su vida para la muerte. ¡Qué misteriosa es esta unidad de las realidades más contradictorias en la oración de petición de Jesús! ¿Quién puede interpretar exhaustivamente este misterio? Y, sin embargo, en ese misterio está contenido el de la verdadera oración de petición cristiana, el misterio de la oración de petición del Dios hecho hombre, de la verdadera oración de petición de todo cristiano, en la que, si se nos permite decirlo de este modo, se unen y compenetran sin mezcla ni separación, como en Cristo mismo, lo más divino y lo más humano. La oración de petición verdaderamente cristiana es totalmente humana: el miedo a la penuria terrena, el deseo de una preservación terrena, el tormento y el anhelo de la criatura se yerguen y claman a Dios, ante todo no propiamente por Dios mismo, sino por su ayuda para el pan terreno del cuerpo hambriento, para la vida terrena antes de la muerte. De ese modo es ella un grito de la autoafirmación más vital, del impulso de vida más inmediato, un grito de auxilio enteramente natural, humano. Y, sin embargo, esta oración de petición es a la vez enteramente divina: en medio de esta defensa de la tierra ante —y, en cierta medida, contra— Dios, todo le está ya entregado a él, el Incomprensible; un impulso de vida semejante y una autoafirmación tal se dejan circundar con docilidad, por todos los lados y de forma incondicional, por la voluntad de Dios, ante quien no hay apelación a una instancia superior, pues ese

impulso de vida no quiere el pan y la vida, sino la voluntad de Dios, aun cuando esa voluntad sea el hambre y la muerte. Y esta oración de petición es divina y humana en uno: su fuerza y esperanza humanas se encienden justamente en el hecho de que se invoca al Omnipotente, que todo lo puede, de que se puede apelar a la promesa de Dios mismo; y, de ese modo, justamente porque se acerca a Dios, la oración de petición se hace tanto más viva, fuerte y humana. Y, aun así: puesto que la necesidad y el ansia terrenas, la autodefensa terrena, son elevadas por la oración de petición hacia la luz y hacia el amor de Dios, puestas delante de lo esencial, de Dios, se vuelven provisionalmente traslúcidas hacia lo más alto, son arrastradas por aquel movimiento que lo conduce todo —sea la plenificación terrena o la carencia y la ruina terrenas— más allá, a la vida de Dios. Entonces, en esta misteriosa unidad divino-humana de voluntad del hombre frente a Dios y en esta entrega a la voluntad de Dios, en esta unidad en la que Dios toma la voluntad de la tierra, la entrelaza en la suya y, justamente así, la preserva, se hace también posible y comprensible la infalibilidad de la promesa divina de que la verdadera oración de petición será escuchada: tal escucha por parte del Padre pertenece al Hijo, y nos ha sido prometida como hijos del Padre y como hermanos de Cristo. Pero solo somos esas dos cosas en la medida en que nos hemos introducido en la voluntad de Dios. Nuestra voluntad tiene que querer a Dios, querer su amor, su gloria, en esa voluntad tiene que haberse quemado todo lo egoísta: solo entonces somos perfectamente hijos de Dios, solo entonces nuestra oración de petición es divino-humana, solo entonces podemos decir, junto con el Hijo: sé que tú me escuchas siempre. Solo entonces el yo, que quiere ser escuchado, habrá entrado completamente (¡sin quedar absorbido!) en el tú que escucha, solo entonces se hará plena aquella misteriosa simpatía y aquella armonía pura y libre entre Dios y el hombre, por la cual el hombre puede verdaderamente querer, aspirar y pedir a partir de su propia espontaneidad originaria, pero por la cual, al mismo tiempo, lo que él quiere, aspira y pide no es otra cosa que la aceptación pura de la voluntad del Eterno. ¿Hemos explicado el misterio de la oración de petición? No; solo hemos reencontrado en su misterio el misterio de todo lo cristiano. Solo esta es

nuestra explicación. Pero le basta a la fe. Así como existen verdaderamente la tierra y verdaderamente el cielo, así como existe verdaderamente un Dios vivo, libre, omnipotente, pero también existe verdaderamente la persona creada y libre, así también existe este doble carácter en la oración de petición: esta es verdaderamente grito de necesidad, que quiere lo terreno, y es verdadera, radical capitulación del hombre ante el Dios de los juicios y de las cosas incomprensibles. ¿Y ambas cosas en una? ¿Lo uno sin suprimir lo otro? Sí. ¿Cómo es posible? Es posible del mismo modo como existe Cristo. Pero realizado mil veces en cada verdadera vida de cristiano, en la que se llega a ser como un niño —¡acto supremo del ser humano!—, que no tiene miedo de ser niño, y hasta infantil, porque sabe que su Padre es más sabio, tiene la visión más amplia y es bondadoso en su inexplicable dureza, pero que, por eso mismo, no hace tampoco de su juicio y deseo de niño la última instancia. Ser niño ante Dios en medio de la agonía sentida y sufrida y de la desesperación; ser niño sereno, modesto, callado, confiado en medio de la precipitación al vacío extremo del hombre entero hasta la muerte, más aún, hasta la muerte en la cruz; conjugar en el propio ser y, así, introducir en su oración de petición ambas cosas en una: el miedo y la confianza, la voluntad de vivir y la disposición a morir, la certeza de la escucha y la renuncia total a ser escuchado según el propio plan: ese es el misterio de la vida cristiana y de la oración de petición cristiana. Pues de ambas cosas la sola y única ley es Cristo, el Dios hecho hombre. ¿Quién entiende esta apología de la oración de petición? Solamente el que ora. Si quieres entenderla, ora, pide, llora. Pide aquello que el cuerpo necesita de tal modo que tu petición del don terreno te transforme cada vez más en un hombre celestial. Pide de tal modo que, bajo la petición del don de lo alto, te hagas cada vez más a ti mismo ofrenda hacia lo alto. Pide de tal modo que tu continua oración de petición se presente como prueba de tu fe en la luz de Dios en medio de las tinieblas del mundo, de tu esperanza en la vida en medio de este morir constante, de tu fidelidad al amor que ama sin recompensa. Estamos de camino como caminantes entre dos mundos. Como todavía estamos caminando sobre la tierra, pidamos aquello que necesitamos en esta tierra. Pero como en esta tierra somos peregrinos de la

eternidad, no olvidemos que no seremos escuchados como si tuviésemos aquí una morada permanente, como si no supiésemos que tenemos que entrar a través de la ruina y de la muerte en la vida, que en todas las peticiones es el único fin del vivir y orar. Mientras las manos permanezcan juntas en oración, aunque sea en la ruina más espantosa, nos rodearán también la benevolencia y la vida de Dios — invisibles y misteriosas, pero verdaderas—, y toda precipitación en el espanto y en la muerte será solo un caer en los abismos del amor eterno.

EPÍLOGO

«LA ORACIÓN DE PETICIÓN ES REALMENTE UNA COSA CURIOSA»

I

A

parte de Palabras al silencio (1938), el primero de sus libros, Necesidad y beneficios de la oración (1949) es ciertamente una de las publicaciones más conocidas y más leídas de Karl Rahner —y también una de las más vendidas—. Este verdadero clásico rahneriano puede considerarse con toda razón un superventas, y de larga vida: la obra tuvo innumerables reimpresiones, tanto en encuadernación en tapa dura como en formato de bolsillo,9 y fue traducida a varias lenguas. Existe incluso una edición en braille. Ya en la primerísima biografía de Rahner (publicada por primera vez en 1963), Herbert Vorgrimler —estrecho colaborador y hombre de confianza de Rahner— escribía sobre Necesidad y beneficios de la oración: «Yo quisiera designar este libro —con toda apreciación por el teólogo especializado que es Rahner—, junto con el de oraciones Worte ins Schweigen, como el mejor y más influyente de su obra. Porque ¿qué es, al fin y al cabo, la ciencia frente a la realización de Dios en el corazón de cada hombre solitario?».10

Necesidad y beneficios de la oración: cientos de miles son, por tanto, las personas que —puede decirse sin exagerar: en todo el mundo— pudieron seguir los pensamientos de Rahner, tan penetrantemente perceptivos como concretos y sencillos. Y, tal vez, más de un lector o lectora habrá reencontrado, solo así, el habla frente a Dios. Podrá sorprender o no, pero, incluso más de seis décadas después de la primera publicación, esas palabras de Karl Rahner siguen aún encontrando eco. ¿Será, pues, un libro sin tiempo? Necesidad y beneficios de la oración proviene de unos sermones de cuaresma pronunciados por Rahner en Múnich en el año de hambre de 1946, en Sankt Michael o, mejor dicho, en la Bürgersaalkirche («St. Michaels-Notkirche» [iglesia de emergencia de St. Michael]), que servía como recinto provisional en sustitución de la iglesia de los jesuitas, destruida en 1944, que solo pudo ser reconstruida en 1953, mientras que en la Bürgersaal el cardenal Michael Faulhaber había celebrado ya, en la Navidad de 1945, la misa de Nochebuena bajo un techo provisorio. El punto de partida de las consideraciones de Karl Rahner es el desastre posterior al fin de la Segunda Guerra Mundial. Las noches en los refugios antiaéreos se tornan para él en símbolo de los soterrados corazones humanos que ya no encuentran más el camino a Dios, que tienen demasiado aprecio de sí mismos como para dirigirse a Dios, que preferirían tener un dios tapa-agujeros. Al respecto pronuncia él, entre otras, la expresión «cadáver y mentira de oración». La penuria de lenguaje que se sufría entonces tiene asombrosamente mucho en común con la carencia de lenguaje de nuestros días. Hoy se da preferencia a eslóganes efímeros y ágiles por sobre palabras de vida profundas, que se quedan grabadas. Desde luego, estos «dichos» no tienen un efecto duradero. Podrá ser que, tal vez, una espiritualidad light, una versión espiritual de lo que se llama hoy «comida rápida», pueda calmar y satisfacer superficialmente el hambre de sentido y de orientación, pero no podrá hacerlo de forma duradera. Por el contrario, en Karl Rahner uno encuentra toda una serie de palabras de vida y «palabras primordiales»,

como, por ejemplo, «corazón». La vida cristiana necesita como el pan cotidiano tales palabras primordiales.

II Es cosa sabida —y este saber se va imponiendo paulatinamente incluso entre aquellos para quienes la investigación sobre Rahner es algo que ya ha «pasado» hace tiempo—, que la distinción entre los escritos «piadosos» y los estudios teológicos era ajena a Karl Rahner. Él no consideraba sus «cosas piadosas» —como las designara una vez en el marco de una entrevista frecuentemente citada— como «subproducto secundario de una teología», sino como «por lo menos tan importantes como los trabajos propiamente teológicos». Y dijo también por qué: Diría que, aunque no se haya tratado de un programa reflexivamente asumido, desde el comienzo me han preocupado en la teología aquellas cuestiones que son significativas para una vida pastoral, eclesiástica y religiosa personal. Por lo menos en los primeros años prediqué muchísimo, en Innsbruck, durante diez años, casi cada domingo. He dado ejercicios espirituales con bastante frecuencia, cosa que, lamentablemente, hoy no puedo hacer con tanta frecuencia por motivos de orden técnico, exterior. Por así decirlo, considero mis cosas piadosas —Año litúrgico: meditaciones breves [Kleines Kirchenjahr], Palabras al silencio, el opúsculo Necesidad y beneficios de la oración, los volúmenes de meditaciones en los ejercicios ignacianos y muchas cosas semejantes— no como subproducto secundario de una teología que existe para sí misma como l’art pour l’art, sino por lo menos tan importantes como los trabajos propiamente teológicos. Creo que en algunos capítulos de Necesidad y beneficios de la oración se esconde al menos tanta teología —teología hecha con un arduo trabajo de pensamiento— como en las llamadas obras científicas.11

Lo que coloquialmente constataba aquí a sus setenta años de edad lo reiteró Rahner en años posteriores con acentos algo distintos. Frente a su discípulo Leo J. O’Donovan SJ (*1934), entonces presidente emérito de la Georgetown University, Karl Rahner admitió que se puede distinguir, en el conjunto de su obra, entre los escritos más científicos y los más espirituales, pero que la línea divisoria entre ambos es difusa: Pienso que, ante todo, habría que dividir los textos entre los escritos a los que se denomina más como piadosos, espirituales, y los de la teología propiamente científica, a pesar de que, particularmente en mi caso —tal vez más que en otros teólogos—, no existe entre estas cosas una línea divisoria precisa. Tomemos, por ejemplo, el difícil problema de la oración de petición: este

tema lo traté, quizá por vez primera para mí, en el opúsculo titulado Necesidad y beneficios de la oración, y dije ya allí cosas teológicas que no se dicen tampoco de forma muy diferente en textos más científicos. El librito Necesidad y beneficios de la oración es para mí por lo menos tan importante —a pesar de ser «solamente» un libro piadoso— como estas cosas más científicas.12

Algunas de las obras aquí mencionadas figuran como monografías, pues han aparecido con esos títulos en forma de libro. Sin embargo, precisamente Palabras al silencio, Necesidad y beneficios de la oración, o también Año litúrgico: meditaciones breves (1954), reúnen artículos aparecidos originalmente por separado que solo más tarde fueron compilados para formar un conjunto. Pero, justamente, si estos títulos son tildados de forma apresurada como escritos de ocasión de carácter «solamente» edificante, «piadoso», o bien como colecciones de sermones, se cae con facilidad en el peligro de perder de vista su importancia teológica.

III Así, en Necesidad y beneficios de la oración nos encontramos con una apología de la oración de petición, a saber, el capítulo «Acudir a Dios en la angustia»13 —el mismo Rahner lo señala en la conversación con Leo O’Donovan—. Pero justamente porque Necesidad y beneficios de la oración fue percibido en gran medida solo como una monografía, este hecho no fue captado por muchos de los interesados en la vasta producción de escritos de Karl Rahner. No es de extrañar, pues, que dicho capítulo haya sido directamente pasado por alto por publicaciones más recientes sobre el tema de la oración de petición,14 a pesar de que el mismo teólogo jesuita se había referido a él en más de una ocasión.15 Hay, a propósito, otro texto de su autoría sobre esta temática: «Misión de oración» [«Sendung zum Gebet»]. También aquí, ni una primera mirada ni, en particular, el título permiten reconocer que Karl Rahner se ocupe en él también de la oración de petición. Pero, realmente, este artículo, publicado en junio de 1953 en la revista Stimmen der Zeit y basado en un manuscrito de conferencia con el título «Das Gebetsapostolat» [«El apostolado de la oración»], trata en la primera parte acerca de la oración de petición, y en la segunda acerca del Apostolado de la Oración, fundado en el siglo xix por jesuitas franceses, que se extendió rápidamente por todo el mundo y que es especialmente promovido como asociación de fieles por el superior general de la Compañía de Jesús. En tono un tanto coloquial podría decirse que, también aquí, Karl Rahner se lanza de cabeza: ¿Creemos nosotros, los cristianos, en el poder de la oración? ¿En su poder en esta tierra y no solo en los lejanos cielos de Dios? […] ¿O nuestro pensamiento se ha hecho tan abstracto y cobarde que solo podemos entender la vigencia de la oración como «tranquilización de nosotros mismos» o como afirmación de nuestra esperanza en un éxito más allá de la historia? La oración de petición es realmente una cosa curiosa. Está en uso casi solo entre el pueblo.16

El libro Necesidad y beneficios de la oración, que, como se ha dicho, proviene de sermones de Cuaresma pronunciados en 1946, contiene ocho distintos capítulos, aunque, naturalmente, tanto entonces como en la actualidad solo se tenían cinco domingos de Cuaresma. De modo que tres textos más, provenientes de otros contextos, fueron agregados para la publicación de 1949. A qué año pertenece, entonces, «Acudir a Dios en la angustia»? En 1947 se publicaron en la revista de homilética Chrysologus, editada por Alois Schuh SJ, cinco sermones de Cuaresma de Karl Rahner con el título de «Herr, lehre uns beten» [«Señor, enséñanos a orar»],17 entre ellos el apartado titulado «Der Schrei der Not» [«El grito de la angustia»],18 cuyo texto es idéntico al publicado, con una leve modificación en el título («Das Gebet der Not»), como capítulo quinto dentro del libro de 1949. De allí puede inferirse de manera consecuente que este texto pertenece a los sermones de cuaresma originales de la primavera de 1946.

IV Karl Rahner muestra sentido de la realidad cuando en «Acudir a Dios en la angustia» comienza sus consideraciones sobre la oración de petición sosteniendo que quien se ve acusado cae al momento en la posición defensiva, puesto que, según la opinión imperante, con solo comenzar a explicarse o a defenderse, indirectamente está admitiendo —de forma consciente o inconsciente— una culpa. El joven docente de dogmática, que no solo desarrollaba una actividad académica, sino que actuaba siempre también en la pastoral concreta, sabía que quien toma el tema de la oración de petición, tan delicado como explosivo, entra automáticamente en desventaja, promociona algo en sí mismo problemático. Y, sin embargo, Rahner enfrenta el problema. No elude las reservas y los prejuicios existentes: «En este caso, efectivamente, el acusador es todo el curso del mundo. Todos los corazones amargados y desesperados se han autoerigido en jueces. Y como testigos de cargo se apuntan las naciones unidas de todos los desdichados». Rahner no suaviza las cosas, toma en serio las experiencias de los hombres, pero desde el comienzo pone también en claro que va a defender la oración de petición, aunque «es una tarea difícil asumir la defensa de la oración de petición, dejar hablar a la parte acusadora, tomarla en serio: tomar realmente en serio lo que el hombre atormentado y amargado dice contra la oración de petición, pero, después de todo cargo y descargo, después de toda alegación y réplica, creer y comprender interiormente que tenemos que pedir y no debemos desfallecer». Es verdad que la fe que mueve montañas («Todo cuanto pidáis en la oración con fe, lo obtendréis»), de la que Jesús habla en Mt 21,22, no está reservada solamente a la fe de los niños. Pero en contraste con ella se encuentra la experiencia humana que, no sin razón, lleva a dudar, pues la vida muestra que «el malvado tiene éxito» y «el justo es el idiota», que «los

mismos rayos caen sobre buenos y pecadores». Rahner puede comprender, por eso, que se suscite la impresión de que en este mundo se juega una «lotería», y ello en este sentido: «sea que antes de cada apuesta se haya rezado o no […] no es preciso atribuir al poder de la oración un par de casuales aciertos felices». La amarga y, en última instancia, frustrante experiencia que muchos hacen, sigue siendo esta: Sí, hemos rezado. Hemos rezado. Hemos suplicado, hemos lanzado hacia el cielo palabras ardientes, de conjura. De nada sirvió. Simplemente hemos llorado como niños que saben que, al final, el guardia lleva a los extraviados de regreso a casa. Pero nadie vino a enjugarnos las lágrimas de los ojos ni a consolarnos, a nosotros. Hemos rezado. Pero no fuimos escuchados. Hemos llamado. Pero no llegó respuesta alguna. Hemos gritado, pero todo permaneció tan mudo que, al final, nos habríamos sentido ridículos con nuestro griterío si no hubiese estallado justamente a fuerza de angustia y desesperación.

Rahner reúne numerosas acusaciones, basadas todas en experiencias insatisfactorias de oración, y resume: «Pero cuando después se procede a presentar la acusación, la querella contra la oración de petición, los representantes de la parte querellante no se ponen de acuerdo. La mayoría extrae de la acusación la brutal conclusión de que rezar no tiene objeto alguno: el Dios que pudiese escuchar una oración de petición no existe»; otros se resignan y no piden a Dios que evite males, «sino la fuerza para sobrellevarlos»; pues, justamente, «las oraciones solo son escuchadas en la interioridad del corazón, no en la dura realidad palmaria de este mundo». Herbert Vorgrimler escribe al respecto: «Nada más lejos de Karl Rahner que arrullar con palabras de patética unción a los hombres que están esperanzados, en búsqueda o desconcertados, o esparcir una niebla religiosa sobre los auténticos problemas de la vida».19 Y prosigue: ¿Cuántas personas, antes de 1946 —año en que escribió Karl Rahner las anteriores palabras— y cuántas desde entonces hasta el momento presente han vivido en su carne estas experiencias de Dios? De este texto se deduce nítidamente la gran honestidad con que Rahner analizaba una situación, no para dejar, a continuación, de lado la fe, la religión y la plegaria como un crítico de la religión cualquiera, sino para seguir indagando sin descanso, porque no es que no haya nada «detrás» de los múltiples fracasos humanos, sino que es precisamente aquí donde se inicia el oscuro misterio del hombre, el misterio que llega hasta Dios.20

En efecto, Karl Rahner opone a todas las quejas, acusaciones y resignaciones la fuerza de la fe, «que espera contra toda esperanza y sigue orando contra toda aparente decepción». Para él no puede tratarse de que «se nos dé la razón al pleitear contra Dios, sino que quisiéramos encontrar el oído de la misericordia de Dios. No queremos resolver los misterios de la vida, entre los cuales se cuenta también la oración de petición, sino aprender la oración de petición». Para Karl Rahner hay que proteger a Dios de tener que servir de tapaagujeros y de ser siempre inculpado cuando los esfuerzos, la imaginación o las «obras» del hombre fallan y se delega el logro de un deseo o de una petición a Dios, con el que, de otro modo, más bien no se querría tener nada que ver. De igual modo se opone Rahner a una mentalidad del do ut des en el sentido de pedir y recibir, de realizar una obra religiosa y esperar una contraprestación. Rahner advierte implacablemente acerca de tales trueques («monólogo de egoísmo ciego con vosotros mismos») y de la incapacidad de que la oración «funcione» de ese modo: «¿No decís acaso (si se escucha exactamente el verdadero sentido de vuestras peticiones, ese sentido que vosotros mismos no admitís del todo) en vuestra oración de petición: “Dame pan, dame salud, seguridad y paz, entonces te serviré, te amaré fielmente y de corazón”. Pero ¿lo habéis hecho cuando teníais pan y una vida tranquila?». El que conozca más de cerca la teología de Karl Rahner no se sorprenderá de que su argumentación y su alegato a favor de la oración de petición lleven una impronta cristológica. Puesto que Dios se ha hecho hombre en Jesús de Nazaret, puesto que, con ello, él se ha prometido al mundo de forma irreversible e insuperable, el hombre puede esperar que su oración y su petición sean escuchadas: «La Palabra eterna del júbilo divino se hizo grito temporal de la necesidad humana y así habitó entre nosotros. Esta es nuestra respuesta a la acusación contra la oración de petición. Esa respuesta se llama Jesucristo». Y Jesús no enseña una «metafísica de la oración de petición». Por el contrario, él «encabeza nuestra oración de petición. Y por eso él es nuestra respuesta a la acusación contra la oración de petición, mientras en este

tiempo de la fe el Dios de la eternidad calla y no está aún justificado por la venida del reino eterno de su justicia y de su misericordia». Por eso Karl Rahner puede decir también: «Si Jesucristo es la respuesta a nuestra pregunta, entonces su oración de petición es nuestra enseñanza». Esta enseñanza se caracteriza por tres elementos: «la palabra de la petición realista, la palabra de la confianza celestial, la palabra de la entrega incondicional». Petición realista designa el pedir y suplicar; confianza celestial designa la convicción de que Dios «escucha siempre» (cf. Jn 11,42); y entrega incondicional designa la entrega total a Dios. Que Jesús lucha con su Padre «hasta la sangre», que confía en Dios hasta en la muerte, se convierte en el argumento decisivo: ¿Quién puede interpretar exhaustivamente este misterio? Y, sin embargo, en ese misterio está contenido el de la verdadera oración de petición cristiana, el misterio de la oración de petición del Dios hecho hombre, de la verdadera oración de petición de todo cristiano, en la que, si se nos permite decirlo de este modo, se unen y compenetran sin mezcla ni separación, como en Cristo mismo, lo más divino y lo más humano. La oración de petición verdaderamente cristiana es totalmente humana.

Según ello, quien se implica en la vida de Jesús, quien como bautizado de alguna manera sigue escribiendo esa vida, la continúa —un pensamiento de eminente importancia en una teología del bautismo—,21 es arrastrado «por aquel movimiento que lo conduce todo —sea la plenificación terrena o la carencia y la ruina terrenas— más allá, a la vida de Dios». Rahner ve la garantía en Jesús, el Cristo: En esta misteriosa unidad divino-humana de voluntad del hombre frente a Dios y en esta entrega a la voluntad de Dios, en esta unidad en la que Dios toma la voluntad de la tierra, la entrelaza en la suya y, justamente así, la preserva, se hace también posible y comprensible la infalibilidad de la promesa divina de que la verdadera oración de petición será escuchada: tal escucha por parte del Padre pertenece al Hijo, y nos ha sido prometida como hijos del Padre y como hermanos de Cristo.

¿Puede realmente comprenderse y hacerse propio este argumento? Creemos que sí. Pero es también un argumento que se dirige a hombres que quieren creer. En efecto, Karl Rahner concluye sus reflexiones con extraordinaria sobriedad: «¿Hemos explicado el misterio de la oración de petición? No;

solo hemos reencontrado en su misterio el misterio de todo lo cristiano. Solo esta es nuestra explicación. Pero le basta a la fe». Para terminar, el teólogo jesuita hace referencia a un «doble carácter en la oración de petición»: [...] esta es verdaderamente grito de necesidad, que quiere lo terreno, y es verdadera, radical capitulación del hombre ante el Dios de los juicios y de las cosas incomprensibles. ¿Y ambas cosas en una? ¿Lo uno sin suprimir lo otro? Sí. ¿Cómo es posible? Es posible del mismo modo como existe Cristo. Pero realizado mil veces en cada verdadera vida de cristiano, en la que se llega a ser como un niño —¡acto supremo del ser humano!—, que no tiene miedo de ser niño, y hasta infantil, porque sabe que su Padre es más sabio, tiene la visión más amplia y es bondadoso en su inexplicable dureza, pero que, por eso mismo, no hace tampoco de su juicio y deseo de niño la última instancia.

«Ser niño ante Dios» como actitud fundamental resulta, tal vez, un giro sorprendente en el teólogo jesuita, a quien se considera tan sobrio. Pero, experimentado como es en la pastoral, Rahner sabe también que solo esa actitud logra, con la propia oración, «introducir en su [de Jesús] oración de petición ambas cosas en una: el miedo y la confianza, la voluntad de vivir y la disposición a morir, la certeza de la escucha y la renuncia total a ser escuchado según el propio plan: ese es el misterio de la vida cristiana y de la oración de petición cristiana. Pues de ambas cosas la sola y única ley es Cristo, el Dios hecho hombre». Dos últimas referencias: habla a favor de la mencionada sobriedad y del realismo de Karl Rahner el que sepa de la limitación de su argumento y la mencione: «¿Quién entiende esta apología de la oración de petición? Solamente el que ora». Y, para terminar, todavía una referencia a la fuerza poética del lenguaje de Karl Rahner: así como en medio de «Acudir a Dios en la angustia» plantea una pregunta llena de poesía («¿Cómo sabéis que todas las estrellas se apagan si, según vuestra impresión, junto con vosotros oscurece?»), así concluye su texto con una constatación semejante, que, por lo demás, utilizaba a menudo en su correspondencia, la adjuntaba en copia en una cuartilla o escribía como dedicatoria en libros de bolsillo que regalaba: Mientras las manos permanezcan juntas en oración, aunque sea en la ruina más espantosa, nos rodearán también la benevolencia y la vida de Dios —invisibles y misteriosas, pero verdaderas—,

y toda precipitación en el espanto y en la muerte será solo un caer en los abismos del amor eterno.

V Escribir sobre la oración o aun presentar una teología de la oración es una cosa, y orar y pedir es otra.22 Los textos de Karl Rahner lo muestran como teórico al igual que como práctico. Rahner hizo oración y meditó con regularidad a lo largo de toda una vida. Y también reflexionó al respecto y transmitió sus experiencias. Para él, una teología distante, que se sustrajera a las experiencias humanas, no poseía valor alguno —más allá del juego académico de abalorios en el que, sin embargo, se plantea la pregunta cui bono—. Un estrecho colaborador de Karl Rahner como Adolf Darlap ( † 2007) dijo: «De antemano, la teología no era para él un proceso especulativo de escritorio, sino una suerte de teología de crisis que es no solo piadosa, sino que, en cierta medida, traduce también el fruto teológico a la vida».23 Johann Baptist Metz insistió en que «su teología era también realmente teología obtenida en la oración».24 Klaus Egger interpretó consecuentemente la afirmación de Rahner «creo porque hago oración» de la siguiente manera: «Entiéndase bien: no dijo que él hacía oración porque creía, sino que creía porque hacía oración».25 Esto mismo se nota también en el texto «Acudir a Dios en la angustia». Aquí, como en otros lugares, Karl Rahner no dispensa a nadie del esfuerzo de la conceptualización. Según su «auténtica esencia» —así lo expresaba el profesor de Dogmática en el magistral artículo «Gebet» [«Oración»], en Lexikon für Theologie und Kirche—, la oración de petición es nada menos que la «entrega absoluta a la voluntad soberana de Dios».26 Esto es teología en expresión académica. En «Acudir a Dios en la angustia», Rahner lo dice de forma más ilustrativa y más sencilla. Andreas R. Batlogg SJ – Peter Suchla

INFORMACIÓN ADICIONAL Este librito presenta la notable apología de Rahner sobre la oración de petición. En un lenguaje de total honestidad, el autor plantea preguntas incisivas a Dios, pero también al hombre, para insinuar con la mirada puesta en Jesucristo una respuesta propia, llena de tensión. En su esfuerzo por obtener «tanta luz y tanta fuerza como para continuar orando… hasta que Dios hable», nos regala provocativas sugerencias para la propia vida de fe y para la discusión actual en torno a la oración de petición. KARL RAHNER (Friburgo, 1904 – Innsbruck, 1984) es uno de los teólogos católicos más influyentes del siglo XX. Su pensamiento, fruto de una apropiación creativa de diversas fuentes teológicas y filosóficas, contribuyó a crear un innovador marco de referencia para el entendimiento moderno de la fe católica y las antiguas teologías neoescolásticas. Fue profesor de Teología Dogmática en Innsbruck, Viena, Pullach, Múnich y Múnster, teólogo consultor del Concilio Vaticano II y miembro de la Comisión Teológica Internacional. De su extensísima obra cabe destacar Oyente de la palabra (1945), Escritos de teología (1954-1975) y Curso fundamental sobre la fe (1977), también publicados por Herder Editorial. OTROS TÍTULOS DEL AUTOR Karl Rahner Oyente de la palabra Curso fundamental sobre la fe El Concilio, un nuevo comienzo La Gracia como libertad Sentido teológico de la muerte Meditaciones sobre los ejercicios de san Ignacio Tolerancia, libertad, manipulación El significado de la Navidad

María, Madre del Señor Sobre la inefabilidad de Dios

NOTAS 1. Sobre las numerosas formas en que fue publicado este opúsculo nos informa con más detalle el epílogo de los editores responsables. Por supuesto, Von der Not und dem Segen des Gebetes fue publicado también dentro de la edición completa de las obras de Rahner (véase K. Rahner, Sämtliche Werke, vol. 7: Der betende Christ. Geistliche Schriften und Studien zur Praxis des Glaubens, ed. preparada por Andreas R. Batlogg, Friburgo de Brisgovia, Herder, 2013, pp. 39-116, y, dentro de ella, «Das Gebet der Not», pp. 76-83. (En adelante se remite a esta edición de las obras completas con la sigla SW y el número de volumen. En español, en traducción de Luis Martínez Gómez SJ, fue publicada en 1953 por Ediciones Sapientia, de Madrid, como Carlos Rahner SJ, Angustia y salvación. Reflexiones sobre el sentido y valor de la oración en la vida del hombre moderno, y reeditada en 1962 por Razón y Fe, también de Madrid, como Karl Rahner, Angustia y salvación: la oración en la vida del hombre moderno. En la presente edición traducimos el título según el original: Necesidad y beneficios de la oración [N. del T.]). 2. Véase, por ejemplo, Karl Rahner, «Man soll nicht zu früh aufhören zu denken», en SW 31 (Im Gespräch über Kirche und Gesellschaft. Interviews und Stellungnahmen, ed. Albert Raffelt), pp. 189 s. 3. «Er lässt sich nicht einfach kopieren. Im Gespräch mit Karl Kardinal Lehmann, Mainz», en A. R. Batlogg y M. E. Michalski (eds.), Begegnungen mit Karl Rahner. Weggefährten erinnern sich, Friburgo de Brisgovia, Herder, 2006, pp. 90-115, esta cita: p. 102. 4. Sobre los fundamentos de la comprensión acerca de Dios, sobre todo de la condición de persona en Dios y en el hombre, véase K. Rahner, Curso fundamental sobre la fe. Introducción al concepto de cristianismo, Barcelona, Herder, 51998, pp. 95-106. 5. Véase G. Greshake y G. Lohfink (eds.), Bittgebet – Testfall des Glaubens, Maguncia, Matthias Grünewald, 1978; H. Schaller, Das Bittgebet. Eine theologische Skizze, Einsiedeln, Johannes Verlag [Auslfg. Benziger], 1979; O. H. Pesch, Das Gebet, Maguncia, Matthias Grünewald, 1980; R. Mössinger, Zur Lehre des christlichen Gebetes. Gedanken über ein vernachlässigtes Thema evangelischer Theologie, Gotinga, Vandenhoeck & Ruprecht, 1986; R. Schaeffler, Kleine Sprachlehre des Gebetes, Einsiedeln, Johannes Verlag, 1988; H. A. Schüller, Der gestörte Dialog. Mit Gott im Gespräch bleiben, Frankfurt, J. Knecht, 1988; K. Demmer, Gebet, das zur Tat wird. Praxis der Versöhnung, Friburgo de Brisgovia, Herder, 1989; S. Greiner, Gewissheit der Gebetserhörung, Colonia, Communio, 1990; F. G. Untergassmair, Im Namen Jesu beten. Biblische Impulse zu christlichem Gebet, Stuttgart, Katholisches Bibelwerk, 1990; D. Mann, Du bist mein Atem, wenn ich zu dir bete. Elemente einer christlichen Theologie des Gebetes, Wurzburgo, Echter, 1998; E. Harasta, Lob und Bitte. Eine systematisch-theologische Untersuchung über das Gebet, Neukirchen-Vluyn, Neukirchener, 2005; W. Lambert y H. Wolfers (eds.), Dein Angesicht will ich suchen, Friburgo de Brisgovia, Herder, 2005; G. Bauer, Beten kann jeder. Schritte zum Gespräch mit Gott, Múnich, Neue Stadt, 2010. Sobre la oración de petición sobre todo en la oración oficial de la Iglesia véase J. A. Jungmann, Christliches Beten in Wandel und Bestand, Múnich, Ars Sacra, 1969, pp. 40, 70, 78, 147. 6. Véase K. Rahner, «Misión de oración», en id., Escritos de teología, vol. III, Madrid, Taurus, 1961, pp. 239-250; SW 7, p. 465; «Espiritualidad antigua y actual», en id., Escritos de teología, vol. VII, Madrid, Taurus, 1969, pp. 23, 27; SW 23, pp. 38, 40 s, 79, 113, 192, 195ss, 356; «Oración

personal y liturgia de la Iglesia», en id., Gracia como libertad, Barcelona, Herder, 2008, p. 140; además, en SW 11, pp. 212 ss; SW 14, p. 263; SW 28, pp. 365, 577-581; SW 29, pp. 91-93; SW 17/1, pp. 509 s; Johann B. Metz y Karl Rahner, Invitación a la oración: solidaridad en el dolor y el compromiso, Santander, Sal Terrae, 1979. En las dos antologías de textos de Karl Rahner de las que son en común editores responsables, Albert Raffelt y Karl Lehmann han compilado otros textos sobre la oración de petición: véase Rechenschaft des Glaubens, Friburgo de Brisgovia, Herder, 1986 (edición especial con el título de Karl Rahner – Lesebuch, Friburgo de Brisgovia, Herder, 2004, n.os 126 s [pp. 354-359]) y Praxis des Glaubens. Geistliches Lesebuch, Friburgo de Brisgovia, Herder, 1982, n.o 18 (pp. 141-146). 7. J. Reisenhofer, «“Ich glaube, weil ich bete”. Zur Theologie des Gebetes bei Karl Rahner», en R. A. Siebenrock (ed.), Karl Rahner in der Diskussion. Erstes und zweites Innsbrucker Karl-RahnerSymposion: Themen – Referate – Ergebnisse, Innsbruck, Tyrolia, 2001 (Innsbrucker theologische Studien 56), pp. 149-158; id., «Ich glaube, weil ich bete». Fragmente zu einer Theologie des Gebetes bei Karl Rahner, tesis doctoral en Teología, Graz, Universidad de Graz, 1990 (manuscrito). 8. G. Grunden, Wer glaubt, fragt, Wurzburgo, Echter, 2010 (Ignatianische Impulse 37), p. 19. 9. La obra apareció primeramente en la editorial Felizian Rauch, de Innsbruck, donde tuvo cuatro reimpresiones (1949, 21949, 31952, 41955); fue publicada a partir de 1958 como libro de bolsillo en la editorial Herder de Friburgo de Brisgovia, primero como volumen 28 de la serie Herder-Bücherei (1958, 21959, 31960, 41961, 51962, 61964, 71965, 81968), y después como volumen 647 de la Herderbücherei (91977, 101980, 111984, 121985). En 1991 apareció una nueva edición encuadernada en tapa dura; en 2004 —al celebrarse los 100 años del nacimiento de Karl Rahner— apareció el texto como tomo I de una edición jubilar titulada Beten mit Karl Rahner, con el texto corregido según la nueva ortografía alemana. 10. H. Vorgrimler, Vida y obra de Karl Rahner, Madrid, Taurus, 1965, p. 62. 11. «Gnade als Mitte menschlicher Existenz. Ein Gespräch mit Karl Rahner aus Anlaß seines 70. Geburtstages», en Herder Korrespondenz 28 (1974), pp. 77-92, esta cita: pp. 81 s; actualmente incorporado en SW 25 (Erneuerung des Ordenslebens. Zeugnis für Kirche und Welt, ed. Andreas R. Batlogg), pp. 3-32, esta cita: p. 10. 12. «Man soll nicht zu früh aufhören zu denken. Gespräch mit Leo J. O’Donovan SJ, 1978», en SW 31 (Im Gespräch über Kirche und Gesellschaft. Interviews und Stellungnahmen, ed. Albert Raffelt), pp. 177-193, esta cita: p. 189. 13. La base textual en la edición original alemana del presente opúsculo es la versión tomada de SW 7 (Der betende Christ. Geistliche Schriften und Studien zur Praxis des Glaubens, ed. Andreas R. Batlogg), pp. 76-84. 14. Véanse, p. ej., B. K. Demmer, «Bittgebet. II. Systematisch», en LThK3, vol. 2 (1994), cols. 510 s; K.-H. Menke, Handelt Gott, wenn ich ihn bitte?, Ratisbona, Pustet, 2000; M. Striet (ed.), Hilft beten? Schwierigkeiten mit dem Bittgebet, Friburgo de Brisgovia, Herder, 2010; C. Böttigheimer, «Die Not des Bittgebetes. Eine Ursache der gegenwärtigen Gotteskrise?», en Stimmen der Zeit 229 (2011), pp. 435-444. 15. Véase, p. ej., K. Rahner, «Algunas tesis para la teología del culto al corazón de Jesús», en id., Escritos de teología, vol. III, Madrid, Taurus, 1961, pp. 369-392, esta cita: p. 392, nota 14: «Cf. sobre el problema de la oración de petición K. Rahner, Von der Not und dem Segen des Gebetes, Innsbruck, Felizian Rauch, 41955, pp. 78-94». 16. K. Rahner, «Misión de oración», en id., Escritos de teología, vol. III, op. cit., pp. 239-250, esta cita: p. 239; véase en especial pp. 239-245, donde hay algunos solapamientos con el texto «Das Gebet der Not» [«Acudir a Dios en la angustia»], compuesto anteriormente. 17. Más informaciones al respecto en el informe de edición de SW 7, pp. IX-XLIV, en particular p.

XXIII.

18. K. Rahner, «“Herr, lehre uns beten”. Fastenpredigten», en Chrysologus. Die Verkündigung im Osterfestkreis und in der Advents- und Weihnachtszeit. Homiletische Abhandlungen und Predigten, ed. Alois Schuh, cuaderno 1, Paderborn, Schöningh, 1947, pp. 124-170, nuestro texto: pp. 141-150. 19. H. Vorgrimler, Entender a Karl Rahner, Barcelona, Herder, 1988, p. 14 [traducción enmendada]. 20. H. Vorgrimler, Entender a Karl Rahner, op. cit., pp. 16 s. 21. Véase A. R. Batlogg, Die Mysterien des Lebens Jesu bei Karl Rahner. Zugang zum Christusglauben, Innsbruck, Tyrolia, 22003 (Innsbrucker theologische Studien 58), pp. 368 s, 381383 (donde, en el contexto de la voluntad de salvación universal, se hace referencia al tratado sobre la gracia: «Nostra vita supernaturalis est prolongatio et explicatio vitae Christi» [«Nuestra vida sobrenatural es prolongación y despliegue de la vida de Cristo»]). 22. Véase al respecto J. Reisenhofer, «“Ich glaube, weil ich bete”. Zur Theologie des Gebetes bei Karl Rahner», en R. A. Siebenrock (ed.), Karl Rahner in der Diskussion. Erstes und zweites Innsbrucker Karl-Rahner-Symposion: Themen – Referate – Ergebnisse, Innsbruck, Tyrolia, 2001 (Innsbrucker theologische Studien 56), pp. 149-158. 23. «Keine spekulative Schreibtischtheologie. Im Gespräch mit Adolf Darlap, Innsbruck», en A. R. Batlogg y M. E. Michalski (eds.), Begegnungen mit Karl Rahner. Weggefährten erinnern sich, Friburgo de Brisgovia, Herder, 2006, pp. 79-89, esta cita: p. 83. 24. «Intellektuelle Leidenschaft und spirituelle Courage. Im Gespräch mit Johann Baptist Metz, Münster», en ibid., pp. 116-133, esta cita: p. 121. 25. «Priester und frommer Christ. Im Gespräch mit Klaus Egger, Innsbruck», en ibid., pp. 239251, esta cita: 247. 26. K. Rahner, «Gebet. IV. Dogmatisch», en LThk2, vol. 4 (1960), cols. 542-545, esta cita: col. 544; actualmente en SW 17/1 (Enzyklopädische Theologie. Die Lexikonbeiträge der Jahre 1956-1973, ed. Herbert Vorgrimler), pp. 237-240, esta cita: p. 240.

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